Las aspiraciones de la curiosidad: La comprensión del mundo en la Antigüedad: Grecia y China 8432313483, 9788432313486

Las aspiraciones de la curiosidad nos ofrece la visión de uno de los más prestigiosos historiadores de la ciencia a nive

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Spanish; Castilian Pages 221 [239] Year 2008

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Las aspiraciones de la curiosidad: La comprensión del mundo en la Antigüedad: Grecia y China
 8432313483, 9788432313486

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LAS A SPIR AC IO N ES D E L A C U R IO S ID A D La comprensión del mundo en la Antigüedad: Grecia y China

por G eo ffrey L L o y d

traducción P a u l a O lm o s

m SIG LO

m SI G LO

España México Argentina

Todos los derechos reservados. Prohibida la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier procedimiento (ya sea gráfico, electrónico, óptico, químico, mecánico, fotocopia, etc.) y el almacenamiento o transmisión de sus contenidos en soportes mag­ néticos, sonoros, visuales o de cualquier otro tipo sin permiso expreso del editor. Primera edición, junio de 2008 © SIGLO X X I DE ESPAÑA EDITORES, S. A.

Menéndez Pidal, 3 bis, 28036 Madrid W W W . sigloxxieditores.com © Geoffrey Lloyd, 2002 Título original: The Ambitiom o f Curiosity. Understandingthe World in Ancient ' Greece and China Primera edición en inglés, Cambridge University Press, 2002 © de la traducción: Paula Olmos, 2007 Maquetación: Jorge Bermejo & Eva Girón Diseño de la cubierta: simonpatesdesign DERECHOS RESERVADOS CONFORME A LA LEY

Impreso y hecho en España Printed and made in Spain ISBN: 978-84-323-1348-6 Depósito legal: M-29.980-2008 Impreso en e f c a , s . a . Parque Industrial «Las Monjas» 28850 Torrejón de Ardoz (Madrid)

ÍN D IC E

LISTA DE FIGURAS Y TABLA-,........................................................

IX

P R E F A C IO ...................................

XI

NOTA SOBRE LAS EDICIONES DE TEXTOS A N TIG U O S.........

xv

C APÍTULO 1 HISTORIAS, ANALES, M IT O S ...............

I

C APÍTULO 2

M O D A LID AD ES DE PR E D IC C IÓ N ....

27

C APÍTULO 3

LOS NÚMEROS Y LAS COSAS..............

57

C APÍTULO 4

A P L IC A B IL ID A D Y APLICACIONES....

89

C APÍTULO 5

EL LENGUAJE D E L SABER..................

125

C APÍTULO 6

IN D IV ID U O S E IN S T IT U C IO N E S .... .

159

GLOSARIO DE TÉRMINOS CHINOS Y G RIEGOS..................

189

BIBLIOGRAFÍA.................................................................................

197

ÍN D IC E ...............................................................................................

215

VII

ÍN D IC E DE FIGURAS Y TA B LA

FIGURAS 1. Adivinación sobre el caparazón de una tortuga. Fuente: Djamouri, 1999..............................................................................................................

37

2. Tablero cósmico procedente del Nan Qishu. Fuente: H o Peng Yoke....

40

3. Tetraktys.......................................................................................................

62

4. Transformaciones de las cinco fases...........................................................

65

5. Medida de las sombras arrojadas por distintos gnómones para determinar la altura del Sol............................................................................................

69

6. Estimación del diámetro solar....................................................................

70

7. Cálculo de Eratóstenes de la longitud de la circunferencia de la Tierra.

71

8. T ornillo de Arquímedes encontrado en Sotiel (Huelva). Fuente: History o f Technology, vol. I I , ed. C. Singer, E. J. Holmyard.................................

91

9. Carruaje chino. Fuente: Needham, 1965...................................................

94

10. Ballesta de Vitrubio. Fuente: Marsden, 1969............................................

97

11. Gastraphetes. Fuente: Landels, 1978..........................................................

98

12. Ballesta de repetición de Dionisio. Fuente: Marsden, 1971.....................

99

13. Ballestas chinas. Fuente: Needham y Yates, 1994.....................................

101

14. Prensa de doble tornillo de Herón: Fuente: Drachmann, 1963...............

105

15. M olino de agua romano de Vitrubio. Fuente: M oritz, 1958....................

106

16. Cosechadora de maíz gala. Fuente: History o f Technology, vol. I I , ed. C. Singer, E. J. Holmyard, A. R. H all y T. J. Williams (Oxford, 1956)...

106

17. Distintos tipos de carretillas chinas. Fuente: Needham, 1965.................

107

IX

Í n d ic e

de figuras y tabla

18. Grúa de poleas compuestas accionada por una rueda de andar. Fuente: History o f Technology, vol. I I , ed. C. Singer, E. J. Holmyard, A. R. H all y T. J, Williams (Oxford, 1956).....................................................................

111

19. El túnel de Eupalino, Fuente: Kienast, 1995.............................................

113

20. Técnica para tunelar por medio de la triangulación de Herón, Fuente: H. Schoene, Herón, vol, iii...............................................................................

113

21. a y b. Obras hidráulicas de L i Bing en Guanxian. Fuente: Needham, 1971............................................................................................................... 114,115 22. Sismoscopio de Zhang Heng. Fuente: Sleeswyk y Sivin, 1983.................

117

23. Esfera rodante movida a vapor de Herón. Fuente: W . Schmidt, Herón, (Leipzig), vol. 1.............................................................................................

119

24. Esquema de Herón para abrir las puertas del templo automáticamente. Fuente: History o f Technology, vol. ll, ed, C. Singer, E. J. Holmyard, A. R, H all y T, J. Williams (Oxford, 1956)................................................

120

25. Las membranas del ojo. Fuente: C. Singer, A short History o f Anatomy and Physiology from Greeks to Harvey (Dover, 1957)...............................

131

26. Los vasos sanguíneos según Pólibo. Fuente: C, R. S. Harris, The Heart and the Vascular System in Ancient Greek Medicine (Oxford, 1963)......

135

27. Mapa de conductos para acupuntura. Fuente: Kuriyama, 1999..............

137

28. Las partes del loto. Fuente: Needham, 1986.............................................

139

29. Struchnos. Fuente: Dioscórides de Viena, Nationalbibliothek. Cod. Med. gr. I, f. 292v...................................................................................................

142

30. Diktamnos. Fuente: Dioscórides de Viena, Nationalbibliothek. Cod. Med. gr. I, f. 99r.....................................................................................................

TABLA

143

*

1. Armonía china: la generación de la escala cromática. Fuente: adaptación de la ofrecida por J. S. Major, Heaven and Earth in Early Han Thought (Albany, 1993).................................................................

X

74

PREFACIO

En el trimestre de otoño de 2000, tuve el honor de recibir una invita­ ción para dictar el ciclo de conferencias «Isaiah Berlin» en Oxford. Se trata de un encargo que cualquier historiador de las ideas encon­ traría francamente apabullante, ya que cuantos conocieron a Berlin no tuvieron más remedio que sentirse cautivados por la amplitud de sus conocimientos, la agudeza de su ingenio y la fuerza y elegancia de su escritura. La experiencia de dictar aquellas conferencias en su memoria resultó a un tiempo intimidante y alentadora. Me encontré con un variadísimo público que me escuchó atentamente y que contri­ buyó al debate con comentarios realmente pertinentes, aunque debo decir que, dada la fama del fulgurante verbo de Berlin, me sorprendió su petición de que tratara de hablar más despacio. Este libro contiene una versión ampliada de aquellas conferen­ cias y, de hecho, mantiene básicamente el plan inicial de las mismas. El tema que las unifica no es tanto un determinado concepto, sino, más bien, un problema específico: el surgimiento de la investigación sistemática. Obviamente, no se parte del supuesto de que toda socie­ dad haya de valorar la investigación como algo bueno en sí mismo; por ello, el cómo pudo llegar a surgir, en torno a qué materias, quién llego a ponerla en práctica y por qué, con qué objetivos y expectati­ vas, resultan ser cuestiones que no por su generalidad dejan de ser centrales para cualquier estudioso que tenga la valentía, o más bien la imprudencia, de enfrentarse a tales asuntos. ¿Qué esperaban encon­ trar aquellos investigadores? ¿Sabían, acaso, lo que buscaban? Uno de los temas recurrentes en estos ensayos será precisamente el carác­ ter abierto y, por lo tanto, arriesgado, de cualquier investigación. La pregunta que se nos plantea es cómo pudo llegar a darse el caso de que, desafiando los resultados de una indagación las convicciones más profundamente asentadas, pudieran, sin embargo, terminar aceptánXI

P refacio

dose o, al menos, no fueran inmediata y terminantemente rechazados, por parte de las autoridades (u otros elementos) de aquellas socieda­ des. ¿Cuál fue, de hecho, el papel del Estado u otras instituciones con autoridad en el fomento, el sostenimiento o el bloqueo de la investiga­ ción? En el mundo actual, seguimos planteándonos este tipo de pro­ blemas. Pero para indagar en los verdaderos inicios de la investiga­ ción sistemática tenemos que volver la vista hacia la Antigüedad. A llí encontramos muestras de un evidente interés en un amplio abanico de materias, no sólo en el campo de lo que podríamos llamar filosofía o ciencia en general, sino también en el de la historia, la tecnología o el lenguaje. Tanto Grecia y China como Mesopotamia, Egipto o India, ofrecen distintos aspectos relevantes para nuestro estudio. Me centra­ ré, sin embargo, principalmente en las dos primeras culturas, lo que se ha de achacar tanto a las restricciones impuestas por mis propios conocimientos sobre el tema como a la necesidad de señalar algún tipo de límite a la investigación. Aun así, la amplitud del campo que se nos ofrece hace que no podamos esperar abarcar sino una pequeñísima porción de las ideas y datos que podrían exponerse en relación con los temas propuestos; de modo que mi objetivo no puede ser comprender la totalidad de la materia, sino, más bien, presentar ciertos argumen­ tos, dejando para otra ocasión una mayor profundización y una mejor documentación y justificación de lo expuesto. Con el objetivo de exponer mis ideas del modo más vivo posible, he tratado de mantener el estilo y el esquema de las propias confe­ rencias. A pesar de utilizar material proveniente de diversas culturas y períodos históricos, he intentado, también, que toda esta informa­ ción se presente de manera accesible para los no especialistas en la materia. Es evidente que tales intenciones son sumamente ambicio­ sas. Con ello no trato sino de emular las elevadas aspiraciones de quienes serán protagonistas de mi estudio. Soy consciente del peli­ gro de caer en la superficialidad. Se trata de un riesgo inevitable para todo el que trata de abrir nuevas vías de investigación en los estudios comparados y en torno a materias de importancia tan central como la que nos ocupa. Llegados a este punto, resulta un placer el poder agradecer la ayu­ da recibida a tantos especialistas que me ofrecieron sus valiosos pun­ tos de vista, tanto en relación con diversos detalles del estudio, como con la estrategia general de mi argumentación. Seguramente habría X II

P refacio

cometido más de un error en mis apreciaciones sobre la astronomía mesopotámica, si no hubiera contado con la guía ofrecida por Fran­ cesca Rochberg y David Brown, lo que no les hace responsable en absoluto del modo en que finalmente haya hecho uso de sus consejos. Mis estudios sobre ciencia china se han beneficiado también amplia­ mente de mi colaboración con Nathan Sivin. Cuando recibí el encargo de dictar estas conferencias, ambos estábamos enfrascados en la finali­ zación de nuestro estudio conjunto The Way and the Word, lo que me permite ahora referir a dicho trabajo, ya publicado, a quienes busquen una discusión más detallada de muchos de los puntos tratados en éste. De mis propios colegas helenistas diré que son demasiado numero­ sos para mencionarlos a todos, pero destacaré, entre mi público oxo­ niense, a Myles Burnyeat, David Charles, Sally Humphreys y Oswyn Murray, que expusieron comentarios y críticas excepcionalmente ú ti­ les. Debo mencionar también a todos aquellos que, generosamente, me ofrecieron su consejo en las diversas ocasiones en que llegué a dic­ tar, total o parcialmente, algunas de estas conferencias en otras univer­ sidades, à lo largo de los últimos dos años, particularmente en Prince­ ton, Madrid, Chicago y Pekín. Querría expresar mi agradecimiento, tanto por su hospitalidad como por sus constructivos comentarios, a W illard Peterson, Luis Vega, lan y Janel Mueller, Liu Dun y a todos sus compañeros. Me resta, finalmente, hacer constar mi especial gratitud a mis anfi­ triones en Oxford. En primer lugar, al Comité a cargo de las Conferen­ cias Berlin, que tuvo la amabilidad de invitarme, al Presidente Suplen­ te del Corpus Christi College, el Dr. Christopher Taylor, y a todos los miembros del propio College que nos recibieron cordialmente tanto a mí como a mi esposa, a Lady Berlin y a todos cuantos hicieron de aquella visita algo memorable.

X III

N O T A SOBKE LAS EDICIONES DE TEXTOS ANTIG UO S

TEXTOS CHINOS

Salvo algunas excepciones, todos los textos chinos antiguos se citan por sus ediciones estándar, es decir, las del Instituto Yenching de Har­ vard ( h y ) o las del Instituto de Estudios Chinos de la Universidad de Hong Kong (íes).

Chunqiu fanlu edición de Lai Yanyuan, Taipei, 1984. Daodejing edición del ics (Obras Filosóficas, 24), 1996. Erya (HJÉ), edición del íes (Obras Clásicas, 16), 1995. Guanzi (’e ’í ), edición de Zhao Yongxian, reimpresión en la colec­ ción Sibu beiyao, Shanghai, 1936.

Hanfeizi (^^^í^í"), edición de Chen Qiyou, Shanghai, 1958. Hanshu ( / ^ ^ ) , edición de Yan Shigu, Zhonghua shuju, Pekín, 1962. Se dan los números á&juan, página y, en algunos casos, columna de cada cita.

Hou Hanshu (íé M * ) , edición Zhonghua shuju, Pekín, 1965. Huainanzi ( / H l^ í ) , edición de Liu Wendian, Shanghai, 1923. Huangdi neijing ((m ^IAIIM)- Recensiones lingshu {W M)y suweniMWj en edición de Ren Yingqiu, Pekín, 1986.

jiuzhang suanshu (Tl^SS^ s'), edición de Qian Baocong, suanjing shishu, Pekín, 1963. Se da el número de página de la cita.

E iji (I h IS), edición del íes, 1992. Lüshi chunqiu (S E ^ ^ fA ), edición de Chen Qiyou, Shanghai, 1984. Se dan en cada cita los números de juan y pian seguidos, en caso de necesidad, del número de página. XV

N ota

sobre las ediciones de textos an tig uo s

Lunheng (| m ÍIÍ)> edición de L iu Pansui, Pekín, 1957. Lunyu (|m |p), edición del íes (Obras Clásicas, 14), 1995. Mengzi (Mencio) ( ] £ ^ ) , edición de la colección HY, Suplemento 17, Pekín, 1941.

Mozi (S d^), edición de Zhang Chunyi, 1931. Shiji (líllE!.), en la edición del Zhonghua shuju, Pekín, 1959. Se dan los números de juan, página y, en algunos casos, columna de cada cita. Shijing ( I f M ), edición del íes (Obras Clásicas, 10), 1995. Sun Bin ( , edición y traducción al inglés en Lau y Ames, Sun Bin: The A rt ofWarfare, Nueva York, 1996. Sunzi ( f | s í ‘), edición y traducción al inglés en Ames, Sun-tzu: The A rt ofWarfare, Nueva York, 1993. Xunzi (^ü F ), edición en la colección h y , Suplemento 22, Pekín, 1950. Se dan los números de pian y línea de cada cita. Yantielun (ÜiHIro), edición del íes (Obras Filosóficas, 14), 1994. Yijing (Mis.), edición del íes (Obras Clásicas, 8), 1995. Zhoubi suanjing ( j^ tf- ® l5 ) , edición de Qian Baocong, Suanjing shishu, Pekín, 1963. Citado por número de página. Zhouli (Flf®), edición del íes (Obras Clásicas, 4), 1993. Zhuangzi ( ® t F ), edición en la colección HY, Suplemento 20, Pekín, 1947.

Zuozhuan (¿Ef$), edición de Yang Bojun, 4 voL, Pekín, 1981. Cita­ do por Duque, y año correspondientes y, en los casos necesarios, por número de página.

TEXTOS GKIEGOS Y LATINOS

Cito a los principales autores griegos y latinos por sus ediciones están­ dar, por ejemplo, los fragmentos de los filósofos presocráticos por la edición de H. Diels, revisada por W. Kranz, T)ie Fragmente der Vorsocratiker, Gd edición, Berlín, 1952; las obras de Platón, por el texto de Burnet para Oxford; los tratados de Aristóteles, de acuerdo con la edición berlinesa de Bekker. Las obras de Euclides se citan por la edi­ ción de J. L. Heiberg y otros, revisada por E. S. Stamatis, las de ArquíXVI

N ota

sobre las ediciones de textos antig uo s

medes, por la edición de Heiberg, revisada por Stamatis (se abrevia HS con el número de volumen correspondiente). El Almagesto de Tolomeo se cita por la edición de J. L. Heiberg, el Tetrabiblos, por la de Hübner y los Armónicos, por la edición de I. Düring (Göte­ borg, 1930). Los textos griegos y latinos de medicina se citan, de preferen­ cia, de acuerdo a las ediciones correspondientes al Corpus Medicorum Graecorum y al Corpus Meiicorum Latinorum (CMG y CML, res­ pectivamente). Para los tratados hipocráticos no incluidos en CMG, he empleado las Oeuvres completes d’Hippocrate de E. Littré, 10 vol., París, 1839-1861, citándolas con la inicial L seguida de los núme­ ros de volumen y página correspondientes. Para las obras de Galeno que no aparecen en el CMG, he empleado las ediciones de Teubner (a cargo de Helmreich, Marquardt y otros) o, en ausencia de éstas, la edición de C. G. Kühn, Leipzig, 1821-1833, que se cita mediante la ini­ cial K seguida de los números de volumen y página correspondientes. Las abreviaturas usadas para las obras griegas son las del GreekEnglish Lexicon de H. G. Liddell y R. Scott, revisado por H. S. Jones, y su suplemento (Oxford, 1968). Es decir, Simplicius, In Ph., se refiere a la obra de Simplicio In Aristotelem Physica Commentaria, edición de H. Diels Commentaria in Aristotelem Graeca, vols, ix y x), Berlín, 1882-1895.

OBRAS MODERNAS

Todas las obras modernas se citan por el nombre de su autor y año de publicación. Para más detalles debe acudirse a la bibliografía final en páginas 197-214. Con la excepción de Confucio y Mencio, los nombres chinos se escriben transliterados de acuerdo con la convención Pinyin. Este cri­ terio se respeta en todo el texto, incluso en las citas sacadas de autores que adoptan otras convenciones.

XVII

CAPÍTULO 1 HISTORIAS, ANALES, MITOS

Decía Aristóteles que los hombres aspiran por naturaleza al conoci­ miento*. Pero no todos los seres humanos parecen experimentar la urgente necesidad de aumentar o, al menos, someter a prueba el cau­ dal existente de conocimiento, sino que muchos se muestran, más bien, satisfechos con el saber heredado, con lo que se les dice que deben creer. Tampoco tienen todos las mismas ideas, ya sean éstas explícitas o implícitas, sobre qué debemos entender por conocimien­ to, ni por qué razones ni bajo qué criterios, ni cuáles deberían ser los métodos para su expansión, en caso de que se pretenda tal cosa. El objetivo de este libro es, precisamente, estudiar lo que suce­ de cuando determinados individuos o grupos de individuos conciben semejante pretensión y qué factores actúan, en ese caso, para fomen­ tar u obstaculizar la investigación sistemática^. Soy consciente de que se trata de un planteamiento muy general, pero creo que el centrarse en la investigación sistemática, como tal, independientemente del pro­ pio campo de investigación y del éxito o fracaso de la misma, tiene sus ventajas. Resulta tentador tratar de hacer una clasificación de los campos en cuestión, hablar de historia o filosofía natural, medicina, astronomía o astrologia, tecnología o matemáticas, puras o aplicadas^. Pero el uso precipitado de tales categorías puede resultar arbitrario y sesgar nuestra propia investigación. Los individuos que originalmente llevaron a cabo tales indagaciones no contaban con semejantes cate­ gorías cuando iniciaron su trabajo ni, muy a menudo, cuando lo finali' Aristóteles, Meto/zí/ca 980a21. ^ No voy a definir explícitamente lo que quiero decir con «sistemática», pero espe­ ro que el propio texto lo vaya aclarando. ’ La lista no es ni mucho menos exhaustiva. También la antropología, la psicología o la geografía, entre otras categorías modernas, tienen sus equivalentes investigables en las sociedades antiguas.

1

L as

aspiraciones de l a curiosidad

zaron. Así que, en lugar de juzgar sus empeños desde el punto de vista del fin hacia el que, según nuestra propia visión, habrían de dirigir­ se — la «ciencia», tal como la entendemos hoy en día, por ejemplo— , deberemos estudiarlos a la luz de sus objetivos originales, sus propias pretensiones y necesidades, entendidas en el contexto délos diversos problemas realmente suscitados, tal y como ellos los contemplaron. La puesta en marcha de la investigación sistemática revela, en todo caso, un conjunto de aspiraciones humanas muy básicas (eviden­ temente, Aristóteles tenía razón en este punto); poder comprender, predecir o controlar al propio mundo o a los demás. También pre­ cisa de un objetivo concreto, de un interés particular en un asunto determinado; pero, ¿a qué responden esos objetivos? ¿A qué intereses sirven? ¿Quién se encarga de la investigación como tal y bajo qué con­ diciones? ¿Con qué grado de libertad, con qué restricciones? ¿Quién elabora el programa y con qué expectativas, en cuanto a su efectiva puesta en marcha? Para responder a estas preguntas, deberemos atender a cuestio­ nes tan centrales como el sistema de valores y creencias de las propias sociedades o grupos estudiados. Pues, si la investigación pretende dar una respuesta eficaz a problemas concretos, ¿hasta qué punto cum­ plirá su objetivo si se limita a confirmar la posición inicial de quienes establecieron el plan de investigación? Pero, por otro lado, ¿bajo qué condiciones y con qué límites podría llevar a la revisión de las asun­ ciones iniciales? La investigación puede, de hecho, emplearse como modo de legitimación del statu quo; pero el patrocinio de la investiga­ ción conlleva siempre un riesgo, el riesgo de lo impredecible, ya que los resultados de la investigación no pueden conocerse de antemano. Uno de los temas recurrentes de nuestro estudio será, precisamente, el carácter inesperado de los resultados de toda indagación. O tro tema, también recurrente, será la tensión entre lo que pode­ mos llamar la pretensión universal del conocimiento (la comprensión, explicación, etc.) y sus manifestaciones concretas en sociedades espe­ cíficas. M i propia investigación se centra en las sociedades antiguas, ya que en ellas puede estudiarse el verdadero inicio de la indagación sistemática y, aunque, evidentemente, nadie puede hoy en día aspirar a abarcar, con el rigor necesario, el panorama completo de las civiliza­ ciones de la Antigüedad (por mi parte, me centraré en Grecia y Chi­ na y, en menor medida, en Mesopotamia), me gustaría insistir en la necesidad del enfoque comparativo y ello por dos razones. En primer 2

H

istorias , an ale s , mitos

lugar, debemos evitar la asunción de que la experiencia particular de una sociedad antigua es directamente extrapolable a las demás, por no hablar de la tesis, más fuerte, de que exista una cierta inevitabilidad en los procesos de desarrollo. En segundo lugar, el método comparativo será el que nos revele, precisamente, qué caracteres son generales y cuáles son específicos de cada sociedad. Entre otras cuestiones, trataremos de establecer: ¿qué técnicas de predicción se desarrollaron, con qué objetivos y con qué resultados? ¿En qué casos y en qué sentido el número llegó a ser considerado como la clave para la comprensión de los fenómenos y qué tipo de sistemas numéricos se elaboraron con la pretensión de explorar tal posibilidad? ¿En qué medida la investigación sistemática se centró en el desarro­ llo de mecanismos útües y hasta qué punto el deseo de su consecución sirvió de estímulo para la misma? ¿En qué sentido dependía la investi­ gación sistemática del propio desarrollo lingüístico — la construcción de un vocabulario técnico— y en qué medida estimuló, a su vez, una reflexión consciente sobre el uso del lenguaje? El último capítulo de este estudio tratará de exponer los diferentes marcos institucionales en que pudo desarrollarse, y de hecho se dio, la investigación sistemática y en los efectos que tales instituciones suscitaron, tanto en los propios investigadores, como en el carácter del trabajo que llevaron a cabo. Pero para comenzar nuestra investigación sobre la investigación, lo mejor será comenzar por la propia historia, tanto en el sentido moder­ no de historiografía, como en el más general y original de indagación, aún presente en nuestra expresión «historia natural». Evidentemente, no debemos asumir, sin más, que en las civilizaciones antiguas vayamos a encontrarnos con una categoría que se corresponda, exactamente, con nuestra historiografía. Más bien, veremos que, en la práctica, los vínculos entre lo que podemos llamar escritos históricos y el resto de las disciplinas, tanto en Grecia como China, presentan múltiples caras diferentes que pueden, de hecho, ponerse en relación con la propia finalidad de los escritos. Pero primero debemos prestar atención a los muy diversos modos en que el pasado se representa y se utiliza como fundamento para la comprensión del presente o como guía para la acción futura. Puede darse, o no, el caso de que el pasado se entienda como un todo conti­ nuo, sin ruptura alguna con el presente. ¿Acaso era el pasado idénti­ co al presente, un espacio habitado por personas iguales a nosotros? ¿O, más bien, por dioses o héroes? ¿O fue, en cualquier otro sentido. 3

L as

aspiraciones de l a curiosidad

radicalmente distinto del tiempo presente? ¿Acaso el tiempo discu­ rre siempre en la misma dirección? Muchas sociedades han concebido como posible la reversión del tiempo, o ciclos temporales que, en tér­ minos generales o, incluso, en los menores detalles, repiten los aconte­ cimientos. De acuerdo con Simplicio {In Ph. 732.26), ésta habría sido la postura defendida por Eudemo en Grecia. En la India, por otro lado, el sentido de la inmensidad del ciclo Kalpa sirve para subrayar el carácter ilusorio del propio presente'^. Finalmente, en muchas socie­ dades el calendario se divide en franjas de tiempo sagrado y tiempo profano que se conciben como cualitativamente diferentes^. Pero es que, además, independientemente de la comprensión del flujo temporal, puede haber profundas diferencias en el modo en que se usa o se registra el pasado o, incluso, se concibe el acceso al mis­ mo. Aquello que los mitos digan de los tiempos pasados transmitirá, con seguridad, algún mensaje relativo a la conducta en el presente; indicará, explícita o implícitamente, normas sobre cómo son o cómo deberían ser las cosas y sobre las temibles consecuencias de un com­ portamiento incorrecto. Por otro lado, las propias normas y los mitos que las transmiten pueden concebirse como intemporales o, por el contrario, pueden tener su origen e intervención, precisamente, en la configuración actual del mundo. Y ello no sólo no disminuye, sino que aumenta su poder, su autoridad como expresión de valores o restric­ ciones, su capacidad para justificar o legitimar'’. Claro que las relacio­ nes entre mito y rito, el papel del mito como credencial de privilegio, el propio problema de la definición de la categoría de mito y la cues­ tión de si existe, de hecho, una categoría válida que pueda utilizar­ se como herramienta de análisis, son asuntos ampliamente debatidos en la investigación académica actual. Sin embargo, basta para nues­ tros propósitos el constatar que los relatos sagrados sobre el pasado a Thapar, 1996. ^ Leach, 1961, nos proporciona una buena síntesis de este tema particular, ya desarrollado con anterioridad por Durkheim y otros. El tema del contraste entre el «tiempo de los dioses» y el «tiempo de los humanos» entre los griegos fue ya objeto de estudio para Vidal-Naquet, 1986, cap. 2 (el original francés de este texto ya clásico data de 1960). '' Se ha argumentado que los relatos judíos sobre el pasado resultan un claro ejem­ plo del uso de este tipo de textos para legitimar, en este caso, el estatus del pueblo judío como elegido por Dios. Ver, por ejemplo, Murray, 2000, y Cartledge, 1995, sobre los griegos. 4

H

istorias , an ales , mitos

menudo sirven de guía y límite para el comportamiento en el presente y la comprensión del mismo. Y es que, una vez que se estudia y se des­ cribe el pasado, el potencial de cambio se hace, en principio, evidente, aunque el resultado del estudio pueda también utilizarse para confir­ mar las creencias heredadas y mantenidas. El modo en que estas historias se transmiten plantea, además, una tercera cuestión fundamental. Una vez que adquieren la forma escrita, el carácter de los relatos varía, pero ello puede ocurrir de múltiples modos, no todos ellos fácilmente detectables. No es nece­ sario compartir todas las tesis que Goody expone en su original tra­ bajo sobre el contraste entre culturas literarias y orales para apreciar la enorme importancia de los temas en cuestión^. En primer lugar, está claro que el contraste entre lo literario y lo oral no es un asunto de todo o nada. En algunas sociedades que no poseen una escritura estándar aparecen, sin embargo, diversas formas de representación gráfica. Por otro lado, los grados de competencia y fluidez en la lectu­ ra y escritura pueden mostrar variaciones muy importantes. En segundo lugar, cada presentación oral de un mito se convierte en un recontar, una recreación y ello es significativo porque nos hace preguntarnos qué entendemos por un mismo mito. El Mito de Bagre que Goody transcribió de los LoDagaa es siempre el mismo, según los propios LoDagaa, nunca cambia. Pero, de hecho, lo hace. Algunas de las últimas transcripciones del mismo hacen referencia, incluso, al propio Goody, allí, en un segundo plano, con su grabadora®. En tercer lugar, no debemos asumir que una vez que existe una versión escrita de un mito, ello implica la desaparición de toda ver­ sión que se desvíe de ésta. El Heike Monogatari japonés demuestra que ello no siempre ocurre, ya que, muy al contrario, después de que se recogiera por escrito, dos tradiciones independientes del mismo, una escrita y otra oral, convivieron durante más de 150 años^. Lo que me lleva a un cuarto punto, también fundamental, el tema de las posibles críticas a que un relato puede someterse una vez que se ^ La propia posición de Goody ha ido evolucionando: se puede comparar Goody y Watt, 1962-1963 con Goody, 1977, 1986, 1987 y 1997. Otros estudiosos que han contribuido al debate han sido Havelock, 1963, Vansina, 1965 y 1985, Scribner y Colé, 1981, Gentil! y Paioni, 1985, Detienne, 1988, Kuümann y Tílthoff, 1993, Street, 1997 y Bottéro, Herrenschmidt y Vernant, 1996. * Ver Goody, 1972 y Goody y Gandah, 1981, ’ Ver Butler, 1966. 5

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escribe. Efectivamente, si una versión escrita se considera canónica, puede utilizarse para examinar una exposición oral del mismo rela­ to, que se apoye exclusivamente en la memoria. Pero, como el pro­ pio Goody reconoce, existen, también, otros modos de crítica que más bien se basan en la sustancia de la exposición oral y que están bien documentados en culturas orales^“. Es más, tenemos que tener en cuenta que la versión escrita, al tiempo que posibilita un cierto tipo de crítica, puede, sin embargo, cerrar otras vías. Jonathan Parry argu­ menta, en este sentido, contra Goody, resaltando el carácter sagra­ do que algunos textos adquieren en ciertas sociedades“ . La Sagrada Escritura puede que invite a la reflexión personal, la meditación o el comentario erudito, pero ello no quiere decir que se abra a la valora­ ción crítica y escéptica. Y con todas estas aclaraciones, podemos ya empezar a enfrentar­ nos al tema de nuestro análisis. Tanto Grecia como China produje­ ron, más o menos a partir del siglo v a. C. y con cierta abundancia, lo que provisionalmente podríamos calificar de crónicas o relaciones, que exponían y comentaban los hechos del pasado. Para nosotros los puntos fundamentales son: ¿qué uso se daba a tales escritos? ¿Por qué razones se inició la compilación de los relatos? ¿Quiénes realizaron la compilación? ¿Con qué criterios se enjuiciaba la labor de los com­ piladores? El objetivo es descubrir el modo en que el pasado llegó a concebirse como un campo de investigación fundamental y en qué medida éste se relacionaba con otras áreas de interés cognitivo. Podemos comenzar por China. Aunque existen cuestiones muy controvertidas en cuanto a los primeros inicios, es posible seguir con cierta seguridad la secuencia del desarrollo, desde los textos del perío­ do de los Estados Guerreros (i.e. antes de la unificación en 221) que han llegado hasta nuestros días, hasta la culminación de tal tradición en lo que la mayoría de los estudiosos identifican como la primera his­ toria general y continua de China, el llamado Shiji. Esta crónica fue iniciada por Sima Tan en el siglo li a. C. y ampliada y completada por su hijo Sima Qian, de quien hablaremos más adelante, alrededor del año 90 a. C. Sin embargo, aunque los superara en muchos aspectos, el Shiji SQbasaba en modelos anteriores, especialmente en la tradición de “ Ver, por ejemplo, Phillips, 1981, sobre el Sijobang. “ Parry, 1985. La idea de que la adquisición del estadio literario puede no resultar liberadora sino más bien impedir la libertad ya fue expuesta por Lévi-Strauss (1973, p, 299: «la función primitiva de la comunicación escrita fue facilitar la esclavitud»).

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la escritura de anales, cuyo ejemplo más singular, entre los textos pre­ cedentes conservados, es el Chunqiu, los Anales de primavera y otoño, y los comentarios al mismo, como el Zuoxhuan. El texto de los Anales de primavera y otoño recorre el reinado de los doce duques del estado de Lu, del 722 al 491 a. C., y se atribuyó tradicionalmente a Confu­ cio (cuya cronología habitual es Ó51-479). Tal atribución, de hecho, se remonta hasta Mencio, en el siglo iv^^. Pero debemos ser cuidado­ sos al constatar este extremo ya que no sabemos realmente qué texto leyó Mencio. En cuanto al Zuozhuan, no está ni siquiera claro que su formato original fuese el de un comentario, como tampoco lo está la fecha de su redacción: la compilación, tal y como la conocemos hoy en día, no parece ser anterior a finales del siglo iv a. Ambos textos dan a entender que contienen una relación de hechos. En los Anales de primavera y otoño los acontecimientos se ordenan por estaciones (de ahí el nombre) y, en realidad, se trata de meros apuntes sin que exista una narración continua. Se anotan cuidadosamente los nacimientos, matrimonios, muertes, sucesión de gobernantes, victorias, derrotas, sequías, hambrunas, inundaciones, eclipses, pero aunque con ello se relaciona la suerte de los reyes y de los Estados, no se aporta nin­ gún comentario que interprete explícitamente todos estos datos. Los Anales son una conmemoración de hazañas del pasado, su salvación del olvido; pero también contienen lecciones para el presente aunque, en gran medida, debamos inferir nosotros mismos la conexión entre los hechos y deducir las razones de la prosperidad o el declive. En el Zuozhuan, por el contrario, los hechos se entrelazan en una narración de gran viveza, que contiene caracterizaciones muy gráficas de los personajes principales de la acción — leales o infieles, rectos o corruptos, precavidos o alocados— salpicada, a su vez, de expresivas sentencias, algunas atribuidas, en el propio texto, a Confucio y otras a un innombrado «caballero» (junzi). De vez en cuando, la historia se interrumpe para dar lugar a la alabanza o censura de los personajes principales. Mendo iii B 9. La fecha del Zuozhuan es un punto muy controvertido. Ver, por ejemplo, Egan, 1977, A. Cheng, 1993, Brooks, 1994 y Sivin, 1995b iv 3. El valor del texto como fuente histórica para el período cubierto (desde finales del siglo V lll a mediados del iv) también está en entredicho. Brooks y Brooks, 1998, p. 8, mantienen una posición muy escéptica. Pines, 1997, es más optimista en cuanto a la fiabilidad en el relato de acontecimientos del período relacionado. Ver también Lloyd y Sivin, 2002, p. 305. 7

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Pero claro es que cuando el Zuozhuan pretende dar a entender que reproduce las conversaciones de estos mismos personajes tal y como, supuestamente, tuvieron lugar, unos 240 años antes, el criterio de estricta historicidad parece subordinarse de forma evidente a las necesidades dramáticas de la narración. De todos modos, parece que la labor de los escribas o historiadores (dashi), tal como se comenta en el texto*'*, comprendía el deber de relatar los acontecimientos tal y como hubieran tenido lugar, por muy ingrata que resultase su posi­ ción respecto de los que estuvieran en el poder. Así, en la crónica del asesinato del duque Zhuang de Q i a manos de su primer ministro, Cui Shu, se nos dice que, en primer lugar, un historiador y, más tarde, dos de sus hermanos, escribieron «Cui Shu mató a su señor», lo que les acarreó su propia ejecución, uno detrás de otro*^. Y, entonces, llegó otro hermano y escribió la misma frase en la crónica (de hecho, la fra­ se relativa al asesinato aparece en el texto conservado de los Anales de primavera y otoñó) e incluso se nos dice que había otra persona prepa­ rada para asegurarse de que el acontecimiento quedara registrado. El ejemplo pretende claramente impresionarnos sobre la abnegación de los historiadores y su compromiso con la verdad, incluso cuando ésta ofendía a los ministros. Pero, al mismo tiempo, no podemos dudar de que la falsificación de las crónicas para agradar a los poderosos tam­ bién se diera en más de una ocasión**^. Es más, no podemos descartar tampoco la posibilidad de que la historia en torno al asesinato fuese una invención de los propios auto­ res del Zuozhuan para aprovechar la entrada, realmente existente en los Anales de primavera y otoño, como marco para un relato edificante. En todo caso, el hecho de que la veracidad de la crónica fuera un asun­ to de importancia nos revela que se había dado ya un gran paso des­ de la simple relación del pasado (fuera ésta oral o escrita) como mero ejercicio de conmemoración o legitimación (sin olvidar el puro entre­ tenimiento), hacia una concepción que, sin abandonar dichos objetiSobre el papel original de los sM, como expertos en protocolo en el período anterior a los Estados Guerreros, ver Cook, 1995. Año 25 del duque Xiang, 1099: cf. Vandermeersch, 1994, p. 105, Lewis, 1999, p. 130. Huang Yi-long, 2001, ofrece un análisis detallado tanto de casos en los que algún acontecimiento astronómico no se recoge (pues no se consideraba políticamente o, al menos, simbólicamente, aceptable) como de otros en los que, contrariamente, se inventan determinados fenómenos para dar cabida a los augurios que éstos expresan.

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vos, reconociera, en cierta medida, como obligatorio su compromiso con la precisión e incluso hiciera descansar su autoridad, su habilidad para ofrecer tal legitimación, sobre su propia pretensión de verdad. El proyecto de Sima Quian representa, sin lugar a dudas, un inten­ to mucho más sustancial y autocrítico de llevar la precisión a la historia universal. Sin embargo, tampoco debemos dejarnos llevar por la exa­ geración. Es cierto que, por un lado, su actitud crítica hacia las fuen­ tes utilizadas y las creencias de sus predecesores se hace explícita en muchos pasajes. Corrige otros relatos en cuestiones de hecho, como la cronología o la geografía (por ejemplo sobre las montañas Kunlun y las fuentes del Kío Amarillo, Shiji 123: 3179.5 ss.); admite explícitamen­ te su desconocimiento de períodos muy tempranos — de los tiempos de Shennong (el supuesto fundador de la agricultura) y otros anterio­ res*^— y explica que ha tenido que dejar ciertas lagunas en sus tablas cronológicas. En el lado positivo, declara haber tenido acceso a los archivos del palacio imperial y se refiere con frecuencia a sus múltiples viajes; también cita inscripciones, edictos y memoriales, aparentemen­ te a la letra**, aunque deja constancia de que muchos documentos han sido destruidos, especialmente con los Qin y no sólo en el famoso epi­ sodio de la quema de libros ordenada por L i Si en el 213 a. C.*^ Pero, por otro lado, el relato comienza con una referencia conven­ cional al Emperador Amarillo (que supuestamente vivió mucho antes del período dinástico) y, al igual que el Zuozhuan, el Shiji contiene supuestas conversaciones imaginarias de tiempos remotos. Sima Qian recoge conocidas leyendas como la de Jian Di, la madre de Xie, el fun­ dador de los Yin, que quedó embarazada al engullir el huevo pues­ to por un ave negra. También hace remontar la dinastía Zhou hasta Jiang Yuan, que quedó embarazada al caminar sobre las pisadas de un gigante^**. ” Shiji 129: 3253.5. También deja caer ciertas dudas sobre historias de fantasmas y espíritus aunque su postura en este caso no queda clara. “ Por ejemplo, Shiji 130: 3296.1 s. y Shiji 121: 3115.5, menciona que Confucio ya utüizó crónicas anteriores para crear sus Anales de primavera y otoño. Hay particularmente dos relaciones, no completamente coincidentes, de este hecho en Shiji 6: 255.6 ss. y 87: 2546.11 ss., ver también 15: 686. Se convirtió en un tema favorito para todos aquellos que querían enturbiar la reputación de los Qin, lo que nos debe hacer sospechar de la exageración con que se relata el alcance efectivo de las órdenes de Li Si. 5fe/73: 91.1 ss., 4: 111.1 ss. 9

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Sin embargo, en este último caso, la continuación de la historia se hace más recatada. El niño que dio a luz Jiang Yuan fue H ou Ji, el Señor del Mijo, que, en otros textos chinos se considera un persona­ je divino que trae el grano y a quien se atribuyen una serie de capaci­ dades sobrehumanas^h En la versión de Sima Qian, por el contrario, recibe el encargo del emperador Shun de organizar la agricultura para salvar al pueblo de la inanición, y sus éxitos se atribuyen a su traba­ jo e inteligencia más que a sus posibles poderes milagrosos. Ello le da un giro realista a la historia, aunque Sima Qian no llegue al extre­ mo de algunos escritores griegos que, en circunstancias semejantes, rechazan explícitamente por absurdas ciertas leyendas tradicionales^^. De hecho, podemos decir que en su rectificación no llega a utilizar un concepto correspondiente a mythos en el sentido peyorativo de ficción (que no es su único sentido, como ya veremos). No parece manejar semejante categoría y ni siquiera se aproxima al concepto que mucho más tarde se introdujo en el chino mediante el término shenhua (lite­ ralmente, «habla del espíritu») y que cubre algunos de los sentidos del griego «mito». Pero el Shiji no es sólo un libro de historia, ni su autor es úni­ camente historiador. Ambas precisiones son importantes. El texto se divide en cinco secciones principales. Primero nos encontramos con los «Anales Básicos», la relación de las principales dinastías desde su fundación hasta su caída. Después, tenemos las tablas cronológi­ cas. En la sección tercera, encontramos una serie de tratados sobre el calendario, la astronomía, las vías fluviales, la agricultura, música y rituales. La sección cuarta contiene la crónica de las «familias here­ deras» e incluye biografías de figuras prominentes, como Confucio. Einalmente, aparece un grupo de setenta capítulos («tradiciones», zhuan) con biografías de gobernantes, sabios eruditos y otros perso­ najes, a menudo emparejados o agrupados en torno a un determinado «tipo» humano, con capítulos dedicados a «criados asesinos», «espe­ culadores» o «bufones». De esta última sección se extraerían ciertas lecciones generales sobre la variable fortuna de los personajes históriVer, por ejemplo, Shijing Mao 245, Sheng min. Ver, por ejemplo, más adelante. Mecateo. Aunque no hay que negar que los his­ toriadores chinos ejercieron continuamente la crítica entre sí. Ya Ban Gu ofreció una valoración de la obra de Sima Qian resaltando tanto aspectos positivos como negati­ vos de la misma; Hanshu 62; 2737.1 ss., 8: Tn>%2 ss,, y otros comentarios posteriores ahondan en la crítica negativa.

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eos que, en todo caso, se basan en la propia narración. Pero es, sobre todo, en la sección tercera, en los tratados, donde encontramos una serie de materias que van mucho más allá de lo que podríamos (actual­ mente) esperar en un escrito de carácter histórico. Aun así, la aparición de estas materias resulta por completo apro­ piada, dada la condición del puesto oficial ocupado por el propio Sima Qian y atendiendo sobre todo al objetivo general de la obra. En este sentido, cabe compararla con otros escritos que, sin ser de tipo historiográfico, sí que comparten con el Shiji la intención de ofrecer información relativa a asuntos concernientes al gobierno del Estado. Estudiemos primero el puesto que ocuparon tanto Sima Tan como el propio Sima Qian. Este último se refiere a su padre como taishi gong, y cita su pretensión de que el puesto de taishi haya sido ocupado por miembros de su familia durante generaciones^^. A la muerte de su padre, Sima Qian pasó a ser taishi ling o taishi gong, aunque el pues­ to no le duró mucho. Cayó en desgracia con el emperador Wu Di, ya que se atrevió a defender la actuación de L i Ling, el oficial al man­ do de la desastrosa expedición contra los Xiong Nu, habitualmente identificados como los hunos. Sima Qian fue arrestado y habría sido ejecutado de no haber elegido él mismo sufrir la humillación de la cas­ tración, con la intención de completar la labor de su padre. Pero la historia no acaba aquí. Sorprendentemente, de acuerdo con la crónica de los Han, el Hanshu, escrito alrededor del año 80 de nuestra era por Ban Gu, Sima Qian volvió a ocupar un puesto oficial tras su desgra­ cia, aunque esta vez no como taishi sino como zhong shu ling (algo así como «Director de la Secretaría», en la traducción de Hucker), pues­ to en el que, según Ban Gu, llegó a alcanzar grandes honores^"*. Pero, ¿cuál era el cometido del taishi? (No interesa de momento distinguir entre esta denominación y las otras dos taishi gong y taishi ling, que, al parecer, también se refieren a Sima Qian^’ ). Las traduccioShiji 130:3295,2 ss. La defensa de la reputación de su familia era, evidentemen­ te, uno de los objetivos del trabajo de Sima Qian, Ver Nylan, 1998-1999, que argu­ menta a favor de la importancia de la piedad y el rigor religiosos en el pensamiento de Sima Qian. Hanshu 62: 2725,1, A l contrario que Hucker, 1985, p, 193, Bielenstein, 1980, p, 212, traduce zhong shu ling como «Prefecto de los Escribas de Palacio», Las tres expresiones aparecen referidas tanto a Sima Tan como a Sima Qian, aunque hay que tener en cuenta que el gong del taishi gong es más bien una cláusula honorífica y no el nombre oficial de un cargo.

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nes al uso varían entre «Gran Escriba», «Gran Cronista» o «Gran H is­ toriador», «Gran Astrólogo» o, incluso, «Astrónomo Real»^*^. Cuando encontramos noticias sobre individuos que ostentaron este cargo, o el aparentemente equivalente de dashi, tanto en el Shiji como en el Zuozhuan, aparecen desempeñando labores muy variadas. Entre ellas se encontraba, por supuesto, la crónica de los acontecimientos (tal como hemos comprobado en la historia del asesinato de Cui Shu, recogida en el Zuozhuan). Pero también debían atender consultas sobre asun­ tos rituales, realizar ceremonias de adivinación, interpretar las ofreci­ das por otros y encargarse, en general, de augurios y prodigios. Cierto es que los principales modos de adivinación que se reco­ gen en el Zuozhuan se basan más en el estudio de los caparazones de tortuga o del milenrama que en la interpretación de signos o porten­ tos astronómicos; sin embargo, no parece existir una discontinuidad entre el interés del taishi en asuntos relativos a la adivinación y a la astronomía, tal como se deduce del relato de Sima Tan de su propio adiestramiento^^ El programa incluía tanto el estudio de la astronomía como del texto clásico de adivinación, el Yijing o Libro de las transfor­ maciones. Así que, como cronista oficial, el toA/i/tendría que atender, lógicamente, al calendario (aunque no tuviera por qué embarcarse, necesariamente, en una reforma del mismo) y como adivino tendría que atender a cualquier consulta sobre los signos celestes. Cuando, en una de las últimas crónicas dinásticas, el Hou Hanshu {25: 3572.1 ss.), se definen los deberes del taishi ling, se enumeran los siguientes: 1) estar a cargo del calendario y de las efemérides, 2) escoger fechas y tiempos propicios para asuntos estatales, sacrificios, funerales, bodas y demás, y 3) registrar puntualmente la ocasión de los presagios, tanto propicios como funestos. De modo que el taishi debía ser un experto tanto en astronomía como en cuestiones de ritual, por lo que la inclusión de tratados sobre estos temas en el Shiji no resultaría ya tan sorprendente. Pero, ¿qué diremos ahora sobre los tratados de agricultura, de música o de acústi­ ca, que evidentemente sobrepasan cualquier interés ceremonial? Aquí tendríamos que remontarnos a otros modelos precursores, a trabajos Ver, por ejemplo, Needham, 1959 xlv, Watson, 1961 (Gran Cronista), Hulsewé, 1993, Queen, 1996, Hardy, 1999 (Gran Astrólogo), Dawson, 1994 (Gran Historiador), Nienhauser 1994a (Gran Escriba). Shiji 130: 3288.1 ss.

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como el Lüshi chunqiu o el Huainanzi, amplios manuales que recogen todos los aspectos del consejo a gobernantes. El primero de ellos, el Lüshi chunqiu, se compiló bajo la supervi­ sión de Lü Buwei (antes del 237 a. C.), que fue ministro del hombre que habría de convertirse en el primer emperador Qin, Qin Shi Huang Di, aunque Lü cayó en desgracia antes de que se produjera la completa unificación de China. El texto del que le suponemos responsable inclu­ ye consejos, no ya sobre el propio comportamiento del gobernante y sus ministros, sino también sobre cuestiones de música, medicina, agri­ cultura y sobre los principios básicos que actúan en la naturaleza y en el universo, es decir, sobre cosmología. Ya en el siglo ll a. C., el Huainanzi (compilado bajo el patronazgo de Liu An, Rey de Huainan) recogía, de manera similar, un ambicioso programa que incluía, básicamente, todo el conocimiento que, de un modo u otro, se consideraba útiP*. El propio Shiji no pretende aspirar a la universalidad de estos tra­ bajos y, aun así, no podemos considerar la inclusión de los tratados como una mera exhibición erudita. Más bien se entendía que la ins­ trucción en materias como la música, la astronomía o el ritual, for­ maba parte del saber técnico que tanto el emperador como sus más cercanos altos cargos necesitaban poseer y debían poner en práctica. El dominio de tales materias era, de hecho, como veremos, un eleTenemos que mencionar también un tercer tratado de similar alcance, el Chun­ qiu fanlu. Este se atribuye a Dong Zhongshu, un famoso memorialista y estadista que vivió entre los años 179 y 104 a. C. También se trata de una compilación y existe un gran debate en torno a qué partes del texto puedan atribuirse al propio Dong Zhong­ shu. Ver Arbuckle, 1989, 1991, Queen, 1996. Por un lado, es evidente que Sima Qian conocía y admiraba a Dong Zhongshu, e incluyó en su libro una pequeña biografía en la que alababa su honestidad y erudición {Shiji 130: 3297.1 ss.). Pero resulta aún más interesante el que, en el capítulo final del Shiji 130: 3297.1 ss., cuando Sima Qian defiende su propia actividad como historiador frente a la crítica hostil por parte de Hu Sui, aquél cite en su favor la interpretación que Dong Zhongshu hace del papel de Confucio como consejero que proporciona una «educación adecuada para las tareas del gobernante» y la manera en que se recoge el propio comentario de Confucio sobre el mejor modo de llevar a cabo esta tarea «tomando como ilustración la profundidad y la claridad de los acontecimientos». (Este es un testimonio importante que nos revela cómo Sima Qian se consideraba un seguidor del modelo de Confucio en su propio li­ bro, aunque también aclara que él no pretende componer una obra original, como hizo Confucio, sino recopilar, para su transmisión, los sucesos del pasado: 3299.T3300.1). Por otro lado, en ningún punto del Shiji se cita por su nombre el Chunqiu fanlu, aun­ que los comentaristas interpretan como una alusión al mismo el pasaje 14: 510.5, que glosa cómo Dong Zhongshu «amplió» los Anales de primavera y otoño. 13

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mentó crucial para la defensa de su legitimidad. Y esto tiene su expli­ cación. Se consideraba responsabilidad del emperador asegurar el bienestar de «todo bajo el firmamento» y, en este contexto, era visto como un mediador del que dependían las buenas relaciones entre el cielo y la Tierra. Para llevar a cabo su cometido, necesitaba el ritual adecuado y conocimientos precisos de todo lo que estaba sucediendo en el firmamento (el tipo de saber que le proporcionaban los tratados astronómicos, entre otros). Y, por supuesto, esta necesidad se exten­ día a sus ministros. Ya hablaremos de estos extremos más adelante. Así que llegamos a la cuestión fundamental de la utilidad del Shiji como un todo. Partiendo de este ejemplo específico, ¿para qué servía la «historiografía» china?, si es que podemos llamarla así. La respuesta depende de la consideración equilibrada entre tres puntos. En primer lugar, aunque el Shiji no fue un encargo directo del emperador (como sí lo fue, con posterioridad, la historia de los últimos Han, encargada por el emperador Ming a Ban Gu^®), sus autores ocupaban un cargo oficial, como taishi, y dependían del permiso imperial para tener acce­ so, por ejemplo, a los archivos de palacio. En segundo lugar, el Shiji no puede considerarse, simplemente, como propaganda estatal. Existe un claro contraste entre este escrito y las inscripciones que, a partir de Qin Shi Huang Di, los emperadores chinos (como hicieron los reyes persas) comenzaron a erigir, en lugares prominentes, según ampliaban sus dominios, con el objeto de glorificar sus gestas^®. Es más. Sima Qian continuó con su trabajo incluso tras su caída en desgracia. Y la idea de que lo hiciera con el objeto de incorpo­ rar una visión crítica del propio Wu D i resulta bastante controvertida^h Por un lado, los reproches disimulados hacia los gobernantes son una técnica tradicional de la escritura china que se encontraba ciertamente desarrollada^^. Pero, por otro, ello no dejaba de comportar graves ries­ gos, sobre todo para alguien caído en desgracia ante Wu Di. El tercer punto que debemos considerar resulta ser crucial. La utilidad del trabajo (para cualquiera, de Wu D i para abajo) y su preVerHulsewé, 1961, p. 38. ® Hay varios ejemplos en «Anales Básicos» 6, del reinado del emperador Qin Shi Huang Di, Shiji 6: 243,245-247, 249-250,261-262. Herrenschmidt, 1996, comenta las inscripciones persas que celebraban las hazañas de los reyes y cómo algunas de ellas se encuentran en lugares inaccesibles, lejos del alcance de observadores humanos. ’ ’ Ver Durrant, 1995, Lewis, 1999, pp, 308 ss., en contraste con Peterson, 1994. ” Ver, por ejemplo, Schaberg, 1997.

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tensión de adquirir fama no se basaban, tan sólo, en su recopilación para la memoria de los hechos de grandes figuras. Era más impor­ tante que transmitiera información válida y buenos consejos sobre el gobierno de los hombres. La narración está salpicada de comentarios del propio taishi gong (tanto Sima Tan como Sima Qian) que preten­ den recoger las lecciones que deben extraerse de los acontecimientos, la moraleja de las historias, la desgracia que acaba alcanzando a los corruptos y, a veces también, a los incautos inocentes. Es este caso, no se proclama a los cuatro vientos que el libro sea una «adquisición para siempre»; pero en los «Anales Básicos» 6 (278.9 ss.) se mencio­ na la cita de un refrán popular por parte de Jia Y i en el sentido de que «el recuerdo del pasado es una guía para el futuro», es decir, se deben estudiar los modos de gobierno de los tiempos antiguos, contrastarlos con los actuales y encontrar así la solución más adecuada. De nuevo, en el libro 18 (878.4 ss.), tras establecer que el presente no es necesa­ rio como sí lo es el pasado, el texto añade: «si uno examina los modos en que los hombres han alcanzado puestos y honores y el modo en que los han perdido y caído en desgracia, tendrá la clave del éxito y del fracaso en su propio tiempo». Y aunque el texto prosigue apuntando que no es necesario acudir a las tradiciones antiguas, está claro que en éstas la postura es similar. En una carta que, según Ban Gu {Hamhu 62: 2735), Sima Qian le escribió a Ren An, aquél le comenta sus razones para escribir el Shiji. Primero se compara con otros, incluidos Confucio y Lü Buwei, que decidieron «escribir sobre el pasado pensando en el futuro» como manera de superar la frustración que les producía la imposibilidad de influir directamente en los asuntos de gobierno. Así también él, dice (2735.6 ss.), reunió las viejas tradiciones e «investigó los principios del éxito y el fracaso, del ascenso y la caída». Si las generaciones futuras, continúa, llegaran a valorar su trabajo, éste habría merecido la pena. Se ha relacionado la antigua historiografía china con sus sistemas de adivinación (de los que hablaré en el capítulo siguiente) y la ver­ dad es que las proximidades y diferencias entre ambos merecen cierta atención, entre otras cosas, porque un texto como el Yijing, el Libro de las transformaciones, no sólo ilustra las técnicas para pronosticar, sino que ofrece un marco completo para la comprensión de la expe­ riencia humana. El propio Shiji no pretende profetizar el resultado de los acontecimientos, no establece reglas de prognosis, aunque en los tratados astronómicos se asocien ciertos fenómenos celestes a diversos 15

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tipos de acontecimientos, como epidemias, guerras, victorias o derro­ tas. Así, comenta que la conjunción del Planeta del Fuego (Marte) con el Planeta de la Tierra (Saturno) supone un presagio funesto para los altos cargos, ya que significa hambruna y derrota militar. En cambio, si Fu Er (una estrella de Tauro) parpadea, significa que hay quien está extendiendo rumores maliciosos y creando confusión en las cercanías del emperador” . Pero si miramos el texto con una cierta perspectiva, la verdad es que el Shiji ofrece lecciones de las que el gobernante o el estadista sabios deberían aprender, deduciendo las consecuencias inevitables de determinado tipo de comportamientos o políticas, lo que les per­ mitiría estar en mejor posición para dominar el presente, anticipando el futuro. Desde el punto de vista del poder oficial, existía, evidentemente, un dilema, como la historia de las dinastías posteriores habría de mos­ trar hasta la saciedad. Por un lado, una historia meramente hagiográfica complacería a los gobernantes y a menudo se promovió como elemen­ to de propaganda: la desventaja es que no contendría consejo alguno. Tan sólo le diría al gobernante lo que éste quería oír. Y aunque hubo muchos mandatarios que realmente no quisieron otra cosa, algunos supieron ver lo vacuo del asunto y, de hecho, la idea de que los conseje­ ros deben enfrentarse a sus señores y corregirles cuando sea necesario, aunque ello les acarree inconvenientes, resulta ser un tema recurrente y bien desarrollado en las biografías tradicionales de los filósofos chinos, desde Mencio, si no desde el propio Confucio, en adelante. Aun así, por otro lado, si al historiador se le perdonaba la vida y se le permitía seguir trabajando, lo cierto es que cuanto más cuidado­ sa fuese su investigación y cuanto más independientes fuesen sus opi­ niones, mayor peligro habría de sublevación, al quedar a la vista los fallos de política o los errores judiciales. Desde el punto de vista del propio historiador, el objetivo era registrar, valorar y explicar, es decir, diagnosticar las causas del éxito o del fracaso; pero las terribles con­ secuencias del rechazo oficial siempre estaban presentes^'*. Los actua” ShijiZl'. 1320.10 y 1306.1, respectivamente. Así se deduce del destino del propio Ban Gu. Fue denunciado y encarcelado por «arreglar» la historia del Estado, aunque más tarde quedó en libertad para que el emperador Ming le encargase la historia de la fundación de los últimos Han. En el año 92 de nuestra era fue, sin embargo, ejecutado por pertenecer a la facción perdedora en los inicios del reinado del joven emperador He Di.

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les debates sobre la postura del propio Sima Qian respecto de Wu Di, nos muestran lo bien que, al menos, ocultó sus cartas, con lo que nos dejó a los actuales lectores un amplio margen de interpretación sobre sus verdaderas valoraciones. La historie griega, como es bien sabido, cubre un campo muy amplio que excede con mucho la mera escritura histórica, algo que, como ya hemos visto, ocurría también con la historiografía china, aun­ que de un modo distinto. También en este caso, los orígenes de la his­ toriografía son complejos y ciertamente las indagaciones conservadas no se adaptan, ni en este caso ni en ningún otro, a un supuesto casi­ llero intelectual universal. En primer lugar, el término historie puede aplicarse tanto a un tipo de conocimiento como a un tipo de investi­ gación y, en este último sentido, puede referirse a «cualquier» clase de estudio (o al conocimiento o información obtenidos mediante el mis­ mo) sin que sea necesario añadir la cláusula encabezada por peri, es decir «sobre», animales o plantas, por ejemplo, o la propia naturaleza como un todo. Pero ello no quiere decir que los que se embarcasen en una de estas ramas practicaran también la investigación en las demás. Veremos cómo este punto resulta ser importante precisamente entre los que se dedicaron a algo cercano a nuestro propio concepto de his­ toriografía. Debemos, en todo caso, desde el principio, aclarar dos puntos de carácter institucional y uno de tipo ideológico. Parece que ningu­ na de las prácticas contenidas en el concepto de historie supuso, en Grecia, la obtención de un cargo oficial en el período clásico, nada equivalente a los taishi. Es cierto que, a veces, aunque por períodos limitados, se contrataba a algún médico para que practicase su profe­ sión a cargo del erario público. Pero el objetivo era que actuase como doctor en medicina, no que investigase o practicase ningún tipo de historie (aunque a título personal pudiera hacerlo)^^. El segundo aspecto institucional está relacionado con el primero y se refiere al público griego, al que los que se dedicaban a la historie debían satisfacer. Ya que, aunque a veces trabajasen en las cortes de los tiranos, los investigadores griegos se ganaban su reputación más bien impresionando a su propio grupo social o a la ciudadanía en su ” La historie llegó a considerarse un importante principio metodológico entre la escuela empírica de la medicina helenística. En este caso, incluía fundamentalmente el estudio de los textos de medicina antiguos. Ver, por ejemplo, Frede, 1987, cap, 13, Standen, 2001 o Sigurdarson, 2002.

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conjunto, que cortejando a los gobernantes (cuyo poder, en cualquier caso, habría empalidecido ante el de los emperadores chinos, respon­ sables del bienestar de «todo bajo el firmamento»). Ciertamente, durante el período helenístico se produjeron algunos cambios que afectaron precisamente a ambos extremos, Alejandro lle­ vaba historiadores (lo que actualmente entendemos por historiadores) en su séquito y la ejecución de uno de ellos, Calístenes, nos demuestra que los cronistas griegos podían estar tan en situación de riesgo como sus colegas chinos — lo que también puede aplicarse a Roma— . Por otro lado, tal y como comentaré en el último capítulo, las instituciones creadas por los Tolomeos en Alejandría, e imitadas por doquier, fomen­ taron y apoyaron, aunque de un modo limitado, varios tipos de historie. Y llegamos al tercer punto, de carácter ideológico, que tendría que ver con la actitud de los griegos frente a su pasado remoto. Los griegos del período clásico no concebían su propia civilización como el resultado de una instauración llevada a cabo, siglos atrás, por sabios reyes. Tenían, ciertamente, sus héroes (Heracles, Teseo) y considera­ ban emblemático el período de las guerras troyanas; pero no existía equivalente alguno a la noción de un mandato divino que se transmi­ te de dinastía en dinastía a través de largas eras. De hecho, cuando los griegos entraron en contacto con los egipcios, la reacción de algunos fue precisamente comparar aquella cultura, y su evidente continuidad desde tiempos remotos, con la propia «juventud» de Grecia^'^. Es cierto que tenían sus leyendas sobre la fundación de ciudades, el tema más frecuente en las crónicas de carácter local; pero la tempra­ na historiografía griega no se encontró ya, como modelo o término de comparación, con una larga tradición en el registro y archivo de anales. Las historias locales, trabajos como los de Ion de Quíos, Caronte de Lámpsaco o los logógrafos del Atica, empezando por Helánico, se ela­ boraron más o menos al mismo tiempo que los más amplios de Reca­ teo o Heródoto. Si Heródoto partió de algún modelo, tuvo que ser la épica, aunque el modo en que la litada y la Odisea tratan de asuntos como la guerra o los pueblos extranjeros es, ciertamente, muy distinto del suyo. Por otro lado, en el período arcaico, cuando los griegos hablaban de una Edad de Oro, aparecía siempre la noción de una discontinui­ dad básica con el presente. De acuerdo con el mito de los metales, relaPlatón, Timeo 22b.

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tado por Hesíodo en Los trabajos y los días, las disüntas eras habrían estado pobladas por distintos gene («razas», «especies»). Los héroes, por ejemplo, provendrían de un acto de creación por parte de Zeus que habría precedido al que dio lugar a la actual raza de hierro^b En la Edad de Cronos, el tiempo era, incluso, cualitativamente diferente, ya que fluía hacia atrás, de modo que la vejez precedía a la juventud, lo que no es, obviamente, sino un mito. Así que debemos preguntarnos hasta qué punto los primeros his­ toriógrafos griegos, o los que practicaron cualquier otro tipo de histo­ rie, pretendían separarse del mito. Este punto puede resultar bastante confuso, ya que tanto nuestro término «mito», como el griego mythos, poseen campos semánticos muy amplios y no coincidentes. Reciente­ mente, Caíame (1996, 1999) ha mantenido que ninguno de los prime­ ros historiadores griegos, Hecateo, Heródoto o Tucídides, tenían la menor intención de refutar sistemáticamente el mito ni nada equiva­ lente a lo que los modernos antropólogos llaman leyendas sagradas (ya se trate de la «Gesta de Asdiwal»’®o del mito de los metales de Hesío­ do). Sin embargo, cuando Tucídides rechaza otras aproximaciones a la «arqueología» (la historia de los griegos antiguos) distintas de la suya, no sólo critica a los poetas, sino también a los logographoi, los que escriben logoi, un término que no debe entenderse como el antónimo de mythos, en el sentido de ficción, sino como el sinónimo de mythos, en el sentido de leyenda. Tucídides utiliza frecuentemente el término logopoiein en el sentido de inventar chismes y el propio Heródoto u tili­ za logopoios para describir el tipo de literatura de un Hecateo^®. En cualquier caso, y de manera recurrente, la imagen que los pro­ pios historiadores griegos transmiten de sí mismos se basa en su labor como guardianes de la verdad. Hecateo ridiculizaba y tachaba de absurdos los «muchos cuentos» [logoi, de nuevo) que circulaban entre los griegos; de sus propios relatos, por el contrario, afirma que son verdaderos [alethes, Fr. 1). Heródoto, que constantemente compara y evalúa las distintas versiones de unos mismos hechos que obtiene de diversas fuentes, también califica de absurdas y refutables ciertas nociones que considera especulativas sobre la geografía del mundo (iv 36,42), y aquí piensa, entre otros, en el propio Hecateo. ” Hesíodo, Los trabajos y los días, 109-201. Ver Vernant, 1983, cap. 1. Lévi-Strauss, 1967. ” Ver Heródoto ii 143, v 36, 125. Tucícides vi 38.

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Y la historia se repite con la generación siguiente, con Tucídides. Es cierto que éste no nombra a Heródoto, pero, claramente, quiere distanciarse de aquellos cuyos relatos están «más atentos a cautivar a su auditorio que a la verdad» (i 21), cuyas historias no pueden investi­ garse ni verificarse (anexelegktos) y que «rozan lo mítico» (mythodes). Es en esta asociación con lo no verificable que lo mítico adquiere un sentido peyorativo. Este motivo recurrente se corresponde, en historiografía, con la costumbre análoga de los primeros filósofos y médicos griegos, que rechazaban la postura de sus antecesores o rivales como mera opinión, especulación o incluso superstición (deisidaimonie), respondiendo a similares presiones competitivas. Sin embargo, este modo de exponer el asunto, de acuerdo con nuestras propias categorías en historiografía y filosofía, no hace realmente justicia a la auténtica situación de inde­ finición entre los distintos campos en que tenía lugar este permanente estado de controversia. Eleródoto, por ejemplo, comparte la curiosidad etiológica (al menos en algunos temas, como el origen de las crecidas del Nilo) con los que nosotros llamamos filósofos presocráticos"'“. Por otro lado, un texto como el tratado hipocrático Sobre los aires, aguas y lugares, en el que se habla de los escitas, también está cercano a los intereses más etnográfi­ cos de Heródoto. Las causas de la impotencia de los «enareos» se dis­ cuten en ambos escritos, y mientras que el escritor hipocrático refuta la idea de que la enfermedad tenga origen divino alguno, Heródoto cuen­ ta la leyenda sobre la intervención de Afrodita sin impugnarla“". Existe, de hecho, otro tratado hipocrático que se ocupa de atacar gran parte de la propia tradición etiológica griega. Sobre la medicina antigua critica a todos aquellos que se han dedicado a especular sobre «las cosas celes­ tes y las subterráneas» y para ello utiliza el mismo argumento que Tucí­ dides: el que tales relatos no pueden verificarse. De acuerdo con este tratado, la correcta comprensión de la constitución física de los huma­ nos es un tipo de historie que debe basarse en la medicina, es decir, en la experiencia y no en la especulación“'^. Así que, tal como hemos com40 Ygj. especialmente R. Thomas, 2000. De modo similar aparecen múltiples ele­ mentos de geografía y etnografía en historiadores posteriores, como Diodoro, mientras que en el trabajo de Estrabón, fundamentalmente geográfico, aparece abundante material histórico (de acuerdo, de nuevo, con nuestras categorías). Heródoto i 103, Sobre el medioamhiente cap. 22, CMC 112, 72.10 ss. Sobre la medicina antigua cap. 20, CMC 1 1 2, 51.6 ss,, 51.17. Ver también cap, 1, 36.9 ss., cap. 2,37.1 ss.

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probado al examinar el desacuerdo entre Heródoto y el autor de Sobre los aires, aguas y lugares y la crítica a otros modos de entender el cuerpo humano que aparecen en Sobre la medicina antigua, es evidente que existía cierta controversia en torno a aquello que contaba como autén­ tica historie, incluso entre los que pensaban que debía practicarse. No podemos, por tanto, afirmar que los primeros escritores grie­ gos practicaran y alabaran la historie bajo cualquier definición. Heráclito, que rechazaba la mayor parte de las creencias populares, habla, sin embargo, con desprecio de los que, como Pitágoras, creen saber de todo a través de la historie-. «Pitágoras, hijo de Mnesarco, se ejercitó en informarse (historie) más que los demás hombres», pero «mucha eru­ dición no enseña comprensión; si no, se la habría enseñado a Hesíodo y a Pitágoras y, a su turno, tanto a Jenófanes como a Hecateo»'*^. El mero proclamar la práctica de la «indagación» no convencía a Heráclito. Por otro lado, es sabido que Aristóteles, que practicó la historie en sus escritos sobre los animales, el alma y la naturaleza en general, también utiliza el término en su Poética (1451b 2-4) en relación con el relato narrativo, cuando compara desfavorablemente al «historiador» con el poeta, ya que el primero se encarga de asuntos particulares y de la realidad de los sucesos, mientras que el poeta se centra en los aspectos universales y en lo que tiene posibilidad de suceder y es, por lo tanto, más teórico. En este pasaje afirma que, aunque se versificaran los escritos de Heródoto, éstos seguirían siendo (un determinado tipo de) «historia». Por otro lado, en el resto de sus escritos, por ejemplo Reproducción de los animales 756b6 ss., cuando discute la explicación que da Heródoto, en el libro sobre Egipto, sobre la fertilización en los peces, Aristóteles lo critica como mero «mitólogo»'*'*. Así que, como demuestra el mencionado texto de la Poética, era perfectamente posible para un griego distinguir entre la historiogra­ fía y cualquier otro tipo de historie, zoología, psicología, geografía o cualquier otra, precisamente por el objeto de estudio. Lo que tenían Heráclito, Frg. 40, cf. Frg. 35 y 129. Aristóteles se niega a creer que el pez hembra pueda fertilizarse al tragar el se­ men del macho y cita su propio conocimiento de la disposición interna de los órganos de reproducción. No necesitaba para ello haber practicado él mismo una disección ya que podría haber observado los hechos más relevantes en cualquier pescadería. Sin embargo, en Partes de los animales 1 cap. 5, 645a26 ss., defiende explícitamente la práctica de la disección como uno de los métodos de investigación más efectivos en el estudio de los animales.

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en común todas ellas era su búsqueda, su indagación, de la verdad. Esa era, al menos, la pretensión. Pero las controversias en cuanto a los límites, metodología o resultados indican que existía una cierta presión competitiva. Y es que ninguno de los antiguos historiadores griegos podía pretender un puesto remunerado; para abrirse camino debían, más bien, emplearse a fondo en su propia propaganda. Sabe­ mos que Heródoto leyó parte de sus libros en Atenas, y quizá en otros lugares"*’ . Pero, en cambio, Tucídices proclama que sus escritos no son para complacer al público. Su propia táctica para alzarse por encima de la competencia era manifestar que su trabajo no se había concebi­ do como una mera pieza para la competición {agonisma, 122). Claro que los primeros historiadores griegos pretendían algo más que hacerse propaganda. Heródoto afirma que sus objetivos son con­ memorar las grandes hazañas de los griegos y de los bárbaros y mos­ trar cómo surgió el conflicto entre ellos. Tucídides, por su parte, no pretende saber demasiado de tiempos remotos, pero declara que el objeto de su escrito es la guerra más importante que se ha producido nunca. En cuanto a la utilidad de su trabajo, el famoso pasaje progra­ mático 121-2 afirma que es una «adquisición para siempre». Presenta al lector no sólo aquello que sucedió, sino lo que, con toda probabili­ dad, podemos esperar que vuelva a ocurrir, lo que supone una refuta­ ción de Aristóteles avant la lettre. Del mismo modo en que se describe la peste de Atenas como si pudiese volver a darse (ii 48), se tratan los asuntos políticos y morales como sujetos a idéntica recurrencia «mientras la naturaleza humana sea la misma» (iii 82). Las enfermedades políticas, podríamos resu­ mir, siguen el mismo proceso inexorable que las enfermedades físi­ cas, lo que convierte al historiador en alguien que diagnostica, si no es que cura, los males políticos. Claro que las lecciones de Tucídides tienen un alcance general y no particular, y tampoco puede decirse de ellas que presenten una teoría estrictamente causal del cambio políti­ co. Pero se supone que el lector debe aprender, al menos en términos generales, cuál es el origen de la calamidad, las tensiones de la guerra y la degradación moral que produce el enfrentamiento social. Las posibles funciones de la historiografía van desde la celebración, la conmemoración o la legitimación, hasta la explicación, la formación, la enseñanza moral, la crítica o la censura. Pero las tres primeras son apreVer Marcelino, Vida de Tucídides en Jones y Powell, 1900 1 54.

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dablemente más sencillas que las cinco últimas que, inevitablemente, crean una tensión entre el historiador y su público. Así que, ¿con qué base y con qué justificación decide el historiador ponerse a criticar? ¿Cuál cree que será la reacción de la audiencia (quienquiera que sea) ante su censura? Aquí es donde empiezan a contar tanto la capacidad de exposición como la calidad de la investigación involucrada para mantener la pretensión de verdad. La escritura histórica que explícita­ mente proclama su pretensión de verdad está poniendo, precisamente, sobre la mesa la cuestión de su propia justificación y su propia eviden­ cia. Yo mismo he visto, he oído, he indagado, yo puedo citar las ipsissima verba!^^. Yo puedo contaros cómo sucedió en realidad. Lo cual supone una aspiración verdaderamente ambiciosa, si reflexionamos sobre el absurdo de intentar contarlo todo. La histoire totale es tan qui­ mérica como insustancial resulta la histoire événementielle. Heródoto y Tucídides comparten con Sima Qian aspiraciones conmemorativas, pero también la intención didáctica e instructiva. Los principios de la historiografía son políticos en ambas culturas. Pero el modo en que sus funciones se incardinan socialmente varía, lo que revela diferencias tanto en la posición de los historiadores como en las realidades políticas a que se enfrentaban. Tanto la antigua Gre­ cia como la China antigua (entre otras sociedades) llegaron a utilizar la investigación sobre el pasado como medio para la comprensión del presente y la prevención del futuro. Con ello obtuvieron un arma real­ mente poderosa y ciertamente precisa para la valoración tanto del statu quo como de los acontecimientos contemporáneos, potencialmente justificatoria, pero eventualmente crítica e incluso subversiva. En cualquier caso, el modo en que tanto Grecia como China desarrolla­ ron el potencial de la historia fue completamente distinto, con lo que también lo fueron pronto los trabajos producidos. Podríamos llamar a uno de los métodos, el camino oficial y al otro, el individual. Y, aho­ ra, resumamos los principales puntos que hemos sacado en claro en esta primera investigación sobre el desarrollo de las investigaciones, en relación con la definición del campo de estudio, el método de inda­ gación, el sistema de crítica y la audiencia. Primero, el asunto de la definición del propio campo. En ambas culturas la relación entre los escritos históricos y los pertenecientes a Hartog, 1988, contiene un comentario ya clásico sobre estos temas en relación con Heródoto.

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otros géneros literarios resulta compleja. En el caso chino, sucede que las primeras historias dinásticas incluyen, por ejemplo, tratados de astronomía y no como un mero añadido, sino como elemento prim or­ dial de la labor asesora que se pretende realizar. El conocimiento de estas materias era un componente esencial, no ya sólo para el prestigio del monarca, sino también para su legitimación. En Grecia, la historie no era en absoluto monopolio de lo que ahora llamamos historia, así que tenía que modelar su campo de indagación tratando de definir la materia tratada, lo que no siempre logró hacer con rigor. La historiografía china era un asunto de Estado incluso antes de que existiera oficialmente el Gabinete de Historia, para supervisar la escritura de las crónicas dinásticas. Sima Qian ocupó, como Sima Tan, el cargo oficial de taishi ling, cuyas obligaciones iban mucho más allá de las de un escriba que meramente registra los sucesos. El apo­ yo con el que contaba le daba acceso a unos archivos estatales con los que jamás soñaron Heródoto o Tucídides (mucho mayores de los que pudiera haber en cualquier ciudad-estado de la Grecia clásica). De modo que, aunque en el caso de los tres historiadores se realizase una tarea personal de estudio, o indagación de campo, el apoyo institucio­ nal y archivistico era mucho mayor en el caso chino. En cuanto a la crítica y la audiencia, podríamos pensar que el precio pagado por los historiadores chinos por su cargo oficial era exorbitante. El emperador y sus ministros no eran, obviamente, el único público del Shiji. Cuando Sima Qian cayó en desgracia, no sólo no se desmoronó, sino que continuó con la labor de su padre, en primer lugar por sentido de fidelidad hacia su persona, pero tam­ bién porque estaba convencido de la utilidad de su labor. Pero no podía arriesgarse a ofender de nuevo a Wu Di. Sin embargo, los comentarios críticos que el texto atribuye al taishi gong dan testimo­ nio de una independencia de criterio que parece incompatible con una situación de potencial peligro para el autor. Ello nos revela, por supuesto, la valentía y la honestidad de Sima Qian, pero creo que desde el punto de vista del poder, la independencia del historiador también jugaba, hasta cierto punto, a su favor. No había nada que aprender de los aduladores, aunque ¡pobres de aquellos que se deci­ dieran a ser demasiado críticos! Además, la conmemoración de las gestas gloriosas del pasado no tendría mucho valor si hubiese sido realizada por meros mercenarios, incapaces siquiera de mostrarse independientes. 24

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Los primeros historiadores griegos no tuvieron ni las ventajas ni las dificultades de la protección de un emperador. N i el apoyo que podía ofrecer un cargo oficial, ni tampoco sus limitaciones. (Los his­ toriadores más tardíos del período grecorromano vivieron, evidente­ mente, otra realidad, pero aquí hablamos tan sólo de los inicios de este tipo de investigación). Como no estaban al servicio de nadie, podían, en principio, criticar a quien quisieran, tan abiertamente como desea­ ran; pero, finalmente, también tenían que lograr impresionar y persua­ dir a su público. Su principal inconveniente era la necesidad de lograr el éxito en un medio altamente competitivo, en el que muchos eran los que pretendían proclamar el carácter especial de su conocimiento, cualquiera que fuese la rama de historie que cultivasen. La refutación del esforzado trabajo de los predecesores (incluida la irónica acepta­ ción de los mismos bajo la calificación peyorativa de «mítico») parecía casi un paso obligado para Uamar la atención sobre la propia labor. Pero, evidentemente, su trabajo quedaba igualmente expuesto al mis­ mo tipo de crítica, por parte de rivales o de colegas, bien pertenecien­ tes a la misma generación o a la siguiente. Tanto como el de aquellos que, supuestamente, ya habían sido rebatidos. Hay que decir que los primeros historiadores griegos también escribieron para aquellos en los que residía el poder político, sólo que en su caso no se trataba de reyes (en su mayor parte), ni mucho menos de emperadores, sino de los propios ciudadanos de la clásica ciudadestado griega. Es verdad que Tucídides, exiliado de Atenas por su mala actuación como comandante en la campaña de Tracia (v 26), no pudo, a partir de entonces, influir directamente en la política atenien­ se; pero, quizá por ello, lanza su «adquisición para siempre», más allá de sus contemporáneos, hacia las generaciones futuras, a los que con­ cebía como participantes en el tipo de proceso político que él bien conocía. Resulta, sin embargo, irónico que Tucídides exprese su deseo de ser útil, con su trabajo, a sus conciudadanos mientras que, a lo lar­ go de la narración, no deja de dar repetidos ejemplos de lo difícil que resulta persuadir a los atenienses del modo adecuado de defender sus propios intereses, por no hablar de la necesidad de aprender lección alguna del pasado. En los próximos capítulos seguiré hablando de estos y otros aspec­ tos de la diferente situación en que trabajaron los investigadores chi­ nos y los griegos, de los problemas tan diferentes a que se enfrentaron para conseguir que sus ideas se aceptasen y se pusiesen en práctica. Ya 25

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hemos visto que la historiografía se concebía como una herramienta ú til para enfrentarse al futuro, como una fuente de ideas sobre lo que, con más probabilidad, podía suceder. El capítulo 2 tratará, de manera más amplia, los diferentes modos en que se manifestó esta aspiración a predecir el porvenir.

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C APÍTULO 2 M O D A LID AD ES DE PREDICCIÓN

En el capítulo precedente, al proponer el análisis de los aspectos más claramente historiográficos de la historie, señalé el peligro de utilizar categorías modernas en el estudio de la investigación, dentro de las sociedades del mundo antiguo. El uso del propio concepto de «cien­ cia» sería objetable tanto por anacrónico como por sus resonancias teleológicas. Los antiguos no podían saber qué iba a surgir de todo aquello, ni debemos esperar que concibieran nada parecido a un pro­ grama de investigación científica. Deberemos, pues, centrarnos en el modo en que ellos mismos proyectaron sus fines e intereses, recono­ ciendo, al tiempo, sus propias peculiaridades y vacilaciones. Podríamos partir de la idea de que la propia posibilidad de la pre­ dicción es un objetivo común que encontramos, aunque en diversas formas, en cualquier tipo de investigación; pero, incluso esta simple afirmación, nos crea dificultades. La predicción, en forma de adivi­ nación, forma, de hecho, parte integrante de lo que solían llamarse pseudociencias. Los primeros intentos de redactar una historia de las ciencias, hacia mediados del siglo xix, chocaron con este embarazo­ so escollo. La idea que entonces se tenía de lo que debía ser una his­ toria de la ciencia, el estudio de su surgimiento, de su desarrollo y su avance siempre ascendentes, hacían imprescindible la distinción entre los tipos de saber que habrían ayudado a tal progreso y los que, por el contrario, no habían supuesto contribución alguna. Así que había que prescindir de la astrología, la alquimia y la fisonomía o frenología (su versión tardía), dado su carácter básicamente ilusorio. El historia­ dor de las ciencias no debía sentirse incomodado por la presencia de estas prácticas en el mismo período, e incluso entre los mismos auto­ res que él o ella estaban estudiando, excepto en el caso de que él o ella optaran por destacar, dentro de su análisis, el carácter erróneo de las pseudociencias. De modo que el Almagesto de Tolomeo podía estar 27

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muy bien, pero su propio Tetrabiblos debía rechazarse y refutarse o, al menos, ignorarse. El estudio de la adivinación entró en una segunda fase cuando su propia racionalidad comenzó a verse reconocida. Cuando, a partir de los años cincuenta del siglo XX, se extendió el debate en torno al mun­ do de lo irracional en el ámbito de la psicología, la filosofía o la antro­ pología, se puso de manifiesto que las técnicas de adivinación tienen su propia coherencia interna y responden a unas reglas preestablecidas y, en ese sentido, de acuerdo con estos criterios, no dejan de manifestarse como conductas racionales*. Todo ello contribuyó a alejar la discusión de la simple constatación de los «errores» de las pseudociencias, aun­ que aún se mantenía a las consideradas ciencias por derecho propio, como paradigma de contraste de cualquier saber, como si todos ellos pudieran considerarse intentos, más o menos fallidos, de alcanzar el conocimiento científico, tal como lo concebimos hoy en día. Una contribución definitiva de aquellos debates fue el reconoci­ miento del carácter sociológico del problema. El punto en cuestión no era tanto la pretensión de conocimiento en abstracto como el hecho de quién proclamaba tal pretensión, bajo los auspicios de qué insti­ tuciones o en contra de qué oposición institucional. El conocimiento adivinatorio se refería al futuro y ofrecía, en cierto modo, la prome­ sa de una cierta capacidad de influencia sobre el mismo, por lo que las autoridades oficiales no podían sencillamente ignorar su cometido. El carácter legítimo o ilegítimo de tales prácticas no estaba sujeto tan sólo a la evaluación de su racionalidad en cuanto a sus métodos u obje­ tivos, ya que estaban en juego el propio control estatal o la subversión del mismo. Así, el cálculo no autorizado del horóscopo del emperador estaba considerado como alta traición en Roma {cf. Barton, 1994), y en la China imperial tardía, se castigaban como delito los estudios de astronomía o astrología que se llevaran a cabo de manera privada. En un extremo del abanico tendríamos, pues, las prácticas parti­ culares de individuos que ensayarían algún sistema adivinatorio para sus propios asuntos personales, con o sin el consentimiento de las autoridades estatales. Pero, en el otro, existían ceremonias completa­ mente ritualizadas e institucionalizadas, en las que de tales prácticas se encargaban los altos funcionarios estatales o, incluso, en ocasio­ nes, los propios gobernantes. En estas circunstancias, cualquier desa’ Dodds, 1951, K. Thomas, 1971, Vernant, 1974, Hollis y Lukes, 1982.

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fío al resultado de la predicción debía entenderse como un desafío a la propia autoridad estatal. Cuanto más complejo o sofisticado fuera el método de prognosis, con mayor razón se recurriría a algún tipo de conocimiento especializado y la pregunta que surge, en este caso, es: ¿de dónde venían los expertos? De hecho, los grupos especializa­ dos podían exigir a sus miembros tanto algún derecho de nacimiento, como la participación en algún programa de aprendizaje o capacita­ ción o, simplemente, la demostración de sus habilidades. La predicción puede, obviamente, aplicarse a cualquier campo de la experiencia humana. Por ejemplo, ¿será hoy un buen día para la pesca? Si vamos a la guerra, ¿venceremos o seremos derrotados? Los estudios de antropología comparada (como los de G. K. Park y O. K. Moore^) muestran que, a veces, cuando debe tomarse una decisión particularmente conflictiva, cuya responsabilidad no es fácil de asumir por un único individuo, se puede recurrir a un método impersonal de adivinación que establezca las bases para un veredicto consensuado. ¿En qué dirección debería encaminarse la partida de caza? La adi­ vinación puede utilizarse como un método que no implique la res­ ponsabilidad, en caso de fallo, de ningún individuo. Además, tales procedimientos tienen la virtud de aportar el elemento del azar en la elección de las acciones, ya que una partida de caza no siempre debe aplicar un patrón fijo de decisión en la elección de los lugares en que probar suerte. Cuando los grandes hombres, los gobernantes, necesitan recurrir a sus consejeros, puede, de hecho, constituirse un determinado con­ texto de discusión sobre las predicciones que muestran las distintas señales, en el que ninguna de las partes del consejo ponga en peligro su integridad. Superficialmente, la discusión aparenta discurrir en tor­ no a la correcta interpretación de los augurios y lo que éstos implican, en cuanto al futuro. Pero lo que está en juego es, sin embargo, lo que debe hacerse. El debate sobre el sentido de los signos permite la com­ paración de distintos puntos de vista, sin que se entre a debatir nece­ sariamente el curso de la acción. Es bien conocida la discusión de Evans-Pritchard sobre el tópi­ co «¿por qué yo?», es decir, por qué aquello que ocurre, la caída de un rayo, el derrumbamiento de un árbol, sucede en un cierto pun­ to y afecta a un individuo en particular. Esta clase de sucesos ofrece ^ Moore, 1957, Park, 1963, cf. también Bascom, 1969.

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muchas posibilidades de explorar aspectos ocultos del pasado o del presente, para lo que se emplea un tipo de adivinación que pretende más la retrodicción que la predicción. Existen diferentes técnicas que tratan de dar razón de estos hechos, de desvelar las causas personales o impersonales por las que bien la cosecha de un solo individuo, o en general las cosechas, se echaron a perder, por qué alguien en parti­ cular fue atacado por la enfermedad, o por qué lo fue la ciudad en su totalidad. ¿Acaso se ha ofendido a los antepasados? Las posibilidades van desde la adivinación hasta el tipo de muestras de interés por el pasado que ya se trataron en el capítulo 1. El campo de estudio es claramente inmenso; así que me centra­ ré en los aspectos que tienen más que ver con el tema central de este estudio: el desarrollo de los distintos tipos de investigación sistemáti­ ca. ¿Hasta qué punto podemos entender que surgen de una aspiración genérica a la predicción? La propuesta que quiero presentar es que la esperanza de ser capaz de predecir el futuro o de tener algún tipo de acceso a verdades ocultas puede muy bien convertirse en un gran incentivo para la experimentación intelectual, el análisis o la investi­ gación. Lejos de admitir que las prácticas de predicción o de adivina­ ción actúen como influencias negativas que impiden el desarrollo de la investigación, mi hipótesis es más bien la contraria; que, al menos en algunos casos, proporcionan, más bien, un impulso positivo que lo facilita. Lejos de ser meras supersticiones, válidas tan sólo para los cré­ dulos, hay que admitir que tales prácticas llevaron al descubrimiento de ciertas regularidades y a la percepción de las diferencias entre los diversos modos de predicción, entre aquellos meramente conjetura­ les y los que fueron mostrándose rigurosos. Es cierto que, en muchos casos, los procesos de predicción tienen también otro tipo de preten­ siones, como la de establecer una comunicación con los antepasados, el servir de consejo, de amonestación o de medio para superar la inde­ cisión. Pero creo que el estudio de sus modalidades revelará la impor­ tancia que tales prácticas tuvieron en el desarrollo de la investigación en general. El puesto de honor en cualquier estudio sobre los métodos de pre­ dicción del mundo antiguo no corresponde a China ni tampoco a Gre­ cia, sino al rico testimonio que nos ha llegado de Mesopotamia, tanto por su antigüedad relativa, como por su amplitud y porque nos aclara, de una manera muy precisa, dos puntos importantes. En primer lugar, el asunto era considerado, por distintas razones, lo suficientemente 30

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importante como para que quedara bajo el control directo del monar­ ca, quien recibía informes periódicos de un variado grupo de funcio­ narios, expertos en los distintos sistemas de predicción. Entre ellos conocemos a los tupsarru («escribas astrológicos»), los barú («adivi­ nos arúspices»), los asipu («magos exorcistas»), los asú («médicos») o los sa’ilu («intérpretes de sueños»), de acuerdo con la traducción de Parpóla^. El estudio de los cielos era una de las parcelas de mayor interés y, ya a partir del siglo vil a. C., se fue adquiriendo una gran con­ fianza en las predicciones basadas en este método, que podían abar­ car una gran variedad de fenómenos. El segundo punto que los datos mesopotámicos nos ilustran con claridad es, pues, el desarrollo de un sentimiento progresivo de control sobre una determinada materia. En todo caso, tenemos que apuntar que las predicciones se ensa­ yaron también, con anterioridad, en otros campos. Los pronósticos médicos de los babilonios se parecen a algunos de los basados en la astronomía por su expresión en forma condicional. Si esto y lo otro (el signo), entonces aquello (el resultado o «veredicto»). La prótasis con­ tiene un indicio significativo (un signo en general, no una causa), y la apódosis, el desenlace esperado. En algunos casos, la prótasis especifi­ ca los «síntomas» del paciente («si tiene la cabeza caliente... los pies y la parte inferior de la pierna fríos, y la punta de la nariz negra»), pero en otros tan sólo circunstancias relacionadas con el caso («si un hal­ cón pasa volando hacia la derecha de la casa del enfermo» o «si hay un escorpión en la pared»). La apódosis establece si el paciente se recu­ perará o morirá y a menudo identifica también al dios o demonio res­ ponsable del desenlace («la mano de Istar», por ejemplo o «la mano de Samas»)'*. La medicina babilónica admitía, por tanto, la posibilidad de inter­ vención divina o demoníaca; pero el deseo de saber, de antemano, el curso que tomaría una enfermedad les llevó, en todo caso, a esforzarse por sistematizar, coordinar y sintetizar la experiencia frente a la mis­ ma. No es, sin embargo, fácil juzgar hasta qué punto tal síntesis fuera el producto de una verdadera experimentación empírica o en qué medida ^ Parpóla, 1993, p. xin., c / Rochberg, 2000, sobre la evolución del sentido de tupsarru y el papel que éstos ejercían. ■* Los ejemplos provienen de Labat, 1951, pp. 7, 11, 25, 79 y 173. Ver también Oppenheim, 1962, Bottéro, 1974, y Stol, 1993. Heessel, 2000, indica que las referen­ cias a la mano del dios o deidad pueden considerarse descripciones de un proceso, más un diagnóstico que una explicación causal.

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respondía también a una lógica interna de tipo simbólico o asociativo. Tampoco está claro hasta qué punto estos diagnósticos se correspon­ dían con un tipo de práctica ortodoxa entre los médicos babilonios. Lo cierto es que la sistematización de patrones posibles de correspon­ dencia entre signos y resultados ofrece, al menos, un marco dentro del cual el sanador puede acometer la interpretación de la experiencia, dar razón al paciente del daño que le aflige y aconsejarle sobre los reme­ dios adecuados en su situación. El que el paciente se sienta, finalmente, reconfortado o no depende, fundamentalmente, de su previa admisión de las asociaciones simbólicas que son la base de la interpretación. Se supone que el paciente pensaría «halcones a la derecha», y se sentiría inmediatamente mejor. No tanto si aparecían por la izquierda. Poseemos, por otro lado, datos mucho más amplios y precisos sobre el estudio de los cielos. La documentación más extensa provie­ ne del período Seléucida, es decir, a partir del siglo iii a. C. Se trata de los Textos Cuneiformes Astronómicos, los Textos para el Año Entrante^, Almanaques y demás que fueron objeto de estudio en los trabajos, ya clásicos, de Neugebauer*". En ellos encontramos modelos aritméticos muy sofisticados para el cálculo de diversos fenómenos astronómicos. Pero hay que tener en cuenta que representan la culminación de un largo período de desarrollo que se remonta al segundo milenio y que es el que más nos interesa en este estudio. Podemos distinguir dos fases principales de desarrollo en esta eta­ pa inicial. En la primera nos encontramos con una literatura amplísi­ ma relativa a los augurios y que adopta el formulismo condicional que ya hemos visto en los textos médicos. Este tipo de saber está ya bien atestiguado en el período antiguo babilónico, de donde nos ha llega­ do la serie de textos agrupados en el Enüma Anu Enlil, recopilación que data de entre los años 1500 y 1200 pero que recoge material de mayor antigüedad. Esta colección se utilizó, con posterioridad, como canon de interpretación frente a las nuevas aportaciones. Un texto muy conocido es la Tablilla de Venus, que se remonta al reinado de Ammisaduqa, en torno al año 1600, y que contiene datos empíricos relativos a las apariciones y desapariciones de Venus, asociándose éstas ’ Se trata de los conocidos como Goal Year Texis a partir de Abraham Sachs, tabli­ llas que recogen diversos datos astronómicos compilados durante una serie de años y de los que se hace depender el estado de los fenómenos celestes en el año entrante (Goal Year) [N. de la T.]. ^ Neugebauer, 1975, cf. también Neugebauer y Sachs, 1945, Swerdlow, 1998. 32

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con ciertas predicciones. En este texto, las apódosis (que han recibi­ do mucha menos atención que los datos empíricos) nos predicen, por ejemplo, que la cosecha será buena o que se producirán conflictos o reconciliaciones entre los reyes. En otras tablillas, encontramos presa­ gios como los siguientes: «si Júpiter se acerca al Boyero, la cosecha en Accad será buena», o «si una estrella briUa en el oeste y entra en Libra, habrá una revuelta»’ . Alrededor del siglo vii, sin embargo, se produjo un cambio, tan­ to en el ámbito de los asuntos sobre los que se ofrecían predicciones como en la precisión y corrección de, al menos, un buen número de pronósticos*. La fuente principal de este cambio es la colección que poseemos de Cartas e Informes, la mayor parte de los cuales fueron redactados, entre los años 680 y 650, por funcionarios de la corte o de los templos, que debían informar periódicamente a los reyes asirios de Nínive. Muchos de los fenómenos que se mencionan en las prótasis de los augurios habían llegado a estar rigurosamente catalogados y a convertirse en sucesos predecibles, no sólo con el auxilio de mode­ los ideales de cálculo, sino incluso en términos de desviación de tales modelos. Entre ellos podemos contar: 1) la duración del mes, deter­ minada por el período comprendido entre dos fases sucesivas de luna nueva, 2) las fases de los planetas, es decir, su primera y última apari­ ciones, su conjunción y oposición al Sol y sus puntos estacionarios y 3) eclipses tanto lunares como solares. Debemos aclarar qué hay de novedoso en todo ello. En principio, suponemos que fenómenos como los cambios en la altura del Sol y en la longitud de los días se habrían considerado, desde tiempos inmemoriales, regulados por patrones cíclicos, así como las fases de la Luna o la configuración de las constela­ ciones en las distintas estaciones del año. Pero es en Babüonia cuando se da por primera vez (al menos que tengamos constancia) la percep­ ción de regularidades y ciclos mucho más complejos. La posibilidad de determinar con antelación cuándo un planeta será visible tras un período de invisibilidad o cuándo se dará un eclip­ se de Luna o de Sol, o, al menos, cuándo es posible que se dé, suponía una ampliación inédita de la capacidad de prognosis. Evidentemente, ^ Los ejemplos provienen de Reiner y Pingree, 1975, pp. 13 s., Reiner y Pingree, 1981, p. 41 y Hunger y Pingree 1989, p. 115. * Ver Brown, 2000. Las Cartas e Informes han sido editadas por Parpóla, 1970, 1983, 1993 y cf Hunger, 1992.

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había también mucha información que quedaba fuera de su alcance’ . En todo caso, los tupsarru disputaban no sólo sobre las predicciones que debían hacerse, sino también sobre las observaciones que supues­ tamente se habían llevado a cabo. Uno de ellos escribe: «El que escri­ bió al Rey, mi Señor, “el planeta Venus es visible” ... es un mal hombre, un ignorante, un impostor... Venus aún no es visible». (Puede que, en este caso, aunque es algo que no podemos confirmar, lo que sucediera es que la observación directa no fuera posible. De acuerdo con las pro­ pias Cartas e Informes, el tiempo era a menudo nefasto para las observa­ ciones astronómicas. Y, en ese caso, la disputa no discurriría realmente en torno a la veracidad de la observación, no estaría en cuestión si el escriba inventó su observación de Venus o confundió con ella cualquier otra estrella, sino que lo que se disputaría sería la corrección del mode­ lo del que se habría deducido el período de visibilidad de Venus). Pero, a pesar de estos episodios, es evidente que la confianza en la corrección de las observaciones relacionadas con muchos de los fenómenos iba en aumento, incluso en el caso de la posibilidad de eclipses. «¿Acaso el Rey no sabe», comenta un escriba, «que no es necesario vigilar la llegada de un eclipse?». Otro dice; «Lo garantizo hasta siete veces: el eclipse no tendrá lugar» (aunque ello no le impidió vigilar su posible llegada). Se produce, en todo caso, una diferenciación entre un estilo predictivo que se centra en la posible buena o mala suerte que se dará, en caso de que se produzca algún tipo de fenómeno celeste, por un lado, y el que pone el énfasis en las propias predicciones de tales fenómenos, por otro“ . El desarrollo de este último estilo no impide, sin embargo, que los fenómenos sigan considerándose como presagios. Todo lo contrario. Los eclipses, en particular, siguieron considerándose de mal agüero; ’ Sorprendentemente, (y este es un problema que ha detectado Rochberg) incluso cuando parecía claro que los tupsarru habían determinado que los eclipses lunares y solares sólo podían darse durante las conjunciones, en períodos de luna llena o luna nueva, siguieron apareciendo referencias a posibles eclipses en otros momentos. Algunos sugieren que no se trataba de verdaderos eclipses, sino de otro tipo de oscu­ recimientos de la Luna o del Sol, respectivamente. Pero parece más probable que los tupsarru siguieran aceptando este tipo de datos por deferencia hacia la tradición, es decir, porque se mencionaban en el Enüma Anu Enlil. Si esto es así, ello nos revela el modo en que estos escribas concebían su propio trabajo, no como una investigación que podía llegar a alejarse de los modelos del Enüma Anu Enlil, por no hablar de dedi­ carse a criticarlos, sino, más bien, como una elaboración permanente de los mismos. Los ejemplos de este párrafo provienen de Parpóla, 1993, p, 54, Parpóla, 1970, p. 29 y Hunger, 1992, p, 251.

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no porque se concibieran como la causa del mal venidero, sino porque eran señales del mismo. Para quienes resulte extraño que un fenómeno cuya regularidad se conoce se considere, sin embargo, de mal agüero, cabe recordar que algunos de nuestros contemporáneos consideran que trae «mala suerte» el que el día trece de un mes caiga en martes. Así que, cuando los escribas estuvieron en condiciones de predecir uno de estos fenómenos, o al menos, su posibilidad, lo que hicieron fue advertir con antelación al monarca que, en ese caso, ponía en marcha el ritual que le evitaba el desastre, por medio del nombramiento de un «rey sustituto» (namburbú)“ . De este modo, se colocaba en el trono a algún pobre des­ graciado, a quien se consideraba prescindible, de modo que la posible desgracia le sucediese a él y no al verdadero rey a quien durante este tiempo se le llamaba «el Granjero». Así que, si resulta que los escribas le podían decir al rey lo que éste tenía que hacer, entonces es que su traba­ jo se consideraba de una gran importancia. El estudio de los cielos no se llevaba a cabo, pues, para obtener un conocimiento de los mismos, sino que la empresa estaba animada por el deseo de poder advertir al rey o al Estado, con antelación, sobre lo que el destino les deparaba. Y para ello no se atendía tan sólo a los fenómenos celestes propiamente dichos, sino también a lo que podría­ mos llamar fenómenos meteorológicos (tormentas, rayos, ventiscas), que, lógicamente, eran mucho más difíciles de predecir. Pero el caso es que el estudio de los cielos reveló ciertas regularidades que alentaron posteriores investigaciones; así que el deseo de ver el futuro comenzó a cumplirse de un modo que en absoluto podría haberse conocido o previsto con anterioridad y con un grado de certeza que superaba con mucho el de expresiones genéricas de buena o mala suerte. La aspi­ ración a predecir tuvo, en este sentido, un desenlace inesperado y de gran significación, dado el potencial inmenso que ponía de relieve. No podemos, en este estudio, seguir con la discusión del desarrollo posterior del saber astronómico en Babilonia, que es un asunto, por otra parte, ampliamente debatido en la actualidad. Pero, por lo menos, tres " Sobre el namburbú ver, especialmente, Bottéro, 1992, cap. 9, cf. Koch-Westenholz, 1995, pp. 111 ss, Heródoto nos ha transmitido una vaga y bastante poco precisa noticia sobre este ritual en vii 15 ss., donde Jerjes le pide a su hermano Artábano que se vista con sus ropas, se siente en su trono y duerma en su cama para ver si el sueño que tuvo Jerjes se le repite también a él. En esta historia, Artábano hace un comentario desdeñoso, en el sentido de que la visión no va a ser tan tonta de confundirle a él con Jerjes aunque se ponga sus ropas, lo que no disuade a Jerjes de continuar con el ritual.

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puntos quedan claros. En primer lugar, la acumulación de tal saber se llevó a cabo bajo el estímulo del deseo generalizado de predecir el futu­ ro. Lo que se aplica a ambos extremos de nuestra actual distinción (que los babilonios, evidentemente, no hacían) entre astronomía y astrologia. En segundo lugar, el conocimiento adquirido resultó ser lo sufi­ cientemente impresionante como para que los propios babilonios se vieran embarcados en una empresa de estudio continuo que se pro­ longó durante varios cientos de años. Y, en tercer lugar, todo este proceso de acumulación fue llevado a cabo por parte de funcionarios especialistas, bien controlados directa­ mente por el rey, a quien debían enviar sus informes, bien alojados en templos que financiaban su investigación (como sucedió en tiempos de los Aqueménidas). En relación con los dos últimos puntos, cabe destacar que las inves­ tigaciones continuaron de una manera ininterrumpida, a pesar de los trastornos políticos que se dieron en la zona de Mesopotamia, y a pesar de los grandes cambios producidos en las clases gobernantes. Los tra­ bajos se iniciaron en el período babilónico antiguo y continuaron cuan­ do Babilonia cayó en poder de los asirios a finales del siglo Vlii, período en el cual los escribas, tanto babilonios como asirios, redactaron los informes que hemos estado comentando. Y las investigaciones conti­ nuaron, incluso, cuando Babilonia destruyó, a su vez, el Imperio asirio, hacia finales del siglo vn y cuando los persas, bajo el mandato de Ciro, conquistaron la ciudad de Babilonia en el año 539. Evidentemente, el trabajo de los astrónomos era demasiado importante para que se viera interrumpido, independientemente de quién detentara el poder. En cuanto a las diversas técnicas predictivas que se practicaron en la antigua China, contamos, para su estudio, con un material aún más amplio y rico que en el caso de Babilonia. Nos centraremos, primero, en algunos aspectos generales de dichas prácticas, para pasar después a analizar los campos específicos de la medicina y la astronomía. Las primeras adivinaciones de que se tiene noticia aparecieron, como inscripciones, sobre huesos y conchas de tortuga, en Anyang y constituyen también la primera evidencia de la antigua escritura china. Keightley ha estudiado estas inscripciones adivinatorias y las ha data­ do en el siglo x ii a. C. (ver figura Se refieren a campañas militares. Ver, especialmente, Keightley, 1988, cf. 1979-1980,1984, 1999 y Djamouri, 1999. La literatura secundaria sobre aspectos generales de la adivinación china es inabarcable.

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Fig. 1. Técnica de adivinación sobre el caparazón de una tortuga. Se practican orificios en la concha, siguiendo un patrón simétrico, y después se les aplica una llama para que las fisuras producidas puedan determinar la respuesta a preguntas previamente for­ muladas, Dichas respuestas suelen ser pares de posibles sucesos: «la caza tendrá éxito: puede que no lo tenga» en las que el resultado desfavorable está marcado mediante un índice modal q^, «puede que». En la ilustración podemos ver la transcripción de las marcas aparecidas en un caparazón que se ha utilizado repetidamente en no menos de treinta adivinaciones. Sigue debatiéndose el modo en que las fisuras producidas por el fuego en la concha pudieran leerse e interpretarse como respuestas.

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la construcción de ciudades, enfermedades, viajes, nacimientos, todos ellos, en general, de cierta significación para el monarca o (lo que es lo mismo) para el Estado, y tenían un doble propósito, ya que no sólo pretendían indicar lo que ocurriría en el futuro, sino también qué tipo de acciones o estrategias recibirían la aprobación de los antepasados. Ambas funciones, sin embargo, se encontraban muy relacionadas. Se trata, en todo caso, de técnicas muy caras y ritualizadas, que se utiliza­ ban en asuntos oficiales y nunca fuera del ámbito de la corte, si bien la evidencia confirma su importancia para las cuestiones de Estado, des­ de épocas muy tempranas. También se desarrollaron otras técnicas menos costosas. El texto que llegó a convertirse en la base de los sistemas más comúnmente u ti­ lizados para la adivinación del futuro (y, en general, para la compren­ sión de la experiencia humana), fue el gran clásico Yijing o Libro de las transformaciones^'’. Existen versiones de este texto que se remontan al siglo IX a. C. aunque la compilación que manejamos actualmente, y que incluye los comentarios mayores (las llamadas «Diez Alas»), pertenece, más bien, al final del período de los Estados Guerreros. El método de adivinación que propugna se basa en la interpretación de una combi­ nación de seis líneas (unas partidas, yin, y otras completas, yan¿) que forman un total de sesenta y cuatro «hexagramas». Para representarlas se utilizaban palitos de milenrama o aquilea, lo que es, evidentemente, más barato que andar quemando conchas de tortuga. Se supone que la técnica de la adivinación mediante tallitos de milenrama estaría bastan­ te extendida. Sin embargo, llegar a comprender todos lo extremos des­ critos en el enmarañado y oscuro texto del Yijing requería, sin duda, una gran competencia lingüística, literaria y filosófica. Por aquel enton­ ces, el Yijing no era considerado tan sólo un texto de adivinación, sino un libro que contenía toda la sabiduría. Aunque los hexagramas del Yijing fueron siempre el método más popular de predicción, existía, además, una variante con ochenta y un tetragramas, en lugar de los sesenta y cuatro hexagramas, y que fue descrita hacia finales del siglo i a. C. por Yang Xiong en el Tai Xuan Las siguientes referencias pueden ser particularmente útiles: Kaltenmark y Ngo, 1968, Ngo, 1976, Vandermeersch, 1977-1980, DeWoskin, 1983, Henderson, 1984, Kalinowski, 1991, M an, 1991, R. J. Smith, 1991, Jullien, 1993, Loewe, 1994, Farquhar, 1996. Sobre el Yijing ver, especialmente, Shaughnessy, 1996 y Shaughnessy en Loewe y Shaughnessy, 1999, pp. 338 ss.

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Este autor pretendía ofrecer también una visión global y sis­ temática del mundo y, a un tiempo, hacer más explícito todo aque­ llo que en el Yijing sólo podía deducirse mediante, en palabras de Sivin, una heroica hazaña hermenéutica. Existían además otras prác­ ticas adivinatorias que pueden encontrarse, por ejemplo, en el Hanshu^'^ (aproximadamente, año 80 de nuestra era), donde Ban Gu ofre­ ce un sofisticado sistema de correspondencias utilizando la teoría de las cinco fases. También el Nan Qishu contiene un sistema astronó­ mico prácticamente completo, basado en el cálculo de las posiciones del taiyf o Gran Uno, una deidad que, se supone, deambula entre los Palacios Celestes circumpolares (ver figura 2). Ho Peng Yoke ha estu­ diado ésta y otras técnicas similares basadas en tablas cósmicas"". Para comprender el modo en que una predicción puede utilizarse para transmitir un consejo, podemos remitirnos al Zuozhuan, que ya mencionamos en el capítulo primero, como uno de los textos precurVer Nylan y Sivin (original de 1987), en Sivin, 1995b, cap. iii. Hanshu 27A: 1317 ss. Más adelante, retomaremos el tema de las cinco fases. Ver Ho, 2003, cf. Harper, 1978-1979 y 1980-1981, Cullen, 1980-1981. En el Nan Qishu, la tabla básica consiste en tres circunferencias fijas concéntricas (alrededor de un círculo central vacío). Estas determinan el número de la «casa» o «palacio» y se relacionan con estados o regiones de China. En el círculo extremo se colocan las posiciones calculadas del taiyt' y otros elementos celestes distribuidos entre los lados correspondientes al «Huésped» y al «Anfitrión»: los Grandes Generales, los Vicemi­ nistros, y así sucesivamente. A partir de ahí se produce un movimiento en el sentido de las agujas del reloj o en el contrario, de acuerdo a ciertas reglas convencionales y desde una fecha específica (la llamada «Época Superior»). Toda esta configuración permite determinar la situación de la Tierra y si ésta es favorable para el ataque o la defensa, bien en el lado del «Huésped» o del «Anfitrión». Así, en la figura 2, tenemos una configuración que se retrotrae al año 403 de nuestra era, en la que el taiyf está en la casa número 7, bloqueado por el Gran General Anfitrión, situado en la casa número 1 (los griegos habrían dicho cuartil) mientras que el Gran General Huésped, que se le opone, está aún en peor posición, en la casa número 3 (en oposición). Todo ello se hacía corresponder con la expulsión, por parte de Huan Xuan, del emperador Andi de su palacio terrenal. El escritor que llevó a cabo la primera exposición amplia de este sistema fue Xiao Zixian (489-537), y fue considerado un genio en su época, aunque el sistema era tan complicado que muchos comentaristas posteriores renunciaron a su interpretación. Su posición privilegiada como consejero se debía, sin duda, a su parentesco con el propio emperador. En todo caso, conviene aclarar que todo el siste­ ma dependía de: 1) la elección de la fecha de la «Época Superior» y 2) la posibilidad de llegar a determinar la posición de cada uno de los elementos por medio de reglas conocidas aunque arbitrarias. No se llevaba a cabo ningún tipo de observación celeste. Agradezco a Ho Peng Yoke su disposición a comentar este tema.

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Fig. 2. Tablero cósmico procedente del Nan Qishu.

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sores del Shiji de Sima Qian. El texto relata una serie de acontecimien­ tos, a menudo claramente ficticios, que se ven salpicados de episodios adivinatorios en los que se utilizan tanto las conchas de tortuga {bu) o la milenrama (sbfl), como la interpretación de fenómenos porten­ tosos, desde el comportamiento inusual de animales hasta sequías, sueños o eclipses. Los personajes que se dedican a elegir entre los dis­ tintos métodos tan sólo para encontrar un resultado favorable son, sin embargo, tachados de indeseables y sus historias, a menudo, acaban mal. El texto muestra una actitud también ambivalente hacia los lla­ mados wu (que podríamos traducir como «médium» más que como «chamán», aunque esto último sea lo más usual). Se suponía que estos personajes eran capaces no sólo de ver el futuro, sino incluso de atraer o detener las lluvias. Sin embargo, en más de una ocasión, sus predic­ ciones les habrían de costar la vida (c/. Zuozhuan, Año 21 del duque X i, 390). En todo caso, en la mayoría de las ocasiones, se echaba mano de individuos de mayor rango oficial para la interpretación de los signos‘^. Estos no siempre se ponían de acuerdo entre sí sobre el méto­ do más adecuado en la adivinación; pero todos ellos asumían que el resultado debía ser un mensaje, generalmente de tipo moral, del que se podían aprovechar para ofrecer, tal como era su intención, un con­ sejo o advertencia. El punto crucial es, como ya dije anteriormente, que el mero hecho de comentar colectivamente el significado de los signos, permite crear un contexto en el que traer a colación y poner en discusión determinados asuntos delicados que requieren del con­ sejo de los sabios. Tanto es así que la reacción del poder ante las profe­ cías de los distintos adivinos, el hecho de que unos fueran escuchados mientras que a otros se les ignorase, tenía más que ver con el supuesto grado de rectitud de cada uno de ellos, que con la eficacia atribuida a las técnicas en sí o su propia habilidad para utilizarlas. Así que los presagios son el modo en que los cielos se comuni­ can con el gobernante, bien para animarle en sus empresas, bien para amonestarle o para advertirle, por ejemplo, de que su mandato divino se encuentra amenazado. Esta idea permanecerá más o menos fija en el ideario chino incluso cuando otros autores posteriores, del final del período de los Estados Guerreros o de la Era Han, comiencen a ata­ car determinadas creencias o prácticas. Xunzi (s. Ill a. C.) pensaba que Personajes como, por ejemplo, los dashi, de los que ya hemos hablado en el capítulo 1.

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el gasto en adivinaciones podía llegar a considerarse un derroche de medios^®, por ejemplo, y Wang Chong (s. i), se preguntaba qué tenían de especial las tortugas o la milenrama para que nos revelasen predic­ ciones. Sin embargo, este mismo autor también creía que las personas afortunadas suelen encontrar presagios venturosos, mientras que los que tienen mala suerte los encuentran desgraciados*^ Las consideraciones morales también salen a relucir en las dis­ cusiones chinas en torno a la enfermedad, ya que se consideraba que muchos de los pacientes enfermaban a causa de su propio comporta­ miento descuidado^®. En todo caso, las técnicas de predicción utiliza­ das en China en el contexto médico diferían, en gran medida, de las comentadas hasta el momento. En este campo, además del gran clá­ sico de la medicina, el Huangdi neijing, y de los textos médicos de las tumbas de MawangduP', contamos con la valiosa biografía del doctor Chunyu Y i que se incluye en el Shiji de Sima Qian^^. Estamos hablan­ do, en los tres casos, de fuentes de los siglos ll a i a. C. La biografía de Chunyu Y i relata con detalle los historiales de veinticinco pacien­ tes, algunos de los cuales murieron, aunque, claro está, nunca como resultado de sus tratamientos. De cualquier modo, en cada una de las historias, lo que se reivindica es la exactitud del diagnóstico en lo con­ cerniente al resultado de la enfermedad: la muerte o la supervivencia del paciente y, a veces, incluso, la previsión del momento exacto del desenlace. Nuestro doctor utilizaba diferentes técnicas entre las que se encontraba, por ejemplo, el análisis del color de la cara del paciente {se, aunque este término también se refiere a la expresión del rostro). Pero su método estrella, ya que se menciona prácticamente en todos X u n z ill- 74 ss., Knoblock, 1988-1994, iii 109, L u n h e n g llju a n 24, 994 ss. Es menos común hallar referencias a la acción de fuerzas divinas o demónicas en estos textos clásicos de medicina china que en los babilonios. Que los pacientes enfer­ men a causa de su comportamiento descuidado es una idea que también encontramos usualmente en los casos médicos griegos. Ver, por ejemplo, el tratado hipocrático Epidemias iii, casos 4 y 5 de la primera serie (L iii 44.11-46.8,46.10-48.21) y casos 10 y 16 de la segunda (L iii 130.4-132,11, 146.8-148.5). Para las distintas recensiones y la estructura general del Huangdi neijing, ver Yamada Keiji, 1979, y Keegan, 1988. Sobre los textos médicos de Mawangdui, ver Harper, 1998. Chunyu Yi vivió en el s. n a. C. Está a punto de editarse un estudio de Hsu sobre los casos médicos que contiene la biografía,

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los casos clínicos, es la prognosis por medio del pulso imai). El tex­ to da a entender que Chunyu Y i aprendió el sistema de sus maestros, que le hicieron estudiarlo en determinados libros. Aunque la verdad es que, cuando se menciona el «Método del Pulso», no queda claro si la expresión se refiere a un texto en particular o a la enseñanza, como tal, transmitida por los mentores de Chunyu Yi. Lo que sí está claro es que el método de pronóstico por medio del pulso, tal como se descri­ be en la biografía, dependía mucho de la habilidad manual de quien lo practicaba. Chunyu Y i despliega un vocabulario muy preciso a la hora de describir el tipo pulso, que puede ser, entre otras cosas, «gran­ de», «calmado», «lento», «tenso», y de ahí deduce los movimientos del qf^ en el interior del cuerpo. Así, en el caso i se dice que el del hígado es «turbio pero calmado», pero esos mismos términos, turbio {zhuo: fangoso) y calmado ijin¿) se refieren también al propio pulso^b Vemos que la descripción se realiza mediante términos de contenido altamente teórico por lo que, más bien, podríamos decir, que descrip­ ción e interpretación iban unidas. No se trataba, pues, de temas en los que el lego pudiera fiarse de su propio juicio, es decir, era necesario aprender a reconocer lo que se sentía, con lo que se abría una vía in fi­ nita para la mitificación y confusión del saber. A l mismo tiempo, sin embargo, el método constituía una oportunidad de construir un cam­ po de experiencia que relacionase los signos observados con el desen­ lace de las enfermedades. El estudio de los cielos en la China antigua (el segundo contex­ to de predicción que examinaremos) muestra interesantes analogías y algunas diferencias con lo ya comentado con respecto a Babilonia. En primer lugar, también en China se consideraba un asunto de impor­ tancia estatal. Los gobernantes y, más tarde, los emperadores, eran personalmente responsables de todo cuanto sucediera «bajo los cie­ los». Así que no podían arriesgarse al incumplimiento de sus debe­ res, ordenados por el transcurso de las estaciones. Para encargarse de estos asuntos se estableció, ya en tiempos de la era Han, un Gabinete de Astronomía, con amplio personal asignado al mismo y dedicado al examen de las dos ramas principales del estudio de los cielos, Ufa y tianwen. El primer campo incluye principalmente cuestiones de calenVer Kuriyama, 1999, y Hsu, 2001 y 2002. Ambos términos se refieren también a cualidades de los sonidos musicales. Esta correlación entre las características del pulso y la teoría armónica no debe sorprendernos, ya que ambos fenómenos dependen de la cualidad y los movimientos del

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dario, aunque también el cálculo de acontecimientos puntuales, como los eclipses. El segundo se dedica, más bien, al estudio de los «patro­ nes celestes», e incluye temas de cosmografía y la observación, registro e interpretación de fenómenos que, se considera, implican presagios. La diferenciación entre estas dos ramas se refiere, evidentemente, a la distinción entre aspectos cuantitativos y cualitativos en el estudio de los cielos, y no debe asimilarse a la que nosotros mismos establecemos entre astronomía y astrología. La historia del Gabinete Imperial de Astronomía es impresionan­ te. Duró más de 2.000 años, hasta la última dinastía, los Qing. Y ello tiene, seguramente, mucho que ver con la convergencia de intereses entre el emperador y sus ministros, por un lado, y, por otro, aque­ llos que componían la dirección del mismo. Los primeros, como ya se ha dicho, estaban interesados directamente en la obtención de la información más precisa posible sobre todo lo relacionado con Ufa y tienwen. Pero era una cuestión importantísima para los propios astró­ nomos que dicho interés imperial se mantuviera vivo, ya que su tra­ bajo dependía de ello. En cuanto a la eficacia del Gabinete, la cosa fue intermedia. Por un lado, se produjeron éxitos notables en la regu­ lación del calendario, en la determinación de los ciclos de eclipses y otros fenómenos planetarios, y en general, en la discriminación entre acontecimientos predecibles y los que no lo son. El resultado de su trabajo fue la recesión de la frontera de lo considerado realmente por­ tentoso, aunque tal categoría nunca llegó a desaparecer del todo^''. Por otro, se produjeron casos en que errores de predicción, por ejem­ plo de algún eclipse (en la era Tang, por poner un caso), se solventa­ ron acudiendo al argumento de que la no ocurrencia del fenómeno era un signo de la especial virtud del emperador. Tal era su virtud, se decía, que un eclipse que iba a suceder no había llegado a tener lugar. La incorrección de la predicción no se utilizaba para atacar al astró­ nomo, sino para alabanza del emperador. Aun así, la posibilidad de tales excusas no evitaba, en general, la búsqueda de la mayor precisión posible en las observaciones. Algunas de nuestras fuentes posteriores a la era Han nos reve­ lan que un puesto en el Gabinete era considerado como una autén­ tica prebenda. Los funcionarios no se preocupaban ya realmente de Ver Sivin, 1995a, cap. ii. Sobre la intervención política en la cuestión de qué debía o no recogerse en los registros, ver Huang Yi-long, 2001,

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llevar a cabo una observación sistemática: más bien confeccionaban los registros basándose en lo que ya se había pronosticado que, lógi­ camente, pensaban debía coincidir con lo observable. Sin embargo, cuando el calendario se desfasaba, existía la posibilidad, a largo plazo, de que el truco fuera descubierto. A veces sucedió así, precisamente, gracias al trabajo de individuos ajenos al Gabinete, los cuales, si ofre­ cían buenas propuestas para la reforma de los cálculos, podían incluso llegar a asegurarse un puesto en el mismo^’ . Pero no podemos asu­ m ir que todos los cambios en lo que era, evidentemente, una institu­ ción muy conservadora, vinieran siempre forzados desde el exterior. Es más, conservador y todo, el Gabinete superó con mucho, no ya a los palacios y templos babilónicos, sino incluso a cualquier institución antigua o moderna en la observación, mantenida durante siglos, de fenómenos celestes cíclicos o irregulares. Sus registros se han conver­ tido, hoy en día, en una fuente de información insustituible en el estu­ dio de las novas y supernovas, que los investigadores actuales utilizan para la constatación histórica de tales sucesos^*". Veamos ahora el abundante material proveniente de la antigua Gre­ cia y relativo a los problemas que nos ocupan. En este caso, nos con­ centraremos en el estudio de cuatro puntos muy específicos, aunque también muy interrelacionados. En primer lugar está el tema de la varie­ dad, tanto de los campos en que se practicaba la predicción, como de las técnicas utilizadas. En segundo lugar, el altísimo prestigio concedido a la adivinación desde períodos muy tempranos. En tercer lugar, vere­ mos cómo, tanto en el período clásico como en el helenístico, comen­ zaron a ponerse en práctica nuevos métodos predictivos (de nuevo nos centraremos en las áreas de la astronomía y la medicina). Y, por último. Esto le ocurrió a Shen Gua en el siglo xi y también al jesuíta SchaU en el siglo ver Sivin, 1995a, cap. I l l y Huang Yi-long, 1991. Pero casos similares se remontan a la era Han. Cullen, 2000, examina el debate que se produjo en el Gabinete sobre la conveniencia de tomar la eclíptica en lugar del ecuador como el plano sobre el que trazar el movimiento circular regular del Sol. Dos de las figuras principales en la intro­ ducción de esta reforma fueron Jia Kui, que tenía sólo un cargo periférico en palacio y que, sin embargo, entregó un importante informe al respecto en el año 92 d. C., y Zhang Heng, que durante el período comprendido entre los años 120-130 ocupó por dos veces el cargo de taishi guan o «Gran Secretario». Ver X i Zezong y Po Shujen, 1966 y X i Zezong, 1981, n

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Fig. 30. Ilustración del diktamnos en el Dioscúrides de Viena.

que llegó a comprometer la propia utilidad de las mismas en la tradi­ ción grecolatina^*^. Plinio, Historia natural XXN 8, menciona a Cratevas. Para una discusión de las ilustraciones botánicas en China, ver Haudricourt y Métailié, 1994, que destacan, por ejemplo, los problemas que surgieron cuando las viejas ilustraciones se reutilizaron aplicándose a plantas equivocadas.

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La variedad terminológica que se recoge en los textos de Teofrasto no parece deberse a los esfuerzos de distintos especialistas por pro­ mover individualmente sus propias denominaciones, como sugerí que sería el caso en el campo de la anatomía. Los distintos nombres que re­ cibe una misma planta reflejan, en muchos casos, variedades locales realmente existentes, tal como sucedía en China. Pero en Grecia había otro factor en juego proveniente de la dispersión entre los intereses de los botánicos, por un lado (interesados, fundamentalmente, en la clasificación y otros temas de filosofía natural), y los médicos, por otro, (centrados principalmente en las propiedades farmacéuticas de las plantas, uno de los principios en que se basa fundamentalmente la organización del material en el Dioscórides). Es evidente que también en China los doctores podían tener intereses muy diversos de los de los autores de tratados botánicos, pero estos últimos, por su parte, no estaban embarcados en investigación alguna en el campo de las clasifi­ caciones y explicaciones propias de la filosofía natural. Comparando la terminología empleada por Teofrasto con la sumi­ nistrada en las secciones farmacológicas de los tratados hipocráticos, aproximadamente contemporáneos, podemos comprobar que estos últimos están mucho menos interesados en aclarar cuál de las distin­ tas variedades posibles de plantas homónimas es la que debía utilizar­ se para un determinado remedio o receta. En algunos casos, podemos suponer que los escritores de tratados de medicina griegos, al dirigirse a otros colegas médicos, habrían pensado cine no era necesario mos­ trar mayores precisiones, considerando que estaría claro para ellos qué variedad de stmchnos (por poner un ejemplo) debían empleaE^. Pero en otros, j^odríamos tener nuestras dudas de que éste fuera el caso. Tenemos, por ejemplo, un autor hipocrático que prescribe media coti­ la (más o menos la octava parte de un litro) de jugo de stmchnos mez­ clado con otros ingredientes como analgésico, que deberá tomarse diariamente {Sobre las afecciones internas, cap. 27, Littré vii, 238.3 ss.). Si alguien eligiera la variedad equivocada de stmchnos, tal pócima aca­ baría con algo más que el dolor en el paciente. Había, por supuesto. El slruchnos se menciona en tratados como Sobre las úlceras, cap. 11, Littré vi 410.16, Sobre lasfístulas, cap. 7, Littré vi 454.23, Sobre las enfermedades lll, cap. 1, CM C 1 2 3, 70.15, Sobre la naturaleza de la mujer, cap. 29, Littré V il 344.14, cap. 34, 376.8, Sobre las enfermedades femeninas l, cap. 78, Littré VIH 196.11 y 18, así como en el pasa­ je de Sobre las afecciones internas, cap. 27 que ya hemos mencionado anteriormente. En ninguno de los casos se aclara la variedad de struchnos que debe utilizarse.

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muchas posibilidades de hacer pasar una droga por otra o de confun­ dirlas involuntariamente, Y aunque no nos es posible cuantificar el efecto de esta afirmación, la verdad es que había aún más posibilida­ des de equivocación con las plantas que se suponía tenían propiedades extraordinarias que con las demás (la mandràgora sería una de ellas, el moly homérico, otra^*). Es más, al no existir ningún tipo de institución, imperial o de otro tipo, que impusiera cierta uniformidad, tales errores se hacían por completo imposibles de erradicar por mucho interés que en ello pusieran los propios Teofrasto o Dioscórides. Llegados aquí, podemos decir que las necesidades que puedan surgir en las distintas áreas de investigación, el tipo de datos de carác­ ter novedoso que deban asimilar, el modo en que éstos deban pro­ cesarse y en beneficio de quién, resultan ser cuestiones mucho más variadas de lo que hasta ahora hemos sido capaces de reflejar. Los dos campos cuyo vocabulario hemos examinado nos advierten, en todo caso, de la necesidad de tener en cuenta el papel de diversos factores institucionales al evaluar la respuesta de los especialistas en las diver­ sas ciencias, tanto griegos como chinos. Y, para mayor complicación del tema que nos ocupa, en ambas culturas se dio también una profun­ da y sofisticada reflexión sobre el propio uso del lenguaje, que habría que ver, en cada caso, cómo afectó al proceso de la investigación en general. La particular dificultad de esta parte de nuestro estudio estará en conseguir hacer justicia a los distintos propósitos y aspiraciones en que ambas culturas basaron sus respectivas reflexiones lingüísticas^^. ® Tal como he mostrado con cierto detalle en Lloyd, 1983, pp. 122-5, Teofrasto se muestra, a veces, inseguro, sin saber cómo tomarse los relatos que, según dice, cuen­ tan los buscadores de raíces, los vendedores de drogas u otros, sobre la necesidad de tomar determinadas precauciones a la hora de recolectar ciertas plantas. Por un lado, admite que «los poderes de ciertas plantas pueden ser peligrosos» [Historia de las plantas ix 8 6; donde se refiere a algunos comentarios que ha oído sobre la recolección de ciertas raíces por la noche o sobre colocarse respecto a la planta recogida en el sen­ tido marcado por el viento). Por otro, rechaza ciertas creencias como debidas a «mero accidente o a exageraciones» como, por ejemplo, la idea de que una persona que recoja el fruto de la peonía, llamado glukuside, de día y sea observada por un pájaro carpintero, se arriesga a perder la vista, mientras que si se le sorprende desenterrando una raíz sufrirá prolapso del ano. Es curioso que, por otro lado, condene algunas de estas mismas historias sobre la recolección de la canela y la casia como puro «mito» (muthos), 1x5 2, En lo que sigue desarrollaré una línea de argumentación que ya esbocé en mi contribución al seminario organizado por George Boys-Stones en Oxford, en 1997: ver Boys-Stones, 2003.

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Para empezar por lo más fácil o, al menos, lo más conocido, pode­ mos destacar, dentro de la cultura griega, el intento consciente por parte de Platón y, con mayor empeño aún, por parte de Aristóteles, en purificar el lenguaje de oscuridades. En el caso de Aristóteles, el paso fundamental fue la introducción del contraste entre los términos u tili­ zados en un sentido estricto, kurios, y los construidos mediante algún tipo de «transferencia», kata metaphoran, es decir, a grandes rasgos, entre lo literal y lo metafórico^®. Las reflexiones conscientes sobre el lenguaje se remontan en Grecia a épocas muy anteriores al s. iv. Ya a finales del sexto, Teágenes de Regio había comentado la posibilidad de leer a Homero en sentido alegórico. En el siglo quinto, tenemos indicios del interés en la clasificación gra­ matical de las palabras, en los elementos de estilo propios de la retóri­ ca, en las distinciones entre los significados de palabras casi sinónimas y especialmente en la cuestión de si los nombres tienen una relación natural o sólo convencional con los objetos que designan. Este último era el problema que los griegos denominaban de la «corrección de los nombres» {orthotes onomaton) y ya antes de que Platón explicitara las diversas posturas encontradas en su diálogo Crátilo, había interesado a Demócrito, a Antifonte, a Protágoras y a Pródico. Estos debates quedaron, en cierto sentido, olvidados tras el pro­ pio análisis platónico de la cuestión. Por otro lado, el ataque de Pla­ tón contra los poetas en la República se basaba fundamentalmente en objeciones morales, tanto al contenido de lo que enseñaban, como al modo de enseñarlo. En distintos contextos, critica el uso de imágenes, eikones, símiles, homoiotetes (a los que llama «el género más resbala­ dizo» en el Sofista^^) y mitos (aquí muthos se utiliza, de acuerdo con lo ya comentado en el capítulo 1 , como opuesto a logos en el sentido de exposición racional, el tipo de discurso esperable en filosofía). En Poética 1457b6 ss., Aristóteles define la metáfora como «la aplicación (epiphora) a un objeto de un nombre que pertenece a otro; la transferencia puede ser del género a la especie, de la especie al género, o de una especie a otra, o puede ser un problema de analogía». En Sofista 231al-8, el extranjero de Elea se pregunta si la caracterización que ha dado de los sofistas es adecuada o, en realidad, les otorga un rango excesivo. Teeteto le replica: «Pero, no obstante, la persona que acabas de describir se asemeja a alguien así». A lo que el extranjero responde: «Como el lobo al perro, el animal más salvaje al más dócil. Pero el hombre sensato debe, ante todo, estar siempre en guardia respecto de las semejanzas, pues éste es el género más resbaladizo» (trad. N. L. Cordero, Biblio­ teca Clásica Credos). Cf. también Fedón 92cd, Fedro 262a-c, Teeteto 162c.

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Sin embargo, Platón nunca llegó a proponer explícitamente la dico­ tomía literal/metafórico. Ese fue un avance fundamental que podemos decir que, al menos en su primera aproximación, debemos a Aristóteles. Éste critica, con frecuencia, algunas de las metaphorai utilizadas por sus predecesores debido precisamente a su oscuridad^^. Admite que tales expresiones puedan ser adecuadas en poesía (de hecho, en la Poética 1459a6 ss., comenta que la maestría en su uso puede ser la señal de un genio), e incluso acepta que el uso de metáforas en un contexto retó­ rico puede aportar brillantez al discurso {Retórica 1405a8-9). Pero las metáforas no son admisibles en filosofía. No pueden utilizarse en un silogismo ni en ningún tipo de prueba estricta, ya que la validez de una deducción quedaría comprometida si se aparta de la univocidad. O tro tema complejo e interesante sería hasta qué punto pensaba Aristóteles que el modelo estricto de demostración presentado en los Analíticos segundos fuese aplicable en la práctica^’ . Es evidente que sus propias investigaciones científicas y metafísicas no están comple­ tamente libres del uso «transferido» de términos. Él mismo reconoce que algunos de sus propios conceptos metafísicos básicos, como acto y potencia, no pueden recibir definiciones estándar, del tipo per genus et differentiam. Más bien se trata de aprehenderlos por medio de la rela­ ción analógica entre diversos objetos; es decir, el análisis se produce por medio del concepto de «significado focal». Pero aunque la prác­ tica de Aristóteles se aparte de su propio ideal estricto, está claro que lo que nos muestra en los Analíticos segundos es en verdad su propio ideal. Sin embargo, me gustaría insistir, de nuevo, en la sorprendente ambivalencia mostrada por nuestro autor. La metáfora es la marca del talento natural del poeta; es útil en retórica ya que proporciona viva­ cidad al discurso; y, a pesar de ello, no es buena para la ciencia natu­ ral (para la explicación) y es desastrosa en lógica. Esta extraordinaria valoración gradual, establecida por Aristóteles, nos muestra su agudo sentido de los límites entre los distintos tipos de discurso, por muy difíciles que nos parezcan de mantener. Critica a Empédocles, por ejemplo, por su idea de que la sal del mar es el sudor de la Tierra (Meteorológicos 357a24 ss.) y rechaza la caracterización que Platón da de las formas como modelos, paradeigma, con el comentario de que decir tal cosa y a la vez mantener que otras cosas «participan» de ellas es «decir insensateces y usar metá­ foras poéticas» (Metafísica 991a20 ss.). ” Ya he contado la relación entre las teorías y la práctica aristotélicas en 1996b, especialmente cap. 1, Para una visión diferente, Lennox, 2001.

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El propósito de purificar el lenguaje de elementos oscuros tiene, podríamos decir, varias ramificaciones complejas. Para la validación formal de argumentos, los términos deben ser unívocos al menos en lo que se refiere al razonamiento en cuestión. Este intento de obtener definiciones estrictas puede ser una respuesta muy saludable frente a la imprecisión o incluso la pura tergiversación; sin embargo, la razonabilidad de la demanda de exactitud en el lenguaje tiene, obviamente, sus límites. La construcción de lenguajes formales garantiza la validez, pero al precio de su no aplicabilidad al mundo real, a menos que se elaboren protocolos de traducción que permitan su conversión a un lenguaje natural y, en ese caso, el precio reside en que esos mismos protocolos deben renunciar a la precisión obtenida, que era la ventaja inicial del lenguaje formal. El asunto se vuelve filosóficamente aún más complejo al examinar las reflexiones sobre el lenguaje correspondientes a la cultura china. Allí, durante todo el período clásico y, de hecho, yo diría, hasta la lle­ gada de la influencia europea, no se establece ningún equivalente de la dicotomía entre lo literal y lo metafórico. En seguida me referiré al principal texto clásico del Zhuangzi que suele citarse en este contex­ to. Pero antes querría enfrentarme a lo que considero una cuestión fundamental; si (como yo mantengo) los chinos carecían de tal dis­ tinción, (^debemos aceptar este dato como un signo de la pobreza de sus reflexiones sobre el uso del lenguaje? Para responder a esto nece­ sitaremos, no sólo investigar con mayor profundidad su filosofía, sino también tratar de comprender cómo pudieron pasarse sin la distin­ ción que para nosotros supondría, como ya he dicho, el «paso funda­ mental». En primer lugar, sin embargo, debemos mencionar otros aspec­ tos presentes en los testimonios de la cultura china que nos informa­ rán del rango y naturaleza de sus intereses en el campo del análisis lingüístico. Podemos empezar comentando sus reflexiones sobre el zhengmin¿‘'. Este término suele traducirse como «rectificación de nombres» lo que lo hace, al menos superficialmente, cercano al con­ cepto griego de orthotes onomaton. Sin embargo, se trata tan sólo de una semejanza superficial. El zhengming incluye distintas teorías que parecen referirse fundamentalmente a temas de estatus y roles sociales. Ver especialmente Gassmann, 1988, Vandermeersch, 1993, Lackner, 1993, Sivin, 1995b l,p . 3.

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A grandes rasgos, si para los griegos la corrección de los nombres era una cuestión lógica, que se resolvía en la relación entre el significante y lo significado, la «rectificación» china tenía mucho más que ver con el mantenimiento del orden tanto en un sentido social como moral. En un texto fundamental de los Lunyu (Analecta), se le pregunta a Confucio qué haría si el príncipe de Wei le encomendara el gobier­ no, y él contesta: «rectificar los nombres»^^. Hay en principio acuer­ do en que se trata de dar un consejo al propio Señor de Wei. Pero los comentadores disienten sobre si nos encontramos ante una alusión velada a su falta de piedad filial (el Príncipe había obtenido el título de Señor de Wei, pero debería haber renunciado a él en favor de su padre exiliado) o si Confucio se refiere aquí a un posible estado de confusión general de los niveles sociales, entre amos y criados, señores y ministros, que se habría dado en el reinado anterior. En cualquier caso, el resto del pasaje nos aclara que la rectificación de nombres tie­ ne más que ver con la buena conducta que con el uso general del len­ guaje, ya que es un asunto que se considera importante, por ejemplo, en la correcta aplicación de castigos. De modo similar, el correspondiente texto de Xunzi 2 2 , que tam­ bién trata sobre la rectificación, la relaciona con el mantenimiento de las adecuadas distinciones sociales dentro de la jerarquía basada en lo elevado frente a lo inferior^*’. Sólo utilizando los nombres apropiados podrán mantenerse las correctas distinciones. La corrección en el len­ guaje se considera esencial para evitar la confusión moral y política. Y esto no tiene nada que ver con el uso metafórico o «transferido» de los términos. Más bien nos recuerda a la famosa denuncia de Tucídides sobre la corrupción del lenguaje a que ha dado lugar la degeneración ” Lunyu 13.3, pasaje comentado por Vandermeersch, 1993, cf. Gassmann, 1988, Lackner, 1993. Xunzi22-. 10 ss. «Si apareciera un verdadero rey, seguramente mantendría algu­ nos de los viejos nombres, pero también tendría que inventar algunos nuevos. Y como esto es, sin duda, así, él mismo deberá haber estudiado cuidadosamente el propósito de los nombres, y las bases sobre las que se fundan las distinciones entre lo similar y lo distinto y las consideraciones cruciales que presiden la institución de los nombres». Porque cuando se introducen nombres arbitrarios, «entonces, las conexiones entre el nombre y su objeto se oscurecen, no queda claro qué sea noble y qué bajo, y las cosas similares y las que son diferentes no se distinguen». Se da entonces el peligro de que las intenciones del gobernante no se entiendan correctamente «y el cumplimiento de sus deberes por parte de los súbditos se verá entorpecido y obstaculizado» (traducción basada en Knoblock, 1988-1994, ni, pp. 128-129).

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moral, que es a su vez producto de la stasis política durante la guerra del Peloponeso” . Sin embargo, (como sería de esperar) la moralidad no es la única preocupación en las reflexiones chinas sobre el lenguaje. En otros lugares se hace referencia a ciertas distinciones gramaticales, por ejemplo, entre términos «sólidos» o «plenos» {shP) y términos «vacíos» {xuY^. Esta distinción se corresponde, a grandes rasgos, con la que se da entre términos significativos y partículas (aunque debo aclarar que esta misma dicotomía se utiliza también en un contexto muy distinto al objeto de criticar un discurso «vacío», es decir, vano y mal orientado). Por lo demás (y con ello nos acercamos a un cierto interés en lo metafórico), la comparación es una figura que se utiliza de una manera primordial en los análisis chinos del discurso poético. En un famoso pasaje del Gran Prefacio a la edición Mao de las Odas (sht^), se distinguen varios tipos de poemas, de tal modo que los que son bi (comparativo/analógico) se oponen a los (descriptivo/ expositivo) y a los xing (elevado/evocador). De la interpretación de estas categorías se ocupó profusamente la tradición comentarista^"/ Pero mientras que la tradición aceptaba que la comparación es la marca específica de un cierto tipo de poesía, no había indicación alguna de que este tipo particular (y menos aún toda la poemática) hiciese uso del lenguaje en un sentido no estricto o desviado. No se critica en absoluto el uso de la comparación en poesía; al contrario, se trata de una virtud que debe cultivarse en uno de los estilos de composición poética admitidos. Y es aquí donde encontraríamos, quizá, un cierto tipo de aproximación entre las apreciaciones de los chinos y las de Aristóteles al respecto, aunque Aristóteles no destaca un determinado estilo poético como particularmente comparativo/ analógico, sino que, más bien, se centra en los límites estrictos entre la poesía en general y la filosofía. ” Tucídides III, 82. «La “ audacia irreflexiva” pasó a ser consicierada “valor fun­ dado en la lealtad al partido” , la “vacilación prudente” se consideró “ cobardía dis­ frazada” » (trad. J. J. Torres Esbarranch, Biblioteca Clásica Credos). Tampoco tiene esto que ver con la metáfora, evidentemente, sino con lo que Tucídides considera un uso pervertido del lenguaje. Ver Harbsmeier, 1981, 1998, pp. 130 ss., Graham, 1989, p. 222 y Apéndice 2, pp. 389 ss., Lloyd y Sivin, 2002, cap. 5. Shijing daxu, shimaoshi i 1, y sobre éste, Liu, 1975, pp. 109 ss., F. Cheng, 1979, Jullien, 1985, pp. 67 ss., 175 ss,, Yu, 1987, pp, 57 ss,, 168 ss.

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Pero ¿qué pasa con el famoso texto con el que se ha querido mos­ trar el reconocimiento por parte de la tradición china de la categoría de metáfora? Me refiero al capítulo 27 de la compilación Zhmngzi, que distingue entre tres tipos de expresión [yan), entre las cuales se encuentra el yu yan, que habitualmente se considera equivalente a la metáfora y que, de hecho, ha llegado a traducirse directamente como «metáfora»'“’. No tenemos más remedio que decir, sin embargo, que este planteamiento es totalmente equivocado. Los tres tipos de expresión utilizados por Zhuangzi son yu yan, zhong yan y zhiyan, es decir, basándonos en la traducción de Graham, expresiones «de alojamiento», «de peso» y «de derrame»'*’ . A l inicio del texto se nos dice que «hablar desde un lugar de alojamiento fun­ ciona nueve veces de cada diez, la expresión de peso funciona siete veces de cada diez. La expresión de derrame es nueva cada día, des­ bástala con la piedra de afilar celeste». Evidentemente, todo ello resul­ ta bastante oscuro. Quizá las expresiones de peso sean, de entre los tres tipos, las más fáciles de interpretar. Se supone que se correspon­ den con lo que uno dice por propia autoridad, el aforismo que se sus­ tenta en el propio peso de la experiencia del hablante, siguiendo, de nuevo, la indicación de Graham. Las expresiones «de derrame» toman el nombre de un tipo de vasija diseñada de tal modo que es capaz de inclinarse y rectificar la posición por sí sola cuando se llena hasta el borde. El texto dice «debe utilizarse para dejar que la corriente fluya por sus propios canales; éste es el modo de resistir muchos años», que Graham glosa (quizá con un exceso de optimismo) como «el discurso propio de la espontaneidad inteligente, promulgada por el comporta­ miento taoista en general, un lenguaje fluido que mantiene su equili­ brio mediante variaciones en el punto de vista y la significación». Por último, «el hablar desde un “lugar de alojamiento”», que es el tipo de expresión que particularmente nos interesa, se presenta en el texto como «tomar prestado un punto de vista externo para solucio­ nar el tema». Según la interpretación tradicional, esto se referiría princi­ palmente a la expresión de ideas a través de conversaciones imaginarias, pero Graham argumenta que el «lugar de alojamiento» es más bien la posición de la parte contraria en un debate. Temporalmente uno deberá Zhuangzi 21: 1-5. Para la mencionada traducción como «metáfora», ver Legge, 1891, parte ii, p, 142, Mair, 1994. Graham, 1989, pp. 200 s. La interpretación del objeto que Zhuangzi tiene in mente cuando habla de las expresiones «de derrame» se discute en Lau, 1968,

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«alojarse» en la posición del adversario para poder convencerlo. Según esta interpretación, Zhuangzi «parece referirse a un modo de persua­ sión mediante un argumentum ad hominem, que proporcionaría el úni­ co tipo de victoria en una discusión que tendría sentido para él». Aunque la interpretación de todo el pasaje está plagada de d ifi­ cultades, al menos ciertos puntos parecen claros. Primero, la expre­ sión desde un lugar de alojamiento es un concepto totalmente alejado de la idea básica de la metáfora, según la tradición griega: la trans­ ferencia del sentido de un término desde un contexto principal a un contexto secundario o derivado. Segundo, también es evidente que en ninguna de las otras dos categorías nos encontramos ni remotamente con lo que podría ser el concepto antónimo de la metáfora, es decir, el uso estricto o literal de los términos. Tercero, mientras que Zhuangzi está claramente interesado en valorar la propiedad de diferentes tipos de expresión en diferentes contextos, no parece favorecer particular­ mente el discurso correspondiente a ninguno de los tipos, ni siquie­ ra en contextos determinados. Claro que tampoco necesitaba hacerlo, como le sucedió Aristóteles, para mantener las condiciones de la vali­ dez deductiva, dado que los chinos no mostraron interés alguno en la lógica formal como tal y que Zhuangzi no está, evidentemente, ocupa­ do en esa clase de análisis. Tenemos otros testimonios, de antiguos textos chinos, anteriores al final de la era Han, que muestran un amplio interés en el lenguaje y su uso. Pero el tratar de ver en ellos alguna preocupación relacionada lo más mínimo con la dicotomía literal/metafórico no sería sino una muestra más de la violencia que hay que efectuar sobre el pensamien­ to chino para imponer en él categorías occidentales. Algunos autores están de acuerdo en admitir que los antiguos chi­ nos no desarrollaron la distinción entre lo literal y lo metafórico, para añadir a continuación que esto no revela más que la pobreza de su pensamiento en filosofía del lenguaje. Otros mantienen que, en cual­ quier caso, la dicotomía literal/metafórico es fundamental en cualquier análisis lingüístico y que nosotros podemos muy bien identificar sus metáforas, incluso aunque ellos no hayan inventado una palabra con que nombrarlas. Así que, ahora, retomemos la pregunta de para qué habrían de haber necesitado tal categoría y planteemos la cuestión filo­ sófica sobre si tal dicotomía es realmente indispensable. En lo que concierne a la definición, a la fijación de significados precisos y a la eliminación de malos entendidos, podríamos pensar 152

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que la falta de una clara distinción entre lo literal y lo metafórico aca­ rrearía ciertas desventajas. Seguramente, contar con tal dicotomía no supone una garantía para la transparencia en la comunicación; pero su ausencia podría considerarse un obstáculo. Para averiguar si en la antigua China tal falta supuso realmente un obstáculo, tendríamos que examinar, precisamente, el campo en el que, con mayor razón, podría haber dado lugar a dificultades, es decir, las matemáticas'*^. Parece que los chinos no practicaron, ni en matemáticas ni en ningún otro campo, la definición per genus et differentiam. N i tam­ poco utilizaron las definiciones como premisas principales y autoevidentes, en la línea del análisis aristotélico de la demostración axiomático-deductiva, tal como se presenta en los Analíticos Segun­ dos. Sin embargo, eran perfectamente capaces de ser todo lo pre­ cisos que fuera necesario en lo relativo a cómo debían entenderse ciertos términos. Fijémonos, por ejemplo, en la introducción de algunos términos especiales, utilizados en determinados procedi­ mientos matemáticos y en su caracterización dentro del comentario de Liu H u í a la primera sección de los Nueve capítulos del arte mate­ mática, en que se trata la suma de fracciones'*^. Liu H u i muestra que alb^cld - {ad+bc)/bd es correcto. Pero antes da los nombres de dos de los procedimientos utilizados, primero, la multiplicación de los denominadores por los numeradores contrarios (es decir, ad y be, en la ecuación expresada) y, después, la multiplicación de los dos deno­ minadores (es decir, el denominador bd de la ecuación resultante). Citemos el texto: «Cada vez que los denominadores se multiplican por el numerador que no les corresponde, llamamos a esto homogeneizar {qp^). M ultiplicar los dos denominadores de la operación se dice ecualizar {tong)». Ambos términos introducidos son de aplicación general. Así, qp^ significa par, nivelado, uniforme; y tong, similaridad, igualdad o equivalencia y aun participación, asociación o unión. Pero Liu H ui los aplica a procedimientos matemáticos bien definidos (aquellos que proporcionan algunos de los principios de unificación básicos en las matemáticas y a los que, como ya dije en el capítulo 3, se asigna una importancia crucial). Además, marca claramente el nuevo uso con la En lo que sigue me baso en la tesis doctoral de O'Brien, Cambridge, 1995. El texto de Liu H ui aparece en Qian Baocong, 1963, 96.1: cf. Chemla, 1992, 1994, y Chemla y Guo, 2004.

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expresión wei («llamamos a esto» o «llámese a esto»)'*''. No intenta, en este caso, acuñar un nuevo término (como a veces parece ser necesario para cifras matemáticas complejas); sino que reutiliza términos exis­ tentes. Hay quien querría aprovechar este caso para introducir la dis­ cusión sobre si, y hasta qué punto, se introducen, de un modo u otro, usos figurativos o «metafóricos», pero ello no debe distraernos del hecho incontestable de que la nueva acepción no produce la menor falta de claridad o precisión. El sentido se ofrece, de hecho, por medio de dos explicaciones en las que se produce una mutua dependencia entre el sentido de los términos explicados y el de los términos expli­ cativos. Este texto puede, de hecho, decirnos aún mucho más. Lo elegí como un ejemplo de los esfuerzos de Liu H u i por construir un voca­ bulario más o menos técnico, en este caso para la evaluación de un algoritmo; sin embargo, como es lógico, el autor no parte de cero. Por ejemplo, al dar la traducción de los dos enunciados que contienen los significados de