La Historia De Un Gran Hombre

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A Mi Dios, que a él, todo se lo debo.

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Este libro es de carácter público, queda estrictamente prohibida su reproducción parcial o total con fines de lucro. Puebla, Pue., México. Julio de 2008.

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ÍNDICE 1. SU NOMBRE SERÁ JESÚS................................................................. 7 2. LOS TRES VIAJEROS. .....................................................................13 3. EL ESPÍRITU EN EL RÍO. .................................................................17 4. LA TENTACIÓN Y EL INICIO. ...........................................................21 5. BIENAVENTURANZAS. ....................................................................27 6. DONDE ESTÁ TU TESORO, ESTÁ TU CORAZÓN. .................................31 7. ORACIÓN, PERSEVERANCIA Y CARIDAD. ..........................................35 8. FE Y MILAGROS. ............................................................................39 9. OVEJAS SIN PASTOR......................................................................43 10. LA MISIÓN DE LOS DOCE..............................................................47 11. VENID A MÍ. ................................................................................51 12. MI MADRE Y MIS HERMANOS. .......................................................53 13. QUIEN TENGA OÍDOS PARA ENTENDER, ENTIENDA..........................59 14. EL VERDADERO HIJO DE DIOS. .....................................................65 15. GRANDE ES TU FE........................................................................71 16. TÚ ERES EL CRISTO. ....................................................................75 17. LA TRANSFIGURACIÓN. ................................................................79 18. PERDONAR DE CORAZÓN..............................................................85 19. LOS PRIMEROS DE ESTE MUNDO. ..................................................91 20. NO HE VENIDO HA SER SERVIDO. .................................................95 21. EN JERUSALÉN. ......................................................................... 103 22. CUESTIONAMIENTOS. ................................................................ 111 23. BENDITO SEA EL QUE VIENE EN NOMBRE DEL SEÑOR.................... 119 24. MIS PALABRAS NO FALLARÁN...................................................... 123 25. LOS JUSTOS A LA VIDA ETERNA. ................................................. 131 26. SE ACERCA EL FIN. .................................................................... 135 27. CRUCIFIXIÓN. ........................................................................... 143 28. RESURRECCIÓN......................................................................... 149

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1. SU NOMBRE SERÁ JESÚS. En los tiempos en que Herodes era Rey de Judea, había un sacerdote llamado Zacarías, de la familia sacerdotal de Abia, una de aquellas que servían por turno en el Templo del Señor; su mujer se llamaba Isabel. Ambos eran buenas personas, justos ante los ojos de Dios, cumplían estrictamente con todos los mandamientos y leyes del Señor, no tenían hijos, porque Isabel era estéril y ambos de avanzada edad. El día en que Zacarías fue al Templo a ofrecer incienso, ya que había tocado su turno de servir en la Casa del Señor, mientras toda la gente se encontraba orando en el atrio, entró y entonces se le apareció un Ángel enviado por Dios, se hallaba parado a la derecha del altar del incienso. Zacarías no podía creer lo que veía, se asustó sobremanera. − No temas, Zacarías, − le dijo el Ángel − pues tu oración ha sido bien despachada, tú verás al Mesías, y tu mujer Isabel te parirá un hijo que será su precursor, a quien pondrás por nombre Juan; el cual será para ti objeto de gozo y de júbilo y muchos se alegrarán por su nacimiento; porque ha de ser grande en la presencia del Señor. No beberá vino, ni cosa que pueda embriagar, y estará lleno del Espíritu Santo ya desde el seno de su madre; y convertirá a muchos de los hijos de Israel al Señor Dios suyo; delante del cual irá, revestido del espíritu y de la virtud de Elías; para reunir los corazones de los padres con los de los hijos, y conducir a los incrédulos a la penitencia y fe de los antiguos justos, al fin de preparar al Señor un pueblo perfecto. − ¿Cómo podré yo creer en eso? − respondió Zacarías − Por que ya soy viejo, y mi mujer de edad muy avanzada. − Yo soy Gabriel, que asisto al Trono de Dios, de quien he sido enviado a hablarte, y a traerte esta feliz noticia nueva. Y desde ahora quedarás mudo hasta el día en que sucedan estas cosas, por cuanto no has creído en la palabra del Señor, la cual se cumplirá a su tiempo. La gente estaba esperando afuera a Zacarías al término de sus oraciones, se asombraron al ver que ya había pasado mucho tiempo desde que había entrado al Templo. Por fin salió y no pudo decir absolutamente ninguna palabra, la gente entendió que había tenido alguna visión dentro del Templo. Él intentó explicarse por medio de señas, intentó hablar pero no lo consiguió. Zacarías volvió a su casa junto a su mujer. Poco tiempo después Isabel pudo concebir, estuvo cinco meses ocultando su embarazo.

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− Esto ha hecho el Señor conmigo, − se decía para sí misma, creyendo que su esterilidad era un castigo divino − ahora que ha perdonado mis pecados. *** Isabel tenía seis meses de embarazo, y el Ángel Gabriel visitó a María, quien estaba desposada con José. − Dios te salve ¡Oh llena de gracia!, − le dijo el Ángel a María − el Señor está contigo, bendita eres tú entre todas las mujeres. María se turbó al ver y escuchar a Gabriel, no entendía sus palabras. − ¡Oh María! No temas, porque has hallado gracia ante los ojos del Señor; sábete que has de concebir en tu seno, y parirás un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. «Él será grande, y será llamado Hijo del Altísimo, al cual el Señor Dios dará el trono de su padre David, y reinará en la casa de Jacob eternamente, su Reino no tendrá fin.» − ¿Cómo ha de suceder eso? − preguntó María, si aún no estoy casada ni he estado con ningún hombre. − El Espíritu Santo descenderá sobre ti, y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra, y fecundarás. Por cuya causa, el fruto santo que de ti nacerá, será llamado Hijo de Dios. «Ahí tienes a Isabel, familiar tuya, que en su vejez ha concebido también un hijo; y la que se llamaba estéril, hoy está en el sexto mes de embarazo; porque para Dios nada es imposible.» − He aquí la esclava del Señor, − dijo María − hágase en mí conforme a su palabra. El Ángel desapareció. *** María, unos días después, partió hacia las montañas, se dirigía a la casa de Isabel y Zacarías. Cuando llegó, saludó a Isabel. El bebé que ella llevaba en su vientre dio saltos de alegría al oír la voz de María. Isabel se sintió llena del Espíritu Santo. − Bendita eres tu entre todas la mujeres − dijo Isabel a María − y bendito el fruto de tu vientre. ¿Cómo es que el Señor me complace haciendo que me 8

visite la Madre de mi Señor? Apenas oímos tu salutación y el niño de mi vientre dio saltos de júbilo. «¡Oh bienaventurada tú que has creído! Porque se cumplirán sin falta las cosas que se te han dicho de parte del Señor.» − Mi alma glorifica al Señor; − dijo María − y mi espíritu está lleno de gozo gracias a Dios, salvador mío. «Porque ha puesto sus ojos en la bajeza de su esclava; por lo cual desde ahora me llamarán bienaventurada todas las generaciones. Por que ha hecho cosas grandes en mí el Todopoderoso, cuyo nombre es santo; y cuya misericordia se derrama de generación en generación sobre quienes le temen. Hizo alarde del poder de su brazo; deshizo la soberbia del corazón de muchos hombres. Derribó del solio a los poderosos, y ensalzó a los humildes. Colmó de bienes a los hambrientos, y a los ricos los despidió sin nada. Acordándose de su misericordia, acogió a Israel su siervo; cumpliendo la promesa que hizo a nuestros padres, a Abraham y a su descendencia, por los siglos de los siglos.» María permaneció en la casa de Isabel por tres meses. Le llegó a Isabel el tiempo de alumbramiento, y dio a luz a su hijo. Supieron sus vecinos y parientes la gran misericordia que Dios le había hecho, y se alegraban por ella. Llegó el octavo día, era ocasión de realizar la circuncisión al niño, la gente decía que debía llamarse Zacarías, igual que su padre. − No, − se opuso Isabel − ha de llamarse Juan. − ¿No ves que no hay nadie en tu familia que lleve ese nombre? − le dijeron. Y preguntaron a Zacarías cómo quería que se llamare su hijo. “Juan es su nombre”, escribió él en una tablilla. En ese momento recuperó el habla, y empezó a bendecir a Dios, todos quedaron maravillados. − Bendito sea el Señor Dios de Israel − decía Zacarías − porque ha visitado y redimido a su pueblo; y nos ha enviado un poderoso Salvador en la casa de David, su siervo; según lo tenía anunciado por boca de sus Profetas, que han florecido en todos los siglos pasados, par librarnos de nuestros enemigos y de las manos de todos aquellos que nos aborrecen; ejerciendo su misericordia con nuestros padres, y teniendo presente su alianza santa, conforme al juramento que hizo a nuestro padre Abraham que nos otorgaría la gracia de que, libertados de las manos de nuestros enemigos, le 9

sirvamos sin temor, con verdadera santidad y justicia, ante su acatamiento, todos los días de nuestra vida. «Y tú ¡Oh niño! Serás llamado el Profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor a preparar sus caminos, enseñando la ciencia de la salvación a su pueblo, para que obtenga el perdón de sus pecados, por las entrañas misericordiosas de Nuestro Señor Dios, que ha hecho que este sol naciente venga a visitarnos desde lo alto del Cielo, para alumbrar a los que habitan en las tinieblas y en la sombra de la muerte, para enderezar nuestros pasos por el camino de la paz.» Estos acontecimientos se divulgaron por todos los alrededores de Judea. − ¿Quién pensáis ha de ser este niño? − se preguntaba la gente − porque verdaderamente la mano del Señor está sobre él. Mientras tanto, el niño iba creciendo, y se fortalecía su espíritu, y habitó en el desierto hasta el tiempo en que debía darse a conocer a Israel. *** La virgen María quedó embarazada, había concebido por obra del Espíritu Santo. Su esposo José era un hombre justo, tras enterarse de la concepción de María, decidió dejarla de forma que nadie se enterase de lo ocurrido, para no delatarla. Era obligación en aquellos tiempos que los maridos denunciaran a sus mujeres por adúlteras. Poco tiempo después José reflexionaba sobre lo acontecido, se quedó dormido y un Ángel se le apareció en sueños. − José, Hijo de David, − le dijo el Ángel − no tengáis desconfianza de recibir a María en tu casa, porque lo que se ha engendrado en su vientre, es obra del Espíritu Santo. Ella parirá a un niño que llamarás Jesús, el será el salvador de su pueblo, el lo librará de sus pecados. Esto se ha hecho en cumplimiento de lo que pronunció el Señor por medio del Profeta Isaías: Sabed que una virgen concebirá y parirá un hijo y su nombre será Emmanuel, que traducido significa “Dios con Nosotros”. José al despertarse hizo lo ordenado por el Ángel, recibió a su esposa. *** Por aquellos días se promulgó un edicto de César Augusto, mandando empadronar a todo mundo.

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Ese fue el primer empadronamiento hecho por Cirino, que después fue gobernador de Siria. Y todos iban a empadronarse, cada cual a la ciudad de su estirpe. José, como era de la casa y de la familia de David, vino desde Nazaret, ciudad de Galilea, a la ciudad de David llamada Betlehem, en Judea, para empadronarse con su esposa María, la cual aún estaba en cinta. Y estando allí, llegó la hora del parto. Después de nueve meses de espera María y José tuvieron a su primogénito, Hijo de Dios, su nombre Jesús. Al nacer, María y José tuvieron que acostar a Jesús en un pesebre, porque no hubo lugar para ellos en ningún mesón. Alrededor de esos lugares se hallaban unos pastores velando, haciendo centinela de noche sobre su grey. De improviso, un Ángel del Señor se apareció ante ellos y los cegó una luz divina que emanaba de él, se llenaron de terror. − No tenéis que temer, − les dijo el Ángel − pues vengo a daros una noticia nueva de grandísimo gozo para todo el pueblo. «Hoy ha nacido en la ciudad de David el Salvador, que es el Cristo, o Mesías, el Señor Nuestro. Os servirá de seña, que hallaréis al niño envuelto en pañales, y reclinado en un pesebre.» De pronto, ya no era un Ángel, sino todo un ejército de Ángeles del Señor, comenzaron a alabar a Dios. − Gloria a Dios en lo más alto de los Cielos, y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad. Los Ángeles se apartaron de ellos y volaron al Cielo. − Vamos hasta Betlehem, − comenzaron a decir los pastores − y veamos este suceso prodigioso que acaba de suceder y que el Señor nos ha manifestado. Marcharon a toda prisa, y encontraron a María, José y a Jesús reclinado en el pesebre. Todo era como los ángeles les habían dicho. Todos los que supieron el suceso, se maravillaron, y de todo lo que los pastores habían contado.

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María se sentía dichosa, pero prefería guardar silencio, conservando toda esa dicha en su corazón. Los pastores regresaron a su lugar de origen, sin cesar de alabar y glorificar a Dios por todas las cosas que habían visto y oído, según se les había anunciado.

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2. LOS TRES VIAJEROS. Llegado el día octavo en el que debía ser circuncidado el niño, le fue puesto por nombre Jesús, tal como había dicho el Ángel antes de ser concebido. Cumplido así mismo el tiempo de purificación de la madre, como lo ordenaba la Ley de Moisés, llevaron al niño a Jerusalén, para presentarlo en el Templo del Señor, como esta escrito en la Ley del Señor: Todo varón primogénito será consagrado al Señor, se presentará una ofrenda con un par de tórtolas, o dos palominos. Había en Jerusalén, en aquellos tiempos, un hombre justo, y temeroso de Dios, llamado Simeón, el cual esperaba día con día la consolación de Israel o venida del Mesías, y el Espíritu Santo moraba en él. El mismo Espíritu Santo le había revelado que no había de morir antes de ver al Cristo. Así llegó inspirado de él al Templo. Jesús y sus padres entraron junto con él al Templo, Simeón vio al niño, y pidió que le permitieran tomarlo en sus brazos. − Ahora, Señor, − decía Simeón − ahora si que sacas en paz de este mundo a tu siervo, según tú promesa. Porque ya mis ojos han visto al Salvador que nos has enviado, al cual tienes destinado para que, expuesto a la vista de todos los pueblos, sea luz brillante que ilumine a los gentiles, y la gloria de tu pueblo de Israel. Su padre y su madre escuchaban con admiración las cosas que de él decía. − Mira, este niño que ves, − Simeón se dirigió a María − esta destinado para ruina, y para resurrección de muchos en Israel, y para ser el blanco de la contradicción de los hombres. Lo que será para ti misma una espada que atravesará tu alma, a fin de que sean descubiertos los pensamientos ocultos en los corazones de muchos. Ahí mismo en el Templo, se encontraba una mujer Profetisa, llamada Anna, hija de Fanuel de la tribu de Aser, que era ya de edad muy avanzada, la cual, casada desde muy joven, vivió con su marido siete años. Y se había mantenido viuda hasta los ochenta y cuatro años de edad, no saliendo del Templo, y sirviendo a Dios día y noche con ayunos y oraciones. Esta mujer se percató de lo acontecido en el Templo con Simeón, Jesús y sus padres, y comenzó a alabar a Dios. ***

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Jesús había nacido en Betlehem de Judá mientras Herodes reinaba. He aquí que tres magos, llamados así en aquel tiempo, vinieron del Oriente a Jerusalén. Aquellos viajeros, también conocidos como los Reyes Magos, en realidad eran sabios en ciencias naturales o astrología. La tradición les dio los nombres de Gaspar, Melchor y Baltasar. − ¿Dónde esta el nacido Rey de los judíos? - Preguntó uno de ellos a Herodes cuando se presentaron ante él − nosotros vimos en oriente su estrella, y hemos venido con el fin de adorarlo. Herodes, el cruel, cuando escuchó esto se turbó al igual que toda Jerusalén. − ¿Dónde ha de nacer el Cristo? − preguntó Herodes a los príncipes de los sacerdotes y a los escribas del pueblo después de convocarlos, éstos representaban la autoridad oficial sobre la Ley. − En Betlehem, − le respondieron − tal como lo dice el Profeta Miqueas: Y tu Betlehem, tierra de Judá, no eres ciertamente la menor entre las principales ciudades de Judá, porque de ti es de donde ha de salir el caudillo, que rija mi pueblo de Israel. Entonces Herodes llamó a solas a los Magos, averiguó de ellos el tiempo en que la estrella les apareció. − Vayan a Betlehem. − les ordenó Herodes − Id he informarme puntualmente de lo que hay de ese niño, cuando lo halléis dadme aviso, para ir yo también a adorarlo − Aquello era una mentira. Partieron los Magos a su destino, a buscar a Jesús, delante de ellos iba la estrella guiadora, la estrella que habían visto en Oriente. Después de un tiempo se detuvo, justo en el lugar donde se encontraba el niño, los Reyes se regocijaron en extremo. Entraron a la casa, ahí se encontraba Jesús con su madre María, en un lugar humilde, se postraron para adorarlo y abrieron, cada uno, un cofre, uno contenía oro, otro incienso y el último mirra, regalos para el Hijo de Dios. Mientras los tres viajeros dormían recibieron un mensaje del Señor en sueños, se les indicó que no deberían volver con Herodes, y así, regresaron a su país por otro camino. También José recibió un mensaje mientras dormía, un Ángel le dijo: − Levántate y toma al niño junto con su madre, huye a Egipto y quédense allí hasta que yo te avise, Herodes va a buscar al niño para matarlo. 14

José se levantó de inmediato. − María, tenemos que irnos, − le dijo a su esposa despertándola − el Señor nos ordena huir a Egipto, Herodes quiere matar a nuestro hijo. Se mantuvieron en Egipto hasta que Herodes murió, con esto se cumplió lo anunciado por el Profeta Oseas: Yo llamé de Egipto a mi hijo. *** − ¡Estos Magos se han burlado de mí! − Herodes estaba furioso − les ordené que regresaran a decirme dónde estaba ese Mesías y han huido. ¡Quiero a todos los niños de Betlehem muertos y a todos los de su comarca! ¡Todos los que tengan menos de dos años deben ser asesinados! − Así mandó a matar a esos inocentes el cruel Herodes, conforme al tiempo de la aparición de la estrella que había averiguado de los Magos. Con esto se cumplió lo profetizado por Jeremías: Hasta Ramá se oyeron las voces, muchos lloros y alaridos. Es Raquel que llora sus hijos, sin querer consolarse, porque ya no existen. *** Cuando Herodes murió, nuevamente el Ángel del Señor se hizo presente ante José que se encontraba en Egipto. − Levántate y toma al niño y a su madre − le dijo − vete a la tierra de Israel, que ya han muerto los que atentaban la vida del niño. − Vamos de regreso a Israel, − José contó a María lo que el Señor ordenaba − toma a Jesús y vámonos. «El hijo de Herodes, Arquelao, es ahora el Rey de Judea, el Ángel del Señor me ha avisado que no vayamos a Betlehem, vamos a Galilea.» Moraron en Nazaret, cumpliéndose de este modo lo dicho por los Profetas: Será llamado Nazareno. Entre tanto Jesús iba creciendo, y fortaleciéndose, lleno de sabiduría, y la gracia de Dios estaba en él. *** Iban sus padres todos los años a Jerusalén por la fiesta solemne de la Pascua.

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Jesús ya había cumplido doce años y en una ocasión, cuando iban regreso a casa, se quedó Jesús en Jerusalén. Como venían en comitivas, sus padres pensaron que venía en alguna de ellas y buscaron entre parientes y conocidos sin resultado alguno; entonces, decidieron regresar a Jerusalén para buscarlo. Pasaron tres días, y por fin lo hallaron en el Templo, sentado en medio de los doctores, a quienes escuchaba y preguntaba. Aquellos hombres, cuando lo oían quedaban pasmados de tanta sabiduría, y de todo lo que decía. Sus padres lo vieron y quedaron maravillados. − Hijo, − le habló María a Jesús − ¿por qué te has portado así con nosotros? Mira como tu padre y yo llenos de aflicción te hemos andando buscando. − ¿Cómo es que me buscabais? − respondió el niño − ¿No sabíais que yo debo emplearme en las cosas que miran al servicio de mi Padre? Mas ellos, por entonces, no comprendieron el sentido de la respuesta. Se fueron juntos. Siguieron en Nazaret. Jesús entre tanto, crecía más en sabiduría, en edad, y en gracia delante de Dios y de los hombres.

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3. EL ESPÍRITU EN EL RÍO. Había un hombre en el desierto de Judea, su nombre era Juan, conocido como el Bautista, el predicaba el bautismo de penitencia para la remisión de los pecados, lo cual le había sido ordenado por Dios y el se había puesto a cumplir tal orden de inmediato. − Haced penitencia, porque esta cerca el Reino de los Cielos. Acudía a él toda la gente del país, y toda la gente de Jerusalén, y confesando sus pecados, recibían de su mano el bautismo en el río Jordán. El Profeta Isaías había hablado sobre él: He aquí que despacho yo a mi Ángel ante tu presencia, el cual irá delante de ti preparándote el camino. Es la voz del que clama en el desierto diciendo: “Preparad el camino del Señor, haced derechas sus sendas”. Todo valle sea terraplenado; todo monte y cerro allanado; y así, todos los caminos torcidos serán enderezados, y los escabrosos igualados. Y verán todos los hombres al Salvador enviado de Dios. Juan tenía puesto un vestido hecho con pelos de camello con un cinto de cuero a la cintura, se alimentaba de langostas y miel silvestre. Mucha gente iba a verlo desde Jerusalén, Judea y toda la rivera del Jordán, recibían de él el bautismo confesando sus pecados. Los fariseos eran una secta religiosa judía que predicaban la pureza de la religión y por ende la segregación de los gentiles y la estricta observancia de las Sagradas Escrituras, sin embargo, no eran más que unos hipócritas. Otra secta religiosa judía de aquellos tiempos eran los saduceos, a ella pertenecían gente de la nobleza y ricos, eran menos numerosos que los fariseos, pero con más influencia. Creían en el libre albedrío, menospreciaban las buenas tradiciones judías y negaban la inmortalidad, la resurrección y la existencia de los ángeles. Gente de ambas sectas, fariseos y saduceos, iban a los bautismos de Juan. Él, sabiendo la clase de personas hipócritas y ruines que eran les dijo: − ¡Raza de víboras! ¿Quién os ha enseñado que con puras exterioridades podéis huir de la ira que os amenaza? Haced pues frutos dignos de penitencia. Y dejad de decir interiormente: Tenemos por padre a Abraham; porque yo os digo que Dios es tan poderoso que puede hacer nacer hijos de Abraham de estas mismas piedras. Juan seguía con su discurso para todos:

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− Mirad que ya el hacha está aplicada a la raíz de los árboles. Y todo árbol que no produzca buen fruto, será cortado y echado al fuego. − ¿Qué es lo que debemos hacer? − preguntó la gente a Juan. − El que tiene dos vestidos, de uno al que no tiene; y haga lo mismo el que si tiene qué comer. − Maestro, − se acercaron unos publicanos para ser bautizados − Y nosotros ¿qué debemos hacer para salvarnos? − No exijáis más de lo que os está ordenado. − ¿Y nosotros qué haremos? − preguntaron unos soldados. − No hagáis extorsiones a nadie, ni fraude, y contentaos con vuestras pagas. Y por todo lo que hacía y decía, la gente comenzó a murmurar que él era el Cristo o Mesías, pero Juan al darse cuenta de ello les dijo: − Yo los bautizo con agua para moveros a la penitencia; pero alguien viene después de mí, es más poderoso que yo, y ni siquiera soy digno de llevarle las sandalias, él los bautizará con el fuego del Espíritu Santo, con el fuego de su amor. «Él tiene en sus manos el bieldo; y limpiará perfectamente sus campos; su trigo lo meterá en su granero, pero las pajas las quemará en un fuego inextinguible.» Y muchas cosas además de estas anunciaba al pueblo en las exhortaciones que le hacía. *** Un hombre se acercó a Juan, venía desde Galilea, desde Nazaret, buscaba su bautizo, era Jesús, tenía por ese entonces alrededor de treinta años. − Deseo que me bautices − dijo Jesús a Juan. − Pero si yo debo ser bautizado de ti − le respondió Juan − ¿y vienes a mí? − Hazlo, que así es como conviene que nosotros cumplamos con toda puntualidad la Ley de nuestro Señor Dios. Juan condescendió y lo bautizó. Cuando salieron del agua se abrieron los Cielos, bajó el Espíritu de Dios en forma de una paloma blanca y se posó sobre Jesús. 18

Se oyó una voz proveniente del Cielo que decía: Éste es mi querido Hijo, en quien tengo puesta toda mi complacencia. − Yo he visto al Espíritu Santo descender del Cielo en forma de paloma, − comenzó a decir Juan − y reposar sobre él. Yo antes no lo conocía, más el que me envió a bautizar con agua, me dijo: Aquel sobre quien vieres que baja el Espíritu Santo, y reposa sobre él, ése es el que bautiza con el Espíritu Santo. Yo lo he visto, y por eso doy testimonio de que él es el Hijo de Dios. Jesús desapareció del río.

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4. LA TENTACIÓN Y EL INICIO. Jesús había sido conducido por el Espíritu de Dios hasta el desierto, el mismo Espíritu que se había posado sobre él en el río Jordán. Transcurrieron cuarenta días y cuarenta noches durante las cuales ayunó y moraba entre fieras, finalmente tuvo hambre. Ante él apareció Satanás. − Si eres el Hijo de Dios, haz que esas piedras se conviertan en panes − le dijo Satanás a Jesús. − Escrito está: − Jesús respondía − No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra o disposición que sale de la boca de Dios. Satanás transportó a Jesús hacia Jerusalén y lo puso sobre lo alto del Templo. − Si eres el Hijo de Dios, échate hacia abajo. Pues está escrito: Que te ha encomendado a sus ángeles, los cuales te tomarán en las palmas de sus manos para que tu pie no tropiece contra alguna piedra. − También esta escrito: No tentarás al Señor tu Dios. Otra vez Jesús fue transportado, ahora hasta un monte muy alto. − Desde aquí puedes ver todos los reinos del mundo y su gloria. Todas estas cosas te daré si te postras ante mí y me adoras. − ¡Apártate de mi Satanás! Porque esta escrito: Adorarás al Señor Dios tuyo, y a él sólo servirás. El diablo enfureció y desapareció. Un grupo de ángeles llegó hasta Jesús para darle de comer y beber. *** Juan seguía bautizando en Ennon, junto a Salim, porque allí había mucha abundancia de aguas, la gente iba y eran bautizados. En una ocasión se suscitó una disputa entre los discípulos de Juan y algunos judíos acerca del bautismo. Y acudieron ante Juan sus discípulos. − Maestro, − le dijeron a Juan Bautista − aquel que estaba contigo a la otra parte del Jordán, de quien diste un testimonio tan honorífico, se ha puesto a bautizar y todos van hacia él.

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− No puede el hombre atribuirse nada, − les respondió Juan − si no le es dado del Cielo. «Ustedes mismos sois testigos de que he dicho: Yo no soy el Cristo, sino que he sido enviado delante de él como precursor suyo. El esposo es aquel que tiene a la esposa; mas el amigo del esposo, que está para asistirlo y atender a lo que sea necesario, se llena de gozo con oír la voz del esposo. Mi gozo, pues, es ahora completo. Conviene que él crezca y que yo mengüe. El que ha venido de lo alto, es superior a todos. Quien trae su origen de la tierra, a la tierra pertenece y de la tierra habla. El que nos ha venido del Cielo es superior a todos. Y atestigua cosas que ha visto, y oído, y con todo, casi nadie presta fe a su testimonio. Quien crea en él, atestigua que Dios es verídico. Porque él ha sido enviado de Dios, y habla sus mismas palabras, pues Dios no le ha dado su Espíritu con medida. El Padre ama al Hijo, y ha puesto todas las cosas en su mano. Aquel que cree en el Hijo de Dios, tiene vida eterna; pero quien no da crédito al Hijo, no verá la vida, sino al contrario, la ira de Dios permanecerá sobre su cabeza.» *** Jesús fue a Nazaret, donde se había criado, llegó, según la costumbre, el día del sábado en la sinagoga, y se levantó para encargarse de la leyenda y la interpretación. Le fue dado el libro del Profeta Isaías. Y abriéndolo, halló el lugar donde estaba escrito lo que leyó a continuación: − El Espíritu del Señor reposó sobre mí, por lo cual me ha consagrado con su unción divina, y me ha enviado a evangelizar o a dar buenas nuevas a los pobres, a curar a los que tienen el corazón contrito. «A anunciar libertad a los cautivos, y dar vista a los ciegos, a soltar a los que están oprimidos, a promulgar el año de las misericordias del Señor o del jubileo, y el día de la retribución.» Cerró el libro y se lo entregó al ministro, y se sentó. Todos en la sinagoga tenían fijos los ojos en él. − La escritura que acabáis de oír, − decía Jesús − hoy se ha cumplido.

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Y todos le hacían elogios y estaban pasmados de las palabras tan llenas de gracia que salían de sus labios. − ¿No es éste el hijo de José el Carpintero? − se preguntaba la gente. − Sin duda que me aplicaréis aquel refrán: − les dijo Jesús − Médico, cúrate a ti mismo. Las cosas que hemos oído que puedes hacer hazlas en tu misma patria. «En verdad os digo, que ningún Profeta es bien recibido en su patria. Por cierto os digo, que muchas viudas había en Israel en tiempos de Elías, cuando el cielo estuvo sin llover tres años, y seis meses, siendo grande el hambre por toda la tierra; y a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino que lo fue a una mujer viuda en Serepta, ciudad gentil del territorio de Sidón. Había, así mismo, muchos leprosos en Israel en tiempos del Profeta Eliseo, y ninguno de ellos fue curado por este Profeta, sino que lo fue Naamán, natural de Siria.» Al oír estas cosas, todos en la sinagoga montaron en cólera. Se levantaron alborotados y tomaron a Jesús, lo empujaron hasta fuera de la ciudad, y lo condujeron hasta la cima de un monte, con ánimo de despeñarlo. Pero Jesús estaba tranquilo, y simplemente pasó por en medio de ellos para retirarse y dejarlos solos. *** Juan Bautista había sido encarcelado, cuando Jesús lo supo se retiró a Galilea; dejó la ciudad de Nazaret para ir a morar a Cafarnaúm, ciudad marítima, en los confines de Zabulón y Neftalí, con esto se cumplió lo dicho por el Profeta Isaías: El país de Zabulón y el país de Neftalí, por donde se va al mar de Tiberíades a la otra parte del Jordán, la Galilea de los gentiles, este pueblo que yacía en las tinieblas, ha visto una luz grande, luz que ha venido ha iluminar a los que habitan en la región de las sombras de la muerte. Desde ese momento Jesús comenzó a predicar, y decía a la gente: − Haced penitencia, porque esta cerca el Reino de los Cielos y creed al Evangelio. Caminando un día Jesús por la ribera del mar de Galilea, vio a dos hermanos, Simón y Andrés. Ambos hermanos echaban las redes al mar, pues eran pescadores. Jesús les habló: 23

− Seguidme a mí, y yo haré que vengáis a ser pescadores de hombres. Al instante los dos abandonaron las redes y lo siguieron. − Hemos hallado al Mesías − dijo Simón. Jesús fijo la mirada en él y le dijo: − Tu eres Simón, hijo de Jona (Juan), tu serás llamado Cefas, que quiere decir Pedro o piedra. Encaminándose hacia Galilea, Jesús encontró a Felipe, y le dijo: − Sígueme. Felipe era de Betsaida, igual que Andrés y Pedro. Felipe halló a Natanael, y le dijo: − Hemos encontrado a aquel de quien escribió Moisés en la Ley y pronunciaron los Profetas, a Jesús de Nazaret e hijo de José. − ¿A caso de Nazaret puede salir cosa buena? − preguntó Natanael. − Ven y lo verás − le respondió Felipe. − He aquí un verdadero israelita, − dijo Jesús al ver venir hacia sí a Natanael − en quien ni hay doblez, ni engaño. − ¿De dónde me conoces? − Antes de que Felipe te llamara, yo te vi cuando estabas debajo de la higuera. − ¡Oh Maestro mío! − exclamó Natanael − ¡Tú eres el Hijo de Dios! ¡Tú eres el Rey de Israel! − Por haberte dicho que te vi debajo de la higuera, crees. Mayores cosas que estas verás todavía. «En verdad os digo que, algún día veréis abierto el Cielo, y a los Ángeles de Dios subir y bajar, sirviendo al Hijo del Hombre.» ***

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Tres días después se celebraron unas bodas de Caná de Galilea, donde se hallaba la madre de Jesús. Fue también convidado Jesús junto con sus discípulos. − No tienen vino − dijo María, madre de Jesús al darse cuenta de que éste faltaba. − Mujer, − respondió Jesús − ¿qué nos interesa a mí y a ti? Aún no es llegada mi hora. Pero Jesús sabía lo que su madre quería, y condescendió. − Haced lo que él os diga − le dijo María a los sirvientes. Estaban allí seis hidras de piedra, destinadas para las purificaciones de los judíos; en cada una de las cuales cabían dos o tres cántaras. − Llenad de agua aquellas hidras − ordenó Jesús. Y obedecieron llenándolas hasta a arriba. − Sacad algo ahora en algún vaso, y llevadlo al maestresala. Y nuevamente hicieron lo que Jesús les dijo. El maestresala probó lo que le habían llevado y notó que era vino, el no sabía de dónde venía, pero los sirvientes sí. Y así, el maestresala llamó al esposo y le dijo: − Todos sirven el mejor vino al principio, y cuando los convidados han bebido ya a satisfacción, sacan el vino que no es tan bueno; tú al contrario, has reservado el buen vino para lo último. Así en Caná de Galilea, hizo Jesús el primero de sus milagros, con que manifestó su gloria, y sus discípulos creyeron más en él. *** Jesús recorría toda Galilea, enseñando en las sinagogas y predicando el Evangelio del Reino de Dios y sanando enfermos, sanando dolencias. Había comenzado en Cafarnaúm los días sábados. Los oyentes estaban asombrados de su doctrina, porque su modo de enseñar era con autoridad, una forma muy diferente a la de los escribas. Por este tipo de acciones la fama de Jesús se extendió por toda Siria con gran rapidez, le presentaban a toda la gente enferma, acosadas de varios males y dolores, endemoniados, lunáticos, paralíticos. A todos los curaba. En la sinagoga, un hombre poseído se enfrentó a Jesús, exclamando: 25

− ¿Qué tenemos que ver nosotros contigo? ¡Oh Jesús Nazareno! ¿Has venido a perdernos? ¡Ya sabemos quién eres, eres el Santo de Dios! − ¡Enmudece! ¡Sal de este hombre! − fue la respuesta que le dio Jesús. El hombre comenzó a convulsionar, a dar alaridos, al fin el espíritu inmundo salió de él. La gente al ver esto quedó atónita. − ¿Qué es esto? − se preguntaban − ¿Qué nueva doctrina es esta? El manda con imperio a los espíritus inmundos, y lo obedecen. Una gran muchedumbre lo seguía, gente de Galilea, Decápoli, Jerusalén, Judea y de la otra parte del Jordán.

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5. BIENAVENTURANZAS. Cuando Jesús vio a toda la gente que lo seguía se subió a un monte, se sentó y se le acercaron todos sus discípulos y les dijo a todos con su boca divina: − Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos. «Bienaventurados los mansos y humildes, porque ellos poseerán la tierra. Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados. Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los que tienen puro su corazón, porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los pacíficos, porque ellos serán llamados Hijos de Dios. Bienaventurados los que padecen persecución por ser justos, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Dichosos seréis cuando los hombres por mi causa os maldijeren, y os persiguieren, y dijeren con mentira toda suerte de mal contra vosotros. Alegraos entonces y regocijaos, porque es muy grande la recompensa que os aguarda en los Cielos; del mismo modo persiguieron a los Profetas que ha habido antes de vosotros. Vosotros sois la sal de la tierra. Y si la sal se hace insípida, ¿con qué se le volverá el sabor? Para nada sirve ya, sino para ser arrojada y pisada por la gente. Vosotros sois la luz del mundo. No se puede encubrir una ciudad edificada sobre un monte, ni se enciende la luz para ponerla cubierta, sino sobre un candelero, a fin de que alumbre a todos los de la casa. Brille así vuestra luz ante los hombres, de manera que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los Cielos. Mas ¡Ay de vosotros los ricos!, porque ya tenéis vuestro consuelo en este mundo.

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¡Ay de vosotros los que andáis hartos! Porque sufriréis hambre ¡Ay de vosotros lo que ahora reís! Porque día vendrá en que os lamentarais y lloraréis. ¡Ay de vosotros cuando los hombres mundanos os aplaudieren! Que así lo hacían sus padres con los falsos profetas. No penséis que yo he venido a destruir la doctrina de la Ley, ni de los Profetas, no he venido a destruirla sino a darle su cumplimiento; que con toda verdad os digo, que antes faltarán el cielo y la tierra, que deje de cumplirse perfectamente cuando contiene la Ley, hasta una sola jota o ápice de ella. Y así el que violare uno de estos mandamientos por mínimos que parezcan, y enseñare a los hombres a hacer lo mismo, será considerado el más pequeño, esto es, por nulo, en el Reino de los Cielos, pero el que los guardare y enseñare, ese será considerado grande en el Reino de los Cielos. Porque yo os digo, que si vuestra justicia no es más llena y mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los Cielos. Habéis oído que se dijo a vuestros mayores: No matarás; y que quien matare será condenado a muerte en juicio. Yo os digo más: Quien tenga mala voluntad o enojo contra su hermano, merecerá que el juez lo condene. Y el que maldiga, merecerá que lo condene el concilio. Más quien llame a su hermano fatuo, será reo del fuego del infierno. Por tanto, si al tiempo de presentar tu ofrenda en el altar, allí te acuerdas que tu hermano tiene alguna queja contra ti; deja allí mismo tu ofrenda ante el altar, y ve primero a reconciliarte con tu hermano y después volverás para presentar tu ofrenda. Componte luego con tu contrario, mientras estéis con él todavía en el camino; no sea que te ponga en manos del juez y el juez te entregue en las del alguacil, y te metan en la cárcel. Te aseguro que de allí no saldrás, hasta que pagues. Habéis oído que se dijo a vuestros mayores: No cometerás adulterio. Yo os digo más: Cualquiera que mirare a una mujer con mal deseo hacia ella, ya adulteró en su corazón. Que si tu ojo derecho es para ti ocasión de pecar, sácalo y arrójalo fuera de ti, pues es mejor que pierdas uno de tus miembros a que todo tu cuerpo sea arrojado al infierno. 28

Se ha dicho: Cualquiera que despidiere a su mujer, denuncie el pecado de ella. Pero yo os digo: Que cualquiera que despidiere a su mujer, si no es por causa de adulterio, la expone a ser adultera, y el que se casa con la repudiada, es así mismo adúltero. También habéis oído que se dijo a vuestros mayores: No jurarás en falso; antes bien cumplirás los juramentos hechos al Señor. Yo os digo más: Que de ningún modo juréis sin justo motivo, ni por el cielo que es el Trono de Dios; ni por la tierra, pues es la peana de sus pies; ni por Jerusalén, porque es la ciudad o corte del Gran Rey; ni tampoco juréis por vuestra cabeza, pues no esta en vuestras manos hacer blanco o negro un solo cabello. Sea pues vuestro modo de hablar, sí, sí, o no, no; que lo que pasa de esto, de mal principio proviene. Habéis oído que se dijo: Ojo por ojo, diente por diente. Yo empero os digo: Que no hagáis resistencia al agravio; antes si alguno te hiriere en la mejilla derecha, preséntale la otra; y al que quiere armarte pleito para quitarte la túnica, dale también la capa; y a quien te forzare a ir cargando mil pasos, ve con él otros dos mil. Al que te pide dale, y no tuerzas tu rostro al que pretende de ti algún préstamo. Habéis oído que fue dicho: Amarás a tu prójimo y (han añadido malamente) y tendrás odio a tu enemigo. Yo os digo más: Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os aborrecen, y orad por los que os persiguen y calumnian; para que seáis imitadores de vuestro Padre Celestial, el cual hace nacer el sol sobre buenos y malos y llover sobre justos y pecadores. Que si amáis sólo a los que os aman, ¿Qué premio habéis de tener? No lo hacen así incluso los publicanos. Y si no saludáis a otros sino sólo a vuestros hermanos, ¿Qué tiene eso de particular? ¿Por ventura no hacen eso también los paganos? Y si prestáis a quienes de ellos esperáis recompensa ¿qué mérito tenéis? Pues también los malos prestan a los malos, a trueque de recibir de ellos otro tanto. Sed pues vosotros perfectos, así como vuestro Padre Celestial es perfecto, imitándolo en cuanto podáis. 29

Hubo cierto hombre muy rico, que se vestía de púrpura y de lino finísimo, y tenía cada día espléndidos banquetes. Al mismo tiempo vivía un mendigo, llamado Lázaro, el cual, cubierto de llagas, yacía a la puerta de éste, deseando saciarse con las migajas que caían de la mesa del rico, mas nadie se las daba; pero los perros venían y le lamían las llagas. Sucedió pues, que murió dicho mendigo, y fue llevado por los Ángeles al seno de Abraham. Murió también el rico y fue sepultado en el infierno. Y cuando estaba en los tormentos, levantando los ojos vio a lo lejos a Abraham, y a Lázaro, en su seno, y exclamó diciendo: Padre mío Abraham, compadécete de mí, y envíame a Lázaro, para que mojando la punta de su dedo en agua, me refresque la lengua, pues me abraso en estas llamas. Le respondió Abraham: Hijo, acuérdate que recibiste bienes durante toda tu vida, y Lázaro, al contrario, males; y así éste ahora es consolado, y tu atormentado. A lo que dijo el rico: Entre nosotros y vosotros esta de por medio un abismo insondable, de suerte que los que quieren pasar de aquí hasta donde estáis vosotros, no podrían, ni tampoco de ahí pasar para acá. Te ruego, ¡oh padre!, que envíes a Lázaro a casa de mi padre, donde tengo cinco hermanos, a fin de que los aperciba, y no les suceda a ellos, por seguir mi mal ejemplo, el venir también a este lugar de tormentos. Abraham le dijo: Tienen a Moisés y a los Profetas, escúchenlos. No basta eso, dijo el rico, ¡oh padre Abraham!, pero si alguno de los muertos fuera a ellos, harán penitencia. Le respondió Abraham: Si a Moisés y a los Profetas no los escuchan, aún cuando alguno de los muertos resucite, tampoco le darán crédito.»

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6. DONDE ESTÁ TU TESORO, ESTÁ TU CORAZÓN. Jesús continuaba hablándole a la gente: − Guardaos bien de hacer vuestras obras buenas en presencia de los hombres, con el fin de que os vean; de otra manera no recibiréis el galardón de vuestro Padre, que está en los Cielos. «Y así cuando des limosna, no quieras publicarla al son de trompeta, como hacen los hipócritas en las sinagogas, y en las calles o plazas, a fin de ser honrados por los hombres. En verdad os digo que ya recibieron su recompensa. Mas tu cuando des limosna, haz que tu mano izquierda no perciba lo que hace tu derecha; para que tu limosna quede oculta, y tu Padre, que ve los más oculto, te recompensará en público. Así mismo cuando oráis, no habéis de ser como los hipócritas, que de propósito se ponen a orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles, para ser vistos por los hombres; en verdad os digo, que ya recibieron su recompensa. Tú, al contrario, cuando hubieres de orar, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora en secreto a tu Padre, y tu Padre, que ve lo más secreto, te premiará en público. En la oración, no trates de hablar mucho, como hacen los gentiles; que se imaginan ser oídos a fuerza de palabras. No queréis pues imitarlos; que bien sabe vuestro Padre los que necesitáis, antes de pedírselo. Ved pues cómo habéis de orar: Padre nuestro, que estáis en los Cielos; santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad como en el Cielo, así también en la tierra. El pan nuestro de cada día dánoslo hoy. Y perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores. Y no nos dejes caer en tentación. Mas líbranos del mal. Amén. Porque si perdonáis a los hombres las ofensas que cometen contra vosotros, también vuestro Padre Celestial os perdonará vuestros pecados. Pero si vosotros no perdonáis a los hombres; tampoco vuestro Padre os perdonará vuestros pecados. Cuando ayunéis, no os pongáis caritristes como los hipócritas, que desfiguran sus rostros para mostrar a los hombres que ayunan. En verdad os digo, que ya recibieron su galardón. 31

Tú, al contrario, cuando ayunes, perfuma tu cabeza y lava bien tu cara, para que no conozcan los hombres que ayunas, sino únicamente tu Padre, que está presente a todo, aún lo que se mantiene en más secreto, Y tu Padre, que ve lo que pasa en secreto, te dará por ello la recompensa. » − Maestro, − dijo un hombre que se encontraba en ese lugar − dile a mi hermano que me dé la parte que me corresponde de nuestra herencia. − ¡Oh hombre! − le dijo Jesús − ¿quién me ha constituido a mí juez, o repartidor entre vosotros? «Estad alerta, y guardaos de toda avaricia; que no depende la vida del hombre de la abundancia de los bienes que él posee. No queráis amontonar tesoros para vosotros en la tierra, donde el orín y la polilla los consumen, y donde los ladrones desentierran y roban. Es como un hombre rico que tuvo una extraordinaria cosecha de frutos en su heredad. Y discurría para consigo, diciendo: ¿Qué haré que no tengo sitio capaz de encerrar mis granos? Y al fin dijo: Haré esto: derribaré mis graneros, y construiré otros mayores, donde almacenaré todos mis productos y mis bienes, con lo que le diré a mi alma: ¡Oh alma mía! Ya tienes muchos bienes de repuesto para muchísimos años, descansa, come, bebe y date buena vida. Pero Dios le dijo: ¡Insensato!, esta misma noche han de exigir de ti la entrega de tu alma, ¿de quién será todo lo que has almacenado? Esto es lo que sucede, al que atesora para sí, y no es rico a los ojos de Dios. Atesorad mas bien para vosotros tesoros en el Cielo, donde no hay orín, ni polilla que los consuma, ni tampoco ladrones que los desentierren y roben. Porque donde esta tu tesoro, allí esta también tu corazón. Antorcha de tu cuerpo son tus ojos. Si tu ojo fuere sencillo, o estuviere limpio, todo tu cuerpo estará iluminado. Mas si tienes malicioso, o malo tu ojo, todo tu cuerpo estará oscurecido. Que si lo que debe ser luz en ti es tinieblas, las mismas tinieblas ¿cuán grandes serán? Ninguno puede servir a dos señores; porque o tendrá aversión a uno, y amor al otro; o si se sujeta al primero, mirará con desdén al segundo. No podéis servir a Dios y a las riquezas.

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En razón de esto os digo, no os acongojéis por el cuidado de hallar qué comer para sustentar vuestra vida, o de dónde sacaréis vestidos para cubrir vuestro cuerpo. Que ¿no vale más la vida o el alma que el alimento, y el cuerpo que el vestido? Mirad las aves del cielo, cómo no siembran ni siegan, ni tienen graneros, y vuestro Padre Celestial las alimenta. ¿Pues no valéis vosotros mucho más sin comparación a ellas? Y ¿quién de vosotros a fuerza de discursos puede añadir un codo a su estatura? Y acerca del vestido ¿a qué propósito inquietaros? Contemplad los lirios del campo cómo crecen y florecen; ellos no labran, ni tampoco hilan. Sin embargo, yo os digo que ni Salomón en medio de toda su gloria se vistió con tanto primor como uno de estos lirios. Pues si una hierba del campo, que hoy florece y mañana se echa en el horno, Dios así la viste, ¿cuánto más a vosotros hombres de poca fe? Así que no vayáis diciendo acongojados: ¿Dónde hallaremos qué comer y beber? ¿Dónde hallaremos con qué vestirnos? Como hacen los paganos, los cuales andan ansiosos tras todas esas cosas; que bien sabe vuestro Padre la necesidad que de ellas tenéis. Así que, buscad primero el Reino de Dios, y su justicia; y todas la demás cosas se os darán por añadidura. No andéis pues acongojados por el día de mañana; que el día de mañana harto cuidado traerá por sí, bástale ya a cada día su propio afán. »

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7. ORACIÓN, PERSEVERANCIA Y CARIDAD. − No juzguéis a los demás − continuaba Jesús con su admirable sermón − si queréis no ser juzgados. «Porque con el mismo juicio con el que juzgaréis, habéis de ser juzgados; y con la misma medida con que midiereis, seréis medidos vosotros. Mas tú, ¿con qué cara te pones a mirar la pelusa en el ojo de tu hermano, y no reparas en la viga que está dentro del tuyo? O ¿cómo dices a tu hermano; deja que yo saque esa pajita de tu ojo, mientras tu mismo tienes una viga en el tuyo? Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo, y entonces verás como has de sacar la pelusa del ojo de tu hermano. No des a los perros las cosas santas ni echéis vuestras perlas a los cerdos, no sea que las huellen con sus pies, y se vuelvan contra vosotros y os despedacen. Si alguno de vosotros tuviere un amigo, y fuese a buscarlo a media noche para decirle: Amigo, préstame tres panes, porque otro amigo mío ha llegado esta noche a mi casa, y no tengo nada que darle; aunque aquel desde adentro responda: No me molestes, la puerta está ya cerrada, y mis criados están como yo acostados, no puedo levantarme a dártelos; si se le insiste en llamar y más llamar, yo os aseguro que si no se levantare a dárselos por razón de su amistad, a lo menos por librarse de la impertinencia se levantará al fin, y dará lo que se le pide. Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y os abrirán. Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá. ¿Hay por ventura alguno de vosotros que, pidiéndole pan uno de sus hijos, le de una piedra? ¿O que si le pide un pez, le de una culebra? O si pide un huevo, ¿le dará por ventura un escorpión? Pues si vosotros siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos ¿Cuánto más vuestro Padre Celestial dará cosas buenas a los que se las pidan?

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Y así haced vosotros con los demás hombres todo lo que deseáis que hagan ellos con vosotros. Porque esto es lo más importante de la Ley Divina. Entrad por la puerta angosta; porque la puerta ancha, y el camino espacioso son los que conducen a la perdición y son muchos los que entran por él. ¡Oh qué angosta es la puerta, y cuán estrecha la senda que conduce a la vida eterna y qué pocos son los que llegan a ella! Guardaos de los falsos profetas, que vienen disfrazados con pieles de ovejas, mas por dentro son lobos voraces; por sus obras los conoceréis. ¿A caso se cogen uvas de los espinos, o higos de las zarzas? Así es que todo árbol bueno produce frutos buenos; y todo árbol malo produce frutos malos. Un árbol bueno no puede dar frutos malos; ni un árbol malo darlos buenos. Todo árbol que no da buen fruto, será cortado, y echado al fuego. Por sus frutos podréis reconocer a esos falsos profetas.» − ¿Es cierto que son pocos los que se salvarán? − preguntó alguien. − No todo aquel que me dice: ¡Oh Señor, Señor! Entrará por eso en el Reino de los Cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre Celestial, ése es el que entrará en el Reino de los Cielos. «Muchos me dirán en el Día del Juicio: ¡Señor, Señor! ¿Pues no hemos nosotros profetizado en tu nombre, y lanzado en tu nombre a los demonios, y hecho muchos milagros en tu nombre? Mas entonces yo les protestaré: Jamás os he conocido por míos, apartaos de mí, operarios de la maldad. Y ustedes alegaréis en su favor: Nosotros hemos comido y bebido contigo, y tú predicaste en nuestras plazas. Y les diré: No os conozco, ni sé de dónde sois. Apartaos de mí todos vosotros. Por tanto, cualquiera que escucha estas mis instrucciones, y las practica, será semejante a un hombre cuerdo que fundó su casa sobre piedra, y cayeron las lluvias, y los ríos se desbordaron, y soplaron los vientos, y dieron con ímpetu contra la tal casa, mas no fue destruida; porque estaba construida sobre piedra.

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Pero cualquiera que oye estas instrucciones que doy, y no las pone por obra, será semejante a un hombre loco que fabricó su casa sobre arena; y cayeron las lluvias; y los ríos se desbordaron y soplaron los vientos, y dieron con ímpetu sobre aquella casa, la cual se desplomó y su ruina fue grande.» Jesús concluyó su razonamiento y la gente que lo oía no dejaba de admirarlo, porque su modo de instruirlos era con autoridad soberana y no a la manera de los escribas y fariseos.

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8. FE Y MILAGROS. Jesús bajó del monte y lo fue siguiendo una gran muchedumbre. A él se acercó un hombre con lepra. − ¡Señor! Si tu quieres, puedes limpiarme − le dijo el hombre a Jesús, adorándolo. − Quiero − le dijo Jesús al hombre extendiendo su mano para tocarlo − Queda limpio − el hombre quedó curado de su lepra en ese instante. Jesús se despidió de él, sin antes conminarlo. − Mira que no le digas a nadie, pero ve, y preséntate al príncipe de los sacerdotes y ofrece por tu curación lo que tiene Moisés ordenado, para que esto les sirva de testimonio. Sin embargo, aquel hombre una vez que se fue, comenzó a hablar de su curación, y a publicarla por todas partes, de modo que Jesús se vio imposibilitado a entrar manifiestamente en la ciudad, sino que andaba fuera por lugares solitarios, y acudía a él gente de todas partes. *** Jesús se retiró a Cafarnaúm y al entrar ahí le salió al encuentro un centurión rogándole: − Señor, un criado mío esta postrado en mi casa paralítico y padece muchísimo. Es un sujeto que se merece que le hagas este favor, por que es afecto a nuestra nación, e incluso nos ha ayudado a fabricar una sinagoga. − Yo iré y lo curaré − le respondió Jesús. − Señor, no soy yo digno de que entres a mi casa, pero mándalo con tu palabra, y quedará curado mi criado. Pues aún yo, que no soy más que un hombre subordinado a otros, como tengo soldados a mi mando, le digo a uno “¡Marcha!” y el marcha, y al otro “¡Ven!”, y viene, y a mi criado “¡Haz esto!” y lo hace. − En verdad os digo, − le dijo Jesús a toda la gente después de escuchar al centurión, mostrando gran admiración por él − que ni aún en medio de Israel he hallado fe tan grande. «Así yo os declaro, que vendrán muchos gentiles de oriente y occidente, y estarán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob en el Reino de los Cielos.

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Mientras que los Hijos del Reino (los judíos) serán echados fuera hacia las tinieblas; allí será el llanto y el crujir de dientes.» Después le dijo Jesús al centurión: − Vete y suceda todo conforme a lo que has creído. En esa misma hora, el criado quedó sano. *** Iba Jesús camino a la ciudad llamada Naím, y con él iban sus discípulos y mucha gente. Y cuando estaba cerca de la puerta de la ciudad, he aquí que sacaban a enterrar a un difunto, hijo único de su madre, la cual era viuda, e iba acompañándola un gran número de personas de la ciudad. − No lloréis, − les dijo el Señor cuando los vio movido por la compasión. Se acercó y tocó el féretro, y los que lo llevaban se pararon. − Mancebo, yo te lo ando, levántate. El difunto se incorporó y comenzó a hablar y Jesús lo entregó a su madre. Con esto todos quedaron penetrados de un santo temor, y glorificaban a Dios. − Un gran Profeta ha aparecido entre nosotros, y Dios ha visitado a su pueblo − decía la gente. Este milagro comenzó a difundirse rápidamente. *** Fue Jesús a la casa de Pedro y vio a la suegra de él en cama con fiebre, se acercó a ella y tocó su mano, la fiebre desapareció, se levantó de la cama y se puso a servirles. Venida la tarde, le trajeron muchos endemoniados, toda la ciudad se había juntado ante la puerta de la casa de Pedro, y curó a muchas personas afligidas de varias dolencias, con su palabra echaba a los espíritus malignos sin permitirles decir que sabían quién era; verificándose así aquello dicho por el Profeta Isaías: Él mismo ha cargado con nuestras dolencias, y ha tomado sobre sí nuestras enfermedades. Por la mañana, muy de madrugada salió a un lugar solitario para hacer oración.

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Simón y otros lo siguieron, cuando lo hallaron le dijeron: − Todos te andan buscando. − Vamos a las aldeas y ciudades vecinas, para predicar en ellas el Evangelio, porque para eso he venido. *** Un día Jesús se vio cercado por mucha gente y decidió pasar a la ribera opuesta del lago de Genezaret. A él se acercó un escriba. − Maestro, yo te seguiré a donde quiera que fueres − dijo el escriba a Jesús. − Las raposas tienen madrigueras − le contestó Jesús − y las aves del cielo nidos; mas el Hijo del Hombre no tiene donde reclinar la cabeza. Después, uno de sus discípulos le comentó: − Señor, permíteme que antes de seguirte vaya a dar sepultura a mi padre. − Sígueme tú, y deja que los muertos entierren a sus muertos − le respondió Jesús refiriéndose a la gente que no tiene la vida de la fe. Entró pues a una barca acompañado de sus discípulos y he aquí que se levantó una tempestad tan recia en el mar, que las olas cubrían la barca, mas Jesús estaba durmiendo; a él se acercaron sus discípulos, lo despertaron diciéndole: − ¡Señor, sálvanos que perecemos! − ¿De que teméis, hombres de poca fe? − respondió Jesús. Puesto en pie, mandó a los vientos a que se apaciguaran, y siguió una gran bonanza. − ¿Quién es este, que los vientos y el mar le obedecen? − comentaban asombrados sus discípulos. *** Desembocaron en la otra ribera del lago en el país de los gerasenos. En esos lugares había algunos sepulcros donde habitaban dos endemoniados, tan peligrosos que nadie osaba transitar por aquel camino; ni había hombre que pudiera refrenarlos aún con cadenas; muchas veces 41

los sujetaban con grillos y cadenas, los cuales despedazaban sin que nadie pudiera domarlos; y andaban siempre día y noche por los sepulcros y por los montes gritando e hiriéndose con piedras agudas. Al ver a Jesús comenzaron a gritar y a adorarlo. − ¿Qué tenemos que ver nosotros contigo, oh Jesús Hijo de Dios? ¿Has venido acá con el fin de atormentarnos antes de tiempo? En nombre del mismo Dios te conjuramos que no nos atormentes. − ¿Cuál es tu nombre? − Jesús le preguntó a uno de ellos. − Mi nombre es Legión, − respondió el endemoniado − porque somos muchos. Estaba no lejos de allí una gran piara de cerdos paciendo. − Si nos echas de aquí, envíanos a esa piara de cerdos − suplicaban los demonios a Jesús. − Entonces, id − les ordenó Jesús. Y habiendo salido ellos de los cuerpos de ambas personas entraron en los cerdos; toda la piara, en ese momento, corrió impetuosamente a despeñarse por un derrumbadero en el mar de Genezaret y quedaron ahogados en el agua. Varias personas se percataron de lo sucedido, y echaron a huir, y llegados a la ciudad lo contaron todo, particularmente lo de los endemoniados. Muchos corrieron en busca de Jesús para ver lo que había ocurrido, y cuando llegaron, lo vieron junto a los hombres que habían estado endemoniados, ahora ambos podían verse vestidos y en su sano juicio. La gente quedó espantada. A Jesús, le suplicaron que se retirara de su país. Él decidió irse de aquel lugar; uno de los hombres poseídos se había acercado a él. − Por favor, admítame en su compañía − pidió aquel hombre a Jesús. − Es mejor que vayas a tu casa con tus parientes, y anuncia a los tuyos la gran merced que hoy ha hecho el Señor por ti y la misericordia que ha usado contigo. Aquel hombre se fue y publicó todo el beneficio que había recibido de Jesús, todos quedaban pasmados.

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9. OVEJAS SIN PASTOR. Jesús volvió a pasar por el lago para regresar a su lugar de residencia, Cafarnaúm. Y corriendo la voz de que Jesús se encontraba en su casa, acudieron muchos en tanto número, que no cabían ni dentro ni fuera, él les anunciaba la palabra de Dios. Entonces llegaron unos conduciendo a cierto paralítico, que llevaban entre cuatro. Y no pudiendo presentárselo por causa del gentío, descubrieron el techo por la parte donde se encontraba Jesús, y por su abertura colgaron la camilla en la que yacía el paralítico. Viendo la fe de aquellos hombres, Jesús le habló al paralítico. − Ten confianza hijo mío, que perdonados te son tus pecados. − ¡Éste blasfema! − dijo un escriba que se encontraba cerca. − ¿Por qué pensáis mal en vuestros corazones? − preguntó Jesús. «¿Qué cosa es más fácil decir: Se te perdonan tus pecados, o levántate, toma tu camilla y anda? Pues para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene en la tierra potestad para perdonar pecados: Levántate − dijo al paralítico − toma tu lecho y vete a tu casa − aquel se levantó e hizo lo que le ordenaron.» La gente quedó pasmada y se llenaron de respeto hacia Jesús y alabaron a Dios. − Jamás habíamos visto cosa semejante − decía la multitud. *** Otra vez salió hacia el mar; y toda la gente se iba en pos de él, y las adoctrinaba. Jesús vio a un hombre sentado al banco y mesa de los impuestos, su nombre era Leví o Mateo hijo de Alfeo. − Sígueme − le dijo Jesús al hombre y este obedeció. Fueron a la casa de Mateo, y llegaron hasta allí publicanos y gente de mala vida, muchos de ellos comenzaban ya a seguirlo; se sentaron a la mesa a comer con Jesús y sus discípulos. 43

− ¿Cómo es que vuestro Maestro come con publicanos y pecadores? − preguntó un fariseo a los discípulos, Jesús escuchó. − No son los que están sanos, − replicó Jesús − sino los enfermos los que necesitan de médico. «Id pues a aprender lo que significa: Más estimo la misericordia que el sacrificio. Porque los pecadores son, y no los justos, a quienes he venido yo a llamar a penitencia.» Se presentaron en aquel mismo lugar los discípulos de Juan para preguntarle a Jesús: − ¿Cuál es el motivo del por qué tus discípulos no ayunan, y nosotros y los fariseos lo hacemos frecuentemente? − ¿A caso los amigos del esposo pueden andar afligidos mientras el esposo está con ellos? − les respondió Jesús − Ya vendrá el tiempo en el que se les será arrebatado el esposo; y entonces ayunarán. «Nadie hecha un remiendo de paño nuevo a un vestido viejo; de otra suerte rasga lo nuevo parte de lo viejo, y se hace mayor la rotura. Ni tampoco echan el vino nuevo en vasijas viejas; porque si esto se hace se revienta la vasija, y el vino se derrama. El vino nuevo lo echan en vasijas nuevas y así se conservan el vino y las vasijas.» En ese momento llegó uno de los jefes de la sinagoga. − Señor, una hija mía esta a punto de morir, − le dijo el jefe a Jesús adorándolo − pero ven, impón tu mano sobre ella, y vivirá. Jesús se levantó y siguió al hombre con sus discípulos en medio de un mar de gente, cuando he aquí que una mujer que desde hace doce años padecía un flujo de sangre, vino por detrás y tocó la ropa de Jesús. Esta mujer pensaba que con sólo tocar su ropa quedaría curada, pues ya había sufrido en manos de muchos médicos y gastado todo su dinero sin obtener el menor alivio. Cuando lo tocó, repentinamente, aquel manantial de sangre se le secó, y percibió en su cuerpo que estaba completamente curada. − ¿Quién ha tocado mi vestido? − preguntó Jesús. − No es posible saberlo con tanta gente a nuestro alrededor − respondieron sus discípulos.

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− ¿Quién me ha tocado? − volvió a preguntar. Entonces la mujer, sabiendo lo que había experimentado en sí misma, medrosa y temblando, se acercó postrándose a los pies de Jesús para confesarle la verdad. − Fui yo Señor. − Hija, tu fe te ha curado, vete en paz, ahora estas libre de tu mal. Cuando aún estaba hablando, llegaron unos hombres de casa del jefe de la sinagoga. − Murió tu hija ¿para qué cansar ya al Maestro? − No temas, ten fe solamente − le dijo Jesús al jefe. Ya no permitió que le siguiese ninguno, excepto Pedro, Santiago y Juan. Jesús llegó a la casa del jefe de la sinagoga y escuchó música fúnebre, había una gran confusión, la gente estaba llorando, todo indicaba que la niña había muerto. − ¿De qué os afligís tanto, y lloráis? ¡Retiraos! Pues no está muerta la niña, sino dormida − exclamó Jesús y muchos se burlaron de él. Ordenó que sacaran a toda la gente que ahí se encontraba, Jesús se acercó a la niña junto a sus padres y sus discípulos. La tomó de la mano. − Talitha cumi (Muchacha, levántate, yo te lo mando) − le dijo, e inmediatamente obedeció. Todos quedaron asombrados. Pero Jesús pidió que nadie lo supiera y que le dieran de comer a la niña. Sin embargo, este suceso se divulgó por todo el país. *** Jesús se retiraba y dos ciegos lo iban siguiendo. − ¡Hijo de David, ten compasión de nosotros! − gritaban los dos sujetos. Cuando Jesús llegó a su casa se le presentaron aquellos dos ciegos. − ¿Creéis que yo puedo hacer eso que me pedís? − les preguntó. − Si, Señor − respondieron ellos. 45

Entonces les tocó los ojos. − Según vuestra fe así os sea hecho − dijo Jesús. Los hombres abrieron los ojos, por fin podían ver. − Mirad que nadie lo sepa − les conminó Jesús. Ellos, sin embargo, al salir de allí, lo publicaron por toda la comarca. Poco después, llegó hasta Jesús un mudo endemoniado. Jesús expulsó al demonio y el hombre pudo hablar y las personas presentes se llenaron de admiración diciendo. − Jamás se ha visto cosa semejante en Israel. En cambio, los fariseos decían: − Por arte del príncipe de los demonios expulsa a los demonios. Y Jesús iba recorriendo todas las ciudades y villas, enseñando en sus sinagogas y predicando el Evangelio del Reino de Dios, y curando toda dolencia y enfermedad. Y al ver a toda esa gente se compadecía entrañablemente de ella, porque se encontraban como ovejas sin pastor. − La mies es verdaderamente mucha, mas los obreros pocos − Decía Jesús a sus discípulos − . Rogad pues al dueño de la mies, que envíe a más operarios.

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10. LA MISIÓN DE LOS DOCE. Tiempo después, Jesús convocó a sus doce discípulos, les dio potestad para lanzar los espíritus inmundos y curar toda especie de dolencias y enfermedades. Los doce apóstoles eran: Simón, por sobrenombre Pedro y su hermano Andrés, Santiago y su hermano Juan, Felipe, Bartolomé, Tomás, Mateo, Santiago, Tadeo, Simón y Judas Iscariote. Además de ellos eligió a otros setenta y dos, a los cuales envió de dos en dos a diversas comunidades. − No vayáis ahora a tierra de gentiles, − les decía Jesús a sus discípulos − ni tampoco entréis a poblaciones de samaritanos, mas id antes en busca de las ovejas perdidas de la Casa de Israel. «Id y predicad, diciendo: Que se acerca el Reino de los Cielos. Y en prueba de nuestra doctrina, curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, lanzad demonios, dad amablemente lo que amablemente habéis recibido. No llevéis oro ni plata, ni dinero alguno en vuestros bolsillos, ni alforja para el viaje, ni más de una túnica y un calzado, ni tampoco palo o alguna otra arma para defenderos, porque el que trabaja merece que le sustenten. En cualquier ciudad o aldea en que entraréis, informaos quién de ahí es persona de bien o que sea digno de alojaros; y permaneced en su casa hasta vuestra partida. Al entrar en la casa, la salutación ha de ser: La paz sea en esta casa. Que si la casa la merece, vendrá vuestra paz a ella; mas sino la merece, vuestra paz se volverá con vosotros. En caso de que no quieran recibiros, ni escuchar vuestras palabras, saliendo de tal casa o ciudad, sacudid el polvo de vuestros pies. En verdad os digo que Sodoma y Gomorra serán tratados con menos rigor en el día del juicio, que no la tal ciudad. Mirad que yo los envío como ovejas en medio de lobos. Por tanto, habéis de ser prudentes como serpientes, y sencillos como palomas.

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Cuidaos de tales hombres. Pues os delataran a los tribunales, y os azotaran en sus sinagogas; y por mi causa seréis conducidos ante los gobernadores y los reyes, para dar testimonio de mi a ellos, y a las naciones. Si bien cuando os hicieren comparecer, no os preocupéis por el cómo o lo que habéis de hablar, porque os será dado en aquella misma hora lo que hayáis de decir, puesto que no sois vosotros quien habla entonces, sino el Espíritu de nuestro Padre, el cual habla por vosotros. Entonces un hermano entregará a su hermano a la muerte, y el padre al hijo, y los hijos se levantarán contra los padres, y los harán morir, y vosotros vendréis a ser odiados de todos por causa de mi nombre, pero quien persevere hasta el final, este se salvará. Entre tanto, cuando en una ciudad os persigan, huid a otra, En verdad os digo, que no acabaréis de convertir a las ciudades de Israel, antes que venga el Hijo del Hombre. No es el discípulo más que su maestro, ni el siervo más que su amo, baste al discípulo, el ser tratado como su maestro, y al criado como su amo. Si al padre de familia le han llamado Beelcebub, ¿cuánto más a sus domésticos? Pero por eso no les tengáis miedo. Porque nada está encubierto, que no se haya de descubrir, ni oculto, que no se haya de saber. Lo que os digo de noche, decidlo a la luz del día, y lo que os digo al oído, predicadlo desde los terrados. Nada temáis a los que matan el cuerpo, y no pueden matar el alma; temed antes al que puede arrojar alma y cuerpo en el infierno. ¿No es así que dos pájaros se venden por un cuarto, y no obstante, ninguno de ellos caerá en tierra sin que lo disponga vuestro Padre? Hasta los cabellos de vuestra cabeza están todos contados. No tenéis pues qué temer, valéis vosotros más que muchos pájaros. En suma, a todo aquel que me reconociere y me confesare como Mesías delante de los hombres, yo también los reconoceré y me declararé por él delante de mi Padre, que está en los Cielos; mas a quien me negare delante de los hombres, yo también lo negaré delante de mi Padre, que está en los Cielos. No tenéis que pensar que yo he venido a traer la paz a la tierra, al contrario, he venido a traer la guerra, pues he venido a separar al hijo de su padre, y a la hija de su madre, y a la nuera de su suegra, y los enemigos del hombre serán las personas de su misma casa; quien ama más al padre 48

o a la madre que a mí, no merece ser mío, y quien ama al hijo o a la hija más que a mi, tampoco merece ser mío. Y quien no carga su cruz y me sigue, no es digno de mí. Quien a costa de su alma conserva su vida, la perderá, y quien perdiere su vida por amor mío, la volverá a hallar. Quien a vosotros recibe, a mí me recibe; y a quien a mí me recibe, recibe a aquel que me ha enviado a mí. El que hospeda a un Profeta en atención a que es Profeta, recibirá premio de Profeta, y el que hospeda a un justo en atención a que es justo, tendrá galardón de justo. Y cualquiera que diere de beber a uno de estos pequeñuelos un vaso de agua fresca solamente por razón de ser discípulo mío, os doy mi palabra, que no perderá su recompensa.» *** Cuando regresaron los apóstoles, le contaron a Jesús todo lo que habían hecho. − Señor, hasta los demonios mismos se sujetan a nosotros por la virtud de tu nombre. − Yo estaba viendo desde el principio del mundo a Satanás caer del cielo en forma de relámpago − les dijo Jesús. «Vosotros veis que os he dado potestad de hollar serpientes y escorpiones, y todo el poder del enemigo, de suerte que nada podrá haceros daño. Con todo esto, no habéis de gozaros porque se os rinden los espíritus inmundos, porque vuestros nombres están escritos en los Cielos»

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11. VENID A MÍ. Juan Bautista estaba en prisión y escuchó hablar sobre las obras de Jesús, por ello, envió a sus discípulos con él. − ¿Eres tú el Mesías que ha de venir, o debemos esperar a otro? − Id y contad a Juan lo que habéis oído y visto. − Respondió Jesús − Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, se anuncia el Evangelio a los pobres. «Y bienaventurado aquel que no tomare de mi ocasión de escándalo.» Los discípulos de Juan se retiraron, Jesús se dirigió a la gente para hablar sobre él. − ¿Qué es lo que habéis salido a ver en el desierto? ¿Alguna caña que a todo viento se mueve? «Decidme si no, ¿qué salisteis a ver? ¿A un hombre vestido con lujo y afeminación? Ya sabéis que los que visten así, en palacios de reyes están. En fin, ¿qué salisteis a ver? ¿A algún Profeta? Eso si, yo os lo aseguro, y aún mucho más que Profeta. Pues el es de quien está escrito: Mira que yo envío un Ángel ante tu presencia, el cual irá delante de ti disponiéndote el camino. En verdad os digo, que no ha salido a la luz entre los hijos de mujeres alguno mayor que Juan Bautista, si bien el que es menor en el Reino de los Cielos, es superior a él. Porque todos los Profetas y la Ley hasta Juan, pronunciaron lo porvenir. Y si queréis entenderlo, él mismo es aquel Elias que debía venir. El que tenga oídos para entender, entiéndalo. Mas ¿A quién compararé yo esta raza de hombres? Es semejante a los muchachos sentados en la plaza, que dando voces a otros de sus compañeros, les dicen: Os hemos entonado cantares alegres y no habéis bailado; cantares lúgubres, y no habéis llorado. Así es que vino Juan que casi no come, ni bebe, y dicen: Esta poseído del demonio.

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Ha venido el Hijo del Hombre que come y bebe, y dicen: He aquí un glotón, y un vinoso amigo de publicanos, y gente de mala vida. Pero queda la divina sabiduría justificada para con sus hijos.» Jesús comenzó a reconvenir a las ciudades donde había hecho muchísimos milagros, ya que estas no habían hecho penitencia. − ¡Ay de ti Corazaín! ¡Ay de ti Betsaida! Que si en Tiro y en Sidón se hubiesen hecho los milagros que en vosotras se han obrado, desde hace mucho habrían hecho penitencia, y cubierto de cenizas y de cilicio. «Por tanto, os digo, que Tiro y Sidón serán menos rigurosamente tratadas en el día del juicio, que vosotras. Y tú, Cafarnaúm, ¿piensas levantarte hasta el cielo? Serás, si, abatida hasta el infierno, porque si en Sodoma se hubieran hecho los milagros que en ti, Sodoma quizá subsistiera hoy en día. Por eso te digo que, el país de Sodoma en el día del juicio, será con menos rigor que tu castigada.» Jesús terminaba su discurso así: − Yo te glorifico Padre mío, Señor del Cielo y tierra, porque has tenido encubiertas estas cosas a los sabios y prudentes del siglo, y las has revelado a los pequeñuelos. «Si, Padre mío, alabado seas, por haber sido de tu agrado que fuese así. Todas las cosas las ha puesto mi Padre en mis manos. Pero nadie conoce al Hijo, sino el Padre, ni conoce ninguno al Padre, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo habrá querido revelarlo. Venid a mí todos los que andáis agobiados con trabajos y cargas, que yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que yo soy manso y humilde de corazón, y hallaréis el reposo para vuestras almas. Porque suave es mi yugo, y ligero el peso mío.»

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12. MI MADRE Y MIS HERMANOS. Un día sábado, Jesús y sus discípulos pasaron por un sembrado; sus discípulos tenían hambre, comenzaron a recoger espigas y comieron los granos. − Mira que tus discípulos hacen lo que no es lícito hacer los sábados − dijeron algunos fariseos a Jesús después de ver aquello. − ¿No habéis leído lo que hizo David, cuando él y los que lo acompañaban se vieron acosados de hambre? − les respondió Jesús. «¿De cómo entró en la casa de Dios y comió los panes de la ofrenda, que no era lícito comer, ni para él ni para los suyos, sino sólo a los sacerdotes? ¿O no habéis leído en la Ley, cómo los sacerdotes en el Templo trabajaban en el sábado, y con todo eso no pecan? Pues yo les digo que aquí está uno que es mayor que el Templo. Deberían saber bien que significa lo siguiente: Más quiero la misericordia que el sacrificio; si lo entendieran, jamás hubieran condenado a los inocentes. El sábado se hizo para el bien del hombre, y no el hombre para el sábado. Porque el Hijo del Hombre es aún dueño del sábado. » Habiendo partido de allí, entró en la sinagoga de ellos, ahí se encontraba un hombre que tenía seca una mano; y preguntaron a Jesús, para hallar una acusación en contra de él. − ¿Es lícito curar en sábado? − ¿Qué hombre habrá entre vosotros − respondió Jesús − que tenga una oveja, y si está en una fosa en día sábado, no la levante y saque? «¿Pues cuánto más vale un hombre que una oveja? Es lícito hacer el bien en sábado.» Ellos se quedaron callados. Jesús clavaba en ellos sus ojos llenos de indignación, deploraba la ceguedad de sus corazones. Así, se acercó al hombre de la mano seca. − Extiende esa mano − Jesús le dijo al hombre y este obedeció. La mano de aquel sujeto quedó tan sana como la otra.

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También había allí una mujer que por espacio de dieciocho años, padecía una enfermedad causada por un espíritu maligno, y andaba encorvada sin poder mirar bien hacia arriba. Cuando Jesús la vio, la llamó. − Mujer, quedas libre de tu achaque − Jesús puso sobre ella las manos, y se enderezó al momento. La mujer daba gracias y alabanzas al Señor. − Seis días hay destinados al trabajo, − dijo el jefe de la sinagoga indignado por lo que hacía Jesús en sábado − en esos podéis venir a curaros, y no en el día del sábado. − ¡Hipócritas! − dijo Jesús − ¿Cada uno de vosotros no suelta a su buey o su asno del pesebre, aunque sea sábado, y los lleva a abrevar. «Y a esta hija de Abraham, a quien, como veis, ha tenido atada Satanás por espacio de dieciocho años, ¿no será permitido desatarla de estos lazos en día sábado?» Los fariseos salieron de inmediato de la sinagoga, comenzaron a urdir tramas en contra de Jesús, les faltaba una excusa para acusarlo, para difamarlo. Jesús se percató de aquello y se retiró, lo siguieron varios enfermos a los que curó posteriormente, pidiéndoles que no dijeran nada. Con ello se cumplió una profecía más de Isaías: Ved ahí al siervo mío, a quien yo tengo elegido, el amado mío, en quien mi alma se ha complacido plenamente. Pondré sobre él mi espíritu, y anunciaré la Justicia a las naciones No contenderá con nadie, no voceará, ni oirá ninguno su voz en las plazas, no acabará de apagar la mecha que aún humea, hasta que haga triunfar la Justicia de su causa, y en su nombre pondrán las naciones su esperanza. *** Y Jesús se retiró junto con sus discípulos a la ribera del mar Tiberíades, y le fue siguiendo mucha gente de Galilea, Judea, Jerusalén, Idumea, del otro lado del Jordán, los comarcanos de Tiro y de Sidón, en gran multitud iban a verlo, oyendo las cosas que hacía. Y así, les pidió a sus discípulos que le tuvieran lista una barquilla, para que el tropel de la gente no lo oprimiese. Pues curando como curaba, a muchos, se arremolinaban en torno a él con el fin de tocarlo todos los que tenían males.

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Y hasta los poseídos de espíritus inmundos, al verlo se arrodillaban delante de él y gritaban diciendo: − Tú eres el Hijo de Dios. − Más él los apercibía con graves amenazas para que no lo descubriesen. Poco después le fue traído un hombre endemoniado, ciego y mudo, y lo curó, el hombre comenzó a hablar y a ver. Al ver aquello, la gente quedó sorprendida y decían: − ¿Es este tal vez el Hijo de David, el Mesías? − ¡Este no lanza los demonios sino por obra de Beelcebub, príncipe de los demonios! − exclamó uno de los fariseos al oír a los otros. − Todo reino dividido en facciones contrarias − respondía Jesús − será desolado; y cualquier ciudad o casa dividida en bandos, no subsistirá. «Y si Satanás echa a fuera a Satanás, es contrario a si mismo, ¿cómo pues ha de subsistir su reino? Que si yo lanzo los demonios en nombre de Beelcebub, vuestros hijos, ¿en nombre de quien los echan? Por tanto, esos mismos serán vuestros jueces. Mas si yo echo los demonios en virtud del Espíritu de Dios, ciertamente el Reino de Dios, o el Mesías, ha llegado a vosotros. O sino, decidme, ¿cómo es posible que alguien entre en la casa de un hombre valiente, y le robe sus bienes, si primero no ata bien al valiente? Entonces podrá saquearle la casa. El que no está por mí, contra mí está; y el que conmigo no recoge, desparrama. Por lo cual declaro: Que cualquier pecado o cualquier blasfemia se perdonará a los hombres, pero la blasfemia contra el Espíritu de Dios no se perdonará tan fácilmente. Así mismo, a cualquiera que hablare en contra del Hijo del Hombre, se le perdonará; pero a quien hablare en contra del Espíritu Santo, despreciando su gracia, no se le perdonará en esta vida ni en la otra. O bien, decid que el árbol es bueno, y bueno su fruto, o si tenéis el árbol por malo, tened también por malo su fruto, ya que por el fruto se conoce la calidad del árbol.

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¡Oh raza de víboras! ¿Cómo es posible que vosotros habléis cosa buena, siendo, como sois, malos? Puesto que la boca sólo dice lo que siente el corazón. El hombre de bien, del fondo de su corazón saca cosas buenas; y el hombre malo, de su mal fondo saca cosas malas. Yo os digo, que hasta de cualquier palabra ociosa que hablaren los hombres, han de dar cuenta el Día del Juicio. Porque por tus palabras habrás de ser justificado, y por tus palabras condenado.» Les decía esto porque sabía que lo acusaban de estar poseído por algún espíritu inmundo. − Maestro, quisiéramos verte hacer algún milagro − pidieron algunos de los escribas y fariseos que ahí se encontraban. − Esta raza mala y adúltera pide un prodigio, pero no se le dará el que pide, sino el prodigio de Jonás el Profeta. «Porque así como Jonás estuvo en el vientre de la ballena tres días y tres noches, así el Hijo del Hombre estará tres días y tres noches en el seno de la tierra. Los naturales de Nínive se levantarán en el Día del Juicio contra esta raza de hombres, y la condenarán; por cuanto ellos hicieron penitencia a la predicación de Jonás. Y con todo, el que está aquí es más que Jonás. La Reina del Mediodía hará de acusadora en el Día del Juicio contra esta raza de hombres, y la condenará, por cuanto vino de los extremos de la tierra para escuchar la sabiduría de Salomón, y con todo, aquí tenéis quien es más que Salomón. Cuando el espíritu inmundo ha salido de algún hombre, anda vagando por lugares áridos, buscando por dónde hacer asiento, sin que lo consiga. Entonces dice: Tornaré a mi casa, de donde he salido. Y volviendo a ella la encuentra desocupada, bien barrida, bien arreglada. Con eso va, y se encuentra con siete espíritus peores que él, y juntos entran, y habitan allí; con esto, aquel hombre sufre más que la primera vez. Así ha de acontecer a esta raza de hombres perversísima.» − ¡Bienaventurado el vientre que te llevo, − exclamaba una mujer que se encontraba cerca − y los pechos que te alimentaron!

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− Buenaventuras más bien, − respondió Jesús − los que escuchan la palabra de Dios, y la ponen en práctica. Todavía se encontraba hablando con la gente del pueblo, cuando llegaron su madre y sus hermanos, se encontraban afuera, querían hablar con él. − Mira que tu madre y tus hermanos están fuera preguntando por ti − le dijeron a Jesús. − ¿Quién es mi madre y quiénes mis hermanos? − respondió Jesús, y señaló a sus discípulos − Estos son mi madre y mis hermanos. «Porque cualquiera que hiciere la voluntad de mi Padre, que está en los Cielos, ese es mi hermano, y mi hermana, y mi madre.»

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13. QUIEN ENTIENDA.

TENGA

OÍDOS PARA ENTENDER,

Jesús fue a sentarse a la orilla del mar, alrededor de él se junto mucha gente, tanta que se vio obligado a subir a la barca que era propiedad de Simón Pedro y su familia, éstas acababan de regresar sin pez alguno, tomó asiento en ella; todas las personas se quedaron en la ribera, él les habló de diversas cosas mediante parábolas. − Salió una vez cierto sembrador a realizar sus labores habituales, − comenzó a decir Jesús − y al esparcir sus granos, algunos cayeron cerca del camino, y vinieron las aves del cielo, y se los comieron. «Otros cayeron en pedregales, donde había poca tierra, y luego brotaron, por estar muy someros en la tierra, mas cuando salió el sol se secaron, porque casi no tenían raíces. Otros granos cayeron entre espinas, crecieron y se sofocaron. Otros, en fin, cayeron en buena tierra, y dieron fruto, donde ciento por uno, donde sesenta, y donde treinta. Quien tenga oídos para entender, entienda.» Después de esto, uno de sus discípulos se acercó y le preguntó: − ¿Por qué causa les hablas con parábolas? − Porque a vosotros se os ha dado el privilegio de conocer los misterios del Reino de los Cielos, mas a ellos no. «Atended bien a lo que vais a oír. Seréis medidos con la misma medida que midiereis, y aún se os dará más. Siendo cierto que el que tiene lo que debe tener, se le ha de dar más, y estará sobrado; mas al que no tiene lo que debe de tener, le quitarán aún lo que tiene. Por eso les hablo con parábolas, porque pudiendo ver, no miran, no consideran, y pudiendo oír no escuchan, ni entienden. A los que son incrédulos se les habla con parábolas. Si les presento la verdad tal como es, la despreciarían, por eso les hablo con parábolas, y aún así, no hacen caso.» Con esto se cumplía una profecía más de Isaías: Oirés con vuestros oídos, y no entenderéis, y por más que miréis con vuestros ojos, no veréis.

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− Porque ha endurecido este pueblo su corazón, − continuó Jesús con su explicación − y ha cerrado sus oídos y tapado sus ojos, a fin de no ver con ellos, ni oír con los oídos, ni comprender con el corazón, por miedo de que convirtiéndose, yo le de la salud. «Dichosos vuestros ojos porque ven, y dichosos vuestros oídos porque oyen. Pues en verdad os digo, que muchos Profetas ansiaron ver lo que vosotros estáis viendo en estos momentos, y no lo vieron; y oír lo que oís, y no lo oyeron. Escuchas ahora la parábola del sembrador: Cualquiera que oye la palabra del Reino de Dios o del Evangelio, y no para en ella su atención, viene el mal espíritu y le arrebata aquello que había sembrado en su corazón; este es el sembrado junto al camino. El sembrado en tierra pedregosa, es aquel que oye la palabra de Dios, y por lo pronto lo recibe con gozo, mas no tiene interiormente raíz, sino que dura poco, y sobreviniendo la tribulación y persecución a causa de la palabra o el Evangelio, se escandaliza. El sembrado entre espinas, es el que oye la palabra de Dios, mas los problemas de este siglo y la embriaguez por las riquezas, la sofocan, y queda infructuosa. Al contrario, el sembrado en buena tierra es el que oye la palabra de Dios, y la medita, y produce fruto, parte ciento por uno, parte sesenta y parte treinta. ¿Por ventura se enciende una luz para ponerla debajo de un celemín, o debajo de la cama? ¿No es para ponerla sobre un candelero? Nada hay secreto, que no se deba manifestar, ni cosa alguna que se haga para estar encubierta, sino para publicarse.» *** «El Reino de Dios viene a ser igual a un hombre que siembra su heredad, y aunque duerma o vele toda la noche y todo el día, el grano va brotando y creciendo sin que el hombre lo advierta. Porque la tierra primero produce la hierba, luego la espiga, y por último el grano con espiga. Y después que está el fruto maduro, inmediatamente se le echa la hoz, porque llegó ya el tiempo de la siega.» 60

*** Jesús siguió hablándole a la gente mediante otra parábola. − El Reino de los Cielos es semejante a un hombre, que sembró buena simiente en su campo, pero al irse a dormir, vino cierto enemigo suyo, y sembró cizaña en medio del trigo, y se fue. «Estando ya el trigo rodeado de hierba, y asomando la espiga, se descubrió la cizaña. Entonces los criados del padre de familia acudieron él, y le dijeron: Señor, ¿no sembraste buena simiente en tu campo? Pues ¿cómo tiene cizaña? Les respondió: Algún enemigo mío la habrá sembrado. Replicaron los criados: ¿Quieres que vayamos a cegarla? A lo que respondió: No, porque no suceda que arrancando la cizaña, arranquéis junto con ella el trigo. Dejad creced el uno y el otro hasta la siega, que cuando llegue le diré a los segadores: coged primero la cizaña, y haced gavillas de ella para el fuego, y meted después el trigo en mi granero.» *** Jesús propuso una nueva parábola. − ¿A qué cosa compararemos aún al Reino de los Cielos? Es similar al grano de mostaza, que tomó en su mano un hombre y lo sembró en su campo, el cual es a la vista menudísimo entre todas las semillas; pero cuando crece, viene a ser mayor que todas las legumbres, y se hace árbol, de forma que las aves del cielo bajan para posarse en sus ramas. *** Añadió una parábola más: − El Reino de los Cielos es semejante a la levadura que cogió una mujer y la mezcló con harina, hasta que toda la masa quedó fermentada. Todo esto le dijo Jesús a la gente por medio de parábolas, con las cuales no podía predicar, cumpliéndose una profecía más: Abriré mi boca para hablar con parábolas, publicaré cosas que han estado ocultas desde la creación del mundo. Jesús despidió a la gente que se encontraba con él y se dirigió a su casa. En ese momento sus discípulos lo rodearon. 61

− Explícanos la parábola de la cizaña sembrada en el campo − pidieron ellos. − El que siembra la buena simiente − comenzó su explicación Jesús − es el Hijo del Hombre. «El campo es el mundo, la buena simiente son los Hijos del Reino. La cizaña, los hijos del espíritu maligno. El enemigo que la sembró es el diablo. La siega es el fin del mundo. Los segadores son los Ángeles. Y así como se recoge la cizaña y se quema en el fuego, así sucederá en el fin del mundo; enviará el Hijo del Hombre a sus Ángeles y quitará de su Reino a todos los escandalosos, y a cuantos obran la maldad; y los arrojarán en el horno del fuego. Allí será el llanto y el crujir de dientes. Al mismo tiempo los justos resplandecerán como el mismo sol en el Reino de su Padre. El que tiene oídos para entenderlo, entiéndalo. Es también semejante el Reino de los Cielos a un tesoro escondido en el campo, que si lo haya un hombre, lo cubre de nuevo, y gozoso del hallazgo va y vende todo lo que tiene, y compra aquel campo. El Reino de los Cielos es así mismo semejante a un mercader, que trata en perlas finas. Y viniendo a la mano una de gran valor, va, y vende todo lo que tiene, y la compra. También es semejante el Reino de los Cielos a una red de pescar, que echada en el mar, allega todo género de peces; la cual, estando llena, la sacan los pescadores, y sentados en la orilla, van escogiendo los buenos y los meten en sus cestos, y arrojan los de mala calidad. Así sucederá al fin del siglo; saldrán los Ángeles, y separaran a los malos de entre los justos. Y han de arrojarlos en el horno de fuego; allí será el llanto y el crujir de dientes. ¿Habéis entendido bien todas estas cosas? » − Si, Señor − le respondieron. Con muchas parábolas semejantes a éstas, les predicaba la palabra de Dios, conforme a la capacidad de los oyentes; y no les hablaba sin parábolas, bien es verdad que aparte se las explicaba a sus discípulos. 62

*** Al terminar de hablar, le habló a Simón, el dueño de la barca donde estaba Jesús. − Guía mar adentro, y echad vuestras redes para pescar. − Señor, − replicó Simón − todo el día se ha trabajado y nada hemos pescado; no obstante, si tu lo ordenas, echaré la red. Fue Simón e hizo lo que Jesús dijo, regresó con tal cantidad de peces que su red casi se rompía, por lo que tuvieron que pedir ayuda de otros pescadores, llenaron dos barcas con una gran cantidad de peces, tantos que las dos barcas estaban por hundirse. − Apártate de mí, Señor, − Simón Pedro se arrodillo ante Jesús − que soy un hombre pecador. Simón estaba tan sorprendido por lo ocurrido igual que todos los allí presentes, lo mismo le sucedía a Santiago y Juan, hijos de Zebedeo. − No tienes que temer, a partir de hoy serán hombres los que has de pescar para darles vida. *** Concluido esto, Jesús se fue de allí, pasando de Cafarnaúm a Nazaret, donde se crió. Ahí también se puso a enseñar en las sinagogas, la gente de aquel lugar no dejaba de maravillarse diciendo: − ¿De dónde le ha venido ha este tal sabiduría, y tales milagros? − ¿Por ventura no es el hijo del carpintero? ¿Su madre no es la que se llama María? ¿No son sus primos hermanos Santiago, José, Simón y Judas? − ¿Y sus primas hermanas no viven todas entre nosotros? Pues ¿de dónde le vendrán a este todas esas cosas? Y estaban como escandalizados de él, por la humildad de su nacimiento. − No hay Profeta sin honra, − les dijo Jesús − sino en su patria y en su propia casa. En consecuencia, hizo aquí muy pocos milagros, a causa de su incredulidad, sólo curó a unos cuantos enfermos imponiéndoles las manos. Él se maravillaba por tanta falta de fe y decidió predicar sólo a los alrededores de aquel lugar. 63

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14. EL VERDADERO HIJO DE DIOS. Israel se encontraba dividida en cuatro partes por los romanos, a los gobernantes de esas zonas no se les permitía llamarse Reyes, sino Tetrarcas, uno de ellos era Herodes. Herodes oyó lo que se decía de Jesús. − Este es Juan Bautista que ha resucitado de entre los muertos, − dijo Herodes a sus cortesanos − y por eso resplandece en él la virtud de hacer milagros. − No es sino Elías − le dijeron. − Este es un profeta igual a los profetas principales. − Éste es aquel Juan a quien yo mandé cortar la cabeza, − decía Herodes − el cual, sin duda, ha resucitado de entre los muertos. *** Tiempo atrás, Herodes mandó a arrestar a Juan, lo metió a la cárcel atado con cadenas a causa de Herodías, mujer de su hermano, ya que Juan le había dicho que no era lícito tenerla por mujer. Herodías quería matarlo, pero no lo conseguía. Herodes no se atrevía a hacerlo por temor al pueblo, porque todos creían en Juan como Profeta, incluso le tenía respeto, y muchas de las cosas que hacía eran aconsejadas por Juan Bautista, a Herodes le complacía escuchar sus consejos. Mas en la celebridad del cumpleaños de Herodes, salió a bailar la hija de Herodías, en medio de la corte, y le gustó tanto a Herodes que le dijo: − Te prometo, te juro, darte cualquier cosa que me pidas, aunque me pidas la mitad de mi reino. Y habiendo salido ella, le dijo a su madre. − ¿Qué pediré? − La cabeza de Juan Bautista − le respondió. La jovencita volvió con Herodes. − Dame aquí − dijo la jovencita − en un plato, la cabeza de Juan Bautista.

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− Dadle lo que pide − ordenó Herodes, que se contristó ante tal solicitud, la cual aceptó sólo en atención a su impío juramento y a los invitados que lo habían escuchado todo. Juan fue degollado en la cárcel, y su cabeza traída en un plato, y dada a la muchacha que a su vez se la dio a su madre. Acudieron los discípulos de Juan a recoger su cuerpo cuando se enteraron de lo ocurrido, lo sepultaron y dieron la noticia a Jesús. Cuando Jesús se enteró, les habló a los discípulos de Juan. − Venid a retiraos conmigo, y reposaréis un poquito. *** Jesús, después de escuchar lo que Herodes pensaba de él se retiró por mar hacia un lugar desierto, fuera del poblado, la gente al enterarse lo siguió por tierra. Al ver a tanta gente tuvo compasión y curó a sus enfermos. Cayendo la tarde, sus discípulos se acercaron a él. − El lugar es desierto, y ya es tarde, pídele a la gente que regrese a sus poblaciones para comprar comida. − No tienen necesidad de irse, − les dijo Jesús − dadles vosotros de comer. − No tenemos aquí más que cinco panes y dos peces. − Traédmelos acá. Mandó a que la gente se reuniera y sentara sobre la hierba, tomó los cinco panes y lo dos peces, levantó los ojos al cielo y los bendijo, los partió, y los dio a sus discípulos para que ellos los repartieran entre la gente. Todos allí comieron y se saciaron, y de lo que sobró recogieron doce canastos llenos de pedazos. En total comieron cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños. Jesús les pidió a sus discípulos que embarcasen y lo esperaran mientras él despedía a la gente. − Este es sin duda el gran Profeta que ha de venir al mundo − decía la gente maravillada ante aquel milagro. Pero Jesús sabía que esas personas tenían la intención de llevárselo por fuerza y adorarlo como rey, por eso tuvo que huir de aquel lugar.

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Después de ello se subió a un monte a orar sólo, y estuvo ahí hasta muy tarde. *** En ese momento, la barca donde se encontraban los discípulos era batida reciamente por las olas. Ya muy noche, Jesús se dirigió hacia ellos, estaba caminando sobre el mar. Sus discípulos, al ver aquello se conturbaron diciendo: − ¡Es un fantasma! Se llenaron de miedo y comenzaron a gritar. − ¡Cobrad ánimo! − les dijo Jesús − Soy yo, no tengáis miedo. − Señor, si eres tú − respondió Pedro − mándame ir hacia ti caminando sobre el agua. − Entonces, ven − le dijo Jesús. Y Pedro bajó de la barca caminando sobre el mar. Pero viendo la fuerza del viento, se atemorizó, dudó y cayó al agua hundiéndose. − ¡Señor! ¡Sálvame! − gritaba Pedro. Jesús tomó su mano y lo sujetó del brazo. − Hombre de poca fe, ¿por qué has titubeado? Después de subir a la barca, el viento se calmó. Los que se encontraban dentro se acercaron para adorarlo y decían: − Verdaderamente eres tú el Hijo de Dios. *** Atravesaron el lago y llegaron a la tierra de Genezaret. Mucha gente se dio cuenta que Jesús no había subido a la barca junto a sus discípulos y que no había más barcas disponibles para llegar a ese lugar en aquella noche, atravesaron el lago y buscaron a Jesús, al hallarlo le preguntaron: − Maestro, ¿cómo llegaste hasta acá?

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− En verdad, en verdad os digo, que vosotros me buscáis no por mi doctrina atestiguada por los milagros que habéis visto, sino porque os he dado de comer con aquellos panes, hasta saciaros. «Trabajad para tener no tanto el manjar que se consume, sino el que dura hasta la vida eterna, el cual os lo dará el Hijo del Hombre, pues en éste imprimió su sello el Padre, que es Dios.» − ¿Qué es lo que debemos hacer para agradar a Dios? − La obra agradable a Dios, es que creáis en aquel que él os ha enviado. − ¿Pues qué milagro haces tú para que nosotros veamos y creamos? ¿Qué cosas haces extraordinarias? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, según está escrito. Moisés les dio de comer pan del Cielo. − En verdad os digo, Moisés no os dio pan del Cielo, mi Padre es quien os da a vosotros el verdadero pan del Cielo. Porque pan de Dios, es aquel que ha descendido del Cielo, y que da la vida al mundo. − Señor, danos siempre de ese pan. − Yo soy el pan de vida, el que viene a mí, no tendrá hambre, y el que cree en mí, no tendrá sed jamás. «Pero yo os lo he dicho, que vosotros me habéis visto obrar milagros, y aún así no creéis en mí. Todos los que me envía mi Padre, vendrán a mí, y al que viniere a mi por la fe, no lo desecharé. Pues he descendido del Cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad de aquel que me ha enviado. Y la voluntad de mí Padre, que me ha enviado, es que yo no pierda ninguno de los que me ha dado, sino que los resucite a todos en el último día. Por tanto, la voluntad de mi Padre, que me ha enviado, es que todo aquel que conoce al Hijo, y cree en él, tenga vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.» Algunos judíos que allí se encontraba empezaron a murmurar: − ¿Por qué habrá dicho: Yo soy el pan vivo que ha descendido del Cielo? ¿No es éste aquel Jesús hijo de José, a quien al igual que a su madre, los conocemos? ¿Pues cómo dice él: Yo he bajado del Cielo? − No andéis murmurando entre vosotros; − les dijo Jesús al enterarse de lo que comentaban − nadie puede venir a mí, si el Padre que me envió no lo trae, y al tal, lo resucitaré yo en el último día.

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«Escrito está en los Profetas: Todos serán enseñados de Dios; cualquiera pues, que ha escuchado al Padre y aprendido su doctrina, viene a mí. No porque algún hombre haya visto al Padre, excepto el que es Hijo natural de Dios, éste si que ha visto al Padre. En verdad os digo, que quien cree en mí, tiene la vida eterna. Yo soy el pan de vida. Vuestros padres comieron el maná en el desierto y aún así murieron. Mas este es el pan que desciende del Cielo, a fin de que, quien comiere de él, no muera. Yo soy el pan vivo que he descendido del Cielo. Quien comiere de este pan, vivirá eternamente, y el pan que yo daré, es mi misma carne, la cual daré yo para la vida, para la salvación del mundo.» − ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne? − preguntaban los judíos. − En verdad os digo, que si no comieres la carne del Hijo del Hombre, y no bebiereis su sangre, no tendréis vida en vosotros. «Quien come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Porque mi carne verdaderamente verdaderamente bebida.

es

comida,

y

mi

sangre

es

Quien come mi carne, y bebe mi sangre, en mí mora, y yo en él. Así como el Padre que me ha enviado vive, y yo vivo por el Padre, así quien me come, también el vivirá por mí, y de mi propia vida. Este es el pan que ha bajado del Cielo. No sucederá como a vuestros padres, que comieron el maná, y no obstante murieron. Quien come este pan, vivirá eternamente.» − Dura es esta doctrina, − se decían entre sí los discípulos de Jesús − ¿y quién es el que puede escucharla? − ¿Esto os escandaliza? − les preguntó Jesús a sus discípulos − ¿Pues que será si viereis al Hijo del Hombre subir a donde estaba antes? «El Espíritu es quien da la vida, la carne, o el sentido carnal, de nada sirve para entender este misterio: las palabras que yo os he dicho, Espíritu y vida son.

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Pero entre vosotros hay algunos que no creen. − Jesús sabía desde siempre quiénes no creían en él − Por esta causa os he dicho que nadie puede venir a mí, si mi Padre no se lo concediere.» Mucha gente que antes lo seguía y se consideraban discípulos, se retiraron, y no volvieron junto a Jesús jamás. − ¿Y vosotros queréis también retiraros? − Jesús se dirigió a los doce apóstoles. − Señor, − respondió Pedro − ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna y nosotros hemos creído, y conocido que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios. − Pues que ¿no soy yo el que los escogí a ustedes doce, y con todo, uno de vosotros es un diablo? Llegaron muchos de los moradores de allí al enterarse de su llegada, le llevaron a todos sus enfermos, y pedían por gracia tocar solamente la orla de su vestido. Todos cuantos la tocaron, quedaron completamente sanos.

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15. GRANDE ES TU FE. Algunos escribas y fariseos que habían llegado de Jerusalén, se acercaron a Jesús para cuestionarle. − ¿Por qué razón tus discípulos violan la tradición antigua no lavándose las manos cuando comen? Porque los fariseos, como todos los judíos, nunca comen sin lavarse a menudo las manos, siguiendo la tradición; y si han estado en la plaza, no se ponen a comer sin lavarse primero; y observan muy escrupulosamente muchas otras ceremonias que han recibido por tradición, como las purificaciones, o el lavatorio de los vasos, de las jarras, de los utensilios de metal, y de los lechos. − ¿Y por qué vosotros traspasáis el mandamiento de Dios por seguir vuestra tradición? − respondió Jesús − . Pues que Dios tiene dicho: Honra al padre y a la madre; y también: quien maldijere al padre o a la madre, sea condenado a muerte. «Mas vosotros decid: Cualquiera que dijere a la madre o al padre: la ofrenda que yo por mi parte ofreciere redundará en bien tuyo; ya no tiene obligación de honrar a su padre o a su madre, por lo que habéis echado por tierra el mandamiento de Dios por vuestra tradición. ¡Hipócritas! Con razón profetizó Isaías acerca de ustedes diciendo: Este pueblo me honra con sus labios, pero su corazón está lejos de mí. En vano me honran enseñando doctrinas y mandamientos de hombres. Porque vosotros, dejando el mandamiento de Dios, observáis con escrupulosidad la tradición de los hombres en lavatorio de jarros, y de vasos, y en muchas otras cosas semejantes que hacéis. Tradiciones inventadas por vosotros mismos» Después Jesús se volvió para hablarle a todo el pueblo. − Escuchadme y atended bien a esto: «No lo que entra por la boca es lo que mancha al hombre, sino lo que sale por ella, eso es lo que lo mancha.» Después de esto se le acercaron sus discípulos para hablarle. − ¿No sabes que los fariseos se han escandalizado por lo que acabas de decir?

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− Toda planta que mi Padre Celestial ha plantado, arrancada será desde la raíz. «Dejadlos, ellos son unos ciegos guiando a otros ciegos, y si un ciego guía a otro, ambos caen al hoyo.» − Explícanos esa parábola − solicito Pedro. − ¡¿Cómo?! ¿También vosotros estáis con tan poco conocimiento? «¿Pues no conocéis que todo cuanto entra en la boca pasa de allí al vientre, y se desecha después? Mas lo que sale de la boca, viene del corazón, y eso es lo que mancha al hombre, lo corrompe, porque del corazón es de donde salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, fornicaciones, hurtos, falsos testimonios, blasfemias; estas cosas si que manchan al hombre. Mas el comer sin lavarse las manos, eso no lo mancha.» *** Jesús se retiró hacia el país de Tiro y de Sidón. Deseaba que nadie supiese que estaba allí, mas no pudo encubrirse − ¡Señor, Hijo de David! − comenzó a gritar una mujer cananea después de ver a Jesús − Ten lástima de mí, mi hija es atormentada cruelmente por el demonio. Jesús no le respondió a la mujer. − Concédele lo que te pide, − intercedió uno de sus discípulos − a fin de que se vaya, porque viene gritando tras de nosotros. − Yo no soy enviado sino a las ovejas perdidas de Israel − replicó Jesús. No obstante, ella se acercó y lo adoró. − ¡Señor, socórreme! − pedía la cananea. − No es justo tomar el pan de los hijos, −respondió Jesús a la mujer − y echarlo a los perros. − Es verdad, Señor, pero los perritos comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos. − ¡Oh mujer! Grande es tu fe, hágase conforme tú lo deseas, vete a tu casa que ya el demonio ha dejado a tu hija.

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La mujer regresó a su casa y encontró a su hija libre del demonio, reposando sobre su cama. *** De allí pasó Jesús hacia la ribera del mar de Galilea; subió a un monte y se sentó en él. Comenzaron a llegar muchas personas hasta ese lugar, trayendo enfermos, mudos, cojos, ciegos y muchos otros con diversas dolencias, los pusieron a sus pies y Jesús los curó a todos. Le presentaron a un hombre sordo y mudo, suplicándole que pusiese su mano sobre él para curarlo. Jesús lo apartó del bullicio de la gente, le metió los dedos en las orejas y con saliva le tocó la lengua, alzó los ojos al cielo, suspiró. − Effetha (Abríos). Al momento al hombre se le abrieron los oídos, y se le soltó el impedimento de la lengua y pudo hablar claramente. Pidió que no lo dijeran a nadie, pero cuanto más lo mandaba, con tanto mayor empeño lo publicaban y crecía más la admiración hacia él. − Todo lo ha hecho bien; él ha hecho oír a los sordos, y hablar a los mudos − decía la gente que quedaba atónita al ver como los ciegos recuperaban la vista, los mudos comenzaban a hablar, a caminar los cojos; todos glorificaban al Dios de Israel. Jesús se dirigió a sus discípulos. − Me causan compasión estos pueblos, porque hace ya tres días que perseveran en mí, y no tienen que comer, y no quiero despedirlos en ayunas, no sea que desfallezcan en el camino, ya que muchos vienen desde muy lejos. − ¿Cómo podremos hallar en este lugar desierto bastantes panes para saciar a tanta gente? − preguntaron los discípulos. − ¿Cuántos panes tenéis? − preguntó Jesús. − Siete, con algunos pececillos. Mandó Jesús que la gente se sentara en la tierra.

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Tomó los siete panes y los peces, oró, los partió y dio a sus discípulos, y los discípulos los repartieron al pueblo. Toda la gente comió y quedaron satisfechos. Y de los pedazos que sobraron, llevaron siete espuertas. En total había cuatro mil hombres, sin contar niños y mujeres. Con eso, se despidió de ellos, entró en la barca, y pasó al territorio de Magedan.

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16. TÚ ERES EL CRISTO. Una vez en Magedan, algunos fariseos y saduceos se acercaron a Jesús para provocarlo. − Haznos ver un prodigio del cielo − pidió uno de ellos. − Cuando va llegando la noche − les respondió Jesús − decís a veces: Habrá buen tiempo, porque está el cielo rojizo. «Y por la mañana: Tempestad habrá hoy, porque el cielo está nublado. ¿Con que sabéis adivinar por el aspecto del cielo y no podéis conocer las señales claras de estos tiempos de la venida del Mesías? Esta generación mala y adúltera pide un prodigio, mas no se le dará.» Jesús se fue dejándolos solos. Sus discípulos habían llegado hasta allí por otra parte del lago olvidándose de traer pan. − Estad alerta y guardaos de la levadura de los fariseos y saduceos y del mismo Herodes − les dijo Jesús cuando los vio. Pero ellos pensando en aquello, se decían: − Esto lo dice porque no hemos traído pan. − Hombres de poca fe, − les dijo Jesús al darse cuenta de sus pensamientos − ¿qué andáis discurriendo dentro de vosotros, porque no tenéis pan? «¿Todavía estáis sin conocimiento ni inteligencia, ni os acordáis de los cinco panes repartidos entre cinco mil hombres, y cuántos cestos de pedazos os dejaron? ¿Ni de los siete panes para los cuatro mil hombres, y cuántas espuertas recogisteis de lo que sobró? ¿Cómo no entendéis que no por el pan os he dicho: guardaos de la levadura de los fariseos y saduceos? ¿Aún esta oscurecido vuestro corazón? ¿Tendréis siempre los ojos sin ver, y los oídos sin percibir? ¿Y cómo es pues, que no entendéis lo que os decía?» Con esto, los discípulos entendieron que no se refería a la levadura del pan, sino a la doctrina de los fariseos y saduceos.

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*** Llegando a Betsaida, le presentaron a un ciego, suplicándole que lo tocase. Jesús lo tomó de la mano, se lo llevó fuera de la aldea, le echó saliva en los ojos, puso sobre él las manos. − ¿Ves algo? − le preguntó Jesús. − Veo andar a unos hombres que me parecen como árboles. Le puso por segunda vez las manos sobre los ojos, y empezó a ver mejor, y por fin recobró la vista, de forma que veía claramente todos los objetos. − Vete a tu casa, − le pidió Jesús − y no le digas a nadie lo ocurrido. *** Jesús y sus discípulos llegaron hasta el territorio de Cesárea de Filipo, y les preguntó a éstos últimos: − ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre? − Unos dicen que es Juan Bautista, − respondieron ellos − otros Elías, otros Jeremías o alguno de los Profetas. − Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? − Tú eres el Cristo, el Mesías, − tomó la palabra Simón Pedro − el Hijo del Dios vivo. − Bienaventurado eres, Simón, hijo de Joná, porque no te ha revelado eso la carne, ni la sangre, ni hombre alguno, sino mi Padre que está en los Cielos. «Y yo te digo que tú eres Pedro, y que sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no prevalecerá contra ella. Y a ti te daré las llaves del Reino de los Cielos, y todo lo que desatares sobre la tierra, será también desatado en los Cielos. Pero necesito pedirles a cada uno de ustedes, que no le digan a nadie que yo soy Jesús, el Cristo, el Mesías, hasta llegado el momento oportuno. Es conveniente que vaya a Jerusalén, para padecer sufrimientos, para ser atormentado por parte de los sacerdotes y escribas. Y debo morir a manos de ellos, pero resucitaré al tercer día después de ocurrido.»

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− ¡Ah Señor! − le dijo Pedro a Jesús en secreto − de ningún modo, no, no ha de verificarse eso en ti. − ¡Quítate de aquí Satanás! que me escandalizas, porque no tienes gusto por las cosas que son de Dios, sino de los hombres. Jesús se dirigió nuevamente hacia todos sus discípulos. − Si alguien quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y cargue con su cruz y sígame. «Pues si alguno de los que me sigue ama a su padre, su madre, sus hermanos, a la mujer y a los hijos y aún a su vida misma más que a mí, no puede ser mi discípulo. ¿Quién de vosotros queriendo edificar una torre, no hace primero sus cuentas, para ver si tiene el caudal necesario con qué acabarla? No le suceda que después de haber echado los cimientos, y no pudiendo concluirla, todos los que lo vean, comiencen a burlarse de él diciendo: Ved ahí a un hombre que comenzó a edificar y no pudo rematar. O ¿cuál es el rey que habiendo de hacer guerra a otro rey, no considera primero, si podrá con diez mil hombres hacer frente al que con veinte mil viene contra él? Cualquiera de vosotros que no renuncie a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo. Así que, quien quisiere salvar su vida obrando contra mí, la perderá, mas quien perdiese su vida por amor a mí, la encontrará. Porque ¿de qué le sirve al hombre ganar todo el mundo, si pierde su alma? O ¿con qué podrá el hombre rescatar su alma una vez perdida? Quien se avergonzare de mí, y de mi doctrina, en medio de esta nación adúltera y pecadora, igualmente se avergonzará de él el Hijo del Hombre cuando venga revestido de la Gloria de su Padre acompañado de sus Ángeles para juzgar a los hombres, y entonces dará a cada cual su pago según sus obras. En verdad os digo que, hay aquí algunos hombres que no han de morir sin antes haber visto al Hijo del Hombre aparecer en el resplandor de su Reino.»

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17. LA TRANSFIGURACIÓN. Pasaron seis días completos cuando Jesús tomó a Simón Pedro, a Santiago y a Juan; subieron un monte alto los cuatro solos, en ese momento se transfiguró Jesús delante de ellos. Su rostro se puso resplandeciente como el sol, y su vestimenta blanca como la nieve, tan blanca que no hay ningún lavandero en el mundo que así pudiese blanquearla. Junto a Jesús aparecieron Moisés y Elías, entre los tres platicaban sobre lo que debía ocurrir en Jerusalén. − Señor − tomó la palabra Pedro − grandioso es lo que nos dejas ver, bueno sería quedarnos aquí, si te parece, formemos aquí tres pabellones, uno para ti, otro para Moisés y uno más para Elías. Ni él ni los otros discípulos estaban concientes de lo que hablaban Jesús y los otros Profetas por estar asombrados de verlos. En aquel instante, una nube resplandeciente bajó para cubrir a todos los allí presentes. De ella surgió la voz de nuestro Padre Eterno: Este es mi querido Hijo, en quien tengo todas mis complacencias, a él habéis de escuchar. Los discípulos se postraron en tierra y quedaron poseídos de un gran espanto. − Levantaos, − les dijo Jesús acercándose a ellos y tocándolos − y no tengáis miedo. Levantaron los ojos y vieron que Jesús ahora estaba solo. Después de esto bajaron del monte. − No digáis a nadie lo que habéis visto − les ordenó Jesús − hasta tanto que el Hijo del Hombre haya resucitado de entre los muertos. − ¿Pues cómo dicen los escribas que primero debe venir Elías? − preguntaron los discípulos. − En efecto, Elías ha de venir antes de mí segunda venida, y entonces restablecerá todas las cosas; pero yo os declaro que Elías ya vino, y no lo conocieron, sino que hicieron con él todo lo que quisieron. Así también harán padecer al Hijo del Hombre, conforme a lo que está escrito. Elías no era otro sino que Juan Bautista. ***

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Cuando bajaron del monte ya había mucha gente esperando a Jesús, y sus discípulos se encontraban disputando con los escribas. Todos al ver a Jesús, se asustaron, y corrieron hacia él para saludarlo. − ¿Sobre qué altercabais entre vosotros? − preguntó Jesús. − ¡Señor! − dijo un hombre acercándose y arrodillándose ante la presencia de Jesús − ten compasión de mi hijo, porque es lunático, mudo, y padece mucho, pues muy a menudo cae en el fuego, y frecuentemente en el agua, dondequiera lo toma, lo echa al suelo, y lo hace echar espuma por la boca, y crujir los dientes; lo he presentado a tus discípulos y no han podido curarlo. − ¡Oh raza incrédula y perversa! − exclamó Jesús − ¿hasta cuándo he de vivir con vosotros? ¿hasta cuándo habré yo de sufriros? Traédmelo aquí. Le trajeron al muchacho, y apenas vio a Jesús, el demonio empezó a agitarlo con violencia y tirándolo contra el suelo, lo revolcaba echando espumarajos. − ¿Cuánto tiempo hace que sucede esto? − le preguntó Jesús al Padre. − Desde la niñez. Muchas veces ha tratado de acabar con él, pero tu puedes socorrernos, compadécete de nosotros. − Si tu puedes creer, todo es posible para el que cree. − ¡Oh Señor! Yo creo − exclamó el señor en medio del llanto − Ayudas a acabar con mi incredulidad, fortaleces mi confianza. − ¡Espíritu sordo y mudo, yo te lo mando, sal de este mozo; y no vuelvas más a entrar en él! − Jesús amenazó al demonio. Y dando un gran grito, y atormentando horriblemente al muchacho, salió de él, dejándolo como muerto. − ¡Está muerto! −decía la gente ahí reunida. Jesús lo tomó de la mano, y lo ayudó a levantarse, ahora estaba sano. Jesús partió a su casa, y asolas se reunió con sus discípulos. − ¿Por qué causa no hemos podido nosotros echarlo? − preguntaron los discípulos. − Por que tenéis poca fe. Porque ciertamente os aseguro que si tuviereis fe, tan grande como un granito de mostaza, podréis decir a un monte: trasládate de aquí a allá, y se trasladará, y nada os será imposible. Y 80

además que esta casta de demonios no se lanza sino mediante la oración y el ayuno. Partieron a Galilea, Jesús no quería que nadie se enterara de su presencia allí. *** Durante el tiempo que permanecieron en Galilea, nuevamente Jesús les habló a sus discípulos: − El Hijo del Hombre ha de ser entregado en manos de los hombres. Y lo matarán, y resucitará al tercer día. Los discípulos estaban afligidos sobremanera después de estas palabras, aún no alcanzaban a comprender el gran significado de aquellas palabras, pero no se atrevían a preguntar. Llegaron a Cafarnaúm. A Pedro se le acercaron los recaudadores del tributo de las dos dracmas, este era un tributo que los judíos debían pagar al Templo. − Qué ¿no paga vuestro maestro los dos dracmas? − preguntaron a Pedro. − Sí, claro que sí − respondió Pedro. − ¿Qué te parece, Simón? − pregunto Jesús acercándose a ellos − Los reyes de la tierra, ¿de quién cobran tributo o censo? ¿De sus mismos hijos, o de los extraños? − De los extraños − respondió Pedro. − Entonces los hijos están exentos. «Aún así, por no escandalizarlos, ve al mar y tira el anzuelo, y coge el primer pez que saliere, ábrele la boca y hallarás una pieza de plata de cuatro dragmas, tómala y dásela por mí, y por ti.» *** Estaba enfermo por aquellos tiempos un hombre llamado Lázaro, vecino de Betania, patria de María y Marta, sus hermanas. Las hermanas enviaron a decirle a Jesús: − Señor, mira que aquel a quien amas esta enfermo. Jesús al oír el recado dijo: 81

− Esta enfermedad no es mortal, sino que esta ordenada para gloria de Dios, para que con ella el Hijo de Dios sea glorificado. Jesús tenia particular afecto por Marta, María y Lázaro. Cuando oyó que estaba enfermo, se quedó unos días más en el mismo lugar. Pasados estos días, les habló a sus discípulos: − Vamos a donde esta Lázaro. Nuestro amigo Lázaro duerme, mas yo voy a despertarlo del sueño. − Señor, si duerme, sanará pronto. Jesús había hablado del sueño de la muerte, pero ellos pensaron que hablaba del sueño natural. − No, Lázaro ha muerto. Vamos a él. Llegó Jesús y se enteró que Lázaro llevaba ya cuatro días sepultado. Y muchos judíos habían ido a consolar a Marta y María por la muerte de su hermano. Marta salió a recibir a Jesús cuando se enteró de su llegada y María se quedó en casa. − Señor, − le dijo Marta a Jesús − si hubieras estado aquí, no hubiera muerto mi hermano, pero ahora, estoy segura de que Dios te concederá cualquier cosa que le pidieres. − Tu hermano resucitará − le respondió Jesús. − Bien sé que resucitará en la resurrección universal, que será en el último día. − Yo soy la resurrección y la vida, quien cree en mí, aunque hubiere muerto, vivirá; y todo aquel que vive, y cree en mí, no morirá para siempre ¿Crees tu eso? − ¡Oh Señor, si que lo creo! Y que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo, que ha venido a este mundo. Dicho esto, se fue y llamó secretamente a su hermana, María, diciéndole: − Esta aquí el Maestro y te llama. Se levantó rápidamente y fue a buscarlo, porque Jesús aún no había entrado en la aldea, sino que aún estaba en aquel mismo sitio donde Marta lo fue a recibir. Por ello, los judíos que se encontraban con ella para

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consolarla, al verla partir repentinamente, la siguieron creyendo que iba al sepulcro a llorar por su hermano. María pues, habiendo llegando donde estaba Jesús, viéndolo, se postró a sus pies, y le dijo: − Señor, si hubieses estado aquí, no hubiere muerto mi hermano. Jesús se compadeció al verla llorar tan amargamente por su hermano. − ¿Dónde lo pusiste? − Ven Señor, y lo verás. Jesús estaba también llorando. − Miren, en verdad que lo amaba − dijeron los judíos. − Pues éste, que abre los ojos de los ciegos, ¿no pudo haber evitado que Lázaro muriese? − dijeron otros. Prorrumpiendo Jesús en nuevos sollozos, que le salían del corazón, llegó al sepulcro, que era una gruta cerrada con una piedra. − Quitad la piedra − ordenó Jesús. − Señor, mira que ya hiede − le dijo Marta, esta ahí desde hace cuatro días. − ¿No te he dicho que si creyeres verás la gloria de Dios? Quitaron la piedra, Jesús levantó los ojos al Cielo y dijo: − ¡Oh Padre! Gracias te doy porque me has oído. Bien es verdad que yo sabía que siempre me oyes, mas lo he dicho por razón de este pueblo que está alrededor de mí, con el fin de que crean que tú eres el que me ha enviado. Dicho esto, grito con vos muy alta: − ¡Lázaro, sal! Y el que había muerto salió del sepulcro, ligado de pies y manos con fajas, y tapado el rostro con un sudario. − Desatadlo y dejadlo ir − ordenó Jesús. Con eso, muchos judíos que se encontraban ahí, creyeron en él. Pero otros, fueron con los fariseos y le contaron lo que Jesús había hecho. 83

*** − ¿Qué haremos? − se preguntaban los fariseos al enterarse de la última obra de Jesús − Este hombre hace muchos milagros. Si lo dejamos así, todos creerán en él, y vendrán los romanos a arruinar nuestra ciudad y la nación. − Vosotros no entendéis nada de esto − dijo Caifás, el sumo pontífice de aquel año − ni reflexionáis que conviene que muera un solo hombre por el bien del pueblo, y no perezca toda la nación. Jesús debe morir por el bien de todos nosotros.

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18. PERDONAR DE CORAZÓN. Llegaron a Cafarnaúm. Y estando ya en casa, Jesús les preguntó a sus discípulos: − ¿Qué ibais discutiendo en el camino? Callaron por un momento, ya que en efecto, iban disputando durante el trayecto. − Nos preguntábamos ¿Quién será el mayor de nosotros en el Reino de los Cielos? − por fin respondieron. − Si alguno pretende ser el primero, hágase el último de todos, y el siervo de todos. Él llamó a un niño que se encontraba allí cerca y lo colocó en medio de ellos. − En verdad os digo, que si no os volvéis y hacéis semejantes a los niños en la sencillez e inocencia, no entraréis en el Reino de los Cielos. «Cualquiera pues, que se humillare como este niño, ese será el mayor en el Reino de los Cielos. Y el que acogiere a un niño tal cual acabo de decir, en nombre mío, a mi me acoge; mas quien escandalizare a uno de estos parvulillos, que creen en mí, mejor le sería que le colgasen del cuello una de esas piedras de molino que mueve un asno, y así fuese sumergido en lo profundo del mar. ¡Ay del mundo por razón de los escándalos! Porque si bien es forzoso que haya escándalos ¡ay de aquel hombre que los causa! Que si tu mano o pie te es ocasión de escándalo o pecado, córtalos y arrójalos lejos de ti, pues más te vale entrar en la vida eterna manco o cojo, que con dos manos o dos pies arrojado al fuego eterno. Y si tu ojo es para ti ocasión de escándalo, sácalo y tíralo lejos de ti, mejor te es entrar en la vida eterna con un solo ojo, que tenerlos ambos y ser arrojado al fuego del infierno, donde el gusano que los roe nunca muere, y el fuego nunca se paga. Porque la sal con que todos ellos, víctimas de la divina justicia, están salados, es el fuego; así como todas las víctimas deben según la Ley ser de sal rociadas.

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La sal es buena, más si la sal perdiere su sabor, ¿con qué la sazonaréis? Tened siempre en vosotros sal de sabiduría y prudencia, y guardad así la paz entre vosotros. Mirad que no despreciéis a ninguno de estos pequeñitos, porque les hago saber que sus Ángeles Guardianes están en los Cielos viendo siempre la cara de mi Padre Celestial. El Hijo del Hombre ha venido a salvar lo que se había perdido. Si un hombre tiene cien ovejas, y una de ellas se hubiese descarriado, ¿qué os parece que hará entonces? ¿No dejará las noventa y nueve en el monte y se irá en busca de la extraviada? Y si por dicha la encuentra, en verdad os digo que ella sola le causa más complacencia que las noventa y nueve que no se le han perdido. Y poniéndosela en los hombros, llegando a su casa, convoca a sus amigos y vecinos diciéndoles: Regocijaos conmigo, porque he hallado la oveja mía, que se me había perdido. Os digo, que de forma similar, habrá más fiesta en el Cielo por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos que no tienen necesidad de penitencia. O ¿qué mujer, teniendo diez dracmas, o reales de plata, y pierde una, no enciende luz, y barre bien la casa, y lo registra todo, hasta dar con ella? Y en hallándola, convoca a sus amigas y vecinas, diciendo: Alegraos conmigo, que ya he hallado la dracma que había perdido. Así os digo yo, que harán fiesta los Ángeles de Dios por un pecador que haga penitencia. Así que, no es la voluntad de vuestro Padre que está en los Cielos, el que perezca uno sólo de estos pequeñitos. Un hombre tenía dos hijos, de los cuales, el más mozo dijo a su padre: Padre, dame la parte de la herencia que me toca. Y el padre repartió entre los dos la hacienda. Pasaron pocos días y el hijo más mozo tomó sus cosas y se marchó a un país muy remoto y allí malbarató todo su caudal, viviendo disolutamente. Después que lo gastó todo, sobrevino una gran hambre en aquel país, y comenzó a padecer necesidad. Tuvo que ponerse al servicio de un morador de esa tierra, el cual lo envió a su granja a cuidar cerdos. Ahí deseaba con ansia henchir su vientre de las algarrobas y mondaduras que comían los cerdos y nadie se las daba. 86

Y volviendo en sí, dijo: ¡Ay, cuántos jornaleros en la casa de mi padre tienen pan en abundancia, mientras que yo estoy aquí pereciendo de hambre! No, dijo el mozo, iré a mi padre, y le diré: Padre mío, peque contra el Cielo y contra ti, ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros. Con esta resolución se puso en camino para la casa de su padre. Estando todavía lejos, lo avistó su padre, y se le enternecieron las entrañas, y corriendo a su encuentro, le echó los brazos al cuello y le dio mil besos. Le dijo el hijo: Padre mío, yo he pecado contra el Cielo y contra ti, ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo. Mas el padre por respuesta le dijo a sus criados: Presto, traed aquí el vestido más precioso que haya en casa y ponédselo, ponedle un anillo en el dedo y calzadle las sandalias. Y traed un ternero cebado, matadlo y comamos, y celebremos un banquete; pues que este hijo mío estaba muerto y ha resucitado, se había perdido y ha sido hallado. Y con eso dieron principio al banquete. Se hallaba en esos momentos el hijo mayor en el campo, y al regresar, estando ya cerca de su casa, oyó el concierto de música y el baile; y llamó a uno de sus criados, y le preguntó que venía a ser aquello. El cual le respondió: Ha vuelto tu hermano, y tu padre ha mandado matar a un becerro cebado, por haberlo recobrado con buena salud. Al oír esto, se indignó, y no quería entrar. Salió después su padre en busca de él, y le rogó que entrara. Pero su hijo le replicó diciendo: Desde hace muchos años te he servido sin desobedecerte en cosa alguna que me hayas mandado, y nunca me has dado un cabrito para merendar con mis amigos. Y ahora que ha venido este hijo tuyo, el cual ha consumido su hacienda con meretrices, has mandado matar a un becerro cebado para él. Hijo mío, respondió el padre, tú siempre estás conmigo, y todos los bienes míos son tuyos; mas ya ves que era muy justo el tener un banquete, y regocijarnos, por cuanto este tu hermano había muerto, y ha resucitado, estaba perdido, y se ha hallado. Que si tu hermano pecare o cayera en algún error, ve y corrígelo estando a solas con él; si te escucha, habrás ganado a tu hermano; si no hiciere caso de ti, todavía válete de una o dos personas, a fin que todo sea confirmado con la autoridad de dos o tres testigos. Y si no los escuchare, díselo a la Iglesia; pero si ni a la misma Iglesia oyere, tenle como por gentil y publicano. 87

Os empeño mi palabra, que todo lo que atareis sobre la tierra, será eso mismo atado en el Cielo; y todo lo que desatareis sobre la tierra, será eso mismo desatado en el Cielo. Os digo más: Que si dos de vosotros se unieren entre si en la tierra para pedir algo, sea lo que sea, les será otorgado por mi Padre que está en los Cielos. Porque donde dos o tres se hallan congregados en mi nombre, allí me hallo, en medio de ellos.» − Maestro, − comenzó a decir Juan − hemos visto a un hombre que lanzaba demonios en tu nombre, el cual no es de nuestra compañía, y se lo prohibimos. − No hay para qué prohibírselo; − respondió − puesto que ninguno que haga milagros en mi nombre, podrá luego hablar mal de mí. «Que quien no es contrario vuestro, de vuestro partido es. Y cualquiera que os diere un vaso de agua en mi nombre, atento a que sois discípulos del Cristo; en verdad os digo que recibirá su recompensa.» − Señor, − se acercó Pedro a Jesús − ¿cuántas veces deberé perdonar a mi hermano cuando pecare contra mi? ¿Hasta siete veces? − No te digo yo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete, o cuantas te ofendiere. «Por eso el Reino de los Cielos viene a ser semejante a un hombre rico que quiso tomar cuentas a sus criados. Y habiendo empezado a tomarlas, le fue presentado uno que le debía diez mil talentos. Y como este no tuviese con qué pagar, mandó su señor que fuesen vendidos él, su mujer, sus hijos y toda su hacienda, y se pagare así la deuda. Entonces el criado, arrojándose a sus pies, le rogaba diciendo: Ten un poco de paciencia que yo te lo pagaré todo. Movido el señor a compasión de aquel criado, le dio por libre, y aún le perdonó la deuda.

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Mas apenas salió ese criado de su presencia, encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios, lo agarró de la garganta para ahogarlo, y le decía: ¡Págame lo que me debes! El compañero, arrojándose a sus pies, le rogaba diciendo: Ten un poco de paciencia conmigo, que yo te pagaré todo. Él empero, no quiso escucharlo, sino que fue y lo hizo meter en la cárcel hasta que le pagase lo que le debía. Al darse cuenta de esto sus otros compañeros, se contristaron por completo y fueron a contar lo sucedido a su señor. Entonces lo llamó su señor, y le dijo: ¡Ay criado inicuo! Yo te perdoné toda la deuda porque me lo suplicaste ¿no era pues justo que tu también tuvieses compasión de tu compañero, como yo la tuve de ti? E irritado el señor, lo entrego en manos de los verdugos, para ser atormentado hasta que pagase su deuda por completo. Así, de esta manera, se portará mi Padre Celestial con vosotros, si cada uno no perdonare de corazón a su hermano.»

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19. LOS PRIMEROS DE ESTE MUNDO. Llegó Jesús a Judea, del otro lado del Jordán después de pasar por Galilea; una gran muchedumbre lo siguió hasta allí, y él curó a todos sus enfermos. Se acercaron a él algunos fariseos con el fin de provocarlo. − ¿Es lícito a un hombre repudiar a su mujer por cualquier motivo? − preguntaron los fariseos. − No habéis leído − respondió Jesús − que aquel que al principio creó al linaje humano, creo un solo hombre y una sola mujer y que se dijo: por tanto, dejará el hombre a su Padre y a su madre, y ha de unirse con su mujer, y serán dos en una sola carne. «Así que ya no son dos, sino una sola carne. Lo que Dios ha unido, no desuna el hombre.» − Pero ¿por qué − replicaron ellos − mandó Moisés dar libelo de repudio y despedirla? − A causa de la dureza de vuestro corazón os permitió Moisés repudiar a vuestras mujeres; pero antes no fue así. «Así pues, os declaro que cualquiera que despidiere a su mujer, sino en caso de adulterio, y aún en este caso se casare con otra, este tal comete adulterio; y que quien se case con la divorciada, también lo comete.» − Si tal es la condición del hombre respecto a su mujer, − decían sus discípulos a Jesús − no tiene cuenta el casarse. − No todos son capaces de esta resolución − respondía Jesús − sino a quienes se les ha concedido desde lo alto. «Porque hay unos eunucos que nacieron tales del vientre de sus madres; hay eunucos que fueron castrados por los hombres; y hay eunucos que se castraron de cierta forma así mismos por amor del Reino de los Cielos con el voto de castidad. Aquel que puede ser capaz de eso, séalo.» Unos niños se acercaron a Jesús con el fin de que fueran tocados por él. Pero sus discípulos creyeron que sólo querían molestarlo e intentaban alejarlos. − Dejad en paz a los niños, − les dijo Jesús − y no impidan que se acerquen a mí, porque de los que son semejantes a ellos, es el Reino de los Cielos. Jesús bendijo a esos niños y partió de ese lugar. 91

*** − Maestro bueno − se acercó un hombre a hablarle a Jesús − ¿qué obras buenas debo hacer para conseguir la vida eterna? − ¿Por qué me llamas bueno? − le preguntó Jesús − Dios solo es bueno. Por lo demás, si quieres tener la vida eterna, guarda los mandamientos. − ¿Qué mandamientos? − No matarás, no cometerás adulterio, no hurtarás, no levantarás falso testimonio, honra a tu padre y a tu madre, y ama a tu prójimo como a ti mismo. − He cumplido con todo eso desde mi juventud ¿qué más me falta? ¿quién es mi prójimo? − Bajaba un hombre de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de ladrones, que lo despojaron de todo, lo hirieron, y se fueron dejándolo medio muerto. «Bajaba casualmente por el mismo camino un sacerdote, y aunque lo vio, se pasó de largo. Igualmente un levita, a pesar de que también pasó por aquel lugar, lo miró y siguió adelante. Pero un pasajero samaritano, llegó a donde estaba, y viéndolo, se compadeció de él. Vendó sus heridas, las bañó con aceite, y subiéndolo a su caballo. Lo condujo a un mesón, y cuidó de él. Al día siguiente sacó dos denarios de plata y se los dio al mesonero, diciéndole: Cuidadme este hombre, y todo lo que gastares de más, yo te lo abonaré a mi vuelta. ¿Quién de estos tres parece haber sido prójimo del que cayó en manos de ladrones?» − Aquel, − dijo el hombre − quién se compadeció de él, el samaritano. − Pues anda, y haz tu otro tanto, si quieres ser perfecto, ve y vende cuanto tienes, y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en el Cielo, ven después y sígueme. Aquel hombre, sabía Jesús, tenía muchas propiedades, él se entristeció al escuchar esas palabras y se retiró.

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− En verdad os digo, − Jesús se dirigió a sus discípulos − que difícilmente un rico entrará en el Reino de los Cielos. «Y aún os digo más: Es más fácil pasar un camello por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de los Cielos.» Los discípulos se sorprendieron ante tales palabras, y se decían entre ellos. − Según esto, ¿quién podrá salvarse? − Para los hombres esto es imposible, − les dijo Jesús − que para Dios todas las cosas son posibles. − Bien ves que nosotros hemos abandonado todas nuestras cosas, − dijo Pedro − y te hemos seguido, ¿cuál será nuestra recompensa? − En verdad os digo, que vosotros que me habéis seguido, en el día de la resurrección, cuando el Hijo del Hombre se siente en el Solio de su Majestad, vosotros también os sentaréis sobre doce sillas, y juzgaréis a las doce tribus de Israel. «Y cualquiera que halla dejado su casa, o sus hermanos, o hermanas o heredades por causa de mi nombre, recibirán cien veces más, y poseerán la vida eterna. Y muchos que eran los primeros en este mundo, serán los últimos; y muchos que eran los últimos, serán los primeros.»

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20. NO HE VENIDO HA SER SERVIDO. − Porque el Reino de los Cielos se parece a un Padre de familia, − continuaba hablando Jesús − que al inicio del día salió a alquilar jornaleros para su viña, y acordando con ellos un denario por día, los envió a trabajar. «Pasaron varias horas, llegó la tarde y se encontró con más gente dispuesta a trabajar, y les dijo: Andad vosotros también a mi viña, y os daré lo que sea justo. Y ellos fueron. Otras dos veces salió ya siendo tarde, e hizo lo mismo, contrató más gente para su viña. Finalmente, siendo aún mucho más tarde, encontró a varios sujetos sin hacer nada, y les dijo: ¿Cómo es que estáis de ociosos todo el día?, le respondieron: Es que nadie nos ha alquilado, les dijo: Pues id vosotros también a mi viña. Cuando se ocultó el sol, el dueño de la viña le dijo a su mayordomo: Llama a los trabajadores y págales su jornal, empezando por los que llegaron al último y acabando con los primeros. A los que llegaron por último a trabajar se les pagó un denario y los primeros creyeron que se les pagaría más por su trabajo, pero no obstante, recibieron también un denario. Al recibir ese pago murmuraron en contra del padre de familia, diciendo: Estos últimos no han trabajo más que una hora y los han igualado con nosotros, que hemos soportado el peso del día y del calor. El dueño de la viña se percató de esto, y por respuesta les dijo: Amigos, yo no los he agraviado ¿no habíamos acordado un denario? Tomen lo que es suyo y retírense, yo les quiero dar a los últimos tanto como a ustedes ¿A caso no puedo yo hacer de lo mío lo que quiera? ¿O ha de ser tu ojo envidioso porque yo soy bueno? De esta forma, los últimos en este mundo serán los primeros en el Reino de los Cielos, y los primeros serán los últimos; muchos empero, serán los llamados, mas pocos los escogidos.» *** Jesús se puso en camino para Jerusalén, antes, llamó aparte a sus discípulos. − Mirad que vamos a Jerusalén, − les decía Jesús − donde el Hijo del hombre ha de ser entregado a los príncipes de los sacerdotes y a los escribas, y lo 95

condenarán a muerte, y lo entregarán a los gentiles para que sea escarnecido, y azotado, y crucificado, mas él resucitará al tercer día. La mujer de Zebedeo se acercó a Jesús en aquel momento junto a sus dos hijos, lo adoraron y le manifestaron querer pedirle alguna gracia. − ¿Qué quieres? − preguntó Jesús a la mujer. − Dispón que estos dos hijos míos tengan su asiento en tu Reino, uno a tu derecha y otro a tu izquierda. − No sabéis lo que pedís ¿Podéis beber el cáliz de la pasión que yo tengo que beber? ¿o ser bautizados con el bautismo con que yo voy a ser bautizado? − Bien podemos. − Mi cáliz si que lo beberéis, seréis bautizados con el mismo bautismo de sangre con que yo seré bautizado, pero el asiento a mi diestra o siniestra no me toca concederlo a vosotros, sino que será para aquellos que ha destinado mi Padre. Entendiendo esto los apóstoles, se indignaron contra aquella mujer. − No ignoráis − les decía Jesús a los doce − que los príncipes de las naciones avasallan a sus pueblos y que sus magnates los dominan con imperio. «No ha de ser así entre vosotros, sino que quien aspirare a ser mayor entre vosotros, debe ser vuestro criado; y quien quiera ser el primero entre vosotros, ha de ser vuestro siervo; al modo que el Hijo del Hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida para la redención de muchos.» *** Habiendo Jesús entrado en Jericó, atravesaba por la ciudad. Y he aquí que un hombre muy rico, llamado Zaqueo, principal o jefe entre los publicanos, hacía diligencias para conocer a Jesús de vista, y no pudiendo a causa del gentío, por ser de muy pequeña estatura, se adelantó corriendo y se subió sobre una higuera silvestre para verlo, porque había de pasar por allí. Jesús, cuando pasó por dicha higuera alzando los ojos lo vio. − Zaqueo, − dijo Jesús − baja pronto que hoy conviene que me hospede en tu casa. Él bajó a toda prisa y lo recibió gozoso.

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− ¿Se hospedará en casa de un hombre de mala vida? − murmuraba la gente. Pero Zaqueo se puso frente al Señor y le dijo: − Señor, desde ahora doy la mitad de mis bienes a los pobres, y si he defraudado en algo a alguien, le voy a restituir cuatro veces más. − Ciertamente que hoy ha sido día de salvación para esta casa, − le respondió Jesús − ya que este hombre también es hijo de la fe de Abraham. Porque el Hijo del Hombre ha venido a buscar, y a salvar lo que había perecido. *** Saliendo de Jericó, una gran muchedumbre siguió a Jesús. Dos ciegos se hallaban sentados a la orilla del camino pidiendo limosna, se enteraron que Jesús venía. − ¡Señor! ¡Hijo de David! − comenzaron a gritar los dos hombres − ¡Ten lástima de nosotros! Mas la gente les decía que se callaran. Ellos, no obstante, alzaban más el grito. − ¡Señor! ¡Hijo de David! ¡Apiádate de nosotros! − ¿Qué queréis que os haga? − Se acercó Jesús a los dos hombres para preguntarles. − Señor, que se abran nuestros ojos. Jesús se compadeció, tocó sus ojos, y en el instante ellos pudieron ver y se fueron en pos de él. *** Estaba por cumplirse el tiempo en que Jesús estaba por salir del mundo, se puso en camino hacia Jerusalén, con un semblante decidido, para consumar su sacrificio. Despachó a algunos de sus discípulos delante de él para anunciar su llegada; los cuales habiendo partido, entraron en una ciudad de samaritanos a prepararle hospedaje. Pero aquella gente no quiso recibirlo, ya que decían que iban hacia Jerusalén. Regresaron con Jesús y le contaron lo acontecido. 97

− ¿Quieres que mandemos a que llueva fuego del cielo y los devore? − dijeron. − ¿No sabéis a qué espíritu pertenecéis? − les dijo Jesús para reprenderlos − El Hijo del Hombre no ha venido para perder a los hombres, sino para salvarlos. Vamos a otra aldea. *** Prosiguiendo Jesús su viaje a Jerusalén, entró en cierta aldea, donde una mujer, lo hospedó en su casa. Tenía ésta una hermana, la cual se sentó a los pies del Señor para escuchar su divina palabra. Mientras tanto, la otra hermana estaba muy afanada en preparar todo lo que era menester; por lo cual se presentó ante Jesús y le dijo: − Señor, ¿no reparas que mi hermana me ha dejado sola con las faenas de la casa? Dile pues que me ayude. − Tú te afanas, − le dijo Jesús − y te acongojas distraída en muchas cosas, y la verdad es que sólo una cosa es necesaria, que es la salvación eterna. *** En este mismo tiempo, vinieron a Jesús algunos y contaron a Jesús lo que había sucedido a algunos galileos, cuya sangre mezcló Pilato con la de los sacrificios que ellos hacían. − ¿Pensáis que aquellos galileos, − les decía Jesús − eran entre todos los demás de Galilea los mayores pecadores, porque fueron castigados de esta suerte? «Os aseguro que no, y entended que si vosotros no hicieres penitencia, todos pereceréis igualmente. Como también aquellos dieciocho hombres, sobre los cuales cayó la torre de Siloé, y los mató. ¿Pensáis que fuesen los más culpados de todos los moradores de Jerusalén? Os digo que no; más si vosotros no hicieres penitencia, todos pereceréis igualmente. Un hombre tenía plantada una higuera en su viña, y vino a ella en busca de fruto, y no lo halló. Por lo que le dijo al viñador: Ya ves que hace tres años seguidos vengo a buscar fruto en esta higuera, y no lo hallo, córtala pues, 98

¿para qué ha de ocupar terreno en balde? Pero él respondió: Señor, déjala todavía este año, y cavaré alrededor de ella, y le echaré estiércol, a ver si así dará fruto, sino, la harás cortar.» *** Jesús pasaba por la provincia de Samaria, llamada Sicar o Siquem, vecina a la heredad que Jacob dio a su hijo José. Aquí estaba el pozo llamado la fuente de Jacob. Jesús se encontraba cansado de caminar, se sentó a descansar en el brocal del pozo. Ya era un poco tarde. Vino entonces una mujer samaritana a sacar agua. Los discípulos habían ido a la ciudad a conseguir algo de comer. − Dame de beber − Jesús se dirigió a la mujer. − ¿Cómo tú siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana? Porque los judíos no hablan con los samaritanos. − Si tú conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: Dame de beber; puede ser que tú le hubieres pedido a él y el te hubiera dado agua viva. − Señor, tú no tienes con qué sacarla, y el pozo es profundo: ¿dónde tienes pues, esa agua viva? ¿Eres tú por ventura mayor que nuestro padre Jacob que nos dio este pozo, del cual bebió el mismo, y sus hijos, y sus ganados? − Cualquiera que bebe de esta agua, tendrá otra vez sed, pero quien bebiere del agua que yo le daré, nunca jamás volverá a tener sed; el agua que yo le daré, vendrá a ser dentro de él un manantial de agua que manará sin cesar hasta la vida eterna. − Señor, dame de esa agua, para que no tenga yo más sed, ni haya de venir aquí a sacarla. − Anda, ve con tu marido, y vuelve con él acá. − Yo no tengo marido. − Tienes razón en decir que no tienes marido, porque cinco maridos has tenido, y el que ahora tienes, no es marido tuyo, en eso verdad has dicho. − Señor, yo veo que tú eres un Profeta. Nuestros padres adoraron a Dios en este monte, y vosotros los judíos decís que en Jerusalén está el lugar donde se debe adorar.

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− Mujer, créeme a mí, ya llega el tiempo en que ni precisamente en este monte, ni en Jerusalén adoraréis al Padre, sino en cualquier lugar. «Vosotros adoráis lo que no conocéis, pero nosotros adoramos lo que conocemos, porque el Salvador proviene de los judíos. Pero ya llega el tiempo, ya estamos en él, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en Espíritu y en verdad. Porque tales son los adoradores que el Padre busca. Dios es Espíritu y por lo mismo, los que lo adoran, en Espíritu y en verdad deben adorarlo.» − Se que está por venir el Mesías, cuando venga pues, él nos lo declarará todo. − Ese Soy Yo, que hablo contigo. Llegaron los discípulos, y se extrañaron al verlos hablar juntos. Pero no se atrevieron a preguntarle el por qué. La samaritana se fue hacia la ciudad dejando ahí su cántaro y empezó a pregonar: − Venid y veréis a un hombre, que me ha dicho todo cuanto yo he hecho ¿Será quizá éste el Cristo? Con esto, mucha gente salió de la ciudad para buscarlo. − Come algo, Maestro − le decían sus discípulos a Jesús. − Yo tengo para alimentarme un manjar que vosotros no conocéis − les respondió. − ¿Le habrá traído algo de comer aquella mujer? − se decían entre ellos. − Mi comida, es hacer la voluntad del que me ha enviado, − les dijo Jesús − y dar cumplimiento a su obra. «¿No decís vosotros: Ea, dentro de cuatro meses estaremos ya en la siega? Pues ahora os digo yo: Alzad vuestros ojos, tended la vista por los campos, y ved ya las mieses blancas, y apunto de segarse. En esta cosecha Evangélica, aquel que siega recibe su jornal, y recoge frutos para la vida eterna; a fin de que igualmente gocen el que siega y el que siembra.

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Y en esta ocasión se verifica aquel refrán: Uno es el que siembra, y otro es el que siega. Yo os he enviado a vosotros a segar lo que no labrasteis; otros hicieron la labranza, y vosotros habéis entrado en sus labores.» Muchos samaritanos creyeron en él, por las palabras de la mujer que aseguraba: Me ha dicho todo cuanto yo hice. Y venidos a él los samaritanos, le rogaron que se quedaran allí. Y él acepto quedarse allí dos días. Y muchos más creyeron en él al escuchar sus discursos. − Ya no creemos por lo que nos has dicho, − decían a la mujer samaritana − pues nosotros mismos lo hemos oído, y hemos conocido que este es verdaderamente el Salvador del Mundo. *** Caminando Jesús hacia Jerusalén, atravesaba las provincias de Samaria y Galilea. Y a punto de entrar en una población se presentaron ante él diez leprosos, que guardaron distancia, y levantaron la voz. − Jesús nuestro, Maestro, ten lástima de nosotros − decían los hombres. − Id, − les dijo Jesús − mostraos a los sacerdotes. Y cuando se dirigían hacia allá, quedaron sanos. Uno de ellos, cuando se dio cuenta que estaba limpio, volvió hacia Jesús glorificando a Dios a grandes voces. Se postró a los pies de Jesús, pecho por tierra, dándole gracias, este hombre era samaritano. − ¿Pues por qué, − preguntaba Jesús − no son diez los curados? ¿Y los otros nueve dónde están? El único que ha regresado a dar las gracias es este extranjero. Levántate, − le dijo Jesús al hombre − vete, que tu fe te ha salvado. *** Jesús, con la intención de hacer ver que conviene orar perseverantemente y no desfallecer, les ofreció la siguiente parábola: − En cierta ciudad había un juez, que no tenía temor de Dios ni respeto a ningún hombre. «En esa misma ciudad vivía una viuda, la cual solía ir a él, diciendo: Hazme justicia de mi contrario.

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Más el juez, en mucho tiempo no le hizo caso. Pero después dijo para consigo: aunque yo no temo a Dios, ni respeto a ningún hombre, con todo, para que me deje en paz esta viuda, le haré justicia, a fin de que deje de molestarme. Ved lo que dijo este juez inicuo ¿Y creeréis que Dios dejará de hacer justicia a sus escogidos que claman a él día y noche, y que han de sufrir siempre que se les oprima? Os aseguro que no tardará en vengarlos de los agravios. Pero cuando viniere el Hijo del Hombre ¿os parece que hallará fe sobre la tierra?» *** Y añadió una parábola más, que iba dirigida hacia los hombres que presumían de ser justos, y despreciaban a los demás: − Dos hombres subieron al Templo a orar, uno era fariseo y el otro publicano. «El fariseo puesto en pie, oraba en su interior de esta manera: ¡Oh Dios! Yo te doy gracias de que no soy como los demás hombres, que son ladrones, injustos, adúlteros; ni tampoco como este publicano; ayuno dos veces a la semana, pago los diezmos de todo lo que poseo. El publicano, al contrario, puesto allá lejos, ni aún los ojos osaba levantar al cielo, sino que se daba golpes de pecho, decía: Dios mío, ten misericordia de mí que soy un pecador. Os declaro pues, que este volvió a su casa justificado, mas no el otro; porque todo aquel que se ensalza, será humillado, y el que se humilla, será ensalzado.»

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21. EN JERUSALÉN. Al acercarse a Jerusalén, luego que llegaron a Betfagé, al pie del Monte de los Olivos, Jesús habló a sus discípulos. − Id a esa aldea que se ve enfrente de vosotros, y sin más diligencia, encontraréis a una asna atada, y su pollino con ella, desatadlos y traédmelos, si alguien os digiere algo, respondedle que son necesarios para el Señor, y dejarán hacer lo que os pido. Con esto se cumplía una profecía nuevamente: Decid a la hija de Sión: Mira que viene a ti tu Rey lleno de mansedumbre, sentado sobre su asna y su pollino, hijo de la que está acostumbrada al yugo. Luego que fueron hallaron a ambos animales atados fuera delante de una puerta a la entrada de una encrucijada, y los desataron. − ¿Qué hacéis? − algunos de los que estaban cerca de allí les hablaron − ¿Por qué los desatáis? − Son necesarios para el Señor − respondieron, y dejaron que se los llevaran. Los discípulos trajeron a la asna y al pollino tal como lo pidió Jesús, los aparejaron con sus ropas y Jesús se sentó en ella. *** Llegaron unos fariseos hasta donde se encontraba Jesús. − Sal de aquí, y retírate a otra parte, − le dijeron − porque Herodes quiere matarte. − Andad, − respondió Jesús − y decid de mi parte a ese falso y raposo: Sábete que aún he de lanzar demonios, y sanar enfermos el día de hoy y el de mañana, pero dentro de poco, al tercer día, estaré finado. No obstante, así hoy, como mañana, y pasado mañana conviene que yo siga mi camino hasta llegar a la ciudad; porque no cabe que un Profeta pierda la vida fuera de Jerusalén. *** Avanzaron hacia Jerusalén, por el lugar donde pasaba Jesús, una gran muchedumbre arrojaba sus vestidos, otros cortaban ramas u hojas de los árboles y los ponían por donde había de pasar, y toda la gente, la que se encontraba atrás y adelante, lo adoraban.

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− ¡Hosanna, salud y gloria al Hijo de David! ¡Bendito sea el que viene en nombre del Señor! ¡Bendito sea el Reino de nuestro Padre David que vemos llegar ahora en la persona de su hijo! ¡Hosanna en lo más alto de los Cielos! Entró a Jerusalén, la gente se extrañó al verlo. − ¿Quién es este? − preguntó alguien. − Este es Jesús, − le respondían − el Profeta de Nazaret de Galilea. − El que me sirve, − dijo Jesús − sígame, que donde yo estoy, allí estará también el que me sirve, y a quien me sirviere, lo honrará mi Padre. «Pero ahora mi alma se ha conturbado. Y ¿qué diré? ¡Oh Padre libérame de esta hora! Mas no, ya que para esa hora he venido al mundo. ¡Oh Padre, glorifica tu Santo Nombre!» En ese momento se oyó una voz proveniente del Cielo: − Lo he glorificado ya, y lo glorificaré todavía más. La gente que escuchó aquella voz, pensó que había sido un trueno. Pero otros decían: − Un Ángel le ha hablado. − Esta voz no ha venido por mí, sino por vosotros − les dijo Jesús. *** Jesús entró en el Templo de Dios, es decir, en el atrio, ahí había gente vendiendo cualquier tipo de mercancía. Al ver tan aberrante escena, Jesús echó fuera a todos esos comerciantes, a los que compraban, derribó mesas de banqueros o cambiantes y sillas de los que vendían palomas para sacrificios. − Escrito está: − dijo Jesús a la gente − Mi casa será llamada casa de oración, más vosotros la tenéis hecha una cueva de ladrones. Y no permitía que nadie trasportase mueble o cosa alguna por el Templo. Los escribas se enteraron de esto, se indignaron, querían encontrar una forma de asesinarlo. − ¿Qué señal nos das de tu autoridad para hacer estas cosas? − le preguntaron.

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− Destruid este Templo, y yo en tres días lo reedificaré. − Cuarenta y seis años se han gastado en la reedificación de este Templo, ¿y tú lo has de levantar en tres días? Pero tiempo después, mucha gente, y entre ellos sus discípulos, comprendieron que hablaba del Templo de su cuerpo, de su resurrección. Después de esto se acercaron varios ciegos, cojos y enfermos, a todos los curó. − ¡Hosanna al Hijo de David! − era lo que gritaban varios niños al ver las maravillas que hacía Jesús, pero los príncipes de los sacerdotes y escribas se indignaban ante ello. − ¿Oyes tu lo que dicen estos? − preguntaron a Jesús. − Si, claro que sí, − respondió Jesús − pues qué, ¿no habéis leído jamás la profecía: De la boca de los infantes y niños de pecho es de donde sacaste la más perfecta alabanza? Jesús los dejó solos, salió de la ciudad hacia Betania, ahí permaneció algún tiempo. *** Había un hombre de la secta de los fariseos, llamado Nicodemo, varón principal entre los judíos, el cual fue de noche en busca de Jesús, y le dijo: − Maestro, nosotros conocemos que eres un Maestro enviado de Dios para instruirnos; porque ninguno puede hacer los milagros que tú haces, de no tener a Dios consigo. − Pues en verdad, − respondió Jesús − en verdad te digo, que quien no naciere de nuevo, no puede ver el Reino de Dios o tener parte en él. − ¿Cómo puede nacer un hombre, siendo ya viejo? ¿Puede acaso volver otra vez al seno de su madre para renacer? − En verdad, en verdad te digo, que quien no renaciere por el bautismo del agua, y la Gracia del Espíritu Santo, no puede entrar en el Reino de Dios. «Lo que ha nacido de la carne, carne es: mas lo que ha nacido del espíritu, es espíritu. Por tanto, no extrañes que te haya dicho: Os es preciso nacer otra vez. Pues el Espíritu sopla donde quiere, y tú oyes su sonido, mas no sabes de dónde sale, o a dónde va, eso mismo sucede al que nace de Espíritu.» 105

− ¿Cómo puede hacerse esto? − Volvió a preguntar Nicodemo. − ¿Tú eres maestro en Israel y no entiendes estas cosas? «En verdad, en verdad te digo, que nosotros no hablamos sino lo que sabemos bien, y no atestiguamos sino lo que hemos visto, y vosotros con todo, no admitís nuestro testimonio. Si os he hablado de cosas de la tierra, y no me creéis ¿cómo me creeréis si hablo cosas del Cielo? De tal forma es así, que nadie subirá al Cielo, sino aquel que ha descendido del Cielo, a saber, el Hijo del Hombre, que está en el Cielo, aún después de haber bajado a la tierra. Al modo en que Moisés levanto en el desierto la serpiente de bronce, así también es menester que el Hijo del Hombre sea levantado en alto; para que todo aquel que crea en él, no perezca, sino que logre la vida eterna Dios ama tanto al mundo, que no paró hasta dar a su Hijo unigénito, a fin de que todos los que creen en él, no perezcan, sino que vivan vida eterna. Pues no envió Dios a su Hijo para condenar al mundo, sino para que por su medio el mundo se salve. Quien cree en él, no es condenado; pero quien no cree, ya tiene hecha la condena, por lo mismo que no cree en el Hijo unigénito de Dios. Este juicio de condenación consiste, en que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, por cuanto sus obras eran malas. Pues quien obra mal, aborrece la luz, y no se arrima a ella, para que no sean reprendidas sus obras; al contrario, quien obra según la verdad, se arrima hacia la luz, a fin de que sus obras se vean como lo que son, hechas por el mismo Dios.» *** A la mañana siguiente regresó a Jerusalén, tenía hambre. Vio una higuera junto al camino, se acercó a ella y no encontró ningún fruto. − Nunca jamás nazca de ti fruto − dijo Jesús, y la higuera quedó completamente seca.

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− ¿Cómo es que se ha secado en un instante? − preguntaron los discípulos maravillados. − En verdad os digo, que si tenéis fe, y no andáis dudando, no solamente haréis esto de la higuera, sino que aún cuando digáis a un monte: arráncate y arrójate al mar, así lo hará. «Y todo cuanto pidiereis en la oración, si tenéis fe, lo alcanzaréis. Mas al poneros a orar, si tenéis algo contra alguno, perdonadle el agravio, a fin de que vuestro Padre que está en los Cielos, también os perdone vuestros pecados. Que si no perdonáis vosotros, tampoco vuestro Padre Celestial os perdonará vuestras culpas ni oirá vuestras oraciones.» *** Hay en Jerusalén un estanque, llamado en Hebro Betsaida, la cual tiene cinco pórticos. En ellos yacía una gran muchedumbre de enfermos, ciegos, cojos, paralíticos, aguardando el movimiento de las aguas. Pues un Ángel del Señor descendía de tiempo en tiempo a la piscina, y se agitaba el agua. Y el primero que después de movida el agua entraba en el estanque, quedaba sano de cualquier enfermedad que tuviese. Allí se encontraba un hombre enfermo durante treinta y ocho años. Como Jesús lo viese tendido, y conociese ser de edad avanzada, le dice: − ¿Quieres ser curado? − Señor, − respondió el doliente − no tengo una persona que me meta en el estanque, cuando el agua está agitada, mientras yo voy, ya otro ha entrado antes. − Levántate, coge tu camilla, y anda. Repentinamente se halló sano aquel hombre, tomó su camilla y se puso a caminar. Aquel día era sábado. − Hoy es sábado, − le decían algunos judíos a aquel hombre − ¿cómo es que estas sano si no es lícito? − El que me ha curado, ese mismo me ha dicho: Toma tu camilla y anda. − ¿Y quién es ese hombre? Más el que había sido curado no sabía quien era su curador. Jesús se había retirado del tropel de gente.

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Jesús lo encontró en el Templo a dónde iba a predicar. − Bien ves como has quedado curado, − le dijo Jesús − no peques más, para que no te suceda alguna cosa peor. Gozoso aquel hombre, fue y declaró a los judíos que Jesús era quien lo había curado. Pero éstos comenzaron a seguir a Jesús, por cuanto hacía tales cosas en sábado. *** Jesús se encontraba predicando en el Templo, en aquel momento se le acercaron los príncipes de los sacerdotes, y los ancianos (o senadores) del pueblo. − ¿Con qué autoridad hacéis estas cosas? − preguntaron − ¿Y quién te ha dado tal potestad? − Yo también quiero haceros una pregunta − les dijo Jesús − y si me respondéis a ella, os diré luego con qué autoridad hago estas cosas. «¿El bautismo de Juan de dónde era? ¿Del Cielo o de los hombres?» Comenzaron a discutir entre ellos qué respuesta le debían dar, y decían: − Si respondemos del Cielo, nos dirá: Pues, ¿por qué no habéis creído en él? Si respondemos de los hombres, tendremos que temer al pueblo porque todos miraban a Juan como Profeta. Nuevamente se volvieron a Jesús para responder. − No lo sabemos. − Pues ni yo tampoco os diré a vosotros con qué autoridad hago estas cosas. «¿Y qué os parece lo que les diré a continuación?: Un hombre tenía dos hijos, llamando al primero le dijo: Hijo, ve hoy a trabajar en mi viña. Y él le respondió. No quiero, pero se arrepintió después, y fue. Llamando al segundo le pidió lo mismo, y le respondió: Voy, pero no fue. ¿Cuál de los hijos hizo la voluntad del Padre?» − El primero − respondieron.

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− En verdad os digo, que los publicanos y las rameras os precederán en el Reino de Dios. «Por cuanto vino Juan a vosotros por las sendas de la Justicia, y no le creísteis; al mismo tiempo que los publicanos y las rameras le creyeron, mas vosotros, ni con ver esto, os movisteis después a penitencia para creer en él. Escuchad otra parábola: Érase un padre de familia que plantó una viña, la arrendó después a ciertos labradores, y se ausentó a un país lejano. Cuando vino la temporada en que la viña dio frutos, envió a sus criados con los labradores, para que percibiesen el fruto de ella. Pero los labradores acometieron a los criados, apalearon a uno, mataron a otro y a uno más lo apedrearon. Una segunda vez envió a nuevos criados en mayor número que los primeros, y los trataron de la misma manera. Finalmente les envió a su hijo, diciendo para consigo: A mi hijo por lo menos lo respetarán. Pero al ver al hijo, los labradores dijeron: Este es el heredero, venid, matémoslo, y nos quedaremos con su herencia. Lo agarraron y lo echaron fuera de la viña matándolo. ¿Ustedes qué creen que hará el dueño de la viña a aquellos labradores?» − Hará, − respondieron − que esta gente tan mala perezca miserablemente, y arrendará su viña a otros labradores, que le paguen los frutos a su tiempo. − ¿Pues no habéis leído jamás en las Escrituras: − añadió Jesús − La piedra que desecharon los fabricantes, esa misma vino a ser la más importante? El Señor es el que ha hecho esto en vuestros días, y es una cosa admirable a nuestros ojos. «Por lo cual os digo, que os será quitado a vosotros el Reino de Dios, y será dado a gente buena que rinda frutos de buenas obras. Esto es, que quien se escandalizare o cayere sobre esta piedra, se hará pedazos; y ella hará añicos a aquel que sobre quien cayere en el Día del Juicio.» Al oír las parábolas de Jesús, los príncipes de los sacerdotes y los fariseos entendieron que se refería a ellos. Su enojo no se hizo esperar, y en aquel 109

momento tuvieron intenciones de arrestar a Jesús, pero finalmente se contuvieron, tenían miedo del pueblo que lo consideraba un Profeta.

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22. CUESTIONAMIENTOS. − Sal de aquí, y vete a Judea, − le decían a Jesús algunos de sus parientes que se encontraban por aquellos lugares − para que también aquellos discípulos tuyos vean las obras maravillosas que haces. Puesto que nadie hace las cosas en secreto, si quiere ser conocido; ya que haces tales cosas, date a conocer al mundo. A pesar de todo, muchos de los mismos parientes de Jesús, no creían en él. − Mi tiempo no ha llegado todavía, − les respondió Jesús − el vuestro siempre está a punto. «A vosotros no puede el mundo aborreceros; a mí sí que me aborrece, porque yo demuestro que sus obras son malas.» Jesús siguió su paso por Jerusalén, y algunos judíos decían: − ¿Dónde estará aquel? − Sin duda es un hombre de bien − decían otros. − No, sino que trae embaucado al pueblo − los contradecían. Pero nadie se atrevía a declararse públicamente a favor de Jesús, por miedo a los sacerdotes. Jesús fue al Templo a enseñar. *** − Cuando fueres convidado a bodas, − Jesús hablaba− no te pongas en el primer puesto, porque no haya quizá otro convidado de más distinción que tú; y viniendo el que ha ti y a él os convidó, te diga: Haz lugar a éste; y entonces con sonrojo te veas precisado a ponerte al último. Antes bien, cuando fueres convidado, ponte en el último lugar, para que cuando venga el que te convidó, te diga: Amigo, sube más arriba. Lo que te acarreará honor delante de los demás convidados. Tú cuando des comida, o cena, no convides a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a los parientes, o vecinos ricos, no sea que ellos te conviden a ti también y te sirva esto de recompensa. Sino que cuando hagas un convite, has de convidar a los pobres, y a los tullidos, a los cojos y a los ciegos, y serás afortunado, porque no podrán pagártelo, y así serás recompensado en la resurrección de los justos.»

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− ¡Oh bienaventurado aquel que tendrá parte en el convite del Reino de Dios! − gritó alguien. - En el Reino de los Cielos acontece lo que a cierto Rey, − comenzó Jesús con una nueva parábola − que celebró las bodas de sus hijos. «Envió a los criados a llamar a los invitados, mas estos no quisieron venir, y como de concierto, comenzaron a excusarse. El primero dijo: He comprado una granja, y necesito salir a verla, te ruego que me des por excusado. El segundo dijo: He comprado cinco yuntas de bueyes, y voy a probarlas, dame, te ruego, por excusado. Otro dijo: acabo de casarme, y así no puedo ir allá. Una segunda vez mandó a otros criados, con la orden de decir de su parte a los invitados: Tengo dispuesto el banquete, he hecho matar mis terneros y demás animales cebados, y todo está preparado, venid pues a las bodas. Mas ellos no hicieron caso, en cambio, se marcharon a sus granjas, a sus actividades ordinarias. Otros ultrajaron a los criados y los mataron. Al oír esto, el Rey se llenó de furia y envío a sus tropas para acabar con los homicidas, y abrasó su ciudad. Les dijo a sus criados: Todo está listo para las bodas, mas los invitados no eran dignos de asistir a ellas; id pues a las salidas de los caminos, y a todos los que encontréis, invitadlos a las bodas. Los criados fueron y trajeron a todos los que encontraron, malos y buenos, de forma que la sala de las bodas quedó repleta de gente que se sentó a la mesa. Cuando entró el Rey y vio a los invitados se percató de un hombre que no iba con vestido de boda, él dijo: Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin vestido de boda? El hombre no contestó. Entonces, el Rey dijo a sus ministros de justicia: Átenlo de pies y de manos, arrojadlo fuera a las tinieblas, donde sólo hay llanto y crujir de dientes. Tan cierto es que muchos son los llamados, y pocos los escogidos.» *** − ¿Cómo es que este conoce las letras sagradas, sin haber estudiado? − decían los judíos. 112

− Mi doctrina no es mía, − les dijo Jesús − sino de aquel que me ha enviado. «Quien quisiere hacer la voluntad de él, conocerá si mi doctrina es de Dios, o si yo hablo de mi mismo. Quien habla de su propio movimiento, busca su propia gloria; mas el que únicamente busca la gloria del que lo envió, ése es veraz y no hay en él injusticia o fraude. ¿Por ventura no os dio Moisés la Ley, y con todo eso ninguno de vosotros la cumple? ¿Pues por qué intentáis matarme?» − Estás endemoniado, ¿quién es el que trata de matarte? − dijo la gente. − Yo hice una sola obra milagrosa en sábado, y todos habéis quedado extrañados. «Mientras que habiéndoos dado Moisés la Ley de la circuncisión no dejáis de circuncidar al hombre aún en sábado. Pues si un hombre es circuncidado en sábado, para no quebrantar la Ley de Moisés ¿os habéis de indignar contra mí, porque he curado a un hombre por completo en día sábado? No queráis juzgar por las apariencias, sino juzgad por un juicio recto.» − ¿No es éste al que buscan para darle muerte? − comenzaron a decir algunos judíos − Y con todo, vean cómo habla públicamente, y nadie dice nada. − ¿Será porque es el Cristo y los sacerdotes lo saben? − Pero es falso, sabemos de dónde viene. Mas cuando venga el Cristo, nadie sabrá su origen. − Vosotros pensáis que me conocéis, − continuó Jesús − y sabéis de dónde soy; pero yo no he venido de mí mismo, sino que quien me ha enviado es veraz, al cual vosotros no conocéis. Yo sí que lo conozco, porque de él tengo el ser, y él es el que me ha enviado. En ese momento querían arrestarlo, pero nadie se atrevió, aún no era la hora. − Cuando venga el Cristo ¿hará por ventura más milagros que éste?

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Los príncipes de los sacerdotes al oír esto, enfurecieron, y mandaron guardias para prenderlo. Jesús al percatarse de ello les dijo: − Todavía estaré con vosotros un poco de tiempo, y después me voy con aquel que me ha enviado. «Vosotros me buscaréis, y no me hallaréis; y a donde yo voy a estar, vosotros no podéis venir.» − ¿A dónde irá éste que no lo hallaremos? − se preguntaban los judíos − ¿Se irá quizá a otras naciones, por el mundo, a predicar a los gentiles? ¿qué es lo que ha querido decir con éstas palabras? − Si alguno tiene sed, − les dijo Jesús − venid a mi, y beba. Del seno de aquel que cree en mí, manarán, como dice la Escritura, ríos de agua viva. − Éste ciertamente es un Profeta. − murmuraban algunos. − Este es el Cristo, el Mesías − decían otros. − ¿Por ventura el Cristo ha de venir de Galilea? − cuestionaban otros. − ¿No está claro en la Escritura que del linaje de David, y del lugar de Betlehem, donde David moraba, debe venir el Cristo? Y la gente discutía sobre esto, sobre la persona de Jesús. Los guardias que iban a prender a Jesús regresaron junto a los fariseos, y éstos últimos les preguntaron: − ¿Cómo es que no lo han traído? − Jamás hombre alguno ha hablado tan divinamente como éste hombre − respondieron los guardias. − ¿Qué vosotros también habéis sido embaucados por él? ¿A caso alguno de los príncipes o de los fariseos ha creído en ese impostor? No, sólo ese populacho, que no entiende de la Ley, esos malditos. Un hombre los escuchó y se acercó a ellos para decirles: − ¿Por ventura nuestra Ley condena a nadie, sin haberlo oído primero?, y examinado su proceder? − ¿Eres a caso tú como él, galileo? Examina bien las Escrituras, y verás como no hay Profeta originario de Galilea. Aquel hombre era Nicodemo. 114

*** Los fariseos que se encontraban allí se apartaron cuando Jesús dejó de hablar, para buscar una forma de sorprenderlo, de encontrar una manera de acusarlo de algo en base a lo que hablaba. Decidieron enviar a unos herodianos con Jesús, estos hombres eran partidarios de la dinastía de Herodes, y aunque estaban en contra de los fariseos se unieron a ellos para acabar con Jesús. − Maestro, se dirigieron a Jesús los herodianos − sabemos que eres veraz, y que enseñas el camino, la Ley de Dios conforme a la pura verdad, sin respecto a nadie, porque no miras la calidad de las personas; esto supuesto, dinos que te parece esto: ¿es o no es lícito a los judíos, el pueblo de Dios, pagar tributo al César? − ¿Por qué me tentáis, hipócritas? − les respondió Jesús, que conocía su malicia y sus intenciones − Enseñadme la moneda con que se paga el tributo. Le mostraron un denario. − ¿De quién es el rostro y la inscripción que aparece en la moneda? − preguntó Jesús. − De César − le respondieron. − Pues dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios. Todos quedaron admirados con su respuesta y fariseos y herodianos optaron por irse. *** Aquel mismo resurrección.

día

vinieron

algunos

saduceos,

gente

que

niega

la

− Maestro, − se acercaron a Jesús para proponerle un caso − Moisés ordenó que si un hombre muere sin hijos, el hermano se case con su mujer, para dar sucesión a su hermano. «Había entre nosotros siete hermanos. Casado el primero, vino a morir, y no teniendo sucesión, dejó su mujer a su hermano. Lo mismo acaeció al segundo, y al tercero, hasta el séptimo. Y después de todos ellos murió la mujer.

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Ahora pues, cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de los siete a de ser mujer, supuesto que lo fue de todos?» − Muy errados andáis, − les contestaba Jesús − por no entender las Escrituras, ni el Poder de Dios. «Porque después de la resurrección, los hombres no tomarán mujeres, ni las mujeres tomarán marido, sino que serán como los Ángeles de Dios en el Cielo. Mas tocante a la resurrección de los muertos ¿no habéis leído las palabras que Dios os tiene dichas?: Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. Ahora pues, Dios no es Dios de muertos, sino de vivos. » Esto lo oyó el pueblo y quedó asombrado de su doctrina. Pero los fariseos se enteraron de aquello, que Jesús logró callar a los saduceos, por ello se mancomunaron, y uno de ellos, doctor de la Ley, intentó tentarlo. − Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley? − Amarás al Señor Dios tuyo de todo corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. «Este es el máximo y primer mandamiento. El segundo es semejante a este, y es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. En estos dos mandamientos está cifrada la Ley y los Profetas. Pero díganme ustedes ¿Qué opinan sobre el Cristo o Mesías? ¿De quién es hijo?» − De David − respondieron los fariseos. − ¿Pues cómo David en calidad de Profeta, lo llama su Señor, cuando dice: Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra, mientras tanto que yo pongo a tus enemigos por peana de tus pies? «Pues si David lo llama su Señor, ¿cómo es posible que sea hijo suyo?» Nadie pudo replicarle a Jesús, todos callaron, y nadie más, desde ese entonces, osó hacerle más preguntas. Estando Jesús frente al arca de las ofrendas, observaba como la gente echaba dinero en ella, y muchos ricos echaban grandes cantidades. Vino también una viuda pobre, la cual metió dos monedas pequeñas. 116

− En verdad os digo, − Jesús se dirigió a sus discípulos − que esta pobre viuda ha echado más en el arca que todos los otros. Por que los demás han echado lo que les sobraba, en cambio ella, ha dado de su misma pobreza todo lo que tenía, todo su sustento. *** Unos escribas y fariseos trajeron a una mujer ante la presencia de Jesús, la acusaban de adulterio. − Maestro, esta mujer acaba de ser sorprendida en adulterio. Moisés en la Ley nos ordena apedrear a las tales, ¿Tú qué dices a esto? Jesús se inclinó hacia el suelo, y con el dedo escribía en la tierra. − Maestro, te hemos hecho una pregunta − insistían los escribas y fariseos. Jesús se volteó hacia ellos y les dijo: − El que de vosotros se halle sin pecado, tire contra ella la primera piedra. Volvió a inclinarse sobre el suelo y siguió escribiendo. Escribas y fariseos al oír la respuesta se empezaron a retirar de aquel lugar, uno por uno, la mujer acusada se quedó al lado de Jesús y él le habló. − Mujer, ¿dónde están tus acusadores? ¿Nadie te ha condenado? − Ninguno, Señor − respondió la mujer. − Pues tampoco yo te condenaré. Anda, y no peques más en adelante.

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23. BENDITO SEA EL QUE VIENE EN NOMBRE DEL SEÑOR. − Si perseveráis en mi doctrina − les decía Jesús a los judíos − seréis verdaderamente discípulos míos, y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres. − Nosotros somos descendientes de Abraham, − dijeron los judíos − y jamás hemos sido esclavos de nadie ¿entonces cómo es que vendremos a ser libres? − En verdad os digo, que todo aquel que comete pecado, es esclavo del pecado. «Yo sé que sois hijos de Abraham, pero también sé que tratáis de matarme, porque mi palabra o doctrina no halla cabida en vosotros. Yo hablo lo que he visto en mi Padre, vosotros hacéis lo que habéis visto de vuestro padre.» − Nuestro padre es Abraham. − Si sois hijos de Abraham, obrad como Abraham. − Nosotros somos hijos de Dios, no somos una raza de pecadores. − Quien es de Dios, escucha la palabra de Dios. Por eso vosotros no las escucháis, porque no sois de Dios. − ¡Estas endemoniado! − Yo no estoy poseído del demonio, sino que honro a mi Padre, y vosotros me habéis deshonorado a mí. Pero yo no busco mi gloria. Quien observare mi doctrina, no morirá para siempre. − En verdad estáis poseído. Abraham murió, y murieron también los profetas, y tú dices que quien observare tu doctrina, no morirá eternamente. ¿A caso eres tú mayor que nuestro padre Abraham y que los profetas que murieron? Tú ¿por quién te tienes? − Si yo me glorifico a mi mismo, mi gloria, diréis, no vale nada, pero es mi Padre el que me glorifica, aquel que decís vosotros que es vuestro Dios; vosotros empero, no lo habéis conocido, yo sí que lo conozco. Y si dijere que no lo conozco, sería como vosotros un mentiroso. Pero lo conozco, y observo sus palabras. «Abraham, vuestro padre, ardió en deseos de ver este día de mi venida, y con los ojos de su fe, lo vio, y se llenó de gozo.» 119

− ¿Aún no tienes ni cincuenta años y dices haber visto a Abraham? − En verdad os digo, que antes de que Abraham fuese creado, yo ya existía. Al oír esto, los judíos cogieron piedras para arrojarlas en contra de Jesús, mas él se escondió milagrosamente y se retiró. *** − Los escribas, o doctores de la Ley, − comenzó Jesús a hablar al pueblo y a sus discípulos − y los fariseos conocen bien las enseñanzas de Moisés, practicad pues, y haced todo lo que os dijeren, pero no adquieran la misma conducta que ellos (pues es muy diferente hacer lo que dicen que comportarse como ellos), porque dicen lo que se debe hacer y no lo hacen. «El hecho es que van liando cargas pesadas e insoportables, y las ponen sobre los hombros de los demás cuando ellos no quieren ni usar la punta del dedo para moverlas. Todas sus obras las hacen con el fin de ser vistos por los hombres, por lo mismo llevan las Palabras de la Ley en filacterias más anchas, y más largas las franjas u orlas de sus vestidos. Aman también los primeros asientos de los banquetes, y las primeras sillas en las sinagogas, y el ser saludados en las plazas y que la gente les de el título de maestros o doctores. Vosotros, por el contrario, no habéis de querer ser saludados como maestros, porque uno sólo es vuestro Maestro, y todos vosotros sois hermanos. Tampoco habéis de aficionaros a llamar a alguien sobre la tierra padre vuestro, pues uno sólo es vuestro verdadero Padre, el cual está en los Cielos. Ni debéis preciaros de ser llamados maestros, porque el Cristo es vuestro único Maestro. En fin, el mayor entre vosotros, ha de ser criado vuestro. Que quien se alzare, será humillado, y quien se humillare, será ensalzado. Pero ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas! que cerráis el Reino de los Cielos a los hombres, porque ni vosotros entráis, ni dejáis entrar a los que entrarían, impidiéndoles que crean en mí.

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¡Ay de vosotros escribas y fariseos hipócritas! que devoráis las casas de las viudas, con el pretexto de hacer largas oraciones, por eso recibiréis sentencia mucho más rigurosa. ¡Ay de vosotros escribas y fariseos hipócritas! porque andáis girando por mar y tierra, con el fin de convertir a un gentil, y después de convertido, lo hacéis con vuestro ejemplo y doctrina digno del infierno dos veces más que vosotros. ¡Ay de vosotros guías ciegos! que decís: El jurar por el Templo no es nada, más quien jura por el oro que hay en el Templo, está obligado. ¡Necios y ciegos! ¿qué vale más, el oro o el Templo que santifica al oro? Y dicen también que si alguno jura por el Altar, no importa, más quien jurare por la ofrenda puesta sobre él, se hace deudor. ¡Ciegos! ¿qué vale más, la ofrenda, o el altar que santifica la ofrenda? Cualquiera, pues, que jura por el altar, jura por él, y por todas las cosas que se ponen sobre él. Y quien jura por el Templo, jura por él y por nuestro Señor que lo habita. Y el que jura por el Cielo, jura por el Trono de Dios, y por aquel que está sentado. ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas! que pagáis diezmo hasta de la hierbabuena, y del eneldo, y del comino, y habéis abandonado las cosas más esenciales de la Ley, la Justicia, la Misericordia y la Buena Fe. Éstas debierais observar, sin omitir nada. ¡Oh guías de ciegos! que coláis cuando bebéis por si hay algún mosquito, y os tragáis un camello. ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas! que limpian por fuera la copa y el plato, y por dentro, en el corazón, estáis llenos de rapacidad e inmundicia. ¡Fariseo ciego! limpia primero por dentro la copa y el plato, si queréis que lo de afuera sea limpio. Sea puro tu corazón, y lo serán tus acciones. ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas! porque sois semejantes a los sepulcros blanqueados, los cuales por fuera parecen hermosos a los hombres, mas por dentro están llenos de huesos de muertos y de todo género de podredumbre. Así también vosotros en el exterior os mostráis justos a los hombres, mas en el interior estáis llenos de hipocresías, y de iniquidad. 121

¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas! que fabricáis los sepulcros de los Profetas y adornáis los monumentos de los justos. Y decís: Si hubiéramos vivido en tiempos de nuestros padres, no hubiéramos sido sus cómplices en la muerte de los Profetas. Con lo que dais testimonio en contra de vosotros mismos, de que sois hijos de los que mataron a los Profetas. Acabad pues de aprender de vuestros padres haciendo morir al Mesías. ¡Serpientes, raza de víboras! ¿Cómo será posible que evitéis el ser condenados al fuego del infierno? Porque he aquí que yo voy a enviaros Profetas, y sabios, y escribas, y de ellos degollaréis a unos, crucificaréis a otros, a otros azotaréis en vuestras sinagogas, y los andaréis persiguiendo de ciudad en ciudad, para que recaiga sobre vosotros toda la sangre inocente derramada sobre la tierra, desde la sangre del justo Abel hasta la sangre de Zacarías, hijo de Baraquías, a quien matasteis entre el Templo y el altar. En verdad os digo, que todas estás cosas vendrán a caer sobre la generación presente. ¡Jerusalén, Jerusalén! Que matas a los profetas y apedreas a los que a ti son enviados, ¿cuántas veces quise recoger a tus hijos, como la gallina recoge a sus pollitos bajo las alas, y tú no has querido? He aquí que vuestra casa quedará desierta. Ahora os digo: en breve ya no me veréis más, hasta que me reconozcáis como Mesías y digáis: Bendito sea el que viene en nombre del Señor.» Cerca de cuarenta años después, Jerusalén fue destruida por completo.

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24. MIS PALABRAS NO FALLARÁN. Jesús salió del Templo, sus discípulos se le acercaron. − Maestro, quisiéramos que arreglaras un poco el Templo ya que se encuentra en mal estado. − ¿Veis toda esa construcción? − les respondió Jesús − pues yo os digo de cierto, que no quedará de ella piedra sobre piedra. Poco después Jesús se encaminó al Monte del Olivar, ahí se sentó y nuevamente sus discípulos se le acercaron. − ¿Cuándo sucederá eso? ¿Cuál será la señal de tu venida y del fin del mundo? − Mirad que nadie os engañe. «Porque muchos han de venir en mi nombre, diciendo: Yo soy el Cristo, el Mesías, y seducirán a mucha gente. Oirés así mismo noticias de batallas y rumores de guerra. No hay que turbaros por eso, que si bien han de preceder estas cosas, no es todavía esto el término. Es verdad que se armará nación contra nación, y un reino contra otro reino, y habrá pestes y hambre y terremotos en varios lugares. Empero, todo esto no es más que el principio de los males. En aquel tiempo seréis entregados para ser atormentados, y os matarán, y seréis aborrecidos por culpa mía, por ser discípulos míos, con lo que muchos padecerán entonces escándalo, y se harán traición unos a otros, y se odiarán recíprocamente. Y aparecerán un gran número de falsos profetas que pervertirán a mucha gente. Y por los vicios, desaparecerá la caridad de muchos. Mas quien persevere hasta el final, ese se salvará. Entre tanto se predicará este Evangelio del Reino de Dios en todo el mundo, en testimonio para todas las naciones, y entonces vendrá el fin. Según esto, cuando veáis que esta establecida en el lugar Santo la abominación desoladora que predijo el Profeta Daniel: En aquel trance los 123

que moran en Judea, huyan a los montes; y el que esté en el terrado, no baje a su casa a buscar cosas; y el que se halle en el campo, no vuelva por su ropa. ¡Pero ay de las que están en cinta o criando y no puedan huir de prisa en aquellos días! Rogad pues a Dios que vuestra huída no sea en invierno o en sábado cuando se pueda caminar poco, porque será terrible la tribulación entonces, como esa no habrá semejante desde el principio del mundo. Y al no acortarse aquellos días, ninguno se salvara, pero se harán lo más pasajeros posibles por amor de los elegidos. En aquel tiempo, si alguien os dice: El Cristo o Mesías está aquí o allá, no le creáis. Porque aparecerán falsos Cristos, y harán alarde de grandes maravillas y prodigios; de forma que aún los escogidos (si posible fuera) caerían en error. Ya veis que yo os lo he predicho. Así aunque os digan: He aquí el Mesías que está en el desierto, no valláis allá; o bien: Mirad que esta en la parte más interior de la casa, no le creáis. Porque como el relámpago sale de Oriente, y se deja ver un instante hasta el Occidente, así será el advenimiento del Hijo del Hombre. Y donde quiera que se hallare el cuerpo, allí se juntarán las aves de rapiña. Pero luego después de la tribulación de aquellos días, el sol se oscurecerá, la luna no alumbrará, y las estrellas caerán del cielo y hasta los Ángeles del Cielo temblarán. Entonces aparecerá en el Cielo la señal del Hijo del Hombre, a cuya vista todos los pueblos de la tierra prorrumpirán en llantos y verán venir al Hijo del Hombre sobre las nubes resplandecientes del Cielo con gran poder y majestad. El cual enviará a sus Ángeles, que a voz de trompeta sonora congregarán a sus escogidos de las cuatro partes del mundo, desde un horizonte del cielo al otro. Tomad esta comparación sacada del árbol de la higuera: cuando sus ramas están ya tiernas, y brotan las hijas, conocéis que el verano esta cerca. Pues así también, cuando vosotros viereis todas estas cosas, tened por cierto que ya el Hijo del Hombre esta llegando, que está ya a la puerta. 124

Lo que os aseguró es que no se acabará esta generación, hasta que se cumpla todo esto. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no fallarán. Mas el día que sucederá y la hora nadie lo sabe, ni aún los Ángeles del Cielo, sino sólo mi Padre. Lo que sucedió en los días de Noé, eso mismo sucederá en la venida del Hijo del Hombre. Porque así como en los días anteriores al diluvio proseguían los hombres comiendo y bebiendo, casándose y casando a sus hijos, hasta el día mismo de la entrada de Noé en el arca, y no pensaron en el diluvio hasta que lo vieron comenzado y los arrebató a todos, así sucederá en la venida del Hijo del Hombre. Entonces, de dos hombres que se hallarán juntos en el campo, uno será tomado o liberado, y el otro dejado abandonado; estarán dos mujeres moliendo en un mismo molino, una se salvará y la otra perecerá. Velad pues vosotros, ya que no sabéis a que hora ha de venir nuestro Señor. Estad ciertos, que si un padre de familia supiera a qué hora le habría de asaltar el ladrón, estaría seguramente en vela y no le dejaría entrar en su casa. Pues así mismo estad vosotros igualmente apercibidos, porque a la hora en que menos penséis, ha de venir el Hijo del Hombre. ¿Quién pensáis que es el siervo fiel, y prudente, constituido por su señor mayordomo sobre su familia, para repartir a cada uno el alimento a su tiempo? Bienaventurado el tal siervo, a quien, cuando venga su señor, le hallare así, cumpliendo con su obligación. En verdad os digo que le encomendará el gobierno de toda su hacienda. Pero si este siervo fuere malo, y dijere en su corazón: Mi amo no viene tan presto; y con esto comenzare a maltratar a sus consiervos, y a comer y beber con los borrachos; vendrá el amo del tal siervo el día que no espera y a la hora que menos piensa; y lo echará y le dará el castigo que se merecen los hipócritas o siervos infieles; ahí será el llorar y crujir de dientes.» *** 125

Jesús vio a un ciego de nacimiento, era un día sábado y sus discípulos le preguntaron: − Maestro, ¿Qué pecados son la causa de que aquel hombre haya nacido ciego, los suyos, o los de sus padres? − No es por culpa de él, − les respondió Jesús − ni de sus padres, sino para que las obras de Dios resplandezcan en él. «Conviene que yo haga las obras de aquel que me ha enviado, mientras dura el día. Mientras estoy en el mundo, y soy la luz del mundo.» Al terminar de hablar, Jesús escupió hacia la tierra, y formó lodo con la saliva. Se acercó al ciego y le aplicó de ese lodo en los ojos, le dijo: − Anda, y lávate en la piscina de Siloé (palabra que significa El Enviado). Aquel hombre hizo lo que le ordenó Jesús y recuperó la vista. Con esto, los vecinos de aquel lugar y toda la gente que lo había visto pedir limosna comenzaron a decir: − ¿No es éste aquel que sentado allá, pedía limosna? − Si, es éste − respondían algunos. − No es él, − dijeron otros − sino alguno que se le parece. − Claro que soy yo − dijo el que antes estaba ciego. − ¿Cómo es que se te han abierto los ojos? − le preguntaron. − Fue aquel hombre que se llama Jesús, hizo un poquito de lodo, y me lo aplicó en los ojos, y me dijo: Ve a la piscina de Siloé, y lávate allí. Yo fui, me lavé, y ahora veo. − ¿Dónde esta ése? − No lo sé. Y llevaron ante los fariseos a aquel hombre, el que antes estaba ciego. − ¿Cómo es que puedes ver ahora? − preguntaron los fariseos al hombre. − Puso lodo en mis ojos, me lavé y veo. − Ese hombre no es enviado de Dios, pues no guarda el sábado.

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− ¿Y cómo es que un pecador puede hacer tales milagros? − les preguntaron, algunos comenzaron a contradecir a los fariseos. − ¿Y tú qué opinas del que te ha abierto los ojos? − le preguntaron al anteriormente ciego. − Él es un Profeta. - Éste hombre es un mentiroso, seguramente nunca fue ciego, traigan a sus padres − ordenaron los fariseos. Y cuando llegaron los padres, les preguntaron: − ¿Es éste vuestro hijo, de quien vosotros decís que nació ciego? Pues ¿cómo es que puede ver ahora? − Sabemos que este hijo es nuestro, y que nació ciego, pero no sabemos cómo es que ve ahora, ni tampoco sabemos quién le abrió los ojos, preguntádselo a él, tiene suficiente edad para dar razón de sí. Y lo dijeron así, porque los fariseos habían amenazado con excomulgar a cualquiera que reconociera a Jesús como Profeta, Cristo o Mesías. Y volvieron a llamar al que antes estaba ciego. − Da gloria a Dios, nosotros sabemos que ése hombres es un pecador − le dijeron refiriéndose a Jesús. − Si es pecador, yo no lo sé; yo sólo sé que antes yo estaba ciego, y ahora veo. − ¿Qué hizo él contigo? ¿Cómo te abrió los ojos? − Os lo he dicho ya, y lo habéis oído. ¿Con qué fin queréis oírlo de nuevo? ¿Será que vosotros queréis también ser discípulos de él? − ¡Tú serás su discípulo! ¡Nosotros somos discípulos de Moisés! − se exaltaron los fariseos − Nosotros sabemos que a Moisés le habló Dios, y de Jesús no sabemos nada. − Aquí esta la maravilla, que vosotros no sabéis de dónde es él, y con todo ha abierto mis ojos. − Lo que sabemos es que Dios no oye a los pecadores, sino que aquel que honra a Dios y hace su voluntad, a ése Dios escucha. Desde que el mundo es mundo, no se ha sabido de alguien que haya abierto los ojos a un ciego de nacimiento.

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− Si este hombre no fuese enviado de Dios, no podría hacer nada de lo que hace. − Saliste del vientre de tu madre envuelto en pecados ¿y tú nos das lecciones? Y arrojaron a aquel hombre de su presencia. Jesús se enteró de lo sucedido y poco después lo encontró. − ¿Crees tú en el Hijo de Dios? − le preguntó Jesús. − ¿Quién es, Señor, para que yo crea en él? − Lo viste ya, y es el mismo que esta hablando contigo. − Creo, Señor − se postró a sus pies, y lo adoró. − Yo vine a este mundo a ejercer un juicio justo, para que los que no ven, vean; y los que creen poder ver, queden ciegos. − ¿Somos nosotros también ciegos? − le preguntaron unos fariseos que se encontraban cerca y lo escucharon. − Si fuerais ciegos, no tendríais pecados; pero por lo mismo que decís: Nosotros vemos, y os creéis muy instruidos, por eso vuestro pecado persevera en vosotros. *** Jesús paseaba en el Templo, por el pórtico de Salomón. Llegaron unos judíos y lo rodearon. − ¿Hasta cuándo has de atormentar nuestra alma? − le dijeron − Si tú eres el Cristo, dínoslo abiertamente. − Os lo estoy diciendo, − les respondió Jesús − y no lo creéis; las obras que yo hago en nombre de mi Padre, ésas están dando testimonio de mí; mas vosotros no creéis porque no son de mis ovejas. «Mi ovejas oyen mi voz, yo las conozco y ellas me siguen; y yo les doy la vida eterna, y no se perderán jamás, y ninguno las arrebatará de mis manos. Pues lo que mi Padre me ha dado, todo lo sobrepuja, y nadie puede arrebatarlo de la mano de mi Padre o de la mía. Mi Padre y yo somos una misma cosa.» 128

Al oír esto, los judíos tomaron piedras para apedrearlo. − Muchas obras buenas he hecho delante de vosotros por la virtud de mi Padre ¿por cuál de ellas me apedreáis? − No te apedreamos por ninguna obra buena, sino por la blasfemia, y porque siendo tú como eres, un hombre, te sientes Dios. − ¿No está escrito en vuestra Ley: Yo dije, Dioses sois? ¿Cómo es que Dios llamó dioses a quienes les habló? «¿Cómo de mí, a quien ha santificado el Padre, y ha enviado al mundo, decís vosotros que blasfemo, porque he dicho, soy Hijo de Dios? Si no hago las cosas de mi Padre, no me creáis. Pero si las hago, cuando no queráis darme crédito a mí, dádselo a mis obras, a fin de que conozcáis, y creáis que el Padre está en mí, y yo en el Padre.» Quisieron entonces prenderlo, mas él se escapó de entre sus manos.

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25. LOS JUSTOS A LA VIDA ETERNA. Continuaba hablando Jesús. − Entonces el Reino de los Cielos será semejante a diez vírgenes, que tomando sus lámparas, salieron a recibir al esposo y a la esposa. «De ellas, cinco eran necias y cinco prudentes, pero las cinco necias, al coger sus lámparas no se proveyeron de aceite. Al contrario, las prudentes junto con las lámparas llevaron aceite en sus vasijas. Como el esposo tardase en venir, se adormecieron todas, y al fin se quedaron dormidas. Mas llegada la media noche se oyó una voz que gritaba: Mirad que viene el esposo, salid al encuentro. Al punto se levantaron todas aquellas vírgenes y enderezaron sus lámparas. Entonces las necias dijeron a las prudentes: Dadnos de vuestro aceite, porque nuestras lámparas se apagan. Respondieron las prudentes diciendo: No sea que éste que tenemos no baste para nosotras, mejor es que vayáis con los que venden, y compréis el que os falta. Mientras iban éstas a comprarlo, vino el esposo, y las que estaban preparadas, entraron con él a las bodas y se cerraron las puertas. Al cabo vinieron también las otras vírgenes diciendo: ¡Señor, Señor! Ábrenos. Pero el respondió y dijo: En verdad os digo que yo no os conozco. Así que, velad vosotros, ya que no sabéis el día ni la hora. Porque el Señor obrará como un hombre que yéndose a lejanas tierras, convocó a sus criados y les entregó sus bienes. Dándole a uno cinco talentos, a otro dos, y uno sólo al otro, a cada uno según su capacidad, y se marchó inmediatamente. El que recibió cinco talentos fue, y negociando con ellos, sacó de ganancia otros cinco.

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De la misma suerte, aquel que había recibido dos, ganó otros dos. Mas el que recibió uno, fue e hizo un hoyo en la tierra y escondió el dinero de su señor. Pasando mucho tiempo, volvió el amo de dichos criados, y los llamó para que le rindieran cuentas. Llegando el que había recibido cinco talentos, le presentó los otros cinco diciendo: Señor, cinco talentos me entregaste, he aquí otros cinco más, que he ganado con ellos. Le respondió su amo: Muy bien siervo bueno y leal, ya que has sido fiel en lo poco, yo te confiaré en lo mucho, ven a tomar parte en el gozo de tu señor. Llegó después el que había recibido dos talentos, y dijo: Señor, dos talentos me diste, aquí te traigo otros dos, que he granjeado con ellos. Le dijo su amo: Muy bien siervo bueno y fiel, pues has sido fiel en pocas cosas, yo te confiaré muchas más, ven a participar del gozo de tu señor. Por último, llegando el que había recibido un solo talento, dijo: Señor, yo se que eres un hombre de recia condición, que siegas donde no has sembrado y recoges donde no has esparcido; y así, temeroso de perderlo, me fui y escondí tu talento en la tierra, y aquí tienes lo que es tuyo. Pero su amo, tomando la palabra le replicó: ¡Oh siervo malo y perezoso! Tu sabías que yo siego donde no siembro, recojo donde nada he esparcido, pues por eso mismo debías haber dado mi dinero a los banqueros, para que yo a la vuelta recobrare mi caudal con los intereses. ¡Ea pues!, quitadle aquel talento, y dádselo al que tiene diez talentos, porque al que tiene se le ha de dar, y estará abundante, y al que no tiene se le quitará aquello que parece tener. Ahora bien, a ese siervo inútil arrojadlo a las tinieblas de afuera, allí será el llorar y crujir de dientes. Cuando venga pues el Hijo del Hombre con toda su majestad, y acompañado de todos sus Ángeles, ha de sentarse entonces en el trono de su gloria, y hará comparecer ante él a todas las naciones y separará a los unos de los otros, como el pastor separa a las ovejas de los cabritos, poniendo las ovejas a su derecha, y los cabritos a su izquierda. Entonces, el Rey dirá a los que están a su derecha: Venid, benditos de mi Padre, a tomar posesión del Reino de Celestial, que os está preparado desde el principio del mundo. 132

Porque yo tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me distéis de beber; era peregrino, y me hospedasteis; estaba desnudo, y me cubriste; enfermo, y me visitasteis; encarcelado, y vinisteis a verme y consolarme. A lo cual, los justos responderán, diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos nosotros hambriento, y te dimos de comer? ¿Sediento, y te dimos de beber? ¿Cuándo te hallamos de peregrino y te hospedamos? ¿Desnudo, y te vestimos? O ¿cuándo te vimos enfermo, o en la cárcel, y te fuimos a visitar? Y el Rey en respuesta les dirá: En verdad os digo, siempre que lo hicisteis con alguno de estos mis más pequeños hermanos, conmigo lo hicisteis. Al mismo tiempo dirá a los que estarán a su izquierda: Apartaos de mi, malditos, id al fuego eterno, que fue destinado para el diablo y sus Ángeles; porque tuve hambre, y no me distéis de comer; sed, y no me distéis de beber; era peregrino, y no me recogisteis; desnudo y no me vestisteis; enfermo y encarcelado, y no me visitasteis. A lo que replicarán también los malos: ¡Señor! ¿Cuándo te vimos hambriento, sediento o peregrino, o desnudo o enfermo, o encarcelado y dejamos de asistirte? Entonces les responderá: Os digo en verdad, siempre que dejasteis de hacerlo con alguno de estos mis pequeños hermanos, dejasteis de hacerlo conmigo. Y en consecuencia, irán éstos al eterno suplicio, y los justos a la vida eterna. »

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26. SE ACERCA EL FIN. − Bien sabéis que dentro de dos días ha de celebrarse la pascua, − comenzó a decir Jesús a sus discípulos cuando concluyó sus razonamientos − y que el Hijo del Hombre ha de ser entregado a muerte de Cruz. *** En otro lugar, al mismo tiempo, se reunieron los jefes de los sacerdotes y los magistrados del pueblo, en el palacio del sumo pontífice, que se llamaba Caifás; estaban ahí con el fin de hallar un pretexto para encarcelar y dar muerte a Jesús. − No conviene que se haga esto durante la fiesta de pascua − decía por temor a alborotar al pueblo. *** Jesús se encontraba en Betania, en casa de Simón, el leproso, a él se acercó una mujer con un vaso de alabastro, lleno de un perfume muy caro, y lo derramó sobre la cabeza de Jesús que se encontraba en la mesa. − ¿A qué fin ese desperdicio? − preguntaron los discípulos al ver lo que hacía aquella mujer − ese perfume se pudo vender a gran precio y darle el dinero a los pobres. − ¿Por qué molestáis a esta mujer, − preguntaba Jesús − y reprobáis lo que hace, siendo buena, como es la obra que ha hecho conmigo? «Pues a los pobres los tenéis siempre a mano, mas a mi no me tendréis siempre. Y derramando ella sobre mi cuerpo este bálsamo, lo ha hecho como para disponer de antemano mi sepulcro. En verdad os digo, que donde quiera que se predique este Evangelio, que lo será en todo el mundo, se celebrará también en memoria suya lo que esta mujer acaba de hacer. » *** Judas Iscariote, uno de los doce discípulos, se marchó para irse a reunir con los príncipes de los sacerdotes. Satanás estaba influyendo en él. − ¿Qué queréis darme, y lo pondré en vuestras manos? − preguntó Judas. − Te daremos treinta monedas de plata, tal como se paga por un esclavo. 135

− Esta bien, yo buscaré la forma de entregároslo. *** El primer día de los ázimos los discípulos se encontraron con Jesús. − ¿Dónde quieres que te dispongamos la cena de pascua? − preguntaron. − Id a la ciudad y encontraréis a un hombre con un cántaro de agua, seguidlo y a donde quiera que entrare, dadle al amo de la casa este recado: El Maestro dice: Mi tiempo se acerca, voy a celebrar en tu casa la pascua junto a mis discípulos ¿dónde esta la sala en que hemos de cenar? Y él les mostrará una pieza de comer, grande, bien amueblada, preparadnos allí lo necesario. Los discípulos hicieron lo que Jesús les pidió, encontraron al hombre y la casa, y prepararon lo necesario para la cena. Al caer la tarde, Jesús y sus doce discípulos se pusieron a la mesa. Jesús se levantó, tomó una toalla y se la puso a la cintura. Echó agua en un lebrillo, y se puso a lavar los pies de los discípulos, y a limpiarlos con la toalla que tenía. − Señor, − le dijo Pedro − ¿Tu lavarme los pies a mí? − Lo que yo hago, − le respondió Jesús − tú no lo entiendas ahora, lo entenderás después. − Nunca me lavarás los pies − insistía Pedro. − Si yo no te lavare, no tendrás parte conmigo. − Señor, no solamente los pies, sino las manos y la cabeza. − El que acaba de lavarse, no necesita lavarse más que los pies, estando como está limpio todo lo demás. Cuando terminó de lavarles los pies les dijo: − ¿Comprendéis lo que acabo de hacer con vosotros? Vosotros me llamáis Maestro, y Señor, y decís bien porque lo soy. Pues si yo, que soy el Maestro, y el Señor, os he lavado los pies, debéis también vosotros lavaros los pies uno al otro. «Porque ejemplo os he dado, para que pensando en lo que yo he hecho con vosotros, así lo hagáis vosotros también. 136

En verdad os digo, que no es el siervo más que su amo, ni tampoco el enviado mayor que aquel que lo envió. Si entendéis estas cosas, seréis bienaventurados.» Jesús continuaba hablando. − Ardientemente he deseado celebrar esta Pascua con vosotros, − comenzó a decir Jesús − antes de mi Pasión. «Porque yo os digo, que ya no la comeré otra vez, hasta que la verdadera Pascua de Dios tenga su cumplimiento en su Reino. Pero, en verdad os digo, que uno de vosotros me traicionará.» − ¡Señor! ¿Soy acaso yo? − preguntó cada uno de sus discípulos. − El que mete su mano conmigo en el plato para mojar el pan, ese es el traidor − Judas estaba cerca de Jesús, era uno de los cuales mojaba el pan en el mismo plato que él, según era la tradición para comer. «En cuanto al Hijo del Hombre, él se marcha, conforme está escrito acerca de él; ¡pero ay de aquel hombre por quien el Hijo del Hombre será entregado, mejor sería que ese hombre jamás hubiera nacido!» −¿Soy quizás yo, Maestro? − preguntó Judas, quien e ese momento quedó poseído por Satanás. − Tú lo has dicho, tú eres, − le respondió Jesús − lo que piensas hacer, hazlo cuanto antes. Y Judas partió, aunque los otros discípulos no entendieron por qué. Jesús tomó el pan y lo bendijo, lo partió y se los dio a sus discípulos. − Tomad y comed, este es mi cuerpo − habló Jesús. Tomó el cáliz dando gracias, lo bendijo, y se los dio. − Bebed todos de él, porque esta es mi sangre que será el sello del Nuevo Testamento, la cual será derramada por muchos para remisión de los pecados. «Y os declaro que no beberé ya más desde ahora de este fruto de la vid, hasta el día en que beba con vosotros del nuevo cáliz de delicias en el Reino de mi Padre.»

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Y dicho el himno de acción de gracias, salieron hacia el Monte de los Olivos. − Todos ustedes padecerán escándalo por causa mía esta noche − les comenzó a decir Jesús a sus discípulos − y me abandonaréis. Por cuanto está escrito: Heriré al Pastor, y se descarriarán las ovejas del rebaño. «Mas en resucitando, yo iré delante de vosotros a Galilea, donde nos volveremos a reunir. Simón, Simón, mira que Satanás va tras de vosotros, para zarandearos, mas yo he rogado por ti para que tu fe no perezca, y tu cuando te conviertas y te arrepientas, confirma en ella a tus hermanos.» − Aún cuando todos se escandalizaren por tu causa, − comenzó a decir Pedro − nunca me escandalizaré yo ni te abandonaré. − Pues yo te aseguro con toda verdad, − le respondió Jesús − que esta misma noche, antes de que cante el gallo, me has de negar tres veces. − Aunque me sea forzoso morir contigo, o ir a la cárcel por tu causa, yo no te negaré − eso mismo dijeron todos los discípulos. − En aquel tiempo en que os envié sin bolsillo, − prosiguió Jesús − sin alforja y sin zapatos, ¿por ventura os faltó alguna cosa? − Nada − respondieron ellos. − Pues ahora, el que tenga bolsillo, llévelo, y también alforja, y el que no tenga espada, venda su túnica y compre una. Porque yo os digo, que es necesario que se cumpla en mí todavía esto que está escrito: Él ha sido contado y sentenciado entre los malhechores. Lo cual sucederá pronto, pues las cosas que de mí fueron pronunciadas, están a punto de cumplirse. − Señor, − dijeron sus discípulos − he aquí dos espadas. − Basta − Jesús cortó la conversación, y se dirigieron hacia el Monte de los Olivos. *** Entre tanto, llegó Jesús con ellos a una granja llamada Getsemaní. − Sentaos aquí, − les pidió Jesús − mientras yo voy más allá y hago oración. Pedro, Santiago y Juan, acompañadme. Jesús comenzó a entristecerse y a angustiarse.

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− Mi alma siente angustias mortales. − Les dijo Jesús a esos tres discípulos − Aguantad aquí y velad conmigo. Se adelantó algunos pasos y se postró en tierra caído sobre su rostro. − Padre mío, − comenzó a orar − si es posible no me hagas beber este cáliz; pero no obstante, no se haga lo que yo quiero, sino lo que tú. En esto se le apareció un Ángel del Cielo, confortándolo. Y entrando en agonía, oraba con mayor intención. Y le vino un sudor como de gotas de sangre que chorreaba hasta el suelo. Regresó con sus discípulos, a estos los encontró durmiendo. − Pedro ¿es posible que no hayáis podido velar una conmigo? Velad y orar para no caer en tentación. Que si bien el espíritu está pronto, más la carne es flaca. Volvió nuevamente a orar. − Padre mío, sino puede pasar este cáliz sin que yo lo beba, hágase tu voluntad. Regresó de nuevo con sus discípulos y otra vez los halló durmiendo, porque sus ojos estaban cargados de sueño. Dejándolos, se retiró a orar por tercera vez, repitiendo las mismas palabras. Volvió a sus discípulos. − Dormid ahora, − les dijo Jesús − después seré entregado a los pecadores. *** − ¡Ea, levantaos, vamos! Ya llega aquel que me ha de entregar. Jesús aún no acababa de decir eso cuando llegó Judas, seguido por una gran multitud de gente armada con espadas y con palos, venían enviados por los príncipes de los sacerdotes y ancianos o senadores del pueblo. “Aquel a quien yo besare, ése es, aseguradle y conducidlo con cautela”. Esa era la señal que había dado el traidor. − Dios te guarde, Maestro − le dijo Judas a Jesús, y lo besó. − ¡Oh amigo! ¿A qué has venido aquí? ¿Con un beso entregas al Hijo del Hombre? − le dijo Jesús.

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Los acompañantes de Judas se acercaron a Jesús y lo sujetaron. Pedro, furioso por lo que acontecía, se abalanzó contra uno de los enviados y con espada en mano le cortó una oreja. − ¡Vuelve tu espada a la vaina! − ordenó Jesús − porque todos los que se sirvieren de la espada por su propia autoridad, a espada morirán. «¿Piensas que no puedo acudir a mi Padre para que ponga a mi disposición de inmediato más de doce legiones de Ángeles? Mas, ¿cómo se cumplirán las Escrituras, según las cuales conviene que suceda así?» Se armó un gran alboroto, habían soltado a Jesús por un instante, instante en el que tocó la oreja del herido, y lo curó. Después, Jesús se dirigió al tropel de gente. − Como contra un ladrón o asesino habéis salido con espadas y con palos a aprenderme; cada día estaba ante vosotros enseñándoos en el Templo, y nunca me prendisteis. «Verdad es que todo ha sucedido para que se cumplan las Escrituras de los Profetas. Esta es la hora vuestra, y el poder de las tinieblas.» En aquel momento, todos los discípulos, llenos de terror, salieron huyendo. Prendieron nuevamente a Jesús y lo llevaron a casa de Caifás, el sumo pontífice, donde los escribas y ancianos estaban congregados. Pedro lo iba siguiendo de lejos, hasta llegar al palacio del sumo pontífice. Entró y se mezcló con los sirvientes para ser confundido y ver el paradero de aquello. Los príncipes de los sacerdotes andaban buscando algún falso testimonio contra Jesús para poder condenarlo a muerte, y no lograban encontrar uno suficientemente fuerte, aunque muchos falsos testigos fueron presentados. Finalmente aparecieron dos. − Este dijo − comenzó con su mentira uno de ellos − que podría destruir el Templo de Dios y reedificarlo en tres días. − ¿No respondes a nada a lo que deponen contra ti? − dijo Caifás levantándose de su asiento. Jesús guardó silencio.

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− Yo te conjuro de parte del Dios vivo − decía Caifás − que nos digas si tu eres el Cristo o Mesías, el Hijo de Dios. − Tú lo has dicho. − Respondió Jesús − Yo soy, y aún os declaro que veréis después a este Hijo del Hombre que tenéis delante, sentado a la diestra de la Majestad de Dios venir sobre las nubes del Cielo. − ¡Ha blasfemado! − se horrorizó el sumo sacerdote y rasgó sus vestiduras − ¿qué necesidad tenemos ya de testigos? Vosotros mismos acabáis de oír la blasfemia con que se hace Hijo de Dios ¿Qué os parece? − ¡Reo es de muerte! − comenzó a gritar la gente ahí congregada. Lo escupieron en la cara, a golpearlo con los puños, y otros, después de haberle vendado los ojos le daban bofetadas. − ¡Cristo, profetízanos! Adivina quién te ha herido. − Se burlaban de él. *** Mientras tanto, Pedro se encontraba fuera del atrio sentado, se acercó a él una criada de los sacerdotes. − También tú andabas con Jesús, el Galileo − le dijo la mujer. − Yo no sé de qué hablas, no lo conozco, ni sé lo que dices − negó Pedro y salió al pórtico. Otra criada miró a Pedro. − Este también se hallaba con Jesús Nazareno − les dijo la mujer a los otros presentes. − Les juro que no conozco a ese hombre − Pedro negó por segunda vez. − Seguramente eres tú también de ellos, porque tu mismo acento de galileo te delata. − ¡No he conocido a ese hombre! ¡Lo juro!− seguía negando Pedro. El gallo cantó. Los recuerdos venían a la mente de Pedro, Jesús se lo había dicho: “Antes de cantar el gallo, negarás de mí tres veces”. Pedro se fue de aquel lugar llorando amargamente.

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27. CRUCIFIXIÓN. Llegó la mañana, los príncipes de los sacerdotes se reunieron de nuevo para condenar a muerte a Jesús; una vez declarado reo de muerte, lo condujeron atado para entregarlo al gobernador de ese entonces, Poncio Pilato. *** Judas regresó con los sacerdotes para regresarles las monedas que le habían dado a cambio de Jesús, estaba arrepentido de lo que había hecho. − He pecado, − les dijo Judas − pues he vendido sangre inocente. − Y a nosotros − respondieron − ¿qué nos importa? Ese es tu problema. Judas arrojó el dinero al piso del Templo y se marchó, estaba desesperado, tomó un lazó, se lo colocó en el cuello y se ahorcó. Los príncipes de los sacerdotes recogieron las monedas. − No es lícito meterlas en el tesoro del Templo, − se dijeron hipócritamente − siendo como son precio de sangre. − Compraremos con él un campo, el del alfarero, y ahí sepultaremos a extranjeros. A dicho campo se le llama Acéldama que significa “campo de sangre”. Con esto se cumplió lo dicho por el Profeta Jeremías: Han recibido las treinta monedas de plata, precio del puesto en venta, según que fue valuado por los hijos de Israel, y las emplearon en la compra del campo de un alfarero, como me lo ordenó el Señor. *** − ¿Eres tú el Rey de los Judíos? − preguntó Poncio Pilato a Jesús una vez que le fue presentado. − Tú lo dices, − respondió Jesús − Yo Soy. Los príncipes de los sacerdotes y los ancianos gritaban acusaciones en su contra, pero Jesús guardó silencio. − ¿No oyes de cuántas cosas te acusan? − le preguntó Poncio a Jesús, pero Jesús siguió callado, el gobernador quedó maravillado ante su actitud.

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− Tiene alborotado al pueblo con su doctrina que va sembrando por toda Judea, − gritaban los príncipes de los sacerdotes − desde Galilea, donde comenzó, hasta aquí. − ¿Este hombre es de Galilea? − preguntó Poncio. − Así es − le respondieron. − Entonces es de la jurisdicción de Herodes, envíenlo con él, y que lo juzgue como crea conveniente. En aquel momento Herodes de encontraba en Jerusalén y recibió a los príncipes de los sacerdotes y escribas con Jesús como prisionero. Éste, al ver a Jesús, se holgó sobremanera, hacía mucho tiempo que quería verlo, por las muchas cosas que había escuchado sobre él, quería verlo hacer un milagro. Herodes interrogó a Jesús, pero él no le respondió absolutamente nada. Mientras tanto, los príncipes de los sacerdotes y escribas seguían acusándolo obstinadamente. − Este hombre es un falso, vístanlo de blanco si es que se siente el Hijo de Dios, y regrésenlo a Pilato − terminó por decir Herodes. Y efectivamente, para burlarse de Jesús mandó a los de su séquito a que lo vistieran de blanco y regresó hacia Pilato. Con esto, Herodes y Pilato se hicieron amigos aquel mismo día, antes estaban entre sí enemistados. Habiendo pues Pilato convocado a los príncipes de los sacerdotes y a los magistrados juntamente con el pueblo, les dijo: − Ustedes me habéis presentado a este hombre como alborotador del pueblo, y he aquí que habiéndolo yo interrogado en presencia vuestra, ningún delito he hallado en él, pero ni tampoco Herodes, puesto que os remití a él, y por el hecho se ve que no lo juzgó digno de muerte. Por tanto, después de castigado lo dejaré libre. − ¡Reo es de muerte! ¡Reo es de muerte! ¡Reo es de muerte! − comenzó la gente a gritar. El gobernador acostumbraba conceder la liberación de un preso por la fiesta de Pascua, así que preguntó al pueblo: − Entonces ¿A quién queréis que suelte, a Barrabás, un delincuente en extremo peligroso que ha cometido asesinato, o a Jesús, que es llamado Cristo o Mesías? 144

Esto lo hizo por consejo de su mujer quien le dijo: “No te mezcles en las cosas de este justo; porque son muchas las congojas que hoy he padecido en sueños por su causa”. Además, el sabía muy bien que se lo habían entregado los príncipes de los sacerdotes por envidia. − ¿A quién de los dos queréis que suelte? − volvió a preguntar Pilato. − ¡A Barrabás! − gritó el pueblo incitado por los sacerdotes. − ¿Pues que he de hacer a Jesús, llamado el Cristo? − ¡Sea crucificado! − ¿Pero que mal ha hecho? − insistía Poncio − Yo no hallo en él delito ninguno de muerte, así que después de castigarlo lo daré por libre. − ¡Sea crucificado! ¡Sea crucificado! − la gente gritaba más y más. Al fin Pilato decidió ceder a sus demandas. − Traedme agua. − Ordenó Pilato a sus sirvientes, y con ella se lavó las manos a la vista de todos − Inocente soy yo de la sangre de este justo; será asunto de vosotros. − ¡Recaiga su sangre sobre nosotros y nuestros hijos! − Respondieron los del pueblo. Soltaron a Barrabás, a Jesús lo hicieron azotar y después lo entregaron para ser crucificado. Los soldados del gobernador tomaron a Jesús y poniéndolo en el pórtico del palacio de Pilato, juntaron alrededor de él la cohorte o compañía entera; lo desnudaron y cubrieron con un manto de grava; y entretejiendo una corona de espinas, se la pusieron sobre la cabeza y una caña simulando un cetro en su mano derecha. − ¡Dios te salve Rey de los Judíos! − los soldados se burlaban arrodillándose ante él. Lo escupieron, le quitaban la caña y lo golpeaban en la cabeza con ella. Cuando se cansaron de mofarse, le quitaron el manto, le volvieron a poner sus vestidos y lo llevaron a crucificar.

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Al salir de la ciudad, encontraron a un hombre llamado Simón, natural de Cirene, al cual obligaron a cargar la cruz de Jesús ya que el se encontraba muy débil después de haber sido azotado. Gran muchedumbre de pueblo seguía a Jesús que era conducido hacia su crucifixión. Había muchas mujeres, las cuales se deshacían en llantos. Pero Jesús las miró y les dijo: − Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras mismas, y por vuestros hijos. Porque vendrán días en que se diga: Dichosas las estériles, dichosos los vientres que no concibieron y los pechos que no dieron de mamar. Entonces comenzarán a decir a los montes: Caed sobre nosotros, y a los collados: Sepultadnos. Pues si el árbol verde lo tratan de esta manera ¿en el seco qué se hará? Llegaron al lugar conocido como Gólgota, lugar del calvario o de las calaveras, donde se solía matar a delincuentes. Le dieron a beber vino mezclado con hiel que actuaba como calmante, pero el no quiso probarlo. Lo crucificaron. Los soldados se repartían sus vestidos, apostándolos; con lo que se cumplió otra Profecía: Repartieron entre sí mis vestidos y sortearon mi túnica. Se sentaban junto a su cruz para vigilarlo, en la cual se podía leer en la parte superior, en griego, latín y hebreo: ESTE ES JESÚS EL REY DE LOS JUDÍOS. También habían sido crucificados con él dos ladrones; uno a la diestra y otro a la siniestra. Cumpliéndose lo dicho: Y fue puesto en la clase de los malhechores. − ¡Hola!, tú que derribas el Templo de Dios, y en tres días lo reedificas, − se mofaban de Jesús algunos que ahí se encontraban − sálvate a ti mismo si eres el Hijo de Dios, desciende de la cruz. − A otros ha salvado, − comenzaron a decir los escribas, los príncipes de los sacerdotes y ancianos − y no puede salvarse a sí mismo; si es el Rey de Israel, baje ahora de la cruz y creeremos en él; él pone su confianza en Dios, pues si Dios lo ama tanto, líbrelo ahora, ya que él mismo decía: “Yo soy el Hijo de Dios”. Y eso mismo le echaba en cara uno de los ladrones que estaba crucificado en su compañía, diciéndole: − Si tú eres el Cristo o Mesías, sálvate a ti mismo, y a nosotros.

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− ¿Cómo, ni aún tú temes a Dios, − decía el otro ladrón − estando como estás en el mismo suplicio? Y nosotros estamos en él justamente, pues pagamos la pena merecida por nuestros delitos, pero éste, ningún mal ha hecho. Señor, − se dirigió a Jesús − acuérdate de mí cuando hallas llegado a tu Reino. − En verdad te digo, − le respondió Jesús − que hoy estarás conmigo en el paraíso. *** Toda la tierra estaba cubierta de tinieblas. − ¿Eloi, Eloi, Lamma Savacthani? (¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?) − exclamaba Jesús en voz grande y extraordinaria. − A Elías llama éste − decían algunos. Un soldado tomó una esponja, la empapó de vinagre y la puso en la punta de una caña para que Jesús la chupara. − Dejad, veamos si viene Elías a librarlo − seguían diciendo. − ¡Padre mío, en tus manos encomiendo mi Espíritu! − Fueron las últimas palabras de Jesús, con voz grande y sonora. El velo del Templo se rasgó, se partió en dos, la tierra temblaba, las piedras se partieron, los sepulcros se abrieron, los cuerpos de muchos santos resucitaron, salieron de los sepulcros y se presentaron ante la gente llegando a la ciudad. El centurión y otros soldados estaban aterrados por lo que veían. − Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios − decían horrorizados y se daban golpes de pecho. Cerca se encontraban varias mujeres observando todo, entre ellas María y María Magdalena, quienes cuando Jesús estaba en Galilea, lo seguían y lo asistían con sus bienes, y otras mujeres que juntamente con él habían subido a Jerusalén. *** Siendo muy tarde, un hombre proveniente de Arimatea llamado José, el cual también era discípulo de Jesús, se presentó ante Pilato. − Le pido que me entregue el cuerpo de Jesús para sepultarlo − le dijo José a Pilato. 147

− ¿Cómo es que ha muerto tan pronto? − se quedó maravillado Pilato − ¿Es cierto que ya ha muerto? − preguntó a uno de los guardias. − Así es −respondió aquel. − Entonces, te lo concedo − respondió el gobernador a José. José envolvió a Jesús en una sábana limpia, y lo colocó en un sepulcro suyo que se había hecho abrir en una peña, y no se había utilizado aún; y arrimando una gran piedra cerró la entrada del sepulcro y se fue. Estaban ahí María, madre de Jesús, y María Magdalena, sentadas enfrente del sepulcro. *** Al día siguiente, que era el de después de la preparación del sábado, acudieron los príncipes de los sacerdotes y los fariseos ante Pilato. − Señor, nos hemos acordado que aquel impostor, estando todavía en vida, dijo: Después de tres días resucitaré. Manda pues que se vigile el sepulcro hasta el tercer día, porque no vayan quizá de noche sus discípulos y lo hurten, y digan a la plebe: “Ha resucitado de entre los muertos”; y sea este un engaño más grande que el primero. − Ahí tenéis la guardia, − respondió Pilato − id y ponedla como os parezca. Fueron hasta el sepulcro para asegurarlo, sellaron la piedra y dejaron dos guardias para su custodia.

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28. RESURRECCIÓN. María y María Magdalena iban caminando, amanecía, ya era domingo, llegaron al sepulcro de Jesús para visitarlo con el fin de embalsamarlo con unos aromas que habían comprado. − ¿Quién nos quitará la piedra de la entra del sepulcro? − se preguntaban, ya que era demasiado grande. Se sintió un fuerte terremoto, porque bajó del Cielo un Ángel del Señor, se aproximó al sepulcro y quitó la piedra, se sentó en ella. Su semblante brillaba como un relámpago, su vestidura era blanca como nieve. Los custodios del sepulcro observaron todo, quedaron atónitos, parecían muertos. − Vosotros no tenéis que temer, − el Ángel se dirigió a las dos mujeres − que bien sé que venís en busca de Jesús, quien fue crucificado. Ya no está aquí porque ha resucitado, tal como predijo, diciendo: “Conviene que el Hijo del Hombre sea entregado en manos de hombres pecadores, y crucificado, y que al tercer día resucite”. Venid y mirad el lugar donde estaba sepultado el Señor. «Ahora id sin deteneros a decir a sus discípulos que ha resucitado; y he aquí que va delante de vosotros a Galilea, allí lo veréis, ya os lo prevengo de antemano.» Vieron que, efectivamente, el cuerpo de Jesús ya no estaba en el sepulcro. Salieron de ahí con miedo y a la vez con gran gozo, y fueron corriendo a dar la noticia a los discípulos. Repentinamente Jesús salió al encuentro de ellas, la primera que lo vio fue María Magdalena, la cual siempre estuvo muy agradecida con él porque había lanzado a siete demonios de ella. − Dios os guarde. − les dijo acercándose, ambas se postraron en tierra, abrazaron sus pies y lo adoraron − No temáis, id, avisad a mis hermanos para que vayan a Galilea, que allí me verán. Ellas fueron a dar aviso. Sin embargo, los discípulos no les creían. Pero Pedro fue corriendo hasta el sepulcro, y asomándose vio la mortaja sola allí en el suelo, quedó maravillado por el suceso. Por su parte, los guardias del sepulcro fueron a contar a los príncipes de los sacerdotes todo lo que había sucedido. 149

− Tengan este dinero − los sacerdotes y ancianos hablaron a los soldados − y habéis de decir: Estando nosotros durmiendo, vinieron de noche sus discípulos, y lo hurtaron. Si esto llega a oídos del gobernador, nosotros lo aplacaremos y os sacaremos en paz y sin problemas. Los soldados hicieron lo que les fue ordenado. *** Dos de los discípulos iban de camino hacia una casa de campo, en una aldea llamada Emmáus, distante de Jerusalén, y conversaban sobre todo lo acontecido. Mientras discurrían y conferenciaban recíprocamente, el mismo Jesús, juntándose a ellos caminaba en su compañía. Pero sus ojos estaban como deslumbrados, de forma que no lo reconocían. − ¿Qué conversación es esa que caminando, − les preguntaba Jesús − lleváis entre los dos, y por qué estáis tan tristes? Uno de ellos, Cleofás, le respondió: − ¿Tú sólo eres tan extranjero en Jerusalén, que no sabes lo que ha pasado en ella en estos días? − ¿Qué? − Lo de Jesús Nazareno, − respondieron − el cual fue un Profeta, poderoso en obras y palabras, a los ojos de Dios y todo el pueblo. Y cómo los príncipes de los sacerdotes y nuestros jefes lo entregaron a Pilato para que fuese condenado a muerte, y lo han crucificado; más nosotros esperábamos que el fuera el que redimiera a Israel, y no obstante, después de todo esto, he aquí que estamos ya en el tercer día de acontecido todo. «Bien es verdad que algunas mujeres de entre nosotros nos han sobresaltado, porque han ido al sepulcro hoy, y no habiendo hallado su cuerpo, volvieron diciendo que se les había aparecido un Ángel, el cual aseguró que está vivo. Con eso, algunos de los nuestros han ido al sepulcro, y hallaron que es cierto lo que las mujeres dijeron, pero a Jesús no lo han encontrado.» − ¡Oh, necios, − les dijo Jesús − y tardos de corazón para creer todo lo que anunciaron ya los Profetas! «Pues qué ¿por ventura no era conveniente que el Cristo padeciese todas estas cosas, y entrase así en su gloria?»

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Y empezando por Moisés, y discurriendo por todos los Profetas, les interpretaba en todas las Escrituras los lugares que hablaban de él. En esto, llegaron cerca de la aldea a la que se dirigían. Y Jesús hizo el ademán de seguir y no entrar en ella. Más los discípulos lo detuvieron, diciéndole: − Quédate con nosotros, porque ya es tarde, y pronto va a anochecer. Y Jesús entró con ellos. Entraron, y estando juntos a la mesa, tomó el pan, y lo bendijo, y habiéndolo partido se los dio. En ese momento, los ojos de los discípulos se abrieron, y lo reconocieron, pero Jesús de repente desapareció de su vista. − ¿No es verdad que sentíamos abrasarse nuestro corazón, − se decían − mientras nos hablaba en el camino, y nos explicaba las Escrituras? Ellos regresaron de inmediato a Jerusalén con los otros para contarles que habían visto a Jesús. − El Señor ha resucitado realmente, − les contaron al llegar − y se ha aparecido a Simón. *** Los once discípulos partieron a Galilea, al monte que Jesús les había señalado para cumplir con uno de sus últimos mandatos. Llegaron, lo vieron, estaban sorprendidos, lo adoraron y algunos de ellos seguían con dudas, se imaginaban ver a un espíritu. − La paz sea con vosotros, soy yo, no temáis − se dirigió Jesús a ellos. «¿De qué os asustáis, y por qué dais lugar en vuestro corazón a esos pensamientos? Mirad mis manos y mis pies, yo mismo soy, palpad, y considerad que un espíritu no tiene carne, ni huesos, como veis que yo tengo.» Dicho esto les mostró las manos y los pies, y los discípulos seguían sin acabar de creer, estaban a la vez llenos de gozo y de admiración. − ¿Tenéis aquí algo de comer? − les preguntó Jesús.

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Ellos le presentaron un pedazo de pez asado y un poco de miel. Comió delante de ellos y tomando las sobras se las dio. − Continúan con su incredulidad y su dureza de corazón. A pesar de todo lo que han visto y les han contado. «Ved ahí lo que os decía, cuando estaba aún con vosotros, que era necesario que se cumpliese todo cuanto esta escrito sobre mí en la Ley de Moisés, y en los Profetas y en los Salmos.» Y entonces les abrió el entendimiento para que comprendieran las Escrituras. − Así estaba ya escrito, y así era necesario que el Cristo padeciese, y que resucitara de entre los muertos al tercer día. «Y que en nombre suyo se predicase la penitencia y el perdón de los pecados a todas las naciones, empezando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de estas cosas. Y yo voy a enviaros al Espíritu Divino que mi Padre os ha prometido por mi boca, entre tanto permaneced en la ciudad, hasta que seáis revestidos de la fortaleza de lo alto. A mí se me ha dado toda la potestad en el Cielo y en la tierra. Entonces id, e instruid a todas las naciones en el camino del bien, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; predicad el Evangelio a todas las criaturas, enseñándoles a cumplir, a obedecer todas las cosas que yo os he mandado. El que creyere y se bautizare, se salvará; pero el que no creyere será condenado. A los que creyeren, acompañaran estos milagros: Lanzarán demonios en mi nombre; hablarán nuevas lenguas; destruirán serpientes; y si algún licor venenoso bebieren, no les hará daño; pondrán las manos sobre los enfermos, y quedarán estos curados. Estad ciertos que yo mismo estaré continuamente con vosotros hasta la consumación de los siglos.» Después de esto fueron hacia Betania, Jesús levantó sus manos y les echó su bendición. Así, el Señor Jesús mientras los bendecía, fue elevado al Cielo por su propia virtud, y está allí sentado a la diestra de Dios.

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Y sus discípulos regresaron a Jerusalén con gran júbilo, y fueron y predicaron en todas partes, cooperando el Señor, y confirmando su doctrina con los milagros que la acompañaban. Y así termina, y al mismo tiempo empieza, la historia de un gran hombre.

FIN

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