La recepción de Calderón en el siglo XIX 9783865279828

Estudia los resortes políticos, sociales, culturales y literarios que caracterizan la recepción de Calderón en la España

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Spanish; Castilian Pages 252 Year 2011

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CONTENIDO
AGRADECIMIENTOS
INTRODUCCIÓN
CAPÍTULO PRIMERO. LA QUERELLA CALDERONIANA DE 1814-1820: ORIGEN, DESARROLLO Y CONTINUIDAD DENTRO DE ESPAÑA
CAPÍTULO SEGUNDO. LA RECEPCIÓN POLÍTICO-LITERARIA DE CALDERÓN EN LA DÉCADA DE 1823-1833
CAPÍTULO TERCERO. CALDERÓN EN LA PRENSA DE LOS AÑOS FINALES DE LA DÉCADA ABSOLUTISTA
CAPÍTULO CUARTO. MENÉNDEZ PELAYO Y VALERA: HACIA UNA REAPROPIACIÓN CONSERVADORA DE CALDERÓN
CONCLUSIONES
BIBLIOGRAFÍA
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La recepción de Calderón en el siglo XIX
 9783865279828

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Dirección de Ignacio Arellano, con la colaboración de Christoph Strosetzki y Marc Vitse Secretario ejecutivo: Juan Manuel Escudero

Biblioteca Áurea Hispánica, 72

LA RECEPCIÓN DE CALDERÓN EN EL SIGLO XIX

MARTA MANRIQUE GÓMEZ

Universidad de Navarra • Iberoamericana • Vervuert • 2011

Reservados todos los derechos © Iberoamericana, 2011 Amor de Dios, 1 – E-28014 Madrid Tel.: +34 91 429 35 22 Fax: +34 91 429 53 97 [email protected] www.ibero-americana.net © Vervuert, 2011 Elisabethenstr. 3-9 – D-60594 Frankfurt am Main Tel.: +49 69 597 46 17 Fax: +49 69 597 87 43 [email protected] www.ibero-americana.net ISBN 978-84-8489-546-6 (Iberoamericana) ISBN 978-3-86527-655-1 (Vervuert) Depósito Legal: Cubierta: Carlos Zamora Impreso en España

Este libro está impreso íntegramente en papel ecológico sin cloro.

A Pepe y Sofía

CONTENIDO

Agradecimientos

.......................................

9

INTRODUCCIÓN ....................................... I.1. Hacia la búsqueda de una definición de la identidad nacional . . . I.2. La identidad nacional en práctica: el caso español . . . . . . . . . . . .

11 11 14

CAPÍTULO

1814-1820: ORIGEN, ESPAÑA . . . . . . . . . . . . . . 1.1. Un primer acercamiento a la querella calderoniana . . . . . . . . . . . . . 1.2. Estado de la cuestión y aclaraciones iniciales . . . . . . . . . . . . . . . . 1.3. Los hitos fundamentales de la querella calderoniana (1814-1820) . . . . 1.3.1. Marco histórico-temporal previo a su desenlace . . . . . . . . . 1.3.2. Una aproximación al desarrollo de la querella calderoniana (1814-1820) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1.3.3. Hacia una comprensión global del significado de la querella calderoniana . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1.3.4. Los antecedentes dieciochescos de la querella calderoniana (1814-1820) y del debate sobre la identidad nacional . . . . . PRIMERO:

LA

QUERELLA CALDERONIANA DE

DESARROLLO Y CONTINUIDAD DENTRO DE

CAPÍTULO

SEGUNDO:

LA

CALDERÓN 1823-1833 . . . . . . . . . . 2.1. Un primer acercamiento al estado de la recepción calderoniana y su conexión con la polémica anterior . . . . . . . . . . . . . . . . . 2.2. El Europeo de Barcelona . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 2.2.1. Las resonancias de la querella en El Europeo . . . . . . . . . . . . . 2.3. Nuevas resonancias de la querella en El Diario Literario y Mercantil de Madrid . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 2.4. La querella continúa en la obra de Agustín Durán . . . . . . . . . . . . 2.5. El Correo Literario y Mercantil de Madrid y su contribución al debate de la identidad nacional en la década absolutista . . . . . .

23 23 25 42 42 46 54 56

RECEPCIÓN POLÍTICO-LITERARIA DE

EN LOS AÑOS CENTRALES DE LA DÉCADA DE

97 97 99 104 111 118 129

8

2.6. Nuevas resonancias de la querella en los escritos de Alberto Lista de Aragón . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 2.6.1. El Discurso sobre la importancia de nuestra historia literaria . . . . . 2.6.2. Calderón en las Lecciones de literatura del Ateneo y en algunos Ensayos literarios y críticos de Lista . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 2.7. Conclusiones . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . CAPÍTULO TERCERO: CALDERÓN

151 154

EN LA PRENSA DE LOS AÑOS FINALES

.............................. 3.1. Revista española . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 3.2. La Abeja . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 3.3. No me olvides (periódico semanal) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 3.4. Eco de Comercio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 3.5. Conclusiones . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . DE LA DÉCADA ABSOLUTISTA

CAPÍTULO

142 150

157 167 182 191 203 207

CUARTO:

MENÉNDEZ PELAYO Y VALERA: HACIA UNA CALDERÓN . . . . . . . . . . . . . . . . 209 4.1. La recepción calderoniana en los escritos de Juan Valera y Menéndez Pelayo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 209 REAPROPIACIÓN CONSERVADORA DE

CONCLUSIONES . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 239 BIBLIOGRAFÍA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 245

AGRADECIMIENTOS

Me gustaría que estas palabras no fueran consideradas como una simple formalidad para cubrir un requisito impuesto por la costumbre, sino un sentimiento de profundo agradecimiento a todas aquellas personas e instituciones que han contribuido a hacer realidad este libro. En lo que respecta a lo profesional, quiero expresar aquí un doble agradecimiento: primero, al profesor Jesús Pérez Magallón y al departamento de Estudios Hispánicos de la Universidad McGill, por su inestimable ayuda durante los años en que realicé la investigación de mi tesis doctoral, el germen del presente trabajo de investigación; segundo, a Middlebury College, la institución en la que trabajo actualmente como Assistant Professor, por todo el apoyo institucional y económico que me ha proporcionado para llevar adelante este proyecto. En lo que se refiere a lo personal, quiero expresar también un doble agradecimento: primero, a mis padres, Emiliano y María, por todo lo que sacrificaron a lo largo de sus vidas para que yo pudiera estudiar y llegar hasta aquí; segundo, a Pepe, a quien le dedico el libro, por todo su amor, cariño, alegría contagiosa, comprensión y paciencia que siempre ha compartido conmigo. Finalmente, gracias a Sofía, por la enorme felicidad que nos está transmitiendo desde antes de su llegada.

INTRODUCCIÓN

La gloria de Calderón puede decirse que, más que gloria de un poeta, es gloria de una nación entera. MARCELINO MENÉNDEZ PELAYO

I.1. HACIA

LA BÚSQUEDA DE UNA DEFINICIÓN DE LA IDENTIDAD NACIONAL

La identidad nacional es un concepto abstracto que se forma y moldea de manera continua a partir de las creencias, aspiraciones e intereses de la minoría intelectual que lo gestiona; cobra cierta forma y existencia, aunque nunca definitiva, una vez que un conjunto de individuos lo acepta como aquello que representa el verdadero reflejo de la realidad y la historia nacional; y, finalmente, encarna valores comunes como representación directa de la nación a la que todos pertenecen. El proceso de génesis y formación de las distintas identidades nacionales occidentales, en el que el pasado distintivo de cada sociedad ocupa un lugar primordial, se caracteriza por su elevado subjetivismo al intervenir en su producción factores y condicionantes de índole política y cultural. Ross Poole indica en su ensayo Nation and identity que en el proceso de formación de la identidad nacional interviene un gran número de factores culturales, políticos, económicos y sociales que son imperativos para la formación y existencia de la nación porque: «national identity is [...] the mobilization of linguistic and other cultural resources to create [...] a conception of ourselves as belonging to a particular nation»1. Las minorías intelectuales de cada país, conscientes del papel primordial que la historia y el pasado desempeñan como nexos aglutinadores y definidores de lo nacional, han llevado a cabo una ardua labor que, para unos, se traduce en una profunda 1

Poole, 1999, p. 69.

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LA RECEPCIÓN DE CALDERÓN EN EL SIGLO XIX

exaltación y análisis de lo que representa la parte más exclusiva de la historia y cultura nacionales y, para otros, implica el rechazo y, en ciertos casos, el menosprecio de aquellos aspectos que sus contrarios consideran esenciales en la configuración del mismo pasado. A partir del siglo XVIII, las élites intelectuales de cada país, basándose en los rasgos esenciales del pasado de sus respectivos pueblos, son las especialmente interesadas en imponer un determinado concepto de identidad nacional exclusivo y único que, como bien destaca Benedict Anderson, las diferencie notoriamente del resto de identidades que están formándose al mismo tiempo2. De este modo, las clases dominantes no solo se encuentran detrás del proyecto de formación de lo nacional desde sus mismos orígenes, sino que también son plenamente conscientes de que el hecho de identificar la esencia de lo nacional con su/s propio/s perfil/es ideológico/s es aquello que les permitirá alcanzar un mayor poder político y/o control social. En relación a este aspecto, la élite directora de cada país es la primera interesada en conseguir que sus miembros se identifiquen «with the figures or representations»3 que ellos prefieren y han diseñado en cada momento. De ahí procede su fuerte y combativa elección selectiva, exaltación, mitificación, modificación e incluso rechazo de aquellos datos del pasado que no concuerdan con sus propias aspiraciones de poder. Esto explica que una de las características esenciales de la identidad nacional sea el cambio continuo en el que los diferentes aspectos que la definen pueden variar dependiendo de cuál sea la orientación ideológica de las minorías dirigentes que lo controlan y manipulan desde arriba. Autores como Jesús Pérez Magallón consideran la identidad nacional «como una construcción maleable y resbaladiza, provisional y heterogénea, que depende, por encima de todo, de la posición y el contexto de quien habla» debido a que cada ideología «impone la supresión o represión de todo lo que no cuadra con ella»4. Cada grupo ideológico es plenamente consciente de que sus objetivos pueden alcanzarse de manera fácil si toda la comunidad siente el mismo apego, cercanía sentimental e identificación ideológica hacia la idea de na-

2

Anderson, 1994, p. 123. Poole, 1999, p. 45. 4 Pérez Magallón, 2002b, p. 279. 3

INTRODUCCIÓN

13

ción que ellos mismos han elaborado y manipulado a conciencia. En determinados momentos, la lucha por el poder llega a convertirse en una disputa voraz y despiadada, porque todos son conscientes de que una vez que el fin se alcance, siquiera sea provisionalmente, una vez que la batalla ideológica se gane, la facción triunfadora podrá imponer al resto su hegemonía sobre la identidad nacional. Aunque en la mayoría de los casos las circunstancias políticas ayudan a que un determinado modelo de identidad nacional termine estableciéndose como dominante y representativo de una sociedad, la lucha por el poder no termina ahí porque el grupo de adversarios se mantiene en la oposición para tratar de invalidarlo y tratar de imponer también su propio modelo. La lucha se establece además con el fin de que la sociedad se identifique con un conjunto de referentes recuperados intencionadamente del pasado que, de alguna manera, despierten y activen en ella la deseada respuesta de apego sentimental a la nación.Tales referentes son normalmente personajes (reyes, héroes legendarios, escritores de cierto renombre, etc.) o sucesos de la historia (guerras, cruzadas, conquistas, etc.) mitificados como consecuencia de la divulgación de una imagen estereotipada de ellos mismos que contiene y representa los valores de la ideología que se quiere imponer a toda la sociedad. David Miller menciona que inevitablemente «there is an inevitable element of myth in the stories which nations tell themselves»5, puesto que la defensa y creencia de la sociedad en ciertos símbolos recuperados intencionadamente del pasado contribuye a reforzar los sentimientos relacionados con la nación y su identidad nacional. Por esta razón, los valores que la clase dominante intenta imponer varían de un país a otro y de una ideología a otra, alimentando la formación de múltiples identidades nacionales cuyos principales elementos constitutivos dependen de la situación e intereses políticos y/o culturales dominantes en cada momento. No obstante, nótese que, aunque existe una gran diversidad de identidades nacionales con distintas peculiaridades y diferencias en términos ideológicos y aunque, tal y como indica Handler, «nationalists believe profoundly in the uniqueness of their cultural identity»6, el/los proceso/s de formación de la/s identidad/es

5 6

Miller, 1995, p. 36. Handler, 1994, p. 6.

14

LA RECEPCIÓN DE CALDERÓN EN EL SIGLO XIX

nacional/es para cada país comparte/n los mismos elementos formativos y atraviesa/n por las mismas etapas que las del resto de países. Esto es precisamente lo que ocurre en el caso particular de España, al que está dedicado el presente trabajo.

I.2. LA

IDENTIDAD NACIONAL EN PRÁCTICA: EL CASO ESPAÑOL

En el caso concreto del proceso de formación de la identidad nacional española a lo largo del siglo de las luces y el siglo diecinueve, el papel y la presión ejercidos por las distintas fuerzas político-literarias del país para defender determinados intereses políticos es también el factor esencial a partir del que se busca lograr la “artificial” asunción por parte de toda la comunidad de cierta manera de entender la identidad nacional. Durante estos siglos, la minoría intelectual intenta reconstruir nuestra historia y crear una nueva conciencia nacional para conseguir, según José Álvarez Junco, «adaptar la nación a un modelo unido y homogéneo»7 del ser español. En España, el proceso de configuración de la identidad nacional se resume en un largo y acalorado debate en el que participan los más destacados intelectuales del país con la intención de llegar a imponer lo que Juan Pablo Fusi define como su propio «sentimiento de nación, la elaboración de ideas y teorías sobre España y su historia»8. En realidad, tales pensadores encarnan la representación de aquello que Pérez Magallón define como «dos sectores minoritarios que llevan a cabo una batalla ideológica de claras implicaciones políticas»9 que se materializa, según palabras de Fusi, en un «debate político [...] que no [es] otra cosa que un debate sobre la nación española [...] y sobre la propia cultura española»10 en su lucha por obtener la supremacía y el derecho a imponer sus propias ideas sobre lo nacional. Nótese que el debate en torno a la formación de la idea de lo nacional en el caso español merece cierta atención y consideración, especialmente si se tienen en cuenta aspectos como el elevado número

7

Álvarez Junco, 2001, p. 83. Fusi, 2000, p. 123. 9 Pérez Magallón, 2002b, p. 302. 10 Fusi, 2000, pp. 148-149. 8

INTRODUCCIÓN

15

de pensadores involucrados en él, la gran difusión y proliferación de escritos sobre el tema a lo largo de sucesivas décadas, así como el hecho de que el debate en cuestión representa el indicio histórico más claro de la más «profunda escisión y tensión que existió en el país»11 entre las dos tendencias ideológicas principales de los siglos XVIII y XIX. A lo largo del proceso, cada bando se enfrenta con el contrario con el fin de que su versión sobre el carácter nacional de los españoles prevalezca por encima del resto. La recién mencionada ruptura ideológica se concretiza desde el principio en una lucha que, como bien menciona Sánchez Blanco, se produce entre los conservadores, quienes “habla[n] de restaurar las virtudes, el estilo o la cultura de algún tiempo pretérito” debido a que para ellos la esencia de lo nacional guarda una estrecha relación con el pasado de España y la revalorización del legado perteneciente al pasado; y los reformistas, quienes «asum[e]n consciente y explícitamente la tarea de buscar y divulgar la novedad»12 y adoptan una postura de burla de los valores tradicionales defendidos por el bando contrario con la que pretenden construir su propio edificio identitario. Los intelectuales adscritos a este último bando, el reformista, se muestran muy receptivos hacia las ideas procedentes del exterior en la medida en que estas puedan ayudar a modernizar España, a superar en ella lo que Fusi define como las «atrofias congénitas e insuficiencias constitutivas»13 típicas del pasado, a hacerla más competitiva y a regenerarla hasta convertirla en una de las primeras potencias de Europa. En cierta manera, si para los conservadores la constante renovación cultural es el mayor enemigo por la amenaza que representa para el mantenimiento de la tradición y de su poder y control sobre el resto de la sociedad; para los reformistas la renovación representa el medio fundamental de progreso y el antídoto contra el atraso de una España apegada en exceso a los valores más tradicionales. En general, la polémica en torno a la definición de la identidad nacional es, primero, una lucha entre aquellos que están a favor de la introducción de cambios como esencia de progreso y ayuda en la eliminación del atraso cultural e ideológico que el país arrastra desde el pasado y, segundo,

11 12 13

Sánchez Blanco, 1999, p. 133. Sánchez Blanco, 1999, p. 131. Fusi, 2000, p. 16.

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LA RECEPCIÓN DE CALDERÓN EN EL SIGLO XIX

una defensa de los que temen que la llegada de los cambios mencionados amenace la conservación de la tradición y del orden establecido. Fusi resume esta dualidad que atañe a la dimensión espiritual del ser español mediante lo siguiente: «la vehemencia ideológica de los españoles se ve fragmentada desde el siglo XVIII en dos Españas: la liberal y europeísta y la tradicionalista y católica [...], dos Españas antagónicas y adversarias y con concepciones históricas opuestas e incompatibles»14. Al analizar el proceso de formación de la identidad nacional española es necesario tener en cuenta la manera con la que el resto de Europa percibía la situación político-hegemónica de España en el contexto internacional de aquella época. A pesar de que la opinión generalizada consideraba que el país se encontraba sumido en una profunda decadencia tanto por haber perdido la mayor parte de la hegemonía político-militar de la que había disfrutado en otros tiempos como por albergar en su seno una seria y latente crisis en las instituciones administrativas y burocráticas; sin embargo, no es bueno generalizar y hacer extensible el estado de crisis a todos los órdenes debido a que, como bien destaca Pérez Magallón, «cuando se juzga que la época de que hablamos es de decadecia y degeneración [...] quien/es emite/n esa opinión [...] tienden a confundir y sobreponer pérdida de hegemonía político-militar con inexistencia de vitalidad artística, literaria, intelectual y científica»15 y, consecuentemente, tienden a considerar la época «no solo como ‘inferior’ a lo que se tuvo, sino como algo indigno de la menor consideración o digno del mayor desprecio»16.Tener en cuenta este aspecto facilita la comprensión de muchos de los postulados sobre los siglos XVIII y XIX relacionados, no solo con prejuicios exógenos, adscripción a cierta ideología política, ignorancia y falta verdadera de conocimientos, sino también con la puesta en funcionamiento a nivel internacional de una especie de imperialismo cultural a partir del que se determina la esencia de la realidad social y cultural de un mundo diferente al que se mira con cierto sentimiento de superioridad. Ya desde el siglo XVIII, tanto a nivel interno como externo se acepta sin reticencias que «España no estaba a la altura de los otros países

14 15 16

Fusi, 2000, p. 16. Pérez Magallón, 2002a, p. 53. Pérez Magallón, 2002a, p. 53.

INTRODUCCIÓN

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civilizados de Europa y que obraba bajo los antiguos prejuicios de la Santa Inquisición, de la oscuridad intelectual y de la resistencia contra todo progreso»17. Es decir, su excesivo apego a las tradiciones es considerado un atraso por todos aquellos países europeos y minorías intelectuales españolas que conciben la modernidad a partir de la ruptura con ese pasado. Como respuesta a las destructivas críticas recibidas, no exclusivamente desde el exterior, sino también a nivel interno, se origina dentro de España, como bien señala Gies, «una violentísima reacción y unas furibundas réplicas»18 que llevan a los líderes intelectuales del país, portavoces de las principales tendencias ideológicas de la nación, a emprender una extrema reflexión sobre posibles soluciones fácticas para sacar al país de su asumida decadencia. En otras palabras, lo que se busca es la elaboración de un proyecto apropiado de regeneración de España para el presente y futuro que la devuelva a su estado anterior de «entidad reconocida y respetada en Europa»,19 la propia de los tiempos de Carlos I y Felipe II. En ese contexto, la frecuente aparición de interrogantes del tipo: qué es España y qué significa ser español son, en realidad, mecanismos de autodefensa de la propia cultura nacional para luchar contra las agresiones culturales procedentes del exterior. Esto es lo que ha llevado a Pérez Magallón a considerar que la posible asunción de esa decadencia es quizás, «no solo un mito impotente y resignado» sino también, «una estrategia de preservación de la identidad nacional»20. Ello explica la estrategia seguida por el sector conservador español centrada en la defensa de los modelos pertenecientes al pasado y afines con el mantenimiento de la tradición y cultura de tiempos más gloriosos para el imperio-nación. El periodo de la historia que toman como modelo a seguir es el correspondiente a los Siglos de Oro de la cultura española por destacarse dentro de él los valores característicos de lo que se entiende que son los valores constitutivos y definidores del ser español, los cuales básicamente se resumen en dos: monarquismo y catolicismo. En definitiva, para este sector ‘lo propio’ por ser el equivalente de ‘lo español’ es el verdadero y único símbolo de patriotismo.

17 18 19 20

Gies, 1999, p. 307. Gies, 1999, p. 307. Gies, 1999, p. 311. Pérez Magallón, 2002a, p. 237.

18

LA RECEPCIÓN DE CALDERÓN EN EL SIGLO XIX

El sector reformista, que también reacciona ante las críticas dirigidas desde el exterior con una preocupación profunda, trata de buscar posibles alternativas con las que poder sacar al país del asumido estado de decadencia en que se encuentra. Su postura pasa por aceptar las críticas originadas en el exterior para volver a restaurar el prestigio y el papel protagonista que el país había disfrutado en épocas pasadas. Con todo ello pretenden llegar a construir una nueva identidad española que según la mentalidad de los conservadores serviría para «debilitar el antiguo carácter de la Nación»21. Ante semejante postura ideológica, el núcleo intelectual conservador intenta frenar la expansión de las ideas novedosas que pretenden ser implantadas dentro de España mediante la anulación de la validez de todos los escritos de la época de la Ilustración a los que considera antinacionales y extranjeros. El bando conservador, que desmiente así lo que de alguna manera impera en el exterior de España, defiende la idea de que lo verdaderamente español se encuentra dentro del país, que es algo intrínseco a nuestra cultura y que es algo que puede llegar a apreciarse estudiando y recuperando las obras literarias de épocas pasadas, y en concreto las pertenecientes al siglo XVII, por ser las que mejor reflejan las características del auténtico ser español. Al observar las soluciones planteadas por ambos sectores ideológicos, encontramos la esencia del debate que se establece en torno a la identidad nacional española y que puede resumirse mediante las siguientes identificaciones: por un lado tradición, conservadurismo y españolismo con la hispanidad tradicional; y, por otro lado, cambio, reformismo y cosmopolitismo con el europeísmo moderno. La parafernalia ideológica recién descrita demuestra que los modelos literarios del Siglo de Oro, y posiblemente más unos que otros, son los que verdaderamente representan la esencia de la idea de lo nacional. Es decir, el debate establecido en torno al Siglo de Oro, y sobre todo el esfuerzo reformista por depurar el canon que configura la noción misma de Siglo de Oro, nos presenta diferentes formas de reacción ante la existencia de un mismo problema que se resume, según Pérez Magallón, en «la defensa crítica de la identidad nacional»22.

21 22

Carnero, 1982, p. 307. Pérez Magallón, 2002a, p. 236.

INTRODUCCIÓN

19

En el centro de la diatriba ideológica que busca la recuperación o el olvido de los valores característicos del Siglo de Oro, los conservadores sienten especial predilección por la figura de uno de sus dramaturgos más destacados, Calderón de la Barca. El fervor hacia el dramaturgo es tal que muy pronto comienzan a vincular su nombre con lo verdaderamente español, así como a venerarlo como símbolo aglutinador del carácter nacional. Carnero condensa bien esta apreciación del bando conservador al afirmar que Calderón pasa a ser considerado por los representantes del grupo como «el compendio de las cualidades distintivas del carácter español»23. Puede afirmarse así que el sector conservador español se apropia inicialmente de la imagen del dramaturgo con la intención de convertirlo en el icono característico de una de las posibles maneras de entender la identidad nacional, y es en este momento cuando se lo hace «emblema de lo español»24. Resulta necesario recordar que a los conservadores no les interesa la obra de Calderón en sí misma, sino más bien la interpretación simplificada que ellos mismos han creado de ella para lograr sus propios fines políticos y culturales; para defender lo que ellos entienden como propio o nacional; en último término, para articular un modelo nacional que guíe los programas políticos del gobierno. Por lo tanto, la apreciación del pasado literario, su revalorización y exaltación se convierten en una especie de reconsideración sobre cómo tiene que ser el futuro de España. Por esa razón, para Olga Bezhanova y Pérez Magallón «en este entramado intelectual, la recepción calderoniana durante el siglo de la ilustración constituye un episodio esencial, significante y trascendente, en la configuración cultural del país»25. En concreto, para los conservadores, Calderón es simplemente el máximo representante de un pasado que contiene los valores, creencias y tradiciones que desean perpetuar y conservar por encima de todo. Por otro lado, en respuesta a esta inclinación favorable del sector conservador hacia la figura del dramaturgo, los reformistas reaccionan dotando y caracterizando su imagen con connotaciones negativas en tanto que su presencia contribuye a mantener unos valores que consideran anticuados y nefastos para el futuro de España.

23 24 25

Carnero, 1982, p. 307. Pérez Magallón, 2002b, p. 86. Bezhanova, Pérez Magallón, 2004b, p. 247.

20

LA RECEPCIÓN DE CALDERÓN EN EL SIGLO XIX

Es decir, el grupo reformista, consciente de la ruptura y distancia existente entre su época y la de Calderón, cree en la necesidad de establecer nuevas formas de pensamiento más acordes con su propio momento histórico y con la tendencia seguida por el resto de países de Europa. Por ello, a pesar de que con sus críticas, por un lado, aceptan la idea artificialmente creada de la época y figura del dramaturgo español; por el otro, se embarcan también en un proceso que, aunque a simple vista se presenta como una aproximación a lo moderno, es, en realidad, una defensa de lo propio a partir de la que se replantean la noción misma de la identidad nacional. Para cualquiera de las posturas ideológicas recién descritas y presentes ya desde finales del siglo XVII, la imagen del dramaturgo, y no su obra, se convierte en el elemento diferenciador del pasado que compendia ciertas características del tipo de identidad nacional defendida por unos y repudiada por otros. La eclosión a lo largo de más de dos siglos de semejante visión tan polemizada de Calderón ha permitido la obtención de una imagen del dramaturgo, no solo artifical, sino también repleta de connotaciones conservadoras, católicas, intolerantes y xenófobas que han dañado la correcta recepción de su compleja obra. El objetivo principal del presente trabajo es demostrar que en el proceso formativo de la identidad nacional española, que encierra la misma complejidad y subjetividad que el resto de identidad/es nacional/es occidentales en formación, Calderón ocupa un rol importante por ser uno de los elementos más representativos del rico caudal del pasado cultural español. Su imagen sufre la manipulación de las minorías intelectuales que luchan por imponer al resto su propia manera de entender España, su propia idea acerca de los específicos constituyentes que ellos consideran como esenciales y exclusivos de lo español. Calderón participa de lleno en el proceso en el que se busca que la identidad de cada miembro de la sociedad —el yo de cada individuo— se constituya por una identidad colectiva —por un nosotros— que no es ni más ni menos que una creación artificial que se utiliza para lograr una manipulación más fácil por parte de las élites intelectuales del país. La línea argumentativa se opone al tradicional sector de la opinión crítica que se niega a aceptar la existencia de repercusiones o connotaciones políticas en la historia de la recepción calderoniana de los siglos XVIII y XIX y prefiere reducir la esencia del debate a problemas puramente estéticos y/o literarios. Tal descuido se explica por la ob-

INTRODUCCIÓN

21

servancia, no de la continuidad temporal, sino de una aparente discontinuidad de las distintas polémicas calderonianas que se desarrollan a lo largo de los siglos XVIII y XIX al valorarlas como diversos incidentes aislados que estallan por la mera discordia surgida entre diferentes sectores en relación a las tendencias literarias y estéticas predominantes en cada momento. El presente trabajo se inscribe en la línea de la crítica que emerge durante el último cuarto del siglo XX que admite como certera la posibilidad de la existencia de una continuidad-discontinuidad en el debate calderoniano al considerarlo un incidente que va más allá de lo meramente literario. Tras él se esconde un trasfondo político donde lo que en verdad se discute es el verdadero significado de lo español. El estudio de la excesiva sencillez de un mismo asunto tratado a lo largo de tanto tiempo nos da la clave para llegar a entender que la orientación crítico-literaria de la obra de Calderón esconde, en realidad, los intereses políticos de dos bandos ideológicamente irreconciliables en la historia de España para los que existen dos maneras muy distintas de entender el significado de lo español. Para todos ellos, la imagen del dramaturgo representa el punto de fricción de una disputa de larga duración en la que participan muchos pensadores e intelectuales de cierta relevancia en el panorama cultural de los siglos XVIII y XIX y en la que lo que se discute es básicamente «en qué consist[e] ser español»26. Este análisis de la recepción calderoniana y su participación en el proceso formativo de la identidad nacional es el que me propongo efectuar en la presente obra. Si en el siglo XVIII destacan por su participación en la polémica figuras de la talla de Ignacio de Luzán, Tomás Erauso y Zabaleta, José Clavijo y Fajardo, Cristóbal Romea y Tapia, Nicolás Fernández de Moratín, Blas Nasarre y Férriz y Francisco Mariano Nipho, entre otros, en el siglo XIX son figuras relevantes José Joaquín de Mora, Nicolás Böhl de Faber, Antonio Alcalá Galiano, Antonio López Soler, Agustín Durán, Alberto Lista, Mariano José de Larra y José María de Carnerero, Marcelino Menéndez Pelayo y Juan Valera, por mencionar a algunos. Mediante el análisis de los planteamientos de todos ellos se demostrará que las contrarias posturas desde las que analizan el significado de la obra y figura de Calderón testimonian la existencia de

26

Manrique Gómez, Pérez Magallón, 2006, p. 429.

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una prolongada polémica fruto de una disconformidad no solo literaria, sino también y especialmente política. Se ha mencionado ya que el aspecto diferenciador de todos ellos se encuentra no en la manera de interpretar el significado de la obra calderoniana, sino en la diferente actitud de aceptación o rechazo. En otras palabras, en esta batalla ideológica, unos abogan por la defensa férrea de Calderón porque han encontrado una identificación plena entre el significado de lo que ellos entienden por lo español y la producción dramática de la figura barroca, y los otros, quienes desean cambiar la negativa percepción predominante en otros países acerca de lo español. Estos últimos son conscientes de que el teatro es un vehículo idóneo para moldear la opinión pública y, consecuentemente, defienden la necesidad de la representación en la escena de un tipo de comedias que transmitan un espíritu nacional muy distinto al contenido en las obras calderonianas. Esta es la razón por la que el debate en torno a la producción dramática de Calderón trasciende las razones puramente estéticas y se convierte en un asunto de gran relevancia para la configuración de los rasgos esenciales de la nación que los representantes de los dos bandos quieren establecer a partir de sus propias convicciones ideológicas. En estas y no en otras se encuentran las razones de la elección y constante reaparición de Calderón en las distintas polémicas. Este libro tiene por objeto el estudio de la recepción calderoniana durante el siglo XIX y su interacción con el proceso de formación de la identidad nacional española. En el capítulo primero se analiza lo ocurrido durante la querella calderoniana (1814-1820), una polémica en la que la figura de Calderón es el punto central de la discusión. Además, se compara la esencia y las principales motivaciones de la querella calderoniana con la serie de polémicas desarrolladas a lo largo del siglo XVIII en las que Calderón también ocupaba un lugar central. El capítulo segundo y el tercero tienen por objeto realizar un minucioso estudio de los distintos documentos de la década absolutista fernandina en los que reaparece la esencia de lo debatido en la querella calderoniana. El motor principal será el estudio de varias revistas literarias y políticas y también de algunos discursos literarios e ideológicos de esa época. El capítulo final se centra en el estudio y contraste de la apropiación conservadora de Calderón efectuada por Menéndez Pelayo y el intento de apropiación liberal que lleva a cabo Juan Valera.

CAPÍTULO

PRIMERO

LA QUERELLA CALDERONIANA DE 1814-1820: ORIGEN, DESARROLLO Y CONTINUIDAD DENTRO DE ESPAÑA

Es Calderón poeta españolísimo, como lo es por sus ideas, y de todos los nuestros el menos influido por ninguna literatura extraña (...), el más hijo de su siglo. MARCELINO MENÉNDEZ PELAYO

1.1. UN

PRIMER ACERCAMIENTO A LA QUERELLA CALDERONIANA

Una de las polémicas en las que se utiliza el nombre de Calderón con cierta intención político-literaria es la conocida querella calderoniana que ocurre durante el Sexenio Absolutista español (1814-1820). La polémica representa un hito de cierta relevancia dentro del campo de la política y, más en concreto, dentro del proceso de articulación y definición de lo español. Lo debatido en ella supera con creces la idea de que fue un mero y simple incidente entre clásicos y románticos en la historia de la literatura española, que no tuvo mayores resonancias ni dentro ni fuera de España. En realidad, el incidente es una simple excusa con la que se intenta/n ocultar y maquillar con elegante disimulo su/s verdadera/s orientación/es ideológica/s. En ella, los dos aspectos, el literario y el político, se confunden intencionadamente con un fin muy claro: desarrollar una determinada conciencia nacional española, una identidad colectiva muy vinculada a las ideas de nación. En la querella se enfrentan los portavoces de los dos bandos más representativos de la política española, por un lado, los defensores de Calderón, el reaccionario Böhl de Faber y su esposa Francisca de Larrea —más conocida como Doña Frasquita— y, por el otro, sus de-

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tractores, los reformistas Joaquín de Mora y Alcalá Galiano. En el enfrentamiento unos y otros tratan de imponer, aunque dentro de unos márgenes de libertad muy desiguales, no unos determinados principios literarios, sino un cierto esquema de identidad nacional española. En la querella, la figura de Calderón se utiliza como la excusa literaria para disimular los verdaderos intereses políticos de cada bando. Es decir, por un lado, el anhelo y defensa del reaccionarismo y la tradición y, por el otro, el ansia y la necesidad del reformismo y el cambio. Desde los orígenes del enfrentamiento, las dos partes involucradas aceptan la idea de que no solo la obra calderoniana, sino en realidad toda su época, es una directa representación de algo que parece incluso propaganda de los valores más tradicionales de España: catolicismo y monarquismo. Precisamente, esta coincidencia en la formulación de un mismo significado para la obra, figura y época de Calderón, no es algo nuevo, puesto que esta simbiosis es algo que ya viene haciéndose desde antaño. La fuerte simbología ideológico-política que en ese momento encierra la figura de Calderón procede y se ha gestado a lo largo de un gran número de polémicas ideológicas que tienen lugar durante la centuria precedente. De esta forma, apreciar el aspecto histórico en su justa medida y tenerlo en cuenta a la hora de estudiar el conflicto de la querella de 1814-20 nos permite, no considerarla como un hecho aislado y sin importancia, sino todo lo contrario. Lo ocurrido a lo largo del siglo anterior nos da la clave para entenderla y contextualizarla mejor insertándola dentro de toda una línea de polémicas en las que también se utiliza el nombre de Calderón con motivos ideológico-políticos, que están estrechamente relacionados con la búsqueda de una definición para lo español, y que vienen produciéndose desde el siglo XVIII. En otras palabras, la querella representa la continuación o reaparición de un enfrentamiento político de larga tradición en la historia de la ideas de España y en el que lo que se debate es, de la misma manera que en el siglo XVIII, el tipo de identidad nacional que se cree y desea como más apropiado para el país en cada momento. De este modo, la filosofía, el pensamiento político y el espíritu filosófico que la configuran están ya presentes en otras polémicas ocurridas en épocas pasadas. Quizás el elemento diferenciador ahora sea el inevitable recuerdo de la reciente constitución de Cádiz que dio lugar a la aparición de múltiples partidos políticos.

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El año de inicio de la querella coincide con el estreno de la imposición del sistema absolutista fernandino en el que, aparte de abolir la constitución de manera inmediata, se intenta también anular la esencia de algunos de estos partidos políticos. Precisamente, demostrar el entronque ideológico-político de la querella es el objetivo principal del presente capítulo. Es decir, es un objetivo esencial demostrar que la querella se enmarca dentro de un debate en el que lo que se persigue es definir, identificar e imponer, según las circunstancias históricas imperantes en cada momento, unas determinadas características del ser español. Además, una vez concluida, y poco después del fin del Sexenio Absolutista, la figura de Calderón continúa reapareciendo a posteriori en otras polémicas que confirman que el nombre del escritor sigue siendo manipulado con un fuerte sentido ideológico-político. Por ejemplo, en la década posterior a la de la querella, el nombre de Calderón vuelve a aparecer en los escritos de un número considerable de pensadores e intelectuales de aquel momento. Tal es el caso de Alberto Lista, Agustín Durán, Luiggi Monteggia, López Soler y José María de Carnerero, entre otros.

1.2. ESTADO

DE LA CUESTIÓN Y ACLARACIONES INICIALES

A continuación se pretende revisar la bibliografía más significativa sobre la querella, así como aquellos otros estudios que, aunque más especializados y centrados en las polémicas ocurridas durante el siglo anterior, son también esenciales para la comprensión de ciertos aspectos relacionados directa o indirectamente con ella y, por extensión, con una de las múltiples aristas en que se divide la recepción calderoniana. En relación a la querella, las fuentes seleccionadas constituyen una muestra bastante representativa del estado de la cuestión desde los años en que termina hasta nuestros días. El análisis de las fuentes permite visualizar la dualidad de interpretaciones existente acerca de su significado, en clara consonancia con las interpretaciones surgidas alrededor del resto de polémicas calderonianas. Lo más importante en relación a la querella es destacar que se inscribe dentro de todo un proceso histórico de múltiples enfrentamientos ideológico-políticos en los que lo que se persigue es la configuración o exaltación no de una, sino de dos visiones diferentes y conflictivas de la idea de España.

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En la década posterior a la etapa en que se desarrolla la querella ocurre algo curioso que ha captado nuestra atención. A lo largo de toda esta década parece haberse olvidado lo ocurrido y debatido. No obstante, a pesar de que parece que nadie recuerda ya los nombres de Böhl de Faber o José Joaquín de Mora, curiosamente sigue reapareciendo el nombre de Calderón en un gran número de los documentos de esta nueva década. ¿Ha sido este el detonante que ha producido que un importante sector de la crítica considere la querella como un incidente aislado en la historia de la literatura que no tuvo ninguna repercusión ni siquiera en los años posteriores a su desarrollo? En otras palabras, ¿podemos concluir que precisamente todos aquellos que luego esconden el nombre de los principales directores de la querella quieren destacar cierta desconexión entre unos acontecimientos y otros, posiblemente para continuar utilizando la máscara literaria para esconder sus verdaderas intenciones políticas? Esta última posibilidad parece más válida que las anteriores y así se demostrará a lo largo del presente capítulo. En el periódico El Europeo, publicado en Barcelona entre noviembre de 1823 y abril de 1824, tres años después de la fecha en que se da por concluida la querella —es decir, inmediatamente después del Trienio Liberal— aparecen algunos artículos que, aunque a simple vista parecen estar destinados a divulgar ciertos principios literarios, que apuntan a los de un Romanticismo de raíces foráneas dentro de España, en nuestra opinión, algunos de ellos contienen un significado y unos propósitos más profundos y relacionados en algunos aspectos con los pensamientos de uno de los principales directores de la querella, el alemán Böhl de Faber. Quizás sea la razón por la que, por un lado, el periódico no ha recibido toda la atención que merece por parte de la crítica y, por otro lado, los pocos interesados, engañados por la fachada literaria bajo la que se disimula su verdadero propósito, han llegado a formular interpretaciones erróneas sobre su significado. Sin ir más lejos, Allison Peers en una breve introducción al artículo «Romanticismo» de Luigi Monteggia —uno de los redactores y fundadores de El Europeo— que reproduce en «Spanish Romanticism: Some Notes and Documents-V» llega, primero, a considerarlo como un órgano esencial para la evolución de las letras españolas y, segundo, como «the first review in Spain to introduce into literary discussions the principles of nineteenth century

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romanticism»27. El error principal cometido por Peers se encuentra en subrayar el exclusivo carácter literario de El Europeo, sin tener en cuenta otros aspectos también significativos. Pero este error ha sido cometido no solo por Peers, sino también por críticos como Ermanno Caldera28. Nótese que este punto de vista está bastante lejos de la realidad del periódico, o al menos su presencia no excluye la posibilidad de que convivan e influyan otros parámetros dentro de él. Peers reproduce también el artículo de López Soler, otro de los fundadores de El Europeo, «Análisis de la cuestión agitada entre románticos y clasicistas en “Spanish Romanticism: Some Notes and Documents–IV”»29. Una lectura de este artículo demuestra que López Soler estaba muy cerca de las ideas ya defendidas por Böhl de Faber a lo largo de la querella en relación a la simbiosis existente entre religión y literatura a partir de las que definir el carácter español. En realidad, aunque López Soler no alardea de tener previo conocimiento de los escritos pertenecientes a la querella, por contra un número considerable de sus artículos presenta cierta inclinación, aunque combinada con un tono menos exclusivista, hacia la defensa del discurso ya utilizado por Böhl de Faber a lo largo de la polémica contra Mora y Alcalá Galiano. Es decir, el artículo de López Soler muestra la favorable predisposición del barcelonés hacia un determinado tipo de carácter nacional español estrechamente enlazado con el pasado glorioso de España. Esa predisposición nos permite considerar a El Europeo como un órgano que busca reafirmar y recuperar, tal y como hace Böhl de Faber en la querella, algunos de los componentes esenciales, peculiares, únicos y característicos del pasado del carácter nacional español. Dicho de otro modo, una de las líneas ideológicas de El Europeo busca conquistar la propia personalidad y conciencia nacionales con un marcado tono conservador y tradicionalista, esto es algo que ya fue propuesto hasta la saciedad por Böhl de Faber. En 1828, Agustín Durán publica su «Discurso sobre el influjo que ha tenido la crítica moderna en la decadencia del Teatro Antiguo Español, y sobre el modo con que debe ser considerado para juzgar convenientemente de su mérito peculiar». A pesar de que Durán tam-

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Peers, 1931a, p. 144. Caldera, 1962. 29 Peers, 1931b, p. 144. 28

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poco referencia abiertamente la querella en su Discurso, sin embargo, deja entrever a lo largo de él, con algunas alusiones indirectas, que está al día de su existencia y de todo o casi todo lo que en ella se debatió. Una de las principales referencias aparece en el momento en que justifica las motivaciones que lo han impulsado a escribir su Discurso: «al fin me he decidido a emprenderla [la defensa del antiguo teatro y, en especial, de Calderón] pues parece poco decoroso que lo hayan hecho los estrangeros [Böhl de Faber]»30. Con este comentario, Durán reafirma su derecho, por ser español de nacimiento, a participar en el debate sobre el antiguo teatro español en el que había participado el alemán Böhl de Faber. El comentario de Durán podría también interpretarse como una crítica indirecta al ‘posible’ estado de adormecimiento intelectual en el que se encuentra España por el hecho de llegar a permitir que un extranjero participe e incluso sea protagonista en el debate en el que se intentan definir los valores esenciales del ser español. Durán prefiere que el debate sea gestionado por manos españolas y así lo constata en su Discurso. Este aspecto nos permite considerar su obra como una doble reacción nacionalista. De ahí que uno de los aspectos más importantes en relación al Discurso sea destacar, según Michael Schinasi, «the importance of considering his national literature in terms of Spain’s national character»31. En otras palabras, el Discurso de Durán es un testimonio directo e inmediato de la continuidad del mismo debate nacional que venía existiendo con anterioridad y que ya tenía una larga historia dentro de España. Su afinidad con el pensamiento de Böhl de Faber lo posiciona en la misma línea ideológico-política que él defendió durante los años en que dura la querella y durante el resto de sus días. Un aspecto en común para ambos pensadores es que el drama de Calderón representa de forma perfecta el carácter nacional español.Y esta aseveración que, se quiera o no, seguía constituyendo en 1828 una posición extrema por lo que representaba para el nacionalismo y patriotismo, es precisamente la que decidió adoptar Durán y la que parece dar unidad a toda su obra. Pocos años después de terminada la querella, Alcalá Galiano publicó en Londres una obra titulada Literatura española del siglo XIX: de Moratín a Rivas que contiene referencias directas a la polémica. En su

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Durán, 1973, p. 3. Schinasi, 1986, p. 383.

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estudio presenta una revisión de las obras y autores más importantes del panorama literario español entre los años 1814 y 1820. Alcalá Galiano es el primer crítico en señalar la importancia de la significación ideológica que caracteriza la actitud y participación de dos bandos en la querella. En su opinión, el fuerte deseo y las motivaciones que llevaron a su enemigo Böhl de Faber a efectuar una defensa tan férrea del drama calderoniano se encontraban en el hecho de que el alemán consideraba al dramaturgo barroco como el verdadero reflejo de la organización sociopolítica de la España de los Austrias. Por lo tanto, si esto lo dijo uno de los miembros que participó directamente en el enfrentamiento calderoniano, ¿por qué deberíamos obviarlo nosotros? El hecho de tener en cuenta este aspecto y otros muchos nos ayuda a entender el segundo plano al que quedó relegado el tema de la querella durante casi todo el siglo XIX. Solamente algunos críticos, entre los que cabe destacar a Juan Valera, Francisco M. Tubino y Marcelino Menéndez y Pelayo, se refirieron en escasas ocasiones a ella, aunque lo hicieron con tal grado de imprecisión, que algunos llegaron a confundir, quizás con la intención de disimular sus verdaderos intereses, las fechas en las que se desarrolló y, en ocasiones, los nombres de los contendientes que participaron en ella. Sin ir más lejos, valga como anécdota el hecho de que el mismo Valera sitúa la cronología de la querella en uno de sus escritos entre los años 1821-1831, en lugar de entre los años 1814-182032, que es cuando en realidad se produjo. Esta falta de interés y desinformación acerca de lo acontecido durante la querella esconde, sin duda, razones que superan la esfera de lo literario. En el año 1877,Tubino publica dos artículos bajo el título «El romanticismo en España» en los que expone sus propias consideraciones sobre la querella a la que considera el mayor ataque contra el gusto francés dominante. En este momento, Tubino parece no solo haber leído el Discurso de Durán, sino estar de acuerdo con los planteamientos de aquél. Es decir, como ya hiciera Durán en su momento, Tubino replica también ahora que a lo largo de la querella tuvo que ser precisamente un extranjero, Böhl de Faber, el que se empeñara en mostrar a los españoles los tesoros (Calderón y la literatura del Siglo de Oro) que la mayoría de ellos estaba despreciando con saña

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Valera, 1958, p. 57.

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en su propio país33. En relación a Tubino, Carnero opina que su principal problema fue no haber terminado de entender el verdadero significado de los argumentos defendidos por Bohl de Faber a lo largo de los años en que se desarrolla la querella34. En mi opinión, aunque sí lo entendió, prefirió disimularlo mediante la producción de una interpretación vaga. En 1881 aparecen dos publicaciones esenciales de Menéndez Pelayo en las que el erudito santanderino también expone sus reflexiones personales sobre el tema. En la primera, Teatro selecto de Calderón, en un ensayo dedicado al dramaturgo barroco, considera a Böhl de Faber como un fuerte defensor, no solo de Calderón, sino también de toda la cultura española, y un fuerte difusor de las ideas de los Schelegel dentro de España.También, en el prólogo al volumen I de la Antología de poetas líricos castellanos desde la formación del idioma hasta nuestros días, Menéndez Pelayo dedica una parte a alabar la importancia que para la cultura española implicó la publicación de la riquísima Floresta de Böhl de Faber, en detrimento de otras obras que se escribieron siguiendo un estricto rigor clásico. Menéndez Pelayo da un paso hacia delante y, sin importarle ya que Böhl de Faber sea originariamente un extranjero, se posiciona a favor de su figura hasta tal punto que llega incluso a considerarle un verdadero español de ‘alma’ —un hombre católico y monárquico— aunque no lo fuera de nacimiento, que lo que se ha propuesto a lo largo de toda su vida ha sido defender y luchar por el mantenimiento y pervivencia de una tradición verdaderamente nacional y española35. La fuerte exaltación que Menéndez Pelayo lanza para vanagloriar el incuestionable españolismo de Böhl de Faber, así como el hecho de destacar la importancia que su participación en el polémico enfrentamiento pudo tener para la cultura española, es posiblemente la contribución más significativa del crítico santanderino al tema que nos ocupa. Además, la obra del erudito santanderino cierra, de alguna manera, una serie de enfrentamientos hostiles en los que se busca identificar los valores más apropiados con los que definir «la configuración cultural conservadora de la identidad nacional»36 española, un proceso en el que también tiene mucho que de33

Tubino, «El romanticismo en España», p. 188. Carnero, 1978, p. 39. 35 Menéndez Pelayo, 1914-1916, p. 86. 36 Manrique Gómez, Pérez Magallón, 2006, p. 449. 34

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cir la figura de Böhl de Faber. Por lo tanto, Menéndez no duda ya, a lo largo del último cuarto del siglo XIX, en destacar la importancia y significación que la querella tuvo no para la literatura, sino para la configuración de lo que él y los suyos entendían que era el proceso constitutivo de lo español. Precisamente, debido a que él está de acuerdo con las ideas que Böhl de Faber defiende acerca del significado de lo español, y de que es también consciente de la victoria alcanzada por el alemán en la contienda, trata de apoderarse y apropiarse de la querella como si se tratara de una victoria conservadora. Esto explica las razones por las que el erudito santanderino olvida prácticamente mencionar a los detractores de Calderón en sus escritos, pero otorga el título de español de ‘alma’ a su querido Böhl de Faber. La contribución de Menéndez Pelayo no termina aquí, ya que posteriormente ayuda al investigador francés Camille Pitollet, quien compartía su misma ideología político-conservadora, a escribir su obra La querelle caldéronienne de Johan Nikolas Böhl von Faber et José Joaquín de Mora. Reconstituée d`après les documents originaux de 1909. Pitollet pidió numerosos documentos y datos relacionados con la querella a Menéndez Pelayo, con el que mantenía una relación bastante cordial, y este último se los envió en diferentes cartas. Este cruce epistolar entre el estudioso santanderino y el francés, que se encuentra recogido en los tomos 18, 19 y 20 del Epistolario del primero, es un claro indicio de la aparición a finales del siglo XIX y principios del XX de una cierta necesidad y deseo entre aquellos que comparten la misma ideología política por recuperar aquellos episodios de la historia de España en los que, en cierta manera, creen que ha triunfado o que ha sido exaltada la visión y orientación política que ellos mismos comparten acerca del carácter español. En una de las cartas que Pitollet le dirige a Menéndez Pelayo, fechada el 17 de mayo de de 1908, el crítico y estudioso francés comparte con el santanderino su interés en las polémicas sobre Calderón: Ilustrísimo señor y de todo mi aprecio: Me tomo la libertad de anunciarle que tengo la intención de marcharme para Madrid dentro de dos días [...] para trabajar en la Biblioteca Nacional con el propósito de acabar un estudio comenzado años ha sobre Böhl de Faber. Habiendo acabado mis tesis doctorales (de las que le hablé antes a lo menos a propósito de una de ellas: Contributions a L`étude de l`hispanisme de G. E. Lessing, que está impresa), aprovecho los pocos meses que me quedan libres to-

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davía para dar cima a dicho estudio sobre Böhl de Faber y sus polémicas a favor de Calderón37.

Sullivan ha lanzado esta reflexión sobre la obra que escribe Pitollet, la cual es correcta solo en parte: «though is difficult to read [ya que contiene minuciosos detalles y una gran cantidad de información en alemán], Pitollet`s study remains one of the few comprehensive sources for an understanding of the documents involved»38 en la querella. Sullivan no tiene en cuenta que Pitollet da mucho más peso en su obra a los documentos originales y relacionados con la actuación de Böhl de Faber que a los producidos a partir de las actuaciones de Mora y Alcalá Galiano, así como que su estudio se orienta hacia los aspectos más relacionados con lo literario que con el contenido político.Además, de entrada, Pitollet presenta a los enemigos de Böhl de Faber como perdedores. A pesar de ello, Sullivan lleva razón al mencionar que el primer estudio serio, en el que se reconstruye lo ocurrido en la querella, es precisamente el de Pitollet. El siguiente estudio es el que Carnero publica en el año de 1970. Por esta razón, no sería extraño pensar que la obra de Pitollet —que posiblemente presenta una cierta manipulación de los hechos a favor de la ideología ultraconservadora hacia la que también se orientaba el pensamiento del investigador francés— podría haber influido en la orientación de los estudios que otros críticos publican entre la aparición de su obra y la de Carnero. En realidad, debido a la dificultad que rodea al estudio de cualquiera de los documentos originales de la querella, especialmente al encontrarse dispersos en multitud de periódicos de difícil acceso, la obra de Pitollet se convierte en el manual básico de consulta. A su favor, podemos destacar que el estudio de Pitollet reproduce con calidad muchos de los documentos pertenecientes a la querella. Ahora bien, la parte que incluye la interpretación personal del autor ha de tomarse con cautela, dada su fuerte adscripción a una de las dos ideologías políticas que se enfrentan a lo largo de la contienda. Además, su obra carece de un aspecto fundamental, que ha sido señalado con anterioridad por Carnero, porque sin él no se puede llegar a entender y conocer en su totalidad lo ocurrido y cuestionado durante los años que dura la polémica. Se tra-

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Pitollet, 1909, p. 78. Sullivan, 1982, p. 53.

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ta de la búsqueda e intento de relación, contextualización e inscripción de la filiación ideológica de los polemistas que participaron en el acalorado debate dentro de las raíces históricas del pensamiento español. En otras palabras, a la obra de Pitollet le falta la exploración de la existencia de una posible relación entre la obra y orientación ideológico-política de los contendientes con la línea del pensamiento reaccionario y reformista español que en aquel momento ya tiene una larga trayectoria dentro de España. En este sentido, la significación ideológica de la querella, tal y como Carnero destaca, «es un aspecto esencial e imprescindible para comprender, y sobre todo demostrar, la inserción de la polémica calderoniana en el entramado de fuerzas sociales y políticas que le son contemporáneas»39. A pesar de que se desconocen las razones por las que Pitollet pasó por alto el fuerte contenido político y el enfrentamiento que se produjo entre dos bandos ideológicamente separados, insisto en que lo que sí se conoce es el tipo de orientación política e identificación ideológica hacia el que se inclinaba el propio autor, así como la orientación política hacia la extrema derecha que fue adoptando con el paso del tiempo. Sin ir más lejos, el investigador francés participó como colaborador de la revista La Falange en la que publicó varios artículos bastante comprometedores, cuyo análisis será para otro trabajo de investigación. Es posible que, desde un principio, tanto Pitollet como Menéndez Pelayo sintieran cierta simpatía hacia la figura y la facción política que Böhl de Faber simbolizaba y que en ningún momento quisieran, al desvelar sus verdaderas intenciones políticas, oscurecer el nombre del alemán. En otras palabras, y quizás de una manera más directa, posiblemente Pitollet, que sentía cierta identificación con la figura de Böhl de Faber por el hecho de ser el representante de su misma ideología política, quiso ocultar en su Querelle el hecho de que el alemán gozara del favoritismo político concedido por el absolutismo fernandino durante la mayor parte de la polémica lanzada contra Mora. Hasta la aparición del trabajo de investigación de Carnero, un gran número de críticos, dedicados al estudio de la historia de la literatura del siglo XIX, ha seguido y aceptado prácticamente al pie de la letra los criterios establecidos por Pitollet sin producir nuevos enfoques. Sin ir más lejos, Alfonso Par dedica un largo capítulo de su obra

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Carnero, 1978, p.48.

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Shakespeare en la literatura española (1935) al análisis de todo lo acontecido durante la querella. Su acercamiento se produce aceptando y sin poner en cuestionamiento ninguno de los criterios ya establecidos anteriormente por Pitollet. No obstante, el estudio de Par merece una mención especial porque su análisis de la polémica sirve como complemento a la obra de Pitollet. En la década siguiente, Enrique Sánchez Reyes publica en el Boletín de la Biblioteca de Menéndez Pelayo (1949) la interesantísima correspondencia antes mencionada que el erudito santanderino y Pitollet mantuvieron entre los años 1906 y 1912 y que curiosamente coincide con los años en que el crítico francés se encontraba redactando su obra. Carnero vuelve a mencionar la existencia de esta correspondencia entre los dos eruditos en su obra Los orígenes del Romanticismo reaccionario español y ya baraja como certera la posibilidad de que Menéndez Pelayo hubiera ayudado a Pitollet a escribir su obra, pero no va más allá. Es decir, no se detiene a explicar la naturaleza de la información —si era certera o no— que el erudito español pudo haberle enviado a Pitollet. Conociendo la orientación ideológica que el crítico santanderino profesaba por aquellos años, hermanada con la de Pitollet, no resultaría nada extraño pensar que, entre otras cosas, no le interesara mencionar el favoritismo político que Böhl de Faber pudo haber recibido por parte del absolutismo fernandino, poderoso protector de sus partidarios en los años en que transcurre la querella, los sombríos años del Sexenio Absolutista 1814-1820. De cualquier manera, un aspecto esencial o incluso una precaución a tener en cuenta a la hora de analizar la Querelle se encuentra en el hecho de que los materiales pertenecientes a la polémica fueran, desde el principio, recogidos, actualizados y reinterpretados por dos ultraconservadores, el mismo Pitollet y Menéndez y Pelayo. Caldera, en su estudio Primi manifesti del romanticismo espagnolo (1962), valora también la querella como una pieza significativa en el campo de lo literario porque marca el principio de la llegada del romanticismo foráneo a España. Caldera tampoco intenta penetrar en el contenido político. Si llegáramos a aceptar las ideas de Caldera, no solo en referencia a la contienda, sino también en relación a los orígenes del Romanticismo en España, básicamente deberíamos eliminar la posibilidad de que este movimiento hubiera tenido ciertas raíces autóctono-españolas.

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En 1965 aparece el artículo de Luis Monguió «Don José Joaquín de Mora en Buenos Aires en 1827» que es, en realidad, el primer análisis detallado de la adscripción ideológico-política de Mora, el principal rival de Böhl de Faber en la querella. Monguió señala que Mora es una figura a tener en cuenta en la historia política y literaria de la España de la primera mitad del siglo XIX40. A pesar de que el artículo se concentra fundamentalmente en el periodo en que el polemista reside en Buenos Aires, también contiene valiosa información sobre su actuación y participación en la querella dentro de España. Monguió es el primero en destacar un detalle importante en relación a la querella: que la participación, no solo de Mora, sino también la de Alcalá Galiano y la de todos aquellos que compartían su misma ideología política, estaba fuertemente condicionada por la estricta censura fernandina. Para este crítico, lo importante en el caso de Mora y Alcalá Galiano fue su fuerte intento para tratar de evadirla. Ambos utilizaron todos los recursos que tenían a su alcance y uno de ellos fue, precisamente, el maquillaje con el que disimularon sus aspiraciones políticas. Para Monguió, un análisis somero de la querella puede darnos una idea equivocada sobre la verdadera esencia o sobre los verdaderos aspectos discutidos en ella. Este es el caso de aquellos críticos que como Pitollet se han conformado con emitir juicios y opiniones extraídos a partir de la capa más superficial. En realidad, Monguió contempla que los ataques que Mora lanza son, en realidad, una cubierta bajo la que se esconde, «una camuflada línea de defensa humanista, racionalista y liberal contra el fanatismo religioso y el absolutismo político»41. Es decir, una línea de pensamiento ligada a su fuerte educación jansenista y filosófico-iluminista. Lo que debe quedar claro es que en los años en que se produce la contienda, para los dos bandos, la figura de Calderón ya reúne y representa unos valores concretos de los que nadie duda. Precisamente, Mora y sus colaboradores, conscientes de la simbología que la dramaturgia calderoniana escondía, decidieron posicionarse en contra de la figura de Calderón, probablemente, no por el hecho de odiar o despreciar al autor, su obra y ciertos aspectos de su época, sino porque para ellos era la ‘única’ manera de atacar de manera indirecta a aque-

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Monguió, 1965, p. 303. Monguió, 1965, p. 313.

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llos que como Böhl de Faber defendían con fervor a Calderón y su literatura para camuflar sus ideas políticas. En otras palabras, en los años de la contienda, ya la idea de ir en contra de Calderón implicaba, sin paliativos, una oposición al oscurantismo político-religioso. Pues Calderón ya se había convertido por aquel entonces en una de las mejores formas de condenar políticamente a los otros, pero sin desvelar de manera explícita la identidad del que condena. Por esta razón, el dramaturgo representaba «los restos de las épocas de irracionalidad, superstición e ignorancia de la historia y la literatura hispánicas»42 que, por desgracia, seguían existiendo dentro de España. El hecho de vislumbrar vagamente la existencia de aspectos y connotaciones políticas en la querella es la verdadera aportación de Monguió, quien había sido republicano en España. Robert Marrast publicó en 1989 el ensayo José de Espronceda et son temps. Littérature, société, politique au temps du romantisme en el que, a pesar de presentar un análisis bastante superficial, aporta información detallada sobre los diferentes pliegues ideológicos que conforman la mentalidad de ese periodo histórico en el que, en su opinión, predomina un fuerte espíritu de defensa de lo español. Marrast prefiere separar el enfrentamiento calderoniano de este contexto histórico-político y considerarlo como un hecho aislado, de carácter exclusivamente local y literario, que no tuvo mayores repercusiones. Esta aseveración le conduce a valorar la querella como un suceso aislado, sin una clara repercusión nacional que, de ninguna manera, compromete a los intelectuales del país en su totalidad, sino simplemente a los pertenecientes a aquellos núcleos aislados que participaron en ella. Ahora bien, si aceptáramos como certera la posibilidad de que el desarrollo del enfrentamiento entre Böhl de Faber y Mora tuvo lugar en un ámbito tan reducido, habría que preguntarle a Marrast por qué los principales documentos de la querella se encuentran publicados en el Diario Mercantil de Cádiz, el Mercurio Gaditano y la Crónica Científica y Literaria de Madrid, tres de los periódicos más conocidos de los dos centros intelectuales más importantes en la España de aquel momento: Madrid y Cádiz. ¿No es precisamente la querella una muestra de todo lo contrario? En otras palabras, ¿no es este enfrentamiento ideológico un claro ejemplo de interacción? Si esto no fuera cierto, ¿cómo podríamos explicar la naturaleza

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Monguió, 1965, p. 319.

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de las intervenciones posteriores de Aribau y López Soler en el periódico El Europeo de Barcelona (1823-1824) en las que los dos críticos tratan de defender y reafirmar algunos de los principios defendidos por Böhl de Faber durante los años que duró la querella? Marrast se empeña en demostrar equivocadamente que «la querella fue una polémica personal sin mayor resonancia, que no suscitó revuelo ni tomas de postura al margen de los adversarios»43 cuando, en realidad, el hecho de que los adversarios de Böhl de Faber no adoptaran un tono más elevado, abierto y directo en el debate se debe fundamentalmente a la presión ejercida por la censura gubernativa contra ellos. Esta última es la que en verdad elimina la posibilidad de réplica de los adversarios de Calderón en la polémica. El problema de Marrast sigue siendo el carácter tan extremadamente local que concede a la querella. Aquí argumentamos que precisamente el hecho de reconocer que ya existía un cierto debate en toda España permite valorar la querella como uno de los capítulos que conforman la polémica en la que Calderón tenía una importancia fundamental y en la que fueron participando las élites intelectuales del país para defender y mantener viva una determinada idea de España y de su identidad nacional. Donald L. Shaw demuestra en su artículo «Spain. RománticoRomanticismo-Romancesco-Romanesco-Romanticista-Romántico» (1972) que la querella fue el evento que introdujo los principios teóricos del Romanticismo que más adelante se adaptarían a la realidad española. Entonces, si esto fuera cierto, deberíamos preguntarnos por qué ya en el siglo XVIII los escritos de un considerable número de pensadores —Erauso y Zabaleta, Romea y Tapia, Clavijo y Fajardo, y otros— presentan también una defensa y/o ataque de los mismos aspectos y supuestos que Böhl de Faber, Mora y Alcalá Galiano debaten a lo largo de la querella. La única diferencia es que los pensadores del XVIII no disponen del manifiesto de A.W. Schlegel a partir del cual se supone que se inicia el enfrentamiento del siglo XIX, pero la exaltación y la manipulación que se efectúa de Calderón y su época sí aparecen. Böhl de Faber recupera solo aquella parte del esquema de Schlegel en la que afirma que el cristianismo originó la división de la literatura occidental en dos grupos, uno clásico centrado en la Antigüedad y otro romántico en el que se forma la exaltación de

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Marrast, 1989, p. 65.

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Calderón. Böhl de Faber no está pensando en el significado del Romanticismo cuando efectúa la exaltación de Calderón porque, si esto fuera así, no lo habría defendido. Es decir, lo que verdaderamente le interesa no es la literatura, sino convertirse en apologista del Antiguo Régimen. En 1974 y 1975, Hans Juretschke publica Origen doctrinal y génesis del romanticismo español y «La recepción de la cultura y ciencia alemanas en España durante la época romántica», respectivamente. En este último, dedica un apartado especial a analizar algunos aspectos relacionados con la querella.Valora de precaria la situación cultural por la que atravesó España durante el primer tercio del siglo XIX y prácticamente considera a Böhl de Faber como el gran salvador de este ‘imaginado’ declive cultural. Además, en la primera obra citada, aunque defiende la idea de que Böhl de Faber introdujo y difundió la corriente romántica de claro origen alemán en España, al menos confirma que dicha corriente adquirió en sus manos una orientación catolizante y reformadora que la convirtieron en un movimiento o corriente antirrevolucionaria44. Carnero publica en 1978 Los orígenes del Romanticismo reaccionario español: el matrimonio Böhl de Faber, una obra esencial para el estudio de la querella, especialmente por la calidad y diversidad de materiales sobre los años en los que se desarrolla. Uno de sus aspectos más importantes se encuentra en el análisis de nuevos y valiosos documentos pertenecientes a la obra pública y privada del matrimonio Böhl de Faber, que Pitollet no llega a incluir en su Querelle. Destacan, en especial, algunos manuscritos y un folleto impreso por doña Francisca, pertenecientes a la biblioteca nacional de Viena, así como el rico fondo documental conservado por la familia Osborne, sucesora de los Böhl de Faber. El examen de los documentos permite a Carnero ilustrar, primero, el carácter ultraconservador, religioso y monárquico no solo de Böhl de Faber, sino también de su esposa doña Francisca de Larrea; segundo, el fuerte favoritismo político del que los esposos gozaron durante los años correspondientes al Sexenio Absolutista, algo obviado por Pitollet; tercero, el fuerte entronque de su pensamiento con la ideología reaccionaria de la que procede y, por último, la consideración de que el problema literario discutido en la querella es el

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Juretschke, 1974, pp. 16-17.

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pretexto con el que los contendientes tratan, en realidad, de suavizar y enmascarar los propósitos ideológico-políticos de su obra. Posiblemente, la mayor contribución del estudio de Carnero se encuentra en la manera en que analiza el pensamiento de Böhl de Faber y sus colaboradores, inscribiéndolos dentro de la corriente reaccionaria que surge en España como respuesta dictada por el inmovilismo contra todo aquello que amenazara la pervivencia y mantenimiento del Antiguo Régimen: la Ilustración, la Revolución Francesa y las Cortes de Cádiz. El hecho de que se entienda el carácter español como algo formado por el catolicismo y las virtudes de él derivadas los lleva a una búsqueda retrospectiva en el pasado como forma de regeneración; a una exaltación del pueblo por su incontaminación de todo influjo francés. En definitiva, a un pueblo muy apegado al pasado, que se quiere esencialmente conservador e inmovilista. Ahora bien, aunque Carnero haya sido uno de los primeros en demostrar el fuerte entronque del pensamiento de los Böhl de Faber con la ideología reaccionaria española, partiendo de lo que Sullivan define como «a modern liberal perspective»45, su obra carece de algunos elementos necesarios para alcanzar una mejor comprensión del problema nacional en el que se inserta la querella: primero, la búsqueda o conexión de la polémica calderoniana con otras polémicas desarrolladas a lo largo de la centuria anterior en las que también se utiliza el nombre del dramaturgo barroco con las mismas intenciones e implicaciones político-ideológicas; segundo, la posible continuidad, la permanencia, la proyección, así como la interpretación del significado de la querella en la configuración de la historia futura del pensamiento español o, en otras palabras, el carácter y evolución de nuestra identidad durante el siglo XIX y, por último, el desequilibrio y la falta de atención concedida a la hora de analizar el pensamiento reformista español con el que se identifican tanto Mora como Alcalá Galiano. Sin la búsqueda en el pasado de raíces consistentes de las dos ideologías que se enfrentan, y no solo de una de ellas, no podemos llegar a comprender en su totalidad las posibles caras, facetas y ángulos del conflicto. Precisamente, de este aspecto carecen, no solo el estudio de Carnero, sino también los estudios de los críticos ya mencionados con anterioridad. En nuestra opinión, la querella es el claro exponente asintomático de toda una situación y una mentalidad y de una identidad dual que ha ido formándose y se-

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Sullivan, 1982, p. 53.

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guirá formándose a lo largo del tiempo. En otras palabras, de los enfrentamientos ideológicos originados durante aquellos años, y también durante los anteriores, se erige la estructura de una España que todavía hoy sigue vigente.Vicente Lloréns dedica también parte de su ensayo El Romanticismo español (1980) a la querella. De ella destaca la fuerte identificación que Böhl de Faber estableció entre la dramaturgia de Calderón y el catolicismo español para convertirlos en dos de los componentes esenciales de la cultura española. Aunque, para Lloréns, durante la contienda entraron en juego y se debatieron muchos y muy diversos aspectos, el que destacó, por encima del resto, fue el religioso. Él mismo señala que «Böhl, [...] identificando en absoluto la poesía de Calderón y el catolicismo español, los convirtió en términos inseparables que había que aceptar o rechazar íntegramente»46. Ahora bien, las pretensiones de Böhl de Faber iban mucho más allá del deseo de exaltar el aspecto religioso de la obra de Calderón, algo que en aquel momento nadie ponía en duda. Es decir, sus intenciones escondían el deseo de continuar con las labores de exaltación y manipulación, no solo de la figura y obra del dramaturgo, sino también de la de toda su época.Y una vez retocada y manipulada de acuerdo a los intereses de un grupo de adscripción política bien definida, la época de Calderón conseguía representar la máxima expresión de la religiosidad tradicional y de las heredadas jerarquías conservadoras. Sullivan examina en su estudio Calderón in the German Lands and the Low Countries: His Reception and Influence 1654-1980 la forma de la posible recepción e influencia que la obra y figura de Calderón pudieron tener fuera de España y, en especial, en Alemania. En él, analiza no solo los principales enfrentamientos producidos entre Böhl de Faber y Mora, sino también la posible influencia que la polémica pudo tener en la posterior dirección adoptada por la crítica a la hora de valorar la figura de Calderón dentro y fuera de España. En relación a este aspecto, Sullivan concluye que de la querella se desprenden consecuencias directas para la tendencia que la crítica seguirá en la recepción de Calderón en el siglo XIX, además de un fuerte significado y trascendencia que adoptará el significado de la futura España. La recepción calderoniana ha interesado en las últimas décadas a un nutrido número de críticos tanto nacionales como internacionales.

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Lloréns, 1979, p. 25.

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Destacan los estudios de Merrit R. Cox, «Calderón and the Spanish Neoclassicist» (1983); Franco Meregalli, «Consideraciones sobre tres siglos de recepción del teatro calderoniano» (1983);Antonio Regalado, Calderón. Los orígenes de la modernidad en la España del Siglo de Oro (1995) y Joaquín Álvarez Barrientos, «Pedro Calderón de la Barca en los siglos XVIII y XIX» (2000). Es notable también el estudio Construyendo la modernidad: la cultura española en el tiempo de los novatores (1675-1725) que Pérez Magallón publica en el año 2002, donde desglosa la compleja realidad de la última etapa del Barroco, a la que considera una época decisiva para el mundo de las ideas en la que se llegan incluso a establecer las principales directrices de actuación que se seguirán en el complicado proceso de configuración de lo que hoy entendemos por modernidad y de lo que hoy entendemos por España. En otro de sus estudios, «Hacia la construcción de Calderón como icono de la “identidad nacional”», Pérez Magallón considera que el proceso de creación de la identidad nacional se mantiene en constante efervescencia desde el pasado. A pesar de que se concentra exclusivamente en el siglo XVIII, demuestra que en las múltiples polémicas surgidas en la centuria, Calderón es uno de los temas en torno a los que gira la discusión del enfrentamiento ideológico-político que tiene como fin la creación y reafirmación de la identidad nacional española. También en la querella, Calderón sigue estando el centro de la polémica en la que participan las dos facciones ideológicas que tratan de dominar y controlar el país. De la misma manera, en las polémicas del siglo XVIII, el debate gira en torno a lo que la figura de Calderón representa. El tema de la querella es también analizado en estudios pertenecientes al nuevo milenio. Entre ellos, se encuentran el de: María José Rodríguez Sánchez de León «Prensa periódica y crítica literaria» (2004) y el de Alberto González Troyano «La singularidad gaditana entre uno y otro siglo» (2004). Quizás, el único en el que se atisba nueva luz es en «Debate literario y política», que Checa Beltrán publica también en 2004. En él, el crítico indaga en las raíces ideológicas de la polémica de 1814-20 y concluye que si no se hubiera llegado a «la gravísima situación política y el comienzo de la guerra con los franceses»47, el enfrentamiento podría haberse adelantado una década.

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Checa Beltrán, 2004, p. 158.

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La primera parte del presente trabajo se dedica a complementar la carencia de estudios calderonianos que muestren y profundicen precisamente en las raíces de la querella para poder insertarla sin resquicios dentro del intermitente proceso de configuración y definición de lo español. El objetivo aquí es inscribir el enfrentamiento entre Böhl de Faber contra Mora y Alcalá Galiano dentro de todo un debate nacional de gran envergadura en el que el nombre de Calderón tiene mucho que decir. Es decir, la querella debe entenderse como un debate en el que los dos aspectos, el literario y el político, se confunden intencionadamente con un fin muy claro: conformar un tipo de conciencia nacional española, es decir una identidad colectiva estrechamente vinculada a las ideas de nación. 1.3. LOS HITOS FUNDAMENTALES (1814-1820)

DE LA QUERELLA CALDERONIANA

1.3.1. Marco histórico-temporal previo a su desenlace Los orígenes del siglo XIX en España se caracterizan por la existencia de gobiernos reaccionarios empeñados en conservar intactas las estructuras políticas, sociales y económicas del Antiguo Régimen y opuestos a la introducción de las reformas necesarias encaminadas a transformarlas y a crear una sociedad más acorde con el resto de Europa. A ello se une su asunción de que la mayor parte de la población española sigue siendo una población iletrada, maleable y fácilmente manipulable por parte de las clases tradicionalmente depositarias de la autoridad. Por consiguiente, las oligarquías, dueñas tradicionales del poder, que conocen a la perfección las claves para controlar al pueblo, intentan poner en marcha un plan de actuación que les permita la consecución de ciertos objetivos políticos, entre los que destaca el mantenimiento del sistema político y social predominante durante el Antiguo Régimen. Su plan consiste en el intento de difusión de una serie de ideas y criterios que ellos mismos han elaborado con el fin de controlar a la sociedad y de posibilitar el mantenimiento y permanencia de unas instituciones en peligro de extinción que, por oponerse a los ideales del mundo moderno, han sido y están siendo seriamente criticadas y atacadas por intelectuales de diferente ideología fuera y dentro de España.

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Su proyecto de defensa del mantenimiento del Antiguo Régimen y de la tradición frente al cambio y la renovación se basa en la identificación de todo aquello que proceda directa o indirectamente del exterior como francés o revolucionario por ir en contra de las estructuras y principios constituyentes de lo que ellos entienden como su única y verdadera identidad nacional. La esencia nacional que defienden está compuesta de aspectos y valores inmutables, permanentes y pertenecientes a la época de Calderón porque, en su opinión, dicha época contiene los verdaderos modelos nacionales que representan lo que ellos entienden como lo auténtico nacional español. De esta forma, el grupo reaccionario utiliza las letras y glorias del siglo XVII como el medio esencial en el que buscar las verdaderas y diferenciadoras raíces de su identidad y su derecho de pertenencia a la nación española. Su ideario político se encuentra condensado en el siguiente planteamiento de Javier Herrero: [...] porque durante el siglo XVIII hemos admitido en nuestro país las destructoras ideas que venían de Francia, porque hemos ido renunciando a nuestras costumbres, a nuestro ser español, nos vemos ahora hundidos en una universal decadencia. Pero aún no es tarde; la agresión francesa ha sido un bien, pues al mostrarnos la verdadera cara del racionalismo y de las falsas ideas regeneradoras, nos muestra la necesidad de rechazarlas y de regresar a lo genuinamente español48.

En otras palabras, para el grupo reaccionario son aspectos claves los siguientes: primero, que la culpable de la situación de decadencia de España es Francia, por haberse permitido la entrada de ideas procedentes de ese país durante el siglo XVIII; segundo, que lo mejor para superar el estado de crisis consiste en eliminar el afrancesamiento y regresar al más puro casticismo español característico de épocas pasadas en las que España ha ocupado el lugar de primera potencia mundial; tercero, que el periodo de la historia correspondiente al Siglo de Oro, de la misma manera que lo han hecho los anti-reformistas en el XVIII, debe ser revalorizado y aclamado nuevamente por representar el eco y recuerdo del esplendor literario, político y militar que se quiere oponer a la influencia francesa. Para Josep Fontana, esta postura mantenida por el bando reaccionario en relación a Francia es «algo 48

Herrero, 1988, p. 220.

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LA RECEPCIÓN DE CALDERÓN EN EL SIGLO XIX

que solo cabe en una visión paranoica de la historia»49. En realidad, el rechazo hacia lo francés encierra algo más, ya que, mediante él, el bando reaccionario consigue desarrollar un arma de combate con la que atacar a sus adversarios en materia política, quienes, en su opinión, debido a la propensión que muestran hacia Francia, también intentan romper y destruir cualquier atisbo de tradición propiamente española. Así, por extensión, para los reaccionarios, son enemigos de la patria todos aquellos españoles que no expresen abiertamente cierto odio hacia cualquier tema relacionado o concerniente a lo francés. Dada la situación y circunstancias políticas presentes en este momento, el resultado de la adopción de una postura como esta es inmediato y se traduce tanto en la completa separación del bloque ilustrado-liberal de la unidad nacional por parte de los ideólogos de la reacción, como en la persecución de intelectuales pertenecientes a la España liberal a partir del reinado de Fernando VII, por ser acusados de grave inclinación y apoyo a ciertas ideas revolucionarias procedentes de Francia. Como es de esperar, también, los principales representantes y defensores de la ideología liberal durante la querella, Mora y Alcalá Galiano, van a sufrir en carne propia la amenaza, persecución y castigo de los gobiernos reaccionarios y absolutistas tanto por su directa identificación con la anti-España liberal y reformadora, como por su amplio despliegue de ideas y activa participación en la querella. De este modo, la ira nacionalista conservadora, que aparece con gran fuerza a principios del siglo XIX, establece la escisión del país en dos bandos irreconciliables y es la causa fundamental de la aparición de los enfrentamientos producidos durante este momento crítico de la historia de España entre los reaccionarios católicos, españoles castizos y partidarios de la monarquía absoluta, y los liberales, a quien los anteriores consideran enemigos de la patria y destructores de la sociedad, la Iglesia y las instituciones tradicionales. Como fruto de la ira, los dirigentes de ambos bandos manipulan y utilizan a su manera la figura y la época de Calderón para tratar de imponer su propia visión de la identidad nacional. Sus fuerzas se enfrentan en la guerra de Independencia (1808-1814) que, en un principio, es considerada como un conflicto religioso que pretende acabar tanto con los infieles fran-

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Fontana, 1979, p. 18.

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ceses como con aquellos que les apoyan en el suelo español, los ilustrados, convertidos a partir de este incidente, con una carga peyorativa que parece imborrable, en afrancesados. En otras palabras, se considera a la contienda, en palabras de Fernando Wulff, como «una renovación, como otra guerra de religión, un combate español, que seguía esa tradición de defensa del catolicismo del siglo XVI contra las ideas anticristianas, que querrían llevar a España a un estado social ya pasado, a descender del cristianismo al paganismo, a ese mundo representado por la Revolución Francesa»50. Ya desde sus orígenes, la guerra de Independencia se presenta como una sólida manifestación de reafirmación de lo nacional debido a que el fin último del bando conservador, en lo que al conflicto bélico se refiere, es ligarlo o relacionarlo con el debate político que gira en torno al ente nacional. Es decir, el conflicto representa una «exaltación de lo propio» provocada por la reacción en respuesta a «un odio a lo foráneo y especialmente a lo francés»51, palpable en las elevadas dosis de xenofobia antifrancesa que las élites políticas y culturales del país, defensoras de cierta ideología, provocan y avivan desde su propio seno. Con la guerra de Independencia se demuestra, una vez más, «la profunda adhesión de los españoles a la identidad»52 nacional que el bando reaccionario trata, por aquel entonces, de promocionar e imponer con más fuerza que nunca, y que consiste en la defensa de la religión católica, la lealtad al rey y la adhesión a los valores nobiliarios tradicionales. De esta forma, la manipulación ideológica, realizada antes y después de la contienda, es la causa principal de que el odio hacia lo francés, en los momentos previos al desarrollo de la querella calderoniana, resulte en la siguiente identificación: francés, afrancesado y afrancesamiento con revolución, revolucionario y anticatólico. En palabras de Carnero: «insocial, inmoral, anárquico y ateo: un enemigo público»53 partidario de la «preceptiva literaria neoclásica»54. Una vez entendida la simbología que rodea el conflicto bélico de principios del siglo XIX, podemos concluir afirmando que, en la España anterior a la querella, los reaccionarios tienen bien asumida la idea de 50

Wulff, 2003, p. 120. Wulff, 2003, p. 121. 52 Álvarez Junco, 2001, p. 129. 53 Carnero, 1974, p. 271. 54 Carnero, 1974, p. 269. 51

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que los afrancesados se oponen a que el país marche por los únicos senderos de gloria que le son posibles, los del pasado. En definitiva, para los reaccionarios, por un lado, en la mirada al pasado se puede apreciar la identificación de España con su fe católica; y por otro lado, el hecho de que lo extranjero y lo no ortodoxo signifiquen lo mismo hace que cualquier intento de introducción y apoyo hacia esos elementos sea considerado por principio un acto antinacional. Entre los principales reaccionarios del siglo XIX se encuentra la figura de Böhl de Faber, quien mediante una activa participación en la querella lucha para imponer una noción identitaria colectiva basada en el uso de elementos pertenecientes al pasado de España.

1.3.2. Una aproximación al desarrollo de la querella calderoniana (1814-1820) Durante los años en que se desarrolla la querella (1814-20) la exaltación del Siglo de Oro, la vuelta a la tradición medieval y la devoción al genio nacional cobran aún más protagonismo que durante la época correspondiente a la guerra de Independencia, o al menos es la idea que nos han transmitido los principales estudiosos que se han ocupado del problema. En relación a sus orígenes, Checa Beltrán sitúa el inicio en el año 1805, fecha en la que se produce ya el primer enfrentamiento conocido entre Böhl de Faber y Mora y Alcalá Galiano, que será aplazado como consecuencia de la guerra de Independencia. Ese año aparece una publicación de Böhl de Faber en Variedades de Ciencias, Literatura y Artes del artículo «Reflexiones sobre la poesía» en el que «se delinean muy esquemáticamente los principios»55, que luego defenderá el grupo conservador con Böhl de Faber a la cabeza. El resto de investigadores, entre los que se destacan los ya mencionados Pitollet, Carnero, Tubino y Ángel del Río, coinciden al ubicar el germen de la querella en el momento en que Böhl de Faber publica un artículo en el número 121 de la revista «no literaria» Mercurio Gaditano con fecha de 16 de septiembre de 1814. En el artículo, titulado «Sobre el teatro español. Extractos traducidos del alemán de A.W. Schlegel por un apasionado de la nación española», que consiste en una adaptación

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Checa Beltrán, 2004, p. 158.

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anónima de las páginas relacionadas con el teatro del Siglo de Oro español de unas lecciones sobre el teatro universal, que August Wilhelm Schlegel había impartido en Viena en 1808 y publicado en 1809 y 1810, ocupan un lugar central los dramaturgos españoles del Siglo de Oro y, en especial, la figura de Calderón.A lo largo del artículo, Schlegel presenta, en palabras de Lloréns, «un examen del teatro universal desde el griego de la Antigüedad hasta el contemporáneo, que por su novedad tuvo inmediata resonancia europea»56. Böhl de Faber utiliza y modifica con cierto interés parte del planteamiento de Schlegel, entre otras razones, para hacer públicas sus principales preocupaciones literarias en la teoría, pero ideológico-políticas en la práctica. Es decir, parece que curiosamente traduce mal, de una manera sesgada y que incluso llega a suprimir aquellas partes del artículo que se desvían o que no respetan el objetivo principal que él tiene en mente. Entre otras, las partes que llega a eliminar son las referentes, como bien señala Lloréns, «al estado moderno español, a la pérdida de las libertades medievales y a la tiranía política de Felipe II»57. Dicho de otro modo, Böhl de Faber modifica: las opiniones de su compatriota para subrayar la peculiaridad de la literatura española, que en sus mejores manifestaciones —el teatro barroco— desprecia las normas del clasicismo afrancesado, y para destacar el esencial carácter católico y monárquico del pueblo español, que ha sabido mantener su idiosincrasia frente a los presupuestos y los ataques de las fuerzas revolucionarias, encarnadas naturalmente por Francia58.

En otras palabras, en el artículo publicado en Mercurio Gaditano, Böhl de Faber, «con una preocupación religiosa cada vez más intensa»59 tras la invasión napoleónica, establece una defensa férrea del teatro del Siglo de Oro y especialmente de la obra y figura de Calderón, no solo para demostrar la gran «fantasía poética y profunda espiritualidad cristiana»60 que caracterizan al dramaturgo, sino también, tal y como Carnero considera, para exaltar «la España bélica de la Reconquista y del periodo

56

Lloréns, 1979, p. 11. Lloréns, 1979, p. 27. 58 Checa Beltrán, 2004, p. 159. 59 Lloréns, 1979, p. 16. 60 Álvarez Junco, 2001, p. 383. 57

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de los Austrias, y su expansionismo imperialista», «la definición del carácter español como ‘caballeresco’ y ‘religioso’», y cómo no, «la condena en bloque de la Ilustración y sus consecuencias»61. Como buen reaccionario, Böhl de Faber considera el espíritu nacional español tal y como ha quedado codificado en la obra de Calderón, es decir, como un espíritu dominado por valores relacionados con lo heroico, lo caballeresco, lo religioso (católico) y lo monárquico (de los Habsburgo), típicos del mundo medieval y que la Europa moderna, en su opinión, iba perdiendo. En palabras de Álvarez Junco, para Böhl de Faber, «la identidad española equivale al orden social y mental existente durante el antiguo régimen»62, a la creatividad y pureza propia del Siglo de Oro, la cual, desgraciadamente, ha decaído a lo largo del antiespañol siglo XVIII como consecuencia de la entrada de influencias francesas que provocan su alejamiento y desprecio. Hoy en día, resulta cada vez más difícil aceptar que la querella fuera tan solo un enfrentamiento estético-literario sin repercusiones en la historia del pensamiento español. Esta versión tan tradicional, que simplifica y reduce al máximo las motivaciones que producen su aparición y desarrollo, se entiende aquí como un planteamiento que limita la verdadera comprensión de la complejidad de la polémica. Lo literario se utiliza a lo largo del enfrentamiento como la excusa con la que camuflar ciertas y reaccionarias ideas políticas de todos aquellos que, como Böhl Faber, desean la pervivencia de una monarquía teocrática en lo político. La querella se convierte en polémica política porque los comentarios y reflexiones, en extremo conservadores, que Böhl de Faber incluye de forma anónima en un periódico que no tiene carácter literario, como es el caso de Mercurio Gaditano, se hace para provocar cierta reacción crítica entre los intelectuales del bando de ideología contraria. Es justo entonces cuando dos representantes de este último bando se declaran defensores sin tasa de lo que tanto desprecia y critica Böhl de Faber, «la influencia clásico-francesa».63 En concreto, José Joaquín de Mora, íntimo amigo de los Böhl de Faber y, especialmente, de doña Frasquita, a quien Monguió considera «una figura de interés en la historia política y literaria de España y de varios países

61

Carnero, 1978, p. 168. Álvarez Junco, 2001, p. 388. 63 Tubino, «El romanticismo en España», p. 187. 62

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hispanoamericanos en la primera mitad del siglo XIX»64, es el primero en criticar y atacar con severidad las reflexiones de Böhl de Faber mediante la inserción de un artículo en el número 127 de la misma revista que antes había publicado el artículo del alemán y que titula «Crítica de las reflexiones de Schlegel sobre el teatro insertas en nuestro número 121». En este artículo, Mora, cuya ideología política ha sido definida por Carnero en alguna ocasión como la de un «monárquico constitucional moderado [...] con mentalidad irreconciliable con el radicalismo de Böhl»65 «se opone a considerar el teatro barroco español como prototipo de toda nuestra literatura, habida cuenta de su carácter ideológico, fuertemente monárquico y teocrático»66. Además, no solo se opone al teatro barroco, sino que también lo desprecia, llegando incluso a definirlo como algo detestable y negativo para la evolución y el progreso de España. Discute además las pretendidas excelencias de Calderón, burlándose de las adulaciones y alabanzas altisonantes de Böhl de Faber. La polémica entre Böhl de Faber y Mora se desarrolla en el tiempo y poco a poco van definiéndose con mayor nitidez los pilares fundamentales de un enfrentamiento producido por razones de discrepancia ideológico-política entre partidarios del mantenimiento de la tradición, católicos y monárquicos, y partidarios de la renovación y el cambio. La situación que se vive ahora deriva de la complicada realidad que envuelve el caso de la guerra de Independencia en la que no hay que olvidar dos aspectos: primero, que verdaderamente se produce la invasión foránea francesa y, segundo, que para los ilustrados la situación es un tanto difícil puesto que unos apoyan a José I y los otros alimentan las filas de la resistencia a la invasión. Un punto de cierta inflexión en la polémica calderoniana es la nueva réplica de Böhl de Faber a Mora que aparece en el mismo año de 1814, titulada «Donde las dan las toman», en la que Böhl de Faber desvía la discusión de una manera más directa hacia el peligroso terreno de la ortodoxia política consagrando, en palabras de Carnero, «sus opiniones bajo la advocación de la Religión y la Monarquía»67.

64

Moguió, 1965, p. 303. Carnero, 1978, p. 166. 66 Checa Beltrán, 2004, p. 159. 67 Carnero, 1978, p. 171. 65

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En su artículo, Böhl de Faber identifica el espíritu caballeresco del pueblo español propio de la literatura española del Siglo de Oro, y en especial el del teatro de Calderón, con el espíritu que precede la guerra de Independencia. Finalmente, concluye con la idea de que quien desprecie un espíritu desprecia el otro. Böhl de Faber se aferra a la idea de que Calderón ha representado en sus obras virtudes tan españolas como el honor, la religiosidad o la lealtad sin límites al monarca, las mismas que hicieron de España la primera potencia europea en tiempos pasados y, por esta razón, en su opinión, todo enemigo de Calderón va en contra de la religión y la monarquía, entendidas como sinónimos del catolicismo ortodoxo y el absolutismo monárquico. Básicamente, quien no aprecie la obra de Calderón no puede considerarse patriota. De esta forma, en la réplica a sus contradictores, Böhl de Faber, primero, identifica claramente el espíritu caballeresco español, representado en los dramas de Calderón, con la oposición popular a los franceses y el heroísmo de los combatientes españoles; segundo, convierte el teatro calderoniano en lo que Álvarez Junco define como «algo consustancial al carácter nacional, [...] en una cuestión de patriotismo»68 al considerar el «espíritu nacional español tal como había quedado codificado en la obra de Calderón»69 y, para terminar, conduce sus afirmaciones sobre Calderón y su defensa del teatro español hacia el terreno político-religioso en una de las épocas más negras del absolutismo fernandino, el Sexenio Absolutista. Carnero se refiere a este último aspecto con lo siguiente: «la polémica cubre los mismos años que la primera restauración absolutista: si el primer documento corresponde al Decreto del 4 de mayo de 1814, el primero de aquélla es el artículo de Böhl en el número 121 del Mercurio Gaditano (16 de septiembre de 1814)» 70. En definitiva, tal y como señala Pitollet, en la mente idealizadora de Böhl de Faber, patriotismo, arte y religión formaban un todo indisoluble»71. La querella tiene raíces tanto o más político-filosóficas que las puramente literarias, en especial porque las radicales ideas conservadoras de Böhl de Faber se encuentran respaldadas por el poder político. A

68 69 70 71

Álvarez Junco, 2001, p. 385. Álvarez Junco, 2001, p. 385. Carnero, 1974, p. 267. Pitollet, 1909, pp. 106-107.

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partir de este momento, lo más importante y significativo es la dirección que imprime Böhl de Faber a la polémica, puesto que llega a encerrar un interés particular por lo que revela sobre la mentalidad del momento y por las consecuencias que de todo ello van a derivarse. Ni Mora primero ni Alcalá Galiano poco después consiguen replicar en la polémica al mismo nivel que Böhl de Faber, ya que la censura gubernativa les impide tratar al adversario político tan duramente como les hubiera gustado, en particular porque es una época en la que todos los afrancesados o aquellos considerados como tal, en este caso los liberales, no solo son candidatos al desprecio de los demás, sino también a sufrir toda una cadena de medidas persecutorias que podrían terminar con su expatriación. Lo importante aquí es que para los conservadores reaccionarios, Calderón sigue siendo el punto fuerte para lo que Shaw considera la defensa enérgica de los valores tradicionales católicos72 y el compendio y esencia del programa del sistema ideológico que han constituido para luchar contra la Revolución Francesa y el despotismo de Napoleón. La desviación de la polémica hacia el terreno político existe, y su trascendencia en la articulación ideológica de la política reaccionaria es un hecho, a pesar del desacuerdo existente todavía entre aquellos que como Jean-Louis Picoche se empeñan en convertirla en una más de las innumerables riñas eruditas que conoció el siglo XVIII y perduraron ampliamente a lo largo del XIX73. Con el Sexenio Absolutista por delante, Böhl de Faber sabe que tiene ventaja en la contienda al actuar como portavoz cultural del absolutismo fernandino. De hecho, quizás la polémica no habría continuado sin la nueva réplica que el mismo Böhl de Faber envía en el año 1817 a la Crónica Científica y Literaria, de la que, por aquel entonces, era redactor el mismo Mora. A pesar de que por su título el periódico podría parecer literario, sin embargo, su evolución en poco menos de tres años al diario político El Constitucional demuestra cuáles eran sus verdaderos intereses y objetivos. Este dato no lo duda María Cruz Seoane, quien en su estudio dedicado a la prensa periódica publicada entre los años 1814 y 1820 llega a mencionar que la publicación de Mora cambia la orientación literaria y científica, que parece tuvo en un principio, por la

72 73

Shaw, 1972, p. 353. Picoche, 1981, p. 154.

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orientación política, quizás más acorde con la postura ideológica de Mora: «el liberalismo es en la escala de las opiniones políticas lo que el gusto clásico es en las literarias»74. Esta vez, Böhl de Faber se encuentra respaldado por su esposa doña Frasquita, cuya identidad aparece oculta a lo largo de la querella bajo el seudónimo de Cymodocea. En 1817 publica el escrito titulado un Sueño que contiene partes de un cariz tan marcadamente político como la siguiente: vuelvan los Españoles a amar y admirar a su patria, nútranse de los recuerdos de sus glorias nacionales, considérense los unos a los otros como dignos descendientes de sus ilustres antepasados, aprecien lo que poseen y ya que en algo han de imitar a los Estrangeros, sea en el buen nombre que todos ellos se jactan de dar a su Patria; y yo aseguro que prosperará de nuevo la España con solo los sentimientos grandes que inspira el verdadero patriotismo75.

Lloréns y Carnero consideran que es precisamente la esposa de Böhl de Faber la que, en varios momentos de la polémica, acentúa la nota política atacando duramente a los partidarios de la Ilustración y adversarios de Calderón y acusándoles de ‘malos españoles’ 76. Tras este embate de doña Frasquita, la polémica continúa desarrollándose porque Mora y Alcalá Galiano la reanudan ahora mediante la publicación conjunta de un folleto titulado «Los mismos contra los propios o respuesta al folleto intitulado Pasatiempo crítico» que esta vez no aparece en la Crónica Científica y Literaria de Madrid que Mora ya había dejado de dirigir, sino que aparece en un periódico barcelonés, quizás porque, tal y como Lloréns opina, «el censor de Madrid, harto seguramente de la polémica y de tanto Calderón arriba y abajo, lo había prohibido»77. En nuestra opinión, este aspecto es un claro indicador de la repercusión de carácter político y nacional, y de ningún modo literario y local, que hasta ahora se ha querido conceder a la significación y alcance de la querella. Otro indicador del significado político de la contienda se encuentra en el rechazo que Alcalá Galiano efec-

74

Seoane, 1983, p. 85. Carnero, 1978, p. 182. 76 Lloréns, 1989, p. 21, Carnero, 1978, p. 181. 77 Lloréns, 1989, p. 22. 75

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túa de «la acusación de francesismo que se lanzó contra Mora y sus partidarios» la cual, sin duda alguna, «en aquellos momentos podía tener graves consecuencias para los inculpados»78. La polémica no termina aquí puesto que poco después Böhl de Faber, una vez nombrado académico honorario por la Real Academia Española, comenzó, en palabras de Lloréns, «a recopilar todo lo que había publicado desde el comienzo de la polémica, no sin correcciones y supresiones significativas, hasta formar el volumen titulado Vindicaciones de Calderón y del teatro antiguo español contra los afrancesados en literatura, que apareció en Cádiz en 1820»79, año en que se da por terminada la polémica. Tal y como se aprecia a partir del título de la obra, Böhl de Faber intenta, por un lado, que la figura de Calderón se erija como la máxima representante del teatro de su época y, por el otro, que el dramaturgo termine identificándose con aquellos partidarios de la ideología política que un día de 1814 decidió iniciar la polémica que lleva su nombre. A lo largo de este apartado se han citado algunos de los textos que salieron de la pluma de Böhl de Faber y sus colaboradores para extraer y obtener, según el lenguaje común que todos comparten, el verdadero objetivo de la querella, es decir, que su motor de arranque fue claramente político y no literario, tal y como se quiso hacer entender al utilizar la imagen de Calderón en la disputa para disfrazar el tema político con ropajes literarios. En ella se enfrentan los acérrimos partidarios de la monarquía al uso antiguo, absoluto y absolutista, contra aquellos revolucionarios o liberales como Mora, partidarios de la aceptación de la modernidad, en un intento de ejercer cierta manipulación política por parte de ambos grupos para configurar y establecer su propio y respectivo modelo de identidad nacional. En particular, Böhl de Faber, reaccionario empedernido, retoma la figura artificialmente construida de Calderón que cuadra con el culto a las nacionalidades y su glorioso pasado para, a partir del símbolo que representa el dramaturgo, planear un proyecto de presente y futuro para la regeneración de España, es decir, un proyecto que devuelva —o que, de alguna manera, legitime— el poder a los sectores sociales que han tratado de fomentar esa misma ideología en el pasado. Por ello, el ver-

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Lloréns, 1989, p. 23. Lloréns, 1989, p. 24.

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dadero significado de la querella no solo se concentra en la valoración exclusiva de Calderón y su dramaturgia, sino también «en la dimensión ideológica y política que se enmascara bajo diferentes disfraces»80. Viene al caso mencionar de nuevo que la apropiación de la imagen calderoniana, como símbolo y estandarte de cierta ideología política, no termina con la querella, sino que perdura y reaparece sucesiva e intermitentemente a lo largo del tiempo ocupando el núcleo central de un mismo enfrentamiento. La razón de la reaparición de Calderón se encuentra en que, sin duda, como indica Álvarez Barrientos, el dramaturgo es patrimonio de todos aquellos que dirigen el país 81, de todos aquellos que participan en el proceso de articulación de la identidad nacional, que en el caso español se traduce en un largo y complejo enfrentamiento de carácter político, ideológico y nacionalista mantenido a lo largo del tiempo.

1.3.3. Hacia una comprensión global del significado de la querella calderoniana En el apartado anterior se ha expuesto con detalle el desarrollo de la polémica calderoniana de acuerdo a la sucesión cronológica de sus documentos. Ahora, cabe preguntarse si los dos bandos ideológicos más representativos del país, tradicionalistas y reformistas, coinciden a la hora de aceptar la idea de que Calderón representa el conservadurismo, tradicionalismo y españolismo característicos del siglo XVII, ¿querrían los reformistas, utilizando también la estrategia de aceptación de la imagen de Calderón, recuperarlo para después terminar negándoselo a los conservadores?, ¿por qué surge un enfrentamiento y se abre un debate tan largo y acalorado en torno a lo que representa la imagen del escritor barroco? En otras palabras, ¿por qué la imagen de un dramaturgo se convierte en el punto de fricción de un debate en el que lo que verdaderamente se cuestiona no es algo literario, sino el sentido y esencia de lo español? Se ha demostrado que el conflicto surge por la diferente actitud de aceptación o rechazo que cada bando expresa hacia los valores que encierra dicho significado, y no la figura y obra exactas del

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Pérez Magallón, 2002b, p. 276. Álvarez Barrientos, 2000, p. 312.

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dramaturgo, debido a que este es el punto de partida a partir del que pretenden desarrollar su propia visión de la identidad nacional. Es decir, los pensadores reformistas no aceptan que los valores tradicionales, conservadores y religiosos, que se han identificado como preponderantes en la obra de Calderón, sigan siendo defendidos y mantenidos dentro de España. Esto es algo que va en contra de su filosofía a favor del progreso. Por su parte, los pensadores tradicionalistas sienten y se ven obligados a defender a Calderón de los ataques de sus enemigos políticos porque los valores tradicionales que el símbolo de Calderón encierra son precisamente los que ellos desean mantener vigentes dentro de España. Entonces, unos y otros construyen juntos la simbología que se esconde bajo el nombre de Calderón para poder continuar con su batalla ideológica. En otras palabras, unos y otros persiguen conservar o modificar los valores que para ellos conforman la conflictiva identidad nacional española a través del uso selectivo de la imagen de Calderón, y esto es precisamente lo que se debate en la querella. Böhl de Faber, Mora y Alcalá Galiano son conscientes de que su época demanda una redefinición de los valores nacionales y la única diferencia entre ellos es la actitud y orientación político-ideológica que cada uno adopta a la hora de redefinirlos. Para tradicionalistas como Böhl de Faber, en palabras de René Andioc, «lo español se reduce al siglo XVII [...] por la repulsa de una evolución a la que se niega la calidad de nacional»82. Es decir, el cambio que sus enemigos consideran necesario para la evolución de España, por el hecho de estar directamente conectado con la evolución seguida por el resto de países de Europa en el siglo XVIII, y más en concreto por Francia, es considerado por los tradicionalistas como un arma para luchar contra ellos, para acusarlos de antinacionales. Esa es la clave por la que el pasado se convierte para ellos en un modelo nacional, en algo a lo que hay que aspirar también en el nuevo siglo. Ahí se gestan los dos aspectos más importantes que van a tratar de defender a lo largo de la querella y de ahí procede, primero, su rechazo a ‘todo’ lo que se escribió, se pensó y se hizo durante el siglo anterior por antinacional y, segundo, el intento de glorificación de los que para ellos son los verdaderos valores nacionales, a través de una plena identificación con la simbología y el significado que encierra la compleja figura de Calderón.

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Andioc, 1987, p. 13.

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Dado que la querella representa la continuación temporal de un enfrentamiento de corte y esencia política de larga tradición en la historia de la ideas de España, el último mecanismo para entender la filosofía, el pensamiento político y el espíritu filosófico que la dan forma se encuentra en la búsqueda de su relación con otras polémicas que tuvieron lugar en el pasado y en las que también se utiliza el nombre de Calderón. Este entronque ideológico-político de la querella con las ideas predominantes durante la centuria ilustrada es lo que pretendo analizar a continuación. Quizás, lo único que cambia en el debate en el que participan Böhl de Faber, Mora y Alcalá Galiano es el contexto histórico que por aquel entonces comprende cuestiones tales como la guerra de la Independencia, el afrancesamiento y el liberalismo. Además, tal y como se ha mencionado, este proceso de redefinición de lo español, en el que se utiliza el nombre de Calderón, no se detiene en la querella sino que continúa reapareciendo en otras polémicas en las que el nombre del dramaturgo seguirá siendo manipulado.

1.3.4. Los antecedentes dieciochescos de la querella calderoniana (1814-1820) y del debate sobre la identidad nacional Para llegar a entender las raíces del debate sobre la identidad nacional española a lo largo del siglo XVIII, es primordial analizar el papel de la discordia surgida en torno al teatro. Las opiniones de los diversos pensadores acerca del estado de la escena española se dividen de acuerdo a sus creencias y diferencias ideológico-políticas. El desacuerdo surge porque varios reformistas plantean la necesidad de reformar el teatro debido, especialmente, al escaso valor de la mayoría de las piezas representadas en los escenarios españoles durante buena parte de ese siglo. Nótese que los tratadistas de aquel momento actúan movidos, no por imperativos de índole exclusivamente estética, sino más bien por imperativos relacionados con el ámbito de lo cultural, en el que tiene cabida la identidad nacional. En otras palabras, «el debate sobre el teatro no aborda cuestiones solamente dramáticas»83, sino todo lo contrario, ya que lo que en verdad persigue es la identificación de la sociedad con un tipo determinado de identidad cultural.

83

Bezhanova, Pérez Magallón, 2004a, p. 101

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Por aquel entonces, no faltan tampoco los defensores del teatro tradicionalista, quienes, al enfrentarse a los reformistas, dan origen a la controversia que constituye uno de los capítulos más apasionantes de la historia literaria en la que se inscribe la querella. Los objetivos de la defensa y ataque global que los diversos pensadores expresan hacia el teatro se resumen en: [por un lado] para los anti-reformistas el objetivo es preservar un modo determinado de visualización y representación de la nación —en el que la ideología católica y los valores que se le asocian siguen desempeñando un papel fundamental como instrumento de apoyo a la autoridad de la iglesia—, a la vez que un mecanismo necesario y aun esencial de escape; [y por el otro] para los reformistas no basta con conservar el teatro tal y como está, sino que se trata de fomentar y ahondar la secularización de la sociedad —con la separación de las esferas civil y religiosa, es decir, la autoridad regia de la eclesiástica—, avanzando en la reforma para situar los espectáculos teatrales al mismo nivel que los otros elementos de la configuración social y política que promueven los ilustrados y que puntual y temporalmente, va a ser apoyado por el gobierno84.

En el año 1737, Ignacio de Luzán inaugura con la publicación de su Poética el largo periodo de luchas entre la dualidad incompatible que presenta el espíritu genuinamente nacional y el del racionalismo extranjero, es decir entre aquellos que se muestran a favor de la dramaturgia y época calderoniana y los que se posicionan en su contra. Antes de la fecha de publicación de la Poética, España recibe los primeros ataques procedentes del exterior y, como consecuencia de ello, deja de contemplarse en su propio espejo ‘nacional’ para compararse por primera vez con el resto de países de Europa. Esta comparación resulta tanto en el conocimiento y descubrimiento de los aspectos que la diferencian y separan del resto de naciones del ámbito europeo como en la aparición de un doble y conflictivo deseo, que se convierte en preponderante y por el que se polemiza continuamente a partir de entonces. En palabras de Bezhanova y Pérez Magallón, en el proceso «de configuración y fomento del sentimiento de comunidad espiritual o cultural, uno de los mecanismos funcionales que han venido siendo empleados reside en el intento de construir una versión 84

Bezhanova, Pérez Magallón, 2004a, p. 101.

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determinada del pasado histórico que todos los miembros de la nación pueden y deben compartir»85. Es decir, la cuestión sobre la reforma teatral abarca básicamente dos ámbitos: primero, la búsqueda incansable de un posible y contundente significado para lo español y, segundo, una vez que cree haberse encontrado, el intento de imposición al resto de la sociedad de los valores que lo conforman. A pesar de las diferentes posturas que adopta la minoría intelectual sobre el significado de la idea de lo español, todos se sienten españoles y a todos les duelen las críticas y ataques dirigidos hacia España desde el exterior. De la misma manera que les sucederá a Mora y Alcalá Galiano, Luzán también sufre por la situación de inferioridad que su país presenta en comparación al resto de países de Europa y, en especial, frente a la situación y presión ejercida a partir de una Francia que se muestra en una posición de poder ascendente. Tras las páginas de su Poética se esconden, no solo los pensamientos de un crítico literario, sino también los de un español enormemente preocupado por la situación de decadencia que su país natal viene sufriendo desde el último cuarto del siglo anterior y que le ha provocado el desprecio del resto de naciones que le rodean. Luzán realiza una búsqueda introspectiva de las causas principales que han llevado a España a la decadencia y es uno de los primeros en encontrarlas en la tradicionalista y bárbara imagen del carácter nacional español que promueven de cara al exterior la mayoría de las obras dramáticas que le rodean. Para él, la visión de lo español que se transmite mediante la literatura dramática de su época, y por extensión la visión que se conoce en el exterior, está anquilosada y es desmesurada y exagerada. En realidad, aunque ataca a los principales géneros literarios del momento —la poesía y el teatro— sus críticas más severas van dirigidas contra el segundo de ellos, el teatro, al que considera un medio de difusión a partir del cual se puede llegar a imponer el carácter nacional deseado. En palabras de Meregalli, los pensadores que participan en el proceso de redefinición de lo español son conscientes de que «la recepción de una obra teatral, que implica versiones y condiciones muy complejas, tiene un impacto [...] directo en el público, que la recibe colectivamente»86. El cierre de este planteamiento nos lo da

85 86

Bezhanova, Pérez Magallón, 2004a, p. 102. Meregalli, 1983, p. 103.

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Ángel Valbuena Prat para quien: «Luzán abarca ya una oposición crítica, sobre el gran teatro nacional»87. En el libro tercero de su Poética, Luzán censura las obras de los dramaturgos del siglo anterior, y en particular las pertenecientes al creador del teatro nacional, Lope de Vega, y también las de Calderón, nuestro punto principal de mira. Por ejemplo, para Luzán, el mayor error cometido por Lope de Vega —del que apenas hemos hablado hasta ahora— en toda su producción dramática se encuentra en el hecho de que: lejos de corregir los defectos de la comedia que estaba en uso, se dedicó, con cierta ciencia de que hacía mal, a aumentarlos, coronarlos, engalanarlos y hacerlos sumamente vistosos y agradables al vulgo. [...] El aura popular que logra, tan extraordinaria que para elogiar cualquier cosa se decía es de Lope, junto con la necesidad en que se hallaba de adquirir con qué mantenerse, le hicieron que encerrase los preceptos con seis llaves, que sacase de su estudio a Plauto y a Terencio porque no le diesen voces, y que mirase con indiferencia el que le llamasen bárbaro Italia y Francia. Cuando en el año 1609 dio al público el Arte nuevo de hacer comedias, había escrito cuatrocientas ochenta y tres. [...] ¿Cómo pudo ser esto por más fecundidad que tuviese? No parándose a elegir asuntos propios para imitarlos en la representación; tomando a veces por argumento la vida de un hombre, y por escena el universo todo; trastornando y desfigurando la historia, sin respetar los hechos más notorios, con la mezcla de fábulas absurdas y con atribuir a reyes, príncipes, héroes y damas ilustres caracteres, costumbres y acciones vergonzosas o ridículas; haciendo hablar a los interlocutores según primero se le ocurría; a las mujeres ordinarias, criados y patanes como filósofos escolásticos, vertiendo erudición trivial y lugares comunes, defecto que comprende a todas sus obras, y a los reyes y personajes como fanfarrones o gentes de plaza, sin dignidad o decoro alguno88.

Luzán arremete contra la filosofía dramática y la falta de reglas y preceptos que contiene el Arte nuevo de hacer comedias. En su Poética critica los elevados niveles de exageración, inexactitud y deformación del carácter español que está presente sobre todo en las comedias de Lope. La culpa de la inexistencia de una visión moderna del carácter 87 88

Valbuena Prat, 1965, p. 445. Luzán, 1974, pp. 299-300.

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español la tienen, en su opinión, tanto la filosofía que se esconde detrás de todas y cada una de sus obras dramáticas como la falta de seguimiento de las unidades, la presencia del caos y la falta de proporciones adecuadas en el tratamiento de las acciones de los personajes. Además, en su opinión, las obras que siguen la corriente iniciada por Lope van en contra de las nuevas tendencias y de la evolución deseada porque transfieren un tipo de teatro al exterior —que es lo mismo que decir un tipo de identidad o carácter nacional— que no se corresponde con la realidad o, al menos, que no cuadra con el espíritu que predomina en «las naciones cultas en la teórica y en la práctica»89, en las que la producción dramática sigue las reglas y preceptos establecidos por Aristóteles y Horacio. Calderón es el otro dramaturgo contra el que Luzán lanza los principales dardos de su sátira debido a que sus frutos dramáticos representan una continuación del mismo espír itu filosófico y un seguimiento de las mismas reglas y preceptos que los contenidos en las obras de Lope. Desprecia las comedias de capa y espada de Calderón, cuyo origen y significado no llega a comprender: en las [comedias] de capa y espada no se qué tuviera por modelo. La invención, formación y solución del enredo complicadísimo; las discreciones, las agudezas, las galanterías, los enamoramientos repentinos, las rondas, las entradas clandestinas, el punto de honor y los escalamientos de casas; las espadas en mano, el duelo por cualquier cosa y el matarse un caballero por castigar en otro lo que él mismo ejecutaba; las damas altivas, y al mismo tiempo fáciles y prontas a burlar a sus padres y hermanos, escondiendo a sus galanes aun en sus mismos retretes; las citas nocturnas a rejas o jardines; los criados pícaros, las criadas doctas en todo género de tercería, por cuya razón hacen siempre parte principal de la trama; y en fin la pintura exagerada de los galanteos de aquel tiempo, y los lances a que daban motivo, todo era suyo90.

Luzán censura las comedias calderonianas porque los valores típicos del ser español y el modelo de conducta que en ellas se representa no coinciden con el modelo y filosofía de lo español que él defiende y quiere para España. Gabriela Makowiecka ha destacado la valentía

89 90

Luzán, 1974, p. 321. Luzán, 1974, pp. 301-302.

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que Luzán demostró al definirse en contra del estilo, temática y esencia de las obras principales de dos dramaturgos prácticamente intocables en aquel momento. De hecho, ha señalado que su postura le ocasionó muchos problemas y le hizo «sufrir muchas censuras, no solo durante su vida y en el siglo XVIII, sino también a lo largo del siglo XIX, cuando se levantaron numerosas voces para acusarle de falta de patriotismo, de afrancesamiento y de ser un helado preceptista»91. ¿No es esto precisamente lo que les ocurrió también a Mora y a Alcalá Galiano? ¿Por qué todos los que arremeten contra el símbolo de Calderón terminan siendo acusados de anti-patriotas? La Poética inicia la tendencia, a lo largo del siglo XVIII, de toda una corriente de pensadores ilustrados, tanto del campo político como del literario, en la que se reflexiona acerca de las implicaciones políticas, sociales y culturales que puede tener para el futuro de España y para su papel a nivel internacional el intento de defensa y exaltación de los valores del legado cultural —Lope y Calderón— que otros pensadores dieciochescos comienza encarecidamente a defender a partir de aquel momento. El debate sobre el significado de lo español, al que también pertenece la querella, comienza a perfilarse en el siglo XVIII a través de la postura de acuerdo o desacuerdo que se adopta ante las comedias del siglo anterior, las cuales, «en vez de enmendar y mejorar las costumbres de los hombres, las han empeorado, autorizando con sus ejemplos mil máximas contrarias a la moral y a la buena política»92. De esta forma, los que opinan como Luzán defienden que las comedias del Siglo de Oro no deberían tomarse en ningún momento como el referente para determinar los valores del carácter español y que la identidad nacional española no puede tenerlas como modelo. De ahí, el carácter urgente que conceden a la necesidad de la puesta en marcha de una reforma —o redefinición de los valores nacionales— que elimine la presencia de esos valores en las tablas. El papel e impacto de La Poética es esencial porque desde su publicación pasa a ser considerada como una obra clave con la que se identifica toda una corriente que aboga por la renovación y el cambio, que recorre todo el siglo ilustrado y que se extiende hasta la centuria siguiente. Tras Luzán, en palabras de Valbuena Prat, «se abriría una pasión desenfo-

91 92

Makowiecka, 1973, p. 243. Luzán, 1974, p. 309.

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cada, y un afrancesamiento servil»93. Después de su publicación, muchos pensadores se suman a la tarea de reconsideración del contenido de la producción literaria de los escritores del pasado y, para lo que aquí nos interesa, de la del polémico e (in)cuestionable Calderón. El origen de las polémicas en las que se utiliza el nombre de Calderón se remonta así a los escritos de pensadores dieciochescos como Erauso y Zabaleta, Clavijo y Fajardo, Romea y Tapia, Fernández de Moratín, Nasarre y Férriz y Nipho, entre otros. En todos sus escritos se observa «cómo una discusión aparentemente enfocada en el teatro [...] traslada al primer plano dos concepciones de la nación, de su identidad y de su construcción»94. Tales pensadores son los primeros en acercarse a la obra del dramaturgo barroco a partir de planteamientos poco o nada objetivos, además de demasiado unidireccionales, que han terminado dañando, no solo la imagen del escritor barroco, sino también la de toda su época. Esta última ha sido definida a partir de entonces como un periodo esencialmente monárquico, católico y tradicionalista. Como bien señala Álvarez Barrientos, en estos escritos Calderón es hecho «patrimonio de los [dos bandos] que dirigen el país»95 y que manipulan su imagen con fines eminentemente políticos. Curiosamente, los escritos de todos ellos demuestran la misma interpretación simplista y artificial de la imagen del dramaturgo, quizás porque ninguno es capaz de ofrecer una visión alternativa y distinta. Es decir, lo que todos quieren es, partiendo de la ideologización de Calderón, llegar a imponer quién y qué representa el sentimiento nacional: los valores de una sola ideología excluyente. Pocos años después de la publicación de La Poética de Luzán, aparece una lectura calderoniana —la de Erauso y Zabaleta (1750) — en la que se articula ya una percepción esencialista del ser nacional identificada icónicamente con la figura de Calderón96. Allí, el dramaturgo se convierte en arquetipo simbólico «del bagaje clásico castizo»97, y se encuentran las bases ideológicas con las que se lleva a cabo la defensa del dramaturgo, es decir, las de una ideología plenamente conservadora y patriarcal que conforma uno de los ángulos del espectro ideológico-político español. Como resultado de esa caracterización tan 93

Valbuena Prat, 1965, p. 447. Bezhanova, Pérez Magallón, 2004a, p. 102. 95 Álvarez Barrientos, 2000, p. 312. 96 Pérez Magallón, 2002b, pp.291-230. 97 Álvarez Barrientos, 2000, p. 312. 94

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superficial, que no tiene en cuenta la complejidad de la obra y figura calderonianas, Calderón se convierte en uno de los tópicos de la España imperial, católica, dogmática e inquisitorial, que no solo Erauso y Zabaleta, sino también Romea y Tapia, Nipho y Böhl de Faber retoman luego para acusar de anti-españolismo a sus enemigos en la esfera política, como Nasarre, Moratín, Mora y Alcalá Galiano, entre otros, también responsables directos del proceso de manipulación y apropiación de la figura y obra del dramaturgo barroco. Las invectivas o los elogios que unos y otros le lanzan a través de sus escritos se refieren, en realidad, a lo que su nombre representa para las dos corrientes más importantes del pensamiento político en la España de los siglos XVIII y XIX. En textos como el de Erauso y Zabaleta se observa la recepción e interpretación conservadora y tradicionalista de Calderón que Böhl de Faber exhibe posteriormente en sus escritos. Los elogios que el primero le lanza a Calderón demuestran, de la misma manera que en el caso de Böhl de Faber: primero, su amor hacia la idea de lo nuestro que procede del fuerte apego afectivo a la propia nación; y segundo, su propia versión de cómo es el carácter nacional español. Dichos elogios simbolizan la representación y defensa de lo que entienden como visión verdadera y única de cómo es el carácter nacional —y, por tanto, el nacionalismo— en términos que excluyen cualquier otra visión alternativa. En realidad, el objetivo en ambos siglos es que cierta visión tradicionalista del carácter nacional se convierta en elemento central del pensamiento cultural y político español, que ha sobrevivido en sus muchas manifestaciones hasta nuestros días. Esto explica que la razón por la que Böhl de Faber y Erauso y Zabaleta identifican la poesía de Calderón y el catolicismo español de una manera tan exacerbada se encuentra en su deseo de convertirlos en términos inseparables que hay que aceptar o rechazar íntegramente. Con esta fórmula consiguen que el descrédito mostrado por los reformistas hacia el teatro calderoniano no sea más que una forma de hostilidad a lo que significa espiritualmente. Tanto en los escritos de Erauso y Zabaleta como en los previos de Nasarre (1749) se establece, de la misma manera que ocurre con los de Böhl de Faber y Mora, cierta conexión e identificación de la producción dramática de Calderón con una imagen determinada de la identidad nacional española. En otras palabras, en todos ellos se perfi-

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lan los contornos del enfrentamiento intermitente que se va a producir entre las dos visiones esenciales a partir de las que se interpreta la identidad nacional. La contienda comienza en este caso con la publicación de la «Disertación o Prólogo sobre las comedias de España» (1749) que aparece en Madrid, como estudio preliminar a la edición de Ocho comedias y ocho entremeses de Cervantes, en la que Nasarre, siguiendo las directrices establecidas por Luzán, analiza las obras de los dramaturgos barrocos a través del prisma de una psicología social que es ya bastante diferente de la del siglo anterior. Apoya la idea de que lo que se proponía Cervantes, un escritor «de su bando»98, en sus Comedias y entremeses era parodiar, por el gran número de faltas y fallos que presentaba, tanto la producción dramática de Lope como la de sus más fieles imitadores y continuadores (entre los que sin duda se encuentra Calderón). En la producción dramática de este último, Nasarre considera que predomina exactamente lo contrario de lo que un neoclásico exige al teatro, es decir, que se retrate como honesto y aun heroico lo que no es lícito siquiera representar como reprensible, en definitiva que se dé prioridad al vicio y no a la virtud. Insiste mucho en que es inverosímil todo lo que Calderón representa en sus comedias y así lo manifiesta: «todo cuanto ni es verosímil ni pertenece a la comedia, lo pone sobre el teatro. No hace retratos, espejos ni modelos, si no decimos que lo son de su fantasía»99. De la misma manera que Luzán, Nasarre traza toda una red de convicciones ideológicas muy concretas que condicionan el desarrollo de las ideas sobre la creación artística del dramaturgo. Además, tal y como luego harán Moratín, Clavijo y Fajardo, Mora y Alcalá Galiano, Nasarre se muestra convencido de que las obras literarias españolas, leídas en el exterior, contribuyen a la creación y divulgación de cierta imagen de la nación en el extranjero. Si la imagen que se crea es negativa, como la ya preexistente en Francia e Italia, esto es algo que desprestigia al país. De esta forma, al leer las obras de Calderón y, en especial, las comedias de capa y espada en las que se predica abiertamente la inmoralidad, los extranjeros van a llevarse una idea equivocada acerca de la forma de ser, del carácter nacional del pueblo español, que ya no corresponde a la realidad. Así lo afirma en su «Prólogo»: «de estos pocos ha inferido Italia y

98 99

Valbuena Prat, 1965 p. 447. Nasarre, 1992, p. 90.

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Francia que son todos los españoles merecedores del mismo desaprecio, en lo cual nos hacen una evidente injuria»100. Lo que le preocupa en especial es el hecho de que la imagen de la identidad nacional fomentada por los grupos de convicciones tradicionales llegue a eliminar las ideas que él defiende sobre cómo tiene que ser el carácter nacional y, además, que esa imagen de los españoles se establezca como la única aceptada fuera del país. De la misma manera que Luzán —pensando ahora en el pasado—, Nasarre, quien cree firmemente en la importancia del teatro para la instrucción pública, condena las comedias de Calderón por su incapacidad para infundir los buenos valores: «no supo Calderón que los autores de las comedias, conociendo la utilidad de ellas, se deben revestir de una autoridad pública para instruir a sus conciudadanos, persuadiéndose que la patria les confía tácitamente el oficio de filósofos y de censores de la multitud ignorante, corrompida o ridícula»101. O sea, desprestigia a Calderón porque se propone divulgar la obra de otros dramaturgos que presentan una visión diferente de la identidad nacional, una idea de España basada en el progreso y la educación. Como buen ilustrado, entiende que las ideas tradicionales de cómo es España no cuadran con el proyecto de reforma del país ni con la marcha hacia el progreso. Su estrategia comienza por criticar la dramaturgia calderoniana, probablemente por el hecho de estar siendo elogiado por los del bando contrario. En realidad, el verdadero sentido del «Prólogo» no es criticar la obra de Calderón por no observar las reglas de las unidades en sí —como se viene haciendo desde la aparición de La Poética de Luzán—, sino protestar en contra de la manera de concebir la identidad nacional que proviene de la percepción tradicionalista de su obra. Para Nasarre se puede incluso dejar de observar las reglas de las unidades, si esto se hace con buen gusto y medida: No [digo] que se ponga en aquellas ancianas menudencias, cuya falta (según el uso moderno ha observado) ni ofende la buena disposición ni lo sustancial de la fábula, que no viene a imperar se altere el número de los actos. No que el caso se finja sucedido en uno o más días. No que en una misma escena concurran hablando más de cuatro, por más que Horacio lo repugne. No la omisión, finalmente, de los demás accidentes semejantes102.

100

Nasarre, 1992, p. 76. Nasarre, 1992, p. 91. 102 Nasarre, 1992, p. 87. 101

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Aunque, también en su opinión, las comedias que prescinden por completo de las reglas son una prueba más de que «van sus autores a ciegas y se atreven a esta parte de la poesía fiados solo en la osadía de la ignorancia»103. Las invectivas que Nasarre dirige en su «Prólogo» en contra de Calderón permiten a sus detractores y enemigos y, en especial, a Erauso y Zabaleta, acusarlo de anti-patriótico y anti-español. No olvidemos que esto mismo es lo que les ocurre a Mora y Alcalá Galiano a lo largo de la querella. Por ello, aquí encaja a la perfección lo que más tarde se preguntará Larra, ¿quién es más patriótico y español?, ¿el que reconoce los fallos que están presentes en el país y trata de corregirlos o el que de entrada se niega a reconocerlos? Precisamente porque Nasarre es consciente de los fallos del país, pide en su «Prólogo» que se escriban y representen piezas dramáticas que puedan modificar el concepto existente de la identidad nacional en lugar de perpetuarlo. En definitiva, lo que ofende no solo a Nasarre, sino también a Clavijo y Fajardo, Mora y Alcalá Galiano es, en palabras de Monguió, «precisamente la combinación de iglesia y teatro, de religión y comedia»104 que sus contrarios defienden y que impide, tal y como señala Pérez Magallón, «la reivindicación [...] del derecho que tienen los ilustrados a hablar en nombre de otro concepto de la nación y su identidad»105. El hecho de que Nasarre —de la misma manera que Mora y Alcalá Galiano— esté dispuesto a aceptar la opinión de los críticos extranjeros hacia el teatro español y a reconocer el atraso del país es el resquicio por el que penetran las acusaciones de sus detractores. Sin ir más lejos, Erauso y Zabaleta le lanza insultos como los siguientes: que «tiene mucho amor a los extranjeros» y deshonra a la nación entera lisonjeando «las acusaciones francesas»106. Estos no están muy lejos de los que lanza Böhl de Faber a Mora y Alcalá Galiano a lo largo de la querella. El calificativo de francófilos y, por lo tanto, de traidores a los intereses nacionales, que se ha dirigido en contra de los ilustrados españoles en repetidas ocasiones esconde, en última instancia, un deseo de represión de la existencia de la Ilustración en España, y esto es algo que se sigue haciendo a lo largo del siglo XIX. En relación a la discu-

103 104 105 106

Monguió, 1965, p. 307. Pérez Magallón, 2002a, p. 291. Erauso y Zabaleta, Discurso crítico sobre el origen..., p. 174. Erauso y Zabaleta, Discurso crítico sobre el origen..., p. 173.

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sión sobre las diferentes visiones de la identidad nacional, las acusaciones de anti-patriotismo dirigidas contra Nasarre, Mora o Alcalá Galiano sirven, en este caso, para desprestigiar una visión determinada de la identidad nacional. Dentro del contexto intelectual en el que se inserta el «Prólogo» de Nasarre es muy significativo el Discurso crítico sobre el origen, calidad y estado presente de las comedias de España, contra el dictamen que las supone corrompidas, y a favor de sus más famosos escritores, el Doctor Frey Lope Félix de Vega Carpio, y Don Pedro Calderón de la Barca que Erauso y Zabaleta publica en 1750, en el que precisamente articula la oposición frontal al juicio de aquél. El fin que su autor persigue queda claro desde el principio, puesto que, tal y como él manifiesta, su obra «se dirige al honor de la Patria, y a la defensa de la discreción» a través de «la defensa del Doctor Frey Lope Félix de Vega Carpio, y Don Pedro Calderón de la Barca,Varones legítimamente dignos de universal veneración, y gloria; por lo que han ilustrado la Nación con sus maravillosas producciones, tan emuladas, como inimitables»107. En otras palabras, para Erauso y Zabaleta, la mejor y quizás la única manera de honrar a la nación es, a diferencia de lo que opina Nasarre y luego Mora y Alcalá Galiano, la adulación y ensalzamiento de la producción dramática tanto de Lope como de Calderón. Así lo establece en su Discurso crítico: son las Comedias de España, y en especial las de los venerados Lope de Vega, Calderón, y sus imitadores, el más dulce agregado de la sabiduría, de la discreción, de la enseñanza, del ejemplo, del chiste y de la gracia. En ellas se retrata con propios apacibles coloridos, el genio grave, pundonoroso, ardiente, agudo, fútil, constante, fuerte, y caballero, de toda la Nación. Se miran, y se admiran exercidas, con la mayor delicadeza, todas las valentías, frases, artificios, figuras, primores, y sonoras filigranas del Idioma nuestro, aplaudido de todas las Naciones, por abundante, por fácil, y harmonioso108.

De la cita arriba transcrita se desprende el germen de la visión calderoniana que después recupera Böhl de Faber en la querella, es decir, que las comedias de los dramaturgos barrocos y, en especial, las de 107 108

Erauso y Zabaleta, Discurso crítico sobre el origen..., p. 4. Erauso y Zabaleta, Discurso crítico sobre el origen..., p. 1.

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Calderón, expresan prácticamente la superioridad de raza y toda la nobleza de la nación española—que no presenta fallos ni faltas—. De ahí procede la necesidad de conservar las antiguas costumbres restituyendo el peso del pasado. Además, los que en verdad presentan fallos y faltas son las obras de aquellos que como Nasarre abogan por la defensa de las obras que respeten las reglas del arte introducidas por los autores antiguos, porque estas son el verdadero fruto de «la ignorancia, la superstición y el vicio» de todos los «gentiles, que acaso estarán en los infiernos». Es decir, el logro fundamental de Calderón es haber corregido las faltas de las comedias antiguas y haber creado el tipo de producción teatral que se adapta a los valores tradicionales españoles. El hecho de que la discusión se traslade del campo puramente literario al marco en el cual se discuten las convicciones ideológicas acerca de la manera de ver la identidad nacional se constata a través de estas numerosas referencias en relación a lo que significa ser español. Del Discurso crítico se desprende la idea de que aquel que se sienta español está obligado a «amar y defender su honra, desagradándose de cualquiera ofensa que se la haga»109, sin miramientos. Es también llamativa la distinción que hace entre el término nosotros y el término extranjeros y se entiende que culpe al propio Nasarre de mal español solo por querer abandonar lo propio, lo nuestro, para aceptar lo extranjero. En otras palabras, el extranjero es un mal español porque cuestiona la validez del mito conservador y tradicionalista de Calderón y, por consiguiente, la visión de la identidad nacional que representan las obras del dramaturgo. Además, la acusación de mal español va dirigida a Nasarre con la intención de limitar su legitimidad para participar en el debate. No olvidemos que esto mismo es lo que busca conseguir Böhl de Faber para sus adversarios en todo momento a lo largo de la querella. En definitiva, los que piensan como Erauso y Zabaleta se muestran incapaces de aceptar la pérdida de la hegemonía cultural de España en Europa porque piensan que las críticas generadas en el exterior son el resultado de la envidia que tienen en el extranjero de un país como España. La percepción de la identidad nacional que quiere construir Erauso y Zabaleta solo acepta aquella parte de la producción literaria del país (y especialmente la de Calderón) que para él es capaz de representar

109

Erauso y Zabaleta, Discurso crítico sobre el origen..., pp. 5-6.

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el verdadero significado de lo español. Así, a partir de la oposición que Nasarre manifiesta hacia este tipo de literatura, Erauso y Zabaleta consigue cuestionar el grado de españolismo del autor del prólogo: «tengo por español al prologuista, aunque no lo sé, ni él lo manifiesta»110. A lo largo de la querella, Böhl de Faber y su esposa también ponen en cuestionamiento el grado de españolismo de sus enemigos Mora y Alcalá Galiano porque para el matrimonio gaditano la manera correcta de manifestar su adhesión al verdadero carácter de la nación consiste en apoyar sin reservas las glorias literarias de la nación. ¿No es esto lo mismo que Erauso y Zabaleta defiende y exalta en su Discurso crítico?: La Nación, es famosa, esclarecida, y respetada, en quanto lo son sus individuos: la gloria de estos, es su misma gloria, y quando se infaman, queda ella infamada, y corrida, de la misma suerte, que lo queda un padre con las afrentas de su hijo. [...] La Nación española [...] debe amar, y defender su honra, desagradándose de cualquiera ofensa, que se la haga111.

Unos y otros utilizan las mismas tretas para atacar a sus enemigos políticos, sin hacer ningún tipo de auto-análisis de sus propias actuaciones que les permita darse cuenta de que algunos de los planteamientos que formulan llegan incluso a invalidarlos. Para todos ellos los traidores a la patria son únicamente los censores de la comedia calderoniana, y es más, no solo son traidores, sino que también llegan al extremo de ser sapientes haeresim, insinuación acusatoria que se puede considerar incluso peligrosa, si se tiene en cuenta el ambiente político en el que se produce por ejemplo la polémica Nasarre-Erauso y Zabaleta. No obstante, consideramos que semejante acusación se formula de una manera aún más firme y directa en el caso de la querella en la que Böhl de Faber, con muy marcadas y maliciosas intenciones, dice que Mora es un ciudadano del mundo, posiblemente muy digno de admiración filosófica, pero no es patriota. Para Böhl de Faber la herejía es precisamente lo que le impide a Mora ser un verdadero patriota. O lo que es lo mismo, Mora no es patriota porque no admira ni habla bien de Calderón. El nombre de Calderón se ve así inmerso en una especie de cruzada patriótico-religiosa en la que parece que se lucha por la defensa del teatro español. En toda esta doble sim110 111

Erauso y Zabaleta, Discurso crítico sobre el origen..., p. 173. Erauso y Zabaleta, Discurso crítico sobre el origen..., p. 188.

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bología y juego semántico cobra un significado total el siguiente planteamiento que Böhl de Faber incluye para atacar a Mora en sus Vindicaciones: No hay verdadero patriotismo sin amor a la literatura nacional, y sin predilección hacia aquellos sublimes ingenios, que por el medio de la poesía ennoblecen el alma, y recrean el entendimiento. Ninguna nación tiene más motivos de gloriarse en sus poetas que la española. Sin embargo solo la España ha producido hijos que se han empeñado en ajar las glorias poéticas de su madre. Contra los dicterios y sofisterías de semejantes ilusos se dirigen estos papeles, satisfecho su colector si en algo puede contribuir a consolidar el aprecio tan debido al grande Calderón y sus ilustres contemporáneos112.

De la cita arriba transcrita se deduce: primero, que los liberales son aquellos que se oponen a que España marche por los únicos senderos de gloria que le son posibles, los del pasado; segundo, que los reformistas no son patriotas porque desprecian lo verdaderamente español y quieren desnaturalizar al país contagiándole la lepra de las ideas procedentes del exterior y en especial de Francia; tercero, que son traidores a la patria por varias razones, ya que lo que persiguen con sus reformas es servir los intereses del campeón de las fuerzas del mal; cuarto, medrar porque son ladrones y pretenden ocupar los puestos importantes de la sociedad, que siempre han correspondido a las clases superiores; y, por último, al no amar a sus monarcas, no respetan los principales símbolos y referentes de la cultura española: la iglesia y la monarquía absoluta. La fuerte identificación con la iglesia que presentan los del bando de Böhl de Faber aparece ya manifestada en los escritos de Erauso y Zabaleta, pues la apología para su Discurso crítico proviene precisamente de la pluma de varios religiosos.Valgan como ejemplo las siguientes defensas-dictámenes que de él manifiestan varios de ellos. La primera procede de un peso pesado, M.R.P.Fr. Agustín Sánchez, «Calificador de la Suprema general Inquisición, y de su junta secreta»: Muy señor mío: El Discurso Crítico , que Vm. me franqueó para que le viese antes de darle a luz, le leí con especial gusto, luego que tuve tiem-

112

Carnero, 1978, p. 228.

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po; y viendo en él, que toma Vm. la resolución honrada de defender al Doctor Frey Lope de Vega Carpio, y a Don Pedro Calderón de la Barca (Varones dignos de universal veneración, y gloria) de las calumnias, y dicterios, que contra ellos amontona el Autor de un Prólogo, que antepone a ocho Comedias de Miguel de Cervantes y Saavedra, que ahora ha dado a la pública luz, tiene la defensa y toda la aprobación mía, tal qual ella sea: porque volver por el honor, y fama de dos Españoles tan celebrados, y tan grandes, es un empeño tan justo, y tan racional, que no dudo será aprobado, y aplaudido de todo buen español113.

La segunda defensa procede de la pluma de M.R.B.M.Fr. Joseph de Jesús María, «Prior del Convento de la Nava del Rey, ex-rector del colegio de Salamanca y actual Prior del Convento de nuestra señora de Copacabana, agustinos recoletos de esta corte»: El intento de esta apreciable obra, es no solo justificado, sino debido, porque la gloria, y crédito de nuestros Calderón, y Lope, tienen derecho indisputable sobre las plumas de todo español honrado. Todos los ingenios, que amen la Nación, deben salir a la forzosa defensa de unos ingenios a quien la universal admiración dio tan altos grados de fama. Deben salir, imitando el fidelísimo, y gallardo espíritu de Vm. y el omitirlo, será defecto del amor a la Patria, o vergonzosa cobardía de discurso114.

Y la tercera y última defensa procede de M.R.P.Fr Don Alexandro Aguado, «doctor y catedrático de teología en la universidad de Alcalá, calificador de la suprema general inquisición, de sus juntas secretas; abad, definidor de la provincia de castilla, y vicario general de las provincias de España, del orden de San Basilio Magno». Así dice: «en un pasaje de la Escritura, advierte San Pablo, que no todos los de Israel son Israelitas. Yo quisiera fueran Españoles todos los de España; pero es desgracia de la Nación, que salgan de ella enemigos, quando por derecho de naturaleza debieran ser sus defensores»115. Armado con la autoridad de los máximos representantes de la iglesia y de la inquisición que le apoyan en su crítica a Nasarre, el Discurso crítico sienta las bases ideológicas que posteriormente va a retomar Böhl de Faber en

113 114 115

Erauso y Zabaleta, Discurso crítico sobre el origen..., p. 1. Erauso y Zabaleta, Discurso crítico sobre el origen..., p. 2. Erauso y Zabaleta, Discurso crítico sobre el origen..., p. 4.

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su lucha contra Mora y Alcalá Galiano al atacar a partir de las bases de la ideología oficial a aquellos malos cristianos que encuentren defectos en la dramaturgia de Calderón. Ese tipo de insinuaciones formuladas por personajes de cierta autoridad religiosa podían llegar a perjudicar al destinatario de la crítica.Así lo confirma Abel Hernández cuando dice: «las afirmaciones que vieren, solapadas, o directas, podían provocar a Nasarre [...] situaciones más que incómodas»116. En cierta medida, lo que se buscaba al juntar las invectivas de anti-patriotismo con las de «heterodoxia y paganismo»117 era deslegitimar plenamente a sus contrarios. Así, la falta de respeto a Calderón se convierte en gesto antipatriótico que ofende a la católica nación española. La relación entre el pensamiento de los dos críticos es tan estrecha que Böhl de Faber llega a elogiar, no el «Prólogo» de Nasarre, sino el Discurso Crítico de Erauso y Zabaleta en el Diario Mercantil de Cádiz del 14 de junio de 1818. Así, desde el momento en que Böhl de Faber inicia su participación en la querella, retoma el estribillo oficial repetido con anterioridad no solo por Erauso y Zabaleta, sino también por otros reaccionarios españoles como él. Böhl de Faber, aprovechando la favorable coyuntura ideológico-política, retoma un mismo lenguaje elaborado anteriormente, en el que tiene mucho que decir Erauso y Zabaleta, que ha logrado que se considere al pueblo español, por voluntad y destino, conservador en lo que atañe a religión, rey, patria y costumbre, y que, además, se vea a los que piensan de manera diferente como una minoría no representativa de la opinión general que solo puede imponer sus opiniones cuando ostenta el poder por medios violentos. En su publicación periódica El escritor sin título, que sale a la luz por primera vez en 1763, Romea y Tapia también replantea muchos de los aspectos relacionados con la defensa de Calderón, formulados por Erauso y Zabaleta en su Discurso crítico. De la misma manera, Romea y Tapia es consciente de la existencia de una corriente de pensamiento dentro de España que no comparte sus ideas sobre la identidad nacional y que desea introducir novedades que él desprecia. Además, la verdadera muestra de patriotismo es para él la necesidad de alabar siempre lo propio, rechazando la manera de vivir y de pensar que se aso-

116 117

Hernández, 1994, p. 197 Hernández, 1994, p. 198.

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cia con otros países. De ahí que defienda encarecidamente la idea de que aunque la crítica descubra algunas faltas verdaderas —que él parece reconocer—, el deber de cada español consiste en encubrirlas, en disfrazarlas, sin olvidar, en ningún momento «lo mucho que debemos los hijos a los padres y la obligación que tenemos (aún cuando las tengan) de cubrir sus faltas»118. Aquel que se dedique a disimular, esconder e incluso encubrir con múltiples elogios las faltas de las glorias que contiene la madre patria es y será para Romea y Tapia «español a prueba de bomba»119, tal y como él mismo se define. En su publicación periódica, recurre a la defensa de la producción dramática de Calderón porque, en su opinión, es la que mejor describe la idiosincrasia que define lo español. Así lo demuestra uno de los muchos argumentos que lanza a favor de él: «¿quién no ve que los que se juzgan defectos en Calderón, esos disparates, ese ardor con que pintó cosas inverosímiles, fueron defectos de que era este el gusto de la nación, más inclinada a sutilezas, que a Patético, Pasmadotas y Pantomimadas?», y sigue diciendo más adelante en el mismo tono irónico que caracteriza a la mayoría de sus escritos: «yo no sé en qué consistirá que nadie ha podido igualar los disparates de Calderón, sobre haberlo intentado tantos: sin duda tiene algo de sublime dentro de los que le conciben defectos»120. En realidad, para Romea y Tapia la producción literaria de Calderón se distingue entre otros aspectos por el ardor que transfiere el «acalorado ingenio» del dramaturgo e igual que antes Erauso y Zabaleta y después Böhl de Faber considera las críticas que los extranjeros dirigen a Calderón como parte de la envidia que en realidad sienten por su talento121. Para él, esta característica es la que atrae al pueblo a sus comedias, así como la que genera el desprecio de los que están en el bando contrario. Así, a lo largo de la historia, unos y otros idealizan la personalidad y vida del dramaturgo, como una de las fórmulas para la creación del apego sentimental a la nación a través de la construcción de una tradición cultural, así como para demostrar que no es permisible que los que ya están dentro critiquen a su propia nación.

118

Romea y Tapia, Colección de los discursos del «Escritor sin título», p. 35. Romea y Tapia, Colección de los discursos del «Escritor sin título», p. 8. 120 Romea y Tapia, Colección de los discursos del «Escritor sin título», pp. 24-25. 121 Romea y Tapia, Colección de los discursos del «Escritor sin título», p. 17. 119

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Más adelante, Romea y Tapia expone el mismo razonamiento de una manera mucho más directa: «¡que no haya madre a quien se parezcan su hijos feos! ¡Y que haya hijos tan ingratos, que hagan comercio en manifestar las faltas de su madre!»122, acusándola de estar poco civilizada a través de la introducción de nuevas maneras de pensar. También, Romea y Tapia recurre al tópico que define lo español como algo único, especial e incompatible con el carácter de otras culturas y, en especial, con el de Francia. Al exaltar las diferencias que existen entre las distintas identidades nacionales, consigue identificar las características que distinguen a los españoles de los representantes de otras naciones. Se refiere a los Pirineos como la frontera que divide España de Francia, afirmando que esta división natural señala las diferencias que necesariamente existen entre el carácter nacional de los pueblos que residen a ambos lados de la frontera. El fuerte odio hacia lo francés que muchos españoles van a expresar en la guerra de la Independencia va forjándose así en los escritos de pensadores como Romea y Tapia: ¿Quién ignora que cada nación tiene su modo de matar pulgas? ¿Que los genios, las propiedades, el traje, el idioma, los vicios, las virtudes, el carácter, y consiguientemente las diversiones son y deben ser distintas? Pues si nos diferenciamos en las operaciones, ¿por qué no nos hemos de diferenciar en el modo de aplaudirlas o vituperarlas, que deben ser el objeto de la Comedia? ¿Piensa Vm. que la naturaleza es de la misma casta que los Escritores de Periódicos, y que trabaja así como quiera, no más que por llenar la plana? Pues piensa Vm. mal, y esté entendido que nil facit frustra; y que si nos ha puesto esa pantalla mocha y calva que forman los Pirineos, ha sido sin duda para distinguirnos hasta el ayre que respiramos [...] ¿Nos hemos de medir todos por un rasero? ¿Habrá razón divina ni humana para que yo coma el asado, como noticia fresca; esto es, chorreando sangre, porque esta es la constitución de los Franceses?123.

Es inaceptable para él el hecho de que sean precisamente sus propios paisanos, quienes deberían estar empeñados en defender con mucho honor el carácter nacional, los que se muestran más interesados en implantar en España el carácter de naciones como la francesa.

122 123

Romea y Tapia, Colección de los discursos del «Escritor sin título», p. 33. Romea y Tapia, Colección de los discursos del «Escritor sin título», pp. 70-71.

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Además, Romea y Tapia se pregunta por enemigos no se han dado cuenta de la especial incompatibilidad que precisamente existe entre el carácter francés y el español y a la que hará referencia también Böhl de Faber en la querella. Tanto para este último como para Romea y Tapia todo se resume en que los franceses no son «cristianos a machamartillo» como lo son los españoles y como lo fue Calderón, nuestro «caballero sacerdote»124. Este empeño por demostrar que Calderón «fue cristiano viejo, sacerdote y religioso», «un autor que ha vivido y muerto como católico»125 les sirve para alentar y dar un ejemplo de vida y modo de conducta a la mayoría de los españoles, quienes son mucho más religiosos que sus vecinos, entre otras razones, porque mantienen y practican un cristianismo ‘verdadero’ dentro de sus fronteras. Siguiendo las directrices establecidas por Erauso y Zabaleta, Romea y Tapia y Böhl de Faber se sienten también respaldados por la Inquisición, última instancia religiosa que concede y otorga autoridad, legitimidad y apoyo tanto a sus propias publicaciones periódicas como a la obra de Calderón, por la contribución de unas y otras para tratar de preservar y «conservar el verdadero carácter de castellanos viejos»126, que no solo comprende el amor a la religión católica, sino también el respeto incondicional a la monarquía. Este último aspecto es algo que aparece muy bien representado en las comedias de Calderón. Romea y Tapia recalca que el carácter de lo español se distingue del resto porque el pueblo es y ha sido mucho más sincero en la práctica de su fe religiosa y su amor a la monarquía que cualquier otro pueblo de Europa. Por ello, si siempre ha sido así, el hecho de que en la actualidad haya disminuido su devoción religiosa y el respeto hacia sus reyes se debe a la entrada de las nuevas costumbres procedentes del exterior. Así, los que deciden seguir el camino marcado por las costumbres y tradiciones importadas no son verdaderos españoles, puesto que los que realmente pueden definirse como tal son «monstruos de fidelidad, amantes de sus reyes hasta el extremo de la moral más sana», partidarios no solo de un monarquismo profundo, sino también de la defensa de «una fe pura, sin mezcla de opiniones y sectas descarriadas, el verdadero culto, la constancia, la fidelidad que

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Romea y Tapia, Colección de los discursos del «Escritor sin título», p 143. Romea y Tapia, Colección de los discursos del «Escritor sin título», p. 138. Romea y Tapia, Colección de los discursos del «Escritor sin título», p. 81.

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nos singulariza entre todas las naciones [y] la sobriedad»127. De la misma manera que ha ocurrido con la interpretación errónea que muchos críticos han formulado en relación a los escritos pertenecientes a la querella, los escritos de Erauso y Zabaleta y de Romea y Tapia también pueden interpretarse y de hecho se han interpretado de manera equivocada debido a que tampoco se expresan directamente, sino que, como Böhl de Faber, Mora y Alcalá Galiano, esconden y disfrazan sus propias convicciones ideológico-políticas bajo la excusa de lo literario. Este aspecto ha conducido a Sullivan a argumentar que el propósito de Erauso y Zabaleta en su Discurso crítico consistió en «defending literary freedom»128, haciéndose eco de la lectura ideológicamente deformada por Menéndez Pelayo. La defensa de Calderón y su época que Romea y Tapia establece en El escritor sin título le lleva a rechazar las novedades literarias e ideológicas procedentes del exterior. De la misma manera que Erauso y Zabaleta en su Discurso crítico, Romea y Tapia se posiciona en contra de la observancia de las reglas que abogan por la verosimilitud y el respeto de las unidades dramáticas. En su opinión, las reglas no merecen mucha atención por haber sido inventadas por los que para él son «los gentiles», quienes «han querido manchar la memoria de nuestros abuelos»129. Estos y no otros, a lo que califica en varias ocasiones con el despectivo insulto de «critiquillos de medio pelo»130, son los primeros en traicionar todo lo que es ‘español’. Tal vez pensando siempre en defender la dramaturgia calderoniana, Romea y Tapia argumenta que es prácticamente imposible representar y respetar las unidades dramáticas en el teatro español porque va en contra del propio carácter español. Así lo dice: «nuestro ingenio no entiende de con qué se marea, pues a las catorce líneas muda de estilo»131. Este tipo de teatro pertenece a otras naciones, pero no a la española, la cual está representada en la dramaturgia calderoniana. De esta forma, tal y como ya venía haciendo Erauso y Zabaleta y después hará Böhl de Faber, Calderón es el único que logra representar el genio y carácter nacionales. Por esa razón, quienes, primero, intentan introducir las reglas en la producción teatral y, segundo, critican a Calderón 127 128 129 130 131

Romea y Tapia, Colección de los discursos del «Escritor sin título», pp. 35-36. Sullivan, 1983, p. 115. Romea y Tapia, Colección de los discursos del «Escritor sin título», p. 176. Romea y Tapia, Colección de los discursos del «Escritor sin título», p. 206. Romea y Tapia, Colección de los discursos del «Escritor sin título», p. 7.

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precisamente por no observarlas, están muy lejos de apreciar la relación que existe entre la dramaturgia calderoniana y el carácter nacional español. Por ello, el Calderón que Romea y Tapia dibuja en su Escritor sin título, es también una imagen que representa el tipo de «trampa urdida»132 del modelo de identidad nacional que quieren representar, no solo Romea y Tapia, sino también otros escritores nacionalistas castizos con convicciones ideológicas muy parecidas. En definitiva, Romea y Tapia ilustra el fuerte rechazo que sus enemigos ideológicos muestran hacia Calderón acusándolos de que solo les falta ir al sepulcro, desenterrarlo y «andarse a cachetes con sus apolillados huesos»133. Ahora bien, ¿quiénes han desenterrado antes a Calderón, los que quieren olvidarlo para poner una mirada en el futuro y la regeneración de España o aquellos que lo proponen como modelo ejemplar de una época pasada a la que quieren regresar? En esta larga tradición histórica de enfrentamientos en los que se recibe a Calderón con fuertes connotaciones políticas, se inscribe también la publicación semanal El Pensador de José Clavijo y Fajardo, que se publica en Madrid entre 1762-63. Como buen ilustrado y de la misma manera que Nasarre, Clavijo y Fajardo defiende la importancia de la moral y la instrucción del individuo como el medio adecuado para erradicar los males de la sociedad. Él mismo señala en el Pensamiento XIX (tomo II) de su publicación las razones en las que basa este planteamiento: mi natural curiosidad me conduce a todas partes a examinar del modo que puedo los vicios, y las ridiculeces de los hombres, que de algún tiempo a esta parte son mi único estudio [...]. Mi ánimo es aprender en la conducta de los hombres a reformar la mía, y a volverles para su corrección las lecciones, que ellos mismos me han dado. Este método coincide al mismo tiempo con todo el sistema de conocimiento de la Ilustración y la enciclopedia134.

En la línea de la corriente ilustrada, Clavijo y Fajardo tampoco puede posicionarse a favor de la dramaturgia de Calderón, sino todo lo contrario. De la misma manera que Nasarre en el pasado y que 132

Bezhanova y Pérez Magallón, 2004a, p. 101.. Romea y Tapia, Colección de los discursos del «Escritor sin título», p. 122. 134 Clavijo y Fajardo, El Pensador, p. 147. 133

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Mora y Alcalá Galiano en un futuro cercano, Clavijo y Fajardo se posiciona en contra de la dramaturgia calderoniana de una manera muy original, ya que retoma e imita con cierta ironía los muchos tópicos en los que sus enemigos tradicionalistas han basado su planteamiento para defender a Calderón. En el Pensamiento XIX, Clavijo y Fajardo ridiculiza la sinrazón de querer rechazar todo lo que viene de fuera simplemente porque no es español. De hecho, destaca la importancia y necesidad de los viajes porque quien viaja tiene la posibilidad de comparar «lo que ha visto fuera con lo que se practica en su País: ve lo que le falta y lo que le sobra: toma de cada pueblo lo que le parece más digno de ser imitado, y más análogo al genio de sus compatriotas, y acierta mejor con los medios, que han de contribuir a una reforma, que introduzca lo que falta, y destierre lo que daña»135. Además, el viaje es también una manera de «contribuir a borrar el bajo concepto, que tienen de nosotros los extranjeros»136. En relación al debate por el teatro, Clavijo y Fajardo llega a justificar las negativas opiniones que los extranjeros se han formado acerca la idiosincrasia y costumbres del pueblo español según lo que se representa en la escena. Lo ejemplifica en su publicación semanal mediante la inclusión de las reacciones que un extranjero expresa dentro de España hacia las comedias de la época de Calderón: ¿En dónde estamos? ¿Qué barbaridad es ésta? ¿Tanta ignorancia encuentra este pueblo? ¿Y esto se aplaude? ¿Y esto se celebra?...Ya lo voy entendiendo. ¿De suerte, que aquí, para hacer que sea Comedia cualquier pieza trágica, no se necesita otra cosa, que pegarle aunque sea con pan mascado, un par de graciosos donde se le antoje al poeta, sin que vengan al caso, ni sirvan sino de interrumpir con frialdades en los lances mas críticos, y sobre todo en los que mueven, o deberían mover a compasión? Si señor, así es, y en eso deben consistir las que ordinariamente llamamos Tragicomedias137.

El extranjero que ha asistido a la representación opina que es imposible que se represente en su propia nación algo tan horrible como el espectáculo teatral que ha presenciado y se apena de la terrible si-

135

Clavijo y Fajardo, El Pensador, p. 133. Clavijo y Fajardo, El Pensador, pp. 27-28. 137 Clavijo y Fajardo, El Pensador, pp. 34-39. 136

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tuación que padecen los españoles que acuden al teatro a diario, al estar sometidos día tras día al mismo tipo de representaciones: tengo por imposible que se sufra en mi nación la representación de semejantes bajezas. ¡Pobres de nosotros, si tal corrupción, y tales indecencias se llegasen a permitir en el Teatro, y si huviesse gentes capaces de aplaudirlas! [...] ¿Es posible que nuestro teatro esté tan atrasado? ¿Que se ignoren las primeras, y más principales reglas de las piezas dramáticas, y que un hombre, que se dedica a escribir comedias, olvide, no solo la dignidad, y el decoro debido a los personajes, que se figuran de esta esfera, sino también aquella decencia, que piden la humanidad, y la razón entre gentes de inferior clase? [...] ¿Y hay cosa más baja, más vergonzosa, ni más ofensiva para la Nación, que el decir, que se hacen comedias deformes, colecciones de disparates, con nombre de Comedia, porque solo de esto gusta el Pueblo, y que de otro modo estarían desiertos los theatros? ¿Qué quiere decir esto, sino que la Nación es tan bárbara, y estúpida, y sus individuos tan mal organizados, que les ofende la regularidad, y solo hallan placer en la deformidad, la indecencia, y el desorden?138.

Del mismo modo que Nasarre, Clavijo y Fajardo se muestra a favor de la puesta en marcha de una reforma teatral que renueve la esencia de las costumbres que se representan en la escena. Con la reforma pretende enfrentarse a la visión tradicionalista de la identidad nacional que se propaga mediante la representación de la producción dramática de Calderón y otras obras de su misma época. Para él, si en lugar de tales comedias se representara algo distinto que ofreciera una visión alternativa de la identidad nacional, se podría conseguir que los extranjeros modificaran la opinión que tienen sobre los españoles: Si los López, los Calderones, los Solises, y otros talentos de nuestro país corrompieron el Arte de la Comedia, o fomentaron el mal gusto de ella, en nuestros días y a nuestra misma vista despiertan y se levantan poetas más fecundos y talentos de orden superior, cuyas excelentes producciones bastan para poner en su lugar el crédito de la nación, destruir las críticas derramadas contra su teatro, y dejar nombres gloriosos y comedias dignas de posteridad139.

138 139

Clavijo y Fajardo, El Pensador, pp. 3-4. Clavijo y Fajardo, El Pensador, pp. 35.

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En otras palabras, es preciso introducir los cambios que se consideren necesarios en el teatro sin tener en cuenta su procedencia, ya que si son acertados, no importa que se hayan generado en el exterior de España. De hecho, el problema más grave que Clavijo y Fajardo encuentra en el caso del teatro español es el hecho de que se ha cerrado continuamente el camino hacia el progreso que han perseguido las otras naciones precisamente por tratar de mantener unos valores que no pertenecen a su siglo, sino a épocas pasadas. La veracidad del argumento que defiende que el teatro español representa valores anacrónicos a la sociedad la expone al mencionar la falta de interés que el pueblo demuestra, al no sentirse ni identificado ni representado en las obras cuando asiste a los espectáculos de Calderón. Así lo defiende: «Pero dígame Vm. para mi consuelo. ¿El pueblo, el pobre pueblo, mostraba estar contento? ¿Aplaudía tanto y daba tan terribles palmadas como las que nos aturdieron en el Coliseo del Príncipe? —No por cierto. Algunas daba, pero no tan fuertes, ni continuas»140. Al hablar de la negativa acogida que el pueblo de su época da a las obras de Calderón, consigue reforzar la idea de que estas obras no representan el verdadero carácter de la nación, esa forma de ser de los españoles, que tan encarecidamente defienden los tradicionalistas. De hecho, la defensa de un planteamiento tan exclusivista le llega a parecer como una verdadera ofensa a la nación, la cual de ninguna manera es tan bárbara y brutal como se representa en las comedias.Yendo más lejos, piensa que es posible que la sociedad fuera así en el pasado, pero que no ocurre en el presente gracias a que los tiempos y costumbres han cambiado. Por esta razón, si en la actualidad lo que el público demanda de las representaciones teatrales es distinto de lo que demandaba hace años, entonces es necesario desarrollar otro tipo de representaciones teatrales que reflejen mejor esa nueva identidad con que desean identificarse las masas. Este es el mecanismo con el que Clavijo y Fajardo consigue desarticular la visión tradicionalista del carácter español e identificarse con la otra visión defendida tanto por Nasarre como por Mora y Alcalá Galiano. Por ello, sus enemigos le lanzan múltiples críticas que también incorpora en su escrito. Dice en el Pensamiento LXII:

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Clavijo y Fajardo, El Pensador, p. 165.

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el mundo está lleno de tontos maliciosos, que no pueden persuadirse a que los demás son de distinta masa. ¿Qué mayor tontería, que el capricho de algunos, que sin embargo de ser yo un hombre bonazo, sin malicia, ni bellaquería, sostienen, y juran, que soy un fisgón, bellaco, y mal intencionado? Yo hago todos los esfuerzos posibles para sacarlos de este error, y nada basta. Ahora quiero dar una nueva prueba de mi inocencia, y sencillez, y veamos si querrán desistir de su errado concepto141.

Con semejante desautorización del discurso tradicionalista pronunciado por sus enemigos, Clavijo y Fajardo se propone demostrar que su propio discurso tiene al menos tanta validez como el de los otros. Es decir, lo que parece molestar seriamente a Clavijo y Fajardo —tal y como le ocurría a Nasarre— es el hecho de que sus contrarios efectúen una defensa de la dramaturgia y época calderoniana movidos por un deseo exclusivista y unidireccional para expresar sus propios sentimientos, que se presentan como comunes y generales a todos los españoles. Así lo establece en su publicación semanal: «ni soy apoderado de los españoles ni acaso se encontrará alguno que me agradezca este celo. Mi nación está llena de ingratos:Yo lo conozco, pero no me puedo contener mi genio; y mi amor ha de continuar el proyecto a pesar de todas las ingratitudes existentes y posibles»142. En otras palabras, todo su discurso gira en torno al mismo tema: sus oponentes en el terreno político no son los verdaderos representantes de la nación y, consecuentemente, por esa razón no todo el mundo los respalda. En definitiva, Clavijo y Fajardo tiene presente la convivencia conflictiva dentro de España de dos visiones diferentes de entender la identidad nacional en las que se ha utilizado el teatro como base para decidir quién tiene más derecho a imponer su propia visión. Entre 1762 y 1763, casi al mismo tiempo que Clavijo y Fajardo, Moratín escribe la «Disertación» como prólogo a su primera comedia La Petimetra y tres tratados críticos que publica bajo el título Desengaños al teatro español. En sus escritos también articula una respuesta para los escritores que como Erauso y Zabaleta y Romea y Tapia basan su modelo de identidad nacional en la defensa irracional de Calderón. Por si alguien dudara de su posición, en su primer Desengaño, Moratín se posiciona a favor de la postura antibarroca que 141 142

Clavijo y Fajardo, El Pensador, p. 19-20. Clavijo y Fajardo, El Pensador, pp. 19-20.

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establecen los escritos, no solo de Clavijo y Fajardo, sino también de Nasarre y de Luzán, dos de los primeros en enfrentarse a la visión tradicionalista de la identidad nacional. A todos ellos los llama «padres de la patria y de la española república literaria»143. En uno de sus Desengaños trata de defender, primero, a Clavijo y Fajardo: «le aseguro a Vd. que Don José Clavijo y Fajardo ha escrito con mucho acierto y delicadeza en la materia y que su opinión es indudable, y muy útil su Pensador, que se ocupa en desengañar al pobre pueblo de los embrollos en que le meten los ignorantes»144; segundo, a Luzán, a quien se refiere como «Don Ignacio Luzán, a quien estiman los extranjeros aun más que los naturales, enseña en su Poética, con admirable doctrina y profunda erudición, todo lo que llevo dicho» y finalmente a Nasarre al que considera un escritor «de sólida y verdadera ciencia»145. Más adelante, el mismo Moratín será también juzgado por escritores posteriores, como Mora, quienes lo admiran, precisamente porque su obra Desengaños sirvió para motivar, tal y como Monguió señala, «la prohibición de la representación de los autos sacramentales, medida honrosa al gobierno de Carlos III, y tan favorable a los adelantos de la literatura como a la pureza y a la dignidad de la religión»146. Como buen ilustrado, Moratín también piensa que el teatro es la mejor escuela para enseñar al hombre147 y de ahí procede la fuerte relación existente entre el arte teatral y el carácter nacional de un pueblo, ya que este último se comporta de acuerdo a aquello que se representa en el teatro. Por esta razón, llega a decir que «la perfección del teatro es negocio que no solo importa al honor de la nación sino que se hace precisa en conciencia para la indemnidad de las costumbres»148. Entonces, al ser el teatro un asunto tan importante, no entiende por qué es denominado como «la escuela de la maldad, el espejo de la lascivia, el retrato de desenvoltura, la academia del desuello, el ejemplar de la inobediencia, insultos, travesuras y picardías»149. Miguel Ángel Lama y Gies mencionan el fuerte deseo que Moratín sentía por 143 144 145 146 147 148 149

Fernández de Moratín, 1996, p. 56. Fernández de Moratín, 1996, p. 159. Fernández de Moratín, 1996, pp. 56-196. Monguió, 1965, p. 307. Fernández de Moratín, 1996, p.156. Fernández de Moratín, 1996, p. 150. Fernández de Moratín, 1996, p. 156.

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«purgar el drama nacional de todas las impropiedades, inverosimilitudes y tonterías que consiguieron que los europeos se rieran de España»150. También a Moratín le preocupa que España sea objeto de burla en las bromas de los extranjeros, así como que la consideren una nación bárbara e inculta, especialmente «por la estupidez de sus dramas, por la corrupción de su teatro, por su ignorancia de las reglas del arte, por la desencadenada fantasía que plagaba las tablas madrileñas»151. Es más, «creyó que la inmoralidad de ciertos galanes calderonianos servía como modelo para los jóvenes de su tiempo y protestaba enérgicamente por esta nefasta influencia»152. Desde el principio, se propone defender «la importancia del decoro, la verosimilitud, las tres unidades y la imitación de la naturaleza en el drama, ideas ya expuestas en Aristóteles y Luzán»153; identificar aquellas obras y autores de la literatura española (Calderón) que no respetan las reglas clásicas que él tan encarecidamente defiende y proponer nuevos modelos literarios (La petimetra y la Lucrecia, entre otros) que, de alguna manera, consigan desterrar el mal gusto de la sociedad española y de su literatura. Estas intenciones le provocaron la inevitable «enemistad de generaciones de críticos españoles que lo han llamado ‘antinacional’ y ‘furibundo enemigo’ del teatro español»154. En realidad, la propuesta moratiniana de nuevos modelos dramáticos, en vez de negar el influjo de Lope y Calderón, busca su incorporación a los textos de la Lucrecia y La Petimetra, aunque ya purificados de todos sus excesos. Por lo tanto, Moratín «no critica a los maestros del siglo anterior; los adapta a las nuevas necesidades literarias de su siglo» porque «sabía muy bien la imposibilidad de romper completamente con el teatro nacional español»155. De la misma manera que hizo Clavijo y Fajardo en su periódico El Pensador, ataca con cierta y severa hostilidad la fuerte acogida de los autos sacramentales calderonianos a los que critica en una de sus Sátiras:

150

Lama y Gies, 1996, p. 12-13. Fernández de Moratín, 1996, p. 37. 152 Fernández de Moratín, 1996, p. 37. 153 Lama y Gies, 1996, p. 13. 154 Lama y Gies, 1996, p. 13. 155 Lama y Gies, 1996, p. 34. 151

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¿No adviertes como audaz se desenfrena la juventud de España corrompida de Calderón por la fecunda vena? ¿No ves a la virtud siempre oprimida por su musa en el cómico teatro, y la maldad premiada y aplaudida?156

Aquellos que critican el drama de Calderón se posicionan a favor de una ideología que defiende una de las dos visiones del carácter español. Eso es lo que ocurre con Moratín, quien define su postura mediante el rechazo hacia el tipo de patriotismo expresado en los escritos de Erauso y Zabaleta, Romea y Tapia y, en la centuria siguiente, lo defenderá el matrimonio Böhl de Faber. Para Moratín, los acérrimos defensores calderonianos, al aceptar sin contemplaciones la visión del carácter nacional que Calderón representa, producen «un notable perjuicio a la nación» a pesar de que «presumen que la vindican»157, es decir son los principales culpables de las burlas a que está siendo sometida España en el exterior, así como del atraso que padece en el interior. La única manera de salir adelante no es el rechazo de las burlas, sino el hecho de tenerlas en cuenta para cambiar las cosas dentro del país y restaurar su prestigio fuera. Propone como ejemplo de corrupción del carácter español uno de los dramas de Calderón, El galán sin dama, al que no considera ni justo ni lícito para un teatro católico158. Se cuestiona por qué, tanto esta obra como el resto de la dramaturgia calderoniana, «se aplaude y se celebra en una nación tan política y cristiana»159 como España. Es decir, se pregunta por qué sus contrarios se obcecan en el «empeño ridículo de defender ciegamente a Calderón» cuando para defender el verdadero honor de la patria se necesita saber que «Calderón no es el apoderado de la literatura española»160 y que no representa los valores nacionales del pueblo español. De hecho, los ilustrados como Moratín saben que ahí está el verdadero problema con el que ellos se enfrentan: si las comedias de dramaturgos como Calderón siguen siendo representadas en las tablas,

156

Fernández de Moratín, 1996, pp. 73-78. Fernández de Moratín, 1996, p. 160. 158 Fernández de Moratín, 1996, p. 158. 159 Fernández de Moratín, 1996, p. 158. 160 Fernández de Moratín, 1996, p. 167. 157

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les resultará muy difícil, por no decir imposible, imponer su propia visión de la identidad nacional. Ahí se encuentran las razones por las que continuamente lanzan contra Calderón dicterios como el siguiente: «¿Y es posible que haya quien aplauda y defienda tal hato de disparates, y que haya quien deshonre a la nación diciendo que es la obra más grande que tenemos, siendo la que la desacredita y caracteriza de ridícula entre las demás?»161. De la misma manera que Clavijo y Fajardo, Moratín es consciente de que sus enemigos en la esfera política lo acusan de anti-español y así lo demuestra: «lo primero [...] francés, lo segundo italiano, lo tercero inglés, y de esta suerte irán recorriendo el mapa hasta que me llamen chino»162. Es decir, la historia le ha enseñado que aquellos que como él han intentado criticar ese tipo de representaciones se han encontrado con una oposición dura y brutal aferrada a Calderón, por ser el mejor legado a partir del cual pueden establecer los vínculos que desean con el pasado. Por ello, frente a la tradición literaria que se ha apropiado de la imagen del dramaturgo, Moratín, a pesar de que también siente cierta admiración por el dramaturgo, se une a los de su misma ideología para criticar sus comedias con la idea de facilitar el proceso de cambio que se necesita en la mentalidad de los españoles para poder llevar a cabo su proyecto de reforma. Es decir, Moratín «ha captado a la perfección cómo los conservadores identifican a Calderón con la patria, elevándolo de modo irreversible a la categoría de icono cultural y político»163. En medio de toda esta controversia surgida entre los distintos grupos ideológicos mencionados, el polígrafo Nipho desempeña también un papel protagonista.Ya en la sección especial Noticias de Moda de su publicación oficial El Diario Estrangero, que se publica entre el 5 de abril y el 30 de agosto de 1763, manifiesta un firme deseo por reformar y mejorar el teatro en todos o casi todos sus aspectos, tal y como se viene defendiendo desde antaño. En el prólogo que precede al primer número de su periódico, Nipho expone el verdadero propósito del periódico mediante un excelente ejemplo en el que el punto principal es el extranjero:

161 162 163

Fernández de Moratín, 1996, p. 192. Fernández de Moratín, 1996, pp. 175-176. Bezhanova, Pérez Magallón, 2004a, p. 111.

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mira el alemán laborioso al inglés, y en vez de conspirarse contra su industria con una envidia débil por perezosa, intenta competirle, no con las armas prohibidas del vituperio, sino con la firmeza incontrastable de lo laborioso. Acecha el inglés al francés. Los ingleses, que hasta que mueran serán rivales de todas las naciones industriosas, y particularmente de la Francia, miran y observan, y con el socorro de los avisos públicos y periódicos saben qué nuevos descubrimientos ofrecen los franceses, y rápidamente trasladan a su casa lo que ejecuta la vecina. Los franceses hacen eso mismo, pero lo ejecutan con más galantería y aprovechamiento: ven anunciado un libro, un experimento u otro cualquier esfuerzo de la industria y del juicio; examinan su mérito, y si conocen que puede aprovecharles, lo trasplantan a su suelo, bien que sin quitarle la gloria a su primera cuna [...].Toda la Europa ha entendido esta provechosa plática, y ya se cruza por todas partes la competencia; solo, solo nuestra España no se introduce en la palestra. [...] Yo no intento la defensa de los extranjeros; pero permítaseme que pregunte. ¿Qué hacemos nosotros? Novenas, vidas que son muerte de la verdad, y jácaras que mantienen el imperio del error. Pues para que veamos lo que hacen nuestros vecinos he intentado este Diario Estrangero, no con otro fin, sino para que hagamos algún papel en el mundo, y ya que en su dilatado teatro no seamos representantes, hagamos siquiera el insulso papel de mirones, que de los actos repetidos de mirar, puede ser consigamos el hábito de conocer [...]. Mi intención es despertar la envidia; luego poner la emulación en carrera; después, siendo, como no hay duda, tan lince el ingenio de España, levantarnos, como decimos, con el santo y la limosna164.

Del prólogo de Nipho se desprende tanto «su confianza en la eficacia formativa e informativa de la prensa periódica» como «su visión de una España anquilosada a la zaga de Europa; una España cuya actitud despectiva hacia lo que viene de fuera no puede solapar su indudable sentimiento de inferioridad»165. A pesar de que está a favor de la reforma del teatro, en lo que se refiere a Calderón, mantiene una postura bastante ecléctica que está «alejada por igual de los extremismos de los dos bandos en liza»166. Es decir, su postura es neutral porque a pesar de que siente un gran aprecio y admiración por el dramaturgo, similar al que le tienen sus defensores, sin embargo, re-

164 165 166

Nipho, 1996, pp. 63-64. Royo Latorre, 2003, p. 22-23. Royo Latorre, 2003, p. 26.

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conoce también lo atemporal y anticuado del carácter que sus dramas representan, y esto último lo sitúa al lado de las críticas que por entonces formularan Moratín y Clavijo y Fajardo. De hecho, Nipho llega a cuestionar la validez de un teatro como el de Calderón y, en concreto, de los dramas de honor, en aquellos momentos de cambio, en los que este tipo de teatro tan enfocado y centrado en la representación de las costumbres del pasado no debía representarse, si no se quería tender hacia el involucionismo. Así, si, por un lado, destaca que: «Calderón fue ingenio, e ingenio grande, hizo lo que valía en su tiempo, y aunque se llama malo, bastaría que los que lo dicen hagan cosas mejores para acreditar su dictamen»; por el otro, dice que «el caso en que está la nación no es de ‘fue malo Pedro, fue peor Antonio’, sino dejar en su reposo a los difuntos y ejercitarse en la virtud y en lo justo los vicios»167. Nipho es consciente de que sus reflexiones se inscriben dentro de la línea de pensamiento que Luzán había plasmado en su Poética casi medio siglo antes. Como hizo Luzán en su momento, Nipho se propone criticar: el «desprecio de las unidades, la inverosimilitud, las flagrantes inexactitudes históricas y geográficas»168 de los dramas de Calderón. De todos estos aspectos, la verosimilitud es, en su opinión, el aspecto más importante de toda representación teatral, ya que esas representaciones deben tomarse como ejemplo de conducta y vida para muchos de los españoles que asisten a ellas. Llega a decir que, en realidad, hay patricios nuestros que no saben más de la historia de España que aquello que les quiso decir esta o la otra comedia, y de tal modo se ocupan de estos fabulosos hechos teatrales que los creen como misterios de fe; y tanto, que aunque después se les quiera persuadir de lo contrario, no bastará la misma verdad descubierta para convencerlos169.

Es decir, sin duda para él el papel de la comedia, y en general el del teatro, es el de educar al pueblo. Por ello, la verosimilitud, exactitud geográfica e histórica y la mesura y el decoro, entre otros, se convierten en los aspectos esenciales que debe contener una buena 167 168 169

Nipho, 1996, p. 69. Royo Latorre, 2003, p. 26. Nipho, 1996, p. 87.

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comedia. Además, señala que «a la comedia va la gente a divertirse y no a corromperse» y «el teatro es lugar de mucho respeto, porque se ofrece, cuando menos, a toda una nación (tan cristiana como la española»170. En definitiva, el teatro es la «escuela de la virtud»171 a la que los jóvenes van para educarse. Pero ¿esto se cumple? Nipho se pregunta después qué les queda a los jóvenes que asisten como público a la representación de una comedia de las de Calderón: ¿qué les queda de ella en la memoria? Si ellos quisieran confesarnos la verdad, nosotros veríamos con dolor y vergüenza que lo que retienen es siempre lo más peligroso para su inocencia. [...] Pues si lo que ellos oyeron conspira a la corrupción de las costumbres, ellos sacarán del espectáculo las impresiones más perniciosas, y si las comedias fueran como deben ser, ellos sacarían su enseñanza y aun corrección172.

Esta postura, que se manifiesta tan en contra de lo que representa la dramaturgia calderoniana, le genera la enemistad de aquellos incondicionales del dramaturgo entre los que destacan Romea y Tapia y Erauso y Zabaleta, entre otros. Por ejemplo, Romea y Tapia lo acusa, en palabras de Royo Latorre, «de falta de bases en las que apoyar sus invectivas»173. Aunque Romea y Tapia considera inconsistentes las bases de Nipho, sabe bien que no son otras que la aceptación de las críticas que se formulan en el exterior acerca de España y los españoles. Es decir, es consciente de que los dramas de Calderón representan un tipo de vida atrasado con respecto al resto de países y por eso prefiere que esas comedias dejen de representarse y se sustituyan por otras tanto dentro como fuera de España para que pueda producirse un cambio de mentalidad en el pueblo. Lo más curioso de Nipho es que en 1764, solo un año después de la publicación de su Diario Estrangero, olvida por completo la posición que defiende en el periodo anterior y pasa a engrosar las filas de los defensores a ultranza del teatro español a partir de la nueva postura ideológica que expresa en su nueva publicación La nación española defendida de los insultos del Pensador y sus secuaces en defensa de las come170 171 172 173

Nipho, 1996, p. 92. Nipho, 1996, pp. 127-142. Nipho, 1996, p. 142. Royo Latorre, 2003, p. 22.

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dias. En ella contradice las ideas que había defendido tan solo un año antes en algunas de las críticas teatrales de su Diario Estragero mediante la formulación de una defensa incondicional en la que demuestra las excelencias y grandezas del teatro español que Clavijo y Fajardo y Moratín, entre otros, están dispuestos a eliminar. Con esta nueva publicación, Nipho aporta su contribución personal y muestra su verdadera postura en el debate en el que se encuentra en juego la definición de la identidad nacional española. Sin duda, el hecho de que no esté de acuerdo con la idea de que son unos ‘bárbaros’ los que gustan del tipo de comedias que se representan en el teatro español muestra un radical cambio de actitud y pensamiento con respecto a su anterior publicación. Como bien indica Royo Latorre Nipho, «reprocha a los detractores del teatro español el haber atendido tan solo a los defectos y no a los abundantes aciertos de sus autores; aciertos que son fruto del genio, no de la servil sumisión a normas preestablecidas»174. De hecho, rechaza el modelo de teatro francés que tanto defienden Clavijo y Fajardo y Moratín, y que él mismo defiende en su Diario Estrangero, y proclama por encima de él las verdaderas excelencias del español. Debido al cambio de actitud y posicionamiento, Ivy McClelland considera muy conflictiva la naturaleza de la postura ideológica de Nipho175 en la que el interés antes demostrado hacia la producción literaria y cultural de otros países de Europa ha sido sustituido por el introspectivo deseo de ensalzar lo español como lo mejor del mundo. En La nación española, ataca con especial animosidad a Clavijo y Fajardo, a quien considera como un «docto Pensador [que] sin duda ha leído más que reflexionado»176 y lo acusa de plagiarismo. Desde el «Discurso primero» de su nueva publicación, Nipho establece todo lo que va a defender: «en este escrito se manifiesta con testimonios franceses que las comedias de España, además de originales, son las mejores de la Europa, y que los famosos poetas españoles deben ser celebrados, pero no reprendidos»177. En su opinión, los pensadores como Clavijo y Fajardo que tratan «con bastante menosprecio el teatro español, y que no contento[s] con las injurias fulminadas contra las co-

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Royo Latorre, 2003, p. 23. McClelland, p. 86. 176 Nipho, 1996, p. 155. 177 Nipho, 1996, p. 158. 175

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medias españolas, trataba[n] también de bárbaros a los que van a verlas»178 es el origen principal del mal ocasionado al teatro. Es decir, tanto Clavijo y Fajardo como su «sabia cuadrilla de sus cofrades» quieren, por un lado, demostrar a los españoles «que no hay pieza buena en el teatro español» cuando, en realidad, son mucho «más perfectas, originales y dignas de estimación las piezas cómicas de España que las extranjeras» y, por el otro, quieren llamar «bárbaros a los españoles porque gustaban de las comedias inimitables de Lope de Vega, Calderón, Rojas, Moreto, Molina, Diamante, Candamo y otros muchos». Esta forma de recepción de las comedias pertenecientes a la centuria de Calderón nos resulta bastante conocida y no está muy lejos de la antes descrita que efectúa a principios del siglo XIX Böhl de Faber. Nipho repite y continúa defendiendo los planteamientos ya expresados por Erauso y Zabaleta y Romea y Tapia de los que no ha dudado ni siquiera Menéndez Pelayo, quien también huele de lejos a uno de los suyos y por eso, en palabras de Pérez Magallón y Bezhanova, «reconoce que el pobre y honrado Nipho era mal poeta cuanto se quiera, pero español a las derechas y cristiano rancio»179. Tras examinar esta nueva reacción de Nipho que lo lleva a cambiar de actitud en su forma de recibir las comedias de los dramaturgos de la época de Calderón, se entiende aún menos el sentido de su primera publicación El Diario Estrangero. Me pregunto: ¿cuál pudo ser la intención de esta primera publicación? ¿Podría haberse tratado de una treta forjada por el mismo Nipho para dar más fuerza a su segunda publicación? En su Diario Estrangero, menciona que los múltiples viajes que ha hecho por Europa le han permitido conocer las distintas formas de aprender y transmitir conocimientos en sus distintos teatros. De esta manera, alardea de poseer la suficiente autoridad para influir ideológicamente en la evolución del teatro español. Si esto no fuera así, ¿por qué incluye en su Nación española un comentario tan autoritario como el siguiente?: movido de un cierto impulso de afecto patrio y de un ignorado espíritu de puro pesar, exclamé: pues si a los naturales de estos reinos, que no han visto los teatros de Francia, Italia, Alemania e Inglaterra, llaman bár-

178 179

Nipho, 1996, pp. 158-159. Bezhanova, Pérez Magallón, 2004a, p. 109.

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baros por aficionados a su exquisito teatro, ¿Qué dirá de mí el nuevo crítico, si sabe que, después de haber visto tantas bellezas, conservo afición a las comedias de España? [...] Yo seré el proto-bárbaro en su concepto y en el de los secuaces del bello Pensador.Yo seré muchas veces necio porque después de haber estudiado la materia de las comedias a fondo y después de haber visto todos los teatros de Europa, me conservo aficionado al de España. Digan lo que quisieren, yo seré siempre del dictamen que las comedias del teatro español son exquisitas, y que acaso por no conocerlas las desacreditan los que las censuran180.

Todo aquello que Nipho desea defender en su Diario Estrangero le va a servir en La nación española como una doble plataforma con la que, primero, atacar y desmontar el discurso ideológico de todos aquellos que —como Clavijo y Fajardo y Moratín— se empeñan en defender las excelencias del extranjero y, segundo, exaltar de una manera cargada de patriotismo las glorias de la nación española. Para probar estos dos supuestos, Nipho dispone de innumerables argumentos con los que ataca tanto a «los desertores del teatro español» como a los «desertores de España», a quienes lanza insultos tan irrespetuosos como «particulares hombres ridículos», «petimetres», «funesta polilla» y «cuadrilla o enjambre de atolondrados y habladores»181. De todas las actitudes que detesta, destaca en especial la de aquellos que copian los modelos franceses y los replican en España. Le resulta intolerable porque cada nación tiene sus gustos, y querer cambiarlos representa un insulto para el genio nacional, o si queremos, para el carácter tradicionalista de lo español que está tratando de exaltar. Así lo manifiesta: Nuestros petimetres son la copia ridícula de un miserable original, mil veces más ridícula que el original mismo, y los imitadores de la copia mucho más ridículos. Algunos de nuestros españoles van a Francia con sus fantasías y creen haberse naturalizado en ella bastantemente luego que adornan su figura de un modo extraordinario, luego que han tenido valor para exceder los límites de la decencia del decoro y la retentiva, y luego que han adquirido un cierto caudal de impertinencias, enemigas de la ilustre gravedad y sencillez española, afectando una desenvoltura o descaro que los eleva, como ellos presumen, sobre los más venerables respetos.

180 181

Nipho, 1996, pp. 159-160. Nipho, 1996, pp. 161-176.

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[...] Después de haber tenido esta preciosa escuela en Francia, vuelven a España con un formulario o epílogo de recetas de moda182.

Lo que no puede aguantar es ese intento de contaminación de lo exterior, de lo otro, que ha presenciado con sus propios ojos cuando se ha alejado de las fronteras de España, ya que, en su opinión, ¿qué necesidad hay de contaminarse de las ideas, estilos y reglas literarias generados en el exterior cuando tenemos dentro del país lo mejor del mundo? Lo mejor es lo español y por ello halla «mucho más perfectas, originales y dignas de estimación las piezas cómicas de España que las extranjeras»183. Además, no solo lo español es lo mejor sino que su carácter es incompatible con el de otras naciones. Es decir, el hecho de que «cada nación tenga sus gustos»184 demuestra que cada una tiene un carácter único e intransferible, y esto se manifiesta especialmente en las comedias que tienen por objeto representarlo. Por ello son especiales las comedias de España, ya que «el teatro se ha de conformar con el genio de los espectadores y con los usos del tiempo»185. El carácter verdaderamente español es lo que representan autores como Calderón en sus comedias. De ahí que el que se muestre en contra de Calderón, quien lo único que hizo fue componer «sus comedias adaptadas a las costumbres dominantes entonces en España», lo que está haciendo es lanzar piedras contra su propia nación porque «cada [una] tiene su modo particular de asirse a los objetos, [...] razón por la cual es muy ridículo confundir el arte de los griegos y romanos con el de otras naciones modernas»186. De nuevo, se observa la manera con la que Nipho busca manipular el verdadero espíritu poliédrico de la obra teatral del dramaturgo barroco para adaptarlo a sus intereses. En su Nación española, reprende a sus contrarios y les avisa del error que están cometiendo y para ello les sugiere reiteradamente que le den «lo que es suyo a su nación, desagraviándola de las injurias que han fulminado contra ella, sin más motivo que el de hacerse sectarios

182

Nipho, 1996, p. 175. Nipho, 1996, p. 159. 184 Nipho, 1996, p. 188. 185 Nipho, 1996, p. 170. 186 Nipho, 1996, pp. 199-222. 183

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indiscretos de la moda; valga lo justo y cese lo apasionado. Esto basta para que vuelvan el honor a su patria y tranquilicen los espíritus que ha sublevado su displicencia o fogosidad mal reprimida»187. De hecho, no duda que todos los teatros, incluido el español, tienen defectos y faltas, como ocurre con el teatro italiano, francés e inglés cuya situación y estado examina en su Nación española. Lanza interrogantes a los que llama «desertores de España» para preguntarles por qué si son tan «corteses con los extranjeros», cuyo teatro está plagado de faltas, «no se muestran menos rígidos con sus paisanos»188 españoles. Uno de los tópicos a los que Nipho recurre con frecuencia es la diferencia y exclusividad del carácter español, comparado con el de otras naciones, que tan bien reflejan las «comedias de España»189 y poetas como Calderón, el cual, aunque «sin lograr un entero grado de perfección (al que ningún teatro antiguo ni moderno ha podido llegar), se resiente en todas sus ingeniosas producciones de aquel vigor original que le ha merecido el primer lugar entre antiguos y modernos» por no haberse sentido «de ningún modo sujeto o servilizado a las pretendidas reglas del arte cómico»190. De hecho, para él, la originalidad de nuestro teatro español le sitúa por encima de las producciones de naciones como Francia, cuyos escritores «no son más que copiantes de las obras ajenas».191 En definitiva, para Nipho, Erauso y Zabaleta, Romea y Tapia y posteriormente Böhl de Faber, la dramaturgia calderoniana representa el tipo de identidad nacional que ellos desean promover e imponer por encima de la visión defendida por Clavijo y Fajardo, Moratín, Mora y Alcalá Galiano, entre otros. Al erigirse como representantes del sector más conservador y tradicionalista español, se empeñan en defender y mantener los valores identificados directamente con el símbolo e icono calderoniano. Los principales valores que los tradicionalistas como Nipho buscan preservar son el catolicismo y el monarquismo. Si esto no fuera así, ¿de dónde procede su fuerte deseo por demostrar el gran amor y respeto que los españoles deben sentir por sus reyes y su religión?, ¿por qué lanzan duras críticas y arremeten sin miramientos contra todos aquellos que deciden

187

Nipho, 1996, p. 197-198. Nipho, 1996, p. 220. 189 Nipho, 1996, p. 228. 190 Nipho, 1996, p. 228. 191 Nipho, 1996, p. 228. 188

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alzar su voz en contra de Calderón?, ¿por qué los llaman y consideran, en palabras del mismo Nipho, «enemigos de la patria»192? En conclusión, el debate en el que aparece y reaparece la figura calderoniana es «un debate trascendente sobre la legitimidad y la autoridad para configurar la nación y su identidad desde perspectivas políticas y culturales contrapuestas»193. Los dos bandos que se enfrentan saben que a «partir de la afirmación de su derecho a establecer su propia versión de cómo y qué es el verdadero carácter nacional, se abre la oportunidad de proponer y justificar el programa del futuro desarrollo del país correspondiente a esa versión de lo que es la nación»194. Por ello, en todos los casos anteriores —de Erauso y Zabaleta, de Romea y Tapia, de Nipho, de Nasarre, de Clavijo y Fajardo, de Moratín, de Böhl de Faber, de Mora, de Alcalá Galiano— se ha podido comprobar cómo lo literario sirvió de excusa para encubrir unos horizontes más globales y ambiciosos, y a la vez «para dar cuenta de [...] lo que en esos momentos los literatos consideraron prioritario poner en evidencia, y cuyo mejor medio expresivo fue, por tanto, la escritura ensayística»195, manifestada, en un gran número de casos, en el artículo de prensa. Fue este último el que se convirtió en la plataforma a partir de la que cada grupo ideológico —que tenía voz tanto en lo literario como en lo político— lograba lanzar y expresar, con un grado de mayor o menor dificultad dependiendo de la orientación ideológica del gobierno en cada momento, tanto sus opiniones de la más diversa índole como la crítica a sus contrincantes en la arena política. Quizás, a veces, tal simbiosis tan estrecha entre lo literario y lo político ocurría porque en la mayoría de los casos, en palabras de Palacios Fernández y Alberto Romero Ferrer, «la presión política empujaba a los literatos a integrarse en las diatribas ideológicas provocadas por los cruciales acontecimientos del día a día»196 entre los que se encontraba el relacionado con la identidad nacional. Así, tanto políticos como literatos lucharon conjuntamente a través de las múltiples páginas de la prensa periódica de aquellos años para implantar e imponer dentro de España su propio modelo de identidad nacional. En definitiva, buscaban imponer una 192

Nipho, 1996, p. 245. Bezhanova, Pérez Magallón, 2004a, p. 105. 194 Bezhanova, Pérez Magallón, 2004a, p. 105. 195 Palacios Fernández, González Troyano, 2004, p. 316. 196 Palacios Fernández, Romero Ferrer, 2004, p. 186. 193

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idea de lo que ellos entendían por lo verdaderamente español que les permitiera poder permanecer o consolidarse en el poder. Las páginas de la prensa periódica en las que se desenvuelven tanto la querella, como las muchas polémicas mantenidas previamente a su desenlace, evidencian, ya desde el siglo XVIII, que en la búsqueda de la propia personalidad nacional se enfrenta, no una España unida, sino una España que, irrevocablemente, se muestra dividida en dos mitades. Estas dos Españas son las que contrastan de manera intermitente sus propios modelos, del todo incompatibles, a partir de los que entienden y definen lo español para demostrarse la una a la otra que el suyo es el único verdadero y legítimo. En realidad, la preocupación por la búsqueda de la reafirmación de un tipo concreto de identidad nacional no desaparece a finales del siglo XVIII, sino que continúa en los escritos pertenecientes a la querella que Böhl de Faber, Mora y Alcalá Galiano protagonizan en el siglo XIX.Y no solo esto, ya que la misma preocupación se acentúa también de una manera especial en la poco estudiada prensa periódica y en los discursos político-literarios de las décadas centrales del siglo XIX. El símbolo literario calderoniano, tal y como ha quedado elaborado en el siglo XVIII y principios del XIX, seguirá ocupando el centro de las polémicas con un fuerte contenido político con el que se contaminará no solo su figura y obra, sino también todos aquellos elementos, valores y aspectos históricos con los que se busca construir la personalidad nacional de España.

CAPÍTULO

SEGUNDO

LA RECEPCIÓN POLÍTICO-LITERARIA DE CALDERÓN EN LA DÉCADA DE 1823-1833 Cuando se nos pregunte por nuestro gran poeta nacional, claro es que con el nombre de Calderón podemos contestar. MARCELINO MENÉNDEZ PELAYO

2.1. UN

PRIMER ACERCAMIENTO AL ESTADO DE LA RECEPCIÓN

CALDERONIANA Y SU CONEXIÓN CON LA POLÉMICA ANTERIOR

En el capítulo anterior hemos argumentado sobre dos aspectos esenciales en el estado de la recepción calderoniana en el siglo XVIII y primeras décadas del siglo XIX; primero, que la dimensión literaria, en la que se discute si las obras del Barroco y, entre ellas las de Calderón, respetan las tres unidades dramáticas, en clara consonancia con la regla aristotélica, está presente en la polémica calderoniana; segundo, que ligada ineludiblemente a ella, se encuentran otras dimensiones no tan estudiadas, pero sí muy importantes, que deben ser analizadas para entender la complejidad de las múltiples realidades ideológicas que rodean el debate calderoniano. En concreto, una dimensión particular de la polémica que arrastra la recepción calderoniana es aquella en la que está en juego la elaboración de un conjunto de valores con los que se quiere identificar el nombre de Calderón para, a partir de ellos, influir en la formación de la identidad nacional española. En relación a este aspecto, las distintas aportaciones crítico-literarias de los siglos XVIII y XIX que hacen referencia a la obra de Calderón y en las que lo que se hace es alabar o criticar la obra del dramaturgo, esconden, en realidad, los intereses políticos de dos bandos enfrentados ideológicamente en la historia de las ideas de España para los que existen dos maneras muy distintas de entender el significado de lo español.

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LA RECEPCIÓN DE CALDERÓN EN EL SIGLO XIX

El presente capítulo busca analizar las diferentes líneas ideológicopolíticas que rodean la recepción de Calderón una vez terminada la querella y a lo largo de la década inmediatamente posterior, la conocida década absolutista. Con ello, sacaremos a la luz los distintos ángulos y parámetros ideológicos que rodean los años posteriores a la querella, los cuales, por el exceso de simplificación al que han sido sometidos, han pasado desapercibidos para la gran mayoría de los críticos. El objetivo se cumplirá mediante el análisis de la obra periodística y discursos literarios y políticos de la minoría intelectual de la década absolutista. Se demostrará que con tales discursos la minoría intelectual se propone seguir moldeando el polémico proceso de creación de la identidad nacional española de su propia época. En concreto, durante la década absolutista, el tema o excusa de lo literario, y por extensión de una imagen ficticia de Calderón, continúa siendo uno de los puntos estratégicos de partida a partir del cual se intenta/n representar y divulgar la/s idea/s que unos y otros defienden y quieren imponer como modelo para identificar y definir lo español. La década absolutista es en esencia engañosa y por ello el estudio de su producción ensayística ha de efectuarse con cierta cautela. En esa época y quizás más que nunca, tanto la literatura como el teatro «se convierten, conscientes o no de ello, en una forma muy activa de hacer política y también de hacer la guerra»197 al enemigo. En esta dimensión, se entiende a la perfección, conociendo la polémica precedente, que la imagen de Calderón siga siendo utilizada con intenciones claramente políticas. Este hecho se constata en el elevado número de documentos y opiniones críticas que aparecen repartidos por los distintos periódicos. En todos ellos vuelve a reaparecer y se vuelve a polemizar sobre lo que Calderón representa y simboliza dentro de España. En especial, destaca un nutrido número de artículos del periódico El Europeo de Barcelona y otros tantos de El Diario Literario y Mercantil de Madrid; las Lecciones de literatura dramática española y el Discurso sobre la importancia de nuestra Historia Literaria de Alberto Lista; El Discurso sobre el influjo que ha tenido la crítica moderna en la decadencia del Teatro Antiguo Español, y sobre el modo con que debe ser considerado para juzgar convenientemente de su mérito peculiar, así como el Prólogo que precede al Romancero general o colección de romances cas-

197

Palacios Fernández, Romero Ferrer, 2004, p. 213.

CAPÍTULO SEGUNDO

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tellanos anteriores al siglo XVIII recogidos, ordenados, clasificados y anotados por Agustín Durán y, por último, El Correo Literario y Mercantil de Madrid, cuya desaparición coincide justo con el final de la década absolutista.

2.2. EL EUROPEO

DE

BARCELONA

El primer número de El Europeo aparece en noviembre de 1823, coincidiendo con la entrada en Barcelona de las tropas reaccionarias francesas que ponen fin al trienio liberal y marcan el inicio la década absolutista. La vida del periódico es muy breve, ya que comprende desde noviembre de 1823 hasta abril de 1824.A pesar de su efímera existencia, Seoane lo considera uno de los órganos más interesantes de los primeros años de la década fernandina y encuentra las causas de su desaparición en la intervención de las autoridades198. Su desaparición está estrechamente relacionada con la severa censura gubernativa que la gran mayoría de medios de expresión de la opinión pública padece durante esta década a la que, Checa Beltrán considera, «una época poco propicia para el libre debate»199. En El Europeo se publican varios artículos que, aunque a simple vista parecen estar destinados a extender y divulgar ciertos principios literarios —tal y como también ocurría con los escritos pertenecientes a la querella— que algunos críticos han identificado como la llegada de principios correspondientes a los de un Romanticismo origen foráneo; muchos de ellos contienen resonancias del debate ideológico-político mantenido antes y durante la polémica Böhl de Faber-Mora. Esta es la razón fundamental por la que, de la misma manera que ha ocurrido con los documentos pertenecientes a la querella, El Europeo no ha recibido toda la atención crítica que merece, así como que los pocos estudiosos que se han acercado a él, engañados por su fuerte fachada literaria, han formulado interpretaciones demasiado simplistas a la hora de valorar su verdadero significado e importancia. Por ejemplo, Allison Peers, en la breve introducción que precede al artículo «Romanticismo» de Luiggi Monteggia —uno de los redactores y fun-

198 199

Seoane, 1983, p. 130. Checa Beltrán, 2004, p. 160.

100

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dadores de El Europeo— que aparece reproducido en «Romanticism: Some Notes and Documents-V», establece que El Europeo es un órgano esencial para la evolución de las letras españolas y lo valora como «the first review in Spain to introduce into literary discussions the principles of Nineteenth century Romanticism»200. Creemos que Peers comete el error de limitarse a subrayar el exclusivo carácter literario de los artículos del periódico, sin tener en cuenta otros aspectos que, aunque estén disimulados bajo el disfraz de lo literario, están relacionados con el terreno de lo político. Sin duda, la presencia de tales aspectos se manifiesta y aprecia en los artículos en los que se menciona la figura y época calderonianas. De este modo, aunque no podemos obviar el contenido literario de muchos de los artículos de El Europeo, tampoco podemos negar la presencia en ellos de intención/es ideológico-política/s ligadas a la nueva reaparición de la figura, obra y época de Calderón. Tener este aspecto en cuenta a la hora de analizar su contenido ayuda, no solo a lograr una mejor comprensión del sentido y función de esta publicación dentro de España, sino también a comparar, mediante el establecimiento de algunas diferencias y similitudes, la manera en la que se recibe a Calderón en esta nueva década y el significado y la posible valoración global de su imagen y obra en comparación con la/s década/s anterior/es. Con ello, además seremos capaces de cubrir una de las principales deficiencias que afecta a los estudios relacionados con la recepción calderoniana a lo largo de la centuria del novecientos. Schinasi alude a la carecia de información con lo siguiente: «we are still missing much information about his acceptance or rejection in his home country during much of the nineteenth century [...].The historians of Calderon criticism generally leave us wondering, however, how the great dramatist was regarded in some sixty years that intervene between these two events»201, la querella y la parte de la obra que el políglota Marcelino Menéndez Pelayo le dedica a Calderón. Aparte de la función de divulgador de novedades literarias e inevitablemente vinculadas con el Romanticismo, la parte nacional de El Europeo sirve para continuar con las labores de exaltación, reafirmación e intento de recuperación, tal y como ya hizo Böhl de Faber en la querella, de al-

200 201

Peers, 1931a, p. 144. Schinasi, 1986, p. 381.

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gunos de los componentes esenciales, peculiares, únicos y característicos del carácter nacional español, que algunos pensaban que se habían perdido —o al menos debilitado— durante los años correspondientes al trienio liberal (1820-23). Dicho de otro modo, haciendo uso nuevamente de lo literario, El Europeo se propone también la búsqueda y conquista de la propia personalidad y conciencia nacionales, aprovechando la coyuntura que le brinda la nueva situación política de ese momento histórico concreto, y trata de divulgar el tipo de carácter nacionalista y conservador que una parte de la minoría en el poder desea para España, algo que ya propuesto hasta la saciedad por Böhl de Faber, entre otros. La falta de visión global a la hora de interpretar y clasificar el espíritu general del periódico barcelonés se encuentra no solo en los trabajos de Peers, sino también en el de críticos como Alborg, Caldera, Cattaneo y Shaw. Para todos ellos, el espíritu del periódico está relacionado solo con lo literario y, en concreto, con el arranque y posterior desarrollo del Romanticismo dentro de España. Caldera es uno de los pocos investigadores que busca nuevas vías con las que identificar la orientación ideológica del periódico, aunque se despista al no tener en cuenta la diversidad ideológica de los miembros que componen la cúpula directiva de la publicación barcelonesa. Al final, termina considerando que El Europeo presenta una orientación política de corte exclusivamente liberal y, según su parecer, en sus páginas sus redactores se proponen, primero, defender la libertad terriblemente amordazada durante los años en que domina con mayor fuerza la censura fernandina y, segundo, llevar la paz a los ánimos enfrentados, con un criterio de signo cosmopolita que, por medio de la cultura, aspirase a superar los particularismos políticos y los nacionalismos demasiado estrechos202. El aspecto por el que Caldera podría haberse sentido impulsado a emitir tal juicio en relación a la orientación y espíritu ideológico del periódico podría encontrarse en el hecho de que en su cúpula directiva se encuentran tanto los dos italianos y emigrados liberales, Luiggi Monteggia y Florenzo Galli como el también liberal y de origen inglés, Ernest Cook. Ahora bien, si el planteamiento de Caldera fuera cierto, sería interesante plantearse por qué El Europeo no apareció durante los años correspondientes al trienio liberal y sí lo hizo durante los años en que se reinicia el absolutismo fernandino.

202

Alborg, 1982, p. 88.

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LA RECEPCIÓN DE CALDERÓN EN EL SIGLO XIX

Para emitir su juicio, Caldera ha concedido especial atención a la parte directiva de origen foráneo o, al menos, no ha considerado la orientación ideológica del resto de los miembros de la cúpula que dirige el periódico, entre los que se encuentran los españoles Buenaventura Carlos Aribau y Ramón López Soler, cuyos artículos no transmiten un espíritu de corte tan liberal como el de los otros miembros. Sin duda, el objetivo y la orientación ideológica del periódico no están tan perfectamente definidos, puesto que sus páginas no demuestran la unidad de pensamiento que se necesitaría para cumplir los objetivos que con tanta seguridad Caldera le atribuye. Lo más justo aquí sería afirmar que en el periódico no existe unidad total de pensamiento, ya que como mínimo en él se «intenta con Monteggia, una visión más estrictamente literaria y europea»; y con «López Soler [...] una línea españolista y cristiana»203. Precisamente, esa línea españolista y cristiana es la que esconde la voz y resonancia de la querella y, más en concreto, la continuación del intento de exaltación y divulgación en esta nueva década de una de las dos visiones del ser español, en la que entra en juego la apropiación y reutilización de la ya bien conocida visión simplificada de la figura de Calderón. En otras palabras, a lo largo de las páginas de El Europeo se aprecia un antagonismo de pareceres en torno «al debate acerca de los modelos literarios» que «persiste en los mismos términos que un cuarto de siglo atrás, es decir, basado en la oposición entre antiguos y modernos y ejemplificado en los mismos autores de entonces»204 de los cuales, aquí nos interesa la trayectoria que sigue la recepción de Calderón. Brian J. Dendle en su estudio «Two Sources of López Soler´s Articles in El Europeo» aboga por la idea de que los artículos de López Soler contienen ciertas, aunque leves, resonancias de la polémica calderoniana205. Tales resonancias, a las que Dendle no da demasiada importancia, son significativas, ya que muchas de las ideas que López Soler exhibe en los artículos que firma en El Europeo son una copia bastante fiel de algunos de los temas latentes en el artículo que Böhl de Faber publica en España bajo el título de Reflexiones de Schlegel sobre el teatro, traducidas del alemán. El elevado índice de coincidencia en

203

Caldera, citado por Alborg, 1982, p. 88. Checa Beltrán, 2004, p. 160. 205 Dendle, 1965-1966, p. 50. 204

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la repetición de contenidos le sitúa en la misma línea de pensamiento defendida por su antecesor alemán. Si esto no fuera así, ¿de dónde surge el fuerte interés de López Soler por destacar los muchos beneficios que comporta el mantenimiento de las costumbres nacionales y en especial aquellas vinculadas con la religión? Así lo cuestiona en uno de los artículos del periódico: «¿Quién ignora la notable mudanza que ocasionó la aparición del cristianismo en la sociedad humana? ¿Quién ignora que la moral del evangelio suavizó la ferocidad de los pueblos y les fue inclinando a tiernos y melancólicos sentimientos? [...] No nos cansemos: faltaba a los antiguos una religión como la nuestra que desarrollase los delicados sentimientos del alma y la diese por este medio más extensión»206. O ¿de dónde procede su interés por establecer una fuerte conexión entre las costumbres nacionales y los dramas de la época de Calderón por ser los que mejor las representan? ¿No nos recuerda esto a la defensa y relación que no solo Böhl de Faber, sino también Romea y Tapia y Erauso y Zabaleta establecieron entre Calderón y las mismas costumbres nacionales? Desde nuestro punto de vista, este deseo de recuperación, identificación e intento de exaltación del pasado y su estrecha identificación con la obra de Calderón consigue alejar a López Soler de la orientación liberal que parecen tener algunos de los directores del periódico, y lo sitúa en la línea seguida por los tradicionalistas que abogan por el mantenimiento de la herencia literaria nacional y que se muestra casi tan exaltado y xenófobo como el ya defendido por Böhl de Faber en los documentos pertenecientes a la querella. María José Rodríguez Sánchez de León en su artículo «Prensa periódica y crítica literaria» defiende que un aspecto importante que se propone El Europeo es «la defensa del cristianismo y de la monarquía tradicional sustentadas por el poder establecido»207. A partir de esta línea abierta, no solo por Rodríguez Sánchez de León, sino también por Dendle y Checa Beltrán, nos proponemos demostrar la conexión existente entre los objetivos e intereses de El Europeo y el mantenimiento y defensa de un determinado tipo de carácter nacional, en el que lo literario sirve de excusa para esconder el intento de reafirmación y exaltación de un tipo concreto de carácter nacional español que se iden-

206 207

Peers, 1931b, pp. 198-202. Rodríguez Sánchez de León, 2004, p. 56.

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tifica plenamente con la carga simbólica que encierran la figura y obra de Calderón. Tal aspecto justificaría la efímera existencia del periódico, es decir que la fuerte censura del momento forzara su desaparición al no existir un espíritu y una unidad política uniformes entre sus miembros directores. Razón por la cual, El Europeo imprimió su último número en abril de 1824, a pesar de que su publicación, como bien menciona Seoane, se llevó a cabo «durante la ocupación francesa de la ciudad y aprovechando la relativa tolerancia de que durante ella se pudo disfrutar».208 Nótese que se trata de la ocupación de los Cien Mil Hijos de San Luis, ejército francés reaccionario dirigido por el duque de Angulema, que interviene militarmente en España tras la solicitud de Fernando VII para terminar con el trienio liberal y restablecer el absolutismo, en virtud de los acuerdos de la Santa Alianza.

2.2.1. Las resonancias de la querella en El Europeo El análisis de los artículos de El Europeo es esencial para encontrar nuevas resonancias de la polémica sobre la identidad nacional en la que participa la minoría intelectual española del siglo XVIII. La aparición y reaparición de la figura literaria de Calderón a lo largo de las páginas de El Europeo está contaminada de tintes ideológico-políticos que se apartan de lo literario, ya que bajo la excusa literaria ‘calderoniana’ late el intermitente proceso que manipula la figura del dramaturgo para imponer los atributos más adecuados de la identidad nacional. Los dramaturgos deben representar el carácter, las costumbres y la idiosincrasia de cada pueblo. Monteggia expresa esta idea en su artículo «Romanticismo», que publica el 25 de octubre de 1823 en el tomo primero de El Europeo y que Peers reproduce en Bulletin of Spanish Studies bajo el título de «Spanish Romanticism: Some Notes and Documents-V». Peers considera que el artículo de Monteggia «is one of the most important contributions»209 que recibe el periódico. Para Monteggia, «las producciones de los verdaderos poetas se distinguen en que son el espejo de los caracteres de los tiempos en que 208 209

Seoane, 1983, p. 130. Peers, 1931a, p. 144.

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fueron escritas»210. Por ello, no todos los escritores son capaces de recoger y mostrar en sus obras el carácter y espíritu de los españoles, sino todo lo contrario. Lo más importante para Monteggia es la idea de que el espíritu de los pueblos ha ido cambiando paulatinamente con el transcurso de la historia y por ello, «lo que en tiempos de los griegos y de los romanos era bello, religioso y penetrante, habría sido oscuro, pesado y de ninguna aceptación»211 en épocas posteriores. Ahora bien, ¿no podría interpretarse tal aseveración como una clara manifestación en contra de aquellos que habían defendido previamente y aún seguían defendiendo entonces la imposición de un modelo literario íntimamente relacionado con la idea del Clasicismo que tanto dio que hablar a partir del siglo XVIII? Si esto no fuera cierto, ¿por qué afirma Monteggia que «los argumentos antiguos, y en particular los griegos y los romanos, no tienen [...] un interés tan inmediato, como los de las cruzadas, del descubrimiento del Nuevo Mundo y de las revoluciones modernas», los cuales «tienen mucha más relación con las costumbres de la edad presente»212 o, al menos, son con los que más se identifica el pueblo español? Lo curioso aquí es que en los momentos en que se desarrolla la querella, los defensores antiguos eran precisamente los que más veneraban la literatura de la época de Calderón. Con la alteración que Monteggia concede a la terminología tradicional con la que hasta ahora se ha identificado a los componentes de uno y otro bando se persigue adaptar la polémica a los nuevos tiempos. Él mismo aclara quiénes son ahora, a principios de la década absolutista, unos y otros y por qué: Los clasicistas [antiguos] no conocen de los caracteres griegos y romanos sino lo que trae la historia, muchas veces exagerada y siempre imperfecta, de aquellos tiempos; no pueden por lo tanto pintar a sus protagonistas sino con colores generales, y más como se los figuran ellos que como verdaderamente fueron. Para darles mayor realce los ponen más allá de los sentimientos modernos, sin contentarse con representar hombres valientes que arrastraran cualquier peligro, y dándolos a conocer como si apetecieran la muerte en lugar de evitarla; como si ninguna desgracia los conmoviese; como si nada fuese imposible para ellos. Los es-

210 211 212

Peers, 1931a, p. 147. Peers, 1931a, p. 145. Peers, 1931a, p. 147.

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pectadores modernos no toman interés en estas composiciones, porque ven allí personajes de una naturaleza distinta de la nuestra y como no pueden hacer comparación de aquellas aventuras con las propias, se quedan admiradores de bellezas, que juzgan grandes porque no las conocen, más que sin embargo no llegan a conmoverlos. Los eruditos entretanto, los que se han acostumbrado desde la infancia a las bellezas de convención aprendidas en las escuelas y en los autores clasicistas, gustan de un placer que es más el resultado de un cálculo que del entusiasmo de las pasiones213.

Entonces, si, según Monteggia, lo que hacen y representan los clasicistas no llega a conmover a los espectadores modernos, ¿qué es exactamente lo que ahora les conmueve? Él mismo nos da la respuesta: Cuando los argumentos románticos al contrario son manejados por un verdadero poeta ¡quién es el hombre que no se halle arrebatado al verlos representar! Las virtudes y los delitos, las dichas y las desgracias nos recuerdan las circunstancias de nuestra vida, y hasta los clasicistas no pueden contener las lágrimas, entretanto que con las palabras critican el uso de tales argumentos, que forman la delicia de los románticos.También los asuntos antiguos pueden servir a los poetas románticos, con tal que sepan tratarlos románticamente, es decir no con los colores y los resortes de convención que se enseñan en las escuelas, sino con aquellos que dicta a pocos el genio, y que nos dejan conocer también en los héroes de la antigüedad a hombres como nosotros. Modelo de esto sean los mismos poetas antiguos, los clásicos [como por ejemplo Calderón y Lope] y no los clasicistas214.

De la cita se desprende la idea de que en los tiempos en que se redacta El Europeo el sentido tradicional del término utilizado para definir lo antiguo y lo moderno ya no sirve, ya que lo antiguo no es lo que data de la centuria de Calderón, como antes se pensaba, sino que ahora se remonta a un pasado mucho más remoto, como la Antigüedad Clásica. Monteggia ha sido capaz de captar en su artículo el nuevo espíritu de los tiempos, en clara consonancia con la terminología empleada en el resto de Europa. Pero ¿por qué y para qué hace todo esto? ¿Para tratar de divulgar estos aspectos o tras él se esconden otros propósitos? Monteggia «se opone al concepto neoclasicista de que so213 214

Peers, 1931a, pp. 146-147. Peers, 1931a, p. 147.

CAPÍTULO SEGUNDO

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lamente estudiando los aspectos humanos intemporales que yacen siempre en el fondo del hombre, bajo la superficie aparente de los cambios producidos en las diversas épocas, se consiguen obras de valor permanente», ya que, en su opinión, lo que en verdad importa para que una obra consiga la inmortalidad «es su capacidad de interpretar para las futuras generaciones el espíritu de su tiempo»215. ¿No eran precisamente estos últimos los aspectos por los que Böhl de Faber consideraba importante y necesaria la exaltación de la obra de Calderón en tanto que representaba el verdadero espíritu inmortal de lo español? Monteggia llega a definir e identificar en su artículo a los nuevos clasicistas (los antiguos modernos) como los «rigurosos observadores de las tres unidades, de acción, de lugar y de tiempo», y a los románticos (los anteriores antiguos) como a aquellos que «no reconocen más que una sola unidad, que es la de interés»216, algo que justifican diciendo que, «como es imposible lograr una ilusión perfecta en los poemas y en los dramas, de modo que la acción no necesite más tiempo para ejecutarse de lo que se consume presenciándola; por eso ya que debemos hacer una abstracción, tanto vale hacerla por un mes o por un año como por veinte y cuatro horas»217. En la sección de su artículo titulada «Marcha» Monteggia aprovecha, además, para catalogar de inverosímiles, no las obras de los románticos o clásicos, tal y como había ocurrido en tiempos de Böhl de Faber, sino las de los nuevos clasicistas, por su fuerte empeño por respetar con rigurosidad las tres unidades aristotélicas. Las obras que no son inverosímiles son las de aquellos autores que Monteggia denomina como «hombres clásicos de todos los tiempos», entre los que incluye a Calderón, porque lo que escriben es lo que «les dicta el genio»218. De ahí deduce las aspiraciones de los románticos, quienes alejados todo lo posible de las convenciones aristotélicas tratan de «imitar a los clásicos [Calderón] en los lances de las pasiones, en la moral de sus obras, en los rasgos de la imaginación»219. Es a estos autores a los que, según Monteggia, hay que imitar y a los que hay que recuperar en la escena. 215

Alborg, 1982, p. 89. Peers, 1931a, p. 147. 217 Peers, 1931a, p. 147. 218 Peers, 1931a, p. 149. 219 Peers, 1931a, p. 149. 216

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Con la distinción de intenciones y propósitos seguidos por clasicistas y románticos, así como por la introducción de estos nuevos términos dentro de España, Monteggia se convierte en uno de los primeros críticos en sentar e introducir las bases del Romanticismo de carácter europeísta en España220. A lo largo de su artículo, aparte de aclarar el significado de las nuevas nomenclaturas de románticos y clasicistas, Monteggia repite de manera intermitente otro de los aspectos esenciales del Romanticismo: la distinción entre las costumbres y el espíritu de cada país que aparecen representadas en las obras de los grandes genios clásicos. Aquí encaja el caso de la figura de Calderón dentro de España, cuyas obras representan el carácter nacional español, que es algo único e intransferible puesto que pertenece solo a España. A pesar de que Monteggia no cita el caso concreto del carácter nacional español, sí consigue presentar en su artículo las bases teóricas a partir de las que otros escritores (o políticos) van a continuar elaborando el debate en el que lo que está en juego es la definición de la identidad nacional española. Es decir, sobre la teoría inicial de Monteggia, se desarrolla una nueva plataforma teórica con la que se continúa el debate sobre Calderón y el carácter nacional español que se remonta a los tiempos de Erauso y Zabaleta, Romea y Tapia, Nipho y Böhl de Faber, entre otros. En otras palabras, Monteggia introduce dentro de España el material teórico esencial con el que otros escritores (y/o políticos) de carácter más reaccionario y conservador —tal es el caso de López Soler— seguirán enmascarando el intermitente proceso relacionado con la construcción de la identidad nacional española, haciendo uso una vez más de la figura iconizada de Calderón. López Soler publica en los números uno y dos de El Europeo, pertenecientes al 29 de noviembre de 1823 y el 6 de diciembre de 1823 respectivamente, dos artículos titulados «Análisis de la cuestión agitada entre románticos y clasicistas I y II», que Peers divulga también en Bulletin of Spanish Studies con el título «Spanish Romanticism: Some Notes and Documents-VI». En ellos expresa, desde el principio, que el propósito de López Soler era participar en la contienda mantenida entre románticos y clasicistas y «conciliar si es posible, a los contrincantes»221, centrándose en el problemas y diferencias que los separaban y

220 221

Peers, 1931a, p. 144. Peers, 1931b, p. 198.

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enfrentaban dentro de España. Así, sin perder de vista en ningún momento el caso particular español, y retomando los términos empleados simultáneamente por Monteggia, López Soler considera muy relevante «la aparición del cristianismo en la sociedad humana»222. Es decir, en su opinión, el cristianismo es el principal elemento diferenciador de los dos grupos enfrentados, puesto que con su aparición «fueron cambiando las costumbres, se olvidaron las antiguas leyes [seguidas por los clasicistas] y se acogieron los hombres a la religión, como la única que en su ignorancia y abandono podía suministrarles algún consuelo [los románticos]» 223. Con ello, establece que el cristianismo dio lugar a la aparición de los románticos, quienes, en su opinión, son los únicos que «tienen por base el sentimiento y hablan al mundo moral»224. El planteamiento con el que López Soler abre su artículo no es nuevo, puesto que ya se encuentra en el discurso y escritos de Böhl de Faber, entre otros. López Soler, en la distinción que establece entre clasicistas y románticos, retomando el discurso que a Böhl de Faber le había dado tan buenos resultados, llega a decir que «la principal cualidad que distingue a los románticos de los clasicistas» es el hecho de que «unos y otros dan a conocer la religión que profesaban las costumbres de sus épocas y aun la naturaleza que describían»225. De hecho, va incluso más lejos al decir que: los antiguos, menos espiritualizados que los cristianos, porque su religión era un tejido de fábulas groseras, nos presentan grandes calamidades y trágicos acontecimientos [...]. Los clasicistas violentan la situación del alma, los románticos la desvían, pero muy suavemente, de su temple natural: el lenguaje de aquéllos es más magnífico; el de éstos, más penetrante: los primeros tienen por base a las pasiones y hablan al mundo físico; los segundos tienen por base al sentimiento y hablan al mundo moral226.

López Soler considera que la religión cristiana es la principal causa que ha producido la aparición de este nuevo grupo de románticos (o tradicionales defensores de Calderón) y la que les concede cierta su-

222 223 224 225 226

Peers, 1931b, p. 198. Peers, 1931b, p. 199. Peers, 1931b, p. 199. Peers, 1931b, p. 199. Peers, 1931b, p. 200.

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perioridad sobre los componentes del otro grupo. ¿No es una forma educada de llamar ateos y bárbaros a sus contrarios clasicistas (o anticalderonianos) y conseguir que el cristianismo se convierta en uno de los valores esenciales del carácter español? ¿No había acusado también Böhl de Faber a sus enemigos de bárbaros y antirreligiosos y, consecuentemente, de antiespañoles, aunque lo hiciera de una manera menos formal y más directa que la empleada ahora por López Soler? Sin duda, de la misma manera que ya ocurriera con Böhl de Faber, para López Soler la religión cristiana era también la que permitió la aparición y el desarrollo de nuevas costumbres que a su vez «causaron una singular mudanza en la literatura»227 española, debido a que a partir de entonces quedó dividida en dos grupos, el de los españoles y el de los antiespañoles o extranjeros. De hecho, los modelos literarios a seguir, con los que se puede identificar el auditorio, son aquellos que incluyen aspectos relacionados con la religión cristiana. ¿No es este el caso de Calderón? ¿No está alentando López Soler, aunque de una manera un tanto sutil, al retomar sin querer reconocerlo los argumentos ya utilizados por Böhl de Faber, a seguir respetando el modelo impuesto por dramaturgos como Calderón en sus días, tal y como ya hizo el alemán durante la década anterior? Si esto no fuera así, ¿de dónde le surge ese fuerte interés por destacar los muchos beneficios que comporta el mantenimiento de las costumbres nacionales? ¿No es una nueva manera de moldear y destacar los pilares fundamentales del tipo de identidad nacional que los conservadores quieren para España, tal y como ordenaba ahora el absolutismo fernandino? En El Europeo aparece otro artículo de López Soler titulado «Perjuicios que acarrea el olvido de las costumbres nacionales» (la práctica de la religión y el respeto a la monarquía) en el que también se observa a un López Soler defensor de un carácter casi más conservador, misoneísta, nacionalista y xenófobo que el defendido por Böhl de Faber. En este artículo, López Soler manifiesta su vivo deseo de penetrar en las más íntimas vivencias del alma española a través de su historia, de sus expresiones y de sus costumbres, las cuales muy posiblemente pueden verse representadas a la perfección en los dramas de Calderón. El Europeo publica su último número el 24 de abril de 1824 después de haber dado a conocer en varios artículos la amargura de los re-

227

Peers, 1931b, p. 202.

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dactores por la falta de asistencia y la general incomprensión que el país mostraba hacia la publicación. En realidad, la situación política del momento hacía muy difícil su tarea y, en aquel entonces, la más visible excusa es que no estaban los ánimos para deleitarse en cuestiones ‘literarias’. En relación a su desaparición, por un lado, a sus redactores les faltó una dirección ideológica unitaria y una preparación para llenar adecuadamente sus propósitos; pero, por el otro, su breve existencia no impidió que el periódico consiguiera fijar las ideas de unos años tan política y culturalmente confusos. No obstante, aunque con oscilaciones, incongruencias y lagunas, llevaron a cabo una obra de divulgación y se esforzaron por adaptar las nuevas ideas ‘literarias’ a la tradición cultural de España y por despertar y alentar, en palabras de Rodríguez Sánchez de León, mediante la crítica ‘literaria’ la «regeneración nacional»228, de la que es una parte inseparable el debate sobre el carácter nacional español. En definitiva, El Europeo, del que no se puede «ignorar su trascendencia político social»229, fue una publicación periódica que absorbió elementos ya presentes en la polémica calderoniana del pasado y, más en concreto, de los argumentos utilizados por de Böhl de Faber. Con ello, preparó y abrió el camino a lo largo de esta nueva década absolutista para que los críticos siguientes como Durán, Carnerero y el último Lista desarrollaran su labor ideológica con mayor facilidad.

2.3. NUEVAS RESONANCIAS DE LA Y MERCANTIL DE MADRID

QUERELLA EN

EL DIARIO LITERARIO

Poco después de la desaparición de El Europeo aparece en Madrid el Diario Literario y Mercantil, al que Seoane considera «un periódico interesante»230 con una vida aún más efímera que la del periódico barcelonés al limitarse a los pocos números publicados entre el 1 abril y el 10 de julio de 1825. La mayoría de los artículos de Diario Literario y Mercantil son de carácter anónimo y tenemos poca información sobre la composición de su cúpula directiva. A pesar del anonimato que lo caracteriza, Seoane y Marrast consideran como posibles creadores

228

Rodríguez Sánchez de León, 2004, p. 58. Rodríguez Sánchez de León, 2004, p. 51. 230 Seoane, 1983, p. 130. 229

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del periódico a «un grupo de intelectuales, entre los que figuraban quizás Carnerero y Agustín Durán».231 Sin descartar del todo esta hipótesis, es muy probable que ninguno de estos autores esté detrás de la autoría de los artículos en los que se hace referencia a los aspectos ‘literarios’ relacionados con España. Es más probable que sus creadores fueran Alberto Lista y sus colaboradores (excluyendo a su pupilo, Agustín Durán), aunque esta es también una hipótesis. Lo interesante es que el periódico era, en realidad, uno de los pocos órganos culturales que vino a llenar el vacío predominante por aquel entonces en la vida literaria de Madrid. Un reducido número de investigadores se ha interesado por el contenido de Diario Literario y Mercantil, pero han minimizado la relevancia que pudo tener dentro de España, despistados por su efímera existencia. Por ejemplo, Seoane considera que, por un lado, el periódico sirvió para abrir «dentro de España una ventana sobre la poesía y el teatro francés del momento» y, por el otro, que «la mayoría de sus artículos literarios estaban tomados y orientados a partir de los publicados en Le Globe de París»232. Lo que parece cierto y relevante es que en el Diario Literario y Mercantil, aparte del teatro ‘romántico’ francés, también se habla del teatro español y, más en concreto, del teatro de la época calderoniana. Marrast contrarresta la importancia que pudo haber tenido el periódico alegando que, a pesar de que «había concedido gran importancia a los artículos sobre la poesía, el teatro y los temas de estética»233, su corta vida, de tan solo unos meses, fue «demasiado poco tiempo para proporcionar los elementos de una amplia información»234. Tal planteamiento parece demasiado simplista al haber pasado por alto que, durante la década absolutista, la mayoría de las publicaciones periódicas tienen una vida muy efímera, entre otras razones, por la presión de la dura censura fernandina, y que no por ello dejan de ser importantes. En el caso concreto del Diario Literario y Mercantil, a pesar de los escasos números que componen su fugaz existencia, son de especial interés aquellos en los que se hace referencia a la figura de Calderón

231 232 233 234

Seoane, 1983, p. 131, Marrast, 1989, p. 118. Seoane, 1983, p. 131. Marrast, 1989, p. 229. Marrast, 1989, p. 229.

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y la de toda su época, porque a partir de tales referencias puede seguirse el debate sobre la identidad nacional. En concreto, en algunos de los artículos se observan muestras de elogio hacia Calderón porque aún es considerado el gran modelo de su siglo; y en otros se exhiben algunas críticas bastante duras hacia la producción literaria de todo el siglo XVII, incluyendo la del mismo Calderón. La importancia de la publicación radica en que esta nueva reaparición del dramaturgo es una de las pocas piezas con las que se cuenta a lo largo de la década absolutista para poder enlazar directamente con el polémico debate ideológico mantenido tanto a lo largo de la época de la querella como también en la época anterior y que gira en torno a la redefinición de las costumbres nacionales que conforman lo español. De este modo, los artículos en los que reaparece la figura de Calderón son importantes porque son una muestra de la manera en que la crítica madrileña, o al menos la que escribe para el Diario Literario y Mercantil, recibe al dramaturgo durante este momento. Sin ir más lejos, en uno de los artículos publicados en el número del 6 de abril de 1825, en el que se formula una crítica de la comedia El pretendiente con palabras y plumas de Tirso de Molina, se habla de la superioridad de las comedias de Calderón sobre las de Tirso de Molina: «Calderón no hubiera presentado en la escena una mujer tan esclava de su pasión: es verdad que tampoco hubiera presentado un amante tan vil y cobarde»235. En el artículo, Calderón sigue siendo considerado y valorado como el gran dramaturgo de su siglo, y de hecho, se afirma también que después de él el teatro ha caído en un estado de lamentable adormecimiento. Ahora bien, a pesar del favoritismo y reconocida superioridad que en este artículo se muestra hacia su figura, en detrimento de la de Tirso de Molina, en otro artículo posterior titulado «Estado actual de la literatura francesa», que aparece en el número correspondiente al 14 de abril de 1825, se efectúa una crítica bastante dura hacia la producción literaria del Siglo de Oro en la que por extensión también se puede incluir directa o indirectamente, puesto que no hay ninguna alusión directa al respecto, la producción dramática calderoniana:

235

Diario Literario y Mercantil, 6 de abril de 1825.

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¿por qué en el Siglo de Oro de la literatura española apenas se cuentan dos obras enteramente correctas? ¿Por qué no había entonces crítica literaria, y diremos de paso que en España no la ha habido nunca, y añadiremos que será muy difícil que la haya, a lo menos mientras los españoles miren la crítica como una injuria, y la alabanza como un beneficio?236.

El periódico replantea un problema similar al ya detectado por Mora y Alcalá Galiano y, sin duda, por ciertos ilustrados durante el último cuarto de la centuria dieciochesca, en relación al fuerte partidismo político que siempre ha rodeado al análisis de las obras producidas durante la época calderoniana. Lo que el redactor critica y reconoce al mismo tiempo es que jamás se haya sometido a examen objetivo el contenido y calidad de estas obras, así como que los juicios que finalmente se han emitido sobre ellas, estén totalmente influenciados por la orientación política de cada crítico. Este dato no hace más que corroborar el hecho de que también a principios de la década absolutista la recepción de las obras producidas durante la centuria calderoniana ha continuado estando rodeada de un fuerte partidismo político. Días antes de la publicación del artículo recién mencionado y, más en concreto, el 7 de abril de 1825, aparece el artículo Teatro español y con él reaparece el tema relacionado con las costumbres y el carácter nacional y con el tipo de obras literarias que en este momento se piensa que mejor consiguen representarlo: los alemanes dirán que nuestro teatro es todo ideal, y en efecto tienen motivo para engañarse, porque las costumbres que en él se describen no tienen el menor contacto con las actuales: tanto ha variado en poco más de un siglo el tono de la sociedad española; pero esas costumbres, esos sentimientos y ese mismo idioma social, que parecen ideales e inventados a los dramaturgos germánicos, eran el idioma, los sentimientos y las costumbres de los españoles en el siglo XVII; y Calderón, Moreto, Solís no han hecho más que copiar su siglo237.

En otras palabras, el redactor, en clara oposición al inmovilismo costumbrista que tercia sobre muchos espíritus críticos de su misma época, se queja de que los escritores de aquel momento no pueden

236 237

Diario Literario y Mercantil, 14 de abril de 1825. Diario Literario y Mercantil, 7 de abril de 1825.

CAPÍTULO SEGUNDO

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seguir copiando los dramas de la época de Calderón movidos por la idea de que son los únicos que consiguen representar las costumbres, los valores y el espíritu social actuales, a los que no niega que fueron insuperables en su propia época. Es decir, la vuelta al pasado que trae la copia de los modelos literarios del Siglo de Oro no puede servir como canon para la sociedad de la década absolutista, puesto que los valores y las costumbres han cambiado. Como complemento, afirma lo siguiente: por esta razón, al mismo tiempo que seremos siempre los más acérrimos defensores de nuestro antiguo teatro, juzgamos sin embargo que sus mejores piezas representadas en nuestro teatro moderno no pueden tener más que un interés histórico para los espectadores instruidos, o ideal para los que no lo son. Estos no ven en nuestras comedias antiguas más que unos cuadros ideales porque las costumbres que en ellas se representan no existen ya: aquellos ven cuadros meramente históricos, pero no lo existente, que es lo que nos interesaría más ver en la escena238.

El planteamiento recuerda al ya defendido con anterioridad por Mora y Alcalá Galiano durante los años en que se desarrolla la querella. Es decir, para los dos críticos los dramas de Calderón y los de toda su época habían quedado anticuados porque ya no conseguían representar las costumbres de los nuevos tiempos y por esta razón deben ser reemplazados en la escena por otros de mayor actualidad. No obstante, a pesar de las similitudes, algo ha cambiado en Diario Literario y Mercantil: el enorme respeto que a lo largo de esta nueva década unos y otros expresan hacia la figura del dramaturgo barroco, convertida ahora en un símbolo indiscutible del glorioso pasado español, una apreciación que se extenderá hasta la época de Menéndez Pelayo. A los redactores del Diario Literario y Mercantil les interesa analizar el pasado solo desde el punto de vista histórico. Por ello, el pasado es admirado a partir de los mismos parámetros y el mismo distanciamiento temporal con que se analizaría una pieza prehistórica de museo. En otras palabras, la publicación madrileña trata de transmitir la respetuosa idea —sin perder nunca de vista las dificultades que para hablar abiertamente imponía la fuerte censura del momento— de que aunque Calderón forma parte de la cultura española, al ser un arque238

Diario Literario y Mercantil, 7 de abril de 1825.

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tipo icónico, ya ha pasado a la historia. Es decir, ya no forma parte de la actualidad, ya no tiene ninguna vigencia en los nuevos tiempos, y por eso no consigue representar los valores y costumbres que se quieren y desean para la sociedad actual. En definitiva, también ahora se quiere, aunque se haga de una manera mucho más respetuosa de la que empleada por los neoclásicos Mora y Alcalá Galiano, eliminar a Calderón directamente de la esfera literaria actual e indirectamente del contexto socio-político español. Los redactores del Diario Literario y Mercantil tratan a lo largo de repetidos intentos de demostrar la inutilidad de aquellos escritores partidarios del absolutismo monárquico que continúan empeñados en escribir nuevas obras dramáticas, que son copias directas de los dramas de la época calderoniana. Así, quieren continuar divulgando —puesto que cuentan con el apoyo de ciertos poderes supremos— los valores que como conservadores y reaccionarios anhelan transmitir como válidos para esta década de claro dominio absolutista en España. Así lo interpreta al menos el autor anónimo de un artículo fechado el 28 de abril de 1825 en el que apunta que si en una «comedia se habla a los españoles de su rey, de su religión y de su patria» no se puede dudar de que será «aplaudida extraordinariamente en el teatro»239. Ahora bien, ¿quiénes son los que aplaudirán? Y ¿quién aplaudirá más, el público que asiste a la representación o la “crítica literaria” y los defensores de estas nuevas composiciones dramáticas, partidarios en su mayoría de la monarquía absoluta, por ser la única forma de pensamiento permitida por entonces? Se quiera o no, de la misma manera que ocurre durante la querella, también a lo largo de esta nueva década, el espíritu que mueve a algunos críticos, favorecidos como Böhl de Faber por la esfera de lo político a tratar de seguir difundiendo los valores encerrados en los dramas de la época de Calderón, se relaciona con la idea de que, en su opinión, son los que mejor definen la idea de lo que ellos entienden por lo español. El limitado número de artículos de Diario Literario y Mercantil deja constancia indirecta de la relación existente, tanto a lo largo de la querella como a lo largo de la época inmediatamente anterior, entre el espíritu de corte tradicionalista y conservador y los dramas de la época de Calderón. De hecho, algunos de sus artículos demuestran su dis-

239

Diario Literario y Mercantil, 28 de abril de 1825.

CAPÍTULO SEGUNDO

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conformidad con el hecho de que, a lo largo de la década absolutista, la apropiación de la figura del dramaturgo barroco siga estando presente y se siga utilizando como un mecanismo o recurso ideológico con el que moldear las costumbres del país. En el artículo titulado «Del genio poético en el siglo XIX», publicado el 12 de mayo de 1825, su autor se pregunta: «¿Cuál ha de ser el carácter de nuestra literatura? ¿Qué mundo ideal es el que debemos describir?» 240. Es prácticamente lo mismo que decir: ¿cuál ha de ser el carácter de nuestra sociedad? ¿No había quedado suficientemente claro con Böhl de Faber que Calderón era el que mejor representaba ese carácter e identidad nacional? ¿De dónde procede ahora esta disconformidad con lo que este estableció en los documentos de la querella? Quizás el único modo de calmar el desacuerdo se encuentra en que ahora, en la época posterior a la de la querella, la única diferencia que se observa se encuentra en el respeto del carácter ‘histórico’ que los redactores del periódico muestran hacia la figura de Calderón, a la que consideran parte de la cultura nacional española. En otras palabras, en contra de las duras críticas que Calderón recibe de neoclásicos como Mora y Alcalá Galiano durante los años que dura la querella, ahora la figura del dramaturgo es reconocida al menos por las dos facciones como la de un icono cultural e histórico representante de los valores pertenecientes al Siglo de Oro.Y, precisamente, en este giro se encuentra la intención política de los redactores del periódico, es decir, bajo ese intento de convertir a Calderón en un icono cultural perteneciente al ‘pasado’, cuyos dramas representan las costumbres y los valores del pueblo español de su época ‘pasada’, se busca alentar ahora a los nuevos escritores a crear obras que dejen de imitar las de Calderón para que consigan representar el espíritu de los tiempos modernos. De la misma manera que ocurrió con El Europeo, la causa principal que provocó la desaparición de Diario Literario y Mercantil se encuentra en la presión de la censura gubernativa. Seoane lo menciona brevemente: «este interesante intento desapareció, al parecer, por intervención de la autoridad»241. Fuera o no la censura la que puso fin a esta nueva publicación madrileña, lo más triste en relación a ella es el

240 241

Diario Literario y Mercantil, 12 de mayo de 1825. Seoane, 1983, p. 131.

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LA RECEPCIÓN DE CALDERÓN EN EL SIGLO XIX

poco interés que hasta ahora ha despertado en la opinión crítica, a pesar de la rica información que contiene, especialmente para rastrear el estado de la recepción de la figura de Calderón en esta década. Es decir, el Diario Literario y Mercantil de Madrid es un elemento clave de la época absolutista puesto que contiene vestigios interesantes de la presencia y continuación del debate ideológico mantenido durante y antes de la época de la querella. Allí, distintos grupos políticos hacen uso del discurso literario que ahora se traduce en la muestra de dos posturas hacia la época calderoniana: una de aceptación incondicional y la otra de aceptación admirativa, para tratar de perpetuar en el tiempo un discurso ideológico-político en el que sigan coexistiendo y compitiendo, al menos, dos versiones diferentes del significado de lo español.

2.4. LA

QUERELLA CONTINÚA EN LA OBRA DE

AGUSTÍN DURÁN

En el año 1828, tras la desaparición de Diario Literario y Mercantil de Madrid y de El Europeo de Barcelona, encontramos en la obra de Durán nuevas resonancias tanto de la querella como del debate ideológico en el que está en juego la redefinición del significado y los atributos que conforman la idea de lo español. Con su Discurso, que publica en junio de 1828, Durán se estrena en el escenario literario español demostrando que no solo está al día de la esencia del debate sobre la identidad nacional, sino que también está interesado en reanudarlo y participar activamente en él. Marrast estima que las posibles causas que lo motivaron a escribir su Discurso se encuentran en las conversaciones sobre el valor del antiguo «teatro español y la historia literaria nacional»242 que mantiene a principios de 1828 con su maestro Lista, que hasta entonces había sido un férreo defensor del más estricto clasicismo. Según Marrast, tales conversaciones conducen a Lista «a mostrarse menos intransigente», y a Durán «más moderado en sus ideas»243. Los dos críticos publican el resultado de las discusiones poco después, por un lado Lista las publica en el Discurso de ingreso en la Real Academia de la Historia, que pronuncia el 2 de mayo de 1828, y, por otro lado Durán lo hace en el Discurso que publica en junio del

242 243

Marrast, 1989, p. 230. Marrast, 1989, p. 230.

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mismo año. Marrast nos recuerda que por aquel entonces Durán se encontraba cansado de las críticas que los clasicistas como Lista arrojaban una y otra vez sobre las obras de los dramaturgos de la época calderoniana244. En un intento por comprender la significación ideológica del Discurso, Caldera apunta que este «was deliberately writen as a reactionary document»245. Tal aspecto, combinado con el hecho de que «Durán conocía bien la edición francesa de las conferencias de Augusto Guillermo Schlegel, así como los libros de la Staël: “De la Literature y de L´Allemagne”»246 y que «había seguido con todo detalle la polémica Böhl-Mora»247 simplifica el camino para llegar a comprender el verdadero significado de su obra. El propósito del Discurso nos lo proporciona el mismo Durán en las primeras páginas de su libro. En ellas establece su legítimo derecho, por ser español de nacimiento, a participar en el debate sobre el antiguo teatro español. Dada la alta simbología y el elevado nivel de connotaciones que el término antiguo teatro encierra en ese momento, esta reafirmación puede verse como una manifestación del interés particular del autor que quiere que su obra se inscriba dentro del conjunto de documentos que participan en el debate sobre la identidad nacional. Gies confirma que Durán conocía muy bien la polémica entre Böhl de Faber y Mora248, aparte de la amistad formal que ya existía entre el alemán y Durán en el momento de la publicación del Discurso. A lo largo de los años comprendidos entre 1829 y 1832, Böhl de Faber le felicita en diferentes cartas por la increíble labor realizada. En la dirección contraria, cuando Durán recibe oficialmente noticias de la muerte de Böhl de Faber, decide escribir una carta a su viuda, doña Frasquita, para expresarle su más sincero pésame por la muerte de su esposo, prueba esencial del respeto y amistad que sentía por el fallecido: Amiga i Dueña: ¡Pérdida lastimosa! En Böhl de Faber ha perdido mi Patria un hijo adoptivo que honraba, como el que más de los propios, las glorias del Ingenio

244

Marrast, 1989, p. 129. Caldera, citado por Shaw, 1973, p. XV. 246 Gies, 2005, p. 160. 247 Gies, 2005, p. 160. 248 Gies, 2005, p. 160. 245

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Español: la amistad ha perdido un modelo. Española ingeniosa, amiga i compañera del difunto, ha perdido de un golpe cuanto puede recomendar más todos estos títulos.V. Amiga, tiene harta discreción, para que sea necesario que yo la aconseje la resignación que el Cielo recomienda en trances tan amargos; segura de que, si el dolor pudiera aliviarse compartiéndole, yo la dejaría a V poco que sentir249.

El legado epistolar conservado confirma que los dos críticos compartían algo más que un simple y común interés por determinados temas250 y, en especial, por defender un mismo tipo de carácter nacional español. Esta es la óptica principal desde la que debe analizarse el Discurso. Shaw, aunque acepta «a clear line of development (that) can be traced from Bohl’s ideas, through those of López Soler to Durán’s Discurso»251, destaca en la obra de Durán especialmente las influencias de corte neoclásico que recibe de «his teacher Lista and his friend Quintana, whose critical writings Durán had clearly absorbed»252. Aunque es imposible negar que al principio de su carrera Durán asistió a las clases de Lista y recibió cierta influencia clasicista de su maestro, en los años en que publica su Discurso ya se había desligado y comenzaba a sentir una fuerte pasión por el antiguo drama de la época calderoniana, algo que aún no había comenzado a sentir el maestro o, al menos, no con la misma intensidad que su discípulo. Como bien apunta Gies, aunque posiblemente la influencia inicial de Lista consiguió que, en un principio, Durán «turned in depth to the French theatre, absorbing classical theory and even briefly following the vogue of vilifying the extravagances of Lope, Calderón, and Moreto»253, poco después, Durán se desliga casi completamente de esta orientación ideológica consiguiendo que «his flirtation with the classicists was brief» y comienza a profundizar cada vez más en su «profound love for the national theather»254. Aquí es cuando retoma el discurso ideológico de sus antecesores —Böhl de Faber y López Soler, entre otros—; basa en él sus argumentos de que el carácter distintivo y más auténtico del pue-

249

Sainz Rodríguez, 1986, p. 326. Gies, 2005, p. 26. 251 Shaw, 1973, p. XIV. 252 Shaw, 1973, p. XIV. 253 Gies, 1975, p. 13. 254 Gies, 1975, p. 13. 250

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blo español se encuentra cifrado en los dramas de la época barroca; y los admira porque, en su opinión, consiguen sacudir «el yugo de la imitación erudita»255. Es más, como ellos, opina que «el teatro debía ser nacional y representativo de cada país, la expresión ideal del modo de ser de sus habitantes, de sus sentimientos y necesidades morales, algo, pues, nacido de su raíz y no impuesto desde fuera»256. Para reforzar sus ideas menciona la importancia de Lope por haber creado el teatro nacional español y por haber rechazado el teatro clásico de origen griego, el cual nunca consiguió representar el carácter de los españoles de su época. En realidad, parece que para Durán solamente un verdadero español, como Lope, podría haber sido el único capaz de inventar un teatro que compendiara los valores y el espíritu de su pueblo: Dios, Rey y Ley.Ya desde el principio de su obra, Durán exhibe cierta afinidad con la línea de pensamiento seguida por Böhl de Faber en la querella y este aspecto justifica la continua exaltación que predomina en el Discurso de la vieja idea de que los dramas de la época barroca representan a la perfección la esencia del carácter nacional, es decir, la cabal expresión de la mentalidad tradicional del pueblo español.Y esta aseveración que, se quiera o no, seguía constituyendo en 1828 una posición extrema por lo que representaba para los partidarios del nacionalismo y el patriotismo, es precisamente la que decidió adoptar Durán. A pesar de que en sus días recibió una resonancia crítica mayor que la de la querella, nadie pensó en relacionarlo, en ningún momento, con la línea de polémicas en la que se inscribe. Tras la publicación del Discurso, El Correo Literario y Mercantil de Madrid critica su contenido en un artículo doble y de carácter anónimo, «Ligeras reflexiones sobre un folleto que ha publicado en esta corte Don Agustín Durán, relativo al influjo que ha tenido la crítica moderna en la decadencia del antiguo teatro español, y al modo con que debe ser considerado para juzgar convenientemente de su mérito peculiar»257, publicado el 24 y el 29 de diciembre de 1828, respectivamente. El redactor acusa a Durán de profesar ideas reaccionarias, incluso en el plano político, y le desafía a que señale en el teatro de la Edad de Oro una sola obra que pueda compararse con El sí de las

255

Durán, 1973, p. 7. Durán, 1973, p. 290. 257 El Correo Literario y Mercantil, 24 y el 29 de diciembre de 1828. 256

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niñas, La mojigata o El barón de Moratín258. Sin duda, la interpretación de Caldera es acertada y se encamina hacia nuestra interpretación del Discurso. Si no se tratara de un documento reaccionario, ¿cómo se podría justificar este ataque que aparece poco después de su publicación? En el año de 1832, cuatro años después de esta reacción antiDiscurso, Mariano José de Larra dedica a Durán un breve artículo titulado «Discurso sobre el influjo...» que publica inicialmente en la Revista Española de José María de Carnerero, en el que, aunque recomienda la lectura de la obra de Durán, destaca la gran habilidad y soltura con que fue escrita: reconocemos en todo el discurso una mano maestra, y de buena gana recomendamos su lectura a los aficionados a estas cuestiones literarias, bien seguros de que habrán de sacar del Discurso más luz que de todas las discusiones vocingleras del café y deseosos de que su lectura haga renacer la amortiguada afición a desentrañar y estudiar las muchas y extraordinarias bellezas de nuestro teatro antiguo, que nosotros, dueños de ellas, tenemos olvidadas, al paso que la Europa entera les atribuya el justo homenaje de imitación a que son tan eminentemente acreedoras259.

Tras Larra, Alcalá Galiano, quien aún no había roto totalmente con sus ideas de índole clasicista, escribió en junio de 1834 unas notas algo reticentes sobre el Discurso, que fueron publicadas en The Ateneum, y en las que acusaba al autor de la insuficiente preparación erudita para abordar el tema que defendía. También Alberto Lista, el maestro y orientador intelectual de Durán, a quien Gies considera «an enormously versatile man, active in the Church, politics, literature, and pedagogy, a leading figure in all the liberal circles in Seville»260, considera el Discurso «un opúsculo lleno de ideas nuevas y luminosas por su afecto a los escritores de nuestro Siglo de Oro»261. Repite la misma apreciación en las lecciones que imparte en el Ateneo Científico y Literario de Madrid en 1836 en las que valora la importancia del documento publicado por Durán y aconseja su lectura a sus pupilos, movido quizás por el homenaje que su discípulo le dedica en los primeros pá-

258

Caldera, 1962, p. 88. Revista Española, 24 de junio de 1832. 260 Gies, 1975, p. 10. 261 Lista, citado por Shaw, 1973, p. XXVI. 259

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rrafos de su Discurso al asumir que es precisamente de Lista de quien se siente más deudor. Otro intento de exaltación y muestras de apoyo hacia el Discurso vienen de la pluma de Donoso Cortés, de quien Shaw afirma que también —como Lista y Larra— «had called for eternal praise of Duran and declared that his name would be engraved on the hearts of all good Spaniards»262. El Discurso alcanza popularidad fuera de España con bastante rapidez. En concreto, en Inglaterra Vicente Lloréns da cuenta de que fue comentado favorablemente en dos artículos aparecidos en The Atheneum (marzo y diciembre de 1829), que elogiaron la audacia del autor para romper los lazos con el clasicismo francés. Ahora bien, ¿todo esto por qué y para qué? ¿A qué motivos responden tales alabanzas y/o ‘críticas’? ¿Qué puede haber movido a todos estos críticos a lanzar opiniones más o menos favorables hacia la obra de Durán? La respuesta se encuentra en la simplista interpretación de Marrast en la que afirma que «se trata de un manifiesto literario que responde a la necesidad de dar una dirección clara dentro de España a la corriente denominada Romanticismo, que estaba buscando abrirse camino por aquel entonces, y que esta dirección era la del liberalismo y de la libertad en el arte»263 ¿No se acerca más la obrita de Durán a un manifiesto de carácter político y sentido reaccionario que a uno exclusivamente literario? Shaw acierta al formular la idea de que Durán consigue aumentar la reputación de los dramaturgos de la época de Calderón, que habían sido tan criticados, tanto a lo largo de la centuria anterior como durante la querella, pero olvida mencionar que detrás de la revalorización de Calderón y de la de toda su época se esconden otros propósitos relacionados con el intento de divulgación e imposición de un tipo de carácter nacional español. Si esto no fuera así, ¿por qué insiste Durán en su Discurso, de una manera repetitiva, que cada país debe tener un tipo de teatro nacional que concuerde con el carácter de la sociedad? ¿No nos recuerda esto a las ideas que Böhl de Faber y López Soler, entre otros muchos, han ido defendiendo en sus escritos? ¿No lo sitúa esto en la misma línea de pensamiento ya defendida por otros críticos para los que el drama de la época de Calderón expresaba de manera casi suprema el ideal

262 263

Shaw, 1973, p. XXVI. Marrast, 1989, p. 79.

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carácter nacional español? ¿No se escribió para contribuir con la corriente del pensamiento que, en palabras de Álvarez Barrientos, quería tanto «dotar al país de unos elementos identificadores, cuanto de trazar una historia de la comunidad en la que poder reconocerse y con la que identificarse»264? La respuesta se resume en una, es decir, en su Discurso Durán se propone, sin perder nunca de vista su fuerte sentimiento antifrancés, atacar la postura ‘neoclásica’ que se muestra a favor del teatro francés por el daño que ha causado a la verdadera dramaturgia nacional y despertar el interés y revalorizar la importancia del verdadero teatro nacional, el de la época de Lope y Calderón, porque contiene los valores principales —respeto a la monarquía y amor a la religión católica— con los que se identifica y debe identificarse el pueblo español y porque, además, esa es la única época en que, tal y como él afirma, «puede gloriarse la España con justicia de haber dominado largo tiempo en Europa, no solo con sus armas triunfadoras, sino con el poder incontrastable, y con la superioridad obtenida en todos los ramos del saber, en los cuales sirvió de muestra y de modelo al resto de las naciones»265. En su Discurso, Durán critica la situación de control que Francia y sus partidarios obstentan dentro de España, a los que identifica como «los griegos de la moderna civilización»266, que habían ejercido a lo largo del siglo XVIII y estaban ejerciendo en las primeras décadas del XIX. En concreto, los culpa de haber extendido la «antinacional manía de despreciar cuanto era privativamente producción de nuestros ingenios» para conseguir importar e implantar su propio modelo teatral en un país ajeno sin entender que «el teatro debe ser en cada país la expresión poética e ideal de sus necesidades morales»267. Este ataque de Durán va dirigido no solo a los franceses, sino también a aquellos a los que denomina en su Discurso como «los críticos españoles del pasado y presente siglo, los cuales ciegamente prevenidos a favor de doctrinas y principios inaplicables al sistema dramático, de que fuimos inventores, lograron apagar la esplendorosa llama del genio nacional, que iluminaba a toda la Europa civilizada»268. En 264 265 266 267 268

Álvarez Barrientos, 2006, p. 15. Durán, 1973, p. 3. Durán, 1973, p. 10. Durán, 1973, p. 10. Durán, 1973, p. 3

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otras palabras, una de las mayores acusaciones de Durán recae también sobre los miembros del «partido literario antinacional», a los que define como «una plaga de críticos justamente llamados galicistas» que han «faltado a su propia conciencia en el modo de juzgar nuestro antiguo drama»269. Entonces, ¿cuál era el estado del drama español en el momento en que estos críticos supuestamente ‘antinacionales’ comienzan a juzgarlo? ¿Se encontraba en la misma situación de esplendor que en los momentos de Lope y Calderón, o debido a «la vándala incursión de los gongoristas y conceptistas»270 atravesaba por momentos de degeneración y corrupción? Sin duda, este segundo planteamiento es el que mejor responde a la preocupación de Durán, quien no duda que a finales del siglo XVII y principios del XVIII la escena española había evolucionado a lo peor. Así lo confirma en su Discurso: ya desde fines del siglo diecisiete se había corrompido la nuestra de tal modo, que apenas dejaba rastro de su primitiva brillantez. Por esta causa fue muy conveniente, que entonces se opusiese el dique de una vigorosa y severa crítica al torrente de mal gusto, que arrasaba nuestro parnaso; y si Montiano y Luzán, más avisados del mucho mérito del antiguo drama español, y menos ofendidos de sus defectos, no hubiesen confundido lo esencial con lo accesorio, entonces, dedicando sus sabias tareas a su corrección, y no a su exterminio, ¿quién duda que les debiéramos el haberle perfeccionado, sin tener motivo de atribuirles la ruina de nuestra originalidad, ni la del género dramático de que fuimos inventores?271.

El paso adelante que Durán da en su Discurso es reconocer que, después de la muerte de Calderón, unos y otros tienen el mismo grado de responsabilidad en el problema relacionado con la decadencia de las costumbres nacionales. Es decir, afirma que la calidad y estado del teatro se corrompieron, por un lado, debido a los conceptistas y gongoristas y, por el otro, a los críticos de mediados del XVIII, quienes, en lugar de recuperar y volver a los modelos originales de los tiempos de Lope y Calderón, trataron de reformarlo, pero imitando la dramática francesa, «fundada sobre arena movediza y extraña a los hábitos, costumbres, creencias y modo social de existir de sus compatriotas»272 269

Durán, 1973, p. 11. Durán, 1973, p. 7. 271 Durán, 1973, p. 23. 272 Durán, 1973, p. 33. 270

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y odiando la que es verdaderamente nacional. Durán se basa en la historia seguida por cada nación para demostrar que «nada de lo sucedido en Francia pasó en España»273. En otras palabras, que el carácter nacional de cada país es distinto, de la misma manera que también lo es su evolución histórica y, que por eso, es importante que «cada nación desdeñe en su teatro las formas o costumbres que no están en armonía con su carácter, o que no pueden comprender»274. O lo que es lo mismo, tal y como dice en su Discurso: «¿por qué se nos ha de privar del entusiasmo y placer que produce por ejemplo el teatro español, sin otra causa que la de no ser idéntico al francés?» ¿No es cierto que «uno y otro constituyen de por sí dos géneros distintos, sin más punto de contacto que el fin general de interesar al espectador?»275. Por consiguiente, ¿qué es mejor para cada país, que se represente en las tablas un teatro que ejemplifique su carácter nacional o uno que sea totalmente ajeno al carácter del pueblo —como en el caso del teatro francés dentro de España— que consiga adormecer el estado distintivo y particular de nuestra personalidad nacional original? Sin duda, Durán se inclina por la defensa del primero porque de esta manera consigue poner a Francia y a sus partidarios dentro de España en lo que Shaw denomina «a minority position»276. En realidad, el hecho de que admita la coexistencia de dos géneros teatrales distintos, o al menos de un género distinto para cada país, consigue: primero, que el teatro de inspiración francesa sea visto dentro de España como algo foráneo y por lo tanto antinacional al no conseguir representar el verdadero carácter de los españoles —función última del teatro—; y, segundo, del mismo modo que Böhl de Faber, que el teatro español, y en concreto el perteneciente a los siglos XVI y XVII, se convierta en el único capaz de volver a despertar y representar el adormecido espíritu del pueblo, la verdadera idea de lo español. De ahí que inserte a Calderón en un contexto como el siguiente: ¿por qué tendré derecho a exigir que Racine en su Atalia, y Calderón en su Tetrarca se valgan de los mismos medios y formas para interesar mi corazón? [...] ¿Y cuánto más injusta será tal exigencia, si se atiende a que 273

Durán, 1973, p. 44. Durán, 1973, p. 19. 275 Durán, 1973, p. 50. 276 Shaw, 1973, p. XIX. 274

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los géneros adoptados por uno y otro no pueden acomodarse a iguales reglas, y a que escribieron para dos naciones diferentes en su carácter, en su existencia social y en sus necesidades morales?277.

Mediante esta y otras referencias implícitas a la figura de Calderón, cuya defensa es considerada tradicionalmente como una muestra a favor del nacionalismo, Durán consigue en 1828 retomar a la perfección el debate ideológico de carácter conservador, tradicionalista y xenófobo de sus antepasados o, en otras palabras, volver a recuperar la extrema posición reaccionaria para la que la religión y la monarquía son dos de los valores esenciales y conformadores de lo español y, lo que es más, que esos valores se encuentran en la dramaturgia nacional del periodo áureo. Es decir, Durán vuelve a aprovechar que proporciona el juego de luces y sombras que emana de la plataforma de lo literario para desarrollar todo un sistema de ataque de carácter político en contra del enemigo. De ahí procede el fuerte interés que expresa para que se reediten las obras maestras de los dramaturgos áureos, así como para que se creen nuevos dramas inspirados en temas nacionales, lo cual es algo que hará luego Martínez de la Rosa, el duque de Rivas, Hartzenbusch, Gil y Zárate, Patricio de la Escosura y Zorrilla, entre otros, una labor que ya algunos ilustrados habían emprendido antes en la forma de recuperación de historias nacionales, en clara consonancia con la línea abierta por Luzán. En el Prólogo que precede al Romancero general o colección de romances castellanos anteriores al siglo XVIII, Durán vuelve a mencionar, ubicado de nuevo en la esfera de lo literario, el daño que, a partir de mediados del siglo XVIII, causó la introducción de modelos literarios extranjeros dentro de España a la literatura verdaderamente nacional: después de mediar el siglo XVIII fue moda en Europa, y más en España, despreciar la patria literatura, sin haber estudiado y conocido la buena de nuestros antepasados. Hacíase un vanaglorioso alarde de preferir lo extraño a lo propio, y se tenía por ignorante y bárbaro al que dudaba de la infalibilidad de los novadores. Cundió y debió cundir el contagio, porque era más fácil ser eco de los pretendidos críticos, que estudiar bien lo antiguo para crear sobre ello; porque era más cómodo traducir que inventar, porque costaba menos imitar lo hecho que reformar lo pasado y conformar-

277

Durán, 1973, p. 14.

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lo a las variaciones que debía tener. En tal situación apenas hubo quien saliese al encuentro de tan extraviadas ideas, siquiera para desautorizarlas. Perdido así el buen camino, nos quedamos reducidos a ser debilitados ecos de lo que era bueno y acomodado a los países donde la nación, mas que entre nosotros, no podía producir creaciones espontáneas ni vivificador entusiasmo. Nos sucedió lo que a aquel que escribe en papel rayado, cuya letra, aunque bella y acabada, siempre carece de soltura y elegancia, y jamás tiene el carácter de originalidad278.

En su opinión, si se recupera lo antiguo, esto es el teatro de la época áurea, que incluye el de Calderón, se podrán recuperar también los valores del carácter nacional español que se encuentran representados en este teatro y que, en ese momento, se encontraban adormecidos tras más de medio siglo de dominación extranjera. Es decir, la defensa del teatro de la época áurea se convierte en un recurso de clara influencia política. Quizás, lo más importante al respecto es que él mismo reconoce que la inclinación hacia una postura tan política, posiblemente porque había pertenecido al círculo literario-político que ahora criticaba, no le resultaría fácil dado que, entre otras razones, se lo podría tomar, tal y como menciona en su Prólogo, «por necio y ridículo»279. En relación a este comentario, se puede afirmar que aunque nadie lo tomó por ‘necio’ y ‘ridículo’, lo que sí ocurrió es que se tergiversó enormemente el significado de su mensaje.Tal tergiversación es la que pretendemos superar con nuestra interpretación sobre su obra, es decir, que la esencia de una parte de la querella resuena a lo largo de ella porque, en cierta manera, su pensamiento siguió en la línea que, tanto Böhl de Faber como sus antecesores, y posteriormente López Soler y sus contemporáneos, habían seguido para definir el modelo de lo español, con todas sus consecuencias en sus días. Por todas las razones aludidas, nos inclinamos a pensar que para Durán la comedia del Siglo de Oro era y significaba, del mismo modo que lo había sido para muchos otros antes que él, la cabal expresión de la mentalidad tradicional y que de ahí procede su exaltación e intento de defensa. Caldera es uno de los pocos críticos que afirma que la obra de Durán pudo haber sido redactada con la intención de que fuera incluida como parte del núcleo de documentos reaccionarios. No obstante, tampoco 278 279

Durán, 1973, p. 6. Durán, 1973, p. 7.

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especifica lo suficiente sobre los documentos reaccionarios que se encuentran en la misma línea del Discurso y, por eso, su planteamiento resulta débil e inconcluso. Sin duda, lo que le faltó a Caldera fue haber inscrito la labor realizada por Durán en la línea ideológica seguida por Böhl de Faber. Si eso no fuera así, no se entiende por qué el mismo Sainz Rodríguez, uno de los más fieles discípulos de Menéndez Pelayo, considera, como poco antes hiciera su maestro, que el Discurso es «una de las obras más profundas que ha producido la crítica erudita en el siglo XIX en España»280. Sin duda, algo que no puede discutirse es que, entre las obras de Durán, el Discurso contribuyó decisivamente a reavivar el interés por el antiguo teatro nacional español y que con ello consiguió regenerar los valores sociales de los tiempos del Siglo de Oro. 2.5. EL CORREO LITERARIO Y MERCANTIL

DE

MADRID

Y SU CONTRIBUCIÓN AL DEBATE DE LA IDENTIDAD NACIONAL EN LA DÉCADA ABSOLUTISTA

Poco después de la aparición del Discurso de Durán, se inaugura en Madrid una nueva publicación de carácter científico y literario, El Correo Literario y Mercantil, fundada y dirigida por José María de Carnerero. Su primer número sale a luz el 14 de julio de 1828 y el último el 3 de noviembre de 1833. Su vida se prolonga a lo largo de poco más de cinco años y gracias a su creación, como bien establece Marrast, su director «adquiere un papel de primer orden en el mundo literario de Madrid»281. Seoane describe a Carnerero como una «persona de extraordinaria simpatía» que ocupa «un lugar importante en el periodismo»282 de aquellos años. En 1831, dos años antes de la desaparición de su Correo Literario y Mercantil, logra una nueva licencia para publicar la revista ‘literaria’, Cartas Españolas, que sale a la luz el 26 de marzo de 1831, con una frecuencia de 3 números por mes, de 24 páginas cada uno, y, a partir de 1832 y hasta el 1 de noviembre del mismo año, cuando se convierte en Revista Española, que sale semanalmente. Seoane menciona que la revista Cartas Españolas y también su sucesora, Revista Española, «era[n] muy superior[es] a todas las

280 281 282

Durán, 1973, p. 98. Marrast, 1989, p. 226. Seoane, 1983, p. 134.

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revistas que le[s] habían precedido, tanto literaria como tipográficamente»283. Lo que más destaca es que la tipografía era diferente y más sofisticada que las de las publicaciones anteriores gracias a la introducción de diferentes grabados y láminas. La nueva Revista Española pasa también a ocupar un papel significativo en la prensa política y literaria de los años comprendidos entre 1832 y 1836. De ella nos ocuparemos en el siguiente capítulo, entre otras razones, porque sus años de vida superan los límites cronológicos en los que se concentra el presente capítulo. Carnerero, pensador clave en el tejido intelectual del siglo XIX, a quien Tarr considera «the most prominent and influential man of letters of the time»284, trata de influir y participar en el polémico debate de la identidad nacional recuperado a lo largo de la década absolutista. La prueba se encuentra en sus dos publicaciones periódicas, El Correo Literario y Mercantil y Cartas Españolas, que hasta el momento han sido prácticamente excluidas del conjunto de materiales considerados como parte del debate, pero que, sin duda, contienen información excepcional sobre el tema. Esto otorga a Carnerero un lugar destacado en la esfera de las personalidades más influyentes en la vida literaria, cultural y política de la España de las primeras décadas del siglo XIX. En este sentido, en sus publicaciones resuena el eco de polémica en la que se enfrenta la irreversible dualidad ideológica establecida en torno a la polémica recepción calderoniana. Su aportación se inscribe dentro de la línea de pensamiento ya recorrida por Böhl de Faber, una línea en la que se persigue, según Templado-Espín, «recuperar lo nacional, los valores tradicionales y lo genuino español»285, y en la que una contribución posterior de cierta relevancia es también la perteneciente al polígrafo Menéndez Pelayo. Ahora bien, a diferencia de otros casos, el estudio de la obra periodística de Carnerero ha de enfrentarse con cautela, especialmente porque fue capaz de cambiar, tal y como bien señala Seoane, paulatina y «sutilmente de matiz político en honor de los gobiernos que se sucedieron»286, posiblemente para poder gozar de mayor libertad de

283

Seoane, 1983, p. 134 Nicholson, 1945, p. 610. 285 Templado-Espín, 1996, p. 128. 286 Seoane, 1983, p. 134. 284

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expresión y acción que el resto de sus compatriotas bajo el sistema de dura censura y represión política que caracteriza el primer cuarto del siglo XIX en España. Sus múltiples movimientos políticos y sus diversas actuaciones públicas confirman una larga trayectoria a sus espaldas que Seoane ha dividido en las siguientes etapas: protegido del Príncipe de la Paz, redactó luego la Gaceta de Madrid bajo José Bonaparte. Favorecido por el duque de Orleáns durante su exilio en Francia, regresó de él en el Trienio y dirigió el periódico Indicador de las Artes y los espectáculos, que había de convertirse en órgano de la Sociedad Landaburriana y cambiar su nombre por el de El Patriota Español. No siguió al gobierno constitucional a Cádiz, y, en el giro más espectacular de su vida, pródiga en ellos, logró sentarse a la mesa del duque de Angulema. Algo le costó hacerse perdonar sus veleidades liberales por Fernando, pero se dio tal maña que pudo pronto ocupar un lugar destacado en la pobre vida intelectual y artística de aquellos días. Hábil adaptador teatral, surtía a la escena de traducciones de obras francesas arregladas con pericia, en estos años en que los únicos autores originales eran Bretón y Gil y Zárate287.

Esta fuerte presencia de Carnerero antes, durante y después de la década absolutista lo convierte en una figura a considerar en la vida, no solo literaria y cultural, sino también en la vida política de aquellos días. En sus muchas publicaciones destaca el continuo intento de alabanza de la figura calderoniana. Tal actuación nos permite inscribir su orientación política en la misma recorrida por Böhl de Faber durante los más de ocho años que dura su aportación a la querella. La franja temporal que aquí nos interesa de la recorrida por Carnerero es la correspondiente al quinquenio comprendido entre 1828 y 1833. Durante estos cinco años desaparencen de la escena literaria y política no solo su Correo Literario y Mercantil y sus Cartas Españolas, sino también la totalidad del régimen absolutista fernandino. A. En su somero análisis del contenido de El Correo Literario y Mercantil, Seoane cae en el exceso de simplificación al afirmar que «las cuestiones políticas estaban absolutamente proscritas» dentro del periódico, «si no se entienden por tales las adulaciones al rey y a los mi-

287

Seoane, 1983, p. 134.

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nistros con que había de pagar el derecho a su existencia».288 A pesar de que las múltiples adulaciones al monarca están presentes en la mayoría de sus artículos, especialmente debido a que la existencia diaria del periódico dependía del favoritismo y la protección otorgados por el mismo Fernando VII; sin embargo, también es constante la aparición de nuevas y variadas cuestiones políticas mucho más complejas. Tales asuntos aparecen combinados con las simples adulaciones y halagos formulados para exaltar la grandeza del régimen absolutista y denotan la estrecha simbiosis entre el mundo literario y el político en los que se mueve el enfoque intelectual de Carnerero. Este aspecto se manifiesta en las múltiples alabanzas que Carnerero le dirige a Calderón, las cuales encajan con la trayectoria prefijada por Böhl de Faber, que ahora Carnerero repite constantemente en los artículos de su Correo Literario y Mercantil. Tal coincidencia no ha sido señalada por ningún crítico hasta el momento, quizás debido a que nadie ha cuestionado las distintas observaciones lanzadas por Seoane acerca del contenido del periódico. En concreto, para Seoane el periódico no tenía nada de especial, ninguna sección interesante, debido a «su escaso mérito, su insipidez, su timidez, los cuales sirven bien de representantes de lo que fueron aquellos últimos años del reinado»289 en los que posiblemente la censura cortó las alas a sus redactores en muchas ocasiones.Aunque no puede pasarse por alto la importancia de la censura, la clave del éxito de la publicación de Carnerero se encuentra precisamente en lo contrario, es decir en que fue un órgano puesto desde el principio al servicio de la monarquía. Los mismos editores de El Correo Literario y Mercantil reconocen, aunque de una manera muy sutil, en las «Reflexiones Preliminares» publicadas en las primeras páginas de su primer número, el posible apoyo que la publicación recibía de instancias superiores: los editores de este periódico no ignoran lo afanada y borrascosa que suele ser la vida de aquellos escritores que se dedican al penoso ejercicio de la crítica: saben que en esta carrera es preciso que los que la profesan se armen de valor y constancia para contrarrestar las quejas y aun venganzas del amor propio ofendido: conocen que es necesario exponerse a los clamores de los talentos medianos a lo sumo, que se creen profundos 288 289

Seoane, 1983, p. 134. Seoane, 1983, p. 133.

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sabios, y advierten los odios que suelen atraerse de parte de los que no se conforman con sus opiniones. Esta triste perspectiva hubiera sido suficiente para que los redactores hubiesen preferido las dulzuras de una vida oscura, y para que huyesen de la arena polémica en que se presentan; pero median invitaciones respetables y motivos poderosos que los han puesto en la necesidad de admitir el encargo que se les ha confiado290.

Seoane ha señalado que el periódico «dedica especial atención a la literatura, y sobre todo al teatro, cuya sección estaba primero a cargo de Juan López Peñalver y después de Bretón, que se incorporó a la redacción en 1831»201. En contra de esta opinión tan unidireccional de Seoane y de otros críticos que la comparten, abogamos por la idea de que a través de las páginas de El Correo Literario y Mercantil es posible seguir, no solo el estado y situación de la vida teatral madrileña de aquella época, sino también el debate de corte ideológico-político en el que se encuentra en constante proceso de redefinición el concepto ideal con el que llegar a identificar y definir cuál es el mejor teatro que pueda representar el carácter nacional español. En otras palabras, la inclusión del tema de lo literario y, en particular, del tema teatral en el periódico, confirma su interés por participar y seguir apoyando la perfecta sincronización entre la literatura y la política que ha predominado desde antaño. Para Álvarez Barrientos «el debate, aunque se centrara en cuestiones culturales se refería en realidad a la configuración del tipo y modelo de país que se quería ser. Era [un]a forma indirecta de hacer política»292 de influir en la opinión pública de forma más efectiva. Palacios Fernández y González Troyano resumen la misma idea como una manera de construir y representar «lo que ellos entendían por valores patrios y esencias nacionales»293. La compleja y rica preparación intelectual de Carnerero le hace conocedor del lugar primordial que Calderón y el teatro barroco ocupan en el pasado en la disputa en la que participan los distintos pensadores y políticos ya mencionados. En su caso, quiere dejar constancia escrita de su evidente aportación manifestando su punto de vista y contribución personal en relación al dramaturgo barroco. Ello hace que las resonancias e incluso réplicas de la 290

El Correo Literario y Mercantil, 14 de julio de 1828. Seoane, 1983, p. 134. 292 Álvarez Barrientos, 2000, p. 322 293 Palacios Fernández, González Troyano, 2004, p. 285. 291

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postura ideológica mantenida por Böhl de Faber a lo largo de la querella se conviertan también en una constante en los artículos de Carnerero. De hecho, a pesar de que todos los dramas del periodo áureo son ejemplares, los más importantes son los que fueron escritos por Calderón. Del dramaturgo, Carnerero opina que: aunque inferior a Lope en la variedad de caracteres, y a Tirso de Molina en la fuerza y el chiste de la frase, superior a entrambos en el artificio de la invención, en la verosimilitud de los incidentes y en la maestría de un diálogo a veces sobrado culto, pero siempre armonioso, caballeresco y urbano. Reina en sus comedias cierto punto fanático de honra muy propio del orgullo nacional, cierto espíritu de hidalguía, hijo de una generación que todavía se acordaba de los pizarros, guzmanes y corteses. Hablando a un concurso de índole sobradamente vidriosa y pendenciera, seríalo presentándole a porfía ingeniosas copias de tan pundonorosos modelos. Sus damas blasonan de más altivas que las de Lope, sus galanes de más caballerosos que los de Tirso, sus barbas en fin más que las de sus antecesores de espadachines e hidalgos. Calderón es menos fluido que el primero y menos cáustico que el segundo, pero dotado de concepción superiormente dramática y por consiguiente más acreedor de los risueños lauros de Talía294.

Este aspecto justifica el repetido intento de ambos pensadores por destacar los numerosos beneficios que comporta el mantenimiento de las costumbres nacionales, y en especial de aquellas directamente relacionadas con la religión católica de las que Calderón es considerado el máximo representante. Böhl de Faber, quien presenta paulatinamente en sus escritos «una preocupación religiosa cada vez más intensa»,295 establece una defensa férrea del teatro del Siglo de Oro y sobre todo de la obra y figura de Calderón en los artículos que publica en Mercurio Gaditano, no solo para demostrar aquello que Álvarez Junco identifica como la gran «fantasía poética y profunda espiritualidad cristiana»296 que caracterizan al dramaturgo, sino también, tal y como Carnero considera, para exaltar «la España bélica de la Reconquista y del periodo de los Austrias, y su expansionismo im-

294 295 296

El Correo Literario y Mercantil, 17 de abril de 1833. Lloréns, 1989, p. 16. Álvarez Junco, 2001, p. 383.

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perialista»; «la definición del carácter español como ‘caballeresco’ y ‘religioso’»; y cómo no «la condena en bloque de la Ilustración y sus consecuencias».297 Como buen reaccionario, Böhl de Faber considera el espíritu nacional español como un espíritu dominado por valores relacionados con lo heroico, lo caballeresco, lo religioso (católico) y lo monárquico (de los Habsburgo), que han sido típicos del mundo medieval y que la Europa moderna está desgraciadamente perdiendo. Para Böhl de Faber «la identidad española equivale al orden social y mental existente durante el antiguo régimen»,298 a la creatividad y pureza propias del Siglo de Oro que desgraciadamente ha decaído a lo largo del antiespañol siglo XVIII como consecuencia de la llegada de influencias francesas. Carnerero alude a estos mismos aspectos ya tratados por Böhl de Faber en un artículo publicado en su Correo Literario y Mercantil: «oradores tenemos actualmente que honrar la literatura española (Calderón) en alto grado [...] contra la irreligión y contra los vicios que empañan el esplendor de las costumbres expoliando las maravillas del criador supremo»299 (el subrayado es nuestro). Nótese que nuevamente lo que Carnerero persigue es preservar los valores contenidos en la literatura del pasado nacional español que tan bien encarna la literatura de Calderón. Esta misma idea e interés aparece y reaparece en distintos artículos de El Correo Literario y Mercantil hasta el punto de convertirse en una constante del periódico. En una línea similar, en otro artículo, Carnerero defiende una vez más la importancia de reforzar y mantener la idea tradicional de España: «todos los pueblos se componen de diferentes costumbres, y la multitud de los españoles (que están muy lejos de ser bárbaros, como tácticamente quieren decir algunos necios extranjeros) concurre con gusto a unas funciones nacionales, las de Calderón, que recuerdan la memorias de varones ilustres, y de hechos heroicos»300 (el subrayado es nuestro). Esta nueva réplica, que Carnerero hace de las ideas ya publicadas por Böhl de Faber en su Mercurio Gaditano, se inscribe también dentro de la línea de pensamiento defensora del más férreo conservadurismo. Böhl de Faber y

297

Carnero, 1983, p. 168. Álvarez Barrientos, 2006, p. 388. 299 El Correo Literario y Mercantil, 25 de septiembre de 1828. 300 El Correo Literario y Mercantil, 18 de agosto de 1828. 298

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Carnerero se ven a sí mismos con la suficiente autoridad moral y política como para erigirse en portavoces del mantenimiento del verdadero carácter nacional español y, consecuentemente, como los únicos que pueden darle una orientación adecuada. No olvidemos que las publicaciones de ambos autores se inscriben en los periodos conocidos como las épocas más negras del absolutismo fernandino: el sexenio absolutista y la década absolutista, respectivamente, y que los valores que promulgan concuerdan altamente con las pretensiones reales. Así lo recoge Carnerero en su Correo Literario y Mercantil: [estamos] a la sombra de un rey tan bueno, desvelado por nuestro bien, y cuyo anhelo ha quedado satisfecho hasta habernos visto dirigidos por los principios de una educación tan ventajosa como la que nos ha proporcionado la beneficencia de V.M. Segregados de esa multitud de jóvenes aturdidos, petulantes y copiosos que vagan en medio de la sociedad, y son la deshonra de la especie humana; reunidos bajo la dirección civil y religiosa de unas personas íntimamente unidas al trono de V.M. cuyo blanco es la salvación de las almas, cuyo timbre la gloria de Dios; aplicados sin intermisión a los ejercicios de piedad y a las honrosas tareas científicas y literarias; bebiendo continuamente máximas de paz, fidelidad, honradez, filosofía cristiana, sólida instrucción, y esperando ser en breve el apoyo del trono, el terror de sus enemigos y la confianza de V.M., la defensa de la fe católica, el consuelo de nuestras familias, la restauración de la patria, la honra de España301.

En otras palabras, entre las líneas que combina con los múltiples elogios de carácter propagandístico que Carnerero le lanza al monarca Fernando VII, puede leerse que los únicos que saben cómo orientar el teatro español o los únicos autorizados a redirigir el drama español, son los que comparten su credo político que, a su vez, es el mismo que aparece representado en los dramas de la época áurea. Sin duda, a Carnerero le interesa destacar que el carácter nacional español ‘católico’ y ‘monárquico’ es totalmente distinto del carácter nacional francés ‘anti-religioso’ y ‘anti-monárquico’ (tal y como sabemos, la gran obsesión de muchos conservadores españoles de las primeras décadas del siglo XIX).

301

El Correo Literario y Mercantil, 17 de octubre de 1828.

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En conclusión, todo vuelve a lo mismo: que sus oponentes en el terreno político no son los verdaderos representantes de la nación y que ellos son los únicos que pueden llegar a decidir quién tiene más derecho a imponer su propia visión. Es decir, tanto Böhl de Faber como Carnerero son conscientes de que la única manera de mantenerse a flote y de seguir produciendo el impacto deseado con sus publicaciones es erigiéndose como portavoces culturales del absolutismo fernandino. De ahí procede la multitud de alabanzas que uno y otro le dirige reiteradamente al monarca, sabiendo que con ello consiguen tener la censura gubernativa de su parte. No obstante, con censura o sin ella, de la cita transcrita se desprende la idea de que, tanto para el alemán como para el español, la única manera de dirigir el país es mediante la expresión de muestras de apoyo incondicional al único aparato que históricamente ha representado dicho carácter, la monarquía absoluta, que en su momento histórico está representada por la figura de Fernando VII, el cual lucha, en su momento, por preservar el verdadero carácter español en el mismo estado en que se encontraba en la época de «Felipe IV, que fue la más brillante de nuestra literatura nacional»302. B. En Cartas Españolas, la segunda publicación periódica de cierta relevancia de Carnerero, que aparece por primera vez el 26 de marzo de 1831 para luego convertirse el 1 de noviembre de 1832 en Revista Española, aparece periódicamente una sección especial en la que se trata de reforzar, esta vez a través de la idea preexistente de lo español en el exterior, los valores más tradicionalistas del carácter nacional dentro de España. Aunque aparentemente el objetivo perseguido a través de estos artículos es divulgar el grado de recepción y apreciación que la literatura española está teniendo en el exterior, en realidad, lo que en verdad importa es divulgar la manera con que el resto de Europa percibe a España como pueblo o nación, política, cultural y socialmente para reforzar aquellos atributos que mejor la definen, identifican y diferencian frente al resto de naciones. En el artículo titulado «Carta a un español residente en París», que aparece en el primer tomo de la revista, el correspondiente a 1831, se expresa el siguiente comentario hacia Francia:

302

El Correo Literario y Mercantil, 18 de agosto de 1828.

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leo con la mayor desconfianza unos periódicos tan dictados por la pasión, y tan llenos de falsedades, como la mayor parte de los que se publican en esa capital: cuando hablan sobre todo de cosas nuestras, son insoportables. Díganlo las revoluciones que suenan diariamente en España, siendo así que Madrid y toda la monarquía disfrutan de la paz más completa. Que se desengañen: esta paz está arraigada en el corazón de los españoles, por temperamento, por juicio, por experiencia, y por el amor que profesan a sus reyes303.

Con la publicación de elogios como el contenido en la cita recién transcrita a favor del régimen absolutista fernandino, Carnerero se propone alcanzar dos objetivos esenciales: primero, calmar a la población demostrándole, de alguna manera, la estabilidad del, por momentos, frágil aparato monárquico dentro del país, obviando así el peligro de todos aquellos que amenazan con destruirlo y, segundo, ensalzar la figura del monarca y recordar al pueblo que el respeto a los reyes va ineludiblemente ligado a la idea de lo español, porque en este principio se apoya el tejido ideológico que conforma lo que él mismo entiende por identidad nacional española. Otro de los artículos pertenecientes a la sección de emigrados políticos es el titulado «Carta de un español residente en Nueva York, al editor de las Cartas Españolas», publicado en el primer tomo de la revista de 1831. Con la inserción de un artículo como este, Carnerero intenta demostrar que la literatura española del Siglo de Oro y, en especial, la de Calderón, que tan bien representa el tipo de carácter español que se quiere perpetuar, se está recibiendo con cierto entusiasmo y respeto a nivel internacional: Al echar una ojeada sobre el conjunto de las obras de Calderón, y considerándole como el sucesor inmediato de Lope, veremos que durante los muchos años en que fue dueño absoluto de la escena española, no intentó ni efectuó ninguna variación notable en el teatro. [...] Nos presenta de antemano un mundo ideal de bellezas, de esplendor y de perfecciones, que nada contiene que no pertenezca a los más puros elementos del carácter español. [...] Con todos sus defectos inevitables, no puede menos de concluirse diciendo que es uno de los más extraordinarios fenómenos de la poesía. Admira ciertamente, amigo mío, ver el entusiasmo con que el redactor de la Revista de Filadelfia, que voy citando, habla cada vez que se ofrece 303

El Correo Literario y Mercantil, 6 de mayo de 1831.

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del carácter español. Esto prueba el servicio que nos ha hecho en los países extranjeros el estudio de nuestra rica literatura, que se ha considerado justamente como la expresión de los sentimientos del pueblo que la ha sabido producir304 (el destacado es nuestro).

El extracto arriba transcrito ejemplifica por tanto el esquema triangular de las aspiraciones fundamentales de Carnerero: hacer alarde del respeto y la admiración que los dramaturgos del periodo áureo español se merecen, demostrando que los críticos de nombre reconocido ya lo están haciendo en el exterior de España; atacar de manera indirecta a todos aquellos que despreciaron y desprecian los cánones de la literatura áurea y, finalmente, aludir una vez más a la singular capacidad de Calderón para representar el verdadero carácter del pueblo español que se resume en el respeto a la monarquía y a la religión católica. La misma premisa que funcionaba para Böhl de Faber funciona también para Carnerero. Este último llega incluso a afirmar que quien no aprecie la obra de Calderón no puede considerarse patriota. En uno de los artículos publicados en el tomo primero de la revista, correspondiente al año de 1831, se reconoce la presencia de esta amenaza: «este gran pueblo [el español], tan notable por sus principios religiosos, tan fiel a sus instituciones monárquicas, tan empeñado en conservarlas, tan caracterizado, en fin, por su fisonomía nacional, en medio de las convulsiones de los tiempos modernos»305. Dentro de esta misma sección internacional de Cartas Españolas, contenida en el segundo tomo de la revista, publicado en su totalidad en el año de1832, aparece bajo el título general de Literatura Holandesa el artículo «Carta de don Crisófilo Nauta, viajante y corresponsal de la tertulia de la baronesa de Barbadillo», en el que se hace tanto una revisión del estado de esplendor de la literatura holandesa de la época de Calderón como de la decadencia en que esta terminó por intentar imitar a finales del siglo XVII los modelos franceses: el darle la última perfección estaba reservado para Hooft, escritor admirable y lleno de vivacidad y fuego, que floreció al principiar el siglo XVII. [...] Hooft es uno de aquellos talentos eminentes, que se han desenvuelto en toda su dimensión, y que han obtenido la justa recompensa que merecían.

304 305

Cartas Españolas, 1831, tomo 1. Cartas Españolas, 1831, tomo 1.

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Al fin del silgo XVII, la literatura holandesa declinó, y el gusto comenzó a corromperse. Los escritores, en vez de seguir la inspiración del ingenio, de presentarse al tono de la composición, y a la naturaleza del asunto, y en lugar de querer agradar a los lectores, adoptan para su idioma las reglas que Boileau y otros críticos establecieron en Francia. Como era de esperar, la originalidad del estilo, y la fuerza de los pensamientos, cedieron a los absurdos del pedantismo y al desmayo de la imitación, y desde entonces no volvió a aparecer composición ninguna notable306.

¿No es lo ocurrido en el caso holandés similar al caso español? ¿Significa Hooft para Holanda lo mismo que Calderón para España? Al menos para Carnerero parece que sí al tratar de demostrar que los dos escritores, Calderón y Hooft, consiguieron elevar la literatura de sus respectivos países a un estado de esplendor inigualable. De hecho, lo que consigue al ejemplificar lo ocurrido en el caso de Holanda, y presentarlo como un caso paralelo a la situación particular de España, es precisamente darle más fuerza a la imagen de Calderón, tratar de hacer aún más daño a sus enemigos, los partidarios de Francia dentro de España, y reforzar dentro del país la importancia de la defensa de la idea tradicionalista del carácter nacional español. En otras palabras, Carnerero nos da a entender a través de este artículo que si Holanda perdió su carácter e identidad tradicional por el olvido de la literatura de Hooft, España podrá también perder el suyo si se olvidan los valores representados en la literatura de Calderón. De hecho, lo que no quiere que ocurra de ninguna manera es que se olvide la larga historia y el significado que ha ocupado a lo largo de todo el proceso de formación de la identidad nacional española la figura y símbolo del dramaturgo. El odio hacia lo francés late por doquier en la reiterada denuncia de la mala influencia y el mal ejemplo que las nuevas representaciones teatrales francesas están dando al mundo entero y, en particular, a España (en la que sabemos que las traducciones del drama francés eran demasiado frecuentes, esto es algo que también Larra critica en numerosos artículos). De hecho, si lo que no hay que hacer es copiar lo francés, por lo que contiene de monstruoso y aberrante, ¿hacia dónde debe orientarse el carácter de nuestra literatura y consecuentemente de nuestro carácter español? ¿Por qué inserta

306

Cartas Españolas, 1832, tomo 2.

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Carnerero en Cartas Españolas bajo el apartado de Reminiscencias Literarias Españolas diferentes partes de las obras de Calderón? ¿Qué pretende con ello? ¿No será una manera indirecta de apoyar la importancia y la necesidad de recuperar y tener siempre presente como modelo ejemplar la esencia del contenido de los dramas de Calderón porque contienen los valores de lo que entiende por lo español? Parece que, a través de la inserción de las variadas Reminiscencias Literarias de Calderón, Carnerero intenta que los españoles se reencuentren con el símbolo del dramaturgo y lo recuperen como guía y ejemplo de los nuevos y difíciles tiempos de fuerte preponderancia francesa. La revista Cartas Españolas cesó su publicación el 1 de noviembre de 1832 posiblemente porque Carnerero prefirió involucrarse a partir de entonces en la Revista Española, un proyecto más amplio y de mayor envergadura. El primer número de la Revista Española apareció el 7 de noviembre de 1832, cuando ni siquiera había transcurrido una semana desde la desaparición de Cartas Españolas. Tal hecho ocurrió pocos días antes del nombramiento de la regente María Cristina, portadora de intenciones políticas liberalizadoras y posicionada en contra de los absolutistas extremos. Por la cercanía de las fechas entre el fin de una revista y el comienzo de la otra, Seoane considera por error que esta última publicación de Carnerero fue exclusivamente una continuación de Cartas Españolas307, cuando en realidad no lo fue. En otras palabras, para poder existir la nueva Revista tuvo que variar ligeramente o, al menos, enmascarar con nuevos colores la orientación de sus postulados, hasta conseguir alcanzar un cierto grado de compromiso con las nuevas circunstancias políticas presentes y características del nuevo momento histórico de la regencia de María Cristina. Aunque eso sí, de nuevo Carnerero demuestra que sabe adaptarse con suma facilidad a cualquier medio y gracias a ello consigue ocupar de nuevo con su Revista Española un papel de cierta relevancia en la prensa político-literaria de los años comprendidos entre 1832 y 1836. En conclusión, la poco conocida y estudiada empresa periodística de Carnerero, particularmente en lo concerniente a las dos publicaciones periódicas analizadas en el presente estudio, El Correo Literario y Mercantil y Cartas Españolas, tiene por objeto revalorizar, redescubrir y, en cierta medida, proteger el carácter tradicionalista del pue-

307

Seoane, 1983, p. 135.

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blo español. Se ha demostrado, a través de las distintas alusiones a la trayectoria seguida por Böhl de Faber en la querella, que el modelo seguido por Carnerero para alcanzar sus objetivos encaja a la perfección con el modelo ya utilizado por otros ideólogos, políticos y literatos de su misma orientación política. Por ello, la estrecha similitud existente entre la trayectoria seguida por las aportaciones intelectuales de Böhl de Faber y las de Carnerero nos permite inscribir su pensamiento en la línea ideológico-política que convierte el debate sobre la importancia y validez del teatro calderoniano en «una cuestión de patriotismo»308. La expresión de múltiples alabanzas hacia la figura calderoniana en las publicaciones periódicas de Böhl de Faber y Carnerero se ha interpretado aquí como el claro intento de participación de ambos ideólogos en el proceso de construcción de un modelo de identidad nacional española basado esencialmente en el modelo imperial existente en el pasado y que Wulff ha definido como un modelo «entregado a la causa del catolicismo y absolutismo integristas»309. En definitiva, tanto Böhl de Faber como Carnerero son dos de los portavoces culturales del absolutismo fernandino que participan, en las primeras décadas del siglo XIX, en el proceso de articulación de la identidad nacional española a través de su reiterado intento de iconización simplista de la figura de Calderón, que en ningún caso busca profundizar en lo más importante, el estudio y análisis de su compleja obra.

2.6. NUEVAS RESONANCIAS DE LA QUERELLA DE ALBERTO LISTA DE ARAGÓN

EN LOS ESCRITOS

En su ensayo dedicado a la interpretación de los conceptos y teorías literarias más significativas de Alberto Lista, María del Carmen García Tejera ha recalcado la fuerte necesidad de la aparición de nuevos trabajos analítico-críticos dedicados al estudio de la producción ensayística de este polémico escritor310 en el panorama literario de hoy en día. Quizás una de las razones de la falta de interés hacia el análi-

308

Álvarez Junco, 2001, p. 385. Wulff, 2003, p. 123. 310 García Tejera, 1989, p. 26. 309

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sis de la obra de un escritor como Lista se encuentra en que una parte considerable de su producción está dispersa en múltiples revistas y periódicos españoles de difícil acceso y consulta. Esto justifica además el hecho de que actualmente el nombre del escritor resuene entre la crítica, tal y como bien apunta García Tejera, «más como poeta que como preceptista»311. En cuanto a la parte de su obra que se conoce y que está reunida bajo el título Ensayos literarios y críticos, Metford considera otra limitación importante que, en mi opinión, podría haber desviado con anterioridad y podría continuar desviando en el momento presente el interés de la crítica al reconocer que: «no attempt has yet been made to arrange in chronological order the diverse articles contained in the Ensayos literarios y críticos, it has been impossible to discover whether Lista modified or changed his opinions during the period of years over which these essays were written»312. No obstante, a pesar de todas estas limitaciones y deficiencias: falta de orden cronológico, estudios insuficientes, números de revistas perdidos y prácticamente irrecuperables hoy en día, etc., es importante no minimizar la importancia de los artículos que han llegado a nuestras manos debido a que Lista trata cuestiones de sumo y variado interés, entre las que destacan las relacionadas con la «crítica, historia, preceptiva, cuestiones teórico-filosóficas, y escritos que muestran su frecuente participación en conocidas polémicas y en debates de su época, tales como los surgidos en torno al teatro español (y en particular al de los Siglos de Oro) y acerca de la dualidad clasicismo-romanticismo»313. De todos los aspectos contenidos en la producción ensayística de Lista, interesa examinar aquí los que prueban la participación del crítico en los debates y polémicas político-literarias de su época y, más en concreto, los que contienen referencias al teatro español y, dentro de él, a la figura y obra de Calderón. A partir de ellos se puede entender la postura con que Lista, a quien Flitter considera «a respected moderate in both literary preferences and ideological outlook»314, se acerca y recibe a Calderón y al teatro del Siglo de Oro durante los años pertenecientes a la década absolutista. Cossío apuntó en una oca-

311

García Tejera, 1989, p. 26. Metford, 1939, p. 86. 313 García Tejera, 1989, p. 28. 314 Flitter, 2006, p. 347. 312

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sión, refiriéndose a Lista, que «en su labor de crítico ninguna materia ocupaba seguramente tanto espacio como el teatro»315 y, sin duda, llevaba razón puesto que los escritos de teatro son los más numerosos en la producción ensayística de este escritor. Entre ellos destacan sus Lecciones de literatura española, impartidas oralmente en el Ateneo científico, literario y artístico de Madrid que por entonces era, tal y como Juretschke señala, un órgano influyente «en la sociedad española de aquella época»316, publicadas en 1836 y en ellas Calderón «ocupa el punto central del curso»317; varios de sus Ensayos literarios y críticos, los cuales, aunque salieron a la luz por primera vez gracias a la recopilación reunida y publicada por Mora en el año 1844, se piensa que pertenecen al menos en parte a la década absolutista; y el Discurso sobre la importancia de nuestra historia literaria, que Lista leyó en mayo de 1828 en el momento de la toma de posesión de su plaza de académico en la Real Academia de la Historia. En uno de los artículos publicado en la recopilación efectuada por Mora y titulado Reflexiones sobre la dramática española en los siglos XVI y XVII, «Lista abarca en una mirada de conjunto a nuestro teatro de esos siglos»318, el perteneciente a la época dorada de España, de una manera que podemos clasificar de altamente positiva. En lo que se refiere a Calderón, Metford señala que «he praised Calderon above all other dramatists, and said that Spain could proudly place El médico de su honra and A secreto agravio, secreta venganza besides Shakespeare’s Othello»319. Parece que para Lista era indiscutible que Calderón era muy superior al resto de dramaturgos españoles de su época y así lo refleja en el siguiente comentario: cuando después de leídas las mejores comedias de Lope, Tirso, Mira de Amescua y Vélez, se pasa a leer el teatro de Calderón, parece que se entra en un mundo nuevo, en que el arte se halla más perfeccionado. Lope fijó las formas dramáticas: fue el inventor de las situaciones, de los efectos y de los caracteres. Calderón (...) llevó a una perfección el teatro español320.

315

Cossío, 1942, p. 84. Juretschke, 1974, p. 184. 317 Juretschke, 1974, p. 185. 318 Cossío, 1942, p. 123. 319 Metford, 1939, p. 99 320 Juretschke, 1951, pp. 466-467. 316

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Por su extrañeza, el caso de Lista es todavía un enigma sin resolver o al menos controversial. Si esto no fuera así, ¿cómo podemos explicar que a lo largo de la década absolutista un afrancesado como él se pronunciara públicamente a favor de Calderón, quien por aquel entonces era identificado con unos valores muy concretos de la idea de España? Es imposible que Lista no estuviera al tanto del proceso de apropiación histórico-cultural seguido la figura del dramaturgo como de que en aquel momento un pronunciamiento a su favor iba ligado a la glorificación de la monarquía española, de la religión y la defensa de la tradición y el espíritu nacional. Consciente de todo ello, Calderón y el teatro del Siglo de Oro se convierten también para él en la excusa para expresar su disconformidad y oposición al régimen constitucional anterior por haberle parecido que durante sus años de vigencia había cometido demasiados excesos y errores de carácter sumamente peligroso. Entonces, ¿podría ser Calderón la estrategia o la excusa literaria seguida, no solo por Lista, sino también por otros moderados como él, entre los que cabría incluir al conflictivo Carnerero, para tratar de demostrar su favoritismo al monarca, pero tratando de aislar de su lado al mismo tiempo tanto a los liberales exaltados como a los más acérrimos absolutistas? Juretschke ha analizado en su ensayo Vida, obra y pensamiento de Alberto Lista la relación de la evolución política y las preferencias literarias que Lista siguió a lo largo de su vida. En él menciona que durante los años que rodean al trienio constitucional (1820-23), a un liberal, ya fuera del grupo de los moderados como ocurre en el caso de Lista o del grupo de los exaltados como en el caso de otros muchos escritores significativos de aquel momento, le resultaba prácticamente imposible adoptar cualquier postura de signo conservador, ya fuera de carácter político o literario321. Entonces, ¿cómo podemos explicar el sorprendente y espontáneo cambio experimentado por Lista en un tiempo récord? Una explicación posible se encuentra en que tras el fin del trienio constitucional, él se sintiera, por un lado, liberado de las trabas que anteriormente le habían impedido defender con ahínco la empresa patriótica y nacionalista destinada a la configuración de la identidad nacional y, por otro lado, quisiera, con su defensa de Calderón, corregir las interpretaciones erróneas, parciales o

321

Juretschke, 1951, p. 79.

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apasionadas, formuladas contra el dramaturgo y España tanto dentro como fuera del país, las cuales habían dañado terriblemente la imagen y realidad de su literatura y su política. En otras palabras, Lista se propuso demostrar con su respeto e identificación hacia iconos o referentes como el calderoniano la importancia que, tanto en el pasado como en el presente, han tenido las tradiciones religiosas y monárquicas dentro de España frente a la corrupción de las costumbres modernas y del liberalismo de índole democrática y revolucionaria que había caracterizado la época anterior. La evolución política seguida por Lista va ligada al hecho de que, a partir de los años 1827 y 1828, la monarquía de Fernando VII evoluciona hacia el reformismo para hacer frente al impulso democrático, y por ello debía apoyarse en valores tradicionales322. En ese momento, ya no es posible rechazar en nombre de los conceptos del neoclasicismo a los escritores que encarnaron estos mismos valores323. Lista se da perfecta cuenta de que lo que prima es la protección de los españoles de las tentaciones revolucionarias y que por esta razón no tendría sentido violentar a una nación a recibir una literatura —la francesa— en pugna con su creencia, espíritu y costumbres324. Por ello, una vez terminado el trienio constitucional, decide abrazar las teorías conservadoras inspiradas por Schlegel, por ser, en su opinión, el medio a partir del que revalorizar la esencia del carácter español más primitivo y nacionalista. A pesar de que la única vez que Lista cita a Schlegel es en 1828, al final de su Discurso sobre la importancia de nuestra historia literaria, lo hace para concederle «el primer puesto entre los que han contribuido a la revalorización de la literatura española»325. No olvidemos aquí las conversaciones que mantiene con su discípulo Durán antes de pronunciar su Discurso. Lista interpreta los planteamientos formulados por Schlegel a partir de la segada traducción que Böhl de Faber publica en España sobre sus doctrinas. Por tanto, las influencias que recibe proceden en realidad de Böhl de Faber. A partir de ahí, siguen una evolución progresiva, enriqueciéndose a lo largo del camino y, en especial, durante los años previos a 1828, con las conversaciones mantenidas con Durán. 322 323 324 325

Juretschke, 1951, p. 98. Juretschke, 1951, p. 296. Juretschke, 1951, p. 296. Juretschke, 1951, p. 295.

CAPÍTULO SEGUNDO

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No es casualidad que las primeras publicaciones sobre el tema tanto del maestro como del discípulo aparecieran simultáneamente en el año de 1828326, que es el momento decisivo en que Lista se convierte públicamente en el propagandista del régimen de Fernando VII, adoptando su programa de monarquía y religión, y expresando su apoyo al esquema formulado por Böhl de Faber. Su intención era justificar la importancia de la necesidad de la glorificación de la tradición nacional e histórica española para protegerla de los ataques que estaba recibiendo desde antaño tanto dentro como fuera de España. En relación a este último aspecto, Sullivan ha destacado que Lista era muy consciente de los numerosos ataques que los neoclásicos como él le había estado lanzando a Calderón desde el siglo anterior, así como del daño que le habían causado con sus severas críticas a la reputación del dramaturgo327 y de toda su época. Ahora bien, el hecho de que ahora Lista decidiera alardear a favor de la dramaturgia de Calderón podría deberse a que hubiera sentido la necesidad de adaptarse a unas tendencias políticas, sociales y literarias más apropiadas para su época, quizás por ser las únicas permitidas a lo largo de la década absolutista dentro de España. Sin duda, una de las grandes contradicciones presentes a la hora de estudiar el significado de la orientación política de Lista y el cambio sufrido en la dinámica de sus afinidades literarias a lo largo de su vida se encuentra en este fuerte giro que se produce en su pensamiento a partir de la década absolutista y, más en concreto, desde el momento en que «he attacked Boileau and his followers, saying that they had done real harm to literature»328. Este cambio de actitud ha llevado a críticos como Peers a considerar a Lista, no sin fundamento, un escritor y una figura poseedora de una personalidad «enigmatical»329. En realidad, si su personalidad no fuera no solo enigmática, sino también controvertida y contradictoria, ¿de dónde procede —conociendo su trayectoria política anterior— esa fuerte necesidad de defender a lo largo de la década absolutista nuestro teatro antiguo? ¿Cómo es posible que a estas alturas llegaran a dolerle las críticas que primero Boileau y más tarde Masson de Morvilliers le habían dirigido a España y a su literatura 326

Juretschke, 1951, p. 72. Sullivan, 1982, p. 28. 328 Metford, 1939, p. 86. 329 Peers, 1923, p. 43. 327

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dramática? En el Discurso que leyó en 1828 en la Real Academia de la Historia dejó constancia de ello. En concreto, sobre Boileau y Masson de Morvilliers aparecen claramente expresadas en una de las partes de su Discurso: La necesidad de nuestra historia literaria se prueba no solo por el principio general de que toda nación civilizada debe conocer sus títulos a la verdadera gloria, sino también porque es necesario evitar que se repita el escándalo que produjo en el siglo pasado el célebre artículo España de la Enciclopedia, cuyo autor se cubrió de toda la ignominia que quiso derramar sobre nuestra nación. Es forzoso borrar la triste mancha que desde el siglo de Luis XIV echó Boileau sobre nuestra literatura dramática, sin entenderla ni tener las luces suficientes para apreciarla330.

¿Cuál es el sentido de esa sorprendente galofobia y afán por borrar la triste mancha que pesa sobre España? ¿Alza la voz a favor de Calderón porque a partir de entonces siente la necesidad de que los españoles descubran que la identificación con el dramaturgo es un deber nacional que les permitirá reencontrarse con sus verdaderos valores identitarios que están siendo amenazados nuevamente por Francia? ¿No recuerda esto a las actuaciones y contribuciones aportadas a lo largo de la misma centuria por Böhl de Faber, López Soler, Carnerero y Durán, por citar a algunos de los pensadores que como Lista influyen durante la década absolutista en la identificación del legado calderoniano con los verdaderos «Christian and monarchical sentiments»331 del pueblo español? Para comprender su postura, conviene recordar algunas de las ideas con las que Metford define tanto sus aspiraciones para España como las estrategias que sigue para lograr implantarlas: «a revaluation of the national literatures, a defence of it, against the superior attitude of the French, who after all had borrowed freely from Spanish Golden Age drama, and against the rigidity of the neo-Classicists of the eighteenth century who had condemned it»332. En otras palabras, durante la década absolutista, Lista busca el intento de redefinición y reconstrucción del carácter nacional español concediendo al drama de la época de Calderón la importancia «for what it was worth» y situán330

Juretschke, 1951, p. 476. Metford, 1939, p. 99. 332 Metford, 1939, p. 99. 331

CAPÍTULO SEGUNDO

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dolo «in its rightful place as the proud heritage of the nation»333. En otras palabras, el teatro antiguo español trata de venderse durante la década absolutista como una herencia cultural de la que deben sentirse orgullosos todos aquellos que se sientan españoles porque en ella están representados los valores más tradicionales de España. La defensa de estos valores constitutivos del espíritu español, que habían ido cobrando cada vez más fuerza dentro de España, se convierten durante la década absolutista en una fuerte muestra de patriotismo con la que Lista quiere también identificarse. O, lo que es lo mismo, Lista persigue también exaltar «the ideals of monarchy and religion»334 a través de lo que representa Calderón porque considera que esos valores son los que en verdad definen el «nucleus of Spanish culture»335. En definitiva, Lista parece haber aceptado los valores tradicionalistas de España representados a través del icono identitario de Calderón para contribuir a la formación o construcción de un único «sistema integralista nacional»336 español a partir del que poder contrastar y diferenciar otros sistemas nacionales y, en especial, el francés, al que se seguía identificando, tal y como ocurría en tiempos de Böhl de Faber, con valores altamente antirreligiosos, antimonárquicos y antimorales. De esta forma, Lista asume, tal y como Sullivan apunta, una postura «prudently conservative» desde la que intenta defender «Calderon’s reputation»337. Es decir, su favorable actitud hacia Calderón y su dramaturgia se inscribe en lo que Flitter considera el intento reaccionario en el que se trata mediante el uso de lo literario de proyectar «a justificatory reappraisal of Spain’s distinctive historical culture»338. Su defensa calderoniana es una prueba fehaciente de que Lista acepta la idea ya defendida por sus antecesores de que la literatura es tanto «a profound expression of national identity» como «a mirror in which a society’s intimate thought patterns are reflected»339. Todas estas razones explican la fuerte admiración y el culto que siente y profesa hacia Calderón. 333

Metford, 1939, p. 100. Metford, 1939, p. 99. 335 Flitter, 2006, p. 153. 336 Pérez Bustamante Mourier, 1992, p. 150. 337 Sullivan, 1982, p. 46. 338 Flitter, 2006, p. 2. 339 Flitter, 2006, p. 153. 334

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2.6.1.El Discurso sobre la importancia de nuestra historia literaria La aparición pública del Discurso que Lista pronuncia en la Real Academia de la Historia en mayo de 1828 coincide con el intento de propaganda del régimen fernandino. Lista comienza su Discurso transmitiendo tanto la manera en que su «ánimo se fue casi exclusivamente aficionando a aquella parte de la gloria española que se funda en nuestro mérito literario; y tanto más cuanto veía que era desconocido en unas naciones y vilipendiado en otras; porque naturalmente se inclina el hombre al mérito desvalido y menesteroso» como el entusiasmo que le «inspiran aquellos grandes hombres que embellecieron nuestra Patria» y «nuestra historia literaria»340. Uno de los propósitos de su Discurso es ensalzar la importancia de la historia literaria de España y en especial la del/los Siglo/s de Oro, en la que ha ocupado y ocupa un lugar tan destacado el dramaturgo Calderón por haber perfeccionado el teatro y haberlo dotado del verdadero espíritu español. Juretschke menciona acertadamente la importancia de la inclusión de la «historia en calidad de elemento decisivo para la explicación y justificación del teatro español»341 y, en especial, del teatro del/los Siglo/s de Oro, del que Lista demuestra tener amplios conocimientos y favorables opiniones y del que considera que fue creado para responder a las necesidades morales de la sociedad española. También para Lista el pueblo español tenía unos sentimientos particulares que quería ver representados en la escena342 y que de hecho vio representados gracias a la aparición de las obras de muchos de los dramaturgos de estos siglos. Para Juretschke es precisamente este acercamiento histórico-analítico con que Lista se refiere al teatro de la época de Calderón la razón principal por la que habría podido modificar «sus ideas anteriores sobre las costumbres, los monarcas y su política»343. En otras palabras, la ampliación de sus conocimientos del teatro de la época de Calderón hace que en su Discurso ya no niegue la buena voluntad de los monarcas ni tampoco su importancia y la influencia de sus diversos y sucesivos reinados sobre la historia de España y sobre la formación del carácter nacional y de la identidad del pueblo español. Para Lista: 340

Juretschke, 1951, pp. 466-467. Juretschke, 1951, p. 467. 342 Juretschke, 1951, p. 350. 343 Juretschke, 1951, p. 474. 341

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la dependencia de una sociedad distinta aclara los diferentes caracteres del teatro de Lope, Tirso y Calderón. El primero escribe a principios del reinado de Felipe III, de ahí su elevada moralidad; Tirso, que compone sus comedias en la época de la juventud de Felipe IV, es tan licencioso que, de no tener presente la circunstancia histórica, admira que fueran toleradas. Calderón, siendo Felipe IV ya viejo y estando bajo la influencia de Juana de Austria, da a la escena una austera y grandiosa moralidad344.

Todo ello para conseguir justificar su defensa de la dramaturgia calderoniana al llegar a la conclusión de que el ciclo del desarrollo de nuestro teatro del siglo XVII queda cerrado con Calderón, el dramaturgo que, en palabras de Cossío, «representaba toda la perfección a que podía llegar, dados los términos y elementos que le condicionaban»345. Así, nuevamente entre todos los poetas dramáticos de la época más gloriosa de España destaca la figura de Calderón, el perfecto representante del Siglo de Oro. Sin duda, actuaciones como la de Lista permitieron que «Calderón se convirtiera en el enclave principal de un determinado nacionalismo cultural al menos a lo largo del siglo XIX»346.

2.6.2. Calderón en las Lecciones de literatura del Ateneo y en algunos Ensayos literarios y críticos de Lista Juretschke indica que «la postura de Lista en sus Lecciones de literatura española, que trataban en su gran mayoría del drama del Siglo de Oro y de su puesto en la literatura universal, no podía ser dudosa para quien estuviera familiarizado con su evolución personal»347. En realidad, en las lecciones, la exaltación del drama del Siglo de Oro se convierte en una ‘doctrina’ de justificación histórica e identitaria tanto de España como de la historia literaria que Lista se propone escribir y defender, que «se articula y organiza»348 y alcanza su máximo grado de perfección en su pronunciamiento a favor de Calderón. Lista defiende al dramaturgo en especial de todos aquellos que, según destaca en su

344

Juretschke, 1951, p. 309. Cossío, 1942, p. 147. 346 Rodríguez Cuadros, 2004, p. 269. 347 Juretschke, 1951, p. 187. 348 Cossío, 1942, p. 153. 345

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artículo Estado actual de la Literatura europea, desprecian públicamente «los modelos que nos han dejado los grandes hombres [que como él] nos antecedieron» y este desprecio es algo que «promueve la ignorancia, y multiplica los monstruos»349. Parece que son ‘monstruos’ para él todos aquellos que desconocieron, según sus palabras «en el último tercio del siglo pasado el mérito de nuestros escritores dramáticos del siglo XVII»350 porque basaron sus planteamientos en falsas suposiciones. Dice Lista en el mismo artículo: «esas críticas eran injustas, porque eran estúpidas» y por ello, de la misma manera que se han destacado «las excelentes prendas que poseyeron»351 los franceses Corneille y Racine, a pesar de sus múltiples defectos, se debería proceder de una manera más racional y justa a la hora de juzgar la importancia que los propios españoles de la época áurea tuvieron dentro de España. Además, esto es algo que no deben hacer los extranjeros, sino los mismos españoles, porque nadie puede llegar a conocer mejor que ellos las peculiaridades y características que conforman su cultura e identidad. En relación a Calderón, en su artículo titulado Del Romanticismo menciona que: «no podemos entender a Calderón que describe las costumbres caballerescas de su siglo»352 porque las costumbres han cambiado, es decir, porque ahora la sociedad se comporta de manera diferente. A pesar de que acepta el cambio y la evolución de tales costumbres a lo largo de la historia, en su opinión, los verdaderos valores nacionales que conforman el verdadero espíritu de la sociedad son los mismos que ya aparecían representados en los dramas de Calderón: el respeto por la monarquía y un fuerte fervor religioso. La fuerte creencia de que estos valores continúan siendo en su época los que definen y conforman la identidad de los españoles le permite ponerse al lado del monarca Fernando VII y mostrar su postura favorable hacia la polémica figura de Calderón. En otras palabras, su intención es la de volver a recuperar «las condiciones necesarias de la literatura cristiana y monárquica, cual la exige, cual la quiere el espíritu social» de su propia época que se han perdido o al menos envilecido tras la llegada de las influencias francesas que han conseguido

349

Lista, 1951, p. 38. Lista, 1951, p. 37. 351 Lista, 1951, p. 37. 352 Lista, 1951, p. 36. 350

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extender «el odio contra los reyes, los sacerdotes y las virtudes y aquella demencia que produjo todos los desastres de la revolución francesa»353. A Lista le interesa recalcar la importancia de que «la sociedad actual no tiene ni las creencias ni los sentimientos» antirreligiosos y antimonárquicos «que ellos [los franceses actuales] aspiran a inculcarle en sus dramas»354. En lo concerniente a lo francés hay un cambio destacado entre el pensamiento de Böhl de Faber y el de Lista. Para el primero, los franceses encarnan las ideas de la Revolución Francesa y, para Lista, encarnan la degradación del romanticismo de corte liberal. Las posturas de los dos críticos se resumen en la recepción negativa de cualquier idea de origen francés. Para los dos, Calderón debe ser admirado, entre otras razones, porque su dramaturgia respeta «la moral, la religión y los principios políticos que rigen en nuestra patria» como «nuestro idioma»355 y renunció a las formas aristotélicas. Su defensa a favor de Calderón se repite a lo largo de un nutrido número de sus Ensayos literarios. Por ejemplo, en el artículo titulado De la moral dramática, Lista inserta el siguiente comentario acerca de la utilidad social de los dramas calderonianos: servían para describir las costumbres de su siglo y de su nación, y en ellas entraban el honor y el amor como elementos esenciales. Se ha censurado mucho a Calderón por haber descrito las arterías de los amantes para verse y hablarse. Nosotros hemos leído a Calderón y hemos observado las costumbres actuales, y quisiéramos en el interés de la moral que los sentimientos que animan a los jóvenes de ambos sexos, se pareciesen a los que describió aquel insigne poeta [porque] el drama ha de reflejar necesariamente las costumbres de la sociedad356.

A Lista no le interesan las costumbres de cualquier sociedad, sino las costumbres apropiadas para cada país, ya que, eran muy «diferentes el espíritu, las ideas, los sentimientos de las sociedades [inglesa y española], y por consiguiente sus exigencias en el teatro»357. En definitiva, a lo largo de la década absolutista, la evolución de Lista coincide

353

Lista, 1951, p. 38. Lista, 1951, p. 39. 355 Lista, 1951, p. 41. 356 Lista, 1951, p. 62. 357 Lista, 1951, p. 65. 354

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con la de muchos escritores políticos de aquel decenio que también recuperan en su producción ensayística el discurso y la simbología encerradas en el teatro calderoniano para manifestar una determinada postura no solo literaria, sino también política, ligada al tipo de valores y al carácter nacional con los que entienden la idea de España.

2.7. CONCLUSIONES La lectura atenta tanto de un nutrido número de ensayos y artículos, así como de múltiples discursos pronunciados por diversos escritores y pensadores de cierta relevancia en la historia intelectual y política de España a lo largo de la década absolutista, en los que se aprecia cierta preocupación por influir sobre el destino y las futuras riendas que debe tomar el país, revela que durante esta época sigue en marcha el intermitente proceso de construcción de la identidad nacional española. En concreto, se mantiene abierta la polémica en la que ocupa un lugar destacado el icono calderoniano. Sin duda, la fuerte predominancia que a lo largo de la mencionada década tuvo la orientación política de índole más tradicionalista, es decir, una de las dos vertientes de la posible dualidad a la que Dietrich Briesemeister denomina «la construcción binaria de la imagen de España»358 con que se quería identificar y definir la manera de ser de los españoles, es una de las razones principales que justifica la reaparición de la figura de Calderón a lo largo del proceso. Fox señala que los que se dedican a la empresa de ‘lo español’ son, tal y como se ha demostrado, «intelectuales cuya producción cultural tuvo éxito, y que pertenecían a instituciones culturales importantes»359 que funcionaban dentro de los estrechos límites de libertades permitidos durante este decenio. Entre las instituciones se han ejemplificado los casos del periódico El Europeo de Barcelona, del Diario Literario y Mercantil de Madrid, de El Correo Literario y Mercantil de Madrid y de la revista Cartas Españolas. Fox añade como colofón final a su comentario que muchos de los intelectuales que colaboraron con la publicación de parte de su producción ensayística en muchas de las páginas de estas revistas y periódicos llegaron «a ser figuras

358 359

Briesemeister, 1984, p. 564. Fox, 1990, p. 13.

CAPÍTULO SEGUNDO

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políticas de gran importancia»360. De hecho, a pesar de que fueron muchos los hombres dedicados a esta tarea a lo largo de la década absolutista, en este capítulo se ha analizado solamente una pequeña parte de los numerosos escritos pertenecientes a López Soler, Luiggi Monteggia, Agustín Durán, José María Carnerero y Alberto Lista, quizás porque en todos ellos se aprecia también un fuerte interés por construir lo que Fox define como «una identidad colectiva nacional»361. Se ha demostrado además que esta última está identificada, al menos en el caso de estos autores, con los valores que han ido construyendo el símbolo calderoniano, no solo en las primeras décadas de la centuria decimonónica, sino también durante una parte considerable de la centuria ilustrada. En definitiva, estos son los mismos valores que a finales de la centuria continúan sirviendo para perfilar y delimitar los límites de la cultura nacional-católica en la que Menéndez Pelayo alza la voz para enunciar que los únicos que tienen derecho a defender a Calderón no son los «unpatriotic subversives»362 de una determinada idea de España, sino aquellos que como él defienden un sistema de identidad española basado en el binomio: monarquía y religión. Así, la premisa que funciona para Böhl de Faber funciona también para los pensadores a los que está dedicado el presente capítulo. En otras palabras, el espíritu enemigo que amenaza la conservación del carácter tradicional de España, del que ya habló Böhl de Faber en su momento, es también una de las preocupaciones principales de la década analizada.

360

Fox, 1990, p. 13. Fox, 1990, p. 14. 362 Flitter, 2006, p. 345. 361

CAPÍTULO TERCERO CALDERÓN EN LA PRENSA DE LOS AÑOS FINALES DE LA DÉCADA ABSOLUTISTA

Calderón llegará a convertirse en símbolo de raza, y su nombre irá unido siempre al de España; de aquí que se le considere en todas partes como nuestro poeta nacional por excelencia. MARCELINO MENÉNDEZ PELAYO

García de Cortázar nos recuerda en su obra Los mitos de la historia de España y, en particular, en la definición con la que explica el proceso de gestación y elaboración de la mayoría de los mitos, algunas de variantes intelectuales y/o políticas que intervienen en el proceso de elaboración del mito calderoniano, idea central que une las distintas partes del presente trabajo de investigación. Así dice su definición: «los mitos se entretejen, tejiendo y destejiendo el tapiz de la historia, entre disputas teológicas, delirios de progreso, sueños racionalistas y recuerdos de esperanzas. Los mitos no son falsas creencias acerca de nada, sino creencias en algo, símbolos santificados por la tradición y la historia»363. García de Cortázar recupera la idea de que en la distorsión que sufre el pasado durante el proceso de creación de cualquier mito ocupan un papel primordial variables como el olvido y la amnesia con las que se busca entorpecer el verdadero conocimiento del pasado. En otras palabras, la versión inicial del pasado ‘objetivo’ que se olvida, o que quizás nunca se conoce, se sustituye por esa nueva versión cambiada o manipulada, por esa/s nueva/s versión/es ‘subjetiva/s’ que se impone/n a lo que fue verdaderamente la realidad, llegando a con363

García de Cortázar, 2005, p. 9

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vencer incluso a sus propios inventores364. El momento concreto en el que se considera que despega o empieza a cobrar forma real la idea del mito se produce solo una vez que sus propios inventores llegan a auto-convencerse de la veracidad de los datos del pasado que ellos mismos han inventado. El estudio del ejemplo calderoniano nos permite ilustrar a la perfección el mencionado proceso. En lo que se refiere a la recepción calderoniana, hemos justificado a través de la mención de múltiples ejemplos de la prensa, artículos y discursos de distintos pensadores de los siglos XVIII y XIX el objetivo oculto tras el intento de manipulación y apropiación de su figura por parte de un determinado sector político y literario dentro de España. En otras palabras, se ha buscado explicación y recorrido la intervención y participación de Calderón en la construcción del mito católico y monárquico de la identidad nacional española. Hemos analizado la dimensión particular de la polémica que utiliza el prestigio del dramaturgo para fijar unos valores con los que identificar y/o «articular el sentimiento de nación y, por tanto, construir la base emotiva, psicológica e ideológica del nacionalismo»365, un nacionalismo entendido como un conglomerado de elementos en torno a la idea de lo castizo, entre los que se incluye el nombre de Calderón. Además está todo ello articulado dentro de un «completo sistema integralista nacional»366. Los años finales de la década absolutista requieren una mención especial debido a la abundante cantidad de periódicos y revistas de modestos medios y vida efímera que aparecen y mueren a lo largo de ella, y que desaparecen como consecuencia del difícil e inestable momento histórico en que les tocó vivir. En relación a la situación legal de la prensa en los primeros años de la década de 1830 se daba solo licencia a aquellos periódicos que se acogiesen a la categoría de materia ‘literaria’ y/o científica. Por esta razón, la mayoría simuló una falsa adscripción a tal categoría desde un principio para poder subsistir, a pesar de que su contenido tocara en numerosas ocasiones aspectos relacionados con temas políticos y religiosos. Estos son solamente algunos de los mecanismos que los periodistas y editores del momento llegan a desarrollar para tratar de sortear la férrea censura de aquellos

364 365 366

García de Cortázar, 2005, p. 9. Bezhanova, Pérez Magallón, 2004a, p. 103. Flitter, 2006, p. 3.

CAPÍTULO TERCERO

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tiempos. El rasgo más predominante del periodismo de esa época no es solo la presencia de la inquisitiva censura, sino también la decidida voluntad de los periodistas de no dejarse vencer por ella. Esta es la tónica de la década bajo la que va cobrando nueva forma la apropiación de la figura calderoniana y, por extensión, el proceso de formación de la identidad nacional. Un nutrido número de las publicaciones de las décadas finales de la primera mitad del siglo XIX replica ciertos aspectos presentes en las publicaciones de las décadas anteriores. En concreto, la herida de índole nacionalista que Böhl de Faber, López Soler, Durán y otros muchos abren aún sigue sangrante y reaparece en las páginas de la prensa de los años comprendidos entre 1833 y 1837 con la misma intensidad que en el pasado. Este será el detonante que conseguirá que la gran mayoría de las iniciativas periodísticas de marcado interés literario que comienzan por entonces, como en el caso particular de El pobrecito hablador de Larra, no consigan prolongar su existencia después de la muerte de Fernando VII, es decir, una vez terminada la década absolutista. Solamente algunas muy contadas excepciones se mantienen en pie al iniciarse la nueva situación política abierta con la regencia de María Cristina, como es el caso de la ya citada Revista Española. En relación a las publicaciones adscritas a esta nueva realidad histórica, Seoane nos recuerda que en ella se concedía un lugar importante a la ‘literatura’, dando siempre muestras de una hostilidad creciente frente al romanticismo emergente367. La figura del editor de cada publicación es sumamente importante para la época que estudiamos, dada la libertad que tiene para «insertar anuncios privados y artículos en los espacios sobrantes»368 de sus publicaciones. Por aquel entonces, los escritores de mayor prestigio estaban encarcelados o desterrados y los que quedaban en el país vivían oprimidos por las deplorables condiciones en que trabajaban al estar sometidos al continuo control de la estricta y férrea censura. Como consecuencia, la tónica que se repite a lo largo de este periodo es la efímera vida de todas o casi todas las publicaciones periódicas. De hecho, la muerte de la gran mayoría se produce rodeada de circunstancias de carácter altamente violento como resultado de la dura política represiva del gobierno.

367 368

Seoane, 1983, p. 204. Seoane, 1983, p. 144.

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A pesar de lo efímero de su existencia, «la importancia y el número de las iniciativas literarias en la época es tal que resulta enormemente difícil esbozar siquiera un panorama de las mismas»369. Este aspecto, nos obliga a concentrarnos en una selección de las publicaciones más significativas que participan en el proceso de apropiación de la figura calderoniana y, por ende, en la construcción y promoción de una manera concreta de entender la identidad nacional española. La elección se basa en el aporte intelectual de cada publicación a la ya casi tópica asociación que se viene realizando desde antaño entre el teatro de Calderón y el genio y el carácter nacional de los españoles. Aparte de la ya mencionada Revista Española, se someterá a análisis la revista El Artista, dirigida por Eugenio de Ochoa y Federico Madrazo, que se caracteriza por su gran calidad gráfica y literaria, a pesar de su relativa corta duración, puesto que apareció el 4 de enero de 1835 y cesó hacia comienzos de abril de 1836; el No me Olvides. Periódico de Literatura y Bellas Artes, cuya existencia apenas se prolonga de mayo de 1837 a febrero de 1838, bajo el sello y la dirección de Jacinto de Salas y Quiroga y, finalmente, en periódicos decantados desde un principio por el campo no específicamente literario, en los que aparecen textos de creación y de crítica, como en La Abeja. Diario Universal, que aparece en el año de 1834 y desaparece en 1836; y el Eco de Comercio, dirigido por Fermín Caballero y Fernando Corradi, un diario que según el investigador Zavala se concentraba «en los problemas sociales y políticos y, por tanto, le prestaron poca atención a la literatura»370. A continuación se demostrará que la realidad del periódico es bien distinta a la enunciada previamente por Zavala. A pesar de estar «escasamente definidos, los medios de comunicación masivos en España, tienden a ser tratados como un poder [...] cuyo circuito se proyecta sobre todo el conjunto social, implicándole y forzando modificaciones precisas»371. Es decir, lo que buscan es la creación de una determinada mentalidad colectiva, obtenida tras el consecuente moldeamiento de la opinión pública. Como es de esperar, en estas primeras décadas del siglo XIX, es preciso también que la opinión inicial proceda de alguien considerado «muy ilustrado y muy

369

Palomo Vázquez, 1997, p. 95. Zavala, 1982, p. 48. 371 Valls, 1988, p. 11. 370

CAPÍTULO TERCERO

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viajado, no una palabra hueca de sentido, no una invención, sino un ente real y efectivo»372. Es decir, es necesario que la dirección intelectual proceda de las pocas personas aptas para unir íntimamente la literatura con la política, un binomio que es capaz de transmitir fácilmente el mensaje deseado al pueblo. Tal es el caso de la fuerza y alcance de los planteamientos formulados hasta ahora tanto por el grupo de escritores ilustrados en el siglo XVIII como por Böhl de Faber, Durán, Lista y Carnerero, entre otros, en el caso del siglo XIX, momento en que la prensa se convierte en campo fundamental de batalla para los escritores. En su ensayo «The Structural Transformation of the Public Sphere», Jürgen Habermas analiza de manera brillante la importancia del proceso de creación y transformación sufrido a lo largo de los siglos XVIII y XIX por la esfera pública —manifestada inicialmente en la forma de las tertulias de café, salones y cualquier otra forma pública y oficial de reunión social, y más tarde en la prensa escrita de carácter periódico—, hasta llegar a convertirse en un espacio con características muy concretas, es decir, en una dimensión intelectual destinada al moldeamiento y configuración de la opinión colectiva. Lo que se busca a través de la llamada al debate público, ya sea en su forma oral o escrita, es «to transform voluntas into a ration that in the public competition of private arguments came into being as the consensus about what was practically necessary in the interests of all»373. En estrecha relación con un aspecto en el que encaja perfectamente el caso de Calderón, Habermas considera que los comentarios que surgen en un principio en tales espacios –oral y escrito— sobre el arte y la literatura son precisamente el punto de partida para la creación de una verdadera plataforma pública. Es decir, los espacios artístico y literario son el primer «focus of public discussion and debate»374. Este primer foco se traslada poco después al sector de lo político, social y económico. Para Roberts and Crossley los tópicos o temas debatidos son fácilmente intercambiables «from art and literature to politics and economics» hasta el punto de que «literary debate plays a considerable role in generation the cultural resources necessary for critical and ra-

372 373 374

García de Cortázar, 2005, pp. 244-245. Habermas, 1991, p. 83. Habermas, 1991, p. 74.

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LA RECEPCIÓN DE CALDERÓN EN EL SIGLO XIX

tional political debate»375. En relación a la prensa escrita, especial punto de mira del presente capítulo, los mismos Roberts and Crossley destacan también la importancia de los avances e: improvements in printing technologies and the emergence of popular newsletters and journals. Newsletters and journals were an important source of information about the world which participants in public debate could take as a basis for their arguments and critiques. Soon, however, the remit of these newsletters was expanded to include opinions and argument. Along with pamphlets of various sorts, they became the medium through which individuals could express their views and spell out their arguments and critiques. Initially the content of these newsletters was strictly censored by the state, in response to mounting pressure, however, censorship was relaxed and the newsletters became relatively open spaces of debate376.

En relación al caso concreto de la creación de la esfera pública española y de su manifestación en la prensa escrita, interesa destacar que el propósito de todos aquellos que participan en su creación, tanto a lo largo del siglo ilustrado como durante las primeras décadas del novecientos, y también a lo largo de esta nueva década que sigue a la absolutista, consiste principalmente en «construir una idea de la literatura española a lo largo del tiempo, una idea, por supuesto inventada, de la proyección en ella del carácter español»377. En relación a este aspecto, y en el caso concreto de Calderón, lo que se intenta es demostrar mediante la continua, artificial y superficial apropiación y manipulación forzosa de su imagen exaltar la idea de España que contiene los valores más tradicionales y católicos de índole y herencia inquisitorial. Sin duda, la prensa escrita, especialmente por su increíble facilidad expansiva y divulgativa, se convierte en uno de los medios más viables para tratar de exaltar dichos valores. Como nota dominante, a partir de los momentos finales de la década absolutista, destaca la influencia de los viajeros extranjeros de las primeras décadas del siglo XIX en la nueva identificación de España con el catolicismo y la Inquisición. Tanto viajeros como filósofos europeos

375

Crossley, Roberts, 2004, p. 3. Crossley, Roberts, 2004, p. 4. 377 Wulff, 2003, p. 116. 376

CAPÍTULO TERCERO

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contribuyen, junto a los pensadores asentados permanentemente en suelo español y comprometidos con la causa de lo nacional, a la configuración del mismo «retrato mítico de España»378 que aparecerá recogido en las diversas revistas literarias publicadas dentro de nuestras fronteras. Los viajeros europeos consiguieron también «que se amortiguase la literatura europea antiespañola, y que en algunos pueblos como Inglaterra y Alemania llegaran a establecerse verdaderas corrientes de simpatía, que bien pronto se reflejaron en la vida intelectual, influyendo nuestra literatura de modo decisivo en la aportación de temas a los escritores de la nueva escuela romántica»379. Además, predomina en algunos países de Europa un cierto estallido de entusiasmo patriótico hacia una idea inventada y ficticia de España motivada, sin duda, por la admiración que sigue despertando la ya pasada y porfiada resistencia de los españoles a la invasión francesa en 1808. Briesemeister se refiere a este aspecto alegando, por un lado, que «la sublevación de 1808 en España enciende el nacionalismo español contemporáneo y produce enseguida una profunda repercusión en Alemania que se apoya en el sentimiento y afinidad espiritual y en el combate común contra el imperialismo napoleónico» y, por otro, que «España les da a los alemanes el ejemplo vivo de una nación unida (con una historia nacional, una literatura nacional, un teatro nacional) que [...] sirve de instrumento coyuntural en la construcción (retrasada) de la unidad nacional»380. De hecho, de la misma manera que en España, también en Alemania se retoma el binomio maniqueísta que identifica lo bueno y lo malo para definir de modo agresivo y violento una anhelada u odiada identidad nacional. En el caso español, el calderonismo decimonónico continúa siendo uno de los puntos de partida del campo de batalla en el que se enfrentan los dos conceptos preexistentes de España. Una de las variantes de tal combinación binómica es, tal y como sabemos, aquella que busca redescubrir «el conservadurismo católico y monárquico de las obras de Calderón»,381 entre otras razones, para olvidar el desprecio que sobre él lanzaron las preocupaciones clásicas de preceptiva francesa382 que aún no se han olvidado. Sin duda, los viajeros europeos que 378 379 380 381 382

García de Cortázar, 2005, p. 12. Sainz Rodríguez, 1986, p. 113. Briesemeister, 1984, p. 574. Sebold, 1983, p. 45. Iarocci, 2006, p. 214.

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visitaron España durante las primeras décadas del siglo XIX, participaron en la elaboración de una imagen ficticia que ha condenado a España a ser «el refugio oriental de occidente»383, imagen en la que también dejaron su huella numerosos pensadores españoles. De hecho, en este momento se llega a solapar esta nueva idea de España con la que divulgada en el siglo XVIII por filósofos de la talla de Voltaire, Rousseau y Diderot, entre otros. En su Introducción al teatro de Caderón de la Barca de fines del siglo XIX, Menéndez Pelayo identifica al dramaturgo barroco y la casa de Austria como caudillos de la plebe católica384. Tanto él mismo como más tarde sus más directos colaboradores y propagandistas del Barroco, y entre ellos Ramiro de Maeztu, Sainz del Río, Blanca de los Ríos, transforman la verdadera realidad con su planteamiento, ya que las relaciones entre la iglesia y la rama española de la casa de Austria fueron altamente conflictivas desde el momento en que la dinastía real trató de ejercer sus derechos sobre la primera. Es decir, el conflicto se produce desde el mismo momento en que el rey católico no se presenta «como un poder subordinado al papado, sino como el primogénito de la Iglesia y por consiguiente merecedor de un trato único»385. Para Menéndez Pelayo y para otros pensadores adscritos a su misma ideología era mucho mejor la casa de Austria que la de los Borbones porque representaba «un sistema de valores cuyo eje se articulaba en torno a dos sacrosantos pilares, eternos e indubitables y a la vez indesligables el uno del otro: el catolicismo y la legitimidad de la dinastía de los Habsburgo»386. Además, Calderón era el representante indiscutible de ambos. En su opinión, los Borbones estaban llevados por «un regalismo de inspiración francesa»387. Con ello conseguían enfatizar la idea revolucionaria y antirreligiosa de la dinastía borbónica y, por consiguiente, antiespañola. Claramente, ciertos hechos asociados a los Borbones, y entre ellos el caso de la expulsión de los jesuitas bajo el reinado de Carlos III, hicieron que no solo Menéndez Pelayo, sino también mucho antes un buen número de portavoces del mito nacional católico, situaran a esta dinastía en la lista de enemigos de la religión y, por extensión, de España. 383 384 385 386 387

García de Cortázar, 2005, p. 170. Menéndez Pelayo, 1910, p. 6. Negredo del Cerro, 2006, p. 308. Negredo del Cerro, 2006, p. 296. García de Cortázar, 2005, p. 28.

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Ahora bien, ¿quisieron realmente los ilustrados borbones cambiar la iglesia y la religiosidad compartida por el conjunto de españoles? o ¿simplemente perseguían cambiar la iglesia nacional, pero sobre todo luchar contra las exageradas formas barrocas de religiosidad de las que es una representativa muestra el teatro calderoniano? Este segundo planteamiento es el mejor encaminado, ya que no había duda de que el teatro de Calderón representaba los valores más religiosos de la sociedad, aspecto este que no se encontraba en las obras de otros hombres de gran cultura y renombre de su mismo periodo, como Quevedo, Lope de Vega o Tirso de Molina, cuyas obras habían sido condenadas por la Inquisición por contener aspectos considerados anticlericales. En el caso de Tirso, Menéndez Pelayo fue particularmente vigilante con el teatro ‘a lo divino’ por su manipulación, un tanto frívola, de las figuras bíblicas. Además, a finales del siglo XIX, simplifica también la personalidad de Lope de Vega a partir del contradictorio binomio que se resume en los términos: fervoroso creyente y gran pecador. Lo primero porque la inspiración de algunas de sus obras es religiosa y la segunda porque los temas de su obra proceden de una fuerte motivación autobiográfica que deja entrever con muy poco disimulo sus muchos amoríos y aventuras de índole pecaminosa. Todos estos factores contribuyen a que Calderón se erija a lo largo de todo el siglo XIX como el poeta y dramaturgo portavoz puro del catolicismo, que para muchos es sinónimo de españolismo, por encima del resto de escritores de su misma época. La razón se encuentra en la gran facilidad que proporciona para exaltar esos valores. Además, en este momento de la historia, la simple mención de la imagen calderoniana construida de manera artificial, de la que se ha borrado prácticamente la actitud rebelde del dramaturgo, que Payne considera «crítica, realista y en cierto modo más ambigua que la de los comediógrafos españoles anteriores a él»388, sirve para reforzar fácilmente tal idea conservadora de la cultura e identidad tradicional española, que luego será recuperada y reforzada por Menéndez y Pelayo, a quien Payne define como «el más destacado escritor católico del periodo de la restauración»389. Su motivación procede posiblemente de haber leído afirmaciones de Menéndez Pelayo como la siguiente: «España, martillo de

388 389

Payne, 2006, pp. 79-80. Payne, 2006, p. 138.

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LA RECEPCIÓN DE CALDERÓN EN EL SIGLO XIX

herejes, luz de Trento, espada de Roma, cuna de san Ignacio. Esta es nuestra grandeza y nuestra unidad. No tenemos otra»390. Comentarios como este permiten a Payne ubicar el pensamiento de Menéndez Pelayo en la misma línea ya seguida y trazada a lo largo del siglo XIX por un nutrido número de intelectuales defensores del catolicismo conservador. De ellos, considera esencial mencionar a: el poeta y dramaturgo romántico José Zorrilla (muerto en 1893), el novelista Pedro Antonio de Alarcón (muerto en 1891), Fernán Caballero (Cecilia Böhl de Faber) (muerta en 1877), iniciadora de la novela realista y costumbrista, el sacerdote catalán y poeta épico Jacint Verdaguer (muerto en 1902) y Manuel Tamayo y Baus (muerto en 1898), el dramaturgo de mayor perfección formal del siglo [y también] el mismo Antonio Gaudí (muerto en 1926), a quien algunos consideran como el mayor genio creador de la España moderna391.

En relación a todos estos aspectos, nótese que la personalidad del siglo XIX no puede entenderse sin tener en cuenta los antecedentes desarrollados desde los inicios de la construcción de la idea de España, es decir, desde los albores de la centuria dieciochesca y, en concreto, la oposición histórica entre tradicionalistas e ilustrados, aspectos sin duda latentes en el fondo de su personalidad. Además, en el proceso de formación de la idea de España también es esencial tener en cuenta la participación de los perdedores y emigrados, cuyos periódicos sufren el instinto de venganza de la prensa absolutista contra la liberal y, como bien señala Valls, «se van auto-disolviendo, a medida que Fernando VII, liberado por los Cien mil hijos de San Luis, reimplanta el absolutismo»392. Tales emigrados regresan a España poco después de su forzoso exilio político, totalmente escarmentados y con la contradictoria idea de lo que pudo haber sido y no fue, es decir, con la experiencia anterior de haber tratado de modernizar a España y de no haberlo conseguido.

390

Menéndez Pelayo, 1948, p. 538. Payne, 2006, pp. 139-140. 392 Valls, 1988, p. 86. 391

CAPÍTULO TERCERO

3.1. REVISTA

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ESPAÑOLA

La Revista española dirigida por Carnerero, conocedor de la actitud de desprecio que el Antiguo Régimen fernandino implanta para hacer frente a la prensa cada vez que esta no encaja como instrumento de comunicación para la propagación de sus ideas, es un órgano publicitario que contribuye, tanto a lo largo de los años finales de la década absolutista como durante los correspondientes al periodo de transición hacia nuevas formas de gobierno, a seguir moldeando la misma idea de lo español, ya presentada e introducida en otras publicaciones anteriores, y que no solamente Carnerero, sino también otros muchos críticos vienen serpeando desde antaño. El papel desarrollado por Revista española en el panorama periodístico español es de primer orden tanto en lo relacionado con la prensa política como con la literaria de los años comprendidos entre 1832 y 1836. De hecho, el éxito de la publicación procede probablemente de las enormes posibilidades de Carnerero y uno de los principales representantes de la rama que Mesonero Romanos define como «periodismo venal que no poco abundó en el siglo XIX»393. En realidad, en la misma línea ya desarrollada a lo largo del capítulo anterior, Carnerero, que puede seguir siendo catalogado como un personaje complicado y nada escrupuloso, consiguió mantener su Revista española y medrar políticamente gracias a sus excelentes características camaleónicas. De hecho, «se atrajo de tal modo, a pesar de sus antecedentes, la regia estimación, que logró de Fernando VII lo que de él no había logrado, antes ni después, nadie: el privilegio para publicar con exclusividad una revista literaria»394. Gracias a ello, la Revista española pervivió cerca de cuatro años: hasta el 26 de agosto de 1836. Primero, publicada de manera bisemanal; más tarde, desde el 27 de septiembre de 1833, con tres números por semana y, finalmente, desde el 1 de abril de 1834, a diario. Gómez Aparicio ha destacado que «lo más característico de esta publicación es que, a compás de tan azarosos tiempos, dejó de ser una revista eminentemente literaria para convertirse en un periódico fundamentalmente político y concebido con una mentalidad informativa»395, un aspecto que nos in-

393 394 395

Gómez Aparicio, 1971, p. 178. Gómez Aparicio, 1971, p. 179. Gómez Aparicio, 1971, p. 181.

168

LA RECEPCIÓN DE CALDERÓN EN EL SIGLO XIX

teresa de manera especial al coincidir con otras muchas publicaciones de la misma época. En relación a las buenas relaciones que la Revista mantiene con la monarquía fernandina, valga como anécdota la simple mención del siguiente suceso: cuando el 29 de septiembre de 1833 fallece Fernando VII, la Revista se publica con una orla de luto que recuadra toda su primera página y que sigue apareciendo consecutivamente a lo largo de otros nueve días. En relación al contenido de la Revista cabe mencionar que a lo largo de un buen número de sus páginas, en las que se recoge el convulso ambiente político del momento, aparecen nuevas resonancias indirectas de la apropiación, exaltación y manipulación calderoniana que se viene produciendo desde antaño. En esta publicación se vuelve a exaltar y alabar la enorme importancia no solo de Calderón y su literatura, sino también de los distintos pensadores que han contribuido en décadas anteriores a la promoción de la defensa del dramaturgo. Este es el caso de un artículo fechado el 20 de marzo de 1835 titulado «Talía española o colección de dramas del antiguo teatro español, recogidos y ordenados por Don Agustín Durán», en el que se vuelven a retomar las ideas tradicionalmente discutidas sobre la exaltación y el recuerdo de la importancia que la publicación de esta obrita de Durán, que apareció por primera vez en 1834, supone para el mantenimiento del tradicional carácter español: En medio del estruendo de las armas y de la agitación de las discusiones políticas en que se halla envuelta nuestra España, aparece la publicación literaria que anunciamos cual un delicioso valle a través de caminos difíciles y encumbrados, o como un momento de calma en el rigor de una recia tempestad. Por desgracia es difícil que los ánimos preocupados con intereses tan positivos como los que en el día se cruzan, lleguen a prestar toda la atención que reclama a una empresa verdaderamente nacional, empresa que recuerda las glorias literarias de nuestro país, y que, realizada esta, permanecerá como un monumento eterno de la altura a la que supo elevarse el ingenio español cuando la mayor parte de Europa permanecía aún entregada al mal gusto y a la ignorancia396 (la cursiva es nuestra).

De la cita se desprende la expresión de un punto de vista altamente favorable en relación a los dramaturgos españoles anteriores. Aunque 396

Revista española, 20 de marzo de 1835.

CAPÍTULO TERCERO

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no se menciona de manera directa a Calderón, la simbología que encierra su imagen está implícita en la terminología utilizada a lo largo de todo el artículo. Sin duda, lo más importante es que con esta alabanza a la obra de Durán se vuelve a retomar el discurso ideológico utilizado por Böhl de Faber, López Soler, continuado por el mismo Durán, partidario fervoroso y defensor, entre otros muchos colaboradores del siglo XIX que complementan la aportación de los ya mencionados hasta ahora, de la idea que aboga porque el carácter distintivo y más auténtico del pueblo español se encuentra cifrado en los dramas de la época barroca. La alabanza presentada en la publicación de Carnerero hacia la obrita de Durán nos sirve para demostrar que también para este último la literatura nacional sigue siendo, de la misma manera que lo expresa en sus anteriores publicaciones periódicas, la que representa el modo de sentir del pueblo español y sobre todo su verdadero carácter y fisonomía, dos aspectos que están perfectamente representados en las obras de las glorias españolas pertenecientes a los siglos pasados y, en concreto, en las de Calderón. Además, si sus antecesores, como buenos reaccionarios, consideran el espíritu nacional español tal y como había quedado codificado en la dramaturgia calderoniana, esto es, como un espíritu dominado por valores relacionados con lo heroico, lo caballeresco, lo religioso (católico) y lo monárquico (de los Habsburgo), que habían sido típicos del mundo medieval y que la Europa moderna, según su opinión, estaba perdiendo, ¿por qué contradecirlos? Por añadidura, en esta nueva publicación periódica de Carnerero, se vuelve a recurrir al tópico que no considera la contribución e incluso la existencia del siglo ilustrado al defender la idea de que «los timbres de nuestra antigua gloria literaria estuvieron próximos a desaparecer por la incuria y abandono»397 en que han yacido durante el antiespañol siglo XVIII. De nuevo y siguiendo con una trayectoria lineal, para los pensadores afines a la ideología política que Carnerero defiende en este momento, los únicos que siguen estando autorizados a preservar el verdadero carácter nacional español y, por consiguiente, a darle una orientación adecuada, siguen siendo, en su opinión, los que piensan de la misma manera que ellos. Tal etiqueta incluye en particular a aquellos que juzgan el teatro como reflejo y ejemplo de las necesidades morales de cada socie-

397

Revista española, 20 de marzo de 1835.

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dad concreta. Por ello, en la serie de polémicas calderonianas enlazadas a lo largo del presente trabajo, lo importante es descubrir que bajo la capa literaria, es decir, bajo el velo que rodea a Calderón y a toda su época, se esconden numerosos pliegues ideológicos de procedencia dieciochesca, luego adaptados a las nuevas circunstancias históricas derivadas de la Revolución Francesa, la guerra de la Independencia, la Constitución liberal de 1812, la restauración del absolutismo y su reciente desaparición. En otras palabras, la tapadera de lo literario proporciona a todos los pensadores, intelectuales y políticos la plataforma idónea para construir el mito del carácter nacional español, simbolizado por una imagen e idea del teatro del Siglo de Oro forjada a lo largo del siglo XVIII. Uno de los colaboradores de la Revista fue el famoso Larra, quien publica algunos de sus mejores y más agudos artículos de teatro y de crítica literaria. Selectivamente, de entre los muchos críticos que se han dedicado al estudio crítico de sus artículos, cabe mencionar que Tarr, Rumeau, Lomba y Pedraja Escobar, Rodríguez Gutiérrez, Sebold, Navas Ruiz, Seoane, Iarocci, Seco Serrano y Martín nos recuerdan que antes de la participación de Larra en Revista española, ya había publicado tanto en El Duende satírico del día como en El pobrecito hablador. En concreto, el 17 de agosto de 1832 aparece el primer número de esta segunda publicación con Larra como único redactor de la revista. Su caída llegó con el número 14, que se publicó el 14 de marzo de 1833. De los múltiples y variados artículos que Larra publica en Revista española, destaca uno en el que, encubierto bajo su habitual sobrenombre de Fígaro, vuelve a referenciar el trabajo de erudición crítica realizado en el pasado por Durán. En este caso, no es la Talía española lo que le interesa, sino el Discurso crítico de 1828 en el que Durán defendía las pasadas glorias españolas de la época calderoniana y se oponía al exceso de influencia extranjera (en particular, la francesa) en las mismas letras españolas. El aspecto que Durán más critica en su obra es que parecía que eran los extranjeros los únicos que en su época defendían la literatura española. En otras palabras, Durán, siguiendo a Böhl de Faber, abogaba, desde una perspectiva ideológico-literaria basada en lo casticista, por la aparición de una literatura de carácter nacionalista, conservadora del espíritu nacional sustentado en la auténtica tradición española, es decir, en la literatura de la época calde-

CAPÍTULO TERCERO

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roniana, a la que consideraba, de la misma manera que el resto de críticos ya mencionados, como una literatura españolista, castiza y ortodoxa. Quizás lo más sorprendente aquí es que, conociendo tanto el contenido del Discurso de Durán como la simbología y delicadeza del tema tratado, Larra decidiera manifestar una opinión confusa en relación a él, que podría llegar a interpretarse como una postura favorable hacia la obrita de Durán, especialmente en su parte final en la que el mismo Larra recomienda su lectura. Por el contrario, Larra cita solo la parte del contenido del Discurso en la que Durán expresa ligeramente su apoyo a la literatura de influencia francesa en el siglo XVIII y critica con severidad las refundiciones de las obras de Calderón que se realizaban en las primeras décadas del XIX con la intención de exaltar la importancia de los dramas de la época áurea y protegerlos de las atroces refundiciones tan características en su época, que tanto disgustaban al mismo Larra. El planteamiento que Larra publica como parte de la reseña crítica de la obra de Durán es el siguiente: el señor don Agustín Durán parte desde luego de un principio luminoso, tanto por admisible, cuanto que es imparcial y no es la [...] exclusiva e intolerante de un partido literario que no quisiese capitular con el contrario, antes puede aplicarse en apoyo de entrambos: el gusto de las naciones en materias de teatro no procede de la diferencia de sus necesidades morales y de su modo de ver, sentir, juzgar y existir. El autor, fundado en este principio, desenvuelve hábilmente las causas locales [que] han determinado la admisión del gusto clásico o romántico en cada país, y podemos asegurar que pocas veces hemos visto defender esta cuestión de una manera tan ingeniosa y tan cierta. Infiere del Discurso, pues, que una nación al abrazar el género literario no hace sino obedecer a las leyes necesarias de su existencia moral, que la crítica moderna, siguiendo una expresión enérgica del mismo autor, no ha examinado imparcialmente, sino que ha descarnado y vuelto esqueleto el teatro antiguo, como hace con una muy hermosa el escalpelo del anatómico; y en fin, que la cuestión del género clásico y del romántico no puede nunca ser absoluta, sino relativa a las exigencias de cada pueblo. Reconocemos en todo el Discurso una mano maestra, y de buena gana recomendamos su lectura a los aficionados a cuestiones literarias, bien seguros de que habrán de sacar del Discurso más luz que de todas las discusiones vocingleras de café, y deseosos de que su lectura haga renacer la amortiguada afición a desentrañar y estudiar las muchas y extraordinarias bellezas de nuestro teatro antiguo, que nosotros, dueños de ellas, tenemos olvidadas, al par que

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LA RECEPCIÓN DE CALDERÓN EN EL SIGLO XIX

la Europa entera les tributa el justo homenaje de imitación a que son tan eminentemente acreedoras398.

Ahora bien, ¿por qué Larra quiere remover el pasado escribiendo una reseña de la obra de Durán, cinco años después de su publicación? Sin duda, su artículo, que se inscribe dentro de la línea de escritos que configuran todo el ambiente polémico que gira hasta entonces en torno al teatro del Siglo de Oro, demuestra precisamente que la polémica no ha terminado, sino todo lo contrario. En realidad, «a whole new polemic began»399 y una de sus manifestaciones se encuentra en el ambiente recargado de proclamaciones patrióticas relacionadas con la autenticidad de lo español y condicionado por el amor al teatro de Calderón, entre el de otros muchos dramaturgos de su época, que reaparece ahora tanto en Revista española como en el mismo pensamiento de Larra. Sin duda, tanto Larra como la Revista española tratan de desempolvar la polémica de una manera acorde con los nuevos tiempos, y una forma de participar activamente en ella se cifra en las distintas referencias que efectúan acerca de la obrita de Durán. Lo curioso es que dentro de una misma publicación, la discusión se perfila en torno a una dualidad representada por un romanticismo de significación castiza, el romanticismo a la española, al decir de Durán, identificado con el teatro del siglo XVII, y un romanticismo liberal contemporáneo representado por el drama moderno, opuesto a la tradición católico y monárquica española.Y ya fuera de lo literario, el primero es un españolismo de índole tradicionalista en el que encaja a la perfección Durán y el segundo es un españolismo de carácter progresista y liberal en el que se inserta el pensamiento de Larra. Conociendo la orientación ideológico-política de este último, la exaltación que efectúa del Discurso de Durán, de gran eco y trascendencia, y en la que destaca fragmentos selectivos del documento completo del Discurso que Durán publica en el pasado, le sirve como punto de partida para primero deconstruir y después construir su propia obra ideológica. Es decir, plasma de una manera muy inteligente, por lo bien disimulada que está, su clara oposición a la restauración de los valores ideológicos, patrióticos y religiosos que habían deseado supri-

398 399

Revista española, 2 de abril de 1833. Gies, 1975, p. 65.

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mir otros racionalistas como él a lo largo del siglo XVIII y también Mora y Alcalá Galiano en su mismo siglo, y que algunos se empeñaban en restaurar ahora a través de las múltiples refundiciones de los dramas del periodo áureo, que él mismo tanto detestaba. En otro de los artículos que remite a Revista española, que se publica dentro de la sección «Variedades», el mismo Larra vuelve a retomar el delicado tema de las costumbres españolas y, en concreto, la manera en que deben o deberían entenderse en su propia época y alude a Calderón con frecuencia. Esta vez critica, de una manera defensiva, el poco y superficial conocimiento que tienen tanto los extranjeros de nuestras costumbres y teatro nacional como todos aquellos que van de doctos y se creen excepcionalmente capacitados para decir al resto de la sociedad cómo se escribe la historia de las costumbres de los pueblos. El potencial tan conflictivo que resulta de la oposición infranqueable entre el estancamiento y el desarrollo se articuló en las utopías literarias y los relatos de viajes ficticios, a menudo en forma de imágenes distorsionadas o alternativas de España, y esto es precisamente lo que Larra se propone conseguir en este artículo de Revista española. La manera de introducir su crítica es mediante la transmisión de las impresiones que, tras su viaje por España, publica un viajero francés llamado Mr. Black, un método muy recurrente en la época. Nótese la reiterada repetición del nombre de Calderón a lo largo del artículo: un tal Mr. Black es hombre que viaja o ha viajado por España; verdad es que aunque él no lo dijera ya se echaría de ver por la simple lectura del siguiente párrafo que al pie de la letra trasladamos, para que se vea si en el extranjero se tienen ideas de lo que es la España; pero ideas exactas, ideas incontestables. He aquí lo que, según el penetrante y sagaz Mr. Black, son los teatros de Madrid: «Madrid tiene dos teatros cuyas salidas son tan pocas y tan estrechas, que se necesita una hora para entrar y otra para salir. No se representan en ellos sino farsas, exceptuando algunas piezas de Calderón, de Moreto y de Lope. La función dura regularmente tres horas, durante las cuales Lope, Calderón y otros hacen dar a los cómicos la vuelta al mundo; muchas veces el globo es demasiado pequeño; entonces los actores y las actrices se van al ciclo o al infierno, y vuelven trayendo en su compañía santas, apóstoles, diablos, y con ellos, o ríen, o lloran, o se dan de palos para acabar la pieza»400. 400

Revista española, 19 de abril de 1833.

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¿No podría interpretarse este comentario como una defensa del teatro nacional, en concreto del de la época calderoniana, que es la única que en él se menciona? Quizás no tanto, lo que sí es cierto es que defiende algo que ya hicieron Carnerero, Durán y Böhl de Faber en un momento en el que se abogaba por la autoridad de cada pueblo concreto a la hora de hablar de sus propias costumbres, desautorizando las opiniones que surgieran en otros pueblos acerca del español, dada la poca y superficial apreciación que pueden tener de los españoles. Mediante este artículo, Larra no acepta con la cabeza gacha un dictamen ultrapirenaico acerca de nuestra barbarie, sino todo lo contrario.Al retomar el planteamiento ya expuesto, cabe señalar que Larra, en este preciso momento de su vida —quizás por encontrarse publicando en Revista española, de la que conocemos la tendencia y orientación política de sus primeros años—, intenta mediante algunos de los planteamientos de elevado contenido simbólico y político en obras como las de Durán y en artículos del propio Carnerero seguir construyendo, enmascarando y sacando fácilmente a la luz el suyo propio. Quizás la mayor diferencia entre Larra y otros pensadores de su misma ideología, entre los que destacan los controversiales Mora y Alcalá Galiano y muchos ilustrados del siglo XVIII, se encuentra en que su pensamiento, cifrado en la estética neoclásica que aboga por el mantenimiento de un estilo sencillo, no se encuentra representado en sus días ni por el nuevo drama francés del momento, ni por las comedias antiguas de la época calderoniana y, por extensión, por sus refundiciones. Por esta razón, si tenemos en cuenta que «el pensamiento y la literatura de la España ilustrada calaron hondo en los cimientos de la obra de Larra»401, la situación adquiere el matiz y color que tratamos de darle. En otras palabras, lo que ocurre en las publicaciones que Larra inserta en Revista española es lo siguiente: sin dejar de hablar el idioma de los ilustrados anteriores, en este momento, dado el fuerte y especial patriotismo que siente por España, trata de representar y jugar en sus artículos con el siguiente binomio: primero, como español siente la necesidad de incluir el problema de España a lo largo de toda su obra y, segundo, a respetar a los clásicos españoles, a nuestras glorias nacionales, y entre ellas por supuesto a Calderón, quien comienza poco a poco a ganarse el respeto y la admiración de todos aquellos

401

Escobar, 1973, p. 49.

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que en este momento también se sienten españoles. A través de Larra se percibe que la situación de la recepción de la figura y obra del dramaturgo barroco evoluciona favorablemente en las primeras décadas del siglo XIX y, en especial, en la que analizamos ahora, hasta convertirse en un símbolo de patriotismo no solo para aquellos que tradicionalmente lo han venerado, sino también para muchos de los que lo venían rechazando. Eso sí, a pesar de esta veneración a las glorias nacionales del pasado, Larra no se aparta en ningún momento de las creencias de la facción política que defendía y representaba «la necesaria conexión entre la literatura y el espíritu de su propia época»402. A pesar del respeto que Calderón le inspira, el espíritu y filosofía de Larra se mantienen a gran distancia del espíritu característico de la época del dramaturgo, a la cual critica en varias ocasiones por haber predominado durante ella el fanatismo, la intolerancia religiosa y el estancamiento ideológico. Larra es consciente de que la literatura calderoniana ya no refleja el estado actual de las costumbres españolas típicas de la centuria del novecientos.Aunque también siente la obligación y/o necesidad de expresar cierto respeto hacia Calderón y la literatura de su época, entre otras razones, por el lugar simbólico que ocupan en la historia de España y, en definitiva, porque «adopta lo que él llama la divisa de la época», la cual consiste en la utilización cortés de «palabras clave»403 entre las que destacan, sin duda, Calderón y su época. El caso de Larra se complica al retomar el aspecto que Sullivan nos recuerda en relación al pasado histórico de Calderón, es decir, que «Calderon’s critical reception was pushed in the direction of political controversy»404 ya antes de los años veinte, el momento en que se produce la querella calderoniana, y que no solo la dirección política que adoptó entonces, sino también su contenido simbólico, especialmente para la parte más conservadora de la sociedad, aún no se ha perdido. En este sentido, «los artículos de Larra no reflejan tan solo una realidad histórica que él capta día a día, sino la curva de su pensamiento político y de su trayectoria vital, unidos ambos además en un trenzado inextricable»405 que termina atrapándolo a él mismo. En lo que se

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Escobar, 1973, p. 51. Seoane, 1983, pp. 159-162. 404 Sullivan, 1983, p. 27. 405 Alborg, 1982, p. 201. 403

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refiere al teatro antiguo y a Calderón, aunque tenía una adecuada valoración de ellos, también los entendía enmarcados dentro de su momento histórico concreto y no pretendía en ningún momento hacer de ellos una realidad viva en su propia época. Para Larra las costumbres que se representaban en este teatro habían quedado anticuadas y por ello el público de sus días tenía problemas para llegar a comprenderlas. Lo curioso es quizás que con este planteamiento abre también el camino para que otros muchos críticos como él lleguen a reprochar el modelo de drama francés, tan adulado por los de su misma ideología en el pasado. De hecho, pueden seleccionarse numerosos pasajes en los que ataca a sus compatriotas por la imitación no solo del drama francés, sino también de las modas del idioma. A veces, sus protestas parecen haber sido escritas por un tradicionalista galófobo y no por el mismo Larra. Paradójicamente, se burla de los franceses que habían condenado el teatro sin reglas de nuestro Siglo de Oro y lo imitaban entonces de manera grotesca con sus dramas románticos. Para él, una vez destruidos la pasada grandeza y el esplendor característico del orgullo nacional español, los extranjeros, y entre ellos los franceses, nos tomaron como elemento de mofa. Larra también sentía un receloso patriotismo, el típico y característico de la propia historia y personalidad de los españoles, el mismo que lo llevó a hacer público su respeto hacia Calderón y su época, que ahora se veían nuevamente amenazados por la invasión de lo extranjero. No obstante, dado que no poseía la obstinación y la ceguera de aquellos que clamaban por el inmovilismo y el aislamiento, intentó promover el desarrollo de una nueva personalidad para España, la cual, a diferencia de los planteamientos formulados por los ilustrados anteriores, no estaba basada en la introducción de valores extranjeros, sino en la de valores auténticamente nacionales y adecuados a los nuevos tiempos, a partir de los que aunque se mira Calderón con respeto y admiración, no se busca recuperar los valores intrínsecamente relacionados con su nombre. Para él, es la índole del país, en otras palabras, su carácter y su personalidad, lo que hay que transformar de manera radical. Para ello, se vale también de Calderón para recordar el carácter antiguo del teatro, algo que para el español del siglo XIX ya no tiene mayor interés que lo puramente arqueológico. Calderón tiene para Larra el valor de una pieza antigua de museo que, aunque hay que respetar por el enorme significado simbólico que encierra, no puede llegar a interesar al público en general y mucho

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menos representar los valores de una sociedad moderna y distanciada casi dos siglos de esa época. Otro tema interesante en Larra y relacionado con el teatro de la época calderoniana es su opinión y casi obsesión acerca de las refundiciones que los distintos escritores de su misma época estaban realizando a partir de las obras originales. Él se opone radicalmente a esta práctica por considerarla un método inapropiado, insuficiente e ineficiente para cambiar el carácter del pueblo. Las refundiciones, a pesar de que se realizaron con frecuencia, apenas llegaron a representarse en la escena. En la Revista española reaparece manifestando una dura y férrea postura en contra de tales refundiciones que se realizan de los dramas de Calderón y de otros dramaturgos de su misma época en el artículo «Comedias silbadas»: En todos los teatros del mundo civilizado se han silbado, en todos tiempos, y se silban las malas piezas; igual suerte cabe a los malos actores. ¿Puede haber cosas más justa? [...] ¿Quién duda de que es fácil, muy fácil corregir a Tirso, a Lope, a Calderón, a Moreto? Y en esto de refundiciones debe extenderse la reprobación aun a ciertos autores de algún crédito que acometen igual empresa; la cual, por todos títulos, nos parece ajena por el respeto debido a nuestros antiguos autores dramáticos. Sus obras son de ellos y de nadie más; y sobre la mayor o menor aceptación que pueden obtener en la escena, ahí está el público para calificarle y adoptar la decisión que le convenga. ¿Pero meter la mano en sus obras? ¿Atreverse, so pretexto de reformarlas, a truncarlas, añadirlas, cercenarlas y darlas inversa forma? Este es un verdadero atentado, contra el cual no dejaremos en adelante de alzar el grito: y, sea quien fuere el refundidor, puede tener entendido que, en cuanto de nosotros dependa, prevendremos la opinión en contra de la que de su parte reputamos como una agresión de esa literatura. Y sean también los silbos los que nos desembaracen de esa turba famélica de traductorzuelos de a ciento al cuarto, estudiantones peores que el gallego de Moratín, copistas gálicos y mercenarios, sin ciencia ni conocimiento alguno, ni de la escena, ni de su idioma, ni del francés de donde se abastecen, ni de cuestión alguna que tenga enlace con la erudición dramática y con el arte de interesar a los espectadores. Oficio hay de sobra: aprendan a afeitar y dejen en sosiego a Talía que los repudia y se sonroja de que tan ineptos pretendientes quieran obsequiarla. Quejarse de que el teatro español está perdido y abrir la mano a producciones tan míseras como las que suelen verse es un contrasentido, un verdadero absurdo. ¿Es

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así como ha de corregirse el desorden de la escena? A aquel que no sepa francés ni español y se meta a traductor, chiflidos y más chiflidos406.

La práctica refundidora que censura el artículo se consideraba un atentado contra el teatro antiguo español debido, entre otras razones, a que los refundidores reducían los dramas antiguos al patrón del código de Aristóteles y Boileau, torturando su contenido para acomodarlos a las unidades de tiempo y lugar, eliminando y añadiendo personajes y depurando las comedias de aquellos pasajes que no encajaran con el gusto de la época. Por ello, una comedia del Siglo de Oro refundida quedaba convertida en algo prácticamente irreconocible que mostraba visibles señales de la tosca mano que había realizado la labor. A pesar de que al público inculto solía gustarle muchas de estas representaciones, las protestas contra las malas refundiciones que Larra y otros críticos formulan comienzan a ser eficaces poco a poco gracias a la difusión de la idea de que las obras eran de los autores originales y de nadie más, y la refundición era considerada un acto de apropiación indebida y un atentado contra ellas. Volviendo a la orientación del espíritu ideológico de la Revista española, y ya dejando de lado a Larra, la idea del carácter nacional y su relación con Calderón está presente en muchos artículos.Valga como ejemplo el artículo publicado en el número 114, el correspondiente al domingo 5 de enero de 1834, dentro de la sección «Literatura», aparecido bajo el título de «Historia política y militar de la guerra de la Independencia de España contra Napoleón Bonaparte desde 1808 a 1814, escrita sobre los documentos auténticos del gobierno, por el Dr. D. José Muñoz Maldonado», en el que se destaca la ya vieja idea de la importancia de expresar cierta estima hacia hechos y acontecimientos acaecidos en el pasado: «si los buenos españoles escucharan benignamente el lenguaje de la verdad, verán con placer el retrato del heroísmo y del carácter nacional, y juzgar[án] cuánto es capaz aún de hacer la España por la conservación del trono de su idolatrado monarca y de su independencia, porque la historia de lo pasado es el espejo de lo venidero»407. La recuperación de esta idea mitificada y manipulada de la guerra de la Independencia es importante, entre otras razones, por-

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Revista española, 4 de junio de 1833. Revista española, 5 de enero de 1834.

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que refuerza la revalorización del pasado nacional que vuelve a poner a Calderón y a los autores del Siglo de Oro en el centro de la polémica. Al terminar la guerra de la Independencia, Böhl de Faber irrumpe en el panorama político y literario español exaltando el valor de Calderón como parte de la cultura y del carácter español y expresando que el verdadero carácter se encuentra en el mundo religioso, político y cultural predominante en España durante el siglo XVII, así como que la guerra de la Independencia fue vital para la conservación y defensa de dicho carácter no solo en su momento histórico, sino también mucho después cuando: the identification of Calderon’s theatre [...] as manifestations of the Spanish national spirit would play a decisive role years later, in the debate over the so-called stage realism and the defence of a type of drama that exalted a poeticized vision of customs as a guarantee of public morals. Calderón would then once again be the great figure for a conservative and ultramontane ideology like the one defended by Adelardo Lopez de Ayala in 1870 (upon entering the Royal Academy, in his speech entitled Sobre el teatro de Calderón, which supported the return of the monarchy, overthrown two years earlier during the revolution of 1868).Thus, when the over enthusiasm of Catholic orthodoxy led a young Marcelino Menéndez y Pelayo during the 1881 bicentennial of Calderon’s death to vindicate Calderón as the guarantor of the national spirit–that is, to be opposed to liberal reforms–naturalists, and liberals reacted strongly408.

Otro de los artículos de la Revista española, titulado «Correspondencia» y publicado en el número 120, presenta, con la excusa de criticar a los padres que prefieren que sus hijos se eduquen en el extranjero (y especialmente en Francia), un contenido de elevado carácter político y patriótico: La diferencia de carácter, usos y costumbres de los países, a ella se exponen los padres que envían a sus hijos fuera del reino a hacer de ellos verdaderos extranjeros: las impresiones recibidas en la juventud son efectivamente las más duraderas y el que en sus primeros años se acostumbró a aprender, a pensar, a ver las cosas en francés y con ojos franceses, mal podrá al regresar a su patria desprenderse del desprecio que le habrán inspirado a su país en exóticos colegios; mal podrá mirar a sus com408

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patricios como aquel que entre ellos haya adquirido sus ideas y sus conocimientos [...]. Es indudable que atendida la diferencia de ideas que existen entre la Francia y la España, los jóvenes educados en su patria adquirirán principios más conformes con las necesidades actuales del país409.

De la cita se desprende la importancia que para los españoles ha de tener el mantenimiento y transmisión del carácter nacional español, especialmente estableciendo la diferencia con el carácter francés. De hecho, es imposible considerarlos como un único carácter, ya que «la larga serie de distintas dominaciones a que ha estado sujeta la España, la mezcla de las costumbres godas, y de los usos orientales, reunidos en este hermoso suelo, concurriendo a formar su carácter verdaderamente original»410. En directa relación con el carácter nacional español, se vuelve a plantear la falta de vigencia que en el siglo XIX tiene el carácter presente en las comedias antiguas. En concreto, en uno de ellos en el que se trata de responder a un planteamiento formulado anteriormente por el periódico La Estrella, se dice que: Con respecto a las comedias antiguas, su originalidad ha venido a ser nula en el país que las vio nacer y las ve representar hace tres siglos; razón por la cual son más buscadas en el extranjero que entre nosotros. La monotonía de su objeto, de su trama, de sus incidentes y de su diálogo, no nos la negará un crítico tan ilustrado como imaginamos que debe ser el de La Estrella. ¿Qué aliciente puede, pues, quedar para asistir a la representación de las comedias de nuestro teatro antiguo? La curiosidad de conocer nuestras antiguas costumbres podría ser uno, pero no entre nosotros; el placer de recordarlas podría ser otro si no las supiésemos ya de memoria después de 200 años que hace que se representan. El mérito intrínseco de su versificación y los rasgos sublimes de gracia y de ingenio de que están salpicadas más son para el estudio y recreo de un corto número de profundos inteligentes en su gabinete que para el público en general, más ansioso de divertirse y experimentar sensaciones nuevas y fuertes en el teatro que de estudiar los recónditos arcanos del arte, a cuya perfección no ha de concurrir sino pasivamente con su aplauso o su reprobación. En una palabra, nuestras comedias antiguas no están en nuestras costumbres; y es sabido que el teatro vive de las costumbres contemporá-

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Revista española, 18 de enero de 1834. Revista española, 18 de enero de 1834.

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neas. Nada tiene, pues, de particular que el público del siglo XIX prefiera a los portentosos monstruos de Lope y Calderón hasta las piececillas, por insignificantes que sean, de Scribe, si estas le presentan los cuadros y las escenas en que se halla él mismo diariamente. Podrá admirar aquellos, pero la admiración es un sentimiento que cansa, y una vez conocida y admirada una cosa admirable nada queda que hacer; las otras por el contrario le interesan, y los recursos que interesan son inagotables. Cesemos, pues, de quejarnos del público solo porque hace lo que no puede dejar de hacer, y no nos quejemos del siglo solo porque es diferente de otros siglos. El público español es patriota, porque todos los públicos lo son, y en esto ningún mérito tiene, porque no puede dejar de serlo. Dénsele comedias españolas modernas y buenas, y las preferirá a todo. El siglo es bueno, porque todos los siglos lo son y lo han sido; se entiende relativamente al estado de su respectiva cultura. La marcha del entendimiento humano y de la civilización le llevan a gustar de espectáculos más en armonía con sus ideas y sus sensaciones411.

De la cita transcrita se desprende la idea antes comentada por Larra, es decir, la evolución que recorre en esta década el teatro del Siglo de Oro y, en concreto, la figura de Calderón, en comparación con la evolución de las primeras décadas del siglo XIX y las últimas del XVIII. Calderón sufre un proceso metamorfósico en los distintos aspectos relacionados con su recepción, es decir, comienza a convertirse en símbolo de todos, en un icono representativo del pasado, que unos y otros, sin distinción de partido u orientación política, veneran y respetan. A partir de este momento, el debate cambiará de dinámica, ya que los que siempre han estado a favor de Calderón van a considerar un atentado que sus enemigos en la esfera de lo político lo veneren, entre otras razones, porque empañan no solo la figura, posición y pertenencia de los de su misma ideología, sino también el mensaje que ellos quieren transmitir a través de su apropiación. Los consevadores claman que Calderón debe pertenecerles a ellos y a nadie más; así se verá a finales del siglo XIX, cuando el líder intelectual de este partido, Menéndez Pelayo, lo haga público con motivo de la celebración del segundo centenario de la muerte del dramaturgo y, así se verá también a lo largo de las múltiples publicaciones periódicas pertenecientes a las primeras décadas del siglo XX, dirigidas en su mayoría por los

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Revista española, 19 de enero de 1834.

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discípulos del mismo Menéndez Pelayo, en las que se expresa una nueva reapropiación interesada de la figura y obra calderoniana.

3.2. LA ABEJA La Abeja, periódico de efímera vida, ya que aparece en 1834 y desaparece en 1836, es una publicación que abarca varios temas: literarios, textos de creación, historia y crítica literaria y política, a partir de los que puede seguirse la polémica objeto de estudio del presente trabajo. En relación a este aspecto, resulta de elevado interés el contenido de uno de sus artículos titulado «Bosquejo histórico del teatro español escrito en francés por Mr. Viardot», fechado el día 12 de julio de 1834, (las citas que siguen corresponden a este artículo) donde se presenta una de las primeras historias del teatro español y en el que, mediante la alabanza del teatro del Siglo de Oro, se pretende demostrar que nuestros ingenios españoles del pasado eran mucho más importantes de lo que se cree en el momento. Así lo presenta el autor del artículo: En este opúsculo, que dividiremos en pocos artículos, verá el lector reunidos con la claridad y precisión que un compendio requiere, muchos y muy curiosos apuntes relativos al origen y progresos de nuestro teatro, de los cuales hay algunos no mencionados en ensayos anteriores, y verá también con satisfacción que si algunos escritores extranjeros se complacen en deprimir el indisputable mérito de los buenos ingenios castellanos, cuyas producciones acaso no han leído, hay también fuera de España quien confiese y sepa apreciar nuestras glorias literarias412.

En lo concerniente a Calderón, de la cita arriba transcrita, lo que verdaderamente se obtiene es una nueva valoración sesgada de sus obras. En especial, se destacan por encima del resto las obras que presentan cierto contenido religioso. Tal es el caso de los autos sacramentales, los cuales llegan a situarse incluso por encima de sus comedias de capa y espada: «los dramas religiosos llamados autos sacramentales, género que sin excepción han cultivado los mejores ingenios dramáticos de España. Los argumentos de estas piezas están 412

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tomados de las sagradas escrituras o de vidas de santos, y se representaban con gran pompa en los teatros de la capital»413. En esta misma subsección se hacen ciertas referencias a la recepción de tales dramas de contenido religioso en la propia época calderoniana: Las comedias de santos eran tan generalmente estimadas, y tenidas por tan superiores a las profanas llamadas de capa y espada, que durante el reinado de Felipe IV, esto es, en la época más brillante del teatro español, propuso el Consejo de Castilla como condición para la apertura de los teatros, que por duelos de corte hubieron de estar cerrados algún tiempo, que se redujesen las comedias a tratar asuntos de buen ejemplo tomados de vidas y muertes ejemplares, y sin mezcla alguna de lances amorosos414.

La cita anterior nos abre el camino a la orientación que seguirá de ahora en adelante la recepción de la figura y obra calderonianas. De la misma manera que ocurría en el exterior de España y en clara consonancia con la tónica intelectual presente en otras publicaciones periódicas publicadas dentro del país, parece haber llegado a su fin la época caracterizada por el repudio absoluto de Calderón, entre otras razones, por la ‘sesgada’ aceptación y amplio reconocimiento que su figura comienza a tener también fuera de España. Con el uso del término ‘sesgada’ en el planteamiento anterior pretendo demostrar que en estos momentos aquellos que exhiben una recepción favorable de Calderón, algo que se ha visto a través del ejemplo analizado del caso particular de Larra, no lo hacen de una manera del todo positiva o integradora, sino más bien parcial en el sentido de que son las obras de contenido religioso las que verdaderamente les interesan. En este momento la situación ha cambiado a lo siguiente: por un lado, se encuentran aquellos que en el pasado aceptaban sin reticencias a Calderón y ahora lo hacen centrándose selectivamente en el contenido de sus dramas religiosos y, por otro lado, los que rechazan a aquellos que anteriormente censuraban cualquiera de los aspectos de la obra calderoniana y que ahora han suavizado y sustituido sus planteamiento, tal y como ya se ha visto en el caso de la Revista española, por una ligera actitud favorable que acepta a Calderón como el sím413 414

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bolo y estandarte de una cultura y una época ya pasadas en la historia de España. Esta es la tónica del siglo, o mejor dicho, de la nueva época, que predominará a partir de ahora en lo que respecta a la recepción de la obra calderoniana. En el mismo artículo «Bosquejo del teatro español escrito en francés por Mr.Viardot», de la simbólica mención de los autos sacramentales calderonianos, el autor salta a la tradicional polémica surgida entre los dramaturgos y críticos de teatro partidarios de las reglas clásicas y aquellos que prefieren olvidarlas, y en la que Calderón ocupa un rol importante. La polémica es recuperada de la siguiente manera: Es cosa por cierto digna de atención y, si no me engaño, no hay ejemplo de otra igual en los teatros de Europa, el haber principiado al nacer el de España las disputas tan acaloradas en nuestros días entre los autores que quieren emanciparse de las reglas y los críticos que se empeñan en someterlos a ellas. Desde el siglo xvi se ve ya en España al romanticismo en pugna con los rigurosos observadores de los preceptos de Aristóteles415.

El redactor evita hablar de los preceptistas aristotélicos anteriores a la época calderoniana y de su posible contribución a la evolución del teatro español, y entra de lleno a alabar la época de Lope y Calderón, a la que ve como salida redentora del momento caótico que el teatro vivía. Dedica una parte considerable de su artículo a la presentación de Lope de Vega y su teatro: Apareció en fin Lope de Vega, y la superioridad de su talento hizo cesar la guerra literaria, como cesan las disensiones públicas en presencia de esos genios poderosos que con solo su ascendiente las apaciguan [...]. Forzoso es detenerse un momento en medio de este rápido bosquejo para llamar la atención de mis lectores hacia ese hombre extraordinario, que ejerció tan prodigiosa influencia en el moderno teatro. Nacido Lope de Vega Carpio en 1563, manifestó desde la infancia la más decidida afición a la literatura, y particularmente a la dramática; tanto, que a la edad de once años ya combina algunas piececillas de este género. Los vaivenes de que su aventurera juventud se vio agitada, sus viajes, sus infortunios, le obligaron a abandonar por espacio de muchos años su primera inclinación; pero restituido a la patria se entregó a ella sin reserva, y fue publicando sin interrupción hasta su muerte esa inmensidad de 415

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obras de todos los géneros que solo él entre todos los hombres ha sido capaz de producir416.

El extracto anterior, en el que se expresa una mención singular de la figura e importancia de Lope de Vega, resulta esencial para destacar la importancia y enorme contribución posterior de Calderón, quien consiguió incluso llegar a superar a este monstruo de la naturaleza. Las alabanzas y elogios lanzados hacia la figura de Lope de Vega continúan de la siguiente manera: Disculpándose con los extranjeros en uno de sus prefacios de no haber observado en sus comedias las reglas del arte, dice que las ha hecho como las ha encontrado, y que de otra forma nadie las hubiera entendido ni apreciado. En su Arte nuevo de hacer comedias se aplaude de no ignorar los preceptos dramáticos, pero que el escritor que los observase podría estar seguro de no sacar de ellas ni honra ni provecho y que por consiguiente siempre que iba a escribir una comedia encerraba las reglas con seis llaves y quitaba de en medio a Plauto y Terencio, temeroso de que alzasen el grito contra él. [...] Cada uno de los dos reinos solos, únicos y absolutos. Lope conservó siempre como Shakespeare el honor de haber fundado el teatro moderno, mas por razones de política de idioma superó al poeta inglés en influencia, respecto a las naciones extranjeras, y nosotros los franceses, que somos los que más le debemos, estamos obligados a repetir este justo elogio de su ilustre editor, Lord Holland: si Lope de Vega no hubiera escrito, quizá no hubieran existido jamás las obras maestras de Corneille y de Moliere; y si no conociéramos estas obras, pasaría Lope todavía por uno de los más insignes autores dramáticos de Europa417.

¿Hay mejor manera que la contenida en el fragmento anterior para alabar a alguien? ¿Hay mejor manera de justificar la importancia de la obra de Lope de Vega y, más en concreto, de los dramas del Siglo de Oro y los valores inamovibles que conforman el carácter de los españoles? El término ‘costumbres’ ha de entenderse aquí como el conjunto de cualidades o inclinaciones que forman el carácter distintivo de la nación, el carácter eterno y permanente del pueblo, está integrado por el conjunto de cualidades o circunstancias propias de la co416 417

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lectividad española, del pueblo español en su conjunto. En la subsección cuarta del mismo artículo «Bosquejo histórico del teatro español, escrito en francés por Mr. Viardot», aparecen nuevas y directas referencias a la época calderoniana tanto para destacar la importancia de la labor realizada por Lope de Vega en su intento por compaginar las costumbres y el carácter nacional español en todos sus dramas como para exaltar el brillo que rodea a la figura que sustituye a Lope de Vega en la escena: Dos años antes de la muerte de Lope de Vega en 1621 acaeció la de Felipe III y a este monarca tétrico y devoto sucedió un príncipe joven amigo de los placeres y apasionado al teatro. Felipe IV gustaba de literatos, los recibía en su corte y se divertía en representar con ellos comedias improvisadas al estilo de Italia donde estaban muy de moda. No falta quien le atribuya varias de las obras dramáticas que se representaban e imprimían bajo el nombre de un ingenio de esta corte, y entre otras la no despreciable comedia Dar la vida por su dama. Esta circunstancia acreció todavía el movimiento dado al teatro español por Lope de Vega y apresuró el momento de su época más brillante. Una multitud de autores habían seguido las huellas del maestro durante su vida, tales como el doctor Mira de Mescua, el licenciado Miguel Sánchez, el canónigo Tárrega, don Guillén de Castro, Luis Vélez de Guevara y otros muchos; pero ninguno de estos imitadores pudo competir con él, y hasta el fin de su reinado no se dio a conocer el rival que había de destronarle, Calderón de la Barca418.

Así vemos que para el redactor, a pesar de que Lope de Vega tuvo muchos seguidores que intentaron imitar su estilo y filosofía dramática, ninguno de ellos consiguió estar a su altura, y mucho menos superarlo. El momento exclusivo en que el panteón de Lope de Vega se resquebraja aparece con la irrupción de Calderón en la escena. A este último van también dirigidos un buen número de alabanzas y elogios: «con una imaginación menos vasta pero más arreglada y flexible, una fecundidad casi igualmente prodigiosa, un talento igual, si no como poeta al menos como versificador, Calderón, guiado por los triunfos y aun por los defectos de Lope de Vega, pudo vencerle y casi hacerle olvidar»419. De nuevo, lo que se destaca de Calderón no es toda su

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obra, sino una intencionada y ‘sesgada’ parte de ella. La fragmentación revela que los redactores de La Abeja buscan destacar la importancia de los autos sacramentales y, en especial, de su mayor representante, Calderón. Las razones son dos: la primera, para recordar el lugar prioritario que la religión ha ocupado en la configuración histórica del carácter nacional de los españoles y, la segunda, para destacar que Calderón, el poeta-dramaturgo que mejor representa los autos, es también el que mejor ilustra el carácter nacional español, en el que la religión ocupa un lugar tan importante. En los autos sacramentales, en aquellos dramas representados en fiestas solemnes, bajo la protección de la autoridad, en presencia de todo un pueblo y que por estas razones reportaban al autor no menos gloria que utilidad, eclipsó Calderón a todos sus predecesores y jamás fue igualado por ninguno de los que le sucedieron.Tales fueron en este género en [su] mérito, su reputación, su superioridad incontestable que obtuvo privilegio exclusivo para surtir de autos a la capital de la monarquía; y disfrutó de este monopolio por espacio de treinta y siete años420.

La idea de que Calderón es el dramaturgo católico por excelencia no es nueva al haber sido defendida y planteada con anterioridad por muchos ideólogos y pensadores anteriores a los redactores de este artículo de La Abeja y continuada por muchos otros a posteriori. Esta es la importancia de Calderón y este es al mismo tiempo uno de los atributos personales que mejor caracterizan al pueblo español. Calderón, el dramaturgo que conoce a la perfección la esencia nacional, supo darle al pueblo lo que necesitaba. Ahora bien, en relación a las comedias de capa y espada y dramas calderonianos de otra índole, los redactores no muestran tanta exaltación como cuando hablan de los autos sacramentales: Limitémonos a considerar a Calderón como autor de comedias de capa y espada. No se distingue en ellas por la variedad de los argumentos ni por la pintura de los caracteres. En sus ciento y tantas comedias se hallan siempre galanes valientes y favorecidos, damas enamoradas y emprendedoras, rivales celosos y llorones, padres estúpidos, hermanos espadachines y lacayos entrometidos e insolentes. Siempre la misma trama, siempre el

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mismo sistema de enredos y aventuras [...]. No hay medio de atajar su vuelo, y a duras penas le sigue el espectador arrebatado por el torbellino de su maravillosa actividad. Si el arte dramático se redujese a combinar una acción complicada con otras, amontonar incidentes, hacinar sorpresas y estrechar más y más el nudo para cortar luego de pronto los diferentes hilos que le forman, Calderón sería ciertamente el primer poeta cómico del mundo421.

Del fragmento citado se desprende la noción de que el teatro o arte dramático debe entenderse como la representación de la manera de ser y de las costumbres de una cultura, del verdadero carácter de un pueblo y, además, que las comedias de capa y espada calderonianas no consiguen representar el carácter nacional del pueblo español cifrado en el binomio monarquía y religión. Este aspecto profano del teatro calderoniano en detrimento del sacro no interesa ahora ni tampoco interesará en el futuro. Como consecuencia será denostado, criticado, repudiado e incluso olvidado en ciertos momentos del siglo XIX. Lo más importante para los redactores del artículo es que Calderón llega a superar a Lope de Vega porque es capaz de representar en sus dramas sacros la esencia nacional del pueblo español. De ahí que se considere como la época más gloriosa del teatro español no la de Lope de Vega, sino la de Calderón, una época en la que «el gusto del monarca, de la corte y de la nación había hecho que todos los poetas se dedicasen a este género de literatura, entonces la más brillante y la más lucrativa»422. A lo largo del artículo «Bosquejo del teatro español escrito en francés por Mr.Viardot» se vuelve a destacar que la época que sigue a la calderoniana es un tiempo de decadencia, producida, entre otras razones, por la proliferación de las traducciones de la Francia revolucionaria, promovidas durante el reinado de Felipe V, y que nada o tan poco tienen que ver con la representación del carácter nacional y religioso español. Nótese la enorme relación entre esta idea que defienden los redactores de La Abeja y la idea ya defendida por Böhl de Faber, Agustín Durán, Carnerero y otros muchos: «la elevación de Felipe V al trono de España hizo después prevalecer el gusto francés y los españoles, después de haber sido nuestros precursores y nuestros 421 422

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maestros, como se verá más adelante, se contentaron con ser humildemente nuestros traductores»423. De hecho, una manera fácil de exaltar la época calderoniana, tal y como aparece en la subsección sexta y última del artículo, se encuentra en lo siguiente: «ningún autor español tradujo ni imitó a los franceses hasta el reinado de Felipe V»424. En otras palabras, el reinado de Felipe V, aunque producjo cierto estado de decadencia a España, también permitió la conservación de su carácter nacional: Con este siglo [el XVI y la primera generosa mitad del XVII] acabó la influencia del teatro español, y al par de esta influencia de la literatura cesó la de la política. Desde el día en que el nieto de Luis XIV se sentó en el trono de Carlos II, la España perdió toda su nacionalidad literaria. En tanto que nuestros escritores se sirven a porfía de su inmenso repertorio, cesa España de producir para convertirse a su vez en copista de sus imitadores y copista servil, y su escena apenas ofrece otra cosa que traducciones. Se puede afirmar que el pequeño número de obras originales que han aparecido después están por lo común escritas a la francesa [y no a la española425.

Ahora bien, ¿no es esta visión que nos plantea La Abeja uno de los planteamientos iniciales utilizados por todos aquellos que han defendido históricamente a Calderón? Es decir, ¿no ha sido la galofobia una de las principales preocupaciones de Böhl de Faber, Durán y Carnerero, entre otros muchos pensadores de su misma ideología? En otras palabras, ¿no es este el planteamiento empleado por todos aquellos que llegan a ignorar, sin ocultar cierto interés, las ideas adquiridas no solo a fines del XVII, sino también a lo largo del siglo ilustrado para tratar de revivir memorias sesgadas de lo pasado y acusar de falta de patriotismo a todos aquellos que no llegan a respetarlas como ellos y que inspiran en los modelos franceses para sustituirlas? Para todos los siglos precedentes se ven reducidos a una sola época importante y necesaria para la configuración de la personalidad y carácter español, la correspondiente al Siglo de Oro. En La Abeja reaparece un nuevo artículo sobre Calderón disimulado en la crítica sobre el tema ya tratado poco antes en Revista 423 424 425

La Abeja, 20 de julio de 1834. La Abeja, 27 de julio de 1834. La Abeja, 27 de julio de 1834.

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Española de la publicación de la Talía de Durán. Se publica el 6 de febrero de 1835, poco después de la aparición inicial de la obrita de Durán con el título «La Talía española, o colección general de comedias del antiguo teatro español, recogidas y ordenadas por D. Agustín Durán». La simple mención de Durán sirve también como la nueva excusa para recuperar la figura calderoniana en las páginas de la revista. Se denuncia que, a pesar de la indiscutible importancia que Calderón ocupa dentro de la cultura española, al ser el símbolo literario y referente tanto de toda una época dentro de España como de los valores relacionados con la idea de lo español, no ha recibido la suficiente atención que merece por parte de la crítica. Al mismo tiempo, el redactor agradece abiertamente a Durán el gran honor que ha hecho a la patria con la publicación de su obra dedicada en parte al estudio de la figura y obra calderoniana: Calderón se reimprime fuera de España mientras nuestra juventud apenas conoce una pequeñísima parte de sus obras, y quizá las desprecia por fiarse demasiado de las opiniones que aventuraron los críticos franceses y siguieron rutinariamente los nuestros sin conocimiento de causa, por haber prescindido en sus juicios de las épocas, de las circunstancias y del estudio analítico del género especial a que pertenece el drama español. Hace ya tiempo que la patria reclama el importante servicio que con esta colección se la intenta hacer, contando para ello con el auxilio del público, con el de los amantes de las letras y con el que el gobierno ha tenido a bien dispensar concediendo su permiso para publicarla426.

Del extracto transcrito se desprende la idea de que Calderón se merece otro lugar el que le han concedido hasta el momento todos aquellos que han debatido y que se han enfrentado a las opiniones de Böhl de Faber, Durán y Carnerero, entre otros. De hecho, el redactor aprovecha cualquier momento para destacar la importancia de la época calderoniana, la cual, en su opinión, representa y «constituye propiamente la de la perfección del teatro español»427. Este aspecto vuelve a reaparecer poco después en la publicación periódica El observatorio pintoresco, una de las revistas que intentaron competir sin éxito con el Semanario Pintoresco Español. Dicho sea de paso que la efímera vida de 426 427

La Abeja, 6 de febrero de 1835. La Abeja, 6 de febrero de 1835.

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esta publicación se limita al año de 1837 y que sus directores fueron Ángel Gálvez y Basilio Sebastián Castellanos, historiador y arqueólogo. De ella cabe destacar que posiblemente se trató de una empresa mucho más modesta que el Semanario, algo que «se echa de ver, además de en la nómina de colaboradores, en la calidad material de la revista, con peor papel, impresión y gráficos que la publicación fundada por Mesonero Romanos»428. En el artículo «Siglo XIX: de la revolución de la poesía de esta edad», se reincide en la ya clásica idea con la que se pretende enterrar la importancia del siglo ilustrado en aras de la época calderoniana: «sumióse en la tumba el siglo XVIII, cuya infancia fue un manantial de males para la infortunada España»429. En el artículo se vuelve a citar a Durán, de quien se exalta ahora «su escogido romancero, que le agradecerá siempre la república de las letras»430. En definitiva, se ha demostrado que La Abeja busca a través de la evocación especial e interesada de los autos sacramentales, entre los que destaca especialmente la figura de Calderón, el reforzamiento del verdadero carácter nacional español, el sumamente católico, que más tarde Menéndez Pelayo propagará y exaltará sin ninguna timidez.

3.3. NO

ME OLVIDES (PERIÓDICO SEMANAL)

De la misma manera que el resto de las publicaciones periódicas objeto de estudio del presente trabajo, el No me olvides, una revista de innegable importancia por la rica y variada información que contiene sobre múltiples aspectos de carácter histórico, político, literario y filosófico del siglo XIX, ha recibido una muy reducida atención por parte de los investigadores. La revista fue fundada por Jacinto Salas y Quiroga el 7 de mayo de 1837, poco después de la desaparición de la publicación periódica El Artista. Se distribuyó en 41 números, que aparecían una vez por semana con rigurosa continuidad sin sufrir ninguna interrupción, algo que resultaba difícil en aquella época. De hecho, aunque la publicación de Salas y Quiroga no estuvo exenta de la participación en distintos e indirectos ataques y polémicas, trató siem-

428

Rodríguez Gutiérrez, 2001, p. 190. La Abeja, 6 de febrero de 1835. 430 La Abeja, 6 de febrero de 1835. 429

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pre de mantenerse al margen de estas, en la medida de lo posible. Eso sí, en clara consonancia con los parámetros generales que afectan a la mayoría de las publicaciones periódicas del siglo, con mucha anterioridad a su ocaso, no faltaron los rumores que anunciaron su cercano hundimiento. Ya en el primer número que aparece el día 7 de mayo de 1837 se expresa abiertamente el objetivo principal de la publicación: «establecer los sanos principios de la verdadera literatura»431, posiblemente de la misma manera que lo vienen haciendo desde el pasado un buen número de pensadores y literatos en otras publicaciones periódicas para quienes lo literario está sumamente ligado a lo político o, en otras palabras, para quienes hablar de literatura se ha convertido básicamente en una manera de intervenir en la cuestión política. El tema de la recepción calderoniana y la manera en que se representa en el No me olvides es un aspecto que requiere cierta atención, entre otras razones, porque el nombre del dramaturgo, a quien se hace referencia con el elogioso calificativo de «poeta sublime», reaparece constantemente a lo largo de los distintos números que dan vida al semanario. En el primer número, el correspondiente al 7 de mayo de 1837, se citan algunos versos calderonianos con la intención de demostrar la importancia, el respeto y la admiración que deben inspirarnos los poetas antiguos como él. Lo que se intenta con ello es, por un lado, reparar la imagen que Calderón ya poseía antes de recibir las duras críticas lanzadas por sus detractores en contra de su persona y obra a lo largo de la historia y, por otro, seguir contribuyendo a la construcción del mito calderoniano, en la que el respeto por el dramaturgo es un factor decisivo para la configuración de nuestra personalidad nacional. En otras palabras, la autenticidad de lo español queda condicionada y cifrada por el amor al teatro de Calderón y su época. Por ello, mediante el intento de exaltación de su figura como ejemplo de escritor ‘sublime’ por excelencia lo que verdaderamente se pretende es continuar con la crítica, ya presente en otras publicaciones periódicas anteriores, de todos aquellos que «mendigan del extranjero piedras falsas con que hermosear su lengua, desprecian las perlas que tienen dentro de sus mismos hogares y que solo les costaba recoger»432. Este mensaje recu-

431 432

No me olvides, 7 de mayo de 1837. No me olvides, 7 de mayo de 1837.

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pera los planteamientos ya desarrollados y sostenidos por muchos defensores calderonianos y, por tanto, por muchos absolutistas en el pasado. Para todos ellos, la figura del dramaturgo ha ocupado el centro de una disputa de claras connotaciones políticas en la que lo que se intenta es tomar partido en el futuro del carácter nacional español, es decir corregir y orientar la manera en que deben entenderse los valores esenciales e inamovibles que conforman el carácter e idiosincrasia. Este aspecto es de hecho una de las principales obsesiones de la revista. Ya en el primer número, en una crítica a la representación de un drama de Victor Hugo, María Tudor, aprovecha la ocasión para mencionar las particularidades únicas del carácter nacional español. El periódico expresa una crítica negativa hacia el drama de Víctor Hugo, entre otras razones, porque, a pesar de que algunos lo consideran moderno, no consigue representar ningún aspecto del verdadero carácter español. Aunque María Tudor era una reina católica y tal característica es un componente esencial, sin embargo, lo que se critica es el hecho de que en el drama en cuestión sus intenciones nada tienen de católicas. De este planteamiento se desprende el cuestionamiento de si la obra es adecuada para la escena española al no representar «ni moralidad, ni dotes apreciables capaces de interesar al público español»433.Tal suposición enlaza con el intento que se viene haciendo por establecer cierta conexión entre el drama calderoniano y el carácter nacional del pueblo español. En el número tres del No me olvides aparece recogido bajo el epígrafe «Influencia de la literatura en las costumbres» la importancia que ocupa el «escritor sublime en las costumbres del pueblo» y que «cuanto más vigoroso sea el pensamiento del escritor, tanto más fuertemente influirá en las costumbres públicas y cuanto más moral más bien producirá a la sociedad»434. Recordemos ahora que el periódico concedía ya en su primer número la categoría de «escritor sublime» a Calderón. ¿No es esta una manera indirecta de ensalzar el nombre del dramaturgo y la influencia que su figura y su obra han tenido en la formación del carácter nacional español? Sin duda, una respuesta positiva a un planteamiento así se perfila por sí sola.

433 434

No me olvides, 7 de mayo de 1837. No me olvides, 21 de mayo de 1837.

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De todas las costumbres en las que ejerce cierta influencia Calderón, el No me olvides destaca la importancia que la religión, ocupa dentro del carácter nacional español. Así, en el número siete de la revista se asume que el ingrediente mágico de nuestro carácter nacional es la religión católica, mantenida y representada por «los defensores de la poesía del cristianismo [...] que ha mejorado las costumbres del pueblo, que ha dulcificado el corazón del hombre»435, y que está representada de manera casi perfecta en los dramas calderonianos.También el número ocho de la revista recoge un planteamiento ligado intrínsecamente al anterior, que nos resulta familiar y que ha ocupado el centro de las preocupaciones de muchos críticos y literatos anteriores. Me refiero al tema de la libertad de composición dramática, en otras palabras, a la falta de respeto a las reglas aristotélicas, cuyos orígenes se remontan al siglo XVII. El No me olvides se manifiesta a favor de «la libertad de composición dramática en el teatro»436 y retoma la idea de que: las reglas poéticas de Aristóteles han dejado en gran parte de ser necesarias y de tener la utilidad que en tiempo de su autor, porque el cristianismo, derrocando la idolatría, ha traído en pos de sí acontecimientos notables, y de estos y aquel ha nacido una civilización y unas costumbres, si no contrarias, esencialmente distintas de las del tiempo del célebre filósofo. Las circunstancias han cambiado, y así como las lenguas modernas no pueden adoptar las reglas de versificación de los griegos y romanos, los preceptos aristotélicos no se hallan en relación con nuestros usos y costumbres, con la civilización actual437.

Ahora bien, ¿se hallan nuestros «usos y costumbres» en el mismo estado en que estaban en la época de Calderón? ¿Tan poco han cambiado desde entonces? Sin duda, se aboga aquí por la idea de que la llegada del cristianismo ralentizó el proceso de evolución hasta el punto de que lo que se entiende por nuestras costumbres y carácter se mantiene prácticamente intacto a lo largo de estos dos siglos. Ahora, lo que de ninguna manera puede permitirse es que la literatura se convierta en «un mero pasatiempo, sin influir, de un modo activo, en las costumbres, y

435 436 437

No me olvides, 18 de junio de 1837. No me olvides, 18 de junio de 1837. No me olvides, 25 de junio de 1837.

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sin ser un verdadero sacerdocio de moralidad y virtud, cual está destinada a serlo»438, tal y como ocurría en la época calderoniana. El nombre de Calderón sigue reapareciendo en muchas de las páginas y números del No me olvides. En concreto, uno de los números contiene el largo poema que José Zorrilla le dedica a Calderón y a toda la época dorada en que vivió, ya en estos momentos totalmente sucumbido por un romanticismo de índole tradicionalista, conservadora y católica, alejado ya de las amenazas relacionadas con el espíritu revolucionario de su juventud. El título del poema, «Don Pedro Calderón de la Barca», con el calificativo de ‘Don’ que precede al nombre del dramaturgo, es bastante ilustrativo del tipo de orientación y del respetuoso tratamiento que se otorga a la figura del dramaturgo a lo largo de todo el poema: En el reinado de Felipe cuarto, cuando Madrid era un vergel de flores, y el rey vivía, preludiando amores en tosca lira, de placeres harto; cuando el sol de Castilla no dormía, ni descansaba el lomo de sus mares, ni más cetro que el cetro de Olivares a la España y a América regía; vivía en brazos de mundano halago, escuchando do quiera como un profeta, Don Pedro Calderón, el gran poeta, sabio comendador de Santiago. Larga y lacia la blanca cabellera, alto de cuerpo, varonil semblante, en su porte veíase arrogante que un hidalgo español y un sabio era. Nació en Madrid, el pueblo cortesano que alegre y bullicioso se agitaba con la limosna impura que tomaba del miserable continente indiano. Hijo de padres nobles, caballero 438

No me olvides, 16 de julio de 1837.

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nació, vivió, murió. Buen castellano, a la patria sirvió con lanza en mano y cambió por el cáliz el acero. Acatado por doquier fue su nombre fue grande, y rico y generoso amigo, igual para el magnate y el mendigo, he aquí don Pedro Calderón el hombre. Mas el ingenio audaz que cortó el viento, águila en alzas, mar en poderío, que reveló en su lengua al mundo impío del creador del orbe el pensamiento; que una columna alzó para su gloria, de ángeles y demonios sostenida, que escupió al hombre lances de su vida y de su siglo retrató la historia; que a Castilla la noble y altanera, que harta de orgullo ningún ser mirara, con su gigante gloria él solo hartara... cantar, entre los hombres, ¿quién pudiera? Ola que sobrenada a sus hermanas, más que las rocas altas, alta roca, columna cuya cresta al cielo toca y hunde su basa en las pasiones vanas; de cambiantes colores joya hermosa, que brilla con el sol, verde en el prado, amarilla entre espigas del collado y en baño de perfumes blanca rosa; ¡Calderón, el poeta, el sacerdote, el guerrero de Flandes y Florencia, en el valor insigne y en la ciencia!... que tu sagrado nombre siempre trote, y se encumbre, y se alce hasta la nube cuando se hable de grandes de la tierra,

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y se pinten los timbres que en sí encierra ¡transformado en mortal bello querubes! Cuando vivió, su nombre fue acatado, y al verlo cada cual se detenía, y, bajando los ojos, repetía: ¡ahora pasa don Pedro el inspirado!... Un anciano tal vez, enfermo y manco, con traje roto y continente pobre, con adornos quizá de humilde cobre, de las risas de entonces era el blanco. Y pasaba mostrando su agonía, el sello del dolor sobre su frente, caminando pausada y tristemente para buscar el pan de cada día. Tal vez si con don Pedro se encontraba que iba, joven gallardo, a un galanteo, o con Lope a dar vueltas al paseo, o a la casa del fraile que moraba no lejos de la casa del anciano, para obsequiar a tan ilustre gente, el vulgo se agolpaba torpemente la herida renovando de su mano. El anciano y el mozo ya murieron, su orgullo y humildad ya se acabaron, y los eternos nombres que dejaron de gloria en el altar juntos pusieron. Van sus obras a y por bárbaro el que una vez en de Calderón las

climas muy distantes, pueblo es hoy tenido su vida no ha leído obras y Cervantes.

De las leyes enfrente al santuario de una estatua se admira la hermosura, y con dolor se ve una sepultura en un rincón de un templo solitario.

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En la estatua el hombre de hambre muerto, y el sepulcro del hombre poderoso; el que fue enano ayer hoy es coloso, y el que fértil campiña, es hoy desierto. Parece que los hombres han querido estatuas levantar al indigente, como baldón del siglo cuya frente solo cae ante el oro corrompido. En hombre de bronce está clamando justicia por los hombres que ahora viven, y que escarnio y dolor solo reciben de este mundo inmoral que están honrando. Calderón, escondieron la mirada de tu polvo y tus huesos, que no quieren que miradas de jóvenes se alteren al contemplar tu gloria ya olvidada. Y el teatro desierto de tu nombre, mendigando con mengua a los extraños, por tus santas verdades los engaños y por hombre gigante enano un hombre. Has muerto, Calderón, solo unos pocos tus obras y sepulcro visitamos, y en pago del amor con que te amamos nos tiene el vulgo estúpido por locos. ¡Locos sí, si ellos cuerdos!... que más vale por loco ser tenido en este mundo que encenagarse en cieno tan inmundo; que no hay locura que a su infamia iguale439.

(El destacado es nuestro) Esta loa, que Zorrilla publica en el No me olvides con la finalidad de exaltar la importancia y la grandeza de la figura, obra y época calderonianas, tiene además una segunda intención no manifestada de una 439

No me olvides, 3 de diciembre de 1837.

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manera tan obvia como la primera. Zorrilla, conservador español, férreo defensor de un carácter nacional en clara consonancia con el espíritu de épocas pasadas, asombrado y dolido por el espíritu de contradicción que caracteriza su propia época, se suma a la corriente de pensadores anteriores y contemporáneos a él que defiende a Calderón con la intención de reparar el daño que le han producido la mayoría de sus detractores y, en especial, de aquellos que le siguen dando la espalda al estar, «traduciendo sobre todo de los franceses, que han venido a sustituir las obras del maestro Calderón [...] quien tan bien representaba nuestra historia y nuestros principios religiosos»440. En otras palabras, él se propone, partiendo de una plataforma ideológica muy clara, defender unos valores culturales y espirituales ligados al nacionalismo español y a la memoria del imperio. Del mismo modo, en su obra en un solo acto titulado Apoteosis de Don Pedro Calderón de la Barca, trata de situar en un pedestal tanto a la figura del dramaturgo barroco como una parte considerable de los que en su opinión son sus mejores autos sacramentales. En el himno que le dedica al final de la obrita, destaca la importancia de las glorias alcanzadas por la figura calderoniana: Las aguas del olvido por ti no pasarán los que a su gloria suben jamás descenderán. Sin miedo de los siglos al insolente encono, ostenta ya tu frente ceñida de laurel; tu nombre es infinito, tu féretro es un trono, y tú solo desciendes para reinar en él441.

De esta manera, aboga sin miramientos por la defensa del teatro de Calderón y precisamente lo que más admira de él es haber estado al servicio de la religión católica. De hecho, mediante la exaltación de la figura calderoniana se propone restaurar la dañada reputación del dramaturgo a la que considera dañada por la influencia del «neo-classical criticism in the eighteenth century»442. También en el número 440 441 442

No me olvides, 3 de diciembre de 1837. No me olvides, 3 de diciembre de 1837. Sullivan, 1982, p. 28.

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correspondiente al 3 de diciembre de 1837, vuelve a verter algunas ideas convertidas ya en eslogan de aquellos que tradicionalmente se han mostrado al lado del dramaturgo barroco y que inevitablemente nos resultan familiares: Un espíritu de extranjerismo hace que permanezca en completo olvido el inmenso número de obras maestras originales que nos han dejado Calderón, Lope, Moreto,Tirso, etc., y sean arrojados con desprecio los ensayos de los jóvenes del día, para adoptar en su cambio el repertorio o catálogo de insulseces importadas de Francia, donde, en general, no se escribe ya para adquirir gloria sino por ganar dinero. Así que vemos representar diariamente obras en general insípidas, porque no las entendemos. Los franceses son los hombres más aficionados a hacer alusiones a sus costumbres domésticas, a sus creencias, a sus gustos. Un dicho gracioso acerca de estas circunstancias, sostiene que una obra en el teatro, y nuestros traductores de profesión, que leen en los folletines de París que tal obra se ha representado cien veces, creen que en Madrid sucederá lo mismo. [...] Todas estas razones hacen que nos indignemos al ver el empeño mezquino de hacernos franceses a toda costa; ese espíritu de extranjerismo que acabará por obligar a cerrar los teatros, lo cual nos causará menos pena que verlos cual en el día están443.

La cita anterior nos confirma que Zorrilla se muestra contrario a la influencia del espíritu y carácter francés, considerado por los españoles como una amenaza al mantenimiento del espíritu o carácter nacional español en su estado más puro y tradicional, es decir, tal y como está representado, según sus propias palabras, «en nuestros clásicos, en donde están depositadas, como en un sagrario, la pureza de la dicción, la elevación de las ideas, la perfección de la lengua»444, pero sobre todo los principios religiosos. De ahí que lo que se pretenda también en el siglo XIX con la vuelta a los modelos literarios del pasado, a los modelos verdaderamente nacionales, sea reparar el daño producido a nuestro carácter nacional por el paso y existencia de la centuria dieciochesca y de esa nueva orientación que toma en el siglo XIX con la positiva recepción de un romanticismo revolucionario y liberal con el que se sigue identificando a Francia. De la misma manera que en el siglo

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No me olvides, 3 de diciembre de 1837. No me olvides, 10 de diciembre de 1837.

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ilustrado, en la centuria del diecinueve tiene cierta influencia y presencia la literatura francesa. Esta es la razón por la que la importancia de la religión se vuelve a cuestionar y eso es algo que no toleran aquellos pensadores que velan por lo contrario, es decir los románticos conservadores y tradicionalistas como el mismo Zorrilla que desean una vuelta interesada al teatro de los Siglos de Oro. De ahí procede el fuerte intento de revalorización continua que se efectúa a lo largo de las páginas que componen los múltiples números del No me olvides tanto de la importancia de la religión católica y su estrecha relación con el carácter del pueblo español como el terrible daño que le han producido a lo largo del siglo ilustrado y del nuevo periodo romántico todos aquellos enemigos, partidarios tanto de la influencia de la literatura como del espíritu francés en nuestro suelo. La parte final de este planteamiento, a partir del que se pretende criticar de manera indirecta el predominio actual de la influencia francesa, se resume en el siguiente extracto correspondiente al número 32, publicado en el número del 10 de diciembre de 1837: los que en pasados tiempos alzaron su voz para predicar un sistema moral que ellos llamaron filosofía no tuvieron en cuenta que el corazón es el primer resorte que es fuerza tocar en el hombre y entregaron a los sentidos el importante encargo de apoyar sus doctrinas. Erraron en esto como errara aquel que diera más vida al cuerpo que al alma, más esperanza a la imaginación que al deseo, más deseo a los sentidos que al corazón. Esta filosofía que ha querido arrebatar al hombre su más preciada virtud que es la fe, al extender sus imperios en el mundo, ha pretendido arrancar hasta las raíces de la religión, y plantar, sobre las ruinas de tan fuerte edificio, la bandera de la incredulidad y del escepticismo. He aquí uno de los principales destructores de la religión católica; porque en el momento que a esta doctrina, fundada en la fe y la esperanza, se le niegue la fe y se le apague la esperanza, tendrá que abandonar el vasto campo desde donde dominaba al mundo y quedará reducida a un esqueleto que nadie querrá ni deberá adorar. Tal ha sido la intención de cierta clase de hombres que para tan inicua obra se han valido de cuantos medios les ha sugerido su dañada intención, y con dolor se nota que la impiedad va extendiendo sus alas y la moral pública perdiendo sus más poderosos auxiliares445.

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No me olvides, 10 de diciembre de 1837.

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El fragmento anterior contiene la idea de que la literatura del Siglo de Oro sirve como estrategia para conseguir el mantenimiento de la religión católica, «una pared de bronce contra la que tienen que estrellarse todos los esfuerzos de la impiedad»446. Una manera idónea para conservarla es mediante la recuperación de los dramas de la época calderoniana y, en particular, los de Calderón, por el infinito interés que ofrecen en materia de principios religiosos, pero no a través de las refundiciones nefastas que se están haciendo en ese momento, sino tal y como los creó originalmente Calderón. Este aspecto aparece recogido en el ejemplo particular, de los muchos que contiene el número 35 en el que se presenta una crítica a la puesta en escena de la refundición de una comedia calderoniana, El mercader de Toledo, el cual termina con el siguiente lamento: «sentiremos infinito que esta comedia se imprima como ha sido refundida, pues creemos que ofrece infinito más interés tal cual [la] ha escrito Calderón»447. Con ello, el No me olvides se propone recuperar la pureza inicial de los dramas de la época áurea y descontaminarlos del contenido revolucionario que los imprimen todos aquellos que tratan de refundirlos siguiendo la tendencia y espíritu anticatólico y francés del momento. En definitiva, la teoría estética del siglo XIX que se defiende en el No me olvides aboga por la contemplación del Siglo de Oro y la figura de Calderón bajo una óptica en la que entra en juego el signo de intereses artísticos e ideológicos de su tiempo. Sin duda, la apropiación del dramaturgo les sirve tanto de excusa para la formulación de sus propias teorías como de referente para fundamentar sus propios planteamientos. Por esta razón, cuando el periódico cierra sus puertas, sigue sin existir un criterio único y objetivo para interpretar la época clásica o barroca del arte dramático español. Lo que queda claro es que en el No me olvides se pretenden destruir los argumentos elaborados históricamente por el bando ideológico al que pertenecen figuras como Mora, Alcalá Galiano y el mismo Larra. Todos ellos tratan de demostrar mediante una óptica enlazada con el pensamiento de los sectores ilustrados dieciochescos que las comedias antiguas y, especialmente las calderonianas, no corresponden a las costumbres contemporáneas.

446 447

No me olvides, 31 de diciembre de 1837. No me olvides, 31 de diciembre de 1837.

CAPÍTULO TERCERO

3.4. ECO

DE

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COMERCIO

El Eco de Comercio es otra de las publicaciones periódicas que confirman que la fuerte presencia de la censura periodística no consigue destruir la elevada necesidad de escribir y leer tan predominante en los primeros años de la década de 1830. Sobre los efectos de la censura, Seoane nos recuerda que «a un periódico suprimido sucedía otro, que muchas veces era el mismo con otro título»448. Ese aspecto se va a repetir también en épocas posteriores relevantes en la historia del periodismo español. Precisamente, el Eco de Comercio es «la reaparición de un periódico anterior, el Boletín de Comercio de Caballero» el cual fue «suprimido el 30 de marzo de 1834 después de haber logrado, según su autor, el mayor número de suscriptores que nunca hubiera tenido un periódico español»449 y que volvió a aparecer el 1 de mayo del mismo año. Casi todos los números del Eco de Comercio contienen la sección «Variedades», la más significativa para nuestro estudio porque a partir de ella se introducen múltiples aspectos relacionados con el trinomio formado por la sociedad, la literatura y la política. En concreto, es interesante destacar el contenido del número 25, publicado el día 8 de febrero de 1833, en el que se aprovecha para exaltar la importancia no solo de la literatura española, sino también de la idea de España como país influyente y poderoso en el pasado antes de que Francia le robara el protagonismo. Es decir, antes del siglo XVIII, y todo ello se hace bajo la excusa de la presentación de una revisión o valoración tanto de la caótica situación presente de la literatura española como de su incierto futuro: Un tiempo fue que, al par que dominábamos en Europa con nuestras armas, ejercíamos la misma influencia en la literatura. La lengua española se estudiaba como ahora la francesa. Sus obras clásicas se hallaban en manos de todos y se leían con placer y entusiasmo [...]. Nuestra literatura, que basa todo su imperio en la imaginación, lo hubiera conservado eternamente, si esta solo bastara a establecerlo en bases sólidas e inalterables, pero el suelo en que la imaginación se fabrica es variable como es, y nada logra sostener si el gusto no lo consolida. El gusto, pues, huyó a

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Seoane, 1983, p. 144. Seoane, 1983, p. 144.

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LA RECEPCIÓN DE CALDERÓN EN EL SIGLO XIX

los españoles; y esta prenda que desdeñaron fue el patrimonio de otra nación que vino tras de ella en la carrera del saber, y que con menos ventajas naturales llegó, no solamente a pasarla, sino también a hundirla en el olvido, y aun a hacer que se tuviese por despreciable lo que un tiempo fue la admiración del mundo. La Francia, que había empezado por imitarnos, tomó en breve otros modelos; y acudiendo a la antigüedad, siguió sus huellas servilmente [...] y sublimes genios vinieron a completar la obra principiada sobre tan sólidos principios; y favorecidos al propio tiempo por la preponderancia política que empezó a tomar la Francia desde el tiempo de Luis XIV, la adquirieron de tal modo en todos los ramos del entendimiento humano que llegaron a eclipsar cuanto habíamos hecho, avasallando a toda Europa bajo el yugo de sus preceptos literarios450.

De la cita se desprende la idea de que la influencia literaria de un país sobre el resto va ligada a su influencia política y lingüística, así como que la alcanzada durante la época en que España era un gran imperio, es decir, durante la conocida y artificialmente construida época calderoniana es inigualable. Ahora bien, el redactor señala también que una vez que se pierde la influencia literaria, se pierde la política y lingüística, y esto es precisamente lo que ocurrió en España, ya que «al par que a su fin caminaban la dinastía austríaca y nuestro antiguo poder, caía en el mismo descrédito [su] literatura.Ya no engendraba España aquella multitud de ingenios que la ilustraron; y los pocos que salían, sin tener las dotes brillantes de los antiguos, conservaban todos sus defectos, y añadían otros mayores todavía»451. Los que sí eran ingenios eran los ‘antiguos’ escritores de la época calderoniana, a quienes el Eco de Comercio respeta por haber pertenecido a ella y por haber dado rienda suelta al imperio de la imaginación, un aspecto que, en la opinión de los redactores del periódico, mantiene una gran afinidad con el carácter del pueblo español. En el Eco de Comercio se expresa cierta simpatía hacia aquellos escritores que, no solo en España, donde destaca el caso de Calderón, sino también en países como «Inglaterra y Alemania, no reconocieron nunca las trabas del clasicismo», desbarataron «el santuario donde aquellos principios se guardaran en respetuosa veneración» y, por ello, hoy de manera indirecta, gracias a la fuerza y poderío

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Eco de Comercio, 8 de febrero de 1833. Eco de Comercio, 31 de diciembre de 1837.

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que no han perdido desde antaño, están consiguiendo que incluso «los mismos franceses, tan sujetos un tiempo a aquellas trabas, se rebelen ahora, y sean los más ardientes en destruir el edificio de sus antiguas leyes literarias»452, al intentar imitarlos. Ahora bien, Francia no tiene la posibilidad de dirigir este nuevo tipo de literatura, entre otras razones, porque la nueva literatura (que basa sus modelos en el pasado), y que se quiere que siga dentro de España una línea católica y tradicionalista, no encaja con su propio carácter y espíritu nacional de índole antirreligiosa y revolucionaria. España, con la vuelta a la veneración de los modelos literarios antiguos, debe recuperar el tren perdido en la esfera de lo literario y por extensión de lo político para volver a producir obras adecuadas al gusto y carácter de los españoles y, por qué no, para volver a influir también en la política internacional, tal y como hizo de manera inigualable en el pasado. El Eco de Comercio es una publicación que se suma, de la misma manera que otras revistas de su misma época y orientación política, al grupo de publicaciones que lanza múltiples comentarios favorables destinados a revalorizar la excelente labor realizada en el pasado por críticos con nombre y apellidos muy concretos. Entre ellos no podía faltar la mención del indiscutible caso de Durán, uno de los principales sucesores de Böhl de Faber en lo referente a la defensa de la obra y figura calderonianas. El siguiente comentario de índole admirativa aparece en el número 27 del periódico, el correspondiente al 15 de febrero de 1833: «el señor Durán presenta sus opiniones con sumo talento, apoyándolas en razones poderosas y armado de una lógica que no es fácil rebatir. Sabe arrastrarnos a su partido, y presentándose como un defensor acérrimo de nuestras antiguas riquezas literarias, se coloca en un campo demasiado ventajoso, y sostiene una causa harto bella para que nadie salga airoso del difícil empeño de combatirle»453. Además de la alabanza recién transcrita, se le agradece también la enorme labor que efectuó no solo dentro de España, sino también en el extranjero, ya que gracias a su contribución las obras de los clásicos españoles, y en general nuestra literatura, goza de un gran prestigio «en el norte de Europa; y que en Alemania se busca

452 453

Eco de Comercio, 31 de diciembre de 1837. Eco de Comercio, 15 de febrero de 1833.

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con ansia, y se imprimen con lujo, nuestros autores clásicos, vengándonos así del desprecio en que durante tantos años nos tuvieron los franceses, únicamente apasionados de su propios poetas»454. De esta manera, si los europeos admiran nuestra literatura, ¿por qué no pueden admirarla también los mismos españoles? En la sección «Variedades», publicada el 19 de marzo de 1833, con el subtítulo de «Visión literaria», se incluye, mediante la presentación de un breve ensueño que imita y resume la «Derrota de los Pedantes» de Moratín, una mirada al justo medio un tanto engañosa, es decir, una mirada que aunque contempla al mismo tiempo la defensa de los escritores del Siglo de Oro y de la época clásica para diferenciarlos de los tiempos de las malas refundiciones, exalta y vigoriza la imagen calderoniana. En su obrita Moratín había planteado la miseria y bajeza de las distintas refundiciones de los clásicos españoles realizadas por distintos escritores de finales del siglo XVII y principios del XVIII, aunque sin citar bajo ningún concepto el nombre de Calderón, quizás para evitar entrar en otro tipo de polémica. A diferencia de la obra de Moratín, en el artículo publicado en la sección «Variedades» del Eco de Comercio, el nombre de Calderón reaparece con frecuencia llegándoselo incluso a identificar con los más «célebres ingenios», y al lado del «satírico Boileau» y Aristóteles y Horacio. De hecho, lo que se critica es que es a Calderón a quien quieren imitar ahora los refundidores de principios del siglo XIX, a los que el redactor desprecia y contra los que arremete fieramente. Al hablar con Calderón le dicen lo siguiente: «¡Oh divino Calderón!, te pretendemos poner al frente de nuestra secta.Tú despreciaste las trabas del ingenio y, como tú, hemos producido obras inmortales entregándonos solo a los libres impulsos de la imaginación»455. El redactor arremete contra todos aquellos que quieren tomar a Calderón como maestro, aunque sin entenderlo, y contra los que defienden la orientación política, de corte liberal, revolucionaria y de «imaginación un tanto ardiente»456 y no sujeta a trabas que tan alejada está de la esencia que caracteriza al célebre poeta. No se acepta que tales refundidores quieran mandar primero y «despóticamente en el imperio de la literatura»457 para después hacerlo 454 455 456 457

Eco Eco Eco Eco

de de de de

Comercio, 5 de abril de 1833. Comercio, 19 de marzo de 1833. Comercio, 19 de marzo de 1833. Comercio, 19 de marzo de 1833.

CAPÍTULO TERCERO

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también en el de la política. Lo único que se puede recuperar de Calderón es la esencia íntegra e inamovible de los valores que él plasmó a lo largo de todos sus dramas y que tan relacionados están con los valores que se quieren mantener como característicos de la identidad nacional española. En otras palabras, frente a la turba refundidora que ahora venera a Calderón, se busca reavivar el intento de moldeamiento de una concreta imagen del pasado español que se plasma en la pintura de los dramas calderonianos sirve, en última instancia, para avalar la propia existencia de una nación y personalidad muy distinta de las demás. Sin duda, este es uno de los objetivos principales perseguidos a lo largo de los distintos artículos publicados bajo el discreto rótulo de «Variedades» del Eco de Comercio que nos permite inscribir su participación en el proceso histórico de formación de la identidad nacional española en el siglo XIX.

3.5. CONCLUSIONES A lo largo del presente capítulo, en el que se han analizado diversos artículos y reminiscencias literarias procedentes de algunas representativas publicaciones periódicas de los años finales de la década absolutista y de los años en que se produce la transición a la regencia de María Cristina, se ha perfilado una de las aristas a partir de la que se vislumbra parte del conflictivo proceso de formación de la identidad nacional española. El enlace se ha efectuado a través del estudio de la reaparición de la figura de Calderón a lo largo de las publicaciones sometidas a análisis, así como de la recuperación de la discusión que se viene manteniendo desde antaño que relaciona el teatro de la época calderoniana con el ‘auténtico’ carácter del pueblo español. Con ello, se ha demostrado que la polémica en torno a la idea de lo nacional no concluye en la década anterior, sino todo lo contrario. Aunque eso sí, la diferencia primordial radica en que la discusión ahora no es tanto entre la aceptación o rechazo del teatro del siglo XVII y el teatro del siglo XVIII, sino más bien la polémica entre un romanticismo adscrito a la vertiente más castiza y española a la manera de Böhl de Faber, Durán y Carnerero, los cuales exaltan la importancia del teatro de Calderón para el mantenimiento de los verdaderos valores y personalidad nacionales, y uno de corte más liberal a la manera de Larra, defensor de la idea de un carácter, que aun-

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LA RECEPCIÓN DE CALDERÓN EN EL SIGLO XIX

que también se considera español, se presenta con una esencia y valores bien distintos. De los dos modos de entender la idea de España que se entrecruzan en las múltiples páginas de las variadas publicaciones analizadas se destaca especialmente el relacionado con «el conservadurismo arcaísta español»458, lo cual ha forzado la producción de la imagen de una España paladín de una vertiente sumamente reaccionaria e inmóvil, alimento y cizaña posterior de las nuevas construcciones ideológicas de los futuros intelectuales y figuras más destacadas del pensamiento español. Se ha demostrado, a través de las distintas alusiones a la trayectoria seguida anteriormente por Böhl de Faber en la querella, que el modelo seguido por los intelectuales y escritores de este nuevo momento histórico para alcanzar su objetivo imita el modelo ya utilizado por otros ideólogos, políticos y literatos de su misma orientación política. La expresión de múltiples alabanzas hacia la figura calderoniana se ha interpretado aquí como un nuevo atisbo para vislumbrar el proceso de construcción de un modelo de identidad nacional española basado esencialmente en el modelo imperial existente en el pasado y que Wulff ha definido como un modelo «entregado a la causa del catolicismo y absolutismo integristas»459. Tal proceso está liderado por los portavoces culturales del absolutismo fernandino que durante las primeras décadas del siglo XIX participan en el proceso de articulación de la identidad nacional española a través de su reiterado intento de iconización de la figura de Calderón.

458 459

García de Cortázar, 2005, p. 21. Wulff, 2003, p. 123.

CAPÍTULO

CUARTO

MENÉNDEZ PELAYO Y VALERA: HACIA UNA REAPROPIACIÓN CONSERVADORA DE CALDERÓN

Calderón es un poeta católico por excelencia. En llevar cierta especie de simbolismo cristiano a las tablas indudablemente obtiene el lauro entre todos los nuestros. MARCELINO MENÉNDEZ PELAYO

4.1. LA RECEPCIÓN CALDERONIANA Y MENÉNDEZ PELAYO

EN LOS ESCRITOS DE

JUAN VALERA

En el transcurso del presente trabajo se ha demostrado que Calderón llega a interesar a los dos grupos que participan en las distintas fases del proceso de formación de la identidad nacional. Su figura ha sido utilizada a lo largo de la historia como el medio idóneo para expresar, aunque de maneras distintas, dos posibles maneras de entender la identidad española. Como resultado, su imagen ha sufrido una profunda manipulación que anula cualquier tipo de acercamiento objetivo a su obra. Ambos, obra y dramaturgo, han sufrido una deformación grotesca de lo que realmente fueron o pudieron ser. Además, no solo se manipula su imagen por considerar que representa «al autor sumo de la dramaturgia barroca»460, sino también la de toda su época y, por extensión, la de todo el caudal dramático ligado a ella. Si en el siglo XVIII, Calderón es identificado con el modelo de identidad nacional de la índole más tradicionalista; en la centuria del XIX, y sobre todo a lo largo de sus últimos 30 años, sigue vigente tal identificación, aunque con la diferencia de que ahora la exaltación con460

Caldera, 1962, p. 18.

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servadora de su imagen es más fuerte que nunca. En este momento, Calderón es ya un icono indiscutible del pasado para los representantes intelectuales de ambos bandos, y esto es algo que la derecha española no tolera. En concreto, los históricos menosprecios formulados por una parte de la crítica calderoniana a lo largo del siglo XVIII y parte del XIX, aunque no la ciega idolatría y el excesivo elogio que predomina en la otra parte, evolucionan al haberse despertado el deseo de hacerle justicia ‘objetiva’ a Calderón, en el sentido de querer comenzar a realizar la interpretación crítica de su obra con el peligro de descubrirse otras facetas y peculiaridades, quizás no tan uniformes y esquematizadas como las ya descubiertas. Esta nueva apreciación y puesta en marcha de todo un aparato crítico que analiza la colosal obra y figura calderoniana se lleva a cabo a lo largo del último cuarto del siglo XIX de una manera forzada, artificial y no carente de un fuerte contenido político. Es decir, el intento liberal por situar al autor en su justo nivel, sacando del olvido y exaltando la parte más profana de su obra, tan ignorada a lo largo de la historia del siglo XVIII y XIX, y el esfuerzo para que caiga en el olvido la parte históricamente idolatrada por el bando contrario, se convierte ahora en el motivo principal del enfrentamiento. Esa nueva imagen profana de Calderón, no carente de cierta desfiguración, que el grupo de ideología liberal quiere recuperar, molesta enormemente a aquellos pensadores, que de manera no aleatoria, sino selectiva, han preferido exaltar la imagen católica del dramaturgo. Así, este ‘nuevo’ Calderón, fruto de una acción organizada que Menéndez Pelayo considera una «apoteosis semipagana»461, que aparece a finales del siglo XIX y que busca no solo convivir, sino llegar incluso a destruir la imagen del ‘rancio’ y ya ‘viejo’ Calderón, pasa a ser el nuevo motivo de fricción entre los dos bandos históricamente enfrentados en el proceso de formación de la idea de lo nacional. La celebración del segundo Centenario de la muerte de Calderón en el año de 1881 es uno de los primeros momentos en que la ideología liberal hace exaltación pública de sus ‘nuevos’ intereses en relación al dramaturgo, organizando ellos mismos el acto conmemorativo precisamente con la intención de recuperar esa parte olvidada del complejo prisma calderoniano, desconocida pero no ignorada, y antepo-

461

Menéndez Pelayo, 1910, p. 54.

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nerla a la otra parte, cuya primera andadura se remonta a los años de la Poética luzanesca. Esto es algo que no tolera la derecha española puesto que sigue considerando a Calderón, como el «poeta católico por excelencia», en especial, por haber llevado «cierta especie de simbolismo cristiano a las tablas»462. Uno de los intelectuales españoles que a finales del siglo XIX se propone defender la ‘nueva’ imagen calderoniana es Juan Valera. Juan Oleza ha elaborado un análisis sobre el tipo de tratamiento que han dado a la recepción de la figura calderoniana críticos como Valera. En concreto, se refiere a él con la intención de demostrar que durante las décadas finales del novecientos tiene lugar el intento de desplazamiento del discurso conservador sobre Calderón por parte de pensadores adscritos a la ideología de signo marcadamente liberal. Oleza busca las razones que se esconden detrás de tal desplazamiento y las encuentra en lo que considera un nuevo intento de «apropiación del teatro de Calderón»463 por parte de esta ideología para recuperar también «unos signos de identidad nacional que el presente está obligado a recuperar, si no se quiere colaborar en el ‘suicidio’ identitario de todo un pueblo»464. De Valera, Oleza destaca que «se muestra en la encrucijada de muchos caminos y actúa con su esperable eclecticismo» debido básicamente a, primero, «su formación teórica depende de los románticos alemanes y de los filósofos idealistas, especialmente de Schelling y de Hegel»; segundo, por mantener «bastantes reservas, cuando no una actitud abiertamente crítica, hacia la forma del idealismo que predominó en España, el krausismo» y, finalmente, por haber «leído el Calderón y su teatro (1881) de Menéndez Pelayo a fondo» y hacerse «eco, desde dentro de su discurso liberal, de las valoraciones del erudito montañés, al que le unen amistad y admiración»465. En sus escritos, Valera sitúa a Calderón en un estrato superior a aquel en el que se encuentran conocidos autores de literatura extranjera. De hecho, llega a defender que una de las excelencias de la literatura españolas se encuentra en el hecho de poder contar entre sus filas con figuras como el icono calderoniano. Antepone la figura del 462 463 464 465

Menéndez Pelayo, 1910, p. 57. Oleza, 2003, p. 396. Oleza, 2003, p. 396. Oleza, 2003, p. 404.

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dramaturgo a la de autores extranjeros de su misma época y con más nombre y presencia internacional que él. El binomio comparativo Shakespeare-Calderón, ya establecido anteriormente por August W. Schlegel, y, por extensión, de la relación, Inglaterra-España, es quizás al que Valera alude con más frecuencia. Analiza a partir de su labor de intelectual las causas de la decadencia española y, entre ellas, destaca el tremendo daño que la Inquisición y el fanatismo religioso asociado a ella le han producido tanto a la imagen internacional de España como a la aceleración interna de su decadencia. De este modo, llega a decir que Shakespeare y, la nación que representa, son reconocidos y alabados internacionalmente, entre otras razones, porque su imagen se asocia a la de un imperio en auge, y no en decadencia: ¿Cómo, por ejemplo, llamaría nadie gloriosa a la triste revolución inglesa de 1688 si el Imperio británico no hubiera llegado después a tanto auge? Shakespeare, cuyo extraordinario mérito no niego, a pesar de sus extravagancias y monstruosidades, ¿sería tan famoso, se pondría casi al lado de Homero o de Dante, si en vez de ser inglés fuese polaco, o rumano, o sueco? Por el contrario, cuando un pueblo está decaído y abatido, sus artes, su literatura, sus trabajos científicos, su filosofía, todo se estima en muchísimo menos de su valor real466.

Para Valera, la idea de nación también está compuesta de un binomio de carácter nacional e internacional debido a que, en su opinión, por un lado, cada nación se forma una idea concreta de sí misma y, por el otro, los otros pueblos también influyen en la elaboración de una imagen concreta para cada nación. La combinación de los dos aspectos contribuye al levantamiento o caída no solo de la construcción abstracta de la nación, sino también de cualquiera de las manifestaciones culturales y/o políticas relacionadas con ella. Por ello, Valera culpa tanto a propios como a ajenos de la producción y divulgación de la imagen decadente de España y con ello retoma el discurso intelectual elaborado a conciencia a lo largo del siglo XVIII y parte del XIX del que se desprende una imagen negativa tanto de la idea de España como de sus glorias culturales y nacionales, entre las que se encuentra Calderón467. En relación a este último, Oleza ha destacado 466 467

Valera, 1958, p. 755. Valera, 1958, p. 762.

CAPÍTULO CUARTO

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que Valera reprocha también a la crítica neoclasicista el «haber sido unilateral con Calderón, no sabiendo ver de su obra más que los aspectos negativos»468. En su discurso «Del influjo de la Inquisición y del fanatismo religioso en la decadencia de la literatura española», que pronuncia en mayo de 1876, culpa a los propios españoles de haber llegado históricamente «con humildad lastimosa, a menospreciar lo propio, exagerando nuestras faltas y olvidando o no reconociendo nuestros aciertos», y uno grande, en su opinión, es Calderón y su literatura. Con esta crítica, se propone llegar a los pensadores de ideología liberal para hacerlos sentir culpables, desde el corazón de su partido, de la situación de decadencia de España al haber «desdeñado nuestra literatura, tildándola de bárbara» y encomiando «los resabios de la perversión que dio al traste con ella». A tal descuido y postración, achaca el no tener hasta «el año 1829 en castellano una mediana historia de nuestra literatura»469. En otras palabras, reconoce también la culpabilidad de su propio partido por considerar que ha forzado la creación, entre otros aspectos, de esa visión negativa que se tiene de España en el extranjero con la que se nos imputan «mil maldades y encubren no pocas excelencias y glorias»470. Con su comentario, trata que los de su mismo grupo rectifiquen sobre algunos de los planteamientos que formularon antes sobre la época calderoniana a la que se refiere de la siguiente manera: las cosas, sin embargo, de aquel período histórico se saben, por lo general, muy a bulto; y, por otra parte, el espíritu de partido que ha tomado dicho período por campo de batalla para discutir sobre cuestiones que, valiéndonos de un término muy en moda en el día, son las más palpitantes, nos puede cegar con su pasión y extraviarnos a todos, llevándonos, por extremos opuestos, a mucha distancia de la verdad471.

En la cita arriba transcrita se observa el intento de Valera por defender la idea de que no solo el desprecio que los suyos han expresado hacia la época a la que pertenece Calderón, sino también el 468

Oleza, 2003, p. 404. Valera, 1958, p. 1131. 470 Valera, 1958, pp. 1131-1132. 471 Valera, 1958, pp. 1134. 469

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exceso de alabanza que han levantado los contrarios, como la causa principal de la proyección desde dentro del país de la imagen que la esfera internacional se ha formado de España. De hecho, como consecuencia de esta división tan partidista, siguen sin conocerse las verdaderas causas de la decadencia española, así como la esencia y características de la época calderoniana y de su literatura, a las que nunca se ha analizado a partir de planteamientos objetivos y profundos. Curiosamente, de esta época se ha estudiado más «la forma que el fondo», razón por la cual «la sustancia de la cultura española y el desenvolvimiento intelectual de nuestro espíritu están poco estudiados»472. Por ello, volviendo a la idea de la decadencia española que se precipita tras la época calderoniana, señala que: «nos queda por demostrar si aquellas instituciones, aquellas ideas y aquellas costumbres fueron la causa de la grandeza, o si, por el contrario, la grandeza nació de otras causas, y las instituciones, ideas y costumbres lo que trajeron consigo fue la corrupción y la rápida decadencia. Este es verdaderamente el punto controvertible»473. Valera se propone desentrañar la esencia de tal situación a partir de un análisis más justo de la literatura de esa época y de la obra calderoniana. Para él, una de las causas de la decadencia fue el exceso de religión, y no la religión en sí misma. De hecho, el exceso de religión fue para él «una epidemia que infeccionó a la mayoría de la nación o a la parte más briosa y fuerte. Fue una fiebre de orgullo, un delirio de soberbia que la prosperidad hizo brotar en los ánimos al triunfar después de ocho siglos en la lucha contra los infieles»474. La crítica le permite elaborar una nueva estrategia para reconsiderar el papel del pilar fundamental de la obra identitaria nacional en que cree la derecha española. Ahora bien, ¿cuál es el programa que Valera propone para sacar a España de su estado de decadencia? Valera no busca renegar de la religión ni de las glorias literarias pasadas —algo que sí hicieron ‘algunos’ pensadores de su misma ideología en el pasado— por motivos eminentemente políticos, sino adoptarlas sin temor para que se nutran y robustezcan a partir de las ideas del presente, «sin perder su esencia inmortal y su propio carácter»475. Al mismo tiempo llega a reconocer en su «Discurso 472

Valera, 1958, p. 1133. Valera, 1958, p. 1136. 474 Valera, 1958, p. 1134. 475 Valera, 1958, p. 1139. 473

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acerca del drama religioso español, antes y después de Lope de Vega» que en sus días es imposible referirse a la religión sin tocar el tema de lo político como referirse a la literatura sin hacer referencia a la política y la religión: «la política se mezcla tanto con la religión, que no hay asunto alguno científico, artístico o literario en el cual no se haga intervenir más de lo justo la religión y la política»476. Para él, forma parte de la realidad cotidiana de su época la múltiple aparición de «discusiones inútiles, llenas de acritud y de inconcebible intolerancia»477 en torno a estos temas. El principal problema para él está relacionado con Calderón y los dramaturgos y figuras literarias de su época. Valera indica que es imposible efectuar un análisis ‘objetivo’ sobre ninguno de ellos sin caer en el partidismo político.Y da un ejemplo para entenderlo: «ahora es también incompatible o punto menos que incompatible con el catolicismo, el no pasmarse y encantarse de los Autos sacramentales —de los que Calderón es maestro indiscutible—, de los Misterios y de las comedias de falsos milagros y de vida de santos, por indecorosas y desatinadas que sean», porque uno es «tenido por ateo, volteriano, racionalista o protestante»478. Lo que Valera se propone es demostrar que «puede cualquiera tener por absurdos, ridículos y hasta bárbaros muchos de esos dramas, sin dejar de ser muy buen católico»479, tal y como lo fueron muchos de los intelectuales ilustrados atacados por la derecha española a lo largo del XVIII por su aparente, aunque no probado, ateísmo. Valera reclama que la exclusión del partidismo político en la formulación y apreciación crítica de los dramas religiosos del siglo XVII es la única manera de llegar a entenderlos. En su opinión, esta crítica no daña en absoluto la fama y gloria alcanzadas por los poetas sublimes —entre los que destaca Calderón— que escribieron estos dramas y que lo único que pretendían era pintar las costumbres de la sociedad española del siglo XVII. Consecuentemente, si nuestros autores presentan en sus comedias espirituales las «indecencias más groseras, pintadas con la mayor crudeza de colorido, justificándolo con que en el desenlace triunfe la fe y los pecadores se arrepientan y se salven» es quizás porque, en ese momento, la sociedad española era y se com476

Valera, 1958, p. 1141. Valera, 1958, p. 327. 478 Valera, 1958, p. 327. 479 Valera, 1958, pp. 327-328. 477

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LA RECEPCIÓN DE CALDERÓN EN EL SIGLO XIX

portaba de ese modo. En otras palabras, la sociedad española estaba profundamente corrompida y fanatizada, dos caracteres que «pasaron también unidos a las representaciones teatrales»480 y que, por extensión, se encuentran en los dramas calderonianos. Por ello, al analizar estos dramas,Valera destaca la presencia de no «solo bellezas», sino también «faltas que no se notaban o que se disimulaban en otro tiempo»481, y en los autores de ese tiempo, poniendo con ello a Calderón a la altura de los otros. Ahora, esto no quiere decir que con ello se justifique lo que le critican sus enemigos en la esfera política: que no siente respeto ni admiración por Calderón, ya que reiteramos que consideraba al dramaturgo barroco uno de nuestros más sublimes poetas. A pesar de ello, se entiende que su posición en relación a Calderón es un ataque a la religión católica, uno de los pilares básicos y constitutivos de la identidad nacional española. Ello provoca cierta reacción crítica que intenta, no la simple apropiación de la figura de Calderón y su época, tal y como se venía haciendo hasta ahora, sino también la formulación de la exclusividad de la derecha a apropiarse de la elaboración crítica de la obra y época calderonianas. Esta es la nueva piedra de toque que se proponen pensadores de la talla de Menéndez Pelayo, el representante por excelencia de la derecha española de finales del XIX y una de las figuras más destacadas de una de las épocas más decisivas para la formación de la identidad nacional española, el cual, gracias a su labor intelectual, consigue que la identificación entre Calderón y el conservadurismo político termine siendo más estrecha que nunca. Menéndez Pelayo parece estar también interesado en la elaboración crítica de la obra calderoniana, aunque demostrara, de entrada, una pasión y admiración más fuertes por la obra de Lope de Vega. En su opinión, el pertenecer a la derecha le daba mayor autoridad para hablar de Calderón que a los representantes del otro grupo ideológico. Lo curioso es que a pesar de sus diferencias en el tema calderoniano —lo que equivale a decir políticamente—, Clocchiatti nos recuerda que tanto Menéndez Pelayo como Valera y Clarín mantuvieron una cierta amistad basada en el intercambio de impresiones y en la muestra de cordiales relaciones al margen de «las diferencias ideológicas que les separaban en varios aspectos»482. 480

Valera, 1958, p. 330. Valera, 1958, pp. 332-333. 482 Clocchiatti, 1950, p. 328. 481

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Además los planteamientos de Menéndez Pelayo en torno a la figura de Calderón evolucionan desde el desprecio inicial por el estilo barroco que caracteriza el lenguaje calderoniano hasta la admiración más severa de su figura y obra, una vez aceptada la connotación política que de ella se desprende. Quizás por esta razón, ya al final de su vida, en el prólogo a la obra Del siglo de oro de su discípula Blanca de los Ríos rectifica parte de sus planteamientos iniciales sobre el desprecio que siente hacia el estilo calderoniano diciendo que «el verdadero libro sobre Calderón no lo he escrito todavía»483. Tal evolución del pensamiento de Menéndez Pelayo se inscribe dentro de la línea ideológico-política que ha participado en la elaboración de una imagen ficticia calderoniana a lo largo de los siglos XVIII y XIX, y que tanto daño ha hecho a la obtención de una verdadera y objetiva interpretación crítica de su obra. Tal hecho es corroborado a través del presente análisis e interpretación crítica de los escritos y discursos literarios de Menéndez Pelayo caracterizados por un fuerte contenido político. En todos ellos, proyectos literarios, discursos y tratados políticos, se observa un esfuerzo común por alcanzar mediante la apropiación de Calderón aquello que Wulff define como «la identificación de España con el catolicismo, la reivindicación de la política imperial de los Austrias [...], la execración de todo lo que no identificara a España con el catolicismo como extranjero y antiespañol, la exaltación de las glorias patrias»484. Sin duda, Menéndez Pelayo, cuya visión de la identidad nacional española seguía genealógicamente vinculada a la de los sectores conservadores dieciochescos, consigue, mediante sus numerosos escritos y apariciones públicas, que el dramaturgo español quedara definitivamente convertido en el icono y símbolo característico del mito nacional católico y monárquico, entendido como una de las dos versiones de la identidad nacional española que corren en paralelo. En otras palabras, Calderón es también para Menéndez Pelayo uno de los elementos clave de la memoria individual fácilmente identificable con la memoria colectiva que trata de elaborar de manera concienzuda. En otras palabras, Menéndez Pelayo se apropia también de la figura de Calderón con el objetivo de representar una imagen concreta de nación en la

483 484

De los Ríos, 1910, pp. 54-55. Wulff, 2003, p. 148.

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que el catolicismo desempeña un papel fundamental. En su obra se perfilan así las raíces de la lectura calderoniana efectuada por Erauso y Zabaleta en el año de 1750, pasando por la realizada tanto en 1763 por Romea y Tapia como en 1764 por Nipho, entre otros. Wulff ha recalcado la importancia de la enorme labor intelectual realizada por el pensador santanderino485. Álvarez Junco lo considera también un «astro refulgente en el cielo del pensamiento católico español»486, es decir el intelectual más influyente y complejo, más aclamado y criticado a lo largo de la historia de la España contemporánea por defender y aunar, según comentario de Wulff, «desde posiciones católicas ultraortodoxas las dos cruciales cuestiones del carácter español»487. También Santoveña-Setién ha señalado que Menéndez Pelayo contribuyó esencialmente a la elaboración de «una visión del pasado español significada por la intransigencia y por una identificación entre catolicismo y nacionalidad»488. Hoy podemos afirmar que la finalidad de la mayor parte de la compleja obra intelectual desarrollada por Menéndez Pelayo, tanto en literatura como en política, fue la lucha por alcanzar la identificación de España y de los españoles con el catolicismo y el monarquismo reaccionario (idealmente identificado en la casa de Austria). Por esta razón, la aportación ideológico-política de su obra puede considerarse como un paso fundamental en el proceso destinado a la configuración del modelo conservador de identidad nacional española, es decir, del proceso destinado a la creación y definición de lo que las derechas consideran los principales atributos del carácter español. En relación a este aspecto, Pérez-Embid defiende la idea de que: [...] la conciencia española no es inteligible sin él. Sabemos que —sea cualquiera la estructura y la amplitud de las unidades políticas del futuro— nosotros y quienes vengan detrás no podremos prescindir de Menéndez Pelayo, siempre que queramos entender concretamente qué cosa es lo que decimos cuando decimos España489.

485

Wulff, 2003, p. 417. Álvarez Junco, 2001, p. 455. 487 Wulff, 2003, p. 417. 488 Santoveña-Setién, 1994, pp. 245-246. 489 Pérez Embid, 1956, p. 394 486

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Antes de comenzar con el análisis de aquellos momentos en que la aportación político-ideológica de Menéndez Pelayo fue esencial para la formación de las nociones conservadoras de identidad y espíritu nacional español, se deben conocer y valorar en su justa medida las características esenciales y definidoras de su personalidad porque a través de ellas se vislumbran los valores de todos aquellos que comparten su ideología política. Se puede afirmar que los tres perfiles característicos de su figura fueron, en palabras de Vigón, «su catolicismo, su amor a la Patria y su fe monárquica»490. No obstante, de todos sus rasgos definidores (catolicismo, monarquismo, españolismo) ninguno llama tanto la atención como su condición de católico. El mismo Menéndez Pelayo se vanagloriaba de su fervoroso catolicismo y así lo declaró en varias de sus intervenciones públicas. En una proclamación de fe afirmó que el dogma católico «constituía la esencia de su ser y de su modo de entender la existencia» al tiempo que se declaraba «católico no nuevo ni viejo sino católico a machamartillo [...] católico, apostólico, romano, sin matizaciones ni subterfugios, sin hacer concesión alguna a la impiedad ni a la heterodoxia [...] ni rehuir ninguna de las lógicas consecuencias de la fe que profeso»491. Menéndez Pelayo ratificó estas declaraciones tan contundentes poco tiempo después en el «Discurso preliminar» a la Historia de los heterodoxos españoles, redactado en 1877, en el que no solo volvió a dejar constancia de sus católicos principios, sino que también puso de manifiesto que constituían «el soporte doctrinal a partir del cual iba a desplegar su labor en el terreno historiográfico»492. Álvarez Junco menciona de manera acertada que, en esa obra, los heterodoxos o enemigos españoles eran representados y definidos como miembros de «la raza española, desde el punto de vista del nacimiento y la sangre, pero la idea de raza incluía también una manera de ser y pensar que le era propia y en la que figuraba de manera inexcusable una religión en este caso, el catolicismo. Los heterodoxos, hijos de sangre española pero no católicos, constituían una especie aberrante, antinatural»493. En realidad, en su Historia de los heterodoxos españoles, consigue articular todo un esquema men-

490

Vigón, 1956, p. 468. Menéndez Pelayo, 1953, pp. 200-201. 492 Menéndez Pelayo, 1948, p. 55. 493 Álvarez Junco, 2001, p. 457. 491

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tal que sirve para marginar de lo español a sus adversarios ideológicos, así transformados en enemigos. Expresa declaraciones aun más espectaculares sobre el mismo tema en su famoso discurso conocido como Brindis del Retiro, que pronuncia en mayo de 1881 con motivo de la celebración del segundo centenario de la muerte de Calderón y en el que, aun sabiendo que sus palabras causarían un gran revuelo en el ambiente político e intelectual de aquellos días, brinda por los elementos característicos de la España tradicional y sobre todo por la fe católica, razón esencial de su existencia. En resumen, las intervenciones que Menéndez Pelayo realiza a lo largo de su vida revelan que el catolicismo constituye una característica permanente en su persona, llegando incluso a considerarlo la forma más genuina de lo español, el idílico modelo de vida a seguir, la clave de bóveda y la grandeza de la esencia de la nación española. Sin duda, para Menéndez Pelayo, la nación española debía su existencia al fuerte efecto unificador ejercido por el catolicismo. Con su labor intelectual confiaba contribuir en la medida de lo posible a reforzar y consolidar la posición de la iglesia católica como baluarte último frente al avance de un fermento de corte revolucionario que busca destruir todos los elementos configuradores de la tradición cristiana. La base de sus inclinaciones religiosas se encuentra en las ideas que le transmiten dos de sus principales mentores ideológicos, Gumersindo Laverde y Manuel Milá y Fontanals. Al referirse a ambos,Varela justifica tanto el catolicismo de Laverde a quien identifica como «un católico intransigente para el que cada pueblo, cada raza tenía su espíritu propio»494, como el de Milá y Fontanals, de quien llega a decir que tenía una «visión providencialista de la historia, dado que, para él, la mejor sociedad era la dirigida enteramente por la iglesia, es decir, la sociedad dominada por una situación de teocracia»495. En definitiva, ambos intelectuales abren el cauce con el que Menéndez Pelayo desarrollará en el futuro su acción doctrinal sobre la vida de España. En su obra Historia de España, Menéndez Pelayo muestra la gran simpatía que siente por el grupo conservador alegando que: «al partido conservador no pueden negarse, sin injusticia notoria, buenos propósitos, mejoras positivas y, sobre todo, generosos arranques y grandes

494 495

Varela, 1999, p. 28. Varela, 1999, p. 32.

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servicios a la defensa social en momentos críticos y solemnes en que el árbol de la vieja Europa amagaba troncharse»496. A los del bando contrario les dirige el siguiente comentario: Aunque no sean muchos los librepensadores españoles, bien puede afirmarse de ellos que son de la peor casta de impíos que se conocen en el mundo, porque el español que ha dejado de ser católico es incapaz de creer en cosa ninguna, como no sea en la omnipotencia de un cierto sentido común y práctico, las más veces burdo, egoísta y groserísimo497.

La misma inclinación favorable hacia el bando conservador aparece en su forma de entender uno de los enfrentamientos más trascendentes del siglo XIX, la guerra de la independencia, a la que hace referencia en varias ocasiones. La preocupación por el tema de España le llevó a buscar los motivos profundos del drama español del siglo XIX que para él básicamente se resumían en uno: la destrucción y olvido de la auténtica conciencia nacional española498. Es decir, temía que la destrucción producida fundamentalmente por el avance de las ideas progresistas de todo tipo —que para él eran sinónimo de ideas revolucionarias— pusiera fin «al fuerte componente católico de la sociedad española y al protagonismo que en la misma tenía la Iglesia»499. En otras palabras, para Menéndez Pelayo «la unidad católica era la construcción [...] sobre la cual debía apoyarse nuestra conciencia nacional unitaria»500. Tal aspecto justifica su continua obsesión por buscar «lo esencial hispánico, las claves profundas del vivir histórico de los españoles»501 en el pasado. Su labor comienza por afirmar que la nación española debe por completo su existencia al efecto unificador ejercido por el catolicismo durante el siglo XVI, el momento en que la sociedad estuvo impregnada del mayor fervor religioso. Esta revalorización del periodo correspondiente al siglo XVI debe entenderse como una modificación paradójica del programa político que la ideología conservadora había iniciado en el siglo XVIII y continuado en el XIX para

496 497 498 499 500 501

Menéndez Pelayo, 1950, p. 307. Menéndez Pelayo, 1950, p. 341. Fernández-Barros, 1984, p. 41. Santoveña-Setién, 1994, p. 152. Pérez-Embid, 1956, pp. 398-399. Fernández-Barros, 1984, p. 29.

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configurar y definir lo que a ellos les interesaba que fueran las señas de identidad de España. En realidad, Menéndez Pelayo se aproximó involuntariamente —y se distanció al poner el acento en la ortodoxia católica de esa época, hilo que le permitía unirla a la de Calderón— al rescate que los ilustrados y neoclásicos habían llevado a cabo de la cultura del siglo XVI, convertido por ellos en el Siglo de Oro por antonomasia502. La justificación de la necesidad de revalorizar el siglo XVI español la proporciona Menéndez Pelayo en la segunda de las ocho conferencias, «El hombre, la Época y el Arte», que impartió en 1881 en el círculo de la Unión Católica de Madrid con motivo de la conmemoración del segundo centenario de la muerte de Calderón. El contenido de tal conferencia mereció el elogio del cardenal arzobispo de Toledo, quien en una carta dirigida personalmente a Menéndez Pelayo le felicita por lo siguiente: «Como Presidente general de la Junta Directiva de la Unión Católica tengo el gusto de felicitar a Vd. en su nombre y en el mío propio, por las elocuentes y eruditísimas disertaciones que se ha servido hacer sobre el genio, arte y filosofía del Teatro de Calderón (...) en nuestro Círculo Católico»503. En esta conferencia que ocupa el lugar de número dos por orden de impartición, el santanderino indica que: el carácter que desde luego salta a la vista en aquella sociedad española del siglo xvi, continuada en el siglo XVII... la nota fundamental y característica es el fervor religioso que se sobrepone al sentimiento del honor, al sentimiento monárquico y a todos los que impropiamente se han tenido por fundamentales y primeros. Ante todo, la España del siglo xvi es un pueblo católico504.

Para Menéndez Pelayo, el aspecto más importante desarrollado a lo largo del siglo XVI era la producción de «una identificación plena entre la nacionalidad y religión»505. Es decir, la identificación se había producido entre una monarquía caracterizada por la moderación y el catolicismo ortodoxo (contrarreformista, olvidando la ebullición religiosa que representaron las variantes erasmistas e incluso algunos de los 502 503 504 505

Rozas, 1984, p. 414, Pérez Magallón, 1991, pp. 252-261. Menéndez Pelayo, 1910, p. 24. Menéndez Pelayo, 1910, p. 58. Santoveña-Setién, 1994, p. 174.

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misticismos de la época). Estos dos aspectos, moderación y catolicismo, que habían permitido que en el pasado existiera la plena identificación entre la nacionalidad y su personal concepción de la religión, eran los que él tanto anhelaba recuperar o mantener para la España de su tiempo. Wardropper ha evaluado la significación de la figura de Calderón en el conjunto de tales conferencias que se publicaron en el mismo año de 1881 bajo el título de Calderón y su teatro. En relación a ellas menciona, por un lado, que en relación al dramaturgo barroco contienen «more criticism than historical erudition» y a la larga causaron a Menéndez Pelayo «more anguished soul-searching than any other he wrote»506, por otro lado, que la segunda edición, «which appeared thirty years later in 1911, carried the same text as the first, together with a few footnotes which pretend to rectify errors of judgment in what the author himself referred to as “estas juveniles improvisadas conferencias”»507, presenta un tono más cordial en relación a Calderón. Del contenido de las conferencias puede extraerse la idea de que a Menéndez Pelayo, desde un principio, «la dramaturgia calderoniana no le mereció gran crédito»508. Ya en 1910, en el prólogo a la obra que su discípula, Blanca de los Ríos, escribió sobre el Siglo de Oro, Menéndez Pelayo «se arrepiente no de sus primeras opiniones sobre Calderón, sino de la acritud con la que fueron expuestas»509. Las palabras con las que De los Ríos condensa el arrepentimiento de su maestro son las siguientes: disputar a Calderón su puesto en la cumbre de nuestra dramaturgia sería un atentado de leso arte y de lesa patria.Y aquí contesto a algunas objeciones de la crítica. Una cosa es decir que Calderón “en lo intrínsecamente dramático” procedió de Tirso, a quien imitó constantemente, y que en su época y en su arte coincidió con el barroquismo —que en arquitectura como en dramática era el triunfo de las formas ficticias sobras las estructurales, de la frondosísima pompa verbal sobre los caracteres—, y otra cosa muy distinta intentar rebajar ni en un ápice la inmensa gloria de Calderón, que es toda gloria nuestra [...] cuya obra, sino es transcripción viviente de la realidad de la España de su tiempo, es transfiguración poética del carácter étnico y del ideal de raza510. 506

Wardropper, 1983, p. 366. Wardropper, 1983, p. 366. 508 Navas Ocaña, 2000, p. 499. 509 Navas Ocaña, 2000, p. 499. 510 De los Ríos, 1910, pp. 54-55. 507

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Tal y como aclara De los Ríos, Menéndez Pelayo no necesita arrepentirse de las opiniones que formula a la hora de referirse al estilo de Calderón, que para él es sinónimo de los estilos culteranista y conceptista que tanto repudiaba y a los que, en palabras de Navas Ocaña, consideraba «vicio de la forma y vicio del contenido»511. De lo que en verdad se arrepiente es del hecho de que su apreciación y respeto por la significación ideológica y simbólica que para él se desprende tanto del dramaturgo barroco como de toda su época no haya sido transmitida correctamente. En relación a la opinión que tiene del estilo característico del barroco, Cofiño Fernández apunta que sus «opiniones se inscriben dentro de la tendencia iniciada por la crítica ilustrada, cuya defensa de los valores clasicistas era incompatible con la exaltación barroca a la libertad de creación»512, y esto no trata de corregirlo en ningún momento, sino todo lo contrario. Lo único que Menéndez Pelayo no acepta de Calderón es «the most frequent charge he levels at Calderon is that his writing is in bad taste»513. No obstante, no mucho después, Menéndez Pelayo llega a rectificar su conducta y palabras precisando lo siguiente: no puedo menos de condenar en mí, como en otro cualquiera condenaría la petulancia juvenil de aquellas páginas, que pueden tener excusa pero no servir de modelo a nadie. Con frecuencia las veo citadas en obras extranjeras, como si fuesen expresión cabal adecuada de mi pensamiento, y esto me duele sobremanera, porque el verdadero libro sobre calderón no lo he escrito todavía514.

Si comparamos lo establecido hasta el momento sobre Menéndez Pelayo con los aspectos clave de la ideología conservadora, es posible establecer una estrecha relación entre ambos. En este sentido, se puede afirmar que Menéndez Pelayo continuó la versión católico-monárquica que la ideología conservadora había desarrollado en un intento por vincular de manera definitiva la identidad nacional española (el ser histórico de España) con el catolicismo y el monarquismo típicamente habsburgués.Además, no solo recurrió al Siglo de Oro —es decir, al siglo XVI— para continuar su obra, sino que también re511

Navas Ocaña, 2000, p. 49. Cofiño Fernández, 2001, p. 153. 513 Warddroper, 1983, p. 367. 514 De los Ríos, 1910, p. 365. 512

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cuperó la imagen artificial de Calderón manipulada a lo largo del siglo anterior.Warddroper nos recuerda que la manera en que Menéndez Pelayo percibe a Calderón está formada precisamente de «bites and pieces, identificable by instantly recognizable labels»515 que proceden del discurso intelectual mantenido por otros intelectuales en el pasado. De la misma manera que ellos, Menéndez Pelayo volvió a defender a Calderón por representar el genuino compendio de las señas principales de la identidad nacional española, es decir, «la expresión viva de los valores españoles»516. Ahora bien, si, por un lado, siguió haciendo uso del manipulado mito de Calderón con los mismos intereses y con la misma simbología que cualquier otro intelectual de su misma ideología política antes que él, por el otro, llevó a cabo una apropiación de la figura e imagen del dramaturgo español (y de toda su época) con más fuerza y autoridad que nunca. Se dedica a vanagloriar «la idiosincrasia española»517 tal y como la entendía el bando conservador. De ahí procede tanto su empeño por identificar al dramaturgo con la imagen misma del catolicismo al mencionar que «Calderón es el poeta católico por excelencia»518 como su deseo por equiparar la figura calderoniana con la idea de grandeza simbólica que poseen los iconos culturales: Calderón [...] ha realzado, ha idealizado y ha transfigurado todo lo que le pareció grande, noble y generoso en la sociedad de su tiempo. Esta es su mayor grandeza. De aquí que llegara a convertirse en símbolo de raza, y que su nombre vaya unido siempre al de España; de aquí que se le considere en todas partes como nuestro poeta nacional por excelencia.Y cuando se busque un autor que cifre, compendie y resuma en sí todas las grandezas intelectuales y poéticas de nuestra edad de oro, se fijan sin querer los ojos y nombran los labios a Don Pedro Calderón de la Barca [...] Calderón es la España antigua [...] con el orgullo nacional no vencido ni amilanado por las derrotas; con el sentimiento religioso, con el sentimiento monárquico, con el sentimiento de la justicia y de la libertad patriarcales; en suma: con todo el prestigio de la tradición, decadente pero no adulterada. Éste es el valor de Calderón dentro de la cultura española519. 515

Warddroper, 1983, p. 366. Álvarez Junco, 2001, p. 447. 517 Barón, 1994, p. 56. 518 Menéndez Pelayo, 1910, pp. 306-307. 519 Menéndez Pelayo, 1910, pp. 313-316. 516

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Al inscribir lateralmente en ese adjetivo ‘decadente’ el rechazo que un ‘clasicista’ y romántico como él sentía hacia las desmesuras barrocas, la asociación clave que resulta del párrafo copiado es que Calderón es España, es la raza, es la tradición. De esa manera, los sectores reaccionarios encuentran formulada sin resquicios la identificación ideológica entre conservadurismo político y dramaturgo prestigioso, con todos los elementos de carácter psicológico y afectivo que lo hacen desde ese momento icono indiscutible de la derecha española. La lectura de las alabanzas y elogios expresados por Menéndez Pelayo hacia la figura de Calderón demuestran la estrecha relación entre tales elogios y todos aquellos que ya otros personajes de su misma ideología habían dedicado al mismo dramaturgo para sentar los valores constitutivos de la identidad nacional española. Por lo tanto, al igual que otros intelectuales antes que él, Menéndez Pelayo elogió y exaltó la figura del dramaturgo del Siglo de Oro utilizando una simbología y una retórica que tenían como objetivo la apropiación exclusiva y excluyente de Calderón para el conservadurismo político y cultural. La ocasión en que Menéndez Pelayo pronunció el nombre de Calderón con más fuerza y contenido político que nunca tuvo lugar durante la promulgación de su famoso discurso conocido como Brindis del Retiro, en mayo de 1881, durante la celebración del segundo centenario de la muerte de Calderón. Por aquel entonces, militaba en los cuadros de la Unión Católica, el partido de los neocatólicos, grupo de la extrema derecha conservadora que había sido fundado para defender y exaltar el catolicismo disfrazado bajo el término ‘España’, en el que por afinidad de intereses se encontraba a sus anchas. Al homenaje, al que acudieron numerosos catedráticos y universitarios, paradójicamente había sido organizado por el partido liberal no para honrar a Calderón, sino para exponer los problemas y el retroceso propios de su época y compararlos con la situación vivida en el presente. El grupo liberal, tal y como se ha visto con Valera, aceptaba al dramaturgo por pertenecer a la gloria del pasado, pero al mismo tiempo exigía que se depurase del contenido católico que lo ligaba a la Inquisición. Esto era algo intolerable para quienes identificaban la religión con España —Unión Católica y Menéndez Pelayo— y provocó que la nobleza, la iglesia y las órdenes militares no apoyaran el homenaje. Los errores de la historia se repiten al descubrir que la celebración, que, en principio, había sido concebida para exaltar a la nación española en sus hechos y

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glorias literarias, pasase a ser motivo de discusión y enfrentamiento entre las ideas defendidas por los diferentes grupos políticos, negándose unos a otros la condición de españoles520. A pesar de todos los altercados mencionados, todo se desarrolló con la normalidad prevista e incluso los actos conmemorativos finalizaron con un banquete que había sido preparado en la ‘Fonda Persa’ del Retiro. En realidad, el enfrentamiento abierto surgió casi al final del banquete y, en concreto, en el momento en que diversos asistentes y organizadores (liberales) pronunciaron breves discursos con motivo de la solemnidad que les había reunido en el acto conmemorativo. Estos fueron los momentos más conflictivos, ya que bajo ningún concepto trataron de «disimular sus ideas anticatólicas en un homenaje dedicado a a honrar al más católico teólogo de los dramaturgos españoles»521. Sin duda, para Menéndez Pelayo fue clara y patente la contradicción y prejuicio de que, al ser Calderón «la expresión íntima de los ideales de la contrarreforma española no podía ser admirado por los liberales españoles». En definitiva, por considerar el homenaje a Calderón como algo «demasiado pagano, festivo y estatal» 522 . Menéndez Pelayo, que en aquel momento con solo veintidós años y ya consagrado como catedrático, académico y conocido por su acérrima defensa de la tradición católica española, alzó su copa para brindar por la España tradicional y, con ella, por la razón esencial de su ser. Con el discurso pronunciado efectuó su primera intervención de resonancia política a la vez que se ganó gran popularidad y simpatía entre todos los católicos reaccionarios españoles. Francamente, no era para menos después del gran partidismo que su discurso contenía en favor del grupo conservador al implicar en su totalidad, en palabras de Fernández-Barros, «la vuelta al tradicional pensamiento español [...] frente a las tendencias ‘europeizadoras’ y ‘progresistas’»523 también presentes en la celebración del centenario. A continuación, se incluye un extracto del discurso promulgado por Menéndez Pelayo: Yo no pensaba hablar; pero las alusiones que me han dirigido los señores que han hablado antes, me obligan a tomar la palabra. Brindo por 520

Fernández Barros, 1984, p. 30. Varela, 1999, p. 45. 522 Cossío, 1942, p. 81. 523 Fernández-Barros, 1984, p. 38. 521

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lo que nadie ha brindado hasta ahora: por las grandes ideas que fueron alma e inspiración de los poemas calderonianos. En primer lugar, por la fe católica, apostólica, romana [...]. Por la fe católica, que es el substratum, la esencia y lo más grande y lo más hermoso de nuestra teología, de nuestra filosofía, de nuestra literatura y de nuestro arte. Brindo, en segundo lugar, por la antigua y tradicional monarquía española, cristiana en la esencia y democrática en la forma, que durante todo el siglo XVI vivió de un modo cenobítico y austero; y brindo por la casa de Austria, que con ser de origen extranjero y tener intereses y tendencias contrarios a los nuestros, se convirtió en portaestandarte de la Iglesia, en gonfaloniera de la Santa Sede durante toda aquella centuria. Brindo por la nación española, amazona de la raza latina, la cual fue escudo y valladar firmísimo contra la barbarie germánica y el espíritu de disgregación y de herejía que separó de nosotros a las razas septentrionales. Brindo por el municipio español, hijo glorioso del municipio romano y expresión de la verdadera y legítima y sacrosanta libertad española, que Calderón sublimó hasta las alturas del arte en El alcalde de Zalamea, y que Alejandro Herculano ha inmortalizado en la Historia. En suma: brindo por todas las ideas, por todos los sentimientos que Calderón ha traído al arte; sentimientos e ideas que son los nuestros, que aceptamos por propios, con los cuales nos enorgullecemos y vanagloriamos nosotros, los que sentimos y pensamos como él, los únicos que con razón y justicia, y derecho, podemos enaltecer su memoria, la memoria del poeta español y católico por excelencia; el poeta de todas las intolerancias e intransigencias católicas; el poeta teólogo; el poeta inquisitorial, a quien nosotros aplaudimos, y festejamos, y bendecimos, y a quien de ninguna suerte pueden contar por suyo los partidos más o menos liberales, que en nombre de la unidad centralista, a la francesa, han ahogado y destruido la antigua libertad municipal y foral de la Península, asesinada primero por la casa Borbón y luego por los Gobiernos revolucionarios de este siglo. Y digo y declaro firmemente que no me adhiero al centenario en lo que tiene de fiesta semipagana, informada por principios que aborrezco y que poco habían de agradar a tan cristiano poeta como Calderón, si levantase la cabeza...524.

La promulgación de un discurso así en un simple acto conmemorativo ejemplifica con creces que la conciencia nacional escindida a lo 524

Menéndez Pelayo, 1941, p. 83.

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largo de la historia de España, el enfrentamiento abierto e interminable entre el pensamiento de corte conservador tradicional y el de índole liberal, todavía no ha terminado. De hecho, quizás el problema principal se encuentra en que el acto conmemorativo estaba dedicado a honrar la figura de Calderón, la cual, como sabemos, había ocupado el centro de las disputas mantenidas históricamente entre los dos bandos. Sin duda, los conservadores no soportaron la idea de perder el control y la posesión de una gloria nacional como Calderón, a quien ellos ya consideraban como algo ‘suyo’. En realidad, no solo temían por Calderón, sino también por el mantenimiento y predominancia de los tres elementos esenciales y prioritarios que, a lo largo de la historia, les habían servido para defender y abogar por una idea tradicional de España: catolicismo, monarquismo y españolismo, que ahora, Menéndez Pelayo trató de recuperar, defender y exaltar en su discurso por encima de aquellos que habían intentado menoscabarlos. En primer lugar, el catolicismo era considerado la base y soporte a partir del cual tanto él como otros destacados intelectuales del partido conservador habían intentado desplegar una ardua labor en el terreno ideológico. La preocupación por la unidad católica era el verdadero motor de su actitud en la vida española debido a que, por un lado, era el elemento que verdaderamente definía nuestra personalidad colectiva como pueblo, como nación y, por otro lado, era el que siempre había dado verdadero sentido a nuestra historia. La expresión en su Brindis de un fuerte catolicismo ligado a la figura y obra de Calderón despertó la aparición de múltiples comentarios favorables tanto a nivel nacional como internacional. Uno de origen foráneo es el formulado por el francés A. Lepitre, el cual en una carta, enviada a Menéndez Pelayo, lo felicita de la siguiente manera: Muy señor mío: no tengo el insigne honor de conocerle personalmente, aunque desde hace mucho tiempo he podido apreciar y admirar su talento y sobre todo sus ideas profundamente católicas. Especial emoción he sentido al poder leer, en uno de nuestros diarios franceses, las palabras que Vd. pronunció dando un brindis a Calderón y, con él, a toda la España católica. Ha hecho Vd. un acto de valor al hablar así ante los representantes de la prensa europea. Ella que tiene por principio que el error vale la verdad y que los dos tienen derecho al mismo respeto y a las mismas consideraciones.

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Permítame, pues, señor, enviarle el testimonio de mi admiración y de mi gratitud por las admirables palabras que Vd. pronunció. Gracias a Dios, hay todavía en Francia muchas almas que aman a España a causa del carácter profundamente católico que ha sabido conservar en medio de las debilidades de la hora actual525.

En segundo lugar, en lo que respecta al monarquismo, lo que Menéndez Pelayo intentó fue exaltar la gran labor que la casa de Austria había ejercido para defender el catolicismo y desautorizar a la actual dinastía reinante: la de los Borbones. Nótese que en 1881 se vivieron los momentos de la Restauración borbónica, no de los Austrias, de modo que, en cierto sentido, la pronunciación de sus palabras y su aparición en la vida pública española tuvieron quizás un mayor alcance por haberse desarrollado en el momento en que aquella dinastía trataba de dar sus primeros pasos en medio de un panorama político en extremo conflictivo. Es imposible negar que el discurso de una figura tan respetada y admirada como en el caso de Menéndez Pelayo, quien desaprobó y retiró su apoyo a la nueva dinastía reinante, tuvo cierto impacto en la vida española o al menos esa era la intención de su orador. En tercer lugar, el principio del españolismo está representado en el discurso de Menéndez Pelayo a través del intento de la exaltación de la importancia de la raza latina frente a la germánica, a la que califica de bárbara. Debe señalarse que en relación a este tercer componente, Menéndez Pelayo, quizás movido por la pasión del momento, no tuvo en cuenta que Calderón, de la misma manera que Lope, había exaltado los orígenes godos, y no precisamente por su barbarie. Por eso, es posible que estas palabras no sobraran dentro de un acto destinado a homenajear a Calderón.Volviendo a la barbarie atribuida a la raza germánica, las cosas no quedaron así, puesto que poco después, el Epistolario de Menéndez Pelayo, que tan bien ha estudiado Weiss y del que ha señalado la significativa importancia de la correspondencia mantenida entre Menéndez Pelayo y el destacado hispanista y lingüista alemán Hugo Schuchardt, célebre estudioso de la obra de Calderón526 y de la literatura española del siglo XIX, confirma que el pensador español recibió 525 526

Menéndez Pelayo, 1941, pp. 385-386. Weiss, 1983, p. 290.

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varias quejas de este por el ataque que había lanzado contra los suyos. Así, en la dudosa aclaración que Menéndez Pelayo se vio obligado a hacer en una carta fechada el 21 de agosto de 1881 y dirigida al hispanista alemán en la que se defiende diciendo: en el brindis a que usted alude, yo no dije nada en pro ni en contra de la cultura alemana.Y si no, ahí está el texto del discurso, publicado en todos los periódicos católicos de España y traducido al francés por L’Univers, que quizá habrá llegado a Alemania. Mi brindis fue católico y español: ensalcé todas las grandes ideas de nuestro Siglo de Oro (la religión —la monarquía popular—, la organización municipal y descentralizadora) y; dije, para glorificar a España, que había sido brazo de guerra del catolicismo y de la Europa latina contra la barbarie germánica. Bien claro se ve que la barbarie a que aludo es la herejía de Lutero; y usted bien sabe que el nombre de barbarie aplicado a las ideas de los pueblos del norte, es una frase hecha, principalmente en Italia, y que no envuelve ninguna expresión de menosprecio, sino diferencia de razas, de historia y de inclinaciones.Yo, ¿por qué he de negarlo?, soy muy latino, pero quiero mucho a los alemanes de ahora, cuando son como Díez o como usted, y cuando hablo de la barbarie germánica del tiempo de Lutero, debe entenderse de los alemanes de entonces y no de los de ahora. Y conste de una vez para siempre, que cuando hablo de barbarie la entiendo en el sentido clásico, y no en otro ninguno. [...]. Mi indignación no es contra los alemanes, que muchas veces son Hispanis hispaniores, sino contra los malos y renegados españoles, italianos y franceses, que a todas horas abominan de las grandezas de su raza y aceptan, sin examen, cuanto viene del lado allá del Rhin, creyendo que solo por ser alemán ha de ser excelente. Contra esta necia superstición y fetiquismo he protestado siempre, y pienso luchar contra ella mientras me dure la vida.Yo creo que una raza y un pueblo deben aceptar todas las grandezas y los adelantos de otras razas y pueblos, pero sin renegar de su historia, ni de su Dios, ni de su patria; antes bien, viviendo de la savia de sus antiguas tradiciones, que no excluyen ninguna mejora y progreso legítimo527.

En realidad, sea como sea, tanto del discurso pronunciado en el Brindis del Retiro como del contenido de la carta arriba transcrita se desprende que Menéndez Pelayo no solo utilizó la barbarie germánica como excusa para desarrollar y volver a reiterar la importancia que

527

Menéndez Pelayo, 1982, p. 196-197.

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sus ideas religiosas tenían para la unidad y permanencia de la nación, sino que con el ataque a lo germánico confiaba contribuir en alguna medida a reforzar y consolidar la posición de la iglesia y lo español como baluarte último frente al avance de un fermento revolucionario que amenazaba con destruir los elementos configuradores de la tradición cristiana. Schuchardt le contestó en una nueva carta pocos días después para explicarle que aceptaba sin vacilar la declaración y explicaciones que el santanderino le había dado, pero que necesitaba también hacerle algunas aclaraciones personales tanto sobre el Brindis del Retiro como sobre la justificación del grado de apreciación que los alemanes sentían por la figura y obra de Calderón. Menéndez Pelayo ya había criticado a los alemanes precisamente por admirar a Calderón aun conociéndolo muy poco. No toleraba que ese encumbramiento de Calderón en tierras alemanas resultara en el olvido de las demás glorias de nuestra escena —y entre ellas su querido Lope—, sacrificadas para él a favor del «ídolo, en gran parte fantástico, que de él se habían forjado»528. La contestación del hispanista Schuchardt es la siguiente: Me permitirá de confesar que me parece la expresión de barbarie harto sujeta a malas interpretaciones y poco oportuna en un gran banquete a que asistían varios extranjeros. Como Lutero no es para mí un personaje a todas luces simpático, y no me hubiera agraviado del sentido de aquella frase; solo me admiro de que V. detestando como católico tanto la herejía alemana, no deteste un poco el paganismo que se encontró al mismo tiempo dentro a la raza latina.V. sabe bien que la mayor parte de los grandes varones del renacimiento italiano fueron paganos hasta los tuétanos [...]. Desde que tuve el gusto de hacer su conocimiento de V. me estoy estrujando el entendimiento para aclarar cómo son compatibles en V. el ferviente catolicismo y el no menos latino helenismo. ¿Diríame V. que éste no se refiera más que a la forma? A mi parecer, la forma es el desarrollo del interior, no se parece al vestido que nos cambiamos a gusto, sino a la escorza del árbol, que corresponde de necesidad a su médula (...). Se entiende por sí mismo que solo los nacionales juzgan con autoridad del estilo de sus escritores (y por esa razón se encuentran bien los autores griegos y romanos que están ocultando sus defectos a nuestros ojos); por lo demás, los extranjeros, leyendo de palabra a palabra, observan muchas cositas por las cuales suelen pasar inadvertidos los indígenas. 528

Juretschke, 1974, p. 39.

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Calderón me parece el más español de los autores dramáticos. Ahí estará la razón de la admiración que los alemanes sienten para él529.

De una manera o de otra, lo entendiera Schuchardt o no, en su discurso aquello que Menéndez Pelayo llamaba la «democracia municipal» era, en realidad, el sucedáneo falaz que los conservadores como él contraponían a la democracia parlamentaria y representativa, es decir, la máscara ‘pseudodemocrática’ tras la que ocultaban su profundo y muy arraigado antidemocratismo. Para terminar, quizás lo más significativo del Brindis del Retiro, en relación ahora al tema calderoniano, es el hecho de que el pensador español afirmara, reclamara y justificara de modo altamente ultramontano el derecho exclusivo, único e indiscutible de los reaccionarios españoles a apropiarse de una figura como Calderón —derecho del que quedaban excluidos no solo los alemanes, sino también aquellos que en suelo español pensaban como ellos—, por considerarlo icono representativo de la raza y la tradición española, cosa que, a mi entender, no había hecho hasta la fecha ninguno de los anteriores exaltadores calderonianos. Tras la intervención pública de Menéndez Pelayo en la celebración del enfrentado centenario calderoniano, la reacción crítica no se hace esperar dando lugar a la aparición de múltiples comentarios políticos y populares dejando latente una vez más la hondísima división intelectual y política de España. Por un lado, alzan la voz sus detractores para acusarlo de ‘ultraconservador’, dada la excesiva vinculación de su discurso con el catolicismo; por otro lado, levantan su voz los conservadores y miembros de la Unión Católica con la intención de dedicarle entusiásticas alabanzas y elogios, primero por haber expresado «su fidelidad incondicional a la doctrina católica» y, segundo, por haber hecho «una vibrante exaltación de la España tradicional», es decir «de la España de Calderón»530. En resumen, el Brindis del Retiro atrajo para su autor toda «una ola de popularidad y las simpatías de todos los católicos españoles»531, siendo aclamado como ídolo e imagen del nacional-catolicismo español por dar forma definitiva a la construcción intelectual de la versión católico-conservadora del nacionalismo

529 530 531

Menéndez Pelayo, 1982, pp. 203-205. Santoveña-Setién, 1994, p. 75. Campomar, 1994, p. 114.

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en la que Calderón ocupaba ya al parecer, de modo definitivo e innegable, un papel protagonista. Además, es interesante destacar cómo sintetizó tanto sus ideas acerca de España (cuya esencia ha sido resumida anteriormente) como todo aquello «que a los españoles les había de separar de las demás naciones europeas»532. Como resultado de la tremenda significación tradicionalista de sus planteamientos, es decir, como resultado de la enérgica defensa que un español a ‘machamartillo’ había hecho de la figura de Calderón, el Brindis del Retiro consiguió que los ultracatólicos de la década de 1880 pronunciaran y defendieran con más fuerza y derecho que nunca voces del tipo «Calderón es nuestro»533. Entre las muchas muestras de alabanza que su discurso recibió, destacan las que su amigo José María de Pereda le envía en una de las muchas cartas que intercambió con él: Querido Marcelino: conozco, si no todo, la mayor parte de cuanto se ha impreso para ensalzarte y para ofenderte con motivo de tu magnífico Brindis del Retiro. Sigo creyendo que hay mucho de providencial en cuanto te sucede; pues en lo humano no suelen aparejarse las cosas de tal modo. Solo el valor que representa aquel acto, en ocasión tan solemne, merece una corona, y hasta la ira desatentada de la gente liberal contribuye grandemente al triunfo534.

En este sentido, lo que alegra no solo a Pereda, sino también a otros muchos pensadores que comparten su misma ideología, es la exaltación que Menéndez Pelayo efectúa en su Brindis del dramaturgo del Siglo de Oro, y, más en concreto, el haber recordado y recuperado la simbología que se desprendía de su imagen.Tal revalorización representa, por un lado, nuevamente, la defensa del modo de ser que había ido desarrollándose desde el siglo XVIII, y por el otro, el establecimiento de la asociación Calderón-partido conservador en la esfera pública, política e intelectual de un modo inigualado. En otras palabras, la apropiación ortodoxa y reaccionaria de Calderón parece ya irreversible, y la figura del dramaturgo se convierte en icono cultural permanente de la parafernalia política conservadora. No hay duda de que la polarización política del país es el marco en el que el proceso 532 533 534

Pérez-Embid, 1956, p. 383. Barón, 1994, p. 32. Barón, 1994, p. 32.

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tiene lugar, pero también hay que reiterar la dimensión pública que la personalidad de Menéndez Pelayo ocupaba en ese momento. Porque es debido a esa posición pública, a la autoridad intelectual y cultural que se le reconoce —y no solo desde los sectores derechistas—, a la utilización que se hace de sus palabras, que los conservadores pueden reclamar la ‘propiedad’ de Calderón. Retomando la idea del Brindis del Retiro, la lectura de todos y cada uno de los planteamientos e ideas del acalorado discurso nos permite llegar a dilucidar la causa principal que lleva a Menéndez Pelayo a pronunciarlo: bajo ningún concepto uno de los hombres considerados como de los más católicos de su época habría soportado en silencio que la figura de Calderón (a quienes los conservadores habían intentado desde el siglo anterior convertir en símbolo del conservadurismo más españolista) fuera identificada con las mentes liberales que habían organizado el homenaje. Menéndez Pelayo, que «tenía despiertas todas sus iras contra los detractores de la patria»535, debía lanzarse a la batalla porque, en su opinión, para poder identificarse y honrar a Calderón uno necesitaba ser católico y monárquico, es decir, no debía mostrar reparos a la hora de identificar al dramaturgo con el «catolicismo y el imperio de los Habsburgo»536. Con su discurso, intentó separar de lo español a sus adversarios ideológicos, que seguían siendo considerados y vistos por todos los de su grupo no solo como enemigos políticos porque defendían una ideología opuesta, sino como enemigos de la patria. En definitiva, podemos y debemos valorar no solo el Brindis del Retiro, sino toda la obra de Menéndez Pelayo como lo que realmente fue: «el fruto de un largo periodo de exacerbación en que los bandos en presencia creían posible suprimir al ‘otro’ al que consideraban como disidente»537. Una vez pasada la tormenta, Menéndez Pelayo decide explicar a los suyos (conservadores) el alcance de sus palabras y afirmaciones, al tiempo que les agradece la gratitud que sentía al ver la ilusión y entusiasmo con que se había alabado un acto suyo. Él mismo reconoció públicamente que la causa que le había movido o incitado a pronunciar semejante discurso fue su deber como católico de defender tanto a Calderón como a la amenazada religión católica.Y así lo expuso en 535 536 537

Campomar, 1994, p. 114. Menéndez Pelayo, 1982, p. 127. Farinelli, 1994, p. 16.

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otro discurso que pronunció poco tiempo después en el Círculo de la Unión Católica: ¿No es deber de todo católico confesar públicamente coram hominibus su fe, en viéndola atacada? ¿Quién de vosotros no hubiera hecho lo mismo, con igual o mayor energía y con una elocuencia de que yo carezco? [...] ¿Quién de vosotros, provocado a hablar en tal ocasión, hubiera dejado de hacerlo? ¿Quién de vosotros, ya tomada la palabra, hubiera dejado de hablar como yo hablé, ensalzando todas las grandes ideas del siglo de Calderón y volviendo por la honra del gran poeta que servía de pretexto a tales profanaciones? [...] Os declaro que estoy satisfecho de haber hecho lo que hice, con la satisfacción que produce el deber cumplido, y que confirmo y ratifico en todas sus partes el brindis, cuyas ideas capitales había yo expuesto antes muchas veces538.

Con semejante justificación a su discurso, Menéndez Pelayo reconoció que las palabras que pronunció en el Brindis del Retiro fueron el resultado de una reacción ante el ambiente allí predominante y los juicios formulados. Con esta justificación a su conducta, reafirmaba ante los suyos tanto sus creencias religiosas como la gran importancia que para la historia de España tuvo y tenía el tiempo de Calderón. Precisamente, la hostilidad al estado liberal es lo que da sentido tanto al Brindis del Retiro como al resto de su obra. En conclusión, debido a la activa y exitosa participación de Menéndez Pelayo en el proceso destinado a la configuración y establecimiento de la ‘identidad nacional española’, se puede afirmar que al finalizar el siglo XIX, tras largos y complicados meandros, la derecha española había completado el objetivo principal de su programa político, es decir, el proceso de articulación de un nacionalismo fundido ya con el catolicismo hasta el punto de que apenas se podía distinguir entre la iglesia católica y la nación española. Los conceptos de catolicismo y nación terminaron siendo una misma cosa al final del proyecto que había completado Menéndez Pelayo539. La figura y obra del intelectual más reconocido del siglo XIX aportó una gran significación a la noción de identidad nacional defendida por las derechas en España y al papel que en dicha concepción ocupaba la figura icónica de Calderón.

538 539

Álvarez Junco, 2001, p. 455. Varela, 1999, p. 40.

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El reconocimiento de la actividad teórica que desarrolló en su obra fue tan grande que dio lugar a la creación después de su muerte del movimiento ‘menendezpelayista’, que más que una orientación crítico-literaria fue el estandarte y el punto de reunión del catolicismo militante y de una buena parte de las derechas españolas empeñadas en seguir los pasos de su maestro. Después de su muerte, sus discípulos lo consideran el investigador que mejor comprendió y explicó el destino providencial de España a lo largo de la historia y, en consecuencia, como el único y más adecuado modelo intelectual a seguir. Por ello, a su muerte se lo quiere convertir desesperadamente en patrimonio de la parte más integrista y conservadora de los españoles. Además, dado que durante su vida reclama en varias ocasiones la figura de Calderón como uno de los iconos identitarios de la derecha española, su pensamiento en torno al dramaturgo barroco se convierte en uno de los pilares esenciales del soporte doctrinal y vehículo de expresión de la derecha conservadora de principios del siglo XX. Tras su muerte, sus discípulos pretenden resolver los males de España con la intención de conseguir un estado ‘nuevo’, lleno de esencias propias y de los valores tradicionales y auténticos del ser español, entre los que destacan la catolicidad y la tradición, por ser los dos valores típicos conformadores de la unidad nacional, tal y como ellos la entienden. Varela menciona la labor realizada tras su muerte por varios de sus discípulos «continuadores más o menos fieles de su labor desde las cátedras universitarias, o desde los puestos ganados en las academias»540 para llegar a recuperar de una manera un tanto ‘selectiva’ las formulaciones doctrinales más radicales e intransigentes del pensamiento e ideología política y literaria menendezpelayista. Ahora bien, la continuación del pensamiento de Menéndez Pelayo se ve afectada al mismo tiempo por la falta de unión latente entre las distintas ramas antirrepublicanas en el momento de su muerte, algo que llevaría finalmente a la gestación no de una, sino de varias reinterpretaciones diferentes de sus postulados. Como parte de ella, se recupera también el espacio simbólico que la figura del dramaturgo barroco había ocupado históricamente no solo dentro del pensamiento de su antiguo maestro, sino también dentro de la mentalidad colectiva de todos aquellos que habían participado en la elaboración de su misma versión de

540

Varela, 1999, p. 6345

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la identidad nacional española. Por esa razón, Calderón reaparece en los escritos de los distintos pensadores adscritos al pensamiento menendezpelayista como un recurso válido a partir del que analizar la situación e importancia de la España actual con la predominante durante los siglos pertenecientes a su época dorada, de la que Calderón es ya símbolo y figura icónica por excelencia. La figura históricamente inventada, formulada y reformulada de Calderón —poeta católico y monárquico— se ve así envuelta una vez más en el centro de la política española, o sea en el centro de un debate en el que sigue en juego la redefinición de las señas de identidad de España.

CONCLUSIONES

Una de las aristas del debate en torno a la idea de lo nacional que mantienen a lo largo de los siglos XVIII y XIX escritores e intelectuales adscritos a grupos de distinta orientación política dentro de España es la adaptación de la manipulada figura calderoniana a los intereses y objetivos políticos de cada grupo ideológico y su respectiva idea de nación. El examen contrastado de las complejas intenciones que se esconden bajo los escritos y actuaciones públicas de los distintos pensadores que participan y se enfrentan en el debate calderoniano demuestra precisamente la búsqueda de la reafirmación del derecho a perfilar los valores y la orientación con que debería entenderse la idea de España. Algunos de los discursos públicos pronunciados por Lista, Durán y Menéndez Pelayo, entre otros, y en especial los artículos recogidos en múltiples publicaciones periódicas de los siglos XVIII y XIX, han servido como el soporte material para realizar el análisis del mencionado debate. En especial, la prensa se presenta como la plataforma idónea para la consecución de fines y objetivos políticos porque, en cierta medida y sin extrema dificultad, es capaz de proporcionar, más allá de lo meramente literario, un alcance político-social muy poderoso e idóneo para configurar, divulgar e imponer la orientación que en cada momento se desea para la idea de España. El estudio de tales documentos permite reformular la voz, el tono y las intenciones perseguidas por los grupos políticos que participan en las múltiples y numerosas polémicas en las que la aparición de la figura de Calderón se repite de manera constante. Sin duda, el acercamiento analítico a la prensa de esos años corrobora que tras el intento de definición de la personalidad nacional, que uno y otro grupo ideológico se propone, se esconde no una España unida, sino una dividida y enfrentada, entre otras

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razones, porque la misma andadura de la idea de España que se quiere forjar en cada momento está basada en el enfrentamiento entre diferentes modelos altamente incompatibles.Además, debido a la elevada y continua capacidad manipulativa que cualquier concepto de nación encierra, no solo en el caso concreto del español, es normal que cada grupo luche por demostrar que su modelo es el único verdadero y legítimo y, en consecuencia, el único que tiene derecho a existir. Se ha demostrado también que, a pesar de sus numerosas diferencias, los diversos grupos ideológicos, conformados por políticos y literatos de cierto renombre, recurren a los mismos tópicos a la hora de considerar el pasado, a la hora de forjar una determinada idea y desarrollan a partir de la nueva versión del pasado una nueva manera de entender el presente y el futuro de España. En sus muchas aportaciones intelectuales, Calderón, uno de los legados más importantes de un pasado que se añora por glorioso y grandioso, se convierte en uno de los vehículos a partir del cual cada grupo ideológico consigue, no solo expresar libremente sus propias ideas de poder, sino también enmascararlas y disfrazarlas bajo el velo de lo literario con el que muchos consiguen evadir la censura gubernativa. En el contexto recién descrito, se inscriben los casos de los pensadores y polemistas del siglo XVIII y primeras décadas del XIX y, más en concreto, Erauso y Zabaleta, Romea y Tapia, Nipho, Nasarre, Clavijo y Fajardo, Moratín, Böhl de Faber, Mora y Alcalá Galiano. Los escritos de todos ellos han sido analizados a lo largo del capítulo primero del presente trabajo. El análisis ha girado en torno al estudio interpretativo de las distintas muestras de aprecio-desprecio expresadas hacia la figura de Calderón por Böhl de Faber, Mora y Alcalá Galiano en los documentos pertenecientes a la querella calderoniana. El examen de las distintas dinámicas que conforman tal enfrentamiento me ha permitido relacionar lo ocurrido a lo largo de él con la serie de polémicas mantenidas previamente y, en particular, con el grupo de polémicas que se producen en las décadas centrales y finales del siglo XVIII, en las que ya se atisban los intereses político-ideológicos de los distintos grupos interesados en la configuración de su modelo concreto de identidad nacional española. Además, el intento no termina aquí puesto que continúa existiendo tanto en la poco estudiada prensa periódica de las décadas centrales del siglo XIX como en los discursos político-literarios de esa misma época y en otros posteriores.

CONCLUSIONES

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El objetivo principal ha sido vislumbrar la innegable continuación a lo largo del tiempo de la participación de la figura calderoniana en el debate en el que está en juego la configuración de una determinada identidad para España. Se ha demostrado que la querella calderoniana no es un incidente aislado en la historia de las ideas de España, sino todo lo contrario, ya que es, en realidad, una más de la larga línea de polémicas bautizadas con el nombre de calderonianas, entre otras razones, por la intermitente reaparición de la figura del dramaturgo a lo largo de todas ellas. En concreto, ha ocupado un lugar especial en este trabajo el análisis de las publicaciones periódicas y algunos de los discursos formulados durante el sexenio absolutista y la posterior década absolutista. En todos ellos, la figura calderoniana aparece cargada de fuertes connotaciones políticas que consiguen alejarla cada vez más del espectro literario del que originalmente procede. Es decir, su figura aparece rodeada de un aura de carácter y valor esencialmente ideológico-político que consigue contaminar incluso a todos aquellos elementos, valores y aspectos históricos de su propia época que también participan en el debate y a partir de los que también se intenta moldear una determinada identidad nacional. En clara consonancia con lo anterior, se ha demostrado que las múltiples páginas de la poco estudiada prensa periódica de la década que sigue a la querella calderoniana contienen nuevas muestras de veneración y respeto no solo hacia Calderón, sino también hacia el resto de dramaturgos del periodo áureo español. Tales alabanzas que encierran nuevos intentos de apropiación de la figura calderoniana han sido interpretadas aquí como un ataque lanzado contra todos aquellos que expresan, tanto en el pasado como en el presente y dentro y fuera del país, una falta de respeto y un elevado desprecio hacia los cánones de la literatura de la época dorada. La veneración de Calderón esconde el deseo de expresar a través de la figura del dramaturgo lo que ellos entienden como el verdadero carácter del pueblo español, compendiado en el binomio indisociable de monarquía y religión. Se han analizado los escritos de pensadores relevantes en la historia intelectual y política de España en la década absolutista.Tal es el caso de Durán, Lista, López Soler, Luigi Monteggia y Carnerero. La profunda preocupación que se aprecia en sus escritos por influir sobre el destino y las futuras riendas que debe tomar el país desvela que, por un lado, durante esta época sigue estando en marcha el intermitente proceso de construcción de la iden-

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tidad nacional española, en el que ocupa un lugar destacado el icono calderoniano; por otro lado, desvela también la fuerte predominancia que a lo largo de la mencionada década tiene la orientación política de índole más tradicionalista. Entre las instituciones culturales o las publicaciones periódicas que participan en la polémica y que han sido analizadas destacan los casos de El Europeo de Barcelona, el Diario Literario y Mercantil de Madrid, El Correo Literario y Mercantil de Madrid y la revista Cartas Españolas. Las figuras de la esfera intelectual que publican en todas ellas luchan por definir e imponer una determinada identidad colectiva nacional para España. Dado que las referencias directas e indirectas a la querella calderoniana son más que evidentes en todas ellas, se ha demostrado que el tipo de identidad nacional que tratan de construir se identifica con los valores previamente adscritos al esquematizado símbolo calderoniano. En definitiva, se ha demostrado aquí que a lo largo de ese periodo de tiempo se intentan transmitir unos mismos valores con los que se quiere llegar a perfilar los límites de la cultura nacional-católica, representada por la figura de Menéndez y Pelayo a finales de la centuria del novecientos. El resultado de todo el proceso de manipulación que sufre la figura de Calderón a lo largo de las distintas polémicas es el siguiente: el enemigo de Calderón es, por inercia, enemigo de la religión y la monarquía, ambas entendidas aquí como sinónimos del catolicismo ortodoxo y el absolutismo monárquico. En el tercer capítulo se han analizado diversos artículos y reminiscencias literarias procedentes de algunas de las publicaciones periódicas más significativas de los años finales de la década absolutista y de los años correspondientes al periodo de transición a la regencia de María Cristina, y entre ellas Revista española, La Abeja, el Eco de Comercio y el No me olvides. Se ha demostrado que en todas ellas se perfila nuevamente el conflictivo proceso de formación de la identidad nacional española. Las nuevas reapariciones de la figura de Calderón a lo largo de los múltiples artículos de las publicaciones sometidas a análisis, así como la recuperación de la discusión que se viene manteniendo desde antaño, que relaciona el teatro de la época calderoniana con el auténtico carácter del pueblo español, nos ha permitido demostrar que la polémica en torno a la idea de lo nacional no concluye en la década anterior, sino todo lo contrario. La única diferencia ahora, tal y como se ha demostrado, es que la nueva discusión se ve envuelta, por

CONCLUSIONES

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un lado, en la tendencia que apunta hacia un romanticismo adscrito a la vertiente más castiza y española a la manera de Böhl de Faber, Durán y Carnerero, que exalta la importancia del teatro de Calderón para el mantenimiento de los verdaderos valores y personalidad nacionales; y, por otro lado, en una segunda tendencia de corte más liberal, a la manera de Larra, defensor de un carácter, que aunque también se considera español, se indentifica con una esencia y unos valores bien distintos. De los dos modos de entender España que se entrecruzan y perfilan en las publicaciones periódicas sometidas a análisis destaca especialmente, quizás por su fuerza reveladora y por la vigorosa capacidad que caracteriza su onda expansiva, el de índole más tradicionalista, verdadero responsable de la producción de la imagen de una España paladín de una vertiente sumamente reaccionaria e inmóvil, alimento y cizaña posterior de las nuevas construcciones ideológicas de los futuros intelectuales y figuras más destacadas del pensamiento español. El estudio e interpretación analítica de las nuevas y múltiples alabanzas hacia la figura calderoniana se interpreta como un nuevo atisbo o hilo conductor a partir del que puede seguirse fácilmente el proceso de construcción de la identidad nacional española. En concreto, a lo largo de esta etapa de la historia de España, el proceso identitario es liderado por los portavoces culturales del absolutismo fernandino, quienes, durante las primeras décadas del siglo XIX, participan en el proceso de articulación identitario nacional a través de su reiterado intento de iconización de la figura de Calderón. La continuación de la querella calderoniana y del proceso de construcción de la identidad nacional española en el que se inscribe no termina aquí puesto que vuelve a aparecer en múltiples ocasiones posteriores. El último caso analizado aquí corresponde a los momentos que rodean la celebración simbólica del segundo centenario de la muerte de Calderón, alrededor del año de 1881. En este momento, Menéndez Pelayo —fiel a sus antecesores en el terreno ideológicopolítico y, en particular, a Böhl de Faber— trata de recuperar todos y cada uno de los valores de aquella España tan añorada no solo por ellos mismos, sino también por todos aquellos pensadores adscritos a su misma vertiente política a lo largo de la historia de España.Además, cabe añadir que se trata de un proceso de retroalimentación, ya que, sin salirse de la senda abierta por sus antecesores en el terreno ideo-

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lógico, tanto Menéndez Pelayo como sus discípulos y fieles seguidores intelectuales se apropian y modifican al gusto de los tiempos los planteamientos formulados en el pasado por los primeros. Tras la muerte de Menéndez Pelayo, el binomio Calderón y España es prácticamente indiscutible e indisoluble: además aparece un nuevo binomio que está compuesto por su propia figura y la del mismo Calderón, y que emerge junto al binomio anterior como una fuerte alternativa a partir de la que encauzar el conflictivo proceso de evolución de la identidad nacional en el siglo XX. Sin duda, ambas combinaciones, en las que se mezcla lo moderno y lo tradicional, parecen representar exclusivamente a una de las dos Españas, la que se autodenomina católica, nacional y tradicional. La otra España, que en ningún momento ha dejado de existir, a pesar de los numerosos ataques que recibe de la primera, aunque también trata de reconocer como genios y glorias nacionales tanto a Calderón como a Menéndez Pelayo y, en consecuencia, validar la existencia del binomio, sin embargo, parece no tener el derecho a referirse a ellos. No obstante, se ha demostrado mediante el análisis de los escritos de Valera que, cuando se refiere a ellos y, en especial, a Calderón, lo hace para achacarles un considerable número de limitaciones o defectos de carácter anticuado que no encajan con su propia idea de España. Para concluir, nótese que la línea de polémicas calderonianas no se limita exclusivamente a las publicaciones analizadas en el presente trabajo de investigación, sino que también reaparece en otras muchas publicaciones del siglo XIX y parte del XX. En especial, en lo que respecta al siglo XIX, dado el alto volumen de periódicos y revistas literarias que aparecen y desaparecen en cuestión de pocos días o meses debido, entre otras razones, a las duras condiciones impuestas por la censura gubernativa, aún quedan muchas de ellas por explorar para sacar a la luz nuevas contribuciones de intelectuales del siglo XIX. Su estudio aportará nueva luz tanto a la recreación del estado de la recepción de Calderón en el siglo XIX como a la concretización de nuevos rasgos pertenecientes al proceso de formación de la identidad nacional española.

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