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Spanish; Castilian Pages 320 [316] Year 2014
COLECCIÓN ESCENA CLÁSICA
COMITÉ CIENTÍFICO Fausta Antonucci (Università di Roma Tre) Ignacio Arellano (Universidad de Navarra) Don W. Cruickshank (University College Dublin) Joan Oleza (Universitat de València) Felipe B. Pedraza (Universidad de Castilla-La Mancha) Marco Presotto (Università di Bologna) Evangelina Rodríguez Cuadros (Universitat de València) Javier Rubiera (Université de Montréal) Marc Vitse (Université de Toulouse-Le Mirail) Elizabeth Wright (University of Georgia)
EDITOR GENERAL Gonzalo Pontón (Universitat Autònoma de Barcelona)
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GUILLEM USANDIZAGA
LA REPRESENTACIÓN DE LA HISTORIA CONTEMPORÁNEA EN EL TEATRO DE LOPE DE VEGA
TC/12 • Iberoamericana • Vervuert • 2014
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PATRIMONIO TEATRAL CLÁSICO ESPAÑOL TEXTOS E INSTRUMENTOS DE INVESTIGACIÓN
Este libro forma parte del proyecto Consolider-Ingenio 2010 del Ministerio de Economía y Competitividad «Patrimonio Teatral Clásico Español. Textos e Instrumentos de Investigación» (TC/12, CSD 2009-00033)
Reservados todos los derechos De los textos: © Guillem Usandizaga Carulla De esta edición: © Iberoamericana, 2014 Amor de Dios, 1 – E-28014 Madrid Tel.: +34 91 429 35 22 - Fax: +34 91 429 53 97 © Vervuert, 2014 Elisabethenstr. 3-9 – D-60594 Frankfurt am Main Tel.: +49 69 597 46 17 - Fax: +49 69 597 87 43 [email protected] www.ibero-americana.net ISBN 978-84-8489-773-6 (Iberoamericana) ISBN 978-3-95487-319-7 (Vervuert) eISBN 978-3-95487-275-6 Depósito Legal: M-121-2014 Cubierta: Carlos Zamora Impreso en España Este libro está impreso íntegramente en papel ecológico sin cloro.
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A la Diana I ara a la Valèria
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ÍNDICE
AGRADECIMIENTOS ..............................................................................
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INTRODUCCIÓN Lope, dramaturgo de la historia: estado de la cuestión ....................
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CARLOS V EN FRANCIA O LOS BENEFICIOS DE LA PAZ ...............................
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CONTRA EL PROTESTANTISMO ALEMÁN .................................................. Hazañas del valiente Céspedes en Alemania .................................. La nueva victoria de don Gonzalo de Córdoba y el premio del rey.......
53 53 69
ARAUCO DOMADO… Y ARAUCO INDÓMITO............................................
103
LA CONTENCIÓN DEL TURCO ............................................................... La Santa Liga y el Dios de las batallas ............................................ «Si heredo tu espada»: La nueva victoria del marqués de Santa Cruz ....
125 125 154
«SEGUIR LA GUERRA»: LOS ESPAÑOLES EN FLANDES Y EL ASALTO DE MASTRIQUE ...........................................................
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LA MONARQUÍA HISPÁNICA Y PORTUGAL.............................................. La tragedia del rey don Sebastián... y la posesión de Portugal ............ La «nueva unión» y El Brasil restituido ............................................
219 220 250
CONCLUSIONES ...................................................................................
277
BIBLIOGRAFÍA CITADA ........................................................................... Bibliografía primaria..................................................................... Bibliografía secundaria..................................................................
291 291 296
ÍNDICE DE NOMBRES ............................................................................
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ÍNDICE DE LÁMINAS
Fig. 1: Grabado de Jerónimo de Corte Real, Felicísima victoria concedida del cielo al señor don Juan de Austria…, Lisboa, Antonio Ribero, 1578, f. 1r ........................................................... Fig. 2: Portada de Ritratto d’una lettera scritta all’illustrissimo et eccelentissimo signor ambasciator Cesareo dalla Armata, Roma, herederos de M. Antonio Blado, 1571 ........................................... Fig. 3: Grabado de Felicísima victoria…, f. 94v ...................................... Fig. 4: Grabado de Felicísima victoria…, f. 205v..................................... Fig. 5: Juan Bautista Maino, La recuperación de Bahía (Madrid, Museo del Prado) ......................................................................... Fig. 6: La recuperación de Bahía, detalle .................................................. Fig. 7: La recuperación de Bahía, detalle .................................................. Fig. 8: Hendrick van Balen, Don Álvaro de Bazán dando gracias (Ciudad de México, Museo de San Carlos) ...................................
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AGRADECIMIENTOS
Este libro es el resultado de la tesis del mismo título que defendí el 17 de diciembre de 2010 en la Universitat Autònoma de Barcelona. Agradezco a sus directores, Alberto Blecua y Gonzalo Pontón, la orientación y los certeros consejos que me ofrecieron durante la elaboración del trabajo, realizado en el marco del proyecto Prolope. Quiero dar las gracias asimismo al tribunal de la tesis, formado por los profesores Joan Oleza, Ricardo García Cárcel y Marco Presotto, que leyeron atentamente el texto y formularon valiosas sugerencias y comentarios. A lo largo del proceso de redacción, disfruté de una beca predoctoral de la Generalitat de Catalunya y otra de La Caixa y el gobierno francés. Más allá de lo académico, el apoyo de Diana, de mi familia y amigos ha sido muy importante. Sin la primera no sé qué habría sido de este empeño.
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INTRODUCCIÓN LOPE, DRAMATURGO DE LA HISTORIA: ESTADO DE LA CUESTIÓN
Este libro se propone analizar la representación de la historia contemporánea de España en las comedias de Lope de Vega en las que un hecho o una serie de hechos históricos constituyen la trama principal. Hemos entendido por historia contemporánea la que abarca desde el reinado de Carlos V hasta el momento de escritura, lo que supone que los hechos llevados a escena en nuestro corpus abarcan algo menos de un siglo, desde 1538 a 1625. De acuerdo con el creciente poder de la Monarquía Hispánica, las comedias históricas sobre hechos posteriores al final de la llamada Reconquista pasan a situarse mayoritariamente fuera de la península, en Europa y el Mediterráneo, de un lado, y América y Canarias, del otro. Dado que el hito de 1492 nos situaba a mitad del reinado de los Reyes Católicos, hemos preferido dar una mayor unidad a nuestro corpus y fijar el comienzo de la historia contemporánea en el primer monarca que unió en su persona las Coronas de Castilla y Aragón. Incluimos, pues, sólo aquellas comedias que llevan a escena hechos de los reinados de los Austrias, la dinastía reinante en tiempos del dramaturgo. Por otro lado, en la época contamos ya con historias de España que llegan hasta la muerte de Fernando el Católico, lo que sugiere la conciencia de que a partir de entonces empieza otro momento histórico.1 1
Esteban de Garibay en su Compendio historial (Amberes, Cristóbal Plantino, 1571) y Juan de Mariana en su Historia general de España (Toledo, Pedro Rodríguez, 1601). La edición princeps latina de la obra del jesuita no llega al tiempo de los Reyes Católicos en el estado del que conservamos más ejemplares (Historiae de rebus Hispaniae libri XX, Toledo, Pedro Rodríguez, 1592) y se cierra con la conquista de Granada en el estado que incluye veinticinco libros. En el prólogo a la edición castellana, Mariana justifica no «pasar más adelante [de la muerte de Fernando el
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Nos ha parecido adecuado incluir en el corpus tres comedias sobre victorias conseguidas en el mismo año de la escritura (La nueva victoria del marqués de Santa Cruz, La nueva victoria de don Gonzalo de Córdoba y El Brasil restituido), puesto que reconocemos en ellas los mismos cauces genéricos empleados para celebrar hechos alejados en el tiempo. Además, puede que Lope no fuera ajeno a la consideración del presente como susceptible de ser histórico. En una de las comedias que hemos mencionado, fechada en el mismo año que los hechos que ensalza, El Brasil restituido, Apolo cuenta a las musas y poetas la recuperación de Salvador de Bahía «para que en verso o historia/ quede en la memoria impreso» (vv. 1430-1431). Las siete comedias que no son de actualidad directa, escritas algunas con seguridad (Carlos V en Francia, El valiente Céspedes, El bautismo del príncipe de Marruecos) y otras probablemente (Arauco domado, La Santa Liga, Los españoles en Flandes y El asalto de Mastrique) en tiempos de Felipe III, retoman hechos acaecidos entre unos diez y unos setenta años atrás, durante el reinado de su padre o abuelo.2 Estudiamos por otro lado aquellos textos cuya trama principal tiene que ver con la historia colectiva, pública, lo que para nuestro corpus significa, en la mayor parte de casos, historia militar. No incluimos, pues, aquellas comedias basadas en hechos históricos o histórico-legendarios que pertenecen a grandes rasgos a la esfera privada o familiar (La serrana de la Vera y El marqués de las Navas) o en las que ese aspecto es el predominante (El aldegüela e incluso La contienda de García de Paredes y el capitán Juan de Urbina).Tampoco hemos considerado obras como Pobreza no es vileza, en la que la circunstancia de la Guerra de Flandes es sobre todo un telón de fondo ante el que discurre una trama de amor y honor. En este tipo de piezas el significado histórico de un determinado enfrentamiento bélico es menos importante que la posibilidad que representa de demostrar el valor de un personaje, o de dar un giro a la trama personal. Quedan asimismo fuera de nuestro estudio las comedias históricas de asunto extranjero, cuyo representante contemporáneo es El gran duque de Moscovia y Emperador perseguido.
Católico] y relatar las cosas más modernas por no lastimar a algunos si se decía la verdad, ni faltar al deber si la disimulaba» (I, p. LII). 2 El lapso aproximado de diez años corresponde a los hechos representados en los dos últimos actos de El bautismo del príncipe de Marruecos, que en los del primero es de unos veinticinco años.
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INTRODUCCIÓN
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No incluimos en el corpus, por otro lado, las comedias que Morley y Bruerton consideran de dudosa atribución.3 Los filólogos estadounidenses no sometieron a análisis La conquista de México, publicada a nombre de Fernando de Zárate, pero cuya métrica desmiente que dicho dramaturgo sea su autor.4 Romero Muñoz, 1984 y Dixon, 2007 han defendido que Lope escribió la comedia, que han identificado con La conquista de Cortés citada en la segunda edición de El peregrino. Si La conquista de México tiene su origen en el Fénix, algo que es en efecto probable habida cuenta de las escenas y motivos que comparte con El Nuevo Mundo descubierto por Cristóbal Colón, no nos parece que el texto conservado ofrezca suficientes garantías de responder a la forma que el dramaturgo le imprimió. El propio Dixon reconoce que «los textos de la comedia que se conservan, amén de haber sufrido probablemente algunos recortes [...] han quedado muy estragados» y, en efecto, La conquista de México es, con sus 2025 versos, inusualmente corta para los estándares de Lope.5 Sorprende el laconismo de muchas escenas, su deslavazada concatenación y el escaso relieve de los personajes y el estilo poético. El corpus estudiado en el libro se basó, pues, en diez comedias escritas desde mediados o finales de los años noventa hasta 1625, aunque siete no pueden ser posteriores a 1606.6 La mayoría pertenece, pues, al período del Arte Nuevo, que Oleza, 1997 sitúa entre 1599 y 1614, y que se caracteriza precisamente por un gran desarrollo del drama histórico, mientras que La nueva victoria de don Gonzalo de Córdoba (1622) y El 3
De entre las comedias que Menéndez Pelayo editó como de Lope, Morley y Bruerton consideran de dudosa autoría La pérdida honrosa y caballeros de San Juan, El cerco de Viena por Carlos V y La mayor desgracia de Carlos V y hechicerías de Argel, mientras que descartan que El valor de Malta y El alcalde de Zalamea se deban al dramaturgo. Nos consta, por otro lado, que el autor de Don Juan de Austria en Flandes fue fray Alonso Remón (San Román, 1935, doc. 132). 4 Parte treinta. Comedias nuevas y escogidas de los mejores ingenios de España, Madrid, Domingo García Morrás, 1668, pp. 228-259. También se conserva una suelta del siglo XVIII (Sevilla, Manuel Nicolás Vázquez). 5 Dixon, 2007, p. 201. Los versos, cuyo cómputo tomamos de Romero Muñoz, 1984, p. 107, se distribuyen de forma proporcionada a lo largo de los tres actos: 740, 626 y 659. 6 Las amplias horquillas de las que disponemos para El asalto de Mastrique (15951606), Los españoles en Flandes (1597-1606), Arauco domado (1598-1603) y La Santa Liga (1598-1603) no nos permiten mayores precisiones en cuanto a la fecha en la que se escribió la primera de las comedias de nuestro corpus.
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Brasil restituido (1625) pertenecen a la siguiente época (1615-1626). El propósito de este trabajo es ofrecer un análisis de las claves ideológicas que subyacen a la representación de la historia en dichos textos, así como apuntar a su posible intencionalidad política. Hemos preferido realizar un estudio individual de cada comedia de forma que el análisis gane en precisión, aunque es evidente que el corpus presenta un grado elevado de unidad tanto formal cuanto ideológica, que no dejaremos de anotar cuando proceda y que retomaremos en las conclusiones. Sin desatender la construcción literaria de la comedia ni sus elementos ficticios, hemos recurrido a la comparación con los discursos contemporáneos sobre los mismos hechos, especialmente tal como aparecen en aquellos textos, en su mayoría históricos, en los que sabemos que Lope se basó para construir las obras del corpus. Hemos pretendido de esta forma, ayudados asimismo por la historiografía moderna, precisar el significado y el valor atribuidos en la época en general y en las comedias en particular a los acontecimientos en cuestión, sugiriendo, cuando procede, las posibles razones de su relevancia en el momento de la escritura. Como no podía ser de otra forma, hemos tenido muy presentes los intereses de las instancias de poder relacionadas con los sucesos (la corte, ciertas familias nobles) de las que con toda probabilidad ha surgido el encargo de buena parte de estas piezas. Hemos pretendido, en definitiva, captar la imagen que de sí misma dibujaba en las tablas la comunidad política: cómo justificaba las intervenciones militares, su hegemonía y su papel en el mundo, cómo veía a sus enemigos, qué imagen de la cúpula militar y de la guerra ofrecía al público diverso de los corrales. El orden en el que presentamos los análisis de las comedias viene determinado por la cronología de los hechos llevados a escena, aunque cuando ha sido posible hemos agrupado las lecturas de las obras si éstas se basaban en un mismo antagonismo histórico. Así, El valiente Céspedes y La nueva victoria de don Gonzalo de Córdoba enfrentan el ejército español a fuerzas protestantes alemanas, La Santa Liga y La nueva victoria del marqués de Santa Cruz lo oponen al Imperio Otomano y en Los españoles en Flandes y El asalto de Mastrique el ejército de Felipe II se mide con los rebeldes flamencos. El bautismo del príncipe de Marruecos y El Brasil restituido tienen en común la relevancia para Portugal de los hechos representados y las hemos agrupado porque, de hecho, pueden leerse a partir de la reciente incorporación de ese reino a la Monarquía Hispánica. Pero antes de entrar en el análisis de las comedias de nuestro corpus, vamos a examinar la crítica sobre el teatro histórico lopesco.
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INTRODUCCIÓN
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LOPE, DRAMATURGO DE LA HISTORIA: ESTADO DE LA CUESTIÓN Nos ocuparemos en este repaso bibliográfico de los trabajos que han abordado el teatro histórico de Lope de forma más o menos general, es decir, considerando un determinado número de comedias o problemas que presumiblemente afectan a todo este ámbito de su dramaturgia. La crítica específica sobre los dramas de historia contemporánea —limitada, si descontamos la dedicada a subgrupos concretos como las obras de tema americano o flamenco, al trabajo comparativo de Loftis, 1987— es demasiado escasa para dedicarle un apartado específico.7 Por tanto, la monografía de Loftis se abordará en esta misma sección, mientras que los trabajos que estudien un texto concreto o un subgrupo temático se abordarán en el capítulo correspondiente del libro. Por su especial relevancia, sí vamos a considerar, en cambio, los presupuestos críticos que subyacen a la decena de «Observaciones preliminares» de Menéndez Pelayo a las obras de nuestro corpus. Limitémonos a señalar que la bibliografía específica sobre cada una de las comedias históricas de hechos contemporáneos ha estudiado sus fuentes (Hollingsworth, 1974) y, en general, la parte de historicidad y la parte de ficción que encierran (Reichenberger, 1962, Hendriks, 1980, Di Pastena, 2001), el personaje del rey, de un lado, o el cabecilla enemigo, del otro (Swislocki, 1999, Romanos, 1999, Ruano de la Haza, 2004), la condición de encargo de la que con toda probabilidad han surgido algunas piezas (Dixon, 1993, Pedraza, 1997) o la relevancia contemporánea de los hechos representados (Saen de Casas, 2007), además de comparar las obras de Lope con las de otros dramaturgos que han tratado un mismo hecho histórico (Romanos, 2001, Usandizaga, 2007). Contamos, naturalmente, con algunas ediciones rigurosas, como la de Reichenberger de Carlos V en Francia, la de Di Pastena de El asalto de Mastrique o la de Pontón de El bautismo del príncipe de Marruecos, pero carecemos de ediciones críticas o incluso anotadas para buena parte de las obras.
7 Véanse ahora, sin embargo, Ferrer, 2012, y Pedraza, 2012. Por otra parte, se han ocupado de las comedias lopescas de tema americano Morínigo, 1946, Shannon, 1989, Dixon, 1992, y 1993b, Ruiz Ramón, 1993, y González-Barrera, 2008. Abordan el tratamiento de la materia flamenca en el teatro del Siglo de Oro Gossart, 1914, Rodríguez Pérez, 2002 y 2005, Pedraza, 2005, Pérez Fernández, 2006 y, específicamente en el de Lope, Gómez Centurión, 1999.
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Centrados, pues, en la bibliografía que se ha acercado al teatro histórico de Lope en términos generales, es oportuno comenzar el recorrido con el primer editor que agrupó esta sección de su obra dramática e invitó a una determinada —y sin duda, muy influyente— lectura de ella, explicitada en sus «Observaciones preliminares» a la edición que le encargó la Real Academia Española (1890-1913). Menéndez Pelayo distinguió en su corpus tres grupos construidos alrededor de la historicidad de los hechos llevados a escena: 1) comedias sobre argumentos de la historia clásica, 2) comedias de historia extranjera y 3) crónicas y leyendas dramáticas de España.8 Este último es sin duda el más numeroso, pero para Menéndez Pelayo es además el más característico de su autor y el más logrado. Compuesto por casi un centenar de comedias frente a la decena escasa de los otros dos juntos, el santanderino destaca su carácter épico, responsable según él de la fuerza y vitalidad del teatro lopesco.9 Estos «anales heroicos de una patria común» encierran para el estudioso nada menos que «el ideal de la raza», del que Lope sería un intérprete privilegiado (p. XIII). La denominación de las obras como «crónicas y leyendas dramáticas de España» delata el interés positivista por las fuentes y la voluntad de insertar el teatro de Lope en la perspectiva de la reelaboración de la tradición, sobre todo épica.10 Menéndez Pelayo sitúa el inicio de la serie 8
En sus «Observaciones preliminares» a la edición, las llamó «dramas fundados en recuerdos y tradiciones de la historia patria», 1892, p. XII. El marbete de «crónicas y leyendas dramáticas de España» se debe a Menéndez Pelayo, aunque no deja de recordar a las comedias basadas en «la historia y la leyenda españolas» de Schack, 1887, p. 9 —creemos que Sage vale «leyenda» y no «tradición» como propone el traductor— y Hennigs, 1891, p. 8. Véanse además Lista, 1836, p. 154,Ticknor, 1851, pp. 331-332, Klein, 1872, p. 634, y Schaeffer, 1890, p. 177. 9 De las noventa y ocho comedias recogidas por Menéndez Pelayo bajo dicho marbete —y con criterio generoso en cuanto a la historicidad exigida—, setenta y dos son auténticas según Morley y Bruerton. Si a éstas sumamos el resto de comedias históricas auténticas (El alcaide de Madrid y Los Guzmanes de Toral, que el santanderino no incluyó en su edición, las de historia clásica y las de historia extranjera), obtenemos ochenta y dos comedias históricas excluyendo las de vidas de santos. Si comparamos dicha cantidad con las 314 comedias conservadas auténticas de Lope —siempre según Morley y Bruerton—, aproximadamente un cuarto de su producción dramática podría considerarse teatro histórico profano según los criterios de Menéndez Pelayo. 10 Nótese, en ese sentido, la significativa estructura del sintagma. Estamos ante «crónicas y leyendas dramáticas de España» y no «comedias sobre crónicas y leyendas de España» o «comedias cronísticas y legendarias». Tampoco optó Menéndez
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en «el drama que enaltece la final resistencia de los cántabros contra Roma [La amistad pagada]» (29-19 a.C.) y, naturalmente, lo prolonga hasta «aquellos otros que conmemoran, a modo de gacetas, triunfos del día y del momento, como el asalto de Maastricht [El asalto de Mastrique, escrita en realidad unos veinte años después de los hechos] o la batalla de Fleurus [La nueva victoria de don Gonzalo de Córdoba]» (p. XIII).11 El editor presenta la larga serie en orden cronológico con el fin de potenciar la unidad y grandeza del conjunto, aunque reconoce que las comedias podrían subdividirse según la historia representada pertenezca a uno u otro reino peninsular, o a partir de la distinción entre crónicas dramáticas más generales —las que abarcan un reinado o una serie de hechos de importancia— y las leyendas municipales o genealógicas que se concentran en hechos circunscritos a una ciudad o familia. Puede resultar ilustrativo detenernos en las «Observaciones preliminares» relativas a nuestro corpus para dar una idea más completa de la crítica del santanderino.12 En ellas, el editor se ocupa de deslindar lo histórico de lo ficticio de cada comedia, basándose en el cotejo con la fuente o las posibles fuentes, que conoce bien. Enfatiza la fidelidad histórica de las piezas, su exactitud hasta en los más mínimos detalles. La historicidad de escenas o hechos para los que se carece de pruebas positivas le merece, por ejemplo, el beneficio de la duda. En cambio, cuando detecta la alteración de algún aspecto del relato historiográfico de los hechos, no le interesa preguntarse por el posible motivo de la misma. Son significativos de esta concepción historiográfica o informativa de nuestras obras marbetes como «crónica dialogada» o «dramática» (Carlos V en Francia y Arauco domado), «gaceta dramática» o «rimada» (La tragedia del rey don Sebastián, La nueva victoria de don Gonzalo de Córdoba y La
Pelayo por el término «dramas históricos nacionales» o «comedias históricas nacionales». Interesa, en fin, señalar cómo el marbete empleado da mayor preeminencia a la fuente o a la tradición que a la forma que el propio dramaturgo le imprimió. En este sentido, Menéndez Pelayo también se referirá a «rapsodias épicas dramatizadas» (pp. XII-XIII). 11 En la «Contestación» de Menéndez Pelayo al discurso de ingreso en la Academia de Luis Pidal y Mon, de la que nos ocuparemos más abajo, el santanderino resalta que es característica específica del teatro español del Siglo de Oro haber llevado a las tablas «la historia entera [...], sin hacer gracia de un solo reinado», 1948, p. 161. 12 Menéndez Pelayo, 1901, pp. XLIX-LVI, pp. LXXI-XCI, pp. CV-CXXXI, pp. CXXXIX-CXLIV, pp. CLIII-CLVIII y pp. CLXXII-CLXXXIII y 1902, pp. XVI-XXXVI.
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nueva victoria del marqués de Santa Cruz) o «diario poético» (El asalto de Mastrique), así como que califique a las comedias históricas sobre asuntos del mismo año de «periodismo dramático».13 Menéndez Pelayo desdibuja las diferencias en cuanto a historicidad entre obras de este último grupo como las dos Nuevas victorias y las relaciones contemporáneas sobre los hechos llevados a escena y concluye que el teatro histórico «de asuntos contemporáneos se confunde con la historia» (1902, p. XXXVI).14 El editor no se detiene en la posible intencionalidad de cada obra más allá de la celebración de las glorias patrias, y no se pregunta por los intereses políticos y/o particulares envueltos en la representación de los hechos dramatizados. Analiza el teatro de Lope como manifestación espontánea de sus inquietudes artísticas y de su patriotismo, compartido por su público, y nunca acaba de formular para ninguna de nuestras comedias, algunas de las cuales ve como «piezas de circunstancias», la hipótesis del encargo.15 Los hechos y los líderes ensalzados en estas obras siguen siendo dignos de memoria para el polígrafo, situado en una casi total continuidad nacional, política y religiosa respecto a ellos, cercano a los valores que encarnan, y solidario de la mirada que sobre los actos y sus principales responsables proyecta el dramaturgo. El santanderino se muestra sensible a la heroicidad y patriotismo de los textos y las hazañas representadas, que parecen guardar lecciones para los españoles de principios del siglo XX, edad probablemente vivida como falta del heroísmo atribuido al Siglo de Oro, ante el que se sentiría añoranza. El polígrafo no se plantea el carácter idealizado de la historia contemporánea lopesca y de hecho, con su actitud admirativa hacia la España de los Austrias, reproduce, sin someter a crítica, algunos de los interesados embellecimientos del dramaturgo.16 13 Menéndez Pelayo, 1901, pp. LV, CXL, CLIV y CLXXVIII y 1902, pp. XVII, XX y XXXVI. 14 «El diario de la conquista de la isla de Longo podría restablecerse entero con los versos de nuestro poeta» afirma en referencia a La nueva victoria del marqués de Santa Cruz, mientras que califica a La nueva victoria de don Gonzalo de Córdoba de «relación o gaceta dramática que, a pesar de estar en verso, es tan minuciosa y fidedigna como cualquiera de las históricas» (Menéndez Pelayo, 1902, pp. XX y XXXVI). 15 Menéndez Pelayo, 1901, pp. CLIII y 1902, pp. XVI y XXXVI, en referencia a La tragedia del rey don Sebastián, La nueva victoria del marqués de Santa Cruz y La nueva victoria de don Gonzalo de Córdoba. Sí se permitió, en cambio, constatar la condición de encargo del Arauco domado de Pedro de Oña (1901, p. CLXXIV). 16 No le llama la atención, por ejemplo, la notable distancia entre la masacre que sigue a la ocupación española de Maastricht en la fuente de El asalto de Mastrique,
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INTRODUCCIÓN
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Cinco años después del inicio de la monumental edición, el 3 de marzo de 1895, el político conservador Luis Pidal y Mon ingresaba en la Academia con un discurso sobre el drama histórico español, contestado por el propio editor de los gruesos volúmenes.17 El marqués de Pidal ve en la representación dramática de hechos históricos una continuación de la épica y el primer drama histórico moderno sería, según él, «la historia y la epopeya puesta en acción» (p. 105). Caracteriza el teatro español del Siglo de Oro —al igual que al contemporáneo inglés— como popular y nacional, y lo considera esencialmente histórico. En España, el drama histórico sería el género que mejor recoge el elemento épico y se identifica con el espíritu nacional. Sigue un repaso por la historia del género hasta llegar a Lope, al que se dedica buena parte del discurso. En palabras no tan distantes de las de Menéndez Pelayo, el marqués de Pidal traza asimismo el marco cronológico de la historia patria dramatizada por el Fénix, que no es otro que el de su totalidad, y que no puede leerse sin el inevitable efecto de progresión. Lope, en palabras del futuro académico, «dramatiza la evolución que llevó a España desde las luchas de los montañeses cántabros contra el [...] poder de Roma, y desde las primeras resistencias contra el agareno, hasta el apogeo del poder de nuestra patria».18 Pidal destaca la grandeza y unidad no premeditadas del conjunto, que divide en tres grandes ciclos: el épico, de don Rodrigo hasta el Cid, al que pertenecerían obras como El casamiento en la muerte, Las famosas asturianas o Las almenas de Toro; el ciclo feudal, en el que se asienta el poder monárquico representado por don Pedro de Castilla, Enrique III pasaje transcrito por él mismo (1901, p. CXLIV), y la atenuación rayana en el silenciamiento del dramaturgo, mientras que da por buena la leyenda antisemita en torno al ataque holandés de El Brasil restituido (1902, p. XXX), comedia de la que asimismo reproduce la idealización de la colaboración hispano-portuguesa (1902, p. XXXI); véanse más abajo pp. 210-211, 257-262 y 265-272. 17 Recogido posteriormente en Pidal, 1948, de donde cito. En ocasión del tercer centenario de la muerte del dramaturgo, Isaías Arroyo copió el discurso del marqués en tres entregas para la revista Contemporánea sin la más mínima alusión a su autor original: «El teatro histórico español antes de Lope de Vega»,VII, 26 (febrero de 1935), pp. 230-236; y «El teatro histórico español de Lope de Vega»,VII, 28 (abril de 1935), pp. 530-535; y VIII, 30 (junio de 1935), pp. 236-243. 18 Se aprecia una cierta duda al identificar el inicio de la historia nacional, que, si seguimos leyendo, parece estar más cerca de «las primeras resistencias contra el agareno», puesto que Pidal se refiere a los episodios llevados a escena como «la vida nacional en un período de ocho siglos» (p. 113).
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o los Reyes Católicos y surgen los enfrentamientos con la nobleza (El infanzón de Illescas, Peribáñez o Fuente Ovejuna);19 y el ciclo de «apogeo y dominación en el siglo XVI» (p. 117), que empieza a partir de los Reyes Católicos.20 De Los españoles en Flandes, incluida en nuestro corpus, destaca el carácter épico que aprecia en la escena alegórica, previa al triunfo final, en la que la Imaginación expone a don Juan de Austria el fondo ideológico que da sentido a su empeño (vv. 2614 Acot-2684). En su «Discurso de contestación», Menéndez Pelayo explica el éxito de la materia histórica a lo largo de las distintas literaturas dramáticas por la recepción más distanciada que, a diferencia de los asuntos del presente, permite (p. 157).21 Además, destaca la impresión de viveza y completitud que proporciona el drama histórico frente al conocimiento más exterior y fragmentario que brinda la historia. Finalmente, se trató a su juicio del género que más eficazmente acercó el pasado al pueblo y fue en ese sentido «única historia de muchos» (p. 161). El santanderino no se pregunta por los posibles sesgos de esa divulgación teatral de la historia, las posibles funciones que cumplió más allá del conocimiento del pasado ni los posibles intereses a los que sirvió. De la presentación del teatro histórico de Lope (p. 162) nos interesará sólo el final, puesto que el resto es prácticamente idéntico a la que encontramos en las «Observaciones generales» (pp. XII-XIII). El drama histórico ofrece «la clave de aquel teatro, todo acción y todo nervio; rápido y animadísimo y algo somero por consiguiente, pero lleno de fuerza e inventiva; más extenso que profundo, más nacional que humano, pero riquísimo, espontáneo y brillante sobre toda ponderación». Tal vez por eso Menéndez Pelayo sugirió que «la forma amplia [probablemente en el sentido del lapso de tiempo representado] y novelesca del drama historial se impuso a los demás géneros escénicos, los transformó a su imagen y semejanza» (p. 162). 19 Recuérdese que El rey don Pedro en Madrid y el infanzón de Illescas no puede atribuirse con certeza a Lope de Vega (Kirby, 1998, p. 112). 20 El reinado de los Reyes Católicos estaría incluido en la última etapa, a pesar de que Fuente Ovejuna pertenezca según el político conservador al ciclo feudal (p. 125). Por otro lado, Pidal debería haber alargado hasta el primer cuarto del siglo XVII la última etapa para incluir La nueva victoria del marqués de Santa Cruz, La nueva victoria de don Gonzalo de Córdoba y El Brasil restituido. 21 Posteriormente recogido con el título de «El drama histórico» en los Estudios y discursos de crítica histórica y literaria, E. Sánchez Reyes (ed.), Santander, Aldus, 1947, vol.VII (XII de la Edición Nacional de las Obras Completas), pp. 31-45.
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La parte final de la contestación se consagra al «fondo épico que sirvió de tierra fecunda [...] para el drama histórico nacional» (p. 161). Al genio individual de Lope hay que sumar, pues, como factor que permite comprender la génesis de parte importante de su teatro, la tradición épica, reelaborada, pero todavía vigente. Menéndez Pelayo subraya la continuidad entre los cantares de gesta, utilizados después en las crónicas, que a su vez inspiraron a los romances que son, finalmente, el fundamento de algunas comedias históricas. El académico insinúa que parte de las características de realismo, historicidad y enraizamiento en el espíritu nacional que a su juicio distinguen la épica castellana habrían sobrevivido en el teatro del Siglo de Oro, y muy especialmente en Lope. Aunque reconoce las diferencias culturales que separan cuatro siglos, el orador no puede evitar acabar su discurso con una fantasía romántica según la cual el Lope reelaborador de la tradición épica aparece como médium «del alma del pueblo castellano de la Edad Media» (p. 168). En 1932, Karl Vossler publicó Lope de Vega und sein Zeitalter y dedicó, dentro del capítulo sobre «La visión dramática del mundo en Lope», un epígrafe a «El elemento histórico». Según el estudioso alemán, la consideración del pasado por parte del dramaturgo no es ni histórica ni crítica, sino ingenua, y Lope se complace en ella como a la búsqueda de lo natural, de lo espontáneo, de una edad dorada. Así, sin solución de continuidad entre pasado y presente, «los personajes de las épocas más remotas y de los más lejanos países, sienten, piensan, hablan y se conducen como si fueran españoles del Barroco» (p. 258).22 Las actitudes, sentimientos o ideas atribuidas a las distintas épocas aparecen como dadas por la naturaleza y exentas de historia. En cambio, reconoce en Lope un sentido de la vinculación del individuo con su ambiente que presta a los personajes realidad y solidez, aunque no de base histórica. Vossler señala la inclinación del dramaturgo hacia los temas actuales y contemporáneos, aunque, a su juicio, los literaturiza y estiliza tanto como los remotos. Subraya, además, la vinculación con el presente de los asuntos más alejados en el tiempo, como ocurre, desde un punto de vista político-dinástico, en Las grandezas de Alejandro. A propósito de El asalto de Mastrique, opina que al captar tan directamente la acción bélica el escritor, no la ve con distancia y perspectiva históricas. Edmund de Chasca, 1958 dedicó buena parte de su «Ensayo sobre la imitación poética de la historia» a nuestro dramaturgo. El medievalista 22
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Cito por la traducción de Ramón de la Serna,Vossler, 1933, pp. 257-268.
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interpreta la presencia de personajes de baja condición que se ennoblecen por mérito, del héroe individual de extracción popular (Juan Labrador, Peribáñez, Tello el Viejo) o de protagonismo colectivo en Fuente Ovejuna como muestras del espíritu democrático de su teatro. Subraya la falta de un estudio sobre el pensamiento histórico de Lope en relación con «el intenso nacionalismo de la serie de historiadores patrióticos» (p. 24), de Florián de Ocampo —que inicia su crónica general de España en 1527 y la publica en 1543— a Juan de Mariana, al tiempo que aventura una comparación entre el monarquismo —en realidad, imperialismo— de Pero Mexía (1449-1551) y el de Lope.23 Respecto a la clasificación del teatro histórico del Fénix, De Chasca sugiere emplear el criterio de mayor o menor historicidad, que iría desde la leyenda, a menudo ubicada en tiempos remotos (La amistad pagada), a la mayor objetividad de la relación de sucesos contemporáneos (El Brasil restituido). Además, otra variable a tener en cuenta sería la índole más personal y privada o colectiva y pública de los hechos, que haría, por ejemplo, que la trama de amores reales ilegítimos o desiguales de Las paces de los reyes o La niña de plata puedan considerarse el asunto de una comedia histórica en el primer caso, pero no en el segundo. En la línea de Menéndez Pelayo y Pidal, De Chasca ve las comedias tradicionales e históricas de Lope que pretenden exaltar un héroe (Los hechos de Garcilaso de la Vega, por ejemplo) como el relevo de la antigua poesía heroico-popular, de la que su sentimiento nacional le constituiría en el renovador ideal. La continuidad entre las gestas, el romancero y la comedia llama asimismo la atención de Américo Castro, en su caso en cuanto a su «carácter de crónica permanente del pasado» (1963, p. 55). En De la edad conflictiva, el filólogo explica dicho rasgo «como una ejecutoria en letras de oro bellamente ornadas, y como unos anales de la casta triunfante» que había arrancado la tierra a los musulmanes, sometidos a partir de entonces y hasta su expulsión. En su Lope de Vega: introducción a su vida y obra (1966), Lázaro Carreter incide, en cambio, sobre la ausencia o superficialidad de la perspectiva histórica del dramaturgo. Los personajes de otras épocas o culturas se comportan como si fueran españoles del siglo XVII y el retrato de los extranjeros enemigos de España es una 23
El estudioso americano compara la Historia del emperador Carlos V del cronista real y el ensalzamiento de Felipe II en la escena alegórica de Los españoles en Flandes (vv. 2614 Acot-2684) a la que hemos aludido más arriba.
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«caricatura sin matices» (p. 197). Algunos años antes, Alexander A. Parker había ido más lejos todavía al decir que «un tema histórico, para los dramaturgos españoles, era exactamente lo mismo que para los contemporáneos: un medio para expresar una verdad universal, no para pintar un cuadro histórico» (p. 353). Lázaro Carreter mantiene la clasificación del teatro del Fénix de Menéndez Pelayo y divide a las que llama «Comedias sobre temas épicos, históricos y sobre leyendas de España» en tres épocas: medieval, de los Reyes Católicos y moderna (p. 210).24 El estudioso considera sin embargo que «para Lope, España fue siempre como [era] entonces» (p. 215), algo que en todo caso sólo puede considerarse válido de los Reyes Católicos hasta su momento. Lázaro Carreter concede al máximo exponente del género épico-dramático el mérito de haberlo ampliado hasta los acontecimientos de la misma época, como en La nueva victoria de don Gonzalo de Córdoba. Aunque no estén específicamente dedicados al teatro histórico de Lope, no podemos dejar de mencionar estudios tan influyentes como los de Salomon, 1965 y Maravall, 1972 y 1975, que pusieron de relieve la estrecha relación de la dramaturgia del Fénix con su contexto histórico y se interesaron por el vínculo entre los valores, personajes y motivos de ese teatro y los intereses y proyectos de las clases privilegiadas del momento. Por su parte, Renato I. Rosaldo, 1978 retomó el tema en la introducción de un artículo sobre El testimonio vengado. El autor cuestiona el lugar común crítico consistente en negar un sentido histórico al dramaturgo madrileño (Vossler, Parker) y sugiere que, más que un rasgo específico suyo, esa falta de sensibilidad histórica tal como la entendemos hoy, sería un rasgo compartido por la literatura anterior al Romanticismo. En cualquier caso, no impidió que el Fénix mostrara dramáticamente el proceso por el cual el presente que compartía con sus espectadores surgió del pasado y en ese vínculo es donde hay que buscar su profunda —aunque diferente— historicidad. La división tripartita de la historia de España que se hacía en el siglo XVII ilustra sobre ese movimiento expansivo e idealizado entre la época representada y el presente de la representación. Según Rosaldo, la división podría caracterizarse de la siguiente forma: 1) un período medieval 24
Zamora Vicente, 1961, p. 234 divide hasta en siete grupos cronológicos el teatro histórico-legendario de Lope, un exceso taxonómico que resta poder explicativo a la clasificación.
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en el que hombres extraordinarios mantuvieron los valores nacionales de lealtad, honor y fe; 2) un período medio, coincidente con los siglos XIV y XV, en el que una nobleza arrogante llevó a España a la anarquía; y 3) la época contemporánea, la del renacimiento y la madurez, que inauguraron los Reyes Católicos y que reafirmó los valores nacionales. El estudio de El testimonio vengado, que correspondería a la primera de las épocas señaladas, pretende demostrar que, si bien Lope no es tan exacto históricamente como esperaría el lector de hoy, sí tenía la noción del pasado como algo radicalmente distinto del presente, en el sentido de su «otredad» y carácter remoto. Incitado seguramente por el artículo de Rosaldo, Gilman, 1981 realiza una sugerente aproximación al sentido del teatro histórico de Lope. En primer lugar, constata la ignorancia o negación por parte de la crítica de la dimensión histórica del dramaturgo. El hispanista americano propone dos razones para tal ignorancia: la catalogación como históricas de comedias que no lo son sino muy superficialmente (caso de Lo cierto por lo dudoso o La niña de plata) y el eclipse que Calderón, más dado a la temática metafísica y teológica (o sea, antihistórica), supuso para Lope durante el Romanticismo, que hubiera podido apoyarse en el Fénix para la conformación o legitimación del drama histórico de entonces. El estudioso admite que Lope no tenía una intención arqueológica al llevar a escena el pasado y sus personajes. A propósito de la premisa lopesca de que «la fuerza de las historias representada es [...] mayor que leída», habla, en cambio, de una «vivificación oral de lo pretérito» (p. 21), aunque bien podría decir teatral o escénica.25 Precisamente una importante diferencia con las history plays de Shakespeare radicaría en esa facilidad por perderle el respeto a la fuente cronística, convertida en un mero punto de partida a desarrollar —e incluso manipular— según las necesidades dramáticas en cuanto a construcción de los personajes, escenas y trama. El autor no aborda explícitamente la posibilidad de que los cambios respondan a motivos distintos, por ejemplo ideológicos. Gilman retoma la división tripartita de la historia de España aducida por Rosaldo, basada en la llamada interpretación «humanística», pero esta vez con la finalidad de ensayar una clasificación de las comedias históricas de Lope a partir de la cronología de los hechos representados. En primer lugar encontramos, pues, una «edad de oro fronteriza, ruda, 25 La afirmación de Lope procede de la dedicatoria de La campana de Aragón, incluida en la Parte XVIII (1623).
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primitiva, pastoril» (p. 23), amenazada por los moros. En segundo lugar, olvidada la Reconquista, topamos con las luchas internas, el feudalismo anárquico correspondiente a los siglos XIV y XV, en los cuales se sitúan algunas de las mejores piezas de Lope. La tercera etapa vendría representada por Fuente Ovejuna, y correspondería con la reunión armoniosa bajo la monarquía absoluta. Por otro lado, la propia tradición literaria podía utilizarse para transportar al pasado a los espectadores, y es lo que Lope hace a través de la recreación del romancero y las canciones populares. El romancero, que con sus temas tradicionales y nuevos constituía un elemento de la identidad colectiva de los castellanos y, sobre todo, era susceptible de ser reelaborado por sus sucesivos cantores, puede considerarse el fundamento del teatro histórico de Lope, de su juego poético con el pasado. En el mismo volumen en el que apareció la contribución de Gilman encontramos unas «Observaciones preliminares sobre el teatro histórico de Lope de Vega», de Carol Bingham Kirby. La estudiosa americana ensaya en primer lugar una definición provisional de drama histórico que no satisfarían todas las obras que Menéndez Pelayo agrupara como crónicas y leyendas dramáticas. Se trata de la pieza que lleva a escena «un hecho histórico en un determinado momento y espacio del pasado», episodio que «se considera un hecho real e histórico entre los espectadores, aunque el dramaturgo tiene la libertad de cambiar estos sucesos y lo hace con cierta intención y para una específica función en su drama» (p. 329). Además, suele «establecer alguna analogía entre el momentoespacio histórico que se representa en el escenario y el del espectador».26 La autora se centra en el estudio de cuatro dramas históricos que teatralizan otras tantas épocas. Se trata de El Brasil restituido, Carlos V en Francia, Fuente Ovejuna y El último godo, que corresponden respectivamente a la historia inmediata de los cinco años anteriores, la imperial de unos treinta a sesenta años antes,27 la de los siglos XIV y XV, y la de la Reconquista, desde el siglo VIII hasta el siglo XIV. Tales categorías deben entenderse como instrumentos para el mejor estudio de las obras
26 Completa esta definición la advertencia de que «la mera presencia de unos personajes históricos [...] o la referencia a cierta época» no es condición suficiente para alcanzar la condición de drama histórico (p. 329), observación en la que coincide con Gilman. 27 En realidad Carlos V en Francia, escrita en 1604, dramatiza hechos de 15381540, con lo cual rebasa la distancia de los sesenta años.
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señaladas antes que como una clasificación propiamente dicha de toda la dramaturgia histórica de Lope de Vega.28 Kirby procura ilustrar en los tres últimos dramas mencionados la relación entre pasado y presente que caracteriza el drama histórico. Por su parte, Oleza, 1986 sitúa el teatro histórico de Lope en el amplio conjunto de su dramaturgia. Entre los dos macrotipos, drama y comedia, en los que la divide, incluye las obras de tema históricolegendario dentro del primero. Articulado «en torno a una decidida voluntad de impacto ideológico, [el drama] es un espectáculo de gran aparato desde el que se martillean conflictos ejemplares y vías de solución adoctrinantes» (p. 252). A él le compete «la misión transcendente, el proselitismo, la denuncia y el panegírico», que busca alcanzar mediante estrategias de comunicación populistas. La comedia, en cambio, responde a una misión lúdica, su reino es el de la frivolidad, y está abierta al azar, a la imaginación y al enredo. El drama transmite el dogma, elabora «una mitología moderna de guerreros, reyes, caballeros y damas, de cristianas fuerzas sobrenaturales», mientras la comedia se permite la ambigüedad y el amoralismo.29 Oleza incluye obras tradicionalmente clasificadas como históricolegendarias en el «drama de hechos famosos», tipo del que también forman parte piezas caballerescas, y distinto del drama de honra y venganza (p. 255). Este tipo se caracteriza por un esquema conflictivo básico en el que, en un marco de enfrentamiento bélico, el héroe debe realizar un hecho de fama, para cuyo cumplimiento le van a ser ofrecidas toda una serie de colaboraciones sobrenaturales, y que normalmente se cierra con el triunfo. El género viene marcado por los roles de los caballeros en armas, los monarcas y los poderes mágicos. Se trata de un espectáculo de gran aparato, que populariza la concepción escénica cortesana, y falto de enredo y comicidad. Habremos de retener, por otra parte, las tres formas de imbricar los hechos particulares en la trama histórica o legendaria que advierte el 28
Nada impide, naturalmente, que una obra situada en el siglo XV verse sobre el final de la Reconquista (El cerco de Santa Fe, Los hechos de Garcilaso), y contamos por otra parte con piezas sobre hechos acaecidos entre ocho y treinta años antes de su escritura (Los españoles en Flandes, El asalto de Mastrique o La tragedia del rey don Sebastián). 29
En otro lugar, Oleza, 1994, p. 240 se ha referido a la función del drama como «moralizadora, la que desempeña el lado más útil que deleitoso en el teatro de la época de Lope».
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filólogo (p. 257). La más débil es aquella en la que la circunstancia histórica es sencillamente un marco ambiental, privado de hechos que le sean específicos.30 En segundo lugar está aquella en la que las circunstancias del marco histórico inciden en los hechos particulares. La más fuerte, finalmente, es aquella en la que un héroe histórico añade a esa dimensión la particular, de modo que hechos particulares e históricos se entrecruzan.31 Otro aspecto a tener en cuenta es la mayor o menor impregnación de lo histórico por lo legendario, de tal forma que podría establecerse una gradación entre un tratamiento historicista y mitologizante. En su estudio preliminar a Peribáñez, dedicado al Lope de madurez, Oleza, 1997 realiza una importante contribución al significado y contexto de su teatro histórico, que adquiere la máxima relevancia en ese periodo. A partir de 1599, los dramas cobran una gran pujanza y diversificación, y entre ellos los historiales, entendidos como «aquellos que contienen algún elemento histórico no incidental en su acción o circunstanciación» (p. XXII). De hecho, señala Oleza que probablemente «el cambio más profundo experimentado en la trayectoria del Fénix a partir de 1599 sea el traslado de su dramaturgia [...] al campo de la historia» (p. XXVII). Lope explota ahora sistemáticamente las posibilidades del género, que se bifurca en dos direcciones fundamentales: las comedias de santos y los dramas de la historia de España. En los últimos años del siglo XVI, Lope suministra a la escena cada vez con mayor frecuencia dramas de hechos famosos distintos de los moriscos de su primera época, que en realidad eran más novelescos que históricos. Oleza recuerda que Cabrera de Córdoba interpretó que la reapertura de los corrales en 1599 estaba condicionada al carácter histórico de las obras representadas, concebido como garantía de su ejemplaridad, pero propone relacionar el giro del dramaturgo con una sensibilidad de época muy consciente de la historicidad de la vida humana. La constatación de la continuidad entre el pasado y el presente invita a conocer aquél para guiarse en éste. Tampoco puede separarse 30
Recuérdese, en este sentido, la advertencia de Lázaro Carreter, 1966, p. 215: «A veces, Lope gustó de situar la acción dramática en una época concreta, sin que así lo exigiese su naturaleza». 31 En el trabajo del que nos ocupamos a continuación, Oleza, 1997, XLIII llama la atención sobre aquellos dramas —en general, de hechos particulares, aunque entretejidos en la historia— en los que la intriga amorosa se imbrica perfectamente con la histórica. Entre ellos se cuentan algunos de sus más notables dramas históricos como Peribáñez, El caballero de Olmedo o incluso Fuente Ovejuna.
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la nueva conciencia de historicidad del interés por el proceso de individualización de cada pueblo y los proyectos de construcción de los Estados-nación. Se busca en el pasado nacional una mitología propia, unos orígenes prestigiosos que den cuenta de la grandeza contemporánea. En este contexto es fácilmente comprensible la revalorización de las leyendas épicas, el romancero viejo y las crónicas medievales. Señala Oleza que los historiadores, desde los tiempos de los Reyes Católicos hasta los de Felipe II, se muestran conscientes de la plenitud de la condición nacional de los españoles. Es significativo de la nueva conciencia histórica y nacional el impulso dado a las crónicas generales de España, iniciado con Ocampo y Morales y culminado con Garibay, cuyo Compendio historial (1571) llega hasta la muerte de Fernando el Católico. Entre los géneros historiográficos del momento se encuentran las relaciones de sucesos militares contemporáneos, cuya boga hay que relacionar con los dramas de Lope de este tipo, que constituyen el corpus de nuestro estudio. Otro género que tiene su equivalente dramático es el de las genealogías, cultivado por casi todos los historiadores del reinado de Felipe II. Sugiere el lopista que la concepción de la historia de Mariana es especialmente cercana a la del escritor. El jesuita embellece e incluso dramatiza los acontecimientos y muestra una aguda conciencia de identidad nacional y una orientación populista. Acercan al historiador y al dramaturgo el énfasis en la utilidad de la historia para el presente, un pragmatismo compatible con esquemas providencialistas, el casticismo étnico, la libertad crítica hacia el pasado político o la identificación con las causas populares. Hay que situar al Lope dramaturgo de la historia de España en el doble contexto de la utilidad de la historia representada, tal como arguyen los defensores de la comedia, y el surgimiento «de una conciencia histórica nacional, posthumanista, [...] impulsada por los historiadores de la época desde Ocampo a Mariana» (p. XXXV). El autor del «Estudio preliminar» advierte de que más a menudo de lo que se suele pensar Lope respeta en lo sustancial los hechos históricos de base, que se limita a adornar con «cosas de gusto» (p. XXXIX). Esta parte de su dramaturgia, de la que propone como ejemplos Fuente Ovejuna, El Brasil restituido o La nueva victoria del marqués de Santa Cruz, no queda bien explicada a juicio del lopista en el artículo ya comentado de Stephen Gilman, 1981. Oleza también apunta que el romancero, antes que el juego con la historia que sugiere el americano, fue otra forma
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de historia, sobre todo en el caso del romancero viejo, y que Lope se documentó en él como podría haberlo hecho en una crónica. Antes que contar la verdad de los hechos, advierte Oleza, buena parte del teatro histórico de Lope tiene por objetivo celebrarlos. Desde la primeriza Los hechos de Garcilaso de la Vega, en el drama histórico de Lope «se impone el carácter de hecho famoso, notable, extraño, [...] que exige ser celebrado, sobre toda posible intención de acotar un reinado una guerra, una revolución, un segmento de historia en suma, y de narrarlo en toda su extensión» (pp. XL-XLI). La mayoría de los dramas históricos de Lope no pretenden dar una lección de historia sino celebrar teatralmente hechos ya conocidos, famosos. Los dramas de hechos famosos del mundo hispánico son los más representativos del período, entre los que un grupo característico es el de las comedias genealógicas, en las que trabajó condicionado por el mecenazgo la nobleza. En general, Lope dedica sus energías sobre todo a los dramas sobre la Edad Media y la España moderna. Oleza propone cuatro edades de la historia de España en las que dividir los dramas de Lope según el período llevado a escena y el tratamiento histórico asociado. En primer lugar, encontraríamos un período desde los orígenes míticos hasta el penúltimo rey godo al que le correspondería una elaboración fabulosa. El segundo iría desde la pérdida de España hasta el final del primer milenio y recibiría un tratamiento épico o legendario, tomado de las crónicas y el romancero viejo. El tercer período es el de los reinos medievales peninsulares (del siglo XI a finales del XV) y la mirada del dramaturgo, la de la crónica. La última edad sería el tiempo presente, desde los Reyes Católicos hasta Felipe III y estaría caracterizada por un Lope historiador, con una perspectiva «más política, más ceñida a los acontecimientos públicos, más circunstanciada y atenta a la cadena de causas y consecuencias» (p. XLIX).32 Aparte de los dramas de hechos famosos, el Lope maduro también cultiva los dramas particulares de la honra con ambientación histórica o legendaria. En ellos interesa más el análisis del conflicto que la recreación o celebración de unos acontecimientos. Los dramas de la honra villana, que no son todos históricos, aparecen por primera vez en este período y son igualmente analíticos y no celebrativos. Se trata de un género insólito en el teatro europeo de la época, lo que ha llevado a 32 Oleza podría haber alargado este período hasta Felipe IV, en cuyo reinado se produce la acción de La nueva victoria de don Gonzalo de Córdoba y El Brasil restituido.
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buscar en la realidad histórica —concretamente, en el tipo del labrador rico— la explicación de su aparición. Para Oleza, estas obras constituyen «una de las aportaciones estéticas más originales, e ideológicamente más emancipatorias e igualitarias [...] de toda la cultura europea barroca» (p. LIV) y reprocha a Salomon, 1965 que no aceptase plenamente que se sitúan «fuera de los límites de la ideología dominante».33 Loftis, 1987 aborda específicamente los dramas históricos de tema contemporáneo, entre los cuales varios de nuestro corpus, en el marco de un estudio comparado con los correspondientes ingleses. Señala que la lectura flexible de la preceptiva clasicista hizo posible el desarrollo de un teatro histórico que representa secuencias coherentes de acontecimientos, normalmente de relevancia nacional (p. 5). El anglista observa que sólo España e Inglaterra produjeron una dramaturgia de importancia sobre sus respectivas historias, y que únicamente Lope escribió un cierto número de piezas históricas sobre acontecimientos coetáneos (p. 26). Tan sólo en la España del Siglo de Oro surgieron obras como El Brasil restituido o El sitio de Bredá de Calderón, textos de calidad sobre victorias conseguidas el mismo año en que se escribieron (p. 221). Aceptados su carácter conmemorativo y la adulación propia del teatro cortesano, Loftis destaca la exactitud histórica de ambas comedias, que no comparte, en cambio, La nueva victoria de don Gonzalo de Córdoba. El estudioso americano señala que la fe religiosa, así como la creencia de que España estaba destinada a la hegemonía mundial, influyeron en los dramaturgos a la hora de llevar a escena la historia, dotándola de una dimensión religiosa y de implicaciones universales (p. 228). Lope escribió con especial énfasis sobre el poder militar español y la extensión de sus dominios (p. 231). Loftis recuerda que si la guerra para sofocar la rebelión de súbditos del rey (Los españoles en Flandes, El asalto de Mastrique) o para recuperar territorios del soberano ocupados ilícitamente (El Brasil restituido) entraban en los presupuestos de la doctrina de la guerra justa, la intervención masiva en la guerra de Alemania al invadir el Palatinado en 1620 presentaba más problemas (p. 230). La nueva victoria de don Gonzalo de Córdoba, sobre una victoria de 1622, justifica la operación como el apoyo a un aliado. 33
Oleza, 2013 retoma en sus páginas iniciales la distinción entre los dos modos fundamentales del drama historial: la conmemoración de hechos históricos famosos, por un lado, y el análisis del conflicto moral casi siempre de índole privada que estalla en circunstancias históricas concretas.
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Por su parte, Hernández Valcárcel, 1993 se enfrenta a la historia de España y América en el teatro de Lope a partir de sus temas y personajes. Para la estudiosa, esa parte de la producción del dramaturgo idealiza el pasado histórico y tiene una función escapista del presente (p. 39). La filóloga distingue entre las comedias históricas propiamente dichas, que suelen tratar hechos relativamente cercanos en el tiempo, y aquellas —mayoritarias— en las que la historia sirve de marco en el que se desarrolla una trama ficticia (p. 57). Hernández Valcárcel señala asimismo la mayor fidelidad histórica de las comedias que se sitúan en la Edad Moderna respecto a aquellas que transcurren en la Edad Media. La autora subraya en el teatro histórico de Lope el recurso a algunos temas y personajes, constantemente reutilizados y renovados, y a la caracterización de dichos elementos y sus variadas combinaciones en determinadas estructuras dedica la mayor parte de su monografía. Es inevitable plantearse, sin embargo, hasta qué punto estos temas y personajes son propios del teatro histórico de Lope o del conjunto de su dramaturgia. Ferrer Valls, 1995 plantea la cuestión de los antecedentes remotos del drama histórico barroco —especialmente el de hechos contemporáneos—, que sitúa en los entremeses medievales de circunstancias políticas y las piezas de circunstancias políticas del Quinientos. Los entremeses formaban parte de una fiesta dirigida oficialmente y a menudo representaban hechos históricos concretos, como la conquista de Granada. Las piezas de circunstancias del primer Renacimiento remiten asimismo a acontecimientos de actualidad (invasión de Nápoles por parte de Francia, conquista de Orán por el Gran Capitán o la llegada de Carlos V a España) y muestran en algún caso un carácter cortesano, de fasto privado. Si bien estas formas anteriores a la comedia se integraban en un espectáculo circunstancial, ritual, y no se adscribían sólidamente a la ficción, comparten con el drama barroco el modelo de espectáculo, de puesta en escena, y la función propagandística. En el primero de dos artículos dedicados a la dramatización de la materia genealógica, Ferrer Valls, 1998 observa que dicho género, tipificado desde muy pronto, fue especialmente susceptible al encargo. La estudiosa considera genealógicas algunas de las comedias más antiguas de la colección teatral de la Biblioteca de Palacio, y señala que en 1599 Lope ya cultiva el género. En las dedicatorias a estas obras, defiende repetidamente la dignidad de la dramatización de la historia y su función pública. El escritor ofrece en estos textos liminares una imagen de cronista histórico y genealógico, recuerda su cualificación y ofrece sus
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servicios como autor de este tipo de dramas. La comedia genealógica era un buen instrumento en el afán del dramaturgo por ganarse el favor de la nobleza y convertirse en su cronista particular. Además, le permitía demostrar su conocimiento de la historia, algo útil en su pretensión del puesto de cronista real. Entre la treintena de obras que Ferrer Valls, 2001 considera genealógicas se cuentan algunas de las que constituyen nuestro corpus. La lopista incluye Arauco domado, La nueva victoria de don Gonzalo de Córdoba, La nueva victoria del marqués de Santa Cruz y El valiente Céspedes dentro del tipo genealógico de dramas de hazañas militares, que formarían parte de los «dramas de hechos famosos» de los que habló Oleza, 1986. Dichos textos «se construyen sobre un proceso de mejora social del protagonista», que mediante la exhibición de hazañas demuestra su valor, por el que será recompensado (p. 20). El carácter secundario o nulo del amor como motor de la acción principal y el uso de la comicidad o las escenas de ambiente o de costumbres para aligerar la materia histórica caracterizan asimismo este grupo de dramas genealógicos. La falta de enredo se compensa con el didactismo programático, dirigido a la exaltación patria, monárquicoseñorial y religiosa, todo ello en un espectáculo de gran aparato. La monografía de McKendrick, 2000 sobre la figura del rey en el teatro de Lope contiene asimismo algunas reflexiones sobre su dramaturgia histórica que vale la pena recordar. La estudiosa inglesa parte de la relevancia contemporánea del mundo histórico llevado a escena, y de hecho la conversión del pasado en paradigma para el presente explicaría en parte la frecuente manipulación de las fuentes. Desde luego, los reyes medievales se juzgan a partir de ideas renacentistas sobre la monarquía como encarnación del Estado y, en general, los ropajes medievales visten asuntos del Siglo de Oro. Según McKendrick, el recurso a la historia, el desplazamiento cronológico, sirve para explorar de forma indirecta, con mayor libertad, las inquietudes políticas del momento, al tiempo que se invita al público a una mayor distancia respecto a los problemas planteados. Caracteriza la visión de la historia de Lope como conformada por la actividad humana, aunque sobre el fondo ideológico de una representación providencial. Señala, por otro lado, la contribución de las obras de historia española a la conciencia de identidad nacional y de continuidad histórica. Constata, en fin, la familiaridad de Lope con los puntos de vista de teóricos políticos como Rivadeneyra y, muy especialmente, Mariana, cercanos a su concepción de la figura real.
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INTRODUCCIÓN
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También Paterson, 2001 relaciona el teatro histórico de Lope y la historiografía de su tiempo, especialmente Mariana, sobre todo en cuanto al interés compartido por la construcción nacional y los obstáculos a los que tuvo que enfrentarse. Ilustra su artículo con el análisis de las comedias del honor villano, de las que destaca la compleja dialéctica entre lo local y lo nacional. Detecta en ellas, además, un esquema común de ruptura de un viejo orden y consecución de otro superior, relacionado con el fortalecimiento de la autoridad real y la formación del Estado moderno, y garante de justicia. El autor sugiere que antes que dividir la historia en períodos, el dramaturgo busca en el pasado las prefiguraciones del orden que finalmente iba a emerger, como si la naturaleza del Estado moderno se hubiera ensayado en ciertas coyunturas críticas, lo que dota al pasado de ejemplaridad. Finalmente, una característica original de la visión histórica de Lope es su populismo, es decir, la consistencia con la que relaciona el proceso histórico con las aspiraciones del pueblo. Finalmente, Kirschner y Clavero, 2007 han analizado diez comedias histórico-legendarias de Lope, de La comedia de Bamba (siglo VII) hasta El cerco de Santa Fe y Los hechos de Garcilaso (siglo XV). Concluyen que, a través del pasado, Lope plantea problemas relacionados con el gobierno monárquico y con la estructura social de su época y enfrenta al público con cuestiones vigentes entonces. Aparecen en estas comedias una serie de temas candentes en la España de los Austrias como la transferencia del poder, la legitimidad, la función de confidentes y validos o las características del príncipe ideal, preocupaciones a menudo compartidas por el tratado De rege et regis institutione de Juan de Mariana. Las obras analizadas difunden la idea de un destino histórico glorioso reservado a España, basado en su unidad política y religiosa, pero eso no impide que, a juicio de las autoras, se cuestione a las personas y los procedimientos que materializaron ese destino.34 En conclusión, este recorrido ha permitido observar la perennidad de algunas cuestiones críticas como la referida a la actitud o intención
34 Complétese la bibliografía de alcance general sobre el teatro histórico de Lope con Díez Borque, 1976, pp. 194-207, Rozas, 1990, pp. 469-478, Swislocki, 1993, Carreño, 2002, Calvo, 2007, y sobre todo Ryjik, 2011, que estudia la correlación entre la imagen de España y de los españoles que el dramaturgo construye en sus comedias y el proceso de formación de una conciencia nacional a principios del siglo XVII.
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con la que Lope lleva a escena la historia, en particular la nacional, el papel del romancero en el desarrollo de esa parte de su teatro, o los distintos períodos cronológicos en los que el Siglo de Oro y la práctica teatral de Lope dividía la historia y, en consecuencia, la acción histórica llevada a escena. Junto a estas constantes encontramos, sin embargo, algunas transformaciones críticas. Pensamos en el paso de la negación del sentido histórico del dramaturgo a la matización de ese juicio; del énfasis en la tradición, en la continuidad, a un estudio más sincrónico, atento a la relevancia contemporánea de la materia tratada, a su relación con las circunstancias e intereses de la sociedad del momento o de determinados grupos, así como a la historiografía coetánea y su horizonte ideológico; de un teatro que reproduce fielmente categorías espirituales preestablecidas a otro que participa en su conformación; de la conexión con un espíritu nacional estático a una construcción nacional dinámica. La mayoría de las obras del teatro histórico de Lope, y ciertamente la mayoría de las de nuestro corpus, aguardan todavía ese tipo de análisis.
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Carlos V en Francia es una comedia original entre las que tratan sobre hechos contemporáneos en tanto que no ensalza una victoria sobre el enemigo, sino que celebra el entendimiento con el rival. Terminada en Toledo el 20 de noviembre de 1604, según consta en el autógrafo de Lope, la primera licencia de representación de las muchas que contiene el manuscrito está fechada en Valladolid dos años y medio más tarde, a 9 de mayo de 1607.1 Probablemente puso en escena la obra la compañía de Antonio de Granados, que en 1606 la había incluido como suya en un acuerdo con los autores Juan de Arteaga y Juan Osorio.2 El primer acto lleva a escena la tregua alcanzada entre el Austria y Francisco I en Niza (1538), a instancias del papa Paulo III, y el último, el paso por Francia y recepción en París de Carlos V (finales de 1539 y principios de 1540), que iba camino de Gante, donde debía sofocar una revuelta contra las autoridades locales. Se trata de una obra episódica, unida por el tenue hilo del protagonismo del emperador, lo que da para escenas ceremoniosas. El segundo acto, por ejemplo, ni sucede en Francia ni presenta una relación directa con los sucesos históricos dramatizados en el primero y el tercero, que pasamos a contextualizar.
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El manuscrito se conserva en la Universidad de Pensilvania, donde tiene la signatura Ms. Codex 63, y está descrito en Reichenberger, 1962, pp. 13-17, que al final de su edición lo reproduce de forma facsimilar. En 1624, Carlos V en Francia se publicó en la Parte diecinueve y la mejor parte de las comedias de Lope de Vega Carpio, Madrid, Juan González, fols. 261r-280r. 2 López Martínez, 1940, pp. 60-61. En julio de 1610 Antonio Granados representó Carlos V en Francia en Jaén, tal como consta en la aprobación del licenciado Gonzalo Guerrero (fol. 17r).
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CARLOS V Y FRANCISCO I Desde 1494 hasta entrada la segunda mitad del siglo XVI, un largo ciclo bélico enfrentó a las monarquías de España y Francia, sobre todo a propósito de sus intereses en Italia.3 En este contexto, la rivalidad entre Carlos V y Francisco I, que se remonta a su disputa por el título imperial —aunque el Habsburgo y el Valois no sostienen su primera guerra hasta 1521—, es de todos conocida. Una larga serie de pulsos diplomáticos y militares, cuajados de frágiles paces o treguas —como la de Niza, llevada a escena en la presente comedia—, marcan las relaciones entre ambos monarcas hasta la muerte del francés en 1547. La Paz de Cambray (1529), por la que Francisco I reconocía la soberanía de Carlos V en Artois y Flandes y renunciaba a todos sus derechos sobre Milán, Génova y Nápoles, fue un triunfo para el Austria, completado al año siguiente con la coronación en Bolonia por Clemente VII. Pero la cuestión de Italia se planteó de nuevo a la muerte del duque de Milán en 1535 y en marzo de 1536 un ejército francés amenazó el ducado al invadir Saboya y Piamonte. Carlos V se internó a su vez en Provenza en el verano de 1536 con la intención de aliviar la presión sobre el Milanesado, pero la campaña se saldó con un clamoroso desastre. Es precisamente en este momento en el que, agotados ambos contendientes, da comienzo la acción de Carlos V en Francia. Tal como consta en el primer acto, el papa Paulo III negoció por separado con cada uno de los monarcas rivales y les arrancó la tregua de Niza, firmada el 18 de junio de 1538.4 El acuerdo, que preveía la integración de Francia en una liga antiturca y la guerra contra los protestantes, tenía que durar una década. Cuatro años después de la firma, sin embargo, las hostilidades se reanudaron, de nuevo sobre la cuestión de Milán. El primer acto de la comedia recoge asimismo el encuentro que el Emperador y el rey francés mantuvieron en Aigues-Mortes el 14 de julio de 1538, pero es sobre todo el tercer acto el que justifica el título de la pieza. En él se nos da cuenta del viaje del Emperador a través de Francia camino de Gante, donde debía reprimir un levantamiento ciudadano contra las autoridades locales. El 1 de enero de 1540 llegó a París y fue recibido por el Rey Cristianísimo con todos los honores. 3
En lo que sigue, me baso en Lynch, 2003, pp. 99-105. Para las fallidas negociaciones de paz del invierno de 1537-1538 entre emisarios de Carlos V y Francisco I, véase Keniston, 1958. 4
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PAULO III Y LA PROVIDENCIA DIVINA En el texto, la iniciativa de negociar la paz corresponde igualmente a Paulo III, un papel sobre el que se insiste a menudo y que queda grabado en el arco triunfal que las autoridades francesas levantan en París (vv. 85-88, 276 y 317-326, 523 y 536-539, 2773 Acot y 2786-2787). En consecuencia, a él le corresponde buena parte del mérito de los resultados derivados de las conversaciones (treguas de Niza, ofrecimiento a Carlos V de cruzar Francia, recepción del Emperador en París y proyecto matrimonial para resolver el pleito de Milán). Su objetivo es evitar los riesgos de debilitamiento de la cristiandad asociados a la guerra entre sus dos príncipes más poderosos, y los beneficios de la paz hispano-francesa en ese sentido no escapan a sus protagonistas (vv. 2788-2790). La concordia entre ambas potencias llenará de temor al Imperio Otomano, y además del turco, tal como nos enseña el arco triunfal, mantendrá sojuzgado al indio y al moro, mientras que el enfrentamiento expone Italia al acoso de Barbarroja (vv. 317-321, 2172-2174 y 2773 Acot). Según el duque de Alba, la amistad de los dos príncipes católicos, cada uno de los cuales profesa su fe al término de su entrevista con el papa, se debe a la providencia divina (vv. 620-623, 685-687 y 961) y al llegar a París tras cruzar Francia camino de Gante, el emperador se dirige a una iglesia para dar gracias a Cristo, en primer término por la recepción de la que ha sido objeto, pero podemos entender que también por la paz hispano-francesa (vv. 2116-2118). Ambos aspectos religiosos, tanto el papel de la providencia divina en la paz cristiana como las perspectivas positivas que abre en la lucha contra el infiel, están por cierto presentes en la Farsa de la concordia de Fernán López de Yanguas, escrita a los pocos meses de la firma del Tratado de Cambray (1529) entre el emperador y Francisco I.5
5 Para la intervención divina en la Paz de Cambray, véase Farsa sobre la felice nueva de la concordia..., I, vv. 115-119, 173-179, 225-227 y V, vv. 11-12. La obra de López de Yanguas insiste igualmente en la idea de que la paz en el seno de la Cristiandad, aparte de ser provechosa para ésta, infundirá temor en el infiel y permitirá redoblar la guerra contra el musulmán, especialmente el turco, hasta el punto de posibilitar la conquista de Jerusalén (I, vv. 40-44, 110-119, 180-183 y V, vv. 232-245). Ante la nueva situación, en efecto, «ya tiemblan los paganos/ y los reinos de cristianos/ han dado fin a su mal» (I, vv. 242-44). Para este texto dramático, publicado sin indicación de año ni lugar, véase González Ollé, 1967, pp. XXVI y LI-LXI.
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LOS MATICES DE LA PAZ Pero la obra también introduce contrapuntos a esta paz que es obligado señalar. En primer lugar, el inminente inicio de las negociaciones auspiciadas por el papa en Niza no elimina las susceptibilidades entre los soldados rasos después de la guerra en Saboya y Provenza de 1536 y 1537. Así, la comedia se inicia con una pelea entre el valiente Pacheco, de un lado, y nada menos que un capitán y cuatro soldados franceses, de otro. El español se vio envuelto en una discusión con un soldado galo a propósito de la dirección que hubiera tomado la guerra de haber continuado que derivó en una pelea en la que Pacheco mató a dos alabarderos franceses (vv. 61-108). Del mismo modo, ni Pacheco ni el emperador pueden quedar indiferentes ante figuras como el noble tudesco Bisanzón, responsable de la muerte de un mínimo de treinta españoles en Pavía, que solicita al emperador una merced por sus servicios cuando éste ejerce como rey de Francia (vv. 2409 Acot-2559). Lo que finalmente cobra el alemán es un cintarazo de Pacheco que lo pone en huida, mientras que el lacayo del emperador recibe de éste un diamante y del condestable una joya. Por otro lado, a pesar de la diligencia con la que Lope parece haberse documentado, observamos cierta manipulación de los hechos, tendiente a subrayar la presunta desigualdad entre los reyes negociadores.6 Frente a un Francisco I muy predispuesto a congraciarse con el emperador encontramos a un Carlos V cauteloso hasta el último momento. En otras palabras, el Valois es el solicitante —e incluso quien debe dar muestra de la sinceridad de sus deseos de paz— mientras que Carlos V es el solicitado y no cabe duda alguna sobre su voluntad pacífica. En el primer acto, las conversaciones con el papa que condujeron a la tregua de Niza pueden resultar ilustrativas (vv. 519 Acot-687 Acot). Para empezar, se atribuye el hecho de que los monarcas no se entrevistaran personalmente a la negativa del Austria, agraviado por comportamientos pasados del Valois, y queda claro en cambio que éste sí estaba deseoso de ver a su homólogo, algo que no nos consta históricamente.7 6 Reichenberger, 1962, pp. 34-57 es quien mejor ha estudiado la trama histórica de la obra y sus fuentes, a saber, la Vita dell’invittissimo e sacratissimo imperator Carlo V de Alfonso Ulloa para el primer acto y la Historia de la vida y hechos del emperador Carlos V de fray Prudencio de Sandoval -o su fuente- para el último. 7 Véase la nota al v. 528 de la edición de A. Reichenberger.
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En segundo lugar, el desarrollo de las sucesivas entrevistas con el papa e incluso su plasmación escénica abundan en esa diferencia de categoría. Mientras Carlos V aparece sentado junto al pontífice, a Francisco I le vemos subir las gradas que conducen hasta él y recibir la indicación de que se siente. Pero además se intenta transmitir que las condiciones de la paz, que Carlos V recuerda a Paulo III y le entrega por escrito, emanan del emperador.8 El papa se las entrega a su vez a Francisco I y éste oye la lectura que de ellas hace Francisco de los Cobos, pero a pesar de que Carlos V se había referido a ellas como «la paz concertada» (v. 578), la interrumpe para rechazarlas bruscamente, sin presentar una contrapropuesta.9 La capacidad de influir sobre el formato y el contenido de las negociaciones se reparte de forma claramente asimétrica entre los monarcas e incluso el papa los trata de forma distinta.10 Además, mientras las condiciones propuestas por Carlos V pueden justificarse como favorecedoras de una mayor unidad del Catolicismo, Francisco I, cuyo interés en el aumento de su poder se hace evidente, no renuncia a erosionar tal unidad para conseguir su propósito (vv. 629 y 668-674).11 El ejemplo más claro de la búsqueda de este efecto de desigualdad es la supuesta negativa del Habsburgo, de regreso a España, a entrevistarse con Francisco I en la costa francesa. En efecto, el emperador —que al 8 El encabezado del documento, en que el Emperador es el sujeto, ya es significativo de ese aspecto: «Capitulaciones con que asienta la paz Carlos Quinto [...] con el cristianísimo rey de Francia» (después del v. 657). 9 En la Vita dell’invittissimo e sacratissimo imperator Carlo V de Alfonso Ulloa, la fuente de Lope para el pasaje, la respuesta del rey de Francia no es tan destemplada. Francisco I está dispuesto a aceptar todas las condiciones propuestas por Carlos V, siempre que éste le devuelva Tournai, pero se niega en redondo a aceptar que el emperador conserve las fortalezas del ducado de Milán durante tres años a costa del duque (Venecia, 1574, fol. 151v). 10 Mientras el papa se atreve a expresar ante Francisco I su confianza en la nobleza de las condiciones contenidas en el documento que le ha entregado Carlos V, se hace eco de las reservas del emperador sobre la sinceridad de los deseos de paz del Valois y muestra poca disposición a escuchar las razones de su rechazo al documento (vv. 636-637, 643-644 y 662). Antes el dramaturgo ya había introducido un dato demostrativo de proximidad entre el emperador y el papa careciente de base histórica, como es el hecho de que aquél le proporcionara alojamiento en Niza (vv. 327-328 y nota). 11 Nos referimos a la renuncia de Francia a su alianza con la cismática Inglaterra y los príncipes protestantes de Alemania, así como a su ingreso en la liga contra el Imperio Otomano encabezada por el emperador (vv. 590-597 y prosa después del v. 657).
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decir de uno de sus lacayos, «no espera paz de importancia» del Valois— rechaza la invitación que en ese sentido y en nombre del rey le formula mosiur de Memoranse (Montmorency) con «las rodillas por el suelo» (vv. 814-815 y 884).12 La noticia sume en la perplejidad a Francisco I que, al igual que sus consejeros, se nos muestra ansioso por recibir en su país al emperador. En la relectura de Lope, pues, la histórica entrevista de Aigues-Mortes, acordada por ambas partes después de la tregua de Niza, se debe al atraque forzoso que la galera de Carlos V tiene que hacer en Marsella, y es no sólo ajena sino contraria a la voluntad del emperador (vv. 879 Acot-961 Acot).13 En fin, Francisco I, que no cabe en sí de contento, aprovecha la ocasión para dirigirse —contra la historia, desde luego, pero también contra el consejo de Memoranse— solo y sin previo aviso, en barca, a la nave extranjera.14 La escena en la que la barquilla aborda la galera muestra además al emperador en un plano superior y al rey de Francia en otro inferior, y el Valois pide la mano al Austria para subir a su nivel. El monarca habla a su «hermano» Carlos con humildad y ánimo conciliatorio, hasta el punto de recordar con humor su cautiverio madrileño.15 Después de invitar al emperador a pedirle lo que quiera, le concede lo que éste solicita, a saber, el perdón a Andrea Doria.16
12 Anne, duque de Montmorency (1493-1567), condestable de Francia desde 1537, fue el principal consejero de Francisco I. Era partidario de una política de entendimiento con Carlos V. 13 Véanse también los vv. 806-815, así como Reichenberger, 1962, pp. 39, 44-45 y 55. El atraque forzoso en Marsella, al igual que el accidente que lo causó, sí son históricos. 14 El proceso histórico anterior al encuentro está descrito en A. Reichenberger («Introducción»..., pp. 44-46). En la Vita dell’invittissimo e sacratissimo imperator Carlo V de Alfonso Ulloa, Francisco I tiene un gesto de confianza hacia su huésped dirigido a que él a su vez abandone cualquier recelo antes de entrar en el puerto francés. Dicho gesto, consistente en salir al encuentro del Emperador «solo sopra un batello, mettendosi nelle forze di Cesare», no responde a la forma protocolaria como de hecho se reunieron los soberanos (fol. 152v). En cualquier caso, la escena de Lope va mucho más allá que su posible fuente. 15 Francisco I llama en repetidas ocasiones «hermano» a Carlos V (vv. 949-950, 2180, 2233, 2258, 2775), mientras que éste nunca lo hace a la inversa. Ambos reyes se presentan como amigos del otro en alguna ocasión (vv. 657 y 2181-2182), aunque Carlos V lo hace en el último acto y de forma reactiva, pero sólo el francés designa así en dos ocasiones a su homólogo español (vv. 960 y 2180). 16 El almirante genovés Andrea Doria (1466-1560) había estado a las órdenes de Francisco I hasta 1532, cuando pasó al servicio del Emperador. Según Ulloa, el
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Según había anunciado el propio rey, el insólito gesto se justifica para «que mi amor conozca Carlos» (v. 921), y más adelante Memoranse lo saca a colación ante el Austria como muestra de lo sincero de la amistad de su señor (vv. 1886-1889). Con anterioridad el rey de Francia había descubierto sus sentimientos a Cobos, legado del emperador para las negociaciones, en unos tonos coloquiales infrecuentes en su homólogo: «su amigo [de Carlos V] soy; yo haré que el odio pierda» (v. 657). Y es que después del incumplimiento del Tratado de Madrid por parte del Valois —negociado, todo sea dicho, mientras éste se encontraba preso—, Francisco I debe dar garantías de que en esta ocasión está comprometido con la paz.17 Memoranse parece consciente de ello cuando hace preceder el ofrecimiento al emperador de que atraviese el territorio francés para reprimir la rebelión de Gante de una condición que tal vez no sólo sea retórica («Si Vuestra Majestad, César invicto, cree la voluntad del rey de Francia [...]», vv. 1884-1885).18 Y de ahí sobre todo que la recepción en París sea de una magnitud sin precedentes, lo que tanto el duque de Alba como el propio Carlos V interpretan —y aprecian— como un intento de mostrarle al Austria la sinceridad de su actitud (vv. 2148-2150 y 2165-2166). Finalmente, la histórica cesión al emperador del gobierno de Francia mientras está en dicho reino, un gesto que éste considera insólito, es una nueva muestra a ojos del duque de Alba de la realidad de «la paz y amistad presente» (vv. 2236-2267). Todo ello da una idea al espectador de lo valiosa que para Francisco I puede llegar a ser la paz con Carlos V. Por otro lado, la obra da a entender que el rey de España —«el reino mejor,/ de más riqueza y poder» (vv. 2305-2306)— y cabeza del Sacro Imperio Romano realmente ejerce un dominio universal que lo sitúa en una esfera bien distinta a la de Francisco I. En él está todo el perdón del rey de Francia al marino surgió efectivamente del encuentro de AiguesMortes (fol. 152v). 17 Hasta en tres ocasiones se recuerda o insinúa que Francisco I ha incumplido el Tratado de Madrid (vv. 277-278, 565-575 y 656). Las dos últimas son especialmente significativas, ya que corresponden a parte del parlamento del emperador en su entrevista con el papa y a una observación de Cobos a Francisco I en la reunión de éste con el pontífice. 18 El viaje del emperador permitirá además confirmar la tregua de Niza tal como ha solicitado Francisco I, el último responsable de la invitación a Carlos V a cruzar su territorio, para lo que le da garantías de seguridad (vv. 1901-1902 y 1967-1968).
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bien del mundo y ante él tiemblan Asia y el orbe entero (vv. 461-462 y 471-472). Su posición de poder lo fuerza a la guerra, lo aboca a una misión, «porque es en toda la tierra» —por ejemplo en Italia y Hungría, acosadas por el infiel— «único amparo [su] nombre» (vv. 1548-1557), pero a la vez es capaz de favorecer la paz —cristiana—, su divisa y deseo (vv. 81-82 y 652-653). No deja de ser significativo en este sentido que el duque de Alba pretenda que una recepción como la ofrecida a Carlos V en París no se había obsequiado nunca a ningún rey francés (vv. 2163-2165). La formidable respuesta de los distintos estamentos de la sociedad francesa al paso del emperador, así como de los parlamentarios presididos por él en París, nos dan una idea del prestigio exterior de Carlos V (vv. 1975-2126, 2155-2157 y 2404-2405). La nicense Leonora, por su parte, atribuye rasgos sobrehumanos al emperador (vv. 377-379), continuamente comparado por ella y otros personajes con el Sol.19
PACHECO Y LA IMAGEN DEL SOLDADO ESPAÑOL La comedia proyecta asimismo una imagen excepcional del soldado español y de los españoles en general. Los efectivos patrios destacan por su bravura y valor, reconocido incluso por sus enemigos, y ese rasgo característico resplandece asimismo en nobles como el duque de Alba (vv. 131-134, 445 y 2668-2670). Así, por ejemplo, el carácter indómito de Pacheco, que se resiste no sólo a los soldados franceses, sino incluso a sus propios camaradas (vv. 1-7 y 145-148), se explica por su nacionalidad.20 El soldado español tiene un alto sentido del honor, que está dispuesto a defender particularmente frente a los extranjeros, y se siente orgulloso de su origen nacional (vv. 179-181). Según la española Dorotea, disfrazada de hombre, sólo Francia puede compararse, aun cediéndole 19 Véanse los vv. 261-264, 835-836, 993-997, 1160-1161, 1306-1317, 1342-1343, 1430-1445, 2275-2280, que incluyen referencias al Sol como la estrella mayor y más resplandeciente, a sus rayos, capaces de abrasar y cegar, a Apolo y —en relación con los altísimos objetivos amorosos de Leonora— al mito de Faetón. Para el uso que Carlos V y muy especialmente Felipe II hicieron de la iconografía solar, véase Tanner, 1993, pp. 233-248 y sobre el resurgimiento de la idea de imperio —en el sentido de monarquía universal— durante el reinado de Carlos V, Yates, 1975, pp. 1-28. 20 En La nueva victoria del marqués de Santa Cruz, el turco Jafer explica por la misma razón de procedencia nacional la resistencia del esclavo don Pedro (pp. 210b211a); véase la p. 163.
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el primer puesto, con España (vv. 410-412). Esta presunta superioridad genera envidia en las demás naciones y es el origen de la acusación a los españoles de fanfarrones (vv. 450-459). Pacheco encarna una figura común en estas comedias: la del soldado especialmente valeroso —y a menudo fanfarrón— que, de una forma u otra, traba contacto con el general al mando de la jornada llevada a escena o, como en este caso, con la propia Corona.21 Sus acciones, junto a la proximidad al general o rey, en el que causa buena impresión y que suele destacar el humor del soldado, se ven recompensadas a lo largo de la obra por distintos cargos o mercedes. Es el caso, según veremos, de Chavarría en Los españoles en Flandes, Alonso de Céspedes en El valiente Céspedes o, con la función de graciosos, el Bernabé de La nueva victoria de don Gonzalo de Córdoba y el Machado de El Brasil restituido.22 Este tipo de personaje, con el que el grueso del público debía identificarse, busca difundir la vocación de servicio a la Corona y a la cúpula militar, especialmente desde el punto de vista bélico, y promueve la adhesión a las élites a través de una ilusoria cercanía entre soldado raso y general o monarca. Comprometido con la defensa del honor de España, el veterano Pacheco ha destacado en el servicio a Carlos V en múltiples frentes de guerra en Europa y en el norte de África en los que, de creer sus propias confesiones, ha realizado proezas sobrehumanas (vv. 1814-1826 y 24942495). El emperador, e incluso Francisco I, reparan en su valor, pero tampoco les pasa desapercibida su gracia al hablar (vv. 19-134 y 158 Acot-268). Nada más conocerlo, Carlos V lo acoge entre sus lacayos, y al llegar a París ya es su portero (vv. 1912-1931). Es en el desarrollo de este último oficio cuando ataca al alemán Bisanzón después de su audiencia con el emperador y recibe por ello un diamante del Austria y una joya de Memoranse (vv. 2452 Acot-2559). Más adelante, su proximidad con el soberano llega al extremo de permitirse gastarle una broma a Carlos V, mientras éste ejerce de rey de Francia, que le reporta mil ducados 21
Para la ascendencia celestinesca del fanfarrón de la comedia áurea, véase Lida de Malkiel, 1957-1958. 22 Compárese la escena en que Pacheco, después de la pelea con los soldados franceses, es llevado ante el emperador (vv. 158 Acot-268) con aquellas de Los españoles en Flandes (vv. 459-677), El valiente Céspedes (pp. 74b-75b), La nueva victoria de don Gonzalo de Córdoba (vv. 831-939) o El Brasil restituido (vv. 1100-1259) en las que el general o monarca conoce al soldado o se evoca dicho momento.Véanse además las pp. 57 y 87 de este libro, relativas a la segunda y tercera de aquellas comedias.
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(vv. 2589-2612). Pero los beneficios que el emperador representa para Pacheco no se agotan en lo material ni en los cargos que le son concedidos, sino que el Austria también le imparte una lección política, concerniente al respeto debido a su real persona, cuando rechaza tajantemente su tercería amorosa en favor de Leonora (vv. 1237 Acot-1293).
EL PERSONAJE DE LEONORA Encontramos en la dama de Niza una variación sobre un tipo de figura femenina al que Lope recurrirá a menudo en las comedias históricas de hechos contemporáneos.23 Se trata de la extranjera enamorada de un militar español que sirve en su tierra, cuya encarnación más paradigmática es la Rosela de Los españoles en Flandes, presa del amor por don Juan de Austria.24 El caso de Leonora presenta varias peculiaridades que hacen de ella un ejemplo particular de este tipo de personaje. En primer lugar, el amor de la noble va dirigido nada menos que al emperador, al que normalmente esperaríamos ajeno a la trama amorosa. Además, su desigual pretensión la lleva fuera de su país y, finalmente, la sume en la locura. Es el valor e «invencible poder» del emperador, que lo distinguen del resto de los príncipes contemporáneos e incluso lo sitúan por delante de los más célebres generales de la Antigüedad, el que despierta la admiración de Leonora (vv. 354 Acot-381).Y dicha admiración se convierte en amor al verlo desde su ventana y comprobar que la imagen del emperador se corresponde con su poder (vv. 464 Acot-511). Dorotea, disfrazada de soldado, la pone en contacto con Pacheco, encargado de llevarla a España para que pueda satisfacer su obsesivo deseo de gozar a Carlos V (vv. 502, 724 y 1138-1139), tan desenvuelto que levanta dudas sobre la cordura de Leonora entre quienes la ayudan a llevarlo a cabo (vv. 691, 725 y 1139). En efecto, ante el rechazo del emperador, la nicense enloquece, y ya no puede considerar seriamente la propuesta de Pacheco que, arrepentido, le ofrece su amor (vv. 1394-1397). El emperador, compadecido 23
Lope alterna las formas Leonora y Leonor. Bunn, 2004 analiza el personaje y propone analogías entre su historia personal y la historia diplomática que se desarrolla a su alrededor. 24 Véanse más adelante las pp. 192 y 202-203.
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de su suerte, le asigna unos ingresos para su manutención y encarga su cuidado a Pacheco, que no en balde es quien la trajo a España a cambio de una cadena (vv. 1678-1685). El Austria acaba por apreciar la compañía de Leonor, que forma parte de su séquito en el viaje a París (vv. 1937-1940) y la conocida como «loca del Emperador» despierta incluso el afecto de Francisco I, en cuya corte queda mientras Carlos V acude a su ciudad natal (vv. 2732 y 2793-2799). La admiración, primero, y amor, después, de Leonora por el Habsburgo corren paralelos a un tan difícilmente explicable como irresistible aprecio por todo lo español, que ella misma reconoce: «Apenas la causa entiendo;/ pues sin nacer española,/ siempre sus partes defiendo» (vv. 360-362). Según su criada Camila, además, una parte de los italianos comparte esa misteriosa afinidad incondicional (vv. 363-364). El caso es que entre las dos monarquías que negocian en su ciudad Leonora es partidaria de la «excelente nación» que según ella es España, e incluso entabla o no conversación con los soldados en función de su nacionalidad (vv. 382-388 y 404). A ojos de la apasionada mujer, hasta los gestos y manera de andar distinguen a los españoles del resto de naciones (vv. 388-394).
FELIPE III, ENRIQUE IV Y EL CONTEXTO DE 1604 De vuelta a la trama más propiamente histórica, no me parece ocioso buscar paralelismos entre Carlos V y Francisco I, de un lado, y quienes ocupaban sus respectivos tronos en el momento de la redacción, Felipe III y Enrique IV. De hecho, Lope no se olvida de hacer aparecer al soberano contemporáneo entre la próspera descendencia que el soldado Pacheco desea al emperador. En efecto, alude éste a un futuro hijo del príncipe Felipe que habrá de llamarse como él y ser «tan bueno/ que a todo el mar ponga freno/ y el mundo a sus pies reduzga» (vv. 214-216).25 Puede resultar oportuno, pues, recordar el estado de las relaciones hispano-francesas en torno a 1604. Tal vez entonces podamos 25 No es el único caso de incursión del presente de la redacción en la trama histórica; véase en ese sentido la lista de grandes convocados a las cortes de Toledo de 1538-1539 que aparece en el segundo acto (vv. 1161 Acot-1237 y nn.). No puede descartarse, por otra parte, que los vv. 2584-2585, que en sentido recto aluden a Felipe II, admitan esa misma lectura presentista.
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entender mejor el significado que habría podido tener para los espectadores de entonces la evocación de la tregua conseguida por el abuelo de Felipe III. Aun respetando el papel hegemónico de la Monarquía Hispánica, la Paz de Vervins (1598) había dado indicios de la debilidad de ésta.26 Desde luego, el tratado no terminó con el antagonismo natural entre la potencia preponderante y la que estaba llamada a discutirle esa condición, y en los años que siguieron a 1598 ambas monarquías se acusaron de romper los términos de la paz y sostuvieron una guerra encubierta. Por parte española, la principal acusación era que Francia prestaba ayuda a los rebeldes holandeses, un respaldo que se juzgaba esencial para la viabilidad de las Provincias Unidas. Efectivamente, Enrique IV les facilitaba armas, hombres y apoyo económico para desgastar a la monarquía rival y promover la seguridad de su reino. Los gobernantes españoles, de hecho, consideraban la Paz de Vervins una paz nominal, rota en la práctica. El teatro secundario de las fricciones con Enrique IV era Italia y los Alpes. Aunque la Paz de Lyon de 1601 recogía el derecho de libre paso español por el camino de Borgoña, dio la oportunidad al Borbón de controlarlo para obstaculizar o bloquear las comunicaciones con Flandes. Así, en julio de 1602 cortó el puente de Gressin, que permitía el paso de Milán al Franco Condado, e impidió el tránsito de un tercio de 2.000 napolitanos que se dirigía a los Países Bajos. La demostración de fuerza, que carecía de precedentes, dejó claro que las comunicaciones con Flandes dependían de Francia y fue acogida con gran preocupación por la corte española, que tuvo que buscar o consolidar alternativas al «Camino Español».27 De este lado de los Pirineos, el hecho más grave fue la participación en la célebre conjura del duque de Biron contra Enrique IV, con la finalidad de conservar el catolicismo en Francia y en los Países Bajos frente a la política filohugonote del bearnés. En octubre de 1602, a medida que se iban conociendo los hilos de la conspiración, el embajador Juan Bautista de Tasis veía peligrar la paz y el Consejo de Estado gestionó una confirmación de la misma valiéndose del papa. Ya desde septiembre y con idéntica intención de alejar el peligro de ruptura, estaban en marcha
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Para el resumen de las relaciones entre Francia y España a comienzos del reinado de Felipe III, me baso en Eiras Roel, 1971. 27 Véase asimismo Parker, 1976, pp. 107-116 y 296-297.
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unas negociaciones matrimoniales a iniciativa hispano-pontificia que se interrumpieron meses más tarde. Las potencias rivales practicaron asimismo la guerra económica, y Enrique IV cortó el comercio con España en 1601 y 1603. Sin embargo, cuando la paz con Inglaterra de 1604 parecía inevitable, Francia intentó obtener de España un acuerdo comercial semejante para no ver perjudicados sus intereses. De ahí que el embajador La Rochepot iniciara conversaciones con Lerma en agosto de 1604, para «quitar celos y causas de mala satisfacción» entre ambas Coronas.28 La Rochepot prometió abandonar la asistencia a los holandeses, una condición que Francia no estaba en realidad dispuesta a cumplir durante mucho tiempo. El nuevo tratado comercial, reproducción en términos generales de la Paz de Londres, se firmó el 12 de octubre y fue ratificado por Francia el 9 de noviembre.29 La comedia, terminada el 20 de ese mes, puede entenderse como un síntoma —e incluso un elemento— de esa recentísima distensión, como un intento más de «quitar celos y causas de mala satisfacción» a uno y otro lado de los Pirineos.30 A la luz del acercamiento francés de 1604, cobra especial relieve la evocación de la oferta de Francisco I al emperador de atravesar su reino para reprimir la revuelta de Gante, lo que evidentemente implica el reconocimiento de que los rebeldes se levantan contra su legítimo soberano y son, pues, dignos de castigo.31 Al final de 28 Archivo General de Simancas, Estado, K 1.593, pieza 9. Para el tratado comercial hispano-francés de 1604, véase Eiras Roel, 1971, pp. 273-275. 29 El 21 de noviembre el rey anunció a los vallisoletanos «las paces de Inglaterra, y lo que se ha asentado con el rey de Francia sobre el derecho de treinta por ciento y de la contratación de aquel reino en estos» (Cabrera de Córdoba, Relaciones de las cosas sucedidas en la corte..., p. 230). 30 Los representantes de Enrique IV en España eran sensibles a la imagen teatral que de su país se ofreciera, a juzgar por las protestas del embajador La Rochepot ante la representación en un corral madrileño de una comedia «de un rey de Francia, en la cual se decían algunas palabras en menosprecio y ultraje de la nación francesa». Cuenta el suceso, acaecido en octubre de 1600, Cabrera de Córdoba en sus Relaciones..., pp. 85 y 87. 31 Parker, 1967, p. 131 también se inclina a considerar Carlos V en Francia una pieza de circunstancias, aunque la hipótesis que esboza en su reseña —según la cual la comedia sería una crítica al reciente tratado de paz con Inglaterra a través del contraste implícito con la tregua de Niza, firmada con una potencia católica y bajo la bendición del papa— no nos resulta convincente. Saen de Casas, 2007, por su parte, propone una interpretación más próxima a la nuestra —el texto apoyaría un
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la comedia, tanto el condestable Memoranse como el propio Francisco I explicitan esta postura, que en el momento de redacción de Carlos V en Francia parecía recuperar vigencia (vv. 2779-2785 y 2804-2805). Se ha señalado la deuda de Lope con la Historia de la vida y hechos del emperador Carlos V de Sandoval en lo que atañe al viaje a través de Francia y recepción en París del Habsburgo.32 Si el dramaturgo se sirvió directamente del texto del benedictino y no de la desconocida fuente que en ese episodio usó el historiador, contaríamos con un elemento más que acercaría la comedia a la corte. En efecto, el pasaje del cronista real correspondiente al recorrido francés del Austria se incluyó en la Segunda parte de su obra, publicada en 1606 (Sebastián de Cañas, Valladolid), después de la redacción de nuestro texto. Si Lope tuvo acceso para la elaboración de su pieza a un manuscrito de la historia encargada por el duque de Lerma a su pariente, todo apuntaría a la complicidad de la corte y el valido en la elaboración de la comedia.33 En conclusión, Carlos V en Francia celebra, en el contexto de la aproximación francesa de 1604, el acuerdo alcanzado en la tregua de Niza de 1538, un hecho histórico de mayor importancia pero de signo parecido. Aparte de ensalzar la unidad y fortaleza que para la cristiandad representa la buena relación de sus dos príncipes más poderosos, la comedia subraya los beneficios que podía conllevar para España, tanto en la época del emperador como en la de su nieto. La presencia del enemigo flamenco —nada menos que junto al turco, el africano y el indio infieles— a los pies del arco parisino que alegoriza la paz hispano-gala (vv. 2779-2787), así como la misma oferta de paso a través de Francia para sofocar la revuelta de Gante, pueden interpretarse en este sentido.34 ahondamiento de la paz con Francia, especialmente provechoso en relación con la guerra de los Países Bajos—, aunque sin vincularla al acercamiento francés de 1604. 32 A. Reichenberger, 1962, pp. 48-56. 33 Para el encargo de la Historia de la vida y hechos del emperador Carlos V por parte de Lerma, véanse Seco Serrano, 1955, pp. XVII-XIX y Feros, 2001, pp. 101-102. 34 Los textos contemporáneos sobre la entrada del Austria en París describen arcos triunfales en los que lucen las armas de España coronadas por unas águilas imperiales preñadas (El grande y muy sumptuoso recibimiento que hicieron..., en Pliegos sueltos sobre el emperador Carlos V. Relaciones en prosa, p. 93 y, basada en el anterior, la Crónica... de Alonso de Santa Cruz, IV, p. 56) y sólo en las recepciones de Cambray y Valenciennes tenemos constancia de arcos triunfales en lo más alto de los cuales «estaban las armas del Emperador y las del rey de Francia juntas, muy unidas en un mismo papel, y por ellas muchos rétulos y versos [...], todos a propósito de la unión
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El mensaje habría encontrado buena acogida en la España de Felipe III, en paz con Inglaterra, que recientemente había sabido de la rendición de Ostende (22 de septiembre de 1604), y se hallaba a las puertas del último esfuerzo bélico antes de la tregua de Amberes. En cualquier caso, la vena diplomática del texto no impide subrayar la preeminencia del Austria sobre el Valois, así como su condición de solicitado frente a la de solicitante de éste, obligado además —a diferencia del emperador— a dar muestras de la sinceridad de sus deseos pacíficos.
destos dos príncipes» (Carta anónima escrita desde Valenciennes el 23 de enero de 1540, parte de los materiales de la Crónica... de Pedro Girón, p. 344). En cualquier caso, en ninguno de ellos se especifica que en los arcos figuren los enemigos comunes de los monarcas aliados.
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Tanto El valiente Céspedes como La nueva victoria de don Gonzalo de Córdoba llevan a escena la lucha que enfrentó a la Monarquía Hispánica con fuerzas protestantes alemanas, aunque sólo en la segunda la trama histórica está en un primer plano. La primera se sitúa en tiempos de Carlos V y culmina con la batalla de Mühlberg (1547), mientras que La nueva victoria... sucede a comienzos del reinado de Felipe IV y concluye con la batalla de Fleurus, en los Países Bajos españoles (1622). Tal como veremos, la justificación religiosa de la lucha librada por los españoles une a los dos textos, frente a la motivación política de la intervención en Flandes que tendremos ocasión de poner de relieve al examinar Los españoles en Flandes y El asalto de Mastrique. El enemigo, Juan Federico de Sajonia en un caso y Ernesto de Mansfeld y Cristián de Brunswick en el otro, está caracterizado en consecuencia como hereje más que como rebelde al Imperio, de nuevo a diferencia de lo que podemos constatar en las comedias de tema flamenco.
HAZAÑAS DEL VALIENTE CÉSPEDES EN ALEMANIA El valiente Céspedes tiene la peculiaridad de no contar con una trama histórica autónoma, diferenciada de la personal. En términos generales, podemos decir que la primera —la protagonizada por los grandes actores de la historia— queda subsumida en la segunda —la que concierne principalmente a los personajes menos poderosos, históricos o ficticios— hasta la mitad del tercer acto. En efecto, como el título de la comedia sugiere, la atención va dedicada desde el principio a las andanzas amorosas y múltiples demostraciones de valor del famoso Alonso de Céspedes —del que por cierto no hay ninguna constancia de que estuviera presente en Mühlberg— y de su hermana María, primero en
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España y luego en Alemania.1 En consecuencia, la política hacia ese país de Carlos V y las disposiciones militares del emperador y del duque de Alba en la campaña de Sajonia se nos transmiten a partir de un discurso referido por personajes relacionados con la trama personal de Céspedes (el capitán Hugo, don Diego Trillo, el propio Céspedes) y, a diferencia de lo que ocurre en Los españoles en Flandes, El asalto de Mastrique o La nueva victoria de don Gonzalo de Córdoba, no se encarna en escena el proceso de toma de decisiones de los grandes protagonistas militares. De hecho, hasta la mitad del tercer acto sólo el duque de Alba hace su aparición en las tablas, con la única misión de sancionar y honrar el valor de Céspedes. Mediado el tercer acto, a las puertas de la batalla, contamos con la primera salida a escena de Carlos V, que junto al duque de Alba debe encontrar la forma de cruzar el río Elba —Albis en la obra— para atacar al enemigo. Por otra parte, en este episodio, al igual que más adelante cuando Carlos V y el de Alba celebran ya la victoria y reciben la noticia del apresamiento del duque Juan Federico de Sajonia, el papel de Céspedes —más allá de cualquier verosimilitud histórica— resultará fundamental.2 De la misma forma, y a diferencia del resto de las comedias, el enemigo no aparece en escena hasta el final de la obra. 1 Tal como señaló Menéndez Pelayo, 1969, pp. 72-75, ninguno de los textos históricos que relatan la campaña de Sajonia recoge la participación del célebre soldado toledano Alonso de Céspedes, al que se le atribuían fuerzas extraordinarias, nacido cerca de Ocaña en 1518, que vivió en Ciudad Real y murió en 1569 mientras reprimía la rebelión morisca. A los textos que cita el santanderino —Comentario de la guerra de Alemaña, de Luis de Ávila y Zúñiga (Venecia,Tomás de Gornoza, 1548), Diálogos de la vida del soldado, de Diego Núñez Alba (Salamanca, Andrea de Portonariis, 1552) y la segunda parte de la Historia de la vida y hechos del emperador Carlos V, de Fray Prudencio de Sandoval (Valladolid, Sebastián de Cañas, 1606)— podemos añadir la manuscrita Crónica del emperador Carlos V de Alonso de Santa Cruz. Sólo sitúa nuestro protagonista en Mühlberg el Compendio de las más señaladas hazañas que obró el capitán Alonso de Céspedes de Rodrigo Méndez Silva (Madrid, Diego Díaz, 1647), muy posterior a la fecha de redacción de la obra, que según Morley y Bruerton, 1968, p. 400, Lope escribió entre 1612 y 1615, además de El Hércules de Ocaña, incluida en Comedias de F. don Juan Bautista Diamante (Madrid, Andrés García de la Iglesia, 1670). 2 Aparte de que, tal como apuntamos en la n. 1, la participación de Alonso de Céspedes en la batalla de Mühlberg no está documentada, las escasísimas probabilidades de que un mismo soldado hubiera tenido un papel destacado tanto en el paso del río como en el apresamiento del duque de Sajonia —cuyo mérito, por otra parte, no recayó según las crónicas en una sola persona—, dan testimonio de la popularidad que el personaje del forzudo tenía medio siglo después de su muerte, lo que explica que se le atribuyeran hazañas que no llevó a cabo. Por su parte, El Hércules
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En conclusión, si hasta la mitad del tercer acto domina claramente la trama que podemos llamar personal, en la segunda mitad del tercer acto, convergen ambas tramas e incluso encontramos alguna escena que podemos asignar a lo histórico. El valiente Céspedes no es, pues, el ejemplo prototípico de comedia histórica de hechos contemporáneos, aunque, como veremos, su estudio presenta interés, especialmente como complemento al de La nueva victoria de don Gonzalo de Córdoba. Si lo histórico tiene en ella menos peso, no es sin embargo un mero telón de fondo. Recordemos, pues, los hechos que la obra lleva a escena y su contexto.3
La Liga de Esmalcalda y la batalla de Mühlberg La crisis religiosa que estalló en Alemania a raíz de la consolidación y difusión de la Reforma se añadió a las tensiones políticas ya existentes entre la autoridad de Carlos V y el poder de los parlamentos y príncipes germanos. El fracaso de los intentos de encontrar una solución que no comprometiera el dogma católico como los de la Dieta de Augsburgo de 1530 abrió la posibilidad al uso de medios más expeditivos, a la par que animó a los protestantes a unir sus fuerzas en la Liga de Esmalcalda (febrero de 1531), dirigida por el duque y príncipe elector Juan Federico de Sajonia y el landgrave Felipe de Hesse. La necesidad de defender el Imperio frente a los turcos, la rivalidad con Francia y, sobre todo, la desesperada situación financiera, obligaron al emperador a contemporizar con los protestantes durante más de una década, lo que suscitó la condena del papa. Tras firmar en 1544 la Paz de Crépy con Francia, Carlos V podía enfrentarse al protestantismo con más firmeza. Lograda la alianza con el Papado en junio de 1546 y reunidos en España los fondos suficientes para levantar un ejército, el 20 de julio un decreto imperial declaró proscritos al príncipe elector Juan Federico de Sajonia y al landgrave Felipe de Hesse. La primera campaña de la guerra se libró en el verano y otoño de 1546 en la línea del Danubio y se resolvió a favor del ejército imperial, del que era capitán general el duque de Alba y al frente del de Ocaña de Luis Vélez de Guevara, escrita entre 1620 y 1625 según Bruerton, 1947, p. 362, lo sitúa en los Países Bajos en tiempos del duque de Alba. 3 El siguiente resumen del contexto histórico de la batalla de Mühlberg procede de Lynch, 2003, pp. 110-116 y Fernández Álvarez, 1982, pp. 719-814.
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cual se hallaba el propio Carlos V. Sin embargo, en el norte de Alemania, Juan Federico de Sajonia mantenía su desafío, y en esa región se iba a desarrollar la segunda campaña. Por aquel entonces Carlos V no podía contar ya con la alianza de Paulo III, que había retirado sus tropas del contingente imperial. El ejército del emperador atacó por sorpresa al protestante, del que le separaba el Elba, en Mühlberg el 24 de abril de 1547. Mientras el campo del príncipe elector se batía en retirada, sus arcabuceros no pudieron evitar que sus homólogos españoles, cuyo ejército no contaba con un servicio de pontoneros suficiente, se arrojaran al río en un acto de gran valentía y se hicieran con los trozos de puente del enemigo. Una vez desamparado el río por los protestantes, el ejército de Carlos V lo franqueó por un vado y por el recién construido puente de barcas. La caballería, cuya vanguardia estaba al mando del duque de Alba, dio pronto alcance a las fuerzas del duque de Sajonia y concluyó la batalla, en la que hubo que lamentar muy escasas bajas por parte del ejército imperial. Al igual que buena parte de sus soldados, Juan Federico de Sajonia fue apresado. Un tribunal imperial condenó al príncipe elector a la pena de muerte, pero Carlos V estaba dispuesto a perdonarle la vida. Por las capitulaciones del 19 de mayo, perdió el electorado y la mayor parte de sus bienes, mientras que en materia de fe sólo se comprometió a lo que se acordase en las Dietas Imperiales. Con todo, el triunfo sobre la Liga de Esmalcalda no le permitió a Carlos V imponer sus condiciones políticas y religiosas en Alemania. El compromiso conocido como Ínterim (30 de junio de 1548) no trajo la paz religiosa, mientras que una nueva alianza de Francia con los protestantes, unida a la amenaza turca, le obligó a aceptar su derrota en Alemania y reconocer el protestantismo en el Tratado de Passau el 15 de agosto de 1552. La conclusión que El valiente Céspedes (p. 107a) atribuye al duque de Alba en el sentido de que la batalla de Mühlberg había aniquilado la resistencia al emperador en Alemania tuvo, pues, una validez limitada en el tiempo.
Próspera fortuna de Alonso de Céspedes Conscientes de la pertenencia sólo parcial de El valiente Céspedes al corpus de comedias históricas que tratamos, vamos a centrarnos en el análisis de algunos aspectos como la caracterización del enemigo o la
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motivación religiosa de la campaña, que nos van a permitir una comparación con otros textos, y en especial, por su afinidad temática, con La nueva victoria de don Gonzalo de Córdoba. Es obligado, sin embargo, referirse antes brevemente al protagonista de la comedia y a su fabulosa ascensión social a través de las armas. El hidalgo, dotado como su hermana de una portentosa fuerza física y con una sorprendente facilidad para desenvainar la espada —a veces, todo sea dicho, sin demasiada justificación— emplea por fin ambas cualidades en la guerra, al servicio del emperador. Cuando la acción se traslada a Alemania, el valor del hidalgo —que empieza la campaña como simple soldado— ya le ha ganado el favor del duque de Alba, a la par que la envidia de algunos camaradas. Después de ser nombrado capitán, Céspedes publicará un desafío para acallar a los envidiosos, al que asistirá Carlos V y del que será juez el duque de Alba. Su victoria en el mismo le proporcionará nuevos honores del emperador, entre los cuales el señorío de un lugar, e incluso el reconocimiento de sus camaradas españoles. Pero será su actuación en Mühlberg, de la que hay que recordar su papel en el franqueo del Elba y en el apresamiento del duque de Sajonia, la que le valga el ennoblecimiento, en la forma de un hábito de Santiago.4 Hacia el final del tercer acto, Céspedes puede concluir, pues, que «Carlos y el de Alba a mi valor se inclinan» (p. 107b). El forzudo parece haber cumplido la lección que había impartido a su criado Beltrán antes de embarcarse para Alemania, según la cual al salir al extranjero, uno «ha de intentar/ ennoblecerse, y buscar/ diferente fama y nombre» (p. 66a). Tampoco el no menos valeroso criado, que la guerra eleva a camarada a ojos de Céspedes, queda excluido de la recompensa por el franqueo del Elba, que le reporta dos mil escudos.Y es que el valor que los principales personajes de las comedias de Lope, nobles pero también plebeyos, emplean en la guerra se ve casi siempre recompensado, proyectando así una imagen atractiva, llena de posibilidades de enriquecimiento y medro social, del ejercicio de las armas, especialmente entre el público popular. Volviendo a la comedia, los propios soldados españoles sacan también provecho del ascenso de Céspedes cuando éste les autoriza a saquear su posada después de las mercedes obtenidas tras su victoria en el desafío (pp. 94a-95a). 4
La concesión de dicha dignidad, recogida posteriormente por Gonzalo de Céspedes y Meneses en Varia fortuna del soldado Píndaro (I, p. 170), no figura en el Índice de Vignau y Uhagón, 1901.
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La guerra contra la Liga de Esmalcalda tiene asimismo unos efectos beneficiosos sobre los avatares amorosos y los peligros que acechan a los hermanos Céspedes. Alonso conoce en Alemania a su futura mujer,Teodora, la hermana del capitán que le aloja. Todavía más concretamente, la batalla de Mühlberg da ocasión para que salve la vida de Diego —que se había arrojado al río siguiendo el ejemplo del toledano— y para que éste abandone como consecuencia sus ansias de venganza del forzudo por el asesinato de su tío Pero Trillo. El resultado es que los amores de Diego con María tienen por fin la vía expedita y que el doble matrimonio de los Céspedes cierra la obra, sancionado por el duque de Alba al poco de la victoria.5
El enemigo: Juan Federico de Sajonia Pero pasemos ya al análisis de la caracterización del enemigo alemán que, al igual que en La nueva victoria de don Gonzalo de Córdoba, es antes hereje que rebelde al emperador. Si es cierto que el hidalgo don Diego denuncia la desobediencia de los príncipes vasallos «a la romana Iglesia/ y al Imperio» como el motivo que ha llevado a Carlos V a enfrentarse con ellos, también lo es que su «injusta insolencia» se manifiesta por su seguimiento de las doctrinas de Lutero (pp. 86b-87a) y que, a lo largo de la obra, la Liga de Esmalcalda, sus miembros y sus fuerzas son referidos o caracterizados como herejes, enemigos de la fe o contrarios a la Iglesia. Es significativo, además, que recién trasladada la acción a Alemania, se saque a colación la no asistencia de algunos príncipes alemanes a la 5 Parece que el accidentado proceso de los amores de Diego y María despertó las susceptibilidades de los descendientes de esta última. En una carta de 1616, Lope de Vega escribe a su patrón sobre el desasosiego que le han causado «ciertas pesadumbres con los parientes del valiente Céspedes» (Amezúa 1941, III, núm. 253) y, al publicarse la comedia en la Parte XX (Madrid, viuda de Alonso Martín, 1625), el dramaturgo creyó oportuno introducir después de la dedicatoria de la obra una advertencia «Al letor» en la que, frente al carácter «histórico» de las hazañas de Alonso de Céspedes, subraya la naturaleza fabulosa de los amores de su hermana María (fol. 127r). Advierte, pues, Lope que «en esta comedia los amores de don Diego son fabulosos y sólo para adornarla, como se ve el ejemplo en tantos poetas de la Antigüedad: porque la señora María de Céspedes fue tan insigne por su virtud como por su sangre y valentía, y celebrada entre las mujeres de aquel tiempo [...]. Con este advertimiento, se pueden leer sus amores como fábula, y las hazañas de Céspedes como verdadera historia de un caballero que honró tanto su nación cuanto admiró las extrañas».
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procesión de Corpus a la que les invitó el emperador en Augusta (Augsburgo), hecho que Céspedes interpreta como una falta de respeto no a Carlos V, sino al cuerpo de Cristo (p. 75a). Evidentemente, el máximo enemigo es el duque Juan Federico de Sajonia, que sólo aparece en la segunda mitad del tercer acto, a tiempo para encajar la derrota y ser apresado. Sus dos apariciones en escena están marcadas por un creciente infortunio: en la primera porque la táctica de los imperiales lo sorprende y demuestra una determinación que hace temer lo peor y en la segunda porque, privado de libertad, se encuentra a merced de Carlos V (pp. 103 y 107). La primera salida a escena del duque está dedicada a su reacción de perplejidad ante la noticia de que el emperador cruza el Elba. La confianza que expresa en la victoria no tarda en verse desmentida y no puede más que admirar la hazaña de los imperiales, la iniciativa de la cual el capitán Alberto no duda en atribuir al valor de los españoles. Además de sufrir la derrota, el dirigente de la Liga de Esmalcalda es apresado por Céspedes y, en su segunda escena, comparece ante el emperador con una herida en el rostro.6 Carlos V no considera creíble el súbito respeto con el que se le dirige el prisionero pero, sea cual sea la sinceridad del elector de Sajonia, no podemos pasar por alto el hecho de que le pida perdón por sus errores, que —al dirigirse al emperador— suponemos en un primer término políticos y sólo luego religiosos.7 De entrada, el Austria condena a Juan Federico a ser ejecutado públicamente y el prisionero acoge la sentencia con una entereza rayana en la indiferencia. Sin embargo, ante los ruegos de varios príncipes alemanes y el desconsuelo de la mujer del duque, le perdona la vida en un gesto que muestra su clemencia y que debe ser interpretado como índice de valor y no de debilidad (p. 110a).8 6
Es la historia quien sugirió a Lope un rasgo de caracterización tan oportuno en un prisionero vencido como es la herida en el rostro. Recogen el detalle los textos de Ávila y Zúñiga (fol. 119v), Núnez Alba (p. 208), Sandoval (III, p. 296a) y Santa Cruz (V, p. 30). Recuérdese una vez más que la presencia de Céspedes en Mühlberg no está documentada y mucho menos, pues, que contribuyera a la captura del elector de Sajonia. 7 Entre los textos contemporáneos sobre la batalla, sólo Núñez Alba (p. 224) hace referencia indirecta —a través de la mujer del duque— y no tan inmediata a la intención de Juan Federico de Sajonia de pedir perdón. 8 Recuérdese el punto de vista de Ramiro, expresado en otro contexto, según el cual Carlos V perdona a los que no reconocen su autoridad para que se enmienden
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Los alemanes partidarios del emperador y la labradora prohispánica Brígida Pero, claro está, no todos los alemanes se sitúan en el bando de Juan Federico de Sajonia. Aparte del labrador que indica el vado del Elba al ejército imperial o de las referencias a los nobles germanos que apoyan la campaña sajona (pp. 87a, 102a, 110a), capta nuestra atención el personaje de la labradora prohispánica Brígida.9 Céspedes acepta enrolar como criada a la villana después de rescatarla de unos soldados españoles que pretendían jugársela a las cartas, y a los que el protagonista de la comedia hace tomar conciencia de lo equivocado de su comportamiento (pp. 84b-86a). Aunque el soldado Ramiro supone que, como otros villanos alemanes, Brígida es hostil a Carlos V, la labradora tiene en realidad una alta opinión de los hidalgos españoles —que la vejación a la que se ve sometida no modifica— y confía tanto en las autoridades militares hispanas como para amenazar con acudir al duque de Alba para pedir justicia.10 Nada más rescatada, la alemana confiesa a Beltrán su afición por los españoles, en la línea de la mujer extranjera enamorada del militar patrio, personaje-tipo que aparece en varias de las comedias que estudiamos y que tendremos ocasión de analizar más detenidamente a propósito de Rosela, la dama flamenca de Los españoles en Flandes. Brígida no es, con todo, un ejemplo muy representativo de ese personaje tipificado, puesto que su simpatía general no llega a convertirse en amor hacia ningún soldado en concreto. En cualquier caso, esa afición hispánica no parece compartida por su entorno inmediato, lo que la hace más (p. 84b). Por cierto que en dicha intervención hay que leer con la princeps de la Parte XX (fol. 141r) «aquella real clemencia/ perdona vuestra insolencia» y no «nuestra insolencia» como hace Menéndez Pelayo. 9 A pesar de que Teodora se refiera a Brígida como a la «flamenca/ moza de Céspedes» (p. 97b), parece más verosímil que se trate de una labradora alemana, ya que su primera aparición se da cuando el ejército imperial está alojado en Ratisbona (p. 82b) y su marido y parientes acuden a Sajonia en su búsqueda (pp. 82b y 100a102a). La acción del segundo acto de la comedia se abre en Alemania, aunque al parecer tanto Céspedes y Beltrán como Diego y María de Céspedes entraron desde Flandes (pp. 77a, 111a) y Teodora desliza una contradicción interna (p. 108b). 10 En Los españoles en Flandes, la flamenca Rosela, que había fingido vender pan para acercarse al campo realista, acude ante don Juan de Austria para denunciar el robo de su género por parte de un soldado español. Salvado, el responsable de la fechoría, es traído ante el gobernador aunque rápidamente puesto en libertad (vv. 1779-1961).
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notable. A las puertas de la batalla, el marido de Brígida, al que ésta daba erróneamente por muerto, y sus parientes —uno de los cuales se refiere a Céspedes como «el marrano español»— exigen la entrega de su mujer. El resultado de la iniciativa de los villanos es el previsible: la muerte de como mínimo uno de ellos e incontables heridos (pp. 100a-101b).
La defensa del catolicismo contra la herejía En coherencia con la caracterización del enemigo como hereje, la presentación del conflicto y la imagen del emperador —«divino», «cristianísimo» (pp. 75a y 102a)— reciben una importante impronta religiosa. Antes que el restaurador de su autoridad en el Imperio, Carlos V es el defensor de la fe católica. Es significativo que, a pesar de haber ocurrido diecisiete años antes de Mühlberg, se incluya en el primer acto un resumen de su coronación como emperador por parte de Clemente VII (pp. 72b-73a). Queda así constancia de las atribuciones no sólo temporales, sino también espirituales de Carlos V y, por ende, de la legitimidad religiosa, aparte de la política, de su campaña en Alemania, país al que por cierto se nos dice que se dirigió después de la coronación. Tal como a propósito del cetro y el estoque que le fueron entregados en la ceremonia recuerda el capitán Hugo al alférez Lorenzana, es obligación del emperador ensalzar la fe y, como defensor de la Iglesia, combatir al que contra ella es soberbio. No es difícil relacionar la campaña de Sajonia con ese segundo cometido.11 Antes de cruzar el Elba y entrar en batalla, el devoto emperador se dirige al Señor, confiado en su ayuda, pues se halla empeñado nada menos que en la «justa venganza» de la Iglesia contra el infierno (p. 102a). Convencido de que Dios se siente implicado en tal lucha, lo invita —parafraseando al salmista— a levantar su mano y a juzgar su causa, que desde luego coincide con la imperial.12 La diestra del Señor que anegó a los 11
Por su parte, Céspedes, en el que todavía está vivo el recuerdo de la ausencia de algunos príncipes alemanes en la procesión de Corpus a la que les invitó el emperador y que él interpreta como un agravio al sacramento (p. 75a), ve en la campaña de Sajonia la posibilidad de vengar tan grave ofensa, lo que le vale ser calificado de «defensor del pan» (p. 75b). 12
La súplica de Salmos 74, 22 a propósito de la destrucción del templo de Jerusalén por los enemigos de Israel («Exurge, Domine, iudica causam tuam») se convirtió en favorita de la Inquisición y dio título en 1520 a la bula de León X
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egipcios en el Mar Rojo (Éxodo 14-15) volverá a golpear en Mühlberg, una batalla con elementos extraordinarios como el paso del Elba o la prisión del duque de Sajonia.13 Resulta comprensible, pues, que las primeras palabras del emperador una vez alcanzada la victoria sean para atribuirla a Dios, aunque el duque de Alba no se olvida acto seguido de sacar a relucir los méritos del valeroso Carlos V (p. 106b).14 En definitiva, la religión es, en oposición a lo político, el marco de referencia que permite acercar al público a un conflicto en un territorio sobre el que, en el momento de la redacción de la comedia, Felipe III no ejercía ya un control directo, a diferencia de lo que ocurría en los Países Bajos.
La excepcionalidad de los españoles Por otra parte, una de las características de El valiente Céspedes es su marcado chovinismo, que se acerca a las cotas de una comedia afín en varios otros aspectos como es La contienda de García de Paredes.15 Alguque amenazó con la excomunión a Lutero. También la historia de Sandoval pone la expresión en boca del emperador después de que éste reparase en un crucifijo pasado de un arcabuzazo (III, p. 293). Tal ofensa religiosa cumple una función de estímulo al combate parecida a la que desempeña la que Céspedes recuerda en la comedia (p. 75a), y la recogen asimismo Ávila y Zúñiga (fol. 114) y Núñez Alba (p. 201). Hallamos asimismo un eco de Salmos 74, 22 en las oraciones a Cristo de los generales don Gonzalo Fernández de Córdoba y don Juan de Austria, en La nueva victoria de don Gonzalo de Córdoba (vv. 2075-2078) y La Santa Liga (p. 265b) respectivamente; véanse la n. 75 de este mismo capítulo y la p. 139. 13 Es curioso señalar que, frente a esta referencia sagrada, el capitán Alberto evoca más adelante la pagana de Leandro, cuyo destino trágico predice al emperador cuando éste vadea el Elba (p. 103a). 14 El emperador también atribuye la victoria a Dios, hasta el punto de que parafrasea en consecuencia a Julio César —«Vine y vi y Dios venció»— en Ávila y Zúñiga (fol. 122r) y Sandoval (III, p. 297), mientras que Milicio, uno de los interlocutores de los Diálogos de Núñez Alba (p. 214), aprecia la intervención divina en algunos prodigios naturales que beneficiaron a los católicos. 15 La contienda de García de Paredes y el capitán Juan de Urbina propone una imagen excepcional del español, la de alguien superior al resto de las naciones, que vendría a ser nada menos que el verdadero hombre e incluso alguien que en el extranjero está por encima de la ley. La contienda... también tiene como protagonistas a dos forzudos con una asombrosa facilidad para desenvainar la espada que se distinguen en la guerra, en esta ocasión en Italia, primero al servicio del papa y luego al del emperador en su rivalidad con Francisco I por el Milanesado. Llaman la atención
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nos personajes, tanto españoles como extranjeros, tienen una visión de aquéllos como excepcionales en cuanto a su honor y valor. Recuérdese la alta idea que sobre el honor de los hidalgos de esa nación tiene Brígida, conservada aun cuando los soldados españoles se la juegan a las cartas, así como la confianza de la alemana en la justicia del duque de Alba (p. 85a). O la sentencia que María de Céspedes pronuncia ante Teodora cuando ambas, vestidas de hombre, se encuentran a las puertas de la casa en la que se aloja Alonso: ser español es algo que no puede ocultarse «porque es tanto honor, que obliga/ a morir por su defensa» (p. 98b). La valentía es otra de las cualidades hispanas esenciales: según Teodora, Céspedes demuestra cuál es su nación al publicar su desafío, mientras el capitán protestante Alberto no duda de que la hazaña del paso del Elba se debe a la iniciativa de los españoles, los únicos con ánimo para tal cosa (pp. 89b y 103b).16 Completa este aspecto de la comedia la estrecha vinculación del valor de Céspedes —«honra de la patria», «flor de España» (pp. 94b y 112a)— a su nación, reforzada en la dedicatoria y la advertencia «Al lector».
Apéndice: el «Comentario de la guerra de Alemaña», fuente de dos pasajes No queremos dejar de señalar, finalmente, que el Comentario de la guerra de Alemaña de Luis de Ávila y Zúñiga es la fuente de un largo parlamento algunos episodios paralelos como el asesinato de un alguacil, la evasión de la cárcel de García de Paredes, parecida a la de María de Céspedes en nuestra comedia, o el perdón del marqués de Pescara a Urbina después de que éste se vea envuelto en una pelea con un camarada, similar al perdón del duque de Alba a María de Céspedes por los asesinatos de Reinoso y Angulo, sin olvidar, claro está, una cierta semejanza entre la contienda final de los dos forzudos y el desafío de Alonso. La obra también cuenta con su extranjera bien predispuesta hacia los españoles, Clarinda, enamorada de García de Paredes. No tratamos con más detalle la comedia porque en ella predomina la trama personal sobre la histórica, hasta el punto de que la atención no se focaliza sobre un proceso histórico concreto y son los protagonistas los que dan unidad a la acción, que además no se relaciona sino laxamente con otra de las comedias del corpus, Carlos V en Francia. Finalmente, el primer acto sucede en tiempos de Fernando el Católico y queda, pues, fuera de los límites que nos hemos fijado. 16 Tampoco le extraña al forzudo Aspramonte, soldado alemán al servicio de Luis XII en Italia, que sea un español —Chaves de Villalba— quien responda al desafío que publica en Roma, ya que les considera una raza aparte en cuanto a valor y honor (El blasón de los Chaves de Villalba, p. 276a).
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y de un diálogo de la comedia que nos informan, respectivamente, sobre la naturaleza y la organización política del país y los antecedentes inmediatos de la guerra y sobre la situación e intenciones de los contendientes en los momentos previos a la batalla (pp. 86b-87a y 96b-97a). En primer lugar, el comienzo del texto señalado (fols. 4r-6v y 11) ha influido en la prolija intervención en la que el vengador Diego —curiosamente él— aclara a su criado Mendo el contexto político-militar de la inminente campaña. El pasaje de la fuente utilizado en este caso demuestra que Lope ha manejado una edición que incluía la adición del exordio que contiene la descripción física y política de Alemania y de los antecedentes de la guerra contra la Liga de Esmalcalda —caso de Venecia (Francisco Marcolini, 1552 y 1553), pero no de Amberes (Juan Steelsio, 1549 y 1550), por ejemplo—. Reproducimos en primer lugar el comienzo del Comentario y el pasaje correspondiente de la comedia, subrayando las expresiones que la segunda toma del primero:17 [...] Alemaña, provincia grandísima, es hoy toda ella divisa en dos partes por el río dicho así Mogón. La que va y acaba en la ribera del mar Océano llaman comúnmente la baja y la otra, que va hacia Italia, se llama la alta. En ambas hay gran número de ciudades, de villas y castillos, parte de los cuales llaman imperiales por ser como son patrimonio del imperio. Otra parte es de tierras francas que viven libres a modo de república; hay también otra subyecta a duques, marqueses, condes, barones y señores, ansí eclesiásticos como seglares. Mas de todas ellas y ellos es cabeza y superior el Emperador, elegido de siete príncipes llamados por esta elección electores, tres de los cuales son eclesiásticos: arzobispo de Maguncia, arzobispo de Colonia y arzobispo de Tréveres; los otros cuatro son conde Palatino, duque de Sajonia y el marqués de Brandamburque; los cuales, siendo iguales en votos, tienen por séptimo el serenísimo rey de Bohemia para poder juzgar mejor en la elección. Promete con juramento toda Alemaña al nuevo emperador elegido obediencia y fidelidad contra los inobedientes a Su Majestad, y promete el Emperador a aquella provincia de conservarle su libertad y leyes [...]. En el año de 28 del imperio de Carlo V Máximo, Juan Federico, duque de Sajonia, elector, y Filipo, lantgrave de Asia, [...] por ventura no contentos de su fortuna, aspirando a mayores cosas, llevaron tras sí algunos años antes diversos pueblos y señores con color de una nueva seta luterana que había tenido principio de un fraile augustino llamado Martín Lutero, [...]; y ansí 17 Modificamos algún aspecto de la puntuación y ortografía del texto que editó Menéndez Pelayo.
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es que, hallándose los dichos por esto con mucha potencia y soberbia y con poca obediencia al Emperador y a sus dietas, siendo llamados por él y por ellas, o no venían, o viniendo, no tenían el respeto que convenía y eran tenidos a su superior; y eran ya llegados a términos que hecha entre sí la liga (dicha por el lugar en el que se concluyó Smalcáldica), celebraban aparte entre sí dietas, y hacían ayuntamientos en depresión de la majestad del Emperador; y habiéndolo él disimulado por algunos justos respectos, y por impidimientos de otros grandes negocios y guerras, ansí de África y Hungría como de otras partes; en fin, viendo la soltura destos y que la llama se iba avivando de manera que aquella provincia tan antigua, de tanta religión y justicia, por falta de lo uno y de lo otro se venía a perder si no fuese puesto el remedio oportuno, y viendo que estos dos príncipes, con ayuda de las ciudades y de los demás de su liga, iban a damnificar por su autoridad a quien a ellos les venía a cuenta si bien fuesen sujetos al imperio, el Emperador, movido de tan justas causas, se dispuso al remedio de males tan importantes como se veían y esperaban.18 Todo el resto de Alemaña [excepto Cleves y Baviera] (no comprehendiendo las tierras del rey de romanos y algunas pocas ciudades imperiales) estaba dentro de la liga Esmalcáldica (que así se llama la liga de los protestantes, por el lugar donde se hizo), y las que fuera della están, eran ya declaradas luteranas. Las católicas principales eran Colonia, Metz de Lorena, Aquisgrán y otras pequeñas y pocas. Las principales de la liga eran Augusta, Ulma, Argentina y Francaforte, ciudades riquísimas y muy poderosas; y sin estas, Lubec, Brema, Bransvic y Hamburg, ciudades principales, y juntamente con ellas otras diversas. Nuremberg, Norling, Rotemburg y otras no estaban en la liga, aunque eran luteranas; de manera que la potencia de las unas y las otras se podía decir que era la del imperio. Los príncipes y señores de Alemaña que estaban comprehendidos eran todos los del imperio, excepto el rey de romanos, duque de Baviera, duque de Cleves, y algunos pocos gentileshombres [...] [...] de manera que vinieron a ser cincuenta banderas de tudescos, veinte y cinco en cada regimiento. Proveyó Su Majestad juntamente con lo dicho que viniese don Álvaro de Sande de Hungría con su tercio, que eran dos mil y ochocientos españoles, y que Arce viniese con los de Lombardía, que eran tres mil [...]. (Comentario del muy ilustre señor don Luis de Ávila y Zúñiga en la guerra de Alemaña,Venecia, Francisco Marcolini, 1552, fols. 4r-6v y 11).
18
Hasta aquí llega la introducción al Comentario que está en la edición de Venecia (Francisco Marcolini, 1552 y 1553), pero no en la de Amberes (Juan Steelsio, 1549 y 1550).
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MENDO DIEGO
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¿Parte ya Su Majestad? Viendo la desobediencia destos príncipes vasallos, Mendo, a la romana Iglesia y al Imperio, de que él tiene la victoriosa cabeza dignamente coronada, ha publicado la guerra. Es Alemania provincia grande y fértil, a quien riega y parte el río Magón; la que acaba en la ribera del Océano, se llama la baja; mas la que llega a Italia, Alemania la alta: entre aquestas dos hay puestas mil ciudades imperiales, mil francas y libres tierras, patrimonio del Imperio de donde este nombre heredan. Sin las repúblicas libres, hay otras que están sujetas a duques, marqueses, condes, seglares y de la Iglesia. Déstas todas es señor el Emperador, que reina por los príncipes que llaman electores desde aquella guerra de Otón y Crescencio. Siete son, y así se cuentan: Maguncia, Colonia y Tréveris son tres arzobispos que entran en la elección, y los cuatro seglares, el de Baviera, Palatino, Brandemburg y Sajonia; en fin, al César juran obediencia todos, y él jura ser su defensa. Ya de la Liga Esmalcalda tienes noticia, y que intentan, siguiendo a Lutero, algunos mostrar su injusta insolencia.
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Ulma, Aquisgrana, Argentina, Colonia y Metz de Lorena, católicas, le obedecen; las demás, dudosas quedan. Doce mil italïanos le envía para esta guerra el Papa, y los coroneles cincuenta insignias tudescas; tres mil españoles vienen de Hungría, gente de prueba, con don Álvaro de Sandi, español de fama eterna; con el maestre de campo Arce otros tres mil, que llegan de Lombardía esta tarde [...] (ed. Menéndez Pelayo, pp. 86b-87a).19
Nótese que Lope concentra la información e incluso reúne en el parlamento dos lugares distintos del Comentario (fols. 4r-6v y 11), manteniendo a grandes rasgos el orden expositivo de la fuente. El dramaturgo cambia equivocadamente la composición del colegio electoral y sustituye al rey de Bohemia por el duque de Baviera.20 Es interesante, por otra parte, constatar que varían de un texto al otro los términos del contrato que vincula al emperador y a los príncipes alemanes. Si en ambos estos últimos juran obediencia a su señor, en Ávila y Zúñiga éste se compromete a conservar la libertad y leyes del país, mientras que Lope sólo le hace jurar protección a los príncipes. Dan testimonio de la rapidez con la que Lope escribió la obra su errónea atribución de las ciudades alemanas a uno u otro bando. El dramaturgo hace de Ulm y 19
Modifico en algún caso el empleo de mayúscula y minúscula y la puntuación, al igual que hago en las sucesivas citas, en las que en ocasiones modernizo además la grafía o la separación de palabras. Me sirvo para tal fin de los criterios del grupo de investigación Prolope de la Universitat Autònoma de Barcelona, que pueden consultarse en Tubau, 2008. 20 La composición correcta del colegio electoral en 1547 es, pues, la que aparece en el texto de Ávila y Zúñiga. Es cierto que en 1623 —años después de la redacción de la comedia, pero dos años antes de su publicación— se desposeyó a Federico V del Palatinado de su cargo de elector en favor de Maximiliano de Baviera, pero si se hubiera querido introducir anacrónicamente este cambio en el parlamento de don Diego se tendría que haber sustituido al elector palatino y no al bohemio.
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Argentina (Estrasburgo) ciudades católicas cuando la fuente las presenta como protestantes. Ya hemos señalado que, en segundo lugar, un pasaje del Comentario referente a la batalla de Mühlberg ha dejado su impronta en el diálogo en el que, a las puertas de la contienda, el capitán Hugo comparte con Céspedes las últimas informaciones que ha podido recabar sobre la posición y fuerzas del enemigo y la táctica del emperador (pp. 96b-97a). Reproducimos a continuación los pasajes pertinentes del Comentario (fols. 106v-108r) y de la comedia: En esto vinieron algunos arcabuceros a caballo españoles, con un capitán llamado Aldana, que por mandado del emperador había ido a descubrir los enemigos, del cual se entendió cómo aquella noche se alojaban en Milburg, que es un lugar de la otra banda de la ribera tres leguas de nuestro campo, y que por allí decían que había vado, mas que sus caballos habían pasado a nado. Al Emperador le pareció que no era tiempo de dilatar la jornada. Envió luego a llamar al duque de Alba para que se proveyese lo que convenía, porque él determinaba de pasar el río por vado o por puente y combatir los enemigos. [...] Estaba el duque de Sajonia alojado de la otra parte, en esta villa que se llama Milburg, con seis mil infantes soldados viejos y cerca de tres mil caballos, porque los demás tenía el Túmez Hierne, [...] y estaba bien asegurado porque sabía que si íbamos a pasar por Maisen nos tenía gran ventaja para esperar o irse donde quisiese; y por donde él estaba era difícil cosa pasar por el anchura y profundidad del río y por ser la ribera que él tenía ocupada muy superior a la nuestra, guardada de una villa cercada y un castillo [...]. HUGO
CÉSPEDES HUGO CÉSPEDES
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Fuera de daros tantos parabienes, sabed que vino el capitán Aldana con los arcabuceros españoles, que a caballo en efecto descubrieron los enemigos, y esta noche dicen que se aloja en Milburg Juan Federico. Quiere el Emperador pasar el Albis, y ha mandado llamar al Duque de Alba para por puente o vado acometerle. ¡Resolución famosa! Federico tiene seis mil infantes en Milburge. ¿Qué caballos?
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Tres mil, que Túmez Hemo21 se acerca con el resto del ejército: la tierra está murada y la defiende un famoso castillo; mas yo temo que la profundidad del ancho río a nuestro Emperador impida el paso, si pretende a Maisen (ed. Menéndez Pelayo, pp. 96b-97a).
De nuevo, Lope concentra las noticias que encuentra en la fuente y en esta ocasión las amolda a la forma de un diálogo en el que quien sostiene el peso de la información es el capitán Hugo, mientras que Céspedes se limita a comentar o inquirir nuevos datos de su camarada.
LA NUEVA VICTORIA DE DON GONZALO DE CÓRDOBA Y EL PREMIO DEL REY La nueva victoria de don Gonzalo de Córdoba, por su parte, lleva a la escena un triunfo del hermano del duque de Sesa contra los protestantes alemanes en 1622, al comienzo de la Guerra de los Treinta Años. La batalla tuvo lugar en Fleurus, en los Países Bajos españoles, pero el origen de los empresarios militares a los que se enfrentó don Gonzalo, Ernesto de Mansfeld y Cristián de Brunswick-Wolfenbüttel, y del que había sido su patrón, Federico V del Palatinado, así como la estrecha relación de sus aventuras militares con las tensiones políticas y religiosas en el seno del Sacro Imperio Romano, nos permite comprender que el título de la primera edición de 1637 llamara a Fleurus La mayor victoria de Alemania.22 21
El militar al que Lope llama Túmez Hemo y Ávila y Zúñiga, Túmez Hierne era el principal capitán del duque de Sajonia. Es posible que Túmez Hemo y Túmez Hierne sean malas transcripciones del Thomas Sier que cita Núñez Alba (p. 188). 22 La Vega del Parnaso (Madrid, Imprenta del Reino, 1637), fols. 243v-264v. Según el Índice de J. I. Fajardo, la comedia habría sido publicada tres años antes como La mayor victoria de Alemania: D. Gonzalo de Córdoba en una Quinta parte (Madrid, 1634) de la que sólo él da noticia (Rennert, 1904, p. 299n). En La Vega del Parnaso, la obra va seguida de la extensa elegía «Pira sacra en la muerte del excelentísimo señor don Gonzalo Fernández de Córdoba» (fols. 265r-271r), que había sido impresa independientemente el año de la desaparición del militar (Madrid, Francisco Martínez, 1635). La batalla de Fleurus merece un lugar destacado en el poema, que menciona al conde de Mansfeld, a Halberstadt e incluso el cuadro de la contienda
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Federico V del Palatinado, el Imperio y la batalla de Fleurus En ese país, polarizado en bandos confesionales hostiles ya mucho antes de la guerra, Federico V del Palatinado era la cabeza de los príncipes protestantes convencidos de la necesidad de enfrentarse a sus homólogos católicos y al propio emperador.23 Desde finales de 1560, en el Palatinado renano reinaba la convicción de que se estaba forjando una alianza católica internacional, encabezada por los Habsburgo y el Papado, que pretendía extirpar el protestantismo de Europa.24 En 1608 no faltó, pues, la firma del elector palatino en la alianza de defensa mutua entre varios príncipes conocida como Unión Protestante, que en 1609 ya tenía frente a sí a la Liga Católica que encabezaba Maximiliano de Baviera. En 1618, el estallido de la rebelión de Bohemia aceleró la internacionalización de los enfrentamientos en el seno del Imperio. Desde el primer momento y hasta el reinado de Felipe IV, España aportó hombres y dinero a gran escala para sofocar el levantamiento. En 1619, Maximiliano de Baviera comprometería la decisiva ayuda de la Liga tras obtener importantes contrapartidas de Fernando II. Mientras tanto, la revuelta se extendió a otros reinos del Imperio y Federico V aceptó la corona que le ofrecieron sus correligionarios de la Dieta bohemia. En este contexto de presión sobre Viena, Felipe III aprobó una maniobra de distracción que constituyó un paso decisivo a la hora de internacionalizar la cuestión bohemia.25 En septiembre de 1620, un ejército de 25.000 hombres a las órdenes de Ambrosio Spínola invadió el Palatinado renano y se aseguró el control de un nuevo nudo en la cadena de comunicaciones entre Italia y Flandes. Por su parte, el 8 de noviembre de 1620, las tropas católicas del conde de Tilly y el conde de Bucquoy que Vincenzo Carducci preparaba en aquel entonces para el Salón de Reinos (fols. 266r-267r y 269v). 23 Para el resumen del contexto histórico en el que se insertan los acontecimientos que La nueva victoria... lleva a escena, me baso en Parker, 1988, pp. 11112, especialmente 99-112, algunos de cuyos capítulos han sido escritos por Simon Adams. Tomo además algún dato de Elliott, 1990, pp. 83-84 y 214-215. 24 El Palatinado se dividía principalmente en dos grandes territorios: el Alto Palatinado, luterano, limítrofe con Bohemia, y el Bajo Palatinado, calvinista, cuyo centro era Heidelberg y que se extendía a ambos lados del Rin. 25 No en balde la invasión del Palatinado inferior fue la «primera intervención armada de un país extranjero en la Guerra de Treinta Años» (Ródenas Vilar, 1967, p. 7).
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aplastaron la revuelta bohemia en la batalla de la Montaña Blanca, cerca de Praga. La campaña de 1620 se saldó con la ocupación de todos los reinos rebeldes, incluida la mitad del Palatinado renano, pero la resistencia de Federico V prosiguió. Entre los pocos príncipes que defendían sin reservas su causa se encontraban Ernesto de Mansfeld y Cristián de BrunswickWolfenbüttel, administrador del obispado secularizado de Halberstadt, dos personajes que reencontraremos en La nueva victoria... Por su parte, Jorge Federico, el margrave de Baden-Durlach, sólo se les uniría en 1622, a tiempo de participar en algunas de las batallas inmediatamente anteriores a Fleurus, recordadas en la obra de Lope. Federico V, que a partir de 1621 estableció su corte en La Haya gracias a su tío Mauricio de Nassau, estaba obligado a buscar el apoyo de sus aliados extranjeros. Los Estados Generales, sin visos de renovarse la Tregua de los Doce Años, se limitaron a continuar proporcionándole un subsidio mensual. La cercanía de Spínola, que regresaba victorioso a los Países Bajos con sus veteranos del Palatinado, les disuadía de una implicación mayor. Jacobo I de Inglaterra, por su parte, se había comprometido a restaurar a Federico en su trono tras la invasión española, pero esperaba conseguir ese objetivo en el marco de un acuerdo más amplio. Sin embargo, pese a arrancar a las partes un breve armisticio, de abril a junio de 1621, tanto Federico como los Habsburgo se mostraron inflexibles. Spínola y la archiduquesa Isabel Clara Eugenia, que contaban con el apoyo incondicional del emperador y del duque de Baviera, eran partidarios de proseguir la conquista del Palatinado. El armisticio de 1621 permitió a Spínola, tal como se ha dicho, retirar su ejército a los Países Bajos para hacer frente a un eventual ataque holandés y dejó a 11.000 hombres al mando de Gonzalo Fernández de Córdoba para que continuara la conquista del Palatinado. Al expirar el alto el fuego, Córdoba puso sitio a Frankenthal, uno de los tres grandes bastiones que permitían controlar la región. La ciudad fue liberada por las tropas de Federico, pero quedaron a merced del hostigamiento del conde de Tilly. En la primavera de 1622, los católicos gozaban de una abrumadora superioridad en Renania. Federico persistió en rechazar los intentos negociadores de Jacobo I de Inglaterra y permitió que el conde de Mansfeld reclutara en Alsacia un ejército de 43.000 hombres, a los que en abril se agregaron otros 11.000 al mando de Jorge de Baden-Durlach. Sin embargo, ambos ejércitos no consiguieron actuar conjuntamente y el 6 de mayo, una
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acción combinada de Córdoba y Tilly infligió graves pérdidas a Baden en Wimpfen. Cristián de Brunswick, por su parte, reclutó un tercer ejército en el norte de Alemania, pero el 20 de junio Tilly, de nuevo secundado por Córdoba, interceptó y causó gran número de bajas a esta nueva fuerza en Höchst. Finalmente, Federico se declaró dispuesto a negociar y el 13 de julio prescindió de los servicios de Brunswick y Mansfeld. Después de haber sido cesados, los militares protestantes atravesaron Alsacia y Lorena y llegaron a las Ardenas, ya en Francia, donde recibieron refuerzos del duque de Bouillon. Tenían la intención de pasar al servicio de los holandeses, que sufrían el sitio de Bergen-op-Zoom por parte de Spínola, y para acudir a su nuevo destino se desplazaron más al noroeste y se internaron en los Países Bajos españoles por Henao. Intentaban de este modo alejarse de Luxemburgo, por donde venía en su busca don Gonzalo Fernández de Córdoba, que los interceptó a la altura de Fleurus, escenario del enfrentamiento de los dos ejércitos el 29 de agosto de 1622.26 Las fuerzas de Córdoba, compuestas por 2.000 hombres de caballería y 8.000 de infantería, se enfrentaron a 6.000 caballos y entre 6.000 y 7.000 soldados de infantería enemigos.27 El ejército español infligió muchísimas más bajas de las que sufrió, pero los protestantes pudieron seguir su camino hacia Holanda y el 4 de octubre obligarían a Spínola a levantar el sitio de Bergen-op-Zoom.28 Al año siguiente, sin embar26 Para la batalla propiamente dicha, pueden verse la relación del propio don Gonzalo (CODOIN, LIV, pp. 307-310), la carta que el embajador en Francia, marqués de Bedmar, escribió a Felipe IV el 8 de septiembre y una relación anónima incluidas en Cánovas, 1888, II, pp. 411-419, la Relación certísima de la felicísima vitoria que ha tenido don Gonzalo de Córdoba (Barcelona, Esteban Liberós, 1622) —el mismo año hubo una edición madrileña a cargo de Andrés de Parra— y la carta de la infanta Isabel Clara Eugenia al conde de Berg del 3 de septiembre (Villermont, 1866, II, pp. 102n103n). No he podido consultar la Relación verdadera de la gran vitoria que don Gonzalo Fernández de Córdoba, biznieto del gran capitán, y hermano del duque de Sessa, tuvo con el conde Arnesto de Mansfelt, a 29 de agosto deste presente año de 1622 (Madrid, viuda de Fernando Correa de Montenegro, 1622), de la que hay un ejemplar en la Academia de la Historia de Madrid. Cf. entre los historiadores modernos Villermont, 1866, II, pp. 99-108, Cánovas, 1888, II, pp. 61-67 y Guthrie, 2002, pp. 100-101. 27 Los datos proceden de Villermont, 1866, II, p. 100n, que cita un informe oficial y una carta del embajador en Francia, marqués de Bedmar, a Felipe IV escrita el 8 de septiembre (Cánovas, 1888, II, p. 414). 28 En la batalla propiamente dicha —es decir, sin contar las posteriores persecuciones al ejército protestante— parece que murieron unos 1.200 soldados de
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go, Brunswick y Mansfeld regresaron a las órdenes de Federico. En el Palatinado, por otra parte, Heidelberg y Mannheim se rindieron ante Tilly en el otoño de 1622 y Frankenthal fue entregado en marzo del año siguiente a oficiales de la archiduquesa. En mayo todo el Palatinado estaba controlado por los Habsburgo. Después de la batalla, tanto católicos como protestantes se consideraron vencedores, y lo cierto es que esa división persiste en la historiografía moderna. Mientras que los historiadores españoles o católicos interpretan Fleurus como una victoria (Fernández Álvarez, Cánovas del Castillo, Menéndez Pelayo,Villermont), algunos extranjeros la consideran una derrota de Felipe IV (Adams, Ward, Ütterodt) o cuando menos una derrota estratégica (Guthrie).29 En cualquier caso, Lope de Vega presenta la batalla como la «nueva victoria de don Gonzalo de Córdoba» a la que dedica su comedia, y omite cualquier referencia al destino al que se dirigían Mansfeld y Halberstadt.
Fleurus como tercera victoria Como su título indica, La nueva victoria... celebra ese triunfo concreto, aunque lo cierto es que, a diferencia de la mayoría de las fuentes españolas contemporáneas, en ningún momento nombra a la localidad de Fleurus. Sin embargo, otorga un papel muy relevante a las dos victorias inmediatamente anteriores en las que participó el hermano del duque de Sesa y que lo enfrentaron a las fuerzas de Federico V en Alemania, Wimpfen y Höchst.30 Estos antecedentes son recordados por los personajes principales de la trama con orgullo o amargura según el bando al que pertenezcan, y constituyen la base de su confianza en la victoria o de su ánimo de revancha. La batalla de Fleurus es presentada, pues, como la tercera de una serie de victorias sobre el hereje y más concreMansfeld, mientras que los españoles sólo reconocieron 300 bajas, tal como podemos leer en la mencionada carta del marqués de Bedmar (p. 413) y en Villermont, 1866, II, p. 103. 29 Nos referimos concretamente a Fernández Álvarez, 1955, p. 39, Cánovas, 1888, II, pp. 61-67, Menéndez Pelayo, 1970, pp. 33-35 y Villermont, 1866, II, pp. 100-108, por un lado, y a Adams (Parker, 1988, p. 107), A. W. Ward citado en Fernández Álvarez, 1955, p. 39n, Ütterodt, 1867, pp. 496-508 y Guthrie, 2002, p. 101 por otro. 30 El texto tampoco nombra estas localidades alemanas al evocar las batallas de las que fueron testigos.
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tamente sobre Federico V, aunque Mansfeld y Halberstadt —Mansfelt y Holstad en el texto— ya no estaban al servicio del Palatino en el momento de la batalla sino que, tal como se ha señalado, se disponían a entrar al de las Provincias Unidas. De forma claramente tendenciosa, el mérito principal de estas victorias se atribuye a don Gonzalo, tal como puede comprobarse en los pasajes que las evocan. El público recibe cierta información sobre ellas a través del recuerdo de Holstad y del resumen que don Gonzalo hace a Tili y al maestre de campo Francisco de Ibarra de dos relaciones que ha enviado a España (vv. 1233-1256, 1451-1497 y 1500-1505). La primera —de dos pliegos— versa sobre «el pasado suceso con el marqués de Baden», es decir, sobre la batalla de Wimpfen, mientras que la segunda —«el segundo encuentro»— da unas brevísimas pinceladas de la de Höchst. Holstad, por su parte, se refiere a esta última batalla con algo más de detalle (vv. 1241-1256), pero también a una contienda que la precedió, en Lorsch (vv. 1233-1240), todo con la intención de recordar a Mansfelt el valor de Gonzalo.31 La realidad, como hemos visto, es que Córdoba estuvo al lado del conde de Tilly —barón de Tili en la obra y en la correspondencia de don Gonzalo— general en jefe del ejército de la Liga Católica, tanto en la batalla de Wimpfen, que les enfrentó a Baden, como en Höchst, donde lucharon contra Cristián de Brunswick. Es más, en Lorsch, Gonzalo sencillamente no estuvo presente y Tilly dirigió en solitario el combate. Paradójicamente, el militar flamenco no participó en la batalla de Fleurus, a pesar de que Lope lo sitúe al lado del español, tal como ya hizo notar Loftis (1987, p. 127). Veamos pues, a través de cada uno de
31 Federico V, Baden y Mansfelt habían ocupado Darmstadt y hecho prisionero al landgrave Luis de Hesse en la noche del 23 al 24 de mayo, y se habían dedicado a saquear el pequeño principado. Mediante el enfrentamiento de Lorsch, que Córdoba designa como de la Bergstrad por deformación de Bergstrasse, el ejército bávaro al mando de Tilly, junto a la caballería española, les obligó a retroceder hacia Mannheim, evitando así que llegaran al Meno y se unieran a las fuerzas de Cristián de Brunswick. Ziomek 1962, pp. 75-76 no identifica o interpreta correctamente los vv. 1233-1256, en los que el obispo de Halberstadt recuerda las presuntas hazañas de Gonzalo en esa acción —a la que no llegó a tiempo de participar— y en la batalla de Höchst, y para los que Lope se basa en la «Relación de lo sucedido en el Palatinado a 23 de junio de 1622» (CODOIN, pp. 251-253), tal como demostramos en el apéndice. Para el enfrentamiento de Lorsch, véase también Villermont, 1860, I, pp. 177-179 y 1866, II, pp. 67-69.
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los campos enfrentados, cuál es el papel en la comedia de esas victorias que anteceden a Fleurus y que la convierten en la tercera de una serie. En el lado protestante, tanto Mansfelt como Holstad tienen muy presentes los daños causados por las batallas de Wimpfen y Höchst, a pesar de que sólo el segundo había participado personalmente en alguna de ellas.32 Sienten las derrotas como una afrenta que vengar, y así las evocará Mansfelt en la arenga que dirige a sus soldados antes de la batalla. Su recuerdo hace que partidarios de los protestantes como el duque de Bouillon —Bullón en el texto— o el criado Jaques sean más conscientes, respectivamente, del peligro que representa la proximidad del general español y de la necesidad de ser prudentes ante el desenlace de la contienda. Cuando éste ya se adivine, Mansfelt saca la cuenta y expresa pues su temor de ver a don Gonzalo victorioso por «tercera vez» (v. 2127). El obispo, por otro lado, reconoce que, después de los dos triunfos, la moral de su adversario católico debe estar alta e interpreta que don Gonzalo presenta combate en inferioridad numérica porque cuenta en su haber con las victorias anteriores, que le dan confianza y que codicia repetir. El de Halberstadt también explica la disposición del general a la batalla por su valor, demostrado en Lorsch y Höchst (vv. 1233-1256). Por su parte, don Gonzalo y Tili corresponden a la percepción de Mansfelt al contemplar la inminente batalla como una «tercera» ocasión de poner a prueba la valentía del enemigo, o como la promesa de una «tercera gloria» o de un tercer favor divino (vv. 730, 778 y 2067-68). El discurso del general a los soldados previo a la contienda insiste sobre el hecho de que los hombres a los que deben enfrentarse ya han sido vencidos, mientras que ellos están acostumbrados a vencer, precisamente el mismo argumento que Mansfelt se ve obligado a rebatir en su parlamento. El motivo de las victorias sucesivas de Córdoba aparece, de forma igualmente insistente, en los textos que sobre Fleurus escribieron Quevedo y Céspedes.33 32
Mansfelt había participado, en cambio, en el enfrentamiento de Lorsch. En las arengas previas a la batalla que le endosan a Córdoba, Quevedo pinta a la fortuna «empeñada [...] con las armas católicas», a las que ha de favorecer en Fleurus como lo ha hecho en anteriores ocasiones (Mundo caduco y desvaríos de la edad, ed. Roncero, p. 173), mientras que Céspedes hace que el maestre de campo general prevenga a sus soldados ante la excesiva confianza que podía derivarse de la «costumbre del vencer» y el «siempre invicto espíritu» (Historia de don Felipe el IV, p. 221). El historiador, además, hace de Fleurus la tercera victoria después de Wimpfen 33
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El general en busca de reconocimiento El general de las fuerzas españolas, Gonzalo Fernández de Córdoba, era hermano de Luis Fernández de Córdoba, el patrón de Lope. Si atendemos a la facilidad de acceso al dramaturgo que le permitía su parentesco y a la percepción de dificultad y tardanza en la corte a la hora de reconocer sus servicios, ampliamente documentada en su correspondencia, es verosímil suponer que la comedia pudiera haber surgido de un encargo de la familia Córdoba al secretario del duque con la finalidad de favorecer o acelerar el premio al vencedor de Fleurus. De hecho, cuatro años antes de la batalla, el patrón de Lope había manifestado a don Gonzalo que consideraba un asunto propio la recompensa a sus méritos en la guerra, al tiempo que se ofrecía para llevar a cabo desde Madrid las gestiones necesarias a tal efecto. Dos años después, era el propio Lope quien se postulaba ante su patrón para celebrar en el futuro las hazañas de su hermano. El Fénix, en efecto, deseaba que la prometedora carrera militar de don Gonzalo trajera grandes noticias «para que yo algún día las escriba, si vivo y si lo merezco».34 Tanto Gonzalo como Lope cumplieron con su parte del deseo formulado por el dramaturgo y La nueva victoria... contó para la redacción de como mínimo un pasaje —aunque parece razonable que haya habido otros casos que no hemos podido detectar— con un texto escrito por su protagonista que éste había hecho llegar a su familia.35 Así, el recuerdo por parte de Holstad de las derrotas protestantes de Lorsch y Höchst (vv. 1233-1240 y 1241-1256) muestra la influencia de la «Relación de lo sucedido en el
y Höchst al considerar una «hazaña [...] digna de escritura» haber ganado Gonzalo «en cuatro meses tres batallas» (p. 224). 34 La carta de Lope, escrita aproximadamente a fines de septiembre o en octubre de 1620, y su minuta para la misiva del duque de Sesa, redactada a fines de septiembre o primeros de octubre de 1618, pueden leerse en Amezúa, 1943, IV, núms. 436 y 586. 35 Contrariamente a lo que sugiere Loftis, 1987, p. 128, el resumen que don Gonzalo hace de la relación que ha escrito sobre la batalla de Wimpfen en La nueva victoria... (vv. 1451-1497) no muestra ninguna influencia de la carta del militar a su señora, redactada desde esa localidad alemana a 7 de mayo de 1622, al día siguiente de la contienda (CODOIN, pp. 178-181).Tampoco pueden establecerse similitudes significativas, por otra parte, entre la relación que don Gonzalo hizo de la batalla de Fleurus a 4 de septiembre (CODOIN, pp. 307-310) y los pasajes del tercer acto que dan alguna información sobre la misma, contenidos entre los vv. 1983 y 2368.
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Palatinado a 23 de junio de 1622», incluida en una carta a su hermano Fernando del 22 de junio.36 En cualquier caso, está claro que el posible peticionario —en nuestra hipótesis, la familia Córdoba— debía dar mucha importancia a la rapidez del trabajo. Las noticias de la victoria llegaron a Madrid el 19 de septiembre y Lope terminó la comedia el 8 de octubre.37 El 21 de ese mes ya disponía de licencia para su representación, que corrió a cargo de la compañía de Juan Bautista Valenciano.38 Desde un punto de vista interno, cuadraría con la hipótesis del encargo destinado a favorecer la promoción social del militar la impresión que el texto transmite de que el héroe fue el único comandante en Wimpfen y Höchst, e incluso en Lorsch, donde sencillamente no estuvo presente. Ténganse en cuenta, además, los encendidos elogios que sobre él vierten propios y extraños e incluso la atribución a la batalla en suelo flamenco de unas consecuencias más decisivas de las que seguramente era razonable esperar que tuviera, tanto en el plano factual como en el estratégico. Pero antes de entrar en esos asuntos, veamos cuál era la situación de don Gonzalo en el momento que nos interesa, un aspecto al que se ha apuntado (Loftis, 1987, p. 225), pero susceptible de mayores precisiones. El duque de Sesa, que ya hemos visto que en 1618 se había ofrecido a ayudar a su hermano a obtener el premio a sus servicios que éste tanto deseaba, no tardó en cumplir su promesa. Dos años antes de Fleurus, so36 La relación y la carta pueden leerse respectivamente en CODOIN, LIV, pp. 251-253 y 250-251.Véase el apéndice al final del capítulo, en el que reproducimos la relación y el pasaje pertinente de la comedia y estudiamos la influencia de aquélla sobre éste. 37 Conocemos la fecha en la que se tuvo noticia de la batalla en Madrid por unos Avisos anónimos manuscritos de la Biblioteca Nacional que reprodujo FernándezGuerra en su edición de Mundo caduco..., de Quevedo (p. 191n) y por las Noticias de Madrid (1621-1627), igualmente anónimas (p. 35), mientras que fue el dramaturgo mismo quien consignó la fecha en que acabó la comedia al término del manuscrito autógrafo, conservado en la misma biblioteca (Res. 84, fol. 51v). 38 El autógrafo incluye la licencia de Pedro de Vargas Machuca, así como el reparto de la compañía de Juan Bautista Almella, llamado Valenciano (fols. 52v y 1r), autor desde 1620. Probablemente el estreno tuvo lugar en Madrid, donde el autor y su mujer, la actriz Manuela Enríquez, se encontraban el 12 de noviembre. Tras la muerte de Juan Bautista en 1624, su hermano gemelo Juan Jerónimo, hasta entonces actor de la compañía, asume su dirección, y sabemos que en 1628 La nueva victoria de don Gonzalo de Córdoba todavía formaba parte de su repertorio.Véase Ferrer, 2002, especialmente pp. 140, 148 y 153-154.
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licitó para Gonzalo, que había servido en Nápoles, Lombardía y Flandes, y que en ese momento era maestre de campo, el gobierno del castillo de Milán o el oficio de maestre de campo general, vacantes tras la muerte de don Alonso Idiáquez.39 Con tal fin escribió, aproximadamente entre junio y julio de 1620, un mínimo de diez cartas de recomendación a Felipe III y a las personas más cercanas a él, como el duque de Uceda o Baltasar de Zúñiga, en las que pronto especificó que el cargo que deseaba Gonzalo era el primero. Sus gestiones, sin embargo, no dieron resultado y en septiembre de 1620 se dirigía al monarca para lamentar la falta de premio a los servicios de su hermano, que por aquel entonces se disponía a iniciar como coronel la campaña del Palatinado.40 El duque de Sesa se atrevía a mostrar ante Felipe III su seguridad en que la recompensa a Gonzalo llegaría más adelante. Más de un año antes de Fleurus, nos consta de puño y letra del propio interesado que éste compartía la impresión de que sus servicios no eran debidamente reconocidos. Así, el 29 de junio de 1621, Gonzalo confiesa en una carta a su hermano Fernando que le honra hacerse cargo del ejército del Palatinado en ausencia de Spínola, pero duda de que su nueva responsabilidad rompa la tendencia a servirse de él para después olvidar «el agradecimiento» (CODOIN, LIV, p. 267). Sus previsiones parecen cumplirse y el 7 de febrero de 1622 se queja al jefe de tercio don Francisco de Ibarra de que, a pesar de tener un ejército a sus órdenes, se le niega el cargo de maestre de campo general. Don Gonzalo ya procura por aquel entonces llamar la atención de la corte respecto a su situación, y Felipe de Santillán intercede por él ante Baltasar de Zúñiga y el resto de miembros del Consejo de Estado.41 39 No era, de hecho, la primera ocasión, aunque desde luego sí la más señalada, en la que el duque de Sesa trataba de favorecer la carrera de su hermano. En 1616, por ejemplo, propuso al gobernador de Milán Pedro de Toledo que don Gonzalo entrara a su servicio, mientras que en 1619 agradecía al inquisidor general fray Luis de Aliaga la promesa de una merced para el militar (Amezúa, 1943, IV, núms. 553 y 690). 40 Las cartas de recomendación de don Gonzalo, además de al duque de Uceda y a Baltasar de Zúñiga, van dirigidas a Filiberto de Saboya, a fray Luis de Aliaga, al marqués de la Laguna, a Andrés de Ciriza, a don Bernabé de Vivanco y a don Pedro de Toledo. Las minutas de Lope para dichas cartas pueden leerse en Amezúa, 1943, IV, núms. 756-759, 761-766 y 770. 41 Las cartas del comandante del ejército del Palatinado y la que éste recibe de Felipe de Santillán, fechada a 16 de febrero de 1622, pueden consultarse en CODOIN, LIV, pp. 87-89, 99-100 y 266-268. La asociación del duque de Sesa con
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También hace valer sus pretensiones en la corte su hermano Fernando, a quien el 22 de junio Gonzalo se muestra confiado en que el rey recompensará su papel en las victorias de Wimpfen y Höchst. Sus esperanzas se cumplen, y el 21 de julio por fin puede compartir con su confidente la satisfacción de ser elevado por Felipe IV al rango de maestre de campo general, merced a la que ha contribuido la intercesión de Spínola. Pero al vencedor de Alemania, que también recibió entonces una merced de la Infanta, todavía le estaba reservada —siempre a ojos católicos— una «nueva victoria», esta vez en los Países Bajos españoles.42 El general esperaba una nueva merced después de Fleurus y puede que este haya sido el contexto del que surgió nuestra comedia. En cualquier caso, a la infanta Isabel Clara Eugenia de Lope no le cabía ninguna duda de que Gonzalo iba a ser recompensado tras la batalla, tal como puede apreciarse en la traslación escénica de la histórica felicitación del militar por parte de la gobernadora de Flandes, que tuvo lugar el 4 de septiembre en Malinas.43 En dicha escena, que cierra la comedia, la infanta entrega una bandera con las armas de España a don Gonzalo «en tanto/ que el Rey, mi sobrino, os premia» (vv. 2591-2592). Sólo en dos de las siete fuentes españolas contemporáneas que he podido consultar, la gobernadora de Flandes alude, si bien con menor seguridad, a la recompensa futura del general.44 el bando del duque de Lerma, depurado al subir al trono Felipe IV, no debió jugar a favor de su hermano; véase más abajo pp. 252-254. 42 CODOIN, LIV, pp. 250-251 y 284-286. Al parecer, la decisión de nombrar maestre de campo general a don Gonzalo se remontaba al 10 de junio, fecha de una carta conservada en el Archivo de Simancas (Villermont, 1866, II, p. 106). 43 La fecha de la revista de los tercios de Fleurus por parte de la infanta la dan el embajador en Francia, marqués de Bedmar, en su carta a Felipe IV sobre la batalla, escrita el 8 de septiembre (Cánovas, 1888, II, p. 415) y la Relación certísima de la felicísima vitoria que ha tenido don Gonzalo de Córdoba (Barcelona, Esteban Liberós, 1622, fol. 64v), que el anónimo firma en Bruselas el día anterior. 44 Aparte del embajador en Francia y la Relación certísima... (n. 43), evocan el parabién de la gobernadora de Flandes el propio Gonzalo en su relación de la batalla (CODOIN, LIV, p. 309), Quevedo (Mundo caduco, ed. Roncero, pp. 174-175), los Avisos anónimos manuscritos que reprodujo Fernández-Guerra en su edición de Mundo caduco (p. 191n), las también anónimas Noticias de Madrid (1621-1627) (p. 35) y Céspedes (Historia de don Felipe IV, p. 224). Sólo en los Avisos y las Noticias hay una referencia a la recompensa después de Fleurus, a la que la infanta intentará contribuir escribiendo a su sobrino Felipe IV. Tampoco en el puntual Villermont, 1866, II, p. 105 —que especifica sus fuentes en nota— queda ninguna constancia de que la infanta pudiera haber hecho ninguna alusión al respecto. Nótese por otra parte
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La realidad es que el mismo día en que recibió el parabién de la infanta, Gonzalo ya conocía su nueva misión, que no debió de acoger con entusiasmo: la de unirse al sitio de Bergen-op-Zoom, dirigido por Spínola.Ya varios meses atrás, don Gonzalo le había confesado a su hermano Fernando el poco atractivo que para él representaba el servicio en Flandes dada la dificultad de que le valiera una merced de asiento. A los cuatro días de la victoria de Fleurus, manifiesta en una carta a su señora el temor de no poder conservar en el ejército de Flandes su flamante cargo de maestre de campo general con toda su autoridad.45 No obstante, sólo se considerará satisfecho en esas condiciones, «con el puesto que tengo, mandando a todos los demás que tuvieren menores cargos que el mío» (p. 310). En caso de servir con inferior cargo o autoridad, «nadie podrá tener a mal que yo vaya a pedir se me haga merced, hallándome reformado después de haber hecho servicios de tanta consideración» (p. 311). Gonzalo está dispuesto incluso a pedir licencia para poder dedicarse plenamente a pretender un cargo.46 El 26 de septiembre, una semana después de que las noticias de la victoria de Fleurus hubieran llegado a Madrid, escribe desde el campo de Bergen-op-Zoom a su hermano don Fernando y desgrana con mayor detalle su estrategia ante lo que percibe como tardanza de la corte en honrarle. Gonzalo pretende mantener sin ninguna limitación «el título y el ejercicio de maestre de campo general» y cifra en mil ducados al mes la mínima retribución que le corresponde (p. 313). Si esas condiciones no fueran posibles en Flandes, donde la infanta y Spínola desean que sirva, Gonzalo está dispuesto a ser destinado a otro lugar, siempre con una merced suficiente. Si aun esto último no fuere factible, Gonzalo regresará a la corte donde, según le informa su hermano, no
que la imitación ante la infanta por parte del ejército de la disposición —Quevedo (p. 174)— e incluso de algún movimiento —Céspedes (p. 224)— de la batalla de Fleurus, se transforma en imitación completa de la contienda en Lope y, al insertarse en una comedia, produce un efecto metateatral (vv. 2525-2531 y 2606-2607). 45 El marqués de Miraflores y Miguel Salvá, editores de la correspondencia de don Gonzalo Fernández de Córdoba, no identifican a la que él llama «mi señora» y trata de «V. E.» (Vuestra Excelencia). No se trata en cualquier caso de la infanta Isabel Clara Eugenia, a quien el militar trata de «Vuestra Alteza» (CODOIN, LIV, pp. 309 y 310-311). 46 Relación de don Gonzalo Fernández de Córdoba de la batalla de Fleurus, a 4 de septiembre, y cartas referidas en CODOIN, LIV, pp. 171-172, 307-310 y 310-311.
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hay consenso entre los validos respecto a su pretensión, mientras que la del marqués de Montenegro parece mejor situada.47 El 11 de octubre, tres días después de que Lope terminara La nueva victoria de don Gonzalo de Córdoba, confiesa a su hermano Fernando sentirse «olvidado» por la corte. Le encomienda que «no pase adelante el invierno sin resolución en mis cosas» (p. 320) y, de no serle concedida ninguna merced en ese lapso de tiempo, le ruega que pida en su nombre la licencia.48 En realidad, el 24 de septiembre Felipe IV había hecho merced a Fernández de Córdoba «de la ciudad de [M]aratea, en el reino de Nápoles; y para ella, título de príncipe o duque, el que escogiese, y cuatro mil ducados de plata de renta».49 Gonzalo no se hace eco del «título en el reino de Nápoles», que finalmente será el de príncipe, hasta el 22 de noviembre, en una carta a su hermano en la que se muestra satisfecho de esa merced y de otra «del consejo de guerra» (p. 350). Sin embargo, sigue sirviendo en el norte de Europa con una autoridad y rango inferiores a los que a su parecer merece, y con recursos humanos y económicos deficientes.50 Gonzalo, que es un simple maestre de campo, cree que a su responsabilidad al frente del ejército del Palatinado se corresponde el cargo de maestre de campo general y un sueldo superior al que percibe. A principios de diciembre, su amigo Álvaro de Losada, compañero de armas en Alemania y Flandes, se encuentra en Madrid para colaborar con Fernando, el hermano de Gonzalo, en las gestiones ante los ministros de Felipe IV para mejorar la situación de su superior.51 Por las 47 CODOIN, LIV, pp. 311-315.Villermont (1866, II, p. 106) apunta a la influencia de Spínola para explicar la ausencia de premio significativo después de Fleurus. A pesar de que el italiano había intercedido por Gonzalo en relación con el cargo de maestre de campo general, a partir del sitio de Bergen-op-Zoom, Fernández de Córdoba lo hacía corresponsable de su situación (p. 314). La relación con el marqués no hará sino empeorar en lo sucesivo con el encargo de una misión en Westfalia sin la asistencia de Spínola, pero sin darle plena autoridad a Gonzalo (véase n. 50). Éste constata, en fin, que el marqués mira con «poco gusto» las cosas del ejército del Palatinado y admite su poca correspondencia con él (p. 327). 48 CODOIN, LIV, pp. 319-321. 49 Noticias de Madrid (1621-1627), p. 36. En sus Cartas, Almansa y Mendoza rebaja a tres mil ducados de renta la merced de Felipe IV (p. 166). 50 Por orden de Spínola y muy a su pesar, Gonzalo se trasladó en noviembre a Westfalia, ya que se sospechaba que durante el invierno podían acudir a la región Mansfeld y Halberstadt. 51 Don Álvaro de Losada, al que Gonzalo califica de «muy íntimo amigo», era señor de Rionegro y capitán de caballos corazas españolas (pp. 8n y 326).
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mismas fechas, ante el olvido de la corte y la ausencia de perspectivas en Flandes, Gonzalo sigue firme en la resolución de pedir licencia para ir a Lombardía y dedicarse desde ahí a sus pretensiones.52
El texto en busca de reconocimiento Tal como hemos adelantado, al contexto personal del militar, que haría verosímil el encargo, hay que sumar algunos rasgos del texto que tal vez puedan entenderse mejor a partir de tal hipótesis. Así, la exageración del mérito e importancia de la victoria, que se vincula a las expectativas abiertas por el todavía reciente reinado de Felipe IV, o la polifónica loa a Gonzalo que tejen los personajes de la obra contribuirían a transmitir la urgencia de recompensarlo. El primer aspecto se constata, por un lado, en lo hiperbólico de algunas magnitudes o hechos de la batalla y, por el otro, en la magnificación de las consecuencias del triunfo. En efecto, la histórica ventaja numérica de la caballería protestante se aumenta e incluso se extiende a la infantería, al tiempo que se multiplica el número de bajas enemigas.53 Por otro lado, se da por segura 52 La última carta fechada recogida en CODOIN —y relativa a esos años, claro— fue escrita el 8 de diciembre de 1622. Las misivas, papeles e instrucciones —escritas principalmente por don Gonzalo y mayoritariamente dirigidas a su hermano— en las que se basa este párrafo, la primera de los cuales data del 26 de octubre, son las que ocupan las pp. 325-326, 327-333, 334-337, 343348, 349-351, 359-360, 360-362 y 363-364. La carta de las pp. 317-318, del 2 de octubre pero sin año, corresponde a 1625, ya que en julio de ese año don Jerónimo Pimentel fue nombrado capitán general de Cataluña, para decepción de don Gonzalo. Consideraba éste que, dada la vinculación de los Cardona con el Principado, él o cualquiera de sus hermanos debían haber sido los beneficiarios naturales del cargo. Fernández de Córdoba no duda, pues, en sugerir a Diego Mesía, el futuro marqués de Leganés, que le transmita su frustración al «conde-duque» —título que Olivares sólo ostenta a partir de 1625—, dejándole claro que está dispuesto a abandonar el ejercicio de la guerra. 53
Tal como hemos apuntado, las fuerzas de Córdoba, compuestas por 2.000 hombres de caballería y 8.000 de infantería, se enfrentaron a 6.000 caballos y entre 6.000 y 7.000 soldados de infantería enemigos (véase n. 27). Según La nueva victoria..., en cambio, fueron 2.000 los caballos y 3.000 los soldados de infantería católicos y lucharon contra 7.000 hombres de caballería y 9.000 de infantería (vv. 587-588, 759-765, 1013-1015, 1985-1986). Las magnitudes que el dramaturgo da para los efectivos enemigos son ligeramente mayores que las del resto de los testimonios contemporáneos, y la de la infantería católica es mucho menor. En lo que
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la muerte de Holstad a consecuencia de la grave herida que recibió en el brazo, que finalmente sólo le costó su amputación.54 Por su parte, las consecuencias estratégicas que se atribuyen a la victoria delatan un optimismo insuficientemente justificado. Lope se encarga de hacer predecir a Mansfelt que sus fuerzas no van a volver a estar plenamente operativas, si es que algún día lo vuelven a estar, hasta dentro de mucho tiempo. Las filas protestantes han sufrido 4.000 bajas, y su poder militar y prestigio, así como los de su compañero Holstad, han quedado en entredicho (vv. 2497-2504). Históricamente, Mansfeld y Halberstadt prosiguieron su camino hasta Bergen-op-Zoom, sitiada por Spínola, y contribuyeron a liberarla, para regresar al año siguiente a las órdenes de Federico V. Por otro lado, como suele ocurrir en las comedias históricas de asunto flamenco, se advierte que la derrota en la batalla llevada a la escena habría significado la pérdida total de los Países Bajos.55 En La nueva victoria..., sin embargo, quien hace tal afirmación es nada menos que la infanta (vv. 2579-2587), que además atribuye ese portentoso mérito explícitamente a don Gonzalo.56 Los estados de Flandes, en efecto, deben al Córdoba «no menos que su remedio» (v. 2587). Se subraya asimismo, tal como hemos señalado, la inserción de la batalla en el comienzo del reinado de Felipe IV, marco político —equivalente al presente para los primeros espectadores de la comedia— recordado y celebrado en varias ocasiones. Pero más allá del simple ánimo panegírico, tal vez la referencia a ese momento político también sirva a las bajas protestantes causadas por la batalla propiamente dicha se refiere, las 1.200 víctimas históricas (véase n. 28), que además coinciden con el orden de magnitud del resto de testimonios contemporáneos, se multiplican hasta rebasar las 4.000 (vv. 2497-2500). 54 Vv. 2130 Acot-2146, 2475-2484 y 2567-2568. El propio don Gonzalo hizo constar en su relación de la batalla de Fleurus, escrita el 4 de septiembre, que dudaba que el duque de Brunswick sobreviviera a sus heridas (CODOIN, LIV, pp. 308-309). Cuatro días más tarde, el embajador en Francia, el marqués de Bedmar, reconocía en una carta a Su Majestad que circulaba el rumor de que había muerto, aunque de momento no se había podido confirmar (Cánovas, 1888, II, p. 414). 55 También el Diálogo militar a honor del excelentísimo marqués Espínola —que, como su título indica, no es una comedia— evoca un peligro similar a propósito del contraataque, en 1602, a una ofensiva rebelde en Brabante (p. 354b). 56 Compárese con los puntos de vista de Chavarría en Los españoles en Flandes (vv. 2189-2194) y Alejandro Farnesio y Lope de Figueroa en El asalto de Mastrique (vv. 1736-1751), que no vinculan tan explícitamente a don Juan o al propio príncipe de Parma con la salvación del territorio.
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para señalar la particular deuda del jovencísimo rey —y de Olivares— con el general en un momento de toma de posiciones en la corte e incluso para predisponer mejor el espíritu de quien había de premiar a don Gonzalo. Aunque el maestre de campo Francisco de Ibarra alude a la responsabilidad que las fuerzas del Córdoba tienen en las «primeras dichas» de Felipe IV (vv. 743-746), es precisamente don Gonzalo el encargado de celebrar más ostensiblemente los primeros pasos del nuevo reinado al que, obviamente, también contribuyen sus hazañas. Según el general, una nueva victoria contra los protestantes alemanes vendría a consolidar desde el norte de Europa la hegemonía de Felipe IV, a colocar en «lugar supremo» el poder militar del rey, a cuyo «nuevo reino» ya «corren con felicidad las cosas» en Italia y el Mediterráneo, gracias a hombres como el duque de Feria, Filiberto de Saboya, el marqués de Santa Cruz, Jorge de Cárdenas, duque de Maqueda, y el duque de Alba (vv. 1537-1559), al lado de los cuales, implícitamente se coloca el Córdoba.57 Por otro lado, en un plano más simbólico, don Gonzalo no duda en comparar a Felipe IV, en su dimensión de Defensor fidei, con el cuarto planeta.58 El Sol, ya al nacer, disipa los «nublados viles de la herejía», con lo que permite albergar las mayores esperanzas para cuando llegue a su cenit (vv. 2057-2067).59 Incluso los enemigos del rey como Mansfelt y Holstad reconocen su poder y lamentan su fortuna (vv. 695698, 2109-2110). En la línea del elogio al nuevo régimen, no está de más señalar que Bernabé, al dar noticias de Madrid a don Gonzalo, se felicita de una decisión del gobierno afín a las impulsadas desde la flamante Junta de 57
De forma todavía más explícita, la «Pira sacra...» promete post mortem a don Gonzalo la misma fama que la de ocho generales difuntos, entre los cuales se cuentan nada menos que Hernán Cortés, el Gran Capitán, el duque de Alba o Ambrosio Spínola (La Vega del Parnaso, Madrid, Imprenta del Reino, 1637, fols. 270r-270v). 58 Se equipara a Felipe IV y al Sol en el Diálogo militar a honor del excelentísimo marqués Espínola (p. 356b) y en la «Pira sacra...» (fols. 269r-269v), mientras que el personaje de la Monarquía de España de El Brasil restituido se compara brevemente al astro rey (vv. 625-630). Para la metáfora de Felipe IV como «Rey Planeta», véase Elliott, 2003, p. 40, que además da cuenta de su uso por parte de Lope en los versos que compuso para la primera fiesta celebrada en el palacio del Buen Retiro, en 1633 (p. 240). 59 En El Brasil restituido la figura alegórica del Brasil utiliza una imagen similar, la de la salida del Sol que termina con la noche, para dar una idea de su alegría al saber que ya está en camino una expedición para recuperar Bahía del invasor holandés, aunque el astro no es propiamente en este caso metáfora de Felipe IV (vv. 875-880).
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Reformación.60 La medida, relativa a la vestimenta y vista asimismo con simpatía por el general, consiste en el destierro de las calzas y el fomento de las plumas, con la reformadora finalidad de que «la soldadesca/ quede más introducida» (vv. 917-925). Más adelante, el gracioso tiene ocasión de condenar ante su amo don Juan los «adornos mujeriles» y «el exceso/ de cabellos y vestido» usados por los nobles —aspectos de la moda del momento con los que la nueva legislación pretendía asimismo acabar—, pero no encuentra en esta ocasión la misma complicidad en su interlocutor (vv. 1911-1931).61 Además del incremento del mérito y la importancia de la victoria, el otro aspecto interno susceptible de reforzar nuestra hipótesis es sin duda la profusión de alabanzas vertidas sobre Gonzalo de Córdoba. De hecho, sus virtudes como general se nos presentan como tan obvias que, en algunos casos, merecen la admiración de católicos y protestantes. Si son aquéllos quienes alaban el trato que el general dispensa a sus soldados o quienes le relacionan con la noble casa de Sesa, reconocen el valor del Córdoba el barón de Tili, los soldados a su mando, la infanta y los partidarios de su causa, pero también sus enemigos Mansfelt y Holstad y quienes simpatizan con ellos. Miembros de uno y otro bando subrayan también el acicate que para sus subordinados constituye el liderazgo de don Gonzalo, una característica propia del personaje del jefe militar en estas comedias. Según veremos, las alabanzas de católicos y protestantes tienen mucho en común y revelan en algunos aspectos una percepción compartida del general, que tiene el resultado de otorgar al carácter heroico de don Gonzalo una objetividad más allá de toda duda. El valor de don Gonzalo, suficientemente demostrado por la acción escénica, que lo enfrenta a un ejército numéricamente mayor, es
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La Junta de Reformación, formada por diez miembros, fue creada por real decreto el 8 de abril de 1621 y tenía como misión restaurar la moralidad pública. Fue seguida por la creación en agosto de 1622 de la Junta Grande de Reformación, con mayor número de miembros y de más nivel.Véanse Elliott, 1990, pp. 123-124 y 132 y González Palencia, 1932, pp.V-XIV. 61 Véanse documentos relativos a la reforma de la moda, fechados de 1619 a 1623, en González Palencia, 1932, núms. IV, pp. 24-25; VI; XIX; LXVI, 5, 10-11 y 14. El documento XIX, por ejemplo, lamenta a la altura del 30 de junio de 1621 el efecto negativo del exceso de trajes y vestidos sobre la capacidad para la guerra de los españoles (p. 97), mientras que el VI —que alude asimismo al cuidado del cabello— advierte el 9 de enero de 1620 sobre el afeminamiento que, a juicio de su autor, acompaña en ocasiones a la exuberancia indumentaria (pp. 34 y 35).
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recordado no sólo por los epítetos con los que la infanta, el barón de Tili o el alférez don Juan se dirigen o se refieren a él, sino también por las palabras de Mansfelt, Holstad, Laureta o el criado Jaques.62 Si la infanta califica a don Gonzalo de «cristiano Alejandro» y «español César», Mansfelt lo equipara a un «nuevo Aquiles», aunque inmediatamente se plantea si es decoroso que honre a quien le ha agraviado (vv. 679-682 y 2541-2542). Si don Juan entiende que don Gonzalo, por sus virtudes como general, resulta un ejemplo para sus soldados, Mansfelt deja constancia en su ticoscopia de los primeros compases de la batalla del ánimo que el Córdoba infunde en sus hombres (vv. 1624-1628 y 2123-2126). El duque de Bullón, Mansfelt o Jaques coinciden, por otra parte, y no sin cierta perplejidad, en la impresión de que la fortuna parece favorecer indefectiblemente al militar español. Las virtudes e incluso la próspera fortuna de don Gonzalo alcanzan una entidad excepcional desde el momento en que sus propios enemigos las reconocen. En cambio, la relación del general con sus soldados o su noble linaje son glosados preferentemente por su propio campo. En efecto, don Gonzalo honra a la casa de Sesa con sus éxitos militares y el elogio a su persona es, pues, una oportunidad de alabar a su estirpe. De hecho, don Juan cierra el texto con la vinculación del presente de la estirpe con el más célebre de los ascendientes del general: si el Gran Capitán, Gonzalo Fernández de Córdoba y Aguilar, dio reinos a la Corona de Castilla, su tataranieto le entrega victorias como la de Fleurus.63 El protagonista del texto renueva, en fin, las hazañas de su antepasado, hasta el punto de que la infanta Isabel Clara Eugenia lo saluda como «otro nuevo Gonzalo» de la casa de Sesa, y en parecidos términos se expresan don Juan y Lisarda (vv. 21-25, 827-830 y 2577). La renovación de las hazañas aconseja, pues, la renovación de los honores.
62 En algunas ocasiones la coincidencia va más allá de lo semántico (valiente, valeroso, bravo, fuerte, valor) y se reproduce el mismo sintagma. Así, Mansfelt designa con Tili al general enemigo como «español valiente» y coincide en cambio con la Infanta al llamarlo «valiente don Gonzalo» (vv. 600 y 1613, 2443 y 2535). 63 El final de El blasón de los Chaves de Villalba celebra el dominio del reino de Nápoles que trajo consigo la batalla de Cherinola (1503), en la que las fuerzas españolas estaban lideradas por Fernández de Córdoba, mientras que su lealtad a Fernando de Aragón como virrey de Nápoles es el objeto de Las cuentas del Gran Capitán.
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Acentos populistas La comedia histórica lopesca no suele desaprovechar, por otra parte, la oportunidad de acercar a los soldados, con los que más cabalmente se identificaría el grueso del público, y los jefes militares. La nueva victoria... es un ejemplo especialmente elocuente de ese recurso populista, que en definitiva busca arrojar una luz favorable sobre el general, accesible y atento a los intereses y necesidades de sus hombres. El prestigio militar de don Gonzalo es sin duda una «piedra imán» que invita a sus hombres a servirle entregadamente pero, junto a las virtudes individuales de don Gonzalo en ese sentido, los soldados lo valoran también por el trato que les dispensa (vv. 17-25 y 755-758). Así, son ambos elementos los que permiten a don Juan reconocer en el general un ejemplo, un estímulo para luchar valerosamente, tal como en efecto ocurre, incluso a ojos de Mansfelt, ya en los primeros compases de la batalla (vv. 1624-1641). La cercanía de don Gonzalo con los soldados queda patente, por ejemplo, en la escena en la que el alférez don Juan, que trae una carta de recomendación del duque de Sesa, y su criado Bernabé se le presentan (vv. 787-929). El general no escatima elogios a don Juan, al que le concede la primera bandera, y mantiene una larga conversación con el gracioso Bernabé sobre sus orígenes geográficos y familiares, e incluso le pregunta por las novedades de la corte. La camaradería militar desdibuja las jerarquías sociales de forma que don Gonzalo interrumpe vehementemente el respetuoso saludo de don Juan e incluso promete amistad a Bernabé. El propio criado queda sorprendido por «la llaneza» de don Gonzalo y, en otro lugar, don Juan también tiene ocasión de destacar su considerado trato hacia el «más vil soldado», que se complementa con la generosa atención a las necesidades materiales de la tropa, alabada por el alférez con tintes paternalistas (vv. 937-939 y 1624-1641). En el marco de esta orientación populista, cabe destacar el reconocimiento al papel de los soldados por parte de don Gonzalo y, en general, la atención del texto a la perspectiva de éstos sobre los hechos militares. Los soldados acompañan al general y al barón cuando éstos son recibidos por la infanta, en la última escena de la comedia (vv. 2508 Acot2624), y don Gonzalo promete entonces premiarlos, al tiempo que reconoce su contribución a la victoria, de cuya fama les corresponde una parte. Por otro lado, la escasa información sobre la batalla propiamente dicha que nos llega del campo católico tiene como fuente a don Juan y Bernabé y se nos transmite desde su punto de vista. Así, la posibilidad
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de enriquecimiento súbito que podía resultar de la guerra, que debería despertar el entusiasmo entre el público popular, no pasa desapercibida al criado ni a la amada de don Juan en el momento en que el enemigo empieza a retirarse y los españoles le dan alcance. Bernabé emprende entonces la «caza [...]/ de la plata» protestante y sale a las tablas en una escena cómica en la que amenaza infructuosamente a un soldado flamenco rendido, mientras Lisarda anima a Juan a gozar de los despojos de los que logre matar (vv. 2146 Acot-2166 y 2347-2349). Se anticipan así a la orden de don Gonzalo que, siempre atento al bienestar de su tropa, la exhorta a hacerse con los bienes del enemigo, de los que Mansfelt más adelante reconoce cuantiosa pérdida (vv. 2366 y 2487-2490).
Los personajes flamencos y el sufrimiento de la población civil En La nueva victoria... encontramos neerlandeses con simpatías por los dos bandos, católico y protestante, pero su estrato social y/o las razones por las que se hallan en el punto de encuentro de los dos ejércitos son bien distintos. Aunque no existe un contraste explícito entre las opuestas sensibilidades de los habitantes de los Países Bajos como sí lo hay en Los españoles en Flandes, el caso de La nueva victoria... obliga a matizar la tesis de Rodríguez Pérez, 2002. Dicha estudiosa defiende que el teatro escrito en la segunda fase de la guerra (1621-1648) se centra sobre todo en los holandeses y, en consecuencia, presenta a los neerlandeses abrumadoramente como enemigos, en oposición al escrito en la primera fase (1568-1609), que daría de ellos una visión más compleja, reveladora de la comprensión del conflicto como un enfrentamiento civil. Los personajes flamencos de Pobreza no es vileza, probablemente escrita entre 1620 y 1622, tampoco encajan con la tesis de Rodríguez Pérez que atribuye a los habitantes de las provincias meridionales un papel secundario en el teatro escrito en estos años.64
64 El conde Fabio y su hermana Rosela son realistas, aunque el primero ha intentado durante algún tiempo mostrarse neutral y parece priorizar la consecución de su deseo amoroso hacia doña Ana —que se hace llamar Laura— a su servicio al rey en la guerra contra Enrique IV. Al final de la obra, el conde de Fuentes, gobernador de Flandes, manda que Fabio se una a doña Ana en matrimonio, y que el hermano de ésta, Juan de Mendoza, haga lo propio con Rosela.
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Los partidarios de las fuerzas de don Gonzalo, aparte de las damas flamencas que aparecen junto a la infanta Isabel Clara Eugenia al final de la obra, cuando ésta expresa su gratitud al general, son los villanos Vulpín y Sabina, que viven en una aldea de Henao, en los Países Bajos españoles, y sufren las consecuencias del paso de Mansfelt y Holstad por sus tierras. Por su parte, los que se inclinan por los protestantes son Madama Laureta, enamorada de Mansfelt, y sus criados Jaques y Marín, por un lado, y un anónimo soldado al servicio del enemigo, por el otro. Aquéllos se han desplazado al lugar en el que deben enfrentarse los ejércitos para presenciar la batalla y acompañar al general amado de Laureta, que a su vez le corresponde. La flamenca Madama y sus criados son, pues, vasallos desafectos de la Monarquía Hispánica, con toda probabilidad protestantes.65 Laureta, que no sólo desea la victoria de Mansfelt, sino que en un momento determinado la da por hecha debido a las noticias prematuras de Jaques, deberá afrontar finalmente la llegada del general vencido. Además, uno de los soldados que forma parte de los efectivos protestantes, mayoritariamente integrados por alemanes, es con toda probabilidad valón. El soldado en cuestión, francófono y «en hábito gracioso flamenco», se rinde ante Bernabé, que intenta sacarle dinero y lo tacha de luterano. En el proceso de intimidar al enemigo, le da tal golpe en la cabeza que éste queda medio muerto (vv. 2146 Acot2161). Pero volvamos a los personajes de Vulpín y Sabina, las víctimas inocentes de los desmanes de los protestantes. Los villanos se identifican plenamente con las fuerzas españolas y, expectantes ante su llegada, se muestran entusiasmados de alojar en su casa a una avanzadilla de los hombres de don Gonzalo. No dudan de que éstos representan una protección frente a la amenaza de las tropas de Mansfelt y Holstad, que andan por la comarca y dejan una estela de desolación por donde pasan. Los mismos villanos toman las medidas de autodefensa o resistencia de las que son capaces. En el cercano pueblo de Danvilliers (Dampilleres), 65
A la altura de 1622, la calificación de Laureta como «flamenca» (v. 1058) tiende a situarla como habitante de los Países Bajos españoles (Rodríguez Pérez, 2007, pp. 301-302), origen que viene reforzado por el trato de «madama» y el nombre francés de uno de sus criados, Jaques. Es cierto, sin embargo, que la advertencia de Marín a su señora de que en Henao se encuentran «en tierra de enemigos» (v. 997) o el hábito que Laureta comparte con otras damas flamencas de acudir a ver las batallas, especialmente cuando son contra España (vv. 1731-1734), se entenderían mejor en el caso de que la amada de Mansfelt procediera de las Provincias Unidas.
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por ejemplo, se han tendido con éxito emboscadas a los asaltantes, en las que incluso han participado mujeres, y el propio Vulpín guarda su casa armado.66 Vulpín y Sabina son, en definitiva, la población civil, cuyos graves padecimientos despiertan la atención del dramaturgo, que los aborda repetidamente, con cierta extensión y de forma seria, susceptible de despertar compasión. Es lo que suele suceder cuando quien inflige el sufrimiento es el enemigo y lo hace en un territorio perteneciente a la Monarquía Hispánica, tal como podremos comprobar con las habitantes de Bahía en El Brasil restituido. Aunque la gravedad de los hechos difiere, es útil comparar el tratamiento cómico que se da a la violencia de los españoles, ejercida por el criado gracioso Bernabé sobre el enemigo civil —el robo de la cadena y el retrato de Laureta (vv. 1065-1084)— o incluso militar —la rendición y frustrado atraco al soldado valón, que queda medio muerto (vv. 2146 Acot-2161)—. No por casualidad es la figura del donaire, en tanto menos predispuesta y obligada al honor, la que permite un tratamiento más realista, menos heroico y riguroso del «trato de la guerra» (v. 1084) y, por ahí, del comportamiento de las fuerzas españolas. Al llamar la atención sobre las penalidades que deben atravesar las víctimas, inevitablemente se caracteriza a los verdugos, de forma que el análisis de los personajes de Vulpín y Sabina, por un lado, y el de Mansfelt y Holstad, por el otro, no pueden separarse. En La nueva victoria... no sólo se da noticia de las correrías por Henao de los protestantes y del perjuicio que ocasionan a los vasallos de Felipe IV, sino que se llevan a escena. De hecho, la comedia presenta el sufrimiento de la población civil flamenca como el motivo que decanta la decisión de don Gonzalo de enfrentarse de nuevo a Mansfelt y Holstad. El general español, ya en su primera intervención, y los villanos Vulpín y Sabina darán testimonio de la desolación que los empresarios militares dejan a su paso, antes de que presenciemos la quema de la casa de aquéllos.
66 Vulpín aparece armado ya en su primera salida a escena (1105 Acot), aunque al lector de la edición de Ziomek le pueda pasar por alto. En efecto, ahí donde se lee «con un canzón», vocablo inexistente, hay que leer «con un lanzón», o sea, una lanza corta y gruesa que se utilizaba para defender las propiedades de asaltantes (Autoridades, s. v. ‘lanza’). Por otra parte, también Quevedo evoca el coraje de los villanos de Danvilliers en su Mundo caduco... (ed. Roncero, p. 171).
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Según el relato de don Gonzalo (vv. 707-730), que ha recibido informes de Henao, las fuerzas enemigas se entregan al pillaje y asuelan campos y casares, de los que queman los techos. El general no pierde la oportunidad para pintarnos el llanto que este proceder ocasiona en los afectados: labradores, villanas con sus hijos recién nacidos a cuestas y viejos que se mesan las canas.Todo lo que antecede anima el «cristiano celo» del general y lo dispone a enfrentarse por tercera vez con Mansfelt y Holstad. La visión oficial de don Gonzalo viene refrendada sobre el terreno por Vulpín y Sabina, que alojan en su casa a soldados españoles, valorados como defensa frente a las fuerzas protestantes (vv. 1105-1224). Los villanos informan a dos de sus huéspedes —el capitán Medrano y Lisarda en hábito de hombre, que comparten alojamiento con Juan y Bernabé— de la quema de diez pueblos y destacan decorosamente la pérdida de animales y carros. Pero sobre todo añaden una referencia a los estragos sobre las mujeres, que bien podría aludir a raptos, y a la consabida destrucción de iglesias y de imágenes católicas.67 Por otro lado,Vulpín da cuenta de la valiente reacción, ya referida, del pueblo de Danvilliers (Dampilleres). Precisamente con ánimo de vengar esas bajas, Mansfelt y Holstad llegan entrada ya la noche a la aldea de Vulpín y Sabina y provocan un incendio (vv. 1259-1290). El ataque se supone exclusivamente dirigido a la población civil, a los «bárbaros vasallos/ de Filipe español», puesto que los jefes protestantes ignoran que en el casar están alojadas fuerzas de don Gonzalo. El lance permite al espectador comprobar la crueldad de los jefes protestantes, acrecentada por los comentarios con los que acompañan su agresión, pero también su cobardía, ya que huyen después del ataque para evitar las emboscadas sufridas en Danvilliers. Por otro lado, la escena nos da la oportunidad de contemplar la comunión en su condición de víctimas de los humildes vasallos neerlandeses de Felipe IV y los soldados españoles. 67 También encontramos breves alusiones a la iconoclastia del enemigo en boca de don Gonzalo y, en un plano metafórico, en la de don Juan. En efecto, a las puertas de la batalla, el general se encomienda a la Virgen y aprovecha para sacar a relucir el trato que a su representación dispensan los protestantes, mientras que el alférez pretende disuadir a Lisarda de su intención de participar en la contienda con el argumento de que el enemigo no tiene respeto a las imágenes (vv. 1859-1864 y 2083-2090). En El Brasil restituido queda asimismo constancia, a través de la peculiar perspectiva de Machado, del vandalismo religioso al que se entregan los invasores holandeses (De Solenni, vv. 687-718).
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Don Juan informa de lo ocurrido en la aldea a don Gonzalo y su relato, que de nuevo dirige su mirada a las víctimas civiles, confirma la intención del general de castigar a quien realiza tales acciones en «nuestro país». Se nos transmite además que la decisión de don Gonzalo responde a los deseos del inquieto ejército, enterado también de la noticia. En concreto, el alférez dice haber visto huir de su casa «medio abrasado» al «que dormía», mientras otros villanos se arrojaban al río para aliviar el dolor producido por las quemaduras, «sonando [...]/ cual suele el hierro al lado de la fragua» (vv. 1569-1592). El padecimiento de los labradores busca, claro está, despertar la solidaridad del público y redunda al cabo en un mayor apoyo a la causa de las fuerzas hispánicas, a la par que remata la perversa caracterización de Mansfelt y Holstad.
El enemigo: Mansfelt y Holstad Por su parte, los católicos relacionan el comportamiento de los empresarios militares, caracterizados antes que nada como herejes, con sus convicciones religiosas. Según don Gonzalo, la crueldad con la que las fuerzas protestantes tratan a la población civil es la que cabe esperar de quienes «viven/ sin fe, sin ley, sin Dios» (vv. 723-724), ahondando más en la interpretación de la herejía como ateísmo a la que ya apuntaba Alonso de Céspedes. En su locura, Mansfelt y Holstad creen servir a Dios cuando en realidad sirven al Diablo (vv. 724-726). A pesar de que la comedia hace de Mansfeld y Holstad hombres de Federico V (vv. 670-672, 2039-2054, 2111-2114) cuando en realidad ya no lo eran, su carácter de rebeldes respecto al Imperio de Fernando II es mucho menos importante que el de herejes. Apenas el barón de Tili llama al obispo «rebelde apóstata» (v. 704) en una ocasión frente a las decenas en que los líderes protestantes o sus fuerzas son designadas como «herejes», «luteranos», «blasfemos», «apóstatas» o «enemigos de la fe». Más allá de la defensa de Flandes, Lope parece partir de la premisa de que la lucha por la fe católica vincularía al público con Fleurus mucho más que la solidaridad con los Habsburgo austríacos. El carácter excepcionalmente perverso de estos enemigos se nos intenta transmitir a través de la insistencia en el origen ilegítimo de Mansfelt y en la doble condición, tachada como absurdamente contradictoria,
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de obispo y hereje de Holstad.68 En efecto, en boca de los católicos —e incluso de las acotaciones— Mansfelt es, la mayor parte de las veces, «el bastardo de Mansfelt» o, simplemente, «el bastardo», y hasta el propio interesado es consciente de que le llaman así (vv. 1709-1710). El obispo, a quien el barón de Tili había calificado de «apóstata», es, dadas sus creencias, un obispo «endemoniado», «intruso» e incluso «ateo». Según él mismo cuenta, los españoles le comparan a don Oppas (vv. 611-614) y no es la única ocasión en que se vincula a los jefes protestantes más o menos directamente con figuras que favorecieron o pertenecían a una religión distinta a la cristiana.Tal vez no sea casual que, al formular Mansfelt el deseo retórico de contar con las fuerzas de todos los reyes del globo, sólo cite específicamente a dos infieles: el sultán turco y el sha de Persia (v. 1809).69 Las derrotas protestantes anteriores a Fleurus han hecho de Mansfelt y del obispo personajes dominados por la venganza, que dirigen hacia don Gonzalo y sólo secundariamente hacia el barón de Tili, ya que atribuyen a aquél el mérito principal de ambas victorias. Ya lo pudimos constatar al analizar la escena de la quema del casar de Henao, que también había puesto de relieve su crueldad. Mansfelt confiesa sentir envidia del victorioso español y, a pesar de que él mismo reconoce sus cualidades, los elogios que le dedica Laureta despiertan sus celos.70 El conde entiende que la fortuna, próspera para el de Córdoba, le ha sido adversa hasta ese momento, pero confía en invertir la situación. Sin embargo, la derrota empieza a apuntar ya en los primeros compases de la batalla, hasta el punto de que Mansfelt debe interrumpir su arenga a las tropas para referir el curso desfavorable de la misma, en la que se distingue especialmente su odiado rival. El infortunio se completa con la grave herida que el obispo sufre en el brazo, estado en el que aparece en escena para lamentarse ante Mansfelt del rigor con que lo trata la fortuna. 68
Ernesto de Mansfeld (1580-1626) era hijo ilegítimo de Pedro Ernesto, conde de Mansfeld (1517-1604), que estuvo al servicio de Carlos V y Felipe II en los Países Bajos. 69 Herejes y turcos aparecen a menudo unidos en su condición de enemigos (vencidos) de la Monarquía Hispánica, como en El bautismo del príncipe de Marruecos (vv. 667-672 y 1952-1963) y Carlos V en Francia (vv. 2779-2787), pero también en el Diálogo militar... (p. 354b) y la «Pira sacra» (La Vega del Parnaso, Madrid, Imprenta del Reino, 1637, fol. 269r). 70 Recuérdese el papel que Los españoles en Flandes atribuye a la envidia en la rebelión de los Países Bajos (vv. 223-225, 1217-1221, 2160-2177) y véase su mención en el Diálogo militar... (p. 354b).
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El resultado de la contienda obliga al conde a comparecer «desbaratado» ante Laureta, que ve «descompuesto,/ humilde, triste y quejoso» (vv. 2419-2420) a quien le había prometido nada menos que tres trofeos.71 Las palabras que Mansfelt emplea para excusarse ante su amada por no traerlos, e incluso habérselos dejado arrebatar al enemigo —«el ánimo fue mayor/ de lo que debiera ser» (vv. 2457-2458)— probablemente se pretenden válidas en el plano bélico más general. Mansfelt desearía haber muerto antes que sobrevivir a una nueva derrota y dejar sin vengar la grave herida del obispo, que sufrirá la amputación del brazo, pero el cielo no se lo ha concedido. Las últimas palabras del vencido después de la serie de derrotas frente a don Gonzalo vuelven a apuntar al principal rasgo de su caracterización, el de hereje. El mismo Mansfelt que había asegurado a sus soldados que el cielo favorecía la causa protestante cree entonces que lo ha ofendido, por lo que duda que éste le consuele como desea Laureta (vv. 2099-2102 y 2505-2508).72 Al final de la comedia, don Gonzalo muestra a la infanta —y al público— los estandartes capturados de Mansfelt y Holstad, una vez derrotados sus propietarios y la causa protestante. No es el único caso en el que Lope hace aparecer en escena o nombra los símbolos o el discurso enemigos en un contexto que los desactiva.73 En esta ocasión, el general español tiene la oportunidad de tachar de necia la histórica consigna 71
Uno de ellos había de ser el estandarte del rey de España (vv. 1755-1762 y 1781-1784), que al quedar en manos de Laureta aparecería como simbólicamente vencido y completaría la futura victoria en el campo de batalla. El enemigo, como el turco Alí que en La Santa Liga quiere llevar el estandarte de la alianza católica a la Meca (p. 264a), ensaya, pues, la misma operación de apropiación de los símbolos contrarios que, a la inversa, señalamos más abajo en los españoles. La diferencia, naturalmente, estriba en que en su caso el intento se salda con un clamoroso fracaso. 72 En El Brasil restituido, el coronel holandés al mando de las fuerzas que ocupan Bahía se muestra convencido en el momento de rendir la plaza de que el cielo, partidario de España, la ampara (vv. 2023-2025), la misma conclusión a la que llega el rey de Argel Uchalí al término de la batalla de Lepanto (La Santa Liga, p. 277b). 73 Don Juan tiene la intención de llevar la bandera cobrada de un alférez alemán a su capilla familiar (vv. 2221-2227) y la batalla de Fleurus es igualmente evocada como una victoria sobre las «arrogantes empresas» de las enseñas enemigas en la «Pira sacra» (La Vega del Parnaso, Madrid, Imprenta del Reino, 1637, fol. 266v). Recuérdese, por otra parte, la carta de reivindicación que en Los españoles en Flandes un soldado recoge del cadáver del frustrado magnicida de don Juan de Austria, Adolfo (vv. 2353-2355), o los augurios de Machado a Fadrique en El Brasil restituido (vv. 1934-1957), que le desean la victoria sobre el Turco mediante la apropiación de sus objetos simbólicos.
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del conde, «Por la libertad», que en realidad buscaría el perjuicio del Imperio y la Iglesia.74 La imagen del segundo, «un cordero degollado» «en un ara sangrienta» (vv. 2564-2565), evoca la contradicción entre el carácter religioso y guerrero del obispo y parece hacer de su presunta muerte a resultas de la herida en el brazo (vv. 2475-2484 y 2567-2568), que en realidad no acabó con su vida, un justo castigo por la sangre derramada. La imagen del estandarte de Halberstadt, que efectivamente fue entregado a la infanta, era en realidad un brazo que salía del cielo, según cuenta Villermont (1866, II, pp. 104-105).
La defensa del catolicismo contra la herejía El análisis del enemigo —cuya primera característica, tal como se ha dicho, es la de hereje, que la distingue del campo propio— nos lleva a abordar el importante papel de la religión en la obra, que el dramaturgo probablemente juzgó un marco de referencia más eficaz que el estrictamente político para implicar a los espectadores. El motivo religioso es el que aducen en primer lugar Ibarra y el propio don Gonzalo cuando deben explicar las razones de su enfrentamiento con Mansfelt y Holstad (vv. 739-770, 1593-1608 y 2019-2074). Su lucha tiene su origen en un «santo celo» y se justifica nada menos que por la defensa de la fe y de la Iglesia católicas e incluso de la gloria de Dios, y los intereses de su ejército —como los del imperial en Mühlberg— llegan a identificarse con los del «cielo» (vv. 1560-1564 y 2067-2071). Religión y política, en la historia como en el texto, son por otra parte difíciles de separar y don Gonzalo opone la fe que guía a su ejército no sólo a «la [...] herejía» que mueve al enemigo, sino también a su «codicia» y «ambición», de la misma forma que el carácter católico del emperador Fernando II hace todavía más grave la injusta pretensión de su corona por parte del enemigo (vv. 2035-2042). A éste, en cambio, no se le concede la oportunidad de extenderse en sus motivos, y en lo que a los religiosos se refiere, sencillamente no 74 La misma consigna, «Por libertad», es atribuida en la Relación certísima... (fol. 64v) al estandarte de Halberstadt. Nótese, en relación con el comentario de don Gonzalo, que los motivos del enemigo se expresan a menudo negativamente, por aquello a lo que se oponen y no por aquello a lo que favorecen. Así, por ejemplo, en el v. 592, Mansfelt habla de «cuantos a España y a su ley desaman».
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se abordan más allá de expresar Mansfelt la confianza en que el cielo favorecerá su causa (v. 2102). En su inacabada arenga previa a la batalla, el conde anima a sus soldados a honrar la patria, la amistad y el celo de sus capitanes, valores que no se desarrollan ni se aplican al conflicto concreto (vv. 2099-2118). Además, los exhorta a vengarse de las derrotas anteriores y explicita el objetivo de conquistar el poder político en el Imperio para Federico V en detrimento de Fernando II. Las razones de su campo aparecen tanto o más que en su boca a través del filtro deformador de don Gonzalo, como hemos visto, ya en su discurso a las tropas (vv. 2019-2097), ya en la entrega de los estandartes enemigos a la infanta (vv. 2548-2574). Desde un punto de vista más personal, don Gonzalo demuestra su sensibilidad religiosa en el ya referido pasaje en el que los desmanes de Mansfelt y Holstad por Henao le despiertan el «cristiano celo» de castigarlos (vv. 707-730), pero sobre todo en los instantes inmediatamente anteriores a la batalla, siempre significativos. En efecto, al final de su arenga a las tropas, don Gonzalo toma un estandarte en el que hay un crucifijo y, en presencia de los soldados, se arrodilla y se dirige a Cristo de forma muy parecida a como el Carlos V de El valiente Céspedes lo hace en Mühlberg, animándole a juzgar la causa protestante y postulándose como su vengador (vv. 2074 Acot-2097).75 Con tal valedor frente al hereje —al que hay que sumar la Virgen María y Santiago, de los que solicita el favor—, el general puede trasladar a sus hombres la plena confianza en la victoria. Después de la batalla, los españoles dan gracias al cielo, que les habría favorecido por tercera vez y que, al decir de don Gonzalo, parece que hubiera tomado parte en la lucha (vv. 2509-2512). Desde un punto de vista más terrenal, aunque no menos significativo del valor religioso de la victoria, la infanta alimenta en Gonzalo la esperanza, aparte de un premio del rey, del título de capitán de la Iglesia que concede el papa, en ese momento Gregorio XV (vv. 2588-2596). En conclusión, esperamos haber mostrado la alta probabilidad de que La nueva victoria de don Gonzalo de Córdoba haya surgido de un 75
En un nuevo eco del «iudica causam tuam» de Salmos 74, 22; véase n. 12. Aparte de en El valiente Céspedes (p. 102a), encontramos el mismo tipo de escena, en la que se solicita la ayuda de Cristo a las puertas de una batalla frente al hereje, en Los españoles en Flandes (vv. 2614 Acot-2684 Acot). Si en Mühlberg Carlos V aparece con su séquito, pero no consta que apoye su petición en un crucifijo, en Gembloux don Juan tiene ante sí una representación de Cristo, al que en cambio se dirige sin testigos, y su solicitud va seguida de una visión.
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encargo de la familia del protagonista al secretario del duque de Sesa. La situación personal del militar antes e inmediatamente después de la batalla de Fleurus, de la que su correspondencia nos brinda amplio testimonio, apoya dicha hipótesis, así como los posibles indicios textuales que hemos puesto de relieve. Además, hemos constatado la influencia en un pasaje del texto de una relación escrita por el general y que, aunque probablemente tuviera más destinatarios, nos consta que fue enviada a su hermano Fernando. De estar en lo cierto, la comedia, escrita en menos de tres semanas, habría intentado favorecer el reconocimiento que el vencedor de Fleurus creía merecer. En cualquier caso, el que obtuvo al poco tiempo de la batalla no colmó sus expectativas.76
Apéndice: la fuente de los vv. 1233-1256 Tal como hemos señalado, los vv. 1233-1256 de La nueva victoria..., en los que Holstad evoca las derrotas protestantes de Lorsch y Höchst, tienen como fuente la «Relación de lo sucedido en el Palatinado a 23 de junio de 1622», incluida por don Gonzalo en una carta a su hermano Fernando escrita en Kempstat a 22 de junio.77 En su misiva, el militar se excusa por la brevedad del texto adjunto —escrito al cabo de sólo tres días de la victoria de Höchst— y expresa la confianza en que el rey recompensará los servicios de los que da cuenta, a pesar de no haberse hallado personalmente en el primero de ellos. Puede que Lope conociera la relación a través del envío a Fernando, ya que parece plausible que en el origen de un error del dramaturgo relativo al jefe enemigo de Höchst pueda estar una equivocación contenida en la carta que le dirigió Gonzalo.78 En el pasaje señalado de la comedia, por su parte, el obispo de Holstad recuerda esos dos mismos hechos de armas como muestras del valor de Gonzalo que permiten explicar a un perplejo Mansfelt la disposición al enfrentamiento del español a pesar de su inferioridad numérica. 76
Véase ahora Ferrer, 2012. La estudiosa ya se había interesado por La nueva victoria de don Gonzalo de Córdoba en Ferrer, 2008, especialmente pp. 123-133. 77 La carta a don Fernando de Córdoba puede leerse en CODOIN, LIV, pp. 250-251 y la relación, en las pp. 251-253. Es evidente, por otra parte, que el primer destinatario de esta última debía ser la corte de Madrid. 78 Véase más abajo, para la posible transmisión del error de la carta a la comedia, la n. 83.
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A fin de demostrar la deuda del dramaturgo con el texto del de Córdoba, reproducimos más abajo la relación y el parlamento de Holstad, subrayando las expresiones que la segunda toma de la primera. Es de notar, además, que las similitudes verbales siguen en general el mismo orden en el que aparecen en la fuente. Antes de pasar a un análisis comparativo más detallado, es obligado destacar la concentración a la que Lope somete el relato mucho más extenso que Gonzalo hace de los «dos rencuentros», el combate en Lorsch y la batalla de Höchst. La página que el texto del militar, en la edición de CODOIN, dedica al primer suceso se resume en una octava real (vv. 1233-1240), mientras que la página y media dedicada al segundo se transforma en dos (vv. 1241-1256). He aquí la relación y el pasaje de la comedia:79 Después de la batalla de Wimfen habemos tenido dos rencuentros muy gruesos con el enemigo. El primero en la Bergstrad obligando a Federico Palatino que con su persona, la del marqués de Turlach, la de Mansfelt y todas sus tropas juntas, habían entrado en las tierras del Landgrave Luis de Darmstat, con intención de entretener su gente con el despojo dellas, y llegarse al río del Meno para juntarse en él con el duque Cristián de Bronswich, intruso obispo de Alberstat. No se les dio para esto lugar, porque juntándose la caballería de Su Majestad con el ejército de Baviera, y marchando la vuelta dellos, se les obligó a retirar la vuelta de Manheim con tanta priesa que por todo el camino se les fue degollando la gente que no podía seguir hasta que se dio vista a su caballería y sobre el paso de un arroyo se trabó una muy gruesa escaramuza, en que se les obligó a recibir la carga, dejando degollada la infantería que estaba a la guarda del paso, y de la caballería muchos heridos y muertos y prisioneros, coroneles y caballeros de mucha cuenta. El no haber podido nuestra infantería seguir un paso tan largo, fue causa que entre los bosques no se les apretase más, y la priesa con que su caballería se alargaba y la nuestra seguía, dejó la mayor parte de la infantería del enemigo atrás; la cual viéndose cortada, dejó las armas y se metió en los bosques y en los casares donde los villanos ofendidos de sus desórdenes, les fueron fiscales, y nuestra infantería cuando llegó, dividiéndose en pequeñas tropas, les fue degollando en tanto número que se puede decir que de la infantería del enemigo escapó muy poca. La caballería pasó el puente del Nécar con tanta desorden que si tuviéramos día y aliento para seguirla, fuera rota también de todo punto. De nuestra parte se perdió poca gente, aunque quedaron en el campo dos capitanes de caballos muertos y otros dos heridos. 79 Modifico en alguna ocasión la ortografía y la puntuación de los textos, muy especialmente en el caso del segundo, editado paleográficamente por Ziomek.
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Luego que Nuestro Señor se sirvió de darnos este buen suceso, tuvimos aviso el barón de Tili y yo que el duque de Bronsvich había entrado en la Weterau con setenta y seis cornetas de caballería y seis regimientos de infantería, y se hallaba acuartelado delante de la villa de Friedbourg, donde Su Majestad tiene guarnición. Conforme esto, resolvimos irle a buscar, y juntándonos con la gente de Su Majestad que ha venido de Bohemia en el puente de Archeburg sobre el Meno, el cual pasamos muy tardamente por respeto del grande bagaje que esta gente lleva, y con esto dimos lugar a que el enemigo ocupase una villa del elector de Maguncia sobre el Meno que se llama Ohegst, la cual por falta de gente se defendió poco. Delante della se acuarteló el duque de Bronsvich, y tomando por el costado derecho unas zanjas y unos bosques, y por la frente un arroyo que bajando las montañas de el costado izquierdo, aunque no llevaba mucha agua, con el boscaje y ribazos hacía el paso para batallones y tropas muy dificultoso, y la avenida principal tenían guardada con un reduto y trincheas. Por este respeto fue fuerza combatirles con la artillería, la cual se dio tan buena maña que desencabalgándole dos con que nos hacía algún daño, y obligándole a retirar otra, fuimos arrimando la nuestra en puestos que los apretaba mucho. Juntamente se les trabó una escaramuza por su lado derecho, la cual fue engrosando tanto, que por no dejarse ellos ocupar aquel costado, la fueron asistiendo con todos sus batallones de infantería y dieron lugar que con dos de los nuestros y la caballería ganásemos el pasaje del arroyo y el reduto. A este tiempo se fueron retirando hacia la villa, y pasando nuestras tropas el arroyo, fuimos siguiendo de manera que el enemigo pasó el puente con gran desorden ahogándose muchos y degollando nuestros soldados otra parte, dejaron en nuestro poder la villa, toda su artillería, todo el bagaje y algunas banderas. A la infantería que pasó del otro lado han tratado los villanos peor que a la de Mansfelt, y gente nuestra, que sin orden pasó el río, ha degollado mucha, de suerte que hasta agora no se sabe que se haya retirado alguno de aquellos regimientos en pie. Mansfelt les envía socorro, el cual llegó tan tarde, como se ve, pues los halló rotos y así les sirvió de convoy para llevar el duque a Mambreim. Hasta agora me parece que a cada uno de por sí les habemos dado un golpe; agora que se hallan juntos procuraremos darles el principal (Correspondencia de don Gonzalo Fernández de Córdoba, CODOIN, LIV, Madrid, Imprenta de la viuda de Calero, 1869, pp. 251-253).80
80
Los manuscritos de la relación y la carta a la que va adjunta, conservados en la Biblioteca Nacional, tienen respectivamente las signaturas Ms. 1869.30 y Ms. 1869.29.
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OBISPO
Hombre que a Federico Palatino, cuando entró por las tierras de Lantgraves, y al marqués de Tourlac salió al camino y degolló la gente que tú sabes, de quien la infantería huyendo vino cual de águila real tímidas aves, que dejando las armas de las manos mataron por los bosques los villanos; quien a mi hermano el Duque, y que traía setenta y seis cornetas valerosas y de la más gentil caballería que siguieron banderas belicosas y también de lucida infantería, pues fue de las naciones más famosas, seis regimientos, cuando al fuerte lado de Fridebur se hallaba acuartelado, en las riberas del corriente Meno, acometió pasando las trincheras y, ganando el reduto de agua lleno, retiró batallones y banderas, donde en el agua y en el hondo cieno poblaron degollados las riberas tantos soldados nuestros que sus peces bebieron sangre, y aun caliente a veces, ¿qué te espanta que tenga atrevimiento de acometernos con dos mil caballos? (ed. Ziomek, vv. 1233-1258).
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El «primer rencuentro» al que hace alusión el general, tal como se ha señalado, es la batalla de Lorsch, que el general sitúa de forma menos específica en la Bergstrad.81 De ese pasaje, que hay que comparar con los vv. 1233-1240 de la comedia, Lope toma la construcción entrar el enemigo en «las tierras de Lantgraves», reproduciendo el sintagma del hermano del duque de Sesa de forma casi idéntica, designa prácticamente de la misma forma a Jorge Federico, el margrave de Baden-Durlach, recoge la construcción «degollar la gente», «dejar [la infantería] las armas» y alude a los bosques en los que ésta se refugió y a la venganza de los villanos sobre los saqueadores. 81 Bergstrad es deformación de Bergstrasse, la estrecha franja de tierra especialmente fértil que une Wiesloch y Darmstadt.
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Hay que observar que la acción de Lorsch fue llevada a cabo por las fuerzas de Tilly y por la caballería española, pero Gonzalo estuvo ausente de la escaramuza, a pesar de que la segunda persona del plural que emplea en su relato pueda inducir a error.82 Lope no sólo da por descontada esa presencia, al tiempo que no menciona a Tilly, sino que atribuye —metonímicamente, se entiende— a Fernández de Córdoba todas las acciones de combate. Así, en La nueva victoria... es Gonzalo quien «sale al camino» a los enemigos, quien los degüella y de quien huye la infantería. Es curioso, en cambio, que Lope no aproveche para aludir a la participación histórica de Mansfeld, el interlocutor de Holstad en estos versos, en Lorsch. El «segundo rencuentro», que la relación comienza a referir en el tercer párrafo, corresponde a Höchst, localidad en que el 20 de junio el conde de Tilly y Córdoba interceptaron y causaron gran número de bajas al ejército de Cristián de Brunswick, aunque Lope achaca la derrota erróneamente al «duque», «hermano» de Cristián (v. 1241).83 En los vv. 1241-1256, el dramaturgo toma del texto de Gonzalo algunas referencias literales a la composición del ejército enemigo, como las «setenta y seis cornetas de caballería» o los «seis regimientos de infantería», aunque en esta ocasión amplifica los sintagmas originales y somete a hipérbaton el segundo. También toma prestado de la fuente el dato sobre la localización de Cristián de Brunswick, que «se hallaba acuartelado» junto a Friedberg, al norte de Fráncfort, y la referencia al Meno. Sobre el combate propiamente dicho, Lope recoge de la «Relación» la existencia de trincheras practicadas por el enemigo, a cuyos batallones y banderas alude, calca la expresión «ganar el reduto», coincide en el verbo «retirar» y menciona el degüello de los soldados de Brunswick. De nuevo, no se menciona la participación de Tilly en Höchst, al tiempo que todas las acciones de las fuerzas católicas se atribuyen a 82 Estaba previsto que Gonzalo se reuniera con Tilly, pero no lo hizo sino al día siguiente del combate (Villermont, 1866, II, p. 69). 83 Puede que la confusión de Lope venga favorecida por la mencionada carta de don Gonzalo a su hermano, que se refiere erróneamente al «obispo hereje, hermano del duque de Brunswick» (p. 250). Es posible suponer que, a pesar de que al comienzo de la relación se explicite la identidad del duque y el obispo, el recuerdo del primer dato haya confundido al dramaturgo de forma que, cuando la relación se refiere al «duque de Bronsvich», haya entendido que se estaba aludiendo al hermano del obispo. En realidad parece que desde 1616 el clérigo era el único superviviente entre sus hermanos (Ziomek, 1962, p. 76).
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Gonzalo, que en esta ocasión es quien acomete, gana el reducto y provoca la retirada de los batallones. Por otra parte, el final de la intervención de Holstad no es el único pasaje de la comedia que se refiere a Höchst. Debemos recordar en este sentido el brevísimo resumen que don Gonzalo hace a Tili y Francisco de Ibarra de la relación que sobre la batalla ha escrito para la corte española (vv. 1500-1505). Dada su extrema parquedad, sin embargo, no encontramos, más allá del dato aislado del degüello de la infantería (vv. 1503-1504), elementos significativos que nos permitan vincular ese pasaje con la «Relación» que hemos reproducido más arriba.
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ARAUCO DOMADO... Y ARAUCO INDÓMITO
Escrito casi medio siglo después de los hechos que lleva a escena, Arauco domado es un texto surgido con toda probabilidad de un encargo de su protagonista, don García Hurtado de Mendoza, gobernador de Chile de 1557 a 1561. El vencedor de la guerra de Arauco abandonó en abril de 1596 el Perú —del que era virrey desde 1590— rumbo a España con una auténtica campaña de propaganda en marcha.1 La tragicomedia de Lope —cuya redacción Morley y Bruerton sitúan entre 1598 y 1603— es un paso más de dicha estrategia y se inserta, pues, en una incipiente serie de textos que continuó después de ella, extendida a lo largo de un total de más de treinta años.2 Pero antes de abordar dicha campaña, repasemos brevemente los hechos históricos llevados a escena y el papel que en ellos desempeñó don García.3
LA GUERRA DE ARAUCO El primer contacto —en forma de combate— de los españoles con los araucanos tuvo lugar en verano de 1536, no lejos del río Itata. La expedición de Diego de Almagro, que había salido de Cuzco en julio de 1535, se había establecido en el valle del Aconcagua y desde ahí envió a Gómez de Alvarado a explorar el sur. El verdadero conquistador de 1
Lo ha demostrado Dixon, 1993. La campaña fue continuada por la familia de don García, y muy especialmente por su primogénito Juan Andrés, después de la muerte de aquél en 1609. La última obra que Dixon, 1993 relaciona con la campaña es la Historia de la muy noble y leal ciudad de Cuenca, de Juan Pablo Mártir Rizo (Madrid, herederos de la viuda de Pedro de Madrigal, 1629). 3 Para el contexto histórico de la guerra de Arauco, me baso en Villalobos, 1983, pp. 197-228, Blancpain, 1996, pp. 57-83 y Campos Harriet, 1969, pp. 45-114. 2
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Chile fue, sin embargo, Pedro de Valdivia, que fundó Santiago en 1541, y que en 1546 avanzó hasta el río Biobío, donde la resistencia de los araucanos le obligó a retirarse. En 1550 Valdivia volvió a internarse en el sur, contando entonces con nuevos refuerzos traídos del Perú, pero se encontró de nuevo con un enemigo muy numeroso que le combatió duramente en Andalién. Ante dicha situación, los españoles levantaron el fuerte de Penco, en la bahía de Talcahuano, origen de la ciudad de Concepción. En los años sucesivos, y siempre en un contexto de lucha con los araucanos, siguieron las fundaciones de la Imperial (1551),Valdivia y Villarrica (1552), y Angol (1553), así como los fuertes de Arauco, Tucapel y Purén. La rápida expansión —y dispersión— de los españoles en un territorio extenso y densamente poblado se volvió en su contra cuando los mapuches protagonizaron una rebelión general en 1553.4 Pedro de Valdivia fue atacado en el fuerte de Tucapel, al que había acudido para encontrarlo reducido a cenizas por los indígenas. En esta ocasión, el combate se decantó a favor de los araucanos y el intento de Valdivia y sus cuarenta y dos hombres de escapar fue inútil; todos fueron apresados y ejecutados. La ciudad de Angol y los fuertes de Purén y Arauco fueron abandonados y sus defensores se replegaron en la Imperial y Concepción, que también acabaría por ser desamparada después de que Francisco de Villagrán fuera derrotado en Marihueñu (1554). A la muerte de Valdivia siguió una cierta inestabilidad, pues si bien la ciudad homónima, la Imperial y Concepción reconocieron el mando de Villagrán, Santiago había designado a Rodrigo de Quiroga y la Serena a Francisco de Aguirre. Villagrán se resarció de su derrota cuando sorprendió a los indígenas en una de sus incursiones al norte y los derrotó y mató a su líder, Lautaro, en Peteroa (1557). En este contexto de frágil ocupación accede al gobierno de Chile el protagonista de nuestra obra, nombrado por su padre, el virrey de Perú. La expedición de don García que llegó a la bahía de Talcahuano en el invierno austral de 1557 era el mayor refuerzo que nunca hubiera sido destinado al país: 450 hombres —entre los cuales se contaba Alonso de Ercilla—, un número superior de caballos y una gran cantidad de armas. El nuevo gobernador de Chile restableció el fuerte de Penco, 4 La denominación mapuche es la que se dan a sí mismos los descendientes del pueblo indígena al que los españoles llamaron araucano.
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desde el que rechazó un asalto indígena, venció a los araucanos en Lagunillas, cruzado el río Biobío, en octubre de 1557, y rechazó el ataque de Caupolicán en Millarapue al mes siguiente. En 1558, sus hombres capturaron cerca de Cañete al toqui o jefe araucano, que fue ajusticiado. Cañete, junto a Osorno, fue una de las ciudades que fundó el gobernador, que restableció las de Concepción y Angol, con sus respectivas fortificaciones. Imperial y Valdivia recibieron refuerzos en hombres y armas y renació la esperanza de una incorporación real del territorio al sur de Biobío, que sería desmentida cuando la rebelión general de 1598, hacia la época de redacción de Arauco domado. Hurtado de Mendoza restableció el dominio de las armas españolas en la Araucanía, aunque en la práctica sólo aseguró la vida pacífica en los territorios situados al norte de Biobío. Al sur de dicho río, las ciudades vivieron sitiadas y fue necesario un esfuerzo bélico constante para mantener la actividad minera, ganadera y agraria. A principios de 1560, don García recibió la notificación de que debía abandonar el gobierno de Chile, en el que sería sustituido por Francisco de Villagrán. La decisión, motivada por los excesivos gastos de sus campañas y por la dureza de su carácter, coincidió con el relevo de su padre como virrey del Perú.
LA CAMPAÑA DE DON GARCÍA HURTADO DE MENDOZA Al escribir la dedicatoria de su texto en 1625, Lope era consciente de que la tragicomedia que había escrito un cuarto de siglo atrás trataba una «materia dilatada en tantos versos y prosas, y por tantos y tan célebres ingenios» (p. 235).5 Más allá del impulso de La Araucana, la campaña orquestada por don García y su familia no era en absoluto ajena a este hecho. El primer fruto —aunque inédito— de la operación puede fecharse en 1595 y se trata de la reescritura de la Crónica del reino de Chile de Pedro Mariño de Lobera por parte del jesuita Bartolomé de Escobar.6 Al año siguiente, el chileno Pedro de Oña da a las prensas limeñas la primera —y finalmente única— parte de su poema épico 5 Arauco domado apareció en la Parte veinte, Madrid, viuda de Alonso Martín, 1625, fols. 76v-101v, donde es designada como tragicomedia en el título y en el epígrafe que introduce el elenco de personajes (fols. 76v y 77v). 6 Son de 1595 los últimos hechos que refiere dicha Crónica, cuyo primer autor murió en 1594.
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Arauco domado.7 Tanto éste como la crónica no dejan dudas respecto al insustituible papel de don García Hurtado de Mendoza en la guerra de Arauco, que en la muy leída Araucana tiene una presencia discreta, a la que el ex virrey tal vez relacionaba con su falta de reconocimiento.8 En abril de 1596, don García no se olvidó de llevar para España al menos una copia de la crónica —que si no era completa, contenía en cualquier caso el libro tercero, dedicado a su persona— y sesenta ejemplares del poema épico. No en vano, tal como ha demostrado Dixon, 1993, se trata de las principales fuentes del Arauco domado de Lope, quizá el primer texto encargado por don García escrito en la metrópoli.9 El marqués de Cañete desde 1591, fecha de la muerte de su hermano mayor, debió emprender su viaje a España confiado en obtener el reconocimiento de Felipe II.10 En agosto de 1595 había recibido la licencia del rey que le autorizaba a dejar el virreinato y ésta prometía tener en cuenta «los muchos servicios que me habéis hecho».11 En noviembre de 1596, ya en España, el antiguo gobernador de Chile, al que la gota retenía en Sevilla, albergaba incluso la esperanza de recibir el premio del rey antes de desplazarse a Madrid. Pero los graves problemas de salud de Felipe II, al decir de Suárez de Figueroa, no permitieron que el conquense obtuviera la satisfacción de sus pretensiones. Ante dicha situación, «apretó con diferentes memoriales, pero todos hallaban los importantes estorbos de arriba».12 La muerte de Felipe II, las bodas reales de 1599 y el traslado de la corte complicaron todavía más las expectativas de que don García fuera recompensado. 7
Lima, Ricardo Turín, 1596. La Crónica y Oña acusan a La Araucana, respectivamente, de pasar «de corrido por las hazañas de don García» y de callar a propósito lo referente a él (pp. 396b y 35-36). La Crónica atribuye tal tibieza al recuerdo del incidente de la Imperial, en el que, tras una pelea con otro militar, Ercilla estuvo a punto de ser ahorcado por orden del gobernador, tal como amargamente cuenta él mismo (XXXVI, 33-37 y XXXVIII, 70). 9 La princeps de la Cuarta y quinta parte de la Araucana de Diego de Santisteban Osorio (Salamanca, 1597) es anterior a Arauco domado, pero a pesar de que la obra apoya la campaña de don García, no contamos con pruebas de la implicación del ex gobernador de Chile en su génesis (Dixon, 1993, p. 83). Si existió influencia de este poema épico sobre nuestro texto, fue en todo caso superficial; véase n. 29. 10 A partir de aquí, nos basamos en Cristóbal Suárez de Figueroa, Hechos de don García Hurtado de Mendoza, Madrid, Imprenta Real, 1613, fols. 315-323. 11 Hechos..., Madrid, Imprenta Real, 1613, fol. 315. 12 Hechos..., Madrid, Imprenta Real, 1613, fol. 320. 8
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Suárez de Figueroa alude asimismo —sin precisión temporal— a las «calumnias» con que le acometieron algunos, dato que tal vez pueda ponerse en relación con las «envidias atrevidas» que oscurecen los logros del gobernador de Chile en el texto de Lope (p. 283b).13 Es en este contexto —con toda probabilidad, ya en el reinado de Felipe III— donde se inscribe el Arauco domado lopesco y la maniobra que representó en el conjunto de la campaña del marqués. Desconocemos el objetivo concreto de dicha estrategia, pero sabemos que don García consideraba un agravio «las grandes mercedes» que los antecesores de Felipe III «habían hecho a los que sirvieron como él en los cargos de virrey y capitán general del Pirú y provincias de Chile» y que le sorprendió que no se le compensara por las encomiendas que su hermano y sus tíos habían dejado vacantes a su muerte.14 Por otro lado, Lope ya lo había elogiado en La Dragontea (III, 34-41), que tenía acabada a fines de 1597, y que contiene una larga digresión sobre uno de los grandes éxitos de don García como virrey: el apresamiento del joven pirata Richard Hawkins en 1594 por parte de Beltrán de Castro y de la Cueva (II, 47-IV, 9).15 Además, si no lo estaba ya, Lope no iba a tardar en estar relacionado indirectamente con el ex virrey de Perú, puesto que como mínimo desde noviembre de 1598 el Fénix era secretario del marqués de Sarria, don Pedro Fernández de Castro, sobrino de don García y futuro conde de Lemos.16 El marqués de Cañete retomó sus gestiones a la vuelta de la corte a Madrid, donde tenía su palacio. Después de su muerte, acaecida en 1609, la campaña —ya en manos de su primogénito Juan Andrés, padrino de un hijo de Lope en 1607— siguió con hitos como la biografía Hechos 13 Hechos..., Madrid, Imprenta Real, 1613, fol. 323. También en boca de Felipe encontramos una alusión a la envidia en relación con las hazañas de don García, pero de tipo más genérico (p. 272a). 14 Hechos..., Madrid, Imprenta Real, 1613, fol. 321. El hermano de don García, don Diego Hurtado de Mendoza, tercer marqués de Cañete, fue caballero de la Orden de Santiago y comendador de Monasterio y murió en 1591. Los tíos de nuestro protagonista, don Pedro de Mendoza y don Rodrigo de Mendoza, fueron respectivamente comendador santiaguista de Aledo y Totana y clavero de Alcántara. 15 Pedro Patricio Mey, Valencia, 1598. En La Dragontea, Lope demuestra conocer el Arauco domado de Pedro de Oña (III, 22), del que se sirve para la digresión sobre el apresamiento de Richard Hawkins (II, 47-III, 42). 16 En la portada de La Arcadia (Madrid, Luis Sánchez, 1598), cuya tasa es del 27 de noviembre, Lope se presenta como «secretario del marqués de Sarria», con cuya tía don García se había casado en 1562.
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de don García de Mendoza, cuarto marqués de Cañete (1613), de Cristóbal Suárez de Figueroa. La vertiente teatral se enriqueció en 1622 con la comedia de nueve ingenios, encabezados por Luis de Belmonte Bermúdez, Algunas hazañas de las muchas de don García Hurtado de Mendoza, marqués de Cañete, y es verosímil que por esos años se escribiera El gobernador prudente de Gaspar de Ávila, que no se publicaría hasta 1663.17 Hay más comedias de tema araucano pero de las que no hay indicios que nos permitan incluirlas en la estrategia de los Hurtado de Mendoza.18
«HEROICO CÉSAR CRISTIANO» En concordancia con las circunstancias de las que surgió la obra, la centralidad en ella de don García y de la familia Hurtado de Mendoza es evidente desde el título completo (Arauco domado por el excelentísimo señor don García Hurtado de Mendoza) al inicio de la acción, que empieza con la llegada del protagonista a Arauco.19 La dedicatoria del texto, publicado en 1625, va dirigida al primogénito del protagonista, [Juan Andrés] Hurtado de Mendoza, y en la pieza encontramos una alusión a la descendencia del gobernador de Chile (p. 245b). Sin embargo, al dar a luz Arauco domado, nada menos que un cuarto de siglo después de su redacción, Lope parece sentir la necesidad de justificar el peso de don García en la pieza cuando asegura en la dedicatoria que era imposible pintar los personajes sin aplicar la perspectiva, «grandes las primeras figuras, y las demás en lejos» (p. 235). De don García se destaca repetidamente su valor y arrojo, demostrados ya en la defensa ante el ataque al fuerte de Penco, en el que es herido
17
La comedia de los nueve ingenios, sobre la que puede leerse Vega, 1991, fue publicada suelta por Diego Flamenco en Madrid. El resto del equipo incluía, entre otros, a Mira de Amescua, Ruiz de Alarcón,Vélez de Guevara y Guillén de Castro. Por su parte, la pieza de Gaspar de Ávila se incluyó en la Parte veinte y una de comedias nuevas escogidas (Madrid, Joseph Fernández de Buendía). 18 Pensamos en La belígera española de Ricardo del Turia (segundo volumen del Norte de la poesía española, 1616), Los españoles en Chile de Francisco González de Bustos (Primera parte de comedias escogidas, Madrid, 1652) y el auto sacramental La Araucana, inédito en su momento, y que no puede atribuirse a Lope. 19 Las primeras palabras de la tragicomedia, pronunciadas por el indio yanacona Tipalco —«¿Que este soldado, amigo, es don García?»— son significativas de su sólido protagonismo.
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(pp. 248a-249b). Se trata además de un capitán resoluto y tenaz, aferrado a su objetivo de sujetar al araucano —que le respeta y teme— a toda costa. Entregado a su tarea, sale de noche después de un día de combate a comprobar que los centinelas efectivamente vigilen (pp. 252b-255a). Su astucia queda de manifiesto en la estratagema que emplea para confundir al enemigo al cruzar el río Biobío y, en general, al adelantarse a las acciones de los indígenas (pp. 255b-256a y 279b-280a). Por otro lado, es clemente ante el que abandona las armas (p. 245b) e incluso lamenta no poder perdonar a Caupolicán (p. 284a). Lo mismo vale con su propia tropa, como puede comprobar el soñoliento centinela Rebolledo (pp. 253b-255a). En fin, la fama de la que le hace merecedor su campaña araucana, que le enfrenta a un enemigo temible y numéricamente muy superior, lo pone a la altura de Julio César y Alejandro Magno (pp. 237b, 245b, 255b y 272a). La procedencia familiar del protagonista es mencionada tanto por él como por sus subordinados e incluso enemigos. Don García ve en la campaña una ocasión de mostrar el valor de los Hurtado de Mendoza y, entre otras cosas, su pertenencia a la estirpe le da confianza en la victoria y le compromete a hacer todo lo que esté en su mano para conseguirla (pp. 240a, 245b, 248a). De forma similar, al comienzo de la tragicomedia, el indio yanacona Tipalco confía en que la guerra dé la oportunidad a don García de mostrar la sangre de su abuelo, mientras que las hazañas de sus antepasados durante la Reconquista son una garantía de la victoria de su descendiente para Rebolledo (pp. 238a y 275b). Es la calidad del gobernador la que hace que tanto el soldado gracioso como Caupolicán o Gualeva cuenten con su clemencia en algún momento (pp. 254b-255a, 260a y 286a). Las alusiones del hijo al padre son abundantes y es su título el que da nombre a la recién fundada ciudad de Cañete, como el del abuelo materno de don García se lo da a la de Osorno (pp. 248a, 264a, 271a y 278b). Lope encuentra la forma de deslizar un breve apunte genealógico de la antiquísima casa de Hurtado de Mendoza y se refiere en dos ocasiones a sus armas (pp. 267a, 270a y 274b-275a). Las sobresalientes cualidades de don García son reconocidas por sus propios enemigos, a quienes ya antes del inicio de las hostilidades el ídolo Pillán da cuenta de lo prodigioso del oponente al que van a enfrentarse (p. 242b). Después de las sucesivas victorias del español, indios como Rengo, Orompello o Engol admiten la grandeza e incluso lo temible del Mendoza, del que reconocen su dicha, valentía y heroicidad (pp. 251b, 260b, 261a y 269). El propio Caupolicán repara en su valor
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y determinación, además de la «piedad e ingenio» con la que dirige la campaña, e incluso cuenta con su clemencia en caso de que optara por la paz (pp. 259b-260a). Después de la batalla de Millarapue, se sorprende alabando a su noble rival, al que juzga invencible (pp. 270b y 271a). Por su capacidad de adelantarse a las maniobras de sus enemigos, los araucanos dan al gobernador el apodo de San García (pp. 279b y 282a), y a Caupolicán no le sorprende que sus preparativos bélicos en la quebrada de Purén sean descubiertos. En una cultura que adora el Sol, se sitúa al Mendoza a un nivel sobrehumano al considerarlo hijo o profeta de ese astro o llamarlo directamente Sol (pp. 251b, 256b, 270b y 282a). Y estas cualidades del jovencísimo don García todavía resaltan más dado el contraste con sus antecesores. La obra hace responsables a Aguirre y Villagrán, debido al enfrentamiento que sostuvieron por el gobierno de Chile tras la muerte de Valdivia, de la situación de guerra abierta que encuentra el nuevo gobernador (pp. 237b y 240a). Éste demuestra su autoridad al mandarlos en un barco rumbo a España nada más llegar a La Serena (p. 238a). Se recuerda en más de una ocasión la derrota sufrida por Villagrán y la muerte de Valdivia, como si se conjurara un pasado que no va a repetirse o como si el protagonista se erigiera en su vengador o el restaurador del honor español (pp. 244b, 245b, 246, 256a, 259b, 282b y 284a). En algún caso, el texto parece apuntar implícitamente a la diferencia de don García respecto a sus antecesores, como cuando aquél se alegra de haber demostrado al enemigo «qué [tipo de] gobernador» es o cuando funda la ciudad de Cañete en las ruinas de la casa de Valdivia (pp. 250b, 271 y 274a). La misión de don García, tal como la formula él mismo, es doble: en primer lugar, pretende extender la fe verdadera entre los araucanos y, en segundo lugar, someterlos a la Corona española (p. 239b). Desde el punto de vista político, el texto considera a los mapuches rebeldes a Carlos V, su rey legítimo, y en alguna ocasión también se los tacha de traidores (pp. 240a y 282b). Antes de la rebelión muchos araucanos, incluido Caupolicán, habían prometido vasallaje, tal como él mismo reconoce (pp. 259b y 282b), e incluso se nos asegura que no son pocos los indígenas que habían sido bautizados.
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LA DIMENSIÓN RELIGIOSA La dimensión religiosa de la campaña de Arauco no estriba sólo en el plano de las motivaciones de Hurtado de Mendoza y los españoles, sino también en uno trascendente, y constituye un elemento importante a la hora de interpretar la tragicomedia. La llegada del «cristiano don García» a Arauco está marcada por la entrada del santo sacramento en la iglesia de La Serena que, ante la hostilidad de los indios, carecía de él hasta ese momento (pp. 238a-239b). Es decir, la primera aparición del héroe en las tablas va asociada a la restauración simbólica de la presencia de Cristo en un entorno adverso y subraya, en definitiva, el objetivo evangelizador de su misión, que se presenta como indisociable de la sujeción de los araucanos a Carlos V.20 La escena, a la que asisten tanto los soldados españoles como los indios a su servicio, pretende demostrar el fundamento religioso que subyace a la actuación personal de don García y, por extensión, de los suyos. Pero esta motivación, de orden psicológico o ideológico, responde a una realidad trascendente, efectiva más allá de las creencias particulares. El enfrentamiento militar entre españoles y araucanos se corresponde en un plano superior al enfrentamiento entre Dios y el Demonio —con el que se identifica al ídolo Pillán— y por lo tanto, el primero está comprometido con quienes propagan su fe contra la adoración del Maligno.21 La victoria cristiana, el sometimiento de Arauco a Carlos V, es un designio divino que el propio Pillán puede predecir cuando sus fieles lo invocan, incluso con la precisión del plazo de dos años en el que ocurrirá (p. 242). La victoria de los españoles, al llevar aparejada la introducción de la fe verdadera, significa la derrota del Demonio, el único perdedor de la conquista (pp. 242b y 244b). Es en este sentido que don García puede advertir a Caupolicán, preso, que le corresponde la suerte de «los que contra el cielo van» (p. 283b). Dios, en cambio, ayuda a los que combaten con el «honesto celo» de don García (p. 245b), tal como podemos apreciar en el episodio del 20
Igualmente, la última intervención de don García en la obra es una invitación a los suyos a acudir «al templo» para celebrar el acceso al trono de Felipe II, rey calificado de «español» e «indiano» por los dominios sobre los que gobierna (p. 289a). 21 En efecto, desde las dramatis personae hasta las didascalias, la identificación de Pillán, ídolo solar de los araucanos, con el Demonio es meridiana (pp. 237 y 242), al igual que ocurre con el Ongol de El nuevo mundo descubierto por Cristóbal Colón y el innominado ídolo solar de El Brasil restituido.
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asalto por sorpresa al alojamiento español en Millarapue. La devoción del gobernador, que ha decidido celebrar el día de San Andrés dedicándole en primer lugar unas salvas, resulta en el fracaso del ataque de los de Caupolicán, que creen haber sido descubiertos (pp. 266b-268a).22 La creencia y el culto del verdadero Dios tienen su recompensa o, en palabras del propio don García, «pagan», el plano terrenal y el trascendente confluyen. Don García, consciente de ello, da las gracias a Dios después de sus victorias, a quien se deben en primer lugar (pp. 239b, 250b y 272a). Frente a la eficiencia de las invocaciones al Dios cristiano, las dirigidas a Pillán, en cambio, quedan sin cumplir (pp. 262a y 283a), e incluso podemos interpretar las palabras del gobernador a Caupolicán preso como la explicación de su estado en tanto consecuencia de su adoración al Demonio. La equivalencia entre la victoria española y la de Dios se hace evidente sobre todo en la conversión del jefe araucano, del que don García es padrino (pp. 285b-287b). Tal vez el propio Caupolicán, convencido de que en materia religiosa el gobernador va «acertado» mientras él va «errado», se da cuenta de que si ha sido vencido en tantas ocasiones es porque el Dios verdadero es el de su enemigo (p. 285b). La rápida asimilación de los rudimentos del cristianismo y, sobre todo, la formulación de algunos dogmas que nadie le ha explicado —como la inmortalidad del alma—, han de atribuirse probablemente a la luz que, según el converso, le ha dado el Señor (p. 287b). El inevitable ajusticiamiento del cuerpo del líder rebelde es, pues, paralelo al renacimiento de su alma, ya preparada para la salvación. Dicho desajuste entre el presente —y futuro ultraterreno— del reo y su trayectoria pasada dota al personaje de una estatura trágica, puesta de relieve en el soneto que pronuncia en su agonía (p. 287b). Retrospectivamente, además, los mimbres trágicos del héroe araucano se refuerzan si tenemos en cuenta sus aproximaciones a la paz con don García, siempre frustradas por sucesos u opiniones externos a Caupolicán (la beligerancia de Tucapel, la aparición de Lautaro o el castigo a Galvarino, según veremos más abajo) antes de que dé tiempo a tomar ninguna iniciativa. 22
Los Austrias españoles eran grandes maestres de la Orden del Toisón de Oro, cuyo patrón es San Andrés, lo que hace que el protagonista de nuestro texto coincida en su devoción por el apóstol con Carlos V y Felipe II, que celebran la misma efeméride en la metrópoli (p. 264b).
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En cualquier caso, la «tragedia» que lamenta su hijo Engol es el castigo del líder araucano y no la que hemos referido (p. 287b). La transformación religiosa del ajusticiado pasa desapercibida para quienes presencian su suplicio ejemplarizante; la conversión de Caupolicán no arrastra la de su pueblo como sostiene Pittarello (1993, p. 202).23
FELIPE II, NUEVO REY DE CHILE Arauco domado da mucho relieve a la sucesión de Carlos V por parte de Felipe II, rasgo al que no debe ser ajena la proximidad de la fecha de su redacción con el acceso al trono de Felipe III.24 De esta forma, al final de la obra, don García puede ofrecer un Arauco domado al nuevo rey y demostrar de paso su lealtad a la Corona, que como es sabido no todos los conquistadores cultivaron. A pesar de que sólo en el tercer acto tiene el gobernador noticia del relevo (p. 278), ya antes de dicho momento se subraya más o menos explícitamente la condición de heredero de Felipe (pp. 239b, 240a, 240b, 242b, 247b). Incluso se nombra en solitario al príncipe, atribuyéndole implícitamente la titularidad de la Corona, en contradicción con la cronología interna del texto (pp. 237a y 259b). Es como si, mediante el largo recorrido dado a la circunstancia de la renuncia del emperador, se quisiera acercar el momento representado al presente de la representación, tal vez para predisponer mejor al flamante Felipe III y a la corte, responsables de satisfacer las aspiraciones a las que Arauco domado da voz. La sucesión está presente en tres escenas de la tragicomedia. Como hemos adelantado, la primera corresponde al conocimiento de la feliz noticia por parte de don García, que ordena celebrar, entre otras cosas, con el levantamiento de arcos dedicados al nuevo rey y con un desfile militar, símbolos del reconocimiento por parte de Chile de Felipe II como su soberano (pp. 278b-279a). El acontecimiento ofrece la ocasión de afirmar simbólicamente la pertenencia de Arauco en particular, y el
23 Al revés de lo que ocurre con Dulcanquellín, el cacique indio de El nuevo mundo descubierto por Cristóbal Colón, y sus súbditos (véase n. 28). 24 Tanto Ercilla como la Crónica aluden asimismo a la abdicación de Carlos V en favor de su hijo (XVII, 26 y 53-55 a propósito de San Quintín, y Esteve Barba, p. 395b). Acaecida el 16 de enero de 1556, la noticia no fue conocida por el gobernador de Chile hasta dos años más tarde (Campos Harriett, 1969, pp. 77-79).
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Nuevo Mundo en general, a la Corona, que tiempo atrás había tenido que afrontar desafíos a su autoridad como el de Gonzalo Pizarro en el Perú (1544-1548). La siguiente evocación que don García hace de la sucesión tiene lugar después del apresamiento de Caupolicán en Purén, que los soldados llevarán ante él en la siguiente escena (p. 283). El acceso de Felipe II al trono brinda al gobernador la oportunidad de maravillarse ante los dominios que aquél hereda, «señor absoluto y solo» «de donde el sol se levanta/ adonde en obscuro olvido/ se acuesta». Al poder universal de Felipe II, don García contribuye con la pacificación de los araucanos, a los que ha vencido en nueve ocasiones y en cuyo territorio ha fundado nueve ciudades.25 El ajusticiamiento de Caupolicán y la sujeción de Arauco coincide con la celebración propiamente dicha de la subida al trono de Felipe II, que cierra la obra (pp. 288a-289b). Don García ofrece el resultado de su campaña a la estatua del joven Felipe II, una solución escénica que no tiene paralelo en las fuentes del dramaturgo.26 Los soldados besan la mano de la imagen del rey, que campea en el escenario debajo de un arco «de hierba y flores», para confirmar los repartimientos de indios que ha establecido don Gonzalo. Gracias a la estatua, se materializa la autoridad real en un continente cuya lejanía suponía un reto para el poder monárquico.27 El texto termina con los españoles camino de la iglesia para celebrar el nuevo reinado de Felipe II, rey español y —gracias a hombres como don García— rey indiano.
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Se trata en realidad de siete victorias y de la fundación de siete ciudades, como queda claro en el título del tercer libro de la Crónica, dedicado a don García (p. 361). Al principio de la tragicomedia, Pillán había pronosticado que Hurtado de Mendoza ganaría nueve batallas y fundaría siete ciudades (p. 242b). 26 Cabe suponer que el arco de esta última escena es el mismo que al principio del texto había servido para solemnizar la entrada del santo sacramento en la iglesia de La Serena (pp. 238b y 288b). 27 Nótese que El Brasil restituido, la otra comedia de nuestro corpus en la que una representación del rey —en este caso un retrato de Felipe IV— «sanciona» al final del texto una decisión del general español vencedor, también es de escenario americano (vv. 2269 Acot-2319 Acot).
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LA PLURALIDAD DEL ENEMIGO La representación de los araucanos en el texto es uno de los elementos que, por su complejidad, llama más la atención. Pero no nos referimos tanto a las características intrínsecas de los indígenas, afines a las que presentan desde Ercilla —y sobre las que volveremos más abajo—, sino a la evolución diferenciada de éstos a lo largo de la tragicomedia. En efecto, a partir del segundo acto encontramos entre los mapuches posicionamientos distintos respecto a la forma de afrontar el conflicto con los españoles. Desde ese momento, algunos personajes evolucionan hacia posturas pacifistas, sin que eso signifique que las mantengan durante el resto de la obra. En tanto que estas diferencias se dirimen en público, asistimos a la oposición de discursos pacifistas y belicistas. Además, estos últimos, presentes desde el principio del texto, adquieren particular verosimilitud e intensidad y en ellos Lope demuestra una notable empatía dramatúrgica en su aproximación al punto de vista de la resistencia indígena.28 En efecto, ante las sucesivas derrotas sufridas a manos de don García y los suyos encontramos, por un lado, personajes que evolucionan y, como mínimo en algún momento, abandonan la belicosidad inicial y, del otro, personajes que se mantienen en su postura resistente a lo largo de la obra. Entre los primeros, cabe destacar al cabecilla araucano, Caupolicán, Gualeva y su marido Tucapel, Rengo y Orompello. Son ejemplos del segundo tipo de personajes Fresia y Engol, mujer e hijo de Caupolicán, y Galvarino. En consecuencia, el campo araucano presenta enfrentamientos o debates. Aparte de la pésima acogida que los vaticinios del viejo adivino Pillalonco encuentran en Tucapel, Rengo, Talguén y Orompello, cabe recordar en este sentido las posturas encontradas de Tucapel y Rengo 28 Ni La Araucana de Ercilla ni el poema épico de Oña exploran las diferencias entre los indígenas respecto a la continuación de la guerra o la apuesta por la paz más allá de la alusión a la diversidad de pareceres en el consejo en el que llega Galvarino amputado, cuyo discurso tiene una intención persuasiva especialmente dirigida a la opinión pacifista (XXIII, 5-14, y XVII, pp. 589-597). En El Nuevo Mundo descubierto por Cristóbal Colón no hallamos actitudes contrapuestas entre los taínos respecto a los españoles. Da la impresión de que todos los hombres siguen al cacique Dulcanquellín después de que éste preste oídos momentáneamente al Demonio, al igual que comparten su certeza final de que la religión de los recién llegados es la verdadera (vv. 2709 Acot-2815).
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en el consejo que sigue a la batalla de Lagunillas (pp. 259b-262b), apoyadas respectivamente por Talgueno y Orompello, o de Tucapel frente a Engol en el consejo que sigue al ataque de Millarapue (pp. 275b-277a), reunión que también nos brinda un breve choque entre Caupolicán y Fresia. Más allá de los personajes cuyas posturas se enfrentan directamente, otros ofrecen evidentes contrastes, como las araucanas Gualeva y Fresia o Caupolicán y Engol, padre e hijo, cuyos últimos parlamentos son tan distantes como la asunción del cristianismo antes de morir o el juramento de venganza.29 Repasemos en primer lugar los personajes que evolucionan en su postura frente al invasor, empezando por el jefe araucano, que sin duda alguna no responde al prototipo de general —amigo o enemigo— lopesco.30 En efecto, éste oscila en los dos últimos actos de la obra entre la resistencia y la rendición a don García, e incluso en algún momento se ve incapaz de decantarse por una u otra. Sensible a las derrotas encajadas y a las extraordinarias cualidades militares de su oponente, el parecer de los principales araucanos, la crueldad excesiva con la que don García castiga a alguno de los suyos e incluso la aparición sobrenatural de su antecesor a la cabeza de la revuelta condicionan su evolución en uno u otro sentido. Al comienzo del segundo acto, por ejemplo, después del fracaso del asalto al fuerte de Penco —en el que recibe una herida de don García— y la derrota de Lagunillas, el toqui duda entre seguir con la guerra o rendirse y se pliega a la opinión de los notables araucanos (pp. 259b-262b). Finalmente decantada hacia aquélla, Caupolicán condiciona la estrategia a seguir al resultado del próximo golpe, un ataque de madrugada que pretende sorprender el alojamiento español pero encuentra a los cristia-
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Obsérvese asimismo que a la escena en la que el joven Engol se incorpora a la lucha le sigue la promesa de Caupolicán de abandonarla (p. 270). El personaje de Engol no está en las fuentes principales de Lope y a lo sumo puede tener una inspiración muy genérica en la Cuarta y quinta parte de la Araucana de Santisteban Osorio (Salamanca, Juan y Andrés Renaut, 1597), cuyo protagonista es el hijo de Caupolicán, llamado como su padre (Dixon, 1993, p. 88). Téngase presente, con todo, que el prólogo a La Araucana ya aludía a «los hijos, ganosos de la venganza de sus muertos padres» que «antes de tiempo tomando las armas se ofrecen al rigor de la guerra» (p. 70). 30 La complejidad del dubitativo personaje, que buscaremos en vano en las fuentes, ha sido puesta de relieve por Ruano de la Haza, 2004.Ya Dixon, 1992, pp. 266268 se había detenido en él, calificándolo de héroe dubitativo e incluso involuntario.
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nos despiertos para celebrar el día de San Andrés (pp. 266b-268a). Después de una encarnizada lucha, el asalto fracasa y Caupolicán, herido, se sorprende alabando a su enemigo y promete solemnemente desistir de la lucha, al fin derrotado (p. 270). Sólo consigue que dé marcha atrás la aparición del espíritu de Lautaro, que le anima a mantener la resistencia a la que él dio comienzo (pp. 270b-271b).31 Pero la postura pacifista que el hasta entonces belicoso Tucapel expresa en el siguiente consejo vuelve a situar a Caupolicán en la senda de la paz, contra la opinión de su hijo Engol y su mujer Fresia (pp. 275b277a). Sin embargo, el cruel castigo de don García a Galvarino, que aparece amputado de manos ante los reunidos, decanta una vez más los ánimos hacia la guerra (pp. 277a-278b). El ataque por sorpresa de los españoles en Purén, en el que Caupolicán es apresado contra su deseo de morir en combate, pone punto y final a la oscilación entre la resistencia y la rendición, pasando por la duda, que marca el personaje en los dos últimos actos de la tragicomedia (pp. 281b-283a). Entre el resto de los araucanos, Rengo —secundado por Orompello— aboga por la paz en el consejo que sigue a la segunda derrota, la de la batalla de Lagunillas, pero acaba por renunciar a su posición para que no se interprete como cobardía (pp. 259b-262b). Más interesante desde este punto de vista es Gualeva, uno de los personajes cuya imagen de los españoles cambia radicalmente a lo largo de la obra, aunque en su caso influye más el trato con los europeos —en una sección de la trama, por cierto, debida exclusivamente a la imaginación de Lope— que su parecer sobre la correlación de fuerzas de los contendientes.32 La percepción que Gualeva tiene de los invasores, a los que había dado muestras de odiar en la escena en la que el prisionero Rebolledo había quedado a su cargo (pp. 258a-259b), sufre una transformación mediado el texto, hasta el punto de llegar a presentar rasgos de la extranjera enamorada del militar español. Además, hay que destacar que la araucana logra atraer momentáneamente a su marido, el fiero Tucapel, a ese cambio de actitud.
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En el poema épico de Oña, Lautaro se le aparece a Talgueno, al que le pide venganza de su compatriota Catiray (XIII, pp. 457-471). 32 El personaje de Gualeva, mujer de Tucapel, existe asimismo en Oña, pero en el poema épico no encontramos ninguna visita de la araucana al campamento español ni ninguna entrevista con Felipe o don García. En la obra del chileno, que no llega más allá de la batalla de Lagunillas, ni Gualeva ni Tucapel adoptan ningún tipo de postulado pacifista.
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Es el propio Rebolledo, a quien previamente pensaba asar y comerse, quien despierta el interés de Gualeva por Felipe de Mendoza, hermanastro de don García, al cantar sus excelencias (pp. 262b-263b). Los sentimientos de la araucana se dirigen, pues, a quien había herido a Tucapel en el fallido asalto al fuerte español de Penco (p. 257a). El soldado gracioso aclara además a la araucana que el gobernador de Chile —al que elogia en términos verdaderamente excesivos— recibe y perdona a todos los indios que vienen en son de paz. Llevada al campo español por Rebolledo, Gualeva destaca la hermosura de los cristianos con los que, después de las palabras del gracioso, arde en deseos de encontrarse. Gualeva habla en primer lugar con Felipe, que se muestra impresionado por la belleza de la araucana (pp. 265b-266b). Conocido el enemigo, a Gualeva le cuesta entender por qué los suyos tienen a los españoles por crueles —hecho que Felipe explica por su «indomable condición»— y confiesa su desvelo por ellos. Aunque no aparece en escena, la noble araucana se entrevista acto seguido con don García, que la recibe con todo el respeto y atenciones (p. 273). Gualeva vuelve finalmente junto a su marido sin que el joven hermanastro de don García dé mal ejemplo al resto de la tropa, tal como había temido el general en desdoro de la fe que se procura extender.33 La araucana se siente en deuda por el honroso trato recibido hasta el punto de que convence a Tucapel de influir en Caupolicán para conseguir el sometimiento de Arauco a la Corona española (p. 274). La súbita docilidad de Tucapel, poco creíble, no deja de ser notada más adelante por sus compatriotas (pp. 276a-277a).34 En cualquier caso, Tucapel se interesa ahora por la nobleza de don García y sella su amistad con Rebolledo, quien resuelve sus dudas genealógicas, regalándole un arco y unas flechas (pp. 274b-275b). Sólo la cruenta aparición de Galvarino en el mismo consejo en el que Tucapel expone su nueva postura logra devolverle a su belicosidad inicial (pp. 277a-278a). Sin embargo, hay que señalar que la fiereza de Tucapel se ha templado como mínimo en un aspecto. Quien tantas veces había bebido la sangre de los españoles renuncia a partir de entonces a hacerlo, convencido de que se trata de un acto cruel y contrario a su conciencia (pp. 33
Tacuana y Palca en El nuevo mundo descubierto por Cristóbal Colón no se limitan a expresar su atracción por los españoles, sino que la satisfacen con los marineros Terrazas y Arana, respectivamente (vv. 1657-1660 y 2166 Acot-2317). 34 Dixon, 1992, p. 266 lo considera un personaje muy poco convincente.
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276a y 281b). Por su parte, la aparición de Gualeva junto a Rebolledo en las escenas finales de la tragicomedia, así como su intención de pedir a don García el perdón de Caupolicán, sugieren que en su caso el brutal castigo de Galvarino no la ha devuelto a su hostilidad anterior (p. 286). Entre los personajes que se mantienen firmes en la resistencia al colonizador, incluso más allá del apresamiento y muerte de Caupolicán, destaca el mismo entorno familiar del líder. Su mujer Fresia y su hijo Engol sostienen, pues, en varias ocasiones una postura distinta o incluso opuesta a la de su marido o padre, y en el caso de la primera asistimos al enfrentamiento público con su esposo a causa de sus diferencias. También podemos incluir en este grupo al intrépido Galvarino, de corta pero significativa presencia escénica. Fresia se indigna ante las noticias de que Caupolicán vuelve con vida tras el fallido ataque de Millarapue, su tercera derrota consecutiva. Lo juzga tal deshonor que ya no se considera su mujer y, contra las advertencias de Millaura, da permiso al jovencísimo Engol para participar desde ese momento en la guerra (pp. 269a-270a). El orgulloso muchacho promete vengar la derrota, y uno de los rasgos básicos del personaje a partir de entonces será justamente ése, el de vengador. En el consejo en el que Tucapel expone su nueva postura, el joven, apoyado por su madre, es su principal contradictor, y ambos defienden la continuación de la guerra (pp. 275b-277a). La araucana, de hecho, amenaza con reclutar un ejército de mujeres si los hombres no prosiguen la lucha y no duda en acusar en público a su marido de cobarde cuando éste defiende la paz, antes de que la dramática aparición de Galvarino devuelva la unanimidad al consejo. Cuando Caupolicán es apresado en las quebradas de Purén, incumpliendo la exhortación de Fresia a morir con honor, la frialdad que su mujer había mostrado ante su marido se vuelve contra su descendencia (pp. 281b-283a y 284a-285a). La araucana, que considera una deshonra los lazos que la unen a Caupolicán, estrella a la vista del preso y de sus captores el bebé de ambos contra unos peñascos y se ofrece a ser su verdugo en caso de que no se encontrara un español dispuesto.35 De forma 35 En la Crónica, la mujer de Caupolicán —a la que no se llama por su nombre— comete el mismo asesinato pero sin alcanzar el mismo efecto, ya que es su única aparición en el texto (pp. 284a-285a). En general, la dimensión de la Fresia lopesca como promotora y juez del honor militar de los suyos está ausente del poema épico de Oña.
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menos cruenta, pero en la misma línea, Engol lamenta que su padre se dejara prender vivo, lo que le parece una cobardía (p. 286b). Con todo, la actitud de Fresia y de su hijo se vuelve compasiva ante el empalamiento, que los araucanos están autorizados a presenciar (pp. 287a-288b). Ante el histórico suplicio, cuya crueldad inusitada probablemente explique que sólo sea visible en escena durante el tiempo que Caupolicán emplea en recitar su soneto, Engol jura vengar a su padre y en ese eventual resarcimiento se cifran las esperanzas de Fresia.36 Por su parte, Galvarino es el exponente más dramático de la resistencia de su pueblo al colonizador, aunque su presencia no es constante a lo largo de la tragicomedia. Apresado por los españoles, el araucano no se amilana cuando debe aparecer ante el mismo don García.37 Acoge la amputación de ambas manos a la que el general le condena por la muerte de Juan Guillén con la predicción, contra los cálculos del Mendoza, de que el efecto del castigo no será el de sofocar la rebelión sino el de atizarla (pp. 272a-273a).38 La entereza del reo se pone de manifiesto asimismo en la impresionante sangre fría con la que sufre su castigo, al ofrecer la mano izquierda al verdugo después de que le haya cortado la derecha (p. 273b). Su cruel pena tiene el efecto que él preveía, y mediante un vehemente discurso ante el consejo posterior a la tercera derrota, convence de nuevo a los araucanos para proseguir la guerra, en la que él promete animarles con su voz (pp. 277a-278b). Vale la pena detenerse sobre los argumentos empleados para abogar por la paz o por la guerra entre los araucanos, en el bien entendido de que tan importantes como ellos son el contexto de las escenas en que se esgrimen, incluso la identidad de los que lo hacen, y la elocuencia con que se presentan. No podemos olvidar en este sentido el vehemente discurso de Galvarino ante el consejo araucano o la aparición del espíritu de Lautaro dentro del tronco de un árbol (pp. 270b-271b). Incluso escenas que no se insertan directamente en la disyuntiva de lucha o 36 Nótese, a diferencia de lo que entiende Pittarello, 1993, 202, que queda así recogida la realidad histórica de la continuación de la resistencia araucana más allá del gobierno de don García. 37 Aunque el lector del texto de Lope puede suponer que Galvarino es hecho preso en el frustrado asalto al alojamiento español el día de San Andrés, el temible araucano cayó en las manos de los españoles en la batalla anterior, la de Lagunillas (La Araucana, XII, 45; Oña, XI, p. 409, y Crónica del reino de Chile, p. 378a). 38 Este soldado, que no aparece en La Araucana, se llama Hernán Guillén en Oña (X, p. 359).
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rendición, como el parlamento de Fresia que termina con su asesinato del bebé de Caupolicán o que no se apoyan explícitamente sobre argumentos, como el juramento de venganza de Engol, nos transmiten la determinación de resistir de los araucanos (pp. 284a-285a y 288a). En cualquier caso, el repaso de los argumentarios pacifista y belicista nos proporciona otro ángulo desde el que observar la compleja representación colectiva de los araucanos en la obra. Los argumentos para la guerra se centran en la defensa de la libertad de la patria, a la que se añade alguna alusión a la libertad de vivir la propia religión (pp. 244b, 245a, 271b, 277b y 284a). El rechazo de la insoportable sujeción a otro pueblo, que reduciría a los araucanos al estado de esclavos o incluso bestias hace preferible luchar aunque sea para morir con honor en el campo de batalla (pp. 260, 271b, 276 y 277b). Además, desde el punto de vista de su religión, el origen de la autoridad de Caupolicán sobre Arauco es sagrado (pp. 246b y 248a) y la ubicación geográfica de chilenos y españoles, separados por el océano, es un indicio de que su Dios no quiso juntarlos (p. 260b). Finalmente, la venganza (de los araucanos muertos, del cruel castigo sufrido por Galvarino) es otra razón para luchar (pp. 260b y 278a). Según estos discursos, los españoles, movidos por la codicia, buscan enriquecerse con los recursos de la tierra —principalmente oro y plata— y con el sudor de los indios (pp. 241a, 247a, 256a, 260b y 276a). Se trata, en definitiva, de ladrones que disfrazan sus robos de servicio a Carlos V. Por su parte, el espectro de argumentos para la paz es más limitado. Encontramos en primer lugar, la aceptación de la imposibilidad de vencer a don García, dotado de un valor y unas capacidades militares que superan a los araucanos (pp. 260a, 261a, 271a y 277a). En segundo lugar, destaca el argumento de evitar con el fin de las hostilidades más muertes y dolor a su país (pp. 260b y 277a). Finalmente, se esgrime la superioridad de los españoles sobre los araucanos para justificar la sujeción de éstos a aquéllos (p. 260b). Según el discurso pacifista, los españoles son los mejores entre todos los hombres, de la misma forma que el Sol es la mejor de las estrellas. Su misma llegada al continente americano sería una prueba de esta superioridad.39 39
Si la verosimilitud e intensidad de estos discursos de resistencia al español pueden observarse asimismo en Ercilla y en Oña, no es menos cierto que en Lope aparecen de forma más sostenida y en boca de más personajes —piénsese, por ejemplo en el joven Engol, de nuevo cuño, en la beligerancia de la Fresia lopesca
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En términos generales, a los araucanos se los presenta como «la más indómita nación que ha producido la tierra», nunca vencidos ni domados (pp. 235, 242b, 245b). La característica que mejor los define es la fiereza, que los sitúa en las antípodas de los indios con los que se encontró Colón (pp. 247b y 253b). Orgullosos y con un alto sentido del honor, compiten entre ellos en la promesa de hazañas, exhibiendo a menudo una marcada tendencia a la hipérbole (pp. 243, 244b-245a, 261b y 288a). Su fiereza raya en ocasiones en la crueldad y los araucanos de Lope practican el canibalismo sobre sus enemigos —Rebolledo está a punto de comprobarlo en sus propias carnes—, de quienes además beben la sangre, acción en la que se nos muestra a Caupolicán (pp. 257b-259b y 281b).40 El jefe araucano lo hace además en un curioso recipiente —el cráneo de Valdivia cubierto de oro—, y del cadáver del malogrado gobernador también se han aprovechado las canillas para hacer trompetas que tocar en las batallas (p. 276).41 Por otro lado, la valentía no es patrimonio exclusivo de los hombres, y las mujeres —a las que el mundo militar no es ajeno— dan muestra de arrojo varonil. Gualeva, por ejemplo, de la que sabemos que en una ocasión liberó a su marido Tucapel de sus captores españoles, amenaza a Rengo con una macana y se permite llamarlo afeminado (pp. 252 y 257a). Ya hemos repasado la durísima actitud que Fresia exhibe con Caupolicán y Engol, y que en el primer caso culmina en un horrendo infanticidio. La mujer del jefe araucano no es, sin embargo, sólo la exigente promotora y terrible juez del honor militar de los suyos. Armada con arco y flechas, se dice dispuesta a acompañar a su hijo en la guerra
o incluso en la sombra de Lautaro—. Además, como engastados en una comedia, el dramaturgo hace llegar estos parlamentos a un público más amplio que el de los poemas épicos. 40 La Araucana (IX, 21, XVII, 11 y XXII, 34), Oña (II, p. 89) y la Crónica (p. 379b) aluden al canibalismo de los araucanos, en el último caso como parte de la preparación a la batalla, pero el hecho es que está más o menos presente en todas las comedias americanas de Lope. El Nuevo mundo... apunta brevemente a su práctica entre los taínos (vv. 2009-2012), y El Brasil restituido la atribuye a los tupís, tal como comprueba —en cabeza ajena y, para más señas, holandesa— el soldado hispanoportugués Machado (vv. 769-783 y 1179-1202). 41 Es posible que el acto de beber sangre de un recipiente cubierto de oro —parecido, pues, a un cáliz— tenga una lectura contraeucarística.Téngase en cuenta que en el poema de Oña el viejo Pillalonco alude al hábito de los araucanos de «consagrar» a los habitantes del infierno la sangre que beben (II, p. 89).
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y más adelante amenaza con levantar un escuadrón de viudas contra los españoles si los araucanos cejan en su resistencia (pp. 270a y 276b-277a). En conclusión, Arauco domado combina tan armónica cuanto paradójicamente la apología de la ejecutoria de Hurtado de Mendoza en Chile —como obra de encargo que es— y la atribución de una trascendencia divina a la sujeción de los araucanos, con una aproximación compleja y diferenciada a éstos que de hecho pone en cuestión la realidad —o como mínimo la unanimidad— de su sometimiento al final del texto. Puede que en el momento de redacción de la obra la precariedad de la doma de Arauco —y retrospectivamente, pues, de los logros de don García— fuera manifiesta,42 pero en cualquier caso la compleja traslación escénica que el dramaturgo hace del enemigo austral da muestra, más allá de los precedentes épicos y cronísticos, de sus capacidades imaginativas, y dota a los araucanos —en conjunto e individualmente— de una sorprendente profundidad y a Caupolicán de una verdadera altura trágica.
42 Ya en 1596, un mínimo de dos años antes de la redacción de la obra de Lope, Oña se justificaba por el título escogido en el prólogo a su poema épico: «Acordé dalle título de Arauco domado porque, aunque sea verdad que agora por culpas nuestras no lo esté, lo estuvo en su gobierno [de don García Hurtado de Mendoza]» (p. 26).
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En fechas no muy separadas entre sí, Lope escribió dos comedias históricas de tema contemporáneo sobre el enemigo turco, La Santa Liga (1598-1603) y La nueva victoria del marqués de Santa Cruz (1604). La primera aborda la batalla naval más célebre de su tiempo, Lepanto, relatada y cantada por múltiples historiadores y literatos, unos treinta años después de la victoria, mientras que la segunda celebra un éxito limitado como el asalto a la isla de Longo, probablemente en el mismo año en que ocurrió y a partir del encargo de su protagonista o de su entorno. Pero más allá de estas y otras diferencias, también podremos constatar similitudes en la justificación de la lucha contra el Imperio Otomano, en el contraste en la caracterización de turcos y cristianos o en la atención al sufrimiento de los cautivos bajo dominio del infiel.
LA SANTA LIGA Y EL DIOS DE LAS BATALLAS Hacia 1622, el propio Lope se refirió a la batalla de Lepanto como aquella «tan escrita de tantos historiadores, tan cantada de tantos poetas».1 Sin detenernos en los primeros, de los que el más conocido es Fernando de Herrera, la que Cervantes llamó «la más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan ver los venideros» ya gozaba de una apreciable fortuna literaria cuando, entre 1598 y 1603, unos treinta años después de la victoria, Lope escribió La Santa Liga.2 La batalla de 1
En Guzmán el Bravo, la última de las Novelas a Marcia Leonarda (p. 209). La cita de Cervantes procede del «Prólogo al lector» de la segunda parte de Don Quijote (p. 673), y el giro aparece también en el de Novelas ejemplares. Véanse las principales relaciones y crónicas españolas contemporáneas de Lepanto en Menéndez Pelayo, 1969, p. 106. Morley y Bruerton, 1968, p. 236 dan como fecha 2
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Lepanto había sido ensalzada en poemas épicos como la Felicísima victoria... de Jerónimo de Corte Real (1578), La Austríada de Rufo (1584) e incluso en un canto de la segunda parte de La Araucana (1578) y en otro del Monserrate de Virués (1588). De todos es conocida la canción de Herrera «Cantemos al Señor...», publicada por primera vez en 1572, pero también el romancero celebró la victoria.3 El propio Cervantes le dedicó una comedia que lamentablemente no ha llegado hasta nosotros, llamada La batalla naval, el mismo título que Lope dio a su obra antes de su publicación en la Decimaquinta parte (Madrid, viuda de Alonso Martín, 1621).4 Con ese título debió estrenarla, pues, la compañía que desde 1596 dirigía Baltasar de Pinedo junto a su mujer, Juana de Villalba.5 En cualquier caso, en Salamanca se pudo ver una pieza de este título el 1 de mayo de 1604, probablemente representada por Pinedo.6 Unos treinta años después de La Santa Liga,Vélez de Guevara retomó los hechos históricos en El águila del agua, título que se refiere a don
de redacción de la comedia 1598-1603 (probablemente 1598-1600), horquilla que mantenemos frente a la hipótesis de Wilder, 1953, p. 19 que fija el inicio del suministro de textos a Baltasar de Pinedo en 1599, ya que tanto Rennert, 1909, p. 557 como Díaz de Escovar, 1928, pp. 162-163 lo sitúan ya como autor de comedias en 1596, antes de las prohibiciones de representación de 1597-1599. 3 Menéndez Pelayo, 1969, pp. 111-124 da un exhaustivo repaso a la literatura española sobre Lepanto, sin olvidar la escrita en prosa o verso latinos.Véanse además Pierce, 1968, pp. 284-286 y 290-291 y Vilà, 2001, pp. 555-663, especialmente 558n. 4 Es el título que el marqués de Santa Cruz le da en el plaudite (p. 278b) y con el que la designa la lista de 1604 de El peregrino en su patria (p. 60). Cervantes menciona su comedia en la Adjunta del Parnaso (Viaje del Parnaso, p. 201) y en el «Prólogo al lector» de sus Ocho comedias y ocho entremeses nuevos nunca representados. Menéndez Pelayo, 1969, p. 101 sugiere la posibilidad de que Lope cambiara el título precisamente para evitar la confusión con la comedia homónima del alcalaíno. 5 «Representóla Pinedo, y a Selín famosamente», se lee en la nota que cierra el elenco de personajes de La Santa Liga en la Decimaquinta parte (fol. 95v). Recuérdese que en noviembre de 1597 se cerraron los teatros de Madrid, en mayo de 1598 los de toda España y que el cierre duró hasta abril de 1599 (Oleza, 1997, pp. XIV-XV). Si Pinedo encarnó al personaje de Selín, a su esposa, para la que a menudo se escribían papeles de mujer varonil, le correspondió, según Wilder, 1953, p. 23, el de Constancia. Como en muchas de las comedias que Lope redactó para Pinedo hasta 1606, entre los actores se cuenta un niño, seguramente hijo del autor de comedias, que en nuestro caso representa el papel de Marcelo. Así pues, es posible que Constancia y su hijo Marcelo fueran interpretados por actores que eran efectivamente madre e hijo. 6 Según el Diario de un estudiante de Salamanca de Girolammo da Sommaia (p. 179).
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Juan de Austria.7 Centrada casi exclusivamente en el campo cristiano, la comedia presta escasa atención a la invasión turca de Chipre y a la negociación de la Santa Liga. Por su parte, un dramaturgo anónimo escribió El esclavo de Venecia, en la que lo histórico —la conquista de la isla y la batalla de Lepanto— se mantiene en un segundo plano.8 El portugués Vicente Mascarenhas, finalmente, es el autor de una Batalha naval de D. Juan de Austria, que no hemos conservado.9 A través de fuentes orales o escritas, el público de Lope conocía los sucesos históricos que iba a presenciar con algún detalle. El dramaturgo los tomó principalmente de La vida y hechos de Pío V, de Antonio de Fuenmayor, aunque para la batalla propiamente dicha se inspiró sobre todo en el canto XXIV de La Araucana.10 Es verosímil, sin embargo, que a lo largo de su vida Lope hubiera tenido la oportunidad de oír algún relato de primera mano. Tal vez conservaba, por ejemplo, algún recuerdo de lo que en su adolescencia le contara su primer protector, don 7
Según Spencer y Schevill, 1937, p. 138, El águila del agua, representación española —que puede leerse en la edición de Manson y Peale— fue escrita entre 1627 y 1632. El texto se conserva en un manuscrito autógrafo —Res. 111 de la Biblioteca Nacional—, con licencia para representarse en Madrid extendida el 29 de julio de 1642. 8 El esclavo de Venecia, cuya autoría lopesca ponen en duda Morley y Bruerton, 1968, p. 462, es del primer tercio del siglo XVII y presenta características propias de la comedia devota (Cotarelo, 1918, pp. xvii-xix). 9 Diogo Barbosa Machado, 1752, III, pp. 783-784 atribuye al ingenio del Algarve, alumno de letras humanas y poesía en la Universidad de Évora, nueve comedias, ninguna de las cuales me consta que se haya conservado. Cuatro de dichas obras (Prados de León, Jornada del rey don Sebastián, El galán secreto y La gitana melancólica) tienen título idéntico a otras tantas de Lope, Vélez de Guevara, Mira de Amescua y Gaspar de Aguilar, lo que ha llevado a pensar que se trate de errores de atribución, aunque no puede descartarse que fueran refundiciones. Menéndez Pelayo, 1969, p. 113 ha sugerido así la posibilidad de que la Batalha naval de D. Juan de Austria, de título casi idéntico al inicial de La Santa Liga, pero también al de la perdida comedia de Cervantes, fuera una refundición de aquélla. Aparte de teatro, Mascarenhas escribió después de 1598 Iberio firme, un libro pastoril en verso y prosa, que podemos fechar por su dedicatoria a doña Juliana de Lara, condesa de Odemira a partir de ese año. A juzgar por los títulos que aporta la Bibliotheca lusitana, Mascarenhas escribió la mayoría —si no la totalidad— de sus obras en castellano. 10 Vida y hechos de Pío V pontífice romano, dividida en seis libros, con algunos notables sucesos de la Cristiandad del tiempo de su pontificado (Madrid, Luis Sánchez, 1595) y Primera y segunda parte de la Araucana (Madrid, Pierres Cossin, 1578). Más abajo, en apéndice, repasamos la influencia en La Santa Liga de ambas fuentes y en la n. 58 recojo alguna información sobre Fuenmayor y su biografía del papa.
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Jerónimo Manrique, entonces obispo de Cartagena, que había acudido a Lepanto en calidad de vicario general de Pío V.11 Antes de entrar en el análisis de La Santa Liga, recordemos sumariamente los hechos que llevaron a la formación de la alianza y a «la memorable batalla de mar», como la llama el escritor.12
La invasión de Chipre, la Santa Liga y la batalla de Lepanto En julio de 1570, un ejército turco desembarcó en la mal guardada posesión veneciana de Chipre y la Señoría se vio obligada a buscar aliados. Ante las presiones del papa y sin gran entusiasmo, Felipe II unió su flota a los barcos venecianos, genoveses y papales que zarparon en septiembre pero nunca llegaron a la isla. A pesar de este primer fracaso, Venecia mantenía su interés en aliarse con otras potencias occidentales, ya que sola no podía afrontar una guerra a gran escala con los turcos. Felipe II, sin embargo, se había mostrado dispuesto a aceptar una tácita distensión con la Sublime Puerta y se resistía a llevar a cabo operaciones arriesgadas. Tuvo que ser el papa quien acercara a las partes, posibilitando un acuerdo. Pío V, que acariciaba el proyecto de una cruzada contra el islam dirigida por una liga cristiana, ofreció nuevos subsidios a Felipe II y empezó a organizar su propia flota. El papa no pensaba en una ayuda puntual, sino en la formación de una liga general contra el Turco con un gran poder ofensivo. El rey manifestó su acuerdo de principio, convencido de que la defensa de las fronteras venecianas redundaba en la protección de los intereses españoles, y consciente de que por una vez la calma en los Países Bajos le permitía emplearse a fondo en un solo frente. Además, la renovación de la cruzada por parte de Pío V suponía 400.000 ducados al año. Después de superar unas largas y difíciles negociaciones —durante las cuales Venecia incluso mantuvo conversaciones con el Turco— en las
11 Sabemos de la participación en la batalla del que había de ser obispo de Ávila por la dedicatoria de Pobreza no es vileza al duque de Maqueda (p. 63). 12 En su dedicatoria de La Santa Liga a Aparicio de Orive, secretario mayor del duque de Osuna (p. 229). El siguiente resumen histórico está basado en Lynch, 2003, pp. 282-293, aunque también tenemos en cuenta a Braudel, 1976, II, pp. 502-786.
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que quedó patente la desconfianza mutua de los diferentes coaligados, el tratado se firmó el 20 de mayo de 1571. La alianza militar se establecía para un período de tres años y aunque se dirigía especialmente hacia el Levante mediterráneo, no excluía posibles expediciones contra los estados norteafricanos. España, Venecia y el Papado se comprometían a reunir el 1 de abril de cada año una fuerza de 200 galeras, 100 veleros, 50.000 soldados de infantería y 4.500 de caballería ligera, sufragados proporcionalmente a razón de tres partes por España, dos por Venecia y una por el Papado. El capitán general don Juan de Austria, que contaba entonces veinticuatro años, fue designado comandante en jefe de la Liga, pero se le asignó un amplio consejo, en el seno del cual había uno reducido al que le asistía el derecho de guiarlo en todas sus acciones. Los cuatro miembros de este consejo aparecen en la obra: el lugarteniente general Luis de Requesens y Juan Andrea Doria, el marqués de Santa Cruz y Juan de Cardona, al mando de los cuales estaban, respectivamente, las galeras de Génova, Nápoles y Sicilia. Frente a la postura de don Juan, favorable a la acción inmediata contra el Turco, el almirante Doria propugnaba una actitud cautelosa y defensiva, tal como Lope muestra en su discurso anterior a Lepanto (pp. 271b-272b), contraria a presentar batalla directa. Después de hacer escala en Nápoles, donde recibió la bendición papal y el estandarte consagrado de la Liga, don Juan llegó al punto de reunión en Mesina el 23 de agosto. Sus relaciones con los comandantes de las flotas veneciana y papal, Veniero y Colonna, fueron excelentes y logró convertir la armada de la Liga en un conjunto homogéneo. La flota turca, al mando de Ali Bajá, dedicó los meses de junio a agosto a conseguir botín en el Adriático y al afrontar la batalla su nivel de preparación distaba de ser óptimo. La flota cristiana, por su parte, zarpó de Mesina el 16 de septiembre y en Corfú tuvo noticia de que el enemigo se hallaba en el golfo de Lepanto. Las dos flotas se avistaron a la entrada del golfo el amanecer del 7 de octubre de 1571: 208 galeras cristianas se encontraban delante de 230 turcas, aunque las primeras tenían mayor poder de fuego. La batalla empezó al mediodía y a las cuatro de la tarde, la muerte de Ali Bajá, cuya galera fue abordada por los soldados de don Juan y de Colonna, decidió el combate. Sólo consiguieron escapar 35 galeras turcas, y los otomanos sufrieron 30.000 muertos o heridos y la captura de 3.000 prisioneros. Los aliados, por su parte, perdieron 12 galeras y encajaron 9.000 muertos y 21.000 heridos, el más conocido de los cuales es Cervantes.
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Aunque la victoria fue abrumadora, las consecuencias inmediatas fueron limitadas. La flota aliada tuvo que regresar a Italia por lo avanzado de la estación, pero lo hizo con un extraordinario refuerzo gracias a los prisioneros de guerra. Chipre continuó en manos del ocupante, pero el Mediterráneo central pasó a presentar riesgos para los turcos. Selim II rehizo su flota en un año, pero a la larga su resistencia a internarse en Occidente impulsaría la decadencia de sus galeras. En el plano moral, sin embargo, el mito del poder turco, supuestamente invencible por mar, se vino abajo, y Lepanto señaló el fin de la supremacía otomana.13 Con todo, la conclusión del personaje de don Juan en La Santa Liga según la cual la victoria «al Turco del mar destierra» es a todas luces exagerada (p. 277b). Tras la muerte de Pío V, acaecida el 1 de mayo de 1572, Felipe II pareció dar por terminado su compromiso con la Liga, más interesado en atacar al islam donde fuera provechoso para España, como por ejemplo en Argel, que en el lejano Levante. Sin embargo, el torrente de protestas que, incluso entre sus súbditos, suscitó su cambio de política le obligó a ceder y en 1572 la Liga realizó una expedición al Peloponeso que no obtuvo resultados destacables.Venecia, por su parte, inició negociaciones con los turcos y abandonó la Liga el 7 de marzo de 1573. Felipe II pudo entonces fijar su atención en el norte de África, donde don Juan de Austria ocupó Túnez el 11 de octubre de 1573. Los turcos la recuperaron el 13 de septiembre de 1574, pero se trató de la última victoria otomana antes de su decadencia, seguida por un período —sellado por treguas de 1577 a 1589— en el que ambas potencias evitaron el enfrentamiento. A partir de 1580, el poder que Felipe II había dirigido contra el Turco se ocupó preferentemente de los enemigos del norte de Europa y su interés se desplazó del Mediterráneo al Atlántico. Cuando se retomaron las hostilidades a partir de 1589 y hasta principios de siglo fue en operaciones de muy poca envergadura, como el saqueo de la isla de Longo celebrado en La nueva victoria del marqués de Santa Cruz (1604). No faltan entonces los intentos de negociar nuevas treguas en nombre de España y, sobre todo, no llegan a materializarse las tentativas de guerra a gran escala, sin que se aprecie un cambio de política a la muerte de 13
En las conocidas palabras del capitán cautivo de Don Quijote (I, XXXIX), el día de la victoria fue dichoso para la cristiandad «porque en él se desengañó el mundo y todas las naciones del error en que estaban creyendo que los turcos eran invencibles por la mar» (p. 497).
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Felipe II. Cuando Lope escribe La Santa Liga, unos treinta años después de Lepanto, nada remotamente parecido a la gran batalla naval es ya concebible. Se ha explicado la pervivencia de la victoria aliada como tema literario precisamente por la ausencia de grandes hechos de armas contra el Turco que pudieran acercarse al de 1571, que sería revivido con nostalgia.14 Por otro lado, debió existir igualmente la tentación de legitimar la guerra de corto alcance del presente con el recuerdo de la grandiosa de treinta años atrás, algo de lo que da testimonio La nueva victoria del marqués de Santa Cruz y la dedicatoria de La Santa Liga a Aparicio de Orive, secretario mayor del duque de Osuna.15
Motivación religiosa de la lucha.Virtudes cristianas frente a vicios turcos Previsiblemente, la obra pone de relieve el carácter de confrontación religiosa de la alianza militar contra el Turco auspiciada por Pío V, la lucha contra el infiel que de ella derivó se justifica a partir de dichos parámetros y la caracterización de ambos bandos subraya esa oposición. Las fuerzas católicas defienden a la Iglesia antes que a sí mismas, en su bandera campea Cristo crucificado, al que don Juan se dirige en oración, y también con un crucifijo en alto arenga a sus soldados antes de la batalla (pp. 265 y 275).16 Por su parte, las amenazas proferidas por los turcos apuntan en más de una ocasión directamente contra el papa o, como la previsión de Alí (Ali Bajá) de poner el estandarte de la Liga en la Meca, son gravemente ofensivas para cualquier cristiano desde un punto de vista simbólico, y en uno y otro caso debían provocar a buen seguro la indignación del público (pp. 240b, 246b, 252b y 264a).17 Con14
Es, por ejemplo, la opinión de Mas, 1967, I, pp. 220 y 247-248. A la altura de 1621, fecha de la publicación de la Decimaquinta parte, Lope encuentra el tema de La Santa Liga «muy a propósito» para dedicarlo al secretario mayor del virrey y capitán general del reino de Nápoles, puesto que por las manos de Orive «han corrido [...] los fundamentos y disposiciones de las empresas navales más lucidas» de su señor (p. 229). 16 Es interesante notar que este último detalle, el de la arenga crucifijo en mano, es de la cosecha de Lope, que como se verá en apéndice, sigue en el pasaje al que aludimos el canto XXIV de La Araucana. La oración de don Juan a Cristo tampoco se encuentra en la fuente que el dramaturgo sigue para el resto de la tragicomedia, la Vida y hechos de Pío V de Antonio de Fuenmayor. 17 Después de la aparición de la sombra de Solimán el Magnífico, padre de Selín, éste expresa su deseo de hundir con sus galeras «de su Pedro el barco o el 15
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cluida la batalla que había dado comienzo con el grito de Santiago de don Juan, al que se opone el de Mahoma de Alí, la amenaza existencial de la cristiandad es neutralizada y el estandarte de la cruz ondea bien alto, mientras la media luna es arrastrada (pp. 276a, 277b y 278b).18 En ese contexto de confrontación religiosa, una considerable brecha separa a los principales personajes cristianos y musulmanes.Tanto por su religiosidad como por su comportamiento, la tragicomedia caracteriza mediante un neto contraste la virtud y altura de aquéllos frente a los vicios y bajeza de éstos. Ni que decirse tiene que la sólida motivación e impregnación religiosa de las acciones de los aliados es superficial e inconsistente en el campo otomano. Evidentemente, no escuchamos de sus líderes nada remotamente parecido a la larga oración a Cristo de don Juan, pero incluso si comparamos los breves discursos de don Juan y el bajá de Argel Uchalí (Euldj Ali) previos a la batalla, saltan a la vista algunas diferencias (pp. 265, 275 y 276a). Frente a don Juan, que lo pronuncia levantando un crucifijo con la mano y, aparte del honor de España e Italia, justifica por la fe la inminente batalla, Uchalí no presenta ningún valor colectivo, no digamos ya religioso, que aglutine a sus hombres y se limita a animarlos con el anzuelo de la fama.19 De forma más evidente, frente a la santidad y capacidad movilizadora de Pío V y el valor y religiosidad de don Juan de Austria y Felipe II, Selín se nos presenta como un vividor indigno de su cargo, un verdadero antimodelo de gobernante. Entre sus principales súbditos, el bajá navío» (p. 240b). Más adelante, el sultán ordena a Alí que asuste al papa atacando la playa de Hostia, cercana a Roma (p. 252b), la misma amenaza que Mustafá había pronunciado ante el Senado veneciano (p. 246b). 18 El grabado sobre el retorno de don Juan de Austria a Mesina que encabeza el decimoquinto y último canto de la Felicísima victoria de Corte Real (Lisboa, Antonio Ribero, 1578, fol. 205v), reproducido en la fig. 4, pone énfasis en el mismo contraste entre los estandartes levantados de los vencedores y los abatidos de los derrotados, que Lope toma del canto XXIV de La Araucana, según veremos más abajo. Por el contrario, los gritos opuestos de Santiago y Mahoma en boca de los comandantes de cada flota son de la invención de Lope. 19 Los discursos de don Juan de Austria y el renegado Uchalí son básicamente de la invención de Lope, aunque calcan algunas expresiones, imágenes y contenidos de los mucho más largos de don Juan y Alí del canto XXIV de La Araucana (octavas 11-18 y 28-36); véase más abajo apéndice. También en estos últimos, frente a la justificación religiosa y el providencialismo del cristiano, el musulmán no hace ninguna alusión a la religión y sólo alude al aumento del poder turco como objetivo colectivo.
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Mustafá retiene ilegalmente como esclavos a Constancia y Marcelo, ya rescatados, y precisamente a causa de la rivalidad amorosa por aquélla, sostiene durante la campaña de Chipre pésimas relaciones con el general de mar Alí, con el que debería coordinarse en su calidad de general de tierra.20 El resultado de este contraste entre concentración y distracción, autoridad y caos es, en primer lugar, la eficiencia del campo cristiano frente a la inoperatividad del turco, pero es posible que Lope haya intentado además transmitirnos que el ambiente de religiosidad y virtud entre los cristianos, especialmente en su meridiano contraste con sus enemigos, habría contribuido a atraer el favor divino.21 Vale la pena detenerse en las cargadas tintas de la caracterización de Selín y, por extensión, de su corte, a cuyo clima e intrigas Lope dedica una atención superior a la que le habían consagrado los poetas de Lepanto.22 La obra da comienzo con la aparición del sultán en escena, vistiéndose tras tomar un baño, es decir, como un príncipe carente de la más mínima majestad (p. 231a). Alejado de las tareas de gobierno de su imperio y falto de cualquier criterio político consistente, no ve más allá del irresponsable ocio de su vida palaciega.23 Aunque su harén cuenta con trescientas mujeres, está perdidamente enamorado de Rosa Solimana, y los pasatiempos que prefiere dan muestra de su afeminamiento (pp. 231b-232a y 249a).24 Su carácter resta cualquier atisbo de decoro a
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Cariadeno y Aradín, antiguo y nuevo gobernador de Longo que se dan el relevo al comienzo de La nueva victoria del marqués de Santa Cruz, se pelean asimismo por la cautiva Leonor, y la disputa da con el primero de ellos en la cárcel (pp. 215b-216b). 21 Es la lectura de Mas, 1967, I, pp. 397 y 399 y II, p. 105. 22 Mas, 1967, I, p. 508. 23 Selim II fue efectivamente un sultán débil e indolente, más aficionado a la buena mesa y al vino que a las campañas bélicas. Indigno sucesor de Solimán el Magnífico en 1566, muchos historiadores sitúan en ese relevo el principio de la decadencia del Imperio Otomano (Braudel, 1976, II, pp. 516 y 526). Fuenmayor también saca a relucir esa imagen negativa de Selim —«ocioso, lleno de vicios, que sólo sabe del regalo»— en el discurso que el papa dirige a los representantes de España,Venecia y los mismos Estados Pontificios para animarlos a concluir la alianza (p. 217). 24 Tal como hace notar Renuncio Roba, 2005, 212, Rosa Solimana o Roxelana era en realidad la madre de Selim II. Era de origen eslavo y fue esposa de Solimán I, sobre el que ejerció una gran influencia. La mayor parte de las sultanas de la literatura del Siglo de Oro se llaman por convención Rosa, transcripción de Roxelana o Roxana (Mas, 1967, II, pp. 395-396).
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su figura y le vemos arrodillarse ante la favorita y compararla con Alá y el Alcorán (pp. 233a, 236a y 237b). Sólo la aparición de la sombra de su padre, que le recrimina la postración en la que tiene sumido el imperio que le ha legado, logra hacerle reaccionar y lo dispone para la guerra que siempre ha rehuido (p. 240b).25 Sin embargo, ni el inseguro e indeciso Selín ni su entorno pueden transformarse de un día para otro. El sultán se ve obligado a lidiar con los celos mutuos de Rosa Solimana —de la que encaja una durísima frase— y Fátima, la segunda favorita, y muestra de nuevo su falta de criterio a la hora de nombrar los generales de la campaña chipriota (pp. 248b-250b y 253a). A las puertas de la batalla, da muestra de sus muchas flaquezas, desde su confesado temor a la Santa Liga y a don Juan, pasando por los celos que siente por éste ante la descripción que de él hace Mamí, hasta la duda —en claro contraste con la confianza del hijo natural de Carlos V o el propio papa— de que Alá le tenga reservada la victoria (pp. 267a y 268b).26 Finalmente, y ante el asombro de Mamí, se deja aconsejar por Rosa y Fátima a la hora de tomar la trascendental decisión de entablar batalla en Lepanto (p. 268a).27 Frente a esta situación, el panorama del campo cristiano es radicalmente opuesto, ya que cuenta con líderes ejemplares e incluso heroicos, totalmente entregados a su causa. Lo reconocen incluso los jefes militares turcos como los bajáes Mustafá, Alí y Uchalí o el propio Selín, enemigos que elogian a los cabecillas del bando de los espectadores, tal como suele ocurrir en estas comedias y como muy especialmente su25
Jerónimo de Corte Real ya había recurrido en el primer canto de su Felicísima victoria... a una explicación sobrenatural de las ansias guerreras de Selim II. En el caso del poema épico, es la figura alegórica de la Guerra la que se le aparece en sueños al sultán y lo exhorta a la conquista de Chipre, tal como puede apreciarse en la fig. 1, el grabado que encabeza el primer canto (Lisboa, Antonio Ribero, 1578, fol. 1r). 26 Al tener noticias de la próxima llegada a Longo de Álvaro de Bazán, Aradín, el gobernador de la isla en La nueva victoria del marqués de Santa Cruz, libera de la cárcel a su antecesor en el cargo y se muestra dispuesto a entregarle a su amada cautiva Leonor, síntomas —a juicio del soldado Carpio, pero también del turco Selín— del temor que le invade (p. 238). Recuérdese, por otra parte, que en La nueva victoria de don Gonzalo de Córdoba Mansfelt también siente celos del general católico después de que su amada Laureta lo alabe (vv. 1719-1754); véase p. 93. 27 Vida y hechos de Pío V no especifica que Selim II recurra a tales consejeros a la hora de tomar tan importante resolución (p. 225), lo que confirma el especial interés de Lope en caracterizar al sultán como un gobernante incompetente.
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cede en La nueva victoria de don Gonzalo de Córdoba.28 Mustafá repasa al sultán las hazañas de Carlos V y de Felipe II, el máximo contribuyente a la Santa Liga, para que tome de ellos el ejemplo que le permita salir de la ociosidad en la que está inmerso (p. 234). Más adelante, cuando ya se prepara la guerra de Chipre, intenta sacar a su señor de sus distracciones amorosas recordándole el desprecio en que le tiene Felipe II, que anticipa «a mil reyes» (p. 252a). Con una intención similar, Uchalí advierte al sultán de que el papa parece tramar algún plan junto a los venecianos, y dedica más de la mitad de su discurso a extenderse sobre la autoridad y el aprecio sin precedentes que en torno a sí genera el «gigante» Pío V, su beligerancia contra el islam, su intención de ganar Jerusalén e incluso su «divino valor» (pp. 236b-237a).29 En lo que a don Juan respecta, al propio Selín le han llegado buenas referencias, Mamí —que ha visto un retrato del hijo natural de Carlos V— destaca su hermosura y extraordinaria popularidad y Alí lo considera superior a Escipión (pp. 268b y 270a). La descripción de don Juan por parte de Mamí incluso despierta la curiosidad de Rosa Solimana por el general enemigo, del que pide en secreto un retrato, lo que la acerca al personaje tipo de la extranjera enamorada del militar español, pero sin abandonar en este caso su condición de enemiga.30 Finalmente, y ya en el ámbito del elogio colectivo, Selín valora los ataques turcos a las costas orientales de la Liga poniéndolos al nivel de la «fuerte y valiente [nación] española» (p. 267b).
El amparo del cielo Pero, más allá de la distinta altura de los contendientes y de la motivación o impregnación religiosa del esfuerzo aliado en Lepanto, la que ya en la época era conocida como Santa Liga ofrecía, sobre todo, los 28 Para los elogios de los protestantes al militar español en dicha comedia, véanse pp. 85-86. 29 Una vez derrotada la flota turca, Uchalí llega a reconocer nada menos que la santidad de Pío V (p. 277b). 30 Estudiaremos este tipo de personaje a propósito de la figura de Rosela, enamorada precisamente de don Juan en Los españoles en Flandes; véanse las pp. 192 y 202-203. Se da la coincidencia de que en dicha obra, Rosela recuerda al propio don Juan la anécdota que pone en escena La Santa Liga: el amor que, sin haberlo visto jamás, sólo a partir de un retrato, siente por él Rosa Solimana (vv. 2237-2246).
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elementos para que Lope diera rienda suelta a una lectura providencialista de los hechos, en la que detrás del plano de acción humano alentara el divino. Así, la alianza proviene de Dios y lo implica, y su resultado, la batalla de Lepanto, es pues una empresa «celestial», «divina» (pp. 265a y 272b). Dios revela al papa la bondad de una alianza de las potencias católicas, la victoria futura e incluso le permite presenciar milagrosamente desde Roma la batalla, al tiempo que le da valor para llevar a buen puerto su proyecto. Por su parte, don Juan se erige nada menos que en instrumento de la justicia divina. Ya desde su origen mismo, la Santa Liga va más allá de la simple geoestrategia, puesto que el papa ha podido ver «por mil revelaciones celestiales» los beneficios que se derivarían de una alianza de las fuerzas católicas contra el Turco (p. 253b). Según don Juan, el valor de Pío V a la hora de hacer realidad su proyecto le viene del cielo, pero por otra parte, más adelante, la figura alegórica de Venecia puede sostener que, con la Santa Liga, el papa obliga a Dios a conceder la victoria a los cristianos (p. 274b). Ya a las puertas de Lepanto, don Juan participa al resto de la cúpula militar que el papa le asegura la victoria «de la mano del cielo» e interpreta dos revelaciones de San Isidoro en relación con la inminente batalla (p. 271b). Para mayor seguridad, sin embargo, se procura reprimir los vicios de la tropa, que se arrepiente de sus pecados y recibe la eucaristía. Finalmente, justo antes de que las figuras alegóricas de España, Roma y Venecia relaten la contienda, descubren al papa rezando ante un crucifijo, asistiendo por revelación a cuanto ocurre en Lepanto (pp. 274b-275a).31 El «divino don Juan», «cristiano Marte», es presentado lisa y llanamente como un instrumento de la providencia (pp. 277a y 278a). El negociador de Venecia Miguel Suriano juzga un «bien de los cielos» que se contactara a don Juan para el problemático puesto de general, cuya elección —por influencia del Demonio, según el soldado Rosales— dividía a los miembros de la alianza (pp. 253b y 261a). Cuando el devoto joven llega a Nápoles y recibe el bastón de general y el estandarte de
31 En la fuente de Lope, Pío V transmite la misma certeza de la victoria católica a don Juan, igualmente sustentada en San Isidoro, y Dios también le revela el triunfo de la flota aliada en el momento de producirse éste (Vida y hechos de Pío V, pp. 225 y 233), pero en cambio no consta que le descubriera los beneficios de la Santa Liga como quiere Lope, lo que parece dar testimonio del interés del dramaturgo en construir una lectura providencialista de los hechos.
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la Liga —dominado por un crucifijo—, toma éste en la mano y, arrodillado, se dirige al «divino capitán» Jesucristo ante los más destacados militares de la coalición (p. 265).32 En la oración, debida a la invención de Lope, don Juan ruega a Cristo que se sirva de él, que cuenta con antepasados que se han destacado por su celo religioso, para defender la Iglesia con una victoria sobre el Turco.33 El general, convencido de que a través de él Dios defiende su causa, lo anima a mandar su espada, y citando al salmista, levantarse y juzgar.34 La plegaria conmueve a los asistentes, sugiriendo la unidad de la alianza en torno a la fe. Es ilustrativo comparar la confiada oración de don Juan con la duda de Selín sobre si Alá le tiene reservada la victoria, duda que Rosa Solimana no resuelve del todo (p. 267a). Alcanzada la victoria, don Juan la atribuye a Dios y a la Virgen y advierte, en una nueva alusión a los salmos —en esta ocasión al 115— que la gloria debe darse al cielo (p. 277b).35 Los coaligados han vencido ya que la cruz de su estandarte, es decir, la religión que defienden, es la verdadera (p. 278a). Alí, que había 32 El estandarte de la Liga está reproducido en el panfleto Ritratto d’una lettera scritta all’illustrissimo et eccelentissimo signor ambasciator Cesareo dalla Armata (Roma, herederos de M. Antonio Blado, 1571), según puede verse en la fig. 2. Consiste en un crucifijo que tiene a sus pies los escudos de España, los Estados Pontificios y Venecia. Fuenmayor (p. 211), por su parte, lo describe de forma algo diferente, como «de damasco carmesí, con la imagen de un crucifijo, y a los lados los dos apóstoles, príncipes de la Iglesia, y por letra: «En esta señal vencerás» [In hoc signo vinces]. Al igual que parece hacer Fuenmayor, Jerónimo de Corte Real se olvida del escudo de Venecia al representar el estandarte en la fig. 3, el grabado que encabeza el canto séptimo de la Felicísima victoria... (Lisboa, Antonio Ribero, 1578, fol. 94v). Recuérdese que la Señoría abandonó la Liga en marzo de 1573 tras negociar con los turcos. 33 En Fuenmayor, don Juan no se dirige a Dios al recibir en Nápoles el bastón de general y el estandarte de la Liga (p. 225). Más adelante, tampoco consta que se encomiende a Dios y a la Virgen al embarcarse en Mesina en dirección al golfo de Lepanto (p. 229), algo que sí hace en La Santa Liga (p. 274). 34 PíoV también identifica la causa cristiana con la de Dios, como implícitamente hace también el marqués de Santa Cruz, aunque el primero no juzga superfluo mandar rezar para que Dios salga en su defensa y el segundo considera la bondad de la causa aliada como un argumento más entre los que esgrime para defender su posición de entablar batalla con el Turco en Lepanto (pp. 253b y 273a). 35 El salmo empieza «Non nobis, Domine, non nobis,/ sed nomini tuo da gloriam» mientras que en La Santa Liga leemos: «demos al cielo la gloria,/ pues es de Dios la victoria,/ y a su Madre sacrosanta» (p. 277b). Jerónimo de Corte Real consideró este aspecto suficientemente importante como para figurar en el título de su poema épico, Felicísima victoria concedida del cielo al señor don Juan de Austria...
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iniciado la batalla al grito de Mahoma, termina con su cabeza expuesta en lo alto de una pica, dando la razón a las dudas expresadas por la figura alegórica de España sobre la dudosa efectividad de encomendarse al Profeta (p. 276a y 277b).36 El desprendimiento con el que don Juan parece enviar la totalidad del botín de la batalla al papa confirma por otra parte la autenticidad de su «cristiano celo» y su alejamiento de la codicia material (pp. 265a y 278a).37 Incluso el cristiano renegado Uchalí, bajá de Argel, que había atribuido a Alá la rendición de Nicosia y al cielo la oportunidad de enfrentarse de una sola vez con la flota de tres estados católicos, no puede sino concluir al término de la batalla que el cielo, en realidad, ampara a Felipe II e insinúa su apostasía del islam, sobre la que evidentemente no hay constancia histórica (pp. 263b, 276a y 277b).38 Semejante lucidez final también se les concede a otros antagonistas de las comedias que estudiamos. En El Brasil restituido, el coronel holandés al mando de las fuerzas que ocupan Bahía está convencido en el momento de rendir la plaza de la misma parcialidad celestial (vv. 2023-2025), que puede compararse asimismo con la sospecha del protestante Mansfelt tras su derrota en Fleurus, tal como la lleva a escena La nueva victoria de don 36 La suerte del cadáver de Alí figura en Fuenmayor (p. 231), pero no en Ercilla. Lope no duda en mostrar al público la cabeza del general turco como trofeo: «Salgan todos los cristianos con música, y traigan en una pica la cabeza de Alí [...]» (p. 277b). Da una idea de la intensidad del recurso el hecho de que el romance 1188 de Durán («Con gran poder de Sicilia...») incluido en la Silva de varios romances de 1578, y que también recoge la atrocidad (BAE, XVI, p. 183b), cuenta con una versión culta (Tres famosísimos romances... compuestos por Antonio de la Fay... con licencia, Barcelona, Gerónimo Margarit, 1629, fols. A1-A3v) que omite cualquier referencia a la eliminación del almirante otomano y a su escabroso remate; véase Mas, 1967, I, p. 218. Por su parte, Fátima, nieta de Alí, tampoco especifica en su relato de Lepanto en La nueva victoria del marqués de Santa Cruz (p. 205a) las circunstancias que rodearon la muerte de su abuelo. 37 En realidad, el papa recibió la parte del botín prevista en las capitulaciones de la Liga, tal como consta en Vida y hechos de Pío V (pp. 221 y 234). Compárese con el romance 1191 de Durán («Después que Pialí Bajá...»), incluido en la Rosa real de Timoneda (1573) y la Silva de varios romances (1578), en el que don Juan entrega íntegramente a los soldados la parte del botín que corresponde a las fuerzas de Felipe II. 38 El corsario de origen calabrés Euldj Ali, ascendido a gobernador de Argel, se enfrentó de nuevo a la armada de la Liga en el Peloponeso, en 1572, y reconquistó Túnez de manos españolas en 1574. Uchalí, el personaje de Lope, ya había previsto la derrota otomana antes de la batalla (p. 270a).
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Gonzalo de Córdoba, de haber ofendido al cielo (vv. 2505-2508). Selín, que se cree «otro Alá santo», sería, al igual que Mansfelt (vv. 724-726), víctima del engaño del Diablo (pp. 249a y 278b). Nótese que, tal como hiciera de forma mucho más condensada la canción a Lepanto de Herrera, la obra reelabora algunas expresiones y referencias bíblicas claramente asociadas a la intervención divina en la historia humana.39 Así, la oración de don Juan a Cristo cuando recibe el estandarte de la Liga cita el salmo 74 y recuerda a Juan Andrea Doria la importancia de las oraciones de Moisés para las victorias de Josué, Héctor Espínola saluda al general como un «nuevo David español», don Juan reacciona a la recepción de una carta de Felipe II con una alusión al paso del Mar Rojo (Éxodo 14-15) y, al final de la tragicomedia, atribuye la victoria a Dios con ecos del salmo 115 (pp. 265b, 266a, 266b y 277b).40 En resumen, la justificación religiosa de la lucha, afirmada por don Juan en su oración a Cristo y en otros lugares (pp. 265, 266a y 275a) viene trascendentalmente refrendada por la construcción providencialista del texto, incluidas las mencionadas alusiones bíblicas.
Pío V y Felipe II La tragicomedia, cuya principal fuente es una biografía de Pío V, reconoce el histórico papel del papa como principal impulsor de la Santa Liga. Lo hacen personajes como Miguel Suriano, el plenipotenciario 39
Se trata de la canción que empieza «Cantemos al Señor, que en la llanura...», publicada por primera vez al final de la Relación de la guerra de Cipre (Sevilla, Alonso Escribano, 1572, fols. M1v-M4v). Como La Santa Liga, alude a la separación de las aguas del Mar Rojo (Éxodo 14-15), pero en su caso se desprende que el «Dios de las batallas» (fol. M1v) que intervino entonces contra el faraón lo ha hecho ahora contra el Turco. Además, en el poema también se ruega la intervención divina, y dando un paso más en el providencialismo, Dios es siempre el sujeto que ha vencido al Turco, las fuerzas armadas de la Liga han sido su instrumento e incluso se insinúa que los españoles son el pueblo elegido. 40 Sobre Salmos 74, 22 («Exurge, Domine, iudica causam tuam»), una alusión que se repite en algunas de las comedias que estudiamos, véase la n. 12 del tercer capítulo. Por otra parte, el mencionado romance 1188 de Durán ya había comparado a don Juan vencedor de Alí con David y Goliat (BAE, XVI, p. 183b). Finalmente, una medalla conmemorativa de la batalla, acuñada en Roma en 1571, lleva grabada en su reverso una frase del mismo episodio del Éxodo —«Dextera tua, Domine, percussit inimicum» (15, 6)—, según cuenta Bennassar, 2000, p. 210.
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veneciano en Roma y figuras alegóricas como la de dicha ciudad (pp. 260b y 274b). Pero entre los miembros de la alianza, la mayor contribución en términos absolutos de la Monarquía Hispánica, testimonio de su papel de campeona de la fe, viene acompañada por el aprecio sin comparación que al papa, entre los príncipes de la cristiandad, le merece el «católico Filipo» y su «celo divino» (p. 253b).41 El texto pretende resaltar la afinidad del religioso monarca con el papa y saca a relucir el pasado inquisitorial de éste —que se prolonga en la formidable represión de la herejía emprendida desde la silla de San Pedro— para explicar su amor al bisnieto de los fundadores de la institución.42 El aprecio es recíproco, según se echa de ver en la carta que don Juan de Austria recibe de Felipe II en Nápoles (p. 266). En boca del rey de España, del conde de Pliego, del soldado Rosales o incluso del vencido Uchalí, la santidad del papa se proclama más de un siglo antes de que se hiciera efectiva (p. 253b, 266b, 273b y 277b).43 Incluso el sentido del voto de un miembro del consejo de guerra como el conde de Pliego, Fernando Carrillo de Mendoza, se justifica sólo porque la estrategia defendida —entablar batalla en Lepanto— responde a los deseos de Pío V (p. 273b).
Las víctimas civiles del Turco Igual que en La nueva victoria de don Gonzalo de Córdoba o El Brasil restituido, la atención al padecimiento que el enemigo inflige en la población civil permite que el espectador se identifique más estrechamen41 Esta consideración aparte de España dentro de la Santa Liga también la comparte el vencido Uchalí, cuando lamenta lo acertado de su temor a las «banderas españolas», atribuyendo de esa forma la derrota a las fuerzas de Felipe II (p. 277b). 42 Pío V fue nombrado inquisidor de Como y Bérgamo en 1546, comisario general de la Inquisición romana en 1551 y gran inquisidor en 1558. Desde 1566 pudo promover la Inquisición como papa —fue el único pontífice que asistió con regularidad al Santo Oficio— y colaboró financiera y militarmente en la lucha contra los hugonotes en Francia. 43 Pío V, nacido Antonio Ghisleri, fue beatificado por Clemente X en 1672 y canonizado por Clemente XI en 1712, aunque como mínimo en 1633 ya se habían hecho informaciones para su canonización, tal como recoge la edición de ese año de la biografía de Fuenmayor (Zaragoza, Hospital Real y General de Nuestra Señora de Gracia). En su libro de 1595, por otra parte, el escritor de Ágreda daba por segura la futura canonización del papa (p. 245).
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te con la misión que llevan a cabo los soldados españoles. Se supone así que los hechos de armas que las comedias celebran vengan el sufrimiento de personajes concretos, que en algunos casos ven objetivamente mejoradas sus vidas. Si en el caso de La nueva victoria... las víctimas son los campesinos flamencos y en El Brasil restituido los habitantes, especialmente mujeres, de Salvador de Bahía, La Santa Liga detiene su mirada sobre la opresión de los esclavos cristianos en poder del Turco y la violencia de la ocupación de Chipre y otros puntos del Mediterráneo oriental.44 La corte de Selín cuenta con tres cautivos españoles que le divierten con su canto y baile (pp. 233a-234a), pero es sobre todo un grupo de esclavos de Constantinopla el que nos permite apreciar el sufrimiento de los cristianos bajo el dominio turco. Los tres adultos españoles y Constancia y su hijo Marcelo, chipriotas, son rescatados por parte de un mercader español y un redentor trinitario (pp. 237a-240b).45 La libertad desvanece el temor —que también se habría contagiado al público— a la asimilación religiosa, particularmente en el caso de Marcelo, en cuya tierna alma el islam habría podido imprimirse con facilidad.46 Los cautivos españoles se embarcan para su país con el mercader, mientras que madre e hijo se ven obligados a recurrir al turco Mustafá (pp. 243a244b). El bajá los acoge a bordo de su bergantín, pero rompe la promesa
44
Para el caso de La nueva victoria de don Gonzalo de Córdoba y El Brasil restituido, véanse las pp. 88-92 y 264-265. Por su parte, la Égloga de la batalla naval de Virués, probablemente escrita al poco tiempo de la victoria de Lepanto pero publicada en 1609, se detiene en la desolación que el Turco deja en Corfú, la quema de la ciudad y en particular de iglesias y monasterios y el sufrimiento de sus habitantes (pp. 195-196). 45 A pesar de que en las obras de ficción sean frecuentes los rescates en suelo turco, las órdenes redentoras no se aventuraban tan lejos y los cautivos en ese país no contaban, a diferencia de los prisioneros de Argel, con esa forma de recuperar la libertad (Mas, 1967, II, pp. 378-379). 46 La amenaza que afronta Marcelo es, pues, inversa al proceso por el que efectivamente pasa Muley Jeque en El bautismo del príncipe de Marruecos, y tanto la formidable resistencia de uno a la islamización como la súbita conversión del otro vendrían a demostrar que, más allá de la cultura del entorno o la de origen, el cristianismo es la única religión verdadera. El caso de Marcelo es sin duda el más importante de este tipo de amenaza entre los esclavos de La Santa Liga, pero no el único, ya que uno de los cautivos adultos confiesa antes del rescate la tentación de renegar de la fe católica con la esperanza de que su amo no le trate con crueldad (p. 238a).
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de llevarlos a Chipre y, de vuelta a Constantinopla, pretende que Constancia se convierta y case con él al tiempo que prevé hacer de Marcelo «un turco noble» al servicio del sultán (pp. 247a-248b).47 El trance pone de nuevo a prueba la fortaleza de la fe y resistencia a la islamización que desde el principio han mostrado Constancia y Marcelo, un puer senex en toda regla. El espectador presencia la dramática separación de madre e hijo, en la que aquélla le recomienda a éste que confíe en Dios y mantenga sus creencias. Finalmente, Mustafá lleva a Constancia y Marcelo a Chipre, concretamente a Nicosia, su ciudad, pero madre e hijo lo acompañan en su calidad de general de tierra del ejército invasor (pp. 255a-259a). Con el propósito de resolver la rivalidad entre Mustafá y el general de mar Alí a propósito de Constancia, el bajá de Argel Uchalí la restituye a su marido Leonardo, defensor de la ciudad sitiada.48 Con ella va también Marcelo, cuyo hábito de turco despierta en un principio el rechazo del capitán Leonardo hacia su propio hijo, al que llega a tachar de traidor. Sin embargo, Constancia y el propio Marcelo se encargan de mostrarle su equivocación. Según la madre, el niño ha mantenido su fe en condiciones de tortura que le habrían puesto al borde del martirio.49 Frente a los intentos de aculturación de Mustafá, Marcelo y Constancia —nomen est omen— han demostrado la solidez de su fe, resistente como la palma o el roble (p. 248a). La fortuna de la familia, no obstante, 47 También Aradín, el flamante gobernador de la isla de Longo en La nueva victoria del marqués de Santa Cruz, rompe la palabra dada al cautivo don Pedro de reunirlo con su amada Leonor e incluso promete atender las ansias de venganza de su compatriota Fátima sin la menor intención de hacer lo que dice, guiado en ambos casos por la concupiscencia (pp. 207 y 212b-214a). 48 La rivalidad —que al parecer tiene base real— entre Mustafá y otro destacado militar a propósito de una cautiva chipriota gozó de fortuna literaria. Aparece en el poema épico La Naval de Pedro Manrique —que conservamos en un manuscrito probablemente debido a su autor (Ms. 3942 de la Biblioteca Nacional), del que nada sabemos— y en el canto tercero de la Felicísima victoria... de Corte Real y pasará al romancero (núm. 267 de Durán). En los dos primeros textos, el rival de Mustafá es Pialí, la mujer que les enfrenta se llama Hipólita y la historia acaba tristemente, con la muerte de la prisionera por orden de Pialí; véase Mas, 1967, I, pp. 194-199, 206 y 253. 49 En El esclavo deVenecia, del primer tercio del siglo XVII, encontramos un episodio similar. Astor Balón, el derrotado general de Chipre, se indigna al encontrarse a su hija Camila vestida de turca, pero enseguida descubre que ha mantenido la fe (p. 339).
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es efímera, al ocupar los turcos Nicosia después de que sus habitantes, sin distinciones de género, hayan luchado hasta la muerte (pp. 262a263b).50 Constancia, ante cuya espada han caído varios invasores, logra escapar, mientras que Leonardo y Marcelo se cuentan entre los escasos prisioneros. La esposa y madre intenta liberarlos espada en mano y su valeroso intento conmueve a Mustafá hasta el punto de permitir que la familia, unida de nuevo, huya rumbo a Nápoles. A su condición pasada de esclavos, Constancia y Marcelo unen —junto a Leonardo— la de víctimas de la ocupación de su ciudad, que a su vez les convierte en refugiados. La destrucción de Nicosia y muerte de la mayoría de sus habitantes tras su honrosa lucha no es, con todo, la única muestra de la crueldad del expansionismo turco y la valiente resistencia cristiana. Partiendo de Fuenmayor (p. 225), pero exagerando los resultados de la campaña, La Santa Liga da noticia de la ocupación de Creta y distintos puntos del Adriático y el Jónico, de la captura de 15.000 cautivos y un importante botín y de la quema del campo de Corfú (p. 267b).51 En resumen, los turcos han pasado por las costas orientales de la Liga «cual por trigo las langostas» (p. 269b), tal como ellos mismos reconocen. Según Uchalí recuerda a Alí: Todo queda abrasado; no se mira lugar en pie; la mar, de sangre es lago, Neptuno a sus arenas se retira, los peces tiemblan del fatal estrago (ed. Menéndez Pelayo, p. 269b).
Pero también han encontrado alguna inesperada resistencia, como la de las mujeres de Aulato, los únicos habitantes que quedaban en esa pequeña población de la isla adriática de Curzola, que lograron causar bajas a los invasores antes de que pudieran dominar el lugar. 50
No parece que en este pasaje Lope siga particularmente el relato de Fuenmayor (pp. 212-214) de la caída de Nicosia, acaecida el 9 de septiembre de 1570, pero no por ello dejamos de subrayar el mayor énfasis del dramaturgo en la honrosa resistencia de sus ciudadanos. 51 En Fuenmayor no se especifica que el resultado de la violencia sobre Candía, Zante, Cefalonia, Cherigo, Budoa y Curzola sea su ocupación turca, mientras que en Lope sí. Para esta campaña de la flota otomana, véase Braudel, 1976, II, pp. 599600.
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La ocupación de Nicosia tiene una réplica todavía más dramática en la caída de Famagusta, que el marqués de Santa Cruz cuenta a Juan de Soto, secretario de don Juan de Austria (pp. 270b-271a), a partir del relato de Fuenmayor (p. 230). La ciudad chipriota, en cuya defensa colaboraron todos los habitantes, incluso viejos, niños y mujeres, resistió heroicamente el asedio turco hasta que el hambre, después de forzarles a comer «cosas jamás imaginadas» (p. 270b), les obligó a negociar.52 Mustafá, sin embargo, rompió su palabra de respetar la vida a los vencidos, a los que mató prácticamente en su totalidad, y desolló al veneciano Marco Antonio Bragadino, que había dirigido la defensa. A través de la comparación de su suplicio con el de San Bartolomé, Lope sugiere que el gobernador general de Famagusta murió mártir. El heroísmo de los habitantes de la ciudad y la traición de Mustafá permiten concluir al marqués de Santa Cruz que Famagusta «siendo la vencida, fue más fuerte».53 El relato de lo ocurrido hace que a ojos de Juan de Soto la probable batalla en la que su patrón, al mando de las fuerzas de la Liga, ha de enfrentarse al Turco adquiera un sentido de venganza.54 Es interesante a este respecto señalar que en Fuenmayor la noticia de la caída de 52 Los españoles en Flandes (vv. 1608-1611) también encarece las tragaderas de las que habían tenido que dar muestra los habitantes de la realista Roremonda durante el sitio al que la sometieron los rebeldes. 53 Compárese, salvando las distancias, la victoria moral de Famagusta con la «trágica vitoria» del rey Sebastián en Alcazarquivir (El bautismo del príncipe de Marruecos, vv. 1340-1342), que estudiamos en las pp. 228-229. Recuérdese, por otra parte, que una comedia de atribución dudosa sobre el cerco de Rodas, que terminó en 1523 con la ocupación de la isla por parte de los turcos, responde al título de La pérdida honrosa y caballeros de San Juan. 54 La noticia recibida en Cefalonia de la caída de Famagusta —cuyo relato por parte de un habitante de la ciudad ocupa todo el canto undécimo— mueve asimismo a la venganza a la armada cristiana en la Felicísima victoria... (Lisboa, Antonio Ribero, 1578, fol. 152v) y el mismo nexo establece Felicio después de escuchar la descripción de Criseo de la devastación que los turcos dejaron a su paso por Corfú en la Égloga de la batalla naval (Poesía heroica del imperio, I, p. 196). El canto X de La Naval de Manrique, por su parte, va más allá, y el triste espectáculo de Corfú tras su saqueo acaba de decidir a don Juan de Austria a enfrentarse al enemigo. Recuérdese que lo mismo ocurría en La nueva victoria de don Gonzalo de Córdoba: los excesos de Mansfelt y Holstad a su paso por la región flamenca del Henao contribuyen a la decisión de Gonzalo de enfrentarse por tercera vez a los empresarios protestantes alemanes (vv. 707-730 y 1569-1608), tal como hemos analizado más arriba (p. 90).
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Famagusta es posterior a la decisión de enfrentarse con el enemigo en Lepanto, mientras que en Lope es anterior, lo que da mayor recorrido a la interpretación de la batalla como venganza, tal como quiere Juan de Soto.55 Seguro que, por su parte, los prófugos Leonardo y Constancia —oportunamente ausentes del tercer acto— habrían compartido las ansias justicieras del secretario, pero también lo es que Lepanto, que no supuso la devolución de Chipre a la soberanía veneciana, no las hubiera colmado. Tal vez la presencia de acontecimientos que generan sufrimiento en los cristianos como la caída de Famagusta, acogida como una «tragedia» por Juan de Soto (p. 270b) y, en general, las agresiones turcas contra Chipre y diversos puntos del Mediterráneo oriental contribuyan a hacer de La Santa Liga una «tragicomedia», el marbete que el propio dramaturgo le da en su dedicatoria a Aparicio de Orive (p. 229). La figura alegórica de Venecia califica por otra parte la muerte de don Bernardino de Cárdenas en el curso de la batalla de «tragedia desdichada» (p. 277a) y tal vez no sea aventurado decir que los miles de soldados cristianos fallecidos, aunque Lope los pase en silencio, hacen especialmente grave la materia, lo que podría explicar el género al que según el dramaturgo responde La Santa Liga.56 En conclusión, La Santa Liga es, dentro de nuestro corpus, uno de los textos que mejor nos permite apreciar la tendencia de Lope, con la que su público debería identificarse, no sólo a la justificación religiosa de los compromisos exteriores de la Monarquía Hispánica, sino a una lectura providencialista de los mismos y, en general, de la historia. Dicha inclinación quedará de manifiesto al comparar la tragicomedia con sus 55 En Fuenmayor, los aliados conocen la noticia en Cefalonia, ante el golfo de Lepanto (p. 230), y tanto Juan Andrea Doria como el marqués de Santa Cruz aluden en sus discursos en contra y a favor de presentar batalla al cerco que sufre Famagusta (pp. 227 y 229). Lope reproduce involuntariamente la referencia del primero a los «cercados» (p. 272a) —una incoherencia después de haber anunciado la caída de la ciudad chipriota (p. 270b)—, pero se guarda en cambio de tomar las referencias explícitas del discurso del segundo.Véase también Bicheno, 2003, pp. 208 y 245. 56 Ni Lope ni Ercilla, al que el dramaturgo sigue para la mayor parte de la descripción de la batalla, entran en la cuestión del número de bajas o prisioneros propios o ajenos, mientras que Fuenmayor sólo especifica los turcos (pp. 231-232). Como veremos, El asalto de Mastrique, calificada de «tragicomedia» en las ediciones de la Parte cuarta, destaca por la dureza de su retrato de la guerra, que se cobra más de mil vidas entre las fuerzas de Felipe II, véanse pp. 208-209.
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fuentes, cuya influencia precisaremos a continuación, ya que podremos determinar entonces los elementos aportados por Lope. Finalmente, como en otras comedias, hemos podido mostrar además el uso dramático e ideológico que el escritor hace del sufrimiento de las víctimas civiles, en este caso chipriotas y otros cristianos del Mediterráneo oriental, hasta el punto de sugerir la interpretación de Lepanto como venganza contra el Turco por el dolor infligido.57
Apéndice: fuente principal y fuente secundaria Tal como señaló Menéndez Pelayo (1969, pp. 105-111), la Vida y hechos de Pío V de Antonio de Fuenmayor es la principal fuente de La Santa Liga para los datos históricos relativos a la guerra de Chipre, conformación de la alianza y batalla de Lepanto.58 Hay que precisar, sin embargo, que las intrigas de la corte de Constantinopla en relación con estos acontecimientos se deben al ingenio del dramaturgo, ya que la biografía del papa se ocupa sobre todo de las acciones emprendidas por el campo cristiano. El polígrafo santanderino ya sugirió que Lope recurrió a Fuenmayor en numerosos pasajes, pero especificó casi exclusivamente dos de los más flagrantes, como son los discursos anteriores a la contienda de Juan Andrea Doria y del marqués de Santa Cruz, respectivamente contrario y favorable a presentarla (pp. 226-227 y 228-229 y pp. 271a272 y 272b-273a del texto de Lope). No obstante, tal como vamos a ver a continuación, muchos otros pasos de La Santa Liga se basan en la Vida y hechos de Pío V y, concretamente, en el libro VI, dedicado a los mismos sucesos que la tragicomedia del Fénix. La biografía del papa no es, por otra parte, la única fuente del texto, que se apoya asimismo en el canto XXIV de La Araucana a la hora de describir la batalla propiamente dicha.
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Véase ahora Wright, 2012. Antonio de Fuenmayor nació en Ágreda, actual provincia de Soria, después de 1565 y murió al poco de publicar su libro en 1595. Canónigo de la catedral de Palencia y arcediano de Campos en la misma diócesis, no se le conoce más obra que esta biografía, que escribió en su juventud a partir de las informaciones de su patrón don Francisco de Reinoso, por aquel entonces abad y señor de Husillos, antiguo maestresala y camarero secreto del papa.Véase Vida y hechos de Pío V (pp. 10 y 13), Riber, 1953, pp. VIII-IX y la Bibliotheca hispana nova de Nicolás Antonio (Madrid, Joaquín Ibarra, 1783-1788, I, p. 119). 58
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Antes de repasar la influencia de Fuenmayor en la obra, es oportuno señalar algunos aspectos en los que Lope se desvía de su principal fuente. En primer lugar, y tal como es previsible partiendo de una biografía de Pío V, el dramaturgo da un mayor protagonismo a don Juan e incluso, en general, a los mandos y efectivos españoles. Al hijo natural de Carlos V se le adjudican importantes discursos, como la oración a Cristo ante la cúpula militar en la que se ofrece como instrumento de la providencia divina o su arenga a los soldados previa a Lepanto, aunque su papel se enfatiza igualmente en el consejo de guerra y a la hora de proponer la estrategia de batalla (pp. 265, 275 y 271a-274b). Por otro lado, y siempre respecto a su modelo, Lope subraya la justificación religiosa y la lectura providencialista de los hechos, rebaja el nivel de dificultades que los miembros de la Santa Liga debieron superar para llegar a un acuerdo, refuerza la lectura de Lepanto como venganza por el sufrimiento de los chipriotas y abunda en la inconsistencia de Selín como gobernante.59 En primer lugar, pues, procede de Fuenmayor, que lo incluye en un discurso de Pío V a los negociadores de la Santa Liga (p. 216), el repaso a la extensa geografía del dominio turco, que Lope introduce en una declaración de amor de Selín a Rosa Solimana (p. 232). El biógrafo del papa (pp. 209-210) también proporciona al dramaturgo (p. 246) la información sobre la situación geográfica de Chipre, los distintos señores que a lo largo de la historia han dominado la isla y el origen de la reivindicación turca, todo ello incluido en el parlamento de Mustafá ante el Senado veneciano, así como parte de la respuesta del senador al embajador turco.60 Lope recurre igualmente a Vida y hechos de Pío V (p. 214) para dejar constancia del frustrado intento de auxilio a Chipre anterior a la firma de la Liga y de los esfuerzos negociadores para llegar a un acuerdo. En la tragicomedia, es el soldado Rosales, integrante de una avanzada de la flota de socorro quien, hecho prisionero, da los detalles de la opera59 Lope reduce las desavenencias entre los miembros de la Liga a la elección del general (pp. 253b-255a), mientras que Fuenmayor menciona además la definición del enemigo, la contribución económica de cada coaligado, el castigo por la ruptura del acuerdo por parte de alguno de sus miembros o el sustituto de don Juan en caso de ausencia (pp. 217-219). 60 Fuenmayor no especifica la identidad del enviado del sultán que dio a conocer las exigencias turcas sobre Chipre al Senado veneciano (p. 210). En realidad no se trató de Mustafá Pachá, sino del chauch Ubat, que compareció ante la cámara el 27 de febrero de 1570 (Braudel, 1976, II, pp. 571-572).
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ción a Alí, que lo interroga (pp. 259b-260a), pero la información sobre la retirada de la flota católica sólo aparece una vez concluida la Liga, y es compartida, sin duda que más decorosamente, con su camarada Carpio (p. 264). El diálogo entre los soldados se ocupa entonces de la perseverancia de Pío V en el objetivo de formalizar una alianza después del fracaso del socorro a Chipre, un acuerdo al que deberán llegar los comisarios de Felipe II y Venecia, los cardenales Pacheco y Granvela y don Juan de Zúñiga, por un lado, y Miguel Suriano, por el otro.61 Buena parte de la escena de la proclamación de la Liga tiene como modelo a Fuenmayor. La referencia a la posibilidad, finalmente desechada, de que el duque de Saboya fuera general de tierra al lado de Juan de Austria (p. 261a) se encuentra también en la biografía de Pío V (p. 219). Pero sobre todo, las respuestas de Juan de Zúñiga a las preguntas de Suriano —por otra parte totalmente impropias de alguien que ha participado en la negociación— acerca de los efectivos totales de la alianza, el plazo en el que deben estar disponibles, y la contribución de cada uno de sus miembros (pp. 261b-262a), procede de algunas de las primeras capitulaciones del acuerdo, reproducidas en Vida y hechos de Pío V (p. 220). Las noticias de Rosales sobre la llegada a Nápoles de don Juan de Austria, donde recibe el bastón de general y el estandarte de la Liga (p. 264b), calcan a Fuenmayor (p. 225). La continuación del pasaje del biógrafo (pp. 225 y 226) inspira en cambio el discurso de don Juan a la cúpula militar, en el que da cuenta de la confianza del papa en la victoria, de los beneficios y, en caso de triunfo, privilegios que le concede, y de la estricta moralidad que el nuncio ha instaurado entre la tropa católica, dedicada a saldar sus cuentas con Dios (p. 271b). Tanto el plan de ataques y conquistas en el Mediterráneo que Alí propone a Mustafá y Uchalí después de la ocupación de Nicosia, como el parte que Mamí da a Selín de los resultados realmente obtenidos y lugar donde queda la flota (pp. 263b-264a y 267b-268a) tienen su origen en Fuenmayor (p. 225). Ya hemos señalado que Lope exagera los resultados de la campaña, de forma que especifica que los turcos ocupan Candía (Creta), Zante, Cefalonia, Cherigo, Budoa y Curzola, extremo que no se deduce del relato de la biografía publicada en 1595. El citado pasaje de Fuenmayor (p. 225) termina como el segundo de Lope (p. 268a), con la flota turca aguardando en Lepanto las órdenes del 61 Los comisarios de Felipe II recibieron la orden de asumir sus nuevas funciones el 7 de junio de 1570 (Braudel, 1976, II, p. 584).
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sultán, que decide combatir. Es interesante observar que no encontramos en el biógrafo ninguna indicación de que Selim dudara y mucho menos, claro está, de que se dejara aconsejar por sus favoritas, como sí la hay en Lope (p. 268), que ve la ocasión de abundar en la inconsistencia del personaje. Ya se han mencionado los discursos de Juan Andrea Doria y el marqués de Santa Cruz sobre la conveniencia o no de entablar batalla con el enemigo en Lepanto (pp. 271a-272 y 272b-273a), los pasajes de La Santa Liga que —tal como advirtió Menéndez Pelayo— muestran una huella más evidente de Fuenmayor (pp. 226-227 y 228-229).62 Aparte de los dos grandes parlamentos pronunciados en Mesina, el mucho más breve del conde de Pliego (p. 273b) también tiene su origen en la Vida y hechos de Pío V, que en esta ocasión lo reproduce en estilo indirecto (p. 229). Más arriba ya hemos apuntado cómo el texto de Lope inserta este debate sobre la oportunidad de atacar la flota enemiga en un contexto distinto, caída ya la ciudad de Famagusta, con lo cual la decisión finalmente adoptada adquiere tintes de venganza. Vale la pena señalar además el papel de director-moderador del consejo de guerra de don Juan, no explicitado en la Vida y hechos de Pío V. Por otro lado, es curioso observar cómo Lope da una trascendencia divina al discurso del marqués de Santa Cruz que a lo sumo está implícita en Fuenmayor: Lepanto es una «divina empresa» y Dios y la Iglesia son los beneficiarios del esfuerzo bélico de la alianza (pp. 272b y 273a). Finalmente, cabe destacar que el marqués de Santa Cruz de Lope es más prudente en lo que se refiere a la continuación de la ofensiva contra el Turco después de Lepanto y no recoge el objetivo con el que su modelo termina el discurso y según el cual, tras «el imperio de la mar», se le quitará al sultán «el de la tierra» (p. 229). Los datos de la disposición de la flota a su salida de Mesina (pp. 273b274a) proceden asimismo de Fuenmayor (pp. 229-230). El dramaturgo transforma la descripción de la armada a su partida tal como la encontramos en el biógrafo de Pío V en la orden que don Juan de Austria da a la cúpula militar y dicta a Juan de Soto, su secretario, de forma que la descripción inicial adquiere forma dialogada. De nuevo, Lope subraya 62
Fátima, nieta de Alí, todavía recuerda en La nueva victoria del marqués de Santa Cruz (p. 205a) el papel de Álvaro de Bazán en la derrota y muerte de su abuelo, precisamente debido a su posición favorable al enfrentamiento directo con la flota turca.
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el papel de don Juan respecto a su modelo. Si antes se hacía evidente su papel de moderador del consejo de guerra, en esta ocasión se explicita su contribución a la estrategia. El comienzo del relato de la batalla propiamente dicha en Vida y hechos de Pío V (pp. 230-231) ha sido utilizado por Lope en las primeras réplicas del diálogo mediante el cual las figuras alegóricas de España,Venecia y Roma narran el enfrentamiento, aderezado con algún efecto de sonido ligado al contenido descrito (p. 275).63 El breve pasaje de Fuenmayor, sin embargo, dejó insatisfecho a Lope y desde la primera intervención de España hasta el final de la narración (pp. 275a-277b) el dramaturgo se ayuda del canto XXIV de La Araucana, en el que Ercilla asiste a la futura batalla de Lepanto gracias a las artes del mago Fitón. Tal vez por inspirarse en un conocido poeta, el uso que Lope hace de su obra es más discreto que el de Fuenmayor. De nuevo, el dramaturgo introduce algunos elementos nuevos respecto al poema épico que subrayan la justificación religiosa de los hechos. Habida cuenta del elevado número de octavas de las que Lope ha tomado alguna expresión, no vamos a reproducir la totalidad de ambos textos, sino algunos pasajes en los que la deuda de La Santa Liga es más evidente. Ya hemos comentado que los breves discursos de don Juan y Uchalí (pp. 275 y 276b), ausentes de Fuenmayor, toman algunos elementos de las largas arengas de don Juan y Alí de La Araucana (octavas 11-18 y 28-36). En el parlamento del primero, las expresiones «este es el [...] día» y «abrir [camino en el caso de Lope, salida en el de Ercilla] con la espada» coinciden con el poema épico, pero el dramaturgo hace que su personaje exhorte a sus soldados, significativamente, con un crucifijo en la mano.64 Los parlamentos del enemigo musulmán, pronunciados ambos desde la popa de su galera, consideran dichosa la reunión de las flotas cristianas en un solo cuerpo en tanto permitirá a los turcos decapitarlo, destacan la escasa «experiencia» del capitán cristiano y comparten la idea de que trae a sus 63 Es probable que, antes del relato propiamente dicho de la batalla, el descubrimiento por parte de las figuras alegóricas de Pío V orando ante un crucifijo, asistiendo por revelación a cuanto ocurre en Lepanto (pp. 274b-275a) esté inspirado en Fuenmayor (p. 233) tal como sugiere Menéndez Pelayo, 1969, p. 111. 64 En mayor grado que Ercilla, el dramaturgo subraya la oposición de ambos discursos mediante el uso de expresiones paralelas. Así, Uchalí también advierte a los jenízaros «hoy es el dichoso día» y, frente al «honor de España y Italia» con el que don Juan se dirige a sus soldados, el gobernador de Argel llama a los suyos «honor y gloria del Asia» (pp. 275 y 276a).
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soldados —«toda es(t)a gente»— a la muerte. Nótese además el paralelismo entre el «No os espanten» los enemigos de Lope y el «No os altere» de Ercilla. El dramaturgo, además, reproduce por lo general estas expresiones o conceptos en el mismo orden en el que aparecen en el poema. Entre la exhortación de don Juan a sus soldados y la del militar musulmán, encontramos tanto en La Araucana como en La Santa Liga indicaciones sobre la disposición de las flotas que vale la pena cotejar: Pues los cuernos iguales y ordenados, la batalla guiaba el hijo dino del gran Carlos, cerrando los dos lados las galeras de Malta y Lomelino; la del Papa y Venecia a los costados, así continuaban su camino, cargando con igual compás y estremos las anchas palas de los largos remos. [...] Por el orden y término que cuento la católica armada caminaba la vuelta de la infiel, que a sobreviento, ganándole la mar, se aventajaba; pero luego a deshora calmó el viento y el alto mar sus olas allanaba, remitiendo fortuna la sentencia al valor de los brazos y excelencia. Opuesto al Barbarigo, al cuerno diestro va Siroco, virrey de Alejandría, con Memeth Bey, cosario y gran maestro, que a Negroponto a la sazón regía. Ochalí, renegado, iba al siniestro con Carabey, su hijo, en compañía y en medio en la batalla bien cerrada Alí, gran general de aquella armada
ROMA
¡Qué bien parece la armada! Don Juan la batalla guía, y de Lomelín y Malta cierran los dos lados fuertes las galeras artilladas. ¡Qué bien van por los costados las de Venecia y el Papa, cargando con igual son del remo las anchas palas! La mar, nuestra armada ilustre a sobreviento le gana; pero ya paran las olas, calla el mar, y el viento calma. VENECIA ¿Quién es aquel que se opone a la real veneciana? ROMA Memebey de Negroponte y Siroco de Alejandría. ESPAÑA Uchalí va al lado izquierdo. ROMA Y Caribey le acompaña. ESPAÑA ¿Es su hijo? VENECIA Sí, y Alí cierra en medio la batalla (La Santa Liga, ed. Menéndez Pelayo, pp. 275b-276a).
(La Araucana, ed. Lerner, octavas 23-26).
Tal como se puede apreciar, la deuda de la tragicomedia con el poema épico se hace del todo evidente. Si la narración de éste se transforma en el diálogo de los estados miembros de la alianza y la tragicomedia, aparte de prescindir de las octavas que se refieren a la posición de Juan
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Andrea Doria, Agustín Barbarigo y el marqués de Santa Cruz, condensa algo más en el romance a su modelo, prácticamente cada una de las frases de Lope, relativas a la posición de los contendientes o incluso a su caracterización, derivan de La Araucana.65 Nótese además que el orden de cada una de ellas es prácticamente el mismo. La descripción de la batalla que sigue al discurso de Uchalí (p. 276) comparte con La Araucana (octavas 40-53), de entrada, la descripción de un primer choque entre ambas galeras capitanas, ayudadas enseguida por sus respectivos campos (galeras del papa, de Venecia, patrona de España y príncipe de Parma en el caso cristiano). Pero además hallamos en ambos textos la alusión a los «furiosos tiros» que se escupen los contendientes, al humo y al fuego y a la fractura de los «herrados espolones» de las galeras capitanas al embestirse, así como la mención de «culebrinas y bombardas». Nótese en cambio que el contraste de los gritos de guerra de don Juan y Alí, «Santiago, cierra España» y «Mahoma», respectivamente, es de la invención de Lope, interesado en destacar la dimensión de confrontación religiosa de la batalla.66 Reproducimos a continuación dos octavas sobre los sustitutivos de munición que utilizaron los soldados y el efecto del fuego en las galeras que están en la base de la correspondiente intervención de Roma: Quién, faltándole tiros, luego afierra del pedazo de remo o de la entena; quién trabuca al forzado y lo deshierra arrebatando el grillo o la cadena. No hay cosa de metal, de leño y tierra, que allí para tirar no fuese buena, rotos bancos, postizas, batayolas, barriles, escotillas, portañolas. [...]
ROMA
Ya, por faltar en los bordes de las galeras contrarias, caen en la mar soldados y con las espadas nadan. Quién el pedazo del remo tira, o de entena quebrada, quién para tirar el grillo, los forzados desenclava; batayolas, escotillas, barriles, bancos y jarcias, postizas y portanelas
65
Recuérdese que don Juan ya había adelantado la posición de Doria, Barbarigo y el marqués de Santa Cruz en la escena anterior al relato de la batalla por parte de las figuras alegóricas de la Santa Liga (p. 274a). 66 En Ercilla, el único grito es el de «¡Cierra!, ¡cierra!; ¡España!, ¡España!» (octava 69) y lo pronuncian los soldados al abordar la galera de Alí, en un punto más avanzado de la batalla. Tampoco hay equivalente en La Araucana para la última frase que la narración de Lepanto en La Santa Liga atribuye a don Juan: «Ayudadme, Virgen santa» (p. 277b).
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No es posible contar la gran revuelta, y el confuso tumulto y son horrendo. Vuela la estopa en vivo fuego envuelta, alquitrán y resina y pez ardiendo, la presta llama con la brea revuelta por la seca madera discurriendo, con fieros estallidos y centellas creciendo, amenazaba las estrellas (ed. Lerner, octavas 54 y 57).
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rotas, sirven de arrojarlas; alquitrán, pez y resina envuelta en fuego, se clava entre la seca madera, y del agua brotan llamas (ed. Menéndez Pelayo, p. 276b).
De nuevo, si exceptuamos los cuatro primeros versos, que comparten la caída de soldados al mar con las octavas 50 y 51 del poema épico, no transcritas, todas las frases del dramaturgo se remontan a Ercilla. Lope reproduce la estructura «Quién ... quién» de su modelo, no se olvida de ninguno de los objetos utilizados como munición enumerados por el poeta, e incluso añade uno, jarcias, por necesidades de rima. La condensación a la que el dramaturgo somete su material es evidente en la segunda octava, resumida en cuatro octosílabos. El elenco de combatientes cristianos de La Santa Liga procede de La Araucana, que los nombra en un orden bastante similar. Tanto en el poema épico (octava 47) como en la tragicomedia (p. 276a) se había mencionado a Mons de Leñí o Lemí y al príncipe de Urbino, y, siempre en el mismo orden, se cita ahora a don Juan de Austria, Luis de Requesens, conde de Pliego, marqués de Santa Cruz, don Bernardino (de Cárdenas) y Marco Antonio Colona (octavas 61-80 y p. 277a). Siguen entonces en el poema épico don Juan de Cardona, (Agustín) Barbarigo, Juan Andrea (Doria) y Héctor Espínola (octavas 82-86), que Lope hace aparecer en un orden ligeramente diferente (p. 277a). A diferencia de Ercilla, el dramaturgo no se refiere a la muerte del veneciano Barbarigo y omite el nombre de Sebastián Veniero. Algunas de las cualidades, posiciones o actos que identifican a cada uno de los combatientes coinciden en uno y otro texto: don Juan está «junto al estandarte», don Luis de Requesens en la «otra banda», con don Juan de Cardona la «nación» (de Barcelona en Ercilla y catalana en Lope, por necesidades de rima) y es posible que Juan Andrea (Doria) sea «diestro» en La Santa Liga por el uso de esa palabra en su acepción espacial en La Araucana. Pero, sobre todo, el marqués de Santa Cruz socorre a la galera «real» «de través» a «boga arrancada» y «después» se señala «discurriendo» (por la batalla en el caso de Ercilla, por el mar en Lope).
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Sigue en el poema épico (octavas 69-71) y la tragicomedia (p. 277a) el relato de la abertura de un «portillo» en la galera real turca por parte de la «cristiana», que permite entonces abordarla y llegar al «árbol mayor». Tanto Ercilla (octavas 75-79) como Lope (p. 277a) relatan a continuación los serios aprietos en los que se vio la «capitana» de Malta a manos de Uchalí, al cabo «(re)cobrada» por el resto de galeras isleñas. Finalmente, consta en ambas obras la huida del gobernador de Argel por tierra, tras tomar (pie en Ercilla, puerto en Lope) en la playa, así como la imagen del estandarte turco abatido frente a la cruz levantada en el momento de cantar victoria (octavas 88 y 91-95 y p. 277b). Es importante destacar que, a diferencia de Lope, Ercilla no se refiere específicamente a la muerte de Alí y mucho menos a la exposición de su cabeza en lo alto de una pica. De haber tomado el escabroso dato de alguna fuente libresca, el dramaturgo lo habría hecho de Fuenmayor (ed. Riber, p. 231).
«SI HEREDO TU ESPADA»: LA NUEVA VICTORIA DEL MARQUÉS DE SANTA CRUZ La batalla de Lepanto se recuerda asimismo en la comedia de Lope sobre el asalto que el segundo marqués de Santa Cruz, hijo del vencedor de 1571, lanzó en 1604 a la isla de Longo, entonces bajo dominio otomano. Sin embargo, en este caso la batalla se asocia con el padre del protagonista, el primer marqués, antes que con don Juan de Austria. Otros aspectos acercan las dos comedias históricas de tema contemporáneo turco, escritas a pocos años de distancia. Encontramos en La nueva victoria... el mismo contraste entre la rectitud de los militares y políticos españoles frente al engaño y la traición de los turcos, visible en el accidentado traspaso de poderes de Cariadeno a Aradín como gobernador de la isla y en su disputa por la cautiva Leonor, que contrasta con la recepción del segundo marqués como general de las galeras de Nápoles por parte del virrey. La comedia también fija su atención en las cuitas de los cautivos bajo dominio turco, forzados a la separación de sus seres queridos.67 Finalmente, en La nueva victoria.... están presentes las motivaciones religiosas de la lucha llevada a escena, así como la conciencia de que el solicitado favor divino es capaz de otorgar la victoria. 67
Si en La Santa Liga los avatares de la esclavitud separaban a Constancia y Marcelo, madre e hijo, en esta ocasión sucede lo propio con la pareja formada por doña Leonor y don Pedro.
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El asalto de Longo Durante el reinado de Felipe III, los ataques de corsarios berberiscos y sus aliados otomanos planteaban un grave peligro en las aguas y en algunos puntos de la costa del Mediterráneo occidental. Ante esta situación, entre 1601 y 1616, las autoridades españolas decidieron trasladar el acoso al campo enemigo, no sin cierto éxito. Asistimos, pues, en estos años a numerosas operaciones anfibias destinadas a suprimir enclaves de influencia otomana en el norte de África y en las islas del Mediterráneo central, que no equivalen, sin embargo, a una guerra a gran escala. Paralelamente, la diplomacia española se apuntó un gran éxito al inducir al sha de Persia a atacar la frontera oriental turca (1602).68 El segundo marqués de Santa Cruz, capitán general de las galeras de Nápoles desde el 28 de febrero de 1603, se distinguió en este tipo de operaciones.69 La primera de ellas, emprendida en la primavera de 1604, se proponía el ataque a la caravana de Alejandría que transportaba los tributos egipcios a Constantinopla. La flota salió de Nápoles rumbo a Malta el 3 de mayo y el 20, acompañada de cinco galeras de los caballeros de San Juan, se dirigió hacia Creta. Tras obtener noticias de las precauciones que había tomado el convoy, que contaba con un mínimo 68 Véanse Braudel, 1976, pp. 767-786, Lynch, 2000, p. 460 y Simón Tarrés, p. 2004, p. 454. 69 En lo que sigue, me baso en la manuscrita Relación de lo sucedido al marqués de Santa Cruz, general de las galeras de Nápoles, en la jornada que hizo a Levante, reproducida en Fernández de Navarrete, 1971, XII, pp. 19-26, Fernández Duro, 1885, pp. 252257 y Menéndez Pelayo, 1970, pp. 18-20, e idéntica —pese a lo que se deduce de las «Observaciones preliminares» del santanderino— a la Notable victoria alcanzada por don Álvaro de Bazán, marqués de Santa Cruz, general de las galeras de Nápoles, en una de las islas del Archipiélago, en Levante, llamada la isla de Longo, muy rica y fuerte, y cómo la saqueó y pegó fuego a la judería y cautivó 189 esclavos y esclavas, y la muerte de Fátima, nieta de Alí Bajá, general del Gran Turco, que se perdió en Lepanto. Consiguiose esta gran victoria día de Pascua de Espíritu Santo, a 6 de julio deste presente año (Sevilla, Alonso Rodríguez, 1604), de la que la biblioteca de Salvá había poseído un ejemplar (Salvá, 1872, II, núm. 3108), y que sólo he podido conocer por la copia manuscrita que Fernández de Navarrete, 1971, V, pp. 179-186 llevó a cabo en 1793 a partir de un ejemplar de la biblioteca de San Isidro el Real. Se trataba de un pliego suelto, puesto que el bibliófilo valenciano nos informa de que estaba formado por dos hojas, que Fernández de Navarrete, 1971, p. 186 y Fernández Duro, 1885, p. 434 especifican que eran en folio. Además de la relación, tomo algún dato —la fecha de la salida de la flota de Nápoles o el número de galeras que se incorporaron en Malta— de La nueva victoria del marqués de Santa Cruz (pp. 247a y 249a).
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de 26 o 27 galeras, la expedición desistió de su plan inicial ante la desigualdad numérica. Surgió entonces la idea de atacar la isla de Longo —la actual Cos, en el Dodecaneso— habitada por más de dos mil turcos, bien fortificada y con una guarnición de cuatrocientos soldados. El 6 de julio de 1604, un mínimo de 750 hombres al mando de Santa Cruz saqueó la isla, capturó a 189 esclavos, mató a más de 400 turcos e incendió la judería. Entre los muertos se encontraba Fátima, nieta de Ali Bajá, el general otomano caído en Lepanto. Según la Relación de lo sucedido al marqués de Santa Cruz, los asaltantes sufrieron sólo treinta víctimas mortales y cabe suponer que habría un número bastante superior de heridos. Antes de volver a embarcar, liberaron a diecisiete cautivos húngaros.
Una comedia de encargo Lope dedicó La nueva victoria del marqués de Santa Cruz a celebrar el éxito de la operación, propuesta como testimonio del relevo que Álvaro de Bazán y Benavides (1571-1646) empezaba a tomar de su padre Álvaro de Bazán y Guzmán (1526-1588), uno de los más célebres colaboradores y consejeros de don Juan de Austria en la victoria de Lepanto. La comedia, que da muestras de haber sido escrita apresuradamente, debió redactarse al poco de conocerse la noticia en la corte, algo que ocurriría como pronto a mediados de agosto, y tal vez pudiera verse en un teatro comercial de Valladolid, donde aquélla se había trasladado.70 En cualquier caso, puede que la estrenara el autor Antonio de Granados, que en 70 Menéndez Pelayo, 1970, p. 17 ya fechó el texto en 1604, dado que «la acción de guerra que en ella se conmemora [...] sólo entonces podía tener el interés de la novedad, puesto que era en sí de poca importancia» y Morley y Bruerton, 1968, p. 85 aceptan la hipótesis de que se escribiera «probablemente poco después» de los hechos llevados a escena. Los indicios de que la obra puede haber surgido de un encargo del marqués o de su entorno refuerzan dicha datación, puesto que los méritos de Álvaro de Bazán aparecerían como mayores cuanto más cercana fuera la recepción a los hechos evocados. En lo que se refiere a los pasajes que parecen haber sido escritos con premura, al principio de la comedia, por ejemplo, Fátima promete a Aradín que más adelante le contará cómo ha acabado viviendo en Longo, pero la promesa queda sin cumplir (p. 205b). Tal vez puede atribuirse asimismo a un descuido el hecho de que la pareja de cautivos españoles en Longo, don Pedro y doña Leonor, no aparezcan en la escena final, felices de embarcarse rumbo a tierra de cristianos.
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1606 hacía constar como suya El marqués de Santa Cruz en un acuerdo con sus colegas Juan de Arteaga y Juan Osorio.71 En las escenas del tercer acto relativas al asalto, Lope utilizó la Notable victoria... (Alonso Rodríguez, Sevilla, 1604) —idéntica, ya lo hemos anotado, a la Relación de lo sucedido...— tal vez junto a otra fuente.72 La nueva victoria... se publicaría póstuma por partida doble: tras la muerte de su autor pero también de su heroico protagonista.73 Es cierto que, desde la privilegiada perspectiva de hoy, el recién nombrado general de las galeras de Nápoles —que en 1596 había asistido a la defensa de Cádiz ante el conde de Essex y que había estado al mando de la escuadra de Portugal de 1597 a 1603— tenía, a sus treinta y tres años, más futuro que pasado. Sin embargo, no deja de ser una distorsión decir que en 1604 Lope «le adivinó» —es decir que intuyó su valor, sus virtudes militares— como sugiere Menéndez Pelayo (1970, p. 17). Además, tal «adivinanza» debe vincularse a la relación entre el segundo marqués y el dramaturgo y a los intereses de uno y otro. Es sabido que Lope había militado en las Azores (1583) y en la Armada Invencible (1588) a las órdenes del primer marqués y, como mínimo desde 1603, fecha de la «Epístola al contador Gaspar de Barrionuevo», mantenía cierto trato con su hijo.74 El poema, en efecto, da cuenta de un encuentro con este último camino de Sevilla, en la actual provincia de Ciudad Real: Yo pensé que el Marqués merced me hiciera, (ya que os dejó en España), que a Sevilla viniérades, Gaspar, un mes siquiera. Viniendo yo de la desierta villa
71
López Martínez, 1940, pp. 60-61. Nos referimos a las noticias sobre el itinerario de la flota desde Nápoles hasta su desembarco en Longo (p. 249), a las informaciones recabadas sobre la caravana (pp. 245b y 249b-250a), a la caracterización de Longo y de sus capacidades defensivas (pp. 245b-246a), al orden de batalla seguido (pp. 246a-247a) o al parte del número de muertos y heridos de cada bando —con relación particular de algunos de los españoles— y del de prisioneros turcos (pp. 254a-255a), mientras que datos como los señalados en la n. 69 —la fecha de la salida del puerto de Nápoles o el número de galeras que se incorporaron en Malta— no aparecen en la relación. 73 Parte veintecinco perfeta y verdadera de las comedias del Fénix de España..., Zaragoza, viuda de Pedro Verges, 1647, pp. 183-230. 74 Sobre la participación de Lope en la campaña de las Azores y en la Armada Invencible, véase Castro y Rennert, 1968, pp. 26 y 61-64. 72
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donde nací, como otras cosas viles que arroja Manzanares en su orilla, en Malagón hallé el famoso Aquiles, fénix de aquel que, de su cruz armado, hizo mil pueblos de África serviles. Iba más cortesano que soldado a ver a mi señora la marquesa, esfera celestial de su cuidado. Habléle en vos, y como honrar profesa las sombras de las letras con notable favor, de tal valor tan dina empresa, (que el príncipe que no es comunicable es ídolo de mármol, es pintura porque ha de ser portento cuando hable), y respondió de suerte que segura tuve con su favor vuestra venida; mas ni tenéis amor ni yo ventura (Rimas humanas y otros versos, ed. Carreño, núm. 247, vv. 55-75).
Gaspar de Barrionuevo era contador de las galeras de Portugal al mando del segundo marqués, y Lope solicitó al general el regreso de su amigo a Sevilla, que éste le concedió pero que finalmente, por alguna razón, no se produjo. En cualquier caso, se desprende de la epístola una cierta familiaridad de trato que favorecería, a la inversa, que el marqués de Santa Cruz, «como honrar profesa/ las sombras de las letras con notable favor», solicitara los servicios del dramaturgo después de su éxito en Longo. Su intención debió ser la de presentar los méritos que le hacían acreedor del «galardón» real que su trasunto dramático da por seguro al final del texto y que no nos consta que obtuviera (p. 255b). Téngase en cuenta, además, que Lope no haría amistad con el duque de Sesa hasta agosto de 1605, y que con anterioridad al asalto el dramaturgo ya se había referido al marqués en El Peregrino y por los mismos años hacía lo propio en la Jerusalén conquistada.75 75 El peregrino en su patria (p. 374) habla del «gallardo hijo» que hereda las virtudes del padre, mientras que el cuarto libro de la Jerusalén conquistada (I, p. 163), que ya estaba terminada el 3 de septiembre de 1605, menciona a «otro Fenis» de la sangre y nombre del primer marqués, «que ha de espantar al scítico otomano/ cuando con sus galeras puentes forje/ al estrecho del brazo de San Jorge [el mar de Mármara]». La relación del escritor y el militar siguió más allá de las fechas
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Es altamente probable, pues, que la dramatización de esta victoria menor haya surgido de un encargo, lo que le da un sentido propagandístico que no niega, pero matiza las etiquetas de «gaceta rimada» o «periodismo dramático» que Menéndez Pelayo (1970, pp. 18 y 20) le aplica. Si bien es cierto que Lope se ajusta a la relación, a menudo con un alto nivel de detalle, en las escenas del tercer acto que más directamente tienen que ver con la jornada, hay que señalar asimismo que el dramaturgo no se ve obligado a que no «falte ni un nombre propio ni un pormenor geográfico» como quiere el santanderino.76 Sobre todo, no hay que olvidar que los datos históricos se insertan en el marco de un texto ensalzador del general y de su ilustre linaje. La nueva victoria... centra su atención en el marqués de Santa Cruz y resalta su autoridad, al tiempo que amplifica las escuetas noticias de la relación mediante la glosa de la grandeza del asalto, la alabanza de las capacidades militares del Bazán, la expresión de las motivaciones religiosas, patrióticas y de servicio al rey por las que lucha e incluso su confianza en Dios respecto al resultado del ataque. La voluntad panegírica del texto es sin duda una clave explicativa que deberemos tener en cuenta. Magnificación e hipérbole En primer lugar, la obra, como la relación, parte del engrandecimiento de este ataque de alcance limitado y la magnificación empieza
que nos interesan. En una carta al duque de Sesa de la primavera de 1617, Lope confiesa que pasó «lo más del día [...] con el de Santa Cruz, que me hizo merced de honrarme en su mesa» (Amezúa, 1941, III, núm. 300), mientras que en la dedicatoria de El valor de las mujeres al doctor Matías de Porras lo trata de «mi señor y protector» (Decimaoctava parte, Madrid, Juan González, 1623, fol. 286r). 76 Menéndez Pelayo, 1970, p. 20. Entre los muertos en el asalto que hace constar la relación (pp. 255-256), Lope no incluye al alférez don Diego de Ayala y al ayudante del sargento mayor, mientras el capitán Francisco Ginés de Torres —Franxiner en Fernández Duro— pasa de víctima mortal a herido (p. 254b). Se proporcionan noticias ausentes de la fuente (pp. 252 y 253), como que el destino de la nave veneciana apresada cerca de Creta era El Cairo o, con la probable intención de reforzar la impresión de lo desaconsejable de atacar la caravana de Alejandría, la información de que ésta contaba con la protección de 6.000 soldados (pp. 249a y 250a). Dentro de una tendencia general a la españolización que analizaremos más adelante y que también afecta a los datos históricos, los soldados de Malta responsables de la muerte de Fátima pasan a ser españoles, al igual que los cristianos cautivos en Longo, húngaros en la relación (p. 255 y pp. 255a y 207b-217b de la comedia). Finalmente, los 189 prisioneros turcos conseguidos en ésta pasan a trescientos (pp. 255 y 254b de La nueva victoria...).
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por el objetivo de la jornada: la isla de Cos, en el Dodecaneso, llamada entonces Lango o —como la designan El Peregrino y la relación— Longo.77 El propio sultán califica la isla como «una de las más importantes del Archipiélago» desde el punto de vista estratégico y se especifica que es fértil, rica y habitada por un mínimo de dos mil turcos (pp. 202b, 243a y 245b). Más allá de lo que proclama la relación, Lope desliza un dato falso y susceptible de ser descubierto como tal: se pretende que la isla es mayor que Rodas cuando es significativamente más pequeña (p. 243a). Desde un punto de vista simbólico, la asociación de Longo con Asia, sus costas o su mar también magnifica el ataque al ir dirigido contra otro continente y —se supone— con efectos sobre todo el Imperio Otomano (p. 248b).78 En cuanto a su defensa, la ciudad cuenta con una guarnición de cuatrocientos soldados y se insiste en que está óptimamente fortificada, hasta el punto de que sólo puede ocuparse empleando artillería (pp. 203a, 238a, 246a y 249a). Además, el sultán acaba de nombrar a un nuevo gobernador, Aradín, para afrontar con más garantías las incursiones de las galeras de Nápoles y Malta en el archipiélago y gracias a una hechicera, Dalifa, el bajá sabe del ataque con antelación (pp. 202b, 237b-238b y 242a). En segundo lugar, la comedia valora el hecho mismo del asalto, que pasamos a detallar, de forma hiperbólica. En ella, la acción del marqués de Santa Cruz, recién nombrado capitán general de las galeras de Nápoles (p. 221b), se desarrolla de acuerdo con la relación. El 3 de mayo parte con un número indeterminado de navíos del puerto de dicha ciudad en dirección a Malta, donde se le suman cinco más (pp. 239a-242a y 249a).79 77
Ninguno de los críticos que se ha acercado a la obra, ni los más recientes como Mas, 1967, I, pp. 403-406 o Profeti, 1996, habían identificado la isla de Longo. Por cierto que si bien Menéndez Pelayo edita así el topónimo, en la Parte veintecinco siempre consta Lango: compárense las pp. 184, 218, 221 y 227 de la edición de 1647 y las pp. 202b, 203a, 243a, 245b y 252a del erudito santanderino. El editor introduce otros errores en su edición, como la supresión de un verso —«y no puede ser mayor» (Parte XXV, p. 218)— en la primera cuarteta de la p. 243a o el incomprensible «llegó el buen Andrea al cabo» (p. 249a), que empeora «llegó de buen Andro al cabo» (Parte XXV, p. 224). 78 Ya antes de que se concreten los planes militares del marqués hay referencias a Asia como objetivo en boca de las figuras alegóricas que Álvaro de Bazán ve en sueños (pp. 232a-233a), como las hay cuando todavía no ha renunciado a atacar la caravana del sultán (pp. 239a y 241a). 79 Ya hemos dicho que de la Relación de lo sucedido... se deduce que el número total de galeras era inferior a veintiséis (p. 253).
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Su idea inicial es atacar la caravana del Turco, pero debido a la gran protección de ésta, sobre la que se insiste en repetidas ocasiones y que hace de todo punto imposible el ataque, decide asaltar y saquear la isla de Longo (pp. 245b y 249b-250a).80 Lleva consigo un mínimo de 750 hombres (pp. 246a-247a y 249a), que se enfrentan tal como hemos dicho a 400 soldados, que contarían con la colaboración de los civiles. Los asaltantes logran entrar en la ciudad después de abrir un boquete en la puerta, la saquean (pp. 251b y 252a-254a), matan a cuatrocientos turcos —sin contar a los africanos—, se llevan trescientos prisioneros y sufren treinta víctimas mortales (p. 254).81 Se trata, pues, de una acción corsaria que el título de la comedia en la segunda edición del Peregrino, La toma del Longo por el marqués de Santa Cruz, no describe con exactitud al sugerir una ocupación permanente de la isla.82 El ataque es, según sus autores, que parecen tener ante sus ojos una lupa de aumento, una acción valiente (p. 245b), una «hazaña [...] grande» (p. 246a) e incluso una victoria que supera cuantas ha visto el general de Malta (p. 254). El asalto a Longo permite dar muestra de las cualidades del marqués de Santa Cruz —por ejemplo, su valor, sentido táctico, autoridad y responsabilidad respecto a sus propios hombres— y le granjeará «fama eterna» (pp. 245b-246a, 247a, 250a y 254b-255b). Incluso víctimas de la operación como la hechicera Dalifa no pueden sino reconocer que la empresa pone de manifiesto el coraje de su máximo responsable (p. 243a).
80
Recuérdese que según La nueva victoria... (pp. 249b-250a) la caravana iba protegida por un total de seis mil soldados, una información que significativamente no nos da la Relación de lo sucedido... 81 Ya hemos visto que la Relación de lo sucedido... contabiliza 189 prisioneros (p. 255). 82 El Peregrino en su patria (p. 63). El soldado Carpio se refiere a los integrantes de la expedición, cuando su objetivo todavía es la caravana de Alejandría, como «cristianos cosarios» (p. 250a) y el texto no oculta en absoluto la práctica del saqueo, aunque ésta no se formule explícitamente como objetivo del ataque a Longo. Al dar el orden de batalla, el marqués asigna la tarea de entrar en la ciudad y saquearla (p. 246b) y, efectivamente, hacia el final de la comedia, los soldados van «saliendo con ropas y joyas [...], como que saquean la tierra, y cautivando turcos», Rosela —disfrazada de soldado— atraca a Dalifa y el maltrapillo Galindo se queja de su mala suerte saqueadora al igual que hace Marcela en Los españoles en Flandes (pp. 252a-253b y vv. 2848-2855), mientras el marqués anima a sus hombres a llenarse «las manos de oro,/ de cautivos, de tesoro» (p. 255b).
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Además, la acción redunda en un aumento del prestigio de Felipe III y es susceptible de marcar el inicio de un período victorioso para el rey, que todavía no ha cosechado los triunfos de su padre, que llenen de temor a sus enemigos (pp. 249a, 250a y 252a).83 Por todo ello, el marqués de Santa Cruz cuenta con recibir un galardón del monarca (p. 255b), del que el botín del asalto puede considerarse un anticipo. No en balde, mediante el ataque sobre Longo el marqués de Santa Cruz, elevado por el soldado Carpio a «luz de España», cree «enfrenar al Turco», en probable referencia a los ataques de los corsarios norteafricanos aliados de Constantinopla a las costas españolas (p. 256).
La ficción útil Por otro lado, el ataque a Longo tiene efectos beneficiosos más tangibles en la atribulada pareja de cautivos españoles formada por Leonor y Pedro. Para ellos, el asalto representa su definitiva reunión en libertad y sin peligro, lo que refuerza la simpatía del espectador hacia el hecho de armas. La llegada a la isla de Aradín, el nuevo gobernador, había comportado la separación de los amantes: Cariadeno, el antiguo gobernador, había puesto a la venta a don Pedro, mientras pretendía llevar consigo a doña Leonor. Don Pedro se había resistido con violencia a su venta y Aradín, al conocer la causa del altercado, había prometido reunir de nuevo a la pareja. Sin embargo, el bajá rompe al cabo su palabra e, impresionado por la belleza de doña Leonor, la integra en su séquito, al tiempo que manda a don Pedro al calabozo. El hidalgo, puesto finalmente en libertad, oye junto a su amada el anuncio de la próxima llegada del marqués a Longo por parte de la hechicera Dalifa, lo que reaviva las esperanzas de los cautivos. Más adelante consigue liberar a Leonor de sus guardas y la precaria situación de los fugitivos, llena de dramatismo, sólo se estabiliza con el asalto, al que Pe83
En efecto, los inicios del reinado de Felipe III no fueron especialmente afortunados. En el norte de Europa, el nuevo rey tuvo que asistir a la derrota en la batalla de las Dunas o Niewpoort (1600) y al fracaso de la operación de apoyo a los rebeldes irlandeses (1602), mientras que en el Mediterráneo la expedición dirigida contra Argel no llegó siquiera a su destino (1601). Téngase en cuenta por otra parte que es posible que cuando Lope escribía todavía no hubieran llegado noticias del éxito en el terrible cerco de Ostende, que se rindió el 20 de septiembre de 1604, dos meses y medio después del asalto de Longo.
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dro se suma y que le permite resarcirse de Aradín mediante su captura. El general de Malta ordenará su ejecución y es de suponer —Lope no ata el cabo— que la pareja regresa a España con planes de boda. La trama de ficción, pues, aparte de entretener, realza la bondad de la acción militar al mostrar sus beneficios sobre personas concretas. Por otra parte, la puesta en venta de esclavos españoles, expuestos al maltrato físico (pp. 207b y 210b), y la posterior escena de don Pedro preso nos permiten entrever —con menor detenimiento que en La Santa Liga— la opresión de los cristianos cautivos a manos de los turcos, que el asalto de Longo corta de raíz.84 Tanto en la escena de su frustrada venta como en la de la liberación de doña Leonor, son destacables las muestras de valentía de don Pedro, especialmente dada su situación de esclavitud en el primer caso y de aislamiento en el segundo. Por cierto que a propósito de aquél los turcos consideran la actitud desafiante del hidalgo típica de los españoles, que vendrían a ser los menos dóciles entre los cristianos en su poder (pp. 210b-211a y 214a). Dentro de la cristiandad, el origen español es, a ojos de Aradín, un agravante (p. 211a).
Españolización La comedia eleva la Corona española prácticamente a única referencia de oposición al Turco, también a ojos del propio infiel, al tiempo que «españoliza» algunos detalles de la trama. Pedro de Toledo, el anterior general de las galeras de Nápoles, se había internado en el Mediterráneo oriental, tal como reconoce el propio sultán (p. 202b), y había representado una amenaza para la isla de Longo (pp. 203a, 215b).85 A propósito de la venganza de tipo familiar de Fátima —dirigida contra un español, es cierto, pero surgida de la lucha contra una alianza cristiana como fue la Santa Liga— Aradín descubre su imaginario geopolítico, en el que Felipe III y España son los máximos, si no únicos enemigos del Gran Turco (pp. 205b, 206a y 207a). 84
A la inversa, los remeros «moros» de las galeras españolas comparten la misma situación de sometimiento (pp. 224-225), y ése es el futuro de los más de trescientos cautivos apresados en Longo (p. 254b), pero ni el dramaturgo les presta voz ni el público, que consideraría la captura como una justa represalia, debía ser sensible a su suerte. 85 A pesar de que la carta en la que el sultán realiza estas advertencias está firmada por «Selín Sultán Solimán», en 1604 el emperador otomano era Ahmed I.
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En lo que a la españolización de los datos históricos respecta, los cautivos liberados en Longo fueron según la Relación de lo sucedido... doce húngaros y cinco húngaras, pero Lope, que reserva casi exclusivamente para España el papel de antagonista y víctima del Turco, los convierte en cinco españoles, entre los que se cuentan don Pedro y doña Leonor.86 Incluso los dos soldados de Malta responsables de la muerte de Fátima en la relación pasan a ser españoles, tal como delatan sus apellidos, Pontevedra y Laso (p. 255a).87 Dentro del ámbito de la ficción, pero de forma no menos significativa, diez de las quince mujeres de Aradín son españolas (p. 205b).
«Si heredo tu espada» La comedia, tal como hemos adelantado, no se limita a ensalzar el ataque sobre Longo en sí mismo, sino que lo vincula a las célebres victorias del padre del protagonista, que alcanzó el título de marqués de Santa Cruz en 1569. La nueva victoria... puede entenderse, pues, como un elogio y reivindicación del linaje de Bazán, y es importante señalar que ese aspecto hereditario, genealógico, está totalmente ausente de la relación, que no menciona al primer marqués.88 Es más, se nos intenta convencer de que las virtudes del vencedor de Lepanto perviven en el de Longo y el texto se esfuerza en establecer todo tipo de conexiones entre ambos, entre las acciones y circunstancias de cada uno. De esta forma, encuentran acomodo en la comedia evocaciones o relatos de algunos de los servicios más destacados que tanto el primer como el segundo marqués prestaron a la Corona. Estas narraciones de hechos del pasado se insertan con bastante acierto en la trama principal, mediante largos parlamentos en los que un personaje cuenta su historia o como el tema de una canción.
86
Pp. 255 y 207b-217b de la comedia. P. 255. 88 De hecho, Ferrer Valls, 2001, pp. 13-31, que defiende una concepción amplia del grupo de comedias llamadas «genealógicas», incluye bajo ese marbete La nueva victoria del marqués de Santa Cruz —así como La nueva victoria de don Gonzalo de Córdoba, Arauco domado o El valiente Céspedes—, porque partiendo de un hecho de armas particular pretende ensalzar a todo un linaje. Véase asimismo Ferrer Valls, 1998. 87
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Evidentemente, del difunto padre del protagonista se recuerda en primer lugar su participación en Lepanto, en la que mandó la escuadra de reserva de treinta galeras (pp. 204b-205b). A pesar de la distancia que media entre la batalla naval más importante del siglo XVI y lo que no deja de ser una acción corsaria cristiana, dicho recuerdo aquilata la «nueva victoria» llevada a escena. Pero tampoco se olvida la victoriosa campaña que en 1582 y 1583 dirigió en las Azores, en la que como es sabido tomó parte asimismo Lope (p. 215). Se alude, por último, a las múltiples victorias del primer marqués de las que dan testimonio los trofeos que cuelgan de las paredes del palacio de los Bazán en el Viso y que le garantizan la inmortalidad (pp. 222b y 232).89 Sin embargo, el conde de Benavente, virrey de Nápoles, que compara al primer marqués nada menos que con un Neptuno al que mar, naves y corsarios deben humillarse, denuncia una cierta falta de reconocimiento que se manifestaría en la ausencia de estatuas erigidas en su honor (pp. 222a y 222b).90 La nueva victoria... repara en parte tal ingratitud cuando la figura alegórica de la Victoria que el segundo marqués ve en sueños le muestra —y con él, al público— la estatua de su padre «armado con un bastón [y espada, según se deduce de las posteriores palabras del hijo], y alrededor muchas banderas» (p. 232b). Del segundo marqués, aparte de su represalia en el Levante, se recuerda su participación en 1596 en la defensa de Cádiz contra el ataque 89 El palacio que mandó construir, a partir de 1564, Álvaro de Bazán, se encuentra en el actual Viso del Marqués, en la provincia de Ciudad Real. Compárense los «cuatro fanales,/ de Ingalaterra y de Francia,/ África y Asia» que había en la casa según Religión (p. 232a) con los «cuatro fanales» del rey de Francia en la campaña de las Azores, de la capitana de Portugal en la invasión de 1580, de Hasán Bajá, y Acham Cheberi —o Hasán Chiribi— de los que da cuenta la escritura de 1584 por la que el marqués de Santa Cruz aumentó su mayorazgo, reproducida en Pérez Pastor, 1895, p. 391. El Peregrino en su patria (p. 358) también se refiere al palacio, «en cuyos cuatro lienzos se miran hoy los fanales de aquellas capitanas francesas y turcas que rindió su valeroso esfuerzo». 90 El conde de Benavente compara de forma algo forzada la situación de Álvaro de Bazán —que no tenía a su mando toda la flota española— y el reconocimiento que, en forma de estatuas levantadas en su honor, Roma y Venecia habían dedicado a Marco Antonio Colonna, comandante de la flota papal, y a Agustín Barbarigo, capitán general de las galeras de la Señoría (p. 222b). Recuérdese que un año después de la victoria de Lepanto, Mesina levantó mediante suscripción pública una estatua a don Juan de Austria, que hay que sumar a los retratos, grabados, tapices, azulejos o medallas que lo ensalzaron a propósito de la batalla (Bennassar 2000:199-210).
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inglés del conde de Essex (pp. 216b-217b). A pesar del fracaso de la operación, dio muestras de valentía y su asistencia a la empresa es también importante en tanto que la gaditana Leonor, después cautiva en Longo, pudo verlo en acción y se enamoró de él, hasta el punto de despertar —¡ocho años después!— la inquietud en don Pedro, su amante en la isla (p. 234a). En lo que respecta al reciente cargo de capitán general de las galeras del reino de Nápoles, el conde de Benavente, que recibe a su flamante titular en la ciudad, opina que le queda corto y espera que el liberal Felipe III le conceda «mercedes sin iguales» (pp. 222b-223a). Por su parte, los soldados Carpio y la disfrazada Rosela, que han aguardado con expectación la llegada del capitán general, se alegran de presenciar la acogida que le brinda el virrey. Rosela no deja de notar la galanura del marqués, como al final de la obra hará la turca Fátima, al tiempo que Carpio lo compara por sus cualidades de capitán con Alejandro y Escipión —semejanza esta última sobre la que volverá después y en la que coincide con el conde de Benavente (pp. 220a-221a, 223b, 240a y 249b)—. Su victoria en Longo, que la hechicera turca Dalifa puede predecir y contra la que nada puede hacer, está determinada por el cielo, y ocurre en el día de Pascua de Espíritu Santo (p. 242b). Pero más allá de las victorias y cualidades de cada uno por separado, la comedia pone énfasis en la continuidad entre ambos, y particularmente en la dialéctica de estímulo e imitación que el recuerdo del padre, muerto cuando el hijo contaba diecisiete años, despierta en él. Si no por su magnitud, el asalto de Longo, por su enemigo turco y su naturaleza naval, se prestaba a la comparación con Lepanto. Además, tanto en esta batalla como en el asalto de 1604, padre e hijo tenían a su cargo las galeras de Nápoles. La propia llegada del flamante capitán general al puerto italiano «a hombros de dos turcos de galera, en piernas, con sus grillos al pie», su primera aparición en escena, pretende sugerir su filiación con el vencedor de entonces (p. 221b). Tanto al recién llegado como a su huésped, el virrey de Nápoles, ciudad en la que la flota de la Santa Liga hizo escala del 9 al 20 de agosto de 1571, el recibimiento les trae a la memoria la participación del primer marqués en la célebre batalla (p. 222).91 Para el hijo, el recuerdo de su padre representa un estímulo o deseo de emulación que lo dispone para «toda empresa, aunque imposible sea» (p. 222b).Ya Rosela había apuntado al nombramiento de
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Braudel, 1976, II, pp. 574 y 597.
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capitán general de las galeras de Nápoles como una oportunidad que Felipe III daba al hijo de igualar las hazañas del padre (p. 221b). A nuestro juicio, la disposición imitativa del protagonista está implícita en el umbral del sueño alegórico en el que la Religión y la Victoria animan al segundo marqués a dirigir sus galeras contra Asia. Antes de caer dormido, Álvaro de Bazán se dedica a leer una carta de un cortesano anónimo que evoca la entrada del primer marqués a Madrid después de una victoria, con toda probabilidad la de las Azores, mencionada en el primer acto y en la que el de Santa Cruz era el máximo mando (pp. 215 y 231b).92 Sin embargo, es sobre todo la misma escena alegórica que precede las empresas del hijo en Levante la que deja clara la función de estímulo que el padre representa para él (pp. 232a-233a). En ella, el discurso de Religión alude a los trofeos que de las victorias del padre guarda el palacio familiar para infundir ánimo al protagonista, pero sobre todo,Victoria le descubre la estatua del primer marqués «para que más te animes» (p. 232b). Antes de despertar del sueño, el hijo pide a la estatua de su padre la espada, como símbolo de la aspiración al relevo generacional en la excelencia militar: «porque si heredo tu espada,/ haré en el Asia mil cosas/ dignas de eterna alabanza» (p. 233a). Más adelante, al dar noticia de sus planes en el Levante al conde de Benavente, para el que equivalen al comienzo de la imitación del padre por parte del hijo, el segundo marqués confiesa que el primero le anima a llevar a cabo una hazaña en dicha zona, en probable interpretación del sueño alegórico (p. 239a).Ya en la isla de Longo, el segundo marqués reconoce que su padre le da «fuerza» y la soldado Rosela sitúa también en el primer marqués la inspiración que permite al protagonista afrontar con garantías sus ataques a Asia (pp. 248b y 252a). Otro aspecto importante, más allá de renovar las hazañas paternas, es la continuidad en las motivaciones de dichas hazañas, especialmente en las religiosas. En el sueño alegórico, la Religión se presenta como el motivo por el que luchó el primer marqués, extremo ratificado por Victoria y que el hijo incorpora al parlamento que dirige a su padre. A su vez, el segundo marqués interpela al Espíritu Santo para solicitarle la 92 El Elogio al retrato del excelentísimo señor don Álvaro de Bazán... de Cristóbal Mosquera de Figueroa alude a la entrada que siguió a la campaña de 1583 en las Azores: «Entró el marqués con mucho aplauso en la villa de Madrid, donde Su Majestad estaba, hízole merced, diole título de grande de Castilla, mandándole cubrir, y diole el cargo de capitán general del mar Océano» (s. l., s. i., 1586?, fol. 9v).
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victoria y menciona entre los valores que justifican la lucha de su campo «la causa de la fe» o «del cielo» (pp. 247b y 252a). Después de las razones religiosas, las patrióticas unen a padre e hijo: si el segundo marqués fue, según el primero, «defensa y muralla de España» (p. 233a), el protagonista de la comedia es consciente de que en su operación en el Levante está en juego el honor de la patria (p. 247b), que mueve al combate a sus hombres.93 Finalmente, si Álvaro de Bazán y Guzmán levantó la bandera de Felipe II en las Azores, Álvaro de Bazán y Benavides da gloria a Felipe III mediante el saqueo de Longo (pp. 215a y 252a). El vínculo entre padre e hijo también se desea que lo establezca el enemigo. El nombramiento del marqués de Santa Cruz como capitán general de las galeras de Nápoles, por ejemplo, permitirá renovar el temor del Imperio de la Media Luna al muy oportuno apellido Santa Cruz, tal como opinan la soldado Rosela, el virrey de Nápoles o la figura alegórica de la Religión (pp. 221, 223a, 232a). De hecho, según el soldado Carpio, uno de los argumentos que ha convencido al segundo marqués de la necesidad de lanzar el ataque sobre Longo una vez abandonado el objetivo de la caravana es que el Turco sepa que, más allá de la coincidencia onomástica, un segundo Álvaro de Bazán surca el mar (p. 250a). A la seguridad de Felipe III en el segundo marqués y en la sangre que ha heredado, éste responde —dada su filiación— con un compromiso todavía mayor que el resto de los generales al servicio del rey en que el nombre de éste infunda, mediante las victorias que su reinado todavía no ha visto, temor en sus enemigos (pp. 232a y 249a).94 Se intenta transmitir que el segundo marqués, digno sucesor de su padre, «honor de los Bazanes» (p. 254b), puede ofrecer a Felipe III tantas victorias como el primero brindó a Felipe II. De hecho, la buena relación del soberano y el marqués puede ayudar a cada uno a estar a la altura de sus respectivos antecesores. La carrera del Bazán, que ha de permitirle renovar las hazañas de su padre, depende naturalmente de Felipe III, pero la reputación
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La «Canción por el marqués de Santa Cruz» de La Filomena (pp. 865-868) identifica «la fe santa» y «la patria» como las motivaciones por las que lucha don Álvaro de Bazán y Benavides y queda implícito que se trata de los mismos motivos que movían a su padre (vv. 85-112). 94 También según la «Canción por el marqués de Santa Cruz» la filiación de Álvaro de Bazán y Benavides le compromete con la «opinión» de la patria (vv. 9394).
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de la Corona se crece con victorias como la de Longo, que muestran al rey como digno continuador del Rey Prudente. Las ansias de venganza de Fátima, por otro lado, también refuerzan desde ese ángulo la continuidad entre padre e hijo. Fallecido el primer marqués, al que la nieta de Alí, el general turco muerto en Lepanto, hace responsable de la suerte de su abuelo por el papel que tuvo en la decisión de atacar la flota otomana, dirige sus iras contra el hijo, aunque se extienden a todo el linaje de Bazán (pp. 204b-207b). A oídos de Fátima ha llegado, además que el segundo marqués iguala en valor al primero y representa por lo tanto un grave peligro (p. 206b). Aunque no consiga que Aradín asuma verdaderamente el compromiso de vengarla, el personaje de Fátima da actualidad a Lepanto, que se prolonga en el éxito de Longo, y refuerza el vínculo entre padre e hijo. A través de la hechicera Dalifa, Fátima sabe que el cielo depara la victoria —digna de las de su padre— al segundo marqués, que se dirige a Longo (p. 242b). Al final de la obra, justo antes de morir, la nieta de Alí transformará súbitamente sus ansias de venganza en admiración al marqués de Santa Cruz que se hace extensiva a su padre. Finalmente, las constantes alusiones y juegos de palabras, tanto de cristianos como de turcos, a la (santa) cruz del título de marqués (pp. 221b, 223a, 232a, 240a, 243a, 250a, 254b), a veces con connotaciones religiosas (pp. 217, 237b y 247a), y a su apellido, Bazán, también refuerzan esa continuidad entre padre e hijo y contribuyen a que lo contemplemos como individuo y cabeza de un linaje. El marqués habla de sí mismo en alguna ocasión como de «un Bazán», igual que lo hacen sus amigos y enemigos, como por ejemplo la agonizante Fátima al final de la comedia (pp. 240a y 255). Así, los turcos llaman o aluden al general enemigo como «un/ el/ ese Bazán», «Bazán» a secas, o «el Bazán de Santa Cruz» (pp. 207b, 237b, 242b, 243a, 251a, 252b) y en más de una ocasión se refieren a los «Bazanes» (pp. 206b, 207a, 237b, 238b, 251a). Por último, aparte de subrayarse explícitamente alguna cualidad compartida por padre e hijo —como es el caso del sentido táctico que demuestra el segundo al disponer el orden de ataque (p. 247a)—, se les compara con los mismos generales de la Antigüedad, César y Alejandro (pp. 215b, 223b, 231b y 249). En otros lugares de su obra, anteriores y posteriores a La nueva victoria..., Lope también vincula estrechamente al segundo marqués con su ilustre padre, el presente con el glorioso pasado. Así, en la epístola «Al contador Gaspar de Barrionuevo» y en la Jerusalén conquistada, el segun-
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do marqués es «fénix» o reencarnación del primero y en La Dragontea, El peregrino y la «Canción al marqués de Santa Cruz» se subraya la altura del heredero.95 Por su parte, en Servir a señor discreto, los méritos militares del segundo marqués traen a la memoria el recuerdo de su padre y las hazañas de padre e hijo se suman en la dedicatoria a éste de la Décima parte, así como en la «Canción al marqués de Santa Cruz».96 Es en dicho poema en el que la comparación entre padre e hijo se desarrolla más, y mediante el recuerdo de las victorias de Lepanto y las Azores se nos sugiere que el segundo marqués prestará servicios comparables a la Corona.97 En conclusión, esperamos haber mostrado la alta probabilidad de que La nueva victoria del marqués de Santa Cruz —que celebra una victoria menor aplicándole una lente de aumento que afecta desde los datos más objetivos hasta la construcción de las tramas ficticias— tenga su origen en un encargo de Álvaro de Bazán y Benavides o su entorno al dramaturgo. No nos consta, sin embargo, que el «galardón» que la pieza habría buscado favorecer y que el vencedor de Longo da por seguro al final de la comedia se hiciera efectivo (p. 255b).98 El fuerte carácter genealógico de la obra, que intenta resaltar a cualquier precio la continuidad entre el primer marqués de Santa Cruz y su hijo, encajaría con este contexto e intencionalidad. Más allá de la exaltación particular del linaje de Bazán, la comedia es un interesante testimonio de la cultura e identidad nobiliarias.99
95 Véase más arriba, en la p. 158, la reproducción del pasaje de la epístola que nos interesa y, por otra parte, la Jerusalén conquistada (I, p. 163), La Dragontea (vv. 309312), El peregrino en su patria (p. 374) y La Filomena (p. 867, vv. 93-94). 96 Servir a señor discreto (vv. 494-499), Décima parte (Madrid, Diego Flamenco, ¶4) y La Filomena (p. 866, vv. 29-36). 97 La Filomena (pp. 867-868, vv. 85-112). 98 Álvaro de Bazán y Benavides siguió al mando de las galeras de Nápoles —el cargo que tan corto le iba según el virrey (p. 223a)— hasta 1616, fecha en la que fue nombrado general de las galeras de España (Fernández Duro, 1885, p. 188). 99 Véase ahora Ferrer, 2012.
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Fig. 1: Jerónimo de Corte Real, Felicísima victoria concedida del cielo al señor don Juan de Austria…, Lisboa, Antonio Ribero, 1578, f. 1r.
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Fig. 2: El estandarte de la Santa Liga en la portada del panfleto Ritratto d’una lettera scritta all’illustrissimo et eccelentissimo signor ambasciator Cesareo dalla Armata, Roma, herederos de M. Antonio Blado, 1571.
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Fig. 3: El estandarte de la Santa Liga según Jerónimo de Corte Real, Felicísima victoria…, f. 94v.
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Fig. 4: Banderas victoriosas y banderas derrotadas en Jerónimo de Corte Real, Felicísima victoria…, f. 205v.
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Fig. 5: Juan Bautista Maino, La recuperación de Bahía (Madrid, Museo del Prado).
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Fig. 6: La recuperación de Bahía, detalle.
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Fig. 7: La recuperación de Bahía, detalle.
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Fig. 8: Hendrick van Balen, Don Álvaro de Bazán dando gracias (Ciudad de México, Museo de San Carlos).
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«SEGUIR LA GUERRA»: LOS ESPAÑOLES EN FLANDES Y EL ASALTO DE MASTRIQUE
Las principales comedias históricas de Lope de Vega sobre la guerra de los Países Bajos, situadas ambas en tiempos de Felipe II, son Los españoles en Flandes y El asalto de Mastrique por el príncipe de Parma, escritas entre 1597 y 1606 la primera, y entre 1595 y 1606 la segunda.1 Otras piezas del Fénix abordan la larga contienda en alguna de sus distintas fases, pero lo hacen de forma menos directa o relegando la historia a un segundo plano.2 En cuanto a la materia tratada, los dos textos mencionados pueden leerse de forma casi sucesiva y juntos abarcan menos de dos años de gobernación española en Flandes, desde otoño de 1577 hasta el 29 de junio de 1579, bajo don Juan de Austria en Los españoles... y bajo Alejandro Farnesio en El asalto... Concluyen, como suele ocurrir en el 1 Tomamos las fechas de redacción de Morley y Bruerton, 1968, pp. 322 y 286-287, aunque acortamos la horquilla que los estudiosos americanos dan para El asalto de Mastrique (1595-1607), comedia que la compañía de Gaspar de Porras representó en Salamanca el 10 de julio de 1606 (Haley, 1971, p. 264). En el caso de Los españoles en Flandes, el término ante quem viene establecido por un contrato que acredita la venta por parte del actor Juan de Ribera Vergara de La vuelta de los españoles a Flandes (sic) al autor Alonso Riquelme el 22 de febrero de 1606 (San Román, 1935, doc. 209). El 2 de octubre de 1604, Girolamo da Sommaia anota en su diario la representación en Salamanca de Los españoles en Francia, única referencia que conozco a una comedia de este título (p. 148). 2 El Brasil restituido (1625) y La nueva victoria de don Gonzalo de Córdoba (1622) inciden más o menos directamente en la actualidad del conflicto hispano-holandés durante el reinado de Felipe IV, y en el caso de la segunda, en estrecha relación con el complejo marco de la Guerra de los Treinta Años. Por su parte, en la novelesca Pobreza no es vileza (probablemente 1620-1622) la historia es más bien un telón de fondo ante el que discurren otro tipo de intrigas, como ocurre en el tercer acto de El aldegüela (1612-1614), de la que Sierra Martínez, 1992 defiende la autoría lopesca.
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género, con sendas victorias de las tropas de Felipe II en los Países Bajos: Los españoles... con la batalla de Gembloux el 31 de enero de 1578 y El asalto... con la toma de Maastricht el 29 de junio de 1579, dos victorias que podemos inscribir en un contexto muy significativo de la gobernación española de los Países Bajos.
«LA VUELTA DE LOS ESPAÑOLES EN FLANDES» En efecto, ambos textos nos retrotraen al punto de inflexión que a partir de 1577 inició un ciclo marcado por la recuperación de la supremacía real. Principalmente bajo la égida de Alejandro Farnesio, nombrado sucesor de don Juan de Austria el 29 de septiembre de 1578, esta tendencia iba a culminar en los éxitos militares que se sucedieron a partir de 1583, extendida, según iban avanzando las tropas, a una parte cada vez mayor de los Países Bajos.3 Como lo recoge el título con el que Lope llamó en la segunda edición del Peregrino a la primera de estas comedias, se trataba de una auténtica vuelta de los españoles en Flandes.4 Pero recordemos con algún detalle los acontecimientos. Nombrado gobernador real por Felipe II, Juan de Austria llegó el 3 de noviembre de 1576 a unos Países Bajos en estado de rebelión generalizada. El rey le había dado poderes para retirar las tropas españolas y reconocer a los Estados Generales, y no marcaba otros límites a la negociación que salvar en la medida de lo posible «la religión y mi obediencia» (Parker 1989:174). Así pues, desde la seguridad de Luxemburgo, una de las dos provincias —sobre un total de diecisiete— que reconocían su autoridad, el gobernador alcanzó un alto el fuego el 15 de diciembre y firmó el Edicto Perpetuo el 12 de febrero de 1577. Juan de Austria aceptaba por este último la Pacificación de Gante acordada 3 Para el resumen del contexto histórico en el que se inscribe la acción de las comedias, me baso en G. Parker, 1989, pp. 167-219, en el que además pueden verse los mapas que muestran la reconquista de los Países Bajos por parte de las tropas realistas, iniciada a partir de 1577 y que se prolongó hasta 1589 (1989, pp. 204-206). Tomo además algún dato de Van der Essen, I, 1933, pp. 188-222. 4 El peregrino en su patria, p. 61. La vuelta de los españoles a Flandes es también, como se ha dicho, el título del contrato de venta de 22 de febrero de 1606 entre el actor Juan de Ribera Vergara y el autor Alonso de Riquelme. Véase igualmente la despedida de la comedia: «Aquí dio fin la batalla/ de Gibelú, y el principio/ de volver los españoles/ a Flandes» (vv. 2958-2961).
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entre Guillermo de Orange y los Estados, que preveía la retirada de las tropas reales, y éstos a su vez reconocían al hermanastro de Felipe II como gobernador y se comprometían al mantenimiento de la fe católica. El 28 de abril las tropas españolas partieron hacia Italia y el 6 de mayo don Juan pudo jurar su cargo en Bruselas. Sin embargo, el rechazo por parte del influyente Guillermo de Orange del Edicto Perpetuo acabó por conducir a la ruptura de don Juan con los Estados Generales. El gobernador tenía la intención de iniciar una nueva campaña militar y solicitó la presencia de tropas españolas. Pero los planes de Felipe II, condicionado por las ofensivas turcas en el Mediterráneo, no iban en ese sentido. El 21 de septiembre, don Juan se vio obligado a aceptar un ultimátum de los Estados Generales que exigía nada menos que la repatriación del ejército, la rendición de todas las ciudades que le eran leales, la aceptación de la Pacificación de Gante y su retirada a Luxemburgo, desde donde debía regresar a España. En palabras de Geoffrey Parker (1989, p. 184), este momento representa «el nadir de la influencia del rey en los Países Bajos». Con todo, a partir del verano de 1577, los sucesivos armisticios con el Turco y la mejora de la situación financiera, que hacía dos años había llevado a declarar la quiebra, permitieron un cambio de política. El 31 de agosto, Felipe II ordenó que los veteranos de Flandes, que se encontraban en Italia, volvieran a su antiguo destino, y a principios de diciembre las primeras tropas ya se hallaban en Luxemburgo.5 El 17 de ese mes se les unió Alejandro Farnesio, encargado de ayudar a don Juan en los asuntos militares. Tal como se ha dicho, el 31 de enero de 1578, el de Austria venció al ejército de los Estados en Gembloux —la victoria con la que se cierra Los españoles en Flandes— y la fortaleza de Maastricht cayó ante Alejandro Farnesio el 29 de junio de 1579. Estos triunfos, no obstante, se explican sobre todo por las profundas divisiones en el seno de la causa neerlandesa a partir de 1577, que cul5 Los dirigentes valones, conscientes de su posición de fuerza ante Felipe II tras haber abandonado los Estados Generales, conseguirían en 1579 la repatriación de todas las tropas extranjeras del ejército de Flandes por el Tratado de Arras. En abril de 1580, pues, 5.500 españoles partieron hacia Lombardía. Sin embargo, los Estados valones reconsideraron su decisión dos años más tarde, de forma que a lo largo del verano de 1582 volvieron las tropas extranjeras, entre ellas las españolas (Parker, 1989, pp. 203-207). Puede considerarse, pues, que cinco años más tarde de la vuelta de los españoles en Flandes que llevó a la escena Lope, hubo una segunda vuelta, esta vez con carácter más definitivo.
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minaron en enero de 1579, unos dos meses antes de iniciarse el sitio de Maastricht, con la formación de dos uniones de provincias de distinto signo: la de Utrecht al norte, rebelde y calvinista, y la de Arras al sur, realista y católica. Estas últimas provincias, valonas, acabaron por retirarse de los Estados Generales y reconocieron la autoridad de Felipe II y su sobrino Alejandro Farnesio por el Tratado de Arras del 17 de mayo. La delegación real en las conversaciones que, a iniciativa de los Habsburgo austríacos, se celebraron en Colonia a partir de ese mes —activo todavía el sitio de Maastricht— pudo exhibir, a diferencia de dos años antes, una postura intransigente ante los Estados. Alejandro Farnesio se hallaba sólo al principio de la reconquista de los Países Bajos, que a partir de 1583 iba a encadenar éxitos militares, y a punto estuvo de ser total.
LOS ESPAÑOLES EN FLANDES Al final de Los españoles en Flandes, se explicita el valor de punto de inflexión —en el sentido de una recuperación de la supremacía real que acabamos de comentar— otorgado a la vuelta de los tercios españoles en 1577 y, ya en el año siguiente, a la batalla de Gembloux. Efectivamente, el soldado protagonista, el histórico Martín Chavarría, formula el preceptivo plaudite dando fin a «la batalla/ de Gibelú, y el principio/ de volver los españoles/ a Flandes» (vv. 2958-2961). El intento de vincular los sucesos de 1577-1578 con el presente, el único marco desde el que se puede hablar de «principio», parece claro.Y es que alrededor de la ausencia o presencia de las tropas españolas en Flandes se construye buena parte del texto, y muy especialmente el primer acto.6 Veamos, pues, cómo hay que entender esa presencia militar a la que, de forma reveladora de la intencionalidad política de la obra, se concede tanto valor. El regreso del ejército se presenta en primer lugar como una necesidad y no como una elección. Felipe II y don Juan, pero también el sargento mayor Vallejo o incluso el gracioso Salvado constatan que la política de negociación anterior se ha demostrado un fracaso y que no 6 Esta construcción del texto a partir de la idea de la vuelta de las tropas se puede percibir en la forma, no muy distinta a como en algunas comedias el cuerpo de la obra repite su título, en la que continuamente iremos oyendo a los más distintos personajes conjugar los verbos volver o venir los españoles a Flandes, los mismos que el rey había mandado echar o sacar de ese país.
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puede confiarse ya en los Estados, que no han mantenido en absoluto los compromisos contraídos en el Edicto Perpetuo (después de v. 65).7 La sospecha de don Juan de que sólo los firmaron para ver a su país libre de tropas españolas —en lo que Vallejo, en otro lugar, califica de «engaño» (v. 781)— se ha visto a su juicio confirmada por los hechos posteriores a la retirada de las tropas (vv. 143-153). El resultado, según la particular lectura que de los últimos sucesos de Flandes nos ofrece el gobernador, es que a los cambios legislativos y el perdón por anteriores revueltas —además de la salida de los españoles, claro está— que él ha ofrecido, los flamencos han respondido con una nueva rebelión (vv. 1446-1451). Los únicos que defienden el mantenimiento de una actitud conciliadora son precisamente el duque de Aerschot y su hermano el marqués de Havré —Ariscote y Abre en el texto—, los consejeros que no tardarán en mostrársenos como rebeldes (vv. 138-175).8 La comedia incluso desliza la sugerencia de que la retirada de los españoles fue un error, cuya responsabilidad en última instancia recae sobre Felipe II.Ya en el momento de la partida, los soldados habían pronosticado que don Juan se iba a arrepentir de la decisión de retirar las tropas españolas (vv. 116-117). Pero es don Rodrigo Pimentel, hijo del octavo conde de Benavente y uno de los consejeros que acompañan a don Juan en la angustiosa espera de los veteranos españoles provenientes de Italia, quien, vistas las consecuencias, va más allá en su análisis y califica de «yerro, y muy notable» (v. 177) haber dejado a don Juan como gobernador sin que contara con los efectivos necesarios. A su juicio, las tropas españolas garantizaban un cierto respeto a la autoridad que, ahora que se carece de ellas, brilla por su ausencia, hasta el punto de que la integridad física de don Juan no está garantizada.9 En un plano más
7
Ni que decirse tiene que los rebeldes consideran que es don Juan quien rompe los términos del Edicto Perpetuo al llamar de nuevo al ejército de Flandes, como tendremos ocasión de analizar más abajo. 8 El duque de Aerschot, a la sazón gobernador de la provincia de Flandes, y su hermano, el marqués de Havré, eran figuras importantes de la nobleza católica del sur de los Países Bajos, tradicionalmente leal. Sin embargo, puede considerarse que desde septiembre de 1576, antes de la llegada de don Juan a Flandes, Aerschot había roto con la Corona. El marqués de Havré —y el conde de Bossu, al que nos referiremos más adelante— no tardaría en seguir sus pasos (Parker, 1989, pp. 172173 y 180-183). 9 La escasa aceptación de la autoridad real entre los flamencos ya había sido denunciada con crudeza por otro de los consejeros, Gabriel Niño, según el cual «no
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abstracto, don Juan ya había calificado a los soldados de «basas y fundamento del sosiego/ de estos Estados» (vv. 147-148) en el mismo consejo en el que había de intervenir Pimentel. A lo largo de toda la obra se insiste mucho en la realidad (histórica, por otra parte) del grave peligro que afronta don Juan, especialmente mientras carece de la protección de sus hombres.10 En palabras de Felipe II, que conocemos por la carta que le envía a Alejandro Farnesio, don Juan se encuentra sin ellos «en peligro de la vida» (después de v. 65). En las más gráficas del alférez Chavarría, al ordenar la retirada de las tropas, el rey dejó a un «pobre cordero/ junto al lobo carnicero» (vv. 335-336). Ni que decirse tiene, pues, que la vuelta de los españoles representa para don Juan una salvación física y política que acoge con el más profundo de los agradecimientos (vv. 714-738 y 836-868). El carácter primordial de auxilio a la persona de don Juan que tiene en ese primer momento la vuelta de los soldados a Flandes, despolitiza hasta cierto punto el movimiento de tropas, especialmente teniendo en cuenta los lazos de afecto con que se nos presenta la relación entre el gobernador y los militares. También para éstos la orden de volver es un motivo de alegría, pero muy especialmente de revancha (vv. 94-125, 745-750 y 784-795). Los soldados la obedecen con todo el celo y rapidez de los que son capaces, preocupados por don Juan y conscientes de la trascendencia de liberarlo (vv. 430-433). Les domina, con todo, el ánimo de venganza ante una rebelión anunciada, puesto que, ya lo hemos dicho, desde el momento de su partida podían intuir la situación en la que dejaban al gobernador de Flandes (vv. 106-125). Incluso se explica la crueldad de la toma de Roermond (Roremonda) por el recuerdo todavía hiriente de la forma como se desarrolló la partida para Italia (vv. 1592-1599). Por otra parte, la propia vuelta a tierras de Flandes les alegra, tal como queda claro en los apóstrofes con los que la saludan a su llegada (vv. 739-782). La con-
hay criado de Su Alteza en Flandes/ que no sufra mayores improperios/ que si fuera en Argel de un moro esclavo» (vv. 166-168). 10 Menéndez Pelayo, 1969, p. 128 cita en su prólogo a Don Juan de Austria en Flandes, atribuida hoy a Alonso Remón, un par de cartas del gobernador a Felipe II, escritas el 16 y 24 de marzo de 1577, o sea, poco antes de la retirada de las tropas, en las que se muestra conocedor de planes para asesinarle. En nuestra obra, la protección de los soldados no impide, en cualquier caso, que Adolfo intente un nuevo asesinato a traición del gobernador, el séptimo u octavo según los cálculos del conde de Bosú (vv. 2023-2025).
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sideran su patria, más incluso que aquella en la que nacieron, aunque sientan que su amor no es correspondido. Son muchas las experiencias y sufrimientos acumulados ahí en unos años decisivos de su vida, incluso con el resultado para alguno de la formación de una familia.11 No hay que olvidar, finalmente, en una comedia que al igual que El asalto de Mastrique tiene muy presente la perspectiva de los soldados,12 incluso en su materialismo menos lírico, las posibilidades económicas que para ellos representa la vuelta a Flandes. El hidalgo Chavarría, por ejemplo, confiesa al principio de la obra que a su llegada a Italia después del Edicto Perpetuo pasó «negra necesidad» y no ve posibilidades de mejorar su situación ante la falta de frentes militares abiertos donde emplearse (vv. 301-304 y 328-344). La vuelta a Flandes permite al vizcaíno cobrar una paga, naturalmente, pero también apropiarse tras la toma de Roremonda de algunos bienes del enemigo que, revendidos por un precio total de trescientos ducados, le permiten liberar a su mal amigo Durán (vv. 1766-1769 y 2141-2148). Chavarría prevé además recuperar el desembolso realizado con los nuevos «despojos» que espera obtener en Gembloux. Al final de la obra, le aguarda un cuantioso rescate por la captura de Antoine de Goegnies (Mons de Goni), y, por sus extraordinarios servicios, recibe la promesa de un hábito de Santiago y obtiene la mano de la noble Rosela. De forma más humilde, en una escena cómica, el maltrapillo Salvado se agencia cantidad de ropa con la que por fin vestirse decentemente, aunque se ve obligado a compartirla con Marcela (vv. 2839 Acot-2879). Los saqueadores de poca monta no hacen más que obedecer, aunque algo prematuramente, la orden de don
11 Deberían ser muchas más las familias que la guerra separaría que aquellas a las que juntaría, pero a Lope sólo le interesan los datos que contribuyan a mostrar el perjuicio de la retirada de las tropas y el beneficio de su vuelta. 12 Loftis, 1987, p. 46 destaca la atención que Lope presta a los soldados rasos, que tienen una entidad como personajes que no se da en otros dramaturgos y que, por ejemplo, se encuentra en las antípodas de los soldados de Shakespeare. Incluso si nos atenemos a términos de comparación tan próximos a Los españoles... como Don Juan de Austria en Flandes —la comedia que por los mismos años escribió Alonso Remón— buscaremos en balde equivalentes de los soldados Chavarría, Durán o Salvado, y ya no digamos del discurso de este último en el que distingue entre las condiciones en que practican la guerra los «marquesotes caballeros» y los soldados rasos (vv. 801-814 y 946-948). Es más, en el par de breves intervenciones de soldados en Don Juan..., más centrada en la cúpula del poder español, el único nombre que les dan las didascalias es el de su profesión (pp. 347a y 370).
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Juan que, tras dar gracias a Dios por la victoria, advierte a sus «hijos» los soldados que compartan el botín (v. 2897).13 Este martilleo sobre la necesidad de la vuelta de las tropas, que de hecho viene a reparar un error, y que supone nada menos que la salvación de la vida de don Juan, deja en sordina la percepción del regreso de los tercios españoles que tienen los rebeldes. De hecho, los intentos de los falsos consejeros, el duque de Ariscote y el marqués de Abre, de disuadir a don Juan de adoptar la medida y la reacción de indignación que muestran al saber que la decisión ya está tomada, contribuyen en realidad a sancionar, dada su condición de traidores, la bondad de la misma. Para los hermanos Ariscote y Abre el regreso de los veteranos significa, aparte de la ruptura de los compromisos reales contraídos en el Edicto Perpetuo, el retorno del «yugo» (v. 243), de la explotación de los flamencos por parte del rey: ARISCOTE
[...] Ya vuelven los españoles, los que haciendo tantos robos son de nuestra sangre lobos, de nuestra plata crisoles (ed. Sauter, vv. 234-237).
Debemos plantearnos, sin embargo, el valor de verdad que Lope o el público de entonces podían otorgar a las palabras pronunciadas por el duque en el momento en que se descubre como rebelde. En caso de que se lo concedieran, además, hay que sopesar hasta qué punto se entendía que la agresión a los bienes y a la vida de los flamencos denunciada por Ariscote hacía referencia a los neerlandeses en general o a aquellos que se habían rebelado contra su rey.14 13
La amada de Salvado, Beatriz, entiende que la codicia de «robar ricos despojos» puede restar celo militar a los soldados y atribuye la poca tendencia saqueadora de su compañero a su respeto por «la honra de español» (vv. 796-800). La obra desmiente, sin embargo, los escrúpulos de Salvado, primero con el robo de pan a una labradora flamenca (en realidad, Rosela disfrazada; vv. 1779-1972), y luego con la obtención, sin cargo de conciencia alguno, del humilde botín textil que acabamos de reseñar. El robo del pan puede además interpretarse, a partir de una antigua tradición, como un eufemismo escénico que alude a una ofensa de tipo sexual (Márquez Villanueva, 1988). 14 La distinción —tan discutible en la práctica como se quiera— es sin embargo relevante, pues Rodríguez Pérez, 2002 sugiere que la concepción del conflicto en
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En cualquier caso, la presencia de la voz de los rebeldes —mucho más audible y verosímil en la obra de Lope que en Don Juan de Austria en Flandes, la comedia que por los mismos años escribió Alonso Remón— ha dado lugar a lecturas de la pieza del Fénix que no compartimos.15 En un libro por otra parte muy valioso, Loftis (1987, pp. 38-53) considera que Los españoles en Flandes, al igual que El asalto de Mastrique, cuestionan implícitamente la política de continuación de la guerra en los Países Bajos y son representativas del clima que llevó al alto el fuego de 1607 y la tregua de 1609.16 Sin duda, Los españoles... cuenta, al lado de pasajes en los que los soldados de don Juan dan rienda suelta a su agresividad, con otros en que tanto éstos como los rebeldes muestran la conciencia del sufrimiento que en su respectivo campo ha causado la larga guerra.17 Tal vez sean más significativos en ese sentido, dada la identidad de los emisores, aquellos en que los soldados expresan sus padecimientos y no tanto aquellos señalados por Loftis en los que los rebeldes se erigen en portavoces de la opresión de sus compatriotas.18 En cualquier caso, estos
su dimensión flamenca como guerra civil predominó en el teatro escrito durante la primera fase de la contienda, de 1568 a 1609. Considérese a modo de contraste el rigor ejemplarizante con que don Juan trata la denuncia que presenta una labradora de la neutral provincia de Lieja —«el vecino/ país que nos da sustento» (vv. 18801881)— aun cuando el hecho que la motiva es tan ínfimo como el robo por parte de un soldado español (Salvado) del pan que pretendía vender la villana (en realidad, Rosela disfrazada; vv. 1779-1972). Téngase en cuenta, sin embargo, la n. 13 para el posible significado metafórico del pan. 15 Para más datos sobre Alonso Remón y la fecha de escritura de Don Juan de Austria en Flandes, véanse las nn. 42 y 43. 16 No sería el caso, siempre según Loftis, de Pobreza no es vileza, redactada justo antes o poco después de 1621, fecha de la ruptura de la tregua iniciada en 1609. 17 Entre aquellos pasajes en los que aflora la agresividad de las tropas realistas, podemos destacar el deseo del alférez Chavarría de quemar Bruselas (vv. 566-568 y 680), la cómica pero significativa asunción por parte del maltrapillo Salvado de un papel de verdugo y su expectativa de comerse dos flamencos en jalea (vv. 790795), y la referencia del conde Berlaymont (Barlamón) y el relato de Chavarría del degüello de los rebeldes que sitiaban Roremonda, llena de naturalidad en el primer caso e incluso complaciente en el segundo (vv. 1410-1413, 1520-1522 y 1588-1605). 18 Pero incluso en el pasaje en que, de forma más destacada, los soldados expresan el sufrimiento y sacrificio que para ellos representa la guerra (vv. 739795), el dolor padecido en suelo flamenco redunda en una mayor vinculación con la que consideran su patria y en un afianzamiento de su compromiso con la defensa de la supremacía real.
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pasajes, lejos de alterar el mensaje belicista de la obra, no hacen sino mostrar la calidad dramatúrgica de Lope, capaz de ponerse en la piel de sus personajes, por opuestos que éstos le sean a él y a su público, capaz, en fin, de abordar un conflicto desde distintos ángulos para representarlo mejor.19 Como hemos visto arriba, Ariscote pinta a los españoles como verdugos y saqueadores, pero quien habla es un rebelde en el momento de conocer la noticia de la vuelta de las tropas y quitarse la careta de cortesano de don Juan ante el espectador.20 Es probable que autor y público no pudieran sino considerar que dicha visión contiene mucho más de distorsión que de verdad. Debemos ser conscientes en este sentido de que la distancia respecto al conflicto de los estudiosos actuales, inmersos en unas coordenadas muy diferentes de las del público español de la época, nos hace percibir, con toda probabilidad, pasajes como el señalado de forma bastante distinta a como lo haría un espectador de entonces. En cualquier caso, creo que, aparte del emisor, hay que atender al contexto dramático en el que se enuncian ciertos juicios —como los que pone de relieve Loftis— y a la economía general de la obra. Así, la opinión del duque de Ariscote ante don Juan en el sentido de que no es necesaria la vuelta de las tropas (vv. 138-142), por ejemplo, es interesada en tanto el flamenco es un rebelde latente que persigue el debilitamiento de la autoridad española en los Países Bajos. La insinuación de Mons de Goni —en respuesta a una pregunta retórica de Ariscote que va en el mismo sentido— de que Felipe II no ha podido prestar a don Juan la ayuda necesaria para la campaña hay que interpretarla como una bravuconada más entre las que trufan el diálogo de los rebeldes (vv. 2015-2022), todas ellas desmentidas en los primeros compases de la batalla. Si bien podemos aceptar que Lope alude a dificultades financieras de las que la población debía tener cierto conocimiento, consideramos que lo que el texto hace con esa referencia es relativizarla mediante la inminente victoria. Querer ver en este momento del diálogo de los 19
Lida de Malkiel, 1973, pp. 78-85 destaca, a propósito de un aspecto afín como es la representación de los judíos en el teatro de Lope, la capacidad dramatúrgica de éste de identificarse con el punto de vista de todos los personajes que saca a escena, incluidos los de origen hebreo, característica que opone a lo que ocurre en el teatro de Tirso, cercano al prejuicio popular. 20 De nuevo, pienso que hay que otorgar más valor de verdad a las citadas declaraciones de Gabriel Niño, mayordomo de don Juan de Austria y maestre de campo, sobre el odio que la población tiene a los españoles (ver n. 9).
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rebeldes, como hace Loftis (1987, p. 39), una llamada de atención al elevado coste económico de la guerra nos parece sacar de contexto la fanfarronada de los que han de ser vencidos. Finalmente, el episodio del intento de asesinato de don Juan por parte de Adolfo, muestra tal vez —como propone Loftis— la resistencia por principio a la dominación española, pero lo hace degradando dicha resistencia a través de un personaje obcecado e irascible, patológicamente antiespañol, y que es manipulado por los jefes rebeldes, tal como veremos más abajo. Regresemos, tras este excurso, al campo realista, y más concretamente, a sus razones para la guerra. Porque ¿a qué vuelven los españoles? ¿Cómo puede justificarse la inversión de tantos recursos humanos y económicos durante tanto tiempo? El texto se encarga de aclarar las causas y objetivos políticos que implican a la Monarquía en el conflicto, sin prestar apenas atención a su posible justificación religiosa.21 En primer lugar, está el hecho incontestable de que los Países Bajos son una herencia que Felipe II recibió de Carlos V (vv. 1422-1425), especialmente querida entre tantos dominios como el rey posee en todo el mundo (vv. 1434-1445).22 Y en segundo lugar, está la amenaza igualmente real de una pérdida completa de la soberanía sobre esos territorios de no actuar con determinación. Chavarría, por ejemplo, piensa que una derrota en Gembloux equivaldría a la pérdida de Flandes para Felipe II (vv. 2189-2194). Defender el control real de unos territorios que le pertenecen por herencia es defender el honor y la opinión de España (vv. 1492-1493, 2193-2194 y 2217-2221). A su vez, mantener y afianzar Flandes en el seno de la Corona de Felipe II es defender el poder universal y justo de éste, tal como lo vemos representado en la visión que don Juan tiene antes de incorporarse a la batalla (vv. 2651
21
Gómez Centurión, 1999, pp. 37-38 ya notó esa voluntad adoctrinadora del texto, así como la naturaleza exclusivamente política de su justificación de la guerra, que prácticamente pasa por alto lo religioso, algo más presente en El asalto de Mastrique. 22 El afecto de Felipe II por Flandes se explica por ser «prenda/ del vínculo y encomienda/ de dos príncipes tan grandes [Carlos V y él mismo]» (vv. 1443-1445) tal vez porque el traspaso de su soberanía fue un hito en el proceso de transición de uno a otro reinado. El emperador renunció en favor de su hijo en una emotiva ceremonia ante los Estados Generales en Bruselas el 25 de octubre de 1555, tres meses antes de firmar la abdicación de los dominios españoles de Europa y América (Lynch, 2003, p. 120).
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Acot-2671).23 Respecto a Flandes, parece pues que hay que hacer como el ocioso soldado Chavarría del principio de la obra, antes de saber que podía emplearse de nuevo en los Países Bajos, y añorar e inspirarse en la tenacidad de los griegos en Troya: «Nunca dejaron/ la guerra, que allí estuvieron/ firmes hasta que vencieron,/ y diez años pelearon» (vv. 350-353). Ya hemos dicho que el esfuerzo bélico en Flandes no se justifica a partir de motivos religiosos, sino políticos. Lógicamente, esto implica que los enemigos son concebidos como rebeldes y no como herejes, a diferencia de lo que ocurre en Don Juan..., en la que prima esa segunda característica, y en El asalto de Mastrique, en la que conviven las dos.24 De hecho, es muy llamativo que, frente a una decena de ocasiones en los que se emplea «rebelde(s)» o «rebelados» como adjetivo o incluso como nombre, no haya una sola referencia directa a la herejía de los enemigos.25 Incluso en la escena previa a la batalla final en la que don Juan tiene la visión, se refiere en su plegaria al Señor al «rebelde flamenco pertinaz» (v. 2621) y sólo a través de una compleja analogía se sugiere que los rebeldes están alejados de Dios. Es ilustrativo comparar esa vi23
Tal vez sea en esta visión donde hallemos la referencia a la religión que, más allá de las tópicas peticiones de victoria o favor, por un lado, y acción de gracias, por otro, más estrechamente podemos relacionar con el conflicto bélico. Don Juan se dispone a castigar a los rebeldes ayudado por la vara de juez que es el crucifijo (vv. 2625-2627), la Imaginación le muestra a «quien guía tu heroica hazaña» (v. 2631), que se supone que es el Cristo que hay representado en su estandarte, e introduce la visión de la siguiente forma: «Y pues Felipe Segundo/ por la religión pelea,/ hoy quiere el cielo que vea/ tu imaginación el mundo» (vv. 2632-2635). 24 La mayor presencia del elemento religioso en Don Juan de Austria en Flandes ya había sido puesta de relieve por Gómez Centurión, 1999, n. 35. También puede considerarse que la probable fuente de Los españoles..., Los sucesos de Flandes y Francia del tiempo de Alejandro Farnese, del capitán Alonso Vázquez, sobre la que hablaremos más abajo, presta más atención a la dimensión religiosa del conflicto que la comedia de Lope. 25 Véanse los vv. 722, 1212, 1409, 1591, 1596, 1628, 1952, 2621 y 2735. No contemplo el sustantivo rebelión ni el verbo rebelar porque a mi juicio carecen de valor contrastivo respecto herejía o hereticar que sí se da en cambio en el par rebeldehereje. En Don Juan..., en cambio, contabilizo sólo cuatro casos de «rebelde(s)» o «rebelada gente» (pp. 369b, 373a, 381b, 387a) frente a nueve de «hereje(s)» (pp. 370a, 380a, 385b, 387b —dos casos—, 388a —dos casos—, 389a y 390b), e incluso aparece en una ocasión «luterano» (p. 388a). Por su parte, en El asalto de Mastrique registro un número idéntico de «rebelde(s)» (vv. 1056, 1058, 1306 y 2476) que de «hereje» y «luterano(s)» (vv. 46, 332, 409 y 852).
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sión secular del poder universal de Felipe II que la Imaginación pone delante de los ojos de don Juan en Los españoles... con la marcadamente religiosa de Remón, en la que la cruz herida recuerda al gobernador de Flandes que está defendiendo la causa de Dios y lo invita a vengar el ultraje infligido a Cristo por los herejes (p. 388). En general, mientras que en Los españoles... los combatientes de Felipe II mencionan sobre todo que luchan al servicio del rey, los líderes militares de Don Juan... insisten siempre en que lo hacen en un doble plano, secular pero también divino. Además, de forma parecida aunque no tan clara como en Don Juan..., se insinúa que el foco social de la rebelión es la alta nobleza.26 Y no sólo porque los principales enemigos de don Juan (el conde de Bosú, el duque de Ariscote y el marqués de Abre) sean nobles católicos del sur, sino porque el propio conde hace notar al duque y al marqués que el rechazo de éstos a la autoridad de don Juan ha favorecido el regreso de los tercios y porque cree que los grandes han atizado el descontento popular (vv. 1088-1099).27 También parece significativo de la voluntad de atribuir la parte principal de responsabilidad de la rebelión a los nobles el repaso por parte de Chavarría de los que integran el ejército enemigo, que termina refiriéndose a la presencia de «otros titulados» (v. 2173). Los enemigos, encarnados en primer lugar por el marqués de Abre y el duque de Ariscote, son presentados como traidores que abusan de la confianza de don Juan para socavar mediante su influencia en el gobernador la autoridad de éste y la del rey, a las que precisamente debieran servir. El mismo Ariscote confiesa a su hermano Abre la falsedad radical de su comportamiento, que esconde su verdadero rostro bajo una máscara (vv. 255-257) y demuestra obediencia a quien desea ver humillado: «quisiera ver a mis pies/ a quien hoy beso la mano» (vv. 228-229). También es significativo que el duque y el marqués recurran al engaño para huir de Namur en dirección a Bruselas, donde deben reunirse con el conde de Bosú, el general rebelde (vv. 262-285). 26
Véanse, en el caso de la comedia de Remón, los comentarios de don Juan y Otavio Gonzaga tras el aviso de los condes flamencos del peligro que le aguarda a aquél en Bruselas (p. 372a) y la amarga constatación de Sancho de Ávila, recién llegado de Italia junto al resto de las tropas, al encontrarse con el gobernador: «La nobleza/ desta gente le ha vendido [a don Juan]» (p. 385a). 27 Por cierto que es difícil conciliar esta supuesta responsabilidad de Ariscote y Abre en la apuesta de don Juan por una solución militar con la apariencia de lealtad que ellos mismos reconocen haber cultivado.
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El texto tiende a subrayar, por otra parte, las divisiones o antagonismos que esconden las filas de los enemigos. Los rebeldes deben superar, por un lado, diferencias políticas de calado y, por otro, alguno de sus más destacados líderes no impedirá la muerte de uno de los nobles rebeldes guiado por intereses de orden puramente personal. Ya hemos observado que en la primera escena, en la que vemos a los hermanos Ariscote y Abre integrados en el ejército al mando del conde de Bosú, éste les recrimina su «culpa» en la vuelta de las tropas españolas, dado su rechazo de la autoridad de don Juan (vv. 1088-1099). Otro aspecto indecoroso del enemigo se nos presenta en el episodio del tan idealista como ingenuo ofrecimiento del noble Adolfo de atentar contra la vida de don Juan, manipulado por Ariscote en función de intereses personales —el amor por Rosela, para la consecución del cual Adolfo, su hermano, es un obstáculo— absolutamente alejados de cualquier objetivo político (vv. 1997-2096). Entre los enemigos, el personaje de Adolfo, presentado en radical contraste con su hermana Rosela, merece especial atención. Los sentimientos de ambos respecto a España son extremos y opuestos: él es un furibundo antiespañol y ella, enamorada de don Juan, es una entusiasta prohispánica.28 El contraste entre ambos hermanos, junto al de los nobles flamencos rebeldes y el leal conde Berlaymont —Barlamón en el texto—, dan testimonio de proyectos políticos encontrados en el seno de la sociedad neerlandesa y, en definitiva, de la comprensión de la revuelta como una guerra civil.29 Por si había alguna duda, don Juan se 28 El personaje de la extranjera enamorada de un militar español que sirve, con mayor o menor responsabilidad, en la tierra natal de aquélla, es motivo recurrente en las obras de teatro de tema flamenco —la Rosela de Los españoles..., Arcila e Ircana en Don Juan de Austria en Flandes, en parte Aynora en El asalto de Mastrique, Rosela de nuevo en Pobreza no es vileza— pero también lo encontramos, por ejemplo, en las de tema americano. En los dos primeros casos citados, las mujeres cuentan además con un familiar (hermano o padre) decididamente antiespañol. Es obvio que los sentimientos de estas mujeres las convierten en un vehículo ideal para transmitir al público la bondad de la misión militar en el país en cuestión, en lo que es un uso ideológicamente motivado de la intriga amorosa secundaria, que viene a reforzar el mensaje de la intriga histórica principal.Véase para esto último Marín, 1958, pp. 171 y 40-42, y para la flamenca enamorada del militar español Rodríguez Pérez, 2002, pp. 822-826. 29 Rodríguez Pérez, 2002, que analiza la imagen de los neerlandeses en los textos españoles y su evolución a lo largo del conflicto, sugiere que la consideración de éste en su dimensión flamenca como guerra civil predominó en el teatro escrito durante la primera fase de la contienda, de 1568 a 1609. Como consecuencia, no
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preocupa de dejar claro, a partir del ejemplo de Rosela y Adolfo, que los proespañoles tendrán su premio y los antiespañoles su castigo (vv. 2365-2367). Adolfo es presa, pues, de una exagerada patología antiespañola, que le lleva a abandonar el domicilio familiar ante la negativa de su hermana a devolver los prisioneros españoles que le ha regalado el duque de Ariscote.Tal vez a la «cólera infernal» (v. 1190) de la que se dice poseído entonces hay que atribuir también la principal acción de Adolfo en el texto: el intento, finalmente fallido, de asesinato a traición de don Juan, a cuyos aposentos consigue llegar vestido de fraile. Antes de ser abatido por la guardia del gobernador, Adolfo sólo logra herir a su hermana Rosela, a la que confunde con el hermanastro de Felipe II. La motivación que impulsa a Adolfo para realizar tal acción es, junto a la paz y libertad de la patria, una desordenada búsqueda de la fama, que se pone de manifiesto en su encargo a Bosú y los nobles rebeldes de que, una vez llevado a cabo el atentado, levanten una estatua en su ciudad para recordarle (vv. 2059-2069) o en la nota reivindicativa en la que se identifica y que no se olvida de traer consigo en el momento del ataque (vv. 2350-2356). Adolfo carece, sin embargo, de un plan propiamente dicho, pero Ariscote —pariente suyo para mayor gravedad (v. 1998)— le pide a Bosú que no le impida llevar a cabo la temeraria acción, de antemano condenada al fracaso, por las razones que ya hemos aducido. Hay que señalar, pues, que Bosú y Mons de Goni son cómplices de la culpable negligencia militar que les propone Ariscote. De esa forma, la acción de Adolfo, repugnante ya a priori desde un punto de vista cristiano, se ve degradada no sólo por el vano erostratismo del flamenco, sin olvidar su traición y cobardía (vv. 2338, 2343 y 2805), sino por el uso espurio —radicalmente contrario a la camaradería militar y motivado por causas de índole estrictamente personal— que Ariscote hace de los alocados planes del flamenco. Contra su deseo, Adolfo no recibirá ninguna publicidad post mortem de su acción, sobre la que se guardará silencio —aun ante el mismo príncipe de Parma— para no tentar a eventuales imitadores (vv. 2369-2373). todos los neerlandeses se presentan entonces como enemigos, tal como en Los españoles... atestiguan Rosela, el conde de Barlamón o los habitantes de la asediada Roremonda (vv. 1526-1629). Hay que reconocer, sin embargo, que es a los enemigos —necesarios para construir el conflicto dramático y dotados tal vez de un mayor interés como personajes— a quienes se concede más atención.
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En definitiva, la rebelión e incluso el poco aprecio de los españoles se explican, aparte de por discursos más complejos como el de Ariscote citado más arriba, por sentimientos tan primarios como la envidia y el odio. Otavio Gonzaga atribuye la hostilidad hacia don Juan a aquélla (vv. 223-225), la misma razón que Rosela encuentra para el poco amor de sus compatriotas a España (vv. 1217-1221) y que, junto al odio, Chavarría menciona como el motivo que ha llevado a tantos nobles titulados a integrarse en el ejército rebelde (vv. 2160-2176). La explicación del comportamiento de los enemigos a partir de estos sentimientos negativos despolitiza la rebelión.
Un difícil coprotagonismo Se han observado innegables semejanzas entre Los sucesos de Flandes y Francia del tiempo de Alejandro Farnese, del capitán Alonso Vázquez, y las dos comedias de las que nos ocupamos.30 Como Los españoles..., la crónica empieza en el momento en el que Alejandro Farnesio recibe el encargo de acudir en ayuda de su tío y los dos textos comparten algunos episodios, a menudo tratados de forma similar y con detalles parecidos.31 Todavía más coincidencias presenta el relato de los sucesivos episodios
30 La crónica del veterano soldado se ha conservado en el ms. 2767 de la Biblioteca Nacional, y no se imprimió hasta 1879-1880, fecha en la que Sancho Rayón y Zabálburu la transcribieron en los volúmenes 72 a 74 de la Colección de documentos inéditos para la historia de España. 31 Entre los más reveladores se cuenta el robo del herreruelo a un alférez durante el regreso de las tropas a Flandes (72, pp. 68-69 y vv. 286-677), la captura de un adolescente del campo enemigo con fines de inteligencia antes de la batalla de Gembloux (72, pp. 85-86 y vv. 1843-1850, 2097-2120 y 2560-2565) o el apresamiento de Antoine de Goegnies (Mons de Goni) al final de ésta (72, pp. 94-95 y vv. 2899-2919). El más sobresaliente, sin duda, es la inclusión de una anécdota tan compleja como la del robo del herreruelo o capa a un alférez. El hurto levanta en el soldado las sospechas hacia un hombre que luego se descubre como el príncipe de Parma. En ambas versiones de la anécdota aparece, aunque con un papel más o menos importante, un alférez Chavarría que será reclutado por Alejandro Farnesio para acompañarle a Flandes. Al lado de algunas diferencias, las dos versiones de la anécdota coinciden en detalles muy menudos de situación y diálogo e incluso en la literalidad de alguna expresión. Han estudiado la relación del texto de Vázquez y el de Lope Vosters, 1963, pp. 128-131 y, de forma más completa, Hollingsworth, 1974.
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del sitio de Maastricht de Los sucesos... y el de El asalto de Mastrique.32 La pretensión de que los tres primeros libros de aquellos anales, dedicados a los años de 1577 a 1579, son la fuente principal de nuestras comedias topa sin embargo con problemas cronológicos que no han sido suficientemente ponderados. Mientras que las comedias ya estaban escritas en 1606, como hemos visto, Vázquez cuenta en los primeros folios de su crónica que la idea de escribir el libro le surgió en 1610 al leer sobre sucesos que él mismo había presenciado, y que lo empezó a redactar entonces (72, pp. 8-9).33 Si bien es cierto que a Vázquez los cálculos le fallan en alguna ocasión,34 esta fecha se ve reforzada al revelar el autor que la escritura tuvo que pasar rápidamente a un segundo plano al ser nombrado sargento mayor de la milicia de Jaén, ciudad en la que ya se encontraba el 9 de junio de ese año. Habida cuenta de la fecha de redacción de Los sucesos..., la crítica ha explicado la semejanza entre los textos postulando que el de Vázquez debió circular en una redacción anterior que el autor, que se reivindica como «testigo de vista» (p. 7), se habría guardado de mencionar en los folios prologales.35 Más improbable parece que las similitudes se expliquen por el recurso a fuentes comunes del dramaturgo y el cronista, que reconoce haberse documentado en testimonios y papeles ajenos (p. 9). Hecha esta precisión, vamos a servirnos del texto de Vázquez a la hora
32 Di Pastena, 2001 ha estudiado detenidamente las correspondencias entre El asalto de Mastrique y la crónica. 33 En Flandes, Alonso Vázquez fue sargento y alférez, tal como cuenta en la breve nota biográfica que sobre sí mismo, al igual que sobre otros tantos soldados, incluye al final de la obra (74, p. 416). Véase también la advertencia preliminar de Sancho Rayón y Zabálburu, 1879, 74, pp. XI-XIII y Toral, 1996. 34 Con el fin de defender su neutralidad, aclara que escribe «más de veinticuatro años después de su muerte [del de Parma]» (72, p. 8), es decir, después de 1616, cuando llevaba un mínimo de un año muerto. En efecto, Alonso Vázquez murió a principios de mayo de 1615, tal como documenta Toral, 1996, del que también tomamos el dato siguiente sobre su incorporación al cargo de sargento mayor de la milicia de Jaén. Dada la fecha de fallecimiento del sargento mayor, hay que considerar, pues, como hace este estudioso, que la dedicatoria del manuscrito de Los sucesos..., dirigida a Felipe IV, ha sido modificada por una mano ajena al autor. La fecha que luce —1614—, lejos de ser un error como se ha venido sosteniendo, correspondería a la de la dedicatoria original de Vázquez. 35 Gossart, 1914 fue el primero en formular la hipótesis, aceptada por Montesinos, 1921, Hollingsworth, 1974 y Di Pastena, 2001 y 2002.
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de estudiar algunos aspectos de la comedia relacionados con las principales figuras del campo realista, don Juan y Alejandro Farnesio. De forma llamativa, el protagonismo de la obra de Lope se divide entre ambos personajes, el gobernador de Flandes y su sobrino y lugarteniente. De hecho, es con Alejandro Farnesio con quien se abre la comedia cuando recibe la carta del rey que le encarga la misión de acudir junto a las tropas españolas en auxilio de su tío. Los dos primeros libros de Los sucesos... también presentan ese doble protagonismo, incluso tal vez más inclinado hacia Alejandro Farnesio, con el que —ya se ha dicho— igualmente empieza el relato.36 Por su parte, el protagonismo de Don Juan de Austria en Flandes recae claramente en el gobernador. A la hora de construir a ambos personajes, parece que la condición inicial del italiano como «socorredor» y de don Juan como «socorrido» marca la pauta del resto del texto de Lope. Si don Juan es la figura de autoridad, a la vez que muy unido a sus soldados y muy querido por ellos, y destaca por su devoción religiosa, lo cierto es que es un personaje más previsible y estático, primero porque la hostilidad del entorno y la falta de fuerza militar le obliga a mantenerse a la espera, y luego porque Alejandro suplanta su autoridad en el momento de la batalla, a la que da la impresión que el gobernador no llega a tiempo ni de luchar.37 Alejandro Farnesio es, en cambio, un personaje más dinámico y, en definitiva, interesante, en el primer acto por la misión que recibe y que lo lleva a Flandes desde Italia, pero sobre todo por cuanto en el momento crucial de la batalla toma la iniciativa más allá de lo que le está permitido,38 y asume de hecho funciones reservadas a don Juan. Ligado a este último asunto, todavía más destacable nos parece la insinuación, que no apreciamos en Los sucesos..., de una cierta rivalidad entre ambos 36 Recuérdese que el motivo que —según él mismo reconoce— ha movido a Vázquez a tomar la pluma es el «ver tan obscurecidos los muchos y particulares servicios que a la corona de España hizo Alejandro Farnese» en Flandes (72, p. 7). 37 La incorporación tardía de don Juan a la batalla no aparece en el texto de Vázquez, del que tampoco se desprende esa suplantación de la autoridad a la que hemos aludido. En Los sucesos..., don Juan lucha en la batalla desde el principio, puesto que no se encontraba retirado en su cuartel en el momento de empezar ésta como en Lope (72, pp. 92-94). Sin embargo, lo hace en una posición más retrasada que su sobrino —que, contra la orden expresa de su tío, se ha alejado de su lado para estar en primera fila— y se luce menos. 38 Sin ser un caso equiparable, Alejandro ya había demostrado su arrojo al ofrecerse para ir a reconocer al enemigo, lo que su tío le niega (vv. 1474-1481). Este detalle no se encuentra en Los sucesos... de Vázquez.
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en Gembloux, resuelta en favor del de Parma. Vale la pena detenerse sobre este último punto. Efectivamente, a las puertas de la contienda, don Juan encarga a Alejandro —y es un dato ausente en Vázquez— que sostenga el estandarte real mientras él pone orden en los escuadrones. El de Parma, sin embargo, no se deja engañar por su tío, que pretende de esa forma tener libertad para luchar, y opina que es a él a quien le corresponde quedarse con el estandarte. Poco después, don Juan oye con extrañeza desde su cuartel gritos y tambores de los suyos, y se entera por el conde Barlamón de que Alejandro Farnesio mandó dar la señal de ataque al castellano Olivera. Este último le replicó que no había recibido orden de don Juan, a lo que Alejandro respondió, siempre según el muy neutro relato de Barlamón: «Basta que lo mande yo» (v. 2703). En Lope lo que cuenta es la extralimitación de Alejandro, que aparece como más consciente y menos justificada por las circunstancias militares que en Vázquez, mientras que este último sólo da importancia a la desobediencia del de Parma al haberse separado de don Juan durante la batalla cuando le había prometido quedarse a su lado.39 Entrado, pues, con retraso a la contienda en la que preveía demostrar su valor (v. 2566), don Juan sabe por el capitán Castro que Alejandro estuvo en la primera línea de combate —a lomos de un caballo que él mismo le prestó y junto a dos pajes suyos, por cierto— y que se ha distinguido de manera extraordinaria. La continuación de sus palabras y la reacción de don Juan son como sigue: CASTRO
[...] Si sus hazañas quisiese referirte, mal podría lo que ha hecho en solo un día cuando muchos escribiese. Mas la fama y los poetas con el tiempo las dirán;
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En Los sucesos..., Alejandro Farnesio se aleja en primer lugar de don Juan, contra la orden expresa de este último, para estar en la vanguardia del combate —al frente de la caballería española— cuando éste empiece. Finalmente, es él mismo quien, ante la tardanza de la infantería española, y al juzgar que se dan las condiciones para atacar al enemigo y que estas pueden no ser tan favorables en el futuro, da comienzo a la batalla, sin que Olivera ni ningún otro soldado exprese objeción alguna (72, pp. 92-93).
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ellos con versos que harán, y ella en lenguas de trompetas. ¡Por vida del Rey mi hermano, que le tengo de reñir! (Si verdad he de decir, envidio su heroica mano) (ed. Sauter, vv. 2824-2835).
Sin embargo, sorprendentemente, don Juan no sólo se olvida en lo sucesivo de reprender el comportamiento de su sobrino, muy a pesar de la vida de Felipe II, sino que le atribuye el mérito de la victoria: Salen don Juan, el Príncipe y todos: tocan al salir. DON JUAN ALEJANDRO DON JUAN
Las gracias le dan a Dios. Notable victoria ha sido. Después dél, a vos se os deben, señor príncipe y sobrino (ed. Sauter, vv. 2880-2883).
La comedia se termina con don Juan y Alejandro exhibiendo el mismo nivel de colaboración y buen entendimiento que han mostrado a lo largo del texto. Nada nos indica, en fin, que la extralimitación de Alejandro reciba castigo alguno, ni siquiera una leve reprensión como la que a propósito de la desobediencia aparece en Vázquez (p. 94).40 Con todo ello asistimos, sin embargo, a un espectáculo insólito en la comedia histórica de hechos contemporáneos como es el de una desavenencia en la cúspide del poder español que queda sin resolución y el retrato de una figura de autoridad como don Juan, el mítico vencedor de Lepanto, bajo una luz tan humana como inusual, aventajado por su sobrino, por el que siente envidia.41 40 También el historiador Van der Essen, I, 1933, pp. 214-217, que en esta parte de su biografía se basa en el Liber relationum de Paolo Rinaldi, recoge una leve amonestación de don Juan a su sobrino por haberle desobedecido. 41 No está de más señalar que no aparecen en la comedia otros agravios, prevenciones o rivalidades de los que sí se da cuenta en Los sucesos..., como la decepción de Madama Margarita, madre de Alejandro Farnesio, con su hermano Felipe II por no haber reconocido suficientemente los servicios de su hijo en el pasado, la desconfianza del rey respecto a don Juan que unos innominados envidiosos logran instalar, o la interesada tardanza del marqués de Ayamonte en hacer llegar al
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«Los españoles...» y «Don Juan de Austria en Flandes» Ya hemos comentado que, por los mismos años que Los españoles...,42 Alonso Remón llevó asimismo a las tablas el gobierno del hermanastro de Felipe II en los Países Bajos en Don Juan de Austria en Flandes.43 A diferencia de Lope, eligió un marco temporal algo más amplio que traslada a la escena la integridad de su ejercicio como gobernador. Ambas comedias destacan en particular el regreso de los soldados de Italia y la batalla de Gembloux, con la que las dos terminan. Además, de estos sucesos —y de otros complementarios, como la salida de las tropas prevista en el Edicto Perpetuo— las dos obras trazan una interpretación parecida, que ensalza la presencia militar.44 Finalmente, ambos textos guardan, tal como veremos, algunas similitudes llamativas en cuanto a personajes, situaciones o motivos.45 de Parma la carta de Felipe II en la que le encarga su misión (72, pp. 66-67). Por su parte, en El asalto de Mastrique nada se dice tampoco de la rivalidad entre el conde de Barlamón y Guido de San Jorge de la que nos informa Vázquez (72, pp. 190-191). 42 La redacción de Don Juan de Austria en Flandes es un poco anterior a 1603 y ya hemos señalado que hay que situar la de Los españoles en Flandes entre 1597 y 1606 (Morley y Bruerton, 1968, pp. 322 y 451-452). En el caso de la obra de Remón el término ante quem viene establecido por la venta a Pedro de Valdés por parte del representante Alonso de Heredia de El señor don Juan de Austria en Flandes como comedia nueva el 21 de enero de 1603 (San Román, 1935, docs. 209 y 132). 43 Fray Alonso Remón (1561-1632), que también escribió prosa histórica y doctrinal, fue un dramaturgo contemporáneo de Lope. A pesar de ser apreciado en su tiempo, tal como se desprende de los juicios de Cervantes y Quevedo, sólo conservamos una pequeña parte de las comedias que escribió, entre las que se cuentan San Jacinto (1594), El español entre todas las naciones, y clérigo agradecido y Las grandezas de Madrid (1606).Véanse Fernández Nieto, 1974 y el apartado que le dedica Urzáiz Tortajada en Huerta Calvo, 2003, I, p. 863. 44 Gómez Centurión, 1999, pp. 35-36 interpreta ambas obras como una llamada a continuar el compromiso militar en los Países Bajos en un momento en el que la guerra había perdido popularidad y destaca que las dos presentan el Edicto Perpetuo como un «terrible error político» que sólo la vuelta de los tercios de veteranos desde Italia podía enderezar. 45 Según Gossart, 1914, pp. 39-51 y 59, Don Juan... se documenta para la intriga histórica en el Commentariorum liber de tumulto belgico ab adventu Joannis austriaci, de Martín Antonio del Río. El libro fue publicado por primera vez en su traducción española, que corrió a cargo de Rodrigo de Medina y Marcilla, como Comentarios de las alteraciones de los Estados de Flandes sucedidas después de la llegada del señor don Juan de Austria a ellos hasta su muerte (Madrid, Pedro Madrigal, 1601).
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Si el protagonismo de Los españoles... está compartido por don Juan y Alejandro Farnesio, Don Juan de Austria..., como su título indica, está claramente centrada en el hermanastro de Felipe II.46 El texto comienza con su llegada a Flandes en calidad de gobernador y finaliza con su muerte, que se hace coincidir con la batalla de Gembloux a pesar de haber sucedido ocho meses después.47 Este último límite temporal nos permite asistir al nombramiento desde el lecho de muerte de Alejandro Farnesio como sucesor del gobernador. A diferencia de lo que ocurría en Los españoles..., de la que el italiano es coprotagonista y en la que incluso eclipsa a don Juan en el momento de la batalla, el príncipe de Parma tan sólo aparece brevemente hacia el final de Don Juan..., sin que se nos informe de cómo le llegó el encargo de acudir en ayuda del gobernador o de su viaje desde Italia. No encontramos en la comedia de Remón las escenas de camino que plasman escénicamente la vuelta de los tercios y transmiten la urgencia de la misión que a ellos, y especialmente al de Parma, les ha sido encomendada.Tampoco aparecen en Don Juan... el punto de rivalidad entre tío y sobrino y la envidia del primero hacia el segundo que sí hizo constar Lope. Tal como hemos dicho, el lapso de tiempo representado es más amplio en Don Juan... y más reducido en Los españoles... La primera comprende todo el gobierno del hermanastro de Felipe II y empieza con su llegada a Flandes para ejercer como gobernador en noviembre de 1576, mientras que la segunda comienza en otoño de 1577 con don Juan en peligro, habiendo iniciado las tropas españolas el camino de vuelta a Flandes. Esta diferencia de marco temporal no sólo concentra en mayor o menor grado la acción llevada a escena, sino que nos muestra más o menos directamente la evolución de la política española en los Países Bajos. Así, los dos primeros actos de Don Juan... nos permiten asistir al ensayo por parte del gobernador general de una política decididamente conciliadora, mantenida contra las más diversas dificultades. Incluso se anuncia en el segundo la firma del Edicto Perpetuo, llamado Paz de 46
Los dos primeros libros de Los sucesos... también presentan ese doble protagonismo, incluso tal vez más inclinado hacia Alejandro Farnesio. Recuérdese que el motivo que —según él mismo reconoce— ha movido a Vázquez a tomar la pluma es el «ver tan obscurecidos los muchos y particulares servicios que a la corona de España hizo Alejandro Farnese» en Flandes (72, p. 7). 47 Recordemos que la batalla de Gembloux tuvo lugar el 31 de enero de 1578, mientras que don Juan murió víctima de la peste el 1 de octubre de ese año.
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Gante, cuyos términos resume en escena el jefe de los rebeldes, Mons de Cleu.48 Finalmente, en un clima de abierta conjura y después de un intento de envenenamiento, don Juan da al cabo por fracasada esa política y se dirige a la fortaleza de Namur, donde aguarda la llegada de las tropas españolas al mando de Alejandro Farnesio. Sólo en el tercer acto, pues, se pasa al enfrentamiento bélico, mientras que en Los españoles... se parte del fracaso de la negociación y el contexto es de conflicto abierto desde el principio. Por otro lado, esta diferencia en el tiempo representado hace que Don Juan... lleve a la escena varios hechos que, valorados de forma muy afín, aparecen en Los españoles... simplemente aludidos como acontecimientos del pasado. Así, alguna escena de Don Juan... «confirma» en las tablas la interpretación de los militares al servicio de Felipe II de Los españoles... de la malevolencia con la que el enemigo promovió y acogió la retirada de las tropas. En efecto, la obra de Remón presenta a los rebeldes valorando la salida de los españoles de Flandes como una oportunidad para tomar el poder e incluso eliminar a don Juan (pp. 354a-355a). La relación de causalidad entre la retirada y el peligro de la vida del gobernador es evidente en la promesa del gracioso Mequetrefe: «Da sin españoles Flandes,/ y darete a don Juan muerto» (p. 355a). Del mismo modo, en el texto de Remón presenciamos cómo los combatientes que dejan Flandes expresan su temor a dejar solo a don Juan y la sospecha de que las promesas de los rebeldes de reconocer su autoridad no sean más que un engaño o traición (pp. 359b-360a), la misma actitud y sentimientos de los soldados en el momento de la partida que evocaba Los españoles... Incluso predicen ante don Juan su próxima vuelta («ha de enviar por nosotros,/ do estuviéremos, mañana», p. 360a), una advertencia parecida a la que recuerda el correo de Lope (vv. 116-117). Cuando, en el tercer acto, se haga efectivo el regreso que los soldados ya habían pronosticado, don Juan les garantiza que nunca más va a separarse de ellos (p. 385b). La falta general de coherencia de Don Juan... —un texto de mucha menor calidad que Los españoles..., a pesar del juicio contrario de Menéndez Pelayo— que afecta sobre todo a la construcción y consistencia psicológica de los personajes, también se nota en la expresión dramática de la lectura histórica. El hilo conductor en torno a la presencia o au48 Gossart, 1914, pp. 58-60 piensa que algunos rasgos de este personaje están inspirados en Philippe de Croy, duque de Aerschot, el Ariscote de Los españoles...
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sencia de los militares tan claramente asentado en la obra de Lope, no halla ni de lejos una formulación tan eficaz en la dispersa y desestructurada Don Juan..., a la que sus esquemáticos y a veces incoherentes personajes no ayudan a comunicar acertadamente lo ideológico. Flamencos rebeldes como el duque de Linod o Mequetrefe no tienen la suficiente convicción en su causa y entran en conflicto con inexplicable facilidad ante la actitud confiada y generosa de don Juan cuando se halla a punto de entrar en Bruselas, ocasión en la que esperaban asesinarle (pp. 375a376a). Mequetrefe, que había de ser el autor material del magnicidio, acaba maldiciendo para sus adentros a cualquiera que pretenda atentar contra la vida del hermanastro de Felipe II. En tanto ficción mucho más consistente y eficaz, Los españoles en Flandes se nos antoja también mejor propaganda. Tal como se ha apuntado, ambos textos guardan algunas similitudes llamativas en cuanto a personajes, situaciones o motivos. El personaje de la mujer flamenca de obediencia realista enamorada de un militar español que se encuentra en su país y que debe enfrentarse a un entorno familiar opuesto a ese amor por cuanto partidario de la rebelión, es el más sobresaliente. Así, Rosela anda enamorada de don Juan en Los españoles..., como lo está la Ircana de Don Juan..., mientras que, en la misma obra, Arcila lo está del noble don Alonso. La primera y la última de estas mujeres son las que más corresponden al personaje tipo esbozado. La aproximación de don Juan y Rosela, pues, es análoga al más consolidado vínculo entre Alonso y Arcila, en cuanto la primera debe contar con Adolfo, hermano de Rosela, y la segunda se encuentra con la decidida oposición de Mons de Prate, padre de Arcila, ambos declaradamente antiespañoles. En uno y otro caso, asistiremos a la ruptura del familiar y la mujer, aunque sólo en el segundo caso debido al amor por el español. En ambos casos, claro está, el amor de la flamenca es una oportunidad inmejorable de presentar bajo una luz risueña la gobernación española de los Países Bajos y contrarrestar en cierto modo a los rebeldes flamencos que campean por las tablas. El mismo Alonso presenta ante Mons de Prate el vínculo con el que desea unirse a su hija como un símbolo del amor español por los flamencos (p. 351a). Además, otro punto en común que une a Rosela y a Arcila es que a ambas pretende gozarlas un rebelde flamenco —Ariscote en el primer caso y el duque de Linod en el segundo—. Finalmente, ambas muestran su adhesión a la causa de Felipe II y su vocación marcial cuando la primera, herida, lamenta no poder participar en la batalla de Gembloux (vv. 2770-2775)
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y la segunda promete hacerlo (p. 382a), aunque finalmente se quede en la retaguardia. Por otro lado, la Ircana de Remón pretende, como la Rosela de Lope con la que tiene mucho en común, conquistar al gobernador. Ircana tiene además un hermano, el duque de Linod, que si bien empieza siendo leal a don Juan, e incluso anima a su hermana a estrechar lazos con el hermanastro de Felipe II, deserta de sus filas al principio del segundo acto. A partir de ese momento, pues, coincide en su adscripción política con la que desde un principio sostiene Adolfo, hermano de Rosela, con el que además comparte intenciones homicidas hacia el gobernador. Tanto Rosela como Ircana acuden disfrazadas ante don Juan. En el primer caso, Rosela recibe un disparo al ser confundida con el Austria y reconoce en el frustrado asesino a su hermano, mientras que Ircana denuncia ante don Juan los inminentes planes de asesinato tramados por el suyo. Como se ve, pues, los planes de asesinato de don Juan aparecen en ambas piezas, pero sólo en el caso de Los españoles... llega a intentarse y acaba con la muerte del frustrado asesino.También en ambas obras, justo antes de la batalla y en el momento de dirigirse a Dios, con un crucifijo —real o bordado en un estandarte— en las manos, don Juan tiene una visión, aunque ya hemos advertido que el contenido de ésta es más secular en Los españoles... y más religioso en Don Juan... Mientras en la primera la Imaginación le muestra a don Juan el poder universal de Felipe II, sustentado en la prudencia, la religión y la justicia, en la segunda, la cruz que, herida por una saeta, mana sangre, recuerda al gobernador de Flandes que está defendiendo la causa de Dios y lo invita a vengar el ultraje infligido a Cristo por los herejes. Llama la atención que en un plazo máximo de cinco años, al comienzo del reinado de Felipe III, Lope y Remón decidieran llevar a la escena los mismos sucesos, ocurridos más de veinte años atrás, y que lo hicieran además desde una óptica bastante parecida, claramente belicista. Las semejanzas señaladas en cuanto a personajes, situaciones o motivos de Los españoles... y Don Juan... invitan incluso a pensar en un cierto grado de dependencia. La comparación de las comedias también revela, sin embargo, diferencias como es la importancia concedida por Lope a Alejandro Farnesio, verdadero coprotagonista junto a don Juan de Austria. Por otra parte, como el título de cada comedia lo indica, la de Lope incluye también la perspectiva del soldado, mientras que la de Remón está más centrada en la cúpula militar. Por los mismos años en los que
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escribió Los españoles en Flandes, Lope dio nueva vida a Alejandro Farnesio en El asalto de Mastrique.49
EL ASALTO DE MASTRIQUE Centrada en los hechos de armas del primero de los grandes sitios que dirigió Alejandro Farnesio, El asalto de Mastrique por el príncipe de Parma es una comedia más propiamente bélica que Los españoles..., en la que la batalla de Gembloux no tiene tanta preeminencia. Iniciado el 8 de marzo de 1579, el cerco concluyó, tras durísimos combates, con la ocupación de Maastricht al cabo de más de cuatro meses, el 29 de julio. La tragicomedia —tal como la designa el título de la Parte cuarta— destaca por el reconocimiento de las difíciles condiciones materiales que atraviesa el ejército de Flandes antes y durante la operación, a la vez que pinta la dureza histórica del sitio sin ahorrarnos algunos de sus aspectos más crudos. En lo que se refiere a los problemas en sus filas, el propio príncipe de Parma constata ante sus consejeros la «poca asistencia, aunque con causa» (v. 262) de Felipe II al ejército y las duras condiciones que, sin paga, deben aguantar los soldados. Para evitar que la inquietud entre estos últimos derive en motín, propone sitiar Maastricht y calmar los ánimos de la tropa con la esperanza del saqueo.50 Los problemas de disciplina de los tercios quedan en suspenso con la promesa del lucrativo asalto y pueden darse por resueltos después de que la ciudad, a pesar de su formidable resistencia, acabe cayendo gracias a la labor conjunta del general,Alejandro Farnesio, y sus soldados.51 49
Las dos comedias de Lope también presentan, por cierto, alguna llamativa coincidencia como es la presencia en ambas de un personaje llamado Marcela, enamorada del soldado protagonista (Martín Chavarría en Los españoles... y Alonso García en El asalto...), al que acompaña disfrazada de hombre. 50 El libro tercero de Los sucesos... de Vázquez, parte del cual es la probable fuente de Lope para la dramatización del sitio, no establece que el motivo para emprenderlo fuera evitar un motín, como tampoco lo hace un historiador moderno como Van der Essen, II, 1934. Sí leemos, en cambio, en los anales del soldado que ésa fue una de las razones para continuarlo después del fracaso del primer asalto general. Según Vázquez, Alejandro Farnesio argumentó ante sus consejeros «que en cuanto a levantar el sitio [...] se les debían muchas pagas [a los soldados] y podía ser se las pidiesen por bien o por mal, compelidos de sus trabajos y mucha necesidad, y que estando en el sitio les sería fuerza no tratar desto» (72, pp. 205-206). 51 Las dificultades económicas para mantener el sitio siguen hasta el final del segundo acto, tal como constatan don Fernando de Toledo (vv. 1720-1729)
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Antes de la decisión de sitiar Maastricht, el espectador puede pulsar el estado de ánimo de los soldados, que bordea el motín en prácticamente la mitad del primer acto, una situación de insubordinación insólita entre las comedias de hechos contemporáneos.52 Alejandro Farnesio demuestra conocer bien a sus hombres, ya que en el momento en que se enteran de la orden de su general, el ambiente de motín se trueca en veneración del de Parma. El impulsor de la subversión en ciernes es Alonso García, el soldado protagonista de la intriga histórica, con un papel también en la amorosa, un personaje análogo al Chavarría de Los españoles... y, como él, basado en un alférez histórico. Lope da mucho recorrido a la desunión entre mando y soldados en estos primeros compases, para mostrar luego la unión y la colaboración de unos y otros, entregados al objetivo de defender el patrimonio y el honor del rey y de España. Es el hambre la que desencadena la llamada de Alonso a la insubordinación, después de maldecir la guerra en una invectiva con la que da comienzo la obra.53 Sus compañeros Añasco y Campuzano —que se les une después y trae noticias del consejo que ha convocado el duque— no logran calmarle.54 Los soldados intentan escuchar el consejo, pero no oyen nada y Alonso insiste en sus ideas subversivas, incluso en la vuelta a España, y es él quien esta vez arrastra a sus camaradas hacia sus posicio-
y el capitán Castro (vv. 1824-1825). El segundo acto termina con la resolución o atenuación de dichos problemas a través de un préstamo extraordinario de los soldados españoles a su general, que tendremos ocasión de analizar más abajo. 52 Como es sabido, los motines se convirtieron en una auténtica institución del ejército de Flandes en la primera fase de la guerra, y fueron especialmente graves en el momento de redacción de El asalto de Mastrique. Entre 1572 y 1607, hubo más de 45, 21 de los cuales después de 1596. El motín más largo fue el de Hoogstraten, que estalló en 1602 y no se resolvió hasta 1605. Véase Parker, 1976, pp. 231-254, especialmente fig. 16 y Parker, 1986. 53 Es interesante a este propósito constatar que los dos grandes ciclos de motines (1573-1576 y 1589-1607) estuvieron asociados a crisis de subsistencia prolongadas en los Países Bajos (Parker, 1976, p. 233). En lo que atañe a Maastricht, Vázquez también menciona el hambre que aquejaba a la tropa al poco de comenzar el sitio (72, p. 193). Por su parte, en Pobreza no es vileza, el intento de robo de las joyas de una dama flamenca por parte de los soldados españoles se explica por el hambre y la falta de pagas (pp. 66b-69a y 107b). 54 Tal como apunta Di Pastena, 2002, p. 296, en el momento del sitio de Maastricht, Alejandro Farnesio era en realidad príncipe de Parma y debería esperar hasta 1586 para heredar el título de duque.
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nes. La escena acaba con una insólita serie de insultos que los soldados dedican a su superior.55 Cinco de los seis soldados —uno de ellos es Marcela disfrazada— con los que el dramaturgo ha decidido abrir su tragicomedia parecen partidarios del motín en el momento en el que el capitán Castro les hace saber que el duque ordena el sitio de Maastricht para solucionar el problema de las pagas atrasadas. La orden cambia radicalmente la situación y los soldados acogen con entusiasmo la decisión del consejo. Los recientes insultos se tornan en la comparación de Alejandro con los generales más sobresalientes de la Antigüedad y en vivas a su persona y apenas oiremos ya en lo sucesivo alguna mención a la ausencia de paga (vv. 1838-1845). La desunión en el seno del campo católico, que había llevado a subrayar las diferencias existentes entre general y soldados, se ha tornado en cohesión; mandos y tropa se necesitan mutuamente, comprometidos en un mismo objetivo que a ambos beneficia. Muy especialmente, los mismos soldados españoles a los que hemos visto desafectos o contrarios al mando militar, y en especial quien había sido instigador del clima de amotinamiento, Alonso, darán prueba de su entrega y sacrificio en varios momentos de la obra. Uno de los más señalados ocurre después de ser rechazado el asalto a las murallas de Maastricht cuando, ante la dificultad del objetivo y las estrecheces financieras, asoman opiniones partidarias de levantar el sitio en el propio seno del consejo de Alejandro Farnesio. Es entonces, al final del segundo acto, cuando el general manda al capitán Castro que pida prestado dinero a los soldados contra un crédito a su nombre. Su petición no es atendida por los valones ni los alemanes y sólo los españoles —entre los que se cuenta la mayoría de los soldados implicados en el ambiente de motín con el que empezó la obra— acceden a ella y entregan sus cadenas, dinero y joyas sin dudar.56 En palabras de Alonso, 55 Ya antes de estos insultos dedicados a Alejandro Farnesio (vv. 412-418), al que Campuzano condena en el v. 343, el espectador ha podido oír expresiones indecorosas que afectan al rey (vv. 21-24, v. 66) o a las banderas y estandartes del ejército (vv. 19-20, 367-368), aparte de la crítica a la estrategia de Parma (vv. 4152, 404-412) y a su insensibilidad ante los padecimientos de la tropa (vv. 343-346). 56 Es probablemente significativo del populismo o visión «a ras del soldado» de Lope, según la expresión de Márquez Villanueva, 1988, p. 269, constatar que en Vázquez es a los capitanes, y no a los tercios, a quien Alejandro Farnesio pide el sacrificio de prestar dinero (72, p. 192). Por otra parte, de forma reveladora del nacionalismo de Lope, confirmado por la figura ridícula del soldado alemán
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el préstamo —que luego sabremos invertido en avituallamiento y municiones (vv. 2033-2035)— es una muestra de su lealtad en servicio del rey de España (vv. 1886-1887). Hay que entenderlo como una demostración de su compromiso con el éxito del sitio y como una prueba de la confianza y unidad que reina entre el general y sus soldados, debidamente recompensada por aquél al final de la obra al autorizar que los españoles saqueen la ciudad (vv. 2753-2760). El propio gobernador de Maastricht, al enterarse del préstamo que los españoles han concedido al duque, lo considera un indicio preocupante, ya que da muestra de la confianza de los soldados en la victoria (vv. 2029-2044). Y precisamente Alonso, quien se había erigido en portavoz del descontento entre los españoles, se destaca al final de la obra, al comienzo del segundo y definitivo asalto general a Maastricht. Alejandro Farnesio le encarga una misión de gran riesgo y responsabilidad como es hacer de centinela la noche antes del ataque en un torreón de la muralla. Al alba deberá arrojarse al campo enemigo y dar así inicio al asalto, en un movimiento paralelo al sedicioso que se venía dibujando al comienzo del primer acto, pero de signo totalmente opuesto. Alonso no sólo acepta la tarea sin darle importancia, sino que muestra su disposición a exponerse al peligro en servicio del rey (vv. 2647-2648).57 El alférez cumple valerosamente con la misión encargada, enfrentándose solo a cantidad de soldados enemigos hasta que el resto de los camaradas siguen el «ejemplo» de su valor (v. 2659). El levantisco Alonso del principio de la obra llega, pues, a ser el Leandro que don Lope de Figueroa había anunciado, aquel que, con «las banderas de España» en la mano, había de atravesar el foso que andaban cegando los sitiadores (vv. 1938-1941). Dispuesto al máximo sacrificio (v. 2683), Alonso ha sabido defender el honor del rey, de su general y de España y puede erigirse al final de la obra en portavoz de los soldados españoles —que aparecen en el escenario— y solicitar a Parma la autorización para saquear la ciudad. Bisanzón, Los sucesos... no establece ninguna diferencia en la respuesta dada a la solicitud del general según la nacionalidad de los capitanes. 57 En Vázquez (72, p. 214), Alonso García Ramón sólo recibe la orden de mantener en alerta al ejército durante toda la noche previa al asalto, de forma que el enemigo se encuentre privado de sueño por la mañana. En cambio, es por propia iniciativa, sin aguardar orden ninguna, como el alférez da la señal de ataque y se arroja al foso. Es posible que, si Vázquez es la fuente de Lope, el dramaturgo haya querido subrayar de esta forma la absoluta obediencia final de quien había abierto la tragicomedia alborotando a la tropa, tal como sugiere Di Pastena, 2001, p. 35.
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Y es que la desunión entre tropa y mando que el dramaturgo había dejado campear en las primeras escenas es en realidad ilusoria.Varios pasajes de la tragicomedia pretenden convencernos de que los sentimientos íntimos de los soldados o la naturaleza real del aparente problema son muy otros y alguno incluso apunta a un juicio moral de los soldados descontentos. Así, preguntado por el gobernador de Maastricht, un soldado enemigo reconoce, justo antes de que el duque empiece el sitio, la lealtad esencial de los soldados al de Parma a pesar de que se quejen de él (vv. 1006 y ss). Más adelante, el propio general recuerda, a propósito de su participación en las tareas más humildes como cavar trincheras, la anécdota de los soldados que infamaban a su rey porque les mandaba tirar de los carros en una zona pantanosa, ignorantes de que el soberano les ayudaba, convenientemente disfrazado, en el duro trabajo (vv. 1502-1516). Soldados y general, pues, estarían unidos por mucho más de lo que les separa, compartirían las mismas duras condiciones, como Añasco ya había insinuado a Alonso al principio de la obra, y no tendría, en fin, sentido el agravio de aquéllos hacia éste. Pero todavía de forma más directa se procura influir en nuestra valoración de las escenas iniciales. Antes del asalto final, Alejandro Farnesio dialoga con la Guerra en un soneto que reproducimos más abajo. Una de las opiniones del general que su interlocutora confirma es la descalificación del quejoso de la dureza de la guerra, que carece de honor y no busca la fama (vv. 2535-2538). La interlocutora remacha el juicio del italiano con el conocido argumento de la oportunidad de promoción social que representa la milicia. Aparte de las condiciones materiales del ejército de Flandes, El asalto de Mastrique destaca por su evocación, en el contexto del difícil sitio y principalmente desde la perspectiva española, de los aspectos más crudos de la práctica de la guerra, a la que Alonso llama «sangrienta, homicida y fea» (v. 390). No falta el relato más o menos detallado de los reveses militares, como la salida de los sitiados que causa el degüello de sesenta españoles (vv. 2217-2222) o el alto precio del frustrado primer asalto general, «tragedia llorosa» que se cobra la vida de ochocientos soldados y veintidós capitanes españoles (vv. 2417-2437).58 Se menciona, con casi 58 Puede que estos reveses, altamente mortíferos para las tropas de Felipe II, y en general el crudo retrato de la guerra contribuyan a que la obra sea calificada de «tragicomedia» en las ediciones de la Parte cuarta. Como hemos visto, Lope llama «tragicomedia» a La Santa Liga en su dedicatoria del texto, que al lado de la celebración de la victoria de Lepanto, lamenta «tragedias» como la caída de la
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tanto detalle como en Vázquez, el amplio espectro de armas e ingenios empleados por los sitiados en su formidable defensa —que incluye fuegos artificiales, bombas de fuego, cadenas de balas o máquinas—, pero sobre todo se entra en el detalle de la amputación o fragmentación de los cuerpos de los soldados que causan algunas de ellas. Así, los alcanzados dentro de una mina por una explosión —que se oye en escena— activada en una contramina «todos hechos pedazos van al cielo/ entre nubes de pólvora y de polvo» (vv. 1976-1977). En el primer asalto general, por otra parte, tenemos una visión más amplia de los resultados de estos avances en la tecnología militar cuando los soldados de Alejandro Farnesio deben escalar la muralla «entre brazos y cabezas,/ piernas y troncos, bañados/ de sangre» (vv. 2374-2376).59 Quiere Lope, finalmente, que la falta de valor de unos soldados que no se atrevieron a participar en el primer asalto general se vea castigada con una explosión que les convierte en pasto de las llamas (vv. 2429-2436).60 Pero aunque el dramaturgo silencie al final del texto la masacre que siguió a la victoria española, la dureza de la práctica de la guerra no sólo se ceba en el campo realista. Con menor frecuencia y de forma más atenuada, sin apenas apoyo escénico, el texto nos permite adivinar que los enemigos también sufren su isidoriana fealdad.Valga como ejemplo el recuerdo de la reciente quema de los arrabales de Amberes, en los que los rebeldes, acosados por Alejandro Farnesio, se habían refugiado (vv. 41-52 y 404-410), y que se remata con la evocación de la sangre todavía fresca de los degollados (vv. 327-332).61 No hace falta insistir, por otra parte, en la importancia general del saqueo, del que en la obra aparecen un par de breves pinceladas escénicas (vv. 899 Acot-907 y 2768 Acot-2776), y algún comentario nos deja adivinar lo expeditivo de algunos soldados del ejército de Flandes a la hora de satisfacer su libido (vv. 832-835). ciudad chipriota de Famagusta a manos del Turco o la muerte en combate de don Bernardino de Cárdenas (pp. 270b y 277a); véase la p. 145. 59 En este aspecto de la amputación o fragmentación de los cuerpos de los soldados, Lope es más concreto que Vázquez, que se limita a decir que realistas y rebeldes quedan hechos o se hacen mil pedazos (72, pp. 201, 203, 208). 60 En la crónica de Vázquez, el accidente ocurre mientras los soldados cumplen la orden de retirarse (72, pp. 202-203). 61 El ataque sobre los arrabales de Amberes se produjo el 23 de febrero de 1579, tal como cuenta Vázquez (72, pp. 174-177).Véanse Hendriks, 1980, p. 378 y Van der Essen, II, 1934, pp. 89-93.
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Con todo, tal como apunta Loftis (1987, p. 56), Lope de Vega pasa de puntillas por la masacre —reconocida como tal por los historiadores modernos— que siguió a la toma de Maastricht.62 El dramaturgo se limita a consignar que el asalto definitivo de la ciudad causó la muerte de la exagerada cifra de «catorce mil hombres» (la cursiva es mía) y que vio «cosas honradas y extrañas» en venganza de los compañeros muertos (vv. 2735 y 2738).63 Los soldados de Alejandro Farnesio habrían cumplido, pues, la amenaza del capitán Castro que, en el momento de parlamentar con el gobernador de la ciudad, le había advertido de «que hombre en Mastrique» no quedaría «con vida» (vv. 1127-1128) si no rendía la plaza antes de que se instalara la artillería.64 Sin embargo, una vez informado de la toma de la ciudad, el convaleciente Parma ordena el cese de unas «crueldades» no especificadas (v. 2754).65 A juzgar por el pasaje pertinente del relato de Vázquez, que vale la pena citar por extenso y que ofrece un evidente contraste con el embellecimiento lopesco, los soldados fueron bastante más allá del castigo previsto por el capitán: [A los españoles y demás naciones], con la memoria de los trabajos que habían pasado en el largo y prolijo sitio con muerte de tantos amigos, se les encendió el furor y, mezclado con alguna crueldad, no perdonaban a niños ni a mujeres, que por escapar las vidas iban huyendo y se arrojaban por las ventanas y daban en manos de otros que se las quitaban, y algunos echaron del puente, que es muy alto, en el río Mosa y se ahogaban. [...] Muchos se soterraban en los jardines, tal era el temor que tenían que vivos se enterra-
62
Según Van der Essen, II, 1934, pp. 184 y 187-188, unas 2.000 o 3.000 personas murieron durante el saqueo de la ciudad, en lo que constituyó una verdadera masacre que no distinguió edad ni sexo de las víctimas. 63 Van der Essen, II, 1934, p. 188, cifra en unas 10.000 personas —un tercio de la población de Maastricht— el total de víctimas mortales del sitio y saqueo de la ciudad, aunque es cierto que Vázquez hincha hasta 12.000 sólo las del asalto definitivo (p. 215, ver cita más abajo). En lo que a los sitiadores respecta, Lope no ofrece una cifra final de los fallecidos —rondaría los 2.500 según Van der Essen, II, 1934, p. 188— y la última que da, anterior al asalto definitivo, es de 1.000 víctimas mortales (v. 2480).Vázquez, por su parte, señala 1.500 bajas de nacionalidad española (p. 217). 64 Véase también su expresión más genérica del v. 1147, «vida no os ha de quedar», pronunciada ante el gobernador y algunos soldados. 65 Parece que Parma, muy enfermo en ese momento, no dio ese tipo de orden, tal como se lee en Vázquez (72, p. 218) y Van der Essen, II, 1934, p. 185.
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ban. Fue un día de juicio, y tan grande la mortandad que ponía admiración, pues al desembocar del puente había un gran monte de cuerpos muertos que pasaban de doce mil con los que se habían echado en el río; y muchas madres estaban con sus tiernos hijuelos en los brazos, puestas boca con boca, y algunos las tenían en los pezones de las tetas, y todas muertas, llenas de heridas, que movía a gran compasión, sin que escapase ninguna de las mujeres que trabajaban, que peleaban como los soldados y estaban repartidas en tres compañías (Los sucesos de Flandes y Francia..., 72, p. 215).
Es evidente que Lope, en el probable caso de que conociera este texto o alguno similar, juzgara de todo punto inconveniente a su propósito trasladar esta especie de Guernica flamenco al final de su obra y dejar que el espectador abandonara el corral confuso, presa de la misma «compasión» que embargó al curtido Vázquez. Naturalmente, la formidable capacidad dramatúrgica de Lope también tiene sus límites. Los aspectos más duros de la guerra que sí aparecen en la obra tienden a subrayar a mi parecer el nivel de valor y sacrificio de los soldados españoles, aunque es innegable que Lope ha querido mostrar —dentro de los límites señalados— la cara «sangrienta, homicida y fea» del conflicto bélico.66 En cualquier caso, a la maldición del inventor de la guerra con la que empieza la obra —un «bellaco infame», según Alonso, el mismo Luzbel, según Añasco— da réplica el soneto en el que Alejandro Farnesio dialoga con ella, que empieza por la pregunta por la identidad de su inventor (vv. 2531-2544, reproducidos más abajo). La Guerra responde que tiene dos, la justicia si es justa y la malicia de un ángel si es injusta. La continuación del soneto, que se refiere a Flandes como patrimonio heredado por Felipe II de sus abuelos, sitúa con garantías la guerra que el dramaturgo lleva a las tablas entre las que tienen su origen en la justicia. Como el rey que tiraba del carro en la fábula mencionada más arriba (vv. 1502-1516), el liderazgo y la personalidad de Alejandro Farnesio 66 En La nueva victoria del marqués de Santa Cruz, el soldado Carpio asegura que los treinta soldados muertos en el asalto a la isla de Longo cayeron «más contentos/ de muerte honrosa que de inútil vida» y las graves heridas sufridas por algunos, sobre las que no se nos ahorran los detalles de la relación fuente de la comedia, se justifican de forma parecida (pp. 254a-255a). El soldado Carpio informa a Álvaro de Bazán del estado de los heridos y, junto al general de Malta, nos invitan a encajar —o sublimar— el daño padecido destacando la entereza de los soldados al recibir la herida o en su convalecencia, el valor demostrado antes de sufrirla y el premio o fama de los que son merecedores.
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tiene mucho que ver en la superación de esta dureza de la guerra por parte de todo el campo católico. En primer lugar, por el «ejemplo» que da a los soldados al llevar a cabo las mismas tareas que ellos y aguantar las mismas duras condiciones, tal como Añasco le hace ver al quejoso Alonso (vv. 96-103). El duque dará buena cuenta de esa voluntad ejemplar con la que ejerce su cargo a lo largo de la obra, cuando sea el primero que se ponga a cavar trincheras ante la falta de gastadores (vv. 14921532 Acot), al colaborar en la peligrosa tarea de tirar haces de leña para cegar el foso que rodea la ciudad (vv. 1903 Acot-1923) o al prometer hacerlo en el transporte a mano de los cañones que han de colocarse encima de la muralla (vv. 2505-2530).67 Pero también es ejemplar el duque de Parma en su fortaleza moral, al no dejarse vencer por las más diversas dificultades y perseverar en sus objetivos, en cuya consecución confía a pesar del escepticismo de algunos de los suyos. El fracaso del asalto a la muralla, que lleva a don Pedro y don Fernando de Toledo a proponer el levantamiento del sitio, anima a Alejandro Farnesio a arriesgar lo mejor del ejército español de Flandes en la toma de Maastricht (vv. 1694-1751). De forma parecida, el de Parma da la vuelta a las sucesivas dificultades con las que topa —que van desde la opinión contraria al sitio del ingeniero Gabrio de Serbelloni o Cerbellón (vv. 1764-1811) a las muertes del conde Barlamón y de Francisco de Cardona (vv. 1924-1941) o la mortífera voladura de una mina (v. 1955 Acot-1984)— y acaba por reafirmarse en su objetivo de conquistar Maastricht. Más adelante, responde a la salida de los sitiadores, que causa sesenta muertos, con el anuncio de un asalto general (vv. 2217-2230) y su fracaso, que se cobra la vida de más de ochocientos españoles, no debilita la firmeza del italiano, que sitiará la ciudad «hasta morir o vencer» (vv. 2455-2460). En palabras de don Lope de Figueroa, Alejandro Farnesio —del que don Juan de Austria en Los españoles... destacaba «la condición resuelta» (v. 2606)— es sumamente «pertinaz» (v. 1907).68 67 Vázquez atribuye al de Parma gestos parecidos (72, pp. 192 y 206-207), que tienen fundamento histórico (Van der Essen, II, 1934, pp. 155 y 180). 68 También Vázquez caracteriza a Parma a partir de su participación en las tareas propias de los soldados o que entrañan riesgo, lo que les da ánimo y constituye para ellos un «ejemplo» (72, p. 192), y destaca a menudo su fortaleza de ánimo, que le permite superar las más grandes dificultades (pp. 193, 205).Vale la pena citar para el increíble optimismo y confianza del príncipe italiano una lección de Los sucesos... que perfectamente podríamos extraer también del general de El asalto de Mastrique: «Importa mucho a los generales en semejantes empresas atropellar dificultades
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Tal como reconoce el enemigo, el liderazgo de Alejandro Farnesio consigue oponerse al escepticismo que en torno al difícil sitio reina entre sus filas (vv. 2001-2008) y finalmente su perseverancia, cualidad clave para el asedio de Maastricht como, en general, en la guerra que la Monarquía sostiene en Flandes, tiene su fruto. Cuando llegan buenas noticias del sitio, el de Parma puede concluir que, aparte del valor, hacen la guerra «la firmeza y la porfía» (v. 2507). Pero mando y tropas se necesitan mutuamente y a la confianza y perseverancia de Alejandro Farnesio, que llegan a hacer realidad lo que parecía imposible y conduce sus hombres a la victoria, éstos corresponden con disciplina, sacrificio y el compromiso de defender el honor de España y del propio general. Los mandos, claro está, aportan además estrategia y protección a las tropas, tal como se echa de ver cuando el de Parma frena la urgencia de los soldados por asaltar la ciudad o, a contrario, en la mortífera salida de los sitiados en ausencia de los maestres de campo (vv. 1568-1603, 20452072 y 2217-2230). Los argumentos explícitamente enunciados que justifican la intervención en los Países Bajos son, como en Los españoles..., de naturaleza exclusivamente política. Flandes es un patrimonio legítimamente heredado por Felipe II, que se encuentra amenazado por sus propios súbditos rebelados y cuya obligada recuperación es inseparable de la defensa del honor del Austria (vv. 431-438, 1051-1064, 2459-2460 y 25392544). La referencia al poder universal de éste hace más urgente si cabe desagraviar su honor (vv. 439-442 y 2333-2336). La pérdida total del control sobre Flandes se evoca de forma más dura que en Los españoles... (vv. 2189-2144), como un riesgo en el que hay que incurrir dado el precario estado de la autoridad real en esos territorios (vv. 1736-1751). Junto a la ya anotada doble designación de los enemigos, ya como herejes o luteranos, ya como rebeldes, una lectura atenta del texto permite detectar algún caso en el que la diferencia religiosa entre los bandos se esgrime en favor de la causa realista y que, por consiguiente, hace que dicha dimensión pueda ser interpretada como un factor implícito de la participación española en el mismo.69 Pensamos, concretamente, en el encomendándolas a las manos de su buena fortuna, aunque más necesitados de gente y dineros se vean, como el Príncipe hizo en Mastriq, por cuya causa alcanzó tan gloriosa victoria» (p. 207). 69 La realidad es que, si bien España pertenecía al campo católico, la adscripción religiosa de los rebeldes estaba repartida entre el mayoritario catolicismo y las
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pasaje en el que Alejandro Farnesio esgrime el «celo católico» de Felipe II como garantía de éxito del definitivo asalto a Maastricht (vv. 27172718, la cursiva es mía). Por su parte, la representación de los flamencos en El asalto de Mastrique es menos rica que en Los españoles en Flandes. El contraste entre la población leal y la rebelde no es tan visible como en la pieza sobre los tiempos de don Juan de Austria, encontramos un menor número de personajes que representen al enemigo y los pocos que lo hacen apenas están individualizados. Muy especialmente, el dramaturgo, más allá del elogio de la sorprendente capacidad defensiva del sitiado, no nos presenta su punto de vista político de la forma como lo hacía en Los españoles... Los sitiados le sirven para elogiar a Alejandro Farnesio y sus soldados, y para repetir cual auténticos ventrílocuos, contra toda verosimilitud, las razones del campo español. Es importante, pues, distinguir que los aspectos aparentemente menos acordes con el discurso oficial en este par de obras tienen su origen en distintas operaciones dramatúrgicas. En el caso de Los españoles en Flandes, sorprende la atención prestada al punto de vista rebelde, mientras que en El asalto de Mastrique lo hace la dirigida a las precarias condiciones materiales en las que se desarrolla la guerra y su efecto en la relación entre mando y tropa. Efectivamente, en las escasas escenas que suceden dentro de las murallas de la ciudad sitiada, el dramaturgo se limita a presentar al innominado gobernador de la ciudad, al capitán Enrique y a algunos soldados.70 No encontramos entre los enemigos un líder militar a la altura del histórico lugarteniente Sébastien Tapin.71 La población propiamente civil de Maastricht, que se había visto aumentada con cuatro mil villanos que habían acudido al mercado (vv. 1042-1049), no aparece en escena,
diferentes confesiones protestantes, principalmente el calvinismo. Por cierto que el luteranismo al que los soldados de El asalto de Mastrique aluden en los vv. 332 y 409 tenía muy escasa importancia en la época que nos interesa.Véanse Parker, 1989, pp. 149-154 y Lynch, 2003, pp. 332-336. 70 El gobernador era Melchior Schwarzemberg de Heerlen, Herleo Zuazemburg para Vázquez. 71 Tapin era un ingeniero y militar lorenés con experiencia a sus espaldas (Van der Essen, II, 1934, p. 152). La formidable defensa que organizó despertó la admiración de sus enemigos, empezando por el propio Vázquez, que considera a Sebastián Tapino, como le llama, «digno de eterna alabanza y memoria, pues contrastó con solo su ingenio las fuerzas de un tan gran monarca como el Rey, nuestro señor» (72, p. 205).
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a diferencia de lo que ocurre cuando las víctimas de una acción militar pueden ser consideradas propias. Es el caso, como hemos podido comprobar, de la pareja de villanos flamencos que describen la desolación que los empresarios militares protestantes dejan a su paso en La nueva victoria de don Gonzalo de Córdoba (vv. 1105-1118 y 1196-1218) o, según veremos más adelante, de las mujeres lusobrasileñas que huyen de la ocupación holandesa de Bahía en El Brasil restituido (vv. 399-406).72 Por otra parte, el momento más llamativo en la distorsión de la perspectiva política del enemigo ocurre antes del asalto, cuando el capitán Enrique le explica al gobernador de Maastricht el motivo que lleva a Alejandro Farnesio a atacarles. El capitán penetra tanto en el punto de vista contrario que utiliza la palabra «rebeldes» para referirse a las gentes entre las que lucha. Ante la sorpresa del gobernador, su subordinado no duda en remontarse a la genealogía que hace a Felipe II heredero de los Países Bajos. Es interesante notar a efectos de la ausencia de una perspectiva política verosímil del enemigo, que el gobernador no tiene nada sustancial que responder a la legitimidad de la soberanía de Felipe II más que el hecho consumado de que la plaza está en ese momento a su cargo y que la tiene en nombre de otro poder (vv. 1051-1071). Tampoco esgrime ningún tipo de legitimidad cuando se niega al requerimiento del capitán Castro de que entregue Maastricht al rey (1101 Acot-1164 Acot). Por cierto que, del lado español, su negativa —como la anterior del castellano de Petrijón (Petersheim)— es considerada un «atrevimiento» por el de Parma y deja perplejo a don Lope de Figueroa por la falta de temor que indica al fuego del «Júpiter hispano» (vv. 762 y 1284-1289). Aunque admitimos con Loftis (1987, pp. 53-59) que El asalto de Mastrique se asoma a la brutalidad del sitio y que su tono es más sombrío que el de Los españoles..., no compartimos de nuevo su interpretación de la obra como crítica respecto a la guerra de los Países Bajos, e incluso nos cuesta verla como índice de la ambivalencia del dramaturgo ante la cuestión. Como a menudo ocurre en las comedias que estudiamos, al lado de la celebración de las hazañas bélicas de Alejandro Farnesio y los suyos, encontramos una elegíaca lamentación por el precio humano de la victoria, especialmente alto en esta ocasión. Nos parece excesivo, sin embargo, elevar la evidente complejidad de la guerra, que la tragi72 Recuérdese también la mención hecha en Los españoles en Flandes de los valones leales de Roremonda sitiados por los rebeldes (vv. 1600-1611).
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comedia no esconde, a una visión ambivalente de la misma, en la que el precio pagado llegaría a ser «absurdamente alto» (Loftis 1987:56-57).73 Buena parte de la interpretación del estudioso americano se basa en el extraño soneto en el que Alejandro Farnesio dialoga con la Guerra, introducido de forma abrupta cuando el general se muestra decidido a mantener el sitio después del fracaso del primer asalto general y llega la noticia alentadora de la toma de un torreón de la muralla. Se trata de una especie de desvarío que constituye el primer síntoma de un ataque o «calentura» (v. 2567) que más tarde se atribuirá a la presencia de un grano en la espalda del general: PARMA
Guerra, ¿quién te inventó? «Si soy injusta, mi origen fue de un ángel la malicia. Si soy justa, inventóme la justicia, porque con la razón, la guerra es justa.» Quien de tus asperezas se disgusta, ni tiene honor, ni tu laurel codicia. «Así es verdad, que mi triunfal milicia dio a humildes frentes la corona augusta.» ¿Qué haré, guerra, qué haré? «Seguir la guerra, y abrase el fuego los flamencos hielos, hasta que se reduzga al Rey su tierra. Filipe tiene aquí de sus agüelos el patrimonio, pues ¡al arma, cierra!, que la razón es hija de los cielos.» ¡Válame Dios! ¿Qué me ha dado? (ed. Di Pastena, vv. 2531-2545).
El alcance real de las preguntas de Alejandro Farnesio a la guerra es de difícil evaluación, pero en cualquier caso el de Parma expresa por primera vez alguna duda respecto a las decisiones que debe tomar. No estamos de acuerdo, sin embargo, con la lectura de Loftis (1987, pp. 73
Por cierto, que Loftis, 1987, p. 57 interpreta sin justificación alguna como una interrogación por el nivel de sacrificio humano aceptable en relación con la importancia de la plaza los vv. 2417-2422, en los que Alonso interrumpe la enumeración de los nobles y capitanes que se han destacado en el segundo asalto para informar del terrible balance de víctimas. Téngase en cuenta, por otro lado, la expeditiva conclusión de Vázquez al respecto: «y aunque el ejército español quedó lastimado de la pérdida de tantos buenos soldados [...], se pudieron tolerar» (72, p. 218).
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57-58), según la cual el italiano se pregunta, aunque sea momentáneamente, por la justicia de la guerra y muestra una particular sensibilidad a las consecuencias humanas del sitio. Nos parece, por el contrario, que el soneto tiene las características de la visión en el teatro histórico por cuanto, en un estado de conciencia diferente al de la vigilia, una entidad abstracta transmite un conocimiento trascendental al receptor de la misma, al que además confirma en su misión general y en su proceder concreto. En nuestro caso, poco antes del que ha de ser el asalto definitivo, la Guerra revela a Alejandro Farnesio que la intervención militar en Flandes es justa en cuanto se funda en la «razón» o verdad, que se quiere absoluta, de ser el patrimonio legítimamente heredado de Felipe II. Es en los grandes rasgos de la evolución que dibuja la obra en los que se cifra, a nuestro juicio, su mensaje, con todos los matices que se quiera, belicista.74 Para nosotros, en resumen, ésta ilustra el movimiento de un ambiente cercano al motín al préstamo de dinero al general y al valor y entrega de los soldados en un sitio peligroso y difícil, del hambre y la falta de pagas entre los españoles a la recompensa del saqueo, de la desunión entre mando y tropa a la cohesión bajo el formidable liderazgo de Parma, capaz de sobreponerse a todas las dificultades y dudas, de la condena de la guerra, en fin, a la victoria en una guerra justa. Lope parece recomendar para el presente de sus espectadores la misma perseverancia y esfuerzo colectivos con que, a pesar de las circunstancias, se distinguieron Alejandro Farnesio y sus hombres. La recompensa entonces no fue otra que la victoria.75
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Compartimos, pues, la interpretación de Gómez-Centurión, 1999, pp. 35 y 41 y Di Pastena, 2001, p. 39 y 2002, pp. 298-299 de la obra como defensora de una política de intervención militar en los Países Bajos. Por su parte, Kirschner, 2002 identifica junto al discurso dominante favorable a la guerra otro crítico con ella, que socava y subvierte al primero. 75 Gómez-Centurión, 1999, pp. 35 y 41 ha propuesto que El asalto de Mastrique, que Morley y Bruerton fechan entre 1595 y 1606, pero para la que consideran probable el período 1600-1606, esté aludiendo más concretamente al sitio de Ostende (15 de julio de 1601-22 de septiembre de 1604). Parece razonable suponer, como hace Di Pastena, 2002, p. 299, que la metáfora de Maastricht por Ostende sólo tendría sentido mientras durara el sitio y no una vez conocida la noticia de la victoria, en cuyo momento es previsible que Lope hubiera celebrado directamente los hechos. Recuérdese por otra parte, como dato sólo orientativo, que El asalto de Mastrique no aparece en la lista de la primera edición de El Peregrino, cuya dedicatoria es del 31 de diciembre de 1603.
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En conclusión, El asalto de Mastrique y Los españoles en Flandes, junto al Don Juan... de Remón, constituyen, como ha señalado Gómez Centurión (1999, p. 35), «una llamada a la guerra y una abierta defensa de la intervención hispana en los asuntos flamencos». En el contexto de los últimos esfuerzos bélicos anteriores al alto el fuego firmado en 1607, cuando la población daba síntomas de cansancio de una guerra que, iniciada hacía una treintena de años, había perdido popularidad, se insiste en lo imprescindible de la presión militar y en los resultados que ésta al cabo brinda. Hemos procurado ahondar en los acentos de esa llamada a las armas, servida por el dramaturgo desde una perspectiva populista, que debía juzgar especialmente adecuada para dirigirse al grueso de su público. Que alguna escena de Los españoles... preste voz a los rebeldes o que se afronten las dificultades materiales del ejército de Alejandro Farnesio, la erosión de la disciplina o la dureza del sitio de Maastricht no debería confundir el diagnóstico de estas obras, favorable a la continuación de la guerra.76
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Véase Checa, 2010, y ahora la ponencia de Bernardo José García García «La guerra de Flandes en la dramaturgia de Lope. Historias de soldados y reveses de fortuna a escena», presentada en el VII Congreso Internacional Lope de Vega (octubre de 2012). En ella, el historiador relaciona las dos obras estudiadas en este capítulo, entre otros contextos, con la situación de los veteranos de Flandes que habían regresado a España y con el interés a finales de la década de 1590 del hijo de Alejandro Farnesio, Ranuccio, de mejorar la imagen que se tenía de su padre.
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El 27 de enero de 1629, Lope escribe una carta a su amigo Manuel de Faria e Sousa en la que alaba la única obra histórica del autor impresa en su tiempo, el Epítome de las historias portuguesas (Madrid, 1628).1 Entre otras cualidades, destaca la «moderada pasión» con la que su corresponsal aborda la materia y, de forma interesante a nuestro propósito, la contrapone a la reciente comedia en la que un poeta... introdujo al rey don Manuel de Portugal, preso en una batalla y feudatario por rescate al rey de Castilla.2 No hablo del sentimiento que debían tener los caballeros que aquí asisten a sus pretensiones, pero le certifico a vuestra merced que parecían los castellanos más portugueses que ellos, y que el vulgo, que de ordinario carece de la verdad de las historias, estuvo tan inquieto que no se acabó la comedia ni se permitió oír a puros silbos. Quejosos están los portugueses por su gran rey y los castellanos por haber resucitado el autor los antiguos encuentros de estas naciones, en que nunca tuvimos dicha (Manuel de Faria e Sousa, Fortuna, ed. Glaser, p. 197).3
No es el único incidente de ese estilo que nos viene a la memoria —en otro lugar he recordado el revuelo causado por una comedia
1 Faria e Sousa (1590-1649), que también escribió poesía (Fuente de Aganipe o rimas varias, 1644-1646) y comentó a Camões, conocía a Lope de hacía ya algunos años, puesto que en 1623 le dedica la fábula Narciso y Eco (Fortuna, p. 177). 2
No hace falta insistir en el poder simbólico del apresamiento de un rey en escena. Recuérdese sólo el partido teatral que autores como Francisco de Tárrega (El cerco de Pavía y prisión del rey de Francia) y Cristóbal de Monroy (La batalla de Pavía y prisión del rey Francisco) sacaron al célebre apresamiento del Valois en 1525. 3 La misiva fue reproducida posteriormente en Lope de Vega, Cartas, pp. 281-282.
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representada en 1600 que se consideró antifrancesa—.4 Sin embargo, el caso que Lope relata tiene la particularidad de afectar a reinos que desde 1580 estaban unidos bajo una misma corona. El poder simbólico del espectáculo teatral podía despertar «antiguos encuentros» entre esos miembros de un mismo cuerpo o podía armonizar, dar sentido a los hitos que supusieron o reafirman su unión. Es lo que vamos a tener la oportunidad de ver en dos obras del mismo Lope que inciden, más o menos directamente, en la anexión de Portugal a la Corona española y, más adelante, en la reacción de la Monarquía Hispánica tras la ocupación en 1625 de un puerto brasileño por parte de los holandeses.
LA TRAGEDIA DEL REY DON SEBASTIÁN... Y LA POSESIÓN DE PORTUGAL La tragedia del rey don Sebastián y bautismo del príncipe de Marruecos es un texto singular desde varios puntos de vista. En primer lugar porque une, tal como recoge la coordinación del poco autorizado título con el que mayoritariamente se la conoce, dos sucesos alejados en el tiempo, aparentemente poco conectados y de muy distinta enjundia: la tragedia y el bautismo.5 La tragedia, a la que se dedica el primer acto, es el proceso que culmina en la célebre batalla de Alcazarquivir, el 4 de agosto de 1578, en la que como es sabido los portugueses sufrieron una derrota sin paliativos y su rey perdió la vida. Don Sebastián se había obstinado en encabezar personalmente la desastrosa expedición que, con el apoyo nada entusiasta de Felipe II, invadió Marruecos, que parecía salir de una 4
Usandizaga, 2009. Véase asimismo la n. 30 del capítulo dedicado a Carlos V en Francia. 5 Tal como recoge la reciente edición de Pontón, deberíamos conocer la pieza como El bautismo del príncipe de Marruecos. Si consultamos la princeps (Madrid, viuda de Alonso Martín, 1618), la obra recibe el título de La tragedia del rey don Sebastián y bautismo del príncipe de Marruecos tan sólo en el índice de la Oncena parte. La comedia se llama, en cambio, El príncipe de Marruecos en El peregrino (p. 58) y El bautismo del príncipe de Marruecos en el resto de las ocurrencias de la princeps (título propiamente dicho, acotaciones de inicio de acto y de fin de la comedia, y titulillos), menos en la despedida, cuando Belardo da por acabado El bautismo [...] del príncipe de Fez. El canónigo lombardo Matteo Gianolio también llama a la obra El bautismo del príncipe de Marruecos en sus Memorie storiche intorno la vita del real principe di Marocco MuleyXeque,Torino, Giacomo Fea, 1795, p. 32, reeditado en M. Cantella, N. Forti Grazzini y G. López, Mirabilia ducalia. Gli arazzi dell’ultimo degli Sforza e dell’Infante d’Africa, Vigevano, Società Storica Vigevanese-Diakronia, 1992, pp. 105 y ss.
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guerra civil, con el fin de hacer realidad el viejo sueño de conquistar y convertir el reino africano. El Avís se enfrentó así a las tropas de ‘Abd alMalik (Muley Maluco) con el pretexto de restaurar en el trono marroquí al sobrino de aquél, Muhammad al-Mutawakkil (Muley Mahamet).6 El bautismo, por su parte, ocupa los dos últimos actos y ocurre en España al cabo de quince años, y no es otro que el del refugiado Mawlāy Šayj o Muley Jeque, hijo del destronado Muley Mahamet, precedido por su fabulosa conversión al calor de la devoción popular. Aparte del diferente contenido y tono de la tragedia y el bautismo, una segunda peculiaridad es que aquélla es una derrota cristiana sin paliativos, una realidad histórica que no estamos acostumbrados a presenciar en el teatro de Lope, sobre todo en el que lleva a escena hechos contemporáneos, casi exclusivamente celebratorio.7 Mi propósito va a ser el de ofrecer una interpretación de la obra que tal vez en parte explique su construcción y especificidad, pero antes que nada situémosla cronológicamente y profundicemos un poco más en las singularidades señaladas. 6 Para la guerra civil que Marruecos vivió de 1575, al cabo de un año de que Muley Mahamet accediera al trono, a 1578, el año de la definitiva batalla de Alcazarquivir, véase Oliver Asín, 1955, pp. 21-61 y sobre la contienda, de Queiroz Velloso, 1943, pp. 166-318, Bovill, 1952 y Berthier, 1985. Dentro de un contexto más amplio la trata Braudel, 1976, II, pp. 706-712, que la califica como «la última cruzada de la cristiandad» (p. 706). La fuente en la que Lope se basó para construir el primer acto de su texto son los dos primeros libros de Dell’unione del regno di Portogallo alla corona di Castiglia de Girolamo de Franchi Conestaggio, publicados por primera vez en 1585, tal como sugirió Menéndez Pelayo y analizaron con algo más de detalle Oliver Asín, 1955, p. 172, 17n; Romanos, 1999, 26n y 2001, pp. 599-602 y más recientemente Pontón, 2012, pp. 800-802. La obra del genovés —sobre el que puede verse Manuppella, 1957— también le sirvió para explicar la situación marroquí previa a la intervención de don Sebastián (Génova, G. Bartoli, 1585, fols. 11r-12v), ya que la Relación y suceso de los Jarifes de Diego de Torres que mencionara Menéndez Pelayo no recoge el estallido de la guerra civil. Años más tarde, en la epístola a fray Plácido de Tosantos incluida en La Circe, que data de fines de 1622 o principios de 1623, Lope criticaría duramente al historiador a raíz de Delle guerre della Germania inferiore, la obra sobre Flandes que éste publicó en 1610. No desaprovecharía, sin embargo, la oportunidad para denunciar la anterior «maldad» del genovés, que no es otra que la propia Dell’unione... a la que había recurrido años atrás, y que ahora califica de «falsa historia» en la que acusa a Conestaggio de haber quitado el honor a la «nación portuguesa», tratada en el libro «como si fuera bárbara y extraña» (Obras poéticas. I, p. 1209, vv. 246-252). 7 En Usandizaga, 2007 he estudiado desde este punto de vista la dramaturgia sobre Alcazarquivir del Siglo de Oro. Aparte de la obra de Lope, conservamos La jornada del rey don Sebastián en África de Vélez de Guevara y El rey don Sebastián de Francisco de Villegas.
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La fecha En general se ha considerado que El bautismo del príncipe de Marruecos se compuso en una fecha inmediatamente posterior al histórico sacramento que cierra la obra, oficiado por el cardenal arzobispo de Toledo en la capilla mayor del monasterio de El Escorial a 3 de noviembre de 1593, con Felipe II y la infanta Isabel Clara Eugenia como padrinos.Ya Menéndez Pelayo la hizo coincidir como «gaceta dramática» con el año de la ceremonia (1898, p. 151), el mismo que le atribuyó Oliver Asín, que además pudo dar con la fecha exacta del bautizo.8 En cualquier caso, el texto alude a la concesión a Felipe de África del hábito de Santiago (vv. 2756-2765), que se produjo el primero de agosto de 1594, y el término a quo, pues, debería retrasarse un mínimo de nueve meses más allá de la efeméride. Morley y Bruerton (1968, pp. 233-236), sin embargo, no estrecharon tanto su propuesta y se limitan a señalar que la obra tiene que haberse escrito entre 1593 y 1603, dada la aparición del título en las listas del Peregrino. Incluso sugieren, a partir del análisis métrico de los romances, que el término a quo podría acotarse a 1595.9 Recientemente, Naldini (2005, pp. 277-279) ha dado argumentos para retrasarlo todavía más, concretamente hasta 1598, dada la forma en que al final del texto se elogia al futuro Felipe III. Según veremos más abajo, puede que la obra haya surgido de un encargo, y la estudiosa italiana sugiere que éste podría tener su origen en 1599, cuando Felipe de África coincidió con Lope de Vega en Valencia en ocasión de las dobles bodas reales de Felipe III con Margarita de Austria y de su madrina, la infanta Isabel Clara Eugenia, con el archiduque Alberto. No disponemos, por otra parte, de datos seguros sobre la representación de la pieza.10 8 El arabista pudo precisar la fecha gracias a una carta en la que el portugués Antonio de Escobar, el que fuera agente de Felipe II en Inglaterra, daba cuenta de lo sucedido a Diego de Ibarra, el embajador en Francia (1955, pp. 132-133). Con fecha de 15 de noviembre, se trata del primer documento que da testimonio del bautismo, que cuenta con otras fuentes fiables en la Historia de varios sucesos y de las cosas notables que han acaecido en España y otras naciones desde el año de 1584 hasta el de 1603 de fray Jerónimo de Sepúlveda (pp. 148-149) o, ya en el siglo XVIII, en las citadas Memorie storiche de Gianolio (Torino, Giacomo Fea, pp. 37-41). 9 Morley y Bruerton no conocían el libro de Oliver Asín ni daban un crédito total a la fecha de 1593 para el bautizo, tomada de León Pinelo (Anales de Madrid, pp. 149-150) por Menéndez Pelayo. 10 Dice el historiador de Andújar Manuel Salcedo y Olid, en su Panegírico historial de Nuestra Señora de la Cabeza (Madrid, J. de Paredes, 1677, p. 295, facsímil
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Ya en el momento de la preparación de la tesis para su publicación, Pontón (2012, pp. 799-800) ha señalado un índice interno que confirma la intuición de Naldini y nos obliga a retrasar el término a quo a la segunda mitad de 1601. Se trata de la alusión a la canonización de San Raimundo de Peñafort, acaecida el 29 de abril de 1601, en boca del corregidor de Andújar (vv. 2247-2250 y nota al texto). El dato, una incursión del presente de la escritura en el tiempo dramático de 1593, nos permite concluir, pues, que El bautismo se escribió entre 1601 y 1603 (y más probablemente 1602-1603), ya en tiempos de Felipe III y a una respetable distancia del sacramento. La estructura El título con el que mayoritariamente se conoce la obra nos ha servido más arriba para apuntar a su estructura, cuyo carácter bimembre, centrado al comienzo en Sebastián y luego en Muley Jeque, ha sido valorado de forma muy dispar. Los juicios abarcan desde la constatación de una ausencia de verdadera conexión entre las dos secciones de la obra (Menéndez Pelayo 1898) hasta la «perfecta ligazón» que entre ellas aprecia Oliver Asín (1955, p. 169). Recientemente han surgido perspectivas más matizadas, que probablemente dan mejor cuenta de la forma del texto, a buen seguro menos unitario que el resto de los que estudiamos. Así, Pedraza reconoce la unidad del mismo considerado como documento histórico, pero no tanto si se contempla como realidad dramática (1996/2001, p. 594), mientras Romanos, por su lado, constata un «débil lazo de unión» entre las partes (1999, p. 183).Veamos los argumentos empleados en el debate, interesante en cuanto presupone el manejo de una cierta interpretación general de la obra. en Córdoba, Academia de Cronistas de Ciudades de Andalucía, 1994) que de la «conversión milagrosa» de Felipe de África «anda una comedia representada por Villegas». Aunque la fecha en que murió el autor Antonio de Villegas, 1613, dista mucho de aquella en que escribe Salcedo y Olid, téngase en cuenta que el 19 de septiembre de 1602 el converso fue padrino en el bautizo de la hija del autor, Ana Francisca Villegas, en la parroquia de San Sebastián de Madrid (Cotarelo, 1922, p. 50). Es probable que el estreno fuera en dicha ciudad, pero tampoco hay que dar excesivo crédito a lo que en ese sentido dice Gianolio (Memorie, p. 32). Parece asimismo dudoso que la Pérdida del rey don Sebastián que Cristóbal de Avendaño representó ante Isabel de Borbón entre el 5 de octubre de 1622 y el 8 de febrero de 1623 (Varey y Shergold, 1989, p. 184) sea nuestra obra.
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De una cierta perplejidad puede calificarse la reacción de Menéndez Pelayo ante la amplia cesura de la comedia. El santanderino llegó a proponer una explicación que la crítica posterior, con Morley y Bruerton a la cabeza, ha rechazado: que el texto surgió de la yuxtaposición de dos obras concebidas inicialmente de forma autónoma y en períodos distintos (1898, p. 152). Cabe señalar, además, que Menéndez Pelayo ensaya su intento de lectura unitaria principalmente desde la figura del rey Sebastián,11 mientras que a partir de Oliver Asín se parte de la figura de Muley Jeque y su bautismo. Esta última perspectiva brinda mejores resultados, y viene apoyada por la muy probable circunstancia de que la obra surgiera de un encargo de Felipe de África al que iba a ser, si no lo era ya, su amigo Lope de Vega (Pedraza 2001:595-597), con el objetivo de reactivar el favor de la corte.12 Todo parece indicar, en efecto, que la carrera cortesana del cristiano nuevo brilló más bajo Felipe II que bajo su hijo.13 11
«Lo restante de la pieza se reduce a la conversión del Príncipe, sin que vuelva a hablarse de la pérdida del rey don Sebastián, ni se establezca lazo alguno entre ambos sucesos» (1898, p. 152). Parece asimismo la perspectiva adoptada en un breve apunte de Werner Herzog, 1972, que juzga que la comedia de Lope dota de un nuevo sentido a la muerte de don Sebastián, al ir seguida de la victoria del cristianismo sobre el islam que representa la conversión de Muley Jeque. El rey luso emergería entonces como «mártir de la fe» y su muerte equivaldría a «un sacrificio expiatorio para la salvación del alma de Muley Xeque», 1972, p. 45. 12 Recuérdese a este propósito lo señalado en la n. 5: los títulos más autorizados de la obra (El príncipe de Marruecos, El bautismo del príncipe de Marruecos) sólo aluden a Muley Jeque. A pesar de que no podemos documentar la amistad de Felipe de África y el dramaturgo hasta 1602 —fecha de la princeps de La hermosura de Angélica, en los preliminares de la cual encontramos un par de quintillas laudatorias atribuidas al converso—, es muy probable que la relación entre ambos se remonte varios años atrás, si tenemos en cuenta la probable asistencia de Lope al bautismo de 1593, a juzgar por la irrupción al final de la comedia de la máscara de Belardo (vv. 2894 Acot-3052), y la probable coincidencia de ambos en las dobles bodas reales de 1599 en Valencia (Naldini, 2005, p. 277). 13 El de África mantuvo en el reinado de Felipe III los honores que le había concedido Felipe II (grande de España, caballero de Santiago, encomendero de Belmar y Albánchez, capitán de caballería) y estuvo invitado a las ocasiones más señaladas, pero no pudo preciarse de nuevas mercedes. Además, en 1600 tuvo que reclamar en varias ocasiones el cobro efectivo de su provisión mensual retrasada, correspondiente al período que iba desde junio de 1598 a octubre de 1599. El año de 1600 es también el mismo en el que el Consejo de Estado, a propósito de su solicitud para combatir en la Guerra de Flandes, estimaba que «aquí no está bien ni puede ser de provecho para nada» (Oliver Asín, 1955, p. 182). Véase, en general,
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Por su parte, Oliver Asín justifica la dedicación del primer acto al desastre en tanto que se trata de un hecho que determinó profundamente la vida de Muley Jeque, hijo de Muley Mahamet, el rey al que Sebastián pretendía devolver al trono. Su traslado al Portugal del cardenal Enrique por parte de los aliados de su padre y, con ello, las escasas perspectivas de ver cumplido el destino propio de un príncipe dependen de la batalla de los Tres Reyes; así, el segundo y tercer acto pueden verse como consecuencia del primero. Además, el niño Muley Jeque aparece en el primer acto, de forma limitada pero significativa. A lo puer senex, se muestra sorprendentemente enterado de la marcha de los preparativos bélicos y con una predisposición a todas luces valerosa para sus doce años. Su padre lo presenta al rey don Sebastián y éste le anima a proseguir en Mazagán la tarea de recabar apoyos para su causa (767 Acot-887 Acot). En fin, Muley Jeque pierde en el primer acto la posibilidad de recuperar un reino terrenal para ganar el de los cielos en los dos siguientes. El mismo Lope esbozó una hiperbólica lectura providencialista de esta secuencia de hechos en el soneto que dedicó «A don Felipe de África»: «[el cielo] tanto os estima a vos príncipe, solo,/ que un día aventuró para ganaros/ con cuatro reyes veinte mil personas».14 Pedraza, por su parte, procura explicar la estructura de la obra como típica del género al que la circunscribe, el de las «comedias de cuerpo», y a la condición de obra de encargo, mientras que Romanos incide más en una contextualización cronológica de esa peculiaridad estructural. Con las «comedias de cuerpo» comparte El bautismo... el estar protagonizada por un magnate de un país exótico del que además se dibuja la trayectoria desde la niñez a la conversión milagrosa.15 La voluntad del peticionario de la obra iría asimismo en la dirección de reflejar toda su vida, empezando por sus orígenes y las causas que lo llevaron a la península.
Oliver Asín, 1955, pp. 155-217, que sin embargo no aprecia ese estancamiento de la promoción social del cristiano nuevo en el reinado de Felipe III y, más adelante, lo dicho en la n. 44 sobre la referencia al Príncipe en La desdicha por la honra. 14 Se trata de los vv. 9-11 del soneto 169 de las Rimas, publicadas por primera vez en 1602, y que por lo tanto debe haberse escrito en fecha no lejana de nuestra comedia. Cito por Rimas humanas y otros versos, p. 337. 15 Pedraza toma el concepto de El pasajero de Suárez de Figueroa (I, pp. 216-217 y n. 6), en el que se opone a la «comedia de ingenio» o de capa y espada.
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La derrota a escena Por otro lado, como hemos hecho constar desde el comienzo, el suceso bélico dramatizado en el primer acto —retomado después por Vélez de Guevara, refundido a su vez por Francisco de Villegas— es anómalo en el contexto del teatro histórico que trata de hechos contemporáneos, y lo más probable, ya lo hemos dicho, es que fuera llevado a escena en función de la conversión y bautismo de Muley Jeque que ocupa los dos siguientes.16 Era inusual escribir sobre una derrota que se podía considerar como propia en cuanto cristiana y que, sufrida a manos del infiel, planteaba sin duda el problema de la providencia divina. Pero es que además, como es de todos sabido, escribir sobre Alcazarquivir era comprometido dadas las consecuencias de la muerte de Sebastián sobre la sucesión de Portugal. Lope redactó la obra —y es de suponer que ésta se representó— en unos años en los que, todavía reciente el desastre, eran raras las publicaciones españolas sobre la batalla,17 en un momento en el que, para decirlo con palabras de uno de los pocos españoles que dieron a la prensa un libro sobre el particular, todavía había que cu16
Vélez de Guevara escribió La jornada del rey don Sebastián en África —que así se titula el texto que Herzog edita como Comedia famosa del rey don Sebastián en el ms. 15291 de la Biblioteca Nacional que le sirve de texto base— antes de 1607, mientras que Francisco de Villegas, oscuro dramaturgo activo en las primeras décadas de la segunda mitad del siglo XVII y al que se atribuyen hasta dieciséis obras, publicó El rey don Sebastián en 1663, incluida en la Parte XIX de comedias nuevas y escogidas de los mejores ingenios de España (Madrid, Pablo de Val, fols. 60v-77v). Recuérdese que entre uno y otro texto contamos con La pérdida del rey don Sebastián, que debe ser una obra hoy perdida (véase n. 10), como lo es —si no se trata de un error de atribución— La jornada del rey don Sebastián del portugués Vicente Mascarenhas (Machado, 1752, III, pp. 783-784), tal vez una refundición de la homónima pieza de Vélez, sobre la cual pueden consultarse Herzog, 1972 y Romanos, 2001. 17 Henry de Castries, 1905, I, pp. 395-405, fue el primero en hacer notar el silencio de las prensas portuguesas hasta 1607, y la rareza de los testimonios españoles publicados en los años que siguieron al desastre. El historiador francés cree que dicha escasez, en el contexto posterior a la anexión, se debe a que se prefería no desempolvar un acontecimiento que castigaba el amor propio de la «nación hermana». Valensi, 1992, p. 33, por su parte, considera que, dada la responsabilidad de Sebastián en el desastre de su ejército, el riesgo de humillar a los portugueses era demasiado elevado. En cualquier caso, es comprensible que no se quisiera abundar sobre el trágico acontecimiento que había sentado las bases para un cambio dinástico y político que distaba de suscitar el apoyo unánime de los antiguos súbditos de don Sebastián.
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brir una verdad que, en caso de presentarse desnuda, era susceptible de ofender.18 Veamos, en primer lugar, la cobertura con la que Lope vistió la cruda derrota y, acto seguido, los aspectos problemáticos de ésta a los que se enfrentó más directamente. El impacto derivado de la representación del reciente desastre aparece matizado no sólo por el alma ganada al islam en el segundo y tercer actos, sino, de forma más evidente, tanto por la puesta en escena de la batalla como por la valoración que de ella hacen varios personajes a lo largo de la obra. En primer lugar, la atenuación escénica parece ahorrarnos la presencia de la muerte física de Sebastián y los suyos. Así, después de un breve apunte del combate sobre las tablas,19 aparecen ya vencidos Francisco de Aldana, consciente de que va a morir, y don Antonio, prior de Ocrato, que duda si es preferible el cautiverio o la muerte. Por su parte, Eduardo de Meneses, el maestre de campo, sale ensangrentado a escena y da a don Antonio noticias de su señor que, claro está, es el que con más arrojo afronta su destino. La aparición del monarca sí concluye con el anuncio de su propio final, heroico y ejemplar («¡Por Cristo muero y por su fe!», v. 1032). La muerte de los cristianos, en definitiva, no se materializa explícitamente sobre la escena, a lo sumo un breve ademán puede haber acompañado a la citada frase del Avís, que pasa a mejor vida entre acentos religiosos y con el decoro debido a la majestad de un soberano.20 18 Fray Antonio de San Román, «Prólogo al lector» de Jornada y muerte del rey don Sebastián de Portugal, sacada de las obras del Franchi, ciudadano de Génova, y de otros muchos papeles auténticos (Valladolid, herederos de Juan Íñiguez de Lequerica, 1603, fol. ¶¶3r). 19 Después de la exhortación de Sebastián a los suyos, la acotación manda reproducir la «batalla dentro, y fuera lo mejor que puedan» (1006 Acot). 20 Bastante distinta es la muerte del rey en la obra de Vélez de Guevara y la refundición que a partir de ella escribió Villegas. En estos autores el final de Sebastián, alcanzado por un mosquetazo, tiene mayor relieve escénico, sobre todo en Vélez de Guevara, en el que don Antonio y el duque de Barcelos acompañan al Avís cuando éste muere. Pero, sobre todo, en el texto de Vélez el cadáver del rey «herido, lleno de saetas, en una silla» es mostrado a Hamet, el nuevo rey de Marruecos —y a todo el público—, algo que no ocurre en Villegas, ya que el saadí se halla presente en el momento de morir Sebastián. La lectura política, legitimadora de la sucesión de Felipe II en tiempos de sebastianismo que Swislocki, 1999, p. 52 hace de la exhibición del cadáver del rey en esta tríada de textos sería aplicable a Vélez, que además hace decir a Hamet que entregará el cadáver a Felipe II, y en menor grado a Villegas, pero no a Lope.
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También contribuyen a la atenuación de la pérdida de Sebastián y, en general, de la derrota las valoraciones de la batalla de varios personajes, identificados con uno y otro bando y, curiosamente, en su mayoría marroquíes. Así, no se concede demasiado mérito militar al enemigo: la multitud, comparada al granizo, ganó la batalla por su número, no por su valor. La propia Lela Fátima, que debería alegrarse de la victoria musulmana que predice el espejo de su criada Celinda, opina que «poca gloria» puede derivarse de la desigual batalla, cuya victoria «no es muy honrado blasón» (vv. 334-335 y 340-341). Al oír años después los detalles de la jornada, Muley Jeque concluye que «cien mil vencer quince mil/ parece vitoria vil» (vv. 1142-1143). De hecho, en el relato que Muley oye de boca de Albacarín, alcaide de Arcila, se subraya el valor de los cristianos, que en algún momento parecieron rozar la victoria (vv. 12811288), y no se duda que si el número de soldados en cada bando hubiera sido parejo el resultado habría podido ser muy distinto (vv. 1144-1151). Aparte de lo que hemos llamado atenuación, creemos detectar en algún momento un proceso de inversión valorativa que llega a sublimar el fracaso bélico y a ensalzar a Sebastián y al campo cristiano más allá de toda lógica militar. Por un lado, la muerte del portugués nos es presentada como la de un mártir, y de hecho el rey invoca al santo homónimo. Por el otro, Albacarín lo presenta a Muley Jeque como el «intrépido mozo» (v. 1197) que, contra la prudencia, entabla una batalla dispar pero de dimensiones épicas, que desemboca en una «gran tragedia» (v. 1321). El resultado no debe llamar a error: de la batalla no pueden preciarse los vencedores, porque quienes realmente demostraron valor en ella fueron Sebastián y los suyos. La reserva práctica, pues, no resta grandeza al joven: que aunque fuera más cordura haber tomado a Alarache, no se le puede negar el corazón indomable […] (ed. Pontón, vv. 1325-1328).
La personalidad y acciones del rey, entonces, su valor temerario (y el de sus soldados) ante una batalla imposible, unida a las implicaciones de la muerte en combate contra el infiel, están en la base de la inversión valorativa que sublima una derrota. Muley concluye de la explicación del alcaide que lo sucedido en Alcazarquivir fue una «trágica vitoria»
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(v. 1342), pensando obviamente en términos extramilitares, cercanos tal vez a lo que llamamos «victoria moral». Pero la reserva práctica, si no resta grandeza trágica a Sebastián, no por ello deja de plantearse. La derrota en una guerra de elección como la que deparó la muerte al rey supone, si no la atribución de mayor pericia o valor al contrario, como mínimo el error de cálculo propio. Y el carácter de Sebastián, tal como lo pinta el texto, también tiene su contrapartida negativa, que lo incapacita para calibrar adecuadamente las situaciones. La pieza lo caracteriza como un rey obsesionado con el proyecto de la jornada, implicado en él más allá de lo razonable, como muestra su voluntad de encabezar personalmente la expedición. Ningún obstáculo concebible hará desistir al jefe del campo cristiano, sobre el que El bautismo... desliza tímidamente una sugerencia más grave, la de arrogancia. Efectivamente, a punto de enfrentarse ambos ejércitos, a la superioridad numérica enemiga el rey parece oponer la bravura de su gente, a lo que don Antonio responde —pensamos que en un aparte no señalado— que la que es brava es la arrogancia (v. 990).21 Por otro lado, el relato de Albacarín ante Muley Jeque nos presenta a Sebastián saliendo de Tánger para entablar la batalla, «más que dichoso, arrogante» (v. 1166). La cuestión de la responsabilidad de Sebastián en el desastre, más claramente apuntada en las comedias que seguirían a la de Lope, empieza a tomar forma.22 Y más allá de lo humano, en un texto en el que queda patente la creencia en la influencia de Dios sobre la historia, no es fácilmente interpretable la relación de la providencia con el desastre, especialmente cuando la contienda enfrentó a cristianos y musulmanes. Se deja sentir en la obra la tensión entre la proporción de prudencia humana y la de providencia divina que da con una victoria, entre los reparos estratégicos y la confianza en la santidad de la empresa. El martirio de Sebastián viene a desvanecer la tensión que se haya podido dejar sentir en torno a la cruzada, pero en el segundo acto, pasados quince años de la batalla, 21
Decimos que el rey parece oponer la bravura de su gente a la superioridad numérica del enemigo porque no se puede excluir que la réplica del rey —«Brava es la gente» (v. 990)— se refiera al enemigo, aunque lo creemos poco probable. Lo que sí es seguro es que la respuesta del prior de Ocrato —«Y la arrogancia es brava» (v. 990)— va referida a Sebastián, y por lo tanto debería ir en aparte. 22 Desde una perspectiva comparada de las tres comedias que abordaron el desastre, desarrollo en Usandizaga, 2007 este y otros aspectos, como el de la relación con la providencia divina.
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creo que es especialmente relevante, a pesar de su condición de musulmán, la actitud resignada de Albacarín ante la voluntad de Dios, cuyos caminos son inescrutables. El cierre de su relación de la batalla, dirigida a Muley, es significativo del intento de armonizar la dureza de la derrota y la providencia: «que si Dios da las vitorias,/ Él mismo las causas sabe» (vv. 1331-1332). Parece que debemos retener el valor de Sebastián y su ejército, la nobleza del propósito que lo animaba, sin pretender inquirir mucho más allá. Estamos lejos, en cualquier caso, de la insinuación de castigo divino que no es difícil adivinar en Villegas.
Su Majestad muestra en mí/ su católica grandeza Por nuestra parte, creemos que la atención a un personaje ya tenido en cuenta por Romanos, 1999 es susceptible de proporcionar interesantes claves interpretativas e incluso complementar el debate en torno a la unidad del texto. Nos referimos a la comparativamente sólida presencia de la figura de Felipe II, que se extiende a lo largo de las dos secuencias básicas que constituyen la obra.23 Esa presencia, a veces en escena, pero mucho más a menudo fuera de ella, aludida o invocada, se da principalmente en el primer y tercer actos. En aquél, el soberano aparece como un eslabón imprescindible para que la expedición, ante la que se muestra cauteloso, se lleve a cabo. En éste, como el personaje que toma las decisiones —posiblemente en mayor medida que el rey histórico— para que el bautizo del príncipe adopte la forma que podemos ver en la escena final, en la que, claro está, no es asunto menor su asistencia en calidad de padrino. Vale la pena detenerse en el papel del monarca a lo largo de la obra. El Rey Católico emerge en el primer acto como un actor indispensable en relación con las ensoñaciones africanas de Sebastián, y como uno destacado en las guerras civiles de Marruecos. Del discurso de petición de ayuda de Muley Mahamet a Sebastián, en la primera escena, 23
La estudiosa argentina subraya asimismo la singularidad de la obra por la notable presencia en ella de la figura de Felipe II, de la que hay que destacar su carácter activo. Después de Carlos V en Francia, no hay obra de Lope donde se haga sentir más la presencia de un Austria.También reparó en la importancia del monarca en El bautismo… Mariscal, 1990, pp. 161-162, que concluye que la «glorification of the Spanish king as the embodiment of the state» puede considerarse el mensaje ideológico último del texto.
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se desprende que tanto él como su rival Muley Maluco han intentado en algún momento obtener su auxilio, en el que el destronado saadí de nuevo confía. En Marruecos, antes de entablar la batalla, los hermanos Ahmad al-Mansur o Muley Hamet (vv. 501-504) y Muley Maluco (vv. 529-532) mencionan con preocupación el amparo que Felipe II presta a Sebastián, mientras que Muley Jeque y el alcaide de Arcila, Albacarín, celebran los apoyos cristianos con los que cuenta el padre del primero, recordando siempre en primer lugar al tío (vv. 832-843). La primera escena, la de la petición de ayuda de Muley Mahamet y deliberación del rey Sebastián, acaba precisamente con la entrada de Pedro de Alcásova, que trae unas cartas de Felipe II en las que concierta la célebre reunión de Guadalupe. La posición del Austria queda confirmada de primera mano en la breve escena en la que recibe al rey portugués en el monasterio extremeño (380 Acot-436 Acot): apoya la intervención, pero le desaconseja ir en persona.24 Su intervención no se limita a prestar apoyo financiero, sino que determina algunos aspectos como el contingente total que se va a destacar —la cifra final es propuesta del duque de Alba— y la naturaleza de la operación, que quiere limitada a Larache. Al empezar el segundo acto, el príncipe marroquí se encuentra en España «en protección/ del rey Filipe» (vv. 1072-1073), según Almanzor, el alcaide que acompañó a Muley Jeque después de la derrota, le explica a Albacarín, que no ve al príncipe desde entonces. En realidad, la naturaleza de esa «protección» era compleja: puede que Muley Jeque fuera llevado a Portugal como un simple refugiado, pero ya antes de pasar a la tutela de Felipe II a partir de agosto de 1580, sabemos que su retención, en tanto que príncipe de Marruecos, era considerada una amenazadora carta que esgrimir ante Muley Hamet; es decir, que tenía
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Ya desde la primera escena, a propósito de la reacción cautelosa de alguno de sus consejeros, dice Sebastián que también Felipe II le ha advertido por carta de las posibles implicaciones sucesorias de su participación personal en la empresa. La voluntad del Austria de disuadir a su sobrino de ir en persona a Marruecos asoma repetidamente en la obra: la comentan el rey y sus colaboradores en el puerto de Lisboa antes de zarpar al otro continente (vv. 718-722) y Albacarín alude a ella al contarle la batalla de Alcazarquivir a Muley Jeque (vv. 1157-1332), ocasión en la que concluye que «fuera más cordura/ haber tomado a Alarache» (vv. 1325-1326), lo mismo que sostenía Felipe II. Francisco de Aldana, por su parte, reconoce justo antes de morir la razón que llevaba el rey católico al mostrarse cauteloso (vv. 1006 Acot-1010).
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valor de rehén.25 La conversión del príncipe anulaba esa virtualidad, pero inmediatamente después de ella y hasta el final de la obra, el acercamiento a la fe cristiana del protegido personaje adquiere una dimensión pública, es objeto del interés oficial, lo que condiciona los cauces por los que discurre. No debió de ser ajena a esta circunstancia, por cierto, la política hacia la población morisca del momento, un máximo de ocho años antes de la expulsión, aspecto sobre el que habremos de volver más adelante. El hecho es que el rey, a través de cartas y órdenes precisas, conforma el proceso que cristaliza en el bautismo. Es posible incluso que la obra otorgue al monarca, como mínimo en dos ocasiones, más relieve del que históricamente tuvo en esas gestiones. Pensamos, en primer lugar, en el momento en que se supone que es el corregidor de Andújar, don Gonzalo de Ulloa, quien informa al rey de la conversión (vv. 21632166) y, especialmente, en aquel otro en el que se sobreentiende que es el propio monarca el que se ofrece como padrino (vv. 2646-2651). Pues bien, fray Jerónimo de Sepúlveda, en su Historia de varios sucesos…, atribuye la iniciativa de ambas acciones al propio Muley. Según el monje jerónimo, el príncipe marroquí fue tanto el que «hizo saber al Rey Católico» su deseo de convertirse como el que le pidió que fuera su padrino.26 De ser más exactos estos datos y conocerlos Lope, tal vez el 25
Ya a la altura del 16 de febrero de 1580, Cristóbal de Moura, el agente de Felipe II en Portugal, le escribe desde el país vecino que «...con aquellos moros que están aquí [Muley Jeque y su tío Muley Nasr] se podrán hacer buenos partidos» (Oliver Asín, 1955, p. 70). Más tarde, el 5 de septiembre de 1580, Felipe describe a la pareja de marroquíes como «el mayor y mejor torcedor que se le puede poner» a Muley Hamet para obtener de él buenos acuerdos (Oliver Asín, 1955, p. 72). Sobre el valor que la tutela de Muley Jeque tuvo para Felipe II, hasta el punto de contribuir a frustrar la política de alianzas de Muley Hamet con Inglaterra y los opositores portugueses al Austria, véase Oliver Asín, 1955, pp. 63-93 y Téllez Alarcia, 2000, pp. 11-12. Muley Nasr fue liberado en Melilla en 1595 y cayó derrotado ante Muley Hamet al año siguiente (Oliver Asín, 1955, pp. 178-179,Yahya, 1981, pp. 180-182 y García-Arenal-Rodríguez Mediano-El Hour, 2002, pp. 61-64). 26 Historia de varios sucesos y de las cosas notables que han acaecido en España y otras naciones desde el año de 1584 hasta el de 1603, pp. 148-149. Sepúlveda, monje jerónimo del monasterio de El Escorial, en el que iba a recibir el bautismo Muley Jeque, desde 1584, escribiría el pasaje al poco tiempo de la ceremonia. Más tardío es, en cambio, el Panegírico historial de Nuestra Señora de la Cabeza de Salcedo y Olid, no obstante bien informado en lo relativo a Andújar, y en el que es el obispo de Jaén, un cargo menos estrechamente ligado al Habsburgo que el de corregidor, quien le da la noticia de la conversión (Madrid, J. de Paredes, 1677, p. 291).
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dramaturgo los alteró de forma consciente con el fin de acrecentar el carácter personal y activo, más que institucional y reactivo, de la implicación del Austria en el caso. En nuestro texto, pues, el papel directo de Felipe II en el proceso que media entre la conversión y el bautismo tiene su origen poco después de aquélla, ocurrida ante la imagen de la Virgen de la Cabeza, al calor de una fiesta popular. En concreto, asistimos a las diligencias del corregidor, que acude a la casa del marroquí en Andújar para escribir a Felipe II un informe del suceso (2215 Acot-2266 Acot). Le acompaña el alcaide Jácome de Cárdenas, con el que mantiene un diálogo extremadamente significativo a nuestros propósitos, ya que, aparte de prever el gozo del monarca ante el suceso, lo relaciona con su reinado y hasta persona: JÁCOME
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¡Por qué notable camino le quiere Dios para sí! Holgará Su Majestad de estas nuevas grandemente. Como coluna excelente de religión y piedad. ¡Cosas estrañas se ven en tiempo del gran Filipo! Que de su edad participo lo tengo yo por mi bien. ¡Qué de santos ya pasados canonizan, y en su edad viven por la cristiandad con tal fama venerados; qué de reliquias se hallan en Granada y otras tierras, santos despojos de guerras en que mártires batallan! San Julián y San Segundo tienen gran veneración, Raimundo y Jacinto son, con Diego, soles del mundo. Edifícanse mil templos y este príncipe africano no es, en volverse cristiano, de los menores ejemplos (ed. Pontón, vv. 2229-2254).
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La conversión de Muley Jeque, por tanto, es un hito mayor dentro de una serie de hechos religiosos positivos (canonización de santos, hallazgo de reliquias) que no por casualidad suceden en los tiempos de Felipe II, época de salud espiritual dada la personalidad y celo del gobernante de la Monarquía Católica, el Estado más poderoso de la cristiandad. No debe pasarnos por alto, por cierto, el hecho de que Granada sea el lugar destacado en lo que a descubrimiento de reliquias se refiere. Se recuerda y reafirma así, simbólicamente, la no tan lejana recuperación para la Corona del último reducto islámico en España, la revuelta de cuyos descendientes sería sofocada en tiempos del Rey Prudente y terminaría más adelante con la expulsión de prácticamente la totalidad de los moriscos granadinos. Pero retomemos el papel de Felipe II, actor destacado en la sombra, en el desarrollo de la trama. Es por orden suya que se encomienda al obispo de Jaén la continuación de la instrucción religiosa de Muley Jeque iniciada por un fraile victoriano, lo que también es importante, observa el caballero don Diego, en tanto que el converso sabrá entonces que el rey está al corriente de su intención de ser cristiano (vv. 25432554). El Austria en persona escribe al corregidor ordenando el traslado de Muley Jeque a El Escorial, donde, habiéndosele antes entregado por orden suya un vestido cristiano, oficiará como padrino del bautismo (vv. 2613-2651). Sabemos, por otra parte, a través del sueño alegórico que asalta al converso, que el príncipe saadí cuenta con el apoyo económico del Rey Católico, y que éste le honrará en el futuro con un hábito de Santiago (vv. 2753-2768). Los preparativos del bautizo dan lugar a que Juan Ruiz de Velasco, de la cámara real, y un ayudante, que esperan la llegada de Muley Jeque a Valdemorillo antes de que éste parta a El Escorial, elogien la figura del rey a propósito de la ceremonia, pero también desde una perspectiva más amplia: JUAN
AYUDA JUAN
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Su Majestad esta vez el santo celo mostró de nuestra fe soberana con más piadosa afición. Es notable la ocasión. ¡Oh gran coluna cristiana! ¡Oh gran rey, que no se ha visto desde Salomón tal rey!
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Procura ensalzar la ley evangélica de Cristo. Ya él tuviera reducidos a los Estados de Flandes si a sus libertades grandes diera seguros oídos, pero, antepuesta la fe a cuanto es bien temporal, con sangre y cuidado igual pone en sus cuellos el pie (ed. Pontón, vv. 2821-2838).
En su primera intervención, Ruiz de Velasco, caballero del hábito de Santiago, dice que Felipe II ha mostrado en esta ocasión su celo religioso «con más piadosa afición». Creo que el segundo término menos piadoso hay que buscarlo en las intervenciones armadas, como en el caso de las guerras de Flandes mencionadas a continuación por el ayuda de cámara, que las ve como ejemplo de los principios religiosos que guían la política del Rey Católico.27 El caso de El bautismo del príncipe de Marruecos, de conversión en un contexto de paz, supuestamente en conciencia, es un «alto argumento/ del valor de nuestra fe» (vv. 2623-2624). Viene a confirmar que la religión de la Monarquía, de los espectadores, es la verdadera, mientras que la secta de los del otro lado del Estrecho —y de los moriscos— es un error. El contexto pacífico de la segunda mitad de la obra es un rasgo peculiar en relación con el resto de las que estudiamos, y que la acerca bastante a comedias menos históricas y más novelescas como La octava maravilla (1609).28 Además, a lo largo de todo el texto, se deforman las escasas expectativas de Muley Jeque de recuperar el trono arrebatado a su padre quince años atrás. De este modo el espectador se lleva la impresión de que el reconocimiento de la verdadera fe corre paralelo a una gravísima renuncia, con lo que se dota de íntima convicción religiosa a la conversión del marroquí, en la que 27
Contrariamente a lo que hemos podido comprobar en Los españoles en Flandes y El asalto de Mastrique, que justifican la guerra a partir de criterios eminentemente políticos. 28 La octava maravilla presenta la conversión del rey bengalí Tomar, llegado a España por el deseo de ver a Felipe II y El Escorial. La coincidencia con la historia de Muley Jeque, estudiada por Valdés, 2001, pp. 181-185, llega al extremo de que el soberano recibe en el bautismo —por decisión de un capitán— el nombre de Felipe.
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también influiría la voluntad de integrarse en la sociedad que lo acogió y quién sabe si los honores y beneficios materiales que podían derivarse —y bien que lo hicieron— de su decisión.29 En el monasterio y palacio de El Escorial que el propio Felipe II mandó edificar recibe el africano el bautismo. Gaseno y el madrileño Belardo —máscara del propio Lope, que con toda probabilidad estuvo presente en la ceremonia— comentan el ambiente previo al sacramento. El primero no se olvida de destacar el contento que su majestad ha demostrado por la conversión de un rey de otra religión, que así llama al príncipe (vv. 2933-2938). Muley Jeque llega finalmente ante Felipe, acompañado de la infanta y el príncipe, y en sus palabras funde la condición de vasallo con su inminente bautismo (vv. 3027-3038). El nombre del nuevo cristiano, que será conocido como Felipe de África, está formado a partir del de su padrino.30 Por fin, el cierre de la comedia, en boca de Belardo, estrecha todavía más la relación entre Felipe II y la incorporación de Muley Jeque a la cristiandad: «al bautismo dando/ fin, del príncipe de Fez,/ por el gran hijo de Carlos» (vv. 3050-3052). En el generoso carácter agente que sobre el bautismo predica el último verso cabe el papel de padrino, pero también el de director del paso de la conversión a la ceremonia de Estado y aun el del monarca que trae consigo un tiempo de prosperidad religiosa en el que suceden hechos como el de Muley Jeque, tal como habíamos visto arriba (vv. 2229-2254). Si tenemos en cuenta, además, que los títulos de las comedias históricas de Lope incluyen en alguna ocasión el complemento
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El convencimiento tanto de compatriotas recién llegados a España (vv. 14171421), como del séquito que le ha acompañado desde el comienzo de su exilio (vv. 2191-2198), y hasta de algún cristiano (vv. 2623-2632), de que el tiempo en el que se desarrollan los dos últimos actos —el año de 1593— era un momento óptimo para sus esperanzas, o la intervención de la figura alegórica de la «Seta africana» en el sueño de Muley Jeque (2736 Acot-2794 Acot), dando por supuesto que la continuidad del príncipe en la fe musulmana le deparaba el reino de Marruecos, son algunos de los pasajes en los que más se echa de ver esa manipulación. El problema de las expectativas de regreso al trono marroquí es, en cualquier caso, inseparable de la naturaleza del largo exilio ibérico del príncipe. Téngase en cuenta, por otro lado, el fracaso del tío de Muley Jeque, Muley Nasr, en la invasión de Marruecos que protagonizaría dos años después del bautismo (véase n. 25). 30 Según fray Jerónimo de Sepúlveda, la elección del nombre se debió al Rey Católico, y hay que interpretarla como «favor» hacia el converso (Historia de varios sucesos…, p. 149).
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agente de la hazaña celebrada,31 parece razonable atribuir al plaudite un reconocimiento del protagonismo distante que hemos intentado poner de manifiesto y que quizá puede contemplarse a la luz de los hechos que sucedieron entre el primer y el segundo actos.
La anexión Al comienzo de la obra tanto algunos consejeros portugueses de Sebastián como Felipe II hacían notar el riesgo que para la continuidad y estabilidad sucesorias representaban los planes del Avís.32 El temor se hizo realidad y, como es bien sabido, tras el breve reinado del cardenal Enrique, Felipe II incorpora Portugal a sus dominios en 1580, un hecho sensible convenientemente incluido en la elipsis de quince años entre el primer y el segundo acto. De hecho, al comienzo de éste, el imparcial Almanzor cuenta al recién llegado Albacarín que «dio a Filipe Portugal/ la debida posesión» (vv. 1075-1076). Tal vez la insistencia en la condición de nieto de Carlos V de Sebastián, y en las vistas de Guadalupe, en los vínculos de sangre entre tío y sobrino, no es ajena a la voluntad de mostrar el carácter «debido» de ese reconocimiento del Habsburgo como rey de Portugal, probable alusión a las cortes de Tomar celebradas en 1581. En el monasterio extremeño, por ejemplo, Felipe le ofrece «los brazos, como a sangre mía tan propia» (v. 383) a Sebastián, que por su parte se refiere a sí mismo como «sangre» del rey español. En una fecha tan cercana a la escritura de la obra como 1602, le preocupaba al contador Alonso Gutiérrez «cuán al descubierto muestran [los portugueses] su descontento y deseo de tener rey propio cualquiera que sea y desasirse de la Corona de Castilla».33 El bautismo... refleja tanto las luces como las sombras de las relaciones entre castellanos y portugueses en un momento todavía sensible, un máximo de veintitrés años después de la anexión.34 De forma significativa, la posibilidad de 31
Es el caso de El Nuevo Mundo descubierto por Cristóbal Colón, El asalto de Mastrique por el príncipe de Parma o Arauco domado por el excelentísimo señor D. García Hurtado de Mendoza. 32 Para la actitud del rey de España en ese sentido, véase más arriba la n. 24. 33 Tomo la cita de este Papel del contador —fol. 18v del ms. 2347 de la B. N. E.— de Bouza, 1987, p. 827. 34 La fecha de escritura de la comedia nos sitúa en el primer virreinato de Cristóbal de Moura (1600-1603), después de que ocupara esa misma autoridad el
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un buen entendimiento entre ambos países se pone de manifiesto en boca de españoles, soldados por más señas. Carpio y Rosales, a punto de embarcar rumbo a África, comentan los preparativos bélicos y celebran la acción conjunta de las dos naciones, no siempre posible: ROSALES
CARPIO
La nación castellana y portuguesa sobre el valor a vista harán hazañas que quede fama eternamente impresa. Las que en la condición fueron estrañas no dudo yo que agora propias sean (ed. Pontón, vv. 640-644).
Entre los hechos dramatizados y la escritura y recepción de la obra, está discreta pero inevitablemente presente la anexión de Portugal. Las «hazañas» a realizar pueden leerse, además de en el contexto inmediatamente previo a Alcazarquivir, como manifestación de la posibilidad de renovarlas o ahondar en ellas bajo la égida de la flamante unión ibérica, llegando hasta el presente del espectador. Agora es, en fin, 1578, pero también el momento de la representación, más de veintitrés años después. Por otra parte, en la obra asoma tímidamente una cierta rivalidad entre Portugal y Castilla, cómo no, esta vez en boca de la élite de aquel país. Sebastián, a punto de embarcar para Marruecos, está dolido con el trato que le ha dispensado el duque de Alba, con el que no ha podido entrevistarse y del que sólo a las puertas de la batalla le llegará carta, acompañada de un regalo de buen augurio (vv. 959 Acot-970). Pero archiduque Alberto de Austria, que en 1589 había tenido que afrontar un ataque inglés a Lisboa encaminado a alzar al prior de Ocrato en el trono, y de la etapa de gobernación colectiva de Portugal (1593-1600). Felipe II, contra lo concedido en las Cortes de Tomar, había designado entre los cinco gobernadores al castellano Juan de Silva, conde de Portalegre —en el que recaía asimismo el cargo de capitán general—, lo que motivó la protesta tanto del Consejo de Portugal como del resto de los gobernadores. Aparte de los frecuentes incidentes entre la población y las guarniciones extranjeras durante los años de la gobernación, en 1593 aparecieron pasquines en varias ciudades del Alentejo llamando a la sustitución de Felipe II en el trono de Portugal. Por su lado, la designación de Cristóbal de Moura como virrey en 1600 —además de capitán general, lo que daba testimonio de la expansión del poder militar castellano en el país atlántico— no fue bien recibida en tanto que éste, a diferencia del archiduque, no era de sangre real y se temía que abriera las puertas a un virrey extranjero.Véase Bouza, 1987, pp. 789-838.
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sobre todo, el portugués se permite sugerir que, de no conocer a Felipe II, sospecharía que tiene envidia de la fama que puede procurarle su expedición, ya que el Austria le desaconseja ir en persona. El prior don Antonio, que sería el más firme candidato portugués a la sucesión,35 alimenta esa sospecha en la respuesta que le da al joven rey. Tras alguna maledicencia sobre el de Alba, el «fuerte español» que en 1580 invadiría su país, se atreve a contrastar al brioso Sebastián con un decadente Felipe II, receloso del poder de su sobrino: ANTONIO
Es, señor, que reverbera el sol de tu arnés dorado en Alba de su bandera: Teme este fuerte español, viendo al primer arrebol que te hace el África salva, que ha de escurecerse el Alba cuando amanezca tu sol. Filipo, que al Ocidente declina, teme también que los rayos de tu Oriente tanta luz a España den como el laurel de su frente. Ya no hay que volver atrás (ed. Pontón, vv. 730-743).
Los hechos ocurridos entre el momento representado y el de la representación se encargaron de justificar la prevención de Felipe II y el duque de Alba y la equivocada percepción de una correlación de fuerzas igualada entre ambos reinos. El esfuerzo por presentar la conversión de Muley Jeque como una victoria de Felipe II, un máximo de veintitrés años después de la sucesión portuguesa, es significativo. No olvidemos que Muley Jeque es el hijo del rey al que Sebastián pretendía restaurar al morir, el niño al que el Avís había prometido amistad y corona (855 Acot-887 Acot). Felipe II se presenta, pues, en cierto modo, como continuador de la obra de 35
Resulta irónico, por cierto, que en la primera escena, el prior de Ocrato, que opuso alguna resistencia a la invasión española, añada a la preocupación por las implicaciones sucesorias de la expedición que «las fuerzas de este reino no son muchas» (v. 189).
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Sebastián, y ese rasgo sería un factor más de legitimidad para ocupar su trono. El rey español habría conseguido la conversión, el cielo, del príncipe para el cual Sebastián había buscado el suelo —ya que convenía a sus ambiciones sobre Marruecos, claro está—. La victoria incruenta de Felipe II puede contemplarse como una especie de compensación o resarcimiento parcial de la muerte por la fe de Sebastián. Incluso más allá de ambos reyes, parece querérsenos transmitir que la Monarquía Hispánica y Portugal compartían unos mismos intereses y valores, que la joven unión bajo una misma corona era conveniente y natural. Resulta interesante, en este sentido, topar en polemistas de la época con razonamientos en torno a la anexión y lecturas providencialistas a propósito de la pérdida de Sebastián que resultan afines a la interpretación política que de la comedia del Fénix acabamos de proponer. En cierta medida, Sebastián y Felipe aparecen en El bautismo… como compañeros en la propagación de la fe, con distintos grados de implicación y prudencia, a propósito en un caso de Marruecos y en otro de Muley Jeque, dos términos cuya desproporción la comedia intenta atenuar. Si en el caso de Felipe hay alguna referencia a Flandes, es por el contraste entre la suavidad del «suceso notable» de Muley Jeque y la dureza del Defensor Fidei en los Países Bajos. Lorenzo de San Pedro, por su parte, recurre a argumentos religiosos análogos en cierta medida en el Diálogo llamado filipino, una de «las piezas más destacadas de la polémica de 1580».36 El diálogo consta de cien congruencias, expresadas a través de emblemas jeroglíficos, que demuestran la conveniencia de la unión de Portugal a la Corona española. Las congruencias LXXXI, LVI o XLV, por ejemplo, responden respectivamente a títulos como «Porque los castellanos y portugueses habemos sido compañeros en ensalzar y propagar la fe en el Oriente y Occidente» o, referidos a Felipe II, «Porque es columna y sustento de la cristiandad»37 o «Por el renombre que tiene de defensor de la fe». En el jeroglífico correspondiente a la fama del Austria como Defensor Fidei, se le representa, bajo la leyenda de «El triunfo de 36
Bouza, 1998, p. 75, que se detiene en algunos de los emblemas jeroglíficos del manuscrito (1998, pp. 68-83), signatura &-III-12 de la Biblioteca de El Escorial, y cuyo título completo es Diálogo llamado filipino donde se refieren C congruencias concernientes al derecho que Su Majestad del rey Felipe nuestro señor tiene al reino de Portugal. 37
Epíteto cercano, por cierto, al que citamos más arriba de «coluna excelente/ de religión y piedad», empleado por el corregidor al hablar con Jácome de Cárdenas.
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la fe», como un brazo que empuña la espada de la justicia contra mahometanos, luteranos y judíos. También pueden encontrarse paralelos al diseño compensatorio que he procurado poner de manifiesto en El bautismo del príncipe de Marruecos. Me refiero a la unión de un primer acto centrado en la expedición africana de Sebastián y los dos últimos, dedicados a la conversión de Muley en la España de Felipe II, en definitiva a la secuencia de derrota de un rey cristiano y, aunque más indirectamente, victoria de otro que no en balde heredó el reino del primero. A partir de un marco parecido a aquel en el que la justicia poética (y añadiríamos, política) de El bautismo... nos invita a situar la muerte del Avís, fray Antonio de San Román llega al extremo de una cerrada lectura providencialista del desastre, más allá del recurso a un difuso castigo divino que podemos ver en otros textos.38 En su relación de la Jornada y muerte del rey don Sebastián de Portugal, sacada de las obras del Franchi, ciudadano de Génova, y de otros muchos papeles auténticos,39 publicada en 1603, valora lo ocurrido como un sacrificio en aras de una mayor unidad política del catolicismo. Así, leemos en el «Prólogo al lector» que fue permisión de Dios «que muriese este Sansón, para que, reforzándose la potencia del Rey Católico, fuesen oprimidos los enemigos de Dios de allí adelante que con tanta osadía han querido arruinar la Iglesia» (fol. ¶¶3v).Y añade más abajo: «Débense dar gracias a Dios por el buen paradero que tuvo una calamidad tan grande, pues teniendo un Dios, una fe, un baptismo, una Iglesia y una 38 Pensamos, por ejemplo, en de Franchi Conestaggio, al que ya citamos en la n. 6 (Dell’unione del regno di Portogallo alla corona di Castiglia,Venecia, Paulo Ugolino, 1592, fol. 25v) y en Miguel Leitão de Andrade, que combatió en Alcazarquivir, según él mismo dice, en la tercera fila de los aventureros (Miscellânea do sitio de N. Sa da Luz do Pedrogão, Lisboa, Matheus Pinheiro, 1629, p. 198). 39 El autor de la Jornada (Valladolid, herederos de Juan Íñiguez de Lequerica, 1603) se refiere de nuevo al gentilhombre genovés Girolamo de Franchi Conestaggio (véase n. 6), que de 1577 a 1582 como mínimo representaba los intereses comerciales de Génova en Lisboa y que en 1585 había publicado la controvertida Dell’unione del regno di Portogallo alla corona di Castiglia (Genova, Girolamo Bartoli), reeditada en 1589 y en 1592, esta última vez en Venecia. Se tradujo al francés (1596), al inglés (1600) y al latín (1602), pero habría que esperar a 1610 para disponer de una traducción española, Historia de la unión del reino de Portugal a la corona de Castilla (Barcelona, Sebastián de Cormellas), que corrió a cargo del doctor Luis de Bavia. San Román es uno de los muchos escritores que pretendieron polemizar con Conestaggio, del que se sirve pero al que acusa de menoscabar el valor de los portugueses, en una actitud no tan distante de la de Lope (véase de nuevo n. 6).
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naturaleza, ha sido Él servido que también estemos todos a la sombra de un Rey que hace con su potencia formidable la nación española en todo el mundo» (fol. ¶¶4r).Ya antes de resolverse la sucesión portuguesa a favor de Felipe II, su agente en Portugal, Cristóbal de Moura, le había advertido que «tan extraño acaescimiento como por esta tierra ha venido no lo permitió la Divina Providencia sin gran causa».40 Comenzábamos este análisis haciendo referencia a la singularidad, en primer lugar estructural, de la obra y hemos intentado explicarla en la medida de lo posible. Aceptada la estructura laxa de El bautismo…, ciertamente diferenciada del grueso de comedias históricas de Lope, por lo menos de aquellas de las que nos ocupamos en este libro, se ha intentado subrayar un hilo de unidad en el que considero que no se había ahondado lo suficiente: el de la presencia, tanto en la tragedia como en el bautismo, de la figura de Felipe II. Además, se ha propuesto una posible motivación política, relacionada con la reciente sucesión portuguesa y con paralelos en escritos de la época, de la peculiar estructura del texto, uno de los lugares comunes, desde Menéndez Pelayo, de las contadas plumas críticas que se han acercado a la obra. Antes de pasar al análisis de El Brasil restituido, que también puede observarse bajo el prisma de las relaciones entre Portugal y España, esta vez ya en el reinado de Felipe IV, permítasenos, sin embargo, una mirada a El bautismo... desde una perspectiva que apenas hemos apuntado. Excurso: «El bautismo del príncipe de Marruecos» y el problema morisco Tal como habíamos adelantado, nuestra comedia invita asimismo a una lectura atenta al contexto de tensión que presidía en el momento de su escritura las relaciones entre la mayoría cristiana y la minoría morisca, algo más de treinta años después del levantamiento granadino (1568-1570) y un máximo de ocho antes del inicio de la expulsión (1609-1614).41 Pero antes de aventurarnos en el siempre huidizo diálogo entre elementos textuales y fenómenos históricos, hay que reparar en la propia figura de 40 Copia de carta original de don Cristóbal de Moura al rey, con fecha de 25 de noviembre de 1579, CODOIN, XL, 1862, p. 198, citada en Cueto, 1992, p. 156. 41 Para la situación de dichas relaciones de 1570 a 1598, por una parte, y en la década anterior a la expulsión, por otra, véase Domínguez Ortiz y Vincent, 1979, pp. 57-72 y 159-175.
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Felipe de África, quien en 1609, si no el año anterior, pasó a los dominios españoles en Italia. El marroquí seguía al servicio de Felipe III, claro está, pero debía estar convencido de que el inminente decreto no le auguraba nada bueno a un converso de origen musulmán, por muy príncipe que fuera.42 Aparte de la biografía del saadí, un texto del mismo Lope une la suerte del de África con un noble de ficción marcado en esa hora crítica por la ascendencia musulmana. En efecto, encontramos en La desdicha por la honra una contraposición entre nuestro converso y el protagonista de la novela, Felisardo, caballero cristiano que descubre su origen como consecuencia del bando de 1609.43 Es el virrey de Sicilia quien aduce el contraejemplo del «príncipe de Fez» —índice de las posibilidades de prestigio y promoción sociales reservadas a un cristiano nuevo en Italia— a propósito de la censura de la decisión de su apreciado servidor, al que se dirige por carta, de abandonar su corte una vez conocido su linaje: Y no sé yo por qué habéis de estar corrido, siendo como sois caballero, pues no lo está el príncipe de Fez en Milán, sirviendo a Su Majestad con un hábito de Santiago en los pechos, y tan honrado del Rey II y de la señora Infanta que gobierna a Flandes, que él le quitaba el sombrero y ella le hacía reverencia44 (Novelas a Marcia Leonarda, ed. Presotto, p. 124).
Como ha señalado Bataillon (1964, p. 398), el hecho de que Felisardo sea noble, descendiente nada menos que de los Abencerrajes de
42
De la etapa italiana de Felipe de África, primero en Milán y desde aproximadamente 1612 hasta su muerte en 1621 en la cercana Vigevano, trata Oliver Asín, 1955, pp. 193-217. 43 La novela apareció incluida dentro de La Circe, con otras rimas y prosas (Madrid, viuda de Alonso Martín, 1624). 44 Naldini, 2005, p. 276 ha llamado la atención sobre la alternancia de tiempos verbales de la referencia a Felipe de África (está/ quitaba...hacía) y la ha asociado a una interferencia del contexto de redacción de la novela, momento en el que Lope conocería la muerte del marroquí en 1621. Nos parece, sin embargo, que el imperfecto viene obligado, si no por la ausencia de España de la infanta, como mínimo por estar muerto desde hacía once años el Rey Prudente. El problema radica más bien en la distinta extensión temporal de los hechos aludidos, que nos invita a constatar que la mayoría de los signos de prestigio con los que el virrey pretende arropar al converso tienen su origen o vigencia en el reinado anterior, más de una década atrás. Parece claro, en fin, que a la altura de 1609 los mejores tiempos para Felipe de África ya eran cosa del pasado.
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Granada, es crucial para entender la laxitud del virrey de Sicilia respecto a la pureza de sangre y la propia alusión a nuestro príncipe. Tal como sigue la carta, «la diferencia de las leyes no ofende la nobleza de la sangre» (p. 86).45 En la vida de Felipe de África, sin embargo, la ascendencia musulmana no dejaba de ser un dato con el que había que contar: el príncipe necesitó dispensa pontificia para que pudiera serle concedida la encomienda de Santiago.46 Pensamos que es razonable extender esa resonancia del destino del converso en relación con la comunidad morisca al momento de escritura de la comedia, un máximo de ocho años antes del inicio de la expulsión. De hecho, la lectura de El bautismo... en ese sentido ya ha sido apuntada por Oliver Asín, quien, tal vez con excesivo énfasis, llegó a afirmar que la comedia —al igual que, a su juicio, muchas otras obras literarias contemporáneas— sólo resultaba inteligible cuando podíamos «descubrir» en ella «la historia externa e interna de los últimos años de la España musulmana» (1955, p. 15). En concreto, el arabista interpreta que, mediante «el ejemplo de un príncipe amado» por los moriscos, que mantuvo contacto con ellos,47 la obra llama a los corazones de ese grupo, retratado según él bajo una luz positiva (1955, p. 115).48 En cualquier caso, es evidente que la conversión de un musulmán de sangre real revestía pocos años antes de 1609 una significación particular y Lope 45
El narrador, por su parte, condena asimismo la huida del protagonista, «pues en casa de tan generoso príncipe pudiera estar seguro cuando viniera a España, que en Italia no lo había menester, aunque fuese en los reinos de Su Majestad, pues solo pretendió echarlos de aquella parte con que presumieron levantarse» (p. 125). 46 Véase Oliver Asín, 1955, pp. 156-158 y 221-228 y Domínguez Ortiz y Vincent, 1979, p. 132 y n.16. 47 Escribe Cabrera de Córdoba que «los moriscos donde se hallaban los comunicaban [a Muley Jeque y a Muley Nasr, su tío] muy en deservicio de Dios, y era necesario volverlos a Portugal donde habían estado» (Historia de Felipe II, rey de España, p. 1268); véase en ese sentido también la n. 57. Más adelante, el historiador de Andújar Antonio Terrones, cuya Vida, martirio, translación y milagros de San Eufrasio tiene algunos preliminares fechados en 1630, relacionaría la decisión de Felipe II de trasladar a Muley Jeque desde Carmona a esa villa —algo que, como muy tarde, debía suceder a principios de 1593— con el hecho de ser ésta «limpísima [...] de toda mala raza de moros y judíos» (Granada, Francisco Sánchez, 1657, fol. 221r). 48 Entre el público de los corrales debía contarse algún morisco, a juzgar por el caso del anónimo culto, probablemente de origen urbano, que años después de ser expulsado de España, escribió en Túnez De la creencia y lo que debe saber el mahometano y otras cosas curiosas, obra manuscrita que no debe ser anterior a 1630, y en la que da muestras de ser un buen conocedor del teatro de Lope (Oliver Asín, 1933).
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no dejaría de aprovechar en ese sentido el «alto argumento/ del valor de nuestra fe» (vv. 2623-2624) que es el caso de Muley Jeque. Analizaremos, pues, las relaciones entre cristianos y musulmanes —moriscos o no— en suelo hispano, tal como las encontramos en los dos últimos actos de la comedia. Algunas escenas del segundo apuntan de forma directa al lugar de los moriscos en la sociedad de su tiempo, sin obviar la existencia de tensiones, pero dejando traslucir un nivel de integración aceptable, probablemente idealizado, mientras que el tercero pone de manifiesto la franca hostilidad, casi sin excepción, entre los entornos cristiano y musulmán marroquí de Muley Jeque después de emprender éste su particular camino de Damasco. Podemos destacar, pues, en el segundo acto un par de escenas que tienen lugar en Andújar, durante la fiesta de la Virgen de la Cabeza en la que va a empezar la metamorfosis religiosa del príncipe. La conversación de éste con un grupo de tres damas que quieren conocerlo, por ejemplo, ofrece la posibilidad de demostrar la superioridad de la moral cristiana sobre la islámica en lo que al matrimonio —monógamo o polígamo— respecta y el galanteo termina con la sugerencia de que la diferencia de fe impide cualquier trato amoroso entre la Dama 1 y el príncipe, que por cierto nunca se casó.49 Pero nos interesa sobre todo, un poco más adelante, el incidente sin mayores consecuencias en el que se ven envueltos cuatro peregrinos, tres hombres y una mujer, moriscos granadinos y por lo tanto, a la altura de 1593, con toda probabilidad expulsados de sus hogares.50 El grupo, verosímilmente musulmán, participa en la fiesta bien porque la Virgen también es adorada entre los fieles de esa religión, tal como reconoce el propio texto (vv. 1363-1367), o por la simulación o taqiyya que el Corán permitía a los creyentes en un entorno infiel.51 En cualquier caso, los tres cristianos viejos que han puesto la tienda enfrente de los que ellos mismos identifican como moriscos 49 Sí tuvo, en cambio, una hija natural, la monja Josefa de África, de la que se acordó en su testamento (Oliver Asín, 1955, pp. 211-212). 50 Desde 1569, un año después de la rebelión, hasta 1585, aunque la expulsión más importante fue la de noviembre de 1570, la inmensa mayoría de los moriscos del reino de Granada fueron deportados hacia el norte o el oeste, hasta el punto de que su población pasó de 150.000 en vísperas del levantamiento a 10.000 en 1587 (Domínguez Ortiz y Vincent, 1979, pp. 50-56, 66-69 y 78-80). 51 La primera hipótesis, que de hecho no es incompatible con la segunda, es la defendida por Oliver Asín, 1955, pp. 115-116. Para el concepto de taqiyya, palabra que significa ‘precaución’, véase Domínguez Ortiz y Vincent, 1979, pp. 133-134.
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granadinos e irónicamente llaman «honrada gente» ponen a prueba su cristiandad al invitarles a beber vino.52 Los interpelados, sorprendentemente, les devuelven el brindis, y afirman para sí el carácter ilusorio de la limpieza de sangre. El morisco Leonardo contesta a los cristianos viejos, entre los que se cuenta Placidio, y su correligionario Luis habla con él como sigue: LEONARDO
LUIS
PLACIDIO
Antes me hacéis mil mercedes [invitándome a brindar], pues Abenabó y Ardón bebieron vino. ¡Judío! ¿Ya no sabe [el cristiano Francelio] que esos son su mismo padre y su tío? Por Dios que tiene razón, pero brindis con aquesta. Alce una bota (ed. Pontón, vv. 1716-1722 Acot).53
Resulta muy osado, por cierto, que Leonardo explicite ante los cristianos que su modelo de conducta religiosa no es otro que el último jefe de los sublevados granadinos, Diego López Aben Abóo, partidario incondicional de continuar la guerra, pero es probable que el incumplimiento del precepto de no beber vino esté destinado a degradar tanto a los peregrinos moriscos como al cabecilla rebelde.54 El caso es que la 52
Para el sentido de ese «honrada gente», que Oliver Asín, 1955, p. 115 interpretó equivocadamente como literal, véase la n. 56. Por otro lado, los moriscos, que desde el punto de vista de la práctica religiosa apenas se distinguían del conjunto del islam, guardaban la prohibición de beber vino, al igual que la de comer carne de cerdo o de un animal que no hubiera sido desangrado (Domínguez Ortiz y Vincent, 1979, p. 92). Las dos primeras eran las que conformaban la imagen popular del morisco y señalaban su diferencia (Herrero García, 1966, pp. 576-579). 53 De forma parecida, en Los esclavos libres el gracioso Zulemilla se dirige así a los pajes del virrey de Nápoles que difaman a Mahoma: «...bécaros potos, que decer de moros/ e los más de vosotros decendentes/ estar dellos [en tanto que españoles]» (TESO, fol. 101r). 54 Desconozco si el Ardón al que va aparejado era un individuo histórico, pero podemos suponer que en el texto vale como morisco y tal vez incluso como sublevado, puesto que en Los amantes sin amor, Pleberio habla de cómo durante la guerra de Granada fue a matar a «aquel morazo de Ardón» (TESO, fol. 16r). No hay, pues, razón para sustituirlo por Abdón como hace Oliver Asín, 1955, p. 106.
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escena se terminaría ya con este brindis, que no logra provocar a los musulmanes, si no fuera porque la irascible Celia la emprende entonces con la vecina cristiana vieja, que había entrado en escena dirigiendo el canto a la Virgen de los romeros, y que a su vez le responde con duras alusiones discriminatorias.55 La acalorada discusión, que adquiere tintes cómicos, se limita entonces a las dos mujeres, pronto separadas por el granadino Luis. Se diría que el episodio, cerrado con un nuevo brindis, no deja excesiva huella entre los hombres de una y otra tienda, a los que reencontramos en la siguiente escena e incluso vemos intercambiar alguna palabra. En definitiva, creemos que el retrato de los moriscos propiamente dichos en el cuadro de la romería puede calificarse de matizado y hasta positivo, aunque llegamos a esta última valoración por vías distintas a las de Oliver Asín, cuyo juicio se basa en las cualidades atribuidas a la minoría y prácticamente no tiene en cuenta la naturaleza de su relación con los cristianos.56 Consideramos, por nuestra parte, tan o más importante señalar que, si bien éstos sufren las andanadas de sus vecinos —por cierto que en un grado mayor al que quiso ver el arabista—, no dudan 55
La mujer alude al «muy quemado» (‘negro’) del «abuelo buñolero» de Celia, a la que llama «galga» (‘mora’) y acusa de llevar ropa cristiana prestada para la ocasión. La primera característica, la oscuridad de la piel, es asimismo rasgo distintivo de los moriscos en La villana de Getafe (TESO, fol. 44v), y de la segunda cuenta J. Caro Baroja, 1957, p. 224 que para «indicar de modo claro, pero no directo, que alguien era de origen morisco, se decía que sus abuelos habían sido ‘melcocheros’ o ‘buñoleros’», actividades vinculadas a esa minoría (cf. Caro Baroja 1957, pp. 136139, 224-226 y Guzmán de Alfarache, p. 153 y n. 31). 56 Oliver Asín, 1955, p. 115 funda, además, su interpretación del retrato que de los moriscos pinta Lope, del que llega a decir que los adula, en algunas cualidades que es dudoso que el texto les asigne o que, de hacerlo, no tienen un valor positivo obvio. En primer lugar, el arabista entiende literalmente el «honrada gente» al que hemos hecho referencia más arriba, y lo atribuye al dramaturgo y no a Placidio, el personaje que lo pronuncia. Pero el mismo Covarrubias aclara que «algunas veces el honrado y honrada se toma en mala parte, según el tono y sonsonete con que se dice» (Tesoro, s. v.). Obviamente, en este contexto, Placidio se está refiriendo a la dudosa limpieza de sangre de los peregrinos de enfrente. En segundo lugar aduce el estudioso el bravo manejo de la espada que, según él, Lope atribuye a los moriscos, extremo que se nos escapa puesto que de ninguno se habla en ese sentido ni mucho menos la empuña en estas escenas. Finalmente, se refiere a la propia asistencia de los moriscos a la fiesta, aunque los motivos de la misma no son simples y dependen de su probable condición de musulmanes, sea para adorar a la Virgen o para disimular su fe.
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en responderles y rebatir para sí la limpieza de sangre que éstos parecen defender, igual que más adelante saben atajar las trampas del suplicacionero al jugar a los naipes. Además, el antagonismo entre unos y otros queda apuntado pero no llega a desarrollarse, rápidamente neutralizado. Finalmente, cuando otros romeros se ejercitan en el manejo de la espada a invitación del maestro de esgrima, queda de manifiesto la actitud participativa, en absoluto retraída de los moriscos, y de nuevo es uno de ellos, esta vez Leonardo, quien pone paz entre espadachines. Ya en el tercer acto, sin embargo, la conversión de Muley Jeque extrema el antagonismo entre los entornos musulmán y cristiano del príncipe, que coexisten en Andújar. La actitud del séquito marroquí, formado por un centenar de miembros, es en general hostil al cambio operado en su amo, hasta el punto de intentar su asesinato.57 Pero reflejando de nuevo una cierta complejidad, la postura radical de Almanzor, seguida por Albacarín y en este momento por Zaide, no es compartida por Aja, que —como después Fátima, también mujer— mantiene una actitud más tolerante.58 Cuando el corregidor del pueblo llega a la casa del converso para apartarlo de sus criados, previa proclamación de un bando, Almanzor tiene la intención de oponer resistencia, convencido de que «toda la casa/ se pone en arma, hasta los propios mozos/ que limpian los caballos y que asisten/ en la cocina» (vv. 2491-2494). Trabajo parecido es el que debía realizar un Zulemilla, el «moro gracioso» que aparece «armado, con tres o cuatro moros picarillos», y que sirve para degradar la voluntad de resistencia de los antiguos servidores del príncipe. Aun cuando finalmente la opción violenta ha sido desestimada por los notables de la pequeña corte, a instancias de Daú, y después de presenciar cómo Muley ha partido con los cristianos sin ni siquiera volver la vista a sus antiguos correligionarios, Zulemilla promete en su particular castellano librar a su patrón, no sin antes empinar el codo, «que no lo mera/ Mahoma» (vv. 2537-2538). 57 El número de personas que formaban el séquito de Muley Jeque en 1593 debía ser en realidad menor, ya que en 1589 éste se componía sólo de cincuenta y siete personas, tal como consta en la lista que acompaña una carta del duque de Medinasidonia a Felipe II del 19 de mayo de ese año (Oliver Asín, 1955, pp. 86-87). 58 De Albacarín —el histórico alcaide de Arcila ‘Abd al-Karīm ibn Tūda, determinante en la alianza con Sebastián, y que después de la derrota acompañó al príncipe a Portugal— sabemos que una vez en España tuvo contacto con los moriscos hasta el punto de llegar a ser considerado un agitador de esa comunidad y un defensor de los intereses marroquíes (Oliver Asín, 1955, pp. 101 y 121-122).
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El destino de los sirvientes de Muley, alguno de los cuales, como Albacarín, ya había expresado su deseo de volver a África ante la forma como se había desarrollado la partida de su amo, lo decide el propio Felipe II, según el corregidor le cuenta al noble don Diego. A aquellos que se conviertan, impulsados por el ejemplo de su señor y sobre todo por la propia gracia de Dios, como más adelante veremos que es el caso de Zaide, los «manda honrar y entretener/ en Navarra», lejos de las costas mediterráneas, hasta nueva orden. Por otro lado, a los que no quieran abandonar su fe, los «manda envïar/ al África», aunque colmados de atenciones (vv. 2573-2581). Puede que estas medidas, no sabemos si históricas, trasluzcan, más allá de la voluntad de asimilar al séquito del príncipe, el deseo de una definitiva y completa integración religiosa de los moriscos. En cualquier caso se trata de una reescenificación a pequeña escala del origen del problema tal como lo entendía la postura oficial. Pese a que no podía sino ser el punto de llegada de un proceso largo, la conversión de los moriscos que decidieran quedarse en España era su destino público y notorio desde 1502 para la Corona de Castilla y desde 1526 para la de Aragón; a partir de entonces, el que quisiera vivir como musulmán tenía la opción de abandonar el país.59 Sea como fuere, justo antes de acudir a El Escorial para recibir el bautismo, el príncipe cuenta ya con un séquito de criados de su nueva religión. Pero también algunas de las manifestaciones del propio converso, revestidas por la autoridad de la revelación, pueden relacionarse en mayor o menor grado con esa existencia de una minoría no integrada. Así, tal vez cuando momentos antes de caer dormido y soñar la alegoría del enfrentamiento entre su antigua y su nueva religión, habla de lo incomprensiblemente pertinaz de obstinarse en la fe musulmana en un entorno cristiano: Ciego estaba, pues no vi, viviendo entre los cristianos, qué eran los errores vanos que injustamente seguí (ed. Pontón, vv. 2731-2734).
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Véase Domínguez Ortiz y Vincent, 1979, p. 93. La opción del exilio, ya de por sí difícil, se volvía absurda cuando se establecía que los moriscos que decidieran abandonar el país no podrían hacerlo con sus hijos, que deberían quedarse para ser adoctrinados en la fe católica (p. 98).
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Y de forma todavía más clara en el pasaje ya citado del final de la obra, cuando el inminente bautizado hace explícita la imposibilidad de ser musulmán y súbdito leal de Felipe II, al decirle al Austria que nunca más bueno y honrado [vengo] que siendo vasallo vuestro, que es decir que soy cristiano (ed. Pontón, vv. 3028-3030).
El morisco persistente en el islam sería entonces un rebelde a su rey por el solo hecho de no compartir la fe de la Monarquía Católica, sin necesidad de urdir «prodición» alguna contra la seguridad del Estado. En conclusión, atribuimos con Oliver Asín un valor proselitista de cara a los moriscos a la conversión del encumbrado marroquí tal como aparece en la obra. A pesar de llevar quince años en la península, el entorno inmediato de Muley Jeque era musulmán y el súbito milagro de su cristianización no puede sino atribuirse a la voluntad divina. A la minoría se le propondría, pues, una vez más la íntima aceptación de la verdadera fe como condición para coexistir con los súbditos cristianos viejos, sometidos todos a la autoridad del Rey Católico. Faltaban pocos años para que Felipe III y el duque de Lerma dieran por irrealizables esos deseos y, desechadas las políticas de asimilación —que, sin embargo, siempre convivieron con las medidas represivas— consiguieran la unidad religiosa por la vía directa.
LA «NUEVA UNIÓN» Y EL BRASIL RESTITUIDO A diferencia de la excepción que constituye El bautismo..., la victoria militar es el tema principal de El Brasil restituido como lo es, en general, del teatro histórico de hechos contemporáneos. Su asunto —esta vez único, continuo y fácilmente identificable— es el triunfo obtenido en 1625 contra los holandeses, que habían ocupado la ciudad de Bahía el año anterior. Escrita con seguridad inmediatamente después de llegar a España noticias de la «nueva victoria» ultramarina de la que trata, integra junto al resto de «nuevas victorias» el paradójico subgrupo de comedias históricas del presente a las que Menéndez Pelayo llamó relaciones o ga-
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cetas dramáticas.60 Rasgos distintivos de la obra son su elaborada puesta en escena y, sobre todo, el sostenido complemento del nivel humano de la acción con un plano alegórico, que valora o incluso interviene sobre aquél, y que además eleva el estilo del conjunto. Estas características de El Brasil restituido, el único texto de nuestro corpus que podemos estar seguros que se representó en la corte, se explicarían tal vez por su probable condición de encargo para ese ámbito y público por parte, verosímilmente, del conde-duque de Olivares. Las noticias sobre la victoria ultramarina, conseguida el 30 de abril, llegaron a Madrid el 6 de julio y el 23 de octubre de 1625 —un día antes de que volviera a Málaga la flota victoriosa— Lope ya tenía escrita la comedia.61 Pedro de Vargas Machuca firmó la licencia para su representación el 29 de octubre y el 6 de noviembre la compañía de Andrés de la Vega la estrenó en la corte, en una representación particular ante el rey que probablemente tuviera lugar en el salón de comedias del Alcázar, y que no fue la única de ese año en palacio relacionada con el triunfo sobre los holandeses.62 Es razonable pensar que una obra sobre un tema 60
Nos referimos a La nueva victoria del marqués de Santa Cruz (1604) y a La nueva victoria de don Gonzalo de Córdoba (1622). El marbete de «periodismo dramático» o «relación o gaceta dramática», que Menéndez Pelayo, 1970, pp. 20 y 36 aplicó a estas comedias tiene la ventaja de sugerir su proximidad a la escritura propiamente histórica o noticiera tal como se practicaba en el momento. 61 Las Noticias de Madrid, 1621-1627 (p. 122) nos proporcionan la fecha en que fue conocida la noticia. Brown y Elliott, 2003, p. 196 deducen de la fecha de regreso de la flota que la obra de Lope tiene que haberse basado en informes que llegaran antes que el grueso de la misma, lo que abunda en la probable condición de encargo oficial de El Brasil restituido. Sabemos en ese sentido que Olivares ya disponía de relaciones del suceso el 8 de julio de 1625, cuando las incluye en un correo a don Carlos Coloma en el que le da la noticia de la victoria (Rodríguez Villa, 1904, p. 434). Recuérdese finalmente, amén de los indicios sobre la fuente de la obra contenidos en la licencia de representación, el envío por parte del general Fadrique de Toledo de sus sobrinos don Enrique de Alagón y don Pedro de Porras a dar la noticia de la victoria a Felipe IV, extremo recogido en los versos enjaulados del autógrafo en el añadido que aparece después de la comedia (fol. 16r, n. 2381, De Solenni). 62 Shergold y Varey, 1963 reproducen las Cuentas del Secretario de la Cámara, legajo 6.764 del Archivo del Palacio Nacional. Aunque el título sea un escueto El Brasil, podemos estar seguros de que se trata de la obra de Lope porque éste alude a la compañía de Andrés de la Vega en el texto autógrafo (1046 Acot). Los escasos seis días transcurridos entre el final de la escritura y la licencia de representación —que por cierto señala a la «juventud de Madrid» como público potencial de la pieza—
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tan reciente, que además era susceptible de entenderse como un buen ejemplo de las virtudes del régimen de Olivares y de la bondad de sus políticas, fuera encargada por el mismo poder, en la órbita del cual Lope, por otra parte, estaba deseoso de entrar.
Olivares, Lope de Vega y el duque de Sesa Efectivamente, tanto el dramaturgo como su patrón, el duque de Sesa, intentaron congraciarse con el nuevo régimen, en ambos casos con escaso éxito. En fecha tan temprana como 1621, el año de la ascensión al poder de don Gaspar de Guzmán en la nueva corte de Felipe IV, Lope de Vega dedica ya una comedia al generoso mecenas de la literatura de su tiempo y portentoso coleccionista de libros.63 Pero es en 1624 y 1625, este último el año en que escribe El Brasil restituido, cuando los libros que el Fénix da a la prensa concentran más dedicatorias y elogios dirigidos al privado y a su familia. Hasta el punto de que Lope, en una carta de 1625, consideró oportuno aclararle al duque de Sesa que la devoción por los Guzmanes no ponía en cuestión su lealtad hacia él y su casa. En 1624, pues, Lope dedica una comedia a una pariente del condeduque, pero sobre todo es el año en el que le rinde tributo en el poema culto La Circe, que se acerca sistemáticamente al poderoso ministro y su familia.64 El libro exalta a Olivares como mecenas desde la misma han hecho pensar a Shergold, 1967, p. 224 que Lope la concibió para los corrales. En 1625 también se asistió en palacio a la representación de La conquista del Brasil y La fregona del Brasil, por las que la compañía de Tomás Fernández de Cabredo cobró el 18 de noviembre de ese año, once días antes de que a la de Andrés de la Vega se le pagara por El Brasil restituido. Tal vez el desconocido autor de la primera evocaba, a la luz de la flamante recuperación de Bahía, el primer contacto de los portugueses con América y el comienzo de su control sobre el territorio, a la manera de El Nuevo Mundo descubierto por Cristóbal Colón. 63 En 1621 dedicó al entonces sumiller de corps de Felipe IV El premio de la hermosura, la primera comedia de la Parte XVI, que había sido representada en 1614 por miembros de la familia real, incluido el entonces príncipe Felipe, en el jardín del palacio de Lerma (Castro y Rennert, 1968, p. 214 y Wright, 2001, pp. 117-124). 64 La limpieza no manchada (Parte XIX) está dirigida a doña Francisca de Guzmán, marquesa de Toral, quien a partir del 9 de enero de 1625 se iba a convertir en la suegra de la hija del valido, María de Guzmán. Por otra parte, un par de poemas de La Circe van dedicados a familiares del conde-duque, tal como el propio Lope se apresura a señalarle en el prólogo (Madrid, viuda de Alonso Martín, ¶ 4r): «La rosa
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portada, todos los preliminares debidos a Lope tienen que ver con su ambición de servir al conde-duque y a Felipe IV, y un par de poemas van dirigidos a familiares del noble andaluz. El afán de buscar tan poderoso amparo queda de manifiesto incluso en la censura de Antonio Hurtado de Mendoza, poeta y dramaturgo que gozaba del favor de Olivares desde antes de 1621, recién nombrado secretario real en el año de la publicación del poema mitológico.65 En el año en que escribió El Brasil restituido, aparte de dedicar una comedia a la cuñada de la hija del valido, dirige los Triunfos divinos a la condesa de Olivares, doña Inés de Zúñiga.66 El libro apunta a la corte desde los preliminares —que contienen sendos sonetos a Felipe IV y al conde-duque y hasta tres a la condesa— y dedica a la reina el poema La virgen de la Almudena. De esa ambición cortesana da cuenta asimismo la censura de fray Hortensio Félix Paravicino, pero sobre todo la de Juan de Jáuregui, fechada a 27 de julio de 1625, que manifiesta su «parecer y deseo que al amparo de los que valen reciba mayores premios y acrecentamientos».67 Tal como se ha adelantado, en una carta a Sesa que debió seguir muy de cerca a la publicación del volumen poético en septiembre de 1625, Lope le hace entrega del libro y significativamente intenta defenderse de las susceptibilidades que adivinaba que la dedicatoria a la condesa iba a causar en su patrón, proclamando que seguía siendo «Córdoba» a pesar de que el duque lo hiciera «Guzmán».68 En 1626, Lope dedica una nueva obra a la condesa, sus Soliloquios amorosos de un alma a Dios, y después parece dejar de buscar tan activamente el favor del conde-duque. Olivares, ya lo hemos dicho, respondió poco al acercamiento de Lope. Según Pérez de Montalbán puede atribuirse a la influencia del blanca» está dirigida a María de Guzmán, mientras que «La mañana de San Juan» va dedicada al conde de Monterrey, el cuñado de Olivares. 65 Tanto la portada (el pedestal de la figura que se encuentra a la derecha y que representaría a la paz) como el prólogo (¶ 4r) tratan al conde-duque de restaurador de las musas. Por su parte, la censura del secretario del rey, fechada a 4 de septiembre de 1623, aclara que el autor de La Circe «justamente aguarda, no sólo licencia de imprimillas [las obras], sino premio y que Vuestra Alteza sea servido de hacelle merced de la que pide y de honralle con los que merece» (¶ 2r). 66 La discreta venganza (Parte XX) está dirigida a Isabel de Guzmán, duquesa de Frías, cuñada de la hija de Olivares, María de Guzmán, e hija de Francisca de Guzmán (véase n. 64). 67 Madrid,Viuda de Alonso Martín, ¶ 3v. 68 Amezúa, 1943, IV, núm. 478.
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conde-duque la concesión de una pensión de 250 ducados, garantizada por la Corona.69 En resumen, no está claro que Lope tuviera mayor acceso a la corte de Felipe IV del que tuvo a la de Felipe III y su estatuto en ella no tenía nada que ver con el de un poeta de cámara como Antonio Hurtado de Mendoza.70 Lope mismo se refirió en una carta a Sesa de 1628 al «retiro y encogida condición» en el que con respecto a las cosas de la corte se hallaba.71 Las razones del escaso éxito cortesano del escritor tal vez haya que buscarlas, aparte de en la mala reputación de su vida privada, en su condición de criado de Sesa, asociado al bando del duque de Lerma, depurado al subir al trono Felipe IV, y que se consideraba un elemento de oposición al régimen de Olivares. Por cierto que el duque de Sesa intentó asimismo buscar el favor del nuevo régimen y obtuvo un rédito igualmente escaso. Al poco tiempo de llegar al trono Felipe IV, ya estaba intentando congraciarse con la corte, como atestigua ampliamente su correspondencia, y a mediados de octubre de 1621 escribió al propio conde-duque en busca de su favor personal, pero tuvo que esperar al 25 de noviembre de 1621 para que le fuera concedida la encomienda de Bedmar y Albánchez.72 Sin embargo, la merced, que llevaba asociada una renta inferior a la que pedía, no le pareció satisfactoria y a finales de febrero de 1623 tenía listo para enviar al rey un memorial destinado a abonar ulteriores pretensiones.73 Aparte de la ya mencionada asociación con Lerma, es posible que las licenciosas costumbres del duque, en el clima de reforma puritana con el que empezó el nuevo reinado, acabaran de impedir su promoción.74
La recuperación de Salvador de Bahía Antes de entrar a relacionar algunos aspectos de la obra con el programa político de Olivares, es imprescindible evocar con algún detenimiento los hechos históricos llevados a escena. El Brasil restituido celebra la recuperación, el 30 de abril de 1625, de la entonces capital colonial
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Castro y Rennert, 1968, p. 278. La Barrera, 1973, I, pp. 272-274 y Castro y Rennert, 1968, pp. 335-337. 71 Amezúa, 1943, IV, p. 109. 72 Amezúa, 1943, IV, núms. 787, 794, 796, 797 y 798. 73 Amezúa, 1943, IV, núms. 465, 801 y 802. 74 Para todo ello, véase Amezúa, 1935, I, pp. 109-136. 70
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de manos de los holandeses, que la habían ocupado el 10 de mayo del año anterior.75 Era la primera vez que una potencia extranjera invadía territorio americano ya colonizado con la intención de asentarse definitivamente en él. Durante la Tregua de los Doce Años (1609-1621), los holandeses, la más seria amenaza para el poder naval español, se habían expandido en Asia a costa del Estado da Índia portugués, pero también habían intervenido de forma más limitada en América, donde, por ejemplo, el comercio con el Brasil se había incrementado enormemente. De hecho, uno de los argumentos que decidió al gobierno de Madrid a reanudar la guerra fue precisamente la percepción —que iba a demostrarse errónea— de que mantener a los holandeses ocupados en sus propias fronteras frenaría sus planes en ultramar. Por parte holandesa, el fin de la tregua acabó de consolidar un proyecto sobre el que hacía tiempo que se debatía. En efecto, el mismo 1621 se fundaba la Compañía de las Indias Occidentales (la de las Indias Orientales ya existía desde 1602), a la que se otorgaba con carácter exclusivo la misión de colonizar y comerciar en el Atlántico y parte del Pacífico, a través de la fuerza si fuera necesario. Su primer gran objetivo, por razones tanto políticas como económicas, fue el Brasil, con el que los holandeses mantenían un importantísimo comercio de contrabando.76 Entre los argumentos de los partidarios del Brasil como primer gran objetivo importa destacar la condición de colonia portuguesa del país, que pensaban atenuaría la reacción tanto de los invadidos, a los que suponían indiferentes u hostiles a Felipe IV, como del mismo rey. Además consideraban que los muchos cristianos nuevos que se contaban entre los colonizadores podían serles favorables. Desde el punto de vista económico, creían que el magnífico puerto natural de Bahía, rodeado de plantaciones, podía ser autosuficiente al poco de la invasión, lo que permitiría que se convirtiera rápidamente en una buena base de operaciones. Finalmente, calculaban que de llegar a 75 Para el contexto en que se produce el ataque a Bahía me baso en Boxer, 1957, pp. 1-21 y 1952, 40-46, aunque tomo algún dato de Menéndez Pelayo, 1970. Para el relato del ataque propiamente dicho, sigo muy de cerca a C. R. Boxer, 1957, pp. 21-28, que también trata el asunto en 1952, pp. 46-63. 76 Los propios holandeses calculaban que eran responsables de entre la mitad y dos terceras partes del comercio generado entre el Brasil y Europa (Boxer, 1957, p. 20). El contrabando al que se recurrió a partir de la prohibición de 1594 se realizaba a través de cómplices portugueses, muchos de los cuales eran cristianos nuevos residentes en ciudades como Viana do Castelo u Oporto.
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ocupar todo el Brasil debilitarían seriamente a la monarquía española, ya que la pérdida de su colonia más próspera llevaría al recién incorporado Portugal a la crisis. La expedición holandesa, compuesta por veintiséis naves y 3.300 hombres, llegó a la costa de Bahía el 8 de mayo de 1624. El gobernador de la ciudad, Diogo de Mendonça Furtado, había sido alertado y supo que la entonces capital del Brasil iba a ser el objetivo al ser avistado un barco un mes antes del ataque. No obstante, el obispo de la ciudad y los colonos de las plantaciones no creyeron en la realidad del peligro hasta la aparición del resto de la flota holandesa. La mañana del 9 de mayo, las tropas invasoras desembarcaron a algunos kilómetros de la ciudad sin hallar resistencia y al atardecer los soldados ya habían llegado al convento benedictino de las afueras. A pesar de los esfuerzos del gobernador, el desánimo era general y los defensores, algo superiores en número, aprovecharon la noche para abandonar la ciudad. La mañana del 10 de mayo los holandeses entraron en Bahía y apenas encontraron unos pocos cristianos nuevos, algunos esclavos negros y al gobernador junto a quince hombres de su confianza. Mendonça Furtado rechazó en un principio rendirse, pero acabó haciéndolo ante la promesa de condiciones favorables. Los fugitivos defensores de Bahía, con la intención de justificar su conducta, atribuyeron falsamente la pérdida de la ciudad a la traición de los cristianos nuevos, asunto sobre el que habremos de volver, y a la cobardía del gobernador. La noticia de la caída de la capital colonial del Brasil al módico precio de cincuenta bajas, causó gran regocijo en las Provincias Unidas y gran desaliento en la península. Por una vez Madrid y Lisboa reaccionaron conjuntamente, sumando esfuerzos, que dieron como resultado la que en Portugal se conoció como la «jornada dos vassalos», título de una de las mejores relaciones de los hechos.77 Los españoles estaban inquietos 77
Bartolomeu Guerreiro, Iornada dos vassalos da coroa de Portugal..., Lisboa, Matheus Pinheiro, 1625. La abundante bibliografía contemporánea a la recuperación de Bahía, principalmente compuesta por relaciones y que —sólo en castellano y portugués— supera la docena de títulos, aparece citada en Rodrigues, 1949, pp. 190-209, que incluye varias referencias ausentes de Menéndez Pelayo, 1970, pp. 28-30. Los textos que no consigna este último son los siguientes: Carta la cuarta y verdadera relación de todas las cosas que han sucedido hasta ahora sobre la toma de la ciudad de San Salvador del Brasil...,Valladolid, viuda de Córdoba, 1625 (núm. 338), Relaçam do dia em que as armadas de Sua Magestade chegarão á Baya..., Lisboa, 1625 (núm. 343), la más conocida Relación que envió Diego Ruiz..., Madrid, Imprenta Real, 1625 (núm. 348), Copia de las cartas y respuestas que hubo de parte de los holandeses...,
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porque suponían que el objetivo último de los holandeses era el Perú y su plata, mientras que los portugueses estaban todavía más preocupados ya que se daban cuenta de que si los holandeses consolidaban su posición en Bahía, inevitablemente seguiría la caída del resto del Brasil. Gracias a esfuerzos sin precedente y al entusiasmo general que la expedición despertó en los sectores más diversos de toda la península, la armada hispano-portuguesa, al mando de Fadrique de Toledo, apareció en la costa de la ciudad el 29 de marzo de 1625, antes de que lo hicieran los refuerzos holandeses.78 Constaba la flota de cincuenta y dos naves y 12.566 hombres, la mayor que hasta el momento hubiera cruzado el Ecuador. Por entonces la guarnición había sido fortificada, pero estaba al mando de un coronel incompetente y ya existía una cierta resistencia por parte de los colonos portugueses que había impedido que los holandeses se aventuraran más allá de la ciudad. Además, en el momento del ataque, los ocupantes sólo contaban con once naves, incapaces de enfrentarse en condiciones a la escuadra peninsular. Los refuerzos provenientes de las Provincias Unidas, donde las noticias de la victoria llegaron un mes más tarde que a la península, zarparon a mediados de marzo de 1625, después de haber sido retenidos por razones meteorológicas. Antes de su llegada, la guarnición holandesa, baja de moral y próxima al motín, llegó a un acuerdo para su capitulación el 30 de abril, al cabo de un mes de sitio. Al entrar en la fortificada ciudad el 1 de mayo, los sitiadores comprobaron que difícilmente podrían haberla asaltado sin un elevado coste humano. La colaboración castellano-portuguesa La plaza fue recuperada, pues, por una fuerza expedicionaria castellano-portuguesa, una acción conjunta de dos reinos de la Monarquía en defensa de territorios coloniales de uno de ellos. En la fecha de Barcelona, 1625 (núm. 350) y Recuperação da Cidade do Salvador. Escrita por Dom Manuel de Menezes... (núm. 365), que Diogo Barbosa Machado (Bibliotheca lusitana, vol. III, Lisboa, Ignacio Rodrigues, 1752, p. 311) cita como Relaçaõ da restauraçaõ da Bahia... Escrita no mar e no porto por ordem de S. M. Véanse también Fernández Duro, 1898, p. 49 y Boxer, 1952, pp. 49, 52 y 56. 78 Don Fadrique de Toledo (1580-1634), general de la armada del Océano desde 1618, marqués de Villanueva de Valdueza desde 1624, era el segundo hijo del V marqués de Villafranca, don Pedro de Toledo, y como indica el apellido, miembro de la casa de Alba.
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redacción de la comedia, la Unión de Armas, el proyecto de defensa común de Olivares, según la cual cada reino de la Monarquía tenía que aportar un cupo de soldados que intervendría en caso de que cualquiera de los otros fuera atacado, era un proyecto maduro y parecía llegado el momento para llevarlo a la práctica.79 Tal como reconocen Brown y Elliott (2003, p. 179), la recuperación de Bahía era «un brillante símbolo de la Unión de Armas en toda su eficacia». De hecho, el memorial de Olivares sobre el asunto, cuya versión manuscrita está fechada ocho días antes de que Lope pusiera fin a su comedia, alude a la ocupación de la ciudad. Destinado a obtener la colaboración de las Cortes de la Corona de Aragón en el proyecto, el ejemplo del remoto puerto brasileño aparece como un estímulo para reconocer las graves amenazas que acechan a todos y cada uno de los reinos de la Monarquía en el contexto de la Guerra de los Treinta Años: Dos mil leguas se hallaban de tierra firme los habitadores de San Salvador de Bahía de Todos [los] Santos sin tener apenas noticias de los rebeldes holandeses. Su ocio y seguridad, aun prevenidos de seis meses antes, los hizo advertir tan poco el peligro que en un punto se vieron esclavos de infames dueños, su ciudad y iglesia profanados por los enemigos de Dios y de Su Majestad.80
El mismo documento deja constancia de la trascendencia del proyecto, que a través de la unión militar pretende contribuir a la unidad general de la Monarquía, a los lazos entre todos sus vasallos: El día que Castilla sea feudataria de Aragón y Aragón de Castilla, Portugal de entrambas y entrambas de Portugal; y esto mismo respecto de los reinos de España, los de Italia y los de Flandes con recíproca correspondencia, es necesario que esta sequedad y separación de corazones que hasta ahora ha habido, se una con estrecho vínculo naturalmente por medio de la correspondencia de las armas; pues cuando los portugueses vean a los castellanos y los castellanos a los portugueses, sabrán que ve cada uno al amigo y feudatario del otro y al que ha de socorrer con su sangre y gente en la necesidad que tuviere.81
79
Para el proyecto de la Unión de Armas y su desarrollo, véase Elliott, 1990, pp. 251-283. 80 Elliott y Peña, 1978, p. 185, citado en Brown y Elliott, 2003, p. 179. 81 Elliott y Peña, 1978, p. 187, citado en Brown y Elliott, 2003, p. 178.
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La misma visión de los hechos como ejemplo de colaboración castellano-portuguesa, también como índice de la bondad de la todavía joven y ya muy inestable unión de ambos reinos en el seno de la monarquía de Felipe IV, está presente en la obra.82 El proyecto común salvaguardaría intereses y valores propios y compartidos, empezando por el mismo imperio portugués, protegido por la rápida capacidad de reacción del «brazo fuerte» de la Monarquía, que «por tierra y mar adonde quiere alcanza» (vv. 645-646).83 Delatan dicha visión algunos elementos del texto, como la insistencia en el ejemplar y armónico trabajo conjunto de soldados y jefes militares castellanos y portugueses (incluso en su sana competencia), el elogio de unos y otros y, sobre todo, de unos por otros, y las características y relieve de algún personaje determinado. Ya desde el comienzo del segundo acto esta ejemplar colaboración se hace evidente, cuando navegando de lado, piloto y general de cada flota avistan tierra americana y se alternan sus reacciones de alegría. Incluso se aprovecha la ocasión para poner en portugués las réplicas del piloto de esa nacionalidad. En el plano alegórico, la reacción ibérica ante la ocupación es narrada por la figura del Brasil, una dama india, que, llena de gozo, se la cuenta a la Religión Católica, una española. Desde el punto de vista que nos interesa, cobra especial relieve el relato del encuentro de las dos flotas en Cabo Verde, antes de hacer rumbo a Bahía, que trasciende la suma de fuerzas en el contexto de la expedición y es inseparable de la celebración de la unión política de ambos reinos: BRASIL
Aquí las alegres salvas destas dos fuertes naciones que, por nueva unión hermanas, la emulación de sus glorias
82
A partir de 1621 «ya se corre fatalmente hacia la secesión» (Bouza, 1987, p. 826). Ni al mismo Olivares se le escapaba el desaliento que generaba la ausencia del rey entre los súbditos portugueses y recomendó a Felipe IV en su Gran memorial fechado a 25 de diciembre de 1624 que visitara Portugal en interés de «la conservación y aumento de lo principal de esta Monarquía» (Elliott y Peña, 1978, p. 90). 83 Desde finales del siglo XVI y cada vez con más insistencia, los portugueses se quejan de la imposibilidad de la Monarquía de frenar a los holandeses. En las Cortes de Lisboa de 1619, por ejemplo, no se olvidaron de reprochar a Felipe III la pérdida de la India. De hecho, el retroceso imperial será uno de los factores que facilitarán la restauración de 1640 y así lo publicitará la propaganda bragancista (Bouza, 1987, pp. 833-850). Téngase también en cuenta Lynch, 2003, pp. 372 y 480.
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hace parecer contrarias fue con notable alegría, porque fuera Lusitania única, a no haber Castilla, por las letras y las armas, y si Portugal no hubiera, Castilla por Fenis rara se celebrara en el mundo; pero juntándose entrambas, no digo yo mi conquista, pero aquella piedra santa que fue sepulcro de Cristo fuera vitoria de España (ed. De Solenni, vv. 952-968).
Quince años antes de la restauración bragancista, se proclama que si Portugal y Castilla tienen un valor excepcional por separado, juntas pueden llevar a cabo lo inimaginable en favor de la cristiandad. Después del desembarco, es palpable el buen entendimiento entre el castellano Fadrique de Toledo, «general/ de mar y tierra» (vv. 887888), al mando del cual están el conjunto de las fuerzas expedicionarias, y el portugués Manuel de Meneses, general de la armada de su país.84 Forman una pareja siempre en sintonía hasta la victoria, a los que contemplamos igualmente enardecidos hacia el final de la batalla (vv. 2235 y ss.). Todo ello sin duda anima a los que están a sus órdenes, como el gracioso Machado, que ensalza encarecidamente al tándem hispanoportugués (vv. 1051 o 1740). Fadrique hace partícipe a Meneses de todos sus planes, a los que éste se muestra invariablemente conforme, que a menudo alaba y en ocasiones complementa. Según propia confesión, Manuel de Meneses confía en Fadrique por la obediencia que el castellano debe a Felipe IV (v. 2249). Incluso sorprendemos a los generales intercambiando elogios, o para ser más exactos, a Meneses elogiando a Fadrique y a éste respondiéndole (v. 1728).Y es que, por mucho que el texto se refiere en más de una ocasión a Fadrique y a Meneses como «los generales» (vv. 1029, 1037 84
Manuel de Menezes (1565-1628), capitán mayor de las naves de la India en 1609, 1613 y 1616, comendador de la orden de Cristo, era hijo de don João de Menezes, de la casa de los señores de Cantanhede. Escribió una relación sobre la jornada de 1625 (véase n. 77).
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y 1046 Acot; o incluso «sus dos armadas» en el v. 1850) y parece desdibujar la jerarquía que reina entre ellos, anunciada un poco más arriba, pintándolos en alguna ocasión departiendo en pie de igualdad (vv. 974, 1732), la responsabilidad del castellano es más elevada y naturalmente conlleva una mayor presencia y centralidad escénicas. El texto, además, no puede ocultar una perspectiva en el fondo castellana, que el mismo Lope parece reconocer en algún momento.85 Especialmente significativo es en ese sentido el orden en el que se nos presenta la expedición al Brasil: seguimos a la flota castellana hasta Cabo Verde, a pesar de que la portuguesa ya se encontraba en la isla. Mencionemos asimismo la escasa atención de Apolo a las bajas portuguesas en su relato de la salida de los holandeses al final del segundo acto o el nulo papel de Meneses en la gestión de la rendición de la plaza. Pero la colaboración también se da en los niveles inferiores de la cadena de mando, creando una sana competencia entre castellanos y portugueses que redunda en un desempeño más valeroso de las fuerzas católicas. Se trata de la «emulación» entre las dos naciones —designada en otra ocasión, siempre en sentido positivo, como «envidia» (v. 1742)— a la que ya se había hecho mención antes de iniciarse la batalla (vv. 863 y 955, citado más arriba) y que se nos antoja un oportuno reciclaje de la tradicional inquina en el contexto de la reciente unidad política. Así, por ejemplo, a las órdenes de un oficial castellano como Juan de Orellana se ponen soldados de su nación pero también de la portuguesa (vv. 1354, 1744). Igualmente, los elogios entre castellanos y portugueses no se limitan al mando militar, sino que también los intercambian algunos nobles y soldados. El gracioso Machado —quien más directa y familiarmente se dirige al público, quien despierta en él la sensación más inmediata de complicidad o proximidad— es probablemente el elemento más vistoso de esa hermandad ibérica bajo Felipe IV. El soldado, hidalgo pero pobre, lleva tres años de servicio en el Brasil y, significativamente, es de origen mixto castellano y portugués, sobre el que insiste en repetidas ocasiones.86 Pues bien, a este ejemplo vivo de unidad ibérica se le atribuye 85 Así en la praeteritio con que la figura alegórica del Brasil presenta a la flota portuguesa, cuando aclara que «la fidalguía y nobleza/ que en esta ocasión se embarca/ pide portuguesas musas,/ pide envidias castellanas» (vv. 939-942). 86 Se insiste mucho en el origen mixto del soldado gracioso (vv. 480, 11121113, 1863 y 2233-2234), sobre cuyas proporciones exactas parece haber alguna
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una señalada hazaña, recogida también en al menos dos de las relaciones de los hechos, pero atribuida a soldados de distinta «nación»: vasca en el caso de Francisco de Avendaño y Vilela y aragonesa en el de João de Madeiros Correia.87 Machado, que se había mostrado bravucón al presentarse a Fadrique (v. 1210 y ss.), tiene en cambio una actitud cobarde ante la orden de acercarse al foso que rodea la ciudad (v. 1760). Herido en su orgullo, ve la ocasión de demostrar su valor después de la burla del holandés Leonardo, que se encarama sobre el muro de la ciudad, donde cuelga desafiante una bandera holandesa (vv. 1835 y ss). El soldado castellanoportugués escala hasta el peligroso lugar y se hace con la enseña, que presenta como augurio de victoria al general (vv. 1902 y ss.). La hazaña no sólo le vale una cadena y ocho escudos, sino también un blasón para su linaje.
La magnanimidad del general y el cuadro de Maino Otro aspecto de la recuperación de Bahía que había complacido a Olivares era el de la magnanimidad que Fadrique de Toledo, en nombre de Felipe IV, había utilizado para con los enemigos. En una carta al conde de Gondomar del 8 de julio de 1625, el conde-duque traza una interpretación de la victoria de Bahía en relación con la clemencia del vencedor y la gloria y reputación que de ella se derivan: vacilación en la obra. En general, uno se lleva la impresión de que la sangre de Machado es mitad castellana y mitad portuguesa (por parte de padre aquélla y por parte de madre ésta, se añadirá en los vv. 1112-1113), pero al final de la obra se nos dice que la distribución es de tres cuartos contra un cuarto en favor de la primera (vv. 2233-2234). 87 Se trata, respectivamente, del autor de la Relación del viaje y suceso de la armada que por mandado de S. M. partió al Brasil..., Sevilla, Francisco de Lyra, 1625, y del escritor a quien se atribuye la Relaçam verdadeira de tudo o sucedido na restauraçao de Bahia de todos os Santos, Lisboa, Pedro Craesbeeck, 1625.Véanse la nota al v. 1877 de la edición de De Solenni y Shannon, 2001, p. 24. Ya se ha comentado la dificultad de señalar una de las muchas relaciones conservadas como fuente del dramaturgo. Aparte de los indicios relativos a la identidad del autor de la fuente utilizada por Lope contenidos en la licencia de Vargas Machuca, por otra parte difíciles de desarrollar, el texto —o al menos uno de ellos— probablemente portugués, debió llamar San Bento al convento de las afueras de la ciudad, ya que el dramaturgo reproduce sistemáticamente ese uso (vv. 1137, 1393, 1463 y 1549) y nunca llama al convento de San Benito.
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El [triunfo] del Brasil no es peor que el de Bredá. Recobrose el día de San Felipe y Santiago, y aunque a los principios hubo sangre de todas partes y murieron algunos soldados particulares de los nuestros, pero después se rindieron los enemigos a la clemencia del general, salvaron las vidas, y mejoraron nuestra reputación, que el perdonar a los rendidos gloria es de las armas de S. M.; y querrá Dios que la clemencia obre en nuestro favor más que el cuchillo.88
También la segunda de las dos victorias del annus mirabilis de 1625 mencionadas por Olivares, Bredá, tuvo su traslado escénico en El sitio de Bredá, de Calderón, que puede que se escribiera por las mismas fechas y también fuera un encargo del valido.89 Tanto la obra de Lope como la de Calderón acaban con la rendición de los holandeses. Bahía se rinde en los términos que fija Fadrique, después de una enfática escena en la que el general rasga el papel con las condiciones de los enemigos, mientras que Bredá lo hace de forma negociada. Pero nos interesa sobre todo cómo, coincidiendo con la visión de Olivares, la rendición aparece templada por la generosidad de los vencedores, en el caso de El Brasil restituido ejercida explícitamente en nombre de Felipe IV, del que el de Toledo es un simple intérprete, y en El sitio de Bredá de forma más directa y autónoma por Ambrosio Espínola.90 En la obra de Lope, el general explica al negociador holandés que el rey que castiga como «juez severo/ sabrá ser padre piadoso/ reconociendo su imperio» (vv. 2291-2293) y encuentra un original medio 88 Biblioteca de Palacio, Ms. 1817; carta citada en Brown y Elliott, 2003, p. 200. También los derrotados invasores de Bahía —tal como nos consta por la relación de los sucesos que escribió el pastor calvinista Henoc Estartenus— apreciaron la «prudencia y clemencia» que para con ellos usó Fadrique de Toledo (Fernández Duro, 1898, p. 53). 89 Así lo defiende Whitaker, 1978, puesto que supone que la «Loa que representó don Pedro de Villegas en la comedia que se hizo en palacio por las nuevas de Bredá», de Antonio Hurtado de Mendoza y anterior al 5 de noviembre de 1625, introducía la comedia de Calderón. De la loa (pp. 10-14) deduce la estudiosa americana que el conde-duque fue quien encargó el texto para que se representara en una celebración cortesana de la que fue el anfitrión, probablemente en el Salón Grande del Alcázar Real.Vosters, 1981, en cambio, propone que El sitio de Bredá depende de la Descripción de la villa y sitio de Bredá (Amberes, 1628) y que la obra fue escrita en 1628 en ocasión de la visita de Ambrosio Espínola a Madrid, que se prolongó hasta el año siguiente. 90 Recuérdese asimismo la clemencia con la que, tras la batalla de Mühlberg, Carlos V perdona la vida al duque Juan Federico de Sajonia en El valiente Céspedes (p. 110a).
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para que se presente bajo este último aspecto. Fadrique saca de su tienda un retrato del monarca al que, después de que el emisario holandés se arrodille, le pregunta si los vencidos son dignos de perdón por «esta vez» (v. 2301). La respuesta que adivina en el retrato, evidentemente, es afirmativa, y el general pasa a detallar las condiciones de capitulación que está dispuesto a conceder y que el holandés no puede más que aceptar.91 Diez años después de El Brasil restituido, Juan Bautista Maino tenía acabado su cuadro sobre La recuperación de Bahía para el Salón de Reinos del Palacio del Buen Retiro (fig. 5).92 El pintor trató la victoria inspirándose, entre otros, en algún motivo de Lope que ilustraba la generosidad hacia los vencidos. El más destacado de los elementos del cuadro que provienen de El Brasil restituido es la presencia del retrato de Felipe IV, ante el cual los holandeses —y no sólo su emisario, como en nuestro texto— aparecen arrodillados, solicitando o agradeciendo el perdón del monarca.93 Como es sabido, la clemencia del vencedor frente al vencido ocupa un primer plano todavía más destacado en La rendición de Bredá de Velázquez, que colgaba en el mismo Salón de Reinos, y que coincide en ese aspecto con la obra de Calderón sobre el asunto. Pero la influencia de Lope también se deja sentir en otros aspectos del cuadro del dominico, que destaca por relegar a un segundo plano la victoria estrictamente militar y colocar en un primero a lo que hoy llamaríamos la población civil (fig. 6). Maino trasladó a su escena victoriosa la mirada compasiva que en el primer acto Lope había dedicado a las víctimas civiles leales al gobernador y a Felipe IV. Efectivamente, en El Brasil restituido, los soldados católicos mencionan en un par de ocasiones a los habitantes de Bahía. Brown y Elliott (2003, p. 199) recogen el recuerdo más vivo, inserto en el relato de Machado a los indios después de escaparse de la cárcel: 91
Es interesante notar cómo Lope añadió después de la licencia unos versos que debían insertarse al final del texto y que insistían sobre la necesidad de cumplir lo acordado, especialmente teniendo en cuenta el poder de Felipe IV, a lo que asentía el coronel enemigo (vv. 2371-2381). 92 Para la fecha del cuadro, véase Brown y Elliott, 2003, pp. 150-155 y para la obra en sí, 2003, pp. 193-200. 93 Brown y Elliott, 2003, p. 200 ya sugirieron que «la espada y la rama de olivo, la victoria y la clemencia» son «los temas que unifican las comedias de Calderón y Lope y los cuadros de Velázquez y Maino, y que a su vez los relacionan con Olivares». Por otra parte, estos estudiosos apuntan que Beroqui, 1913-1914 fue el primero en señalar la relación entre el texto de Lope y el cuadro de Maino.
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MACHADO
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[...] Llegué donde estáis y vi por estos desiertos campos viejos, niños y mujeres, que es lástima de mirarlos: duélase el cielo de todos [...] (ed. De Solenni, vv. 761-765).
Pero cabe destacar otros pasajes, tal como hace López Torrijos (2002, pp. 92-94). Así, también Diego de Meneses, al poco de ser avistadas las naves enemigas, había aludido a cómo «mujeres y niños» se preparaban para huir al monte con «lo mejor de sus haciendas» (vv. 353-355). Sin embargo, el primer acto de Lope no sólo menciona a los lusobrasileños, sino que da voz a esas mujeres que Machado había visto en su huida. Las refugiadas bahianas aparecen mientras huyen «con otra gente en tropa, con vestidos y ropa» (398 Acot) y hablan entre ellas como sigue: MUJER
OTRA SOLDADO MUJER OTRA
¡Míseras de nosotras! ¿Dónde vamos? Pues por cualquiera parte que salgamos nos espera la muerte en yerro o fuego. ¿Qué sirve huir, si habemos de ser luego esclavas destos bárbaros? Camina. ¡Señor, a nuestras lágrimas inclina tu gran piedad! ¡Misericordia inmensa! Mira tu sangre, olvidarás la ofensa (ed. De Solenni, vv. 399-406).
La leyenda antisemita Antes de abordar un último aspecto de la influencia de Lope sobre Maino, es necesario constatar un hecho en el que la mayoría de los críticos de El Brasil restituido no ha reparado y es que Lope deforma la realidad de lo ocurrido en Bahía a partir de un prejuicio antisemita.94 De este 94 Observaron la manipulación que en ese sentido recorre la obra, al igual que la mayoría de las relaciones españolas de los hechos, historiadores como C. R. Boxer,
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modo, y sin apenas fundamento histórico, atribuye a la población cristiana nueva en bloque un papel determinante, de cómplice e incluso instigador, en la ocupación holandesa de Bahía y en la misma arquitectura dramática de su pieza. Según El Brasil restituido, algunos descendientes de judíos habrían propuesto por carta la invasión a los holandeses (vv. 163-170) y habrían proporcionado información a un enviado suyo en vísperas del ataque. Tal y como el hebreo Bernardo reconocerá atemorizado cuando los holandeses consideren la rendición de la plaza, él mismo, junto a su comunidad, ha sido «la ocasión» (v. 2072) de la pérdida de la entonces capital del Brasil. La realidad es que, a pesar de que, como se ha dicho, una de las razones que impulsaron a la Compañía de las Indias Occidentales a fijar Bahía como su primer gran objetivo militar era el elevado número de cristianos nuevos que allí —como en tantas otras ciudades y puntos comerciales de América— vivía, sólo una minoría se unió a los ocupantes una vez iniciado el ataque o desertó de las filas portuguesas y volvió a la ciudad después de la victoria holandesa.95 La ayuda criptojudía al holandés no fue en absoluto determinante y desde luego no había sido previamente concertada.96 Probablemente cabe a Lope, además, el dudoso honor de ser uno de los principales impulsores de esta leyenda antisemita de la pérdida de Bahía, de la que es difícil encontrar una formulación tan clara en ninguna de las muchas relaciones contemporáneas que conservamos, y cuyos ecos han llegado hasta historiadores y críticos del siglo XX como Menéndez Pelayo, De Solenni o Pedraza.97 En la obra, el prejuicio antisemita afecta tanto al relato de los preparativos y hechos militares como a la trama de ficción amorosa que lo acompaña, dominada en esta ocasión por el despecho y la venganza de una mujer abandonada, judía por 1957, p. 23 y 1952, pp. 50-51 y Oliveira França, 1970, pp. 24, 32-34 y 63. En el origen de esta denuncia de los cristianos nuevos como traidores estaría el intento de los defensores fugitivos de Bahía de salvar la cara, recogido por la propia corte a fin de justificar la derrota ante la opinión pública en general y la portuguesa en particular. Entre los estudiosos de El Brasil restituido, por otro lado, sólo Loftis, 1987, pp. 204-205 se hace eco de esta deformación histórica. 95 Oliveira França, 1970, pp. 52-53 estima que un máximo de doscientos cristianos nuevos, sobre un total aproximado de mil, fueron tránsfugas. 96 Véanse Boxer, 1952, p. 54 y Oliveira França, 1970, p. 63. 97 Pedraza, 2001b, pp. 193-194, que por otra parte lleva a cabo un exhaustivo repaso a la presencia judía en la comedia y el entremés del siglo XVII y observa que en términos generales ésta es menor en los dramas de asunto contemporáneo que en los de asunto bíblico o de historia antigua o medieval.
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más señas, y que dota de entidad dramática a la denuncia de la traición colectiva. Hay que reconocer que esta parte de la modulación de los hechos llevados a escena no coincidía con la política de Olivares ante la cuestión de la limpieza de sangre, que se consideraba laxa y había recibido críticas de los sectores más rigoristas.98 Vamos a recorrer, pues, la historia personal de la judía Guiomar, con la que la obra da comienzo, y la colectiva de los cristianos nuevos ante la ocupación, en la que aquélla rápidamente se ve imbricada, para después hacer algunas observaciones generales sobre el antisemitismo de la pieza. El Brasil restituido se abre con la ruptura por parte de Diego de Meneses —pariente del general en el que recaerá el mando de las fuerzas portuguesas— de sus amores con la cristiana nueva Guiomar debido a la condición social más baja de ésta, pero sobre todo a la dudosa sinceridad de su fe y la de la comunidad a la que pertenece. Guiomar, por su lado, promete vengarse del noble portugués, de quien está preñada, y recibe los ánimos de Bernardo, su padre, que inserta su venganza en el marco de los planes colectivos de la comunidad judía local. En efecto, en el contexto de su temor al Santo Oficio, de quien se anuncia una próxima visita, los cristianos nuevos proponen a los holandeses un plan para sacudirse el yugo de la Corona católica.99 La venganza personal de Guiomar y la colectiva correrán a partir de entonces paralelas. Desde el momento en que se avistan las naves enemigas, el resto de los habitantes de Bahía da por supuesta la complicidad de los cristianos nuevos que, en palabras de Machado, han «vendido» al gobernador (v. 367). A juicio del soldado gracioso, el portavoz más insistente y visceral del prejuicio antisemita (vv. 468, 661-662), si se hubiera usado una 98 Los «capítulos de Reformación» de febrero de 1623 relativos a la limpieza de sangre disgustaron a los recalcitrantes. Documentos de 1624 y 1625 dan fe de la actitud moderada de Olivares en este asunto (Domínguez Ortiz, 1971, p. 67), pero véase también Elliott, 1990, pp. 30-31, que incluye un pasaje de distinto signo contenido en el testamento que el valido escribiera en 1642. 99 De hecho, el obispo Marcos Teixeira había visitado Bahía en 1618 y corrían rumores sobre la próxima instalación de la Inquisición en el Brasil, donde tenía mucha menos influencia que en Portugal o en sus colonias asiáticas (Oliveira França, 1970, pp. 21, 23 y 53 y Boxer, 1957, p. 19). Lo mismo puede decirse de la situación en la América española si se compara con la de la metrópoli. De hecho, fue la llegada de marranos portugueses a partir de 1580 la que elevó la presión inquisitorial en los dominios españoles. Con todo, Domínguez Ortiz, 1971, pp. 127-147 distingue una época de mayor tolerancia en los reinados de Felipe III y el primer Felipe IV, que da paso a una mayor actividad represiva a partir de 1635.
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mayor dureza represiva —consistente nada menos que en tostar a fuego lento a los descendientes de «las montañas de Judea»— no se habría producido el ataque. Ocupada la plaza, el propio gobernador, hecho prisionero, es consciente de haber sido vendido por sus conciudadanos judíos (vv. 435-444). Pero también en el plano alegórico del texto se menciona la traición de los cristianos nuevos de Bahía. En efecto, la figura del Brasil, que sólo recientemente ha tenido acceso a la verdad de Cristo, cuenta a sus habitantes indígenas cómo ahora el Demonio expulsado, «solicita a Holanda/ por medio de unos bárbaros hebreos» (vv. 546-547), que la «han vendido» (v. 560), poniendo en peligro la verdad de su fe. Volviendo al plano humano y una vez coronada con éxito la venganza colectiva de su comunidad, Guiomar concede su mano a Leonardo Vinze —el holandés llegado a Bahía en vísperas de la invasión para recabar información útil de los cristianos nuevos— y ve la ocasión de llevar a cabo su venganza personal contra Diego de Meneses (v. 472), al que manda matar (v. 663). Guiomar, sin embargo, no tarda en mostrársenos como un personaje inconsistente y caprichoso. Ya en el segundo acto, después del desembarco de la fuerza hispano-portuguesa, manifiesta arrepentirse del crimen que ha instigado, temerosa ante el hecho de que el general de la fuerza lusa sea pariente de don Diego (v. 1297).100 De la misma forma, después de una discusión con Leonardo, al que impropiamente intenta retener cuando éste debe obedecer la llamada a las armas, Guiomar interpreta sus desavenencias como «castigos del cielo» por un «casamiento a traición» (v. 1333). Finalmente, en el tercer acto, a las puertas de la recuperación de Bahía, una Guiomar desesperada hasta el punto de considerar el suicidio, errante en las afueras de la ciudad, cuyas murallas le han quedado cerradas, confirmará que también se arrepiente de su matrimonio (vv. 2138-2141). Por su parte, intramuros, Bernardo es el único miembro que, temeroso de las consecuencias que para él y su hija pueda tener la victoria ibérica, discrepa en el consejo que decide negociar la rendición. Bernardo
100 De 1608 a 1612 fue gobernador del norte del Brasil, cuya capital era Bahía, Diogo de Meneses e Siqueira que, a pesar de que no nos consta que fuera familiar de Manuel de Meneses, puede que haya inspirado el personaje de Lope. En cualquier caso, no figura en las relaciones que he podido consultar ni la existencia de un pariente del general de la armada portuguesa residente en Bahía, ni su muerte durante la ocupación holandesa.
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es consciente «de haber sido la ocasión» del ataque holandés (v. 2072), lo que previsiblemente no le será perdonado, y se siente traicionado por los holandeses en general y por Leonardo, su yerno, en particular. Por su parte, el coronel lo acusa de haber vendido la plaza por temor e interés y le aconseja dar su venganza por satisfecha. La Guiomar que habíamos dejado vagabunda en las afueras de la ciudad, cuando ésta se halla en trance de rendirse, topa con Machado, que la acoge en su protección a cambio de dinero. El soldado obtiene el perdón de Fadrique, o dicho a su modo, se embolsará mil escudos por librar a Guiomar «del brasero» (v. 2356), lo que no impide que, como habitante de Bahía, se ofrezca al general para reconocer a los judíos —«que, en fin, los traidores fueron» (v. 2342)— para que sean detenidos y castigados. Esta suerte, que históricamente afectó a algunos cristianos nuevos, es la que al cierre de la obra le está reservada a Bernardo, el padre de Guiomar, señalado como el «pícaro hebreo» que vendió la plaza. Es posible que una de las funciones de esta leyenda de la complicidad judía sea restar responsabilidad por la pérdida de Bahía a los propios habitantes de la ciudad, la inmensa mayoría de los cuales, sin distinciones de religión, huyeron sin ofrecer la más mínima resistencia. Pero, como sugiere Oliveira França, 1970, es verosímil que se pretenda sobre todo incluir en esa exención de responsabilidad a las autoridades locales y al mismo rey, a los que sólo la traición habría impedido defender adecuadamente la ciudad. Me parece en cambio más dudoso que Lope esté intentando llamar la atención sobre los peligros que entrañaban los marranos portugueses en América o fuera de ella al blando Olivares.101 En cualquier caso, es curioso observar cómo se recurre a la tan consabida como injusta asociación de Judas con los judíos para insistir en el carácter esencialmente traidor y venal de la raza. Una y otra vez, se emplea el verbo vender (la plaza, el Brasil, las autoridades locales a las que debían lealtad) para designar la complicidad de los cristianos nuevos con los invasores, con el fin de asociarla con su correligionario Judas que, desde las propias filas, vendió a Cristo (Mt 26-27, Jn 13). Baste como ejemplo de esa especie de metáfora cultural un pasaje del discurso del
101
Véase la n. 99 y la bibliografía en ella citada, a la que puede añadirse, aunque se ocupa sobre todo de los años posteriores a El Brasil restituido, precisamente aquellos en los que los cristianos nuevos portugueses cobraron más importancia en la corte de Felipe IV, Caro Baroja, 1970.
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gobernador de Bahía que, hecho prisionero, afirma lo siguiente ante el primer coronel holandés, el que logra ocupar la ciudad:102 GOBERNADOR
[...] Bien sé que vendido he sido de quien podrá ser también que en algún árbol le den el castigo merecido; y de haberme a ti vendido poca novedad me hicieron los que ingratos me vendieron, estando seguro yo que este achaque les quedó desde que a Cristo vendieron (ed. De Solenni, vv. 436-444).
Otros personajes que emplean la expresión para referirse a la actitud de los judíos son Machado (vv. 367, 2363), la propia figura alegórica del Brasil (v. 560), o hasta el coronel holandés, que adopta por momentos una perspectiva hispanoportuguesa ante la actitud de Bernardo en el consejo de guerra (v. 2096). Por otro lado, el soldado gracioso se refiere en una ocasión al padre de Guiomar como «Macabeo en el tocino,/ Judas en el falso trato» (vv. 661-662). En general, la imagen del judío en la obra correspondería, además de al traidor, a alguien dominado por la venganza, sea la personal de Guiomar o la colectiva de Bernardo, atento a su interés particular y presa a menudo del miedo.103 En el caso particular de Guiomar, a la que vemos pasar rápidamente de los brazos de Diego de Meneses a los de Leonardo e incluso hacer un amago de acercamiento a Machado, parece que se la presenta como fácil o voluble desde un punto de vista amoroso. Significativamente, en algunas ocasiones parece que se les concede a estos personajes acceso momentáneo a la lucidez de la verdad religiosa o de la rectitud moral, lo que los hace tan efectivos para fines propagandísticos,
102 Especifico «primer coronel» cuando me refiero al mando que ocupa la plaza y muere al final del primer acto. Llamo simplemente «coronel» al de los dos últimos, designado como «coronel electo» en el elenco de personajes del segundo acto (p. 43) e interpretado por otro actor. 103 Los judíos tenían fama de cobardes, tal como ilustra un pasaje de Los novios de Hornachuelos citado en Lida de Malkiel, 1973, p. 88.
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pero les resta verosimilitud como figuras dramáticas.104 Pienso en los momentos en los que Bernardo o Guiomar explican las contrariedades por las que pasan ellos o su comunidad como castigos divinos (vv. 162, 1330), y especialmente en la ocasión en la que Guiomar concluye que un casamiento como el suyo con Leonardo es menos valioso dada su condición de judía y la de protestante de su marido: GUIOMAR
Mal casamiento intenté; pero en su ley y en la mía, ¿qué fe ni verdad tendría donde no hay fuerza ni fe? (ed. De Solenni, vv. 2138-2141).
Por otra parte, las actividades de la Inquisición son descritas o aludidas con crudeza y una pasmosa naturalidad, la misma con la que se lleva a escena la infame explotación por parte de Machado de la condición de vencida de Guiomar. En conclusión, la minoría reprimida es transformada en chivo expiatorio, la víctima deviene verdugo.105 Considerada la construcción antisemita de El Brasil restituido, podemos abordar un tercer aspecto de la influencia del texto sobre la pintura de Maino, que no es otro que la presencia y función de lo judío en el cuadro. Caro Baroja (1961, I, p. 88 e ilustración núm. 30) ya defendió dicha presencia, aunque sin relacionarla con la obra de Lope. Según el estudioso, los personajes que aparecen arrodillados, no enfrente, sino a la izquierda de la tarima sobre la que está expuesto el cuadro del triunfo de Felipe IV, serían judíos, tal como lo delata el característico gorro rojo de uno de ellos (fig. 7). El joven que se encuentra detrás de Fadrique de Toledo les estaría indicando, después de su traición, el camino del exilio, 104
Lida de Malkiel, 1973, pp. 78-85 analiza muy bien el fenómeno a propósito de La prudencia en la mujer, de Tirso, aunque precisamente a la representación de los judíos en el teatro del mercedario, cercana al prejuicio popular, opone la capacidad dramatúrgica de Lope de identificarse con el punto de vista de todos los personajes que saca a escena, incluidos los de origen hebreo. 105 Como en el poema «Sentimientos a los agravios de Cristo, nuestro bien, por la nación hebrea», surgido a raíz de un presunto sacrilegio acaecido en Madrid en 1629, y en el que Lope solicita un castigo ejemplar para la «dura nación» que «hoy tanto oprime y daña/ el imperio cristiano» (Lida de Malkiel, 1973, p. 87 y Caro Baroja, 1970, pp. 67-68). Otro tanto ocurre con la comedia El santo niño de La Guardia, analizada por la estudiosa argentina en el mismo artículo (1973, pp. 97-113).
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en una versión más suavizada de la suerte final de la comunidad que la que puede intuirse al término de El Brasil restituido. Por nuestra parte, pensamos que otro detalle de la pintura puede relacionarse con la minoría. En el cuadro dentro del cuadro, Felipe IV y Olivares tienen a sus pies tres figuras simbólicas que representan, de izquierda a derecha, la Herejía, la Discordia y la Traición. La primera, una figura masculina que sostiene un crucifijo roto, aparece personificada también al final del segundo acto de la comedia en conversación con el Brasil, pero sabemos que fue representada por una actriz. La Traición, por su parte, es un ser femenino con dos caras, que ofrece la paz con una mano mientras esconde un puñal en la otra.106 Después de lo que antecede, creo que es verosímil vincular tal figura con la actitud de los cristianos nuevos en la pieza («que al fin los traidores fueron», concluía Machado), a los que representaría. Todavía más específicamente, es tentador, por fin, relacionar la personificación femenina, de rasgos más judíos que el resto de las mujeres que aparecen en el cuadro, con la vengativa Guiomar.107 En conclusión, contamos con indicios suficientes para considerar una sólida hipótesis el que Olivares, que encargaría a Lope una comedia para representarla el 24 de junio de 1631 ante Felipe IV en el jardín del conde de Monterrey, hubiera hecho otro tanto seis años antes con El Brasil restituido.108 Recuérdese, por un lado, la rapidez con la que el dramaturgo, que puso punto y final a la obra un día antes de llegar a Málaga 106
El primer estudioso que identificó correctamente la figura, a la que llamó «Fraude», fue Steinberg, 1965, p. 290. 107 La forma larga y ganchuda de la nariz era desde antiguo rasgo atribuido a los judíos, y con ella los representó a menudo la pintura europea (Caro Baroja, 1961, I, pp. 83-91 e ilustraciones núm. 20 y ss.), si bien es cierto que el propio Caro Baroja, 1961, I, p. 88 reconoce que los judíos arrodillados a la izquierda de la tarima «no se diferencian demasiado de las demás figuras». Brown y Elliott, 2003, p. 199, por su parte, parecen sugerir una identificación de la Herejía, la Discordia y la Traición con los holandeses, los ingleses y los franceses, respectivamente. 108 Nos consta por la Relación de la fiesta que hizo a Sus Majestades y Altezas el Conde-Duque la noche de San Juan de este año de 1631 que fue el propio Gaspar de Guzmán quien mandó a Lope escribir una comedia para la ocasión, que no fue otra que la excelente La noche de San Juan. La relación de la fiesta, que también contó con la representación de Quien más miente medra más, de Quevedo y Hurtado de Mendoza, puede encontrarse en Pellicer, 1804, II, p. 167 y está resumida en Barrera, 1973, I, pp. 297-299 y Castro y Rennert, 1968, pp. 301-302.
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el grueso de la flota, tuvo acceso a la información sobre el hecho militar, y por otro, la oportunidad de los hechos mismos y la proximidad política del texto en relación con el programa de Olivares, especialmente en lo que atañe al proyecto de la Unión de Armas. Tal vez incluso los puntos en común con El sitio de Bredá o la posterior influencia de la obra sobre Maino pueden contribuir a completar esa impresión. El texto de 1625 sería entonces, dentro del amplio corpus del teatro histórico de Lope, un ejemplo de pieza no sólo cortesana, sino estrechamente ligada al poder.
Excurso: Pérdida y restauración de la Bahía de Todos Santos El Brasil restituido no es la única comedia conservada sobre la recuperación de Bahía. A la pluma del dramaturgo lisboeta Juan Antonio (o João Antonio) Correa, que vivió largo tiempo en Castilla y escribió en castellano muchas comedias, representadas con éxito en Madrid, se debe Pérdida y restauración de la Bahía de Todos Santos, el único texto suyo que nos consta se publicara.109 Como la obra de Lope, lo más probable es que se escribiera al calor del acontecimiento celebrado, verosímilmente después de El Brasil restituido.110 Sin embargo, si Correa conoció la obra del gran dramaturgo apenas tomó de ella algún detalle. Pérdida y restauración... revela un menor interés en los detalles de la campaña militar, lo que no supone que no esté bien documentada, y otorga en cambio un mayor relieve a la trama amorosa, que de cualquier forma, como ocurre a menudo, guarda relación con los acontecimientos militares y su interpretación religiosa y política. Si retomamos las grandes líneas de nuestro análisis de El Brasil restituido y las rastreamos en Pérdida y restauración... encontraremos por lo general ecos muy débiles. Así, a pesar de que en algún punto se ponga de 109 La pieza se imprimió incluida en la Parte treinta y tres de comedias nuevas, nunca impresas, escogidas de los mejores ingenios de España (Madrid, Joseph Fernández de Buendía, 1670), pp. 233-268. Las escasas noticias sobre Correa proceden del segundo tomo de la Bibliotheca lusitana (Lisboa, Ignacio Rodrigues, 1747) de Diogo Barbosa Machado (s. v. Ioaõ Antonio Correa). Garcia Peres, 1890, s. v. supone que el dramaturgo «vivió hacia mediados del siglo XVII». 110 No hay nada, sin embargo, que nos permita pensar que esta comedia corresponde a La conquista del Brasil representada en palacio el 1625, de la que hemos dado noticia en la n. 62.
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relieve el trabajo conjunto de castellanos y portugueses (II, vv. 125-127 o 453-456) o se recuerde la implicación de Portugal con la empresa y con Felipe IV (III, vv. 428-431), no se celebra la colaboración de las dos naciones con el énfasis de El Brasil restituido. Por su parte, el episodio en el que un soldado hispánico arrebata una bandera al enemigo aparece también en Correa (II, vv. 523 Acot-553). En Pérdida y restauración... el autor de la hazaña es un portugués, Carvallo, algo que le acerca más al Machado de origen mixto de El Brasil restituido que al soldado vasco o aragonés de las relaciones, a pesar de que se mencione que antes de él un militar de esta última nacionalidad ya había sustraído una bandera al holandés. La presencia del plano alegórico de representación y narración no pasa de testimonial (III, vv. 371 Acot-485), aunque las figuras que lo hacen posible, España y la Fama, también están presentes en El Brasil restituido —aquélla como la Monarquía de España— y la Fama de Correa es igualmente quien lleva la noticia de la ocupación holandesa a la corte. Sí tiene, en cambio, más importancia el tema de la clemencia con el vencido por parte de Fadrique (III, vv. 298-300 y 598-601), pero no asistimos a una escena tan emblemática como la del retrato de Felipe IV de El Brasil restituido. La comparación entre ambos textos invita a constatar, sobre todo, que no hay en Pérdida y restauración... absolutamente ninguna referencia a los judíos de Bahía y mucho menos a su supuesta traición y eso que las escenas de la firma de las condiciones de rendición y entrega de la ciudad son extensas y podrían haber acomodado con facilidad alguna alusión en ese sentido. Igual que en El Brasil restituido, destaca el valor y lealtad a Felipe IV del gobernador de la plaza, Diego de Mendoza Hurtado, en el momento de la derrota, pero queda más claro que en Lope que los soldados que debieran haber defendido Bahía no estuvieron a la altura. Al final del primer acto, aparece brevemente la figura del histórico obispo Marcos Teixeira, ausente de El Brasil restituido, que encabezó la primera resistencia al ocupante. Marcos Teixeira murió antes del desembarco de Fadrique de Toledo, que es recibido en la comedia por el nuevo gobernador, don Francisco de Mora. Como acertadamente ha apuntado De Solenni (1929:XXIX), Correa dedica más atención al campo enemigo que al propio, mientras que la perspectiva es la inversa en Lope. El ocupante se nos presenta como muy heterogéneo desde el punto de vista de la procedencia nacional e incluso religiosa, pero sobre todo desunido. Además, sus divisiones
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internas irán en aumento a lo largo de la obra hasta resolverse en la rendición de la plaza. Antes de que el enemigo enarbole la bandera blanca, por ejemplo, un prisionero holandés informa de los rumores de deserción de los soldados franceses, del elemento de inestabilidad que presentan los elementos católicos —franceses e ingleses— en el seno del ejército invasor y, en general, del poco aprecio en el que los soldados tienen a su general (II, vv. 599-608). Por otra parte, el saqueo que acompaña a la victoria de los holandeses permite retratarlos como depredadores, un punto en el que Correa insiste más que el autor de El Brasil restituido. Asociada a la dimensión religiosa del conflicto, al antagonismo entre protestantes y católicos que tal vez presenta un mayor relieve en Pérdida y restauración..., la ocupación holandesa conlleva la profanación de los templos católicos que sólo recuperarán su dignidad con el regreso de Bahía a la soberanía de Felipe IV (I, vv. 583-585 y III, vv. 792-794). La trama amorosa puede leerse solidariamente al marco del enfrentamiento militar —y religioso— en el que discurre, como en El Brasil restituido, pero tiene mayor autonomía y peso, proporcional al menor interés en los sucesos bélicos, por más que Correa se nos antoje bien informado a este respecto. Así, los principales representantes del ejército enemigo, sin que el general sea una excepción, andan ocupados en sus amores, que los enfrentan a sus compañeros de armas y los distraen de su deber. En el caso del capitán Rugero, inglés católico de padre español, al amor correspondido por la bahiana María —deseada a su vez por el capitán francés Rigepe— se le añade el conflicto que para él representa servir en el ejército de Mauricio de Nassau. Por otro lado, el capitán Guillermo pretende a una portuguesa que no le corresponde —en primer lugar por su condición de hereje—, y tiene como rival nada menos que al general. La «restauración» de la plaza se hace realidad impulsada por la venganza del capitán Guillermo, que con ella pretende erosionar el prestigio militar de su rival amoroso. La escena de la firma de las condiciones de rendición, que toma una forma más dialogada que en El Brasil restituido pero se nos presenta igualmente como una concesión de Fadrique de Toledo, tiene un mayor desarrollo y entra con bastante más detalle en los artículos concretos de las capitulaciones (III, 485 Acot-712 Acot). En la escena que hace efectiva la recuperación del control de la ciudad, dos detalles nos recuerdan el cuadro sobre La rendición de Bredá de Velázquez. En primer lugar, el capitán Guillermo entrega las llaves de la plaza a Fadrique y, en segundo y en relación con el mencionado motivo de la
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clemencia con el vencido, el Toledo protagoniza una escena caballeresca junto al general derrotado, que se muestra humilde ante el vencedor, honrado por el valor de su enemigo, mientras que el castellano alaba la cortesía del holandés. En el plano amoroso, para la pareja que forman Rugero y María la recuperación de la plaza significa la posibilidad de sellar su amor mediante el matrimonio, del que Fadrique será padrino, y tras el que se trasladarán a Lisboa.
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Tal como hemos apuntado, es muy probable que en el origen de la redacción de algunas de estas obras esté el encargo de la corte (El Brasil restituido y tal vez Carlos V en Francia) o de la nobleza, sea la familia del general al mando de la operación en La nueva victoria de don Gonzalo de Córdoba y La nueva victoria del marqués de Santa Cruz o los mismos protagonistas de la acción representada en Arauco domado y El bautismo del príncipe de Marruecos. Para al menos la mitad de nuestro corpus, fueron estas instancias de poder las que sugirieron al dramaturgo la escritura de una pieza que celebrara y publicitara la victoria —normalmente militar— de su gobierno, de un miembro de su familia o de ellos mismos. En estos últimos casos se esperaba que el ensalzamiento del servicio ofrecido a la Corona contribuyera a la obtención de un reconocimiento por parte de ésta.1 No podemos, pues, abordar la selección de los hechos llevados a escena sin tener en cuenta las circunstancias de las que surgieron buena parte de los textos. En cualquier caso, Lope también escribe comedias de historia contemporánea sin que nos conste que recibiera ningún encargo o que pretendiera ofrecer un servicio particular a una familia o a la corte. El valiente Céspedes, La Santa Liga, Los españoles en Flandes y El asalto de Mastrique celebran igualmente victorias militares de España fuera de la península, con las que concluyen. La historia contemporánea dramatizada por Lope también incluye la victoria diplomática de Carlos V en 1
El enfado de los descendientes de Céspedes con la trama amorosa que el escritor construyó en torno a la hermana del valiente soldado y el del hidalgo descontento con el actor que representaba a su hermano, un alférez de El asalto de Mastrique, sugiere que se atribuía al teatro la capacidad de influir en la imagen que los espectadores se formaban de una determinada familia, persona o institución; véase la n. 5 del tercer capítulo y La desdicha por la honra (Novelas a Marcia Leonarda, pp. 109-110).
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Francia y la conversión de El bautismo del príncipe de Marruecos, que se ensalza como una victoria religiosa.2 Es en el contexto de esta última que el primer acto de El bautismo se dedica al desastre de Alcazarquivir, lo más cerca que Lope estuvo de representar una derrota propia contemporánea en un corpus celebrativo.3 Por otra parte, de los múltiples conflictos internos de la época que hubieran podido llamar su atención, parece que sólo abordó de manera monográfica el que enfrentaba a la Corona con sus vasallos moriscos, en una comedia hoy perdida.4 No hay nada parecido, pues, a Fuente Ovejuna en las obras situadas en la época de los Austrias. El conjunto de textos estudiados lleva a la escena conflictos presentados en la mayoría de los casos como producto de la rebeldía del enemigo, sea súbdito propio (Arauco domado, Los españoles en Flandes, El asalto de Mastrique) o de un aliado (La nueva victoria de don Gonzalo de Córdoba), y en otros casos como la reacción ante un ataque recibido por la Monarquía misma (El Brasil restituido, e incluso La nueva victoria del marqués de Santa Cruz). Pero excepto en el caso de las comedias flamencas y en parte El Brasil restituido, la mayoría de los textos justifica la intervención militar principalmente por razones de tipo religioso, con las que el público debía identificarse especialmente. En Mühlberg y en Fleurus se defiende la Iglesia frente a los protestantes; en Lepanto y en 2
La perdida El duque de Alba en París debía tener asimismo un carácter diplomático, pues seguramente trataba de la estancia de Fernando Álvarez de Toledo en la corte francesa como garante de lo acordado en la Paz de Cateau-Cambrésis (3 de abril de 1559). Alba representó a Felipe II en el matrimonio por poderes con Isabel de Valois, celebrado en Notre Dame el 9 de julio; véase Kamen, 2004, pp. 53-54. 3 La pérdida honrosa y caballeros de San Juan, sobre el cerco de Rodas que terminó en 1523 con la ocupación de la isla por parte de los turcos, es de atribución dudosa. Otro tanto ocurre con La mayor desgracia de Carlos V y hechicerías de Argel, sobre la desastrosa jornada de 1541, dirigida por el emperador en persona. 4 En la primera lista del Peregrino consta La sierra de Espadán, que debía aludir a la revuelta de los moriscos valencianos en 1526, estudiada por García Cárcel, 1976 y Pardo Molero, 2001. Recuérdese por otra parte que Lope prometió al término de El valiente Céspedes una segunda parte que iba a terminar con la muerte del protagonista en la Guerra de las Alpujarras (p. 112b). Finalmente, dos comedias se inspiran en el bandolerismo catalán, Antonio Roca y la perdida Roque Dinarte, pero al menos en aquélla, que conservamos en un manuscrito apógrafo perteneciente a los vizcondes de Galway, la historicidad del personaje y de su suplicio final parecen un mero punto de partida para una trama de venganza, lances violentos, traiciones y arrepentimientos; véase Dixon, 1971.
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Longo, frente a los turcos y en Arauco domado se extiende la fe en las Indias.5 La causa de los españoles se identifica con la causa del cielo y en alguna ocasión se insinúa que el enemigo, sin ser consciente de ello, sirve al Demonio.Tras el plano humano de la acción adivinamos a veces el divino: Dios interviene en algunos acontecimientos militares y diplomáticos y en otras ocasiones se pone de manifiesto que la victoria de los españoles responde a su designio, predicho o intuido por el enemigo. Es significativo, por otra parte, que siempre que es posible se subraye la coincidencia de operaciones militares significativas con las celebraciones del calendario litúrgico (La nueva victoria del marqués de Santa Cruz, El asalto de Mastrique y El Brasil restituido). Es obvio que los hechos representados, acaecidos en la mayor parte de los casos varias décadas atrás, habían de tener algún tipo de relevancia para el presente de los espectadores. En algunos casos podemos intuir que ésta radica en su analogía con hechos actuales, en su valor como memorial de servicios prestados a la Corona o incluso en su diferencia con el tiempo de la escritura. Es posible que Carlos V en Francia rescate la tregua de Niza como precedente del acercamiento francés de 1604 y las comedias flamencas ciertamente extraen del pasado lecciones y ánimos belicistas para la actualidad. Los hechos de Arauco domado interesan en tanto recuerdan los servicios de don García Hurtado de Mendoza a la Monarquía, mientras que la batalla de Lepanto atrae probablemente porque se percibe su discontinuidad con un presente en el que un enfrentamiento de tales dimensiones ya no era posible, pero en el que la vinculación con ese pasado era motivo de orgullo. Previsiblemente, el contenido político de estas obras responde a la ideología dominante en una sociedad absolutista que era la primera potencia de la época. El espectador sale del teatro reconfortado en cuanto a la sólida hegemonía de su rey, la capacidad de la Monarquía para responder a los múltiples desafíos que la acechan y la justicia en la que se fundamenta ese poder.6 La defensa o expansión de la fe verdadera es una motivación básica de las armas, la política y la diplomacia españolas en 5
La justificación del ataque a los ocupantes holandeses de Salvador de Bahía es, desde luego, política, pero las escenas alegóricas de El Brasil restituido insisten en la dimensión religiosa de la intervención, que protege a los recién convertidos indios de la herejía. 6 Aunque en El asalto de Mastrique Alejandro Farnesio constata el desamparo económico del ejército de Flandes y en general las obras situadas en los Países Bajos reconocen un control limitado del país; véase p. 204.
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Europa, el Mediterráneo y América, y la Corona cuenta en consecuencia con la benevolencia divina. Los nobles al cargo de las operaciones bélicas tienen o han heredado las cualidades idóneas para llevarlas a buen término y representan un estímulo para sus soldados, con los que tienen un trato cercano. La guerra reserva a la tropa posibilidades de enriquecimiento o incluso ascenso social y también en el plano militar acaba dando resultados aunque en ocasiones a costa de gran perseverancia y sacrificio. Los beneficios de la unión y colaboración entre soldados y cúpula militar, los miembros del cuerpo del Ejército, y en algún caso entre los distintos reinos, los miembros de la Monarquía, saltan a la vista. Naturalmente, las impresiones que sobre la Monarquía y sus guerras se lleva el espectador son el producto de una idealización, que estos textos conmemorativos aplican en considerables dosis. La historia idealizada de Lope es victoriosa y sus triunfos, incluso en Flandes, parecen definitivos.7 En el campo propio domina la unidad, la colaboración: todos los vasallos y reinos de la Monarquía Hispánica y el ejército en bloque parecen compartir unos mismos intereses. Raramente aparece el conflicto o las tensiones en el propio campo y cuando lo hacen siempre terminan por resolverse. Desde la magnificación de las victorias y las paces al silencio sobre una masacre, pasando por los motivos que llevan a presentar batalla, la complacencia y el embellecimiento asoman a menudo. Así, las batallas de Lepanto y Fleurus pueden interpretarse como respuestas al daño que el enemigo inflige a la población civil y en el caso de la primera se altera la cronología de la noticia de la caída de Famagusta para que dicha lectura sea posible. Los motivos que llevan a Muley Jeque a abrazar el cristianismo no sólo son genuinos sino que su origen es milagroso y la voluntad de Carlos V y Francisco I de mantener la tregua de Niza en el tiempo queda fuera de toda duda. La colaboración castellano-portuguesa en la recuperación de Bahía es ejemplar y no la empaña el más mínimo recelo o agravio. La ocultación de la masacre que siguió a la toma de Maastricht, reducida a unas «crueldades» rápidamente atajadas por Alejandro Farnesio (v. 2754), es otro tipo de idealización.8 Como es previsible en obras de carácter celebrativo, se recurre en ocasiones a procesos de magnificación de determinados hechos, prin7
Sólo el final de Arauco domado, más complejo, sugiere que la resistencia de los araucanos se mantiene después de la victoria con la que se cierra la pieza. 8 Véanse las pp. 210-211.
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cipalmente las victorias, y sus consecuencias. El caso más evidente es la exaltación de una victoria de alcance tan limitado como la de Longo a gran hazaña del segundo marqués de Santa Cruz, que con ella se mostraría digno hijo del vencedor de Lepanto, pero también se peca de optimismo al prever las consecuencias de Fleurus, la otra «nueva victoria» acaecida en el mismo año de escritura. Incluso a Lepanto se le atribuye un significado estratégico, el destierro del Turco del Mediterráneo, que no tuvo. Es interesante señalar que tanto de la batalla vencida por don Gonzalo de Córdoba, como de las otras dos victorias flamencas, Gembloux y la caída de Maastricht, se nos dice que de no haberse producido hubieran desembocado en la pérdida de Flandes para la Corona. Por otro lado, también se magnifica en el corpus la importancia de determinados personajes en relación con otros o con ciertos acontecimientos. Pensamos en el mérito de don Gonzalo en las victorias que preceden a Fleurus, en las que luchó junto a Tilly, en la superioridad de la posición negociadora de Carlos V frente a Francisco I o en el papel de Felipe II en el bautismo de Muley Jeque. Las fuentes en las que Lope se ha basado para construir sus comedias son historiográficas (historias, biografías, crónicas, comentarios) e incluso documentales (la correspondencia de don Gonzalo de Córdoba), aunque también ha recurrido a poemas épicos. De hecho, el presente estudio ha permitido identificar las fuentes de pasajes de tres comedias de nuestro corpus así como precisar el importante uso que La Santa Liga hace de Vida y hechos de Pío V de Fuenmayor, su fuente principal.9 En cualquier caso, la comparación de la obra del dramaturgo y su fuente —o, cuando no la conocemos, textos contemporáneos sobre los hechos históricos llevados a escena— permite notar algunos énfasis particulares como la lectura providencialista en La Santa Liga, la pluralidad y complejidad del enemigo en Arauco domado, el aspecto hereditario en La nueva victoria del marqués de Santa Cruz o la culpabilidad judía en El Brasil restituido. La comparación con textos específicamente dramáticos sobre las mismas victorias confirma este último rasgo de El Brasil restituido, así como el énfasis en la colaboración castellano-portuguesa, mientras que en el caso de Los españoles en Flandes destaca la inclusión de la perspectiva del soldado y la atención a la voz de los rebeldes. En un nivel más factual pero no menos significativo, se españoliza o modifica a veces la nacionalidad de algunos personajes, así como su ran9
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Véanse los apéndices de las pp. 63-69, 97-102 y 146-154.
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go en el ejército, con el fin de acercar la acción al público o a las capas populares de éste, resaltar las cualidades patrias o encarnar un mensaje. Españoles son los soldados que en El asalto de Mastrique muestran su lealtad al prestar dinero a Alejandro Farnesio —algo que se niegan a hacer sus camaradas valones y alemanes—, mientras que en la probable fuente no se especificaba su nacionalidad. Además, los prestamistas, capitanes en la fuente, se degradan a simples soldados con la probable intención de que su valor ejemplar llegue más fácilmente al destinatario buscado. En La nueva victoria del marqués de Santa Cruz los cautivos del Turco liberados tras el asalto a Longo, húngaros en la fuente, pasan igualmente a ser españoles y otro tanto ocurre con los dos soldados responsables de la muerte de Fátima. De modo parecido, y muy apropiado en una comedia que celebra la colaboración castellano-portuguesa, una hazaña atribuida en las relaciones a un soldado vasco o aragonés se atribuye en El Brasil restituido al castellanoportugués Machado. El plano alegórico al que en un momento u otro de la acción se recurre en la mayoría de estas obras cumple con varias funciones. Nos interesa destacar algunas de ellas, como su capacidad para visualizar sobre la escena, emblemáticamente, el poder universal de un monarca concreto (Felipe II en Los españoles en Flandes) o de la Monarquía Hispánica en general (El Brasil restituido). También permite materializar los distintos triunfos con los que terminan algunas comedias, caso del acuerdo diplomático de Carlos V en Francia, representado alegóricamente en un arco, o la desproporción entre la renuncia y la conquista que entraña la conversión de Muley Jeque en El bautismo del príncipe de Marruecos. Las alegorías aportan, por otra parte, la garantía del fundamento religioso y el amparo del cielo a la intervención española en el conflicto llevado a escena (La nueva victoria del marqués de Santa Cruz, Los españoles en Flandes y El Brasil restituido). En un plano ya no propiamente alegórico, sino simbólico, asistimos a la representación material de un monarca concreto (Felipe II en Arauco domado y Felipe IV en El Brasil restituido) para obtener su visto bueno ante determinada decisión tomada en su ausencia. En términos generales, nuestro corpus se compone de piezas históricas que abordan hechos públicos profanos, en los que junto a soldados rasos participan altas personalidades, cuya principal materia, la guerra o la paz, es grave y que se cierran con un desenlace a grandes rasgos feliz. Pues bien, encontramos obras designadas como comedias (Carlos V en Francia, La nueva victoria de don Gonzalo de Córdoba, Los españoles en Flandes, El bautismo del príncipe de Marruecos y El Brasil restituido), como
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tragicomedias (La Santa Liga, Arauco domado, El asalto de Mastrique y La nueva victoria del marqués de Santa Cruz) y como ambas cosas (El valiente Céspedes). Ciertamente, la base histórica, los personajes nobles o incluso reales y la materia heroica son las que permiten que algunas de estas obras se etiqueten como tragicomedias.10 Tal vez sea significativo que lo hagan las obras dedicadas a enfrentamientos en los que históricamente hubo que lamentar muchas víctimas entre las fuerzas propias, lo especifique (El asalto de Mastrique) o no (La Santa Liga) el texto. Aunque los usos de comedia siempre pueden tener un valor más o menos descriptivo, puede observarse que así se presentan en las Partes XI y XIX las dos obras que transcurren en un clima pacífico o mayoritariamente pacífico, Carlos V en Francia y El bautismo del príncipe de Marruecos. El corpus presenta algunos personajes comunes, como el general, el soldado protagonista y el conjunto de la tropa, la mujer extranjera o el enemigo, cuyos rasgos generales abordamos a continuación, así como los motivos y escenas a los que van asociados y su rendimiento ideológico. Además de sugerir la coherencia a varios niveles del corpus, este análisis pretende mostrar que los efectos ideológicos buscados en las obras no sólo se consiguen mediante la elaboración de los datos históricos sino que también pueden apoyarse en la trama ficticia, que además de su función principal de entretenimiento puede ser una eficaz portadora de significados que completan los que se desprenden de la trama estrictamente histórica. El héroe de estas comedias suele ser el general al mando de la operación y su nombre aparece en el título completo de la mitad de las que terminan con una victoria española. Alrededor del jefe militar, entregado al servicio del rey, resoluto, valeroso, estratégicamente hábil y, sobre todo, perseverante en los objetivos que se ha fijado a pesar de los eventuales reveses o dificultades, se repiten algunos motivos, incluso motivos constitutivos de escena. Próximo a los soldados, para quienes representa un estímulo para dar lo mejor de sí mismos, sus cualidades son tan obvias que las reconoce incluso el enemigo. A menudo se destaca su pertenencia a una familia —excepto en el caso de don Juan de Austria, siempre de la alta nobleza— que ha destacado por sus servicios a la Corona en el pasado. La devoción del jefe militar, consciente de que el 10
Véase Morby, 1943 y téngase en cuenta asimismo la p. 145 y la n. 58 del sexto capítulo, además de lo apuntado sobre el personaje trágico de Caupolicán en las pp. 112-113.
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resultado de las batallas está en manos de Dios, se manifiesta en la escena previa a la contienda en la que, normalmente acompañado, de rodillas y ante un estandarte en el que está representado un crucifijo, solicita al Señor que le conceda la victoria (El valiente Céspedes, La nueva victoria de don Gonzalo de Córdoba, La Santa Liga, La nueva victoria del marqués de Santa Cruz y Los españoles en Flandes). Al término de la batalla, dará gracias a Dios, a quien en primer lugar se debe el triunfo.11 En correspondencia con el papel hegemónico de la Monarquía Hispánica, el corpus transmite una imagen excepcional del soldado patrio y de los españoles en general. Aquél se caracteriza por su valor, su lealtad y su sentido del honor, tanto personal como nacional. Los españoles destacan por encima del resto de camaradas en el ejercicio de la guerra, y esa distinción la hacen incluso los enemigos. Los efectivos patrios son los únicos que acceden a colaborar en el préstamo que se les solicita de parte de Alejandro Farnesio en El asalto de Mastrique, precisión ausente de la fuente de Lope, y a un capitán protestante de El valiente Céspedes no le cabe ninguna duda sobre la nacionalidad de los que se atreven a vadear el Elba.12 La audacia de Alonso de Céspedes y lo indómito de Pacheco (Carlos V en Francia) son una manifestación de su españolidad, como lo es la actitud desafiante del esclavo don Pedro, que no nos consta que fuera soldado, caracterizada como típica de sus compatriotas en La nueva victoria del marqués de Santa Cruz.Y es que, más allá del valor o la lealtad mostrados por la milicia, el español en general es superior al resto de hombres, y así lo aprecian los araucanos que defienden la paz con los invasores y lo expresa Marcela, vestida de soldado en El asalto de Mastrique, en diálogo con el tudesco Bisanzón. Los generales al mando de las operaciones victoriosas, así como sus hombres, refuerzan el poder y el prestigio del rey y la Monarquía, e incluso defienden su honor. El esfuerzo de unos y otros se ve recompensado de forma distinta, menos tangible en el caso de los generales, cuya retribución depende de una autoridad ausente del lugar del conflicto. Textos sobre triunfos del mismo año como ambas Nuevas victorias... dan
11 Compárese con la fig. 8, el cuadro del flamenco Hendrick van Balen (15751632), Don Álvaro Bazán dando gracias (Ciudad de México, Museo de San Carlos), en el que el protagonista de La nueva victoria del marqués de Santa Cruz, arrodillado ante la Virgen María, le agradece su intervención en la batalla que se divisa al fondo, la que le enfrentó a los turcos en La Goleta (1621); véase Brown, 1998, p. 59 y fig. 20. 12 Véase la n. 56 del sexto capítulo.
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por seguro que al jefe militar le aguarda el premio del monarca, algo que no nos consta que se produjera en el caso del marqués de Santa Cruz, mientras que el resto suele terminar con un reconocimiento simbólico (La Santa Liga, El asalto de Mastrique) o alegórico (El Brasil restituido) de su victoria.13 Los beneficios extraordinarios de los soldados, debidos a hazañas o sacrificios específicos, o simplemente a su condición de vencedores son, en cambio, mucho más concretos. Las gestas de los hidalgos Chavarría, Alonso de Céspedes o Machado no sólo les proporcionan una recompensa material, de la que tampoco queda excluido el criado del segundo, sino que los dotan de signos de nobleza, como el hábito de Santiago, un escudo de armas o el señorío de un lugar. Sea en batallas (La nueva victoria de don Gonzalo de Córdoba, Los españoles en Flandes), sitios (El asalto de Mastrique) o ataques (La nueva victoria del marqués de Santa Cruz), al conjunto de la tropa le aguarda a menudo el premio final del saqueo, al que el general suele alentar a sus hombres y en el que Lope suele deslizar alguna escena cómica. En Chile, por otro lado, los soldados de Arauco domado reciben de García Hurtado de Mendoza repartimientos de indios. Los soldados se ven recompensados, en fin, por su valor y esfuerzo, especialmente en el desenlace victorioso y la guerra se presenta de forma atractiva, como una actividad llena de posibilidades de enriquecimiento y medro social. Esa atención a lo que la guerra representa para los soldados desde un punto de vista económico es una manifestación de un rasgo importante de estos textos como es el presentar los acontecimientos también desde el punto de vista de la tropa. Se nos acerca de esta forma, por supuesto que con correcciones idealizadoras, a la experiencia del grueso del ejército. En la mayoría de las obras contamos con soldados individualizados, algunos con una verdadera entidad como personajes. Aparte del generalhéroe de la comedia, suele ser fácil identificar a un soldado protagonista como Pacheco, Alonso de Céspedes, Bernabé, Rebolledo, Chavarría, Alonso García o Machado. Seguimos sus amores, peripecias o hazañas, y su contribución a la victoria queda clara. Por otro lado, la acción militar, las negociaciones diplomáticas o la incorporación del general a su puesto se nos transmiten a menudo a través de la mirada del soldado raso. Las obras que se desarrollan en Flandes ofrecen muchos ejemplos de ese 13 La Conquista de México, sobre la que puede verse la p. 15, también se cierra con un reconocimiento alegórico a Hernán Cortés.
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matiz populista, desde la atención a las difíciles condiciones en que los soldados practican la guerra en El asalto de Mastrique a la inclusión del significado tanto político como personal que los efectivos de Los españoles en Flandes —repárese en lo comprensivo del título— dan a su vuelta al país, sin olvidarnos de la presencia de los hombres de don Gonzalo de Córdoba en la recepción que al término de La nueva victoria... la infanta Isabel Clara Eugenia ofrece al general vencedor. Lo que hemos llamado perspectiva populista de estas obras no impide, sino que más bien favorece, la transmisión de mensajes alineados con los intereses de la Monarquía. Junto a otros personajes y situaciones de la trama ficticia de las comedias, los soldados protagonistas, con los que las capas populares del público debían identificarse, permiten provocar en el espectador efectos interesantes desde un punto de vista ideológico, en lo que en alguna ocasión hemos designado como ficción útil.14 Así, los valerosos Pacheco en Carlos V en Francia, Chavarría en Los españoles en Flandes o Alonso de Céspedes en El valiente Céspedes entran en contacto con el general responsable de la operación en la que participan, frecuentemente por una falta que han cometido, y el jefe militar se lleva una buena impresión del soldado, al que termina por perdonar.15 En alguna ocasión, el mílite cumple el papel de gracioso, como el Bernabé criado de don Juan Ramírez en La nueva victoria de don Gonzalo de Córdoba y el Machado de El Brasil restituido, y el general aprecia en estos casos el buen humor del subordinado. Este tipo de personaje busca difundir la vocación de servicio a la Corona y a la cúpula militar, especialmente desde el punto de vista bélico, y promueve la adhesión a las élites a través de una ilusoria cercanía entre soldado raso y general. La intriga amorosa secundaria también puede tener una dimensión ideológica al reforzar el mensaje de la intriga histórica principal. El jefe militar español despierta a menudo el amor de una mujer originaria del escenario del conflicto, alineada políticamente con los intereses españoles, a menudo en contraste con su entorno familiar. A veces correspondido, aunque siempre en menor grado, se trata de un amor que nunca se concreta, pero que es de gran utilidad para exaltar las bondades de la 14 Los personajes de Chavarría y Alonso García deben su nombre a alféreces históricos, como histórico es Alonso de Céspedes, pero eso no impide que se les asocie a tramas ficticias y que asignemos a ese ámbito el motivo del encuentro entre el soldado y el general. 15 Véanse las pp. 45, 57 y 87.
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misión militar desde un punto de vista local, que a menudo contrarresta al del compatriota enemigo. Es el caso de Rosela de Los españoles en Flandes, Leonora de Carlos V en Francia o Gualeva de Arauco domado, esta última con una inclinación hacia el hermano de don García Hurtado de Mendoza de la que carece su homónima en la fuente. El interés de la labradora Brígida de El valiente Céspedes no tiene un objeto concreto, sino que es más bien una simpatía general hacia los españoles, mientras que la soldadera Aynora se siente atraída por Marcela, disfrazada de hombre, y en su caso sí consuma la relación con Lope de Figueroa. Desde la retaguardia turca y sin perder su condición de enemiga, Rosa Solimana siente curiosidad por don Juan de Austria en La Santa Liga, mientras que Fátima muere expresando su admiración por el jefe militar enemigo en La nueva victoria del marqués de Santa Cruz.16 En busca de efectos análogos, algunas comedias llaman nuestra atención sobre el sufrimiento que el enemigo inflige a la población civil de los territorios dependientes de la Monarquía Hispana o de sus aliados, así como el de los españoles cautivos en los dominios otomanos.17 Las acciones emprendidas por el ejército resultarán en el fin de esos padecimientos o como mínimo podrán leerse como venganza de los mismos, y se reforzará de ese modo la simpatía del público hacia la intervención militar, cuyos beneficios pueden relacionarse con personajes concretos.18 Entre las víctimas, que a menudo oponen al enemigo la resistencia de la que son capaces, se cuentan los campesinos valones de La nueva victoria de don Gonzalo de Córdoba, los cautivos españoles en poder del Turco de La Santa Liga y La nueva victoria del marqués de Santa Cruz, la población de Chipre y otros puntos del Mediterráneo oriental en aquélla, enfrentados a la invasión o agresión turcas, y las refugiadas bahianas de El Brasil restituido.19 El sufrimiento infligido a las víctimas caracteriza por otra parte a los verdugos, al enemigo. 16
Véase la p. 192. Nótese en cambio la significativa ausencia en El asalto de Mastrique de la población civil sitiada por el ejército español. 18 Recuérdese que de hecho, a diferencia de su fuente, Lope sitúa la noticia de la caída de Famagusta antes de la decisión de entablar batalla en Lepanto, de forma que la célebre confrontación pueda concebirse como una venganza por la opresión de los chipriotas. 19 Véanse las pp. 89-90, 141-145 y 162-163. Recuérdese que en realidad los prisioneros liberados después del asalto a Longo no eran españoles sino húngaros; la españolización permite un mayor grado de proximidad de los espectadores a la acción. 17
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Los textos no hacen en general el esfuerzo de acercarse al punto de vista contrario sobre el conflicto o lo abordan a través del espejo deformante de los militares españoles. Las arengas de sus mandos se apoyan en motivos más genéricos y endebles que los de sus homólogos españoles y en alguna ocasión el dramaturgo incluso convierte al enemigo en un poco convincente portavoz de la posición española.20 Así, obras que abordan su punto de vista como Los españoles en Flandes y, sobre todo, Arauco domado, que además transmite muy eficazmente la complejidad del campo contrario, son una excepción. Ello no impide subrayar en estos casos la capacidad del dramaturgo para acercarse convincentemente al discurso de resistencia frente al español. Lo que no admite sino la excepción de El bautismo del príncipe de Marruecos es que al jefe militar enemigo le está reservada la escena en que encaja la derrota. En ocasiones capturado por los españoles y sujeto a su castigo —caso de Juan Federico de Sajonia en El valiente Céspedes, Caupolicán en Arauco domado, Aradín en La nueva victoria del marqués de Santa Cruz o Mons de Goni en Los españoles en Flandes—, en otras simplemente vencido como Holstad y Mansfelt en La nueva victoria de don Gonzalo de Córdoba o Uchalí en La Santa Liga. A veces la derrota va acompañada de un cuestionamiento religioso más o menos profundo, desde la constatación del amparo que el cielo brinda a España del coronel holandés de El Brasil restituido o la sospecha de haberlo ofendido de Mansfelt, a la insinuación de apostasía de Uchalí o la conversión de Caupolicán. En cualquier caso, la aproximación al punto de vista del enemigo es uno de los aspectos, desde luego que no el único, a través del cual se articula el posible alcance crítico, tan ocasional y parcial como se quiera, de estas obras, que dejan bien sentado el fundamento político y religioso de la intervención militar española. Así, algunos pasajes de Los españoles en Flandes y Arauco domado son los que potencialmente ofrecen la crítica más radical al dar cuenta al espectador de la percepción de sus soldados como ladrones, explotadores y asesinos, movidos esencialmente por la codicia, pero el valor de verdad —a mi parecer, mayor en el caso de Arauco domado— que el autor y su público pudieran atribuir a dicho juicio es discutible.21 La alusión o representación de determinados excesos de los soldados, que finalmente se logran contener, subraya por otra 20
Es el caso del capitán rebelde de El asalto de Mastrique y del coronel holandés de El Brasil restituido (pp. 215 y 269). 21 Véanse las pp. 186-189.
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parte la necesidad de una postura vigilante. En El asalto de Mastrique, por ejemplo, se ordena el cese de las «crueldades» frente al enemigo vencido al término del sitio (v. 2754) y en El valiente Céspedes se representa el amago de abuso de la labradora Brígida.22 En ambos casos, una autoridad superior, el duque de Parma o el flamante capitán Céspedes, atajará la situación. De acuerdo con la perspectiva populista a la que hemos aludido, en algún caso también asistimos, dentro del ejército, a la crítica de abajo hacia arriba. Los soldados hambrientos de El asalto de Mastrique se quejan de su general e incluso lo insultan al comienzo de la obra, en un ambiente muy cercano al motín. No tardamos en saber, sin embargo, que a Alejandro Farnesio está lejos de pasarle desapercibido el sufrimiento de sus hombres. El soldado Carpio de La nueva victoria del marqués de Santa Cruz y el maltrapillo Salvado de Los españoles en Flandes subrayan las diferentes condiciones en que sirven soldados, de un lado, y capitanes o «marquesotes caballeros», del otro (v. 802). El primero, de hecho, expone su punto de vista ante el capitán don Antonio de Velasco, del que opina, sin estar presente ya el interesado, que se dirigiría de forma distinta a los «moros» que reman en su galera si fuera más consciente de las condiciones en las que duermen (pp. 224a-225a). Se censura por otro lado la ambición personal de altos cargos en América, o incluso una decisión concreta sobre Flandes que en última instancia se debe a Felipe II. Efectivamente, el soldado Rebolledo y don García Hurtado de Mendoza responsabilizan a Aguirre y Villagrán, enzarzados en la lucha por el gobierno de Chile a la muerte de Valdivia, de la situación de rebelión que el nuevo gobernador encuentra al comienzo de Arauco domado.23 Por otra parte, en Los españoles en Flandes don Rodrigo Pimentel, hijo del conde de Benavente, no duda en calificar de «yerro, y muy notable» (v. 177) la retirada de las tropas reales en cumplimiento del Edicto Perpetuo. Sin responder necesariamente a una postura crítica, debe mencionarse la visión realista, no idealizada, de determinados hechos que, por
22 La realidad histórica, tal como hemos señalado, es que a la toma de Maastricht le siguió una verdadera masacre. 23 Recuérdese sin embargo que la obra forma parte de una campaña a beneficio de García Hurtado de Mendoza. Por otro lado, el enfrentamiento entre Hernán Cortés y Pánfilo de Narváez, enviado por el gobernador de Cuba, aparece asimismo al término de La conquista de México, sobre la que puede verse la p. 15.
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mucho que la obra termine por justificar, han tenido que suscitar la emoción e incluso la reflexión de los espectadores. Pensamos, claro está, en la precaria situación del ejército en El asalto de Mastrique, que conduce en un primer momento a una acentuada desunión entre mando y tropa, y que el duque de Parma atribuye a «la poca asistencia, aunque con causa» de Felipe II (v. 262). El posterior retrato de la dureza de los combates, sin ahorrar algunos detalles de extrema crudeza, deja entrever algo de la complejidad de la guerra, aun teniendo en cuenta que la obra sugiere que cuando uno está embarcado en una contienda justa hay que estar dispuesto a hacer sacrificios. La desavenencia entre don Juan de Austria y Alejandro Farnesio al término de Los españoles en Flandes, la inclusión de sombras en el retrato de Sebastián de Portugal y su jornada africana o la maledicencia del prior de Ocrato sobre Felipe II en El bautismo del príncipe de Marruecos son otros tantos elementos que, a pesar de que en los textos se equilibren o compensen con otros, contribuyen a matizar el tono mayoritario de idealización de la historia. Es indudable, sin embargo, que las comedias históricas de hechos contemporáneos, producto en buena parte del encargo y condicionadas por su cercanía al presente, se mueven dentro de la conformidad ideológica que McKendrick, 2000 relativizó en el caso de algunas comedias históricas medievales. El cuadro triunfal que Lope pinta del pasado reciente y la actualidad celebra, más allá de las victorias concretas, la grandeza de la Monarquía y del rey que las consiguen. Con todo, se concede un papel en estas gestas a los soldados rasos, sabemos de sus historias personales e incluso de su perspectiva sobre los hechos políticomilitares. Este rasgo responde ciertamente a la diversidad del público de los corrales, pero nos parece que delata asimismo la búsqueda de la cohesión social, de la aquiescencia al orden establecido y a la estrategia militar.24 Las comedias históricas de hechos contemporáneos permitían reconfortar a la sociedad en cuanto a la hegemonía de la Monarquía Hispánica y la rentabilidad del esfuerzo bélico, pero además sugerían la comunión de intereses de grupos privilegiados y pueblo, embarcados en la misma lucha por la fe y el rey.
24
Sobre el público teatral de Sevilla, véase Sentaurens, 1984, pp. 468-486, que considera que los militares, bien representados en la ciudad andaluza, estaban entre los grupos que acudían asiduamente a la comedia.
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ÍNDICE DE NOMBRES
‘Abd al-Malik (Muley Maluco), 221, 231 ‘Abd al-Karīm ibn Tūda, véase Albacarín África, Felipe de, véase Muley Jeque Aguirre, Francisco de, 104, 110, 289 Aigues-Mortes, 38, 42 Alba, III duque de, véase Álvarez de Toledo y Pimentel, Fernando Alba, V duque de, véase Álvarez de Toledo y Beaumont, Antonio Albacarín (‘Abd al-Karīm ibn Tūda), 228-231, 237, 248, 249 Alemán, Mateo Guzmán de Alfarache, 247 n.55 Alemania, 53, 54, 55, 56, 57, 58, 61, 64, 72, 73, 79 Ali Bajá, 94 n.71, 129, 131, 132, 134, 135, 137, 138, 142, 156 Almagro, Diego de, 103 Almansa y Mendoza, Andrés de Cartas, 81 n.49 Alsacia, 71, 72 Álvarez de Toledo y Pimentel, Fernando, 39, 43, 44, 54, 55, 56, 57, 58, 60, 62, 63, 68, 231, 238, 239, 278 n.2 Álvarez de Toledo y Beaumont, Antonio, 84 Amberes, 64, 209 tregua de, 51, 71, 255 Angol (Chile), 104, 105
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antisemitismo, 265-272 Arauco, guerra de, 103-105, 106 Ardenas, las, 72 Arras, 181 n.5, 182 Arteaga, Juan de, 37, 157 Artois, 38 Augsburgo, Dieta de, 55 Austria, don Juan de, 46, 60 n.10, 62 n.12, 83 n.56, 94 n.73, 96 n.75, 127, 129, 130, 132, 140, 148, 149, 153, 154, 156, 165 n.90, 179, 180, 212, 214, 283, 287, 290 Austria, Margarita de, 222 Ávila, Gaspar de El gobernador prudente, 108 Ávila y Zúñiga, Luis de Comentario de la guerra de Alemaña, 54 n.1, 63 Balen, Hendrick van Don Álvaro de Bazán dando gracias, 178 Barbarigo, Agustín, 152, 153, 165 n.90 Barrionuevo, Gaspar de, 158 Baviera, Maximiliano de, 67, 70 Bazán y Guzmán, Álvaro de, I marqués de Santa Cruz, 84, 129, 146, 149, 152, 156, 168 Bazán y Benavides, Álvaro de, II marqués de Santa Cruz, 156, 168, 170
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Bedmar, marqués de, 72 n.26, 79 n.43, 83 n.54 Belmonte Bermúdez, Luis de Algunas hazañas de las muchas de don García Hurtado de Mendoza..., 108 Bergen-op-Zoom, 72, 80, 81 n.47, 83 Biron, duque de, 48 Bolonia, 38 Borgoña, 48 Bouillon, duque de, 72, 75 Brasil, 255, 256, 257, 261 Brunswick-Wolfenbüttel, Cristián de, obispo de Halberstadt, 53, 69, 71, 72, 73, 74, 83, 101 Bucquoy, conde de, 70 Cabo Verde, 259, 261 Cabrera de Córdoba, Luis, 29 Historia de Felipe II, rey de España, 244 n.47 Relaciones de las cosas sucedidas..., 49 n.29, n.30 Calderón de la Barca, Pedro, 263, 264 El sitio de Bredá, 32, 263 Cambray, Paz de, 38 Cambray, Tratado de, 39 Cañete (Chile), 105, 109, 110 Cañete, marqués de, véase Hurtado de Mendoza, García Cárdenas, Bernardino de, 145, 153 Cárdenas, Jorge de, 84 Cardona, Juan de, 129, 153 Carlos V, 13, 33, 37, 38, 39, 40, 41, 42, 43, 44, 45, 46, 47, 53, 54, 55, 56, 57, 58, 59, 60, 61, 62, 93, 96, 110, 112 n.22, 113, 121, 134, 135, 147, 280, 281 Castro y de la Cueva, Beltrán de, 107 Caupolicán, 105, 109-123, 288 Cervantes, Miguel de, 125, 129 Don Quijote, 125 n.2
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La batalla naval, 126 Novelas ejemplares, 125 n.2 Viaje del Parnaso, 126 n.4 Céspedes, Alonso de, 53-55, 56-58, 63 Céspedes y Meneses, Gonzalo de Varia fortuna del soldado Píndaro, 57 n.4 Chavarría, Martín, alférez, 45, 182 Chile, 103, 104, 105, 106, 107, 108, 110, 113, 118, 285, 289 Chipre, 127, 128, 130, 133, 141, 142, 145, 147, 148, 287 guerra de, 135, 146 chovinismo, 44-46, 62-63, 163 Clemente VII, 38, 61 Clemente X, 140 n.43 Clemente XI, 140 n.43 Cobos, Francisco de los, 41, 43 Compañía de las Indias Occidentales, 255, 266 Compañía de las Indias Orientales, 255 Concepción (Chile), 104, 105 Correa, Juan Antonio (João Antonio) Pérdida y restauración de la Bahía de Todos Santos, 273-275 Corte Real, Jerónimo de, 173, 174 Felicísima victoria.., 126, 132 n.18, 134 n.25, 137 n.32, 142 n.48, 171, 173, 174 Crépy, Paz de, 55 Cuzco, 103 Danubio, 55 Diamante, Juan Bautista El Hércules de Ocaña, 54 n.1 Dieta bohemia, 70 Dietas imperiales, 65 Doria, Juan Andrea, 42, 42 n.16, 129, 139, 145 n.55, 146, 149, 152, 153
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ÍNDICE DE NOMBRES
Edicto Perpetuo, 180, 181, 183, 185, 186, 199, 200, 289 El esclavo de Venecia, 127, 127 n.8, 142 n.49 Escorial, El, 222, 234, 236, 249 Enrique IV, rey de Francia, 47, 48, 49, 88 n.64 Ercilla, Alonso de, 153 La Araucana, 105, 106, 115 n.28, 122 n.40, 126, 127, 131 n.16, 146, 149, 151, 153 El esclavo de Venecia, 127 Escobar, Bartolomé de Crónica del reino de Chile, 105 Esmalcalda, Liga de, 55-56, 58, 59, 64, 65 Espínola, Ambrosio, 263 Estados Generales (Países Bajos), 71, 180, 181, 182 extranjera enamorada de un militar español, personaje de la, 46-47, 135, 192, 202-203 Faria e Sousa, Manuel de, 219 Epítome de las historias portuguesas, 219 Farnesio, Alejandro, príncipe de Parma, 179, 180, 181, 182, 184, 194, 196, 197, 200, 201, 203, 204, 205, 206, 207, 208, 209, 210, 211, 212, 213, 214, 215, 216, 217, 218, 280, 282, 284, 289, 290 Federico V del Palatinado, 67 n.20, 69, 70, 71, 73, 74, 96 Felipe II, 16, 44 n.19, 47 n.25, 30, 93, 106, 112 n.22, 113, 114, 128, 130, 131, 132, 135, 138, 139, 140, 168, 179, 180, 181, 182, 184, 189, 191, 193, 198, 201, 214, 215, 220, 222, 224, 230, 233, 234, 235, 236, 237, 239, 240, 241, 242, 250, 281, 290
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Felipe III, 14, 47, 48, 62, 70, 78, 107, 113, 155, 162 n.83, 166, 167, 168, 222, 223, 243, 250, 254 Felipe IV, 53, 70, 72 n.26, 73, 79, 81, 82, 83, 84, 90, 179 n.2, 253, 254, 255, 259, 262, 264, 272 Fernández de Castro, Pedro, conde de Lemos, 107 Fernández de Córdoba, Gonzalo, 71, 72, 74, 76-82, 85, 86, 281 Fernández de Córdoba, Luis, duque de Sesa, 69, 73, 76, 77, 78, 87, 97, 100, 158, 252-254 Fernando II, emperador, 70, 92, 95, 96 Fernando el Católico, 13 Flandes, 38, 48, 53, 70, 78, 79, 82, 83, 92, 181, 182, 183, 184, 185, 189, 190, 196, 200, 201, 204, 208, 209, 211, 212, 213, 217, 235, 240, 280, 281, 285 guerra de, 14 Fleurus, batalla de, 19, 53, 69, 70-80, 83 n.54, 86, 92, 93, 97, 138, 280, 281 Franchi Conestaggio, Girolamo de Dell’unione del regno di Portogallo alla corona di Castiglia, 221 n.6, 241 n.38, n.39 Francia, 37, 38, 39, 48, 49, 50, 56 acercamiento francés de 1604, 4750 Francisco I, rey de Francia, 37, 38, 39, 40, 41, 42, 43, 45, 47, 49, 50, 280, 281 Frankenthal, 71, 73 Fuenmayor, Antonio de, 147, 148 La vida y hechos de Pío V, 127, 131 n.16, 146, 147, 149, 150, 281 Gante, 37, 38, 39 paz de, 180, 181, 200-201 rebelión de, 43, 49, 50
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García, Alonso, alférez, 204 n.49, 205208, 211, 212, 216 n.73, 286 n.14 Gembloux, batalla de, 180, 182, 199, 200, 202, 204 Génova, 38, 129 Girón, Pedro Crónica del emperador Carlos V, 51 n.34 Granada, 33, 234, 244 Granados, Antonio de, 37, 156 Gregorio XV, 96 Guerra de los Treinta Años, 69, 70 n.25, 179 n.2, 258 Guzmán, Gaspar de, véase Olivares, conde-duque de Halberstadt, obispo de, véase BrunswickWolfenbüttel, Cristián de Hawkins, Richard, 107 Heidelberg, 70 n.24, 73 Henao, 72, 89-91, 93, 96, 144 n.54 Herrera, Fernando de, 125, 126, 139 Hesse, Felipe de, 55 Höchst, 72, 73, 74, 75, 76, 101, 102 batalla de, 75, 98 Holanda, 72 Hungría, 44 Hurtado de Mendoza, Antonio, 253, 254 Hurtado de Mendoza, García, marqués de Cañete, 103, 105, 106, 108-110, 279, 285, 287, 289 Ibarra, Francisco de, 74, 78, 84, 95, 102 Idiáquez, Alonso, 78 Imperial, la (Chile), 104 Ínterim (30 de junio de 1548), 56 Isabel Clara Eugenia, infanta, 71, 79, 86, 89, 222, 286 Italia, 38, 44, 48, 70, 132, 243
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Jacobo I, rey de Inglaterra, 71 Jáuregui, Juan de, 253 Jorge Federico, margrave de BadenDurlach, 71, 100 Junta de Reformación, 84-85 Lagunillas, batalla de, 105, 116, 117 León Pinelo, Antonio de Anales de Madrid, 222 n.9 Lepanto, batalla de, 125, 127, 128, 134, 136, 140, 146, 150, 154, 156, 279, 281 Lerma, duque de, 49, 50, 250, 254 Liga Católica, 70, 74 Loftis, John, 32, 74, 76 n.35, 77, 185 n.12, 187-189, 210, 215-216, 266 n.94 Lombardía, 78, 82 Londres, Paz de, 49 Longo, saqueo de, 125, 130, 154, 155, 156, 161, 162, 163, 166, 168, 282 López de Yanguas, Fernán Farsa de la concordia, 39, 39 n.5 Lorsch, batalla de, 100 Losada, Álvaro de, 81 Luis XII, rey de Francia, 63 n.16 Lutero, 58 Luxemburgo, 72, 180, 181 Lyon, Paz de, 48 Maastricht, 181, 204, 207, 210, 214, 215 sitio de, 182, 195, 204, 205, 206, 207, 213, 218 toma de, 19, 180, 212, 214, 280, 281 Madrid, Tratado de, 43 Maino, Juan Bautista La recuperación de Bahía, 175, 176, 177, 262-265 Mannheim, 73 Manrique, Jerónimo, obispo de Cartagena, 128
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ÍNDICE DE NOMBRES
Mansfeld, Ernesto, conde de (15801626), 53, 69, 71, 72, 73, 75, 83, 92, 93 n.68, 101 Mansfeld, Pedro Ernesto, conde de (1517-1604), 93 n.68 Maqueda, duque de, 84, 128 n.11 Mariana, Juan de, 24, 30, 34, 35 Historia general de España, 13 n.1 Mariño de Lobera, Pedro Crónica del reino de Chile, 105 Mascarenhas,Vicente Batalha naval de D. Juan de Austria, 127 Marsella, 42 Mawlāy Šayj, véase Muley Jeque Meca, la, 131 Méndez Silva, Rodrigo Compendio de las más señaladas hazañas..., 54 Mendonça Furtado, Diogo de, 256 Menéndez Pelayo, Marcelino, 18-20, 22-23, 266 Mexía, Pero, 24 Milán, 38, 48 Millarapue, batalla de, 105, 110, 119 Montaña Blanca, batalla de la, 71 Montenegro, marqués de, 81 Montmorency, duque de, 42 n.12, 43, 45, 50 Mosquera de Figueroa, Cristóbal Elogio al retrato del excelentísimo señor don Álvaro, 167 n.92 Moura, Cristóbal de, 242 Muhammad al-Mutawakkil (Muley Mahamet), 221, 230, 231 Mühlberg, batalla de, 53, 55, 56, 57, 58, 68 Muley Jeque (Mawlāy Šayj), 221-226, 228, 229, 231, 234, 235, 236, 239, 240, 243-245, 248, 250, 280, 281, 282
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Nápoles, 38, 78, 129, 136, 140, 143, 148, 154, 155, 157, 160, 163, 165, 166, 167, 168 Nassau, Mauricio de, 71, 275 Niza, 37, 40 tregua de, 38, 40, 41, 42, 43 n.18, 49 n.31, 50, 279, 280 Núñez Alba, Diego Diálogos de la vida del soldado, 54 n.1, 59 nn. 6 y 7, 62 nn. 12 y 14, 69 n.21 Ocampo, Florián de, 24 Oleza, Joan, 11, 15, 28-32, 34 Olivares, conde-duque de, 251-254, 258, 259, 262, 263, 264 n.93, 267, 269, 272, 273 Oña, Pedro de, 105, 122 n.40 Arauco domado, 106, 107 n.15, 123 n.42 Orán, conquista de, 33 Orange, Guillermo de, 181 Orive, Aparicio de, 128 n.12, 131, 145 Osorio, Juan de, 37, 157 Osorno (Chile), 105, 109 Osuna, duque de, 131 Otomano, Imperio, 16, 39, 125, 160 Países Bajos, 48, 62, 71, 72, 83, 88, 128, 179, 180, 181, 182, 187, 189, 190, 199, 200, 202, 213, 215, 240 Países Bajos españoles, 53, 69, 79, 89 Palatinado, el, 70 n.24, 71, 73 Paravicino, fray Hortensio Félix, 253 París, 37, 38, 39, 43, 44, 45, 47, 50 Passau, Tratado de, 56 Paulo III, 37, 38, 39, 41, 56 Peñafort, san Raimundo de, 223 Perú, 103, 104, 105, 107, 114, 257 Piamonte, 38 Pinedo, Baltasar de, 126
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Pío V, 128, 130, 131, 132, 135, 136, 139, 140, 147, 148, 149 Pizarro, Gonzalo, 114 populismo, 28, 30, 35, 45, 57, 87-88, 206 n.56, 218, 286, 289 Praga, 71 protestantismo, 61-62, 95-97 Provenza, 38, 40 Provincias Unidas, 48, 74, 256, 257 providencialismo, 30, 39, 111-113, 132 n.19, 135-139, 145-147, 225, 240, 241, 279, 281 Quevedo, Francisco de, 75, 199 n.43 Mundo caduco, 77 n.37, 79 n.44, 90 n.66 Quiroga, Rodrigo de, 104 Reforma, 55 Relación de lo sucedido al marqués de Santa Cruz, 156, 157, 163, 164 Remón, Alonso, 191, 201 Don Juan de Austria en Flandes, 184 n.10, 185 n.11, 187, 196, 199, 200, 201, 202, 203, 218 Renania, 71 Requesens, Luis de, 129, 153 Ribera Vergara, Juan de, 180 n.4 Riquelme, Alonso de, 180 n.4 Rochepot, conde de la, embajador de Francia, 49 Rodríguez, Alonso Notable victoria..., 157 Rufo, Juan La Austríada, 126 Saboya, 38, 40 Saboya, Filiberto de, 84 Sacro Imperio Romano, 43, 69 Sajonia, Juan Federico de, 53, 54, 55, 56, 58, 59, 60, 64, 288
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Salcedo y Olid, Manuel Panegírico historial de Nuestra Señora de la Cabeza, 232 n.26 Salvá, Miguel, 80 n.45 Salvador de Bahía, 14, 84, 141, 215, 250, 254, 256, 257, 258, 259, 262, 263, 264, 265, 266, 267, 268, 269, 269, 273, 274, 275, 280 Sandoval, fray Prudencio de Historia de la vida y hechos del emperador Carlos V, 40 n.6, 50, 54 n.1 San Román, fray Antonio de, 241 Jornada y muerte del rey don Sebastián, 227 n.18 Santa Cruz, Alonso de Crónica del emperador Carlos V, 54 n.1 Santa Cruz, I marqués de, véase Bazán y Guzmán, Álvaro de Santa Cruz, II marqués de, véase Bazán y Benavides, Álvaro de Santa Liga, 127, 134, 135, 136, 139, 147, 163, 166 Santillán, Felipe de, 78 Sebastián, rey de Portugal, 220, 225, 226, 227, 228, 229, 230, 231, 237, 238, 239, 240, 241, 290 Selim II, sultán de Turquía, 130, 133 n.23 Sepúlveda, Jerónimo de Historia de varios sucesos y de las cosas notables, 222 n.8, 232, 236 n.30 Sesa, duque de, véase Fernández de Córdoba, Luis Shakespeare, William, 26, 185 n.12 Sier, Thomas, 69 n.21 Sommaia, Girolammo de Diario de un estudiante de Salamanca, 126 n.6, 179 n.1 Spínola, Ambrosio, 70, 71, 72, 78, 79, 80, 83
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ÍNDICE DE NOMBRES
Suárez de Figueroa, Cristóbal, 106, 107 El pasajero, 225 n.15 Hechos de don García Hurtado de Mendoza, 106 n.10, 107-108 Suriano, Miguel, 136, 139, 148 Tasis, Juan Bautista de, 48 Teixeira, Marcos, 274 Terrones, Antonio Vida, martirio, translación y milagros de San Eufrasio, 244 n.47 Tilly, conde de, 70, 71, 72, 73, 74, 101, 281 Toisón de Oro, Orden del, 112 n.22 Toledo, cortes de (1538-1539), 47 n.25 Toledo, Fadrique de, 262, 271 Tregua de los Doce Años, véase Amberes, tregua de Túnez, 130 Uceda, duque de, 78 Ulloa, Alfonso Vita dell’invittissimo e sacratissimo imperator Carlo V, 40 n.6, 41 n.9, 42 n.14 Unión de Armas, 258, 273 Unión Protestante, 70 Valdivia, Pedro de, 104, 110, 122, 289 Valdivia (Chile), 104, 105 Valenciano, Juan Bautista, 77 Valladolid, 156 Vargas Machuca, Pedro de, 251 Vázquez, Alonso, 195 n.34 Los sucesos de Flandes y Francia del tiempo de Alejandro Farnese, 190 n.24, 194, 195, 196 n.38, 204 n.50 Vega, Andrés de la, 251 Vega, Lope de, 40 Arauco domado, 14, 19, 34, 103, 105, 106, 107, 108, 113, 123, 277, 278, 279, 281, 283, 285, 287, 288, 289
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Carlos V en Francia, 14, 17, 19, 27, 37, 37 n.1, n.2, 38, 50, 275, 277278, 279, 282, 283, 284, 286, 287 Cartas, 219 n.3 Diálogo militar a honor del excelentísimo marqués Espínola, 83 n.55, 84 n.58, 93 n.69, n.70 El aldegüela, 14, 179 n.2 El asalto de Mastrique por el príncipe de Parma, 14, 16, 17, 20, 23, 53, 54, 179, 180, 185, 187, 190, 195, 204, 208, 214, 215, 218, 277, 278, 279, 282, 283, 284, 285, 286, 289, 290 El bautismo del príncipe de Marruecos, 14, 16, 17, 19, 220, 222, 223, 235, 241, 277, 278, 282, 283, 288, 290 El blasón de los Chaves de Villalba, 63 n.16, 86 n.63 El Brasil restituido, 14, 16, 24, 27, 30, 32, 45, 90, 114 n.27, 122 n.40, 138, 140, 141, 179 n.2, 215, 242, 250, 251, 252, 254, 263, 265, 266, 267, 271, 272, 273, 274, 275, 277, 278, 279, 281, 282, 285, 286, 287, 288 El casamiento en la muerte, 21 El gran duque de Moscovia y Emperador perseguido, 14 El infanzón de Illescas, 22 El marqués de las Navas, 14 El Nuevo Mundo descubierto por Cristóbal Colón, 15, 122 n.40 El peregrino en su patria, 15, 158, 160, 161, 170, 180 El testimonio vengado, 26 El último godo, 27 El valiente Céspedes, 14, 16, 34, 45, 53, 55, 56, 62, 63-69 (fuentes), 96, 277, 283, 284, 286, 287, 288, 289 Fuente Ovejuna, 22, 24, 27, 30, 278 La amistad pagada, 24 La Circe, 252 La conquista de Cortés, 15
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LA HISTORIA CONTEMPORÁNEA EN EL TEATRO DE LOPE DE VEGA
La conquista de México, 15 La contienda de García de Paredes, 14, 62 La desdicha por la honra, 243 La Dragontea, 107, 170 La Filomena, 168 n.93, 170 n.95, n.96, n.97 La Jerusalén conquistada, 158, 169 La mayor victoria de Alemania, 69 La niña de plata, 24, 26 La nueva victoria de don Gonzalo de Córdoba, 14, 15, 16, 19, 25, 32, 34, 45, 53, 54, 55, 56, 58, 62 n.12, 69, 73, 76, 81, 83, 87, 88, 96, 97-102 (fuentes), 135, 138-139, 140, 141, 179 n.2, 215, 277, 278, 284, 285, 286, 287, 288 La nueva victoria del marqués de Santa Cruz, 14, 16, 20, 30, 34, 44 n.20, 125, 130, 131, 154, 156, 169, 170, 211, 277, 278, 279, 281, 282, 284, 285, 287, 288, 289 La octava maravilla, 235 Las almenas de Toro, 21 La Santa Liga, 14, 16, 62 n.12, 125, 126, 127, 128, 130, 131, 141, 143, 145, 146-154 (fuentes), 163, 277, 281, 283, 284, 285, 287 La serrana de la Vera, 14 Las famosas asturianas, 21 Las paces de los reyes, 24 La tragedia del rey don Sebastián y bautismo del príncipe de Marruecos, véase El bautismo del príncipe de Marruecos La Vega del Parnaso, 69 n.22 La virgen de la Almudena, 253 Lo cierto por lo dudoso, 26 Los españoles en Flandes, 14, 16, 22, 45, 46, 53, 54, 60, 88, 93 n.70, 179, 180, 181, 182, 187, 200, 201, 202, 203,
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205, 214, 215, 218, 277, 278, 281, 282, 285, 286, 287, 288, 289, 290 Novelas a Marcia Leonarda, 125 n.1, 243, 277 n.1 Peribáñez, 22, 29 Pobreza no es vileza, 14, 88, 179 n.2 Rimas humanas y otros versos, 158, 225 Servir a señor discreto, 170 Soliloquios amorosos de un alma a Dios, 253 Triunfos divinos, con otras rimas sacras, 253 Velázquez, Diego La rendición de Bredá, 264, 275 Vélez de Guevara, Luis Comedia famosa del rey don Sebastián, 226 n.16 El águila del agua, 126, 127 n.7 La jornada del rey don Sebastián en África, 226 n.16 Venecia, 64, 128, 129, 130 Veniero, Sebastián, 153 Vervins, Paz de, 48 víctimas civiles, 89-90, 141-145, 162163, 264-265 Villagrán, Francisco de, 104, 105, 110 Villalba, Juana de, 126 Villegas, Francisco de, 226 El rey don Sebastián, 221, n.7, 226 n.16 Virués, Cristóbal de Égloga de la batalla naval, 141 n.44, 144 n.54 Monserrate, 126 Wimpfen, 72, 73 batalla de, 74, 75 Zúñiga, Baltasar de, 78 Zúñiga, doña Inés de, 252 Zúñiga, Juan de, 148
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COLECCIÓN ESCENA CLÁSICA Volúmenes publicados
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Vol. 1:
VICTOR DIXON: En busca del Fénix. Quince estudios sobre Lope de Vega y su teatro. Al cuidado de Almudena García González. 2013, 346 p. ISBN 9788484897392
Vol. 2:
ALEJANDRO GARCÍA REIDY: Las musas rameras. Oficio dramático y conciencia profesional en Lope de Vega. 2013, 440 p. ISBN 9788484897439
Vol. 3:
FELIPE B. PEDRAZA JIMÉNEZ: Porfiar con el olvido. Rojas Zorrilla ante la crítica y el público. 2013, 280 p. ISBN 9788484897651
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