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Spanish Pages [115] Year 2018
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© Pietro Barbetta, 2018 Corrección: Borja Criado Cubierta: Juan Pablo Venditti Primera edición: abril de 2018, Barcelona Derechos reservados para todas las ediciones en castellano © Editorial Gedisa, S.A. Avenida del Tibidabo, 12 (3º) 08022 Barcelona, España Tel. 93 253 09 04 [email protected] http://www.gedisa.com Preimpresión: Editor Service, S.L. http://www.editorservice.net ISBN: 978-84-17341-09-1 Queda prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio de impresión, en forma idéntica, extractada o modificada, en castellano o en cualquier otro idioma. .
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Índice Introducción 1 Diálogo sobre la esquizofrenia 2 La hija de Joyce La bailarina, imágenes La vida de Lucia Lucia en la obra de Joyce Lucia y el psicoanálisis 3 El caso entre ficción y clínica Primera parte: conversacionalismo y derivados Segunda parte: las aventuras de la écfrasis 4 Pasolini. Psicoterapia y literatura El género del discurso: contra la academia, contra la sociología Los estilos en psicoterapia Código de códigos Introspección vicariante, el embrollo y la traición Edipo en el discurso indirecto libre 5 El nombre Nombre común Nombre propio La verdad en el nombre Las supradeterminaciones en Freud Moosbrugger y la familia, ejercicio de intertextualidad Mauvaise foi, el error diagnóstico Bibliografía
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Introducción En síntesis, actuar moralmente, sin el respaldo de un tercero superior, externo a los motivos utilitarios, es la matriz de la experiencia actual de «falta de sentido» Jurandir Freire Costa
La primera obra literaria en Occidente, el Génesis, busca los orígenes en el vacío y lo indiferenciado, introduce una diferencia entre la luz y la oscuridad: la existencia de algo es diferencia, convivencia ambigua de dos elementos que no pueden estar juntos. Se crea un espacio, una separación, nace una historia. El vacío, lo indiferenciado, es devastador, un caos. Primo Levi lo expresa en la lengua de su pueblo: tohu bohu. Es un término muy poco usado en la Biblia. Está justo en el comienzo del Génesis. Para Levi, Auschwitz es una especie de regresión al tohu bohu: Dios hizo el mundo creando diferencias, introduciendo la primera separación (en hebreo, badal) entre la luz y la oscuridad. Por el contrario, hay otra génesis, el Timeo de Platón, que parte de la perfección del ser. El demiurgo pudo crear algo totalmente perfecto como un círculo. Sólo después de la creación de los dioses del Olimpo, el demiurgo les da la tarea de crear las cosas del mundo, avanzar con los otros seis movimientos: arriba y abajo, derecha e izquierda, ida y vuelta. Movimientos descompuestos y caóticos, desordenados. Como el nombre contemporáneo que tomó la locura: desorden. La génesis de la vida es corrupción, pérdida de la perfección. En la lectura platónica, pasa por el principio femenino del receptáculo (chora), materia amorfa que da la forma. El hombre nace habitado por la corrupción. La elevación hacia la perfección, el hombre la consigue a través de la filosofía, el acceso al mundo de las ideas. Dos tradiciones, la génesis literaria y la filosófica, antagónicas. Una pone el excedente caótico fuera de sí; la otra parte del mismo para hacer emerger la diferencia. Al comienzo era el pléroma; luego, la criatura. En este libro usaremos palabras intraducibles y parcialmente indescifrables, traducidas por mí, con un poco de esfuerzo, obtenidas a partir de una particular tradición literaria, cultural, artística: écfrasis, heteroglosia, intertextualidad, la palabra inglesa «quislingism» (colaboracionista), código de códigos, telling/reporting 8
(diciendo/informando), la palabra inglesa «accountability» (responsabilidad), sensibilidad, polifonía, theatrum/tractatus, enunciación performativa, estructuralismo, designador, esquismogénesis, La palabra francesa «plateau/plateaux» (meseta), caosmos, etcétera. Algunas de estas palabras son parte del lenguaje elevado, otras son palabras valija que son de los autores que las han acuñado o de las traducciones que se han inventado, como heteroglosia, intertextualidad, polifonía (Bajtín), caosmos (Joyce y Deleuze), esquismogénesis (Bateson), y luego hay palabras extrañas, inmigrantes de otros mundos, poco familiares, que transmiten ideas inusuales, como écfrasis, «quislingism», «accountability» (responsabilidad), etcétera. Cada una evoca un gesto, una indicación, como en el caso del código de códigos (Pasolini) para indicar el nombre propio del sujeto, línea de fuga de la estructura, o sensibilidad (Bajtín) y «accountability» (Schotter) que designan respectivamente: el ser capturados del sujeto por el lenguaje y la posición que el sujeto adopta dentro de esta captura ineludible. Al principio pensé en acompañar el texto con un glosario, pero cada uno de los términos recibe una clarificación suficiente cuando se introduce por primera vez. Por otro lado, no debemos esperar de cualquiera de estos términos exhaustividad. Siempre hay un sobrante o una disidencia interna en cada una de estas palabras, y éstas, en particular, están a propósito para demostrarlo. Incluso las más obvias, como estructuralismo, en realidad son muy controvertidas. La de Jean Piaget es diferente de la de Gilles Deleuze. Para ver la potencial disidencia interna de dicho término, en Piaget está conectada con las teorías matemáticas constructivistas de los grupos de transformación, mientras que en Deleuze se vincula con la lógica de los análisis diferenciales. Todos los términos son, a su vez, tomados de los autores que los han utilizado: Joyce, Jones, Bateson, Bajtín, Foucault, Pasolini, Deleuze, quienes han influenciado este texto. Debo admitir que, en la mayoría de ellos, hay en la vertiente de la vida una gran inspiración. En primer lugar, Lucia Joyce, a quien se le dedica el segundo capítulo del libro: su vida, la danza, la histeria manicomializada y transformada por el poder del hospital psiquiátrico, la familia Joyce, las relaciones de Lucia con el padre y con su psicoanalista, Carl Gustav Jung. Del mismo modo, la coautora del primer capítulo, Nadine Tabacchi (donde hace de Hipatia de Alejandría), filósofa, ingresa en el museo de la locura. Hoy en día lo cuenta filosóficamente gracias a la inspiración de obras como el Anti Edipo, de Deleuze y Guattari, obra duramente criticada, atacada y desacreditada por el poder psiquiátrico, tal vez porque, radicalmente más que cualquier otra, ha 9
permitido un vuelco extremo en el discurso psiquiátrico, funcionando como tercera revolución copernicana, sobre la locura, después de la de Copérnico sobre el cosmos y la de Kant sobre el conocimiento. Luego, los familiares y los amigos de cada uno de ellos: Gracia, María, Leonarda. El joven Moosbrugger, Job, Ernesto, Madalena, Linda, Pedro. Nombres que no corresponden, fueron inventados, pero, como veremos, inspirados en historias similares, evocadas por la construcción del relato. Una ficción que contiene impresiones clínicas (todo lo que se puede decir de la vida de los otros) sin transformarla, de manera totalitaria, en categoría. El primer capítulo se titula «Diálogo entre don Quijote e Hipatia de Alejandría». Se trata de una conversación entre Nadine Tabacchi, filósofa, y yo sobre la esquizofrenia. Las apariencias del Quijote significan que mi mirada terapéutica es con frecuencia engañada y encantada, una mirada nostálgica propiciada por la lectura de cuentos de caballerías heroicas (en el campo terapéutico sería el supuesto saber del hipnotizador, del farmacólogo, del diagnosticador). El relato de la hazaña del caballero ilusionado, la ironía de la locura, el supuesto saber de todas las prácticas lleva al Quijote a interrogar a Hipatia, es decir, a la sabiduría que atraviesa la locura. La locura puede ser destruida por las prácticas insanas que se ven validadas por los equipos de investigación, los sistemas académicos y sanitarios que ciegamente se acomodan al totalitarismo cientificista, que no admite ninguna pluralidad en los puntos de vista. Hipatia es anulada por un sistema destructivo de fundamentalistas, que no consigue modificar sus ideas. Estas ideas vuelven en las intervenciones de este capítulo en forma de una descripción de la esquizofrenia a partir de una experiencia vivida: discurso indirecto libre. El segundo capítulo habla de Lucia Joyce, donde se cuenta la historia de una mujer manicomializada. No es la única, esto se ha repetido también con mujeres más famosas: Camille Claudel, Jane Avril, Janet Frame, Alda Merini, etcétera, pero la hija de Joyce tiene algo que captura mi interés clínico. En primer lugar, la literatura joyceana, la relación entre ella y Joyce, la confusión entre aspectos literarios e historias de vida, que llevaron a muchos a confirmar un diagnóstico erróneo sobre la base de reduccionismos y banalizaciones del pensamiento de Freud por el hecho de que Lucia fuera bailarina, estudiante de Raymond Duncan, lo cual remitía a la grandeza de la hermana Isadora, grandeza que el todavía no tenia. El caso de Lucia Joyce encuentra una inaudita unanimidad de juicio: esquizofrenia. Los únicos disidentes estaban en su biógrafa, Carol Loeb Shloss, y su padre James. Joyce pensaba que su hija era telepática, clarividente. 10
Intentaba no llevarla a los médicos porque temía lo que finalmente sucedió, la reclusión por el resto de su vida. La vieja historia «cara, yo gano; cruz, tú pierdes» ha permitido a gran parte de los psicoanalistas que estudiaron el caso Lucia Joyce dar la vuelta a la tortilla, sosteniendo que no es el poder psiquiátrico lo que volvió esquizofrénica a Lucia, sino su relación simbiótica con el padre. Esto ha dado lugar a una serie de supuestos, éstos sí, delirantes, de pensar la escritura de Joyce como elemento de salvación propia y de esquizofrenización de su hija. Que Lucia persiguiera un sueño arriesgado que sólo un histérico puede imaginar, que este riesgo fuera dramáticamente transformado en un fracaso, también en virtud de un conjunto de dinámicas familiares, es plausible. Así como es plausible que Joyce se hubiera inspirado en su hija para escribir, pudo haberse inspirado también en su mujer Nora. Si Loeb Shloss no hubiese escrito aquella biografía —que, a pesar de las tentativas de censura (lo mismo que con el Ulises), ha sido de interés en el mundo anglosajón—, no podría haber escrito este capítulo. El tercer capítulo está dedicado a Pasolini. Las ideas de Pasolini no son el la corriente principal del discurso actual de la psicología. Con Pasolini podemos abrir la cuestión de las relaciones entre el estilo indirecto libre y las practicas psicoterapéuticas, con dos intenciones: primero, el estilo indirecto libre se asemeja a la introspección vicariante; segundo, deja abierto el espacio al sobrante, reconoce que la terapia no agotará más la vida. El psicólogo que hace ejercicio de hablar en la lengua del otro, a pesar de no conseguirlo por completo, comprende que la relación terapéutica consiste en permanecer a un solo grado de distancia, salir de la interpretación teoricista. El desorden no es una desviación del orden, como sostiene la tradición platónica, sino, por el contrario, los órdenes son pequeñas islas disipativas dentro del gran caos. El cuarto capítulo es más difícil, pues intenta encontrar un método a seguir. El caso está entre dos campos, la clínica y la literatura. La clínica pretende categorías; la literatura, variaciones. Nadine Gordimer ha sostenido que escribir un relato es incluir una biografía en un grupo de transformaciones. Leemos una novela porque tendemos a identificarnos con las tramas del texto. En la narración clínica se trata de hacer lo inverso. Si en la literatura nos enfrentamos con una invención que parece verdadera, en el caso clínico nos enfrentamos a una historia verdadera que parece una ficción. No se trata de un truco para proteger la privacidad del paciente, la ciencia no consiste en recuperar hechos como si los hechos fueran recuperables sin ser transformados y distorsionados por el sistema observante. La ciencia no puede dejar de plantear que la presencia de un 11
observador inevitablemente distorsiona, y que, paradójicamente, distorsiona todavía más cuanto más busca ser riguroso. Porque el rigor sin la imaginación es aplanamiento, y el aplanamiento distorsiona la complejidad. No hay cosa más irritante y humillante que sentir que nos son atribuidos sentimientos y pensamientos que no son propios. Según Bateson, ésta es la base del doble vínculo patógeno. Ni siquiera la vida, como el relato, puede ser encerrada en una esencia descriptiva apegada a los hechos sin su banalización. El último capítulo considera el inconsciente como una intertextualidad. Porque en esa intertextualidad es necesario fundar lingüísticamente al sujeto, representado por los pronombres yo/tú, en primera persona (lo cual en el libro se indica varias veces como telling), él/ella en tercera persona (el reporting), el nombre propio, primer enunciado performativo, designador rígido de una existencia. Se trata además el embrollo de transformar esta perspectiva yo/tú, de telling, en una perspectiva de self, en la que se sustantiva un pronombre personal reflexivo. Ello que, como en cualquier sustracción, es una ventaja. ¿Dónde está el Ello, efectivamente? En ninguna parte. Tomado como datos o determinación específica, Ello es la figura siempre emergente, nunca dada, emerge de la intertextualidad. Es un fenómeno de humo que brota de la conversación, una terceridad. Escribir este libro fue agotador y dispersivo. Al principio fue pensado como un proyecto compacto, con un núcleo en torno al cual se desarrollara todo el resto de la disertación. El núcleo era: el caso clínico es el corazón de la clínica, si no se parte de la historia de aquel sistema de relaciones, cualquier otra intervención teórica o diagnóstico de categorización transforma a la persona en caricatura, al sujeto en personaje.
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1 Diálogo sobre la esquizofrenia
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Imaginemos que dos personas pueden hablar un día de la esquizofrenia libremente, sin negar el sufrimiento humano, sin entrar en la metáfora de la esquizofrenia como una enfermedad devastadora e incurable, sin subestimar el malestar y el miedo de las voces, de los delirios, de las visiones, sin siquiera subestimar los riesgos de agravamiento presentes en la cura de la esquizofrenia. Escuchando, con coraje, también los puntos de vista más distantes de las actuales acreditaciones científicas (como la obra de Deleuze y Guattari), sin considerar los últimos estudios sobre neurotransmisores como el nuevo evangelio de la salud mental. Por el contrario, un poco por espíritu crítico, un poco porque se trata de dos bastiones opuestos, estos dos dialogantes nuestros se entusiasman ante las páginas del Anti Edipo y consideran el DSM como una colección de principios dormitivos. Dos oxímoros: un Quijote lúcido y una Hipatia visionaria. Aquí conviene dejar toda sospecha de lado. No hablamos de esquizofrenia, dialogamos con la esquizofrenia como un tercer personaje de la escena, personaje que no está en la cabeza de don Quijote, y ni siquiera en la de Hipatia, que emerge de la conversación como una terceridad, un conocimiento del tercer tipo. QUIJOTE.—¿Cómo describe aquella cosa llamada esquizofrenia? HIPATIA.—Su pregunta es oportuna porque sabe formularla inmediatamente como una «falacia». A algunos podría parecerles mal planteada. ¿Por qué no decir directamente «cómo describe la esquizofrenia»? Dado que esta segunda pregunta supondría que la entidad de lo que se discute sea al menos un poco cierta y unitaria y habría al menos una respuesta igualmente clara y unívoca. No es así. Aquella cosa llamada esquizofrenia es una gran caja de Pandora, un abigarrado caldero de anomalías, problemáticas, misterios y ricas vetas. Por este motivo la pregunta es extremadamente exacta: sabe problematizar un diagnóstico complejo evitando reducirlo a alguna denominación. Dicho esto: ¿Cómo la describo? Lejos de volverla a llamar enfermedad, ya que sólo eso no es, pero lejos también de volverla a mistificar, diré directamente que la 13
esquizofrenia es un infierno. Semejante a lo dantesco: voces, dolores, persecuciones, condenación y a veces sangre. El todo en endecasílabos y treinta y cuatro canciones y una cabeza comida como fiero pasto (comida cruda) de «aquel pecador». Por eso me gustaría contraponerme: «¿Verás renovado el dolor desesperado que “apremia mi corazón”?». QUIJOTE.—Usted ha tocado el tema y al mismo tiempo ha definido un terreno poético en el cual los dos podemos expresarnos, al menos momentáneamente, o tal vez para mantener, durante todo el diálogo, la alegoría: el infierno y el paraíso perdido. ¿Cuál es la diferencia entre estas dos condiciones? Creo que alguno de nosotros experimentó sobre todo la segunda; otro, la primera; otro, ambas. Me gustaría hablar de esta diferencia: Dante y Milton. «Lleno de dudas estoy, no sé si arrepentirme del pecado cometido y ocasionado, o alegrarme». HIPATIA.—La diferencia está en la conciencia. Quien anhela un paraíso perdido tiene al menos una idea de paraíso y al menos una duda como Milton: «Si arrepentirme… o alegrarme». Junto con la conciencia se da la elección. Milton puede elegir. En cambio, el Conde Ugolino se enjuagará eternamente la boca con «pelos de la cabeza que había roído por detrás». El infierno del esquizofrénico es similar a la condena eterna. Además, está lleno de inconsciencia y para cierta parte, de impotencia. Y la cabeza que se está devorando es la propia. Desplazándonos hacia un terreno poético, podríamos encontrar la bella definición de la muerte de Wislawa Szymborska: «Ocupada en matar, lo hace de un modo torpe, sin método ni habilidad». La esquizofrenia es así, errante y caótica. Lástima que a diferencia de la muerte de Wislawa, ésta mata lo que produce. En Filosofía de la ciencia sería etiquetada como «causa funcional», que tiene que ver con un insidioso trasfondo de causas teleológicas (todavía demasiado aristotélicas). Con respecto a la cruda explicación epistemológica, la poética es más vívida y sagaz. Por eso la prefiero. Volviendo al infierno/paraíso perdido, podríamos además decir que el segundo caso lleva consigo la falta y la nostalgia del reino de los cielos. La esperanza y la alegría que pueden tener o perder. El infierno no es sólo ausencia de paraíso —por el contrario, dantescamente, tal falta podría ser también el limbo o el purgatorio—es una alteridad opuesta, donde tal vez ni siquiera la nostalgia tiene lugar. Quizás la depresión podría ser un paraíso perdido si existe la idea de que es la no felicidad. La esquizofrenia, en 14
cambio, sin pretender estatutos ontológicos superiores, no tiene banalmente ideas a las cuales referirse esquemáticamente. No es nunca una «a diferencia de X», es sólo «Y», tout court (en una palabra). Sólo tiene convulsiones relacionadas a la extrañeza, su propio infierno con el que se automaterializa. QUIJOTE.—En el Anti Edipo se habla de la esquizofrenia como una instancia irreductible a la familia edípica, una instancia que implica continentes, razas, podríamos añadir religiones, políticas, mundos. Alegría que deja escandalizados a los bienpensantes. Esto ha suscitado un gran escándalo; sin embargo, es una atractiva perspectiva erasmiana. En una época no dominada por la psiquiatría, el Elogio de Erasmo ha hecho menos escándalo. ¿Cómo lo explica? HIPATIA.—Kuhn me ayudará a responderte. Creo que el escándalo ha sido dado por la confrontación con el paradigma dominante. El Anti Edipo se opuso tanto a la matriz disciplinaria como a los modelos que, según Kuhn, forman el paradigma. Kuhn era un constructivista, la figura que puso en marcha la crisis de la epistemología. Él creía que las teorías científicas eran convenciones aceptadas, enseñadas y compartidas en el interior de una determinada comunidad científica. En la época de Erasmo, el Elogio no generó igual escándalo probablemente porque suponía un paradigma psiquiátrico distinto. A su vez, la locura era una parte del hombre, como lo eran otros apetitos, otras facultades, otras afectaciones. Ideas fuertemente cambiantes. A los escandalizados biempensantes querría responderles con la siguiente observación: la pequeña familia edípica es a la esquizofrenia lo que la mecánica newtoniana es a la mecánica cuántica. Lo que vale para un balón no lo vale para un átomo, ni siquiera para lo inmensamente grande. No quiero decir que la mecánica newtoniana sea inútil; de hecho, ni siquiera funciona muy bien en el mundo de los cuerpos de medida enormes o microscópicos, pero cuando se aproxima al átomo e indaga entre sus fantasiosos electrones, que suelen ser a veces olas, a veces partículas, la física clásica se llena de anomalías incurables. La esquizofrenia es una instancia que involucra continentes, razas y mundos. En esto no es diferente a los fotones que chapotean en todas las cosas o a los electrones que se escurren al interior de la materia. Comprender las partículas microscópicas es comprender el mundo. Para comprender la esquizofrenia con todos sus anexos sirven esas entidades infinitesimales que saben responder a grandes preguntas y que también dejan abierta la posibilidad de que macroscópicamente parezcan absurdas. 15
Metafóricamente es similar al dualismo onda-partícula o al principio de indeterminación de Heisenberg, donde se debe aceptar la indeterminación de una respuesta a una pregunta si se quiere responder a otra. Los físicos me perdonarán si juego con sus palabras, pero la mecánica cuántica y la relatividad einsteniana tienen un encanto irrefrenable que no me permite resistirme a ellas. Siempre puedo justificarme asumiendo la tesis según la cual una manifestación de la esquizofrenia (como recuerdan los psiquiatras) es hacer discursos que no tengan ninguna conexión lógica. Es saltar de un tema a otro completamente distinto. Lo estoy haciendo, pero mi diagnóstico me lo permite. Alguna vez quizás esto se llamó poesía o creatividad o fantasía. Quizás en los tiempos de Erasmo, quizás para Deleuze. En el Nuevo Mundo, estas definiciones fueron probablemente reemplazadas por otras más útiles y eficientes. Me imagino una revisión de Huxley que contemple un paquete de Edipini en traje color caqui. Concluyo con esta ilógica pregunta: ¿el gato negro está vivo o muerto? ¿Lo queremos observar? QUIJOTE.—Bueno, parece que estamos entrando en el corazon de la cuestión. La física acepta la idea de que teorías contrastantes expliquen diferentes fenómenos, la matemática acepta la idea de que logicistas, constructivistas, formalistas, intuicionistas, etcétera, tengan posiciones diferentes, que esas aproximaciones diferentes creen mundos diferentes y que puedan concebir formas matemáticas igualmente bellas en diversos campos. El estructuralismo piagetiano se basa en la teoría de grupos de transformación elaborada por el grupo Bourbaki; el estructuralismo deleuziano, en los sistemas infinitesimales de análisis matemático; la teoría del doble vínculo parte de la teoría de los tópicos lógicos de Russell, etcétera. A día de hoy, el único campo que tiene pretensiones científicas totalitarias parece ser el campo psi. Por una parte, el número de psiquiatras psicofarmacológicos y psicólogos comportamentales, que incluso han comenzado a defender una práctica inhumana como el electroshock, y por el otro, aquella parte de psicoanalistas aún encerrados en una torre de marfil con sesiones cuatro veces por semana durante veinte años; oponiéndose como dos ejércitos idénticos, compartiendo la misma epistemología del poder, Eteocles y Polinices. Así devastaron el alma del sujeto y le faltaron al respeto, basta sólo observar cómo ambos —y no uno menos que el otro— miran la patología como una plaga a erradicar, como defectos a reparar, un antihumanismo perverso. El 16
gato en este caso puede ser el delirio desatendido del esquizofrénico: para ambos es síntoma y punto, no importa el contenido. El delirio para unos es una razón para suministrar neurolépticos, a menudo en dosis altas; para otros es indicador de la destrucción del Ego. Ambos tienen en común una convicción arraigada: la esquizofrenia es incurable. Como bien dijo una vez Marcelo Pakman: si es incurable, entonces es el momento de respetar los derechos humanos de quienes la padecen. En general, la cuestión de la cura en el campo de la mente es una cuestión peligrosa. Lo que no encaja en el mundo de la vida mental es pensar en términos de cura, reducir la vida a una cura. La terapia no cura porque afecta a la vida. El fármaco está muy bien si se mejora la vida, si va acompañado por el diálogo y la red social, por el deseo, por la posibilidad de aumentar el número de opciones posibles. Además de poseer el habeas corpus, mis derechos de ciudadanía deben ser respetados. HIPATIA.—Ha traspasado el velo de Maya hundiéndose en la cuestión justa. Hay varias observaciones que hacer a este respecto. Primero comenzaría por esta pregunta: ¿curar qué? Curar mi delirio no es como derrotar el cáncer. El delirio en la vida del esquizofrénico no es como un tumor, no es ni siquiera como la diabetes, aunque se use ésta como metáfora en psiquiatría para justificar la necesidad de los psicofármacos, como en el caso de la insulina. El deliro es íntimo. No es un cuerpo extraño, sino que es todo. Es aquello en lo que creo. Es más: es el pensamiento sobre el cual reposa toda mi fe. Más allá de las alucinaciones y de los otros síntomas del esquizofrénico, el delirio es la visión del mundo de la persona enferma. ¿Visión distorsionada? Indudablemente sí. Pero es aquello que ve, siente, teme, odia. El delirio es una injusta amplificación, en su base está el germen de la persona, la semilla del contenido del pensamiento de un ser humano. Curar la esquizofrenia es curar su contenido. Para cierto sector, esta cura es inhumana. Se actúa con antipsicóticos. ¿Qué queda de una persona condenada a la locura cuando un fármaco modifica no sólo y banalmente el funcionamiento de un neurotransmisor, sino también el contenido de sus ideas? En mi caso me pregunto a menudo qué queda de mí no sólo después de la experiencia psicótica, sino también después de la experiencia de todos aquellos medicamentos. Y me pregunto frecuentemente quién sería yo si dejara de tomarlas. ¿Volveré a ser quien era? ¿Tendré nuevamente un brote psicótico? ¿O podría levantarme y ser yo misma, quizás sanada, aun dejando de ser tratada? Son preguntas a las cuales los lineamientos de los que hablo (psiquiatras 17
psicofarmacológicos/–psicoanalistas) sin duda darían una respuesta negativa. A la incurabilidad se adjunta la destrucción de la esperanza. Sin embargo, es verdad que el fármaco sirve en la misma medida en que ayuda a vivir. La psiquiatría, con sus terapias, indudablemente salva, pero siempre y cuando uno sea capaz a su vez de salvarse de la psiquiatría. (Silencio.) Ahora tengo otra cuestión que abordar. En las ciencias rígidas y exactas como las matemáticas o la física se aceptan, contemplan y comparten sistemas teóricos que no tienen nada que ver entre sí y producen visiones opuestas del mundo. Sin embargo, se las ingeniaron para que esto fuera así, ya que se valoraron por sus utilidades empíricas o por su supuesto sentido común, su elegancia, su belleza, su simplicidad, su unidad y por su aporte al crecimiento de las ciencias. En definitiva, disciplinas tan estrictas como éstas aceptan sin escándalos la virtud sobreempírica que hace preferir una teoría a la otra, o incluyen dentro de una misma teoría conceptos muy ambivalentes (como el dualismo onda-partícula). Los físicos no habrán cambiado de paradigmas fácilmente, pero lo han hecho cuando ha sido necesario. Por el contrario, las disciplinas más vagas y amplias, como la psiquiatría o el psicoanálisis, capaces de explicar tantas cosas, incluso demasiadas (psicoanálisis que Popper tildó como demasiado amplio, y, por consiguiente, difícilmente falsificable, es decir, no científico), se adjudicaron sus posiciones con absoluta prepotencia. Pienso en esto: ¿la ciudad que refuerza sus paredes no teme quizás la guerra? ¿Y no teme también su debilidad? Psiquiatría y psicoanálisis viven todavía de estas angustias, son ciudades medievales, con sus principios, su nobleza y sus enemigos. Son, tomando un concepto popperiano, sociedades cerradas. Ironizando: quizás estas disciplinas tienen un ego destruido si son tan temerosas de las opiniones contrarias. ¿Se puede tener la prepotencia de explicar un cuadro de Escher hecho de geometría no euclidiana con un triángulo? ¿Cómo se podrá aceptar en la geometría euclidiana que la suma de los ángulos de un triángulo no es 180°? Sin embargo la matemática no se avergüenza de esto. Usa un sistema u otro en función de cada caso y de la conveniencia. Y ningún matemático sería tan loco de sostener que existen geometrías sólo de un cierto tipo, negando la existencia de un tipo sobre el otro, o viceversa. (Silencio.) Como dice Pakman, si yo soy incurable, a potiori, respeten mis derechos. El derecho 18
al conocimiento. Todo lo que sé sobre mi enfermedad lo debo a los libros, pero mi médico nunca me explicó qué es la esquizofrenia. Y por este silencio, aunque admito un talento indudable de mis médicos, no existe razón para condenarlos. La libertad y la conciencia nacen del conocimiento. Si nadie nos explica por qué estamos hecho así, ¿qué soluciones pueden actuar dentro de mí? En este sentido debo salvar a la psiquiatría. De sus silencios. De sus no decires. Casi en cada visita me pregunto (por ahora sólo por curiosidad estadística para ver cuántas veces tienen el coraje de detenerse): «¿Cuándo puedo dejar los medicamentos? ¿Hasta cuándo deberé tomarlos?». La respuesta en sus ojos es: «Para siempre». Pero en sus labios es constantemente «más adelante». Somos locos, pero no por eso estúpidos. QUIJOTE.—De Sócrates a Cusano, la grandeza de la cultura clásica consistía en la docta ignorancia. Desde Descartes se inaugura la modernidad como hibris a la certeza basada en el sentido común, ya que Descartes excluye a los locos de toda posibilidad de razón. En un cierto sentido existe más allá de la partición de res cogitans y res extensa un excedente que es la locura; en cuanto excede el sentido común, es incomprensible e inaceptable. Sed amentes sunt isti («Mas locos éstos son»). Así, la locura se inserta en una tradición en la cual el curador tiene que trabajar con un ser alienado de sí mismo, un animal irracional, el homo demens, que se convierte en objeto y no en sujeto de la atención. Debemos reconocer que el psicoanálisis busca, en primer lugar, una inversión de esta perspectiva a través del fenómeno de la transferencia. Sin embargo, no lo logra completamente, e incluso la fenomenología, que busca aplicar el modelo psicoanalítico a la psicosis, no logra ser capaz de analizar el contexto. Deberán llegar Gregory Bateson, Michel Foucault y después Deleuze y Guattari para comprender a fondo la cuestión de la esquizofrenia, cómo se constituye y la contribución psiquiátrica a su constitución. ¿Qué es lo que tú piensas? HIPATIA.—Por contraste, me gustaría mirar ciertas filosofías orientales. Sin entrar en detalle, a nosotros —los occidentales— a menudo nos afectan algunos de estos sistemas de pensamiento que son «totalizantes». La filosofía oriental (me refiero a varios pensadores budistas, hinduistas o taoistas), está fuertemente atravesada por múltiples aspectos de la vida de una persona, como por ejemplo su corporalidad desde la medicina, o las técnicas de meditación, o las artes marciales, las ceremonias (por ejemplo, la célebre ceremonia del té), o la creación de jardines, o la pintura, hasta la creación de variadas simbologías. En definitiva, lo que me sorprende es el diálogo 19
presente entre planos diferentes y la complementariedad de los opuestos. La misma práctica de la vida en algunas filosofías requiere aceptar en uno mismo los contrastes, la diversidad, la alteridad, con el fin de hacerlas propias y luego, abandonándolas, poder tornar a la cotidianeidad (o «al mercado», como ocurre, por ejemplo, en los «cuadros del toro») llena de verdad. Nosotros los occidentales hemos hecho macroscópicamente el camino inverso. Poco a poco hemos disociado la realidad y también el saber trazando bifurcaciones y especializaciones precisas. Además de la idea hegeliana de la síntesis, probablemente hemos preferido continuar un camino «por el árbol» de Descartes. La ciencia en general se ha apartado de la filosofía y lo mismo vale para la medicina (aunque no únicamente), que ha devenido siempre más sectorial. Tal vez en el divorcio entre la filosofía y la ciencia, entre la física y la metafísica, se reencuentra una necesidad: separar la razón de la irracionalidad. Si la «cuestión de la demarcación» es de importancia vital para distinguir a la ciencia de la no-ciencia, entonces este problema plantea otro de fondo: a estos dos conjuntos (ciencia y no-ciencia) corresponden los contenidos de racionalidad y no-racionalidad. Pero si la ciencia debe ser racional en contraste a la filosofía escolástica (para Descartes) o, en general, opuesta a la metafísica, ¿un hombre irracional puede producir ciencia? No lo creo, al menos no para Descartes (otras epistemologías resolvieron el problema de la demarcación de otras maneras. Por ejemplo, distinguiendo entre significante y no-significante: donde estaba la verdadera ciencia era significante, y las «abstrusas» de la metafísica, nosignificantes). Aquí entonces, se hace necesaria la subdivisión del hombre; para Aristóteles, el hombre era racional por definición; para San Agustín el mal y la locura son atribuibles al demonio; para Descartes la duda metódica es persistente. ¿Cómo puedo resolver la duda? La resuelvo comprendiendo que si dudo, pienso. Y si pienso, soy, dado que yo debo comprender lo que conozco. Lo que sabemos, para Descartes es lo que percibimos clara y distintamente. Entre estas cosas evidentes está la res extensa y está Dios. En la quinta meditación, Descartes considera que el concepto de Dios es claro para todos, y si es claro para todos, es cierto. Por eso llega a deducir del concepto de Dios su existencia. Pero aquí se presenta lo que creo que es interesante para nosotros: Dios es una cláusula solicitada por Descartes como la base del conocimiento. Dios se convierte para Descartes en la condición de posibilidad de la ciencia, precisamente porque va a subsanar la duda. Es decir, con Dios puedo estar seguro de que no estoy engañando, que no hay un demonio maligno y que no estoy 20
soñando. En pocas palabras: también el loco socava la ciencia (¿no es quizás un ser que engaña?). Descartes tiene la necesidad de salvarla poniendo a los hombres racionales y poniendo a Dios. Es interesante pensar al binomio ciencia/locura en este sentido. Cuando la Ciencia comienza a exigir un estatuto para sí, el loco deviene aquello que separa al hombre de la razón. (Silencio.) El esfuerzo psicoanalítico y sin duda lo fenomenológico, son preciosos, como muchos otros esfuerzos en el campo de la locura. Ninguno debería ser demonizado tout court. Sin embargo, tal vez estos esfuerzos han sido canalizados mayormente por Deleuze, Guattari, Foucault y Bateson precisamente porque han sabido desatender la «demarcación» en el sentido general del término. Por lo demás, además de los temas propuestos por Deleuze, estaré siempre en deuda por las palabras pronunciadas en el abecedario. Una frase de Deleuze sobre su vida me guardé. Fue el pensamiento de un hombre, antes que de un filósofo, sobre su existencia. En efecto, cuando habló sobre su alcoholismo dijo que había comprendido que estaba enfermo cuando entendió que no era capaz de trabajar. Es lo que pensé yo cuando no fui capaz de comprender los sonidos y los significados de las palabras que veía. Comprendí que no era capaz de trabajar y luego que estaba enferma. QUIJOTE.—Este es un buen argumento: enfermedad, desorden, trastorno. En inglés, en español, en otra lengua. O bien: curar/cuidar, en inglés cure/care. En el caso de la psicoterapia se trata de una batalla contra los molinos de viento. El terapeuta, verdadero don Quijote, sigue delirando. Cuando intenta desesperadamente referirse a evidence based, imita al libro médico como el Quijote imitaba los libros de caballerías. Ambos sólo leyeron los libros de caballerías/evidence based con la ilusión de formar parte de ellos. Ambos se encontraban frente a fantasmáticos molinos de viento, convencidos de que aquellos eran el enemigo como para los psicoterapeutas la enfermedad. Otros terapeutas, en realidad pocos, buscaron el deseo, como el Quijote busca a su Dulcinea del Toboso. Aquí no hay necesidad de guerra, sino de amor. Se trata de un delirio diferente, la persona llega con sus fantasmas devastadores, puedo reclutarla como a un Sancho Panza para el combate, derrotando aquel fantasma para hacer surgir otro más inquietante. Puedo amarlo y, crear un vínculo afectivo; los psicoanalistas lo llaman transferencia. En este caso ambos vamos a encontrar a Dulcinea en la dirección del deseo. Parafraseando las palabras de la Sulamita del 21
Cantar de los cantares: «Estaba sentada a la sombra de lo que había deseado». Es una línea filosófica diferente, que parte de Giordano Bruno, de las sombras de las ideas y de los excesos de los furores heroicos, o bien del brillante análisis de los afectos de Spinoza. La esquizofrenia puede ser tratada como en Descartes: sed amentes sunt isti («Mas estos son locos») con una partición. En el fondo, un tratamiento moral, como es descrito por un personaje de Dostoievski —curar la locura con la lógica—, no es otra cosa que terapia cartesiana. ¿Qué piensas? Esto me interesa escucharlo de tus palabras. ¿Es un excedente, así como lo describe Kristeva, sobre la base de los furores brunianos? ¿Es una destrucción? ¿Cómo harían los psicoanalistas del Ego? ¿Es una vía de escape similar a la creatividad, como escribe Bateson? ¿Una extrema y atrevida deserción del mundo que crea nuevas y múltiples líneas de fuga, como escribieron Deleuze y Guattari? ¿Todas estas cosas juntas? ¿Alguna solamente? ¿Es desde el interior? (Silencio.) El clínico que se ha acercado más a la descripción externa de la esquizofrenia es probablemente Louis Sass en la obra Madness and Modernism (Locura y modernidad). Al contrario de la inmensa mayoría de las teorías, que describen en un modo u otro la esquizofrenia como un fenómeno de deterioro mental y de pérdida de la capacidad cognitiva, Sass la describe como un fenómeno hiperreflexivo. Hay una fase definida como trema que es un término tomado del teatro e indica confusión y espanto. Los actores lo experimentan en los momentos previos a salir a escena. Y una fase de apofanía, en la cual el episodio delirante se manifiesta públicamente. Las fases previas al trema y a la apofanía son consideradas por Sass momentos de marcada hiperreflexividad que parten del plano perceptivo. Un objeto banal, supongamos una botella, despierta la atención del mismo modo en que un pintor, supongamos Morandi, se interesa por la botella desde un plano estético. La estética trata la afección de los sentidos, un aspecto quizás descuidado por el psicoanálisis clásico. Foucault, cuando escribió la introducción a la obra Sueño y existencia de Binswanger, reprochó a Freud la falta de atención hacia lo imaginario onírico y la reducción del análisis a la relación directa, sin mediación, entre elementos del sueño y el síntoma. Está claro que, desde esta óptica, adoptada sobre todo por la lectura norteamericana de Freud, el padre del psicoanálisis, parece presentar al hombre 22
sano como aquel sin síntomas. De esta manera sugiere, de modo desconcertante, la patografía de los diversos artistas y escritores. El psicoanálisis es poco confrontado con la psicología de la percepción de corte gestáltico, manteniendo una pretendida universalidad del saber. El precio ha sido una desvalorización del imaginario, considerado terreno peligroso, y una sobrevaloración de la ley diagnóstica. Así, la esquizofrenia, explosión del imaginario que se transforma en real, inquieta al biempensante, aterrorizado por los excesos, desde el excedente que caracteriza a la naturaleza humana. Sass se deshizo de todo un viejo instrumental que ha pensado la esquizofrenia como desorden del pensamiento. En efecto, analiza en detalle el cambio de humor de los afectos, que se amplían y vuelven más complejo al pensamiento. La idea del deterioro cognitivo justificó el suministro precoz y masivo del fármaco como remedio, negando descaradamente que, en todos los casos, fueron precisamente las grandes dosis de los viejos neurolépticos las que produjeron una serie de efectos colaterales que actuaban sobre componentes cognitivos. La idea del social impairment —cuando el argumento cognitivo ha estado en la cuerda floja— está a punto de fracasar porque el aislamiento social no es un fenómeno único o típico de la esquizofrenia. Mis molinos de viento: derrotar la mirada clínica aterrorizada por la esquizofrenia, que ha hecho de este trastorno una metáfora y que ha contribuido, a lo largo de estos años, a construir el daño. Todavía uno se pregunta hoy cómo se llenan las secciones de los hospitales donde la psiquiatría prefiere y opta por el paradigma de la peligrosidad, y en cambio continúan vacías las secciones, como es el ejemplo de Trieste, que se resisten a la calumnia y la envidia de quienes son incapaces, o quizás imposibilitados, de seguir las prácticas antiopresivas, que no tienen el coraje de luchar por el derecho a la ciudadanía de los pacientes. HIPATIA .—Desde el interior es banalmente esa cosa que amas y odias de ti. Si de un lado sabes que es a menudo tu posibilidad y riqueza, del otro no olvidas nunca que es tu condena y límite. Decir que se ama y se odia la esquizofrenia a los biempensantes les parecerá no sólo mucho, sino demasiado. Para ellos el amor les podrá parecer excesivo. Sin embargo, como ya he dicho, si el delirio, aunque sea absurdo, es íntimamente parte de aquello que eres, odiarse a sí mismo en su totalidad resulta particularmente difícil incluso para un esquizofrénico. Intento decir: no soy la 23
esquizofrenia, pero la esquizofrenia es mía, para bien y para mal. Desde el interior y menos banalmente siempre he intentado explicar mi recorrido esquizofrénico a lo largo de los años como un movimiento triádico (que en mi caso resulta también ser cíclico): partiendo del pathos, a través del padecer para llegar a lo patológico. Estas autoesquematizaciones de la enfermedad, desprovistas de autoridad, me sirven para tramitarla. Encasillarla y observarla es útil en cierto sentido para curarme de ella. La esquizofrenia es una gestación de largos años; encontrar el inicio es casi imposible. Sin embargo, a partir de la idea de que conociendo al enemigo se lo puede derrotar, estos autoanálisis me llevaron a encontrar en el íncipit la manera con la cual tener la esperanza de evitar las recaídas si conozco las manifestaciones iniciales. Es como jugar al ajedrez, tienes que anticiparte a los movimientos del adversario. Obviamente sin patologizar también esta partida y sin intentar compulsivamente y sin pausa un porqué o un cómo que a menudo no existen. La esquizofrenia es todo aquello que se dice que es, y quizás más. Excede aquellas definiciones, y en gran parte, explicarla es para mí imposible. Es indecible en muchos de sus aspectos. No sé cómo contarla, y tal vez sea mejor así, pertenece a las dimensiones insondables del hombre. Por cuanto puedo decir, creo que la misma surge en el pathos, en el drama y en la pasión. Son éstos los sentimientos a partir de los cuales comienza, y corresponden a las definiciones que se citan: es un excedente y es similar a la creatividad. El fervor y el deseo del pathos convierten a la persona esquizofrénica en algo similar a un ser de mil tentáculos que todo lo abarca y a todo se aferra, del cual un avispado tentáculo hace de puente (de asociación) con otro tentáculo. Es un ser poroso que absorbe todo. Es la enfermedad de asociacionismo desenfrenado, la cual trae tanto beneficio, como dolor. El esquizofrénico es un Yo que empieza a proyectarse sobre todo, que todo devora, mezclando agudamente y con maldad ingredientes opuestos. En cierto sentido, inicialmente ama todo, porque el mundo deviene en su totalidad la condición de posibilidad para trazar una infinidad de conexiones. La realidad externa es una miríada de ideas a hilar, tramas y redes de tejidos de todos los colores y formas. Es, para robar una metáfora psicodélica, un sueño tecnicolor. En esta situación nada está demasiado más allá, nada está afuera, todo es asimilable y transformable con absoluta y sincera creatividad. Es entonces que surgen las líneas de fuga, las valientes deserciones en el mundo, los caminos impensables e ilógicos en los cuales se empapa la mente del esquizofrénico, que oscila cada vez más entre la realidad y la ficción. Si el mundo pudiera ser todo, ¿por qué 24
mutilarlo creyendo sólo en lo real? Es cierto, la posibilidad no tiene alcance existencial, pero incluye en su concepto la concesión de miles y más multiplicidades que pueden existir aunque sea sólo en la mente. ¡A Descartes no le gustaría para nada! ¿En qué momento se convierte todo en padecimiento? Parecerá una respuesta loca o azarosa, pero sucede cuando sientes que se está transformando en incomprensible para los otros. Pero no es porque soy irracional que los demás no comprenden, sino porque el Yo es proyectado y abigarrado en todas las direcciones que sientes que la brecha con el otro es insalvable. Es como si el otro hubiese permanecido firme hasta fosilizarse, mientras que el esquizofrénico se percibe como una sustancia evaporada en incontables partículas impregnadas de todo. Este padecimiento es dolor hacia el desierto, que es univocidad de sentidos respecto a la multiplicidad. En realidad, el otro no es que no comprenda, y quizás tampoco sabe que en mí o en lo esquizofrénico está ocurriendo este fermento. Ésta es la hipótesis más plausible: el otro entiende, pero el esquizofrénico que traza conexiones impensables no puede pensar la respuesta más simple de pensar. Está habituado a exagerar con las asociaciones, tanto que comienza a deshabituarse a la normalidad. ¿Le echaremos la culpa a quien cambia de uva a mosto y cree, equivocadamente y con razón, que la simple fruta comenzará a discriminarlo? Tal vez este padecer es también el sentimiento de culpa de ser ahora vino. Es una brecha difícil de cubrir. Es a partir de aquí que se consuma el drama. Si el pathos y con él el padecer pueden ser sentimientos de muchos, quien los supera concluye su tragedia personal deviniendo algo más infeliz y menos creativo. Tal vez, para volver a las descripciones tomadas en consideración: un poco más destruido y con un ego compacto. Es aquí que, volviendo a la metáfora, los miles de tentáculos se extienden y aferran todavía más, y el caos reina. Las distancias entre sí y sí, entre asociaciones y conexiones, comienzan a confundirse. Es aquí donde caen prisioneros del propio y trabajoso lienzo, o más simplemente se corta la cuerda y caen del otro lado de la valla y comienzan a hundirse en el delirio y en la alucinación. Es cuando la alteridad deviene insostenible, se la busca y se la pierde en la calle. Perdiendo al otro se pierden los límites de la propia identidad y sobre todo se pierde la contradicción respecto a las propias ideas, la desconfirmación respecto de los propios delirios, se pierde el sutil límite entre la realidad y la ficción. La esquizofrenia. Quizás sea una enfermedad, pero con valentía debo decir que es 25
también una elección. Es elegida para saltar más allá, o bien es una noluntad frente a la no oposición a la caída. Hago pactos con mis delirios minimalistas (como los llamarías tú) todos los días. Cada día me opongo a ellos buscando la verdad en lo externo, en lo otro. Ésta es una elección que funciona y hace vivir bien. Si te permites perder la realidad y al otro, entonces no pierdes sólo el mundo, sino también a ti mismo. Y de este caos, sin definiciones impuestas por las relaciones, surge la inmovilidad. La incapacidad. Los tentáculos son tan largos que la sangre ya no llega a nutrirlos. Comienzan a secarse y a morir. Y con ellos muere lo bello de la esquizofrenia. El pathos deviene patológico. La creatividad cede su espacio a su deplorable y maldita copia: el delirio. El sueño es suplantado por los monstruos de las alucinaciones. La realidad, si todavía existe una, está llena de ilusiones. Me pregunto siempre cuál será el límite a atravesar para ser audazmente creativos sin devenir locos. ¡Ay, si sólo pudiera encontrarlo y conocerlo, cómo lo haría mío! Cantor es un buen ejemplo. Su pathos/padecer era Aleph, el infinito que estudió e indagó durante toda su vida. Curiosamente, cuanto más se acercó a nuevos y brillantes descubrimientos matemáticos, más loco se volvió y fue hospitalizado repetidas veces. Años en la clínica por generar una brecha en los límites de la ciencia. El destino de Cantor es el destino de todos los que quieren continuarse al Aleph, ad infinitum. (Silencio.) Pero éstas, don Quijote, son palabras equivocadas de una historia equivocada. Dulcinea, como todos sabemos, no es una verdadera princesa, sino una prostituta. Es, metafóricamente, quizás solo una especie de esquizofrenia. Y los molinos de viento son justamente el valor de las palabras de un loco frente a los prejuicios acerca de su peligrosidad. Algún biempensante riempi-reparti(llenasecciones) encontrará en las palabras de esta Hipatia visionaria todos los síntomas de su enfermedad. La verdad es que Hipatia podría refutar con una fabulosa afirmación de Artaud: Si yo estoy la loca, él es el cínico, y no lleva un día que lo conocemos. El cínico, en el fondo, piensa muchas cosas de la esquizofrenia, pero no piensa la esquizofrenia. Es este no pensar la terceridad lo que le impide ser compasivo (com-passus) y no ser un riempi-reparti. Si pensara la esquizofrenia como terceridad, pensaría al esquizofrénico como a un hombre enfermo y sui generis, que tiene un problema amplio y difícil (la esquizofrenia es mía), pero al mismo tiempo lo pensaría como un hombre en sí, separado de su drama (yo no soy sólo mi esquizofrenia). Sólo ubicando la esquizofrenia como la 26
alteridad (que seguramente se constituye como parte de la identidad del sujeto, pero no toda) respecto a un determinado individuo se da a aquel individuo valor de sujeto pensante dotado de mente, y por lo tanto, se comprende en primer lugar que no es peligroso a priori y que, en cuanto hombre, puede y debe vivir como un ciudadano normal (obviamente aprendiendo a manejar su enfermedad, que es la creatividad y la fragilidad). ¿Sabes? Cuando un nuevo psiquiatra me mira, me basta sólo un pestañeo para comprender si teme mi peligrosidad (hacia mí mismo o hacia otros) o si teme la peligrosidad de empeoramiento y por esto opta por añadir grandes dosis de antipsicóticos. La confianza depositada en un hombre que te teme muere con la misma velocidad con la que pestañea. Cuando el médico no tiene confianza en mí y yo lo percibo, no puedo darle más aquello que él pretende pero que no está dispuesto a corresponder. Nosotros vamos a los médicos porque necesitamos y buscamos en ellos una cura y una respuesta a nuestros problemas (como cualquier otro enfermo). Llenos de expectativas nos dirigimos al doctor, pero si él no se fía de mí, yo no puedo fiarme de él. Y si la confianza muere, el médico puede dar por terminado su trabajo. Pensar al esquizofrénico como peligroso y actuar con medidas de reclusión es la primera manera de ofrecerle una vía de no retorno. Necesita padecer-con el enfermo para comenzar a curar y no distanciarse de él, poniéndolo en condiciones poco humanas. Un hombre (aún loco) que se siente destituido de su ser legítimamente hombre y ciudadano de este mundo no se dejará ser tratado por un médico que no ha planteado con él una relación verdadera. Es una cuestión de instinto de supervivencia. Dar ciudadanía en todos los sentidos es la condición sine qua non para cualquier terapéutica. Además, en Italia todos debemos agradecer a Basaglia y Trieste. Debemos darle las gracias a él y a muchos otros que nos han liberado. QUIJOTE.—Ciencia cínica y ciencia romántica. Vienen a mi mente en primer lugar grandes médicos románticos: Lurija, que ha abogado por una ciencia romántica, y Oliver Sacks, que la ha seguido. Al margen de la historia oficial de la medicina podríamos enumerar hombres como Hoffmann, Sioli, Alzheimer, que lucharon por el no restraint (no restricción) en psiquiatría en pleno siglo XIX, antecesores de Basaglia. O Asperger, que en la observación de niños autistas creó un pronóstico evolutivo del autismo. Devereux, fundador de la etnopsiquiatría; Arthur Kleinman, la narración de la enfermedad. Hoy prevalece la ciencia cínica, la clínica cínica, reduccionista y simplista, carente de coraje. Incapaz de terceridad, porque la terceridad no sería científica. 27
Cuando escribí Lo schizofrenico della famiglia, presenté la conversación con un hombre que llamé Giacobbe Liberati porque me había inspirado la locura de Torquato Tasso. El equipo clínico con el que trabajaba estaba compuesto por tres personas además de Gabriela Gaspari, de Fernando Evolvi y de mí. En aquella época, hace veinticinco años, los fármacos para la esquizofrenia eran viejos neurolépticos que causaban graves efectos secundarios, y que Giacobbe Liberati no tomaba. Nos pedía disculpas por si comenzaba a insultarnos en sus pensamientos. Entre otras cosas, Giacobbe Liberati estaba convencido de que los demás podían leer su pensamiento, y nos pasamos las tres horas del primer encuentro preguntándole cómo funcionaba el mecanismo de lectura de la mente, tanto que al final Giacobbe Liberati comenzó a tener dudas acerca de la lectura de la mente. Éramos los primeros, en doce años desde el comienzo de su esquizofrenia, en preguntarle cómo funcionaba el fenómeno de la lectura de la mente. Liberati comenzó a pensar que nosotros éramos los imbéciles, los únicos que no sabíamos leer su pensamiento, y por lo tanto nos preguntó si realmente no leíamos su pensamiento, incrédulo. Finalmente dijo que quizás no todo el mundo era capaz de leer sus pensamientos. Nuestra curiosidad era banal, pero un clínico, cuando siente a un paciente que dice que le leen el pensamiento, escribe en su carpeta «convicción delirante». Es banal, pero si le preguntas a alguien qué tipo de pensamientos se pueden leer, no eres capaz de leer su pensamiento. Si el delirio es una necesidad, una convicción indiscutible, tu acto de curiosidad debilita el delirio. Si: «(para todas las x) x es una persona, entonces x me lee el pensamiento» y «a es una persona y a no me lee el pensamiento», entonces «para algunas x, si x es a, entonces no me lee el pensamiento». Tiempo atrás llamé a este fenómeno delirio del código, cuando la necesidad se instala como un Golem en mi pensamiento, un poco como ocurre en la tragedia de Edipo. Sólo que el delirio de la Pitia se refiere al futuro y se produce en la tragedia, mientras el delirio de Giacobbe Liberati se produce dentro de sí. ¿Es esto lo que quiere decir? ¿Un teatro trágico dentro del alma esquizofrénica? Sin embargo, si alguien pregunta cómo componer una tragedia, la deconstruye, toma distancia. Cada tragedia contiene la ironía, que lleva a volver a dudar. Lo contrario del camino de Descartes. HIPATIA.—Sí, podría ser entendida como un teatro trágico dentro de sí. Hago una pregunta: ¿Qué queda de un gran libro o de una hermosa película una vez que se reducen a una breve trama? Las historias, en el fondo, son todas iguales entre sí,
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muchas tramas y ciertos tópicos podrían superponerse. Sin embargo, ¡algo hará la diferencia entre Pirandello y Calvino! Bien se podrá decir del Barón Rampante, que vivió sobre los árboles ¡porque no quería comer los caracoles! Cuando se deconstruye una tragedia, una novela y, sobre todo, una poesía se pierde el excedente que es inherente a la forma, a los detalles, a la estética del texto, a sus símbolos, a sus significados recónditos. Pierde incluso las posibles interpretaciones externas. Ciertamente, resumir es esencial para un cierto tipo de comprensión, de memorización y para el recuerdo. Para volver a la comparación, deconstruir al hombre esquizofrénico tout court equivale a observar un rompecabezas de 5.000 piezas sin tener la imagen total de referencia. Es un verdadero caos sin sentido, donde el cínico no dará cuenta de nada bueno. En psiquiatría, fragmentar no es directamente proporcional a reconstruir el conjunto con las mismas piezas. Hay asimetría entre el todo y las partes. Con pedazos rotos aún bien pegados no se forma el recipiente inicial. La tragedia debe ser tomada en su totalidad, siendo necesario relatarla involucrándonos nosotros mismos como actores. Entonces Giacobbe comenzará a aceptar al analista en la medida de que éste se haga protagonista. En el momento en que estás dentro de su mundo y le dices: «No soy capaz de leerte» entras en su drama de la «lectura» como un ejemplo de contradicción, e instalas la duda (necesaria, a pesar de Descartes) de que «alguien no es capaz de leerme». Entonces, «para algunas x, si x es una persona y x no me lee», mi pensamiento no es leído por todos. Si no todos me leen, mi delirio empieza a desmoronarse desde dentro. Pero si directamente el analista dijera: «¡Nadie te lee!», él pensará que lo dice sólo para leerle tranquilamente su pensamiento, y además para mentirle sobre el hecho de que lo está haciendo. Si yo fuese Giacobbe y se me pasara esta idea por la cabeza (no tan absurda para un «perseguido»), dejaría de pensar. Es natural: asustar a un caracol implica una rápida retirada a su caparazón. (Silencio.) ¿Sabes? Un protagonista sobre el escenario de un teatro puede también convertirse en héroe y transformar una tragedia en comedia. El actor es el mejor ejemplo, a quien el psiquiatra debería hacer referencia. De hecho, es quien utiliza la mímesis, fundamento valioso para un cierto tipo de semiótica, que es todo para el loco y nada para el cínico, que en cambio insiste en mirar a los locos sin nunca llegar a verlos. Y cuanto más los mira, más se pierde. QUIJOTE.—En su libro, Madness and Modernism, Sass describe a través de una lectura 29
fenomenológica la stimmung (estado de ánimo) esquizofrénica. Su referencia explícita es Giorgio de Chirico, el cual toma de Nietzsche el término stimmung para señalar una experiencia perceptivo-sensorial, pero también afectiva. Una mirada fija, que capta lo verdadero. Según Sass, el stimmung es una indicador clave de la esquizofrenia. Un sentido de radical alteridad respecto del mundo, una suerte de alejamiento del mundo consensual. Este stimmung se compone de un aura, con algunos aspectos semejante al estado previo a un ataque epiléptico, que Sass define a través del término trema, el estado de un actor en los momentos previos a la entrada en escena. Según Sass, las fases del trema son las fases preliminares de la stimmung esquizofrénica, definidas respectivamente como: irrealidad, puro existir y fragmentación. Para describir estos tres estados, Sass usa algunas observaciones del Diario de una esquizofrénica, de Marguerite Sechehaye. Renee, la intérprete de la novela de Sechehaye, describe la irrealidad como una luminosidad carente de claroscuros que caracterizarían la percepción normal, como si los objetos importantes, que captura la atención, focalizaran cada objeto dejando hundir todo el resto en la oscuridad. Luz/oscuro, el cono de sombra demarcado, como en los cuadros metafísicos de Chirico. El puro existir, según Renee, no era debido a una ausencia emocional o de resonancia afectiva —elemento que siempre ha catalogado la esquizofrenia como la consecuencia de los considerados «trastornos del pensamiento», tradicionalmente contrapuestos a los «trastornos del humor»—; por el contrario, el objeto estaba aglutinado al pensamiento, como en las descripciones del personaje de la Náusea, de Sartre, Roquentin. El ser aglutinado al objeto único separado de cada fondo. La fragmentación, tercer estadio del aura esquizofrénica, supone el aislamiento del objeto, la pérdida de la trama contextual dentro de la cual se inserta. El objeto permanece aislado y el contexto se fragmenta. Si el estadio del trema se compone de subestadios de irrealidad, puro existir y fragmentación, el segundo estadio del stimmung esquizofrénico está definido por Sass como apofanía. Pero en la tradición, el término de referencia psiquiátrico es apofenia. Parece indicar una suerte de percepción de pattern (patrón) o conexiones entre elementos inexistentes, o fantasmáticos. Un ejemplo de apofenia podría ser la respuesta ambigua a las manchas de Rorschach, donde las conexiones se basan en la intervención interpretativa imaginaria del interlocutor sometido a la prueba. El término apofanía —que usa Sass— indica hacer 30
aparecer, llevar el fenómeno a la luz, una suerte de claritas (claridad). El acento se desplaza de la operación de conectar elementos imaginarios ambiguos o dispares a la emergencia de un fenómeno. Se trataría de un fenómeno de manifestación de la esquizofrenia: la alucinación, el delirio, etcétera. (Silencio.) En mi búsqueda apofánica de molinos de viento, me di cuenta que James Joyce desarrolla un discurso muy similar en Retrato del artista adolescente, escrito en Trieste, y en la novela antecedente de Stephen el héroe, escrito en Dublín. Sin embargo Joyce no escribe de esquizofrenia, sino de estética. ¿Qué es lo que escribe Joyce exactamente? La novela autobiográfica sobre el joven Stephen Dedalus relata una conversación con un compañero de estudio, Cranly en Stephen el héroe, Lynch en el Retrato del artista adolescente, en el cual el joven Stephen, refiriéndose a Aristóteles y Santo Tomás, explica la experiencia estética como visio (visión). El término, derivado de Santo Tomás, indicaría no solamente la visión, sino también cada forma de aprehensión sensible. La visión estaría compuesta por tres estados: integridad, simetría y claritas (luminosidad). En la integridad la «mente considera al objeto en el conjunto y en las partes, en relación a sí mismo y a los otros objetos» (Stephen el héroe), tal como una cesta, (éste es el ejemplo que aparece en Retrato del artista adolescente) que se desprende del fondo del conjunto de los objetos que están alrededor, se convierte en figura que emerge del fondo. «Así la mente recibe la impresión de la simetría del objeto. La mente reconoce que el objeto es, en sentido estricto de la palabra, una cosa, una identidad constituida de modo definido» (Stephen el héroe). La tercera cualidad, la claritas (luminosidad) es una quidditas (esencia). Este momento se define por Stephen Dedalus en términos de epifanía: «El alma del más común de los objetos, cuya estructura es constituida, parece irradiar. El objeto cumple su epifanía» (Stephen el héroe). Apofenia (Conrad), Apofanía (Sass), Epifanía (Joyce). Donde del primer término parece indicar, como en el test de Rorschach, la conexión entre elementos dispares, ambiguos, del sujeto en la respuesta al estímulo perceptivo de la clexografía, el segundo, la emergencia de una visión alucinatoria o delirante, y el tercero, la emergencia del fenómeno estético, como en las botellas de Morandi, o en la manzana de Cezanne. 31
Sin embargo, Sass considera que debe hacer una distinción entre las consideraciones de Joyce, en referencia a los objetos reales, y la obra metafísica de De Chirico, que muestra imágenes surrealistas. Cuida al movimiento surrealista, en el cual De Chirico había participado por un tiempo. Así Joyce es considerado un posromántico que mantiene el sentido de la identidad objetal, a diferencia de De Chirico, que, con sus líneas de fuga incoherentes, parece jugar con la técnica prospectiva: un pintor con posibles rasgos esquizoides. La tesis de Sass es interesante. Sin embargo, mirando la diferencia entre las descripciones perceptivas de Renee y de Stephen Dedalus se podría pensar de dos maneras (esquizofrenia y autismo) muy diferentes entre sí. En este caso, ¿podríamos decir que la visión ondulatoria y fragmentada de la esquizofrenia aparece diferente a la visión estática e idiosincrática del autismo? Pero aquí habla el Quijote, incansable servidor de Dulcinea del Toboso: la clínica. HIPATIA.—Creo que la descripción de Sass es verosímil. Su observación sobre el stimmung capta fenomenológicamente la esquizofrenia de modo adecuado. El alejamiento del mundo consensual, el implícito sentimiento de alteridad respecto a la realidad, la conciencia de una cierta «falta de fundamento» del propio existir, la inconsciencia respecto a lo externo y el actuar como hombre sin raíces, no son la base de una ausencia emocional, sino más bien de una fallada no división del mundo, que es el fundamento de esta patología. El alejarse del otro, como he dicho antes, es el comienzo de una falta incurable, ya que el otro desarrolla siempre la función de falsificador, y el hombre que no se somete a esta prueba deviene irreal. No sé si la tesis sobre el carácter esquizoide de De Chirico sea verdadera, pero es interesante el paralelismo con sus cuadros. Las figuras de De Chirico tienen contornos humanos, semblantes familiares, pero se completan a menudo con objetos geométricos (como cuadrados o triángulos) que las vuelve irreales. De Chirico es el pintor de la metafísica; para muchos filósofos ésta es insignificante justamente por sus contenidos. Pero a cada objeto De Chirico le asocia un significado específico. Sin embargo, son significados que parecen no tener una correspondencia directa con lo verdadero: parecen semillas arrojadas fuera del surco, como nos recuerda la etimología del «delirio». Aquellos de De Chirico son objetos esparcidos en un mundo sin perspectivas ni matices ni sombras. Están literalmente perdidos en el limbo. La esquizofrenia es quizás así, es metafísica. En el mundo de lo esquizofrénico, las entidades están repletas de significados suspendidos. Ésta mente rica de devenires insensatos, arrojados en un mundo-sin-mundo, del cual el sujeto sin dudarlo se aparta y a causa de ello, 32
inconscientemente, se fragmenta. La apofanía de la que hablan, o bien aquellas manifestaciones evidentes que hacen emerger el drama, son exactamente las alucinaciones y los delirios. (Silencio.) Tal vez para el esquizofrénico el mundo está aglutinado y la realidad se le «pega» para sentirse al mismo tiempo parte y todo (se siente siempre o con el mundo o dividido del mundo, pero nunca compartido). Por un lado, es totalidad compenetrada con cada alteridad, en la cual lo externo no tiene distancias, sino que es la proyección de sí, es como absorbido por el mismo. Por el otro, es una araña entrampada en el propio lienzo, en parte sofocada por lo externo, que se convierte en amenaza de la cual escapar y alejarse. Para el esquizofrénico, la realidad es irreal, pero con sus absurdos. Creo, en cambio, que el sujeto autista vive en la arealidad. La realidad de esto no está para quien no ve ni siquiera la necesidad de ponerse en contacto con la misma. Pero siendo una esquizofrénica, logro escasamente comprender el autismo… (Silencio.) Mi Dulcinea no es la clínica, y me sirven apenas mis dramas a los que sé responder con una falsa observación que puedo difícilmente limpiar del «ruido de fondo» de la esquizofrenia. Hipatia es servidora de una metafísica sin sentido, de un trovador hecho de cuadrados y triángulos y claros u oscuros sin matices, en una voluntaria y noluntaria suspensión, repleta de líneas de fuga, que como miríadas de electrones ondulatorios obligan a la indeterminación. Por cuanto intento tener claridad en este juego, no me libero nunca del juego al cual estoy ligada. Soy un don Quijote con demasiados molinos de viento. La diferencia entre el terapeuta y su caso clínico está en el hecho de que el primero es un voluntario servidor, enamorado de su misión, mientras el segundo es una especie de esclavo y la clínica, supongo, la «liberación» deseable. Notas: 1. Capítulo coescrito con Nadine Tabacchi.
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2 La hija de Joyce Humpty Dumpty sat on a wall. Humpty Dumpty had a great fall. All the king’s horses and all the king’s men Couldn’t put Humpty together again.
La bailarina, imágenes Una fotografía en blanco y negro. Lleva un traje con pantalones holgados doblados en la parte inferior, hasta la mitad de la pantorrilla, los pies descalzos, una blusa ligera con cuello redondo con una figura geométrica dibujada en el frente: un triángulo isósceles. El vértice parte del cuello, llega hasta la mitad de la blusa. En el centro, en la base del triángulo, se forma un segundo triángulo contiguo invertido, que baja. La base de este segundo triángulo coincide con la mitad de la base del triángulo más grande. El triángulo invertido es no euclidiano. Dos líneas curvas descienden y se encuentran en el vértice, a tres cuartos de la blusa. Línea de fuga: dos rectas paralelas que se encuentran. Sobre su cabeza, un ligero sombrero triangular —con cubreorejas—, del cual brotan cabellos cortos que llegan hasta la mitad del cuello. La postura geométrica, egipcia, muestra una pierna extendida en ángulo agudo con el suelo, el pie plantado en la tierra. El otro hacia adelante en ángulo con la primera, flexionada la rodilla en ángulo recto, de modo que la pantorrilla y el muslo se disponen siempre en ángulo recto.
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El pie derecho toca el piso de madera, formando un ángulo agudo con el talón. El torso se inclina en dirección a la segunda pierna y forma con ella un segundo ángulo agudo. Los hombros, en línea recta en ángulo con las perpendiculares del plano de la fotografía. El brazo derecho, en línea con los hombros, se dirige hacia arriba con el antebrazo y la articulación del codo, y de nuevo hacia abajo con la mano y a la articulación de la muñeca. Posición del otro brazo: ángulo agudo con los hombros, en línea horizontal al suelo, el codo doblado hacia arriba y de nuevo la muñeca formando un ángulo con la mano extendida sobre ella, como el pico de un pájaro. El cuello se alinea con los hombros, con la cabeza hacia atrás. El perfil, que hace caer uno de los cubreorejas triangular del sobrero, muestra una ceja pronunciada, los ojos cerrados, una pequeña nariz y la boca cerrada como los ojos. Debajo de la boca, la línea perfecta del mentón marca la diferencia con el largo cuello que descansa en los hombros. Geometría erótica, la sensualidad de una garza que prende el vuelo hacia el cielo. No obstante, es aún incierto cómo escudriñarla para recibir una aprobación.
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Segunda fotografía: está vestida con una blusa que le cubre una sola pierna, o con un solo pantalón; la otra está descubierta y muestra el muslo desnudo. Difícil es definir la tela del vestido sin mangas. Ella está inclinada hacia atrás, como a punto de desmayarse. La pierna izquierda está flexionada hacia adelante, formando un ángulo entre la rodilla y el muslo, y el pie desnudo toca el suelo. La pierna desnuda baja por la derecha en línea recta, flexiona la rodilla, y el pie apoya los dedos mientras el talón se eleva del suelo, como si estuviese cayendo hacia atrás. El tronco torcido, para mantener un equilibrio inestable que reacciona a la caída. Los brazos desnudos trazan dos líneas paralelas hacia la izquierda, en la dirección contraria respecto del torso. La cabeza, cubierta por un sombrero con flecos colgando, se mueve en la dirección opuesta respecto a los brazos. Dos fuerzas contrastantes empujan el cuerpo: una hacia la caída, la otra busca equilibrarse. Una pierna empuja hacia el equilibrio, la otra cede a la caída, casi arrodillándose. Los brazos se disponen a sostener al cuerpo, con la cabeza hacia adelante. Cabeza, tronco, pierna y pie, de un lado, equilibran; brazos, pierna y pie, del otro, desequilibran. La bailarina se mueve en el espacio y en el tiempo a través de desequilibrios. Se trata de la imagen dionisiaca de un cuerpo disociado de un hundimiento que toma todo el lado derecho, excepto los brazos, que se mueve en apoyo de la parte izquierda. El máximo punto de disociación es la pelvis, que parece mostrar dos partes que van en dirección opuesta, como dos cuerpos independientes, un oxímoron. Las fotografías fueron tomadas en París en los años veinte. La segunda parece un
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fotograma, a lo Muybridge, de una secuencia. Difícil es mantener un equilibrio estático del cuerpo en aquella posición. Puede suceder que la parte izquierda tenga razón sobre la derecha, también en virtud del soporte traidor del brazo derecho. Pero el lado derecho es más fuerte. Si el cuerpo cede, las manos abiertas sobre las palmas pueden frenarlo apoyándose como ventosas, produciendo una rotación del cuerpo que se encontrará enfrentado al suelo, listo para tomar una posición vertical levantándose sobre sus brazos, una acrobacia que requiere fuerza, y para el baile, delicadeza, como en una actuación de Pina Bausch, algo sorprendente. Si vence la parte izquierda, el cuerpo se mantiene en pie, todo es más fácil y más banal, como una variedad de ballet. Si el cuerpo cede y los brazos no lo apoyan, estamos en la clownerie (payasada). Quien hace clownerie pone en escena la propia torpeza para hacer reír a otros, pero es doloroso. La primera imagen es una metáfora corpórea del Ulises, un largo repertorio de pequeñas y grandes perversiones, traiciones, discursos intelectuales, relaciones molestas, blasfemias heréticas, soliloquios existenciales: Stream of consciousness (flujo de conciencia). La segunda es Finnegans Wake, un desequilibrio hacia la caída. Así Lucia traducía y traicionaba a Joyce.
La vida de Lucia Me gustaría leer la historia de Lucia Joyce, liberar su vida del diagnóstico de esquizofrenia para devolverla, al menos a los treinta años, a la gran histeria que invade y deconstruye por sí misma, con su sola presencia, el cuidado moral, dominante a su época. En esta historia (como en tantas otras) el tratamiento psiquiátrico representa el principal factor de riesgo: transformar la histeria en esquizofrenia. Estamos en 1932, día en que James Joyce cumple cincuenta años. Permanece en el manicomio de Northampton (Inglaterra) después de la guerra, hasta su muerte, en 1982: Joyce tendría cien años. Los números, para padre e hija son importantes. James nace en 1882 y Lucia muere cien años después. Los primeros síntomas histéricos los manifiesta el día del quincuagésimo cumpleaños del padre. Una aritmética, una rítmica, casuales. Cuando en Ulises Stephen Dedalus argumenta que Shakespeare se identifica con el padre de Hamlet, y no con Hamlet, quiere decir que Joyce se identifica con Leopold Bloom más que con Stephen Dedalus. El día en que desarrolla el Ulises, 16 de junio de 1904, Joyce tiene veintidós años, como su alter ego Dedalus. La obra termina en 1920, 37
cuando Joyce tiene treinta y ocho años, como Bloom. Una concatenación de acontecimientos que trascienden el texto, una textura de juegos matemáticos en la vida y en la novela. Sincronicidad sorprendente, nexos no causales, casuales, pero histéricamente sensatos. Hysteros designa un acontecer sucesivo, una duración que va más allá de la causa. Toma forma en el útero la materia; lo que acontece primero sale a la luz después. Estamos ante el fenómeno de la génesis, descrito por Platón. Sincronicidad y diacronicidad histéricas. Y entonces la teología, y el sentido de la generación, de ser padres: Bloom y Dedalus son dos de los principales personajes de la obra —si se me permite usar el término personaje. El encuentro entre Leopold de 38 y Stephen de 22, casual, viene anticipado por una serie de epifanías y señales al inicio de una paternidad putativa, adoptiva; ni consustancial, ni generativa en un sentido biológico. Joyce, educado por jesuitas, está obsesionado por la herejía adopcionista nestoriana, que piensa a Cristo como un hombre adoptado por Dios. Se propone una medida: Bloom (judío no practicante que se nutre de riñón en el desayuno) está con Dedalus (católico blasfemo, que perturba el pensamiento de Santo Tomás de Aquino), como Dios Padre está con Jesucristo. Un Cristo hereje. Este sistema de signos y coincidencias genera en el lector —que luego de una larga insistencia comienza a comprender— una implicación paranoica. No es verdad que en Joyce no haya ficción, sino que se niega su acceso denegado a la racionalidad compositiva. Por último, Finnegans Wake pide al lector afrontar la esquizofrenia paranoide. Para esto, es recomendable la lectura de las obras de Joyce, pues permite entrar en la lógica del delirio, en la paradoja. Estamos frente a dos planos de inmanencia en los que se encuentran padre e hija, pero siguen separados. Una cosa es la histeria de Lucia, su vida, y otra es la escritura de Joyce, que se refiere más bien a los riesgos que corre el lector que no abandona el texto. Lucia transcurre casi dos tercios de su vida en una casa de locos para demostrar la premisa psiquiátrica de que la esquizofrenia es incurable. Todos dan por descontada la esquizofrenia de Lucia, incluso Jung y Lacan, imponiendo este nexo como real. El diagnóstico no se pone en discusión, la ciencia se basa en el consenso de un paradigma comunitario; ésta es la interpelación, el sometimiento compartido. ¿Qué ocurre antes de los veinticinco años para justificar aquel ensañamiento diagnóstico? Lucia nace en 1907 y transcurre su infancia en Trieste. Sus lenguas madres son el inglés y el italiano. Cuando a los siete años la familia se muda a Zúrich, aprende el 38
alemán; a finales de la guerra vuelve a Italia, y después la familia Joyce parte a París, por invitación de Ezra Pound. En París, Lucia aprende la danza y la histeria. Tal vez la histeria ya la había aprendido en Trieste y en Zúrich durante la Gran Guerra, pero los efectos de aquel tipo de histeria habían alimentado el deseo de bailar, y París era el lugar adecuado. La infancia la transcurre entre el inglés de Nora —un regaño continuo— y el italiano de Trieste, de los amigos del padre y el mundo circundante: ecologías lingüísticas diferentes, mutuamente disociadas. Lucia es la segunda hija caprichosa de Joyce. La familia luchó para llegar a funcionar con los pocos ingresos de las enseñanzas de James y los préstamos de amigos. No era siquiera la ciudad donde intentaban estabilizarse. Pero por engaño son obligados a quedarse allí, en esa ciudad eventual. Nora, la madre, atravesada por la desintegración cultural, no comprendía la lengua, no tenía dinero, y James a menudo bebía. Dublinés-triestino, en lugar de la Guinness y los pubs, vino blanco y tabernas. A diferencia de Nora, Joyce se reunía con personas que se convirtieron en amigos, ejercitaba la política de la amistad, hacía trabajar la mente literaria, construía alegorías, expresiones, metáforas, obtenía inspiraciones, insistía, no se desanimaba. La pareja encuentra amistad en los Francini. James tomaba clases de italiano con Alessandro Francini y luego con Italo Svevo, tres veces por semana, como se hace en psicoanálisis. Joyce le decía a Svevo que La conciencia de Zeno era una obra extraordinaria. Eduardo Weiss, el fundador del psicoanálisis italiano en persona, se la había hecho terminar; errores del psicoanálisis. Nora se convierte en amiga de la señora Francini, pero no se entienden, hablan en dos idiomas diferentes. En estas circunstancias, intentan mantener los pies en la tierra, con el cansancio y la frustración. Será esto lo que marcará el vínculo con Lucia, la muchacha que tiene las aspiraciones de su padre y las frustraciones de su madre. Joyce no tiene más que una lengua, y no es la suya. El inglés es ilegible en Finnegans Wake y nunca será lo mismo otra vez; el inglés y toda lengua occidental se transforma en un sueño extraño que no se puede interpretar. Pero en Ulises, cuando escribe las palabras iniciales (Introibo ad altare dei) piensa en Trieste. Tres inquilinos —Mulligan, Dedalus y el inglés Haines—- recibieron a la vieja sirvienta que traía la leche en el desayuno. El inglés hablaba gaélico y la sirvienta preguntaba si hablaba en francés. La sirvienta Irlanda no podía entender el sonido de la lengua materna, de la cual el señor Inglaterra se había apropiado como lengua muerta. Hablar italiano con los hijos no es un ejercicio académico, significa hablar la lengua del otro que sobrevive, una contingencia 39
íntima, una raíz que no es la suya, Trieste en lugar de Dublín. Las ciudades marítimas se asemejan; el triestino, usurpado como los dublineses, continúa hablando en italiano. Esta es la diferencia entre opresión y colonización. Además, entre los irredentistas hay judíos, muchos Leopold Bloom, como Svevo. Joyce lee La conciencia de Zeno. Se trata de la Trieste de Eduardo Weiss, fundador italiano del psicoanálisis, que tiene muchos méritos, pero que es un pecado respecto a Svevo. La pequeña Lucia intercambia su italiano (lengua madre) con su padre y, de Trieste a Zúrich, hasta París, trata de levantar las insignias paternas; entre los dos hay un plano de entendimiento invisible, una vibración común. Lucia, sin embargo, vibra también con la madre, a la que admira sin poder participar. A diferencia de Nora, que admira y desprecia, que no tiene instrumentos para comprender la vida de su marido, Lucia está de parte de su padre. Ciega, distingue el bien (James) del mal (Nora) sin preocuparse de la complejidad de las circunstancias, ésta es su hybris. En cuanto a la familia Joyce: las sucesivas transformaciones, las cuestiones lingüísticas, las coincidencias de edad, los éxitos y los fracasos; todo muestra la alegoría de una vida familiar que nos lleva a pensar, paranoicamente, en una suerte de clarividencia, casi hagiográfica. Para esto Lacan usará el término síntoma (sinthome, que suena en francés como hombre santo). El traslado a París, y la actividad frenética del padre, estimulan el deseo creativo de Lucia de hacer algo en el campo artístico. Nace el deseo de la danza moderna. Lucia aprende de diversos maestros, especialmente de Raymond Duncan. ¿Quién es Raymond Duncan? La hermana, la gran Isadora Duncan, le describe con indulgencia como el filósofo de la familia. Raymond lleva a Isadora a leer El nacimiento de la tragedia, y la induce a evocar la Grecia arcaica, los ritos que había imaginado Nietzsche. Los Duncan fueron al origen del culto para refundar la danza sobre el equilibrio arcaico: orgía, pérdida identitaria, dispersión caótica, narrativa onírica, imaginación narrativa. Entusiasmados con Nietzsche, los Duncan fueron a Atenas a reconstruir el templo de Dioniso y vivir en él. El proyecto de danza moderna de Isadora tiene estos fundamentos, se desarrolla en la crítica al ballet clásico y a la limitación de las estructuras óseas del cuerpo de la bailarina. El talento de Raymond está en Isadora, como el de Lucia está en su padre. Raymond es un personaje excéntrico, crítico radical de las costumbres burguesas modernas, un protohippie, opuesto al sentido común del pudor. Lucia es su alumna; además, tiene estrabismo, tiene una cicatriz en su mentón, es caprichosa desde siempre, a veces se ve en el espejo y se ve incapaz. La madre, el espejo que a menudo la ha reprendido, la 40
desalienta. Nora se identifica con las frustraciones, primero previstas y luego reales, por lo que muestra a su hija una sensación de impotencia invencible que le pertenece, y Lucia responde a tal interpelación. Si Nora se resigna, en Lucia se impone una necesidad rebelde, frustrante, que se satisface aquí y ahora. Una docena de años después del furor, aceleración del pulso, enrojecimiento del rostro, palidez cadavérica, falta de aliento, todo el cuerpo tiembla y el sistema muscular está listo para un acto violento, frenético. 2 de Febrero de 1932, día del quincuagésimo cumpleaños de James. Hay una discusión con Nora. En Lucia crece la furia. Grita, lanza una silla contra la madre; la expresión del cuerpo cambia de nuevo: no es danza, es rabia. El lanzamiento de la silla a la madre transmite el signo. El hermano interviene y la acompaña al hospital. Lo intentará hacer varias veces con su hermana, y luego otra vez con su esposa. El episodio se repite varias veces, por lo tanto en la clínica de Maillard se le diagnostica hebefrenia, esquizofrenia caracterizada por alucinaciones, delirios, estúpidos manierismos de otros tipos de deterioros. Hebefrenia significa delirio desorganizado, expresión fuera de contexto. ¿Eso qué tiene que ver con lo que sucedió? El diagnóstico es incorrecto. Lucia es agresiva con su madre, la confronta abiertamente, a menudo se pone furiosa. Es la historia de una relación que continúa desde los tiempos de Trieste. Nora la regaña, la desalienta, la enfrenta. Es la frustración de Lucia. La tiene limitada porque, a la luz de los hechos, tiene razón. Las furias son ataques histéricos, impulsivos, nada que ver con la excentricidad y la bizarría esquizofrénicas. Exactamente lo contrario. James piensa que Lucia no debe recibir tratamiento psiquiátrico, que el tratamiento psiquiátrico es el factor de riesgo principal. Mientras grita con la madre, mantiene un equilibrio; con el tratamiento se convertirá en un clown (payaso). Lucia no resiste la clownerie. La caída que hace reír a otros no puede soportarla. Con el padre las conversaciones son diferentes, los dos se comprenden en italiano. Los trastornos de Lucia se encuentran entre los intentos del padre de salvarla y el ensañamiento del hermano de psiquiatrizarla. Un miembro de la familia se transforma en el salvador simbiótico; los otros, en enfermeros hostiles. La familia se convierte en un dispositivo esquizofrénico después de reunirse con la psiquiatría. Comienza un juego psicótico familiar. ¿Cómo desestimar que la histérica, en una entrevista clínica, puede adoptar una posición fácilmente confundible con el delirio desorganizado o con ser muda? Como he escrito en otra ocasión (Barbetta, 2008; 2011), la esquizofrenia y la histeria se distinguen por ser respectivamente de dominio discursivo psiquiátrico —con todos los 41
mecanismos de coacción, con todo lo bizarro, alucinatorio y delirante que se repite infinitamente en el tiempo, codificado y estabilizado por el dispositivo manicomial —y psicodinámico; línea de fuga incomprensible, carente de sentido. En el siglo XX hay un afán por ver la esquizofrenia en todas partes. La esquizofrenia pasa a ser sinónimo de locura y, en cierto modo, el diagnóstico diferencial se ve reducido nuevamente a un diagnóstico absoluto. Muchas mujeres histéricas —que no se casaron, que reaccionaron de formas diferentes a los dispositivos familiares, que viven una vida fuera de los cánones de subjetivación— han puesto en crisis el dispositivo masculino, y son progresivamente reducidas a la esquizofrenia. Catatonizadas, hebefrenizadas. En la época de Charcot, definitivamente terminada con su muerte, finaliza y deja al psicoanálisis oficial. Deja mucho para reflexionar aún; Ni Anna O., ni Dora se beneficiaron del tratamiento hipnótico e interpretativo. El universo hospitalario convierte los síntomas histéricos —y otros síntomas— en esquizofrenia hebefrénica, catatónica. Se trata de una máquina transformadora, un factor de riesgo para convertirse en lo que dicta el diagnóstico. Hay algo, el proceso transformador se basa en algo: después de veinticinco años, el genio de la danza debe afirmarse, necesita una base técnica sólida; el deseo de la bailarina se va desvaneciendo frente a la edad. El último intento de Lucia, con veintiún años, es ir a Alemania con Elizabeth Duncan: ir a la verdadera escuela, que en un momento formaba las isadorables. Allá se enfrenta con el nazismo que irrumpe: la escuela fue transformada en un centro de gimnasia para jóvenes arias un año después de la muerte de su fundadora. Antes de morir, Isadora vio los cambios y los repudió. Su muerte marcó el final de una época. Aun después de las frustraciones, Nora pide a James alejar a Beckett de la casa. Joyce lo considera inadecuado para comprometerse con Lucia. En efecto, el amor por Beckett, consumado, no es correspondido: «Frecuento a tu familia por tu padre, no por ti». Terrible, la madre siempre tiene razón, es hasta profetisa. Nuevas discusiones, trata de repararlo con un nuevo novio, Lucia es enviada a Londres a un hogar provisorio, se escapa, desaparece mientras reside en casa de amigos. De nuevo en París, se niega a levantarse del diván, de la cama. Va y viene entre París y Londres. Hasta el tratamiento psiquiátrico, decisivo para la transformación. Entre los primeros síntomas y el alojamiento manicomial pasaron algunos años. Jung es la última esperanza de James. Entre sus 30 y la muerte, Lucia terminará en un manicomio. Pasa el 42
nazismo y la guerra en un manicomio en territorio ocupado. James intenta de todas las formas sacarla, ya conocía las atenciones nazis en torno a la locura, pero muere en 1941.
Lucia en la obra de Joyce Frente a las profecías de Nora, y las mucho más graves de los psiquiatras, James reacciona de manera diferente. Observa a la hija como un nacimiento literario, se convence de que Lucia, en la vida real, es una fuente de inspiración de su ficción. No se la quiere confiar a los médicos, intuye que el sistema manicomial será perjudicial. Su supuesto conocimiento acerca de los sentimientos de Lucia, sus intercambios afectivos, las inspiraciones literarias que ella le regala, le hacen pensar que Lucia es clarividente. Le escribe a un amigo: Tal vez soy un idiota, pero creo que es muy importante cuando Lucia habla de sí misma. Su intuición es extraordinaria. Las personas que han deformado su naturaleza dulce y gentil han fracasado [...] Yo y mi mujer podemos dar cientos de ejemplos demostrando su clarividencia (Ellmann, 1997).
Joyce será criticado, ridiculizado y acusado incluso post mortem de haberse opuesto a la cura de su hija. Sobre todo se argumenta que si Joyce hubiera permitido recuperarla antes, la historia habría sido diferente. Quien lo sostiene muestra ignorancia sobre la maquina psiquiátrica de la época, la cual consistía en la hospitalización represiva en vida sin volver. Carol Loeb Shloss (2003), biógrafa de Lucia, subraya esta cuestión. Quien asiste a Joyce le pregunta cómo puede un intelectual moderno, un escritor importante, creer en la telepatía. La cultura laica, a la que Joyce pertenece, es sarcástica; el panfleto de Kant frente a los Arcanos Coelestia de Swedenborg es definitivo, ya que no se retracta. Sueños de un visionario con sueños de la metafísica es una línea de demarcación. Kant define el saber de Swedenborg como un paraíso de los soñadores, donde cada uno puede decir y sostener lo que quiera. Pero el escritor sabe que la ficción habita en el paraíso del soñador, y Jimmie Joyce había construido uno enorme durante su vida, o tal vez había construido un infierno. Este infierno estaba habitado por una lista de metonimias: Eileen Vance, the girl Joyce did not marry (la chica con la cual Joyce no se casó); Milly/Molly Bloom, madre/mujer/hija; Gerty MacDowell, Nausicaa; Issy Earwicker, la hija de HCE. De Stephen el héroe a Finnegans Wake, cada uno de ellos se encuentra en el lugar de Lucia, incluso antes de que naciera. Como una vidente, su nacimiento se anunció a través de 43
epifanías literarias. Al igual que Battista, Joyce anticipa lo que ocurrirá después. Así, en el Ulises se revela el otoño (fall) que caracteriza la esencia de Finnegans Wake: la relación incestuosa entre padre e hija en Phoenix Park, Dublín. En estos versos del Ulises la hija de Leopold Bloom, Milly, es la epifanía de Eileen Vance, un amor infantil de James: Ah, mi Milly Bloom, eres mi amada. Eres mi espejo de la noche a la mañana Te prefiero a ti sin un ochavo que a Katey Kough con jardín y asno.
La frase de una canción de Samuel Lover2 le recuerda a la amiga de la infancia, quizás el primer amor del pequeño James, Eileen Vance, quien aparece al inicio de la novela de Retrato del artista adolescente. Aquellos versos fueron entonces parafraseados por el padre de Eileen en una carta que la muchacha le dio a Jimmy el día de San Valentín. Oh Jimmy Joyce, eres mi amado Eres mi espejo de la noche a la mañana. Te prefiero a ti sin un ochavo Que a Harry Newall con jardín y asno.
Parece que el padre de Joyce y el de Eileen hablaron en aquel momento, en broma, acerca de acordar el matrimonio entre los niños, pero la familia de Eileen era protestante. Después de que el pequeño James recibiera la carta, los encuentros con la niña fueron disminuyendo. Eileen sentía vergüenza por el pequeño James debido a la broma entre sus padres. En Retrato del artista adolescente, Eileen aparece como una fantasía infantil, manos blancas, Torre de marfil, Casa aura, como sus blancas manos blancas y frescas. Aun si los protestantes se burlaran, se trata de dos imágenes que derivan de letanías lauretanas que suscitan la hostilidad protestante. Eileen tenía las manos largas y blancas. Y una vez, jugando a uno de los juegos de niños, ella le había puesto las manos sobre los ojos: largas y blancas y finas y frías y suaves. Aquello era lo que era marfil: una cosa fría y blanca. Aquello era lo que quería decir Torre de Marfil (Joyce, Retrato del artista adolescente).
La torre de marfil posee un aspecto de morbilidad carnal. La mano de Eileen deslizándose por el bolsillo de Stephen es una epifanía de la mano en el bolsillo de Bloom frente a Gerty en Ulises. En cuanto a Eileen: otra vez la va a encontrar, y luego le pierde el rastro. Reaparece años después en el Ulises en forma del estribillo que pasa por la 44
cabeza de Leopold Bloom, pero con una dedicatoria a Milly. La trama se complica y para comprenderla hay que pensar en la obra de Joyce como una gran fábula popular autobiográfica. El stream of consciousness —flujo de conciencia — de la obra de Joyce involucra a Lucia y Nora, figuras inspiradoras y, en el caso de Lucia, inspiradas. El autor y su hija son uno, mezclados en la corriente, indiscernibles. Eileen-Milly-Lucia, Gerty-Issy-Lucia, sueño/delirio voyerista consumado al aire libre, en la playa o en el parque. Agradable. Gerty es una figura clave del Ulises. Leopold Bloom se masturba, con una mano en el bolsillo, frente a la niña en la playa de Dublín: La acechaba como la serpiente acecha a su presa. Su instinto de mujer le decía que le había metido al demonio dentro, y al pensarlo un ardor escarlata le recorrió de la garganta a la frente hasta que el delicioso color de su cara se tornó en un rosado glorioso» (Joyce, Ulises).
La situación incluye a otras muchachas que miran: Edy, una de las amigas de Gerty dice: «A ver se acierto en qué estás pensando». Cissy le pregunta al «Tío Perico qué hora es por su pitito», obligando a Bloom a «sacar su mano del bolsillo, que nerviosamente, comienza a jugar con la cadena del reloj, mientras mira la iglesia». Voyerismo duplicado por la curiosidad hacia Gerty y hacia a Bloom (el Tío Perico), que incluye a Bloom, Gerty, y las amigas de Gerty que advierten las miradas de Gerty y las conductas de Bloom. Bloom se recompone frente a la provocación de Cissy quitando la mano del bolsillo y mostrando «un absoluto dominio de sí mismo», lo cual suscita una mayor admiración por parte de Gerty. Luego comienza a masturbarse varias páginas después (Joyce, Ulises, pág. 500), cuando la gente se aleja, quedándose solo. Sus ojos oscuros se clavaron en ella de nuevo, absorbiéndole todas sus curvas, literalmente venerándola en un altar. Si alguna vez hubo admiración espontánea en la mirada apasionada de un hombre a la vista estaba el rostro de aquel hombre. Es por ti, Gertrude MacDowell, y tú lo sabes (Joyce, Ulises). Al fin quedaban solos sin las otras que cotillearan y comentaran y ella sabía que podía confiar en él hasta la — muerte, constante, un hombre de ley, un hombre de honor inflexible hasta la punta de los dedos. A él le vibraban las manos y la cara: un temblor la invadió a ella (Joyce, Ulises).
Finalmente, en Finnegans Wake, Issy es la hija de HCE y ALP. El segundo acrónimo de Anna Livia Plurabelle, el primer acrónimo variable, que define una identidad móvil. HCE y ALP son los padres de Issy Earwicker, de los cuales deriva uno de los posibles acrónimos de HCE: Harold o Humphrey Chimpden Earwicker, sobrenombre (Earwicker) recibido por un Rey Marinero (Sailor King). Finnegans Wake es un texto ilegible. Como en el sueño, todo es evanescente y se 45
presenta constantemente de formas diferentes, un experimento literario dionisiaco. Hay un otoño, un caer (fall) que recibe expresiones diferentes, narrado en modos diversos, aparecen murmullos, voces, ruidos confusos en torno al otoño, al caer. Sería también una carta, que no se sabe dónde está o si alguien la tiene, dictada por ALP, la mujer de HCE, a su hijo Shem, el escribano. La escribió y fue llevada a su destino por su hijo Shaun, el cartero, con una revelación: Issy había consumado en el Jardín del Edén —que es también Phoenix Park en Dublín— una relación incestuosa voyerista con el padre HCE, delante de testigos que parecían sus hijos. Los murmullos cambian continuamente y toda la obra es concebida como la vida onírica nocturna familiar. Issy, Milly, Gerty, Eileen son la metonimia de Lucia. Que el lector no piense que esto es el resumen del texto, Finnegans Wake es ilegible, los estudiosos de Joyce, después de años de consulta y de profundización, han logrado reconstruir los episodios de manera que tuvieran una trama narrativa, y así es como la entendemos en general. Finnegans Wake es una obra de delirio onírico nocturno, describe la vida desde el interior del inconsciente como jamás un analista lo ha intentado. Maestro del psicoanálisis familiar, Joyce lee el proceso afectivo que se mueve dentro del desorden de las relaciones íntimas. El delirio al cual pertenece su obra es también un plano de intensidad afectivo hacia Lucia. Pero Lucia no es delirante, Lucia es una telepática.
Lucia y el psicoanálisis Jung podría haber sido el único psicoanalista acreditado, en esos años, a ser tomado en serio por James y Lucia. Su diagnóstico parece aproximarse conceptualmente a la folie à deux: incesto sublimado. Luego declara no poder proseguir con el análisis porque Lucia y el padre tenían una relación simbiótica inatacable: Jung levanta las manos. Jung, el mismo que durante esos años, escribe que con pacientes esquizofrénicos es necesario arrancar con terapia. Tal vez piensa en llevar a cabo la estrategia de levantar las manos, que había intentado en otros casos; pero aquí falla. Las esperanzas de Joyce depositadas en la intervención de Jung, que había comenzado de forma positiva, derivan de la creencia de que su hija era clarividente, telepática, no esquizofrénica. Lacan, quien se ocupa indirectamente de Joyce y de su hija Lucia muchos años después, habla de la telepatía. A propósito de Lucia, Lacan dice: «Aquello que me lleva a hablar de Lucia es el mismo hecho que llevó a Joyce, quien la defendió enérgicamente de la internación de los médicos, a decir de ella una sola cosa —que Lucia era telepática» (Lacan, 2006: 92). 46
En cuanto al término telepatía, Jung, en un texto titulado La sincronicidad como principio de las conexiones causales, menciona a Frederic William Henry Myers (Myers, 2001). Myers sostiene la idea de la supervivencia de la personalidad al cuerpo, algo sensible que va más allá de lo perceptible. Mesmer lo ha definido como magnetismo animal. Según Myers, la telepatía —sentir a distancia— es característica del genio y la acompaña el fenómeno degenerativo. En vez de deterioro mental, o espiritual, la degeneración es un proceso de salida del género en el sentido de mejora; el degenerado es capaz de hacer cualquier cosa que los normales no conciben. Para Myers, la degeneración es un fenómeno evolutivo incomprensible, comúnmente colocado en un contexto de reducción de las facultades. En cambio, él se lo tomaría como progeneración. El éxito de Myers en el campo de la psiquiatría y de la psicología fue nulo. Si se hubiera tenido en consideración, toda la clasificación psiquiátrica tendría que haberse revertido, ya que no era ni siquiera un médico. Pero Jung estudia su obra y encuentra inspiración. Por esta razón, si no se hubiera rendido, tal vez la historia de la vida de Lucia hubiera sido diferente. Myers presenta el caso de Mollie Fancher, conocida por el público en la segunda mitad del siglo XIX. Definida como El enigma de Brooklyn, la joven mujer era considerada capaz de adivinar números, signos y palabras encerradas en un sobre. Mollie Fancher había perdido de una manera terrible la vista y la motricidad después de caerse de un caballo; si no hubiera vivido sesenta años antes que Lucia, en los Estados Unidos, Mollie habría caído en el mismo mecanismo de interpelación psiquiátrica. En su lugar, se hizo una gran polémica periodística sin éxito. Joyce probablemente no conocía ni el caso de Mollie Fancher, ni a Myers. En efecto, no estaba cómodo ni siquiera con Jung. De hecho, Jung había escrito un ensayo acerca del Ulises (Jung, 1932-34) y a Joyce no le gustó en absoluto. Se trata de un texto en el cual el psiquiatra se confunde con el hombre de cultura. La convicción de que la salud mental depende de la facultad más elevada del juicio racional, típica de la psiquiatría de la época entre el siglo XIX y XX, lleva a Jung a entender erróneamente el Ulises. Después de haberlo leído y releído, Jung piensa que la obra de Joyce da voz a la facultad más básica de los sentidos, que es la stream of consciousness, en una obsesiva atención al detalle, que supone al lector una dificultad para seguir la trama inamovible de la obra. Lo cual es cierto, pero Jung no se da cuenta de que se trata de revertir la cuestión: el problema no es la comparación entre la obra de Joyce y la esquizofrenia con el fin de devaluar la obra de Joyce, sino más bien todo lo contrario. Joyce, al igual que 47
otros autores, se expresa de un modo delirante, porque el lenguaje del alma es así. El delirio joyceano no es un fenómeno de deterioro y pérdida de las facultades mentales, sino un fenómeno de hiperreflexividad. (Sass, 1992). Joyce es un caso de gozosa degeneración, con él la novela no sería tal como lo es. Delira como un esquizofrénico, sueña como un soñador, pero transforma el contenido del delirio en arte. Para Lucia es diferente, es reducida al delirio clínico por los errores diagnósticos. Sus rasgos histéricos, que su padre había catalogado como parte de la capacidad telepática, habían llevado a Lucia a seguir los pasos de Isadora Duncan, le habían hecho enamorarse de Samuel Beckett, le habían generado frustraciones en cuanto a su carrera de bailarina. Estos síntomas fueron transformándose con el tiempo en forma de histeria. ¿Qué le faltaba a Lucia para delirar? En cuanto a los episodios clínicos narrados por los biógrafos, no se revelan condiciones que hicieran suponer, a posteriori, una esquizofrenia. La muchacha es rara, irregular, tiene proyectos que no puede terminar, tal vez tiene algún miedo a no ser atractiva, o seductora —hoy se lo llama dismorfofobia—, pero su manera de pelear en la casa con su madre, su mirada agresiva, su ensoñación con los ojos abiertos, sus episodios disociativos no corresponden a un delirio estable. No escucha voces —es telepática, otra cosa—, no tiene alucinaciones o sentimientos persecutorios delirantes. Siente que cualquier cosa en su vida que sale mal es culpa de alguien: su madre, los instructores de baile, amigos de la familia, Beckett, su hermano. En palabras de Kernberg (1985), sus desórdenes pertenecen al dominio de la impulsividad histriónica. Con Lucia Joyce, Jung sigue influenciado por las ideologías diagnósticas incapaces de hacer un diagnóstico diferencial, incapaces de pensar el delirio como un desorden de la sensibilidad y reflexividad del sujeto, incapaces de imaginar una terapia. Aunque parezca extraño, ya en el año 1919 sostenía Jung que el agravamiento esquizofrénico era a menudo la consecuencia de un dañino tratamiento manicomial. En el fondo, Jung fue uno de los primeros en tomar posiciones antiopresivas en psiquiatría y estuvo entre los primeros en pensar en un tratamiento psicoterapéutico para la esquizofrenia. Frente al caso de Lucia Joyce parece haber vivido una experiencia que lo llevó a considerar la obra de Joyce y la relación padre-hija como dos caras de la misma moneda. Uno sobrevive a la corriente si no la transforma; la otra se entrega. Jung escribe acerca del Ulises: «No me pasó nunca por la mente considerar el Ulises como un producto esquizofrénico». Sin embargo: «Lo esquizofrénico tiene la misma tendencia a alienarse de la realidad o viceversa, a alienar a sí la realidad» (Jung, 1932/1999); la desviación profesional anula 48
el esfuerzo de no usar la categoría psiquiátrica. ¿Qué significa la toma de una posición anti-psiquiátrica de Joyce? ¿Hasta qué punto Joyce le habría podido creer a Myers? ¿Qué entiende cuando dice que Lucia es clarividente? ¿Por qué, a pesar de la irritación con Jung, lleva a Lucia a hacer terapia con él? Mientras que, de todas las consultas psiquiátricas anteriores, una veintena habían sido conducidas por el hermano de Lucia, Giorgio —algunas veces por engaño—, James, aconsejado por una conocida, consulta con Jung, pero incluso así, se le restituye toda la ambivalencia que había recibido en forma de crítica literaria. Jung todavía no había escrito su ensayo sobre la sincronicidad, que fue publicado en 1952 junto con el ensayo del físico Pauli, que había estado en análisis con Jung. Pauli, en su texto, habla de cómo sus sueños han tenido una influencia decisiva en su experiencia científica. Pero Jung, ya en los años treinta, había conocido a Pauli y habían debatido largamente el tema y por eso estaba acostumbrado, a diferencia de otros psicoanalistas influenciados por los prejuicios del racionalismo científico de la época, incrédulos y fríos a los discursos sobre la telepatía. Jung podía escuchar la voz de Lucia y establecer una relación de conducción adecuada. Joyce pensaba, con razón, que Jung era el único que podía escuchar y sanar a su hija. La modalidad era la clásica de la época: el padre que va al psiquiatra (dos hombres) a consultar por su hija. Como el caso Dora de Freud. Imaginamos la escena de la consulta: JOYCE.—Dr. Jung, yo sé que usted es el único médico que puede ayudar a mi hija, comprender sus inquietudes. Como creo que le habrán mencionado, no he apreciado en absoluto su crítica sobre mi trabajo, pero me parece que podemos dejarlo de lado, considerando que la literatura no es su campo de estudios. Sé que usted tiene una gran consideración por fenómenos de los que la actual psicología se burla, como la clarividencia. Yo sé que mi hija es una clarividente. JUNG.—Distinguido maestro, tengo la máxima consideración de su trabajo, he sido malentendido y yo también, en una primera lectura, he caído en algunos graves errores de evaluación. Le aseguro sin embargo que la versión final es bastante diferente, y que, por el contrario, para mí usted también es un maestro en mi profesión, la psicología analítica. Personalmente no creo en una forma natural de telepatía. Se trata más bien de ir al encuentro con la telepatía. El vidente tiene una cualidad particular que le permite capturar inmediatamente y mejor que cualquier psicólogo los arquetipos 49
inconscientes, y es a través de estos mecanismos profundos que se producen fenómenos maravillosos. JOYCE.—Olvidémonos de la crítica. Sus últimas palabras, en cambio, me confortan. Usted cree, como yo, si no he entendido mal que Lucia es clarividente. JUNG.—No he dicho eso, lo que he afirmado es que estoy convencido de que el fenómeno de la telepatía, así como lo ha estudiado un psicólogo inglés del siglo pasado, debe ser tomado en consideración seriamente. En cuanto a su hija, debo reunirme con ella y escucharla. Le digo francamente que podría tratarse de un fenómeno de plagio o, como han alegado los destacados colegas que me han precedido, o bien, como diría mi maestro Eugen Bleuler, de una forma esquizofrénica. JOYCE.—¿Qué quiere decir con plagio? JUNG.—Bueno, sería un mal menor. Podría tener algo que ver con su gran obra literaria… JOYCE.—Ciertamente mi hija, como mi mujer Nora, ha sido una gran fuente de inspiración de mi obra, pero esto no tiene nada que ver con su clarividencia. ¿En qué ve la relación? ¿En qué modo podría haberla plagiado? JUNG.—¿Su hija leyó su obra? JOYCE.—Está leyendo parte del work in progress (trabajo en progreso) que estoy escribiendo, se trata de un texto muy complejo, con el fin de convertir el Ulises en un bildungsroman… JUNG.—Usted habla alemán, ¡tal vez mejor que mi inglés! JOYCE. (Cambio de idioma.)—Hemos vivido en Zúrich durante la guerra. JUNG.—Se siente el acento que tenemos en común, y por ende, ¿también Lucia? JOYCE.—Un poco mejor que yo, Lucia tenía siete años cuando nos mudamos. JUNG.—Esto facilitará enormemente mi trabajo! ¿Lucia está aquí con usted? ¿La hacemos entrar? Años más tarde, Jung dirá: Si se conoce apenas mi teoría del Alma, Joyce y su hija son un ejemplo clásico. Ella fue sin duda su mujer inspiradora, lo que explica su obstinada renuencia a actuar de la manera por la que vino a ser diagnosticada. Su alma, es decir, su psique inconsciente, se identificó tan sólidamente con ella, que el ser diagnosticada habría
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sido un indicador de que él mismo tenía una psicosis latente. Es por lo tanto comprensible que él la refutara. Su (de James Joyce) estilo psicológico es ciertamente esquizofrénico, aunque con la diferencia que el paciente ordinario no puede ayudarse hablando y pensando de aquel modo, mientras que Joyce desarrollaba el pensamiento con toda su fuerza creativa. Lo cual explica por qué no pasó la frontera. Pero su hija sí, porque no tenía el genio de su padre, fue simplemente víctima de la enfermedad (Bowker, 2011).
Para Jung, Joyce y su hija estaban como en la orilla de un río: ella ya había caído, él se sumergió allí. Veinte años más tarde, Jung explicita su convicción, la misma que había tenido en su primera revisión del Ulises. ¿Cómo lo podríamos decir? Arte degenerado. Jung cae en la trampa psiquiátrica, juzga a Lucia con base en la concepción sesgada e incompetente de la lectura del Ulises. Esta crítica verdadera, la primera, no tenía por qué haber sido destruida. No la publicada, que se encuentra en la Obra de Jung. Pero en la intertextualidad del Ulises: un monólogo es posible leer detrás de las palabras que parecen mostrar su aprecio una mala comprensión de Joyce. Toda el Alma Psiquiátrica que tenía, al menos en esta circunstancia, atenazó a Jung. La misma persona que había relatado muchas otras historias en otras páginas memorables en torno a la esquizofrenia cayó en cuadros diagnósticos obsoletos y empobrecidos. Sobre la base de estos conceptos se hace más fácil entender la razón por la cual muchos intelectuales y periodistas anglosajones se posicionaron de manera tan abierta en contra de Lucia Joyce. Más recientemente, en contra de la biógrafa Carol Loeb Shloss. Quizás Shloss ha exagerado en considerar a Lucia un genio incomprendido. Sin embargo, la postura frente a la supuesta sabiduría del hermano en su deseo de hacerla internar en un manicomio, el dar por descontado su diagnóstico, los ataques a la debilidad de la voluntad de Lucia, las declaraciones que requerían internarla primero —como si esto hubiera sido una ayuda para su salud mental en plena época manicomial—, y por último, el hecho de que el legado de Joyce se hubiera mantenido bajo el estricto control del hijo de Giorgio Joyce; todo esto suscita cierto recelo. Joyce ha escrito en inglés, pero es irlandés, italiano, suizo y francés. Pertenece a la vida, igual que la relación del escritor con la hija. Notas: 2. Según Zack Bowen, este parafraseo de la canción de Samuel Lover (Dublín 1797-1868) pone en duda al amante de Molly Bloom, Boylan, en relación a la: «Consustancialidad de su esposa, su hija y todas las tentadoras sirenas que son parte de su existencia (de Bloom), cuyas combinaciones asociadas serán usadas plenamente por Joyce en la cuestión madre/hija de Finnegans Wake» (Bowen, 1974: 86).
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3 El caso entre ficción y clínica El caso se presenta de forma repentina, es imprevisto, se observa porque se muestra como diferencia. Hay condiciones que lo hacen asombroso, imposible no verlo. La casa está invadida por arañas, escorpiones, serpientes, ratas. Raro es que el caso se presente de tal modo: en la mayoría de los casos, el caso está por debajo del umbral de atención, inadvertido. Es relación entre evento y observador. Hay que ir en su búsqueda y encontrarlo. Los neurólogos llaman delirium tremens a la circunstancia que acompaña al síndrome de abstinencia de alcohol (enfermedad de Korsakoff). La diferencia entre la invasión de pequeños animales mencionados arriba y el delirium tremens consiste en el testimonio de una comunidad. Si llamo a una empresa para el control de plaga, la noto. Hay casos y casos, grados de evidencia entre la cruda realidad, el arte, el ensueño y la patología. Cuando el caso es irreal, puede ser gesto creador, literario, imaginación, rêverie, locura, patología. Freud enseña que la escritura clínica es una variante de la literatura, parte del caso. Filosofía del accidente. Conlleva creación. La psicología contemporánea se preocupa cada vez menos por estas cosas, quiere llegar a ser una ciencia dura, natural, pierde su interés por la vida, se convierte en abstracción. Sigue la corriente dominante: sumisión de las ciencias humanas frente al saber médico. Estamos en una época que reemplaza al personhood por el brainhood, la sede de la responsabilidad se coloca en los neurotransmisores, así como la sede de la creación. El DSM3 explica que si un individuo tiene alucinaciones auditivas y visuales, manifiesta síntomas para el diagnóstico de esquizofrenia, a menos que las conductas alcohólicas y los daños cerebrales nos lleven a pensar en la enfermedad de Korsakoff. Diagnóstico diferencial. La vida es estructural, hay una etiqueta que encasilla al personaje (carácter) y lo vuelve caricatura o —como en la novela La isla de Arturo, de Elsa Morante— parodia. De ahora en adelante será en primer lugar esquizofrénico o demente. El caso se presenta a partir de una perspectiva invertida. Exige una lectura que 53
involucra al observador en un trabajo literario. Se trata de ir al encuentro con lo imprevisto, de llevar los casos promedio —que están en el eje central de la curva de Gauss— hacia las puntas para convertirlos en outliers (en estadística: valores atípicos). El interés de la alucinación está en la singularidad de lo que ve quien la atraviesa, el estilo, el modo en que es relatada, las circunstancias que la han hecho surgir en aquel momento, el vínculo con posibles experiencias similares. El estilo es generalización, pero con un método muy diferente. Consiste en captar la repetición dentro de una diferencia. Requiere una distinción de método entre el estudio del delirio y el de la alucinación desde el punto de vista estilístico. Describir una visión es diferente a referir una voz. En el primer caso se habla de écfrasis (primera complicación terminológica): transformación de una imagen en descripción (Cometa, 2007). En el caso de delirio puede ser una voz en primera persona (telling: decir), o en tercera persona (reporting: informar) (Shotter, 1993). Primero mostraré la experiencia de telling/reporting. En el análisis del delirio usaré el conversacionalismo. En la segunda parte describo la écfrasis: la relación entre la imaginación y el lenguaje, la alucinación. El modo de pensar acerca de estos temas es el constructivismo radical.
Primera parte: conversacionalismo y derivados Telling y reporting El delirio puede manifestarse como un diálogo con las voces (telling): VOZ.—¿¿Lo ves? Incluso el doctor te lee el pensamiento. SUJETO.—¿¡No, me dijo que no logra hacerlo! ¡Déjame en paz! O como una descripción para el otro (reporting): DOCTOR.—¿¿Qué le dice esta voz que escucha? SUJETO.—¿La mayoría de las veces me instiga en contra de usted. El conversacionalismo influenció las corrientes psicoanalíticas y sistémicas, especialmente en el mundo anglosajón. Dicho enfoque posee dos aspectos: metodológico (el análisis de la conversación y el análisis del discurso) y práctico (el mantenimiento de la posición dialógica durante la conversación). Muchos de los textos conversacionalistas no han sido traducidos. Tomo prestado algún término del inglés para distinguir el telling (hablar en 54
primera persona) del reporting (hablar en tercera persona) (Shotter, 1993). El telling ocurre cuando digo: «Te amo». La verdad se encuentra en la primera persona. Si digo: «Te amo», y el otro me contesta: «No es verdad», me quedo perplejo, mortificado. Bateson lo llama patología de la epistemología. Puedo intentar demostrarlo con los gestos, pero cada gesto puede tener el efecto contrario. Podría hacer trampa, ya que no hay correspondencia entre el lenguaje y la realidad fáctica. «Te amo» no es un hecho, sino una declaración que contiene gestos y acciones para el futuro. La verdad en primera y tercera persona responde a planos conversacionales diferentes. La primera persona remite al cuerpo, al gesto que contiene ambigüedad constitutiva: Beso/mordida, caricia/bofetada, abrazo/lucha. Telling es la gran razón del cuerpo. La mentira no es la falta de correspondencia entre las palabras y las cosas, es la no correspondencia entre lo que digo y las consecuencias. Si la doncella es obligada a casarse con el príncipe, amenazada con pena de muerte, dirá: «Te amo». La patología epistemológica es evidente, lo dice para no morir. En cambio, si se le dice a una persona: «Paola te ama», reporting, la persona a quien se dirige la frase puede poner en tela de juicio la veracidad y responder: «No te creo». El interlocutor a su vez puede decirle: «¡Pregúntaselo!», invitando a la otra persona para a solicitar la palabra de Paola. Durante el trabajo clínico, los terapeutas piensan tal vez en los usuarios/pacientes como mentirosos porque hablan en primera persona. Lo patológico es la convicción de que la mentira es un intento de ocultar la locura. Por el contrario, la mentira tiene que ver con el contexto: «¿Qué dirán de mí si digo que hoy he visto a la Virgen? ¿Que he delirado?». La institución sanitaria se constituye como sometimiento. Se obliga al cuerpo a trasgredir para así poder mantener la propia subjetivación, para decir la verdad. La idea de que los pacientes mienten cuando hablan en primera persona es patógena. Si el telling es mentira, las únicas declaraciones válidas sólo son a través del reporting. Sólo los terapeutas son testigos válidos. Se confisca la subjetividad, el sujeto se reduce a paciente, se le aísla del mundo y de las relaciones. Algunos de ellos (nunca somos nosotros) se convierten en cuerpos dóciles, logrando que así se los deje en paz, resignados. Lo que en la jerga médica se define como compliance (complacencia), responder lo que el otro quiere escuchar. De este riesgo no se escapan las terapias colaborativas. Ernest Jones definió al colaboracionismo como quislingism (Jones, 1951). Este neologismo se refiere al nombre del noruego Quisling, quien entregó Noruega a los Nazis 55
por una suerte de lealtad mezclada con terror. En el sentido más general, el quislingism caracteriza la conducta de alguien que colabora con la autoridad para obtener ventajas secundarias y no ser aniquilado. Primo Levi lo define de forma similar con el término zona gris. No todas las prácticas colaborativas tienen esta característica. Pero muchos fenómenos de compliance en los servicios psiquiátricos se asemejan al quislingism. Sucede cuando falta el coraje para defender la propia posición porque se es o se siente amenazado. Cuanto mayores sean las prácticas que privan de libertad al sujeto, mayor será el quislingism. El idioma del otro El reporting es discurso. Si es indirecto, se informan las palabras del otro («Francisco dice que llegó a la hora»), si es directo, se citan las palabras del otro tal como han sido pronunciadas («Francisco dice: “He llegado en a la hora”»). Informar es testimoniar, se trata de una cuestión ética. En literatura hay oscilaciones del discurso cuando se utiliza el estilo indirecto libre. Como veremos en el siguiente capítulo, el discurso indirecto libre es el acceso a la conciencia del otro. El autor se extraña, toma distancia de su propia subjetividad y cuenta su punto de vista como si fuese el del otro, entra en resonancia con el lenguaje del héroe y de su comunidad lingüística. No se trata de técnica, sino de estilo. El terapeuta, como el escritor, pertenece a un sector social que Pasolini definía burgués. Nuestro trabajo (escritores y terapeutas) consiste en saber reconocer otras experiencias vitales, diferentes a la nuestra. El estilo indirecto libre, en alemán erlebte rede, es discurso vivido. Erleben es hacer experiencia, un tipo particular de experiencia, experiencia como vida (leben). Al considerar telling y reporting, encontramos un tercer tipo de comunicación, un telling en tercera persona, hablar con la lengua del otro. Mijaíl Bajtín (1895-1975) llamaba a esta experiencia heteroglosia. El término ruso pазноречие (raznorechie) es, en inglés, heteroglosia: diferentes discursividades. Bajtín utiliza este término conectándolo con intertextualidad. Otras frases claves son la oposición monológico/polifónico y el uso del concepto de género discursivo. Es imposible aislar las palabras claves de Bajtín de su biografía. Erudito de la literatura — conocido por haber analizado la polifonía en Dostoievski y lo grotesco en Rabelais—, su pensamiento ha ayudado a la terapia a superar la idea clásica del inconsciente como 56
profundidad, y la concepción de éste como estructura lingüística preexistente a la conversación (lengua versus palabras). Bajtín escribe muchos textos diferentes, algunos dicen que los firmó con diversos nombres: Bajtín, Medvédev, Volóshinov. Realizó su trabajo durante el período estalinista y posestalinista en la Unión Soviética. Podemos imaginarlo elaborando estrategias expresivas para sobrevivir, como la suspensión del nombre del autor, ocultándolo a favor de la obra, que se componen de ensayos que sostienen «ésto», y mucho más. En algunas de sus obras contrapone el análisis estructural monológico, con la responsividad, la capacidad de respuesta de la novela polifónica (Bajtín, 1980a; 1980b; 2003). Las críticas a Roman Jakobson, uno de los mayores estudiosos de lingüística, sostienen que el estilo no se disuelve en la estructura, el lenguaje viviente es el medio a través del cual la estructura se cae. Da luz acerca de los límites de las teorías y de las prácticas estructuralistas, el teoricismo desencarnado. Cuando se leen sus consideraciones sobre estructuralismo, se puede pensar que escribía sobre el estructuralismo para entender al estalinismo. No se trata de una metáfora, más bien de una alusión. Mientras critica una hipótesis lingüística, se refiere al totalitarismo. Detrás de la monología se puede leer totalitarismo, detrás de la polifonía, democracia. Hay algo que une el teoricismo estructuralista con el totalitarismo, la pretensión exhaustiva. Ambas tendencias, una desde el punto de vista teórico, la otra, político, parecen tener poca tolerancia para lo excedente. Augusto Ponzio (2005) observa que las opiniones de Bajtín sobre el inconsciente tienen afinidad con las posiciones de Lacan: Lacan evidenció la omnipresencia de la verbalización sobre la experiencia humana y la irreductibilidad del signo verbal a un mero flatus vocis. El mundo humano es un mundo simbólico, es principalmente el mundo de los signos verbales (Ponzio, 1995).
De hecho, Lacan permanece ligado a una visión estructuralista del inconsciente, además de que privilegia la responsabilidad del sujeto en el análisis de las circunstancias socioculturales de su condición. Bajtín, en cambio, subraya las condiciones sociohistóricas de la emergencia de la palabra. Se sustituye el inconsciente estructurado como un lenguaje por el inconsciente como intertextualidad. Interacción viviente entre conversación y discurso, responsividad en la relación. Hay una diferencia respecto a la idea de síntoma. El síntoma se muestra en el discurso clínico, tiene carácter teórico, se manifiesta en una palabra que hace la diferencia con respecto a la langue (lengua). La intertextualidad no revela síntomas, sino dimensiones inobservadas de la expresión
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dialógica, la intertextualidad se refiere a emergencias contingentes, socialmente encarnadas. Lo observado no sale de una estructura oculta como desvío, sino que emerge del caos como expresión. Al igual que en «La biblioteca de Babel», de Borges, no se trata de poner de manifiesto el desvío como excepción presente en un orden dado, sino más bien el gran caos que presenta sistemas ordenados aquí y allá, al margen del desorden. Lo que Joyce llama chaosmos. El sistema del inconsciente no es interpretable, no es referible más que de modo distorsionado y fragmentado. Es lo que es cuando se muestra. No antes, porque es imprevisible, ni después, sino para dar trabajo a los académicos. La intertextualidad no está en ninguna parte fuera de la conversación, no es una función de la conciencia ni un fenómeno colectivo profundo, no tiene referencias estables en el orden simbólico. Es emergencia del encuentro, fenómeno social. Se revela en una posición excéntrica, una posición encarnada. Un judío advierte la intertextualidad antisemita presente en las lenguas europeas, una mujer o un homosexual se dan cuenta de las inflexiones sexistas del hombre latino promedio, un discapacitado reconoce el uso peyorativo de los términos que utilizan sus compañeros de la escuela para llamarlo, así como un niño negro, como Job, que luego retomaremos. Aunque los maestros digan que se trata de juegos inocentes. La intertextualidad —ligada a la opresión, al sometimiento— es línea de fuga hacia la libertad. Entre estas ambivalencias, la vida transcurre como la espuma del mar sobre la arena, retirándose para expandirse. Si la heteroglosia es fenómeno de subjetivación, si la condición alienada de la persona no tiene solamente origen individual o familiar, sino también comunitaria, la constitución de la subjetividad no se origina en la organización de la identidad, sino por disenso. Pensemos en la ingenuidad aparente con la que se expresa el príncipe Mishkin a propósito de la pena de muerte en El idiota, de Dostoievski. Habla como un niño. La heteroglosia se encuentra siempre en el medio de una conversación, emerge como fenómeno en sí mismo, no presente ni antes ni fuera. No está en la cabeza de uno u otro, emerge del vacío. Un monte de Gracia En este relato el uso frecuente de la cursiva connota diferentes planos lingüísticos, muestra algunas formas de sometimiento a las prácticas discursivas de los profesionales de la salud (la lengua del otro) por parte de los pacientes. El término paciente, más que designar la posición del enfermo en su definición clásica, sirve para expresar la paciencia 58
necesaria para someterse a una intervención institucional. Veremos, como en una preparación de más capas, que los niveles lingüísticos aparecen aglutinados en un conjunto único. Estoy en los Estados Unidos, en Massachusetts. Durante mi trabajo encuentro a una familia portorriqueña que vive allí y obtiene fondos del sistema social por diversas razones. Julio tiene cuarenta y seis años, es alcohólico en remisión y tiene, según lo informado por su mujer y la carpeta clínica, retraso mental leve. Gracia es obesa y parapléjica, siempre siguiendo el relato que coincide con las anotaciones de la carpeta y con la evidencia de su presencia: una montaña. Gracia es bastante inteligente para saber que vivir en Massachusetts, para una familia portorriqueña, quiere decir aprender las prácticas que las instituciones sociosanitarias exigen, para mantenerse viva, las llaman social skills, habilidades sociales. La pareja Julio/Gracia tiene dos nietas, Linda y Magdalena, y un niño, Pedro, en cuidado temporal. Magdalena, de quince años, ha desaparecido de casa hace pocos días atrás, embarazada. Pedro, de cuatro años, es hijo único de una madre adicta al crack. Gracia pide el permiso para adoptar definitivamente a Pedro, que por ahora está en cuidado temporal. Ha aprendido bien el lenguaje que se usa en las evaluaciones diagnósticas, sin equivocarse. Categorías estándar: Julio tiene un retraso cognitivo medio y es alcohólico en remisión, Gracia es obesa y parapléjica. Otras palabras, psicológicas, médicas, sociales, como la diferencia entre cuidado temporal y adopción. Cada tipo de vínculo afectivo es redefinido técnicamente, cada particularidad concerniente al sujeto es borrada. Prácticas discursivas que tienen lugar en los hospitales como en las instituciones sociosanitarias, lenguajes artificiales. Sometimiento es aprender por parte del sujeto la lengua artificial de los servicios, colaboración. En el área cultural del mundo donde existe el mayor respeto por la ciudadanía y el habeas corpus es necesario sacrificar a alguien, vagas reminiscencias de una esclavitud que resurge en el corazón más liberal del mundo, némesis. Se elimina cada residuo afectivo de la palabra, como en la diferencia cuidado temporal/adopción, que tiene un valor económico incremental. Si un niño en cuidado temporal significa un cheque por una cierta cantidad de dólares, un niño en adopción puede significar mucho más. Para la familia pobre es importante. De hecho, esta diferencia confiere al servicio social el poder de decidir en función de que la familia respete algunos estándares de vida aceptables, es decir, que colabore. 59
Si Julio es retrasado mental, puede decir algunas cosas que para un no retrasado podrían ser objeto de desconfianza moral. Entre estas: «Quiero volver a Puerto Rico». Intertextualidad institucional: si vuelven, pierden todo. La primera parte de la conversación es con puertorriqueños pobres, quienes han adquirido los instrumentos para el sometimiento, adaptados a los márgenes de la integración social. Sin embargo, yo también siento sometimiento, sujeción, quisiera irme, difícil estar sentado sobre esa silla. ¿Quién soy en Massachusetts? ¿En calidad de qué estoy allí conversando con esa familia? ¿Quién me ha invitado? ¿Qué rol se me atribuye? Habiéndome despertado de esta etapa disociativa, he decidido mantener un rol marginal, etnográfico, en lugar del de experto que viene del extranjero. Soy un extranjero —más que ellos—, pero seré también un Doc (doctor), las sensaciones son ambiguas. Mi título aquí ni siquiera es reconocido. Entre nosotros hay más similitudes que diferencias, pacientes portorriqueños de Massachusetts, doctor italiano en Massachusetts. Somos todos extranjeros, yo más que ellos. Además, de visita. No hay ninguna posibilidad de afectar a los servicios sociales locales, que ni siquiera saben que estoy allí. El encuentro de todos modos no está prohibido, distinción importante en el derecho anglosajón. Me pregunto si, en estas condiciones marginales, en este nicho de libertad, piensan que tenga sentido continuar conversando. Lo digo porque antes de aquel momento, además de haberme hablado con los manuales de evaluación diagnóstica, médica y social, me han preguntado si puedo hablar para transformar el cuidado temporal de Pedro en adopción. Después de la declaración de marginalidad e impotencia, espero que se levanten y se vayan. En cambio continúan cambiando palabras, hablan de sus vidas, la conversación se transforma. Las cosas ahora tienen sentido en relación al lugar en el cual viven, a los afectos, al lugar del cual provienen. Las categorías diagnósticas se transforman en el estigma de su existencia. El sobrepeso y la silla de ruedas que la transportan hacen de Gracia una montaña, firme, tomando Massachusetts como zona de salvación, de gracia. Su cuerpo muestra la necesidad de anclarse, de vivir una vida marginal dentro de un imperio de signos que, al codificar el sometimiento, les permite sobrevivir. Un monte de Gracia. En Puerto Rico ya estarían muertos. Viven en los intersticios de la misericordia de Nueva Inglaterra. Julio, retrasado de Massachusetts, gracias a esta marca de imbecilidad puede continuar, como un niño, con sus caprichos de regresar a Puerto Rico. Se trata de 60
palabras vacías, dichas por un discapacitado. Ni Gracia, ni Julio, a diferencia de la nieta Linda, saben inglés, saben sólo pocas palabras: adoption (adopción)/fostering (acogimiento). IQ (coeficiente intelectual), obesity (obesidad), pregnancy (embarazo), paraplegia, alcohol addiction (adicción al alcohol), Doc (doctor), social worker (trabajador/a social). Durante el asesoramiento, un miembro del equipo terapéutico —Cristóbal Bonelli, antropólogo y terapeuta chileno— propone una visión, casi una alucinación, un túnel que separe dos lugares: Massachusetts, un hospital, y Puerto Rico, un bar. Gracia dice: «El hospital hace sobrevivir, el bar mata». Ejemplifica una de las descripciones de Foucault con respecto a la modernidad, el poder no es el de matar, sino el de mantener con vida. El caso de la piel El segundo ejemplo describe una forma más sutil de heteroglosia. Se trata de Job, un niño italiano nacido de una madre dominicana negra. Job tiene diez años y el hermanito, Ernesto, siete. El padre italiano fue excluido de la casa y encarcelado por haber agredido y herido a María, la madre, al regresar borracho a casa una noche. Job en esa ocasión, con seis años, había llamado a la ambulancia, mientras el padre huía. María, Job y Ernesto vienen porque Job tiene problemas en el colegio, diagnosticados como school phobia (fobia a la escuela). Job y Ernesto son tomados como objeto de burlas y acoso en el colegio porque son negros. Job, que tiene una piel más clara que la de Ernesto, es víctima de bullying, Ernesto no. Job no reacciona. Ernesto sí, pero Ernesto dice que Job es acosado porque es negro. Los abuelos viven en Santo Domingo, no los han visto jamás, se hablan por teléfono pero no se entienden, hablan en otra lengua. Han visto fotos. Pregunto si querrían verlos, dicen que sí, que tal vez, pero que son negros. ¿Y la madre? La madre es blanca. Desde mi percepción visual, María es la más negra de los tres, tal vez son víctimas de nuestros prejuicios perceptuales, que hacen que nosotros, los blancos, seamos capaces de discriminar el blanco del negro, pero incapaces de distinguir entre los negros. En mi percepción visual el más claro es Job, después Ernesto, después la madre y los abuelos, quienes, por las fotos, me parecen oscuros como la madre. Desde el punto de vista de Ernesto, Job es negro como los abuelos, y él y la madre son blancos. Ernesto tiene las ideas claras, ser blancos significa luchar, vencer; ser negro, en cambio, es someterse a perder, por lo tanto, Job es negro. María ha luchado, ha encontrado un nuevo compañero que trabaja de policía. Después 61
de la liberación de su marido sufrió algunas represalias de parte del mismo, pedradas a los vidrios de la casa, sin que el padre se preocupe por la presencia de los hijos, a quienes además insulta en la calle. La historia probable de este italiano es que haya sido, como muchos hombres de Europa y Estados Unidos, un usuario habitual del turismo sexual. Después de sus prácticas turísticas, se cansa y decide llevar a casa a una mujer para que lo sirva. Cuando ella se emancipa, él se vuelve violento y alcohólico. Poseído por los ríos del alcohol y de los celos, intenta matarla. Un Accattone (personaje de película de Pier Paolo Pasolini) burgués y racista. La escuela no parece estar muy interesada en la historia de Job, las profesoras dicen que estas formas de racismo infantil son cosas de niños, el pueblo donde viven está dominado por una cultura política chovinista. En el listado para acceder a las casas populares, María está siempre al final porque es extracomunitaria y le roba las casas a los italianos. El panadero del pueblo ejercita acciones de solidaridad con ella, las cuales son mal vistas. Mientras pasa los días limpiando para mantener a sus hijos, la familia de la panadería se hace cargo de Ernesto y Job, y los ayuda a realizar las tareas escolares junto con su hijo, compañero de clase de Ernesto. Además, el policía que vive con ella es un terrone (modo despectivo de llamar a los del sur de Italia). Job es inteligente, cuando le proponemos una evaluación psicológica, muestra grandes competencias, entre otras cosas dibuja muy bien el autorretrato de Vincent Van Gogh con la oreja vendada y le escribe encima: «Vincent Van Gogh, muerto suicida a los treinta y siete años». En la escuela, en cambio, no da buenos resultados. De todos modos, supera el examen de quinto grado. Le pregunto cómo le ha ido, me mira. Expresa un cierto desprecio mezclado con desconfianza, como evocando un mundo opresivo, la escuela, el pueblo, el padre, el mundo blanco. Está cansado pero feliz de haber salido de esa horrible historia de la escuela primaria. En historia le han preguntado sobre Cristóbal Colón, quien descubrió América, gran héroe se le dice aquí, pero sospecho que en Santo Domingo las personas negras, como él, no tienen la misma opinión. En geografía le han preguntado sobre Europa. Yo pregunto: —¿Y las Américas? —¡No, eso no se estudia en la escuela primaria! En ciencias le han preguntado sobre la piel, la pigmentación. ¿Habrá sido por el color? ¿Por el blanco? ¿Por el negro? A diferencia de Ernesto, el hermano rebelde, Job es paciente, traduce, transforma su 62
lenguaje, reconoce su ser negro, lo muestra como un estigma en el modo como relata su pregunta en el examen de la escuela: Colón, Europa, la piel. Su nombre no corresponde a la lengua materna. Habla italiano y tiene un nombre español, Job. Nadie en la escuela pensó jamás en explicarle a la madre, inmigrante a la fuerza, la importancia de hablarle a sus hijos en aquella variante del español que es el dominicano. La heteroglosia de Job es diferente a la de Gracia, Gracia no habla inglés, conoce sólo la terminología inglesa de los servicios: mind mental impairment (deterioro mental leve), alcohol addiction (adicción al alcohol), obesity (obesidad), fostering (acogimiento), adoption (adopción). Job no conoce su lengua materna, tiene una lengua madrastra. Sin embargo, parece ironizar sutilmente con ella: Colón, Europa, la piel, la pigmentación.
Segunda parte: las aventuras de la écfrasis Écfrasis La alucinación se convierte en evento comunitario cuando es descrita, écfrasis. La écfrasis se desarrolla a partir de una imagen, no importa si presente o inexistente, la descripción está siempre dirigida al otro, comunitaria. Ninguna descripción podrá jamás agotar la experiencia visual. Michele Cometa (2007: 43) puso de manifiesto la écfrasis así como la concibió Foucault: Quien busque en Foucault la seguridad de la écfrasis clásica estará totalmente desilusionado. Esta es para él más bien una «tierra de nadie», que se define por diferencia [...] en el espacio entre lo visible y lo decible es posible habitar, siempre y cuando se sepa que lo que se dice es desde otro lugar y puede emerger por contraste sólo el telón de fondo de lo que se ve, mientras que el fundamento de lo visible reluce entre las tramas de lo que se dice (Cometa, 2007; 43).
La écfrasis puede ser descripción de la alucinación. Lo escribo aunque todavía no me resulta clara, confieso, la diferencia entre ver, tener una visión y estar alucinando.
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Foucault (1966) describe Las meninas, de Velázquez. Su descripción es para mí el vehículo de la psicología de la diferencia. Las meninas, enigma en tres movimientos. Quien mira la obra por primera vez queda desconcertado, puede formular alguna hipótesis con respecto a lo que Velázquez está pintando. El lienzo en el lienzo está girado y ocupa gran parte de la zona de la pintura a nuestra izquierda. ¿Se trata del mismo lienzo en vía de composición? ¿Como si el pintor estuviese delante de un espejo? Tratamos de excluirlo, aunque no sepamos aún el porqué. Primer movimiento: el pintor mira a quien observa la pintura en este momento. Si el observador se mueve, su mirada sigue al observador. Entre nosotros y los ojos móviles de Velázquez podemos trazar un segmento en línea recta. Se mueve. Si nosotros nos movemos, mantiene la trayectoria, plano de intensidad. En realidad, Velázquez no nos está mirando a nosotros, mira lo que está pintando, por eso está ubicado detrás del lienzo en el lienzo, para observar a la vez, pareciera, fuera del lienzo, fuera de ambos lienzos. Aquel interno sobre el cual pinta pintado, y aquel externo que contiene también al pintor. Qué es lo que observa no se sabe, porque lo que está observando no está en el lienzo, está pintado o está por ser pintado en el lienzo del lienzo, no donde estamos nosotros. Lo que pinta Velázquez está en la parte de la sala que la pintura no muestra, ni muestra el lienzo en el lienzo, porque está dado vuelta. El espacio se disocia en tres partes distintas. Se crea un triángulo: la mirada de Velázquez, nuestra mirada y una tercera invisible, la cual no se llega a percibir, otra psiquis. Podríamos también decir en cuatro partes distintas: las primeras tres mencionadas por Foucault y una cuarta parte que podría
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ser el semblante de la tercera parte, el semblante de lo que todavía está invisible para nosotros. Segundo movimiento: invito a quitar la atención de este focus (foco) para analizar el sistema de la representación figurativa. Foucault dirige la atención a las luces internas en la sala del cuadro, a la proveniencia de las mismas. Provienen de las ventanas a nuestra derecha. Todos los cuadros en la habitación son opacos, poco visibles. Menos uno. La imagen más pequeña, al fondo de la habitación, parece emanar luz, allí se ven las figuras de los reyes de España, aquel cuadro, del cual emana luz desde su interior, no es un cuadro, es un espejo. Desde allí emerge reflejado el sujeto del enunciado, su nombre propio, Felipe IV y Mariana de Austria. El círculo ecfrástico se cierra. Fuera del cuadro, en la parte de la habitación invisible del mismo, están los reyes, los mismos que se ven desde lejos en el espejo y que están por ser pintados sobre el lienzo en el lienzo, que nos dará la espalda para siempre. Buscamos lo que está delante de nuestros ojos, de manera disimulada, pero para verlo tenemos que ir a su encuentro, encontrar el hilo conductor. El lector aparece satisfecho, pero eso no es todo. La segunda parte del capítulo invierte la perspectiva. Hemos encontrado el tercer vértice del triángulo, el observador está entre la mirada de Velázquez (el significante, que pone el signo sobre el lienzo en el lienzo) y la referencia (el nombre propio de los reyes de España). El observador, gracias a la ayuda de Foucault, ha dado un significado al lienzo, ha descubierto el nombre propio del sujeto. Semántica, conclusión lógica de un procedimiento, pero es sólo el final de lo que es preliminar. Tercer movimiento: Foucault nos invita a olvidar lo que hemos descubierto, a hacer de cuenta que lo ignoramos, a regresar sobre el proceso de oscilación que ha llevado a aquella conclusión, a volver a poner todo en cuestión. No porque el descubrimiento del hecho no sea significativo, más bien justamente porque lo es. Regresemos al proceso anterior, el movimiento delante y detrás (fort/da), el producir por producir, no el producto. Así debe entenderse la écfrasis. Nunca veremos lo que Velázquez pintó sobre el lienzo en el lienzo, hemos descubierto que el sujeto de la pintura son los reyes de España, pero jamás hemos visto esa pintura. Esquismogénesis Vemos la heteroglosia antropológica de Gregory Bateson (Bateson, 1988). Bateson realiza una investigación de campo sobre la población iatmul, de Nueva Guinea. Se da 65
cuenta que los iatmul emplean periódicamente el tiempo en un ritual definido naven. La investigación describe la función del ritual en la comunidad. Después de haber observado y tomado fotos de secuencias del ritual, Bateson construye una interpretación: El naven es un ritual público en el cual los hombres se visten y se comportan como mujeres. La función del ritual es instituir un clímax para la esquismogénesis. La esquismogénesis es interacción acumulativa: en la interacción con el otro, a una acción del sujeto le corresponde una reacción del otro. Este intercambio se acumula en una interacción que crea un sistema de acciones, el intercambio comunicativo. Una secuencia de acciones, que corresponde a una secuencia fotográfica o cinematográfica, es un conjunto de reacciones a reacciones entre sujetos, capturables por una cámara fotográfica o cinematográfica. Siguiendo las interacciones entre sujetos, se puede pensar que son de dos tipos: simétricas o complementarias. Las interacciones simétricas acontecen cuando dos sujetos, o bien dos grupos, entran en competición a través de conductas del mismo tipo. Las interacciones complementarias se producen cuando a la conducta de uno de los dos individuos o grupos, el otro responde con una conducta diferente, aunque relativa a la primera. Si levanto la voz y el otro la levanta más que yo, hay interacción simétrica, si levanto la voz y el otro la baja, hay una interacción complementaria. El naven es un ritual en el que los hombres/mujeres acentúan las conductas femeninas así como las perciben, y las mujeres/hombres acentúan las conductas masculinas tal como las perciben, un ritual didascálico e irónico que amortigua la escalation (escalada) en las interacciones hombre/mujer. Después de haber presentado los resultados de estas investigaciones acerca de las dos formas de interacción, ocurre algo que hace que estas investigaciones resulten incompletas, no exhaustivas. Bateson se dirige a Bali con Margaret Mead para una nueva investigación de campo (Bateson y Mead, 1942). En este caso, Bateson fotografía secuencias interactivas concernientes a las relaciones comunitarias en Bali en referencia a circunstancias como la crianza de niños. Imágenes, difíciles de encontrar, publicadas en el libro Carácter balinense que contiene un enorme número de tablas, cada una de las mismas compuesta de secuencias. Cada tabla contiene una leyenda (escrito) redactada por Bateson, quien describe todo lo que ocurre. La investigación de Bali señala un cambio radical en el pensamiento de Bateson. No existen sólo relaciones apicales, que alcanzan un clímax. En Bali, Bateson observa una forma interactiva caracterizada por una meseta continua de intensidad sin 66
clímax. La meseta, vibración continua, «sustituye al clímax». Las imágenes en secuencias muestran interacciones muy diferentes de aquellas encontradas en los iatmul de Nueva Guinea. En Carácter balinense no sólo se descubre un modo de interacción diferente, que en el Occidente adulto moderno no se practica, sino que se observa una interacción inconclusa, sin clímax, un rizoma. Bateson retoma un tema con larga tradición en Darwin y Nietzsche: el origen de un fenómeno biológico relacional y social es heterogéneo a la función desarrollada aquí y ahora. Bateson en Bali —inicios de los años cuarenta del siglo pasado— encuentra que las interacciones humanas pueden no tener un clímax, permanecer a lo largo de un plateau continuo de intensidad. Así como los seres vivientes, también las relaciones humanas no tienen una finalidad consciente. La idea de la finalidad consciente de tener control sobre las relaciones afectivas y sociales es corruptiva.
El caso es inadecuado a cualquier trayectoria lineal. Se produce el caso cuando se toma una diferencia que nos permite transformar nuestra teoría. Playing (jugando) el aion Un tercer ejemplo concierne a la observación clínica. Durante una sesión, un niño de tres años y medio observa una pequeña mesa repleta de peluches. Debajo de todos estos peluches, entremezclado ve un recipiente de tela, el cual contiene otros peluches más pequeños. El niño parece que quiere jugar con lo que está dentro del recipiente. Sin embargo, no ve el contenido. Comienza a tomar los peluches que están encima del recipiente, los arroja lejos, uno por uno, lentamente. Cada vez que los lanza mira a la madre, preocupada por el desorden. Ella le dice que no tire los animales, él lo sigue 67
haciendo, la madre me mira, con un gesto le sugiero que le deje hacerlo. Arroja los animales que están sobre el recipiente, luego mira dentro del mismo y ve otros peluches más pequeños, los toma, uno por uno los arroja lejos hasta vaciar el recipiente, luego mira dentro. El recipiente está vacío. Llegado ese punto se sienta. La madre le dice: «Has vaciado el recipiente, pero no has jugado con ninguno de los animales, ¿entonces?». El niño se encoge de hombros. Está claro que el niño juega vaciando el recipiente. El juego, según la madre y yo, tendría que haber comenzado cuando encontraba el peluche apropiado: él termina cuando ha vaciado el recipiente. Ha terminado de jugar cuando los adultos pensábamos que tenía que comenzar; su tiempo de jugante, los pensadores de la antigüedad lo llamaban aion, un infante que juega. Para el adulto occidental, el juego es cronos, algo que comienza y termina, finalizado (con finalidad). Allí había algo para vaciar; aquí, algo para llenar. El deseo infantil es inmanente, no tiene necesidad de un objeto externo. La necesidad del objeto externo es una forma de adiestramiento inconsciente de los adultos. Pensamos el juego como actividad que estructura reglas. No al gesto jugante, playing. El jugante está frente a nuestros ojos. En este caso, el nombre del juguete es un dato indefinido. Foucault invita a hacer lo mismo cuando pide, después de haber descubierto el nombre propio, regresar al movimiento de la observación. Cuando observamos el caso, cuando tenemos una visión —alucinación, obra de arte u otra cosa— tenemos suspendido el nomos: no solamente el nombre, también la norma. Los místicos la llamaron éxtasis, la mirada de la madre balinense. Constructivismo No existe la realidad, está en el ojo del observador. En su radicalidad, esta idea sostiene que cada visión es un producto del sistema observante. Que no existe otra cosa que alucinación. Problema planteado por Darwin y retomado por Nietzsche: qué era el ojo antes de ver. El método genealógico parte de esta pregunta: un órgano cualquiera —un ojo o una institución— desarrolla en el presente una función dada. Pero ¿cuál es el origen? En un lugar, en un tiempo, en una constitución diferente, el origen de un órgano o de una institución no es su función. Lo que no se da en los sistemas diseñados por el hombre. Salvo en el bricolaje. El bricolaje es un pensamiento salvaje, que incluye la singularidad. Lévi-Strauss (1964) describe las esculturas de madera del pensamiento salvaje. Se respetan los nudos, 68
la escultura tiene en cuenta los vínculos. El nudo es el caso que emerge mientras la escultura se está haciendo. Quien hace bricolage observa el caso: un tornillo sobre una mesa aquí, un eje de madera allá. El constructivismo no distingue la realidad de la visión, es la visión la que produce realidad, por eso cada visión es alucinación. Si se parte del origen del ojo, esta afirmación cobra un sentido. Es necesario preguntarse qué era el ojo antes de ver, pregunta darwiniana. A la cual se responde inventando lo sublime. El ojo era una llaga fotosensible y la luz persistía sádicamente sobre ella, la deseaba de un modo perverso. El dolor insoportable de la llaga es sublimado, visión. Ernst von Glasersfeld (1995) inventó el término constructivismo radical (1987;1996): de sus hipótesis surgen consecuencias anárquicas. La idea del sujeto como máquina no banal, imprevisible, expuesta a cambios aleatorios. La idea de que no hay aprendizaje consiguiente a una relación educativa intencional. La idea de que la relación terapéutica no tiene ninguna finalidad consciente, que es una danza cuyos pasos se crean durante el encuentro. La ideología inconsciente de la terapia La heteroglosia tiende a anularse cuando los discursos entorno a la estructura y la función del Ego llevan al terapeuta a la conclusión: cara, yo gano; cruz, tú pierdes. En la formulación más elemental todo depende de la integración del Yo. Las personas se dividen en sanos y pacientes, los pacientes tienen un funcionamiento débil del Yo. Alguien describió esta reducción del psicoanálisis como un juego con los elásticos. Los pacientes con el Yo débil pueden estar carenciados, no tener capacidad de elaboración, no tener madera para el análisis. Las personas excluidas del análisis son pobres, de poca cultura, tendrían que ser tratadas con sistemas educativos de otro tipo, por ejemplo, por asistentes sociales que enseñan las life skills, competencias sobre cómo ahorrar el dinero, mantener limpia la casa, nutrir a los hijos, tener buenas relaciones con los vecinos, vivir una vida más o menos como la familia de Julio y Gracia. Los psicóticos son internados, y los analizandos reciben una intervención reparativa. En esta tradición se ha movido el psicoanálisis que pensaba que los homosexuales tenían trastornos de identidad. Frank Caprio, psicoanalista americano, decía que curaba a las lesbianas a través de la autohipnosis en pleno macartismo, época en la que las terapias estratégico-reparadoras individuales, familiares y de grupo ganaban un glorioso éxito. 69
El elemento ideológico de las intervenciones psicoanalíticas y de terapia familiar que siguen estos objetivos es el familiarismo, descrito por Deleuze y Guattari en el Anti Edipo. La patología reducida al triángulo familiar edípico como interpretación sintomática de las dinámicas familiares. El Edipo, que en Freud parecía una metáfora del mito y del teatro griego, se transforma en una categoría. Cada síntoma conduce al triángulo. El familiarismo de la terapia familiar estratégica sostiene que todos los juegos psicógenos se juegan en familia, teoriza modelos de explicación en los cuales el sistema es abstracto, como un algoritmo. La familia deviene un sistema a partir del cual hay que permanecer neutrales, leer desde lo externo, como un científico positivista. Los juegos son entre competidores actorales desvinculados, como si no existiesen cuestiones de gender (género), de opresión cultural y política. Al mismo tiempo, la familia se idealiza y se ve como la fuente de un malestar debido a errores y confusiones en la comunicación. Los juegos patológicos están en la familia, concebida como un equipo de jugadores más o menos hábiles. El que juega mal tiene problemas de identificación. Las categorías diagnósticas, indiscutibles, son la consecuencia de un cierto tipo de juego o estrategia. Visión que se acopla con la ego psychology. Las terapias familiares estratégicas y el psicoanálisis reparador comparten el adaptacionismo que la sociología funcionalista había teorizado con Talcott Parsons: todo ocurre en la familia. Si una persona sufre de discriminación racial, regresa de una guerra, es maltratado en la escuela, son violados sus derechos en un hospital, lo que interesa es el modo de reaccionar del paciente: se asume como paradigma lo que haya adquirido en los juegos familiares. Cada uno tiene su tarea: los sociólogos explican cómo tiene que funcionar una familia funcionalmente diferenciada, los psicoanalistas reparan los daños edípicos del Yo, los terapeutas familiares intervienen sobre los juegos psicógenos que hacen disfuncional a la familia y los asistentes sociales enseñan las life skills a las familias pobres. Todo muy simple. Notas: 3.
DSM:
Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales.
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4 Pasolini. Psicoterapia y literatura Tercero: que el susodicho Di Pasquale, educado en clima positivista, en el Maradagàl del presidente Uguirre, de Carlos Venturini, de Luis Coñara, de José Barriento y semejantes, pero sobre todo de la facultad médica de Pastrufacio, y convertido en todavía más escéptico por el ejercicio de su profesión, como se tendrá ocasión de leer, creía poquísimo en la Santísima Virgen — desdichadamente ésta es la verdad— pero menos todavía en los fantasmas. Carlo Emilio Gadda
El género del discurso: contra la academia, contra la sociología La gramática no es el rasgo distintivo del estilo libre indirecto. Tampoco es el hecho de que se hable de los pobres y de sus condiciones sociales. La única garantía es la calidad del texto. Los frentes polémicos de Pasolini son los de los letrados académicos y la sociología militante. Dirigiéndose a los académicos, Pasolini escribe que se trata de: «Ampliar la noción estrictamente gramatical del “discurso libre indirecto”». El estilo no es de una única forma ni es técnica: «Insisto en decir —escribe Pasolini— que el discurso libre indirecto es mucho más complejo y complicado que lo que aparece referido en el uso correcto: insisto en decir que el libre indirecto no puede más que tener un fondo sociológico» (Pasolini, 1965; 1972).4 Detenerse en la gramática para definir el estilo es reducir el alcance, simplificar la cuestión. El estilo está socialmente encarnado, es expresión del cuerpo a través de la palabra: el pliegue, las bifurcaciones del rostro, los ojos, la expresión, los brazos, los órganos sexuales, los orificios y todos los demás fragmentos capturados en el cuerpo. Pasolini está en la búsqueda de los fragmentos que componen el cuerpo antes de ser capturado, después de que se hayan desprendido: órganos sin cuerpo, cuerpo sin órganos. En el esquema corporal, los fragmentos son prisioneros de un horizonte funcional que parece ya dado. La cuestión que plantea Pasolini es cómo liberarlos de sus funciones para hacerlos hablar, actuar, escapar. En fin: tomar forma de excremento, olor, ruido, grito, crueldad, cuidado.
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En el lado opuesto, dirigido a sociólogos, sostiene: Lo que estoy habituado a ver en seguida en un texto no es… la historia novelesca de un héroe, sino la cualidad de la página que la narra: la estructura real de una novela no parece colocarse en el campo semántico […], sino en el campo lingüístico. Para mí, si hay homología entre la estructura social y la estructura novelesca, tal homología busca confrontar la estructura social con la estructura lingüística de la novela, o, en este caso, con la estructura (hasta ahora siempre utilizo la palabra sistema) estilística (Pasolini, 1965; 1972).
El sistema estilístico constituye una homología entre el sistema social y el novelesco. No es el contenido ideológico lo que hace la diferencia, sino el plurilingüismo, pluridialectismo, la heteroglosia (Bajtín, 1980a). Cuanto mayor es la disposición del autor a entrar psicológicamente en el lenguaje del héroe, mayor es el estilo libre indirecto que caracteriza la cualidad de la novela. Ni forma pura ni panfleto ideológico.
Los estilos en psicoterapia Para los terapeutas interesados en el lenguaje verbal y corporal, el estilo indirecto libre es fundamental. Se trata de la disposición a no reducir inmediatamente la entrevista clínica al mecanismo edípico (pequeño burgués), a observar un sistema de signos indescifrables, moleculares, o necesariamente hipercodificados, lo molar. El escritor a menudo delira; existe diferencia entre el delirio y la metáfora. La metáfora, en terapia, es parte del discurso neurótico, del profesor que va a análisis para sobrellevar su neurosis. El delirio es lo contrario. Para la palabra delirante: los hombres son mortales, la hierba es mortal, entonces los hombres son hierba (Bateson y Bateson, 1989)
Los hombres hierba, compuestos por minúsculos cables sueltos, vibran en el viento. El neurótico/burgués se ve obligado a transformar el delirio en metáfora, la idea de entrar en el delirio le molesta. Deleuze, que estudia a Bateson y a Pasolini, es capaz de expresar estas circunstancias usando la palabra agencement (agenciamiento). En Diálogos, de Deleuze y Claire Parnet, nos encontramos con esta consideración: «La unidad real mínima no es la palabra ni la idea o el concepto ni el significante, sino el agenciamiento». El signo, el significante, el morfema, el mitema: unidades mínimas abstractas, superpuestas, que no encuentran nunca materialidad en la vida, faltas de
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carne y de pasión. Por el contrario, el agenciamiento es relación, variación de vibraciones, imagen en torno a la cual se constituye un acontecimiento, comienzo de la intriga. Es lo que Pasolini pretende en su discusión sobre el estilo libre indirecto, una cualidad del texto, una esencia, que se esconde detrás del buen uso de la gramática (edificante para la burguesía más o menos intelectual), y detrás del contenido social (el proletariado mitificado por algunos grupos de izquierda de aquel tiempo). A menudo, el lenguaje que contiene una pretensión «proletaria» es lenguaje burgués. Aquello que se generó en los movimientos estudiantiles era ciertamente un lenguaje hablado por los estudiantes universitarios burgueses. Para encontrar el estilo es necesario dirigirse también a los lenguajes antiguos, nobles, pertenecientes a quienes devastaron la riqueza en vez de ocupar el lugar de la mezquindad burguesa. Un nuevo estilo resuena al viejo. Por ejemplo, la clase subproletaria que observa Pasolini y la nobleza decadente de Visconti tienen una virtud común: el rechazo al trabajo, pegamento moral que une constitutivamente proletariado y burguesía. En el momento en que la nobleza desaparece del campo, sustituida por la activa presencia campesina, los márgenes de la ciudad serán gradualmente infestados de alcohólicos, delincuentes, prostitutas que erosionan y corrompen la operatividad de la fábrica proporcionando sus mercancías a los obreros, lo cual, a su vez, corrompe su fe en el porvenir socialista. Surgen así neolenguas que abren paso a jergas marginales. El lunfardo de Buenos Aires y Montevideo, importado por los migrantes en la forma de fragmentos jergales crudos, que lentamente se reconectan entre sí en forma de diccionario, la forma de hablar carioca de Rio de Janeiro, la continua transformación de los dialectos italianos. Se descubre que cualquier lengua, española o angloamericana (que tiene, por ejemplo, maravillosas variantes en autores nigerianos como Achebe, Buchi Emecheta, etcétera) tiene su propia peculiaridad; que escribir significa dar voz a las variantes que mantienen viva esta peculiaridad expresiva y jergal. La empresa de Pasolini consistió en la revalorización de una lengua habitada de formas dialectales, idiolectos, derivaciones de los dialectos en la formación de las variantes más o menos cultas, históricamente registrados del italiano, etcétera. En el estilo libre indirecto pueden emplearse diversas soluciones técnicas, siempre y cuando el autor sea capaz de extrañarse de sí mismo. Permanecer apenas un paso atrás del pensamiento y el cuerpo de su héroe. 73
En el caso de que el héroe sea un héroe popular, y su lengua sea experimentada por el escritor, implica que la lengua del escritor baje en un grado. No implica una mímesis verdadera, sino una especie de larga «citación» atenuada (Pasolini, 1965; 1972).
Como en el caso Gadda, proliferación verdadera y propia: Deberíamos añadir a la pizarra de nuestro boceto geométrico una nueva línea: una línea serpentina que, partiendo del alto, caiga interseccionando la línea media, hacia abajo, y luego vuelva otra vez, siempre cortando la línea media, hacia arriba, y luego de nuevo hacia abajo, etcétera (Pasolini, 1965).
De ahí la relativa intraducibilidad de Gadda. La serpentina es una línea de fuga que caracteriza la serie dispersiva de derivaciones en Deleuze (esquizofrenia, literatura angloamericana, Francis Bacon, Antonin Artaud, Louis Wolfson). Es la línea de fuga que unifica los estilos. Regresiones de la escritura hacia la cirugía, un trabajo manual que produce una herida. «El cuchillo del cirujano indaga dentro de sus vísceras, luego se retrae dejando un desgarro serpentino, crudo, en el propio camino de su vientre. Veo sus ojos llenos de oscuro sufrimiento, tan bellos como los ojos de un antílope. ¡Heridas crueles! ¡Dios libidinoso!» (Joyce, 1914;, 11).5 El estilo sustrae el cuerpo a la condena de los orígenes, a la esclavitud de un trabajo alienado, a la posibilidad de vivir sin raíces. Es verdad, Leonarda y Julia, dos nombres entre los casos clínicos, no quisieron trabajar más. ¿Y qué si es así? Todos aquellos muchachos que a la mañana no se levantan para ir a la escuela, que permanecen en cama hasta las dos de la tarde, que pasan la noche despiertos con la computadora y van al pub, no tienen voluntad de trabajar y lentamente terminan frecuentando los servicios psiquiátricos. La alternativa es trabajar por tres meses en un call center por 400 euros. ¿Cómo puede la sola terapia dar solución a estas circunstancias?
Código de códigos Volvamos por un instante a la obra de Foucault Las palabras y las cosas. Las meninas de Velázquez es una obra que se mueve como una línea serpentina de derivación a través de la écfrasis. Resumo las mismas consideraciones realizadas en el segundo capítulo: Foucault guía la mirada del lector al descubrimiento de la ley de composición de la obra, hacia una forma de triángulo geométrico. Tres vértices: el observador, nosotros mismos, que somos interpelados por la mirada del pintor, que nos mira a los ojos, cualquier posición próxima que decidamos nos lleva a tener un respeto a la imagen. De este encuentro de miradas nace un problema racional: ¿qué está mirando 74
realmente el pintor? ¿Donde reside el tercer vértice del triángulo? Primer vértice: el observador. Segundo: el autor. Tercer vértice: el nombre propio. Condición de la posibilidad para todo el resto, código de códigos. En la segunda parte del capítulo Foucault añade: una vez descubierto el nombre propio debemos fingir nunca haberlo sabido. Debemos volver atrás a observar la ley de composición, el camino vibrante que nos lleva al descubrimiento del nombre, el movimiento de la significación, el triángulo con tres vértices que se constituye entre el observador, los ojos del autor y la otra psique subyacente, lógicamente capturada, nominada. Estamos presos en la significación, el nombre es nuestro signo —nomos, la ley que se instala en nosotros: el código de códigos—, el autor lo muestra y lo esconde, por lo que el observador oscila (se desenvuelve), busca darle un sentido a las cosas, encuadrarlas, imagina. La línea serpentina se mueve entre la parte alta del cuadro (los regentes) y la parte baja (los observadores), cruza la línea media (el pintor). Velázquez no está solo sobre la línea media, hay más cosas y personas. Un mundo de cortesanos, damiselas, enanos, un perro pisoteado por el italiano Nicolasito Pertusato; por último, la niña, el centro del cuadro, en la zona donde se concentra el foco de observación. Un mundo que la pura ley esconde. Reconocer la ley de composición y suspenderla para hacerla volver a vibrar. Pasolini escribe que la nominalización es necesaria, código de códigos, condición de posibilidad del mundo. Antes, el nombre. Me parece que para Pasolini se trata de una cuestión ética. Pasolini y Foucault comparten la idea de que para crear es necesario partir del nombre propio como designador rígido. La primera parte del primer capítulo de Las palabras y las cosas se olvida, pero es una significación originaria: sin ella no habría ninguna línea de derivación serpentina. Pasolini se refiere a Eco en este modo: El «muchacho rubio» (o la reina de Inglaterra) podría ser también fotografiado, o pintado, o tallado. Por lo tanto, podría ser signo icónico de sí mismo en el ámbito de muchos sistemas de signos, cada uno con su código específico. Pero él no sería nunca codificable en ninguno de estos signos si no fuera antes de todo descodificable en el sistema de signos de la Realidad como Autorrevelación o Lengua Primera, a través de su código que es por lo tanto el código de códigos (Pasolini, 1965; 1972).
Cuando Pasolini escribe en junio de 1965 esta crítica del ensayo El estilo indirecto libre en italiano, de Giulio Herczeg, muestra insistencia sobre el aspecto psicológico —línea media entre la gramática y la sociología— para explicitar las formas de la relación con «otra psique»: La cosa más odiosa e intolerable, incluso en el más inocente de los burgueses, es no ser capaz de reconocer
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otra experiencia vital que la propia: y de llevar a todas las otras experiencias vitales a una analogía sustancial con la propia. Es una verdadera ofensa que realiza con los demás hombres en condiciones sociales e históricas diversas (Pasolini, 1965; 1972).
Puede sucederle incluso al clínico, el más inocente de los burgueses es también el más inocente de los terapeutas. Piensa en una función universal del Yo y no se interroga sobre el origen del Yo. Se olvida de Nietzsche y Bateson, absorto en la jerga profesional aprendida en la universidad, analizado por analistas de una sola escuela, formado a través de lecturas escolásticas. Aquel Yo pertenece al burgués (diría Pasolini), al miembro tipo de una clase media, neurótico, frustrado por una profesión que quizás requiera agenciamento. ¿Qué cosa es entonces el estilo? Estilo de discurso. En las prácticas sociales hay una referencia de uno al otro. Toda práctica social crítico-reflexiva es cuestión de estilo, parte del análisis del discurso, de sus detalles. Si se describen los efectos en la relación social, las formas permiten construir el estilo de una cultura, el modo de segmentar la realidad.
Introspección vicariante, el embrollo y la traición Quien amaña está siempre fuera del vínculo, quien traiciona desgarra el vínculo que había. Pero lo desgarra al presentar otro diferente, desgarra el vínculo de bienestar, de happy hour, de cortes televisivos. La gran literatura es traición, la literatura de marketing es trampa. Para connotar la trampa, Pasolini usa un término sociológico: burgués. Indica un sistema cultural para partir desde un horizonte histórico. El autor preso del mercado intercepta la censura editorial para salirse con la suya. Mira el mercado. Me gusta pensar en la admiración recíproca entre Poe, Hawthorne y Melville, o aquella entre Joyce y Svevo, en los movimientos parisinos, londinenses, vieneses en literatura y en el arte figurativo, en la beat generation, en la admiración de Griffith por Pastrone. En los reconocimientos concretos, las políticas de la amistad. En algo que permita la libertad de expresión hasta el fondo, donde se encuentran historias y obras. El estilo indirecto libre da voz a la otra psique, emergencia de nuevas formas culturales. No hace que todo vaya bien, como en la «posmodernidad». Toma posición. Cuando un autor se ve obligado, para revivir los pensamientos de su personaje, a revivir sus palabras, quiere decir que las palabras expresadas por su autor y las del personaje no son las mismas: el personaje vive entonces en otro mundo lingüístico, o bien psicológico, o bien cultural, o bien histórico. Él pertenece a otra clase social. Y el autor, por lo tanto, conoce el mundo de aquella clase social sólo mediante el personaje y su lengua (Pasolini, 1965; 1972).
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Pasolini escribe en cursiva para señalar la importancia del argumento. Si el autor conoce el mundo psicológico, cultural, social del otro sólo a través de la propia lengua, no puede más que renunciar a cambiarlo. Puede cambiarse a sí mismo. Cambiar su propia lengua, devenir extranjero a si mismo. En el estilo libre indirecto hay empatía (einfühlung), introspección vicariante. En la comunidad textual, un atravesamiento que transforma las cosas bajo los ojos de quien lee, escucha. Nos encontramos inmersos sin darnos cuenta en la comunidad del texto, del discurso, mediante el inconsciente. La intropatía (einfühlung), es siempre presuntiva — con una disposición a la falacia—: puede ser simpatía o antipatía. Exige siempre una toma de posición. Podríamos describir el discurso de la psicoterapia como un infinito debate en torno a la transferencia, entre la neutralidad y el intercambio afectivo. Las consideraciones pasolinianas sobre el estilo indirecto libre tienen algo importante que enseñar en torno a la transferencia. Nos conducen a seguir una curiosidad (Cecchin, 1988) inacabada que depende de las sensaciones, de la posición, de la pasión. Un paso atrás de la mímesis; en esta «larga citación atenuada» nos vemos empujados a amar la relación que se va constituyendo. El escritor goza de mayor libertad respecto al terapeuta, pero el terapeuta neutral no tiene posición ninguna, apoyado en su sillón, fiel a la teoría y a la técnica que lo guían. Edipo, en el discurso libre indirecto, busca lo idéntico en la diferencia, el sometimiento en el sujeto. Representa lo académico, piensa que su estilo depende de la forma. El terapeuta mimético corre otro riesgo: como en la sociología militante, se posiciona dentro del alma del otro sin considerar la diferencia; su empatía es infalible y no logra quedarse un paso atrás. Nunca hay que enamorarse demasiado de las propias hipótesis.
Edipo en el discurso indirecto libre Que Pasolini admiraba al psicoanálisis se muestra en la primera parte del Edipo Rey: Yo tenía dos objetivos al realizar la película: el primero, realizar una especie de autobiografía absolutamente metafórica, por ende mitificada; el segundo, afrontar tanto el problema del psicoanálisis como el de aquel mito. Pero en lugar de proyectar el mito sobre el psicoanálisis, he reproyectado el psicoanálisis sobre el mito. (Pasolini, 1991)
El primer conjunto de secuencias presenta una lectura freudiana de Edipo sólo transformada. En una época entre las dos guerras, el padre, vestido de soldado, piensa: «Tú estás aquí para tomar mi lugar en el mundo, expulsarme a la nada y robarme todo lo
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que tengo. La primera cosa que me robarás será ella, la mujer que yo amo. De hecho ya me robas su amor». Idea que, como en el cine mudo, se presenta sobre la pantalla como lo escrito en una lápida. El encuadre cambia del rostro severo del joven padre al niño llorando en la cuna. Imagen subjetiva libre. La entonación de este Layo (héroe mitológico) parece proyectiva.6 En esta secuencia se anticipan las posiciones críticas del Anti Edipo de Deleuze y Guattari. No es la pulsión de Edipo hacia la madre, ausente en esta secuencia, sino el celo de un padre militarizado. Las palabras escritas sobre la placa son definitivas. Las proyecciones psicoanalíticas sobre el mito dan vida a una teoría culturalmente encarnada. Las otras tres series de secuencias retroceden, la segunda está inspirada en el mito arcaico, descripción de los acontecimientos de Edipo en secuencia temporal progresiva donde historia y narración coinciden; la tercera (primera parte del segundo tiempo) es la tragedia de Sófocles; la cuarta es Edipo en Colono —muerte y elección de su sepultura por parte de Edipo. Ángelo sustituye a Antígona y la Colono ateniense se recoloca en la campiña lombarda antes de que este territorio fuese definitivamente devastado de la barbarie edilicia y política. Las dos partes centrales, filmadas en Marruecos, muestran autoridades masculinas amenazantes: Layo, en la segunda serie (el mito arcaico), y Edipo, en la tercera (la tragedia). En el mito, la figura autoritaria del padre se constituye como obstáculo, con la larga barba y la altísima corona barrida por la rebelión del hijo natural. En el fondo, una familia adoptiva (la relación) afectiva, amorosa, que Edipo debe abandonar. El lazo de la relación se intercambia con el lazo de sangre. Luego de la tragedia de Sófocles, temporalidad geométrica. Edipo se transforma de príncipe iluminado a tirano paranoico, descubriendo finalmente sus orígenes. Se saca los ojos y se prohíbe acercarse a su propio suelo, vagando indefinidamente, así como Freud hará un autoanálisis del cual nunca regresará. Éste es el Edipo freudiano, temporalidad geométrica que se encuentra también en el drama familiar de Teorema, otra obra magistral de Pasolini. El iluminismo llevado hasta las últimas consecuencias no puede más que destruirse a sí mismo, versión de lo que le ocurre a Freud frente al antisemitismo y la anticipación de lo que le sucederá al propio Pasolini. Finalmente se encuentra la consolación de la muerte, que en Sófocles se muestra en la solicitud de Edipo a Teseo y los habitantes de Colono, en su petición de sepultura, de resignificación: «Aquellas no fueron acciones, fueron sufrimientos». En la película, se ve a través de la demanda a Ángelo de detenerse aquí. 78
En las últimas tres cuartas partes de la película hay un gesto recurrente de Edipo (Franco Citti): Se muerde la mano en el espacio entre el pulgar y los otros dedos. Esta imagen subjetiva libre muestra la emergencia inquietante del inconsciente en un gesto desprovisto de significación, en el síntoma. Una obra maestra de regresión al monopolio psicoanalítico del saber de Edipo, hacia una pluralidad narrativa que implica la obligación (no el deseo) de Edipo de casarse con Yocasta, la reina, como compensación por haber arrojado a la Esfinge hacia el abismo. Para Pasolini, Edipo no resuelve ningún enigma, sino que muestra la fuerza bruta en un sordo rechazo a escuchar. Lanza a la Esfinge al abismo al término de esta conversación: ESFINGE.—¿Hay un enigma en tu vida? ¿Cuál es? EDIPO.—No lo sé, no quiero saberlo. ESFINGE.—Es inútil. El abismo al que me empujas está dentro de ti. El Edipo de Pasolini es un homenaje y una crítica al psicoanálisis. Homenaje por haber abordado el enigma de la esfinge, crítica de un corpus doctrinal cerrado. Es una contribución a la posibilidad de proporcionar una lectura múltiple de la condición humana y del mismo psicoanálisis como teoría abierta, contaminable por diferentes puntos de vista. Como diría Gregory Bateson, un estudio mucho más complejo no tanto de Edipo —el hombre que se rehúsa a mirar el propio enigma— como de la Esfinge que, inmóvil, interpela el origen profundo del nombre propio.
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Notas: 4. Todas las traducciones de la obra de Pasolini que aparecen en este capítulo son del autor. 5. Traducción del autor. 6. Recuerda a la figura del padre de Pasolini (oficial del ejército) y la relación estrecha de Pier Paolo con la madre, con quien se trasladará a Roma. Posteriormente, los dos serán alcanzados por el padre. Las razones de transferencia de Pasolini han sido lo suficientemente descritas en su biografía.
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5 El nombre Nombre común El nombre común es una especie de clasificación (nomos, regla). Distingo los caballos de los perros por el nombre, que establece la forma y la función. Cuando estoy «cabalgando» un perro o, como el Garrone de Amicis (corazón), usando una silla como escritorio, arrodillándome, he cruzado el umbral de la degeneración. En el caso Garrone, se llora por compasión. El muchacho no tiene una mesa para estudiar, perversión de la pobreza, destino. El nombre común indica un género en la lógica del árbol, la regla. Concepción dominante en la psicopatología clínica, regresión del discurso psicopatológico hacia el logro de la seguridad de la comunidad de los psicopatólogos. Sobre la base de los criterios porfirianos establecidos por el manual, llegó a conclusiones unívocas sobre el trastorno mental de un individuo. Los trastornos mentales pueden tener un origen cerebral o funcional; los trastornos funcionales, a su vez, se dividen en trastornos del humor y trastornos del pensamiento, y así sucesivamente. Para las diferenciaciones se ven los criterios, es decir, las propiedades y las diferencias, con el fin de distinguir éstos de los accidentes, etcétera. La lógica porfiriana utilizada en los siglos XVII y XVIII para catalogar al ser viviente es el resultado de un pensamiento que define la diferencia en cuanto a la especie y sus propiedades, y que permite introducir cada elemento en el árbol de las clasificaciones a través de una pertenencia de este elemento a una especie y a un nivel jerárquico/funcional determinado. Del mismo modo funciona el árbol genealógico a partir del cual las ciencias de la salud extraerán el genograma, herramienta útil tanto para los síndromes hereditarios como para las psicopatologías familiares. No se niegan algunas dificultades: hay casos que no logran ser encajados en las categorías. Las respuestas pueden estar a la espera de nuevos descubrimientos, hallazgos que pueden llenar el vacío, o bien crear una degeneración. Esta organización del conocimiento entra en crisis cuando Darwin descubre la importancia del caso. Hasta Darwin, el caso cuestiona el orden preestablecido, es el accidente el que debe ser 81
eliminado. Si todos los cisnes son blancos, la blancura es un atributo del cisne, una característica distintiva. Si son vistos cisnes negros, se trata de una degeneración o de una nueva especie. Con Darwin, la degeneración se convierte en la evolución de la especie. El accidente, el caso —motivo de discriminación (monstruosidad) en la concepción creacionista— se transforma en el motor de la vida. Cincuenta años después de El origen de las especies, Freud publica La Interpretación de los sueños y descubre las degeneraciones del inconsciente. Al viaje a las Galápagos agrega un viaje de cuatro años en su propio mundo onírico. En el sexto capítulo («El trabajo onírico»), Freud sostiene que a los elementos del sueño, expresados en la narración onírica, corresponden los pensamientos sobre el sueño, expresados en la libre interpretación. Esta correspondencia no es bi-unívoca. A cada elemento del sueño corresponden múltiples posibles pensamientos, y a cada pensamiento, muchos elementos. Darwin y Freud revaloran a Swedenborg, al cual Kant ya había sido forzado a reconsiderar. Hay más cosas en el cielo y en la tierra que aquellas que sueña la filosofía. Shakespeare le había dado la razón a Swedenborg, en contra de Kant, antes de su época. En Sueños de un visionario explicados con los sueños de la metafísica (Kant, 1953), Kant sostiene: «El reino de las sombras es el paraíso de los soñadores. Allí, ellos encuentran una tierra ilimitada donde establecerse a su gusto. Emanaciones hipocondríacas, cuentos de nodriza y milagros religiosos hacen que no les falte material de construcción». A pesar de Kant, en el título del folleto podemos encontrar la misión de la psicoterapia. Se trata de contar sueños y visiones. Un agrimensor es requerido para trabajar en El castillo, pero se queda constantemente en sus predios, sin jamás lograr llegar a éste. El agrimensor, que se aloja en la posada junto al castillo, trata de llegar a éste de todas las maneras posibles y hablar con quien lo ha contratado, pero no lo logra. La primera impresión es la de querer entrar en el mundo del agrimensor. Sufrir y padecer las frustraciones del hombre, arrancar satisfacción de los pequeños pasos hacia adelante, regularmente frustrados, para lograr el encuentro con el señor Klamm, oficial fugaz del castillo, que, como el castillo, el agrimensor no logra nunca alcanzar. Klamm es un nombre propio impredicable (no puede tener predicado). ¿Es realmente un funcionario del castillo, o bien es un impostor? ¿Realmente existe el agrimensor K.? ¿O es igualmente impredicable, opaco, como para llevar por nombre una sigla dura 82
como K.? ¿Se trata de un sueño de K., Klamm, Kafka, o del lector endurecido por una grandiosa intervención literaria acerca de la inhibición y de la impotencia? Darwin, Freud y Kafka: La regla encuentra el caso y se disuelve.
Nombre propio De nuevo, de forma exasperante, la lección de Foucault sobre Las meninas. El nombre propio es el punto de sutura entre la observación y la descripción. Siempre hay una brecha entre estos dos campos: el de la observación, que construye, y el del lenguaje, que se refiere a la conversación. Cambiar el nombre propio es metonimia imposible, se trata de poner un nombre en el lugar del otro. Como en el caso del Renzo, de I promessi sposi, de Manzoni, cuando refugiado en Bérgamo se cambia el nombre para no ser individuado y es tomado por estúpido: no responde cuando lo llaman. Cambiar el nombre propio es una metáfora. En este caso se requiere de una analogía literaria apropiada. Cuando Thomas Mann escribe el Doctor Faustus, utiliza el nombre de Adrian Leverkühn pero piensa a Friedrich Nietzsche. De este modo, en la escritura del caso clínico cambiar el nombre no es un mero truco, es la inserción del caso en un grupo de transformaciones, escribir una historia. Apodos, diminutivos, nombres transformados por la jerga familiar. El nombre define una identidad móvil sin territorio. Se le intuye cuando, siguiendo la primera escena de La cantante calva, de Eugene Ionesco, el señor y la señora Smith se pierden en una discusión evanescente acerca de la familia Watson, en la que todos parecen llamarse Bobby, y la conversación trasciende en una discusión inconcluyente. Las pérdidas de identidad: SR. SMITH (siempre absorto en su diario).—Mira, aquí dice que Bobby Watson ha muerto. SRA. SMITH.—¡Oh, Dios mío! ¡Pobre! ¿Cuándo ha muerto? SR. SMITH.—¿Por qué pones esa cara de asombro? Lo sabías muy bien. Murió hace dos años. Recuerda que asistimos a su entierro hace año y medio. SRA. SMITH.—Claro está que lo recuerdo. Lo recordé en seguida, pero no comprendo por qué te has mostrado tan sorprendido al ver eso en el diario. SR. SMITH.—Eso no estaba en el diario. Hace ya tres años que hablaron de su muerte. ¡Lo he recordado por asociación de ideas! 83
SRA. SMITH.—¡Qué lástima! Se conservaba tan bien. SR. SMITH.—Era el cadáver más lindo de Gran Bretaña. No representaba la edad que tenía. Pobre Bobby, llevaba cuatro años muerto y estaba todavía caliente. Era un verdadero cadáver viviente. ¡Y qué alegre era! SRA. SMITH.—La pobre Bobby. SR. SMITH.—Querrás decir «el» pobre Bobby. SRA. SMITH.—No, me refiero a su mujer. Se llama Bobby como él, Bobby Watson. Como tenían el mismo nombre no se les podía distinguir cuando se les veía juntos. Sólo después de la muerte de él se pudo saber con seguridad quién era el uno y quién la otra. Sin embargo, todavía al presente hay personas que la confunden con el muerto y le dan el pésame. ¿La conoces? La descripción es un puente incompleto. Mientras más se dispersa, más se oscurece la genealogía. En el espacio vacío entre la observación y la descripción, el caso es nombrado, toma su nombre propio, se convierte en sujeto, epifanía. Esto hace que Pedro no pueda ser Pablo. En el encuentro con Pablo aumentan las vibraciones de la intensidad, y lo contrario sucede con Pedro. A diferencia del nombre común, que puede ser predicado de acuerdo con sus características, es imposible predicar del nombre propio. Saul Kripke dice que el nombre es un designador rígido: deriva de un acontecimiento primitivo que no admite variaciones, un enunciado performativo, algo que está entre el lenguaje y la seña, que es anterior al lenguaje y que admite a la persona en el lenguaje: el bautismo. Uno no elige su propio nombre, le es dado. Nos guste o no, cuando se nos solicita, como en la lista escolar, si estamos, respondemos. La nominación es una designación borderline. Entre el cuerpo y el lenguaje se interpone la seña. «En el nombre de Dios te bautizo»,: hablar es actuar. Gesto necesario y creativo. Crea una contingencia: el nacimiento de Laura. ¿Quién es? Hay tantas dando vueltas en el mundo, pero ninguna se parece a la otra sino por accidente. No podremos nunca decir otra cosa que: «Para toda las personas, si la persona se llama Laura, entonces es Laura», tautología que no puede ser predicable. Laura es un caso, una contingencia que se hace necesaria en el gesto de reconocimiento. En este nodo se crean mundos posibles. Quien responde al llamado de su nombre ha hecho innumerables cosas. Tomemos a Sigmund Freud; podemos formular muchas descripciones que lo designan: «el padre del psicoanálisis», «el autor de Tótem y tabú», etcétera. Designaciones que pueden 84
reemplazar su nombre, las descripciones propias de Freud. La suma total (en el caso de que fuera determinable) de estas designaciones no puede colmar el nombre. Queda siempre una brecha. Freud podría haber hecho más o no haber hecho nada. Atender a Hitler, por ejemplo. En la novela de Éric-Emmanuel Schmitt La parte del otro, Freud hace una intervención psicoanalítica en tres sesiones con un joven pintor que se desmaya delante de modelos desnudas. El joven es Adolf H., un Hitler que, en el imaginario de Schmitt, ha aprobado el examen de admisión de la Academia de Bellas Artes. Eso no sucede y la novela se desarrolla alrededor de una condición contraria a la realidad: Si Hitler hubiera aprobado el examen de la Academia, entonces se hubiera convertido en paciente de Freud. Debido a que la premisa no es un hecho, en el plano lógico esta afirmación no puede ser falsificada. Nelson Goodman (1976; 1985) configura una doble visión de lo posible. Podríamos resumirla así: en un juego de estrategia (game), es posible el uso de una función dada para maximizar un objetivo —ejemplo, ganar una partida. Depende de la estrategia consciente del jugador. La teoría de juegos inventa modelos para tener un sistema de variables bajo control. El sistema busca una o más funciones óptimas, completamente independientes y desvinculadas de la vieja ética. Sin embargo, en los mundos posibles están presentes el delirio, el sueño, las alucinaciones, el arte y la literatura. La segunda visión, propia de la filosofía de los mundos posibles, subraya que la posibilidad y la oportunidad no son la misma cosa. La oportunidad se refiere a la carrera, a la optimización y a la competencia para ganar. La posibilidad de Goodman, en cambio, atraviesa el espejo, como Alicia. Si el primero es el campo de la economía, éste es el campo de la psicoterapia y de la literatura. Entre los dos hay una radical incompatibilidad y antipatía.
La verdad en el nombre La verdad es un corte, emergencia, consiste en la relación. La verdad se enfrenta corriendo el riesgo de ser mal entendidos, de ser condenados. La verdad en terapia — temporal e inestable— nunca es explicación, no proviene de una afirmación, emerge del encuentro. La verdad es afección. La verdad de la relación terapéutica es permanecer en la relación, creer. Accountability es el término inglés para definir esta posición. Se podría traducir como responsabilidad si no fuera porque la responsabilidad nos traslada 85
a un plano jurídico. En inglés hay dos términos que significan justicia: justice y fairness. Un niño al que se le niegue algo dirá en español: «¡No es justo!»; en inglés: «That’s not fair!». Accountability tiene que ver con fairness. Ser fiel al nombre propio, liberar a la persona de la esclavitud estructural del rol (profesión), del texto (personaje) o del diagnóstico (personalidad). Parece una cuestión de traducción, de palabras. De hecho, hay algo que tiene que ver con la ética y la epistemología. Bajtín critica el estructuralismo sosteniendo una versión viva del lenguaje. Nosotros estamos siempre ya dentro del lenguaje que hablamos, lo que incluye al cuerpo; cada pretensión de describirlo desde fuera está destinada al fracaso. El término utilizado en esta visión del lenguaje es responsividad. Condición necesaria para el lenguaje. Accountability es un modo de ser responsivo. Puedo ser responsivo bromeando, o bien no; en el segundo caso soy accountable. En la literatura, la capacidad de respuesta distingue la gran literatura —que Roland Barthes llamó degenerada— de la literatura de género. Se trata de la proliferación, paralela al discurso freudiano sobre el sueño. Supradeterminación (o determinación múltiple), excedente inclasificable. Pasolini escribe sobre el nombre propio en controversia con Umberto Eco: del muchacho rubio se puede hacer lo que se quiera, así como de la reina de Inglaterra, pero él, o ella, no son codificables porque el nombre propio es el código de los códigos.
Las supradeterminaciones en Freud La interpretación de los sueños enseña las formas de la interpretación (en alemán, deutung). Se ha hablado de condensación y desplazamiento, elementos esenciales. De hecho, Freud complica el asunto. La condensación y el desplazamiento son fácilmente codificables, pueden convertirse en esenciales y ser organizados. Resistir la tentación de sugerir un mundo onírico estructurado, a la medida del manual para su descifrado, es difícil. En la escuela aprendemos que la condensación y el desplazamiento se pueden colocar respectivamente en la metáfora y en la metonimia. Empecemos con un sueño de Freud: la monografía botánica. «Había escrito una monografía sobre una especie (no especificada) de planta. El libro está delante de mí, estoy dándole la vuelta a una mesa de colores replegada. Al ejemplar está unida una muestra seca de la planta». En la condensación se reconoce el elemento más llamativo del sueño: la botánica. Freud desarrolla algunos pensamientos a partir de las asociaciones con su propia 86
biografía. Recuerda, entre otras cosas, su ensayo sobre la cocaína y hace una serie de consideraciones en torno al éxito de sus colegas, que han sabido explotar mejor que él sus descubrimientos. Surge un reproche hacia su propia incapacidad para utilizar los descubrimientos en el sentido de la aplicación en virtud de la costumbre de sacrificarse demasiado a las pasiones teóricas. La trama del todo se lee directamente del texto; se trata de un enredo narrativo complejo que no es posible resumir en unas pocas líneas. Sin embargo, a partir de una lectura simplificada, emergerían la esencia y el significado verdadero: la controversia que le ha permitido a Karl Koller, su colega, obtener éxito mediante la presentación de un informe sobre la cocaína como anestésico oftálmico en un congreso. Este parcial núcleo narrativo se desarrolla en torno a los nombres de otros personajes que han favorecido el éxito de Koller: Gartner —jardinero, casualmente— y la esposa de Gartner, mujer florida. El aspecto esencial surge desde un reproche del analista Freud al paciente Freud. Demasiadas pasiones; para hacer una carrera, hace falta tener los pies en la tierra. El desplazamiento tendría una forma análoga a la metonimia. El término botánica está en el lugar de alguna otra cosa. Está claro, escribe Freud, que la botánica no es una de mis pasiones, mientras que la controversia con respecto a los colegas sí. La botánica es para la controversia la incapacidad de aprovechar las aplicaciones de un descubrimiento —lo contrario le sucedió a Koller. De nuevo, demasiada pasión teórica, poca concreción. Si seguimos esta pista, tan segura, el reproche pequeñoburgués de no mantener los pies en la tierra proviene del Freud psicoanalista, no del Freud paciente. La tendencia a seguir sus propias pasiones desatendiendo la carrera es, para algunos partidarios de la psicología del Yo, un síntoma de debilidad del funcionamiento del Yo. El síntoma del paciente Freud consiste en la tendencia a entregarse demasiado a las pasiones especulativas sin tener los pies en la tierra, en la incapacidad de aprovechar las vías del éxito. Freud no es un self-made man. Desafortunadamente, esta lección es insuficiente. Tal como indica Freud, en el sueño está siempre presente una cuota de supradeterminación. Siempre falta algo. A diferencia de muchos de sus sucesores, Freud es consciente de los infinitos mundos posibles que surgen de esto, así como de los otros sueños. ¿Qué quiere decir Freud cuando habla de supradeterminación? Leamos: «No sólo los elementos del sueño suelen estar determinados por los pensamientos del mismo, sino que también los pensamientos únicos son representados en el sueño por varios elementos. El recorrido de las asociaciones conduce desde un elemento del sueño a varios 87
pensamientos del mismo, desde un pensamiento a varios elementos». En sentido estricto, es imposible codificar y descifrar un sueño. El sueño se parece a una degeneración surrealista. Codificar un episodio onírico es un proceso bastante complejo, sin duda más heterogéneo con respecto a su descubrimiento. Existe una asimetría entre los dos procesos; para descubrir el sueño hace falta una segunda codificación, bastante diferente de aquella que tiene que ver con las sensaciones oníricas mientras se duerme. El hallazgo es un tipo de actividad heterogénea con respecto a la actividad de codificación, atropella la reconstrucción del sentido, y, sin embargo, contiene en sí misma la codificación. No recuerdo exactamente cuánto sucedió, se lo expreso a un otro. En rigor, de acuerdo con Wittgenstein («no existe un lenguaje privado»), se podría argumentar que el sueño es la narración onírica, ni más ni menos. Línea de derivación sin un significado predefinido; delirio, no metáfora. La extraña alianza entre la concepción cognitiva de localización de las funciones cerebrales y la lingüística estructuralista ha producido la idea de que los sueños se pueden explicar o interpretar de manera biunívoca. Así, la relación entre la botánica y las controversias entre colegas dan vida al síntoma. El paciente Freud es demasiado apasionado, no tiene los pies en la tierra, no explota los caminos del éxito. Algunos sostienen que desde aquí proviene el desarrollo de Freud, de su propio análisis de síntomas obsesivos y mecanismos de defensa hacia su desmedida entrega a las pasiones, incluyendo la pasión por la cocaína. Es mucho más complicado que esto. En el sueño se trata de volcar la advertencia de Hamlet a Horacio: «Hay más cosas en el sueño que en el cielo y en la tierra». Todas estas cosas se expresan en la relación. Para que haya narración onírica —todo aquello que se puede reconocer de inmediato en la relación— se requiere la presencia del otro. Además, el otro al que le es narrado el sueño no es indiferente, es justamente accountable. El mismo sueño se puede contar a un terapeuta, en un grupo, en familia, a los amigos, a una persona amada, a un maestro o también a un censor, un jefe, un esbirro, un poli, un torturador. La historia será diferente, los pensamientos también, la capacidad de respuesta mutua será distinta. En la expresión, el sueño ya no es sólo mío, es una tercera experiencia que se ubica entre el otro y yo. En 1954, Michel Foucault escribió la «Introducción» a la edición francesa del ensayo Sueño y existencia, de Ludwig Binswanger. Foucault relee la narración onírica a través de la comparación entre el plano lingüístico y el imaginario, y propone un argumento que perdurará durante todo el curso de su vida: entre el lenguaje y la imagen hay una radical 88
irreductibilidad, no existe una descripción de la imagen que pueda agotar la capacidad expresiva de ésta y, al contrario, la potencia expresiva del lenguaje nunca será capturada completamente por las imágenes. El sueño se encuentra inmerso en un horizonte semiótico cuya huella se manifiesta de forma imaginaria. Lo que digo cuando cuento un sueño es la descripción de algo vago, opaco, poco descifrable. Extraigo una sensación de la ambigüedad, y la transformo en una experiencia imaginativa —a menudo enigmática y oscura— a la cual trato de darle sentido delante del otro. Pista, imagen, lenguaje, no los encuentro ya separados, como en el triángulo semiótico. Se me presentan como aglutinados y cambiantes, como una película cinematográfica deteriorada que debe ser restaurada. Como dice el carpintero Geppetto acerca de la vocecita que sale del pedazo de madera en Pinocho: «Se ve que me la he imaginado yo». Foucault nos invita a pasar de una lingüística estructural del sueño (que considera esencialmente condensación y desplazamiento) a una semiótica del sueño que incluye las efigies de representación, las analogías, los contrastes, las incoherencias, las premisas condicionales, los sueños en el sueño, los pensamientos en el sueño, las elaboraciones secundarias, etcétera. En resumen, las proliferaciones oníricas irreducibles a la interpretación. Si el sueño se convierte en codificable, es material para el diagnóstico, y la semiología del sueño se convierte en semeiótica médica, díada referencial/diferencial. La conexión biunívoca entre el elemento del sueño y el pensamiento sobre el sueño se convierte en un síntoma que hay que descifrar al servicio de una finalidad consciente: componer un cuadro diagnóstico para el tratamiento. ¿Es lícito? Aceptémoslo, pero que no se diga que se trata de psicoanálisis o de psicoterapia, a menos que no se pretenda insertarlo en el campo de la medicina que produce curación haciendo desaparecer los síntomas. Se trata de discutir esta tendencia diagnóstico/tratamiento/curación presente en algunos textos de Freud, aquellos en los cuales intenta establecer la patología del autor partiendo del análisis de la obra de arte (conocidos como patografías), o también en los intentos de imponer a la paciente Dora interpretaciones rechazadas por ella. En el caso de Dora, el síntoma histérico se codificó en el conflicto entre el deseo del padre y la censura que se manifestaba en las reacciones a los avances del Sr. K., que no es el agrimensor de Kafka, sino el abusador de Dora. Está claro que el que piensa en una correspondencia estructural tendrá la idea de una interpretación correcta. Hay quien la ha comparado con la infalibilidad del Papa. Nos encontramos frente a teorías ciertas, a supuestos conocimientos, que el terapeuta 89
alcanza, por así decirlo, desde el exterior. Esta seguridad del conocimiento exige una confrontación con la ciencia —tal como se concibe en el horizonte positivista— de modo irremediablemente perdedor. Si aparentemente el terapeuta infalible parece dominar la escena, en realidad, como el payaso Augusto, se coloca en una posición estratégica que le impide la relación con el otro. Freud fue grande no porque fuera infalible: al contrario, cometió errores, y sobre todo a menudo atravesó condiciones de radical vulnerabilidad. En primer lugar, Freud era un judío en la Europa antisemita. Michael Billig, en su obra Freudian Repression (1999), propone una lectura política de la relación terapéutica entre Freud y Dora: «Cuando Dora encuentra a Freud, él está en su momento de mayor tristeza y aislamiento, justo cuando experimenta una amarga sensación de rechazo por parte de la sociedad austriaca tradicional o cristiana» (p. 288, Trad. del autor).7 Se trata de los años en los que Karl Lueger es alcalde de Viena con un programa abiertamente antisemita. Billig propone otra serie de posibles interpretaciones de los sueños de Dora (joven judía) a la luz de la cuestión asimilación/diferenciación que el mundo judío atraviesa a caballo entre los siglos XIX y XX. Una relectura bajo esta perspectiva del sueño de la monografía botánica, así como de muchísimos otros sueños de Freud, no hace daño. La monografía botánica revela que quienes han tenido éxito académico y clínico eran cristianos, que Freud no tenía que reprocharse a sí mismo no haber sido capaz de aprovechar el éxito, sino no darse cuenta de lo que estaba ocurriendo en Europa en los cincuenta años transcurridos entre 1894 y 1945. Allí vivía el inconsciente freudiano, no en la incapacidad de adaptarse a las adulaciones pequeñoburguesas. Allí el psicoanálisis encontraba una fuerte resistencia a afirmarse, con el sello de la psicología judía. Una relectura completa de La interpretación de los sueños a la luz de la cuestión judía puede decirnos algo más sobre el inconsciente freudiano. El psicoanálisis está en deuda con el mundo clásico —en especial con el mundo judío— por la importancia de lo que podríamos llamar la tradición onírica, de buscar el significado de la vida en los sueños. Los ataques contemporáneos contra el psicoanálisis por parte de una tecnología del cerebro que se deshace de la filosofía, de la antropología, de las ciencias sociales, se asemejan en forma y contenido al ataque sufrido por el psicoanálisis como una psicología judía durante los dos siglos anteriores, pero encuentran sólidos argumentos frente a una parte del psicoanálisis tan desprevenido como para no darse cuenta de que su epistemología es idéntica a la de sus detractores. 90
El sueño, por excelencia, es experiencia con propósito, como el juego infantil. Experiencia que, cuando sucede, se impone, está fuera del control. Gregory Bateson enseña que uno de los mayores riesgos para la ecología de la mente es el propósito consciente. Bateson sostenía que la creencia occidental de tener capacidad de operar en el mundo a través de un proyecto es antiecológica. La vida es una proliferación de líneas de fuga impredecibles, a la deriva, que se nutre del ensueño (que no significa sólo sueño), donde encuentran lugar las inquietudes. Brutalidad, disgusto, miedo, terror, no se deben mostrar en forma de acción real. El arte, el gesto teatral, la música, el encanto poético, están dentro de el ensueño. Los clásicos han puesto en escena aquello que es terrible. Ellos crearon la posibilidad de la ironía que no es burla. Se desvía la ley y se permite que se revele el lado obsceno no porque se actúa, sino porque se pone en duda la evidencia, la banalidad. Se sueña y se imagina siempre menos, y esto debería crear cierta preocupación. Si ya no se soñara, ¿dónde irían a dar nuestras inquietudes? En mi lectura, Freud es un ejemplo de polifonía, es responsivo en la escritura de casos clínicos. Eligió el nombre de Dora, no lo ha puesto por casualidad. ¿Por qué Ida Bauer es Dora? Pensemos acerca de cómo inicia la terapia: Dora confiesa a Freud su vergonzoso secreto, el acoso sexual sufrido de parte del amigo de su padre, que responde a señor K.; me gusta imaginar que Freud haya escogido la K. para definir algo opaco, duro, por la posible referencia a la erección, pensamiento suyo, no de Dora. K. se introduce en la habitación de Dora, y frente a la vergüenza de ella, él responde que está en su casa y que él puede ir a donde quiera. Dora, por como abre su corazón a Freud, hace un regalo (doron en griego). El nombre del caso se escoge, así como se escoge el nombre de bautizo. Corresponde a una analogía, a un recuerdo. Magdalena huye embarazada, Linda se queda en casa, Gracia es una montaña de gracia, Julio es, como el escudero del Caballero inexistente de Calvino, materia (hylé en griego), si se apoya de un árbol, se convierte en uno solo con él, nadie se acuerda de él por más ruido que haga. Job hace recordar al libro de Job, para nada paciente, víctima del abuso de Dios. Expresa su protesta con Dios, al que siempre permanecerá fiel. Ernesto, el revolucionario blanco de América Latina, y María, la virgen negra de los esclavos youruba deportados a la América en el siglo XVII. El nombre propio, ¿es metáfora o metonimia? ¿Condensación o sustitución? Hace falta delirar un poco para encontrar el nombre adecuado.
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Moosbrugger y la familia, ejercicio de intertextualidad Moosbrugger, joven varón, de unos veinte años, dos metros de altura, 95 kilos. Llega a la psiquiatría con la familia, los padres, y un hermano de la misma contextura. Encuentran a una joven psiquiatra en proceso de especialización, una psicóloga en pasantía y dos enfermeros. Parece agitado. Su hermano se mantiene cerca. Le habla aun cuando no se entiende lo que le dice. Los padres, aniquilados. Escena agitada. El joven se presenta con una écfrasis: ve a una mujer siberiana con la cabeza de loba, quiere devorarlo, quitarle todo a la familia. En ese momento, adentro del contexto psiquiátrico aparecen sensaciones inquietantes que fácilmente conducen a reacciones iguales y opuestas. Contención. Rápidamente es eliminado de la memoria del servicio, que sigue pensando que la contención es un tratamiento. Después se escribe algo en la historia clínica y todo se convertirá en rutina. Se administra un medicamento y se espera que todo se calme. De hecho, son las sensaciones que se producen previamente al suministro del medicamento las que configuran el acontecimiento y permiten la cura. Eliminando inmediatamente el síntoma se está borrando el acontecimiento. Estamos descubriendo que la psiquiatría tiene un inconsciente, con una cantidad de material removido, que post hoc es redefinido como acción terapéutica. Imaginemos en cambio que estas dos jóvenes mujeres, la psiquiatra graduada y la psicóloga pasante, sean un poco locas. Invitan a los presentes, incluyendo ellas dos, a escribir algo en caliente, a hablar de lo que está sucediendo, a dibujarlo, cantarlo, volverlo a poner en escena intercambiándose los papeles, establecer una sesión de grupo. Inician una práctica de intercambio. No piden colaboración, son ellas las que colaboran, dándoles a los familiares nuevas herramientas para mover recursos afectivos, para contar sensaciones vividas frente a lo que está sucediendo. Se enfrentan a una crisis psicótica transformándola en una experiencia de alta intensidad emocional. Transcribir, contar, poner en escena el flujo de consciencia. Como en muchos experimentos desarrollados en psicología a partir de Mihály e Isabel Csíkszentmihályi (1988). La corriente de la consciencia es un estilo: se anotan los pensamientos a medida que fluyen. De la sesión podría surgir una experiencia colectiva, el comienzo de un intercambio entre el personal y los familiares. Se puede entrar en los registros médicos y llevar un viento nuevo, vital, en el servicio. Eso no constituye ningún impedimento para la administración de un medicamento, con mayor cautela, si el paciente lo permite tal vez más tarde, después de haber estudiado a fondo las circunstancias que llevaron a Moosbrugger a estar allí, con 92
ellos. Usarlos como instrumento de represión del síntoma sirve para crear orden momentáneamente. No es tratamiento. Sobre todo cuando el diagnóstico es erróneo, y un diagnóstico nunca se hace en los primeros minutos. Algunas normas jurídicas hacen que responsabilidad institucional y accountability sean incompatibles. La idea de la responsabilidad en la psiquiatría es obscena, responde a una pretensión imposible, de predecir el futuro. El concepto de peligrosidad, que se esconde detrás de esta ideología, confunde el papel del médico con el del policía y el del vidente. Exige una habilidad imposible, predecir lo que sucederá en el futuro. En ese momento, el código es inconstitucional, obliga al profesional de la salud a hacer algo en contra de su profesión, a perjurar a Hipócrates. De acuerdo con esta lógica, todos somos potencialmente peligrosos, mereceríamos todos prisión preventiva; sucede en el totalitarismo, donde el territorio entero es una prisión. El concepto de peligrosidad potencial es totalitario. Aquello que sucederá no es independiente de los actos clínicos. Un transfert grupal con la familia produce accountability. La posibilidad de compartir, la atención hacia la singularidad, la terapia. El sujeto/objeto de psiquiatría es una línea de conducción impredecible; lo que asusta de esta definición es aquello que nos hace sentir cerca del paciente, la locura común. Compartimos la experiencia de la vida, la imprevisibilidad. La terapia en muchos casos es como el teatro, repetición. De la repetición surgen diferencias, pequeñas, que hemos perdido la costumbre de observar: el tono de la voz, los acentos, los malentendidos, los errores, los lapsus. No se trata nunca de mera repetición. La conversación evoca otro lugar, ausente. Por eso, la palabra, en la conversación, produce el caso. ¿Cómo rechazar estas consideraciones en relación a una intervención terapéutica en psiquiatría? Hacer eso que ya sucede en los lugares de la excelencia psiquiátrica: la Trieste de Basaglia, la clínica La Borde de Oury y Guattari. Arte, con la participación de artistas de verdad, informar a los pacientes de sus derechos, involucrar a los amigos y familiares, activar los demás elementos sociales, proponer terapia con palabras y cuerpo.
Mauvaise foi, el error diagnóstico El quislingüismo (de Quisling) es sumisión preventiva y perversa. Se manifiesta en las condiciones de obediencia a la autoridad. La heteroglosia es una condición para librarse de la opresión. La tendencia a cooperar con la autoridad es característica del hombre occidental y es independiente del tipo de autoridad. La autoridad es legítima por 93
definición, no requiere de legitimización. En el campo de la salud, la palabra es compliance. El paciente piensa y actúa según la creencia en poder curarse sólo si se sujeta al saber sanitario, sin restricciones. Si reconoce la enfermedad en los términos en los que el terapeuta la define, si acepta todas las prescripciones, aunque sean contradictorias, entonces se puede curar. En la época en que la salud mental reconoce oficialmente el término desorden, no enfermedad, atribuible al mundo de la mente, el paciente debería reconocer la enfermedad para curarse. ¿Cómo hace para curarse si no está enfermo? De hecho, gran parte de los pacientes psiquiátricos responden que no tienen nada, al menos nada que tenga que ver con los tratamientos a los que se someten. ¿Cuál es la diferencia entre ellos y otros pacientes? El faltante reconocimiento de la ciudadanía. Puede ocurrir también en otro lugar, pero en la mayor parte de los servicios de diagnóstico y tratamiento sucede frecuentemente. El quislingüismo clínico se da cuando el sujeto, transformado en paciente, es ignorado en su expresión. Todo se transforma en categoría diagnóstica, predictiva de futuras conductas peligrosas para sí mismo y para los demás. ¿Cómo funciona la supuesta peligrosidad futura? Cuando un niño vivaz es observado y —bajo la mirada clínica— se vuelve hiperactivo, puede de adulto convertirse en borderline o psicótico. Cuando entonces, de acuerdo con estas consideraciones, se piensa en suministrarle un medicamento para prevenir estos resultados, las prácticas de salud mental llegan a ser destructivas. Premisa implícita: tristeza y dolor son depresión, ya no tienes derecho a enojarte ni a entusiasmarte sin ser diagnosticado. Leonarda, de cuarenta años, llega a mi estudio acompañada, y pide que él marido se quede presente durante la reunión. Se sienta. Luce un aspecto cansado, triste, sobrepeso. Dice que no sabe por qué está aquí, y le pide a él que hable. El compañero dice que Leonarda, un par de años atrás, entró en crisis de ansiedad en el trabajo. Fue lo suficientemente fuerte como para quedarse en casa con prescripción médica. Durante la ausencia, comienza a actuar de forma extraña. Conforme aumentan las rarezas, la acompaña al servicio psiquiátrico. En el servicio de psiquiatría, Leonarda dice sus últimas palabras, tiene la impresión de estar siendo espiada por sus colegas a través de una cámara. La respuesta del servicio es: estado de agitación, trastorno paranoide, administración de neurolépticos para hacer desaparecer el delirio. Leonarda se derrumba, se convierte en catatónica, la hospitalizan. Por razones de seguridad, la atan a la cama y la dejan así 94
durante la noche entera, y durante las sucesivas. La unidad está repleta, por lo que Leonarda es colocada en los pasillos. Durante la noche, otra persona hospitalizada, viéndola inmóvil en la camilla, piensa en desatarla, pero llega el enfermero, que la amarra nuevamente (el término usado en la historia clínica es contención). Después de una decena de días de hospitalización en aquellas condiciones, un operador del servicio se acerca al compañero de Leonarda y le sugiere terapia electroconvulsiva. Él huye con Leonarda a otro hospital, y allá cuenta todo lo que ocurrió en el primero. La psiquiatra del segundo hospital formula un diagnóstico de trastorno inducido por los medicamentos, y dispone un cambio farmacológico radical. Leonarda se reorienta poco a poco, vuelve a caminar y a moverse. La recuperación les da esperanza, y Leonarda viaja periódicamente a aquel hospital para la dosificación farmacológica. Hace tiempo que la recuperación se ha detenido en el umbral de ninguna mejoría, habla poco, no recuerda lo que pasa alrededor, no habla y ya no coopera más con los operadores del hospital, no responde ni siquiera a las preguntas. Me dirijo a Leonarda, me cuenta que tiene una niña en quinto grado y que todos los días la acompaña a la escuela. Prepara el desayuno para ella, la despierta a las siete y media, le ayuda a preparar la cartilla, le hace el café con leche, las rebanadas de pan con mantequilla, y después la lleva a la escuela. Desde hace algún tiempo hay una obra de construcción que le obliga a parar el coche un poco más allá, y a llevar a su hija justo frente a la escuela; entonces, retoma el coche para ir a trabajar. Leonarda habla con una voz cálida y persuasiva, cuenta de forma bastante detallada. Su acento no es de estos lados, es de donde nació, donde viven su mamá y su papá. Giro la vista y veo a su compañero sacudir la cabeza. Él dice: «No se acuerda, le ha contado episodios de hace más de tres años. No tiene conocimiento de lo que pasa, nuestra hija está en octavo grado y va a la escuela por sí sola, ella no trabaja desde hace más de tres años. Pero estoy sorprendido. Es la primera vez que habla así con un médico. Habla solamente conmigo». No creo tener poderes especiales ni creo haber activado mecanismos que le hayan permitido a Leonarda hablar conmigo. Tal vez me falta algo: no me pongo batas de médico, y el despacho no tiene nada que recuerde el consultorio de un médico. Hay retratos, sillas, sofás, mesas, una cocinita, dos estudios y una sala dividida en dos partes por dos separé de hierro forjado con las hojas en algodón bordado; discos de vinilo, estanterías llenas de libros. Leonarda lee libros sobre el Holocausto desde antes de estos 95
problemas. Cuando lo dice, veo en ella una muselweib. En mi consultorio falta algo, no hay nada que invoque la medicina. Fue sometida a una resonancia magnética; ninguna lesión. La evaluación neuropsicológica no revela patologías cognitivas. Después de estas investigaciones, el hospital que la salvó de la furia de la curación formula la hipótesis de desorden de conversión, histeria. Según Jean-Paul Sartre, el Ser está agrietado, habitado por la nada, no tiene esencia. Sartre (1965) analiza la mauvaise foi, una condición constitutiva de la existencia. No es mala fe, así como es comúnmente entendida. La mala fe se atribuye al otro, la mauvaise foi se refiere a una relación del sujeto consigo mismo, precisamente en el punto en el que el sujeto se diferencia de sí mismo. Podríamos describir la mauvaise foi como el fenómeno que más verdaderamente pertenece al inconsciente: la presencia de uno con uno mismo como si fuera otro. La mentira se parece a la mauvaise foi. Sin embargo, el sujeto miente al otro, que no sabe. En la mauvaise foi, yo tengo una relación conmigo mismo como si fuera otro, y no puedo escapar de conocerme a mí mismo. También en los casos de personalidad múltiple, de disociación, incluso hasta en los casos donde hay un daño cerebral, el otro en mí mismo está ahí, dentro de un sistema semiótico que me atrapa, más allá del lenguaje, en la formación de imágenes. «Los procesos de formación de las imágenes son inconscientes», sostenía Gregory Bateson (1984). En el origen de cada sensación, el dolor es imagen. Desde el interior de la mauvaise foi se desarrolla el encuentro terapéutico, búsqueda de una responsabilidad del sujeto encerrado en un dolor que no puede ser identificado, agente de su propio daño, pero al mismo tiempo, dañado socialmente, sujeto a circunstancias adversas, que a menudo son creadas por el hombre, por la autoridad, por la coerción, por la pobreza económica y cultural. Existe pues un fenómeno social, no sólo existencial, de mauvaise foi que se apoya en la ansiedad que se siente frente a la autoridad. Hace decir al sujeto «no puedo permitirme actuar libremente». La acción sanitaria se presenta con frecuencia como un sistema antagonista con respecto al sujeto. Los beneficios son erogados en función de los reembolsos que se reciben, en función del provecho empresarial. Un gigantesco acto de mauvaise foi social. El sistema sanitario sabe que no funciona para tratar, pero no lo reconoce; promueve un sujeto sanitario trivial, maniobra una técnica que ni siquiera conoce adecuadamente — 96
como en algunos tratamientos farmacológicos iatrogénicos que sirven para cubrir un acto sádico, carente de pasión, ciego, como en el Cronos de Goya. La praxis —entendida como la atención a los detalles particulares, a la ciudadanía del paciente, a la posibilidad de un sistema ecológicamente abierto— se desvanece, se convierte en el sueño de un visionario. La praxis está ligada a la (diferencia) entre el pensamiento y la acción, da al caso mayor importancia, se dirige a las fisuras, pasa del tractatus al theatrum. Si el Ser se vuelve equívoco, es diferencia. Si se parte de la diferencia, el caso es el corazón del teatro terapéutico. Cuidado con la diferencia inadecuada, híbrida, no atributiva. En la tratadística, si veo un cisne negro, sería mejor capturarlo y observar la anormalidad, la monstruosidad y, tal vez, suprimirlo, conservándolo embalsamado en algún laboratorio teratológico, justamente para describirlo en un tractatus. Darwin imagina una evolución sin teleología, Nietzsche funda una tradición de disidencia. El corazón de la terapia. ¿Cómo será el futuro de Leonarda y de su hija? 7. Traducción del autor.
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Criterios de resiliencia. Entrevista a Boris Cyrulnik Sánchez García, Guadalupe Ana 9788416572175 80 Páginas Cómpralo y empieza a leer En mayo del 2011, Boris Cyrulnik visitó México como profesor invitado por la Universidad de Guadalajara para compartir sus reflexiones y experiencias con universitarios, profesionales de diversos campos y público en general durante el evento titulado Resiliencia: Vínculos e Inclusión Social. En este foro internacional, el Dr. Cyrulnik impartió la conferencia titulada Criterios de resiliencia: condiciones de un nuevo desarrollo después de un traumatismo. A partir de esta conferencia, Ana Guadalupe Sánchez y Laura Gutiérrez tuvieron un encuentro con él, donde el Dr. Cyrulnik, con gran transparencia, sensibilidad y honestidad, trazó con bellas palabras, un cuadro que nos acerca a su pensamiento, a sus sueños y sus afectos abriendo una dimensión muy íntima y personal de su vida. En esta obra se reproduce tanto la entrevista como la conferencia de Boris Cyrulnik. Ambas son imprescindibles y valiosas para el amplio público que sigue con gran interés su trabajo. Cómpralo y empieza a leer
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Entres selfies y whatsapps Jiménez, Estefanía 9788416919888 320 Páginas Cómpralo y empieza a leer Cada vez más niños, niñas y adolescentes utilizan los medios digitales para descargar música, ver vídeos, hacer las tareas escolares, participar en redes sociales y, sobre todo, comunicarse con amigos y familiares. Hoy las personas nos relacionamos con el mundo a través de internet, y los niños y niñas no son ajenos a esa realidad. Con la participación de Sonia Livingstone y un panel de expertos europeos y latinoamericanos este libro describe con rigor cómo estos consumidores digitales están interactuando con y en internet. Cada capítulo se centra en un aspecto concreto: el ciberbullying, el sexting, el contacto con desconocidos, el uso excesivo, la perspectiva de género, la gestión del desembarco de internet en la escuela o la labor de mediación de las familias, entre otros. El mundo de oportunidades que ofrece internet no está exento de problemas y situaciones peligrosas derivadas del mal uso de la red. Más allá de tópicos y alarmismo, es necesario formar en la prevención de riesgos y alentar a niños y niñas a que asuman su papel como internautas exigentes y conscientes con autonomía y seguridad. Este libro proporciona un diagnóstico de situación actual, fiable y exhaustivo basado en evidencias científicas, que será útil tanto a investigadores, a educadores, a agentes implicados en la seguridad de la infancia en internet. Cómpralo y empieza a leer
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La formación del actor Eines, Jorge 9788497844352 288 Páginas Cómpralo y empieza a leer ¿Por donde empezar? ¿Es posible pensar en la técnica como los cimientos de un edificio? La pregunta por los comienzos de la formación de un actor viene alimentando la historia del teatro. La manera singular en que este libro aborda el problema parece ser el punto inicial de un viaje para poder entender la pedagogía de Jorge Eines. Una propuesta que se ocupa del proceso en su etapa inicial y que abre las puertas a la imaginación, la destreza y por ende a la técnica. Todo ello con la finalidad de orientar a un alumno para que encuentre su lugar en el arte del actor. Un libro que es punto de partida. Una vía de acceso a los demás textos del autor (La didáctica de la dramatización, Alegato a favor del actor, El actor pide y Hacer actuar) componiendo una universo tanto teórico como práctico para profundizar en las líneas maestras que definen la formación de los actores. Cómpralo y empieza a leer
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Filosofía política Bunge, Mario 9788497844482 608 Páginas Cómpralo y empieza a leer Los politólogos describen y explican la política; los filósofos la examinan de manera crítica y sugieren mejoramientos y, en ocasiones, rasgos sociales radicalmente diferentes. En otras palabras, los filósofos políticos proponen escenarios y sueños allí donde los científicos sociales ofrecen instantáneas de organizaciones políticas existentes. La filosofía política no es un lujo sino una necesidad, decisiva para entender la actualidad política y, sobre todo, para pensar un futuro mejor. Pero, para que preste semejante servicio, esta disciplina deberá formar parte de un sistema coherente al que también pertenezcan una teoría realista del conocimiento, una ética humanista y una visión del mundo acorde con la ciencia y la técnica contemporáneas. En este sentido, una política responsable no debería estar fundada en la ideología sino en la filosofía, especialmente en la ética, así como en la tecnología social, la cual resulta efectiva únicamente cuando está sustentada en una ciencia social seria y rigurosa. El otro eje vertebrador de Filosofía política es un análisis de la posibilidad de am-pliar la democracia del terreno político a los demás terrenos pertinentes: la administración de la riqueza, el entorno natural y la cultura. Y aquí Mario Bunge vuelve a sugerir una alternativa tanto al capitalismo en crisis como al socialismo ya fenecido y que nunca fue genuino. Esa alternativa es la democracia integral: es decir, igualdad de acceso a las riquezas naturales, igualdad de sexos y razas, igualdad de oportunidades económicas y culturales, y participación popular en la administración de los bienes comunes. Atento al rumbo de nuestro mundo, en Filosofía política Mario Bunge nos muestra su faceta de ciudadano preocupado por el devenir histórico. Cómpralo y empieza a leer 111
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El respeto o la mirada atenta Esquirol, Josep M. 9788497846066 176 Páginas Cómpralo y empieza a leer ¿Cómo vemos el mundo? y ¿cómo vemos a los demás y a nosotros mismos? Vivir en la era de la tecnología no sólo supone disponer de sofisticados artefactos y estar inmerso en complejos sistemas de información, implica también, y cada vez más, estar bajo el influjo de una determinada manera de enfocar y de entender las cosas. De modo que la pregunta clave es ésta: ¿podemos aprender a mirar?, ¿podemos ampliar el horizonte de nuestra mirada? Josep M. Esquirol ha convertido la respuesta a esta pregunta en una novedosa y original propuesta ética centrada en la idea de respeto; idea que se nos descubre como portadora de una riquísima significación relacionada precisamente con la mirada. La mirada atenta resulta ser la auténtica esencia del respeto. Cómpralo y empieza a leer
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Índice Introducción 1 Diálogo sobre la esquizofrenia 2 La hija de Joyce
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La bailarina, imágenes La vida de Lucia Lucia en la obra de Joyce Lucia y el psicoanálisis
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3 El caso entre ficción y clínica
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Primera parte: conversacionalismo y derivados Segunda parte: las aventuras de la écfrasis
4 Pasolini. Psicoterapia y literatura El género del discurso: contra la academia, contra la sociología Los estilos en psicoterapia Código de códigos Introspección vicariante, el embrollo y la traición Edipo en el discurso indirecto libre
5 El nombre
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Nombre común Nombre propio La verdad en el nombre Las supradeterminaciones en Freud Moosbrugger y la familia, ejercicio de intertextualidad Mauvaise foi, el error diagnóstico
Bibliografía
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