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Spanish; Castilian Pages 608 [578] Year 2000
José Ortega Valcárecl
Los horizontes déla geografía Teoría de la Geografía
Ariel Geografía
José Ortega Valcárcel
Los horizontes de la geografía Teoría de la Geografía
EditorialAriel, S.A Barcelona
PRÓLOGO La obra presente tiene carácter de síntesis. Es una panorámica de con junto de la disciplina, su desarrollo histórico y sus tradiciones para ayudar a entender la trayectoria intelectual de los geógrafos. En la rica e inabarca ble producción bibliográfica del mundo actual toda síntesis está abocada a ser selectiva. Ésta lo es. Está dirigida a un público universitario y, en gene ral, al público culto que pueda estar interesado en esta disciplina. El autor no puede, ni quiere, ocultar que esta obra, como cualquier otra, responde a una particular concepción de la geografía. Es, y constituye, una reflexión personal sobre la historia de la geografía. Esta reflexión parte de la convicción -no compartida por todos los geógrafos-, de que la geo grafía, a pesar de llevar un nombre milenario, es una disciplina reciente, una disciplina moderna, construida a partir de la segunda mitad del siglo XIX . Reconocer este carácter joven de la disciplina geográfica no significa ignorar la existencia de una tradición de más de dos mil años, amparada por la misma denominación. Supone, simplemente, separar lo que es la his toria de la geografía de lo que cabe apuntar como sus antecedentes. De igual modo que la alquimia no es la química del medievo. No se trata de una valoración peyorativa de los conocimientos del pasado desde el com plejo de superioridad de la ciencia moderna. Se trata de reconocer que son dos formas distintas de conocimiento. Con ello el autor comparte una actitud y una concepción extendida en tre muchos geógrafos (García Fernández, 1985); y que caracteriza obras sig nificativas de la historia de la geografía y del pensamiento geográfico (Ca pel, 1981; Glick, 1994). Hacerlo así es un punto necesario para aclarar lo que entendemos por geografía y para ubicar el trabajo de los geógrafos en una sociedad moderna. Lo que distingue la geografía de sus prolongados antecedentes históri cos, como sucede en otros muchos campos de las ciencias modernas, es un rasgo epistemológico esencial. La geografía moderna se constituye a partir de una ruptura epistemológica que la separa de las formas precedentes de conocimiento sobre el espacio. Corresponde a la fundación de un campo epistemológico, en el sentido que lo planteaba Foucault. Las páginas que siguen pretenden mostrar este proceso de construc ción de un campo de conocimiento -de una episteme, según Foucault-. La
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existencia de una ilenaria tradición de prácticas y saberes de carácter es pacial, conocidas coo geográficas, no significa continuidad. Por el con trario, se constituye coo una ruptura. Se trata de conte plar la constitu ción y desarrollo de lo que llaaos geografía. l prestar atención a la notable tradición previa y a los saberes y prác ticas de carácter espacial -que tende os a identificar con la geografía-, sólo se busca rastrear las diferencias que separan la geografía oderna de esa tradición. l iso tiepo que valorar y esti ar las foras de conoci iento que han precedido a la geografía oderna. La geografía es una disciplina oderna, que sólo adquiere sentido en el contexto cultural de la uropa oderna, y que sólo cristaliza, coo tal disciplina, en unas condiciones históricas deter inadas. La geografía oderna es un producto europeo, a partir de un proyecto ale án, aunque se desarrolle, después, con influencias uy diversas. esarrollo que se identi fica con un esfuerzo por darle perfil propio, por construir un objeto, por es tablecer un capo diferenciado, por darle estatuto científico. ste carácter europeo y occidental no es inocuo. Proporciona a la disciplina perfiles es pecíficos, asociados a la cultura occidental, que es una cultura europea de acusado etnocentris o. La estructura de la obra pretende facilitar una lectura crítica -esto es, abierta-, de lo que llamamos geografía. Mostrar la diversidad de formas que presenta, señalar sus antecedentes -para diferenciarla de éstos-, inforar sobre el arco cultural en el que se constituye, resaltar la riqueza y variedad de perspectivas y aportaciones con que se construye. Se trata de indagar sobre el proceso de definición de la disciplina, poner de anifiesto su carácter últiple y contradictorio. La pri era parte se dedica a ostrar las circunstancias en que se pro duce el esfuerzo intelectual que inventa, en la doble acepción de este térino, de hallazgo y de creación, un capo de conoci iento sobre la Tierra -deno inado por ello geografía-, a partir de las prácticas sociales de ca rácter espacial, que foran parte de la propia sociedad huana y que le aco pañan desde su origen. n capo de conoci iento orientado a la re presentación de la Tierra.
urante uchos siglos, los atisbos y genialidades de los griegos clási cos dieron lugar a una rica y variada tradición cultural. n ella se ezclan saberes espaciales, esfuerzos intelectuales, exploraciones y descubri ientos, curiosidad, necesidades prácticas, ideas y creencias, prejuicios de dis tinto orden, que constituyen el aga cultural en el que la geografía oderna ha tendido a reconocer una tradición propia. Para uchos autores, geógrafos y no geógrafos, se trata, incluso, de la historia de la geografía. e ahí el interés y la atención prestada a esta primera parte, desde la doble perspectiva del valor intrínseco de esta tradición de saberes y prácticas, y de la necesidad de establecer las diferencias esenciales que separan esa tra dición del proyecto oderno de geografía. acer de ese conoci iento difuso un espacio de saber riguroso acorde con los presupuestos y exigencias del conoci iento científico oderno constituye una aportación novedosa y reciente.
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La segunda parte está dedicada a la constitución del proyecto y a la fundación del capo de conoci iento que conoce os coo geografía. Por una parte, sus antecedentes in ediatos, los que hicieron posible su defini ción. Las circunstancias históricas objetivas y subjetivas necesarias para la cristalización de la geografía coo una nueva disciplina, en el sentido ac tual del tér ino. esde las condiciones sociales que lo hicieron necesario, a la existencia de las condiciones intelectuales que per itieron darle fora en tér inos odernos, en el arco de la ciencia. Las condiciones de posibili dad de que hablaba Foucault. Por otra, el intento, últiple y diverso, de configurar ese proyecto, dis tinto del de otras disciplinas interesadas en capos si ilares, de construir un objeto geográfico específico. n esfuerzo que tiene lugar desde postula dos no coincidentes, a través de propuestas alternativas e incluso contra dictorias. La decantación de la geografía oderna coo disciplina tiene uchas caras, enunciados distintos. o se produce un proyecto único sino varios proyectos, alternativos o confluentes, que tratan de constituirse coo el proyecto de la geografía oderna: «la historia de la geografía no ha se guido en todo oento el iso caino en los diferentes países, tiene sus diferencias en el tie po, sus escuelas, la geografía continúa y cabia en un doble sentido, porque es una ciencia viva y porque su objeto de estudio cabia ta bién de fora per anente» (Brunet, Ferras y Théry, 1993). ras esas propuestas alternativas, o confluentes, o contradictorias, se encuentran las distintas filosofías de la ciencia. l telón de fondo de las fi losofías del conoci iento, que do inan el panora a del pensa iento y de la cultura occidentales en los dos últi os siglos, precisa ente en relación con la naturaleza del conoci iento científico, da sentido a las distintas pro puestas que surgen para constituir la geografía oderna y para establecer sus coordenadas episte ológicas. stas filosofías son las que explican los distintos odelos de geografía que se desarrollan a lo largo del siglo y que pretenden ci entar la geografía oderna. Los distintos enfoques, las diversas concepciones del espacio, los dis tintos objetos que se proponen coo «objeto de la geografía», las diferen cias etodológicas, los capos o centros de interés considerados, la propia estructura con la que se organiza y jerarquiza el conjunto de á bitos con te plados por la geografía, tienen su razón de ser en esas filosofías últi as. La geografía no se constituye al argen de las preocupaciones de la socie dad en que surge; es, por el contrario, un trasunto de tales preocupaciones. La historia de la geografía no es independiente de su contexto cultural. Fora parte de las tensiones intelectuales del undo conte poráneo. La tercera parte está dedicada a poner de anifiesto el odo en que se construye el discurso geográfico, es decir, las distintas raas o capos de la geografía oderna, sus antecedentes, sus variaciones, su rito y su tie po, sus vicisitudes, sus contradicciones, sus discontinuidades. Se trata de descubrir, tras enunciados consolidados, las variaciones se ánticas y los ca bios de contenidos, de los discursos, de la retórica geográfica. esde la geografía física a la geografía huana y regional, con sus últiples capos y subdisciplinas. s decir, las prácticas concretas de la geografía.
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se trata, por últi o, de situar las perspectivas de la geografía actual en el ubral del nuevo ilenio. Por edio del resu en de los principales interrogantes que se for ulan en la actualidad, de las tendencias que se ob servan, de las propuestas que se debaten. ¿ué es la eografía? y ¿para qué sirve la eografía?, siguen siendo preguntas que se hacen los geógrafos (nin, 1992; Peet, 1998). l objeti vo de esta obra es facilitar una aproxi ación a esos interrogantes, a través de una reflexión infor ada sobre la historia de la geografía. na reflexión que per ita a cada uno construir su propia conciencia crítica de tal disci plina. La inexistencia de obras de este carácter puede justificar el intento abordado aquí, abierto, coo es lógico a toda crítica y a toda sugerencia. na aproxi ación al proceso de construcción de la disciplina, para ayudar a ubicar los problemas del presente y las perspectivas del futuro, los hori zontes de la geografía.
AGRADECIMIENTOS F. olinero ernando es el inductor de este proyecto. Sin su acicate no se habría iniciado ni ter inado. ebo agradecerle, ade ás, sus sugerencias sobre el texto. . onzález rruela ha leído el original y sus observaciones y ayuda aterial han sido de especial utilidad para llevarlo a tér ino. unque el único responsable del iso sea el que lo suscribe.
INTRODUCCIÓN ISI ISIS DE LA GEOGRAFÍA asta fechas uy recientes el interés por el desarrollo de la geografía ha sido escaso. Las historias de la geografía han sido obras esporádicas. ste desinterés tiene que ver con una disciplina en la que ha pri ado y pria el epiriso y en la que la reflexión sobre sus funda entos teóricos y sus antecedentes, coo cultura y práctica del espacio, ha tenido escaso eco. Los geógrafos co parten una difusa itología para uso propio, en torno a algunos personajes - u boldt, Ritter, Ratzel, idal de la Blache, ettner, entre otros-, y ciertos lugares co unes: deter inis o y posibilis o, el carácter de disciplina puente, la geografía coo síntesis. na y otros han sido trans itidos de generación en generación, sin ayor preocupación crítica ( lick, 1994). Por otra parte, la generalidad de estas historias, siguiendo en ello la pauta excepcional de . de u boldt, representa ás bien una colecta del saber y de las prácticas sobre el espacio de las distintas sociedades huanas -de hecho, de las sociedades europeas- a lo largo del tiepo (uboldt, 1836-1839). La historia de la geografía se ha conte plado coo la historia de los viajes, de los descubri ientos, de la cartografía y represen tación gráfica de la superficie terrestre, del saber astronó ico y cos ográ fico, entre otros uchos aspectos. se ha conte plado, ta bién, coo la relación de los personajes vinculados con esas actividades y sus biografías. Se proyecta, sobre los tie pos pasados, el perfil de la geografía oderna y se encasillan las obras del pasado en los arcos conceptuales del presente, coo geografía física o cli atología, bien geografía regional o bien geografía general, en un ejercicio de lla ativo anacronis o, del que hay nu erosos eje plos (Pédech, 1976). onvierten en geógrafos a cuan tos, en sus obras o escritos, aludieran a ele entos considerados, hoy, coo objeto de la geografía. Lo que llevará a catalogar coo geógrafos a los au tores de relatos de viajes y de historias o crónicas, lo iso que a explora dores y navegantes, y recopiladores enciclopedistas. l interés por la historia, desde una perspectiva renovada, surge en el ábito de los odernos enfoques sobre el desarrollo de la ciencia, es decir, en el campo de la historia de las ciencias. El estímulo proviene de las cre cientes preocupaciones, de carácter episte ológico y teórico, que surgen entre los geógrafos en el decenio de 1970. Proviene ta bién de la influen cia de la historia del conoci iento científico.
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Aparece como una necesidad de facilitar la reflexión sobre el lugar de la geografía, como campo de conocimiento, entre las ciencias y disciplinas actuales. Y se aborda desde la consideración de su papel ante los problemas más relevantes en la sociedad de hoy. El creciente número de obras que tie nen como objeto el desarrollo teórico de la disciplina y las diversas con cepciones y filosofías que sustentan el trabajo de los geógrafos distingue la etapa más reciente. En realidad, desde hace apenas un cuarto de siglo. Una perspectiva que caracteriza las aproximaciones más recientes a la historia del pensamiento geográfico (Capel, 1981; Gómez, Ortega y Muñoz, 1982; Stoddart, 1986; Livingstone, 1992; Glick, 1994; Peet, 1998). 1. Las historias de la geografía
Los geógrafos contemplan la historia de la disciplina desde postulados no coincidentes. No existe una historia de la geografía sino «historias» de la geografía. Este carácter plural de la historia de la geografía no es la con secuencia de la diversidad de autores sino de la diversidad de concepciones que subyacen en las obras que abordan su desarrollo histórico. Concepciones que divergen en la definición temporal de la geografía, en el entendimiento de su naturaleza y carácter, y que difieren en la propia consideración de lo que se entiende por historia. Para unos, una historia como mera crónica de acontecimientos y, en su caso, de biografías, como una sucesión de personajes sobresalientes. Para otros, una historia de ideas, en que priman las filosofías, y en la que las singularidades tienen un ca rácter secundario. En unos casos, se trata de una historia interna, que se re suelve en el limitado horizonte de la propia geografía. En otros, se aborda como una historia externa, que ubica el desarrollo de la geografía y sus pro blemas, en el marco de la cultura científica y de la sociedad. Bajo estas aproximaciones, un entendimiento no coincidente de lo que se entiende por geografía. El vocablo no significa lo mismo para todos los usuarios y tiene una amplia variedad de acepciones o aplicaciones. La geo grafía y lo geográfico pertenecen al acervo de la disciplina de este nombre, pero también al caudal cultural. Los propios geógrafos difieren en su en tendimiento del significado del término. 1.1.
GEOGRAFÍA, TRADICIÓN
Y
MODERNIDAD
El término geografía es polisémico. Se utiliza con acepciones distintas. Identifica, en primer lugar, una disciplina académica. Se emplea, también, para identificar el objeto de esta disciplina con un significado equivalente a espacio o territorio, uso extendido en el habla mediática, con expresiones del tipo de «por toda la geografía española», para referirse a todo el territorio español. Empleo que comparten los propios geógrafos, sobre todo en el ám bito anglosajón, donde se puede hablar del «poder de la geografía» para re saltar el papel del territorio o espacio en el mundo moderno (Wolch, 1989).
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El término geografía identifica también un saber y cultura sobre el es pacio, al margen del saber académico, a veces denominado geografía para lela. Por último, se aplica la palabra geografía para referirse a las prácticas espaciales, que acompañan el desarrollo humano, y se habla de la «geogra fía de los ingenieros» o la «geografía de los estados mayores». Se utiliza, in cluso, para identificar el colectivo profesional dedicado al cultivo de esta disciplina (Lacoste, 1976). Polise ia que contribuye a la confusión y que hace difícil acotar el capo histórico de la geografía. La confusión se produce, en prier lugar, respecto de la profundidad histórica de este saber. l carácter ilenario del tér ino, procedente de la tradición cultural del saber geográfico, arraigado en la herencia griega, con ás de dos ilenios, se confunde con la breve historia de una disciplina científica que lla a os ta bién geografía. La confusión se reproduce, en segundo tér ino, respecto de la aplitud de este saber. La geografía se identifica con el conjunto de las prácticas de carácter espacial que aco pañan la propia naturaleza hu ana. onvierten con ello a la geografía en un saber tan antiguo coo la propia huanidad. La historia de la geografía no se distingue, en estos enfoques, de la propia historia hu ana. iajar, explorar, describir lugares, ubicarlos, ela borar cartografía o si ples esque as cos ológicos, el relato de los viajes, los inventarios ad inistrativos de carácter territorial, quedan incorporados al aplio saco de la geografía. La aproxi ación no crítica a la historia de la geografía corre el riesgo de confundir estos distintos planos, que sólo tangencial ente se relacionan. n prier tér ino, el undo de las experiencias espaciales que, coo tal, pertenece a la propia naturaleza humana. En segundo lugar, la esfera de las representaciones espaciales, coo ordenación y racionalización de estas ex periencias: esboza intelectual ente un tipo de representación social, que los griegos, sus inventores, deno inaron geografía. n tercer tér ino, el undo, ucho ás restringido y preciso, del proyecto oderno de integrar ese tipo de experiencias coo un capo de conoci iento o episte e, de acuerdo con los tér inos de la odernidad. lgún autor conte poráneo ha e pleado los tér inos «geografía pú blica» y «geografía acadé ica», respectiva ente, para diferenciar esos pla nos. s necesario distinguir los saberes prácticos, las propias prácticas es paciales y las representaciones de las isas que foran parte de la natu raleza social, del capo de conoci iento. quéllos configuran una cultura del espacio, nuestra cultura, occidental, del espacio. l últi o, pretende lle gar a ser una ciencia, o un saber riguroso, sobre el espacio.
La historia de la geografía, en sentido propio, hace referencia a un in tento persistente de darle rango de ciencia; de incorporarla al conjunto de los conocimientos que tienen esa categoría, aunque se haya hecho, en gene ral, sin una reflexión consciente sobre el significado de ese objetivo (Curry, 1985). Poco o nada del proceso histórico de la geografía moderna sería in teligible si prescindimos de esta circunstancia: la historia de la geografía mo derna es la historia de un esfuerzo, desde muy diversos frentes, por elevarla a la condición de ciencia geográfica, en el marco del pensamiento moderno.
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La geografía se identifica, en sus caracteres y en sus proble as, con este últi o; fora parte, en el pleno sentido del tér ino, de lo que se ha lla ado la modernidad. s un producto de esta odernidad, que cristaliza en la segunda mitad del siglo XIX. La historia de la geografía es una histo ria del proceso de construcción de un saber de carácter científico, en el sen tido que este tér ino adquiere en los tie pos odernos. La construcción de la geografía coo disciplina oderna no se pro duce al argen de los grandes debates sociales que arcan el tiepo de la conte poraneidad, y constituye un producto de este undo conte poráneo. o es ajena al undo de ideas y a los debates que arcan el desarro llo de la cultura científica en este período. s, por tanto, la historia de un tiepo próxi o y de una disciplina oderna. oncepción que no se co rresponde con la general percepción de una historia lineal y acu ulativa a lo largo de los siglos, basada en el «remontarse sin término hacia los prieros precursores» (Foucault, 1976). El punto de partida de esta obra es la consideración de la geografía coo una disciplina de carácter oderno, fundada hace poco ás de un si glo, que debe distinguirse de sus antecedentes ilenarios y culturales y de las prácticas sociales sobre las que trata. s habitual utilizar el tér ino « oderna» para separar esta disciplina reciente de los saberes prácticos y de la cultura precedentes (Glick, 1994). Lo que llamamos geografía, entendida como disciplina moderna, no es el producto acabado de un esfuerzo o de una iniciativa atribuible a unos au tores concretos, en un arco espacio te poral preciso, con fecha registra da de naci iento. s la anifestación de una tensión intelectual y de últiples prácticas individuales y colectivas, coincidentes unas, consecutivas otras, que se dilatan en el tie po, que co parten un objetivo coún: cons truir una geografía científica. Tras el proceso constructor subyacen las ten siones y los desgarra ientos de la cultura científica, de la propia práctica científica y de la sociedad.
1.2.
LA HISTORIA COMO PROGRESO: HITOS PERSONALES Y ARQUETIPOS
Los geógrafos, durante ucho tie po, han conte plado la historia de la disciplina desde postulados evolutivos, coo el discurrir de una corriente unifor e desde los orígenes griegos, e incluso con anterioridad, hasta el pre sente. Coo una archa progresiva en la que la geografía se perfecciona, se enriquece y decanta, en un continuado proceso de desarrollo y progreso. se progreso se ha identificado con el paulatino o rápido relleno de los vacíos co rrespondientes a la terra ignota, es decir, con el conoci iento de la configu ración de la superficie terrestre, con su representación cartográfica. sta historia de la geografía tiende a confundirse con la historia de la cartografía, por un lado y, con la de los descubri ientos, por otra. esde una perspectiva eurocéntrica, hege ónica durante ucho tie po, o desde la consideración de las aportaciones de otras sociedades, en tie pos ás recientes. La atención a las experiencias de los pueblos orientales y a las de
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otras sociedades de diverso grado de desarrollo aterial, es un rasgo dis tintivo de las obras ás recientes. s una historia configurada coo una crónica de ese progresivo saber sobre el espacio terrestre, desde los tie pos ás re otos hasta el presen te, conte plado coo un proceso sin ás solución de continuidad que los nuevos hallazgos de tierras y las nuevas actitudes o enfoques personaliza dos en algunos hitos señeros. La geografía se convierte en un gran saco en el que caben cuantos conoci ientos, técnicas, prácticas y saberes hacen re ferencia al espacio terrestre. n saco en el que se incluye a las personalidades que han arcado y arcan el discurrir del saber geográfico, una galería de retratos en la que participan, por igual, los navegantes, los exploradores, los viajeros y los pro fesores. na concepción del desarrollo de la geografía que sigue vigente para uchos geógrafos actuales, en uy distintos contextos (Lacoste, 1976; Olcina, 1997); compartida también en el campo de la historia (Tsioli, 1997). La crítica de esta concepción la hacía, hace veinte años, un geógrafo francés, al denunciar esta propensión a convertir en geográfico cuanto hace referencia a la localización: «todo aconteci iento se desarrolla en un lugar; todo lo que se refiere al lugar es geográfico; luego todo aconteci iento es geográfico». rgu entación o silogis o que sostiene esa concepción de una geografía o nico prensiva ( arnier, 1980). esde una perspectiva ás selectiva de la geografía, en la que se dis tingue, dentro del secular desarrollo geográfico, una etapa moderna, las pautas de este proceso lineal han sido los hitos personales, las figuras his tóricas individuales a las que se atribuye, coo protagonistas de los saltos cualitativos que arcan el progreso de la disciplina, el desarrollo de ésta. isión biográfica de la geografía que distingue for ulaciones ya tradicio nales de la historia de esta disciplina, coo la del geógrafo nortea ericano R. artshorne, «desde ant a través de u boldt y Ritter a Richthofen y ettner», coo apuntaba Stoddart, crítico con esta perspectiva, por su arcado carácter lineal y ecánico (Stoddart, 1986). Puntos de referencia o faros que han facilitado un viaje cóodo por la geografía, desde la seguridad que proporciona esta iagen de una discipli na hecha, levantada por el esfuerzo de estos representantes señeros. oncepción que se basa en la atribución de la geografía al esfuerzo de algunos de esos protagonistas, o generación de los isos, que habrían delineado, con trazo aestro, el perfil acabado y perfecto de la ateria. na concep ción que hace de estos personajes los padres de la geografía y que atribuye a sus obras, a sus iniciativas, a su influencia, la configuración de la disci plina, vinculada al carisma de tales personalidades (Buttimer, 1980).
Es una concepción que, como resaltaba el mismo Sttodart, se constru ye a base de «héroes» singulares, descansa sobre una selectiva discrimina ción que ignora el significado de otros nombres y de su aportación al mun do de las ideas, o su influencia en ellas (Stoddart, 1986). Aunque el propio Stoddart haya sido criticado por aplicar un rasero selectivo equivalente (Glick, 1994). Historia proclive a la contemplación de la geografía como la aportación de iluminados héroes, arquetipos singulares, maestros fundado
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istoria que propende a ignorar y condenar al ostracis o, aquellos otros nombres al-vistos y mal-ditos. na historia y una concepción defendidas desde una óptica subjetivista, tanto de la historia coo de la geografía. La consideración de una época clásica en la historia de la geografía, identificada con los tie pos finales del siglo pasado y con el prier tercio del actual, descubre esta concepción. Para algunos, desde una situación ini cial, en lo que respecta a la geografía oderna, vinculada a ciertos no bres singulares, los «héroes» de esta historia, que ronda la perfección. na geo grafía «clásica», de perfiles acabados, surge de esta visión. Se construye y trans ite una iagen de la disciplina geográfica coo una obra terminada, con perfil definitivo. La geografía coo una disciplina concebida y ejecuta da de una pieza. La idea de perfección subyace en este discurso. La geo grafía posterior aparece coo el desarrollo, no sie pre satisfactorio, del le gado de esta época de esplendor ( rtega Cantero, 1987). Concepción paradójica ente co partida por quienes valoran esa épo ca inicial coo un período cul inante y por los que oponen, a esa geogra fía odélica o clásica, la alternativa « oderna», coo sí bolo de un nue vo estadio de desarrollo, ás acorde con nuestro tie po. , en ayor edida, por quienes consideran que la geografía es una disciplina que surge tras la segunda guerra undial y tiene acento anglosajón. La dicoto ía entre una geografía clásica, pero envejecida, y una geo grafía « oderna» y renovadora, representa una actitud co partida y ás reciente en el campo geográfico. Supone oponer la geografía del tiempo pa sado, por ás excelencia que se le reconozca, a la « oderna». La pri era coo la geografía de otra época, de otro tipo de sociedad, la últia coo la geografía del undo actual; es decir, la oposición de lo anticuado a lo ac tual. s habitual, así, oponer en la historia de la geografía con este tipo de enfoque una etapa clásica o tradicional y una etapa oderna o de nueva geografía (Clavai, 1974; Vilá Valentí, 1983). esponde a una concepción dualista de la geografía, de inspiración ideológica, que identifica la geografía con una deter inada «for a» de geo grafía, desde el punto de vista episte ológico. Interpretación que puede ser for ulada, ta bién, coo un per anente debate entre dos foras de en res.
tender la praxis científica, que se producen en el ábito de la ciencia oderna, y de las que se hace eco de anera continuada la geografía. l proceso de desarrollo de la episteme geográfica se reduce a una gran confrontación en el capo de las filosofías científicas, entre «dos posicio nes científicas diferentes» (Capel, 1981). na concepción que caracteriza de odo general a los geógrafos de inspiración neopositivista. educen el de sarrollo de la disciplina, coo el de la propia ciencia en su conjunto, a una confrontación entre quienes aspiran a un conoci iento de carácter cientí fico -sea e pírico o analítico- y quienes dan prioridad a la síntesis coprensiva en el capo social y separan ciencias sociales y naturales (Portugali, 1985). n su for ulación ás radical, esta concepción dualista de la historia de la geografía supone situar el origen de la disciplina geográfica a partir de 1945 (Johnston, 1979). Se identifica con la desarrollada en los países an
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glosajones y con una deter inada fora de hacer geografía (Stoddart, 1986). Lo anterior queda reducido a la condición de vaga prehistoria o tan teos exploratorios. Responde a una restrictiva concepción de la geografía y de la ciencia identificadas con el étodo analítico, con las filosofías del positivis o lógico y del racionalis o crítico, y con el undo anglosajón. escubre la i portancia del trasfondo filosófico e ideológico en la práctica científica y en la concepción histórica. Coo tal proceso, sin e bargo, la historia de la geografía trata de pro yectos, propuestas, esfuerzos últiples y ca biantes, que no puede redu cirse a un oento ni a la aportación de uno o varios individuos. Se trata de un esfuerzo social en un contexto social y en el arco de una cultura so cial y científica predo inante. Las tensiones entre proyectos, entre perso nas, entre colectivos y entre foras de pensar e ideologías, foran parte de la historia.
1.3.
LA GEOGRAFÍA COMO PROYECTO: IDEAS Y CONTEXTO HISTÓRICO
n análisis enos subordinado a los esque as biográficos e ideológicos y enos esque ático en su interpretación, propone la historia de la geogra fía coo un proceso co plejo, nunca acabado, la historia de un conjunto de historias, la de un conflicto, ás que la de una solución. La constitución y desarrollo de lo que llaaos geografía oderna reposa, desde sus inicios, en proyectos contrapuestos y coexistentes, en un undo de ideas cuyo ori gen y decantación son diversos, y en un arco social e intelectual ca biante. Las tensiones derivadas de esos orígenes han per anecido. Por ello la his toria de la geografía es la de una no ter inada y persistente interrogación. e fora recurrente en el tiepo y en plena contradicción por tanto con la visión lineal y progresiva habitual, los geógrafos se preguntan por un conjunto de cuestiones, que aparecen coo el núcleo de sus preocupacio nes. l iso tiepo se incorporan otras nuevas al espectro de las inte rrogantes geográficas y otras, iniciales y e ble áticas en su o ento, que dan en segundo plano o son abandonadas. unque éstas puedan ser reto adas de nuevo bajo una nueva perspectiva. uevas circunstancias que otorgan, a las viejas ideas, ropajes y significados renovados. La geografía se uestra, en su desarrollo oderno, coo un proceso nunca cerrado, coo una recurrente indagación, coo una archa de sístole y diástole. La historia de la geografía no puede ignorar estas ideas, ni el proceso de su definición, ni las condiciones en que surgen y cristalizan, o las que deter inan su crisis y recuperación. i puede aislar los procesos intelec tuales en que fraguan las ideas hege ónicas, y las que no lo son, de la si tuación social y del contexto cultural en que se producen. La perspectiva histórica y la contextual per iten ilu inar y distinguir conceptos e ideas de apariencia si ilar, y asociar actitudes y plantea ientos de sedicente originalidad o novedad con sus antecedentes. En este devenir el papel de deter inados autores, que aciertan a expre sar o identificar corrientes de opinión o actitudes con aplia recepción social,
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tiene un valor ás sociológico que científico. La existencia de otros autores no enos significados en el debate de las ideas, pero con enos éxito en la aceptación social, descubre la incidencia de otros factores, de orden ideo lógico y de organización de la propia co unidad geográfica en cada etapa. La consideración en la historia de la geografía del «contexto», del undo de ideas que configura la cultura en que se desenvuelve la disciplina (Berdoulay, 1981); y de la co plejidad sociológica de los agentes que inter vienen -los geógrafos y sus instituciones-, caracteriza las aproxi aciones ás odernas a la historia de la geografía y de las ciencias. l interés por las filosofías que respaldan el pensa iento geográfico y por las co unida des o grupos de carácter profesional, sus estrategias y objetivos, distingue estas aproxi aciones a la historia de la geografía. n algunos casos, se les atribuye, a estas co unidades profesionales, un carácter deter inante en la evolución de la disciplina geográfica ( apel, 1977; 1986). Las ás significadas obras de historia de la geografía del últio cuar to de siglo se caracterizan por esta atención predo inante al arco filosó fico, teórico y sociológico del conoci iento geográfico. aracterizan un plantea iento ás abierto de la geografía. istorias que han adquirido un especial desarrollo en el ábito anglosajón. Se insertan, ade ás, en un contexto de historia de la ciencia. n este arco de historia de las ciencias, en este enfoque que vincula el desarrollo de la geografía oderna con el entorno cultural y filosófico, y en esta perspectiva ás interesada por las ideas que por los personajes, se ubica nuestra obra. s una historia de la geografía oderna. s en le ania, en la segunda itad del siglo I , donde se define el proyecto de construir un capo de conoci iento riguroso sobre saberes y prácticas que eran ilenarios. s decir, una ciencia oderna que antiene el nobre que los griegos dieron a esos saberes y prácticas: geografía. l nobre representa un ele ento accidental. Tal coo sucedió en otros capos de conoci iento, pudo antenerse una deno inación secular y pudo incorporarse otra distinta. La historia de las ciencias uestra cóo denoinaciones aplicadas en un período histórico a un deter inado capo de conoci iento han sido utilizadas en el undo oderno para identificar dis ciplinas por co pleto distintas. l nobre es lo que, con rigor, une la disciplina actual con sus ante cedentes históricos, con su prehistoria. Ta bién la co unidad de intereses sobre el espacio terrestre y una tradición cultural que reconoce, en esta prehistoria, un esfuerzo intelectual y práctico de excepcional calidad, para co prender, explicar y utilizar la realidad circundante. La consideración de esta larga trayectoria de siglos representa no tan to la historia de la geografía coo de sus antecedentes, en el arco de los saberes y prácticas sobre el espacio terrestre, de esas isas sociedades del pasado. Es el doble atractivo de este pretérito de la geografía moderna. Pero debe os considerarlo desde esta doble perspectiva de arqueología del saber: desde la interrogación sobre cóo se desenvuelven las prácticas y el sa ber sobre el espacio en la historia de la u anidad y de los esfuerzos por racionalizar este saber de acuerdo con nuevos principios intelectuales.
Primera
parte
LAS CULTURAS DEL ESPACIO, LAS CULTURAS GEOGRÁFICAS
Para uchos geógrafos, la geografía co prende todo conoci iento relacionado con la superficie terrestre e identifica un saber universal y originario. Para este odo de concebir la geografía y el saber geográfico, nuestra disciplina se inicia con la propia naturaleza hu ana. iajes, explo raciones, actuaciones territoriales del poder, desde los pri eros tie pos, infor aciones de carácter etnográfico, prácticas cartográficas de la ás diversa índole y descripciones de lugares, foran parte del acervo geográ fico. Son la historia de una geografía que convierte en geógrafos a viajeros, reyes, conquistadores, historiadores, infor adores, entre otros uchos. o es una concepción exclusiva de los geógrafos. s co partida por la generalidad de los historiadores de la ciencia (Sarton, 1959). plican las di visiones y capos de la geografía oderna a las obras del pasado. onvierten en geógrafos físicos a los que trataron cuestiones del entorno na tural. ransfor an en geógrafos regionales a los que enu eran los países regiones y ciudades de otras épocas. Incluyen en la nóina geográfica a astróno os, cos ógrafos, conquistadores y estrategas: desde erodoto a Julio César ( ougier, 1967). n esta concepción de la geografía late una doble confusión o abigüedad. Se confunde la geografía coo disciplina, propia de nuestra época, con el saber sobre el espacio, universal y ate poral. Se confunde la geo grafía coo disciplina, coo reflexión y coo étodo de análisis, con la práctica espacial propia de la especie hu ana. acer infraestructuras, crear y ordenar espacios productivos, estable cer noras urbanísticas, odificar los paisajes, acondicionar áreas con fun ciones sociales específicas, deli itar y separar territorios, ejercer el doinio sobre los isos, son actividades espaciales que, de acuerdo con la época histórica que se considere, foran parte de la naturaleza social de la especie hu ana. Son prácticas espaciales. onstruyen espacios, produ cen paisajes, elaboran, por tanto, lo que es el objeto de la geografía. Pero no son geografía. Este tipo de concepción confunde la geografía con su objeto. En torno a estas prácticas, todas las sociedades han elaborado una cul tura del espacio. rientarse, ubicar los territorios, ordenarlos, describirlos, establecer relaciones, ás o enos precisas, de los ele entos que constitu yen un territorio, de los recursos apreciados en el iso, son prácticas que han decantado, en cada sociedad, una cierta iagen del espacio, una i mago mundi. an producido un saber sobre el espacio, de carácter espontáneo. efinir un capo de representación para los saberes y prácticas espa ciales no logra decantarse con nitidez de estos isos saberes y prácticas. s un rasgo destacado de algunas culturas en particular, en las que se pro
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LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA
duce una reflexión intelectual sobre ese saber. El caso más sobresaliente co rresponde con la cultura griega clásica. Hizo de esta sabiduría un ámbito de reflexión. Es lo que otorga su especial atractivo a la época griega clási ca en la que se imagina un espacio intelectual para la misma, al que dieron, incluso, nombre: geografía. Identificaron y acotaron un área de reflexión intelectual sobre el espa cio terrestre. n relación con él propusieron no sólo el nobre sino últiples conceptos, tér inos, objetivos, perspectivas, curiosidades. ieron fora a un tipo de saber. rascendieron el saber del espacio en un saber so bre el espacio. so significa la invención de la geografía por los griegos clá sicos. Propusieron una representación intelectual del espacio terrestre. La geografía griega identifica esta representación. on ello, proporcionaron los funda entos para un saber sobre el es pacio y para una cultura específica sobre el iso. For ularon, de fora directa, cuestiones referidas al entorno terrestre e hicieron de éste un obje to de observación. laboraron conceptos, tér inos, y enunciaron ideas, hi pótesis, sobre el iso. ieron fora a una iagen del undo que exce día de la siple experiencia. sa propuesta y esa cultura son el funda ento de una representación del undo que subyace durante ilenios en la cultura occidental. esde esta perspectiva, la geografía oderna fora parte de una cul tura que arraiga y que se identifica con la experiencia griega. stos víncu los intelectuales y culturales son los que, por una parte, explican la habitual tendencia a confundir la geografía moderna con sus antecedentes o prece dentes, y por otra justifican la consideración de esta tradición por parte de los geógrafos. o coo historia de la geografía, sino coo una aproxi a ción a las foras históricas de representación del undo y a las concep ciones intelectuales sobre las que se sustentaban. Se trata de valorar los esfuerzos realizados por los griegos clásicos y por las sociedades que se reconocen herederas de su legado, para dar fora a esa representación del espacio terrestre. s una gran aventura inte lectual cuya proble ática posee un indudable atractivo e interés. urante ilenios, las sociedades herederas de ese legado clásico antuvieron una concepción equivalente. La representación del undo, y dentro de ella de la Tierra, constituye el objetivo de lo que los griegos deno inaron geogra fía. se objetivo, con otros no bres, persistió a lo largo de la dad edia y en la oderna. l funda ento de ese saber es cos ográfico. s cierto que, a pesar de lo distante de sus postulados, y a pesar de la co unidad del no bre, for ularon objetivos y elaboraron conceptos que nos parecen próxi os. Tende os, de fora errónea, a identificarlos con los nuestros. Propende os a considerar su trabajo coo equivalente a la geo grafía oderna, coo una siple etapa en el desarrollo de ésta. Prácticas y saberes de carácter espacial, lo iso que la cultura geo gráfica que definen los griegos clásicos, foran parte de lo que uchos consideran las tradiciones de la geografía oderna. sta les debe el nobre. coo tal geografía pertenece a una cultura de la representación del espacio terrestre. Sin e bargo, la geografía oderna no es una disciplina
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cos ográfica ni se define en el arco de una representación del undo o de la Tierra. La geografía oderna se perfila, en el arco de las ciencias odernas, coo una disciplina de explicación. l tránsito de la represen tación a la explicación constituye un cabio sustancial, vinculado a nuevas perspectivas intelectuales. Sin confundir la naturaleza de los antecedentes intelectuales y tradi ciones con la geografía oderna, su análisis está justificado si evita os las tra pas de las tradiciones (Foucault, 1982). s decir, si salva os la ten dencia a prolongar nuestros saberes en el ás lejano pasado en busca de una genealogía. Coo destacaba este autor, son ás i portantes las rup turas que las continuidades aparentes. lo largo de iles de años, la cultura del espacio se desarrolla sobre las prácticas y saberes vinculados al uso del iso y sobre un esfuerzo in telectual por representar la Tierra en el arco de una concepción específi ca del undo o cos os, de una imago mundi.
CAPÍTULO 1
DE LAS PRÁCTICAS ESPACIALES AL SABER SOBRE EL ESPACIO
ada sociedad y cada co unidad posee y ejercita un saber o conociiento del espacio, que surge en el proceso de transfor ación de la natu raleza inherente a la propia reproducción social. s un conoci iento prác tico del entorno, de sus cualidades físicas, de su diferenciación en lugares y en áreas, identificados coo «localidades» o «sitios» distintos, reconoci dos, deno inados; es, al iso tie po, un conoci iento representativo, por el que las sociedades hu anas proyectan y odelan el espacio de acuerdo a representaciones sociales, que anifiestan las estructuras del es pacio surgidas de la práctica hu ana, a las que el lenguaje y la representa ción ental per iten dar consistencia. Es un conoci iento y práctica territorial, en la edida en que cada co unidad y sus individuos tienen una relación de do inio sobre ese entor no. iferencian una parte del iso coo propia, estableciendo lí ites ob jetivos o entales que la separa, e identificando así los distintos territorios, tanto el propio coo los ajenos, que son reconocidos y deno inados. Si tios, lugares, territorios, foran parte de un espacio de relaciones cuyo cen tro es, por lo general, el propio núcleo de la co unidad, y respecto del cual todos esos otros puntos, lugares, territorios, aparecen localizados, están ubicados, foran parte de una representación ental co partida en la co unidad social. s un saber del espacio que arraiga en una práctica espa cial que se confunde con la propia naturaleza hu ana. 1. El saber del espacio: situarse y orientarse n á bitos dispares en el espacio, en el tiepo y desde una perspec tiva cultural, las prácticas y representaciones espaciales son coincidentes. ay una lla ativa confluencia cultural, en este caso en relación con la re presentación del espacio. ste es do inado, aprehendido, ediante una i agen global que contrapone el lugar propio, en un sentido físico y en una di ensión cultural o étnica, a lo que es exterior o ajeno. l «centro» se identifica con el espacio propio: la expresión zhonghua significa, en chino,
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el centro civilizado, y designa a la propia China, que se considera «ocupa el edio del undo». na representación etnocéntrica que es co partida por la generalidad de las sociedades y civilizaciones, occidentales y orientales. Para los japoneses, el «centro» lo constituye el espacio de su propia etnia, de tal odo que «se llaan kinai a las provincias in ediatas a la capital... i itando el wufu de China». En ca bio, se deno ina «bárbaros (iteki) a las provincias extre as de su territorio» (aoki y Takahashi, 1980). ste «centro» es, para los nativos del nuevo continente, para los ayas en concreto, la casa, el lugar habitado, identificado con el aíz, fundaento de la propia sociedad: «el centro, encrucijada, sí bolo de la vida», reconocidos con un iso tér ino, en cuanto «en aya la palabra lxim significa a la vez "centro" y " aíz"» ( usset, 1985). La noción de «centro» es así universal y básica, sie pre referido al pro pio espacio. Cada co unidad se ha conte plado coo el centro u o bligo del undo conocido. Cada una de ellas ha hecho de su territorio el centro del universo y de los deás el espacio periférico, arginal cuando no hostil, opo niendo la iagen de orden, de undo, propia, al caos coo atributo de lo aje no. n esque a que con distintas significaciones está en la base de la ayor parte de las representaciones espaciales vinculadas con los grupos hu anos y cuyo trasfondo está uy lejos de haber desaparecido en el final del siglo . na iagen antropocéntrica que conte pla el undo desde una pers pectiva o analogía hu ana, de la que deriva lo que se ha deno inado «anatoía ágica», por la cual deter inadas partes del cuerpo huano se equi paran a deter inadas partes del undo, al tiepo que la tierra se describe de acuerdo con el iso principio de analogía. n el apa undi del tex to hipocrático, la tierra es representada coo un cuerpo hu ano: el Peloponeso es la cabeza, el Isto la espina dorsal, y Jonia el diafrag a, verda dero centro, o bligo del undo. Todas las co unidades y sociedades, por uy ele entales que sean en su grado de desarrollo aterial, disponen de conceptos y procedi ientos de orientación y localización para situar los co ponentes de sus experiencias espaciales vinculadas con sus prácticas cotidianas. bicación y localización que tienen relación con las prácticas de orientación inherentes a ese saber geográfico. e odo general se trata de establecer ele entos de referencia que vinculen cada lugar con el punto central de la co unidad.
La práctica generalizada ha consistido en utilizar la «salida» y la «puesta» del Sol coo «puntos» fijos en el entorno del «centro» co unita rio. « rientar» es perfilar la dirección de la salida o naci iento cotidiano del Sol. n punto de referencia universal que aparece no sólo en las cultu ras del Mediterráneo sino que es compartido por las culturas orientales y por las nativas del deno inado uevo undo. Los puntos cardinales identifican, en relación a ese punto, aquellas di recciones funda entales del espacio, do inadas por la riente- ccidente, es decir, la de la salida y puesta del Sol. sa isa práctica y esa isa representación aparecen en hina y Japón. La salida del Sol constituye la referencia de orientación básica: «l ste parece haber sido originaria en te la orientación pri ordial» (aoki y Takahashi, 1980).
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l iso principio tienen los árabes, coo se induce de que «janub (Sur) significa, eti ológica ente, "lado", en relación con la orientación que los árabes realizaban hacia riente, y que el undo usul án susti tuye por la de La eca, con efectos coincidentes» ( ing, 1997). El ediodía, es decir, el Sur, es el que queda en un lado, el derecho. Por ello, deno inaban barih, es decir, «izquierdo», al Septentrión. deás de eplear coo referencia las estrellas ás significativas, coo la sa ayor (Banat Na's) y Canopo (Suhayl), para identificar, el rtico o orte y el ediodía o Sur. l recurso a la salida y puesta del Sol para establecer el eje esencial de la orientación y de los puntos cardinales constituye un rasgo coún de to das las culturas. Coo suele serlo el epleo co ple entario de la posición eridiana del Sol para indicar el ediodía, nuestro Sur, y la referencia a las constelaciones polares para identificar el orte, conocido coo Arctos en recia, en referencia a la constelación de la sa, o de Septentrión, epleada por los latinos, que indica la posición de la constelación del Carro, equivalente a la anterior.
2.
Medir y limitar: el saber territorial
La ubicación y orientación suponen un do inio del espacio que, en cierta anera, coo destacan los ayas, supone su existencia. oinio que se anifiesta a través de la edida que, a su vez, supone la creación del espacio: «para que un espacio exista deber ser ensurable y edido. iagen de los dioses que han concebido el universo dándole lí ites y fronteras... el hobre no puede aprehender el espacio que le rodea sino con lí ites». Poner tér inos, establecer lí ites, definir fronteras, constituyen las prácticas territoriales básicas en las sociedades hu anas, en la edida en que éstas se identifican por su territorio. eli itar y edir constituyen dos prácticas esenciales desde el punto de vista geográfico; son dos prácti cas espaciales.
2.1.
EL DOMINIO DEL ESPACIO
edir constituye una práctica esencial en el do inio del espacio y en la consolidación del territorio. edir es una fora de apropiación que es tablece las di ensiones territoriales y que facilita la representación social del espacio do inado. Lo que no está edido es, en cierto odo, ajeno, es lo desconocido: «n espacio no edido es un espacio hostil, a enazador, inhumano. Antes de que los dioses dieran al mundo medidas, no había nada dotado de existencia. Sola ente había in ovilidad y silencio en la oscuri dad, en la noche», según expresa el Popol- uh de los indígenas precolo binos (Musset, 1985). Este saber fora parte de la cultura universal en la edida en que se funda enta en prácticas que aco pañan el proceso de do inio sobre
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LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA
la Naturaleza y de construcción del espacio humano desde las más pri mitivas formas de organización social. Las redes de caminos, las marcas que señalan las distancias, los hitos que identifican el territorio como puntos de referencia simbólica o funcional, mugas, términos, fines, cons tituyen componentes básicos de la construcción del espacio individual y de las representaciones espaciales que cada comunidad o sociedad posee. Aparecen en todos los estadios del desarrollo humano, con mayor o me nor evidencia. De la misma manera que los distintos elementos del territorio que con tribuyen a individualizar éste, como son cursos y masas de agua, relieves destacados, masas de vegetación, según atestigua la persistencia de los nom bres de estos elementos, muchos de los cuales descubren capas profundas de la ocupación del territorio. Componen un saber básico, es decir, una for ma de ordenar los conocimientos y experiencias espaciales, en muchos ca sos bajo formas mágicas, como espacio de los dioses o héroes. El saber territorial comprende también el conocimiento de los demás grupos étnicos, tanto de los más inmediatos como de los alejados, que con figuran el espacio conocido, con sus recursos y tensiones. Conocimiento práctico y funcional en el caso de los inmediatos, en cuanto las relaciones con ellos forman parte de la supervivencia del grupo. Conocimiento vincu lado a la curiosidad humana en lo que se refiere a los grupos o comunida des más alejadas de las que atrae, sobre todo, el exotismo, es decir, las di ferencias respecto a la propia identidad. Diferencias que se refieren tanto a los grupos o comunidades, respec to a lo aparentemente anómalo de los mismos, en sus rasgos físicos o en sus hábitos, como a sus territorios, en la medida en que éstos pueden dife rir, en sus cualidades o características de los que son habituales, de los pro pios. El interés por la diferencia, la curiosidad por el otro desconocido, el deslumbramiento ante lo inhabitual o excepcional, sustentan a lo largo de los siglos, con distintos pretextos, este saber territorial.
2.2.
SABER ÚTIL, SABER POLÍTICO
Este tipo de saber, que se reconoce en todas las sociedades y grupos humanos, tiene un carácter cultural y un valor político. Valor político por que este conocimiento facilita las relaciones inter-étnicas, sean pacíficas o conflictivas, y son numerosas las referencias que ponen de manifiesto el in terés del poder por este saber sobre los territorios, propios y ajenos. Es Herodoto el que señala la actividad exploratoria promovida por determinados mandatarios en el mundo antiguo, en Egipto, para adquirir información so bre la costa eritrea y persa; sabemos de las iniciativas de Alejandro para el conocimiento de las tierras orientales, hacia el Indo, y el recurso a los in formes directos sobre esas tierras desconocidas o mal conocidas. El saber espacial es un saber útil en las relaciones con los ajenos, porque allanan el contacto beneficioso con ellos, facilitan las posibles operaciones de apro piación o control, reducen los costos de tales acciones, permiten ampliar el
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radio de influencia y relación. Se ha dicho de forma simplificadora, pero certera, que tal saber sirve para «hacer la guerra» (Lacoste, 1976). tros son evidentes, aunque no se presenten bajo esa perspectiva, como resulta de los viajes o periplos de los fenicios y cartagineses hacia el ccidente, por costas ibéricas y africanas, que desbordaron por el tlántico, tanto hacia el orte coo hacia el Sur, en relación con estrate gias de poder y do inio, coo de uestra el carácter secreto o confiden cial que tuvieron estos viajes; estrategia en la que participaron ta bién los propios griegos. e igual odo que las uestran los chinos en el período edieval, con sus periplos por el océano índico y las costas africanas, ex presión del desarrollo de las prácticas espaciales en el ábito del estado oriental. Lo que distingue la tradición china es la excepcional acu ulación de conoci ientos de carácter espacial vinculada con la ad inistración del stado y la notable perfección que adquiere la representación gráfica, es de cir, el apa o carta, en esta labor de control territorial. La organización del conoci iento espacial en relación con la gestión y ad inistración territo rial propia de un stado alcanza un alto grado de eficacia desde fechas uy te pranas. na buena parte de esa infor ación corresponde con el interés por conocer el territorio propio en orden a asegurar recursos para el poder y va asociada a la gestión de los tributos en el ábito chino, en el arco de una sociedad agraria de fuerte arraigo, que utiliza el riego coo un eleento clave de la explotación y organización del espacio. El Yü Kung constituye el primero de estos informes de base tributaria, como indica su propio nombre (Tributo de Yü), verdadero catálogo del te rritorio correspondiente al Imperio Chou, elaborado en el siglo v antes de nuestra Era. Otras obras posteriores son equiparables, como los denomina dos Chih Kung Thu, así como las «topografías» locales, unas y otras carac terizadas por la consideración de los caracteres físicos, recursos y otros componentes del territorio (Needham y Wang, 1959). tra parte coincide con lo que constituye una literatura, casi universal, la de los viajes, periplos, itinerarios, que se inician uy pronto en hina, como las denominadas Shan Hai Ching iniciadas en el siglo iv antes de la ra, que difieren poco de la literatura equivalente occidental e islá ica, de si ilar te ática viajera e itineraria. e igual odo que las obras ás uti litarias de las descripciones costeras y fluviales, coo los lla ados Shui Ching. sí coo las topografías o descripciones locales dedicadas a grandes y pequeños territorios y de las grandes obras descriptivas, del tipo de las de no inadascorografías en la tradición occidental, representan instru entos de do inio al servicio del poder. La continuidad del stado a lo largo de siglos facilitó la de las prácti cas territoriales y el del saber del espacio, que per itieron en China un de sarrollo ás coherente, en el tie po, de la representación del espacio te rrestre. De ahí el que se le atribuya el empleo de técnicas cartográficas, con un avance significativo respecto del undo occidental, en la representación cartográfica. l deno inado Yü Chi Thu, grabado en piedra en 1137, pero que puede proceder del siglo I, proporciona una iagen de gran precisión
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del contorno litoral y extraordinaria de la red hidrográfica china: «la obra cartográfica más sobresaliente de esta época en cualquier cultura» (Needhamy Wang, 1959). Es una obra anónima, realizada a partir de una minuciosa malla orto gonal de coordenadas de tipo cartesiano, a diferencia del atlas o mapa de China de 1311, conocido como Kucmg X TH que se identifica con la labor de Shu Su Pén, compilador de la información y cartografía acumuladas hasta entonces, durante la dinastía mongol, al que se le reconoce una cali dad y precisión sin comparación posible con la muy deficiente cartografía, en cuanto a concepción, representación e información, imperantes en el mundo occidental en la misma época. Sin embargo, estas obras no son sino la culminación de una larga, mi lenaria, tradición cartográfica, referida tanto al territorio y sus recursos, en general, como al espacio urbano, cuyos inicios se remontan al segundo mi lenio antes de la Era cristiana. Los numerosos testimonios de esta labor car tográfica, precisa, minuciosa, en la que se consigna la red fluvial, el con torno de las costas, los accidentes del relieve, los núcleos de población, las vías de comunicación, con indicaciones de sus unidades tributarias, y otras informaciones de interés administrativo, muestran los logros alcanzados en este ramo, tan vinculado con la geografía. Ponen de manifiesto un considerable adelanto respecto del mundo oc cidental, en relación con contextos socioeconómicos muy diferentes: la es table sociedad agraria china del arrozal, terrícola, vinculada al uso del agua, frente a las sociedades mediterráneas, de base agraria más aleatoria, de no table movilidad, con recurso permanente al cambio y al desplazamiento marítimo (Chiang-Siang, 1980). Factores que ayudan a entender la preci sión de las representaciones territoriales chinas, la escrupulosa cartografía catastral y urbana. El contraste con la preocupación preferente del mundo occidental por la forma y dimensiones del mundo, por los contornos litorales, por la determinación de la posición de los lugares, por la elaboración de un mé todo de representación, vinculada con la latitud y longitud, es claro (Cheng-Siang, 1980). De forma paradójica, la mayor precisión la logran los minuciosos cartógrafos chinos, circunscritos al propio territorio y sus aledaños más inmediatos. Recurren como método de representación al empleo de una malla ortogonal o cuadrícula, que les permite un traslado de gran fidelidad, en el plano, del espacio real. Una técnica propia de la pintura que otorga a los productos cartográficos chinos una admirable imagen moderna. Tiene un carácter cultural porque este complejo conjunto de informa ciones prácticas y representaciones constituyen un sedimento compartido y transmitido socialmente, que contribuye a identificar al grupo o comuni dad, a diferenciarlo de las otras comunidades; le proporciona un marco de entendimiento del propio territorio y de su integración en los espacios más extensos en los que se encuentra ubicado, de los que se hace consciente, y de los que posee una aproximada imagen, más o menos perfecta o precisa según los tiempos.
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sentarse, controlar y do inar el espacio, apropiarse de una parte de él, es decir, convertirlo en territorio, utilizar sus recursos dispersos, ubicar se, situar los co ponentes, físicos o hu anos, ás relevantes de ese terri torio, hitos o arcas que verifican la pertenencia y que facilitan la identifi cación, han sido prácticas habituales del poder. stablecer los rasgos bási cos equivalentes de quienes son parte de ese espacio en territorios propios, fora parte de la isa cultura y prácticas, cuyo araento esencial se trans ite de generación en generación, coo el propio idio a. rdenar esos espacios y prácticas en una representación del undo ta bién es uni versal y fora parte de estos saberes. Lo que difiere de una sociedad a otra, de una co unidad a otra, es la representación que cada una construye para encajar todos los ele entos de que dispone, y la jerarquía y posición que atribuye a cada uno. La univer salidad de este tipo de saber, y de estas representaciones, en cuanto apare cen desde uy antiguo y parecen consustanciales a la sociedad huana y se anifiesta en la totalidad de las sociedades históricas, no ha supuesto un equivalente proyecto intelectual de racionalización y conceptualización con carácter universal. s el rasgo que singulariza la experiencia griega. acer de la representación del undo un objeto intelectual en el arco de la fi losofía natural, arca un tránsito funda ental del saber del espacio a la re presentación del espacio a la representación de la ierra.
CAPÍTULO
2
LA INVENCIÓN DEL SABER GEOGRÁFICO Los griegos de época clásica convierten este saber práctico del espacio en una representación del espacio. Inventan -es decir, descubren- esta repre sentación del espacio terrestre. rean una cultura que se distingue del siple saber espacial, de carácter práctico, que pode os identificar en todas la so ciedades hu anas, y sobre el cual se eleva la construcción intelectual de los griegos. llos configuran el prier esfuerzo de representación del mundo, ás allá de la siple cultura práctica. Los griegos le dan un no bre: geografía. sta representación es una invención griega. na ás de las que sur gen en los siglos ágicos del pensa iento clásico, sobre la que se constru ye un cultura del espacio. onvirtieron el universal saber del espacio en un saber sobre el espacio. Los griegos descubren este objeto porque imaginan una representación de la realidad, es decir, del entorno conocido, ás allá de la percepción etnocéntrica, para identificar y acotar este saber reflexivo sobre la ierra coo ob jeto. Ideaban y trataban de darle objeto y objetivos de acuerdo con las ne cesidades prácticas y exigencias sociales de la época en que se produce, a partir del siglo iv antes de nuestra Era. l esfuerzo por definir esta representación, por dotarle de contenidos y perfiles, no produce una geografía en el sentido oderno del tér ino. Los griegos no crean una disciplina geográfica, ni establecen un perfil profesio nal relacionado con ella. o hacen geografía física, ni cli atología, ni geo grafía urbana o geografía regional, coo algunos autores pretenden, en un ejercicio de notable anacronis o. Los griegos tratan de dar fora, indagan y reflexionan sobre un con junto de fenó enos que atañen a la ierra. Lo hacen desde perspectivas uy diversas, en el arco de una eclosión intelectual ad irable, caracteri zada por la curiosidad y por la aproxi ación etódica y racional al undo de la experiencia, al conjunto del cosos y a la aturaleza. s una nue va fora de relación con el undo, con la naturaleza. acrocos os, es de cir el universo, y icrocos os, esto es el hobre y su entorno, foran par te de ese esfuerzo de representación del entorno. En ese contexto intelectual, en ese mundo movido por la pasión de co nocer y caracterizado por la actitud crítica, por el método racional, por la se cularización del saber, adquiere sentido la definición de la geografía como re
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LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA
e ella surgen, y adquieren fora progresiva, ideas, concepciones, interrogantes, que van a caracterizar la cultura geográfica occi dental. n relación con ellas se perfila ta bién la idea de una representación diferenciada, hasta el punto de poder darle un nobre propio: geografía. La deno inación no significa que exista una disciplina o capo de conoci iento en el sentido oderno del tér ino. Se esboza un espacio inte lectual, sin lí ites precisos, al que se llega por distintas aproxi aciones, sin una concepción deter inada, que se confunde con otros capos de saber coo la astrono ía, la cos ografía y la ate ática, y sobre el cual se in teresan autores de diversos intereses, desde historiadores a ate áticos. Fora parte de una filosofía natural en pleno desarrollo que introduce esta i agen racionalizada del entorno terrestre.
presentación del mundo.
1. El contexto intelectual: saber crítico, pasión por conocer l contexto intelectual en el que se fragua esta reflexión corresponde con el de la Filosofía griega, en la edida en que ésta aborda el aplio undo de la experiencia, esto es la aturaleza, bajo un prisa racional. ntorno intelectual en el que decantará la geografía coo representación apoyada en los saberes racionales. esde la ate ática y física a la astronoía: desde naxi andro, Tales y ecateo de ileto, a e ócrito de bdera, incluido ristóteles. stos predecesores abordaron aspectos diversos relacionados con el conoci iento de la Tierra, en el arco de su preocupación por la aturaleza, contribuyendo a definir un objeto para la reflexión. o hicieron geo grafía, no se consideraron geógrafos, ni entendieron que sus obras tuvieran que ver con este capo. Sin e bargo, su curiosidad intelectual ayudó a que cristalizara lo que lla aron geografía. Lo que explica el que los autores pos teriores los incluyeran en la tradición geográfica, en la que no dudan en in corporar al propio oero. 1.1.
LA CURIOSIDAD POR LA NATURALEZA
Las vías de esa reflexión sobre el entorno natural fueron últiples. n general se inscriben en la preocupación por los fenó enos astronó icos y por sus anifestaciones terrestres. naxi andro de ileto (610-545 antes de la ra), un discípulo de Tales de ileto, trató este tipo de cuestiones en su obra Sobre la Naturaleza y de él se dice que realizó diversos cálculos so bre los equinoccios y solsticios y que elaboró un prier apa geográfico (geographikós pínax) del undo conocido por los griegos, según recogía la tradición helena. s decir, una pri era presentación gráfica o esque a de la configuración de las tierras conocidas por los griegos. ecateo de ileto (entre los siglos vi y v a. .) es autor de Viaje alre dedor de la Tierra (Gesperiodo) en la que parece mejoraba el mapa de Anaxiandro. Intentaba esbozar un modelo de la distribución de las tierras co
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nocidas, con una cierta pretensión racionalista. Convertía el editerráneo, por un lado, y el ilo y el ar egro, por otro, en dos ejes perpendiculares entre sí. Con ellos establecía unos ele entos para ordenar la distribución de las tierras conocidas, que tendrán un gran arraigo en la tradición occi dental, sobre todo edieval. n el arco de una concepción circular de la superficie terrestre, esbozaba una pri era iagen de ésta. s autor, asiiso, de Periegesis, cuyas dos partes están dedicadas una a uropa y otra a sia y frica, en que aparecen rasgos de la curiosidad reflexiva sobre la que se construyen, tanto la geografía coo la historia griega, con descripciones del editerráneo y sia eridional, hasta la In dia. xperiencia iajera que caracteriza ta bién a e ócrito de bdera (hacia el 460-370 a. .) que, según parece, la debió exponer en sus nuerosas obras. l desarrollo posterior perfiló, de fora progresiva, por ías contra puestas, el arco de ideas que van a per itir proponer los objetos posibles de esta representación. utores coo icearco, ratóstenes, iparco, Poseidonio, strabón y Ptolo eo, entre otros, an dando perfil y contenido hasta llegar a identificarlo con un nobre propio. Se trata de un proceso en el que se desciende de los cielos a la Tierra, al tiepo que se interesan por los fenó enos físicos y sociales que caracterizan la superficie terrestre. tros autores, sobre todo historiadores, se preocupan por ubicar y des cribir los territorios, acudiendo para ello a las ideas de los filósofos sobre la Tierra y el undo habitado. Los propios filósofos, entre ellos ristóteles, se sentían atraídos por las cuestiones de la Filosofía de la aturaleza y, con ellas, por los problemas que, más adelante, identificarán a la geografía. n discípulo de ristóteles, icearco de esenia (siglos IV-III a. .), es autor de una serie de obras tituladas Acerca de las montañas del Peloponeso, Acerca de los Puertos, Acerca de las islas. Son obras que descubren la cre ciente curiosidad e interés por ele entos que atañen a la configuración de la superficie terrestre. Este autor introdujo el recurso a una línea de referencia en la represen tación cartográfica del undo, a odo de paralelo universal. na línea ex tendida de riente a ccidente, por el editerráneo, que pasaba por Rodas y las olu nas de ércules -es decir, el estrecho de ibraltar- y que divi día al undo en dos partes, septentrional y eridional. Línea que coincide con el paralelo 36° y que se antendrá coo el círculo terrestre de refe rencia de la Tierra habitada, para las sociedades occidentales, durante siglos. uestran una anifiesta preocupación por definir las di ensiones y fora de la ierra, los contornos y distancias de las distintas partes que ellos individualizan y distinguen. Tratan de identificar y ubicar los lugares y los pueblos. Procuran localizar, describir y explicar los fenó enos ás relevantes físicos, productivos o sociales, y establecer su organización te rritorial. Los griegos llaan geografía a la representación gráfica de la tierra, de tal modo que podemos identificar la geografía, en sus inicios, con la carto grafía. Se trataba, en últia instancia, de mostrar, de forma gráfica, su ima gen. Eso es lo que denominan hacer geografía (geographein).
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.2.
LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA
LA TIERRA COMO IMAGEN
Constituye un aspecto decisivo en la invención geográfica, asociada a la obra de Eratóstenes de Cirene (275-194 a. E.). Es un matemático y gramáti co, que vive en un período transformado por las conquistas de Alejandro. És tas habían dado una nueva dimensión al Ecúmene. Eratóstenes de Cirene está considerado como el primero de los geógrafos -en sentido estricto-, el primero en acuñar el término que serviría para identificar este saber, tér mino que aplicó a una de sus obras, denominada Geografía, en realidad Hypomnemata geographica, o memorias geográficas. Este término identifica el objetivo esencial de su trabajo: la elaboración de una representación gráfica del mundo conocido, que venía a actualizar los conocimientos sobre el en torno territorial de los griegos. Tenía una doble dimensión. Partía de la búsqueda de las verdaderas dimensiones de la Tierra, del establecimiento de un medio para ubicar las distintas áreas terrestres, de la medida y distancias de las mismas. Recurría para ello al cálculo mate mático y utilizaba el saber astronómico. En el marco de su tiempo, en el contexto cultural alejandrino, delinea las nuevas perspectivas que la re presentación geográfica adquiría. Establece el perfil de una representa ción del espacio terrestre, al mismo tiempo que lo sustentaba de forma lógica más que empírica. E incluía, en ese proyecto de representación o pintura de la tierra, la ubicación y también una somera caracterización de los territorios conocidos. Se le atribuyen dos obras fundamentales. La primera, referida a las di mensiones y forma de la Tierra, titulada Anametresis tes ges (La medida de la tierra); la segunda, Hypomnemata geographica (Memorias geográficas), que daría nombre a este campo del saber griego. Constaba de tres partes, una introducción histórica, una segunda parte de geografía matemática, dedi cada a la medida de la Tierra y el Ecúmene, y una tercera para la presen tación de los territorios (Periegesis). Su obra se convirtió en el punto de referencia para los autores poste riores, desde la perspectiva matemática y astronómica y desde la perspecti va territorial. Estimuló la crítica y, con ella, el perfeccionamiento metodo lógico y la reflexión. Impulsó la mejora de esa representación de la Tierra, en las dos direcciones que esbozaba, la correspondiente a las dimensiones y forma de la Tierra y a la de la distribución y carácter del Ecúmene. El ejemplo más significativo de esta actitud de mejora corresponde con Hiparco de Nicea (194-120 a. E.), un astrónomo y matemático que disfrutó de excepcional prestigio en el mundo antiguo y moderno. Se puede decir que él creó la trigonometría y fue el inventor del astrolabio. Trató del mo vimiento del Sol, de la Luna y de las estrellas y estableció la distancia a la Tierra de estos cuerpos celestes. Aplicó sus conocimientos astronómicos y sus excepcionales capacida des matemáticas a corregir y mejorar los planteamientos y resultados de Eratóstenes, en lo referido al método para la ubicación exacta de los luga res de la superficie terrestre. Es uno más de los que contribuyen también a perfilar la representación geográfica.
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Desde una perspectiva geográfica su principal aportación será la intro ducción de un método más riguroso para calcular la localización exacta de los puntos de la superficie terrestre. Lo hace proponiendo el recurso a la lon gitud y latitud. Es decir, la diferencia horaria entre dos puntos situados en el mismo paralelo, que proporciona la longitud, y la inclinación del Sol en el equinoccio, que establece la latitud. Los conceptos de longitud y lati tud son conceptos clave para la localización y representación geográfica, que siguen vigentes. Propuso la división del círculo máximo terrestre en 360 partes, cada una de la cuales correspondía a un grado terrestre. Cada grado equivalente a 700 estadios griegos (unos 1.100 metros). Lo utilizó para situar a lo largo del meridiano los lugares habitados y para «indicar los fenómenos celestes con respecto a cada lugar». Proporcionaba los fundamentos para una re presentación de la superficie terrestre como una malla de paralelos y meri dianos, sobre la que ubicar los puntos terrestres. Otros autores dirigen su atención a los fenómenos físicos, al mundo de la naturaleza inmediata y proyectan la geografía hacia lo que, en términos actuales, son los contenidos de la geografía física. Posidonio de Apamea (135-51 a. E.), que escribió Sobre el océano (Peri Okeanoú) y un Estudio so bre los cuerpos o fenómenos celestes, abordaba en su obra las zonas terres tres, la unidad del océano, las transformaciones de la superficie terrestre y el problema de las mareas. Lo hizo con especial agudeza intelectual y a par tir de una importante información recogida de forma empírica. Tiene el especial interés de mostrar una rica información de primera mano. Sobre todo, muestra el uso de la teoría en la interpretación de los fe nómenos físicos. Establece como principio la existencia de un vínculo en tre macrocosmos y microcosmos, entre el mundo celeste y el terrestre. A partir de ella elabora alguna de sus más notables hipótesis, como la de las mareas. Actitud que tiene que ver con la filosofía en la que se sustenta, es decir, el estoicismo. Es el mismo enfoque que le permite establecer una relación entre las zonas, o «climas», de uso habitual en su época, determinadas por la varia ción del calor, desde la denominada tórrida hasta las polares. Él establece la relación entre esas zonas y la inclinación del eje terrestre, y su vincula ción con solsticios y equinoccios. Esboza una concepción geográfica de carácter territorial, preocupada por definir y establecer espacios diferenciados por el conjunto de elementos físicos y de lo que hoy llamamos organización socioeconómica. Un enfoque de lo geográfico que complementaba el inicial, más cartográfico. Introducía, junto a los componentes étnicos, habituales en los autores griegos, y que ha bía desarrollado, sobre todo, Artemidoro, los de rango físico. Es un aspecto destacado de la obra de Posidonio, en cuanto aproxima la representación geográfica griega a saberes por los que se preocupa en la actualidad. Tras de todos estos autores resalta la actitud intelectual que caracteriza la cultura y el pensamiento de la Grecia clásica. Una profunda y admirable pa sión por conocer, por saber, por inquirir, con un talante crítico y con un mé todo racional. Como decía Plinio, sin «más método que las advertencias de la
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naturaleza» (Plinio, , II; 53). La per anente interrogación sobre la natu raleza, la progresiva indagación racional sobre ella, el recurso al étodo, de finen las nuevas condiciones intelectuales que hicieron posible establecer los perfiles de un saber crítico de la aturaleza. ntre esos saberes se encuentra la que ellos deno inan geografía. La geografía de los griegos, en la época clá sica, identifica una original propuesta de representación del undo terrestre, del icrocos os, en el arco de la filosofía natural y del acrocos os. n el aga de las reflexiones que delinean la Filosofía de la aturaleza de los griegos, la construcción de una representación reconocida, la puesta a punto de un lenguaje, resultan de un largo proceso de varios si glos. Surge de propuestas de distinta índole, de utuas críticas, que reco gen los autores conocidos, de opciones dispares. e ahí el perfil co plejo que presenta la lla ada geografía en el undo clásico. ue no pode os identificar con una disciplina, al odo actual, sin caer en un notable anacronis o. La for alización de una representación de la Tierra se perfila en una doble dirección: pri ero, la identificación de la Tierra coo objeto celeste, con el conoci iento de sus di ensiones y su configuración superficial; se gundo, la consideración práctica de este cuerpo coo el soporte o bastidor de la acción hu ana, el escenario de las actividades hu anas. l uno vin culado a la deter inación de las características de la ierra, coo cuerpo celeste, que distingue la labor de los grandes astróno os y ate áticos griegos. l otro referido a la organización territorial de la superficie terres tre habitada, lo que los griegos deno inaron cú ene. l pri ero en es trecha relación con la strono ía y el estudio del cosos y por consi guiente con el recurso a la ate ática y eo etría. l segundo ás cerca de las preocupaciones y análisis de la istoria y de la praxis política. La pri era representa una de las grandes aportaciones del pensaiento racionalista griego y de una actividad de elucubración y cálculo científico de excepcional anticipación. Se anifiesta en propuestas tan sig nificativas coo la fora esférica de la ierra y el cálculo de sus diensiones, uy cercanas a la real. e tales presupuestos derivan las hipótesis sobre diversos fenó enos físicos de carácter geográfico. llos proponen la estructura zonal en torno al cuador, así coo la gradación en climas, o intervalos de latitud. Propuestas o hipótesis, algunas, de indudable osadía, cuya anifiesta contradicción con las evidencias de la observación cotidiana hizo difícil de aceptar, y sin duda influyó en su aban dono posterior. Las hipótesis sobre la esfericidad de la Tierra y la si etría de las zonas respecto del cuador se le hacía cuesta arriba a erodoto. n autor que no parece un espíritu oscurantista o tradicional. La segunda suponía una propuesta de indudable novedad y eficacia: for alizaba una representación geográfica de la tierra coo contenedor y soporte de las acciones hu anas. Poseía innegable trascendencia, porque establecía una relación entre estos dos co ponentes, el espacio terrestre y la actividad hu ana. acía posible analizar o conte plar la actividad huana sobre su escenario, en el sentido ás literal o habitual de represen tación. o es una propuesta independiente de la anterior. staba a para-
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da por el desarrollo contemporáneo de la geometría por Euclides y por la propuesta del sistema de meridianos y paralelos. Una y otra permitían una definición precisa de la escena, y una ubicación exacta, en teoría, de los ac tores en un espacio neutro. La coincidencia de estas aportaciones en el tiempo y con la propuesta de identificar esta representación del espacio como Geografía garantizaron la consolidación de esta denominación y el arraigo de la misma. Fue capaz de sobrevivir a un largo período de fragmentación, aislamiento e incomu nicación relativas, que afecta a las sociedades mediterráneas. Lo que los au tores griegos legaron es un notable y continuado esfuerzo intelectual. Pero sobre todo legaron una imagen, una idea, una representación de la Tierra en su doble condición de cuerpo celeste y de espacio de los hombres. Les movía la pasión por el saber.
2. La geografía: la construcción de una imagen para la Tierra El término geografía aparece entre los griegos en el siglo III antes de la Era, utilizado para identificar la representación gráfica de la Tierra, su ima gen o pintura. Éste es el sentido que le da Eratóstenes, el primero en utili zar ese vocablo con ese objetivo. Es el empleo más usual que se mantiene con posterioridad en el mundo antiguo hasta avanzada la edad moderna. La geografía equivale a representación cartográfica, de tal modo que hacer geo grafía equivale a diseñar cartas o mapas (graphontes tas geographias) según evidencia Gémino (Gémino, 1975). Es la acepción que utiliza Ptolomeo y por ello es la que se generaliza en el siglo XVI, como muestra Alonso de San ta Cruz, que identifica geografía con pintura. Se sustenta en una concepción de la Tierra, planteada en el siglo v a. E., que la concibe como un cuerpo esférico, de acuerdo con las observacio nes que se habían recogido en el análisis de los eclipses. Y en una técnica de representación de la superficie del globo mediante un sistema de coorde nadas, que permitía dividir la superficie terrestre en áreas latitudinales, las zonas o climatas. Para ello, los griegos habían tenido que resolver el pro blema de la determinación de la latitud y longitud, a partir de la observa ción empírica, de la reflexión teórica y del cálculo matemático. La curiosi dad y la reflexión les condujo también a racionalizar sus experiencias del espacio terrestre, sobre todo físicas, en una serie de imágenes geográficas, cuya validez nos las hacen familiares.
2.1.
LA RACIONALIZACIÓN DE LA EXPERIENCIA: CONCEPTOS E IMÁGENES
Los griegos construyen, de forma progresiva, durante varios siglos, una modelo de la Tierra, como cuerpo celeste y como espacio. Imágenes y conceptos que hoy seguimos manejando. Nuestra imagen de la Tierra como un cuerpo esférico, con sus polos y ecuador, meridianos y pa ralelos, zonas terrestres, continentes y océanos, entre otras imágenes geo
representación o
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gráficas, arraigadas en nuestra cultura, es creación suya. Conceptos clave de nuestro saber geográfico surgen como un producto de sus lucubraciones racionales e indagaciones empíricas. Los griegos introdujeron la división del globo terráqueo en zonas, de acuerdo con su naturaleza esférica, determinadas por el desplazamiento so lar a lo largo del año y relacionadas, por ello, con los grandes círculos ce lestes: «Pertenece propiamente a la geografía la declaración de que toda la Tierra es esférica, así como el mundo, y la aceptación de las secuelas que se siguen de esta hipótesis, entre las cuales, una de ellas es que la Tierra está dividida en cinco zonas» (Estrabón, II, 2,1). Una hipótesis que los griegos atribuían a Parménides. Desde la Equi noccial o Ecuador, a los Trópicos y desde éstos a los Círculos Polares, per mitía establecer y diferenciar las distintas franjas de latitud, acordes con di chos círculos celestes: tórrida, comprendida entre ambos Trópicos, a un lado y otro del Ecuador; te pladas, entre los respectivos Trópicos y Círcu los Polares, en cada hemisferio; y glaciares, para el área determinada por cada Círculo Polar y el Polo respectivo. Se extendió entre los griegos la idea del carácter inhabitable de la zona tórrida y las dos polares, por sus caracteres térmicos. La una por ex ceso de calor, que consideraron debían producirse en el ámbito de máxima perpendicularidad de los rayos solares. Las otras por lo extremado del frío y los hielos; opinión que llegó a prevalecer, inducidos por el desconoci miento que el mundo clásico tuvo de estas zonas. En mayor medida, por los prejuicios de carácter cultural, que contribuyeron a asentar esa creen cia, respaldada por la autoridad de Aristóteles y apoyada en la lucubración intelectual. Sin embargo, otros autores ponían de manifiesto los argumentos ra cionales a favor de su habitabilidad, y destacaban las evidencias de su ha bitación, como hacía Gémino, en el siglo i antes de la Era: «no se puede pretender que la zona tórrida esté deshabitada; hoy se ha penetrado en mu chos sectores de la zona tórrida y, en general, se encuentran habitados» (Gémino, 1975). Se apoyaba, entre otros, en el testimonio de Polibio, autor de una obra titulada Sobre las regiones equinocciales, en la que el historiador se refiere a testigos que habían llegado a tales áreas. Introdujeron la noción de clia: es decir, de latitud, identificada por la altura del Sol sobre el horizonte en un determinado lugar. Y en relación con esa noción, la de cli as, es decir, intervalos de latitud o zonas latitudinales. El clia designaba, para los griegos, una banda de latitud determinada, en principio, por la duración, en horas, del período más largo de iluminación solar, a lo largo del año. Corresponde, por tanto, con el solsticio de verano en el hemisferio boreal. Lo que proporcionaba climas de distinta dimen sión. Es el concepto que utiliza Ptolomeo y antes que él Estrabón. Hiparco introdujo el clia de dimensiones regulares asociado a la di visión del círculo máximo terrestre en 360 partes iguales, equivalentes a un grado de 700 estadios. Sin embargo prevaleció, en cuanto a la división en zonas o climas, la referencia a la duración del día de mayor número de ho ras de luz solar.
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LOS CUMAS
Denominación
Primer clima Segundo clima Tercer clima Cuarto clima Quinto clima Sexto clima Séptimo clima
Clima Clima Clima Clima Clima Clima Clima
de de de de de de de
Meroe Siene Alejandría Rodas Bizancio Boristenes M. Ripheos
Duración día más largo
13 13 14 14 15 16 17
horas h 30 m horas h 30 m h 15 m horas horas
Latitud
17° 24° 31° 36° 43° 48° 30' 54°
De este modo dividieron el mundo conocido por ellos en siete grandes climas. Por regla general, cada clima correspondía al tramo de latitud en el que la diferencia en la duración del día solar más largo, entre sus distintos lugares, era inferior a media hora. Cada uno de estos climas recibió nom bre de una destacada localidad ubicada en él: Meroe (actual Jartum, Sudán), para el «clima de Meroe», o primer clima. El «clima de Siene», recibía su nombre de Siene, que corresponde a la actual Asuán, en Egipto, a la altura del Trópico de Cáncer. Alejandría, Rodas, Bizancio, Boristenes (nombre anti guo del río Dnieper), a cuya desembocadura se refieren los griegos, y mon tes Ripheos (de ubicación problemática, en el centro-norte de Rusia), dis tinguían el resto de los siete grandes climas o zonas de latitud, con dife rencias de media hora en la duración del día más largo o día del solsticio de verano. Este procedimiento es el que, a través de Ptolomeo, se transmite en la Edad Media y el que se recoge en el siglo XVI. Los viajes de los europeos al teraron sustancialmente el mundo conocido e impusieron la revisión y el desarrollo del esquema clásico. Es lo que señalaba Alonso de Santacruz, al indicar «que no siete climas, como los antiguos geógrafos imaginaron, mas veynte e quatro muy rectamente pornemos (pondremos) desde la equinocial (ecuador) hazia cada polo y hasta el círculo más próximo a él, donde los que lo tienen por zénith tienen un día natural de veinte e cuatro horas con tinuas sin noche, porque desde allí hasta llegar al polo se pierde la consi deración de día artificial». Una imagen de la tierra, con su círculo equinoccial o Ecuador, con sus paralelos y con su círculo máximo o meridiano, «que pasa por los polos y por el zenit; cuando el sol se encuentra en este círculo es mediodía». De ahí el nombre que recibían, en griego, tanto el meridiano como el punto cardi nal correspondiente al mediodía: mesembrino. La Tierra, con su Ecuador o línea equinoccial (en realidad, en griego alude a la igualdad de los días y por ello se denomina Isemera), con sus Tró picos de Cáncer y Capricornio, con sus círculos polares -Ártico y Antártico-, y polos, con su eje, que une los polos, responde a una imagen elabo rada por los griegos. Deriva de la representación del cielo o mundo como una esfera cuyo centro era la Tierra, según la concepción de Anaxímenes.
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Una representación convertida en nuestro marco universal de la Tierra como cuerpo celeste. De forma similar elaboran los griegos una primera imagen o represen tación de los puntos cardinales y, en relación con ella, del sistema de vien tos. Los puntos cardinales aparecen en todas las sociedades y todas ellas po seen, asimismo, una más o menos desarrollada rosa de los vientos, que sir ve para completar el sistema de los puntos cardinales. Los vientos domi nantes, identificados por el punto de procedencia, permitían señalar los puntos cardinales. Proporcionaban una red de referencia que, por su propia naturaleza, tenía un carácter local. Un esquema básico de la circulación atmosférica que los griegos primero y los romanos después, convierten en un sistema de referencia geográfica de valor general para el ámbito mediterráneo. Los vientos se convierten en referencias cardinales o sistemas de orien tación. Una rosa de los vientos, por tanto, de raíz empírica. Iniciada con los cuatro vientos cardinales -la salida y puesta del Sol constituyó el eje de referencia primario-, completado por el curso intermedio del astro, el me diodía, perpendicular al primero. Para los griegos, el Eos, es decir, la Au rora, o el Alba, identificó el punto cardinal de la salida del Sol, que los grie gos llamaban apeliotas; del mismo modo que el Céfiro, correspondía al pun to cardinal de la puesta solar; el viento Noto, «viento de lluvia,,, que pro cedía del mar, permitió ubicar el mediodía, o Mesembrino; el Bóreas, el viento de las montañas, situadas al norte, sirvió para identificar el punto cardinal, el Arctos, es decir, la Osa, que marcaba la dirección polar. Pro-
La rosa de los
vientos en el mundo antiguo
Nombres de los vientos en la Antigüedad Según los griegos
Según los latinos
En el mar del Norte
Aparctias Bóreas Cerios Apeliotas Euros Euronoto Notus Libonotus Libius Zéfiro Argestes Thracias
Septentrión Aquilón Cestos Subsolanus Vulturnus Euroauster Auster Austroafricus Africus Favonius Corus Circius
Norte Nordeste Estenondeste Este Estesureste Sureste Sur Sursuroeste Suroeste Oeste Oestenoroeste Noroeste
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porcionaron los cuatro puntos cardinales. El nobre de los vientos pasó a indicarlos: boreas el Septentrión; eos el Levante, noto el ediodía, céfiro el ccidente. La percepción e pírica de la variación que la puesta y ocaso del Sol presentaba en las estaciones del solsticio respecto del equinoccio per itió enriquecer los cuatro puntos cardinales con otros cuatro. Son los corres pondientes a los deno inados oriente de verano (theriné anatolé), identifi cado por la salida del Sol en el solsticio estival, inter edio entre el Bóreas y el os, y conocido coo esias o oreas. l Euro, que sopla desde el oriente de invierno ( ei eriné anatolé), localizado entre peliotas y oto. Liba -viento de lluvia-, identificado con el occidente de invierno (xei eriné dysis), o puesta del Sol en el solsticio de invierno, ubicado entre oto y Céfiro. rgestes, «el viento que esca pa», viento del occidente de verano (theriné dysis), inter edio entre éfiro y Bóreas. osa de los vientos que, con leves retoques, antienen los ro anos, con su propia no enclatura, pero de estricta equivalencia a la griega: subsolanus, vulturnus, austrus y africo, favonius y corus, aquilon y septentrion. Sintetizaba la experiencia e pírica del undo antiguo, en el arco del editerráneo, coo resaltaban los autores del siglo I. Los doce vientos que co pusieron la rosa de los vientos ás co pleja del undo antiguo, aun que el uso habitual no utilizó, por lo general, ás que los ocho básicos, coo indicaba Plinio. 2.2.
LA GEOGRAFÍA COMO REPRESENTACIÓN: LA IMAGEN CARTOGRÁFICA
Son las i ágenes y nociones que dan fora a una representación o idea de la Tierra y de la superficie terrestre. I ágenes y nociones que cons tituyen el odelo con el que entender e interpretar el undo conocido, de acuerdo con un esque a inteligible y racional, coo cuerpo celeste y coo espacio terrestre. En este últio aspecto hacía posible ubicar los lugares de la cúene según su posición en longitud y latitud y perfilar el contorno de tierras y ares, esbozar el trazado de cursos de agua y ontañas, de fora objetiva. Per itíacolocar los lugares. ra factible presentar esas iágenes en un arco abstracto; dar fora visible a las isas. lo que es lo iso, construir una iagen gráfica, una pintura de la Tierra. Los griegos construyeron una elaborada representación de la ierra coo cuerpo celeste, que se traduce ta bién en la iagen de la superficie terrestre, de sus partes, de su distribución y de algunos de sus rasgos o ca racteres. inculados, unos con sus circunstancias astronó icas y, otros, con su naturaleza física. na orientación que se encuentra en el origen de la geogorafía coo saber. istingue a nu erosos autores de la ntigüedad, para s que la ierra aparecía coo un objeto celeste. La geografía se percibe coo el saber destinado a edir y valorar sus di ensiones coo cuerpo celeste y deter inar la ubicación de las regiones y áreas que la co ponen. s decir, a proporcionar su iagen gráfica, su representación o pintura, de fora rigurosa.
la ntiguedad , la i agen de la tierra coo un cisco, según aparece en los autores antiguos, coo oero. ntendieron que las tierras conocidas foraban a odo de una gran isla rodeada por el océano universal o exterior y dividieron el espacio terrestre conocido en tres grandes unidades o conti nentes: uropa, sia y Libia ( frica). l líite entre las pri eras lo esta blecieron a lo largo del río Tanais (el on actual), ientras la separación entre sia y frica la establecía el río ilo, de tal odo que las tierras al oriente del río for aban parte del continente asiático. l editerráneo era el eje de esta asa de tierras, cuyos bordes exteriores conocían al y cu yos contornos, por consecuencia, eran i precisos y vagos. La teoría de la esfera para la ierra, y para el undo, es decir, para el espacio celeste, proporcionaba un arco teórico decisivo: per itía uti lizar la geo etría y la ate ática para indagar en los fenó enos natura les relacionados con la naturaleza de cuerpo celeste de la Tierra. s lo que evidencia la obra de útólicos de Pitana, un autor del siglo iv antes de la ra, dedicada precisa ente a a esfera en ovi iento: las salidas y pues tas del sol ( újac, 1979). Per itía ta bién abordar el cálculo de las diensiones terrestres y hacía posible elaborar una nueva iagen para el undo, una representación rigurosa del iso, aplicando los conociientos astronó icos y ate áticos que los propios griegos i pulsan en esa época. Eratóstenes, inventor del tér ino que distinguía este tipo de objetivo, es el que elabora y aplica el étodo para evaluar las di ensiones del globo terráqueo y trata de ubicar las tierras conocidas en una representación. n el arco cultural e intelectual de la filosofía griega, a partir de la hipótesis de la esfericidad de la Tierra, su cálculo reposa sobre un ejercicio racional de carácter ate ático y astronó ico: consiste en la edida precisa de un arco del círculo áxio terrestre o eridiano, que por deducción, peritiría evaluar la de dicho círculo áxio.
Eligió, para ello, el comprendido entre Siena y Alejandría, en Egipto, localidades que los antiguos suponían ubicadas en el mismo meridiano, y respecto de las cuales se creía conocer la distancia que les separaba, unos 5.000 estadios (790 km), gracias a los agrimensores egipcios. A partir de esta información, la valoración de Eratóstenes se sostenía en evaluar el arco de meridiano que correspondía a esa distancia. Evaluación realizada me diante la comparación de la inclinación de los rayos solares en el solsticio de verano en ambas localidades. Recurrió, para ello, a la sombra que se pro yectaba en el fondo de un pozo, medida con un instrumento puesto a pun to por los griegos, denominado gnomon, perfeccionado para poder hacer una lectura directa del ángulo (Szabo y Maula, 1986). n el iso oento en que los rayos del sol llegaban al fondo del pozo de fora perpendicular, y por tanto sin proporcionar so bra, en Siene (población localizada en el Trópico de Cáncer), en lejandría se proyec taban con una so bra, cuyo arco calculó ratóstenes en 7° 12'. Los 5.000 estadios o 790 k de distancia correspondían a 7° 12' del arco de eridiano terrestre. edición que per itía la valoración del taaño de la ierra,
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y de sus proporciones, de una forma teórica, de acuerdo con la geometría de la esfera. Según estos cálculos, el cuadrante del meridiano medía 62.500 estadios y la longitud del meridiano terrestre ascendía a 250.000 estadios, redon deados por Eratóstenes en 252.000 por razones de comodidad en el cálcu lo sexagesimal (Aujac, 1966). Dada la longitud que se atribuye al estadio uti lizado por Eratóstenes (157,5 m), suponía del orden de 39.690 km para el meridiano terrestre. Un valor de extraordinaria precisión, puesto que el círculo ecuatorial mide 40.120 km. En base a la teoría de la esfera y al cálculo matemático, Eratóstenes había podido determinar, con un muy alto grado de aproximación, las dimensiones de la Tierra. Las noticias de los navegantes y viajeros hacían factible el tratar de es tablecer también las dimensiones del espacio habitado conocido por los griegos. Es decir, el área entre el borde occidental de Iberia y Terne (Irlan da), y el extremo de la India, al este. Incluso posibilitaba establecer el al cance de los límites más difusos, ártico y meridional del Ecúmene, tierras mal conocidas o desconocidas para los griegos, y completar con ello las di mensiones de la Tierra con la ubicación y dimensión de las tierras y mares. El cálculo de las dimensiones proporcionaba una distancia desde el Ecuador hasta la isla de Thule del orden de los 45.750 estadios. El cálcu lo tenía carácter teórico apoyado en los datos empíricos de Pytheas, un navegante marsellés. Los viajes de éste, un par de siglos antes, ubicaban a Thule a unos seis días de navegación del extremo septentrional de las Is las Británicas. Corresponde, aproximadamente, a unos 3.600 estadios, poco más de 5° de latitud, lo que situaba a Thule en el paralelo 65° N, al borde del Círculo Polar. Cálculo que estaba de acuerdo con las considera ciones que atribuían a este lugar una inmediata proximidad al mar hela do y al punto en que el día artificial desaparece, según las observaciones de Pytheas. De Oeste a Este, las noticias de los navegantes y las informaciones aportadas por las conquistas de Alejandro Magno permitieron a Eratóstenes localizar y dibujar el perfil del mundo conocido entre Iberia y la isla de Trapobana (Ceilán o Sri Lanka), finisterrae oriental. Eratóstenes atribuyó al ámbito comprendido entre el extremo occidental de Iberia y el oriental de la India 78.000 estadios, a lo largo del paralelo 36° (que corresponde a Ro das) considerado como el círculo de referencia por los antiguos, desde que lo propusiera Dicearco. Esa distancia equivale a unos 12.285 km, unos 111°. Datos empíricos aproximados, cálculos matemáticos precisos e ideas o prejuicios aceptados, permitieron a Eratóstenes construir una imagen con sistente del globo terráqueo y del Ecúmene. Sin embargo, carente de un sis tema de localización por coordenadas precisas, ubicó las tierras conocidas de acuerdo con un conjunto de líneas meridianas y latitudinales, que per mitían estructurar la superficie de la Ecúmene en grandes rectángulos, que él denominó esfrágides, término recogido de los agrimensores egipcios. Con este recurso era posible ubicar las tierras y establecer una malla para la des cripción de los países y pueblos. Carecía, en cambio, de un método de ubi cación de cada lugar terrestre.
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Se superaban las representaciones precedentes, más intuitivas que ri gurosas. Establecía las premisas para la representación precisa del espacio terrestre y, con ello, las bases de una cartografía del mundo conocido. Ésta cristalizará en el momento en que se adopte el sistema de coordenadas geo gráficas, en relación con un procedimiento preciso para la determinación de la latitud y longitud, y se resuelva el problema de la representación de la su perficie esférica terrestre en un plano, es decir, con un sistema de proyección. Una y otra cuestión de carácter teórico y de orden práctico fueron plantea das por los griegos de la etapa clásica y para una y otra dieron respuesta. La formulación desarrollada y moderna del sistema de coordenadas corresponde a Hiparco de Nicea, un siglo después de Eratóstenes, con la introducción de la longitud y latitud, como determinaciones para la locali zación de los diversos puntos de la superficie terrestre. Los griegos descu brieron que el cálculo de la longitud estaba en relación con la diferencia horaria entre dos puntos de la superficie terrestre y que esa diferencia hora ria se podía evaluar por medio de la observación de determinados fenómenos celestes, entre ellos los eclipses. El principal obstáculo para su realización provenía de la insuficiencia instrumental para la medida del tiempo, obstácu lo que perdurará hasta el siglo XVIII. De forma similar, relacionaron la latitud con la altura del polo sobre el horizonte o con la altura del Sol, es decir, el ángulo que sobre la ver tical de un lugar presenta la posición relativa del Sol. Habían observado la variación que a lo largo del año se producía, sobre el meridiano, en la duración del período de iluminación diaria, entre el máximo del solsticio de verano y el mínimo del solsticio de invierno y habían medido esa du ración en horas y fracciones de hora. Método utilizado para definir los distintos climas, según hemos visto, de acuerdo con la duración del día más largo en cada zona o clima. Hiparco establece una relación o ratio entre la duración máxima y mínima del día para el cálculo de la latitud de cada lugar. El hallazgo intelectual y empírico esencial procede de la hipótesis de utilizar esa variación del período de iluminación para determinar la posi ción en latitud de un lugar y de la elaboración de un procedimiento depu rado para conseguirlo, así como de los instrumentos y medios para facili tarlo. Entre estos instrumentos se encuentra el gnomon, especie de cua drante solar (similar a un reloj solar), y el astrolabio. El método se basaba en el cálculo del equinoccio (el día del año en que el período de luz solar es igual al período sin luz solar, de tal modo que el día y la noche tienen la misma duración), información que no podía obte nerse de forma directa, por la observación de la sombra, como en el caso de los solsticios. Las únicas observaciones empíricas disponibles eran las del día más largo y el más corto, obtenidas por medio del gnomon, en rela ción con la sombra proyectada por éste, máxima en el solsticio de invierno y mínima en el de verano. La evaluación del día equinoccial sólo se podía hacer de modo deduc tivo, por medio de la geometría y la matemática, a partir de las longitudes de la sombra mayor y menor y de la proporción de las mismas con la vari
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lla del gnomon que proyectaba la so bra. on el auxilio de la trigono etría, aplicada a un conjunto de triángulos for ados por las líneas de la so bra equinoccial, el eje del gnomon y el eridiano, es posible el cálculo del ángulo que indica la altura del Sol sobre el horizonte y, por tanto, la latitud de un lugar. La elaboración de tablas detalladas, con los valores angulares y su co rrespondientes valores latitudinales, facilitó el uso de los instru entos y la deter inación de la latitud, sin necesidad de recurrir a los cálculos ateáticos en cada oento y en cada caso. Por la vía últiple de la refle xión teórica, del cálculo ate ático renovado y de la observación e píri ca, los astróno os y ate áticos griegos hicieron posible abordar el problea de la representación de los lugares terrestres de una fora rigurosa. s la gran contribución de iparco, inventor, en cierto odo, de la trigono etría, y el pri ero que la aplica al cálculo de las latitudes geográficas. e fora conte poránea, los filósofos griegos plantean y resuelven el proble a de la proyección de una superficie esférica en otra plana. La pro yección equiangular que, conservando el valor de los ángulos esféricos en el plano, desplaza la áxia defor ación de las superficies hacia los bor des del apa, corresponde a los griegos clásicos. s decir, la pri era pro yección de tipo conforme para la representación de la superficie terrestre. e igual odo que proponen la proyección cónica polar, que hará popular, siglos ás tarde, Ptolo eo. l siste a de proyección, ás el de coordena das geográficas, hacía posible la representación de la superficie terrestre y de las tierras conocidas, así coo la localización de los pueblos y lugares en ella. ste últio es el objetivo de arino de Tiro y, sobre todo -coo áxio exponente o ás conocido, de esta corriente-, de Ptolo eo. Ptolo eo (90-168 de la ra) es un astróno o y ate ático nacido en gipto, que vivió y trabajó en lejandría, el gran centro intelectual del undo clásico. Su concepción del siste a solar, así coo la trigono etría para uso astronó ico, que puso a punto, constituyen una síntesis del conoci iento teórico y práctico del undo antiguo. Ptolo eo reunió ese sa ber en los trece libros de su Sintaxis athe atica (e athe atike synthaxis). n ella se resu ía el conoci iento ate ático aplicado a la astronoía y se describían y funda entaban los instru entos e pleados en la ob servación de los astros, en orden a la deter inación de sus posiciones. Su indudable faa de astróno o y ate ático se co ple enta con la que tiene coo geógrafo, vinculada a su Geographike hyphegesis -gía geográfica-, ás conocida coo Geografía o Cosmografía. Está co pues ta por ocho libros, el pri ero y el últio dedicados a establecer los con ceptos de cos ografía, geografía y topografía, así coo las bases ateáticas de la representación cartográfica. Incluye sus cálculos sobre la diensión de la ierra. n estos libros proporciona, de fora ilustrada, el étodo de cálculo de las latitudes a partir de la altura del Sol en el hori zonte. Señala ta bién las fuentes de infor ación e pírica para la elabo ración cartográfica y los proble as derivados del carácter de tales fuentes, por lo general relatos de viajeros y navegantes. n el resto de los libros re coge, en fora de tablas, las longitudes y latitudes de un gran núero de
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lugares y pueblos, ás de 8.000, en total. Iba aco pañada por un total de 27 apas elaborados a partir de esos datos. La obra tiene coo objeto co pletar y corregir una obra si ilar rea lizada por arino de Tiro, en el siglo i de la ra cristiana, ás pobre en el registro de lugares, pero la pri era que se plantea el objetivo de una re presentación cartográfica apoyada en el cálculo de las coordenadas geográ ficas de los lugares y en la recopilación de infor ación sobre un gran núero de ellos. arino de Tiro ubicaba las tierras ás eridionales conocidas en fri ca -entonces deno inada tiopía-, en el he isferio austral, correspon diendo con la localidad de gesi ba y el lla ado abo Prasu . Les atri buía la latitud del Trópico de Capricornio. Situaba el extre o septentrional en Thule, sobre los 63° . localizaba las tierras ás orientales en Sera, Sinae y Catigara. valuaba arino de Tiro la extensión de la Tierra habita da, de riente a ccidente, entre las islas fortunadas, es decir las ana rias, y las costas orientales de sia, en un total de 225°. s decir, casi 100° ás de la real, que resulta de unos 126°. La crítica de Ptolo eo se refería a las insuficientes cautelas que acha caba a arino de Tiro, en el sentido de haberse fiado en exceso de los re latos de los viajeros. Coo consecuencia, sus cálculos de las di ensiones del undo habitado serían erróneos, a juicio de Ptolo eo, en particular, en lo que concierne a los lí ites eridionales del cú ene. La ubicación de gesi ba y el abo Prasu la reduce a sólo 16° S, equivalente a la de eroe, en el he isferio septentrional. on esos presupuestos teóricos y con tales datos aco etió la repre sentación cartográfica del undo conocido, con el perfil de sus continen tes, ares, e islas, y con la ubicación de sus lugares, sobre una alla de eridianos y paralelos, tal y coo había propuesto iparco. Lo hace de acuer do con un siste a de proyección que propone y aplica en orden a corregir la utilizada por arino de Tiro, en que eridianos y paralelos for aban án gulos rectos. plica la proyección cónica o pseudo polar. Son las 27 cartas que aco pañaban a su Geografía. na iagen cartográfica del undo co nocido que era la ás co pleta del undo clásico y que será la que llegue al undo islá ico y a la uropa de finales de la dad edia. Iagen asentada sobre los cálculos y étodos de Poseidonio. Para este autor, que realizó un cálculo de las di ensiones del círculo áxio terres tre alternativo al de ratóstenes, por otros procedi ientos, la circunferen cia terrestre edía 180.000 estadios. l cúene cubría, de ste a este, unos 70.000 estadios, edidos en la latitud del paralelo 36°. sta distancia representaba la itad del círculo correspondiente al paralelo de referencia, evaluada en 140.000 estadios. Coo consecuencia, los 70.000 estadios del Ecú ene dilataban el borde oriental de sia hasta los 177° y reducían drás tica ente las di ensiones del océano entre las costas asiáticas y las occi dentales de Iberia (Sarton, 1959). n error deter inante en los razonaientos de los navegantes del siglo , trans itido por Ptolo eo, que re coge el cálculo de Poseidonio y argina el de ratóstenes, el ás aceptado en el undo antiguo ( ujac, 1975).
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Ptolomeo identifica la concepción de la geografía como representación cartográfica desde una perspectiva puramente geométrica, de localización y descripción, según su inicial planteamiento. Concepción que él mismo explicita: «La geografía es la descripción imitativa y representativa de toda la parte conocida de la Tierra junto con lo que generalmente le es propio. El objeto propio de la geografía es únicamente mostrar la Tierra en toda su ex tensión conocida, cómo se comporta tanto por su naturaleza como por su posición. Ésta sólo admite descripciones generales como las de los golfos, las grandes ciudades, las naciones, los ríos principales, y todo aquello que merece ser reseñado en cada género» (Geografía, I, 1). La corografía se limitaba a «considerar los lugares separadamente unos de otros, y a exponer a cada uno en particular con la indicación de sus puertos, ciudades, los más pequeños lugares habitados, los desvíos y si nuosidades de los ríos menores, los pueblos y otros pormenores de este gé nero», como el propio Ptolomeo precisaba, sin duda desde una concepción cartográfica, tanto de la geografía como de la corografía. Para Ptolomeo, la geografía tenía este objetivo de estricta figuración o re presentación cartográfica del conjunto de la Tierra y de sus partes principa les, sus grandes rasgos en cuanto a configuración o forma, sus elementos más sobresalientes. La que llama corografía se entiende como la representación cartográfica de un área limitada de la superficie terrestre. No fue la única re presentación construida por los griegos, aunque haya sido la única conocida y, sobre todo, la que mereció una acogida más destacada en la Edad Media.
3. La geografía de los territorios: el escenario terrestre Desde postulados filosóficos vinculados con las corrientes estoicas y desde el interés de los historiadores por ubicar los acontecimientos políti cos y el devenir de los pueblos se perfila en el pensamiento clásico un tipo de enfoque complementario del cartográfico. Se preocupa por los territo rios, contempla el conocimiento geográfico desde la aplicación política, e intuye su potencial propedéutico, formativo e instrumental. Más que la Tie rra, le interesa el Ecúmene. Se siente atraído por el vínculo entre el despliegue de los actores y el teatro del mismo, más que por las dimensiones y partes de la superficie te rrestre. El espacio terrestre se percibe como retablo, a modo de damero. La imagen de la superficie terrestre como escenario se construye a partir de esos enfoques, que tienen relación con la paralela construcción por los grie gos del concepto de espacio matemático o espacio geométrico, esto es, el espacio de Euclides. Es una representación de la Tierra como escenario.
3.1.
LA IMAGEN DE LA TIERRA: OTRAS PERSPECTIVAS
Los griegos aportaron también una concepción de la geografía intere sada en el espacio habitado y, por tanto, en las relaciones entre los diversos
orientación siste atiza y aporta una deter inada Cora de ver el undo, una representación conceptual del espacio terrestre. Constituye una repre sentación del espacio habitado desde una perspectiva no cos ográfica sino territorial. Coo un discurso sobre territorio y sociedad. n rasgo sorprendente por su odernidad, oscurecido por su habitual identificación con la descripción territorial o regional, con lo que, en la tra dición ptole aica, se deno inó corografía. Sin e bargo, nada tiene que ver con la corografía de Ptolo eo. Se trata de una reflexión no sobre los luga res sino sobre la cú ene, es decir, sobre el espacio de los ho bres. Se plantea coo una reflexión o representación de los pueblos y de sus accio nes en el arco o escena terrestre. Insinuado en los historiadores, desde erodoto a Polibio, se perfila con plenitud en las obras de rte idoro y Poseidonio de paea, y, sobre todo, en strabón. uestra una percepción del espacio coo un conjunto orde nado de territorios y lugares encajados en un bastidor terrestre hecho de re gularidades y de procesos. onfigura el cuerpo de un discurso propia en te dicho, ás allá de la siple recopilación de sucesos o del ero catálogo de pueblos y lugares. erodoto intenta, en una aproxi ación breve, la ordenación de las infor aciones sobre el espacio conocido en su o ento. Trataba de esbozar una representación del undo conte poráneo, en su extensión y ubicación, trataba de aportar una iagen de los grandes territorios y de los enores. l autor griego recoge ele entos territoriales básicos que tienen que ver con las diferencias étnicas, con las particularidades sociales, con las singu laridades y regularidades del espacio. Se hace eco de las novedosas teorías que sus conte poráneos aportaban entonces, coo la esfericidad de la Tie rra o la sucesión si étrica de los climas, en grandes zonas. n atisbo de globalidad que, por lo general, queda supeditada a la per cepción de ele entos significativos: coo la estructura urbana de Babilonia, las crecidas del ilo y su relación con el espacio nilótico, la diná ica del delta, entre otros. e uestran la aparición de una nueva sensibilidad hacia el entorno. sa sensibilidad es la que aparece en la obra de otros historia dores, coo Polibio. Se extiende entre los historiadores la idea de introdu cir el discurso histórico, es decir, el discurso político o ético, a partir de una previa presentación -representación- del escenario terrestre habitado por los ho bres, del Ecú ene. n plantea iento que se hará general entre los historiadores o relatores geográficos del undo antiguo. s una actitud no vedosa que distingue la obra de autores coo Poseidonio y strabón. strabón (60 a. .-21 d. .) es un historiador que, al final de su vida, se aproxi a a la geografía. l discurso de strabón aparece coo una in terpretación renovada de la geografía. Se trata de una reflexión sobre la na turaleza y el significado de la representación geográfica, que integra, tanto la tradición geo étrica o cartográfica coo la física y territorial. s ta bién una síntesis de los conoci ientos adquiridos sobre el undo conocido tras las conquistas ro anas, en la vía de otras obras anteriores, hasta el punto de que per ite reconstruir buena parte del saber precedente
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del que no se tiene información directa. Una indagación de notable valor y modernidad (Aujac, 1966). En consecuencia, tiene el doble valor de formular un nuevo enfoque para la tradicional representación geográfica y de desple gar una imagen actualizada de esa representación acorde con su tiempo. Estrabón recoge de forma sistemática cuantas informaciones e hipóte sis se han acumulado durante los siglos precedentes acerca de la Tierra, sus lugares, territorios y configuración espacial. Desde las noticias homéricas y los periplos o itinerarios de los navegantes hasta las obras de los que él re conoce como sus antecesores, de Herodoto a Poseidonio y Polibio. Lo hacía en el marco, en no pocas ocasiones, de lo que sin duda su ponía un debate no cerrado en torno a cuestiones susceptibles de interpre taciones divergentes. Circunstancia que condiciona lo que podemos consi derar el anacronismo de muchas de sus descripciones, en la medida en que las fuentes que utiliza tienen un origen cronológico dispar. La descripción de Estrabón no es contemporánea para el conjunto de las regiones.
3.2. ESTRABÓN: DE LA TIERRA A LOS TERRITORIOS Su obra es un intento de ordenación que tiene un doble objetivo: ubi car los territorios y lugares y representarlos de una forma progresiva y secuencial de acuerdo con un modelo conceptual y expositivo. Se trataba de establecer los caracteres generales y específicos de los mismos. Se los utili zaba como marcos de presentación de los diversos pueblos y como escena rios de las acciones y acontecimientos pasados y presentes. Estrabón ex tiende ante el lector -lo formula de modo explícito- un discurso que ten drá un arraigo innegable y que, sin duda, poseía aceptación: el espacio terrestre como retablo, como tablero, como escenario de los hechos huma nos. El gran retablo de la aventura humana. Un discurso y una concepción que el propio autor explicita en la me dida en que relaciona conocimiento del espacio, lugares, territorios, con ac tividad política y ejercicio del poder. Evidenciaba la estrecha implicación del saber geográfico con el dominio del espacio. Estrabón prescinde, en gran medida, de la consideración de la Tierra como cuerpo celeste, es decir, de la orientación cosmográfica y geométrica de la geografía, que prevalecía en las representaciones geográficas hasta entonces. El fundamento matemático o geométrico tiene para Estrabón la finali dad de situar adecuadamente y delimitar con la mayor precisión posible los territorios. Son éstos su verdadero objeto, el objeto de la geografía que pro pone. Estrabón reduce esas materias al papel de conocimientos necesarios y convenientes para el geógrafo. Lo hace porque distingue la geografía del simple saber descriptivo de los itinerarios, faltos de fundamento riguroso: «Así ha ocurrido que los que se han ocupado en describir los puertos y los denominados periplos han rea lizado una investigación incompleta por haber dejado de lado todo aquello que se refiere a las matemáticas y a los fenómenos celestes que convenía haber añadido» (I, 1, 21).
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La conveniencia e incluso necesidad, de tales conocimientos por parte del geógrafo, no suponen, para Estrabón, su preeminencia y mucho menos su exclusividad. Constituyen conocimientos subordinados, exigidos porque la consideración global de la Tierra como tal, de las condiciones de su ocu pación y de las características que lo explican pueden justificar el recurso a los mismos. Una concepción de la geografía que, de forma matizada pero nítida, establece los límites con lo que era, hasta entonces, dominante. Se tendía a asociar esta disciplina con su expresión más astronómica o, como entonces se decía, matemática, limitada al cálculo y valoración de las di mensiones de la Tierra, de sus círculos y climas. Reivindicó la autonomía de la geografía, en la medida en que ésta debe contar con su propio objeto, objetivos y método, diferentes de los que aqué llas poseen. Reivindicó otros conocimientos, referidos a «lo que se encuentra sobre la Tierra, por ejemplo, de los animales, de las plantas y de todo lo útil o nocivo que contiene el mar y la tierra»; en la senda de la obra de Posidonio. Esta ruptura del cordón umbilical de la geografía que le mantenía su jeta a sus orígenes supone la propuesta de una geografía desvinculada de los métodos y enfoques de la astronomía. La geografía, para Estrabón, no trata de la Tierra-planeta sino de la ocupación de la Tierra por los huma nos. Es lo que desarrolla en su Geografía, cuyos 17 libros proporcionan una i magen del mundo contemporáneo, el mundo conocido, Ecúmene, que era el que debía abordar la geografía, en palabras del propio Estrabón, y una justificación del discurso geográfico, que ocupa los dos primeros libros. La Geografía, para el autor de Amasya, trata de la Tierra habitada (Ge Ecúmene) y no de la Tierra como cuerpo celeste: «Porque lo que pretende el geógrafo es exponer las partes conocidas de la Tierra» (II, 5, 5). Intenta explicar las acciones humanas en relación con el marco o escenario en que se desenvuelven. Tiene en cuenta los caracteres naturales y los factores po líticos que subyacen en el desarrollo histórico: «en unos lugares se dan bue nas condiciones y malas en otros, y distintas conveniencias e incomodida des, en parte debidas a la naturaleza del lugar y en parte a causa del tra bajo humano, será necesario declarar la naturaleza de los lugares, puesto que estas características son permanentes, mientras que pueden variar las que son añadidas. Sin embargo, también entre éstas habrá que mostrar aquellas que pueden permanecer por mucho tiempo» (II, 5,17). Perfila Estrabón, aunque no lo destaca, el vínculo del conocimiento geo gráfico con la duración, con la persistencia, separándolo de lo contingente o pasajero. La idea de lo geográfico como el ámbito de las constantes, que tan profundamente ha marcado el pensamiento y la cultura geográficos aparece en su obra. Para el autor griego la geografía es una disciplina de valor político o, en mayor medida, una «disciplina que pertenece en gran parte al dominio de lo político» (I, 14). «Toda la geografía es una preparación para las em presas de gobierno pues describe los continentes y los mares internos y ex ternos de toda la Tierra habitada» (I, 16). Una dimensión práctica explícita en que la geografía se concibe como «una preparación para las empresas de gobierno».
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Éstas no pueden ser indiferentes al conocimiento del espacio, «porque se podrá gobernar mejor cada lugar si se conoce la amplitud y ubicación de la región y las diferencias que posee, así en su clima como en sí misma» (I, 16). Como conocimiento práctico, de interés, por «aquella razón de que la mayor parte de la geografía se refiere a las necesidades del Estado». La utilidad del conocimiento desde una perspectiva política representa para Estrabón la justificación de la geografía. Esta imbricación de lo geo gráfico con el poder se fundamenta en lo que representa el núcleo de lo que constituye el discurso geográfico de Estrabón: la concepción de la superfi cie terrestre de la Tierra, como el sustrato o escenario de las acciones hu manas, «porque el lugar donde se realizan las acciones es la Tierra y el mar que habitamos». Su representación se perfila como escenario, es decir, como vinculación de escena y actor. La Tierra como retablo, el retablo de las maravillas humanas.
3.3.
LA ESCENA TERRESTRE: EL RETABLO HUMANO
De ahí la estructura de su obra. Sus dos primeros libros están dedica dos a lo que podemos considerar la teoría y el método de la geografía. En ellos, a través de la crítica de la obra de sus principales antecesores, trata de depurar el objeto de la representación geográfica y el método apropiado para su desarrollo. En ellos discute y postula una cierta orientación y na turaleza para la geografía. Interesado por los actores y las acciones huma nas, en relación con su formación estoica, se interesa por el marco o esce nario en que aquéllos ejercen y en que éstas se desarrollan. Lo que Estrabón reclama es la posibilidad de un saber riguroso, lógi co, de rango por tanto filosófico. La filosofía identifica el conocimiento ba sado en la razón, el conocimiento crítico, y, por consiguiente, podemos entender representa lo que hoy denominamos el conocimiento científico. Propugna acudir, tanto a los datos empíricos, aportados por la observación directa, propia o transmitida, como a la deducción lógica (matemática, geométrica, etc.). Así lo formula: «Ya hemos dicho que esto se demuestra por medio de los sentidos y del razonamiento» (II, 5, 5). Una representación de la Tierra, pero no como cuerpo celeste sino como «espacio» de los hombres. De ahí que haga hincapié en que la geografia trata, de modo preferente, del Ecúmene, el que corresponde a la ac ción o intervención de los humanos. Resalta, por consiguiente, en Estrabón, una pretensión de circunscribir lo que es geográfico, lo que debe ser obje to de esa representación que es la geografía. Reivindica una geografía del espacio habitado, hasta el punto de rechazar o desconsiderar el interés por aquellas áreas marginales por sus condiciones de habitabilidad. Lo que le lleva a estrechar el Ecúmene o espacio geográfico en mayor medida que lo que proponían los autores anteriores a él, con evidente exageración pero con innegable coherencia. Los libros sucesivos serán, ante todo, una descripción o, más bien, una interpretación, de los distintos territorios que componían el espacio cono
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cido y, sobre todo, el del imperio romano coetáneo. Dos criterios subyacen, i mplícitos, en su trabajo: la identificación de los grandes marcos territoria les, por lo que prescinde de los menores, atendiendo a su ubicación y si tuación respecto del resto del Ecúmene. Y la caracterización de los mismos de acuerdo con un cierto tipo de representación geográfica. Cuentan, tanto elementos étnicos como económicos, políticos y físicos, de acuerdo con una tradición asentada. El proceso descriptivo o de análisis empleado muestra esta prioridad concedida a la identificación y caracterización de los espacios territoriales. Recurre para ello a criterios que tienen en cuenta, tanto la Naturaleza como el grado de desarrollo de los pueblos o sociedades. Es un elemento esencial para él, en la medida en que este componente ordenador humano compen sa ampliamente las posibles insuficiencias o rigores del espacio natural. Una concepción que él mismo se encarga de resaltar en sus plantea mientos teóricos sobre la geografía: «Las partes que son frías y montañosas son habitadas con dificultad debido a su naturaleza, pero cuando existen bue nos administradores, también se civilizan los lugares donde antes se vivía mal y que eran presa de los ladrones.» Pondrá como ejemplo el de su país: «De esta manera los griegos, aunque se establecieron sobre montes y rocas, sin em bargo vivían perfectamente debido a su previsión con respecto al gobierno, las artes, y al conocimiento de todo lo que es necesario para vivir» (II, 5, 26). Estrabón constituye el mejor exponente del esfuerzo intelectual por de finir este tipo de representación geográfica. Es el que mejor ilustra el trán sito del simple saber práctico sobre el espacio a la elaboración de una re presentación específica del espacio, a través del discurso. No sólo por el contenido de su obra sino por el esfuerzo que realiza por delimitar dicha representación. Quiere liberarla de las ataduras o dependencia de otras ra mas del saber, desde la astronomía a la geometría, que condicionaban el sig nificado de la geografía en los autores precedentes. Por ambas vías, por la de la consideración de la Tierra como cuerpo celeste y por la de una concepción del espacio terrestre como escenario de la acción humana, los griegos construyen una elaborada representación de la Tierra. Ésta aparece como una entidad o unidad, a la que otorgan ras gos y caracteres definitorios y descriptivos.
4. Imagen y representación del espacio terrestre Crearon una imagen de la Tierra que permanecerá con posterioridad. Propusieron una representación del planeta que sustenta la cultura occiden tal durante siglos. La Tierra como cuerpo esférico, al que proporcionan di mensiones, con sus variaciones latitudinales, con su constitución en grandes áreas terrestres o continentes, con sus océanos y mares, con su perfil y for mas, con sus zonas y climas. Elaboraron un discurso sobre la Tierra que for ma parte de nuestro saber cultural. Construyeron imágenes para representar el espacio terrestre. Dieron forma a prácticas intelectuales que se han man tenido y suscitaron una conciencia geográfica asociada a esa representación.
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Un geógrafo, Van Paasen, señalaba, con acierto, cómo ha sido y es la existencia de esta conciencia geográfica precientífica -que él atribuía a la propia naturaleza humana-, la que sustenta la posibilidad del desarro llo de la geografía. Como él apuntaba, «geógrafos y ciencia geográfica sólo pueden existir en una sociedad con sentido geográfico». Este sentido geo gráfico, este hábito intelectual de manejar representaciones sobre la Tierra, forma parte de la herencia grecolatina. Es evidente que el arraigo de una cultura geográfica como la creada por los griegos constituye un factor im portante en la aparición de un proyecto moderno de geografía. Es lo que magnifica la herencia griega.
4.1.
LA HERENCIA GRIEGA: LA CULTURA GEOGRÁFICA
Propusieron y desarrollaron todo un cuerpo semántico y una estructu ra narrativa para la descripción de ese objeto inventado, que es la Tierra como representación. Por un lado con una terminología acuñada cuya vi gencia cultural es patente: esfera terrestre, círculos terrestres, paralelos, me ridianos, zonas terrestres asociadas con la variación de la luz solar y el gra do térmico, latitud y longitud, climas; complementados, a escala terrestre con continentes, penínsulas, deltas y meandros, que componen, entre otros muchos, ejemplos de esa construcción e imagen. Esferas, planisferios, mapamundis, proyecciones, en definitiva, la cons trucción cartográfica como una representación racional y convencional de la Tierra y de los espacios terrestres, como una imagen que trasciende la ex periencia directa. La representación basada en la racionalización de la ob servación empírica y en la lucubración teórica y matemática. Abrieron un gran horizonte intelectual y práctico y abrieron muchas de las cuestiones que han acompañado la indagación racional del espacio terrestre. Dieron una imagen a la Tierra. Ptolomeo identifica, en la tradición cultural de Occidente, la imagen de la Tierra como un conjunto ordenado de lugares, definidos por su posición, y con ello la representación cartográfica del espacio terrestre, en diversas escalas. El conjunto de la Tierra -que él identifica con la geografía-, y las escalas regional y local -que vincula con la corografía y topografía-. Siempre entendida como una representación cartográfica. Estrabón, en cambio, es el geógrafo que proyecta la representación como un discurso. Elabora una narración sobre ese espacio terrestre, sus partes y lugares. Lo hace desde la perspectiva de quienes los ocupan y usan, habitantes activos del escenario terrestre. Perfiló uno de los componentes más caracterizados de la cultura geográfica occidental. Lo sorprendente es el desconocimiento y escasa repercusión, por tan to, de su obra y propuesta. Es ignorado por Ptolomeo y, lo que resulta más notable, por Plinio el Viejo. Ni griegos ni romanos conocieron su obra o ha cen mención de ella (Sarton, 1959). Pasa desconocida también para la so ciedad medieval. En Europa occidental no se conocerá hasta el siglo XV, a partir de los manuscritos bizantinos.
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LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA
La geografía clásica responde a ese esfuerzo de reducir a un esque a in teligible el undo co plejo de las experiencias e píricas, y de las prácticas espaciales, en lo que atañe a la Tierra. na propuesta cuya validez se anifiesta en el arraigo que consigue, que convierte la herencia grecolatina en el arco cultural de nuestro saber sobre el espacio. Legaron un notable patri monio intelectual cuya trans isión presenta una evolución compleja desde fi nales del undo antiguo al oento de fundación de la geografía oderna.
4.2.
LA REPRESENTACIÓN GEOGRÁFICA: PRESERVACIÓN Y TRANSFORMACIÓN
La geografía en el undo antiguo fue, ante todo, una obra griega, in cluso en pleno período de do inio ro ano. Lo esencial de las aportaciones geográficas corresponden con esta tradición griega. La obra de los autores latinos no significa ás que una recopilación de datos, cuya calidad va de creciendo. Pierden el carácter de aportación directa, al li itarse a recoger infor aciones de uy dispar cronología, al hacerlo sin criterio crítico. Se pierde el carácter creador, coo resaltaba Plinio el iejo. Las noticias fide dignas se ezclan con las fantásticas y el rigor de la exposición, propio de los autores griegos, es sustituido por la yuxtaposición infor al. La obra De situ orbis, de un autor reputado coo geógrafo, caso de Po ponio ela (siglo i de la ra), no pasa de ser una enu eración de lu gares y tierras, con escaso orden y sin concepción o concepto que la sus tente. Su faa no se corresponde con la calidad de su obra, en la que in tervienen infor aciones de épocas uy diversas, escasas sobre las tierras conocidas, ás abundantes sobre los bordes del cú ene, aunque de esca sa o nula fiabilidad. ela acepta e incorpora leyendas sin discri inación respecto de las infor aciones fidedignas.
Plinio el Viejo, incorporado por muchos autores entre los geógrafos, porque introduce, en su Historia Natural, informaciones sobre fenómenos que hoy interesan a la geografía, es un simple recolector de datos. En su obra, que responde al concepto de una enciclopedia, como el propio Plinio resalta al enunciar su objetivo: reunir todo lo que corresponde a lo que los griegos consideraban una «cultura enciclopédica» (encyclios paideia). ntre esos conoci ientos recoge los de carácter cos ográfico y corográfico. stos corresponden con las tierras y pueblos de la antigüedad co prendidos en el I perio roano y los existentes ás allá de las fronteras de éste. s en ayor edida un catálogo que una verdadera representación geográfica. Coo el propio autor indica, se trata de «los lugares, habitan tes, ares, poblaciones, puertos, ontes, ríos, extensión y pueblos que hay o hubo», en las distintas regiones del undo conocido, siguiendo, en bue na edida, a Po ponio ela. Sin e bargo, trans ite la representación ge ográfica inventada por los griegos en sus rasgos esenciales, en la edida en que fora parte de la cultura de su tie po. s la obra de un gran erudito, que dispone de una excepcional cultu ra, que conoce a los autores griegos y que ha acu ulado una considerable experiencia en la administración pública y en la política. Circunstancia que
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le permitió enriquecer, en diversos capítulos, el contenido de su obra. El so bresaliente valor de la obra de Plinio el Viejo es como fuente de conoci miento de los saberes del mundo antiguo. Pero no le convierte en cosmó grafo, geógrafo, antropólogo, botánico, médico, y especialista en la diversi dad de cuestiones que trata (Serbat, 1995). No es una obra de geografía, aunque nos proporciona una información de valor geográfico notable sobre los territorios del mundo antiguo y sobre la imagen que de éste poseían los contemporáneos más cultos. La Historia Natural de Plinio el Viejo inicia un tipo de literatura enci clopédica frecuente en los siglos posteriores. La diferencia estriba en la ca lidad y riqueza de la información. Como tal género, se limita a recopilar tex tos diversos de los autores clásicos, sin orden, sin preocupaciones críticas, en que conviven realidad y fantasía. Son resúmenes, citas, fragmentos, de dichos textos clásicos. Circunstancia que, por una parte, contribuyó a trans mitir los viejos conocimientos, pero que, al mismo tiempo, fue la causa de su progresiva degradación. Al resumir, al citar, al elegir, los recopiladores contribuyeron a modificar y alterar los textos originales. Es la característica de autores como Gaius Julius Solinus, un escritor del siglo III, cuya Collectanea rerum memorabilium -conocida como Polihistoria-, es un ejemplo de este tipo de obra. En su mayor parte recoge la información de la Historia Natural de Plinio el Viejo. Con ella mezcla otras fuentes. Su labor de selección, resumen y recopilación es un ejemplo de la mezcolanza que caracteriza estas obras. Será una de las más influ yentes en la tradición medieval. Pero como su título evidencia, su preocu pación son las cosas memorables, las singularidades, lo excepcional, en que se mezcla lo real y lo fantástico. El proceso se manifiesta en las prácticas cartográficas. Estaban funda das en el presupuesto de la esfericidad y en el sistema de paralelos y meri dianos. Estos presupuestos sostienen las imágenes de los globos terráqueos y los mapas de los autores griegos. Formaban parte de una construcción en la que la Tierra se insertaba en el universo. En el mundo romano derivan hacia otro tipo de representación, construcciones prácticas, más elementa les, como los itineraria (adnotata y picta). Son itinerarios, dejan de ser geo grafías. No representan el mundo, muestran los caminos y sus destinos. Se trata de guías con expresión de los nombres de las localidades y las distancias intermedias, en unos casos, o esquemas gráficos de las mismas en otros. El denominado Itinerarium Antonini, del siglo III, es un ejemplo del pri mer tipo. La Tabula peutingeriana, pertenece al segundo. Se conserva en una copia en pergamino del siglo XIII de casi siete metros de longitud y medio de anchura, en doce hojas. Se trata de un mapa con las principales rutas del Im perio romano. Heredero de los desconocidos mapas romanos -como el atri buido a Agripa-, descubre el cambio del concepto de la representación en los siglos finales del mundo antiguo y en la mayor parte de la Edad Media. Se produce una pérdida progresiva de la actividad creadora o reflexiva sobre la Tierra como cuerpo celeste y de la geografía como representacióndiscurso. El paso de los siglos, en el final de la Edad Antigua, provoca un progresivo abandono de ideas y prácticas surgidas en los tiempos más bri
llantes del undo clásico grecolatino. l saber geográfico coo represen tación de la Tierra se reduce a una i agen. sta iagen pierde ele entos, cabia de significado. Pierde el carácter de construcción. Se perpetúa coo un siple esque a y adquiere un nuevo valor. l papel de los autores cristianos, en particular de los apologistas, des de Lactancio en adelante, es decisivo. cérri os detractores de la herencia clásica, asi ilada al paganis o, i pulsaron la suplantación de la autoridad de los sabios por la de las escrituras sagradas de la tradición judeocristiana. Facilitaron la deriva hacia postulados cos ológicos de nuevo cuño. rosio, uno de los ás señalados representantes de estos apologistas cristianos, había arcado el giro esencial en el uso de las representaciones geográfi cas grecolatinas. rosio es un apologista cristiano del siglo v, originario de ispania, con te poráneo de gustín de ipona. Su principal obra, una historia universal, tiene un objetivo ideológico deter inado: el desprestigio de la cultura pagana, es decir, de la cultura clásica. Lo indica su propio título: Los siete libros de His torias contra los paganos. Se apoya para ello en el propio legado pagano y uti liza los conoci ientos y los étodos historiográficos de la cultura grecolatina. e acuerdo con los criterios propios de la historiografía grecolatina, toda historia debe describir los lugares, y por ello las historias se iniciaban con una representación del mundo conocido. s lo que hace rosio en el se gundo capítulo de su prier libro, de acuerdo con las reglas del legado historiográfico grecolatino. n objetivo que él iso explicita: «es necesario, pienso, que describa, en prier lugar, el propio globo de las tierras habita do por el género hu ano, tal coo fue distribuido en un prier o ento, por nuestros ayores en tres partes y tal coo, después, fue deli itado en regiones y provincias» ( rosio, I, 1, 16). Se trata de una era enu eración de regiones, territorios y pueblos por continentes, de acuerdo con el esque a ás arcaico. Tendrá una gran recepción en el undo edieval. s una su aria representación o iagen corográfica que continúa la tradición de los historiadores clásicos. stá ás cerca de erodoto que de los geógrafos griegos. Recoge la fora ás ele ental de la representación corográfica antigua. Por otra parte, inicia este autor la transfor ación ideológica de la re presentación del undo. Se esboza la construcción de una nueva iagen de la ierra y el espacio terrestre, vinculada a los textos bíblicos y a una concepción teleológica religiosa. l undo coo siple extensión de los designios divinos. na iagen religiosa que ilustra bien Cos as, un teólo go cristiano del siglo vi. s autor de una obra deno inada, de fora harto expresiva, Topographia christiana. n ella, la fora terrestre se ajusta, de acuerdo con una especial interpretación del texto bíblico, a la del arca de la alianza osaica. s decir, una tierra cuadrangular que reproduce o se aseeja al tabernáculo de la santa alianza osaica. Se inicia una nueva representación del undo, que pretende propor cionar la iagen del espacio de la creación divina. na representación re ligiosa sustituye a la representación racional y calculadora planteada por
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los griegos. l cabio de episte e es funda ental. l objetivo de los auto res griegos era una representación racional del icrocos os terrestre en re lación con el acrocos os universal, fundada en la razón -es decir, en el cálculo y la lucubración-, ás que en la experiencia, aunque los datos epíricos sustenten ese tipo de representación. l giro que introducen los autores cristianos supone la sacralización de este tipo de representación racional. Frente a la razón, frente al cálculo ra cional, frente a la experiencia la autoridad del texto sagrado, la Biblia se in troduce coo ci iento del saber sobre la naturaleza, en co petencia con las concepciones trans itidas por los autores clásicos. l undo coo obra de ios y coo instru ento de su voluntad en el desarrollo de la his toria huana (Sánchez, 1982). n entendi iento que i pregnará la cultu ra cristiana edieval. La aalgaa entre legado clásico y textos sagrados judeocristianos i pregna las i ágenes del undo elaboradas durante una gran parte de la dad edia. La representación del undo de la geografía antigua proporciona un bastidor cultural para la ubicación de los espacios sagrados. sí lo uestra la obra ás destacada de todos estos siglos, en cuanto recoge lo esen cial de la herencia grecolatina en capos uy diversos, entre ellos los re lacionados con los saberes geográficos: las Etimologías de Isidoro de Sevi lla, ya en el siglo vi. sta obra, de carácter enciclopédico, la ás i portante de la tradición cristiana, constituye un excepcional testi onio del caudal de conoci ientos que co ponen la tradición clásica en los pri eros siglos edievales. l iso tiepo descubre el grado de deterioro que ese caudal ha experientado. pone de anifiesto el nuevo sentido del saber. n el ábito cristiano, y de anera notoria en el de la uropa occidental, la obra de Isi doro de Sevilla representa la fuente esencial de los saberes clásicos. urante uchos siglos, el saber occidental cristiano se identifica con el recogido en el sabio hispano-visigodo. bras significativas en el ábito cristiano, de carácter enciclopédico, coo De Universo, de Rabanus aurus ( 776-856 de la .), y De propietabius rebus, de Bartholo eus nglicus, autor inglés del siglo III, son, en su ayor parte, una copia, cuando no un siple plagio, de la obra de Isidoro de Sevilla. Influencia que se antendrá hasta que se produzca y profundi ce el contacto con el undo cultural islá ico, receptor ta bién de la tra dición y herencia grecolatina, a través de los grandes focos culturales del editerráneo oriental. na ventaja que el undo islá ico aprovechó. l desequilibrio entre los saberes geográficos y cos ográficos de a bas culturas a lo largo de la ayor parte de la dad edia constituye un rasgo sobresaliente. Resulta paradójico que la brillante trayectoria islá ica entre los siglos I y XII, se sustente sobre el trabajo realizado en el espacio cultural cristiano, bizantino, en orden a la preservación de los viejos textos griegos. Servirá, a la larga, para el reencuentro de uropa con la cultura clásica y, dentro de ella, con la geografía coo representación de la Tierra, concebida por los griegos. Para recuperar el saber sobre la representación de la Tierra, en la vía de Ptolo eo.
CAPÍTULO 3
LA TRADICIÓN COSMOGRÁFICA: DEL ISLAM A LA EUROPA CRISTIANA La representación del mundo imperante en los siglos medievales, tan to en el marco islámico como en el cristiano, ofrece rasgos propios. La au sencia de una concepción equivalente a la que sustentó la Geografía del mundo clásico constituye un componente a destacar de este tiempo. Se produce la sustitución de la concepción geográfica griega. No existe geo grafía ni geógrafos al modo como la concibieron y practicaron los clásicos. No obstante, las representaciones del mundo medievales son deudoras del legado grecolatino. Se sienten parte de la tradición grecolatina. Forman parte de una cultura del espacio concebida y desarrollada por los griegos, como representación de la Tierra. En el marco de esa tradición deben ser entendidas. La pertenencia a esa cultura asoma en la conciencia de las so ciedades medievales, cristianas e islámicas. Desde esta perspectiva, las cul turas medievales, islámica y cristiana se ubican en la tradición de la cul tura geográfica grecolatina. La persistencia de una concepción como representación de la Tierra, vinculada con el legado grecolatino, se compagina con la construcción de una nueva imagen del espacio terrestre, que distingue la trayectoria de las sociedades medievales, tanto del entorno islámico como cristiano. Se apre cia una doble deriva: por una parte hacia una representación del mundo en el marco de una cultura religiosa. Por otra se trata del gusto por lo ma ravilloso, que las sociedades islámicas incorporan y desarrollan y que im pregna el modo de pensar de estas sociedades medievales, entre ellas las cristianas. Uno y otro componente proporcionan el sello propio de las re presentaciones del mundo en el medievo. Se inscribe en una cultura en la que la naturaleza, que equivale a crea ción divina, aparece como un mundo de signos y propiedades y en la que saber es interpretar tales signos y descubrir, a través de ellos, esas propie dades. Las maravillas terrestres forman parte de ese mundo de signos y propiedades: las rocas, los animales, las plantas, los procesos naturales, como volcanes o terremotos, los países, las aguas y los hombres, tienen esa doble dimensión. Poseen propiedades o cualidades, otorgadas por el Crea dor, y constituyen signos interpretables. Magia, adivinación y conocimien to constituyen dimensiones del saber medieval (Foucault, 1982).
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LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA
La representación de la Tierra es inseparable de esta cultura de los sig nos, de las propiedades de las cosas y de las maravillas que resultan de ellas, así como de la concepción religiosa del mundo. El espacio terrestre es el mar co en que se despliegan esas maravillas de la creación divina. Comparte su naturaleza y posee sus propios significados. Para los hombres del medievo, las tierras, los países, como sus habitantes, poseen propiedades, tienen cuali dades, como las estrellas, como los elementos naturales que los constituyen. Las sociedades que heredan la cultura grecolatina, tanto cristianas como islámicas, heredan y comparten una representación del mundo. En esta representación se engloba tanto el universo como la propia Tierra y sus lugares. Difieren en el desarrollo de los saberes inherentes a esa repre sentación del mundo. Contraste que tiene que ver con la distinta trayecto ria histórica de ambos marcos socioculturales. Lo que distancia a uno y otro mundo es el grado de continuidad con la herencia clásica y la evolu ción histórica que experimentan. La notable continuidad y homogeneidad cultural en el ámbito islámico contrasta con la fragmentación y discontinuidad que se aprecia en el mun do cristiano. Éste queda desgajado en un tronco cultural grecobizantino y otro latino. Los contactos entre uno y otro se ven reducidos y dificultados, durante siglos, por diferencias en la lengua y por diferencias ideológicas. El mundo cristiano evoluciona hacia un espacio cerrado, fragmenta do, incomunicado, con escasos puntos de contacto intercultural. Por un lado el occidente cristiano, latino, que pierde el vínculo directo con los sa beres griegos. Por otro, el oriente cristiano o bizantino, griego, en el que la disponibilidad de las obras del legado clásico no impide el alejamiento pro gresivo del mismo, patente a partir del siglo x. El empobrecimiento en lo que concierne a la representación del mun do conocido y al grado de conocimiento sobre el mismo constituye el com ponente más relevante. Sólo avanzada la Edad Media se producirá un cam bio sensible en esta evolución, en un movimiento destacado de búsqueda, reencuentro y recuperación de la tradición cultural pagana. En ese proce so de recuperación de la filosofía natural, que distingue el mundo occi dental a partir del siglo XII, hay que ubicar el interés por lo antiguo. Recu peración y reencuentro en que desempeña un papel relevante el mundo islámico. Éste operó como el gran puente cultural entre el saber de los clá sicos y la Europa medieval cristiana. Un papel que responde a la continui dad histórica y cultural del mismo. La sociedad islámica mantuvo el con tacto con la tradición del mundo clásico y aseguró el vínculo cultural con el mismo. Al mismo tiempo elaboró su propia representación del mundo y su específica concepción del género de esa representación. 1. Expansión y apertura del mundo islámico
Surgido y desarrollado en la charnela del mundo mediterráneo y el oriental, su expansión se produjo precisamente en el espacio de contacto del Oriente Próximo y del Asia central y meridional. Se benefició de esta
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ampliación de su horizonte geográfico que sobrepasa, en mucho, el alcan zado en tiempos de Alejandro y en tiempos de Roma. La penetración islá mica alcanzó el amplio mundo de las estepas asiáticas y de los pueblos nó madas que las ocupaban. Se introdujo por las regiones situadas al borde del mar exterior de los griegos. Llegó, incluso, más allá del subcontinente indio. Le proporcionó el conocimiento directo, continental y marino, del Asia meridional, del Lejano Oriente y sus pueblos. El mundo islámico se extiende, desde el siglo vii de nuestra Era, por territorios que habían pertenecido al Imperio romano y por áreas que ha bían concentrado un gran desarrollo intelectual dentro del mismo. Es el caso de Egipto y de los territorios del Oriente Próximo vinculados al Im perio bizantino, en Asia Menor y Siria. La sociedad islámica entra en con tacto, en estos territorios, con la herencia cultural greco-bizantina y con so ciedades que pertenecían a esta cultura, incorporadas al dominio árabe desde fechas tempranas. Entran en contacto con la cultura bizantina, principal depositaria de la tradición griega clásica, activa hasta el siglo ix. El interés explícito por los autores clásicos en el ámbito de la corte de Al Mamún, en el Bagdad de la primera mitad del siglo ix, estimuló el conocimiento y la traducción de una buena parte de las obras de astronomía, cosmografía, geografía, matemática, y demás saberes de la filosofía griega. En este período se di funden las obras de Ptolomeo y de otros significados autores como Euclides, traducidas al árabe. En este marco, fueron los autores árabes los que en mayor medida mantuvieron el contacto con las obras de la tradición cultural geográfica grecolatina durante los siglos medievales. El conocimiento directo de las obras clásicas es rasgo distintivo de la expansiva cultura islámica. Ésta se beneficia también de la aportación de otras culturas, ajenas al mundo grecolatino, como la persa y la india. El estrecho vínculo con estas culturas, en parte absorbidas por la expansión musulmana, convierte el océano índico en un ámbito de tránsito y relación, en el que se elaboran prácti cas y saberes náuticos oceánicos, varios siglos antes de que los inicien los europeos. El unitario mundo cultural islámico permitió la difusión de estas prác ticas y de estos saberes, así como de las obras más significativas de estas culturas. Facilitó el notable desarrollo de un gran foco cultural en al-An dalus, sucesor del de Bagdad, en torno a centros como Sevilla y Toledo. Uno de los campos en los que es patente esa relación con la herencia grecolatina y con los focos orientales, es, en particular, el de la cosmografía y astronomía. Cuestiones básicas como la dimensión del globo terrestre, la no habi tabilidad de las áreas tropicales, son mantenidas según la formulación de Ptolomeo. Tampoco aplican la malla de latitudes y longitudes, para la lo calización de los lugares y la construcción de una nueva representación de mundo conocido. Utilizan sólo los climas griegos e incorporan las seccio nes, o divisiones regionales de los climas. Sin embargo, tenían conoci miento del error del cálculo de Ptolomeo respecto de la longitud del meri-
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LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA
diano terrestre, sabían que las tierras ecuatoriales estaban habitadas, y po seían cálculos astronó icos de latitudes y longitudes ás exactos que los anejados por el geógrafo griego. Les atrajo la variedad de territorios y países y se ocuparon de éstos en sus obras históricas y crónicas. Les deslu bró, sobre todo, lo aravilloso, lo excepcional, lo fantástico, lo fabuloso, asentado sobre un aparente sus trato territorial identificable. s el funda ento de un género peculiar de relato. e indudable interés geográfico pero que en ningún caso constitu ye una obra geográfica ni sus autores son geógrafos. o existe una geo grafía ni geógrafos al odo coo la concibieron y practicaron los clásicos. o existe un capo de conoci iento definido y entendido coo geo grafía. l calificativo de geografía y geógrafos corresponde a la historio grafía oderna, que ha aplicado esos tér inos de fora indiscri inada a toda obra en la que se anejaran infor aciones de carácter territorial o cos ográfico, o que tratase de cuestiones sobre las que se centran las dis ciplinas geográficas odernas. e odo equivalente, se ha atribuido el tí tulo de geógrafo a todo autor que, a lo largo de la dad edia, aportara infor aciones consideradas, hoy, coo geográficas. Se ha confundido la geografía con las fuentes para hacer geografía. sto ha conducido a etiquetar coo geógrafos a autores cuyo propó sito, explícito, era otro. istoriadores, viajeros, polígrafos, cos ógrafos, han sido incluidos en la nóina de los geógrafos. istorias, crónicas, guías de viaje, relatos de viajeros, han sido convertidos en obras geográficas. La geografía aparece coo un in enso cajón de sastre, de acuerdo con una difusa idea de lo que es este capo de conoci iento y de la confusión en tre éste y su objeto. Para los conte poráneos y para los autores de tales obras, no se tra taba de geografía, ni ellos se consideraban geógrafos. Son obras que per tenecen a otros géneros, a otros arcos intelectuales y culturales. antu vieron una tradición intelectual, la de la representación cos ográfica del undo, en la que se inserta la representación del undo conocido, de acuerdo con los patrones clásicos. na larga tradición que surge te prano, desde el siglo segundo islá i co, configura un conjunto de saberes y prácticas que se suelen englobar coo geografía árabe edieval. n ella se incluyen las obras ad inistrativas con infor ación diversa sobre cuestiones que afectan al gobierno del te rritorio islá ico, de carácter econó ico, de índole agraria, relacionadas con las obras públicas o con las co unicaciones y el correo, entre otros. istinguen una pri era etapa, la del esplendor del i perio abasida. a origen a lo que se ha deno inado coo tratados de los ca inos y los reinos (al-masalik wa al-mamalik), una corriente de obras de aplio cultivo islá ico. Se integran ta bién obras de carácter cos ográfico y corográfico. Las pri eras en relación con la representación de la ierra, en la senda de Ptolo eo. iene a ser la traducción lógica de la geografía cos ográfi ca de Ptolo eo. Lo que los árabes conocen coo surat al-ard (figura de la Tierra). no de los capos de ayor progreso e innovación respecto de la tradición clásica. En ella, los autores islámicos abordaron cuestiones
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de cosmografía y se interesaron por aspectos relacionados con la ubica ción astronómica de los lugares. En relación con ella se desarrolla la que se ha interpretado, en gene ral, como geografía árabe en sentido propio, es decir, la corografía islámi ca asociada a los grandes autores del siglo x y siguientes. Iniciada por AlBalkhi a mediados del siglo x. Continuada por Al-Istakhri, Ibn Hawqal y Al-Muqaddasi, en el mismo siglo. Un género corográfico al que pertenece la obra de Al Idrisi, en el siglo XII. Un género de descripción de los lugares o términos, es decir, los terri torios islámicos, de acuerdo con un cierto orden o secuencia, que respon de a las exigencias de la imagen cosmográfica del mundo: desde las gran des áreas zonales, los clima ta de los griegos, o iglim árabe, con sus secto res o secciones, hasta las coras o distritos y las ciudades. Surgido como una descripción adaptada al marco islámico se hará universal con el tiempo, abordando el conjunto del mundo conocido. Y se transformará en local, al concentrarse en la descripción de regiones es pecíficas. El género corográfico adquiere así su desarrollo más completo. Y desarrollaron otra tradición, la de descripción de las maravillas del mundo, sus signos y propiedades. Es el campo que los autores islámicos cultivaron como un género narrativo al que se ha solido calificar de geo grafía, pero que en el Islam reconocen como literatura o género ayaib (ma ravillas). En relación con ella está el género de viajes (rihla). La mayoría de estas obras de viajes forman parte de esa literatura de tipo ayaib, en la medida en que buscan, ante todo, lo sorprendente, lo admirable de cada lugar, lo excepcional para agradar al lector. En general, salvo las obras de carácter cosmográfico y astronómico, están concebidas como obras destinadas a entretener o son parte de la for mación propia del hombre culto. Se inscriben en el panorama del conoci miento enciclopédico propio de un hombre cultivado, lo que la sociedad is lámica denomina el adab (el hombre honesto). En los siglos posteriores da rán forma a una literatura que comprende campos diversos, a modo de en ciclopedias y diccionarios. Una producción variada que ha sido catalogada como geografía ára be. Son raras las que llevan este término griego. En realidad, nada tienen que ver con lo que entendemos por geografía hoy. Poco tienen que ver con el modelo de la geografía clásica griega. Lo que no impide que posea un indudable interés desde una doble perspectiva. Como fuentes de una geo grafía histórica moderna y como manifestaciones para entender la con cepción del espacio y el carácter de los saberes sobre éste de las socieda des islámicas medievales.
2. Cosmografía y cartografía islámicas
La traducción de las obras de Ptolomeo; la elaboración de tablas con las declinaciones del Sol, de la Luna y de los astros; la elaboración de tex tos para la construcción de diversos artefactos destinados a las medidas
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LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA
astronómicas; el mejoramiento de éstos respecto del modelo clásico, de muestran el alcance del desarrollo técnico y del conocimiento teórico en el mundo islámico. Corresponde con una etapa de brillante desarrollo cul tural asociado al califato de Bagdad, en el siglo ix, y a las relaciones con el mundo bizantino (Morelon, 1997). Los árabes accedieron a Ptolomeo y sus obras, que traducen y que uti lizan para la determinación astronómica y para la navegación y represen tación cartográfica. Conocen la Synthaxis mathematica, traducida al árabe por Trabir al Magsthi. Una obra conocida por los árabes como Almagesto, según unos por referencia al traductor árabe, y con más probabilidad de bido al nombre griego con que se conoció también a esta obra, Ho megas astronomer (El gran astrónomo). Conocedores de la obra cosmográfica de Ptolomeo desde el siglo IX, diversos autores árabes llevan a cabo la medida del arco de meridiano, de acuerdo con los procedimientos establecidos por los griegos (Morelon, 1997). Sus cálculos les proporcionaron como valor del grado de meridiano 56 millas y dos tercios y para la circunferencia terrestre un total de 20.000 millas árabes. Cálculo de considerable precisión (Kennedy, 1997), lo qe suponía corregir el muy defectuoso de Posidonio, aceptado y transmitido por Ptolomeo, que reducía en casi un tercio la circunferencia de la Tierra. Lo que les permitió contrastar sus propios cálculos con la evaluación de Posidonio, que recoge Ptolomeo. De igual modo procedieron a establecer la longitud y latitud por medio de observaciones astronómicas, de acuerdo con los procedimientos indica dos por Ptolomeo, y obtuvieron las coordenadas geográficas de numerosos lugares de acuerdo a los cálculos astronómicos, que corregían las mane jadas por el autor griego, establecidas por los datos de viajeros. Una labor destacada emprendida desde el siglo x, en la que sobresale un autor como Al Khwarizmi -el Algorismi de los cristianos-, autor de Kitab surat al-ard (Libro o tratado sobre la figura de la Tierra). Establecieron para ello un me ridiano de base, bien el propuesto por Ptolomeo, en el extremo occidental de las Islas Afortunadas (Canarias), bien el utilizado en la astronomía india, Ujjain, el legendario Arin de la Edad Media, que se suponía situado en el centro del Ecúmene, desarrollado 90° al Este y al Oeste de dicho lugar, y en el Ecuador. De tal modo que se le concebía como el centro de la Tierra. Una labor y cálculo equivalentes se atribuye a Arab al-Zarqali, el Azarquiel de los cristianos, un astrónomo sevillano del siglo XII. Las coordena das geográficas que asigna a diversos lugares en sus tablas, denotan una corrección significativa de las dimensiones que Ptolomeo daba al Medite rráneo. Ponen de manifiesto su conocimiento de las fuentes clásicas y la mayor precisión de los cálculos astronómicos exigidos para tales correc ciones. Sus tablas astronómicas, conocidas como Tablas Toledanas, serán el principal instrumento astronómico de la Edad Media. En este mismo campo desarrollaron y adaptaron los cálculos de Ptolomeo referidos a los astros y sus movimientos, eclipses y declinaciones. Una parte esencial de la literatura cosmográfica y astronómica medieval es árabe, a través del foco de Bagdad, primero, y del foco andalusí, más tar
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de. Con la particularidad de que el saber cosmográfico y astronómico islá mico se enriquece con las aportaciones indias y chinas, de las que el mun do musulmán recibe una sensible influencia (Kennedy, 1997). El trabajo innovador se manifiesta también en el perfeccionamiento conceptual y en la construcción de instrumentos de observación y cálculo. «Heredaron de Oriente los astrolabios plano y esférico. Pero desarrollaron el primero ideando la lámina universal y las azafeas» (Millás, 1948). Con cibieron el cuadrante e introdujeron las tablas y almanaques. Desarrolla ron los relojes e idearon nuevas esferas para representar el movimiento de los astros (Maddison, 1997). El impulso esencial de este dinamismo intelectual tiene un funda mento astrológico y una razón de ser religiosa práctica. Les preocupaba in terpretar de forma adecuada los signos diversos con los que la naturaleza identifica sus procesos y señala las cualidades o propiedades de las cosas, así como el curso de los acontecimientos y de los hombres. Les interesaba, asimismo, establecer con precisión la dirección de La Meca -la qibla- en los distintos lugares del islam. Era una exigencia de la práctica de la ora ción. Les preocupaba, por razones religiosas, determinar con precisión los fenómenos relacionados con el calendario lunar y con el curso diario del salir y ponerse el Sol. Utilizaron el saber astronómico. En consecuencia, es tos saberes mantienen una relación indirecta con el mundo de las prácti cas utilitarias (King, 1997). La proyección de estos conocimientos teóricos y técnicos en la pro ducción cartográfica islámica no se conoce adecuadamente. La cartografía islámica comparte el carácter esquemático que caracteriza a la cristiana más elemental. El conocimiento de los principios de representación, de las proyecciones y del sistema de coordenadas por parte de los cosmógrafos y matemáticos islámicos medievales no parece haberse traducido en la ela boración de una cartografía equivalente a la de los griegos. La generalidad de los denominados mapamundi islámicos consiste en un círculo cuyo centro es La Meca, dividido en sectores, en diverso núme ro, en cada uno de los cuales se inscriben las poblaciones comprendidas en él, de acuerdo con su posición relativa. La mayor parte de estas represen taciones corresponde con esquemas que indican la relación de cada punto del mundo islámico con La Meca. Tienen un fundamento religioso, prácti co, para orientar sobre la qibla. Las construcciones de los cosmógrafos islámicos, en relación con la fi gura de la Tierra son esquemáticas. En realidad se califica de cartografía una producción que no se vincula con el uso habitual de este término. Sin em bargo, algunos autores le atribuyen un notable perfeccionamiento y un tipo de representación precisa y descriptiva de las costas. La denominada carta arábiga o arábigo española, del siglo XIV, atribuida a autor o taller occiden tal, del norte de África o de Granada, que denota un alto grado de precisión en la configuración litoral, es un producto de esta cartografía (Millás, 1958). Cartografía que presenta antecedentes desde el siglo XI, en que Jwasir ben Yusuf al-Ariki parece estableció los caracteres básicos de los denomi nados rahnamach, equivalentes al portulano cristiano. Estarían en relación
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con el uso de las cartas náuticas, por parte de los marinos islámicos. Se ha dicho que con anterioridad a su difusión entre los navegantes cristianos, de acuerdo con la experiencia adquirida en la navegación por el índico, donde esas cartas, de probable influencia china, con los perfiles litorales, insertos en una cuadrícula menuda, eran habituales desde el siglo XII. Si milar origen tiene el timón de codaste, conocido en el Mediterráneo orien tal desde ese mismo siglo, y la vela latina, entre otros elementos técnicos de la navegación (Vernet, 1948; Grosset-Grange, 1997). La notable producción cos ográfica y astronó ica, que prolonga y antiene la tradición griega de representación del cosos y que ali enta los pri eros contactos de la uropa occidental con esa tradición, y la pe culiar y ediocre producción cartográfica, se co pleta con una original y uy específica producción literaria. Se trata de un género narrativo, en par te de viajes, y en parte corográfico. e fora habitual se suele deno inar a este género «geografía» árabe, de tal odo que se habla de los geógrafos y de la geografía islá ica edieval, para referirse a él y a sus autores.
3. Las representaciones del mundo: de los reinos a las maravillas Se trata de una literatura de considerable predica ento en el undo islá ico, con un gran núero de cultivadores, con nu erosas obras, y con indudable interés para el conoci iento del undo edieval. Tiene que ver con el papel otorgado desde la perspectiva social al saber o cultura propio de lo que se considerada el hobre cabal (adab). n esa cultura participa ba el saber sobre los países, territorios, costu bres, undos exóticos, los fenó enos singulares, lo ad irable o aravilloso de la ierra.
esde una perspectiva geográfica tiene una doble di ensión, de acuerdo con la concepción y étodo aplicados. Por un lado, un género corográfico, con distintas variantes. Por otro, un género literario de entreteni iento, que co prende tanto una literatura de evasión coo una litera tura de viajes. En uno y otro caso no faltan las obras de interés para la geo grafía histórica, coo fuentes esenciales para el conoci iento del undo islá ico y de la representación o iagen de la ierra. n cualquier caso, ofrecen una abundante uestra de obras, en la edida en que fue un gé nero de honda aceptación social.
3.1.
DE LOS REINOS Y PAÍSES: LAS REPRESENTACIONES DE LA TIERRA
u erosos autores practicaron este género en esas diversas odalidades, con fortuna y valor distintos. Se encuadra en una visión del undo que hace de la representación de la Tierra (surat al-ard) el eje de la expo sición. La figuración de la Tierra se produce de fora diversa, en el grado de detalle y en la fora de abordarla. Puede referirse al conjunto del undo conocido o al isla. Se puede abordar con una estructura descriptiva por países (al-buldam) o territorios o según un itinerario que ordena los
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reinos (al-masalik al-mamalik). Siguen una pauta más o menos aceptada, en la medida en que itinerario o descripción se adaptan a grandes divisio nes y se ordenan según un orden decreciente de magnitud: desde los iglim o climas hasta la cora (comarca) y la ciudad o castillo. parece pronto, desde el siglo x de la ra cristiana. Foran parte, sin e bargo, de una saga o nóina ás extensa, que aparece en el siglo x de la era cristiana y que se continúa hasta el siglo I . n la pri era de estas centurias coinciden varios de ellos. Los grandes autores islá icos, coo al-Balkhi, Ibn aqal, al-Istakhri y al- uqaddasi, del siglo x de la ra cristiana, representan la saga ás destacada de esta corografía referida al Isla ( amlakat al-Islam). Los ás reputados por la historiografía geográfica oderna, considerados coo los grandes «geógrafos» islá icos, suelen ser, por lo general, grandes viajeros. s lo que proporciona a sus obras un carácter de fuente directa y lo que otorga a sus infor aciones un valor notable coo fuente geográfica. Al Istakhri (Abu Ishaq Ibrahi ben uhaad al-Farisi al- arji), au tor de Kitab al-masalik wa'l-mamalik, co parte esta reputación entre los his toriadores coo iebro relevante de la co unidad «geográfica» árabe del edievo. Es conte poráneo de Ibn Hawqal (Abu I-asi uhaad ben li al- asibi), autor de una de estas representaciones de la tierra o surat alarb. pesar del notable predica ento del autor, su obra responde ás a una «guía turística» o de viaje que a una descripción geográfica. Por otra lado, la ayor parte de su obra es reproducción de la de Istakhri (Ro any, 1978). l carácter original del contenido, distingue en cabio a Al-Muqaddasi (Abu Abd llah Shas al- in) -945-988 de la ra cristiana-, autor de una obra
titulada Alisan al-taqasim fi ma'rifat
al-aqalim. Al-Muqaddasi está considerado coo el ás e inente de los llaados geógrafos islá icos de la dad edia. Sin duda porque, coo él is-
o destaca de su obra, se basó en la observación directa y fue fruto de una aplia experiencia viajera por el undo usul án. Proporciona una rica, variada y precisa infor ación, recogida con una anifiesta sensibilidad hacia las cuestiones «geográficas». ircunstancia que otor ga a su trabajo un valor y un aire de autenticidad del que carecen otras obras conte poráneas y posteriores. onvierte su obra en una inesti a ble fuente histórica, sensible hacia proble as y aspectos que tienen que ver con el espacio (Hill, 1996). Su prestigio es equivalente al de un gran viajero tros autores continúan el iso género, ezcla de literatura viaje ra y corográfica. ohaad ben usuf Al Warrak, escritor del siglo x, de dicado tanto al género itinerario coo a la historia, es incluido entre los autores «geográficos» por su Tratado sobre los caminos y reinos de África. Al-Razí hed ben oha ad, el «oro Rasís» de los cristianos, au tor del siglo x, fora parte de este grupo. Se le atribuye una Descripción de Córdoba, yuna Descripción geográfica de España según la deno inación otorgada por la historiografía oderna. La últia es la única de que se tie ne referencia, a través de una traducción cristiana del siglo III . l antece dente está en Isidoro de Sevilla y se corresponde con el género que culti
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varán las crónicas generales cristianas, en las que se incluye, precisamen te, la traducción de esta obra. El conocido como El Becrí es un autor andalusí del siglo XI , al que el gran arabista Dozy calificó como el mayor geógrafo que ha producido la España árabe. Nunca salió de España y, por tanto, su obra pertenece al conjunto de las recopilaciones eruditas. El método no difiere de los demás: un itinerario a lo largo del cual se desgranan las noticias y descripciones de los lugares inmediatos. Su obra se titula, precisamente, Los caminos y las provincias o los reinos, en plena coincidencia con el género. Al-Idrisi (Abu Abd Allah Muhammad ben Allah ben Idris), un autor del siglo XII (1099-1180) de origen hispano, nacido en Ceuta, ha sido, para los autores occidentales, el «geógrafo» árabe por excelencia, debido a sus es trechos vínculos con el mundo cristiano. Es el único de los grandes auto res del islam cuya obra principal se publicó, en forma abreviada, a finales del siglo XVI en Roma, en árabe. Obra traducida al latín en 1619, en París, con el título de Geografía del Nubiense. En el siglo XIX se publica la tra ducción al francés (Jaubert, 1836). En la tradición de Al Muqaddasi y de la generalidad de los autores is lámicos, es un viajero y utiliza sus viajes como fuente de conocimiento di recto. Es, sobre todo, un recopilador, como lo indica en su obra. Su pres tigio contemporáneo determinó que fuera invitado por el rey Rogerio II de Sicilia, con el encargo de elaborar para éste una esfera celeste y un disco terrestre, de acuerdo con la información disponible entonces. Recurre, con ese fin, a las obras de los autores islámicos de mayor resonancia, así como al texto de Ptolomeo, cuya Geografía conoce. Con estos materiales y con los procedentes de las informaciones obtenidas a lo largo de quince años de viajeros, redactó, para el monarca siciliano, la que constituye su obra bá sica: Recreo de quien desea recorrer el mundo, más conocida como El Libro de Rogerio. Es una gran obra por su volumen y por el ámbito espacial que abarca, terminada en 1154. Se trata de una obra «clásica» de este tipo de literatura islámica. En raíza en lo que es la tradición grecolatina, patente en el marco general y en la referencia a las medidas de la Tierra. Se inserta en esa tradición de la representación del mundo (surat al-arb). Inicia su obra diciendo que «co menzaremos por tratar la figura de la Tierra, cuya descripción designa Ptolomeo con el nombre de Geografía». Recoge que «según resulta de la opi nión de los filósofos y sabios ilustres, "la Tierra es redonda como una es fera y que las aguas se adhieren y mantienen sobre ella en un equilibrio natural sin variación"». De tal manera dice, «que la tierra está lo mismo que las aguas sumergida en el espacio como la yema lo está en medio del huevo, en una posición central; el aire le rodea por todas partes». Termina con la expresiva consideración: «Dios sabe lo que tendrá de verdad.» Ese contacto con la tradición griega se manifiesta también en el re curso a los climas o zonas. Como los autores grecolatinos, divide el mundo en siete fajas paralelas al Ecuador, denominadas climas. Añade, en la tradi ción islámica, la división de éstos en diez secciones, contadas de Occidente a Oriente. De igual modo comparte la imagen del mundo transmitida por
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Ptolomeo. Así lo muestra la persistencia de la geometría triangular atribui da a la península Ibérica. Pero difiere en su concepción y método. La concepción responde a una obra de entretenimiento o curiosidad, como su nombre indica. Se trata de reunir informaciones sobre las tierras conocidas. Como él explicita: «Vamos a describir los siete climas, los paí ses, los pueblos y las curiosidades que contienen, clima por clima y país por país, sin omitir nada en lo que concierne a caminos y rutas, distancias en parasangas o millas, cursos de los ríos, profundidad de los mares, me dios de comunicación en los desiertos, todo explicado con el mayor deta lle.» Las ideas o lugares comunes de la tradición clásica se encuentran re cogidas en su obra, como la inhabitabilidad de la zona ecuatorial, «a cau sa del calor de los rayos del Sol», a pesar de que los árabes conocían estas regiones. El método de Al Idrisí responde a lo que se ha venido en denominar corografía, ordenado sobre una base itineraria. Sobre ésta se enhebra la identificación y descripción de los diversos lugares, reducidas, en muchas ocasiones, a simples enumeraciones de lugares, con la distancia de unos a otros. Describe Idrisí cada país siguiendo ciertos itinerarios o líneas de co municación. Anota las distancias entre las localidades enumeradas, bien en millas, bien en jornadas. En los lugares, capitales o ciudades de mayor importancia aporta di versas informaciones, de distinto orden, sobre los mismos. Informaciones que, al mismo tiempo que puntualizan su situación, documentan sobre as pectos físicos, históricos y territoriales de indudable interés. Aunque, como es habitual en la generalidad de los autores de este género, mezcle infor maciones contemporáneas con otras recogidas de viajeros de siglos ante riores, a veces de varios siglos antes. Lo que da valor geográfico a esta obra, desde una perspectiva históri ca, como a la de los otros grandes autores contemporáneos en este campo, es la calidad, precisión y riqueza de muchas de sus descripciones. La agu deza de sus observaciones, que denota su particular capacidad de percep ción de los fenómenos y aspectos relevantes, desde un punto de vista geo gráfico actual, es un rasgo distintivo. Es el que le vincula con Al Muqqaddasi y otros autores islámicos. Al-Magrebi -más conocido como Aben Said-, un autor del siglo XIII (1214-1274), granadino también, ilustra otro tipo de obra dentro de este género. La peregrinación a La Meca le introduce en el mundo de los via jes por el norte de África y el Oriente Próximo, lo que le permitió conocer las tierras entre el golfo Pérsico y el Atlántico. Es un polígrafo que mane ja los saberes geográficos, siguiendo a Al Idrisí. Su conocimiento de la obra de Ptolomeo -de hecho escribe una compilación de la misma (Ex tensión de la Tierra en su longitud y latitud)- le va a permitir un intento de completar, con las determinaciones astronómicas del geógrafo griego, la obra de Alm Idrisí. En el siglo XIV vive otro de los grandes autores que habitualmente se incluyen entre los «geógrafos» islámicos: Aben Jaldún (Ibn Khaldun), naci do en Túnez (1332-1406). Tiene también ascendencia hispana, ya que pro-
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cedía de una fa ilia árabe sevillana e igrada al norte de frica en tiepos de la conquista de Sevilla por Fernando III. ben Jaldún es un histo riador y su obra esencial es histórica, dedicada a reconstruir la trayectoria de árabes y bereberes, coo las dos grandes naciones del Isla.
El título de la misma, El intérprete de las lecciones de la experiencia y colección de los orígenes y noticias acerca de los días de los árabes y berbe riscos y de aquellos de sus contemporáneos que tuvieron grandes imperios, lo evidencia. l iso lo atestigua al describir el objeto y características de su obra: «e escrito, pues, un libro sobre historia, en el cual he levantado el velo que cubría los orígenes de las naciones.» cude a infor aciones geográficas y utiliza argu entos de carácter fisico, al tratar de las condiciones en que se originan y desenvuelven las ci vilizaciones. ste es el objeto del pri ero de los tres libros en que divide su obra, que «trata de la civilización y de sus resultados característicos, ta les coo el i perio, la soberanía, las artes, las ciencias, los edios de en riquecerse y ganarse la vida». n relación con ellos, considera las causas a las que deben su origen estas instituciones. Se puede calificar su obra en el arco de la filosofía de la historia. La aportación de todos estos autores es relevante en cuanto enrique cieron, en cantidad y calidad, el acervo de conoci ientos heredado del undo antiguo. ontribuyeron a ejorar la iagen del undo heredada de los antiguos a pliada y enriquecida en virtud de la experiencia directa. Otros operan en mayor medida como compiladores del conocimiento contemporáneo. Alcanza su máxima expresión en la producción del tipo en ciclopédico y de los denominados diccionarios. Enciclopedias y diccionarios reúnen el saber disponible. El más destacado es Al-Yaqud, del siglo XII, autor de un diccionario ordenado por países titulado Mugam-al- bul-dam. Y en el género enciclopédico un autor como Al-Qazwini, en el siglo XIII . Las referencias a las di ensiones de la Tierra y del undo conocido, la división en climas zonales y en regiones, que los árabes denoinan tabién cli as, entre otros ele entos, descubren su vínculo intelectual con los autores clásicos, en particular con Ptolo eo. onocen y anejan sus obras, de fora directa o por inter edio de los propios cos ógrafos ára bes. n otros casos a través de obras clásicas de carácter divulgativo o propedéutico que llegan al undo isláico por inter edio de Bizancio. bras que fueron incorporadas a la cultura islá ica, en uchos casos coo obras introductoras a los libros de Ptolo eo. s el caso de la Introducción a los fenómenos de éino, el autor griego del siglo i antes de la ra. l carácter poco crítico de la ayoría de tales recopilaciones reduce su i portancia y validez, en la edida en que se ezclan textos e infor aciones de épocas uy diversas. Las Etimologías de Isidoro de Sevilla e incluso los textos de rosio, conocidos por los árabes y traducidos por ellos, constituyen fuentes de estas obras. Lo ás habitual de estos autores y este género es una escasa o ausente crítica de las infor aciones que a nejan y una aceptación indiscri inada de las noticias fehacientes y de las fantasías ás aventuradas. curre, incluso, en aquellos autores con una experiencia directa, vinculada a los viajes realizados.
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e este género destacan unos pocos autores, los que han sido consi derados por la historiografía oderna coo «grandes» geógrafos islá icos. Lo que les distingue respecto de la pléyade de narradores es la riqueza de sus infor aciones y, en general, el carácter directo de las isas. Co parten la pretensión o intención de dar una iagen del conjunto del espacio conocido o, al enos, del espacio islá ico. n los ás desta cados es evidente un conoci iento de la herencia cultural geográfica grecolatina y un prurito de fidelidad, vinculado a la experiencia directa. Co parten su cualidad de viajeros y el étodo itinerario propio de este tipo de literatura. Sus obras no dejan de ser itinerarios ni de constituir isceláneas en que se ezclan cuestiones dispares.
3.2.
LOS GÉNEROS DE ENTRETENIMIENTO: LITERATURA DE VIAJE Y GÉNERO AYAIB
La otra gran di ensión característica de la producción islá ica edieval fora parte de un aplio género literario o narrativo, que pre senta distintas odalidades y contenidos, así coo obras de valor desi gual. oo se ha señalado al respecto, lo que distingue esta literatura es la ezcla de saberes históricos, geográficos, cos ográficos, etnográficos, poéticos, naturalistas, religiosos e incluso poéticos. Sin olvidar que las referencias religiosas constituyen un telón de fondo per anente de to das ellas. sta ezcla de ele entos precisos de observación y co ponentes fan tásticos proporciona el sesgo distintivo de estas obras edievales. ace de ellas una odalidad literaria de carácter geográfico, en la edida en que incluyen el ele ento territorial coo una parte sustancial de las isas. Sin embargo, lo esencial es el contenido fabuloso, las «maravillas» ('aya’ib), deno inación con la que se conoce este género, que constituye un rasgo sobresaliente de la tradición árabe, la que de fora habitual se suele iden tificar coo geografía. na variedad con perfil propio la constituye el relato de viajes, el gé nero Rihla (viaje), que adquiere un desarrollo creciente en plena dad edia. ste género narrativo tuvo un difundido cultivo en el undo isláico. on particular afición en el caso de los usul anes occidentales, agrebíes (entre ellos de al-Andalus). De ahí la relativa abundancia de este tipo de obras y autores de origen andalusí y agrebí. Probable ente porque para ellos, el obligado viaje a La eca constituía un largo periplo por una buena parte del undo antiguo. Tal viaje co partía el carácter de peregri nación religiosa, de viaje ercantil y de experiencia exótica. l núero de los que cultivaron este género fue uy abundante en el undo islá ico. ontribuyó para ello la gran a plitud del espacio unifi cado por los árabes y la unifor idad cultural derivada del uso del árabe coo lengua de co unicación, gracias a su carácter de lengua religiosa. si is o, el hábito del viaje i puesto por las propias prácticas religiosas, y la consideración de tales narraciones coo un género de entreteni iento, de aplia aceptación.
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l ás destacado y el que de fora ás directa identifica su obra coo una literatura de viajes es Ibn Batutta (Abu Abd llah uha ad), nacido en Tánger en el siglo I (1304-1368). s autor de una obra cono cida coo Rihla ( iajes). l título consignado por el autor es Regalo de cu riosos sobre peregrinas cosas de ciudades y viajes aravillosos. n título que descubre el arco conceptual en que se inserta su obra. scrita al final de su vida, describe su experiencia viajera a lo largo y ancho del undo isláico y de los confines del iso. n estos viajes recorrió la ayor parte del undo islá ico y alcanzó las tierras de riente, hasta hina. Bordeó las costas africanas exploradas por los árabes en el índico, hasta las islas alayas. Penetró en las tierras continentales de Eurasia, por el sur de usia. Llegó incluso al borde del íger, que él confunde con el ilo, de acuerdo con la iagen de este río en el undo antiguo. Incorporó observaciones sobre las tierras cristianas, por las que incluso pudo viajar, y sobre los espacios proble áticos de los anti guos, coo las tierras ecuatoriales y la zona tórrida. e todas ellas pro porciona noticias, datos e infor aciones. La obra de Ibn Battuta a pliaba las di ensiones del undo conocido. epresenta un eje plo de literatura itinerante, concebida coo «dia rio» de viaje. Tiene un estilo directo, poco proclive a la divagación literaria y a lo fantástico, aunque los ele entos fantásticos no falten en su obra. es cribe sus encuentros con personas, los aconteci ientos que le suceden y las circunstancias que rodean sus viajes. lo que añade observaciones directas e infor aciones variadas sobre las tierras por las que discurre, de uy di versa índole, de indudable interés para diversos capos de conoci iento, desde la antropología a la geografía histórica (Fanjul y rbós, 1981). Si exceptua os autores contados, subyace en una gran parte de esta literatura un trasfondo de entreteni iento, que explota las posibilidades que ofrece el espacio de los árgenes para ubicar un undo distinto, el es pacio de las aravillas y los prodigios. n rasgo apreciado de la cultura clásica islá ica, que i pulsó el desarrollo de este tipo de literatura itine raria y fantástica. Fora parte de un género narrativo, literatura de viajes, en que lo territorial es convertido en soporte para la construcción de un es pacio para la fantasía. Los eje plos son ta bién nu erosos.
Un granadino, Al-Garnathi, autor del siglo XII (Granada 1080-1169), ilustra este tipo de obras (Bejarano, 1991). Fue un gran viajero musulmán, que llegó hasta el borde del Volga y las orillas del Caspio y anduvo por tie rras de Hungría, cuyo relatos plasmó en dos obras: Thufat al-albab y alMu'rib 'an ba'd 'aya'ib al Magrib. Sus informaciones son directas, de gran interés como fuentes; sin embargo, su discurso se caracteriza por el conti nuado recurso a lo fabuloso, que distingue este tipo de literatura 'aya'ib. Su interés se centra en lo aravilloso, lo excepcional, o coo él dice a propósito de aragoza -la iudad lanca-, «lo que no tiene se ejante con nada en el undo», que por lo general tiene que ver con lo fantástico y legendario. Se trata, de hecho, de libros de viajes cuyo objetivo es entre tener, con noticias sobre fenó enos aravillosos o extraños, en que se re cogen, por igual, datos de observación directa y leyendas de distinta pro
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cedencia. Como bien se ha dicho de este autor, y podría extenderse a la ma yor parte de estos autores, «no es, en realidad, ni cosmógrafo, ni geógrafo, ni etnógrafo, es un viajero que cuenta lo que ha visto y oído», pero donde lo esencial es que busca oír y pretende ver lo que no tiene semejanza con nada en el mundo, lo excepcional de cada lugar. En la extendida modalidad literaria y en su versión de compilaciones descriptivas itinerarias, la producción islámica sobrepasa, de modo nota ble, la coetánea del orbe cristiano. No hay comparación posible, ni en el ámbito cosmográfico ni en el género de viajes y corográfico, entre la rica y variada producción islámica y la corta y pobre cristiana. Lo que no se produce en el ámbito islámico es el proceso de transfor mación que distingue la producción cosmográfica y cartográfica en la Eu ropa cristiana, a ritmo acelerado, en el final de la Edad Media. Sin embargo, la aparición de un sentimiento de tradición cosmográfi ca y la renovación de la representación del mundo, asentadas sobre la he rencia grecolatina, al terminar la Edad Media, en la Europa cristiana, no es concebible sin la aportación, la influencia y el contacto con la cultura islámica. Contacto, influencia y aportación que tuvieron cauce privilegiado en el ámbito ibérico. La progresiva consolidación de un movimiento europeo con impulso propio, capaz de renovar, de forma directa, el contacto con las fuentes clá sicas, con la geografía cosmográfica de los griegos, arraiga en la rica cul tura árabe. La cultura islámica ejerce de puente y hace posible el reen cuentro occidental con la representación geográfica clásica. Un paradójico reencuentro con la tradición cultural propia. Paradójico en la medida en que fue necesario el contacto con el Islam para descubrir e interesarse por los textos que estaban disponibles en el propio mundo cristiano, en el so lar bizantino.
CAPÍTULO 4
EUROPA: DE NAVEGANTES A CARTÓGRAFOS
La progresiva degradación de la herencia cultural y filosófica grecolatina es un ele ento conocido del tránsito de la ntigüedad a la dad edia, en el undo cristiano. Se ha atribuido a la difícil integración del espíritu racionalista y aterialista, que distingue la cultura clásica, en el arco dog ático cristiano. Se ha achacado a la actitud beligerante de uchos de los panegiristas cristianos frente a la cultura antigua. eterinó la preterición y abandono de ésta, en los siglos del prier ilenio. Se ha visto coo la consecuencia del propio aisla iento de la uropa cristiana en el conjunto del undo editerráneo, acentuado con la ex pansión del Isla. l cristianis o y las circunstancias históricas i pusieron una noto ria solución de continuidad en el saber. n parte por el rechazo ideológi co al undo pagano y a su cultura, desdeñada o enospreciada, cuando no condenada, coo practican autores coo rosio. n parte por la pro pia fragmentación del orbe cristiano, entre el occidente latino y el oriente greco-bizantino. La iagen de la Tierra coo objeto de la reflexión racional es sustitui da por la del mundo judeocristiano, una cos ovisión religiosa cuyas fuentes eran los libros sagrados. l legado cultural del undo antiguo se ve disinuido y e pobrecido. Los lazos con él son escasos, son tenues y son objeto de una continuada defor ación. e ahí la peculiar evolución de la cultura geográfica cristiana edieval y las diferencias notables con la islá ica.
1. El estrechamiento del mundo: la cosmología cristiana La representación del undo se anquilosó en una ezcla de una epobrecida tradición clásica y la cos ología judeocristiana. Por otra parte, el vínculo intelectual con el pasado grecolatino se desdibujó. Se perdió una considerable infor ación y se diluyó el funda ento intelectual de la geo grafía griega coo representación racional del undo. l cabio intelec tual y de conoci iento se aprecia bien en la obra de Isidoro de Sevilla, en el siglo vii. Será la fuente principal del saber cristiano occidental.
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La obra de Orosio, Hzstoriarum adversaspaganos libri VII; que usan los autores cristianos en forma directa, e incluso traducida, y la del monje irlandés Beda, complementan el patrimonio cultural recogido por Isidoro de Sevilla. Estas compilaciones proporcionaron el único aporte directo del saber del mundo antiguo en la Europa cristiana occidental, condicionado por el desconocimiento del griego como lengua. De modo sorprendente, la ruptura con el legado clásico se produjo también en el mundo bizantino, donde la lengua no representaba un obs táculo para el acceso a las obras de la época clásica. No obstante, se pro duce un progresivo alejamiento de las fuentes del mundo clásico, olvidadas en las bibliotecas de los monasterios bizantinos. La consecuencia es la progresiva simplificación y transformación de la imagen del mundo, de la representación cosmográfica y geográfica elabo rada por los griegos y mantenida hasta los primeros siglos de la Era actual. Sólo se intuye el tras fondo de la cultura geográfica griega, una evolución que no deja de ser paradójica, en la medida en que el contacto con las obras clásicas de la geografía y astronomía persiste hasta el siglo x en el mundo cristiano.
1.1.
PERSISTENCIAS Y CAMBIOS EN LA IMAGEN DEL MUNDO
La mayor parte de los manuscritos que han conservado los textos clá sicos en estos campos proceden de copias realizadas en Bizancio en torno al siglo Ix. La práctica totalidad de las traducciones árabes de los autores griegos se originan en el contacto con ese entorno bizantino de finales del primer milenio de la Era actual. Corresponde con la época de Juan el Gra mático y León el Filósofo, en los inicios del siglo ix. Se caracteriza por una intensa actividad y curiosidad por los textos filosóficos y científicos de la Antigüedad (Lemerle, 1971). Sin embargo, este brillante momento carece de continuidad, de tal modo que el mundo cristiano conocerá los textos de los clásicos por inter medio de al-Andalus y a través del árabe, varios siglos más tarde. La pér dida del contacto facilitó la deriva hada una cultura empobrecida, que se percibe en la propia imagen del mundo dominante en este tiempo, deudo ra de la herencia clásica y, en cierto modo, caricatura de la misma. La representación del mundo que recogen las Ilitimologfas ni siquiera se corresponde con la directa tradición geográfica grecolatina. Las fuentes de los autores medievales están más cerca de la obra de Plinio, conociday admirada en los siglos medievales, que de las obras originales. Parecen más próximos a los historiadores de la antigüedad que a los geógrafos griegos. Al mismo tiempo, la autoridad concedida a las escrituras sagradas cristia nas, es decir, la Biblia, dieron consistencia a una imagen del mundo, trans mitida por la literatura cristiana, que elabora una nueva representación del mundo más cosmológica que cosmográfica. La imagen de la Tierra se esquematiza hasta reducirse a un simple ideo grama, como descubren los ejemplos de representación que conocemos, los
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deno inados mapamundi. stos se antienen a lo largo de varios siglos. Responden a dos grandes odelos o concepciones, con notables variacio nes acordes con la época. Por un lado, la representación esque ática o si bólica, de carácter geo étrico, que se suele conocer coo apa undi en -T. Por otro, el odelo que pode os identificar con la representación de los deno inados Beatos. Sin embargo, se aprecian notables diferencias entre estas representaciones ( ood ard, 1987). La esque ática concepción que subyace en los conocidos coo ma pamundi en T, representaciones de carácter circular, ordena las tierras conocidas - uropa, sia y frica- según un siple odelo geo étrico, circular, de ascendencia clásica, recogido por Isidoro de Sevilla. l círculo o disco terrestre aparece dividido en tres partes: un se icírculo correspondiente a sia, localizado a riente; y el otro se icírculo, occi dental, dividido en dos cuartos, uropa y frica. n diseño inducido por la presentación del editerráneo coo eje principal del undo conoci do. Se insertan, en perpendicular, el ilo -considerado líite de sia y frica-, y su prolongación en el ar egro y el río Tanais (on), en su caso a través de las lagunas eótidas (ar de zov). parecen figurados coo trazos o coo rectángulos. La iagen o esque a resultante perfi la una T, dentro de un disco o rueda, cuyo borde externo se correspon de con el océano exterior. Los ejemplos varían desde los más simples al uy historiado de Saint enis. Pobres en la información toponímica, hi drográfica y orográfica, y si ples en el diseño, los mapa undi en -T contrastan con el odelo ás elaborado y rico en infor ación de los Beatos. Los o entarios al pocalipsis de San Juan, que escribe el onje eato, en el onasterio de Santo Toribio de Liébana ( antabria), en el si glo VIII, fueron objeto de nu erosas copias. plia ente difundidos entre los siglos x y XIII -se conservan 22-, cuentan con una notable ilustración, con nu erosas iniaturas -se acercan al centenar en algunos eje plares- que aco pañan el texto. na de ellas se corresponde con la representación del undo. os uestra la idea de la Tierra que prevalece en estos siglos. uestra la aalgaa entre una tradición clásica y la cos ología cristiana. La representa ción de la Tierra es concebida bajo la perspectiva religiosa. Se sustituye la centralidad étnica por la religiosa, coo evidencia la presencia del paraíso y la tierra sagrada y su ubicación coo centro del undo. escubren el influjo de la cos ovisión judeocristiana y la concepción religiosa del cos os. onvierten a Jerusalén en el eje del apa, de acuer do con la identificación del ólgota coo el omphalos o centro del undo, e introducen el jardín del Paraíso o dén. ás que una representación geográfica, constituye una cartografía cos ológica. xpresan el « undo» judeocristiano. esponde a un diseño rectangular, con representación de las tierras conocidas en torno al editerráneo, con un enor grado de esque atiso. Presentan un esbozo de representación de las grandes alineaciones ontañosas, con un característico dibujo en fora de plua de ave, una
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ayor frecuencia de topóni os y una referencia iconográfica a las ayores o ás conocidas ciudades. n general reproduce una infor ación que pertenece a las fuentes clásicas. Constituye una representación anacrónica. l paso del tiepo actualiza y enriquece la infor ación contenida. Los apa undi buscan dar una cierta fora al conjunto de tierras, ares e islas. Pueblan estos territorios de lugares, de ani ales y de rasgos físicos. Ríos, ontañas, ani ales fantásticos y reales, así coo los topóni os ac tuales, rellenan estas representaciones cos ológicas o religiosas del undo, presididas por el Creador.
Un ejemplo excepcional lo constituye el denominado mapa de Richard de Haldingham, elaborado en el siglo XIII, hacia 1285 o mapamundi de Hereford (Crone, 1954; Simek, 1996). En realidad, lo que le distingue de sus
antecedentes es el que incorpora los nuevos saberes sobre el cosmos y la Tierra que ha proporcionado el mundo islámico a través, sobre todo, de las traducciones toledanas. Incorpora una cierta precisión en la forma, los per files y proporciones de las tierras conocidas, sobre todo de las islas britá nicas, como es lógico (Woodward, 1987). nos y otros co parten el esque atis o de la i agen. nos y otros co parten la pérdida del rigor alcanzado en el período grecolatino en la configuración del espacio terrestre conocido. escubren la introspección geográfica de las sociedades cristianas, durante un largo período de tiepo, en abierto contraste con las sociedades islá icas conte poráneas. escubren, en prier lugar, la ausencia de una práctica o saber cosográfico desarrollado, durante varios siglos, equivalente al de las socie dades islá icas, esti ulado por los textos clásicos. La carencia de este so porte facilitó la deriva conceptual y práctica de la representación del undo y de la propia configuración del espacio terrestre conocido. n segundo tér ino, porque la actividad exploratoria y el grado de expansión de los pueblos europeos cristianos no tiene co paración con la islá ica. l caudal de infor aciones nuevas sobre el entorno inediato es reducido, incluso cuando se produce una a pliación sensible del conoci iento sobre el iso. Los viajes de los escandinavos por el tlántico septentrional hasta roenlandia, e incluso hasta el litoral nor tea ericano, carecen de trascendencia práctica y de influencia cultural, en la edida en que su existencia no se incorpora al acervo geográfico conte poráneo. l propio ábito europeo nórdico, en los bordes del ar del orte, sólo se incorpora de odo puntual y circunstancial. La traducción de rosio al inglés por parte de lfredo el rande de Inglaterra, en el siglo x, es enriquecida por el onarca con la introducción de los lugares y pueblos de estas regiones septentrionales (Lindeski, 1964). Sin embargo, la imagen cartográfica de estos territorios septentrionales, su localización y ubicación respecto del viejo undo, no tiene precisión hasta el final de la dad edia. s la época en que se incre enta la infor ación sobre estas áreas a través de las obras de laf y de . iegler, que incorporan la percepción de las tierras de Islandia, otia y Scandia. Su perfil definitivo no se preci sará hasta el siglo I.
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n últio lugar, porque falta en el ábito cristiano una literatura na rrativa si ilar a la islá ica, de tal odo que el género de viajes es escaso y el corográfico tardío o se liita a reproducir los estereotipos de la tradi ción secular. l contacto con la cultura islá ica per itió la a pliación progresiva de nuevos ele entos en esa representación del undo, que re nueva sus contenidos. parece una literatura corográfica de inspiración o de origen islá i co. e hecho, Idrisí elabora su obra para un onarca cristiano. Los auto res cristianos recogen e incorporan, a través de la influencia árabe, una creciente infor ación de origen clásico. Pero sólo en el siglo final de la dad edia surge una literatura equivalente del tipo del género de aravillas islá ico y del género de viajes, en que prevalece el interés por lo aravilloso. l iso tiepo que se extiende el género de los viajes, los re latos de los viajeros. 1.2.
UNA ESCASA Y TARDÍA LITERATURA COROGRÁFICA
La literatura corográfica no existe coo tal. Lo que se suele conside rar bajo este concepto es ás bien un conjunto de trabajos que uestran el tipo de conoci iento y el carácter de las prácticas espaciales durante esos siglos y que recogen la tradición cristiana de Isidoro de Sevilla y rosio. bien obras islá icas traducidas e incorporadas a los saberes cristia nos, a partir del siglo II. Se aproxi an a lo que se ha deno inado coro grafías sin llegar a serlo. n el caso de las obras de carácter corográfico se trata de obras ar caicas, en la edida en que reproducen el estado del conoci iento de la uy alta dad edia. s decir, las obras de Isidoro de Sevilla y la obra de rosio, conocidas a través del propio texto latino y de sus traducciones al árabe, que inspiran, a su vez, las obras islá icas. stas sirven de fuente para la uropa cristiana, coo ocurre con la deno inada Descripción de España del oro asis, el autor del siglo x, que es trasladada al portugués y castellano en el siglo XIII y se incorpora a las crónicas cristianas coetá neas, en el arco ya del interés renovado por el saber de los antiguos y del enriquecedor contacto con la cultura islá ica. stas li itadas fuentes ali entan la producción edieval hasta que la influencia de los textos islá icos y de los clásicos grecolatinos renueven el saber de las sociedades edievales europeas. n rasgo que distingue los si glos bajo edievales, cuando los grandes recopiladores recojan y agrupen los saberes del undo antiguo, para uso de los expertos y para uso del pú blico cultivado. n Francia, en le ania, en Inglaterra, en astilla, se ultiplican, a partir del siglo XII las traducciones al latín de las obras árabes, y las tra ducciones a las lenguas vernáculas, de las obras árabes y de sus traduccio nes latinas. n esas co pilaciones se sintetiza y ofrece a uno y otro públi co el saber sobre el cosos y entre esos saberes la representación del undo, tal v coo la trans iten los textos clásicos resu idos v traducidos. Es
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tos textos cultos o divulgadores se caracterizan porque abarcan un amplio espectro de saberes. La representación del mundo, incluso los aspectos físi cos del mismo, sólo son una parte de esas obras de carácter enciclopédico. Las obras enciclopédicas adquieren una popularidad excepcional a partir del siglo XIII, tanto las que se limitaban a recoger y copiar los viejos textos de la tradición medieval cristiana, como las que incorporaban el sa ber árabe y hebreo y con él la herencia grecolatina por la vía del islam. En ellas se resumen el saber sobre la naturaleza y con él el saber cosmográfi co y territorial recogido de esas fuentes. Obras técnicas, escritas en latín muchas de ellas, reservadas para la minoría más cultivada, en muchos casos. Pero también obras de divulga ción, vertidas o compuestas en lenguas vernáculas, que acercan al público cultivado la imagen de la naturaleza y del mundo. Obras como el Imago Mundi, de Honorius Inclusus y, sobre todo, el Speculum majus, de Vincent de Beauvais, con sus 80 libros -la gran enci clopedia de la Edad Media en la Europa cristiana- se convierten en tra tados de referencia en los últimos siglos medievales. Incorporaban conoci mientos transmitidos por los árabes, de las obras de Ptolomeo, en sus par tes dedicadas a la astronomía y cosmografía. No difieren de las obras de apariencia más general, como la General Historia de Alfonso X y De propietatibus rerum, del monje inglés Bartolo mé Ánglico, obras con notable difusión en los siglos bajomedievales e in cluso en los modernos. Otras equivalentes cumplieron una función similar, como De rerum naturae, de Alejandro Neckam. No difieren en lo sustancial. Otras muchas aparecieron en lenguas vernáculas como el Puch der Nature, del alemán Kunrat von Megenberg, Le Roman de Sidrach, en francés, o el propio Imago Mundi, en francés también. No son obras de geografía, ni incorporan contenidos que sus autores contemplen como geográficos. Ni siquiera los denominados Mappemundi, como el denominado, por los eruditos españoles, mapamundi de Isidoro de Sevilla, romanceado en el siglo XIII . Ni siquiera se les puede aplicar el calificativo de corografías, al modo de las islámicas, traducidas algunas, en el entorno de Alfonso X y del rey de Portugal. Para sus autores y para la sociedad medieval formaban parte de una imagen o visión del mundo, como una unidad. El tamiz religioso, teológico incluso, filtra la mayoría de estas obras. Eran obras de clérigos, de teólogos, que se introducían en los textos anti guos en la medida en que consideraban que éstos encerraban los saberes necesarios para esa interpretación del mundo natural, sus propiedades, sus cualidades, sus poderes. Proporcionaban las claves para comprender o ilus trar los textos sagrados cristianos. Trataban de descubrir los signos o sím bolos escondidos u ocultos en el mundo natural. Dentro de ellas se recoge, como un aspecto más del mundo, su repre sentación, reducida al esquema de las tres partes, es decir, los continentes, con sus países y regiones, de acuerdo con los textos clásicos. Las modifi caciones, en lo que concierne al entorno contemporáneo de los recopila dores, se limitan, en muchos casos, a su propio país. Es cierto que intro-
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ducen, desde el siglo XII, pero con gran intensidad en el siglo XIII, las nue vas ideas, hablan de la Tierra como globo o esfera, extienden imágenes plausibles de la redondez del planeta. Se transmite la imagen del mundo con su estructura continental tri partita, y su multiplicidad territorial de países y regiones. Se incorporan a las viejas descripciones del pasado los territorios y países próximos con temporáneos. Cada autor o recopilador introduce aquellos que le son más conocidos, más i mediatos. Se interesan por una imagen o representación del mundo vinculada con la naturaleza y respaldada por el prestigio de los antiguos y su sabi duría. Ahondan en una representación cuyos rasgos básicos les son cono cidos. Los fragmentos de los textos antiguos y los textos árabes, les permi ten ampliar su esquemática imagen del mundo y acceder a elementos no vedosos como la redondez de la Tierra. La tierra es redonda, dicen, y el hombre podría darle la vuelta si no encontrara obstáculos, del mismo modo que la mosca rodea una manzana. Resaltan que si se hiciese un agu jero de parte a parte de este globo se vería el cielo a través de él. Son elementos que traslucen una cierta dimensión de asombro y por tento. Los mismos que animan una tardía literatura de viajes, en la que conviven el culto a las maravillas y la descripción de lo exótico.
1.3.
LA TARDÍA LITERATURA DE VIAJES Y PORTENTOS
La literatura de viajes medieval no tiene la entidad del mundo árabe y no presenta los rasgos de género que distingue la producción islámica. Res ponden en mayor medida al tipo de diario de viaje, con una información más pobre. La producción de interés geográfico se limita a escasos ejem plos, pero que se parecen poco a los itinerarios y rihlas islámicos. El conocido Codex Calistinus, obra de un autor francés, Aymeric Picaud, en el siglo XII, referido al camino de Santiago, es un excelente y tem prano ejemplo de este tipo de obras, que no son diarios del viaje sino sim ples guías prácticas para el viajero. Está ausente de ellas el sentido litera rio, la dimensión del entretenimiento, así como la dimensión descriptiva, corológica, que aparece en los autores islámicos. Sólo en los últimos siglos del medievo y sobre todo en el XV, las obras de viajes se hacen más frecuentes, a la par con la mayor frecuencia del via je. Género que corresponde, por una parte, con el modelo de la obra des criptiva, diario o compilación de viaje, o reseña de tipo itinerario, a imita ción, en cierto modo, de los viajes a La Meca. Relatan reales o ficticios via jes a Tierra Santa. Están en relación con la apertura del Oriente próximo en los tiempos de la denominada conquista de Ultramar, es decir, Las Cruzadas, a partir de la conquista de Jerusalén en 1099. Responden, dentro de este mismo espíri tu, al intento de establecer contactos con los mongoles y pueblos asiáticos, por razones comerciales y, sobre todo, por razones religiosas, en el mo mento en que los musulmanes reconquistan la ciudad santa de cristianos
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y judíos. Se extiende un espíritu de isión que ueve al papado al envío de e isarios hacia las cortes orientales para predicar el cristianis o y to ar contacto con los vencedores de los turcos, es decir, los ongoles (Kappler, 1999). n este contexto se desarrolla el género de viajes propio de la aja dad edia, influido ta bién por las obras árabes. sta influencia se traduce en la aparición y difusión de una literatura de ficción asociada al viaje y a la descripción de países y pueblos. l undo exótico adquiere una gran resonancia. Las descripciones de los árgenes del undo co nocido per iten el desarrollo de un género a edio caino entre la des cripción corográfica y la fantasía. a ás faosa de todas ellas, Il milione -l Libro de Marco Polo, ciudadano de Venecia-, que corresponde al siglo III, fue considerada literatura de ficción o fantasía ás que dia rio de viaje. Los viajes a ierra Santa de cristianos y judíos se hacen frecuentes desde el siglo II, con las ruzadas. escripciones verdaderas y otras enos tienen coo telón de fondo ese viaje por el oriente próxi o. xcepcional resulta el Itinerario (Massa'ot) de Benja ín de Tudela, un judío del siglo II, referido a sus viajes entre los años 1159 y 1173 a ierra Santa judaica, en que se aproxi ará hasta los confines de hina, si bien su obra apenas es conocida fuera del ábito hebreo. pesar de las difi cultades para los viajes a partir del siglo XIII, se antienen, al iso tiepo que el propio género se populariza. Obras como La Romería a la Casa Santa de un catalán, Oliver, en el siglo XV; o el coetáneo Viaje a Tierra San ta de Bernardo de Breindenbrach, foran parte de este género. iajeros coo illia Robruck, un franciscano fla enco, que recorre sia, en el siglo III, así coo Juan de Plano arpini, otro franciscano en viado por los papas a toar contacto con los ogoles, proporcionan rela tos de sus experiencias, en que ezclan lo objetivo y lo que respondía a una cierta concepción e imagen del mundo. El protagonismo de los frailes franciscanos es un rasgo de estos viajes. tro franciscano, dorico de Pordenone, per anece cuatro años en China entre 1324 y 1328.
Viajeros laicos, por una u otra circunstancia, proporcionan también el relato de sus experiencias. Johannes Schiltberger, un soldado bávaro pri sionero de los turcos, tras la batalla de Nicópolis, logrará volver a occidente tras varios decenios en tierras de Asia, en 1427 . El Viaje de Ruy González de lavijo coo e bajador del rey de astilla a la corte del ran a erlán, en 1403-1406, obra de un cortesano de Juan II, descubren el undo de los via jeros y las descripciones corográficas. iajeros diversos dejan ahora el testi onio de sus viajes, coo el barón León de Ros ithal de Blatna, un ciu dadano bohe io cuyas peripecias de viaje y observaciones precisas sobre los lugares de tránsito, a ediados del siglo , fueron recogidas por uno de sus aco pañantes. Los relatos se ultiplican. Son relatos, uchos de ellos, de indudable interés por sus infor a ciones, fruto de la experiencia directa, casi sie pre fidedignas y notables. l viaje de Piero uerini por tierras septentrionales, coo consecuencia de un naufragio, proporciona una realista y precisa infor ación sobre la na
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turaleza -en sus aspectos cli áticos y en su fauna específica-, y socie dad nórdicas, si bien algunos aspectos fueran conocidos con anterioridad. Por otra parte, surgen las narraciones de contenido novelesco, que se vincula con el género caballeresco y que coo tal es conte plada en su época. caballo entre el género de viaje y lo novelesco es una literatura en tre la descripción precisa de la experiencia del viaje y la fantasía con so porte territorial. l odo de la literatura islá ica si ilar, surgen nu erosas obras. Tendrán prolongación y excepcional éxito en el siglo I, ás en el arco de una literatura de entreteni iento, coo las obras de caballe ría, que en el de la producción geográfica. El iaje del Infante . edro de ortugal, istoria del Infante . edro de ortugal el qual anduvo las partidas del undo, publicado ya en el si glo XVI por óez de San steban, fue incluido en el género de caballerías, y aunque tuviera una base real, es un buen eje plo. Lo es ta bién la Cró nica del muy esforzado y esclarecido caballero Cifar. El de mayor fama será el Libro de las maravillas del mundo y del viaje de la Tierra Santa en Jerusalem y de todas las provincias y ciudades de las Indias, y de todos los hombres monstruos que hay por el mundo y muchas otras admirables cosas, de John de andeville, un excelente eje plo de la
literatura de aravillas árabe en el undo occidental ( eluz, 1988). ás conocido coo Viaje de Ultramar, se convirtió en un texto clásico de viajes. s la obra de un autor inglés que elabora un fantástico viaje por el undo sin overse de su casa. tilizó textos clásicos y relatos de viajes coetá neos, que ensa bló de acuerdo con las concepciones do inantes en su época. ozó, sin e bargo, de un gran prestigio, coo un texto de geogra fía. odos co partían la isa representación del undo que doina hasta el final de la dad edia, enriquecida con las nu erosas novedades que proporcionaron los textos clásicos. La ediocre y tardía producción cristiana de interés geográfico, en el ábito de la narración descriptiva y del viaje, contrasta con el que será ras go distintivo de las prácticas espaciales cristianas: su progresiva orientación hacia las necesidades de la navegación en alta ar. xigencias prácticas que indujeron una progresiva elaboración cartográfica, de naturaleza epírica, y que cul inará en la recuperación de la geografía de los griegos y de la tradición geográfica grecolatina. Se proyectó en una radical transfor ación del undo conocido, de la iagen del iso y de su representa ción y se tradujo en una creciente reflexión de carácter teórico, geren de las odernas actitudes científicas. Las raíces del oderno racionalis o arrancan de estos siglos. l i pulso racionalista que distingue los últi os siglos de la dad edia en uropa occidental no ahorró al saber práctico sobre el espa cio. Por el contrario, éste tuvo un protagonis o relevante en ese proce so de racionalización. La incidencia de la razón práctica coo i pulso hacia la reflexión racional sobre el undo natural constituye un rasgo distintivo de las sociedades europeas edievales. el interés por el undo sensible que distingue la filosofía natural contribuyó a consolidar esa evolución.
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El camino seguido estuvo determinado por las necesidades de unas sociedades que se aventuran a viajar y que utilizaron de forma crecien te el mar para relacionarse. El «arte de navegar» y sus exigencias indu jeron a ahondar en el estudio de la naturaleza. Ayudaron a descubrir y valorar el saber cosmográfico y la geografía cosmográfica de los anti guos, e impulsaron la búsqueda de estos conocimientos clásicos, exigi dos por la propia práctica. Representa el tránsito del simple arte de na vegar a la cosmografía.
2. Del arte de navegar a la cosmografía Serán las necesidades impuestas por la navegación marítima, activi dad en plena expansión, tanto en el Mediterráneo como en el Atlántico, las que transformen el horizonte geográfico del ámbito cristiano. Tienen rela ción con la renovación de las técnicas del «arte de navegar». Afecta a las técnicas de construcción naval, que se traducen en los nuevos tipos de em barcación, adaptados al desplazamiento por el océano, y a los instrumen tos de ayuda a la navegación, sobre todo cuando ésta se hace oceánica. EL IMPULSO PRÁCTICO: LAS NECESIDADES DE LA NAVEGACIÓN
El estímulo de las necesidades prácticas, que surge de la navegación de altura, aguijoneó la búsqueda de nuevas herramientas para determinar el rumbo y establecer la posición de los navíos. Se completó con el progresivo desarrollo de una renovada cartografía, cuyos productos empiezan a hacer se patentes desde el siglo XIV. Sin embargo, tienen antecedentes notables en los siglos anteriores, al menos desde el siglo XI, en que se producen algunas representaciones cartográficas destacadas. Evidencian el conocimiento de al gunas de las fuentes antiguas. Ponen de manifiesto el conocimiento más ri guroso del entorno inmediato, sea el mar del Norte o el Mediterráneo occi dental. Se manifiestan en numerosos aspectos cuya suma, en poco tiempo, proporcionó un cambio sustancial en las condiciones de navegación. Se percibe en ámbitos tan diferentes como la determinación de los rumbos o derrotas, gracias a una rosa de los vientos mucho más precisa y al uso de la brújula; el establecimiento de la posición por medios astronó micos; el empleo de cartas náuticas para seguir los derroteros; la utiliza ción de instrumentos de medida y el recurso a la medida; nuevos medios para el control de los navíos, nuevas técnicas para aparejarlos y nuevos ti pos de embarcaciones. Un cúmulo de cambios en apenas tres siglos. La navegación oceánica, por el mar del Norte y de Irlanda, aportó una rosa de los vientos muchos más completa, respecto de la prevaleciente en el Mediterráneo. Los ocho rumbos tradicionales, heredados de la Antigüe dad, se convierten en treinta y dos. Hicieron posible una mayor precisión y rigor en los rumbos y derroteros gracias a la experiencia náutica de los mares septentrionales.
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En el mar del Norte y de Irlanda, los navegantes utilizaban deno minaciones propias, Norte, Sur, Este y Oeste, que combinaban entre sí para obtener un mayor número de rumbos. Como señalaba Alonso de Santacruz en el siglo XVI, «nuestros mareantes... tratan esto muy por del gado, de más de ocho (rumbos) que hazen principales exprimen otros ocho medios y otras dieciséis quartas». Es decir, un total de 32 rumbos o vientos. El mismo autor resaltaba la significación y las condiciones del cambio producido: «los antiguos fueron tan cortos en asentar vientos porque no na vegaban por tan espaciosos mares como es el Océano, que da gran ocasión para ello, ni tomaban por tan delgado las derrotas que han sido ocasión y materia de tantos vientos como hoy se usan». Denominaciones que fueron incorporadas de forma progresiva por los marinos y cartógrafos de la Europa meridional, por intermedio de los ma rinos franceses del golfo de Gascuña, que las usaron, al menos, desde el si glo XI. La introducción de la nomenclatura y procedimientos anglogermánicos en la Europa meridional se produce en el siglo XIV. En el siglo XV las emplean los portugueses y el propio Colón. Su uso se generalizará en el XVI, como lo muestra Alonso de Santacruz. Suponía la posibilidad de incrementar la precisión de los rumbos o de rrotas de los navíos, al mismo tiempo que el perfeccionamiento de la cartografia en el momento en que se incorpora esta rosa de los vientos a las cartas marinas. El uso de la brújula permitió rumbos más afinados. Rai mundo Lulio nos indica, en el Fénix de las Maravillas del Orbe, escrito en 1286, que el empleo de la brújula era habitual en las costas mediterráneas en el siglo XIII. La indicación del Norte o Septentrión en la rosa de los vien tos en las cartas náuticas muestra la influencia del uso de la brújula y su papel en la nueva percepción cartográfica que sustituye el Oriente tradi cional por el Norte. De forma progresiva surge el interés por medir de forma más preci sa, distancias y tiempos. Se pasa de un control variable del tiempo diur no, a la preocupación por medir el tiempo, que desemboca en el perfec cionamiento del reloj y la aparición del reloj mecánico, incorporado al vivir cotidiano. El reloj situado en la iglesia como medidor del tiempo y regulador del discurrir ciudadano tuvo una notable significación social, resaltada por los contemporáneos. Dos componentes de la realidad, el es pacio y el tiempo, cuya valoración apunta la nueva mentalidad del final del mundo medieval. La mejora de la precisión y seguridad en la navegación procede tam bién del cambio en la medida de la distancia. Se impulsa la sustitución de las indefinidas jornadas por la más acotada milla o legua. La medida tradicional de la distancia, en la navegación, consistía en el número de jornadas o días de viaje, que no dejaba de ser aproximada e imprecisa, aunque el uso y la práctica pudieran establecer su habitual equivalencia en millas. En los siglos bajomedievales se mejora de forma notoria con el recurso y empleo de la distancia en unidades de medida regulares, como la milla y la legua, basadas todas en la milla romana.
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La referencia a estas unidades en los apas contribuyó a incre entar su fiabilidad y precisión. La distancia se integra en la representación car tográfica a través de la escala. La escala gráfica, en illas o leguas, se in corpora a la construcción cartográfica de los arinos, coo un ele ento propio de ésta, que per itió un ajuste ás riguroso de las derrotas y las distancias. finales del siglo debió introducirse el epleo de instruentos para evaluar la distancia recorrida, del tipo de la «corredera», en orden a ejorar el cálculo a la estima; si bien su uso no debió generalizarse
hasta finales del siglo XVI. l recurso a deno inaciones ás si ples y co pletas para la rosa de los vientos y la evaluación ás precisa de las distancias, proporcionó las bases para una representación de las costas con un grado de perfección inco parable respecto de épocas anteriores. sí lo evidencian las construc ciones cartográficas bajo edievales. l undo cristiano adquirió una iagen ás precisa del contorno del editerráneo y de las costas atlánticas entre ibraltar y el ar Báltico. La elaboración cartográfica, en lo que con cierne al perfil litoral, se equipara a las ejores obras de la cartografía oriental y sobrepasa lo alcanzado en el undo antiguo. La producción de cartas arinas no tiene relación con las seculares representaciones cos ológicas. stas no constituyen representaciones car tográficas. Responde a una concepción del undo. sí lo evidencia la per sistencia de los apa undi cos ológicos hasta el siglo , como ilustra ciones de libros de oración y libros piadosos, con Jerusalén coo centro y o bligo del undo, y en un contexto si bólico religioso. o obstante, provocan el tránsito desde las representaciones cosológicas propias de los Beatos, de carácter convencional, a la nueva carto grafía apoyada en la experiencia y la edida. La aparición de las cartas de arear o portulanos significa la búsqueda de la precisión y verosi ilitud exigidas por la práctica arina. Se convierte en un rasgo destacado de la producción cartográfica de los dos últi os siglos edievales. La aparición de la cartografía se vincula a la elaboración de cartas arinas o cartas de arear. La confección de cartas arinas o cartas de arear, se convirtió en una actividad cuya de anda provenía de las necesidades de la navegación. Tradición cartográfica edieval que surge y se desarrolla en el undo cris tiano y que tiene en el ábito editerráneo su áxia expresión, vincu lada con una actividad aríti a expansiva. aracterizó a diversos puertos y entornos de la cuenca editerránea, bajo el i pulso de venecianos, genoveses, franceses, catalanes, castellanos y portugueses, principales clien tes de esa actividad, patente desde el siglo III. l producto ás destacado, pero no el único, de esta actividad fueron las cartas de navegar, deno inadas portulanos. on éstos se inicia el pro ceso de construcción de una cartografía preocupada por la precisión. Pre ocupación que se inserta en la renovación de las actividades arineras.
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2.2.
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LAS CARTAS DE NAVEGAR: LOS PORTULANOS
Los «portulanos» mediterráneos constituyen un tipo de representación cartográfica para uso marino, o carta de marear. Está basada en la aplica ción a la figuración o dibujo de las costas, del rumbo, derrotero y distan cia, junto con una notable calidad y finura del dibujo del perfil litoral. La rosa de los vientos, que algunas cartas iniciales no incorporan, localizadas en varios lugares de la carta, las largas líneas indicadores de los rumbos y el detallado perfil costero son rasgos destacados de este tipo de construc ción cartográfica. Añaden una abundante toponimia litoral, en latín o ca talán, y una creciente información escrita sobre territorios. Se difunden en los siglos XIV y XV y se prolongan hasta el siglo XVII. Una profusa decoración suele ocupar los bordes de la carta y el in terior de los amplios espacios continentales, sobre todo en los de factura catalana. Éstos son adornados con iconografía que representa ciudades, animales, personajes, entre otros elementos. Se añaden las banderas o es tandartes que son propios de los territorios o reinos correspondientes. Se incluyen imágenes de reyes, complementados con información escrita re ferida a cada territorio o región. El portulano resulta una obra a medio camino entre el producto preciso de la racionalización cartográfica y la obra de arte artesana. Desde la primera «carta pisana» de 1300 hasta los ejemplos del si glo XVII se desarrolla una intensa producción asociada a los centros car tográficos y marinos mediterráneos. Corresponden sobre todo a italianos -genoveses, pisanos, venecianos-, como principales agentes y poten cias marinas bajomedievales ( Campbell, 1987). Ellos parecen ser los ini ciadores de este tipo de cartografía marina. Y, en relación con ellos, los catalanes y mallorquines. En particular estos últimos, que llegarán a identificar una destacada escuela o taller en la producción de este tipo de cartas náuticas. Las denominadas «cartas catalanas», de 1339 y de 1375, de A. Dulceri la de la primera fecha, y de J. Ribes, la del último año, trazadas en pergamino o vitela, con dimensiones próximas al metro de longitud por 0,75 m de anchura, son representativas de los portulanos del siglo XIV. Se aprecia en ellas un carácter práctico, perceptible en su actualización per manente. Incorporan las nuevas tierras conocidas tras los viajes explorato rios de los marinos, o precisan el contorno y ubicación de otras conocidas. La de 1339, que carece de rosa de los vientos, proporciona una ima gen de Europa y norte de África, de indudable precisión en relación con la época, y una rica información descriptiva por medio de la toponimia. Re coge la nomenclatura costera desde el norte de Noruega hasta el cabo Nun -es decir, el cabo Draa- en la costa occidental africana. Incluye dos de las islas Canarias e incorpora desde las costas atlánticas hasta el mar Cas pio, «mare de Bacu o Caspium». La carta de 1375 se atribuye al taller de los Cresques, una familia ca talana, hebrea, encabezada por Cresques Abrae, dedicada a la construcción de instrumentos de navegación y cartas marinas. El hijo de Abrae, Jafuda
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Cresques, convertido y bautizado como Jaume Ribes tras las persecuciones a los judíos de 1391, trabajó en la producción de este tipo de cartografía y en la de instrumental técnico para la navegación, incluidas brújulas. Al de sempeño de esta actividad alude el «jueu buxoler» con que se le reconoce. La carta que elabora es más sintética en la información toponímica que la de 1339. Aparece en catalán e introduce los nuevos conocimientos adquiridos en la costa africana, como muestra la referencia al viaje del na vegante catalán Jaume Ferrer, a la desembocadura del Río de Oro, cinco grados al sur del famoso cabo de Non, límite de la carta de 1339. En ella se encuentran ya al completo las islas Canarias. Tradición cartográfica que mantiene Gabriel Valseca, autor de una car ta náutica fechada en 1439, que incorpora las tierras reconocidas por los portugueses en las costas occidentales africanas. Tradición a la que perte nece también el Planisferio de B. Pareto, de 1455, en pergamino como las anteriores, de casi metro y medio de longitud por 70 cm de anchura. Tra dición que se prolongará en los siglos posteriores, a través de verdaderas estirpes familiares, como los Oliva. Tradición en la que se encuentra la Car ta o mapamundi de Juan de la Cosa de 1500, que incluye ya el perfil de las nuevas tierras en el entorno del Caribe. Las necesidades de la práctica marina impulsaron, también, la bús queda de nuevas técnicas en el «arte de navegar». Estimularon, asimismo, inquietudes de otro orden que significaban el tránsito del hacer empírico a la reflexión teórica y el vínculo entre ambos. Es el camino que conduce a la recuperación del saber de los antiguos. 2.3.
EL «TRATADO DE LA ESFERA»: EL SABER TEÓRICO
Las necesidades prácticas de la navegación oceánica impulsaron las técnicas del «arte de navegar» también en su vertiente más teórica. Practi car una navegación fuera de la vista de la costa exigía medios para deter minar la posición de la embarcación, para evaluar la distancia, para cali brar los rumbos. La disponibilidad de la brújula había dado a la navega ción seguridad para el mejor cálculo y seguimiento de los rumbos. Para es tablecer la posición de los navíos en alta mar, condición para una navega ción de altura liberada de la servidumbre de la costa, se necesitaban re cursos de otro orden. Eran necesarios medios técnicos instrumentales, imprescindibles para determinar las posiciones del Sol y de las estrellas. Evaluar la altura del Sol, de la Luna y las estrellas, tener conocimiento de sus posiciones en dis tintos lugares y estaciones del año, en orden a poder así determinar la la titud, exigía instrumentos apropiados. Eran exigencias que afectaban, tan to al instrumental apropiado para realizar las observaciones y cálculos as tronómicos, como a los presupuestos teóricos y a las bases de información disponibles para su uso en alta mar. El perfeccionamiento de los instrumentos empleados para la determi nación de la altura del Sol, para el cálculo de los arcos y círculos celestes,
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para la observación de las estrellas, se acelera en esos mismos siglos, ha ciendo posible aproximaciones más precisas, del orden del medio grado. La fabricación de los mismos se convierte en una actividad destacada de talle res que se especializan en esta labor, como ocurre con los Cresques. Se me joran unos instrumentos, como el astrolabio, y el cuadrante; se inventan otros nuevos, como la lámina y la ballestilla o báculo de Jacob, antecedente del sex tante, atribuido al judío provenzal Levi ben Gerson, en el siglo XIV , aunque algunos autores consideran este instrumento ya inventado en Oriente. Las nuevas necesidades exigían también conocimientos teóricos de ca rácter astronómico y de orden matemático, para la adecuada determina ción de las posiciones de los cuerpos celestes. El uso de los instrumentos se basaba en el conocimiento de la posición de los astros en cada momen to del año. Era preciso calcular estas posiciones para cada lugar conocido, con indicación de sus coordenadas. Había que ordenar esta información para su uso, puesto que tenía como objetivo permitir a los navegantes es tablecer sus propios cálculos y determinar su posición. Las informaciones requeridas se disponían en tablas, es decir, cuadros ordenados, para uso práctico. La elaboración de estas «tablas» astronómicas, con la información de los diversos acontecimientos y fenómenos celestes, adquiere, en los siglos bajomedievales, un desarrollo notorio. Su máxima expresión fueron las lla madas Tablas Alfonsíes, elaboradas en el siglo XIII, producto de la corte de Alfonso X el Sabio, de Castilla. Su antecedente estaba en los trabajos de los cosmógrafos y astróno mos árabes, en particular los del grupo o escuela de Toledo, en el siglo XI . La tradición árabe y hebrea contaba con obras de este tipo, como las de Azarquiel y las del judío del siglo XII, Rabí Abrahan ben Ezra. El puente o punto de contacto, entre los siglos x y XIII, fueron Ripoll y Toledo. En es tos lugares se produjo el tránsito del saber árabe, que incorporaba la he rencia griega, hacia Occidente. Los primeros tratados europeos sobre el astrolabio se elaboran en la abadía de Ripoll, en Cataluña, a caballo de los siglos x y XI , a partir de obras árabes. En Toledo, en el siglo XII se produce un intenso movimiento cultural bajo el impulso del arzobispo don Raimundo. Se plasma en una auténtica escuela de traducción del árabe al latín. Permitió entrar en con tacto con una parte de las obras grecolatinas y con las producciones islá micas y hebreas en el ámbito teórico y técnico. En ella trabajaron Alí ben Jalaf y el judío converso Juan el Hispalen se, junto a Domingo Gundisalvo, arcediano de Segovia, Roberto de Retines, Hermann el Dálmata, Daniel de Morlay y G. de Crémona. Éste traduce al latín las Tablas astronómicas que se van a conocer como Tablas Toledanas. Traduce también la Syntahsis mathematica de Ptolomeo -el Almagesto de los autores medievales-, así como otras muchas obras vinculadas con la matemática y cosmografía clásica (Millás, 1949). Obra clave, el Almagesto, en la medida en que aportaba los conoci mientos astronómicos y los principios básicos de la cosmografía grecolatina, como reconocía Alfonso X el Sabio. Éste se refería al geógrafo griego,
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coo «el que departió del cerco de la tierra ejor que otro sabio fasta la su sazón». tras uchas obras del undo clásico, de astrono ía, de cosografía, ate áticas, entre otros ca pos, pasan en ese oento del ára be al latín. La tarea cul ina en el siglo XIII, en el entorno de este onarca caste llano, en el que expertos árabes, hebreos y cristianos proceden a una labor de recopilación, traducción y elaboración de un aplio conjunto de obras, que plasa en traducciones, co pilaciones y nuevas producciones, coo los Libros del Saber de Astronomía. Los Libros del Saber co pendiaban la historia del cielo y la geografía astronó ica. Recogían el conoci iento cosográfico oriental, e incorporaban el saber teórico-práctico sobre la cons trucción de los instru entos de precisión para la observación y el cálculo, desde el astrolabio al reloj.
Conocimientos astronómicos y cosmográficos heredados de la Anti güedad, fueron recogidos y corregidos, en su caso, por árabes y judíos, principales protagonistas de esta labor. Jehuda ben Mosseh Ibn Cohen y Juan Daspe tradujeron del árabe el Libro de la Ochava Sphera e de sus XLVIIIfiguras, de Al Sufí. Fernando de Toledo tradujo el Libro de la Alcahefa, de Ar Zarquiel, con las rectificaciones introducidas por Bernardo el Arábigo, referido a la construcción del astrolabjo. D. Abrahem Jehudah ben Mosseh Ha Cohen pasó del árabe al romance el Libro complido de los in dicios de las estrellas. Rabí Samuel Ha Leví escribió el Libro del Relogio de la Candela, en la que incluía el Libro de las Armiellas, que trata del mejo rado astrolabio universal de Azarqujel, descrito en el Libro de la Azafea. n las deno inadas Tablas Alfonsíes se recogían, con referencia al eridiano de Toledo, cuyo cálculo se había hecho por procedi ientos astronó icos, las coordenadas geográficas de un gran conjunto de lugares. Se incluyen ta bién los datos astronó icos correspondientes, con las decli naciones y otras observaciones, esenciales para la construcción de las car tas y para la propia navegación. Las Tablas Alfonsíes prolongarán su utilidad hasta el siglo , cuando Johannes egjo ontanus (1436-1476) el cos ógrafo ale án, co pile unas nuevas, basadas tanto en las obras anteriores coo en sus propias obser vaciones. Labor continuada por su discípulo, ta bién ale án, artín de Behaj , incorporado a la corte portuguesa. hasta que el judío castellano braha acuto co pile las suyas, ucho ás co pletas y basadas en cálculos astronó icos, la proporción de deter inaciones astronó icas es muy superior, así como la precisión de las mismas (Cantera, 1980; Laguarda, 1990). e ellas derivan los regimientos utilizados por los navegan tes castellanos y portugueses del siglo I. Las observaciones astronó icas se refieren a las posiciones de los astros, de las estrellas polar y circu polares, del Sol y la Luna. Se indican la altura que alcanzan respecto del horizonte, las declinaciones del Sol, e incluso las longitudes calculadas para cada lugar, de acuerdo con las diferencias horarias entre dos puntos, que expresan la diferencia de longitud entre abos. Las ablas lfonsíes proporcionaban esta infor ación sobre las posi ciones y altura de las estrellas, polar y circu polares, y sus odificaciones
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en relación con la precesión de los equinoccios. e tal odo que se podía deducir la latitud por la altura del Sol a ediodía, ediante los ábacos o cuadros elaborados, con tal fin, para los distintos días del año. siiso co prendían los datos de longitud corregidos, respecto de Ptolo eo, se gún los cálculos de zarquiel y de los propios colaboradores de lfonso . l trabajo teórico-práctico se convierte en una actividad destacada de los grandes centros intelectuales europeos, en astilla, en la orona de ragón, en Portugal, en le ania y en las repúblicas italianas. ontribuyó a ello la influencia árabe, la obra de los expertos hebreos y, sobre todo, el conoci iento y recuperación de las obras grecolatinas. Pri ero por esta vía de las traducciones islá icas de los geógrafos clásicos. ás tarde por vía directa, desde los propios originales griegos, en el oento en que éstos aparecen, es decir, son buscados, en las bibliotecas del I perio bi zantino. Su hallazgo consolidó una revolución ya iniciada y aceleró su de sarrollo. Supuso el reencuentro con la geografía clásica y la posibilidad de desarrollar el arte de navegar sobre ci ientos ás consistentes, ás ri gurosos, de carácter teórico. Los europeos de la aja dad edia dispusieron, gracias a las obras grecolatinas, de una interpretación y teoría del cos os. Les proponían un esquea de su estructura, de sus ovi ientos, de los fenó enos ás signifi cativos derivados de una y otros. Les indicaban su valor para deter inar la altura de los astros, así coo sus posibilidades para la práctica arina. e ahí que conoci iento cos ográfico y navegación se vinculen de fora estrecha: los «tratados de la sfera» y el «arte de navegar», coo se de no inaron en lengua ro ance, expresaban esta dualidad. urante siglos se rán el signo patente de la estrecha i plicación de uno y otro. Sobre todo en el oento en que el arte de navegar se enfrentaba a la realidad de un undo esférico. Es lo que explica el éxito de las obras edievales dedicadas a es tas cuestiones, coo la de Sacrobosco. es lo que explica el interés por la obra cos ográfica de Ptolo eo y el prestigio que adquiere en el siglo .
CAPÍTULO 5
LA BÚSQUEDA DE LOS ORÍGENES: EL HALLAZGO DE LA GEOGRAFÍA CLÁSICA El siglo XV representa un cambio radical en las condiciones de desa rrollo de los conocimientos geográficos en Europa y, para algunos, el ini cio de la etapa moderna de la geografía (Livingstone, 1996). Dos factores fueron determinantes en ese cambio: la recuperación de la tradición geo gráfica de los antiguos en sus fuentes directas, que culminaba un prolon gado esfuerzo de búsqueda del saber clásico, y la actividad exploradora y viajera que protagonizaron los europeos, tanto por el propio territorio como fuera de él, por tierra y mar. El hallazgo de las fuentes originales impulsó un excepcional movi miento de copia de las mismas: la mayor parte de los manuscritos conser vados con los textos griegos geográficos, astronómicos, matemáticos, y de otros campos, se corresponden con copias realizadas a partir del siglo XIII . Una auténtica fiebre copista se apodera de la Europa cristiana, que descu bre los ricos fondos conservados en las bibliotecas monasteriales bizanti nas, procedentes de la labor realizada en el siglo Ix. Las traducciones latinas y los comentarios sobre los textos clásicos se multiplicaron también en obras que se harán clásicas. Serán objeto de con tinuadas copias a lo largo de estos siglos bajomedievales y hasta el si glo XVI. La imprenta ayudó a su difusión. Durante doscientos años estu vieron marcadas por la autoridad de Ptolomeo en relación con el hallazgo y conocimiento de su Guía geográfica, que los traductores medievales con vertirán en Cosmografía o Geografía, según los casos. Los primeros pasos en el largo tránsito intelectual desde la cosmografía y representación del mundo a la geografía en un sentido moderno se esbozan en esta época. El Tratado de Cosmografía, obra del cardenal Pierre d'Ailly o Petrus Alliacus, recogía diversos trabajos de los inicios del siglo XV, como el famo so Tractatus de Imago Mundi, y el Epilogus mappae mundi, ambos de 1400, así como el Cosmographie tractatus duo, de 1398 a 1411. E incorporaba ya amplias referencias del texto de la Geografía de Ptolomeo. Obras glosadas por C. Colón, de cuya biblioteca formaba parte el tratado de P. d'Ailly. Tex tos más antiguos, como la obra de Bartolomé Ánglico y de Juan de Sacrobosco, se multiplican en traducciones y ediciones de imprenta.
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Tras de esa curiosidad se encuentra ta bién la autoridad del saber de los antiguos, considerado coo la áxia expresión del saber sobre el undo. l prestigio del undo antiguo explica la excepcional acogida dada a la obra geográfica de Ptolo eo.
1. De la cosmografía a la geografía cosmográfica El descubrimiento de la Geografía de Ptolomeo en una de las bibliote cas bizantinas a finales del siglo XIII tendrá una repercusión excepcional en el oento en que se conoce en ccidente. onoci iento que se produce cuando se tradujo al latín. na iniciativa que corresponde a un bizantino con habituales vínculos con los centros occidentales, anuel hrysoloras, y que ejecuta un discípulo de éste, italiano, iacoo d' ngelo, en 1406. La Guía geográfica de Ptolo eo, con el nobre de Cosmografía, se convierte en el texto geográfico de la antigüedad ás i portante conocido en el ccidente cristiano. La traducción incorporaba los apas de Ptolo eo, dibujados a partir del anuscrito griego hallado en onstantinopla, en el siglo XIII. Un bene dictino ale án, icolás er anus, será el principal de estos artistas o di bujantes que recrean las representaciones de Ptolo eo. La obra per itió el conoci iento de los funda entos de la concepción geográfica griega, coo representación del undo y de la Tierra habitada. portaba una iagen del undo, tal y coo lo conte plaban los an tiguos, de acuerdo con la versión ptole aica o cos ográfica, de carácter racional. Proporcionaba las claves teóricas y el étodo en que se asentaba esa representación del undo, cuyo reflejo había ali entado las represen taciones edievales. evolvía estas representaciones a un arco racional. n el caso de la Geografía de Ptolo eo, tiene lugar a partir de la pri mera edición de 1477, en Bolonia, con inclusión de los mapas, según el di bujo de icolás er anus. La obra de Ptolo eo rellenó de tierras, pue blos, islas y países, en parte subsistentes y en parte desaparecidos, la iagen del undo edieval. na nueva iagen de la Tierra se perfila ante las sociedades europeas, que afectan a su fora, di ensiones, tierras y ares y étodo de representación. uropa tuvo de ese odo acceso a una de las concepciones geográficas de los antiguos, la de carácter cos ográfico y cartográfico. portaban una interpretación plausible de la bóveda celeste, de los cuerpos y trayectorias de los isos, de sus relaciones, y de los vínculos entre éstas y el observador terrestre. l saber griego astronó ico y cosográfico representaba una siste atización de sus prácticas de navega ción y un soporte esencial para las isas. frecía un arco teórico para ubicar sus propias observaciones y para plantear nuevos interrogantes. s el hallazgo de la cos ografía, de la « sfera». Se asentaba la idea de la esfericidad de la ierra. Se disponía de una valoración de sus di ensiones, de acuerdo con los cálculos de Posidonio, trans itidos por Ptolo eo. l eridiano de 180.000 estadios -500 esta
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dios al grado, equivalentes a 78,75 k-, valor uy inferior al real, pro porcionaba las agnitudes terrestres. Se accedía a la distribución de las tierras conocidas con la hipótesis del océano exterior, que abría a la uropa de finales de la dad edia nuevas perspectivas. n saber que transita, por necesidad, por el filtro de los expertos, de los capacitados para introducirse en los textos clásicos y para interpretarlos desde el punto de vista conceptual y técnico. Las obras de carácter cosográfico se ultiplicaron en el últio siglo de la dad edia y se convier ten en obras de referencia para los navegantes. Los europeos de la Baja dad edia disponían de una interpretación y teoría del cos os, de su estructura, de sus ovi ientos, de los fenó enos ás significativos derivados de una y otros, de su valor para deter inar la altura de los astros. isponían de instru entos y étodo para una práctica cartográfica ás precisa. Sirvieron para orientar las estrategias que, en ese siglo, intentaban roper o evitar el aisla iento introducido por la expansión oto ana, en las relaciones con las Indias. La geografía cosográfica aparecía, con indudable oportunidad, en el undo occidental. ra una herra ienta de anifiesto valor econó ico y estratégico. La nueva iagen del undo, que aportaba la Geografía de Ptolo eo, daba consistencia a los proyectos de acceso a los ercados orientales por el sur de frica. La llegada al extre o sur de este continente, en dicie bre de 1487, por parte del portugués Bartolo é íaz, supuso la confir ación de la viabilidad del proyecto de alcanzar el Oriente, la India y los territo rios de las especias, el oro y las perlas, dando la vuelta al continente afri cano. ra el objetivo principal de las exploraciones atlánticas esti uladas desde la corte portuguesa, bajo el i pulso de nrique el avegante. asta el punto de que para algunos autores actuales es esta actividad la que ar caría el inicio de la geografía oderna (Livingstone, 1996). Per itía, de odo ás osado, sustentar los proyectos de alcanzarlos por el este, siguiendo el círculo de los paralelos, tal y coo habían pos tulado algunos autores clásicos y coo había expresado strabón. La aven tura colo bina tiene así los ingredientes decisivos y clave para su coprensión. La naturaleza genovesa de Cristóbal olón descubre los intereses profundos que ueven, en esos siglos, la exploración geográfica. etrás de ésta aparecen las potencias italianas, cuya presencia activa es una característica en la astilla atlántica, de finales de la dad edia, y en Portugal. Sin su aporte econó ico, social y político, no sería inteligi ble la actividad aríti a que se desarrolla en esa época. La tradición clá sica recuperada hacía posible plantear y aco eter, con funda entos ra cionales de viabilidad, el viaje por el círculo terrestre hacia el riente por ccidente, a través del ar exterior, del océano, coo habían sostenido los geógrafos del undo antiguo. l viaje significó un aconteci iento decisivo en la historia de la uanidad y para el desarrollo de la geografía oderna; un aconteci iento de efectos paradójicos. Por una parte, consolidaba y prestigiaba el saber geo gráfico que habían inventado los griegos. Por otra, provocaba una co pleta revisión de su concepción del undo, di ensiones de éste y distribución
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de sus distintas partes y territorios. De hecho, los descubrimientos de Co lón inician la destrucción de la imagen del mundo, es decir, de las concep ciones sobre las que se había asentado esa imagen a lo largo de la Edad Media. Copérnico, con su propuesta de hacer del Sol el centro del cosmos, completaría esa obra de desmantelamiento de los supuestos que sostenían las sociedades medievales. Hacia Oriente y hacia Occidente se produjo entonces un excepcional incremento de los conocimientos sobre la superficie terrestre, continental y oceanica. A corto plazo impulsó una acelerada renovación de la carto grafía, que impulsa la aparición de una cartografía moderna. Su influjo en la concepción geográfica y el desarrollo científico será más lento y tendrá un carácter más dilatado en el tiempo, si bien hay autores que no dudan en vincularlo con ella (Capel, 1994).
2. Los nuevos horizontes de la cartografía
Las necesidades de la navegación impulsaron el desarrollo del saber instrumental esbozado por los griegos, en particular el cartográfico, que ex perimenta, en poco más de un siglo, una rápida evolución, sobre la base de los presupuestos clásicos, desde las técnicas medievales de representación a las modernas. Representa un cambio sustancial de orden intelectual y de orden práctico, en la medida en que la representación cartográfica aban dona el marco de la experiencia, que subsiste todavía en la cartografía me dieval, para adentrarse en el de la abstracción (Jameson, 1991). El método de elaboración cartográfica del geógrafo griego se genera liza en el siglo XV. Andrea Bianco lo utiliza en su mapa de Europa en 1436; así como Paolo dalla Pozzo Toscanelli y Martín Behaim, o Martín de Bo hemia. Los nuevos mapas y globos terráqueos son elaborados de acuerdo con los datos y técnicas de Ptolomeo. A lo largo de dos siglos, los métodos del geógrafo griego impulsan el desarrollo de la cartografía. La reproduc ción de los mapas de Ptolomeo se acompaña de inmediato con nuevas ta blas o mapas de las áreas terrestres no conocidas por él o mal conocidas. Se hace acorde con su método cartográfico. Los autores se dedicaron a incorporar las nuevas tierras y mares y pre cisar las antiguas de acuerdo con el ampliado saber contemporáneo. Afec taba al viejo mundo, mucho mejor conocido en la Europa septentrional, en África y Asia. Afectaba, sobre todo, al nuevo, desde finales del siglo XV. Es la dirección en la que se aprecia un avance más nítido respecto de los si glos anteriores y la Antigüedad. En pocos años cambia de forma radical la imagen del mundo. África adquiere un contorno muy próximo a la reali dad en el mapamundi de Juan de la Cosa. La Europa septentrional perfila sus contornos de modo más verosímil. Se introdujo el uso de meridianos y paralelos, en la determinación de la longitud y latitud, para la ubicación de cada punto terrestre. Se impu sieron los métodos de proyección para la representación en un plano de una superficie esférica. Se abandonaba el ámbito de lo subjetivo, vincula-
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do al itinerario y el viaje, soporte del portulano medieval, para construir una representación del mundo objetiva. Es decir, un mapa, en el sentido mo derno del término, en la medida en que ninguna experiencia individual po día sustentarlo. Se abre entonces un nuevo horizonte para la representación cartográ fica, estimulado por la representación de las nuevas regiones. Su primera expresión son las denominadas Tabulae Modernae, utilizadas para repre sentar áreas regionales, que acompañaban a algunas de las primeras im presiones de la obra de Ptolomeo, realizadas en Italia. A través de estas re presentaciones los contemporáneos comienzan a tener una imagen reno vada y realista del mundo en su conjunto y de sus propios países. Producción que va unida a nombres como los de C. Clavus, danés, que inicia las denominadas Tabulae, en el siglo XV; Apiano (Petrus Apianus), un matemático alemán de la primera mitad del siglo XVI (1495-1552), autor de una Cosmografía publicada en 1524; o Sebastián Munster, un franciscano, autor de Cosmographia Universalis, que se publica en 1544, con una exce lente ilustración de grabados y mapas. Producción debida, sobre todo, a la escuela flamenca, con autores como Jacob Van Deventer (Iacobus Davant), cartógrafo conocido por sus mapas de los Países Bajos -como su Frisia antiovissima trans Rhenum provincia, publicada en Roma en 1566-; autor convertido por Felipe II en «geógrafo real», Mercator y Ortelius. El más destacado cartógrafo de esta escuela flamenca es Gerhard Kramer (1512-1594), más conocido como G. Mercator, autor de un Mapamun di publicado en 1569. En él incorporaba la proyección que lleva su nom bre, es decir la proyección cilíndrica conforme. Una obra que le convierte en la figura más relevante de la producción cartográfica del siglo XVI . Abraham Ortelius (1529-1598) -excelente grabador más que cartógrafo-, es su contemporáneo, dedicado a la publicación cartográfica desde 1547. En 1570 publicó el Theatrum Orbis Terrarum, concebido como una co lección de mapas, del orden del centenar en algunas ediciones, realizados por diversos autores. Constituye el primer atlas moderno -si bien el nom bre de atlas aplicado a estas colecciones se utilice más tarde, a iniciativa de Mercator-. Cada mapa, con grados de latitud y longitud, va acompa ñado por una explicación en latín. El atlas de Abraham Ortelius configura el panorama de las nuevas producciones cartográficas, tal y como se perfi lan a lo largo del siglo XVI. Sobre la herencia de Ptolomeo se anticipa el perfil de lo que será la cartografía moderna. El interés cartográfico es un rasgo destacado del siglo XVI, que se manifiesta también en otras obras, como la Civitates Orbis terrarum de G. Braun y F. Hogenbergius, recopilación de planos y vistas de ciudades de todo el mundo. Iban acompañadas con descripciones en latín de las mis mas. La primera edición corresponde a 1574. Interés cartográfico en el que participa tanto el gran público ilustrado como la propia realeza. Lo atesti gua el ejemplo sobresaliente de la protección que Carlos I y Felipe II otor gan a estos autores, que reciben el título de «cartógrafo del rey», las co lecciones cartográficas que reúnen y las iniciativas que promueven, en el caso de Felipe II (Kagan, 1982).
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La aplia experiencia arinera de esos siglos aportó un excepcional cúmulo de informaciones a añadir al viejo esquema heredado de los anti guos, del que se sienten deudores. n consecuencia, la época esti uló un creciente interés por estas cuestiones, que se abordan desde la platafor a que proporcionaban los autores grecolatinos y con la perspectiva que ofre cía un undo en plena efervescencia. staban espoleados por la necesidad de situar el cúulo de tierras y ares incorporadas al conoci iento de los europeos y, hasta entonces, desconocidas para ellos. Se produce la recuperación del tér ino «geografía». n principio tie ne la acepción de Ptolo eo, e identifica la concepción cartográfica de re presentación o iagen de la Tierra. Significa el reencuentro con la geogra fía cos ográfica. l concepto de geografía carece de precisión. Sirve para identificar la obra cartográfica. Se eplea coo equivalente a corografía y topografía. e ahí el diverso carácter de las obras «geográficas» del perío do renacentista. Por una parte, nu erosos trabajos que buscan integrar los nuevos conoci ientos sobre el orbe terrestre en el arco de la herencia griega. sta y el ejorado utillaje técnico desarrollado desde finales de la dad edia van a per itir el rápido perfecciona iento de los procedi ientos de re presentación de la superficie terrestre. Se trata por tanto de obras que de sarrollan la representación del undo en el sentido ás literal, a través de la cartografía. os ógrafos o si ples expertos en la navegación se afanan en ubicar con la ayor precisión posible, y deli itar con el ayor rigor, el perfil de las tierras y ares y la localización de los lugares. Incorporan el aluvión de nuevas tierras y ares, que venían a trastornar la iagen del undo co nocido por los antiguos y por tanto su representación de la Tierra. Los nuevos mapamundi y las representaciones regionales uestran la excepcional a pliación que se produce en esos decenios en la iagen del undo conocido, la Tierra habitada, extendida a lo largo del círculo áxio ecuatorial y del eridiano. uestran ta bién un conoci iento ucho ás preciso de los contornos y proporciones de las tierras e ergidas, así coo de su situación. Pero no ocultan las li itaciones que les afectan. Los errores persisten en sus coordenadas geográficas y por tanto en su ubica ción. Se antienen los efectos de las insuficiencias de los siste as de pro yección e pleados. Son evidentes las consecuencias en cuanto a las diensiones y localización, sobre todo de la longitud. Li itaciones que apa recen tanto en la faosa carta de Juan de la osa coo en el Islario de lonso de Santacruz, o en los grandes atlas italianos, holandeses y aleanes conte poráneos, de los siglos VI y XVII. La supre acía de los Países Bajos se antuvo en el siglo II, con sus ás reputadas obras, elaboradas en los talleres de ercator y sucesores y en los de los continuadores de rtelius. Se antuvo la producción de los atlas y de los apa undi, con si ilar factura a los del siglo anterior. Son realizados con técnica de grabado e ilu inados con color. La fa ilia ondius -Jodicus, yerno de ercator, y el nieto de éste . ondius- conti núan las obras del autor del apa undi. Los Jansonius, padre e hijo, ha-
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cen lo iso con la obra de rtelius, que co parten tanto los atlas coo las tabulae, es decir, las cartas regionales, cartografía ás propia de publi cistas o editores que de cartógrafos, ás cerca de la obra de artesanía edieval que de la producción oderna. s una cartografía que se antiene en la tradición ptole aica, aun que apunta los rasgos esenciales de lo que será la oderna cartografía, que se perfila a finales del siglo XVII en Francia. l signo del cabio es paten te en la obra de . Sanson d' bbeville, autor de la Géographie du Roi, Atlas nouveau contenant toutes les parties du monde, en 3 volú enes, co pues ta por un total de 320 cartas ilu inadas. n ella se dan los pri eros atis bos de las nuevas concepciones cartográficas. La representación de los eleentos físicos y de los lí ites territoriales y el creciente rigor en la repre sentación esbozan el tránsito a la oderna cartografía. n progreso que se produce en la propia Francia, entre los siglos XVII y XVIII , de la ano de los assini, geodestas y cartógrafos de la corte. Con éstos, en el siglo III , dará naci iento la cartografía oderna, de estricto carácter geodésico y técnico. Se basa en el perfecciona iento de las proyecciones y en la austeridad en el dibujo. l apa pierde su diensión pictórica y su co posición decorativa, para valorar la precisión y objetividad. Se introduce la tercera di ensión, no sólo con la considera ción de las altitudes, cuya edida se convierte en un objetivo definido, sino con étodos gráficos para su representación adecuada, desde las tintas hipso étricas a las curvas de nivel. Significa un salto cualitativo de prier orden, del que deriva la carto grafía tal y coo la entende os. La cartografía cabia de arte a ciencia, al iso tiepo que se convierte en una herra ienta clave del poder oderno, en un sí bolo del stado (Barnes, 1992). Supuso la definitiva se paración de la cartografía y la geografía. n salto y un progreso que tiene que ver con las transfor aciones intelectuales de esos siglos. Tardará ás en darse en la concepción geográfica. urante varios siglos, las obras que incorporan el tér ino geografía, así coo las consideradas coo propias de este capo, en la historiografía oderna, uestran, ante todo, la ca rencia de definición en que se debate este tipo de conoci ientos. Bajo el paraguas geográfico se cobijan conoci ientos y prácticas dispares, que res ponden a la tradición geográfica antigua y medieval.
3. Corografías y topografías La otra vertiente de la tradición o cultura geográfica clásica, la del dis curso sobre la Tierra habitada, tendrá un desarrollo ás equívoco. ezcla de la tradición edieval y de una herencia grecolatina al co prendida, carece de perfil propio. parece indiferenciada respecto de la istoria po lítica y de la istoria natural, en la tradición de Plinio. Se co prende ás coo una descripción de «las grandezas y cosas notables», en la tradición edieval. Carece de una concepción que la sustente y se debate en las con tradicciones de un saber que abarca desde los cielos a lo hu ano. La tra
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ducción de los clásicos, en particular de Estrabón, no significó la incorpo ración de las reflexiones del geógrafo griego. Entre la corografía y la his toria natural, la geografía carecía de entidad propia. 3.1.
LAS DIFICULTADES DEL DISCURSO GEOGRÁFICO
La producción catalogada de geográfica, en estos siglos, en la histo riografía moderna, comprende tanto obras de astronomía como sobre el
arte y técnicas de navegar (Gavira, 1932). Este carácter ilustra la tendencia histórica de las obras denominadas geografías, o consideradas como tales, en estos siglos. Están más preocupadas por la ubicación de los territorios del mundo antiguo que por el conocimiento del contemporáneo. Sin que escapen a esta valoración otro tipo de obras con marchamo geográfico, ha bituales desde el siglo XVIII, como los denominados Diccionarios Geográfi cos (Capel, 1981). Bajo el término geografía aparecen confundidos un conjunto de cam pos que abarcan desde la cosmografía a la topografía, según distinción do minante en el siglo xvi, que recoge la de Ptolomeo. La concepción cosmo gráfica domina durante mucho tiempo, en relación con el uso en la nave gación. Las obras españolas del siglo XVI lo hacen evidente. El Tratado del Esphera y del arte de marear, con el regimiento de las alturas: con algunas reglas nuevamente escritas muy necesarias, de Francisco Falero, que se pu blica en Sevilla en 1535; el Tractado de la Sphera que compuso el Doctor Ioannes de Sacrobusto, con muchas additiones, de Jerónimo de Chaves, edi
tada también en Sevilla en 1545, que se limita, como bien enuncia, a un comentario de la obra del famoso autor del siglo XIII, actividad habitual en tre los autores de los siglos modernos; el Breve compendio de la Sphera y de la arte de navegar, con nuevos instrumentos y reglas, de Martín Cortés, tam bién publicada en Sevilla en 1551, son ejemplos característicos de esta pro ducción cosmográfica relacionada con la navegación. El carácter cosmográfico, en relación con las necesidades de la nave gación, impulsadas por los nuevos descubrimientos, distingue a la mayoría de estas obras. Esta mezcla de contenidos distingue también a las que se denominan «geografías», título recuperado, o de las consideradas obras geo gráficas por la historiografía moderna. La Suma de Geographia que trata de las partidas y provincias del mundo, Assi mesmo del cuerpo spherico, apare cida en la misma Sevilla en 1519, de Martín Fernández de Enciso, es una de las primeras que incorpora el término de geografía. Proporciona la des cripción de los territorios que componen el espacio terrestre, y es precisa y válida en la localización y descripción de las áreas litorales. Sin embar go, resulta poco crítica respecto de las noticias sobre el interior continen tal. Acoge las fábulas propias de los siglos anteriores, difundidas por So lino, al tiempo que mezcla, como sus contemporáneos, los elementos de geografía con los cosmográficos. El carácter de saber indefinido, de confusión persistente en los conte nidos y en el objeto, la ausencia de concepción y de método, constituyen
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rasgos permanentes de las obras de estos siglos. Comparten la misma dis posición narrativa sin estructura. Muestran similar consideración de géne ro para el entretenimiento, como una literatura de curiosidades y exotis mos. Como aducía un autor contemporáneo, dicha materia no pasaba de ser «un género literario» dedicado a la enumeración, más o menos deta llada, de territorios, ciudades y curiosidades. Esto es, no trascendía lo que podemos considerar la corografía grecolatina y respondía a la tradición medieval de la literatura de maravillas o portentos. Como demuestra la producción bibliográfica, se trataba, en unos ca sos, de obras que continuaban el esquema de los tratados sobre la esfera, de ascendencia medieval. Se mantenían idénticas formulaciones y análoga confusión o mezcla con astronomía. Y se perpetuaba un equivalente enfo que de mera ubicación de noticias, en gran parte fantásticas, desde la ueva Descripción del Orbe terrestre, de J. Vicente del Olmo (1611-1696), a la obra de F. Giustiniani, El Nuevo Atlas universal abreviado o Nuevo com pendio de lo más curioso de la Geografía universal de 1755. Tono que caracteriza incluso obras de autores con mayor sentido crí tico, que denuncian el enciclopedismo dominante en los tratados geográfi cos, caso de Pedro Hurtado de Mendoza, un autor del siglo XVII .
3.2.
LA PERSISTENCIA DE LA TRADICIÓN MEDIEVAL
Entre las obras consideradas geográficas o comprendidas bajo este amplio paraguas se encuentran las de autores que disfrutaron de notable celebridad en su tiempo. En algún caso se las califica de científicas. Un ejemplo es Atanasio Kircher, un jesuita alemán del siglo XVII (1602-1680). Es un autor de numerosos trabajos, reputado como uno de los más desta cados representantes de la «ciencia jesuítica» de su época. Su concepción científica es ilustrativa de la persistencia de patrones medievales en la tradición intelectual del siglo XVII. Por una parte, en lo que supone la autoridad concedida a los textos religiosos. La obra de Kircher se apoya en el Génesis, aunque haga uso de las prácticas y conocimientos científicos de su época. Por otra, en la permanencia de una concepción de la naturaleza que se enmarca en la tradición medieval de macrocosmos y microcosmos. Su concepción está más cerca de la concepción medieval que de la ciencia de su siglo. Kircher aparece más vinculado a los esquemas de pensamiento medievales que a las actitudes intelectuales propias de su si glo (Jalón, 1996).
Mantiene Kircher una concepción medieval, organicista, que le lleva a considerar la Tierra bajo la analogía de los seres vivos. De ahí sus lucu braciones «acerca de las venas, arterias y cartílagos que tiene la Tierra a imitación del microcosmos», o cuestiones «sobre los montes del Geocosmos y su necesidad». Los fenómenos naturales los contempla desde un a priori: el de s «fi nalidad». Les atribuye un objetivo o función diseñada de antemano, que supone, implícita, la hipótesis del creador o artífice. El telón de fondo es
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el de su carácter de «producto» divino. El mundo como la obra prevista para servir de «habitación del género humano». Lo que le conduce a plan tearse, respecto de las mareas, «con qué fin la naturaleza lo ha constitui do», y al tratar de los seres vivos subterráneos, «con qué fin la naturaleza los constituyó». A estos rasgos se añaden los que afectan al método, a la credulidad. La recepción crédula de numerosas noticias sin crítica, la sustantiva creen cia en espíritus y demonios como agentes de la Naturaleza, entre otros, dis tinguen su obra, contemplada por diversos autores entre las de interés geográfico. El indudable interés de las obras de estos autores para valorar el es tado del conocimiento en su tiempo no debiera ocultar la ausencia de una concepción consistente. Las lucubraciones del propio Kircher, acerca del arca de Noé, descubren hasta la evidencia el abismo que separa la actitud intelectual de este autor de la del racionalismo contemporáneo suyo. Es este racionalismo el que introduce los primeros aportes para una transfor mación de la milenaria concepción de la geografía como representación del mundo. De ahí el interés de algunas obras que, por contraste, aparecen como indicadores, aislados pero expresivos, de las nuevas sensibilidades propias del mundo moderno y de su incidencia en el campo geográfico. Indican la aparición de nuevas actitudes intelectuales, de una nueva disposición men tal. Descubren el cambio profundo que se gesta en esos siglos, que permi tirá, al cabo de dos siglos, articular un nuevo discurso geográfico, vincula do con la nueva modernidad. 4. La geografía como sistema, el espacio como categoría
Esta circunstancia es la que explica que tales propuestas hayan teni do un notable eco en los geógrafos modernos. Éstos han identificado en ta les actitudes los primeros síntomas o esbozos de una geografía vinculada con el espíritu científico moderno. En esta tradición, construida por los geógrafos, y característica de lo que podemos considerar historia interna, destacan los nombres de B. Varenio y de I. Kant. Ambos han sido conver tidos en referencias destacadas en la historia de la Geografía. Una consi deración crítica muestra el distinto significado intelectual de uno y otro, desde la perspectiva geográfica. Por otra parte, evidencia la distancia que les separa de la geografía moderna. Las similitudes entre ambos son escasas. El esfuerzo de Varenio se orienta hacia una sistematización del propio saber geográfico, tal y como éste se presentaba en el siglo XVII. Lo nuevo es la actitud que descubre, el intento de construir un sistema. El resultado es una propuesta de delimi tación y de ordenación de los conocimientos comprendidos en el campo de las representaciones cosmográficas y geográficas, de acuerdo con postula dos o criterios explícitos. Lo que le hace aparecer moderno es una actitud metódica y la sistematización de los contenidos que considera geográficos.
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n ant, por el contrario, las cuestiones que tienen relación directa con el perfil de la disciplina, con sus contenidos y estructura, carecen de relevancia en su obra. oo señalaba Berdoulay, la influencia de ant en la geografía oderna responde ás a su filosofía que a su producción geo gráfica (Berdoulay, 1978). ant concentra su reflexión en un capo previo, el de la ubicación del conoci iento del espacio en el proceso de conociiento hu ano, y el del carácter de este tipo de conoci iento. sboza una reflexión teórica sobre el espacio. onvierte al espacio en una categoría del conoci iento. Reflexión que será utilizada por los geógrafos odernos con indudable trascendencia en el entendi iento de la eografía.
4.1.
LA SISTEMATIZACIÓN DEL SABER COSMOGRÁFICO: VARENIO
ernhardus arennius es un autor de origen ale án, del siglo II, asentado en los Países Bajos. sboza, sobre la base de la tradición cultural geográfica heredada de los griegos, los atisbos de una estructura de los conoci iento geográficos. porta un esfuerzo consciente para siste atizar el variado y disperso conjunto de conoci ientos que co ponían el género geo gráfico. s lo que expone en su obra ás conocida, la Geographia Generalis.
Propone una disciplina con dos grandes divisiones o raas, la general y la especial. La pri era orientada a la Tierra coo cuerpo celeste, sus dis tintas partes y características generales. La segunda dirigida a recoger la diversidad territorial de la superficie terrestre con sus co ponentes o as pectos de ayor significación, que los historiadores de la geografía suelen considerar equivalente a regional. La obra de arenio co parte, con sus antecesoras, la tradicional confusión de lo celeste y lo hu ano. La geografía resulta una ezcla de astrono ía, ate ática, geo etría, historia y otros saberes, sin una pre cisa traza ni un capo definido. rata los ovi ientos celestes, los fenó enos físicos de la superficie terrestre y los aspectos etnográficos de las poblaciones. Son rasgos que vinculan la obra de arenio con la tra dición cos ográfica de la geografía y con la tradición territorial de la isa. l aire de odernidad de la obra principal de arenio tiene que ver con los conceptos y vocablos que aneja. arenio aporta una concepción, la de una geografía coo discurso, es decir, coo estructura narrativa. l discurso se estructura según un orden deter inado: desde la constitución y partes de la ierra, pasando por las aguas (hidrografía) hasta la atósfera, en los capítulos que corresponden al ábito físico. punta una secuencia del estudio de los aspectos hu anos: desde la estatura, confor ación y color de los habitantes y sus hábitos ali enticios, hasta las cues tiones de su vida econó ica, costu bres, lengua, religión y grado de desarrollo intelectual. na actitud o talante siste ático, ordenador, que preludia, por una parte, el co porta iento científico y, por otra, el orden geográfico que se i pondrá siglos ás tarde.
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La obra de portentos o maravillas, en una exposición desordenada, deja paso a la sistemática consideración de aspectos definidos, que pueden ser ordenados en sus caracteres, que pueden ser comparados. Traslucen las nuevas mentalidades de la modernidad científica. Los componentes defini dos como objeto de la geografía daban a ésta un perfil propio. Integraba las tradicionales cosmografía, corografía y geografía como partes de una geografía concebida como sistema. Utilizaba términos de apariencia moderna, para identificar sus campos. La modernidad se esbo za en su obra en el tratamiento de sus elementos, influido ya por las nue vas actitudes y conocimientos científicos. Así se advierte al abordar los ras gos físicos de la superficie terrestre, que anticipa el perfil de la geografía física moderna, como lo resaltará, más tarde, A. de Humboldt. Representa un esfuerzo intelectual por establecer los principios de un método de exposición, más que de análisis. Su carácter renovador y su vin culación con el esfuerzo de racionalización, que acompaña la aparición de la ciencia moderna, queda ilustrado en el interés de Isaac Newton por su obra. El sabio inglés la publicó en Inglaterra en 1672. El aire de moderni dad, la sensibilidad para las nuevas corrientes intelectuales, que prefiguran la ciencia moderna, establecen una clara frontera entre la obra de Varenio y las de la mayor parte de los considerados geógrafos, coetáneos e, inclu so, posteriores. La obra de Varenio hay que entenderla como una excepcional y aisla da reflexión en el marco de la renovación intelectual, racionalista, del si glo XVII. Representa un ejemplo ilustrativo de la efervescencia intelectual de la modernidad. No obstante, no constituye un antecedente ni forma par te de una genealogía de la geografía moderna. Varenio pertenece a una tra dición milenaria.
4.2.
KANT Y LA GEOGRAFÍA: UN MARCO EPISTEMOLÓGICO
En la historia de la geografía moderna, la referencia a I. Kant, el gran filósofo alemán del siglo XVIII , es habitual. Para algunos autores, con una significación equiparable a la de Varenio y como un puntal decisivo en el desarrollo de la disciplina. La razón de esta consideración proviene de su condición de profesor de Geografía y de sus textos geográficos. La actividad geográfica de Kant se inicia con un breve opúsculo, en 1757, en que trata la naturaleza de los vientos del Oeste y su condición hú meda, relacionada con el tránsito por el océano. Se desarrolla con mayor amplitud en la Physische Geographie, con casi 300 páginas, en que se plas man sus enseñanzas, recogidas por uno de sus alumnos y colaboradores, Fiedrich Theodor Rink. Fue publicada en 1802, a instancias del propio Kant que, al parecer, había perdido sus propios cuadernos sobre la materia. Rink completó, en parte, la obra. Lo esencial del texto debe corresponder, no obs tante, con lecciones impartidas por Kant con anterioridad a 1780. La concepción de Kant de la geografía no representa ninguna innova ción. La Geografía física de Kant abordaba los aspectos físicos, pero tam
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bién la denominada geografía matemática, es decir, la vieja cosmografía, así como el mundo viviente y la propia especie humana. Incorporaba, al modo de la propuesta de la geografía especial de Varenio, la consideración corográfica del mundo, abordado en cuatro grandes partes o regiones, los continentes, con apartados específicos por países. Kant estructura su obra en una introducción teórica y varias partes o capítulos. La introducción ha tenido una considerable repercusión poste rior, por sus implicaciones epistemológicas. La primera parte está dedica da a la geografía matemática o cosmográfica. La denominada parte gene ral se centra en «la Tierra según sus componentes y le corresponde anali zar el agua, el aire y la Tierra». La tercera parte, denominada especial, tra ta de «los productos y criaturas de la Tierra». Comprende tanto los seres vivos, entre ellos la especie humana, como los minerales. La última la de dica a los territorios o países de las cuatro partes en que divide el mundo. Kant estructura su Geografía física en cuatro áreas o partes: la matemáti ca, la física, la biológica y mineral, y la corográfica. El carácter abierto de la geografía matemática y de la parte general, que descubre una actitud informada sobre el mundo natural, desaparece en la parte especial. Ésta queda reducida a un simple inventario, desordenado, de animales domésticos y salvajes y de minerales con similar tratamiento -que recuerda los lapidarios medievales,- incluyendo las razas humanas. Esta última pone al descubierto la concepción imbuida del viejo ambientalismo, que subyace en el pensamiento ilustrado y que Kant comparte. La au sencia de un esfuerzo sistemático o racionalizador es manifiesta. La parte corográfica representa una mera enumeración de países sin orden preciso, aunque sigue un itinerario continental, sin estructura expo sitiva ni de contenidos. Evidencia una óptica en que prima el interés por lo exótico, como parece inducirse de la notable extensión que dedica a Chi na, Siam y Persia. Se puede achacar al contexto cultural de su época, des lumbrada por estas sociedades orientales, en las que se cree reconocer va lores sociales y morales propios desaparecidos, añorados o ambicionados. Exotismo que se pone de manifiesto, también, en la extensión que dedica a las poblaciones indígenas de América del Norte. Llama la atención, en contraposición, las cuatro líneas que dedica a países como Italia, Francia, España, entre otros. Subyace lo que se denominará más tarde el síndrome de lo exótico. Las observaciones sobre los países responden más a una desordenada enumeración de curiosidades que a una descripción sistemática. Se yuxta ponen, en el mejor de los casos, informaciones precisas, de interés, con otras de mera curiosidad o intrascendentes. A título de ejemplo, las que de dica a España se reducen a señalar su escasa población -que vincula con la vida monacal, la colonización de las Indias, la expulsión de los judíos y musulmanes-, y la quiebra económica. Destaca, a continuación, que los asturianos presumen de su ascendencia goda, que los caballos son de bue na calidad y que los de Andalucía exceden a los demás. Termina señalan do que, en Béjar, existen dos fuentes, una de agua muy fría y la otra de agua muy caliente.
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La endeblez de las descripciones, la ausencia de una concepción o es quema básico, la mezcla de datos sobre población e informaciones pura mente pintorescas, o de rango etnográfico elemental, descubren la inexisten cia de un pensamiento geográfico moderno. Ponen de manifiesto, en cambio, la persistencia de la secular tradición medieval del género de maravillas, por tentos y cosas notables. El Kant geógrafo no inicia la moderna geografía, cul mina la vieja representación del mundo medieval. Resulta difícil contemplar en él un antecedente de la moderna geografía desde esta perspectiva. Son sus postulados sobre el conocimiento humano los que influirán en la concepción del espacio y de la geografía de los geógrafos modernos. Las consideraciones teórico-metodológicas que el filósofo desarrolla como introducción, respecto del conocimiento humano, sus formas, sus orígenes y su clasificación, sí han tenido notable repercusión. Recuperadas desde las filosofías neokantianas, y aceptadas en el cam po geográfico, proporcionaron a Kant una dimensión geográfica que des borda su trabajo geográfico (Hartshorne, 1958). Pero esto resulta de sus su cesores, que usan a Kant, no como geógrafo sino como soporte de sus pro pias filosofías. Se trata, por tanto, del Kant filósofo. Kant parte, para abordar la Geografía Física, de una cuestión previa, la del tipo de conocimiento a que corresponde y el origen y fuentes del mis mo. De acuerdo con Kant, el origen y fuente de nuestro conocimiento co rresponde o bien a la pura Razón o bien a la Experiencia. El conocimien to racional puro tiene su origen en la propia mente. El conocimiento ex perimental o de observación procede de los sentidos. Kant distingue, al respecto, en relación con el mundo de los sentidos, uno exterior, que tiene que ver con la naturaleza; y otro interior, que co rresponde al hombre. De acuerdo con este distingo, Kant asocia el mundo objeto de los sentidos exteriores a la Naturaleza y el mundo como objeto de los sentidos internos al Alma, es decir, al Hombre. Esta doble experien cia, la experiencia de la naturaleza y la del hombre, configura el conoci miento del mundo. Nuestro conocimiento comienza en los sentidos, dice Kant. Nos dan la materia, que la razón se limita a clasificar de una forma ordenada. El fundamento de todo conocimiento se encuentra en los sentidos y en la ex periencia, ajena o propia. Ampliamos nuestro conocimiento por medio de informaciones, que nos proporcionan la experiencia del pasado, como si nosotros mismos lo hubiésemos vivido, y la del tiempo actual, respecto de tierras y países, como si viviésemos en ellos. Concluye Kant, al respecto, que la experiencia ajena se nos transmite, bien como narración o bien como descripción. El proceso de ordenación de nuestras experiencias = conocimientos, es decir, el proceso racional, se produce de acuerdo con conceptos o según el tiempo y el espacio. La clasificación del conocimiento según conceptos es la que Kant denomina «clasificación lógica». La clasificación de acuer do con el tiempo y el espacio es la que llama «clasificación física». Por la primera tenemos un sistema natural, como, por ejemplo, el de Linneo; por la última, una descripción física de la naturaleza.
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Clasificación del conocimiento que ilustra Kant con el ejemplo de la lagartija y el cocodrilo. De acuerdo con la clasificación lógica, son con siderados como elementos de un género animal (especies diferentes). Se gún la clasificación física, son animales con hábitats distintos: el coco drilo como un animal anfibio del Nilo y la lagartija como un animal te rrestre ampliamente difundido. Contraposición que tendrá una recep ción destacada entre los neokantianos de finales del siglo XIX, como fun damento de su división de las ciencias en nomotéticas -las basadas en la clasificación lógica- e idiográficas -las sostenidas en la clasificación física-. Dualismo epistemológico que separa sujeto y objeto y que contrapone Hombre y Naturaleza. La dualidad epistemológica sustenta, en Kant, la dualidad de las disciplinas. El conocimiento del hombre conduce a la An tropología, según Kant. El conocimiento de la naturaleza a la geografía fí sica o descripción de la tierra. Para Kant, la geografía se reduce a la di mensión física o natural. Situaba Kant el conocimiento geográfico en el ámbito de la descrip ción. Y lo identificaba, en lo esencial, con la «descripción física de la Tie rra», es decir, con la «geografía física». Un campo que no se confunde, es trictamente, con la actual acepción de este término. Para el gran filósofo alemán, la descripción física es el fundamento del conocimiento del mun do. El mundo es el sustrato, el escenario en que se desarrolla el juego de nuestras habilidades. Es el fundamento en el que deben surgir nuestros co nocimientos. El mundo es la totalidad, el escenario, en el que se sitúan to das las experiencias. Corresponde a lo que él denomina la «propedéutica» en el conocimiento del mundo. La descripción de este mundo es el objeto de la geografía física. Una geografía concebida, en sentido estricto, como una mera «des cripción de la naturaleza y del conjunto del mundo», un marco general de la naturaleza, sus efectos y criaturas. Como ya advirtiera Quaini en el de cenio de 1970, al resaltar su identificación con la geografía física, y al apuntar la concepción kantiana que hacía de la geografía física «la base y fundamento de la geografía política, comercial e incluso moral» (Quaini, 1976). En efecto, la geografía física tiene para Kant el carácter de funda mento, de clave, sobre el que se articulan, desde una perspectiva de rango determinista ilustrado, las otras geografías o ramas que él acepta o distin gue, desde la «geografía comercial» a la «geografía política», la «geografía moral» y la «geografía teológica». Es decir, la geografía como un conoci miento de la ubicación. No trasciende Kant esta dimensión primaria de la geografía, deudora de la dominante cultura contemporánea, más próximo a Montesquieu que a Humboldt. No deja de ser paradójico, por ello, el que su pensamiento sea una referencia presente, de forma implícita, en la obra de Humboldt, y de modo expreso en una parte de los geógrafos del siglo XX. Aceptan lo esen cial de los postulados kantianos, los que hacían de la geografía una des cripción y los que la contemplan como la disciplina del escenario o habi tación del Hombre.
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El rastro de Kant forma parte, por consiguiente, de forma harto para dójica, del proceso de fundación de la geografía moderna, por una doble vía, la epistemológica y la conceptual. Como disciplina puramente des criptiva y como disciplina del escenario terrestre. En ambos casos ha per mitido a los geógrafos modernos utilizar su pensamiento como una refe rencia filosófica esencial de algunas de las alternativas propuestas en la geo grafía actual. A pesar de esta influencia, Kant como Varenio forman parte de una tradición cultural que durante miles de años construye y mantiene una re presentación del mundo cosmográfica y cartográfica. No forman parte de la geografía moderna. Pertenecen al mundo de las imágenes y represen taciones elaboradas por esas sociedades occidentales para su visión del cosmos.
5. Prácticas y cultura del espacio: las culturas geográficas
Durante miles de años las sociedades humanas ejercitan y desarrollan un saber del espacio que tiene que ver con las experiencias que les pro porciona su actividad cotidiana. Un saber de ubicación, de delimitación, de diferenciación, de atribución, sobre el propio espacio y sobre los espacios de otros grupos humanos. Es un saber que se manifiesta en tres instancias: en el ámbito empíri co, en relación con las observaciones que, sobre el entorno terrestre y so bre la propia vida social, acumulan; en el lenguaje, por cuanto el espacio y el saber sobre el mismo se construye como un complejo y estructurado conjunto de términos, que constituye una fracción significativa del lengua je en su totalidad; y en el mundo de los símbolos, porque la experiencia empírica y la construcción lingüística se integran en un sistema de repre sentaciones simbólicas, de carácter mental, que son las que dan coheren cia al conjunto de la experiencia. Las evidencias de este tipo de saber son múltiples en sociedades de muy diverso grado de desarrollo material y los testimonios del mismo surgen des de muy antiguo, como rastros materiales, como huellas lingüísticas y como manifestaciones simbólicas. Forman el sustrato de este saber del espacio que, en sus distintas formulaciones locales, comparte la especie humana. Tienen que ver con la ubicación, con la orientación, con la medida, con la delimitación territorial, con la identificación de elementos singula res del entorno, con la identificación del «otro», con la ordenación de es tas experiencias en esquemas socialmente inteligibles. Como saber univer sal constituye el fondo profundo de nuestra cultura del espacio. Cabe con siderarlo como una parte de nuestra cultura «geográfica». Si bien en sen tido estricto debemos reservar este calificativo para una específica forma de este saber, tal y como lo elaboraron los griegos del mundo clásico. La herencia griega configura una construcción elaborada de este sa ber más allá de la simple práctica y de la experiencia empírica. Esa cons trucción nos aporta una definición e identificación del objeto del saber es
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pacial, la ierra. n relación con ella esbozaron una descripción del iso que trasciende la evidencia cotidiana y un siste a de tér inos para esa descripción. onstruyeron una iagen del conjunto y de sus partes, que desborda lo in ediato del saber del espacio, la contingencia de la prácti ca, en una representación totalizadora y co prensiva. onstituye una pe culiar fora de cultura sobre el espacio que, con el nobre de «geografía», condiciona la aproxi ación al entorno terrestre de las sociedades occiden tales e islá icas. La particular interpretación que unas y otras hacen del legado grecolatino les per ite desarrollar un conjunto de hábitos, de i ágenes, de se guridades y de interrogantes, que tienden a interpretar o co pletar la re presentación del undo o cosos heredada. Pode os calificarlas coo «tradiciones» de la cultura geográfica occidental hasta el siglo III. Lo que se deno ina «geografía», en esos siglos, se identifica con esta cultura. o corresponde con una disciplina, ni siquiera con un capo de conoci iento. Lo que se deno ina geografía pertenece al undo de la práctica y de la cultura sobre el espacio y a un variado género literario de viajes, des cripciones exóticas, i ágenes fantásticas, que pertenecen a un undo de aravillas. Los intensos ca bios que afectan a las sociedades europeas a partir del siglo XVIII, técnicos, ateriales e intelectuales, constituyen el fundaento del undo oderno. Su anifestación ás relevante es la aparición y desarrollo de la ciencia en su acepción actual, y de las ciencias coo capos de conoci iento articulados dentro de ella. nos y otros se pro yectan sobre la cultura geográfica en su contenido y co prensión. n su contenido hicieron posible un conoci iento co pleto del en torno terrestre resolviendo los vacíos de la «terra ignota». Co pletaban la representación del undo de los antiguos. icieron factible plantear de nuevo la auténtica naturaleza de los fenó enos «geográficos», aspecto en el que dese peña un papel deter inante el conoci iento de las tierras a ericanas (Capel, 1994). n su concepción, porque los postulados del conoci iento científico pueden ser aplicados al objeto de dicha cultura. Se puede for ular el trascender desde la geografía coo siple cultura geo gráfica, a la geografía coo una disciplina científica. s decir, dar fora a una disciplina científica de carácter geográfico. n sensible e intenso esfuerzo que tiene coo objetivo arcar la ruptura entre tradición ilenaria y geografía oderna. n sensible e intenso esfuerzo in telectual se orienta, a lo largo del siglo I , a dar fora a un «espacio del sa ber»: la geografía. Se trata del proceso de fundación de la geografía. n la tradición geográfica representa la gran ruptura respecto de la herencia ilenaria grecolatina y respecto del siple saber práctico del es pacio. s una ruptura episte ológica que supone la incorporación de la geografía al ovi iento de la odernidad. Se anifiesta en la búsqueda de una nueva articulación de saberes, de tér inos, de conceptos, de síbolos, de pre isas. Se plantea con la pretensión de construir un discurso estructurado y fundado, dentro del capo de la ciencia, en su acepción oderna.
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La quiebra de la geografía ilenaria es el principal co ponente de esta ruptura episte ológica. Coo apuntaba Foucault, lo relevante en este caso es esta quiebra ás que la tradición; es la transfor ación y lo que su pone de nueva fundación que la aparente continuidad de saberes, de con ceptos y de no bre. La geografía oderna representa una «transfor ación que vale coo fundación» (Foucault, 1976). na fundación cuyos tér inos, cuyos perfiles, se definen de fora progresiva, contradictoria, sin un proyecto preciso o hege ónico. uerosas propuestas y circunstancias sociales, culturales y científicas culinarán a finales del siglo I . La decantación final responde a la concate nación de una serie de condiciones de posibilidad. Las condiciones de posi bilidad de la geografía oderna se producen en el siglo I , con raíces en el siglo anterior.
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CAPÍTULO 6
LAS CONDICIONES DE LA GEOGRAFÍA MODERNA
La aparición de la geografía oderna significa la fundación de una disciplina que trasciende la vieja cultura de la representación del undo, en el arco del acrocos os y el icrocos os, y que busca constituirse coo un acotado capo de conoci iento, incorporado al conjunto de las nuevas ciencias. Fundación que tiene lugar en la segunda itad del si glo XIX. La pode os identificar con la incorporación institucional coo sa ber acadé ico, en el arco de la universidad y con la aparición de una co unidad profesional de geógrafos. Fundación que se en arca en el pro ceso de expansión de la universidad ale ana coo un centro de produc ción científica oderna. La geografía oderna es un producto ale án. La cristalización acadé ica y universitaria, con la consiguiente con solidación de una co unidad geográfica y la definición de un proyecto geo gráfico científico, se apoya en un conjunto de transfor aciones sociales y culturales que aparecen coo los pilares que hacen posible o facilitan la decantación de la geografía oderna. onstituyen las condiciones de posi bilidad para la fundación de la geografía oderna. s decir, el conjunto de circunstancias históricas, sucesivas o coetáneas, que proporcionaron las condiciones que hicieron posible plantear y desarrollar un proyecto inte lectual nuevo, el de la geografía oderna: a) os viajes de e ploración que, en el período de la Ilustración y en la pri era itad del siglo I , ca biaron, en lo cuantitativo y en lo cuali tativo, la percepción del undo en la sociedad occidental. portaron nue vas evidencias e píricas, esti ularon nuevas foras de interrogación so bre el undo y provocaron nuevas actitudes intelectuales ante la realidad. b) a e pansión colonial europea, que actúa coo un factor de cre ciente interés social, que contribuyó, de fora decisiva, a crear un estado social de opinión favorable para este tipo de conoci ientos. c) El desarrollo del moderno nacionalismo, de corte burgués, que dará a la disciplina una función social y política, vinculada con la consolidación del senti iento nacional. d) La elaboración de un proyecto conceptual y etodológico que es boza el perfil de la nueva disciplina y propone su inserción en el arco del
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conocimiento científico. Aporta el sustrato teórico, el armazón del discur so sobre el que se construye la nueva Geografía. e) El reconocimiento institucional de la Geografía como una discipli na integrante del sistema educativo nacional, en la escuela y, sobre todo, en la universidad, como un campo de conocimiento específico.
Son los factores y condiciones que hicieron posible el desarrollo, a fi nales del siglo pasado, de una comunidad científica y de un proyecto dis ciplinario en torno a la geografía, y con ello la construcción de la geogra fía moderna. Representan, por tanto, las premisas o condiciones de la ge ografía tal y como hoy la entendemos y practicamos. 1. Las exploraciones científicas: nuevas actitudes, nuevo utillaje
El siglo XVIII es el de los grandes viajes o exploraciones en sentido mo derno. Es decir, las expediciones cuyo objetivo era recoger información sis temática sobre diversos aspectos de carácter físico y social, aplicando una metodología empírica. Exploraciones que tuvieron especial repercusión en el ámbito de la denominada entonces Historia Natural y del conocimiento empírico y representación cartográfica de la superficie terrestre. Su apor tación a la geografía procede, tanto de la incorporación de nuevas tierras como de su incidencia en la actitud respecto del entorno y en el impulso a una nueva forma de plantear el conocimiento del mismo. Tales viajes y exploraciones se convierten en un elemento decisivo en el avance del conocimiento. Se debe a dos factores, la notable mejora ins trumental de que disponen estas expediciones y la renovación metodológi ca de carácter científico en orden a la realización de las observaciones y a los presupuestos teóricos de las mismas.
1.1.
LA ERA INSTRUMENTAL: EL TIEMPO DE LA MEDIDA
El siglo XVIII ve aparecer y desarrollarse una nueva actitud respecto de la observación del entorno, que contribuyó a dar forma a la concepción moderna de la ciencia y del trabajo científico. Afecta a los instrumentos de observación, al uso de los mismos, al interés por la medida, a la valo ración de los procesos de cuantificación, a la sistemática de las observa ciones en orden a asegurar la precisión y rigor de las experiencias. Un pro ceso iniciado en los siglos XVI y XVII, que tiene sus antecedentes en la ac titud racionalista de la filosofía natural medieval y culmina a finales del siglo ilustrado. El recurso a instrumentos de observación constituye una característi ca asociada a la aparición de la ciencia moderna. Aporta a los investiga dores los instrumentos que van a permitir consolidar una nueva filosofía de la observación (Corsby, 1997). Desde los aparatos de óptica para la ob servación de los objetos que escapan a la simple vista, a los que permiten
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medir. Los aparatos de óptica que permitían abordar el mundo de lo leja no y la dimensión de lo diminuto, incorporados al mundo de la experien cia humana, definen la primera etapa del desarrollo instrumental, marca da por el sufijo scopio. Nuevos instrumentos incorporaron a esta experien cia la posibilidad de la medida; el sufijo metro delimita esta nueva dimen sión del saber y del pertrecho instrumental (De Lorenzo, 1998). Y con ellos nuevas posibilidades y actitudes ante la naturaleza. Las mejoras sustanciales en la producción de aparatos de óptica y de relojería de precisión fueron determinantes en orden a establecer con un mayor grado de fiabilidad los cálculos de latitud y longitud. En 1673, Huygens ponía a punto el «horologium oscillatorium», es decir, el reloj de pén dulo, empleando éste para regular la marcha del instrumento, fundamen to del reloj de precisión moderno. La disponibilidad de instrumentos para medir la temperatura, a par tir de los primeros termómetros de agua, ideados por Sanctorius, tiene lu gar en 1611. Fueron mejorados con el empleo del alcohol, por Otto von Guericke a partir de 1656 y, sobre todo, con el uso del mercurio, que in troduce Farenheit en 1714. El perfeccionamiento de los instrumentos de medida de la presión, desde el momento en que Torricelli construye su pri mer barómetro de mercurio, en 1644, se completó con la disponibilidad de instrumentos precisos para medir la humedad y para evaluar las precipita ciones. Es lo que ponen a punto italianos, con el higrómetro de Fernando de Toscana; e ingleses, con el pluviómetro de Beckley. La construcción de aparatos de medida sobrepasa la dimensión prác tica de fabricante. Una preocupación creciente por normalizar las obser vaciones, por asegurar la comparación entre éstas, lleva a plantearse la ade cuada puesta a punto de los instrumentos. La actitud de Reaumur, en or den a calibrar el termómetro de acuerdo con fenómenos constantes de la naturaleza, como la ebullición y congelación del agua, manifiesta esta nue va actitud intelectual (Ferchaut de Reaumur, 1732). Se percibe un trasfon do teórico, una preocupación por la seguridad de las observaciones, por el hecho de que puedan ser contrastables los resultados. Una preocupación que afecta a la mera construcción instrumental y que estimula la mejora de ésta. Contribuyeron a realizar observaciones precisas sobre fenómenos na turales diversos. La altitud, el gradiente térmico, el volumen de las preci pitaciones, el valor de la humedad, entre otros, pudieron ser expresados numéricamente. Su significado para el desarrollo de una actitud científica lo resaltaba Alejandro de Humboldt, al destacar la posibilidad de estable cer «las medidas de altura por medio de los barómetros, y determinar las diferencias en las temperaturas de verano e invierno y el día y la noche» (Bourget y Licoppe, 1997). Hicieron posible «cuantificar» el proceso de co nocimiento de la naturaleza. Se introduce la estadística como un instrumento para el conocimien to y observación. Medir, recoger observaciones cuantificadas, hacerlo de forma sistemática, repetirlas y reproducirlas, contrastarlas y, en la medida de lo posible, hacerlas periódicas. Un nuevo talante que se convierte en una
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regla práctica y ética del trabajo científico, que se instaura desde mediados del siglo. Se desarrolla, a lo largo de esta centuria, una nueva actitud y una nueva concepción del trabajo científico, que ejemplifican, al terminar el si glo, autores como A. de Humboldt «figura emblemática del viaje científico ilustrado» (Bourget y Licoppe, 1997). Se trataba de asociar la exigencia de exactitud con la abundancia de observaciones, la ultiplicación de edidas. Se conciben ca pañas repe tidas para conseguirlas en períodos diferentes. Se busca siste atizar tales observaciones para conseguir evaluar los enores ca bios y sus alteracio nes locales. Se introduce la cartografía como un instrumento de registro preciso, de carácter espacial, de las observaciones. istinguir, edir, orde nar, co parar, se convierten en prácticas intelectuales básicas. La convicción en la regularidad y orden de la naturaleza significa des terrar cualquier pretensión de que el azar regula los fenó enos naturales; «bajo el azar aparente de las variaciones reina en la naturaleza el orden de las leyes que descubre el laboratorio» (Bourget y Licoppe, 1997). El azar, la ano alía, e pujan a nuevas observaciones ás precisas que per itan vincular el fenó eno anó alo a un factor físico deter inado, despejando el argen de incertidu bre. na nueva actitud etodológica arca el de sarrollo del espíritu científico.
Hay una relación directa entre los presupuestos filosóficos que sus tentan la actitud de los sabios, filósofos y naturalistas ilustrados, y su dis posición respecto del uso de instrumentos y en relación con la medida y cuantificación. Ponen en evidencia una «nueva ética de la precisión y de la exactitud» (Bourget y Licoppe, 1997). Un cambio perceptible tiene lu gar en la sensibilidad científica y en las representaciones de la naturale za, en la comunidad sabia del siglo ilustrado. La creación de un sistema de medida universal no es sino un producto más de este espíritu nuevo (De Lorenzo, 1998). La descripción adquiere un valor etódico esencial en el ábito de la observación, coo evidencia el carácter de los textos y la siste ática utiliza ción de los dibujos. nos y otros fueron e pleados de acuerdo con criterios precisos, según se percibe en el uso del alzado, la sección, el perfil de aque llos objetos de descripción. La diferenciación facilitó la siste atización de las observaciones. Éstas se separan según criterios de orden, si ilitud, diferen cia: desde las astronó icas a las etnográficas. El aplio cuerpo original de la Historia Natural se desgaja en numerosos campos de conocimiento. La definición de los odernos capos científicos se fragua en ese período, entre ellos los de las ciencias sociales o hu anas, que aparecen coo un notorio sí bolo de las nuevas actitudes. Las ciencias hu anas configuran un nuevo discurso intelectual, en relación con un nuevo obje to, el obre, producto caracterizado de la odernidad. Se convierte en un objeto específico de interés que pro ueve una atención especial a cuestiones coo la estructura do éstica y social, las creencias, los ritos, en sus distintas anifestaciones, las relaciones personales y sociales, la actividad productiva, el interca bio, la vivienda y el pobla iento, entre
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Es indudable que la decantación de esta nueva actitud, que sólo se es boza en los decenios finales del siglo XVIII , está en relación con el gran cau dal de nuevas experiencias que aportan los viajes de exploración. Por otra parte, éstos responden en su concepción y orientación a las nuevas exigencias intelectuales. Los siglos XVIII y XIX son los de las exploraciones científicas. 1.2.
LA ACUMULACIÓN DE EXPERIENCIAS: VIAJES Y EXPLORACIONES
Estas expediciones aportaron un inmenso fondo de información sobre una gran diversidad de campos de interés, vinculados con el conocimiento del espacio terrestre. Expediciones estrictamente científicas en unos casos, como la de M. de la Condamine al Perú, en 1735, para la medición del me ridiano, en el marco de un gran proyecto para determinar la figura de la Tierra y sus exactas dimensiones (Condamine, 1751). Viajes exploratorios, como el de I. A. de Bougainville entre 1766 y 1769, alrededor del mundo, o como los que realizan A. Malaspina en el Pacífico, para la corona espa ñola y F. Galaup de La Perouse, en Francia, entre 1785 y 1789, para el re conocimiento del Pacífico septentrional. Unos y otros se complementaron como instrumentos de conocimiento geográfico (Bougainville, 1936). Los viajes de J. Cook forman parte destacada de esta actividad. Su pri mera expedición, dedicada a observar el paso de Venus en Tahití, se inició en 1768 y culmina en 1771, tras dar la vuelta al undo (Cook, 1936). La se gunda, destinada a aclarar la existencia del llamado continente austral, se desarrolló entre 1772 y 1775. El tercer viaje, entre 1776 y 1779, se dirigirá a hallar el paso del Noroeste, es decir el camino entre el Atlántico y el Pa cífico por el Ártico, objetivo perseguido desde el siglo XV (Cook, 1938). odos ellos se distinguen de sus nu erosos precedentes realizados desde el siglo VI por españoles, ingleses, franceses, holandeses y daneses. ás allá del descubri iento y exploración de nuevas tierras, que co par ten, responden a un i pulso sabio, vinculado a las asociaciones científicas, que surgen en el siglo II, a partir de los postulados de la nueva ciencia. Perfilan una actitud intelectual diferente. sbozan un progra a cuyo objetivo es la siste ática observación de la aturaleza, de acuerdo a una nueva concepción del conoci iento, ba sado en una etodología e pírica contrastada. sí lo evidencia el respal do o patrocinio que le prestan a estos viajes las sociedades científicas, que surgen en esa época, coo la oyal Society, de Londres, o la cadé ie des Sciences, de París. así lo co prueba la presencia en ellos de sabios re putados en diversos ca pos, coo el botánico sueco Solander, el natura lista inglés Banks y el astróno o reen, por eje plo, que aco pañaron a Cook. la posterior presencia de arin en el viaje del eagle. Las capañas de observación y recogida de infor ación son parte esencial de es tos viajes. La previsión del trabajo a realizar en orden a regular las observacio nes, a dirigirlas de acuerdo con los nuevos postulados de la ciencia, fora parte de la organización de tales viajes. La consulta a expertos, previa a las
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expediciones, y la preparación de instrucciones detalladas de observación para las mismas, proporcionan el perfil del espíritu de estas exploraciones. Con anterioridad al viaje de Boungainville se solicitó a Ph. Commerson una guía que sirviera para orientar las observaciones que sería conve niente realizar, físicas y meteorológicas, durante la expedición. El presi dente Jefferson, en 1804, establecía el tipo de observaciones meteorológi cas a realizar en las expediciones de exploración del suroeste norteameri cano (Bourget y Licoppe, 1997). Representan, como se ha dicho, «la nueva era de los viajes, no ya de exploración y descubrimiento, sino de científico conocimiento de la Tie rra». La culminación simbólica y práctica es el viaje del Beagle, iniciado en 1831, en el que participa el joven C. Darwin. Las numerosas, sistemáticas y brillantes observaciones realizadas en él le servirán para asentar su for mulación de la teoría de la evolución de las especies, tan decisiva en la mo derna concepción del mundo natural. Observaciones que no se limitaron al ámbito biológico. Abarcaron también fenómenos geológicos y fisiográficos, así como climáticos; de igual manera atendió a cuestiones de carácter et nográfico. Cuestiones como la dinámica, erosión y depósitos glaciares, la actividad tectónica y la configuración litoral, entre otras, aparecen entre esas observaciones (Darwin, 1940). Las nuevas disciplinas de orientación positiva se construían sobre este acervo de conocimientos, sobre estas actitudes éticas y sobre esta nueva fi losofía de la observación, de la medida, del rigor, que identifica la nueva representación social de la ciencia. La Geología se había consolidado como una ciencia a partir de los trabajos de Buffon y, sobre todo, de Lamarck y Werner. Su reconocimiento podemos asociarlo con la publicación de los Principles o f Geology de Lyell, en 1830. La Biología disponía de un consis tente fundamento clasificatorio desde los trabajos de Linneo. En la Antro pología, los trabajos y enfoques renovadores de autores como James Prichard presagiaban su configuración como una disciplina consistente. De la importancia y significación de estos viajes para la geografía cabe resaltar su directa implicación en lo que podemos considerar la fundación de la geografía moderna. De un lado, porque en esos viajes se forma, y de canta su experiencia y pensamiento, A. de Humboldt, uno de los más no torios viajeros «científicos» a caballo de los siglos XVIII y XIX. A partir de ellos se perfila su proyecto «geográfico». Éste aparece muy vinculado a la herencia ilustrada y a la tradición milenaria. Tiene el valor, no obstante, de constituir una primera referencia a la posibilidad de fundar un nuevo cam po de conocimiento de carácter geográfico. De otro, con mucha mayor trascendencia, porque la obra de Darwin será determinante en la definición del campo geográfico moderno. Proporciona el fundamento del discurso geográfico moderno. El sustrato del darvinismo, de acuerdo con la elaboración que se pro duce de los postulados de Darwin en la segunda mitad del siglo pasado, aportaba el marco teórico con el que justificar el «nicho» propio de una geografía científica. Es decir, un discurso geográfico nuevo. Otros factores, éstos de orden social y político, contribuyeron a facilitar la progresiva de
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cantación de un proyecto de geografía «moderna». Permitieron la creación de un estado de opinión social favorable, crearon una red de intereses pro picios, y le proporcionaron el asiento adecuado para su desarrollo. 2. Expansión colonial, nacionalismo y sociedades geográficas El siglo XIX es el de la moderna expansión colonial. Las principales po tencias se reparten los territorios «disponibles»: África y Asia, sobre todo, objeto de la apetencia de las grandes y nuevas potencias europeas. También los territorios «abiertos» de América y las posesiones coloniales consolida das, cuando la debilidad política de las metrópolis les hacía susceptibles de disputa. Es lo que se produce en el Caribe, así como en el Pacífico, en re lación con las posesiones españolas. Tiene lugar en los nuevos países con estructuras sociopolíticas débiles, caso de los territorios mexicanos. Se produce también en los territorios de los Estados en procesos de descom posición política, como el Imperio otomano y China. 2.1.
EXPANSIÓN COLONIAL
Y
SOCIEDADES GEOGRÁFICAS
Para las economías industriales en desarrollo, la expansión territorial, sobre todo la colonial, se perfila como garantía de mercados. Las colonias aparecen como espacios susceptibles de inversión del capital excedente, so bre todo en ferrocarriles, como proveedores de materias primas y productos para la creciente demanda urbana e industrial. Al mismo tiempo permitían, en su caso, asentar los excedentes de población que se producían en las so ciedades europeas. Un vínculo estrecho enlaza expansión colonial y prácti cas geográficas, imperio e interés geográfico (Godlewska y Smith, 1994). Las expectativas coloniales forman parte del horizonte social europeo desde el siglo XVIII, pero se manifiestan de modo indiscutible una vez ter minados los conflictos internos en Europa, tras las guerras napoleónicas. Esas expectativas alimentaron, en primer lugar, las denominadas «socieda des geográficas», que se multiplican a lo largo del siglo, con similar perfil, instrumento decisivo en la aparición de la geografía moderna. En 1821 se fundó la primera, la Société Géographique de Paris, a la que siguió la Gesellschaft für Erdkunde de Berlín en 1828 y la Royal Geographical Society de Londres en 1830: fueron las tres primeras. En 1845 se creaba la Sociedad Geográfica Imperial Rusa, en San Petersburgo. En 1852, un grupo de personas vinculadas con el mundo de los negocios fun daba la American Geographical Society de Nueva York, como un instru mento de información sobre el mundo contemporáneo. Nuevas sociedades surgirán a lo largo del siglo hasta sus últimos de cenios. En 1876 se fundaba la Sociedad Geográfica de Madrid. Más de se senta sociedades de este tipo se constituyen en un corto período de veinte años, entre 1870 y 1890, etapa culminante del colonialismo europeo. En to tal, más de doscientas sociedades geográficas hasta el primer tercio del si
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glo XX (Rodríguez, 1996). Su papel en la cristalización de la geografía mo derna es reconocido desde hace tiempo (Capel, 1977 y 1982). Todas ellas se constituyeron coo instituciones privadas, a veces con patrocinio o respaldo oficial, pro ovidas para organizar y financiar activi dades de reconoci iento geográfico y difundir la infor ación obtenida. esde la organización de viajes y expediciones a la de conferencias y de bates; desde la presión sobre la ad inistración a la pro oción de la ense ñanza de la geografía, en particular en la universidad. ctuaron coo efi cientes grupos de presión social para esti ular la expansión colonial, su principal objetivo, y ta bién coo efectivas platafor as de difusión cul tural. ontribuyeron a hacer «popular» la cultura geográfica, en las socie dades europeas, entre la burguesía ascendente, atraída por lo exótico, lo di ferente, lo desconocido. s lo que evidencia el éxito de las geografías y, en particular, de algunos autores coo . de u boldt y . itter, en la priera itad del siglo pasado y . Reclus en la segunda. Cultura que no te nía nada de inocua. ra un instru ento eficaz de pro oción del colonialiso y de justificación del iso. Contribuyeron, junto con las organizaciones religiosas, a crear un res paldo social a las iniciativas coloniales y a las acciones de reparto y ocu pación de frica. Por un lado, al lograr presentar esas intervenciones coo actos de hu anidad y civilización se ostraban destinados a liberar a las poblaciones indígenas de la barbarie, la esclavitud, el atraso, las creencias pri arias y paganas. Iban dirigidas a proporcionarles los bienes del pro greso, adeás de la auténtica verdad religiosa. ntre unas y otras elabora ron lo que pode os considerar la ideología colonial que, por un lado, esti ulaba la aventura colonial con su cortejo de barbarie y explotación y, por otro, la justificaba con nobles enunciados, de lo que hoy deno ina os «injerencia hu anitaria». elo ideológico que sirvió para recubrir y, en su caso, justificar tanto los fines coo los étodos ás descarnados, e pleados en la práctica co lonial. La ideología colonial ad itió la explotación de las poblaciones in dígenas, aceptó y justificó su exter inio, con el argu ento explícito del in terés o con el pretexto de la acción civilizadora. n autor español lo ex presaba sin co plejos: «cú plese así ta bién -no coo fin a que direc ta y real ente se aspira, sino coo consecuencia forzosa de los hechosisión civilizadora, ya exter inando y substituyendo en aquellas tierras a las razas indígenas, ás o enos salvajes, ya educándolas y elevándolas hasta el grado de civilización que la alcanza la nacionalidad, raza o pueblo que invade, conquista coloniza o se expansiona» (Beltrán y Rózpide, 1909). For ulación co partida social y política ente en los países occiden tales protagonistas del proceso colonizador. El descarnado objetivo colonial era propuesto de fora cínica coo inherente a la propia acción coloni zadora y ésta inco patible con los escrúpulos respecto de las poblaciones indígenas. sí lo expresaban, ya en el siglo actual, en relación con la colo nización en frica: « uieren unos que prevalezcan los intereses del indí gena, aunque se sacrifiquen los del colono y la etrópoli... Creen otros que
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conviene dejar al indígena como es; domarle más que civilizarle, asocián dolo a la obra de colonización como elemento productor, como instru mento de trabajo. El indígena de quien se trata principalmente en estas controversias, es el negro africano... No debe asimilarse el negro al blan co; éste es el amo, el explotador; aquél el siervo, el explotado.» La ideología colonial era transparente: «Si han de predominar los sen timientos humanitarios, déjense la colonias, porque ninguna utilidad han de reportar a la metrópoli.» Su cínica justificación también: «Por otra par te, no hay motivo para tales sensiblerías, porque en todos los países civili zados, en los campos y en la ciudades, hay millares, millones de blancos que viven tan esclavos del trabajo duro y penoso como puede vivir el ne gro de África que desmonta tierras, o labora en las plantaciones, o sirve de bestia de carga al explorador o al viajero.» Términos en los que se expre saba L. Hubert en su primera lección sobre colonización en la Sorbona (Beltrán y Rózpide, 1909). La acción colonial era estimulada desde el patriotismo nacional en cada país, en una confrontación que oponía, a la hora del reparto, a unas potencias con otras. Se hará perceptible en el caso de África, «disputada» y «repartida» en la conferencia, convocada al efecto, en 1876, por el rey de Bélgica. Sancionada, con posterioridad, en la denominada Conferencia de Berlín de 1885, cuya convocatoria correspondió al gobierno alemán, con la ayuda del de Francia. Aunque el tema aparente de esta última fue el estatuto de la cuenca del Congo, y el reconocimiento de una autoridad política sobre la misma, un verdadero Estado del Congo, así como las garantías internacionales para el acceso comercial y para el proselitismo religioso en el mismo, de hecho, la Conferencia de Berlín significó el reconocimiento internacional del reparto colonial. El protagonismo de los diversos Estados y la confrontación nacio nal entre ellos aparece como el telón de fondo de la Conferencia. Los acuerdos sancionaron el proceso de ocupación, así como las «re glas» del mismo. Las reglas tenían como objetivo evitar conflictos entre las potencias, garantizar las relaciones económicas a través del comercio, po sibilitar la acción de las misiones religiosas de las distintas agrupaciones e iglesias cristianas, y establecer los mecanismos de atribución de los terri torios ocupados. Entregaba a la monarquía belga la explotación del inmenso Estado del Congo, más próxima a la expoliación y la esclavitud que a la de la procla mada civilización. Los abusos colonialistas en el Estado del Congo, del rey belga, impondrán la transferencia de dicho Estado del Congo a Bélgica, como consecuencia de las prácticas coloniales denunciadas en él. El rey de Bélgica se vio obligado a cederlo a su país, forzado por las presiones internacionales, de sectores escandalizados con las condiciones a que habían quedado redu cidas las poblaciones indígenas, convertidas en fuerza de trabajo esclava. El nacionalismo burgués era, en efecto, el motor activo de la expan sión colonial. Y, como consecuencia, de un cierto tipo de desarrollo geo gráfico, según reconocía el presidente de la Royal Geographical Society de Londres en 1885: «Los franceses en Asia y África, y los rusos en el Asia
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Central; los ingleses en la frontera con Afganistán, en más de una de las fronteras de la India, en todas partes del África y en Oceanía; los alemanes en las costas oriental y occidental del África y entre las islas de los mares del Pacífico y Australiano, y los italianos en el mar Rojo, al buscar alcan zar los objetivos de la política nacional, han aumentado considerablemen te nuestro conocimiento del mundo» (Freeman, 1980). 2.2.
NACIONALISMO Y GEOGRAFÍA: LA IDENTIDAD NACIONAL
Este nacionalismo era compartido por todos los Estados modernos y estimulado por el movimiento romántico. Los pueblos históricos de Eu ropa, polacos, griegos, húngaros, entre otros, carentes de Estado, afirman ahora su identidad ahogada o encubierta en los grandes imperios sub sistentes. Los nuevos estados liberales, que buscan su identidad nacional -en que confluyen nación y Estado, absorbiendo las viejas nacionalidades medievales o feudales-, comparten ese mismo fervor nacionalista. Es un nacionalismo que aparece, en mayor medida, en los Estados re cién construidos bajo el impulso de las burguesías modernas más dinámi cas, las industriales, de Alemania e Italia. Buscan afirmar su identidad na cional en el nuevo marco territorial. Identidad que se fundamenta en el pro pio espacio geográfico. Éste es concebido como soporte de la «construcción» histórica que justifica la nación, entendida, ante todo, como Estado, como territorio. La triple identidad nación, Estado y territorio configura la mo derna construcción nacional y, con ella, la moderna ideología nacionalista. La geografía aparecía, en el horizonte de los nacionalismos, como un instrumento para asentar y consolidar la identidad nacional. El naciona lismo, que alimentaba las sociedades geográficas y la aventura colonial, es timuló, también, la consagración institucional de la geografía como sopor te del espíritu nacional burgués y de la ideología en que sustentaba, como la disciplina del Estado-nación. La dimensión ideológica del discurso geo gráfico, su hegemónico perfil nacionalista, su carácter de ideología asocia da al capitalismo burgués, constituyen rasgos destacados del contexto en que se fragua la aparición de la geografía moderna. Fueron factores deci sivos en su reconocimiento institucional. La incorporación de los conocimientos geográficos al sistema educa tivo, como un componente vertebrador del mismo, es un elemento sobre saliente de la nueva actitud. La inclusión de la geografía desborda los ob jetivos puramente culturales o intelectuales. A la geografía se le confiere un objetivo trascendente: forjar la identidad nacional a través del sistema es colar. La que los alemanes denominaron heimatkunde responde a esta con cepción. El conocimiento geográfico se articula sobre el entorno inmedia to, sobre el propio país. La geografía se convierte en una materia básica del proceso educativo, tanto en la escuela primaria como en la secundaria. Y, lo que es esencial para el desarrollo de la Geografía moderna, se incorpo ra como disciplina universitaria, destinada, en buena medida, a preparar los docentes encargados de dicha tarea formadora.
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3. Reconoci iento institucional y co unidad geográfica La política de creación siste ática de cátedras de geografía en la uni versidad, en Alemania, se inicia en 1873, nada más terminar la guerra con Francia. La decisión del inisterio de ducación de Prusia, de que todas las universidades ale anas contaran con una cátedra de eografía, supu so el inicio de la geografía universitaria en sentido oderno. La presencia de la geografía en la universidad hasta entonces había tenido un carácter esporádico y circunstancial. abía estado asociada a iniciativas particula res, coo la de . u boldt respecto de la cátedra de la niversidad de Berlín, ocupada por . Ritter y vacante desde su uerte en 1859. La pri era de estas cátedras odernas, en le ania, la ocupó F. von ichthofen, un prestigioso geólogo, autor de una gran onografía sobre hina. n 1886, el núero de cátedras llegaba a la docena, eran quince en 1892 y a finales del siglo XIX un total de diecinueve universidades aleanas, sobre veintidós existentes, i partía geografía. n 1914 existían cáte dras de geografía en 23 universidades ale anas y 34 en 1933, repartidas en un total de 32 centros o instituciones superiores, de rango universitario. n Francia, sensible a las prácticas ale anas desde el final de la gue rra franco-prusiana, la inclusión de la geografía en el siste a educativo fue i pulsada por . Levasseur y ily, desde el inisterio de ducación, desde una clara actitud nacionalista. La dotación de cátedras universitarias y en los centros de for ación del profesorado, para preparar los nuevos profesores de dicha ateria, se produce en el iso decenio de 1870 y se desarrolla en los siguientes. Las cátedras universitarias de geografía oderna se dotan a un rit o inferior al de le ania, pero suficiente para hacer posible la consoli dación de una escuela geográfica reconocida. n 1892 había catorce cá tedras de geografía, trece de ellas en facultades de letras; una en faculta des de ciencias. las que habría que añadir la de la École oral Supérieur de París, que ocupará el propio idal de la Blache a partir de 1892 y la del olegio de Francia, en la que i partía clases de geografía . Levasseur. l ovi iento es si ilar en otros países europeos: ustria- ungría contaba con 10 cátedras e Italia con 11 en esa isa fecha. Indica dores ilustrativos de la atención prestada a la nueva disciplina en la uropa ás avanzada. l proceso es algo ás tardío y lento en los países anglosajones. La pri era cátedra universitaria de geografía no se establece en xford hasta 1887, ocupada por H. Mackinder. En 1888 se dotaba la de Cambridge. Am bas sufragadas con fondos de la Royal Geographical Society, que dedicará a su sosteni iento ás de 24.000 libras esterlinas entre estas fechas y 1920. La creación de cátedras universitarias en el Reino nido se hará a rito ás lento, debido a la resistencia de i portantes grupos sociales, vinculados con una concepción de la geografía coo disciplina orientada a la exploración y al undo colonial. Su estatuto acadé ico, coo área in dependiente, ta poco se consolidará hasta decenios ás tarde, tanto en stados nidos coo en el Reino nido, avanzado el siglo .
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n stados nidos el prier departa ento de eografía no aparece hasta 1902. Sin e bargo, para entonces el trabajo geográfico universitario había alcanzado un notable desarrollo en algunos centros, coo arvard, donde ejercía . avis desde 1876 coo físico, eteorólogo y geólogo y donde inicia su trabajo coo geógrafo de las foras del relieve terrestre. o obstante, se trata de estudios de geografía en arcados en departa en tos de geología. La for ación de geógrafos y la creación de departa entos universitarios de geografía no se producirá, de hecho, hasta los años pos teriores a la pri era guerra undial. l reconoci iento institucional de la eografía coo disciplina uni versitaria supuso su consolidación en el ábito acadé ico. Su efecto prin cipal fue la constitución de una co unidad profesional cuyo nexo era la eografía. na co unidad de profesores, por lo general funcionarios, que convertía la geografía en una disciplina profesoral. Su incidencia para el desarrollo de la eografía fue decisiva, coo re conocía . de artonne a principios de este siglo : «Los hechos deuestran en Francia la utilidad de las cátedras universitarias. esde el oento en que se organizó la enseñanza superior de la eografía, la pro ducción se ha intensificado bajo todas sus foras y de la acu ulación de obras originales resulta una i presión clarísi a del conjunto.» l carácter del profesorado, su estatuto acadé ico, su reconoci iento social, uy destacado en el caso ale án, donde el profesor de geogra fía, funcionario, disfrutó de un poder acadé ico considerable y de una gran influencia en el ábito universitario -coo auténticos mandarines, se ha dicho-, proporcionó a la co unidad geográfica identidad, poder e intereses ( lkins, 1989). Supuso la posibilidad de desarrollar un proyecto de capo de conoci iento específico. Se vio espoleada por la urgencia de acotar el área de desarrollo de la propia co unidad, en un arco de copetencia con otras disciplinas y de defensa de la propia. oo el iso e artonne reconocía: «Se explica que la eografía tenga necesidad ayor que otras disciplinas intelectuales, de la organización universitaria..., si quiere conservar su individualidad, tener étodo y orientación propios.» La trinchera universitaria hacía posible la defensa de un territorio científi co y acadé ico, y proporcionaba una iagen de respetabilidad.
Por otra parte, esa misma institucionalización en el currículo escolar, dentro de los niveles secundarios, otorgó a esta comunidad universitaria una función formadora de profesores especializados. Significaba nuevas expectativas sociales y académicas que aseguraban su desarrollo futuro. Para algunos autores, este componente educativo sería el principal sopor te de la constitución de la geografía moderna (Capel, 1977). Co unidad geográfica cuya labor de acotado y deli itación científica podía acogerse a la in ediata tradición geográfica. sta postulaba la defi nición de un patrón o perfil para la geografía coo disciplina que peritiera situarla en el arco de la ciencia conte poránea. n la segunda itad del siglo pasado se aspiraba a presentar la geografía coo un conociiento científico. Se pretendía ir ás allá de «los relatos de viajeros» y de la consideración curiosa de lo exótico. Se buscaba presentarla coo una
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disciplina rigurosa y sus cultivadores profesionales coo una co unidad respetable. Los esfuerzos en tal sentido arcan el desarrollo de la geogra fía en ese tie po. Es un esfuerzo por construir un capo episte ológico propio. La de finición de ese capo propio se apoya en aquellos ele entos ás presti giosos de la tradición geográfica que podían servir coo antecedente y coo justificación de la nueva orientación en el contexto histórico-científico do inante. La co unidad geográfica inicial buscaba raíces y fundaentos. Las co unidades de geógrafos en ciernes justifican en autores de pres tigio las referencias básicas de su propio proyecto. Por razones intelectua les y por razones tácticas, introdujeron a los principales representantes de esas iniciativas pioneras en su propia ascendencia científica. Les otorgaron la calidad de fundadores o de epígonos. ran un aval al proyecto e pren dido en el últio tercio del siglo pasado de construir una geografía con pretensiones científicas. Suponía un respaldo de respetabilidad. Las raíces intelectuales se buscan en dos prestigiosos autores de la pri era itad del siglo XIX: lejandro de u boldt y . Ritter. Fueron convertidos en fun dadores de la geografía oderna. Los geógrafos de finales de siglo ubican en ellos la in ediata tradición geográfica y les atribuyen la definición de este patrón renovado y proyecto de la nueva geografía.
4. Ciencia y geografía: dos propuestas de geografía científica
Humboldt y Ritter son reivindicados como directos antecedentes inte lectuales. Sin duda, uno y otro habían adelantado ideas fundamentales que permitían a los geógrafos de fin de siglo vincularse con una tradición inte lectual prestigiosa. Humboldt y Ritter habían adelantado propuestas para la construcción de una nueva ciencia, en el marco de lo que era la episte mología científica del siglo XIX. Ambos la identifican como geografía. u boldt se trataba de una disciplina entendida coo la des u boldt pretendía una ciencia e pírica de la configuración física de la superficie terrestre. La propuesta de u boldt es la de un proyecto li itado a la descripción física del undo, coo una disciplina capaz de integrar los distintos ele entos del undo natural, en el arco de una ciencia natural. «Todo lo que va más allá no es del domi
Para
cripción física del globo.
nio de la Física del Mundo y pertenece a un género de especulaciones más
elevadas.» Las que distinguen la posición de
itter y su concepción de la geografía. Ritter proponía una geografía para la istoria, una disciplina para ex plicar el devenir histórico de las sociedades hu anas, a partir de los he chos geográficos. n proyecto que, en su for ulación y en sus presupues tos, recogía una vieja tradición arraigada en la cultura occidental, la que corresponde con el pensa iento astrológico. Lo presentaba coo un obje tivo para la geografía científica. Para itter, se trataba de hacer lo que él
denominó
geografía general comparada.
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Introducir a la geografía en el campo del conocimiento científico contemporáneo aparece así como el eje del proyecto intelectual de Ritter, según él mismo manifiesta, directa e indirectamente: «Habiéndose con tentado hasta ahora con describir y clasificar someramente las diferentes partes del Todo, la geografía no ha podido, en consecuencia, ocuparse de las relaciones y de las leyes generales, que son las que únicamente pueden convertirla en una ciencia y darle su unidad.» Una ciencia dentro de la concepción científica dominante en el siglo XIX, como conocimiento de le yes y como conocimiento de lo general, no de lo particular, basado en la experiencia. En Humboldt y Ritter hay un objetivo común, dar un estatuto de cien cia a la geografía. Hay dos proyectos distintos para llevarlo a cabo. Arcai co el uno, por sus planteamientos de fondo, vinculados con la filosofía de la historia, como es el de C. Ritter, que contempla esta disciplina posible y necesaria en el marco de dar explicación natural a los acontecimientos hu manos. Moderno el otro, propuesto por Humboldt, porque delimita el ob jeto de acuerdo con el desarrollo de la ciencia empírica y en el contexto de los objetivos propios de las ciencias de la naturaleza. La aparente coincidencia en el proyecto entre ambos autores, que fa llecen el mismo año (1859) en que Darwin publica El origen de las especies, no significa identidad conceptual ni metodológica, ni siquiera objetivos co munes. Humboldt y Ritter sólo compartieron el objetivo: incorporar la geo grafía, tal y como cada uno la entendía, al seno de las ciencias empíricas. Diferían en la concepción de la misma. Como consecuencia, sus proyectos también son distintos. El de Humboldt se enmarca en las ciencias de la na turaleza, desde una perspectiva empírica y con un campo limitado al ám bito de los fenómenos físicos, abióticos y bióticos.
4.1.
LA PROPUESTA DE GEOGRAFÍA FÍSICA DE HUMBOLDT
El proyecto de A. de Humboldt es el de la fundación de una geografía física científica. Se corresponde con lo que él denomina Descripción física de la Tierra. Ámbito en el que consideraba posible la construcción de un campo de conocimiento empírico riguroso. Humboldt le otorga un alcan ce y estructura que desborda las propuestas de sus antecesores. Proyecto que aparecía como factible en la medida en que los fenómenos y proce sos que caracterizan la dinámica de la superficie terrestre, desde los geo lógicos a los biológicos, podían ser abordados desde postulados metódicos y teóricos acordes con las exigencias de la nueva ciencia. La geología, la hidrología y oceanografía, la botánica y la zoología tenían ya bases consistentes y un perfil moderno. Eran disciplinas desa rrolladas sobre la base de una sistemática observación empírica, articu ladas sobre hipótesis y formulaciones teóricas más o menos explícitas. Disponían, en todo caso, de una sistemática clasificatoria sólida, la cla sificación lógica de Kant, formaban parte de los «sistemas de la natura leza».
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. de u boldt propone coo proyecto de geografía oderna una disciplina general que sobrepasara la siple yuxtaposición de las discipli nas particulares dedicadas al estudio de los diversos co ponentes del undo físico, ás allá de los siste as de la naturaleza. na eografía Física que se asienta, sin lugar a dudas, en un ar co episte ológico positivo, con un estatuto científico explícito, por encia de la siple clasificatoria, coo u boldt precisaba al separar su disciplina de los conocidos coo «siste as de la aturaleza»: «l obje to de la eografía Física es, por el contrario, coo heos dicho antes, reconocer la unidad en la in ensa variedad de los fenó enos y descu brir, por el libre ejercicio del pensa iento mediante la regularidad de ob servaciones, la regularidad de los fenómenos dentro de sus aparentes va riaciones. »
na ciencia ás allá de las disciplinas especiales, con las que se eparenta, y distinta ta bién de una historia natural: «La descripción física del undo ofrece un cuadro de lo que coexiste en el espacio, de la acción si ultánea de las fuerzas naturales y de los fenó enos que éstas produ cen.» n tér inos actuales, la propuesta de u boldt puede conte plarse como un ambicioso proyecto de lo que hoy se denomina geografía físi ca integrada. Sin e bargo, debe os conte plarla ejor en la tradición de la geografía física de ant y de la geografía general de arenio. pesar de las apariencias, el proyecto de u boldt pertenece en ayor edida al pasado que a la tradición de la geografía oderna, coo han apuntado al gunos geógrafos en tie pos recientes ( ranó, 1982). Tras la for ulación de u boldt aflora una concepción de globalidad y unidad que recuerda ás las representaciones clásicas del cos os, de raigabre edieval, que las de una ciencia e pírica oderna. o es cir cunstancial que la obra sustancial de u boldt se deno ine Cosmos (Humboldt, 1849). onsciente, por otra parte, de que la pretensión de reducir al ca po científico el conjunto de las infor aciones sobre el undo real está aún lejos, si es que es factible llegar a ese final: « sta os uy lejos del oento en que sea posible reducir, por edio del pensa iento, todo lo que percibi os por los sentidos, a la unidad de un principio racional» ( u boldt, 1849). Parecía un proyecto de geografía física global en el arco de las ciencias e píricas, acorde con el pensa iento científico de su época. oo él dice, conte pla una geografía basada en «un e piris o ra zonado, sobre un conjunto de hechos registrados por la ciencia y so etidos a la acción de un entendi iento que co para y co bina». ste epiriso funda ental deli ita la propuesta de u boldt y explica que se cir cunscriba al ábito físico. l se refugia en el ábito de las seguridades e píricas, sólo posibles, en ese o ento, en el undo físico, único espa cio en el que sea posible «llegar al conoci iento de las leyes y generali zarlas progresiva ente». ntre lo antiguo y lo oderno, el proyecto de u boldt pertenece a una tradición intelectual antigua. n rasgo que dis tingue, en ayor edida, la propuesta de C. Ritter.
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4.2.
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RITTER, UNA GEOGRAFÍA PARA LA HISTORIA
C. Ritter es un profesor de geografía en Berlín, de formación acadé mica histórica, con una gran cultura y una experiencia viajera limitada. Circunstancias que, en el horizonte romántico de la primera mitad del si glo pasado, explican, junto a sus indudables dotes intelectuales, el gran prestigio de sus clases, que contó, entre otros, como alumnos, a K. Marx y E. Reclus. Su obra principal, la Geografía General Comparada, constaba de 21 volúmenes, con una ingente masa de información. Como se ha dicho respecto de esta obra, «sólo los cuatro primeros de los veintiún volúmenes de su Geografía Comparada son todavía legibles» (Strausz, 1945). La acu mulación de información, que evidencia su excepcional erudición, desbor da la capacidad del autor para darle coherencia. Proponía Ritter una disciplina geográfica de carácter científico. Con ello respondía al estado de su tiempo. Es decir, propone una disciplina empírica -destinada a enunciar leyes generales-, con campo propio y objetivos específicos. Coincide en ello con Humboldt; difiere en el obje tivo. Para C. Ritter, el objetivo de esta geografía científica es «la organi zación del espacio en la superficie terrestre y su papel en el devenir his tórico (del hombre)». Ritter parte de una concepción del sustrato físico distinta de la de Humboldt y en el marco intelectual de una filosofía de la historia. Es lo que otorga al proyecto de Ritter su aparente resonancia moderna, al for mular como objetivo la relación entre lo geográfico y lo histórico y hacer de la geografía una ciencia para la historia. Ritter identifica lo geográfico con el suelo. De acuerdo con una cul tura geográfica arraigada, pero de perfil arcaico, lo concibe como un ele mento puramente geométrico, en la tradición griega. Ritter entiende la geografía como la ciencia del globo, y concibe éste como un gran orga nismo y los continentes como los órganos básicos del mismo. Ritter com parte una concepción organicista del espacio, cuyos componentes bá sicos son las individualidades geográficas. Éstas corresponden con las áreas terrestres, continentes, islas, penínsulas, entre otras. La geografía de Ritter reposa, por tanto, en una concepción organicista, que recuerda las formulaciones de Kircher en el siglo XVII, cuyas imáge nes y metáforas convierten a la geografía en una especie de anatomía te rrestre de ecos hipocráticos. Analogía que el propio Ritter utiliza. El objeti vo de la Geografía General Comparada es interpretar y explicar la «aventura humana» a partir de los caracteres morfológicos de la superficie terrestre. Desde ese enfoque aborda la construcción de la geografía que propone. Determinados elementos o cualidades, como la simetría, el orden, la estructura, la regularidad formal, son considerados atributos geográficos. Son aplicados al análisis de la superficie terrestre, de sus individualida des territoriales, para abordar la explicación de los caracteres de las so ciedades que en ellos habitan y las causas de su evolución histórica. Es la forma continental, su perfil, la relación entre extensión y perímetro, el grado de articulación litoral, lo que determina, para Ritter, la evolución
histórica de sus sociedades. En Ritter, el concepto de «articulación», re ferido a estos atributos, constituye un componente central. No es difícil reconocer en este enfoque la vieja tradición medieval de las propiedades de las cosas, en este caso los territorios. El geógrafo y la geografía apa recen como los intérpretes de estas propiedades a través de los signos o caracteres geográficos. La ho ogeneidad física del continente explica «la persistencia del atraso africano, producto de la onotonía unifor e de los seres vivos», de la no diferenciación racial y lingüística. itter si plificaba la realidad al igualar frica con negritud. l aprioris o, es decir, la búsqueda de carac teres físicos a los que atribuir los rasgos o cualidades asignadas a los con tinentes, entendidos coo unidades orgánicas, es un rasgo distintivo. La incapacidad asiática para extender el beneficio de sus civilizaciones -atri buida de partida a las sociedades asiáticas- es, para itter, consecuencia de una diversificación sin co unicación. Las pruebas convincentes del argu ento son las diferencias asignadas a los distintos pueblos asiáticos, convertidas en pruebas e píricas, en vez de plantearlas coo el proble a a considerar y resolver. sí, al tratar de uropa, argu enta que: « uropa, por su parte, se abre en todas las direcciones... cuyas ra ificaciones han tenido tanta iportancia coo la que tuvo el núcleo central respecto al desarrollo del pro ceso de civilización.» La pri acía europea deriva de la naturaleza orgáni ca, de la configuración anató ica del continente, de «este individuo te rrestre fuerte ente co parti entado que es uropa [que] ha podido, pues, conocer un desarrollo ar ónico y unificado que ha condicionado desde el co ienzo su carácter civilizador y ha antepuesto la ar onía de las foras a la fuerza de la ateria». n ca bio, al referirse a sia, conside ra que «los ie bros siguen siendo aquí ucho enos i portantes que el cuerpo co pacto y potente que ha conseguido frenar la evolución de la ci vilización en el conjunto del continente» (Ritter, 1974). La idea de las cualidades geo étricas y espaciales, aplicada a los con tinentes, ezclada con un ele ental organicis o, hacen posible, desde un aprioris o cultural anifiesto, establecer el orden ineluctable de la civili zación. itter obtiene una conclusión histórica esencial: «l enor de los continentes estaba así destinado a do inar a los ás grandes.» na nue va iagen orgánica insinúa la etáfora de la lucha individual, entre el a vid europeo y los oliat. n destino que, coo el propio itter apuntaba, «estaba en cierta fora inscrito en ella desde toda la eternidad». itter utilizaba, coo punto de partida, ideas generalizadas en el contexto cultural de su tie po: desde la superioridad civilizadora euro pea a la difusa creencia en una relación espiritual entre tierra y sociedad, entre aturaleza y aptitud hu ana. Ritter e pleaba una tradición cultu ral organicista de vieja raiga bre, coo heos visto. Proporcionaba, en este horizonte cultural, un esbozo pre aturo, y basto, pero atractivo, qui zá por su propia naturaleza especulativa, de asociar geografía e historia, espacio y tie po, naturaleza y sociedad, engarzados por los lazos de la causalidad.
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Utilizaba la geografía en el marco de la tradición intelectual de la filosofia de la historia, de gran predicamento en su época, en relación con las obras de Herder y Hegel. Su proyecto tiene, por ello, una manifiesta re sonancia en los autores de la segunda mitad del siglo, desde E. Reclus a los representantes de las grandes escuelas geográficas modernas. Se en tienden sus ecos en los geógrafos de finales del siglo XIX y su inclusión en las tradiciones geográficas y su indudable influencia en la concepción ini cial de la geografía política. Se identificaron con sus aspiraciones. Encuentran en él un discurso que no les es ajeno. Perciben en su obra un proyecto familiar. Y, como cri ticaba L. Febvre, muchos geógrafos, al igual que muchos historiadores, se dejaron enredar en este tipo de problemas, seudoproblemas, propios de otras épocas. No acertaron a formularlos de acuerdo con un razonamien to científico moderno. «El viejo problema de las influencias, que los auto res de horóscopos, los teorizantes de la astrología y los adeptos de un na turismo obscuro y primitivo han legado a los historiadores que, a su vez, lo han transmitido a los geógrafos» (Febvre, 1961). L. Febvre apuntaba con acierto al carácter premoderno de Ritter. La concepción geográfica de Ritter respondía a la tradición cosmológica me dieval. Aflora el microcosmos de las representaciones del mundo de la Edad Media, su concepción hermenéutica del saber y su entendimiento de la naturaleza como un mundo o cosmos determinado por las cualidades de las cosas y los elementos. El mundo de las propiedades de las cosas (De propietatibus rebus) de que trataba la enciclopedia medieval del francisca no inglés Bartolomé Ánglico, en el siglo XIII. Sin embargo, Humboldt y Ritter han sido considerados de forma ha bitual parte de la genealogía de la disciplina geográfica moderna. De modo paradójico, han sido tratados y considerados como los epígonos de la geo grafía moderna.
4.3.
LA IDENTIFICACIÓN CULTURAL: LOS EPÍGONOS DE LA GEOGRAFÍA MODERNA
Humboldt y Ritter forman parte de la mitología geográfica. Fueron in corporados al discurso construido para legitimar y dar profundidad históri ca y prestigio intelectual al frágil proyecto de construcción de la disciplina. Para las generaciones pasadas, desde el siglo XIX, A. de Humboldt y C. Ritter representaban las primeras propuestas significativas para fundar una ciencia geográfica, perspectiva tradicional compartida hasta épocas recientes. Es cierto que tales vínculos y ascendientes se mantienen como afir maciones comunes entre autores contemporáneos. Siguen una arraigada tradición, como se evidencia en Terán: Humboldt y Ritter aparecen como los «padres» de la moderna geografía, incluidos en una tradición que se ha cía remontar a Varenio. Para el geógrafo madrileño, Varenio «nos sitúa en el umbral de la geografía moderna»; ésta se identifica con Humboldt y Ritter, que son los que «vuelvan a acometer la empresa de Varenius, con ma
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yores garantías de acierto» (Terán, 1957). Lugares co unes que siguen vi gentes. La geografía oderna arranca de arenio, que «define los probleas y el arco de la geografía científica», y de u boldt y Ritter, que «es tablece la oderna geografía física científica» (Sala y Batalla, 1996). orresponde con una idea de que la tradición geográfica oderna «encuentra sus orígenes, a comienzos del siglo pasado, en las propuestas de u boldt y itter, y que se prolonga clara ente hasta las for ulaciones regionales o corológicas de la pri era itad de nuestra centuria» ( rtega antero, 1987). e este odo, se hace de ellos la clave de una geografía regionalista y del paisaje, y de concepciones episte ológicas propias del idealis o aleán neokantiano. Para este autor, u boldt y Ritter constituyen el referente intelectual de concepciones geográficas ca racterizadas por el subjetivis o, en particular respecto de la considera ción del paisaje. Los vincula, incluso, con la concepción del paisaje de la generación del 98. Sin e bargo, frente a esta concepción tradicional de los orígenes de la oderna geografía, hay que resaltar que los proyectos de u boldt y itter, ni son coincidentes ni tienen in ediata continuidad en el desarro llo de la geografía. specto destacado por diversos autores actuales al tra tar la evolución de la geografía ( apel, 1981; laval, 1976). inguna de las dos propuestas, la de u boldt y la de Ritter, tuvo eco in ediato. inguna de ellas sirvió de e brión para la configuración del oderno proyecto de disciplina geográfica. Las propuestas de u boldt y itter no cristali zan coo tales y, en esta perspectiva, no se da una vinculación directa en tre sus respectivos proyectos y el que sustenta la geografía oderna. Son fenó enos aislados, y se vinculan ás al final de una tradición cultural que a la fundación de la geografía oderna. La incorporación de abos autores a la historia de la oderna dis ciplina resulta ás del interés en proporcionarle una noble genealogía que de la realidad de una co probable influencia. Porque la conciencia de la ruptura que suponía la nueva geografía respecto del conoci iento geográfico anterior es general a finales del siglo pasado. siiso lo es el identificar la nueva geografía coo una disciplina científica, coo un conoci iento ajustado a los patrones de la ciencia. e tal odo que el corte entre lo anterior y la nueva geografía se identifica con ese tránsito de lo precientífico a la ciencia. e la era cultura geográfica a una dis ciplina científica. ontraponer los contenidos y fora de las viejas foras del conociiento geográfico con el nuevo es una constante del discurso geográfico en los últi os decenios del siglo XIX y en los pri eros del siglo XX. «o es ya la geografía una insulsa enu eración de ciudades, islas y cordilleras... ni siquiera una descripción pintoresca de los accidentes físicos y de las instituciones políticas de las naciones... porque no co prende sólo la des cripción de fenó enos o la exposición de hechos que le son propios, sino adeás el exaen de sus causas y consecuencias y la deter inación en cuanto sea posible de las leyes superiores por que se rigen», según reco gía, sintetizando una opinión generalizada entonces, uno de los pri eros
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geógrafos odernos españoles ( ullón, 1916). o partía una conciencia extendida en la co unidad geográfica desde los dos últi os decenios del siglo XIX. tro de estos precursores geógrafos españoles, Torres apos, vincu lado con la Institución Libre de nseñanza, que fue una de las introducto ras de los nuevos enfoques en spaña, lo señalaba: «La renovación... de los estudios geográficos es obra del últio tercio del siglo que ahora uere.» en tér inos si ilares a los de Bullón se hacía eco de esa conciencia del ca bio: «La geografía, considerada hasta ediados de este siglo coo ári da no enclatura de voces técnicas, reducida en las escuelas y en los libros a enu eraciones de lugares y datos estadísticos... se transfor a en los pre sentes días... estudia la aturaleza y sus leyes en relación con el lugar o espacio en que el hobre vive» (Torres, 1898). Se trataba de un proyecto novedoso cuya construcción es el objetivo de las pri eras generaciones de geógrafos universitarios. La geografía oderna cristaliza en el arco de un debate intelectual, en la universidad, a través de propuestas diversas y en el arco de filosofías contrapuestas, des de perspectivas personales y científicas dispares, en un proceso de diferen ciación respecto de otras disciplinas cuyos cultivadores se esfuerzan en acotar y establecer capo propio.
SEGUNDA PARTE
LA FUNDACIÓN DE LA GEOGRAFÍA
*!*
CAPÍTULO 7 UN PROYECTO PARA LA GEOGRAFÍA
La eografía oderna no surge coo una disciplina for ada y defi nida en todos sus co ponentes, objeto y objetivos. s el resultado de un proceso de construcción que se esboza en la segunda itad del siglo XIX y que penetra en el prier tercio del siglo . se proceso es contradictorio. Las propuestas que aparecen para definir el capo geográfico no son coin cidentes y ta poco son co partidas por igual en la co unidad geográfica. l proyecto de una geografía científica se perfila, en una pri era eta pa, en el ábito de las ciencias de la naturaleza, coo una geografía físi ca, o ejor, coo una fisiografía. La introducción en ese proyecto de la diensión huana es posterior en el tie po. La antropogeografía, tal y coo se deno ina entonces a ese proyecto, aparece a finales del siglo pasado. o se produce contradicción entre abas propuestas. l interés por el hobre, es decir, por lo social, se asienta en una concepción teórica que privile gia la geografía física. Se trata de la concepción de la geografía coo disci plina de las relaciones o bre- edio o, ejor dicho, de las influencias del edio físico en la sociedad. l papel de la geografía física es detei inante. La definición de la geografía oderna coo un proyecto científico con estos postulados es el resultado de la decantación de estas propuestas, del debate en torno a las isas, de su adecuación al contexto sociocultural e ideológico, y de su adaptación episte ológica. La geografía oderna se constituye en una tierra de nadie. La geogra fía aparece coo un espacio de confluencia de saberes que tenían en coún la distribución espacial, la clasificación física en el espacio. xistían disciplinas o saberes geográficos. xistían practicantes de las ás diver sas disciplinas y actividades que se consideran vinculados con este tipo de saberes de localización. o existía la geografía. Ta poco existían geógrafos, en sentido estricto. La consolidación institucional de la geografía coo una disciplina universitaria ayudará a definir un capo propio, a seleccionar los culti vadores, a ad inistrar el título de geógrafos. La for ación de una cou nidad científica, la definición de un capo de conoci iento y la elabora ción de un funda ento objetivo para el iso, desde la perspectiva episte ológica, constituyen ele entos confluentes en la fundación de la geo grafía oderna.
l contexto histórico: la tierra de nadie La constitución de una co unidad geográfica, identificada con el pro fesorado de geografía en las universidades, iba a traducirse en un proceso de acota iento de la geografía coo una disciplina diferenciada. ejor dicho, la presencia de esa co unidad iba a facilitar el proceso por el cual se produce la definición de la geografía oderna coo un capo de conoci iento propio. n objetivo que debe ubicarse en el contexto del siglo XIX y en las condiciones científicas de la segunda itad de esa isa centuria. La co prensión actual de la geografía, el perfil que ésta presenta, tie ne poco en coún con el entendi iento que los conte poráneos tenían de la isa. Lo geográfico aparecía coo un vasto capo de contornos iprecisos. Podían adscribirse a él los que practicaban disciplinas coo la lin güística o la geología, y quienes se dedicaban a los viajes o tenían coo ac tividad la diplo acia. For aba parte de una cultura y práctica ilenaria. Cuestiones dispares podían ser co prendidas en el arco de la geo grafía, concebida ás coo una categoría, que coo una disciplina. Se consideraban parte de la isa capos tan diversos coo la geodesia, la geografía astronó ica o ate ática, la antropología y la lingüística. Bajo el paraguas geográfico cabía el estudio de carácter édico y el proble a de la hora universal. n realidad, la geografía co partía con esas otras disci plinas un aplio seg ento del undo real en el que los lí ites y las atri buciones de unas y otras estaban sin establecer o eran difusos e i precisos. Por otro lado, la geografía se presentaba coo una ecánica enueración de lugares, coo una ele ental acu ulación de datos e infor a ciones de diverso orden, cajón de sastre sin lí ites ni dueño. Se considera ba coo «una insulsa enu eración de ciudades, islas y cordilleras, un conglo erado de definiciones abstractas y de nú eros en que se expresen la extensión y la población de los diferentes países, una descripción pintores ca de los accidentes físicos y de las instituciones políticas de las naciones; un estudio que habla única ente a la eoria y a la i aginación». n jui cio de un conte poráneo, que resaltaba tales co ponentes en la edida en que habían dejado de ser, según él, rasgos definidores de la geografía. Todos ellos susceptibles de ser considerados bajo la perspectiva de la distribución espacial de sus objetos, coo aceptaba un significado geógra fo de principios de siglo, . de artonne. ditía que el botánico que tra ta de «hallar el área de extensión (de una planta) hace geografía botánica». La di ensión «geográfica» atribuida a nu erosas disciplinas daba a la geo grafía un carácter de extensa u brela bajo la que podían cobijarse los ás dispares conoci ientos, pero le sustraía, sin duda, el de disciplina con ca po y co petencias específicas. La prolongada presencia de la antropología o etnografía en los con gresos de geografía -en el de 1925 aparece un grupo dedicado a estas aterias- uestra que la confusión teórica y conceptual sobre el objeto y so bre el alcance de cada ateria persistió largo tie po. Los contenidos de los pri eros congresos de geografía, así coo el ca rácter de los asistentes a los isos, constituyen indicadores expresivos de
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la indefinición de la geografía hasta finales del siglo pasado. Los congresos geográficos, tanto los de rango internacional coo los de índole nacional, uestran el rasgo coún de la heterogeneidad de cuestiones y de capos co prendidos bajo la deno inación geográfica. n el «congreso internacional de ciencias geográficas», de 1889, cele brado en París, se abordaron cuestiones que iban desde la geodesia y geo logía, hasta la etnología, los viajes y exploraciones y la geografía lingüísti ca. Se incluyeron ta bién la eteorología, la geografía botánica y zoológi ca, la geografía co ercial y estadística, la geografía histórica -ás bien historia de la geografía- y la antropológica. aterias co prendidas en los siete grupos en que se distribuyeron las sesiones del congreso. n abanico expresivo de la heterogeneidad y dispersión de la geografía, entendida ás coo capo que coo disciplina específica. Incluso en las reuniones de geógrafos en sentido estricto, coo el «II con greso de los geógrafos ale anes», celebrado en alle en 1882, las cuestio nes que centraron sus debates descubren el trasfondo conceptual de una ge ografía difusa. La influencia de la rotación de la ierra en el lecho de los ríos; la relación entre antropología y etnología; los estableci ientos colo niales de los ger anos en la uropa occidental o la teoría sobre el curso horizontal del aire, fueron los asuntos que ocuparon a unos 500 asistentes, bajo la dirección de geógrafos universitarios, coo el barón on ichthofen o el profesor agner. La co posición profesional y social de los ie bros ás relevantes asistentes a tales congresos es, asiiso, indicativa del carácter disperso e indefinido de la geografía que prevalecía en la segunda itad del siglo XIX. En 1892, en el congreso internacional celebrado en Berna, los concurrentes ás destacados eran periodistas, directores de revistas sobre el undo co lonial; geólogos; ilitares de diversa graduación; viajeros, condición que, en uchos casos, se correspondía con la de aristócrata, coo el conde ntonelli, el príncipe de assano, el conde Pfeil, el príncipe nrique de rleans; sabios lingüistas; ie bros del clero, coo el padre Tondini de uarengui, «agitador incansable del proble a de la hora universal», coo le califica ron entonces algunos astróno os, así coo diversos profesores universita rios de geografía. finales del siglo I, la geografía aparece coo un vasto conjunto de conoci ientos cuyo único vínculo es, coo entonces decían, «el prin cipio de extensión», que consiste en «deter inar la extensión de los fenóenos en la superficie del globo», es decir, el carácter localizado de los isos. Lo que explica la convivencia de disciplinas con perfil específi co, coo la geología y la antropología, junto a capos coo el lingüís tico y el botánico. n esta tierra de nadie, capo coún de tan diversas aproxi aciones, el reconoci iento institucional que supone la siste ática incorporación universitaria per itió la constitución de una co unidad geográfica estable, de una co unidad de «geógrafos». La orientación física predo inante, la pree inencia te poral de la geografía física, facilitó que esa co unidad de geógrafos se ali entara, sobre todo, de personas de for ación naturalista.
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eólogos, físicos, eteorólogos, zoólogos, astróno os, botánicos, en tre otros, cubrieron las cátedras de geografía en las universidades euro peas y a ericanas y en las instituciones educativas inter edias, coo su cede en spaña. l caso francés, en el que la procedencia de los geógra fos universitarios es, de fora predo inante, de for ación histórica, fue anó alo y excepcional, coo se ostraba con otivo del congreso geo gráfico de París en 1889. Los geógrafos franceses, procedentes en su totaad de la historia, profesores de geografía histórica, desde Himly, decano de la Facultad de Letras de la Sorbona, hasta los discípulos de idal de la Blache, coo aena d' l eida o allois, así coo el propio idal de la lache, se resistían a aceptar la dotación de cátedras de geografía en las facultades de ciencias. La geografía oderna se constituye en este proceso de transfor ación en geógrafos de un nu eroso elenco de personas que procedían de otros ca pos. Proceso que no escapa a los observadores conte poráneos, que re saltan esta últiple procedencia disciplinar en la ocupación de las cátedras universitarias de geografía. rapeyron, un destacado publicista francés, declarado i pulsor de la geografía oderna, lo for ulaba de fora directa en su revista: «Los pro fesores ale anes de eografía... Fueron pri era ente geólogos, botáni cos, antropólogos, etnólogos, etc., y habiendo visto las relaciones de su ciencia hasta entonces favorita y de las ciencias vecinas con la eografía... han sido y se han procla ado geógrafos.» La ocupación del capo geo gráfico desde disciplinas externas caracteriza el proceso inicial de consti tución de la geografía oderna. l proceso es equivalente en stados ni dos, donde se ha señalado coo «la pri era banda de entusiastas que foran la sociación de eógrafos a ericanos procedía de diversos ca pos» (Clark, 1954). n efecto, la pri era generación de geógrafos universitarios tiene pro cedencias dispares vinculadas, con preferencia, con las ciencias de la natu raleza. F. von Richthofen era geólogo, coo . Peschel; . . avies, físi co incorporado al departa ento de eología de arvard; ann era físico y eteorólogo; F. Ratzel era zoólogo; Passarge procedía de la edicina; P. idal de la Blache era historiador del undo antiguo; historiador era ta bién . Slüiter. Son algunos eje plos ilustrativos. n este arco, la fundación de una geografía renovada exigía un es fuerzo en últiples direcciones. abía que proporcionar a la geografía un capo propio, diferenciado, acotando el objeto de la isa, que per itiera separar la geografía de las múltiples disciplinas y actividades vinculadas con el espacio, y por ello entendidas coo «geográficas». onstituía una exigencia sustentar el objeto de la geografía sobre presupuestos etodológicos de orden científico. na necesidad sentida, «no por pri era ni por últi a vez», de definir la posición de su disciplina en relación con las deás. Se trataba de establecer un capo de conoci iento u objeto propio y de definir un enfoque o étodo distintivo, que le pusiera a salvo de las ace chanzas de «disciplinas siste áticas intelectual ente ás coherentes» (lkins, 1989). ra obligado acotar el título de geógrafos.
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La propuesta de una geografía humana o Antropogeografía como pro yecto para la constitución de un campo geográfico diferenciado significaba el deslizamiento desde la geografía física, como ciencia natural, hacia una disciplina puente entre las ciencias de la naturaleza y las ciencias sociales. Este desplazamiento identifica el proceso de constitución de la geografía moderna. Se concibe como un desarrollo de la geografía física o fisiografía, convertida en la hermana mayor de la disciplina, en el pilar de ésta. En ese cometido, el esfuerzo por definir un proyecto geográfico espe cífico contaba con un nuevo y sólido soporte teórico, de especial significa ción para la geografía, y esencial en la configuración de su episteme. La teo ría de la evolución natural de los seres vivos, recién expuesta por Darwin, proporcionaba las necesarias coordenadas para encuadrar una aproxima ción de apariencia científica a la evolución y desarrollo de las sociedades humanas. Es decir, el soporte para la construcción de un discurso propio en el espacio de la ciencia moderna. La obra de Darwin proporcionaba la sombrilla científica y el nombre más reconocido: el marchamo de autoridad. El prestigio de Darwin sirvió para encubrir una propuesta que respondía, en mayor medida, a los postu lados de Herbert Spencer (1820-1903), principal responsable del desarrollo del concepto de evolución que domina en la segunda mitad del siglo XIX. H. Spencer postulaba la teoría de la evolución aplicada al análisis social. Dirección en la que confluye con las propuestas de ecología humana de E. Haeckel, en términos ultradarvinistas. Es Spencer el que hace del concepto de evolución un concepto clave, de valor universal, que aplica al análisis social, con un contenido más ideológi co que científico, de acuerdo con la formulación que exponía en su ensayo de 1852, The development hypothesis. La evolución, para Spencer, represen ta una tendencia o ley, caracterizada por la herencia de los caracteres ad quiridos, aplicada a las especies, no a los individuos, que él sintetizó como el «movimiento de lo simple a lo complejo, de la homogeneidad a la hetero geneidad». Darwin había postulado la evolución en términos de mutación aleatoria, transmitida por herencia, y selección natural de los individuos. La teoría evolucionista permitía plantear el desarrollo de una disciplina geográfica orientada hacia la sociedad humana, construida a partir de la geo grafía física, o geografía natural, como también se la denominaba. El enfo que y sus objetivos los sintetizaba un profesor español de la Institución Li bre de Enseñanza, al resaltar que «la "geografía humana", ciencia que abar ca todos los hechos propios de la geografía política, los relaciona entre sí e investiga su causa o fundamento en leyes o principios, generales o locales, a cuya indagación se llega tomando como punto de partida la "geografía na tural" o física, cuyos hechos, primero, y cuyas leyes, después, se explican a su vez por la geología» (Torres, 1898). La geografía humana nacía para explicar la naturaleza de las socieda des humanas. La geografía nacía con la idea de proporcionar un sistema ra cional de explicación de las diferencias geográficas, diferencias entre los pueblos, diferencias culturales, diferencias económicas, diferencias sociales, diferencias de desarrollo, diferencias psicológicas. La clave de la explicación
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eran las condiciones geográficas, la aterialidad física. oo ha señalado . Lacoste, esa concepción evitaba acudir a otro tipo de explicaciones cau sales. Per itía «ocultar el carácter e inente ente político de los fenó enos geográficos... disi ular el papel de las estructuras econó icas y socia les... favorecer el papel de los factores físicos... y eludir el de los factores econó icos, sociales y políticos» (Lacoste, 1984). l presupuesto de la influencia del edio sobre el hobre per itía abordar no sólo el presente y el futuro, sino ta bién el pasado. «l reconoci iento de la influencia de los hechos geográficos en la evolución his tórica» hacía posible enunciar el fin de la historia, condenada a ser absor bida por la geografía hu ana, por la nueva geografía. stas circunstancias parecían dar sólida garantía a una propuesta científica para el estudio de la sociedad hu ana. na ciencia europea para la burguesía La geografía oderna se plantea y se desarrolla en un contexto histó rico preciso. Factores ideológicos, factores políticos, factores sociales y fac tores científicos condicionan su definición coo disciplina científica. Sur ge en el arco de una sociedad capitalista industrial en proceso expansivo, en la que se esbozan las pri eras contradicciones y conflictos entre las fgrandes potencias que se disputan el do inio del undo, de arcado perimperialista. parece la geografía oderna en una sociedad burguesa cuyo do inio ideológico es contestado desde un expansivo ovi iento social sosteni do en el aterialis o histórico arxista. Se constituye en un período crí tico para los postulados de la ciencia positiva, que experi enta las dificul tades derivadas de los nuevos horizontes surgidos del desarrollo científico, que ponen en entredicho las certezas de una ciencia de concepción ecanicista. La nueva disciplina se identifica con los objetivos i perialistas del capitalis o industrial y del nacionalis o burgués. Se vincula con la defensa de la ideología social burguesa frente a las nuevas fuerzas sociales y sus pre supuestos históricos. Se constituye sobre los postulados de una ciencia po sitiva i perante, racionalista, puesta en cuestión. acía coo un instruento ideológico, con iras a biciosas. frecía, a las burguesías occiden tales, una clave para explicar el undo social y el desarrollo histórico a sal vo de las contingencias sociales, coo un proceso natural, coo el pro ducto inexorable de las leyes de la aturaleza. ra una salvaguardia frente a quienes ponían en entredicho su doinio. Justificaba su expansión colonial, presentada coo el fruto racional de las necesidades naturales. Ponía a disposición de cada burguesía nacional un instru ento para justificar su expansionis o y su hege onía. Todo ello en clave científica: como el resultado inexorable de las influencias del Me dio natural en los individuos y en la Sociedad, coo el i perio de las leyes naturales.
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o dejaba de ser una propuesta necesaria en un oento en que los nacionalis os se consolidan, coo instru ento excelente de afir ación nacional, vinculando científicamente los valores nacionales al territorio, la idiosincrasia propia, las virtudes históricas, la continuidad y persistencia del ser nacional a través de los tie pos, a un espacio geográfico específico. l avance científico en el capo de las disciplinas de la Tierra parecía ase gurar, en principio, un conoci iento apropiado para sustentar con solidez el análisis de las condiciones geográficas. La rápida vinculación de la geografía con la escuela burguesa es todo un síntoma al respecto. La geografía otorgaba profundidad histórica a la nación burguesa, que podía asi ilar y apropiarse del tránsito histórico. La nación burguesa echaba sus raíces en la prehistoria. La patria se confundía con la propia naturaleza. l territorio inalterable, natural, deter inaba la identidad nacional. La historia desaparecía en la medida en que el ser his tórico nacional se independizaba del tie po. ubría una necesidad no enos urgente: proporcionaba una alterna tiva nada desdeñable, desde el punto de vista histórico, a las propuestas del aterialis o histórico. Frente al deter inis o de las relaciones so ciales, el deter inis o geográfico. Frente a la autono ía de la istoria, la dependencia del acontecer histórico de la aturaleza. Frente al protagonis o social, el protagonis o físico. Frente a la dialéctica social, la dia léctica del hobre con la aturaleza coo dos undos encontrados. Frente a la istoria coo devenir autóno o de los agentes sociales y coo proceso social, la geografía, el i perio de la deter inación física, de la necesidad natural. na geografía para la historia, pero con espacio propio, de acuerdo con el proyecto que sintetiza F. atzel de « nthropogeographie» o geogra fía de los ho bres. na disciplina puente, coo este últio señalaba, en tre las ciencias de la naturaleza y las ciencias hu anas. Idea co partida por . ackinder y, sin duda, por un aplio seg ento de la co unidad in teresada en la geografía. n proyecto cuya cristalización es tardía, pero cuya justificación social parece clara. Las circunstancias sociales hacían aceptable, convincente, e incluso ne cesaria, una propuesta de ese tipo. Para la sociedad conte poránea, inclu so científica, la hipótesis de una relación causal entre las condiciones na turales y las foras sociales, así coo sobre su evolución histórica, foraba parte de una cultura co partida. l desborda iento colonial e i perialista, absoluta ente coetáneo, venía a fortalecer esa cultura. Proporcionaba una iagen del undo aniquea pero reconfortante: la de una Europa civilizada y hegemónica frente a un mundo primitivo, sal vaje, al que había que llevar la civilización. iferencias que no era difícil achacar al efecto de una historia privilegiada, deter inada por la superio ridad del entorno geográfico europeo. El despojo colonial se justificó coo obra civilizadora. , coo corolario, la ideología de la superioridad racial europea, es decir, blanca. I perialis o y geografía tienen esta relación que ha sido señalada en repetidas ocasiones ( udson, 1977).
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3. De la geografía física a la antropogeografía La geografía física aparece delineada desde ediados del siglo XIX, dentro de la aparente tradición de la descripción física de la Tierra. o obs tante, se define en el seno de una ciencia de la tierra plena ente consoli dada, coo es la geología. ircunstancia que ayuda a co prender su perfil preferente coo fisiografía o geo orfología, que ha condicionado todo el desarrollo posterior de la isa. La geografía oderna se identifica, a ediados del siglo pasado, con la geografía física. na perspectiva que se ex tiende en ese período y que sustenta la orientación que se le da en stados nidos y en le ania, en un prier o ento. 3.1.
LA GEOGRAFÍA FÍSICA: LA HERMANA MAYOR
La geografía aparece coo una geografía física, concebida, a su vez, coo una orfología de la superficie terrestre, coo fisiografía, y coo una disciplina en el arco de la geología. Incorporada por ello a las fa cultades y centros universitarios de perfil «científico», dentro de los de parta entos de geología o con rango independiente, coo institutos de geografía. o es de extrañar, por ello, que sus pri eras cátedras sean ocupadas por geólogos, coo F. von Richthofen, en le ania; o coo . avis, un astróno o de for ación, integrado en el departa ento de geología de la niversidad de Harvard, éste bajo el amparo y patrocinio de los grandes geó logos nortea ericanos que i pulsaron los fa osos Geological and Geographical Surveys, en la segunda itad del siglo pasado, cuyo i pulso será decisivo en la definición de la geografía física a ericana. Los orígenes de la geografía en los stados nidos están vinculados a los naturalistas del siglo XIX, como Louis gassiz, y a los exploradores coo John esley Poell y . . Gilbert. El estableci iento de la geografía en stados nidos fue la obra de geógrafos físicos, coo avis, Salisbury y Atood; no es de extrañar, por ello, coo se ha resaltado al respecto, que en los inicios del siglo , «en los S, la ayor parte de los geógrafos eran es pecialistas en geo orfología» (Peltier, 1954). e odo si ilar, el trabajo de los geólogos ale anes, desde . Peschel y . erland a F. von ichthofen, se abre a las perspectivas de una denoinada geografía física. Los ás significados geógrafos de finales del siglo pasado y del primer tercio del XX, en Alemania, son geomorfólogos, caso de Penck y ühl. l equívoco entre fisiografía y geografía física se antendrá con posterioridad. irección asentada adeás sobre una consistente tra yectoria de geografía física, que puede identificarse ya desde ediados del siglo XIX, en obras coo la de ary So erville, cuya Physical Geography se publicaba en 1848. na ciencia de la ierra en el arco de las ciencias de la aturaleza. l carácter adelantado de esta consolidación coo disciplina científi ca se explica por el desarrollo de las ciencias afines, en particular la geolo
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gía, que condicionará, en ayor edida que la herencia de u boldt, la evolución posterior de la isa. La geografía física ha sido la piedra an gular de la geografía oderna. sí coo la geografía física aparece con claridad en los proyectos o es bozos de una ciencia geográfica, la configuración de ésta coo nexo de las ciencias de la Tierra y de las ciencias hu anas es tardía. La aparente tar danza en configurarse un capo de conoci iento sobre la estructura socioespacial de la sociedad no ha escapado a la observación de quienes se han interesado en la historia de nuestra disciplina. os razones de índole distinta pueden per itir entender, por una par te, la inexistencia de esos antecedentes y, por otra, la «necesidad» histórica, en un oento uy deter inado, de una «geografía hu ana», tal coo nace en el último cuarto del siglo pasado. Que el proyecto de una geogra fía huana no toe fora con anterioridad puede responder a la existen cia de una disciplina que, en lo esencial, cubría el capo objetivo que ha sido y es característico de la geografía oderna, de la geografía coo cien cia social. Se trata de la econo ía política, en su fora clásica. 3.2.
LA SUSTITUCIÓN DE LA ECONOMÍA POLÍTICA Y DE LA HISTORIA
n análisis de la estructura interna de los trabajos de cono ía Po lítica clásica es ilustrativo al respecto: el estudio de la población, de los recursos disponibles, de las actividades econó icas, de las relaciones coerciales, configura un perfil escasa ente diferenciado del que será ca racterístico de los trabajos de geografía. Los vínculos no escapaban a los observadores de finales del siglo pasado: «Porque si bien se ira, tanto la geografía coo la ciencia econó ica (econo ía política) parten de una base precisa y necesaria que es el estudio de los ele entos naturales, que relacionan luego con la vida del hobre y sus necesidades. brazan, pues, la una y la otra, dentro de su propio y respectivo capo, los dos tér inos, los dos factores esenciales, que podría os llaar natural y hu mano» (Valle, 1898). La econo ía política cubría por co pleto el espectro de los proble as o el capo de conoci iento que será peculiar de la oderna geografía, en cuanto disciplina encuadrada en las ciencias hu anas. n consecuencia, la aparición de la geografía oderna, coo disciplina de la actividad social en el espacio -de la población, los recursos, la actividad econó ica, la distri bución de unos y otros en el espacio- no podía producirse ientras la conoía Política clásica persistiera con su habitual perfil. asta finales del siglo pasado constituyó una disciplina dedicada al análisis de la actividad econó ica y su organización. Lo hacía en el capo de los principios o funda entos de la actividad econó ica y en su eviden cia territorial, es decir, referida a los distintos países o stados. Sucede a la vieja stadística, que, coo su nobre indica, tenía coo objeto los «stados», con la que se confunde en origen. s la cono ía Política del si glo XVIII y de la ayor parte del siglo I .
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A esta categoría pertenece el trabajo de A. Humboldt sobre el territo rio de Nueva España, que, en tantos aspectos, parece un estudio de geo grafía en el sentido actual del término (Humboldt, 1822). Humboldt no lo consideró como un trabajo geográfico. Lo denominó «Ensayo político», por que correspondía con la orientación y contenidos de una disciplina exis tente, con un espacio teórico-práctico delimitado. De igual modo que el de dicado a Cuba (Humboldt, 1998). La estructura de estos ensayos políticos demuestra esa coincidencia significativa con los que vendrán a ser los contenidos de la geografía hu mana en su dimensión regional: desde las cuestiones de posición y rasgos físicos del territorio, la extensión, el clima, y la división territorial, pasando por la población, la agricultura, el comercio, la Hacienda. De acuerdo con un enfoque que no difiere de unos trabajos a otros. La geografía moderna cristaliza cuando esa economía política entra en crisis. Crisis desde dentro, cuando nuevos enfoques en la disciplina econó mica arrinconan las temáticas tradicionales de la economía política. Crisis externa, porque esa economía política clásica es el campo en que se esbo zan y desarrollan los postulados marxistas. Dos circunstancias que no han sido valoradas en el proceso de configuración de la geografía moderna. La aparición de la economía neoclásica, de la mano de A. Marshall, en el último cuarto del siglo pasado, introduce el análisis marginal para abor dar en condiciones de perfecta competencia la teoría de la firma. Despla zaba el centro de atención del análisis económico y de la disciplina econó mica, que supone el fin de la economía política clásica. Dejaba desocupado un amplio espacio de conocimiento. La geografía humana se asienta, en parte, y se desarrolla, en el solar y entre las ruinas del edificio de la tradi cional Economía Política. La geografía moderna aparecía como una alternativa externa a la his toria, cuyo lugar pretendía ocupar. Proporcionar un soporte totalizador de apariencia científica y de relativa consistencia a la historia humana eran co metidos inmediatos en la década de 1870. En 1859, C. Darwin había publi cado El origen de las especies, que asentaba la teoría de la evolución sobre bases científicas indiscutibles. H. Spencer vulgarizaba una teoría científica consistente y de rápida y excelente acogida, en una propuesta seudocientífica, de carácter totalizador, sobre la evolución social humana, a partir de los enfoques evolucionistas de Lamarck. C. Marx había publicado El capi tal en 1867; en 1890, A. Marshall publicaba Principles of Economics. Las condiciones objetivas también eran favorables: la guerra franco-prusiana y el aplastamiento de la Comuna aseguraban un tiempo de hegemonía tran quila para la burguesía europea. En esta coyuntura hay que situar el nacimiento de la geografía huma na moderna; a caballo de las disciplinas fisiconaturales y de las disciplinas llamadas humanas. Postura incómoda que no debe ser ajena a las propias condiciones en que ha de perfilarse, como una disciplina que elabore un discurso alternativo al del materialismo histórico para la Historia. Una perspectiva de la que eran conscientes algunos de los promotores de la nueva disciplina, como M. Dubois, en 1893, al aludir a los «enemigos
declarados o disi ulados de la idea de la patria». Se les atribuía el propó sito de «de ostrar que una cierta sociología podría sustituir co pleta en te el papel de la geografía; porque necesitan, para sus co binaciones, que no tienen nada que ver con la ciencia, un hobre abstracto, sie pre el iso, sustraído a toda acción de las influencias co plejas de la naturaleza». La identidad de esos ene igos de la patria con el internacionalis o no pa rece dudosa. incular la historia con el sustrato físico terrestre aparece coo una obsesión en los decenios finales del siglo I. « parece hoy coo una exi gencia ineludible partir de la geología y la geografía para las investigacio nes históricas, no perder de vista el suelo, que debe dar, estudiado de una anera co pleta en su fora, en su constitución, en sus relaciones con el edio a biente, en sus recursos, la explicación de nuestras diferencias, la clave para co prender la organización social y las instituciones de los pue blos.» ra la procla a de la Revue géographique que dirigía L. rapeyron, uno de los ás destacados portavoces e i pulsores de la geografía en Fran cia, desde el decenio de 1870. La propuesta de una disciplina renovada, asentada sobre la geografía física pero orientada a dar explicación del undo social, se identifica en la deno inada antropogeografía o geografía hu ana, tal y coo se entienden a finales del siglo pasado. La clave de bóveda de esa propuesta, la que la hacía viable, era el soporte teórico elegido. La oderna geografía se sus tentaba en el concepto de las influencias del edio físico sobre las socie dades hu anas. La novedad aparente provenía de que se planteaban en el arco de una teoría científica solvente, el darvinis o. Las influencias del edio sobre el obre, las relaciones edio- o bre coo se dirá ás tarde, constituyen el núcleo teórico de la geografía oderna. na for ulación decisiva en la configuración de la geografía tal y coo se conte pla en la actualidad y tal y coo se ha desarrollado en el siglo . onstituye el gran hallazgo de la co unidad geográfica en for ación a finales del siglo I . La consolidación del arxis o coo esque a interpretativo del desa rrollo histórico y econó ico de las sociedades hu anas significaba la con figuración de un saber que carecía de contrapunto en la ciencia social iperante. La historia, tal y coo se cultivaba en el siglo I , incluso en su diensión positiva, no podía satisfacer las exigencias sociales de explicación del desarrollo hu ano. e la insatisfacción con esa historia del aconteciiento, era ente descriptiva de la vida política superficial, o pobre ente biográfica de los personajes notables, esclava de una docu entación preci sa pero no do inada, de adscripción positivista, se hacía eco, ya en nuestro siglo, un hobre culto coo rtega y asset ( rtega y asset, 1957). La geografía hu ana, es decir, la nueva geografía e las relaciones re-ei, se resetaa c a alter ativa. iscurs articula-
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CAPÍTULO
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LA GEOGRAFÍA MODERNA: UNA CIENCIA DE LAS RELACIONES HOMBRE-MEDIO
En el último cuarto del siglo XIX y en los inicios del siglo XX se perfila el proyecto geográfico moderno, desde la definición del objeto geográfico hasta la formulación de los objetivos que le son propios. Se trata de un es fuerzo por darle a la geografía contornos propios y por construir un marco teórico para la disciplina. El proyecto se enuncia como antropogeografía o geografía humana. No se contrapone, como pudiera inducirse de la deno minación elegida, a la Geografía Física, sino que se construye sobre ella, convertida en el soporte del conjunto. La pretensión era delimitar un área propia; salvar a la geografía de lo que habrá de ser su más permanente y constante sambenito, de espigar en todas las demás ciencias. El esfuerzo más lúcido es, precisamente, el de do tar a la geografía de una «esfera de trabajo específica», en el marco de la dis tribución convencional del conocimiento científico. En ese aspecto, la bús queda de un marco teórico como las «relaciones Hombre-Medio» otorgaba a la geografía, además de una presunción científica, un campo propio. Los decenios de 1870 y 1880 aparecen como decisivos, como el perío do en que cristalizan propuestas que articularán la geografía moderna, el de la definición de los objetivos de la geografía, que proporcionan a ésta lo que, en términos de Kuhn, puede considerarse paradigma de la disci plina durante más de un siglo. La geografía se formula como una disciplina de la interrelación entre naturaleza y sociedad, asentada en el principio de las relaciones entre el hombre y el suelo, entendidas, en principio, como las influencias del suelo sobre el Hombre. La nueva geografía «parte del sue-lo y no de la sociedad».
La nueva propuesta recogía una tradición profunda de la cultura oc cidental, al mismo tiempo que la enunciaba en términos renovados, acor des con los fundamentos científicos modernos. El suelo, como clave ex plicativa de la organización social y de las instituciones políticas: «el sue lo es el fundamento de toda sociedad», como decía A. Demangeon ya en el siglo XX. Sin llegar a constituirlo en causa directa de la misma lo con vierte, como decía Ratzel, en «el único lazo de cohesión esencial de cada pueblo».
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Punto de partida que per itía, ade ás, establecer un lí ite, una fron tera respecto de otras disciplinas fronterizas. La construcción intelectual de una geografía que co prenda los hechos sociales tiene lugar en un aga cultural en el que los bordes y las aterias de las diversas disciplinas que se aproxi an al objeto social aparecen sin suficiente definición. Sociología, etnografía o antropología y econo ía política se perfilan coo capos co petidores o co ple entarios para la observación y análisis del undo social en la segunda mitad de siglo XIX. Cada una con su propia tradición, con sus antecedentes, con su cultura. En ese asalto al aplio y co plejo undo social, en que conviven his toria y política, poder y desarrollo, entre otras uchas di ensiones, el «de recho» al reparto, coo en el análogo undo de las disputas coloniales, se justifica con la propia tradición, pero debe asentarse en un objetivo diferen ciado. La geografía presentaba el suyo: el suelo, que debe dar, estudiado de una anera co pleta en su fora, en su constitución, en sus relaciones con el edio a biente, en sus recursos, la explicación de nuestras diferencias. l suelo adquiere, en la nueva geografía poder y di ensión explicativos. La nueva geografía, interesada en prier lugar por los fenó enos pro pios de la geografía política, aspira a establecer sus causas y funda entos, a for ular sus principios generales, a partir de la geografía natural o físi ca. l objeto de la nueva disciplina son los ho bres, las sociedades, pero en su di ensión local, en su lugar, en su di ensión geográfica, clave para su co prensión. sta disciplina del suelo se dirige, sin e bargo, al obre. ra el ob jetivo de F. Ratzel, coo resaltaba idal de la Blache: «restablecer en la eografía el ele ento hu ano, cuyos títulos parecen olvidados, y reconstituir la unidad de la ciencia geográfica sobre la base de la aturaleza y de la vida: tal es su aria ente el plan de la obra de Ratzel» (idal de la lache, 1904). La obra que si boliza este plantea iento es la Antropogeografía ( atzel, 1882-1891), la eografía de los o bres, coo la deno inan los ale anes, la que ás tarde J. runhes bautizará, traducirá, coo «eografía u ana», tér ino que acabará i poniéndose en el uso geográfico, sobre otras expresiones que ta bién se utilizaron para identificar la nueva disciplina de las influencias del edio sobre el obre.
1. La antropogeografía: la ciencia puente l proyecto de la que F. Ratzel deno inó antropogeografía reposaba sobre las relaciones Hombre-Medio. Como resaltaba Vidal de la Blache res pecto de Ratzel, el proyecto de éste había estado dirigido «durante toda su vida, en todo el desarrollo de su obra», a establecer el lazo entre geografía huana y geografía física. oo una ciencia puente, según lo expresaba otro de los geógrafos «fundadores» ( ackinder, 1887). Era una actitud co partida y generalizada. La nueva geografía propone una concepción en la que la tierra, es de cir, la naturaleza terrestre, se convierte en el punto de partida de una cien
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cia cuyo objeto sean las sociedades y el ho bre, en la edida en que se considera que, como individuo y como ser social, está sometido, inexcusa ble ente, a la influencia de su entorno natural, del lugar en que se desen vuelve. La geografía coo disciplina orientada a «poner en relación los he chos hu anos con la serie de causas naturales que pueden explicarlos», coo sintetizaba . e angeon, un discípulo de Vidal de la Blache. La geo grafía, que se define coo «hu ana» se vincula, sin e bargo, a la tierra, a lo físico, hasta identificarse con ella. Los datos geográficos, las condicio nes geográficas, los factores geográficos, se entenderán, de odo prefe rente, coo los datos físicos, coo las condiciones naturales, coo los factores físicos. na concepción que ha penetrado profunda ente en nues tra cultura. La Antropogeografía de F. atzel se concentra en tres tipos de cuestio nes: en prier lugar, establecer, con ayuda de apas, la anera coo los ho bres se hallan distribuidos y agrupados en la Tierra. n segundo lugar, la explicación de esta distribución y reparto de acuerdo con los ovi ientos de pueblos que se producen a lo largo de la historia. n últio térino, y de fora co ple entaria y subordinada, los efectos que el edio fí sico pueden producir en los individuos y sociedades. Será esta últia la que tendrá un ayor alcance y repercusión. La geografía oderna se constituye coo disciplina del espacio o lu gar en que el hobre vive y con el objetivo de ostrar las relaciones «íntias y necesarias» entre el ser natural con las condiciones del lugar o región que habita. sta relación entre grupo huano y entorno aparece coo una clave de la nueva geografía. F. Ratzel lo sintetizaba casi apodíctica ente. Según su for ulación, los grupos hu anos o las sociedades hu anas se desarrollan sie pre «den tro de los lí ites de cierto arco natural (Rha en), ocupando sie pre una posición precisa en el globo (Stelle), y necesitando sie pre para nutrirse, para subsistir, para crecer, de un cierto espacio (Rau )», según recogía y resu ía J. Brunhes. Constitución que facilitaba y facultaba a la geografía para proyectarse so bre la historia política, sobre la vida social, sobre la actividad ilitar y sobre el resto de las actividades propias de la sociedad. Razas y pueblos, con sus caracteres fisiológicos y orales, con sus aptitudes para la vida social, re sultarían de esta relación vinculante con el lugar. Porque, coo decía Brunhes, «los datos geográficos se enlazan, coo de causa a efecto, con los he chos históricos, y la relación entre unos y otros aparece tan necesaria, tan ínti a, que sin aquéllos fuera i posible de todo punto apreciar y juzgar con acierto los grandes proble as de la vida hu ana». La transfor ación tiene lugar en pocos años. finales del siglo pasa do existía ya la conciencia de la profunda renovación habida en el arco de la geografía. pesar de las reticencias anifestadas por algunos geó grafos físicos, coo . Peschel, la concepción de una disciplina de las re laciones del obre y el edio fue aceptada y co partida. La fisiografía, coo se le deno inaba entonces a la orfología de la superficie terrestre, lo que ás adelante se lla ará geo orfología, se convertía en el soporte ex
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plicativo de la nueva orientación. la geología se transfor aba a su vez en la clave para co prender los caracteres del suelo. La geología daba «razón de flora, fauna e historia de cada país». ran las propuestas que divulgaba con especial énfasis la Revue géographique que dirigía . L. rapeyron, un destacado representante de la geo grafía histórica francesa, i pulsor efectivo del desarrollo de la geografía en Francia, sobre todo en sus instancias pedagógicas. La « oderna» propues ta geográfica, tal y coo la for ula Ratzel, y coo la conte plan idal de la Blache, ackinder y otros autores, europeos y a ericanos, ofrecía una razonable apariencia, en su for ulación, sin aparente contradicción con los enunciados de las ciencias positivas. Surgía en un entorno social receptivo, cultural ente, a un plantea iento que vinculaba la naturaleza social con la física, la historia con la naturaleza, e, incluso, la psicología con la natu raleza. ntender al hobre coo «un producto de su edio», conte plarlo en un proceso de adaptación per anente al iso; y, coo consecuencia, plantear una disciplina que estudie de odo científico la «interacción entre el hobre y su edio» ofrecía una alternativa radical tanto a la geografía física coo a la geografía política. la pri era porque la involucraba en un proceso explicativo que desbordaba el siple análisis físico. la segun da porque la situaba, al enos en apariencia, ante proble as que podían ser abordados de fora rigurosa. La nueva disciplina, la geografía política de nuevo cuño, rebautizada coo ntropogeografía o geografía hu ana, podía presentarse coo una «ciencia cuya principal función consiste en poner de anifiesto las varia ciones locales de la interacción del hobre en sociedad y de su edio» (Mackinder, 1887). La nueva geografía podía integrar en un único objetivo las dos raas de la geografía, cubrir esa área puente entre las ciencias naturales y las so ciales que recla aba el propio ackinder: «s tarea del geógrafo tender un puente sobre un abiso que, en opinión de uchos, está ro piendo el equilibrio de nuestra cultura» ( ackinder, 1887). n discurso coincidente con el de atzel, según el propio idal de la Blache: introducir al hobre en la geografía. ebeos entender en la geografía física. Para los conte poráneos significaba el tránsito de la geografía hacia el estatuto de ciencia, con un pro etedor y aplio capo de acción. Se cu plía lo que ackinder expresaba coo una aspiración: reconvertir «un siple cuerpo de infor ación» en una disciplina científica. l nicho para la geografía estaba dispuesto, y las condiciones sociales para su incubación rápida ta bién, de tal odo que pudiera constituirse una co unidad so cial vinculada a un proyecto de perfiles definidos, la co unidad de geógra fos que resalta Capel; se trataba de proporcionarle el adecuado espacio episte ológico. La geografía adquiría y, sobre todo, perfilaba, su arco teórico-interpretativo funda ental de los tie pos odernos, el de las relaciones Hombre-Medio, en realidad, las influencias del edio en el obre. La geografía oderna se interesaba por el sustrato terrestre que cons tituye el « edio» de la evolución natural y se planteaba coo objetivo de
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clarado establecer el puente entre el « edio» y el « o bre». La geografía oderna surge coo una disciplina de las «relaciones del obre con el edio». Éste es identificado coo «edio geográfico», reducido, de fora ás o enos explícita, al «edio físico» o «edio natural».
La geografía es entendida como una disciplina «positiva» que abar ca el nexo entre Naturaleza y Hombre, como una disciplina «ambiental». Lo es en cuanto se inserta en este marco cultural de referencia que defi ne las ciencias de la Tierra desde el siglo pasado. Lo es porque convierte al medio en un factor primario, es decir sobresaliente, en la dualidad Na turaleza-Sociedad. Inclinación que permite entender, tanto las tentacio nes deterministas que anidan en el discurso geográfico como la hegemo nía de lo físico en la cultura geográfica durante casi un siglo. Durante este tiempo, la asociación de la geografía con el sustrato físico y la pree minencia de la formación naturalista han sido dos constantes de la tra dición geográfica moderna. Están en relación con el carácter sustantivo del concepto de medio. 2. El medio geográfico: un concepto clave l proyecto para la geografía oderna está centrado en dos conceptos clave coo son el edio -geográfico- y la región. Se elaboraron concep tos clave de la geografía oderna: el concepto de medio geográfico y el con cepto de región natural o geográfica, que se identifica con el pri ero: «n " edio" es una región natural» ( ackinder, 1887). Responden a un proyec to de coherencia, en el que hay que resaltar, desde el punto de vista etodológico, el hincapié sobresaliente en la argu entación coo eje del pro ceso discursivo en la geografía. El concepto de medio, tér ino acuñado por el historiador . aine a ediados del siglo pasado, con un significado y alcance ás a plio, cala profunda ente en la constitución de la geografía oderna, y se identifica tan absoluta ente con ella desde un punto de vista cultural y social, que su utación en medio geográfico no deja de tener especial significación. l edio geográfico es el edio físico por antono asia. Su fuerza cultural se i pone a la convicción explicativa. El edio geográfico, con esta acepción es tricta equivalente a condiciones naturales (geográficas) se transfor a en uno de los conceptos-eje de la geografía moderna. La teoría evolucionista ofrecía el arco teórico adecuado para situar la nueva propuesta geográfica: el medio, environment o milieu, coo con cepto clave para situar el siste a de relaciones en que los seres hu anos adquieren sus principales rasgos sociales; y ese siste a de relaciones, en lo que tienen de arco para el desarrollo de las co unidades sociales a tra vés de la adaptación y la evolución en el tie po. Por otra parte, el concep to de medio tiene un carácter locativo y deli itado. Se identifica en un lu gar o área diferenciado respecto de los deás. en esa perspectiva tiene o logra senti o. Se adecuaba a la perfección a una disciplina que tenía que f'r-ítn lo
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La idea predominante en un amplio sector de la comunidad geográ fica y de la sociedad, en ese período, ubicaba la nueva geografía, la «geo grafía científica», en este contexto, el del «conocimiento razonado y or gánico de cuantos fenómenos acaecen en la superficie del planeta, y de las relaciones que existen entre el ambiente y las condiciones físicas te rrestres, por una parte, y los organismos todos, por otra, que viven ese ambiente y están sometidos, más o menos, a la acción de esas condicio nes físicas». Más aún, como destacaba el mismo autor al identificar «el gran problema de la geografía», se trataba de «determinar, con toda pre cisión y verdad, la influencia que las formas y condiciones de la superfi cie terrestre en cada lugar, ejercen en el proceso mental de sus habitan tes» (Mili, 1905). La idea compartida sobre la nueva geografía contemplaba ésta como la disciplina que investiga la relación entre los componentes físicos y las «asociaciones políticas que forman los pueblos, la prosperidad de las na ciones». La confianza en las posibilidades de la geografía moderna, como ciencia, permitía considerar un futuro en el que pudiera llegar «a fórmulas o leyes que determinen, por ejemplo, la relación entre la idea artística o re ligiosa de un pueblo y el medio natural en que se ha desarrollado y vive» (Mill, 1905). La convicción de que los fenómenos humanos se corresponden con fe nómenos físicos, y de que a través de las condiciones físicas o naturales se alcanza a entender los hechos sociales, no sólo era un estado de opinión compartido sino que se consideraba avalado por una «tradición» intelectual y soportado por la propia ciencia, en cuyo movimiento se inscribía la nue va geografía. Para los geógrafos que viven entre los siglos XIX y XX, la geo grafía moderna, asentada sobre la consistente base de las teorías evolucio nistas, había supuesto superar el carácter de mera «descripción más o me nos pintoresca de las regiones de la Tierra», e incorporarse al estatuto de «ciencia metódica», con similar rango a las demás ciencias físicas. 3. Una geografía ambiental: ambientalismo y determinismo geográfico
La geografía nacía con un marcado signo «ambiental»; se puede pen sar que no era casual. La primera definición de la geografía moderna, tal y como se delinea a finales del siglo XIX, y entendiendo por geografía moder na el cuerpo doctrinal que pretende dar una explicación totalizadora de lo social y lo físico, en el marco de una ciencia positiva, contiene una acen tuada orientación «ambiental». Contemplar la geografía como una disciplina orientada al estudio de las formas y caracteres de la superficie terrestre, en cuanto escenario o me dio físico, «que condiciona la existencia de los seres vivientes», así como las reacciones de éstos a tales condicionamientos, en orden a «explicar la sín tesis suprema de las relaciones totales de la superficie terrestre con la vida de las plantas, de los animales y del hombre», se convierte en una forma de
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pensar social ente aceptada, coo sintetizaba un geógrafo español (Bu llón, 1916). l «a bientalis o» i pregnó, por razones históricas y etodológicas, el origen de la geografía. El a bientalis o geográfico fue un co ponente natural en la consti tución de la geografía oderna. La for ulación a biental enraizaba sin dificultades en la tradición cultural occidental y se insertaba en la cultura científica in ediata. Las relaciones o bre- edio encajaban en los pos tulados del evolucionis o, o al enos se for ulaban en un lenguaje de apariencia coún y con una óptica análoga. esde una perspectiva cientí fica, la for ulación de la nueva geografía parecía corresponder con el es tado científico del o ento. n el ábito cultural gozaba de una profun da tradición.
3.1.
TRADICIÓN CULTURAL Y AMBIENTALISMO
l «a bientalis o» hipocrático, recuperado en el siglo III, había in ducido el desarrollo de la edicina higienista y esti ulado el cultivo de lo que será la geografía édica desde finales del siglo ilustrado, entendida coo parte de la patología general que trataba de la distribución de las es pecies orbosas en relación con los clias y con las circunstancias físicas de los diversos lugares. La vinculación con el a biente no se circunscribirá a los estados orbosos. l carácter, las aptitudes, los co porta ientos, individuales y socia les quedarán ta bién asociados a él. Senti ientos, pensa ientos, costu bres estarían condicionados por la naturaleza física: cuerpo y ala de los ho bres se corresponden con el ser del país, según enunciaba ipócrates. Tradición cultural reforzada por la propia herencia judeocristiana, que ha cía al hobre una criatura del lio de la tierra. n «a bientalis o» ás radical for aba parte de la tradición occi dental ás reciente. ontesquieu había for ulado ese vínculo depen diente de una fora drástica: «las distintas necesidades en los diferentes clias han for ado las diferentes aneras de vivir, y estas diversas a neras de vivir han originado las distintas clases de leyes». , en tér inos aún ás contundentes, lo expresaba erder, al apuntar que «antes que una nación aparezca sobre el undo, las cadenas de ontañas, los re pliegues del terreno y de los ríos arcan ya, con rasgos indelebles, la fisono ía de la historia». La cultura occidental era receptiva, por tanto, al «a bientalis o» en for ulaciones de uy diverso calado. Extre ado o co edido for aba par te de esa cultura; fora parte de nuestra cultura. l iso I. ant se uestra siervo de esa concepción que hace del suelo, de los factores físicos, el soporte obligado de las condiciones orales de los pueblos y de los seres. s lo que convierte, a la que él deno ina geografía física, en el funda ento explicativo de los rasgos hu anos. Le reconoce ser «no sólo el fundaento de la istoria, sino ta bién el de todas las deás geografías posi bles» (Kant, 1968).
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s cierto que el «a bientalis o» secular tiene poco que ver, en su ex presión o for ulación, con el oderno. i ipócrates, ni aleno, ni Bodin o ontesquieu, conciben el suelo, el clia o el a biente coo se hará a partir del siglo I. l suelo, en la cultura occidental ha sido, hasta el siglo pasado, un puro sustrato o tablado, un escenario, de acuerdo con la elabo ración griega. Sus atributos no van ás allá de su fora, de sus contornos. ran ás i portantes sus propiedades, en el sentido edieval del tér ino. l propio a biente, desde la consideración geográfica, no sobrepasaba la distinción de llanuras, esetas y ontañas, conceptos, por otra parte, por co pleto i precisos y a biguos. l clia de esta tradición ilenaria tiene poco que ver con nuestro concepto oderno de clia. Responde en ayor edida al concepto de clias de los clásicos, esto es, a las grandes divisiones o círculos celestes y su proyección sobre la Tierra: zonas cuyo único rasgo a biental o cli áti co, en sentido oderno, se reduce al grado de calor. onas tórridas, zonas te pladas, zonas frías, coo único utillaje cli ático, en la edida en que el concepto de te peratura, ni ha sido elaborado ni es ensurable. ntre otras razones porque ta poco se planteaban la edida de tales fenó enos. Responden a una concepción distinta de la naturaleza (Crosby, 1997). l a biente tiene, para las gentes anteriores al siglo I , una coponente ás astrológica que e pírica. Lo que hoy deno ina os clia no fora parte de la concepciones pre odernas, en las que los fenó enos atosféricos quedan sujetos a la deter inación astral. Son parte de la natu raleza de las cosas. Los cuatro ele entos, coo las cuatro cualidades, coo las co plexiones hu anas, coo las estaciones. Calor y frío, hu edad y se quedad, hielo y granizo, lo iso que los azotes o plagas, son atributos de los cuerpos celestes cuyo tránsito regular por las estaciones los distribuye sobre la superficie terrestre. eter inado astro de condición húmeda apor ta lluvias, de igual odo que el de condición fría provocará hielos. Son fenó enos -los que llaaos cli áticos- que para los antiguos se encua dran en otros esque as de entendi iento y explicación. n este sentido, el «a bientalis o», coo descubren las expresiones que aparecen siste ática ente en los geógrafos lla ados clásicos, definen una concepción de la geografía que responde al odo de pensar oderno. Se funda enta en la distinción entre obre y aturaleza coo entidades contrapuestas. istinción i pensable en el pensa iento edieval. Se for ula coo disciplina de las influencias del edio en el ho bre. l epicentro es el edio, no el ho bre, o coo el propio idal lo for ula, el lugar no los hombres. xpresión contradictoria en la edida en que los ho bres constituyen la preocupación, el centro de interés, de esta nueva ge ografía. na eografía apoyada en la deter inación del edio. o en la predeterminación. For ulado de otra anera, los destinos de las sociedades hu anas no están escritos de ante ano y desde la eternidad coo afir a ba itter y coo postulaban ontesquieu y erder. Para los geógrafos de la pri era etapa de la oderna eografía uana son destinos históricos, y por tanto variables. esto ocurre en Ratzel y en idal de la Blache, si bien uno y otro tengan expresiones drásticas que
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han per itido interpretaciones deter inistas radicales. Lo que estos geó grafos consideran es que en esa relación histórica entre una colectividad hu mana y unas condiciones geográficas -es decir, físicas- dadas, son éstas las que actúan de olde; éste es el presupuesto episte ológico funda ental.
Vidal de la Blache lo expresaba de modo explícito: «Los hechos de geo grafía humana se vinculan a un ámbito terrestre y sólo son explicables por él. Están en relación con el medio que crea, en cada parte de la Tierra, la combinación de las condiciones físicas.» A partir de un concepto de lo geo gráfico como lo que concierne a las influencias del Medio en la Historia. La geografía contempla ese binomio que es esencial en su entendimiento mo derno, desde la atalaya del Medio. n proble a, en cuya for ulación los geógrafos se dejaron encerrar en los precientíficos enunciados de la cultura astrológica, coo señaló, con certera crítica, Lucien Febvre decenios ás tarde. estacaba cóo los prieros plantea ientos de la eografía recogían «ciertos proble as en la isa fora que los planteaba la tradición». Coo él señalaba, el lengua je de las influencias no era propio de la época científica, correspondía a otra etapa: «La influencia no es una palabra del lenguaje científico, sino del len guaje astrológico. ue se deje, pues, de una vez para sie pre, a los astró logos y deás charlatanes.» La geografía incurre en otorgar al suelo «una especie de poder creador para hacer de él el productor y ani ador de las foras sociales». Sin e bargo, ese lenguaje era el que había sustentado la constitución de la geografía oderna.
3.2.
LA CONDICIÓN CIENTÍFICA: EL DETERMINISMO GEOGRÁFICO
La geografía estableció su arco episte ológico coo disciplina cien tífica dirigida a descubrir y enunciar los principios generales, las tendencias básicas, las regularidades que rigen el desarrollo del edio y su influencia en el ho bre. La nueva geografía buscaba regularidades y leyes en las re laciones del obre con el edio, y confiaba en alcanzar a enunciarlas a partir de la observación e pírica. spiración y condiciones que aparecían claras para los conte poráneos: «o hay Ciencia ientras no se deduzcan de los hechos y de los fenó enos principios y leyes generales que representen un conjunto de gran solidez filosófica... la iencia se levanta sobre el sólido anda io de las hipótesis que per iten situar los hechos para ayor ar onía del con junto» (e Buen, 1916). Los geógrafos de la pri era hora pretendían fun dar un capo de conoci iento que se vinculaba a la ciencia positiva, tal y coo ésta se concibe en el siglo I . La geografía se constituye coo una disciplina e pírica, de observa ción, cuyo aterial son los fenó enos geográficos. Recoger «hechos» geo gráficos, clasificarlos y ordenarlos, establecer su distribución, co pararlos y descubrir las relaciones que se producen entre ellos, fora parte del étodo. l objetivo era llegar a establecer por inferencia o inducción las re gularidades observadas o supuestas, los principios que rigen su producción,
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las leyes de validez universal, que dan razón de los vínculos entre el o bre y el edio y sus distintas anifestaciones o variaciones geográficas. Las que deben per itir prever sus consecuencias, adelantarse a sus efectos, pre venirlos o evitarlos. Las leyes científicas expresan una relación de causalidad entre los fac tores o variables deter inantes o independientes, y los ele entos condicio nados, las variables dependientes. Reunidas deter inadas condiciones o circunstancias se pueda afir ar que se derivarán efectos ta bién deter i nados y, por tanto, previsibles. La deter inación causal representa sólo el rasgo ás sobresaliente de una filosofía del conoci iento que, en el siglo pasado, es el funda ento de la propia ciencia positiva, tal coo se la con cebía en esa época. La geografía, por razones de origen, por razones conceptuales y cultu rales, no podía ser sino causal y por tanto deter inista. Se encuentra de fora generalizada y siste ática en los pri eros geógrafos odernos. ay en las historias de la geografía ás tradicionales y en la práctica teórica de los geógrafos una especie de síndro e de culpa, a odo de pecado original de la geografía oderna, vinculado, en este caso, al deter inis o geográ fico. specie de culpa que aco paña a la geografía a partir de las críticas que recibe desde á bitos diversos y, sobre todo, por parte del historiador L. Febvre. Se olvida que ese rasgo pertenece a la propia naturaleza de la ciencia oderna y que anida en la cultura europea uy profunda ente, sin duda con anterioridad a su for ulación geográfica. ue la geografía no hizo sino incorporar a su propia definición, tanto la deter inación científica coo la cultural. l deter inis o geográfico o natural, tal y coo lo entienden y for ulan los geógrafos de la pri era generación oderna, pertenecía al acervo cultural y científico conte poráneo. n los últi os decenios del siglo I se consolida una actitud co par tida en el sentido de que era posible construir una disciplina «científica» cuyo objeto eran las influencias del edio -environ ent- en la Sociedad. Se abordó desde presupuestos y enfoques diversos, de acuerdo con la pro cedencia y for ación de los principales protagonistas de ese esfuerzo, en relación con su trasfondo cultural y filosófico, y en virtud del contexto ideo lógico en que se desenvuelven. La definición de un proyecto geográfico mo derno se ve afectada por todos estos condicionantes, que arcan el perfil inicial y el desarrollo de la geografía oderna en el siglo . 4. La decantación del proyecto geográfico: una ciencia positiva La anifiesta coincidencia que se produce a finales del siglo XIX al es tablecer los rasgos generales de la geografía oderna, al insertarla en el en torno científico-cultural de la época, y al asignarle un objetivo de induda ble trascendencia ideológica, coo ocurre en las influencias-relaciones o bre- edio, no se anifiesta, en ca bio, al definir la di ensión con ceptual y teórica de la nueva disciplina.
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ay en ello un déficit que aco paña la evolución de la geografía oderna. n déficit de reflexión teórica y etodológica que L. Febvre apun taba ya respecto de los geógrafos franceses: «Las obras de teoría, los libros de conjunto sobre la ateria, el fin y los étodos de la geografía hu ana, son uy raros en Francia»; déficit que fora parte de la tradición de la dis ciplina. Los geógrafos se ostraban incapaces de atribuir un perfil único a la disciplina y de ordenar sus contenidos. esde dentro, se debatían en la definición de la geografía coo siple ciencia de la distribución espacial y localización de los fenó enos geográ ficos o coo una ciencia de ayor calado, causal y general, e incluso coo una siple disciplina artística. esde fuera de ella, desde distintos ca pos, se resaltaba la vaciedad de contenidos o el carácter superfluo de los isos, en la edida en que la geografía aparecía coo una siple agrega ción de conoci ientos pertenecientes a otras disciplinas bien definidas. La confusión conceptual -confusión episte ológica-, es un rasgo destacado de esta pri era etapa de la geografía oderna. La decantación de un proyecto «geográfico» se produce en un arco de propuestas uy di versas, contrapuestas desde la perspectiva teórico-conceptual y de la filoso fía subyacente. o resulta ajeno a la variada procedencia de quienes conte plaron la posibilidad de fundar un conoci iento renovado de índole geográfica y de naturaleza científica. ran conscientes de las dificultades de asentar una disciplina geográfica condicionada por una tradición cultural que hacía de lo geográfico un vasto capo de conoci ientos dispares y sin vínculo in terno. La geografía, tal y coo se la entendía, carecía de una concepción unitaria. Los geógrafos aspiraban a dotarla de un cuerpo teórico y de una estructura siste ática equiparable a la de cualquier otra ciencia conte poránea. pesar del escaso afecto que los geógrafos han ostrado hacia las reflexiones teórico- etodológicas, ese trabajo fue abordado desde enfo ques y posiciones contrapuestas. fue abordado no sólo desde la defini ción de la geografía y la deter inación de su ateria o objeto sino tabién desde la preocupación por darle una estructura interna acorde con su estatuto de ciencia. La crítica resaltaba que la geografía «tal y cual se escribe y se enseña» no es sino una aglo eración heterogénea de infor aciones frag entadas que pertenecen a capos científicos con reconocida funda entación cien tífica. La nueva co unidad geográfica buscaba proporcionar a la geogra fía un horizonte ás abierto. Para ello parecía obligado construir un con
cepto «claro y lógico» de la geografía, que per itiera situarla en el contexto científico y ubicar cada una de sus raas dentro de la propia geografía. Lo que exigía, a título previo, establecer el nú ero, entidad y al cance de éstas. Se trataba de darle a la geografía un objetivo preciso y una «teoría central». ra obligado renunciar a aquellos co ponentes incoherentes, salvando la geografía «de los entusiastas de asiado celosos que pretenden incluir en ella toda suerte de conoci ientos hu anos». Si bien esta idea
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no sie pre fuera co partida por todos los geógrafos. n uno y otro caso se trataba de definir no sólo el estatuto de la geografía coo ciencia, sino ta bién de establecer su siste ática. abía que configurar el cuerpo de doctrina, los co ponentes y raas, los vínculos objetivos y etodológicos entre ellas, la estructura del conoci iento geográfico, y los objetos sobre los que cada una se constituye. había que asegurarse un «nicho» profe sional. n la divergencia intervienen sensibilidades distintas que responden a for aciones diferentes. La actitud de los geógrafos de adscripción «física», coo es el caso de los nortea ericanos, es clara. bogan por configurar una geografía de las relaciones entre el edio y los seres vivos, entre el edio y el obre, por tanto, de carácter general. sí la for ula . avis, principal adalid de esta concepción. ecla aba, de fora directa, una «geografía científica», considerada desde la óptica de una disciplina con cuerpo teóri co explícito. uando avis propugna una geografía «científica» lo hace des de un específico entendi iento del conoci iento científico, el del positiviso. Propugnaba antenerse fiel a los orígenes. La disposición de los geógrafos de for ación «histórica», representada por los franceses, en una pri era instancia, pero ta bién por una crecien te parte de los ale anes e italianos, se decanta hacia la geografía coo ciencia de la organización del espacio. nunciado que debe os entender coo ciencia de la configuración o distribución de los fenó enos geográfi cos, así coo de su apariencia o fisono ía, coo paisaje. La sutilidad de los matices no distancia excesivamente a autores como Vidal de la Blache y A. Hettner, principales abanderados de esta geografía de la localización, que propugnará, más tarde, R. Hartshorne en Estados Uni dos. Comparten el perfil básico del concepto de ciencia, y la idea de una geo grafía científica. No obstante, resultan ucho más permeables a propuestas epistemológicas alternativas al positivismo, de raíz idealista. La doble sensi bilidad, de formación por un lado, de filosofía por otro, orienta las dos prin cipales propuestas que se manifiestan en el primer tercio del siglo XX. l debate se perfila en esos años entre dos opciones. Situar la geografía coo una disciplina de la extensión de los fenó enos físicos y sociales sobre la superficie terrestre, una concepción co partida y extendida, dentro y fue ra de ella. hacer de ella una disciplina de la «relación» entre el sustrato abiótico y el orgánico, tal y coo se for ulaba en sus decenios iniciales. n el prier sentido se desarrolla el proyecto intelectual de . ettner y de la ayor parte de la geografía europea. n el segundo se centra la forulación a ericana, en torno a las posturas de . . avis, que reivindi caba ese patrón para la eografía en 1906: «l capo entero de la eografía es el estudio de la relación entre la ierra y la vida.» na concepción que el geógrafo a ericano se li itaba a enunciar en el arco de un deba te ya configurado en los pri eros años del siglo . Frente a las objeciones de que tal concepción no consideraba los fenóenos de localización, conte plados coo inherentes a la geografía, ar güían que estaban co prendidos en su propuesta. ntendían que ésta ase guraba la coherencia de los isos, al acotarlos, evitando que pudieran
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plantearse coo geográficos fenó enos de siple distribución. Lo ejeplificaban en relación con la distribución «de los instru entos de úsica y las obras de arte», coo una uestra de lo que no constituía para ellos geo grafía. Resaltaban que, en ca bio, proporcionaba una di ensión científica a la geografía, al superar la era descripción en una explicación razonada. ctitud co partida por una parte significativa de geógrafos anglosajones y por una parte sustancial de los geógrafos de for ación naturalista.
5. Una ciencia general de las relaciones entre el Medio y los seres vivos Para los geógrafos de for ación física la geografía se propone coo una ciencia de las «relaciones Tierra-seres vivos». Lo for ulan desde una óptica a biental, que circunscribe la disciplina al estudio de las relaciones entre los diversos edios físicos terrestres y los seres vivos habitantes en ellos, entre ellos los hu anos. oo una disciplina general cuyo perfil se aproxima mucho a lo que se puede denominar una «ecología de los seres vivos». na ciencia natural de las relaciones entre el edio y los seres vi vos, coo parte de las ciencias naturales. s la geografía general según la concepción de esta corriente. cotan y perfilan un tipo de disciplina que responde al plantea iento ás generalizado de finales del siglo I, con un notable arraigo en Esta dos nidos, donde la geografía ale ana de la pri era etapa goza de un prestigio generalizado. La influencia ale ana fue casi exclusiva hasta en trado el siglo actual, coo reconocía I. Bowan al traducir la Geografía humana de J. Brunhes: « uestra devoción por los anuales ale anes de geografía y particular ente por la ntropogeografía de Ratzel, nos había hecho necesaria ente ás fa iliares las fuentes de la ciencia geográfica ale ana.» Lo corroboraba, años ás tarde, C. Sauer. l esfuerzo siste atizador para reducir este capo a un conjunto co herente de raas cuyas relaciones quedaran reconocidas dentro del tronco coún lo protagonizan los geógrafos nortea ericanos que responden a una escuela de intensa definición naturalista. l áxio exponente es el geoorfólogo . . avis. Sus concepciones las co parten geógrafos euro peos, británicos y continentales, sobre anera los de cultura naturalista. ntre éstos, la ayoría de los españoles, cuyo eje plo es uy ilustrativo en este aspecto (óez endoza, 1997). La geografía a ericana se constituye coo una disciplina naturalista y coo una geografía física -fisiografía- do inante. sí se evidenciaba con otivo del III ongreso Internacional de geografía que se celebró en stados nidos en 1904. oo resaltaba un asistente al iso, «predo inaron los estudios sobre geografía natural o física, es decir, los del grupo de fisiografía». e fora expresiva, según el iso testi onio, las secciones relacionadas con la geografía hu ana, es decir, con la ntropogeografía, no llegaron, siquiera, a reunirse. n indicador fehaciente de la tradición geo gráfica a ericana en su período constituyente.
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LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA
Reivindicaban una concepción capaz de dar sentido al cuerpo de la geo grafía articulando un coherente siste a de subdisciplinas. La geografía se for ulaba coo una disciplina que aborda las relaciones de lo inorgánico con lo orgánico, dos polos que establecían la pri era división lógica: la fi siografía, para el pri ero, y la ontografía, para el segundo. ran las denoinaciones que proponían desde érica. apo, el de la fisiografía, que co prendía tanto las subdisciplinas que corresponden a los ele entos del edio a biente físico, tierra aire y agua, coo la que aborda la ierra coo cuerpo celeste, cuya consideración se antenía. La fisiografía de la superficie terrestre, la eteorología y oceanogra fía, adeás de una «geoplanetología», daban cuerpo a lo que podría os entender, en lenguaje actual, coo geografía física. onfiguraban la varia ble independiente de las relaciones obre y edio. La ontografía, coo raa de los seres vivos, co prendía y siste atizaba los conoci ientos re feridos al undo vegetal, al anial y al ho bre. La fitogeografía, la zooge ografía y la antropogeografía integraban el edificio conceptual de la geo grafía tal y coo lo perfilaban los geógrafos a ericanos a principios de este siglo y, en general, los geógrafos de filosofía positivista. sos capos constituían la variable dependiente de las relaciones edio-Seres ivos (entre éstos, el o bre).
6. La dimensión regional de las relaciones Hombre-Medio: otra perspectiva l esfuerzo de siste atización y ordenador de la geografía oderna desde una perspectiva científica positiva y en el arco de la filosofía positi vista tiene su contrapartida en las propuestas que, desde una tradición per sonal y acadé ica distinta, desde postulados intelectuales diferentes, ás afi nes a las nuevas filosofías del sujeto, surgen en Europa en el iso período. La propuesta europea se articula sobre la tradición histórica francesa, tiene una notable contribución intelectual, crítica y positiva, de un histo riador coo Lucien Febvre, y se elabora coo una construcción siste áti ca en le ania. Su expresión ás conocida es la de . ettner (1859-1941), un geógrafo físico -geo orfólogo ta bién- orientado a la geografía re gional. La confluencia entre abas trayectorias no significa coincidencia de plantea iento. Propugan, frente a la concepción general de la geografía, la concepción regionalista de la disciplina. Frente a la afir ación de lo gene ral, la relevancia de lo singular.
6.1.
LA DEFINICIÓN REGIONAL: UN PROCESO PAULATINO
La configuración de la tradición «regional» en la geografía se produce por la confluencia de varias corrientes que aparecen coo independientes: la del regionalismo y la del paisaje. La pri era se configura en Francia y le ania. La segunda es estricta ente ale ana. . ettner es quien da for-
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a, de odo siste ático, a la pri era, desde una perspectiva acadé ica. Los geógrafos franceses fueron los que le dieron popularidad. un histo riador francés, L. Febvre, es el autor de su argu entada crítica respecto del frente positivista y defensa del acoso sociológico. Por estas vías, y con la co laboración de Febvre, se construye el discurso regional que prevaleció du rante edio siglo en la geografía oderna. n discurso cuyas resonancias intelectuales no han desaparecido. l giro que se produce en el pensa iento geográfico, ás significativo en las escuelas ger ánica y francesa, no es una reacción autóno a dentro de la geografía ni representa un proble a geográfico. esponde a un o vi iento general de la cultura europea occidental asu ido por geógrafos. epresenta la resonancia en la geografía de un cabio de la ideología doinante hacia el irracionalis o, identificado con la pérdida de la «fe viva en la ciencia», que dijo rtega y asset. n proceso que pria lo intuitivo sobre lo racional, lo espontáneo sobre lo ordenado, lo subjetivo sobre lo ob jetivo, el instinto sobre la razón. l cabio de rubo en la geografía oderna es progresivo. Los geó grafos que lo esbozan parten, todos ellos, de una concepción positivista pre do inante. n análisis detenido de los textos ás representativos de la re flexión geográfica de la pri era itad del siglo uestra con nitidez que el cabio episte ológico no corresponde tanto a los «fundadores» de la geo grafía oderna coo a sus herederos de segunda generación. nos y otros derivan hacia la geografía regional y del paisaje, que llegarán a identificar se coo la isa geografía. s patente en los pri eros y en sus discípulos directos, desde idal de la Blache a . e angeon. inculaban el estudio regional en el arco de una disciplina generalizadora, coo lo expresa runhes: «sta geografía re gional constituye uno de los puntos de apoyo esenciales de la eografía e neral; para abarcar bien los hechos generales es bueno partir de lo particu lar, lo localizado, lo regional» ( runhes, 1921). Lo había apuntado el pro pio idal de la lache. o ponía en entredicho la finalidad de la generalización del conociiento, pero recla aba hacerlo sobre un soporte consistente, es decir, so bre buenos estudios locales, esto es regionales, de las influencias del edio sobre el obre: «o podría aconsejarse nada ejor que la realización de estudios analíticos, de onografías en las que las relaciones entre las con diciones geográficas y los hechos sociales fuesen observados de cerca, den tro de un restringido capo previa ente seleccionado» ( idai, 1902). l principio de causalidad, el objetivo legiti ador del conoci iento científico, la plena conciencia de que la geografía es una ciencia positiva, el reconoci iento de la neutralidad del proceso de conoci iento, la acepta ción de los hechos de observación coo el punto crucial de la construcción científica, están presentes de fora constante en ellos. o hay renuncia en la concepción episte ológica. ay cautela etodológica y hay una defi ciente for ación científica, coo en el propio idai de la Blache (Butti er, 1980). ay prudencia en el anejo de los datos, pero no existe coo una alternativa consciente y elaborada.
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ay una progresiva resistencia a aceptar enunciados de carácter gene ral, coo lo expresaba idal de la lache en 1899, en la lección de apertura de un curso de geografía de Francia. econocía, coo fin de la geografía, «el conoci iento de leyes generales». Situaba ese objetivo en un arco local, en cuanto «pretende estudiarlas en su aplicación a los diversos edios». l re curso a las leyes generales aparece coo obligado «para explicar las diferen cias de fisono ía que presentan las regiones». l traslado de los objetivos ge nerales a los locales se esboza con claridad. Para idal de la lache, que no es el único que enfoca en este sentido la geografía, los estudios regionales se decantan coo el principal foco de atención del trabajo geográfico. La ciencia geográfica, basada en las relaciones o bre- edio, exige, para sobrevivir, según estos geógrafos, eli inar los resquicios de las gene ralizaciones a bientales. n cierto odo significa que, con cierto aire de paradoja, la geografía necesitaba, para poder antener su concepción abiental, coo disciplina de las relaciones entre el obre y el edio, re nunciar al a bientalis o genérico. Los geógrafos hacían hincapié sobre el edio y el obre en un en torno específico: sobre el lugar del hobre habitante. oncentraron su aten ción sobre el espacio deter inado. arcan los distingos sutiles que periten separar la geografía de las disciplinas siste áticas. e las influencias del edio sobre el obre que definen la pri era for ulación de la geografía oderna, a las relaciones del edio y el obre en un arco preciso, «con creto» y en una perspectiva te poral. e la visión y concepción siste ática a la concepción histórica del vínculo edio- o bre. s decir, con tiepo y espacio deter inado. Los lugares constituyen el centro de sus preferencias. sta alternativa tiene una doble vertiente. La episte ológica que re presenta el renunciar a la generalización de esas relaciones. La conceptual, en cuanto al odo de acotar el capo de actuación de la geografía. n un caso se trata, ante todo, de configurar un cuerpo de doctrina para la geo grafía. n el otro, de identificar el objeto de estudio. Las circunstancias del prier tercio del siglo proporcionaban respaldo filosófico a esa deriva episte ológica. Frente al positivis o en situación crítica se ofrecían alternati vas que parecían adaptarse a las condiciones históricas y episte ológicas de la geografía oderna. n el segundo aspecto de los señalados, el de acotar un espacio de aná lisis propio, la labor no era difícil: desde su prier o ento, coo heos visto, la geografía oderna disponía de dos conceptos clave bien entrelaza dos, y funda entales, tal y coo los for uló ackinder. La geografía tenía que ver con el edio y con la región. l consenso sobre la región natural era total. «La geografía... tiene por isión investigar cóo las leyes físicas y biológicas, que dirigen el undo, se co binan y odifican aplicándose a las diversas partes de la superficie del lobo... tiene por tarea especial es tudiar las expresiones variables que reviste, según los lugares, la fisono ía de la ierra», según resu ía, ya en 1913, idal de la lache, en evidente re ferencia a la región.
CAPÍTULO 9
LA GEOGRAFÍA MODERNA: REGIONES Y PAISAJES El contexto sociológico de la aparición de la geografía moderna se nos muestra como un factor a tener en cuenta en la búsqueda del perfil para la nueva disciplina. En un universo científico dominado por naturalistas, cuya impronta personal y teórica sobre la geografía es decisiva, la presencia de un núcleo de geógrafos de orientación y formación «histórica», sobre todo en Francia, que «controlaban», por razones estrictamente históricas, la ins tauración inicial de la disciplina, se convierte en un elemento de diferen ciación progresiva, dentro de la geografía. Es una alternativa que distingue a Francia, cuyas cátedras de geogra fía universitaria son ocupadas por personas de formación histórica, hasta dar origen a un importante y dominante núcleo de profesores de geografía en facultades de letras. De las trece cátedras existentes en 1886, doce co rrespondían a este tipo de centros. La presencia de la geografía, como dis ciplina histórica, se acantonaba en las facultades de letras, como un cono cimiento auxiliar de la Historia. Una situación anómala en el marco de una geografía de perfil natu ralista, predominantes en los demás países. Sin embargo, van a compar tir con ellos la concepción de la geografía como disciplina de las in fluencias del Medio sobre el Hombre. Un enfoque de esta naturaleza no les era ajeno. Formaba parte de la tradición cultural histórica. Una cir cunstancia que facilitó su inserción en el proceso de construcción de la nueva geografía. Sin embargo, su endeble formación naturalista o científica les hará re ceptivos a las propuestas que llegaban de Alemania a principios del siglo XX. Estaban sustentadas en filosofías subjetivistas de corte romántico y de ideología nacionalista, así como en la renovada filosofía neokantiana. Per mitían justificar nuevos enfoques para la geografía, que contemplaban la di mensión histórica como un componente destacado del análisis del geógra fo. Daban fundamento epistemológico al interés por las entidades regiona les singulares.
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1. La herencia astrológica: la filosofía de la
istoria
La geografía oderna, la geografía huana que se propone a finales del siglo I, venía a proporcionar a los historiadores un arco atractivo, científico, para el redundante proble a de la vieja historia. e ahí la coin cidencia con la propuesta naturalista y con la concepción de la nueva dis ciplina. o partían el concepto de una geografía coo ciencia natural orientada a las relaciones entre el obre y el edio, con los geógrafos de for ación naturalista. l objetivo era coún. n el arco coún de una disciplina entendida coo ciencia natural de las relaciones entre el edio y los o bres, protegerse de los naturalis tas de for ación, proteger el do inio propio de las facultades de letras, aparece coo una necesidad de supervivencia. enía i puesta por la priacía de la geografía física y la dependencia de la ntropogeografía res pecto de dicha geografía física, coo aceptan y expresan la totalidad de los geógrafos hasta ediados del siglo . Sobre todo si tene os presente que la oderna geografía nace, preci sa ente, coo una ciencia para la historia, en paradójica relación con ésta. Su apariencia de ciencia auxiliar queda contrarrestado con su configura ción decisoria: es la geografía la que posee las claves del devenir histórico. s la geografía la que dispone del secreto del desarrollo social. Lo que distingue a estos geógrafos es una actitud cautelar ante los probleas que el «a bientalis o» planteaba desde una perspectiva etodológica. La endeblez de la traa probatoria del a biente la señalaba, desde dentro de la geografía, J. Brunhes a principios de siglo, que arcaba las dis tancias con el positivis o i perante. Por otra parte, desde fuera, desde las disciplinas afectadas, en especial la historia, la crítica a las generalizaciones pretenciosas, por vía a biental o por vía racial, atizaba y li itaba el al cance de conclusiones apriorísticas. Se percibe un reflejo de supervivencia por parte de los historiadores de oficio. Será un destacado historiador francés el que protagonice la ás con tundente crítica de las debilidades conceptuales de la geografía coo disci plina positiva. Es el principal crítico de la concepción generalista y del entendi iento do inante de la geografía coo disciplina de las influencias del edio en el obre. esde el oficio de historiador hacía ta bién la crí tica de estas filosofías de la historia deslu bradas por el destino de los pue blos. Filosofías e historias apegadas a las viejas cuestiones, pre-científicas, de las influencias físicas sobre el devenir histórico. esde una concepción oderna de la historia, realizaba la crítica de las odernas orientaciones de la geografía. Lo hacía en la introducción a una colección histórica. 2. La crítica desde la Historia: L. Febvre y el posibilismo
l odelo de geografía huana que surge en el prier tercio del siglo actual, se configura en torno a la escuela francesa de idal de la lache, aunque su for ulación conceptual y teórica corresponda al historiador
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L. Febvre; y se sustenta sobre la siste ática construcción que introducen los geógrafos ale anes, a partir de presupuestos ideológicos y filosóficos de creciente influencia en el a biente cultural aleán de finales del siglo pa sado y del prier tercio del siglo . . ettner (1859-1941) protagoniza uno de los esfuerzos ás consistentes y constantes por construir ese pro yecto de geografía. La concepción regionalista supuso una reacción progresiva frente a las for ulaciones que se identifican con la ntropogeografía de F. Ratzel y sus seguidores ás destacados, inspirados en el positivis o. Tiene un coponente crítico respecto de la etodología que el fundador aleán y sus dis cípulos habían generalizado. s decir, respecto de una estricta universali zación inductiva de los fenó enos geográficos, una reductora afir ación de las influencias del Medio sobre el Hombre, y una definición rígidamen te deter inista de las relaciones entre el edio y la Sociedad. Las pretensiones universalistas del geógrafo aleán y, en general, de los geógrafos de for ación naturalista, vinculados por una cultura científi ca coún, positivista, son atizadas desde la óptica de quienes co parten una cultura de tipo histórico. Vidai de la Blache, que co parte lo esencial de la concepción geográfica de Ratzel, conte plaba la geografía y las rela ciones o bre- edio -no discutidas- sobre el arco local, definido, de la región natural, coo enunciaba en 1899. estacaba, entonces, coo «particular isión» de la geografía, coo ciencia de la Tierra, el estudio de las leyes generales «en su aplicación a los diversos edios». Lo hacía de acuerdo con un objetivo ya for ulado por ackinder: explicar las diferencias que ofrecen las distintas regiones en su fisono ía. Punto de arranque en que sustentaban la orientación regional del trabajo geográfico. Co partida, desde presupuestos de carácter filosófi co ás explícitos, por un creciente núero de geógrafos ale anes. La otra di ensión de la crítica la desarrolla, años ás tarde, y no deja de ser significativo, un gran historiador, L. Febvre. ste suple la escasa preo cupación teórica y etodológica en los pri eros tie pos de la geografía francesa. La crítica de Febvre tiene ás calado y alcance que la de idal de la lache, por cuanto tiene proyección episte ológica. La crítica infor a da del historiador va a des ontar los a biciosos postulados generalizadores de la geografía a bientalista inicial y de sus for ulaciones en el seno de la geografía naturalista. La crítica inuciosa e inteligente se dirige al proyecto geográfico indiscri inado de explicación de la totalidad social a través del sustrato físi co. ealza la debilidad etodológica y las últiples fisuras de ese tipo de proyectos. Plantea a los geógrafos de for ación histórica, ás bien de sen sibilidad histórica, la oportunidad de reorientar la disciplina. Le reservaba un lugar en el universo científico a salvo de las acechanzas de la Sociolo gía, una brillante disciplina configurada a la par con la geografía, en el en torno de . urkhei .
168 2.1.
LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA LA CRÍTICA DE «LAS INFLUENCIAS» DEL MEDIO
La crítica de Febvre descubría la debilidad de la geografía naturalis ta en su aplicación a los hechos sociales e históricos, el carácter ele en tal del discurso naturalista, la precariedad del iso, sus insuficiencias. Ponía de anifiesto el carácter endeble de las construcciones geográficas, con a bición universal, apoyadas en una ísera base de conoci ientos, sin proporción con las conclusiones extraídas de ella. estacaba el carác ter qui érico de tales objetivos, tal y coo los expresaba F. atzel, res pecto de su ntropogeografía, «estudiar todas las influencias que el suelo puede ejercer sobre la vida social en general». Resaltaba la desproporción entre la agnitud del objetivo y la capacidad y alcance de una persona y aun de una ciencia, dada la variedad y ultiplicidad de los proble as a resolver. n objetivo inalcanzable para una ultitud de ciencias particu lares. oo apuntaba crítico Febvre, «un hobre sólo, inco petente en cada un de estas ciencias resultaría, con el nobre de geógrafo, copetente en todas ellas». Ponía de relieve, por otra parte, la debilidad del soporte. oo criti caba Febvre, la geografía incurre en otorgar al suelo «una especie de poder creador para hacer de él el productor y ani ador de las foras sociales». rítica acertada, porque esa consideración del suelo coo funda ento de la vida social constituía un axioa de los geógrafos «científicos» de la priera época. Lo procla aba un destacado publicista francés: se trataba de «no per der de vista el suelo, que debe dar, estudiado de una anera co pleta en su fora, en su constitución, en sus relaciones con el edio a biente, en sus recursos, la explicación de nuestras diferencias, la clave para co pren der la organización social y las instituciones de los pueblos». Lucien Febvre denunciaba, en definitiva, el carácter de recetas siplistas que tenían los postulados geográficos que se presentaban coo re glas o principios universales. Resu ía Febvre que «el gran vicio de epresas se ejantes, es, en nuestro sentir, que esconden la dificultad y velan la profunda extensión de nuestras ignorancias; que ofrecen con de asiada fa cilidad a nuestros espíritus, sie pre perezosos por naturaleza e inclinados a contentarse con fór ulas "curalotodo", la ilusión de que han abarcado por entero la realidad, y la han depurado, condensada en pocas abstraccio nes, pero ricas y coo abarrotadas de la diversidad prodigiosa de la vida. Provistos con facilidad de una especie de catecis o for al, tene os exce siva tendencia, después, a dispensarnos del esfuerzo, de la reflexión y la abs tracción personal». s él el que se pregunta si la geografía tiene un étodo y el que resal ta cóo oscila en torno a varios étodos, que él achaca a su juventud. punta a que «de la constitución, de la aplicación de un étodo geográfi co aceptado y practicado universal ente depende, esencial ente, no dire os la solución, pero sí el plantea iento científico del proble a del edio». Pone de anifiesto la i portancia del étodo en la aplicación de una disciplina rigurosa.
Las cautelas de L. Febvre y sus propuestas alternativas, más matizadas se conocen como «posibilismo» en la historia de la geografía , de acuerdo ( con la denominación que este autor acuña. Contrapone los seguidores d, Ratzel a los de Vidal de la Blache, «a los deterministas a lo Ratzel y a lo que tal vez podríamos denominar posibilistas a lo Vidal». Daba forma, pa radójicamente, a una nueva concepción de la geografía. Paradoja que hay sido un historiador el que diera el perfil y la justificación de la nueva dis ciplina frente a los competidores, desde la antropología a la sociología. que fuera él, historiador, el que delimitara los contornos de la nueva geo grafía y el que le otorgara el sello de «ciencia verdadera y autónoma». 2.2.
UN PERFIL ALTERNATIVO PARA LA LAS RELACIONES HOMBRE-MEDIO
L. Febvre planteaba, sin hacer una formulación sistemática de la mis ma, una geografía humana -es decir, una Antropogeografía- como cien cia natural. Consideraba «los estudios de la geografía física» como la «base indispensable y verdadero fermento generador de toda Antropogeografía se ria y digna de consideración». Compartía con los geógrafos ese encadena miento que lleva desde la geografía física hasta la geografía política e his tórica. Mantiene con ello la concepción originaria y muestra, hasta la evi dencia, la firme y consistente fundamentación de la geografía como una dis ciplina en el campo de las ciencias naturales. Febvre no objeta esta concepción; sí lo hace respecto de sus despropó sitos y sí propone, con una gran lucidez -que no tendrá acuse de recibo entre los geógrafos-, una formulación moderna del elemental principio de las relaciones entre el Hombre y el Medio. Llegará a esbozar una concep ción de la geografía mucho más abierta, moderna y avanzada que la que dominará, durante varios decenios, entre los geógrafos de oficio. La Naturaleza es, para L. Febvre, en gran medida, un producto hu mano. «Para obrar sobre el medio el hombre no se sitúa fuera del mismo. No escapa a su acción en el preciso momento en que trata de ejercer la suya sobre él. Y la Naturaleza que actúa sobre el hombre por otro lado, que interviene en la existencia de las sociedades humanas para condicio narla, no es una Naturaleza virgen, independiente de todo contacto hu mano; es una Naturaleza profundamente "trabajada" modificada y trans formada ya por el hombre.» Como consecuencia, el problema a plantear no es, para él, esas in fluencias, ni siquiera las relaciones, sino la creciente intervención huma na sobre el Medio. Como él resume: «El problema es éste: ¿crece la acción del hombre sobre la Tierra?» Un enfoque que llama la atención por lo mo derno e innovador, por lo actual. Y que sorprende, asimismo, por su nula influencia en este sentido. La fuerza de las viejas convicciones naturalis tas era más fuerte. Más allá que los geógrafos contemporáneos, percibe que la verdade ra entidad de una moderna geografía tiene que ver con la acción podero
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sa de las sociedades odernas. ás sensible a los procesos del undo conte poráneo, observa cóo, «desterrado de la geografía coo pacien te, el hobre civilizado de hoy día reaparece en ella en el prier plano, coo do inador y agente». na disciplina del hobre en la que, coo él precisaba a idal de la Blache, aquél, «cada vez juega en ello un papel ás de causa y no de efecto». l creciente protagonis o social en la configuración del espacio, en la dialéctica o bre- edio, aparece coo una reflexión destacada del historiador. esalta este co ponente y lo vincula con la propia orienta ción de la geografía, a la que for ulaba la pregunta esencial: «¿ué rela ciones antienen las sociedades hu anas de la actualidad con el edio geográfico presente? ste es el proble a funda ental y el único que se plantea la geografía hu ana.» La geografía huana coetánea de L. Febvre no se planteaba ni se plan teará ese proble a. Febvre expresaba, ás bien, el arco deseable de la pro ble ática de la geografía, con una indudable lucidez y apertura de espíritu, que no eran co partidas en la co unidad geográfica con el iso grado de claridad. tilizado, pero no seguido, L. Febvre identifica, para los geógrafos, la crítica del lla ado deter inis o y de la geografía positivista. ay en los juicios de L. Febvre una lucidez que no aparece en los geógrafos de profesión conte poráneos, ás condicionados por una visión arcaizante de la geografía, de sesgado perfil etnográfico. oo el propio Febvre acusaba, al resaltar el gusto de los geógrafos por lo pri itivo: «Se diría que para uchos geógrafos, cuanto ás cerca se encuentra el hobre de la ani alidad, ás geográfico es, coo si la acción de las sociedades ás civilizadas, las ás poderosa ente pertrechadas, no fuese precisaente lo que nos plantea los ás altos proble as de la geografía hu ana.» Las reflexiones de L. Febvre tuvieron un efecto li itado. Las referencias al historiador se quedaron en la superficie; en los aspectos ás for ales de la crítica y de las propuestas de Febvre. 2.3.
LA HERENCIA DE
L.
FEBVRE: EL DISCURSO «POSIBILISTA»
La precisa crítica de L. Febvre respecto de los presupuestos de la geo grafía conte poránea, es decir, respecto del proyecto inicial de la oderna geografía, y sus lúcidas propuestas en lo que concierne a sus posibles enfo ques y desarrollo no tuvieron, en Francia, proyección directa en su diensión episte ológica. La obra de L. Febvre se anifiesta ás en la acuñación de algunos tér inos de éxito, coo el de «posibilis o», o la contraposición del iso frente al deter inis o, así coo en la recogida foral de algu no de los enunciados del historiador, coo el cabio de las influencias por las relaciones, coo conceptos claves de la definición geográfica. icieron hincapié los geógrafos de for ación histórica sobre el edio y el hobre en un entorno específico: sobre el lugar del hobre habitante. Los lugares, ás que las influencias, constituyen el centro de sus preferencias. Concentraron su atención sobre el espacio concreto, deter inado, localizado.
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Marcan los distingos sutiles que permiten separar la geografía de las disci plinas sistemáticas. Al tiempo que sustituyen influencias por relaciones. De las influencias del Medio sobre el Hombre que definen la primera formula ción de la geografía moderna, a las relaciones del Medio y el Hombre, de acuerdo con la propuesta de L. Febvre, en un marco preciso, «concreto» y en una perspectiva temporal. Es decir, en condiciones históricas determinadas. Así lo evidencia el discurso de Deffontaines varios lustros más tarde: «La geografía humana no trata de estudiar influencias, sino relaciones. Con esta precisión queremos dejar bien sentado que en la geografía no hay determinismo. Ninguna fuerza cósmica, ni siquiera esa tan incontrastable que in cluimos dentro del amplio concepto de clima, obra sobre el hombre con una fuerza excluyente de cualquier otra... El hombre no representa un papel de mera pasividad. Se adapta activamente. Y al adaptarse con su actividad crea otra forma de relaciones entre las condiciones físicas y su vida social. Se pasa del concepto de necesidad al de posibilidad» (Deffontaines, 1960). La endeblez teoricometodológica de la geografía francesa, por pereza o insuficiencia intelectual, impidió una elaboración de los objetivos y los métodos equiparable a la que tendrá lugar, precisamente, en el marco de la Historia. Tampoco se produce una reflexión epistemológica profunda. A pe sar de las apariencias de la geografía regionalista francesa, no es equipara ble su desarrollo metodológico y teórico con el de la historia de Annales. La labor de reflexión teórica y de dar forma alternativa a la geografía, desde postulados críticos al proyecto inicial y a su formulación americana, con una dimensión sistemática, cristalizará en Alemania. En buena medida recoge la tendencia esbozada y consolidada en la geografía francesa bajo la égida de Vidal de la Blache, con su progresiva reorientación regional. Lo hará, sin embargo, bajo presupuestos teóricos más explícitos, que no se co rresponden, en sentido estricto, con los de la geografía francesa. Lo hará en un marco de desarrollo del pensamiento filosófico específico. Busca dar consistencia al edificio geográfico desde supuestos epistemológicos renova dos, acordes con corrientes filosóficas y con ideologías de creciente au diencia en la Europa del siglo XX. 3. De la geografía general a la regional: la sistemática geográfica
La propuesta de una construcción sistemática de la disciplina, alternati va a la americana, con visos de dar coherencia interna a los componentes de la geografía, se produjo en Alemania. Trató de justificar la pertenencia de la geografía al ámbito de las ciencias, de acuerdo con los postulados de las nuevas filosofías del conocimiento, que se elaboran en esa época en el mundo occidental. Alfred Hettner es el que acierta a expresar y orientar el debate geográ fico del primer tercio de siglo, recogiendo el nuevo estado cultural domi nante. Un debate que debe situarse en el contexto histórico adecuado. Los geógrafos sentían el acoso, por un lado, de la sociología que, desde el ám bito de las ciencias sociales, reclamaba para sí el campo de conocimiento
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LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA
de la geografía. Por otro, percibían las posibilidades de las nuevas pro puestas episte ológicas, que se anifiestan frente al racionalis o científi co i perante. todo ello se une el desgaste del positivis o sobre el que sustentaba el discurso inicial de la geografía oderna. La propuesta siste atizadora de . ettner, que es un geógrafo de for ación física, se for ula, en sus pri eros esbozos, a principios del siglo actual. La for alización definitiva tiene lugar en el decenio de 1920 (Hettner, 1927). Proporcionaba la alternativa al proyecto naturalista a ericano. ntroncaba con los esfuerzos teóricos, de geógrafos coo . agner y V. raft, que se desarrollaban en el ábito aleán desde nuevos presupues tos. Coincidían en una actitud crítica respecto de los postulados de Ratzel. La obra de . ettner proporcionaba, desde una perspectiva teórica y etodológica, una siste atización de la disciplina en la vía en que la orien taban los geógrafos de for ación histórica, de la escuela francesa. Precisaente, la diferencia con los geógrafos franceses es el esfuerzo por fundaentar la construcción teórico-siste ática de la geografía sobre las co rrientes filosóficas, entonces en boga, del neokantis o. oo una reivindi cación de la geografía de los lugares, coo una geografía de las regiones. Lo que llaa ettner una ciencia corológica, en la tradición kantiana. NA CIENCIA COROLÓGICA: LA SOMBRA DE KANT
La a biciosa for ulación de ettner se presentaba coo una alterna tiva a la propuesta de perfil científico positivista que avalaban los geógrafos de for ación naturalista y, de odo particular, la escuela a ericana, repre sentaba por . avis. Co partía, con los teóricos a ericanos, la pretensión de disciplina científica para la geografía. Lo hacía desde una concepción es pecífica de la ciencia. Buscaba, ade ás, darle el rigor de un siste a. La construcción de ettner tiene tres co ponentes: es una justifica ción teórica y filosófica -es decir episte ológica- de la geografía, en el arco de las ciencias. s una for ulación teórica, de la geografía, coo disciplina de la organización del espacio, es decir, coo una ciencia corológica, coo una geografía regional. es una propuesta para siste atizar el conjunto de los conoci ientos geográficos en una estructura jerarquiza da de sus distintas raas. La geografía coo un cuerpo unitario y cohe rente, que busca articular la relación entre conoci ientos generales y re gionales, desde una perspectiva etodológica. ettner ubica la geografía en el siste a de las ciencias, de acuerdo con los postulados de las filosofías neokantianas. stas habían enunciado la existencia de dos tipos de ciencias, vinculados con los dos tipos de clasifi cación de los conoci ientos establecidos por I. ant. no, que se corres ponde con la deno inada por ant «clasificación lógica», en que se inclu yen las ciencias siste áticas, susceptibles de generalizaciones. tro, identi ficado con la «clasificación física» de ant, que incluye los conoci ientos vinculados con el tiepo y el espacio, que, por su naturaleza singular, sólo son susceptibles de descripción o narración.
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De acuerdo con esta distinción de la filosofía neokantiana en «ciencias nomotéticas», las basadas en la clasificación lógica, y «ciencias idiográficas», las sustentadas en la clasificación física, A. Hettner reivindicaba, para la geografía, el estatuto de ciencia: una ciencia idiográfica. Con ello, Hettner trataba de desarmar los argumentos que descalificaban la geografía como una disciplina no científica, al restringir su objetivo a la mera des cripción de cada singularidad regional, tal y como proponía la escuela fran cesa y como predicaba, también, una parte creciente de los geógrafos ale manes. El carácter científico de la geografía regional estaría avalado por la distinción kantiana. La geografía pertenecía a un tipo distinto de ciencia, con su propio método. Pero no dejaba de ser ciencia. Con ello se planteaba una geografía corológica. La orientación regio nal de la geografía francesa, más pragmática que teórica, adquiere, en Hettner, una justificación conceptual. La geografía se decantaba como una dis ciplina de la «organización del espacio» en la superficie terrestre. Un obje tivo que la separa de las ciencias de la tierra o naturales. Objetivo que la convierte en «ciencia de las superficie terrestre según sus diferencias regio nales». La geografía como ciencia del espacio, como la historia es la cien cia del tiempo. Con ello Hettner desplazaba el centro de la disciplina desde la «Erdkunde» (de la Tierra), a la «Lánderkunde» (de los territorios). Es de cir, desde la geografía general a la geografía regional.
3.2.
UNA DISCIPLINA DE LA ORGANIZACIÓN DEL ESPACIO
La reivindicación del espacio, de la organización del espacio, confiere a la propuesta de Hettner un perfil renovado, con indudables resonancias en el desarrollo posterior de la disciplina. Aunque el término tenía antece dentes claros en la geografía alemana, sobre todo en Ratzel, la obra de Hettner supuso una elaboración esencial del mismo. Se vincula ahora con el concepto de organización. Introducía, en el contexto de las hegemónicas re laciones Hombre y Medio, una nueva dimensión no siempre explícita con anterioridad, la del espacio, como materialización física de las relaciones entre el Medio y el Hombre. Se identifica con localización: «Únicamente cuando concebimos los fe nómenos como propiedades de los espacios terrestres estaremos haciendo geografía.» De acuerdo con sus postulados, lo que importa a la geografía es «el carácter de las regiones y de las localidades». Lo que hacía de la geo grafía «la ciencia de la organización del espacio». Para Hettner, la geografía no tiene que ver con la distribución espacial de los fenómenos, objeto propio de cada disciplina en la que tales circuns tancias se dan. Ni la distribución de las plantas, ni la distribución de las len guas, o la de las razas, constituye un objeto de la geografía. Hettner recor ta así el perímetro de la disciplina. Lo simplifica. Trataba de eliminar una vieja confusión que había persistido en el período fundacional de la geo grafía moderna y que muchos geógrafos mantenían.
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LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA
La geografía, en su for ulación regional, no abandonaba los enuncia dos originales. Los reubica. La geografía regional no renunciaba a las rela ciones deter inistas, al enfoque naturalista de los fenó enos geográficos, al a bientalis o. l discurso geográfico oderno se antenía en lo esen cial. ettner plantea el proble a en un nuevo arco. La nueva concepción no significaba renuncia a lo que constituía el centro tradicional de la geo grafía huana oderna: las influencias del edio en el obre, o rela ciones o bre- edio. . ettner no eli ina esa dirección. Lo que hace es desplazar el centro de gravedad de la isa. e acuerdo con los nuevos enfoques de la geografía francesa, traslada el proble a de las relaciones al arco regional. oo él dice: «La ayoría... sólo desean saber la influencia de la Tierra sobre el ho bre, cuando en realidad no se trata de la influencia del conjunto terrestre, sino de la in fluencia de las diferencias locales de la superficie terrestre.» ecogía así la idea de idal de la Blache. Se pasaba de lo general a lo singular. ettner concibe la geografía en los isos tér inos de los fundado res odernos. Incluso de fora ás directa, sin las correcciones y atizaciones de L. Febvre, a las que parece poco receptivo. Para el geógrafo aleán se trata de «influencias». La dependencia de lo social respecto del en torno físico constituye un punto de partida. Coo él dice, «el hobre se de senvuelve en la naturaleza en el arco de una dependencia... esta depen dencia consta de influencias, que el hobre padece, y de estí ulos y otivación, que son los que desencadenan sus acciones». La perspectiva ás rica de los vínculos entre el edio y el obre, ás acordes con for ulaciones conte poráneas en las ciencias sociales, en que se introducen co ponentes de otivación y estí ulo, no odifica el abientalis o básico de la for ulación de ettner, que descubre el trasfondo cultural de esta concepción, bien asentada en la cultura conte poránea. Para ettner, sólo deter inados aspectos de la vida social escapan al condiciona iento geográfico y con ello a la consideración de la geografía: «Los detalles de la constitución y de la ad inistración, la organización de la vida econó ica, social y espiritual, la diferente producción artística, lite raria y científica, etc., apenas se encuentran condicionados geográfica en te, ás bien pueden desarrollarse en cualquier lugar. el estudio geográfi co se excluyen, sobre todo, las personalidades, porque la influencia que so bre ellas ejerce el edio a biente es li itada.» on ello la geografía se apartaba de las for ulaciones de carácter na turalista ás radicales, aquellas que hacían del a biente geográfico el cri sol del carácter, la clave de las e ociones, tal y coo postulaban, en esos años, geógrafos coo J. antín ereceda, en spaña ( antín, 1942). iferencias sensibles pero no sustanciales en sus funda entos. ettner, coo los geógrafos franceses, ve la geografía huana coo una disciplina dependiente del sustrato físico y, por consiguiente, de la propia ge ografía física. esaltaba «la necesidad de considerar de fora igualitaria en la geografía a la naturaleza y al hobre [que] sólo es puesta en duda, a de cir verdad, por profanos que nunca han profundizado en los proble as geo gráficos o que única ente han cultivado una parte de la geografía».
F
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n juicio taxativo que descubre una concepción no ca biada. ue se corresponde con la propia for ación física de ettner. La geografía se an tiene coo una disciplina a caballo del undo natural y del social. na dis ciplina peculiar: «o es ni ciencia de la naturaleza ni ciencia del espíritu sino abas cosas a la vez.» n expresión del geógrafo . agner, «ciencia natural con ele entos históricos integrados». na concepción co partida por la generalidad de los geógrafos conte poráneos. La conceptualización que proponía . ettner hace de la geografía re gional el núcleo de la geografía. Coincidía con el enfoque regionalista fran cés y las prácticas co partidas de otros uchos ie bros de la co unidad geográfica. El coún deno inador, que siste atiza la propuesta de ettner, es la aceptación de la región coo el objeto geográfico por excelencia, y su análisis -o ejor, descripción-, coo el objetivo central de la disciplina. La «región geográfica» per itía articular el discurso de las «relaciones o bre- edio» y objetivarlo. La región geográfica oderna expresa la in fluencia del edio sobre el hobre de un odo directo y objetivo. Propor cionaba a la geografía un objeto específico y un capo propio, a salvo de las competencias de las disciplinas fronterizas. El núcleo de la disciplina era la «región». n concepto central de la nueva geografía, una construcción geográfica que pretendía superar y desbordar la siple noción de «región» tal y coo ésta se ha anejado en la cultura espacial de ccidente. La región se consideró el espacio geográfico por excelencia, el que es tablece el específico do inio de la geografía. oo consecuencia, la geo grafía regional aparecía coo la expresión isa de la eografía. l estu dio regional se convertía en el objetivo y la cul inación del trabajo geo gráfico. Se invertía el siste a positivista de organización de la geografía y con ello las relaciones entre la geografía regional y la geografía general. La geografía general se integraba como un simple instrumento propedéutico destinado a proporcionar al geógrafo las herramientas de diverso orden -conceptuales, técnicas, taxonómicas, etc.- necesarias para el de sarrollo del objetivo esencial: la síntesis regional. La estructura de los planes de estudio que se i pusieron en la uni versidad descubre bien esta concepción, en la edida en que las aterias de carácter general precedían a las de carácter regional. La propuesta de A. ettner proporcionaba una estructura episte ológica coherente a la disciplina de acuerdo con los postulados de la filosofía neokantiana. 3.3.
LA JERARQUÍA DEL CONOCIMIENTO GEOGRÁFICO: DE LO GENERAL A LO REGIONAL
ettner siste atiza los co ponentes disciplinarios, o subdisciplinas, y establece su valor etodológico: establece la estructura de la geografía como ciencia. Reduce el cuerpo geográfico a las disciplinas que de forma directa aparecen i plicadas en la descripción regional. Prescinde de aque llas que, aunque de tradicional consideración en la geografía, carecen de vínculos reales con el objeto de la geografía, coo es el caso de la geogra fía ate ática y la geofísica.
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LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA
Perfila el contorno de una geografía más próxima a nuestra percepción moderna: morfología (geomorfología), geo-hidrografía, geografía de los ma res, climatología, geografía de la flora y de la fauna, y geografía humana. Como subdisciplinas de ésta, la geografía de las razas y los pueblos, la geo grafía de los estados, la geografía del poblamiento, la geografía del transporte, la geografía militar, la geografía económica y la geografía de la cultura ma terial (geografía cultural). Y como una rama aparte, la geografía histórica,
concebida más como la geografía del pasado que como una subdisciplina. La construcción de Hettner representa un esfuerzo por dar cohesión a la dispersa práctica geográfica, y por acotar el campo geográfico, de difícil delimitación en los espacios fronterizos de la vieja cultura geográfica. Resi duos de esa permeabilidad son, en la estructura geográfica de Hettner, la geografía de la cultura material, o geografía cultural. Descubre los estrechos lazos de la geografía con la antropología durante mucho tiempo, al igual que la geografía de las razas y los pueblos. Así como la geografía militar, que evidencia el secular maridaje de la geografía con el dominio estratégi co y el control del espacio, en el marco de la geografía política de Ratzel. Descubre el progresivo desplazamiento de la disciplina hacia el campo académico. Subdisciplinas como la geografía militar y la geopolítica o geo grafía de los Estados, con sus connotaciones políticas y estratégicas -que Hettner muestra de modo directo en relación con los intereses de su país, Alemania-, indican que ese esfuerzo de la comunidad académica universi taria por desprenderse de componentes comprometidos no ha cristalizado por completo, en el tercer decenio del siglo xx. El cierre académico de la geografía no tendrá lugar hasta después de la segunda guerra mundial, que facilitará el proceso de depuración interna de la geografía. Hettner procede a esta labor de acotado y, de forma paralela, realiza una distribución metodológica. La geografía como disciplina se estructura de acuerdo con el proceso de conocimiento y con los objetivos atribuidos a la dis ciplina. Por una parte, la geografía general, en que se reúnen los diferentes co nocimientos sistemáticos, sectoriales, en el ámbito de las ciencias naturales y sociales. Configuran los espacios que confluyen en ella, de acuerdo con los ele mentos inorgánicos, orgánicos y humanos que componen el espacio regional. Son conocimientos sectoriales que permiten entender el entramado fí sico y social del espacio. Hettner les otorga un valor propedéutico. Son ne cesarios y previos en la formación geográfica. Tienen un carácter instru mental. Son los que facilitan al geógrafo el acceso a la composición regio nal, a la descripción comprensiva del conjunto espacial singular. El análisis regional, o mejor dicho, la síntesis regional, de acuerdo con el enunciado que acuña la geografía regional alemana, constituye el mo mento del conocimiento geográfico en sentido estricto. Esta jerarquización y progresión del conocimiento y del trabajo geográfico representa una in versión paradigmática del proceso de conocimiento, tal y como lo susten taba la ciencia positiva del siglo XIX. Suponía, en la perspectiva de los geó grafos regionalistas, el específico método de la geografía. Hettner comple taba así la construcción teórico-metodológica de la geografía regional. Un proyecto alternativo a la geografía humana o antropogeografía.
LA FUNDACION DE LA GEOGRAFIA
l nuevo discurso geográfico que los geógrafos europeos oponen al pos tulado por los geógrafos a ericanos de . avis se introdujo ta bién en stados nidos. La recepción de la concepción y discurso regionales, por la vía de ettner y por la de la geografía francesa, a través de runhes, confirió a la geografía regional, y a la concepción corológica, un notable crédito. n geógrafo a ericano, . artshorne, for uló los nuevos principios teóricoetodológicos en 1939. Su obra, n ature of eography, representaba la bandera de la geografía regional en el país de la geografía naturalista. el iso odo que penetran concepciones ás radicales desde la perspectiva episte ológica y conceptual de la geografía, vinculada con el paisaje.
4. La geografía como arte: el paisaje La propuesta de . ettner, de rango acadé ico, no cerraba el discur so geográfico de perfil alternativo. esde le ania e Italia, en los años de entreguerras, surgieron propuestas ás radicales desde la perspectiva opues ta al racionalis o científico. Se abogaba en ellas por una geografía al argen de la ciencia. Se rechazaba el objetivo de enunciar leyes, la búsqueda de regularidades, la pretensión de siste a, la deter inación de un étodo. Se recla aba el carácter «artístico» de la geografía. Se concebía la geo grafía coo una disciplina estética, vinculada a la era descripción singular, al disfrute e ocional, a la sensibilidad del sujeto. Se propugnó una geogra fía entendida coo arte expresivo. La geografía coo ejercicio literario, fru to de una percepción o vivencia global, estética e intuitiva del entorno, del paisaje. 4.1.
LA INFLUENCIA IRRACIONALISTA: LA RENUNCIA CIENTÍFICA
sta tendencia aparece en le ania y se recoge en Italia coo «geo grafía artística». stá vinculada a geógrafos coo . ance, ale án, y . ribaudi, italiano. xpresaba, de fora radical, la oposición a todo étodo científico y a toda racionalidad. anifestaba la penetración de las fi losofías vitalistas en el edificio geográfico y pone de anifiesto la per eabilidad de la co unidad geográfica respecto de la evolución cultural del prier tercio del siglo . La influencia de las filosofías de carácter existencial y vitalista alienta alternativas anticientíficas en el arco de las disciplinas sociales o hu anas. La geografía no escapó a estas influencias. La geografía del paisaje constituye, en sus for ulaciones ás radica les, las de la Geografía Artística, una alternativa a la siste atizada concep ción de . ettner. ste no renunciaba al carácter científico de la discipli na. La propuesta de ettner expresaba el sentir de un conjunto de geógra fos que pretendían antener a la geografía coo un saber etódico, cien tífico. na concepción que co parten y propugnan autores coo . raft, para el que la geografía se concibe ta bién coo ciencia y se proyecta en la doble perspectiva analítica o general y regional o sintética.
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LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA
La alternativa artística significaba la renuncia al carácter científico y la reivindicación de un tipo de conoci iento subjetivo en el iso plano que el de la ciencia. La geografía coo un arte, coo un odo de ver -un punto de vista- y una actitud ante el edio natural. ste era entendido coo una co pleja y única realidad irrepetible, coo lo pudiera ser una puesta de sol o una tor enta. La geografía era concebida coo disciplina de los espacios únicos o regiones paisaje, coo la historia se convierte pa ralela ente en disciplina de los tie pos únicos. La «geografía artística», coo se deno inó, se presentaba, en esos años, coo otra di ensión en el proyecto de fundar una disciplina geográ fica. ejor dicho, en el proyecto de alcanzar una geografía auténtica. sta no corresponde a la geografía analítica o general, a la que niegan la condición de geografía, sino a la regional. n este caso al argen de toda concepción científica, aspecto que le distingue de las propuestas de . ettner y V. raft. Para los geógrafos de esta corriente, «el objeto de la geografía debe liitarse al estudio de la superficie terrestre elevando a la dignidad de fora artística las descripciones, ostrando la relación ar ónica de los eleentos de cada región». Bajo estas for ulaciones late una concepción organicista que tiende a identificar la región, su paisaje, coo un organis o o totalidad, cuyo desarrollo y funciona iento constituyen el objeto del geó grafo. La geografía derivaba hacia una disciplina cuyo objeto sería descri bir y trazar una iagen de «la vida de los ho bres, pueblos o nacionalida des» que resultan de las condiciones naturales del lugar que ocupan, y de la propia acción y aptitudes de los habitantes. La geografía del paisaje representa la deriva hacia la geografía históri ca y cultural, con el estudio del paisaje, o orfología del paisaje, coo eje de atención. Se fundaba en la concepción del paisaje coo síntesis y resul tado de la acción cultural. La concepción de la geografía coo disciplina del estudio de áreas, es decir, paisajes, se for uló de fora directa: «l área o el paisaje es el capo de la geografía.» Iagen identificada con la unidad geográfica, el país o región, con fisono ía propia, singular, dotada de personalidad geográfica. La personali dad geográfica de la región es el objetivo que el geógrafo debe buscar y que sólo puede lograrse por edio de la descripción creadora. rear, ostrar, esta individualidad o personalidad, poniendo de anifiesto el conjunto de los ele entos que la constituyen, es la labor del geógrafo. uando lo logra «hay arte». La descripción aparece coo una obra de arte: «sta es la últia y superior finalidad del trabajo del geógrafo.» La geografía es entendida coo arte expresivo y coo ejercicio litera rio, fruto de una percepción o vivencia global, casi estética e intuitiva del entorno, del paisaje. La geografía se transfor aba en disciplina de los es pacios únicos o regiones paisaje. l enfoque regional y las propuestas del paisaje coo objeto relevante de la geografía se confunden y adquieren ca rácter equivalente. La región se identifica con el paisaje y el paisaje define la región. La identidad de fondo entre el concepto regional y el de paisaje per itió la confusión entre abos conceptos y orientaciones.
LA FUNDACIÓN DE LA GEOGRAFÍA
4.2.
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LA REGIÓN PAISAJE: LA IDENTIDAD SOC]
l paisaje representa un oento sensorial a través del cual el sujeto capta la totalidad de un área. l paisaje identifica la percepción visual y las i presiones e ocionales que el individuo y las colectividades tienen de su propio país. l paisaje identifica, en la ejor tradición idealista hegeliana, la si biosis entre raza, civilización y territorio. n su for ulación ás ra dical, la de autores coo Bance, la geografía del paisaje, se confundirá con la ideología nazi. onceptos clave desde una perspectiva episte ológica de la geografía oderna en su versión clásica, coo «totalidad», «ho ogeneidad», «globalidad», se insertan en el discurso geográfico, a través de geógrafos coo rad an, ranó y olz. l paisaje geográfico identificaba esta totalidad y globalidad, expresa la ho ogeneidad. Proporcionó a la geografía regional una proyección ás allá del siple análisis geográfico. l paisaje se introduce en la geografía de la ano de geógrafos coo Slütter, historiador de for ación, y Passarge, édico. Críticos con el enfo que positivista de carácter a biental, for ularon una inversión etodológica. La geografía del paisaje se funda en la consideración de las unidades culturales existentes coo el punto de partida de la indagación geográfica sobre la influencia de los factores físicos. La orfología del paisaje se con vierte en el objetivo de la investigación geográfica, de acuerdo con una pers pectiva genética, es decir, histórica, según un enfoque inspirado en la geoorfología. La región adquirió a través del paisaje una di ensión social e históri ca: identificó el área de una cultura y a través de ella el área propia de la colectividad histórica que la ha generado. l paisaje supone la decantación de valores y atributos propios de una nación. La geografía regional se ibrica e i plica así en un discurso ideológico, el de la personalidad nacio nal, el del nacionalis o. o es casual que el descubri iento de la nueva geo grafía regional, la geografía del paisaje, en España, se haga, como es bien sabido, en Cataluña. La aportación catalana a la renovación de la geografía española en el período anterior a la guerra civil, de la ano de Pau Vila, es esencial. o es ajena, con toda probabilidad, a la conciencia nacional catalana, para la cual la nueva concepción regionalista representaba una opción operativa, satisfactoria. acía posible la identificación de Cataluña coo totalidad geo gráfica. na perspectiva i posible desde la concepción naturalista. ntre el «deter inis o» positivista que subyace en las regiones natu rales y el «hegelianis o» del paisaje coo expresión de la identidad nacio nal, el discurso regional antiene a lo largo de un prolongado período de tiepo una pri acía notoria. istingue una etapa que ha podido ser defi nida coo la de la geografía clásica, en cuanto geografía odélica. Tuvo, no por casualidad, su áxio eje plo en la Francia y le ania de entre guerras, con una sensible prolongación en los decenios siguientes. La confluencia de la concepción paisajística y de la regional hizo posi ble un discurso si ilar asentado en la confusión. l paisaje se introdujo en
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LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA
la geografía regional, sobre todo en Francia y su área de influencia intelec tual. Y la idea de una geografía del paisaje equivalente a geografía regional, y del paisaje como el objeto de la descripción regional se generalizó, en el marco de la geografía regional definida por Hettner. De modo paradójico, el esquema de Hettner sirvió para consolidar un enfoque y concepción que el geógrafo alemán no compartía. Se pierde, en cambio, el concepto de Geografía Artística, demasiado identificada con la geografía del fascismo en la Europa de entreguerras. No obstante, para muchos geógrafos, la concepción de la geografía como arte se mantuvo tras la segunda guerra mundial. Figuras destacadas de la moderna geografía, como H. Baulig, Max Sorre y P. Birot, compartie ron y defendieron esa naturaleza y método de la disciplina. Por otra parte, la idea de que la labor del geógrafo tiene que ver con el arte mantiene su vigencia en la actualidad, incluso en geógrafos de orientación positivista (Haggett, 1995).
5.
Un proyecto frágil
Al terminar el primer tercio del siglo XX, estos discursos, que com parten una concepción común de la geografía como disciplina de las re laciones o influencias del Medio en la Sociedad, discrepan en la filosofía del conocimiento con que debe ser abordada. Discrepan sobre el método que debe emplear, sobre la concepción de la ciencia y sobre la naturaleza del conocimiento geográfico. Bajo estas aparentes discrepancias de natu raleza geográfica subyacían discrepancias ideológicas y filosóficas de ma yor calado. A mediados del siglo XX la geografía moderna no había logrado conso lidar su proceso de fundación como una ciencia. No había logrado construir un discurso aceptado por la generalidad de la comunidad geográfica. Per manecía sin claro estatuto científico, sin un campo de conocimiento dife renciado, sin haber fijado un objeto propio. Lo apuntaba un destacado geó grafo francés al referirse a la geografía humana: «uno de sus problemas más inquietantes es el de su autonomía científica; otro, el de sus límites; otro, el de la fijación de su contenido propio» (Deffontaines, 1960). 0 lo que es igual, la geografía se encontraba como al principio. La comunidad geográfica universitaria buscaba definir los fundamen tos epistemológicos de la geografía y construir un objeto. Las dificultades para la definición de esa geografía científica fueron múltiples. Al cabo del tiempo resultaron ser insuperables. La concepción de la geografía se dis grega progresivamente respecto de la aparente unidad de los enunciados iniciales. Sin que llegue a constituirse una geografía compartida desde la perspectiva teórica y metodológica, se perfilan, en cambio, concepciones encontradas de la misma. Bajo la común denominación de geografía coexisten, al acabar el pri mer tercio del siglo XX, un complejo conjunto de propuestas. Sin renunciar a la idea básica de una disciplina de las relaciones Hombre-Medio, que
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constituye el eje dia antino de la oderna geografía, ésta ca ina, a lo lar go del siglo actual, por sendas dispares, que responden a últiples pro puestas teórico- etodológicas. xplícitas o i plícitas, las filosofías e ideologías que surcan la cultura europea del final del siglo I y el prier tercio del siglo arcan el cur so de la geografía y del debate geográfico. Los proble as geográficos ad quieren sentido en el arco y a la luz del pensa iento y de la cultura oc cidental. Los debates geográficos traslucen el debate de fondo que protago niza la sociedad y que se presenta coo una confrontación ideológica y fi losófica en el arco de las concepciones de la ciencia y del conoci iento. Se enfrentan arcos alternativos para la ciencia en general y para las disciplinas hu anas o ciencias sociales, en particular. odas esas pro puestas se en arcan en las tres grandes corrientes del pensa iento occi dental que se han disputado la hege onía intelectual durante el siglo : el racionalis o positivista, el racionalis o dialéctico y las filosofías idea listas del sujeto.
CAPÍTULO 10
FILOSOFÍA Y CIENCIA. RACIONALISMO E IRRACIONALISMO
l desarrollo de la eografía no se separa del que ha presentado la pro pia filosofía de la ciencia conte poránea, ni del que ha caracterizado la evolución del pensa iento occidental. o existe autono ía histórica del pensa iento geográfico, en cuanto a las coordenadas conceptuales y teóri cas, en cuanto a su encuadre intelectual. oo se ha dicho, «la eografía no existe en un vacío cultural; sus ideas y conceptos son influidos por el es pectro ás aplio de la filosofía científica» ( avies, 1972). s lo que justifica, y lo que ipone ta bién, el prestar atención a esas referencias filosóficas que se encuentran tras los discursos y tras las prácticas de los geógrafos. n relación con las cuales es factible entender la evolución de la disciplina y de sus ideas y el estatus de sus capos o áreas. s decir, tener en cuenta los que han sido los a plios horizontes culturales en los que la geografía coo disciplina de nuestro tiepo se ha desenvuelto. Los discursos específicos, que presentan la historia de la geografía oderna en torno a cuestiones geográficas, coo el «deter inis o» y el «posibilis o», por poner eje plos destacados de la etapa inicial, encubren, bajo esa aparente especificidad, el debate filosófico coetáneo, en el que está in ersa la sociedad occidental desde finales del siglo I . Sólo en ese contexto histórico logran sentido tanto la ciencia coo la filosofía, así coo nuestros conceptos funda entales, nuestras ideas, lo iso las que nos parecen propias coo geógrafos, que las que atribui os al entorno científico. Lo que explica la aparición de la geografía coo dis ciplina « oderna» es, precisa ente, el que entronca con las preocupacio nes y se sitúa en las coordenadas del undo « oderno». Fora parte de lo que se ha lla ado « odernidad». l tér ino « oderno» tiene un uso histórico variado. Su origen, coo apuntaba J. aber as, se re onta al siglo v. Se utilizó, entonces, para se parar el undo cristiano de su antecedente pagano. Su uso actual respon de a una elaboración cultural que se decanta en el siglo III, con la Ilus tración. Su for ulación cultural e ideológica corresponde al epleo que del
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LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA
ismo se hace en la Europa del siglo XVII y en la centurias siguientes, para arcar los ca bios, para afir ar y destacar la diferencia, en relación con los tie pos precedentes.
1. La modernidad: la episteme científica El concepto de odernidad corresponde con la iagen que la sociedad capitalista construye sobre sí isa en el oento en que se consoli da coo tal. s una afir ación frente al pasado, un acto de legiti a ción, coo alternativa histórica de progreso y una justificación de futuro. dquiere, en este aspecto, una di ensión cultural. s una fora de afir ación de la nueva sociedad que surge y se afian za en ese período. fir ación frente a la sociedad tradicional, en la edida en que ésta antenía, en esa época, la hege onía social, política y cul tural. fir ación de los presupuestos propios, la razón y la experiencia, frente a los de autoridad, reconocidos con anterioridad. fir ación, por tanto, de la ruptura con el pasado y con lo que representaba ese pasado. l concepto de « odernidad» se acuña para identificar los tie pos nuevos que se abren con el desarrollo de la burguesía y del capitalis o. La conciencia de lo nuevo doina el pensa iento de los conte poráneos (Rossi, 1997). La odernidad justifica el cabio estético, la reivindicación de lo novedoso, la ruptura de los cánones, la propuesta de nuevos patrones, coo lo evidencia el ovi iento plástico y literario de la segunda itad del siglo I . La odernidad significa la legiti idad cultural para ade cuar las superestructuras ideológicas a las condiciones de la sociedad ca pitalista, que es una sociedad industrial, una sociedad burguesa, una so ciedad urbana. ada una de estas instancias identifica un nivel de odernidad, una fora de anifestarse ésta, de tal odo que la odernidad adquiere una diensión polifacética. Trasciende desde la odernidad productiva -indus trial- a la odernidad social -de ocrática-, la odernidad arquitectó nica -funcionalis o industrial- y a la odernidad estética. Instancias autóno as en su desarrollo y discontinuas en el tie po. Se caracteriza por la creencia en la racionalidad del co porta iento huano y por la confianza en la experiencia coo fuente de conoci iento. n co plejo arco que identifica la odernidad y que constituye, a lo lar go del tie po, la base ideológica de la sociedad industrial y del estado li beral. Se distingue por la di ensión técnica, es decir, práctica, que hace del saber una herra ienta de ca bio, de transfor ación y do inio de la na turaleza. l funda ento de este giro copernicano respecto del undo an terior es la definición de un nuevo tipo de conoci iento, la ciencia. La ciencia inaugura un nuevo undo, identifica el undo oderno. La ciencia oderna sustentaba un nuevo orden social, nuevas foras econó icas, renovadas y antagónicas foras políticas y una nueva cultura. La ten sión entre estas nuevas perspectivas y la realidad social existente, preexisten te, es un rasgo destacado del tránsito entre el undo antiguo y el oderno.
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1.1. MODERNIDAD Y RAZÓN: LA RAZÓN CIENTÍFICA
La dad oderna se define en torno al desarrollo de un nuevo tipo de conoci iento, esto es, la aparición de la «uova Scienza», es decir la cien cia de alileo. La «nueva ciencia» se convierte en patrón y arquetipo no sólo del conoci iento sino de la propia sociedad. La ciencia aparecía coo un instru ento para ordenar y hacer inteli gibles las experiencias sensibles. educir el conjunto de sensaciones a un orden: la explicación científica consiste en ordenar en un conjunto inteligi ble la desordenada co plejidad de la experiencia. oo indicaba LéviStrauss, sustituir lo enos inteligible por algo ás inteligible. n orden vinculado a la labor del científico que éste identifica con el propio orden profundo de la naturaleza, subyacente al caos aparente. Conocimiento científico que se contemplaba como el fundamento de una nueva época, caracterizada por el do inio de la aturaleza, por la con secuente victoria sobre la escasez y la iseria, sobre el arbitrio natural. Co nocimiento que parecía asegurar la posibilidad de la progresiva liberación de la hu anidad del habre y la cala idad y asegurar la e ancipación de cada persona y de la sociedad en su conjunto. La ciencia oderna no era sólo una fora renovada de conoci iento ás seguro. ra un argu ento, una ideología. n argu ento frente a las viejas seguridades asentadas sobre la creencia religiosa, sobre la autoridad de los textos revelados, sobre la per anencia de las verdades teológicas; un argu ento frente a la vieja filosofía. na ideología que identificaba el pro yecto de futuro de nuevas fuerzas sociales en pleno desarrollo y expansión y que se anifestaba coo una nueva y distinta concepción del undo, con un lenguaje propio, con su propia visión del pasado. oo ideología triunfante, quebraría las viejas seguridades, trastorna ría el orden tradicional e i pondría la seguridad de sus principios. Se cons truía sobre las ruinas de lo antiguo. e ahí el carácter trau ático y la con dición conflictiva en que se i pone. «Las heridas de la ciencia», coo se ha dicho, foran parte de la odernidad (Peset, 1993). La odernidad ha girado en torno a la cultura científica, a la apari ción de la «ciencia» oderna, a su estrecha i plicación con la condición social de los ho bres. La ciencia tiene naturaleza práctica y utilitaria, es decir transfor adora. Los saberes científicos han per itido plantear de anera distinta, radical ente distinta, la histórica relación entre el undo social y la naturaleza. La aparición de la ciencia oderna entraña algo ás que especulación y ucho ás que teoría: supone acción. coo tal ac ción se inscribe de in ediato en la vida social. n este aspecto su influencia penetra hasta el últio rincón no sólo fí sico sino ta bién aní ico del undo. Transfor a al hobre social en deiurgo, y convierte al individuo ás vulgar en encarnación cotidiana de los itos clásicos. Lo que para los antiguos o pre odernos sólo podía iaginarse coo propio del espacio ítico y coo atributo de los seres superio res ubicados en ese eta-espacio, para el hobre de la odernidad se con vierte en rutinaria experiencia. l so eti iento de la naturaleza a los de-
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signios hu anos da fora a toda la cultura de los tie pos cultura de la seguridad, de la confianza en la razón.
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odernos.
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DE LA SEGURIDAD A LA DESCONFIANZA: EL DILEMA DE LA MODERNIDAD
La cultura de la odernidad es una cultura científica, tanto en lo que tiene de aceptación de la isa coo de suspicacia y reserva ante ella. rtega y asset destacaba el cabio cultural que representa la odernidad en cuanto a la actitud ante la realidad. Lo que para el antiguo está regido por el rden y por ello constituye un undo o osos, fuente de confianza, para los odernos se transfor a en puro aos, al que se aproxi an desde la sospecha. eflejaba el filósofo español la actitud de desconfianza en la razón y en la ciencia que se desarrolla de fora casi paralela a la cultura racionalista y al culto a la ciencia. Todo gira en torno a la ciencia. l tér ino «científico» adquiere el ca rácter de instru ento de validación o de descalificación social: «un térino fetiche con la ágica propiedad de resolver cualquier discusión», coo se la entaba artshorne, ya en nuestro siglo. coo anifiestan autores coo ussel, al referirse a la «sacralización de la ciencia, consecuencia de la secularización de la sociedad y de la sustitución de la religión institucio nal por la ciencia», que da funda ento al «uso de la ciencia coo un argu ento para justificar o rechazar ca bios en la sociedad». La odernidad configura el horizonte general de la cultura occidental y universal coo una cultura de la razón científica y práctica. La confian za en la ciencia y en la razón constituyen el funda ento de la sociedad oderna. Se les considera los instru entos para el conoci iento seguro de la realidad, de una realidad objetiva, para su do inio y transfor ación en be neficio de la propia sociedad. Razón y ciencia debían garantizar la construcción de un undo de jus ticia, basado en valores universales, constituido por seres libres e iguales, organizado social ente según los principios de un contrato social equitati vo, regido por leyes surgidas de la propia razón y del interés individual. La libertad, la igualdad, la educación, la solidaridad, se conciben coo expre siones de la racionalidad. na eta posible a través del progreso social, que caracteriza el optiiso universal que distingue la odernidad en sus ini ciales propuestas. La odernidad se construye ta bién, en paralelo y por reacción, so bre la inseguridad y desconfianza respecto del undo real, sobre la peranente interrogación sobre nuestra capacidad para conocer esa realidad, en la cual se está actuando en proporción inco parable respecto de otros tie pos, pre odernos. Se desconfía de la razón y de la ciencia. Se consi dera que la razón ha sido transfor ada, de hecho, por la ciencia positiva y por la sociedad burguesa, en era razón instru ental. s lo que criticaban los filósofos de la lla ada scuela de Franckfurt. n torno a la ciencia oderna se han construido espacios culturales uy diversos, coo concepciones del undo enfrentadas. Inspira lo mis
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o las foras de cultura vinculadas a su propio desarrollo y glorificación, coo las anifestaciones ideológicas que crecen en la resistencia o con testación a su i perio. La proble ática del conoci iento huano y la condición social de los seres hu anos plantean al desarrollo científico nuerosos interrogantes. la inversa, la práctica científica constituye una fuente per anente de interrogación, tanto en lo que respecta a la dearcación del proble a del conoci iento coo en lo que atañe a las condi ciones sociales del ser hu ano. La odernidad aparece coo una cultu ra dialéctica, en torno al proble a del conoci iento huano y, en par ticular, científico. Desde el siglo XVII, la filosofía occidental ha centrado progresiva ente sus preocupaciones y proble ática sobre la cuestión del conoci iento. Coo se ha dicho repetida ente, la filosofía se reduce, cada vez ás, a una Filosofía del onoci iento. eja de lado las seculares especulaciones etafísicas, coo reconocía y resaltaba ngels a finales del siglo pasado, al constatar que de la filosofía tradicional no sobrevivía ás que la «teoría del pensar y de sus leyes». ant es el gran representante de esta nueva dirección de la filosofía oderna. n torno a esa proble ática, suscitada sobre todo por el desa rrollo de lo que se conoce coo la ciencia oderna, se confrontan y defi nen, de anera paulatina, dos grandes líneas de pensa iento. Las filoso fías e ideologías científicas y racionalistas, positivas y las irracionalistas o vitalistas, subjetivas, foran parte de la isa odernidad. Por un lado, la corriente que pode os considerar e parentada con la expansión científica que se convierte en referencia principal para el proce so del conoci iento huano en general, y para el científico en particular, entendido éste coo una fora «superior», crítica, o ás segura, respec to del «conoci iento vulgar». n esta corriente se encuadra, tanto la filo sofía «e pírica» del conoci iento, de raíz inglesa, en sus pri eras for as, coo la filosofía «racionalista» del conoci iento, que caracteriza las pos turas de los filósofos de la Ilustración francesa y cuyo origen se encuentra en R. escartes. Son filosofías aterialistas, de aterialis o aristotélico y de aterialis o oderno, que co parten el realis o y la creencia coún en la racionalidad de la aturaleza y del Sujeto pensante. La « odernidad» arraiga en una cultura aterialista basada en la convicción funda ental de la existencia de un undo objetivo y real independiente de la razón huana, identificado con la aturaleza o undo aterial. La odernidad se asienta en un aterialis o realista, en el epiriso que se sigue del iso, en el principio de racionalidad del undo objetivo y del propio pensar hu ano. Sin e bargo, dos grandes corrientes de pensa iento propias de la odernidad difieren en la consideración del procedi iento o edio por el que la razón huana adquiere el conoci iento del undo aterial. bas co rrientes co parten la creencia en el conoci iento científico coo conociiento verdadero. na y otra co parten la idea de la racionalidad del undo objetivo.
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Contemplan de forma diferente el papel de la razón, es decir, de la ca pacidad pensante del sujeto humano, en el proceso de conocimiento. No po nen el acento del mismo modo en cuanto al significado de la experiencia y de las sensaciones en ese proceso de conocimiento. De una parte, se hace hincapié en la primacía de la razón; de la otra, en la de la experiencia. Ra cionalismo y empirismo constituyen las dos formulaciones más destacadas de la filosofía del conocimiento científico. A pesar de la oposición entre ambas, una y otra comparten, de hecho, la idea de un mundo racional, objetivo. Una y otra confieren a la experien cia y la razón pensante un papel determinante en el proceso del conoci miento. Una y otra forman parte de lo que podemos considerar filosofías materialistas y realistas modernas. Es lo que explica su evolución a lo lar go de los últimos cuatro siglos. Y lo que explica que una y otra se identifi quen, hoy, con la modernidad científica. Racionalismo y empirismo se con funden como fundamento de la racionalidad ilustrada, del pensamiento ca racterístico de la Ilustración. 2. El conocimiento científico: racionalismo y empirismo
La «modernidad» nace de la mano de la Razón, dirimente final de nuestro conocimiento, como apuntara Descartes. La Razón, con mayúscu las, representa, bajo diversas formas, una alternativa a la concepción teoló gica propia de la premodernidad. El hombre moderno identifica el «orden» científico basado en la razón, en el orden natural. La racionalidad es el fun damento de la ciencia y el atributo de la Naturaleza. Ésta constituye el re ferente de la razón humana. La modernidad se ha identificado con el imperio de la razón, que se ha manifestado en todos los campos de la vida social, desde la cultura al orden político. Se ha traducido en la creencia aceptada socialmente de que el conocimiento objetivo es posible y que la experiencia y la razón consti tuyen el fundamento del conocimiento científico. Esferas tan diversas como la filosofía, la antropología, la epistemología, las relaciones políticas, han quedado afectadas por las nuevas ideas (Friedman, 1989). La «racionalidad» como medida de todas las cosas constituye la mo dernidad. En su expresión más rigurosa, o estricta, se confunde con la «ra cionalidad científica», en cuanto racionalidad y conocimiento científico se identifican. La convicción en la constitución racional del mundo y su apre hensión por medio de la observación o experiencia del Sujeto constituye una característica de la actitud de la modernidad y sustenta el discurso mo derno (Albanese, 1996). Hasta la propia filosofía se transmuta. Abandona sus seculares espa cios de la metafísica, su preocupación por las esencias, su interés por los «porqués». Se transforma en «filosofía del conocimiento», interesada por el «cómo», reconociendo así la hegemonía de la nueva señora, la ciencia. La creencia en un mundo objetivo, exterior, e independiente del suje to, y en el carácter ordenado y racional del mismo es un fundamento de la
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nueva actitud. e igual odo, se considera que la razón huana per ite descubrir, a través de las experiencias, ese orden natural. l racionalis o es el soporte de la odernidad y se sustenta en ese convicción sobre la ra cionalidad de la naturaleza y sobre la capacidad de la razón hu ana. Esta convicción co partida presenta, desde la perspectiva de la inter pretación del proceso de conoci iento de la realidad objetiva, dos forulaciones distintas, conocidas como racionalismo y empirismo. n el prier caso se pone el acento en la razón huana coo herra ienta ordenadora de las experiencias. s la capacidad lógica de la ente la que hace inteligi ble el undo de las experiencias. n su expresión ás radical, ubica el or den natural en la razón. n el segundo se hace hincapié en la pri acía de la experiencia coo fuente del conoci iento. Son los datos de los sentidos, las percepciones, los que per iten el conoci iento objetivo, los que pro porcionan el orden natural.
2.1. RAZÓN
Y CONOCIMIENTO: EL RACIONALISMO MODERNO
l pensa iento racionalista oderno arranca de . escartes (1590 1650) y adquiere su áxia expresión en el siglo ilustrado. Su punto de par tida era la creencia en la capacidad de la ente para conocer. l racionaliso cartesiano parte de una dualidad y de una convicción. La dualidad res pecto de naturaleza y sujeto -undo aterial y razón-, coo dos undos distintos. Constituye el funda ento de la filosofía del conoci iento que hace del pensar del sujeto -de la razón- el funda ento de la seguridad del acto de conocer, de acuerdo con el postulado cartesiano, cogito, ergo sum (pienso, luego existo). n postulado que suponía la constitución del deno i nado sujeto racional. La convicción es que la realidad objetiva -el undo exterior- es inteligible y que la razón puede alcanzar esa realidad. La razón individual se convierte en la clave del conoci iento riguroso, del conoci iento seguro, es decir, del conoci iento científico. La razón perite reducir a tér inos inteligibles las experiencias sobre un undo exte rior real y racional. e acuerdo con los supuestos de la concepción carte siana, los objetos e píricos, es decir, el undo objetivo, las cosas, sólo pue den conocerse a partir de la capacidad de la razón para ordenar o estruc turar las sensaciones. Los sentidos nos proporcionan sonidos, i ágenes, experiencias tácti les. Lo que convierte estas sensaciones en conceptos y cualidades es la en te, en el proceso de pensar. Es la facultad pensante la que configura el undo de ideas asociado con las experiencias. o son las representaciones sen sibles las que nos proporcionan nuestra iagen del undo, sino nuestra ca pacidad o facultad de pensar. sta facultad, identificada con la razón, que se interpone en el pro ceso de conoci iento opera coo una ratio ordenadora y calculadora. uestras experiencias se encuentran ediatizadas por nuestra capacidad racional para esti ar, calcular, ubicar, es decir, para deducir. l racionaliso cartesiano conte pla el proceso de conoci iento a partir de nues
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tra facultad racional. Pone el acento en la actividad mental y hace de la percepción y de la intuición productos vinculados al pensamiento teóri co, al juicio racional, a la deducción lógica. La realidad, como un mun do independiente formado por cosas, es accesible en virtud de esa facul tad racional. Racionalismo que identifica el propio G. Galilei, en el «análisis de la naturaleza». El análisis constituye un instrumento o herramienta intelec tual, que se corresponde con una construcción racional (mente concipio). Esta construcción es la que establece las reglas o referencias para la obser vación empírica. El racionalismo cartesiano sitúa en la mente humana la clave del conocimiento de la realidad exterior. El racionalismo en esta acepción estricta o cartesiana se instaura en el pensamiento occidental en el siglo de las luces. Se asienta sobre la heren cia intelectual de Descartes y sobre las aportaciones de pensadores como B. Spinoza (1632-1677) y G. W. Leibnitz (1646-1716), que completan la construcción del moderno racionalismo mecanicista e incorporan a él la matemática como instrumento de rigor. Racionalismo que se muestra en la obra más representativa de esa cen turia y de ese pensamiento, la Table analytique et raisonnée du dictionaire des sciences, arts et métiers, o Enciclopedia, que dirigieron D. Diderot y J. D'Alambert. Configura una consistente tradición intelectual asentada en el ámbito de los pensadores continentales, desde Descartes. De modo paralelo se desarrolla e instaura en la cultura de la moderni dad y en la filosofía del conocimiento que subyace en ella una concepción contrapuesta, que pone en entredicho la primacía de la facultad pensante del sujeto racional. Esta corriente intelectual hace de la experiencia, es de cir, de las sensaciones, el fundamento del conocimiento riguroso, del cono cimiento verdadero. Tiene su origen y sus representantes más notorios en la filosofía inglesa. Se trata del empirismo. 2.2.
EL EMPIRISMO MODERNO: EL CULTO A LA EXPERIENCIA
El empirismo surge como una actitud intelectual que vincula conoci miento y mundo de las ideas con la experiencia, es decir, con el mundo de los sentidos. Los pensadores ingleses desplegaron el conjunto de reflexiones más consistente de esta nueva disposición ante el conocimiento. La expe riencia como base del conocimiento sustenta la filosofía de F. Bacon (1561 1626). El Novum Organum Scientiarum representa la obra símbolo del em pirismo moderno y su punto de arranque. Es la experiencia, la percepción de los sentidos, la observación, la fuen te de nuestro conocimiento, la que da seguridad al mismo. A través de la experiencia, de la observación repetida, controlada, para evitar el influjo de los prejuicios -idola- de diversa clase que pueden condicionar nuestro co nocimiento se construyen nuestras ideas. John Locke (1632-1704) dio forma a esta actitud, de acuerdo con la cual no existe más conocimiento del mundo que el asentado sobre la expe
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riencia. l epiriso convierte la experiencia, la observación, en un oento clave del proceso de conoci iento. n el siglo III, . onnot de ondillac (1714-1780) procla aba a la experiencia -a través de la colecta de hechos, el contraste de los isos y la selección pertinente- el princi pio de todo siste a de conoci iento. n la senda de los e piristas ingle ses, y en particular de Locke, concibe el conoci iento a partir de las sen saciones o percepción de los sentidos. . ue (1711-1776) co pletó estas consideraciones al hacer de la experiencia la única fuente de nuestro conoci iento del undo objetivo. epuraba la idea de causa, reducida a siple asociación de experiencias repetidas del iso orden. s la asociación de las experiencias, el hábito y la costu bre, las que nos per iten relacionar sensaciones diversas y construir con ellas nuestra i agen del undo. Son nuestras sensaciones repetidas y habituales las que hacen posible que se produzca la sugestión de otras asociaciones que se i ponen a nuestra razón, a nuestro pensa iento, coo atizaba el obispo ir landés Berkeley. s a partir de la experiencia coo nuestra ente es capaz de construir una iagen global y coherente del undo exterior. l proceso de conociiento invierte los tér inos conte plados por el racionalis o cartesiano. o hay ás undo que el de las sensaciones subjetivas, esse is percipi, «ser es percibir». La realidad no deriva de fora deductiva y lógica del pensaiento teórico sino que éste se construye a partir de las sensaciones coo resultado de un proceso de inferencia o inducción. l e piris o representa la introducción del étodo inductivo en el proceso de conoci iento. n étodo para garantizar la fiabilidad de los juicios y la consistencia de los isos a partir de las sensaciones. l étodo afecta al proceso de observación, haciendo de la experiencia, y del experi ento, por tanto, el punto de partida del conoci iento. l rigor del étodo es el factor de validez para la inducción o inferencia de juicios de va lor general y, por tanto, para el enunciado de las regularidades o leyes que puedan derivarse de tales observaciones, tal y coo lo for ulará, ya en el siglo XIX, J. S. Mill (1806-1873). Las cautelas se ultiplican en este estadio, para evitar los prejuicios del observador, para aislar el acto de observación de las circunstancias ex teriores. Las condiciones de la observación deter inan la validez del pro ceso de conoci iento. l acto de observación debe ser neutro. oo lo expresaba un geógrafo a principios del siglo actual, se trata de actuar con «ente despojada de todo lo que sabe os... e intentar ver y anotar los hechos esenciales», liberados, «en la edida de lo posible, de toda concepción psicológica, etnológica y social», y de cu plir «esta isión pri era, es decir, la observación positiva de los hechos... ezclando lo enos posible el ele ento subjetivo hu ano» ( runhes, 1921). n la senda ás fiel al pensa iento de F. acon. ecoger hechos abundantes, garantizar la pureza de las observaciones e píricas y liberarse del pernicioso efecto subjetivo, de cualquier prejuicio que pudiera enturbiar la precisión y neutralidad de la observación, fue el supuesto básico de la práctica científica. na representación del proceso
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cognoscitivo que penetró profunda ente en las conciencias de los cultiva dores de las disciplinas fisiconaturales y que se extendió y fue co partida incluso por quienes se ocupaban de las Geistewissenschaften (las ciencias del espíritu). n su for ulación ás exagerada o radical hizo de la experiencia, es decir, del étodo e pírico, pura ente positivo, el ci iento del conociiento científico. izo de los hechos el funda ento del saber científico. Convirtió los hechos, es decir, las observaciones o experi entos, en la cla ve del conoci iento riguroso. 2.3.
EL RACIONALISMO ILUSTRADO: RAZÓN Y EXPERIENCIA
piris o y razón constituyen, paradójica ente, los dos soportes de la ciencia oderna. Soportes de la teoría o justificación del conoci iento y soportes de la práctica científica. Paradójica ente porque, en principio, representan dos foras o enunciados opuestos respecto del conoci iento. l epiriso se apoya en la experiencia y desconfía de la autono ía de la razón, es decir, de la ente. ecela de los juicios y prejuicios pro pios del pensa iento subjetivo. Por el contrario, el racionalis o oderno, cartesiano en origen, hace del pensa iento, de la razón individual, la clave del conoci iento seguro. l pensar es el funda ento del conocer. l recelo se produce en este caso respecto de la experiencia y de los sentidos y sus engaños. piris o y racionalis o configuran así dos corrientes del pensaiento oderno enfrentadas en cuanto a las claves del conoci iento segu ro. piris o y racionalis o se confunden coo dos co ponentes carac terizados del pensa iento oderno y co parten, de hecho, la confianza en el co porta iento racional hu ano. La razón coo árbitro aparece bajo los enunciados de abas corrientes de la filosofía del conoci iento. La creencia en la racionalidad del sujeto huano y en el valor de la experien cia coo fuente del conoci iento seguro, es decir, del conoci iento cientí fico, definen el racionalis o ilustrado. Sin e bargo, en la práctica científi ca y en el desarrollo de la cultura oderna, epiriso y racionalis o se i brican uno y otro. La dialéctica entre experiencia y razón constituye el funda ento del pensa iento científico oderno.
Empirismo y racionalismo proporcionan los dos componentes sus tanciales en la construcción del pensamiento científico y de la cultura de la modernidad. Como decía Engels al respecto, incluso el sabio más ape gado a la experiencia se apoya en la teoría, en los planteamientos gene rales. De tal modo que lo que se conoce como racionalidad científica en globa, tanto el positivismo empírico como las filosofías analíticas, carac terizadas por su enfoque racionalista, cuya máxima expresión es el ra cionalismo crítico.
ras el pensa iento episte ológico aparece una ideología esencial del undo oderno, que definirá la odernidad, que se caracteriza por vincular conoci iento científico con do inio de la naturaleza. La ciencia
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coo instru ento de do inio del hobre sobre la naturaleza. partir de la hipótesis subyacente de la correspondencia entre el undo real y los datos de observación.
3. Las filosofías de la modernidad: materialismo e idealismo n este juego de la razón, en esta tensión per anente del racionaliso oderno, se inscriben las filosofías de la odernidad. n prier lugar, las filosofías racionalistas que se han asociado con la evolución científica y práctica de la sociedad industrial o que han sido la conciencia crítica de la isa. Las lla adas filosofías positivas y analíticas, del racionalismo posi tivo, que integran tradición e pírica y tradición racionalista. n racionaliso positivo que ha decantado el núcleo lógico del conoci iento y de la objetividad. Por otra parte, las filosofías racionalistas que pode os identi ficar en el lla ado racionalis o dialéctico que arraiga en el aterialis o oderno. Les une el aterialis o y realis o coo concepciones básicas. na y otra, de fora ás o enos explícita o ás o enos vergonzante, reconocen un undo objetivo y exterior al sujeto pensante. n undo ac cesible desde la experiencia y co prensible desde la razón. l contrapunto a este racionalis o de la odernidad se encuentra en las filosofías subjetivistas o vitalistas. Se definen en reacción frente a esta ideología racionalista y realista. Son corrientes de pensa iento que propo nen otros horizontes para la racionalidad, bajo una perspectiva de pensaiento idealista. ste, representado por un conjunto heterogéneo de filoso fías, constituye una potente construcción que tiene coo coún fundaento la crítica de la razón científica y, en relación con ella, de la objetivi dad del conoci iento que aquélla presupone y procla a. e ahí el que se les conozca, desde los postulados del racionalis o, de uno y otro signo, coo filosofías irracionalistas, calificativo que le dedican tan encontrados autores coo . Popper y . Luckas. Son filosofías vinculadas con la crítica a la racionalidad científica y al aterialis o, desde horizontes uy distintos. an sido críticas con el epiris o y con el racionalis o. an sustentado una visión del undo y un arco episte ológico arraigado en la conciencia, en el sujeto, en sus expe riencias ínti as. an reivindicado la subjetividad del conoci iento y han criticado la presunción objetiva y nor ativa de las anteriores. Son filoso fías que reivindican una racionalidad alternativa derivada de la conciencia individual. l funda ento de esta actitud crítica respecto del realis o y objetivi dad del undo lo enunciaba de fora expresiva el obispo irlandés . Berkeley: «prevalece entre las gentes, de odo extraño, la opinión de que las ca sas, las ontañas, los ríos, en una palabra, los objetos sensibles, tienen una existencia natural o real, distinta de la que tienen en la ente que las per cibe» (Berkeley, 1871). l conoci iento se cierra sobre las propias ideas: «¿ué percibi os nosotros ás que nuestras propias ideas o sensaciones?», interrogaba Berkeley. La reflexión del obispo irlandés sustenta una corrien
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te decisiva del pensa iento occidental, la filosofía idealista. l undo obje tivo se reduce al undo ideal, al undo de la ente. e odo paradójico, foran parte ta bién de esta odernidad. Son un punto de referencia en la evolución del pensa iento occidental y, por ende, de la isa cultura en la que nos inserta os. e ahí su per anente presencia, su recurrente for ulación, su carácter de «alternativas» a los proble as del conoci iento, y ás allá de éstos a la propia «concepción» del undo. an sido y son el gran contrapunto intelectual a las seguridades, más o enos pretenciosas, del saber científico y su pretensión de saber verdade ro. Y, en ayor edida, a la conversión de éste en fetiche ideológico. an explotado las contradicciones en que incurre el odelo de conoci iento y la visión del undo característicos de las filosofías racionalistas. an re saltado las dificultades del proceso científico. an destacado las insuficien cias y contradicciones de la razón científica, sobre todo en su di ensión ideológica y social. aterialis o e idealis o deli itan las dos grandes fuerzas del pensaiento oderno. no y otro han sido los polos de la odernidad, consti tuyen el entorno intelectual del desarrollo de la ciencia y, en particular, de las ciencias sociales. Son las referencias obligadas en la búsqueda de los pa trones propios del conoci iento. partir de ellos se constituyen las tres grandes fa ilias o filosofías en que se desenvuelve el pensa iento occi dental y en que se en arca el desarrollo de la geografía oderna (Johnston, 1983). s decir, el racionalis o positivo, el racionalis o dialéctico y el idealismo.
CAPÍTULO 1 1
LAS FILOSOFÍAS RACIONALISTAS: LA ESTIRPE POSITIVISTA
La aparición y el desarrollo de la ciencia contemporánea han estado vinculados con las filosofías empíricas que llegan a identificarse con la pro pia naturaleza de la práctica científica. Define una forma histórica de ex plicar la naturaleza del conocimiento científico, que arraigaba en una tra dición básica de la modernidad: el realismo empírico elaborado desde el siglo XVII. La filosofía positivista del conocimiento científico se construye sobre la tradición y el legado del empirismo moderno, desde F. Bacon a D. Hume y J. S. Mill. Se identifica con el positivismo. Constituye una epistemología que bus ca establecer los fundamentos y métodos que definen el conocimiento cien tífico. Así nace en su primera formulación, la que enuncia A. Comte (1798 1857), en su obra Discours sur l'esprit positif, que le dará nombre (Comte, 1844). Es la que desarrolla J. S. Mill, de forma coetánea, en su System of Logic, en la tradición del empirismo inglés. Uno y otro dan forma al empirismo del siglo XIX. En especial el que ca racteriza a las ciencias más sobresalientes por su aportación al conoci miento y dominio del mundo material, con las que se identifica el progre so de la sociedad capitalista industrial; es decir, la física y química, además de la biología. Desde mediados del siglo XIX, la formalización de estos pre supuestos del conocimiento científico permite establecer los perfiles funda mentales de una filosofía de la ciencia y, por consiguiente, de lo que debe ser la ciencia. El positivismo, como doctrina, vino a formalizar lo que se consideraba el modo de producir conocimiento por parte de la ciencia.
1. La fe en la ciencia: el conocimiento positivo
El positivismo representa una filosofía del conocimiento científico en cuanto pretende establecer una delimitación rigurosa entre conocimiento científico y las demás formas de conocimiento, y, esencialmente, respecto de la metafísica. Se trata de establecer cuáles son problemas científicos, y
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cuáles no lo son, por ser etafísicos y por carecer de sentido. Para el positivis o, la ciencia se distingue porque no se plantea cuestiones ontológicas sobre la naturaleza de las cosas, ni sobre la sustancia de las isas. La ciencia trata exclusiva ente de los fenó enos observables, de los datos de la experiencia, de lo que es positivo, es decir, aterial. La ciencia tiene que ver con lo observable. La ciencia se ocupa, desde esta perspecti va, de las regularidades observables de los fenó enos; no de su finalidad ni de su entidad u ontología, o de lo que las cosas son en sí. El objeto de la ciencia son los fenó enos, los hechos, los datos e píricos. finales de ese iso siglo, la depuración de los postulados del epiris o inicial y la crítica a la filosofía del conoci iento de ant condu ce a una reafir ación del origen pura ente sensorial del conoci iento. n su expresión ás radical no aceptaba las nuevas teorías sobre la es tructura de la ateria basadas en el átoo, en la edida en que éste no era observable. s el empiriocriticismo, coo lo deno ina . venarius (1843-1896), cuyo más conocido representante es E. Mach (1838-1916), un ate ático y filósofo austriaco. Los datos de observación constitu yen, para esta corriente del positivis o, el punto de partida y de llegada, del proceso de conoci iento, en el cual las teorías constituyen un ero instru ento. En el prier tercio del siglo , la crítica a las concepciones iniciales del positivis o, y la puesta de anifiesto de las insuficiencias del empiriocriticis o, en relación con los nuevos desarrollos de la ciencia, i pulsaron la elaboración de una nueva propuesta para la filosofía del conoci iento. Se produce, sobre todo, en el ámbito científico y filosófico de lengua aleana. Esta reflexión episte ológica cristaliza en lo que se conoce coo po sitivismo lógico, que constituye una for ulación renovada y transfor ada de la herencia positivista. Representa una inversión de los postulados tra dicionales de la filosofía e pirista. Supone la incorporación de los enfoques racionalistas en el positivis o. n notable grupo de científicos y filósofos de la ciencia, de lengua aleana, vinculados con las universidades de Berlín y de iena, se constituyen coo un colectivo, que se da a conocer coo Círculo de Viena. Der Wiener Kreis es el tér ino e pleado por este grupo de filósofos y científicos en un opúsculo editado en 1929. Las nuevas propuestas hacen hincapié en el pa
pel de los enunciados teóricos -las teorías científicas-, es decir, la diensión analítica, en el sentido de alileo. estacan, sobre todo, por la iportancia que conceden al lenguaje for alizado, en particular al de las a
te áticas y la lógica. La tradición positivista se manifiesta en el papel que asignan a la ex periencia como clave del proceso de conocimiento. Es lo que denominan proceso de verificación. Se trata de la comprobación experimental de los enunciados teóricos y, por consiguiente, de su validación. Son los rasgos distintivos del positivismo lógico o empirismo lógico. La introducción del co ponente racionalista en el discurso positivis ta cul ina en el racionalis o crítico de . Popper (1902-1994). La crítica de este autor invalida la utilización de la experiencia para deter inar la
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validez de los enunciados teóricos. Los criterios de verificación coo instru entos de validación de las teorías carecen de justificación desde una perspectiva lógica. Popper des onta el residuo e pirista que per anecía en el positivis o lógico. l enfoque propuesto por Popper pone el énfa sis en los procedi ientos para erradicar el error, ás que en la co pro bación de los aciertos de las teorías, coo hacían los representantes del epiriso lógico. o ponen la tradición positivista o del racionalis o científico ilus trado. piris o y racionalis o foran los ci ientos de esta racionali dad que hace del étodo la clave del conoci iento riguroso. Lo que dis tingue y funda enta el conoci iento científico, de acuerdo con el positiviso, es el étodo o procedi iento, la rigurosidad en el anejo de los enunciados o proposiciones, el carácter lógico de los isos. l étodo positivo se funda enta en dos ci ientos esenciales, que son el epiriso y el racionalis o.
2. El positivismo: empirismo e inducción La naturaleza e pírica del conoci iento científico constituye una base constante de las filosofías de que trata os: el odelo de conoci iento cien tífico elaborado por el positivis o responde a una filosofía realista: «el undo natural es considerado real y objetivo. Sus características son inde pendientes de las preferencias e intenciones del observador» ( ulkay, 1975). Su carácter empírico resulta de que el conoci iento se asienta en la experiencia a través de observaciones, de las que proceden lo que deno inaos hechos, es decir, los enunciados de observación, con los que forulaos el resultado de nuestras observaciones. l conoci iento está basado en estos hechos, en el carácter positivo de los isos. l objetivo del análisis es la for ulación de enunciados teóricos o lógi cos de validez universal, que constituye lo que se deno ina leyes. Su ca rácter objetivo surge de que se concede a tales leyes, o enunciados teóricos, validez general, con independencia del sujeto, en relación precisa ente con el étodo utilizado, de carácter pura ente lógico. Su naturaleza racional deriva, tanto de la racionalidad reconocida al undo físico coo del étodo e pleado, por su carácter lógico. l étodo de conoci iento se decantará coo el ele ento distintivo, hasta identificar la racionalidad y la objetividad del conoci iento, con in dependencia del propio undo físico o undo externo, que quedará rele gado a la categoría, en el ejor de los casos, de hipótesis de trabajo.
En otros términos, lo que une a las múltiples variedades de filoso fías positivistas es el valor asignado al método. Lo que varía es la formu lación de este método. También el interés preferente por el análisis lógi co, por las proposiciones lógicas; por los lenguajes, sobre todo por los de carácter formal, que distingue las corrientes neopositivistas, frente a las actitudes iniciales de mayor peso de lo empírico, es decir, de la observa ción, de los hechos.
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l positivis o es ás que una concepción del proceso de conoci iento en la ciencia. l positivis o constituye una cultura científica y una ideo logía. ace del conoci iento científico el patrón de la conducta social, de acuerdo con la for ulación de . Cote, autor que, en cierto odo, pro ponía la ciencia coo alternativa a la religión, en consonancia con una so ciedad ás evolucionada. n prier tér ino por el carácter excluyente y casi dog ático con el que deli ita el conoci iento científico, de acuerdo con la for ulación do inante en cada etapa de esta filosofía. l positivis o se anifiesta radical en su rechazo de la etafísica y de la teología, y coo consecuencia se presenta coo una filosofía secular y uni versalista. eriva por ello en una ética y una concepción del undo, que tras ciende el arco de la filosofía del conoci iento. l utilitarismo y el indivi dualismo radical son anifestaciones relevantes de la ideología positivista. xisten sensibles diferencias entre las for ulaciones positivistas del si glo pasado teñidas de realis o ingenuo y de ecanicis o o aterialis o ecanicista y las ás odernas de la filosofía vienesa de finales del I , identificadas en . ach y el empiriocriticismo. Las diferencias son aún ás notorias con las for ulaciones neopositivistas del Círculo de iena, y las del racionalismo crítico de . Popper, que han sustentado el desarrollo de estas filosofías en los años centrales del siglo . Los distingos no ropen la uni dad básica del pensa iento positivista. e ahí la justificación de conside rarlas coo corrientes de un pensa iento coún. sa larga, rica y copleja evolución del pensa iento positivo no ipide una continuidad fun da ental y con ello la coún pertenencia a la fa ilia de las filosofías po sitivistas, las identifique os coo neopositivis o o se distingan coo racionalis o crítico. Los presupuestos esenciales de la for alización positivista se fundaentaban en un realis o básico, en cuanto el objeto reconocido de la cien cia es lo real. La realidad se identifica con lo e pírica ente observable, de acuerdo con los sentidos. Lo real se corresponde con las sensaciones reco gidas por los sentidos, con los datos positivos de la experiencia, los hechos. Y se caracterizan por un racionalis o inductivo ele ental fundado en la ló gica for al. l punto de partida es la consideración de que «aunque el undo natural experi enta, en cierto sentido, un continuo cabio y o vi iento, existen unifor idades per anentes subyacentes, regularidades e píricas, que pueden ser enunciadas coo leyes universales y per anen tes de la naturaleza» ( ulkay, 1975). El método experimental, que proporciona los hechos de observación, y el proceso lógico de inferencia que per ite derivar, de las observaciones indivi duales, ultiplicadas, las regularidades de carácter universal, es decir, las le yes científicas, han sido los postulados ás consistentes del positivis o, coo filosofía de la ciencia. na actitud de profundo arraigo en la cultura científica oderna, de acuerdo con una actitud filosófica de carácter e píri co, cuyos antecedentes se re ontan a Leonardo da inci, que for ulaba ya el proceso del conoci iento basado en la experiencia: «dobbia o co incia re dall'esperienza», dice Leonardo, en la edida en que «questo e il ethodo da osservarsi nella ricerca de'feno eni della natura» ( u boldt, 1849).
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Los hechos proporcionados por la experiencia fueron la piedra de to que del edificio positivista de la pri era hora. e tales hechos se inferían los enunciados teóricos o leyes que regían los procesos fisiconaturales: «la experiencia o los hechos, los resultados experi entales o cualesquiera otras palabras que sean utilizadas para describir los ele entos sólidos de nues tros procedi ientos de contraste, iden el éxito de una teoría, de tal odo que el acuerdo entre la teoría y los datos se considera coo beneficioso para la teoría... sta regla es una parte esencial de todas las teorías de la inducción...» (Feyerabend, 1974). al concepción y tales postulados fueron el catecis o del discurso científico a lo largo del siglo I . La filosofía positivista i pregnó la cultu ra científica e hizo del e piris o, de la observación y la experiencia, y de la inducción, las claves de un étodo de conoci iento seguro, del étodo de la ciencia. La seguridad del étodo coo instru ento para conocer la realidad provenía del carácter universal de las generalizaciones obtenidas, conside radas las leyes que rigen el desarrollo de la aturaleza. Coo consecuen cia, era factible, a partir del conoci iento de estas leyes, funda entar ac ciones prácticas, es decir, intervenir, sobre el propio entorno real, previ niendo o corrigiendo sus efectos. La filosofía positivista introduce una diensión utilitaria o ingeniería, que distingue la cultura científica y que otorga, al conoci iento científico, un valor social. na actitud que acopaña el desarrollo de las filosofías positivas desde su origen. Recogía la tradición del epiriso y racionalis o odernos, asenta dos sobre un realis o ele ental, sobre una concepción ecanicista del conoci iento, sobre el dualis o cartesiano entre cuerpo y ente. Puntos fuertes, por su si plicidad, del discurso positivista, y puntos débiles del iso, por su fragilidad lógica. La crítica del realis o ingenuo, del ecanicis o y de la inferencia, i pusieron la progresiva depuración de la filo sofía positivista. uevas propuestas surgen en el seno de esta filosofía, des de finales del siglo XIX. La pri era de estas propuestas es conocida coo ermpiriocriticismo, deno inación que le otorga R. venarius, a finales del siglo I . La nueva corriente positivista acentúa el carácter deter inante de los hechos de observación, de los datos de la experiencia, reducida al conjunto de sensaciones captadas por los sentidos. Se rechaza cualquier pretensión de la existencia de una sustancia o entidad que identificara la naturaleza de las cosas, al odo coo lo for ulaba ant. Se niega validez a todo enuncia do no observable e pírica ente, hasta el punto de no aceptar las nuevas teorías de la física sobre la estructura ató ica de la ateria, puesto que el átoo no era observable. partir de estas consideraciones postulaba pres cindir de toda referencia a la naturaleza objetiva. La pree inencia acordada a los hechos conducirá a una valoración se cundaria de las construcciones teóricas, reducidas a si ples instru entos lógicos en el proceso de conoci iento. Suponía restringir el conoci iento científico al ábito de la etodología. La reflexión etodológica se carac teriza por la negación de la dualidad ateria-espíritu y por la conversión
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del sujeto en un co ponente esencial del proceso de conoci iento, con arcado carácter «psicologista». esde finales del siglo I , los postulados del positivis o inductivo de Cote y del positivis o vulgar del científico en el discurso de su trabajo son incapaces de resistir las críticas. stas procedían de á bitos tan diver sos coo la propia práctica científica, el aterialis o histórico y la filoso fía idealista. Se dirigían contra los soportes lógicos y axio áticos del positivis o coo práctica científica y coo episte ología. i los hechos, ni la inferencia inductiva, ni la neutralidad del sujeto pueden resistir la evidencia de la lógica, de la sociología del conoci iento y de la propia práctica cien tífica. e igual anera resultaban insostenibles las actitudes de rechazo a las construcciones teóricas, así coo el psicologis o que i pregnaba la for ulación e piriocriticista.
Las condiciones críticas en que el desarrollo científico coloca la con cepción mecanicista y el empirismo radical obligaron a la filosofía posi tivista a renovarse. El componente más destacado de ese proceso de re novación es el abandono del empirismo radical y la incorporación de la filosofía racionalista a la tradición positiva. El resultado más sobresa liente se identifica con la constitución del denominado Círculo de Viena, que da forma definitiva a un proyecto epistemológico de excepcional ca lidad, entroncado en la filosofía positivista, el empirismo lógico o positi vismo lógico.
3. El positivismo lógico: empirismo y racionalismo
El lla ado Círculo de Viena se constituye for al ente en 1924, en que lo funda ortiz Schlick, con un conjunto de científicos y filósofos, la ayor parte de ellos adscritos a las universidades de iena y Berlín. La denoinación no aparece coo tal hasta 1929. l írculo de iena identificaba una institución dotada de edios e instru entos para difundir sus plan tea ientos, co pro etida con una específica concepción de la filosofía de la ciencia y del conoci iento, de raíz positivista, que ha incorporado la tra dición racionalista. La posterior e igración a érica de una buena parte de sus co ponentes -i puesta por la instauración del régi en nazi en le ania- y el fértil capo positivista a ericano facilitaron su desarrollo y su notable influencia social. 3.1.
EL CÍRCULO DE VIENA: LAS FILOSOFÍAS ANALÍTICAS
l Círculo de iena aúna el e piris o físico y sensorial de . ach y la brillante escuela de la lógica ate ática que se desarrolla, a caballo de los dos siglos, de la ano de B. Russell (1872-1970) y su discípulo L. ittgenstein (1889-1951). For ula un proyecto explícito de unificación del sa ber científico asentado sobre una etodología coún, que per itiera deliitar, en sentido estricto, el capo de las ciencias. sí lo de uestran algu
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nos de sus órganos, coo el Instituto por la nidad de la Ciencia y el Journal of nified Science, y proyectos coo la International Encyclopaedia of Unified Science, que uestran, en sus títulos, los presupuestos y objetivos del Círculo. l positivis o lógico procla a, de fora destacada, coo uno de sus postulados básicos, el oniso científico, la unidad de las ciencias, la in validez de toda distinción entre ciencias de la naturaleza y ciencias sociales o del espíritu. La unidad básica de los fenó enos naturales y sociales que supone la validez de los presupuestos etodológicos de las ciencias fisiconaturales en el undo social. Lo cual conlleva, a su vez, la posibilidad de for ular proposiciones e hipótesis a verificar; la posibilidad de establecer enunciados lógicos sobre esas regularidades, con valor de leyes; la capaci dad consecuente de predicción e intervención social; lo que se ha lla ado «ingeniería social».
El proyecto tiene tres soportes.
El papel fundamental de los hechos y,
por tanto, el obligado respeto a la experiencia, en la tradición del e piriso deci onónico; la introducción de las construcciones teóricas coo coponentes esenciales de la producción de conoci iento, en abierto contras te con los postulados del e piriocriticis o; y, coo novedad esencial, el re curso al lenguaje formal, coo un instru ento que garantice la co unicación objetiva del trabajo científico. Se pretendía «desbabelizar» la co unicación científica, coo ha dicho uno de los representantes destacados de esta corriente ( orris, 1955). La disposición de un lenguaje exacto debía ser el edio decisivo en la determinación de la cientificidad, porque en su propia naturaleza de bía hacer posible discri inar los proble as estricta ente científicos de los etafísicos o sin sentido, en cuanto los pri eros deben per itir una for alización significativa, es decir, con sentido desde el punto de vista lógico. se lenguaje exacto y preciso se identificó con la lógica ateática. Se reconoce a ésta un carácter neutro en cuanto las vinculaciones que en ella se establecen son las específicas del lenguaje: se ióticas, sin tácticas y prag áticas ( orris, 1955); independientes, por tanto, de todo juicio de valor. La se iótica es el funda ento últio de la co unicación científica, desalojando al pensa iento coo actividad subjetiva, salvo en la estricta labor de co binar los signos. n él reposa el proceso deducti vo o analítico, cuya naturaleza tautológica le asegura la cualidad de «ver dadero». La otra di ensión es la de la experiencia, la di ensión e pírica, en la que se basa el conoci iento de los hechos. s el funda ento de un conoci iento de carácter «sintético», por oposición al analítico, e independien te de él. La experiencia es la fuente de las distintas observaciones, deno i nadas enunciados protocolares. orresponden a proposiciones lógicas eleentales obtenidas de las sensaciones, que podrán ser luego tratadas por el lenguaje lógico. quivalen a los hechos del positivis o inicial. Los dos undos quedan disociados de fora drástica. l undo del conoci iento analítico, en el sentido de alileo, reconocido coo una ac tividad racional, corresponde al undo de los enunciados lógicos, del aná
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lisis en sentido estricto, de la deducción, el undo de los signos y sus re glas, el undo de la verdad. s el undo de las teorías, al que correspon de el avance del conoci iento. l undo de los enunciados teóricos ad quiere una pree inencia absoluta, de tal anera que la nueva filosofía se define coo analítica. La teoría se convierte en el ele ento cardinal. La teo ría es considerada el «corazón de la ciencia», caracterizada por la «claridad, si plicidad, generalidad y precisión», for ada por «la unión de un siste a lógico con hechos definidos operativa ente» (Bunge, 1961). l undo de la experiencia, de los hechos, es decir, e pírico, es el del conoci iento sintético. Se le atribuye una función esencial en el nuevo esquea del proceso de conoci iento, la de verificar la validez de los enun ciados teóricos y, por tanto, la confir ación de la verdad o error de las teorías científicas. l vínculo lógico entre abos niveles se produce a través de la deduc ción, invirtiendo el proceso característico del positivis o tradicional, asen tado sobre la inducción. La inducción es sustituida por la vía deductiva que desciende desde los enunciados lógicos a los de observación o «hechos». stos se convierten en «verificadores» de los pri eros. Los hechos, que, des de la perspectiva de la lógica, no sirven para inducir enunciados teóricos, deben per itir, en ca bio, «verificar» su validez. Los hechos deben servir para co probar las teorías. l principio de verificación se convierte en un punto cardinal de la concepción neopositivista: «la cuestión de la verifica ción era central en la obra de los positivistas lógicos de la escuela de iena» (Johnston, 1983). l étodo es la clave de bóveda del positivis o lógico y de la filosofía de la ciencia que sustenta. La etodología define la ciencia. Se trata del étodo que per ite y asegura la libertad científica, que resguarda de las tra pas que es altan el proceso de conoci iento, procedan de la intuición, del lenguaje o del riesgo de la etafísica. Todo ello encarnado en la explícita fi nalidad de llegar a enunciar «leyes». Leyes, teorías, hipótesis, datos de ob servación experi ental foran el bagaje fa iliar de una construcción que se identifica con el propio conoci iento científico. La excepcional depuración instru ental que representa el análisis del lenguaje, el análisis lógico o foral de los enunciados, la brillantez de las construcciones teóricas, la for alización acabada del lenguaje, son carac teres sobresalientes del positivis o lógico y del racionalis o crítico. Ras gos que no contradicen la naturaleza de una filosofía que evoluciona para per anecer. Lo que cabia es el énfasis, porque al edificio lógico del positivis o deci onónico se le da la vuelta. La construcción brillante del positivis o lógico per itió soslayar las críticas al positivis o pri itivo y dar respuesta, aparente, al proceso del conoci iento científico oderno, que no se podía identificar ya con los pos tulados tradicionales. La construcción de una filosofía racionalista y epírica al iso tiepo per itía renovar la tradición del pensa iento cientí fico. Sin e bargo, la construcción neopositivista tenía sus puntos débiles, insuficiencias que fueron el objeto de la crítica de . Popper.
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l racionalis o crítico de K. Popper
La crítica de Popper se centraba en el supuesto de la verificación de los enunciados teóricos y en el papel atribuido a la teoría en el proceso del conoci iento. Señalaba Popper la imposibilidad lógica de la verificación a partir de las observaciones e píricas. La «lógica de la investigación cientí fica» lo i pedía (Popper, 1934). Ponía en cuestión el concepto de verdad o falsedad en relación con las teorías científicas. Popper for ula lo que él denoina racionalismo critico, que representa un cabio de actitud en la va loración del proceso de conoci iento científico. La incidencia crítica de Popper se traduce ta bién en la concepción del capo científico. Popper rope el principio onista de la ciencia de los e piristas lógicos. iega la posibilidad de la ciencia histórica. ace una crí tica intensa de lo que deno ina historicis o y de toda pretensión de pre dicción social (Popper, 1957). Y se incorpora a la corriente del individualiso en la interpretación de los fenó enos sociales. Propugna el individualis o etodológico. Son las dos di ensiones funda entales del pensaiento de . Popper que inciden en el capo de las filosofías científicas del siglo XX.
4.1.
LA CRÍTICA A LA VERIFICACIÓN EMPÍRICA
La alternativa de Popper al positivis o lógico reco pone las relacio nes entre observación y enunciados lógicos y establece nuevos criterios de de arcación del conoci iento científico, es decir, e pírico. Pretendía dife renciarlo del no e pírico, etafísico o no científico. efine una pri era instancia o demarcación observacional, de naturaleza experi ental, e píri ca, vinculada con la obtención de los datos o hechos. efine una segunda instancia o demarcación teórica, a la que corresponden, tanto el proceso de inferencia, coo el de verificación del neopositivis o. efine una terce ra instancia o nivel for al, identificada con el lenguaje normalizado, lógico y ate ático, funda ento de la objetividad del proceso cognoscitivo. Cons tituyen los tres niveles o instancias del proceso de conoci iento científico, según Popper. Son los criterios de de arcación del conoci iento científico, que copleta con la introducción de la brillante idea de la refutación (falsifiability), en oposición a la de verificación y en relación con la función y significado de la teoría en la ciencia. . Popper apunta que no es posible la verifica ción de teorías por los hechos de observación. duce Popper razones lógi cas. l proceso de observación fora parte de la construcción teórica y que da i pregnada por ella, coo ya habían señalado, de fora crítica, cientí ficos coo Planck y Bjord. Los enunciados de observación, los hechos, no son independientes de los enunciados teóricos, las teorías. stas condicio nan el significado y la interpretación de los pri eros. La validez de las teorías científicas no depende ni puede depender de los hechos u observa ciones e píricas.
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Popper for ula una filosofía racionalista del conoci iento. l proce so de conoci iento radica en la for ulación de enunciados teóricos o teo rías, cuya validez per anece ientras no aparezcan nuevas teorías alter nativas. La teoría, que aparecía coo la eta de la indagación científica en la tradición analítica, constituye un ero instru ento. Lo que él propugna es una concepción de la teoría coo instru ento en el proceso de conoci miento. La teoría tiene como objetivo su refutación, es decir, la búsqueda y eli inación del error. 4.2.
EL INDIVIDUALISMO METODOLÓGICO
l racionalis o crítico de Popper establece un corte episte ológico ra dical entre las ciencias de la naturaleza en general y las ciencias sociales, en abierta contradicción u oposición al oniso científico de los postula dos del positivis o lógico. Liita a las pri eras el proceso de conociiento científico nor ativo, es decir, el que se sustenta en la búsqueda de leyes, en el enunciado de generalizaciones o regularidades de valor univer sal. iega Popper la posibilidad de tales objetivos en el capo de las disci plinas sociales y, sobre todo, en la istoria. Se opone así a las corrientes y enfoques que prevalecían en el arco de las ciencias sociales. La extensión del positivis o al capo social se ba saba en diversos postulados o presupuestos, coo el «causal», en los aconteci ientos sociales, y que, según la for ulación conductista, viene dado por la respuesta del individuo a leyes de co porta iento que se les ipo nen. l «realis o», en el sentido de objetividad de las conductas. La «neu tralidad» del observador científico en el proceso de observación y evalua ción. l «funcionalis o» social, en el sentido de responder a estructuras cuyo cabio no es arbitrario sino regular o nor ativo (Johnston, 1983). l funcionalis o y el conductis o han sido dos propuestas destacadas de esta concepción positiva de los fenó enos sociales, aplicadas en distintos capos de las disciplinas sociales, entre ellos la geografía. Rechaza Popper la posibilidad de predicciones en el capo de la his toria y las ciencias sociales. iega el que puedan enunciarse leyes referidas al devenir histórico y a los aconteci ientos sociales. onsidera que el conoci iento de las predicciones supondría la oportunidad para evitar sus consecuencias arruinando aquéllas. Propone, en consecuencia -en coinci dencia con una corriente conte poránea de las ciencias sociales- el llaado individualismo metodológico, en el ábito de las ciencias sociales. l individualis o etodológico se sustenta en la convicción de que son las acciones de los individuos las que soportan lo que llaaos socie dad. Los fenómenos y acontecimientos sociales no son sino la suma de ac ciones individuales y el resultado de co porta ientos individuales. iega validez, por tanto, a los sujetos colectivos sociales, a los universales socia les, del tipo de clase social, o equivalentes. Por consiguiente, el étodo de estas disciplinas debe estar basado en el individuo. For ulación etodológica que caracteriza el pensa iento de
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F. A. von Hayek (1899-1992), que considera que el único camino de entendi iento de los fenó enos sociales es la co prensión de las acciones en tre individuos, de acuerdo con la conducta esperada de los isos. El individualis o etodológico supone que la descripción de los co porta ientos individuales sustituye toda for ulación de carácter social. Se inscribe en el arco de un anifiesto realis o individualista, opuesto al proceso de abstracción de las generalizaciones sociales. n resu en, el individualis o etodológico significa la reducción del undo social a sus coponentes individuales y a la conducta de éstos. Ésta depende de sus propias cualidades y de su grado de conocimiento del entorno o situación en que se encuentran. Co parte Popper y reivindica la concepción de los fenó enos so ciales coo eros resultados de acciones individuales, de actos inten cionales y reflexivos, so etidos al azar e i previsión de las decisiones individuales. Plantea, por otro lado, el carácter interrelacionado que tie nen estas decisiones individuales con los pronósticos sociales y la con tradicción que provocan dicha relación entre sujeto y objeto social. l agente vinculado con el pronóstico o predicción, una vez conocida ésta, puede operar para escapar a sus consecuencias. l hacerlo altera la vali dez del iso y su carácter universal y objetivo. iega, en consecuencia, la existencia de leyes en el ábito social, coo cuantos defienden el individualis o etodológico. Su incidencia es patente en el capo de las ciencias sociales. Los fenó enos sociales quedan convertidos en un in enso agregado de decisio nes individuales. educe los procesos sociales al resultado de las últiples acciones individuales, a la específica configuración de «disposiciones, si tuaciones, creencias, recursos y a bientes» de tales individuos. Tras el individualis o etodológico subyace una ideología, la que el propio . Popper desarrolla en Miseria del historicismo (Popper, 1957). El trasfondo ideológico de las filosofías positivistas constituye su diensión oculta o no reconocida. La afir ación característica de los auto res analíticos es que su única preocupación es etodológica y de que creen cias e ideologías quedan aparte de sus consideraciones ( arvey, 1968). Afiración que no se corresponde con las i plicaciones que uestran estas fi losofías con el undo social.
5. Método e ideología Las filosofías positivas coinciden, a lo largo del tie po, en un planteaiento que entra en abierta contradicción con sus postulados de liberación de toda influencia ideológica, y que les confiere el carácter de una verda dera filosofía, algo ás que un siple étodo de investigación. oo apuntaba Johnston, «el positivis o lógico co prende cientificis o, políti cas científicas y valores coo la libertad, así coo una concepción positi vista de la ciencia. onstituye una ideología, tanto coo una filosofía y una etodología» (Johnston, 1983).
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Las filosofías «positivistas» han propendido, histórica ente, a identifi car el conoci iento científico con su específica propuesta, con su particu lar construcción. e tal odo que «el cientificis o del esque a interpre tativo de cuño positivista procura negar el derecho a la palabra a todos los que no encajan en sus angostas coordenadas» ( rtega Cantero, 1987). Co parten la convicción de que el conoci iento científico, identificado en las ciencias positivas, constituye un eje plo acabado de esta for ulación. o parten la convicción, asiiso, del carácter ideológico de las pro puestas o enunciados que hacen intervenir al undo objetivo y al deno i nado «contexto de observación», es decir, el sujeto de conoci iento. Son los rasgos básicos de unas filosofías que han ali entado las «creencias» cien tíficas de una parte sustancial de las co unidades de científicos, y no sólo en el ábito de las disciplinas fisiconaturales. La filosofía del análisis es la filosofía del étodo. sta filosofía exclu sivista que tacha de etafísica e ideología a toda fora de conoci iento que no se base en el étodo, responde ta bién a una ideología, es ta bién una ideología. Sin duda una ideología del étodo (Feyerabend, 1970). el epiriso de los orígenes al positivis o lógico y racionalis o crí tico de Popper hay un largo proceso de evolución y decantación intelectual, de crítica exterior e interna, de perfecciona iento instru ental y teórico, de interacción social con el edio científico y cultural, que convierte al undo analítico en algo ás que unos dogas y en ucho ás que una oda. Representa una referencia cultural y científica inexcusable de nuestro undo oderno. o sin razón se le ha identificado con el undo de la «odernidad». na trayectoria no coincidente con la del pensa iento dialéctico cons truido a la par con el propio desarrollo de la cientificidad oderna, identi ficado con ella, pero crítico de la racionalidad cientificista. La racionalidad dialéctica tiene otra historia. Se identifica con el pensa iento aterialista y dialéctico elaborado en el siglo XVIII en Francia, que se manifiesta en la Ilustración, con raíces en el aterialis o inglés del siglo anterior. l aterialis o o realis o constituye el arco de referencia coún de las filoso fías e píricas y del racionalis o dialéctico que cristaliza en el siglo I .
CAPÍTULO 12
LAS FILOSOFÍAS RACIONALISTAS: MATERIALISMO Y DIALÉCTICA
La cultura del undo objetivo o aterial que se decanta en el siglo VIII, con la Ilustración, responde a una «concepción general del undo que des cansa sobre una deter inada fora de entender las relaciones entre ateria y espíritu». o parte la cultura racionalista en que nace y se desen vuelve la ciencia oderna, pero se distancia del e piris o sensorial y adopta una actitud crítica frente a las foras del cientificis o positivo. l co ponente distintivo es que frente al étodo positivo, for alista, que su pone un enunciado de la razón rígido, reivindica una razón que une lo aterial y lo espiritual, objeto y sujeto. Se define frente a la separación radi cal del undo aterial y el sujeto de conoci iento, que distingue las filo sofías positivas. Es la razón dialéctica.
1. La racionalidad dialéctica La razón dialéctica es entendida coo el necesario co ple ento de la razón analítica para abordar la realidad, que es, ella isa, dialéctica. esde la convicción de que «tendre os que convenir en que toda razón es dia léctica, lo que por nuestra parte esta os en aptitud de ad itir, puesto que la razón dialéctica nos parece ser la razón analítica puesta en archa» (Lévi-Strauss, 1957). aterialis o y dialéctica dan fora, en ayor o enor edida, al pensa iento racionalista que identifica os coo raciona lismo dialéctico. os co ponentes básicos distinguen esa racionalidad: la herencia aterialista de la odernidad y el étodo dialéctico. aterialis o y dialéctica constituyen la base de una episte ología científica oderna que pretende dar una respuesta al proble a persistente de la odernidad: las relaciones entre sujeto y objeto, entre sociedad y na turaleza. na respuesta desde el presupuesto de que objeto y étodo no son independientes sino que actúan el uno sobre el otro (Bosser an, 1968). Son filosofías que reúnen la concepción aterialista y la lógica dialéctica. l aterialis o representa una corriente intelectual del pensa iento occidental que arraiga en la filosofía clásica grecolatina, con e ócrito y
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Lucrecio. Corriente que se renueva en los siglos odernos, con particular intensidad en el siglo III, con el enciclopedis o ilustrado. Su desarrollo posterior, en el siglo I , va unido, sobre todo, a la for ulación arxista, que se identifica coo materialismo dialéctico. Es el funda ento de un aplio grupo de teorías sociales -entre las cuales se encuentra el materialis mo histórico-, que co parten algunos postulados críticos distintivos. n prier lugar, el realismo, de tal odo que la existencia de un undo objetivo, de carácter físico, externo respecto del sujeto observador, cons tituye el ci iento de las filosofías aterialistas. l funda ento de esta fi losofía del conoci iento es la afir ación explícita de la aterialidad del undo externo y, por tanto, de su objetividad. Coo pone de relieve el fí sico . Planck, el conoci iento científico reposa sobre algo ás que las liitadas sensaciones del observador y sobre algo ás que los enunciados propuestos por él. l prier funda ento del conoci iento científico, des de la perspectiva aterialista, es la aceptación de un undo existente, in dependiente del observador. Las regularidades que el científico busca no se reducen a invenciones (Planck, 1963). La pertenencia del sujeto a dicho undo objetivo y, por consiguiente, la negación de la dualidad entre objeto y sujeto, entre undo objetivo y subjetivo, ha sido un segundo postulado esencial del aterialis o oderno. La i plicación entre undo aterial y conducta huana aparece coo un necesario corolario de la concepción aterialista, que postula la natu raleza física - aterial- del mundo, incluido el mental o espiritual. Postulados críticos que conllevan consecuencias de carácter episte o lógico. oo parte del undo aterial, la conducta hu ana, y en general las sociedades hu anas, pueden ser entendidas y analizadas desde los isos presupuestos y con étodos si ilares a los de las ciencias de la natu raleza y ciencias físicas. La prioridad del undo aterial sobre el subjeti vo, en el arco de una concepción realista de abos, supone una relativa dependencia causal del segundo respecto del pri ero. La cultura aterialista co porta una concepción del undo, ás allá de una filosofía del conoci iento, que expresa la profunda y absoluta i plicación entre obre y aturaleza. esde el aterialis o ingenuo hasta las foras ás elaboradas del aterialis o científico actual, incluido el aterialis o dialéctico arxista, el pensa iento aterialista fora parte esencial del undo oderno, de la odernidad. na característica destacada de esta corriente ha sido la aso ciación entre aterialis o y dialéctica. onstituye un rasgo sobresaliente de diversas corrientes de pensa iento crítico oderno, que han incorpora do la dialéctica coo un co ponente esencial, distintivo de su reflexión episte ológica. La dialéctica representa una i portante corriente del pensa iento que desde los antiguos griegos, incluido ristóteles, conduce, ya en la odernidad, a través de escartes y Spinoza, a egel, Proudho y arx, en el si glo pasado; y a Bachelard, Sartre, old an, urvitch, Lévi-Strauss, Piaget, Lefebvre, lthusser, Foucault y iddens en el siglo . s decir, una esen cial vía del pensa iento en las ciencia sociales conte poráneas. La dialéc
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tica aparece coo un eje pri ordial que enlaza algunos de los ás fértiles y relevantes desarrollos de la cultura científica en ese siglo. La dialéctica representa una fora del pensa iento racional, que se sustenta en la consideración de la realidad coo un conjunto o totalidad, que excede la era agregación de co ponentes. esde una óptica dialécti ca es la totalidad la que da sentido e identidad a cada co ponente indivi dual. sta perspectiva de totalidad es central en el pensa iento dialéctico. s por lo que la dialéctica se funda enta en la consideración de la totali dad o conjunto coo núcleo de partida del proceso de conoci iento. esde una consideración dialéctica, el conjunto explica y per ite identificar y entender sus co ponentes. Son partes de un siste a de relaciones, eleentos de dicho siste a. l pensa iento dialéctico enfatiza, en relación con esta perspectiva do inante, la di ensión relacional que vincula a los objetos y que se sobrei pone a ellos. siiso considera la realidad coo ovi iento, coo transfor a ción. alora, en prier tér ino, el proceso, es decir, el ca bio, en la vieja tradición de eráclito. La dialéctica resalta la diná ica, se interesa por los procesos, la génesis, la evolución, el ca bio, el siste a de vínculos que ca racteriza el undo real. l pensa iento dialéctico busca en esos procesos y siste as de relaciones las acciones que se producen entre ellos, las reac ciones a que dan lugar, las contradicciones que aco pañan el desarrollo del undo real. Los co ponentes físicos de los isos tienen un valor secun dario. La dialéctica privilegia una perspectiva diná ica del análisis. La con cepción dialéctica no pretende la descripción de una situación estática ni de una estructura fija. l interés del análisis dialéctico, el centro del iso, lo constituye la secuencia o proceso en que que evoluciona y se transfora el conjunto, se odifican las relaciones que vinculan los co ponen tes, se generan nuevos vínculos. l interés dialéctico busca las relaciones contradictorias con la situación preexistente, el odo en que se configura una nueva totalidad. l proceso es el centro del análisis dialéctico, es el eje de la concepción dialéctica. De acuerdo con los postulados de G. W. Hegel (1770-1831), el filósofo que desarrolla de fora ás acabada el pensa iento dialéctico, la dialécti ca es la expresión de la propia realidad. Pone en evidencia el carácter con tradictorio inherente a ésta. La dialéctica aparece coo la lógica analítica en acción, realizada, coo resaltaba Lévi-Strauss: «Para nosotros la razón dialéctica es sie pre consti tuyente: es la pasarela sin cesar prolongada y ejorada que la razón analíti ca lanza por encia de un abiso del que no percibe la otra orilla... l térino de razón dialéctica co prende así los esfuerzos perpetuos que la razón analítica tiene que hacer para refor arse, si es que pretende dar cuenta y ra zón del lenguaje, de la sociedad, del pensa iento» (Lévi-Strauss, 1957). La razón dialéctica viene a resu irse coo la razón analítica en acción. La unidad entre instancia teórica e instancia de observación, entre suje to y objeto, constituye una constante del pensa iento aterialista oderno. La razón dialéctica es, en cierta fora, una razón de la práctica, una razón
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de la praxis humana. La dialéctica concede un papel decisivo a la práctica humana, a la actividad del hombre social, piedra de toque del conocimiento científico, que vendría a ser juez inexorable de las abstracciones metafísicas. La moderna dialéctica representa una reacción frente al desarrollo del conocimiento de base empírica impuesto por Bacon y Locke en la filosofía inglesa, vinculado con el análisis fragmentado de la realidad, que concede a cada elemento de la realidad una naturaleza como cosa, como objeto ais lado, fijado en su expresión momentánea. Es decir, una reacción frente al método formal que caracteriza el empirismo moderno. Representa también una reacción frente a una racionalidad que consideran cosificada, la razón abstracta e intemporal de los pensadores de la Ilustración. En la tradición del pensamiento dialéctico teórico se encuentra, tanto la crítica teórica de la concepción positivista como el enunciado de la na turaleza del conocimiento científico. En primer término como crítica del principio inductivo. Asimismo como crítica de la relación mecánica que es tablece el positivismo entre hechos y teoría.
2.
Teoría y entorno social: el método científico
La crítica materialista destaca la unidad básica entre hechos y teoría y el papel relevante de la teoría en el conocimiento científico. La dependencia de las observaciones del fundamento teórico correspondiente constituye un postulado: «la ciencia teórica organiza, en la medida de lo posible, sus con cepciones de la naturaleza en un todo armónico sin el cual, en nuestra épo ca, ni el empirista más indigente de espíritu podría progresar» (Engels, 1955). La teoría es concebida como una construcción intelectual a través de la cual se intenta articular una interpretación del conjunto de los fenóme nos de la experiencia suscitados por la práctica humana, en un campo de terminado. Es un modelo racional, una construcción que parte, de hecho, de un «número limitado de hechos y observaciones». Un instrumento para incrementar la inteligibilidad, por la vía racional, de fenómenos complejos. El verdadero alcance epistemológico de la obra de Marx se encuentra, precisamente, en lo que tiene de novedad frente al empirismo inductivo po sitivista, al construir un marco de entendimiento de los hechos que no se deriva directamente de éstos. Es lo que resaltaba Lévi-Strauss: «Marx ense ñó que la ciencia social ya no se construye en el plano de los aconteci mientos, así tampoco la física se edifica sobre los datos de la sensibilidad; la finalidad es construir un modelo» (Lévi-Strauss, 1955). La ciencia se asienta sobre teorías, sobre representaciones que permiten expresar la com plejidad de la realidad en términos más inteligibles. La dependencia de la observación respecto del propio sistema teórico, al destacar que toda nueva teoría entraña un cambio de nomenclatura y un cambio conceptual, que transforma el sentido de los hechos, es decir de los enunciados de observación, es un rasgo que distingue la concepción mate rialista y dialéctica desde el siglo pasado. Este carácter transformador de la teoría es lo que ponía de manifiesto Engels, en el prólogo a la edición in-
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glesa de El capital de C. arx: «na nueva concepción de cualquier ciencia revoluciona la ter inología técnica en ella e pleada.» . Planck resaltaba que teoría y observación constituyen una unidad dialéctica inseparable e irreductible. nidad que depende de la teoría, por cuanto los llamados hechos de observación cambian de sentido y significa do, son otros hechos, con el cabio de bagaje teórico. ada teoría posee su propio lenguaje de observación. La independencia de uno y otro, tal y coo plantea el positivis o, carece de funda ento. Coo señalaba Planck, «ocurre a enudo que una cuestión tenga sen tido según una teoría y no la tenga según otra, de suerte que su significado cabia con el de teorías sucesivas», de tal anera que «para establecer que una cuestión tiene sentido científico o no, hay que hacerlo en referencia a una teoría... siendo la interpretación que le confiere la teoría la que da sentido a toda edida física» (Planck, 1963). La teoría no es el resultado de un proceso inductivo o deductivo, sino un siste a de interpretación. La teoría, coo las observaciones, dependen de un contexto heurístico, de unas condiciones históricas, deter inantes en el desarrollo del conoci iento científico. La deter inación histórica del proceso de desarrollo del conoci iento científico constituye un rasgo rele vante de los postulados del aterialis o. esde una perspectiva actual, y desde la preocupación por lo que han sido y son los horizontes culturales del pensa iento geográfico, las filoso fías dialécticas pode os circunscribirlas en dos grandes conjuntos: las filo sofías estructuralistas y el aterialis o histórico. n abos se apoyan las propuestas ás i portantes de construcción de una episte ología para las ciencias sociales. 3. El materialismo histórico: de Carlos Marx a los marxismos n el ábito de las ciencias sociales, los fundadores del aterialis o oderno son arx y ngels, en cuanto creadores del deno inado «aterialis o histórico», habitual ente identificado coo arxis o. Constituye una teoría social, que sustenta una explicación de la organización y el de sarrollo histórico de las sociedades humanas. Es una teoría materialista que parte de una filosofía aterialista. ste es su rasgo esencial. l aterialiso histórico, que heos de identificar con el pensa iento arxista, y con el que de fora crítica deriva de él, constituye una propuesta conceptual, etodológica y práctica. ste últio rasgo representa un co ponente de cisivo en su evolución histórica.
3.1.
LOS FUNDAMENTOS EPISTEMOLÓGICOS: EL MATERIALISMO DIALÉCTICO
La concepción aterialista que for ulan arx y ngels parte de una crítica del aterialis o vulgar que se anifiesta en su tiepo y que no es sino la herencia del aterialis o del siglo III. riticaron su «estrechez»
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en cuanto a la incapacidad de concebir el mundo como materia en trans formación, es decir, con una concepción histórica de la Naturaleza. Y criti caron su incapacidad, aunque la justifica, para perfilar una explicación fun dada materialista de la sociedad, y por tanto de la historia. A partir de esa crítica se construye un pensamiento o concepción ma terialista del mundo y del hombre cuyo primer elemento es la afirmación de la unidad entre Naturaleza y Sociedad, con una perspectiva dialéctica. La unidad se concibe desde el carácter natural de la sociedad humana, y desde la concepción social de la Naturaleza, evitando «la idea absurda y contra natura de la oposición entre espíritu y materia, entre hombre y na turaleza, entre alma y cuerpo, idea extendida en Europa tras la decadencia de la antigüedad clásica» (Engels, 1952). La identidad entre el mundo so cial y el natural constituye uno de los puntos fundamentales de la concep ción materialista marxiana. La racionalidad de la naturaleza es una presunción básica, como la propia racionalidad humana, derivada de la «unión entre naturaleza y es píritu». El propio Engels apunta esa presunción, que es el fundamento del conocimiento científico, «incluso para el empirista más corto», en el senti do de que no se admite la «irracionalidad de la naturaleza ni que la razón humana vaya a contradecirla». El marxismo o materialismo histórico comparte con el racionalismo positivista la convicción del carácter racional de la Naturaleza y de los pro cesos que tienen lugar en ella. Comparte la idea del encadenamiento causal que relaciona los fenómenos naturales, y que permite entender esos proce sos, explicarlos, por sus causas naturales. «Hoy, el conjunto de la naturale za se extiende ante nosotros como un sistema de encadenamientos y de pro cesos explicado y comprendido en sus grandes rasgos; es cierto que la con cepción materialista de la naturaleza no supone otra cosa que el simple en tendimiento de la naturaleza tal y como se nos presenta.» Esa racionalidad se expresa, para los autores citados, en las relaciones de causalidad que enlazan los procesos naturales y que constituyen el fun damento de las regularidades sobre las que se fundamentan las leyes natu rales. Para los creadores del materialismo histórico tienen su más evidente pauta de comprobación en la praxis humana. La constante relación pro ductiva con el mundo natural es, para ellos, el argumento decisivo, en la cuestión de la racionalidad y causalidad, sobre todo en el momento en que esa práctica humana es capaz de reproducir los procesos naturales. El materialismo dialéctico plantea como clave de bóveda de las rela ciones de causalidad la actividad humana. Ésta aparece como la mediación necesaria en la representación de la causalidad. La cuestión esencial, para Marx y Engels, radica en las relaciones entre Sociedad y Naturaleza, basa das en «la transformación de la naturaleza por el hombre», en cuanto esa transformación se considera «el fundamento más esencial y directo del pen samiento humano». Para Marx y Engels, el conocimiento deriva de los sentidos, de la ex periencia. Comparten con ello el postulado de las filosofías positivas. Sin embargo, vinculan el proceso de conocimiento con el ejercicio social que les
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vincula con el undo aterial, es decir, con la práctica social. e ésta sur ge, para el arxis o, el conoci iento, y la propia práctica social per ite contrastar la verdad o realidad de las ideas. La práctica social, identificada con el proceso de producción y reproducción social, constituye para el arxiso el ele ento que resuelve el proble a de la verdad y del conoci iento verdadero. Se proyecta en su concepción del conoci iento científico. 3.2.
TEORÍA Y CIENCIA: LA CONCEPCIÓN TEÓRICA MARXISTA
La filosofía del conoci iento arxista descansa sobre una concepción teórica de la ciencia, que conciben coo producto histórico del propio pro ceso de conoci iento: «La ciencia natural se transfor a de ciencia e píri ca en ciencia teórica y a partir de la síntesis de los resultados conseguidos, en un siste a de conoci ientos aterialista de la naturaleza.» asiiso coo «una fora de pensa iento teórico que reposa sobre el conoci iento de la historia del pensa iento y de sus adquisiciones»; en un arco que recuerda los plantea ientos ás recientes de uhn y Lakatos. esde el punto de vista etodológico, el aterialis o histórico partía de una crítica general de la filosofía positiva i perante en el siglo I , así coo de la postura teórica que esa filosofía supone, es decir, la pretensión de estar a salvo de toda filosofía. l aterialis o histórico partía de una doble propuesta, en relación con -o frente a- esa filosofía de oda. Por una parte, la existencia de una teoría y filosofía del conoci iento bajo el trabajo de todo científico, consciente o inconsciente, al argen de la actitud ideológica subjetiva: «Los sabios creen liberarse de la filosofía ig norándola o vituperándola. Pero, coo sin pensa iento no progresan en absoluto... caen bajo el yugo de la filosofía, y, por lo general, de la de la peor especie. Los que ás vituperan la filosofía son los ás esclavos de los peores restos vulgares de las peores doctrinas filosóficas», según lo enun ciaba Engels. epresenta una crítica esencial del aterialis o pri ario en que re posa el e piris o positivo. iega el aterialis o arxista que la expe riencia, en directo, es decir, los hechos, puedan proporcionar conociiento general. La actitud antiinductiva y la crítica del epiriso posi tivista es un rasgo de la filosofía arxista. onoce os por edio de construcciones o representaciones de base racional, relacionadas con la experiencia práctica, for uladas coo teorías. l desarrollo de éstas constituye un siste a de conoci iento en que deducción e inducción son co ponentes co ple entarios en la depuración y contraste del edificio teorético, del iso odo que los ecanis os de análisis y síntesis, en tendidos éstos coo procesos intelectuales. n segundo lugar, la filosofía del conoci iento arxista se anifiesta por la afir ación del carácter integrador del discurso teórico. na teoría científica no es sólo una propuesta o hipótesis ás o enos acertada. Cons tituye un cuerpo conceptual y un lenguaje, cuyos tér inos adquieren senti do dentro de la teoría, y donde los viejos tér inos se transfor an y renue
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van. Co ponente teoricoexperi ental de la filosofía del conoci iento arxista, y radical antiinducción de la isa, son dos coordenadas esenciales del aterialis o histórico. l conoci iento científico se concibe coo un proceso en el que in ducción y deducción van «necesaria ente a la par», co pletándose recí proca ente. La concepción arxiana del conoci iento se configura coo un cuerpo teórico, cuyo soporte es el racionalis o, que pode os deno inar «práctico», en cuanto su justificación reposa sobre la actividad históri ca huana y su capacidad de transfor ación y reproducción de los proce sos naturales: «Im Anfang war die Tat» («n el origen fue la acción»), según destacaba arx citando a oethe. La capacidad práctica huana es, para el arxis o, el funda ento ás sólido de nuestra racionalidad, al propio tiepo que lo es de la argu entación arxista frente al agnosticis o o « aterialis o vergonzante», coo lo califica ngels, de los científicos, y frente a los postulados idealistas. l aterialis o histórico se nos presenta coo una filosofía aterialista del conoci iento y coo una concepción aterialista del undo. na concepción aterialista de la sociedad, basada en la deter inación de la vida social por las condiciones ateriales de su existencia. na concepción naturalista, pero no física; el aterialis o histórico considera las tenden cias sociales tan naturales coo las leyes fisiconaturales (Sch idt, 1977). 3.3.
LA TEORÍA SOCIAL: ESTRUCTURA MATERIAL Y SUPERESTRUCTURA IDEOLÓGICA
s el aterialis o histórico, coo dice ngels, en el prólogo a la edi ción inglesa de Socialismo utópico y socialismo científico, «una concepción de la historia que busca la causa pri era y el gran otor de todos los aconteci ientos históricos i portantes en el desarrollo econó ico de la socie dad, en la transfor ación de los odos de producción y ca bio, en la di visión de la sociedad en clases, que resulta de ello, y en la lucha de estas clases entre sí» ( ngels, 1892). Lo expresaba arx de una fora sintética y precisa en tér inos bien conocidos, casi apodícticos, en su conocido prólogo a la Contribución a la crítica de la economía política: «n la producción social de su existencia los seres hu anos entran en relaciones deter inadas, necesarias, indepen dientes de su voluntad, relaciones de producción que corresponden a un cierto grado de desarrollo de sus fuerzas productivas ateriales. l con junto de estas relaciones de producción constituye la estructura econó ica de la sociedad, la base concreta sobre la que se eleva una superestructura jurídica y política y a la cual corresponden foras de conciencia sociales deter inadas. l odo de producción de la vida aterial condiciona el pro ceso de vida social, política e intelectual en general. o es la conciencia de los ho bres la que deter ina su estado sino que, a la inversa, es su estado social el que deter ina su conciencia» (arx, 1957). Se enuncian los co ponentes básicos de la concepción arxista y los conceptos funda entales de la teoría social del aterialis o histórico. na
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concepción que conte pla la sociedad coo una totalidad, coo un siste a de relaciones en que se integran fuerzas productivas y relaciones de produc ción. Las pri eras las co ponen los ele entos técnicos, científicos, produc tivos, específicos de cada etapa histórica. Las segundas involucran a los seres hu anos entre sí, de acuerdo con su vínculo con los edios de producción y las estructuras de la propiedad, y con las relaciones derivadas de éstas. Fuerzas productivas y relaciones de producción deter inan, en con junto, la estructura económica de la sociedad, identificada ta bién coo modo de producción. l conjunto de foras sociales de carácter cultural, político y jurídico co ponen la deno inada superestructura social, a la que se vincula la conciencia social. La dependencia de esta conciencia social, y sus anifestaciones individuales, de la estructura econó ica, constituye el ci iento de la teoría arxista. l plantea iento esencial del aterialis o histórico es la vinculación directa de la conciencia con el estado social. La deter inación de la con ciencia por el desarrollo de las fuerzas productivas y por las consiguientes relaciones de producción es un rasgo destacado de las concepciones aterialistas odernas. e él deriva el deter inis o aterial de los hechos huanos. ngels lo resu ía al destacar que según «la concepción aterialista... el factor deter inante en la historia es, en última instancia, la produc ción y la reproducción de la vida real». sta concepción ha sido considerada, uchas veces -sobre todo por sus detractores- una interpretación econo icista de la sociedad, aunque sus autores resaltaban que no se for ula en tér inos econó icos. l aterialiso histórico plantea que la adecuada co prensión de los co portaientos sociales, de los proble as políticos, de las foras jurídicas, de la ideología, exige el conoci iento previo «de las condiciones de vida ate-
3.4. Los
PROBLEMAS TEÓRICO-EPISTEMOLÓGICOS DEL MATERIALISMO HISTÓRICO
La concepción arxista representa una for ulación teórica, en el ca po social y en el ábito del conoci iento, que carece de un adecuado de sarrollo. Los fundadores no llevaron a cabo el desenvolvi iento de los pre supuestos enunciados. l carácter esque ático de tales enunciados, así coo las nu erosas lagunas en el desarrollo de la teoría social, han facili tado, con posterioridad, interpretaciones diversas. n particular concepcio nes si ples, pri arias, de tales enunciados y una concepción ecanicista y ele ental del co plejo undo social o de los procesos de conoci iento. Se anifiesta ta bién en la concepción del aterialis o coo filosofía. l proble a central afecta al carácter de la relación entre la base es tructural -la estructura econó ica de arx- con la que él deno inó su perestructura. l carácter deter inante que arx atribuye a la pri era so bre la segunda ha sido entendido de foras diversas. Puede ser entendido de fora ecánica y pri aria, coo se ha hecho en el arxis o y en sus for ulaciones ortodoxas, dog áticas y estructuralistas.
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Los ecanis os a través de los cuales la estructura econó ica condi ciona la deno inada superestructura, así coo el grado de autono ía que los niveles superestructurales tienen, han sido obviados o desconsiderados en estas versiones del arxis o. a supuesto una interpretación ecánica de la dependencia y una negación de la autono ía de los agentes sociales y de los individuos. La investigación social, en ca bio, ha venido a ostrar el carácter uy co plejo que tienen las relaciones sociales y la notable autono ía que uestran las instancias de la deno inada superestructura, respecto de la estructura econó ica. a ostrado la diversidad que ésta puede ofrecer, en la edida en que la coexistencia de diversos odos de producción es una situación histórica habitual. Ha evidenciado la capacidad de supervivencia de odos de producción superados, rasgo relevante de los procesos de de sarrollo social. a ostrado, ta bién, la capacidad de los agentes sociales para actuar con autono ía respecto de sus deter inaciones sociales ás aparentes. a puesto de anifiesto las contradicciones entre el ser social -su condición econó ica o aterial- y la conciencia social de dichos agentes. xplicarlos en el arco de la teoría de la deter inación arxista constituye una ne cesidad. s, al iso tie po, una dificultad en el desarrollo de la teoría del aterialis o histórico. La deter inación de las instancias socioculturales, políticas, ideológi cas, por la base econó ica o aterial no puede ser conte plada en el ar co de un esque a ecánico siple y de dirección única. l carácter esque ático de la for ulación arxiana ha facilitado una interpretación es tática, de las relaciones sociales y de las deter inaciones entre niveles o ins tancias. n un ejercicio de congelación, se les ha privado de su di ensión histórica, de su naturaleza diná ica. Los procesos de relación entre la base estructural y las anifestaciones ideológicas y culturales no pueden sustraerse al cabio y la evolución histórica. Son productos de esa evolución. Tienen una di ensión aterial, en el iso grado que la estructura econó ica. n el arxis o oderno, el concepto de deter inación adquiere perfiles sociales y di ensión histó rica. La deter inación social de la base aterial se plasa en un co plejo siste a de interacciones, de resistencias, de relaciones que circulan en direcciones contrapuestas y que pueden incidir, incluso, en la propia base econó ica. Por otra parte, los procesos de transición de un modo de producción a otro, cuyo enunciado básico formula Marx, y la propia conceptualización de tales modos de producción, muestran el carácter esquemático de la mis ma. Marx fue consciente de ello, así como de las dificultades y el carácter co plejo que dichos procesos de transición tienen. De tal odo que los fe nómenos de transición devendrán, en el análisis histórico marxista, uno de los principales focos de interés en la segunda mitad del siglo XX. l desarrollo de las ciencias sociales ha venido a suscitar una pro gresiva depuración de los instru entos teóricos y de los presupuestos de conoci iento for ulados en el aterialis o histórico. l desarrollo
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de nuevos enfoques, a partir del arxis o, siguiendo las pautas arxistas en unos casos, y por enfoques alternativos, en otros, constituye un rasgo destacado del ovi iento intelectual europeo del siglo . barca desde la deno inada Escuela de Franckfurt y el neo arxis o a los estructuralis os. an sido los enfoques estructuralistas los que han tenido una ayor influencia en el capo de las ciencias sociales de la segunda itad del siglo .
4. Los estructuralismos: estructura y sociedad l estructuralis o es, en general, una filosofía cuyo supuesto princi pal reside en la consideración de que la sociedad constituye un conjunto diná ico y ordenado bajo la apariencia de caos y desorden. Se for ula de acuerdo con la afir ación de la existencia de deter inadas estructuras profundas, que subyacen en los fenó enos sociales aparentes y que son la clave para su co prensión. esalta la i portancia de este orden incons ciente y no observable directa ente coo un instru ento episte ológi co, en orden a entender y explicar la apariencia caótica de los fenó enos sociales. La característica coún procede del recurso al concepto de estructura con un valor teorético y con capacidad para explicar la realidad. La noción de estructura coo un concepto central del análisis de la realidad social arraiga en el aterialis o histórico. dquiere su for ulación oderna, estructuralista, en la lingüística, a partir de los trabajos de F. de Saussure. l concepto de estructura adquiere una di ensión nueva. La aplicación en el capo antropológico por parte de Claude LéviStrauss para el análisis de los siste as y relaciones de parentesco ostraba la fecundidad de la concepción estructural y las perspectivas que ofrecía en el capo de las ciencias hu anas, coo soporte o funda ento de un análisis científico en las isas (Lévi-Strauss, 1949). La estructura se iden tifica con la realidad, con lo objetivo, aunque no se perciba en la experien cia directa. l enfoque estructural convertía las estructuras profundas en la clave del conoci iento y co prensión de las apariencias. Sin e bargo, este enfoque ofrece distintas for ulaciones teóricas y episte ológicas.
4.1.
LA VARIEDAD ESTRUCTURALISTA
La afir ación dialéctica y el recurso a ésta coo soporte intelectual de los procesos de conoci iento e interpretación aparece en los autores de di recta vinculación arxista. parece ta bién en los que carecen de relación directa con el pensa iento de arx. ste es el caso de J. Piaget. Según él iso indica, reconoce el funda ento dialéctico de su episte ología y práctica científica y resalta su desvinculación originaria con la tradición arxista. La vinculación con el arxis o, de carácter intelectual, constitu ye, al iso tie po, una reivindicación de la razón dialéctica y del éto-
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do dialéctico arxiano. s la coún definición básica episte ológica del conjunto de los estructuralis os, en las ciencias sociales. e acuerdo con los enfoques del estructuralis o, el conoci iento se basa en la coincidencia objetiva entre deter inadas propiedades de la rea lidad y del pensa iento. esde una perspectiva episte ológica, la clave de esa co prensión estructural se encuentra en la capacidad innata, atribuida a la especie hu ana, para ordenar y estructurar los datos e píricos. n este sentido, constituye una teoría del conoci iento hu ano. l étodo dialéctico representa el soporte episte ológico del iso, en cuanto se des taca el valor de la totalidad y se presta atención preferente al siste a de re laciones, ás que a los fenó enos aislados. Las propuestas teóricas conocidas coo estructuralis o se caracteri zan por su básica aceptación de que las acciones hu anas representan una relación sujeto-objetos de la que el sujeto extrae -no de los propios obje tos sino de las acciones del sujeto- el conoci iento. Para ello es fundaental la existencia de deter inados ecanis os o esque atis os inter pretativos, que no son conscientes al sujeto ni éste extrae directa ente de su experiencia. onstituyen las estructuras básicas del conoci iento. sas estructuras, en la ayoría de los casos inconscientes, hacen posible orga nizar la experiencia, sea el lenguaje o las relaciones sociales. Las diferencias entre las distintas corrientes que co parten esta con cepción del proceso de conoci iento corresponden a la distinta considera ción que otorgan al tiempo, es decir, a la historia. ay estructuralis os para los cuales la historicidad constituye, en el ejor de los casos, un residuo, coo sucede en el estructuralis o arxista de lthusser y en el antropo lógico de Lévi-Strauss. ay estructuralis os de base genética o histórica, para los cuales el tiepo y, por tanto, la historicidad, constituyen un pos tulado funda ental. e ahí su habitual deno inación coo episte ologías historicocríticas o sociogenéticas, en tanto la «historia está en pri era fila» (Piaget, 1970). Lo que diferencia la propuesta de Lévi-Strauss y de lthusser de las sociogenéticas es el carácter arginal que adquiere el tiepo y la di ensión histórica en la interpretación estructuralista. La historia queda relegada a un siple dato. El hecho histórico es uno ás, elaborado por el propio his toriador, coo un instru ento de inteligibilidad. «l etnólogo respeta la historia pero no le concede valor privilegiado. La concibe coo una bús queda co ple entaria de la suya» (Lévi-Strauss, 1964). Se invierte el sentido y valoración de la historia: «Lejos pues de que la búsqueda de la inteligibilidad cul ine en la historia coo en su punto de llegada, es la historia la que sirve de punto de partida para toda búsqueda de la inteligibilidad» (Lévi-Strauss, 1964). n este tipo de estructuralis os, la negación de la istoria constituye un rasgo sustancial de la propia episte ología. Se distinguen por acentuar los aspectos sincrónicos, pura ente estructurales. n su expresión ás radical, es la característica del estructuralis o filosófico, arxista, de L. lthusser.
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4.2.
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EL ESTRUCTURALISMO MARXISTA
La filosofía de lthusser constituye una interpretación de la episte ología arxista, apoyada en lo que se propone coo una nueva lectura e in terpretación de arx. na lectura que desgaja del proceso de conoci iento los co ponentes históricos -historicistas, según lthusser-. n ca bio, convierte a las estructuras econó icas, esto es, los modos de produc ción, en los co ponentes deter inantes del desarrollo social.
Posterga el papel del sujeto individual o colectivo, que, en cierto modo, desaparece. Este estructuralismo marxista tiene excepcional resonancia en las ciencias sociales durante las décadas de 1960 y 1970. En particular, a través de la obra de M. Castells, de gran influencia en el mundo de la so ciología y, por consiguiente, en la geografía urbana (Castells, 1974). l estructuralis o arxista destaca la existencia de estructuras bási cas de carácter econó ico. stas son los ele entos deter inantes, tanto de la posición coo de la actuación de los agentes sociales en el proceso de la reproducción social. La historia, los agentes históricos, pierden su autonoía. Los agentes individuales quedan reducidos al papel de portadores de las relaciones de producción inherentes al odo de producción y a sus ca bios. La historia, coo libre actuar de los sujetos sociales carece de signi ficación en el entra ado teórico estructuralista. La di ensión histórica se reduce a siple ilustración.
La formalización de Althusser, vinculada con los enunciados del eco nomista y antropólogo M. Godelier, reduce el enfoque marxista a una for mulación de carácter estructural. Los conceptos clave son los de modo de producción, formación social y articulación. El modo de producción se define coo un
arco teórico referido al proceso de organización social. Identifica el estado de desarrollo de las fuer zas productivas y las relaciones de producción do inantes, en el sentido en que lo emplea Marx. El modo de producción carece de realidad social, no se corresponde con ninguna sociedad histórica concreta. sta se identifica co oformación social, que anifiesta la configuración histórica de una so ciedad. ada for ación social aparece condicionada por el tipo de articu lación que vincula los distintos co ponentes sociales entre sí, así coo las relaciones entre la estructura econó ica y la superestructura. La elaboración teórica de L. lthusser supuso un estí ulo para la re novación teórica del pensa iento arxista. lcanzó una considerable in fluencia en el capo de las ciencias sociales, sobre todo en econo ía polí tica y en sociología urbana. fue un factor de debate y controversia, des de la propia filosofía arxista. n las críticas al estructuralis o de L. lthusser subyace y se plantea el proble a funda ental de la relación entre el individuo o sujeto (agente) y las estructuras. Se plantean cuestiones vinculadas con la libertad, con el significado de la deter inación histórica, con el carácter objetivo del conoci iento, con el carácter científico del arxis o. La crítica arxista re saltaba el carácter de ideología del estructuralis o arxista y su deter iniso estructural (Lefebvre, 1974). tras críticas se centraban en la desa
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parición del devenir, del sentido de génesis de la historia. s una reivindi cación de la historia entendida coo devenir, coo proceso, coo géne sis, relacionada con «el ser hu ano, la conciencia, el origen y el sujeto» (Foucault, 1976). l debate ás relevante, desde una perspectiva teórica y episte oló gica, se produjo en torno a la relación entre agentes (individuos, institu ciones) y estructuras. n consecuencia, respecto del significado de la historia y el papel en ella del sujeto individual y social. ebate que se de sarrolló, sobre todo, entre los historiadores arxistas británicos, prota gonizado por . P. Tho pson y P. nderson. l pri ero, desde una pers pectiva crítica a los plantea ientos de lthusser; el segundo, crítico, a su vez, con la concepción histórica que se decantaba en los postulados de Tho pson. ste criticaba y ponía en cuarentena la interpretación estructural en la historia. estacaba la i portancia del obrar individual y la autono ía del iso. enunciaba, en el estructuralis o, una visión deficiente de la ac ción hu ana, una concepción deter inista de la historia. Concepción en la que los seres hu anos quedaban reducidos a la condición de eros porta dores y reproductores de las estructuras (odos de producción). Thompson reivindicaba la interpretación de la historia como la de una «práctica huana indó ita», vinculada a la práctica consciente, intencio nada, de los agentes individuales. ctuaciones libres, aunque no puedan co prender las consecuencias últi as de sus actos, ni ucho enos con trolarlos y preverlos. Suponía una revalorización del sujeto individual, de la autono ía de éste, de la i portancia de su experiencia, respecto del deteriniso rígido e i puesto de las estructuras econó icas. Perry nderson ponía de manifiesto que, en su rechazo al estructuraliso, Tho pson se acercaba a las concepciones del individualismo meto dológico. ue quedaba preso de conceptos, coo el de vivencia, próxi os al subjetivis o feno enológico y vitalista. Resaltaba ta bién Anderson la ignorancia que los análisis de Tho pson uestran de los factores estruc turales, de las condiciones deter inantes ás profundas, vinculadas con el capitalis o, en sus etapas iniciales. n este debate arxista sobre la interpretación estructuralista de la historia subyace el proble a esencial a la filosofía del aterialis o histó rico, de las relaciones entre las estructuras econó icas -es decir, las con diciones productivas- y las acciones y decisiones de los individuos, entre la base econó ica y la deno inada superestructura ideológica. xplicar los fenó enos que tienen que ver con la cultura, la vivencia individual, el co porta iento subjetivo, las acciones individuales, la conciencia social ha sido el principal escollo de la interpretación arxista. na cuestión clave de la episte ología arxista y de su teoría social que ha i pulsado las elaboraciones de carácter teórico ás recientes, en el ábito de las ciencias sociales, dentro y fuera del arxis o. s lo que explica las nuevas for ulaciones vinculadas a la tradición dialéctica y aterialista, y a la herencia arxista, que distinguen el últio cuarto de siglo.
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5. Nuevas propuestas: de la regulación a la estructuración La construcción teórica más consistente con raíces en este marxismo renovado, de componente estructuralista, corresponde a dos enfoques re cientes de la teoría social: la llamada «teoría de la regulación» y la «teoría de la estructuración». La primera, tal y como la desarrolla A. Lipietz en Francia, a partir de los enunciados de M. Anglietta, en los primeros años de la década de 1970, desde el campo de la nueva Economía política; la se gunda, elaborada por el sociólogo inglés A. Giddens. En ambos casos, las cuestiones centrales son las que conciernen, en el análisis y entendimiento de la realidad social, a las relaciones entre los in dividuos -agentes-, y las regularidades sociales -estructuras-, en el mar co global de la reproducción social. Planteamientos y enfoques renovados para abordar la cuestión clave de la teoría marxista de la determinación de la superestructura ideológica por la estructura económica. En ambos casos tratan de evitar el esquematismo estructuralista y de superar sus limitacio nes a la hora de comprender y explicar los procesos sociales. Lo que les distingue es el grado de elaboración formal y el alcance o profundidad de la teoría. En el caso de A. Giddens, se trata de una verda dera teoría social, la teoría de la estructuración. En el de Lipietz, se trata más bien de un esquema de análisis vinculado con el campo económico. Aborda las profundas transformaciones que tienen lugar en las formas de producción capitalista en la segunda mitad del siglo XX, en el marco de lo que se conoce como la teoría del modo de regulación.
5.1.
EL MODO DE REGULACIÓN: ESTRUCTURA Y AGENTES
El concepto de regulación surge en el marco de la teoría económica de inspiración marxista y como una adaptación de los postulados estructuralistas de Althusser, en el decenio de 1970. La formularon M. Aglietta y A. Lipietz, quien ha sido su principal representante. La teoría de la regulación pretende identificar los procesos que hacen posible la supervivencia y evo lución de un sistema social -modo de producción-, a pesar de las con tradicciones que genera y que le afectan. El modo de regulación indagaba en los mecanismos que permitían descargar los conflictos y contradicciones del modo de producción capitalista sin alterar sus base económica, asegu rando, con ello, su permanencia. La reproducción del modo de producción existente se manifiesta, se gún la teoría de la regulación, como un proceso. En éste se reproduce un sistema de relaciones sociales, que se sobredeterminan mutuamente. En él confluyen multitud de trayectorias de individuos y grupos, que actúan de acuerdo con sus propios fines, y que son los agentes. Cada uno de estos in dividuos y grupos opera con su particular «representación de las conse cuencias» de sus actos. El sistema de relaciones sociales constituye la estructura social, cuya re producción condiciona tanto los hábitos de los agentes individuales como
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las condiciones de su co porta iento, sin que sean conscientes de ello. Los agentes, por su parte, actúan de fora independiente, con autono ía. n sus acciones propenden a separarse de las pautas i mpuestas por las estruc turas. La divergencia es, para la teoría del odo de regulación, un coponente de la reproducción social, un ele ento dialéctico de la isa. Las di vergencias y las crisis afectan a la estructura econó ica y al co portaiento de los agentes. Las contradicciones entre acciones individuales y estructura uestran la autono ía entre abos niveles y la interdependencia que los vincula. La di vergencia, señalan los autores de esta teoría, se da, sie pre, en un arco es tructural. La estructura supone, por otra parte, la existencia de las acciones individuales, así coo el carácter habitual o rutina de las isas. Los agen tes actúan en un arco deter inado por la estructura, pero de acuerdo a pau tas y actitudes que son personales, con un cierto grado de autono ía, aunque éste sea li itado. oo decía arx, señalan, «los ho bres hacen su propia historia, pero sobre la base de las condiciones dadas y heredadas del pasado». e acuerdo con las teorías estructuralistas de lthusser, las estructuras de producción se i ponían de fora deter inante: capitalista y proletario, capital y fuerza de trabajo se vinculaban a través del proceso de producción. El capital dispone de los edios de producción; el proletario, de su fuerza de trabajo. l pri ero proporciona las condiciones de producción y el se gundo obtiene un salario. Para el pri ero significa la obtención de ercancías, cuyo cabio en el ercado le devuelve el capital aportado. l iso tiepo asegura los edios de subsistencia al proletario, para volver a e pezar el ciclo. o hay autono ía para los agentes sociales. Las relacio nes de producción se reproducen coo una necesidad natural. Se i ponen a los agentes a pesar de ellos isos. La sobredeterminación es un concepto clave en esta relación entre el in dividuo, la conciencia colectiva y la estructura social. La rutina social, en la que se en arca el co porta iento individual, propende a asegurar el pro ceso de reproducción social. l potencial autóno o de cada agente social, significa, en ca bio, su capacidad de ruptura. La dialéctica entre abos constituye un co ponente esencial de las relaciones sociales. n esa dia léctica anida la contradicción básica. n ella se encuentra el ayor poten cial de ca bio, incluso revolucionario, de acuerdo con los postulados de la
teoría del
modo de regulación.
Las pequeñas crisis que surgen de estos conflictos pueden ser resuel tas o pueden derivar en nuevas crisis y divergencias, sin que alteren sus tancial ente el arco estructural en que se desenvuelven. Pueden incidir sobre dicha estructura, alterando la isa, provocando su odificación paulatina o, incluso, deter inando una crisis de ayor alcance. e esta re lación dialéctica se deriva el cabio social. La disponibilidad del individuo o agente para aceptar las noras o pautas del siste a social, en relación con sus propias aspiraciones e interés, incide no sólo en su reproducción sino que induce su transfor ación. La teoría del odo de regulación plantea los proble as de estas rela ciones entre agentes y estructuras concediendo a los agentes individuales un
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cierto argen de autono ía, respecto de la deter inación estructural. n horizonte teórico que deli ita el capo de interés de la deno inada teoría de la estructuración, tal y coo la for ula el sociólogo británico Anthony iddens.
5.2 La teoría de la estructuración constituye una for ulación oderna de la teoría social. La estructuración identifica para iddens las «condiciones que gobiernan la continuidad o cabio de las estructuras y, en consecuen cia, la reproducción de los siste as sociales» ( iddens, 1983). a tenido una destacada recepción entre los geógrafos por la directa vinculación de la isa con conceptos geográficos. borda el undo de «las prácticas so ciales ordenadas en un espacio y un tie po». Parte . iddens de una crítica del estructuralis o y del objetivis o, tal y coo se for ulan en el ábito sociológico conte poráneo. Critica la tendencia a considerar el conjunto social o estructura por encia del indi viduo, dentro de una tradición que arranca, en la Sociología, de . urkhei. estaca que en este plantea iento subyace una for ulación causal o deter inista, de perfil naturalista, respecto de la conducta hu ana. e tal odo que la consideración de aspectos coo la intencionalidad y las con diciones subjetivas, individuales, son desesti adas en la explicación de los fenó enos sociales. esalta la tendencia a considerar las estructuras, en las ciencias so ciales, al argen de los individuos, coo si ples siste as de relaciones. punta la propensión a inusvalorar los valores y noras culturales, así coo los factores relacionados con las creencias, las actitudes y los valo res individuales. Reivindica . iddens el papel de los agentes individua les. iddens destaca coo conclusión que «un abordaje estructural de las ciencias sociales no puede desgajarse del exaen de los ecanis os de la reproducción social», vinculados a las actitudes y los co porta ientos individuales. La continuidad social es inseparable de las actividades conscientes de los agentes individuales. s en su actividad, y a través de ella, coo los ac tores sociales reproducen las condiciones que hacen posible su anteniiento coo actores y la pervivencia de sus prácticas. «Las sociedades huanas, o siste as sociales, directa ente no existirían sin un obrar huano. Pero no ocurre que los actores creen siste as sociales: ellos los repro ducen o los transfor an y recrean lo ya creado en la continuidad de una praxis» (Giddens, 1984). iddens considera estas actividades en un arco de continuidad en el tiepo y con una ubicación deter inada en el espacio. La teoría de la es tructuración considera la duración, es decir, el tie po, coo un ele ento funda ental, en la edida en que define un proceso. cento en la duración, y en la historia, por tanto, que le separa de fora radical de los estructuralis os precedentes.
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La teoría de la estructuración considera la práctica social desde la pers pectiva de una rutina o hábito que los agentes o actores sociales antienen de fora consciente, reflexiva y con conoci iento de su entorno. La con ciencia práctica de sus acciones, la co prensión racional de las isas, su carácter otivado, subyacen en la actividad del actor social. sto ocurre, aunque tales acciones puedan conllevar, y de hecho conlleven, consecuen cias inesperadas o no buscadas. l concepto de conciencia práctica es cen tral en la teoría de la estructuración, que ilu ina esta relación del actor con sus actos y las consecuencias de los isos. Para . iddens, las prácticas sociales de los actores individuales, de carácter habitual, en un arco espacial y te poral deter inado, tienen «consecuencias regularizadas, no buscadas por quienes e prenden esas ac tividades, en contextos de un espacio tiepo ás o enos lejano». La teo ría de la estructuración introduce las consecuencias inesperadas coo sub productos sociales de las conductas habituales que los actores respaldan de fora consciente. Para iddens, las estructuras no son ajenas o externas a los actores. gentes y estructuras no son conjuntos de fenó enos independientes, sino que constituyen partes de una dualidad. Señala iddens que una sociedad no es un ero producto de agentes individuales y que las propiedades es tructurales de los siste as sociales sobreviven a los individuos. l iso tie po, apunta que la estructura o propiedades estructurales sólo existen en el arco de la continuidad de la reproducción social, en el tiepo y en el espacio. e tal anera que la reproducción social se inscribe en un proceso dia léctico: «El fluir de una acción produce, de continuo, consecuencias no bus cadas por los actores, y estas isas consecuencias no buscadas pueden dar origen a condiciones inadvertidas de la acción en un proceso de retroali entación.» La historia hu ana, de acuerdo con iddens, es «el pro ducto de actividades intencionales, pero no responde a una intención pro yectada; escapa sie pre al afán de so eterla a una dirección consciente». El concepto de dualidad perfila el mundo del individuo, es decir, el mundo de la acción, y el undo de la sociedad, es decir, el de la estructura. . iddens resalta el carácter central del concepto de dualidad de estructura en la teoría de la estructuración. La teoría de la estructuración considera que la persistencia de deterinadas prácticas sociales a lo largo del tiepo y en el espacio -es decir, su reproducción social- está vinculada a la presencia de deter inadas pro piedades estructurales, que tienen un carácter articulador en lo social. stán en relación con la existencia de un conjunto de «pautas» (reglas) y «recur sos» -es decir, procedi ientos de interacción social- que dan sentido a las acciones sociales y que establecen un arco sancionador de las con ductas sociales. Propiedades estructurales que se anifiestan, en un contex to espacio temporal específico, como estructura. A. iddens deno ina a las propiedades estructurales ás profundas, vinculadas a la reproducción so cial, «totalidades societarias»; y llaa «principios estructurales» e «institu ciones» a las prácticas de ayor difusión dentro de la totalidad social.
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l autor de esta teoría distingue entre estructura -concebida coo el conjunto ya apuntado de pautas regladas y recursos que ordenan las rela ciones sociales- y sistemas, que identifica con las relaciones concretas en tre los agentes sociales y que se anifiestan coo prácticas sociales habi tuales. Todas las sociedades son siste as sociales para iddens. l iso tiepo que resalta el hecho de que están «constituidas por la intersección de últiples siste as sociales». La teoría de la estructuración tiene una di ensión episte ológica. Es tructura (sociedad) e individuo (agente) plantean, desde una perspectiva episte ológica, el proble a de la explicación de los fenó enos sociales en un arco de acciones individuales. n proble a esencial en el ábito de las ciencias sociales. La for ulación crítica ás significativa al respecto en el ábito episte ológico surge desde el racionalis o crítico, de . Popper, frente a las teo rías de carácter estructuralista, y en particular frente al aterialis o histó rico. El individualismo metodológico representa la for ulación episte oló gica de este proble a, de esta crítica y de su significado en el capo de las ciencias sociales. l individualis o etodológico constituye el principal an tagonista de la explicación estructural, surgido coo reacción a la isa. La crítica al individualis o etodológico, en sus presupuestos episteológicos, apunta a la li itada acepción del concepto de explicación, que anejan quienes postulan el individualis o etodológico. La identifican, exclusiva ente, con una deter inación de carácter causal entre dos o ás clases de fenó enos sociales. La crítica se dirige ta bién a la peculiar deli itación del concepto de «individuo» que anejan. l individuo, para los partidarios del individualis o etodológico, queda reducido a caracteres y necesidades orgánicas; actitud que reduce al ero nivel orgánico los fenóenos sociales. n definitiva, la crítica al individualis o etodológico pone de anifiesto que no es posible «hallar propiedades de individuos que no estén ya irreductible ente conta inadas por lo social». La crítica al individualis o etodológico pone de relieve que el individuo, lo que lla a os individuo, coo sujeto social, no es un siple organis o, sino que surge en un pro ceso de interacción con otros individuos y con un conjunto de co ponen tes estructurales -instituciones, relaciones de poder-. l individuo resul ta ser, ante todo, un producto social. iddens se hace eco del proble a y resalta, frente al plantea iento de Popper y ayeck, la validez de las generalizaciones en las ciencias sociales, con un significado equivalente al de las leyes en las ciencias de la naturale za, pero con una estructura lógica distinta. La teoría social de A. Giddens representa la más reciente y evolucio nada elaboración de un arco episte ológico y conceptual en el ábito de las filosofías dialécticas y en la tradición del pensa iento aterialista y arxista. Supone la for ulación ás co pleta de una teoría que aborde los proble as subyacentes en el estructuralis o y en las concepciones so ciales en las que la estructura tiene un papel esencial en la interpretación de los fenó enos sociales. Su especial atención al espacio coo una con
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dición esencial en las relaciones sociales le ha otorgado una gran resonan cia entre los geógrafos. Sus plantea ientos parecen rescatar el espacio local, la localidad, y regional, coo la referencia espacial necesaria de la acción individual. Por otra parte, representa un enfoque teórico que sobrepasa el estructuralista. s decir, se en arca en la aplia corriente de renovación y reacción a los postulados del estructuralis o en las ciencias sociales, des de presupuestos aterialistas y en la tradición racionalista de carácter dialéctico. Le distingue el interés y la atención prestada al individuo coo sujeto histórico, en el arco de una consideración teórica que no renun cia al enfoque estructural de la sociedad. La atención al sujeto es co partida ta bién por las elaboraciones teó ricas que hacen del individuo, del sujeto, la clave de toda explicación de la realidad. ovi iento intelectual que tiene antecedentes sobresalientes en el prier tercio del siglo actual, en el que se elaboran las principales filosofías de la subjetividad. Co parten, todas ellas, una actitud crítica frente al racionalis o, tanto el racionalis o positivista coo el racionalis o dialéctico. La crítica al racionalis o y a la ciencia y la reivindicación de la sub jetividad en el proceso de conoci iento son rasgos destacados de todas es tas filosofías. odas ellas co parten el idealis o coo concepción fun da ental del undo cuya interpretación reposa sie pre en la conciencia individual, poniendo en entredicho la presunción de objetividad y el rea liso aterialista.
CAPÍTULO 13
FILOSOFÍAS DE LA SUBJETIVIDAD: LA CRÍTICA AL RACIONALISMO
no de los troncos ás vigorosos de la filosofía occidental desarrolla da en el arco de la odernidad corresponde con el desarrollo de un pensa iento crítico respecto de la racionalidad positiva y científica. Pensaiento crítico que presenta una gran variedad de for ulaciones y enfoques y que se elabora a la par con la propia construcción del pensa iento ra cionalista. esde el siglo III hasta la actualidad, el eje de tales filosofías ha sido la reivindicación de la subjetividad y de la conciencia frente al objetivis o positivo. Sie pre en un contexto o arco predo inante de irracionalis o -es decir, de puesta en cuestión de la racionalidad- y de idealiso. a supuesto la puesta en entredicho de las seguridades procla adas por el racionalis o, la sie bra de la duda frente a sus certidu bres y, en el capo de las ciencias sociales, la vindicación del individuo frente a lo so cial o colectivo. l rasgo distintivo de la cultura europea del irracionalis o es la valo ración específica de la subjetividad. Se anifiesta en una exaltación de la co prensión intuitiva coo fora superior de conoci iento. La intuición se transfor a en la clave del conoci iento, expresión de un acto vital su perior a la razón. epresenta la intelección instantánea, que per ite con te plar y entender el undo coo totalidad, tal y coo es en la realidad. La cul inación de este proceso de puesta en cuestión del racionalis o oderno y de la propia odernidad se producirá en el últio cuarto del si glo XX. s lo que se conoce coo postestructuralis o, en el arco de la de no inada pos odernidad. Sus raíces, antecedentes intelectuales y prieras formas críticas se esbozan a finales del siglo XIX y en el prier tercio del siglo XX, en el arco de la pri era crisis de la ciencia en su concepción e pírica y ecanicista. s decir, la crisis del positivis o de funda ento e pírico, que había do inado el pensa iento científico occidental duran te el siglo XIX. La tradición filosófica de la odernidad proporcionó los ateriales para la crítica del racionalis o y para la for ulación de las prieras alternativas al pensa iento racional. Su pleno desarrollo e incidencia
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en el capo de las ciencias sociales se vincula con la crisis que, a finales del siglo XIX, afecta al positivis o e pírico. sí coo con el ascenso del aterialis o histórico coo expresión oderna de las filosofías aterialistas.
1. La crisis de la racionalidad positiva Los años finales del siglo pasado co prenden el oento inicial de la quiebra de la filosofía positivista i perante, o positivis o. ra el resultado del resquebrajamiento de un modelo mecanicista de la ciencia. Había im perado desde el siglo XVIII y bajo él se había producido la pri era revolu ción industrial y el ascenso político de la burguesía moderna. Los descubri ientos referentes a la naturaleza del átoo y las investigaciones en el área del electro agnetis o ponían en entredicho el e piris o positivista y cuarteaban las certezas sobre las que se había asentado la cultura cientí fica occidental. Las leyes ecánicas se deshacían en un undo de azar y de indeterinación. La objetividad experi ental, que era uno de los funda entos de la filosofía positivista, parecía puesta en cuestión por la evidencia de la in separabilidad del siste a objeto-sujeto en el proceso de conoci iento. Las nuevas propuestas teóricas en el capo de la física (teoría de la relatividad, principio de indeter inación) lo ponían en evidencia. n dos frentes principales se encuadra esa revisión: uno, el de la ra cionalidad, de acuerdo con la concepción heredada de la Ilustración racio nalista, entendida coo la clave del proceso del conoci iento. tro, el de la objetividad de este conoci iento y su correlato exterior, expresado en las leyes científicas, al argen del sujeto. La quiebra del odelo científico en que se asentaba la filosofía y la cul tura europeas desde alileo arrancaba de lo que . Poincaré diagnosticaba coo «sínto as de una seria crisis» de la física. l iso autor vaticina ba la «hecato be general de los principios», hasta entonces tenidos coo incontrovertibles. La hecato be se producía, según el científico francés, porque «creyeron en una explicación pura ente ecanicista de la natura leza» y porque «el espectáculo que hoy nos ofrecen las ciencias físico-quíicas parece ser el inverso. iscrepancias extre as han ree plazado a la anterior unani idad... en las ideas funda entales» (Rey, 1907). ste autor, que co parte la filosofía positivista, desde cuya atalaya considera los proble as de la crisis, sitúa a los críticos y su funda ento ob jetivo: « xa inando los lí ites y el valor de los conoci ientos físicos se critica, en sua, la legiti idad de la ciencia positiva, la posibilidad de co nocer el objeto», es decir, «el conoci iento real del undo aterial». Para
la ciencia conte poránea, «esto -(es decir, la objetividad del
undo
real)- no era una expresión hipotética de la experiencia: era un dog a». Los proble as planteados por el carácter inadecuado de «los étodos pura ente ecanicistas» afectaron, desde dentro, a la ciencia epírica. oncernían a cuestiones básicas del proceso investigador. n este
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sentido, se trataba de un proble a interno de la ciencia oderna. Pero a ello se añadía una de anda exterior, esto es, social, insatisfecha. La cien cia se veía afectada, «en cuanto es uno de los uchos edios de produc ción que no ha podido cu plir con las expectativas que iban unidas a él, en lo referente al alivio de la penuria general» ( orkhei er, 1974). En otros tér inos, la ciencia había defraudado la esperanza depositada en ella por la sociedad para la solución de los principales proble as de la so ciedad oderna. La ciencia parecía quedar reducida a su di ensión pura ente técnica y práctica de intervención sobre la naturaleza, tal y coo apuntaba el pro pio Rey. «La ciencia llegó a ser una obra de arte para los utilitarios.» oo él iso apostillaba, «una ciencia coo edio pura ente artificial para obrar sobre la naturaleza coo siple técnica utilitaria no tiene derecho... a lla arse ciencia». La crisis de una concepción li itada y reductora de la ciencia, y de la racionalidad asociada a la isa, se anifestó y conte pló coo crisis de la ciencia. e este odo, resaltaba el físico francés, del «fracaso del ecanicis o tradicional [se] originó la siguiente proposición: La ciencia ha fra casado ta bién... La ciencia no puede dar en adelante ás que recetas prácticas y no conoci ientos reales. El conocimiento de lo real debe ser bus cado por otros edios... s preciso devolver a la intuición subjetiva, al senti do ístico de la realidad, en una palabra a lo isterioso, todo lo que creía ha berle arrancado la ciencia», coo recogía . Rey al respecto.
ablar de la «crisis» de las ciencias o de la ciencia adquirió categoría de lugar coún, pero asiiso de postulado filosófico, coo lo uestra la obra de E. Husserl (1859-1938), dedicada a esa cuestión, bajo el título de a crisis de las ciencias europeas y la feno enología trascendental. Se iden tificó, ás allá del capo de la investigación científica y en particular del de la física, en que se encuadraba, coo una crisis -según el propio usserl lo apostilla-, «der europaeischen enschheit», la crisis de la hu ani dad europea.
Circunstancia esencial desde el punto de vista del aprovechamiento que de tales condiciones hacen las filosofías de la subjetividad. Éstas sur gen como alternativa social, más que científica. En el ámbito de la investi gación fisiconatural tuvieron escasas posibilidades de penetración. Crecie ron de auténticas alternativas y se comportaron «de una manera simple mente negativa que, en último análisis, no patrocina nuevos desarrollos». Por el contrario, lograron una notable influencia en el campo social y cul tural. El éxito social de estas filosofías del sujeto se explica porque en vez de ofrecer alternativas concretas a los problemas de la investigación, iden tificaron la crisis de la ciencia «con la racionalidad misma, rechazaron el pensar judicativo» (Horkheimer, 1974). La recepción social de estas filosofías en el prier tercio del siglo representa un cabio de dirección hacia el irracionalis o, y se vincula con la pérdida de la «fe viva en la ciencia», coo dijo rtega y asset. n pro ceso en el que lo intuitivo se ipone sobre lo racional, lo espontáneo sobre lo ordenado, lo subjetivo sobre lo objetivo, el instinto sobre la razón.
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Las raíces de estas filosofías críticas con el pensamiento racionalista penetran en profundidad en la cultura occidental y pueden ser identifica das desde la antigüedad. Sin embargo, son sus formulaciones modernas, relacionadas con la aparición de la modernidad científica, las que tienen especial incidencia en el desarrollo del pensamiento contemporáneo y de las ciencias sociales. Podemos considerarlas como respuestas y como al ternativas a los postulados de la racionalidad que introduce el conoci miento científico moderno. Sin ellas sería imposible el entendimiento de la cultura de nuestro tiempo y de una parte sustancial de la historia de nues tra disciplina. El recurso continuado al individuo como alternativa a los marcos cien tíficos o sociales de carácter global ha sido un rasgo sobresaliente en la construcción de la modernidad. Las culturas de la subjetividad o del hom bre, que se han desarrollado, sobre todo, en contraposición aparente con las culturas de la racionalidad -positiva o materialista-, son un producto pro pio del mundo moderno. Y en este sentido contribuyen decisivamente a configurar este mundo moderno. La resistencia del «sujeto» o «yo» a de jarse desleír en la sustancia social o biológica, aunque sólo sea desde una perspectiva ideológica, constituye un rasgo relevante de la vida social. La variedad de componentes que integran esta cultura de la subjetivi dad hace que su identificación global se produzca de forma distinta según los autores. Subyace, en todos los casos, la primacía del sujeto, es decir, de lo subjetivo. Punto de referencia cultural que identifica, sin excepción, estas corrientes de pensamiento moderno. La cultura del sujeto se caracteriza por reducir el mundo al interior del «yo». El mundo carece de entidad fuera de la mente. Todas estas filosofías establecen el carácter ideal del conocimiento, en cerrado en «la mente, el espíritu, el alma o el yo», frente al realismo y ma terialismo que son el sustrato del conocimiento común y del científico. En el pensamiento occidental este atributo corresponde a muy diver sas corrientes. Forman parte de él los idealismos que afloran en el siglo XVIII , asentados en el pensamiento inglés, cuya expresión máxima corresponde con Berkeley y, sobre todo, en el alemán, con Kant. Los existencialismos, lebensphilosophies o «filosofías de la vida», y fenomenología, propios del si glo XX, se integran también en este campo. Todas estas manifestaciones es pecíficas, y muchas veces personalizadas, del pensamiento, se pueden resu mir en dos grandes vías: la del idealismo de raíz kantiana y la de la feno menología. 2. El idealismo neokantiano: ciencias lógicas y ciencias especiales
La herencia de estas filosofías instaura una moderna filosofía del co nocimiento en sustitución de las viejas filosofías metafísicas. Marca los nue vos rumbos de la filosofía occidental, que adquiere su forma propia de la modernidad occidental con Kant. Hay, en cierto modo, una razonable ex plicación en esa herencia filosófica, como planteaba Ortega y Gasset.
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aloraba este autor la obra kantiana en la perspectiva del desarrollo de la burguesía europea. «o es un azar que ant recibiera los i pulsos deci sivos para su definitiva creación de los pensadores ingleses. Inglaterra ha bía llegado antes que el continente a las foras superiores del capitalis o» ( rtega y asset, 1958). resu ía: «La obra de ant representa, en este aspecto, la cul inación del proceso crítico que en el orden filosófico reali za la burguesía europea.» ant constituye, en la cultura europea, un oento intelectual en el que se define la tendencia del undo oderno, des de el punto de vista de la filosofía: la ruptura con la etafísica tradicional y la preferente atención prestada al problema del conocimiento. Éste se con vierte en el argu ento central de la filosofía oderna, en íntia conexión con una sociedad enfrascada en conocer, do inar y transfor ar el undo aterial. oo sintetizaba el propio rtega y asset al respecto, «ant no se pregunta qué es o cuál es la realidad, qué son las cosas, qué es el undo. Se pregunta, por el contrario, cóo es posible el conoci iento de la reali dad, de las cosas, del undo. s una ente que se vuelve de espaldas a lo real y se preocupa de sí is a... on audaz radicalis o desaloja de la etafísica todos los proble as de la realidad u ontológicos y retiene exclusi va ente el proble a del conoci iento. o le i porta saber, sino saber si sabe. icho de otra anera, ás que saber le i porta no errar» ( rtega y Gasset, 1958). n definitiva, lo que ant supone para el pensa iento oderno es una elaborada categorización del subjetivis o. ant encierra la realidad en el sujeto, la convierte en atributo de la conciencia. La otra realidad, la exterior, no pasará de ser una construcción ental, un precario artificio. l undo pasa de tener existencia a devenir un producto intelectual a la edida del sujeto, de su conciencia, tér ino clave de estas filosofías. ant introduce un argu ento clave: la realidad, lo que llaaos rea lidad o undo objetivo, no es sino un conjunto caótico; no es ella la que rige nuestro conoci iento. s éste, es decir, la ente hu ana, el que es tablece las reglas objetivas de la realidad. Es la subordinación del objeto al sujeto, de la realidad a la conciencia. e este subjetivis o se nutre el neokantismo de la segunda itad del siglo I . eokantis o que se forula en el arco de una cultura positivista do inante, frente a la cual pretende ser una alternativa, en el oento de crisis de la ciencia ecanicista. . indelband (1848-1915), coo los otros neokantianos de la escue la de Baden, buscan en ant el apoyo para sustentar una propuesta alter nativa en el capo de las ciencias sociales. l proyecto neokantiano pro pugna una teoría del conoci iento que distingue, de acuerdo con los pos tulados de ant, una clasificación del conoci iento según dos principios distintos. l principio lógico, propio de las ciencias siste áticas, frente al principio físico, asentado en el tiepo y el espacio. istingo que per ite si tuar las ciencias sociales, en particular la istoria y la eografía, en un capo distinto de las ciencias siste áticas. Separación de carácter gnoseológico, coo lo hiciera ant.
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LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA
e acuerdo con los enunciados neokantianos, las ciencias siste áticas, que se corresponden con los sistemas de la naturaleza de que hablaba ant, se funda entan en la lógica. onstituyen capos de conoci iento en los que es posible enunciados generales, es decir, nomotéticos. n ellos cabe enunciar leyes de validez universal. Por el contrario, en el ábito de las ciencias sociales, y de odo específico en el de la eografía y la istoria, el proceso de conoci iento se vincula con la localización y el relato. stas están deter inadas por su relación con el espacio y el tiepo que, coo ta les categorías, sólo per iten una clasificación física, de naturaleza descrip tiva. Esto les convierte en ciencias idiográficas. Sus enunciados carecen de valor universal, no pueden expresarse coo leyes. sa separación representa una propuesta de especial significación en el capo de la eografía y de la istoria. stá basada en la distinción en tre aquellos capos en los que rigen las leyes de hechos generales y aque llos otros donde son i posibles porque constituyen el ábito de la indivi dualidad y de las totalidades. Coo argu entaba . Rickert, «la distinción entre historia y ciencia de leyes de hechos generales procla a que en el undo descrito por la historia rigen el azar y el albedrío» (Rickert, 1982). l idealis o, en su anifestación kantiana, evidencia un proceso que diluye la objetividad. Su anifestación ás radical se produce en las filosofías de base feno enológica que, bajo distintas for ulaciones, sur gen en el arco te poral de la crisis del cientificis o positivista, en los años finales del siglo I . n todas ellas aparece una si ilar referencia a la conciencia coo núcleo del conoci iento. Se da un equivalente recur so al sujeto, una propuesta alternativa al racionalis o y aterialis o, una reivindicación del saber no científico, y un rechazo a la hege onía de la ciencia.
3. Las filosofías de la
conciencia:
el asalto a la razón
La feno enología constituye un arco filosófico y una filosofía. n arco filosófico porque los postulados feno enológicos aparecen coo so porte de propuestas diversas en el capo del pensa iento occidental. na filosofía porque bajo ese nobre se for ula una de las construcciones del pensa iento occidental ás elaboradas. l punto de partida es una crítica del conoci iento científico, en su for ulación positiva, y una crítica del racionalis o y aterialis o que lo sustenta. l objetivo coún es asentar un conoci iento apodíctico, alternativo a la ciencia, de carácter esencial. Se planteaba, frente a la filosofía científi ca positiva de carácter e pírico, un tipo de conoci iento, sustentado en el sujeto, en el «yo». ste tipo de conoci iento debía per itir llegar «a las propias cosas», es decir, a su verdadera esencia. on ello se superarían los problemas de legitimación del conocimiento que, según estos autores, aque jaba al conoci iento científico positivo. n aplio capo de filosofías se vincula con estos principios. esde la fenomenología en sentido estricto, a las filosofías de la vida y los existen-
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cialismos, que co parten los postulados funda entales y, en cierto odo, se identifican en la feno enología. e tal anera que se ha podido decir que «la ayor parte de los existencialistas son feno enólogos, aunque al gunos feno enólogos no son existencialistas». Configuran el extenso tron co de las filosofías del siglo , cuyo soporte funda ental es la feno eno logía de E. Husserl (1859-1938).
3.1.
CONCIENCIA Y EPOCHÉ: LA FENOMENOLOGÍA
epresenta la feno enología un ovi iento filosófico que, en el arco de la crisis de la filosofía del conoci iento de carácter positivo o racionalista, se plantea el conoci iento de la realidad, de fora riguro sa. Se trata de asentar un conoci iento seguro, liberado de los prejuicios de la apariencia. Parte usserl de una crítica de las ciencias positivas. enuncia que los presupuestos de la teoría del conoci iento y del étodo que aplican no son exa inados. Señala que presu en la existencia ob jetiva del undo, hacen del undo real un undo objetivo, y reducen el undo psíquico a tér inos físicos. punta a que actúan de fora apriorística. usserl plantea la necesidad de evitar toda presuposición, todo aprioriso, coo una exigencia etodológica, coo una garantía de la verdad de las descripciones feno enológicas. Se trata de poner en cuestión, de fora siste ática, las propiedades atribuidas a las cosas, hasta llegar al líite de la existencia de las isas. s decir, allí donde si eli ina os las últi as propiedades, la propia cosa desaparece. s lo que la feno enología deno ina epoché (poner entre paréntesis), en el sentido de suspender todo juicio sobre las cosas. s el caino para llegar a la fora esencial de esas cosas, a su auténtica apariencia, los fenó menos. stos se anifiestan única ente en el undo de la conciencia, con siderada coo un ábito de la experiencia deter inado por las relaciones entre sujeto y objeto, que son interdependientes. Para usserl, y para la feno enología en general, los objetos que no sotros alcanza os a conocer real ente son los fenó enos, de tal anera que el undo del conoci iento queda circunscrito a éstos. ste undo feno énico se reduce en realidad a lo que está en la conciencia, y por otra parte no hay ás «tipo de conoci iento cierto que la intuición de la esen cia». l conoci iento se liita al conjunto de los fenó enos que la intui ción aporta a la conciencia. La feno enología no sólo eli ina el undo real u objetivo, sino tabién el psicológico, en reacción frente al epiriso sensualista de los filó sofos ingleses y del e piriocriticis o de ach: el undo y el conoci iento quedan reducidos a la Conciencia pura o trascendental. Se trata por tan to, de una filosofía pura ente idealista. usserl rechaza el dualis o entre naturaleza y sujeto, que caracteriza la filosofía del conoci iento a partir de R. escartes. Sujeto y objeto exis ten en función uno del otro, sin que puedan oponerse al odo del raciona-
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liso cartesiano. n relación con ello, usserl propone la feno enología coo un étodo de descripción que no dependa de las observaciones de ca rácter e pírico y de la contraposición objeto-sujeto. Contiene la feno enología husserliana dos co ponentes funda enta les: «un principio negativo, consistente en rechazar todo cuanto no está apodíctica ente justificado [y]... un principio positivo, consistente en re currir a la intuición in ediata de las cosas» (Jolivert, 1969). l pri ero en carna en lo que es uno de los conceptos funda entales de la feno enolo gía: la epoché (puesta entre paréntesis). l segundo deli ita el centro del proceso cognoscitivo, es decir, la intuición. Son «las dos reglas funda en tales del étodo feno enológico». no y otro destinados a alcanzar el conoci iento esencial de las cosas, no su era apariencia. La feno enología representa un radical giro hacia lo ás profundo del Sujeto, al iso tiepo que hacia la existencia coo único hecho eviden te. Subjetividad y existencia, ligan las filosofías feno enológicas con las
existenciales y filosofías vitalistas.
s decir, las
Lebensphilosophies,
de
M. Heidegger (1889-1976) , en Alemania, de J. Ortega y Gasset (1883-1956) en España, y de W. Dilthey (1833-1911) y M. Merlau Ponty (1908-1961), en Francia. l undo de la conciencia se vincula con el de la experiencia in dividual, con el existir.
3.2.
RAZÓN VITAL Y EXISTENCIA: LOS EXISTENCIALISMOS
Las filosofías de la vida y existencialistas hacen de «la vida huana o el ho bre» la razón vital. on ello se anifiestan en oposición a la razón e pírica basada en la separación del sujeto y el objeto. n la razón vital su jeto y objeto se encuentran. l «cogito quia vivo» de rtega y asset expre sa este plantea iento. l pensar surge de la existencia en el undo, del yo y su circunstancia, coo ele entos inseparables. l undo adquiere senti do porque lo es para un «yo», y éste, el sujeto, sólo lo es porque existe en ese undo. l proyecto existencialista desde . Scheller a erlau Ponty, de rtega a eidegger, junto con las foras vitalistas de . ilthey y . Bergson, pertenecen a este ábito de la afir ación existencial y vital. o parten rasgos co unes: en prier lugar, una reivindicación ex presa de la que llaan razón vital, en cuanto confluyen en postular, coo realidad concreta, la vida. n segundo lugar, la exaltación del sujeto y, coo consecuencia, de la subjetividad, coo referencia básica del conociiento, en la cual «al entendi iento crítico se contrapuso la intuición, que no se siente obligada a atenerse a criterios científicos» ( orkhei er, 1973). La existencia es la razón de ser principal del conoci iento, y es la que da validez a éste. La experiencia subjetiva (Erlebnis) es la fuente de conociiento. La co prensión intuitiva (Verstehen) constituye el étodo de conoci iento que per ite llegar a la esencia de las cosas. La Conciencia se constituye en el reducto del conoci iento. Experiencia subjetiva, compren sión intuitiva y Conciencia constituyen los principales co ponentes de to das estas corrientes del pensa iento del prier tercio del siglo . Son las
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que ali entan los nuevos enfoques y postulados críticos de las ciencias so ciales en ese período. nas y otras, ás o enos sutil ente influidas por una cultura de la subjetividad, de la experiencia intuitiva, de la co pren sión global, de la percepción consciente. Los co ponentes destacados de estas filosofías del Sujeto o de la sub jetividad son variados. n prier lugar, la justificación de un conoci iento no sujeto a la obtención de leyes. n segundo tér ino, la reivindicación del undo de la subjetividad frente a la objetividad universalista. n últio tér ino y, frente a los postulados etodológicos analíticos, la afir a ción de un conoci iento instantáneo, e patético, global, totalizador. Son los rasgos que distinguen y vinculan a estas filosofías, que surgen en el úl timo tercio del siglo XIX y primero del siglo XX, como las grandes corrien tes del pensa iento de nuestro tie po. 3.3.
LA SUBJETIVIDAD COMO ALTERNATIVA
Las filosofías irracionalistas han arcado específicos objetos de inves tigación, capos de interés desconsiderados o despreciados por la ciencia con anterioridad. Se abren hacia el espacio del sujeto y su psique, y plan tean, asi is o, los aspectos sociológicos del conoci iento científico. Cues tionan la ascendencia del conoci iento científico y su objetividad. Planteaban coo alternativas a la experiencia intersubjetiva y transisible propia del positivis o, la experiencia vital, intransferible, el undo de la conciencia individual. Frente a la objetividad etodológica del positiviso, que ignora al sujeto, la reivindicación de la subjetividad coo fuen te alternativa de conoci iento. Procla an la pree inencia del existir sobre el ser, afir an que la existencia precede a la esencia. l undo objetivo, para estas filosofías, se integra en la experiencia huana y no existe al argen de los seres hu anos. La gran corriente idealista de la cultura europea adquiere resonancia coo concepción con aplia aceptación y validez social y coo propues ta cultural alternativa en el ábito de las Geisteswissenschaften -ciencias del espíritu- a finales del siglo XIX y durante el primer tercio del siglo ac tual. onstituye el período ás creativo, desde el punto de vista filosófico y cultural. ay, por tanto, una relación estrecha entre el ascenso de las filosofías vitalistas o irracionalistas y la crisis de las filosofías racionalistas, por lo ge neral identificada, sobre todo en su prier o ento, coo crisis de la cien cia. stas filosofías fueron el respaldo de algunas de las propuestas geográ ficas ás notables de la pri era itad del siglo . l trasfondo ás ge neral de esta crisis se asocia, desde el punto de vista cultural, con la llaada crisis de la odernidad. n rasgo que vincula, cultural ente, el período inicial del siglo con los tie pos actuales. Coo en los inicios de esta centuria, se produce tabién una vuelta al -y una reivindicación del- Sujeto, del individuo y de la Conciencia. Como en los años finales del siglo XIX, aparece ta bién la cri
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sis de la ciencia o el final de la ciencia (Horgan, 1998), como ahora se anun cia. Al igual que entonces, la crítica a la racionalidad científica y a las gran des concepciones universalistas de base racionalista adquieren especial fuerza. Todas ellas sustentan, en los decenios finales del siglo xx, una ideo logía hegemónica que proclama el final de la modernidad. ¿Otros tiempos, otra cultura? Para los voceros de la nueva cultura se trata de otra época, la de la posmodernidad. Se corresponde, de hecho, con un período de sustanciales transformaciones económicas, productivas y téc nicas en el mundo, que configuran una nueva etapa del capitalismo, la del capitalismo global. Es, quizá, la diferencia esencial con los inicios del sidglo xx. La posmodernidad se inscribe en un cambio radical de las sociedaes contemporáneas que afecta a sus condiciones económicas, sociales, po líticas y culturales. Es la época post.
CAPÍTULO 14
LA ÉPOCA POST: POSTESTRUCTURALISMO Y POSMODERNISMO
n un período breve, de apenas dos decenios, el posmodernismo se ha convertido en uno de los conceptos de ayor difusión y aceptación en el arco cultural conte poráneo, desde el arte a la teoría social. el posodernis o deriva la posmodernidad coo época y cultura del presente ar cada por él. El posmodernismo es un tér ino de carácter cultural que se ha i puesto en el últio cuarto de siglo para designar un cabio cultural de carácter radical, con el que se pretende identificar el final de la modernidad (Friedman, 1989). El posmodernismo identifica la nueva di ensión de la cultura occi dental, caracterizada por la reacción frente a la odernidad, identificada ésta con la cultura racionalista. Se distingue por la crítica a los postula dos de la Ilustración, que han prevalecido coo arcos hege ónicos de la cultura occidental, durante ás de doscientos años. La puesta en en tredicho de los presupuestos científicos, episte ológicos, culturales e ideo lógicos, que sustentan el desarrollo de la cultura occidental desde el siglo de las luces constituye el signo ás destacado del deno inado posodernis o. l tér ino posmodernismo surgió en el ábito de la arquitectura y la literatura, en el decenio de 1960. Identificaba un ovi iento de reacción frente al i perio de la escuela oderna o funcionalista representada por la Bauhaus. Se aplicaba ta bién para recoger las nuevas foras sucesoras del modernismo literario. sí lo utilizaba un autor coo Ihab assan, en 1970, en el capo literario ( ahoone, 1996). e odo si ilar lo e pleaba en el ábito arquitectónico Jencks, un arquitecto y tratadista de la arquitectura. Lo hacía en relación con la crisis de la escuela oderna en el capo de la arquitectura y el urbanis o. Se refiere este autor a la uerte si bólica de esta arquitectura identi ficada en la voladura del gran conjunto urbano de Pruitt-Igoe, en Saint Louis, issouri, el 15 de julio de 1972. abía sido levantado bajo los pre supuestos de la escuela oderna. staba for ado por grandes bloques de catorce plantas, concebidos al estilo de Le Corbusier. abían sido proyec tados desde la perspectiva de sol, espacio y verdor, con sus calles o accesos
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aéreos, a salvo de la circulación rodada. La destrucción del conjunto., de gradado y no funcional, se contempló como símbolo del final de un arqui tectura y de «su ideología de progreso que ofrecía soluciones técnicas a pro blemas sociales», como indicaba Jencks (Cahoone, 1997). El éxito semántico y cultural del termino posmodemismo se produ ce al ser aplicado para establecer el tránsito desde los postulados y prin cipios de la modernidad a una nueva situación o etapa en el desarrollo de la sociedad contemporánea. Así lo usan los teóricos de la nueva co mente. El eje de estos planteamientos es la afirmación de que la moder nidad ha muerto y que el ciclo que representa en la cultura occidental ha terminado. 1.
El final de la modernidad
La idea que subyace en el discurso posmoderno y la que ha configura do el éxito de su aceptación cultural es la de una nueva etapa histórica. Esta sustituye al período moderno que cristaliza con la Ilustración y que arraiga en el siglo XVII. Esta nueva etapa, es, por tanto, la posmodernidad. Con templada por unos como sucesora de la anterior. Por otros en continuidad con ella, como culminación de la misma. En general, como una forma al ternativa radical. En cualquier caso, como la muerte de lo moderno, de la filosofía, de la ciencia, de la historia, del espíritu de la Ilustración y de los presupuestos epistemológicos en que se apoyaban. Múltiples muertes o finales. La post modernidad se concreta en «determinadas actas de defunción: muerte del sujeto, muerte de la razón, muerte de la historia, muerte de la metafísica, muerte de la totalidad. Muerte de toda una retícula de categorías y con ceptos cuyas relaciones orgánicas vertebraban el proyecto de la moderni dad» (Amo ros, 1999). La conciencia de este cambio o tránsito se perfila sólo a finales del decenio de 1970 y a lo largo del de 1980. Surgen entonces las obras más significativas sobre lo posmoderno y sobre la condición posmoderna (Lpyotard, 1995). El fenómeno posmodemo se convierte en el principal argu mento cultural de la década de 1980. Es el momento en que se perfila la construcción intelectual de lo que la posmodernidad significa, con sus antecedentes y su desarrollo. Se rastrean sus componentes y se intenta si tuar el fenómeno en un marco o interpretación teórica, cultural, política, entre otras. El posmodernismo tiene, por una parte, una serie de rasgos o compo nentes más que de finito ños característicos, unos de naturaleza teórica y otros de rango cultural. Tiene también un contexto, que se traduce en una genealogía en cuanto al proceso en que se perfila como movimiento cultu ral y como marco teórico crítico. Se manifiesta en un horizonte o telón de fondo socioeconómico. Tiene que ver con las transformaciones económicas, productivas, técnicas, sociales y espaciales a las que el propio movimiento posmoderno se vincula, de forma directa o indirecta.
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1.1.
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LA REVOLUCIÓN TÉCNICO-CIENTÍFICA: CAPITALISMO MUNDIAL Y MODERNIDAD
Tras la segunda guerra undial y una vez ter inado el proceso de re construcción en uropa, se esbozan y aceleran diversos fenó enos de ca bio social. fectan al ábito de la técnica y la ciencia y se proyectan o anifiestan ta bién en el capo econó ico. Constituyen fenó enos de largo alcance. Aparecen unidos al desarrollo de nuevas técnicas y procesos cien tíficos. fectan al capo de la investigación nuclear, de la aplicación in dustrial de esta investigación y de la electrónica. uevas técnicas y procedi ientos se incorporan al undo de la producción. acen posible la cre ciente auto atización del proceso productivo. Provocan el incre ento ex ponencial de la producción, la reducción de costos, el au ento de la pro ductividad, y la expansión del ábito del trabajo ecanizado. La intensidad, profundidad y generalización de las nuevas técnicas conducen hacia foras y tipos de trabajo renovados. Presentan un nuevo perfil, son enos dependientes del trabajo especialista y cualificado. stán ás vinculados al trabajo previo uy cualificado, de tipo científico-técnico, relacionado con la investigación. Son factores deter inantes de la crisis progresiva del siste a industrial existente. fecta a su di ensión física -coo capital fijo-, que queda obsoleto, y a la di ensión laboral -capital variable-, y a las relaciones de produc ción. La deno inada crisis industrial, en ascarada en una pri era etapa por la crisis energética, aparecía coo la crisis de un odo de organización econó ica. Se trataba de la crisis de la sociedad industrial sostenida sobre este capitalis o industrial. ra la crisis del deno inado modelo fordista del capitalis o. La rápida y generalizada difusión de las técnicas electrónicas en la pro ducción trastornaron por co pleto el viejo orden de la sociedad capitalis ta, identificado coo estado del bienestar y fundado en el odelo fordista de producción. La principal consecuencia fue la quiebra de la vieja indus tria en los países de capitalis o ás desarrollado y el desplaza iento de la nueva producción industrial hacia los países del Tercer undo. l desarrollo de los nuevos edios de co unicación, basados en esas isas técnicas electrónicas, hacían posible la co unicación instantánea a escala planetaria. El veloz desarrollo de la infor ática, con sus repercusiones en todos los órdenes del siste a social, desde la producción al ábito doéstico, consolidaba la revolución técnica y sus efectos econó icos y socia les. Las grandes e presas ultinacionales, que controlan la producción de los conoci ientos básicos y sus aplicaciones técnicas, ediatizan los ercados por edio de las nuevas foras de co unicación. I pulsan un ercado y una econo ía undial por vez pri era en la historia de la hu anidad. El capitalis o global es una realidad; es decir, la fora superior del capitalis o. La cristalización de una econo ía- undo de carácter capitalista y el desarrollo técnico que per ite la co unicación física, el traslado de la iagen y la infor ación de fora in ediata a escala planetaria, hacen del undo un único espacio. Se consu a el proceso iniciado al final del si glo XV en uropa occidental.
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Las consecuencias de estas transfor aciones son efectivas en el orden político y social. Suponen, por una parte, el resquebraja iento del stado coo instancia superior en el gobierno de la econo ía y coo arco del poder científico y técnico. Las grandes e presas ultinacionales operan por encia de los lí ites territoriales del stado. Pueden establecer sus es trategias de desarrollo por encia de las prescripciones específicas de cada stado, en el orden productivo y en las relaciones laborales. Representan, por otra parte, la quiebra del orden político internacional en la edida en que hacen estallar y desaparecer los odelos de gestión econó ica estatal, con un perfil dirigido, o planificado. Del mismo modo hacen estallar y desaparecer los propios estados ba sados en esa gestión planificada o centralizada, incapaces de co petir en un espacio de intensa renovación y desarrollo técnico-científico. La larga crisis de los países socialistas, desde el decenio de 1960, y el derru baiento final de los isos, desde finales del decenio de 1980, respondía a su ineficiencia econó ica y social y a su ineficacia co petitiva respecto del capitalismo. El final de los países socialistas y su modelo económico supo nía la instauración del capitalis o coo única y do inante fora de or ganización econó ica a escala undial. n el orden social, las transfor aciones econó icas, técnicas y pro ductivas inherentes a la globalización del capitalis o tienen su principal efecto en los grandes desplaza ientos de asa que afectan a las diná icas y crecientes poblaciones del ercer undo. n oleadas sucesivas alcanzan los países ás desarrollados -con la única excepción de Japón-, esti ulados o otivados por uy diferentes factores. stos flujos hacen del Prier undo una especie de a alga a de cul turas, de identidades, de conflictos. Por una parte, ponen en entredicho conceptos arraigados coo el del crisol a ericano y, por otra, generan una cultura híbrida, abierta, con patrones uy distintos de los do inantes oc cidentales. La di ensión de la identidad define, asi is o, la otra gran con secuencia del cabio social y cultural del siglo . sas isas transfor aciones en el orden econó ico, técnico y pro ductivo, inciden en lo que, con toda probabilidad, constituye el fenó eno social de ayor trascendencia en el siglo . La irrupción activa de la ujer en la esfera pública y la reivindicación consecuente de una participación responsable en la isa, arca la segunda itad del siglo . l fe iniso coo ovi iento social y, en ayor edida, coo cultura e ergente, ha arcado este siglo. a incidido en todos los órdenes de la vida social, desde el productivo al do éstico. a afectado a la producción cultural y a la producción teóri ca. El fe inis o, coo la ecología, no representan sólo dos fenó enos so ciales, sino que constituyen construcciones teóricas con las que se preten de elaborar un discurso renovado sobre el undo, un discurso alternativo. En el caso de la ecología, se trata de una reflexión sobre los efectos que la presencia humana en general, pero sobre todo el capitalismo industrial y las transfor aciones que ha inducido y que genera en el undo físico. La consecuencia principal de esa reflexión, al argen de su di ensión social
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como movimiento ciudadano y de su directa influencia económica, es la construcción teórica de la naturaleza. Construcción teórica que ha marca do decisivamente la cultura de nuestro tiempo. La dimensión ecológica y la reflexión sobre la naturaleza son parte de las nuevas manifestaciones del pensamiento y la cultura en la sociedad occidental. En efecto, estos cambios, que trastornan de forma radical la configura ción económica y política del mundo en la segunda mitad del siglo XX, forman parte de un conjunto de transformaciones que afectan también al campo del pensamiento y de la cultura. Fenómenos de crisis, de ruptura y de elaboración de nuevas propuestas se acumulan desde el decenio de 1960, primero de modo inconexo, sin una definición precisa de conjunto. Más tarde, como manifes taciones de una conciencia social de cambio y ruptura cultural que tiene su deriva en el mundo del pensamiento, de la teoría y de la filosofía. El rasgo fundamental que distingue este período es la crítica. Lo que unifica la multitud de propuestas en muy diversos campos es la actitud crí tica frente a lo anterior, así como el objetivo de desmantelamiento que se opera sobre las creencias, las seguridades, las ideas, los presupuestos, los marcos teóricos y culturales, que habían prevalecido durante los últimos tres siglos en el mundo occidental. Los tres decenios finales del siglo XX representan una época de agita ción intelectual y de renovación cultural. Durante este tiempo, la reflexión crítica sobre los presupuestos teóricos y filosóficos de la sociedad moderna ha sido una constante, alimentada desde postulados muy diversos. Un pun to común ha sido la puesta en cuestión de la razón económica y la racio nalidad de perfil tecnocrático. Se ha generalizado la interrogación sobre el soporte epistemológico neopositivista y su corolario el individualismo metodológico. Se han multi plicado los reproches a una práctica científica alejada de los problemas so ciales más relevantes y ciega ante la sensibilidad social respecto de los mis mos. Se ha extendido la reivindicación, por un lado, del sujeto individual y, por otro, del sujeto social, frente a la ignorancia de uno y otro. Se ha di fundido la propuesta, en definitiva, de otras vías, de otros soportes teóricos y de filosofías alternativas al racionalismo positivo, como un rasgo sobre saliente de la evolución de la cultura occidental durante estas décadas. Este desarrollo crítico, que tiene un especial dinamismo a partir de los años sesenta, se produce en paralelo con la eclosión de los grandes movi mientos sociales. Tiene lugar de forma coetánea y en relación con aconte cimientos significativos como el movimiento pro derechos civiles en Esta dos Unidos, la guerra de Vietnam, el mayo francés de 1968, la ocupación de Checoslovaquia por las tropas del Pacto de Varsovia, la revolución cultural china. Se produce desde frentes dispares y se asienta en corrientes de pen samiento e ideologías distintas. Se nutre de la crítica ideológica progresis ta frente al capitalismo industrial y de la crítica conservadora al materia lismo y racionalismo en todas sus formas. Desde otros ámbitos, se manifiesta en una crítica o disconformidad con patrones estéticos y culturales imperantes, tanto en el mundo de la literatu ra como de las artes plásticas y la música, así como en el mundo de la ar
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quitectura y el urbanis o. Se trata, por un lado, de actitudes críticas frente a tales patrones, que tienen especial incidencia en el undo arquitectónico y urbanístico. Se trata de un tipo de actividad con incidencia social de gran repercusión. Se percibe, por otro, en la aparición de nuevas propuestas in novadoras o ro pedoras respecto de tales patrones culturales, coo ocurre, tanto en la arquitectura, coo en la úsica y literatura. Se reivindica el eclecticis o, lo híbrido, se extiende el historicismo coo oda del arte. floran en las sociedades conte poráneas nuevas foras de sensibili dad o de anifestarse ésta, que afectan al ábito de la identidad. La crisis de las clases sociales que aco paña al agrieta iento de la sociedad indus trial fordista y del stado del bienestar se contrapone con el creciente pa pel de las foras grupales. Las colectividades por afinidad, los vínculos asentados en sedicentes identidades sociales, pueden abarcar un capo que se desarrolla desde las identidades deportivas hasta las nacionalistas, pa sando por las religiosas. na y otras adquieren especial relevancia, tanto en el interior de las for aciones sociales nacionales coo a escala internacional. La identidad, fundada en la adscripción individual a deter inados senti ientos o basa da en relaciones afectivas subjetivas, parece i ponerse coo una instancia de organización social, por encia de los grandes arcos sociales de clase.
Se produce también una crítica teórica que contempla el sentido de ta les fenómenos. Su análisis pone de manifiesto las incongruencias y contra dicciones de las filosofías sobre las que se asientan los patrones culturales, sociales, científicos, filosóficos, epistemológicos, que rigen la sociedad mo derna. Es una crítica dirigida a los cimientos de la modernidad. Es lo que se denomina postestructuralismo. n otro á bito, lo que se elabora es un producto cultural e ideológi co. Se for ula coo afir ación de un tiepo nuevo y una cultura nueva. La nueva cultura se define coo posmodernismo. l tiepo nuevo corres ponde a la posmodernidad. rítica teórica, o postestructuralis o y nueva cultura o pos odernis o, configuran la pos odernidad. 1.2.
LA CRÍTICA TEÓRICA: EL POSTESTRUCTURALISMO
partir de la segunda guerra undial se for ula un tipo de pensaiento crítico respecto del racionalis o positivo y científico propio de la Ilustración. ste pensa iento crítico está relacionado con la experiencia de la propia guerra y con el desarrollo del fascis o, en sus diversas odalidades. s un pensa iento afectado por el pesiiso respecto de la degradación ética que representa el fascis o en el uso del conoci iento científico. Pone en evidencia la transfor ación de la razón en un ero instru ento al servicio de la destrucción, degradación y servidu bre de la especie hu ana. se pesiiso ali entó un tipo de reflexión crítica con estos usos de la razón. eflexión crítica extendida a la cultura que i pulsó la hege onía de la razón científica y el concepto de progreso, es decir, a la propia Ilus-
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tración. La Dialéctica de la Ilustración, título de la obra en que dos de los autores más representativos de la Escuela de Frankfurt, abordaban, en los años cuarenta, esta reflexión condicionada por la in ediata experiencia histórica, planteaba la contradicción inherente a los postulados ilustrados ( orkhei er y dorno, 1998). s una crítica desde postulados de izquier da, críticos con el capitalis o y sus derivaciones ás indeseables. n los años sesenta, este tipo de producción intelectual crítica respec to de la Ilustración, su legado y sus presupuestos se extiende. l resultado, no progra ado, es la quiebra progresiva del odelo social construido en el siglo ilustrado e identificado con la ciencia oderna. n esta crítica se ob serva una creciente deriva, desde los enfoques iniciales y postulados pro gresistas de izquierda, hacia una crítica que pone en entredicho los isos presupuestos de la Ilustración. Se cuestiona la ciencia y se cuestiona la pro pia azón. l giro irracionalista arca la evolución de la crítica postestructuralista, en los últi os decenios del siglo . e fora progresiva en el tiepo la crítica se produce respecto del pensa iento arxista y plantea ientos de los ovi ientos de izquierda. Se anifiesta coo una crítica a las teorías sociales de carácter global, a las interpretaciones de la istoria coo un proceso, en definitiva, a las filoso fías de raíz marxista. La crisis del pensamiento marxista y de las filosofías estructuralistas fora parte de la evolución reciente de la cultura de este fi nal de siglo y ilenio. Paradójica ente, el perfil de izquierda que distingue la ayor parte de la teoría crítica postestructuralista otivará que, de odo general, se tien da a identificar postestructuralis o e izquierda política. que, por ex tensión, se asi ile pos odernis o e izquierda. Confusión que se anten drá coo un rasgo habitual hasta el oento presente ( pstein, 1997). n relación con esa confusión se encuentran diversas reacciones que intentan separar la crítica episte ológica o teórica del discurso cultural o retórica pos oderna. tras reacciones buscan resaltar la contradicción en tre cultura pos oderna e izquierda política. l caso ás notorio es el del físico a ericano Sokal, que recurre a la parodia caricaturesca de ese dis curso y de los postulados del iso, en el ábito de la ciencia. Se reac ciona frente a lo que se conte pla coo un discurso inconsistente (Sokal, 1996). La reacción pretende la defensa de la racionalidad en general y de la científica en particular. s una defensa frente al irracionalis o. 1.3.
EL SUSTRATO CRÍTICO: CONTRA LA RACIONALIDAD, CONTRA LA CIENCIA
La cultura pos oderna se sustenta sobre la crítica de la odernidad. ritica sus postulados, sus cos ovisiones, sus teorías, sus funda entos ra cionales y científicos. ritica el discurso universalista con que se presenta. sta crítica tiene antecedentes en el ovi iento cultural europeo de fina les del siglo XIX y adquiere una di ensión renovada a finales del siglo XX. sta crítica se perfila, inicial ente, desde postulados progresistas. Son los autores vinculados en la denominada Escuela de Frankfurt, que surge al
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terminar el primer tercio del siglo actual y que adquiere especial resonan cia después de la segunda guerra mundial, los que primero definen el mar co de la crítica. Representa un movimiento de reacción frente al predomi nio de una cultura que se construye sobre la primacía de lo económico. Lo que explica la orientación de sus autores, en la primera y segunda genera ción de dicha «Escuela», desde T. W. Adorno (1903-1969), H. Marcuse (1898-1979) y W. Benjamin (1892-1940), hasta E. Fromm, hacia campos como la psicología, la política, las cuestiones sociales y culturales. Se trata de un movimiento intelectual que utiliza la herencia marxista, que recurre a los postulados freudianos y que maneja la filosofía kantiana. El común denominador de estos autores es la crítica del capitalismo mo derno y de sus soportes teóricos y epistemológicos. Aborda, en particular, el racionalismo científico o positivo. Desde los presupuestos marxistas inicia les, los autores evolucionan hacia un pensamiento crítico respecto del ca pitalismo, pero alternativo al marxista. La formulación histórica marxista del capitalismo, vinculada con el conflicto de clases como motor de la his toria, es sustituida por la interpretación del capitalismo en el marco del conflicto entre Sociedad y Naturaleza. Estos autores abordan la crítica del capitalismo como un sistema so cial de dominio, impuesto sobre la naturaleza y sobre el conjunto social, apoyado en el uso de la razón positiva. La interpretación del capitalismo desde la perspectiva del dominio constituye un rasgo fundamental de la con cepción crítica de esta escuela. De acuerdo con ella, la ciencia y la técnica constituyen el eje y el soporte de ese dominio. La crítica sistemática a la modernidad, identificada con la cultura del capitalismo, se dirige a sus diversos componentes. Contempla la relación con la naturaleza, la configuración del individuo -el hombre unidimensio nal de Marcuse-, y sustenta una visión de la razón científica como simple instrumento de control y dominio de la naturaleza y del ser humano, al ser vicio del capitalismo. La denuncia del dominio tecnocrático como instru mento para «justificar o aplazar» los cambios sociales surge desde esta Es cuela, frente al racionalismo positivo en que se sustenta el capitalismo. Se trata, por tanto, de una crítica anticapitalista. La idea marxiana de que las formas de conocimiento se insertan en el proceso de transformación de la Naturaleza por obra del trabajo humano, y que de él surge el criterio de validez objetiva de dicho conocimiento, son invertidas por Adorno y la escuela de Frankfurt. Convierten la transforma ción de la naturaleza en simple dominio de la misma por el trabajo huma no, impulsado por una racionalidad técnica, de orden instrumental (Wellmer, 1992). La razón, para el capitalismo, tiene un carácter instrumental, es una razón práctica, como dice Horkheimer, autor perteneciente, también, a la segunda generación de dicha Escuela. Desde postulados próximos a este movimiento intelectual arrancan otros autores relacionados, en el ámbito personal y político, con la iz quierda europea de la segunda mitad del siglo XX. Forman parte del am plio grupo intelectual francés que se manifiesta a partir de 1960, en cam pos relacionados con la cultura y las ciencias sociales. M. Foucault, J. De-
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rrida, G. Deleuze y F. Guattari, J. Baudrillard y L. Iragay confluyen en una labor de puesta en entredicho de los presupuestos de la Ilustración y del estructuralismo. Otros autores, en el ámbito de la historia de las ciencias y de la epistemología, como S. Kuhn, contribuyen a sembrar de interro gantes los principios que sostenían el edificio teórico del conocimiento verdadero o científico. Deleuze y Guattari, desde el campo de la filosofía y del psicoanálisis, indagan las relaciones entre capitalismo y desorden mental, entre capita lismo y deseo. Es decir, entre el sistema social y los impulsos individua les. Inspirados en Marx, próximos en sus planteamientos a las tesis de Freud, vinculados con F. Nietsche y F. Kafka, confluyen con la Escuela de Frankfurt en destacar el papel dominador del capitalismo, papel en el que ellos resaltan su dimensión represora y de castigo. La razón científica constituye el instrumento que orienta la creación de instituciones apro piadas para ejercer esas funciones de exclusión y control, desde presu puestos científicos. Desde una perspectiva distinta, M. Foucault formulaba conclusiones equivalentes respecto de la relación entre poder y saber. Plantea este autor que «no hay verdad fuera del poder» y vincula la verdad, es decir, la objeti vidad, con el horizonte social. Para Foucault, «cada sociedad tiene su régi men de verdad». Lo que viene a significar que cada sociedad construye un discurso específico que es el que actúa como patrón de la objetividad. En relación con él se establecen, tanto los mecanismos como las instancias que determinarán lo que es falso y lo que es verdadero, es decir, los que son enunciados verdaderos y enunciados falsos. Lo que Foucault formula convierte a la ciencia moderna en un simple discurso, el discurso de la verdad en la sociedad contemporánea, esto es, de la sociedad capitalista. Por otra parte queda vinculado a determinadas ins tituciones habilitadas para producirlo, para difundirlo -a través de la edu cación y los medios de comunicación-. Instituciones cuyo control por el poder, en sus diversas formas -universidad, ejército, media, etc.- asegura una producción acorde con las demandas económicas y políticas dominan tes. La sedicente objetividad y universalidad del conocimiento científico es puesta en entredicho. Desde una plataforma distinta, el trabajo de Kuhn sobre los mecanis mos de producción científica resaltaba las condiciones determinantes del contexto social en la misma (Kuhn, 1971). Kuhn destacaba la sucesión y discontinuidad en los discursos científicos. Lo que él denomina revolución científica supone sustituir un paradigma por otro, un discurso por otro. La verdad del conocimiento científico es relativa, está socialmente condiciona da, no sobrepasa el estatuto de un discurso. Un discurso en el que no im portan tanto los contenidos como las reglas que regulan su construcción, la validez de sus enunciados, los conceptos aceptados. Confluía en el mismo sentido que Foucault. A partir de la crítica del texto, es decir, del lenguaje en el sentido de una secuencia organizada y reglada, convencional -o discurso-, J. Derrida abordaba las relaciones entre lenguaje y pensamiento. Las planteaba
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coo una relación de signos o se iótica, con sus propias reglas. stas afec tan o involucran tanto al significante -el signo- coo al significado - la cosa-. errida, coo Foucault, pone el acento en la i portancia esencial del lenguaje, hasta hacer de éste la clave de las categorías que odelan la sociedad. La idea funda ental es que el lenguaje odela la realidad; ás aún, para errida, el lenguaje es la realidad. Representa la crítica de la teoría social basada en el análisis econó i co o en las estructuras políticas. La comprensión de la realidad se sustenta en el lenguaje. na condición del lenguaje y del texto que hace de éste un producto a de-construir, de acuerdo con la ter inología que el iso errida introduce. l texto, cada texto, cada discurso, debe ser so etido a un proceso de de-construcción que per ita descubrir las condiciones de su producción. El posmodernismo se identifica con la «de-construcción», según la expresión de Derrida. « e-construir» significa descubrir los presupuestos no explícitos que subyacen en los códigos aceptados, las teorías, el pensa iento for ulado, los siste as de valores y de conoci iento que han prevalecido durante si glos asociados a la sociedad industrial capitalista. onstituye un postulado de la nueva cultura que se aplica ta bién a la ciencia. sta queda reduci da a la condición de siple relato, uno ás. Lyotard resalta que «el saber no se reduce a la ciencia, ni siquiera al conoci iento». Convierte la ciencia en un «subconjunto de conoci ientos». Rei vindica, en definitiva, el saber narrativo. La postura anticientífica fora par te de la filosofía del pos odernis o, aco paña su radical oposición al racionalis o oderno. Para Lyotard, «el saber científico es una clase de discurso». esaltan la i portancia del lenguaje en la orientación del desarrollo científico y la trans isión del conoci iento, en la edida en que «las cien cias y las técnicas lla adas de punta se apoyan en el lenguaje». Para Lyotard, el lenguaje condiciona la propia investigación y por tanto orienta ésta de acuerdo con sus exigencias. Sólo el saber que se pueda expresar en el lenguaje do inante -en este caso el lenguaje de áquina- se desarrolla rá, ientras que el que no se adapte o no pueda ser traducido se dejará a un lado (Lyotard, 1992). l uso ha conducido la práctica pos oderna a una creciente y excluyente ocupación en el texto y en el lenguaje, incluso en la geografía, coo eje plifica la obra Postmodern Cities and Spaces ( atson y ibson, 1995). na concepción reivindicada ta bién coo el soporte de la geografía (Barnes y Duncan, 1992). l desplaza iento desde las estructuras econó icas o sociales hacia el ábito del discurso, del texto -del lenguaje en definitiva- y de la cultura caracteriza uno de los rumbos más significativos en el cambio teórico de los años sesenta. El texto, concebido coo una categoría reflexiva, con sus reglas, que puede ser analizado. e-construir significa descubrir que toda obra está «envuelta en un siste a de citas de otros libros, de otros textos, de otras frases, coo un nudo en una red» (Foucault, 1976). esde una perspectiva teórica significa que la cultura y el lenguaje se convierten en el único o prier nivel de explicación de la realidad. onsi-
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deran que son la cultura y el lenguaje los que odelan la realidad. ntien den que la ayor parte de los caracteres o fenó enos de la realidad qu conte pla os coo naturales son eras construcciones sociales. esde diferenciación sexual a la propia naturaleza. l postestructuralis o se perfila coo una crítica a la racionalida de la Ilustración. li enta una corriente intelectual en la que destacan au tores coo J. Baudrillard y J. F. Lyotard, de acentuado antirracionalis o Se distinguen por la denuncia del discurso científico. echazan las teo rías estructurales, las concepciones de carácter universal. enuncian lo presupuestos sobre los que se ha construido el undo oderno, es deci el sujeto racional, la razón y el conoci iento científico, identificado co la verdad. sta cultura, surgida en la proxi idad o dentro de los círculos ideoló gicos de izquierda, coo una crítica al capitalis o y al racionalis o pos tivo y tecnocrático en que se apoya el siste a social capitalista se transfo a, de fora progresiva, en una crítica ideológica y política, a las filos fías, ideologías y prácticas de los ovi ientos de izquierda. Se convierte una crítica a la izquierda, a sus discursos y a sus fundamentos teórico en particular al arxis o, identificados con la odernidad. La crítica d riva hacia la odernidad coo cultura racionalista y científica. Por extensió hacia el racionalis o y la ciencia. 2.
La condición posmoderna: de la teoría postestructuralista al posmodernismo
Las propuestas críticas de estos autores dan fora a lo que uno d ellos denominará «la condición posmoderna» (Lyotard, 1984). La condici pos oderna es para Lyotard «la condición del saber en las sociedades m desarrolladas». stado cultural que asocia al resultado de las «transform ciones que han afectado a las reglas de juego de la ciencia, de la literatu y de las artes a partir del siglo I». La consecuencia principal de esas transfor aciones es, para el filós fo francés, la crisis de la ciencia -entendida coo discurso verdadero, im puesto sobre el siple relato precientífico-. Crisis por cuanto la ciencia legiti a en lo que él llaa un etarrelato, que asocia a una filosofía de historia. l rasgo definitorio de lo pos oderno es precisa ente «la inc dulidad con respecto a los etarrelatos». 2.1.
LA NEGACIÓN DE LO UNIVERSAL
La crítica es frontal a cualquier pretensión de carácter teórico con v lor universal. Se produce una negación de los relatos totalizadores, den minados metarrelatos. El rechazo se produce por igual respecto de los de c rácter social e histórico, coo el arxista, o del tipo del psicoanálisis. generaliza la crítica a los universales sociales -coo las clases sociale
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la lucha de clases-. Se une al rechazo de las metodologías de carácter úni co o excluyente. Como consecuencia, deriva hacia el rechazo de la ciencia y su pretensión de ser una forma superior de conocimiento. El criticismo se define frente a las filosofías racionalistas. Se pone en cuestión sus concepciones totalizadoras y sus pretensiones de identificarse como el saber absoluto. Se trata de la negación de la cultura única y del im perio del conocimiento científico. Se le achaca el carácter unidimensional impuesto por la razón científica. Se instaura la desconfianza respecto de la objetividad que distingue el racionalismo. Se proclama incluso la inexistencia del conocimiento objeti vo. Se niega por tanto uno de los fundamentos del conocimiento científico. Se reivindica la subjetividad y la consideración de los factores subjetivos que acompañan la producción del conocimiento objetivo. Frente a la idea de la objetividad, se plantea una llamada de atención relativista. La con ciencia de los límites de la objetividad racionalista y la percepción del contexto constituyen componentes relevantes en una nueva visión del pro ceso de conocimiento y de la objetividad. Son los rasgos básicos del pensamiento posmoderno. El posmodernis mo se presenta como una propuesta cultural liberadora frente a la imposi ción de modelos de ciencia, modelos sociales o modelos de pensamiento. Se propone frente al mundo estructurado y controlado de la razón y del capi talismo, que se identifica con la modernidad. El reclamo de la libertad fren te a una concepción sacralizada de la ciencia, que ha dominado la cultura occidental, aparece como un elemento central del posmodernismo. Es la reivindicación del individuo, de un individualismo, que se pre senta como espacio de la libertad y de un pensamiento abierto y no re primido. Reivindica, frente al sujeto racional de la Ilustración, de rango universal, o frente al sujeto social marxista, el sujeto particular, el indivi duo, definido por la diferencia, por la identidad. Proclaman lo que se co noce como la muerte del sujeto. La muerte del sujeto pensante, propio de la Ilustración, arraigado en Descartes constituye uno de los rasgos sobresalientes del postestructuralismo como teoría crítica. Es decir, el individuo con autonomía capaz de jui cio racional sobre el mundo, que puede tomar decisiones racionales, iden tificado con el ego. Es este sujeto el que sustentaba la relación racional con el exterior, y que permitía considerar la subjetividad como un rasgo del in dividuo, fundamento del estilo en el sentido artístico del término. Lyotard destaca que el «sujeto social se disuelve». El poder, las institu ciones, imponen en cada segmento social e institucional un área de expre sión que marca lo que se puede decir y lo que no y de qué modo. Cada uno de estos segmentos -militar, policiaco, electoral, académico, legal, por ejemplo- produce y consume un tipo particular de conocimientos. Cada uno opera al margen de la totalidad social. Representa la apertura hacia los márgenes de la sociedad. La cárcel, el hospital, el manicomio, la escuela, aparecen como puntos del poder, como espacios distintos. Cada uno de ellos con su propio discurso particular. Este discurso particular se impone por encima de las teorías totalizadoras.
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Se trata de argu entos que había adelantado . Foucault en la bús queda de los pilares del poder y sus ecanis os de do inio, así coo de los resortes de resistencia que se generan frente a él. Resaltaba Foucault la i portancia de las micropolfticas del poder a través de uy diversas locali dades -o espacios- y situaciones sociales. peran al argen de estrate gias globales, coo construcciones locales, autóno as. Supone la apertura hacia las situaciones y los lugares concretos: los es pacios de la ujer, de las inorías, de los ovi ientos locales, de los hoosexuales, entre otros. Supone el desplaza iento hacia las prácticas con cretas, los discursos específicos, de estos icroespacios. Perspectivas que habían proporcionado especial relevancia a la obra de Foucault a finales del decenio de 1960 y en el de 1970. oo consecuencia, el pos odernis o sostiene una propuesta de apertura hacia co ponentes sociales que el racionalis o positivo y sus siétricas foras de pensa iento, habían desconsiderado. esde la diversi dad a la arginalidad. Perspectivas con las que ali enta, durante estos de cenios, la reflexión y la práctica dentro de las ciencias sociales 2.2.
LA FRAGMENTACIÓN DEL SABER
La pos odernidad, coo señala Lyotard, significa lo diferente, el pe queño relato vinculado con la vivencia. s la reivindicación de lo parcial, de lo singular, de lo individual. La experiencia queda reducida al presente y a una sua de presentes inconexos y frag entados. La eoria carece de sentido y la istoria ta bién. Se niega la continuidad histórica y la his toria queda reducida a arqueología del saber, donde lo que i porta es el discurso, sus reglas, sus enunciados, ás que sus contenidos. Frente a la historia total, frente a la historia coo globalidad, frente a la historia uni taria, frente a la historia con sentido, que distingue las concepciones doinantes durante la odernidad, la reivindicación de las historias, coo siples frag entos históricos, historias parciales o locales. l pos odernis o predica el final de la istoria coo discurso tota lizador, coo devenir universal. Se sitúa frente a la tendencia racionalista del metarrelato, de la gran estructura, que ha sido el núcleo de la coprensión social del devenir hu ano. Procla a la reducción a relatos par cializados, relatos singulares, icrohistorias o biografías. l pos oderniso rope con, y denuncia, los grandes siste as o esque as de interpre tación histórica. El posmodernismo aparece, para Lyotard, coo el estado de crisis de la legiti idad del conoci iento y coo un proceso de desestabilización de las teorías del gobierno social (Lyotard, 1984). Crisis por tanto del marxiso, de la sociología funcionalista, de la teoría de siste as, del odelo orgánico de la sociedad y del psicoanálisis. na reivindicación que afecta ta bién al undo de los co portaientos y relaciones sociales. Las grandes organizaciones son presentadas coo producto de esa racionalización odernista. Las grandes estructuras
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organizativas de carácter social, sean partidos, sean sindicatos, entre otras, quedan en entredicho. on ellas las grandes adhesiones, la ilitancia coo una fora de adscripción social. s decir, lo que ha sido una de las carac terísticas del undo oderno, en la política, en el undo sindical, bajo el signo de las organizaciones de asa. Postula el posmodernismo la pree inencia del discurso parcial, de los conceptos particulares, frente a los universales que han caracterizado el pensa iento oderno. Se asienta sobre la negación de tales universales. Se constituye sobre lo particular, lo individual, lo contingente, lo circunstan cial. Siempre en el contexto de un pensamiento «débil», no formalizado ni teorizado. l posmodernismo resulta así una filosofía de la individualidad, del individuo coo isla, que convierte la sociedad en un archipiélago social. Todo ello en el arco de un cierto hibridis o de pensa ientos, en un ar co general de encrucijada de filosofías, en una situación en la que la inde finición fora parte de la vida social. Lo que el pos odernis o viene a procla ar es la i posibilidad de es tablecer una iagen única del undo, una representación unificada. Re duce la capacidad de acción sobre un undo frag entado, que se nos pre senta, ade ás, en frag entos, a un siple prag atis o. Prag atis o vin culado al relativis o y, en cierto odo, al derrotis o, y por tanto, a la inac ción, en el arco de una situación personal y social caracterizada por la es quizofrenia, que aparece coo el producto directo de la sociedad. La acción queda circunscrita a cada personal entorno.
3. Las raíces de la posmodernidad: las filosofías del sujeto La filosofía del pos odernis o, coo actitud crítica respecto del racionalis o positivo y de la cultura racionalista de la burguesía industrial, tiene antecedentes que arraigan en el pasado. l pensa iento pos oderno no es, en este sentido, nuevo. Rezua ele entos conocidos, coo destaca ba Lain ntralgo en un artículo periodístico. l pensa iento pos oderno se sostiene sobre un legado que, bajo di versas for ulaciones, aco paña al propio desarrollo de la cultura oderna. l ovi iento pos oderno no deja de ser un rebrote del gran oviiento irracionalista de finales del siglo XIX y prier tercio del siglo XX. Se inscribe en esta tradición irracionalista. Lo que le hace distinto, sin ebargo, es su inscripción en coordenadas históricas radical ente nuevas. La odernidad se presentaba coo el tiepo nuevo de la Razón y de la ciencia. Tiepo de progreso y de liberación respecto del conjunto de servidu bres y ataduras que distinguían el undo antiguo. l discurso oderno se for ulaba, desde sus orígenes, bajo apariencias de progreso, en tér inos de confianza y opti is o hacia el futuro. La experiencia poste rior ha resultado ser contradictoria. l avance científico y la racionalidad, apuntan los críticos, no han servido para liberar a la hu anidad y a cada ser huano de las viejas cadenas. an introducido a la hu anidad en una dra ática aventura de destrucción, opresión y envileci iento.
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La historia de los dos últi os siglos aparece coo una experiencia draática que ha roto la esperanza en la ciencia y la razón y ha generado des confianza y angustia ante el futuro. esaltar las contradicciones del desa rrollo oderno y del discurso de la odernidad constituye una constante de una parte del pensa iento occidental desde finales del siglo pasado. Se convierte en una crítica global a las concepciones históricas progresistas, al pri ado de la ciencia y de la razón: «eos podido co probar -nuestro siglo ha sido pródigo en de ostraciones- que la istoria progresiva en la que tantas veces se ha confiado no es ás que una superstición que arras tra consigo un núero elevado de equívocos y desatinos; entre éstos se en cuentran los que se refieren al indiscutible pri ado de la ciencia -con sus consabidos y extre osos apre ios teóricos y etodológicos- y la benefactora ediación de la técnica, al rendido tributo recla ado para el ca bio y el futuro y a la indisi ulada exaltación del profetis o revoluciona rio» ( rtega antero, 1987). e acuerdo con esta perspectiva crítica, la odernidad descansa, bajo el discurso progresista y opti ista ilustrado, sobre un diná ico tigre que utiliza ciencia y razón para su propio desenvolvi iento. s el capitalis o industrial. La razón deviene instru ental coo la ciencia, al servicio de un siste a social cuyo eje es la producción de ercancías y beneficio, en el arco de una co petencia feroz entre sus agentes. Se presentaron coo necesarias y obligadas servidu bres del pro greso, coo la franquicia a pagar en la vía de la liberación. ran el lado oscuro de la odernidad que aco pañaba la instauración de la sociedad oderna. s lo que se ha deno inado destrucción creativa. Sin e bargo, para estos críticos, la explotación, la opresión, la desigualdad, la iseria, la violencia, la guerra, aco pañan el excepcional proceso de construc ción de las sociedades capitalistas, como una necesidad, no como un ac cidente. l do inio de la naturaleza por el obre ha adquirido di ensiones totales, en el ábito del conoci iento y de la técnica. l avance científico no se ha detenido. o obstante, sus beneficios, ni alcanzan a todos ni ase guran el bienestar general, ni han roto las cadenas del sufri iento huano. Por el contrario, han supuesto la aparición de nuevos riesgos derivados de ese iso do inio técnico sobre la naturaleza, cuyo equilibrio se ve a enazado, cuyos recursos desaparecen. Las desgarraduras derivadas del proyecto odernista en su encarnación capitalista se traducen en aliena ción, individualis o, frag entación, contradicciones entre producción y consu o. co pañan el desarrollo capitalista coo criatura suya. rguentos que foran parte del pensa iento crítico desde la scuela de Frankfurt. l postestructuralis o viene a reto ar o i pulsar una vieja corriente crítica y reacción social frente a las des esuras del desarrollo capitalista. Los nuevos brotes de una vieja corriente se asientan, no obstante, en un nuevo contexto social.
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4. Pos odernis o: la cultura de la sociedad de consu o
El posmodernismo evoca, coo se ha dicho reciente ente, una «expe riencia histórica particular, que arraiga en un contexto histórico específico» (Benko, 1997). na experiencia vinculada con un cabio intelectual que afecta al conjunto de lo que había sido la cultura hu anista occidental. l posmodernismo co bina una «lógica cultural» que favorece el relativis o y la diversidad.
Constituye un conjunto de «procesos intelectuales» que proveen al mundo de estructuras fluidas y dinámicas de pensamiento. Supone el de sarrollo de un movimiento de cambio fundamental dentro de la condición moderna -crisis de los sistemas productivos, incremento del desempleo, abandono de la historicidad ante la atemporalidad de lo efímero, crisis del individualismo moderno, omnipresencia de una cultura de masas narcisista, entre otros- (Benko, 1997). Al iso tie po, la pos odernidad se esboza coo una reivindica ción de nuevos valores y actitudes, y se presenta coo la cultura de una nueva época, de la sociedad de consumo, de los nuevos medios de comuni cación de asas, la del undo de la cibernética y la infor ación. La cul tura de la sociedad de la infor ación. Tras las propuestas pos odernas subyace una justificación histórica y social. Se trata de la vinculación con un cabio social profundo, con la apa rición de una nueva sociedad, con el desarrollo de nuevas posibilidades, con una verdadera revolución científico y técnica, que tiene especial relevancia en el undo de la infor ación y en la esfera del consu o. Para todos los autores i plicados, el pos odernis o se vincula a una sociedad de la infor ación, a las posibilidades de producción, análisis y trans isión que per iten las nuevas técnicas. J. Lyotard y . Touraine lo deno inaron la sociedad postindustrial. Se resaltaba la primacía de la infor ación, «principal fuerza de producción» de la sociedad oderna. La era de la infor ación que perfila la sociedad del presente y, sobre todo, la del futuro ( astells, 1996). La sociedad de la información es otro tér ino ha bitual para identificar esta nueva etapa. Sociedad postindustrial o sociedad de la infor ación se presentan coo una sociedad de consumo. ste oldea y odifica los co portaientos, los valores, los conceptos, la producción, hasta convertirse en el eje de la organización social. l consu o odifica el valor de los obje tos, que aparecen coo signos, y altera las relaciones sociales. stas apa recen so etidas al influjo de las percepciones que los individuos poseen, en relación con los valores introducidos por este nuevo ele ento que es el consu o, en una sociedad de la infor ación. sta ha alterado la rela ción entre significado y signo, entre ensaje y edio, anipulados y reco binados de fora per anente. onsuo e infor ación definen las nuevas coordenadas sociales. La sociedad de consu o adquiere nuevas di ensiones y caracteres, ediatizada por el hecho iso del consu o, según Baudrillard, principal teóri co de este tipo de sociedad.
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Sociedad de consumo que reduce el valor de los productos cultura les a simple valor de cambio, a mercancía. La cultura pierde los caracte res diferenciados del pasado. El valor mercantil absorbe los valores his tóricos y sociales de la cultura. La sociedad posmoderna reduce la cultu ra a mero producto de consumo, como resaltaba A. Touraine. En este marco social, la figura del creador queda desdibujada; la autoridad del experto y del productor se difuminan. Su discurso se rompe o desapare ce. Se impone el consumidor. Su elección, sus motivaciones, sus códigos marcan la nueva cultura, la de la posmodernidad, sustentada en el nue vo marco postindustrial, cibernético, de comunicación de masas y de téc nicas audiovisuales. Se trata, según el planteamiento posmoderno, de un nuevo tipo de so ciedad. El rasgo relevante de la misma es que el consumo y la actitud con sumista «se convierten en el núcleo moral de la vida, el vínculo integrador de la sociedad y el centro de gestión del sistema» (Rodríguez y África, 1998). El sometimiento al mercado del conjunto de la vida social adquiere carác ter determinante. De acuerdo con las propuestas de E. Mandel, representa la incorpora ción de la cultura a «la producción general de mercancías», a través de lo que ha venido a llamarse industria cultural. El capitalismo tardío aparece abocado a producir deseos, a crear necesidades, a estimular anhelos, a pro mover comportamientos y actitudes de consumidor, en orden a sostener sus mercados. Es decir, a seducir, en orden a facilitar el control social y la in tegración del individuo en el sistema social. Seducción apoyada en la reali dad virtual, en los signos. El mundo de los signos sustituye al mundo real. Los signos sustituyen, gracias a los nuevos medios de comunicación de masas y a las nuevas téc nicas, a los objetos reales. Éstos son sustituidos por los códigos que esta blecen los medios de comunicación. Una hiperrealidad construida, cuyo soporte es la televisión, se impone a la realidad material, según Baudrillard. Códigos y modelos de esta hiperrealidad se imponen a las conductas, modelan la sociedad y sus relaciones. Introducen un nuevo tipo de socie dad y realidad, basada en la simulación, que limita la capacidad de res puesta de las conductas individuales. Son la representación o encarnación del poder real. La posmodernidad se identifica con la hipermodernidad, como la eta pa en que la aceleración de los procesos productivos, incluso en la cultura, les condena al consumo frenético. La modernidad se reduce a un proceso de producción justificado en la novedad que condena los productos a una inmediata vejez. La posmodernidad se presenta como la cultura nueva de una nueva época histórica, como la alternativa a la modernidad, como el resultado de la propia razón histórica. Para Lyotard, el posmodernismo no es sino el fundamento de una nueva época. Se parte de la hipótesis de que «el saber cambia de estatuto al mismo tiempo que las sociedades entran en la edad llamada postindustrial y las culturas en la edad llamada posmoderna» (Lyotard, 1994).
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Para este representante destacado del pos odernis o se sitúa este proceso en la segunda itad del siglo , en el oento en que ter ina la reconstrucción europea. Las múltiples expresiones que buscan sintetizar este cabio social, coo sociedad industrial, sociedad de la infor ación, sociedad de consu o, o sociedad de asas, confluyen en la isa idea de un corte histórico que supondría un cabio radical de época.
5. Posmodernidad y capitalismo xplicar el fenó eno pos oderno, co prender sus raíces y condicio nes, desborda el análisis del discurso pos odernista. Se trata de ubicarlo desde una perspectiva histórica de entender la lógica profunda de este o vi iento y su alcance. La diversidad de enfoques e interpretaciones consti tuye un rasgo notable del pensa iento actual. Se trata de dilucidar si esta os ante una nueva época, la pos odernidad, fruto de un corte radical con el pasado y sus funda entos, es decir, la odernidad, o si sólo se trata de un nuevo ajuste en el desarrollo de la propia odernidad o del capitalis o. l pos odernis o puede considerarse desde estas dos perspectivas o platafor as distintas. oo el final de una trayectoria, enfoque que predoina entre los ás destacados representantes del ovi iento, que resaltan la discontinuidad con el pasado y establecen la ruptura con el iso y el inicio de una nueva época. coo una etapa del desarrollo de la odernidad, o ás aún, coo la expresión de la evolución del propio capitalis mo. Del capitalismo tardío, coo lo planteaba F. Ja eson, o del posfordismo, coo lo ubica el geógrafo . arvey, uno y otro desde postulados crí ticos, de raíz arxista. l análisis del pos odernis o desde posiciones críticas con sus pos tulados se orienta a ubicar el fenó eno cultural y sus pre isas en el ar co histórico. n unos casos, desde plantea ientos que reducen su signifi cado al de un epifenó eno cultural. n otros coo un producto de acoodación del capitalis o avanzado a la crisis del odelo fordista. Para al gunos, desde una perspectiva reivindicativa del legado ilustrado y crítica con los principios irracionalistas pos odernos. Sin e bargo, en general se tiende a conte plar la pos odernidad coo una etapa histórica que res ponde a nuevas condiciones. El espíritu posmoderno ha penetrado en mu chos de sus críticos. oo apunta un destacado pensador aleán actual, los tér inos de pos odernidad y pos oderno, en el arco de las ciencias sociales, adole cen de una notable opacidad. oo otros equiparables, foran parte de una red de conceptos que for ulan o insinúan la ruptura con un pasado, a través del prefijo post: postindustrial, postestructuralismo, posracionalismo, pos oderno. Lo que les caracteriza, de fora ás destacada es la coincidencia en la idea del final del proyecto histórico oderno, es decir, el proyecto his tórico de la Ilustración. Incluso, el final definitivo del «proyecto de la ci vilización occidental» ( ell er, 1992). l carácter equívoco de lo pos-
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oderno, per ite, ta bién, conte plarlo coo «el perfil de una odernidad radicalizada», es decir, coo la realización del proyecto oderno o ilustrado. e fora creciente, se observa ta bién una tendencia a resaltar el ago ta iento del discurso pos oderno. u entan las voces críticas que seña lan la pérdida de i pulso de los postulados postestructuralistas y la persis tencia de los valores de la odernidad. La interpretación histórica del pos odernis o se produce pronto, en los inicios del decenio de 1980. Los esfuerzos ás destacados de desentra ñar su significado surgen desde el ábito de la cultura. La reflexión ás consistente y continuada es la de Ja eson. Para Ja eson, el pos odernis o constituye la cultura do inante del capitalismo tardío. bica el fenó eno cultural en el arco teórico de la tra dición econó ica arxista y del pensa iento de la scuela de Frankfurt. El concepto de capitalis o tardío fue elaborado para diferenciar el capitalis o conte poráneo del capitalis o onopolista, propio de finales del siglo I . l capitalis o tardío abarca los fenó enos ás significativos de los ca bios de la segunda itad del siglo . Identifica la nueva división in ternacional del trabajo, las nuevas di ensiones del capitalis o financiero, la aparición y desarrollo de los odernos edios de transporte y co unicación, así coo la infor ática e i plantación de una econo ía undial. l rasgo significativo, para Ja eson, es que estos fenó enos sustentan una teoría social de la nueva época. En ella subyace la pretensión de que se ha acabado el pri ado de la producción y la lucha de clases. Coo conse cuencia, es el final de las ideologías, del arte, de las clases sociales, del stado del bienestar, del leninis o, de la socialde ocracia. n final vincula do con el declive del odernis o o odernidad. Ja eson entiende que el nuevo concepto de pos odernis o respon
de a la necesidad de «coordinar nuevas foras de práctica y hábitos so ciales y entales -lo que se deno ina estructura de senti iento- con las nuevas foras de producción y organización econó icas que produjo la odificación del capitalis o -la nueva división global del trabajo- en años recientes». n consecuencia, se caracteriza por la crítica de lo que han sido los grandes odelos del pensa iento occidental. Por un lado, el dialéctico arxista, que opone esencia y apariencia con sus conceptos de ideología y fal sa conciencia. Por otro, el existencialista, basado en la autenticidad y en los conceptos de alienación y desalienación. Por últi o, el se iótico, centrado en la oposición entre significado y signo. Frente a tales odelos, el posmodernismo propugnaría lo que deno ina odelos de superficie. n éstos pria la ilusión, la desaparición del sen tido de la historia, la pri acía del instante, transportado por redes inforáticas y por el flujo de i ágenes de las odernas co unicaciones, en re lación con la expansión del capital transnacional. l pos odernis o, para Ja eson, refuerza la lógica capitalista. o se trataría de una alternativa sino de una adaptación. «La pos odernidad no es la do inante cultural de un orden social co pleta ente nuevo (que con
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el nobre de sociedad post-industrial ha circulado coo un ruor en los edios de co unicación) sino sólo el reflejo y la parte conco itante de una odificación sisté ica ás del propio capitalis o» (Ja eson, 1996). n el ábito de la geografía y con alcance cultural a plio, la reflexión ás elaborada la realiza . arvey. Para . arvey, el posmodernismo iden tifica un cabio en las prácticas econó icas, políticas y culturales, que se anifiesta a partir de la década de 1970. estaca cóo las nuevas condi ciones o patrones en la organización espacio-te poral del capitalis o, se rían caracteres 'deter inantes de la extensión de la «filosofía» pos odernista. Relaciona ésta con la aparición de nuevas perspectivas en la expe riencia del tiepo y el espacio ( arvey, 1989). esalta la coincidencia de este ascenso de foras culturales posodernistas con el desarrollo de foras ás flexibles en los odos de acuulación del capital. Según arvey, el pos odernis o expresa el capo ideológico del capitalis o posfordista. El fordismo representaba, desde su implantación en 1914 en Michigan, en las plantas de montaje de automó viles, el nuevo capitalis o industrial basado en la producción en asa. Con su regulación del tiepo de trabajo y de las relaciones laborales, con el sistea de cinco dólares-hora y ocho horas diarias, . Ford introducía un nue vo siste a de organización industrial, de econo ía y de equilibrio social. Suponía «el reconoci iento explícito de que la producción en asa exige consu o en asa, un nuevo siste a de reproducción de la fuerza de trabajo, nuevas políticas de control y gestión del trabajo, una nueva estéti ca y psicología, en resu en, un nuevo tipo de sociedad de ocrática, popu lista, odernista y racionalizada» ( arvey, 1989). Su contrapartida social era el equilibrio entre diversos poderes institucionales, desde las grandes corporaciones e presariales a los sindicatos y al stado. izo posible el estableci iento y reconoci iento de un siste a de reglas o co pro isos que garantizaron, durante estas décadas, un estable proceso de acu ulación ca pitalista, basado en un cierto consenso social. Se reconocía a los sindicatos de clase en los grandes países capitalis tas un protagonis o social en ciertas esferas. ste protagonis o en la ne gociación de salarios ínios y seguridad social, y en la pro oción labo ral, entre otras cuestiones, significó, en contrapartida, una actitud colabo radora con el capital. Se ropía la resistencia obrera antenida con ante rioridad a la segunda guerra undial, sobre todo en los stados nidos. Los sindicatos se convertían en instru entos de educación de los trabaja dores en la disciplina del trabajo en serie y respecto de las nuevas foras de gestión y control del trabajo. iversos factores deter inan, a partir de finales de la década de 1960, en que aparecen los pri eros co ponentes de desequilibrio, y sobre todo, con la crisis de la energía de 1973, la quiebra del sistema fordista keynesiano. Las nuevas condiciones econó icas obligan a una reestructuración rápida, econóica, en las e presas, a severos y continuados reajustes políticos y sociales. Las e presas industriales se ven forzadas a ajustar sus capacidades productivas, afectadas por el exceso de capacidad productiva, en un arco de co petencia agudizada. eben racionalizar los procesos de producción
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y gestión. Tienen que reestructurar e intensificar el control de la fuerza de trabajo, con drásticas reducciones de e pleo. an de incorporar nuevas tecnologías, con la auto atización, y buscar nuevos productos, nuevos ercados. iversifican su i plantación geográfica, en busca de ercados de trabajo ás favorables. an de acelerar el período de circulación del capi tal, en una lucha continuada por sobrevivir en condiciones econó icas des favorables. l consenso fordista se quiebra. Se ipone e instaura un nuevo régi en de acu ulación. ste va «aco pañado por nuevos siste as de re gulación social y política». El nuevo siste a de acumulación flexible significó la i plantación de un co plejo siste a cara al ercado de trabajo, a los productos, a los ti pos de consu o. Significa la aparición de nuevos sectores de producción, nuevas vías de financiación, nuevos ercados. Supone, sobre todo, ayores y crecientes tasas de innovación co ercial, técnica y organizativa. n este contexto estructural, para arvey, siguiendo a Ja eson y ean, «el pos odernis o no es sino la lógica cultural del capitalis o tardío». n análisis y conclusiones que colocan el ovi iento pos oderno en el cauce de la odernidad, en el seno del propio capitalis o, coo un producto de su desarrollo. esde otras perspectivas, el posmodernismo aparece coo la cultura que surge de la quiebra del pensa iento oderno, sea en su versión posi tiva o en su versión crítica o revolucionaria. onstituye por ello, tanto una cultura alternativa coo la consagración cultural del pensa iento y los postulados ideológicos del capitalis o triunfante, coo lo sugiere . Touraine, que sintetiza algunos de los co ponentes significativos del oviiento pos oderno.
6. El posmodernismo: interregno y moda cultural
El decenio final del siglo no ha significado la i posición definitiva del pos odernis o, aunque ésta fuera la iagen do inante unos años an tes (García Ramón, 1989). La cultura posmodernista parece decaer en su fortaleza inicial. Se aprecia un proceso últiple de reacción crítica. La presunta uerte del odernis o no ha supuesto la sustitución por un odelo cultural contrapuesto. Se trata ás bien de un «interreg no», de una situación transitoria, en la que se esbozan algunas líneas bá sicas de evolución. parecen voces críticas, que dudan del final del odernis o (Fried an, 1989). tras constatan, avanzado el últio decenio del siglo , el agota iento del odelo pos oderno y la quiebra de sus postulados. La nueva cuestión sería: « después del odernis o, ¿qué?» (Rodríguez y África, 1998). Se plantea, en definitiva, el significado histó rico del ovi iento, su aportación teórica y crítica y su legado al pensaiento crítico oderno. La crítica aborda la cuestión esencial de la concepción textual y de la de-construcción coo horizonte episte ológico. La puesta en cuestión de la lógica de-constructiva aparece en el decenio de 1990, desde diversos plan
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teamientos. Se trata de críticas también a la concepción interpretativa que subyace en el postestructuralismo desde el punto de vista del conocimien to. En gran medida, esta crítica surge del propio estímulo o revulsivo que los teóricos postestructuralistas han generado con su abordaje de los prin cipios de la lustración, la racionalidad positiva y el racionalismo dialéctico. Desde otros frentes, en este caso el científico, surgen las críticas de fon do al pensamiento posmoderno. Desde el campo científico se denuncia que los grandes postulados del posmodernismo se sostienen sobre «una amplia y profunda ignorancia de la ciencia» y sobre un lenguaje oscuro e irrelevan te que permite ocultar la vaciedad de su discurso. Se le descubre falto de ri gor, críptico e incluso ignorante (Sokal, 1997). Se le acusa de un relativismo que pone en entredicho el propio conocimiento, al igualar el saber empírico y científico con cualquier otro, mágico, religioso, o de otra estirpe. 6.1.
LA REIVINDICACIÓN DE LA HERENCIA ILUSTRADA
El esbozo de un movimiento de reacción frente a las propuestas pos modernas y de una reivindicación del pensamiento racionalista parece asentarse en la perspectiva de finales del siglo XX. Una reivindicación del conocimiento científico, que surge desde las ciencias naturales y desde las ciencias sociales. El rasgo más significativo de estas reacciones es la con fluencia en ellas de las dos grandes corrientes del racionalismo moderno, positivista y dialéctico; y la doble componente, científica y política -o ideo lógica- que presenta (Epstein, 1997). La reacción frente al movimiento posmoderno se asienta frente a la progresiva confusión ideológica que tiende a identificar posmodernismo con pensamiento progresista. Desde posiciones de izquierda, en Estados Unidos, surge el rechazo hacia un tipo de cultura irracionalista extendida entre los movimientos sociales y políticos americanos. La confusión exis tente en estos movimientos sociales, respecto de los planteamientos pos modernos, permite el desarrollo de propuestas en las que el irracionalismo domina por completo. Los críticos señalan, de forma destacada, el caso de los movimientos feministas, el ámbito de la identidad étnica, las minorías culturales. La adopción y defensa de postulados anticientíficos, de argu mentaciones de índole irracional, ha venido a ser uno de los detonantes de esta creciente reacción y distanciamiento frente al posmodernismo (Sokal y Bricmont, 1997). El rasgo más destacado es la coincidencia en reivindicar el legado de la Ilustración. Se pone de manifiesto que «el proyecto ilustrado y el con cepto de razón crítica sobre el que pivota contiene en sí mismo los medios para llevar a cabo su propia autocrítica» (Amorós, 1999). Significa recono cer que los principios críticos de la razón, elaborados por la Ilustración, si guen siendo el fundamento para la crítica e interpretación de la realidad, y del propio legado moderno. Una formulación que sirve para reivindicar como «conquista cultural, el sujeto racional construido por la Ilustración». Se resalta que «es en la
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tradición ilustrada en la que encontramos las bases para generalizar un tipo humano construido en torno a los saberes que hacen posible el con trol sobre sí mismo y sobre la sociedad... los únicos que permiten la emer gencia de la razón crítica, único baluarte contra las diversas formas de bar barie (todas de carácter colectivo) que han asolado la historia occidental» (Ortega, 1999). La idea de que el proyecto ilustrado permanece como un instrumento válido es compartida, del mismo modo que la que su potencial de desarro llo futuro. Se resalta lo que tiene de no realizado, de acuerdo con las refle xiones más recientes de Habermas. En palabras de Gitlin, que «los años do rados de la Ilustración... están todavía por venir» (Gitlin, 1999). eivindicar la Ilustración, y con ella la odernidad, desde la pers pectiva crítica significa entender que el iso postestructuralis o se apoya en el legado ilustrado. Significa resaltar qué ele entos significati vos del pos odernis o, coo la reivindicación de la diferencia, los dere chos universales, entre otros valores, proceden del ábito intelectual ilus trado. n éste se incuba el sentido critico frente a la destrucción de la aturaleza. s decir, que los ci ientos de la crítica postestructuralista son racionalistas. La quiebra de la confianza en el progreso y en los benéficos efectos de la racionalidad es un rasgo característico de la evolución histórica de la odernidad. uiebra que arranca, en algunos casos, de la resistencia inicial a ad itir sus bondades, o sus presupuestos, coo sucede en . althus, co partida por otros sectores que, de fora análoga, defienden el orden so cial anterior; pero que se produce, sobre todo, coo una reacción crítica a sus consecuencias. La odernidad engendra a sus detractores y ali enta a sus críticos, tanto en el capo de la filosofía coo en el social y cultural. Las raíces del ovi iento «conservacionista» penetran en plena vorágine del desarrollo capitalista en el siglo I , tanto en uropa coo en érica. n ésta coo reacción ante la épica cristiana de la conquista del este, que arrasaba una naturaleza exuberante, en que el i pulso colonizador capitalista se susten ta sobre la ideología religiosa. sta hacía de la naturaleza silvestre la expresión de lo de oniaco, ientras identificaba la tierra colonizada, de uso agrario, con el jardín del dén; el colono se siente i pulsado y a parado por el andato divino de extenderse y ultiplicarse y conte pla la Tierra coo la posesión puesta a su disposición por designio divino. n el viejo continente, coo rechazo de la épica progresista que arrolla el legado urbano de siglos bajo el ardor de la piqueta, que encarna el capitalis o in obiliario. Las voces en stados nidos, de procedencia urbana, en defensa de la aturaleza y las de . ugo y P. eri ée, en Francia, en defensa del viejo París, respondían a esa isa lógica y actitud (ain, 1981; rtega Valcárcel, 1998). ietzsche representa, en el ábito de la filosofía y de la cultura, la isa actitud radical. La que descubre la entraña oculta de la odernidad, su ferocidad y agresividad natural, en el arco de una lucha de todos contra todos.
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Esta perspectiva crítica con el postestructuralis o, respecto de la procla ada invalidez de la racionalidad ilustrada, se percibe ta bién en di versas vías del feiniso crítico. ste conte pla cóo se reduce a un siple objeto cultural, y pierde la di ensión de teoría social alternativa y de sujeto social, en el arco pos oderno. La vinculación crítica del fe iniso con la racionalidad ilustrada constituye una tendencia perceptible que considera útil y válida la racionalidad y que diferencia ésta de sus elabora ciones concretas, coo puedan ser la patriarcal. s un feiniso que rei vindica la consideración de que «se constituye en la coherente radicalización del proyecto ilustrado» ( orós, 1999). La crítica al pos odernis o desde postulados racionalistas viene a ostrar la constancia del debate intelectual y episte ológico que subyace en el desarrollo de la teoría del conoci iento desde el siglo I . Las distin tas corrientes filosóficas aparecen coo el telón de fondo de las orienta ciones do inantes en el capo de las ciencias odernas, en particular en las ciencias sociales. La geografía no ha estado al argen de este oviiento intelectual, cuyas huellas son visibles en la geografía actual. l desarrollo de la geografía coo una disciplina oderna uestra, en sus plantea ientos y enfoques, a lo largo del siglo , la vitalidad de las dis tintas filosofías del conoci iento y su incidencia, ás o enos directa, en la construcción y evolución del propio discurso geográfico.
7. Las tradiciones geográficas: filosofía y geografía La geografía oderna se ha desarrollado desde propuestas y enfoques uy diversos. La diversidad es un rasgo notorio de la práctica geográfica a lo largo del siglo y desde el últio cuarto del siglo I . iversidad que se en arca, no obstante, en algunas constantes, que pode os calificar coo tradiciones intelectuales de la geografía oderna. lgunos autores han resaltado la existencia de estas constantes que definen los grandes cen tros de interés y los principales enfoques o concepciones geográficas. La variedad de propuestas y prácticas es un rasgo distintivo de estas tradiciones que conte pla os coo acabadas construcciones ho ogéneas. La variedad deriva de la propia evolución te poral, que otiva nuevas lec turas e interpretaciones de los viejos principios, de acuerdo con el nuevo contexto social y cultural. La variedad surge de la diversidad de ópticas y enfoques que conviven bajo una isa tradición. n general, estas diversas propuestas se han articulado sobre presu puestos episte ológicos distintos. La adscripción positivista de algunos de esos enfoques, la raíz kantiana de otros, uestran la estrecha i plicación de la práctica geográfica con la cultura do inante. esde esta perspectiva pode os conte plar estas prácticas, sean hege ónicas o no, en el contexto de las grandes tradiciones del pensa iento geográfico, coo propuestas y al ternativas en la configuración de la geografía coo una disciplina oderna. Las filosofías positivas, que distinguen el racionalis o científico oderno, dan fora a una buena parte del desarrollo geográfico oderno. Ah-
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entaron el naci iento o fundación de la geografía coo disciplina acadéica y coo patrón de conoci iento científico, identificado con la geo grafía de las influencias del Medio en el Hombre. Esas mismas filosofías, renovadas, i pulsaron el desarrollo de una autoprocla ada geografía cien tífica, en la segunda itad del siglo , que conoce os coo geografía ana lítica. os etapas clave en la evolución de la geografía oderna, que cubren la ayor parte de la historia reciente de la disciplina tal y coo la conce bios en la actualidad. El otro período fundamental del siglo XX está marcado por el ascenso y hege onía de las geografías inspiradas en las filosofías del sujeto. Se tra ta de las geografías del regionalis o y paisaje, así coo de las geografías hu anísticas. n dos etapas distintas, una en la pri era itad del siglo y otra en los últi os decenios del iso, las geografías de inspiración idea lista configuran una tradición esencial de la geografía oderna. e tal a nera que para uchos geógrafos constituye, la pri era de estas etapas, la «geografía clásica», en la edida en que se asocia al que se valora coo el patrón definitivo y ás conseguido de la disciplina geográfica oderna. Las geografías pos odernas representan la continuidad, por una parte, con esta tradición y la incorporación de nuevas perspectivas relacionadas con los postulados del postestructuralis o. n el últio tercio del siglo , una destacada corriente de la geogra fía oderna se ha asentado sobre las filosofías dialécticas. Las odernas tendencias deno inadas radicales, se han sustentado en las distintas filoso fías de carácter aterialista y en las ideologías políticas asociadas con ellas. Las ideologías libertarias, recuperadas, en parte, en los geógrafos anarquis tas de principio de siglo, los recientes estructuralis os han servido coo soportes para nuevos enfoques geográficos. nfoques significativos o cons trucciones destacadas de la geografía actual, en el arco de la pos odernidad, se asientan en esta tradición dialéctica y, en uchos casos, arxista o neo arxista. Se configuran de esta anera las tres grandes corrientes de pensaiento de la geografía oderna. Se inscriben en los tres grandes troncos fi losóficos de la odernidad: el racionalista positivo, el racionalista dialécti co y el idealista. l pos odernis o, con su significado de puesta en entre dicho de las seguridades teóricas y su acento en lo local e individual, en la diferencia, ha venido a replantear el discurso geográfico. Sin e bargo, se inserta en estas tradiciones. o ha significado ruptura, aunque sí ha obli gado a la reflexión y revisión. n parte coo una posibilidad de renovación y coo un i pulso; en parte, coo una interrogante. iene a plantear el valor de la geografía en el undo actual. na cuestión per anente desde los inicios de la geografía oderna.
CAPÍTULO 15
LAS GEOGRAFÍAS «CIENTÍFICAS»: POSITIVISMO Y GEOGRAFÍA
na de las tradiciones ás consistentes de la geografía oderna se apoya en las filosofías «positivistas», en sus distintas for ulaciones a lo lar go del tie po. l rasgo coún que co parten, con independencia de su particular configuración, es la reivindicación científica de la geografía. acen del carácter científico de la geografía, de acuerdo con su específica y excluyente concepción, un estandarte. arle a la geografía estatuto científi co ha sido el rasgo distintivo de esta «tradición». Son las geografías cientí ficas, en cuanto propugnan una disciplina que se integre en el capo de las ciencias positivas. Su significado en la historia de la geografía oderna es decisivo. onstituye, en prier lugar, la tradición fundadora de la discipli na en el arco de las ciencias odernas. La geografía se perfila de acuerdo con las propuestas y los presupues tos teóricos y episte ológicos de la filosofía positivista. Por otra parte, las propuestas ás innovadoras que arcan el desarrollo de la disciplina en la segunda itad del siglo actual y que condicionan, tanto la práctica geográ fica coo el debate cultural y episte ológico de la geografía oderna, sur gen del renovado proyecto del positivis o lógico. Coo consecuencia, una parte sustancial de la historia de la geografía oderna está arcada, desde una perspectiva teórica y práctica, por estas filosofías cientificistas. La contribución de las «geografías científicas» al odelado del pensa iento geográfico y de la práctica de los geógrafos, y a la construcción de los principales conceptos, lenguaje e ideas de la geografía, ha sido deter inante, desde las etapas iniciales de la geografía oderna.
1. La geografía a bientalista: el
edio y los ho bres
Para los conte poráneos, geógrafos o no, el proyecto de una geografía física y de la lla ada «geografía uana» coo disciplinas científicas re sultaba definitivo. La nueva disciplina se presentaba coo la ciencia «que abarca todos los hechos propios de la geografía política, los relaciona entre
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sí e investiga su causa o funda ento en leyes o principios, generales o lo cales, a cuya indagación se llega to ando coo punto de partida la Geo grafía Natural o física, cuyos hechos, pri ero, y cuyas leyes, después, se ex plican a su vez por la geología». l proyecto geográfico respondía al de una ciencia natural y en un arco a biental. Influía un factor sociológico funda ental, el de la procedencia de las pri eras co unidades geográficas y la existencia de un e brión de cou nidad vinculado con la geografía física. Influía ta bién el entendi iento de la ciencia y la consideración de la geografía dentro del capo del conociiento científico. influía una cultura científica y social condicionada por el prestigio del darvinis o en sus interpretaciones sociales y por el arraigo de una ideología de carácter a biental. bientalis o cultural y geografía física arcan los orígenes de la geografía oderna. Foran parte de la con cepción inicial de la geografía coo una ciencia natural. 1.1.
AMBIENTALISMO Y GEOGRAFÍA FÍSICA
Los geógrafos de la pri era hora surgen, en gran edida, de disciplinas colaterales vinculadas con las ciencias naturales y ciencias físicas; resulta ex cepcional la procedencia histórica o social, coo ocurre con idal de la Blache, historiador de for ación, dedicado a la historia antigua, con un bagaje «científico» uy li itado. n la ayor parte procedían del capo de las ciencias físicas y naturales: F. von Richthofen era geólogo, coo . Peschel; . . avis, procedía de la física, con una for ación en eteorología, lo mismo que E. Hann y que W. KOppen; F. Ratzel era zoólogo; H. J. Mackinder contaba con una for ación básica en biología, co pletada con historia oderna; . R. ill era quí ico. Los pri eros geógrafos, en la generación in ediata ente posterior a la fundadora, se adscriben, de odo preferente, a la geografía física, son geo orfólogos, coo . Penck y coo ettner. portaron al proceso de definición de la geografía una concepción científica co partida, la del carácter positivo del conoci iento científico, basado en la observación, en los hechos, en la inducción y el enunciado de leyes. plicaron esa concepción al capo de los hechos físicos y dieron fora a la oderna geografía física, constituida en el núcleo de la geografía. n el contexto histórico de una cultura científica do inada por las in vestigaciones de arin sobre el origen de las especies y condicionada por la influencia del evolucionis o y del a bientalis o, la propuesta de intro ducir al hobre en el capo geográfico, y vincularlo con suelo y entorno, tuvo aceptación in ediata, con escasas excepciones. onfiguró el proyecto de una geografía del ho bre, antropogeografía o geografía hu ana. Fue concebida en el arco teórico del evolucionis o y for ulada coo la dis ciplina científica de las influencias del entorno (environment) -es decir, el edio- sobre el obre, esto es, sobre la sociedad. La geografía coo una ciencia natural de las relaciones o bre- edio constituye el gran proyecto del positivis o del siglo I : un «fascinan te experi ento para reunir en un único esque a explicativo sociedad y na-
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turaleza» (Livingstone, 1985). n proyecto a la edida de las a biciones de una burguesía satisfecha con la idea de que su hege onía social se asen tara sobre el sólido soporte científico de la necesidad natural, sobre la ley de la aturaleza. n proyecto acorde con la cultura científica do inante en esa sociedad. laboran el núcleo esencial de la concepción geográfica que ha preva lecido desde entonces, verdadero eje dia antino de la geografía oderna. a sido co partido por la generalidad de la co unidad geográfica, aunque no co partan, todos sus integrantes, los presupuestos episte ológicos del positivis o fundador.
La consideración de que la geografía es una disciplina que tiene que ver con el Hombre o sociedad y la naturaleza forma parte de una cultura geográfica, que sigue siendo actual. En 1998, un significado geógrafo, que nada tiene que ver con la tradición positivista ni con la geografía naturalis ta, mantiene que la geografía «es el estudio de las relaciones entre sociedad y el medio natural» (Peet, 1998). Concepción sin duda compartida por otros muchos desde enfoques distintos (Olcina, 1997). n el contexto cultural y científico de la segunda itad del siglo I , el proyecto de construir un capo de conoci iento para el análisis de las relaciones entre sociedad y naturaleza, desde la perspectiva de las influen cias de ésta sobre aquélla, se sustenta en el postulado de la causalidad y del ambientalismo. Los científicos que promueven la moderna geografía del hobre -geólogos, físicos, zoólogos; ta bién historiadores y antropólo gos- co parten la idea de que es el a biente -los factores físicos de sue lo y clia- el que explica y deter ina los caracteres hu anos y sociales. El ambientalismo impregna la geografía moderna desde sus inicios y penetra tan profunda ente en el entendi iento de la isa, que llega a ser un co ponente destacado de la cultura geográfica actual. La geogra fía positivista acuña, o, ejor, se apropia, de un concepto, el de edio, que es elaborado hasta devenir un concepto clave de la geografía oderna. El «medio» -milieu o environment- adquiere, en la geografía, una definición específica. Se transforma en medio geográfico, entendido coo conjunto de factores y elementos físicos que configuran un área determi nada. Se convierten en condiciones geográficas para los grupos sociales que la ocupan. El concepto de medio cala profunda ente en la constitución de la geo grafía oderna. Se identifica tan absoluta ente con ella, desde un punto de vista cultural y social, que su utación en edio geográfico adquiere una significación especial. El medio geográfico se identifica con el edio fí sico. l edio geográfico se transfor a en uno de los conceptos eje de la geografía oderna. n concepto que transita por geografías de uy diver sa índole y presupuestos. onstituye uno de los ele entos de la tradición positivista de la geografía oderna. n relación con ese concepto de edio geográfico, la tradición positi vista inicial elabora y define uno de los conceptos de ayor arraigo y sig nificación de la geografía, el concepto de región. Concepto asociado habi tual ente con la deno inada geografía regional, con la tradición francesa
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y alemana, y con los postulados de las filosofías del sujeto. Se suele olvidar que la región como concepto geográfico moderno se incorpora y delimita en los momentos iniciales, a finales del siglo pasado, en estrecha relación con la construcción conceptual del medio geográfico. 1.2. LA REGIÓN NATURAL, REGIÓN GEOGRÁFICA
La región se introduce en la geografía oderna desde la geología. lie de Beau ont en 1841 aplica el tér ino región para identificar un espacio de rasgos geológicos unifor es. Los geólogos construyen así el concepto de re gión natural. Lo hacen de acuerdo con los pará etros que se anejan en ese o ento, y que destacan, ante todo, la naturaleza del suelo. La consti tución geológica, entendida coo funda ento de los deás rasgos o coponentes físicos, se convierte en el factor predo inante en la definición de la región natural. La geografía del hombre, que se propugna en los últimos decenios del siglo pasado, conte pla esta región coo un ele ento clave, central. sí lo perciben y proponen H. Mackinder y su continuador, J. Hertberson. La re gión natural concebida coo expresión concreta del edio: «n edio es una región natural» ( ackinder, 1887). La región natural coo el espacio en que se verifican las relaciones entre obre y ntorno, de acuerdo con la concepción inicial de la geografía. na disciplina o «ciencia cuya princi pal función consiste en poner de anifiesto las variaciones locales de la in teracción del hobre en sociedad y de su edio». La introducción de la región coo un concepto central de la geografía fora parte de la tradición positivista. videncia que suele ignorarse, en la edida en que se asocia la región con la geografía regionalista. Se olvida que la geografía regionalista no inventa la región, sino que la incorpora des de el in ediato uso de la pri era etapa de la geografía oderna. l soporte de la región vidaliana, coo lo de uestra su obra, Le Tableau de la Géographie de la France, es su configuración física, deter inada por su unidad geológica. idai lo hace de acuerdo con la idea de medio que doina el largo período fundacional de la geografía oderna, es decir, una región natural. Las regiones naturales se presentan a los pro otores de la geografía del hombre coo divisiones reales, coo realidades objetivas. Son las alternativas geográficas necesarias a las viejas regiones ad inistrativas y a las propuestas de divisorias fluviales. idal de la Blache denunciaba este tipo de conceptuaciones basadas en las cuencas hidrográficas, para resaltar la objetividad de las regiones de ca rácter geológico, las regiones naturales, las regiones geográficas. Las verda deras regiones, para los geógrafos, coo se apuntará uchos años ás tar de (asas Torres, 1980). l naturalis o de la región no desaparece en las elaboraciones regionalistas. La elaboración posterior del concepto, desde postulados regionalistas, no puede ocultar la raiga bre de la región en la tradición positivista. n la cual, por otra parte, se integra no sólo coo un concepto central sino coo
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un ele ento episte ológica ente definido. La región constituye el hecho de observación, que asienta el edificio inductivo de la generalización geo gráfica. La singularidad de la región, que los positivistas definen, se co pagina con el étodo científico. La pirá ide geográfica positivista, de concepción inductiva, tenía su base en los estudios regionales coo fuente de infor ación. Era la base de los enunciados de observación, es decir, de los enunciados e píricos. par tir de ellos se podía construir un conoci iento general o legal, de validez universal y científico, a través de la inferencia. s patente, tanto en la geo grafía del siglo XIX como en la que se practica en los primeros años del si glo XX. Perspectiva que recuperarán algunos destacados geógrafos posterio res de la tradición positivista (Bunge, 1962).
1.3.
UNA TRADICIÓN MULTIFORME: LAS HUELLAS DE LOS ORÍGENES
La tradición positivista perfila conceptos, una concepción geográfica, capos de interés, áreas para la práctica geográfica que, con avatares di versos, han condicionado nuestra percepción de la geografía. La geografía física se configura, ante todo, coo « orfología de la superficie terrestre» o Fisiografía -en expresión actual, la geo orfología-. s una disciplina que adquiere en los decenios últi os del siglo XIX el perfil básico. Se definen entonces objetivos y capo, y se establece el étodo. Por un lado, en su orientación teórico-deductiva, la del a ericano . avis con su ciclo de erosión. onstituye la ás brillante construcción intelectual so bre los procesos de evolución del relieve, que él aplica a su obra The Rivers and Valleys of Pennsylvania (1889). Concepción que do inará el desarrollo posterior hasta ediados del siglo . Por otro, en su orientación europea, en lo esencial ale ana, de acuerdo con la dirección que le dan F. von Richthofen, . Penck y J. vjic. Se trata de un plantea iento de carácter ás e pírico. s una orfología o fisiografía en relación con los distintos me dios, coo lo evidencia su atención a la orfología glaciar, en el caso de Penck, y cárstica, en el de vjic. Otras, coo la geografía colonial, confundida en parte con la geografía comercial, coo una geografía inventario de los recursos disponibles en el undo colonial, de acuerdo con las necesidades y expectativas de los paí ses industriales europeos, coo descubre la obra de eorge Chishol , Handbook of Commercial Geography (1889) y la de su seguidor, ya en el si glo XX, D. Stap. La geografía médica, cuya vinculación con el undo co lonial es notoria, coo una elaboración de la asentada topografía édica, desarrollada en el capo de la edicina, fue concebida coo la raa de la distribución de las patologías hu anas, en relación con las condiciones del edio. n capo recogido con posterioridad por la geografía cultural, des de la perspectiva de los deno inados «co plejos patógenos» (Sorre, 1943). La geografía política, en sentido estricto, surge en el momento en que esta deno inación pierde su antiguo significado y uso, suplantado por el de antropogeografía. s precisa ente F. Ratzel el que define este capo,
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con su obra Politische Geographie, que arraiga en la tradición positivista, concebido coo una geografía del stado y su territorio. na raa de la geografía de nítido perfil deter inista, tanto en su definición general coo en su desarrollo in ediato coo geopolítica, de la ano de autores coo el propio . ackinder y . J. erbertson, en ran Bretaña, y . aushofer en le ania. eógrafos de indudable prestigio en su o ento, posterior ente de valuados por razones diversas, coo la geógrafa nortea ericana . Churchill Seple (1863-1932), discípula directa de F. atzel, y coo . untington (1876-1946), ta bién nortea ericano, tachados abos de deter inistas, no diferían en sus concepciones científicas, en grado significativo, de sus coetáneos ackinder o J. runhes (1869-1930), el discípulo de idal de la lache. nos y otros se plantearon explicar, por las «condiciones geográficas», los hechos hu anos. n el caso de la geógrafa a ericana, al considerar esas condiciones en el desarrollo histórico a ericano -American History and its Geographic Conditions, obra publicada en 1903; o en su obra ás general, Influences of Geographic Environment (1911)-; en untington, al tratar de relacionar el desarrollo histórico con el clia, en su obra ás conocida, Civilization and Climate, de 1915. n el eje plo de Brunhes, al abordar la cuestión de los regadíos, en una obra de gran calidad, Étude de géographie humaine. L'irrigation, ses conditions géographiques, ses odes et s'organisation, dans la péninsule iberique et dans l'Afrique du Nord. Trabajo de geografía huana
que debe os entender con el significado de antropogeografía y no en su acepción actual. La tradición positivista ali enta la historia de la geografía con con ceptos y con prácticas que confor an algunas de las constantes de nuestra disciplina actual. Representa la aportación del pensa iento cientificista, del racionalis o e pírico, a la construcción de la geografía, tal y coo se pro duce en la etapa de fundación de la isa. Fora parte de una cultura de la ciencia, la que doina en la co unidad científica del siglo I . na cul tura que se renueva y que aflora, a partir del decenio de 1940, con nuevos postulados, desde la perspectiva de la episte ología científica, y con nue vas propuestas en lo que concierne a la práctica de la geografía. La vieja tradición positivista se enriquece con nuevas perspectivas que van a arcar una larga época de la geografía oderna y condicionar el ho rizonte reciente de la disciplina. l retorno positivista representa un nue vo intento de constituir la geografía sobre el odelo de las ciencias positi vas y sobre la filosofía del racionalis o, renovado, que caracteriza la odernidad. n nuevo proyecto de fundación de una geografía científica. na «nueva geografía», según sus iniciadores y seguidores. La auténtica geo grafía oderna para los ás radicales de sus historiadores que identifican las fechas de su aparición, tras la segunda guerra undial, con las del naci iento de esta disciplina coo ciencia. na geografía renovada que se sustenta en las nuevas propuestas de las filosofías del positivis o lógico y del racionalis o crítico. na geografía analítica acorde con las filosofías analíticas.
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2.
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l retorno positivista: análisis y espacio
n el decenio de 1940, tras la segunda guerra undial, se esbozan las pri eras propuestas de lo que sus autores entienden representa una geo grafía oderna, de carácter científico, una auténtica ciencia, ho ologable con el resto de las ciencias positivas. esde diversos puntos, en stados nidos, confluyen iniciativas que reivindicaban el estatuto de ciencia para la geografía y que propugnaban, en consecuencia, un radical cabio en las prácticas de la disciplina, en su concepción teórica y en sus postulados episte ológicos. Representaban una reacción frente a las prácticas teóricas y a la orientación predo inante en la geografía conte poránea. El carácter no vedoso de su presentación no significa que careciera de antecedentes, coo lo uestra la reivindicación que los propios geógrafos analíticos harán de geógrafos y obras anteriores a la segunda guerra undial. Tras el período bélico, lo que se presenta es un proyecto de construc ción de la geografía de acuerdo con los postulados de las filosofías analíti cas y en el arco de la unidad de las ciencias. Se plantea dar a la geogra fía el estatuto de una ciencia equiparable a las deás. Es decir, asentada so bre los isos principios episte ológicos y etódicos. Representaba una evidente ruptura con los presupuestos imperantes en la geografía.
2.1.
LA RUPTURA CON LA TRADICIÓN: UNA GEOGRAFÍA NUEVA
Para estos autores, y para los geógrafos que comparten esta misma fi losofía, la geografía moderna, practicada hasta entonces, de igual manera que la geografía antigua o medieval, no llega a sobrepasar el estadio de me ros conocimientos clasificatorios y de localización cartográfica. Recoger in formación y proyectar en términos cartográficos los nuevos conocimientos vinculados con la expansión colonial constituyen el eje del trabajo que se reconoce a la geografía anterior a 1950 (Johnston, 1984). La reivindicación del estatuto de ciencia para la geografía y la con ciencia de que era necesaria una verdadera fundación de la isa coo tal disciplina científica se enarca en un contexto histórico: el de la couni dad científica a ericana, con un potente, aunque enquistado, colectivo geo gráfico positivista, identificado con el desarrollo de la geografía aericana hasta el decenio de 1920. ste colectivo es reforzado por la presencia, en stados nidos, de una co unidad científica y filosófica renovada y consistente, en parte de origen europeo, vinculados con el deno inado írculo de iena. Todas las nuevas propuestas, así coo los trabajos que las sustentan, co parten los postula dos críticos del positivis o lógico o se identifican, desde una perspectiva intelectual y cultural, en la arraigada tradición positivista. l nuevo intento ofrece una nota bien distintiva, la de situar en el cen tro y hacer visible el proble a episte ológico. Porque la geografía que sur ge de este envite, la geografía analítica, se presenta coo «la» alternativa, apropiada en orden a situar a la geografía entre las ciencias odernas, y
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lo hacía colocando en prier plano la cuestión del proceso del conociiento, haciendo bandera de él, así coo de la unidad de las ciencias, de acuerdo con los postulados del írculo de iena. l físico nortea ericano J. . Ste art planteaba, a finales del decenio de 1940, la conveniencia de la aplicación de teorías y étodos de la física al undo de los fenó enos sociales. Lo hacía de acuerdo con los proclaados principios del oniso científico que reivindicaba el positivis o ló gico. Se propugnaba coo la aplicación del étodo científico -asentado en el capo de las ciencias físicas- a las ciencias sociales: desde la obser vación e pírica a la for ulación teórica. n este sentido, la alternativa positivista se anifiesta analítica, es de cir teorética, y deductiva: «la geografía se desplaza... hacia cuestiones geo gráficas que enfatizan aspectos coo la hipótesis, la ley y la teoría» (Abler, das y ould, 1972). Se en arca, por tanto, en el racionalis o positivis ta o epiriso lógico. , de odo co ple entario, en relación con la iportancia del lenguaje en esta filosofía, cuantitativa, aunque la identifica ción ate ático-estadística será la que alcance un ayor reno bre, hasta calificar la nueva corriente como geografía cuantitativa. La conciencia de cabio sustancial, de fundación, es patente en la li teratura de las geografías analíticas: la «nueva geografía», la «revolución cuantitativa», son expresiones que dan forma al discurso que la comunidad geográfica neopositivista difunde. La perspectiva te poral per ite conte plarlo coo una notable construcción ideológica. s bien conocida la obra de F. Schaefer, que planteaba una geografía coo conoci iento siste ático, una geografía que buscara regularidades y leyes, que co partiera la etodología de las ciencias físicas, orientado al estudio de las regularidades espaciales asociadas a las distribuciones de los fenó enos geográficos en el espacio. Lo que debía otorgar a la geografía el estatuto de una ciencia espacial, coo la conte plan y proponen los geó grafos de esta tendencia. Schaefer era un geógrafo de origen ale án, de for ación econó ica, con una notable actividad política en la le ania anterior a la guerra undial coo ilitante socialde ócrata y sindicalista. Se pronuncia, en el ar co de una co unidad geográfica do inada por el discurso regionalista pero con una tradición positivista sólida, contra la filosofía hege ónica, repre sentada por artshorne ( artin, 1989). l artículo de Schaeffer, cuyo i pacto efectivo en la co unidad geo gráfica a ericana está por deter inar, tiene el valor histórico de sí bolo. Los geógrafos de corte neopositivista lo convierten en el estandarte de las nuevas propuestas. sí lo evidencia su traducción en spaña veinte años ás tarde, en un contexto intelectual uy distinto, desde el punto de vista de las ideas y desde la propia situación del pensa iento geográfico en ese oento ( apel, 1971). La recepción de las geografías analíticas, ás que de la filosofía que las sostiene, se produce a partir de 1970, en el oento de su declive en las áreas de origen. s un rasgo paradójico que pone de anifiesto el desfase intelectual entre los centros universitarios anglosajones de la posguerra undial y los europeos.
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2.2.
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LA GEOGRAFÍA ANALÍTICA: TEORÍA Y MODELOS
La «nueva geografía» propone y construye coo objeto de la geografía la «organización del espacio». ay que resaltar que con esta expresión se apropian de la acuñada por ettner, que elaboran conceptual ente y con vierten en el eje de sus nuevas propuestas. Paradoja escasa ente resaltada, en la edida en que significaba que las geografías analíticas abandonaban el objeto geográfico de la pri era etapa de la geografía positivista. ntienden la organización del espacio coo la disposición y distribución de los fenó enos sociales en la superficie terrestre. on ello reto an una concepción del espacio que tiende a hacer de éste un contenedor, que recupera la tradición griega clásica del espacio, coo di ensión geo étrica, es decir, el espacio de uclides. Se trata de un concepto del espacio coo extensión, un espacio ate ático, coo lo de no inan los sociólogos existencialistas, vaciado de las experiencias subjeti vas. ste espacio, así concebido, per itía ser abordado desde los odelos de la física, coo un espacio geo étrico. La nueva geografía se define de fora progresiva y rápida a partir de dos co ponentes o factores principales: las necesidades prácticas, que al gunos autores asocian con la de anda social en la segunda guerra undial, y el trasfondo epistemológico neopositivista, que había impulsado el desa rrollo de estudios teóricos y ate áticos. Las de andas sociales eran anteriores a la guerra undial. abían surgido en el ábito urbano y econó ico, a ericano y europeo, en rela ción con la rápida expansión de las aglo eraciones urbanas odernas y con el desarrollo del transporte en auto óvil. e andas que se proyecta ron sobre la previsión y planificación urbanas, esbozadas desde el decenio de 1920 en el eino nido y en stados nidos. uevos proble as para una disciplina de carácter territorial. Los trabajos de geógrafos coo . ickinson y . llan respondían a esta de anda. Los postulados episte ológicos neopositivistas habían sido acogidos en la geografía de anteguerra, coo lo evidencia la obra de . hristaller y la geografía ate ática propuesta por . ant, un geógrafo danés, que ten drá un notable influjo en la orientación de la geografía en la niversidad de Lund, en Suecia, uno de los centros ás destacados de las nuevas orienta ciones, bajo la dirección de . agerstrand. n la econo ía, las nuevas ten dencias espaciales, desde una perspectiva positivista, estaban esbozadas en los trabajos de . Lóest, sobre la localización industrial. La constitución de la Regional Science por W. Isard hace del análisis espacial un ele ento des tacado de la oderna econo ía. ra factible plantear, replantear, para la geografía, un objetivo científico y por consiguiente asegurarle un estatuto de ciencia, coo la disciplina de las regularidades espaciales, con posibilidad, por tanto, de generalizaciones con rango de ley. Las geografías analíticas convierten al espacio, coo di ensión geo étrica, en el objeto de la geografía científica. acen de la distribución es pacial de los fenó enos sociales el núcleo de la geografía. Esta nueva diensión, sus funda entos episte ológicos, su argu entación de no constituir
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una filosofía, el papel esencial del método como definidor de la ciencia, que daba recogida en la principal obra teórico-metodológica de la geografía ana lítica, Explanation in Geography, elaborada por D. Harvey, un destacado re presentante de la geografía positivista hasta ese momento ( Harvey, 1969). La aportación novedosa del neopositivismo es conceptual. La geogra fía habla hoy del espacio y de la organización del espacio en mayor medi da que del medio y del paisaje. El espacio se ha convertido, consciente o in conscientemente, en el eje del discurso y de la práctica geográficos; de la práctica teórica y de la practica empírica, incluso en aquellos que no com parten los postulados neopositivistas. Aparece el espacio como un concep to operativo, instrumental, adecuado, tanto en una apreciación intelectual como en una consideración metodológica. La nueva geografía se asienta sobre la premisa de que existen estruc turas espaciales generadas por la actividad humana, y que tales estructuras ejercen una influencia directa sobre los procesos geográficos: «la gente ori gina procesos espaciales de acuerdo con sus necesidades y deseos, procesos que dan lugar a estructuras espaciales que, a su vez, influyen y modifican los procesos geográficos» (Abler, Adams y Gould, 1971). La problemática es pacial aparece como esencialmente geográfica. El neopositivismo aportaba a la geografía una concepción de la distri bución en el espacio de los fenómenos y objetos, apoyada en fundamentos teoréticos obtenidos de otras ciencias, sociales y físicas. La geografía neopositivista se presenta como una disciplina de las relaciones espaciales, que contempla el espacio desde una perspectiva geométrica, desde el análisis de la localización e interacción espaciales, a través de la construcción de mo delos interpretativos: Models in Geography, de P. Hagget y R. Chorley, será una de las obras clave de las nuevas geografías, desde su aparición en 1967. La construcción de esquemas teóricos para el análisis de la realidad espa cial constituye el eje de la nueva geografía; de modo especial en el campo de la geografía económica. El análisis de los flujos y la organización de los elementos geográficos en el espacio se aborda a través de modelos explica tivos, de carácter teórico: modelo gravitatorio, modelo de potenciales, to mados de la física. Los ejes de esta ciencia del espacio aparecen como teorías de la distri bución espacial, desde la Central Place Theory o la Land Use Theory, a las teo rías de la localización industrial, de la estructura interna de la ciudad y de la interacción espacial. La recuperación de numerosas propuestas y formula ciones teóricas, más o menos elaboradas, de autores del siglo XIX y de la pri mera mitad del siglo XX, de carácter espacial, constituye un rasgo destaca do de la «nueva» geografía analítica. La obra de J. von Thünen (1783-1850), sobre la distribución de los usos agrícolas del suelo, publicada en el primer tercio del siglo XIX, y la de W. Christaller, elaborada un siglo más tarde, so bre la organización de los lugares centrales, o centros de servicios, en el sur de Alemania, se convierten en puntos de referencia para la nueva geografía. Los problemas de localización aparecen como foco central de la geogra fía analítica, como resaltaba W. Bunge en los inicios del decenio de 1960: «La Geografía es la ciencia de la localización.»
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El saber geográfico se contempló como un saber sobre «diversos cam pos teoréticos espaciales, tales como problemas de puntos, de áreas, des cripción de superficies matemáticas, y de lugares centrales, más que el habitual discurso de climatología, geografía de la población, formas de re lieve, etc.» (Bunge, 1962). Nuevas cuestiones y nuevos enfoques se incorpo raban a la tradición geográfica. Para este autor, en una actitud no comparti da, por lo general, pero coherente con los postulados epistemológicos po sitivistas, se reivindica el estudio regional, como suministrador de los es tudios individuales, de carácter clasificador, orientados a la verificación de la teoría: «La geografía regional clasifica las localizaciones y la geo grafía teorética las predice» (W. Bunge, 1962). La etodología define la ciencia y el étodo representa el rasgo dis tintivo de los nuevos enfoques geográficos. Bunge subraya la relación etodológica del conoci iento geográfico: lo regional coo descripción de he chos, lo siste ático coo teoría sobre estos hechos, la cartografía y ateáticas, coo lenguaje lógico de la ciencia geográfica, de acuerdo con las for ulaciones del positivis o lógico. na concepción en la que la teoría es el «corazón de la ciencia», caracterizada, a su vez, por la «claridad, si plicidad, generalidad y precisión», construida a partir de «la unión de un sistea lógico con hechos definidos operativa ente». La capacidad de predicción perfilaba a la geografía analítica coo una disciplina con aspiraciones interventoras, instru entales, en el senti do en que estos isos autores lo expresaban: la explicación de los pro cesos y estructuras que resultan de la conducta huana constituye un fac tor decisivo del bienestar social, en relación con la capacidad para explicar y prever las conductas espaciales de los seres hu anos. Tales previsiones debían per itir odificarlas coo una condición de supervivencia (Abler, ould y das, 1972). La geografía analítica aparecía con el perfil de una ingeniería social. l edificio neopositivista en la geografía aparece coo una construc ción de teorías espaciales y de etodologías físicas que han arcado los dos decenios de 1950 y 1960. onstituye una herencia insoslayable de la oderna geografía. Representa un esfuerzo intelectual al que sólo cabe argu entar, ás que objetar, su visión reductora de la racionalidad científi ca, su co pleta opacidad a las di ensiones de la realidad que no pueden ser expresadas en lenguaje matemático, su pertinaz filosofía, inconsciente pero tangible, etacientífica, que es el funda ento de su radical acriticiso ideológico, el creciente i perio del individualismo metodológico, en el análisis de los fenó enos sociales, que supone la reducción del individuo a la era condición de organis o. ctitud que, en buena edida, contradice uno de los postulados esenciales del neopositivis o. l neopositivis o geográfico supuso la erradicación conceptual de la región coo objeto geográfico del análisis científico, sin duda en el arco de una anifiesta a bigüedad conceptual y episte ológica. piste ológi ca porque el rechazo funda ental a la región coo entidad individualiza da de la realidad encajaba al con los postulados de una teoría que, en el contexto neopositivista, se basa precisa ente en los fenó enos individua
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lizados, sea para asentar el proceso de inferencia inductiva, sea coo instru entos de verificación de la teoría.
La anomalía de esa exclusión no escapaba a los más lúcidos represen tantes del neopositivismo geográfico, que planteaban la posibilidad de una elaboración teórica regional a partir de las individualidades regionales. No obstante, la región quedó reducida a la condición de herramienta intelec tual. Un concepto operativo, clasificatorio, para identificar o delimitar pro blemas ad hoc; concepción compartida, por otra parte, en la comunidad geo gráfica americana de orientación regionalista (Whittlesey, 1954). Bajo la construcción teórica y etodológica de la geografía analítica latía, sin e bargo, una filosofía positivista arraigada, en la que, de odo paradójico, el deteriniso a biental seguía activo, así coo la concep ción inductiva del conocimiento, resistentes, uno y otro, a las propuestas del positivis o lógico.
2.3. EL POSITIVISMO LATENTE: DETERMINISMO AMBIENTAL E INDUCCIÓN
l carácter de los trabajos habituales de la geografía analítica, de acu sado perfil orfográfico, en que ipera el deteriniso econóico, disiuló la latente filosofía deter inista de carácter a biental que había ipregnado la geografía positivista inicial. Filosofía que se hace patente en las obras que abordaron la geografía con una ayor a plitud; Geography, a modern synthesis, publicada en 1974, de la que es autor un destacado re presentante de la «nueva» geografía, Peter aggett, pone en evidencia esa concepción profunda. l espacio es conte plado coo el resultado de una interacción a biental, enunciada bajo los presupuestos de challenge and reponse (reto y respuesta). l «reto» a biental y la «respuesta» social consti tuyen el arco explicativo del espacio geográfico terrestre. l deter inis o físico subyace en el pensa iento supuesta ente oderno y renovado de los geógrafos analíticos. Las profundas raíces del abientalis o original de la geografía positivista se filtra por las propuestas de la geografía analítica. Pone de anifiesto la vigencia y persistencia de las constantes del pensa iento geográfico oderno. l i pulso analítico en la geografía, deter inado por el vigor de las fi losofías del positivis o lógico y del racionalis o crítico de . Popper, en los decenios centrales del siglo , tiene efectos paradójicos. Esti uló el de sarrollo innovador de nuevas perspectivas en la geografía, vinculadas con postulados teóricos y con un avanzado y abierto uso del lenguaje for al, ló gico y ate ático. Pero sirvió para encubrir un retorno del positivis o ás rancio, de las filosofías positivistas, e píricas e inductivas, y de la con cepción pri aria de la ciencia coo una colecta de hechos. Para los nue vos geógrafos ás consecuentes, el recurso a la inferencia, la actitud in ductiva pri aria, constituyó un sínto a, del que se la entaron pero con el que apenas pudieron enfrentarse. Las geografías «analíticas» fueron ás cuantitativas que teóricas. La quiebra crítica de los postulados del positivis o lógico per itió al geógra
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fo refugiarse en un trabajo prag ático y e pírico, apoyado en la cuantificación, al argen de teorías, de filosofías y presupuestos episte ológicos. na deriva que los geógrafos analíticos ás conscientes denunciaron. esliza iento que otros geógrafos aplaudieron o reivindicaron desde posicio nes empiristas ele entales, al tiepo que procla aban sus diferencias res pecto del positivis o lógico, y su condición positivista, sin ás. La profun da tradición del positivis o cientificista era ás fuerte que la innovadora del racionalis o crítico. Los envites críticos frente a las geografías analíticas, desde dentro del positivis o y desde el exterior, i pusieron un retroceso que se tradujo en la búsqueda de otros enfoques, a odo de salvavidas. Confluyen sobre las geografías analíticas la crítica interna y la exterior. La pri era, desde los postulados positivistas, recla aba la vuelta a un e piris o ele ental, que ignora y rechaza el positivis o lógico sobre el que se sustenta. La segunda, predicaba y pretendía una alternativa sustancial a las prácticas analíticas y a sus postulados teóricos y episte ológicos. 2.4.
LAS DERIVACIONES DE LA GEOGRAFÍA ANALÍTICA
Las geografías analíticas se vincularon, de forma progresiva, con pro puestas fronterizas. La Teoría General de Sistemas, acogida por los geógra fos neopositivistas, introdujo un sesgo estructural funcionalista, en la me dida en que los sistemas son concebidos como conjuntos cuyos elementos aparecen sometidos a relaciones que predeterminan, en gran medida, su ubicación. Funcionalismo reforzado por los lazos que las geografías analí ticas establecieron con las filosofías de la conducta o comportamiento de raíz conductista o behaviorismo. l neopositivis o geográfico se abre al conductis o, sensible a las críticas que destacaban la nula atención a las condiciones de actuación del sujeto o agente espacial, y que denunciaban el carácter reductor inherente a los postulados de un co porta iento racional, bien infor ado, conse cuente, del sujeto individual, el Homo oeconomicus, tal y coo lo predica ba la geografía analítica. La toa en consideración del co porta iento in dividual coo una conducta condicionada, con la posibilidad de toa de decisiones de acuerdo con enfoques funcionalistas, acercó las geografías analíticas a las teorías behavioristas, por un lado, y al undo del sujeto, por otro. Sin renunciar a una concepción naturalista de la ciencia social se ob serva una desviación de la filosofía positivista hacia las filosofías y teorías del co porta iento. l individualismo metodológico, propugnado por K. Popper y F. . ayek, proporcionaba un puente entre neopositivis o y las teorías basadas en la psicología de la conducta. epresentaba un trán sito desde la física a la biología y etología. La organización del espacio, coo objeto de las geografías analíticas, se vinculaba con los procesos de toma de decisión (decision making) individuales, a través de «una repetiti va o secuencial acu ulación de acciones individuales».
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Se vincula el comportamiento espacial de los individuos con la per cepción que tienen del entorno. La determinación de sus pautas espaciales a través del condicionamiento que imponen las propias imágenes subjetivas de ese entorno, los mental maps, de cada sujeto, proporcionaba a las geo grafías del análisis una dimensión que les acercaba a las geografías del su jeto y a los enfoques conductistas, de carácter funcionalista. Caracteriza los momentos críticos de las geografías neopositivistas, en el decenio de 1960. Se argüía en contra del positivis o geográfico las escasas relaciones entre teoría y realidad, los proble as de verificación de las hipótesis geo gráficas, y la lentitud de los procesos de desarrollo epírico de las teorías. Se les acusaba por su carácter tecnocrático y for alista al argen de los proble as relevantes de la sociedad. Se les criticaba por ser una geografía al servicio del poder, justificadora del orden social y econóico existente. n tipo de geografía que resultaba banal, en la edida en que se acentua ba la «clara desproporción entre el co plejo arco teórico y etodológico que estaos utilizando y nuestra capacidad para decir algo realente sig nificativo sobre los aconteci ientos tal y coo se están desarrollando a nuestro alrededor» ( arvey, 1977). Se les achacaba, en sua, la ausencia de una diensión ética. l decenio de 1970 arca el declive de las filosofías analíticas coo patrones hege ónicos de la actividad geográfica y la postergación de la práctica analítica en la geografía anglosajona. Paradójica ente, se corres ponde con el tiepo en que se produce su recepción en uropa. La onda analítica desborda en el continente europeo en los últi os años de la déca da de 1960 y se ipone, de fora parcial, en la década siguiente. Lo hace en co petencia con las nuevas propuestas que surgen de la crítica a las geo grafías analíticas y a su filosofía subyacente.
3. De la ciencia del espacio a la geografía coremática La jerárquica y consistente organización interna de las co unidades geográficas universitarias en los países europeos, en particular en le ania y Francia, hicieron difícil la penetración de la influencia analítica en los años cincuenta. La tradición regional, el escaso dinaiso laboral y la es tructurada clase universitaria actuaron de uro. l control personal de las «escuelas» de geografía por parte de significados geógrafos, verdaderos pa triarcas de la geografía en sus respectivos países, ayudó a antener la opa cidad de las instituciones y centros geográficos. La recepción de las propuestas analíticas fue parcial y selectiva. Por otra parte, los geógrafos ás sensibles e infor ados respecto de las nue vas corrientes, coo J. ricart en Francia, que se hace eco de las nuevas teorías en el ábito urbano (Tricart, 1957), derivaron pronto hacia la geoorfología. n consecuencia, sólo a finales de la década de 1960 se aprecian los pri eros sínto as de la recepción de las nuevas propuestas analíticas an glosajonas en Francia y Alemania. Coinciden con la contestación social que
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se desarrolla en las comunidades universitarias de estos países, tras el re vulsivo del «mayo francés» de 1968. P. Clavai se hacía eco de la nueva geo grafía económica, en diversos artículos publicados en la Revue géographique de l'Est. Su libro, La evolución de la geografía humana, presentaba la nueva geografía coo un desarrollo ás acorde con los nuevos tie pos. La apari ción, en 1972, de la revista L'espace géographique indica el punto de crista
lización de las nuevas propuestas en Francia, i pulsadas por un colectivo de geógrafos de distinta procedencia ideológica, liderados por R. Brunet. Se constituye en la platafor a de la nueva geografía, la geografía teorética y cuantitativa. n le ania, era . Bartels el que actuaba de enlace e introducía los ecos de la geografía analítica, en una acade ia do inada por los enfoques regionalistas. Pero, sobre todo, controlada por una organización que res pondía a los esque as de ettner y a una organizada pirá ide profesoral dirigida por auténticos patronos, verdaderos mandarines universitarios. l punto de inflexión lo arca la reunión anual de iel en 1968, en que se rei vindica el cabio de concepción en la geografía ale ana. n spaña es oracio apel el que opera coo receptor y propagan dista de las nuevas corrientes y coo crítico de la geografía regional, des de la niversidad de arcelona. Su reorientación investigadora hacia una geografía urbana de carácter funcionalista; la traducción y publicación del artículo de F. Schaeffer sobre el «excepcionalis o» en la geografía, arcan esta sensibilidad hacia las corrientes del undo anglosajón. Tienen su prin
cipal soporte en la
Revista de Geografía de la Universidad de Barcelona, y
en la serie deno inada Geocrítica, destinada a divulgar textos eje plares de las nuevas geografías. La recepción en otras universidades se extiende a lo largo del decenio de 1970, con un notable sesgo cuantitativo. La nueva geografía que se prac tica en spaña se caracteriza por el recurso a la cuantificación. La filosofía neopositivista carece de arraigo intelectual. eflexiones episte ológicas, coo las de . urcia, a caballo entre la eoría eneral de Siste as y el positivis o lógico, son excepcionales. El e piris o es el co ponente ás destacado de las investigaciones geográficas en esta corriente.
3.1.
COREMAS Y GEOGRAFÍA: LA GEOGRAFÍA COREMÁTICA
La derivación ás significativa es la que se produce en Francia, i pulsada, sobre todo, por R. Brunet y asociada a la revista citada. La cons trucción de una geografía espacial, que hereda la ayor parte de los pre supuestos analíticos, se esboza en el decenio de 1970 y cristaliza en la dé cada de 1980. Se trata de una geografía de las configuraciones espaciales que contempla el espacio desde una dimensión geométrica. Se concentra en la descripción y taxono ía de las estructuras espaciales a diversas es calas, y en su aplicación al análisis local, urbano y regional. s la geo grafía coremática, de acuerdo con la deno inación extendida en el dece nio de 1980.
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na concepción que se esbozaba en 1967 (Brunet, 1967); la for uló en el prier núero de L'espace géographique (Brunet, 1972). La presentación definitiva se produce ocho años ás tarde en la isa revista (Brunet, 1980), con la pri era ención al corema, tér ino clave de la nueva con cepción. l desarrollo teórico co pleto se anifiesta en su plenitud un de cenio después, con la publicación de una nueva colección de eografía re gional o universal (Brunet, 1990). La geografía core ática parte de la hipótesis de que la organización espacial traduce la existencia de estructuras básicas. La geografía core á tica se plantea coo una disciplina científica de identificación de estas es tructuras y de representación de la organización espacial, de acuerdo con principios geo étricos. Se enfoca coo una ciencia teórica, de base sistéica y estructural. Se caracteriza por el notable recurso a las técnicas de representación gráfica, en que se observa una notable influencia de los pos tulados de J. Bertin (Bertin, 1968). El concepto fundamental es el de corema (chóreme), que identifica la estructura eleental del espacio geográfico, con independencia de su apa riencia concreta coo localidad. l étodo es, en lo esencial, cartográfico. Reposa sobre un lenguaje de signos, puntos, líneas, áreas y redes, cuya cobinación, con un total de 28 core as, per ite representar la totalidad de los fenó enos espaciales. e acuerdo con ellos se establecen los modelos es paciales correspondientes. Con ellos se identifican los ele entos y procesos espaciales que se con sidera configuran todo territorio. Los núcleos, las allas, los fenó enos de atracción y contacto, los tropis os, la dináica territorial y la jerarquía es pacial constituyen esos ele entos y procesos. Son los conceptos que iden tifican los co ponentes que estructuran la totalidad de la organización del espacio y que hacen posible deter inar las estructuras ele entales del es pacio. Constituyen el «alfabeto de la geografía» (Brunet, 1990). Responden a la consideración teórica de las cinco prácticas espaciales o odos de intervención que identifican estos autores: apropiación, explo tación, habitación, cabio y gestión. La hipótesis funda ental es que la or ganización del espacio geográfico responde a leyes deter inantes, la prin cipal de ellas la de la gravitación o gradiente, que vincula el potencial de de sarrollo territorial a la asa de ográfica y econóica y, de fora inversa, a la distancia. Los espacios y sus procesos son expresados a través de las foras geoétricas, los polígonos, círculos, cuadrados, etc., coo expresión de las grandes áreas regionales o urbanas. Las flechas indican la dinámica terri torial, las relaciones espaciales y los grandes ejes. n siste a de rasgos grá ficos, de diversa textura y fora, sirve para identificar los fenó enos de ruptura y discontinuidad. La geografía core ática es concebida coo una ciencia social, por cuanto el espacio geográfico objeto de análisis se considera coo producto social que responde a la lógica de las relaciones sociales. La geografía co re ática prescinde de lo físico, o lo considera sólo de fora secundaria, coo un dato. l espacio geográfico banal, es decir, físico, desaparece. s
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sustituido por un odelo -esque a geo étrico- que interpreta la orga nización y diná ica de los fenó enos espaciales. on él se sintetizan los factores funda entales de la organización del espacio. Es la nueva geografía francesa del decenio de 1990. Una propuesta de geografía alternativa, espacial, concebida coo una disciplina del territo rio, que se centra en los procesos de carácter espacial. «na geografía ra zonada y abierta, tan clara ente definida coo sea posible, en el capo de los conoci ientos y de las culturas, sensible a las transfor aciones de el político y en los edios de co unicación es un rasgo sobresaliente de esta geografía. na nueva ter inología se introduce en las prácticas geográficas. Fora parte de un esfuerzo por dotar a la geografía de un lenguaje preciso, por establecer, al iso tie po, «las palabras de la geografía». rcos, corredo res, fachadas, diagonales, egalópolis europea o banana europea, arco atlántico, arco editerráneo, logran éxito, coo tér inos que pretenden identificar las estructuras espaciales significativas del desarrollo espacial. Tér inos cuyo significado coo etáforas del lenguaje banal se han transfor ado, aparente ente, en rigurosos conceptos espaciales. La duda surge del hecho de que son la si plicidad, i precisión y carácter aleatorio del uso, las que han facilitado su difusión. La crítica a este tipo de geografía destaca la banalidad de uchos de estos conceptos, el escaso rigor de las construcciones y el voluntaris o práctico e ideológico con que se utilizan. sas isas circunstancias, se apunta, han pro ovido, ta bién, su degradación, al favorecer su transfor ación en fraseología, tanto en la geografía coo en otras disciplinas.
Asimismo la crítica señala la apariencia mercantil o publicitaria, la ausencia de una base teórica y epistemológica definida. Se resalta el eclec ticismo patente que vincula filosofías analíticas, enfoques sistémicos y ma terialismo histórico, en una mezcla indefinida. El determinismo económi co subyacente ha suscitado también las críticas de algunos geógrafos (Lacoste, 1995). tras críticas provienen de las viejas concepciones geográficas y apa recen, ante todo, coo una reacción a los postulados sociales de esta geo grafía renovada. l hecho de que la geografía core ática se funde en una concepción estricta ente social de la geografía ha sido otivo de reac ción entre los geógrafos que disienten de la consideración del espacio coo producto social y que propugnan una concepción naturalista (Lecoeur, 1995). azones objetivas, episte ológicas y teóricas, se ezclan con razones ideológicas y conceptuales, en la crítica de la nueva geogra fía core ática. na propuesta que ha antenido el i pulso de las geo grafías analíticas y teoréticas y que aparece coo una de las for ulaciones de renovación de la geografía oderna ás consistente. ello ha contri buido ta bién el desarrollo de las nuevas técnicas aplicadas o aplicables a la práctica geográfica.
280 4.
LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA
l análisis geográfico: técnica, infor ación y geografía
n rasgo destacado del últio cuarto de siglo ha sido el desarrollo de nuevos instru entos técnicos con elevada capacidad para el anejó de infor ación de fora auto ática. e igual odo se han desarrollado técni cas para su transfor ación cartográfica y anipulación en tres di ensiones. stas nuevas técnicas e instru entos corresponden con la rápida evo lución habida en la infor ática. La creciente capacidad de anejo de infor ación y la accesibilidad a bajo costo a estos equipos de creciente ca pacidad en la anipulación de la infor ación son rasgos sobresalientes de los dos últi os decenios. Tienen que ver con el paralelo desarrollo de nuevas técnicas para la ob tención de infor ación ás precisa, ás a plia, ás siste ática, ás ge neralizada, ás co pleja, referida al conjunto de la cosfera por una par te, y de la presencia huana por otra. s decir, las técnicas de teledetec ción, sobre todo a partir de los sensores instalados en los satélites artificia les. stá en relación con la ejora en el acceso a este tipo de infor ación, o al enos a una parte de la isa, de fora pública y a bajo costo. La infor ática ha supuesto el incre ento de la infor ación, en canti dad, calidad y profundidad. a significado un cabio en las posibilidad de anejo de estas infor aciones. a facilitado la expansión de los diversos capos geográficos desde la perspectiva de la disponibilidad de infor a ción nu érica, cuantificable, y por ello apta para la aplicación de los étodos analíticos. La herra ienta infor ática ha per itido ta bién cuantificar infor ación social y econó ica, disponer de ella en fora accesible y anipularla en condiciones i pensables con anterioridad. oo consecuencia, se ha producido una notable expansión de las orientaciones cuantitativas en la geografía. Se ha anifestado, sobre todo, en las raas de la geografía física. a afectado ta bién a diversos capos de la geografía hu ana. a supuesto una recuperación sensible de las es cuelas cuantitativas. a i pulsado los trabajos relacionados con la aplica ción de técnicas instru entales, de odelos, de análisis estadístico, cada vez ás depurados. s un rasgo notable de la geografía actual. n relación con ello se encuentra el desarrollo de los deno inados Sistemas de Información Geográfica (SI). s decir, procedi ientos técnicos para referir la información disponible a los puntos de la superficie terrestre a que corresponde. sto ha sido posible gracias a la infor ática. sta perite establecer y anejar extensas bases de datos correspondientes a últiples atributos de todo orden -físicos, econó icos, sociales, etc.-, referidos a cada punto o lugar de la superficie terrestre. Las nuevas técnicas para la producción gráfica y para la construcción de cartografía, vinculadas asi iso con la infor ática, han co pletado las posibilidades. La interrelación entre abas di ensiones, la infor ación y las técnicas para su representa ción, es el funda ento de los SI. stas nuevas técnicas han abierto un capo de excepcionales perspec tivas en cuanto al potencial de anipulación y representación de la infor ación. Por ello, su ás notable aplicación se encuentra en el ábito de la
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cartografía: desde la cartografía básica, que puede producirse de fora au to ática, hasta la cartografía te ática, en relación con los proble as o cuestiones específicos planteados al respecto. Las nuevas técnicas ofrecen, en principio, un perfil de precisión y confianza uy superior a los que re sultaban de la aplicación de las técnicas existentes con anterioridad. Coo consecuencia, el desarrollo de estos capos constituye un rasgo notable en la geografía actual y un archa o de modernidad que los gru pos de geógrafos suelen ostrar coo recla o de su co petencia, si bien, las técnicas de SIG, a pesar de su no bre, no son exclusivas ni específicas de los geógrafos. e igual odo que la producción cartográfica es ajena a la geografía. n su ayor parte se practican fuera del capo geográfico. Por otra parte, no desbordan la era di ensión técnica. pesar de ello, es perceptible que, coo sucedió en otro tiepo con el uso de las técnicas estadísticas, se tiende a identificar los progresos téc nicos con progresos en la disciplina y con ca bios en las condiciones del conoci iento. s decir, se atribuye a la técnica el carácter de registro in mediato e incontrovertible de la realidad de los hechos. stas nuevas técni cas esti ulan, en general, la tendencia a reforzar el realis o ingenuo que subyace en el e piris o tradicional. sto es, la creencia en que los datos obtenidos y anipulados -de fora ás o enos sofisticada- por estos procedi ientos técnicos avanzados constituyen, por sí isos, la base di recta del conoci iento geográfico. n cualquier caso, las nuevas técnicas y los nuevos edios técnicos disponibles han supuesto una evidente recuperación de las geografías posi tivistas o e píricas, y han abierto un aplio capo de desarrollo y de anda de titulados con conoci ientos en estas técnicas. La principal ofer ta de puestos de trabajo en stados nidos, en la actualidad, en el capo geográfico, se produce en relación con el ábito de los SI y su aplicación en disciplinas edioa bientales. s ilustrativo de su potencial de dean da y explica su rápida difusión y su efecto sobre la renovación del e piriso. na notable paradoja en la etapa de expansión de las geografías del su jeto o geografías hu anísticas y de las geografías pos odernas.
CAPÍTULO 16
LAS GEOGRAFÍAS DEL SUJETO. REGIONES, PAISAJES, LUGARES Las filosofías del sujeto, de carácter idealista -neokantis o, feno e nología, existencialis o, vitalis o- han sustentado orientaciones de gran arraigo en la geografía oderna. Por una parte, en la pri era itad del si glo XX, en que se define una concepción de la geografía que, para uchos geógrafos, aparece coo la expresión ás acabada de la disciplina. s la conocida, por ello, coo geografía clásica, o época clásica de la geografía. Se identifica con las geografías regionalistas y del paisaje, que do inan el panora a geográfico hasta ediados de este siglo. La crisis de las geografías analíticas ha supuesto, a partir de 1970, la eclosión de nuevas propuestas que reivindican funda entos episte ológi cos si ilares y que destacan el papel del sujeto coo centro de la cons trucción geográfica. El pos odernis o le ha dado una nueva di ensión en cuanto a enfoques y campos de interés. Lo femenino, los símbolos espacia les, los textos, su lectura y decodificación, las representaciones subjetivas del entorno, los lugares, el espacio vivido, el undo de la experiencia indi vidual, se han convertido en ejes del trabajo geográfico. Son las deno inadas geografías hu anísticas y geografías pos odernas. Proponen coo objeto de la geografía los lugares, los espacios con cretos, asociados a la experiencia particular, a las sensaciones y valores de los individuos. an recuperado las filosofías de la subjetividad surgi das en los inicios del siglo XX y a finales del XIX, como referente episteológico. an elaborado sus postulados bajo las perspectivas del pos oderniso. an contribuido a la definición de éste y han reivindicado la tradición clásica, es decir regional y del paisaje, coo propia. Con ello enlazan con la i portante etapa de la oderna geografía vigente en la pri era itad de este siglo X . Configuran, en consecuencia, dos grandes etapas del desarro llo de la geografía oderna. La tradición de la geografía coo disciplina del lugar constituye uno de los puntales de la historia de la geografía oderna. Por estas tradiciones transita una buena parte de nuestros conceptos e i ágenes geográficas, de nuestras ideas, de nuestras concepciones y valores. n oposición o en con
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traste con las geografías del positivis o, se sustentan sobre las filosofías idealistas del sujeto. Tras las geografías vinculadas a la región, al paisaje y a los lugares, laten las filosofías de corte idealista e irracionalista, que doinan en el pensa iento occidental en el prier tercio del siglo actual. 1. El regionalismo geográfico: regiones y paisajes
La pri era itad del siglo se desarrolla bajo el dominio de las geo grafías «regionales» y del «paisaje». onfiguran un período que, para uchos geógrafos, se identifica coo una etapa eje plar, clásica, de la eografía oderna. onstituyen una propuesta geográfica que se elabora a partir de la tradición fundadora de la geografía. o parten, en inicio, las isas concepciones básicas sobre el objeto y objetivos de la geografía. voluciona, ás tarde, hacia un proyecto geográfico específico, sustentado en la crítica formal de la orientación generalista de la geografía positivista. antienen el objeto de estudio o capo de la geografía pero ca bian de fi nalidad. l objetivo original era establecer una disciplina científica con el fin de for ular las leyes generales que regulan las influencias del edio so bre el hombre. La geografía general tenía esa finalidad. Por ello se denoinó geografía general, porque presentaba un enfoque generalista. bor daba establecer las reglas generales de la influencia del edio sobre el ho bre. Se preocupaba por lo universal. istingue la pri era etapa de la geografía oderna. Este objetivo inicial es odificado, de fora progresiva. Se propone la consideración de las influencias del edio sobre el hobre en un arco geográfico definido. Se sustituye el interés por lo general por la atención a lo localizado. ste arco es la región geográfica, es decir, la región natural. La geografía regional se constituye en alternativa, de acuerdo con el enfo que regionalista. La geografía regional sucede a la geografía general. Los geó grafos franceses, bajo la batuta de idal de la Blache, convierten la región -ten sí isa- en el objeto preferente de la geografía. ste giro episte ológico en la geografía se sustenta en la aceptación de las pre isas ascendentes de las filosofías idealistas del prier tercio del siglo . l ca bio, en las concepciones geográficas prevalecientes no se encierran en el capo geográfico. Se inserta en la creciente presencia de una cultura que reivindica el individuo, su circunstancia, la existencia coo clave del conoci iento, la singularidad de lo huano y por tanto de lo social. La geografía del ho bre, la geografía hu ana, tal y coo la entienden los geógrafos del inicio del siglo XX, lo que estudia «es el medio en el que se desenvuelve la vida hu ana. Pri ero lo describe; después lo analiza y, final ente, intenta explicarlo». Sin pretensiones de generalizaciones, restringe la explicación al edio geográfico delimitado. Es en el que los geógrafos consideran que se mani fiestan, de fora directa, las influencias del edio. Se trata de la región, se-
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gún la coún y aceptada concepción de la región geográfica que se ha i puesto en el último cuarto del siglo XIX. Como resumía Demangeon al res pecto, el objetivo era «estudiar en una región, geográficamente definida, las relaciones entre la aturaleza y el obre».
1.1.
DE LA GEOGRAFÍA GENERAL A LA REGIONAL: EL EDIFICIO GEOGRAFICO
l objeto de la geografía era, en la propia tradición geográfica, la re gión, la región natural. Bien entendido que, a pesar del equívoco propio del tér ino, natural no se refiere aquí a sin presencia hu ana, sino al carác ter básico que los co ponentes naturales tienen en su definición. La deterinación de la región es, ante todo, un hecho de geografía física. esde esta perspectiva, la geografía estaba pertrechada para ese proceso de acotaiento conceptual. La geografía regionalista tiene en los geógrafos franceses sus ás sig nificativos representantes, en la edida en que son ellos los que proponen la reorientación desde una geografía general, de leyes, a una geografía re gional, de singularidades. Los geógrafos aleanes aportaron la siste atización y ordenación de la geografía, bajo estos nuevos presupuestos. Le die ron un fundaento filosófico, en orden a justificar el giro episteológico. l iso tiepo proporcionaban una estructura a la disciplina, basada en la nueva concepción. Se establecían, de fora razonada, las relaciones en tre geografía general y regional. La propuesta de ettner supone una aportación esencial, fruto de un esfuerzo dilatado en el tie po. onstituye un cuerpo doctrinal que perite articular los dos planos -regional y general- en un esque a rela cionado en el que se invierten las categorías positivistas, sin, aparenteente, renunciar a las bases científicas, y que ha sido el funda ento de la organización de la geografía universitaria, durante decenios, en el sistea docente. Los conoci ientos generales, vinculados a las disciplinas siste áticas, se transfor an en el fundaento de la pirá ide del conoci iento geográ fico, en cuanto herra ientas de trabajo y, por consiguiente, coo instancia propedéutica en la for ación del geógrafo. La geografía general es el so porte for ativo que capacita para el trabajo superior, es decir, para el es tudio regional. Tiene, por tanto, un carácter propedéutico, subordinado. La geografía regional corona una estructura etodológica que arranca del aná lisis sisteático, para llegar al conoci iento sintético. La geografía ale ana, coo la francesa, se orientaron hacia la elabo ración de onografías regionales, que en la escuela gerana coinciden, en mayor medida, con monografías sobre países. La geografía regional se con cebía coo «coronación de nuestra ciencia». La geografía general, los «da tos de la geografía general, adquieren su verdadera realidad en la geografía regional». s la concepción regionalista que ipera en la pri era itad del siglo XX y sobre la que se fundamenta la geografía europea y una parte sus tantiva de la a ericana de este período.
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LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA
La conciencia per anente de que la eografía se desenvuelve en te rrenos fronterizos, cuando no ajenos, ha esti ulado, desde el origen de la eografía oderna, una doble tendencia. Por un lado atizar y distinguir esa presencia de la geografía en las parcelas fronteras -sean geología, bo tánica, de ografía, econo ía, sociología, entre otras-. Por otro, buscar un nicho propio. , en consecuencia, deli itar no sólo un terreno bien acota do y deslindado respecto de los fronterizos, sino una di ensión específica a la disciplina, de tal odo que ésta quedara liberada de su servidu bre original, coo un cóctel de conoci ientos ajenos. Ésa es la pretensión lúcida y brillante de ackinder; ésa es la dirección que anifiestan idal de la Blache y sus discípulos; y es el eje de la siste atización de ettner. El pri ero se esfuerza en separar el estudio geográfico del análisis sectorial de las distintas disciplinas físicas. Los geógrafos france ses hacen hincapié en la adscripción de la geografía al lugar, a la localidad. ettner configura un cuerpo orgánico, siste ático, que parece respon der a esas preocupaciones. La propuesta tiene el significado de sacrificar los flecos geográficos en aras de conservar y defender un núcleo disciplinario no controvertido. Se trataba de reducir la geografía a la geografía regional, por cuanto se consideraba que la región constituía un objeto específico que ninguna otra disciplina podía disputarle a la geografía. La geografía regionalista del siglo se nutre de dos corrientes: la re gional de la diferenciación espacial y la regional del paisaje. na y otra co parten la valoración de la región geográfica coo el objeto de la geo grafía. bas participan de la isa idea de la pri acía del estudio re gional sobre el general y se anifiestan en contra de los presupuestos po sitivistas. l desarrollo posterior identificará y confundirá abas corrientes y la geografía regional aparece coo la disciplina de la diferenciación es pacial y del paisaje. Sin e bargo, tienen presupuestos y enfoques distintos, y poseen una tradición cultural diferente. 1.2.
ORGANIZACIÓN DEL ESPACIO Y PAISAJE
La concepción regionalista de base idealista neokantiana hace de la geografía una disciplina de la diferenciación espacial. ettner lo deno inó organización del espacio. Convierte a la región, coo seg ento del espacio terrestre, en el núcleo de la investigación geográfica. io fora orgánica a la geografía coo disciplina articulando los conoci ientos sectoriales, de carácter analítico, según la no enclatura regionalista, con la síntesis regio nal, núcleo etodológico de la geografía. esde esta perspectiva aparece coo la for ulación do inante y hege ónica, que fue co partida por la generalidad de la co unidad geográfica. oo disciplina corológica de la superficie terrestre, la geografía, se gún ettner, considera el conjunto de los fenó enos que co ponen dicha superficie. Fenó enos inorgánicos y orgánicos, incluido el ho bre. La perspectiva geográfica proviene de sus correspondientes co binaciones lo cales, convertidas en los objetos de la geografía.
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Ésta se perfila, así, como la ciencia de esta organización espacial. «Si la geografía es la ciencia corológica de la superficie terrestre, tiene relación tanto con todos los objetos posibles de la naturaleza orgánica como de la inorgánica, así como con los de la vida humana... pero no por ellos mismos, sino sólo en cuanto que sean partes constitutivas de los diferentes lugares de la tierra.» Para Hettner, la geografía se define como «ciencia de la superficie terrestre según sus diferencias regionales, es decir, entendiéndola como un complejo de continentes, regiones, paisajes y localidades». Es lo que él, en la tradición geográfica secular, denomina una geografía corológica. Las geografías regionalistas incorporaron el concepto de paisaje, conver tido en objeto geográfico, hasta llegar a identificar paisaje y región. Sin em bargo, la propuesta del paisaje como objeto de la geografía tiene un desarro llo independiente, en relación con una profunda corriente cultural de ámbito germánico. El paisaje no es un descubrimiento de los geógrafos ni un objeto elaborado por éstos. El paisaje de que habla Humboldt y al que se refiere Vi dal de la Blache tiene el carácter de fisonomía física y no se corresponde con el concepto que prevalece con posterioridad en la geografía (Buttimer, 1980). l paisaje llega de la ano de artistas, escritores, filósofos e histo riadores, en el arco de una filosofía que no todos los geógrafos co parten. La reticencia de . ettner respecto de este concepto es ilustrati va de la desconfianza en el capo geográfico hacia el paisaje coo obje to de la geografía. El paisaje, lo que los alemanes denominan Landschaft, es un concepto cultural, más allá de la noción pictórica, producto de la cultura alemana, que forma parte de la tradición filosófica germana (Hard, 1969). El paisaje es un destacado elemento en la interpretación histórica del pueblo alemán, que aparece con claridad en Hegel, como un elemento central de su Filoso fía de la Historia. Su incorporación a la geografía se inicia en Alemania, con autores como S. Passarge (1867-1958) y O. Schlüter (1872-1959). El paisaje que se introduce en la geografía de principios de siglo es un concepto cultural y responde a una consideración cultural del entorno, a una percepción cultural del mismo. De perfil idealista, es un concepto que se imbrica bien con las filosofías existenciales y vitalistas. Se vincula a la percepción individual y social. En la simbiosis sociedad y medio, el paisaje descubre la personalidad del grupo social (Hard, 1969). n las relaciones o bre- edio, el paisaje identifica el co ponente cultural. Los ale anes distinguen, por ello, entre un paisaje originario, el Urlandschaft, o paisaje original, de carácter natural, o Naturlandschaft, yun paisaje cultural, producto de la dialéctica entre pueblo y territorio, de ca rácter histórico, el Kulturlandschaft. En éste trasciende la singularidad his tórica del grupo huano que ocupa el espacio regional. La geografía del paisaje se perfiló coo el estudio de los co ponentes fisonó icos que diferencian cada unidad de la superficie terrestre, entendi dos coo el fruto de un proceso histórico de transfor ación, protagonizado por la co unidad regional a lo largo del tie po. l paisaje se identifica con el resultado de las relaciones o bre- edio y se anifiesta coo la expre sión visual y sintética de la región, que sintetiza la realidad geográfica.
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n el arco de una concepción co partida de la región geográfica coo una unidad deter inada por los factores físicos introdujeron la di mensión histórica. Identificaron la región no tanto por sus rasgos naturales coo por el producto visual que resulta de la interacción naturaleza-socie dad en la profundidad histórica de la región, es decir, por el paisaje. l paisaje, co prendido coo producto cultural, aparece coo un eleento histórico, fruto de una secuencia te poral, en la que cada grupo o co unidad se vincula al edio a través de foras específicas de adapta ción. El foco de atención de la eografía del paisaje se desplaza hacia la ac tuación huana sobre el pavés geográfico, en la edida en que hace el pai saje, lo transfor a.
El hombre no representa un papel de mera pasividad. Se adapta acti vamente. Y al adaptarse con su actividad crea otra forma de relaciones en tre las condiciones físicas y su vida social. «La Geografía humana consiste en relacionar esta actividad social con la zona de superficie ocupada por el hombre» (Deffontaines, 1960). La región-paisaje se vincula con el undo de la percepción y con la afir ación de la entidad regional coo individualidad. na concepción coo disciplina comprensiva -frente a la analítica- del complejo objeto geográfico, que se propone «co prenderlo en su co plejidad y describirlo coo tal» ( aulig, 1948). Los paisajes son conte plados coo co plejos fisonó icos, que se proyectan coo una ar ónica individualidad. l pai saje se identifica con la región, y es considerado la expresión visual de ésta. Los postulados sustanciales del enfoque paisajístico se incorporaron a la geo grafía oderna: el paisaje pasa a ser el objeto de la geografía. La idea de una geografía al argen de la razón científica, entendida coo arte y coo relato, coo género literario, se difunde y es co partida por un aplio conjunto de geógrafos en leania y fuera de ella. on so bresalientes representantes en uropa, sobre todo en la geografía francesa, como H. Baulig (1877-1962), Max Sorre (1880-1962) y P. Gourou. P. George y J. Beaujeu- arnier, que pertenecen a una generación posterior, co parten esta concepción de la geografía, así coo el geógrafo portugués . Ribeiro.
Una concepción mantenida y reivindicada en las generaciones poste riores por los geógrafos que siguen considerando que «la geografía es un punto de vista» (Martínez de Pisón, 1978). Sólo una disciplina artística, según estas corrientes, puede descubrir y manifestar este tipo de realidad. La Geografía como un arte más que como una disciplina científica se impone en la concepción de estos geógrafos, que destacan como un valor de la obra geográfica, en este caso referida a la de Vidal de la Blache, el que consigue que se desvanezca «la distinción entre arte o ciencia, ciencia o arte». Una concepción que aparece también en tre los geógrafos actuales, que reivindican este modo de ver y entender la geografía y que, reconociéndose en los autores regionalistas franceses, com parten su idea de que «el espíritu geográfico exige a quien se acerca a él algo de artista» (Ortega Cantero, 1987). La últia y superior finalidad del trabajo del geógrafo y de la eografía quedaba enunciada, se trataba de describir esa individualidad: «a se
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sabe: la geografía conduce a la descripción razonada, explicativa, de los pai sajes» (Baulig, 1948). Los geógrafos utilizaron el término de personalidad para referirse a este carácter distinto de la región, asociado a su paisaje.
1.3.
PERSONALIDAD REGIONAL Y PAISAJE
La personalidad regional, expresada en el paisaje, se contemplaba en relación con una percepción del conjunto como una totalidad. Y descubría la concepción organicista que subyacía en la idea de región. Sin olvidar que «si bien el centro de interés de la Geografía humana es la vida del hombre, lo es en cuanto constituye la forma de un medio geográfico». La Geografía se vislumbraba, entre los geógrafos, como una ecología del hombre, una ecología cultural.
De acuerdo con estos postulados, la geografía del paisaje se orientó ha cia los estudios regionales, pero también hacia un tipo de geografía cultu ral o humana. Es una geografía de carácter historicista, que busca descu brir la génesis de los paisajes, como producto de un proceso de adaptación de los grupos sociales o comunidades a su medio, de acuerdo con sus ca racterísticas culturales, étnicas o sociales. No ponen en entredicho ni nie gan el valor fundamental del medio geográfico, en cuanto edio físico. Comparten la idea generalizada en los inicios de la geografía moderna de que «toda geografía es... geografía física» (Sauer, 1931). La geografía cultural, iniciada en Alemania, cultivada en Francia e in corporada a Estados Unidos, bajo el impulso de C. Ortwin Sauer (1889 1975), responde a los mismos presupuestos que el regionalismo geográfico. Influido, como los geógrafos regionalistas en general, por las filosofías del sujeto, que sustentan la antropología de F. Boas, y la sociología de W. Dilthey, se orienta, en el primer tercio del siglo XX, hacia una geografía que destaca los componentes culturales del paisaje. Como apunta el propio Sauer, «dirige su atención a aquellos elemen tos de cultura material que confieren carácter al área» (Sauer, 1931). Se ins cribe en la concepción regionalista. El objetivo final y el horizonte en que se mueve tienen que ver con la clasificación regional y se identifica con la corología. Es decir, se orienta a entender la diferenciación en áreas de la su perficie terrestre. Pero resalta el componente cultural a través de la morfo logía del paisaje. De acuerdo con una concepción historicista, concibe el paisaje como la manifestación de una cierta unidad cultural en un área determinada. Uni dad producida por la específica adaptación del grupo humano, definido por sus técnicas, creencias, valores, a un medio geográfico determinado. Adap tación cambiante con el tiempo, de tal modo que el paisaje adquiere una di mensión histórica, profunda. Constituye el resultado de una acumulación y combinación de sucesivas formas de adaptación y elaboración cultural. Este acento en la historia constituye un rasgo distintivo del enfoque cultural. Reconstruir las etapas sucesivas de las condiciones de formación de los paisajes es un objetivo declarado y una exigencia metodológica. Cir
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cunstancias que hacen de esta orientación una ecología cultural. sí lo plan teaban distintos geógrafos de la pri era itad del siglo . l enfoque ecológico aparece tanto entre los geógrafos ale anes, coo en los anglosajones y franceses. parecía, incluso, coo una fora de aco tar el capo geográfico frente a las disciplinas físicas y sociales co petidoras (Barro s, 1923). n enfoque que distingue la obra de . Sorre, en Francia, desde la perspectiva preferente de «todos los ele entos del edio geográfico y [de] todas las respuestas del organis o» (Sorre, 1971). Enfo que que él iso ubica en el ábito de la ecología humana, subtítulo de su obra funda ental. La geografía del paisaje y, en general, la geografía regionalista en la que se inscribe, se distinguen por su interés definido por las singularidades te rrestres, regionales, y su proceso histórico de for ación. enuncian a la pretensión de establecer generalizaciones y for ular leyes geográficas. es tacan, precisa ente, su disconfor idad con estos objetivos antenidos por los geógrafos de orientación positivista, cuya concepción de la geografía se atrinchera en la relación edio sociedad. bordan esta relación desde una perspectiva causal y directa: evaluar las influencias del edio geográfico -físico- sobre la sociedad y el individuo. La divergencia de objetivos tiene que ver con una concepción filosó fica. elegan la práctica científica a un segundo tér ino y postulan, o bien una ciencia distinta, o bien un conoci iento co prensivo ás rela cionado con el arte que con la práctica científica. l regionalis o geo gráfico y la geografía cultural co parten este aleja iento de los presu puestos de la ciencia. 2. La geografía regionalista: la síntesis regional egionalis o y paisaje confluyen en la eografía regional que doina el desarrollo histórico de la disciplina hasta el decenio de 1940. Sub siste, varias décadas ás tarde, con desigual i portancia según países y escuelas. La geografía es reconocida, a abos lados del tlántico, coo una disciplina singularizada, a caballo de ciencias físicas y sociales. na disciplina que no aborda cuestiones de orden general, que ha renunciado a buscar leyes. Lo proclamaba Le Lannou en la inmediata posguerra: «Nadie piense, en adelante, en someter la actividad humana a las leyes de una ciencia sis temática» (Le Lannou, 1949). Lo había apuntado con anterioridad R. Hartshome, al señalar que el cometido de la geografía, «más que el elaborar le yes» es «estudiar casos individuales» (Hartshorne, 1939). Lo remachaba J. Broek, descubriendo el trasfondo filosófico idealista kantiano de su pen samiento: «en geografía como en la historia, la búsqueda de leyes no es el objetivo final» (Broek, 1959). Una disciplina singular de los espacios singu lares, las regiones. La región y el denominado «método regional» constitui rían el fundamento de la Geografía. El punto de vista y el método diferen ciaban a la geografía (James, 1966).
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La geografía regional se convierte, en ese período, en el centro exclu sivo del estudio geográfico, destinado a «presentar el cuadro armónico y ho mogéneo, la individualidad, la personalidad geográfica de cada país o re gión» (Beltrán y Rózpide, 1925). La Geografía como el arte de la descrip ción del paisaje, como una disciplina de la comprensión, como un espíritu o talante, como una conciencia (George, 1973). La Geografía deriva de cien cia a arte. El componente distintivo será, para los geógrafos, el método es pecífico de la geografía, el denominado método regional. 2.1. EL MÉTODO REGIONAL: LA SÍNTESIS
La geografía regional suponía, adeás de un objeto -la región-, que los geógrafos valoraron coo propio y exclusivo, un étodo, el método re gional. étodo que estaba en relación con el carácter del objeto. l objeto regional se percibía coo una entidad co pleja: resultaba de la confluen cia y de la co binación de ele entos dispares, físicos y hu anos. La na turaleza co pleja de la región es un lugar coún y una constante entre los geógrafos regionalistas. s habitual, por su parte, hacer hincapié en esta circunstancia. Co prender este fenó eno co plejo y la co binación en que se basa ba planteaba una doble exigencia. Por un lado, obligaba al estudio de cada uno de estos últiples integrantes del co plejo regional, procedentes de dis ciplinas uy dispares. Por otro, i ponía una adecuada etodología que hi ciera posible descubrir el engarce entre los distintos factores integrantes. Se trataba de identificar la co binación específica, funda ento del paisaje y personalidad de la región. abía que establecer los vínculos entre estos fac tores básicos y los ele entos for ales de la apariencia regional, el paisaje. l objetivo era descubrir y definir la personalidad regional, su singu laridad, fundada en la específica co binación de los distintos integrantes del paisaje. ra la vía para definir los lí ites del espacio regional, es decir, de su singularidad geográfica, logro atribuido a la correcta aplicación del étodo sintético, la síntesis regional, cul inación del estudio del geógrafo. l étodo que facultaba para acceder a este final se decanta desde las pri eras obras y aparece ya enunciado en la de . e angeon. uando . e angeon -y antes que él J. runhes- esque atiza el étodo regional, es decir, la síntesis regional, nos presenta una secuencia teática. n una observación atenta de esa secuencia sintética en los estudios regionales no es difícil advertir que el discurso se dispone coo una se cuencia equivalente a la de análisis, entendido éste coo lo hacen los regionalistas, coo la diferenciación de los distintos ele entos o coponentes del espacio regional. esponde a una concepción ad itida y reconocida. na secuencia « agistral», según la opinión de algunos geógrafos, que se proyectaba en la exposición final, que seguía de fora fiel la secuencia enunciada. sí lo re saltaba y definía anuel de Terán, ya en la década de 1980, al prologar uno de estos estudios regionales: «apartados que, con una tradición ya agis-
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tralmente acuñada, la ciencia geográfica considera que imperan en el estu dio de un espacio (es decir, relieve, clima, red fluvial, composición de los suelos... formas de poblamiento, estructuras demográficas)» (Terán, 1981). Como apuntaba Terán, los geógrafos regionalistas aplicaban un méto do consagrado, cuyo modelo lo había dado la obra de Demangeon sobre la Picardie. La mitad de la misma dedicada a cuestiones de geografía física y la otra mitad al examen sistemático de «agricultura, industria, comercio, hábitat, propiedad, población y subdivisiones administrativas» (Buttimer, 1980). Era una concepción metodológica compartida por la comunidad geo gráfica de orientación regionalista que Hettner había formulado como el Lánderkundliche Schema, o «esquema regional». Constituía el método o mo delo de análisis regional que establecía la secuencia progresiva, con la su cesiva consideración de la estructura geológica, morfología de la superficie, clima, drenaje, geografía de las plantas, de la fauna, poblamiento, econo mía, comercio, y población. Un esquema que descubre el determinismo subyacente en la geografía regionalista y del que no están exentos los auto res de esta corriente (Elkin, 1989). n geógrafo italiano, . rtolani, lo sintetizaba de fora equivalente a la de Terán, casi en los iso tér inos. e acuerdo con esta concepción, la estructura de la onografía regional está establecida en sus co ponen tes básicos. Se partía del «cuadro físico coo teatro de una agrupación huana singular; ocupación del espacio por la obra del hobre; organización regional». na estructura cuyo desarrollo se define ta bién en todos los tér inos y orden expositivo. «n la exposición de los aspectos físicos se debe resaltar la ubicación geográfica de la región, su taaño, su relieve, los suelos, el clia, las aguas continentales, la cobertura vegetal natural. abrá que reconstruir ideal ente el estado originario de la región.» Se trata de la exposición básica de la escena geográfica. Responde a una concepción caracterizada, de naturaleza geoétrica, cuya continuación está deter inada. «Tras haber ilustrado los aspectos naturales, se aborda rán las cuestiones de geografía hu ana: los ca bios nu éricos de la po blación y los ovi ientos igratorios; la densidad de ográfica; la distri bución de los habitantes; la fora de los asenta ientos rurales y urbanos; la actividad econó ica -estructura agraria e industrial- y los géneros de vida consiguientes; las condiciones sociales... para afrontar, a odo de con clusión, algunos problemas finales: la articulación interna de la región en espacios enores; el reconoci iento del tipo o tipos de paisaje do inantes; la co paración con otras regiones» ( rtolani, 1962). l resultado es lo que se denoina síntesis regional. La estructura (expositiva) coún de estas síntesis, sobre todo las de área y países, estructura que los geógrafos regionalistas identifican coo étodo regional, se caracteriza por esta secuencia espiral. na pri era parte aborda sucesiva ente los diversos enunciados que co ponen el edio físico y hu ano. Lo hacen con un trata iento propio de la geo grafía general. La segunda desglosa los diversos espacios o unidades re gionales -o co arcales-, a cada uno de los cuales se le aplica un trataiento si ilar.
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La costumbre consagrada, como decía Terán, había resuelto el pro blema metodológico a través de la adopción de una estructura narrativa ge nérica que yuxtaponía los elementos regionales en una secuencia predefi nida y, en cierto modo, independiente del autor. No es una estructura ar bitraria; intenta reproducir una cierta composición interpretativa. Esa pro gresión narrativa reproduce como discurso una vinculación causal o jerár quica. La secuencia no es arbitraria sino necesaria, no es casual sino obli gada. El orden de la secuencia representa la jerarquía causal del encade namiento de los fenómenos geográficos en un área según se entendía en la corriente regionalista. El llamado método regional -la síntesis regional-, en el que se pre tende identificar la geografía, es más bien una norma de estilo, una estruc tura narrativa. El método regional se reduce a una convección expositiva. Identifica un género narrativo, el género geográfico regional.
2.2.
EL RELATO REGIONAL: UN GÉNERO LITERARIO
Cuando Demangeon -y antes que él Brunhes- esquematiza el méto do regional nos presenta una secuencia temática. Una observación atenta de esa secuencia sintética demuestra, en su repetición y aceptación, que es tamos ante un género narrativo. El método regional se reduce a un relato acomodado a unas normas y a una concepción admitida y reconocida. Se trata de un «género» literario de carácter geográfico. Está basado en una secuencia narrativa que lleva desde el análisis del medio físico al del resto de los componentes predeterminados. La narración es así geográfica: corresponde con un género geográfico y obedece a un ho rizonte explicativo implícito que es geográfico. Responde a un concepto de la geografía como relato. El método regio nal ha consistido y consiste, para muchos geógrafos, en una secuencia pro gresiva que se inicia por el medio físico, a su vez abordado según un orden también secuencial y también establecido, que continúa por la población y el poblamiento, y que termina con las actividades económicas, las ciudades, etc. El discurso real opta por la secuencia; el discurso regional se convierte en exposición narrativa sistemática. Y el género se resuelve en una sucesión es tablecida y aceptada, normalizada incluso. El método regional consiste en integrar los elementos sistemáticos de carácter geográfico, que sí tienen metodología propia, en un armazón na rrativo que viene determinado de antemano, impuesto por una sabia expe riencia como decía Terán. No es un discurso intuitivo, lo que hubiese sido perfectamente lícito e incluso positivo. A pesar de las afirmaciones teoréti cas, no se identifican a sí mismos como literatos; sí como científicos; no es criben una novela sino una monografía regional. El geógrafo regionalista renuncia o no se plantea la libertad narrativa; se refugia en el género. El discurso real opta por la secuencia predetermi nada, se convierte en exposición narrativa sistemática, sin desarrollar es tructuras narrativas acordes con una percepción subjetiva del objeto. El re-
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lato regional no escapa a una exposición que parece condenada a reprodu cir una secuencia de tipo general y que convierte, paradójica ente, a la re gión en una yuxtaposición de ele entos siste áticos. n su fora ás caricaturesca, corresponde con la que los franceses han denominado á tiroirs, porque los distintos componentes sistemáticos del análisis se suceden sin ningún vínculo interno, coo si ples capítu los de geografía general (rtega alcárcel, 1988). La región no es un pro ducto del análisis regional, es un a priori que se rellena con conoci ientos generales. o se ha resuelto el dilea de la relación conoci ientos genera les y construcción regional; se les ha encerrado en lí ites predefinidos. scribir geografía regional se hace co plicado: «habría que reconocer que escribir bien geografía regional resulta una tarea difícil» (Paterson, 1974). n relación, sin duda, con las dificultades que la geografía regional presentaba, y presenta, desde el punto de vista de su etodología. El uso tra dicional no resolvió esa contradicción. La contradicción no tiene solución en el plantea iento habitual de la geografía regional. sta parece condenada a disolverse en la geografía general o a repetirse, es decir a la redundancia del análisis local (o co arcal) o regional -si se trata de países-. Son probleas intrínsecos de la etodología de la eografía Regional.
Reducida la entidad regional a su apariencia global, que en definitiva eso representa la conceptuación paisajística, el dilema metodológico es pa tente: ¿cómo se aborda un objeto fisonómico que resulta de una combina toria circunstancial de elementos simples numerosos que cada espectador puede contemplar de modo diferente? La percepción intuitiva, afirmada en el discurso teórico, no es operativa en la praxis empírica. Puede servir para contemplar como un momento de la percepción, pero no sustenta ni la des cripción, que es necesariamente secuencial, ni la explicación que, como pro ceso lógico, también lo es (Paterson, 1974). Las dificultades objetivas que el trabajo e pírico ofrece quedaban re legadas, en cuanto a la reflexión episte ológica, al ábito de la subjetivi dad, a la capacidad del sujeto, al reducirse los proble as de conoci iento -sobre todo los etodológicos- a una cuestión de actitud y aptitud, a una sensibilidad o intuición, que para algunos prestigiosos geógrafos significa ba la identificación del étodo geográfico con un arte. El arte sólo tiene dos vías, o la del genio o la del acade icis o. l pri ero no se enseña; el se gundo conduce a la rutina.
2.3. Los
PROBLEMAS EPISTEMOLÓGICOS DE LA SÍNTESIS REGIONAL
stos proble as tienen que ver con el carácter de la descripción re gional, reducida a su fora verbal, inco patible con un discurso lógico (Paterson, 1974). Lo apuntaba este geógrafo americano, denunciando, en cierta anera, el quiebro etodológico que esa contradicción descubre. ontradicción que se evidenciaba, en ayor edida, en los autores euro peos y que consiste en un discurso regional coo una narración dual. na parte general y una parte regional.
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Las contradicciones del étodo regional, entre análisis y síntesis, las derivadas de la confusión entre étodo y siple estructura narrativa, y las que surgen de la necesidad de superar el esque a general, aparecen des
de el decenio de 1940 (Le Lannou, 1948). Sin embargo, los geógrafos regionalistas compartieron y defendieron el método regional como la expresión del método geográfico por excelencia. El esfuerzo por asentarlo de forma rigurosa, por elaborar un marco concep tual y clasificatorio, adquiere especial relevancia entre los geógrafos ameri canos. La definición de región, la clasificación de los diversos entes o uni dades del análisis regional, las relaciones entre el análisis sistemático y el regional, fueron cuestiones debatidas en orden a perfilar un cuerpo teórico sobre la región y el método regional (Whittlesey, 1954). Consideraban que lo que define una región es la ho ogeneidad de ca racteres, aunque resaltaban que «la región es algo ás que ho ogeneidad, que posee una cualidad de cohesión», que es lo que le distingue del siple concepto de área o porción li itada de la superficie terrestre. l étodo re gional consistiría en «la observación y edida de los fenó enos específi cos, de acuerdo con el criterio utilizado, y la búsqueda de relaciones entre tales fenó enos», coo un procedi iento «para descubrir orden en el es pacio terrestre». Los geógrafos regionalistas a ericanos se esforzaron por establecer criterios precisos en la deter inación del espacio regional, aun que eran conscientes de que no existían criterios unifor es y aceptados res pecto de qué atributos definen una región. La búsqueda de un étodo regional preciso llevó a destacar los fenó enos de cohesión y ho ogeneidad y la perspectiva abierta, en cuanto a aceptar que pueden existir uy diversos patrones de análisis para el es tudio regional. Se trataba, para estos geógrafos, de seleccionar criterios significativos en relación con el objetivo del estudio. l étodo regional se orientó hacia el exaen de las diferencias en la superficie terrestre, de patrones de organización si ilares y de la búsqueda de interrelación en tre distintas áreas. l étodo regional se dirigía hacia el descubri iento de «caracteres existentes, de procesos y secuencias» y hacia la generalización de las rela ciones existentes entre esas áreas. La búsqueda de los caracteres que dan identidad y hacen de la región un espacio único; los factores de cohesión; la di ensión histórica y la consideración de los distintos ele entos físicos for aron parte del étodo regional, so etido sie pre a la coherencia en tre los criterios aplicados y los objetivos de la investigación. La necesidad de definir el arco regional supuso, en la geografía regaionalista a ericana, ás sensible a las críticas positivistas que realzaban s deficiencias etodológicas y teóricas del concepto regional, una ayor apertura de éste y una ayor elaboración del étodo regional. La conside ración de que el espacio regional depende de los propios criterios de traba jo significaba negar a la región realidad objetiva y hacer de la región un siple instru ento intelectual. Suponía el reconoci iento de que pueden establecerse regiones di versas, de acuerdo con el objetivo de la investigación. que tales regio
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nes pueden estar definidas por un único criterio de definición, por varios de ellos o por una combinación compleja de los mismos de carácter in tegral o totalizador. Son estas últimas, a las que denominaban regiones compage, las que se identifican en mayor medida con el concepto regio nal europeo. Son las «regiones verdaderas», según consideraban algunos de los geógrafos americanos. Elaboraron una tipología regional que tiene que ver con el objetivo y que condiciona el método de análisis. El problema del análisis de las re giones complejas, de los espacios en los que la totalidad de sus caracteres forma parte de la definición del complejo regional, surge, sin que se llegue a una respuesta satisfactoria, al tratar de establecer el método de estudio de las mismas. El carácter de totalidad que se otorga a la región así concebida, y que engloba tanto los caracteres físicos como los sociales, genera un problema epistemológico que los críticos resaltan: el concepto de totalidad supone que el conjunto representa más que la suma de los componentes. Como dice uno de los geógrafos americanos más representativos el «estudio omnívoro de la totalidad espacial es indiscriminado, fútil e incluso peligroso» (Whittlesey, 1954). La denuncia del esquema regional o «método común, usado tan a menudo en los estudios regionales alemanes, de comenzar con el pa sado geológico, y avanzar a través de los caracteres físicos y bióticos, hasta los aspectos sociales del área», aparece entre los geógrafos americanos regionalistas. En consecuencia, se abogó por otras alternativas. En unos casos, por un método de estudio de carácter funcional, de tal modo que la totalidad aparezca como el resultado de los vínculos funcionales que unen a los dis tintos componentes regionales. En otros, por la aplicación selectiva y orien tada del método regional, determinado por la relevancia de los problemas en el marco de la región. La secuencia y listado de los elementos a analizar son el resultado de la propia investigación regional. La elaborada formulación de los geógrafos regionalistas americanos, como las proclamas de algunos geógrafos regionalistas franceses, a favor de concentrar el análisis regional en la dimensión social y prescindir de la parte física, como forma de resolver la inconsistencia de la estructura regional y la dualidad metodológica, coincidían en poner de manifiesto la debilidad del denominado método regional y la crisis de la geografía re gional. La crisis regional ha supuesto de forma general el paulatino declive de los estudios regionales tradicionales en la práctica totalidad de las comuni dades geográficas. Un efecto que señalaban a mediados de la pasada déca da Johnston y Claval. Ha sido una crisis fraguada dentro de la propia geo grafía como consecuencia de las dificultades epistemológicas y conceptua les aludidas. Ha sido, también, la consecuencia de una crítica externa, des de el neopositivismo.
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3. Crisis y declive regionalista En la década de 1940 las tensiones entre análisis y síntesis y entre lo general y lo regional, como ingredientes del estudio geográfico regional, son patentes ya en Francia. El debate entre geografía general y geografía regio nal, y el debate sobre la naturaleza científica o artística del método regio nal en la geografía, que se desarrolla en esos años en Francia, es buena prueba de esas tensiones. Plantean ¿qué es el método regional?, ¿cómo es posible conocer la región?, desde dentro de una concepción regionalista que disfrutaba, en esos años, de una posición hegemónica en la totalidad de las comunidades geográficas. La geografía á tiroirs identifica la insatisfacción general con el método regional, tal y como se aplicaba (Le Lannou, 1948). La concepción regionalista clásica, vinculada al paisaje, ambiental en sus fundamentos, arrastraba excesivas connotaciones filosóficas y más que filosóficas ideológicas, además de asentarse sobre cimientos teóricos dema siado frágiles. El irracionalismo de las filosofías de la vida sobre el que se había pretendido sostener la dicotomía entre ciencias nomotéticas y cien cias sin leyes, o la contraposición entre ciencias objetivas apoyadas en mé todos objetivos y ciencias-arte basadas en la intuición, representaban una apoyatura poco sólida. Y la endeblez teórica no hacía sino magnificar la de bilidad metodológica. La declinación progresiva del postulado regional es el rasgo destacado de la segunda mitad del siglo XX. El racionalismo que se impone en la segunda mitad del siglo XX com paginaba mal con los fundamentos regionalistas, de raíz irracionalista. El enfoque y la concepción regionales estaban fundados en el paisaje como to talidad -en términos holistas-, en la singularidad geográfica, clave de la personalidad regional. Convertían la región-paisaje en un objeto sólo abor dable por la vía de lo que los geógrafos denominaron la síntesis regional. Resultaba incompatible con la concepción del conocimiento científico nor malizado. La crítica neopositivista terminaría por desmantelar el plantea miento regionalista. La raíz de esta revisión ha sido epistemológica y arraiga en la comu nidad geográfica americana de 1950, dominada entonces por los regionalistas. La geografía aparecía orientada, como hemos visto, a la descripción de las singularidades geográficas de la superficie terrestre, las regiones, al margen de cualquier pretensión de generalización. Un sector de los geó grafos americanos puso en cuestión esta concepción de la geografía, re saltando su incompatibilidad con el método científico. Éste era identifi cado con el predominante en las ciencias físicas y naturales, es decir, el método positivo. Ponía en entredicho la cientificidad de la geografía practicada, al mis mo tiempo que su relevancia e interés social. Propugnaba el abandono de dicha concepción y, por tanto, del enfoque regionalista. Señalaba como al ternativa una geografía orientada a la búsqueda de regularidades de validez universal. Proponía una geografía que trabajara con problemas. Abogaba por el empleo del método científico normal. Planteaba, por tanto, la unifi cación metodológica con el resto de las ciencias.
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La crítica positivista utilizó la fisura epistemológica y las insuficien cias conceptuales, y se aprovechó de ellas para proclamar otros presu puestos para la geografía. Es bien conocida la emblemática arremetida de Schaeffer contra los postulados regionalistas que imperaban en Estados Unidos (Schaefer, 1952). Su famoso artículo venía a plantear el debate en su punto esencial, el epistemológico. El planteamiento del autor america no abordaba, esencialmente, la inconsistencia metodológica de la pro puesta regionalista. Resaltaba las seudoargumentaciones utilizadas, rei vindicando la adopción de criterios científicos, de acuerdo con la filosofía de la ciencia analítica. Desmontaba los mitos habituales del regionalismo. Constituía un análisis crítico de los postulados de Hettner sobre la geografía. Los ta chaba de «ideas acientíficas, por no decir anticientíficas». Resaltaba que se sustentaban sobre «el argumento típicamente romántico de la singula ridad». Atacaba la concepción «holística» subyacente. Denunciaba «la fal sa pretensión de una función integradora específica de la geografía», así como «la apelación a la intuición y al espíritu artístico del investigador en lugar de la sobria objetividad de los métodos científicos normales» (Schaeffer, 1952). La segunda mitad del siglo XX contempla la quiebra del modelo regionalista sostenido sobre la región-paisaje. Supone la puesta en cuestión de la región geográfica y del método regional. La primera queda reducida a lo puramente físico, como territorio, significativamente denominada re gión banal. Al método, en el mejor de los casos, se le reconoce como «un método admirablemente adaptado a la geografía histórica europea ante rior a la Revolución Industrial o a las limitadas áreas del mundo actual cuyas economías dependen de una agricultura campesina y del autoconsumo local en la mayor parte de las necesidades materiales de la vida»; pero «inaplicable a un país que haya experimentado la revolución indus trial» (Wrigley, 1965). El renacimiento reciente de la región, y sobre todo del lugar, aparece vinculado a la reivindicación de la aptitud y percepción subjetiva, frente a la ley y el método científico. Al calor de este renacimiento de las filosofías irracionalistas se ha producido también el resurgimiento de las viejas con cepciones regionalistas, incluso en Estados Unidos. Responden a propues tas renovadas en el campo geográfico. Se han recuperado los viejos postulados, referidos a la geografía como disciplina interesada en la tierra como «casa del hombre» y como disciplina unificadora de las ciencias físicas y sociales. Se postula, como en el pasado, el objeto geográfico regional como un complejo sólo abordable desde una perspectiva comprensiva u holística (Lew, 1997). Tras ellas se descubren filosofías básicas coincidentes, similares corrientes de pensa miento. Sin embargo, las nuevas propuestas tienen un significado históri co específico.
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4. De las geografías humanísticas a las geografías posmodernas Las denominadas geografías humanísticas surgen a partir de los años setenta de este siglo , con antecedentes en el decenio anterior. Todas ellas co parten, coo pone de anifiesto la deno inación, el co ponente sub jetivo, hu ano. Se define frente a la pretensión objetiva, natural y neutra, de las geografías científicas del neopositivis o. e hecho, aparecen coo una reacción frente a las geografías analíticas. Se afir an ante su do inio, su hege onía, su exclusividad. uestran la reacción de una parte de los geó grafos, que no se reduce al capo episte ológico, sino que afecta ta bién a la estructura de la co unidad geográfica. Lo destacaba uno de los ás notorios representantes de estas nuevas geografías, al describir y situar las condiciones en que se desenvolvieron los geógrafos que no co partían los postulados analíticos. i Fu Tuan resalta el apoyo de aquellos colegas que, con una for ación filosófica, «les peritió resistir, racional ente, las doctrinas de que la ciencia positivista onopoliza el sentido y significado del discurso hu ano». Es patente que la postura humanística aparece como una forma de re sistencia al positivis o y sus plantea ientos en la geografía. Surgen, adeás, en el contexto de crisis del racionalis o oderno. parecen coo una crítica a las filosofías e ideologías analíticas y se presentaban coo una al ternativa desde la subjetividad y la experiencia. onstituyen las pri eras anifestaciones de la crisis de la odernidad. partir del decenio de 1980, los postulados hu anísticos se confunden e identifican con los pos odernos. Las geografías hu anísticas se transfor an en geografías pos odernas. nas y otras co parten la puesta en cuestión de la racionalidad.
4.1.
EL «MITO DE LA RACIONALIDAD»
La actitud crítica de estos geógrafos frente al positivis o lógico se refiere a la i posición racionalista, lo que deno inan el «ito de la ra cionalidad». se dirige a sus derivaciones sociales e ideológicas, que afectan tanto al lenguaje coo al «estilo del co pro iso de los geógra fos en la resolución de los proble as». Las presunciones ideológicas ad heridas al discurso analítico, cuyo perfil tecnocrático es objeto de de nuncia, constituyen el objeto de esta crítica. na reacción frente a lo que consideran el dog atis o excluyente que ha llevado a «renegar de todo lo que de etafísico o de idealista conlleva, y conlleva coherente ente, la ejor tradición geográfica oderna», identificada con «horizontes episte ológicos que conceden a la idealidad un lugar destacado» ( rtega
Cantero,
1987).
eaccionan frente a la iagen idealizada de un undo de justicia y equidad asociado a la planificación de base científica, de bienestar genera lizada y de igualdad de oportunidades, de ar ónico desarrollo y de equili brio social. ra la iagen que trans itía el racionalis o tecnocrático ana lítico. na iagen que contrastaba con la realidad in ediata de la sociedad
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americana. La aparente y sedicente objetividad del análisis geográfico a par tir de modelos y teorías espaciales se enfrentaba a un contexto real de desi gualdad, de ineficiencia y de injusticia. Las geografías humanísticas se definen como disciplinas de carácter antinaturalista, en el sentido epistemológico del término. Son geografías que renuncian a la visión objetiva de los fenómenos humanos. Reivindican, como en el primer tercio de siglo, de acuerdo con las filosofías existenciales y vitalistas, la comprensión frente a la explicación. Valoran el vínculo emocional por encima del objetivo, la subjetividad frente a la objetividad. El mundo objetivo carece de sentido fuera de la experiencia de los seres hu manos. La denuncia de una racionalidad enajenada al servicio de la tecno logía, desprovista de toda función liberadora, constituye el fondo del deba te frente al discurso ideológico y epistemológico analítico. Una crítica que reivindica al individuo, al sujeto, con su libertad y con ciencia, más allá de la sedicente racionalidad del abstracto Homo oeconomicus (Ortega Cantero, 1987). Lo que conlleva la reivindicación plena o re cuperación de lo ideal, «a una renovada afirmación de la subjetividad, con todas sus prerrogativas ideales, que quizá ayude a desterrar anteriores equí vocos y a valorar con más justeza la verdadera envergadura -y la posible vigencia- del punto de vista, complejo y fecundo, heredado de esa tradi ción moderna del conocimiento geográfico» (Ortega Cantero, 1987). Una crítica que se apoya en las filosofías existenciales, en cuanto éstas contemplan al individuo como un «sujeto humano consciente». Es decir, li bre para tomar decisiones y comprometerse en la elección de su propio fu turo. Libre para adoptar resoluciones en situaciones que afectan a su pro pia vida y entorno. Desde una concepción de la libertad que no sólo con templa la eliminación de los obstáculos externos, sino que considera los va lores personales y la autoestima, como apuntaba la misma A. Buttimer. Son geografías que buscan valores, símbolos, significados. Priman la diferencia, lo singular, y en relación con ello, el lugar, la localidad (place), la región. Estos conceptos adquieren un nuevo significado, asociados a la percepción subjetiva. Son espacios de la experiencia personal, espacios vi vidos, espacios símbolo para los individuos. Son áreas recubiertas de signi ficado. El trasfondo de esta crítica está en una reivindicación de la ética frente a la epistemología. Las nuevas propuestas de geografías del sujeto, englobadas bajo la co mún calificación de humanísticas, en la medida en que reivindican al hom bre como individuo, se construyen frente al racionalismo positivista y a las filosofías del positivismo lógico y racionalismo crítico. Consideran que son las filosofías de raíz fenomenológica y existencial las que proporcionan un contexto más adecuado para la geografía. Entienden que son las que per miten vincular objeto y sujeto a través de aproximaciones de carácter sin tético. Propugnan un mayor papel de la subjetividad. Resaltan la significa ción de la fenomenología como instrumento epistemológico para la geo grafía, concebida ésta como una disciplina social (Ley, 1977). La fenomenología de Husserl, las concepciones filosóficas que resaltan el papel de la comprensión en el proceso de conocimiento, y con ello del in
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dividuo; los postulados de M. Heidegger, e incluso la crítica de raíz marxista de los representantes de la Escuela de Frankfurt, como Marcuse y Habermas, constituyen el soporte de la crítica humanística a la geografía ana lítica y sus presupuestos. Denuncian la supresión de todos aquellos elementos de orden social por parte de las geografías analíticas. Les acusan de reductoras, porque con vierten el espacio en un mero objeto geométrico, del que han desaparecido las relaciones sociales y tras el cual subyace un pensamiento determinista arraigado en la tradición positivista (Entrikin, 1979). Recuperar las varia bles subjetivas, la percepción holista o global, los marcos totalizadores cons tituye una propuesta compartida entre los geógrafos humanísticos (Ley, 1977). Son las propuestas que esbozan las geografías alternativas, las nue vas geografías de la subjetividad. Se caracterizan por su discurso, que aborda la recuperación de la tradición geográfica regionalista y cultural, y con ella los viejos conceptos geográficos del período regionalista. Una actitud que debe entenderse en la perspectiva de adquirir raíces, de mostrar una tradición. En relación con ello se encuentra el interés por la geografía regionalista y del paisa je y por conceptos como medio y región. Perciben que esos conceptos permiten una aproximación más apropiada al papel del comportamiento y actitudes de los sujetos. Los consideran el contexto para comprender la conducta espacial de individuos y comunidades. Apuntan a que sólo es posible esta comprensión desde la consideración de estos contextos como totalidades. Hay en estas geografías humanísticas como una labor de cuidadosa recogida de los fragmentos rotos del viejo jarrón regionalista, en una re construcción y elaboración que no trata tanto de recomponer como de reutilizar. En este sentido, las geografías humanísticas aparecen como una propuesta de renovar los lazos de la geografía contemporánea con sus orí genes, de tender puentes sobre la ruptura iconoclasta que representa el neopositivismo. Se plantea como un discurso de respuesta que tiende a res tañar y apropiarse de la tradición renegada.
4.2.
EL ESPACIO SUBJETIVO
Las propuestas humanísticas se formulan, desde su origen, como una recuperación de la herencia geográfica. Los geógrafos humanísticos se pre sentan, en sus primeros momentos, en la práctica y en la teoría, como albaceas de un patrimonio geográfico desafectado, abandonado, identificado con la tradición regional. Es significativo, al respecto, que el trabajo de A. Buttimer se centre en la tradición geográfica francesa. Las geografías humanísticas recogen y aglutinan, de forma progresiva, aquellas tradiciones del pensamiento y de la praxis geográfica que el neopositivismo pretendía arrinconar. Reclaman el espacio existencial, frente al espacio geométrico y objetivo. Reivindican y recuperan el lugar, el viejo objeto de la geografía, según Vidal de la Blache.
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Como decía Tuan, «el lugar se encuentra en el núcleo de la disciplina geo gráfica» (Tuan, 1977); propugnan una geografía de los lugares. Un concep to cuya relectura supone una reelaboración. El lugar recibe los atributos de la región y sustituye a ésta como principal centro de interés. De forma directa plantea esa recuperación Ley, al mismo tiempo que perfila la concepción del lugar en el marco de la tradición holística y de las relaciones Hombre-Medio, contempladas desde variables sociales y perceptivas (Ley, 1977). En un marco que admite el carácter que los ana líticos confieren a la geografía -en cuanto reconocen que el «análisis es pacial o explicación de la organización espacial constituye el fundamen to de la investigación geográfica»- resaltan el particular significado del lugar.
El lugar es un concepto clave en la explicación humanística. Es «úni co y complejo», por constituir un conjunto especial, que se caracteriza por estar «arraigado en el pasado, y desarrollarse hacia el futuro» (Tuan, 1977). Está dotado de historia y de significado. El lugar adquiere un valor que de riva de la percepción que de él tienen sus habitantes y del significado que le han atribuido: el lugar representa la encarnación de las «experiencias y aspiraciones de la gente». Desborda, como concepto geográfico, la mera acepción espacial, deviene una realidad a comprender desde las perspecti vas de quienes lo han construido. El lugar como entidad física, como punto o área, como simple obje to, adquiere una dimensión subjetiva, se convierte en imagen individual. Lo objetivo deviene cambiante, varía con los individuos, se modela de acuerdo a los valores e intereses de las personas. El espacio genérico, abs tracto, se transforma en un mundo de lugares, en un mosaico de espacios con atributos asignados por los individuos. Éstos proporcionan a cada lu gar un signo propio, derivado de los intereses que reúne y de los indivi duos que atrae. Son espacios vinculados a la existencia de cada individuo, a sus expe riencias particulares, a su relación personal con el entorno, a la percepción que del mismo tiene, de acuerdo con condiciones culturales y personales. Una nueva propuesta epistemológica que se planteaba en los inicios del de cenio de 1960 (Lowenthal, 1961). Era ilustrada, de modo empírico, por The Image of the City (Lynch, 1960). El resultado son las geografías del lugar, de los lugares, como espacios de la vivencia individual y colectiva, como «es pacios vividos» (Frémont, 1972; 1976). Las geografías humanísticas han introducido nuevos enfoques y han desarrollado nuevos centros de interés vinculados con la crítica a las insu ficiencias de las geografias analíticas y con las exigencias conceptuales pro pias. Desplazan el centro de interés del análisis espacial desde la objetivi dad geométrica de las distribuciones al estudio de las ideas y spatial feelings -los sentimientos espaciales- que acompañan la experiencia humana. Es un desplazamiento desde el espacio objetivo al subjetivo, desde el espacio geométrico, vaciado de experiencias, al espacio originario, es decir, al espa cio antropológico, vinculado a la experiencia corporal y, en cuanto tal, an terior al pensamiento o reflexión.
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alga an un conjunto heterogéneo de propuestas. Co prenden las geografías de los espacios vividos, espacios de la subjetividad, absoluta en te cerrados sobre sí isos. ngloban las geografías de la percepción y del senti iento estético, que enlazan con los viejos plantea ientos de la geo grafía de los viajeros y del paisaje. n proceso en el que ta bién se incluye la recuperación del medio. Se produce a través de la percepción subjetiva del iso, por la apreciación personal, por la sensibilidad ante sus valores. Son aspectos que no eran habituales en la acepción pri igenia de edio, enos subjetiva que la que proponen las nuevas geografías del sujeto. s una recuperación del espacio del sujeto, y con él de una tradición geo gráfica de relación entre el obre y el edio. Pero es una tradición re novada y transfor ada que se adapta a la nueva sensibilidad del final del siglo XX.
4.3.
EL ENTRONQUE CON LA TRADICIÓN REGIONALISTA
l vínculo con la tradición regional tiene un alto co ponente si bólico e ideológico. Proporciona a las geografías hu anísticas una referencia de indudable resonancia y prestigio en el capo geográfico y cultural. Les distingue respecto de la iconoclasia analítica. fira la tradición geográfi ca frente al exclusivis o neopositivista. fira la continuidad frente a la ruptura. Se dotan de una respetable tradición. Las geografías hu anísticas representan un esfuerzo de recuperación del legado geográfico. Tienen voluntad de puente sobre la ruptura neopositivista. Se descubre a idal de la Blache (Butti er, 1980). en esa valora ción hay que destacar la aportación sustancial de nuevos centros de interés, de nuevos objetos o nuevas perspectivas de análisis de los viejos objetos. l argen de que se haga, en ocasiones, desde una nostalgia del pasado, que descubre una ideología conservadora. Se itifican los paisajes y lugares de las co unidades ca pesinas, en proceso de transfor ación y desaparición. La incidencia odernizadora de los ca bios derivados de la industrialización e incorporación a la oderna sociedad de consu o aparece coo un proceso negativo. Se contra pone la ar ónica perfección de los lugares propios de la Irlanda ca pesina, en proceso de desco posición por la penetración de los ele entos de cabio del undo industrial, a los desal ados suburbia a ericanos. Pers pectivas que descubren el trasfondo ideológico que puede aflorar en los plantea ientos hu anísticos y en los conceptos de paisaje y lugar que a nejan (Buttimer, 1979). La reacción de Butti er entronca perfecta ente con la tradición con servadora, cultural, ruralista, localista, que distingue, desde el siglo III, el co porta iento de deter inados seg entos de la sociedad. e fora es pecial los que corresponden con los grupos sociales vinculados al antiguo régi en precapitalista. n unos casos, por intereses directos. n otros, por el bies ideológico-cultural, coo la iglesia católica. na corriente con no tables representantes intelectuales, desde . althus y F. Le Play.
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Se aprecia una sustitución e ignorancia de los procesos sociales que subyacen en los procesos de cambio. Se embellece el lugar tradicional -desde la ideología ruralista nostálgica- ignorando sus servidumbres físi cas, sociales y culturales. La preocupación por los paisajes y lugares se hace desde una óptica ideológica, que ignora los otros componentes que subya cen en su génesis. La reivindicación tiene menor calado en lo que atañe a la concepción y enfoque de la geografía. El acento que ponen las geografías humanísticas en el lugar, en la localidad -con resonancias vidalianas-, no coincide, sin embargo, con las formulaciones de Vidal de la Blache. El lugar se contem pla ahora desde la atalaya de «la experiencia relativa, cultural e histórica de la humanidad en relación con los atributos físicos de un área». Las geografías humanísticas hacen del hombre el centro de esa rela ción, convierten a la mente humana en punto de referencia. La cuestión am biental es contemplada desde la óptica de la percepción humana, de la sen sibilidad del sujeto. Las relaciones Hombre-Medio pasan por el tamiz de la percepción humana de las mismas. Las geografías humanísticas no se pro yectan sobre el lugar a partir de sus rasgos físicos, sino desde los valores que la sociedad les otorga. Para los geógrafos humanísticos o humanistas, la geografía deja de ser una ciencia de la Tierra, lo que marca una sustancial diferencia con la geo grafía de Vidal de la Blache. Es la comprensión del hombre y sus ideas vin culadas con el lugar, el territorio, la religión, lo privado, lo que centra el en foque de las geografías del lugar. Éste se distingue porque está cargado de significados para el sujeto, más que por sus rasgos objetivos, geográficos. «Percepción subjetiva, experiencia, conocimiento y acción forman con el entorno una totalidad», como resalta Grano. Una estrecha implicación vincula unas y otras, en la medida en que experiencia y acción están con dicionadas por el conocimiento del entorno, por el entorno percibido. No hay reciprocidad entre el sujeto y su medio, sino más bien una explicación de naturaleza y país en relación con el hombre. Una compleja dialéctica en tre el entorno percibido, el entorno físico real y el entorno conocido. Todas las propuestas que se identifican como humanísticas reivindican una filosofía del individuo, del sujeto. La recuperación del sujeto aparece como el rasgo distintivo de estas corrientes en la geografía: «la plena parti cipación del sujeto que conoce- del sujeto que, al representar el mundo, al intentar hacerlo inteligible, puede y debe acudir al personal bagaje de su propia cultura y de su propia sensibilidad-» (Ortega Cantero, 1987). Lo que vincula al hecho de la renovación o recuperación de lo ideal «a una renovada afirmación de la subjetividad, con todas sus prerrogativas idea les, que quizá ayude a desterrar anteriores equívocos y a valorar con más justeza la verdadera envergadura -y la posible vigencia- del punto de vis ta, complejo y fecundo, heredado de esa tradición moderna del conocimien to geográfico», es decir, de la tradición regionalista (Ortega Cantero, 1987). Una renovación desde el idealismo -como propugnan algunos- o desde su forma fenomenológica. La formulación de esa base filosófico-epistemológica se ha generalizado entre los geógrafos. Éstos se muestran más
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sensibles, en las geografías hu anísticas, a los presupuestos filosóficos, que sus antecesores de co ienzos de siglo. La característica de las odernas geo grafías de la subjetividad es el carácter explícito y la reivindicación directa de los presupuestos de carácter filosófico sobre los que se construyen o pre tenden construir las nuevas geografías. El marco filosófico y epistemológico de todas estas corrientes huanísticas y pos odernas en la geografía es el idealis o. odas co parten el rechazo de la racionalidad, y en uchos casos se vinculan con las corrientes feno enológicas. Reivindican de fora directa la tradición irracionalista o idealista de la geografía, identificada con «la ejor tra dición geográfica oderna», precisa ente por lo que conllevaba de «etafísico o de idealista» ( rtega antero, 1987). ste autor destaca cóo esa tradición geográfica oderna, calificada coo la ejor, se identifica con «horizontes episte ológicos que conceden a la idealidad un lugar destacado».
5. Idealismo, fenomenología y geografías l entorno filosófico en el que se ueven las geografías de la subjeti vidad es variado. esde el idealis o directo que se reivindica en algunos autores, a la feno enología y la filosofía existencial. La recuperación inte lectual de autores coo . usserl, ilthey y . Bergson es significativa. Las elaboraciones teóricas odernas de autores coo Foucault, Lyotard, errida, eleuze, co pletan el arco de referencia filosófica sobre el que se apoyan las propuestas de las geografías hu anísticas y constituyen el funda ento directo de los enfoques pos odernistas. o hay discontinuidad entre unas y otras. El espacio aparece como un i maginario co partido social ente ( ailly, 1985). ue e parienta, en los propios geógrafos, con un enfoque idealista de la geografía, que enfatiza la di ensión histórica y la conside ración de la actividad huana coo «reflejo de las ideas». n síntesis, «las actividades hu anas y los productos visibles de las isas se producen coo si ples reflejos de ideas» ( uelke, 1985). l idealis o proporciona el funda ento ás extendido de estas corrientes. Interpretación que no es aje na al coún deno inador de las corrientes humanísticas: la crítica a la ra cionalidad. La denuncia del pri ado de la razón y de la ciencia, coo conceptos equivalentes, y del patrón científico y racional coo rasero de validez del conoci iento constituyen un rasgo destacado de esta revisión idealista, dentro de la geografía oderna. Se critica la pretensión excluyente del conoci iento racional o científico: «La ciencia es la razón; lo que queda fuera de ella es el undo de las tinieblas, el universo de la sinrazón. Todo lo que no se atie ne -y en do inio del conoci iento geográfico -pasado y presente -no es poco- a los estrictos dictados de ese canon científico viene a ser considera do aproxi ada ente indigno y espúreo» ( rtega Cantero, 1987). Lo que con duce a la reivindicación del sujeto y con él de la experiencia personal.
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5.1.
LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA LOS ESPACIOS DE LA EXPERIENCIA
La feno enología ha sido una de las que han tenido ayor éxito y resonancia. Tuan afira la «base feno enológica» de la ciencia geográfi ca, en la edida en que considera que ésta deriva de la existencia de una «conciencia geográfica».La base feno enológica puede ser aplicada para describir y valorar el desarrollo de la geografía, en cuanto existe una geo grafía que posee este funda ento filosófico, tanto feno enológico coo existencial. l argu ento que sustenta esta referencia filosófica y episte ológica es, en definitiva, para el conjunto de las ciencias sociales, y en particular la eografía hu ana, el que trata de individuos y que coo tales individuos son seres únicos. n consecuencia, no es posible establecer conoci ientos generales sobre ellos, ni relaciones entre los distintos co ponentes de la so ciedad. estacan, asiiso, la co plejidad de los hechos sociales. os argu entos antiguos: el de la co plejidad del objeto, co plejidad constituti va que ipide frag entarla, y el de la singularidad o carácter único del ob jeto geográfico. Las geografías hu anísticas han introducido nuevos enfoques y han desarrollado nuevos centros de interés vinculados con la crítica a las in suficiencias de las geografías analíticas y con las exigencias conceptuales propias. eografías del lugar, de los lugares, coo espacios de la viven cia individual y colectiva, como espacios vividos. spacios vinculados a la existencia de cada individuo, a sus experiencias particulares, a su relación particular con el entorno, a la percepción que del iso tiene. l co por ta iento huano se vincula, no a la racionalidad abstracta sino a la par ticular percepción vivencial del sujeto. Se relaciona con las i ágenes que con dicha experiencia construye, funda ento de los particulares « apas» entales que cada individuo transporta coo guías, con los que sustituye el apa geográfico objetivo. Las geografías de la percepción han sido uno de los ás notables de sarrollos surgidos de las filosofías del sujeto, en la edida en que se rela cionan percepción y comportamiento espacial y en que las configuraciones espaciales aparecen condicionadas por el conoci iento particular que el su jeto tiene, verdadero o erróneo, del entorno en que actúa. Las geografías hu anísticas introducen y desarrollan nuevas aproxiaciones que, en el arco de viejos y renovados esque as, de la geografía regional y del paisaje, abren las expectativas geográficas conte poráneas. La búsqueda de las di ensiones si bólicas del espacio, la indagación so bre las particularidades de los lugares, la relación entre espacio y sujeto. Coo consecuencia, el interés por la definición de espacios específicos. spacios de la ujer, del arginado, de las inorías, con sus rasgos culturales específicos, han dado fora a estas geografías interesadas por la identidad. l espacio vivido, los signos de identidad personal y subjetiva con los lugares, la sensibilidad ante el entorno conocido, incluso la receptividad social para los entornos lejanos y exóticos, han esti ulado el renaci iento de una geografía regional re odelada.
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Las for ulaciones ás recientes de estas geografías del sujeto se sus tentan en los postulados y enfoques del pos odernis o. Se presentan coo las geografías pos odernas. 5.2.
EL POSMODERNISMO HUMANÍSTICO: LAS GEOGRAFIAS POSMODERNAS
l pos odernis o ha significado, para las geografías del sujeto, una oportunidad. La cultura pos oderna se ali enta en gran edida de los pos tulados filosóficos que sostienen la traa hu anística. El eclecticis o es un recurso co partido. La reacción antirracionalista ta bién. La referencia al individuo, a las vivencias y e ociones personales, a la particular interpreta ción del entorno, a la conte plación de éste coo un siple texto, suscep tible de últiples lecturas y relecturas, constituyen puntos co unes. La geografía de los múltiples puntos de vista, del espacio como una po liédrica realidad, abordable desde los más variados enfoques, aparece como un posible desarrollo de la disciplina, en el presente y para el futuro, al modo como Soja lo esboza en su trabajo sobre Los Ángeles (Soja, 1996). La geografía se abre a otras perspectivas y análisis; se inclina sobre las di mensiones imaginarias, sobre el análisis de los textos, sobre la propia es critura, sobre los símbolos y los espacios simbólicos. El Thirdspace «como una vía radicalmente distinta de contemplar, interpretar e intervenir para cambiar el entorno espacial de la vida humana» (Soja, 1996). La consideración del espacio coo un texto, coo un conjunto de sig nos, tér inos, palabras, sí bolos, que aparecen tanto en el entorno físico coo en las representaciones que aco pañan al iso, apas, docu en tos, lenguaje, literatura, entre otros (Rose, 1981). La geografía coo una disciplina que des onta los espacios del lenguaje y el lenguaje del espacio, sensible a los «sitios y las lenguas». Se reivindica nuevos pris as de análisis, y se propugna una nueva es critura de la historia «usando la raza, la clase, el sexo y la etnia, coo ca tegorías de análisis». Se abre a una dispersa y poliédrica consideración del espacio, de acuerdo con puntos de vista, con sensibilidades específicas. esde los postulados del pos odernis o se conte pla la nueva di ensión del espacio a abordar, el «tercer espacio». n espacio frag entado, el espacio de la diferencia, de las inorías, de la ujer y de los sexos, de los chicanos, de la negritud, en el caso de las geografías a ericanas.
La geografía del posmodernismo se propone como una geografía ex ploratoria de los nuevos espacios. Los espacios que «hacen la diferencia», los espacios del margen como un espacio de «diferencia radical», los espa cios del feminismo, los espacios del poscolonialismo, los espacios de la uto pía y de la heterotopía, los espacios recuperados del historicismo, la exópolis, los espacios simbólicos de las grandes urbes modernas, de las posmetrópolis. uevos enfoques, nuevas vías de indagar el espacio a través de sus sig nos, que puede ser decodificado, co prendido coo un texto que puede ser leído. l discurso geográfico se convierte en ateria de interpretación des de la perspectiva del lenguaje, coo un texto ás. Son conte plados coo
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paisajes culturales y como lugares vinculados a la existencia individual y so cial, construidos en relación con la cultura del momento. La recuperación de la naturaleza y la creciente atención a los espacios de la mujer, desde una perspectiva subjetiva y específica de la condición femenina, desde la iden tidad, forman parte del programa geográfico. Suponen la extensión de las fronteras de la investigación geográfica. La crítica ha resaltado aspectos de estas geografías, como el fuerte acento en la subjetividad de las filosofías fenomenológicas, la referencia a la conciencia como validación del conocimiento y la dificultad de estable cer reglas claras para la comunicación. Los ven como obstáculos para ci mentar una alternativa capaz de definir una geografía renovada. Las difi cultades que subyacen en los postulados de las geografías humanísticas constituyen los obstáculos fundamentales a su arraigo como propuestas al ternativas para el desarrollo futuro de la geografía. Desde presupuestos que difieren de los que caracterizan las propuestas de las geografías humanísticas, a lo largo de los últimos treinta años, se han formulado otras alternativas para la geografía, que reivindican el compro miso social o político de ésta. Son las geografías críticas o radicales, sus tentadas sobre el materialismo dialéctico.
CAPÍTULO 17
LA GEOGRAFÍA DEL COMPROMISO POLÍTICO. GEOGRAFÍAS RADICALES
Las geografías deno inadas radicales por los autores a ericanos, es decir, geografías de izquierdas, carecen de una tradición equivalente a las que presentan las anteriores. onstituyen un conjunto de prácticas teóricas y e píricas cristalizadas en el últio cuarto de este siglo . Surgen desde la crítica a las geografías analíticas, al igual que las geografías hu anísticas. Se caracterizan por la reivindicación de un saber crítico y transfor a dor en el capo de las ciencias sociales, vinculado a la acción política. sta nueva perspectiva, frente al neutralis o y acade icis o tradi cionales de la geografía y de los geógrafos, proporciona a estas corrientes un sesgo político e ideológico explícito. s el que explica la deno inación con la que se les distingue en stados nidos, y con la que se les conoce: geografías radicales. La geografía se conte pla desde una perspectiva polí tica coo un instru ento para la transfor ación social. Se postula una geo grafía comprometida con el cabio social.
1. Geografía y cambio social La segunda itad del siglo actual constituye, en sus pri eros decenios, un período de especial efervescencia intelectual, en capos coo la econo ía política, la sociología, la antropología, la historia y otras raas de las ciencias sociales. sta efervescencia tiene relación con el propio devenir histórico de esos decenios, pleno de contradicciones, y con el particular desarrollo de los ovi ientos sociales en los países de ayor avance aterial. La descoloni zación, las guerras i perialistas, el subdesarrollo, el protagonis o del Tercer undo, acentuaron las desigualdades. escubrieron las circunstancias de ex plotación y las tensiones derivadas del desarrollo del capitalis o. Los procesos de rápida urbanización que tienen lugar en ese período aso ciados a ovi ientos igratorios a gran escala, que se producen desde las pe riferias próxi as y lejanas hacia los grandes centros industriales y urbanos, provocaron y provocan secuelas de segregación, discri inación y explotación.
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Las contradicciones derivadas de estos procesos aceleraron el desarro llo innovador de disciplinas coo la sociología urbana, la econo ía del de sarrollo, la historia, entre otras. La geografía se incorporó a este proceso de análisis e pírico y de elaboración teórica sobre estos co ponentes de la rea lidad conte poránea. n ovi iento intelectual que sólo es explicable en el contexto social do inante en los decenios de 1960 v 1970.
1.1.
EL CONTEXTO SOCIAL E INTELECTUAL: EL PENSAMIENTO RADICAL
La tradición política e intelectual de izquierda cuenta con una arrai gada y consistente organización, tanto en los ovi ientos políticos y sin dicales coo en la universidad. La reflexión teórica y política sobre la filo sofía arxista y sobre su aplicación en el análisis histórico, econó ico, an tropológico, urbano y social tiene un notable desarrollo en la segunda itad del siglo X, en países coo ran Bretaña, Francia e Italia, en relación, pri ero, con las organizaciones políticas arxistas y con independencia de éstas con posterioridad. n los decenios de 1950 y 1960 la actividad intelectual en uropa se caracteriza por la notable actividad creadora, por la creciente vinculación con las prácticas sociales. Se distingue por el papel que dese peña, desde la perspectiva teórica, la reflexión sobre los postulados arxistas. Se ca racteriza por el desarrollo de las propuestas estructuralistas en capos tan diversos coo la antropología (. Lévi-Strauss), la filosofía (L. lthusser), la econo ía (. andel), la psicología, la crítica literaria, la sociología (. urvitch y . astells) y la lingüística. La dialéctica y el aterialis o histórico se encuentran en el centro del debate intelectual que se vincula, cada vez ás, con la acción política y so cial. Incluso filósofos de origen existencialista -coo J. P. Sartre- se acer can a la dialéctica y al aterialis o, en un proceso de conversión de indu dable significación. n la sociología, con particular incidencia en la urbana, se produce una excepcional producción e pírica y teórica. Se orienta hacia los proble as de carácter social en el ábito urbano, desde el análisis de la cotidianidad al de las prácticas urbanísticas y las luchas sociales. n la econo ía se produ ce una sensible desviación desde los análisis neoclásicos hacia los proble as del desarrollo y la desigualdad. Se produce un esfuerzo de conceptuación del subdesarrollo, que adquiere valor central en la nueva econo ía política. En todos los casos se orientaron hacia la crítica del orden capitalista y sus secuelas. Se vincularon, de fora predo inante, con la tradición dialéc tica y el aterialis o histórico, repensado al argen de los corsés dog áti cos y ortodoxos, en ran Bretaña, Francia, Italia, e incluso le ania. Su pro gresiva recepción en los núcleos universitarios de Estados nidos constituye uno de los rasgos ás sobresalientes de la vida cultural de ese período. La definición y consolidación de un pensa iento radical en stados nidos da fora a un notable ovi iento de renovación intelectual y po lítica que alcanza a uy diversos ca pos, en el arco de las ciencias so-
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ciales, desde la econo ía política a la sociología. Se trata de un pensaiento de izquierda, crítico respecto de la tradición intelectual y política li beral, crítico respecto de la realidad social y política de su propio país, y de su papel en el undo conte poráneo. La característica coún de la renovación crítica en la geografía es la estrecha i plicación y ós osis con las propuestas teóricas, con los análisis e píricos, con las actitudes prácticas y con los autores, de estas disciplinas ás diná icas, coo sociología y econo ía política. l desarrollo de un ovi iento intelectual y político equivalente en uropa y la recepción inediata de las corrientes radicales a ericanas en geografía operan coo las principales i pulsoras del ovi iento geográfico radical en uropa. 1.2.
DE LA ÉTICA INDIVIDUAL AL COMPROMISO POLÍTICO: GEÓGRAFOS RADICALES
La constitución de una geografía radical en stados nidos se origina en la crítica de la práctica analítica. stá jalonada por la reacción personal de geógrafos particulares ante las contradicciones entre la práctica geográ fica y los proble as ás relevantes de la sociedad a ericana, en el dece nio de 1960. Período arcado por la creciente conciencia de la segregación social, racial y étnica, de la desigualdad social urbana y de las disfunciones del siste a urbano a ericano. sta etapa está caracterizada por la creciente sensibilidad ante la desi gualdad y discri inación de la ujer en la sociedad, y por el papel contro vertido de Estados nidos en el undo, entre otras cuestiones. En este con texto se en arca la conversión de significados geógrafos analíticos, coo . Bunge y . arvey, a partir de la reflexión ética sobre este tipo de fenóenos, que aco paña el proceso de definición de las corrientes radicales a ericanas. La diferencia se produce en la actitud consiguiente y en las filosofías que se utilizan coo apoyo teórico y episte ológico para funda entar la reorientación de la geografía. La experiencia personal de . Bunge, al crear la deno inada Society for Human Exploration, en 1968, ilustra este tipo de reacciones, en el ábito personal. Supone un co pro iso directo del inte lectual con la acción social, en los espacios de conflicto urbano. icha so ciedad tenía coo objeto conocer las áreas de pobreza urbana, co partir con sus habitantes la proble ática de sus barrios, participar en los proce sos de planea iento urbano de fora integrada con los afectados, en la de fensa de sus intereses. Co pro iso ético político que no contó con el apo yo institucional universitario y que supuso el abandono de la universidad por parte de Bunge. ctitudes éticas que aparecen entre los geógrafos analíticos con ayor sensibilidad social. Para ellos, la geografía tenía que co pro eterse en la búsqueda de nuevas vías que hicieran posible reorientar la discipli na hacia asuntos de ayor relevancia social. efinían una situación en el ábito de la co unidad geográfica a ericana, receptiva a la propia sen sibilidad de la sociedad a ericana. Se trataba de la búsqueda individual
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de un compromiso por mejorar las condiciones de una sociedad que les resultaba poco satisfactoria. Los geógrafos americanos se plantean cuestiones que tienen relación con la inmediata realidad social: el imperialismo, la discriminación y se gregación social y espacial, la ausencia de la mujer en los estudios geográ ficos de análisis espacial, ciegos e impermeables a la temática femenina. Se definen actitudes que perfilan la necesidad de una geografía más compro metida con el cambio social, menos tecnocrática (Peet, 1977). En 1969 se fundaba en la Universidad Clark de Worcester, en Massachusetts, la revista Antipode. A Radical Journal of Geography. La aparición de Antipode proporcionaba a la corriente una plataforma y un emblema. Una geografía en las antípodas de la que imperaba. La revista recogía ese movimiento y servirá de plataforma para las nuevas preocupaciones. Éstas eran el estudio de cuestiones de mayor relevancia social y política, desde la pobreza regional y urbana, la discriminación racial y étnica, la desigualdad de acceso a los servicios sociales, la discriminación y olvido de la condición femenina, hasta el subdesarrollo y el imperialismo. Bajo esa perspectiva hay que tener en cuenta que las geografías radi cales engloban más un movimiento de reacción que una propuesta episte mológica definida. Y la propia constitución de esas geografías alternativas, usando aquí el término en la acepción social e ideológica, lo pone de ma nifiesto. Se trata de una disconformidad militante: disconformidad ética o práctica. En cualquier caso, disconformidad política. La diversidad de orígenes y circunstancias ideológicas en la configura ción del radicalismo americano -o anglosajón- y del europeo y los dis tintos componentes ideológicos que intervienen hacen difícil contemplarlos como una alternativa homogénea. La generalización, sin distingos, al con junto de unos rasgos que son particulares contribuye a desfigurar el perfil real de parte de los que quedan comprendidos en esa denominación. Podemos entender que participan de una preocupación común por lo grar una alternativa práctica -en su dimensión social- a la geografía ana lítica y, en el caso europeo, a la del paisaje y regionalista. No obstante, el de sarrollo de una geografía radical europea está condicionada por la específi ca y paradójica situación intelectual de la geografía en Europa. Ésta se ca racteriza por la inexistencia de tradición teórica marxista, aunque un nota ble grupo de geógrafos se adscriben política e ideológicamente al marxismo. Esta contradicción determina, como consecuencia, y de modo harto paradójico, que los componentes más destacados de los procesos de reno vación en la geografía europea se relacionan con la recepción de las geo grafías analíticas anglosajonas. Es la principal novedad intelectual en el de cenio de 1960. Paradoja no exenta de significado. La renovación crítica y conceptual tiene, por ello, un carácter periférico y tardío. Ésta vendrá des de otros intelectuales de trayectoria equivalente, pero en el campo de la so ciología, como H. Lefebvre. Este filósofo y sociólogo evoluciona desde la sociología rural a la sociología urbana en paralelo a un esfuerzo progresivo de reflexión teórica desde el marxismo, sobre las prácticas sociales urbanas y el espacio.
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La aparición de la geografía del subdesarrollo, de Lacoste, constituye el prier sí bolo de una geografía radical en uropa (Lacoste, 1965). n torno al grupo de geógrafos que identifica Lacoste se perfila el núcleo de una alternativa crítica, en la geografía. Tiene perfil político activo, frente a la tradición de la geografía universitaria o profesoral y frente a las noveda des analíticas que se derra an sobre uropa de odo casi coetáneo.
La creación de Herodote, como plataforma abierta para las geografías y los geógrafos críticos, consolida la nueva geografía radical europea, im pulsada por el propio Y Lacoste. La publicación, por este geógrafo, de La geografía sirve, en prier lugar, para hacer la guerra (1976) identifica las nue
va orientaciones de este grupo arxista francés, con un fuerte sesgo políti co o geopolítico. n el eino nido se anifiesta con la aparición de la re vista Area. n este caso en estrecho contacto con el otro lado del tlántico, pero con el soporte de una notable tradición política arxista, de gran in cidencia en la econo ía política británica y europea en general. Las geografías radicales representan, quizá por vez pri era en la his toria de la disciplina, una alternativa que no aspira tanto a ca biar la geo grafía coo a utilizarla para ca biar la sociedad. , en principio, anifiesta su disconfor idad con la relación que la geografía hege ónica an tiene con esa sociedad. specto sobre todo válido para los radicales aericanos. En Estados nidos la disconfor idad individual del profesional con el co pro iso -es decir, la falta de co pro iso- social de la disciplina le conduce a cuestionar la propia definición disciplinar, es decir, su neutra lidad social, para afir ar el co pro iso social y político. Se define pri ero un colectivo de geógrafos y progresiva ente el pro yecto de una geografía alternativa asentada sobre nuevos presupuestos. Las circunstancias históricas van a deter inar que esos presupuestos se bus quen en el pensa iento aterialista oderno, y de odo particular en el pensa iento arxista. La geografía se conte pla coo una disciplina revolucionaria, orien tada a la transfor ación del undo, de acuerdo con una conocida tesis de arx. El sesgo político constituye el co ponente ás destacado y definitorio de las geografías radicales. Son geografías políticas, no tanto por su ob jeto coo por sus objetivos. La actitud activa, co pro etida, la orientación transfor adora explícita, el fin procla ado de cabio político y social, pro porciona a estas geografías un perfil específico, que les diferencia de odo sustancial de las geografías analíticas y de las geografías hu anísticas. La confluencia que se produce con estas últi as en algunos ca pos, coo el fe inista, y los que tienen que ver con la desigualdad y discri inación, con la injusticia, no existe en los enfoques que prevalecen en el análisis. La definición de una geografía radical aparece condicionada por la inexistencia de una tradición de este tipo en la geografía oderna. La ine xistencia de una geografía de esta orientación en el período secular de existencia de la oderna geografía constituye una li itación teórica y práctica.
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2. Inventar las raíces: la recuperación de los geógrafos anarquistas l perfil de la geografía oderna, en su concepción teórica y en sus funda entos ideológicos, es conservador. Responde al carácter de una dis ciplina acadé ica, profesoral de funcionarios. Responde, sobre todo, a un plantea iento naturalista uy alejado de los presupuestos de las filosofías y ovi ientos revolucionarios del undo oderno y al predo inio de fi losofías de corte idealista en el desarrollo de la disciplina. ste sustrato con servador e idealista se i pondrá, incluso, a la definición política personal de un relevante núcleo de geógrafos. Se trata, por un lado, de la presencia de dos personalidades singulares, vinculadas con la geografía, de ideología ácrata o libertaria, en la pri era etapa de la geografía oderna. Se trata, por otro, de un notable sector de geógrafos de ideología arxista en la segunda itad del siglo , sobre todo en Francia. El perfil político personal no llegó a incidir en una construcción teórica influida por las ideas y filosofías políticas adoptadas. La paradoja de la geografía oderna es la existencia de geógrafos libertarios y geógrafos arxistas que nunca plantearon una geografía alternativa fundada en prin cipios libertarios o arxistas. sta paradoja explica la inexistencia de una tradición radical en la geografía oderna. estas circunstancias hay que añadir la inconsistencia teórica y episte ológica de la geografía elaborada en la nión Soviética y los países so cialistas en el período de existencia de los isos. l arcaís o conceptual y teórico distingue la deno inada geografía soviética. La fraseología políti ca sustituyó a la elaboración teórica. La práctica geográfica ta poco apor tó, en esos países, referencias que pudieran suscitar ca bios en la concep ción de la geografía. l resultado de todos estos factores es la i posibilidad de reconocer una tradición intelectual consistente de corte radical, es decir, de izquier das, en la geografía oderna. La única excepción, a título individual, la aportaban los geógrafos anarquistas. Por todo ello, los geógrafos radicales abordarán, por un lado, la recuperación de estos geógrafos anarquistas. Por otro, intentarán la construcción de un cuerpo teórico y episte ológico, de una Teoría Social del spacio, fundada en las filosofías aterialistas, en particular en el aterialis o histórico.
2.1.
LA GEOGRAFÍA REGIONALISTA DE LOS GEÓGRAFOS MARXISTAS
La segunda itad del siglo se inicia con una notable representación de geógrafos de ideología e inspiración arxista en los países europeos de siste a capitalista. onstituye una nueva generación de geógrafos que tie ne especial desarrollo en Francia. uchos de ellos, coo otros intelectua les conte poráneos, co parten la ideología arxista. na parte son, in cluso, ilitantes de organizaciones políticas que procla an esa ideología, coo el Partido Co unista.
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La obra geográfica de estos autores discurre al argen de cualquier intento de sustentar la práctica sobre una reflexión teórica basada en el aterialis o histórico. La paradoja de estos geógrafos marxistas es que practican una geografía de inspiración regionalista. ás aún, co parten la concepción regionalista a pesar de su filosofía idealista y su anifiesto irracionalis o. La tradición geográfica do inante en la uropa continen tal, regionalista, condicionó la posibilidad de una crítica efectiva de los postulados teóricos de la geografía. n Francia, un nu eroso grupo de geógrafos arxistas, vinculados al Partido Co unista o distantes de éste, se había constituido tras la segunda guerra undial bajo la dirección de J. resch y P. eorge. n grupo de excepcional calidad intelectual, entre los que se encontraban R. ugliel o, B. ayser, . Lacoste y J. Tricart. La paradoja resulta de que estos geógrafos arxistas, incluso counistas, ignoraron la reflexión teórica sobre la disciplina desde los postula dos arxistas. Practicaron una geografía de corte regionalista. o partie ron una concepción de la geografía coo disciplina del paisaje y de las re laciones o bre- edio, concebida coo arte o perspectiva, ás que coo ciencia. o parten enfoques en los que el co ponente físico per anece coo un factor geográfico. l arxis o ideológico se anifiesta en una fraseología, en la especí fica sensibilidad a las cuestiones geopolíticas de la guerra fría y de la con frontación entre capitalis o y socialis o. l único signo de su orientación ideológica será semántico. Hablan de países capitalistas y países socialistas, tratan con especial benevolencia a éstos y sus políticas centralizadoras, agnifican los procesos de la construcción socialista. Por contra, descubren las lacras -la cara oculta del capitalis o- en el ábito urbano, en las co lonias, en el aplio undo no industrializado. Se traduce en una particu lar consideración de los espacios del socialis o real y en la sensibilidad a los co ponentes sociales. La contradicción entre la concepción teórica de P. eorge, vinculada a una geografía del paisaje y artística, con la sensibilidad social y la fraseolo gía arxista que utiliza, es ilustrativa. lgunos, coo J. resch y J. Tricart, otra paradoja, se encierran en la geografía física -en realidad en la geoorfología-. inguno cuestionará los funda entos de la geografía doinante, ni se for ulará una reflexión episte ológica desde el arxis o en relación con la tradición geográfica i perante, de anifiesta base irracio nalista. na situación equivalente se perfila en le ania y en Italia. l arxis o de los geógrafos se corresponde con el voluntaris o po lítico y el activis o que subyace en el ovi iento co unista organizado. ste se ha caracterizado por su escasa inclinación, salvo excepciones con tadas, al desarrollo de un pensa iento crítico y a la reflexión teórica. l corte entre práctica política y práctica teórica ha sido un deter inante de cisivo en la evolución de la geografía europea. ello contribuyó la inercia intelectual que do inaba en los países del capo socialista. La existencia de un conjunto de países cuyo siste a político-econó ico se consideraba de inspiración arxista, coo países socialistas, no tuvo inci dencia renovadora en el capo de la geografía. o la tuvo ni desde la pers
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pectiva teórica ni desde la acción práctica, en cuanto al desarrollo de este ca po de conoci iento coo una disciplina oderna. n consecuencia, la geo grafía soviética y de los deno inados países socialistas careció de influencia sobre la evolución teórica y práctica de la geografía en el resto del undo. 2.2.
LA GEOGRAFÍA SOVIÉTICA: LA INCONSISTENCIA TEÓRICA Y PRÁCTICA
La funda entación arxista de la geografía en los países de econo ía centralizada se reducía a una fraseología ideológica i puesta desde la di rección política. La reflexión teórica creadora no existió. La carencia teóri ca aco paña el desarrollo de la geografía durante el período de existencia de la nión Soviética. La geografía se conte pla coo un conjunto de disciplinas, uy he terogéneas, cuyo único vínculo es su relación con el sustrato terrestre. La geografía se configuraba, en realidad, coo una agrupación de disciplinas reunidas bajo el calificativo de ciencias geográficas. La concepción i perante en la geografía soviética partía de la drásti ca separación de geografía física y geografía econó ica. staba de acuerdo con una sedicente clasificación arxista de las ciencias, de carácter oficial, que distinguía, por un lado, las ciencias de la naturaleza y por otro las cien cias sociales. Las pri eras estarían regidas por leyes naturales y las segun das por leyes sociales. sta concepción de la ciencia, sancionada por el Par tido o unista, sustentaba el estatuto acadé ico y científico de la geogra fía. La interpretación i puesta se ajustaba a una lectura ele ental y siplista de la clasificación de las ciencias que hacía ngels a finales del si glo XIX. lasificación que responde, coo es lógico, a la situación de estas ciencias en la segunda itad del siglo I . La geografía carecía, por tanto, de entidad coo disciplina específica y unitaria. Se contraponían, por un lado, la geografía física y por otro la geo grafía econó ica. e hecho, ta poco la geografía física o la geografía econóica la tenían. La geografía física era ta bién un conglo erado de cien cias especializadas, vinculadas con las respectivas ciencias naturales. La de no inada geografía econó ica, que podía entenderse coo la geografía huana tradicional, había sido concebida ás coo una raa de la econoía política que coo una disciplina con ábito propio. l título ostraba la fachada de signo arxista, al resaltar una concepción basada en los procesos productivos. n análisis crítico de la producción geográfica socialista uestra la de bilidad de la producción práctica y las carencias teóricas de la isa. La contradicción entre las procla as ideológicas -que anifestaban la con cepción onista de la ciencia de los fundadores del arxis o y de la teo ría social del aterialis o histórico- y la práctica geográfica frag entada en ultitud de ciencias especiales es una característica sobresaliente de la geografía soviética ( olosovsky, 1959). Por otra parte, la concepción de la geografía aparecía condicionada por dos factores dominantes. El primero, la herencia cultural geográfica que,
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como en el resto del mundo, es naturalista, y que recoge, de igual manera, el enfoque regionalista dominante en los años veinte en la geografía ale mana. El segundo, la herencia de la economía política que, en la tradición marxista, contempla los fenómenos abordados por la denominada geogra fía humana o geografía económica. La continuidad de la economía política en la Unión Soviética conver tía en superflua la geografía humana. Así lo resaltaban los economistas so viéticos, frente a los intentos de desarrollar la geografía humana o econó mica en el período de la planificación quinquenal. El debate sobre estas cuestiones impedirá el desarrollo de la geografía humana como disciplina y condicionará el de la denominada geografía económica, entendida como un mero apéndice o rama de la economía política. En consecuencia, la geografía se desarrolló en la Unión Soviética y en los países socialistas bajo la premisa de la diferenciación radical de geo grafía física y geografía económica. La primera como la disciplina del «en torno natural de la sociedad» o «entorno geográfico». El naturalismo con ceptual aflora de modo manifiesto en esta identificación de entorno físico con entorno geográfico. No se distingue del que imperaba en el resto de la geografía universal. La segunda como una vaga disciplina, más bien com plejo de disciplinas, relacionadas con la distribución de las fuerzas produc tivas. En realidad, reducida a una geografía de corte regional inspirada en Hettner, por cuanto las cuestiones generales relacionadas con el funciona miento del sistema de reproducción social quedaban adscritas a la Econo mía Política. De hecho, la geografía socialista se manifestaba como un conjunto de disciplinas dispares, ciencias geográficas, como dicen algunos autores, sin más vínculo que el de la territorialidad. Es decir, una concepción que no di fiere de la más primaria dominante en la denominada -por los autores so cialistas- tradición geográfica burguesa. La extensión es considerada la cualidad definidora del carácter geográfico. Bajo el recurso retórico marxista afloraba una concepción de la geo grafía muy tradicional y elemental. La geografía se entendía en el marco na turalista heredado del siglo XIX, identificado en una geografía física que no se distingue de las ciencias naturales equivalentes. Y en un marco regionalista, encubierto por los usos de la regionalización económica soviética, en la que tiene un papel relevante el trabajo de los geógrafos, como Baranskii y Anuchin. De hecho, la única aportación teórica significativa de carácter marxista se produce en la cuestión regional, en el concepto de región y en la uti lización de la región en los procesos de ordenación del territorio, proble mática impuesta por el desarrollo de los planes quinquenales a partir del decenio de 1920. La geografía económica se define como una disciplina de síntesis, orientada al estudio de la transformación del medio geográfico por el hombre en orden a justificar -de acuerdo con las recomendaciones de la geografía física- la mejor asignación de los recursos disponibles en un territorio.
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El vacío práctico y teórico soviético condicionó cualquier indagación sobre la posible fundación marxista de la geografía. Las contradicciones en tre economía política y geografía, desde el punto de vista teórico, y la inca pacidad para desbordar el uso retórico de los autores marxistas, impidieron la cristalización de una geografía marxista teóricamente fundamentada (Or tega Valcárcel, 1975). La existencia de algunos autores, geógrafos de los países socialistas, en particular alemanes, que abordaron la construcción de una base teórica para la geografía económica, con reflexiones excelentes, no invalida el jui cio general (Schmidt-Renner, 1966). La geografía económica marxista no pasaba de ser, tal y como se la practicaba en la Unión Soviética y demás países socialistas, una amalgama de disciplinas parciales sin ningún víncu lo teórico o conceptual. Eran especialidades orientadas por las necesidades prácticas del desarrollo económico. La geografía económica quedaba reducida, de hecho, a una disciplina de la localización de las fuerzas productivas, según resaltaba un autor so viético: «Todas las cuestiones de la aplicación de las fuerzas productivas en su relación al medio geográfico se pueden reducir en la práctica a la cues tión de la localización de las fuerzas productivas, su asociación en comple jos territoriales de producción y sus relaciones intrarregionales, interregio nales e internacionales y la división geográfica del trabajo» (Vols'kiy, 1963). El mismo autor definía la geografía económica como «una ciencia so cial cuyo objeto es el estudio de las leyes de localización, asociación e inte racción de las fuerzas productivas en los procesos de uso social del medio geográfico» (Vol'skiy, 1963). La consideración del medio geográfico es el componente que otorga especificidad a la geografía económica, en el cam po de las ciencias sociales y de la economía en particular, de acuerdo con esta concepción. Una estrecha visión e interpretación de los fundamentos teóricos marxistas de la geografía a partir de citas textuales de los fundadores del ma terialismo histórico, una reductora consideración de los cometidos de la geo grafía económica, limitada a las cuestiones de localización, consecuencia de una concepción específica de la economía política, impidieron una elabo ración teórica desarrollada a partir del marxismo. La geografía soviética quedó anclada en las concepciones heredadas del siglo xix, disfrazadas con el ropaje del materialismo histórico. La geo grafía socialista no había superado, desde una perspectiva teórica, el esta do de finales del siglo XIX (Praxis, 1966). Los geógrafos soviéticos compartían, bajo la retórica marxista, una concepción de la geografía muy tradicional. La geografía era entendida como una ciencia puente entre las ciencias de la naturaleza y las ciencias sociales y técnicas (Sauskin, 1966). Afirmación tan retórica como la de sus colegas burgueses, puesto que contemplaban la geografía como un campo o sistema constituido por geografía física, geografía económica y cartografía. Cada una de éstas con su específico objeto y métodos. Cada una de las cuales, a su vez, no es sino un aglomerado de otras cien cias, que disponen también de objeto propio y métodos específicos. Geomor-
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fología, hidrología, edafología, biogeografía, entre otras, en la geografía físi ca. La geografía econó ica regional, la geografía econó ica histórica, la ge ografía de la población, la geografía agrícola, co ercial, de la construcción, en el ámbito económico (Sauskin, 1966). deás de una geografía regional, entendida coo una «investigación co pleja, del edio geográfico, la po blación, econo ía, ciudades» en sus ca biantes características. Los debates teóricos no superaron los arcos tradicionales propios del prier tercio del siglo , sobre la unidad de la geografía, las relaciones con las disciplinas fronterizas, el carácter co plejo del objeto geográfico, o el papel de la síntesis geográfica. ebates que distinguen el período postestalinista. La naturaleza y arco del debate de los años sesenta ilustra su de bilidad teórica y conceptual. Los debates teóricos, en el decenio de 1960, se for ulaban desde la perspectiva de la unidad de la geografía. Ponían de anifiesto la conciencia de la separación de geografía física y geografía econó ica. Suponían la rei vindicación de una geografía ás acadé ica frente al carácter esencial en te aplicado de la geografía soviética. ebates, por tanto, poco novedosos. La propuesta de nuchin de reconstrucción unitaria de la geografía se hacía desde los viejos postulados regionalistas. Se reivindicaba coo una ciencia de síntesis y desde una concepción naturalista de la geografía. Se planteaba con un notable y sorprendente deter inis o físico, al hacer del edio geográfico el factor deter inante de la especialización econó ica re gional ( ol'skiy, 1963). ás sorprendente aún, el objetivo de nuchin se planteaba en el arco teórico aterialista. Sin duda de lo que ngels hu biese denominado natural-materialismo. La actitud de nuchin y otros geógrafos soviéticos, reivindicando una geografía unitaria, adquiere sentido precisa ente en el arco de una con cepción do inante. sta se presentaba coo la ás confor e con los pos tulados oficiales del aterialis o histórico. e acuerdo con éstos, se esta blecía una división radical entre geografía física y geografía econó ica (huana). La pri era coo parte de las ciencias de la naturaleza y la segun da coo parte de las ciencias sociales. Las posibilidades del enfoque arxista, en el desarrollo teórico de la deno inada geografía econó ica no cristalizaron. l debate teórico capaz de ahondar en la construcción de un objeto para la geografía y de una dis ciplina geográfica, coo verdadera ciencia social no se produjo. La tajante separación entre ciencias naturales y sociales, que el arxiso oficial soviético i puso, desde la perspectiva teórica, en abierta con tradicción con los postulados de arx y ngels, contribuyó a i pedir el avance en esta dirección. Las propuestas de unificación surgidas ostraban el callejón sin salida del desarrollo teórico de la geografía en los países so cialistas. Se realizaban desde una concepción pura ente naturalista y deter inista física y desde postulados que reducían a la geografía a una dis ciplina de síntesis. Los geógrafos soviéticos se li itaron a citar a arx y ngels, a los que atribuyeron el «haber dado un sólido funda ento a las ciencias sociales, incluida la geografía econó ica», pero se olvidaron de de sarrollar sus presupuestos en el capo geográfico.
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En consecuencia, la aportación de la geografía socialista a la construc ción teórica de una geografía fundada en el materialismo histórico es nula. Para los geógrafos radicales en búsqueda de raíces y para los demás cientí ficos sociales, la vía de los países socialistas resultaba estéril. En el momento en que los geógrafos americanos y de la Europa occi dental se ocupaban en buscar alternativas teóricas al pensamiento positi vista y descubrían el horizonte y la complejidad del espacio social y su pro ducción, los geógrafos soviéticos se encontraban inmersos en un debate so bre la unidad de la geografía, desde perspectivas naturalistas y desde con cepciones de la geografía del siglo XIX. Más atractiva resultaba la presencia de geógrafos anarquistas a finales del siglo XIX. Geógrafos que compaginaban la acción militante y la labor de geógrafos. Un excelente espejo para muchos de los geógrafos radicales que aspiraban precisamente a esa alianza entre acción política o compromiso personal y actividad profesional. Los geógrafos anarquistas proporciona ban, además, una tradición a la geografía radical.
2.3.
LAS RAÍCES DE LA GEOGRAFÍA CRÍTICA: ÉTICA Y ANARQUISMO
La existencia de autores anarquistas que reunían la condición doble de revolucionarios y teóricos de la transformación social con la de geógrafos fa cilitó este contacto intelectual. Las figuras de P. Kropotkin y de E. Reclus ad quieren especial resonancia entre los geógrafos radicales en las primeras eta pas del desarrollo de la nueva geografía. Kropotkin había formulado una visión del capitalismo, de la geografía y de la imaginada sociedad poscapita lista, que logra un indudable eco intelectual, a pesar de su manifiesta contra dicción con el marco social que prevalece en Estados Unidos. La alternativa anarcocomunista aparecía como una propuesta geográfica, aseguraba unas raíces y parecía permitir una tradición prestigiosa para la geografía radical. La búsqueda de raíces para el pensamiento y la práctica de las geo grafías críticas tuvo que limitarse a la recuperación de la obra y la perso nalidad de estos significados representantes de los primeros tiempos de la geografía moderna, vinculados con la ideología anarquista: Eliseo Reclus y P. Kropotkin. Esta recuperación adquiere especial relevancia en el marco de una geografía radical dominada por el pensamiento marxista. Suponía un contrapunto ideológico al mismo, dentro de los movimientos políticos de la izquierda revolucionaria. La notoria presencia de ambos en la actividad política proporcionaba a la recuperación un componente simbólico especial, por cuanto el sustra to de la geografía radical es la unión orgánica de actividad geográfica y ac ción política (Breitbar, 1988). E. Reclus y P. Kropotkin ejemplificaban ese vínculo y permitían soslayar la herencia marxista y el peso de su construc ción política. Además, representaban un componente dominante en el mo vimiento radical: la dimensión ética y el activismo político. La personalidad y la obra de uno y otro difieren, aunque comparten la concepción geográfica y comparten la sensibilidad ideológica, que se tra
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fica que constituye el contenido de su obra. na fora literaria ágil, en la que las reflexiones personales y las opiniones tienen ayor peso que las descripciones y explicaciones geográficas. n relato del género geográfico que no contradice la concepción del propio autor respecto de la geografía. Para . Reclus, la geografía no es una ciencia: «La geografía... no es ciencia por sí isa.» n consonancia con la percepción que tiene de un conoci iento que considera «nació al iso tiepo que las pri eras sociedades». Identifica la geografía con el saber del espacio, con la experiencia o práctica espaciales. Para Reclus, es una disciplina histórica, que abarca desde los orígenes de la ierra hasta el presente. Se confunde con la disciplina de la evolución de la hu anidad, «con respecto a las foras terrestres». orresponde a la idea de que la «geogra fía es la historia en el espacio». na geografía de los no bres, de las razas, de las foras políticas, de las religiones y creencias, que e parentaba, so bre todo, con lo que será la «geografía cultural» de raíz a ericana. an tiene, incluso, ele entos conceptuales de su aestro Ritter, al considerar la geografía bajo la perspectiva de la «geografía co parada», tér inos que eplea para identificar la conte poránea geografía hu ana. La eografía co parada es, para . Reclus, una disciplina de la socie dad hu ana, coo perfila, sobre todo, en su obra El Hombre y la Tierra. Un recorrido por esa evolución huana a lo largo del tie po, en que se con te plan las razas, las distintas civilizaciones, los pueblos, las luchas políti cas, las foras de gobierno, la religión y la educación, el progreso, el culti vo y la industria, éstos ás cerca de una filosofía de la historia que de la geografía econó ica. s un notable fresco pictórico, objeto de una aena exposición. ue el autor conte pla ta bién coo «geografía social». l contenido geográfico, desde una perspectiva co parativa y en rela ción con las ideas do inantes en la época en que se publica, es circuns tancial. Se liita a observaciones puntuales, a una parte de las ilustracio nes, apas y gráficos. uchos de ellos tienen un gran interés. Sin ebargo, y no deja de ser paradójico, no son conte plados en el texto ni valora dos en éste, porque no tienen relación con el proceso del relato. Sí resalta y caracteriza el conjunto de esta obra, y de la totalidad del trabajo de . Reclus, en su larga trayectoria coo autor geográfico, la es pecial sensibilidad y orientación con que aborda, de odo constante, las cuestiones objeto de análisis. Lo que le distingue, y lo que le proporciona un perfil propio, es el sentido crítico. ste le per ite considerar la iportancia de aquellos factores que derivan de la propia evolución social, el «edio diná ico», y cuya influencia se entrevera con las del «edio está tico» o natural. el iso odo que es sensible al cabio que induce la sociedad, por edio de la técnica o por otras vías, sobre los condicionantes físicos. l obstáculo natural de siglos puede devenir factor favorable, gracias a la téc nica o la organización social. La lucidez, la flexibilidad ental, el sentido crítico, salvaguardan la obra de Reclus de las desmesuras de otros autores conte poráneos. na sensibilidad y orientación de carácter ideológico.
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E. Reclus se identificaba con una actitud progresista. Se sentía parte de la ayoría, la de los explotados, desheredados, opri idos, so etidos, ve jados, discri inados, y denunciaba su situación, sus condiciones de vida. enuncia al iso tiepo el abuso que los poderosos ejercen sobre la na turaleza. s un anarquista, y la crítica del poder y de quienes lo detentan, personas, clases, gobiernos y stados, iglesias y religiones, de sus abusos, de las foras con las que se aseguran su pree inencia y do inio, de la hi pocresía con que se anifiestan, constituye una constante de su obra. La fi delidad a un ideal revolucionario y progresista i pregna el conjunto del tra bajo y deter ina que las páginas del iso resalten aspectos y ele entos que no for aban parte de las geografías habituales. esde esta perspectiva, la obra de . Reclus tiene un carácter críti co, circunstancia que resulta relevante al plantear el significado de su re cuperación y el valor si bólico que tiene para las corrientes radicales. E. Reclus recuerda y eje plifica el co pro iso político del geógrafo, la apertura hacia el lado oscuro del desarrollo social y de las relaciones en tre sociedad y naturaleza. escubre el fondo ético que sostiene la ideolo gía libertaria. anifiesta su profundo vínculo con el individuo coo pro tagonista social. escubre su co pro iso ideológico con el equilibrio y ar onía en la relación entre los ho bres y de éstos con la naturaleza (i-
cente,
1983).
Co ponente que es ás anifiesto en el caso de P. ropotkin (1842 1921). s un aristócrata ruso, oficial del ejército i perial, geógrafo. Se con virtió en un activista ácrata y reconocido líder del ovi iento libertario. Su for ación geográfica se corresponde con su etapa ilitar y se en arca en los trabajos exploratorios en Siberia. ropotkin es, coo corresponde a su tie po, un geógrafo físico, con una concepción uy influida por la heren cia de u boldt. Sus trabajos son de geo orfología. Su filosofía científica es positivista. Por razones de hábito y por ra zones ideológicas. Sus opiniones respecto a arx y el arxis o no favo recían una aceptación del enfoque arxista. n relación con su filosofía básica se encuentra su concepción episte ológica de la geografía. o con sidera que pueda y deba aplicarse una filosofía dialéctica o el aterialiso histórico a la geografía. l pensa iento de ropotkin no se separa ni libera del a bientaliso do inante en su tie po. l carácter de su obra, dentro de la geo grafía física, hacía difícil esa liberación. Parece, ade ás, que ropotkin no conte pla dentro de la geografía los aspectos sociales. s en la econoía política donde plantea un cabio de orientación que le convierta en una «ciencia dedicada al estudio de las necesidades de la gente y a la ejor fora de atender dichas necesidades con el ínio gasto de ener gía hu ana». na propuesta que, realizada en 1892, puede interpretarse en el sen tido de que la Antropogeografía o geografía social no for aban parte de su horizonte geográfico. o partía con ello una cultura do inante en el ábito de las ciencias s ciales que haí de la econo ía política la discipli na de los nrocesos económicos v sociales.
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La consideración de Kropotkin como un revolucionario de la geogra fía parece más bien un abuso de lenguaje en que incurren los autores que, desde perspectivas críticas, han trabajado en la recuperación de los geógra fos anarquistas. Adolecen estos autores, en general, de un tono casi hagiográfico, al considerar la obra geográfica de las dos figuras del anarquismo militante (Breitbar, 1979). La aportación geográfica de Kropotkin, como la de Reclus, no se ma nifiesta en los contenidos, métodos y orientación de sus obras. Se traduce en la específica sensibilidad ideológica que introducen. Sensibilidad que aparece en dos planos complementarios, de desigual valor, en el caso del geógrafo ruso. En el plano crítico, el anarquista pone al descubierto las contradicciones derivadas del sistema capitalista, respecto de su influencia en el Medio, sobre la Naturaleza, y en los procesos sociales que induce. En el plano utópico, proyecta la imagen de una organización alternativa, con tracapitalista, que responde a una concepción de la vida social de carácter comunista libertario. En el primer aspecto, apunta Kropotkin el efecto que el capitalismo tie ne en el desarrollo de formas de organización social centralizadas, así como, en contraste, la fragmentación que introduce en la propia vida social. Desta ca las estructuras autoritarias que derivan del sistema industrial y resalta la perniciosa influencia que ejerce el capitalismo industrial sobre la Naturaleza. Críticas coincidentes con las de Marx pero que se producen desde una ideología anarquista. Kropotkin difiere radicalmente del análisis marxista, en el que el capitalismo representa una etapa superior en el desarrollo his tórico, a partir de la cual es posible contemplar la constitución de una so ciedad socialista. El capitalismo industrial aparece, para el movimiento anarquista, como un accidente histórico, que viene a alterar un sistema más equilibrado, anterior, de carácter rural. Hay un trasfondo populista ruso, de ideología ruralista, en el anarquismo de Koprotkin. Esa ideología se traslu ce en su utopía social. El geógrafo anarquista parte de una imagen del mundo deseable, ba sado en los principios del pensamiento libertario, en la utopía del anar quismo. Es un modelo alternativo contracapitalista: lo que le proporciona originalidad y lo que le distingue de los modelos de la utopía marxista es que se asiente en formas sociales precapitalistas. La propuesta de descentralización, la consideración de la comuna -o municipio- como la «unidad natural» de la organización social, la reivin dicación de la solidaridad como vínculo entre las diversas sociedades, in cluso la reivindicación de un sistema social basado en el equilibrio con la Naturaleza, responden a una imagen ideológica de la sociedad, cuyo mode lo reside en las comunidades campesinas idealizadas. La misma que ali menta, en otros aspectos, las iniciativas que los colectivos anarquistas de sarrollaron, como «colonias», en los países del nuevo mundo, desde Argen tina y Chile hasta los Estados Unidos, y que ilustran esta concepción alter nativa o utopía anarquista. La obra de Kropotkin destila una arraigada ideología ruralista, que ca racteriza el movimiento anarquista, en general, y que aparece con mayor in
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tensidad en algunos de sus representantes. Lo que invalida la consideración geográfica que se le ha dado, de ordenación social del espacio, y su valora ción coo «revolución que comienza alterando las relaciones sociales y crea for aciones sociales total ente nuevas» (Breitbar, 1979). Interpreta ción que subyace en el estudio de esta autora sobre las co unidades anar quistas durante la guerra civil española. Coo concluía unbar respecto de E. Reclus, el valor y la aportación de los autores anarquistas para la geografía no proviene, en su obra, de sus aportaciones objetivas, de sus étodos o plantea ientos. Proceden de una actitud extrageográfica, que responde a su ideología y a su actitud vital, a su co pro iso político. n éstas reposa su actitud crítica frente al progre so capitalista e industrial. escubren y destacan sus contrapartidas socia les, su incidencia en la naturaleza, sus costos históricos, para pueblos ente ros y para los trabajadores. Lo que les distingue y da valor es su actitud ética respecto de los pro cesos sociales y del uso de la aturaleza. s su sensibilidad abierta hacia cuestiones que, estando presentes en el pensa iento arxista y progresista en general, no erecían una atención preferente. ctitudes que responden al enunciado que el iso ropotkin establecía, respecto de la necesidad de «una ciencia oral realista, libre de toda superstición, del dog atis o religioso, de la itología etafísica». Los posibles antecedentes, considerados por algunos desde esta pers pectiva, de los geógrafos libertarios del siglo IX e inicios del siglo , ca recen de continuidad. esde la perspectiva teórica y episte ológica no significaron una alternativa objetiva. La tradición geográfica no sirve para darle arraigo. Los significativos esfuerzos por rescatar y reivindicar una geografía radical, identificada en Reclus y oprotkin, per iten valorar, desde la actualidad, el co ponente ideológico y ético que introdujeron en su obra, ausente, por lo general, de las geografías acadé icas. oo se ñalaba unbar, hay, en estos autores, una actitud alternativa, ás que una geografía alternativa. n rasgo que, en cierto odo, sí les vincula con las geografías radicales.
3. Las geografías críticas: ¿un proyecto o una actitud? l ovi iento radical se transfor a en proyecto de alternativa a lo largo de la década de 1970. n ese tiepo la producción que se aglutina bajo esas coordenadas uestra bien a las claras los dos proble as esen ciales de las geografías radicales. Se produce la generación de nuevos centros de interés o capos preferentes de trabajo geográfico. Se estiula la preocupación por funda entar de fora teórica y etodológica la disciplina, apoyada en el racionalis o dialéctico, y de odo do inan te, en el aterialis o histórico coo teoría social. no de los objetivos que se perfilan en el debate intelectual es la construcción de una eoría Social.
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3.1. LAS NUEVAS PERSPECTIVAS: GEOPOLÍTICA Y GEOGRAFÍAS DE LA DESIGUALDAD
n el prier aspecto, las geografías radicales se han diferenciado por lo específico de sus centros de interés y por la renovación de los isos con la incorporación de nuevas cuestiones a las investigaciones y preocu paciones geográficas y la recuperación de otras abandonadas. eografía po lítica, y geopolítica, por co pleto renovadas, son recuperadas coo un nú cleo funda ental de las geografías críticas. La deno inada gender geografphy (la geografía fe inista) representa la incorporación novedosa de los espacios de la ujer coo objeto de análisis y la conte plación del espa cio desde la perspectiva de la ujer. n enfoque nuevo frente a los tradi cionales horizontes de análisis asculinos o achistas. l abanico de los capos radicales expresa la diversidad de los nuevos enfoques y la reorientación social y política de los isos (Peet, 1977, 1998). La investigación se abre sobre los orígenes del capitalis o y los pro cesos de diferenciación espacial a escala planetaria. Se proyecta sobre el subdesarrollo, coo un co ponente derivado o relacionado con el anterior. Se centra en el i perialis o y la geopolítica actual. Se interesa por la de sigualdad social, la pobreza y las inorías. borda el proble a de los re cursos y las relaciones entre sociedad y naturaleza desde el punto de vista a biental. Pone en pri era línea los procesos espaciales de la lucha de cla ses. Se enfrenta con los fenó enos de desindustrialización y su significa ción espacial en el siste a capitalista. onstituyen los frentes que han ca racterizado el desarrollo de estas geografías desde el decenio de 1970. Se pueden agrupar en significativos centros de interés: a) aturaleza, Recursos y edio biente, en el arco del capitalis o; b) La eopolítica del apitalis o, I perialis o y Subdesarrollo; c) esigualdad, Segregación social, Lucha de lases y Justicia Social; d) La planificación territorial y sus alternativas. Son capos conte plados desde la actitud crítica respecto del arco del capitalis o. onsideran deter inantes sus contradicciones, de la desigualdad social, del uso i perialista del resto del undo, la degradación y destrucción de la naturaleza, y del per anente estado de crisis que distin gue el final del siglo (Peet, 1977). Las geografías radicales se distinguen ta bién por el énfasis que hacen en la crítica de la ideología y de los fun da entos teóricos y etodológicos de la eografía oderna. La disparidad de objetos, de proble as y de enfoques que se observa en esta corriente geográfica se articula a través de «su actitud crítica hacia las foras de vida existentes y hacia las filosofías de la ciencia do inantes, y por su exigencia de un cabio funda ental» (Peet, 1977). La geografía radical aparece ás coo una respuesta ideológica, que coo una cons trucción e pírica y teórica alternativa. Lo que define ese heteróclito con junto es, sobre todo, una actitud crítica y política. Falta en prier tér ino, una obra e pírica que dé cuerpo a esa forulación de la geografía radical. sta se reduce en ayor edida a la elección de deter inados teas o cuestiones, ás que a un proceso de interpretación intelectual de los isos, de acuerdo con postulados bien establecidos y coherentes. sobra, en el segundo, una di ensión de vo-
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luntaris o y fraseología políticos, que convierte a la geografía radical, en uchos casos, en un ero discurso para o seudorrevolucionario. La ba nalidad y escolasticis o de estas obras es un rasgo señalado, desde una perspectiva crítica de la producción de las geografías arxistas ( rtega Cantero, 1987). el iso odo que se ha criticado su tendencia a un discurso econo icista de corte deter inista, «tan injustificadas en sí isas coo inadecuadas», y «su propensión a hacer de la geografía una especie de seudoecono ía política o de seudohistoria social», coo les i putaba el geógrafo español, desde sus postulados hu anísticos e idealistas ( rtega Cantero, 1987). oo señala Peet, la geografía radical se debate en la contradicción entre un discurso político de transfor ación y una práctica geográfica que antiene los arcos teóricos y etodológicos tradicionales: «La ge ografía radical lo era en los teas y políticas pero no en la teoría y étodos de análisis» (Peet, 1998). na aalgaa de preocupaciones críti cas en la que la geografía radical aparece coo «el estudio de la calidad de vida»; for ulación que, probable ente, co partirán los geógrafos huanísticos. n esta perspectiva no es de extrañar que puedan establecerse analo gías entre geografías radicales y hu anísticas. o es sorprendente la coin cidencia de sensibilidades y de fraseología ás o enos revolucionaria. Lo cual no hace sino resaltar la ambigüedad del conjunto radical. Es opor tuno destacar que las geografías radicales no se distinguieron de las huanísticas por una conceptuación distinta de la geografía. o parten, de fora sobresaliente, una actitud, una sensibilidad ante proble as ignora dos o cuestiones preteridas o encubiertas por el análisis geográfico neopositivista. l coún deno inador es la presencia de una difusa o precisa ideolo gía cristiana, presente tanto entre los geógrafos hu anísticos coo entre los radicales ( archand, 1979). Trasfondo que explica el sentido activista y el fondo oralista y redentor, sedicente revolucionario, que ania a una aplia parte de los geógrafos de esta corriente. uieren ca biar el undo porque lo consideran injusto. La geografía es un instru ento en este deseo de ca bio. Las geografías críticas surgen, sobre todo en stados nidos, en el arco del rechazo del racionalis o analítico, de odo paralelo a las de ca rácter hu anístico. La procedencia coún es significativa. uestra ás una sensibilidad social respecto del patrón analítico que la existencia de presupuestos críticos propios. Les vincula, en su actitud crítica, el acento social, la reivindicación de lo personal y el rechazo de la razón tecnocrática. Se producen en un arco intelectual que aparece definido por una liitada for ación filosófica, por «el desdén por la filosofía y sobre todo de la filosofía oderna», posterior a ant ( archand, 1974); y por el genera lizado desconoci iento de esta filosofía oderna, entre ella el arxis o. l descubri iento de arx por parte de estos grupos e individualida des tiene un carácter ás ideológico que episte ológico. La obra de arx
y la filosofía que subyace en ella adquieren un carácter si bólico, el del ito revolucionario expresado en una fraseología específica. l arxis o se reduce, en uchos casos, a un discurso, que tienen un particular poder si bólico. n discurso en que se ezclan, de fora contradictoria, eleentos arxistas con otros que son inco patibles con los presupuestos del aterialis o histórico. La incongruencia distingue una producción teórica y e pírica que se sustenta en ayor edida en presupuestos éticos que en análisis rigurosos. l hábito profunda ente arraigado de sustituir el análisis por el discurso y convertir los esque atis os políticos en deter inantes de los objetivos y en sustitutivos de la metodología ha sido un producto habitual del ejercicio intelectual durante décadas. n análisis crítico de las geografías radicales, no desde postulados ideológicos, sino desde perspectivas de rigor conceptual y episte ológi co, deja al descubierto dos aspectos funda entales: 1) La inexistencia de
una auténtica geografía radical coo construcción episte ológica y coo práctica teórica en el capo geográfico, y por tanto el carácter de proyecto que coo tal presenta. 2) La debilidad e inconsistencia de una
parte de los postulados ideológicos sobre los que se ha construido o pre tendido construir tanto la crítica a la geografía preexistente coo la geo grafía renovada. s indudable que el principal desarrollo del pensa iento radical en la geografía se ha dado en el ábito de la crítica. l discurso radical ha sido, ante todo, un des antela iento y una denuncia. La crítica a la práctica geo gráfica analítica dio paso a la crítica teórica. os trabajos identifican este giro que arca la deriva hacia los postulados arxistas en la geografía an glosajona. . arvey, el teórico y etodólogo de la eografía nalítica, se enfrentaba, en el trabajo e pírico, a la proble ática urbana y llegaba a la convicción de que sólo el aterialis o histórico de arx per itía abordar una explicación consistente de los procesos urbanos ( arvey, 1974). . assey, geógrafa británica, ponía de anifiesto la co ponente ideo lógica que subyacía en las teorías de localización industrial analíticas y la falacia de su objetividad y neutralidad. enunciaba cóo sus supuestos se li itaban a considerar factores de orden e presarial ( assey, 1974). l iso año se creaba la nión de eógrafos Socialistas, que define el nue vo perfil político que adquiere la geografía en stados nidos. Las co ponentes críticas se aprecian bien en las isas obras de aná lisis del desarrollo de la geografía en los últi os años (óez endoza, 1986). La pree inencia de la crítica, del discurso crítico sobre el discurso teórico, y sobre la práctica e pírica es un rasgo sobresaliente de las geo grafías radicales. e todos odos, hay que decir que es de estas geografías radicales de donde ha salido el esfuerzo y el esque a ás coherente, en el ábito teó rico y etodológico, para proporcionar un funda ento científico consis tente a la geografía coo ciencia social. s decir, para integrar la prácti ca e pírica geográfica en el cuerpo de una teoría social, a partir de una episte ología aterialista y dialéctica, no exclusiva ente arxista.
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4.
spacio, teoría social y geografía
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arxista
En las geografías radicales se ha producido un notorio esfuerzo de re flexión teórica y construcción epistemológica, anclado en el pensamiento dialéctico marxista, bien por la vía estructuralista, bien por otras más his tóricas y relacionales. Ese trabajo teórico se ha centrado en una cuestión principal: el concepto de producción social del espacio y la construcción de una Teoría Social del Espacio. Un esfuerzo en confluencia con el que se rea liza, desde disciplinas inmediatas, como la sociología, en relación con un objeto común, el espacio. La identificación del espacio coo objeto social y, por tanto, coo objeto de las ciencias sociales, es una de las contribuciones ás brillan tes y significativas de estos últi os decenios. l espacio social trascien de radical ente el espacio geo étrico de los neopositivistas y el espacio físico de los regionalistas, y se convierte en producto del proceso social. s cierto que es todavía un concepto a biguo y que constituye ás un acierto foral que una herra ienta episte ológica operativa (óez endoza, 1986). oo decía Lipietz al ter inar la década de 1970, «el anejo del espacio es hoy... una práctica social cuya teoría aún está por hacerse» (Lipietz, 1979). Pero la contribución esencial radica en deli itar un objeto de análisis para la geografía. en perfilar sus di ensiones conceptuales. 4.1.
DEL ESPACIO FETICHE A LA PRODUCCIÓN DEL ESPACIO
La práctica de la década de 1960, sobre todo en la sociología y en el urbanis o, introduce la «cuestión urbana». o es sólo un proble a socio lógico, sino que se presenta coo un proble a espacial. l espacio se uestra coo una di ensión que trasciende la geo etría y la distancia, y que desborda ta bién la era consideración coo continente o soporte. e la noción banal del espacio se eleva a una noción, en principio, social del espacio. Se habla, aunque no se le defina con precisión, de un «espacio so cial». l protagonis o del espacio deviene un lugar coún. Una circunstancia que explica la notoria resistencia de algunos geó grafos radicales a considerar el espacio como un elemento de la construc ción teórica. El «fetichismo del espacio» ha sido, durante años, un argu mento destacado de sociólogos y geógrafos, a modo de exorcismo. El «feti chismo del espacio», entendido como perspectiva que «iguala todos los fe nómenos sub specie spatii y considera las propiedades geométricas de los modelos espaciales coo fundamentales» (Harvey, 1982). urante años se antiene una actitud reacia a considerar el espacio coo una di ensión de lo social. na actitud surgida de la sociología estructuralista, for ulada por Castells, y aceptada y extendida por la geogra fía radical. Provocará un notable retraso en la construcción teórica del mis o coo un producto social y en el desarrollo de una teoría social del es pacio. El cabio representa un giro esencial. el fetichis o del espacio he
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os pasado a la intensa preocupación por el espacio. La organización del espacio se convierte en enunciado relevante en la geografía radical. l uso del tér ino espacio se generaliza en las ciencias sociales, con especial intensidad en disciplinas coo la sociología, econo ía política y geografía, a partir del decenio de 1960. Su epleo se ipone en la década siguiente. l uso del iso uestra que se aneja con acepciones uy di versas y que predo ina un epleo etafórico del iso. Las etáforas es paciales adquieren especial significación en las ciencias sociales. l espacio adquiere una di ensión a bigua. La polise ia del tér ino espacio resul ta un rasgo sobresaliente de este uso. n un prier oento coo el espacio social de la ciudad, en cuan to que es en la ciudad en plena utación donde saltaron de anera ás evidente los desajustes entre «la diferenciación social de la ciudad y distri bución del espacio» (Ledrut, 1968). Per ite descubrir, a través de la ediación capitalista, ese carácter del espacio, ás allá de las nociones cul turales i perantes, que lo identifican coo soporte, sustrato físico o era extensión. La propia praxis social contribuye ta bién en la época expansiva del capitalis o y en los o entos de plena eclosión urbanizadora a hacer patente el carácter de producto que el espacio tiene. l espacio se pro duce social ente, se copra y vende. s producto y es ercancía. Tiene valor de uso y de ca bio. Se consu e y se destruye. l tránsito de la no ción de espacio social a la noción de prod cción del espacio y a la elabo ración teórica coo concepto tiene lugar en pocos años y se realiza de fora progresiva. Construir sobre las nociones los conceptos y la teoría fue el objetivo del decenio de 1970. esde el arxis o independiente y creador, y en tor no a la sociología y el urbanismo. También desde la geografía. Algunas lí neas básicas de ese proyecto teórico sobre el espacio pueden esbozarse al cabo de casi tres decenios. s la pri era vez que el tradicional objeto con el que se ha identificado la geografía, el espacio, va a ser objeto de un es fuerzo de conceptualización siste ático, en el arco de una teoría social. Se parte de una doble consideración: la evidencia del papel que el es pacio dese peña en el undo capitalista conte poráneo, y coo conse cuencia en la proble ática política y social. s lo que i pulsa a incorpo rarlo al arco de la teoría social. Por otra parte, el presupuesto de que esa incorporación es posible desde la episte ología arxista. La production de l'espace, aparecida en 1974, es el funda ento y refe rencia obligada de cuantos esfuerzos de construcción de una Teoría Social del spacio se llevan a cabo. Facilitó una sensible reorientación teórica, cuyo centro será, precisa ente, el concepto de «producción del espacio». «l espacio no es un epifenó eno coo lo es para la ciencia regional, sino un ele ento central al proceso de acu ulación» al iso tiepo que un eslabón per anente en los procesos de diferenciación social que genera el capital. stos procesos están en la base del desarrollo desigual, en cuanto éste no es sino el resultado del proceso de acu ulación capitalista, genera dor natural de desigualdad espacial.
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Los enfoques arxistas representan el esfuerzo ás consistente en este desarrollo de una geografía del espacio capitalista, elaboración que tiene como telón de fondo la obra de H. Lefebvre sobre la producción del espacio, prier intento por establecer un discurso crítico sobre el espacio y sobre las descripciones del espacio, en cuanto aproxi aciones parciales a lo que hay en el espacio, y una propuesta de construcción teórica sobre el espacio. 4.2.
LA FUNDACIÓN DE UNA GEOGRAFÍA MARXISTA
l espacio coo producto social per ite articular el desarrollo teórico de una geografía arxista en la que los procesos de circulación del capital y de acu ulación capitalista se conte plan coo procesos espaciales. l espacio coo ero contenedor o coo siple reflejo social deja paso al es pacio coo integrante de la diná ica reproductiva del capitalis o con te poráneo, coo un instru ento privilegiado de producción de plusvalía y de reproducción del siste a social. pesar de las diferencias que atizan el proceso constructivo de una teoría arxista de la geografía, se puede afir ar que constituye el núcleo de la isa la consideración teórica del espacio en el arco del análisis arxista, recla ada por algunos geógrafos desde principios de los años se tenta. s lo que hizo . uaini, desde una reivindicación de la tradición cultural y filosófica de la Ilustración y del pensa iento arxista. Lo forulaba coo un proceso de fundación episte ológica de la geografía. Se planteaba desde una recuperación de arx, que asegurara a la disciplina el salir de la erudición siple y del ero «saber apologético». Finalidad que sustentaba en la consideración de que la crítica de arx a la econo ía con lleva «la crítica de la geografía». uaini basaba esa crítica en las conocidas palabras de arx respecto del trata iento de la población en los Fundamentos de la Crítica de la Eco nomía Política. uaini asociaba esa crítica con la geografía hu ana. Resal taba uaini el giro de la geografía, que atribuye a Ratzel, que i plica la re ducción del hobre al estado biológico, de tal odo que «la historia huana queda absorbida en la historia natural y la geografía huana reduci da a geografía física» ( uaini, 1974). Consideraba que en el arxis o subyace una «teoría de la historia, un análisis de la sociedad e incluso una geografía», entendiendo ésta como «la historia de la conquista cognoscitiva de la Tierra y su construcción regio nal» vinculadas con la propia organización de la sociedad. La obra de uaini es un trabajo de rastreo por la obra de arx y ngels tras las huellas de ele entos de análisis espacial o relacionados con las i plicaciones o bre- aturaleza. uestra uaini una concepción de la geografía que no parece libera da de la tradición; es decir, de las relaciones o bre- edio, aunque pre tenda plantear esas relaciones desde una perspectiva distinta, funda entada en un entendi iento histórico de tales relaciones. o se planteaba, ni
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elabora, por tanto, una reflexión abstracta sobre el espacio ni sobre la geo grafía a la luz de los presupuestos arxistas. sta orientación aparece, en ca bio, entre los geógrafos anglosajones. l punto central de este interés por funda entar una geografía de raíz arxista está, desde el decenio de 1970, en la preocupación por aprehender los procesos con los que el capital construye su propio espacio. s desde la perspectiva de una reflexión sobre el espacio del capital y del capital en el espacio de donde surgen las elaboraciones teóricas sobre las que se apoyan quienes pretenden construir una teoría social del espacio para la geografía. La atención prestada al espacio econó ico y a los fenó enos de desigual dad en el desarrollo se encuentra en la base de esta indagación geográfica. Los nuevos enfoques hacen posible plantear una geografía desde los postulados críticos del arxis o, sobre todo en el ábito anglosajón: des de las propuestas y análisis de . arvey y . assey a las de . Sith. El geógrafo a ericano ha sido el que de odo ás continuado y consciente ha abordado el objetivo de construir un arco teórico para la geografía, coo disciplina social, en la tradición arxista. l « aterialis o geográfico-histórico», según lo deno ina este autor, es la expresión conceptual de ese esfuerzo ( arvey, 1984). n la vía de incorporar el espacio a la teoría social arxista, de recuperar, coo decía Lefebvre, el tercer tér ino de la trilogía arxiana, la Tierra. l punto de partida es la consideración de los fenó enos espaciales, ás coo procesos que coo situaciones estáticas. La atención a los pro cesos constituye, para arvey, un rasgo destacado de la evolución en la geo grafía. l desplaza iento del centro de interés del conoci iento geográfico «desde el estudio de tipos (patterns) al estudio de procesos» aparece coo obligado en el desarrollo de la disciplina. Para arvey, se trata de reorien tar las técnicas de análisis geográfico en esa dirección, coo funda ento de una geografía «revitalizada y ás relevante» ( arvey, 1988). Procesos que tienen que ver con los ca bios geográficos en el undo actual. Plantea las odalidades a través de las cuales esos ca bios sur gen de los ca biantes «flujos de dinero, capital, ercancías y personas». Se conte plan las razones de los isos. Los fenó enos espaciales ad quieren el carácter de anifestaciones de la propia diná ica del capital, en relación con los procesos de acu ulación que en arcan la reproduc ción social. n plantea iento que desarrolla la obra de eil Sith sobre la dináica del capitalis o y el desarrollo desigual (S ith, 1990). ste es inter pretado coo un producto necesario en el proceso de acu ulación capita lista. s la consecuencia de la contradictoria tendencia del capitalis o a la ho ogeneización de las condiciones de producción, por un lado, y a la di ferenciación regional, por otro. Contradicciones que tienen, por tanto, una expresión espacial, es decir, geográfica, directa. La organización del espacio resulta un producto directo del propio desarrollo capitalista. stos enfoques se caracterizan por el protagonis o que otorgan al capital coo agente geográfico, en el arco de los procesos de acu ulación capitalista y de reproducción social del siste a. nfoques co ple-
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entados, desde una perspectiva crítica, por algunos autores que reclaan una ayor consideración al rabajo, esto es, a los trabajadores, coo factor deter inante de los procesos espaciales conte poráneos (Herod, 1997). Se trata de enfoques influidos por las teorías estructuracionistas, que parten de la consideración de las instituciones y de los co porta ientos so ciales, vinculados con la actividad laboral. esde la lucha de clases al undo jurídico coo factores reguladores de las relaciones entre capital y tra bajo y, por ello, condicionantes de las prácticas espaciales, en el siste a so cial capitalista. La consecuencia es una rica y diversificada serie de enfoques y teas de estudio sobre el espacio. an desde las condiciones históricas del desa rrollo del capitalis o, los procesos de división internacional del trabajo, los orígenes históricos de los procesos de diferenciación espacial, hasta los en foques de carácter local y regional. l proyecto de una geografía de funda ento arxista se inscribe en el ovi iento de las geografías radicales, o ejor dicho, de la corriente radi cal en la geografía oderna. Sus aportaciones e píricas y teóricas arcan la producción geográfica en el tercio final del siglo . Co pletan, por un lado, las prácticas geográficas odernas. an contribuido, por otra, a una for alización específica del objeto de la geografía.
Tercera parte
OBJETO Y PRÁCTICAS DE LA GEOGRAFÍA
CAPÍTULO 18
EL OBJETO DE LA GEOGRAFÍA: LAS REPRESENTACIONES DEL ESPACIO l largo siglo transcurrido desde los pri eros intentos de construir una geografía científica nos ha dejado, al final, una tradición. radición en cuanto al pensa iento, esto es, en cuanto a la fora de pensar los probleas de la geografía. Tradición en cuanto a los centros de interés y preocu paciones que definen el capo geográfico, que constituyen la práctica geo gráfica. sa tradición representa una herencia que erece, coo ínio, el calificativo de rica y diversa. sta tradición fora parte de la historia de la geografía oderna. lo largo de este período, la geografía ha deli itado una serie de capos o cuestiones identificadas de alguna fora con su propia razón de ser, que difícil ente pode os separar o excluir de esa historia y de ese legado. Pertenecen a ella, foran parte de él. a esas cuestiones van unidas los di versos conceptos clave, con los que la geografía se ha construido en estos años. Lo que pode os identificar coo el objeto de la geografía; en reali dad, los objetos de la geografía oderna. Sobre soportes teóricos, ideológicos y episte ológicos distintos, los geó grafos han buscado construir un capo de conoci iento, una ciencia, una disciplina, una alternativa. n ese epeño han tratado de construir un ob jeto para la geografía. esde el medio, de los pri eros geógrafos odernos, al espacio coo producto social hay un largo recorrido. Las distintas sensi bilidades geográficas desarrolladas en el devenir reciente de la disciplina han proporcionado capos nuevos, perspectivas renovadas, enfoques y ta bién objetos. odas estas perspectivas, enfoques, tér inos, nos descubren el esfuer zo por deli itar la noción de espacio y convertirlo en un concepto geográ fico. onstruir un espacio geográfico ha sido la tarea consciente o incons ciente de los geógrafos. n esfuerzo enca inado a definir la razón de ser de la geografía y establecer la naturaleza de su objeto. La diversidad es el rasgo ás destacado de este esfuerzo. os queda la herencia de estas nuerosas representaciones del objeto de la geografía. El espacio ha sido, de una fora u otra, co ponente significado de la geografía oderna. esde posiciones tan contrapuestas coo las de ettner
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y los neopositivistas, la geografía se ha considerado una «ciencia del es pacio», o una ciencia de la «organización del espacio». por unos y otros se ha reconocido que la geografía tiene que ver con el espacio. opar ten esta concepción geógrafos radicales y geógrafos hu anísticos. Las geografías fe inistas reconocen, ta bién, este objeto (Feminist, 1997). El espacio aparece coo telón de fondo o coo expresión directa de las pre ocupaciones geográficas. n tér inos de arvey, se puede decir que la historia de la geografía se confunde con la historia del espacio ( arvey, 1969).
Sin e bargo, este espacio no ha sido conte plado de igual fora a lo largo de esta historia de la geografía. apoco ha sido entendido en los isos tér inos, ni conte plado con las isas perspectivas. ay que re saltar que el odo de entender el espacio difiere y que el acento se coloca, en cada caso, en aspectos distintos. Se habla de lugares, de paisajes, de re giones, de configuraciones espaciales, de espacio social. onstituyen distin tas foras de representar el espacio coo objeto geográfico.
Diferencias terminológicas que no son inocuas. Descubren perspectivas contrapuestas en el entendimiento del objeto de la geografía. El telón de fondo espacial no asegura una común concepción del espacio. Por el con trario, estas diferentes nomenclaturas nos indican marcos teóricos distin tos. El espacio se transmuta en sinónimos que, en realidad, son alternati vas. El vínculo entre teoría social y concepto de espacio es esencial (Simonsen, 1996). La conceptuación del espacio geográfico está condicionada por la con cepción subyacente de la geografía. Tras el uso único del tér ino espacio se encuentran arcos teóricos e intelectuales contradictorios. stablecen las específicas deter inaciones del espacio geográfico coo objeto distinto y elaborado de la noción de espacio. l espacio es, en prier tér ino, una noción vinculada a la dimensión espacial de la vida humana. Sólo a posteriori se transfor a en un concepto construido. sta construcción se produ ce en el arco de la cultura occidental. Su expresión ás elaborada se en cuentra en la geografía.
l. De la experiencia al concepto: la construcción del espacio
l espacio es un tér ino de aplio uso, incorporado a capos tan di versos coo la ate ática y la lingüística, adeás de la econo ía y la pro pia geografía. o son equiparables sus acepciones en estos ca pos, pero responden, coo la propia noción de espacio, a un trasfondo coún, vin culado, en origen y de fora general, a la propia experiencia hu ana. sta experiencia se trasluce en nociones de carácter espacial. escubren la percepción espacial, pero no conceptualizan esta di ensión. uestras experiencias in ediatas sobre el entorno van asociadas a los objetos que lo constituyen. La diferenciación que establece os, en relación con los caracteres de estos objetos o de la ubicación que presentan, per ite distin guir, entidades distintas, sitios y lugares diversos.
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Esta espacialidad huana conlleva que el espacio fore parte inse parable de la práctica social y que, por ello, las nociones espaciales, de igual odo que las etáforas espaciales, constituyan un co ponente ha bitual del lenguaje. Lo cual no significa que se trate de geografía ni de nociones o lenguajes geográficos. l espacio es una di ensión social con la cual tiene estrecha relación la geografía, pero no pode os confundir una con otra. l espacio de los geógrafos, el espacio geográfico, representa una ela boración o construcción específica de esa di ensión social, es decir, el objeto de la geografía. laboración o construcción que ofrece propuestas y perfiles uy variados, de acuerdo con el soporte teórico y la concep ción de la geografía. ntre las nociones espaciales y los conceptos geo gráficos se encuentra la construcción consciente de una representación del espacio.
1.1.
LUGARES, SITIOS, TERRITORIOS
Lugares y sitios constituyen nociones de significado puntual. n abos casos, su origen atestigua ta bién cóo se les atribuye una definición lo cativa, una condición estable e individualizada. Locus y situs, en latín; orte y stelle, sus equivalente en lengua ale ana, definen ubicaciones. Se atribu yen a la condición de estableci ientos, de asenta ientos. nos y otros se refieren a una deter inación espacial diferenciada. l sitio, coo el lugar, tienen un carácter li itado. «acer sitio», coo «dejar su lugar», son ex presiones que, en castellano, y ta bién en ale án, vienen a indicar susti tución, en la edida en que se ocupan espacios deli itados. Tienen carác ter puntual y fijo. La localidad define la ubicación precisa, exclusiva, dis tinta, singular. Los lugares lo son porque se ubican de fora específica, cada lugar en su propia ubicación. e odo si ilar, sitio identifica el resultado de una acción espacial: la de situar, es decir, ubicar. Es el significado de Situs y de los términos relacionados. onlleva la acción de poner. Poner es situar. sí ocurre en la lengua ale ana con Stelle. Sitio es el espacio preciso y único que re sulta de la isa. l estrecho parentesco entre Sitio y Lugar es proba ble ente ás directo en lengua latina y en sus derivados que en el aleán, aunque ta bién en esta lengua, la confluencia de significados es anifiesta. l lugar y el sitio responden a una experiencia que destaca, ante todo, la ubicación. atiz distintivo respecto de otro tér ino espacial de uso generalizado y de origen griego, «plaza», a edio caino entre lugar o sitio y espacio. l sentido originario le acerca al de espacio. Plaza proviene del griego plateia odos, es decir «calle ancha». Significado que hereda el latín y que se incor pora en los otros idio as derivados del latín y de influencia latina, caso del ale án. Supone a plitud, ensancha iento. e ahí su acepción principal que viene a identificar este espacio urbano diferenciado por la apertura, por el desahogo, en el arco del callejero.
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ás allá de esta significación inicial y principal, «plaza» se ha incor porado coo un tér ino espacial a bivalente. Por un lado equivalente a sitio o lugar. «ener plaza», «asentar plaza», «cubrir plaza», «ocupar plaza» no difiere de tener sitio, ocupar sitio, es decir establecerse o «situarse». xpresiones del tipo «en plaza» se vinculan, en ca bio, con lugar. oo el propio tér ino, ya en desuso, de «plaza de soberanía» para referirse a lo calidades. l español es rico en estas acepciones del tér ino. en no enor edida lo es el ale án. Por otra parte, plaza, desde su acepción original, se vincula con la no ción de espacio. La «plaza de ercado», coo la «plaza de abastos», no está lejos del espacio contenedor. «acer plaza», en español supone la acción de despejar; y «plaza de ar as», adeás de lugar, supone el atributo de ex tensión, de apertura. o lejos de la acepción pri aria de espacio, como atestigua el uso del tér ino plaza, no recogido por la cade ia, coo uni dad de edida agraria en ciertas áreas del orte de spaña. Plaza constituye, desde esta perspectiva, un tér ino puente con espacio, en que se pone de anifiesto el vínculo de uno y otro tér ino con la acción de ensanchar, y en relación con ella, la a plitud o apertura, inherente al térino espacio. Lugar, sitio, plaza, entre otros tér inos, descubren el lado de la experiencia hu ana. Identifican espacios de la experiencia. asi coo datos de observación, aunque todos ellos conllevan un alto grado de elaboración conceptual. s la diferencia esencial con espacio, por cuanto este tér ino re presenta una elaboración abstracta, intelectual, ajena a la experiencia directa. 1.2.
LA NOCIÓN DE ESPACIO
La palabra «espacio», en su procedencia latina, coo la equivalente rau en el ábito ger ánico -y por tanto sus derivaciones en el ábito de las len guas ger ánicas-, apunta a la abertura, a la latitud o a plitud. e fora uy directa aparece en el tér ino aleán rau, cuyo origen alude a la aper tura del bosque, con la creación de claros o descubiertos en la asa del iso. e odo ás indirecto se anifiesta en el tér ino latino, que descubre acciones equivalentes. sta coincidencia per ite considerar la noción de es pacio vinculada a algunos atributos que definen el contexto espacial. n prier lugar la extensión. l espacio i plica extensión y, en cierta anera, a plitud. Porque aunque la cualidad extensa pertenece ta bién a lo uy reducido, es evidente que el tér ino conlleva una cierta nota de de sarrollo, coo se induce del adjetivo espacioso, que co porta una evidente connotación de latitud. l espacio tiene que ver con lo dilatado, con lo vas to en di ensión, con lo abierto; y por consiguiente, con la distancia. l térino espacio alude al intervalo entre las cosas. l espacio coo a plitud definida por el intervalo que separa los objetos. l espacio supone sepa ración, distancia, extensión. La extensión es una cualidad propia del espacio en relación con el ca rácter ultidi ensional del iso. l espacio coo concepto trasciende lo puntual y se identifica, en ca bio, con, al enos, las dos di ensiones, y
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sie pre con lo tridi ensional. ngloba y absorbe los co ponentes de ca rácter puntual o de ubicación concreta, identificados en esos tér inos y conceptos espaciales coo «lugar», «sitio», «plaza», entre otros, cuyo pa rentesco con espacio es evidente. s la noción de espacio la que per ite trascender el lugar concreto, el sitio y ubicar lo que son ele entos singula res en un arco general. l espacio apunta a otras di ensiones de la experiencia y de la prác tica hu ana. La noción de espacio identifica una cualidad, de carácter relacional, que surge de las prácticas sociales, que aco paña a éstas: la cua lidad de la a plitud, de la apertura que genera holgura, de la disponibili dad superficial y del desahogo. ello alude el tér ino en su raíz eti oló gica, de odo uy claro en ale án, y de fora ás indirecta en latín y griego: se trata de la acción y del efecto de aclarar o ahuecar el bosque, de expandir, de crear holgura, de despejar. l tér ino spatium en latín, coo el de choca en griego, o el de raum en ale án, foran parte de un conjun to léxico en que prian estas acciones, estas prácticas, que hacen del espa cio, en definitiva y de odo harto significativo, un producto, el producto de un deter inado tipo de prácticas hu anas. anto en latín coo en aleán el tér ino espacio aparece vincula do, en sus raíces se ánticas, con el sentido de ordenar, de organizar. En aleán esta relación es directa y actual, en la edida en que un verbo coo aufraumen significa poner en orden. n latín esa relación aparece en el ábito de la fa ilia léxica de spatium, con particular relevancia en el caso de conditor, cuya acepción básica responde al sentido de ordenar o disponer con orden, de estructurar. esde el griego al ale án, ese víncu lo entre espacio y orden aparece coo una constante y en el ábito grecolatino se expresa a través de las representaciones que identifican el es pacio celeste coo mundus o uranus, expresiones contrapuestas a la de caos. El mundo se refiere al espacio ar ónico que se supone constituye la bóveda celeste, con sus esferas y ovi ientos aco pasados y regula res, per anentes. través de todas estas expresiones, que tienen que ver o se vinculan con el concepto de espacio, se uestra la idea funda en tal de la ordenación. sta elaboración social de la experiencia directa del proceso de transfor ación social de la aturaleza es concebida coo una acción ordena dora, tiene relación con una actividad productora de objetos, que es al iso tiepo productora de extensión, de a plitud, de la cual surgen re laciones espaciales. socia os extensión con objetos. La noción espacial más extendida en todas las culturas humanas se corresponde con esta re lación entre objetos que surge de la experiencia. na acción ordenadora que se traduce en a plitud o extensión y de la que proviene nuestra no ción de espacio. El tránsito de la noción de espacio, de carácter sensorial, al concepto de espacio, de naturaleza intelectual, se encuentra, paradójica ente, en un pro ceso de vaciado. La extracción de los objetos supone una operación intelec tual, significa vaciar la aturaleza y representarla coo un recipiente, coo un contenedor. El vaciamiento de la experiencia sensible es el funda ento de
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los muy diversos conceptos de espacio que utilizamos: desde el que aplicamos al espacio exterior o el que se utiliza en matemáticas, el espacio geométrico. sta actitud reductora de la experiencia pertenece a la cultura occi dental, es un producto de la invención griega y constituye un co ponen te básico de la cultura geográfica. onstituye la pri era fora de elabo ración del espacio coo un concepto y es el núcleo del saber geográfico. Supone identificar el espacio coo contenedor, tal y coo lo define, en castellano, la propia lengua. s una noción abstracta desde su origen. l espacio adquiere carácter objetivo, y puede llegar a entenderse coo algo existente en sí, al argen de los objetos que lo hacen real, al odo coo pode os i aginar una habitación vacía, etáfora directa de nuestra no ción de espacio.
Dimensión abstracta cuya proyección derivada directa ha sido, en to dos estos ámbitos idiomáticos, la de hueco limitado, es decir, la de conte nedor, cuyo mejor símil es el que utiliza Aristóteles, al respecto: la vasija. Pero que encarna, plenamente, en la acepción moderna de raum en alemán, en la medida en que raum identifica siempre el espacio hueco delimitado y disponible, aplicado, en especial, a la vivienda. Raum es, ante todo, el es pacio para ocupar, la habitación, descubriendo así de modo directo el vínculo del término con la noción de contenedor. Acepción que falta, en cambio, en las lenguas románicas, que tampoco disponen de la rica familia de acepciones y locuciones que acompañan a la existencia de formas ver bales cuya raíz es, precisamente, raum. stas co parten, con las ger ánicas, con el griego y, por supuesto, con el latín, la acepción del espacio como contenedor o continente, y sus acepciones y usos derivados, que uestran ese fondo funda ental de des pejar, extender o crear a plitud, según aflora, en español, en el verbo es paciar, o en la expresiones «hacer espacio», «dejar espacio», o en adjetivos coo «espacioso». 1.3. DEL ESPACIO CONTINENTE AL ESPACIO ESCENARIO
l concepto del espacio coo un contenedor o soporte de las acciones hu anas, siple escena del devenir social, a odo de gran tablero o reta blo, constituye una de las representaciones básicas del espacio, en la geo grafía y en la cultura occidental. orresponde con la concepción geo étrica o ate ática que elaboran los griegos, uclides en particular, y que de no ina os espacio euclidiano. oncepto que la geografía griega convierte en ci iento de su proyecto. s un espacio neutro, iso orfo, isótropo, infinito, unifor e. Se trata de un espacio aterial, de naturaleza geo étrica, entendido coo exten sión. l espacio coo una superficie objetiva, en la que se sitúan y ubican, tanto los fenó enos físicos coo los sociales o políticos. l espacio esce nario es, en lo conceptual, un espacio vacío, un espacio continente o con tenedor, que tanto puede representarse lleno de objetos y actores coo des provisto de ellos.
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s el concepto de espacio que elaboran los griegos y que la geografía incorpora en sus orígenes. l espacio coo un receptáculo en el que los ob jetos son eros añadidos, de los que se puede prescindir y a los que se pue de ubicar y over. l espacio coo un escenario, coo un retablo, en el que se pueden colocar los ele entos físicos, los aconteci ientos y las ac ciones de los ho bres. s la concepción que incorpora strabón coo es pacio de la geografía, coo objeto de ésta, en la edida en que la Tierra aparece coo «la escena de nuestras acciones». l espacio coo escenario o retablo de la acción hu ana. Profunda ente anclada en nuestra cultura, i pregna no sólo nues tras representaciones geográficas sino nuestra ás radical concepción del propio espacio coo concepto cultural. l espacio continente consti tuye un co ponente básico de la cultura espacial occidental (all, 1973). l espacio continente es un concepto y representación propia de la cul tura occidental, grecolatina, que reconoce os en la for ulación oderna de I. eton, al distinguir «espacio absoluto» y «espacio relativo» coo dos conceptos contrapuestos. l pri ero coo «el que se anifiesta en su propia naturaleza, sin relación con nada exterior, y peranece sie pre igual a sí iso e ina ovible», según lo definía eton.
Es decir, el
espacio geométrico o euclidiano,
también denominado
espacio
matemático.
n el discurso geográfico constituye un concepto vinculado a la cultu ra geográfica occidental, a la tradición cultural grecolatina, y entendido coo continente o escenario constituye la ás vieja representación geo gráfica. na fora de entendi iento del espacio incorporada a la geogra fía oderna, a través de la for ulación kantiana. s el concepto que ant recupera en la segunda itad del siglo III. l espacio coo categoría y coo «escena de nuestras experiencias». s el concepto de espacio que reivindica R. artshorne, coo home of man, coo la habitación del ho bre, en el arco de una geografía consi derada coo «la descripción científica de la tierra coo undo del hobre» ( artshorne, 1939). l espacio terrestre vinculado al hobre habitan te, tal coo lo sintetizaba Le Lannou, y coo lo enunciaba holley al re ferirse a la geografía coo «una especie de filosofía del hobre considera do coo el habitante principal del planeta». Fora parte de una tradición conceptual del espacio en la geografía oderna, vinculada, sobre todo, con la geografía cultural y regionalista. La concepción del espacio coo contenedor valora el efecto de la si tuación y hace de ésta una condición geográfica. Los espacios están ubica dos. Su localización es única; el lugar es, por definición, exclusivo, singular. l carácter excepcional del espacio-lugar que, en la tradición kantiana, proueven los geógrafos regionalistas a ericanos, responde a esta naturaleza del espacio. La diferencia coo cualidad básica del espacio geográfico. iensión que no pertenece sólo a una de las viejas tradiciones geográficas sino que configura una parte de las propuestas más recientes, bajo diversas for ulaciones, en la eografía posmoderna y post-estructuralista (Si onsen, 1996; Soja, 1996).
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LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA
s el espacio de la areal differentiation de los anglosajones y, en su ex presión ás reciente, de las concepciones vinculadas a las nociones de loca lidad y lugar, así coo en otras odalidades, que hacen hincapié en la fun ción segregadora de la ubicación, coo funda ento de lo que se ha lla ado el «espacio coo diferencia» (Si onsen, 1996). spacio coo diferencia o espacio-localidad, que privilegia la localización, coo un rasgo relevante del espacio geográfico y coo un factor deter inante de los procesos sociales. e fora harto paradójica se asi ila al espacio de la «nueva» geogra fía, analítica, que aflora tras la segunda guerra undial. La concepción bá sica que trasciende es la de un espacio-geo etría, que no se distingue del concepto de espacio-escena que prevalece en artshorne. l cabio radica en sustituir el interés por las localidades o lugares del espacio, por el inte rés por la distribución espacial de esas localidades. La geografía analítica se desinteresa por las localizaciones absolutas, por los sitios, lugares, regiones, áreas, pero valora las localizaciones relati vas, las relaciones que se producen entre esos diversos puntos del espacio, el odo en que se ubican los fenó enos sociales. l cabio de objetivos no cabia el objeto de referencia, que sigue siendo un espacio entendido coo extensión y percibido geo étrica ente. l espacio aparece coo un plano y en él se conte plan las foras de la distribución que los hechos so ciales presentan. s un espacio iso orfo apto para el análisis de la localización e inte racción espacial, descritos en tér inos geo étricos, a base de redes, flujos, agrupaciones, que pueden ser abordadas desde la perspectiva de las rela ciones espaciales con instru entos de análisis de carácter general. l con cepto de organización del espacio se refiere a un espacio neutro y vacío sus ceptible de recibir y ordenarse de acuerdo con las prácticas hu anas. Sub yace una concepción funcionalista del espacio geográfico. Son las conduc tas de las poblaciones o grupos sociales, de acuerdo con sus necesidades y cálculos, las que condicionan los procesos espaciales, las que deter inan la organización del espacio y las estructuras espaciales. Las distribuciones espaciales que resultan de estas conductas son el ob jeto de interés del geógrafo. Las preguntas básicas que los geógrafos analí ticos identifican uestran esa concepción. Son preguntas del tipo de ¿por qué determinadas distribuciones espaciales están estructuradas de una cier ta for a?, pregunta que es considerada «funda ento de nuestra ciencia», por estos geógrafos (Abler, Adas y ould, 1971). l espacio coo concepto central de las geografías analíticas que sur gen a mediados del siglo XX se perfila como una estructura derivada de la actividad social: «la gente genera procesos espaciales para satisfacer sus ne cesidades y deseos, y estos procesos dan lugar a estructuras espaciales que a su vez influyen y odifican los procesos geográficos» ( bler, das y ould, 1971). La organización espacial se conte pla desde la perspectiva de la distribución y localización de los fenó enos sociales. l espacio apa rece coo expresión geo étrica de la actividad social. La novedad del plantea iento analítico es etodológica; lo que transfora es la fora de abordar ese espacio y el objetivo de su análisis. n re
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lación con ello está su énfasis se ántico. La escuela analítica convierte el espacio en objeto explícito de la geografía. Introduce coo concepto hege-
ónico el espacio, coo representación renovada de la geografía oderna. n concepto que hace del espacio una entidad de apariencia objetiva, una realidad independiente de los sujetos, la condición de la existencia de éstos. o ha sido la única perspectiva geográfica del espacio. ste aparece tabién coo un producto del sujeto. Frente al espacio objetivo o ate ático el espacio subjetivo.
2. Espacio objetivo y espacio subjetivo Fueron los filósofos del existencialis o los que pri ero resaltaron esta di ensión espacial de lo hu ano. Lo hacían desde una concepción pura ente subjetiva y existencial, y desde la oposición al concepto de es pacio continente, por ellos deno inado «espacio ate ático». Responde, en este caso, a la percepción del espacio coo la fora en que se produ ce la existencia hu ana: «l sujeto ontológica ente bien co prendido, el "ser ahí", es espacial», según decía eidegger. quivalente al «ser en el undo» del iso autor. La aterialidad del espacio, desde estas perspectivas, es inseparable de las diversas representaciones que la sociedad construye para interpre tarla. l espacio no es una categoría ajena ni un objeto contrapuesto al su jeto social. l espacio no es una entidad independiente de la sociedad y del sujeto. l espacio fora parte de la hu anidad que no puede existir ni de senvolverse fuera de esa di ensión, que es consustancial con su propia existencia social.
La percepción de esta dimensión espacial inherente a la propia natu raleza humana aparece en la psicología alemana del primer tercio de nues tro siglo, en la obra de G. Dürckheim, dedicada precisamente al «espacio vivido»; y en la contemporánea de E. Minkowski, así como en la psicopatología, en relación con los trastornos de la motricidad vinculados con las percepciones espaciales, ámbitos médicos de los que apenas trascendió. Es E. Cassirer el primero que aborda el problema del espacio en un marco cul tural más amplio, fundamentado en el análisis histórico y etnográfico, a partir de una rica información, tanto en su relación con el lenguaje como desde la perspectiva cultural, de la construcción mítica y de la conforma ción de un pensamiento conceptual (Cassirer, 1923-1929). ste vínculo original de la espacialidad con la investigación de carác ter existencial y con el espacio subjetivo o vivencial en el prier tercio de siglo, paralelo al que se suscita en relación con el tiepo y el concepto de durée (duración), que introduce Bergson, es decir, el «tie po vital», pro vocó que la nueva concepción del espacio se opusiera a su di ensión epírica. l espacio « ate ático» o geo étrico es considerado en oposición al espacio vivencial o vivido, entendido «coo edio de la vida hu ana». Para el análisis existencialista y, en general, feno enológico, el espacio geoétrico, es decir, euclidiano, no es sino un vacia iento del espacio vivido,
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una reducción de éste a ero objeto, «prescindiendo de las diversas rela ciones vitales concretas» (Bollno , 1969). Sin e bargo, el espacio vivido, es decir, las representaciones espa ciales vinculadas con nuestra experiencia, práctica y ental, con el espacio coo di ensión social, ni se opone ni sustituye al espacio coo realidad e pírica y coo continente. s otra representación del espacio. e odo análogo, el espacio continente responde a la práctica operativa y ental, en la edida en que la producción de ese espacio no puede ser disociada del «proyecto», de la construcción ental que lo sustenta. Praxis e idea no son dos ele entos contrapuestos y disociados coo sujeto y objeto sino dos planos tan vinculados entre sí coo el propio sujeto y el espacio en que se desarrolla. cción e idea responden a un proceso unitario. La se paración entre abos, tal y coo la introducen los existencialistas, pare ce i propia. no y otro responden a distintos discursos que aparecen en el caso del espacio geográfico. iscursos que pode os sintetizar en tipos básicos, que responden a concepciones distintas del espacio. El espacio coo continen te o escenario; el espacio coo naturaleza, el espacio coo objeto y aterialidad social, el espacio coo representación subjetiva. iversas propues tas conceptuales del espacio que tienen su proyección en la elaboración del objeto de la geografía.
3.
El espacio natural: medio geográfico y paisaje
La concepción del espacio coo naturaleza, la identificación natural del iso, ha tenido y tiene un predica ento destacado. l espacio geo gráfico se identifica con la aterialidad del sustrato natural. s equivalen te a aturaleza. La for ulación geográfica ás acabada y extendida co rresponde con el concepto de milieu, o su equivalente environnement, acu ñados en Francia e insertos, coo conceptos clave, en la geografía oderna. l « edio», que debe entenderse «edio físico» o «edio natural», y el «environ ent», que de igual odo debe co pletarse coo «environ ent» físico o «environ ent» natural, identifican el co plejo natural. 3.1.
EL MEDIO: EL ENTORNO FÍSICO
l « edio» -el medio geográfico- identifica, en la concepción geo gráfica oderna, el entorno o a biente en el que se desenvuelven, por ne cesidad, los seres hu anos, la sociedad hu ana. n su origen, el tér ino medio fue acuñado por un historiador o filósofo de la historia, . aine, para referirse a los factores físicos, con una a plitud ayor que la oderna. Los investigadores sociales franceses, coo F. Le Play, lo e plearon para el entorno rústico, en el arco de una ideología de arcado ruraliso. na de las ideas atrices de esta ideología católica, de perfil conser vador, en el arco de la uropa capitalista industrial y urbana, será la de
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la armonía y estabilidad. Es decir, los atributos propios del pays, esto es, del territorio de las co unidades rurales. stas serían un eje plo de integra ción entre sociedad y naturaleza, en oposición a los rasgos sociales de los á bitos obreros y urbanos identificados con el desorden, inestabilidad, de sintegración y conflicto. La asociación entre co unidad y medio, en el arco del presupuesto de la adaptación estable, tal coo la propugnaba Le Play, asienta la elabo ración del concepto. ada edio natural se conte pla asociado a un deter inado tipo de organización social (Butti er, 1980). La dependencia de la co unidad ca pesina del siste a agrario y éste de las condiciones físi cas -geográficas- sustenta el enfoque de idal de la Blache y la elabora ción del concepto de género de vida, que el geógrafo francés difunde. La expresión medio carece en castellano de la contundencia de su ori ginal francés, del que es era traducción literal. o tiene la transparencia se ántica que tiene en ese idio a. Sucede igual con environnement, res pecto de ambiente. sto explica la vinculación de abos tér inos en nues tro ábito lingüístico, con un carácter redundante, coo se ha i puesto en los últi os tie pos, al hablar de «edio a biente». n definitiva, corresponde al uso y percepción del entorno coo eleento interactivo, a la anera que lo utiliza os para decir, por eje plo, que «alguien se encuentra en su edio». s la acepción que la cade ia recoge del vocablo, coo «ele ento en que vive o se ueve una persona, anial o cosa». n efecto, de eso se trata: del elemento en que vive, en este caso, la sociedad hu ana. n el concepto de medio subyace, coo esencial, la relación vital en tre continente y contenido, en el sentido de un vínculo de carácter indisociable entre abos. ay reciprocidad y dependencia. Lo que distingue el es pacio- edio es la naturaleza de esa relación. Lo que sutil ente expresa os con el vocablo medio es el hecho de que cosa, anial o persona se hallan inmersos en ese elemento de fora natural, al odo coo el pez en el agua. iene un sentido que sobrepasa la era acepción acadé ica del térino in erso, de asiado li itado. La cade ia sólo recoge para inersión la introducción de un objeto en un líquido. Pero el uso habitual de la lengua es ás rico, por cuanto se podría aplicar con igual verosi ilitud al pájaro y el aire, por eje plo. n su acepción darviniana supone que el es pacio biológico no es sólo el contenedor en el que se desarrolla la vida. Ésta está asociada a su entorno de fora esencial. Se trata de un natural environment, del edio natural, o edio a biente. El edio geográfico coo expresión propia del edio biológico, den tro del arco de las relaciones entre el hobre y la naturaleza constituye uno de esos conceptos geográficos de la cultura actual. oo la propia cuestión de las relaciones ho bre- edio. Sería ingenuo e i procedente re ducir ese planteamiento a las coordenadas originarias, al determinismo a biental positivista de la segunda itad del siglo pasado. Ta poco po deos estar seguros, antes al contrario, de que ese entendi iento no sea co ponente sustancial de la cultura actual. n sus di ensiones a bientales o en un enfoque ás rico y o nidireccional, la proble ática de las
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relaciones sociedad-naturaleza, de las que la geografía hizo una de sus ra zones de ser -si no la razón de ser ás consolidada y reconocida-, cons tituye, desde una perspectiva histórica y objetiva, un patri onio fundaental del legado geográfico. La nueva representación espacial introduce una nueva di ensión re presentativa en la que la clave no se encuentra ya en lo geo étrico, en lo situacional, sino en lo relacional. ebe entenderse coo relacional entre agentes y acciones, por un lado, y su medio propio o in ediato, por otro. l espacio aparece así coo objetivo, pero interdependiente. s ajeno, pero activo. Es exterior, pero está presente. Se anifiesta coo un edio confor ador del individuo y de la so ciedad. Por tanto, clave co prensiva de aquél y de ésta: individuo y socie dad responden a los caracteres del entorno, de su a biente natural. Rocas, cli as, influencias telúricas y astrales confluyen en la deter inación del tipo huano y de la sociedad. La experiencia colonizadora, el rico alud de infor aciones y de conoci ientos sobre la gran diversidad de tierras y colectividades, de culturas y foras econó icas, contribuyeron a asentar, con algunos eje plos de apa riencia definitiva, lo bien fundado de esta concepción. sta parecía hecha para entender la rica co plejidad del undo atrapado en la expansión eu ropea. Pueblos y culturas del desierto; pueblos y culturas de los trópicos; pueblos y culturas de las ontañas; pueblos y culturas de las tierras hela das; pueblos y culturas de las estepas, parecían confir ar con sus rasgos, con sus foras culturales y de vida, esa unifor idad. nifor idad «deterinada», i puesta por la «naturaleza», acabada expresión de la «adapta ción» y, en última instancia, de la subyacente existencia de unas relaciones privilegiadas entre lo social y lo natural. Lo que idal de la Blache sinteti zaba en una expresión de indudable resonancia: el «género de vida». n consecuencia, las «relaciones del hobre y el edio, entre los gru pos hu anos y las condiciones naturales» (Beaujeu- arnier, 1971), se con vierten en el eje de entendi iento del espacio. onstituyen una nueva per cepción de este espacio, una nueva fora convencional de representarnos el espacio. esponde a la consideración de lo que idal de la Blache apun tó coo la «influencia soberana del edio». n el edio se encuentra la clave explicativa de los fenó enos huanos, sie pre ligados a un edio deter inado, y sólo explicables por él. icho de otra fora, «el suelo es el funda ento de toda sociedad» (eangeon, 1947). Subyace la convicción de que «entre los fenó enos físicos y los fenó enos de la vida hay relaciones constantes de causa y efecto», coo destacaba el iso autor. Porque «según estén colocados los grupos huanos en tal o cual arco geográfico se inclinan al cultivo, ya de pal eras, ya de arroz, ya de trigo; a la cría de caballos y de yeguas» ( e angeon, 1947). La vieja escena griega coo espacio de la actividad política adquiere protagonis o. lla ta bién cuenta. Interviene en los ovi ientos de los actores hu anos, los orienta en su proceder, les ipone la necesidad de su i perio, les hace felices o aventureros, agricultores o co erciantes, parsioniosos o agresivos, conquistadores o esclavos, prósperos o iserables.
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La determinación física de los procesos sociales significa que el epi centro es el medio, no el hombre; o como el propio Vidal lo formula, el lu gar, no los hombres. Como se ha dicho, «el mecho material es comienzo y fin del análisis geográfico, y los procesos de carácter social quedan relega dos a un papel subordinado» (Simonsen, 1996). La concepción naturalista subyacente permanece como un elemento clave del discurso geográfico a lo largo del siglo XX. El concepto de medio cala tan profundamente en la constitución de la Geografía moderna, se identifica tan absolutamente con ella desde un pun to de vista cultural y social, que su mutación en medio geográfico no deja de tener especial significación. El medio geográfico es el medio físico por antonomasia. Su fuerza cultural se impone a la convicción explicativa. El medio geográfico, con esta acepción estricta equivalente a condiciones na turales, se transforma en uno de los conceptos-eje de la Geografía moder na. Como tal concepto eje transita incólume por geografías posibilistas y positivistas, socialistas y burguesas, hasta la actualidad. Lo que varían son sus formulaciones concretas y el punto del acento. La evolución más significativa es la que deriva hacia la identificación del medio COn OtTOS objetos, Como paisaje y región. Constituyen las nuevas re presentaciones del espacio geográfico, del espacio de los geógrafos, en el mismo contexto naturalista. Representaciones renovadas que mantienen una estrecha relación conceptual y epistemológica entre sí y con el concep to básico de medio. La elaboración de estas representaciones está vincula da a los cambios culturales y a los cambios teórico-epistemológicos que se producen en la chamela secular, en el tránsito del siglo XIX al XX 3.2.
EL ESPACIO COMO PAISAJE
En el marco de esos cambios culturales y epistemológicos, el espacio natural individualizado se contempla desde su apariencia, como un objeto visual, es decir, como un paisaje. El paisaje, elaborado como un concepto geográfico, cambiaba el acento pero no transformaba los fundamentos con ceptuales del espacio geográfico. El concepto de paisaje permitía destacar los componentes visuales del espacio, la combinatoria específica que, de modo aparente, distinguía, en cada caso, la singularidad geográfica. El acento cultural y por consiguiente histórico, valoraba la dialéctica mediosociedad, pero sin cambiar los presupuestos ambientales. La valoración de la apariencia como expresión de la singularidad geo gráfica suponía la incorporación de un concepto cultural de hondo arraigo en el ámbito germánico y de notable difusión en la cultura occidental de fi nales del siglo XIX y de inicios del XX. El concepto geográfico de paisaje se elabora a partir del significado cultural que ese término adquiere en Alema nia en el siglo XIX. Es el espacio rústico local, al modo como pays en Fran cia, y no muy lejos del trasfondo de milieu, tal y como lo concibe E Le Play. El término alemán Landschcft identifica una aportación alemana en lo cultural y en lo geográfico. Abarca desde lo físico hasta lo etnográfico y es-
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tético y tiene una connotación visual, que no es ajena al pri itivo signi ficado del tér ino paisaje en el arte, aplicado a las representaciones de áreas rurales. l paisaje pictórico constituye la prehistoria del concepto geo gráfico. l tránsito desde el concepto local y pictórico a su di ensión cul tural oderna y a su acepción geográfica se produce por la vía de la filo sofía de la istoria. s la filosofía ale ana, en particular egel, el que transfor a el paisaje local, concepto ás descriptivo, en paisaje alemán, cargado con contenidos y alcance cultural que no tenía. El Landschaft viene a identificar la singularidad del espacio del pueblo ale án. l stado, para egel, es la «encarnación del espíritu del pueblo», encarnación que tiene lugar en un espacio concreto, con el que se identifi ca el pueblo que lo ocupa y expresión de éste. oo egel dice, el espíritu del pueblo va unido «inseparable ente» a un espacio «que se corresponde perfecta ente con el tipo y carácter del pueblo hijo de ese suelo». e tal anera que «l stado... la naturaleza física del iso, su suelo, sus ontañas, el aire y las aguas foran su Landschaft, su patria», según resu ía
Hegel, en su Filosofía de la Historia. Pueblo y espacio se realizan, según
egel, en una si biosis cuya
anifestación aparente es el paisaje, que vincula a la nación con un terri torio propio, que le sirve a la nación coo seña de identidad. s el es pacio-paisaje en el sentido hegeliano; por su perfil se identifica con el espa cio-nacionalista o de la nacionalidad. acionalis o y espacio tienen algo en coún. l segundo da asiento al pri ero, le proporciona ci iento, le asegura ubicación, le garantiza identidad. l espacio per ite a la cou nidad reconocerse coo pueblo. na concepción que recogía rtega y asset al afir ar que «hay que acabar por reconocer una afinidad entre el ala de un pueblo y el estilo de sus paisajes... La Tierra pro etida es el Paisaje prometido» (Ortega y Gasset, 1958). El espacio como paisaje no es ahora neutro, ni independiente, ni externo, ni iso orfo. Por el contrario, es un es pacio-identidad, un espacio-nacional, un espacio subjetivo. l paisaje en la cultura ale ana del siglo pasado es un concepto aso ciado al «espíritu ale án» (deutche Geist), que exalta y revaloriza todo lo ale án. Proporciona el trasfondo ideológico del concepto y explica su éxi to, en la medida en que respondía a los «intereses de los grupos sociales doinantes» ( ard, 1969). e este arco cultural ale án, el concepto de pai saje pasa a la eografía. l «paisaje» -Landschaft- se convierte en concepto clave de la con cepción geográfica ale ana. Se identifica coo el objeto de la eografía, de acuerdo con el interés cultural, científico, literario, estético y de con cepción del undo, por el paisaje ale án. Lo que facilita su difusión y la progresiva constitución de una geografía del paisaje, que se presenta coo alternativa a la geografía naturalista de raíz positiva. La elaboración geográfica del concepto introduce nuevos ele entos para su valoración y descripción de carácter genético y evolutivo. Se habla de un paisaje pri itivo, el Urlandschaft; de un paisaje natural, Naturlandschaft, de un paisaje cultural, Kulturlandschaft, coo anifestaciones y arcos de entendi iento de la elaboración del paisaje. n relación con los
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cuales están las diversas escuelas y foras de desarrollo de la geografía del siglo XX, coo la geografía cultural americana introducida por C. Sauer en el prier tercio del siglo, y su equivalente en Francia, practicada por auto res coo . Sorre, P. ourou y . Le Lannou. l paisaje responde a una percepción. Se identifica con la apariencia, con el aspecto. s la iagen que presenta el espacio en un área deter i nada que, coo tal, per ite distinguirla, individualizarla. l paisaje otorga personalidad al espacio, le hace distinto. Se concibe coo una totalidad que resulta de la co binatoria de últiples ele entos, físicos y hu anos, y de una trayectoria histórica deter inada. oo totalidad, en el sentido de las filosofías existenciales, no puede ser analizada de fora fraccionada. Su entendi iento es intuitivo, coprensivo. Se puede describir, pero no analizar. esponde ás a la e patía artística o estética que a la disección científica. Su singularidad hace de él una entidad irrepetible, que transfor a la superficie de la tierra en un osaico de paisajes únicos. unque la geografía artística no sobrevivió a la se gunda guerra undial, la concepción paisajística de la geografía arraigó profunda ente al identificarse con la geografía regionalista. l espacio coo paisaje identifica una etapa destacada de la eografía moderna, asociada a lo que se ha denominado geografía «clásica», en la edida en que el paisaje se confunde e identifica con otro concepto clave del espacio geográfico oderno, el de región.
4. La región: territorio y naturaleza
La región es un concepto geográfico que ha per anecido, durante ucho tie po, coo núcleo conceptual de la disciplina. Pero la región es, en origen, una noción coún que pertenece al undo de las nociones espa ciales de la sociedad hu ana. l proceso geográfico ha consistido en transforar una noción coún en un concepto, dotándolo de contenido y dán dole un perfil preciso. La noción coún, sin duda generalizada al conjunto de las socieda des hu anas, sirve para identificar un frag ento de la superficie terres tre. dquiere su fora plena en el ábito grecolatino, de donde procede el tér ino. n su origen, responde a la necesidad práctica de representar las deli itaciones celestes que for aban parte de la práctica religiosa ro ana. oo es sabido, región procede de regio, expresión latina que indi ca la dirección en línea recta, y que se aplicó a «las líneas rectas trazadas en el cielo por los augures para deli itar sus partes» ( rnout y eillet, 1979). e ahí su aplicación geográfica para indicar los lí ites o fronteras, y sobre todo para indicar el ábito deli itado, el área co prendida bajo unos lí ites, el territorio. na práctica constatada desde la isa época ro ana. sa noción es la que aparece en las lenguas ro ances desde la dad edia, coo se co prueba en castellano, cuyo uso docu ental con esa acepción aparece desde el siglo I al enos. Identifica, con toda claridad,
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el área de pertenencia deli itada, coo se co prueba en el epleo que de él hace, por eje plo, Berceo. Lo usa con la acepción de circunscripción, al referirse al territorio episcopal u obispado. ste iso uso evidencia que la región responde a una cierta di ensión territorial, o escala, que no es la de la localidad. n uso equivalente aparece en las otras lenguas europeas ta bién desde la dad edia. La noción regional aparece así anclada en la cultura occidental al enos desde el undo ro ano. Sin duda con antecedentes y equivalentes reconocibles, tanto en recia coo en las áreas del Creciente Fértil. La diensión regional fora parte de las representaciones co unes que esa cultura occidental aneja para referirse a la realidad espacial en que vive. s una noción, no un concepto. coo tal noción, i precisa. Pode os encontrar que se aplica alternativa ente con comarca o con provincia y aun con reino, tér ino éste que guarda, ade ás, relaciones de coún ori gen eti ológico en sus raíces.
El uso del concepto de región en la geografía analítica moderna res ponde, como en general en la tradición anglosajona, a esta noción básica de carácter territorial. Un área finita para delimitar un espacio, de acuerdo con los intereses o enfoques de quienes lo emplean, lo que los autores nor teamericanos denominan, precisamente, area. s un siple instru ento de diferenciación. Las regiones se reducen a territorios ad hoc definidos según el criterio circunstancial del usuario. La región se aplica a á bitos de unifor idad u ho ogeneidad. esde el espacio local, de enor ta año, coo puede ser una granja; o el espacio local, de igual anera que a partes de continentes o seg entos de stados. érica Latina, frica al sur del Sahara, riente edio, son regio nes en la isa edida que Lo bardía o ndalucía. La región tiene que ver con la diferenciación de la superficie terrestre en un núero finito de áreas distintas. n un prier o ento, escasa ente pode os hablar de conceptos re gionales en la geografía. Se trata ás bien de nociones regionales, aplica das, eso sí, a nuevos á bitos, o con nuevas perspectivas, coo herra ientas de la representación geográfica. s el uso que hace u boldt para re ferirse a las regiones de vegetación: «ste odo especial de distribución geo gráfica, unido al aspecto de los vegetales, a su agnitud, a la fora de las hojas y de las flores, constituye el principal rasgo del carácter de una región cualquiera» ( u boldt, 1849). sí, pode os entender la noción de región histórica, de epleo co rriente en el siglo pasado. La región histórica identifica un territorio adinistrativo o político, en su origen, antenido para diferenciar un área. n la región histórica o ad inistrativa es en la que ejor se evidencia su ini cial valor de espacio deli itado, de frag ento individualizado de la super ficie terrestre. La geografía oderna trans uta esa noción coún en un concepto esencial. Pero con la isa acepción básica.
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4.1.
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DEL TERRITORIO A LA REGIÓN NATURAL
La región geográfica responde al mismo principio del uso común. La región identifica un espacio delimitado, distinto, bien por su pertenencia, bien por sus caracteres. Es la acepción cultural del término y es la que pre valece en buena parte de la geografía y en otras disciplinas. Identifica el área de extensión, y se corresponde con lo que los anglosajones denominan area. La construcción de un concepto geográfico de región se fundamenta en la búsqueda de un criterio de delimitación no arbitrario, que tenga carác ter objetivo. Ese criterio, desde una perspectiva conceptual será el de ho mogeneidad. Lo que permite diferenciar un fragmento de la superficie te rrestre desde el prisma geográfico, respecto de las áreas inmediatas, es el poseer un determinado carácter dominante que se presenta de forma uni forme en ese territorio. La región geográfica se concibe así como un espa cio caracterizado por la posesión de rasgos uniformes y comunes. Las circunstancias del desarrollo de la geografía moderna determina ron que el criterio dominante en la definición de la homogeneidad descan sara sobre los rasgos físicos, de acuerdo con la orientación prevaleciente en la segunda mitad del siglo XIX. En consecuencia, el primer ejemplo de ela boración teórica del concepto de región geográfica es el de la región natu ral. La región natural aparece para identificar los territorios con una apre ciable uniformidad en sus rasgos físicos. La conceptualización como región natural procede de la geología y surgió para identificar las áreas de homogeneidad estructural, bien por su tectónica, bien por su litología. Es el geólogo francés Elie de Beaumont, en su Explication de la carte géologique, de 1841, quien define la re gión natural, como una entidad geográfica de raigambre geológica. La estrecha relación de la geografía física moderna con la geología ex plica la integración del concepto de región natural en la geografía y su iden tificación con la región geográfica, es decir, con la unidad elemental de di ferenciación de la superficie terrestre. La elaboración geográfica consistió, en primer lugar, en la identificación de esta región de rasgos naturales uni formes, o región natural con el medio. Se identificó con el objeto formula do para la geografía moderna. Constituye una de las primeras elaboracio nes geográficas del positivismo. Tal como lo planteaba Mackinder en 1887, la región de rasgos natura les -geológicos-, uniformes, espacio delimitado e individualizado por esos rasgos, es la expresión directa del medio físico. Es su evidencia mate rial, objetiva. Se trataba de la identificación de la región natural, como la re gión-medio. La región natural de la geología se constituye en un concepto geográfico básico de la geografía ambiental de finales del siglo XIX . La construcción del nuevo concepto no se suscita hasta que el influjo darvinista aparece como un instrumento adecuado para fundamentarlo. Mackinder lo formula al relacionar el concepto de medio, en el sentido dar vinista del término, con el concepto de región natural, como espacio deli mitado, como unidad territorial. Medio y región confluyen para delinear la primera propuesta propiamente geográfica de región.
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Región y medio co ponen una estructura dialéctica que desborda la siple acepción territorial, que resulta ahora secundaria. s una represen tación nueva para situar las relaciones entre el hobre y el edio. xpresa directa ente esas relaciones e identifica los resultados de las isas. La región natural se hace geográfica en la edida en que se identifica con el « edio». Se convierte en la región geográfica. Es el concepto de región do inante en la geografía oderna en su priera etapa. Las regiones de la geografía en la segunda itad del siglo XI y en buena parte del prier tercio del siglo son regiones naturales, es decir, espacios diferenciados por sus rasgos físicos. n lo esencial, se co rresponden con unidades fisiográficas. Son las grandes o pequeñas unida des del relieve terrestre, desde una perspectiva estructural: las ontañas Rocosas, las randes Llanuras, la cuenca de París, la depresión del bro, son eje plos de esta concepción. l lado de las regiones fisiográficas, las regiones cli áticas y las regiones de vegetación: el mundo árido o el bosque húedo -Rain Forest-, la estepa rusa o el Asia de los monzones. l crite rio se aplica por igual a las grandes unidades de rango continental que a las escalas inter edias y locales. La persistencia de la región natural coo trasfondo conceptual en la geografía oderna constituye un rasgo destacado de los enfoques regiona les. El rasgo distintivo de la evolución en el siglo XX es la progresiva impli cación de la región natural con el concepto de paisaje que supone la deriva de la región natural a la región-paisaje.
4.2.
DE LA REGIÓN NATURAL A LA REGIÓN-PAISAJE
La mutación conceptual responde a los contenidos que se le otorgan, al perfil que los geógrafos le dan, hasta hacer de la región geográfica una entidad conceptual específica. Para ello la geografía llena la noción común de elementos que no poseía, más allá de los meramente descriptivos del contenido. La geografía lleva a cabo ese cometido en el campo conceptual. La región geográfica se convierte en un ser existente, y en consecuencia en una realidad existente y objetiva, con caracteres propios, que le confieren lo que los geógrafos llaman personalidad. La región aparece, en efecto, bajo una perspectiva organicista. oo entidad existente es un individuo; y coo resultado de una co binación es pecífica de ele entos naturales y hu anos a lo largo del tiepo constitu ye una unidad de paisaje exclusiva y distinta. e ahí lo que se llaa su per sonalidad, su identidad geográfica. esde la década de 1920, esa percepción de la individualidad y personalidad regionales ha sido una constante en la concepción regional ( rtega alcárcel, 1988). Subyace, sin las precisiones paisajísticas, en la conceptuación vidaliana del pays francés, expresión in dividualizada y personalizada de un milieu, de un medio geográfico, ábito geográfico de un género de vida. La región natural se vincula con la trayec toria histórica de una co unidad.
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Bajo la individualidad y personalidad geográficas de la región ha lati do y late una concepción naturalista arraigada en la propia historia de la geografía oderna. La pri acía cronológica y conceptual de la eografía física en la definición de la geografía oderna; la pri igenia conceptualización a bientalista del espacio geográfico; la sólida percepción de la geo grafía coo disciplina de las relaciones edio- o bre; y la persistente vin culación de esas relaciones con la naturaleza coo principal factor expli cativo, ayudan a entender el concepto de región coo unidad de paisaje. Se trata, en realidad, de una absorción. l paisaje absorbe a la región natural surgida en los pri eros o entos de la geografía oderna. La trans uta en región-paisaje sin alterar su entidad natural originaria. oo tal región- edio, adquiere atributos nuevos. l proceso se per fecciona al co pletarse. s lo que sucede con la identidad paisaje región. o hay sustitución sino co ple entariedad, enriqueci iento conceptual. La región coo medio geográfico se anifiesta coo paisaje, se indivi dualiza por su paisaje. l recorrido, siquiera sea abreviado, por esta tra yectoria, que lleva desde la década de 1880 hasta la de 1920, co pleta el perfil regional, al proporcionarle una di ensión visual, una apreciación sensible. l aridaje región-paisaje uestra el carácter de co ple entariedad que abas i ágenes poseen, en cuanto afectan a dos planos de la representación distintos. El espacio regional se concibe coo una co binación co pleja de eleentos, entendido ás coo agrupación o aglo erado de carácter ex haustivo. Son las regiones coo fenó enos «infinita ente co plejos», coo los calificaba artshorne. Si bien el concepto de co plejidad resulta ás de una actitud intelectual que de la propia realidad. La geografía no supo precisar los lí ites del co plejo regional. i en los aspectos o ele entos de la co binatoria que convenía considerar ni en la profundidad con que había de tratarlos. a ackinder es sensible a esta cuestión y aboga con claridad por una conceptuación selectiva. l geógra fo -señalaba- debe usar conoci ientos selectivos relacionados con los ele entos que co ponen el edio regional. Plantea, por tanto, la necesi dad de criterios de deli itación etodológica. Pero las propuestas de ackinder en este aspecto no han tenido de asiada audiencia. ello ha con tribuido la propia conceptuación regional coo totalidad sintética, reforza da por la cristalización del concepto anexo de paisaje.
La región se define como una unidad territorial. Se le atribuyen lími tes perceptibles, de carácter objetivo. Se le considera una realidad existen te, que no responde a la simple presencia de determinados objetos. Se le concibe como un espacio distinto de todos los demás que se manifiesta con una fisonomía propia. Es un territorio y es un paisaje. Lo que le propor ciona entidad es la singularidad con que se presentan en él las relaciones entre el hombre ocupante y el medio geográfico. Configuran una entidad exclusiva, distinta, excepcional, personalizada. La geografía la identificó como una región geográfica. Es decir, como la verdadera región. s la región que los geógrafos nortea ericanos deno inaron compage para resaltar su carácter co plejo. Integra ele entos físicos abióticos y bió-
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ticos, y elementos sociales o humanos. Resulta del proceso de ocupación humana de un determinado espacio. El criterio que define este espacio re gional es cultural. La región es el área de extensión de un paisaje y está vinculada a la presencia histórica de una comunidad y a la decantación secular de una relación entre esta comunidad y su medio físico. La simbio sis entre la comunidad y el entorno natural se traduce en un paisaje que tiene historia y forma. Es la concepción del paisaje como síntesis de la ac ción cultural de un grupo social, en la que se descubre la estrecha impli cación entre paisaje, cultura e historia (Sauer, 1931). La concepción cultural de la región como unidad de paisaje supuso, en la geografía americana así como en la europea, el desarrollo de un tipo de región homogénea basada en factores culturales. Un concepto de unidad cultural aplicado también a las grandes divisiones geográficas, en relación con fenómenos religiosos o étnico-culturales, e incluso políticos. Conceptos como América Latina y América Anglosajona, el mundo islámico o el mun do soviético, se convierten en fundamentos para la regionalización a escala planetaria. Y fenómenos de carácter económico, o de rango social, se utili zaron para identificar espacios uniformes considerados como regiones, so bre todo en la geografía norteamericana: el Corn Belt, el Cotton Belt o el Manufacturing Belt reflejan estos criterios regionales vinculados con la dimen sión económica y social. El enfoque cultural que subyace o que deriva de la concepción paisa jística proporcionó a la geografía anglosajona en general y a la geografía americana en particular, un fundamento para abordar la regionalización, por encima del concepto de región natural o física. Sin embargo, no signi ficó la desaparición de una concepción ambiental de profundo arraigo en la geografía moderna. Lo evidencia el tratamiento de estas unidades regionales y la secuencia que se impone en su análisis. Una primera parte es enfocada como funda mento. Corresponde con el sustrato físico. Es seguida de la ocupación hu mana., dedicada a los aspectos socioeconómicos, culturales y territoriales. Bajo el enfoque cultural y paisajístico se encuentra una profunda convic ción ambiental. Es el rasgo que distingue la región en su concepción natu ralista que subyace en la concepción regionalista. El objeto de la geografía ha sido una unidad natural. Lo que cambian son los enfoques con que se aborda, el papel que se otorga al dominio de la cultura. 5. El espacio como producto social
La tercera dimensión conceptual del espacio geográfico se correspon de con la identificación del mismo como un objeto social, vinculado a la na turaleza espacial de la sociedad humana. La dimensión espacial de la sociedad constituye el soporte de esta formulación que, por otra parte, se presenta bajo expresiones diferentes, que traslucen propuestas teóricas con trapuestas.
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Esta concepción social del espacio constituye la elaboración teórica más reciente en el tiempo. En la práctica política, y en la práctica teóri ca como consecuencia, parece imposible prescindir de esta recién descu bierta dimensión de lo social, que se presenta como trascendente a la sim ple geometría y que trasciende asimismo un entendimiento o noción del espacio como simple continente y como sustrato natural. El espacio se per fila como una entidad social. Como parte del ser social. 5.1.
ESPACIO SOCIAL, ESPACIO SUBJETIVO
n el capo sociológico, una tradición de varios decenios había des tacado, desde otros supuestos, el carácter de producto social del espacio. Resaltaba su pertenencia al undo de los sí bolos, de las representaciones si bólicas, y al ábito de las vivencias personales. abía reivindicado un concepto de espacio ás allá del espacio geo étrico o ate ático, es de cir, el espacio contenedor. La confluencia de estas dos corrientes ali enta la oderna construcción del «espacio social» coo un concepto central de las recientes aproxi aciones al concepto de espacio. l carácter confluente de estos discursos sobre el espacio coo fora social no significa coinci dencia conceptual ni episte ológica. e hecho, representan for ulaciones contrapuestas sobre el espacio, coo di ensión social y coo objeto de la geografía. . assirer, un sociólogo ale án, destacaba, en el prier tercio del si glo XX, que «el espacio no es en odo alguno un depósito y receptáculo inóvil en el cual se vierten las cosas» ( assirer, 1971). Ponía de anifiesto que el espacio geo étrico, el espacio euclidiano, concebido coo continuo, infinito y unifor e, no se corresponde con el espacio sensible. puntaba que la percepción «desconoce el concepto de infinito» y coo tal percep ción la ho ogeneidad no existe, sino la variedad. l espacio sensorial es anisótropo. Frente al espacio abstracción, que es el espacio geo étrico o contenedor, reivindicaba el espacio de la percepción y de la sensación. l espacio se vincula a la conciencia. Las elaboraciones ás recientes, desde la sociología y la geografía, pro fundizan en este plantea iento, que hace del espacio una realidad ental o subjetiva, so etida a la percepción particular de cada individuo. poya das en concepciones filosóficas de carácter idealista, expresa ente reivin dicadas en algunos casos, o en su for ulación feno enológica, de crecien te predica ento en la segunda itad de este siglo, el espacio queda redu cido al producto de la experiencia y conciencia individual. «Sensaciones e ideas espaciales de la gente en el torrente de sus experiencias» son las que deli itan el objeto espacio coo concepto geográfico. El espacio, coo el lugar, constituyen «co ponentes básicos del undo vivido» (Tuan, 1977); si bien el espacio es conte plado ás coo una abstracción teórica. Por ello, el preferente interés por el lugar, entendido coo espacio de la vivencia directa, de la experiencia, entendida ésta coo un co plejo de sensaciones, e ociones, concepciones y pensa iento, se
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gún uestran los geógrafos hu anísticos. sta dependencia del concepto de espacio de la conciencia es el rasgo ás sobresaliente de las elabora ciones del espacio social de raíz idealista, feno enológicas, kantianas y existencialistas.
La concepción del mundo como percibido significa la desaparición o relegación del mundo objetivo. El espacio «se convierte en un atributo de la conducta humana, producto de lo que la gente hace y piensa, de lo que estima y valora». Como expresan los autores de estas corrientes, «percep ción humana, experiencia, conocimiento y acción forman, junto con su me dio, una totalidad, una unidad, que constituye la premisa básica de la in vestigación geográfica» (Granó, 1981). Los enfoques subjetivistas del espacio tienen, en uchos autores, una derivación naturalista que los aproxi a a los del espacio- edio, en la edida en que co parten una concepción geográfica si ilar, de carácter abiental, que antiene en las relaciones o bre- edio el eje central de la geografía. asgo que, en principio, establece un significativo distingo con las concepciones del espacio social de base racionalista. La reflexión teórica sobre el espacio es el producto confluente de las prácticas políticas desde diversas disciplinas. Se sustenta en la evidencia del papel que el espacio -dentro de una noción que resulta excepcional ente aplia e i precisa y que responde ás bien a una consideración etafórica del iso- dese peña en el undo capitalista conte poráneo y, coo consecuencia, en la proble ática política y social. Parte del presu puesto de que esa incorporación es posible desde la episte ología arxista: en otros tér inos, que es factible introducir el espacio dentro del aterialis o histórico, y que se puede fundar, en ese arco, una teoría del es pacio.
5.2.
ESPACIO SOCIAL Y PRODUCCIÓN DEL ESPACIO
La elaboración de un concepto social del espacio invierte la relación tra dicional entre sociedad y espacio, prevaleciente en la eografía. Se afira la pri acía de lo social y desaparece el espacio coo categoría indepen diente, el espacio como «fetiche» denunciado por los autores críticos. El espacio aparece coo una di ensión de lo social, coo una construcción social. e donde deriva la contingencia te poral y el carácter histórico del espacio. Prácticas sociales y procesos foran parte de la te poralidad his tórica y se inscriben en un espacio social histórico. esde el análisis del desarrollo del capitalis o a la escala undial; hasta el análisis de las luchas urbanas y de las estrategias de los agentes urbanos, todo parece confluir en el nuevo co ponente, hasta entonces arginado, de la realidad social. Teorizarlo y conceptuarlo aparece coo una necesidad teórica y prác tica. el espacio social al espacio del capital, a través de la producción del espacio, el recorrido teórico es rápido: filósofos, urbanistas, sociólogos, econo istas, geógrafos, van a intentar definir esa pri era noción general excepcional ente apta para las etáforas, que es el espacio social.
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i ensión social y di ensión espacial aparecen tan confundidas que de uestran ser una isa. l espacio se uestra coo una di ensión que trasciende la geo etría y la distancia, y que desborda ta bién la era consideración coo continente o soporte. e la noción banal del espacio se elevan a una noción, en principio, social del espacio. Se habla, aunque no se defina con precisión, de un «espacio social». La identificación del espacio coo objeto social y, por tanto, coo objeto de las ciencias sociales, es uno de las contribuciones ás brillan tes y significativas de estos últi os decenios. parece coo una vía de indudable interés y atractivo en el proceso de construir una episteme cien tífica para la geografía. l espacio social trasciende radical ente el es pacio geo étrico de los neopositivistas y se convierte en producto del proceso social; en producto social de acuerdo con la deno inación de los sociólogos urbanos de la década de 1960. s cierto que es todavía un con cepto a biguo y que constituye ás un acierto foral que una herraienta episte ológica. Pero la contribución esencial radica en deli itar un objeto de análisis para la geografía. en perfilar sus di ensiones con ceptuales. l prier intento para establecer un discurso crítico sobre el espacio y un discurso crítico sobre las descripciones del espacio surge en la socio logía con la obra de H. Lefebvre, La production de l'espace (Lefebvre, 1974). n ella se parte de la crítica al discurso habitual sobre el espacio, en cuan to aproxi aciones parciales a lo que hay en el espacio. Se propone, coo alternativa, una construcción teórica sobre el espacio, en que espacio físi co, espacio ental y espacio social constituyen aspectos de una unidad teó rica, que es el espacio coo producto social. Frente a la parcelación de las nociones del espacio y frente a las me táforas que permiten emplear el espacio en los más diversos ámbitos, des de el lingüístico al mental y al filosófico, el espacio del arte, y el espacio de la narración, Lefebvre, propone construir la science de l'espace. punta Lefebvre cóo «las descripciones y divisiones no aportan ás que inventarios sobre lo que hay en el espacio, en todo caso un discurso so bre el espacio, pero nunca conoci iento del espacio». Lo que deter ina que sea el discurso, es decir el lenguaje, y por tanto el ábito ental, el que sustituya al espacio social. Los atributos y propiedades de éste se convier ten en caracteres propios del undo ental. Lefebvre plantea la necesidad de elaborar el concepto de espacio en un lenguaje coún para la práctica y la teoría de los diversos capos de conoci iento que lo utilizan. l punto de apoyo de esa elaboración es el con cepto de «producción del espacio», en cuanto el concepto de producción, per ite superar la oposición objeto-sujeto. Lefebvre destaca la fertilidad de un concepto coo el de «producción del espacio» en la edida en que «debe actuar para iluminar los procesos de los que surge». l concepto de producción del espacio se asienta sobre el hegeliano de producción. arx lo utiliza para decantar la racionalidad que subyace en él y en el contenido que le es propio, es decir, la actividad huana o práctica social. Racionalidad que, coo resalta Lefebvre, no necesita de soporte pre
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vio, sea teológico o metafísico, ni final. «La producción, en el sentido marxista, supera la oposición filosófica entre sujeto y objeto y las relaciones construidas por los filósofos a partir de esta separación... El concepto de producción constituye el universal concreto» (Lefebvre, 1974). El espacio social surge de la producción. Es decir, de «las fuerzas pro ductivas y relaciones de producción» existentes en cada momento históri co, que identifican «la práctica social global, comprendidas todas aquellas actividades que hacen una sociedad: educativas, administrativas, políticas, militares, etc.» (Lefebvre, 1974). El espacio que resulta de esta actividad, el espacio social, «no es un cosa entre cosas, un producto entre productos, sino que envuelve las cosas producidas, comprende sus relaciones de coe xistencia y simultaneidad, orden y desorden relativos. Resulta de una serie y conjunto de operaciones y no puede reducirse a simple objeto». Para Lefebvre, este espacio social no responde a la naturaleza, ni al cli ma o carácter del sitio, ni a la historia anterior, ni a la circunstancia cultu ral. El espacio social es el resultado de un proceso vinculado con el desa rrollo de las fuerzas productivas y de las relaciones de producción, la prác tica social global. No puede atribuirse a factores singulares como los físi cos, o la historia anterior. Es el resultado de un despliegue de las fuerzas productivas que operan en un espacio preexistente, que no desaparece sino que se implica en la nue va construcción. «Los espacios sociales se implican» unos en otros. El es pacio no «es ni un sujeto ni un objeto sino una realidad social, es decir un conjunto de relaciones y formas». No puede abordarse, en consecuencia, como un «inventario de objetos en el espacio ni con las representaciones o discursos sobre el espacio, aunque debe dar cuenta de esos espacios de re presentación y de las representaciones del espacio, pero sobre todo de sus lazos mutuos y con la práctica social» (Lefebvre, 1974). Este producto tiene como materia prima la naturaleza. Una naturale za polivalente, porque es material y formal, es producto que se consume y es medio de producción, «en cuanto redes de cambio, flujos de materias pri mas y energías modelan el espacio y son determinadas por él». Un espacio que se presenta en diversos niveles, local, regional, nacional, planetario, im plicados unos en otros. El espacio se desarrolla a diversas escalas. En el desarrollo teórico del espacio, Lefebvre apunta una reflexión bá sica, al diferenciar «el pensamiento y el discurso en el espacio y el pensa miento y el discurso sobre el espacio, que son signos, palabras, imágenes, del pensamiento del espacio», construido éste a partir de conceptos elabo rados. En relación con ello, la existencia de un pensamiento y discurso, so bre el espacio, hecho de signos, palabras, imágenes; y un pensamiento y dis curso del espacio, construido a través de conceptos. El espacio, que es un producto histórico, no se confunde con su histo ria, ni con el inventario de objetos que lo configuran, ni con las represen taciones y discursos que se elaboran sobre él, aunque tiene que ver con esas representaciones y discursos, en relación con la práctica social. Frente al naturalismo geográfico que subyace en determinadas concep ciones del espacio, señala que «el punto de partida no se sitúa en las descrip
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ciones geográficas del espacio-naturaleza, sino ás bien en los ritos natu rales, en las odificaciones aportadas a esos ciclos y su inscripción en el es pacio por los gestos hu anos, los del trabajo en particular. n principio, por tanto, los ritos espacio-te porales de la naturaleza transfor ados por una práctica social». Reflexiones que, en algún odo, recuerdan las de L. Febvre. en esa isa dirección critica los procesos de socialización del es pacio, es decir, la concepción de que el espacio social constituye un espacio socializado. Para Lefebvre una concepción de este tipo responde a una ideología que separa naturaleza y sociedad. Supondría un espacio-natura leza en proceso de socialización, coo si aquél tuviera una existencia se parada y distinta. punta Lefebvre cóo «cuando una sociedad transfor a los ateriales de esa utación, éstos provienen de otra práctica social his tórica ente (es decir genética ente) preexistente. Lo natural, lo original en estado puro, no se encuentra». esponde a una iagen que identifica con una «representación del espacio» (Lefebvre, 1974). esalta Lefebvre el papel de la naturaleza y los edios de producción en la edida en que el capital fijo constituye una riqueza social, de parti cular significación en la sociedad capitalista. l capital fijo se extiende a través de últiples ele entos de orden físico y actúa coo instru ento de ovilización del capital variable, utilizado en la producción de nuevo capi tal fijo. l capital fijo aparece coo una necesidad de supervivencia para el propio capital. puntaba ta bién al hecho de que la distribución de las plusvalías ge neradas en el proceso productivo se realiza espacial ente, territorial ente. Tiene lugar según relaciones de fuerza, entre países, sectores, regiones, de acuerdo con sus estrategias y saber hacer. puntaba igual ente cóo el es pacio se reorganiza en función de la búsqueda de recursos que se hacen escasos, sean agua, luz, aterias pri as, entre otros. úsqueda que esti ula la creación de valores de uso rehabilitados frente al ca bio. planteaba, interrogativa ente, el que «el ercado undial, con su escala planetaria, engendra un fracciona iento espacial: estados y naciones que se ultiplican regiones que se diferencian y afir an, estados y firas ultinacionales que se benefician de dicho fracciona iento, y se antie nen por encia de él» (Lefebvre, 1974). La dialéctica entre los procesos glo bales, lo nacional y lo local, fora parte de la propia naturaleza del desa rrollo capitalista y de la producción del espacio. La concepción de Lefebvre no está exenta de contradicciones. l espa cio aparece coo escena-continente y coo producto social. oo si fue ran sólo dos estadios históricos, vinculados con grados del desarrollo social distintos. e tal odo que «un salto adelante de las fuerzas productivas... sustituye o ás bien superpone a la producción de las cosas en el espacio la producción del espacio» (Lefebvre, 1974). La producción del espacio pa rece reducirse al undo capitalista, perdiendo con ello la fertilidad del con cepto aplicable, de acuerdo con el significado arxista de producción al conjunto de la sociedad hu ana. Recurre Lefebvre a una concepción pura ente aterial del espacio, el «undo aterial», que pode os considerar no es sino una representación del
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espacio. e la isa naturaleza que la que él resalta respecto del deno ina do «espacio geo étrico». Los rasgos de unifor idad, abstracción, que se le atribuyen pertenecen al capo de la representación, sin que constituyan atri butos del espacio. Lefebvre no aclara estas contradicciones o derivas de su argu ento esencial, la que constituye la ás esencial aportación a la ela boración de una teoría social del espacio. laboración que sustenta la cons trucción de un objeto para la geografía coo espacio social, característica del últio cuarto de siglo.
5.3.
LA CONSTRUCCIÓN DEL ESPACIO GEOGRÁFICO
l espacio coo producto social, coo un siste a de relaciones socia les cuya aterialidad identifica os ta bién coo espacio geográfico, en el sentido en que lo elaboran los geógrafos de inspiración arxista, constituye la representación ás reciente del espacio coo objeto de la geografía. esde la eografía, pero en la senda teórica arcada por . Lefebvre en La production de l'espace, se perfila la construcción teórica del espacio geográfico. The Limits to Capital ( arvey,1982) constituye la obra en que de fora ás siste ática se aborda el integrar «la producción del espacio con el pro
ceso de acu ulación, en orden a crear un capital fijo para cu plir el
proceso de acu ulación». Para este geógrafo, las estructuras espaciales res ponden al proceso de producción social. Producción que él plantea coo un « o ento activo dentro de la diná ica te poral de acu ulación y re producción social», propia del capitalis o. l espacio aparece coo capital fijo vinculado al proceso de produc ción, afectado tanto por las inversiones de capital coo por la circulación de los capitales. Unos y otros determinan diferencias en los costos y bene ficios, que afectan al desarrollo de las fuerzas productivas. fectan a los propios capitalistas según su ubicación, al devaluar el capital fijo existente, caso de las infraestructuras de transporte. Las ventajas de localización representan un beneficio excedente o plus valía que beneficia a deter inados capitalistas y perjudica a otros. onstituyen, a su vez, una cuestión co pleja so etida a últiples deter inacio nes bajo el capitalis o y que varían en el tie po, de acuerdo con la inci dencia de éstas. l resultado es el desigual desarrollo geográfico y la radical reestructuración del espacio econó ico capitalista. La «búsqueda de plus valías a través del cabio tecnológico no es independiente de la búsqueda de plusvalía por edio de la relocalización». l beneficio que i pulsa la dináica capitalista opera coo un factor geográfico de prier orden según arvey. Capital fijo que se corresponde ta bién con el espacio in obiliario, un «capital fijo de tipo independiente», por la singularidad de las foras de cir culación del capital en este sector. grupa desde propietarios del suelo, per ceptores de renta, y pro otores, que participan de esa renta del suelo, a constructores que obtienen un beneficio e presarial y financieros que ob tienen un interés por los capitales prestados.
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La renta del suelo constituye el co ponente que dirige al capital y al trabajo, odelando «la división geográfica del trabajo y la organización es pacial de la reproducción social». La renta aparece coo una fora de in terés que se identifica con deter inados atributos de localización. e ahí las «ondas de especulación en la creación de nuevas configuraciones espa ciales, en la edida en que son vitales para la supervivencia del capitalis mo» (Harvey, 1982). La diná ica de concentración, polarización y diferenciación espacia les, a diversas escalas, desde la local a la planetaria, se inserta en la propia diná ica de los procesos de reproducción social del capitalis o. La exis tencia de fuerzas que pro ueven la concentración a escala regional y local, de las actividades econó icas deter ina el co porta iento de aquellas e presas ás vinculadas con este tipo de condiciones. Son exigencias de rivadas de la naturaleza de un undo productivo do inado por la persis tente renovación tecnológica. tros factores, coo el costo de la energía, el volu en y orientación de las inversiones públicas, la presencia de centros de innovación tecnoló gica, la propia evolución de la de anda social de unas áreas respecto de otras, inciden en si ilar dirección. Incentivan los procesos de concentra ción y diferenciación espacial (Laks anan y Chattersee, 1985). Procesos que aco pañan el desarrollo del siste a fabril capitalista desde sus inicios. Procesos reforzados por la incidencia creciente de facto res derivados de las econo ías de escala y de las econo ías externas que surgen de la concentración. Su principal efecto secular ha sido y sigue sien do la tendencia a la concentración del capital y de las actividades econóicas en el espacio. coo consecuencia, a la configuración diferenciada del espacio terrestre. s la diná ica activa del capital y trabajo la que deter inan el cabio y la ovilidad espacial de las áreas geográficas, aso ciados al «a plio argen de desplaza iento de la fuerza de trabajo y de las externalidades a bientales» (Laks anan y hattersee, 1985). Por otra parte, las infraestructuras sociales, equipa ientos y servicios diversos, «que sostienen la vida y el trabajo», sólo se crean en la edida en que se genera una cierta densidad, lo que les hace «geográfica ente dife renciadas». n su conjunto configuran un «co plejo de recursos hu anos» que se adapta con dificultad a las exigencias capitalistas. onstituye, en ca bio, una parte «del entorno geográfico al que el ca pitalista debe, en alguna edida, adaptarse». l capitalis o se desarrolla en sociedades preexistentes que i ponen ciertas deter inaciones o condi ciones a su desarrollo. arvey destaca, sin e bargo, «la capacidad de la cir culación capitalista, para crear, antener, e incluso recuperar ciertas infra estructuras sociales a expensas de otras». esalta arvey, siguiendo a arx, el hecho de que el capitalis o no se desarrolla sobre un plano neutro dotado de recursos naturales y de fuerza de trabajo de fora ho ogénea, accesibles por igual en todas las direccio nes. Se inserta, se desarrolla y expande en un rico y variado entorno geo gráfico preexistente, producto, a su vez, de condiciones históricas previas. ntorno caracterizado por la diversidad en la abundancia de recursos na-
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turales y en la productividad de la fuerza de trabajo. Éstos no son produc to de la Naturaleza sino resultado de una historia de siglos. Destaca para Harvey la «inmensa significación de la situación de las infraestructuras sociales (social infraestructural moment) en el proceso total de circulación capitalista». Constituye un factor en la producción de con centraciones geográficas con condiciones cualitativas mejores. Son regiones que resultan favorecidas por la acumulación de valor en recursos humanos y sociales, que actúa como elemento de atracción para el capital producti vo. La circulación del capital en estas infraestructuras, es decir, la inversión en ellas, revierte en la producción material y en la de la plusvalía. Induce cambios en la productividad, facilita la innovación tecnológica a través de la investigación. Facilita el convencer al conjunto de la sociedad de las ne cesidades de la producción, o de los costos necesarios de la misma, sea con taminación o riesgos de salud. Facilita el uso de recursos públicos para pro mover ayudas, subvenciones, exenciones que beneficien al capital. Puede generar estados sociales de reprobación, «desde la prensa o desde el púlpito», respecto de determinadas prácticas o actitudes que contradicen u obs taculizan el proceso de acumulación. Ventajas que, por ello mismo, pueden devenir desventajas. Mantener infraestructuras sociales supone costos, que pueden llegar a anular las ven tajas de localización y reducir el atractivo para el capitalista. Éste puede sentirse estimulado a buscar emplazamientos donde el costo de manteni miento de los recursos sociales sea menos oneroso. «El capital produce y' reproduce, a través de múltiples formas de sutiles mediaciones y transfor maciones, tanto su entorno físico como el social», en procesos no exentos de contradicciones. Pueden suponer, para un espacio resistente al cambio y configurado sobre capital fijo de larga duración, situaciones críticas, en lo físico y social. Son las etapas de reestructuración que acompañan a las cri sis del proceso de circulación capitalista y que suponen un cambio de lo que llama la «geografía», es decir, del espacio, preexistente. En la concepción de un materialismo geográfico-histórico, Harvey re salta que «las plusvalías han de producirse y realizarse en un determinado dominio geográfico». Esta dimensión espacial del proceso de reproducción del capital y de producción de la plusvalía define áreas en cierta medida au tónomas, en las que se producen y realizan dichas plusvalías. Son las re giones. Operan a modo de espacios cerrados pero están insertos en un mun do capitalista en proceso de universalización, en el que ni los límites regio nales permanecen estables ni las condiciones de producción de beneficios quedan circunscritos a esos límites, a pesar de las barreras regionales esta blecidas para protegerlas. Las posibilidades de obtenerlos fuera de ellas conlleva, con el movi miento de capital, la construcción de nuevas formas de diferenciación es pacial. Y la obligada destrucción de las barreras regionales establecidas queda contrarrestada con la necesaria elevación de otras nuevas en los nuevos espacios regionales. El desarrollo desigual y la diferenciación es pacial aparecen así como consustanciales con la propia naturaleza del ca pitalismo.
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na interpretación en la que confluye, desde una aproxi ación teóri ca de base e pírica, la geógrafa británica . assey. Para ésta, el desarro llo desigual, de carácter regional, se vincula con la diná ica que el capital desarrolla desde el punto de vista de la localización. Son las foras de or ganización de la producción el origen de las divisiones espaciales del tra bajo. Producción, estructuras sociales y procesos de acu ulación se mani fiestan coo fenó enos de segregación espacial, en el arco de la econo mía capitalista (Massey, 1984). na reflexión teórica que destaca la significación de los espacios loca les y que recupera, desde el enfoque marxista, un objeto, la localidad, tra dicional ente asociado con las geografías de carácter subjetivo. La reivin dicación de lo local desde una óptica arxista aparece en relación con la crisis industrial y la reorganización de los ercados de trabajo. La instancia local surge coo un instru ento para captar el ábito espacial de estos ercados de trabajo. Las cuencas de empleo coo espa cios de recluta iento de la ano de obra, o «área de desplaza iento al tra bajo», han sido utilizadas para deli itar el ercado de trabajo. an servi do coo soporte teórico del enfoque de localidades, que se desarrolla, en particular, en las áreas afectadas por la crisis. Tiene, por tanto, un valor epírico y un valor teórico. l recurso a los ercados de trabajo para deli itar las unidades loca les constituye un instru ento de aproxi ación extendido en la práctica geo gráfica; una orientación que ha tenido especial desarrollo en el eino ni do en los últi os decenios (Peck, 1989; Jonas, 1988). nfoques que se pre sentan coo una alternativa o variación del tradicional enfoque regional y de la región (Jonas, 1988). o pleta la aplia secuencia de representaciones que han identifica do, de fora consecutiva o alternativa, el objeto de la geografía. través de las que los geógrafos han organizado sus prácticas y con las que han desa rrollado y orientado su trabajo. Constituyen las diversas construcciones con las que la co unidad geográfica ha intentado deli itar su objeto de traba jo, reconocerse coo tal co unidad y distinguirse del resto de las co uni dades científicas.
6. Las representaciones geográficas del espacio
l uso del espacio coo un concepto central por los geógrafos y en otras ciencias sociales coo cono ía, Sociología y ntropología, consti tuye un rasgo relevante del desarrollo de las ciencias sociales en el últio edio siglo. La diversidad de acepciones es un aspecto destacado de este uso. La ausencia de precisión conceptual en el iso constituye un rasgo sobresaliente y la referencia al espacio aparece, en la generalidad de los ca sos, coo si este tér ino tuviera una significación unívoca. l análisis uestra que bajo ese tér ino se encuentran significados uy diversos y concepciones contrapuestas. sto es así en el uso coloquial y lo es, en ayor edida, en el científico. Lo es, asiiso, en la geografía.
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La diversidad de acepciones no ipide una cierta coincidencia con ceptual. La distinta for ulación del espacio en la geografía presenta fun da entos co unes, de acuerdo con tres grandes enfoques o propuestas que subyacen en el uso del espacio coo un concepto de la geografía y de las ciencias sociales en general. n prier tér ino, una concepción aterial del espacio. l enfoque ás tradicional se corresponde con el naturalista, que in terpreta el espacio coo «edio natural». o parten esta conceptuación los enfoques a bientales de la geografía, por igual los que se refieren a las regiones naturales que los que se centran en el paisaje, en la edida en que todos ellos tienen el entorno físico coo referencia. s el concep to de espacio que doina la geografía a biental positivista inicial y es el concepto de espacio que subyace bajo el enfoque paisajístico de la geo grafía regionalista y del paisaje, tanto en su arco regional coo en su desarrollo cultural. Se trata, en segundo tér ino, del espacio coo extensión y ubicación, del espacio diferenciado, o «espacio coo diferencia» (Si onsen, 1996). l espacio se identifica con la localización. n enfoque en el que coinciden propuestas uy distintas, pero relacionadas en el papel que otorgan a la ubicación coo factor de desarrollo diferenciado. Se trata del concepto de espacio que aneja la geografía regionalista de orientación espacial, tal y coo la for ulaba ettner, en la tradición kantiana del espacio. l espacio coo factor clasificatorio de los fenó enos. Se corresponde con las concepciones do inantes en la geografía re gional anglosajona, sobre todo nortea ericana, de la pri era itad del siglo , y, en general, en los enfoques de areal differentiation, según la propuesta de artshorne. na concepción del espacio vinculada a la lo calización. Subyace ta bién en las ás recientes propuestas que asocian los procesos sociales a los lugares en que se producen, coo un factor di ferencial de los isos. orresponde con los ás recientes enunciados del espacio coo localidad y de la recuperación de lo local. Surge en la consideración de que el carácter de una for ación social condiciona el desarrollo de los procesos sociales, y de la identificación de la for ación social con el espacio. Se en arcan en los enfoques recientes de la teoría de la estructuración. n todos estos enfoques subyace, en realidad, una concepción del es pacio coo contenedor o escenario y por ello una referencia al espacio ab soluto o espacio geo étrico de herencia griega. n espacio objetivo vincu lado a la situación de los objetos y agentes. l espacio coo área, coo su perficie, coo extensión. esde otros enfoques teóricos, la valoración de la diferencia en la conceptualización del espacio confluye en una si ilar aten ción al espacio local, al espacio coo portador de especificidad. l acento sobre lo local coo portador de diferencia conduce, en realidad, a una con cepción no aterial sino subjetiva del espacio. l espacio se inserta en una concepción idealista y subjetiva de la rea lidad, que arraiga en las corrientes existencialistas y feno enológicas del prier tercio del siglo . La característica do inante es el acento sobre la
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di ensión espacial de los seres hu anos y por ello de la sociedad y las prácticas sociales. l espacio se conte pla desde esta di ensión propia de la naturaleza hu ana. n enfoque que ha tenido diversas for ulaciones en el ámbito social y en la geografía en particular, sobre todo en la segunda itad del siglo y en el arco de las geografías hu anísticas y geogra fías del pos odernis o. La recuperación del paisaje y de lo local, en las pri eras, foran par te de estos enfoques vinculados a la di ensión espacial hu ana, desde fi losofías subjetivas. La consideración del espacio coo ábito de lo vivido, es decir, de la experiencia subjetiva, pertenece ta bién a estos enfoques.
El espacio como identidad, así como las distintas aproximaciones al es pacio como texto, como conjunto de símbolos, desde el lenguaje, forma par te asimismo de ellos. Enfoques con los que se relacionan, en cuanto a va lorar la dimensión espacial del mundo y de los procesos sociales, las nue vas aproximaciones teóricas surgidas desde la teoría de la estructuración y desde el desarrollo neomarxista. En muchos casos desde una mezcla de pro puestas caracterizadas por el eclecticismo (Di Meo, 1987). l enfoque ás reciente es el desarrollado en la geografía de filoso fía arxista. l espacio tiene una consistencia real y aterial, coo es pacio construido, identificado con el capital fijo producido en el proceso de acu ulación capitalista. onstituye «un tipo de inercia histórica», en que se aterializa el trabajo de períodos históricos precedentes. s el con cepto de espacio propuesto por arvey, que arraiga en las elaboraciones de . Lefebvre. Se integra en un conjunto de enfoques que abordan el carácter social de deter inadas estructuras ateriales a las que se les reconoce coo pro ducto de la actividad hu ana. Se integran, por tanto, en el arco de las concepciones del espacio coo producto social. Pertenece a los enfoques que destacan el significado de las prácticas sociales, y su análisis a partir, precisa ente, del entorno aterial -no natural-, con sus distintos eleentos y estructuras, desde las construcciones e infraestructuras hasta la conta inación. La ultiplicidad de propuestas se resuelve, por tanto, en un estrecho arco de enfoques o concepciones funda entales. Para algunos autores, son estos tres los enfoques básicos (Si onsen, 1996). Sobre ellos se sustenta el conjunto de representaciones geográficas del espacio, y por tanto de re presentaciones del objeto de la geografía, aunque en cada caso con ropaje y deno inación distinta. La práctica geográfica ilustra la diversidad de estas representaciones del espacio geográfico, la variedad de soportes episte ológicos y la in fluencia de su historia. La práctica descubre la di ensión real de la geo grafía y constituye el contrapunto de los postulados teóricos y episte oló gicos. La práctica define ta bién la variedad de tradiciones que co ponen la geografía oderna.
CAPÍTULO 19
LAS PRÁCTICAS GEOGRÁFICAS: LAS GEOGRAFÍAS FÍSICAS La decantación de las prácticas, conoci ientos y experiencias geográ ficas a lo largo del siglo I , el propio rito de la evolución de estos conoci ientos, la tradición existente en la geografía y el acicate de los postula dos teóricos, do inantes en la geografía oderna a finales del siglo pasa do, contribuyeron a definir la estructura formal de la disciplina. La decan tación de los diversos saberes geográficos en capos o disciplinas se pro ducirá de odo diferenciado en el tie po. lgunos de esos capos aparecen definidos pronto y se antienen des pués sin grandes alteraciones. tros tardarán en fraguar y algunos no han podido hacerlo. tros uchos experi entan notables ca bios a lo largo del tiepo en su concepción y práctica. n ningún caso se trata de una disci plina configurada de una vez. Ta poco se trata de disciplinas o raas de perfil acabado o per anente, aunque, por lo general, han antenido, a lo largo del tie po, la isa deno inación. l esfuerzo fundacional de la geografía oderna deter inó, ya en el siglo XIX, la división entre dos ca pos, el de la Geografía Física, cuya definición o deli itación aparece te prano, coo heos visto, y el de la Geografía Humana, tér ino éste que aparece en los inicios del siglo (1910). Su antecedente inmediato es la Antropogeografía de F. Ratzel, de 1882. La geografía física fue entendida coo «descripción y explicación físi ca de la superficie terrestre». Se integró en el ábito de las ciencias de la Tierra y de odo uy destacado de la geología, en la que se encuentran alfgeunos de los pri eros no bres de geógrafos « odernos», coo Richthon o avis. n sentido estricto, no se trata de una disciplina sino de un capo de conoci iento, que engloba disciplinas distintas, cada una con su objeto propio y étodo específico. n la práctica geográfica, coo vereos, resulta identificada con la fisiografía o orfología de la Tierra, es de cir, con lo que hoy conoce os coo geo orfología. La geografía huana fue concebida coo una propuesta innovadora para abordar coo eje de estudio las relaciones del obre y el edio, con la a bición de ser ciencia puente entre las disciplinas de la Tierra y las so
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ciales o hu anas. Surge con pretensión de disciplina. s la propuesta que avanza Ratzel coo Anthropogeograhie, que J. Brunhes bautizará coo Geo grafía Humana. s el enunciado que abre el título de su conocida obra so bre el regadío editerráneo (Brunhes, 1904). eno inación cuyo éxito su puso el que desaparecieran o ca biaran de contenido las que se habían epleado con anterioridad para identificarla, desde Geografía Política a Geo grafía Económica, adeás de la e pleada por Ratzel. lo largo de un siglo largo, la evolución habida uestra una doble ten dencia. Se produce el abandono del proyecto inicial de la geografía huana coo una disciplina, ciencia puente y coo disciplina específica de las relaciones o bre- edio. Tiene lugar su transfor ación en siple denoinación para el conjunto de las disciplinas geográficas de carácter social en su objeto. Se antiene la persistente diferenciación entre los estudios de geografía física y geografía hu ana, con una diversificación creciente de los objetos de estudio y de especialización. La consecuencia es la identificación de cada una con un capo de conoci iento diferenciado. La eografía Fí sica se inserta en el de las ciencias de la ierra y la eografía huana en el de las ciencias sociales. l otro rasgo sobresaliente de la evolución de la geografía en este siglo es el progresivo vacia iento de la estructura conceptual y episte ológica introducida por . ettner en el prier tercio del siglo , aunque haya per anecido la no enclatura utilizada por él. La evolución en el tiepo y los nuevos enfoques que se han producido en el ábito episte ológico han trastocado el sentido originario, y han vaciado los tér inos de su significa ción teórico-episte ológica. La distinción entre geografía general y geogra fía regional ha per anecido coo división para identificar por un lado las raas siste áticas y por otra la construcción regional. Se ha antenido coo una fora de clasificación interna del conociiento geográfico. n el prier caso identifica el saber sistemático o espe cial, es decir, las disciplinas con objetos específicos, frente al saber corológico o local atribuido a la geografía regional. ircunstancia que ha supuesto la integración foral en la geografía general de las distintas disciplinas o capos surgidos en la geografía físi ca y en la geografía hu ana, que aparecen coo partes for ales de la geografía general. Coo divisiones for ales per iten una aproxi ación al desarrollo histórico de la geografía en lo que se refiere a sus objetos de conoci iento. eografía física y geografía huana engloban el conjunto de discipli nas de carácter geográfico, las que algunos deno inan ciencias geográficas. Los persistentes esfuerzos por unificar abos capos e integrar los distin tos conoci ientos especializados constituyen un rasgo distintivo de la evo lución de la disciplina en el siglo . na cuestión no resuelta ni en el ar co teórico ni en la práctica. sta nos uestra un aplio abanico de disci plinas consolidadas que se han desarrollado con ritos uy diferentes. l proceso es patente en el caso de la geografía física, caracterizado por el de sequilibrio entre las diversas raas y la pri acía notoria, en el tiepo y la a plitud, de la geo orfología.
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1. La hegemonía geomorfológica
El considerable adelanto de la geología como disciplina descriptiva de la superficie terrestre, en el aspecto conceptual, con una consistente no menclatura, en la metodología, incluyendo en este apartado el recurso sis temático a la cartografía cronológica y estructural de las formaciones rocosas, y en los postulados teóricos relativos a los procesos tectónicos y dinámica superficial, hará de los geólogos un grupo pionero en la explo ración del campo geográfico y de la topografía, antecedente de la Geomorfología, la disciplina más relevante, por no decir que exclusiva, de la geografía física. Circunstancias históricas y personales hicieron, de la llamada geo grafía física, una simple disciplina geológica, de hecho cultivada en el marco de la geología y desarrollada por geólogos, caracterizados por una formación naturalista amplia. La geografía física se entiende, en la se gunda mitad del siglo XIX, como una prolongación de la geología. No deja de ser significativo que a comienzos del siglo XX , la única materia de geografía física, en España, se imparta en las Facultades de ciencias, in corporada a la geología -en realidad, sólo en la Facultad de Ciencias de la universidad madrileña existía una cátedra-, denominada de geografía y geología dinámica. 1.1.
GEOLOGÍA Y GEOMORFOLOGÍA: UN VÍNCULO ORIGINAL
El prestigio de Principles of Geology de Lyell (1797-1875), y sus postu lados, así como la incorporación de la teoría evolucionista, dieron a la geo logía su perfil moderno. El notable avance de la geología en la primera mi tad del siglo pasado, en los aspectos teóricos, conceptuales, taxonómicos y metódicos, y en la cartografía geológica, es decir, en el trabajo de campo, constituye el fundamento de la aparición y desarrollo de la geomorfología. La geología se interesaba, con preferencia, por el entendimiento de los grandes movimientos telúricos del pasado, que conformaban la historia de la Tierra. Sus objetivos se centraban en la formación y evolución de las gran des cadenas montañosas, en la caracterización litológica y paleontológica de las áreas continentales. Su interés se manifiesta por las grandes formas de relieve, las que tenían que ver con los grandes movimientos de la corte za terrestre. Son enfoques que distinguen una primera etapa, fisiográfica. La vinculación de las formas del terreno con las estructuras tectónicas constituye el enfoque que permite el establecimiento de una taxonomía es pecífica. Configura los inicios de la moderna geomorfología, en su dimensión fisiográfica, en que se gesta la geomorfología de orientación estructural. El inventario de estas formas de relieve y la preocupación por identificar los procesos que habían dado origen a las mismas constituyen las primeras orientaciones de esta rama de la geología. Un enfoque que añade, a la mera descripción formal, el intento de establecer la génesis y, por consiguiente, los procesos evolutivos determinantes de tales formas de relieve.
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Los geólogos de campo muestran un paralelo interés por las formas de relieve que respondían a los agentes externos, las que eran producto de la meteorización y de la acción de las aguas corrientes, las aguas marinas y del hielo. Sus efectos eran conocidos y habían sido estudiados con anterio ridad. Los valles fluviales, las terrazas, las playas, los depósitos deltaicos, la denudación torrencial, lo mismo que la acción glaciar y las morrenas, eran fenómenos conocidos. En relación con esas formas y procesos, observados en la práctica geo lógica de campo, surgen las cuestiones que tenían que ver con los procesos recientes, a partir del Cuaternario, con las formaciones superficiales, con la dinámica externa. Los notables trabajos de los geólogos norteamericanos en este campo y de los alemanes en los Alpes, permitieron el arraigo, en el úl timo cuarto del siglo pasado, de la morfología de la superficie terrestre, como la denominara A. Penck (1858-1945). De acuerdo con las líneas que había establecido O. Peschel (1826-1875), un destacado geólogo alemán, se esta blece el vínculo entre relieve y los cursos de agua, el hielo, la acción mari na, los volcanes, entre otros. Se definen entonces las dos principales orientaciones de la geomorfología. La primera, más dirigida a vincular formas de relieve y procesos ero sivos de acuerdo con los ambientes dominantes, que dará el perfil de la es cuela alemana. La segunda, más teórica y deductiva, con pretensiones de establecer un modelo explicativo de la evolución del relieve de carácter cí clico, universal. Ésta identificada con la escuela norteamericana, que pode mos considerar auténtica creadora de la geomorfología. La contribución de J. Cjivic, en el marco de la orientación germáni ca, en relación con las formas de relieve y procesos propios de las áreas calizas, vinculados con el predominio de la disolución química, completa el panorama de la primera geomorfología. En ese período se establecen los grandes campos de la disciplina: los relieves de origen fluvial, el relie ve marino o litoral, los relieves glaciares, el relieve cárstico. En esos años se fijan la nomenclatura y taxonomía básicas para identificar formas y procesos. En consecuencia, la denominada geografía física, identificada con la Topografía y Fisiografía, considerada como prolongación de la geología, queda vinculada a la acción de los geólogos. La sólida tradición geológica que caracterizaba el desarrollo de la geografía física en ámbitos como Es tados Unidos y Alemania facilitó esa adscripción. Geólogos de formación, ocupantes de las primeras cátedras de geogra fía universitaria en Europa y Estados Unidos, orientadas hacia la geografía física, se dedicaron, de forma preferente, hacia ese tipo de trabajo. La notable contribución de los geógrafos alemanes y de los norte americanos será determinante en la consolidación de esa tendencia, habi da cuenta del peso de su formación geológica y del prestigio de esta dis ciplina. La obra de Penck, auspiciada por F. Ratzel, éste zoólogo de for mación, publicada en el último decenio del siglo XIX, dedicada a los fenó menos glaciares, es coetánea de las primeras formulaciones de W. Davis sobre el «ciclo de erosión».
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En Estados nidos el protagonis o de los geólogos es anifiesto, vincu lado al prestigio y trabajo de John Wesley Powell (1835-1902), G. K. Gilbert y . annett. Fueron i pulsores de la geología diná ica externa, identifi cada con la geografía física. n ese arco se establece la geografía física, en Estados Unidos, a finales del siglo XIX. . orris avis (1850-1934) fue profesor de geografía física en la niversidad de arvard, dentro del departa ento de geología. stróno o de for ación, será el fundador de la oderna geo orfología. Propuso un esquea teórico para la interpretación de la evolución del relieve terrestre, in terpretación asociada a lo que él deno inará «ciclo de erosión», un proce so vinculado con la acción del agua y los procesos at osféricos coo prin cipales agentes erosivos. n esque a que do inará el desarrollo de la disciplina durante ás de edio siglo. o sólo crea lo que será la escuela geo orfológica norteaericana, sino que una buena parte de la disciplina en uropa se desarro lla sobre sus plantea ientos. n particular la escuela francesa, con geógra fos coo E. de artonne y . Baulig, discípulos directos de idal de la Blache, que pertenecen a la escuela de . . avis. n uropa, esa hege onía inicial de los geólogos y de la geo orfología es un rasgo sobresaliente. Los geólogos ale anes ocupan las pri eras cátedras de geografía en le ania, coo F. von Richthofen, que había tra bajado en China, y . Penck (1858-1945). Son los i pulsores de una geoorfología que, a diferencia de la nortea ericana de . avis, tiene un ca rácter ás e pírico, ás in ediato a la descripción de los procesos del odelado terrestre, en distintos edios cli áticos, ás inductivo. La asociación de las foras de relieve con las condiciones del clia, pasado o presente, constituye un rasgo distintivo de estos enfoques e píri cos, extendidos en el ábito europeo, sobre todo el ger ánico. rientación reforzada por la que introduce J. vijic, sobre los procesos y odelado en rocas calcáreas, a partir de sus observaciones en los alcanes. vijic proueve la consideración de la litología en el estudio de las foras del relie ve terrestre, a través del odelado específico de carácter calcáreo o carst. Se puede decir que en el últio decenio del siglo I , la geo orfología adquiere su perfil oderno y el nobre que la identificará definitiva ente coo orfología de la superficie terrestre. Perfil caracterizado por sus principales ca pos. La «erosión nor al», es decir, el odelado subaéreo de latitudes te pladas; el odelado glaciar, la orfología litoral y cárstica. asienta su indiscutible hege onía en la geografía física y su no enos anifiesta influencia en la geografía. Los geógrafos de finales del siglo IX y de la pri era itad del siglo XX co partieron una concepción a biental cuya gozne fue la geografía física, identificada ésta, en lo esencial, con la topografía, fisiografía o geo orfología. n le ania, geógrafos coo . Passarge (1867-1958) y . ettner (1859-1941) son geomorfólogos. En Francia, E. De Martonne (1873-1955), y H. Baulig (1877-1962), discípulos de Vidal de la Blache, también son geoorfólogos. La for ación en geología y geo orfología caracteriza toda una etapa de la geografía moderna a ambos lados del Atlántico norte, con espe
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cial intensidad en los stados nidos, donde per anece hasta la pri era guerra mundial. Los geógrafos de mayor influencia en la comunidad geo gráfica se adscriben a la ge orfología.
1.2.
DEL CICLO DE EROSIÓN A LA MORFOGÉNESIS
. avis desarrollaba conceptos y observaciones de J. . Poell refe ridos a los agentes y procesos de erosión, en un edio te plado y húedo. s decir, conceptos y observaciones vinculados con el trabajo de los geó logos nortea ericanos en la segunda itad del siglo pasado, cuyos Survey, es decir, los infor es geológicos, integraron estos aspectos, así coo ob servaciones vinculadas con la ocupación huana de los territorios. Su tra bajo, The Rivers and Valleys of Pennsylvania (1889), esbozaba los principios de un enfoque y un étodo de raíz positivista, pero de notable avance res pecto del epiriso do inante en su época; tiene carácter deductivo. l «ciclo de erosión» es una teoría sobre la for ación del relieve y será, du rante uchos decenios, el principal arco teórico de la geo orfología. La segunda itad del siglo actual supone un notable desarrollo de esta disci plina que se traduce en la a pliación de los capos de estudio. Se produ ce, sobre todo, un profundo giro etodológico, arcado por el abandono progresivo de la teoría cíclica de avis y por el incre ento expansivo de una geo orfología analítica y experi ental. Se caracteriza por el ascenso de los plantea ientos orfocli áticos que vinculan foras y procesos en el arco de los «siste as de erosión» o «siste as orfogenéticos». n resu en, por un acento predo inante en los procesos de carácter estructural y sisté ico. La consideración de la ero sión en un co plejo de fenó enos y factores relacionados, o siste a, cons tituye el cabio teórico esencial. uevos enfoques representados, ante todo, por la relevante contribución de Francia.
El desarrollo de una geomorfología climática, alternativa a la geomorfología del ciclo de erosión, domina la segunda mitad del siglo XX. El pun to de partida esencial es la valoración de la influencia del clima en los pro cesos de modelado del relieve. Los conceptos de morfogénesis y procesos morfogéneticos, en el marco de un enfoque estructural, adquieren un prota gonismo decisivo. Esbozado por A. Cholley, un geomorfólogo francés, cris taliza en los conceptos de sistema de erosión y sistema morfogenético. El producto de esta geo orfología ha sido una co pleja aportación en que resalta la siste ática descripción de las foras y procesos en los dis tintos siste as morfogenéticos. na brillante y pletórica escuela francesa, enriquecida con los trabajos e píricos en los do inios coloniales africanos, desarrolla una renovada geomorfología climática. Se producen esfuerzos de siste atización teórica, coo es el caso de J. Tricart, el ás prestigioso re presentante de esta «escuela» francesa. Se trata de una geo orfología de base e pírica, que proporcionó a la disciplina la posibilidad de intervenir en relación con las de andas sociales. La geomorfología aplicada es una de rivación consecuente de esta orientación.
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Orientación que se aproxima a la que adquiere la geomorfología an glosajona, en relación con el creciente recurso al análisis cuantitativo, a la metodología experimental y al estudio de procesos. En el ámbito anglosa jón se impone, en la trayectoria del pensamiento positivista hondamente arraigado en su cultura científica, una geomorfología de carácter experi mental. Se trata de una disciplina desarrollada en laboratorio, con una in tensa vocación métrica y cuantitativa. Una geomorfología dirigida, de modo preferente, al análisis de los procesos que modelan el paisaje de la superfi cie terrestre (Strahler, 1969). Los resultados ás aparentes de esta orientación se corresponden con una icrogeo orfología caracterizada por la producción de odelos refe ridos a procesos específicos. La evolución de las vertientes se convierte en un capo de particular atención en esta corriente geo orfológica. n re lación con ello se encuentra el aplio cultivo del uaternario y los proce sos vinculados con el frío y el hielo. una proyección práctica de estos es tudios, equiparable a la que se produce en Francia. stá ausente, en ca bio, una visión global del relieve ( layton, 1978); es un rasgo distintivo res pecto de la escuela francesa. 1.3.
GEOMORFOLOGÍA Y GEOGRAFÍA FÍSICA
La autono ía de hecho de la geo orfología respecto de la geología no i pide un per anente debate sobre las relaciones entre una y otra. n deba te en el que aflora la no resuelta cuestión de los lí ites entre abas. Planea la sospecha de que la geo orfología no es sino una parte de la geología. ebate y dudas que se anifiestan ya desde el siglo pasado y que no llegarán a desaparecer en el presente. l capo geo orfológico es abordado por geó grafos y por geólogos y se vincula a departa entos de geografía y geología. La geo orfología ha logrado una absoluta pree inencia en la geo grafía física, tanto en el ábito anglosajón coo en el ger ánico y fran cés. n particular en este últi o, respecto del cual se ha dicho que la geo orfología «adquirió, entre los años 1930-1960, una posición e inente e incluso do inante, en la geografía», a lo que se achaca, coo secuela, «el insuficiente interés de los geógrafos franceses por los fenó enos na turales vinculados al aire, el agua y el undo vivo» (Brunet, Ferras y Théry, 1993). ste predo inio ha supuesto la identificación o confusión de la geo grafía física con la geo orfología. n hecho que, coo veos, algunos au tores consideran abusivo para el adecuado desarrollo de una concepción geo gráfica del edio físico. l iso tiepo que apuntan cóo la geo orfología ha absorbido la ayor parte de los recursos hu anos y financieros y de los recursos acadé icos, expresados éstos en horas de clase, participa ción curricular, tiepo de for ación y de investigación. ircunstancias que, para estos autores, han otivado el profundo de sequilibrio existente entre geo orfología y deás raas de la geografía fisica. an deter inado, probable ente, la escasa o nula capacidad para
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configurar una auténtica geografía física. Es decir, una disciplina que inte gre los diversos componentes del medio físico de forma más realista en cuanto a la incidencia e importancia de los mismos en el conjunto. Algunos autores destacan que cuando se trata de integrar la totalidad de las varia bles que implican al hombre y el ambiente, la importancia y utilidad del co nocimiento geomorfológico resultan exiguas (Klayton, 1978). Problemática sensible para los geomorfólogos de mayor relevancia. La propuesta de integración ecológica de la geomorfología, de J. Tricart, evo cando a Humboldt y su concepción unitaria de la Naturaleza, ha tenido de sarrollo limitado. El propio Tricart apuntaba este horizonte, así como las dificultades que presenta la fragmentación de las disciplinas para poder al canzarlo (Tricart, 1978). Las posibilidades de alcanzar una geografía física que responda a las expectativas que la demanda social de nuestro tiempo están profundamen te condicionadas por el estatus hegemónico de la disciplina. Sus críticos han resaltado la carencia de base teórica, la componente elefantiásica de su desarrollo, y su dudosa influencia positiva en la evolución de la geografía moderna. Lo señalaban en un significativo debate en Francia hace una de cena de años. Sucede, de forma paradójica, en relación con los problemas más relevantes suscitados en las relaciones del Hombre con la Naturaleza, en los tiempos actuales. En este marco de predominio y hegemonía geomorfológica, el desa rrollo y evolución de las otras subramas de la geografía física aparecen como un fenómeno reciente. En muchos casos apenas consolidado y con notorias diferencias entre unas y otras. Resulta muy desigual la participa ción y conceptuación de la climatología, hidrogeografía y biogeografía. En todo caso, su desarrollo se ha producido como ramas independien tes sin vínculo entre sí. Se ha originado en relación con las nuevas orienta ciones de las correspondientes disciplinas de las ciencias de la naturaleza. Se ha ahondado la fragmentación inicial de la geografía física. Ha contri buido a consolidar su formulación como disciplinas propias, en mayor me dida dependientes o relacionadas con las correspondientes ciencias natura les, que con la geografía como campo de conocimiento. 2. Las hermanas pobres: de la climatología a la biogeografía
La evolución será muy distinta en las otras ramas de la geografía física. El desarrollo de las distintas disciplinas integradas en la geografía física, apar te la geomorfología, se ve condicionado, en general y en cada caso, por la deficiencia de la información disponible. Las informaciones básicas, en el orden climático, lo mismo que en el ámbito hidráulico y en el biológico, adolecen de insuficiencia. Son escasas, esporádicas, dispersas, y se reducen, en muchos casos, a sólo una información taxonómica. El interés por el cli ma, las aguas, la vegetación y los suelos no logra cristalizar en una verda dera climatología, ni mucho menos en una geografía de las aguas o de la vegetación, en el siglo XIX.
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La climatología no sobrepasa en el siglo pasado y buena parte del si eteorológica y, en relación con ella, una clasificación cli ática. l desarrollo de la cli atología se ve condicio nada por la debilidad de las infor aciones, esporádicas, dispersas, recien tes o inexistentes. La disciplina no excede el arco de la distribución de presiones, te peraturas, vientos, y otras variables eteorológicas, coo la nubosidad y las precipitaciones, a escala undial y regional. Considerables desequilibrios en cuanto a la infor ación disponible, en su continuidad te poral, en su fiabilidad, e incluso en la siple disposición de la isa la caracterizan. Paradójica ente, es en el ábito arino y tro pical donde se dispone de un ás preciso análisis de los fenó enos eteorológicos, en relación con las tor entas tropicales, el régi en de vientos, la trayectoria y caracteres de los huracanes. Ta poco la física de la at ósfera per itía atisbar un horizonte ás abierto. La eteorología oderna tardará decenios en elaborar un arco conceptual de interpretación para los procesos que tienen lugar en la tro posfera. La dependencia, uy estrecha, de la cli atología, respecto del desarrollo de la eteorología, condicionará la constitución de una disci plina geográfica del clia que sobrepase la siple clasificación de las va riables ele entales. e fora equivalente sucedía en el capo de la hidrología, carente de observaciones siste áticas, prolongadas, densas y continuadas sobre los cursos de agua o sobre las asas de agua continentales. Sólo las aguas arinas eran conocidas en sus caracteres funda entales de extensión, pro fundidad, volu en, salinidad, ovilidad, te peratura y co posición gra cias a las ca pañas realizadas en la segunda itad del siglo XIX por el
glo XX el estadio de una estadística
Lightning
en 1868 y el
Porcupine (1869-1870).
Será decisiva la gran expedición del Challenger entre los años 1873 y 1876, cuya vuelta al globo proporcionó una abundante y siste ática infor ación sobre las cuencas oceánicas. Fue publicada en 50 volú enes edita dos entre 1880 y 1895, que co prendían 29.500 páginas, con 3.000 lá inas y apas, constituyendo el «registro del ayor viaje científico que se haya realizado» ( ill, 1895). Su efecto geográfico, a pesar de la in ediata rese ña de sus resultados, será escaso. La utilización geográfica de esa infor ación carecía de un adecuado soporte teórico o conceptual. Por otra parte, la hidrología continental per tenecía al capo de la ingeniería ás que al de la geografía. staba en re lación con las obras hidráulicas destinadas a la corrección de torrentes, el encauza iento de los ríos, la odificación de los cauces y las obras por tuarias. Son las que aportan la experiencia e pírica pri ordial en orden a identificar los principales procesos de la diná ica fluvial y costera. Son los que per iten el análisis conceptual y teórico de tales procesos. La hi drología continental no sobrepasaba el estadio de la clasificación, por cuencas, de los cursos de agua, en relación con su longitud y estructura de arterias y afluentes. n el undo de la vegetación el panora a no era distinto, a pesar de que se disponía de una infor ación ucho ás abundante. l desarrollo
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de la botánica había tenido lugar muy pronto, desde el siglo XVIII. Sin em bargo, estaba basado en la identificación y descripción de la flora. Las «ge ografías» botánicas se concibieron como exposiciones de la distribución de los taxones vegetales. Tenían un carácter de localización, de ubicación, de acuerdo con el concepto kantiano de ciencia cor ográfica. La geografía botánica, como se le conoce, se desarrolla en el marco de la propia botánica, como una rama de ésta, más que como una parte de la geografía física, a pesar de la aportación pionera de Humboldt. La geogra fía de las plantas o geografía botánica era una rama de la biología vegetal. Sobrepasar esta situación no ha sido posible hasta que no se han produci do enfoques renovados en el campo de la biología, de carácter más socio lógico y, sobre todo, ecológico. Los avances en fit o sociología, los planteamientos evolutivos de la es cuela americana, los ecológicos de Tansley, son posteriores. No ejercerán una influencia significativa en la geografía hasta bien avanzado el siglo ac tual, a partir del decenio de 1960. Fecha que marca las primeras elabora ciones geográficas del mundo de las plantas y la vegetación. Caracterización que se extiende, en mayor medida, al ámbito de la fauna, considerada como una simple distribución de taxones. La imper meabilidad teórica y práctica respecto de la geografía es manifiesta. Es sintomático que alguno de los geógrafos iniciales, como F. Ratzel, tuvie ra una formación de zoólogo, sin que ello se proyecte y traduzca en la disciplina. Como en el caso de la botánica, pero en mayor grado, las zoogeografías se limitaban a una identificación y distribución de los ta xones animales. Los enfoques biogeográficos, desde los planteamientos teóricos de ca rácter sistémico, basados en el ecosistema, constituyen una orientación re ciente, que penetra en la Geografía sólo en la segunda mitad del siglo xx Es a partir de ese momento cuando se configuran las modernas ramas de la geografía física, con independencia de la ge omorfología. Es el período en el que aparecen también los primeros enfoques de carácter integral, que buscan un entendimiento global del medio físico. La integr&da o la denominada Geogufia de¿ Paisaje, desde una consideración físi ca, son un producto de este época reciente. De forma similar, el estudio de los suelos, con la excepción de Rusia, no se inserta en una perspectiva teórica más amplia. El esfuerzo de Dokuchaev, el creador de la edafología moderna, por sistematizar la formación de los suelos en relación con el clima y las formaciones vegetales desde una perspectiva zonal, y en la trayectoria intelectual de A. de Humboldt, carece de influencia efectiva fuera de Rusia. En parte, por las dificultades de apli cación fuera de las grandes llanuras euro asiáticas; en parte, por incomuni cación científica, el desarrollo de la edafología será lento, taxonómico y se parado de las otras disciplinas. La evolución separada de las distintas disciplinas englobadas en la geo grafía física es el rasgo más relevante. En relación con él, la notable dife rencia en el ritmo e intensidad de esa evolución. La constitución de las dis ciplinas físicas de la geografía, con el perfil que hoy presentan, es muy
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desigual en el tie po, en su di ensión teórica, en su integración con el res to de los capos y en su incidencia social. Sin e bargo, constituyen las raas en las que se ha producido una ás acusada integración social. uevos enfoques, derivados de propuestas teóricas renovadas, han i pulsado un cabio sustancial en algunas de es tas disciplinas físicas. Bajo la óptica de los proble as relacionados con el entorno natural se han desarrollado estos nuevos enfoques. Los riesgos na turales, la influencia antrópica sobre la naturaleza, el cabio histórico en las condiciones físicas, representan plantea ientos que desbordan la diensión naturalista de estas disciplinas.
3. La progresiva constitución de una climatología geográfica La cli atología oderna aparece coo una disciplina uy depen diente de la eteorología y física de la at ósfera, a cuyos avances recien tes responde en sus rasgos odernos. asta la segunda itad de nuestro siglo se reduce, en lo esencial, a una era identificación de áreas de pre sión y de distribución de fenó enos eteorológicos. staba condicionada por el deficiente estado de la infor ación sobre tales variables para la ayor parte de la superficie terrestre (il y lcina, 1997). Se trataba de una cli atología descriptiva y nu érica, cuya expresión ge ográfica se corresponde con las deno inadas clasificaciones climáticas. Éstas se orientaron a proporcionar una caracterización de los clias regionales de acuerdo con los pará etros medios de temperatura, precipitaciones y hume dad. En las ás odernas se co pletó con los datos de la evapotranspiración. esta cli atología corresponden obras clásicas coo las de J. ann (1839-1921), cuyo Manual de climatología, publicado en 1883, se antuvo coo un clásico durante decenios, y . óppen (1846-1940), el principal i pulsor de la oderna clasificación cli ática, uno y otro representantes de la escuela ale ana; así coo de . T. Tre artha. Son los representantes de las dos principales escuelas en cli atología, durante la pri era itad del siglo XX. Todos ellos co parten, de odo significativo, el ser eteorólogos de for ación. e tal odo que las cli atologías geográficas se desarrollan desde la física y no desde la geografía. La aparición de una cli atología de rasgos odernos, y su inclusión en el ábito de la geografía, se produce a partir de los ca bios que tienen lugar en la eteorología en el prier tercio de este siglo. Se debe al nota ble desarrollo de la eteorología aplicada o predictora y al incre ento de infor ación eteorológica a escala undial y local desde la segunda gue rra undial. l iso tiepo se ha producido un avance notable en la comprensión teórica de la física atmosférica. Éste ha sido el rasgo más des tacado y de ayor influencia en la evolución reciente de esta disciplina. La oderna eteorología surge de la aportación noruega, centrada en la deno inada escuela de Bergen, e identificada con . . Bjerknes (1862-1951) y su hijo J. Bjerknes (1897-1975). Los meteorólogos norue gos elaboraron, en el prier tercio de este siglo , una teoría que per
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mitía explicar los movimientos de la baja atmósfera, en latitudes medias y altas. Con ella es posible abordar los principales fenómenos meteoroló gicos que determinan las variables de significación climática: presiones, vientos, temperaturas, precipitaciones. Se trata de la denominada teoría frontológica.
La teoría frontológica supuso una revolución en el análisis eteorológico de las perturbaciones extratropicales o ciclones. La clave de la nue va teoría son los conceptos de masas de aire, frentes -en particular el de no inado frete pol r-, y de circulación general de la at ósfera. Frentes y asas de aire introducen una climatología sinóptica o diná ica que ex plica, de fora inteligible, los procesos de frontogénesis y ciclogénesis. Es decir, los ecanis os de for ación de los frentes y de las perturbaciones asociadas con los isos. Todo ello en relación con el ovi iento gene ral de la at ósfera en dichas latitudes. La teoría frontológica proporcio naba una base teórica para el entendi iento del clia y hacía posible la predicción eteorológica. l co ple ento principal se encuentra en la teoría de la Circulación General de la Atmósfera, cuya estructura perfila . . ossby (1898-1957) un eteorólogo sueco, en los años de la segunda guerra undial. bor daba los principios físicos de los ovi ientos de la troposfera terrestre. stablece las relaciones existentes entre los ovi ientos at osféricos que se produce en sus capas altas y los de las capas inferiores. Son estas rela ciones las que están en el origen de las diversas situaciones atmosféricas y las que deter inan los distintos tipos de tiempo que dan realidad al clima en un área. Teoría vinculada al descubri iento e interpretación de la deno ina da corriente en chorro o jet stream que doina los ovi ientos at osféricos en latitudes edias y altas y, en consecuencia, los procesos eteorológicos de las isas ( itter, 1963). arco teórico que per itió el de sarrollo rápido del conoci iento de la circulación at osférica y de los principales fenó enos eteorológicos de latitudes edias y altas. on posterioridad, la de las latitudes tropicales, así coo las relaciones entre abas y con los océanos. La nueva eteorología ha condicionado el desarrollo de la cli atología oderna coo una disciplina científica que sobrepasa la siple clasifi cación de las variables cli áticas. La cli atología se constituye y desarro lla en la segunda itad del siglo , período en el que adquiere sus rasgos actuales. Se perfila coo una disciplina que aborda los fenó enos y pro cesos cli áticos en el arco de la circulación general at osférica. sta perite relacionar las distintas situaciones at osféricas que caracterizan un área determinada, de acuerdo con los grandes centros de acción que las ge neran. La sucesión de tipos de tiempo, asociados a aquéllas, arca los ras gos sensibles del clia, en un lugar o región. La cli atología diná ica o sinóptica per ite situar los datos eteorológicos en un arco co prensivo, en el que la interrelación entre dináica general y contexto local o regional adquiere una significación geográ fica ás precisa.
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El cambio de orientación se produce en la segunda mitad de este si glo XX y sólo se consolida a partir del decenio de 1960, a la par que se es bozan las nuevas direcciones de la investigación climatológica. Es la clima tología que introduce P. Pédelaborde, en Francia, O. G. Sutton en el ámbi to anglosajón, H. Flohn en el germánico y que aparece en las principales síntesis del último tercio del siglo actual (Berry y Chorley, 1972). l desarrollo ás reciente y significativo de la cli atología geográfica está en relación con los nuevos enfoques que vinculan los fenó enos físi cos a proble as de carácter social. stán en relación con la creciente sen sibilidad social respecto de las consecuencias o efectos de los procesos na turales. stán en relación con la creciente sensibilidad social ante la inci dencia de la propia sociedad en los equilibrios físicos y sobre la aturaleza. an supuesto el desarrollo de un nuevo perfil para la cli atología. n perfil ás próxi o a los intereses de la geografía. sta nueva sensibilidad social ha convertido en centros de interés so cial los procesos físicos vinculados con el clia. an contribuido a ello las situaciones extre as que han afectado a a plias áreas undiales, durante este período reciente, con rasgos catastróficos en uchos casos, el descen so de las precipitaciones en el Sahel y otras regiones, con su secuela de ha bre, igraciones y ca bios sociales. Fenó enos eteorológicos de gran incidencia espacial, coo precipi taciones de gran intensidad y volu en en períodos reducidos, coo las de no inadas «gotas frías», de habitual presencia en el arco editerráneo español, entre otros, con fuerte i pacto a biental, han esti ulado un cre ciente interés sobre este tipo de fenó enos y sus consecuencias.
La sucesión o alternancia de períodos de intensas precipitaciones con otros de sequías, así como la frecuencia mayor o menor de este tipo de si tuaciones, han suscitado el interés creciente por el denominado «cambio climático». De ahí la expansión de los estudios dedicados a esta cuestión y el interés por las variaciones históricas del clima desde el Cuaternario (Lamb, 1982). n un contexto equivalente se ha producido el desarrollo de una cliatología orientada hacia la incidencia huana en el clia local y hacia los factores que regulan estos climas locales. una cli atología específica de las áreas espaciales de pequeña di ensión, microclimas, o de á bitos es pecíficos, caso del suelo ( eiger, 1965). esde el clima urbano, inducido por la presencia de las aglo eraciones urbanas odernas, que supone una odificación sensible de los rasgos regionales del clia, cuyo estudio se inicia en ran retaña; hasta los diversos microclimas naturales, generados por factores físicos, o relacionados con las situaciones de confortabilidad. La expansión de los estudios sobre el clia ha supuesto el desarrollo de nuevas perspectivas para la disciplina. La excepcional ejora en las con diciones de infor ación eteorológica sobre el conjunto de la superficie te rrestre, referida tanto a las áreas continentales coo a las arinas y a la propia at ósfera, gracia a los odernos procedi ientos -técnicas e instru entación- eteorológicos ha i pulsado el cultivo de esta disciplina. La indudable dependencia de la cli atología respecto de la eteorología no
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ha i pedido el que se haya constituido coo una raa bien asentada en el capo geográfico, en el que uestra una notable vitalidad y capacidad ex pansiva, dada el indudable vínculo de los fenó enos cli áticos con la or ganización del espacio. n consecuencia, se han ultiplicado los capos de interés geográfi co de la cli atología. esde la perspectiva histórica, en lo que atañe a las variaciones en el tiepo de los factores y ele entos del clia, en relación con el cabio cli ático y la posible incidencia en él de las actividades huanas. esde la creciente preocupación social por los efectos de los fenóenos cli áticos en el espacio geográfico, en particular en lo que concier ne a los efectos negativos, o riesgos naturales de carácter cli ático. esde la perspectiva del adecuado uso de los recursos suscitados por el clia. La oderna cli atología ofrece un aplio capo de confluencia con los enfoques geográficos, que explica el desarrollo creciente de esta raa en el undo de la geografía (il y lcina, 1997). Preocupaciones y enfoques que han supuesto y esti ulado una creciente asociación del estudio del clia con el de las aguas. que han otivado un notable desarrollo de la hi drología geográfica. 4. La tardía definición de la hidrogeografía
l trata iento de las aguas en geografía ha sido, durante ucho tiepo, un reedo del que se le otorgaba en la hidrología, una raa física, y en la ingeniería hidráulica. a carecido, por ello, de una conceptuación geo gráfica adecuada, en lo que atañe a las aguas continentales y, en ayor edida, en lo que concierne a las aguas arinas. n consecuencia, la hidro logía continental se redujo en la geografía a una siple enu eración de las cuencas y de los diversos siste as fluviales. l co ponente hidrogeográfico se li itaba a una colecta de datos so bre origen, longitud y ordenación de los cursos fluviales, co pletadas con di ensiones y profundidad en el caso de las aguas lacustres, y profundidad, corrientes y, en su caso, salinidad, en las aguas arinas. La principal apor tación, desde una perspectiva geográfica, fue la consideración de los fenóenos de escorrentía, en particular los de ausencia de la isa o endorreís o. nfoque derivado de la vinculación de las aguas corrientes con los factores fisiográficos, que aparece en las referencias a las áreas endorreicas y su relación con los factores geo orfológicos y cli áticos. l cabio en estas condiciones se apoya en la ejora en la infor a ción sobre los caudales y en el paralelo perfecciona iento de los datos cliáticos. no y otro gracias a las grandes obras hidráulicas y a la política de aprovecha ientos hidráulicos, así coo la extensión de la red de esta ciones eteorológicas y de aforos. ste cabio per itió, avanzado el siglo actual, el replantea iento de la hidrología continental y su oderna conceptualización. Labor debida a R. E. Horton (1875-1945), un ingeniero hi dráulico nortea ericano, que enunció los principios básicos de la hidrolo gía oderna.
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l conoci iento preciso de los caudales, de su variación te poral y cí clica, de sus valores extre os, per itió asentar el concepto de régimen flu vial. acía posible su vinculación con las condiciones de ali entación. Peritía una catalogación y clasificación de los ríos de acuerdo con esas va riaciones. La búsqueda de las relaciones del caudal y sus variaciones con los factores que las condicionaban, de orden cli ático y geo orfológico orienta el desarrollo geográfico de esta disciplina. La hidrología continen tal adquiría su fora oderna, la que cristaliza hacia los años cincuenta en las obras de geógrafos coo . Pardé y . de artonne. Es un planteamiento esencialmente físico de la dinámica fluvial que ha caracterizado la disciplina, en su dimensión geográfica, hasta fechas re cientes. Consiste en el estudio de los regímenes fluviales y sus factores de terminantes. Se completó con el análisis de los fenómenos hidráulicos ex traordinarios, vinculados a dichos regímenes, caso de los estiajes y avenidas. Configura el perfil y la orientación de la geografía en este campo hasta bien avanzada la segunda mitad del siglo XX (Pardé, 1932). La renovación de estos enfoques geográficos respecto del agua, coo en el caso de la cli atología, se ha producido coo consecuencia de la con ciencia social de su i portancia. Las sociedades odernas han generado una creciente de anda de este recurso básico. l iso tiepo han ad quirido conciencia de los proble as de su disponibilidad li itada. cada día es ás anifiesta la notable incidencia del hobre sobre la diná ica y calidad de las aguas continentales y arinas. Las aguas y los procesos hi dráulicos desbordan su di ensión física para convertirse en ele entos deter inantes de una grave proble ática social. l uso y gestión del agua tie nen di ensión social. Los nuevos plantea ientos abordan la cuestión del agua coo un problea de recursos, en el arco del ciclo hidrológico y del balance del agua en la ierra, conceptos funda entales de la nueva hidrología. en relación con ello, la incidencia de la diná ica hidráulica coo un factor de riesgo, bien por exceso, bien por defecto, así coo los proble as derivados de la gestión de un recurso que es renovable pero que es li itado. En el primer aspecto, la moderna hidrología se ha centrado en ciclo hi drológico y el balance del agua, a escala terrestre y a escala regional. Uno y otro son los determinantes directos de las disponibilidades de agua. Enfoque que supone la integración de climatología e hidrología. El balance hídrico aparece como un aspecto de la hidrología desde mediados de este siglo (Trewartha, 1955). Adquiere un notable desarrollo con los trabajos de M. I. Budyko, cuyas orientaciones marcan la evolución de la disciplina, en los de cenios posteriores (Budyko, 1958). La aplicación de modelos matemáticos, empíricos o teóricos, a la evaluación del balance hídrico, constituye un ras go relevante de estas nuevas orientaciones desde la década de 1960. La segunda perspectiva corresponde con los odernos enfoques sobre los riesgos naturales. stá vinculada al protagonis o anifiesto que las aguas superficiales y arinas tienen en buena parte de los aconteci ientos catastróficos que afectan a las co unidades hu anas. l exceso repentino o continuado, la escasez crónica o circunstancial, su incidencia en la diná-
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ica at osférica, coo sucede con la deno inada corriente del iño, tie nen una i plicación creciente. l agua fora parte del aplio capo de los riesgos naturales, un área de particular significado en el ábito geográfico anglosajón, en el que se inicia, desde la segunda guerra mundial. Campo que ha adquirido un gran desarrollo en los últi os decenios, hasta convertirse en un enfoque privile giado de la hidrogeografía oderna. Las inundaciones, relacionadas o no con fenó enos cli áticos pun tuales, representan un co ponente destacado de este tipo de riesgos, por sus elevados costos sociales y econó icos. Por su significación geográfica han erecido la atención de los geógrafos desde hace varios decenios, en particular en á bitos de especial gravedad de sus efectos, coo es el caso
de España (López Gómez,
1958;
Capel,
1994).
La escasez, vinculada con la prolongación de deter inadas situaciones at osféricas, ha sido ta bién un ele ento de creciente atención. enera es tiajes profundos en los cursos de agua y produce alteraciones en el siste a fluvial, con descenso de los niveles piezométricos y secado de fuentes, entre otros efectos. Sus consecuencias son catastróficas en grandes áreas terres tres en las que este fenó eno es probable, coo sucede en las grandes fran jas subdesérticas. Su incidencia en áreas en las que constituyen accidentes ocasionales y donde las disponibilidades de agua suelen ser abundantes ha avivado la sensibilidad social sobre el fenó eno. s el caso del eino ni do en 1976, cuyo verano resultó ser el ás seco de un largo período de 250 años de registros, y de los stados nidos en el año siguiente. Por últi o, el agua aparece cada vez ás coo un recurso li itado, condicionado por la fragilidad del siste a hidrológico. La aparente abun dancia de las aguas en la ecosfera terrestre queda recortada por la escasa disponibilidad de aguas dulces. La elevada incidencia de la degradación producida por el ho bre, alterando los caracteres de este recurso y dificul tando o i pidiendo los procesos de depuración y recuperación natural ha venido a ser el factor ás alar ante. La gestión del agua aparece coo un proble a relevante en la edida en que la conta inación afecta tanto a las aguas continentales coo a las arinas, tiene efectos últiples y conlleva un elevado y creciente costo econó ico. l efecto de las actividades industriales y agrícolas sobre el ciclo y ca lidad de las aguas superficiales y subterráneas, la de las aglo eraciones ur banas sobre la calidad de las aguas superficiales, y la transfor ación de uchos de los cursos de agua en si ples colectores de aguas residuales, aparecen coo cuestiones sobresalientes de las nuevas perspectivas de la geografía de las aguas. s un arco que tiene un vínculo pura ente tangencial con la hidro logía anterior. Plantea iento ás pro etedor desde la perspectiva geográ fica, que ha adquirido un notable desarrollo en los últi os años. l vincu larse a proble as de directa i plicación social, ha esti ulado una sensible integración con la geografía huana y con otras raas de la propia geo grafía física. rayectoria en la que se aproxi a a la evolución habida en el capo de la biogeografía.
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5. Un cambio sustancial: de la geografía botánica y de la fauna a la biogeografía
La biogeografía es la for ulación oderna de un seg ento de la geo grafía física. ngloba lo que antaño se conocía coo geografía botánica y zoogeografía. urante uchos años, estas dos disciplinas, escasa ente de sarrolladas en el ábito geográfico oderno, han sido raas de la botáni ca y la zoología. Fueron concebidas y planteadas en relación con la distri bución espacial de los diversos taxones de la flora y ani ales. n conse cuencia, suponían una siple enu eración de los correspondientes a cada área zonal, regional o local. se iso alcance tiene en las obras geográfi cas del siglo I e inicios del , a pesar del antecedente pionero de . de u boldt, cuyo nsayo sobre la eografía de las lantas aparece en 1805. l desarrollo de los odernos enfoques fitosociológicos que se produ cen en la botánica, vinculados a la escuela europea, con J. raun Blanquet y . aussen, y a la nortea ericana representada por F. . le ents, deter inará la evolución de la geografía botánica en la pri era itad del si glo XX. Los nuevos presupuestos botánicos significaban un cabio fundaental del centro de atención en la investigación. Suponían el paso de la taxono ía específica hacia la consideración de los conjuntos vegetales y hacia los procesos de desarrollo de éstos. Se avan zaba desde la era descripción florística a los factores de orden cli ático y geo orfológico que condicionan el desarrollo de la vegetación. Se con te plaban las relaciones establecidas entre los distintos taxones vegetales dentro de dichos conjuntos. dquiría un perfil ás próxi o a los enfoques geográficos. Los conceptos de asociación vegetal y de formación vegetal para identi ficar la agrupación de la flora de una localidad, y para caracterizar la fisonoía de la isa, son una aportación de esta nueva concepción de la dis ciplina. sociaciones y for aciones están deter inadas por factores de carácter físico, en particular cli áticos. Se anifiestan a distintas escalas: zonas, reinos, regiones, provincias, sectores y distritos, hasta lo local. Son concebidas coo el resultado de la adaptación de las plantas a las condi ciones naturales do inantes. onas, do inios o regiones, provincias, cons tituyen arcos físicos relevantes desde la perspectiva botánica. Los facto res físicos, así coo la influencia hu ana, adquieren una significación directa en el estudio del undo vegetal. e fora co ple entaria, los botánicos a ericanos introdujeron un enfoque evolutivo. Significaba la incorporación de una perspectiva diná ica, centrada en el estudio de la vegetación y de sus procesos de ca bio. oncebían la vegetación en un arco evolutivo. Per itía considerar los procesos de adaptación al edio de las plan tas. Los conceptos de invasión, colonización, competencia, co pletaban el arco teórico de la escuela a ericana. Se trataba de una aproxi ación re novadora y ucho ás fértil desde la perspectiva geográfica. Los concep tos de serie y de clímax se incorporan al análisis y per iten captar y expli car la di ensión ca biante, natural o inducida por el ho bre, de la vege
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tación. Y formulaban la relación directa de la dinámica vegetal con los fac tores ambientales a través del concepto de equilibrio o clímax. La acuñación por Tansley del concepto de ecosistema supuso la posi bilidad de abordar el estudio de la vegetación y de la fauna en un arco teó rico y conceptual radical ente nuevo. l ecosiste a supone el entendiiento de los seres vivos en un arco co plejo o siste a en el que los co ponentes abióticos y bióticos se encuentran en relación. La interdepen dencia y los flujos de ateria y energía entre unos y otros representaba un cabio sustancial en la concepción del entorno natural, de indudable diensión geográfica. l desarrollo de la ecología oderna se sustenta en una concepción teórica de carácter sisté ico que per ite hacer inteligibles las co plejas relaciones de los seres vivos entre sí y con su sustrato ineral. l estudio de la bio asa, de los ciclos naturales, de las relaciones tróficas, per itió un gran avance en la comprensión del mundo vegetal y animal, del mundo terrestre y del acuático. Representaba, en cierto, odo, la posibilidad de cristalización del pro yecto de geografía física que u boldt planteaba coo una disciplina in tegral, distinta e independiente de las ciencias específicas con las que se re laciona. n principio facilitaba un entendi iento unitario del conjunto de los seres vivos, desde una perspectiva geográfica, a través de la ecología. l ecosiste a per itía definir el perfil de la biogeografía. La dependencia de la geografía de las disciplinas biológicas, botánica y zoología, ha sido una constante. Lo esencial de los estudios de este tipo han sido realizados por botánicos y ecólogos, y las líneas do inantes, con ceptuales y etodológicas, las han aportado los isos. La presencia de los geógrafos ha representado, durante ucho tie po, una era incursión en un capo bien deli itado y consistente. Desde esta perspectiva, la geografía vegetal no ha dejado de ser una rama de la botánica. Y la biogeografía aparece como una disciplina vincu lada con la botánica y la biología. Una «ciencia geográfica», según los botá nicos, en cuanto se ocupa de la «distribución de los seres vivos sobre la Tie rra» (Rivas-Martínez, 1984). De ahí la escasa fundamentación teórica y me todológica de la biogeografía como disciplina geográfica (Simmons, 1980). Sin e bargo, en los últi os decenios se ha producido un notable de sarrollo de esta disciplina cuya i plicación geográfica es anifiesta. l desarrollo ás reciente de la biogeografía aparece unido, precisa ente, a los nuevos enfoques vinculados al ecosiste a y al de paisaje. stos enfoques representan un intento de integración del edio físico situando a las plan tas coo ele ento central, y considerando el aspecto o fisono ía del con junto, es decir el paisaje, coo objeto o unidad de análisis y de observación. l nuevo concepto, de carácter sisté ico, introduce una fora de aproxi ación al edio que integra los diversos ele entos o factores físicos, desde el relieve, los suelos y el clia, hasta la acción antrópica. n la geo grafía, es el geógrafo alemán K. Troll quien primero formula una biogeografía de este tipo. En Francia, corresponde a G. Bertrand el esbozo de lo que se deno inará geografía del paisaje, a partir de 1968. Se corresponde
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con el plantea iento de los geógrafos soviéticos en ese iso oento y con el tipo de trabajo de los geólogos y biólogos del CSI australiano. l con cepto clave es el de geosistema que per ite identificar y deli itar la unidad de paisaje en relación con todos los co ponentes, abióticos y bióticos, que lo integran. Por otra parte, se perfilan nuevas orientaciones que tienen una diensión geográfica. La biogeografía anglosajona se orientó hacia los análisis his tóricos de la diná ica vegetal, en relación con el proceso de ocupación y uso del territorio por parte de las co unidades hu anas. e fora co pleentaria se planteó la gestión de los ecosiste as, de acuerdo con las últiples de andas e influencias que la sociedad conte poránea anifiesta res pecto de los ecosiste as existentes. Los efectos de las actividades hu anas en su situación y diná ica, vinculados con las evaluaciones de impacto am biental, la ad inistración de las co unidades bióticas, bien para su conser vación, bien para su uso coo espacios de recreo o utilización, de acuerdo con su capacidad de acogida o soporte, se incorporaron al interés de los geógrafos, lo que supone una orientación de trayectoria aplicada, de ayor tradición en el ábito cultural anglosajón, pero de indudable significación geográfica, equivalente al que resulta del nuevo enfoque coo recursos naturales. n un undo en el que el uso de la ierra por el obre ha al canzado una di ensión planetaria, el co ponente biótico representa una fracción particular y excepcional por su valor coo recurso básico en la su pervivencia huana y en el equilibrio natural. l papel de la productividad orgánica pri aria coo recurso pri ordial y la fragilidad de las cadenas tróficas hace de la biosfera un espacio de especial relevancia geográfica. Supone un punto de enlace o confluencia de la biogeografía con las otras disciplinas geográficas físicas, sobre todo con la cli atología e hidrogeografía. parecen coo las que en ayor edida pueden integrarse en una concepción geográfica unitaria, en torno a problemas, en los que la dis tinción entre geografía física y huana sea irrelevante y en los que la aproxi ación global resulta en alto grado pro etedora. pesar de ello, la situación objetiva y actual es la de una serie de dis ciplinas con escasos nexos internos y con perfiles específicos. Geomorfología, climatología, hidrogeografía y biogeografia co ponen cuatro capos di ferenciados, con ás vínculos con las disciplinas naturales correspondien tes que entre sí. La geografía física carece de entidad si por tal entende os una disciplina unitaria, con una conceptuación y etodología propias, in serta en un arco teórico definido. La geografía física es sólo una deno i nación tradicional y có oda. ras esa deno inación se encuentran cuatro disciplinas independien tes, cada una con una evolución separada, con enfoques distintos, con pre supuestos teóricos y etodológicos diferentes. l proyecto de u boldt de una «descripción física del globo» no ha conseguido cristalizar en la geo grafía oderna, aunque este horizonte siga planteado en la ente de algu nos geógrafos con preocupaciones teóricas y episte ológicas. Las propues tas de una geografía física integrada, coo L'Ecogéographie que for ulaba Tricart, no han logrado consolidación.
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o obstante, lo que se aprecia coo una evolución positiva es la pro gresiva tendencia al desarrollo de la geografía física en torno a proble as geográficos. s decir, en torno a proble as de carácter social relacionados con la transfor ación social de la naturaleza. La presencia de estos enfo ques vinculados a proble as supone una tendencia hacia la incorporación del trabajo de los geógrafos físicos a cuestiones referidas a la organización social del espacio. Representa el abandono de un perfil de disciplina naturalista y de ca rácter frag entado o especializado. onlleva, en alguna anera, la pérdida del carácter de subdisciplina física. Significa una aproxi ación y confluen cia con las propuestas desarrolladas en las geografías hu anas, en el ar co de proble as sociales relevantes. na orientación de andada desde la geografía actual.
CAPÍTULO 20 DE LA GEOGRAFÍA HUMANA A LAS GEOGRAFÍAS HUMANAS
n los o entos iniciales de la geografía oderna, en los últi os de cenios del siglo XIX, el capo de los fenó enos hu anos o producto de la acción o presencia huana era identificado con uy diversas deno ina ciones: geografía política, geografía estadística, geografía social, geografía histórica o geografía édica, entre otras. xpresaban los distintos raos o capos cubiertos por el paraguas geográfico. Cada uno de ellos poseía su propia tradición, su capo, sus vínculos disciplinarios. For aban parte de las disciplinas geográficas en la edida en que los fenó enos que consideraban tenían proyección territorial. n general, se correspondían con disciplinas descriptivas de carácter enu erativo. ran las que daban funda ento a la generalizada idea de la geografía coo una siple acu ulación de datos con referencia geográfica. Es decir, referidos a una localidad o ubicación. La antropogeografía o geografía humana, tal y como se la concibe ini cial ente, venía a añadirse a todas estas disciplinas geográficas. Sin ebargo, se conte plaba coo una nueva disciplina, alternativa científica a las anteriores. La nueva disciplina se planteaba coo una ciencia, dirigida al estudio del edio y su influencia en el obre, desde los postulados del evolucionis o. n nuevo enfoque, sustentado en las teorías de la evolución, sobre el que se pretendía asentar una alternativa científica, en la geografía, al conjunto de esas sedicentes disciplinas geográficas. Por ello, la geografía huana identifica, en sus orígenes, una nueva geografía, una geografía oderna. s la extensión, ás que alternativa, de la geografía física, en la edida en que ésta se concibe coo el funda ento necesario de la pri era. s el estudio del edio físico -el edio geo gráfico de acuerdo con la nueva concepción -el que per itiría establecer con garantías científicas, según los pro otores de esta geografía, que son, en gran parte, naturalistas, una explicación consistente de la sociedad. La evolución posterior recortará su ábito y su pri era a bición: la geografía huana quedó reducida a la geografía de los hechos hu anos en contraposición a la geografía física, o geografía de los fenó enos naturales.
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Se convierte en una siple rama de la geografía. l intento de hacer de ella una disciplina que integrara lo físico y lo social -a partir de una interpre tación de lo social coo efecto de lo natural-, no logrará consolidarse, al enos desde la perspectiva de constituir una única disciplina. Final ente, la geografía huana será una deno inación genérica, de carácter clasificatorio, que per ite englobar las diversas raas geo gráficas cuyo objeto son los fenó enos sociales. Sirve para reunir las di versas disciplinas geográficas, tanto las preexistentes coo las nuevas que surgen del desarrollo de los estudios geográficos. o ha llegado a convertirse en una disciplina unitaria con teoría, concepto y étodo pro pios, coo parecía for ularse en sus orígenes. La cuestión de la unidad de la geografía, que subsiste a lo largo del siglo , responde a las difi cultades de integrar el conjunto de raas geográficas en un cuerpo teó rico y etodológico único.
1. La diversificación de la geografía humana l rasgo ás sobresaliente de la evolución de la geografía huana en este siglo largo de existencia es la pérdida de su condición de disciplina con a bición de totalidad coo ciencia puente entre las naturales y sociales. coo consecuencia, su reducción al estatuto de conglo erado de discipli nas vinculadas por la coún dedicación a los fenó enos de carácter social. Se trata de un progresivo desliza iento desde una concepción totali zadora de la geografía hacia una siple catalogación de capos de estudio, a veces inconexos, y dispares, cada uno de los cuales adquirirá su propio perfil e individualidad, que evolucionan con ritos diferentes. oo con secuencia, bajo el enunciado de geografía huana se desarrollarán «ra as» o disciplinas que, coo ocurre en la geografía física, adquieren perfil y capo propio. La dispersión te ática en las cuestiones consideradas y la especialización creciente de los geógrafos en los respectivos capos constituyen otros ele entos destacados del desarrollo histórico de la deno inada geografía hu ana. La tendencia a la inco unicación o desconexión respecto de las deás áreas de la geografía huana y la práctica inco unicación con las de la geografía física es un rasgo per anente. La decantación y for alización de estas áreas de saber coo capos geográficos definidos será progresiva y desigual, uy influida por la evolu ción de las deás ciencias sociales. sta disgregación efectiva se ha visto i pulsada por la influencia de otras disciplinas de ayor calado concep tual y teórico, coo la de ografía, la sociología y la econo ía, cuya con solidación oderna ha tenido consecuencias anifiestas en la evolución de la geografía huana y de algunas de sus raas en particular. Se produce en el ábito de la geografía huana un fenó eno si ilar al de la geografía física: la evolución de los distintos capos se vincula a la de otras disciplinas sociales, cuyo desarrollo orienta y alimenta el de la geografía.
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sí ocurre en el caso de la de ografía y la geografía de la población; de la econo ía y la geografía econó ica y geografía de la industria; de la geografía social y la geografía urbana respecto de la sociología. n uchos casos, esa for alización no se producirá hasta la segunda itad del siglo . Por otra parte, subsisten algunas de las orientaciones existentes con ante rioridad a la for ulación de la oderna geografía. s el caso de la geogra fía política y de la geografía édica o la geografía co ercial. l resultado es un conglo erado de disciplinas o raas. l ábito cultural es un factor que interviene diferenciando éstas de acuerdo con la tradición propia, caso de los países anglosajones y, en particu lar, de Estados nidos. l desarrollo histórico de la disciplina ta bién ha in fluido en el odo de conte plar los diversos raos de la geografía hu ana. La segunda itad del siglo actual ha enriquecido este panora a en parte por un proceso de a pliación vinculado con la aparición de nuevos fenó enos de carácter geográfico no considerados con anterioridad, coo los relacionados con el turis o y el uso del tiepo libre, funda ento de lo que se conoce coo geografía del ocio, del tiepo libre, o recreacional, en tre otras deno inaciones. La presencia de nuevos enfoques ha dado enti dad a la nueva geografía social, que no se confunde con la anterior del iso no bre. La deno inada gender geography -geografía fe inista o geode los sexos- representa un nuevo capo de estudio y se for ula coo un enfoque teórico alternativo. Se trata de la progresiva apertura de la geografía a aquellos espacios ás significativos de las sociedades odernas. spacios que, paradójicaente, estaban ausentes de la pri era geografía huana oderna, a pesar de surgir ésta en el arco de sociedades en pleno proceso de industrializa ción y urbanización. La geografía se asociaba con el conoci iento de tierras ignotas y con los espacios enos evolucionados. l co etido de la geografía se conside raba dirigido «preferente ente a las regiones enos conocidas», coo re saltaba . de Buen, en 1909. Lo destacaba, con acento crítico, L. Febvre, al apuntar la preferencia de los geógrafos por las sociedades ás arcaicas, que i pregnó la geografía con un ruralis o de perfil etnográfico, que ha ca racterizado a la geografía huana durante decenios.
2. Viejas y nuevas perspectivas: las geografías recuperadas Las distintas raas que engloba os en la geografía huana han evo lucionado desde los inicios de la disciplina oderna de odo desigual. Foran un aplio grupo de especialidades geográficas que se ha ido definien do en un proceso de decantación progresivo. nas con creciente desarrollo y éxito; otras declinantes, y otras con notable variación, pasando de la ayor aceptación al abandono y del ostracis o al favor ayoritario, coo ha ocurrido con la geografía política. ajo las isas deno inaciones pueden ocultarse enfoques y pers pectivas dispares. obres nuevos identifican, por igual, capos renova-
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dos y campos desconocidos con anterioridad. Viejas denominaciones han desaparecido. Otras encubren contenidos por completo innovadores, como sucede en la geografía urbana o la geografía económica. La genealogía de las distintas ramas de la geografía humana no siempre es transparente. La práctica de los geógrafos ha ido transformando los contenidos. Unas veces de forma progresiva. Otras, de manera abrupta. Se trata de un proceso en el que intervienen, de modo decisivo, las concepciones episte mológica y las filosofías e ideologías dominantes. 2.1.
LA GEOGRAFÍA HISTÓRICA: LA RENOVACIÓN CONTEMPORÁNEA
Viejas y nuevas ramas comparten el espacio de la geografía humana y definen el espectro de los campos geográficos de esta primera etapa de la moderna geografía. La^^^/^s histórica representa una de las disciplinas que comparten una larga tradición, la presencia como campo incorporado a la primera geo grafía moderna y una trayectoria oscilante a lo largo del siglo xx. Su rela tiva atonía durante decenios contrasta con una destacada recuperación y re vi talización recientes, tanto en su objeto de estudio como en sus enfoques teóricos, métodos y técnicas. La geografía histórica tenía una tradición secular. Había surgido en el siglo XVI entendida como la representación de los territorios y lugares de la antigüedad. Una disciplina para la ubicación y descripción de los lugares y territorios del mundo antiguo a partir de las fuentes clasicas, recién recu peradas, y de los monumentos de la antigüedad. La pretensión de recons truir la imagen de espacios del pasado aparece en el siglo XVI, en relación con la recuperación de los textos de los geógrafos clásicos de la Antigüedad grecolatina. Se aprecia en A. Ortelius y su Theatrum Orbi, con la colabora ción de notables humanistas de la época. Con esa orientación aparece en muchas otras obras cartográficas y discursivas, en los siglos siguientes y se mantiene en la geografía moderna. A partir del siglo XVin ese objetivo se completa con el complementario de reconstruir los espacios bíblicos, los lugares santos, y de ubicar los restos mo numentales del pasado, a través de la arqueología. Se trata, en ambos casos, de reconstrucciones descriptivas, incluso de simple ubicación de los lugares del mundo antiguo y de las tierras palestinas. Se apoyan en las fuentes escri tas conocidas y en los restos arqueológicos de diversa índole, que el desarro llo de la curiosidad por los monumentos y vestigios de la antigüedad y el na cimiento de la moderna arqueología proporcionaba a eruditos y estudiosos. La limitación al mundo antiguo, el enfoque puramente descriptivo y de localización cartográfica, su dimensión topográfica, van a caracterizar la geografía histórica durante mucho tiempo. De tal modo que ha sido, ante todo, una disciplina auxiliar de la historia antigua, practicada por historia dores. En ella se inician los geógrafos modernos de formación histórica. Una de las primeras obras de Vidal de la Blache está dedicada a Marco Polo y sus viajes (Vidal de la Blache, 1880).
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La a pliación de su espacio histórico, con la incorporación del undo edieval y oderno, el recurso a fuentes historiográficas ás variadas, sobre todo de archivo y arqueológicas, así coo la foto aérea en la segun da itad del siglo , no supuso una equivalente consideración etodológica y teórica. Los estudios de geografía histórica y los análisis históricos que los trabajos de eografía Regional incluyen siste ática ente, coo una parte esencial de los isos, respondían a plantea ientos sin ca bio. Sí significó un sustancial enriqueci iento del conoci iento de los espacios de épocas anteriores, sobre todo edievales y odernos, pero ta bién del undo neolítico, de época antigua. Se trataba de una geografía histórica de naturaleza e pírica, positi vista, que adquiere fora en la pri era itad del siglo , sobre todo en los países anglosajones. na geografía histórica con aportaciones, algunas, de excepcional calidad, coo el análisis de la Inglaterra basado en el Doesday Book ( arby, 1952); o el estudio del desarrollo histórico del viñedo francés por . ion. e fora paradójica, la geografía histórica inicial se caracteriza por ignorar el tie po, es decir, la evolución. La descripción se concentra en reconstruir el espacio de una época. La incorporación de la profundidad histórica, del desarrollo en el tiepo de los espacios o paisa jes, de la diná ica del paisaje, surge de la geografía cultural a ericana. La geografía cultural nortea ericana de la escuela de Berkeley cons tituye la anifestación de la geografía histórica al otro lado del tlántico, esti ulada y en arcada en la concepción paisajística y regional aleana. l enfoque histórico propio de esta concepción convierte este tipo de geografía en una fora de geografía histórica. e hecho, la orienta ción cultural y su reflexión etodológica per itirá la renovación progre siva de la geografía histórica inicial, gravada por el epiriso y por la descripción sincrónica. Configurada coo disciplina autóno a, dentro de la geografía huana, adquiere su áxia difusión en los países anglosajones, en Francia y le ania, y en algunos países del Este europeo, coo Polonia. En estos ábitos, la geografía histórica tiene entidad coo una raa propia de la geo grafía. n spaña, paradójica ente, la geografía histórica no llega a cris talizar coo un capo propio de la geografía huana ( ilagrasa, 1985). Sin e bargo, los análisis históricos en los estudios geográficos ad quieren un excepcional desarrollo, en extensión y en calidad. Foran par te, sobre todo, de los estudios regionales, pero ta bién de los de geografía agraria, geografía del pobla iento y geografía urbana. Corresponden a una concepción descriptiva y paisajística, de perfil historicista. Constituyen no tables aportaciones al conoci iento de la evolución y de la configuración histórica de los espacios ibéricos, en particular en el estudio de los paisajes agrarios y en el uso de técnicas coo el regadío. La oderna geografía histórica, tal y coo se esboza a partir de 1950, aunque do inada por un enfoque orfológico, se caracteriza por la reno vación teórica y etodológica, influida por las nuevas corrientes episte o lógicas que han do inado la geografía en este edio siglo. esde estos pos tulados, tres han sido las principales innovaciones: la incorporación de los
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étodos cuantitativos de la geografía analítica, la for ulación de nuevos enfoques de orientación arxista y los de carácter feno enológico. Sobre ellos se co pleta el proceso de renovación de la geografía histórica. La nueva geografía histórica se ha orientado progresiva ente a la re construcción e interpretación de las estructuras espaciales del pasado, des de los espacios neolíticos a los de la evolución Industrial, con un acen tuado peso de los enfoques genéticos. esde esta perspectiva, la geografía histórica se ha interesado por la orfología de los espacios rurales y ur banos del pasado, en distintas épocas. a abordado la configuración social de esos espacios y los procesos que deter inaron ca bios sustanciales en la organización del espacio a instancias y por la acción de los diversos agentes sociales. En la generalidad de los casos, desde postulados episte ológicos inde finidos o descriptivos de carácter historicista. ás rara ente, desde posi ciones neopositivistas. e odo creciente, desde 1970 a partir de enfoques arxistas y estructuralistas (Baker, 1978). stos últi os han aportado una ayor sensibilidad sobre los procesos y diná icas de cabio en los espacios sociales del pasado. Los procesos de construcción regional derivados de la Revolución Industrial, los ca bios es paciales que a escala undial se derivan de la expansión del capitalis o desde el siglo VI, entre otras cuestiones, foran parte de los nuevos enfo ques. nfoques que tienen un respaldo teórico que conte pla el espacio en el arco de las distintas for aciones sociales históricas y que se orientan hacia los proble as del cabio histórico. La influencia de la istoria y sus odernos enfoques, en particular la escuela de Annales, ha esti ulado un creciente interés por el ca bio, por los procesos de transfor ación que afectan a sociedades, econo ías y a bientes en el pasado y en las relacio nes que se producen entre actitudes sociales e individuales, períodos histó ricos y lugares distintos. Los pri eros, en un arco ás e pírico y uchas veces ecléctico, han proporcionado el ás aplio conjunto de análisis, relacionado con su notorio predo inio. Son análisis de naturaleza descriptiva sobre una gran diversidad de cuestiones. o prenden desde descripciones de los aspectos físicos y de los ca bios inducidos por la presencia huana hasta análisis de la configuración social en diversas épocas históricas. n ellos ha predo inado y sigue siendo nota distintiva, junto al epiris o etodológico, el enfoque hacia la reconstrucción singularizada de los espacios históricos. nfoque que responde, consciente o inconscienteente, a la influencia episte ológica kantiana que separa radical ente el capo del iepo, la istoria, y el capo del espacio, la eografía. Por otra parte, un rasgo distintivo de esta raa tradicional de la geo grafía ha sido y sigue siendo el recurso a fuentes de infor ación que, sin ser específicas, son peculiares y que exigen un trata iento historiográfico. La peculiaridad de estas fuentes, su dispersión, su singularidad, su ca rácter a-siste ático, i ponen noras etodológicas de trata iento e in terpretación que deli itan, en algún odo, el capo de la geografía his tórica y que establecen su vinculación con la istoria. e hecho, la geo
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grafía histórica coo práctica pertenece en si ilar edida a geógrafos y a historiadores. bos confluyen sobre el espacio histórico, el espacio de las sociedades del pasado. Paradójica ente, la geografía histórica, disciplina tradicional y en cier to odo indefinida, ha adquirido una notable vitalidad en los últi os de cenios. Se ha revitalizado por nuevos enfoques que resaltan el interés por proble as, ás que por las descripciones estáticas. Los nuevos centros de atención abren un aplio capo que se extiende desde la for ación espa cial del capitalis o, el i perialis o o el feudalis o, a las cuestiones de te rritorialidad, identidad y vivencia espacial, nuevas propuestas teóricas y metodológicas en la investigación de los espacios históricos (Baker, 1979; ilagrasa, 1985). La renovación de la geografía histórica es un rasgo desta cado de los últi os años, i pulsada, tanto desde posiciones arxistas coo neopositivistas y feno enológicas o idealistas. 2.2. DE LA GEOGRAFÍA MÉDICA A LA GEOGRAFÍA SANITARIA
La Geografía Médica constituye una de las raas o capos que confi guran la disciplina en sus décadas iniciales. abía razones consistentes para ello. La geografía édica for aba parte de las disciplinas protogeográficas con indudable identidad, asentada sobre una teoría y cultura doinantes desde el siglo VIII. l «higienis o» vinculaba directa ente orbilidad y entorno, y cons tituía la base de la edicina conte poránea. ecogía la ilenaria concep ción hipocrática de la enfer edad, su etiología y trata iento, que situaba el origen de la enfer edad en los factores externos, tanto físicos coo so ciales, incluidos entre éstos los propios hábitos. asta finales del siglo I , con la difusión de los nuevos enfoques derivados de las investigaciones de Pasteur, ese tipo de edicina y ese arco teoricocultural fueron do inan tes. Sobre ellos se constituyó y desarrolló la geografía édica. e acuerdo con abas tradiciones, había cristalizado, en el siglo de la Ilustración, la edicina higienista. La prevención y la lucha contra las enfer edades, de odo particular las infecciosas, se asentó sobre el conociiento del entorno, de sus factores topográfico- édico locales. Las Topo grafías Médicas, coo de odo habitual se la deno inó, los infor es loca les sobre las circunstancias de salubridad o insalubridad, constituyen una forma de literatura médica que transita por todo el siglo XIX (Urteaga, 1980). utinarios uchos, excelentes otros uchos, fueron el soporte de una geografía édica que se integra coo una raa de la geografía oderna. Respondía, de fora directa, a los postulados esenciales de la nueva disciplina. Trataba, precisa ente, de las influencias del edio sobre los ho bres en un aspecto sobresaliente, el patológico. s una disciplina que encajaba a la perfección en los supuestos teóri cos de la nueva ciencia, en la edida en que establecía una directa relación entre el entorno, el nuevo «edio geográfico», y el estado de salud, la orbilidad y ortalidad de la población.
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Su auge y la difusión de su cultivo caracterizan el siglo I e incluso una parte del siglo . Se desarrolla en los países europeos y se aplica a las áreas coloniales con sus cortejos de orbilidad específicos, referida a las gran des infecciones epidé icas coo a las ende ias ás sobresalientes. o deja de ser paradójico, si teneos en cuenta que para ese oento las con diciones de su desarrollo se habían recortado de odo sensible. Los descubri ientos de Pasteur y el naci iento de la oderna bacte riología trasladaban el centro de la etiología y el trata iento édicos del entorno exterior al interior del cuerpo hu ano. na subversión decisiva en la historia de la edicina oderna y en la de la geografía édica. sta de cae y desaparece, en la práctica, del panora a de la edicina. Subsiste du rante ás tiepo en el capo geográfico oderno coo tal disciplina. Sus presupuestos quedan incorporados a la geografía cultural, ábito en el que perdura su cultivo geográfico. l concepto de «co plejos patógenos» de . Sorre, el geógrafo francés, se inscribe en esta tradición. La reciente recuperación de esta raa, característica de los países an glosajones, desde el decenio de 1970, descubre la influencia de los nuevos enfoques sobre la salud y el bienestar. Perspectivas que for ulan en térinos odernos los postulados higienistas, valoran los factores de riesgo vinculados con el entorno de las poblaciones hu anas y de cada individuo en particular. La vinculación entre proble as de salud y proble as a bientales o entorno distingue los odernos enfoques de una edicina preventiva y so cial, en relación con la cual se produce el renaci iento de la geografía édica. Enfoques enriquecidos con nuevas proble áticas que relacionan la geo grafía édica con el equipa iento social de carácter sanitario y asistencial. l desarrollo y características de los centros hospitalarios y del siste a de asistencia en las odernas sociedades se inscribe en esta renacida geogra fía médica (Howe, 1980). Coo consecuencia, se enfoca ésta en dos direcciones preferentes. l estudio de los patrones espaciales de la orbilidad y ortalidad y sus po sibles relaciones con factores a bientales locales. el análisis de las infra estructuras y equipa ientos que deter inan las condiciones y calidad del a biente oderno. Las infraestructuras para el abasteci iento de aguas potables, las redes de sanea iento, la depuración de aguas, que condicio nan la calidad del entorno. Los equipa ientos -hospitales, centros de aten ción pri aria, a bulatorios, centros de salud- que caracterizan el oderno siste a de salud, coo factores que aseguran una atención, preventiva o terapéutica, de las poblaciones afectadas. Se trata, por tanto, del a biente en un sentido social. La consideración de la distribución y localización de los equipa ientos e infraestructuras re presenta un enfoque de rango social, en la edida en que este tipo de geo grafía édica uestra las i plicaciones entre patología y desigualdad so cial, a escala local, regional, nacional o internacional, que la vincula con orientaciones geográficas vinculadas al bienestar social. l trata iento geográfico se orienta hacia los proble as de salubri dad y sanidad. Proporciona una iagen de la incidencia de la enfer edad
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y ortalidad causal, las condiciones de su distribución espacial, así coo las posibles relaciones con específicos factores de riesgo. Éstos pueden ser de orden cli ático -for ación de nieblas y smog en las enfer eda des del aparato respiratorio-; pueden ser laborales -silicosis y cáncer de pulón en las áreas ineras-, y puede tratarse de factores inciden tales -presencia de áreas de e isión conta inante con patologías espe cíficas, coo industrias quí icas, centrales nucleares, entre otras-. La oderna sociedad industrial proporciona un aplio conjunto de condi ciones potencial ente patógenas. stos enfoques son los que en ayor edida representan una renovación de la geografía édica tradicional, al situar los estudios médicos en un arco social. uevos horizontes para un capo de profundas raíces y de li itado cultivo, sobre todo en spaña. Con ciertas si ilitudes con la geografía his tórica, el desinterés por este tipo de estudios ha sido aún ayor. La falta de for alización del iso, equivalente al de la geografía histórica, se acen túa por la práctica inexistencia de trabajos con esta orientación. La exis tencia de algunos trabajos dispersos no contrarresta la desatención hacia este capo. scasa atención y cultivo que contrasta, en spaña, con el notable de sarrollo de la geografía agraria. a sido uno de los capos predilectos del trabajo geográfico durante decenios. oo una raa específica de la geo grafía y coo una parte destacada de los trabajos de geografía regional y de la geografía cultural. 3. Del paisaje agrario a los espacios rurales: la geografía rural
l aplio capo de lo rural constituye uno de los seg entos de ayor tradición en la geografía hu ana, al enos en lo que atañe a los con tenidos. Las circunstancias que rodean la aparición de la disciplina facili taron una orientación arcaizante de la isa. Se anifiesta en la prefe rente atención prestada a las sociedades y fenó enos preindustriales y rurales. Sociedades ás asequibles -en apariencia- a los postulados teó ricos de la geografía oderna. Sin e bargo, lo que conoce os coo Geografía Rural o Geografía Agraria resulta de la decantación, a partir del decenio de 1940, de nuevas propuestas y enfoques. rrancan, por una parte, de la geografía econó ica tradicional, la dedicada a la producción agraria. Por otra, derivan de las dis tintas perspectivas desarrolladas en la tradición de la geografía. La geogra fía agraria se vincula a la etapa a biental y a la geografía del paisaje y regionalista del género de vida. La geografía regionalista i pulsada en Francia y la confluente con cepción paisajística y de la heimatkunde ale ana propiciaron el interés por las áreas rurales. l pays y el paisaje, coo expresión de la adaptación de los grupos hu anos al edio, fueron los centros de atención. l enfoque de idal de la Blache hacia los géneros de vida acentuó la inclinación al estudio de los países rurales, es decir, de las co unidades
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rurales y sus lugares. Los enfoques paisajísticos de trasfondo cultural e ideológico, vinculados con la personalidad cultural de los pueblos, estiuló el análisis de las foras del paisaje rural y de sus ele entos desde esta perspectiva. odas estas perspectivas y enfoques confluyeron en po tenciar los estudios agrarios y rurales y contribuyeron a definir la oderna geografía rural.
3.1.
DEL POBLAMIENTO AL PAISAJE AGRARIO
n el arco de la geografía hu ana, tal y coo la propugna J. Brunhes y coo se practica en leania hasta el prier tercio del siglo , las cuestiones centrales son las de la configuración foral de los espacios agrarios. spectos esenciales en los pri eros decenios del desarrollo de la geografía moderna serán los que conciernen a los lugares rurales. El há bitat -distribución, disposición, estructura, fora, tipología de los asen ta ientos- ali enta una raa de gran predica ento en ese período, coo es el estudio del pobla iento rural. l espacio de cultivo, con sus técnicas, tipos de aprovecha iento y uso del suelo es otro co ponente destacado. Se trata de una concepción en la que doina la expresión foral de la ocupación del espacio, y que se traduce en el carácter orfológico preponderante que presenta. l pobla iento rural y el hábitat -las construcciones rurales- fueron, hasta avanzado el siglo , un capo destacado del trabajo geográfico en el ábito europeo en relación con la orientación etnicocultural que florece en la segunda itad del siglo XIX y que busca identificar las señas de iden tidad nacionales a través de la cultura popular. l descubri iento de esta cultura popular tiene una proyección etnográfica que ali enta el estudio geográfico del hábitat y de las co unidades rurales. Los trabajos y teorías de eitzen, en le ania, fueron las principales aportaciones, por la rele vancia de la obra, de esta orientación. l paisaje agrario constituye el perfil do inante de la geografía rural regionalista y cultural. n este capo confluyen la geografía histórica, la geografía regional y la geografía agraria, una orientación consolidada por la geografía cultural de origen aleán, desarrollada, tanto en uropa coo en stados nidos. partir del decenio de 1940 surgen nuevos enfoques. Se caracterizan por articular estas aproxi aciones, desde el punto de vista de la actividad agraria en su conjunto, desde una consideración econó ica renovada, y desde una visión ás interesada en los caracteres de las sociedades agra rias. uevos enfoques que no son ajenos a la conte poránea evolución de disciplinas coo la conoía y la Sociología, que se interesan en esa épo ca por esas áreas y co unidades. La econo ía rural y la sociología rural, entendidas coo econoía agraria y sociología agraria o capesina, tienen un notable desarrollo e pírico y teórico en este período. stos nuevos enfoques definen una geografía agraria o rural -a bas deno inaciones aparecen alternativa ente sin que supongan distin
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ción conceptual ninguna- que aborda el estudio de las áreas rurales. És tas son identificadas, explícitamente, por la actividad agraria: «son rura les las formas de hábitat vinculadas a la explotación agrícola» (Tricart, 1956). Lo rural identifica la actividad agraria y las comunidades campe sinas. Desde esa plataforma se consideran las formas de explotación agraria. La estructura agraria -propiedad, tamaño, relaciones de producción-, los sistemas y métodos de cultivo, las orientaciones productivas, la economía de la explotación, se añaden a la morfología agraria -campos y hábitat-, entre otros componentes. Se estudia la trama del paisaje identificado con esa morfología agraria y con los distintos modos de vida campesina. Se consideran las formas mo dernas de la explotación agraria de carácter capitalista o socialista. Síntesis significativas de esta geografía agraria o rural ilustran y orientan la disci plina: La Geografía agraria. Tipos de cultivo, de D. Faucher y la Geografía ru ral, de P. George, en Francia, son representativas de los nuevos enfoques. Una mezcla de paisaje y estructuralismo que perdura hasta el decenio de 1970 y que caracteriza la producción continental europea. La orientación dominante en el ámbito anglosajón ha sido, en esos de cenios, la geografía agrícola, entendida desde una perspectiva económica y productiva, que enlazaba bien con la tradición inicial. La orientación agrí cola se ha mantenido en este ámbito cultural, sobre todo el americano, has ta el decenio de 1980. Sus centros de interés y cuestiones han sido la pro ducción agraria, los tipos de actividad productiva en este campo, la evolu ción de los sistemas agrarios, la estructura espacial de la actividad agraria. Sesgo significativo de una geografía rural o agraria vinculada con la geo grafía económica. Sin embargo, en el Reino Unido aparece temprano un nuevo enfoque que se interesa por los usos del suelo (land use). Una orientación renova dora iniciada en la década de 1930 por L. D. Stamp. Se caracteriza por una acentuada orientación cartográfica, por su sentido práctico y aplica do, y por su vinculación con la planificación territorial. Una orientación que tendrá indudable incidencia en las nuevas perspectivas que la geo grafía agrícola adquiere en Gran Bretaña a partir de 1970. Suponen un cambio teórico esencial y un giro decisivo en la evolución reciente de esta rama de la geografía. 3.2.
LOS ESPACIOS RURALES: LA URBANIZACIÓN DEL CAMPO
El cambio sustancial de concepción y enfoque en la geografía rural se origina en el Reino Unido en el decenio de 1970. Arraiga en las orien taciones precedentes hacia el uso del suelo. Pusieron de manifiesto el pa pel decreciente de la actividad agraria. Identificaron los cambios sensi bles que ésta estaba experimentado, así como la influencia urbana en las áreas rurales. Influencia patente en la decisiva presencia de nuevos usos y nuevos usuarios.
La industria, las nuevas infraestructuras, la residencia secundaria y per anente de rurales no agrarios se incorporan a las áreas rurales. Sur gen nuevos proble as ajenos a la actividad agraria, derivados de la urba nización. l deterioro de los espacios naturales, de los asenta ientos ru rales y de la propia orfología agraria, la consiguiente necesidad de su preservación penetraron en el capo de interés de los geógrafos. Lo hizo ta bién la creciente co plejidad de un espacio que había dejado de ser ca pesino y agrícola. Trabajos significativos en este orden coo el de R. Pahl, Urbs in Rure, de 1965, o los de R. asson, On Farm Ownership and Practice. The Influence of Urbanisation, en 1967, señalaban las nuevas perspectivas de este ca po de la geografía. spectos, por otra parte, que se apuntan en Francia, en este iso decenio, al destacar los procesos de urbanización del capo (Juillard, 1970). La síntesis inicial de esta reorientación corresponde a la obra Rural Geography (Clout, 1974). En ella se presentan los nuevos horizontes de esta disciplina y se delinean las cuestiones que deben ocupar el análisis geográ fico de las odernas áreas rurales. Los nuevos enfoques evidencian que no pueden ser consideradas al argen de la presencia de la ciudad y de los procesos espaciales inducidos por la industrialización y urbanización. La geografía rural renovada no se define en función de una actividad do inante, la agricultura, ni de un coponente social, el ca pesinado. Lo hace en relación con una consideración del espacio coo concepto integrador ás apto para abordar los nuevos proble as ( ayser, 1972). Son los espacios rurales y el co plejo espectro de usos, de usuarios y, sobre todo, de proble as, que se suscitan en estas áreas, los que centran el inte rés de las nuevas orientaciones. Son espacios que se caracterizan por una enor densidad de ocupa ción, por la per anencia de a plios sectores valorados por su productivi dad natural, por la creciente vinculación con las áreas urbanas, por el de creciente papel de la actividad agraria, por los ca bios productivos en ésta. n consecuencia, por la gradación de las foras de organización resultan tes. oprende desde los ábitos rurales periurbanos, intensa ente afec tados por el dinaiso urbano, a los espacios de reserva natural, apenas transfor ados en sus caracteres físicos. spacios acotados coo espacios protegidos, de acuerdo con la nueva cultura de la naturaleza que se ipo ne en las sociedades industrializadas y urbanas. volución en cierto odo paralela a la que se anifiesta en la econoía rural y en la sociología rural. Se abren, coo la geografía, desde las proble áticas ca pesinas y de la producción agraria, a nuevas cuestiones. La actividad co partida, de los rurales no agrarios, de los neorrurales y de los rurales teporales, se constituyen en nuevos centros de interés. Los conflictos sociales que surgen en estas counidades ás co plejas, las nuevas demandas y usos del suelo, vinculadas al ocio, el tiempo li bre, la recreación, la segunda residencia, el turis o, la industria o los ser vicios en busca de nuevas i plantaciones, aparecen coo nuevos probleas. La conservación de la aturaleza, la protección de los paisajes y del
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patri onio edificado o construido surgen coo nuevas perspectivas. l gran desarrollo de la geografía rural en los años posteriores convertía a esta raa de la geografía huana en un destacado capo de trabajo en el de cenio de 1980 (Pacione, 1984). Se trata de una geografía rural orientada hacia los proble as de unas áreas en las que el cabio y el conflicto entre viejos y nuevos usos, y en tre antiguos y nuevos ocupantes, en relación con una sociedad en proceso acelerado de urbanización, adquieren el carácter de cuestiones preferentes. Los proble as vinculados a estas áreas vienen provocados por la urbani zación, la despoblación, la transfor ación social de las antiguas co uni dades rurales, las nuevas técnicas en el uso y explotación de la tierra, las nuevas de andas para los espacios forestales y naturales, la i plantación de la industria. Proble as que se plantean desde la necesidad de propor cionar servicios odernos a estas co unidades, a la de la conservación y protección de estos espacios o parte de ellos, y en la ordenación de usos y actividades. Son por tanto proble as ligados a la planificación. n aba nico co plejo de nuevas cuestiones que distingue la nueva geografía rural (Robinson, 1998). o ocurre así en spaña, donde es patente la contradicción entre una práctica rural que incorpora los nuevos teas de odo puntual y una con cepción de la geografía rural que se antenía fiel a su tradicional entendiiento agrario y ca pesino (Cabo, 1983; llera, 1987). graris o hege ónico que algunos geógrafos ponían de relieve, a ediados del decenio de 1980. estacaban la escasa transfor ación de dichos estudios ( stébanez, 1985). La orientación de los estudios rurales se dirigía de fora preferente hacia cuestiones agrarias. Los enfoques preferentes eran estructurales. Se distinguían por la atención prestada a las deno inadas estructuras agrarias -propiedad, explotación- y a los ca bios tecnicoproductivos. escubría la relativa i per eabilidad de la co unidad geográfica española a los en foques odernos de la geografía rural y a la proble ática que esos enfo ques evidenciaban. Sólo en el últio decenio, las nuevas concepciones de la geografía ru ral han sido incorporadas en las obras de síntesis ( olinero, 1990). ecogen la aplia renovación de las nuevas orientaciones que tienen, sin ebargo, un cultivo secundario en spaña ( arcía aón, 1995). l contras te con la ás te prana y directa sensibilidad a los ca bios en el área de los estudios urbanos, que tienen lugar en la geografía urbana española, es notable.
4. La geografía urbana: del emplazamiento a la ecología Las ciudades y los espacios inducidos por la industrialización se pres taban al a los enfoques a bientales, así coo a los de índole paisajística y a los asentados en el concepto de «género de vida». o es de extrañar, por tanto, su ausencia de la pri era geografía oderna. Las concepciones doinantes en la etapa inicial de ésta y en el período regionalista no facilita
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ron la expansión de una raa geográfica tan directa ente vinculada a los procesos de transfor ación del undo industrializado. Las circunstancias episte ológicas de la aparición de la geografía ses garon el desarrollo de ésta hacia cuestiones en las que las relaciones entre el hobre y el edio eran ás evidentes, es decir, pri arias, coo sucede en el undo agrario. Por ello, los estudios urbanos en la geografía oderna son tardíos y tienen un sesgo orfológico uy acusado. l estudio ur bano en geografía no aparece hasta entrado el siglo , con el pionero tra bajo sobre renoble de . Blanchard, en 1911. La pri era síntesis urbana será obra de un historiador del arte, P. Lavedan, ya en 1936. 4.1.
EL ENFOQUE MORFOLÓGICO: EL PAISAJE URBANO
La ciudad es conte plada coo producto de las condiciones abientales. Se busca la explicación del fenó eno urbano con una consideración preferente al emplazamiento y la situación. no y otro responden a una con cepción a biental, que hace de las circunstancias físicas las deter inantes de la fora y la función urbanas. Éstos son convertidos en conceptos eje de la disciplina urbana en geografía. La geografía urbana se reduce a estudios onográficos de enfoque orfológico y funcional de carácter a biental. En consecuencia, el espacio urbano es analizado desde una doble pers pectiva. n prier térino, la orfológica y tipológica, de orientación pa ralela a la de los núcleos rurales o hábitat rural. La ciudad aparece coo una fora del hábitat. s una perspectiva orfogenética cuyo eje es el pla no y la construcción. Se trata de una disciplina descriptiva, histórica, en la que tiene un pa pel relevante la clasificación por tipos: planos en damero, planos-calle, pla nos-espina de pescado, planos ortogonales, entre otros, sirven para definir el espacio urbano. Los ateriales y los siste as constructivos per iten abordar la tercera di ensión del paisaje urbano, clasificación que per ite agrupar y co parar los fenó enos urbanos, lo que constituye el enfoque general o sintético de la disciplina. n segundo tér ino, la orientación funcional. Se establece la dedica ción originaria del núcleo urbano, considerada coo una deterinación fí sica, asociada a la situación geográfica. Se habla así de ciudades-encrucija da, ciudades-portuarias, ciudades-religiosas, entre otras. alificaciones que se refieren, tanto al origen del núcleo urbano coo a su desarrollo, con un fuerte acento histórico. La diensión histórica doina el enfoque de los es tudios urbanos en la geografía. Se trata ás de una historia de la génesis urbana que de una geografía. n el continente europeo, la evolución y renovación de la geografía ur bana se produce en el arco de esta concepción foralista y tipológica, en la tradición regionalista y paisajística. La geografía urbana incorpora a las descripciones for ales y funcionales un enfoque estructural del espacio ur bano. s el odelo de geografía urbana que surge en Francia, tras la se gunda guerra undial. l espacio urbano es analizado a partir de su orde
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nación en áreas diferenciadas de acuerdo con sus funciones, que definen la estructura funcional de la ciudad.
Algunos autores, de ideología marxista, aportan una sensibilidad más evidente ante las cuestiones sociales. Tienden a encuadrar el fenómeno ur bano en relación con los sistemas y formaciones socioeconómicos domi nantes. P. George, autor de un trabajo pionero, La Ville, le fait urbain, re presenta este tipo de enfoque, que desarrolla y sistematiza en sus obras posteriores. La ciudad se encuadra como un fenómeno vinculado a los grandes marcos culturales y socioeconómicos. Se analiza en su estructu ración económica y social, se contempla en sus dimensiones morfológicas. Es el enfoque que plantea J. Tricart, antes de su definitiva consagración a la geomorfología, en su obra dedicada al hábitat urbano (Tricart, 1956). La obra de Tricart aportaba una rigurosa metodología y, sobre todo, una temprana apertura clara y crítica a los enfoques renovadores que tras cienden el hecho urbano local y abordan los sistemas urbanos, como evi dencia el análisis de la obra de Christaller por parte de Tricart. La concep ción básica de esta geografía urbana seguía siendo paisajística y por tanto morfológica, como evidencia Tricart, que afirma que «la ciudad se caracte riza por un paisaje». Es la geografía urbana que se incorpora y desarrolla, de forma preferente, en España, tanto en los trabajos monográficos como en los estudios de síntesis, en la segunda mitad de este siglo XX, hasta bien avanzado el decenio de 1970, en el marco de la geografía urbana paisajísti ca (Bosque, 1956); o en el de los enfoques estructurales y morfológicos (García Fernández, 1974). l cabio esencial en la geografía urbana oderna surge de esos nue vos enfoques, de los que se hacía eco el geógrafo francés. l principal i pulso proviene de la geografía anglosajona. Se trataba de los nuevos plan tea ientos teóricos y prácticos del fenó eno urbano que se desarrollaban en los países anglosajones y que definen la oderna geografía urbana y que van asociados a las corrientes analíticas. 4.2.
FUNCIONALISMO Y ESTRUCTURA INTERNA: EL ENFOQUE ANALÍTICO
l desarrollo de la geografía urbana quedará condicionado por los en foques innovadores que introduce, sobre todo, la geografía anglosajona en la segunda itad del siglo . Sus raíces son perceptibles desde el decenio de 1930, a un lado y otro del tlántico, en especial en le ania, ran Bre taña y Estados nidos. Constituyen enfoques vinculados a las nuevas condiciones del desarro llo urbano, en Estados nidos, ran Bretaña y regiones industriales de leania, y a la naciente planificación urbana que suscitan esas condiciones. stán en relación con el influjo de la nueva sociología urbana asociada a la deno inada «escuela de Chicago», a partir de los trabajos de R. . Park y E. Burgess en los años posteriores a la priera guerra undial. Se ven i pulsados por la recuperación neopositivista en el arco de la geografía a ericana, que ipone arcos teóricos y etodológicos renovados.
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LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA
El expansivo crecimiento urbano generó, junto a la generalización del fenómeno metropolitano, la evidencia del carácter supraurbano de la ciu dad contemporánea y la dimensión regional del desarrollo urbano. La exi gencia de atender esta nueva dimensión derivada de la influencia de la ciu dad en su entorno y de las nuevas formas del crecimiento urbano, así como los problemas derivados de las transformaciones internas de la ciudad, esti mularon nuevas actitudes en el campo de la geografía. La definición de este campo renovado para la geografía urbana co rresponde a los años posteriores a la segunda guerra mundial. La geografía urbana se orienta no sólo al estudio singular urbano sino a la valoración del fenómeno urbano desde la geografía. Es una aproximación que busca defi nir los procesos espaciales que regulan el desarrollo urbano. Se trata de es tablecer las grandes regularidades o tendencias de este desarrollo. El estu dio se plantea desde los procesos de urbanización a los de crecimiento y es tructuración interna del espacio urbano. No interesa tanto la ciudad singu lar como el espacio urbano. Supone un giro esencial. R. Dickinson había abordado el fenómeno metropolitano en Estados Unidos, tras la primera guerra mundial, asociado a la difusión del automó vil individual y de los transportes rápidos suburbanos. Había planteado la influencia regional de los centros urbanos y la relación entre distribución regional y las funciones urbanas, en Gran Bretaña. Son dos obras de corte moderno y de carácter pionero, The metropolitan regions of the United States, publicada en 1934 y The regional functions and zones of influence of Leeds and Bradford, del año 1929. La nueva problemática la recoge ya el Congreso Internacional de Geo grafía de Amsterdan de 1938. En él aparecen aportaciones de manifiesto cor te moderno, como las de Van Cleef sobre las relaciones funcionales urbanas y la del propio W. Christaller, que presentaba una significativa comunicación sobre «Relaciones funcionales entre las aglomeraciones urbanas y el campo». Por otra parte, el acelerado proceso de urbanización que se mani fiesta en esos años descubre no sólo la dimensión regional de la ciudad sino también el carácter estructural y territorial del conglomerado urba no y la naturaleza de malla que presenta. Se plantean, tanto las razones o factores de la misma como el problema de su ordenación y desarrollo. La búsqueda de un marco teórico que pudiera dar cuenta de esa distribución es el eje de la más conocida obra de W. Christaller, dedicada al análisis de la distribución de los centros urbanos en Baviera, Die zentrale Orte Suddeutschlands, publicada en 1933. Años más tarde, en 1941, R. Ullman publicaba A Theory of location of cities, con una orientación equivalente. Las redes urbanas, los sistemas ur banos, se convierten en un objeto geográfico, tanto en Europa como en Es tados Unidos. Desde una perspectiva funcional lo hace C. D. Harris en su trabajo A functional classification of cities in the United States, de 1943; y desde la perspectiva de la jerarquía urbana, A. E. Smayles, con The urban hierarchy in England and Wales, de 1944. Estas aproximaciones se completan con las nuevas perspectivas del análisis de la estructura interna de la ciudad, contemplada como un espa-
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cio diná ico, vivo. La sociología urbana había planteado el carácter segentado y estructurado del espacio urbano desde una perspectiva social y funcional. Se for ulaba coo un fenó eno de carácter ecológico, en el arco de la deno inada cología urbana, siguiendo la pauta arcada por P. eddes (1854-1932). La geografía analítica lo incorpora para el análisis foral de esa estructura interna de la ciudad. La nueva geografía urbana anglosajona se define a partir de estas cues tiones y proble as, en la segunda itad del siglo. Los postulados neopositivistas que se i ponen en la geografía a ericana i pulsan los nuevos en foques y la nueva proble ática. Se orienta a elaborar arcos teóricos para estos fenó enos espaciales, a poner a punto técnicas de análisis apropia das, de acuerdo con los métodos de inferencia y deducción, a vincular unos y otras con el conjunto de la ciencia positiva, en particular la Física y la cono ía. La geografía urbana se plantea coo una disciplina orientada a establecer arcos teóricos para la explicación del fenó eno urbano en las sociedades odernas. La recuperación anglosajona de la obra de W. Christaller, la actualiza ción del modelo de Burguess y Hoyt sobre la estructura interna de la ciu dad, tienen este valor. La aplicación de diversos modelos teóricos a la or ganización del espacio interno urbano, a su expansión, a la ordenación y je rarquía urbanas, así como la definición funcional de su base económica, perfilan el horizonte de una renovada geografía urbana de inspiración neopositivista. La nueva orientación se manifiesta madura en el Simposio de Geografía Urbana de Lund de 1960. La obra de B. J. Berry y orton, en 1970, eograp ic erspectives o rba syste s, proporcionaba una síntesis relevante de la nueva geografía urbana de inspiración analítica. oo consecuencia, la geografía urbana, profunda ente transfor a da y, en cierto odo, fundada de nuevo, se convierte en la raa ás dináica de la geografía oderna. parece, asiiso, coo la disciplina ás innovadora y relevante. Proporcionó a la geografía un perfil científico e introdujo a los geógrafos en el capo de la planificación urbana, con herra ientas y técnicas apropiadas para la intervención objetiva sobre la ciu dad. l lado oscuro de esta geografía urbana es el que i pulsará las nue vas propuestas que han i pulsado la geografía urbana de los últi os de cenios del siglo . 4.3. LA CUESTIÓN URBANA Y LA CIUDAD DEL CAPITAL
Nuevos enfoques, nuevas propuestas teóricas, nuevos postulados epis temológicos, van a incidir en el ámbito de los estudios urbanos en general y de la geografía urbana en particular. Surge a partir de la crítica a los pos tulados neopositivistas que dominaban en la geografía urbana anglosajona, y por la influencia de la sociología urbana de inspiración marxista, que se desarrolla a partir del decenio de 1960. Una constante renovación teórica, metodológica y de objetos de análi sis impulsada por las propuestas de H. Lefebvre, en La révolution urbaine,
406 de M. Castells,
LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA
La cuestión urbana
y de A. Lipietz,
Le capital et son space,
inciden en el capo geográfico directa e indirecta ente. stos dos últi os autores, lo harán desde postulados clara ente estructuralistas, de acuerdo con las for ulaciones de lthusser. La nueva sociología urbana, así coo la nueva geografía urbana, se vinculan e involucran en el capo de las lu chas urbanas, de las luchas políticas. La di ensión social de la ciudad, la vinculación directa del espacio ur bano con las estrategias de los agentes sociales, el carácter de producto so cial que el espacio urbano posee, su naturaleza de espacio de conflicto y lu cha social, son perfiles propios de esta corriente arxista que distinguen el desarrollo de la geografía urbana a partir del decenio de 1970. La geografía urbana incorpora nuevos enfoques y nuevas preocupa ciones, de acuerdo con el sustrato político y revolucionario que justifica estas aproxi aciones al fenó eno urbano en el arco del capitalis o oderno. l proceso de urbanización aparece coo el fenó eno ás re levante de las transfor aciones que tienen lugar en el undo conte poráneo y, en particular, en el undo capitalista. La relación entre este fenóeno de urbanización y desarrollo urbano con los procesos de acuulación capitalista constituye el centro de las preocupaciones de los científicos sociales. enovada geografía urbana cuyo desarrollo va asociado a los proce sos de producción capitalista del espacio urbano. uevas cuestiones sus tituyen a las que definían la geografía urbana analítica y positiva. La ló gica de los agentes econó icos y sociales que operan en el espacio urba no, las condiciones socioeconómicas que definen los procesos de atribu ción social de dicho espacio, los ecanis os de segregación social y los procesos que generan las desigualdades de urbanización inherentes al odo de producción capitalista, son los nuevos centros de atención de los geógrafos. Es lo que atestiguan las obras ás significativas de ese período. . arvey, en Social Justice and City, de 1973, arcaba un hito en esta evolución; M. Santos, en A Uabanzacao desigual, de 1980, incorporaba la perspectiva del Tercer undo, y descubría el carácter universal del proceso y sus pe culiaridades en la periferia de ese undo capitalista. Incorporaba esta nue va di ensión a la atención de la geografía urbana, ás interesada, en el período analítico, por la ciudad del centro capitalista. La ciudad del capi tal constituye el objeto de estos enfoques, que hacen de la cuestión urba na un área central de las contradicciones del capitalis o conte poráneo. La nueva geografía urbana, analítica y radical, tiene una recepción pro gresiva en la geografía española a partir de 1970. n prier lugar, a través de los enfoques analíticos del funcionalis o econó ico -la base econóica urbana- ( apel, 1976); ás tarde, incorporando las nuevas propuestas que vinculaban espacio urbano y capital (apel, 1976). 0 las que hacían del espacio urbano un producto asentado sobre las estrategias de los agentes sociales de acuerdo con la teoría de la producción del espacio. La produc ción del espacio urbano se convierte en un arco teórico y práctico del aná lisis urbano (Vilagrasa, 1985; Arriola, 1991).
OBJETO Y PRÁCTICAS DE LA GEOGRAFÍA
4.4.
407
LA CIUDAD VIVIDA: IMAGEN DE LA CIUDAD Y ECOLOGÍA
esde otras perspectivas, con otros enfoques, de raiga bre teóricoetodológica diversa, pero co partiendo una filosofía básica idealista, el estudio de la ciudad se aplía y enriquece, se diversifica. La ciudad es entendida coo lugar y vinculada a las experiencias subjetivas, a la no ción de espacio vivido. La percepción del entorno, la valoración indivi dual, que arraigan en las obras de Lynch y Lo enthal de la década de 1960, en stados nidos, se convierten en los soportes de los nuevos en foques. La geografía de la percepción adquiere un especial desarrollo aplica da a los edios urbanos. Se abordan las particulares geografías, es decir, representaciones, de carácter subjetivo coo factores que odelan el de sarrollo urbano. itos, sendas, nodos, barreras, descubren la iagen indi vidual de la ciudad, la ciudad vivida. Los estudios de percepción de la ciu dad proporcionan una nueva perspectiva del espacio urbano. La irrupción de los enfoques feministas y la creciente influencia de los postulados del pos odernis o prolongan estas nuevas di ensiones del es tudio geográfico de lo urbano. Perspectivas vinculadas a los enfoques existenciales, al espacio coo vivencia, a la construcción sexuada o sexista del espacio, que a plían y enriquecen las aproxi aciones al fenó eno urba no (Soja, 1996). l espacio urbano coo texto, coo sí bolo. Son las fa cetas de las geografías urbanas pos odernas. na orientación que se prolonga con si ilar intensidad y desarrollo en el decenio de 1990. Se incorporan nuevos capos o proble as al aná lisis urbano, coo las cuestiones edioa bientales. Se descubre la parti cular configuración de los espacios de la ujer. Se ponen de anifiesto los vínculos del espacio urbano con las prácticas discri inatorias que eviden cian la subordinación de la condición fe enina. Se resalta el carácter del espacio urbano coo exponente privilegiado de la dualidad sexista de la construcción del espacio. l últio decenio de este siglo supone la incorporación de la cología coo arco de renovación teórica y e pírica de los estudios urba nos, desde la perspectiva de los urbanistas y de los geógrafos (apos enutti, 1998). l tránsito de la di ensión política a la ecológica no signifi ca una ruptura teórica. Supone el descubri iento de nuevos flancos de la ciudad capitalista y del desarrollo del capitalis o en general. l presente, la geografía urbana aparece coo una gran raa autónoa de la geografía huana con una notable ultiplicidad de objetos de análisis, de enfoques y propuestas teórico- etodológicas posibles. Perfilan un capo de conoci iento en proceso de estallido y frag entación, fruto tanto de la especialización coo de la ausencia de arcos teóricos cohe rentes. Consecuencia asi is o de las nuevas di ensiones de lo urbano, en una sociedad urbanizada.
408
4.5.
LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA
GEOGRAFÍA URBANA Y GEOGRAFÍA HUMANA
Con evidente lógica histórica la geografía urbana aparece, en la segun da itad de este siglo , coo el núcleo sustantivo de la geografía huana. curre en concordancia con un undo urbanizado y en el que las gran des aglo eraciones urbanas cuentan con un peso creciente a escala nacio nal y undial. La urbanización, en sentido físico y en su significado cultu ral y social afecta a una gran parte del undo actual. l espacio urbano tien de a devenir la principal concentración de población. La actividad econó ica principal se concentra en estas áreas urbanas. La organización del espa cio terrestre tiende a confundirse con la del espacio urbano o urbanizado. stas circunstancias explican el papel relevante de la geografía urbana en este período de tiepo y en la actualidad. a concentrado, por un lado, la aportación ás nutrida de las investigaciones geográficas. Identifica, por otro, el área de áxia innovación teórica y etodológica y de debate in telectual ás rico. a sido la principal palestra de las distintas corrientes y enfoques que han dirigido el desarrollo de la geografía en el últio edio siglo. Supone, por últi o, el ábito en que ás fecundo e intenso ha sido el contacto con otros ca pos, desde la Sociología a la cono ía. e hecho, su desarrollo ás reciente, en la segunda itad del siglo , se confunde con el de la nueva geografía econó ica.
5. De las geografías económicas a la geografía económica La geografía económica es un capo geográfico de excepcional desa rrollo en nuestro siglo, que adquiere su perfil oderno en la segunda itad del iso, aunque posee antecedentes y raíces en los pri eros tie pos de la geografía. geografía colonial, geografía co ercial, geografía estadísti ca, geografía econó ica, fueron deno inaciones aplicadas a este capo ge ográfico, interesado en la actividad productiva, los recursos, el interca bio y co ercio, es decir, la vida econó ica de la sociedad. Incluida, en su oento, la explotación de los i perios coloniales. La geografía econó ica es un capo en el que se reúnen raas ás o enos independientes, de trayectoria histórica uy distinta, y una disci plina con un relevante perfil teórico y etodológico. La genealogía de esta disciplina es, por ello, equívoca. La isa deno inación cubre contenidos, enfoques y plantea ientos teóricos y etodológicos uy dispares. La con tinuidad del nobre resulta, por ello, engañosa. La oderna geografía econóica tiene poco que ver con la geografía colonial y las geografías coerciales o estadísticas del período inicial de la geografía oderna.
5.1.
DE LA GEOGRAFÍA COLONIAL A LAS GEOGRAFÍAS ECONÓMICAS
Las circunstancias históricas del período de constitución de una disci plina geográfica oderna facilitaron la constitución, coo una raa de la
OBJETO Y PRÁCTICAS DE LA GEOGRAFÍA
409
isa, de la deno inada geografía colonial. na disciplina directa ente vinculada a las sociedades geográficas. Se incluían en ella los trabajos diri gidos a la descripción y conoci iento, en los ás diversos aspectos, de los territorios coloniales. Incorporaba los estudios de los países susceptibles de convertirse en áreas de expansión de las potencias industriales. Se intere saba, en general, por los espacios extraeuropeos. Incorporaba, sobre todo en los países protagonistas de la expansión eu ropea, una variopinta colecta de infor es, relatos de exploraciones, datos estadísticos, descripciones locales y por países, levanta ientos cartográfi cos. Todos ellos referidos a los territorios de ocupación o a las áreas de re parto o posible soberanía colonial. na ezcla de estadística econó ica, et nografía y cartografía, adeás de relatos viajeros e infor es diplo áticos. n estas obras se ezclaban infor aciones sobre las poblaciones in dígenas y sus caracteres antropológicos, los recursos ás significativos y, sobre todo, los aspectos físicos relevantes. Con ellos contribuían a co pletar la cartografía de estas tierras al conocidas: en particular, cursos de agua, áreas ontañosas, perfil topográfico. La decadencia de los i perios coloniales tras la segunda guerra undial arca la desaparición de esta raa de la geografía oderna, que ad quirió especial relevancia en los decenios finales del siglo I y los prieros del siglo . parentaba de fora uy directa con las raas de ca rácter econó ico, practicadas bajo no bres diversos. eografía econó ica, geografía co ercial o geografía estadística, geogra fía agrícola -coo ta bién se la deno inó-, identificaban raas recono
cidas en el ábito de la geografía. staban concebidas coo disciplinas-in ventario. Se interesaban por el volu en de recursos físicos y hu anos, es decir, aterias pri as, producciones, población, actividades econó icas, valor y dirección de los interca bios entre los países. ostraba una predoinante orientación hacia la siple enu eración de las producciones ás i portantes y el co ercio e interca bio de ercancías a escala interna cional. Se ase ejaban ás a la vieja estadística del siglo XVIII que a la oderna geografía econó ica. La deno inada geografía econó ica aparece en los propios orígenes de la geografía oderna. Identifica una raa o fracción dedicada a la lo calización de la producción e interca bio de bienes, con un arcado ses go estadístico y descriptivo. ste perfil, que hereda el de la vieja estadística de la Ilustración, per anece sin sensible variación hasta la segunda itad del siglo XX. La geografía econó ica desborda entonces sus li itaciones descrip tivas, pura ente estadísticas, enu erativas, que la habían caracterizado hasta ese o ento. dquiere el perfil de una disciplina de carácter teo rético, ás próxi a a la econo ía. nuda entonces últiples lazos con la Física, uchos de cuyos patrones son aplicados en la elaboración de hi pótesis y odelos para el análisis de los procesos y foras de organiza ción del espacio. l desarrollo experi entado por esta raa ha supuesto, por un lado, la generalización de la pri era deno inación y el progresi vo desuso de las deás.
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LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA
La geografía económica identifica esta rama de la geografía moderna, convertida, en la segunda mitad de esta centuria, en una de las partes de mayor dinamismo y prestigio dentro de la disciplina, en relación con un cambio radical en sus enfoques, conceptuación y método, sobre todo en la segunda mitad de este siglo, en relación con los postulados de la geografía neopositivista. La contribución más brillante de la geografía analítica se ha lla en este campo, en estrecha relación con el de la geografía urbana. Ad quiere su máximo esplendor en el ámbito anglosajón. El enfoque económico de la geografía se manifiesta en el análisis de factores clásicos como la producción y la distribución de bienes. Se distin gue, sobre todo, por otros más innovadores, como las cuestiones de locali zación: localización y organización del espacio económico, con particular atención al urbano, entre otros. Un amplio conjunto de geógrafos anglosa jones destaca por su contribución en este ámbito, uno de los más renova dores en la Geografía moderna tras la segunda guerra mundial. 5.2.
LA NUEVA GEOGRAFÍA DE LA LOCALIZACIÓN DEL ESPACIO ECONÓMICO
Dos rasgos esenciales distinguen la nueva geografía económica y sus tentan su carácter novedoso: la orientación analítica que promueve una dis ciplina de carácter teorético y la consideración preferente de los problemas de localización económica. La introducción de modelos de carácter econométrico, así como de teorías de localización para las actividades producti vas, impulsaron la renovación de la geografía económica tradicional. En cierto modo, la geografía económica sustituyó a la geografía humana o se identificó con ella en la medida en que las teorías de carácter económico sustentaron una gran parte del análisis espacial. Éste se vincula con el pre supuesto de la racionalidad del comportamiento económico del individuo y de los grupos sociales. La nueva geografía anglosajona se basó en el postulado de la libre elec ción del sujeto económico como norma de los comportamientos espaciales y, de resultas de ello, como patrón de la organización del espacio. La hipó tesis del actor racional motivado por la lógica económica subyace en el aná lisis espacial de la nueva geografía económica. El sesgo economicista del enfoque analítico impregnó la geografía humana y confirió a ésta un perfil de geografía económica. Teorías y métodos adquiridos de la Economía, técnicas econométricas, modelos aplicados a la explicación de las formas de localización y distribu ción de las actividades económicas, son característicos de esta corriente. El equívoco entre geografía humana y geografía económica está así presente en una disciplina cuyos centros de interés se corresponden con fenómenos espaciales vinculados con la actividad económica. Desde la localización de la actividad industrial y localización y distribución de los centros de servi cios, localización y organización de la actividad agraria, hasta la estructura y desarrollo de las redes de transporte han sido aspectos centrales de la «nueva» geografía humana.
OBJETO Y PRÁCTICAS DE LA GEOGRAFÍA
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La geografía econó ica se ha desarrollado, coo consecuencia, en una serie de capos específicos que co parten su referencia a las acti vidades econó icas. ay una geografía econó ica que con pretensiones de globalidad aborda el conjunto de los fenó enos econó icos desde la perspectiva de su localización y distribución espacial, y hay «geografías» econó icas especializadas. Sin e bargo, lo que les da unidad, y lo que per ite hablar de una geografía econó ica, es el soporte teórico coún que co parten. La nueva geografía proporcionó enfoques, técnicas y étodos de aná lisis para las actividades econó icas específicas desde la perspectiva de su localización y organización espacial. e ahí el paralelo desarrollo de unas geografías especiales, agrícola, industrial, del co ercio, de los transportes, que utilizan los isos arcos teóricos, aplican si ilares odelos y eplean técnicas equivalentes. La característica ás sobresaliente es la desigualdad en el desarrollo teórico, etodológico y conceptual. Las teorías de localización industrial de los econo istas ale anes del primer tercio del siglo XX, A. Weber y A. Lóst; la teoría de Von Thünen sobre la organización de la producción agraria en relación con el centro de ercado; la propia teoría de Christaller sobre distribución y jerarquía de los centros de servicios, foran el ar azón básico de la «nueva geografía» teorética. ircunstancias que explican el particular desarrollo de la geografía in dustrial bajo estos presupuestos, así coo la geografía del comercio y la geo grafía de los transportes.
Se trata de una geografía industrial cuya base conceptual y teórica es la cono ía neoclásica y cuyo foco han sido las teorías de localización que asignan la presencia industrial a la decisión racional y calculadora de la epresa, cálculo basado en la consideración de los costos derivados de las aterias prias que participan en el proceso productivo, de la energía y de la ano de obra utilizadas en el proceso productivo; en relación con los be neficios del acceso al ercado. aloración de acuerdo con su proporcional participación en el costo final del producto y con la incidencia de los cos tos de transporte de cada uno de los factores productivos. nfoques que han prevalecido en la geografía econó ica y en la econoía regional hasta el decenio de 1960 y han arcado las áreas y probleas de la investigación geográfica, tanto en la geografía industrial coo la del co ercio y transportes en el ábito anglosajón, progresiva ente ex tendida en el resto, aunque sin llegar a desplazar la tradición de la geogra fía econó ica ás tradicional practicada en uropa, que tiene sus propias raíces y tradición. sta se ha caracterizado por la fidelidad a un enfoque clasificatorio, vinculado al concepto de recursos en el caso de la industria, y de naturaleza descriptiva, que ha abordado casi en exclusividad la industria y los trans portes. La organización espacial de las actividades no productivas o tercia rias apenas ha sido abordada por la geografía econó ica tradicional a falta de herra ientas conceptuales adecuadas. Sólo en la segunda itad del siglo XX se perfilan análisis referidos a las actividades financieras (Labasse, 1956).
412
LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA
La geografía económica sólo adquiere desarrollo a partir de la segun da mitad del siglo XX, como en otros casos, por efecto de las renovadas orientaciones que se dan en la geografía anglosajona y, en el marco euro peo, por la influencia de autores de inspiración ideológica marxista. 5.3. ECONOMÍA POLÍTICA
Y
GEOGRAFÍA ECONÓMICA DEL CAPITALISMO
En el decenio de 1970, la geografía económica se ve afectada por los planteamientos de las nuevas tendencias «radicales» de la Economía Políti ca anglosajona y por los enfoques que se van esbozando en el marco de la geografía «radical». Enfoques que se dirigen hacia el análisis espacial de los procesos de acumulación, tanto histórica como actual en el capitalismo. Se interesan por las condiciones espaciales en que se desarrollan los procesos de crisis, de modo especial la crisis industrial que se generaliza en ese período por los países industrializados. Abordan las nuevas pautas de distribución y localización de los espacios productivos industriales con la aparición y desarrollo explosivo de nuevos centros industriales y nuevos paí ses industrializados. En ese mismo marco y en el contexto de una crecien te preocupación por los efectos de deterioro y degradación medioambiental se incrementa el interés por el análisis de la industria como origen princi pal de ese tipo de procesos. El desarrollo de la crisis industrial y sus manifiestos vínculos espacia les abre nuevos campos de interés en relación con los mercados de trabajo y la reorganización de los espacios regionales. El papel de las áreas locales en los procesos de reconversión y adaptación industrial que acompañan a la crisis en los países industrializados resulta clave. Nuevos temas de estu dio, como las cuencas de empleo, los distritos industriales, el papel de las áreas rurales, la integración productiva de los espacios industriales bajo las grandes firmas, se introducen en la geografía económica de la mano de estos enfoques (Massey, 1974, 1982). Nuevas teorías y marcos conceptuales surgen para abordar este tipo de problemas, así como los cambios estructurales que se están produciendo en el sistema capitalista. La «teoría de la regulación» pretende proporcionar un marco interpretativo de la evolución, desde el fordismo a nuevas formas de organización del sistema capitalista. Se define así una geografía económica de signo radical, de fundamentación marxista o neomarxista en muchos casos. Su centro de atención esencial es la dimensión espacial de los profundos cambios que se produ cen en el capitalismo mundial desde hace más de un cuarto de siglo. El in terés por el espacio como un elemento decisivo en las estrategias del capi talismo para asegurar tasas de beneficio crecientes o compensar su progre siva reducción se instala en la nueva geografía económica de signo político. Nuevos focos de interés que ponen de manifiesto la desigualdad del de sarrollo asociado al crecimiento capitalista (Smith, 1989). El significado del subdesarrollo y las condiciones del intercambio desigual a escala interna cional ocupan un primer plano de los nuevos enfoques. La «geografía del
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subdesarrollo» y de los «países subdesarrollados» adquiere entidad dentro de la geografía econó ica radical. La nueva geografía econó ica es la de la desigualdad. s la geografía econó ica del capitalis o, que se confunde en gran edida con la geografía del capital. nfoques recientes recla an una atención equivalente al trabajo, en la geografía econó ica radical ( erod, 1997). s decir, a los trabajadores. s evidente que el principal soporte de la actividad econó ica y un recurso bá sico de la isa es la población. n la esfera productiva y en la de la re producción, la población aparece coo un co ponente deter inante de la organización del espacio econó ico. pesar de ello y de estos enfoques re cientes que recla an una atención preferente para este factor deter inan te de la vida econó ica, la población no ha sido un objeto tradicional de la geografía econó ica. e fora sorprendente, la geografía econó ica, tanto la de carácter descriptivo coo la analítica y la radical, han concentrado su atención en el factor apital. La producción, el interca bio, la distribución, e inclu so el consu o, han dado cuerpo al análisis econó ico en geografía. l factor trabajo, en sus diversas di ensiones, ha sido ignorado. Lo ha sido en su di ensión productiva coo capital variable. Lo ha sido en la esfera de la reproducción. esgajado de su natural ubicación, se ha abordado coo una variable independiente, desde presupuestos e píricos, origen de una raa específica de la geografía: la geografía de la población. 5.4.
UN ESTATUTO AMBIGUO: GEOGRAFÍA DE LA POBLACIÓN Y DEMOGRAFÍA
xistía una tradición secular de análisis de los datos de ográficos, del volu en de población, de las igraciones y de los co porta ientos deográficos. La stadística había surgido coo una disciplina, en el siglo II, en Italia, con este perfil. La econo ía política clásica prestaba una atención preferente a las cuestiones de ográficas. stas se habían convertido, in cluso, en una preocupación central desde el Ensayo sobre la Población, de R. althus. La población aparece, por tanto, coo un co ponente de dis ciplinas vinculadas con la econo ía. Los proble as del volu en de población y de la diná ica de ográfi ca -natural y igraciones- se encuentran en el Ensayo político sobre la Nueva España, de . de u boldt, excelente ente tratadas. Responde a esa tradición estadística en su acepción original y a esa vinculación con la econoía política. n la geografía oderna, las cuestiones de población carecen de enca je teórico. La costu bre hacía habitual el trata iento de los datos deográficos. l análisis de la población, la distribución de la isa, sus carac terísticas de ográficas y los ovi ientos igratorios estaban conte plados en las obras geográficas, de fora habitual, al tratar de países o de regiones. For aba parte de las obras de geografía co ercial y geografía estadística. l rápido incre ento de la población europea y los ca bios de ográ ficos asociados al proceso de industrialización habían incre entado el in
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terés por este tipo de cuestiones. Las implicaciones políticas e ideológicas de esos cambios estimularon la dedicación a esta problemática. Sin embar go, no puede hablarse de una geografía de la población. El estudio de las poblaciones era abordado de modo habitual en los trabajos de carácter geo gráfico, casi siempre con un alto sesgo descriptivo. El tratamiento de la po blación carecía de soporte teórico. El desarrollo de una geografía de la población se producirá como consecuencia de la configuración de la de mografía moderna. La delimitación de una disciplina con perfiles propios, en este campo, no se produce hasta la segunda mitad del siglo XX. Intervienen al respecto factores decisivos: el creciente papel de los problemas de población en las sociedades contemporáneas, el desarrollo de la demografía como una cien cia social teórica y empíricamente bien definida y las posibilidades de apli cación de técnicas cuantitativas en este campo. La temprana definición de un saber demográfico moderno, que apare ce de forma embrionaria en el siglo XVII, adquiere nuevas perspectivas tras la segunda guerra mundial, con dos focos destacados, en Francia y en Es tados Unidos. La nueva demografía tiene un carácter analítico, dispone de un instrumental metódico y teórico de carácter matemático, asentado sobre «modelos» ajustados para explicar las formas del crecimiento de las pobla ciones y sus variaciones. La teoría de la transición demográfica y la in fluencia de las teorías de Malthus sobre el crecimiento de las poblaciones proporcionaron los marcos para el análisis demográfico. La capacidad de predicción por una parte y la posibilidad de aplicar el análisis demográfico a las poblaciones del pasado han hecho de la demo grafía una ciencia moderna, bien asentada en el marco de las denominadas ciencias sociales. Revistas como Population, en Francia, y Population Studies en Estados Unidos, han sido y son los principales soportes de esta nueva de mografía. Su existencia determinó el perfil de la geografía de la población. La excepcional incidencia social de las cuestiones de población en la segunda mitad del siglo XX constituye un estímulo decisivo para el trata miento de la población en la geografía. Los grandes movimientos migrato rios inducidos por la guerra mundial, y, sobre todo, por las condiciones del desarrollo de la población mundial, caracterizada por una acelerada tasa de incremento que se concentra en los países de menor desarrollo económico, marcan los decenios posteriores a la segunda guerra mundial. Los problemas derivados de los cambios estructurales en las pobla ciones europeas, efecto de las nuevas pautas de reproducción, adquieren una importancia decisiva. El envejecimiento, en unos casos, la desnatali dad, en otros, el éxodo rural, han impulsado el interés por este campo de conocimiento. Han provocado un cambio notable en su estudio, enrique cido además por enfoques renovados y nuevas teorías. En la geografía es apreciable la sensibilidad ante estas circunstancias. La Geografía de la Población se delinea como una disciplina específica, con una pronunciada vinculación con la demografía moderna. La pobla ción humana se convierte en el objeto de esta rama. La población consi derada como una variable independiente. Los movimientos migratorios, a
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escala nacional e internacional, los ca bios de ográficos, las actitudes de las poblaciones ante la reproducción, las condiciones de la ortalidad y su evolución, las estructuras de ográficas en sus distintas anifestaciones, foran parte de esta geografía de la población que se esboza en ese período. La adaptación de estos estudios a los arcos conceptuales geográfi cos deter ina las principales orientaciones de la disciplina. Se concibe desde los enfoques tradicionales de carácter corográfico, representados por . Tre artha y P. Jaes, en stados nidos, donde ta bién se desa rrolla en el arco de la geografía cultural. sta raa presta singular aten ción a aquellos aspectos o ele entos de raiga bre cultural: los caracteres y co porta ientos de las poblaciones, su distribución, en relación con su condición cultural, coo inorías étnicas, grupos raciales, colectivos y co unidades, grandes áreas culturales. epresenta esta corriente cultural de la oderna geografía de la población anglosajona en su versión norte a ericana ( elinsky, 1973). esde la geografía analítica aparecen otros alternativos acordes con las nuevas orientaciones de la geografía anglosajona en esos años. Se dis tingue por la aplicación de odelos, por el desarrollo de las predicciones de ográficas, por el recurso al instru ental ate ático, por la preocu pación por los patrones de distribución. l propio desarrollo de la geo grafía a partir de tales fechas ha inducido la a pliación de los centros de interés y de los enfoques conceptuales y etodológicos en esta raa de la disciplina, no exenta de interrogantes teóricos. La población es un coponente que se presta a un trata iento pura ente positivo y e pírico, de carácter descriptivo, así como al uso de técnicas modernas de índole cuan titativa. La geografía de la población es una de las raas de la disciplina en la que en ayor edida se ha afincado la geografía cuantitativa. Los funda entos teóricos de la geografía de la población y, en gene ral, del análisis de la población, han sido cuestionados. La pretensión de convertir a la población en una variable independiente del análisis geo gráfico supone hacerla deter inante del co plejo social. ontribuye a ocultar la dependencia de las variables de ográficas y de población de los factores de carácter econó ico, social, cultural y de otro carácter. e ahí las dificultades teóricas de la inserción de la población en el análisis geográfico y de la isa geografía de la población. pesar de ello, constituye una de las raas que ayor desarrollo ha experi entado en los últi os cincuenta años, consolidada coo una de las que cuenta con ayor núero de cultivadores.
r
CAPÍTULO
21
NUEVAS PERSPECTIVAS EN LA GEOGRAFÍA HUMANA La geografía oderna se ha antenido relativa ente estable en lo que concierne a los capos de conoci iento y de interés que le han ca racterizado desde finales del siglo pasado. Su evolución, según heos vis to, aparece vinculada, sobre todo, a las innovaciones etodológicas y teó ricas que han arcado el desarrollo de cada capo y las orientaciones significativas de los isos. o obstante, hay que destacar la singulari dad de la evolución de algunos capos de raiga bre profunda en la geo grafía oderna. Éstos, afectados por un largo período de casi abandono, se encuentran en significativa recuperación, con renovadas perspectivas. En otros casos se trata del desarrollo de campos nuevos con una cierta tradición. Surgidos en la segunda itad del siglo , se han asentado a lo largo de este edio si glo, hasta adquirir una notable entidad. l prier conjunto pertenece la Geo grafía Política.
Al segundo, la
Geografía del Ocio y
la
Geografía Social.
1. Nuevos campos: la Geografía del Ocio
La Geografía del Ocio -Recreational Geography en el ábito anglosa jón-, ta bién conocida coo Geografía del Tiempo Libre, constituye un capo caracterizado de la geografía huana actual. Se desarrolla a partir del decenio de 1960. Inexistente con anterioridad, aunque algunos trabajos esporádicos se habían interesado por algunos fenó enos característicos de este á bito. n stados nidos, ya en 1954 se planteaba el estudio del tiepo libre y del turis o, en el arco de la geografía econó ica, coo un nuevo objeto de la isa. l desarrollo de las actividades de recreo, incluido el turis o, en rela ción a una nueva actitud social, que valora «la aireación de cuerpo y en te a través del desplaza iento geográfico» coo una necesidad, adquiere entidad tras la segunda guerra undial. l efecto geográfico de tales co porta ientos sociales en cuanto a equipa ientos e infraestructuras orien tados a satisfacer la de anda de ocio aparece coo el objeto de la nueva
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disciplina. Per itían «diferenciar y caracterizar áreas», de acuerdo con los geógrafos regionalistas nortea ericanos que inician este capo, y perfila la pri era orientación de estos estudios. n esos años iniciales de la segunda itad del siglo se planteaban ya tres di ensiones de interés en el estudio de este fenó eno. n prier tér ino, los factores físicos, que eran valorados de fora positiva por la de anda social y que se convertían en recursos. n segundo, los equipaientos e infraestructuras para atender esta de anda, en cuanto capital in vertido. n últi o, las actividades de ocio coo tales, que eran conte pladas desde enfoques orfológicos y funcionalistas. s un capo incipiente, cuya expansión se produce en esta segunda itad del siglo. La definición de ésta responde a las condiciones objetivas de las so ciedades industriales y urbanas odernas, en la edida en que es en esa época cuando a plios sectores de la sociedad, con carácter asivo que in volucra a illones de personas, disponen de un «tie po libre» en propor ciones crecientes y significativas respecto del tiepo total de trabajo. l otivo se encuentra en el acorta iento de la jornada de trabajo seanal y en la a pliación del período de vacaciones anual. Sectores de la sociedad que, ade ás, pueden cubrir sus necesidades básicas y cuentan con un apreciable excedente financiero disponible, o pueden acceder a él vía el crédito. Por otra parte, corresponde con una época en la que los edios de transporte, colectivos e individuales, per iten un desplaza iento rápido, cóodo y a bajo costo. stos factores deter inaron un rápido desarrollo de los desplaza ientos, en período de tiepo libre, de estos sectores sociales por los respectivos países y fuera de ellos. Se sienten atraídos por recla os de carácter cultu ral, por el siple exotis o, por las posibilidades de disfrutar del sol, del ar, de a bientes naturales de superior calidad, del paisaje, de acuerdo con una cultura e ideología que valora este tipo de ocupación y uso del tiepo libre. Les atrae la posibilidad de practicar deter inadas actividades lúdicas, que la cultura urbana oderna esti ula y a las que otorga un valor social positivo. s el caso del esquí en áreas de ontaña, entre otros. Los despla za ientos de fin de seana y vacacionales para este tipo de consu o cul tural y para este tipo de prácticas sociales e individuales se han convertido en un rasgo sobresaliente de las sociedades industrializadas. ste tipo de de anda solvente ha tenido efectos últiples, de orden social, econó ico y espacial. esbordando sobre las áreas rurales, o sobre espacios dotados de condiciones específicas atractivas, nieve, ar, playa, sol, arte, exotis o, han esti ulado un aplio abanico de ofertas destina das a acoger tales poblaciones en su tiepo libre. esde aloja iento e in fraestructuras hasta equipa ientos dirigidos a satisfacer sus necesidades de consu o, diversión, relaciones sociales, adeás de transporte. Las di ensiones excepcionales adquiridas por este tipo de ovilidad geográfica de carácter te poral, de rito cíclico, en las sociedades indus trializadas odernas y en los sectores de ás altos ingresos en general, con vierte al fenó eno del ocio en un co ponente decisivo de la econo ía undial y, sobre todo, de las econo ías regionales y nacionales afectadas,
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al iso tiepo que ha provocado un cabio social y espacial profundo en las áreas de acogida o frecuentación. La ultiplicidad de deno inaciones pone de relieve la co plejidad del capo, en cuanto a los fenó enos que se consideran, así coo la ausencia de una conceptuación o teoría unificadora. La geografía del ocio conte pla un aplio conjunto de actividades relacionadas con el tiempo libre, es de cir, el no dedicado al trabajo ni a cubrir las necesidades básicas, en las odernas sociedades industriales y urbanizadas. Co prende desde el turismo, es decir, el viaje fuera del lugar de resi dencia al argen del trabajo, a las diversas ocupaciones o actividades des tinadas a proporcionar entreteni iento durante el período de tiepo libre, con carácter pasivo o activo. Prácticas deportivas, actividades de siple consu o pasivo, de productos para la diversión, a través de los equipaientos adecuados -estadios, parques de atracciones, estableci ientos es pecializados de ocio, entre otros- o consu o de bienes intangibles coo el paisaje, el sol, la naturaleza, por eje plo. e ahí los atices que se tradu cen en deno inaciones que identifican capos coo el ocio, el turismo, la recreación, coo centros de la disciplina. l interés de la geografía por el fenó eno se encuadra en esta diensión espacial o territorial, vinculada a las áreas de oferta, y en los efectos espaciales derivados de las de andas sociales en el tiepo libre. La propia ovilidad geográfica de grandes volú enes de población y su incidencia en el transporte y sus infraestructuras constituye otro ele ento de significado espacial. La distribución regional de estos fenó enos, respecto de las áreas de origen y de destino, y respecto de los flujos de personas, y en lo que con cierne a infraestructuras y equipa ientos, constituye otra perspectiva de atención para los geógrafos. Los factores vinculados al co porta iento, las estrategias de los agen tes sociales que se benefician de este fenó eno, la incidencia de la percep ción que cada individuo posee sobre los distintos espacios y actividades, o las condiciones ideológicas que, coo las anteriores, operan sobre la de anda, han erecido una atención ás tardía y enor en la geografía. Los factores deter inantes de la atracción, sobre todo cuando tienen un fun da ento fisiconatural, coo ocurre en las grandes igraciones de sol y pla ya, operan ta bién coo objetos del análisis geográfico, desde el inicio de esta raa de la geografía. La complejidad social del fenómeno ha supuesto que sean muy diver sas las disciplinas que se interesan por él y que, por ello, constituya un ca po supradisciplinar ás que interdisciplinar. n cualquier caso, la geogra fía co parte con otras disciplinas coo la econo ía, la sociología, la psi cología, el interés por este destacado fenó eno del undo oderno, si bien con un bagaje teórico ucho enos elaborado. Los intentos de vincular este tipo de fenó enos en el arco de una teo ría social no ha tenido eco significativo en geografía. En la geografía del ocio persiste un enfoque e pírico, descriptivo y era ente clasificatorio, tanto en los análisis locales coo en los de carácter general, en los específicos del espacio de ocio y en los regionales.
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La geografía del ocio aparece, ante todo, coo una disciplina e pírica y descriptiva orientada al análisis de los espacios producidos por estos despla za ientos, a los efectos de los isos sobre sus caracteres físicos, a los o vi ientos y flujos que conllevan a escala regional, nacional e internacional, coo teas básicos. La segunda residencia, la oferta hotelera y su desarro llo, los co plejos residenciales turísticos, los fenó enos de urbanización pro vocados por la aglo eración residencial de ocio, los ca bios de ográficos y sociales inducidos, han sido los ás habituales asuntos tratados. Con edio siglo de estudios en este capo, y con varios decenios de
práctica en esta nueva raa de la geografía, la geografía del ocio -del tiepo libre, del turis o o de la recreación- se ha configurado coo un disciplina con proble as ás perfilados y con una ayor consistencia teórica. La vinculación con las filosofías del co porta iento y con los pos tulados episte ológicos de carácter existencial y feno enológico han pro porcionado a la geografía del ocio ci ientos sólidos para aproxi arse al fenó eno turístico en sus diversas anifestaciones. Los fenó enos relacionados con el tiepo libre se inscriben en enfo ques o categorías de análisis, orientadas, desde «los estudios históricos, los
i pactos socioculturales y a bientales, y la planificación turística» (Squire, 1994). arcos teóricos de carácter econó ico, en la icroecono ía, y, sobre todo, arcos teóricos relaciones con el co porta iento y la cons trucción de i ágenes culturales por el sujeto, desde una perspectiva de geo grafía cultural, dan apoyo a las recientes investigaciones en este capo. l interés por la producción cultural de i ágenes relacionadas con el espacio de ocio y las prácticas sociales asociadas a los isos se en arca en una concepción cultural de la geografía y en la valoración de los fenóenos turísticos coo aspectos de la elaboración cultural, en un undo de signos, de ensajes y de industria cultural. Las recientes tendencias del pos odernis o han proporcionado a la geografía del ocio una notable apertura de enfoques. n spaña la geografía del ocio penetra y se desarrolla te prano, sin duda en relación con la i portancia que adquiere el fenó eno turístico en la segunda itad de este siglo, tanto en el orden econó ico coo social, cultural y espacial. Las pri eras aproxi aciones tuvieron lugar en el ar co de estudios regionales, coo el de la osta Brava de Barbaza. n los últi os decenios se ha desarrollado desde últiples enfoques, aunque ha predo inado, por lo general, el estudio de carácter e pírico y descriptivo, sobre áreas locales o sobre aspectos concretos del iso. La introducción de un respaldo teórico e interpretativo ha sido ás tardía y los estudios en relación con el co porta iento de los agentes so ciales involucrados, o respecto de las i ágenes culturales que ovilizan o dirigen las actitudes individuales y sociales, son enos frecuentes que las descripciones. onstituye, de hecho, una raa de notable producción que no difiere, en lo esencial, de la que se realiza fuera de las fronteras del país ( alenzuela, 1992).
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2. Geografías sociales La eografía Social es una deno inación equívoca porque tiene una doble acepción. Por un lado identifica, de fora descriptiva, aquellas geo grafías que se interesan por lo social y otorgan una pri acía a las cuestio nes así catalogadas, según veremos. Se puede decir que corresponde a un cierto punto de vista social en la geografía hu ana. Se trataría, en este caso, en sentido estricto, de una raa de la geografía hu ana. Sin ebargo, se da el iso título a propuestas que tienen un alcance alternativo, porque se presentan coo sustitución de la propia geografía hu ana. o se trata por tanto de una rama nueva, sino de otra geografía humana. De una geografía huana convertida en geografía social. Lla are os a las prieras geografías sociales, en cuanto enfoques de carácter te ático propios de la geografía hu ana. istinguire os a las segundas coo geografía so cial, coo alternativa episte ológica de la geografía hu ana. n el prier caso se trata de una perspectiva que resalta el interés por deter inados ti pos de fenó enos, los sociales. n el segundo esta os ante una propuesta de reorientar la geografía huana en su conjunto. unque la deno inación de geografía social aparece pronto en la oderna geografía, puesto que se utiliza ya en el siglo I con un significado equivalente a geografía huana o geografía política, coo heos visto, no se puede decir que cristalice hasta la segunda itad del siglo . El epleo del tér ino en el siglo XIX corresponde a la escuela sociológica de F. Le Play. n 1907, . . oke esbozaba un perfil de la geografía social ás próxi o al oderno estatuto de esta disciplina coo análisis de la «distribución en el espacio de los fenó enos sociales» (Jones, 1980). s en la segunda itad del siglo cuando surgen, tanto en el ábito anglosajón coo en Francia, propuestas que se plantean el análisis de los co ponentes sociales del espacio, uy poco o nada considerados en la geo grafía, ás ocupada con los lugares, las regiones, la influencia del edio, que por la di ensión social que, para la ayor parte de los geógrafos, en esa época, correspondía a la Sociología. La preocupación por separar el capo geográfico del sociológico, ante el teor de ser absorbido por una diná ica sociología en pleno desarrollo, acentuó la orientación geográfica hacia los lugares y ahondó la despreocupación por lo social. l principio de que la geografía no trataba de los ho bres sino de los lugares, coo resal taba idal de la Blache, facilitó esta ignorancia del co ponente social. Geógrafos marxistas, como P. George en Francia, introdujeron esa diensión, incorporando la estructura social, la diferenciación social, los fenó enos de arginación, entre otros. Son conte plados tanto en los tra bajos de población coo en los estudios urbanos, e incluso coo un en foque específico, al que corresponde la Géographie Social du monde (eorge, 1937 y 1945). lgunos geógrafos hacen de cuestiones estricta ente so ciales, coo el trabajo, el eje de su interés ( ochefort, 1961). Representa un caso aislado y no bien co prendido por sus colegas geógrafos. n stados nidos, la geografía social tiene una si ilar orientación aunque se desarrolle en un contexto diferente, es decir, se trata ta bién de una geo
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grafía que privilegia coo centros de interés cuestiones sociales, pero des de enfoques y tradiciones distintas, vinculadas con la cología rbana y el conductis o. Se trata, por un lado, del desarrollo en la geografía de las propuestas de ecología urbana que habían enunciado los sociólogos nortea ericanos antes de la segunda guerra undial. Tiene dos anifestaciones do inan tes. La pri era, la di ensión espacial de deter inados co plejos sociales, y en consecuencia la diferenciación espacial deter inada por este tipo de fenómenos, minorías y grupos marginales. Es la geografía de los grupos so ciales, es decir colectivos caracterizados por deter inados rasgos relevan tes, coo la pertenencia a una confesión, raza, inoría étnica, grupo inigrante, situación carencial, entre otros. s una orientación vinculada con la geografía cultural nortea ericana, aunque los autores nortea ericanos distinguían entre geografía social y geografía cultural. La pri era, intere sada por el estudio de la distribución de los grupos hu anos, entendidos coo grupos culturales, en sus distintos hábitats; la segunda, interesada en ayor edida en los fenó enos culturales (Broek, 1959). Se trata, por otra parte, y en tie pos ás recientes, de la irrupción de los enfoques radicales, que, distanciándose de la geografía analítica y su se dicente neutralidad objetiva, propugnan una geografía sensible a la realidad social. Se exige poner de anifiesto los espacios de la arginación, de la explotación, de la pobreza, de la enfer edad, del paro, de la vivienda, de la discri inación de la ujer, desde una perspectiva no era ente des criptiva o analítica, es decir for al. n definitiva, se ipone una geografía de la desigualdad social, no coo categorías espaciales descriptivas sino coo fruto del siste a social i perante. Se aboga por una geografía que se ali enta de la sensibilidad de los grandes ovi ientos sociales y de las propuestas teóricas arxistas. na geografía de los espacios sociales coo producto de la sociedad capitalis ta que hace hincapié en los espacios de la desigualdad. nfoques que dis tinguen estas geografías sociales, conocidas coo radicales, de las prece dentes o liberales. na orientación que enlaza y coincide con la de los geó grafos franceses arxistas o de inspiración arxista. eografía de signo político que se co ple enta con una geografía de los espacios sociales vinculada a la percepción y vivencia individuales, a la conciencia de los grupos sociales, a los lugares y valores atribuidos a los isos por las dis tintas colectividades e individuos, de acuerdo con los postulados huanísticos, que ta bién se hacen eco de este tipo de proble ática desde pre ocupaciones distintas. nas y otras no dejan de ser capos de la geografía huana en la que introducen un sesgo o sensibilidad hacia deter inadas proble áticas pero sin que esto suponga un enfoque teórico ni un entendi iento alternativo de la geografía hu ana. ste es, en ca bio, el rasgo distintivo de la geografía social, tal y coo ésta se for ula en le ania desde el decenio de 1950, por la escuela uniquesa de geografía. Se corresponde, asiiso, con la geografía social planteada por un grupo de geógrafos franceses en el dece nio de 1980. La geografía social, coo una concepción renovada y alterna
Ú. Ú.
OBJETO Y PRÁCTICAS DE LA GEOGRAFÍA
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tiva de la geografía hu ana, a partir de una nueva elaboración teórica del concepto de espacio y territorio. na perspectiva de la geografía coo dis ciplina social, en relación con una renovación etodológica y conceptual que, sin renegar de la tradición geográfica francesa, pretende fundar una geografía nueva.
3. La geografía social como alternativa La geografía social adquiere otra di ensión cuando se plantea coo un nuevo enfoque de la geografía hu ana, coo una alternativa global a ésta. s un intento de sustituir la frag entaria yuxtaposición de parcelas que confor a la geografía huana por una interpretación coherente de la isa asentada en un arco teórico específico. sta aspiración se co rresponde con dos propuestas distintas, la de la Geografía Social alemana y la de la nueva Geografía Social francesa, la pri era surgida en el dece nio de 1950, cuya for ulación acabada aparece ya en el decenio de 1970, a finales del cual aparece la segunda, una y otra sobre presupuestos teó ricos uy diferentes. La geografía social ale ana tiene un carácter funcionalista y existencialista. l funda ento de la isa es la consideración del espacio en re lación con las principales funciones que caracterizan la existencia hu ana. Trabajar, reproducirse, residir, consu ir, divertirse, relacionarse, entre otras, son funciones que tienen incidencia espacial. Los grupos sociales de finidos que protagonizan esas funciones, sea la fa ilia, el grupo profesio nal, la co unidad religiosa, la inoría étnica, entre otros uchos, se pro yectan, asiiso, coo fenó enos espaciales. La geografía social se perfi la así coo la ciencia de la organización espacial de la vida social, a través de las funciones sociales. rganización espacial definida por las estructuras funcionales y de grupo que configuran el siste a sociogeográfico y que deter inan el paisaje geográfico, sus constantes, sus ca bios, sus reliquias. s un tipo de geografía que conte pla la totalidad del espacio y de ahí su carácter de alternativa a la geografía hu ana. Las cuestiones que centran el interés de la geografía social ale ana no son, sin e bargo, distintas de las practicadas en la geografía huana y, en uchos casos, confluyen de fora lla ativa con las desarrolladas desde las geografías conductistas. l enfoque funcionalista las vincula con las filosofías del co porta iento y es este ar co teórico el que sostiene la interpretación de la geografía social ale ana. ste enfoque per ite abordar, tanto cuestiones de geografía general coo regional. Se estudian los procesos de diferenciación social, los ca bios de paisaje asociados a las transfor aciones sociales, los espacios resi denciales en relación con los ovi ientos igratorios, la definición cultu ral del espacio, entre otros. Son cuestiones que distinguen la geografía so cial ale ana, identificada, sobre todo, con las escuelas de unich y iena, y su incidencia fuera del arco ger ánico será escasa. Su proyección ha sido notable en el ábito didáctico ale án, donde llegaron a arcar una etapa de la geografía escolar (Luis, 1985).
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LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA
La geografía social francesa es un producto reciente, de la década de que surge de un proyecto de incorporar la geografía al capo teóri co de las ciencias sociales en orden a fundamentar un análisis de las «rela ciones entre espacios y sociedades». Reflexión que se inspira en filosofías de raíz arxista y de tipo feno enológico. n realidad, la característica doinante es el eclecticis o episte ológico y teórico. Subyace una preten sión de síntesis. Coinciden en una for ulación coún: entender la geogra fía coo una disciplina basada en lo social. La pri acía de los hechos so ciales sobre los espaciales constituye el punto de partida, vinculándose, por tanto, de fora explícita, con las ciencias sociales. 1980,
Los postulados distintivos de esta geografía social alternativa hacen hincapié en que «las organizaciones espaciales son una proyección y pro ducción de la sociedad» y que, por tanto, el espacio tiene naturaleza social, de tal modo que las teorías sobre el espacio son teorías sociales. Resaltan el carácter histórico del espacio geográfico, la historicidad de las organiza ciones espaciales, su relativa autonomía respecto de la evolución de las con diciones sociales y su capacidad de influir sobre éstas (Herin, 1984). Supone un cabio radical en la conceptualización de la geografía huana, tanto neopositivista coo de los lugares, al destacar la pri acía de lo social sobre lo espacial. Significa una reorientación de la concepción de la geografía huana al considerarla coo una disciplina global de las relaciones entre los grupos sociales y su espacio. o se trata de una «raa en co petencia con otras raas de la disciplina y ucho enos un reoza iento de la orfología social inspirada por los sociólogos» ( erin, 1984). «s otra fora de hacer geografía hu ana, ás fire en lo científico y ás i plicada en su circunstancia histórica.» eivindica erin la consolidación episte ológica y teórica y la diensión histórica que caracteriza la nueva geografía social, aspiración que se contrapone al proceso seguido por la geografía hu ana, caracte rizado por la pérdida del carácter unitario inicial, la reducción a una agrupación de raas o disciplinas independientes. La frag entación teó rica y práctica ha sido la característica ás sobresaliente de la evolu ción de la geografía huana en el siglo . La geografía huana se de
bate entre la presión del despiece -esti ulado por la ausencia de un arco teórico y por la inercia de la propia co unidad geográfica- y la reflexión sobre la necesidad de constituirse coo una oderna discipli na del espacio social. La geografía social representa un esfuerzo por dar consistencia teó rica y deli itar un capo geográfico que trascienda las fracturas de la geografía huana tal y coo ésta se ha desarrollado y evolucionado a lo largo del siglo XX. n contraste y, paradójica ente, en coincidencia, con este enfoque renovador de la geografía huana hay que conte plar el renaci iento de la geografía política. a supuesto ás que la siple recuperación de una raa original de la oderna geografía: supone una alternativa a la
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4. La geografía política: el ave fénix de la geografía Geografía Política equivalía, a finales del siglo I , a geografía social y geografía huana o econó ica. l tér ino político se correspondía con el significado que adquiere en el siglo III. l tér ino político venía a deli itar un capo social, a diferencia del físico. s lo que ocurría en la geografía, donde este adjetivo convivía con otros que co partían el iso objetivo, diferenciarse de la geografía física. se uso se pierde por una doble vía. Por la progresiva y rápida adopción del tér ino geografía hu ana, que desplazó las deno inaciones anteriores utilizadas para dis tinguir la geografía que consideraba los co ponentes sociales; y por el empleo específico que Ratzel propuso para identificar una rama geográ fica dedicada al stado y su territorio. La acepción actual de la discipli na responde a la orientación que propone F. Ratzel en su Politische Geographie, publicada en 1897 y, de fora ás co pleta, en la segunda edi ción de esta obra (Ratzel, 1903).
4.1.
LA GEOGRAFÍA POLÍTICA: ESTADO Y TERRITORIO
El geógrafo aleán definió el capo de la nueva disciplina. En el nue vo enfoque de la geografía hace del stado el principal organis o territo rial, desde una concepción que reúne la herencia organicista de Ritter con las nuevas orientaciones evolucionistas, neodarvinistas, aplicadas al undo social. Ratzel es un discípulo destacado de . aeckel. Parte Ratzel del prin cipio etafísico de itter que hace de los factores naturales la causa priera de la historia social y lo traslada a la explicación del stado, consi derado coo un organis o social, el ás i portante. atzel propone una disciplina de la relación entre los fenó enos políticos y los geográficos, des de el presupuesto de que «los stados, en cuanto co unidades políticaente organizadas, tienen, de fora inevitable, una base territorial y una localización geográfica» ( ooldridge, 1966). Son los dos conceptos básicos de la geografía política de atzel: die Lage (la situación) y der Raum (el espacio), apuntando a que la posición o situación influye sobre el desarrollo social y del stado. La ubicación en el he isferio norte, en las áreas te pladas, al borde del ar o en el centro de un área de influencia, serían los factores de situación favorables al desa rrollo. La extensión, el espacio ocupado, es el segundo factor que propor ciona al stado su fuerza: vincula el éxito del stado a su di ensión espa cial. isponer de una gran extensión territorial es un factor de potencia. Co ple entaria ente, se trata del do inio del espacio, que responde en ayor edida al control de los edios de circulación, que pueden ser tan to el co ercio coo la guerra. e ahí la i portancia del acceso al ar y el control de las rutas aríti as. En el arco episte ológico del positivis o y con el aporte esencial del darvinis o que sustenta las interpretaciones geográficas, el stado es con cebido coo un organis o político de naturaleza espacial. Su desarrollo es
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conte plado desde esta perspectiva organicista. l stado oderno, su constitución, situación, recursos, co petencia con los vecinos y expan sión consiguiente, dependen de su ubicación y de la naturaleza del edio en que se desarrolla. l espacio se convierte en un ele ento vital del creciiento del stado. l conocido concepto de Lebensraum -espacio vital-, acuñado por atzel, es aplicado al stado desde este enfoque organicista y en este arco se entiende. l enfoque de atzel adquiere ayor radicalidad en su discípulo . aull, autor de una Politische Geographie, publicada en 1925. oo Ratzel, hace del stado un producto del suelo, y clasifica a los stados en relación con la geo orfología. Los arcos naturales y los arcos de civilización constituyen la referencia explicativa del stado; pero los últios deter inados por los pri eros.
La geografía política se define como la disciplina geográfica del Estado, de su organización y constitución, de sus recursos y fronteras, de los con flictos, de los factores geográficos, que determinan su expansión o su deca dencia, de la competencia entre los Estados por el dominio del espacio, con aplicación tanto al presente como al pasado. Una disciplina del determinismo geográfico del poder político por excelencia, el Estado. Otro discípulo destacado de Ratzel definía la geografía política como «la ciencia que estu dia la morada y esfera de poder de los Estados. Su zona de observación es la superficie de la Tierra, contemplada como campo de actividad de las so ciedades humanas y como escenario donde se desarrolla la vida de los pue blos organizados en Estados. Ocúpase, por consiguiente, de las relaciones de las colectividades políticas con el espacio que habitan y su área de tráfi co» (Dix, 1936). e acuerdo con este enfoque en el que prevalecen las relaciones copetitivas entre los stados, una de las cuestiones preferentes del análisis de la geografía política serán las fronteras, convertidas en su principal capo de observación. Sin e bargo, la geografía política aborda ta bién el análi sis de lo que se deno inará geografía política interior, es decir, el territorio del stado. onsidera las deli itaciones de lo que entiende coo grupos políticos inferiores, con sus divisiones ad inistrativas, así coo los probleas de carácter electoral, que se asocian a los caracteres de la población en cuanto a profesión, estatuto social, econó ico, religioso. n cualquier caso, todas estas cuestiones tienen, en la pri era etapa de la geografía po lítica, un interés secundario, que para algunos autores resultaba, incluso, un objeto i propio de la geografía política. La pretensión de analizar al stado coo un organis o vivo que nace, se desarrolla necesitado de un espacio para expandirse, el espacio vital, y co pite por ello con otros organis os, en aras de su supervivencia, se in serta en un contexto filosófico, científico y cultural, pero ta bién en unas circunstancias históricas. l in ediato y excepcional éxito de la nueva geo grafía política aparece vinculado a las circunstancias singulares del período de auge del i perialis o a finales del siglo I y hasta la segunda guerra undial, período arcado por la co petencia entre las grandes potencias
tradicionales -Reino Unido, Francia, Rusia-y Ias entonces emergentes
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- le ania, stados nidos, Japón- para i ponerse en el do inio del es pacio terrestre, tanto en lo territorial -colonias- coo en el ábito econóico - ercados-. s decir, la lucha por la hege onía undial en el arco del capitalis o industrial desarrollado. La geografía política se presentaba como un instrumento para el análi sis de los factores que inciden en esta competencia y que determinan su re solución. La geografía política se extendió coo una disciplina ascendente, en los distintos países de Europa, un instrumento de apariencia científica para asentar el dominio y la hegemonía política y territorial. Un trabajo ex celente de A. Demangeon sobre el imperio británico mostraba, precisamen te, estos factores de la hegemonía británica en el mundo contemporáneo (Demangeon, 1923). Las cuestiones de geoestrategia, como el significado de las áreas continentales y los espacios oceánicos en el poder de los Estados, se incorporan en la nueva disciplina y con ella surge una fraseología especí fica de gran impacto en la vida cultural de la primera mitad del siglo XX. l británico . ackinder exponía la teoría del hearthland expresada en una frase sentenciosa: «quien doina la uropa oriental doina el Área Central; quien doina el rea Central doina la Isla Mundial; quien doina la Isla undial doina el undo», para resaltar la i portancia conce dida al control del espacio continental euroasiático. stas cuestiones alientaron esta parte de la geografía y asentaron su popularidad en la pri mera itad del siglo XX. Se trataba de relacionar el poder, la hege onía y el do inio de los grandes stados con factores geográficos, es decir, físicos. La obra de . ackinder sobre el Reino nido, Britain and the British seas, publicada en 1902, respondía a esta orientación. tros autores abor daron ta bién este tipo de cuestiones sobre el desarrollo y hege onía po lítica y econó ica de los stados, o su decadencia, en obras, en algunos ca sos, de gran calidad, coo las dedicadas por . e angeon al I perio bri tánico, por un lado, y a la decadencia europea por otro ( e angeon, 1923 y 1920); o la referida al ascenso de stados nidos (Sigfried, 1927). pesar de la novedad de las propuestas y enfoques, se trataba de una tradición antigua, pues estaba ás próxi a a la filosofía de la istoria que a una disciplina científica oderna. La vinculación de esta geografía polí tica con la vieja filosofía de la historia ocupada en la explicación de la vida y suerte de los stados, y en la consideración de los países coo un esce nario histórico, es evidente, en la edida en que tales cuestiones habían sido el gran proble a de la filosofía de la historia, con especial relevancia en el ábito ger ánico. Es en el ábito aleán en el que se introduce, al lado del suelo, el fac tor étnico y cultural. s un rasgo que distingue la geografía ale ana y que se asienta en el entorno cultural do inante de la filosofía ale ana. Ratzel destacaba, respecto de los vínculos existentes entre el stado y el suelo o te rritorio, «la naturaleza espiritual del stado». sta faceta espiritual corres ponde al carácter de la co unidad social, su historia colectiva, sus hábitos de vida en coún. l propio atzel asoció estos caracteres con la co uni dad étnica y cultural, lo que explica que englobara coo un único conjun to aleán a la propia le ania, ustria, Suiza, los Países Bajos y élgica.
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Desde otras perspectivas subyace en el enfoque que la geografía políti ca adquiere en Francia. Las referencias de Vidal de la Blache a la unidad nacional como una unidad viva basada en la convivencia, apoyada sobre las energías que se encuentran en el marco físico del país, recuerdan esta filo sofía, que destaca la base humana de la nación, complementaria de la base física de la misma. Enfoque que el propio Vidal de la Blache aplicará a su obra sobre Alsacia, en el que intenta explicar y justificar la integración de este espacio regional en Francia con una evolución histórica y unos rasgos sociopolíticos democráticos. El enfoque dominante en la geografía política alemana, con su estre cha implicación en la interpretación de la historia alemana y del pueblo ale mán, facilitó la deriva de la disciplina hacia lo que se conocerá como geo política. La geografía política se vicia con elementos patrióticos o naciona listas, que condujeron al empleo de la geografía política como un instru mento al servicio de las estrategias nacionales. La deformación se produce de forma muy clara en el marco de la geografía política alemana. La disci plina, con apariencia de ciencia, quedaba supeditada a los fines nacionalis tas o a su justificación. Un autor francés lo resaltaba al apuntar que los se dicentes resultados científicos «están siempre de acuerdo con las ambicio nes alemanas, con los deseos de expansión de Alemania» (Ancel, 1936).
4.2.
LA GEOPOLÍTICA: LA RAMA ESTRATÉGICA
La evolución de la disciplina condujo al desarrollo de la Geopolítica, de acuerdo con la formulación del sueco R. Kjellen (1864-1922). Constituye una derivación de la geografía política en la que se acentúa la consideración del Estado como un organismo. El título de la principal obra de Kjellen es El Estado como forma de vida. Según lo establecía un historiador español -Vicens Vives-, «el Estado como el organismo vital de un pueblo». Se acen túan y resaltan sus necesidades de crecimiento, entendido como expansión territorial, y se justifica, a tal fin, el recurso a la guerra. Una disciplina de la influencia de los factores geográficos en las relaciones de poder entre los Es tados, entendida como una disciplina práctica al servicio del Estado. De ahí su recepción en países como Alemania, donde llegó a conver tirse en una disciplina orientada a fundamentar y justificar las directri ces políticas del régimen nacionalsocialista y su acción expansiva y beli cista. Conceptos de la geopolítica, como espacio vital, referido a las ne cesidades de los Estados para su desarrollo, fueron utilizados para justi ficar el expansionismo alemán, en el marco de una filosofía subyacente, que justificaba el uso de la fuerza y la agresión en el alcance de los ob jetivos impuestos por la supervivencia y desarrollo del Estado. El Raumsinn, o sentido del espacio, se presenta como una marca propia del pue blo alemán y de la nación alemana, a la que se considera oprimida en un espacio escaso, que la convierte de hecho en un pueblo sin espacio, nece sitado, por ello, de conquistar las tierras vecinas, hasta llegar a la «fron tera justa y natural».
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Los planteamientos de la geopolítica se generalizaron en la mayor par te de los Estados contemporáneos, aunque es en Alemania, bajo el nazismo, cuando adquiere su expresión más acabada de una disciplina al servicio de los intereses ideológicos del Estado. K. Haushofer (1869-1946), un geógra fo y militar alemán, representa, en su obra y actividad, como fundador de la revista Zeitschrift für Geopolitik, este tipo de orientación de la geopolíti ca al servicio del Estado. Se constituye una verdadera escuela alemana de geopolítica, la escue la de Munich-Heidelberg, convertida en una activa productora de análisis que se presentan como científicos y que pretenden establecer las leyes na turales que rigen las relaciones entre los Estados. Algunos geógrafos resal tarán esta transformación en una empresa de propaganda y adoctrina miento político, como lo apuntaba Demangeon. La producción geopolítica se orientó a justificar, por una parte, las ne cesidades de Alemania, identificada como el ámbito del pueblo alemán, en un primer momento, y como el área de la cultura germánica, con posterio ridad. Área cultural identificada a su vez con la extensión o presencia de la lengua alemana. Se acudía para ello a presentaciones brillantes, en las que se utilizó la cartografía y representación gráfica, con un alto grado de ex presividad: un mapa ponía de manifiesto la extensión del alemán, tratando de mostrar que constituía la lengua de Europa. Se hacía hincapié en que era empleado como lengua materna en veinticuatro Estados, y utilizado como la lengua de relación en toda la Europa central. Con similares técnicas se presentaba la condición amenazada de Ale mania, resaltando con signos adecuados, en forma de flechas de gran efec tividad, las numerosas invasiones sufridas por el territorio alemán. Se ela boraban tasas o índices de carácter matemático, en orden a evidenciar la presión que Alemania sufría de parte de sus países circunvecinos. Esa «tasa de presión» mostraba, en forma de índice, la relación del total de pobla ción de los Estados fronterizos respecto de la correspondiente al Estado considerado, variando del valor 0,0 en el caso del Reino Unido, a índices del 4,4 para Alemania y 7,5 para Japón (con Manchuria y Corea). Sin embargo, formaban parte de la cultura política del primer tercio del siglo. Los postulados de Mackinder subyacían en la filosofía de la geo política. La disciplina venía a plantear, en su enfoque esencial, el análisis de los Estados desde el axioma de la conflictividad permanente, del equi librio inestable, como fundamento de las relaciones internacionales. En ese marco, trataba de establecer los principios que podían regir la con frontación y la lucha por la hegemonía regional y mundial. Las naciones son consideradas como seres colectivos que deben crecer o marchitarse, «expandirse o declinar, pero que no pueden permanecer inmutables» (Strausz, 1945). En esta concepción se buscaban las claves que podían determinar el triunfo o la derrota, en cuanto se atribuía a los factores geográficos un pa pel decisivo en el desenlace de la confrontación por la hegemonía mundial. La estrategia de cada país, en particular de las grandes potencias bélicas y económicas, se ajustaba a los postulados geopolíticos, tratando de valorar
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los factores ás deter inantes. Para unos, el gran eje continental euroasiático, para otros el cinturón periférico que desde el editerráneo hasta el Sureste asiático rodea ese gran eje. Por otra parte, se establecía la es tructura geoestratégica de lo que se consideraba grandes do inios geopolíticos o áreas de influencia con una gran potencia do inante. La segunda guerra undial llevó a su cenit esta disciplina en la edida en que era evidente que en ella se diri ía esa hege onía undial, y que coo tal conflicto significaba el final del orden undial preexistente susti tuido por un undo nuevo, dividido en bloques do inados por los ás fuertes de las naciones que sobrevivan. «n este undo de super Estados co batientes, no puede ponerse fin a la guerra hasta que uno de los pode res haya so etido a los otros, hasta que el i perio undial haya sido lo grado por el ás fuerte. sto constituye indudable ente la fase final lógi ca en la teoría geopolítica de la evolución» (Strausz, 1945) en un oento en el que ya se podía percibir el ascenso de stados nidos coo pri era potencia: «Potencial ente, los stados nidos son la prier potencia polí tica y econó ica del undo, predestinada a do inar éste una vez que abra ce con fervor la política de fuerza» (Ross, 1939). La geopolítica representaba una perspectiva renovadora de la geogra fía en la edida en que parecía que a través de ella la disciplina acadé ica adquiría una di ensión aplicada de gran trascendencia, «vital en el arte y la estrategia de la guerra y en la política nacional» (Strauz, 1945). na evidencia que afectaba no sólo a le ania, la gran derrotada en este juego, sino al conjunto de los países, coo una anifestación de la cul tura de la época. l eje plo español es representativo. n spaña, las circunstancias históricas derivadas del desenlace de la uerra ivil favorecieron la recepción de la geopolítica, coo atestiguan las obras de J. icens ives, de . de Terán y . elón. Sobre anera las del pri ero, cuya concepción de la historia, antes de 1950, uestra un no table deter inis o, lo que le llevó a considerar la geografía coo un au xiliar «esencial en la explicación de la historia». inculaba los hechos his tóricos con su contexto geográfico y hacía de la relación entre hechos históricos y factores geográficos la clave de la evolución de las sociedades hu anas. La geopolítica constituye para icens una disciplina geográfica complementaria de la geografía regional, cuya área de estudio son, en vez de las regiones naturales, los stados. unque en el caso español se trata ba de una retórica i perial huera, evidenciaba el co pro iso intelectual con las concepciones geopolíticas y estratégicas de la le ania nazi. La ha bitual colaboración del propio icens ives en la revista de aushofer lo de uestra. Las directas i plicaciones ideológicas de la geopolítica y de la propia geografía política, identificadas con la ideología nazi, así coo la inconsis tencia de sus bases episte ológicas y teóricas, provocaron el ostracis o de la disciplina, casi co pleto en el ábito acadé ico, a partir de la segunda guerra undial; ostracis o ás que desaparición, coo evidencia el ejeplo nortea ericano.
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4.3. DEL OSTRACISMO AL RENACIMIENTO DE LA GEOGRAFÍA POLÍTICA
La geopolítica desaparece coo capo de trabajo en el arco de la geografía acadé ica, aquejada del achaque de degradación ideológica y siple instru ento de propaganda política en los países europeos. l des prestigio de la geopolítica afecta ta bién a la geografía política, abandona da, de hecho, entre los geógrafos europeos, o reorientada hacia la lla ada geografía política interior. nfoques que resaltan el análisis del co porta iento político, y acti tudes políticas en el arco de un país, de acuerdo con el co porta iento electoral a lo largo del tiepo y su vinculación con rasgos geográficos, des de la ubicación, relacionando aislacionis o político con ubicación interior; o con rasgos sociales, coo las dicoto ías rural-urbano, pequeños núcleos frente a grandes, las diferencias culturales y el origen nacional, entre otros, coo factores de diferenciación en los patrones o co porta ientos políti cos, en el ábito de una geografía política o electoral que se confunde con la geografía cultural. se integra en el enfoque regional, convertida en una disciplina en focada a la diferenciación política a escala mundial, en grandes áreas hoogéneas, y a la de entidades políticas individuales, país o stado, desde enfoques regionalistas; en que se plantean la orfología política, la dináica del stado, la localización y las relaciones exteriores coo ele en tos de análisis ( artshorne, 1954). s el tipo de concepción que se esta blece en stados nidos, cuya geografía está do inada en ese oento por la escuela regionalista nortea ericana, que concibe la geografía coo la disciplina «que se ocupa de la distribución espacial de los fenó enos en la superficie terrestre». La geografía política coo una disciplina de «la diferencia que existe entre los fenó enos políticos de distintos lugares de la tierra», con el obje tivo de «establecer la diferenciación espacial de los principales siste as po líticos y jurídicos del undo», coo resu ía un destacado autor norteaericano en vísperas de la segunda guerra undial ( hittlesey, 1948). na geografía política dirigida al análisis de los rasgos geográficos de los stados, a las co unicaciones, de acuerdo con los postulados de atzel sobre el control del espacio, a los recursos escasos o de localización restringida, a los océanos y los stados costeros, a las grandes potencias, a las capitales y fronteras, a los grandes conjuntos socioculturales, coo érica Latina y la uropa Ibérica, respecto de la érica anglosajona y la uropa noroccidental. l telón de fondo es la consideración de «la in fluencia de las condiciones geográficas sobre un deter inado cuerpo ju rídico», que para los geógrafos de stados nidos tiene en este país una ilustración eje plar, en la edida en que asocian el espíritu de frontera que aco paña la fundación y desarrollo de stados nidos con la iplantación «de prácticas de ocráticas y con la ausencia de relaciones cla sistas» (Whittlesey, 1948). e fora paradójica, esta disciplina, que apenas tenía cultivadores con anterioridad a la segunda guerra undial ( artshorne, 1954), adquiere un
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notable desarrollo en stados nidos tras la isa, si bien en escuelas uy localizadas. Se anifiesta coo auténtica geografía aplicada al servicio de las necesidades geoestratégicas de stados nidos en los decenios de 1950 y 1960, en relación con las áreas de interés politico ilitar de este país. Se puede hablar de una verdadera geopolítica estadounidense, cuyo principal representante es S. ohen. La práctica de tales estudios y aplicaciones en la geoestrategia iperialista ha sido el núcleo de los argu entos de un geógrafo coo . Lacoste, desde el decenio de 1960 (Lacoste, 1976). Crítica que sustenta, a su vez, el proceso de recuperación de la geografía política en la geografía conte poránea. esurgi iento que tiene una doble vertiente: la analítica y la ra dical.
4.4. LA NUEVA GEOGRAFÍA POLÍTICA
La renovación posterior hasta la recuperación actual coo una raa expansiva de la geografía representa un cabio sustancial en los postu lados episte ológicos, enfoques y centros de atención de la disciplina que responde a las nuevas de andas sociales y a la propia evolución habida en la geografía en este período. El sorprendente renacimiento :y auge de esta raa en los últi os decenios significa, de hecho, la fundación de otra disciplina. La geografía neopositivista, pero sobre todo las corrientes conductistas y arxistas han aportado esos postulados renovados y han in troducido otras perspectivas sobre el stado y el poder, ás elaboradas, enos pri arias. sta nueva geografía política, conte plada coo un nuevo desarrollo de esta disciplina, o coo una alternativa global a la geografía hu ana, constituye la propuesta actual de la disciplina enunciada por F. Ratzel hace cien años (Taylor, 1993). Son propuestas que surgen de una recuperación política de la geografía y de la geografía política coo una herra ienta para el análisis del poder y de las relaciones de poder a todas las escalas. esde otras perspectivas episte ológicas, relacionadas con las filoso fías del co porta iento y con la sociología, la geografía política queda cir cunscrita al análisis y descripción de los co porta ientos políticos indivi duales y sociales y a sus anifestaciones ás relevantes: es decir, los gru pos políticos, las actitudes electorales, la distribución espacial de estos co porta ientos, entre otros ele entos, de acuerdo con enfoques sociológicos y geográficos que se habían producido en los decenios anteriores y que ca racterizan lo que algunos han deno inado geografía política liberal. La nueva geografía política se inserta en las nuevas corrientes y enfo ques teóricos que a partir del decenio de 1970 abordan el análisis de la econoía undial y las relaciones internacionales y que resaltan los proble mas del subdesarrollo, el desequilibrio entre el mundo desarrollado y los países del Tercer undo, las relaciones de dependencia entre los stados, los enfoques teóricos basados en los conceptos de centro y periferia, las ten siones y conflictos que se producen a escala undial. esde postulados
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arxistas o neo arxistas, la vieja geografía política recupera su interés por los procesos electorales en el arco del conflicto urbano. n relación con ellas, los centros de interés se han ultiplicado: la geo grafía electoral, la estructura espacial de los grupos y de los co portaientos políticos, a escala local, regional y nacional, la estructura del stado coo un co plejo siste a de relaciones, la influencia del stado coo agente social sobre el espacio, en relación con los fenó enos de de sigualdad, arginación y segregación, los proble as de la descolonización, el neocolonialis o y las relaciones de dependencia a escala internacional, las relaciones centro periferia, entre otros uchos. Representa, en definitiva, un progresivo desliza iento desde la geo grafía del stado a la geografía del poder. Sin e bargo, el valor esencial de esta renovación proviene de su nueva for ulación teórica. l punto clave de esta nueva geografía política, que deter ina su éxi to y su enfoque actual, lo constituye el plantea iento teórico que vincula el análisis de la geografía política con el análisis de siste as, a partir del con cepto de sistema mundial. La estructura y las relaciones internas de estos siste as undiales per iten que «el proble a de la escala, que tantos probleas acarreaba... se convertía en parte de la propia estructura teórica»
(Taylor, 1993).
El interés del nuevo enfoque es situar los ca bios sociales locales y na cionales en el contexto de un conjunto o siste a undial del que los ca bios nacionales o locales son parte. n consecuencia, es el concepto de ca bio social a escala global el que adquiere pri acía teórica y analítica y el que per ite abordar episte ológica ente y explicar los ca bios sociales a otras escalas, coo señalaba Taylor, «un deter inado cabio social sólo puede ser co prendido en su totalidad en el contexto ás aplio del sistea undial». esalta Taylor cóo el nuevo enfoque sisté ico se apoya en la con cepción aterialista histórica de raudel, subyacente en su teoría de la larga duración, y en los enfoques neo arxistas del desarrollo, que vincu lan el subdesarrollo de unas áreas con el desarrollo de otras, coo eleentos encadenados e interdependientes y no coo etapas de un proceso secuencial progresivo. l enfoque sisté ico de la geografía política se apoya en los plantea ientos de allerstein y su conceptualización de la econo ía undo, introducida en el decenio de 1970 en el arco de las ciencias sociales, coo una platafor a para la explicación del desarrollo del siste a undial capitalista. La nueva geografía política se presenta apoyada sobre una ar azón teórica, conceptual y ter inológica coherente, que le convierte en una disciplina para el análisis de los siste as undiales. onceptos coo econo ía undo, ercado undial, siste a de stados, estructuras tripartitas, foran parte de la construcción teórica de la nueva geografía política. iná ica histórica del siste a y estructura espacial del iso, los conceptos de centro y periferia coo conceptos teóricos y la di ensión espacio-te poral del siste a sitúan los nuevos co ponentes de este enfo que. on ello se vincula el análisis aterial de las bases del siste a -rela-
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cionadas con la econo ía y su diná ica a través de ciclos de distinta dura ción-. si is o, el análisis de las ediaciones políticas, stados y estruc turas tripartitas, que tienen que ver con el poder, es decir, con las relaciones entre individuos e instituciones. n la nueva perspectiva teórica adquieren un papel relevante estas instituciones, en cuanto en ellas: stado, pueblos o nación en un sentido a plio, coo grupo o co unidad que co parten identidad, clases sociales, y unidad do éstica, coo unidad econó ica eleental o unidad de rentas, constituyen el ele ento sustantivo del siste a. ste esque a sitúa el análisis de la nueva geografía política en un con texto teórico consistente, y se caracteriza porque el stado deja de ser el centro de las consideraciones de la disciplina para convertirse en un eleento esencial pero particular de un co plejo siste a de relaciones y pro cesos sociales, dentro del cual, el análisis del stado se justifica coo ar co institucional de los procesos sociales que afectan al pueblo, la clase y la unidad do éstica, y coo agente protagonista de las relaciones políticas a escala undial y regional. n consecuencia, la geografía política se organiza en función de las escalas que per iten abordar y explicar el espacio del conflicto desde la econoía undo coo arco global al stado coo arco político y la lo calidad coo arco de la experiencia individual y del grupo o co unidad. La nueva geografía política recupera ta bién y elabora de nuevo, en el arco de las relaciones políticas internacionales, la cuestión del i perialiso y la geopolítica. I perialis o y geopolítica responden a dos herencias culturales rele vantes, una del arxis o revolucionario de los inicios del siglo y otra de la política del poder o del stado. uevas ideas, relacionadas con el stado coo instru ento de control, en el arco de los enfoques de . Foucault, enriquecen y renuevan los aná lisis del stado de la geografía política tradicional, del iso odo que los tradicionales enfoques de la geografía electoral son reconducidos desde los enfoques liberales a nuevas perspectivas que sitúan el co porta iento electoral y los partidos en un arco undial. l iso tiepo que se otor ga al arco local una nueva di ensión, coo arco relevante de la activi dad de los agentes sociales. La nueva geopolítica surge ta bién de la reivindicación de la discipli na desde los postulados críticos de raíz arxista en la uropa del decenio de 1970. Se trata de un plantea iento crítico y político en relación con el papel de la geografía coo instru ento decisivo del poder. na actitud que se eje plifica en el enunciado de que la geografía sirve, en principio, para hacer la guerra, que sirvió para dar título a una obra del geógrafo francés . Lacoste. La referencia al carácter político y geoestratégico de la discipli na constituye el principal argu ento para la recuperación de una geopolí tica renovada. na actitud que tendrá su ás significativo soporte en Herodote, la revista i pulsada por . Lacoste en el decenio de 1970, editada por aspero, en París. Herodote representa, en su trayectoria, la principal platafor a para una lectura geoestratégica del undo, para una interpretación de la geo
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grafía coo disciplina o saber del poder, que justifica desde el título de la revista a su concepción histórica de la geografía. erodoto, el historiador griego, es considerado por los i pulsores de la revista coo la represen tación del uso de la geografía al servicio de los designios i perialistas de tenas, en la antigüedad. La constatación histórica del saber geográfico, de la geografía, coo disciplina de los stados ayores y del i perialiso, justifica la recuperación de una geografía de las luchas sociales y de la geoestrategia. a sido y es una constante de la revista a lo largo de casi un cuarto de siglo. La geografía política se convierte, de este odo, en una disciplina as cendente de la geografía oderna, en los finales del siglo . Por sus abiciones, por su desarrollo y por su renovación, pero sobre todo por su consciente esfuerzo de fundación teórica consistente, se ase eja a la que constituye la gran novedad de la geografía oderna. s decir, la geografía fe inista o gender geography, la única nueva disciplina, en sentido estricto, que ha surgido en la geografía en el últio cuarto de siglo. na propuesta que nació con aspiraciones revolucionarias en la geografía.
CAPÍTULO 22
LAS GEOGRAFÍAS FEMINISTAS La presencia de la mujer en la geografía moderna es coetánea de su fundación como disciplina. Nombres destacados, como el de Ellen Semple, ocupan un lugar relevante en la cultura geográfica del primer tercio de este siglo XX. Existían otros antecedentes de participación femenina, en el caso de la geografía física, como el de Mary Sommerville. La participación fe menina es proporcionalmente exigua durante la primera mitad del siglo XX. El predominio masculino es absoluto, sobre todo en lo que concierne a ocu pación de puestos de decisión y al control institucional de la academia uni versitaria. La mujer geógrafo tiene un lugar subordinado y discreto, si des contamos casos singulares y por ello excepcionales, que confirman la regla, como el de J. Beaujeu-Garnier en Francia o S. Daveau en Portugal, con una notable presencia institucional y práctica. La presencia femenina se incrementa a la par con la expansión de la geografía académica a partir del decenio de 1960. Se corresponde con el fe nómeno de incorporación de la mujer a la esfera pública en las sociedades occidentales, con una notable incidencia en el marco universitario o acadé mico. Coincide con los grandes movimientos sociales que movilizan a estas sociedades occidentales en ese decenio de 1960 y el siguiente, un fenóme no que se aprecia tanto en Estados Unidos como en la Europa occidental, y la propia España. Su rasgo más notable es la progresiva definición de campos de cono cimiento vinculados con lo femenino, reivindicando el conocimiento de los espacios de la mitad de la sociedad. Se manifiesta, de modo progresivo, como una labor crítica del conocimiento y las disciplinas tradicionales por su pronunciado sesgo masculino en la representación y análisis de la reali dad. Es decir, por la ignorancia de la realidad que suponía la mitad de la sociedad y sus problemas. De la reivindicación progresiva de la considera ción de estos problemas en el marco académico a la definición de un mo vimiento de fundación de disciplinas asentadas sobre el reconocimiento de lo femenino como un factor determinante del conocimiento, el tránsito es rápido. La construcción de un marco teórico feminista parte del principio de considerar que la distinción hombre-mujer, en sus diversos términos, tie ne un carácter social, es una construcción social. Es la sociedad la que
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crea las dos figuras, las que les otorga rasgos propios, la que los diferen cia en la vida cotidiana, en los co porta ientos, en el trabajo, en las re laciones sociales, y la que valora su situación de una deter inada fora. propugnaba una teoría social basada en la condición fe enina, en lo que los anglosajones deno inan gender. Reivindicaban, al iso tie po, la posibilidad de construir una episte ología propia y desarrollar una etodología específica, fe inista. Responde a un intento de hacer de la diferenciación social de los sexos un arco teórico en el análisis social y un instru ento para la acción po lítica, identificado con el fe inis o. Se en arca, por tanto, en un oviiento social y político, el fe inis o. s la influencia de este ovi iento el que provoca la aparición de los enfoques fe inistas en las diversas dis ciplinas acadé icas. Se vincula, por otra parte, al auge de los ovi ientos sociales, sobre todo urbanos, en el decenio de 1960. n el ábito geográfico suponía el desarrollo de un proyecto de geo grafía sustentado sobre la distinción sexual, apoyado en los supuestos de la crítica teórica fe inista. Significó el tránsito de la atención a los teas feeninos a la propuesta de construcción de una disciplina, la geografía fe inista (gender geography). l funda ento de la propuesta era vincular espacio y condición fe enina. Se trata ás bien de una cuestión que afecta al conjunto de la teoría social y que se anifiesta, tanto en el ábito de la geografía, aunque con retraso, coo en la filosofía, sociología, política y econo ía política, entre otros. n su origen, no es un fenó eno propio de la geografía. El rasgo más destacado de este nuevo campo ha sido y es la excepcio nal dimensión teórica y epistemológica que ha adquirido. A diferencia de otras disciplinas o ramas de la geografía, la rama feminista sobrepasa el contenido temático para presentarse como una alternativa epistemológica y teórica. Lo que significa construir otra geografía. Desde la perspectiva in terna no se concibe como una rama de la geografía, tachada de masculina. Se concibe como una geografía distinta, una geografía feminista. La geografía oderna se ha desarrollado coo un discurso que ha sido, de fora predo inante, un discurso naturalista y, en enor edida, social. a prestado atención preferente a aspectos genéricos y ha practica do una sensible interpretación asculina de los procesos sociales y de los procesos espaciales. o ha conte plado de odo directo la intervención y el papel de la ujer en la organización del espacio y ha propiciado una con sideración asexuada de la realidad que, de hecho, significaba una defor a ción asculina de la isa. Por otra parte, la influencia fe enina en el desarrollo de la geografía ha estado li itada por factores sociales, que han deter inado una presen cia arginal o subordinada en el ábito de las co unidades geográficas odernas (Bondi, 1990). La incorporación de la ujer a puestos clave en la definición de los objetivos y en la odulación del discurso geográfico ha sido uy tardía y sigue siendo uy li itada (Rose, 1996). n relación con ello, la atención a los fenó enos geográficos desde la óptica de la ujer, o
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gurar, en el desarrollo de la geografía oderna, un tipo de enfoques que pu dieran responder a la específica perspectiva de la condición fe enina. l predo inio asculino y el prisa do inante de un cierto pensaiento achista ha supuesto la preterición de cuestiones y objetos vincu lados con la presencia fe enina, actitudes que han afectado a la propia na turaleza y carácter de las fuentes de trabajo e pleadas que, a su vez, han condicionado la orientación de los estudios. La infor ación ha estado ses gada, cuando no ha sido inexistente. La atención a este undo de la ujer y la reivindicación de nuevas perspectivas abiertas a la irada y a la condición fe enina, en la cons trucción de la disciplina y en la elaboración del discurso geográfico, crista liza sólo en el decenio de 1980. Lo hace, en principio, en el arco de las nuevas tendencias críticas que dan origen a las geografías radicales. La aparición de una geografía fe inista se en arca en un proceso cuyas raíces son, por una parte, el progresivo desarrollo y aduración del ovi iento fe inista y por otra, los ovi ientos sociales radicales. l pri ero, desde sus pri eras foras en el siglo XIX e inicios del , has ta sus for ulaciones recientes, en el últio cuarto del siglo . El se gundo, con la definición de una geografía radical o geografía coproetida en el orden político, configurada a finales del decenio de 1960. sta esti ula la introducción de cuestiones vinculadas con el undo de la arginación social y con las prácticas discri inatorias propias de la ciencia ofi cial o do inante. Se produce en stados nidos. Se extiende a, y arca ta bién, las co rrientes idealistas. Se perfila incluso coo una alternativa teórica y episteológica. Se presenta coo una verdadera filosofía alternativa frente a las corrientes que han do inado el pensa iento geográfico y la propia filoso fía científica de la odernidad. sta singular perspectiva responde a la iplicación que en los estudios sobre la condición fe enina tiene la presen cia de un ovi iento fe inista de aplio espectro, con una di ensión cul tural, filosófica y política ( lcoff, 1996).
1. Feminismo y teoría social l ovi iento fe inista iniciado en la segunda itad del siglo XIX con un carácter de reivindicación de derechos políticos -coo el voto-, y so ciales -en cuanto a salarios y condiciones de trabajo-, se transfor a en la segunda mitad del siglo XX, en particular en el decenio de 1960, en rela ción con la intensa agitación social de este período. La lucha por los derechos civiles y los ovi ientos frente a la guerra de ietna , en Estados nidos, y el ovi iento político en torno al ayo de 1968, en uropa occidental, coinciden con el final del colonialis o y la con figuración del deno inado Tercer undo en el decenio de 1960. La incoruna nueva di ensión social.
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Unos y otros indujeron una creciente participación de la mujer en es tas movilizaciones sociales: ayudaron a descubrir la situación específica de la mujer como doble víctima de la segregación social y de la marginación femenina. Presentaba sus formas más visibles en el ámbito de las minorías y en el Tercer Mundo. En el caso de los países desarrollados, descubría el carácter marginal de la presencia femenina. Se ponía de manifiesto en el mun do académico, en el proceso de producción de conocimiento y en los cen tros de decisión social, económica y política. Mostraba la configuración histórica de una sociedad de perfil mascu lino -patriarcal- en la que la mujer quedaba relegada a funciones reales y simbólicas subordinadas y dependientes. Estaban determinadas por el segmento masculino y respondían a patrones culturales y pautas de con ducta de naturaleza masculina e, incluso, machista. La conciencia de esta situación y la confluencia de este conjunto de circunstancias orientaron el movimiento feminista hacia objetivos políticos: lo transformaron en un mo vimiento orientado a la liberación de la mujer y se consideró como la con dición de la transformación de la sociedad.
EL MOVIMIENTO FEMINISTA: HACIA UNA ALTERNATIVA
Esta orientación se traduce, en los años setenta y ochenta, en una radicalización y ahondamiento de los postulados feministas. Se proyecta en un esfuerzo por construir un marco teórico consistente para la interpreta ción histórica de la condición femenina y para la acción política en el mun do actual: el feminismo como una «teoría crítica de nuestra sociedad» con sus propios objetivos, su propia tradición y señas de identidad, y entidad para vertebrar un pensamiento crítico (Amorós, 1999). El carácter o identificación del feminismo con una teoría social constituye un rasgo relevante de la concepción feminista moderna. El co mún origen del feminismo y de los movimientos radicales determinó la búsqueda de ese marco teórico, en un primer momento, en el marxismo o materialismo histórico. Configura un feminismo socialista o de inspi ración marxista. Las vías para esta elaboración fueron, por una parte la integración de la situación de la mujer en el contexto del proceso de reproducción social. El punto de partida lo proporcionaron los enfoques de Engels sobre la di visión del trabajo entre los sexos, como una primera forma de la división del trabajo, y en relación con la constitución de las sociedades de clases. El papel de la mujer en éstas quedará determinado por la implantación y el desarrollo del patriarcado. Éste aparece como un modelo de dominio so cial del hombre y de subordinación y dependencia de la mujer. Un concep to, el de patriarcado, que devendrá esencial en el enfoque teórico del femi nismo, en particular en algunos de sus corrientes. Por otra vía, más radical, pero de similar origen, se procedió a susti tuir los términos del análisis marxista que hacía de la lucha de clases el motor de la historia y de la clase trabajadora la protagonista de esa lucha.
La lucha de sexos suplanta a la lucha de clases. La ujer se convierte en el ele ento revolucionario y progresista liberador. Se transfor a en el su jeto histórico del ovi iento social, en su protagonista. na obra, titula da Dialectic of Sex, representa la for ulación inicial de este plantea iento (Firestone, 1970). l desarrollo posterior del ovi iento fe inista se caracteriza por la radicalización del iso. l rasgo sobresaliente de esta radicalización es la deriva teórica hacia la interpretación de las diferencias entre sexos, no tanto en el arco histórico coo en el arco biológico o natural. Se rela ciona con el carácter específico que la ujer tiene en el proceso reproduc tor. Se entiende que esta realidad orgánica supone foras específicas tabién de relación con la naturaleza. oo consecuencia, se interpreta que afecta al entendi iento de la isa, que conlleva consecuencias episte o lógicas. , por tanto, una filosofía del conoci iento propia. l fe inis o radical reivindica valores y patrones de análisis de la rea lidad vinculados a la condición fe enina. alores enfrentados a los valores y patrones i perantes, que se asocian a la condición asculina. La racio nalidad, el análisis e pírico, la verdad científica, la neutralidad del conociiento, entre otros, responderían a la elaboración asculina. Serían foras propias del pensa iento asculino. Frente a ellos se propugnan los va lores de intuición, el senti iento, la e patía, la sensación, coo alternati vos y propios de la naturaleza fe enina. l proceso de construcción de una teoría social fe inista tiene, en consecuencia, unas derivaciones de carác ter episte ológico.
1.2.
LA CRÍTICA FEMINISTA DEL CONOCIMIENTO
La crítica fe inista pone en entredicho la concepción y naturaleza del proceso de conoci iento tal y coo éste se concibe desde la Ilustración, en el undo oderno. La odernidad y la Ilustración, por tanto, se asocian a una concepción y construcción asculina del saber y de la ciencia. n con secuencia, se plantea el desarrollo de una teoría crítica de carácter feinista, con un doble co etido. es ontar la filosofía del conoci iento de carácter asculino y construir, de fora alternativa, una teoría o filosofía sustentada en la condición fe enina. l significado de estos plantea ientos es i portante, porque supone negar la objetividad del conoci iento científico, invalidar el carácter de neutralidad de la ciencia. Sitúa a ésta y los valores asociados a ella en la sociedad oderna, coo una fora de conoci iento asculina, coo un discurso ediatizado por la condición sexual. Introduce -coo lo hicie ra el arxis o ortodoxo soviético con la distinción entre ciencia burgue sa y ciencia proletaria- una ciencia asculina y una posible y alternati va ciencia fe enina. sta concepción se sustenta en la consideración del conoci iento científico coo un siple instru ento de clase, coo un ele ento del
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poder, coo un discurso. o existe la verdad objetiva o científica sino una verdad política, partidaria, selectiva, útil. Los enfoques postestructuralistas y pos odernos, a partir de Foucault, han facilitado este plan tea iento. Las teorías fe inistas revolucionarias contestan las pretensiones de una ciencia que se dice destinada a describir la realidad tal cual ésta apa rece. ntienden contribuyen a consolidarla. Por ello, reivindican una cien cia, en este caso un arco teórico de carácter estratégico. s decir, cuya fi nalidad se adecue a los objetivos del ovi iento fe inista. La ciencia debe subordinarse a la política y a los objetivos de ésta. «l objetivo de una teo ría fe inista sería el desarrollo de una teoría estratégica, no de una teoría verdadera o falsa, sino de una teoría estratégica.» Foran parte de la críti ca postestructuralista. Sin e bargo, la denuncia de los discursos históricos o teóricos por par te del postestructuralis o afecta al discurso o teoría fe inista que tiene ta bién a biciones de interpretación histórica y social. La renuencia de la cultura pos oderna a aceptar grandes teorías ha contribuido a reorientar el ovi iento fe inista hacia plantea ientos históricos, culturales, loca les, ás vinculados a las condiciones concretas de grupos, de culturas, en á bitos deter inados. El pensa iento pos oderno incide de fora directa en las concepcio nes y orientaciones del fe inis o. Por una parte, ha supuesto la denuncia del carácter occidental del discurso fe inista tal y coo éste ha prevaleci do y su concepción general, su for ulación universal, su carácter abstrac to. Por otra, se postula una aproxi ación episte ológica alternativa frente al nor ativo que distingue, tanto la filosofía positiva coo la arxista. l objetivo es co parar, ás que establecer leyes. sto es, la teoría fe inista coo descripción de cada identidad social, ás que coo definidora de un sujeto histórico de validez universal. na concepción uy próxi a a la que se ipone en la geografía de principios de siglo coo soporte del regionalis o, tras de la cual no es difícil identi ficar el neokantis o. l pos odernis o y postestructuralis o representan un ábito de contradicciones y paradojas para el ovi iento fe inista. Por una parte, abren las vías por las que reivindicar las nuevas propuestas fe inistas. Por otra, per iten poner en cuestión el intento fe inista de construir una teo ría social alternativa. l pos odernis o, en su oposición a los grandes arcos teóricos o etarrelatos, y en su denuncia de los sujetos históricos universales, aparece coo un capo poco propicio al feiniso coo teo ría crítica, coo teoría social alternativa. Las críticas al ovi iento pos oderno desde el fe inis o arrancan de esta negación del sujeto histórico por parte del postestructuralis o. La reivindicación del legado ilustrado y la apuesta por una racionalidad transfor ada responden a estas contradicciones entre feiniso coo oviiento histórico transfor ador, con pretensiones de teoría social crítica, y pos odernis o. l discurso fe inista es sensible a las propias filosofías e ideologías subyacentes en el pensa iento oderno.
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La esencia del feiniso es contraria a la for ulación de la uerte del sujeto histórico, en la edida en que tiende a identificarse con él. e ahí que se propugne o conte ple, desde la perspectiva de la desaparición del sujeto hipertrófico y egaló ano, de tipo asculino ( orós, 1999). e ahí la diversidad de discursos fe inistas. iversidad que se traslada al capo de la geografía fe inista.
2. El discurso geográfico feminista: un fenómeno reciente
La incorporación del discurso fe inista en la geografía y a la geo grafía tiene diversas etapas y di ensiones variadas. quéllas, en relación con el rito de introducción y con su reconoci iento en la co unidad geográfica. stas, debidas a las filosofías e ideologías que soportan los enfoques fe inistas y a los dispares contextos sociales en que se produ cen y desenvuelven. ontrasta el dinaiso de algunos colectivos, en particular anglosajones, con su enor incidencia en otros á bitos. ontrasta el predo inio e pírico que uestra en deter inadas colectivida des geográficas con el notable interés episte ológico y teórico que ad quiere en otras. Y contrasta el tipo de enfoques o campos sobre los que se vierte la geografía fe inista.
En cualquier caso, el rasgo dominante sigue siendo su presencia mi noritaria. La geografía feminista -gender geography- se mantiene como un campo o disciplina con una escasa implantación, muy inferior a la de la propia presencia de la mujer en la comunidad geográfica. Esta representa ción limitada y reducida constituye, precisamente, uno de los componentes destacados por las principales geógrafas feministas, como un signo más de la marginación por parte del estamento masculino (Rose, 1996). s el carácter que doina en spaña. La recepción te prana con trasta con el desarrollo li itado, vinculado, de fora preferente, a adrid y arcelona. Las pri eras referencias surgen a principios del dece nio de 1980, y apuntan por un lado a la presencia de las nuevas corrien tes y por otro a sus posibles enfoques y progra a en nuestro país (Saba-
té, 1984 y 1987). La reivindicación de una geografía feminista en nuestro país sólo se afirma a finales de ese mismo decenio, cuando una geógrafa catalana llama la atención sobre el significado y alcance de esta disciplina. Descubre la rea lidad social de una parte esencial del colectivo social, apunta sus posibili dad teóricas en el ámbito de la geografía, y señala su carácter de alternati va conceptual (García Ramón, 1988; 1989). Es una disciplina en la que, en España, su cultivo se ha manifestado por tres rasgos relevantes: constituir la práctica geográfica de un reducido segmento de profesionales; el carácter femenino de la mayor parte de quie nes la practican; su notable dedicación al ámbito rural y agrario. Los pro blemas relacionados con la condición femenina en las áreas urbanas y las cuestiones de índole teórica o general, o no han sido abordados o lo han sido de forma mucho más limitada y tardía (Sabaté, 1992).
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La geografía fe inista constituye un seg ento diná ico de la geogra fía actual. ste dinaiso se anifiesta, en prier tér ino, en la activi dad teórica. diferencia de la geografía en general, la producción teóricoetodológica tiene una representación notable en el conjunto de la pro ducción acadé ica fe inista. n relación con ello, la vinculación con otras raas acadé icas, desde la sociología a la filosofía y psicología, presenta una frecuencia e intensidad uy superior al resto de la geografía. n se gundo tér ino, afecta a la orientación que introducen los capos de inte rés fe inistas. 2.1.
LOS ESPACIOS DE LA MUJER: EL HORIZONTE FEMENINO
La definición de una geografía fe inista tiene lugar en el decenio de on anterioridad, lo que se había perfilado era un interés creciente por cuestiones relacionadas con los espacios de la ujer, en particular con la condición social fe enina en el arco de la arginación y los grupos inoritarios. Se trata de una geografía que hace de la situación fe enina el objeto de análisis, en los arcos tradicionales de la geografía. esde las geografías radicales y desde las geografías hu anísticas, con distintos plan tea ientos, se abordan estas situaciones, se describen, se ubican en sus contextos sociales. La específica existencia fe enina adquiere protagonis o, se perfila en el espacio unifor e y a orfo, o indiferenciado, del análisis geográfico iperante. Las geografías radicales y hu anísticas descubren estos nuevos es pacios, los de la presencia fe enina, coo espacios diferenciados. Los tra bajos del decenio de 1970 ponen de anifiesto la existencia de estas áreas arcadas por la presencia fe enina. Forman lo que se ha llamado la «geografía de las mujeres». Reivindi can el espacio de la mitad de la humanidad. Señalan la ignorancia habitual de esta parte mayoritaria de la sociedad. La descripción de los espacios de la mujer configuró las primeras manifestaciones de una geografía de las mujeres, de una geografía de los espacios femeninos, los espacios del se gundo sexo. A mediados del decenio de 1970, esta geografía de la mujer per fila algunas de sus orientaciones e intereses (Hayford, 1974). La geografía de las ujeres se anifiesta para no «ignorar a la otra itad» o para conocer cóo vive la otra itad. stas expresiones aparecen coo un recurso habitual en el discurso inicial (Tivers, 1978; onk, 1982). s la fór ula con la que una geógrafa catalana presenta este nuevo enfo que en spaña ( arcía Raón, 1989). Ponen de relieve la óptica principal de descubri iento que tiene, en principio, esta raa. escubre los espa cios de la ujer. al y coo se esboza en los o entos iniciales, se trata de la reivin dicación de los espacios de la ujer. l interés por el lado fe enino aflora a través del interés por los espacios de la arginación y segregación en las nuevas geografías radicales anglosajonas. Está asociado al descubrimiento del papel preponderante de la ujer en ellos, en lo esencial, coo víctima 1980.
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de los isos. l protagonis o social de la ujer en los contextos de la pobreza, las inorías raciales, los in igrantes, descubre lo específico de su edio vital, la relación estrecha entre condición fe enina y deter inados caracteres espaciales. on posterioridad se aplía el abanico al interesarse por los diver sos espacios de la ujer. Por un lado, los espacios de la ujer en la es fera de la producción, asociada de fora preferente a la actividad asculina. Por otro, la fora de integración fe enina en esta esfera pro ductiva, caracterizada por una generalizada discri inación y segregación en las condiciones de trabajo: salarios ás bajos, e pleos enos cualifi cados, con enores posibilidades de ovilidad ascendente, ausencia de los puestos directivos, entre otros. La búsqueda de la ujer y de los espacios de la ujer condujo al descubri iento de la otra di ensión, la oculta, la de la esfera de la reproduc ción, la do éstica, la vecinal. na esfera ocupada, casi en exclusiva, por la ujer y por los hijos en edad no activa. n espacio vinculado al trabajo doéstico, a las labores do ésticas, al cuidado de los hijos enores, a la aten ción a los ho bres, al trabajo su ergido, es decir, no reconocido, de la ujer. n espacio universal porque se presenta por igual en el Prier undo y en el Tercer undo, en sus rasgos esenciales. Surgen los interrogantes so bre los procesos de construcción de estos espacios, su diseño, sus objetivos, sus nor as, sus sí bolos, su concepción, en definitiva. La aproxi ación a estos espacios de la ujer per itió, ás allá de la descripción e pírica, plantear la configuración y significado de estos espa cios en un arco social. Se trataba de interpretar la condición fe enina y su participación en la sociedad, así coo la organización del espacio en que se desenvuelve.
2.2.
DE LA DESCRIPCIÓN EMPÍRICA A LA INTERPRETACIÓN TEÓRICA
Se descubre un espacio configurado de acuerdo con el esque a elabo rado desde una concepción asculina. n espacio dual. Por una parte, el espacio de la producción, el espacio de la econo ía, el espacio productivo, el espacio del poder, el espacio de la política, el espacio del trabajo, el es pacio de la actividad, el espacio de los activos. s el espacio social ente simbólico, el espacio masculino o asculinizado. n espacio bien diferen ciado, do inante. Le corresponden los ele entos si bólicos del poder po lítico, del poder econó ico, del poder religioso, del poder ideológico. Por otra, el espacio de la reproducción. Se trata de un espacio a orfo, indiferenciado, dependiente. s el espacio del no trabajo, un espacio al argen de la econo ía, el espacio de los inactivos. parece coo un espacio sin valor, sin sí bolos social ente relevantes. s el espacio do éstico, el espacio vecinal, el espacio del aa de casa, de los niños y de los ancianos. s el espacio de la ujer, el espacio fe inizado. Las nuevas perspectivas abren y a plían el panora a de la investigación geográfica sobre los espa cios de la ujer. Los transfor an en cuanto objeto y en los enfoques.
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La organización social del espacio, la producción y reproducción del espacio aparece así sutil ente ediatizado por la condición asculina o feenina. La pertenencia a una u otra deter ina el espacio a ocupar: el es pacio físico y el espacio político, el espacio de relaciones, el espacio econóico. eter ina, ta bién, las condiciones de uso de ese espacio. l espa cio resulta ser un ele ento clave en la discri inación fe enina. Son las re flexiones teóricas que sustentan la necesidad y posibilidad de un discurso geográfico desde la condición fe enina. ste discurso pretende ser, al iso tie po, descubridor de esos es pacios, reivindicativo en lo social e intérprete de los isos de acuerdo a postulados teóricos y episte ológicos renovados. Se plantea desde forulaciones de transfor ación social. Se asienta, para ello, en el discurso feinista y se incorpora coo una teoría crítica del espacio. na teoría so cial del espacio desde la condición fe enina. Los autores anglosajones de no inaron a esta nueva orientación geográfica The Gender Geography. De no inación traducida, de fora literal, al español, coo Geografía del Gé nero (Sabaté, 1984; García Ramón, 1988). Traducción poco expresiva en español, habida cuenta que el tér ino «género» pertenece, ante todo, al ábito gra atical. l género carece de significación sexual en español. Por ello apenas sirve para identificar su campo y su perfil epistemológico. El neologismo, incorporado en otras dis ciplinas, ha adquirido carta de naturaleza en la jerga acadé ica. Ta bién es cierto que nu erosas autoras fe inistas no lo usan y tienden a e plear tér inos alternativos. Se ha propuesto por ello el de geografía feminista, más conforme con su orientación do inante y sobre todo con sus postulados básicos. Este térino conlleva una significación específica, la que tiene, hoy en día, el térino feminista. A pesar de que puede ser entendido de fora peyorativa, es el que ejor responde a una disciplina con aspiraciones teóricas que exce den la era descripción e pírica. ste desarrollo de la geografía de las ujeres a la geografía fe inista no debe conte plarse coo una evolución lineal. La pri era no es la eta pa antecedente de la segunda. La segunda no constituye la alternativa que sustituye a la pri era. na y otra foran parte del contexto intelectual en el que se debate la co unidad geográfica en general y la propia sociedad en su conjunto. acer geografía de ujeres sigue siendo una actividad pre sente que distingue a una parte notable de la geografía fe inista. ésta se nos uestra coo una ultifor e disciplina, en la que se propugnan fun da entos, objetos y objetivos diferentes. ás que geografía fe inista, hay geografías fe inistas. De la geografía de las mujeres a las geografías feministas e la geografía de las ujeres a las geografías fe inistas representa el desarrollo de esta disciplina. na notable a pliación de preocupaciones y proble as, desde la atalaya de la ujer, en la geografía; que no pueden se
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pararse del desarrollo de la geografía en general. sto es así por dos razo nes esenciales: porque se inscriben en el iso contexto intelectual ideo lógico y político, y porque la presencia de las geografías fe inistas incide en la evolución de la geografía. Los esfuerzos de las geógrafas fe inistas por dar fora a una geografía fe inista, alternativa o co ple entaria, foran parte de la historia conte poránea de la geografía. La presencia de estas geografías i pone, por una parte, la necesidad de insertar en el arco teórico geográfico los proble as e interrogantes que plantean. Por otra, porque obliga a considerar los postulados antenidos en la geografía. Las geografías fe inistas ponen de anifiesto que el desa rrollo de la geografía no es ajeno a los procesos sociales do inantes. el ás notable de la segunda itad de este siglo lo constituye la irrupción de la ujer en la deno inada esfera de lo público. e la geografía de las ujeres a la geografía fe inista hay un recorrido te poral y hay un recorrido teórico. La cristalización de este doble tiepo se produce en el decenio de 1980. na fecha significativa resulta de la aparición de la pri era obra que responde a estos enfoques, bajo el título de Geography and Gender, en 1984. onstituye la pri era que recoge de fora siste ática la producción geográfica fe inista. esponde a la constitución de un grupo de trabajo de estas características en el Reino nido, el Women and Geography Study Group -dentro del Instituto británico de geografía-, en 1980. La evolución de esta raa ha sido uy rápida en los dos últi os de cenios. Se ha visto influida por las distintas corrientes episte ológicas doinantes, evolución que ha arcado las cuestiones y proble as que han centrado la investigación en esta disciplina Se aprecia, en el arco geográfico, una doble dirección, que no difiere de lo que sucede en el ovi iento fe inista en general. Por una parte, un esfuerzo antenido por hacer o elaborar una teoría crítica, una teoría social del espacio, desde plantea ientos fe inistas. Se presenta coo una alter nativa a la concepción de la geografía i perante, asi ilada e identificada coo asculina. Por otra, una variada gaa de aproxi aciones e píricas y teóricas que recla an su propia legiti idad en el arco fe inista. La heterogeneidad es un rasgo sobresaliente de la geografía feminista ac tual. Tiene raíces filosóficas e ideológicas. No se distingue, en lo esencial, de lo que concierne a la geografía como discurso general, es decir, en la tradi ción masculina. Se debate en similares interrogantes. De resultas de ello, el panorama actual responde con mayor precisión al de geografías feministas. l desarrollo de un discurso fe inista en la geografía tiene diversas anifestaciones. Se perfila coo una propuesta teórica para la interpreta ción del espacio sobre nuevos presupuestos filosóficos. Se presenta, en con secuencia, coo un discurso crítico de la geografía coo conoci iento, desde una perspectiva episte ológica. onstituye un análisis crítico de la estructura de la co unidad geográ fica desde el punto de vista del poder. Se plantea coo una revisión de la historia de la geografía y del pensa iento geográfico. Se for ula coo una construcción de nuevos espacios, coo objetos de la geografía. s el trayec to que lleva desde la teoría crítica a las geografías fe inistas actuales.
448 3.1.
OBJETO Y PRÁCTICAS DE LA GEOGRAFÍA CONTRA LA MARGINACIÓN
Uno de los rasgos de la geografía feminista es la denuncia de la pos tergación o discriminación de la mujer en el marco de la actividad univer sitaria, en el marco académico. La escasa representación de la mujer en el colectivo geográfico y en los órganos de difusión de la misma habían sido señalados, a principios del decenio de 1970, por un geógrafo cultural nor teamericano (Zelinsky, 1972). eógrafas representativas de la oderna geografía fe inista, y el pro pio elinsky en colaboración con algunas de ellas, han reincidido en seña lar esa li itada participación, coo un signo persistente de discri inación de la ujer en la co unidad geográfica acadé ica ( elinsky, 1982; cowell, 1979, Rose, 1996). Las geógrafas fe inistas apuntan a que tras esa reducida presencia de la ujer geógrafa se encuentra una política y una actitud discri inatorias respecto de la ujer. Sexo y poder en la co unidad universitaria tienen una i plicación directa, en perjuicio de la ujer ( cdo ell, 1990). Su inciden cia se traduce en el cursus acadé ico y en el grado de responsabilidad acadéica que alcanzan y dese peñan las ujeres. La diversidad de situacio nes o contextos socioculturales, que agravan o palian el grado de discri i nación, no es óbice para el carácter generalizado que presenta. Marginación que se produce en la presencia de la mujer en los colectivos universitarios, en sus posibilidades de acceso a puestos de responsabilidad di rectiva en los mismos, en las normas de movilidad académica, en la propia producción científica. El incremento de la presencia femenina en la «acade mia» geográfica no se manifiesta en una equivalente participación en el con trol de los mecanismos de poder propios de dicha academia. A juicio de las geógrafas feministas, la persistencia de esta discriminación sutil sigue siendo un rasgo de la co unidad geográfica (Mcdowell, 1990; Rose, 1996). A esta discriminación en la participación académica se añade la que afecta a la propia valoración de las geógrafas, es decir de las representan tes femeninas, en la historia del pensamiento y de la práctica geográficas. Se denuncia, en este caso, la preterición de esas representantes femeninas o el ostracismo de las mismas. Se aduce, como ejemplo ilustrativo, el de E. Semple, la destacada discípula de Ratzel y notoria representate de la ge ografía ambiental positivista norteamericana (Berman, 1974). Se señala la escasa consideración a la representación fe enina en otros á bitos que la tradición geográfica ha considerado coo propios, caso de los viajes y exploraciones, en el siglo I . Lo que ha llevado a rei vindicar no bres coo los de . ingsley, una notable viajera con una es pecífica descripción y visión del espacio africano. Se en arca en una ten dencia progresiva a revisar los presupuestos de la historia de la geografía y a hacerlo desde la perspectiva fe inista. Tendencia que co parte, por un lado, la reconstrucción de esta historia, y por otro, la construcción de una historia de la geografía fe inista. La pri era desde postulados enos ses gados por la condición asculina de sus autores, a los que se acusa de ig norar la presencia fe enina, y a partir de conceptos fe inistas. La segun
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da en orden a establecer la propia genealogía (Women, 1996). Se orienta al desarrollo de los funda entos de la disciplina fe inista y establecer la aportación de ésta, tanto en el capo etodológico coo en la definición de nuevos centros de interés o en su específico abordaje. esde las contri buciones a la construcción de conceptos coo el espacio, el lugar, el paisa je, hasta su específica percepción del edio a biente. El componente más relevante es el de la fundación teórica de una geo grafía fe inista. Siguiendo la senda del propio ovi iento fe inista y de sus plantea ientos en el capo de las ciencias sociales, desde la filosofía a la etnografía, se trata de asentar la investigación geográfica sobre bases episte ológicas propias. 3.2.
LA CRÍTICA DEL DISCURSO GEOGRÁFICO
Se cuestiona el pensa iento geográfico do inante y la historia del iso coo un producto asculino. asculino en su autoría y asculino en la edida en que la propia estructura episte ológica es considerada asculina. La razón, los principios de objetividad, los étodos de conoci ientos, los criterios de validación, tendrían coloración asculina (Bordo, 1986). La ra zón, la lógica, la ética, los valores, tal y coo se anejan y presentan en el pensa iento occidental, tendrían esta condición sustantiva: son asculinos. onstruir una geografía fe inista significa, para una parte de las geógrafas, lograr esta fundación teórica. Supone establecer un pensa iento o racionalidad fe enina. onlleva el desarrollo de una episte ología feinista y de una etodología fe inista. ste carácter sustancial o fundaental de la geografía fe inista ha sido procla ado y reivindicado, a par tir del decenio de 1980 (Harding, 1987). La construcción de un arco teórico fe inista en la geografía supone, sobre lo anterior, la asunción de que el discurso geográfico ha sido asculino. s decir, que tanto los conceptos coo el lenguaje geográfico respon den a patrones y experiencias del hobre e ignoran los patrones y expe riencias de la ujer, al iso tiepo que subrayan que estos patrones y experiencia parciales adquieren di ensión universal, objetiva. n relación con esta doble circunstancia, el feiniso pone en entre dicho el valor episte ológico del discurso geográfico en la interpretación y explicación de la realidad. El carácter sexuado del conocimiento, de la ló gica e pleada, asi ilada a la lógica de la experiencia asculina, conlleva una específica for ación de conceptos, categorías, clases y, con ello, afecta a la propia etodología de la investigación geográfica. El ejemplo más ilustrativo puede ser el que hace del trabajo femenino dominante -el trabajo doméstico- la categoría identificadora del no tra bajo, del inactivo. Se funda en identificar trabajo con actividad remunera da. Como consecuencia, este tipo de actividad no aparece en las estadísti cas laborales. De forma similar, arguyen, los conceptos clasificatorios apli cados a las actividades económicas conllevan una valoración discriminato ria en perjuicio de los desempeñados por la mujer (Women, 1994).
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4. La construcción teórica: los fundamentos
La propuesta de una geografía de la mujer o feminista supone cons truir un discurso alternativo respecto de la geografía dominante. Es decir, elaborar un discurso geográfico a partir de las experiencias, patrones men tales y vitales, lógica y categorías derivadas de la condición femenina. La geografía feminista concierne a un propósito explícito, de «recomponer el equilibrio del material geográfico a favor de la mujer» (Women, 1984). Este objetivo se ha desarrollado a partir de dos líneas fundamentales: el pensamiento de raigambre marxista, basado en el materialismo históri co, con sus diversos desarrollos neomarxistas y de la teoría de la estructu ración. Y el pensamiento postestructuralista y posmoderno, en su gran di versidad de propuestas y planteamientos. En el primer caso, ha orientado el desarrollo de una geografía femi nista fundada en la construcción de una teoría crítica feminista del espacio. Presenta, dentro de su diversidad, connotaciones de teoría social alternati va al propio materialismo histórico. Se inscribe en la tradición crítica mo derna de la Ilustración. Se caracteriza por un interés particular por la conceptuación y crítica del patriarcado como forma histórica de subordinación de la mujer. En el segundo, se trata del desarrollo de múltiples perspectivas teóricas. Por una parte, sosteniendo una epistemología específica del espa cio a partir de la propia diferencia femenina: se vincula con los postulados feministas que hacen de las diferencias biológicas entre sexos el soporte de procesos y reglas de conocimiento de la naturaleza distintos. En su formu lación teórica más radical, este planteamiento conlleva la distinción drásti ca entre lo masculino y lo femenino. Afirma, de acuerdo con los postulados feministas de carácter esencialista, la naturaleza diferente de lo femenino. Y su incidencia en la total se paración epistemológica entre racionalidad masculina y femenina, entre las normas lógicas de mujeres y hombres, entre los valores de uno y otro sexo. Reclama y contempla otra geografía, asentando la geografía feminista so bre el concepto de identidad. Identidad cultural en primer término. Son las geografías de la diferencia, construidas sobre el sexo, la raza y la cultura. 4.1.
EL DISCURSO FEMINISTA: RELACIONES SOCIALES Y ROLES
La vía teórica de raíz intelectual marxista se ha orientado a explicar los espacios de la mujer en el contexto de las relaciones sociales que se impo nen en una determinada formación social, en un marco histórico preciso. Este tipo de enfoque pone el énfasis en las relaciones sociales, entre hom bres y mujeres, determinadas por ese contexto histórico. Relaciones socia les que determinan, a su vez, el grado y forma de subordinación de la mu jer al hombre. Supone integrar ambos sexos dentro de una misma geogra fía feminista. Ésta no se formula por el objeto exclusivo femenino sino por la capacidad de aclarar y explicar su específica condición femenina en un marco espacial determinado.
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Este tipo de enfoque se caracteriza también por la importancia teórica que adquiere el concepto de patriarcado. El patriarcado se convierte en una categoría histórica de las relaciones hombre y mujer, y de la dependencia de ésta respecto del primero. Identifica una forma de organización social universal, pero con manifestaciones históricas y espaciales diferenciadas (Foord y Gregson, 1986). Se aborda a través de la ediación arxista del concepto de clase so cial y de la categoría de la lucha de clases ( c o ell, 1986). Establece una relación directa entre relaciones sociales y las condiciones econó icas o condiciones ateriales en que se producen. Identifica un enfoque de raíz arxista que ali enta una parte notable de la oderna geografía fe inis-
ta (Massey,
1984).
l patriarcado constituye una categoría teórica e pleada ta bién des de presupuestos no arxistas. El patriarcado representa, en estos enfoques, una categoría que traspasa el tiepo y el espacio. s universal en el tiepo, por cuanto aparece a lo largo de la istoria, y es universal en el espa cio porque se presenta en todas las sociedades. epresenta el arco social de la supeditación de la ujer y del do inio del ho bre, en relación con el papel que se asigna a una y otro. Los que arcan y establecen la situa ción social de cada uno, los patrones de conducta, el espacio propio, las re laciones existentes entre ellos, los valores distintivos. obres y ujeres foran parte de un reparto social, de carácter universal. La geografía feinista aborda estos papeles, estos espacios, estas relaciones. esde la perspectiva del papel social de cada sexo -en la acepción so ciológica del tér ino papel (rol)- se ha desarrollado un tipo de geografías fe inistas que hacen hincapié en este dualis o social, entre ho bres y ujeres. ualis o que se traduce en i ágenes distintas para cada sexo, en funciones diferenciadas, en conductas separadas, en expectativas diversas, para uno y otro sexo. se dualis o, sobre el que se ordena la sociedad, es tablece las noras de conducta esperadas y esperables para cada iebro de la sociedad de acuerdo con su condición asculina o fe enina. Lo que varía es la for alización cultural del iso. La diversidad cul tural define pará etros distintos para el papel de hobre y ujer. Las di ferencias culturales explican las distintas actividades, los distintos espacios, los distintos co porta ientos sociales, que uestran ho bres y ujeres. La perspectiva de la diferencia coo soporte teórico ha esti ulado tabién el desarrollo de la geografía fe inista, a partir de postulados posodernos. Caracterizan las geografías fe inistas críticas con el pensa iento teórico fe inista occidental. istinguen las propuestas pos odernas basadas en la identidad y la diferencia. Se inscriben en el discurso postcolonialista. 4.2.
DIFERENCIA E IDENTIDAD: LAS TEORÍAS POSCOLONIALES
l enfoque teórico de la diferencia tiene un desarrollo específico a través del concepto de identidad. onstituye todo un conjunto de pro puestas de orientación de las geografías fe inistas, que se corresponden
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con lo que se han denominado teorías feministas poscoloniales. Tienen como común soporte el hacer del contexto de la colonización europea y descolonización del siglo XX la clave explicativa de la diferencias entre cul turas y sociedades. Las teorías postcoloniales vinculan directamente dife rencia, identidad y conocimiento. Desde una perspectiva geográfica conllevan la puesta en entredicho de la construcción del discurso que sobre estas sociedades ha realizado la geo grafía, como disciplina que aparece vinculada, de forma directa, con la ex periencia colonial. De tal modo que lo que ponen de manifiesto a través de las formulaciones postcoloniales es que el conocimiento está viciado por la condición sexual, pero también por su condición racial y cultural, blanca y occidental. El tipo de conocimiento construido sobre el mundo colonial y los pueblos no europeos estaría mediatizado por esa doble circunstancia. Lo que se plantea desde estas plataformas es la crítica a un conoci miento que se presenta como objetivo y universal, siendo en realidad un tipo de conocimiento eurocéntrico. El discurso geográfico resulta ser masculino y blanco. Plantea, por tan to, un interrogante conceptual, porque viene a agrietar la homogeneidad de la condición femenina. Las teorías postcoloniales vienen a indicar que el componente racial tiene una profundidad explicativa superior al sexual. En otros términos, viene a formular que las diferencias de acuerdo con el sexo están mediatizadas por las diferencias raciales, que la condición femenina tiene una dimensión racial. La construcción de la condición femenina tie ne un fundamento racial. La actitud de las teorías feministas postcoloniales tiene una doble com ponente. La primera es crítica. Representa una denuncia del condiciona miento decisivo que supone en el discurso geográfico la perspectiva racial de sociedades blancas y europeas. Este discurso está mediatizado por un dualismo que hace de lo blanco y occidental el patrón de conocimiento, frente al resto indiferenciado, asentado en una relaciones de poder asimé tricas, en la medida en que lo blanco u occidental han representado el po der y el resto los sometidos. La segunda es reivindicativa y propositiva. Reivindica una geografía en la que la construcción de la condición femenina se contemple en un contexto abierto, como un proceso vinculado con otros parámetros, fun damento de las diferencias. Estas diferencias conciernen a categorías tan esenciales como la raza, la pertenencia étnica, la clase social, la orienta ción sexual, la localidad. En este último caso, el núcleo básico de este enfoque es resaltar el significado primordial de la ubicación, es decir, la pertenencia a un de terminado espacio regional. La incidencia del lugar en la condición femenina y en su papel social constituye el fundamento de este tipo de geografías feministas. El lugar se percibe como determinante de las experiencias de mujeres y hombres. La pertenencia a un espacio se considera como la circunstancia decisiva en el desarrollo vital, en la configuración de sus espacios, en los marcos y patro nes que dirigirán su actividad, su pensamiento, sus relaciones sexuales, en-
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tre otros ( orasen y innaird, 1993). La condición fe enina aparece dife rente a través de sia, frica, érica Latina, en relación con las específi cas culturas y undos en que se desenvuelve la ujer, que no corresponde al olde unifor e y universal de la ujer occidental. n general, este tipo de diferencias se articulan, en el discurso feinista, en relación con la condición pri ordial, que es la de ujer. Raza, etnia, clase, sexualidad, lugar, afectan la condición fe enina, alteran su per fil. Sin e bargo, constituyen referencias co ple entarias respecto de la si tuación básica, que es ser ujer. Todas ellas se inscriben en el contexto es pacial fe enino. eter inan su espacio vital, sus experiencias espaciales y sus i ágenes del espacio propio y ajeno. odelan, a través de esas iágenes y experiencias, el uso del espacio. l desarrollo teórico fe inista pone de anifiesto el carácter diná i co de la geografía fe inista y la i portancia que sus practicantes conceden a una fundación consistente de la disciplina, desde la perspectiva episteológica. La diversidad de propuestas que co parten la interpretación de la realidad desde la óptica de la condición fe enina pone de anifiesto los últiples interrogantes y ediaciones que subyacen en la explicación de la realidad. o son rasgos diferenciales respecto de la construcción teórica en general, en el arco de la geografía y de las ciencias sociales.
5. La reivindicación metodológica na característica destacada de las geografías fe inistas ha sido, en el arco de la construcción teórica de las isas, la preocupación por una elaboración etodológica propia. Se inserta en una actitud crítica respecto de la etodología predo inante en el contexto geográfico. en la valora ción del étodo coo un co ponente sustancial del proceso de conociiento y de sus resultados. l étodo representa, en el arco episte ológico, el conjunto de re glas, ás o enos explícitas, por el que la co unidad geográfica establece lo que se investiga y cóo hacerlo. n definitiva, significa deter inar el proceso de conoci iento. Conlleva la construcción de conceptos, el uso de los isos, las categorías e pleadas en la ordenación y clasificación de los conocimientos, la definición de éstos, así como el establecimiento de las construcciones interpretativas o teorías. n relación con éstas, supone la definición de los proble as considerados geográficos y, en consecuencia, la deli itación de lo que es geográfico. La naturaleza de estas cuestiones les otorga una di ensión que tras ciende la siple deter inación científica o acadé ica. I plica intereses so ciales. Son éstos los que en últia instancia odelan qué proble as se in vestigan, para qué y cóo interesa hacerlo. Son estos intereses sociales los que sancionan el conoci iento nor al. l feiniso geográfico se ha caracterizado por la reivindicación de nuevas categorías etodológicas, por el cabio en la valoración de las exis tentes, por la definición de nuevos proble as y por nuevos enfoques res
pecto de la deter inación de lo que es relevante o no. a afectado, en par ticular, a la definición de objetividad y neutralidad del proceso de conociiento, respecto de los patrones del conoci iento analítico y positivista. a incidido en la consideración del concepto de verdadero aplicado al conociiento, es decir, del concepto de objetivo. a reivindicado el valor de los étodos cualitativos, del testi onio vivencial y de la observación directa. l fe inis o ha planteado una definición alternativa del proceso de conoci iento ( arding, 1987). n sus for ulaciones postestructuralistas ás radicales, la episte ología fe inista ha significado incorporar a la investigación el principio de relativis o. a supuesto la puesta en entredicho del concepto de verdad, suplantado por el de utilidad. o se busca lo verdadero sino lo que es con veniente de acuerdo con la finalidad de la investigación. esde esta pers pectiva resalta la di ensión activa o social que el fe inis o, en este caso geográfico, iprie a la investigación geográfica. s un rasgo que se anifiesta, tanto en el contexto ideológico o políti co, es decir en el contexto social de la investigación, coo en la definición de los proble as relevantes de la geografía fe inista. La concentración teática en deter inadas áreas y cuestiones es un co ponente significativo de las geografías fe inistas. sta concentración está vinculada al carácter original de ovi iento de transfor ación social que supone el fe inis o. Por otra parte, ha puesto en entredicho los pronuncia ientos de neu tralidad y objetividad del conoci iento. a resaltado la estrecha i plicación de la condición del investigador en los étodos y resultados de la is a. onstituye uno de los puntales de la crítica episte ológica fe inista, en la edida en que tachar de asculina la episte ología do inante cons tituye un rasgo relevante del fe inis o. oo consecuencia, el feiniso ha reivindicado el uso, en la geo grafía, de los étodos cualitativos y la valoración del undo de las opinio nes, sensaciones y senti ientos coo pará etros tan válidos coo los pro cedentes de la observación cuantitativa. Por otra parte, en el uso de ésta han resaltado las insuficiencias conceptuales que derivan de los pará etros de colecta y clasificación de las infor aciones. La construcción de los datos constituye un co ponente esencial del proceso de conoci iento. sta cons trucción está social ente ediatizada. La inclusión de un deter inado tipo de datos, la desagregación o no de la infor ación, las categorías utilizadas para su ordenación, los paráetros de clasificación utilizados, responden a decisiones y están deter i nadas por concepciones e ideologías. La presencia o no de infor ación re ferida a la ujer, las categorías en que ésta se incluye, han sido odeladas por convenciones sociales i puestas. n eje plo ilustrativo, de este tipo de crítica es, en spaña, el proce so seguido en la recogida y clasificación de las infor aciones censales. La declaración personal sobre la que se basa el cuestionario censal ha supues to que, de fora habitual, la ujer declarase su actividad econó ica. Por lo general, en el ábito ca pesino, coo labradora. Los organis os ofi ciales i pusieron que la ujer o esposa apareciera adscrita al concepto de
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«sus labores». ategoría clasificatoria que es la que el poder público y los organis os gestores de la infor ación han i puesto. La crítica de estos condiciona ientos de la producción de infor ación y conoci iento constituye uno de los rasgos ás relevantes de las geogra fías fe inistas. Se explica porque la infor ación sobre la ujer y la inves tigación social en general han estado ediatizadas por este tipo de probleas. a servido ta bién a la crítica fe inista para poner en entredicho la objetividad de los estudios basados en etodologías objetivas, cuantitativas, sustentadas en este tipo de infor aciones. Por otra parte, han pro ovido el recurso a étodos que valoran la opi nión, los senti ientos, las vivencias personales, los conceptos y categorías no científicos, propios de los afectados, objeto de la investigación. n definitiva, las geografías fe inistas han supuesto un i portante ovi iento de reflexión episte ológica, en relación con los valores atri buidos al étodo y sobre el proceso de conoci iento. Las geografías feinistas han ahondado en las actitudes críticas frente a la excesiva confianza en los postulados de objetividad y verdad. Con ello han fortalecido los co porta ientos críticos. an introducido una lla ada de atención sobre el dog atis o etodológico. n todo caso, uestran las distintas posibilidades y sus lí ites, de lo que es una concepción de la geografía basada en el sexo (gender), que surgen de los distintos enfoques y concepciones de la propia condición sexual. acer de la condición asculina o fe enina un arco de expli cación del espacio es la propuesta esencial de las geografías fe inistas. Sin e bargo, no parece indiferente a otros co ponentes de la realidad, desde la raza y la cultura a la clase social. Por otra parte, ta poco es in diferente concebir el sexo coo una variable explicativa del espacio o ha cer de la condición fe enina una di ensión vinculada a su propio con texto, en orden a destacar las diferencias, la ultiplicidad de condiciones fe eninas. La indagación teórica y las preocupaciones episte ológicas han su puesto la construcción de un aplio panora a de perspectivas sobre el es pacio de la ujer y sobre la interpretación del espacio geográfico, a partir de la condición fe enina. Por una parte, han pro ovido el desarrollo cuan titativo de la geografía fe inista. Por otra, han i pulsado enfoques dife renciados de la isa. La preocupación teórica ha supuesto un tránsito perceptible desde la geografía de las ujeres a la geografía fe inista. s decir, de la siple percepción del espacio ocupado por el segundo sexo, a la construcción de un espacio teórico para el entendi iento del espacio social de las ujeres ( lcoff, 1996). La eclosión teórica, la diversidad de enfoques, la ultiplicidad de filosofías subyacentes, han transfor ado la geografía fe inista en un capo renovado de geografías fe inistas ( oen, 1994). l resul tado constituye un despliegue de proble as, de nuevos objetos, de otras perspectivas, que han afectado a los diversos capos de la geografía, aun que algunos de ellos aparecen coo las áreas privilegiadas de las geogra fías fe inistas.
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6.
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uevos proble as, nuevas perspectivas, nuevos espacios
Las geografías fe inistas han supuesto una notable apertura de los capos de análisis geográfico, que afecta al conjunto de la geografía huana. Las geografías fe inistas han incorporado el espacio de la ujer y con ello han a pliado el horizonte geográfico. Sin e bargo, la específica irada de estas geografías, de acuerdo con sus postulados teóricos, se ha concentrado en algunos capos o raas de la geografía. La contribución principal de los enfoques fe inistas se ha anifestado en ellas. Las geografías fe inistas presentan una exclusiva dedicación a la geo grafía hu ana. s un prier rasgo a destacar. Por razones de origen des taca el capo urbano. La geografía urbana aparece coo un ábito privi legiado de la investigación fe inista. Lo es en la doble di ensión de los fenó enos urbanos y de los procesos de planificación. Por razones de origen ta bién, la geografía rural constituye un área de atención destacada por parte de las geografías fe inistas. l papel destacado de la ujer en las co unidades rurales, sobre todo del lla ado Tercer undo, es un factor de cisivo en esta orientación. La atención prestada a proble as y cuestiones vinculadas con la dife rencia e identidad, convertidas en eje de algunos de los enfoques etodológicos de las geografías fe inistas, ha i pulsado el desarrollo de una es pecífica geografía cultural. iene un carácter ultifor e, porque abarca desde los espacios do ésticos y de la raza, a los espacios de la sexualidad. tros enfoques se han introducido en el undo de lo local y en la geo grafía industrial y econó ica bajo perspectivas renovadas. na nueva geografía regional vinculada a la localidad coo espacio de sociabilidad. una geografía industrial y econó ica en la que es esencial el undo del trabajo, esto es, el undo de las trabajadoras. eografía local, geografía in dustrial y econó ica, foran parte de enfoques coincidentes y responden, por lo general, a claves teóricas co unes.
Desde una perspectiva y enfoque estrictamente social y humano, las geografías feministas han contribuido de forma notable al desarrollo de una geografía del medio ambiente. Representa una de las incursiones más novedosas que configuran una nueva conceptualización de la naturaleza y una perspectiva que ha venido a definirse como eco feminismo. n este aplio horizonte de proble as y cuestiones, las geografías feinistas presentan una práctica diversa. e acuerdo con la naturaleza de sus filosofías básicas, con los enfoques teóricos preferentes, con el propio desarrollo te poral de la disciplina, ofrecen la e pírica descripción y la in terpretación ideológica consciente.
6.1.
CIUDAD Y MUJER: FORMA Y SÍMBOLO
esde las pri eras investigaciones sobre los espacios de la ujer y la condición fe enina, la proble ática urbana ha antenido un notable protagonis o en las geografías fe inistas. La diversidad de enfoques per-
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ite distinguir, al enos, tres capos de interés. n prier lugar, la in tegración de la ujer y su espacio en el conjunto de la ciudad. iene que ver con las relaciones entre fora urbana y condición fe enina y, coo consecuencia, entre planea iento urbano y espacios de la ujer. na pro ble ática que aparece desde las pri eras aproxi aciones al espacio de la mujer (Burnett, 1972). na proble ática abordada desde plantea ientos que tienden a des tacar el carácter dual del espacio urbano. spacio público y espacio priva do, espacio de trabajo y espacio do éstico. ualidad que interfiere direc ta ente en el desarrollo cotidiano de las ujeres urbanas. l espacio ur bano coo un espacio odelado por la condición sexual, coo un espacio sexuado (McDowell, 1983). La relación entre espacio do éstico y espacio co ercial, entre hogar y prestación de servicios públicos esenciales, coo el édico asistencial, el educativo, entre otros, han centrado la atención de las investigaciones feinistas (Rose y Chicoine, 1991). sí coo la relación entre hogar y espa cio de trabajo, de especial significación en un seg ento de población para el que uno y otro constituyen espacios de actividad (yck, 1989). La ciudad representa un espacio en el que el carácter de construcción se hace ás patente a la siple percepción. l espacio urbano constituye, en su di ensión física, un conjunto de relaciones sociales. alles, plazas, co ercios, viviendas y oficinas, espacios públicos de distinto orden, apare cen coo lo que son, espacios de relación, de subsistencia, de trabajo, de diversión y entreteni iento, entre otras funciones. alles, plazas, coercios, viviendas y oficinas, parques y deás, foran parte de la vida coti diana, interfieren en ella. l diseño, la construcción de ese espacio físico fora parte de unas prácticas sociales do inadas y onopolizadas por los ho bres, de acuer do a patrones de conducta, a intereses y a culturas asculinas. esponde, por tanto, a la concepción del espacio de los ho bres, y establece, de fora física, relaciones de do inio y subordinación. Tras del diseño y la pro ducción urbana se encuentran concepciones sobre la fa ilia, sobre el tra bajo, sobre el tie po-espacio, sobre el poder y la ubicación social. Las geo grafías fe inistas han destacado esta supeditación histórica del diseño ur bano a la condición asculina. La disponibilidad de equipa ientos educativos, sanitarios, co erciales, y su ubicación en relación con el espacio de vivienda, constituyen coponentes esenciales del diseño urbano, que trasciende en el desarrollo coti diano de la ujer. Sin e bargo, su diseño y construcción no se desarrolla de acuerdo con las necesidades e incidencia en la vida de la ujer, sino a partir de esque as o odelos elaborados con entalidad asculina, en re lación con principios de racionalidad asculina. na racionalidad funcionalista, basada en categorías predeter inadas. na perspectiva que afecta, en ayor edida, a las condiciones de se guridad y riesgo de la población fe enina. bicación urbana y riesgo para la ujer, en cuanto a grado de seguridad, constituyen una di ensión co nocida de la realidad urbana. l análisis de estos fenó enos no es unilate
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ral, en la edida en que las investigaciones fe inistas realzan ta bién la existencia de otros factores y condicionantes en el uso del espacio urbano y su vinculación con otros seg entos de población (Valentine, 1989). l cruce de otras condiciones, coo la raza, el nivel educativo, la cla se social, la condición in igrante, la sexualidad, odifica las percepcio nes, los co porta ientos y el uso del espacio del urbano (Preston, clafferty y a ilton, 1993). l análisis de los espacios de la arginación feenina se asocia a la clase social ( regson, 1995). sí coo a la sexuali dad y la raza (Peake, 1993; alentine, 1993). n contextos culturales y so ciales diversos se integra esta aproxi ación a la realidad urbana desde los enfoques fe inistas. l análisis de los centros urbanos, de la planificación urbana y coercial, de la organización del transporte, así coo el análisis a través de los sí bolos arquitectónicos y constructivos del espacio urbano, fora parte de estos enfoques de signo fe inista. l carácter sexuado del espacio urbano ha otivado un tipo de in vestigaciones que hacen hincapié en los ele entos que si bolizan esa concepción dual de la ciudad. Se aprecia en el carácter de deter inado tipo de edificios, asociados a la presencia predo inante del ho bre. Se uestra en el predo inio abru ador de los ele entos onu entales asociados al ho bre, coo estatuas de personajes, y su ubicación prefe rente en los espacios vinculados con él. Se anifiesta en el culto a valo res asculinos a través del diseño y la fora urbanas. Facetas que han sido objeto de nu erosos análisis por parte de las geografías fe inistas (Bondi, 1992; Monk, 1992). l paisaje urbano tiene una di ensión si bólica que trasluce la divi sión sexuada del iso, el predo inio asculino, la subordinación feenina, los valores asociados con el ho bre. l pos odernis o presta herraientas que per iten conte plar el espacio social do inante, coo un texto, con sus códigos, sus reglas, sus valores. La deconstrucción de este tex to per ite identificarlo coo un espacio de signo asculino. n el que afira y utiliza valores objetivos y si bólicos de carácter asculino, que res ponden a estrategias de diferenciación basada en el sexo ( ood, 1988).
l undo rural ha tenido en las geografías fe inistas una atención destacada. n general, desde los enfoques de la diferencia y la identidad. La atención se ha centrado en el papel de la ujer en las econo ías ca pesinas y en la producción agraria, así coo en las condiciones del trabajo feenino en este ábito social. La notable participación de la ujer en el trabajo agrario en la generalidad de las sociedades rurales del Tercer undo, y su protagonis o en el sosteni iento de la fa ilia y la co unidad, han sido aspectos relevantes del análisis fe inista. l interés por la ujer rural y sus espacios ha sido, en spaña, el principal capo de investigación de las geografías fe inistas, desde el decenio de 1980 ( arcía Raón, 1992).
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El interés por la mujer rural en los países industrializados tiene una me nor dedicación. Sin embargo, aparece como objeto de análisis en relación con actividades no agrarias, en particular con actividades industriales, en el mar co de los enfoques económicos sobre mercados locales y estrategias de loca lización del capital (Wekerle y Rutherford, 1989). Constituye un enfoque y campo de análisis que ha contado con particular atención en el ámbito bri tánico. Se vincula a los enfoques de geografía local y a los problemas de la crisis industrial, desindustrialización y reconversión industrial (Lewis, 1984). Las diferentes estrategias del capital industrial se han definido en re lación con la estructura social de la población fe enina, su grado de expe riencia en el trabajo asalariado, su grado de organización sindical, su adap tación a foras de organización del trabajo flexibles. xcelentes trabajos e píricos han ostrado esta diversidad de co porta ientos del capital y su relación con las situaciones de desarrollo local. ste tipo de enfoque, de carácter econó ico, se ha aplicado ta bién a las sociedades del Tercer undo, coo un ele ento clave en la articula ción de las isas en los procesos de desarrollo de una econo ía global. La presencia de una ano de obra fe enina, abundante, do éstica, con retribuciones salariales ínfi as, ha esti ulado la i plantación de indus trias con una gran incidencia de los costos laborales en el costo final. La explotación de estos ercados de trabajo fe eninos desprotegidos y arginados fora parte de las estrategias del capital ultinacional en el ar co de una econo ía global, dialéctica ente vinculada con el localis o de las relaciones laborales.
6.3.
NATURALEZA Y ECOFEMINISMO
Las geografías fe inistas han abordado el entorno o edio a biente y se han interesado por el concepto de paisaje y por su construcción o ela boración. l rasgo ás interesante es que lo han hecho desde los presu puestos y enfoques del feiniso y, por tanto, con un carácter social. por tan con ello una contribución esencial a la construcción de una geografía coo disciplina social. arcan las vías teóricas y etodológicas para que el entorno físico se aborde coo un hecho social, una tradición uy débil en la geografía do inada por el naturalis o. Las geografías fe inistas plantean, por una parte, una elaboración teó rica renovada del concepto de naturaleza. For ulan, por otra, un actitud respecto de los lazos sociales con el contexto físico terrestre. n el prier caso resaltan crítica ente la tendencia a identificar el concepto de naturaleza coo un producto de la construcción dualista que caracteriza la Ilustración. La naturaleza coo lo opuesto a la Sociedad, a la u anidad. Por otro lado, coo un concepto que identifica lo natural con lo objetivo. La geografía fe inista for ula una crítica del dualis o na turalista que subyace en la cultura occidental, asociado a la Ilustración. n contraposición con estas interpretaciones do inantes, tienden a vincular la explicación del edio a biente a procesos de carácter social,
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econó ico, político y cultural. onstituye una de las for ulaciones ás consistentes de este enfoque. onstituye una propuesta crítica respecto de las concepciones do inantes del edio a biente coo deter inado por procesos físicos. n el segundo se ha traducido en la definición de lo que se ha denoinado ecofeminismo. La identificación de los intereses fe eninos con un siste a opuesto al de explotación de la naturaleza por el hobre se inser ta en un ovi iento activo de lucha contra la devastación de la Tierra, atri buida a intereses y entalidad asculinos. Se sostiene sobre una doble concepción teórica. Por un lado, la identificación del feiniso con la naturaleza, en la edida en que co parten una concepción biológica y esencialista del fe iniso. Se funda enta, coo vios, en la reivindicación de la naturaleza feenina. Por otro, un enfoque social que hace de la naturaleza una construcción histórica. que integra el edio a biente en el arco cultural y social. La elaboración de una geografía fe inista ecológica, es decir, la iden tificación explícita de los intereses fe eninos con la preservación de la na turaleza, y con la oposición a las foras do inantes de relación con el en torno físico, se co ple enta con el creciente interés de las geografías feinistas por el paisaje. e inspiración pos oderna, tiende a hacer una lec tura femenina del paisaje, de acuerdo con la propia tradición occidental que identifica naturaleza y condición fe enina a través de diversas etáforas e i ágenes. La adre naturaleza, la naturaleza nutricia, la belleza coo atri buto del paisaje, si étrico de la belleza coo atributo fe enino, foran parte de esta tradición. l concepto de paisaje supone una construcción o elaboración. s al iso tiepo una herra ienta. Per ite interpretar, per ite leer la natu raleza. Constituye una fora de percepción. Coo tal construcción o tex to, se supone que puede ser elaborado ta bién desde presupuestos fe eninos. onstruir i ágenes, es decir, paisajes fe eninos, es una de las pro puestas que ali enta las recientes geografías fe inistas. ¿Alternativa o complemento?
Las geografías fe inistas han supuesto una a pliación considerable de an puesto de relieve la i portancia y la fertilidad de considerar la condición fe enina en el análisis geográfico. Las investigaciones fe inistas han supuesto un funda ental enriqueciiento de las perspectivas geográficas, en capos coo la geografía urba na, la geografía industrial y regional, la geografía rural y la geografía social. La pretensión teórica de las geografías fe inistas, apoyadas en el feinis o, de poder construirse sobre una racionalidad propia, sobre una episte ología y etodología específicas, resulta ás proble ática en su efectividad. La idea de que existe una naturaleza diferente y que ésta con lleva foras de conoci iento distintas se corresponde con el discurso posoderno. s difícil sustentarla de fora consistente.
los centros de interés de la geografía.
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o obstante, lo que sí resulta esencial del esfuerzo teórico fe inista es el trabajo crítico sobre la concepción de la racionalidad ilustrada y sobre conceptos clave vinculados con esa racionalidad. La puesta entre parénte sis de la objetividad y neutralidad del proceso de conoci iento; la lla ada de atención sobre las i plicaciones en este proceso del sujeto y de sus con diciones culturales y sociales; la crítica al dog atis o episte ológico; la reivindicación de etodologías cualitativas, constituyen co ponentes esen ciales de la crítica teórica, episte ológica y etodológica, que afectan a la práctica y concepciones geográficas. o representan, sin e bargo, en general, for ulaciones críticas espe cíficas del fe inis o, autóno as del iso. Foran parte del desarrollo de un pensa iento crítico conte poráneo y se inscribe en las propias filo sofías e ideologías que soportan este pensa iento. Las geografías fe inistas se insertan en este ovi iento intelectual. oo este iso, la llaada geografía feminista ofrece un alto grado de dispersión teórica y etodológica. oexiste una geografía e pírica, esencial ente li itada a describir los espacios de la ujer, con plantea ientos que suponen elaboraciones teó ricas. sta circunstancia dificulta una valoración de la disciplina. La geografía fe inista puede conte plarse coo un siple capo o te ática de la geografía hu ana, caracterizado por la referencia fe enina. na geografía de los espacios de la ujer. Puede verse, sin e bargo, coo una propuesta de constituir una disciplina diferente, otra geografía. n el prier caso, pode os asi ilar la geografía fe inista al capo de las geografías sociales y culturales. n el segundo, equivale, en sus pro puestas, a las deno inadas geografías transversales, es decir, a las co rrientes alternativas. La novedad y pujanza teórica de la geografía fe inista contrasta con el arraigo te poral y declive de una de las grandes corrientes y prácticas de la geografía oderna, la geografía regional. Su carácter transversal hace de ella un odelo para los nostálgicos de una geografía unitaria, una al ternativa para la recuperación del protagonis o social de la geografía, o una antigualla inservible.
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CAPÍTULO 23
ASCENSO Y CAÍDA DE LA GEOGRAFÍA REGIONAL La geografía regional se desarrolla en el siglo actual identificada con el estudio de la región, con la síntesis regional y con la geografía descriptiva o universal. La geografía regional se construye en torno a un objeto que es la región y de acuerdo con una propuesta teórica que conte pla la geogra fía coo una disciplina descriptiva de estas unidades espaciales. La geografía regional recogía una doble herencia: la uy antigua de la descripción o corografía recuperada a través de la geografía de países o geo grafías universales. La uy oderna de la región coo unidad básica de las relaciones entre hobre y edio, la región natural, surgida ésta en la se gunda itad del siglo I , cuya elaboración geográfica dese boca en la región área diferenciada y la región-paisaje. bas tradiciones se introducen en la geografía regional, que es, al iso tie po, una geografía descriptiva o universal y una geografía de re giones, en la acepción que este tér ino adquiere en la geografía oderna europea. onfusión paradójica que condicionará el desarrollo de esta raa de la geografía. l espacio diferenciado, es decir, los conjuntos espaciales de carácter territorial, reconocidos coo regiones, ha sido conte plado coo un obje to asociado a la geografía desde antiguo, tanto a escala inter edia coo a escala local. l interés por los lugares, por los países, aco paña el desa rrollo de las tradiciones corográficas. Se suele identificar, por ello, con lo que los antiguos deno inaron corografía y topografía, es decir, con el estu dio de áreas y con el estudio local. La tradición corográfica constituye un rasgo sobresaliente del undo antiguo, en particular entre los historiadores y en geógrafos coo Poponio ela. La recoge el siglo I. La geografía especial de arenio responde a ella e identifica, frente a su geografía general, el estudio de las «partes» de la superficie terrestre, de los territorios y regiones. Sin e bargo, la geografía regional, tal y coo se la entiende en la geografía oderna, no puede identificarse con esta tradición ni con los plantea ientos corográficos que fueron predo inantes durante siglos. stas deno inaciones caen en desuso o tienen escasa aceptación. a poco se incorporan al ovi iento científico oderno. e tal odo que
los estudios regionales se desarrollan en el siglo XVIII, por una parte, des de la estadística y la economía política y por otra como geografía uni versal o de países. La estadística, como su nombre indica -y antes de que adquiera su perfil moderno vinculado al tratamiento de los datos numéricos-, porque identifica precisamente el estudio del «Estado» desde una perspectiva mo derna. Se emplean datos referidos a los principales componentes del Es tado -población y recursos-, según se percibían en el siglo ilustrado, de acuerdo con la tradición inicial de origen italiano. La economía política porque aborda el análisis de la riqueza de las grandes unidades territoriales, de las naciones, y, sin duda, de sus distin tos componentes regionales, de acuerdo con las orientaciones de la eco nomía que surgen en el siglo XVIII y que ejemplifica L¿/ Eiqueeyi de las Na ciones (Smith, 1996). El trabajo de A. de Humboldt sobre México -Ensayopolítico sobre Nueva España-, que constituye, en su estructura y orientación, un desta cado antecedente de lo que serán los estudios de geografía regional, no se concibe ni presenta como un análisis de geografía, sino como un «ensayo político». Para Humboldt, su trabajo sobre Nueva España, como el que, de forma equivalente, dedicó a Cuba, no corresponde a la geografía. Se en marcan en el ámbito de lo que se entendía, entonces, como Economía po lítica; de ahí el título de esas dos obras. La geografía regional es un producto del siglo XX , cuyo perfil episte mológico, objeto y objetivos se definen en relación con la constitución de la geografía moderna, como un fruto de la geografía europea, umversal mente aceptado en la comunidad geográfica. Su objeto era la región; su objetivo, identificar estas unidades geográficas, sintetizar los caracteres de la misma, y explicarlas en relación con la interacción de las condiciones naturales con los grupos humanos habitantes en ella. El punto de partida es el reconocimiento de la región como la enti dad básica de la geografía, como el objeto de ésta. Es decir, de la región tal y como ha sido elaborado este concepto en la geografía moderna, como región natural. La geografía regional la convierte en el eje y centro del tra bajo geográfico, en la justificación de la geografía: una alternativa conso lidada en el primer tercio del siglo XX. Región natural y región geográfica son dos términos equivalentes que, en el transcurso de este período, se consolidan como el centro de la investigación geográfica, identificada con la región geográfica o regiónpaisaje. Son el fundamento de una geografía regionalista en cuanto la re gión se contempla como el objeto por excelencia de la geografía y el lla mado método regional como el procedimiento propio de la geografía para el estudio de la superficie terrestre. Esta concepción más estricta, de base ambiental, ha coexistido, sobre todo en el ámbrto anglosajón, con otra más laxa, que reduce la región a un área, es decir el espacio de extensión de una variable o conjuntos de variables, espacio cultural o simple territorio, como alternativa a divisio nes geográficas primarias, como los continentes. Y que, por tanto, hace de
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la geografía regional una disciplina de estas áreas o territorios. en abos casos co partida con su consideración coo geografía de países, es decir, Estados.
1. La geografía regionalista: regiones, paisajes, países, áreas egión es un tér ino de uso secular vinculado con la noción de área o territorio, significado que co parten los distintos á bitos idio áticos. La geografía elabora esta noción con pretensiones de rigor conceptual, identificada en el concepto de región geográfica. sta viene a identificar un frag ento de la superficie terrestre deli itado y diferenciado de los in ediatos. onfundida, en principio, con la región ad inistrativa o po lítica, la elaboración geográfica se distingue, en un pri era etapa, por la pree inencia que concede a los rasgos físicos en la deli itación y defi nición de esta unidad y por el acento que pone en el concepto de hoogeneidad coo rasgo de identidad para la región, coo clave de su per sonalidad geográfica.
1.1.
LA REGIÓN NATURAL: LA REGIÓN DE LOS GEÓGRAFOS
La geografía, de acuerdo con su orientación do inante inicial, hace de la región geográfica una región natural, co binación específica y distinta de ele entos naturales, que le dan ho ogeneidad y personalidad. La ela boración conceptual de esta región geográfica, a partir de la región natural de los geólogos, y confundida en gran edida con ella, separa el concep to de región de la siple noción de espacio diferenciado o área, en el sen tido que e plean este tér ino los anglosajones. l trabajo de los geógrafos se anifiesta en el intento de dar contenido a la noción de región y supe rar la era acepción deli itadora. l co ponente ás destacado de este esfuerzo radica en identificar la región coo un espacio ho ogéneo, dife renciado por sus caracteres propios. La geografía oderna deriva esa ho ogeneidad de la particular rela ción entre los factores físicos y la presencia hu ana, coo el área de ex presión tangible de las influencias del edio sobre el ho bre. La clave de esta concepción es la ho ogeneidad física, sobre todo geológica, que cons tituye la deno inada región natural; es la propuesta del geógrafo inglés ackinder. tro geógrafo británico, ertberson, desarrolla, en el ábito anglosajón, esta concepción de la región natural, que constituye uno de los funda entos de la oderna geografía. La geografía regional ha sido la disciplina orientada a identificar, deli itar y explicar estas unidades básicas, que se suponía co ponen el en tra ado geográfico de la superficie terrestre. ste ha sido el concepto do inante en la geografía oderna desde sus orígenes, a lo largo del si glo XX. La tarea del geógrafo era buscar estas regiones: «la isión de los
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OBJETO Y PRÁCTICAS DE LA GEOGRAFÍA
geógrafos... no es crear regiones, sino descubrir y deslindar, hasta donde se pueda, las que realmente existen... las reales, las geográficas» (Casas To rres, 1980). Se configura como una disciplina que, para muchos geógra fos, se identificaba con la geografía. Ésta se entendía, por excelencia, coo geografía regional. No obstante, la región natural identificada como la región geográfica y como el objeto de la geografía no se constituye, en los primeros decenios de la disciplina, en la base para una geografía regional. Como corresponde a la filosofía dominante en la primera etapa de la geografía moderna, el ob jetivo de la geografía eran las generalizaciones o leyes. En este enfoque, las regiones no constituyen el objetivo de la investigación geográfica, sino el material necesario para la construcción general. Este entendimiento inicial se ha visto afectado, en este período de tiempo, por la disparidad de enfoques en lo que respecta a la pertinencia científica de una disciplina así concebida, a su papel en la geografía mo derna y a su naturaleza. De ahí las diversas etapas de la evolución de la lla mada geografía regional y el complejo proceso de esa misma evolución, in fluido también por las tradiciones culturales -de cultura científica y de há bitos de trabajo- de cada comunidad geográfica. Hacer de la región el objeto y el objetivo de la geografía tiene lugar de forma paulatina. Responde a una evolución intelectual circunscrita al ám bito europeo y concentrada en Francia y Alemania, que se manifiesta en el desarrollo de lo que se llamará geografía regional. Frente a una opinión ex tendida, la geografía regional o regionalista, como orientación de la geo grafía, no forma parte del momento fundador de la geografía moderna. Se produce en pleno siglo XX. El estudio regional se contemplaba como la síntesis efectiva -en su acepción metodológica- de una investigación geográfica con carácter de globalidad. En ella aparece la dimensión integral, compleja, atribuida a la realidad geográfica. Era la que determinaba la personalidad regional, es decir, la individualidad y singularidad del ente regional, de la región geográfica. Hasta mediados del siglo XX, la geografía regional se mantiene como una disciplina orientada a la identificación, descripción y, en su caso, ex plicación de las unidades geográficas denominadas regiones, objetivo fi nal de la denominada síntesis regional. Es el producto de la geografía con tinental europea, vinculado a la escuela francesa de Vidal de la Blache y a la escuela alemana. Una geografía regional que se impuso en la genera lidad de los países durante la primera mitad del siglo XX. Con diferentes enfoques según áreas y tradiciones particulares. La aparente uniformidad con que se suele presentar la época de domi nio regionalista en la geografía moderna, y que se traduce en el calificativo de «clásica» para este tipo de geografía y para este período, enmascara la diversidad de concepciones que subyacen en ella. Diferencias desde la pers pectiva epistemológica y desde el punto de vista del entendimiento de la re gión geográfica, entre quienes practicaron la geografía regional durante la
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unque la región es para todos ellos el tér ino do inante en su dis curso geográfico, se aprecian notables diferencias en la idea que de ella tie nen autores significados coo idal de la Blache, ettner, Slütter o artshorne, atices que tienen que ver con la filosofía que subyace en su con cepción de la geografía. Se concibe coo una aproxi ación a los lugares, de acuerdo con la orientación de idal de la Blache, siste atizada y ordenada en la geografía ale ana por . ettner, que proporciona la estructura conceptual de la dis ciplina en cuanto a objeto, étodos y objetivos. La incorporación del con cepto de paisaje y de los enfoques paisajísticos co pletó el perfil de la dis ciplina, identificada con la descripción de la unidad de paisaje, es decir, la región geográfica.
1.2.
LAS RAÍCES DE LA GEOGRAFÍA REGIONALISTA
n la configuración de la geografía regional confluyen, en el prier tercio de siglo, tres orientaciones o corrientes presentes en la co unidad geográfica acadé ica. n prier lugar, la práctica i puesta por los geógrafos franceses del grupo de idal de la Blache, que postulan el estudio de la región coo prin cipal objetivo de la geografía oderna; carece de un funda ento teórico o reflexión consciente sobre el particular. Su apoyo teórico proviene de un historiador, L. Febvre. n segundo tér ino, la reflexión teórico-episte ológica que elaboran los geógrafos ale anes del ábito de . ettner, que conciben la geografía coo una disciplina de la organización del espacio en unidades o entidades diferenciadas, y que reducen la geografía al análisis o explicación de cada una de ellas. Por últi o, los enfoques culturales del paisaje que surgen en la filoso fía ale ana y que se extienden y aplican a la geografía. rraigan en la tra dición idealista ale ana, y conciben la geografía coo un arte. Constituye una geografía que identifica paisaje y personalidad histórica. Los estudios regionales, que i pulsa idal de la Blache en Francia, ha cen de la región algo ás que un área de la superficie terrestre. rascienden el carácter fortuito de la región ad inistrativa o histórica. La región posee, para estos geógrafos, una entidad física contrastada, constituyen una realidad producto de la naturaleza y de la historia. Son regiones verdaderas, poseen una personalidad o entidad propia. oncepción co partida sin duda por la generalidad de los geógrafos conte poráneos. Sin e bargo, para el creador del grupo do inante de la geografía francesa, el estudio de las entidades regionales se perfila, además, coo la vía apropiada para llegar al objetivo de la ciencia geográfica, es decir, la generalización o enunciado de leyes. l argu ento esencial de idal de la Blache, desde finales del siglo I , es que sólo el estudio riguro so de las entidades regionales podría salvar el escollo de las generalizacio nes apresuradas.
OBJETO
Y PR
ACTICAS DE
LA GEOGRAFIA
Lo expresaba de fora explícita el propio idal de la Blache, al consi derar coo el objeto de la geografía la relación entre las condiciones geo gráficas y los hechos sociales: «sta fora de geografía se inscribe en el pla no de la geografía general; sin duda puede objetarse a esta idea que existe el riesgo de inducir a generalizaciones pre aturas. hora bien, si existe la posibilidad de este peligro, es necesario entonces recurrir a algún edio para prevenir esto. o podría aconsejarse nada ejor que la realización de estudios analíticos, de onografías en las que las relaciones entre las con diciones geográficas y los hechos sociales fuesen observados de cerca, den tro de un restringido capo previa ente seleccionado» (Vidai, 1902). n arco interpretativo que sustenta el perfil de las onografías re gionales que i pulsa Vidai de la Blache, a partir de su propio odelo, es bozado en Le Tableau de la Géographie de la France y, sobre todo, en La France de l'Est, onografías desarrolladas por sus discípulos, iniciadas por E. de artonne, . e angeon y R. Blanchard. Durante decenios, las monografías regionales son la principal contri bución de los geógrafos. Desde la tesis de De Martonne, en 1902, sobre La Valaquia y, sobre todo, de A. Demangeon sobre La Picardie, en 1907, a las ya crepusculares, que aparecen en el decenio de 1960, como la de S. Lérat sobre Les Pays de 1 Adour. Una larga serie de monografías, que van cu briendo el espacio francés y, de forma paralela, las distintas regiones del amplio dominio colonial. Una producción que dio carácter a la geografía de la primera mitad del siglo XX, sobre la que se construye el prestigio de la geografía regional francesa y su aureola de geografía clásica. La larga serie de onografías regionales desarrolladas por los discípu los de idal de la Blache y de sus continuadores ha sido la ás destacada uestra de esa orientación y concepción de la geografía regional coo es tudio de regiones, casi sie pre en el arco de las deno inadas tesis de stado, es decir, investigaciones de uy largo alcance que representaban la cul inación de la carrera del geógrafo. espondía a la concepción del patriarca de la geografía francesa oderna, que había catalogado la síntesis regional coo «coronación del tra bajo del geógrafo», una idea co partida, con si ilar alcance acadé ico, en la geografía ale ana, en la que la onografía regional, en uchos casos dedicada a un país, aparecía ta bién coo la coronación de la carrera del geógrafo. ste se ha ejercitado, previa ente, en estudios de carácter gene ral, con un notable predo inio de los de orden físico y con una perceptible preferencia por los de tipo geo orfológico. La trayectoria de Lautensach, con su tesis sobre orea, tras diversos estudios de carácter general, sobre geo orfología y cli atología, es eje plar. n le ania, la geografía regional se elabora desde dos enfoques dis tintos, incluso contrapuestos. Por un lado, la geografía regional que estruc tura y conceptúa . ettner, que hace de esta disciplina la esencia de la geografía, sustituyendo a la geografía general. e acuerdo con su filosofía neokantiana, concibe la geografía coo la disciplina de la diferenciación de la superficie terrestre en entidades singulares, las regiones, y de la descrip ción razonada de las isas.
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n este esque a o concepción estructural del capo de conoci iento, la geografía regional aparece coo el núcleo de la disciplina, ientras la geografía general queda reducida a una función propedéutica o for adora. s la concepción que, adaptada, se incorpora en los stados nidos en el período de entreguerras. Por otra parte, la geografía regional coo disciplina cuyo objeto es el paisaje, desde una consideración subjetiva e histórica, coo expresión de una cultura. l paisaje coo funda ento de la identidad regional, coo soporte de la personalidad regional. e tal anera que, coo sintetizará . Sorre, la región representa «el área de extensión de un paisaje». Tras la idea del paisaje se encuentra una concepción que coloca las relaciones en tre el hobre y el edio en un contexto histórico y cultural. l paisaje es la expresión de la adaptación y respuesta cultural a los factores o condi ciones físicos, a lo largo del tiepo de ocupación de un territorio por una co unidad hu ana. s la geografía regional de . Slütter y Passarge, cuya expresión ás radical, desde la perspectiva episte ológica, será la deno inada geografía artística. Para los que la propugnan, de explícita filosofía idealista, la geoes un arte, busca una descripción co prensiva del paisaje, y consi dera que la geografía general no es auténtica geografía. Se trata de una geo grafía del paisaje en las antípodas de una ciencia. s una geografía regio nal concebida desde una filosofía distinta de la que propugna ettner. Las divergencias entre abos enfoques se hicieron patentes en la controversia, con este otivo, entre ettner y Slütter. La geografía regional tiene, por tanto, dos consistentes raíces en la geo grafía ale ana y una práctica consolidada en la geografía francesa. Lo que se denoina geografía clásica, o etapa clásica de la geografía regional, es, en realidad, una aalgaa entre esas distintas corrientes. Los geógrafos franceses, dedicados a hacer onografías regionales, incorporan la concep ción paisajística y la estructura siste ática de ettner. n la propia leania, se produce la si biosis entre una y otra corriente. 1.3. LA GEOGRAFÍA REGIONAL: REGIONES Y PAÍSES
e este odo, la geografía regional adquiere su perfil de disciplina orientada al estudio de las entidades regionales, concebidas como existen tes y definidas por su paisaje. La a bigüedad episte ológica de origen, en tre una disciplina científica positiva, una disciplina científica singular -a lo ant- o un siple arte, aco pañará a la geografía regional de fora per anente. n los países europeos continentales, el enfoque do inante fue el vinculado con la región-paisaje, de carácter ambiental en sus fundamentos, y de concepción histórica y cultural: la región coo paisaje, coo coplejo foral de raíz histórica, en la que tiene un gran peso la etodología orfogenética. La geografía regional de este tipo posee una acentuada pro yección histórica, por cuanto la génesis del paisaje adquiere un valor esen-
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cial. Es la razón de que algunos autores la denominen historiadla. Génesis asociada a las particulares y cambiantes relaciones entre los factores físicos y los grupos sociales, con su específica cultura. Es el rasgo distintivo de la geografía regional que se practicó en Alemania, Francia, Bélgica e Italia. Es el modelo de geografía regional que se incorpora en España, por parte de los geógrafos catalanes, y que da su perfil a la escuela catalana de geografía durante un cuarto de siglo, con una orientación comarcal predo minante. En España, la recepción de la geografía regional se produce en Ca taluña, y las primeras monografías con este enfoque corresponden a traba jos de Pau Vila y su escuela, iniciados en el decenio de 1920. La orientación regionalista encajaba bien con los planteamientos del nacionalismo catalán, en la medida en que prestaba atención a la perspec tiva histórica y alas dimensiones culturales (Ortega Valcárcel, 1988). Se presentaba como la alternativa a la geografía naturalista practicada en el primer tercio de este siglo XX en España (Gómez Mendoza, 1995). La difusión en el resto de España tiene lugar después de la guerra ci vil y caracteriza la totalidad del trabajo geográfico hasta el decenio de 1970. El enfoque regionalista domina la orientación de la geografía, en la pos guerra civil, en Madrid y Zaragoza -los dos principales centros geográficos desde la perspectiva académica-, de acuerdo con el patrón catalan, aun que, en apariencia, se sigue el modelo francés. La diferencia sustancial con éste se encuentra en el carácter comarcal de las monografías españolas. Se distingue por un acentuado sesgo ruralis ta e histórico y se enmarcan en una concepción que contempla el espacio geográfico como un mosaico de unidades y que combina el estudio mono gráfico de cada unidad con una ideal síntesis del conjunto regional por una parte y del país, es decir, el Estado, por otra. De acuerdo con esa concepción y enfoque, se generalizan los proyec tos de investigación regional, promovidos desde los diversos centros uni versitarios españoles, en cada uno de los cuales se trata de cubrir, con mo nografías comarcales, el conocimiento de la respectiva región. Se conciben como el soporte necesario para la construcción de la síntesis regional, refe rida, en este caso, a las regiones naturales o de paisaje, en sentido estricto. Síntesis que se traducen en las obras de geografía regional de España, tal y como se acometen en el decenio de 1960, de acuerdo con los proyectos de Manuel de Terán y L. Solé Sabarís (Terán, 1958 y 1968). Una concepción que vincula la monografía regional con la geografía de países dentro de la misma geografía regional. Responde a las mismas pau tas interpretativas y metodológicas. La síntesis geográfica se aplica por igual a la monografía regional como a la nacional. Geografía de países que relaciona a la geografía regional con la geografía descriptiva o universal. La geografía regional incorporó, también, la vieja geografía univer sal o descriptiva, la geografía de los países, las geografías de lo exótico, que habían adquirido un notable desarrollo en el siglo XIX. Geografía Universal de E. Reclus fue la más popular y de mayor éxito. Vidal de la Blache impulsó y sus herederos le dieron continuidad, una nueva versión de la geografía universal, en que participa la mayor parte de sus discípu-
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los, convertida en un nuevo clásico del género. Son obras realizadas de acuerdo con la concepción regionalista. onstituyen las deno inadas sín tesis regionales: la gran colección de la Géographie Universelle, publicada entre 1927 y 1948, dirigida por Lucien allois -realizada con la colabo ración de los ás significados discípulos de idal de la lache-, fue su ás relevante anifestación. s una orientación que tiene especial desarrollo en la geografía aleana y que adquiere ta bién notable difusión en la geografía a ericana, hasta el punto de caracterizarla, en la edida en que otorga un perfil es pecífico a las concepciones regionalistas de stados nidos. Se identifica con las concepciones geográficas de influencia kantiana que hacen de la di ferenciación espacial y de los lugares el principal objeto de la disciplina. Las geografías de países constituyen el núcleo de esta geografía regio nal. s el particular perfil de la geografía regional en los países anglosajo nes y sobre todo en Estados nidos, donde se produce un notable esfuerzo de conceptualización y clasificación, en el arco de una tradición cultural e intelectual propia que tiene dos co ponentes destacados. l pri ero, la influencia del pensa iento positivo y la for ación física de los geógrafos. l segundo, el extendido entendi iento de la región coo un área o espa cio deli itado.
1.4.
LA GEOGRAFÍA REGIONAL ANGLOSAJONA: GEOGRAFÍA DE ÁREAS
La geografía regional en los países anglosajones y, sobre todo, en stados nidos, carece de una tradición equivalente a la europea continental. Su desarrollo es tardío, posterior a la priera guerra undial. e hecho, no se produce hasta el cuarto decenio del siglo XX, bajo el i pulso de geó grafos como Preston Jaes y . artshorne, por una parte, y de . Sauer, por otra. asta esos años, la geografía regional carece de resonancia entre los geógrafos nortea ericanos (Clark, 1954). unque siguen el odelo eu ropeo y co parten, en lo esencial, la concepción de . ettner, de la región y el estudio regional, ofrecen una interpretación y una práctica diferencia da de la geografía regional. o parten la filosofía básica de que la geografía regional constituye la expresión ás acabada de la geografía. Participan de la idea de que el étodo regional es el étodo geográfico por excelencia. ntienden la región coo un espacio o área caracterizado por la ho ogeneidad de rasgos. In corporan, por tanto, los conceptos básicos de la geografía regional europea. La influencia de Sauer introduce un enfoque cultural que potencia el con cepto de paisaje coo expresión de la unidad cultural del espacio regional. xpresa la síntesis de la acción cultural de un grupo hu ano, y resalta o potencia la estrecha i plicación entre paisaje, cultura e historia. o partían la concepción de la región coo una unidad singular, coo un espacio único, y de la geografía coo una disciplina descriptiva de estas unidades espaciales (Hartshorne, 1939). La for ulación principal se orientó hacia la región coo área diferenciada, en la tradición corográ-
gía», según la expresión de Sauer. Sobre estos ci ientos, co partidos con la tradición regional europea, a partir de la cual se desarrolla la geografía regional en stados nidos, se insertan los ele entos específicos de la propia tradición anglosajona, que influirán en el sesgo que introducen en la disciplina. asta después de la pri era guerra undial, los trabajos de geografía regional son, de hecho, inexistentes. La geografía regional carece de interés para los geógrafos nortea ericanos, uy anclados en una for ación de ca rácter naturalista y de perfil geológico, poco sensible a los aspectos huanos. n consecuencia, los únicos estudios de di ensión regional se corres ponden con cuestiones de geografía física, con descripciones o análisis fisiográficos y, de fora secundaria, de carácter cli ático. e hecho, con an terioridad a esa época no se publica ningún trabajo de geografía regional en Estados Unidos (Whittlesey, 1954). l interés por la geografía regional surge en la posguerra, de la ano de varios factores que deter inan el creciente interés de los geógrafos jó venes. stos son los pri eros con una for ación geográfica en sentido es tricto. Se han destacado, coo tales factores, las necesidades suscitadas por el planea iento urbano; la incipiente y ascendente aparición de un regionalis o a la a ericana, o sectionalism; y, ta bién, la influencia de los en foques ecológicos en las ciencias sociales ( hittlesey, 1954). l contacto con la geografía europea, sobre todo ale ana, pero ta bién francesa, propor cionó los arcos teóricos y etodológicos para el desarrollo de la geogra fía regional nortea ericana. l rasgo distintivo respecto de uropa es una concepción ás laxa del estudio regional y una orientación preferente hacia la geografía de países. Para los geógrafos nortea ericanos, el estudio regional abarcaba desde la escala local a la continental y el concepto de región se aplica por igual a to das ellas. Por otra parte, si bien entienden la región coo un espacio ho mogéneo, y es este carácter el que distingue el concepto geográfico de la sim ple noción de espacio deli itado, que identifican coo área, no consideran tales espacios ho ogéneos o regiones coo entidades objetivas o reales. La geografía regional nortea ericana se basa en un concepto de región coo ero instru ento intelectual para el análisis geográfico y, por ello, la región como un producto de la mente. Lo decía Broek de forma taxativa: «n la actualidad reconoce os que las regiones no son entidades existen tes en la naturaleza, sino construcciones entales, definidas en tér inos de asociación de caracteres seleccionados previa ente, tales coo continen tes, regiones cli áticas, o á bitos culturales» (Broek, 1966). e acuerdo con una tradición bien asentada entre los geógrafos de stados nidos, la región no era sino «un recurso para seleccionar y estudiar agrupaciones de fenó enos co plejos que se encuentran en la superficie terrestre». e anera que «la región así considerada no es un objeto de na turaleza predeter inada», sino un concepto intelectual, creado por la se lección de deter inadas características que son relevantes respecto del problea considerado ( hittlesey, 1954).
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La región adquiere un di ensión ás instru ental que ontológica. n relación con ello, la geografía regional nortea ericana co prende desde el conjunto del planeta al estudio de «la siple granja»; en la edida en que el taaño del área regional «dependerá del grado de generalización que se pretenda» (Pearson, 1959). e tal odo que el undo puede ser dividido en un pequeño núero de grandes regiones continentales o cli áticas que a su vez pueden ser frag entadas en otras enores según criterios pro ductivos, subtipos cli áticos, criterios políticos, o co binación de varios de éstos. l núero de regiones que pueden ser definidas es «infinito». sto es, no existen «verdaderas regiones». partir de estos postulados se desarrolla la geografía regional nortea mericana, hasta adquirir una notable preeminencia, durante algunos dece nios, en el seno de la geografía a ericana. Se trata de una geografía regio nal que corresponde, en parte, al análisis de regiones, y en parte, a los es tudios de áreas culturales, propios de la tradición anglosajona. l influjo de la geografía cultural orientó la investigación geográfica hacia unidades regionales cuya ho ogeneidad tuviera coo funda ento la presencia de deter inados caracteres de cultura -religión, lengua, hábitos, ali entación, etnia, entre otros-. La orientación cultural per itió abordar tanto los estudios a gran es cala coo los de países o continentes. La geografía regional se entiende coo una geografía de países - stados- y coo una geografía de áreas culturales. Se definió coo la disciplina de la «interacción de diversos pro cesos en países concretos o en regiones culturales específicas» (Ja es, 1966). Sin e bargo, este tipo de regionalización cultural se introduce sólo tras la segunda guerra undial. on anterioridad, la concepción regional aplicada responde a un enfo que físico acentuado de tal anera que son las unidades fisiográficas, las grandes unidades geo orfológicas o, en su caso, cli áticas y biogeográficas, las que proporcionan la alla regional aplicada a la división regional, co partida con la siple división por continentes o áreas «geográficas». na y otra sirven para establecer los arcos regionales. s una geografía regional que se identifica, en gran edida, con la geografía descriptiva o geo grafía de países a escala universal. Las regiones son los grandes do inios cli áticos o biogeográficos: regiones polares, regiones áridas, regiones tepladas, regiones tropicales, entre otras; o bien regiones de selva, regiones de praderas, regiones de ontaña. n esque a equivalente se eplea para la regionalización de érica del orte y de stados nidos. Se ipone un concepto de regionalización basado en la consideración de la región coo área de rasgos unifor es, o área ho ogénea. La tradición geo orfológica hará que el criterio ás habitual de regionalización sea fisiográfico o geo orfológico: las ontañas Rocosas, las randes Llanuras, la Llanura costera atlántica, los palaches, subdivididas en otras enores de acuerdo con sus caracteres específicos. n el caso de los geógrafos con for ación cli ática fueron las clasificaciones de este tipo las predo inantes, así coo el desarrollo de la geografía econó ica con
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tribuyó a introducir el criterio econó ico productivo, que llevará a las re giones del tipo del Corn Belt, anufacturing Belt, Cotton Belt, de acuerdo con la producción o actividad econó ica do inante. Tras la segunda guerra undial aparecen criterios de división cultural o sociocultural, que distinguen érica Latina y érica anglosajona, riente, en que se ezclan deno inaciones continentales y contenidos cul turales: Europa coo la región de las sociedades europeas, sia de los onzones para las civilizaciones o culturas orientales, frica para los pueblos africanos negros, el undo árido para las culturas islá icas, entre otras. acrorregiones que se dividen a su vez por países o grupos de países. Es el esque a regional do inante que se desarrolla, a su vez, desde una concepción a biental. ada país o grupo de países se aborda en dos gran des apartados, concebido el pri ero coo «los funda entos», que se refie re a los rasgos físicos, y el segundo coo «ocupación»; o, en otros casos, coo «l edio físico» y «l hobre y sus actividades». n dualis o bási co que responde a una concepción esencial que hace de la geografía una dis ciplina de las «interrelaciones entre las gentes y sus hábitats» (Broek, 1966). unque los nuevos enfoques culturales destacan el protagonis o de la cul tura en esas relaciones, la concepción funda ental peranece sin cabio. Se trata de una geografía descriptiva, en la que adquiere un gran peso la geografía de países por grandes áreas (Ja es, 1966). Las onografías y las síntesis regionales dedicadas a países y a grandes áreas culturales dis tinguen la producción regional de stados nidos con notables represen tantes, coo P. Jaes, un prestigioso geógrafo especializado en érica Latina y portaestandarte de la concepción regionalista nortea ericana. n tipo de geografía regional reivindicado desde la perspectiva de que «siepre habrá un lugar para un grupo de geógrafos que están preparados para adoptar otras tierras, co partir otras culturas, adquirir una co pren sión especializada sobre ellas» (ead, 1980). l geógrafo británico se hacía eco de la actitud y de los plantea ientos de los geógrafos regionalistas nor tea ericanos. sta orientación sirvió de justificación a la geografía regional norte a ericana, en la edida en que se considera que sie pre será necesaria la existencia de un conoci iento especializado en los deás países. Se rei vindica la geografía regional coo un área de expertos «en la interpretación de fenó enos y aconteci ientos en los países extranjeros». na geografía de países que responde al «síndro e de otros lugares», que, «quizás, nunca de bió lla arse geografía regional» (ead, 1980). pesar de las diferencias con la geografía regional europea, la geo grafía regional nortea ericana co parte una concepción equivalente. uno y otro lado del tlántico se considera a la geografía coo una disciplina de la diferenciación de la superficie terrestre en áreas distintas que presentan rasgos unifor es. La quiebra de esta geografía regional se produce en a bas orillas, aunque por razones diferentes. e odo paradójico, es en stados nidos donde aparece con ayor evidencia, en el arco de un debate en el que se ponen en entredicho los funda entos episte ológicos de la geografía regional y se reivindica una geografía de carácter general.
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l declive de la geografía regional
La geografía regional inicia su declive tras la segunda guerra undial, efecto de un doble proceso: las insuficiencias etodológicas y conceptua les, que habían conducido a los estudios regionales a una situación difícil, que denunciaban los propios geógrafos regionalistas (Le Lannou, 1948); las críticas episte ológicas que se ultiplican desde postulados neopositivistas, que ponen de anifiesto la fragilidad e inconsistencia de los postula dos críticos del regionalis o y de la geografía del paisaje. La i potencia de los plantea ientos regionalistas se advierte en la propia actitud de los geógrafos de esta corriente o for ación. Son cons cientes de que el trabajo regional se resuelve coo una aalgaa o yuxta posición de estudios generales y que la síntesis geográfica se reduce a una siple receta narrativa. La síntesis geográfica regional, en la ayoría de los casos, no era sino una sucesión de capítulos inconexos: la desacreditada obra a tiroirs, que denunciaban los propios geógrafos, resultado de «la yuxtaposición artifi cial de dos géneros de investigación», coo «un siple inventario que anotaba todos los hechos físicos y huanos... sin tratar de enlazarlos en tre sí» (Le Lannou, 1948). Las insuficiencias etodológicas de la geografía regional afectaban ta bién a la capacidad operativa de la disciplina. La posibilidad de es tablecer lí ites precisos a las unidades de paisaje, fuera de los si ples espacios co arcales, se desvanecía. Por otra parte, la concepción paisa jística resultaba i potente frente a las realidades del undo industrial y urbano. La inseguridad y el escepticis o condujeron a la puesta en entredi cho de la región coo concepto geográfico válido y a su negación pura y si ple. l escepticis o nihilista se perfilaba en la posición de geógrafos coo J. Beaujeu- arnier y P. eorge. Para la pri era, cuando intentaba separar los co etidos de geógrafos y econo istas en el trabajo regional, al tiepo que ponía en duda la utilidad del concepto de región (Beaujeuarnier, 1971). parece en la actitud de P. eorge, respecto de un con cepto de región que no per itía deli itaciones precisas, que resultaba ser una realidad ca biante, lo que le invalidaba para la intervención activa (George, 1966). Los intentos de adaptación y renovación de la concepción regionalista, atrincherada en la consideración del espacio regional coo una reali dad física e histórica in utable, coo un objeto identificable, caracteriza do por la unidad de paisaje, resultaban vanos a la hora de hacer de la geo grafía una disciplina activa, capaz de responder a las de andas sociales. sta incapacidad de la concepción regionalista y la conciencia de que la región-paisaje de raíz naturalista, definida por la ho ogeneidad, y ca racterizada por la per anencia histórica, que le otorgaba su perfil de reali dad in utable y su persistencia, llevó a los geógrafos al escepticis o. l «estallido» de la región-paisaje la dejaba reducida a siple ito de la geo grafía oderna (Reynaud, 1974).
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La geografía regional se encontraba enfrentada a numerosos proble mas que afectaban a la práctica de la misma. A la práctica social, como una disciplina aplicable o activa, y a la práctica académica. Lo resaltaba un au tor norteamericano, al sintetizar y apuntar lo que él consideraba los seis problemas básicos de la geografía regional, desde el punto de vista de su me todología: « 1. La imposibilidad lógica de articular una descripción regional completa en forma verbal. 2. El limitado caudal de innovación posible. 3. El problema de identificación de las propias regiones. 4. El problema de la escala de la presentación. 5. La multiplicación del material. 6. El problema de la diferenciación regional» (Paterson, 1974). Las dificultades internas se vieron agravadas por la crítica exterior. Los geógrafos analíticos inician un proceso de des antela iento de los supuestos teóricos y etodológicos de la concepción regionalista. Ponían de anifiesto la filosofía subyacente, su carácter acientífico, la inconsis tencia de su etodología, el funda ento irracional de sus postulados (Schaeffer, 1953). tacando la concepción regionalista en su versión aericana, que era una aplicación de la concepción de . ettner, agrietaba, de hecho, al conjunto de la geografía regionalista, y a la propia geografía regional. La crítica analítica negaba, al estudio regional, entidad científica, y de nunciaba el sedicente étodo regional o síntesis. La región quedaba rele gada, en el ejor de los casos, a siple caso de estudio, en orden a apor tar la infor ación individualizada susceptible de posterior generalización. Se recla aba, por tanto, el carácter preferente de la geografía general coo disciplina capaz de aplicar el étodo científico, de llegar al enunciado de leyes a través de la inducción o inferencia. La debilidad interna facilitó el descrédito exterior. La quiebra episte ológica y social de la geografía regional coo dis ciplina se trasladó de fora progresiva desde stados nidos a uropa, y desde los países de tradición positivista a los de ayor asiento del irracionalis o vitalista, coo le ania y Francia. Se produjo un siste ático abandono de los estudios regionales. La geografía regional, la geografía de las regiones, coo tal, desapare ce, aunque con ritmo desigual. Las monografías regionales dejan de ser un objeto de investigación, en spaña, en el decenio de 1970. En 1968 se ela boraba y publicaba la últia eografía regional de spaña concebida de acuerdo con los patrones clásicos. La geografía regional se acantonará en la geografía de países, coo una geografía descriptiva. Situación que conducirá, en la búsqueda de re edios, a inspirarse en los enfoques de los economistas, interesados por la dimensión espacial de los procesos econó icos. En relación con los enfoques econó icos se elaboran nuevas propuestas alternativas que tendrán una notable influencia en el de sarrollo de los estudios regionales y, por extensión, en la geografía regional. Por una parte, acelerando su desco posición y arrincona iento coo una disciplina inadaptada al undo oderno, en cuanto asentada en un con cepto de región i propio de éste; por otra, induciendo nuevas alternativas teóricas v metodológicas regionales en el marco de la geografía .
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l punto de partida es la aparición de una raa econó ica orientada al análisis de las desigualdades espaciales. Se trata de la ciencia regional o análisis regional. La Regional Science representa la alternativa científica, de inspiración analítica.
3. La alternativa económica: el análisis regional Las nuevas propuestas regionales se vinculan con la aparición de la diensión regional en el arco del análisis econó ico. ste proceso de apa riencia contradictoria enriquece y diversifica el entendi iento teórico de la región y la etodología regional. Se produce al argen de la geografía re gional; surge en el arco de la econo ía y se desarrolla en la geografía econó ica de inspiración analítica. La econo ía posterior a la segunda guerra undial se caracteriza por el creciente interés por las diferencias en el desarrollo econó ico, a escala planetaria y en el arco territorial del stado. Se interesó ta bién
por las reglas que rigen las relaciones econó icas de
ercado en el
espacio, desde la perspectiva de la localización y distribución de los cen tros productivos y de servicios, y desde la consideración de la estructura espacial en que se ordenan los distintos centros econó icos. l descubri iento de autores coo on Thünen y hristaler, por eje plo, y la re valorización de sus obras, es un efecto de las nuevas preocupaciones de la disciplina econó ica.
3.1.
EL ANÁLISIS REGIONAL Y LA CIENCIA REGIONAL
Se trataba, en prier tér ino, del desarrollo de un arco regional econó ico acorde con los postulados de la cono ía positiva, orientado a abordar las di ensiones espaciales de los fenó enos econó icos, tal y coo se for ula en la Regional Science (Isard, 1956). Se trata de indagar en el efecto de la distancia sobre los procesos econó icos del ercado, en tre productores y consu idores. Se aborda desde una perspectiva analíti ca y desde los presupuestos de la econo ía oderna. Tiene un carácter funcionalista, fundada sobre la hipótesis del Homo oeconomicus. s decir, parte de la consideración de un agente social abs tracto, cuyas decisiones econó icas se suponen dirigidas por el interés propio. Se presupone que están basadas en la disposición de una infor ación co pleta sobre las condiciones de su decisión. Se considera que tales decisiones están fundadas en una elección racional. Individuos o e presas, coo agentes econó icos, constituyen la refe rencia de los postulados teóricos de la nueva econo ía. sta se preocupa por las reglas o leyes que deter inan las conductas de tales agentes en el espacio. usca establecer las consecuencias que tales conductas tienen en la organización del espacio econó ico. ste arco teórico per ite abordar no sólo el entendi iento de esas conductas econó icas sino ta bién la in
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OBJETO Y PRÁCTICAS DE LA GEOGRAFÍA
tervención correctora de posibles efectos indeseados y la planificación ra cional de la actividad econó ica. l análisis econó ico, coo un instru ento de desarrollo y de equi librio entre las distintas áreas de un país y entre los diversos países, des cubre la necesidad objetiva que se le presenta a la econo ía neoclásica de toar en consideración una variable no atendida, la del espacio, si bien se reduzca su co prensión a las variables aludidas antes de distan cia y suelo.
Esta economía se orientó hacia los fenómenos económicos en el espa cio, desde las reglas de la localización productiva a las de la organización espacial de la distribución de bienes y servicios. Se desarrolla en los países anglosajones, sobre una herencia que arraiga en la Alemania anterior a la guerra mundial y, con particular intensidad, en Estados Unidos (Nijkamp y Wrigley, 1984). A mediados del decenio de 1950 cristaliza como una disci plina específica dentro de la Economía, denominada Regional Science (Cien cia regional). La ciencia regional, como la economía regional, se interesan por estas dimensiones espaciales de las relaciones económicas, desde pre supuestos teóricos y metodológicos de carácter analítico. La «ciencia regio nal se orienta a la representación matemática y a los análisis de relaciones económicas y espaciales» (Mead, 1980). Es una disciplina teórica, caracterizada por la puesta a punto y el de sarrollo de un complejo y rico conjunto de instrumentos de análisis de las variables económicas en función de la distancia y por el alto grado de formalización de estos instrumentos. La cuantificación, el tratamiento mate mático sistemático y el diseño de modelos teóricos de comportamiento es pacial constituyen rasgos distintivos de la Regional Science. El desarrollo de este complejo instrumental metodológico, la puesta a punto de técnicas de cálculo matemático cada vez más sofisticadas, para abordar los diversos fenómenos del análisis regional, aparece como la principal aportación de esta disciplina (Nijkamp, 1986). l espacio que los econo istas consideran es un espacio ate ático, una di ensión vinculada con la distancia, respecto del cual es posible es tablecer o indagar los co porta ientos econó icos de los agentes indivi duales y sus consecuencias espaciales, de acuerdo con las leyes del ercado. Se trata de un espacio teórico, un espacio isótropo, iso orfo, desligado de cualquier rasgo físico o natural. n este contexto, el concepto de región adquiere una nueva significación.
3.2.
REGIÓN BANAL Y REGIÓN ECONÓMICA
l espacio regional de los econo istas de la Regional Science -es decir, la región econó ica- tiene un alcance relativo y teórico. elativo porque se define de acuerdo con los objetivos de la observación o de los fenó enos econó icos y sociales indagados. s un concepto instru en tal. La región de los econo istas carece de entidad sustantiva u objetiva: es una herra ienta.
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La región económica o espacio regional de la ciencia regional repre senta una categoría circunstancial u operativa. Identifica el área de exten sión de un determinado elemento económico o de un conjunto de variables determinadas previamente, establecida en función de los objetivos circuns tanciales del investigador. Existen, por consiguiente, tantos espacios económicos como investiga ciones, tantas regiones como variables se manejen. «Tantas regiones como motivos para estudiarlas», decía un economista francés, para ilustrarlo (Rallet, 1988). La región sólo identifica este área de extensión o este espacio de relaciones económicas. Los mismos geógrafos regionalistas aceptaban esta derivación: «reco nocemos actualmente que las regiones no son entidades existentes sino construcciones mentales, de acuerdo con la asociación de caracteres pre viamente seleccionados» (Broek, 1966). La región quedaba reducida a sim ple área homogénea, según la cuestión considerada. El espacio regional de los economistas de la Regional Science, la región económica, se separa de la región geográfica como concepto. La región de los geógrafos, el espacio físico que en la geografía regionalista se identifica como una unidad de la superficie terrestre. Desde la perspectiva económi ca de la ciencia regional se identifica con el sustrato físico, o territorial, con siderada como la región banal. Es decir, como una variable no significativa en los procesos económicos. La región económica se deslinda así de la región geográfica. Ésta re presenta, para los economistas, el espacio banal, el simple sustrato físico más o menos modificado; aquélla identifica el sistema de flujos y relacio nes entre agentes económicos, un campo intangible sin proyección física, pero significativo. Su carácter operativo, instrumental, hace posible asig narle límites arbitrarios e independientes de sus caracteres materiales. De ahí su prolongación en lo que se llamará región programa, es de cir, el espacio acotado para el desarrollo de determinadas acciones plani ficadoras, cuyos límites dependerán en exclusividad de los objetivos esta blecidos, un espacio regional propio de la acción político-territorial. Frente a la región geográfica, o banal, carente de interés y pertinencia operativa, se configuran los conceptos de región económica y región programa ( Dziewonski, 1967). La primera como el espacio del análisis económico; la segunda como el espacio de la intervención económica sobre el terri torio. Se trataba de una recuperación de la noción de región y de la apli cación de la misma al análisis económico por un lado y a la acción del Estado por otro. El análisis regional se presentó como alternativa a la geografía re gional, en lo que afecta al método o métodos y en la concepción regio nal, desde mediados del decenio de 1950. Dos caracteres distinguen la nueva orientación, respecto de la geografía regional. La región deja de te ner la consideración de una entidad existente y queda reducida a la ca tegoría de instrumento o herramienta. El espacio regional se contempla ba desde una perspectiva funcional, económica y de intervención sobre el territorio.
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3.3.
OBJETO Y PRÁCTICAS DE LA GEOGRAFÍA
LA REGIÓN INSTRUMENTAL Y TECNOCRÁTICA
El rasgo distintivo es el peso decisivo que adquieren los factores eco nómicos en la detenninación de la organización espacial. Se trata de una concepción que ha sido calificada de determinismo económico. En primer lugar, porque los hechos económicos son los únicos que se toman en con sideración, en parte como consecuencia de la metodología empleada, que impone el recurso a datos cuantificables. En segundo lugar, porque el enfoque funcional reduce a relaciones eco nómicas -flujos materiales, flujos financieros, entre otros del mismo ca rácter- el sistema regional. Por último, porque renuncia a considerar, o desconoce, los componentes de carácter social, de orden político, así como las consecuencias de este orden que se derivan de los procesos económicos. Se trata de una orientación teórica y formalizada que tiene en el re curso a los métodos de análisis su rasgo más sobresaliente. La metodología de la ciencia regional, con un elaborado aparato matemático y lógico, con un sistemático recurso a la cuantificación, con un notable desarrollo de los modelos espaciales, hace de la economía espacial una rama de radical con cepción analítica. La confluencia teórica y metodológica facilitó el contac to con la geografía económica, que abordaba también la dimensión espacial de los fenómenos económicos. La influencia de la Regional Science, en plena hegemonía de la geogra fía analítica, supuso una doble evolución: la incorporación de los postula dos de la ciencia regional a la geografía económica y el desarrollo de ésta desde los mismos enfoques, si bien con un carácter más general que regio nal por los procesos de organización espacial de las actividades económi cas. Es una geografía de la localización, de la distribución, de los flujos eco nómicos, de la jerarquía espacial de los centros de servicios. En segundo término, la búsqueda de nuevos enfoques regionales en la geografía, acordes con las propuestas de la economía y desde la misma perspectiva de carácter funcional. Se trata de enfoques que vinculan la di mensión regional y la urbana, de acuerdo con orientaciones que tenían un indudable arraigo en la geografía anglosajona (Dickinson, 1952). Son las al ternativas geográficas a la geografía regionalista y a la ciencia regional.
4. Las alternativas geográficas: de la región funcional a la región sistema
En la propia geografía se elabora también una región de nuevo cuño conceptual, conocida como región y también región urbana. La región funcional o urbana surge de la comprobación empírica y del análi sis teórico sobre la influencia de la ciudad en su entorno espacial y el sis tema de relaciones que se establece entre una y otro. La expansión urbana moderna supone, tal y como había observado R. Dickinson en Estados Unidos y el Reino Unido desde el decenio de 1920, el establecimiento de nuevos vínculos entre el centro urbano y su entorno
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espacial, de carácter funcional. Este entorno sobrepasa la di ensión de la ciu dad y afecta a un aplio espacio, lo que le otorga una di ensión regional. Se trata de un espacio regional vinculado a la presencia urbana y al de sarrollo urbano oderno. La diná ica social de los países industrializados europeos ostraba, en la pri era itad del siglo y, sobre todo, tras la segunda guerra undial, la estrecha relación entre proceso urbano y orga nización del espacio, y el papel do inante del pri ero sobre el segundo. s decir, la capacidad organizadora de la ciudad. Los procesos de creci iento econó ico y desarrollo urbano en la uropa de la posguerra ponen de anifiesto la aparición de fenó enos espa ciales ya apuntados en stados nidos en el prier tercio del siglo: la cons titución de áreas funcionales vinculadas con la expansión de los grandes centros urbanos en los países industriales. l dinaiso de éstos provoca un efecto esti ulante en un entorno de radio creciente que opera en relación con la ciudad central. Las de andas urbanas de uy diverso signo, por una parte, y el aprovecha iento de las ventajas que su proxi idad ofrece, por otra, inducen la creación de un es pacio articulado y coherente. s la región urbana o región funcional. « nalizar el papel representado por los distintos núcleos urbanos... verdaderos centros canalizadores de la actividad y organización hu anas, al servicio de un área tributaria circundante», constituye un objetivo que define la concepción básica de lo que conoce os coo regiones urbanas o funcionales ( ickinson, 1952). Coo el propio autor resaltaba, los vínculos establecidos en torno a la ciudad adquieren tal fuerza que generan «una unidad social natural»; tér inos sin duda relacionados con la perspectiva ecológica o de orfología social, que el autor co partía. La propia obra de ickinson uestra que es la práctica social diná ica de la pri era itad del siglo, sobre todo en stados nidos, la que ha inducido e i puesto una nueva perspectiva de las relaciones entre la ciu dad oderna y su entorno. En este tipo de construcción regional, ni el edio físico ni el paisaje tienen significación; la ho ogeneidad de rasgos no es un atributo necesario ni, en uchos casos, presente. 4.1.
CIUDAD Y REGIÓN
La personalidad regional no proviene de la unifor idad paisajística, sino de la coherencia interna fruto de las relaciones que se establecen en tre las diversas partes del conjunto. n uchos casos, esta construcción ca balga sobre edios naturales contrapuestos y agrupa paisajes heterogéneos que han sido incorporados al siste a urbano. n ella tene os una exce lente uestra de la di ensión regional que adquieren los proble as socia les, en una sorprendente confluencia de cuestiones políticas, ad inistrativas, planificadoras, econó icas, sociales, entre otras, en la escala regional. La región se convierte en una representación social relevante. La elaboración de este concepto de región urbana o funcional en la geo grafía se alargará hasta la década de 1960. n retraso que se puede acha
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car, por un lado, a que el peso de la concepción naturalista regional era de masiado intenso. Es probable que, como Dickinson apuntaba, tales preocu paciones innovadoras estuvieran muy poco desarrolladas en Gran Bretaña. En cualquier caso, el fértil concepto de región urbana, desarrollado por los sociólogos norteamericanos con anterioridad a la segunda guerra mundial, no se afincará en la geografía hasta mucho más tarde. La influencia de los economistas y la hegemonía del neopositivismo contribuyeron a consolidar esta aproximación regional desde la geografía económica y urbana. Desde finales de la década de 1950, la configuración de una región fun cional se maneja como complemento a la región fisonómica o región-pai saje, bajo la influencia de la región económica de la regional science. Se con vierte, en la década de 1960 y 1970, en la concepción regional alternativa que los geógrafos manejan respecto de la tradicional. Frente a la uniformidad -no negada en principio- como factor de caracterización regional, pero atribuida a la región histórica, la cohesión funcional. Ésta procede de los flujos establecidos entre el centro urbano y sus áreas inmediatas. Resultan de las distintas fuerzas que organizan las re laciones en el espacio, propia de las modernas sociedades urbanas, según se resaltaba en un trabajo decisivo en la formulación del nuevo concepto de espacio regional, alternativo a la región paisaje (Juillard, 1962). La ciudad se convierte en el corazón de la organización regional. El enfoque que domina esta alternativa regionalista es el funcionalis mo. Son las funciones urbanas las que dan origen a un espacio organizado en su entorno, de mayor o menor radio, de acuerdo con sus dimensiones y dinamismo. La ciudad se concibe como un núcleo organizador a escala regional, como un polo. El efecto polarizador del centro urbano se mani fiesta en el orden económico en general y en el industrial en especial, y se traduce en la aparición de relaciones o vínculos entre el área urbana y su entorno, vínculos que se manifiestan también como lazos de orden social, administrativo, cultural. Para estos geógrafos funcionalistas, la geografía regional se confunde con la geografía urbana: «¿Se puede concebir hoy una geografía regional que no sea, ante todo, una geografía urbana?» (Compagna, 1968). Una pos tura compartida, con similar tono radical, por B. Kayser: «Una región es... un espacio limitado, inscrito en un marco natural dado, que responde a tres características esenciales: los vínculos entre sus habitantes, su organización en torno a un centro con cierta autonomía, y su integración funcional en una economía global.» La formulación más radical reduce el carácter de región a los espacios funcionales organizados en torno a un centro urbano. Se corresponde con la región que había analizado J. Labasse, años antes (Labasse, 1955). Res pecto de la región uniforme o geográfica, tradicional, la región funcional aparecía como una alternativa geográfica, adaptada a las nuevas realidades del mundo moderno. Pero convertía la región en un fenómeno casi exclusi vo del mundo desarrollado. Perspectiva dogmática y estrecha de la concep ción regional, flanco principal de las críticas posteriores a esta formulación (Brunet, Ferras y Théry, 1993). El juicio reciente, de sus más significados
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representantes de entonces, no deja lugar a dudas al respecto. enuncian ahora desde la banalidad del discurso a «la influencia nefasta de los econo istas polarizadores» ( ayser, 1984); así coo el profundo for alis o que deriva de esa i pregnación econo icista, del que renegaba, veinte años ás tarde, este geógrafo. La región funcional responde al odelo econó ico de la ciencia re gional, aunque la for ación y perspectiva geográfica incorporan a las rela ciones pura ente econó icas del funcionalis o, el sustrato físico y las re laciones de identidad social. isión funcionalista que se co ple enta con la consideración estructural del espacio funcional urbano o regional. Se conte pla coo un área organizada, coherente, jerarquizada, coo una es tructura territorial, cuyos distintos co ponentes, físicos, econó icos, so ciales, se integran en una alla o siste a de relaciones y dependencias de carácter funcional. Prefiguraba la concepción regional que surge de la apli cación de la teoría de siste as a la región. 4.2.
LA REGIÓN SISTÉMICA
l enfoque sisté ico, de acuerdo con las propuestas de la teoría gene ral de siste as, incorporado a la geografía regional, esti uló esta interpre tación estructural, pero le incorpora una di ensión diná ica. La región se concibe y conceptúa coo un siste a regulado por los flujos ateriales -de bienes, de personas-, e in ateriales -de infor ación-, dentro de los propios lí ites regionales y con el exterior, según se for ulaba en la geografía francesa, en especial por R. Brunet.
La incorporación del enfoque sistémico permitió abordar el espacio funcional como un complejo, como un sistema territorial, dinámico, de base estructuralista. El sistema evoluciona de acuerdo a los condiciona mientos internos y externos, a las influencias recíprocas, en que intervienen tanto componentes físicos como sociales. El geosistema regional permite in corporar los instrumentos cuantificadores y teóricos de la Regional Science. l enfoque sisté ico per itió vincular la geografía econó ica analítica y la geografía regional renovada, funcionalista. Por otra parte, tanto una coo otra se funda entan en una interpretación econó ica y reductora del espacio. Son las funciones econó icas las que deter inan la organización re gional. l peso de los factores econó icos, ás aco odados a la edida y, por consiguiente, al recurso de étodos cuantitativos y al epleo de técnicas de análisis ate áticas, distingue estos enfoques de carácter funcional. La concepción estructural de la región equipara ésta a un espacio real organizado y diferenciado respecto de las áreas in ediatas por la especí fica confor ación aterial de dicho espacio coo consecuencia del tra bajo hu ano. Se trata de estructuras o siste as regionales, que integran el conjunto de ele entos que intervienen en dicho espacio: recursos físi cos, fuerza de trabajo, capital, infor ación, en un co plejo diná ico, ca biante, que opera a una deter inada escala y que aparece inserto en un siste a superior de escala distinta. La diná ica regional depende de
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la ubicación en este sistema superior, vinculado con la división interna cional del trabajo (Brunet, 1972). Constituye un esfuerzo de elaboración teórica del espacio regional desde postulados estructuralistas y sistémicos, que ponen de manifiesto influencias marxistas, pero que introduce también otras filosofías; co rresponde, en lo esencial, con la línea desarrollada por R. Brunet a lo lar go de treinta años. Y representa un esfuerzo de conceptuación y de sis tematización que haga compatible la definición de un espacio regional objetivo y singular -la región- con el análisis científico y general de las estructuras regionales, susceptible de expresarse en regularidades y pro cesos generales. El tiempo no se paró para la región funcional, envejecida en sus fun damentos de carácter funcionalista y en su visión formalista de la realidad, alejada de las dimensiones sociopolíticas de la misma. El desarrollo teórico y las propuestas estructurales o sistémicas más elaboradas representan el intento de superar la dimensión funcional y económica. La evolución pos terior de estos esfuerzos indica, por un lado, el abandono conceptual de la región y por otra la reducción del espacio regional al territorio político. Un objetivo que, de alguna manera, se manifiesta en las propuestas surgidas en el último cuarto de siglo. Lo que caracteriza esta evolución posterior no es tanto la reflexión des de la geografía regional o su renovación como disciplina específica, sino más bien la preocupación e interés por los espacios regionales y locales, por los territorios, por las realidades geográficas asociadas con estas escalas del espacio geográfico. Esta reflexión regional, en el último cuarto de siglo, se produce desde perspectivas muy diversas. Se plantea en el marco de una elaboración renovada de la teoría social y del significado en ella de lo local y regional. Se apoya en la introducción de nuevos presupuestos relacionados con las filosofías del comportamien to: por un lado, desde presupuestos funcionalistas; por otro desde la reva lorización del sujeto consciente -no racionalista-, como clave de la per cepción del espacio. Se construye también desde el objetivo de recuperar la geografía regionalista y la región-complejo o región-paisaje. Se contempla desde la revitalización de las geografías de países. Y, por último, se aborda como una vía para recuperar la unidad de la geografía.
5. La cuestión regional: nuevas perspectivas regionales El fortalecimiento de una dimensión o cuestión regional, a pesar de lo indefinido y confuso de sus límites, y de lo inconcreto de su contenido, ha estimulado una sorprendente confluencia de esfuerzos teóricos y empíricos sobre la región y sobre el concepto de lo regional. Las distintas corrientes geográficas, con sus peculiares filosofías e ideologías subyacentes, han im pulsado la crítica de las concepciones regionales imperantes, naturalista y funcional. Ha impulsado la reflexión sobre el fenómeno regional desde pers pectivas renovadas. De modo paradójico, la variedad de consideraciones so
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bre el espacio regional no se ha producido desde la geografía regional. Por lo general se produce al margen de ésta e, incluso, desde la negación de una disciplina regional geográfica. La cuestión regional se consolida como un elemento de reflexión teó rica y de renovación práctica de la geografía, desde posiciones de filosofía e ideología muy diversas. Se trata, en principio, de una reacción crítica frente a los enfoques analíticos y al pragmatismo de los mismos, a su su bordinación metodológica, que conlleva reducir la dimensión regional a las variables cuantificables; y reacción frente a su neutralidad social, que su pone, de hecho, un respaldo del poder y sus prácticas; y reacción frente a su pretensión racionalista, que deriva en tecnocracia. La recuperación de la región y de lo local forma parte de la evolución reciente de la disciplina geográfica, reivindicada, además, desde supuestos teóricos muy heterogéneos. La cuestión regional presenta así un perfil so cialmente complejo; esto es, se formula en diversos planos que emplean como común referencia el espacio delimitado, el espacio regionalizado. El espacio regional aparece, en los últimos decenios, como un espacio de re ferencia social a través del cual se identifican procesos y fenómenos muy diversos, pero socialmente relevantes. Supone una elaboración renovada del enfoque regional, sin que pueda hablarse de una reconstrucción de la geografía regional como disciplina. In dagan, ante todo, nuevas dimensiones del espacio regional o región, desde enfoques y desde filosofías renovados. Esta crítica y las propuestas alterna tivas se alinean, por ello, en frentes dispares, que van desde las corrientes radicales, con un matiz político, a las corrientes fenomenológicas y subjetivistas, que repugnan el racionalismo y la objetividad científica. En el primer caso, el desarrollo de una reflexión regional de signo ra dical se vincula al proceso de aparición de una nueva economía regional, que conviene separar y distinguir de la ciencia regional neoclásica. Se vincu la con los movimientos de renovación que se producen en la disciplina eco nómica y que dan origen a la denominada economía radical, es decir, una economía política. Se puede hablar del renacimiento de la vieja economía política.
5.1. ECONOMÍA POLÍTICA RADICAL
Y
DIMENSIÓN REGIONAL
La nueva economía política surge en Estados Unidos. Se caracteriza porque contempla lo local y lo regional. Desde la economía radical se ha constituido «un fuerte núcleo de estudios regionales». Las bases teóricoconceptuales parten de la crítica de la economía regional neoclásica impe rante (Curbelo, Esteban y Landabaso, 1989). Algunos rasgos esenciales distinguen esta evolución económica: recha zo del formalismo neopositivista, del naturalismo epistemológico que sub yace en la ciencia regional, del determinismo económico descarnado; afir mación y valoración de nuevas dimensiones en el análisis económico re gional, desde la sociológica a la política y ecológica; interés creciente por
los aspectos directa ente espaciales, coo consecuencia de un cabio sus tancial en la conceptuación del espacio, conte plado ahora coo un coponente activo en los procesos de reproducción capitalista. En el ábito econó ico, las cuestiones del desarrollo y en especial los proble as del desarrollo desigual, habían puesto de relieve las diferencias espaciales. escala internacional y dentro de las fronteras nacionales, es decir, en aparente igualdad de condiciones para los distintos agentes econó icos, los desequilibrios internos aparecen coo un factor clave de ca rácter discri inatorio en la distribución de la riqueza entre los ciudadanos. La cuestión del espacio aparecía coo una variable del creci iento econóico y coo proble a político. La generalización de la crisis econó ica en el mundo industrializado y su creciente configuración como una crisis in dustrial han contribuido a resaltar el carácter diferenciado, en el espacio, de los fenó enos econó icos. La crisis, con su cohorte de cierre y desaparición de e presas y estableci ientos, de pérdida de e pleo, de paro creciente, de dese pleo asivo, de ruina física de instalaciones industriales, de aparición de áreas productivas abandonadas en la inería y la actividad fabril, de genera ción de extensos espacios en declive, pone de anifiesto el carácter discri inado de estos fenó enos en el espacio: se producen a una escala regioal y local. l descubri iento de lo local, a través del análisis de los ercados de trabajo -e las cuencas de empleo-, conduce a una reflexión teórica cre ciente sobre estos espacios, sobre todo en el arco de la geografía británi ca. Lo local, lo regional, surge de la brutal evidencia de la crisis de las re giones industriales, sus principales vícti as. Se pone en evidencia, por una parte, el carácter de construcciones es paciales que éstas presentan, su di ensión histórica, su ciclo te poral. La ayoría de ellas son un producto oderno, de los siglos III y XIX e incluso del XX, coo investigaban algunos trabajos geográficos significativos (regory, 1982). Por otra parte, se descubre el papel de estas escalas del espacio en la acción social, la i portancia de las relaciones locales, de las institu ciones, de los vínculos de vecindad coo factores de resistencia y de adap tación en los procesos sociales de estas áreas, en la capacidad de reacción frente a los isos. n el arco de la eografía, en el arco de la cono ía, y ta bién en el de la Sociología, los espacios regionales y locales confir aban la na turaleza de «producto social» que tiene el espacio, de acuerdo con las propuestas teóricas que avanzaron sociólogos y geógrafos. esde la nue va cono ía Política radical anglosajona y de la geografía de si ilar orientación se plantea la recuperación teórica y etodológica del enfoque regional. Se conte pla coo instru ento para indagar en la di ensión espacial de la división del trabajo. Traspasa la siple noción instru ental de las dis ciplinas positivistas. Se encuentra en los antípodas de la región natural y paisajística de los «clásicos». Caracteriza, sobre todo, los enfoques de los geó grafos arxistas británicos, aplicados al análisis de los procesos inducidos
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por la crisis industrial en las regiones de vieja industrialización. través de esos procesos descubren el valor geográfico de lo local, en la reorganización de los ercados de trabajo. na recuperación de lo local, influido por la teoría de la estructuración de iddens. esde otros enfoques, lo local i pregna ta bién los nuevos plantea ientos regionales. n este caso, desde filosofías que hacen hinca pié en lo subjetivo y en la experiencia. 5.2.
LA REGIÓN SUBJETIVA: EL ESPACIO VIVIDO Y LA REPRESENTACIÓN GEOGRÁFICA
Espacio y concepto reconsiderado, también, por quienes reclaman una vuelta a lo local, vinculado con la experiencia vital, al espacio de las sensa ciones y vivencias, que aportan un componente esencial de nuestras repre sentaciones espaciales. La región, como espacio vivido, forma parte de este conjunto (Fremont, 1976). Supone una construcción o representación subjetiva de carácter colec tivo con la que se puede identificar una comunidad y sus individuos, a tra vés de los rasgos atribuidos a la presencia histórica de la misma, a sus pe culiaridades culturales, en la cultura material y en la espiritual, y a su par ticular percepción de sus paisajes. Encaja en un proceso de regionalización o nacionalización cultural y política en Europa. Se enmarca en un contex to de revitalización de lo que se ha denominado culturas regionales, que ca racteriza la evolución social y política de los últimos decenios, aunque arraiga en el siglo XIX (Petrella, 1978). El estudio del lugar, desde la vivencia y percepción subjetivas, coo es pacio vinculado a las sensaciones, e ociones y senti ientos individuales, constituye un rasgo distintivo de la geografía de los últi os decenios. La lo calidad, lo iso que la región, se definen coo un espacio social, rela cionado con la experiencia personal. s la orientación que reivindican desde las geografías hu anísticas nortea ericanas, que introducen un prisa antropológico en el estudio del espacio (Tuan, 1977). stas perspectivas dan un nuevo papel al entorno aterial, físico, coo paisaje subjetivo. La región es concebida coo un es pacio vital, el espacio de la experiencia cotidiana, el espacio de la expe riencia histórica, un espacio con historia, un ábito de identidad del gru po huano que la habita. La región se convierte en un espacio subjetivo, que pertenece al ca po de lo psicológico inseparable de las i ágenes que cada individuo elabo ra y co parte de su propio entorno. La iagen coo idea subjetiva arca el nuevo territorio regional, de lí ites i precisos, ca biantes, ás próxia al senti iento que a la aterialidad física. n espacio regional que per tenece al undo de la conciencia. l enfoque regional del espacio vivido y el enfoque del lugar coo es pacio de la experiencia coinciden en su filosofía funda ental. Se aprecia el influjo de la feno enología y el existencialis o, en su reivindicación de las di ensiones cualitativas del espacio. esde posiciones si ilares, a partir de
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postulados idealistas explícitos, se plantea el espacio como una representa ción, como un objeto mental, como un conjunto de signos y como un len guaje y por ello como un texto. Se distingue por reivindicar una óptica personal, por resaltar los víncu los subjetivos con el espacio, hasta el punto de convertir en objeto de la geo grafía regional renovada el «comprender las relaciones de los habitantes con sus lugares» (Bailly, 1999). La geografía se asienta sobre el sujeto: «El conocimiento en geografía regional comienza por la subjetividad», como apunta este mismo autor. Proclama el valor de la intuición, del mismo modo que reivindica la de nominada geografía paralela -de poetas, escritores, periodistas, viajeros, cineastas, entre otros- y los valores geográficos que los hombres atribuyen a los lugares en que viven o en que piensan. La nueva corriente regional acepta que la regionalización representa un acto arbitrario, en el sentido de que responde a criterios particulares y circunstanciales. En ese marco relativista propone dividir la superficie te rrestre reconociendo las imágenes o representaciones que los habitantes tie nen de su propio entorno, su sentimiento de pertenencia. La nueva geografía regional arraiga en lo que los geógrafos franceses han bautizado como geografía de las representaciones. Es decir, esquemas o imágenes individuales o colectivas del espacio o entorno, equivalentes a la propia geografía, concebida también como una representación del espacio. Representaciones que, de acuerdo con la filosofía subjetivista subyacente, se vinculan con las vivencias individuales, con la experiencia personal, con las imágenes compartidas de diverso origen. El núcleo de esta geografía re gional renovada se encuentra en la atención preferente a los valores y per cepciones sociales. Forma parte de la geografía del espacio vivido. El fun damento de tales aproximaciones es una filosofía del sujeto que realza el papel de las vivencias individuales. Es conforme con una concepción regio nal que destaca los lazos sociales que hacen de la región un espacio inte grado en un marco nacional, a partir de valores compartidos y fronteras culturales. Es la filosofía del espacio vivido.
6. La geografía regional: la recuperación descriptiva
La apertura reciente de las sociedades urbanas constituidas en los úl timos decenios, tanto en Europa como en América del Norte hacia su en torno más próximo y el más lejano, ha provocado un creciente interés por los espacios locales y regionales. Es el interés por lo exótico y distinto y la preocupación por la Naturaleza el que ha estimulado la demanda de infor mación sobre este tipo de áreas. Se trata de los diversos conjuntos que, en lo físico o en lo cultural, sobreviven con formas más o menos arcaicas a lo largo y ancho del mundo. Una sociedad urbana cada día más viajera ha promovido una cre ciente demanda de literatura geográfica sobre países y territorios: desde los propios, cuyo conocimiento se multiplica, a los exóticos. Constituye
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una demanda regional que refuerza la recuperación de un género geográ fico de profundo arraigo y secular cultivo. La demanda social permite el resurgir de las geografías de países y la geografía de territorios, como una geografía descriptiva. En gran medida, parte de una consideración de la geografía como materia cultural. La obra geográfica tendría como objetivo satisfacer el interés social por los fenómenos territoriales. La geografía regional com parte con las parageografías de los medios de comunicación de masas un campo que tiene más que ver con la divulgación y con la formación ele mental -los niveles escolares no universitarios- que con la investigación monográfica. Esta perspectiva de la geografía regional como un soporte necesario en la formación del individuo constituye una de las claves aducidas en la revitalización de la disciplina (Johnston, 1990). Se plantea desde una concepción que no difiere de lo que ha sido el uso secular de los saberes espaciales: como una herramienta de ordenación de los espacios conocidos y de defini ción de las imágenes convencionales -estereotipos- de los espacios desco nocidos (exóticos). Es lo que explica, en parte, el éxito y la proliferación en los últimos dos decenios, de las obras de geografía regional descriptiva, es decir, las referi das, por un lado, a países y al conjunto del mundo y, por otro, a los ámbi tos territoriales del Estado. La eclosión de este tipo de productos se produ ce en el decenio de 1980 (Pitié, 1987). Se prolonga en el siguiente, con la obra dirigida por R. Brunet, una Géographie Universelle, en 10 volúmenes, que viene a ser el muestrario o ilustración de los postulados geográficos del grupo Reclus (Brunet, 1990). En España, este efecto se ha producido en el arco de una profunda renovación territorial con la constitución de las Comunidades Autónomas. Éstas representan nuevos territorios que buscan señas de identidad históri cas y geográficas. Un campo abonado para la recuperación de la vieja geo grafía regional como género narrativo: las ya abundantes obras dedicadas a estos territorios, como productos específicos o dentro de obras de conjun to, ponen en evidencia este renacimiento, en cierto modo específico de la geografía regional española (Vila, 1992). La coyuntura autonómica, en España, indujo la reconversión de la geo grafía regional tradicional hacia la geografía de los territorios autonómicos. Está concebida como una geografía de síntesis bibliográfica, cuyos funda mentos conceptuales siguen siendo los tradicionales. Un tránsito sin gran des dificultades. La geografía regional española, a pesar de las proclamas científicas habituales en sus prolegómenos, se había limitado a las regiones históricas tradicionales. Para los geógrafos españoles resultaba «evidente que en la inmensa mayoría de los casos las divisiones históricas tradicio nales corresponden a verdaderas regiones geográficas» (Solé, 1968). Distintas obras singulares o de conjunto han abordado cada uno de los territorios autonómicos utilizados como marcos del análisis regional. De forma complementaria, pero con mayor retraso, se produce la adecua ción de la geografía regional de España a la nueva realidad territorial. La
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de España, editada por Planeta, ejemplifica este tipo de orienta ción territorial autonómica y la persistencia de los enfoques tradicionales (Viláy Bosque, 1990). La obra se concibe como una geografía general y una geografía regional de España. La primera, ordenada como capítulos sucesivos dedicados a las diversas partes de la geografía física y humana del conjunto. La segunda aborda cada uno de los distintos territorios autonómicos. Estos son con templados, a su vez, desde una jerarquizada estructura de aspectos genera les -rasgos físicos, población y economía- y aspectos comarcales o análi sis comarcal. Esquema que reproduce el de anteriores geografías de Espa ña (Teran y Solé, 1968). Otras, de similar denominación, constituyen obras de enfoque general sobre el conjunto del país (Méndez y Molinero, 1993). La distinción, arrai gada en el uso geográfico de la geografía de países, entre una parte general y otra regional, mantiene este tipo de obras. Son una geografía general de un país, configuradas como capítulos sucesivos de apartados de geografía física y humana referidos al conjunto del Estado. Responde a un hábito consistente de la geografía que, en obras ante riores, permitía elaborar la geografía de un país, con un primer volumen dedicado a la geografía general y un segundo volumen a la geografía regio nal, ésta dedicada a las distintas unidades regionales diferenciadas. Abor dadas, a su vez, desde una primera parte denominada geografía general o afectos generales, y una segunda bajo el término de geografía regional o as pectos regionales.
La denominada «recuperación» de la geografía regional debe enten derse en este sentido. Se trata de la revitalizadón de las geografías de paí ses, de las geografías universales, y de las geografías de los territorios polí tico-administrativos, en el marco de los Estados. Son obras de síntesis bi bliográfica, realizadas por un solo autor o por equipos de colaboradores. El resurgir de este tipo de literatura geográfica se produce también en Estados Unidos y Reino Unido. Muestran una concepción arcaica y tradi cional, desde el punto de vista epistemológico, y un alto grado de eclecti cismo en su aplicación (Lew, 1997; Price y Guiness, 1997). La característica común de estas geografías regionales es la perma nencia de las viejas ideas y la persistencia de una concepción ambiental o física subyacente. La concepción regional resulta ser la misma que se plan teaba en las obras de los geógrafos regionalistas de mediados del siglo XX . La regionalización aplicada a Estados Unidos, por ejemplo, se mantiene en términos de regiones fisiográficas -como las Montañas Rocosas o la Gran Llanura- o regiones de especialización productiva -como el Com Belto puramente descriptivas -como el Medio Oeste o el Noroeste-. El fundamento es el mismo de la vieja geografía tradicional que en tiende la disciplina como «el estudio de la tierra como la casa del hombre», en los mismos términos que R Hartshorne; y que considera que la geogra fía «sirve para unificar las ciencias sociales y las físicas» (Lew, 1997). Res ponde a una filosofía de la ciencia que considera que la aproximación geo gráfica debe ser «holística». Y subyace, en muchos casos, la idea de que la
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metros del medio o entorno natural (Lecoeur, 1995). 0 la denuncia de las orientaciones o enfoques sociales que han renunciado a dar al medio físico el papel determinante o hegemónico que ha mantenido. El áspero debate sobre el efecto de este papel de la geomorfología en la evolución de la geografía francesa, que tuvo lugar a mediados del dece nio de 1980, en la revista L'espace géographique, puso de relieve esta doble concepción de lo geográfico. Para los geógrafos de formación física, el fun damento de la recuperación regional se encuentra en la consideración del territorio como marco de los procesos o problemas geográficos, es decir, los que se refieren a las relaciones entre el hombre y el medio. En el caso de los geógrafos de filosofía idealista, la reivindicación re gional se comprende en la medida en que conciben el marco local o regio nal como una referencia social asociada a la experiencia individual y de gru po. El lugar proporciona el marco de identidad social, al individuo, al gru po y a la nación. Es la perspectiva que distingue la aproximación de Entrikin, caracterizada por una reivindicación del territorio desde esta filosofía del sujeto y, por ello, desde un enfoque de geografía humana. Frente a los esfuerzos de configuración de una geografía regional o de recuperación de la misma desde los postulados de la subjetividad, la viven cia y la experiencia, que hacen de la geografía regional renovada una rama o disciplina de las identidades, de las representaciones, se produce una ten dencia a recuperar lo local o la región, es decir, el estudio de las unidades espaciales, pero al margen de cualquier rama o disciplina específica, es de cir, al margen de una geografía regional. Representa la puesta en cuestión de la geografía regional, como campo específico, y la propuesta de una geografía que aborda de forma dialéctica, los fenómenos o procesos generales y las configuraciones espaciales o re gionales. La región queda reducida a su condición territorial, como ámbi tos de ejercicio del poder político, como circunscripciones administrativas, dentro del marco del Estado. La persistencia del enfoque regional, es decir, de la atención a las cons trucciones a escala media, o «individuos espaciales», se inscribe, por un lado, en una geografía orientada a los procesos generales, entre los cuales están también los que abordan la dinámica de estas unidades elementales del espacio. Sin embargo, rechazan el adjetivo regional. La geografía regio nal se disuelve en la geografía. Un postulado que no es exclusivo de los geó grafos franceses del grupo de Reclus. La reluctancia a recomponer la geografía regional constituye un ras go compartido entre los geógrafos, sobre todo los anglosajones, aunque se ha producido entre ellos una creciente atención por el fenómeno local y regional, contemplados como un objeto privilegiado de la geografía (Johnston, 1991).
Desde postulados que se encuentran en los antípodas de los anteriores, desde filosofías inspiradas en el marxismo, estructuralismo y la teoría de la estructuración de Giddens, la dimensión regional aparece, como hemos vis to, en la medida en que se asocia el desarrollo desigual con la propia natu raleza del capitalismo (Smith, 1990).
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Asimismo porque se considera el papel esencial de la coordenada es pacio-temporal de los agentes sociales e individuales en el desarrollo de la sociedad (Massey, 1984). También desde la perspectiva de que las diferen cias regionales y nacionales del desarrollo histórico aparecen como deter minantes en la implantación y evolución del capitalismo moderno (Harvey, 1982). Son enfoques que, sin resucitar en sentido estricto la geografía re gional, permiten sustentar la necesidad de los enfoques regionales y la pro pia disciplina. Estas perspectivas coinciden en la revitalización del interés por el espa cio delimitado, el territorio, en sus diversas escalas, y de modo muy es pecial, en los territorios locales, regionales y nacionales. Como decía un geógrafo, realzando esta potencialidad del lugar, «el lugar se ha convertido en el punto esencial para comprender la interacción del mundo humano de la experiencia con el mundo físico de la existencia» (Unwin, 1995). La consideración de la geografía regional desde los postulados de la geografía regionalista de la primera mitad del siglo XX, actualizados, cons tituye un rasgo destacado de algunas de las propuestas de recuperación de la geografía regional. Se trata de un proceso de adaptación que tiene en cuenta las elaboraciones teóricas recientes, pero que permanece fiel a los postulados tradicionales. En su concepción básica, se plantean más la sus titución de los esquemas formales de la geografía regional clásica que de un cambio teórico y metodológico. No es difícil identificar un lenguaje y una concepción de lo regional vieja de cien años, la concepción de Vidal de la Blache del lugar, con palabras de finales del siglo XX. En consecuencia, se formulan nuevas secuencias o estructuras de análi sis desde una concepción de la región como una simple construcción teoré tica. De esta forma se proponen como grandes elementos de esa estructura regional el sistema mundial, la organización espacial, la población -desde la perspectiva de las características de distribución de la misma-, estructura social, sistema de poblamiento, sistema de comunicaciones, naturaleza y ci vilización. Enfoque que se sustenta en la diferenciación de áreas y en la con sideración del esquema como «un modelo del contexto histórico del desarro llo de la aparición y transformación regionales» (Hoekveld, 1990). Desde el supuesto de que «la diferenciación territorial que observan los geógrafos de pende de la selección que haga de los atributos espaciales» (Hoekveld, 1990). La endeblez metodológica es el rasgo común de estas propuestas re gionales, en lo que concierne al análisis de las entidades territoriales utili zadas o reconocidas como regiones o localidades. Las propuestas más ela boradas, que buscan incorporar la metodología regional en el marco de la teoría social, no escapan a una residual pero consistente concepción del es pacio regional como una dialéctica de medio y sociedad -medio físico y organización espacial- desde enfoques de reto y respuesta (Johnston, 1990). Desde la perspectiva metodológica, se trata de una concepción terri torial de la región, término que engloba, por ello, tanto al Estado nacional como a la comunidad local. Hacen del lugar y de lo local, del territorio, el espacio de una geogra fía en la que el sujeto adquiere un protagonismo creciente. La presencia de
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los territorios y de lo local en las geografías de la pos odernidad alienta ta bién la vuelta a la geografía regional. La asi ilación de la geografía re gional con la identidad nacional y con el paisaje per ite ta bién la pro puesta de recuperación coo la disciplina de los espacios nacionales, el es pacio de los pueblos (Nir, 1985). La geografía regional aparece coo el lugar adecuado de encuentro de la geografía física y huana y coo la disciplina propia de lo nacional. Lo que explica que en este ovi iento hacia la geografía regional confluyan geógrafos de origen -en el sentido intelectual- uy diverso, desde Johnston a ntrikin. Todos ellos consideran o coinciden en considerar que la geo grafía tiene su núcleo en «la naturaleza de las regiones o lugares». stas circunstancias constituyen el referente contradictorio del proce so de declive del espacio regional, de la conceptuación regional en la geo grafía y de la naturaleza de la geografía regional. n las propuestas de los dos últi os decenios conviven alternativas dispares. lgunas suponen una recuperación de la geografía regional coo disciplina y, en ciertos casos, con el perfil ás tradicional. tras significan la incorporación del enfoque regional o territorial al análisis geográfico, sin que ello suponga la defini ción de un capo específico, del tipo de la geografía regional. Se trata, ás bien, de una «perspectiva regional» (Johnston, 1990). oo este autor forula, se trata ás del uso de «la región en la geografía que de una geo grafía regional». l retorno de la geografía regional se presenta coo una obligada al ternativa para el futuro de la disciplina ( ntrikin, 1991). Para algunos geó grafos, que postulan esta necesaria vuelta a la perspectiva regional, coo una exigencia de supervivencia de la propia geografía, y coo clave para asentar el «valor de nuestra disciplina». ste no reposa en el contenido téc nico de la práctica geográfica sino en su di ensión educativa (Johnston, 1990). La geografía y en particular la geografía regional se conte plan y va loran, ante todo, en su papel de confor ación de valores y actitudes socia les en el arco de la escuela, en el ábito de la enseñanza. e odo paradójico, la aparente vitalidad de la región coo concepto y coo referencia social convive con la quiebra de la geografía regional coo disciplina. s uno de los interrogantes ás sorprendentes de la geo grafía conte poránea en un contexto de creciente relevancia y desarrollo de los proble as regionales. Interrogante que no puede desligarse de la pro pia naturaleza de la geografía y de los interrogantes que le afectan. o deja de ser paradójico que las cuestiones regionales, asociadas al lugar, la región, la nación surjan entre los proble as de las sociedades actuales. n el ar co de los horizontes de la geografía, en el ubral del nuevo ilenio.
CAPÍTULO
24
LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFIA HUMANA Sobrepasados los tiempos de agitación intelectual teórica, de debate epistemológico y de controversia entre orientaciones epistemológicas con trapuestas, las aguas del trabajo del geógrafo han vuelto a sus cauces. «Hacer geografía», como gustan decir muchos geógrafos, se ha con vertido en una confortable recomendación de empirismo, en una disciplina agitada durante muchos años por las tormentas teórico-metodológicas. El dominante empirismo elemental las ha acogido en un eclecticismo poco es crupuloso pero cómodo. Postestructuralismo y posmodernismo han instaurado una notable re lajación teórica y epistemológica. La crítica de los llamados metarrelatos o grandes teorías y la propuesta de validez de cualquier discurso ha promo vido el eclecticismo y el relativismo en la teoría y en la filosofía del cono cimiento. Ha ayudado a fortalecer esa actitud conformista con los modos de hacer arraigados. Sin embargo, postestructuralismo y posmodernismo han supuesto un momento excepcional para la crítica profunda del dogmatismo epistemoló gico. Ha abierto nuevas posibilidades en la medida en que ha obligado a pen sar los supuestos sobre los que se sustentaban prácticas y creencias. Ha des cubierto o resaltado dimensiones ocultas o postergadas que no pueden ser ignoradas en la investigación geográfica. Ha puesto de relieve, en lo que con cierne a la geografía, las áreas oscuras de lo que era la práctica geográfica. Es indudable que la propia investigación había puesto de manifiesto, de forma crítica, la ineficacia de determinados moldes o esquemas de in terpretación universales aplicados de forma rutinaria. Hecho evidente, el simplismo de tales esquemas interpretativos permite abordar la recons trucción de herramientas del análisis social que se manifestaban inade cuadas. Es claro en el caso de la relación entre lo individual y lo social, en tre los agentes y las estructuras, entre lo local y lo universal, entre lo par ticular y lo general. De igual modo, ha planteado la necesaria consideración de dimensio nes que no eran habituales en la geografía y, en general, en las ciencias so ciales. El mundo de las representaciones, de las sensaciones, de las expe riencias, de lo vivencial. El posmodernismo ha contribuido a que tal dimen-
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sión forme parte de la realidad, con iguales títulos que las dimensiones em píricas y positivas. Enmarcado, todo ello, en una etapa histórica paradójica, en la que coexiste el más excepcional desarrollo de la ciencia moderna con la afirmación intelectual del final de la ciencia, convertida en una especie de dogma del posmodemismo (Horgan, 1998). El final de la ciencia, como hace un siglo, significa un nuevo momento de rechazo de la racionalidad. En el último decenio, el agrietamiento de lo posmoderno ha propicia do el renacer de actitudes que reivindican la recuperación del discurso ra cionalista o ilustrado. La crítica al posmodernismo ha permitido también recomponer las premisas sobre las que tiene que basarse el trabajo intelec tual riguroso y la reivindicación, renovada, de la racionalidad como heren cia ilustrada y como soporte de la propia crítica y ha llevado, también, a la reivindicación de la ciencia como una forma de conocimiento que no pue de ser rebajada a la categoría del simple discurso ni a la condición de rela to. E, incluso, ha supuesto la recuperación de las categorías teóricas, de la teoría como un marco necesario del conocimiento. Representa la reacción al eclecticismo, a la filosofía del todo vale: «una ciencia viva no puede quedar satisfecha con el laxismo, con la aproxima ción, con la banalidad a las que se deriva en el momento en que desfallece la vigilancia ose decreta que "todo vale”» (Brunet, Ferras y Théry, 1993). Esta revisión permite contemplar la situación de la geografía actual desde perspectivas relativamente estables, pero sin que exista una concepción de la disciplina compartida. La geografía se encuentra en un momento en el que convive el hacer geografía, sin mayores preocupaciones, y la búsqueda crítica de una geo grafía que pueda responder a las exigencias de una sociedad en plena transformación.
1.
La diversidad geográfica: múltiples geografías
Tras estas actitudes y planteamientos subyace la dificultad de confor mar una disciplina unitaria. Una lectura atenta de la producción geográfi ca actual, en el ámbito de la teoría y de la praxis, descubre la diversidad de campos, enfoques y concepciones que conviven bajo la denominación de geo grafía. Es lo que resalta de las páginas anteriores y es la principal conclu sión que puede obtenerse de las mismas. No es que existan muchas mane ras de hacer geografía, es que existen muchas geografías, que no son, exac tamente, ciencias geográficas. No se percibe la existencia de «una» geografía, sino más bien un dis perso conjunto de saberes asociados bajo una denominación común. Son patentes las dudas sobre la posibilidad ae constituir un espacio de conoci miento propio, de naturaleza geográfica. El carácter no viable de la vieja concepción de una disciplina puente entre ciencias naturales y sociales es manifiesto. La propia definición como ciencia ha perdido vigencia para muchos geógrafos. Hablar de pertenece a un pasado re moto, y muestra un manifiesto arcaísmo intelectual.
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La reivindicación de una geografía coo arte o coo era actividad cultural es co partida por a plios sectores de geógrafos. La considera ción coo una ciencia o, en su caso, una ciencia social, responde a espe cíficos seg entos de la co unidad geográfica, que reivindican, precisaente, esa condición de saber riguroso para la disciplina: «La geografía, que habla de los espacios y las sociedades, es una ciencia social» (Brunet, Ferras y Théry, 1993). Todo ello conduce a prever que lo que llaaos geografía seguirá sien do un variado y disperso conjunto de disciplinas, ás unidas en la tradi ción del discurso que en su funda ento teórico y en su práctica real. n los o entos presentes, el anteni iento de este discurso unitario sólo se jus tifica en la fuerza de la inercia intelectual, es decir, en la rutina. La solidez de las tradiciones geográficas surgidas a lo largo del últio siglo y cuarto y la consistencia de una cultura geográfica arraigada durante siglos en el undo occidental hacen difícil suponer que, en los próxi os años pueda constituirse una ciencia o disciplina geográfica con un perfil definido y unívoco, una geografía normal, en el sentido que dio a este térino uhn. La geografía proseguirá coo un capo de últiples perspec tivas, coo un conglo erado de disciplinas, coo un haz co plejo de concepciones y filosofías dispares. La situación no ha ca biado, en lo sus tancial, de lo que se constataba en el decenio de 1980: « unden la incertidubre y la insatisfacción, se ultiplican los ensayos y los sínto as, abundan los que procuran recomponer la figura de cualquier anera y no faltan sospechas, ás o enos irónicas, sobre el sentido iso que cabe atribuir hoy, a la vista de se ejante panora a, al conoci iento geográfico» (Ortega Cantero, 1987). La conclusión de que «no es fácil orientarse coo es debido en el uy plural panora a de la eografía del o ento», a que llega este autor, pue de ser aplicada a estos o entos finales del siglo , así coo el interro gante que for ulaba en relación con la propia geografía en la edida en que «está en juego [...] la razón de ser de todo eso que continua os llaando, a pesar de todo, eografía» ( rtega Cantero, 1987). s lo que explica que el proble a de la unidad de la geografía an tenga actualidad. esde ediados de la década de 1980 ha sido una cues tión debatida y un asunto que preocupa a los geógrafos. esde diversos pos tulados, de raíz episte ológica uy distinta, la concepción de la geografía coo una disciplina única o coo un conjunto de ellas convive entre los geógrafos. Por otra parte, los argu entos a favor de la unidad resultan ás afectivos o históricos que consistentes. l proble a o cuestión de la unidad de la geografía descubre, precisa ente, la dificultad para constituir un sa ber coherente sobre el espacio y deja ver el riesgo de desaparición de la geo grafía coo capo de conoci iento. La diversidad de filosofías y de con cepciones de la geografía, de ideologías respecto de la disciplina, hacen co plejo incluso el plantea iento de la unidad.
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1.1.
OBJETO Y PRÁCTICAS DE LA GEOGRAFÍA
EL PROBLEMA DE LA UNIDAD DE LA GEOGRAFÍA
En 1986, el Instituto Británico de Geografía planteaba una cuestión di recta: ¿la geografía puede continuar como un campo singular de estudio o su desintegración es inevitable y/o deseable? La pregunta surgía con moti vo de la reunión anual del Instituto, y se insertaba en un simposio sobre La unidad de la Geografía. Se completaba con un segundo interrogante, sobre si la geografía posee una identidad intelectual coherente. Tales cuestiones se insertaban en un contexto muy específico, que era el de los recortes pre supuestarios para las universidades que amenazaba con hacer desaparecer determinadas disciplinas del marco universitario. Surgía de la constatación del estallido de la geografía en múltiples ra mas, especialidades, orientaciones, y en campos de escaso o nulo contacto, empezando por las diferencias entre la física y la humana. Y se confronta ba con la manifiesta actualidad de los problemas con los que la geografía o los geógrafos consideran mantener una relación preferente. Los problemas del Tercer Mundo, los problemas de uso y conservación de la Tierra, los pro blemas derivados de los procesos naturales más diversos. Problemas que parecían estimular una perspectiva optimista para geógrafos físicos y geó grafos humanos. Subyace, por otro lado, en el debate de los geógrafos británicos, la fir me creencia de que la geografía tiene que ver con la tierra y el hombre. Una expresión harto vaga, pero de permanente uso entre los geógrafos. Unos geó grafos ponen su acento en la región, otros en el paisaje, otros en la acción o influencia de la superficie terrestre en los modos de vida de las socieda des humanas. Se trata de integrar lo físico y lo social. Una vieja aspiración, un discurso conocido. La geografía a finales del siglo XX mantiene como problemas activos «las relaciones entre geografía física y humana; la fragmentación de su es tudio; así como la definición del papel del espacio y del lugar» (Johnston, 1987). El problema de la unidad de la geografía, como señalaba uno de es tos geógrafos, surge de la imposibilidad de ocultar su quiebra como campo de conocimiento (Taylor, 1986). En el fondo se encuentra la incompatibilidad entre filosofías del cono cimiento. Incompatibilidad que acompaña la historia de la geografía mo derna desde sus orígenes, pero que ha estallado sólo en los últimos dece nios del siglo XX. Los geógrafos no comparten ideas similares sobre la po sibilidad de integrar los estudios físicos y los sociales. Algunos ponen de manifiesto las diferencias epistemológicas que separan el campo de los pro cesos naturales de los sociales. Otros, en cambio, resaltan la necesidad de tener en cuenta los factores físicos o a la inversa, de considerar el impacto social. Un destacado geógrafo lo expresaba de modo tajante: «son diferentes formas de ciencia, y no son integrables» (Johnston, 1987). Otros, por el contrario, perciben la necesidad o conveniencia de la se paración. Existe una dificultad esencial en la comunicación entre los miem bros de una comunidad científica que no emplean los mismos términos ni usan las mismas concepciones o filosofías. Los geógrafos humanos critican
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a los físicos que ignoran los factores sociales de los procesos que intervie nen en el odelado de la superficie terrestre. eógrafos físicos entienden que la relación con la geografía huana perjudica el desarrollo de su pro pia disciplina, actitudes y odos de pensar que uestran la fractura inter na de la geografía coo disciplina y coo co unidad acadé ica. esde otra perspectiva, abundan entre los geógrafos físicos los que consideran que la unidad de la geografía ni siquiera se plantea. o es un verdadero proble a. e una fora ás o enos radical abundan en la evi dencia: los procesos físicos interfieren de fora directa en el desarrollo de las sociedades hu anas. los procesos hu anos tienen cada vez ás un efecto decisivo en los procesos naturales. Propugnan, por tanto, toar en consideración esta realidad. La evidencia engaña. La visión si plista o in genua confunde la existencia de proble as que vinculan fenó enos físicos y sociales con la existencia de una disciplina capaz de abordarlos con un discurso y un étodo unitario, desde el punto de vista episte ólogico. Los geógrafos se enfrentan, cada vez en ayor edida, al estallido del capo o disciplina, otivado no tanto por la especialización coo por la ausencia de una síntesis, o ejor, por la inexistencia de un arco concep tual capaz de integrar en un discurso el conjunto de los conoci ientos es peciales. La geografía carece de una teoría de la sociedad o del espacio que le per ita esa integración. o es de extrañar que algunos geógrafos, no es casos, piensen que «la geografía, ni ha existido nunca ni tiene futuro». Lo cual puede afir arse, bien desde el principio de que la geografía debe di solverse en el capo de una ciencia social, o bien, desde la perspectiva de que carece de consistencia teórica unitaria. l debate no resolvió el proble a, insoluble, de la unidad de la geo grafía. Per itió constatar que los geógrafos son conscientes, desde diversas posiciones, de las dificultades de la geografía para construir un discurso co herente y de la inexistencia de un arco teórico apropiado para explicar el espacio que pretende abordar la geografía. ificultades agravadas sólo en parte por las diferencias entre geografía física y hu ana. oo apuntaba uno de los participantes, la dicoto ía entre geografía física y geografía huana oscurece otras ás profundas y significativas. Las que conciernen a la frag entación episte ológica e ideológica dentro de la propia geografía huana ( raha, 1987). La persistencia de estas diferencias episte ológi cas e ideológicas hace i posible o dificulta la solución del proble a de ar ticulación de un discurso geográfico unitario. ello contribuirá ta bién el que las divergencias separan, cada vez ás, a geógrafos físicos y hu anos. cada vez ás a quienes antienen la pretensión de hacer de la geografía una «ciencia», con un arco teóri co consistente, y los que propugnan para la geografía la categoría de sa ber cultural. Es la inercia de una tradición la que se empeña en mantener un dis curso unitario, en plena contradicción con la práctica efectiva, que ha ato mizado el saber geográfico. Son cuestiones que representan una letanía de viejas pero actuales reflexiones sobre el «lugar» de la geografía en nuestros días y sobre su horizonte inmediato (Unwin, 1992).
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La cuestión de la unidad de la geografía aparece así coo un problea recurrente y presente. En la últia década del siglo persiste esa pre ocupación, signo de una proble ática no resuelta (nin, 1995). Contri buye a ocultar que la unidad de la geografía fora parte de un ito co partido en el discurso histórico, coo ostró, hace tie po, un geógrafo francés (Reynaud, 1974). oo él decía «la unidad de la geografía no es ás que un ito, que procede, ante todo, de una interpretación etnológi ca», que descansa sobre funda entos episte ológicos uy poco sólidos. 1.2.
LA GEOGRAFÍA COMO CULTURA
La conciencia de que la geografía tiene dificultades para dar coheren cia al conjunto de las raas en que trabajan los geógrafos no es ajena a la persistente búsqueda de una alternativa que proporcione ese arco unita rio. s lo que explica la recuperación del lugar y del paisaje, así coo una cierta nostalgia por lo que la geografía regional y la región representaron en el discurso geográfico de otras épocas. Se antiene la persistente nos talgia por una geografía regional, que se conte pla coo la garantía de la inexistente y ansiada unidad. La consecuencia ás visible es el esfuerzo por encontrar o por justifi car una geografía que pueda salvar su propia tradición. Se trata, por una parte, de reivindicar el lugar, la región, el paisaje, coo posibles espacios de unidad. Se trata, por otra, de propugnar una geografía enos deudora, episte ológica ente hablando, del rigor, que per ita dar cabida a la ultiplicidad. na reivindicación de la geografía coo arte, de la geografía coo cultura. na geografía que en los últi os años se presenta coo geo grafía humanista.
La geografía coo cultura es una propuesta vigente y una reivindica ción actual, desde la perspectiva del «sentido abierta ente cultural que debe anifestar, según creo, la eografía» ( rtega antero, 1987). La rei vindicación cultural de la geografía arraiga en una doble tradición: el re chazo de la racionalidad coo referencia del trabajo intelectual, y una al ternativa vinculada con el senti iento y la vivencia del sujeto respecto del espacio. Se i brica, por tanto, en una corriente de pensa iento que ha con vertido en sospechoso el racionalis o, que reivindica el idealis o, que se vincula con la consideración de la geografía coo un arte, coo un punto de vista entre otros. Se corresponde, de fora explícita o i plícita, con el i pulso posoderno. En su for ulación ás actual se corresponde con la deno inada geo grafía humanista, tal coo la propugna y concibe Tuan y los geógrafos nor tea ericanos, en los años ochenta y la expresan, en uropa, los geógrafos de lengua francesa (Bailly, 1999). Se propone coo una geografía alternati va, ás allá de lo que supondría una siple raa de la disciplina. na y otra se vinculan con la referencia al ho bre, es decir, al sujeto, coo cen tro de la reflexión geográfica. tienen coo soporte filosófico funda en-
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Es una geografía humanista o cultural abierta a lo psicológico, a lo an tropológico, al mundo de la percepción individual y colectiva. Una geogra fía humanista que desborda también hacia el mundo del arte y la poesía. La «geopoética» es una de estas perspectivas o puntos de vista de la geo grafía humanista, en la que los geógrafos concernidos consideran que pue den «poner de manifiesto los lazos que existen entre los fenómenos cultu rales materializados en obras creativas y las cuestiones o conceptos que in teresan al geógrafo» (Bailly, 1999). Aunque, de modo harto paradójico, se refieran a la geografía como «ciencia comprometida». La geografía como cultura -que no se debe confundir con la geografía cultural- se asienta sobre una concepción de la geografía como práctica o sensibilidad del espacio, que se considera arraiga en la propia naturaleza hu mana. La geografía adquiere una dimensión antropológica, y una profundi dad histórica que la retrotrae al origen de la humanidad. La geografía se identifica con la práctica espacial humana, con la cultura del espacio. Esta percepción de que la geografía se inserta y confunde con el sim ple interés universal que la especie humana manifiesta por este tipo de fe nómenos es compartida, en la actualidad, no sólo por los representantes tradicionales de ese enfoque cultural, sino por destacados representantes del pensamiento positivista de la segunda mitad del siglo XX. Son las para dojas de los tiempos posmodernos. De acuerdo con estas interpretaciones, la geografía como campo de co nocimiento no tiene principio en el tiempo, no tiene época, y el conoci miento geográfico responde a un simple interés «universal e inmemorial». R. Hagget, por ejemplo, un geógrafo físico, significado representante de la geografía analítica, se ha convertido a la consideración de que la geografía tiene que ver con el arte. Constituye, como él dice, The Geographer's Art ( Hagget, 1990). Es ilustrativo que, en esta obra, su autor la inicie con una cita de C. Sauer, el geógrafo cultural de filosofía neokantiana. Más paradó jico resulta que la misma extensión de la geografía a los orígenes humanos aparezca entre geógrafos del grupo Reclus, que reivindican la geografía como una ciencia social (Brunet, Ferras y Théry, 1993). Desde otros presupuestos y con planteamientos distintos, la reivindica ción o la atención a una geografía de los lugares aparece también en geó grafos como Johnston. Contemplan la geografía como A Question of Place (Johnston, 1991). La reivindicación del «lugar», como espacio diferenciado y como área, con sus específicos caracteres, con su singularidad, aparece, a muchos geógrafos, como el futuro de la geografía, en la medida que se per cibe como el elemento que puede permitir articular la geografía sobre un ob jeto definido. Esta conversión a los lugares tiene, por tanto, una razón de ser. Para quienes propugnan este giro de la geografía, el lugar puede ser el espacio del reencuentro de las diversas ramas geográficas, de la fragmenta da disciplina, en torno a un espacio determinado. El lugar se presenta como el destino de la geografía, en cuanto se percibe como un elemento clave «para la vitalidad futura de la geografía» (Johnston, 1991). El lugar se trans forma, para estos geógrafos, en el punto central de la agenda investigadora y docente geográfica.
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l proble a de la unidad es, en últia instancia, el proble a de la po sibilidad de supervivencia de una disciplina con perfil propio. uchos geó grafos conte plan la situación actual coo una grave a enaza para esa su pervivencia, en la edida en que la geografía parece disolverse en sus últiples raas, y cada una de ellas se inserta ás en la correspondiente cien cia social o natural, que en un corpus geográfico, dentro del cual no se co parte ni lenguaje, ni objetivos ni étodos. La inco unicación entre los que se llaan y consideran geógrafos, en particular entre los que practican dis ciplinas físicas y los que se dedican a las raas sociales o hu anas, ha sido resaltada en últiples ocasiones y sigue siendo un otivo de alara entre los geógrafos ás conscientes (nin, 1992). s lo que viene i pulsando a una parte de los geógrafos a la refle xión sobre la geografía y su lugar en el mundo actual. O, desde otra óp tica, a su ergirse en sus orígenes, en sus tradiciones. n uno y otro caso subyace la preocupación por el in ediato futuro de un saber y una co unidad acadé ica, y se i pulsa con la perspectiva de buscar los eleentos que pueden justificarla o que per itan soldar un discurso geo gráfico consistente. os libros de este últio decenio, coo son El lugar de la Geografía, de . nin, y The Geographical Tradition, de Livingstone, ilustran este co ponente reflexivo desde postulados y enfoques distintos. esponden a un esfuerzo por pensar la geografía. na expresión que se utiliza para alu dir a este tipo de reflexión, que se ha hecho uy frecuente, hasta anida, en los últi os años.
2. Pensar la geografía: la geografía del presente
Se trata, por tanto, de pensar sobre el significado social de la discipli na geográfica y sobre el contexto cultural y científico en el que se desen vuelve. La geografía se ha debatido entre la aspiración de constituirse coo un saber acorde con las exigencias episte ológicas de la ciencia nor al, y la tentación persistente de antenerse coo un saber cultural, abierto, li bre de las ataduras teóricas y etódicas de la ciencia. a oscilado ta bién entre uy diversas opciones teóricas coo so porte de su indagación. u erosas propuestas, coo heos visto, han tra tado de dar fora a una y otra de esas orientaciones básicas. ntre una geografía científica en el sentido ás ortodoxo de la ciencia positiva, y una geografía coo pura creación artística, han convivido y coexisten geogdrafías distintas, llenas de atices. esde una geografía concebida coo isciplina puente entre ciencias naturales y sociales -«disciplina en el cruce de las ciencias hu anas y naturales»-, y una geografía en arcada entre las ciencias sociales. sa diversidad, que es característica de la historia de la geografía oderna, se antiene en los tie pos presentes.
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2.1.
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¿QUÉ ES LA GEOGRAFÍA?
Pensar la geografía significa, en primer término, reflexionar sobre el uso que los geógrafos hacen de los términos, los conceptos, las analogías, que conciernen al entendimiento de la propia disciplina o materia con la que trabajan. Cualquier somero repaso de la literatura geográfica muestra el no table abuso -o relajamiento intelectual- que acompaña, en nuestros días, al concepto de geografía y al uso de este término. Y la confusión y ambi güedad con que se manejan o entienden. Confusión formal que probable mente descubre la confusión y falta de definición de la propia disciplina. Confusión compartida por los geógrafos y por los que no lo son. Es habitual entre los geógrafos referirse a la geografía, es decir a la dis ciplina diferenciada con este término, para identificar el objeto de la mis ma, espacio o territorio, hábito compartido por quienes están fuera de la geografía. No es infrecuente, en España, leer u oír, «por toda la geografía española», para referirse a acontecimientos o fenómenos que afectan al conjunto del territorio español. Y sin embargo, la geografía no es el terri torio ni el espacio. Territorio y espacio, conceptualizados, constituyen el ob jeto en bruto de la geografía. Hablar del poder de la geografía, para resaltar el papel del espacio como un modelador o agente de la configuración social, es un abuso del lengua je, porque la geografía es una disciplina que se delimita como campo de co nocimiento, que tiene su praxis, su semántica y su gramática. O que debie ra tenerlas. Y sin embargo, ese hábito, muy frecuente entre los autores an glosajones, denota una inadecuada distinción entre la disciplina, como cam po de conocimiento, y su objeto epistemológico. De igual modo, la geografía no son las representaciones que los agentes sociales y los individuos construyen del entorno en que viven. Es cierto más bien que estas representaciones, como tales imágenes, como construcciones sociales, constituyen un objeto esencial de la geografía. Es lo que han venido a mostrar las aproximaciones de carácter subjetivista que han descubierto el lado abandonado o ignorado de la geografía al mismo tiempo que su signifi cación en el entendimiento del espacio o territorio. La geografía no es el mun do de las vivencias, pero vivencias y experiencias individuales y colectivas per filan una dimensión del espacio y como tales forman parte del objeto de la geografía y deben ser abordadas por ésta e integradas en su representación. La geografía no puede confundirse con la multiplicidad de discursos sobre el territorio y el espacio que genera la sociedad y que ha generado de forma tan abundante a lo largo de la historia. El espacio como tal no es pa trimonio de la geografía como no lo es la Tierra, a pesar del nombre de la disciplina. Un nombre demasiado viejo para responder de forma adecuada a lo que es la geografía moderna. Un nombre que, por otra parte, suele ser traducido de forma inadecuada, impuesta por la rutina. Se propone para geo-grafía el binomio gea (tierra) y graphos o graphein (describir). Pero no se vincula el verbo describir con su acepción primaria, la de dibujar o re presentar gráficamente, sino con la genérica y habitual de proporcionar in formación sobre un asunto.
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OBJETO Y PRÁCTICAS DE LA GEOGRAFÍA
Convertir en geógrafo al viajero que narra sus experiencias, al histo riador que ubica su crónica o acontecimientos, al científico que localiza sus observaciones, al novelista o poeta que introduce componentes espaciales o territoriales fidedignos o fantásticos en sus narraciones, es hacer de la geo grafía un conocimiento banal. Viaje por la Alcarria contiene observaciones pertinentes sobre el territorio alcarreño, pero no parece procedente conver tir a su autor en geógrafo. La magnífica descripción del Campo de Níjar, en una breve novela del realismo social español, no se inserta en el mundo de la geografía, sino de la creación literaria. Es cierto, sin embargo, que esas producciones pueden ser utilizadas por el geógrafo para construir un dis curso geográfico estricto. Son una fuente y una herramienta en manos del profesional de la geografía. La confusión entre la obra geográfica y el ma terial que usa el geógrafo como fuente para sus construcciones ha sido y si gue siendo habitual. Existe, entre los geógrafos, un hábito extendido, que consiste en hablar de la geografía de los ingenieros, o la geografía de los Estados Mayores, entre otras expresiones. Con ellas se quiere destacar el papel relevante que de sempeñan como modeladores del espacio terrestre. Pero se asimila, bajo el empleo equívoco del término, la acción que provoca la dinámica espacial con la disciplina que tiene como objeto el análisis de esa dinámica y sus agentes. Es un abuso de lenguaje más en relación con la geografía. Ni los ingenieros ni los Estados Mayores ni la Administración en ge neral, ni los otros agentes sociales, hacen geografía en el desempeño espe cífico de sus competencias políticas, técnicas, económicas o de otra índole. Lo que sí hacen es intervenir sobre el espacio, producir espacio. Y como ta les productores de espacio, caen o deben caer bajo el prisma de la atención del geógrafo. Su actividad responde a específicos intereses sociales y deter minadas imágenes o representaciones del espacio. Estas representaciones o proyectos, así como sus prácticas espaciales, modelan el entorno geográfi co. Actividad, representaciones, prácticas y agentes sí pertenecen al campo de análisis e interés de la geografía. Estas derivas del discurso geográfico surgen de su carácter poco elabo rado, desde el punto de vista teórico, como campo de conocimiento, en re lación con un objeto geográfico que tampoco ha sido construido de forma consecuente, y con un lenguaje poco riguroso lleno de metáforas, de térmi nos alquilados a otras disciplinas, de vocablos de uso coloquial. Circuns tancias que han permitido su escasa definición, confundido con simples nociones de uso coloquial o cultural. La reivindicación reciente de un len guaje de la geografía, diferenciado del lenguaje de geografía, apunta a esa necesidad de depurar y definir el uso de las «palabras de la geografía» (Brunet, Ferras y Théry, 1993). Reivindicar un lenguaje de la geografía forma parte del esfuerzo de pensar una geografía relevante para el mundo actual, esfuerzo que no pue de ignorar la exigencia epistemológica de construir un objeto propio, de construir un método y de construir un lenguaje, es decir, un discurso -en el sentido que le otorga Foucault-. La geografía como disciplina reconoci ble socialmente se encuentra obligada a construir un objeto propio, a esta-
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blecer un discurso coherente sobre ese objeto y a delimitar el perfil meto dológico con el que abordar el objeto geográfico y construir su discurso, es decir, su lenguaje. Éste, en cierto modo, acompaña a la aparición y defini ción de un objeto.
2.2.
OBJETO Y TEORÍA: ¿TODO VALE?
La geografía no puede existir como disciplina si no construye un obje to propio, desde el punto de vista epistemológico. Una vieja tradición in telectual ha propendido a identificar el espacio y en general los objetos de la geografía, se llamen espacio, organización del espacio, paisaje, región, como elementos existentes, definidos, que el geógrafo se limitaba a recono cer, identificar, ubicar y, en todo caso, explicar. Es decir, como objetos en el sentido más clásico, más cartesiano, del término. El espacio geográfico representa una categoría teórica que no se con funde ni identifica con un objeto externo a la propia geografía, existente al margen de ella. Construir este espacio geográfico como objeto de conoci miento es así el primer cometido teórico en la fundación de la geografía. Más allá se trata de establecer los vínculos o relaciones que ese objeto y sus representaciones tienen con el entorno objetivo. Y de construir un sistema de conceptos, de términos, de símbolos y de herramientas para analizarlo e interpretarlo. Muchos de estos términos, de estos conceptos, de estos sím bolos y herramientas han sido elaborados a lo largo del período de desa rrollo de la geografía moderna (Brunet, Ferras y Théry 1999). «Pensar la geografía» significa reflexionar, desde algunos supuestos crí ticos, que la experiencia histórica de lo que denominamos geografía permi te sustentar, en orden a ubicarla en el mundo actual. Se trata de establecer el horizonte, los horizontes de la geografía. Pensar la geografía representa un ejercicio de reflexión sobre el significado social de la disciplina en el mundo y las sociedades contemporáneas. Se trata, por tanto, de saber si el futuro se instaura en la renuncia a la búsqueda de un esquema de interpretación capaz de abordar la compleji dad del espacio social contemporáneo. La propuesta de una geografía múl tiple surge desde los años ochenta y responde, intelectualmente, al princi pio maoísta de las «cien flores», es decir, la convivencia de cuantos enfo ques, discursos, con método o sin él, con teoría o sin ella, se produzcan. Deriva de los postulados posmodernos y culturales. La puesta en cues tión de los marcos teóricos y del método, la proscripción de la norma cien tífica, abren la geografía a toda clase de experiencias y de discursos. El eclecticismo es su manifestación lógica y, como consecuencia, el principio de que «todo vale». Se trata, en sentido opuesto, de plantear que la geografía puede y debe buscar construir un marco de inteligibilidad, a partir de la crítica renova dora de los modelos más simples precedentes. Construir ese modelo de in teligibilidad de nuestro entorno, a sabiendas de que puede ser erróneo, es reivindicar un marco teórico, una metodología, un lenguaje propio y el ri
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gor del conoci iento. punta al reconoci iento de que no todos los conoci ientos o foras de conoci iento tienen la isa validez, y supone la reivindicación del conoci iento basado en la razón. n plantea iento que for ulaba el iso Johnston hace un decenio: « ebe os producir teorías generales de la anipulación econó ica, social y política del espacio, en orden a explicar fenó enos particulares, lugares y épocas específicas» (Johnston, 1987). Una exigencia apremiante para una disciplina que sigue sin tener ese arco teórico: «o hay ninguna Teoría de la eografía» (óez endoza, 1986). na exigencia en un undo en el que la infor ación sobre el espacio conte plado coo distancia y coo di ferencia ha perdido la ayor parte de su potencial atractivo. l espacio terrestre es accesible de fora casi instantánea en cualquier parte del undo, a través de los edios de co unicación. La geografía, coo disciplina de la diferenciación en áreas, en relación con la consolida ción histórica de entornos culturales distintos, o coo capo de lo exótico o desconocido, carece de perspectivas. Sólo es ercadería turística. Perte nece al capo de la fabricación social de imágenes sobre el entorno próxio y el aparente ente lejano que, sin e bargo, fora parte de nuestro iso undo industrial y cultural. La geografía del presente y del futuro no puede ignorar este hecho, deno inado globalización y sus efectos sobre la disciplina, en lo que se ha deno inado o planteado coo «el final de la geografía» (O'Brien, 1992; Graham, 1998).
3. El mundo actual: globalización y geografía
n rasgo sobresaliente de los últi os decenios ha sido la consolidación de un siste a planetario o global, que afecta tanto a la actividad y las rela ciones econó icas coo a la co unicación y la producción cultural. Por vez pri era en la historia de la hu anidad conte pla os, aunque sea to davía en esbozo, un undo unificado, en el que el tiepo y el espacio han perdido el significado que tenían con anterioridad. La contracción del tiepo ha supuesto, al iso tie po, la contracción del espacio. l significa do de las distancias, coo un ele ento separador, ha dejado de tener el peso que tuvo en siglos precedentes. Por ello, se ha acuñado la expresión del final de la geografía, en analogía con el final de la historia. Precisa en te en el oento en que este últio fenó eno parecía abrir una etapa de ascenso o predo inio de la geografía, coo platafor a para el entendiiento del undo conte poráneo.
3.1.
¿EL FINAL DE LA GEOGRAFÍA?
La consolidación de un undo único, de una di ensión universal ex clusiva, ipone una atención ás cuidadosa hacia la construcción de odelos o representaciones espaciales que pretendan dar una explicación del iso. eben per itir entender, en el arco de la unifor idad creciente,
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que caracteriza la sociedad actual, la diversidad, y en el do inio de lo uni versal y ho ogéneo, el auge de lo local. ebe posibilitar entender cóo, en una sociedad capitalista exclusiva, cada vez ás integrada, se produce y de sarrolla la persistencia de lo particular, de lo local, de lo nacional. sta unificación del espacio terrestre y del tiepo planetario ha coin cidido con la consolidación del capitalis o coo único siste a econó i co. s el odo de producción do inante i puesto sobre la totalidad de las for aciones sociales existentes. na circunstancia que ha sido conte plada coo el final de la historia, en la edida en que parece haber desapare cido el proceso de evolución y cabio que daba sentido a las interpreta ciones o representaciones de la historia coo proceso. na concepción que ha caracterizado y sustentado la interpretación del desarrollo histórico pro pia de los grandes relatos o teorías, en particular la arxista. esde esta perspectiva, algunos autores conte plaban esta disolución del proceso histórico coo el punto de arranque de una época o tiepo de la geografía. Se ha considerado que el único factor i pulsor del cabio y de la actividad social responde sólo a las diferencias espaciales, a las dis tintas culturas, a los espacios nacionales, a los territorios, en definitiva, a la localización. Las constantes geográficas, en el sentido de la i posición de la distancia, de la inercia de la ubicación, en el entendi iento y explicación de los fenó enos sociales. Sin e bargo, el excepcional desarrollo de los edios de co unicación y la creciente interdependencia a escala planetaria de todos los rincones de la ierra han convertido en realidad lo que hace varios decenios se denoinó la aldea global. La quiebra de las distancias, el carácter instantáneo de la co unicación física y de la co unicación intangible, parecen haber disuelto ta bién el espacio geográfico. Se habla del ciberespacio, es decir, un espacio virtual vinculado a las co unicaciones instantáneas. an hecho posible enunciar lo que se ha lla ado el final de la geografía ( 'Brien, 1992; Graham, 1998). La excepcional revolución técnica que representa el desarrollo de la infor ática y la electrónica y su incidencia en la práctica totalidad de las diensiones de la vida social -en la producción, distribución, consu o, ho gar, investigación, cultura, entre otras- han dado al undo actual unas perspectivas que los teóricos del pos odernis o han elaborado en discur sos que confluyen en la idea de la desaparición de la di ensión territorial o espacial. Todo es in ediato, todo es cercano, todo queda unificado por una cultura visual y por el do inio de la cultura industrial. oo se ha resaltado, «los lugares tienen un regusto a ¡ya visto! cada vez ás pronunciado [...] l iso odelo urbano, salido en parte del sistea econó ico liberal, ipone su estructura en todos los países, cual quiera que sea la historia o la cultura de la ciudad. [...] La cultura de la undialización acentúa esta ho ogeneización con las isas revistas en los quioscos, la isa úsica en los lugares públicos, la isa coida en los fast food» (Bailly y Scariati, 1999). Los edios de co unicación, la industria cultural, nos fabrican los puntos o lugares exóticos, que no tienen nada que ver con las herencias culturales. sa isa industria cultural nos
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proporciona los elementos para abordar los nuevos espacios, los espacios sin espacio, como el ciberespacio. El excepcional trasvase de culturas ha desprovisto de significado a una geografía de la diferencia y del exotismo. Como se ha dicho, a propósito de Los Ángeles, el Tercer Mundo ha entrado en el Primero. Una idea que los posmodernos resaltaban respecto del efecto de la inmigración masiva de gentes procedentes de las sociedades no europeas, a los países del Centro capitalista. Un hecho apreciado también desde postulados muy distintos: el papel de estas migraciones en la configuración del mundo contemporáneo es decisivo (King, 1995). La configuración multicultural de las sociedades desarrolladas -algo que antes estaba limitado casi en exclusividad al modelo colonial-, conse cuencia de esta inmigración masiva en el centro desde las periferias más va riadas, es un rasgo compartido por la mayoría de ellas. Se presentan como verdaderas sociedades plurales. La diferencia cultural parece que ha dejado de ser una referencia con significado espacial. Sin embargo, de forma harto paradójica, es en este mundo uniforme de comunicaciones instantáneas, con un excepcional desarrollo de los pro cesos a escala planetaria, donde aparece, por oposición, la extraordinaria vi talidad de lo local, de lo que los anglosajones denominan place, entendien do como tal no sólo la localidad sino el área regional e incluso nacional, pero siempre a gran escala. La vitalidad y dinamismo de estos espacios lo cales, de los lugares, y la eclosión nacionalista, en sus diversas formas, apa rece como un rasgo propio del mundo actual. ¿Qué significado tiene este descubrimiento de lo local, de lo nacional? No sabemos si forma parte de un proceso consistente o es sólo una ilusión, un refugio en el desarraigo, o un producto más de la industria cultural. El lu gar, lo local, la región, la nación surgen en un aparente espacio sin diferen cias. Sin embargo, el carácter universal de los procesos, la uniformidad de ciertas formas impuestas por la industria cultural o la moderna división del trabajo, no han igualado los diversos territorios ni las distintas sociedades. Por el contrario, la universalidad de los procesos del capitalismo coexis ten con la profundización de las distancias entre unos territorios y otros y en tre distintos sectores sociales. La uniformidad de los procesos de acumula ción capitalista no significan igualdad ni desaparición de las diferencias. La distancia entre las áreas centrales del capitalismo mundial, en Europa y Es tados Unidos o Japón, y los países de África, Asia o ciertas áreas de América hispana, es cada vez mayor. La distancia entre los sectores sociales más pri vilegiados de estas áreas centrales respecto de los más desprovistos de las pe riferias del llamado Tercer Mundo no hace sino agrandarse. La interacción entre los procesos globales y los regionales y locales, la inserción de éstos en la escala mundial, la dinámica oscilante que presen tan, aparecen como fenómenos de creciente interés. En este contexto ad quiere sentido la reflexión geográfica y la búsqueda de herramientas para la interpretación de estos fenómenos, la elaboración de una representación o modelo capaz de ayudar a entender el mundo en que vivimos.
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3.2.
o
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UNIVERSAL Y LO LOCAL: EL SENTIDO DE LA GEOGRAFÍA
Se puede afirmar que en el mundo de hoy, la cuestión central para un proyecto de geografía moderna tiene que ver con la dialéctica de lo global y lo local. Es decir, con los procesos que instauran y profundizan el ca rácter mundial de las relaciones económicas y la cultura social. Como lo expresaba Johnson, la necesidad de explicar cómo los procesos más gene rales, a escala planetaria, configuran los espacios más particulares. Cómo tales procesos, que están creando un espacio planetario, esti mulan el paralelo y paradójico proceso de desarrollo de lo local y regional, el auge aparente de la nación, el incremento de los sentimientos de identi dad asociados a las culturas particulares. Podemos identificar el espacio geográfico con el conjunto del espacio terrestre. Éste constituye un producto histórico vinculado a la sociedad hu mana en su acepción global. Ha sido el desarrollo histórico de las distin tas sociedades y culturas humanas el que ha dado forma a lo que llama mos espacio terrestre. Su representación como espacio mundial responde bien al estado de las relaciones sociales que caracterizan los últimos siglos. El espacio mundial, como expresión de unas determinadas relaciones sociales a escala planetaria, no es ajeno a formas particulares de esas re laciones sociales, de carácter nacional o regional. Es decir, reconocemos que las relaciones sociales se materializan a escalas diversas, desde la pla netaria a la estrictamente local, e incluso doméstica. El proceso de repro ducción social abarca esos dos extremos y sus intermedios. Y que unos y otros aparecen relacionados. No hay oposición ni contradicción esencial entre ambas dimensiones, hay una relación dialéctica entre lo global y lo local. Entre la unidad de reproducción doméstica y el mercado mundial, entre la habitación par ticular y la aldea global, el espacio geográfico constituye la representación que unifica y expresa esas relaciones sociales. El espacio geográfico tiene que ver con las escalas espaciales en que se desenvuelven las relaciones socia les. El espacio geográfico como herramienta, como instrumento hermenéutico, como marco teórico para abordar el complejo mundo actual des de una perspectiva específica. Entre lo local y el espacio terrestre, el espacio geográfico se configura como instancias o sistemas de relaciones cambiantes. En su materialidad, las denominamos sistema-mundo, «mercado mundial», Estados, regiones, lugares, terrazgos, ciudades, mercados locales, lugares centrales, periferias, áreas industriales, centro urbano, city, suburbio, barrio, aldea, ciudad dor mitorio, conurbación, megalópolis, entre otros muchos términos, que defi nen la trama conceptual de la geografía (Brunet, Ferras y Théry, 1993). Constituyen la materialidad del discurso geográfico y son los elementos, el material con el que construimos la imagen compuesta del espacio geográfi co como un «conjunto de conjuntos» o clases que se interpenetran, tanto en «horizontal» como en «vertical». Cada ámbito define y constituye un espacio geográfico, pero forma parte, a su vez, de otros espacios geográficos, y engloba o vincula espacios
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geográficos específicos. ada uno de ellos opera con autono ía; cada uno de ellos está deter inado por los deás. ada uno presenta su propio sistea de relaciones sociales y su específica diná ica espacial. ada uno se inserta en traas sociales -econó icas, políticas, ideológicas, territoria les-, que les sobrepasan y que operan a odo de deter inaciones inde pendientes. Se i ponen al argen de la voluntad y decisión de sus propios agentes y, coo tal, son aceptadas, por lo general. Entre localidad y procesos globales no hay contraposición ni exclusión. Lo local se desenvuelve en los procesos globales y éstos se sostienen en si tuaciones locales y en co porta ientos individuales. Los agentes sociales arraigan en localidades, operan en lugares. La dialéctica entre lo local y lo global, con sus obligadas ediaciones espaciales regionales y estatales, es el funda ento del espacio geográfico. La reivindicación de lo local, que ha caracterizado el discurso de las geografías de la subjetividad por un lado, y el de algunos de los discursos de las geografías radicales, no puede contraponerse coo negación absolu ta de la globalidad de los procesos o de los espacios universales. sta dia léctica entre unos y otros niveles constituye la esencia de la construcción geográfica y del propio desarrollo de la sociedad actual. n esta dialéctica y en este undo acelerado y transfor ado es en la que la geografía tiene que ubicarse, en orden a proporcionar una platafor a de aproxi ación a los ele entos y relaciones que configuran el undo conte poráneo, a los procesos que lo ueven y ca bian y a los proble as que le afectan. ebe hacerlo a partir de herra ientas propias y desde la necesidad de «identificar los do inios particulares de que se ocupa» y de tener «una noción clara respecto de aquello acerca de lo cual se supone que especule» ( arvey, 1968). n espacio específico, una cons trucción propia de la disciplina. iferenciado del espacio de interés de otras disciplinas, en la edida en que la geografía y los geógrafos le atri buyen co ponentes, le ordenan en conceptos, le asignan tér inos, le in corporan en una alla o sintaxis que define ese espacio, que lo convier te en un objeto, en el sentido episte ológico del tér ino. l objeto de la geografía.
4. El objeto geográfico: el espacio de la geografía l espacio que le interesa a la geografía -o el territorio o paisaje de odo si ilar- es el espacio geográfico, o el territorio geográfico o paisaje geográfico. Puede parecer una tautología, pero es el funda ento de toda disciplina rigurosa. s ésta la que define su objeto y la que acota los térinos en los que lo hace propio y lo transfor a en otivo de estudio. Cada disciplina científica da fora, da sentido y entidad a una deter inada par cela o di ensión de la realidad.
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4.1.
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LA CONSTRUCCIÓN DEL OBJETO GEOGRÁFICO
La construcción de un objeto es una exigencia de un conoci iento ri guroso. se objeto no es, desde una perspectiva episte ológica, un eleento existente del undo real y en este sentido, decir que el espacio, el territorio, el paisaje o el lugar, sin ayor precisión, son el objeto de la geo grafía, no deja de suponer una i precisión. l espacio coo el territorio, el paisaje o el lugar, son tér inos polisé icos, coo heos visto, propios del uso corriente, con los que antienen relación capos uy diversos del conoci iento. s indudable que la geografía coincide con otras disciplinas de uy di verso espectro en sus preocupaciones y que el solape con ellas tiene que pro ducirse, en la edida en que el espacio geográfico, coo objeto específico de la geografía, se construye en un territorio del conoci iento y de la experien cia, que no le es exclusivo. u erosos ele entos que aparecen en otros capos de conoci iento foran parte del espacio teórico geográfico. l solape con otras disciplinas, que viene siendo una cuestión recu rrente en la historia de la geografía oderna, es un seudo proble a si la construcción teórica de la geografía es consistente, si su objeto está bien de finido, si el discurso tiene entidad se ántica y práctica. Integrar ele entos de disciplinas físicas y sociales distintas no constituye un obstáculo episteológico para la geografía si ésta responde a una construcción elaborada, en la edida en que tales ele entos adquieren nuevo y específico sentido geográfico. l proble a esencial de la geografía ha sido el de una insufi ciente definición y acota iento de su objeto y el de una escasa elaboración de tales ele entos y conceptos procedentes de otros ca pos. La conciencia de esa necesidad episte ológica estaba presente en los esfuerzos de los prieros geógrafos odernos. oo heos visto, se ocuparon en establecer ese objeto, diferenciarlo, darle contenidos específicos. La región, el paisaje, y ás tarde el espacio de los analíticos, respondían a ese intento de consti tuir un objeto para la geografía. Lo plantearon, sin e bargo, desde la pretensión de acotar un do inio excluyente y desde una concepción que hacía del objeto geográfico una par te, una fracción física de la realidad natural. Lo que dispensaba del esfuer zo de construirlo en el plano teórico y episte ológico. o se distinguía de fora suficiente entre la realidad objetiva que interesaba al geógrafo y el objeto geográfico coo construcción teórica. n consecuencia, el esfuerzo de la geografía oderna ha estado dirigido, en ayor edida, a acotar una fracción de ese espacio terrestre -la región, el paisaje, entre otros- atri buida a la geografía, que a elaborar esos arcos teóricos para hacer inteli gible esa fracción del espacio terrestre. Construir un objeto no tiene coo finalidad acotar un área excluyente de la realidad, respecto de otras disciplinas, preocupación esencial en el caso de la co unidad geográfica inicial, a finales del siglo I y principios del siglo . «La geografía no es un undo cerrado, ni un prado a defen der, ni una patria; es un capo de conoci iento y de actuar» (Brunet, Ferras y Théry, 1993). Pensar un espacio para la geografía, desde una pers
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pectiva teórica y episte ológica, no significa levantar lí ites respecto a otras disciplinas (Massey y Jess, 1999). Es la concepción que ha faltado en la geografía desde sus inicios. Se trata de hacer posible una elaboración teó rica y etodológica con el fin de hacer inteligible -ás inteligible- una parcela del undo en que vivi os. oda disciplina es una representación convencional del undo -de una parte de él- destinada a facilitar su inteligibilidad. s decir, per itir integrar la ultiplicidad -por lo general caótica- de las apariencias y de nuestras observaciones en un esque a racional de explicación. La historia de la geografía oderna y, sobre todo, los debates del últi o edio siglo, han perfilado los ele entos ás caracterizados de lo que puede ser el objeto de la geografía, es decir, el espacio geográfico, con independencia de sus foras ás específicas. Se trata de dar perfil y con tenido a este objeto que debe ser el núcleo sobre el que se organiza la dis ciplina. La reflexión teórica sobre el espacio proporciona, en el últio cuarto de este siglo , perspectivas interesantes para una construcción teó rica de este objeto. esde postulados teóricos contrapuestos existe coincidencia en que el espacio debe ser entendido coo una di ensión de las relaciones sociales. La sociedad huana se desarrolla coo espacio. ste es una de sus foras o co ponentes. o pode os decir, aunque la expresión sea habitual, que la sociedad ocupa el espacio, o se apropia de él, o se extiende en el espacio, porque tales expresiones denuncian y descubren una concepción del espa cio coo aterialidad ajena o contrapuesta al sujeto social. Todas estas expresiones corresponden con una representación arraiga da y tradicional del espacio que la geografía ha co partido y ayudado a ex tender. Pero es parcial y reductora y sustituye el espacio social por un es pacio concebido coo ero sustrato físico. La generalización de esta ex presión no es óbice para su crítica. Crítica, por otra parte, extendida desde hace ucho tiepo en el ábito del pensa iento; al enos desde Leibnitz y ant. n realidad, se corresponde con una do inante representación del espacio que ha prevalecido durante ucho tie po. unque no sea la única ni la pri era de esas representaciones del espacio. En los nuevos enfoques, el espacio responde a la di ensión social huana. Trasciende la era respuesta instintiva para pasar a ser construc ción, es decir, artificio. Lo físico y biológico constituyen, todo lo ás, coponentes de esa construcción, en su aterialidad y en su proyección iaginaria. Son los ateriales utilizados, la ateria pria con la que la socie dad se reproduce y con los que construye su espacio. Porque sustrato natural y entorno biológico son expresiones que quedan integradas en la fic ción social, foran parte de una ideología espacial y de un discurso social deter inado. o tienen entidad propia ni identifican objetos externos. Concebir el espacio coo una construcción social surge de la propia condición social de la especie hu ana. El acto de la reproducción social huana se anifiesta coo un proceso de transfor ación de la naturaleza por el trabajo. l viejo postulado de la geografía oderna coo relaciones del hobre con la naturaleza adquiere sentido sólo en la edida en que, coo
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percibía y apuntaba L. Febvre, «se conte ple desde la perspectiva social y se entienda en tanto que transfor ación de la naturaleza por la sociedad. na transfor ación que no puede conte plarse coo si naturaleza y sociedad fuesen dos entes o sustancias separables y separadas; sólo puede darse desde su entendi iento coo dos foras de una isa naturaleza. n planteaiento co partido por un creciente núero de geógrafos» ( oen, 1994). Se trata, en efecto, de una construcción. La geografía tiene que confi gurar su propio objeto de conoci iento coo un concepto central. ste ob jeto es real, es objetivo, pero responde a las necesidades específicas del ca po geográfico. o hay contradicción entre la objetividad del espacio geo gráfico y la naturaleza de construcción teórica que, coo concepto y obje to episte ológico, tiene en el arco de la práctica científica geográfica. s lo que apuntaban desde la geografía social francesa al diferenciar el con
cepto de
territorio
del concepto de espacio geográfico.
l pri ero coo «el soporte terrestre de la vida de los ho bres» y el segundo coo «una construcción intelectual particular del geógrafo» que per ite «dar cuenta de ese territorio en un lenguaje científico» (Ferrer, 1984). Ferrer entiende la geografía coo la disciplina que debe explicar de fora científica el territorio, identificado con la aterialidad física, por edio del concepto de espacio geográfico, coo construcción teórica. unque al hacerlo así aneja un concepto de territorio que co parte la idea del contenedor o soporte frente a la realidad social o hu ana, en tér inos ar caicos e incurre en una concepción del espacio geo étrica ás que social, y coo un objeto separado de la vida social su propuesta es válida. n realidad, el espacio geográfico, coo construcción intelectual, iden tifica una parte del «espacio social», entendido éste coo un producto so cial. Lo que resulta de los enfoques odernos sobre el espacio social es la preocupación por evitar una concepción sustancialista del espacio. o exis te un espacio físico coo soporte de lo huano o social, con existencia in dependiente de éste. s la a bigüedad del tér ino territorio de Ferrer. l deno inado territorio corre el riesgo de confundirse con el sustrato físico e identificar una sustancia existente al argen de la propia sociedad. El territorio de Ferrer constituye el espacio social. Representa una di mensión objetiva de las relaciones sociales, y se constituye, de modo perma nente, en el proceso de producción social «base de todo el undo sensible tal coo existe en la actualidad». La contraposición entre territorio y espacio geográfico es válida sólo para distinguir el espacio social o espacio producto de las relaciones sociales, coo tal, del específico objeto de la geografía, o es pacio geográfico, definido y acotado en el arco teórico de esta disciplina. l concepto de espacio geográfico sirve para acotarlo, li itando teórica ente su alcance, su di ensión -en la edida en que el espacio social desborda los objetivos de la geografía-, y abordarlo en un arco racional. La di ensión física, «natural», del iso no define el espacio. s un co ponente que fora parte del producto social, en la edida en que se in cluye coo naturaleza transfor ada por la actividad hu ana. La naturaleza física representa sólo la ateria pria con la que se elabora el espacio en el proceso de reproducción social, utilizada y reutilizada a lo largo de siglos.
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OBJETO Y PRÁCTICAS DE LA GEOGRAFÍA
Más allá de la materia prima se encuentra su naturaleza social de me dio de producción y de objeto de consumo, su dimensión formal y su ca rácter de relación social, configurada a distintas escalas, desde la local a la planetaria. El espacio desborda el perfil físico-natural. Es una de las apor taciones esenciales de la elaboración teórica de los últimos decenios, en que han confluido, por razones muy diferentes, las corrientes posmodernas o humanistas y las corrientes marxistas. El espacio social es la materialidad física que la sociedad genera en los procesos de producción y de relación social. Es, también, la imagen que nos hacemos de esa realidad social. Es, asimismo, el conjunto de esas repre sentaciones tal y como la sociedad las transmite o produce. Más aún, el es pacio no se puede separar del discurso o lenguaje a través del cual se hace evidente: términos, estructuras de lenguaje, metáforas, familias semánticas. El espacio geográfico, en cambio, es un concepto teórico, que aplicamos al mundo objetivo material y al mundo de los objetos mentales (o ideológi co) y lingüísticos, en orden a entenderlo y explicarlo. Constituye una he rramienta teórica para indagar las distintas dimensiones del espacio social, que interesan desde la perspectiva geográfica. Una construcción teórica para indagar en las dimensiones materiales, en las dimensiones representa tivas, en las dimensiones proyectivas, en las dimensiones discursivas, que configuran el espacio social.
4.2.
DE LAS CONSTANTES A LOS CAMBIOS: EL GIRO NECESARIO
Los objetivos que los geógrafos han propuesto para esta disciplina han variado a lo largo del tiempo. Pero se han caracterizado, por lo general, por hacer hincapié en las formas, en las distribuciones, en la organización y en la estructura. La idea de asociar lo geográfico con lo persistente, con lo con creto, es decir, con lo material y formal, se mantiene en la geografía como una constante. En parte por la vinculación naturalista original. En parte por los enfoques espaciales de carácter formal propios de la geografía analítica, esencialmente preocupada por las formas de organización espacial. La tra dición geográfica empuja hacia la identificación del espacio con sus rasgos físicos -tanto naturales como sociales-, y hacia la demostración de sus pautas de organización espacial. Se ha interesado, ante todo, por las formas del espacio: la distribución, la organización, la estructura, son términos sig nificativos. Su frecuencia en el uso de los geógrafos no es inocua. La geografía moderna se ha caracterizado, a lo largo de más de un si glo, por privilegiar como foco de su indagación los patrones o formas de or ganización o distribución de los fenómenos objeto de estudio. Desde las for mas del relieve a la distribución del poblamiento, de la población o de las actividades económicas. De una forma u otra, a pesar de las diferencias epistemológicas e ideo lógicas, han prevalecido enfoques de carácter formalista y estructural. Lo que Harvey denomina patterns. La geografía moderna está repleta de inves tigaciones referidas a estos patrones o tipos de organización del espacio,
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vinculados con la cultura étnica o racial, con los factores físicos, con el pre cio del suelo, con el beneficio o con la estructura social. erivar de los patrones u organización física o foral a los procesos constituye una propuesta reciente para una geografía adaptada a la socie dad actual. l horizonte de la geografía, de acuerdo con las reflexiones sur gidas en los últi os decenios, se perfila, en ayor edida, sobre los pro cesos que generan las foras o aterialidad con que se anifiestan en un instante deter inado, que por estas for as. l propio dinaiso de la sociedad oderna hace inválido un enfo que for alista o sustancial, es decir, un enfoque asentado sobre la organi zación del espacio en sí isa, coo tal. l estallido urbano, la renovación per anente de los espacios rurales, la ovilidad acelerada de los espacios industriales, la transfor ación de las infraestructuras, el perfil ho ogéneo, a través del undo entero, de centros urbanos y de áreas residenciales, han desprovisto de funda ento a toda tentativa de fijar en una iagen instan tánea una fracción del espacio. s cierto que la inercia de la tradición epuja a conte plar las peranencias o lo que parecen serlo. l fetichis o del espacio aparece ás bien, entre los geógrafos, coo el fetichis o de las for as, y el fetichis o de la aterialidad, de lo físico o tangible. Se ha prestado enor atención a los procesos, al ca bio. sin e bargo, son éstos los que aparecen coo el núcleo de una geografía acorde con su tie po. ste giro representa, desde una perspectiva episte ológica, ca biar el enfoque geográfico y re over convicciones arraigadas en la tradición de la geografía oderna. Supone sustituir la preocupación por las constantes, por las per anencias, consideradas, de alguna anera, coo las catego rías propias de lo geográfico -por oposición a lo efí ero, a lo histórico, a lo contingente-, por el interés en el ca bio, en las transfor aciones, en la utación, coo eje de la explicación del espacio geográfico, coo claves para entender el espacio social. Es un interés que tiene un funda ento teórico. l acento sobre los pro cesos deriva de la propia naturaleza histórica, construida, atribuida al es pacio, a sus ele entos. i aquél ni éstos vienen dados de fora natural, sino que son el producto de deter inados procesos en un oento y en un ábito histórica ente deter inados. e donde la necesidad de analizar esos procesos de construcción, de elaboración. na construcción que es teó rica, que es si bólica, que es aterial. epresenta una revolución ental. Supone un difícil esfuerzo porque significa renunciar a los odos de pensar, a los esque as entales ás arraigados, a las convicciones intelectuales, asociadas a la geografía coo disciplina de lo per anente, de lo que apenas ca bia, o ejor dicho, de una realidad cuyo rito de transfor ación parece edirse por siglos o ilenios e, incluso, desde la perspectiva de la geografía física, por cientos de iles o illones de años. Sustituir la per anencia por la contingencia no es fácil. s un cabio de perspectiva difícil, porque la tradición geográfica arraigada no ha tenido ese objetivo. sin e bargo, esto significa la pro puesta de hacer de la geografía una disciplina de los procesos.
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5. Los procesos: agentes, prácticas y representaciones Son los procesos sociales, en su di ensión espacial, coo expresión directa del ca bio, ás que la situación te poral o estado espacial, el ob jetivo que se propone para la geografía. La geografía no debe detenerse, tan to en la configuración o instantánea del espacio como en lo que les mueve y transfor a. Tener ás en cuenta los procesos que hacen el espacio que la era configuración de éste. ar preferencia, por ello, al análisis respecto de la descripción. esentrañar, bajo las apariencias de estabilidad y persistencia que han caracterizado la perspectiva geográfica, el ovi iento que hace del espacio una realidad social ca biante. Coo el propio Harvey sentenciaba, en esta reorientación se encuentra la posibilidad de una «geografía revitali zada y ás relevante» ( arvey, 1988). Se trata de una geografía que se plantee «cóo los procesos de socia lización en espacios deter inados generan grupos sociales, y cóo las gen tes transfor an los lugares y se transfor an a sí isos, a través de estos procesos» (Johnston, 1987). Los procesos que per itan entender la fora en que el espacio geográfico terrestre, a escala undial y a escala local o regional, se produce y se reproduce, por edio de interca bios y flujos de capital, de bienes, de personas. Se trata de entender y explicar por qué y cóo se producen, unos y otros, los que tienen escala planetaria y los que tienen una di ensión local. acer de los procesos un foco de atención preferente de la investi gación geográfica representa definir estos procesos y vincularlos con sus condiciones de producción. Los procesos que odelan el undo oderno, asociados al capitalis o y la sociedad industrial -o postindustrial, en tér inos pos odernos- están relacionados con prácticas sociales es pecíficas, con representaciones sociales específicas y con agentes sociales deter inados. rocesos, ge tes, rctics y re rese t cio es son conceptos que perte necen a esta perspectiva renovada. aunque no todos los geógrafos que los e plean lo hacen con la isa concepción, co parten, en cierto odo, el que agentes, prácticas y representaciones deter inan la di ensión de los procesos. esponden a las distintas instancias del análisis geográfico, que identifican ele entos y relaciones a considerar en la investigación del es pacio geográfico. Los últi os decenios han introducido en la geografía estos enfoques y estos conceptos. esde postulados pos odernos y hu anistas en unos ca sos, desde postulados arxistas y pos arxistas o neo arxistas, en otros, las investigaciones geográficas y las reflexiones teóricas han tratado de pro fundizar por esta vía. Procesos ateriales -en su diversa y últiples anifestaciones-, iágenes, proyectos, representaciones y discursos corresponden a lo que pode os identificar coo herra ientas de co prensión y explicación de la rea lidad geográfica, de la realidad que interesa a la geografía. Tras todos ellos se perfilan los agentes sociales, sus prácticas y los productos de las isas.
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LOS AGENTES Y SUS PRÁCTICAS
Por una parte, los agentes que operan social ente coo productores del espacio geográfico tienen su percepción de ese espacio geográfico, su propia representación del iso, y sus estrategias de intervención sobre él. Por otra, las prácticas que esos agentes desarrollan, de fora consciente o inconsciente. l espacio geográfico es un producto social, pero es la obra de últiples agentes individuales y colectivos. s cada individuo el que toa deci siones que i plican fenó enos espaciales. n la elección del lugar y tipo de su vivienda, en la elección del trabajo y lugar del iso, en sus hábi tos de co pra, de ocio, de trabajo, en su co porta iento y reacción respec to de las actitudes de otros sujetos individuales, en su aceptación o rechazo de deter inadas pautas sociales, en su escala de valores, preferencias, cultu ra, solidaridades, que tienen, por necesidad, una di ensión individual. l individuo es, sin duda, el agente últi o, en el sentido de esencial. s indudable que el espacio social resulta de la i prevista co binación de las últiples decisiones individuales que coinciden en un oento dado, a escalas tan diversas coo la do éstica, la productiva, la econó ica, la cul tural, la local, la nacional, la internacional. La reivindicación del individuo coo el agente por antono asia, exagerado hasta el áxio en el individualis o etodológico, ha servido para valorar este co ponente básico de la construcción del espacio. Toar en consideración de fora activa y destacada el papel del indivi duo se ha convertido en una exigencia obligada del análisis geográfico. La crí tica al individualis o etodológico o al solipsis o pos oderno ha ostrado que el individuo, reducido a su di ensión biológica o psicológica, no perite ni entender ni explicar. s decir, el individuo coo agente, coo protago nista, coo sujeto capaz de elección y decisión, tiene carácter socializado. l individuo o sujeto lo es en tanto fora parte de una for ación social, de una colectividad, que no es el resultado de la era agregación de individuos, sino una realidad histórica en la cual el sujeto se define coo iebro de una co unidad local, de un siste a social, de una cultura. Separar al sujeto indivi dual de su naturaleza social es tan reductor coo ignorarlo y tan inútil. Las reflexiones de iddens, al resaltar el protagonis o de los indivi duos coo agentes de los procesos sociales, pero ubicando su acción en un arco estructural, han abierto una dirección en el entendi iento dialécti co de la relación entre las decisiones individuales y los procesos sociales, entre el sujeto y la estructura social, que ha tenido una notable recepción entre los geógrafos. Por otra parte, el individuo coo agente social no opera coo un Robinson, coo productor del espacio geográfico. pera os, coo indivi duos, a través de múltiples mediaciones que tamizan, filtran, dirigen o mo delan nuestras percepciones, nuestros valores, nuestras elecciones, nuestras decisiones. unque cada sujeto es dueño de sus actos, y se vincula con ellos, no escapa a esas últiples instancias ediadoras que depuran los actos in dividuales.
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Instancias que van desde la familia, a los poderes efectivos -Estado, ejército, iglesias, entre otros-. Instituciones de todo orden, administrativas, jurídicas, culturales, enmarcan la vida cotidiana. Algunas de éstas se impo nen sobre los propios Estados y sobre la experiencia inmediata de la vida diaria, que escapan por completo al sujeto individual. La existencia de estas mediaciones ubica al individuo, como agente, en un conjunto de marcos sociales que se manifiestan en escalas espacio-tem porales muy diversas. En muchos casos, lo integran en una especie de su jeto colectivo que, aunque opera por el acuerdo de un número limitado de individuos, presenta una indudable autonomía. Esta autonomía es el fruto de reglas o normas, de hábitos establecidos, de inercias sociales, de valores aceptados o impuestos, de tensiones que condicionan el comportamiento individual y que lo modelan. Es el caso de las instituciones, de cualquier orden que sean, administrativas o lúdicas, po líticas o religiosas, jurídicas o militares, sanitarias o carcelarias; y es el caso de las grandes corporaciones empresariales. Forman parte también de esta categoría esencial de agentes o actores, como los denominan los geógrafos del grupo Reclus (Brunet, Ferras y Théry, 1993). Son los agentes sociales cu yas prácticas contribuyen a la producción del espacio geográfico. A escala del Estado y a escala internacional, la acción individual se di luye en las estructuras sociales y políticas, y el agente individual deja paso, a través de esas múltiples mediaciones sociales, a los agentes sociales de ca rácter colectivo -económicos, políticos, jurídicos, culturales- que tras cienden las acciones de los sujetos particulares. Las prácticas de estos agen tes son las que tienen una más decisiva incidencia en la producción del es pacio social, con sus decisiones sobre inversión, con sus estrategias pro ductivas, con sus políticas de carácter económico, técnicas, jurídicas, cul turales y científicas. Ejercen un control de la producción científica y cultu ral. Y, a través de ellas, de las representaciones espaciales que modelan las imágenes dominantes en la sociedad, las que interfieren en las decisiones individuales. Las estrategias de las grandes multinacionales, de las grandes institu ciones internacionales de carácter económico o político, determinan las condiciones en que se desenvolverán empresas locales e inciden sobre el equilibrio o evolución de esos espacios locales (O'Farrell, 1980). Estrategias que tampoco son ajenas a las iniciativas, a las decisiones, a las políticas que, a escala local, regional o estatal, interfieren en ellas. No se trata de una re lación de sentido único. Las múltiples prácticas sociales que intervienen en la construcción y reconstrucción del espacio geográfico, prácticas económicas -tanto en la esfera productiva como en la de la reproducción-, prácticas políticas, prác ticas culturales, se producen a escalas que varían de lo doméstico a lo pla netario y se inscriben en coordenadas espacio temporales precisas. El ámbito doméstico y local constituye el área privilegiada de la ac ción individual, en la que la relación entre decisión y producto parece más real por lo inmediata. Afecta al marco del espacio vivido e interfiere de modo directo en las condiciones de vida del propio actor o agente in
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dividual. Es el ámbito en que acción individual y representación apare cen más inmediatas. Sin embargo, es en los ámbitos estatal y planetario en los que se determinan los límites de esas acciones individuales, en el mundo actual. La autonomía de las prácticas locales no dejan de ser una ilusión, ante el carácter determinante que adquieren los procesos de ca rácter mundial. La implantación de un capitalismo a escala planetaria por vez prime ra en la historia ha acelerado esta relación entre lo local y lo global, esta dependencia o determinación múltiple, esta dialéctica universal. La moder na geografía política, al resaltar el valor primordial del sistema mundo, de la escala global, como la esfera de referencia o entendimiento incluso de los fenómenos locales, viene a mostrar esta interrelación entre lo planetario y lo individual, esta dialéctica que está en la base del entendimiento del es pacio social y de las prácticas que le dan origen. Son las decisiones de las grandes corporaciones económicas y finan cieras, de las grandes multinacionales, de los organismos económicos, fi nancieros y políticos, de las grandes organizaciones estratégicas y milita res, de los Estados, en mutuo acuerdo o en desacuerdo, las que determi nan no sólo los acontecimientos decisivos a escala mundial, sino sus de rivaciones más locales. El futuro de una pequeña localidad depende de acuerdos o decisiones ajenas a sus habitantes, tomados por quienes igno ran su existencia. Lo local se integra así en una malla compleja de relaciones, de deci siones, de estrategias, de procesos, que escapan al control directo de las comunidades afectadas. Las actitudes, los comportamientos, las decisiones de éstas, aparecen condicionadas por esa malla lejana, en la que es difícil identificar actores. De tal modo que las respuestas individuales y colectivas locales se producen de acuerdo con imágenes más o menos precisas del espacio social en que se desenvuelven. El espacio resulta de la acción múl tiple de agentes muy diversos cuyas imágenes forman parte, en la generali dad de los casos, de una representación del entorno de cada individuo. Cada agente la tiene y en función de la cual adecua sus acciones e in tervenciones espaciales, o apoya o desautoriza las de otros agentes, a través de las distintas mediaciones sociales. Son las representaciones del espacio que condicionan el comportamiento y las estrategias de los agentes socia les. Agentes sociales que, por otra parte, son los productores de estas re presentaciones del espacio. Representaciones y discursos que ayudan a la construcción-destrucción del objeto de la geografía, a su permanente ela boración material, como discurso y como imagen. La práctica social que construye el espacio posee varias instancias, desde la de la actuación espa cial directa, física, a la de la producción simbólica, la proyección o proyec to del espacio y el discurso sobre el mismo. Forman parte de un todo. La generalidad de estos agentes proyectan sus intervenciones o actúan, tanto los de carácter social como los particulares, en las grandes operacio nes y en las más minúsculas o modestas, a partir de ideas e imágenes, trans mitidas socialmente, y que cada agente interpreta y elabora de forma inde pendiente. Esas ideas e imágenes forman parte de una particular represen
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tación del entorno próxi o y lejano, en que se ezclan infor aciones, eleentos objetivos, valores y creencias, ideologías de distinto orden. Estas re presentaciones tienen que ver con la clase social, el sexo, la raza, el origen étnico, la cultura, el grado de for ación intelectual, la pertenencia política y religiosa, la situación socioeconó ica, entre otros uchos factores. unque la decisión sobre las acciones propias, sobre todo en el caso de los particulares, es independiente y autóno a, las ediaciones sociales que intervienen para iniciarla deter inan que el caos de las innu erables ac ciones individuales se traduzca en procesos bien definidos desde una pers pectiva social y espacial. Seg entos considerables de la población adoptan pautas de co porta iento si ilares, responden a deter inados aconteciientos de fora unifor e, actúan coo si se hubieran puesto de acuer do, coo si sus acciones estuvieran planificadas. Fenó enos de ográficos coo el baby boom, o, al revés, restricciones drásticas de la fecundidad, se i ponen en poco tiepo al conjunto de una sociedad y arcan su perfil sociode ográfico: caso del fenó eno señalado en prier lugar, en stados nidos, tras la segunda guerra undial, repe tido en otros países en otros o entos; o, en el indicado en segundo lugar, tal y coo se instaura en spaña en los años ochenta de este siglo . n otro orden, iles de personas se desplazan a deter inados lugares de la costa editerránea desde el resto de uropa, o desde otros lugares de spaña, y transfor an por co pleto el carácter de ese espacio litoral. 0 iles de personas adoptan, por razones diversas, que son econó icas pero ta bién de entalidad, la decisión de ca biar su lugar de residencia, des de el casco urbano a las periferias. Las decisiones individuales foran par te de un ovi iento social y se inscriben en pautas sociales. l carácter autónoo y personal de la decisión no contradice su condiciona iento social. onstituyen prácticas espaciales, prácticas que tienen i plicación o efecto en los procesos de producción del espacio social. Son prácticas ope rativas, prácticas políticas, prácticas econó icas, prácticas culturales: de la acción últiple de éstas, de su interacción, surge el espacio social que in teresa a la geografía. lgunas responden a iniciativas públicas, constituyen proyectos que planifican una deter inada intervención espacial. Pueden ser de carácter productivo, o de índole urbana, o de naturaleza social. tras son acciones particulares, de incidencia i precisa sobre el espa cio, i previstas e i previsibles en su anifestación y en sus consecuencias: desde la adquisición o venta de un vivienda, o la implantación o cierre de una industria, o el desplaza iento durante el tiepo libre a un deter ina do lugar de la costa o la ontaña. cciones no coordinadas con otros agen tes particulares pero cuya agregación tiene una decisiva incidencia en la construcción del espacio. Tras todas estas acciones, individuales y colectivas, se encuentran esas representaciones del entorno, que cada individuo posee y asi ila, pero que tienen una di ensión social. Son representaciones que condicionan sus co porta ientos y que condicionan ta bién los co porta ientos de los agentes públicos, de los agentes colectivos, econó icos o políticos, y o-
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delan la construcción del espacio social en cada o ento. onvierten en necesarias deter inadas actitudes o decisiones o, por el contrario, desvalo rizan otras que han tenido un predica ento notable con anterioridad. stas representaciones que los agentes construyen y utilizan en sus prác ticas, representaciones del entorno en el que operan, coo i ágenes del iso o coo proyectos de intervención, foran parte de los procesos que cons truyen el espacio social. Constituyen una di ensión específica de lo que po deos entender por procesos en la producción del espacio, al iso tiepo que representa una instancia del análisis geográfico de tales procesos. 5.2.
LAS REPRESENTACIONES ESPACIALES
La sociedad construye su espacio aterial al iso tiepo que se lo representa y que lo no bra. La interacción entre el espacio aterial, los es pacios entales o i aginarios y los espacios se ánticos, fora parte del espacio y de las prácticas sociales que lo definen. l funda ento de una y otra es lo que se ha deno inado la espacialidad de la sociedad, la diensión espacial de la sociedad hu ana. La reflexión sobre estas di ensiones del espacio es antigua, coo vi mos, y ha sido una aportación sustantiva de las filosofías del sujeto, crí ticas con una concepción naturalista o esencialista del espacio. l carác ter psicológico y subjetivo resaltado por estas corrientes ha sido co pletado, desde perspectivas uy distintas, por los enfoques de carácter arxista o neo arxista. La geografía tiene que ver con el espacio coo construcción social. onstrucción cuya aterialidad arraiga en la práctica cotidiana de la re producción, en la transfor ación de la naturaleza. rraiga, ta bién, en las representaciones que aco pañan a esas prácticas sociales y que orientan, en unos casos, las propias prácticas, o las for alizan, en otros. arraiga en el discurso sobre esa construcción. sta aproxi ación al espacio coo un producto social diná ico, que surge del propio proceso social, y por tanto de la transfor ación peranente de la naturaleza por el trabajo hu ano, debe considerar las diversas instancias en que aparece y se produce el espacio. Se trata de un producto que se genera en la transfor ación productiva de la naturaleza pero que no se circunscribe ni liita a una instancia aterial. El espacio geográfico es una representación que pode os considerar en varios niveles o instancias. La pri era coo «proyecto» social que regula y deter ina el proceso aterial de la producción del espacio, aunque coo tal proyecto se aterialice coo últiples autorías individuales. La segun da, coo «i agen» que estructura el espacio, que lo hace inteligible, que le da profundidad histórica. n tercer lugar, coo «discurso» del y sobre el espacio. l capo geográfico se corresponde con este extenso pero preciso arco de las prácticas -productivas, proyectivas, i aginarias y se ánticas- y sus productos, que deter inan el per anente proceso de construc ción del espacio social.
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l producto de estas prácticas es el espacio. El espacio, coo concepto geográfico, identifica la di ensión aterial, extensa, ensurable, perceptible de las relaciones sociales. s decir, el producto directo de las prácticas so ciales y de las relaciones sociales que las deter inan. sta instancia aterial es evidente, en cuanto la di ensión física del espacio, coo aterialidad, se nos ipone coo una evidencia. La considere os coo capital fijo o coo paisaje, la geografía oderna uestra una notable coincidencia en recono cer esta aterialidad de su objeto, en que confluyen tanto los viejos enfoques regionalistas coo los analíticos y los radicales. n el sentido de que el es pacio lo hace os aterial ente, de fora ás o enos consciente. Sin e bargo, los últi os decenios han per itido poner de anifiesto que el espacio no se encierra en esta aterialidad y que la naturaleza físi ca del espacio resulta ininteligible si no se toan en consideración otras diensiones. onstituyen lo que pode os deno inar las instancias si bólicas y proyectivas del espacio. Las que tienen que ver con la representación social del espacio. stas prácticas producen ta bién -y son deter inadas, a su vez, por ellas- las representaciones que la sociedad y los individuos tienen del iso. onstrui os o produci os i ágenes espaciales referidas a él. ás aún, no sólo construi os i ágenes espaciales de nuestro espacio aterial sino que proyectamos, en la edida en que diseña os el espacio futuro o deseado. l espacio geográfico es inseparable de la intención y objetivo de introducir en él ele entos de ordenación. stos pueden tener un carácter funcional productivo, un carácter funcional si bólico, una significación identificadora. stas representaciones sociales del espacio tienen una doble anifestación. Por una parte tienen un carácter proyectivo. Por otra, iaginario o si bólico. s, en prier tér ino, la instancia proyectiva o la representación coo proyecto. Son representaciones que prefiguran la intervención espacial. Todo proyecto de intervención espacial responde a una cierta representación o i agen, que constituye el proyecto de esa intervención. stos proyectos tie nen una i portancia excepcional en las estrategias e intervenciones del stado, de los agentes públicos, de las grandes sociedades o corporaciones econó icas, de las instituciones a escala local, regional, estatal e incluso undial. La sua de estos proyectos, viables y no viables, técnicos y políti cos, privados y públicos, individuales y colectivos, interfiere en la construc ción aterial, que responde a patrones sociales de uy diverso orden. En unos casos impuestos por la racionalidad productiva, según ésta es definida y conte plada por los propios agentes sociales. Se traduce en la planificación de las acciones, en el conjunto de las noras legales que re gulan las acciones particulares y colectivas. n otros, es el resultado de la ideología que introduce, por la fuerza del poder o con la ediación de los edios de difusión social, pautas de intervención que orientan la construc ción del espacio en un deter inado sentido o dirección o que i piden ha cerlo en otra. La creciente influencia de las políticas ecológicas es un buen eje plo. Pueden llegar a convertirse en patrones de conducta que identifi caos coo cultura.
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En el mundo moderno, la importancia de esta instancia resulta decisi va. Identifica un complejo entramado de actuación consciente, que respon de a estrategias sociales definidas. Forman parte de él la regulación del de sarrollo urbano o industrial, la determinación de las infraestructuras, el propio estilo formal -estético y simbólico- del espacio producido, la re gulación de los espacios protegidos. Es la instancia de la representación como proyecto. Tras estas representaciones activas, interventoras, en las que el es pacio adquiere la forma de un proyecto definido de antemano, se en cuentra la instancia de las representaciones convencionales. Son las que en sentido más estricto constituyen la cultura, en este caso la cultura del espacio. Se manifiesta de forma difusa, se muestra como imágenes so ciales del espacio, como construcciones ideológicas y simbólicas, como los espacios de la percepción. Es la instancia que delimita nuestra actitud y que dirige nuestras ini ciativas. Se trata, sin duda, de una representación individual en la medida en que cada sujeto posee su propio mapa mental y cuenta con sus propios valores y determinaciones. Sin embargo, es evidente que tras la representa ción individual se encuentran pautas culturales -esto es, sociales- en las que se inscriben las que cada sujeto individual posee. El componente esencial de esta instancia es, precisamente, la dialécti ca sutil entre lo social y lo individual. Una dialéctica condicionada por múl tiples mediaciones que impiden contemplar la perspectiva individual del es pacio como un mero reflejo de las representaciones sociales o colectivas, o como una respuesta directa a determinaciones sociales específicas. Ni el es tatuto social, ni la condición económica, ni la mera pertenencia cultural, ni la condición sexual, definen, de forma excluyente, el perfil de nuestras re presentaciones del espacio, ni los valores que atribuimos a sus componen tes. Todos ellos intervienen y se modifican o condicionan mutuamente y ad quieren mayor o menor preponderancia en relación con otros factores. La determinación social no es mecánica y las críticas a los postulados mecanicistas utilizados por la ortodoxia marxista lo han puesto de relieve hace mucho tiempo. Del mismo modo que se ha mostrado su carácter simplificador en las formulaciones del materialismo funcionalista. No obstante, estas representaciones y valores simbólicos, que forman parte de nuestro acervo individual, pertenecen a un mundo social en que nos desenvolvemos. El principal reto intelectual se encuentra, precisamen te, en la capacidad de abordar estas relaciones entre el sujeto particular -y sus representaciones- y las representaciones sociales, entre el indi viduo y sus múltiples y sutiles mediaciones de todo tipo. La instancia de las representaciones simbólicas o convencionales, di námica y cambiante como la propia sociedad, adquieren sentido en relación con otra instancia o dimensión de lo espacial. Se trata de la instancia del discurso o lenguaje. El espacio no constituye sólo una construcción material y una cons trucción mental: el espacio se produce también como un discurso. El espa cio es inseparable, en todas sus manifestaciones, de un lenguaje. Aparece,
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sin duda, en fora cultural en relación con el siple saber del espacio que caracteriza toda sociedad hu ana. s evidente en el caso de la cultura geo gráfica que elaboran los griegos de la época clásica y que hereda el undo occidental oderno. l lenguaje geográfico tiene una doble di ensión. Fora parte, por un lado, del propio espacio. ste se resuelve en no bres, en tér inos, en voca blos, en verbos, que tienen una naturaleza últiple. Son tér inos que iden tifican, topóni os, hidróni os, oróni os, entre otros. Son tér inos que de notan procesos, for as, relaciones. Proporcionan un co plejo vocabulario de geografía, que pode os precisar coo un vocabulario social del espacio, cu yos atices varían según los idio as pero que configuran un corpus equiva lente, que, por otra parte, uestran últiples interferencias y présta os. n realidad constituye coo un gigantesco depósito sedi entario, en el que se acu ulan capas de origen y edad uy distintos, que nos ilustran so bre la profundidad histórica de la construcción del espacio social, y sobre los atices que cada época y sociedad ofrece respecto de su representacio nes y sus prácticas espaciales. La transfor ación de los vocablos con el tiepo, las nuevas acepciones, el tránsito de unas lenguas a otras, nos ponen en co unicación con el dinaiso de estas representaciones y la i portancia del lenguaje coo vehículo activo en la constitución de las isas. Tér inos coo territorio y espacio, o coo ciudad y villa, town o city, capo, terrazgo o bancal, son ele entos que describen e identifican eleentos de una configuración del espacio, en tér inos e píricos y en térinos abstractos. Foran parte del espacio social. o tienen ás precisión que la que les otorga el uso de cada uno y pueden variar en su acepción de un lugar a otro. Plaza, en unos lugares significa el espacio abierto de ca rácter urbano, en un espacio edificado; plaza, en otros lugares, identifica una edida agraria. illa adquiere lo iso el valor de una aglo eración rural que de una gran concentración urbana. Son ele entos del espacio, frag entos se ánticos del espacio. Son polisé icos por lo general, son equívocos, son a biguos. La otra di ensión del lenguaje geográfico corresponde al capo espe cífico de la geografía. Co pone un li itado acervo de conceptos de diver so orden, que adquieren sentido sólo en el contexto de una disciplina. Son «las palabras de la geografía», coo les han deno inado, con acierto, al re ferirse a este conjunto de tér inos que operan a odo de herra ientas para el análisis y co unicación dentro del do inio de la disciplina (Brunet, Ferras y Théry, 1993). Son tér inos acordados, son vocablos conven cionales, coo lo son los signos de un apa. Tienen -aunque no sie pre ocurra así- un carácter unívoco. Se les acota en su sentido y aplicación. an fora a un vocabulario li itado y acordado de la geografía, es decir, de un capo de conoci iento.
En su primera forma son parte del espacio social. En la segunda cons tituyen una parte del espacio geográfico. En uno y otro caso se trata del len guaje. Uno de los problemas de la geografía actual deriva de la escasa defi nición de su lenguaje, de la confusión entre el lenguaje de la geografía y el del espacio. El vocabulario geográfico no es el vocabulario de la geografía.
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l distingo, esencial, separa en la geografía actual la geografía con aspira ción de conoci iento riguroso y la geografía coo cultura. l lenguaje adquiere ta bién otra di ensión en relación con la geo grafía. Se trata no sólo de los tér inos que co ponen el capo conven cional y acotado de la disciplina, sino ta bién del texto, del discurso que e plean los geógrafos. La obra geográfica conlleva tér inos, pero tabién orden, secuencias, referencias, vínculos, argu entos, etáforas, analogías, que hacen de esta obra una fora de expresión que se ajusta a deter inados pará etros o pautas. s lo que se conoce coo discurso, en el sentido de Foucault, coo texto, de acuerdo con el uso que han dado a estos tér inos en el postestructuralis o. aber lla ado la aten ción sobre esta di ensión constituye una de las aportaciones funda en tales de los enfoques pos odernos. on su unilateral reducción de la rea lidad a la condición de lenguaje, siguiendo tradiciones culturales prece dentes, han esti ulado el que se preste atención a esta di ensión de la realidad que es el discurso del espacio, la fora en que los agentes so ciales no bran y describen el espacio, y sobre todo, el discurso discipli nar, el texto. l lenguaje de los geógrafos, los lenguajes de los geógrafos, en sus descripciones, en sus apas, han pasado a ser objeto del análisis, de la de-construcción, de la her enéutica. Las obras de los geógrafos se prestan a la interpretación, al análisis desde la perspectiva de su estruc tura, de sus ele entos constitutivos, de las referencias que usa y las que ignora, entre otros aspectos. Sin reducir la realidad y el conoci iento a la condición de texto, coo sucede en las for ulaciones pos odernas, la crítica postestructuralista ha significado la apertura de este frente, el reconoci iento de esta di ensión sustantiva de la realidad. La di ensión del lenguaje coo una parte a con siderar en el análisis del espacio, cuya consideración crítica y precisa pue de per itir ahondar en el conoci iento del espacio social, coo han pues to de anifiesto algunas aproxi aciones recientes en el caso español (ar cía Fernández, 1985). l espacio es una construcción social que, al iso tie po, pertenece al undo aterial productivo, al undo ental si bólico y al undo de la co unicación y el lenguaje. s discurso, es representación y es aterialidad. Ignorar cualquiera de estas di ensiones o instancias de lo geográfi co representa una reducción y, por tanto, una a putación y si plificación de la realidad. na de las grandes aportaciones de los debates del últio cuarto de siglo ha sido la de hacer patente esta diversidad de facetas del es pacio social, que interesa a la geografía. 6. Los procesos espaciales: diferenciación y desigualdad
Los procesos sociales que construyen el objeto de la. geografía tienen una di ensión te poral y tienen una di ensión espacial. s decir, son diná icos y varían con el tie po, de tal anera que el espacio social tiene profundidad histórica. s el resultado de la acu ulación de espacios cons
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truidos por sociedades anteriores y que responden a relaciones sociales dis tintas de las actuales. Los procesos que do inan en un oento deter i nado se inscriben sobre el resultado de procesos anteriores y derivan de ellos. l cabio se inscribe sobre la continuidad. sta inercia está en rela ción con la que presentan las propias relaciones y procesos sociales. Los procesos sociales tienen, ta bién, un carácter diferenciado sobre la superficie terrestre. o son ho ogéneos ni se producen de igual odo en las diversas localidades, en los distintos territorios. La variabilidad es un rasgo destacado de la construcción del espacio. l dina is o en unas áreas contrasta con el estanca iento y el declive de otras. La intensidad de cier tos procesos en unos territorios se opone la debilidad de los isos en otros. Las diferencias de intensidad, de rito, de naturaleza, de efectos ope ra coo un ecanis o universal. l capitalis o ha contribuido a acentuar estas diferencias entre las dis tintas partes de la superficie terrestre, es decir, entre las distintas socieda des. La ho ogeneidad del arco capitalista y su creciente universalización no contradice sino que esti ula o acentúa las diferencias y los contrastes en los procesos sociales de construcción del espacio. Al mismo tiempo que se hacen universales los ecanis os de reproducción capitalista, y que se integran en los procesos de acu ulación la totalidad de las sociedades te rrestres, que el capitalis o absorbe la totalidad de los recursos físicos y huanos existentes en la superficie terrestre, se acentúan las diferencias en tre sociedades y espacios. Son procesos sociales que, desde un enfoque espacial, se pueden resuir en un rasgo sobresaliente: el desarrollo desigual y, con ello, la diferen ciación espacial. os tér inos de un iso proceso, que se corresponde con el de la expansión del capitalis o oderno. La expansión del capitaliso aparece unida, de fora natural, a la generación y agrava iento de las desigualdades: desigualdades en el desarrollo econó ico, en la calidad de vida, entre países, áreas, clases y grupos sociales. aparece unida a la per anente reproducción de estas desigualdades, que se desplazan entre distintas áreas del planeta, y dentro de los stados, coo si fuera una ley inexorable del propio desarrollo capitalista. sto es lo que vienen a decir y sostener las interpretaciones arxistas o neo arxistas, coo las que for ulan arvey y Smith. En cualquier caso, son los procesos de diferenciación los que destacan coo los ás relevan tes en la construcción del undo actual y coo los que do inan, a escala planetaria, estatal y local, desde hace ás de dos siglos. l desarrollo desi gual establece el telón de fondo del undo actual. que se integra, en la actualidad, en esa dialéctica de lo global y lo local. stos procesos de diferenciación presentan, desde una perspectiva geográfica, dos foras o anifestaciones clara ente definidas. La una responde a prácticas de carácter social, de naturaleza predo inante ente política, que se traducen en la división y frag entación de la superficie terrestre en unidades espaciales de rango político. l ele ento que las dis tingue es la presencia de un lí ite, de un borde o frontera, establecido y reconocido. Identifica un tipo de vinculación entre un grupo social y un
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frag ento del espacio terrestre, es decir, un territorio. Su aterialidad es, ante todo, cartográfica, aunque se proyecte de fora e pírica. La otra tie ne un carácter ás difuso, carece de lí ites precisos. esponde a la acción de los agentes sociales y se traduce en áreas diferenciadas por el grado de desarrollo, por la intensidad ayor o enor de acu ulación de capital fijo, fuerza de trabajo, servicios, entre otros. iene, por ello, un carácter aterial anifiesto. an fora a áreas locales y a espacios de escala inter edia, o espacios regionales. onfiguran dos odos de diferenciación del espacio terrestre.
6.1.
LA DIFERENCIACIÓN ESPACIAL: PRÁCTICAS Y PROCESOS TERRITORIALES
n co ponente de esta diversidad proviene de la propia diferenciación territorial que caracteriza la realidad geográfica a escala planetaria y a es cala estatal. sta diversidad territorial procede, directa ente, de las prácti cas sociales y constituye una de las ás relevantes desde la perspectiva geo gráfica. Las sociedades, los grupos hu anos, a escala local y, sobre todo a escala estatal, se distinguen por la tendencia a acotar un área propia, un es pacio de pertenencia. Cada grupo hu ano, con una cierta estabilidad, se define por una cier ta extensión, identificada coo propia, que constituye su territorio y reco nocida, o disputada, por el resto de los grupos hu anos. Se trata de lo que se deno ina territorialidad. n carácter asociado, en ocasiones, en el ábito de la tología ani al, a la que anifiestan otras especies. La adscrip ción o pertenencia a un cierto á bito, la deli itación de un área de perte nencia o do inio respecto de otros individuos o grupos de la isa espe cie, constituye una práctica coún en un gran núero de especies ania les. Representa, para algunos etólogos ani ales, el rasgo ás destacado de los co porta ientos sociales de estas especies. La vinculación de la territorialidad huana con la anial ha sido ha bitual, desde postulados diferentes y con intenciones dispares. La evidente coincidencia de actitudes y co porta ientos no supone equivalencia. La diferencia esencial es el carácter elaborado social ente que adquiere en la especie hu ana. s una territorialidad proyectada y construida. Se tradu ce en una división y frag entación de la superficie terrestre en áreas de po der o soberanía, en espacios de ejercicio de este poder, por razones de di versa índole. parece en escalas tan contrastadas coo la do éstica y la lo cal, que pode os identificar con los territorios social ente reconocidos ás ele entales, y la del stado, en el extre o opuesto, coo el espacio o territorio de ayor a plitud y el que expresa de fora ás intensa su ca rácter de espacio de poder. l stado es la principal y ás relevante fora del territorio. Pero no la exclusiva, en la edida en que se producen entidades supraestatales sur gidas del acuerdo de los poderes estatales. reas coo la nión uropea son un eje plo de estos espacios que se construyen por encia de los te rritorios del stado. en la edida en que los propios do inios estatales
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se organizan en áreas de menor extensión, de carácter político-administra tivo muy dispar. Abarca desde la entidad confederada y el Estado federado, hasta la provincia y el municipio, como entidades puramente administrati vas o gestoras del control y dominio del Estado sobre su territorio. El Estado moderno representa, de este modo, la manifestación más elaborada de las prácticas territoriales humanas, hasta el punto de que ha podido afirmarse que el territorio es una «invención» asociada a este Esta do moderno (Allies, 1980). La frontera es el signo del territorio y la sobera nía la manifestación del dominio sobre el mismo. Es indiscutible en la me dida en que, como se había puesto de manifiesto en las geografías políticas, el Estado adquiere su madurez moderna en el momento en que la frontera adquiere una categoría objetiva, empírica, comprobable. Esto sólo es factible en el momento en que es posible establecerla so bre un plano de forma plena. Lo que no logra hasta la consolidación de la moderna cartografía, en tiempos de Napoleón. No es de extrañar, por tan to, que se haya considerado la cartografía moderna como la expresión mis ma del poder (Barnes, 1996). De tal manera que el mapa moderno repre senta, ante todo, un instrumento para definir estos territorios, entre Esta dos, y dentro de cada uno de ellos, de sus componentes políticos o admi nistrativos con entidad espacial. Sin embargo, las prácticas territoriales no se agotan en la definición del Estado y en la confrontación entre éstos y en las mutaciones históri cas de las fronteras. Procesos, por otro lado, que dominan el transcurso histórico, aunque puedan pasar desapercibidos muchas veces. No obs tante, una simple ojeada al siglo XX pone de manifiesto la persistente va riación territorial que tiene lugar en estos cien años, producto de la dis gregación de unos Estados, como los imperios europeos y otomano en el primer tercio; o producto de la desaparición de las colonias y dominios coloniales europeos; o consecuencia de la fragmentación y disolución de Estados en el Este de Europa en los años recientes. El cambio territorial ha sido una constante, más que una excepción. Sin considerar las absor ciones e incorporaciones de territorios en Estados existentes, a costa de otros o de parte de los mismos. El excepcional dinamismo que en los últimos años mantienen los pro cesos de carácter territorial, asociados a la descomposición de la antigua Unión Soviética y a la fragmentación de Estados como Yugoslavia, en Eu ropa, evidencia la importancia geográfica de estas prácticas y procesos. Los conflictos entre Estados, las reivindicaciones territoriales, la fragmentación en unos casos, y la agregación en otros, las disputas fronterizas, forman parte de la realidad más actual. Son el resultado de prácticas sociales conscientes. El territorio consti tuye el contenedor político por excelencia. Es el espacio de las prácticas te rritoriales del Estado. El ámbito de la gestión, del control, de la programa ción y planificación, de la ordenación, de la atribución funcional y social. Es, por consiguiente, un espacio privilegiado del análisis geográfico, una dimensión fundamental del objeto geográfico. El interés mostrado por la geografía moderna desde sus inicios hacia estas construcciones se materia
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lizó, coo heos visto, en la geografía política. la geografía política es, en su oderna recuperación, la que ha puesto de anifiesto su excepcio nal significación en la construcción del espacio a escala undial y a esca la local. Son espacios geográficos, y son los únicos espacios geográficos con una deli itación estricta, si prescindi os de islas y asas continentales. onstituye por ello la arena de estos agentes, el escenario de sus ac ciones. s el arco en el que se anudan los vínculos principales entre los diversos protagonistas sociales. Representa el arco esencial en el que se reconocen las identidades sociales e individuales. l territorio es el soporte principal de estas identidades o la eta que se for ulan coo objetivo a alcanzar, en el caso de los deno inados nacionalismos. Lograr un territo rio, un espacio propio, es el horizonte de toda identidad nacional, de todo grupo diferenciado. l territorio per ite hacer anifiesta la diferencia na cional, la deno inada identidad nacional. Sin e bargo, el concepto de territorio, en cuanto producto de las prác ticas de diferenciación propias del poder, no se reduce al ábito de la so beranía del stado, aunque éste sea el territorio por antono asia. Las prác ticas territoriales foran parte de la diná ica interna de los stados, y los procesos territoriales caracterizan el desarrollo del stado oderno, en dos direcciones: coo un instru ento de ordenación del propio aparato del stado, en orden a la ad inistración de su territorio; y coo un ecanis o de redistribución del propio poder del stado, entre distintos sectores so ciales del iso. l territorio, en esta acepción, de carácter infraestatal, es el arco por excelencia de las prácticas espaciales de los agentes sociales, en todas sus escalas. oo arco ad inistrativo, coo arco legislativo, coo arco de asignación de recursos, coo arco de intervención, coo arco de progra ación, coo arco de conflicto entre los intereses de los diversos agentes, individuales y colectivos, y con la propia ad inistración o poderes del Estado. Todos ellos co parten el carácter de espacio coo área de do inio o pertenencia, espacio político por excelencia, definido por bordes o fron teras reconocidos, que pueden ser establecidos coo una línea continua en el apa. Las prácticas territoriales constituyen un rasgo sobresaliente del Estado en la gestión de su propio espacio de soberanía, del territorio estatal. La existencia de unidades de enor ta año, con carácter ad inistrativo o político, de uy distinta naturaleza, desde el «estado» federado a la provincia y el unicipio, descubre estas prácticas de orden territorial, esen cial ente públicas, vinculadas con el poder político, con la capacidad del stado. Las regiones, en el sentido que se aplica este tér ino en stados como Italia y Francia, las comunidades autónomas españolas, son entidades territoriales surgidas de la práctica política. oo lo son las provincias y sus equivalentes departa entos, que nacen en el stado liberal en la priera itad del siglo I en spaña y Francia, de acuerdo con los patrones de gestión territorial que introducen las burguesías en la construcción de sus stados nacionales (Burgueño, 1996).
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Las prácticas territoriales, esto es, la división y ordenación de distintas entidades espaciales, a diversas escalas, con límites definidos y reconocidos, con competencias precisas en el ámbito de tales límites, como espacios dele gados del poder político del Estado o como espacios constituyentes del propio Estado, forman parte de la propia naturaleza del poder. Son un signo de éste. El producto de estas prácticas, que acompañan el desarrollo de la pro pia sociedad humana, son los distintos territorios que se suceden, aparecen, se disuelven, se consolidan, se incrementan, o se transforman a lo largo del tiempo, como entidades estatales. Y son las diversas formas de organización que el poder pone en marcha en su control, gestión y dominio del propio territorio estatal. Desde el territorio local asociado al grupo social de pri mer nivel, hasta el Estado nacional o los nuevos territorios interestatales, propios de nuestro siglo, se extienden los productos de estas prácticas. El territorio representa el espacio empírico construido de forma vo luntaria por las sociedades humanas y constituye, a su vez, el principal marco de las prácticas sociales que dan lugar a los diversos espacios em píricos, físicos, que identificamos también como espacio geográfico. Es, en lo esencial, un espacio político, el espacio construido por las prácticas po líticas, un espacio de intervención, de gestión, de control, desde la escala local a la del Estado. Desde esta perspectiva son territorios y responden a sus caracteres de acción voluntaria, de delimitación precisa, de intervención pública del po der, las regiones de planificación. Tanto los grandes complejos territoriales de la planificación soviética como las regiones del desarrollo en Francia, o sus equivalentes áreas de desarrollo industrial. De igual modo que son territorios, desde esta misma conceptualización, las regiones políticas o político-administrativas que han surgido en Francia, en Italia y en España, en este caso bajo la denominación de Comunidades Autónomas, para reorganizar la estructura territorial del Estado. La moderna geografía política, como la primera, ha descubierto la im portancia decisiva de esta dimensión de la realidad y su estrecha y radical definición geográfica. El acierto de Ratzel estuvo en identificar el Estado con el territorio, el evidenciar la relación íntima que une la unidad política, el espacio del poder por excelencia, con la propia naturaleza espacial, con la extensión, con la frontera, con el dominio, con la soberanía sobre un frag mento de la superficie terrestre. La recuperación y éxito de la nueva geo grafía política radica en la corroboración de esta naturaleza espacial del Estado y del poder, en esta íntima relación entre poder y espacio, en esta definición territorial del Poder. No hay poder sin territorio. Esta nueva geografía política tiene el acierto de vincular el espacio del poder con el sistema económico mundial y sus relaciones, en establecer so bre este marco universal el análisis del conflicto, de la dinámica política, de la actividad económica, de las relaciones entre estados. El sistema mundo es el que permite entender lo que sucede a escala local. Prácticas y procesos territoriales tienen un carácter delimitador y de gobierno o administración. Delimitan ámbitos de intervención, establecen espacios de competencia o responsabilidad, definen espacios potenciales de
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desarrollo, en el conjunto del territorio estatal y en cada una de sus áreas menores. No se confunden con las prácticas sobre las que se sustentan los procesos de reproducción social y acumulación capitalista, aunque tengan relación con ellos.
6.2.
LA DIFERENCIACIÓN ESPACIAL: PRÁCTICAS Y PROCESOS REGIONALES
La indagación geográfica tiene que ver, también, con las prácticas so ciales que componen los procesos básicos de reproducción social y acumu lación capitalista, y que dan lugar a un espacio físico, en el que se mate rializa y adquiere entidad física ese proceso social. Y, en especial, con las formas de agregación espacial que presentan esos procesos y que determi nan una acusada diferenciación espacial, dentro de los distintos territorios, en particular, dentro del territorio del Estado. La notable polarización de esos procesos de acumulación capitalista, la inercia de los mismos, han provocado y provocan espacios de máxima con centración de capital, en forma de capital fijo productivo, de capital fijo en infraestructuras, de capital fijo en espacios de reproducción, sea vivienda o equipamientos sociales diversos, y, por ello, de capital variable, de población. Son áreas discontinuas, de extensión variable en relación con su di namismo, su historia, su capacidad para mantener y estimular la reno vación del capital, desarrollo histórico y función que desempeñan en el marco sociopolítico y económico del Estado y en el mundo. Su existen cia, sus fundamentos, su desarrollo, su configuración, su imagen, su in serción territorial, su integración socioeconómica y política en el Estado y a escala mundial, son aspectos a indagar desde una aproximación geo gráfica. Sabemos que estos procesos tienen una escala local estricta, vinculada a los mercados de trabajo y cuencas de empleo, como han identificado las in vestigaciones sobre la crisis industrial en los países desarrollados indus triales. Son los espacios locales que han despertado el interés creciente de las geografías económicas radicales y posmodernas por distintas razones. Pero sabemos también que estos procesos se manifiestan en una escala in termedia que distingue ciertas áreas de estos Estados y que pueden, inclu so, producirse a caballo de dos o más Estados. Son áreas vinculadas en unos casos con el desarrollo capitalista de la primera y segunda revolución industrial y en otros con la revolución técni ca del último medio siglo. La existencia de estos espacios empíricos, como productos históricos del desarrollo capitalista, resulta de su entendimiento como manifestaciones del carácter polarizado y contrastado, es decir, desi gual, de los procesos de acumulación y de reproducción del capital, a esca la planetaria y a escala del Estado. Se puede decir, por tanto, que existe un cierto consenso explícito o im plícito en cuanto a que en la superficie terrestre el desarrollo no es homo géneo, que se producen agrupaciones o aglomerados de escala local y de es cala intermedia. Están caracterizadas por la concentración de determinados
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procesos econó icos y sociales, que deter inan una intensiva acu ulación de capital fijo, de carácter productivo y de carácter social, y por la consi guiente concentración de fuerza de trabajo, de capital financiero, de servi cios públicos, de servicios ad inistrativos, entre otros. Se presentan coo áreas con un sensible grado de coherencia interna, de equilibrio, y con un dina is o o capacidad de desarrollo notable. Pueden ser entendidas coo un siste a espacial a escala inter edia. Fuerzas diversas intervienen social ente pro oviendo la concentra ción espacial de las actividades econó icas, desde la «necesidad del con tacto entre actividades que evolucionan a gran velocidad», el incre ento en los costos de deter inados insu os, el papel de las inversiones públicas, los centros de desarrollo tecnológico, la atracción social por diversas áreas. deás de las econo ías de escala y econo ías externas que derivan de los isos procesos de concentración: «Con el desarrollo del siste a fabril, las econo ías de escala y las econo ías externas conducen a la concentración del capital y de las actividades econó icas en el espacio con un aplio argen de desplaza iento de la fuerza de trabajo y de externalidades abientales» (Laks anan y hattersee, 1985). l espacio aparece coo capital fijo vinculado al proceso de produc ción, afectado tanto por las inversiones de capital coo por la circulación de los capitales, que deter inan diferencias en los costos y beneficios, que afectan al desarrollo de las fuerzas productivas, y a los propios capitalistas según su ubicación. Las ventajas de localización, que constituye a su vez una cuestión co pleja so etida a últiples deter inaciones, y que varían en el tie po, de acuerdo con la incidencia de éstas, se aterializan coo plusvalías que resultan discri inatorias respecto de los distintos agentes so ciales. l resultado es el desigual desarrollo geográfico. Son áreas que se distinguen por el desarrollo de específicas formas de integración en el siste a del stado y el siste a undo, por su dina iso diferenciado, en relación con el predo inio de fuerzas de inercia o de fuerzas de ca bio, por el efecto positivo o negativo de las herencias histó ricas, e incluso por el desarrollo de una cierta iagen o representación del propio papel en ese Estado y en el undo. La consolidación histórica de es tos espacios y su específica evolución en el tiepo han sido resaltadas en orden a poner de relieve su carácter social y su di ensión histórica. l desarrollo desigual, en lo econó ico y en lo social, se traduce en es pacios distintos, aunque co partan el iso siste a econó ico, los pro cesos sean los isos, los ele entos sociales y ateriales sean ta bién iguales. La ho ogeneidad i puesta por el siste a capitalista a escala pla netaria ha hecho ás patente la heterogeneidad con que se produce a es cala local y las diferencias que surgen entre stados, dentro de cada stado, y aun en los propios lugares o localidades. La ho ogeneidad del stado oderno, desde el punto de vista de las reglas econó icas, del ercado, del espacio financiero, de la unidad de oneda, no ha supuesto un desarrollo ho ogéneo y unifor e. Las diferencias entre unas áreas y otras del iso stado, entre áreas progresivas y áreas en declive, e incluso entre las que tienen en coún ser progresivas o ser de
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cadentes, aparecen coo evidencias y coo un proble a social. n problea que se convierte, incluso, en una cuestión política de prier orden en los pri eros decenios posteriores a la segunda guerra undial, en los países europeos. l desarrollo desigual es una evidencia. l capital se orga niza espacial ente en la edida en que el proceso de acu ulación tiene un carácter diferenciado, de acuerdo con la distribución de recursos físicos y hu anos, de capacidades productivas. 6.3.
LA DIMENSIÓN REGIONAL: TERRITORIOS Y REGIONES
l espacio regional adquiere así una di ensión histórica, contingente, diná ica. Surge en deter inadas condiciones, se expande o antiene, y puede desco ponerse y desaparecer en cuanto los factores que lo origina ron y antuvieron desaparecen. La ruina de los espacios regionales surgi dos de la evolución Industrial, provocada durante la crisis econó ica de la segunda itad del siglo , ha puesto de anifiesto esta contingencia, al iso tiepo que esti uló la investigación de sus orígenes. Estos espacios, que surgen de las prácticas sociales de agentes indivi duales, de agentes sociales, del propio Estado involucrado por los agentes locales o interesado en relación con las relaciones políticas y el equilibrio de poderes existente en cada momento, de las instituciones y de poderes di versos, que resultan de estrategias múltiples que se entrecruzan, son los que podemos considerar, en una acepción más restringida y estricta, regiones. l concepto de región puede servir, en esta consideración, para abordar estos fenó enos o procesos de concentración espacial, propios del desarro llo capitalista y que pueden ser identificados, sin dificultad, y reconocidos, a distintas escalas y con distinto grado de desarrollo, en todo el undo. La re gión coo concepto geográfico es así una herra ienta, pero concebida coo un instru ento para analizar un cierto orden de cosas, que corres ponde con una realidad e pírica y que se corresponde con un tipo de dife renciación espacial asociada a los procesos del desarrollo desigual. La región constituye, en este aspecto, una herra ienta útil, de carác ter intelectual, de valor episte ológico, y en el arco de la geografía, para explicar la naturaleza espacial de los procesos de reproducción del capitaliso. La región identifica, al iso tie po, este tipo de configuración es pacial e pírica, y tiene, coo tal, el valor de un concepto descriptivo, tabién en el arco de la geografía. Identifica una fora específica del espa cio geográfico, con su propia escala de producción. Esta región no responde a una concepción naturalista ni esencialista del espacio geográfico, coo fueron las regiones clásicas de la geografía regionalista, las regiones naturales y las regiones-paisaje. La superficie terrestre no se reduce a una agregación de regiones naturales o de unidades de pai saje o de entidades funcionales. Se aplica, exclusiva ente, a la indagación de los procesos, foras y grados de polarización del desarrollo capitalista y aparecerá en relación con éste. La región, por tanto, tiene un carácter his tórico, en cuanto responde a unas condiciones históricas deter inadas en
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el proceso de acu ulación capitalista, que sólo se producen en coordena das espacio-te porales concretas. La región, en este sentido, identifica un espacio definido por el grado de desarrollo. i ensión territorial y di ensión regional foran parte de la cons trucción social del espacio. La indagación geográfica tiene que ver con esas prácticas territoriales propias de los agentes sociales que se traducen en deli itaciones y divisiones espaciales de diversa índole. Prácticas de carácter político conciernen, ante todo, al poder, pero afectan al conjunto de la so ciedad en ayor o enor edida. Representan, por otro lado, los arcos sobre los cuales se elevan nuestras representaciones espaciales, sobre los que se consolidan los espacios vividos. e la isa fora que, a la inver sa, nuestras representaciones espaciales contribuyen a dar per anencia y profundidad histórica a deter inados productos de esas prácticas territo riales o actúan i pidiendo su fraguado y consolidación.
6.4.
TERRITORIOS Y REGIONES: EL SIGNIFICADO GEOGRÁFICO
La distinción entre territorio y región, entre de arcación voluntaria y política y área de desarrollo o acu ulación capitalista, no es habitual en la geografía. La confusión de territorio con región procede, sin duda, de los usos a biguos de este tér ino y de la falta de definición y laxitud del iso. s la i precisión del tér ino región el que ha per itido su uso gené rico y el que facilitado la a bigüedad del iso. e tal odo que la región, coo concepto geográfico, se reduce al te rritorio (Brunet, Ferras y Théry, 1993). La región se identifica con el espa cio de la organización político-ad inistrativa del stado. sa falta de rigor del tér ino región en la geografía es la que explica que se puedan conte plar o valorar divisiones territoriales, es decir, políticas, desde criterios re gionales. La confusión entre territorio y espacio regional o región ipide el análisis adecuado de los procesos espaciales que tienen lugar en el undo oderno y sus i plicaciones sociales. l eje plo español reciente, de la creación de las o unidades utónoas, en el arco de la organización del stado en el nuevo esque a autonó ico, es ilustrativo de la diferencia entre abos conceptos y del signi ficado de la confusión de los isos. l iso tie po, constituye un ex celente eje plo de su significado en el análisis geográfico. os eje plos españoles pueden ser ilustrativos de la diferencia entre territorio y espacio regional, y de su carácter histórica ente deter inado, así coo de las i plicaciones sociales, ideológicas, si bólicas, que la dináica espacial conlleva. l carácter contrapuesto de la evolución habida en estos eje plos españoles resulta de especial significación sobre el carác ter contingente e histórico de los espacios regionales. Corresponden a Ca taluña, por una parte, y a lo que se ha deno inado la acrorregión cantá brica, por otro. Cataluña es hoy un territorio en el arco del stado español, constitui do coo Co unidad utóno a, que reúne las cuatro provincias catalanas
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surgidas en la refor a liberal de 1833, y que englobaban el histórico Princi pado de ataluña. n esta perspectiva constituye un espacio deli itado, de fronteras precisas y estables. ataluña representa, al argen de su configu ración coo un territorio en el arco político del stado de las autono ías, un espacio que responde a los supuestos de la región capitalista oderna, un área de desarrollo cuyos árgenes, en ca bio, son difusos, ca biantes. s un espacio regional, con un alto grado de coherencia interna, con figurado en torno a la industria y a la presencia urbana de Barcelona. ste espacio regional se esboza en torno a esta ciudad desde ediados del si glo XIX y cristaliza coo un conjunto espacial con un alto grado de cohe sión econó ica y social, desde principios del siglo . l ele ento otor de este espacio es la industria y la metrópoli urbana desarrollada sobre Bar celona. Su constitución tiene lugar en el arco de un territorio estatal, España, convertido en ercado cautivo de la producción industrial catalana. Se podrá hablar, desde el prier tercio del siglo , de Cataluña coo la fábrica de spaña ( adal, 1985). En realidad, Cataluña es algo más que la fábrica de España. El impul so capitalista absorbe, de fora progresiva, la producción agraria, y se in troduce, de igual odo, en la explotación de recursos esenciales coo los hidráulicos, desde el iso siglo I . Se introduce en los servicios: el turiso, sobre todo el de carácter litoral, orientado hacia una de anda ex tranjera, adquiere un desarrollo te prano en ataluña, en uchos aspec tos pionero, vinculado a la inversión local. l desarrollo capitalista se extiende hacia el conjunto de las provincias catalanas, penetra incluso en la ontaña, e introduce a ésta a nuevas foras de explotación, vinculadas con una sociedad urbana y con la presta ción de servicios de distinto orden. La ejora y transfor ación de las infraestructuras es favorecida por el propio dinaiso regional, pero ta bién por la capacidad de los agentes individuales y sociales para desarrollar estrategias adecuadas de cara a la intervención del stado. La ejora del puerto y de las vías de co unicación aparece coo un rasgo persistente desde ediados del siglo I . La fi nanciación pública de las obras necesarias o su aval y respaldo para garan tizar su rentabilidad a los inversores privados consolida una diná ica área de perfil industrial en el arco territorial del stado español. ataluña, coo espacio diferenciado por su ayor grado de desarrollo y el alto nivel de urbanización y dotación de infraestructuras y servicios, es una realidad reconocida coo tal desde el prier tercio del siglo . sta ataluña carecía de cualquier realidad territorial. ataluña no existía coo territorio. Cataluña, desde una perspectiva territorial eran cua tro provincias, con su propio territorio. inguna autoridad, ningún órgano de gestión política o ad inistrativa, tenía co petencias sobre el conjunto de estas provincias. ataluña era una realidad regional pero no tenía enti dad territorial. Si desconta os el breve intervalo de la II epública espa ñola, la territorialidad catalana es una aspiración, no una realidad. sa te rritorialidad sólo adquiere virtualidad a partir del stado de las utonoías, en 1978. esde ese oento existe un territorio catalán que se ha su
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perpuesto a un espacio regional que se ha mantenido como el área más de sarrollada del conjunto del Estado español. Es indudable que la consecución de un estatuto territorial supone un logro esencial respecto de las estrategias de los agentes sociales catalanes, en la medida en que posibilita una gestión propia de los recursos de acuer do con los intereses y las necesidades contempladas desde el espacio regio nal y en relación con él. La superposición de una realidad regional y una realidad territorial representa una notable ventaja desde el punto de vista operativo, desde la perspectiva de la intervención sobre el espacio, en orden a garantizar su supervivencia como un área dinámica en el contexto espa ñol, europeo e internacional. El importante respaldo simbólico que la conciencia histórica, elabora da como nacionalismo, proporciona a Cataluña, en orden a asentar su te rritorio y a legitimar opciones de desarrollo específicas, ha contribuido y contribuye a consolidar la identificación entre territorio y región, siendo como son dos dimensiones distintas. En este caso, la conciencia histórica y el territorio han venido a facilitar la consolidación del espacio regional construido y configurado por el desarrollo capitalista en las específicas con diciones de la moderna formación social española. El carácter de región industrial de Cataluña, configurada en relación con la primera revolución industrial, durante el siglo XIX, determina que la crisis industrial y económica del decenio de 1970 le afecte de forma direc ta. Sobre todo a aquellos sectores más tradicionales, como la industria tex til y mecánica. La transformación de la región catalana en un territorio catalán per mitió a los agentes sociales catalanes afrontar las transformaciones necesa rias para remodelar su base industrial y para impulsar otras actividades y capacidades productivas. La importancia del trasfondo ideológico, que se corresponde también con el espacio de identidad y con el espacio vivido ca talán, se puede valorar en sus justos términos, si lo comparamos con lo su cedido en otra área regional española. El desarrollo capitalista en la España moderna tiene un carácter con centrado y muy polarizado, de tal modo que sólo muy contadas áreas del conjunto del Estado se ven involucradas en esos procesos a lo largo del si glo XIX y en la primera mitad del siglo XX ( Nadal y Carreras, 1990). Una de estas áreas se corresponde con la amplia franja septentrional que comprende desde Asturias hasta las provincias del País Vasco. De modo similar al caso catalán, la penetración y el desarrollo del capitalismo se asocia con la industria moderna. En el Norte de España se produce a par tir de la explotación de recursos locales vinculados con la primera etapa de la industrialización. Los combustibles fósiles -el carbón- y los mi nerales metálicos, en particular el mineral de hierro, fueron el cimiento de este desarrollo. La entrada de capital extranjero y del resto del Estado facilitó el despegue industrial y con ello el del proceso de acumulación capitalista. El proceso de acumulación capitalista se acelera en el marco también del Estado español, mercado cautivo para los industriales cantábricos, y se
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concentra en sectores industriales -el siderometalúrgico y químico-, con amplia difusión por el conjunto de este área. La puesta en explotación de los recursos, incluido el de la mano de obra local, se articula a través de una red de infraestructuras de comunicación, por medio del ferrocarril de vía estre cha -sufragado por las inversiones privadas-, hidráulicas y de producción de energía, también de iniciativa privada, que permite aglutinar un espacio industrial con un elevado grado de integración horizontal y vertical desde Asturias hasta Guipúzcoa, que se extiende de forma progresiva hacia Nava rra y Álava. Desde el siglo XIX, pero con mayor intensidad en el siglo XX, se produ ce un acelerado proceso de integración de las economías agrarias en el mar co capitalista, por vías diversas, desde la especialización ganadera, en unos casos, a la dedicación forestal, inducidas, una y otra, por la industria. De igual modo que se incorpora la explotación de los recursos marinos, a tra vés de una transformada y capitalizada actividad pesquera, que la convier te en la más avanzada del país. Se inician nuevas formas de acumulación capitalista vinculadas a los servicios y a la explotación de los valores naturales, en el marco de una so ciedad que mercantiliza de forma progresiva bienes no venales directamen te. En definitiva, se configura un espacio regional dinámico, integrado en una España de escaso desarrollo. Lo que le proporciona un carácter de área de atracción inmigratoria importante. La evidencia de esta realidad regional es manifiesta desde mediados del siglo XX y así es reconocida, por geógrafos y desde fuera de la geo grafía. Se corresponde con lo que en años más recientes se ha denomi nado macrorregión cantábrica. Este espacio regional se superpone, como en Cataluña, a marcos territoriales provinciales diferenciados. Sin em bargo, carecía de antecedentes territoriales históricos equiparables a los de Cataluña, es decir, comprensivos de la totalidad del área afectada por el desarrollo regional. A diferencia de Cataluña, no existía en la región cantábrica una di mensión histórica unificada, y una conciencia histórica compartida. Ésta se distribuía entre Euskadi o País Vasco, en proceso acelerado de construcción en este período, con un notable sesgo nacionalista, y los débiles entrama dos regionalistas, en el sentido histórico y folklórico acuñado a caballo de los siglos XIX y XX, de Asturias y un indefinido espacio en el que pugnan dos imágenes históricas contrapuestas, las de La Montaña y Cantabria. La región industrial producto del desarrollo capitalista de los siglos XIX y XX carecía de una marca de identidad propia, lo que ocasiona que no sus tentara ni una representación compartida ni una conciencia de pertenencia común. Se trataba de una región fragmentada en múltiples territorios pro vinciales, sin vínculos ideológicos ni simbólicos entre sí. La herencia histórica opera, en este caso, frente a la dinámica regio nal. Esta fragmentación territorial del espacio regional es la que proporcio nó el sustrato de la configuración político-territorial de la España de las Au tonomías, que hace posible la cristalización de cuatro comunidades autó nomas en el espacio regional: Asturias, Cantabria, Euskadi y Navarra.
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La falta de coincidencia entre los marcos territoriales surgidos de la configuración del Estado de las Autonomías, y la organización regional fue señalada por geógrafos y no geógrafos, que discutieron y pusieron en en tredicho -o defendieron-, la bondad de tales divisiones. La crítica no se fundaba en la conveniencia o fundamentos de tales agrupaciones territo riales. La crítica se hacía desde otro plano, el de la coherencia de sus es tructuras productivas, o con simples referencias a las condiciones naturales (Estébanez y Bradshaw, 1984). Los críticos operaban, sin embargo, desde una perspectiva tecnocrática que confundía el carácter político de la refor ma territorial con una ordenación regional del Estado. La coincidencia de este proceso de fragmentación territorial con el de crisis de las viejas estructuras industriales supuso la inexistencia de unas es trategias homogéneas por parte de los agentes empresariales, sociales y po líticos. Se tradujo en la disparidad de las respuestas en cada territorio, por parte tanto de los agentes públicos como de los privados. Se ha manifesta do en la disparidad de estrategias para afrontar la crisis de la base indus trial. Se ha traducido en el declive de la trama industrial de la región sin que se haya generado un tejido industrial renovado o alternativo equiva lente. Los efectos disgregadores sobre el espacio social y sobre otras activi dades productivas han sido un fenómeno compartido. La quiebra de la región industrial cantábrica es el principal resultado de la crisis. La desintegración del espacio regional de carácter industrial, del área cantábrica, es el proceso más evidente en la actualidad. El rasgo más destacado, sin embargo, es una situación crítica, que convierte a este espacio en un área en declive. Sobre los residuos, gestionados de forma in dependiente en cada entidad territorial, se desarrollan, en la actualidad, es trategias dispares de desarrollo. Buscan reintegrar cada uno de estos terri torios en el sistema económico del Estado y mundial. Sin embargo, hasta mediados de este siglo XX la región catalana y la cantábrica eran las dos únicas regiones españolas, de base industrial, cons truidas a partir del siglo XIX, y dos de los espacios más dinámicos del Es tado. Dos regiones en desarrollo, de las muy pocas que presentaban este ca rácter en España (Nadal y Carreras, 1990). La diferencia fundamental con Cataluña ha sido de orden territorial y de orden cultural y social. En Cataluña se ha producido una identificación del espacio regional con el territorio autonómico, lo que ha facilitado los procesos de integración y cohesión social y cultural, estimulados por el sen timiento de pertenencia a un territorio histórico y de identidad cultural. En la región cantábrica ha faltado esa identificación y el espacio regio nal ha perdido cohesión, se ha fragmentado en lo territorial, y ha carecido y carece de todo vínculo de pertenencia o de identidad cultural. Éstas se ma nifiestan en ámbitos territoriales menores, con muy distinta intensidad, con significados muy diferentes y con una incidencia social sin posible compa ración entre el País Vasco y el resto de los territorios autonómicos. La incapacidad para articular estrategias de conjunto en orden a con trarrestar los efectos de la crisis industrial y modelar alternativas regiona les a la misma explica el proceso observable de desaparición del propio es-
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pació regional cantábrico, al disolverse, en la crisis industrial, el funda mento sobre el que se había construido este espacio regional, el que había promovido las solidaridades y vínculos económicos, productivos, financie ros, laborales, que ordenaban el área cantábrica. Dimensión territorial y di mensión regional son así facetas del espacio, pero no identifican las mis mas realidades. 7. Procesos regionales y geografía regional
Territorio y región constituyen dos conceptos clave para identificar dos modalidades del espacio producido por los procesos de diferenciación y por las prácticas del poder. Dos conceptos aplicables a la arquitectura espacial derivada de la práctica económica, social y política, en su doble manifesta ción territorial y regional. Arquitectura dinámica, cambiante, tanto en un ámbito como en el otro. Arquitectura que no se reduce a su mera dimen sión física, sino que comprende, como toda arquitectura, agentes, proyecto, imágenes, usuarios con sus específicas representaciones espaciales, sin los cuales la propia dimensión física resultaría ininteligible. Los conceptos de región y territorio tienen, en este caso, un valor epis temológico. Permiten indagar en una determinada dimensión de la realidad geográfica. Permiten identificar y analizar una cierta dimensión de las prác ticas espaciales del poder y su incidencia en los procesos de desarrollo y de construcción del espacio. Permiten, por otra parte, identificar y analizar los procesos de polarización y concentración del capital, inherentes al proceso de acumulación capitalista y, por tanto, de reproducción del sistema capi talista, en su específica localización. El concepto de región adquiere senti do en la dialéctica entre los procesos globales que caracterizan el sistema mundo, y los procesos localizados, en los que se concentran y producen los fenómenos de consumo de capital fijo y de reproducción social. Durante un siglo largo, los geógrafos han oscilado entre considerar la región como una realidad objetiva y dada, como una fracción del espacio terrestre diferenciada y distinta, a partir, sobre todo, de sus rasgos natura les o de la específica modificación de éstos, en relación con la adaptación de los grupos humanos a las condiciones físicas; o como un mero artilugio mental cuyo único valor era metódico, destinado a facilitar una clasifica ción de la superficie terrestre, de acuerdo con criterios ad bo^ naturales, productivos, económicos, históricos, culturales, sociales, o de otro tipo. ¿Existe una dimensión regional? ¿Qué valor tiene un enfoque regio nal? ¿Qué significa en este panorama el término región? Son cuestiones re levantes en un momento en que coexisten diversos movimientos que, por un lado, reivindican el enfoque regional pero niegan valor a la geografía re gional; revalorizan lo local pero no la región; o destacan la realidad y vita lidad de la región desde una concepción puramente vivencial o simbólica. Una geografía regional renovada no puede surgir de la simple reconstitu ción de los viejos enfoques como aglomerado de elementos «naturales» y humanos, ni como mera representación subjetiva del entorno. En el primer
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caso porque ofrece sólo una falsa solución a la unidad de la geografía que buscan sus i pulsores, coo lo evidencia la propia evolución de la disci plina. n el segundo porque ignora di ensiones clave de la realidad geo gráfica, y porque con ello ipone una concepción reductora del espacio geográfico y de la geografía. La geografía regional no puede for ularse coo una disciplina de las entidades per anentes de la superficie terrestre vinculadas a una concep ción de carácter naturalista y esencialista. n enfoque regional o una geo grafía regional sólo adquiere sentido a partir de las prácticas asociadas a los procesos de diferenciación espacial a distintas escalas, y de las prácticas de división del espacio por parte del poder, de acuerdo a objetivos y estra tegias distintas. La posibilidad de una geografía regional renovada sólo puede conside rarse desde la perspectiva de una disciplina o raa de la geografía cuyo ob jeto sean las prácticas, procesos y representaciones vinculadas, por un lado, al ejercicio del poder, en la división y organización territorial y, por otro, a los fenó enos y procesos de diferenciación del desarrollo en áreas de ayor o enor extensión, local o inter edia. En el prier caso, coo una geo grafía regional próxi a a la geografía política. La geografía regional adquiere sentido coo una disciplina de análisis y explicación de los procesos que intervienen en la diferenciación del espa cio terrestre, y de las configuraciones territoriales y regionales que derivan de ellos. l análisis y explicación puede plantearse en arcos territoriales definidos, stados o unidades territoriales enores, que son los que algu nos geógrafos entienden coo únicos arcos regionales. n realidad, esos arcos territoriales son eros contenedores de procesos de diferenciación social y econó ica, en los que tienen indudable trascendencia. gentes, prácticas, representaciones y procesos de toda índole se articulan sobre esos territorios, pero se anifiestan en un orden distinto. na geografía regional renovada se justifica si se aproxi a al espacio desde una concepción social del iso. n realidad, un enfoque social es i prescindible para constituir una geografía consistente.
8. La geografía como disciplina social La tradición geográfica oderna se caracteriza, coo heos co pro bado, por la dicoto ía entre una geografía física que se constituye en fecha te prana y que arraiga en la cultura de las ciencias naturales desde la Ilus tración, y una geografía huana que se pretende configurar, en un principio, coo una geografía capaz de integrar lo físico y lo hu ano. La geogra fía coo puente entre las ciencias de la naturaleza y las hu anas. eografía huana que se reducirá, en el tie po, a una siple raa, definida por con traposición a la geografía física, coo un conoci iento vinculado con los hechos derivados de la intervención social. es ontada de sus a biciosas pretensiones iniciales por la inconsis tencia de sus objetivos, reducida a la categoría de parte, experi enta, coo
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la propia geografía física, los efectos de la ausencia de un arco teórico articulador de unos conoci ientos uy dispersos desde su origen. e hecho, coo heos co probado, el discurso unitario de abas raas geográficas es engañoso. La geografía física no trasciende el estatuto de un conglo e rado de disciplinas inconexas desde la perspectiva teórica, episte ológica y práctica. La geografía huana disi ula un variado agrupa iento de disci plinas que ni en la práctica ni en la teoría co parten bases co unes. Las «geografías sociales» esbozadas en los años ochenta vienen a descubrir esa insuficiencia, lo iso que la deno inada geografía hu anista. uchos geógrafos siguen considerando que la geografía es una disci plina -o ciencia- puente entre las ciencias naturales y las hu anas, o en la encrucijada de unas y otras (Bailly y Scariati, 1999). sta percepción pro cede de una tradición arraigada de la geografía oderna y de una confu sión que surge de la inadecuada deli itación del objeto geográfico. Sin ebargo, otros uchos geógrafos for ulan su concepción de la geografía coo una disciplina social. entre estos geógrafos puede distinguirse una doble for ulación: la de quienes reducen el capo geográfico a lo huano y rechazan los co ponentes físicos, y la de quienes hacen hincapié en la naturaleza social del objeto geográfico, es decir, del espacio. La concepción de la geografía coo una disciplina o ciencia social re presenta la única posibilidad de futuro para este capo de conoci iento. l carácter de ciencia social no se deriva, sin e bargo, de una reducción del foco geográfico a los aspectos tradicionales de la deno inada geografía hu ana. l carácter de ciencia social surge de una doble exigencia: la que i pone la naturaleza del espacio social que estudia la geografía, y la que de riva del objetivo de una disciplina oderna, capaz de responder a las necesi dades de la sociedad conte poránea. La naturaleza social del espacio ipone a la geografía su condición de disciplina social, por razones episte ológicas. l objetivo de la geografía en el undo actual, coo recla an y señalan nu erosas voces de geógrafos, son los problemas que afectan al espacio. La geografía se perfila coo una disciplina social orientada al análisis y, en su caso, solución de proble as de carácter espacial, que tienen relevancia social. 8.1.
LA GEOGRAFÍA DE PROBLEMAS RELEVANTES
esde últiples perspectivas personales, los geógrafos vienen propo niendo, en el contexto de la geografía actual, la necesidad de orientar la geo grafía hacia los grandes proble as que caracterizan el undo actual, en su dialéctica planetaria y local. e acuerdo con la específica for ación de cada uno, el énfasis se coloca en los proble as del edio a biente o en los de ordenación espacial, en los proble as de la desigualdad o en los de la con frontación política. n cualquier caso, se aprecia una creciente conciencia de que los probleas esenciales de las sociedades actuales, en el oento presente y en el in ediato futuro, tienen que ver con fenó enos que la geografía puede
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abordar con solvencia. Fenómenos que por una razón u otra resultan fami liares a la geografía y a los geógrafos. La cuestión se plantea, por tanto, en establecer estos problemas relevantes y en formular qué debemos abordar de los mismos. Coinciden aquí en propuestas y enfoques que aparecen de igual modo en geógrafos físicos y geógrafos de orientación humanista, que propugnan una geografía «real», por contraposición a una geografía académica hecha de compartimentos. Una creciente desconsideración de los límites y parce las del campo de conocimiento geográfico y una reivindicación mayor de perspectivas abiertas. Se postula desde la conciencia de la escasa fecundi dad de tales divisiones para abordar los problemas esenciales de la geografia (Massey, Allen y Sarre, 1999). En consecuencia, esta geografía «real» se identifica con una geografía de problemas asentada, es decir en ámbitos territoriales definidos. Problemas de hoy en sociedades de hoy, en territorios de hoy. Es decir, no problemas de finidos desde el prisma sesgado de las anteojeras académicas -problemas geomorfológicos o económicos-, sino problemas «geográficos» que afectan a dichas sociedades, en orden a aliviarlos o resolverlos (Stoddart, 1987). La identificación de estos problemas es habitual en las obras geográfi cas recientes, en este último decenio del siglo XX, en la medida en que au menta la conciencia sobre la necesidad de orientar la investigación geográ fica hacia cuestiones relevantes desde la perspectiva social. En la medida también en que la propia realidad muestra esta problemática que tiene que ver, tanto con procesos sociales directamente como con procesos naturales de significación social. Los geógrafos son conscientes de la variedad y ac tualidad de estos problemas y de su significación social. Los geógrafos tienden a perfilar una disciplina que tiene que ver con el espacio, los lugares y la naturaleza. Una tríada que recoge tradiciones y que proporciona nuevas perspectivas. Problemas generales y problemas locales, y una renovada aproximación a las cuestiones de la naturaleza, desde el campo geográfico y bajo una perspectiva social. Son problemas que tienen que ver con los procesos de globalización económica y de con figuración de un mundo polarizado y diverso, a pesar de la uniformidad de los procesos de implantación y desarrollo del capitalismo mundial. Tie nen que ver con el Poder y sus prácticas en el mundo contemporáneo, con la crisis del Estado y con la eclosión nacionalista, variada y contradicto ria. La explosión y estallido de unos Estados, el poderoso refuerzo de otros, la fragmentación nacional, étnica, religiosa, la inestabilidad territo rial. Frente a la imagen de la estabilidad de los territorios políticos, la in terrogación sobre su fragilidad y movilidad (Agnew, 1999). Las nuevas for mas de organización del Estado, hacia formas supraestatales y hacia nue vos tipos de reparto del poder del Estado, dentro de sus fronteras. Una geografía atenta a los problemas de carácter político que tienen re lación con el espacio a escala planetaria y a escalas locales; a los problemas relacionados con lo que se ha denominado la geografía de la diferencia, en el mundo uniforme del capitalismo mundial; a los problemas derivados de la urbanización, y de lo que algunos llaman la tiranía urbana.
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Una geografía sensible a los problemas que surgen de los grandes mo vimientos de población desde el llamado Tercer Mundo, es decir, las múlti ples periferias del mundo capitalista, incluidas las que han surgido del de saparecido Segundo Mundo, o países socialistas de la antigua Unión Sovié tica y de la Europa central, hacia los distintos centros de este mundo capi talista, en Europa y en América. Problemas relacionados con los procesos de desigualdad en el desarrollo pero también de reorganización territorial a escala mundial y en ámbitos locales. Una geografía abierta a los problemas de la identidad cultural y sus re laciones con el espacio, que se manifiestan a escala mundial como con frontación de las grandes culturas con los procesos de globalización e im posición de la industria cultural, que representa y transmite un modelo cul tural occidental y norteamericano, de Estados Unidos, gracias a los moder nos medios de comunicación de masas. Pero que se manifiestan también a escala local y regional, como consecuencia del desarraigo de poblaciones, de la mezcla de culturas y poblaciones, de las migraciones masivas, que al teran el carácter uniforme y homogéneo de las sociedades preexistentes. Los problemas derivados de la uniformidad cultural impuesta por la industria, en cuanto suponen pérdida de un patrimonio rico y variado; los problemas de una aldea global en la que las exclusiones y las diferencias se agravan entre unos países y otros, entre unas regiones y otras, a la escala de un mismo país, entre unas áreas y otras, dentro del espacio metropoli tano, en el que conviven la gentrification y el homeless. Una geografía capaz de abordar los problemas de la transformación y de gradación de la naturaleza, del intercambio orgánico del hombre con la natu raleza; los problemas de ordenación del espacio, urbano o regional; los pro blemas de conservación del patrimonio territorial. En este marco de los problemas que tienen relación con la transformación y degradación de la naturaleza y con la creciente preocupación social por la preservación del patrimonio territorial se inscriben las nuevas relaciones de la geografía con la naturaleza.
8.2.
ESPACIO SOCIAL Y NATURALEZA
La concepción social del espacio conlleva un cambio en el entendi miento de la Naturaleza o medio natural, pero no supone una elimina ción de éste. Representa una concepción distinta del espacio geográfico, que deja de descansar sobre lo natural y que transforma el entendimien to y carácter de la Naturaleza, lo que supone un cambio esencial en la concepción de la geografía física y en las relaciones entre las distintas ramas geográficas. El espacio que interesa a la geografía es un espacio social y sólo social. Lo que no quiere decir que sea un espacio sin com ponentes físicos o naturales. El espacio social como objeto de la geografía sólo puede ser con templado y abordado desde una consideración social, incluso en sus ele mentos físicos, en su aparente constitución «natural». En primer lugar
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porque ese espacio sólo adquiere sentido como un producto histórico de las relaciones sociales. La historicidad del espacio geográfico, su estado de permanente cam bio, la evidencia de que los procesos, es decir las transformaciones, consti tuyen su principal naturaleza, margina cualquier pretensión de hacer del es pacio una constante natural con existencia propia. En segundo lugar porque la propia naturaleza representa un producto social. Lo es como representa ción cultural elaborada históricamente. Lo es como materialidad alterada, modificada, transformada, a lo largo de miles de años de actividad humana. La desbordante evidencia de este proceso en los últimos dos siglos no puede ocultar sus profundas raíces históricas. Lo que llamamos «naturale za», con la pretensión de oponerla a «sociedad», no es sino una naturaleza social. En consecuencia, la geografía física sólo puede ser contemplada como una disciplina instrumental para el entendimiento del espacio geo gráfico. La geografía física no puede ser la geografía del medio físico o me dio natural, como si éste existiera como tal, de acuerdo con una concepción que opone medio natural y sociedad. Esta dicotomía, en la que se fundaba la geografía física, es insostenible. La geografía física adquiere valor en la medida en que facilita el aná lisis de la incidencia social en los procesos físicos, y como una plataforma para la adecuada descripción de los efectos de los procesos sociales sobre la configuración física terrestre, en el marco del estudio de los principales problemas que afectan a la sociedad contemporánea. Recursos, deterioro ambiental, preservación, riesgos naturales, altera ciones, cambio climático, son conceptos y fenómenos de orden social, en la medida en que constituyen problemas sociales, problemas que se plantea la sociedad actual. Forman parte del espacio que se produce socialmente, tienen que ser abordados y pueden ser abordados, desde esta perspectiva social. La supuesta unidad de la geografía sólo puede postularse a partir de la unidad del objeto de la disciplina, y esa unidad identifica una geografía vinculada al espacio geográfico como producto social. Estos procesos y estos espacios tienen naturaleza social, surgen de la propia naturaleza social humana y constituyen, al mismo tiempo, un ele mento de esa naturaleza social. No se trata, por tanto, de un «objeto» o «producto» opuesto al sujeto social enfrentado a él, como un mero entorno físico o como un material separado. Separar o deslindar el espacio geográ fico, identificado como espacio físico o como sustrato físico, de la propia sociedad constituye un reflejo analítico que no responde a la verdadera na turaleza del espacio geográfico. La geografía tiene que liberarse de las servidumbres de una concepción «naturalista» que ha viciado su desarrollo moderno, y que ha subordinado lo social a lo físico. La lúcida crítica de L. Febvre a esta dependencia, res pecto del determinismo mecánico de la primera geografía, no llegó al fon do de la cuestión. No supo librarse de la profunda influencia intelectual que situaba la geografía física como soporte y razón de ser de la explicación geo gráfica, aunque lo hiciera desde el relativismo aparente de las «relaciones» hombre naturaleza.
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Ni L. Febvre ni los geógrafos posteriores, críticos con las fórmulas na turalistas más primarias, alcanzaron a iluminar o entender que esas «rela ciones» a las que hacen referencia para reivindicar los nuevos plantea mientos teóricos y metodológicos sólo podían ser «relaciones sociales». Como tales relaciones de carácter social, se inscribían en el marco de una disciplina de esta categoría y adscribían definitivamente a la geografía al campo de las disciplinas sociales. La desconfianza respecto de la sociología y sus aspiraciones, la inseguridad en los propios fundamentos, facilitó una imposible propuesta de disciplina a caballo de lo natural y lo social. Una propuesta insostenible en lo epistemológico, como destacaba, con rotundi dad, un geógrafo en el decenio de 1980 (Johnson, 1987). Las cuestiones físicas sólo adquieren sentido geográfico en el marco de la transformación de la naturaleza por la acción social. La descripción física del mundo, tanto en la propuesta de A. de Humboldt como en el de sarrollo especializado posterior, constituye un objetivo vinculado a las cien cias de la Tierra y abordable desde ellas. En el estado actual de desarrollo de éstas esa descripción, explicativa o no, queda limitada por el desigual avance de cada disciplina «natural» y por la disparidad de sus presupues tos teóricos y epistemológicos. La integración de estos diversos campos parece, en la actualidad, un objetivo inabordable a pesar de la existencia de conceptos o marcos teóri cos que han de ser fecundos en esa vía, como el de ecosistema o sistemas naturales. Sin embargo, la distancia existente entre disciplinas como la geo logía y climatología por un lado, y la biología, por otra, es considerable, des de la perspectiva de las prácticas del trabajo científico y desde la óptica del campo de conocimiento de cada una. En cualquier caso, como demuestran las obras de geografía física más recientes, la posibilidad de esa integración sigue siendo escasa. Por el contrario, prevalece la tendencia a la separación estimulada por la especialización y por la ausencia de un marco teórico común para todas ellas. Es evidente que el concepto de geosistema no ha logrado ejercer esa función (Sala, 1997). La geografía, en la medida en que acote un campo propio, sobre un ob jeto específico, elaborado en el marco geográfico, sólo puede plantearse las cuestiones físicas como elementos o partes de los problemas que suscita la transformación de la naturaleza en la práctica social cotidiana. Los conoci mientos de carácter físico, los instrumentos conceptuales y metódicos que corresponden a las correspondientes ciencias de la Tierra, tienen el valor de herramientas para el más correcto análisis social. La tradición geográfica otorga a la geografía, en este campo, la ven taja de una relación intelectual y práctica secular con esos campos cola terales, y con ello la posibilidad de integrar una parte de sus elementos en la construcción de su propio campo de conocimiento y en la resolución de sus específicos problemas. Son éstos los que determinan el recurso a los conceptos de las disciplinas que han integrado conceptualmente la geo grafía física que, en cuanto tal, carece de autonomía en el marco geográ fico.
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Cualquier formulación que parta de una relación causal o de una inte racción causal, entre lo físico o natural y lo social, está viciada en su enun ciado. Se formule como una relación causal unidireccional o mecánica de corte determinista, o como una relación indeterminada o posibilista entre ambos términos. La separación antagónica entre Naturaleza y Sociedad ca rece de fundamento teórico y condena a un callejón sin salida a la geografía. La pretensión de que la geografía no es una disciplina social, o que es algo más que una disciplina social, o de que la dimensión física tiene exis tencia propia y antagónica respecto de lo social, constituye una formulación insostenible desde una perspectiva epistemológica, aunque siga siendo una argumentación vigente (Lecoeur, 1995). Una ideología naturalista pertrechada de conceptos que fueron elabo rados en épocas y circunstancias pasadas, cuya significación originaria se ha perdido, de los que sólo se mantienen a veces sus referencias metafóri cas, mantiene, desde la geografía física y desde la geografía humana, la fic ción de una geografía inexistente. Nociones como los de oekumene, con ceptos como los de región geográfica y paisaje, se manejan bajo los presu puestos de hace casi un siglo. Subyace en la argumentación una percepti ble ideología vidaliana. El paisaje se convierte en un termino «cómodo que i ntegra los datos del medio físico y el balance de las sucesivas actuaciones operadas por la sociedad» (Lecoeur, 1995). Sin embargo, ese concepto de paisaje carece de rigor, y es imposible sostener sobre él una aproximación rigurosa al análisis del espacio o reali dad. El paisaje se inscribe, sobre todo, en el marco de una concepción idea lista o subjetiva del mundo, en el marco de las geografías humanistas, en el ámbito de la geopoética o geopoesía. Corresponde a una geografía artística. La historia de la geografía moderna muestra que ése es su origen y que pre tender darle consistencia y rigor analítico carece de sentido. Reconocen los geógrafos físicos que «el estudio de las distribuciones naturales no tiene una teoría unificadora», aunque atribuyen a la geografía física «las lógicas de las formas de relieve, de los tipos climáticos y de las formaciones vegetales sobre la tierra» (Lecoeur, 1995). Se olvida que esas lógicas pertenecen a cada uno de los campos específicos y que ninguna geo grafía física es capaz de abordarlos de manera conjunta, como el mismo autor reconoce de entrada. Es evidente que «una geografía en la acción no puede contentarse con razonamientos sobre las estrategias de producción, distribuciones sociales, programas de ordenación. Debe tener en cuenta los ritmos del espacio a tra vés de sus efectos directos o diferidos. Existen vínculos múltiples entre el juego social y las evoluciones naturales» (Lecoeur, 1995). La desconsidera ción de los ritmos naturales, manifiesta en muchas obras de geografía hu mana que ignoran las dimensiones naturales del espacio social, no supone que la presencia de la geografía física como un campo de conocimiento es pecífico, sea inevitable. La posibilidad de abordar desde estas «geografías físicas» problemas o cuestiones de índole social o de implicación social, en relación con sus pro pios campos de conocimiento, es evidente, como lo demuestra la práctica y
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experiencia de las ciencias de la Tierra correspondientes. La integración en su capo de interés de tales cuestiones se corresponde con la propia natu raleza de la ciencia y del conoci iento hu ano. Sin duda sus análisis pue den ser útiles para la geografía y de in ediato aprovecha iento por parte de ésta. Pero esa coincidencia no otorga a tales prácticas ni a las discipli nas en que se producen el carácter de geografía porque su capo de conoci iento es específico y es distinto. n ningún caso pueden identificar su objeto coo «espacio geográfico», salvo en una concepción arcaica y so brepasada, que reduzca lo geográfico a lo natural. Lo sorprendente es que esta concepción o valoración naturalista del es pacio geográfico, que reproduce un ele ental discurso vidaliano, aparece en á bitos críticos de perfil arxista o post arxista. Se produce coo una alternativa crítica a propuestas de geografía coo ciencia social. Se carac teriza por una defensa del reduccionis o inductivo y del e piris o ás banal, coo reacción al discurso core ático, que coloca a la geografía físi ca fuera del espacio geográfico. La crítica de la corriente core ática -de su reduccionis o de carác ter geo étrico, de su fraseología tecnocrática, del fetichis o espacial y de las leyes del espacio- se convierte en una reivindicación del discurso na turalista en sus foras ás ele entales. o parece que la crítica a la geo grafía coremática pueda sostenerse sobre una concepción arcaica del espa cio coo contenedor, identificado con el sustrato físico, tal y coo apare ce tras estos plantea ientos. La inercia de las tradiciones de la geografía oderna deter ina que for ulaciones coo la de las relaciones sociedad y edio natural sigan vi gentes, aunque se utilicen desde perspectivas distintas. La geografía, de nuevo, se for ula coo la disciplina de las relaciones entre sociedad y edio: una idea subyacente o explícita. La vieja concepción originaria, eje de la geografía positivista y del regionalis o «clásico» resurge en geógrafos de este final de siglo. «La geografía es el estudio de las relaciones entre so ciedad y su edio natural.» sí define el capo de la disciplina un geógrafo «radical» (Peet, 1998). La geografía puede y debe plantearse y abordar esas interrelaciones pre cisa ente desde el postulado de una ciencia social. sentada sobre el prin cipio de que el espacio no es esa especie de contenedor sino el resultado del proceso de transfor ación de la naturaleza por el trabajo social, y que esa naturaleza actual no es sino el espacio heredado de generaciones y genera ciones que ejercieron ese proceso de transfor ación durante siglos y ilenios. Son vías que aparecen en las propuestas ás recientes e innovadoras.
8.3.
DE LAS CONDICIONES GEOGRÁFICAS A LA TRANSFORMACIÓN DE LA NATURALEZA
La consideración tradicional de la naturaleza o edio geográfico coo un ele ento externo contrapuesto a la sociedad, que subyace en la concep ción de la geografía oderna, proviene directa ente de la elaboración in telectual propia de la odernidad, desde F. Bacon. l pensa iento oder-
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no rompe el esquema antiguo sostenido hasta entonces que contemplaba el microcosmos humano como una parte del macrocosmos universal. Frente a él introduce la dicotomía Naturaleza y Hombre o Sociedad y hace de la Naturaleza un objeto a controlar, dominar y explotar por medio de la razón y de la ciencia, en beneficio propio. Esta separación de lo social y de lo natural y esta contraposición entre ambos sostiene el desarrollo de las modernas disciplinas científicas y entre ellas, de modo muy destacado, de la disciplina geográfica, donde esa dico tomía y contraposición constituye el enunciado básico de la geografía mo derna, entendida como la disciplina de las relaciones entre el Medio -es decir, la Naturaleza- y el Hombre -es decir, la Sociedad-. Una concep ción que subsiste a finales del siglo XX. Una concepción que ha condenado a la geografía a presentarse o bien como una disciplina puente entre las ciencias de la Naturaleza y las ciencias sociales, o bien como una disciplina social -la geografía huma na- que ignora los componentes físicos o naturales. Entre la ruptura de la disciplina -una constante de las preocupaciones de los geógrafos a lo largo del siglo- y la improcedencia epistemológica, la geografía moder na ha sido incapaz de resolver el dilema que surge de su concepción ori ginaria. Sin embargo, son numerosas las propuestas que han abordado la ne cesidad de superar esa dicotomía a partir de una consideración social de la Naturaleza. Una actitud que procede, tanto de la crítica del concepto de Na turaleza tal y como se elabora por el pensamiento positivo, como de la rei vindicación del carácter social de la representación del mundo natural. En tanto lo que llamamos Naturaleza no deja de ser una producción cultural, y del carácter social del entorno natural, en la medida en que constituye un producto de la actividad humana. Representan propuestas críticas que confluyen sobre la necesidad de revisar nuestra concepción de lo que denominamos Naturaleza, en orden a eliminar la distinción tradicional y arraigada en la geografía entre medio fí sico y sociedad: «Algunos geógrafos argumentan en la actualidad que el de nominado medio ambiente natural no se puede separar del humano en su conjunto» ( Women, 1994). Desde perspectivas de inspiración marxista se percibe que la contraposición tradicional entre lo físico y lo humano care ce de fundamento consistente. Una argumentación que tiene fundamentos en la propia tradición del pensamiento marxista. Representa un planteamiento social del espacio que hace de la natura leza un componente inseparable de la propia existencia humana y que se confunde con ella. Representa, al mismo tiempo, una crítica de la concep ción naturalista introducida por la Ilustración. Es lo que resaltaba Engels al apuntar que «sosteniendo que es la naturaleza la que exclusivamente in fluye en el hombre, la concepción naturalista es unilateral y olvida que el hombre reacciona también sobre la naturaleza, la transforma y crea nuevas formas de existencia» (Engels, 1952). Este vínculo esencial entre naturaleza y sociedad representa la clave no sólo de la construcción del concepto de espacio social sino como funda-
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ento de la legiti ación de la propia objetividad del conoci iento, coo valedor de éste. «Toda producción es apropiación de la naturaleza por el in dividuo en el arco y por inter edio de una fora de sociedad deter i nada» (arx, 1957). l iso tiepo que resaltaban cóo la «unidad del hobre y la naturaleza ha existido desde sie pre en la industria, y se ha presentado de fora diferente, en cada época, según el ayor o enor de sarrollo de la industria» (Marx y Engels, 1968). La actividad huana se convierte, a lo largo del tie po, en la clave del propio undo real o undo sensible: «Esta actividad, este trabajo, esta crea ción aterial incesante de los ho bres, en una palabra, esta producción, es la base de todo el undo sensible tal coo existe en la actualidad» (arx y ngels, 1968). sto es, la base del espacio geográfico. La concepción arxiana hacía de la producción, en un sentido a plio, en cuanto actividad social transfor adora de la naturaleza, la clave para entender ésta desde una perspectiva social: «oda producción es apropia ción de la naturaleza por el individuo en el arco y por inter edio de una fora de sociedad deter inada» (arx, 1968). na concepción que per ite contraponer, a la dicoto ía naturaleza y so ciedad, el principio de la unidad entre abas, inherente a la industria, con su específica fora histórica, de acuerdo con el grado de desarrollo de cada so ciedad (Marx y Engels, 1968). n aspecto recogido en los o entos actuales en el capo de la geo grafía, en la edida en que se hace cada día ás evidente: «o sólo los huanos han actuado sobre el edio a biente desde hace ilenios por toda clase de vías, sino que la hu anidad se ha vinculado al edio a biente, y lo continúa haciendo, para sobrevivir. n consecuencia, algunos geógrafos propenden a pensar en lo huano y natural coo profunda ente relacio nado. ás aún, algunos plantean que se encuentran tan vinculados que no debería os pensarlos coo dos siste as separados relacionados uno con el otro, sino coo uno solo» ( oen, 1994). Por otra parte, desde perspectivas distintas se hace hincapié en el ca rácter de representación de la Naturaleza y, por tanto, su dimensión cul tural y social. Lo que lla a os aturaleza no deja de ser una elabora ción social, cuyo contenido cabia por ello con el tiepo y los propios ca bios sociales. La aturaleza no es algo in utable y externo, frente a lo que reacciona la sociedad. La aturaleza es un concepto que respon de a una elaboración y que no tiene el mismo alcance y significado en el undo clásico grecolatino, o en la civilización india, que en el undo de la Ilustración. sta di ensión cultural puesta de anifiesto en los últi os dece nios facilita ta bién una aproxi ación social al undo natural o entor no natural, coo es patente en el caso de algunos enfoques recientes, en
la geografía. a consideración del entorno físico desde la platafor a de la percepción subjetiva, el plantea iento de la deno inada geogra fía de los riesgos y azares, las ópticas edioa bientales que realzan el protagonis o social en los procesos naturales, tienen en coún esta con sideración social.
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Lo que hace geográfico el entorno es esta implicación directa con el mundo social a través de la producción material, con su múltiple y contra dictoria relación, en cuanto significa, por una parte, la condición necesaria para la reproducción social humana y, por otra, la alteración, degradación y destrucción del mismo. Asimismo, en el ámbito de las representaciones culturales de ese entorno, que nos condiciona en la percepción del mismo. En su producción social interfieren agentes y procesos dispares y contra dictorios. Lo muestra, con extraordinaria claridad, el desarrollo contempo ráneo de las representaciones medioambientales y ecológicas, o, desde el si glo pasado, la construcción de nuestras imágenes y pautas de conservación de la naturaleza (Ortega Valcárcel, 1998). La geografía no tiene que ignorar ni apartar las cuestiones relacionadas con los procesos naturales. La geografía no se construye sobre la separación de la geografía humana de la geografía física, con la reducción del campo ge ográfico a los simples elementos humanos, de la realidad, desde una actitud equivalente, que opone lo natural a lo social: «Una geografía humana divor ciada del medio físico carece de sentido» (Stoddart, 1987). La geografía tam poco se construye sobre el simple aglomerado de componentes naturales y sociales. La geografía sólo puede resolver este dilema a partir de una inte gración de los procesos naturales en una teoría social del espacio geográfico. Es la que hace posible, precisamente, integrar los componentes físicos o naturales como un elemento esencial del espacio geográfico. La unidad de la geografía no procede de que estos componentes formen parte del dis curso geográfico. La unidad resulta de la concepción de la misma como una disciplina del espacio geográfico como el producto de la transformación de la naturaleza inherente al proceso de reproducción social de la especie hu mana. El espacio geográfico surge en el acto mismo de la producción que integra sociedad y naturaleza. Las posibilidades de un enfoque de estas características son evidentes, se realicen desde postulados marxistas o sobre postulados de percepción y representación social. En el primer caso, resalta la plena integración de los procesos naturales en una dialéctica productiva: «toda producción es apro piación de la naturaleza». De tal modo que la unidad naturaleza-sociedad se verifica en la propia existencia social. Pero el carácter históricamente de terminado que Marx señala para lo que él llama «intercambio orgánico» en tre el hombre y la naturaleza convierte al capitalismo en el régimen histó rico al que se vincula este intercambio, en el que se sustenta la producción y la propia vida humana. Desde la perspectiva marxista, el componente esencial es la contradic ción esencial entre sistema económico y preservación de los valores natu rales: constituye el soporte teórico esencial de esta interpretación. Para Marx, el sistema industrial capitalista conlleva la degradación física de la naturaleza: «cada paso que se da en la intensificación de su fertilidad den tro de un período de tiempo determinado es a la vez un paso dado en el agotamiento de las fuentes perennes que alimentan dicha fertilidad. Este proceso de aniquilación es tanto más rápido cuanto más se apoya sobre la gran industria, como base de su desarrollo» (Marx, 1964).
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Una contradicción que hace impensable la solución de los problemas de degradación del medio y de alteración de los equilibrios naturales en el marco de este sistema económico. Una contradicción incompatible con lo que Marx apuntaba como obligada responsabilidad de cada generación hu mana en la gestión y transmisión del patrimonio natural heredado de las generaciones anteriores: «Ni la sociedad en su conjunto, ni la nación ni to das las sociedades que coexisten en un momento dado, son propietarias de la tierra. Son simplemente sus poseedoras, sus usufructuarias, llamadas a usarla como boni patres familiae y a transmitirla mejorada a las futuras ge neraciones» (Marx, 1964). La dialéctica destructiva de los procesos de producción capitalista, sus efectos transformadores, su incidencia en los procesos naturales, los equilibrios rotos y la incidencia social de tales procesos, en su dimensión de riesgos percibidos y aceptados, o de azares imprevistos e inducidos, forman parte del objeto de la geografía. La normal formación del geógra fo en disciplinas naturales le proporciona una capacidad de entender, de analizar y de expresar esos procesos naturales. Es una ventaja que el geó grafo tiene respecto de otras disciplinas sociales y que justifica la persis tencia de una formación de este tipo. Una formación naturalista en el marco de una disciplina social. La dialéctica destructiva del capitalismo, derivada de la propia natura leza del mismo sistema económico, es el punto de referencia de las refle xiones de la escuela de Frankfurt cuando hacen del dominio de la natura leza la clave explicativa de la sociedad moderna y sustituyen con ella la pro puesta marxista de la lucha de clases como motor histórico. Desde una perspectiva o desde otra, los procesos naturales adquieren una dimensión social y se integran en una representación geográfica del espacio como pro ducto social. Los procesos naturales adquieren sentido en esta dialéctica so cial, en el marco de una orientación de la geografía hacia los problemas de relevancia social. La naturaleza es así un espacio construido en el doble sentido de un espacio producto de la actividad material transformadora de cada socie dad humana, y de una representación cultural del entorno y de los pro cesos naturales, en que se mezclan ideología y conciencia social. En am bas acepciones, la extraordinaria intensidad de los procesos de transfor mación inducidos por el desarrollo del capitalismo industrial y la pro gresiva elaboración de una representación medioambiental o ecológica del mundo terrestre, nuestra época ilustra a la perfección este carácter de la naturaleza y estas posibilidades de una geografía afincada como una disciplina social. Una «geografía que habla de los espacios y las socieda des [...] que recupera su centro, recoge sus propias herencias y toma po sesión plena de su campo» (Brunet, Ferras y Théry, 1993). Pero una geo grafía orientada hacia los problemas o en otros términos, hacia aquellas cuestiones en las que la geografía puede contribuir a conocer y explicar ( Massey, Allen y Sarre, 1999).
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9. La geografía de hoy esde ópticas diversas, los geógrafos del presente creen que existen po sibilidades para la geografía del siglo I, si ésta se orienta hacia esos probleas y si lo hace desde el co pro iso con su tie po. La geografía huanista se considera una opción para ese tipo de geografía, aunque lo haga desde postulados tan tradicionales coo los géneros de vida, y desde un eclecticis o tan notable coo el que se for ula desde enfoques naturalis tas, sociales y econó icos. esde los postulados de la geografía core ática se aprecia un optiiso análogo, a partir de una concepción aterialista y científica de la geografía, racional y sisté ica, que aprecia que «la geografía se levanta, que ha dejado de ser tabú, que vuelve incluso a los edios de co unicación» (Brunet, Ferras y Théry, 1993). desde una geografía crítica y abierta, de raíces arxistas, se afira ta bién la convicción de que «la disciplina acadéica que deno ina os geografía humana tiene ucho que ofrecer a un aplio undo de esfuerzos intelectuales y al undo que estudia» ( assey, Allen y Sarre, 1999). La confianza en el futuro no nos debe engañar. uestra las posibilida des virtuales de un tipo de conoci iento que está estrecha ente i plicado con algunos de los seg entos ás sensibles de la sociedad oderna. Sería ingenuo pensar que la geografía coo disciplina ha resuelto todas sus ca rencias y condiciona ientos teóricos y episte ológicos, y que los geógrafos han odificado sus arraigados patrones intelectuales. Las palabras de un geógrafo español en el decenio de 1980 siguen siendo válidas, aunque el contexto haya variado : «La geografía parece correr el riesgo de perder su razón de ser entre una ultitud de insinuaciones diversas y tal vez diver gentes» ( rtega antero, 1985). Las nuevas perspectivas corresponden a una creciente convicción de que puede construirse una geografía consistente capaz de abordar los proble as del undo actual. o pasa de ser una convicción acadé ica, aunque cada vez aparezcan ás signos de un desarrollo positivo. o obstante, conviene tener en cuenta que sigue sin existir una Teoría del espacio geográfico, es decir un arco teórico que per ita ordenar ob jeto, herra ientas, conceptos, discurso. onviene no olvidar que la geogra fía sigue frag entada en nu erosas raas y disciplinas con escasa o nula co unicación entre sí. ue la geografía carece de un discurso unitario, y que es difícil construir un discurso geográfico que integre los resultados de las disciplinas lla adas geográficas. es necesario tener en cuenta que vie jas cuestiones de la geografía oderna siguen planteadas, en tér inos siilares, cien años después, sin aparente respuesta.
EPÍLOGO e odo paradójico, la geografía se nos presenta, al ter inar el si glo XX, y en el quicio del tercer ilenio, coo una disciplina en la que sigue sin existir unani idad en lo que concierne a su naturaleza científica, a su propia existencia coo disciplina unitaria, a las exigencias etodológicas que requiere su cultivo y a la deli itación de su capo de conoci iento. La persistencia de este debate uestra el carácter no resuelto de la fun dación de la geografía coo disciplina oderna en el arco de las ciencias conte poráneas. La propia deter inación del arco de conoci iento y de los contenidos de la disciplina per anece indefinida, prestando a la geo grafía una permanente imagen de touche a tout, de cajón de sastre. En el últio decenio del siglo los geógrafos siguen preocupados por el «lugar de la eografía» en la sociedad actual (nin, 1992). el iso odo que se interrogan sobre las bases teóricas y etodológicas de un conoci iento que duda sobre su naturaleza científica, y dentro del cual son posibles propuestas tan contradictorias coo las que propugnan su reduc ción al estadio de ero arte o saber cultural y las que le asignan un rigu roso y excluyente estatuto científico. La per anencia, a lo largo del tie po, de este debate sobre el signifi cado del proyecto geográfico es un rasgo sorprendente de la geografía oderna. eterina la práctica geográfica, cuya dispersión de objeto y étodos hace difícil una definición precisa de la disciplina y, de resultas de ello, ha condicionado y condiciona no sólo el discurso geográfico sino ta bién la percepción social de la geografía, carente de un perfil propio, de una iagen distintiva, reconocible y reconocida en la sociedad. ¿ué es la eografía? ¿e qué trata la eografía? esultan ser preguntas sin fácil respuesta (Unwin, 1992). La unidad de la disciplina, respecto de las relaciones entre geografía fí sica y geografía hu ana; y respecto de la frag entación siste ática del conoci iento geográfico; la esencia de la geografía, coo ciencia social o coo ciencia a caballo de las naturales y sociales; el carácter científico o ar tístico del conoci iento geográfico; la existencia de un objeto propio de la geografía y la especificidad o no de este objeto geográfico; el carácter de este objeto; la existencia y naturaleza de un étodo geográfico; la natura leza y el significado de la región en la geografía; entre otros, coo la sin-
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gularidad o excepcionalidad del mismo, siguen siendo elementos de un dis curso y de un debate no resuelto. La paradoja es que esta inadaptación se produce en una disciplina que, según todas las apariencias, se encuentra en el mismo centro de los pro blemas más acuciantes y de mayor relevancia del mundo actual, desde los medioambientales a los que derivan de la desigualdad social, a escala local, regional y mundial y los que tienen que ver con una mejor gestión del te rritorio, como gustan de resaltar los propios geógrafos. El contraste entre la relevancia de los sedicentes problemas geográficos y la penumbra social en que yace la geografía como disciplina es un componente destacado de la situación actual de la geografía. La relevancia o irrelevancia de la geografía en la sociedad moderna no depende de lo que digan los geógrafos, más o menos autocomplacientes so bre sus bondades, sino de la imagen que el conjunto de la sociedad se haga de ella, en la medida en que se la contemple como un saber propio del mun do moderno o como una simple reliquia del saber del pasado: «depende de que tanto geógrafos como no geógrafos acepten la geografía como una di visión coherente del conocimiento» (Graham, 1987). La relevancia social de la geografía, su reconocimiento por parte de la colectividad como un saber válido, depende, en gran medida, de su capaci dad para presentarse como un campo de conocimiento definido, con perfi les propios. Un campo de conocimiento que pueda ser identificado sin difi cultad entre las numerosas disciplinas que actúan o se presentan en el mar co del territorio, capaz de aportar soluciones viables a problemas precisos, los problemas de carácter territorial que afectan, preocupan e interesan a las sociedades actuales. La historia de la geografía, abordada desde una perspectiva crítica, constituye una oportunidad de reflexión sobre el propio discurso geográfi co, sobre los interrogantes que han acompañado el desarrollo temporal de la disciplina, sobre las contradicciones en que se debate, sobre sus funda mentos epistemológicos, sobre sus vínculos con el resto de los campos de conocimiento. La historia de la geografía debe servirnos como conciencia crítica. Abordar la historia de la geografía, a través de la indagación de sus discursos y sus prácticas, puede ser un saludable punto de partida para en filar el futuro de la disciplina. El momento es significativo, porque los problemas de carácter territo rial, los que tienen que ver con las preocupaciones de la geografía, han ad quirido una considerable presencia social. «La geografía se mueve. Su nom bre mismo ha conocido momentos de discreción, por no decir de abando no; ha dejado de ser tabú, y vuelve con fuerza hasta en los medios de co municación» (Brunet, Ferras y Théry, 1993). Más inmediatos a las necesi dades de la sociedad, la geografía y los geógrafos pueden desempeñar un papel reconocido y relevante en el marco de la sociedad moderna. El que así sea depende, en lo esencial, de la capacidad de los propios geógrafos para comprender su disciplina y transmitir sus posibilidades a la sociedad; para poner de manifiesto que dispone de la sensibilidad adecua da para abordar los problemas que interesan a la sociedad, que cuenta con
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ideas y conceptos para hacerlo, y que dispone de herramientas intelectua les apropiadas para afrontarlos. Que es una disciplina situada en el centro de las preocupaciones de la sociedad de hoy. La geografía se debate entre los condicionantes de su pasado y las posibilidades del futuro. Lo que dis tingue el momento actual es la existencia de una convicción de que la geo grafía puede ser una disciplina para el siglo XXI.
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