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Spanish Pages 512 [516] Year 2022
LUIS ENJUANES «A la luz de la globalización y de la perspectiva sanitaria actual, la obra de Balmis fue […] la puerta que abrió al ser humano el horizonte de la prevención global frente a la enfermedad y el de la protección pública de la salud. Horizontes de futuro hacia los que debemos atentamente seguir mirando con el estímulo permanente de su recuerdo y con la conciencia de valor indestructible que nos transmite su mensaje.»
el modelo de lucha contra la covid-19 tiene su germen en esta pionera epopeya medica
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PVP. 20,95 €
ANTONIO CAMPOS MUNOZ
AA. VV.
LA EXPEDICION La primera lucha global
LA EXPEDICION BALMIS
El 30 de noviembre de 1803, la corbeta María Pita zarpa del puerto de A Coruña. En su interior viajan veintidós niños huérfanos cuya misión consiste en llevar en su propio cuerpo la recién descubierta vacuna de la viruela a los territorios de ultramar. El doctor Francisco Xavier Balmis dirige esta aventura sanitaria de vacunación global conocida como Expedición Balmis o Real Expedición Filantrópica de la Vacuna. Lo acompañan, entre otros expedicionarios, José Salvany e Isabel Zendal.
«Los valores de generosidad humana, científica y política están más vivos y son más necesarios que nunca. El precedente que estableció la Real Expedición de la Vacuna hace más de doscientos años sigue vigente. Los números de las estadísticas y las noticias de los telediarios ponen el foco en la salud pública frente a la salud del individuo. Lo que importa es el cuidado del grupo. Una misma enfermedad nos afecta a todos en cualquier lugar del mundo.»
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contra las pandemias
BALMIS
Esta obra, promovida por el Consejo Superior de Investigaciones Científicas y el Ministerio de Ciencia e Innovación, cuenta con la dirección científica de Susana María Ramírez Martín, prólogo de Luis Enjuanes y artículos de Emanuele Amodio, Rosa Ballester Añón, Antonio Campos Muñoz, Gema Desireé Cristóbal Querol, Clarissa R. Damaso, Montserrat Domínguez Ortega, José Esparza, M. Pilar Farjas Abadía, Marcelo Frías Núñez, Ramón del Gallego Lastra, Araceli García Martín, Manuel Lucena Giraldo, Maribel Morente Parra, Gema Pérez del Villar Herrainz, Enrique Portela Filgueiras, Isabel Portela Filgueiras, Susana María Ramírez Martín, Virginia Ramírez Martín, Verónica Ramírez O., María Luisa Rodríguez-Sala, Antonio Ruiz Castellanos, María Saavedra Inaraja, Magdalena Suárez Ojeda y José Tuells.
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CIENCIA CIENCIA
Diseño de la cubierta: © Júlia Gaspar
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LUIS ENJUANES «A la luz de la globalización y de la perspectiva sanitaria actual, la obra de Balmis fue […] la puerta que abrió al ser humano el horizonte de la prevención global frente a la enfermedad y el de la protección pública de la salud. Horizontes de futuro hacia los que debemos atentamente seguir mirando con el estímulo permanente de su recuerdo y con la conciencia de valor indestructible que nos transmite su mensaje.»
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LA EXPEDICION La primera lucha global
LA EXPEDICION BALMIS
El 30 de noviembre de 1803, la corbeta María Pita zarpa del puerto de A Coruña. En su interior viajan veintidós niños huérfanos cuya misión consiste en llevar en su propio cuerpo la recién descubierta vacuna de la viruela a los territorios de ultramar. El doctor Francisco Xavier Balmis dirige esta aventura sanitaria de vacunación global conocida como Expedición Balmis o Real Expedición Filantrópica de la Vacuna. Lo acompañan, entre otros expedicionarios, José Salvany e Isabel Zendal.
«Los valores de generosidad humana, científica y política están más vivos y son más necesarios que nunca. El precedente que estableció la Real Expedición de la Vacuna hace más de doscientos años sigue vigente. Los números de las estadísticas y las noticias de los telediarios ponen el foco en la salud pública frente a la salud del individuo. Lo que importa es el cuidado del grupo. Una misma enfermedad nos afecta a todos en cualquier lugar del mundo.»
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Esta obra, promovida por el Consejo Superior de Investigaciones Científicas y el Ministerio de Ciencia e Innovación, cuenta con la dirección científica de Susana María Ramírez Martín, prólogo de Luis Enjuanes y artículos de Emanuele Amodio, Rosa Ballester Añón, Antonio Campos Muñoz, Gema Desireé Cristóbal Querol, Clarissa R. Damaso, Montserrat Domínguez Ortega, José Esparza, M. Pilar Farjas Abadía, Marcelo Frías Núñez, Ramón del Gallego Lastra, Araceli García Martín, Manuel Lucena Giraldo, Maribel Morente Parra, Gema Pérez del Villar Herrainz, Enrique Portela Filgueiras, Isabel Portela Filgueiras, Susana María Ramírez Martín, Virginia Ramírez Martín, Verónica Ramírez O., María Luisa Rodríguez-Sala, Antonio Ruiz Castellanos, María Saavedra Inaraja, Magdalena Suárez Ojeda y José Tuells.
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La Expedición Balmis
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La Expedición Balmis
LA PRIMERA LUCHA GLOBAL CONTRA LAS PANDEMIAS Dirección científica: Susana María Ramírez Martín
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LA EXPEDICIÓN BALMIS © Editorial Planeta, S.A., CSIC y Ministerio de Ciencia e Innovación Creación y realización: geoPlaneta Av. Diagonal, 662-664 08034 Barcelona www.geoplaneta.com GEOPLANETA ISBN: 978-84-08-25780-6 Depósito Legal: B. 2.902-2022 CSIC ISBN: 978-84-00-10980-6 e-ISBN: 978-84-00-10981-3 NIPO: 833-22-064-7 e-NIPO: 833-22-065-2 http://editorial.csic.es ([email protected]) MINISTERIO DE CIENCIA E INNOVACIÓN Secretaría General Técnica. Centro de Publicaciones www.ciencia.gob.es NIPO: 831-22-013-8 Publicación incluida en el Programa Editorial 2022 del Ministerio de Ciencia e Innovación Catálogo general de publicaciones oficiales: https://cpage.mpr.gob.es © de los textos, sus autores © de las imágenes de la cubierta: Duncan1890 y Channarongsds / Istockphotos / Getty Images Impreso en España / Printed in Spain Reservados todos los derechos. No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea este electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del editor. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes del Código Penal). Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra. Puede contactar con CEDRO en la web www. conlicencia.com o por teléfono en el 91 702 19 70/93 272 04 47. El papel utilizado para la impresión de este libro está calificado como papel ecológico y procede de bosques gestionados de manera sostenible.
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SUMARIO
Prólogo Primera parte. La Real Expedición de la Vacuna, 1803-1810 Capítulo 1. Una aventura sanitaria
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Segunda parte. Relaciones y contextos: del siglo xviii al xix Capítulo 2. Aires de revolución. La América española a comienzos del siglo xix 37 Capítulo 3. Abandono y amparo. Vida en la inclusa del siglo xviii 53 Capítulo 4. El valor de la salud en el siglo xviii 69 Capítulo 5. La viruela: secuelas y muerte 91 Capítulo 6. La epidemia en las lenguas indígenas 101 Capítulo 7. El descubrimiento de Jenner en España 111 Tercera parte. Perfiles y visiones de Francisco Xavier Balmis y Berenguer Capítulo 8. Francisco Balmis, ejemplo de función pública ilustrada 145 Capítulo 9. La actividad militar de Francisco Balmis 165 Capítulo 10. La actividad asistencial de Francisco Balmis en los hospitales mexicanos 179 Capítulo 11. Francisco Balmis, creador de pensamiento político 197 Capítulo 12. Lecturas y saberes de Francisco Balmis 217
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LA EXPEDICIÓN BALMIS
Cuarta parte. Marcos y perspectivas de la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna Capítulo 13. Prevención de la viruela y su impacto en ultramar Capítulo 14. Distribución de la vacuna en América antes de la Expedición Capítulo 15. La Expedición de la Vacuna en el contexto de las Expediciones ilustradas Capítulo 16.'In corpore vili'. Viruela y vacuna al final del Antiguo Régimen Capítulo 17. Los niños como reservorios humanos del pus vacuno Capítulo 18. La mujer en el desarrollo de la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna Capítulo 19. Una épica para la salud: odas a la vacuna a ambos lados del Atlántico Capítulo 20. La expedición de Balmis en la novela escrita en español Capítulo 21. De la imagen científica a la expedición imaginada
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Epílogo Capítulo 22. El legado de la Expedición de Balmis y la institucionalización de las vacunas Capítulo 23. El ADN del virus de la vacuna contra la viruela
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Notas Bibliografía
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PRÓLOGO
Luis Enjuanes Centro Nacional de Biotecnología, CSIC La Expedición Balmis o Real Expedición Filantrópica de la Vacuna es la primera campaña de vacunación global, ya que fue una vuelta al mundo sanitario que tuvo como objeto la propagación y perpetuación de la vacuna por todos los territorios hispanos de ultramar que, a principios del siglo xix, abarcaban dimensiones mundiales. Aunque el descubrimiento de la vacuna contra la viruela se debe a un médico inglés (Edward Jenner), fue un sanitario español (Francisco Xavier Balmis y Berenguer) quien se responsabilizó de su propagación por todo el mundo al dirigir esta expedición. Las vacunas han supuesto el eje vertebrador de la salud pública en el mundo y la expedición dirigida por Balmis fue un modelo de comportamiento sanitario. Hazaña sanitaria, gesta médica o titánica expedición son denominaciones de una campaña de vacunación de ámbito mundial en los inicios del siglo xix. En ese momento, la medicina había avanzado gracias al contexto científico y cultural, fruto de la Ilustración. Las expediciones ilustradas en América, que se produjeron durante los reinados de Carlos III y Carlos IV, ensayaron y asumieron el modelo de real expedición que se desarrollaría también en la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna. Las epidemias de viruela asolaban periódicamente todos los territorios ultramarinos. Afectaban por igual al lacayo y al señor, y la enfermedad influyó incluso en la sucesión de la dinastía hispánica, al causar la muerte del rey Luis I el 31 de agosto de 1724.
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LA EXPEDICIÓN BALMIS
Desde el punto de vista sanitario, el descubrimiento de América había incrementado la movilidad transoceánica, y lo que antes era un hecho local pasó a tener un impacto global. El mismo fenómeno sucede con las enfermedades y epidemias, así como la respuesta frente a ellas: pasa de ser local e improvisada a articulada y prevista. Es el primer paso para dominar las enfermedades. A lo largo de la historia y en diferentes pueblos se ha intentado dominar la viruela, desde la expansión del Imperio chino a la privacidad de los harenes musulmanes. La primera medida que se puso en práctica fueron los aislamientos y cuarentenas. Esta solución implicaba grandes amenazas económicas y políticas, y además la población sana hacía lo imposible por burlar estos confinamientos. La segunda medida, copiada de Oriente, llegó a Europa de la mano de lady Mary Montagu, que había vivido en el Imperio otomano acompañando a su esposo, embajador en ese territorio. Una vez conocida la técnica del contagio voluntario, se puso en práctica en Gran Bretaña y desde allí se propagó por toda Europa. Esta práctica tenía un riesgo: el desarrollo de contagios que se generalizasen y desencadenasen epidemias descontroladas. La tercera medida llegó con la vacuna descubierta por Edward Jenner en 1796, después de practicar la vacunación entre los habitantes del condado de Gloucestershire. Dos años más tarde, en 1798, se publicaron los resultados de sus observaciones en un libro titulado An Inquiry Into the Causes and Effects of the Variolae Vaccinae. Las noticias sobre la vacuna llegaron a la Corona española en 1800 y se publicaron en el Semanario de agricultura y artes dirigido a los párrocos, que se distribuía por todos los territorios hispanos por iniciativa de Manuel Godoy, que veía en el púlpito un cauce de formación de la población. Los tres métodos convivieron en el espacio y en el tiempo, pero las bondades de la vacunación se impusieron rápidamente sobre los otros dos. La Real Expedición de la Vacuna no solo diseminó la vacuna por todos los territorios hispanos de ultramar, sino que la perpetuó en dichas tierras gracias al establecimiento de las Juntas de Vacuna. Estas instituciones gestionaron la inmunización de la población y se consolidaron como organizaciones sanitarias hasta después de la independencia de los territorios, mantenien-
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PRÓLOGO
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do el carácter público, jerárquico y central. Una novedad en este proyecto sanitario es su filantropía. La propagación de la vacuna contra la viruela trasciende el espíritu utilitarista ilustrado. El éxito de la Real Expedición fue reconocido por la población y las autoridades políticas y sanitarias. Su legado se ha transmitido entre los historiadores de la medicina. En 2020, el modelo, buen hacer y espíritu de la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna motivó en España que la acción militar contra la pandemia de la covid-19 se denominara Operación Balmis en honor, recuerdo y tributo de esta aventura sanitaria. Esta operación desplegó un total de 187 000 militares y se desarrolló entre el 14 de marzo y el 20 de junio del año 2020. Una vez terminada, le siguió la Operación Baluarte, que fue la segunda línea de defensa militar para frenar la pandemia con el empleo de 5000 efectivos que desempeñaron funciones de rastreadores. La Operación Balmis en el siglo xxi y la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna en el siglo xix han dado respuestas a dos sociedades abrumadas por los acontecimientos, apesadumbradas por el dolor y angustiadas por la incertidumbre. En ambas, un virus minúsculo ha hecho tambalear los pilares de su modernidad. En un momento en que el ser humano cree controlarlo todo, se ha visto obligado a meterse en la «cueva» para no perecer. El miedo a la muerte indiscriminada nos ha cambiado los hábitos y nunca volveremos a ser los que éramos. Hemos perdido actitudes, costumbres y normas y, supuestamente, hemos adquirido otros hábitos, conductas y reglas que nos permiten «convivir» con el virus. Ya que está aquí, tenemos que domesticarlo. Para conseguirlo, lo primero que hicimos fue nombrarlo: coronavirus, SARS-CoV-2, y a la enfermedad que produce, la covid-19. Y lo segundo, como diría Alexander von Humboldt, será obedecerlo para dominarlo. Los valores de generosidad humana, científica y política están más vivos y son más necesarios que nunca. El precedente que estableció la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna hace más de doscientos años sigue vigente. Los números de las estadísticas y las noticias de los telediarios ponen el foco en la salud pública frente a la salud del individuo. Lo que importa es
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el cuidado del grupo. Una misma enfermedad nos afecta a todos en cualquier lugar del mundo. Para poner freno a esta pandemia del siglo xxi, se han buscado modelos históricos y se ha rescatado la figura del director de la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna. Este libro está estructurado en tres grandes bloques de contenido, además del desarrollo diacrónico de la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna. En la primera parte, titulada «Relaciones y contextos: del siglo xviii al siglo xix», se sitúa la Expedición en el contexto sanitario, político y asistencial. La segunda se denomina «Perfiles y visiones de Francisco Xavier Balmis y Berenguer». En ella se analiza la figura del director desde diferentes aspectos. Por último, en el tercer bloque, titulado «Marcos y perspectivas de la Real Expedición de la Vacuna», se profundiza en las dimensiones de la expedición vacunal en el marco de las expediciones ilustradas. Este libro es una apuesta del CSIC para poner en valor la figura de Francisco Xavier Balmis, los expedicionarios y los niños vacunados, transportadores de la «simiente» de la vacuna, en el contexto de incertidumbre social y política azotado por las revoluciones en América y Europa.
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PRIMERA PARTE LA REAL EXPEDICIÓN DE LA VACUNA, 1803-1810
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Capítulo 1
UNA AVENTURA SANITARIA
Susana María Ramírez Martín Universidad Complutense de Madrid La Real Expedición Filantrópica de la Vacuna (1803-1810) es la gesta médica más importante realizada por la metrópoli hispana en todos sus territorios, tanto los peninsulares como los ultramarinos. Esta expedición se enmarca dentro del conjunto de las expediciones ilustradas realizadas por la nación española en los territorios americanos a lo largo del siglo xviii. Circunstancias de una expedición Como una buena obra, la Expedición estuvo perfectamente producida, realizada y guiada. La producción, la realización y la actuación recayeron en los brazos de la Corona hispana. La monarquía borbónica, desde que se estableció en España en 1700, había padecido reiteradamente el azote de las viruelas. Este sufrimiento había sensibilizado a los monarcas con una actitud favorable a la lucha contra esta enfermedad. Las epidemias de viruela no afectaban solo al pueblo. Las miasmas saltaban los muros del palacio y los virus variolosos infectaban y mataban a miembros de la familia real. ¡Cualquier gasto era poco para terminar con esta lacra!1 En 1798, Carlos IV observó el padecimiento de su hija, la infanta María Luisa. La infanta se curó, pero la viruela dejó las crueles marcas de su presencia desfigurándole la cara. El rey intentó evitar el contagio al resto de la familia. Francisco Martínez del Sobral y Aguilera (1731-1801), primer médico de Cámara y presidente del Proto-
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medicato, propuso al monarca la inoculación de toda la familia real. El riesgo de la inoculación era alto y las secuelas eran muchas, pero era la mejor estrategia para sobrevivir a la epidemia de viruela. El experimento en su propia familia fue valorado positivamente por el rey, y en vista del éxito, el monarca emitió una Real Cédula, el 30 de noviembre de 1798, por la que se imponía la práctica de la inoculación de las viruelas naturales a toda la población. Este acontecimiento es de gran trascendencia. El Estado comenzaba a tomar conciencia del control que podía ejercer sobre las epidemias de viruela. La práctica de la inoculación preparaba el camino a la vacunación. Carlos IV será el mayor partidario de la generalización de la vacuna cuando lleguen las primeras noticias del descubrimiento de Edward Jenner (17491823). Si las epidemias eran virulentas en España, no lo eran menos en América. Las noticias de las epidemias en ultramar eran dramáticas. Las viruelas atacaban periódicamente los territorios ultramarinos desde que el virus de la viruela arribó al nuevo continente, acompañando a las huestes de Pánfilo de Narváez. En 1802, un año antes del inicio de la Expedición de la Vacuna, se desencadenó en el virreinato de Nueva Granada una epidemia de viruela de gigantescas proporciones. La muerte era el fin y el miedo se adueñó de las poblaciones por las que pasaba. Las súplicas de los gobernadores locales llegaron a oídos del monarca, y la situación que describen los documentos es aterradora. El Consejo de Indias actuó con rapidez y declaró por primera vez que era conveniente la difusión de la vacuna contra la viruela para frenar la epidemia en el territorio neogranadino. Pero ¿y en el resto del territorio ultramarino? ¿Por qué reducir la profilaxis exclusivamente a una zona? Desde el principio se consideró que lo mejor era propagar la vacuna por todos los territorios hispanos de ultramar, por medio de una real expedición. Carlos IV necesitó entusiasmarse con este proyecto. Ahí estaban Ignacio Lacaba (1745-1814), Leonardo Galli (1751-1830) y Antonio de Gimbernat (1763-1816). En sus más de cincuenta años de vida, estos facultativos habían recibido una exquisita formación, que se manifestó en su actividad médica en favor de
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UNA AVENTURA SANITARIA
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la salud pública. Cuando se inició la Expedición de la Vacuna, estos cirujanos de Cámara fueron los que evaluaron positivamente el proyecto expedicionario. Su opinión necesitaba la ratificación por parte de un sanitario que analizara la viabilidad del proyecto en ultramar. Este fue el protomédico guatemalteco José Felipe Flores (1751-1814), que había llegado a Madrid en 1793 después de un periplo formativo por Europa. Desde el primer momento en que llegaron las noticias del descubrimiento de la vacuna, se posicionó a favor de ella. Cuando el Consejo de Indias solicitó su opinión, informó favorablemente sobre la necesidad de llevar y perpetuar la vacuna en ultramar. En 1803, todos los preparativos para una posible expedición estaban vistos y analizados por la vía de urgencia. El dramatismo de las noticias exigía reacciones y respuestas inmediatas. La velocidad de tramitación de la burocracia estatal fue inusual, pues solamente transcurrieron ocho meses desde que la empresa se ideó (28 de marzo de 1803), hasta su inicio (30 de noviembre de 1803). Esta inmediatez pone de manifiesto la urgencia del proyecto sanitario. Una vez decidida la actividad, el problema radicaba en la financiación y en el equipamiento. La expedición resultará muy costosa por la cantidad de personas que se movilizan y por los intereses económicos que se crean. A esto hay que añadir el momento de crisis económica, paralelo a un contexto político internacional desfavorable. La propagación de la vacuna solamente generaba gastos, y los beneficios, si se veían, serían a largo plazo. Se trataba de un proyecto de futuro; era un proyecto de Estado. Los insumos que originaba la expedición tenían dos motivos principales: el transporte y la manutención. Todos los gastos de navegación para el transporte de los expedicionarios corrían a cargo de la Real Hacienda. De este modo, el poder público hispano controlaba la principal hazaña sanitaria del mundo ilustrado. Una vez llegados los expedicionarios a los territorios americanos, pasaban a depender de las autoridades ultramarinas, que podían financiar los gastos de estos sanitarios desde el Ramo de Tributos de los Indios, los Censos de Indios, el Ramo de Propios o los Diezmos Eclesiásticos. Fuera cual fuese la procedencia del dinero para sostener la expedición, los documentos matizaban
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LA EXPEDICIÓN BALMIS
que su asignación debía hacerse «bajo condiciones equitativas y ventajosas para la hacienda».2 Otro aspecto esencial fue la legislación. Desde el inicio, el director de la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna, Francisco Xavier Balmis, solicitó el reconocimiento de su autoridad y la Corona emitió la legislación para regularla. Todo comenzó con la Real Orden de 5 de julio de 1803 en la que se comunicaba la propagación de la vacuna contra la viruela a todos los territorios de ultramar. Esta regulación culminó con la Real Orden de 1 de septiembre de 1803 en la que, a partir de una circular tipo, se modificaron actuaciones concretas para cada uno de los territorios y se implicaba tanto a las autoridades civiles como a las militares y eclesiásticas. En ambas circulares, las condiciones de desarrollo de la expedición vacunal estaban perfectamente descritas. Los expedicionarios El proyecto profiláctico estaba perfectamente definido en la teoría. Los documentos definían una idea que había que llevar a la práctica. Hacían falta brazos, gente que se comprometiera con el proyecto y que lo llevara a cabo con éxito. La lista de expedicionarios definitiva fue la siguiente: director, Francisco Xavier Balmis y Berenguer; ayudantes, José Salvany y Lleopart (que durante la expedición sería nombrado vicedirector), Manuel Julián Grajales y Antonio Gutiérrez Robredo; practicantes, Francisco Pastos Balmis y Rafael Lozano Pérez; enfermeros, Basilio Bolaños, Pedro Ortega y Antonio Pastor; como cuidadora de los niños Balmis eligió a la rectora de la casa de expósitos de A Coruña, Isabel Zendal, y como transmisores de salud, a un grupo incalculable de niños que sirvieron para transportar la vacuna por todo el mundo. Estos niños permitieron que la cadena profiláctica brazo a brazo no se rompiera. Los cargos de cada uno de los expedicionarios estaban perfectamente diferenciados. Cada miembro tenía unas funciones, obligaciones y responsabilidades concretas, con el fin de no solapar esfuerzos ni dejar vacíos. Estas diferencias entre los miembros de la Expedición se manifestaban incluso en el modo de
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vestir. El reparto inicial de tareas se trastocó cuando, al llegar al continente americano, la Expedición se dividió en dos. Este cambio, no previsto en el proyecto inicial, provocó la reorganización de los expedicionarios en las dos rutas creadas, una dirigida por Balmis y la otra, por Salvany. Se repartieron esfuerzos con el objetivo de llegar a la mayor cantidad de lugares en el menor tiempo posible. Los expedicionarios que acompañaron a Balmis fueron el ayudante Antonio Gutiérrez Robredo, el practicante Francisco Pastor, los enfermeros Antonio Pastor, Pedro Ortega e Isabel Zendal, y los niños. El resto de los expedicionarios siguieron rumbo a Sudamérica bajo la dirección de José Salvany en su cargo de vicedirector. Lo acompañaban el ayudante Manuel Julián Grajales, el practicante Rafael Lozano y el enfermero Basilio Bolaños. Las subexpediciones resultantes no fueron homogéneas. Mientras que a Balmis le acompañaban cuatro expedicionarios, la rectora y los veintidós niños galleguitos, Salvany solamente contaba con tres sanitarios. Esta desigualdad se manifestó en la capacidad de acción y resolución. La expedición de Salvany, al tener más limitada la acción, prolongó su actividad en el tiempo. Otro aspecto a considerar es la desesperanza frente a las dificultades. Las penas compartidas siempre son menores. El esfuerzo psicológico es mayor cuando el grupo es más reducido. En la expedición que propagó el fluido vacuno por América meridional, al desgaste físico se unía el desgate psicológico. Los caminos de la vacuna La ruta propuesta no fue única. A medida que avanzaban los preparativos de la Expedición, se fueron conociendo las necesidades y se cambiaron los derroteros. Se plantearon al menos tres rutas diferentes: la que propuso el doctor Francisco Requena, la propuesta por el doctor José Felipe Flores y la del doctor Francisco Xavier Balmis (Ramírez Martín, 1999: 210). De entre ellas, el Consejo de Indias dictaminó el 26 de mayo de 1803 la ruta para la Expedición.3
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El itinerario a seguir se expresaba en la circular tipo de 1 de septiembre de 1803, que se envió a todos los territorios de ultramar. La realidad es que ninguno de los derroteros propuestos fue seguido por Balmis. Las modificaciones que se hicieron sobre la marcha estuvieron motivadas por la necesidad de propagar con rapidez la vacuna con el fin de frenar las epidemias que se desencadenaban en el territorio americano. La Real Expedición Filantrópica de la Vacuna no puede estudiarse como una sucesión lineal de acontecimientos. El punto de inflexión que impide este estudio es la división que sufrió al salir de la capitanía general de Venezuela. Este hecho hace que en el mismo tiempo se dé una superposición de personas y espacios. Para evitar esta dificultad, asumiremos la división clásica que propone el estudio de Gonzalo Díaz de Yraola, que descompone la Expedición en tres tramos: Expedición conjunta, de A Coruña a Venezuela (del 30 de noviembre de 1803 al 8 de mayo de 1804); Expedición de Balmis (del 8 de mayo de 1804 al 7 de septiembre de 1806); Expedición de Salvany (del 8 de mayo de 1804 al 2 de julio de 1810). La ruta seguida realmente por la Expedición no se pareció en nada a la propuesta. La Real Expedición Filantrópica de la Vacuna salió de Madrid el 7 de septiembre de 1803. Dos semanas más tarde ya estaban establecidos en A Coruña, desde cuyo puerto Balmis preparó la travesía marítima del Atlántico. Entre octubre y noviembre se contrató el barco y se consiguieron en Galicia los niños que iban a transportar la vacuna en sus brazos. Expedición conjunta rumbo a América (30 de noviembre de 1803 - 8 de mayo de 1804) Después de más de dos meses de preparativos, la Expedición zarpó del puerto de A Coruña el 30 de noviembre de 1803, a bordo de la corbeta María Pita, con dirección al archipiélago canario. En ese momento se iniciaba la Expedición conjunta. El 9 de diciembre, a las 8 de la noche, la Real Expedición llegó al puerto de Santa Cruz de Tenerife tras diez días de navegación. A partir de ese momento, Tenerife se erigió en centro difusor del fluido para las demás islas que forman el
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archipiélago canario. Desde cada una de las islas (El Hierro, Fuerteventura, Gran Canaria, La Gomera, La Palma y Lanzarote) llegaban a Tenerife pequeñas expediciones en busca de la vacuna. El proceso era sencillo. De cada isla del archipiélago se desplazó un grupo compuesto por un facultativo y varios niños para vacunarse y llevar el fluido fresco de vuelta a la isla de procedencia.4 Los expedicionarios estuvieron en esta isla canaria escasamente un mes. Durante este tiempo realizaron tres vacunaciones generales en las que se transmitía la vacuna a toda persona que la solicitaba. Cuando Balmis consideró que su labor había concluido, se dispuso la salida para no demorar la llegada a América. La Real Expedición de la Vacuna abandonó Tenerife el 6 de enero de 1804, festividad de los Reyes Magos. Las crónicas afirman que en este día feriado «se hizo vela de esta rada rumbo a Puerto Rico la corbeta María Pita, conductora de la expedición marítima de la vacuna».5 Tras una penosa travesía por el Atlántico (Ramírez, 2003: 87), la Expedición llegó sin novedad a la isla de Puerto Rico, el día 9 de febrero. Los acontecimientos en la isla portorriqueña fueron muy diferentes a los vividos en la isla canaria. Balmis no pudo menos que comparar el trato recibido y la diferencia de actitud de las autoridades locales. Mientras que el marqués de CasaCagigal, en Tenerife, le había favorecido, el gobernador Ramón de Castro, en Puerto Rico, había permanecido al margen y no se implicó en el devenir de la Expedición. El enfrentamiento en Puerto Rico se originó por dos razones. Por un lado, el doctor Oller, médico de la isla, ya había obtenido la vacuna en la isla inglesa de Saint Thomas. Por otro lado, Balmis tuvo dificultades para conseguir a los niños que transportasen la vacuna hasta la capitanía general de Caracas. Inicialmente, la fecha calculada para la salida de la isla era el 2 de marzo de 1804, pero la «falta de vientos favorables» provocó un retraso de más de diez días.6 Esto incrementó el problema de los niños necesarios para el mantenimiento del fluido fresco. La Real Expedición se estableció en Puerto Rico hasta el 12 de marzo de 1804, y al día siguiente los expedicionarios abandonaron la isla con dirección a La Guayra a bordo de la María Pita. El viaje
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por el mar Caribe fue complicado, por las dificultades de la travesía y por el desconocimiento de la costa por parte de la marinería. El barco tuvo que hacer un atraque de urgencia en la ciudad de Puerto Cabello, el 20 de marzo. Esta población de la capitanía general de Venezuela estaba muy distante de la capital, Caracas, donde les esperaban. Para desplazarse con rapidez a su destino y pensando en la utilidad de la campaña vacunadora, Balmis dividió la Expedición. Un grupo viajaría por tierra, a lo largo del valle de Aragua, y otro por mar, a bordo del guardacostas Rambli, hacia la capital venezolana. Tardaron más de diez días en llegar a Caracas por las tres rutas en que se dividieron. Una vez reunidos de nuevo en la capital, todos los miembros de la expedición comenzaron las vacunaciones. El 30 de marzo de 1804, Viernes Santo, Balmis vacunó por primera vez en Caracas a sesenta y cuatro personas. En esta ciudad la vacuna se recibió con gran admiración. Una vez establecida la vacuna en Caracas, y después de haberse creado una opinión pública favorable a la misma, la ciudad se erigió como centro difusor para toda la capitanía general de Venezuela. Desde allí, la vacuna se envió a los territorios de Coro, Puerto Cabello, Ortiz, Santa María de Iripe, Tocuyo, Maracaibo, Cumaná e incluso a la isla Margarita. Los expedicionarios contaron con el apoyo entusiasta de las autoridades locales, que conocían de primera mano los estragos de la epidemia de viruela de Nueva Granada. En este territorio, con el visto bueno del capitán general de Caracas, Manuel de Guevara Vasconcelos, Balmis creó el 23 de abril la primera Junta de Vacuna del continente americano. El reglamento de creación y establecimiento de esta institución sirvió de modelo para otras poblaciones de América. La estancia de la Expedición de la Vacuna en el territorio caraqueño fue satisfactoria profesionalmente y muy agradable desde un punto de vista personal, pues contaron con el respaldo de la población en las vacunaciones y fueron reconocidos como guardianes de la salud pública. El 9 de abril, sin embargo, todo cambió. Ese día, Balmis recibió la noticia del fallecimiento del doctor Verges, que había sido comisionado en régimen de ur-
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gencia para frenar el contagio de viruelas en la capital del virreinato de Nueva Granada. Esta fue la causa primera para dividir la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna en dos. Pero hubo otros dos motivos que reforzaron esta decisión: por un lado, «la urgente necesidad de cortar el cruel contagio varioloso» que reinaba en el territorio santaferino; y por otro, «la accidentada navegación» no solo por el Atlántico, sino también por el Caribe.7 Una parte, dirigida por Balmis, puso rumbo a la América septentrional, y la otra, encabezada por Salvany, a la América meridional. Esta decisión retardó el abandono del territorio caraqueño, que se produjo el 8 de mayo. Balmis rumbo a América septentrional y Filipinas (8 de mayo de 1804 - 7 de septiembre de 1806) Cronológicamente, la Expedición abarca desde el 8 de mayo de 1804, día de la separación de la Expedición de la Vacuna en dos, hasta el 7 de septiembre de 1806, fecha de la llegada de Balmis a Madrid. Esta rama de la Expedición la formaban seis personas y todos los niños vacuníferos procedentes de Galicia. A bordo de la María Pita, la navegación por el Caribe fue penosa y alteró la salud tanto de los niños como de los expedicionarios. Finalmente, la corbeta fondeó en el puerto de La Habana el 26 de mayo de 1804. A su llegada, Balmis descubrió que la vacuna estaba perfectamente establecida allí por el médico Tomás Romay. Ante la estupenda labor realizada por este, Balmis pensó que quedarse más en la isla sería una pérdida de tiempo y una demora que impediría llegar a otras regiones en las que no se conocía el fluido vacuno. A los tres días de arribar a La Habana, el 29 de mayo, solicitó «que se le proporcionen cuatro niños que sirvan para trasmitir la preciosa vacuna».8 La solicitud no fue atendida. Cuando había pasado más de una semana, el 7 de junio, Balmis reiteró la petición para conseguir a los niños necesarios para transmitir la vacuna a Nueva España. Tampoco obtuvo respuesta. La poca paciencia de Balmis se agotó. El 14 de junio, después de tres semanas de ruegos, peticiones y solicitudes formales, comunicó al capitán general de la isla, el marqués de Someruelos, que no necesitaba a los niños. Había convencido a un
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joven «tamborcito» del regimiento de Cuba y había comprado a tres esclavas negras a Lorenzo Vidat, para que llevasen la vacuna a Nueva España. El viaje no se demoró más. Una vez solventado el problema del transporte de la vacuna, la Expedición Filantrópica zarpó de La Habana el 18 de junio, con dirección a la península de Yucatán. Después de un trayecto dificultoso por el Caribe mexicano, la Expedición alcanzó el puerto de Sisal, el 25 de junio. En el puerto fue recibida por el gobernador de Mérida, Benito Pérez. Inmediatamente, los expedicionarios y la comitiva que los acogió se desplazaron a Mérida, la capital, donde llegaron cuatro días más tarde, el 29 de junio. Ese mismo día comenzaron las vacunaciones en la ciudad con el apoyo de las autoridades locales. En Mérida, Balmis recibió la ayuda necesaria para propagar la vacuna por Centroamérica. Necesitaba niños, un buque y los auxilios necesarios para realizar las campañas sanitarias. Balmis comisionó a Francisco Pastor, su sobrino, que comunicara la vacuna a la capitanía general de Guatemala. La ruta de este siguió el siguiente recorrido: desde Mérida a Villahermosa de Tabasco; desde allí, a Ciudad Real de Chiapas, hasta llegar a Guatemala. Desde esta ciudad, regresó a la capital novohispana por Oaxaca. En esta población había un obispo muy comprometido con la vacuna, Antonio Bergosa y Jordán (1801-1817), que redactó una carta apostólica en favor de la propagación de la vacuna por todo su obispado (Ramírez, 1999: 601). Una vez propagada la vacuna hacia Centroamérica, Balmis no demoró su estancia en la península de Yucatán y el 19 de julio partió de la ciudad de Sisal con rumbo al puerto de Veracruz. El trayecto duró cinco días. La Real Expedición llegó al puerto veracruzano el día 24 del mismo mes. En esta ciudad la vacuna ya estaba perfectamente establecida, lo cual disgustó muchísimo a Balmis, porque no encontró gente que se quisiese vacunar, y para mantener el fluido fresco hubo de recurrir a la tropa. No pudo hacer nada y tuvo la sensación de perder el tiempo. Alejado del centro de poder novohispano, Balmis había notado el desinterés del virrey por el tema de la vacuna. Le había mandado cartas solicitando órdenes de actuación para propagar la vacuna en su virreinato y no había recibido respuesta alguna.
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La indignación de Balmis era tan grande que remitió un artículo a la Gazeta de México «para que supiese que ya estaba introducida allí la vacuna».9 Ante tanta desidia, Balmis abandonó la ciudad-puerto de Veracruz el 1 de agosto de 1804 con rumbo a la ciudad de México para «entregar a los 22 niños que había sacado de La Coruña, quedando así desembarazado para acudir a donde se tuviere por conveniente».10 Con la parada obligada en el santuario de la Virgen de Guadalupe, la expedición vacunal llegó a la ciudad de México a las diez de la noche del 9 de agosto. La presencia en la capital novohispana no mejoró las relaciones entre el virrey José de Iturrigaray (1742-1815) y Balmis, sino que se enconaron más. De epistolar, el enfrentamiento pasó a ser directo, y a partir de ese momento Balmis aprovechó cualquier ocasión para elevar al Consejo de Indias quejas y críticas del virrey novohispano. Los expedicionarios salieron desde la capital rumbo al norte del virreinato para lograr establecer la vacuna en los territorios más alejados de aquella. Comenzaron las vacunaciones sistemáticas en Puebla de los Ángeles, Guadalajara de Indias, Zacatecas, Valladolid, San Luis Potosí y las provincias internas. Este periplo tenía un doble objetivo. Uno, quizá el más importante, crear y establecer Juntas de Vacuna que se responsabilizasen de mantener el fluido vacuno fresco. Otro, no menos importante, conseguir a los niños sin el control directo y la oposición del virrey. Lograron reunir 26 niños mexicanos para poder cruzar el Pacífico manteniendo el virus vacuno vivo en sus brazos. Después de cincuenta y tres días de ausencia de la capital novohispana, el 30 de diciembre de 1804, la Expedición volvió a reunirse en la ciudad de México, donde no permanecerían mucho tiempo. Rápidamente comenzaron los preparativos para emprender el viaje por el Pacífico que permitiese propagar la vacuna en el archipiélago filipino. En los primeros días de 1805, Balmis inició las negociaciones para viajar a Filipinas. Como en las empresas anteriores, no contó con el apoyo del virrey. Después de gran cantidad de impedimentos, la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna zarpó rumbo a Filipinas el 7 de febrero, a bordo del navío Magallanes (Ramírez, 2008).
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El viaje por el Pacífico no fue mejor que la travesía por el Atlántico. Mientras que para cruzar el Atlántico se había fletado un barco a propósito para la Expedición, en el viaje por el Pacífico la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna se tuvo que adaptar a un viaje de línea regular: el Galeón de Manila o la Nao de Acapulco. Las condiciones de la navegación en nada se parecieron a las pactadas en Acapulco. Balmis se quejó por dos motivos. Uno, por el mal trato dado a los niños, de los cuales dependía el éxito o el fracaso de la expedición, con estas palabras: «Estuvieron muy mal colocados en un parage de la Santa Bárbara lleno de inmundicias y de grandes ratas que los atemorizaban, tirados en el suelo rodando y golpeándose unos a otros con vaivenes».11 El otro, por el alto coste que pagaron por los pasajes (Ramírez 1999: 370). Finalmente, los expedicionarios llegaron a Manila el 15 de abril. Las vacunaciones comenzaron al día siguiente. El método seguido para propagar la vacuna en el archipiélago fue radial y progresivo: se dio principio a la trasmisión de la Vacuna, en todos mis hijos y continuo esta operación en toda la capital, pueblos extramuros, y sucesivamente en las Provincias inmediatas; después se acudió a las más distantes, y en la estación oportuna salieron para las provincias ultramarinas el Practicante D. Francisco Pastor y el Enfermero D. Pedro Ortega, llevando consigo el competente numero de jóvenes para conservar la vacuna durante la navegación.12
Balmis, persona de edad y aquejada de una gastroenteritis endémica, veía peligrar su vida, y en consecuencia decidió regresar «solo» a la metrópoli desde el puerto-factoría que Portugal tenía establecido en territorio chino: Macao. A partir de ese momento, la dirección de esta rama de la Expedición de la Vacuna se transfirió a Antonio Gutiérrez Robredo. Los enfermeros Antonio Pastor y Pedro Ortega fueron comisionados por Balmis para llevar la vacuna a las islas de Misamis, Zamboanga, Zebú y Mindanao. Mientras tanto, el recién nombrado director se quedó en Manila. Los componentes del grupo que se quedó en Filipinas, una vez terminada su misión «deben regresar en la Nao de Acapulco y devolver a sus padres los 26 Niños mexicanos».13
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El viaje que trajo de regreso a Balmis a la península Ibérica se inició el 3 de septiembre de 1805 cuando abandonó Manila. La navegación por esta zona no era fácil, pues aquellas aguas eran constantemente asoladas por huracanes y ataques de piratas chinos. Llegó a Macao a bordo de la fragata Diligencia el 16 de septiembre, tras una navegación en la que Balmis pasó miedo a causa de un huracán que provocó la desaparición de veinte marineros y el destrozo de la embarcación. El recibimiento de la vacuna en Macao, sin embargo, fue extraordinario. Contó con el apoyo de las autoridades locales, que se dejaron vacunar primero. Allí, la campaña de vacunación fue intensa y corta. Como le quedaba tiempo, Balmis dispuso ir a la factoría de Cantón. Partió para esta población del interior del continente asiático el 5 de octubre de 1805. Después de casi medio año vacunando en el continente asiático, en febrero de 1806, Balmis abandonó Macao a bordo del navío portugués Buen Jesús de Alem. El viaje no fue directo, sino que se realizó una escala técnica en Santa Elena. Al llegar a esta isla de soberanía británica, Balmis comprobó que la vacuna no estaba establecida y, con espíritu sanitario, empezó a vacunar. Balmis salió de Santa Elena el 17 de junio rumbo a Lisboa, a cuyo puerto arribó la tarde del 14 de agosto. Carlos IV recibió a Balmis en Madrid el 7 de septiembre de 1806. Para algunos historiadores de la ciencia, este besamanos da por terminada la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna, pero en realidad no era así. El resto de su expedición se había quedado en Filipinas, y no llegó a Acapulco hasta el 14 de agosto de 1809. A excepción de Balmis, ninguno de los expedicionarios consiguió volver a la Península, y las próximas guerras (Independencia española e Independencia americana) les obligaron a establecerse en ultramar. Salvany rumbo a América meridional (8 de mayo de 1804 - 21 de julio de 1810) La Expedición de la Vacuna dirigida por Salvany se dirigió a la América meridional, y cronológicamente abarca desde la separación de Balmis, el 8 de mayo de 1804, hasta el 21 de julio de 1810. Esta rama de la Expedición estaba formada por cuatro
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personas: el subdirector, que a partir de ese momento tendría cargo de director, José Salvany; un ayudante, Manuel Julián Grajales; un practicante, Rafael Lozano Pérez, y un enfermero, Basilio Bolaños. A ellos se unieron cuatro niños que se encargaron de transportar la vacuna en sus brazos. La división era «fácil» en teoría y sobre el papel, pero la práctica generó problemas desde el principio. Inicialmente, estos fueron solucionados por Balmis. El más grave, por la dificultad de la solución, fue el desplazamiento de los expedicionarios desde La Guayra a Cartagena de Indias. Se solventó con la contratación de un barco: el bergantín San Luis. Las primeras noticias que tenemos de la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna por el territorio sudamericano son catastróficas. El 13 de mayo de 1804, a los cinco días de comenzar su periplo, el San Luis encalló en las bocas del río Magdalena, cerca de la ciudad de Barranquilla. Las cosas no podían empezar peor, ya que todos los expedicionarios se vieron afectados en el accidente. La vida de Salvany estuvo en peligro y, viendo el riesgo que corrían, «desembarcaron precipitadamente en una playa desierta a barlovento de Cartagena».14 El accidente no tuvo un desenlace fatal porque contaron con la ayuda de los naturales y de un navío de corso, La Nancy, al mando del teniente de navío Vicente Varela, que viajaba por ese tramo del río.15 El incidente les había alejado del derrotero establecido por Balmis y para retomar la ruta prevista tuvieron que atravesar «por el desierto a las Ciénagas de Santa Marta y desde allí a Cartagena».16 La expedición no sufrió pérdidas humanas, pero sí tuvo muchas de tipo material, sobre todo los instrumentos de vacunación. La llegada de la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna a Cartagena se enmarcó entre la necesidad, ante la amenaza de una epidemia de viruelas naturales, y el entusiasmo de haber sobrevivido al naufragio. En esta ciudad, los expedicionarios contaron con el apoyo político de las autoridades locales, pero también con el respaldo económico del potente consulado cartagenero, que financió todos los gastos.17 Cartagena se erigió rápidamente como un centro difusor de la vacuna, con el establecimiento de una Junta Central de Vacuna. Desde esta población el fluido se llevó hacia Panamá por
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Portobello y Riohacha, con la ayuda de un religioso betlemita que llevaba la vacuna entre cristales e iba acompañado de cuatro niños. En el territorio cartagenero se establecieron juntas subalternas de vacuna en los pueblos en que fueron consideradas necesarias, con unas instrucciones fáciles y sencillas elaboradas por Salvany, que seguían el modelo de la Junta de Vacuna de Caracas. Cuando Salvany consideró que la vacuna ya estaba establecida en esos territorios y después de 24 410 vacunaciones (Ramírez, 1999: 386), preparó el viaje para continuar su campaña de salud pública rumbo a Santa Fe de Bogotá. En Cartagena de Indias, la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna contó con el apoyo del gobernador, Anastasio Cejudo (1741-1808), que, incondicionalmente, facilitó su labor vacunadora por todo el territorio a su mando. Los expedicionarios abandonaron Cartagena el 24 de julio de 1804, en compañía de diez niños, que conservarían el fluido fresco en sus brazos, y con el respaldo de las oportunas comunicaciones que ordenaban a las autoridades locales, civiles, eclesiásticas y militares que les auxiliasen en todo momento y ante cualquier dificultad. Desde Cartagena de Indias hasta Santa Fe, la Expedición se desplazó por el río Magdalena. Aunque el recorrido por el río era peligroso, como ya sabemos, lo era bastante menos que por el camino que seguía la ribera. La navegación por el Magdalena era tranquila, aunque larga y penosa, y se realizó en pequeños barcos muy ligeros llamados «champanes». Durante la travesía, Salvany se dio cuenta de la envergadura de la Expedición. Era mucho territorio para solo cuatro hombres. Para no dispersar esfuerzos, y siguiendo el criterio que había ideado Balmis, dividieron las fuerzas para abarcar una mayor porción de territorio. Se crearon dos grupos, cada uno de ellos formado por dos facultativos. Los grupos formados variaron a lo largo del recorrido en función de las necesidades de propagación de la vacuna. Antes de llegar a Santa Fe, la Expedición pasó por las poblaciones de Tenerife y Mompox. Al llegar a la ciudad de Ocaña, el grupo se dividió en dos: por un lado, Salvany acompañado por el enfermero Basilio Bolaños, y por otro, Manuel Julián Grajales y el prac-
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ticante Rafael Lozano. La subexpedición dirigida por Grajales siguió el valle del Cúcuta desde Ocaña hasta Pamplona; desde allí pasó a San Gil, Socorro y Vélez. La dirigida por Salvany discurrió desde Ocaña por el río en dirección a Nares. Desde esta ciudad se envió la vacuna a Medellín gracias a la presencia de un facultativo y dos muchachos. Desde Nares se pasó a Honda, donde Salvany tuvo que descansar aquejado de sus males, que se habían agravado en el ascenso de los Andes. Enterado de la enfermedad de Salvany, el virrey Amar se alarmó. Temeroso de que la vacuna no llegase a Santa Fe por una posible muerte de aquel, dispuso la salida de Santa Fe de «un facultativo y niños, con los demás socorros necesarios tanto para su curación como para que dicho facultativo se hiciese cargo de la conservación del fluido si llegaba a morir Salvany».18 Este superó la enfermedad y llegó a la capital neogranadina el 17 de diciembre de 1804. En Santa Fe ya se encontraban los demás expedicionarios, que habían llegado por otra ruta con anterioridad. Los desastres causados por la viruela en esta capital habían creado una corriente de opinión favorable a la vacuna. Las vacunaciones comenzaron al día siguiente, el 18 de diciembre, y el apoyo del virrey neogranadino fue esencial. Dio a conocer la llegada de la Expedición mediante un bando. Publicó en la Imprenta Real santaferina un Reglamento para la conservación de la Vacuna en el Virreinato de Santa Fe. Facilitó una sala del hospital que estaba al cargo de los religiosos de San Juan de Dios, aunque Salvany rechazó la propuesta, para que la vacuna no se relacionase con la idea de enfermedad y muerte. La Expedición también contó con el apoyo de las autoridades eclesiásticas (Rosillo, 1805). Los párrocos, desde los púlpitos, recomendaron el uso de la vacuna y exaltaron la personalidad de Salvany y sus colaboradores. La estancia en Santa Fe sirvió, además, para que los expedicionarios recuperasen fuerzas, tanto físicas como psíquicas. Resultaba reconfortante parar, detener la agitada marcha y poder descansar de las difíciles y peligrosas andaduras por valles y quebradas. No menos gratificante fueron el júbilo y el aplauso con que fueron recibidos. El 8 de marzo de 1805, la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna abandonaba Santa Fe con dirección al virreinato peruano, después de haber realizado 56 327 vacuna-
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ciones (Ramírez, 1999: 389). La magnitud de la cifra hace pensar en la intensidad de la labor profiláctica llevada a cabo. A la salida de Santa Fe, la Expedición se dividió nuevamente en dos. La primera, al mando de Grajales, a quien acompañaba Bolaños, atravesó las montañas del Quindío y pasó por las ciudades de Neiva y La Plata hasta Popayán. La segunda, encabezada por Salvany, acompañado por el practicante Lozano, se dirigió también a Popayán recorriendo las ciudades de Ybagué, Cartago, Truxillo, Llano Grande, la provincia de Chocó y el Real de Minas de Quilichas. El grupo Grajales-Bolaños llegó a Popayán en abril19 y el grupo Salvany-Lozano en mayo.20 Allí, lo primero que tuvieron que hacer todos ellos fue «reponerse de las fatigas de su viaje y del quebranto que advertía nuevamente en su salud con la misma enfermedad de los ojos y efusión de sangre por la boca que había padecido en Santa Fe».21 Salvany quería retardar la salida, pero no pudo hacerlo porque fue informado de que la Real Audiencia de Quito sufría una epidemia de viruelas naturales. Aquel fue el detonante de la salida de Popayán. Había que llegar al territorio quiteño cuanto antes. Salvany dividió nuevamente la expedición. Grajales y Bolaños se dirigieron a la ciudad de Barbacoas, y desde allí, costeando Tumaco, La Tola y Jipijapa, llegaron a la ciudad-puerto de Guayaquil. Con el envío de la vacuna a Guayaquil, Salvany pretendía que esta ciudad, además de ser un centro comercial, fuera un centro difusor de la vacuna. Encomendó a Grajales que desde aquel puerto enviara la vacuna entre cristales en cualquier barco que se dirigiera a Panamá. Mientras tanto, Salvany y Lozano se desplazaron desde Popayán a Quito por la sierra, pasando por las poblaciones de Pasto, Tulcán, Ybarra, Otavalo y Cayambe. Las previsiones de extender la vacuna por la costa no se pudieron llevar a cabo, por la presencia de ingleses en la isla de la Gorgona, en la bahía de Atacames, en el cabo de San Francisco y en la punta de la isla de Santa Elena.22 Grajales y Bolaños llegaron a Quito siguiendo el camino de Malbucho (Ramírez, 2004). Cualquiera de las dos opciones, sortear a los piratas ingleses o transitar por uno de los caminos más arriesgados de todo el territorio quiteño, presentaba grandes dificultades.
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El grupo de Salvany llegó a Quito el 16 de julio de 1805, donde contó con el apoyo tanto de las autoridades civiles como de las eclesiásticas. La primera vacunación se realizó el 3 de agosto. Salvany propagó el fluido vacuno y se «repuso de sus fatigas y quebranto de la salud».23 Sin embargo, la estancia en la ciudad quiteña no fue del todo perfecta. Poco antes de abandonarla, Salvany sufrió un robo, en el cual le sustrajeron «100 pesos fuertes y parte de su equipaje».24 Después de este contratiempo tan desagradable y sin retrasar el calendario previsto, el lunes 13 de septiembre, tras la celebración de un tedeum de acción de gracias, la Expedición de la Vacuna salió de Quito con dirección a Cuenca. En su periplo pasó por las poblaciones de Latacunga, Ambato y Riobamba. Ya hacía más de cuatro meses que Salvany había salido de Quito cuando llegó a esta ciudad el grupo de Grajales. Como no habían podido llegar a Guayaquil, solicitó al barón de Carondelet (1747-1807), presidente de la Real Audiencia de Quito, que le proporcionase los comunicados oportunos que le permitieran llegar a Guayaquil. Esta ciudad-puerto pertenecía al virreinato del Perú, mientras que la Real Audiencia de Quito pertenecía al virreinato de Nueva Granada. El trámite administrativo fue lento y los documentos se retrasaron. Grajales y Bolaños pasaron en Quito la Navidad de 1805, esperando los papeles que les permitieran pasar al virreinato peruano. Mientras tanto, el grupo de Salvany continuó su periplo por la cordillera andina. Llegaron a la ciudad de Cuenca el 12 de octubre de 1805. Al día siguiente se celebró una misa con tedeum de acción de gracias en la catedral y, al terminar, se realizaron setecientas vacunaciones. Las manifestaciones de agradecimiento en Cuenca fueron fastuosas y con una gran concurrencia de la población. Se celebraron corridas de toros con caballos, bailes de máscaras y se iluminó la ciudad. Los expedicionarios permanecieron allí durante dos meses, hasta que, finalmente, la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna salió de Cuenca el 16 de noviembre con dirección a Loja. En su recorrido pasaron por los pueblos de Cumbe, Nabón y Oña. Salvany, estaba muy debilitado y cada vez veía más dificultades en la realización de la campaña sanitaria. Los niños eran muchos, y la paciencia de Sal-
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vany, cada vez menor. Consiguió «que el padre betlemita Fray Lorenzo Justiniano de los Desamparados le acompañase para cuidarlos como lo hizo, tratándoles con cariño y esmero, incluso ayudó a Salvany a practicar algunas vacunaciones».25 El camino a Loja se realizó rápidamente. En el trayecto vacunaron a novecientas personas y, a la llegada a la ciudad, a otras mil quinientas. El tiempo que dedicaron fue poco, pues la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna salió de Loja el 10 de diciembre de 1805 con dirección al virreinato del Perú. Los desplazamientos se hicieron con rapidez por las noticias de una epidemia de viruela en Lima. Las condiciones del camino eran malas: «Andes en la estación más rigurosa de lluvias y nieves, falta de caminos, y la necesidad de cortar el contagio de viruelas en los más de los pueblos».26 El viaje hacia Lima fue apresurado. El 23 de diciembre, la expedición entraba en Piura, de donde salió con dirección a Lambayeque el 9 de enero de 1806. Al llegar a esta localidad, la población rehusó la vacuna y calificó a Salvany como el «Anticristo».27 Con mucho miedo y ante el rechazo de la población, Salvany abandonó precipitadamente la ciudad. Como la expedición no pudo realizar su labor sanitaria, Salvany comisionó a un religioso betlemita, fray Tomás de las Angustias, prefecto del Hospital de Belem de Lambayeque, para que, entre otros, recorriera los pueblos de Vicus, Olmos, Mopute, Salas, Jayanca y Pacora. En todos ellos el religioso destacó por su pericia y conocimientos, y por la constante caridad que derrochó entre los naturales, que veían la vacuna con desconfianza. Salvany salió de Lambayeque con dirección a Cajamarca. Por el camino vacunó en Reque y Chepen. Al salir de este último pueblo, les abandonaron los arrieros, que les indicaban el camino y les acompañaban para el transporte de los niños. Los expedicionarios desconocían el territorio y se quedaron solos en medio de la nada. Sin orientación, vagabundearon hasta que fueron socorridos por un hacendado, Juan Espinach. Este incidente provocó en Salvany un recelo desconocido hasta ese momento. La angustia y el miedo que sufrieron todos los expedicionarios y los niños que les acompañaban fue grande. Cuando se repusieron, marcharon con urgencia hacia el Mineral de Chota, población amenazada por una epidemia de viruela.
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Después de este camino lleno de incidencias, la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna llegó a Cajamarca el 9 de marzo de 1806. A su llegada contaron con una buena predisposición y un ánimo favorable a la vacunación. La bienvenida fue extraordinaria, gracias a las campañas de concienciación ciudadana que había realizado el subdelegado comisionado para el recibimiento y cuidado de la vacuna, Joaquín Miguel de Arnaco. Su ejemplo fue esencial para contagiar el entusiasmo por la vacuna tanto entre las poblaciones hispanas como ultramarinas. En Cajamarca, la vacuna también contó con el apoyo y la infraestructura de la orden betlemítica, como ya había ocurrido en otras ocasiones. El prefecto del Hospital de Belem se responsabilizó de la labor iniciada por Salvany. El trabajo realizado llegó a oídos del rey y el monarca valoró y reconoció su labor vacunadora: Según el aviso de 8 de septiembre de 1806, confirmando por otro posterior de Salvani, en cuya virtud doy a V.m. en nombre de S.M. expresivas gracias encargándole que las dé así mismo al Prefecto de Bethlemitas Fray Rafael de Belem por su celo en procurar la propagación, y a cuantos hayan contribuido a un objetivo de tanta importancia, y expresando que nada omitirá para perfeccionar la empresa.28
Después de Cajamarca, los expedicionarios tomaron rumbo a Lima, haciendo escala en Trujillo. Cuando Salvany llegó a Lima, la vacuna se comerciaba, se compraba y se vendía como el aguardiente o la sal. No estaba controlada por facultativos, sino por comerciantes, que veían en este fluido un modo rápido y seguro de enriquecerse. Ante este hecho generalizado y mantenido por la población limeña, Salvany no pudo actuar. Se sintió incapaz de transformar esta realidad y, desilusionado, abandonó las vacunaciones en masa, más o menos generalizadas. Delegó estas operaciones a los médicos locales de la ciudad, que, a su modo, ya trabajaban. En lugar de luchar contra la realidad vacunal establecida intentó transformarla. Dedicó todas sus maltrechas fuerzas a elaborar un reglamento que organizara todas las campañas, métodos y planes de vacu-
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nación y fuera común para todo el virreinato peruano. La estancia de la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna en Lima fue larga. Durante ese período se produjo el cambio de virrey, con la sustitución de Gabriel Miguel de Avilés (1735-1810) por José Fernando de Abascal (1743-1821). Este cambio de personas dio lugar a una trasformación de la actitud hacia la Real Expedición. En Lima, Salvany dejó las vacunaciones en manos de facultativos experimentados y naturales, y como disponía de mucho tiempo libre se dedicó a estudiar y a escribir, y se vinculó a la élite académica de la Universidad de San Marcos y a las tertulias ilustradas, que, a imagen de la metrópoli, se celebraban en las casas de los intelectuales criollos. Mientras Salvany reposaba en Lima, comisionó a Manuel Julián Grajales para que propagara la vacuna por Cuzco, ciudad sagrada de los incas con una alta concentración de población indígena. A la vuelta de Grajales, Salvany propuso una nueva división del grupo. Salvany saldría de Lima el 15 de octubre de 180729 en dirección a Arequipa. Un mes más tarde, después de los preparativos del barco, los pertrechos y los niños, Grajales salió del puerto de El Callao rumbo a la capitanía general de Chile30. Nunca más se volverían a ver. El viaje desde la costa (Lima) a la sierra (Arequipa) agravó nuevamente la dañada salud de Salvany. La altura y los fríos de la sierra afectaron la enfermedad pulmonar que padecía. Tardó casi dos meses en realizar el trayecto, que finalizó el 9 de diciembre de 1807 en Arequipa, donde llegó enfermo. Todavía impresiona leer los síntomas que describen quienes lo vieron. El certificado médico dice: «Se confundía con la Apoplegía por la intermitencia de su pulso, y por la respiración estertorosa precedida de movimientos convulsivos; y el síncope en su cesación, nos presentaba un espectáculo de horror».31 Salvany pasó la Navidad de 1807 y recibió el año nuevo en esta ciudad. La estancia en Arequipa fue reconstituyente, pero la expedición debía continuar propagando la vacuna y no podía demorarse eternamente en un lugar. Salieron de Arequipa con dirección a la población situada a mayor altitud de la cordillera andina, La Paz. El trayecto, de una semana, a Salvany le costó más de un año. El trayecto de Arequi-
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pa a La Paz no es largo, pero está deshabitado. Las escasas poblaciones existentes carecían de facultativos y de remedios para mejorar su dolencia. En lugar de mejorar, con el tiempo, su salud empeoró y la enfermedad se agravó. El día 1 de abril de 1809, llegó finalmente a La Paz, primera ciudad de la Real Audiencia de Charcas, que pertenece al virreinato de Buenos Aires. Tras dos semanas de total tranquilidad, en reposo absoluto, su salud no mejoró. Si de Arequipa a La Paz tardó más de dieciséis meses, de La Paz a Cochabamba, un trayecto parecido, empleó otros trece. Las condiciones climáticas mejoraron, pero no así la salud de Salvany. Los valles interandinos se convirtieron en valles de lágrimas que presagiaban su muerte. Salvany mantenía el entusiasmo para propagar la vacuna, pero las fuerzas no le acompañaban. Desde Cochabamba, dos meses antes de su muerte, solicitó el permiso al presidente de la Real Audiencia de Charcas para internarse y propagar la vacuna en las provincias de Mojos y Chiquitos.32 Estas provincias eran unas reducciones de indios en manos de misioneros, que quedaban drásticamente diezmadas cuando aparecía una epidemia de viruelas naturales. Salvany falleció en Cochabamba el 21 de julio de 1810. Dejó sin terminar la campaña de propagación de la vacuna por el territorio sudamericano, pero supo contagiar su entusiasmo a su alrededor y otros facultativos tomaron la alternativa. La empresa soñada por Salvany para llevar la vacuna a la región de Moxos y Chiquitos la llevó a cabo un médico militar llamado Santiago Granado. Al mismo tiempo, Grajales y Bolaños, comisionados por Salvany, propagaron la vacuna por la capitanía general de Chile.
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SEGUNDA PARTE RELACIONES Y CONTEXTOS DEL SIGLO XVIII AL XIX
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Capítulo 2
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Manuel Lucena Giraldo Centro de Ciencias Humanas y Sociales, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, España La Real Expedición Filantrópica de la Vacuna constituye, en el contexto de las historias nacionales hispanas y de la propia historia global de la ciencia, una extraordinaria anomalía. Si entre las tareas habituales de los historiadores figura el énfasis explicativo, la conversión de las casualidades en causalidades y el hallazgo de claves interpretativas, para calificar «ese cuento de la expedición de la vacuna», como se la consideró en una ocasión en un evento universitario latinoamericano, resulta inevitable usar la desgastada y aburrida categoría de «realismo mágico». Francisco Xavier Balmis, José Salvany, Isabel Zendal y sus equipos, entre otros Manuel Julián Grajales y Antonio Gutiérrez Robredo, y por supuesto los niños huérfanos de A Coruña, protagonistas de la primera empresa de vacunación global, institucional e imperial de la que se tiene conocimiento, durante largo tiempo fueron reducidos a la ignorancia y el menosprecio. El nacionalismo hispanoamericano de tendencia liberal, por principio, tendió a negar, con algunas notables excepciones —el sabio gaditano José Celestino Mutis, en el caso de Colombia—, que existiera una ciencia imperial ilustrada española asimilable a la europea contemporánea, integrable en las mitologías nacionales republicanas fabricadas y propagadas desde el siglo xix. El llamado «tiempo colonial», que todavía se rememora en las escuelas cada mañana con los himnos nacionales mientras se izan las banderas, se interioriza como una era de cadenas y servidumbre intole-
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rable, felizmente dejada atrás. El rechazo a la herencia española es un elemento paradigmático de esa pedagogía nacionalista decimonónica.33 En su versión de nacionalismo conservador, el ajuste tampoco fue fácil. Con frecuencia, la extensión de la vacuna desde 1803 trajo novedades políticas de asimilación complicada, pues obligó a complejos procesos de pacto y negociación con la emergente sociedad civil y en el contorno de una esfera pública multiétnica. La vacuna, iniciativa real y monárquica, fue símbolo y herramienta de modernidad, cargada en este sentido de lecturas diversas, polisémica. De alguna manera, la retórica apelación a la figura del príncipe de los viajeros, el prusiano Alejandro de Humboldt, que bendijo el esfuerzo de la monarquía española por el avance de la ciencia tanto como se aprovechó de él, resolvió el problema, pues sirvió para justificar, entre conservadores y liberales hispanoamericanos, una posición anómala, es decir, insólitamente favorable. La Expedición de la Vacuna formaría parte tanto de las luces como de la oscuridad. En la calculada ambigüedad humboldtiana, ha facilitado la convivencia de visiones contrapuestas hasta nuestros días.34 El tránsito de imperio a nación española atlántica En realidad, más allá de lo acomodaticio y coyuntural de interpretaciones posteriores, lo remarcable es la coincidencia temporal y en parte espacial de los recorridos de Humboldt por la América española, de 1799 a 1804, con las regiones, pueblos y ciudades que los introductores de la vacuna recorrieron, juntos y por separado, de 1803 a 1810, más los epígonos del caso. La vacuna, como innovación científica y médica, formó parte de un conjunto de mutaciones fundadoras del tiempo moderno, políticas, sociales, culturales, y se inscribió en una aceleración histórica que se suele calificar como «era de las revoluciones». Carece de sentido debatir sobre ella como anomalía, o extraña particularidad, pues sin el espíritu de innovación y pujanza de la América española en la que se inscribió e implantó, no hubiera sido aceptada y difundida. Eso donde no era ya conocida, como ocurrió en algunos casos, para asombro y frustración de Balmis. Por
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ejemplo, en Veracruz, nada menos que el puerto principal del virreinato de Nueva España. A la muerte de Carlos III, el 14 de diciembre de 1788, la Real Armada española contaba con un poderío formidable: 292 navíos de guerra —78 de línea, 60 fragatas y el resto de menor porte— servidos por 65 000 hombres de maestranza, marinería y tropa. No puede extrañar la mitificación contemporánea de este rey como héroe del progreso, y tampoco el duelo por sus exequias, o el sentimiento de final de época que las acompañó. En torno a la figura del tercer Carlos se suelen olvidar dos hechos fundamentales: su experiencia anterior como monarca de Nápoles y la sólida herencia reformista que recibió de su medio hermano, el gran Fernando VI, que reinó de 1746 a 1759. En lo referente al mundo americano, el tránsito de una visión dinástica y patrimonial de la monarquía de los Austrias hacia otra nacional y española, con territorios a ambas orillas del Atlántico, se puso de manifiesto ya entonces, pues la ejecución del Tratado de Límites hispano-portugués de 1750, o Tratado de Madrid, lo puso en marcha. Afectó territorios fronterizos como Venezuela y el Río de la Plata, que en la nueva geoestrategia borbónica tendrían gran importancia. La voluntad de la Corona, plasmada en un modelo de sometimiento de los poderes intermedios y corporativos —cabildos de las ciudades, jesuitas y otras órdenes religiosas— que habían dado sentido y estabilidad a la sociedad americana tradicional, se hizo obvia durante los trabajos de las expediciones de límites en el Orinoco, Paraguay, Montevideo y Buenos Aires. Los enfrentamientos de sus comisarios —oficiales de la Real Armada y militares, representantes cualificados de las nuevas políticas— y de otros expedicionarios, en ocasiones médicos y botánicos, con gobernadores nada dispuestos a cumplir órdenes, pero sobre todo con los misioneros jesuitas, fueron continuos.35 Hacia 1756, liquidado el experimento utópico misional de las reducciones del Paraguay en aras de la nueva razón de Estado, se hizo evidente que la lucha entre los imperios europeos había alcanzado una dimensión global. Una combinación de complejas alianzas, venganzas pendientes y ambiciones nada disimuladas de las coronas de Austria, Rusia y Prusia, junto a la rivalidad
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franco-británica y la conflictividad fronteriza, desencadenaron la guerra de los Siete Años, llamada «Franco-India» por los británicos y los pobladores de sus trece colonias norteamericanas. La derrota franco-española ante Gran Bretaña en 1763, que se considera el punto de partida de las reformas borbónicas en el Nuevo Mundo, en realidad fue un catalizador. Para España, el tiempo lento en la aplicación de las reformas políticas en América había terminado y, como señaló con agudeza John Lynch, era el momento de pasar de un «imperio de consenso» a otro «imperio de control».36 El principio de actuación política sería la «deconstrucción» del Estado criollo, la implantación en América, como había ocurrido en la Península, de una «nueva planta» que suprimiera leyes locales y jurisdicciones particulares y sometiera corporaciones, estamentos y repúblicas seculares y eclesiásticas al poder de la monarquía y de sus directos representantes, en especial marinos, militares y científicos. Tras la toma de Manila y La Habana por los británicos en 1762, los ministros reformistas de Carlos III asumieron que sus ambiciones no conocían límites. La aplicación de intendencias de guerra y Hacienda en América como había ocurrido en la Península ofrecía una solución, ya que vinculaba la defensa militar a la reorganización hacendística. Pero en la Corte madrileña el debate, largo tiempo postergado, sobre la reforma de los antiguos reinos de Indias apuntaba también en otras direcciones.37 La opción constitucional obvia era la replicación en América de las intendencias peninsulares, que se habían mostrado eficientes en el paso de una monarquía compuesta, formada, por así decirlo, por trozos sueltos, como la de los Austrias, a una estructura de imperio centralizado que iba camino de convertirse en una sola nación española a ambas orillas del Atlántico. Ello implicaba dedicar una parte de los esfuerzos de los ministros reformistas al comercio americano, cuyas reglas, en efecto, se vieron alteradas a partir de 1765 como no había sucedido en los últimos dos siglos. Aquel mismo año, un decreto suprimió varios derechos y los sustituyó por un nuevo impuesto del 6 por ciento sobre los productos españoles y del 7 por ciento sobre los extranjeros. El monopolio legal del comercio entre España y América, que en todo caso nunca fue operativo, desapareció. La libertad
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mercantil comprendía nueve puertos peninsulares —Santander, Gijón, A Coruña, Sevilla, Cádiz, Málaga, Cartagena, Alicante y Barcelona—, que recibieron permiso para comerciar con Santo Domingo, Puerto Rico, Trinidad, Margarita y Cuba. Allí, al tiempo que los correos marítimos, el año anterior se había erigido la primera intendencia americana. Era solo el primer paso. Reformas anticriollas, respuestas americanas La figura fundamental en la organización de las reformas borbónicas en América fue José de Gálvez, todopoderoso visitador de Nueva España y ministro de Indias hasta su muerte en 1787. A su llegada allí en 1766, de acuerdo con las instrucciones que había recibido del ministro marqués de Esquilache, pretendió reorganizar la defensa y administración hacendística, pero pronto destacó por su habilidad para interferir en las redes de poder locales e implantar el nuevo modelo de poder monárquico, centralizado y eficaz. La represión de los motines causados por la expulsión de los jesuitas en 1767 en San Luis de la Paz, San Luis Potosí, Guanajuato, Valladolid, Pátzcuaro y Uruapan, marcó la diferencia a su favor. Con el apoyo de un virrey también recién llegado a México, el marqués de Croix, Gálvez organizó una expedición punitiva que aplicó por doquier «castigos ejemplares y bien merecidos». El triunfo aparente de la nueva planta constitucional, que algunos han calificado de «segundo imperio» español en América (durante el siglo xix llegaría el tercero, limitado a Cuba, Puerto Rico, Guinea y Filipinas), no impidió que vastos sectores criollos americanos, de todos los orígenes étnicos —blancos, mulatos, indígenas, mestizos—, favorables y contrarios a las reformas promovidas por Gálvez, manifestaran su opinión. Quienes se opusieron a los cambios utilizaron la autoridad de la tradición, de lo que había demostrado ser útil con el paso del tiempo y no debía transformarse bajo ningún concepto. Una figura tan importante como el presidente del Consejo de Indias, el marqués de San Juan de Piedras Albas, señaló en un informe fechado hacia 1768 que Gálvez era un arrogante y un peligro. La alteración de un método observado desde el descubrimiento y la conquista de América,
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confirmado y aprobado por «ministros doctos y sabios virreyes» y a la vista de «ejemplarísimos y celosos prelados», para introducir «un opuesto sistema, una universal mutación, en países donde toda novedad se recibe con violencia», constituía un terrible error. Según su punto de vista, el cambio en el gobierno ultramarino resultaba una grave equivocación, pues «la diversidad de naciones pide diferencia de gobiernos» y «no siempre los remedios convenientes a la cabeza pueden ser de beneficio a las demás partes del cuerpo». Esta afirmación, en tanto que adaptación a la circunstancia y naturaleza locales, en modo alguno constituía un obstáculo para el buen gobierno de la monarquía española, pues de acuerdo con un principio de realidad, esta podía contener múltiples reinos y jurisdicciones sin dificultad. Esa diversidad garantizaba que perdurara en el tiempo. En 1770 Francisco Antonio Lorenzana, arzobispo de México, no había dudado en señalar: «Dos mundos ha puesto Dios en las manos de nuestro católico monarca y el Nuevo no se parece al Viejo, ni en el clima, ni en las costumbres, ni en los naturales; tiene otro cuerpo de leyes, otro Consejo para gobernar, mas siempre con el fin de asemejarlos. En la España Vieja solo se reconoce una casta de hombres, en la Nueva muchas y diferentes». El aparente éxito de la visita efectuada por Gálvez en Nueva España hasta 1771, que implicó la reorganización militar y hacendística, la división del virreinato en once intendencias, la supresión de 150 alcaldías mayores y el relevo de criollos por peninsulares en importantes magistraturas (en 1768, seis de los siete oidores o ministros de la audiencia judicial y de gobierno eran criollos, en 1776 se reservó un contingente de dos tercios en audiencias y capítulos de catedrales para peninsulares), no dejó de ser puesto en duda con sólidos argumentos. El cabildo de México envió al rey «en nombre de toda la nación española americana» una «Representación», dirigida a contener injusticias y calumnias. Su autor fue el oidor mexicano Antonio Joaquín de Rivadeneira, quien hizo una vibrante afirmación de patriotismo al proclamar la igualdad de españoles americanos y peninsulares en ingenio, aplicación, conducta y honra, así como su idoneidad para ocupar puestos de gobierno por el mejor conocimiento del país, su naturaleza, habitantes y leyes, y por su origen noble y limpio, «sin trazas de converso, moro, judío o gitano».
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Como verdaderos españoles que eran, los españoles americanos merecían demostrar su lealtad en el real servicio, cuando además era ostensible la flagrante ineptitud de los oficiales llegados de España en los cargos, culpables del estado abatido de los indígenas, pese a la bondad de las leyes. La crítica a visitadores, mariscales y eclesiásticos reformadores no fue disimulada: «El recién venido trata de plantar sus ideas, de establecer sus máximas y yerra y destruye más que construye, pues viene lleno de máximas de la Europa inadaptables en estas partes».38 Pero la era del gran ministro de Indias José de Gálvez había comenzado y duraría hasta su muerte. De regreso a España y convertido en poderoso ministro de Indias, en 1777 envió tres fiscales a Sudamérica para que realizaran una reforma política como la que había efectuado en Nueva España. José de Areche, fiscal de la Audiencia de México, debía ocuparse del Perú; José García de León Pizarro, de la Audiencia de Sevilla, de Quito; y Francisco Gutiérrez de Piñeres, fiscal de Cádiz, iría al Nuevo Reino de Granada, la actual Colombia. La ofensiva reformista se completó con el envío de Pedro de Ceballos al virreinato del Río de la Plata, recién creado en agosto de 1776, y de José de Ábalos para organizar la intendencia de la rica Venezuela. La intervención expeditiva de funcionarios dotados de amplios poderes fue el signo de un tiempo cuya imagen historiográfica ha sufrido profundas distorsiones. La necesidad de buscar antecedentes de las independencias ha convertido las reacciones a sus designios en signos de rebelión y revolución anticipada, mientras la poderosa propaganda de las reformas coloniales pudo, en cierta medida, sobrevalorar sus éxitos. Es posible que el radicalismo del lenguaje empleado por los visitadores enviados a la América española por el ministro Gálvez fuera una de las causas de la falta de entendimiento respecto a sus propósitos, al operar en un contexto americano acostumbrado al pactismo y la negociación. Al llegar a América, los visitadores Areche, Gutiérrez de Piñeres y García de León Pizarro pusieron en marcha medidas concretas. Areche logró la deposición del virrey Guirior en Perú (que había rechazado sus medidas ante el temor de que produjeran un levantamiento); reajustó la tasa de la alcabala al 6 por ciento y la impuso incluso a los géneros peruanos. Ordenó pagar el quinto de vajilla;
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depuso a funcionarios de Hacienda incompetentes o corruptos; sustituyó el sistema de consorcio de mineros por el de contratista único en la mina de mercurio de Huancavelica; estableció una aduana en el puerto de Arequipa, e hizo censar a los indígenas para imponerles un tributo destinado a financiar la guerra contra Gran Bretaña. Gutiérrez de Piñeres se enfrentó en Nueva Granada al virrey Flores, que también se opuso a las reformas. Este se trasladó a Cartagena con la excusa de dirigir la defensa militar frente a los británicos. Estableció el estanco de la producción de tabaco, una gran renta para el Estado, prohibió su cultivo en algunas zonas e impuso la renta de naipes y aguardiente. Además, organizó la dirección de rentas; abrió las aduanas de Santafé de Bogotá y Cartagena, y publicó una instrucción de nuevos gravámenes. Había que pagar por todo, dijeron algunos, no sin razón. En Quito, donde se recordaba la «revolución de las alcabalas», protagonizada en 1765 sobre todo por mestizos (durante su transcurso se emitió un decreto de expulsión de todos los peninsulares, excepto los casados con criollas), García de León Pizarro tomó medidas similares, pues estableció el estanco del tabaco; rehabilitó los del aguardiente y los naipes; reorganizó la aduana, y regularizó el cobro de alcabalas y la renta de la pólvora. Las medidas reformistas produjeron respuestas variadas.39 En 1780 hubo motines en Arequipa, La Paz y Cochabamba y se abortó un levantamiento en Cuzco. El 4 de noviembre de ese año, día de la onomástica real, comenzó la gran revolución peruana de Túpac Amaru, que se extendió hasta marzo del año siguiente. Tras ella, se produjeron las revueltas criollas de Oruro e indígena de Túpac Catari, que se había autoadjudicado el cargo de recaudador de tributos reales y cercó La Paz con los indígenas en marzo y agosto de 1781. En Quito hubo motines y en 1780 estallaron revueltas contra el aumento de gravámenes en Ambato, Quizapincha, Pillaro, Baños, Patate, Izamba, Pasa y Santa Rosa. Finalmente, en la Nueva Granada los comuneros de El Socorro, con un «ejército» de veinte mil personas, llegaron a las puertas de la capital, Santafé, donde los oidores de la audiencia y el arzobispo y luego virrey Caballero y Góngora lograron detenerlos. Su influencia se extendió hasta Mérida y La Grita, en los Andes de Venezuela.
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La universalidad de estas respuestas oponiéndose al reformismo de la monarquía española, al tratarse de movimientos urbanos y rurales, de tierra fría y caliente y con participación de mestizos, blancos, indígenas y castas, resulta tan evidente como su tradicionalismo y pactismo. El grito «Viva el rey y abajo el mal gobierno», utilizado en el mismo sentido que en la metrópoli madrileña durante el motín de Esquilache de 1766, funcionó como un artificio que salvaba la figura simbólica del monarca, alejando la posible acusación de traición o delito de lesa majestad, al tiempo que subrayaba la idea de conservación de la sociedad política, el «cuerpo de monarquía». La legitimidad nunca se puso en duda. Pero las palabras de la administración moderna —estancos, aduanas, repartos, impuestos, padrones, quintos— habían sublevado a las sociedades americanas, fieles a su tradición pactista procedente del siglo xvi. Un paso atrás, dos adelante La Paz de París de 1783, que selló la derrota británica frente a las monarquías borbónicas de Francia y España y la independencia de Estados Unidos, marcó un hito decisivo, porque abrió una coyuntura de tranquilidad que hubiera podido asegurar sus efectos más duraderos. En especial los derivados de la promulgación del famoso Reglamento «de comercio libre y protegido» de 1778. Ciertamente, las reacciones a algunas medidas ya habían moderado algunos de sus diseños más radicales y a partir de 1787, cercana la muerte de Carlos III, entraron en su último período de aplicación, que se prolongó hasta la crisis de 1792 y el ciclo de revoluciones en Francia, Haití e hispanoamericanas, en las que operarían, en difíciles circunstancias, los miembros de la Expedición de la Vacuna. Una real orden comunicada al consulado de Sevilla por el ministro de Marina e Indias, Antonio Valdés, en octubre de 1787, preguntó por los resultados de la aplicación del libre comercio en su distrito. La respuesta no dejaba lugar a dudas. Desde el año anterior, el volumen del comercio peninsular con América no se correspondía con el tráfico naval. La recesión económica era general, con saturación de mercados, escasez de operaciones, precios declinantes, ventas a precio de coste y escasez de moneda.
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Las conclusiones resultaron llamativas. La especulación traída por la aplicación del Reglamento de 1778 había producido una crisis financiera en España, mientras que en América se quejaban de que la plata desaparecía («vaciamiento de numerario») y se criticaba la ambición desmedida de los nuevos mercaderes, muchos de ellos procedentes de la periferia peninsular, que con los contrabandistas habían saturado los mercados. La respuesta de las autoridades, lejos de constituir la reacción inconsecuente que han visto algunos autores, supuso una brillante adaptación a las circunstancias e implicó el regreso a los viejos y eficaces mecanismos del pacto constitucional entre España y América, anteriores al reformismo implantado por Gálvez. Los «excesos de celo de alocados ministros», el nepotismo familiar que había promovido y la corrupción debían ser eliminados para retornar al «equilibrio», entendido como un gradual proceso nacionalizador español de la antigua monarquía patrimonial de los Austrias. De acuerdo con un estado de opinión perceptible en la década de 1780, la modificación constitucional que había representado el reformismo inicial, con su impronta anticriolla, ponía en peligro la misma existencia de la monarquía española, que había visto socavada la fidelidad de los americanos. El sentimiento de comunidad atlántica debía ser restablecido y para ello se podía acudir a fórmulas imaginativas. Proyectos como los recogidos en la «Representación» de 1781 del intendente de Venezuela José de Ábalos, «en la que pronostica la independencia de América y sugiere la creación de varias monarquías en América y Filipinas», regidas por infantes residentes en Lima, Quito, Chile y La Plata, o el famoso «Dictamen reservado» de 1783 a cargo del conde de Aranda, que propuso el establecimiento de tres infantes de la dinastía real en México, Perú y Nueva Granada, que el rey de España tomara el título de emperador y abandonara los demás territorios, «contentándose» con el pago de tributos y el control del comercio, reflejan el espíritu creativo, prospectivo, de aquella década. Ambas propuestas de monarquía española en los dos hemisferios, europeo y americano, apuntaban a una renovación pactista de una relación constitucional deteriorada, a fin de evitar el peor escenario posible.40 Este ya se había producido en la América británica: la independencia de Estados Unidos.
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Para evitar que ocurriera algo parecido, las iniciativas del último reformismo borbónico en América, en el que se debe inscribir la expedición de la vacuna, fueron impulsadas por el conde de Floridablanca en el Ministerio de Estado, y el bailío Antonio Valdés en Marina e Indias. Ambos recogieron planteamientos críticos y diseñaron reformas que ampliaron de manera consecuente la base social del poder español en América. Un paso atrás en las reformas podía equivaler a dar dos pasos adelante en la nacionalización española de la monarquía en América, imbuida, aunque con retraso, del talante uniformizador de la administración moderna que ya existía en Europa. La inmediata desaparición del Ministerio de Indias y la administración de sus negocios por los ministerios peninsulares correspondientes, solicitada por el conde de Aranda y ejecutada de inmediato, fue un gran ejemplo41. Obedeció al intento de reforzar la homogeneidad entre lo español peninsular y americano que tanto preocupaba, a fin de formar «un solo cuerpo de nación», sin la menor duda con carácter imperial: para contener una metrópoli europea y unas provincias ultramarinas en América. Las medidas de inclusión de mulatos, pardos, negros libres y castas en cuerpos militares, la inversión en la Real Armada, fundación de universidades y protomedicatos que coordinaran la sanidad, o la limitación del fuero y la jurisdicción de dueños de haciendas y hatos, como ocurrió en los llanos venezolanos, se vinculó también a ese impulso de corrección política tendente a abrir espacios políticos, sociales y hasta étnicos a una nación imperial española. Había que reformar para evitar una revolución, si se puede enunciar en estos términos. En aquella etapa, la emergencia de mestizos y mulatos, con la consideración o la aspiración a ser considerados blancos en términos legales, por ejemplo, contó con frecuencia con el apoyo de la Corona. También con el rechazo absoluto de las élites americanas blancas, opuestas a semejante experimento. Si la «Real pragmática de casamientos de 1778» colocó a los funcionarios reales del lado de las élites blancas, al dar a los padres el veto sobre los esposos de la siguiente generación, ya que, si el futuro cónyuge tenía «defectos» como ilegitimidad o color «quebrado», podían apelar ante las autoridades para evitar una unión des-
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igual; dos famosos decretos de 1794 y de 1795 actuaron en sentido contrario. Una real cédula declaró que los bautizados como expósitos o de padre desconocido podían lograr privilegios reservados a los hijos legítimos, mientras que otro precepto estableció un arancel para las «gracias al sacar», mediante las cuales mulatos y pardos podían «comprar» la blancura legal y convertirse en personas «honorables». Lo importante era que la gente de color fuera leal al rey y a la monarquía española. En años sucesivos, los pleitos sobre su acceso a escribanías, colegios de abogados, puestos de presbíteros, el uso del distintivo de «don», la entrada en sacerdocio, el estudio de filosofía en la universidad o la obtención del título de cirujano, más allá de la resolución legal de los pleitos a favor o en contra, evidencian que la posibilidad del ascenso social para aquellos grupos no blancos había quedado entreabierta, pese a la protesta de instituciones dominadas por los criollos blancos, como los consulados de comerciantes o los cabildos que gobernaban las ciudades. Por otra parte, a partir de 1789 la ampliación del comercio libre, la liberalización de la trata de esclavos (solicitada entre otros por los poderosos aristócratas cubanos, que habían decidido convertir la «Perla de las Antillas» en una factoría azucarera), la concesión de nuevos consulados de comerciantes en América, o la organización de la gran expedición Malaspina, que el Imperio español contemplaba como un objeto de estudio científico a partir del cual recabar una información enciclopédica que permitiera realizar una excelente acción de gobierno, constituyeron pasos dirigidos a articular ese nuevo estilo de gobernar, entre tecnocrático y pactista, que el ministro de Marina, Valdés, personificó a la perfección hasta su renuncia definitiva en 1795. Precisamente, Malaspina fue el autor de los diez «Axiomas políticos sobre la América», escritos entre 1788 y 1789, un texto que estaba en línea con los de Ábalos y Aranda, o con las reflexiones de Francisco de Saavedra, otro experto administrador de los asuntos americanos consciente de la volatilidad de la situación americana y de la fragilidad del «espíritu nacional», más allá de los signos aparentes de tranquilidad.42 El Imperio español era reformable, pero para retornarlo al equilibrio y evitar la revolución había que introducir cambios a tiempo.
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Ni gobierno ni dinastía. Solo nación española Para 1804, cuando Haití logró la independencia de Francia y de Napoleón, y se convirtió en la primera república negra del mundo, la diplomacia del favorito y poderoso ministro Manuel Godoy había subordinado los intereses de la monarquía española. Primero al directorio francés; luego al consulado; finalmente al imperio de Napoleón, coronado por el papa Pío VII aquel mismo año. Su gobierno fue nefasto para la América española y casi se inauguró, no lo olvidemos, con la cesión de la parte española de Santo Domingo que le valió el título de «Príncipe de la Paz» en 1795, una violación flagrante de las Leyes de Indias que mostró a los españoles americanos el final del carácter patrimonial de la monarquía y también que se habían convertido en moneda de cambio del equilibrio de poder europeo, algo que jamás había ocurrido hasta entonces. A la pérdida de la vital isla de Trinidad de Barlovento en 1797 a manos británicas, se sumó la de Luisiana, cedida a Francia, todo ello a cambio de un difuso ducado italiano para el infante Luis Francisco de Borbón-Parma. Como había señalado el conde de Aranda, se trataba de una pieza clave en la defensa del virreinato mexicano frente a los emergentes y agresivos Estados Unidos, que pasaron a controlar también el puerto de Nueva Orleans y la navegación del Misisipi. En los desastrosos tratados de San Ildefonso, de 1800, y de Aranjuez, de 1801, España también entregó a Francia seis navíos de setenta y cuatro cañones, pero obtuvo la salvaguarda de Luisiana, que Napoleón se comprometió a retrotraer a España si llegaba el caso. Hizo lo contrario, pues en 1803 vendió el 23 por ciento de su actual territorio, más de dos millones de kilómetros cuadrados, por quince millones de dólares, precisamente a los amenazantes Estados Unidos. Los virreyes e intendentes americanos no solo vigilaban los movimientos de los franceses y sus espías diseminados por el Caribe, cuyos informes hoy se califican como literatura de viajes, sino que hicieron frente a las primeras manifestaciones revolucionarias. Entre ellas cabe destacar la repercusión de la conspiración republicana de San Blas de 1795, en la cual participó el mallorquín Juan Bautista Picornell. Tras su fracaso en la Penín-
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sula fue enviado a Venezuela, donde lo encarcelaron en la prisión de La Guaira, desde la cual él y sus compañeros proyectaron alterar la capitanía general venezolana con un tumulto y «liberar a las clases serviles». Lograron huir, pero el 13 de julio de 1797 el obispo de Caracas y las máximas autoridades civiles y militares supieron del movimiento insurreccional, que pretendía promover la independencia e instaurar un gobierno republicano. La idea de restitución de la soberanía americana constituía un mandato que no dudaron en asumir dos cabecillas revolucionarios, los criollos Manuel Gual y José María España, que fueron delatados y detenidos, pero lograron escapar. El primero, capitán retirado, sería envenenado en Trinidad y el segundo, justicia mayor de Macuto, delatado por un esclavo, fue ejecutado en Caracas en 1799.43 En años posteriores, mientras los miembros de la Expedición de la Vacuna se desplegaban, la sensación de inseguridad en la América española se debió, más que a disturbios interiores, a las interminables guerras con Gran Bretaña (1796-1802, 18041808), que evidenciaban las serias limitaciones de la defensa imperial, a pesar de la mejora experimentada. El 17 de abril de 1797 una escuadra británica, formada por dieciocho embarcaciones que transportaban 14 100 hombres atacó San Juan de Puerto Rico. El brigadier Castro, sabedor de las hostilidades que amenazaban las posesiones españolas de América, había hecho los preparativos adecuados y sus tropas lograron rechazar el asalto. A partir de entonces, con alguna etapa de tregua, el comercio se hizo casi imposible y la derrota de la escuadra combinada hispano-francesa en 1805 en Trafalgar, seguida de inmediato por sendos intentos británicos de invasión en Venezuela y el Río de la Plata, puso de manifiesto hasta qué punto los habitantes de la América española estaban condenados a defenderse solos. En 1806 el venezolano Francisco de Miranda, antiguo oficial del ejército real, armó el Leandro y reclutó mercenarios, desempleados, granjeros y marineros en los muelles de Nueva York y las tabernas de Brooklyn. Con ellos pretendió «liberar al Nuevo Mundo de la tiranía española». La embarcación partió de Staten Island el 2 de febrero y tomó el camino de Haití, donde el precursor esperaba contratar más personal. Ajeno a las peculiaridades
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de la tripulación, enarboló por primera vez la bandera tricolor —amarillo, azul y rojo— y la hizo jurar lealtad «al libre pueblo de Sudamérica, independiente de España». A finales de julio la flotilla se dirigió hacia Coro, en el occidente venezolano. El 3 de agosto los integrantes de la expedición lograron desembarcar, pero los vecinos huyeron hacia las montañas y el gobernador solicitó refuerzos a Caracas y Maracaibo. En el puerto de La Vela, Miranda izó la nueva bandera, reclutó algunos jóvenes y enfermos y, aunque apeló a «los buenos e inocentes indios, los bizarros pardos y los morenos libres», asistió impávido a su indiferencia y al fracaso de sus ofrecimientos de libertad. El día 13 reembarcó a sus hombres y abandonó Venezuela. Retornaría en 1810 con la revolución de independencia iniciada.44 Mucho más grave fue la acometida británica al Río de la Plata a comienzos de 1806, con tropas traídas de la India y Australia. En abril de aquel año, un convoy naval partió de Sudáfrica hacia el Río de la Plata y el 20 de mayo la fragata Leda se presentó ante la fortaleza de Santa Teresa, en la Banda Oriental uruguaya. El 11 de junio la flota se encontraba al completo en las aguas del Plata y sus superiores diseñaron el plan de invasión. En la mañana del 25, la flota británica apareció frente a Buenos Aires en línea de batalla y poco después 1641 soldados y oficiales desembarcaron en los Bañados de Quilmes. Las compañías de milicianos intentaron organizarse y en el fuerte se reunieron jefes militares, oidores de la audiencia, miembros del cabildo y el obispo. El virrey Sobremonte, mientras tanto, había permanecido impávido, entregado a su afición al teatro y a sus amantes. Poco después, la capital y sus 40 000 habitantes cayeron en manos de los invasores, que solo sufrieron la pérdida de un marinero. La resistencia regional se organizó de inmediato. Tras reclutar gente en el interior, la acción libertadora se puso en marcha y en agosto de 1806 se produjo la rendición británica. Tan solo cinco meses después, una nueva acometida fracasaría ante el patriotismo y el organizado espíritu de resistencia de los rioplatenses, dirigidos por el futuro virrey Liniers.45 Aquella imagen de valentía y resistencia, sin embargo, servía para la periferia imperial española, pero no para la metrópoli, en la cual Napoleón estaba a punto de lograr sus fines: apoderarse
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de la España peninsular, saquearla, instalar una especie de protectorado y controlar desde allí la rica y próspera América española. Con lo que no podía contar era con el instante fatal en que el pueblo de Madrid se sublevaría el 2 de mayo de 1808, para poner en marcha la «santa insurrección española» contra sus impíos y sacrílegos designios. Tampoco con la permanencia de la lealtad de los españoles americanos, que contribuyeron con hombres, armas y donativos a la resistencia peninsular mientras pudieron. Hasta que los patricios de Caracas establecieron el 19 de abril de 1810 una junta autonomista y crearon un modelo que se propagó de inmediato por el continente. Justo cuando se esperaba la inmediata caída de Cádiz en manos francesas, no antes, en expresión de fidelidad a una nación imperial española y ultramarina que todavía hallaría en la Constitución gaditana de 1812 una formulación no por breve menos definitiva. A todos ellos, el tiempo de revoluciones políticas y guerra civil que se avecinaba les pillaría, por utilizar una frase actual, «con la vacuna —al menos contra la terrible y mortal viruela— ya puesta».
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Capítulo 3
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Gema Desireé Cristóbal Querol Universidad Complutense de Madrid Este imponderable abandono, que se puede decir casi general en el Universo, há alcanzado, y por desgracia todavía alcanza lastimosamente á la España, donde la piedad fué siempre, y es al presente una de las apreciables calidades, que la ennoblecen, y distinguen [...].46
Sin duda, no es fácil sintetizar la vida en la inclusa del siglo xviii en unas pocas páginas. Son múltiples las investigaciones realizadas y las visiones expuestas. No obstante, sí se puede asegurar que el fenómeno del abandono y la vida en la inclusa viven un momento especial durante el siglo xviii. Los sentimientos filantrópicos, pero también utilitaristas, harán que la infancia menesterosa sea vista como una solución para múltiples problemas sociales, entre ellos, la vacunación masiva por todo el territorio imperial. Los niños de la Expedición Filantrópica de la Vacuna fueron esenciales para que esta tuviera éxito. Impregnados por el sentimiento utilitarista de la Ilustración, los dirigentes de la Expedición decidieron que los niños más vulnerables fueran portadores de la vacuna, convirtiéndose así en protagonistas de esta historia. Provenientes los primeros de las inclusas de A Coruña, Santiago de Compostela y Madrid, cabe preguntarse cómo eran estos establecimientos de asistencia benéfica que se localizaban por todo el imperio, aunque con menos presencia y recursos de los deseados.
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Los expósitos como protagonistas Los expósitos han sido objeto de estudio desde hace siglos. La exposición como práctica histórica tiene sus propios sujetos y espacios. Las cuestiones de legitimidad, honor, pobreza, blancura, vergüenza... están estrechamente vinculadas a los niños abandonados del Imperio y así se refleja en las fuentes conservadas. Los establecimientos de asistencia benéfica como las inclusas han sido uno de los focos de las investigaciones. Su documentación es rica y aportan información de todo tipo, desde la relacionada directamente con los expósitos (libros de registro de entrada y salida, expedientes personales, notas de abandono, etc.), como la que refleja la vida diaria de estos lugares: información médica (informes sobre epidemias, certificados médicos, etc.), de gestión (reglamentos, libros de actas, expedientes personales, etc.), sacramental (libros de bautismo y certificados de bautismo), contable (inventarios, libros de caja, presupuestos, etc.) y jurídica (testamentos, litigios, expedientes de adopciones, etc.). A pesar de que la historiografía ha dedicado bastantes trabajos al abandono infantil —múltiples latitudes analizadas con sus propias particularidades, pero guardando similitudes—, aún queda mucho por averiguar. Fuentes y perspectivas no utilizadas pueden dar la oportunidad de abrir nuevas líneas de investigación que ampliarán la visión sobre los expósitos y sus contextos.47 El estudio de las inclusas ha permitido construir parte de la historia de la infancia. Los niños, a falta de fuentes directas, han sido en muchos casos olvidados y obviados del discurso histórico. Sin embargo, la práctica expositiva y de acogida han sido estudiadas por su impacto en la vida social y sus implicaciones políticas. Estas investigaciones han permitido confirmar que los niños entraron en el discurso utilitarista que trajo la Ilustración, sobre todo los niños situados en los márgenes como pueden ser los expósitos. Menores abandonados por sus familias a los que no se les ofrecía un futuro esperanzador, que podían provocar la posibilidad de participar en el desorden público (nada deseado por las élites), así como una pérdida de población en general, y una pérdida de manos útiles en particular.
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Los discursos ilustrados del siglo xviii giran en torno a esta última idea. Realmente, apoyados por una realidad que les daba la razón, sin lugar a dudas. Las inclusas, donde solía acogerse a los expósitos, eran lugares escasos, con malas condiciones habitacionales, mala gestión y con una alta mortalidad. Desde hacía siglos venía reivindicándose atención a estos establecimientos, pero las pequeñas acciones no resolvían un problema grave y que deshumanizaba a la sociedad: aquellas criaturas indefensas eran completamente olvidadas. La filantropía ilustrada cambiaría la realidad previa y sentaría las bases para que posteriormente germinase (no exenta tampoco de dificultades e incapacidades) la beneficencia pública. Mucho antes de llegar al Siglo de las Luces, la Iglesia había empezado a prestar auxilio para tratar de paliar este mal endémico al que, quizá sin saberlo, había contribuido al catalogar de pecado el nacimiento de niños fuera del matrimonio cristiano y otorgándoles su condición de ilegítimos. Esa era una de las causas principales, junto con la pobreza, del abandono de niños. La vergüenza de las madres, mujeres marcadas por «el vicio y las pasiones», que debían ocultar el embarazo y el bebé para mantener su honor intacto. Las iniciativas religiosas, junto a las privadas (personales o colectivas como las cofradías), se sucedían por todo el territorio español desde hacía siglos. La caridad cristiana fijó estas prácticas, que siempre estuvieron presentes en el Antiguo Régimen, llevadas a cabo en algunos casos por órdenes religiosas.48 Pese a esto, gran parte del clero se vio impregnado de estos nuevos ideales y colaboró con la Corona en los cambios legislativos que, desde mediados del siglo XVII, se promulgan y también se demandan. La secularización de la sociedad permitió la introducción de los nuevos paradigmas de la infancia abandonada iniciados por el Estado, y gran parte de la élite, que, como señala Alcubierre,49 vio en estos niños una forma de riqueza. Así se demuestra en los textos legislativos, en los tratados de los especialistas y en las iniciativas inclusivas dirigidas a los niños: desde las de formación elemental y de oficios para convertirlos en útiles, o las de repoblación con traslados de niños, hasta la que atañe a este libro: su cuerpo como reservorio de la vacuna.
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Como se ha señalado anteriormente, en esta idea no puede obviarse que el control de las inclusas iba a suponer cambios importantes en las ciudades, donde se concentraba la mayor parte de la población. Se evitaría la muerte de niños por las calles, o en el caso de sobrevivir, pero carentes de un oficio o un entorno cercano seguro y estable, les alejaría de convertirse en carne de picaresca y delincuencia. Esto repercutiría en la organización del ámbito urbano, que ya venía interesando al Estado con medidas como la higiene, el alumbrado, los horarios, etc., destinadas a conseguir la felicidad pública de la nación. Legislación benéfica y utilitarista para tan inocentes criaturas Desde mediados del siglo xvii se había dispuesto que los expósitos y huérfanos se aplicasen al ejercicio de la marina, práctica que se venía haciendo anteriormente, y que permitiría a los niños convertirse en marineros, artilleros o pilotos.50 La falta de personal hizo que se determinase esta medida y se pensase en este colectivo de niños desamparados para realizar actividades que revertiesen en lo común. En la siguiente centuria esta idea se vio reforzada. Será más adelante cuando empiecen a promulgarse leyes sobre ociosos, mendigos y huérfanos, con el claro objetivo de paliar los datos de pobreza del país, pensando ya en la capacidad y riqueza que la nación estaba desperdiciando por la inactividad y muerte de aquellos grupos sociales.51 A partir de los Gobiernos de Fernando VI y de Carlos III se observan importantes cambios legales, en los que colaborarán las instituciones eclesiásticas. Campomanes elabora, en los años setenta, una clasificación de grupos de pobres de la sociedad española. A la hora de realizar este estudio, el político presenta también los problemas a los que se enfrentan los expósitos por la falta de inclusas. Entre ellos figuraban el hacinamiento y los peligrosos trayectos hasta ellas, ambas causas de muerte de los pequeños. Con el fin de alcanzar una mejora del sistema de recogida y mantenimiento de los expósitos, Campomanes instaba a la Corona a realizar una encues-
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ta y conocer de primera mano cómo se organizaban y se administraban estos establecimientos. Sin embargo, la propuesta no se hizo realidad y no sería hasta 1790 cuando se autorizó a Antonio de Bilvao, un trabajador de la inclusa de Antequera (Málaga) y tratadista en la conservación de expósitos, a realizar la encuesta.52 Diez años antes de esta encuesta, que permitió conocer de primera mano el mal estado de las inclusas peninsulares, por resolución del Consejo del 21 de julio de 1780 se aprobaron cuatro leyes sobre los expósitos que cabe destacar.53 Una de ellas era sobre la construcción y la disposición del material de los hospicios, cuyo contenido muestra el interés por que se establecieran fábricas o talleres de trabajo para los expósitos, y también se ocupa de las estancias, y su distribución, que debían tener los hospicios: dormitorios donde se separaría por edades y sin comunicación entre ambos sexos, laboratorios y demás oficinas necesarias. La norma dejaba entrever que el hospicio debía contar con talleres para realizar trabajos, poniendo aquellos brazos a contribuir al sustento propio y al de la casa, normalmente en tareas de limpieza, tinte y costura de prendas. Para ello, debía haber oficinas, almacenes, patios para tendederos, blanqueos, tintes, urdidos y demás elaboraciones de materias primas. Asimismo, era muy recomendable que hubiera fuentes o cauces de agua corriente para estos trabajos, así como para la higiene de los pequeños, cuestión en la que incidirán muchos de los tratadistas de la época. La ley también señalaba lo positivo que sería contar con una huerta para plantar y nutrir de verduras y frutas a la casa, que además serviría para que las hospicianas que no tuvieran con quien salir acompañadas a la calle pudieran hacer ejercicio dentro del hospicio. Para que los hospicianos pudieran recibir los sacramentos y la educación religiosa debía dedicarse un espacio a una iglesia o una capilla, y tener un capellán que la dirigiese. Este y los maestros serían los referentes de los expósitos al carecer estos de ejemplos familiares cercanos. Un punto importante de la ley es que establecía el nombramiento de juntas, administradores o celadores que velasen por el buen funcionamiento de la inclusa, un mal continuado de estos centros asistenciales.
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En otras de las disposiciones resueltas por el Consejo se trataba sobre la instrucción y la aplicación de los hospicianos a los ejercicios, oficios y artes útiles al Estado, y sobre la instrucción y el destino de las niñas en los hospicios desde la más temprana edad. En estas normas se recoge la idea que el Estado tiene sobre los expósitos y los huérfanos, y su concepto de utilidad con el aprendizaje de un oficio y su inserción plena en la sociedad productiva. Las inclusas debían disponer de una escuela de primeras letras para instruir a los niños en la doctrina cristiana, además de enseñarles a escribir, leer y contar. Las niñas también debían formarse en la doctrina cristiana, aprender a leer y a escribir, y además se les enseñarían las labores propias de su sexo: costura, cocina, lavado, planchado, etc. En esta norma se refuerza la idea de que las niñas aprendiesen todo lo relacionado con la costura, todo lo necesario sobre bordados, encajes, etc., y sobre todos los materiales: algodón, estambre, cáñamo..., conocimientos que podrían poner en práctica en los talleres del hospicio. Esto lleva a preguntarse cuál era el destino que tenían tanto los niños como las niñas una vez formados con la educación elemental. En el caso de los niños se decidiría, contando con la opinión de los padres en el caso de que tuvieran, sobre qué oficio podrían desempeñar. Seleccionado este, lo ideal era formarse con los artesanos del pueblo y una vez aprendido correctamente examinarse para oficial discípulo y emplearse en el establecimiento benéfico. Del fruto de su trabajo que no fuera destinado a cubrir sus gastos en el centro, se le formaría un pequeño depósito que se le entregaría a su salida definitiva del hospicio. Después de continuar con su formación, podría examinarse como oficial perfecto con artesanos externos al pueblo, asegurándole así un porvenir. Este niño debería salir del hospicio con un oficio aprendido para ganarse la vida como vecino honrado y útil al Estado.54 En el caso de que el niño tuviera la capacidad o quisiera aprender un oficio para el cual no hubiera lugar en el que emplearse, igualmente podría llegar a formarse en él. El hospicio localizaría un taller donde se aprendiese dicho oficio y correría con los gastos de manutención. El salario que pudiera ganar durante el aprendizaje se dividiría entre el establecimiento benéfico y el maestro y, al igual que con los otros niños, se les guar-
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daría en depósito una parte para cuando salieran del hospicio. Una vez se examinase de oficial, el hospicio se encargaría de colocarlo en alguna tienda o taller. Completada su formación con el aprobado como oficial perfecto, podría salir a ganarse la vida fuera del centro que le habría cuidado y educado desde pequeño. Otros niños podrían dedicarse a las labores del campo si su constitución así lo permitía. En ese caso serían entregados a un labrador en las mismas condiciones que tendrían los niños que aprendiesen con un maestro. En cuanto a las niñas, después de aprender la educación elemental, la doctrina cristiana y las labores propias de su sexo, podrían emplearse en talleres del hospicio, sobre todo en aquellos relacionados con el lavado, planchado y costura de ropas, que era una vía de ingresos que tenían muchas inclusas. Asimismo, las jóvenes podían ser solicitadas por señoras para servir en sus casas. De cualquier forma, como en el caso de los niños, cuando adquiriesen los conocimientos y se empleasen se les guardaría una parte de su salario para depósito que recibirían al salir de la casa. En la norma se destacaba la importancia de educar y formar a las niñas pensando en su objetivo vital: ser madres y un ejemplo en sus familias, con el fin de replicar el modelo social. Los adultos y los ancianos capacitados, como recoge la cuarta norma de 1780 sobre este tema, podían desempeñar oficio dentro del hospicio como la recogida de limosnas, el cuidado del aseo de los niños, llevar y traer a los hospicianos en sus entradas y salidas del centro, evitando así cualquier peligro, entre cualquier otra actividad de este tipo. Tanto niños como niñas podían ser prohijados por personas respetables y decentes que contribuyeran a su formación. En muchos casos, eran los propios maestros que formaban a los niños. En otros, los padres iban a recogerlos después de un tiempo y para ello se les abandonaba con algún objeto o nota de abandono que funcionara como seña de identidad para poder reconocerlos posteriormente.55 Sin embargo, son muchos los casos de niños que aparecen sin ningún tipo de identificación, lo que hace pensar que nunca fueron recogidos. En los libros de bautismo de la Casa de Expósitos de La Habana consultados, se locali-
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zan cientos de niños registrados con notas que solo hacen referencia a la fecha de nacimiento y a su condición bautismal.56 Lo habitual era encontrarse con la frase «no está bautizado» para que el capellán de la inclusa le administrase el sacramento. Los padres o la persona que abandonaba a la criatura se preocupaban de que se le suministrase el bautismo, aunque el hecho de abandonarlos sin que lo hubieran recibido en la mayoría de los casos indica que, a pesar del riesgo que corría el niño de morir sin estar bautizado, el anonimato de los padres prevalecía. En estos libros también se localiza, de forma menos habitual, la fórmula «lleva el agua por necesidad». Esto significaba que, habiendo temido por su vida en el momento del parto, al recién nacido se le había administrado el «bautismo de urgencia» por la matrona o cualquier persona que allí estuviera. Volviendo a la legislación, años más tarde se pondría el foco en la salida del hospicio de los expósitos. En 1788, una real orden de Carlos III demandaba a rectores y administradores de las inclusas tener especial cuidado respecto del lugar donde se alojaba a los niños tras su salida del hospicio, pues se habían dado casos en que estos pequeños habían sido utilizados, aprovechándose de su vulnerabilidad.57 De nuevo, la Corona reclamaba que recibiesen educación básica y aprendizaje de un oficio para ser vasallos útiles en el conjunto social. En 1794, Carlos IV aprueba la siguiente real cédula: «Los expósitos sin padres conocidos se tengan por legítimos para todos los oficios civiles, sin que pueda servir de nota la qualidad de tales».58 Este es un hito en la concepción del sujeto expósito, que supondrá un punto de inflexión en la historia de estos niños en el territorio del Imperio español. Aunque con matices, perdiendo la condición de ilegítimo los expósitos mejorarán su condición jurídica y social, de modo que, por ejemplo, podrán acceder a cargos civiles que antes no tenían permitidos. La ley estaba motivada por el afán de inserción plena de estos individuos y ese concepto de Rey-Padre que subyace en la norma cuando el monarca se presenta como un padre sustituto para ellos. De igual modo, esto fomentará la consecución de los objetivos ilustrados: convertirlos en vasallos útiles y aumentar la población. Esta norma coincidirá con la proliferación de tratados sobre conservación en los que se promoverán nuevas instituciones de auxilio y
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mejoras en las existentes. Como resultado, en parte, de este llamamiento por parte de los tratadistas,59 en 1797 se publicó un Reglamento para el establecimiento de las casas de expósitos, crianza y educación.60 Compuesto por treinta artículos hacía hincapié en que los niños expósitos fueran criados y atendidos en sus pueblos o zonas cercanas para evitar muertes en los traslados y saturaciones en los centros. Se establecieron las distancias máximas entre casas de expósitos, se mandaba a los párrocos de determinadas zonas que pagaran a las amas que alimentasen a los expósitos y que después pasaran la cuenta a la casa general de la diócesis donde se ubicasen. Desde luego, se precisaban nuevas infraestructuras para acoger al número de niños abandonados que no iba, precisamente, en descenso. La norma también establecía que no hubiera casas de expósitos cercanas por separado, sino que debían unirse o disolverse una de ellas para aunar fuerzas y gastos. Las casas de expósitos dependían del prelado de la diócesis, pero se mantendrían las que estuvieran bajo las órdenes del cabildo o de las hermandades y cofradías. Se instaba a un control por parte del ecónomo del partido de cada niño expuesto en ese territorio, además de un control de las cuentas de la inclusa. La lactancia debían ejercerla amas bien cuidadas y con buena salud al menos hasta el año de vida del pequeño, y lo ideal era que estuvieran ubicadas en pueblos cercanos y que se quedasen con los expósitos hasta al menos los seis años. Finalmente, se fijaba la pérdida de la patria potestad de los padres al exponer a sus hijos, sin posibilidad de reclamarlos posteriormente, a no ser que fuera por causa de extrema pobreza, y se hacía un llamamiento social a que se entregase en las inclusas cualquier pequeño que encontrasen abandonado a la intemperie. Se despenalizaba el abandono para evitar infanticidios, también muy habituales, y se instaba al uso del torno, mecanismo manual por el cual el niño era colocado dentro de un habitáculo de la fachada de la inclusa, de modo que al girarlo podía ser recogido por trabajadores del hospicio sin que quien lo había dejado fuera reconocido. El anonimato, tanto de la persona que lo abandonaba, como de las madres que acudían a casas de maternidad a dar a luz, se-
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ría importante para evitar la muerte de los pequeños, pero también para provocar un aumento considerable del abandono. En 1798, las casas de expósitos fueron incluidas entre los lugares donde poner en práctica el método de «inoculación de viruelas», junto con los hospitales y las casas de misericordia, con el objetivo de disminuir las muertes por la enfermedad.61 La problemática de las inclusas La necesidad de fundar inclusas venía siendo una realidad desde hacía más de un siglo. El alto índice de abandono y la preocupación social por este fenómeno incitó a diversas personas a establecer lugares de cobijo para los pequeños que, en muchas ocasiones, según cuentan los escritos, morían de hambre o devorados por animales en las calles de estos lugares.62 Por todo el Imperio se instauraron decenas de ellas y en el siglo xvii se pueden señalar varias en territorio americano. La de Puebla, en el virreinato de Nueva España, fue fundada en 1604 gracias a la iniciativa de Cristóbal de Rivera, cura de Tlacotepec, y de su hermana María. Igual sucedió un año antes en el virreinato del Perú, concretamente en Lima, instaurándose la Casa de Niños Expósitos conocida como el Hospital de Niños Huérfanos de Atocha. A mediados de la centuria se estableció la Casa de Expósitos y Recogidas en Santafé de Bogotá. Ya entrado el siglo xviii empezaron a funcionar las casas de niños de expósitos de Santiago de Chile y de Buenos Aires para dar un servicio de atención y cuidados a los menores abandonados de aquellos territorios. En la Península se dispone de una fuente documental de gran valor, la encuesta realizada por Antonio Bilvao a finales de siglo, el contenido de la cual ofrece una visión del número y de la localización de las inclusas. Se observa que en algunos territorios hay pocas o ninguna: en la zona de Galicia solo funciona la Casa de Expósitos de Santiago, perteneciente al hospital fundado por los Reyes Católicos; en la isla de Mallorca solo cuentan con una casa de expósitos igualmente anexa al Hospital General, y en La Rioja y en la zona del País Vasco, ninguna. Sin embargo, en otras áreas de la Península hay varias, como
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por ejemplo en la del obispado de Murcia-Cartagena donde se da cuenta de cinco inclusas (Murcia, Cartagena, Lorca, Cehegín y Carayaca).63 No cabe duda de que en el siglo xviii se dio el empuje definitivo para la creación de conciencia en torno al cuidado del expósito. La literatura sobre el tema es abundante desde mitad de siglo hasta bien entrado el xix, lo que indica el cambio de perspectiva respecto a los siglos anteriores.64 Previamente se habían dado iniciativas privadas, sobre todo eclesiásticas, de acogida de estas criaturas e incluso se había legislado en su favor, llamando la atención del resto de la sociedad acerca de esta realidad, pero no había sido suficiente. Por ello, no es de extrañar que la situación en las inclusas durante el siglo xviii se relacione siempre con una alta mortandad y una constante falta de financiación. En este sentido, no había una vía de ingresos regular y muchas de ellas sobrevivían con legados de personas piadosas, trabajos de los hospicianos, donaciones, censos de las propiedades y aportaciones de los ayuntamientos, muy reticentes a participar en los gastos de los expósitos.65 Las continuas reclamaciones de religiosos, eruditos e ilustrados dieron como resultado los cambios tan esperados. Varias normativas fueron imprescindibles para el cambio de paradigma, que, a su vez, asentaba las bases de la venidera beneficencia liberal. Las élites ilustradas del siglo xviii se implicaron en las cuestiones benéficas, así como en las educativas. Su labor en este ámbito estaba destinada a mejorar la situación de la sociedad dando utilidad a determinados grupos sociales. Ni siquiera las leyes, ya liberales,66 del diecinueve les hicieron cesar en su empeño de atender al necesitado. A lo largo de los siglos xviii y xix podemos observar varios ejemplos. La Junta de Damas de Honor y Mérito, dependiente de la Real Sociedad Económica Matritense de Amigos del País, se encargó de la administración de la Real Inclusa de Madrid desde el siglo xviii, y en la siguiente centuria impulsó la Casa de Maternidad y el Asilo de los Hijos de las Cigarreras, compaginándolo con sus habituales actividades educativas. Las mujeres de la alta sociedad madrileña se involucraron con estos centros en el cuidado de los niños y las mujeres. También en Cádiz, que desde el siglo xvii contaba con
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una casacuna que albergaba a niños de la ciudad y de los alrededores, se estableció en 1829 la Junta Protectora de la Casa de Expósitos de la que formaron parte la Clase de Damas de la Real Sociedad Económica de Amigos del País de la ciudad, que se encargaron de su gestión.67 En La Habana sucedió algo parecido. La Sociedad Económica de Amigos del País fundó la Real Casa de Beneficencia de la ciudad en 1794 y la estuvo dirigiendo hasta bien entrado el siglo xx, teniendo en cuenta que la Beneficencia pasó a reunirse con la Real Casa de Maternidad en 1852. Dentro de las inclusas se formaron juntas de ilustres señores y señoras que se hicieron cargo, estas últimas en el caso de la Maternidad habanera, de organizar la vida diaria de este establecimiento asistencial.68 Y vosotras amables y caritativas habaneras, nobles Señoras de la Junta de Piedad, vosotras todas a quienes dotó el Cielo con tan exquisita sensibilidad: volved la vista a esas tristes víctimas de nuestros desórdenes, no menos que de una preocupación funesta; tendedles una caridad eficaz y ejerciendo vuestra beneficencia inagotable, ocupad el lugar de las madres que la naturaleza les diera y que vanamente se cansan en buscar.69
Algunas inclusas estuvieron incorporadas a hospitales o centros asistenciales más grandes. Es el caso de la de Santiago, o también la de Pamplona, en cuyo Hospital General había una zona dedicada a los expósitos, a su recogida y educación. En su normativa se incide sobre todo en la figura de las amas, encargadas de alimentar a los niños.70 La falta de estas para tantos expósitos es una constante también aquí. En esta «casa de expósitos» se hacía patente un grave problema para los pequeños abandonados lejos de ella. La escasa red de inclusas en el territorio y la lejanía desde donde eran abandonados (normalmente su lugar de nacimiento) suponía añadir un peligroso condicionante a los recién nacidos: un comprometido trayecto para salvar su vida. A comienzos del siglo xix, Uriz71 señalaba que en toda Navarra solo existía esa casa de expósitos, incluso denunciaba que en Guipúzcoa no había ninguna donde atenderles y esto suponía gran riesgo para sus vidas: «[...] Estén ó no por las nieves ó el yelo
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casi impenetrables los caminos; arda ó no la tierra por los calores del estío; llueva ó se muestre sereno el Cielo; salgan robustos ó flacos, han de tolerar de recién nacidos su peregrinación [...]». Esto hizo que durante el siglo xviii fuesen consideradas como casa matriz o central las que se encargasen de los expósitos de pueblos cercanos que no contaban con inclusa, como en el caso de Cádiz.72 En el siglo xix, incitados por la legislación liberal, y con el objetivo de que los niños no fueran trasladados largas distancias por el peligro que conllevaba, se crearon casas dependientes. Como señala Pérez Serrano, en los años cuarenta la Casa de Expósitos de Cádiz se convirtió oficialmente en inclusa central de las casas dependientes, denominadas hijuelas, existentes en la provincia (Jerez, Puerto de Santa María, Sanlúcar de Barrameda, Chiclana...). Algo parecido había ocurrido unos años antes en Cuba, donde a finales de los años treinta la Maternidad de La Habana tenía una red de casas subalternas73 en Güines, San Antonio de los Baños, Guanajay y Jaruco. Trató de solucionarse así un problema característico de las inclusas del siglo xviii, pero en el caso de la de la isla no pudo mantenerse durante mucho tiempo por falta de financiación, otro mal intrínseco de estos establecimientos asistenciales. En cuanto a la legislación, la Real Cédula de 1794 como hito legal indiscutible de la consideración del expósito, los intentos por mejorar los edificios de las inclusas y el sistema de recogida fueron cuestiones recurrentes, pero no las únicas en relación con la supervivencia de los menores abandonados. A la vez que se mejoraba su condición social, había aún mucho que hacer en cuestión de atención y cuidados. En 1794, Santiago García, médico de la Inclusa madrileña, publicaba la obra Breve instrucción sobre el modo de conservar los niños expósitos.74 De primera mano, García aborda una cuestión ya planteada y preocupante desde hacía años: la alta mortalidad de los niños en las casas de expósitos. Señalaba que —como otros autores habían demostrado— para mantener la salud de los menores era imprescindible que las inclusas tuvieran una buena ventilación, techos altos, una buena distribución de las estancias, contar con agua abundante y un terreno al aire libre donde niños y nodrizas pudieran pasear. Estas últimas eran otro punto crucial para conservar a los expósitos.
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Se debían elegir nodrizas que tuvieran una buena salud, con una edad comprendida entre veinticinco y treinta y cinco años, y nunca primerizas. El médico de la institución debía comprobar el estado físico de la futura nodriza, así como la calidad de su leche. García apostaba por alimentar y atender las posibles enfermedades de las nodrizas para evitar que pudieran introducir sus enfermedades en el centro. Igualmente, consideraba que había que pagarles un salario y que debían encargarse de alimentar a dos niños. La buena alimentación de los pequeños no era lo único importante en relación con la salud de los expósitos. Era fundamental que a su llegada al hospicio fueran reconocidos para evitar la introducción de enfermedades del exterior que pudieran contagiar a los otros niños. Y en caso de que llegaran enfermos, era primordial que fueran separados del resto de los niños a fin de evitar la propagación de males habituales como la sarna. La higiene, el aseo de los pequeños y la limpieza de la ropa impedirían también que muchos cayesen enfermos. El médico de la inclusa sería el encargado de fijar las horas de lactancia (que podría combinarse con la toma de algunas papillas en los casos que fuera necesario) y de descanso. García conocía la realidad de muchos expósitos que se criaban fuera de la inclusa y, por ello, insiste en que debía haber controles por parte de personas encargadas de revisar periódicamente el estado de los niños criados en las casas de las nodrizas. Todas estas medidas, señalaba, debían recogerse en un reglamento. Unas normas que dispusieran el gobierno y la administración del centro, así como las funciones de cada uno de sus trabajadores o colaboradores. Los reglamentos de inclusas, casas de maternidad, de expósitos, etc., se sucederán hasta bien entrado el siglo xx. En este tipo de establecimientos es una constante la necesidad de recoger normas de administración y régimen interior. Así sucederá también en Cuba. La Casa de Expósitos, conocida como Casa Joseph, se caracterizaba a comienzos del siglo XVIII por una situación de mala gestión y un servicio de atención precario. Por ello, tanto las autoridades peninsulares como las insulares instaban a elaborar un reglamento,75 que, sin embargo, no llegaría hasta su refundación como Maternidad en 1830.
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El texto de este médico de la inclusa de Madrid es uno de los muchos tratados que se publican en este período y que permiten conocer las causas de la alta mortalidad y la vida en aquellos establecimientos. Estos tratados sirvieron para desarrollar estudios médicos sobre las afecciones infantiles y asegurarse de que era necesario separar a los niños enfermos de los sanos, aunque esto fuera complicado tanto por el gran número de asistidos como por el insuficiente número de hospicios en el territorio. Las inclusas del siglo xviii fueron lugares que, con demasiadas carencias, trataron de cuidar y conservar a los niños expósitos y huérfanos. Su precaria situación coincidió con unos ideales que hicieron crecer el interés social y político en ellas, reflejado en leyes y tratados. El utilitarismo de la población infantil y la filantropía de las luces hizo de los niños vacuníferos los protagonistas de la salud de todo un imperio. Será a partir de este período cuando las inclusas comiencen a cobrar protagonismo y, más adelante, pasarán a ser una parte indiscutible de la beneficencia pública. Esto permitió mejorar sus condiciones y ofrecer a los niños llegados a ellas una alternativa a la muerte y la miseria.
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Capítulo 4
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Ramón del Gallego Lastra Universidad Complutense de Madrid
Conceptos de salud y enfermedad La salud es más una interpretación que hacemos relacionada con el valor de la vida, que un concepto positivo que pueda ser definido con precisión. Son muchas las definiciones de este concepto y todas ellas incompletas. Una definición clásica, y probablemente la que de manera intuitiva tiene para todos nosotros un contundente viso de veracidad, es la conocida de René Leriche (1879-1955) para quien «la salud es la vida en el silencio de los órganos». Surge de la visión positivista del mundo, según la cual existe una realidad externa que se puede analizar con objetividad partiendo de mediciones realizadas con neutralidad ideológica y cuyos datos son tratados por procedimientos matemáticos, produciendo leyes universales. La salud se presenta como una imagen de órganos y sistemas íntegros y armónicamente conectados. Esta visión ha sido ampliamente cuestionada y uno de sus críticos más influyentes fue George Canguilhem (1904-1995), quien en su famosa obra Lo normal y lo patológico plantea que estos conceptos tienen límites imprecisos porque no están impuestos por normas biológicas invariables, y que la vida es, de hecho, una actividad normativa, en la medida en que solo se puede juzgar dentro de unos límites determinados por normas y estas normas no pueden ser fijadas estadísticamente, salvo que
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tengamos una confianza ciega en la frecuencia. Para Canguilhem, al establecer la normatividad biológica hay que contemplar variables como los géneros y niveles de vida, tomas de posición éticas o religiosas frente a la vida; en definitiva, «normas colectivas de vida». En consecuencia, la salud y la enfermedad no son valores absolutos extraídos de la observación neutral de la naturaleza y determinados por una normalidad estadística, sino que requieren la experiencia que los hombres tienen de sus relaciones de conjunto con el medio ambiente (Canguilhem, 1984: 61-124). Hoy aceptamos que la salud es un concepto complejo que la Organización Mundial de la Salud (OMS) define como «el completo bienestar biológico, psicológico y social y no solo la ausencia de enfermedad o incapacidad». Definición utópica donde las haya, ya que es difícil imaginar que una persona logre alcanzar ese completo bienestar global, pero lo que sí hace es posicionarnos ante una perspectiva diferente en la que la salud no es tanto un estado como una percepción y, por tanto, una representación cognitiva, que se construye con la interpretación de datos objetivos, a la luz de las ideas y creencias sobre la salud y la enfermedad tanto personales como colectivas, de los datos procedentes de la memoria de experiencias pasadas, de las emociones que acompañan a la experiencia y de las expectativas personales, familiares y sociales. En consecuencia, la salud y la enfermedad están condicionadas por la experiencia personal y es necesario proyectar sobre ellas una visión holística en la que, considerando su evidente componente biológico, se tengan en cuenta, a la hora de definirlas y analizarlas, los procesos históricos, económicos, políticos, las relaciones sociales y los sistemas de pensamiento y de valores, en definitiva, la cultura. Es esta una visión en la que se interpretan las categorías nosológicas como producto de la vida social (Martínez Hernáez, 2008). Para abordar el estudio sobre el valor de la salud en el siglo xviii es imprescindible situar el contexto social de la época y también el discurso teórico sobre la salud y la enfermedad, porque el conocimiento popular no es ajeno al conocimiento experto. Nuestra fuente de conocimiento principal es la experiencia directa, nuestros intereses más pragmáticos, y proba-
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blemente el principal será la conservación de la vida (Berger y Luckmann, 2003: 34-44). Para entender, evaluar, interpretar, dar orden y coherencia a nuestros pensamientos no son suficientes los conocimientos personales y los populares, sino que precisamos cierto conocimiento experto. Es lo que Linde denomina «sistemas explicativos» y se dan cuando el conocimiento popular no es suficiente para dar coherencia a nuestra propia historia. Entonces incorporamos partes de teorías expertas a condición de que se utilice un número reducido de conceptos presentes en el sistema experto, pero no el sistema experto completo, y esos conceptos expertos no deben ser contradictorios con las teorías populares (Linde, 1987: 351-352). Es por ello por lo que atender a las condiciones sociales y a los avances que transformaron la medicina en el siglo xviii será fundamental para entender cómo cambia la valoración de la salud y de la atención sanitaria. Condiciones sociales del siglo xviii Las condiciones sanitarias de principios del siglo xviii no varían mucho respecto a las del Renacimiento, pero la revolución industrial provocará importantes cambios a nivel económico, social y también sanitario, producto de las transformaciones en la manera de vivir del ser humano. El primer efecto que provoca la revolución industrial es un desplazamiento de la población desde el campo hacia la ciudad en busca de mejores condiciones de vida. Una de las consecuencias de este movimiento poblacional es una explosión demográfica que hace aumentar la población europea de 750 millones de habitantes en 1750 hasta los 1000 millones en 1804. Esta nueva población urbana se concentra en suburbios en los que viven familias hacinadas en habitáculos con poco espacio y en condiciones sanitarias insalubres. Otro cambio se produce en las condiciones laborales del trabajo fabril. Se realizan jornadas de 16 horas en un entorno de trabajo más insalubre que en el campo o en el taller artesanal, debido a la exposición a sustancias más tóxicas, y además los accidentes laborales son de mayor gravedad. A esto se le añade
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que el tipo de trabajo que se realiza es más estático, lo cual fomenta un estilo de vida más sedentario. Completan el panorama general de estas clases populares los salarios bajos y la contratación de mujeres y niños; la migración del campo a la ciudad, con la consiguiente desestructuración familiar, previamente bien cohesionada; el estrés laboral y social; un aumento del consumo excesivo de alcohol y otras drogas. Todo ello tuvo consecuencias sobre la salud de la población76 (Sánchez González, 2012: 18-22). Mención especial merece la viruela, que en esa época es una de las enfermedades más temidas. Se estima que durante el siglo xviii mataba en Europa a unas 400 00077 personas al año, mientras que los supervivientes suelen mostrar importantes cicatrices cutáneas («picados») e incluso se ven afectados por la ceguera. La mortalidad entre los niños es altísima; alcanza en algunas ocasiones el 80-90 por ciento. Los adultos no solían estar afectados, si exceptuamos los brotes epidémicos (Gargantilla, 2011: 144). Por el contrario, empiezan a disminuir algunas enfermedades como la peste y la lepra, disminución que tiene mucho que ver con las medidas de salud pública tales como el perfeccionamiento de las cuarentenas, los cordones sanitarios que impedían la entrada de personas y mercancías, y la mejora de la medicina militar. En la última epidemia de peste en Europa, la de Marbella en 1720, las medidas anteriores tuvieron una eficacia indiscutible (Sánchez González, 2012: 24-9). Ciencia y salud en el siglo xviii En la Edad Moderna la visión del mundo varía y empieza a basarse en la confianza, en la razón y en el gusto por la experiencia personal. El hombre de la época se hace más pragmático y amante del conocimiento que en épocas anteriores. Estos nuevos planteamientos tendrán repercusión en la salud de la población, por cuanto variarán sustancialmente la forma de estudiarla e interpretarla y, en consecuencia, en los resultados sanitarios y el valor que adquiere la salud en este siglo. El siglo xviii es la culminación de una revolución que se inicia en el Renacimiento y que se caracteriza por un cambio
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paradigmático en la mentalidad del ser humano respecto a su capacidad de conocimiento y transformación del mundo. Hasta entonces se consideraba que todo lo que podía ser conocido, y era digno de serlo, ya había sido revelado y solo podíamos interpretar las señales que habían sido marcadas en la naturaleza por un Dios creador, en la tradición oral o en los libros sagrados. A decir de Harari, la revolución científica es una revolución de la ignorancia y no del conocimiento. Ello supone que el ser humano admite su ignorancia y, a través de la ciencia, será capaz de adquirir nuevos conocimientos con los que podrá manipular y transformar el mundo. Se desarrolla una actitud de los nuevos científicos sobre el interés de investigar cosas que se desconocen y que hasta el momento eran irrelevantes (Harari, 2017: 77-81, 279). La nueva actitud considera que las teorías solo son explicaciones válidas que no se pueden descartar en un momento concreto del estado de conocimientos científicos de la humanidad, pero que podrían variar a la luz de nuevos descubrimientos. Este principio se convierte en una marca de la nueva ciencia, a la que ha hecho más potente que ninguna otra tradición intelectual. Situándonos en el siglo xviii, observamos una medicina que aún manejaba sistemas teóricos muy especulativos: el mecanicista, representado por Herman Boerhaave (1668-1738) y Friedrich Hoffman (1660-1742), que imagina el cuerpo como una máquina hidráulica, o el vitalismo de Georg Ernst Stahl (16591734), que considera que los fenómenos fisicoquímicos necesitan de una fuerza vital que convierte la materia inerte en viva y organizada. Con el avance del siglo, la medicina busca modelos fiables para asentar sus teorías y se inspira en las ciencias más exitosas de la Edad Moderna: la física y la química, de las cuales derivan los dos grandes sistemas teóricos: la iatromecánica y la iatroquímica (Sánchez González, 2012: 69; Hudemann-Simon, 2017: 11).
Medicina
eMpírica
No es solo la inspiración teórica de la física y la química, sino la actitud moderna de obtener un conocimiento válido, a través de
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la experiencia directa y de la experimentación, lo que impulsa definitivamente a la medicina. El empirismo conseguirá en este siglo varios hitos que consolidarán los pilares de la futura ciencia médica: 1) una nueva visión del ser humano basada en el modelo anatómico; 2) técnicas diagnósticas más precisas basadas en la observación directa y el laboratorio, y 3) éxitos terapéuticos históricos obtenidos mediante una experimentación metodológicamente más refinada.
Anatomía La anatomía se empieza a estudiar sistemáticamente en el siglo xv, pero no es hasta el xvi cuando Andrés Vesalio (15141564), en su fabulosa obra La Fábrica, propone un esquema topográfico perfectamente articulado en el que se asienta la representación del cuerpo humano. A pesar de este desarrollo del conocimiento morfológico anatómico, en este período la autopsia no es más que un método confirmatorio de las causas del fallecimiento. Es en el siglo xviii cuando, gracias a la disección de cadáveres, la anatomía se convierte en fundamento del conocimiento médico. Primero Giovanni Battista Morgagni (16821771) establece el nacimiento de la anatomía patológica, con la publicación en 1767 del De sedibus et causis morborum per anatomen indagatis, y la convierte en el pilar de la medicina del futuro, no basada en la especulación teórica, sino en los datos observados en la exploración clínica sistemática y el estudio anatomopatológico (Laín Entralgo, 1978: 323). También en este siglo, el anatómico francés Marie-François Xavier Bichat (1771-1802) hace dos grandes aportaciones: en primer lugar se le considera el fundador del método anatomoclínico, que supone la asociación entre la sintomatología de las enfermedades y las lesiones producidas en los órganos, y en segundo término crea la histología como una especialidad y plantea que el ser vivo no es una simple asociación de órganos sino una red de tejidos; llega a distinguir en 1797 veintiún tipos distintos y señala que varios de estos tejidos forman un órgano, y varios órganos forman un aparato orgánico (Mason, 2001: 166; Hudemann-Simon, 2017: 13). El modelo anatómico de representación del cuerpo humano y base
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de la clasificación de las enfermedades, junto con la forma de entender la enfermedad por su relación con los tejidos, persisten en la actualidad.
Diagnóstico El diagnóstico de la enfermedad avanza apoyado en dos elementos que utilizan la experiencia directa como base del conocimiento. De un lado, la historia clínica como archivo documental de todo lo observado, medido y comparado por el práctico para llegar a un juicio clínico preciso. Convencido de la necesidad de sistematizar este registro de los datos clínicos del paciente, que recoge con estructura cronológica toda la información relevante para el estudio del problema del enfermo, Boerhaave diseña un modelo de historia clínica que es la que conocemos hoy en día. En ella se anotaban no solo los datos obtenidos de la valoración directa del paciente, sino de los avances que la incorporación de los estudios químicos proporcionaba a la medicina, tales como el descubrimiento de albúmina en la orina del enfermo hidrópico, la urea en el gotoso o la glucosa en el diabético. Este último descubrimiento permitió superar una valoración que ya se había sistematizado, la degustación de la orina para detectar la glucosa que había propuesto Thomas Willis (1622-1675) el siglo anterior (Laín Entralgo, 1978: 359-60). La percusión, como técnica diagnóstica, es otra aportación que se puede atribuir a ese espíritu observador y a la valoración positiva de los conocimientos procedentes de prácticas artesanas. El médico austríaco Joseph Leopold Auenbrugger (1722-1809) había visto en muchas ocasiones a su padre, que era posadero, medir el nivel de los toneles de cerveza y se le ocurrió aplicar el mismo principio al cuerpo del paciente, para inferir el contenido de ciertas cavidades del mismo (sólido, líquido o gaseoso), mediante la percusión de sus paredes, confirmando posteriormente sus hallazgos con la autopsia. Aunque publicó sus resultados en 1760, en su obra Inventum novum, no fue hasta 1809 cuando Jean-Nicolas Corvisart, médico de Napoleón, reconoció su importancia clínica (Gargantilla, 2011: 146).
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Avances terapéuticos El primer ensayo clínico de la historia El escocés James Lind (1716-1794) pensaba que el escorbuto que afectaba a los marineros ingleses podía estar relacionado con los alimentos que ingerían, de modo que para confirmar su teoría el 20 de mayo de 1747 inicia el primer ensayo clínico de la historia en el buque Salisbury. Tras seleccionar a un grupo de doce marineros con escorbuto, les aplica la misma dieta en la que introduce pequeñas variaciones de dos en dos: sidra, vinagre, agua de mar, elixir de vitriolo, semillas de nuez moscada mezcladas con ajo, semillas de mostaza, bálsamo de Perú y resina de mirra, y en el último grupo dos naranjas y un limón. Los marineros que tomaron los cítricos mejoraron a los pocos días y la conclusión del estudio fue que estos productos ayudaban a combatir el escorbuto, aunque se desconocía la causa. Como en el caso de Auenbrugger, aunque publica los resultados en 1753 no fue hasta 1789 cuando la Armada inglesa incluyó los cítricos en su dieta (Gargantilla, 2011: 143). Vacuna, el gran hito de la historia de la medicina Pero el principal progreso viene de la mano de un médico rural, Edward Jenner (1749-1823), que, por medio de la observación atenta y el experimento riguroso, descubre el método que permitirá a la humanidad dar el paso más importante en el combate contra la enfermedad. Jenner supo que en el mundo rural se creía que el contacto con la viruela vacuna prevenía la viruela humana. Las mujeres que ordeñaban vacas enfermas desarrollaban unas lesiones cutáneas similares a las de las ubres de las vacas, que desaparecían en pocos días y ellas quedaban inmunizadas frente a la viruela. Durante varios años estuvo observando el fenómeno y dedujo que eran dos enfermedades idénticas, si bien la variante vacuna era más benigna que la humana. Jenner conocía la técnica de variolización, que se practicaba en Turquía desde el siglo i a.C. y que Mary Wortley Montagu (1689-1762) conoció durante los años en que su esposo ocupó la embajada en aquel país. La variolización consistía en inocular pequeñas cantidades del líquido de las ve-
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sículas a personas sanas que no habían padecido la viruela, que de ese modo pasaban una forma leve de la enfermedad y quedaban inmunizadas frente al virus. Era una práctica arriesgada que los médicos ingleses no aprobaron, puesto que se inoculaba la variante más virulenta. Jenner varió el método y utilizó secreciones de las pústulas de la variante vacuna. El 14 de mayo de 1796 obtuvo la secreción de las lesiones que la campesina Sarah Nelmes tenía en las manos tras haber ordeñando vacas enfermas de viruela vacuna, y la inoculó a James Phipps, un niño de ocho años sano, que quedó curado a los diez días. La segunda parte del experimento era saber si el niño estaba protegido contra la viruela humana, y para ello unos días después le inoculó líquido procedente de vesículas de un paciente con viruela humana. En esta ocasión el niño no enfermó. Jenner repitió el experimento y ningún niño enfermó; pudo demostrar así la efectividad del método para prevenir la viruela. Hubo de transcurrir casi un siglo hasta que, en 1880, Louis Pasteur puso nombre a aquel método, que desde entonces se denomina «vacuna» (Gargantilla, 2011: 144-6; Borghi, 2018: 72-73). En el siglo xviii la vacunación tuvo un valor doble para los médicos, por un lado, su virtud preventiva, y por otro, les confirmaba en su papel de expertos en salud pública frente a la autoridad del Estado, y en este empeño también contaron con el apoyo del clero. Esto les hizo abrazar el método de vacunación con entusiasmo (Hudemann-Simon, 2017:197).
a tención
a los enferMos
A principios del siglo xviii el cuidado de la salud seguía dependiendo fundamentalmente de la familia, y se basaba en tradiciones culturales en que los emplastos, los brebajes y la alimentación constituían el arsenal terapéutico principal. La asistencia a los enfermos era diferente y su calidad dependía de la clase social a la que se perteneciese. La alta sociedad era atendida por los médicos más prestigiosos. La burguesía, por los médicos que podían pagar. Y la clase baja era atendida en hospitales de beneficencia, de patrocinio religioso, municipal o real, por pro-
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fesionales escasamente formados, o por curanderos, y donde las prácticas supersticiosas eran una fuente habitual de tratamiento. Incluso se consideraba que ricos y pobres no enfermaban igual y, en consecuencia, eran tratados con procedimientos distintos: con los ricos se empleaban plantas y productos exóticos como la quina o el láudano, hidroterapia, acupuntura, masajes, magnetismo, dieta y ejercicio, puesto que la mayoría de los males provenían del exceso de buen comer y de la ociosidad. Los pobres, en cambio, enfermaban de miseria y de condiciones de trabajo extremas, y eran tratados con lavativas de agua salada, alimentación y descanso. A pesar de estas diferencias, en general los tratamientos médicos tampoco variaban mucho respecto a los utilizados en los siglos anteriores, ni en tipología (purgas, sangrías, ventosas y tópico) ni en efectividad. Los pensadores ilustrados propusieron proteger la salud de los ciudadanos para que el conocimiento científico hiciera posible la erradicación de las enfermedades. Se desarrolló una conciencia sobre la necesidad de hacer progresar la sanidad pública que hizo aparecer la noción de prevención; de mejorar la situación de los pobres, a los que no solo había que atender en los hospitales sino también con médicos asalariados que lo hicieran en sus domicilios; y de desarrollar estudios a gran escala sobre las condiciones sanitarias de la población. Todo ello con la importante cobertura de ordenanzas sanitarias (Hudemann-Simon, 2017: 76, 169).
Medicina social Hasta bien entrado el siglo xix las cuestiones relacionadas con la higiene eran deplorables, con ciudades sin pavimento ni alcantarillado, casas sin letrinas y suciedad personal incluso entre las personas adineradas. Con anterioridad al siglo xviii, los gobiernos se ocupaban de algunas obras públicas y de las epidemias, pero a partir de ese momento las condiciones sociales se empezaron a relacionar con la enfermedad y surgió un verdadero interés por sanear espacios públicos como fábricas, cuarteles y prisiones. A la mentalidad ilustrada se deben los primeros intentos de mejorar la ayuda médica a la clase baja, junto a la idea del
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progreso de la humanidad por medio de la educación y el perfeccionamiento de las instituciones. Los estados modernos, inspirados en estos principios filosóficos y científicos, empezaron a intervenir en materia de salud pública. Lo hicieron de manera diferente según su sesgo ideológico, y por eso en los países más liberales, como el Reino Unido, las iniciativas surgían de la sociedad civil. En cambio, en los países continentales, especialmente en los germánicos, donde prevalecía el despotismo ilustrado, los gobiernos buscaban una población numerosa y sana que permitiera aumentar la riqueza y el poder del Estado. Uno de los conceptos emergentes en este siglo fue el de «policía médica», que, si bien fue propuesto por primera vez por Wolfgang Rau en 1764 como medida de salud pública y educación sanitaria, fue Johann Peter Frank (1745-1821) quien en 1790, en su trabajo The People’s misery mother of diseases, señaló la pobreza y la ignorancia como las principales barreras de la salud y desarrolló sistemáticamente el concepto de policía médica, defendiendo la idea de que la salud del pueblo era responsabilidad del Estado, que en forma de monarquía absoluta debería desplegar políticas sanitarias eficaces (Sánchez González, 2012: 143-144). Los países germánicos también fueron precursores de la financiación sanitaria mediante la afiliación obligatoria a «cajas profesionales» de la población humilde, como compañeros y aprendices de artesanos, criados y más tarde trabajadores de la industria. Empezaron a aparecer en la década de 1770 y aunque se fueron extendiendo por Europa, su implantación fue escasa hasta bien entrado el siglo xix (Hudemann-Simon, 2017: 181-183).
Hospitales Un cambio revolucionario, que refleja la manera de entender la enfermedad y que transforma la atención a los enfermos, es la reforma de los hospitales, ligada a la explosión demográfica, a la urbanización y a la revolución industrial, que crearon nuevas necesidades. Bajo el Antiguo Régimen, los hospitales u hospicios tenían una función asilar, eran financiados casi siempre por fundaciones y estaban destinados a pobres, a ancianos irrecuperables, a
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huérfanos y a enfermos mentales. Se trataba de instituciones caritativas privadas, cuya vocación principal consistía en acoger a pobres para aliviar su miseria y no a enfermos para curarlos; la mayoría de las veces era para atender a necesidades muy básicas y para la salvación de las almas, porque frecuentemente se iba al hospital a morir y no a buscar el tratamiento de la enfermedad. La higiene era penosa y los pacientes permanecían juntos en grandes salas en las que se mezclaban enfermos de varios tipos que incluso podían compartir cama. Países católicos, como España, Italia o Francia, disponían de una cierta red asistencial compuesta por hospitales que atendían órdenes religiosas y también por donativos reales o de particulares, como es el caso de los Hôtels Dieu en Francia, que se crearon en el siglo xvii. En estos hospitales, como en otros en el mundo católico, se empieza a pagar a los médicos para que acudan a tratar a los enfermos y las prescripciones corrían a cargo de los cirujanos, del enfermero mayor o del boticario, o de los propios religiosos, con menor rango y formación. Pero en los países no católicos, como en Gran Bretaña, la situación era bien distinta. Al no disponer de la cobertura de las órdenes religiosas se debía resolver el retraso respecto al continente y en el siglo xviii se multiplicó la construcción de hospitales, los denominados Voluntary Hospital, fundados por personas de alto rango y administrados por profesionales civiles. Funcionaban asistidos por médicos y cirujanos modestamente pagados y a tiempo parcial, pero que a cambio obtenían un estatus honorífico, y por un farmacéutico que vivía en el propio hospital. Una matron supervisaba el funcionamiento del establecimiento y el trabajo de las enfermeras, cuyo estatus no sobrepasaba apenas el de una criada. En toda Europa se tomó conciencia de la necesidad de mejorar la atención a los enfermos, y bajo el impulso de dos objetivos propios de la nueva mentalidad, el aprecio por la racionalidad y la secularización, se crearán unos hospitales organizados según criterios científicos que sustituirán la caridad por la filantropía y en los que las órdenes religiosas dejarán paso a una gestión por parte de las instituciones estatales, adquiriendo así un carácter más público. Inspirado en estos principios, en 1784 se creó en
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Viena el Hospital General como prototipo de hospital moderno. La organización se hizo con criterios médicos: separación de los enfermos según diagnóstico, habitaciones diferentes para distintas enfermedades, creación de una categoría de enfermos que debían pagar por los servicios, un solo enfermo por cama y una arquitectura que permitiera el paso de la luz y el aire. Administrado por un director, tenía un equipo médico dirigido por dos profesores, uno de medicina y otro de cirugía. El médico era el responsable de todo el personal sanitario, establecía el régimen alimentario y era el único facultado para firmar el alta hospitalaria. Era un centro que combinaba la asistencia, la docencia y la investigación. Este modelo se fue extendiendo por toda Europa hasta generalizarse en la primera mitad del siglo xix. Además, se crean hospitales especializados, como los de salud mental, enfermedades venéreas, obstétricos y a finales de siglo aparecen los primeros hospitales pediátricos (Hudemann-Simon, 2017: 115-120). La transformación de los hospitales tiene otro efecto importante en la evolución de la medicina, y es que se convierten en la institución docente por excelencia. A principios de siglo, las universidades habían quedado al margen de la revolución científica, pero en la sociedad moderna surgían nuevas necesidades, y así, por ejemplo, los ejércitos necesitaban cirujanos competentes, y las prácticas forenses exigían de los médicos habilidades quirúrgicas. Todo ello requería una formación anatómica que las universidades clásicas no podían proporcionar. Aparecen entonces escuelas, colegios y academias donde se ofrece esa formación. La nueva mentalidad anatomoclínica encuentra en el hospital las condiciones adecuadas. Boerhaave hace famoso su método de enseñanza basado en el estudio de casos clínicos reales, al lado del enfermo, que complementa con el estudio necrópsico. Este modelo de enseñanza pronto se extendió desde Leyden hacia las principales facultades de Europa, y a finales de siglo era común en los hospitales europeos (Sánchez González, 2012: 75-110). Esta mentalidad anatomoclínica, como hemos visto, había potenciado el papel de la cirugía en la asistencia a los enfermos. Se crean colegios para la formación más intensiva de los ciruja-
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nos, como la Academia de Cirugía de París, fundada en 1731, o en España, el Real Colegio de Cirugía de Cádiz, en 1748, y en Barcelona, en 1760. En Madrid existía el Hospital General, construido por Felipe II, en los sótanos del cual Carlos III creó el Real Colegio de Cirugía de San Carlos en 1787, para la formación de cirujanos civiles. El Real Colegio disponía de dos enfermerías para la docencia, adonde se llevaban enfermos seleccionados del Hospital General. Estas dos enfermerías fueron el germen del Hospital Clínico de Madrid. El Colegio estaba entre los mejores de Europa y contaba con un programa de ejercicios clínicos, disección anatómica, patología, terapéutica, junto con conocimientos rudimentarios de medicina interna, farmacia y obstetricia (Sánchez González, 2012: 96).
Regulación de las profesiones sanitarias En los estados europeos, el desarrollo de los hospitales y de las políticas públicas sanitarias tuvieron un papel importante en la profesionalización de los médicos. La simbiosis que se produjo entre medicina y cirugía en el hospital da lugar a la aparición de un nuevo tipo de médico con conocimientos quirúrgicos y un cirujano con mejor formación médica. El siglo xviii también supone la transición de la cirugía, que deja de ser un oficio manual para convertirse en una profesión. En el siglo xviii los estados europeos, excepto la liberal Gran Bretaña, implementan nuevas exigencias de cualificación a quienes ejercen la asistencia a los enfermos, fijando programas de formación del personal médico; en principio no son todos los estados, pero la tendencia se va consolidando en el siglo xix. En Francia solo podían ejercer quienes estudiaban en una universidad, donde se otorgaba el título de bachiller, licenciado o doctor. En general, el nivel de las universidades era bastante deficiente y muy desigual, por lo que al final del siglo proliferaron escuelas y academias que, inspiradas por el espíritu de la Ilustración, adquirieron mayor prestigio. Por razones políticas y culturales, España queda atrás respecto a otros países europeos. Las universidades estaban estancadas, había escasez de alumnos, cátedras vacantes y la anatomía no era asignatura obligatoria. A
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pesar de ello, la formación de médicos rivalizaba con las mejores universidades europeas. Carlos III impulsa un movimiento reformista y en la Universidad de Salamanca se instaura un plan de estudios que da relevancia a la anatomía y a la experimentación. En 1786 un decreto unificó la formación de los médicos sobre el modelo de Salamanca, pero la modernización hizo perder autonomía y a la muerte de Carlos III Madrid ya ejercía un dominio total sobre la formación y práctica médicas (Hudemann-Simon, 2017: 29-56). El valor que cobran en este siglo la mujer y el niño impulsa el desarrollo de la obstetricia y de la pediatría. En la Europa del siglo xviii la elevada mortalidad materno-infantil era un problema de salud importante, debido a los deficientes cuidados, a una alimentación inadecuada y a las infecciones que se producen durante el embarazo, así como a la temida infección hospitalaria: fiebre puerperal. La atención al parto por parte de comadronas mal preparadas y poco cuidadosas con la higiene es un problema recurrente (Donahue, 1985: 202). En el siglo xviii las comadronas eran las que atendían la mayoría de los partos y a los médicos solo acudían las mujeres de la alta sociedad. La aceptación del hombre en el parto requerirá un cambio cultural importante. No obstante, la posibilidad de salvar a la madre y al niño se acaba anteponiendo al pudor e impulsa una revolución obstétrica, que comienza en 1730 en Inglaterra y consolida la obstetricia como una especialidad médica y favorece la figura emergente del cirujano-partero (Hudemann-Simon, 2017: 79-80). La necesidad de mejorar la atención a la madre y al niño también aconseja regular el oficio de comadrona, y así ocurre en la Europa continental. En París se empezaron a dar cursos de dos meses (Madame du Condray, 1760-1783), completados después por un cirujano. En las principales ciudades de Europa se daba formación similar, en su mayoría teórica y a veces se completaba con demostraciones anatómicas. Estos cursos concluían con exámenes en la universidad o en los colegios de médicos. Aunque a finales del siglo xviii las cosas estaban cambiando, el parto en Europa seguía siendo practicado por mujeres sin instrucción académica ni reconocimiento legal. Las matronas, que seguían considerándose peligrosas, eran reconocidas por la población y en
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muchos casos tenían un buen dominio del arte (Hudemann-Simon, 2017: 190-191). Junto a la transformación de los hospitales se produce una evolución del personal hospitalario que tuvo un papel esencial en la mejora tanto de los cuidados a los enfermos como en el funcionamiento del hospital. Hudemann habla de que, a diferencia de Francia e Inglaterra, Alemania cuenta con antecedentes de instrucción de personal sanitario en el siglo xviii y menciona la primera escuela, la fundada en 1782 por el médico Franz Anton Mai (1742-1814) en Mannheim. El programa incluía un curso gratuito de tres meses (40 horas semanales) seguido de un examen ante médicos y cirujanos. Desde este siglo, en Alemania los cuidados dispensados por religiosos no eran el sistema dominante, a diferencia de lo que ocurría en los países católicos (Hudemann-Simon, 2017: 142148). Hernández Martín señala como una causa de esta interpretación la idea de que la formación de los religiosos no merecía la consideración que más tarde adquirió la formación laica (Hernández Martín, 1996). Y nada más lejos de la realidad, ya que se conocen manuales que utilizaban las distintas órdenes religiosas, ya en el siglo xvii, para formar a los hermanos enfermeros, como los manuales Instrucción de Enfermeros, para aplicar los remedios a todo género de enfermedades y acudir a muchos accidentes que sobrevienen en ausencia de los Médicos, de Andrés Fernández, publicado en 1625 para la instrucción de los Hermanos Obregones, y el posterior Directorio de Enfermeros y artífices de obras de Caridad para curar las enfermedades del cuerpo, de Simón López, obra inédita de 1668, que se encuentra depositada en la Biblioteca de la Universidad de Salamanca y que tenía la misma finalidad (García Martínez et al., 1996: 144-148); o la formación estructurada que recibían los Hermanos de San Juan de Dios en los siglos xvi y xvii (Rodríguez Perales, 2013: 165-212). Estos manuales, junto al hecho de que la que es considerada fundadora de la enfermería profesional a mediados del siglo xix, Florence Nightingale, además de un programa formativo en la escuela de las Diaconisas de Kaiserswerth, también estudió durante dos años con las hijas de la Caridad en París, vendrían a demostrar que en algunos países católicos en los siglos xvi y xvii ya exis-
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tían programas formativos específicos para cualificar en el cuidado a los enfermos a los futuros encargados de la atención de hospitales de órdenes religiosas (Hernández Martín et al., 1997: 28). Bien es cierto que siempre se ha considerado que las actividades desarrolladas por los religiosos estuvieron impulsadas en todo momento por una vocación distinta a la puramente sanitaria y que, en aquella época, esos programas no eran generalizables ni homologados por una autoridad civil. Génesis de una profesión moderna La lucha por la vida es una necesidad básica que motiva al ser humano de manera prioritaria y prácticamente instintiva. Maslow recuerda que cuando el ser humano está condicionado por una necesidad fisiológica (hambre, sed, dolor, sueño, etc.), todo su proyecto vital se pone a disposición de esa necesidad, y la filosofía de la vida y del futuro de esa persona estaría basada en conseguir paliar estas carencias, y otros valores como el conocimiento, la libertad, la solidaridad o el amor, son inútiles, ya que no sirven, por ejemplo, para llenar el estómago (Maslow, 1975). Esto hace que los cuidados de la salud hayan sido una de las actividades sociales consustanciales con la especie humana, y la medicina, una de las profesiones más antiguas y prestigiosas. No en vano, cuando aparecen las universidades en Europa, la medicina es uno de los pocos estudios que pueden alcanzar el grado de doctor, junto con la teología y las leyes; tres prioridades para el hombre como son los problemas derivados del cuerpo, de sus relaciones con su Dios y con sus gobernantes y vecinos. La medicina, prototipo de profesión clásica, se convertirá en el siglo xviii en el prototipo de profesión moderna debido al cambio de actitud ante el mundo, al valor de la vida terrena en contraposición al ascetismo medieval y al conocimiento que caracteriza al hombre moderno. El hombre común ya no se limita a aceptar resignadamente los diagnósticos, sino que pretende conocer la enfermedad que le aqueja, su naturaleza y tratamiento. El prestigio de los médicos sufrió altibajos, primero porque sus remedios no eran efectivos, después porque el aumento de la formación del hombre ilustrado hizo asequible el conocimiento
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sobre los síntomas, las causas y el pronóstico de la enfermedad. Pero abrazar la ciencia como base de los conocimientos médicos fue la clave de arco sobre la que se asentó el futuro prestigio médico y su legitimidad social como autoridad sanitaria. Según la sociología, una profesión es una ocupación remunerada que cumple, entre otras, con dos características esenciales (Wilensky, 1964; Parsons, 1976; González Anleo, 1994). Primero es necesario definir una contribución específica del grupo ocupacional que la sociedad reconozca como esencial para cubrir una necesidad sentida como importante, y esto la medicina lo cumple desde los albores de las sociedades humanas, pues esa figura aparece presente en los vestigios de las sociedades más primitivas. En segundo lugar, sus servicios estarán basados en un conocimiento teórico amplio y denso, que es necesario producir y transmitir por procedimientos estrictos y exhaustivos. Como se ha descrito anteriormente, este requisito lo cumplía desde la Antigüedad, pero con escaso éxito. Fundamentar ese corpus teórico en la ciencia moderna permitió alcanzar unos éxitos prácticos que empezaron a hacer incuestionable su eficacia. Ahora bien, esa incorporación de la ciencia moderna no fue automática y pactada en universidades y academias. Durante el siglo xviii y gran parte del xix la medicina vivía en una ambivalencia que Laín Entralgo denominaba «jánica»: con una cara mirando a un futuro prometedor, con descubrimientos basados en la experimentación y la observación sistemática, y con la otra mirando a un pasado de procedimientos teóricos especulativos, como el magnetismo animal del médico austríaco Franz Anton Mesner (1734-1815), según el cual se podían curar numerosas enfermedades mediante el uso del magnetismo que emitían los cuerpos, y por ello en sus tratamientos utilizaba imanes y la imposición de manos. Esta medicina jánica es la imagen de una forma de progreso científico que Thomas Kuhn ha denominado «revoluciones científicas». Para este autor, los avances científicos no se producen por simple acumulación de conocimientos (evolución), sino por un cambio radical en la forma que una generación ve e interpreta los fenómenos científicos respecto de otra (revolución).
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Cambios radicales como los que se observan en la manera que un alquimista tiene de entender la transmutación, que imagina una materia transformando su sustancia esencial, o la de un químico, que entiende esos cambios como la combinación o modificación de las moléculas que componen dicha sustancia. Para explicar esa peculiar mirada que tienen los científicos que comparten una manera de entender su cuerpo disciplinar, Kuhn habla de «paradigmas científicos», que son un conjunto de entidades, problemas y métodos de estudio que es legítimo emplear. Cuando en la comunidad científica hay un consenso suficientemente amplio se está ante un período de «ciencia normal». Pero hasta que eso ocurre se multiplican los debates, en un período «preparadigmático», sobre las entidades que es legítimo contemplar como dignas de estudio, las preguntas que es pertinente hacerse sobre esas entidades y que plantean un problema de estudio, y los métodos legítimos que los científicos de esa comunidad pueden utilizar para buscar soluciones a los problemas planteados. Y solo cuando un paradigma dominante obtiene resultados positivos en la resolución de problemas, que el grupo de científicos reconoce como válidos, ese paradigma alcanza el estatus de paradigma dominante y durante un tiempo se estabiliza un período de ciencia normal (Kuhn, 2001: 25-86). El siglo xviii es un período preparadigmático en el desarrollo de la medicina, una medicina jánica que mira a un pasado con recelo y confía en un futuro luminoso, alumbrado por las emergentes ciencias naturales. En este período, distintas escuelas de pensamiento expresaron visiones distintas para explicar las causas de la enfermedad, sus efectos y su diagnóstico y tratamiento. No siempre fueron teorías contradictorias y pudieron coexistir con naturalidad planteamientos alternativos. Incluso es frecuente observar en un mismo autor enfoques modernos y nociones galénicas. Un ejemplo de este estilo revolucionario de desarrollo científico lo observamos en dos visiones enfrentadas entre lo que podemos considerar paradigma miasmático y paradigma contagionista. Estas dos visiones son algo más que dos teorías explicativas que confrontan sobre unos mismos datos. Los miasmas eran considerados emanaciones, producidas por generación es-
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pontánea, que surgen en aguas estancadas, letrinas, alcantarillado, acequias, vapores procedentes de cadáveres, excrementos, materiales en descomposición, incluso del subsuelo. En general, todo lo maloliente podría producir miasmas que se propagan a través del aire y así transmiten las enfermedades, de forma que estas no provienen de otros enfermos, como establecía la teoría alternativa, la contagionista. Estas dos teorías no solo chocaron en el terreno científico, sino que tuvieron repercusiones políticas, económicas y culturales, y promovieron distintos tipos de actuaciones. El contagionismo implicaba actuaciones más intervencionistas y privadoras de la libertad individual, con medidas como el aislamiento, cuarentenas y hospitales especiales, y por ello se asociaba más a políticas conservadoras. La miasmática promovió movimientos políticos de carácter progresista que proponían una reforma sanitaria, medidas de reforma hospitalaria y mejoras higiénicas generales (Sánchez González, 2012: 125). La dificultad para interpretar los elementos legítimos de análisis, los problemas que se pueden plantear y las técnicas empleadas para su resolución, cuando un mismo hecho es observado por dos mentalidades distintas, alimentadas por diferentes paradigmas, lo podemos observar, ya en el siglo xix, cuando Ignaz Semmelweis (1818-1865), trabajando en el Hospital General de Viena, comprobó que las mujeres atendidas en sus partos por comadronas sufrían menos fiebres puerperales que las que eran atendidas por estudiantes de medicina. Este fenómeno era advertido por todos los médicos, pero Semmelweis planteó la hipótesis de que los estudiantes de medicina, que en ocasiones acudían a la sala de partos tras haber estado diseccionando cadáveres, portaban en sus manos una «sustancia cadavérica» que contaminaba los tejidos de las mujeres. Para convalidar esta hipótesis teorética planteó que el lavado de manos con una solución de cloruro de calcio debería eliminar la transmisión de esa «sustancia cadavérica». El resultado fue espectacular, ya que consiguió disminuir la mortalidad por la fiebre puerperal de 120/1000 a 12/1000 (Hudemann-Simon, 2017: 16). Cabría esperar que ya a mediados del siglo xix, con una mentalidad más asentada en principios científicos, esa demostración empírica sirviera para validar la hipótesis de Semmelweis y asumir la teoría del
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contagio. Pero nada más lejos de la realidad. Sus colegas y las autoridades del hospital no aceptaron los resultados, que atribuyeron a relaciones espurias, pues eran miasmáticos y no aceptaban el contagio por contacto personal. Para ellos ni los elementos de análisis eran legítimos (materia cadavérica), ni lo eran tampoco los problemas planteados (el contagio por contacto personal) ni la técnica de resolución del problema (eliminación de la materia cadavérica). Sin embargo, esta coexistencia de dos paradigmas interpretativos no fue siempre violenta y se pudieron compartir planteamientos de teorías contrapuestas. Esta dualidad teórica incluso se ha podido observar no solo entre distintos grupos oponentes, sino en una misma persona. Semmelweis pidió a los estudiantes de medicina que participaron en el estudio que se lavaran las manos con una solución de cloruro de calcio hasta que desapareciera el olor cadavérico, lo que es un indicador de que elementos de teorías en litigio alimentaban el conocimiento de un mismo científico. El siglo xviii es un siglo jánico porque implica no solo a una profesión, sino a la sociedad en su conjunto. A la medicina, porque comienza la centuria con una mirada galénica y va incorporando elementos de las ciencias modernas más avanzadas y cimentando así la base de conocimientos con los que adquirirá un cuerpo teórico sólido que anuncia un futuro científico esperanzador. A la sociedad, porque el hombre ilustrado cree que del conocimiento surgirá el progreso de las naciones. La salud es una necesidad primaria y adquiere valor absoluto cuando el hombre de la época es consciente de que el futuro está en sus manos y la nueva mentalidad científica hace confiar en sus resultados como antes no se había conocido. La ciencia, que elevó el nivel de conocimientos médicos, permitiría en el siglo siguiente afianzar la legitimidad social de la medicina que hizo posible que se erigiera en la autoridad sanitaria por excelencia. El paciente empieza a confiar más en el médico que en los curanderos y los charlatanes, porque el médico puede justificar mejor sus decisiones y el paciente es capaz de comprenderlas. La legitimidad social requiere primero el beneplácito de la sociedad en su conjunto y esto se consigue median-
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te la incorporación de partes de la teoría científica al acervo popular que alimenta sus teorías explicativas. En la medida que las razones estaban más claras, eran más pragmáticas y tenían mejores resultados, el conocimiento popular las iba incorporando a sus saberes, como indica Linde, y esto aumentaba las complicidades de las personas con sus médicos, a los que se confería la autoridad necesaria para encargarse de resolver problemas agudos para la sociedad. Más adelante llegará la legitimación oficial, mediante normas estatales que regulen el ejercicio profesional y códigos deontológicos que, elaborados por los colegios profesionales, ordenen la praxis médica. Esa autoridad está bien asentada en una ciencia que ha desarrollado unos hospitales a los que el ciudadano va a curar sus dolencias; unas políticas públicas que darán lugar a ciudades más saludables y que atenderán las necesidades de salud de la población general, y una vacunación que alumbra la esperanza de la erradicación de enfermedades que hasta entonces atemorizaban a la población y que desde este siglo xviii pueden dejar de temerse.
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Capítulo 5
LA VIRUELA: SECUELAS Y MUERTE
Enrique Portela Filgueiras Medicina Familiar y Comunitaria CS Andrés Mellado. Madrid La viruela es una enfermedad producida por un virus de la familia Poxviridae del género Orthopoxvirus. A la misma familia pertenece el virus del monopox, que causa la viruela de los primates frecuente en África, aunque raramente se transmite al ser humano. Existe otro virus de la misma familia que afecta al ganado bovino y se transmite a los granjeros en contacto con los animales infectados, pero produce una enfermedad leve. Esta infección es altamente contagiosa, sin embargo, menos que la varicela o la gripe. Se transmite de forma inhalatoria de un ser humano a otro y también, aunque en menor grado, por contacto o a través de ropa contaminada. El contagio se produce cuando el virus está en el medio ambiente por la tos o en los fómites y también en las pústulas de las personas enfermas, entra en la mucosa bucofaríngea y pasa rápidamente a los ganglios linfáticos. La incidencia de la enfermedad es mucho mayor en invierno y al inicio de la primavera. Es una afección grave con unas cifras de mortalidad muy elevadas y un número importante de secuelas. Existen varios tipos de viruela, aunque hay dos variantes que sobresalen por su importancia: la viruela mayor y la viruela menor. La viruela mayor, a su vez, presenta diversos subtipos con algunas variaciones:
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1. La viruela clásica es la más frecuente y la que cursa con las lesiones cutáneas típicas. La gravedad y la forma de evolución de las lesiones condiciona en gran medida el pronóstico. El período de incubación suele ser entre diez y doce días habitualmente y los pródromos, muy similares a cualquier proceso vírico, se manifiestan con astenia importante, mialgias generalizadas, fiebre y cefalea, acompañada con frecuencia de náuseas, vómitos y espasmos abdominales. El deterioro del estado general del paciente es muy rápido según se afectan los diversos órganos. Posteriormente hacen su aparición las lesiones en la piel, que son maculopapulosas, y comienzan por la cara, los miembros superiores y el interior de la boca, y más tarde en el tronco y los miembros inferiores. En pocos días las lesiones se convierten en vesículas y posteriormente en pústulas, y al cabo de una semana se presentan las costras que ocasionan graves cicatrices. También son frecuentes las lesiones en el interior de la boca y mucosa de nariz y garganta que se ulceran rápidamente. Además, podrían verse afectados el cartílago de la nariz y las córneas oculares, con la posterior lesión debida a la cicatriz y la pérdida de visión consiguiente. La viruela también produce un elevado número de casos de bronquitis y neumonía de evolución tórpida que con frecuencia suele ocasionar fibrosis pulmonar posterior y dificultad respiratoria permanente. Durante su evolución se suelen registrar al menos dos picos de fiebre muy alta, de más de cuarenta grados, que agravan aún más el estado del paciente. Aproximadamente en una semana se puede producir una situación de fallo multiorgánico que es el causante de la muerte. Si se sobrevive, las secuelas suelen ser muy graves y altamente invalidantes. El tratamiento es estrictamente sintomático y de soporte y se ha autorizado el uso de retrovirales como el tecovirimat, ciclofovir o brinciclofovir. El tecovirimat fue autorizado por la FDA para el tratamiento de la viruela en el año 2018 y se decidió guardar una reserva de dicho fármaco en Estados Unidos por temor a un ataque bioterrorista. Hay que tener en cuenta que la población más joven no posee ningún tipo de defensa frente al virus.
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Este subtipo de la viruela mayor, considerado como la forma clásica, es el más frecuente y su diagnóstico se basa fundamentalmente en la clínica. 2. Viruela hemorrágica: es una forma maligna de viruela mayor que cursa con hemorragias y petequias en la piel y las mucosas. La evolución es más rápida y en la mayoría de los casos la muerte del paciente se produce en menos de una semana. 3. Viruela plana o lisa: sin pústulas, son lesiones planas, es de más difícil diagnóstico y en la mayoría de los casos causa la muerte. En cuanto a la viruela menor o viruela alastrim es un tipo muy poco común, los síntomas son mucho más leves, con una tasa de mortalidad mucho menor y mejor evolución. En la viruela clásica, hay una fase temprana de la enfermedad en la que el virus pasa de la mucosa bucal a los ganglios linfáticos y se disemina rápidamente, encontrándose partículas virales en las lesiones de piel y mucosas, en la orina y en las secreciones oculares, pero también en bazo, ganglios, hígado, huesos, riñones y en todas las vísceras porque la diseminación del virus es generalizada. La viruela comienza con un exantema maculopapular. La aparición de estas manchas, que son planas, va seguida de la aparición de pápulas tensas, luego las vesículas y finalmente las pústulas y las costras. La erupción es centrífuga, es decir, va desde la cara hacia el tronco y luego a miembros superiores e inferiores, y la enfermedad evoluciona con picos febriles, aunque la fiebre no suele ser continua. A los siete días del inicio de la enfermedad, las pústulas son abacterianas y se encuentran todas en el mismo grado de evolución, a diferencia de otras enfermedades vesiculosas como la varicela. Otro dato particular de la viruela es que también afecta a las palmas de las manos y a las plantas de los pies. El virus se reproduce en los macrófagos y en las células del sistema reticuloendotelial y para frenar el avance de la infección se produce una respuesta inmunitaria. Sin embargo, la toxemia, así como los complejos antígeno-anticuerpo y no el virus directamente son en realidad los que llevan a la situación de fracaso orgánico y shock, que son los responsables de las altas cifras de
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mortalidad, a pesar del tratamiento de soporte. En los brotes, el aislamiento, tanto hospitalario como domiciliario, suponía un elemento fundamental para evitar el contagio. Los efectos de la viruela Una vez curados, los pacientes graves de viruela presentaban lesiones cutáneas cicatriciales muy deformantes, sobre todo en la cara al tratarse de lesiones de la piel profundas que llegaban a las glándulas sebáceas. Asimismo, podía producir ceguera, no solo por las costras sino también por la infección directa ocular, y artritis graves en niños debido a la invasión de los cartílagos de crecimiento. Otras secuelas importantes eran consecuencia de la encefalitis o de la neumonía y sepsis. Además, los pacientes quedaban extremadamente debilitados y el tiempo de convalecencia era muy largo. La enfermedad es conocida desde tiempos inmemoriales. Se cree que surgió en Egipto o en la India hace miles de años, como ponen de manifiesto las marcas de viruela en la momia del faraón egipcio Ramsés V. El virus siguió las rutas comerciales y se desplazó por los diferentes continentes hasta llegar a América. A su paso, la viruela dejó un rastro de millones de personas fallecidas y produjo graves limitaciones a los que sobrevivían. En el siglo xx, los fallecidos se calculan en unos 300 millones. Las epidemias se iban sucediendo, y aunque en ocasiones eran de las formas más benignas, podían ir seguidas de otras muy graves con miles de fallecidos. Ambas formas producían inmunidad permanente, por lo que era preferible sufrir la forma más leve y quedar inmunizado. En la era moderna, la mortalidad provocada por la forma más grave de viruela es de aproximadamente un 30 por ciento, de modo que podemos imaginar lo elevadas que debieron de ser las cifras de mortalidad en los siglos anteriores. Para que nos hagamos una idea de la importancia de la enfermedad en la historia de la humanidad, la viruela fue la responsable de más del 90 por ciento de los fallecidos en Centroamérica por la colonización española, al carecer los indígenas de cualquier tipo de defensas. Sin la menor duda, contribuyó a la caída de los Imperios inca y
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azteca a causa de la debilidad de los supervivientes para luchar. Hay que tener en cuenta que se infectaban sobre todo los adultos jóvenes y sus hijos, con lo cual al menos dos generaciones quedaron mermadas. Dada la gravedad de la enfermedad, así como sus secuelas inevitables, es comprensible la lucha sin cuartel que se entabló para intentar frenar su avance devastador. Además, la viruela no hacía distinciones entre clases sociales y varias casas reales europeas sufrieron muertes entre sus miembros, hecho que, sin dudarlo, provocó que se intentara frenar su expansión con mucho empeño. Albores de la lucha contra la viruela En el siglo xviii una noble británica, lady Mary Wortley Montagu, esposa del embajador de Inglaterra en Constantinopla, se percató de que las mujeres que ordeñaban las vacas no se contagiaban de viruela, sino de una forma mucho más leve de la enfermedad y pensó que aquello tenía relación con el contacto con el pus de las pústulas de las vacas infectadas de una forma leve de viruela. Se atrevió a inocular el virus a su propio hijo con agujas impregnadas con dicho pus, y llevó sus ideas a Inglaterra en 1720. El método tuvo un cierto éxito, sobre todo entre la aristocracia británica y francesa, pero se acabó desechando por los problemas que presentaba. La técnica se llamaba variolización y se usaba desde antiguo en algunas civilizaciones como la china. A veces se empleaba el polvo obtenido al machacar las pústulas ya secas, o personas sanas se vestían con ropas contaminadas de enfermos, e incluso en ocasiones se inoculaba directamente el material exudado por las pústulas. A veces las reacciones eran importantes y se corría el riesgo de transmitir otras enfermedades. Descubrimiento y propagación de la vacunación En 1796, Edward Jenner, un médico compatriota de lady Montagu, también observó a una joven ordeñadora con lesiones en la piel que dijo haber pasado la viruela de las vacas y que por eso
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sabía que su enfermedad no era viruela. La viruela bovina era una enfermedad leve y tenía una mortalidad muy baja. A partir de estos datos, Jenner comenzó sus estudios con animales y finalmente, al igual que lady Montagu, inoculó a un niño, en esta ocasión el hijo de su jardinero, con el material purulento de una vaca. Los niños, como se ve en esta obra, fueron desde el principio parte fundamental en la historia de la lucha contra la enfermedad. En 1797, Jenner presentó sus estudios en la Royal Society, aunque no podía explicar la causa del funcionamiento de su tratamiento. Tengamos en cuenta que el instrumental científico de la época no permitía adivinar la existencia de los virus. Jenner siguió investigando y vacunó a su propio hijo de once meses. La polémica fue enorme y tuvo grandes opositores, incluida la Iglesia, pues se consideraba repugnante y poco ético inocular a personas sanas con material de un animal enfermo. A pesar de todo, los frutos de la vacunación comenzaron a ser evidentes y Jenner se convirtió en un médico famoso en todo el mundo, con una fortuna considerable. Sin embargo, continuó trabajando como médico rural y vacunaba gratis a los pobres; en una ocasión, en un solo día llegó a vacunar a casi doscientas personas sin pedir nada a cambio. Considerado un hombre sencillo y un héroe de gran corazón, falleció en 1823. Su vacuna fue mejorada por Pasteur, puesto que la viruela persistió a lo largo de los años y siguió extendiéndose por los países debido al movimiento de los viajeros. La conquista de América supuso la apertura de nuevas rutas comerciales, pero no solo viajaban los productos, sino que las enfermedades también se extendían. La Corona española sufrió, como consecuencia de la enfermedad, la muerte de diversos miembros de la familia real, entre otros la de Luis I, hijo de Felipe V. Por ello, Carlos IV autorizó la inoculación mediante variolización, ya que, a pesar de que varios de los miembros de la familia real sufrieron secuelas, sobrevivieron a la enfermedad. El monarca hizo extensiva la medida a toda la población mediante la emisión de una cédula. En el Imperio la viruela se extendía de forma alarmante y las protestas de los súbditos no tardaron en llegar, en vista de lo cual
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se decidió llevar la vacunación a ultramar como una expedición desinteresada, aunque está claro que los intereses económicos eran fundamentales, pues al enfermar la mano de obra se producía una merma importante en el comercio y en la recaudación de impuestos. El doctor Francisco Xavier Balmis fue nombrado director de la Expedición, que antes de partir tuvo que resolver un problema importante. La vacuna, elaborada con material de las vacas enfermas, ya había llegado anteriormente a América, pero para su transporte se habían utilizado cristales y la conservación era difícil, de modo que los resultados obtenidos fueron irregulares. En vista de ello, Balmis decidió utilizar como vehículos a 22 niños, inoculando inicialmente a uno para utilizar posteriormente los fluidos de este con el siguiente y así sucesivamente. De este modo se esperaba conseguir las condiciones óptimas de conservación del virus. Los niños reclutados, de los que solo uno falleció, eran «expósitos» a los que se les ofrecieron prebendas. Hoy en día toda esta empresa se consideraría éticamente impensable y se hubiera rechazado de plano, pero la verdad es que contribuyó a salvar millones de vidas en su época. El proyecto incluía personal y material médico para contribuir al bienestar de los niños, pero también para asegurar el éxito de la expedición. Epílogo de la viruela La historia de la lucha contra la viruela es uno de los grandes logros de la ciencia, y se considera que es la única enfermedad erradicada por la acción humana. Supuso asimismo un importante espaldarazo a la vacunación, que siempre ha tenido que hacer frente a un cierto rechazo por parte de un número considerable de la población y también de algunos científicos. Tras la gran epidemia de 1967, con 15 millones de infectados en el mundo, la Organización Mundial de la Salud (OMS) puso en marcha una campaña global de vacunación masiva, que se llevó a cabo con gran eficacia y supuso el fin de la enfermedad tras miles de años de muerte y sufrimientos.
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El fin de la viruela supone un hito importante en la historia de la medicina. La enfermedad se considera erradicada oficialmente desde 1979 y en 1980 la OMS declaró el fin de la campaña mundial de vacunación. Aunque según la mayor parte de la documentación el último caso de viruela en el mundo se produjo en Somalia en 1977, en realidad la última víctima de la enfermedad fue una fotógrafa médica británica, residente en Birmingham, fallecida en septiembre de 1978. La muerte de Janet Parker se puede considerar como uno más de los muchos episodios rocambolescos relacionados con la viruela. El suceso produjo una situación de gran alarma en el Reino Unido pues la enfermedad se consideraba erradicada. La dolencia de la fotógrafa, que trabajaba en la Facultad de Medicina de Birmingham, comenzó con síntomas catarrales y en principio se le diagnosticó varicela. Su estado, sin embargo, empeoró rápidamente y saltaron todas las alarmas, aparecieron las pústulas, desarrolló una neumonía y falleció el 11 de septiembre. Su padre había fallecido previamente de un infarto al conocer el diagnóstico y su madre sufrió una forma más leve de viruela y sobrevivió. La manera en que pudo producirse el contagio sigue siendo un misterio. La Universidad de Birmingham era uno de los pocos centros de investigación de viruela autorizados por la OMS, al frente del cual estaba el profesor Henry Bedson, una figura científica de gran prestigio. Janet Parker nunca estuvo en contacto con el virus y se especuló con la posibilidad de que, a causa de un descuido, se hubiera desplazado por los conductos de aire hasta llegar a Janet, que trabajaba justo sobre las instalaciones del laboratorio. Las alarmas se encendieron de forma inmediata y se procedió a una vacunación masiva y al aislamiento en Birmingham. El profesor Bedson se enfrentó a una terrible campaña mediática en su contra, que a ojos de la opinión pública lo convirtió en responsable directo y le llevó a cortarse el cuello con un cuchillo en el patio de su casa. Oficialmente, sin embargo, se le exoneró de toda responsabilidad, pero el final de la viruela supuso muerte y tragedia una vez más.
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A pesar de la declaración oficial de erradicación, la viruela sigue siendo una amenaza latente debido a la aparición de la amenaza terrorista y el miedo a la utilización del virus como arma biológica ha hecho que algunos países aún dispongan de vacunas y de reservas de los fármacos ya mencionados. En el mundo hay dos centros autorizados que conservan virus criogenizados de reserva: el Instituto Vector de Novosibisrk, en Rusia, y el Centro de Control de Enfermedades de Atlanta, en Estados Unidos. Pese a que se consideró la opción de destruirlos, finalmente se optó por mantenerlos debido al riesgo que supone la posibilidad de un ataque a la población. La vacuna está elaborada con virus vivos atenuados, aunque hay diversos tipos. La inmunidad que proporciona empieza a disminuir a los cinco años de la vacunación en la mayoría de los casos, y a los veinte se considera insignificante. En los pacientes que han padecido la enfermedad la inmunidad es permanente. La vacuna presentaba ciertos riesgos, algunos muy graves, como la viruela necrosante, que provoca que la lesión cutánea vacunal no cicatrice y se extienda primero a la dermis cercana, si bien posteriormente llega a invadir otras zonas y puede afectar a otros órganos o a los huesos. Más raramente puede producir encefalitis o miocarditis posvacunal. La vacuna se administra por vía intradérmica con una aguja bifurcada, con unos quince pinchazos en dermis, de preferencia en deltoides. Produce una lesión costrosa que dura hasta tres semanas y suele dejar una cicatriz permanente, que se considera la prueba de una inmunización exitosa. La vacunación producía una inmunización superior al 95 por ciento durante un período de entre cinco y diez años, y en muchos países se indicaba una segunda dosis que extendía la inmunización hasta los veinte años o más. En caso de ataque bioterrorista, la estrategia vacunal prevé vacunar en primer lugar a las personas directamente expuestas, después a sus contactos directos y posteriormente al personal sanitario y de apoyo implicado. En América y Europa muchas personas nacidas antes de 1972 todavía presentan un cierto grado de protección frente a la enfermedad, pero el resto de la población no está protegida, lo que
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la convierte en población de riesgo ante la posibilidad de un ataque bioterrorista. En el momento de escribir este capítulo nos enfrentamos de nuevo a una situación casi idéntica a la vivida en otros momentos de la historia de la humanidad. Nos encontramos, una vez más, ante una epidemia global con 150 millones de contagios y 3 millones de fallecidos en todo el mundo. La ciencia precisa de nuevo de una vacunación rápida y masiva para contener la enfermedad. Si nos detenemos a estudiar la historia, vemos que la situación actual es muy similar a la vivida en el caso de la viruela, pues se trata también de una enfermedad vírica que se ha desplazado por todo el mundo sin contención. «Vacunación» vuelve a ser la palabra mágica, aunque también tiene detractores. La situación actual nos permite darnos cuenta del hito que supone la campaña emprendida por la OMS para la vacunación masiva y las grandes dificultades logísticas que implica. Vemos nuevamente la importancia de los confinamientos, como en el caso de la viruela, para contener la enfermedad, y también lo esencial que es informar y asesorar a la población. Una «nueva viruela» nos hace comprobar de nuevo que el mundo es global y que todos somos eslabones de una misma cadena. Revisando la historia de la viruela podemos aprender la importancia de la lucha conjunta y superar de nuevo el grave reto que se nos plantea.
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Capítulo 6
LA EPIDEMIA EN LAS LENGUAS INDÍGENAS
Antonio Ruiz Castellanos Universidad de Cádiz Para el estudio de la viruela entre los indígenas solo me fijaré en dos lenguas: el tupi y el guaraní, entre las cuales hay un gran parecido lingüístico. Los guaraníes ocupaban un territorio en el Río de la Plata que abarcaba el norte de Argentina, el Gran Chaco con parte de Bolivia, Paraguay y parte de Uruguay, y en Brasil abarcaba desde São Paulo hasta Rio Grande do Sul. En el Brasil colonial, los tupis y los guaraníes no eran las únicas naciones. Los tupis habitaban la Amazonía y el litoral desde el Amazonas hasta São Paulo, pero existían otras naciones denominadas tapuias o bárbaras, que se extendían desde el sur de Bahia al Maranhão, Ceará y Paraíba. Consciente de esa variedad de lenguas, la «lingüística misionera» creó una «língua geral» que convirtió el tupi o nheengatu en la lengua franca de Brasil durante los siglos xvii y xviii. Las pestes o epidemias Se considera epidemia, peste o pestilencia la enfermedad o dolencia contagiosa con una gran letalidad o mortandad que se produce en una determinada zona temporal y local. Galeno describe una peste que pasó él y de la que sobrevivió (la peste Antonina del año 165), y distingue entre endemia y epidemia, a la que también denomina loimôdes y epidêmion, y define como hotiper an hama polloîs en heni genêtai (chronôi te kai chôriôi): la que se da de forma general en un mismo tiempo y lugar.
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En tupi, dolencia se traduce como mbäe acý. Estar doliente: xembäé acý. Y cuando se está muy enfermo y sin fuerzas: xemaräár, aanangaité, mbäe acymbóra. Si lo que duele es una herida: xeracý, çacý xeacánga xeçuí, y el dolor moral o pesar también se traduce por xeracý. En guaraní la terminología es muy similar; el enfermo es hacybae, tacyvo, tacy rembia, mbaeacy, tekoacy, porarahara; la enfermedad: mbaeacy, tekoacy, tekomarâ, tacy; una enfermedad mortal: tacy poroyukavae; la enfermedad contagiosa: oyepotapotavae; me hizo enfermar: chemombae porara, chemoîngoacy; estoy enfermo se dice: che racy, tacy ayporara, che marâ; no estoy malo: nachemarai; si el enfermo es incurable: hacyvae tacymohâ, poropohanôha rerovya, hareyngatu porarahara; en cambio, me alegro de verte sano se dice: aguyevete ndereco maraney rechaka (Muller, 2019, s.v. «enfermar»). Jarque especifica las enfermedades o dolencias que se han de considerar peste: No se sabe haya pasado a la América dolencia de landres o alguna otra de las que en Europa llamamos peste. Pero suelen cundir algunas epidemias de tabardillos, dolores de costado, calenturas malignas, sarampión, viruelas y semejantes, suelen ser tan dañosas como pudiera cualquiera peste; y por eso las llaman así. Enferman a millares, y como no saben guardarse, mueren en gran número, y a pocos días de cama (Jarque, 2008: 96; cf. 1687: 348).
Las aldeas iban cayendo una tras otra de tepoti ugui o tepoti pyta (tupi) o tye ruguy o tye pytâ (guaraní) por cámaras de sangre/ disenterías, o por fiebres cuartanas, akanundu yrundi ara (t) / (g): takuryry yrundy = cuartanas, mbohapy arañavongua = tercianas; en tupi: kuru ype (sarna), apakúi (lepra), mientras que en guaraní indistintamente: mbiray, imbirua, kurubay. La traducción de peste o epidemia en tupi es morapitiçába (Muller (2019 s.v.); en el guaraní de Montoya, mbaba, taçı˘, aí (Montoya, 1994 [V]: 139, lit. p). Mbaba significa «mortandad, fin, acabamiento, muerte» (Montoya, 1876 [T]: 211r, 259r). Taçı˘ significa «enfermedad, dolor, pena» (Montoya, 1876 [T]: 349v). Aí significa «corrompido, podrido, ruin» (Montoya, 1876 [T]: 22v, Nr. 3); también «podrido» en Restivo (1724: 126).
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Müller, 2019 s.v. traduce «peste» como tacı˘ ayguaçu, tacı˘ poroyukaha (que mata), oyabae, oyepotavae (que se pega), lo que Montoya llama «pegajosa»: mbae açı˘ oyabae (Montoya, 1994 [V]: 131, lit. p). En el Tesoro, Montoya traduce: mbae açı˘ yepotá, mbae açı˘ oya oya rébae, oyepotá bae como «mal contagioso» (Montoya, 1876 [T]: 350r). Yepotá significa «pegar» derivado de pó, «mano» (Montoya, 1876 [T]: 193v). Enfermedades de la piel Los términos guaraníes pîâ, mîâ designan las diversas enfermedades de la piel. Montoya las utiliza para traducir las bubas (lo que hoy entendemos por sífilis), las pústulas y los granos. «Tengo bubas o sífilis» se dice en guaraní pîâ aiporara y también che pîâ (Montoya, 1876 [T]: 288v; cif. Restivo, 1893: 141; «Bubas o granos»: quytâ, pîâ, ay pochî, carugua; «buboso», quytambo, pîâmbo, pîâ ya, aypochya, carugua riya. Covarrubias 1611 define las bubas así: BUBAS. El mal que llaman francés, que tanto ha cundido por todo el mundo... Buba es nombre francés, y vale pústula, porque las bubas pícaras arrojan a la cara y a la cabeza unas postillas, que es forzoso andar el paciente lleno de botanas (Covarrubias, 2006: 360).
La Carta Anua de 1644 narra desde la reducción de San Francisco Javier una epidemia de peste bubónica: Una peste bubónica que sobrevino acabó con muchos niños y mató hasta a los animales del campo. Los pobres y hambrientos quisieron aprovechar de esta carne, pero al comerla murieron. Nadie sabía cómo venía esta peste ni cómo remediarla. Otra vez se acudió al aceite de la lámpara del Santísimo y los enfermeros ungieron con ella las pústulas de los atacados por la peste, que expelieron el veneno y sanaron (CA, 2000: 99).
Montenegro recoge como medicina tradicional las semillas de la planta Aristolochia rotunda, a las que los indígenas llaman tupací yetí o mburucuyá miri, para hacer frente a los «males de frío
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y tullimientos, así como para el mal francés» (Montenegro, 2007: 155-156). Para este mal también es útil la planta paráparáí (Montenegro, 2007: 215) y el guaiacum = guayacos o guayacanes. La viruela Ninguna peste fue tan terrible ni tan voraz como la mereba-ayba (dolencia maligna), es decir, la mbiru’a, viruela o variola, del latín varius, palabra que describe la multiplicidad de las lesiones producidas en la piel. La viruela no debe confundirse con la varicela, aunque ambas se denominaran bexigas en el portugués de la época. La denominación brasileña popular actual de la varicela es catapora, palabra tupi que significa «fuego que salta». Los franceses la llamaron petite vérole, y se la consideraba una variante de la epidemia del placer, la sífilis. En el Nuevo Mundo las viruelas se introdujeron a través del mercado de esclavos africanos en 1520 en México, y en Brasil en 1560. VIRUELAS. Enfermedad que suele ser común a los niños, porque procede de abundancia de pituita o flema, a viru, por la ponzoña que tienen en sí (Covarrubias, 2006: 1534).
Las viruelas seguían un curso definido de mácula, pápula, vesícula, pústula, costra y cicatriz, acompañadas de toxemia. Pero ese no era el caso de la viruela en su forma más grave (variola maior): fiebre alta, malestar intenso, cefaleas, delirios, dolores musculares y abdominales, náuseas y postración. La variola fatal podía manifestarse de forma fulminante sin los síntomas comunes a la viruela, sino por la piel blanda y la «púrpura variolosa»; aparecía de repente y era monstruosa: «Há de quando em quando entre eles [índios] como aconteceu pouco tempo há, que pedaços lhes caíam, com grandes dores e um cheiro peçonhentíssimo [...]», según dice Baltasar Fernández, 1567. Dobrizhoffer habla del peligro de muerte que hay al acercarse a aquellos a los que, después del calor de la fiebre, se les ven viruelas negruzcas o manchadas de rojo en medio, o sobrepuestas.
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El nombre guaraní de la viruela Como caracterización aproximada de la palabra «viruelas», Montoya da en guaraní: mbiruá, piruá, curú (Montoya, 1994 [V]: 231). Mbiruá lo traduce Montoya en el Tesoro como «ampollas de la piel», pi (Montoya, 1876 [T]: 214r). Pi derivado de mbi significa «pellejo» (Montoya, 1876 [T]: 270v). En cambio, pi mûndá se traduce como «ronchas» y che pimundá mbeyu significa «tengo muchas ronchas» (Montoya, 1876 [T]: 271v). Mbiruá significa literalmente «ampollas en la piel». Y Montoya menciona las consecuencias de la viruela en el Tesoro: Toba quaré, rostro hoyoso. Chembo obaquaré mbiruá, «las viruelas me ha[n] dexado hoyoso el rostro». Mbiruá porara ey˜ ndahoba quarei, «los que no han padecido viruelas, no tiene[n] hoyos en el rostro» (Montoya, 1876 [T]: 395v).
La palabra curú, aunque sirve como traducción de viruelas, también significa sarna, roña y lepra (Montoya, 1876 [T]: 110r, cf. 1994 [V]: 186, lit. s, 180, lit. r, 64, lit. l). ROÑA: Una especie de sarna que suele dar al ganado, lat. scabies. Díjose a rodendo, porque va royendo la piel y la carne (Covarrubias, 2006: 1416).
En Restivo «la peste de viruelas» se denomina mbirua guaçu, y las «viruelas» curu, mbirua (Restivo, 1893: 540 & 432); el «sarampión» como viruela más leve: mbiruá curu minî. Restivo es más preciso para las distintas epidemias de la piel. Etiología de las pestes Para Fracastoro los contagios se producían mediante corpúsculos a especie de semillas que se reproducían, y aunque ya Galeno hablara de «semillas de la enfermedad» (loimou spermata) y de la predisposición de los cuerpos al contagio, no podemos esperar hallar en la medicina antigua un concepto de «contagio» o infección colectiva (infectio, contagium) microbiológica, tal como
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se caracterizó a partir de Robert Koch (1843-1910). El contagio, según Fracastoro, podía ser por contacto directo, como la lepra; o de forma indirecta, por las ropas y a través del aire, que es como se trasmitía la variola: sin contacto. Hoy se sabe que el agente es el orthopoxvirus, pero una fisiología bioquímica, capaz de confirmar a Fracastoro, no se descubriría hasta los siglos xix-xx. Según Foucault (1978: 190), la medicina del siglo xviii se elaboraba al estilo de la botánica, meramente a base de clasificaciones. Incluso peor, la peste se consideraba un castigo merecido por los pecados cometidos. Leonardo do Valle (1563) insiste en ese carácter punitivo de la viruela: [...] seu pecado foi castigado por uma peste tão estranha que por ventura nunca nestas partes houve outra semelhante [...] a mortandade era tal que havia casa que tinha 120 doentes e a uns faltavam já os pais, a outros os filhos e parentes e, o que pior é, as mães, irmãs e mulheres, que são as que fazem tudo [...] faltando elas não havia quem olhasse pelos doentes [...] havia muitas mulheres prenhes que tanto que lhes dava o mal as debilitava de maneira que botavam a criança [...] e destas prenhes quase nenhuma escapava por toda a terra, nem menos as crianças [...] Finalmente chegou a coisa a tanto que já não havia quem fizesse as covas e alguns se enterravam [...] arredor das casas e tão mal enterrados que os tiravam os porcos [...] e o que é mais para doer, que muitos morriam sem confissão e sem batismo, porque era impossível acudirem dois padres a tanta multidão [...] se morriam 12, caiam 20 [...] Bem me parece que em cada uma daquelas três aldeias morreria a terceira parte da gente porque só em Nossa Senhora da Assunção haverá dois meses que ouvi dizer que eram mortas 1080 almas, e com tudo isso diziam os índios que não era nada em comparação da mortalidade que ia pelo sertão adentro.
Y en Espírito Santo, en 1565 una carta jesuítica (1971) insiste en las mismas repercusiones trágicas. Desde luego, en Brasil la viruela fue una catástrofe que mató entre un 30 por ciento y un 50 por ciento de la población indígena, causó daños inmensos a la economía colonial y fomentó el tráfico negrero (Gurgel y Pereira, 2012: 387-399).
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Cura de las pestes Entre elucubraciones teológicas y búsquedas empíricas de una solución, se utilizaban diversos medios de cura. Para los amerindios y para los europeos la planta medicinal más importante fue la ipecacuanha (Psychotria emetica, Cephaelis ipecacuanha), palabra del tupi: ipe-kaaguene, que significa «planta del sufriente en el camino», que se usaba como purgativo y como antídoto para cualquier veneno. Willem Pies (Guilherme Piso) (1611-1678), físico de Mauricio de Nassau habla de ella en su Historia Naturalis Brasiliae (1648), su tratado de patología y terapéutica. Los jesuitas hacían todo lo posible por cortar las epidemias. Anchieta, en sus Cartas, 239-240 (Leite, 1937: 198), dice que los indios mandaban hacerse: Umas covas longas à maneira de sepultura, e depois de bem quentes com muito fogo, deixando-as cheias de brasas e, atravessando paus por cima e muitas ervas, se estendiam ali tão cobertos de ar e tão vestidos como eles andam, e se assavam, os quais comumente depois morriam, e suas carnes, assim com aquele fogo exterior como com o interior da febre, pareciam assadas. Três destes achei revolvendo as casas, como sempre faziam, que se começava a assar, e, levantando-se por força do fogo, os sangrei e sararam pela bondade de Deus. A outros, que daquele pestilencial mal estavam mui mal, esfolei parte das pernas e quase a todos os pés, cortando-lhe a pele corrupta com uma tesoura, ficando em carne viva, coisa lastimosa de ver, e lavando-lhes aquela corrupção com água quente, com o que pela bondade Senhor sararam; de um em especial me recordo que com as grandes dores não fazia senão gritar, e, gastado já todo o corpo em ponto de morte sem saber seus pais o que fazer, senão chorálos, o qual, como lhe contamos com uma tesoura toda aquela corrução dos pés e os deixamos esfolados, logo começou a se dar bem e cobrou a saúde.
Los jesuitas tenían una ventaja: eran portadores de la viruela, pero no la padecían, lo cual les prestigiaba por encima de los hechiceros indígenas: «ustedes, padres, sí vivís y no nuestros he-
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chiceros, que mueren como todos nosotros». Hacían las sangrías propias de la terapéutica de entonces (tal como recomendaba el médico portugués Simão Pinheiro Morão en su libro Tratado único das bexigas e sarampos, la sangría), aunque tuvieran prohibido el derramar sangre. San Ignacio de Loyola lo justificó al decir que la caridad está por encima de todo. En 1613, el jesuita Pero de Castilho publicó el libro Nomes das partes do corpo humano, pella língua do Brasil... Un segundo diccionario portugués-tupi de términos anatómicos salió de São Paulo de Piratininga en 1622, junto con la descripción de las afecciones de cada órgano: che resa asy (tengo mal los ojos; resa significa «ojo»), che py’a asy (tengo mal cuerpo; py’a significa «vísceras y corazón»), apysa-koaruuma (estar sordo, apysa significa «oído»). Además, supieron aprender de la terapéutica indígena y de su farmacopea, que se basaba en la flora nativa. Las recetas del hermano Manuel Tristão, enfermero del Colegio da Bahia, sirvieron para difundir el uso de la ipecacuanha en Portugal a partir de 1625. Los jesuitas elaboraron una farmacopea en 1766 que llevaba por título: Colleção de Várias Receitas e segredos particulares das principais boticas da nossa companhia de Portugal, da Índia, de Macau e do Brasil, etc. (Leite, 1953: 90). Cuarentenas La Carta Anua de 1632-1634 informa desde la reducción de San Nicolás del Pyratini en la zona del río Uruguay que el párroco español Silverio Pastor (1598-1672) había decretado, durante la epidemia de 1632, una cuarentena a media legua del pueblo: [...] Hizo levantar media legua fuera del pueblo unas chosas acomodadas donde hazia llevar con grande diligencia todos los que se sentían tocados y deputandoles un Alcalde del pueblo que siempre les asistiesse y diligentes enfermeros que les sirviessen y diessen aviso al Padre de todas sus necesidades espirituales y corporales. Puso gran cuidado que ninguno otro aunque fuessen de sus parientes les visitasse por ser el mal tan contagioso con lo qual no murie-
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ron sino siete, o ocho, que fue singular misericordia de Nuestro Señor... (CA, 1990: 150).
También los vestidos eran cambiados y limpiados. En la peste de viruelas de 1734, en las treinta reducciones murió aproximadamente un tercio de los 140 000 habitantes que las poblaban (Dobrizhoffer, 1783: 2, 305). En el año 1765 murieron 12 000 (Dobrizhoffer, 1783: 2, 306), mientras que Hernández habla de 85 000 (Hernández, 1913: 2, 618). Variolización y tratamiento científico El padre carmelita José da Magdalena utilizó la técnica de la variolización hacia el año 1740. La Condamine recoge el hecho y lo elogia. Esta cura contra la viruela había llegado a Europa gracias a lady Mary Montagu (Fernandes, 1999: 14), quien la trajo de Turquía en 1718. Según Foucault, a finales del siglo xviii la medicina y los médicos adquirirán conciencia política, quizá por influencia de Rousseau y de los enciclopedistas, y se implicarán políticamente proponiendo sobre todo medidas higiénicas en pro del bienestar del ciudadano.
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Capítulo 7
EL DESCUBRIMIENTO DE JENNER EN ESPAÑA
José Tuells Universidad de Alicante, Cátedra Balmis de Vacunología UA-ASISA
1798, la obra de Jenner, el título de Balmis y la Real Cédula de 30 de noviembre
l os
hallazgos de
Jenner
Durante el año 1798 se produjeron cuatro acontecimientos relacionados estrechamente con el sujeto de esta publicación, que merecen ser considerados como elementos clave para comprender mejor el posterior devenir de la Expedición de Balmis. El 21 de junio, el cirujano inglés Edward Jenner (1749-1823) estampaba su firma en un libro que envió a la imprenta de Sampson Low ubicada en el 7 de Berwick Street, una calle del Soho londinense. El 21 de septiembre, las 75 páginas del libro salieron a la venta al precio de 7 chelines y 6 peniques en tres librerías de Londres (Tuells, 2021). En el texto se afirmaba que «la viruela de las vacas protege a los humanos contra la viruela» (Jenner, 1798) y se describía un método empírico para combatir una enfermedad, «el monstruo moteado», que durante el siglo xviii se había convertido en el «más terrible de todos los ministros de la muerte» (Macaulay, 1866). Jenner, natural de Berkeley, en el condado de Gloucestershire (Tuells, 2007), no era consciente de haber dado el primer paso para convertirse en el padre de la vacunología (Tuells, 2012). Su texto
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seminal dio un giro decisivo a la lucha contra la viruela. Jenner quiso demostrar que las personas infectadas por la viruela de las vacas (cowpox) podían quedar protegidas frente a la viruela humana (smallpox), por lo que proponía efectuar inoculaciones con material tomado de las pústulas de la viruela-vacuna para generar inmunidad. Aunque no fue el primero en sugerir que la infección por viruela-vacuna confería inmunidad específica contra la viruela, ni el primero en intentar la inoculación de la viruela-vacuna con este propósito, su obra An inquiry into causes and effects of variolae vaccinae... (Jenner, 1798) fue determinante para abrir el camino a una ciencia que iba a revolucionar el campo de la salud pública internacional. La nueva técnica contó en muy poco tiempo con difusores y practicantes, así como un buen número de detractores, críticos o escépticos, propagándose a una velocidad vertiginosa en países de la vieja Europa y llegando a otros continentes (Bowers, 1981).
BalMis,
Bachiller en
Medicina
Mientras Jenner se afanaba en difundir su obra y propagar el método que fue denominado como «vacunación» (Odier, 1799; Dunning, 1800), el también cirujano Francisco Xavier Balmis (1753-1819), natural de Alicante, se postulaba para recibir el Grado de Bachiller en Medicina por la Universidad de Toledo. El 18 de julio de 1798, el claustro universitario se había reunido para oír una Real Provisión por la que se habilitaba a Balmis para recibir dicho grado en cualquier universidad. En su exposición de motivos para la habilitación, Balmis solicitaba que se tuvieran en cuenta los veintiocho años de servicio que había desempeñado en los «Reales y Militares Hospitales de plaza y campaña, como en expediciones marítimas, con el mayor celo, aplicación y desvelo, en la curación y asistencia de los militares enfermos por lo que se hizo acreedor, no solo del aprecio y estimación de sus jefes, sino de las gracias pedidas a S. M., ascendiéndole a Jefe de su facultad y con el honor de nombrarlo su Cirujano de Cámara». Esta experiencia le convalidó los estudios previos para conseguir dicho título. Balmis presentaba además un documento
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que probaba que había recibido el «Grado de Bachiller en Artes en la Universidad de México en el año pasado de 1786 día 20 de abril».78 El examen, celebrado el 20 de julio, se desarrolló así: «Desde la hora de las siete a las ocho y cuarto de la mañana, hizo el ejercicio prevenido por Reales Cédulas y Constituciones de esta Universidad [...] habiendo leído media hora sobre el Aforismo 11, libro 1.º de Hipócrates que le tocó en suerte 24 horas antes y sufrido dos argumentos de a cuarto de hora sobre la misma materia y otro cuarto de hora de preguntas sueltas sobre toda la Medicina. Y habiéndose votado el ejercicio secretamente según costumbre, resultó aprobado némine discrepante».79 El título otorgado facultaba a Balmis para ejercer como médico (Tuells, Echániz, 2021; Tuells, 2021). No se encuentra documentado que obtuviera los de licenciado o doctor. A principios del mes de noviembre, Balmis se embarcó en A Coruña para realizar su quinto viaje por tierras americanas del que regresaría a España dos años después.
la cédula
que oficializó la inoculación
Durante el siglo xviii la viruela alcanzó a casi todas las casas reales europeas. En el caso de España, la enfermedad, que había extinguido a la Casa de Austria, se cebó con los Borbones (Tuells, Duro Torrijos, 2012). El rey Luis I (1707-1724) murió de viruela, así como el infante Gabriel (1752-1788), hermano de Carlos IV, su mujer Mariana de Portugal (1768-1788) y el hijo de ambos, Carlos José (1788-1788). La infanta María Teresa (1791-1794), hija de Carlos IV, murió también de viruela. Estas muertes en el entorno de Carlos IV, hermano, cuñada y sobrino (1788) e hija (1794) se produjeron durante un período en que la inoculación era conocida y practicada con asiduidad en España, y su más activo defensor era el médico de origen irlandés Timoteo O’Scanlan (1723-1795) (White, 2016). Durante el otoño de 1798, la infanta María Luisa (17821824), hija de Carlos IV, contrajo la viruela. El 25 de agosto de 1795 se había casado con su primo, el infante Luis de Parma, futuro rey de Etruria (Luis I). María Luisa fue atendida durante su enfermedad por el médico parmesano Jacopo An-
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tonio Righi (1736-1802), cuya labor fue reconocida por parte del rey.80 Alarmado por sus antecedentes familiares, Carlos IV pidió consejo a su primer médico de Cámara, Francisco Martínez Sobral, que le recomendó inocular contra la viruela a tres de sus hijos varones, entre ellos el futuro rey Fernando VII. La delicada operación fue efectuada por los cirujanos de Cámara Antonio Gimbernat (1734-1816) e Ignacio Lacaba (1745-1815) bajo la dirección de Sobral, «fiando el éxito a la bondad de la Providencia» (Cédula, 1798). Días después, el 20 de noviembre de 1798 Carlos IV emitió una Real Orden, publicada como Real Cédula el 30 de noviembre, en la que se daba noticia de la inoculación de los infantes, del buen resultado de la operación y en la que se ordenaba poner en práctica el referido método en los hospitales, casas de expósitos y de misericordia, para beneficio de sus amados vasallos (Real Cédula, 1798). La Cédula daba carácter oficial a la variolización o inoculación como método, establecía dónde debía llevarse a cabo y, sobre todo, se recomendaba al pueblo poniendo como ejemplo lo sucedido en la familia real en lugar de declararla obligatoria (Tuells, 2021). A lo largo del año comenzaron a llegar noticias preocupantes sobre epidemias de viruela en distintos virreinatos, especialmente desde Nueva España. «Dado que la inoculación no se podía utilizar a gran escala y no existía una forma de ataque directo a la enfermedad, el enfoque era prevenir la propagación de la viruela de persona a persona y de lugar en lugar. Para este último propósito se utilizó la cuarentena y para el primero, el aislamiento» (Cook, 1939). Por tanto, 1798 fue testigo de cómo un cirujano inglés describía el nuevo método de la vacunación para combatir la viruela; de cómo la casa real española hacía oficial de forma tardía una técnica inoculatoria que devino obsoleta de inmediato, ya que fue sustituida por la vacuna; de cómo se noticiaban las alarmantes epidemias de viruela en las Américas, y de cómo un cirujano español de cuarenta y cinco años, ajeno todavía al interés por la viruela, obtenía su crédito como médico. Fue el año de la transición tecnológica de la inoculación a la vacuna.
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La difusión inicial de la vacuna en España Las noticias sobre el influyente trabajo de Jenner (Jenner, 1798) se propagaron, como hemos comentado, con gran rapidez. A España llegaron por primera vez apenas cinco meses después de la publicación del libro, a través de un breve artículo publicado en el Semanario de Agricultura y Artes dirigido a los párrocos en marzo de 1799. El texto decía: En Inglaterra acaba de publicar el Médico Eduardo Jenner una obra con el título de «Examen de las causas y efectos de las viruelas de las vacas» que contiene un descubrimiento muy particular que puede dar mucha luz a la teórica de las enfermedades que se pueden inocular, al mismo tiempo que puede ser útil para preservar de este azote al género humano [...]. El autor de esta obra ha demostrado con muchas observaciones y experimentos bien hechos con personas cuyos nombres expresa, que todos los que hayan padecido esta enfermedad [refiriéndose al cowpox] con tal que la hayan tomado, no del caballo enfermo, como sucede algunas veces, sino de la vaca, quedan para siempre exentos de las viruelas naturales y libres de padecerlas, ya sea por contagio, o por inoculación, y como la viruela de las vacas no traiga jamás el menor peligro ni erupción alguno después de la calentura, y por otra parte no se pueda contagiar sino por inoculación, es decir por contacto inmediato del pus sobre la piel despojada de la epidermis de aquí es que se conseguiría una gran ventaja en emplear este preservativo contra la viruela ordinaria, con preferencia a la inoculación de la viruela benigna.81
Al año siguiente, Jenner consiguió pasajes en el Endymion de la Armada inglesa para el médico Joseph Marshall y el cirujano John Walker, que partieron en una expedición marítima por el Mediterráneo con el objetivo de vacunar a los marineros y soldados de las guarniciones inglesas (Bowers, 1981). En septiembre introdujeron la vacunación en Menorca, entonces bajo dominio inglés. La cercanía con Francia propició la llegada de noticias sobre el hallazgo, además de ser el país vecino nuestro principal proveedor de fluido vacuno. De esta manera, las primeras vacunaciones en España tuvieron lugar el 3 de diciembre de 1800, en
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LA EXPEDICIÓN BALMIS
Cataluña, concretamente en la villa de Puigcerdà, situada en la misma frontera. Corrieron a cargo del médico natural de la villa, Francisco Piguillem y Verdaguer (1771-1826), miembro de la Real Academia de Medicina Práctica de Barcelona y del Real Colegio de Medicina de Madrid. Piguillem había recibido la solicitud de vacunar a los hijos de una madre que había sabido de la vacuna por una carta recibida desde Francia. El médico solicitó el fluido vacuno, que le fue remitido desde París por su colega François Colon (1764-1812). Poco después vacunó al sobrino de Josef Pascual, médico de Vic, a la hija del gobernador Francisco Antonio Borrás, a dos sobrinos del mismo Piguillem y a otros parientes que tenía en Barcelona (Tuells, 2015). De aquella primera experiencia con la vacuna publicó dos obras; en una relataba la vacunación a los niños de Puigcerdà, las Cartas a la Señora (Piguillem, 1801), mientras que la otra era la traducción de un ensayo sobre la vacuna de Colon (Piguillem, 1801). Otros vacunadores, como Francisco Salvá y Campillo (17511828) o Vicente Mitjavila y Fisonell (1759-1805), vinculados también a la Academia de Barcelona, se sumaron a la iniciativa de Piguillem en Cataluña. Mitjavila propuso en marzo de 1801 crear una Sociedad Filantrópica sostenida con aportaciones voluntarias para realizar experimentos sobre la vacuna y clarificar los interrogantes que la envolvían (Olagüe, Astrain, 1994). Con este fin, redactó unas reflexiones que fueron publicadas en la prensa diaria, en las que planteaba que la nueva técnica necesitaba un número mayor de observaciones nacionales antes de realizar afirmaciones sobre sus beneficios: [...] yo no creo, que en España pueda asegurarlo algún médico con observaciones propias, porque de poco tiempo acá tenemos noticias de esta novedad sobre la que todavía no ha podido decidir el tiempo, la observación fundada en hechos particulares, y la experiencia. Aunque el Dr. Jenner asegura, que las personas vacinadas de ningún modo han contraído después las viruelas, no sabemos aún, si estarán preservadas de ellas perpetuamente, o por tiempo determinado.82
Instaba además a ser transparentes y publicar los posibles efectos contrarios derivados tras las vacunaciones.
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Desde Cataluña, a través de Salvá, se remitió la primera vacuna a la Corte (Aranjuez y Madrid), aunque el envío no obtuvo el éxito deseado. Una nueva remesa, procedente de París, tuvo resultados más favorables. Ignacio Jáuregui, médico de la familia real comenzó a vacunar en Aranjuez el 22 de abril de 1801, y un mes más tarde lo hizo en Madrid Ignacio María Ruiz de Luzuriaga (1763-1822), secretario de la Academia de Medicina Matritense y comisionado por el Tribunal del Protomedicato para informar sobre todo lo referente a la vacunación (Olagüe, Astrain, 2004). La nueva práctica preventiva alcanzó una gran difusión en aquellos momentos iniciales con distintos formatos (libros, folletos, artículos periodísticos e informes) que han sido analizados por los historiadores Olagüe y Astrain en un texto que evalúa la producción realizada hasta 1805 (Olagüe, Astrain, 2004). En él señalan que, noticias aparte, se publicaron un total de 48 obras durante el período, 17 de ellas traducciones del francés. Las obras se distribuyen según su procedencia como sigue: Madrid con 16 obras, las colonias de Hispanoamérica con 11, Cataluña con 10, Zaragoza con 3 y otros puntos nacionales con 8. La mayoría de ellas durante el período entre 1801 y 1803. Asimismo, la tesis doctoral de Duro Torrijos ha analizado el impacto en prensa de las noticias sobre la vacuna durante el período comprendido entre 1799 y 1808, y ha identificado un total de 389 crónicas que citaban tanto la enfermedad de la viruela como la propia vacuna, y que se concentraron entre los años 1801 y 1802 con un total de 111 (28,5 %) publicaciones. El Diario de Madrid y la Gaceta de Madrid, prensa estrictamente oficial, totalizaron el mayor número de noticias; alcanzaron entre ambos periódicos un total de 224 (57,6 %), más de la mitad del volumen total. Otros diarios destacados fueron: el Memorial literario o biblioteca periódica de ciencias, literatura y artes, el Correo mercantil de España y sus Indias o el Semanario de Agricultura y Artes dirigido a los párrocos (Duro Torrijos, 2014). La tabla I recoge las noticias publicadas en la Gaceta de Madrid sobre vacunaciones practicadas en su mayoría por distintos médicos y cirujanos a lo largo del país, y es ilustrativa de la extensión de la vacunación durante el período 1801-1805, que abarcó gran parte del territorio de la nación.
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TABLA 1. Vacunaciones practicadas en España según noticias de la Gaceta de Madrid (1801-1805) Fecha publicación
Vacunación practicada por
Fecha vacunaciones
Lugar
1801.01.06
Francisco Piguillem (médico)
1800.12.03
Puigcerdà (Cataluña)
1801.09.01
Ignacio Aguasvivas (médico)
1801.07.02
Alicante
1802.01.15
Vicente Martínez (médico), Mateo López (cirujano)
—
Pamplona (Navarra)
1802.01.29
Francisco Munera (cirujano)
—
Murcia, Cartagena
1802.02.05
Diego de Bances (médico)
—
Puente de la Reina (Navarra)
1802.03.02
Pedro Palacios (cirujano), Joseph Mayora (médico)
Agosto 1801
Errazu (Navarra)
1802.03.09
Antonio Ayguals (comercial), Miguel Sorolla (cirujano)
1801.11.14
Vinaroz, Morella (Valencia)
1802.03.12
Manuel Martínez de Bujanda (médico)
Diciembre 1801
Viana (Navarra)
1802.03.16
Rafael Costa (médico), Santiago Puig (médico)
1802.03.19
Matías Tadeo Llorente (médico), Benito Pérez (cirujano villa)
—
Fuenmayor (La Rioja)
1802.03.23
Manuel Larrimbe (médico) Miguel Mascaró (cirujano)
—
Azagra (Navarra)
1802.03.30
Ginés Chico de Guzmán (regidor), Manuel Fernández Salinas (cirujano)
—
Zehegin (Murcia)
1802.04.09
Christobal García Camarena (cirujano)
1802.04.13
Martín Alonso (cirujano)
1802.01.02
Segovia
1802.04.23
Antonio Guillén (médico), Juan Antonio Campos (cirujano)
1801.12.08
Moratalla, Zehegin, Calasparra (Murcia)
1802.04.27
Vicente Ximénez del Río (cirujano)
—
Borja (Aragón)
1802.04.30
Manuel Gil y Albéniz (médico)
—
Cascante (Navarra)
1802.05.11
Domingo Milagro (cirujano)
Octubre 1801
Sangüesa (Navarra)
1802.05.14
Juan Alaejos (cirujano)
1802.05.25
Ramón Agudo del Río (cirujano), Matías Gómez Durán (presbítero), Manuel Martín Ibáñez (capellán)
1801.12.14
Villa del Bellón, Pedrezuela, Tordelaguna (CastillaLa Mancha)
1802.06.01
Vicente Lubet (cirujano), Beltrán Barat (cirujano)
1801.12.15
San Sebastián (Guipúzcoa), Navarra
1802.06.15
Vicente Vivas (médico)
1802.06.18
Joseph Canet y Ponz (médico), Antonio Boria (cirujano)
1801
1802.06.22
Salvador de Echarri e Ignacio de Echarri (cirujanos, padre e hijo)
Febrero 1802
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1801.12.01
Madrid
Manzanares (CastillaLa Mancha)
—
—
Toro (Zamora)
Valencia Cervera, Villa de Prats del Rey (Cataluña) Peralta (Navarra)
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TABLA 1. Vacunaciones practicadas en España según noticias de la Gaceta de Madrid (1801-1805) Fecha publicación
Vacunación practicada por
Fecha vacunaciones
1802.07.02
Etiquiano Martínez (cirujano), Antonio Ballano (médico)
1801.12.25
Sigüenza (Guadalajara)
1802.07.06
Ignacio Lacaba (cirujano)
Abril de 1801
Real Sitio San Ildefonso
1802.07.30
Mateo Roxas y Melis (médico), Antonio Pastor y Tirado (presbítero), Joseph Antonio Serrano (presbítero)
—
Santa Cruz de Mudela, Viso, Valdepeñas, Torrenueva (CastillaLa Mancha)
1802.07.30
Miguel Babelo (médico), Julián Salazar (cirujano)
—
Huete (Cuenca)
1802.08.10
Lucas Dueñas (cirujano), Félix Martínez López (médico), Andrés Gallego (médico)
Octubre 1801
1802.08.20
Marcelino Sanz y Amayas (médico), Rafael de Barrio (cirujano)
1801.12.06
Sacedón, Coreoles, Villaba, Valdeconcha, Buendía (Guadalajara)
1802.08.24
Christobal María Rodríguez (cirujano)
1801.05.11
Pajares (Ávila)
1802.09.07
Ramón García y Cabezudo (cirujano)
—
Meneses de Campos (Palencia)
1802.09.14
Pascual Quartero (cirujano)
—
San Clemente (Cuenca)
1802.10.01
Pedro Joseph Cledera (médico)
Febrero 1802
Andújar (Jaén)
1802.11.02
Joaquín Mendiri (cirujano)
1801.09.19
Borja (Aragón)
1802.11.09
Manuel de la Fuente (cirujano)
1803.01.25
Antonio Joseph Fernández (cirujano)
1803.03.22
Felipe Miguel Llorente (cirujano), Ignacio Lacava (cirujano)
Abril 1801
Aranjuez, Yepes, Borox, Cienpozuelos, Salinas de Espartinas
1803.04.05
Vicente Henrique Rodríguez (médico), Pedro Barrientos (cirujano)
1802.07.11
Olías del Rey (Toledo)
1803.05.17
Joseph Rodríguez Gavilán (noble), Ángel Muñoz y Joseph Barrera (noble)
Marzo 1802
Toro (Zamora)
1803.05.17
Diego Aznárez (abogado de los Reales Consejos)
1801.10.16
Jaca (Huesca)
1803.06.14
Faustino Rodríguez (cirujano)
—
Ocaña (Toledo)
1803.06.24
Alonso González Rodríguez (vecino distinguido)
—
Puebla de Sanabria (Zamora)
1803.07.26
Antonio Joseph Cortés (corregidor), Joseph Olivar (cirujano)
—
Carmona (Sevilla)
1803.07.26
Diego Ritas y Pinazo (médico)
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— Agosto 1802
1802
Lugar
Valladolid
Tafalla (Navarra) León
Villena (reino Murcia), Biar (reino Valencia)
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LA EXPEDICIÓN BALMIS
TABLA 1. Vacunaciones practicadas en España según noticias de la Gaceta de Madrid (1801-1805) Fecha publicación
Vacunación practicada por
Fecha vacunaciones
Lugar
1803.11.29
Joseph Albarrán y Gregorio González (vecinos distinguidos)
1804.05.01
Francisco Álvarez Prieto (capitán), Juan Antonio Carvallo (médico)
1802
Olivencia (Badajoz)
1804.08.10
Juan Carrafa (capitán general provincia de Extremadura)
1802
Badajoz
1805.07.23
Francisco Blasco (cirujano)
1805.09.10
Judas Navarro (médico)
1805.06.22
Villa de Brozas (Extremadura)
1805.09.13
Pedro Martínez (médico)
Agosto 1801
Hellín (Murcia)
1803.11.29
Joseph Albarrán y Gregorio González (vecinos distinguidos)
1804.05.01
Francisco Álvarez Prieto (capitán), Juan Antonio Carvallo (médico)
1802
Olivencia (Badajoz)
1804.08.10
Juan Carrafa (capitán general provincia de Extremadura)
1802
Badajoz
1805.07.23
Francisco Blasco (cirujano)
1805.09.10
Judas Navarro (médico)
1805.06.22
Villa de Brozas (Extremadura)
1805.09.13
Pedro Martínez (médico)
Agosto 1801
Hellín (Murcia)
1803.11.29
Joseph Albarrán y Gregorio González (vecinos distinguidos)
1804.05.01
Francisco Álvarez Prieto (capitán), Juan Antonio Carvallo (médico)
1802
Olivencia (Badajoz)
1804.08.10
Juan Carrafa (capitán general provincia de Extremadura)
1802
Badajoz
1805.07.23
Francisco Blasco (cirujano)
1805.09.10
Judas Navarro (médico)
1805.06.22
Villa de Brozas (Extremadura)
1805.09.13
Pedro Martínez (médico)
Agosto 1801
Hellín (Murcia)
—
Villa de Fitero (Navarra)
—
Villa de Fitero (Navarra)
—
Villa de Fitero (Navarra)
Fuente: Duro Torrijos, 2014.
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EL DESCUBRIMIENTO DE JENNER EN ESPAÑA
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Ignacio María Ruiz de Luzuriaga (1763-1822) Ruiz de Luzuriaga tuvo un papel central en la difusión de la vacuna en España a lo largo de los años 1801 y 1802, durante los cuales desplegó una intensa actividad que le llevó a crear una red nacional de corresponsales a quienes remitía el fluido de la vacuna y solicitaba información sobre el estado y los progresos en cada lugar. Además, aconsejaba y resolvía las dudas metodológicas que surgían respecto a la aplicación de la vacuna, y de hecho ejerció como un coordinador nacional de la actividad vacunal durante aquellos primeros años de su implementación (Tuells, 2015).
nota
Biográfica soBre
ruiz
de
luzuriaga
Natural de Villaro (Vizcaya), nació el 31 de julio de 1763 en el seno de una familia ilustrada que le orientó hacia una educación refinada (Fabra, 1822: 5; Usandizaga, 1964: 49). Para su formación fue determinante el ingreso a los quince años (1777) como interno en el Seminario Patriótico Bascongado de Vergara. Esta institución contaba con una plantilla de excelentes profesores, como Iriarte, Mas, Zubiaurre, además de los franceses Pierre François Chavaneau y Joseph-Louis Proust, que impartían física y química y habían sido contratados en París gracias a los contactos que la Sociedad Bascongada de Amigos del País tenía en la capital francesa. Aquí se fraguó el interés de Luzuriaga por las aplicaciones de la química a la ciencia médica (Usandizaga, 1964: 52). Completó su formación de medicina y química en París (1780-1784), asistiendo a las lecciones de Fourcroy (química), Portal (anatomía) o Desault (cirugía) y forjando un círculo de amistades en el cual figuraba Philippe Pinel (1755-1826). Amplió sus estudios en el Reino Unido (1784-1787), pasando de Londres a Edimburgo, donde tras estudiar con Gregory, Black, Home y Duncan, recibió los grados de maestro en artes, bachiller y doctor en medicina. En aquella época obtuvo varios nombramientos como corresponsal del Jardín Botánico de Madrid, socio honorario de la Sociedad Médica de Londres, miembro del Liceo Médico de la misma ciudad y, asimismo, de la Real Sociedad de Medicina y de la Real Sociedad de Historia Natural (Edimburgo). A su vuelta a España renunció a
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LA EXPEDICIÓN BALMIS
la cátedra de Ciencias Naturales que le había propuesto el Seminario de Vergara y se trasladó a Madrid para ejercer la medicina. Francisco Martínez Sobral, que ejerció como tutor suyo en la capital, presidió la reválida de los títulos del joven Luzuriaga, de acuerdo con las exigencias del Protomedicato. El 8 de abril de 1790, a punto de cumplir los veintisiete años, obtuvo una plaza en la Real Academia de Medicina, la institución que sería el centro de su actividad científica y en la cual ocupó sucesivamente los cargos de secretario, secretario de Correspondencias Extranjeras y vicepresidente (1798 hasta 1807) (Tuells, 2015). Su excelente formación y capacidad de acceso a información científica relevante hicieron de él un destacado difusor de adelantos verificados en el extranjero: «Apenas se presentaba al gobierno alguna ocurrencia que tuviese relación con la medicina, recurría inmediatamente al doctor Luzuriaga para que le ilustrase con sus vastos conocimientos» (Fabra, 1822). Como señaló el profesor López Piñero, sus intereses se centraron en cuestiones de química fisiológica y en estudios médico-sociales. Abordó el problema clínico y sanitario del «cólico de Madrid», que atribuyó al empleo de plomo y cobre en la elaboración de las vajillas (López Piñero, 1983). Elaboró informes sobre la fiebre amarilla (1801-1804). Redactó trabajos sobre las condiciones higiénicas de los hospitales, las cárceles y la salud de los marineros (Astrain, 1991). En 1812 fue miembro de la comisión que redactó el Reglamento General de Sanidad y que presidía su amigo Ignacio Jáuregui como primer médico de Cámara. Al final de su vida fue propuesto como miembro de la comisión redactora de la primera Ley de Beneficencia, aprobada en diciembre de 1821 y en la que colaboró estrechamente con Antonio Hernández Morejón (Usandizaga, 1964: 84). En el terreno más personal, la conmoción que supuso la invasión napoleónica en la ciudadanía española afectó también a Luzuriaga y especialmente a su vida académica. Quizá por su rechazo a la intrusión gala, Luzuriaga fue arrestado y conducido a Francia en enero de 1809, aunque la mediación de José Mariano Mociño con el ministro de Interior consiguió su repatriación. Este suceso le tuvo apartado de la academia varios años y aunque volvió en 1814, desde entonces su presencia fue testimonial.
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EL DESCUBRIMIENTO DE JENNER EN ESPAÑA
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Luzuriaga ha sido descrito como un trabajador incansable, capaz de interesarse por una gran variedad de temas, que abordaba uno tras otro. Ese rasgo se observa en la cantidad de manuscritos que no vieron la luz por falta de tiempo para materializarlos o simplemente por haber cambiado de sujeto de estudio. Soltero, sin compromisos familiares, retraído y concentrado, sus pasiones eran el estudio, la escritura, la traducción y el acopio de documentos para futuros textos. Según Fabra, Luzuriaga «decía con franqueza que varios de sus manuscritos necesitaban algún retoque y manifestaba también la intención que tenía de revisar sus trabajos para formar una colección útil y ordenada» (Fabra, 1822). Los libros, su biblioteca, eran la representación más visible de sus entusiasmos. Conservaba tal volumen de libros que tuvo un pleito de desahucio en 1795 por no querer desalojar un cuarto que tenía en la calle Baño número 8, en que llegó incluso a solicitar (sin conseguirla) la mediación de la Corte. El material bibliográfico que tanto apreciaba quedó reflejado en sus últimas voluntades, sus «bienes consisten la mayor parte en librería, pintura, muebles, alhajas».83 Fabra, su amigo y biógrafo, fue uno de sus albaceas. Su última rúbrica denota la gravedad de su estado: «su dolencia fue tan cruel y solapada que unas veces amenazaba con terror y otras parecía prometer un feliz éxito» (Fabra, 1822). Días después falleció y su funeral fue oficiado en la parroquia de San Sebastián de Madrid. Fue enterrado en un nicho del cementerio de la Puerta de Fuencarral. Luzuriaga instituyó como «únicos y universales herederos por iguales partes, a sus seis hermanos María de Jesús, María Josefa, María Ignacia, Margarita, Ana María Pascasia y José Manuel Ruiz de Luzuriaga»,84 que pleitearon años más tarde por la herencia (Tuells, Duro, Díaz-Delgado, 2012).
su
interés por la inoculación y la vacuna
Entre sus intereses científicos figura la vacuna antivariólica, pues asumió un visible protagonismo como ardiente defensor de la misma y difusor de la técnica jenneriana en España (Duro Torrijos, 2014; Tuells, Duro, Díaz-Delgado, 2012; Olagüe, Astrain, 2004; Tuells, 2015).
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LA EXPEDICIÓN BALMIS
Su padre, José Santiago Ruiz de Luzuriaga, era médico y miembro de la Sociedad Bascongada de Amigos del País, institución que presidía el conde de Peñaflorida, con quien mantenía una estrecha amistad y compartía el interés por las novedades científicas. Esta sociedad fomentó la práctica de la variolización; José Santiago Ruiz de Luzuriaga se distinguió como inoculador desde 1770, hecho reseñado por Timoteo O’Scanlan, anteriormente citado como el gran promotor de la inoculación en España, con quien mantuvo correspondencia (Usandizaga, 1964). Por lo tanto, Ruiz de Luzuriaga se familiarizó por vía paterna con la inoculación, y amplió sus conocimientos durante su formación en el extranjero. Desde su puesto como secretario de la Academia de Medicina mostró su posición favorable hacia la inoculación en distintas ocasiones, una de ellas censurando favorablemente la tercera obra de O’Scanlan sobre el tema (O’Scanlan, 1792). Ruiz de Luzuriaga prosiguió la amistad iniciada por su padre con O’Scanlan, que también era académico. Además, su protector Martínez Sobral, presidente de la Academia, dirigió las operaciones de inoculación, ya citadas, de la familia real en 1798 (Tuells, 2015). La actividad como inoculador de Ruiz de Luzuriaga ha quedado reflejada en una carta de su padre en la que recomienda a un amigo: «puede inocularse por medio de un hijo que tengo en Madrid [...] que acaba de inocular esta primavera a la familia de...» (Usandizaga, 1964). Con estos antecedentes favorables hacia la inoculación, unido a su excelente formación, no es de extrañar su posterior adherencia y compromiso activo con la vacunación (Tuells, Duro, Díaz-Delgado, 2012).
c orrespondencia
soBre la vacuna
Tres circunstancias propiciaron que Ruiz de Luzuriaga se dedicara a la vacuna durante los años 1801 y 1802, más allá de su actividad como vacunador en su domicilio de Madrid. En primer lugar, una carta remitida a la Academia en junio de 1801 por la Comisión de la Vacuna de la Sociedad de Medicina de París, solicitando información sobre el estado de la vacuna en España; en segundo lugar, la presión del médico de Cámara Ignacio Jáu-
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regui y algunos funcionarios de la Secretaría de Estado para que redactara un texto monográfico sobre la vacuna que sirviera de referencia y, finalmente, la encomienda del Tribunal del Protomedicato para que informara sobre todo lo referente a la vacunación (Tuells, 2015). Al asumir estos compromisos, Ruiz de Luzuriaga se convirtió en una pieza clave durante ese primer período de difusión del método de Jenner en España (Olagüe, Astrain, 2004). Por su prestigio y posición en la Academia, varias personas se dirigieron a él para que les facilitase la vacuna e instrucciones para su empleo, y a cambio Luzuriaga recibía información sobre los resultados derivados de estas operaciones (Romeu, 1940). Ruiz de Luzuriaga conservó el resultado de estos contactos epistolares junto a textos propios en varias carpetas que referenció como «Papeles sobre la vacuna» y que actualmente forman parte del fondo documental de la Real Academia Nacional de Medicina en Madrid (RANM). Son cuatro volúmenes (Tuells, 2015), cada uno de ellos con su propia signatura, que están organizados del modo siguiente: —Volúmenes 1 y 2: 17-2.a Sala de Gobierno 18 y 17-2.a Sala de Gobierno 19: Son dos volúmenes que, reunidos con una portada común titulada Papeles sobre la vacuna, recogen las cartas remitidas a Ruiz de Luzuriaga por distintos vacunadores, así como reflexiones, transcripciones de artículos publicados en la prensa francesa y resúmenes manuscritos por el médico vasco, fechados en 1801 y 1802. Incluyen 641 cuartillas (386 y 255 respectivamente), cuyo tamaño oscila entre 20 y 22 cm, cosidas y pegadas unas a otras por quien las recopiló con una encuadernación rústica muy liviana que tuvo que ser deshecha al procederse, en los años noventa, a su microfilmado a fin de salvaguardar los documentos. Fue entonces cuando se numeraron las hojas en el ángulo inferior derecho y se encargó un estuche, simulando un lomo con nervios y dorados, donde se conservan desde entonces. —Volumen 3: 23-4.a Biblioteca 14: Con el título Papeles sobre la vacuna. 1802, este tomo de tamaño folio (32 cm) y encuadernación holandesa con tapas de papel jaspeado, consta de una gran variedad de material referente a la vacunación. Del mismo, cabe destacar una versión del «Informe imparcial sobre la preserva-
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ción de las viruelas...», así como tablas de vacunados, traducciones, proyectos de Luzuriaga. En él se encuentran los documentos sujetos de este estudio. —Volumen 4: Legajo 11, Documento 703. Se trata del «Informe imparcial sobre el preservativo de las viruelas descubierto por el doctor Eduardo Jenner...», manuscrito con una caligrafía especialmente cuidada, en 97 folios (32 cm) cosidos y en rústica. Este documento es la versión preparada para remitir a la imprenta. En los tres primeros se encuentran las cartas dirigidas a Ruiz de Luzuriaga por personas interesadas en la vacunación (tabla 2). Esta correspondencia no había sido investigada en profundidad. Una tesis doctoral relacionó cronológicamente una parte importante del epistolario (Blasco, 1991), y otras cuatro publicaciones han transcrito y analizado una (Olagüe, Astrain, 1994) o varias cartas (Tuells, Duro, Díaz-Delgado, 2012; Tuells, Duro, 2013; Tuells, 2015; Duro, Tuells, 2017; Duro, Tuells, 2019) según el remitente. Más recientemente, otra tesis doctoral efectuó un análisis más completo (Duro Torrijos, 2014). El número total de cartas contenidas en este corpus documental asciende a 149. En 15 de ellas no se ha podido identificar la ocupación del remitente y 7 están redactadas por el propio Ruiz de Luzuriaga. De las 127 restantes, 105 (82,7 %) tienen como destinatario a Ruiz de Luzuriaga, mientras que las restantes iban dirigidas a un tercero. Sus autores son mayoritariamente aristócratas, altos funcionarios del Estado y profesionales sanitarios (médicos y cirujanos). El total de remitentes bien identificados es de 65. Las cartas están fechadas en 1801 y 1802, si bien la mayoría [un 90,3 % (n = 130)] corresponden al primer año y están fechadas sobre todo durante los meses de agosto, septiembre y octubre de 1801. Los contenidos temáticos manifestados en las cartas son, en primer lugar, la predisposición favorable y adherencia hacia la vacunación [75,2 % (n = 112)], por delante de la comunicación de resultados sobre el número de vacunados [60,4 % (n = 90)]. La controversia o duda sobre la efectividad de la vacuna y sus posibles efectos adversos está presente en un 29,5 % (n = 44) de los mensajes identificados, y las cartas que solicitan fluido vacunal o instrucciones sobre la técnica para su administración son un 23,5 % (n = 35) y un 19,5 % (n = 29) respectivamente.
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La primera carta, en orden cronológico, tiene fecha de 14 enero de 1801 y corresponde al dictamen favorable de la Real Academia que Ruiz de Luzuriaga, como secretario, dirigió al censor conde de Isla sobre una obra del primer vacunador de París, François Colon, que había traducido Piguillem (Piguillem, 1801): Remito a V. S., la censura de la Real Academia Médica de Madrid sobre los «Ensayos acerca de la inoculación de la vaccina» (mejor se diría vacuna), compuestos en francés por Mr. Colon y traducidos al castellano por el Dr. D. Francisco Piguillem, y habiéndolos examinado con la reflexión que acostumbra y exige un asunto de tanta importancia, dice que el proyecto de que se trata merece toda la atención del Gobierno y de los particulares que están encargados de la salud de los hombres, pues por las pruebas que hasta ahora se han hecho en Inglaterra, Francia y Alemania, y por las pocas que en nuestra España se empiezan a practicar, hay esperanza bastante fundada de que se hallará el medio de preservar al género humano del terrible y devorador mal de la viruela [...]. Por esta razón, la Academia lo juzga admisible y digno de la protección de S. M.85
La última de las cartas fue remitida desde Bilbao por el médico Lope García de Mazarredo (1769-1820) que, como Ruiz de Luzuriaga, fue colegial en el Seminario de Vergara. Mazarredo fue un activo provacunista que en 1801 tradujo las Instrucciones prácticas para la inoculación de la vaccina, de Henri-Marie Husson (1772-1820). En la carta (1802/11/02), resaltaba su amistad y admiración hacia Ruiz de Luzuriaga, dando apoyo a la intención que se tenía de honrar a Jenner. «Yo creo como Vmd., que lo que se saque de la subscripción en España para Jenner será poco y en caso de que llegue a efectuarse me parece que encabezándose Vmd., a recogerla y sonando su nombre se sacará más; con mucho gusto sería su comisionado, [...] Vmd., es en España nuestro Jenner y a Vmd., deben dirigirse las dudas sobre la vacuna.»86 Atendiendo a la categoría profesional y social de sus remitentes, el epistolario se puede clasificar en dos bloques: la correspondencia redactada por miembros de la aristocracia, burguesía y funcionarios del Estado, y la elaborada por compañeros de profesión: médicos, cirujanos y sangradores (tabla 2).
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TABLA 2. Correspondencia en los Papeles sobre la vacuna Funcionarios Estado, aristocracia y burguesía ilustrada
Cartas (41)
Enviadas a Luzuriaga (32)
No enviadas a Luzuriaga (9)
Conde de Isla
1
—
1
Condesa de Montijo
2
1
1 —
Dámaso de la Torre
1
1
Evaristo Pérez Castro
2
—
2
Feliciana Matute
1
1
—
Juana Villachica y Laguna
3
3
—
Lope de Mazarredo
4
3
1
Louis Proust (Don Luis)
1
—
1
Luis de Onís
2
1
1
Luis Quadrado
1
1
—
Manuel de Albuerne
1
1
—
Manuel de Ascargorta
1
1
—
Martín García de Olalla
1
1
—
Marqués Narros
1
1
—
Marquesa de Monsalud
2
2
—
Marqueses de Vadillo
7
6
1
Nicasia Pérez de Castro
2
2
—
Paula Bordó
1
—
1
Pedro Morales Pastor
1
1
—
Vicente González Arnao
1
1
—
Xaviera de Muzgategui
3
3
—
Zamacola
2
2
—
Cartas (73)
Enviadas a Luzuriaga (68)
No enviadas a Luzuriaga (5)
Antonio Franseri
3
2
1
Antonio Goñi
1
1
—
Félix Martínez López
4
4
—
Francisco Balmis
1
1
—
Francisco de Neyra
1
1
—
Ginés Lario
1
1
—
Ignacio Aguas-Vivas
2
2
—
Ignacio Jáuregui
23
23
—
Isidro Scardini
4
2
2
Profesionales sanitarios
José Ubis
4
4
—
Juan Antonio de Ugalde
4
4
—
Juan Bautista Soldevilla
1
1
—
Juan de Azaola
1
1
—
Juan Manuel de Aréjula
4
3
1
Lucas Dueñas
1
1
—
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Ocupación
Municipio
Volumen
Noble
Madrid
1*
Noble
Zaragoza
1*
Secretario Estado
Madrid
1*
Secretario Estado
Jerez de los Caballeros
1*
Comerciante
Madrid
1*
Noble
Burgos
1*
Regidor/Médico
Bilbao
1*
Químico
Madrid
3*
Funcionario Estado
Madrid
1*
Abogado
Murcia
1*
Secretaría Hacienda
Madrid
1*
Noble
Madrid
1*
Comerciante
Madrid
1*
Noble
Vitoria
1*
Noble
Badajoz
2*
Noble
Soria
1*
Noble
Madrid
1*
Comerciante
Madrid
1*
Abogado
Madrid
1*
Abogado/Literato
Madrid
1*
Noble
Guipúzcoa
1*
Noble
Madrid
2*
Municipio
Volumen
Madrid
1* 2*
Ocupación Médico/Académico Cirujano
Asturias
1*
Médico
Valladolid
1* 2*
Médico
Madrid
2*
Médico/Académico
Madrid
1*
Médico
Madrid
3*
Médico
Alicante
1*
Médico
Madrid
1*
Médico
Madrid
1*
Cirujano
Soria
1* 2* 3*
Cirujano Médico/Académico Cirujano Médico/Académico Cirujano
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Bilbao
2*
Barcelona
1*
Madrid
1*
Cádiz
1*
Valladolid
2*
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TABLA 2. Correspondencia en los Papeles sobre la vacuna según ocupación y municipio Cartas (73)
Enviadas a Luzuriaga (68)
Manuel Gorgullo
1
1
Nicolás de Cortázar
1
1
Pascual Quartero
1
1
Pedro Fernández Acevedo
1
1
Prudencio Valderrama
8
8
Tomás Carpio
1
—
Vicente Martínez
3
3
Vicente Mitjavila
2
2
Cartas (20)
Enviadas a Luzuriaga (5)
11
3
Profesionales sanitarios
Profesionales sanitarios extranjeros Commission Vaccine París Alfonso Leroy
6
—
Joao Francisco de Oliveira
2
1
Tomas Romay
1
1
1* RANM, Papeles sobre la vacuna, Signatura 17-2.a S. Gobierno, 18, fols. 1-386. 2* RANM, Papeles sobre la vacuna, Signatura 17-2.a S. Gobierno, 19, fols. 1-255. 3* RANM, Papeles sobre la vacuna 1802, 23-4.a Biblioteca, fols. 1-527.
la aristocracia y los altos funcionarios del estado El prestigio profesional de Ruiz de Luzuriaga se evidencia observando los contactos analizados en la correspondencia, un 60,6 % (n = 41) de los cuales procedían de la aristocracia palaciega, nobleza y altos funcionarios del Estado, todos ellos con una actitud favorable hacia la vacuna. Sus constantes solicitudes de información sobre el nuevo método jenneriano y el ejemplo dado exponiendo a sus hijos al supuesto beneficio de la vacunación, cumplían una función moralizante y pedagógica que animaba al resto de la población a vacunarse. Procedentes de este colectivo se contabilizan un total de 41 cartas, distribuidas geográficamente en Madrid (16), Soria (7), Bilbao (4), Guipúzcoa (3), Burgos (3), Zaragoza (2), Badajoz (2), Jerez de los Caballeros (2), Vitoria (1) y Murcia (1).
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No enviadas a Luzuriaga (5)
Ocupación
Municipio
Volumen
—
Protomédico
Madrid
1*
—
Sangrador
Madrid
2*
—
Cirujano
Cuenca
3*
—
Cirujano
Madrid
1* 1* 2*
—
Médico
Burgos
1
Cirujano
Tudela
1*
—
Médico
Pamplona
1*
—
Médico
Barcelona
2* 3*
No enviadas a Luzuriaga (15)
Ocupación
Municipio
Volumen
8
Médicos
París
1* 2*
6
Médico
París
1* 2*
1
Médico
Lisboa
2*
—
Médico
La Habana
2*
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Sus contenidos muestran dos secuencias de interés. En la primera relatan su curiosidad y las reacciones positivas a las noticias sobre el descubrimiento jenneriano. Requerían información sobre los aspectos técnicos de la vacunación, escribiendo directamente a Ruiz de Luzuriaga o a través de algún familiar residente en Madrid, que le trasladaba la solicitud. Estos primeros contactos se produjeron durante julio y agosto de 1801, apenas dos meses después de las primeras vacunaciones practicadas por Ruiz de Luzuriaga en Madrid. Sirva como ejemplo la carta remitida desde Burgos por Juana Manuela Villachica y Llaguno (1774-1812), esposa de Francisco Enrique de Urquijo, futuro corregidor de Burgos durante la ocupación francesa, que escribía a Ruiz de Luzuriaga el 29 de julio de 1801 en un tono muy cercano: Suplico a Vmd., me haga el favor de decirme en qué concepto tiene Vm., y los demás facultativos la inoculación de la vacina o vaquina, que aquí hemos oído hablar ponderando las ventajas de este método. La familia de mi marido ha sido azotada cruelmente de las vi-
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LA EXPEDICIÓN BALMIS
ruelas, y él mismo acaba de padecerlas, [...] han sido muchas y muy malas, después de haberle puesto en el último peligro, le han dejado estropeado, aunque gracias a Dios, sin lesión en los ojos ni imperfección alguna; aún resta de pasarlas dos hermanas, [...] quisiéramos librarlas del peligro de semejante epidemia, y por tanto esperamos el parecer de Vmd., con una relación del método que se ha de observar en caso que se haga dicha inoculación; tenemos un buen médico, pero no se atreve a emprenderla por carecer de la materia que se introduce y por no estar enterado a fondo de este nuevo modo de inocular (Duro, Tuells, 2017).
Estilo similar utilizaba desde Soria Francisco González de Castejón, marqués de Vadillo, el 4 de agosto de 1801 (Tuells, Duro, 2013), o desde Almendralejo (Badajoz) la marquesa de Monsalud, María de la Concepción Ortiz de Rozas, que tras el nacimiento de su hija pedía a Ruiz de Luzuriaga (14 de agosto de 1801) asesoramiento tras haber «leído un discurso publicado a favor de la Inoculación de la Vazina o Vacuna, y teniendo noticia de Madrid de ser Vd., uno de los que administra este pus».87 En una segunda fase, tras recibir las instrucciones, el contenido de las cartas se modificó dando paso al relato de los resultados y progresos de las vacunaciones. La información era suministrada en estos casos por médicos o cirujanos vinculados al municipio o al servicio de la familia en cuestión, que tomaron el relevo en la correspondencia con Ruiz de Luzuriaga. En Burgos, Juana María Villachica indicó a Luzuriaga el 9 de agosto de 1801 que recibió la vacuna que este le envió, y que fue el médico Prudencio Valderrama quien practicó las operaciones en sus propias hijas, «para que con este ejemplo se animen otros». Valderrama remitía el 29 de agosto al secretario de la Academia «el resultado que ofrece la vacunación practicada por primera vez en esta ciudad y en mis dos hijas» (Duro, Tuells, 2017). Datos similares aportaban el marqués de Vadillo y el médico soriano Josef Ubis. La figura del marqués de Vadillo era destacada por el facultativo, que se refería a él como promotor de la vacuna en tierras sorianas y de la vecina Navarra, «el pus lo ha propagado en todas las inmediaciones [...]. Los pueblos a donde
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se ha remitido vacuno son Pamplona, Berlanga, Santa Cecilia y Tudela» (23 de octubre de 1801).88 Dato que coincide con el período de inicio de las vacunaciones en la región (Viñes, 2004).
epistolario
con otros sanitarios
La mayor parte de la correspondencia está compuesta por cartas remitidas por personas vinculadas a la sanidad. Entre médicos, cirujanos y sangradores encontramos un total de 93 (61,8 %) cartas, recibidas tanto del interior del país (73) como del extranjero: París (17), Lisboa (2) y La Habana (1). Puede decirse que, en conjunto, los contenidos se centraban en conocer aspectos técnicos de la vacuna y la manera de adquirirla, recibir instrucción para practicar la operación y comunicar los resultados obtenidos tras su aplicación, esta última cuestión a solicitud de Ruiz de Luzuriaga. Son numerosos los profesionales sanitarios que le solicitan la vacuna, algunos de ellos, miembros también de la Academia (Franseri, Neyra, Soldevilla, Aréjula). Este último, Juan Manuel de Aréjula (1755-1830), médico natural de Lucena (Córdoba), el 4 de agosto de 1801 indicaba a Ruiz de Luzuriaga que «tengo empeño en vacinar unos niños de un amigo, deseo un poco de pus, y si puede ser, sin perder correo, aunque sea poco; y luego me enviará Vmd., más, si hay».89 Días más tarde, el 25 de agosto, le agradecía la vacuna recibida y resaltaba su prestigio, «ya he visto, y lo sabía antes, que Vm., era el Inoculador grande de Madrid».90 Aréjula concluía con la descripción de las vacunaciones practicadas hasta el momento: «Tengo en la actualidad unos 60 vacunados, todos con sus viruelas hermosas». También hay otra carta remitida desde Madrid por Balmis el 30 de noviembre de 1801, solicitándole que vacunara al hijo de un amigo: Mui Señor mío y de toda mi estimación: Deseando complacer a un amigo, que sigue la Corte, en el encargo, que con esta fecha me hace, para que con la posible brevedad proporcione la inoculación de la vacuna a una hija que tiene a pupilo en Madrid, me tomo la libertad de molestarle a fin de que, en el caso de tener en día algún
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inoculado, con síntomas bien característicos de la verdadera vacuna, se sirva avisármelo, como también el día en que esté en sazón el pus para ser ingerido y la hora y sitio en que deberé asistir con la citada niña. Espero que su amor a la humanidad y el deseo del adelantamiento de los útiles descubrimientos, me sepa disimular esta incomodidad que puede causarle su más atento seguro servidor que su mano besa. Francisco Xavier de Balmis. P. D. Si por desgracia no tuviese Vm., ningún vacunado en el día en estado de poderse trasmitir su materia, le suplico me dirija a otro amigo que nos proporcione este beneficio.91
El decano y catedrático de Medicina de Valladolid, Félix Martínez López, escribió a Ruiz de Luzuriaga (1801/09/20) solicitándole la vacuna y comprometiéndose a remitirle todas sus observaciones «sobre las operaciones que me prometo hacer en obsequio de la humanidad».92 Ruiz de Luzuriaga respondió de inmediato, ya que el propio Félix Martínez, en contestación del 7 de octubre, le indicaba que había recibido los cristales enviados, pero desafortunadamente
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al abrir el correo uno de ellos se encontraba estropeado, motivo por el que volvió a solicitar una nueva remesa de fluido vacunal. Meses más tarde (1802/06/13), Félix Martínez ampliaba la información, e incluso le indicaba que en Valladolid habían practicado la contraprueba en las vacunaciones realizadas, sin duda, un argumento favorable frente a las voces de sus opositores. Para disipar los vanos recelos que algunos enemigos de este precioso descubrimiento habían infundido en la población de que la vacuna no preservaba de las viruelas se hizo la contraprueba con toda solemnidad en presencia de 30 testigos de excepción en 4 municipios que habían sido vacunados [...]. Con esta demostración las gentes se entregan ya con mayor confianza.93
La correspondencia entre Félix Martínez y Ruiz de Luzuriaga es un ejemplo de las inquietudes de los profesionales sanitarios por introducir la vacuna en su entorno, un hecho que llevaba aparejado obtener prestigio profesional y que, en este caso particular, produjo cierta discusión por dilucidar quién había sido el verdadero introductor de las vacunaciones en la provincia de Valladolid. En este sentido, el cirujano Lucas Dueñas contactó con Ruiz de Luzuriaga (1802/06/27) reclamando que fue él quien había iniciado las operaciones. «Muy Señor mío; aunque no tengo el honor de conocer a Vm., más que por algunos escritos en que le hallo citado con el mayor honor [...], me he resuelto a dirigirle estas cuatro líneas, con motivo de haber sido yo el primero que con éxito inoculé con virus vacuno en esta ciudad.»94 El autor de la carta remarcaba que había contado con el apoyo de Félix Martínez. Esta información fue ratificada el 10 de agosto de ese mismo año en una noticia de la Gaceta de Madrid. Esta controversia sobre quién fue el pionero en la introducción de la vacuna en Valladolid refleja la tensión entre médicos y cirujanos por obtener el control del método. Continuando con el análisis de la correspondencia, destacan dos cartas remitidas por el médico catalán Vicente Mitjavila y Fisionell (1759-1805), facultativo que había desempeñado un notable papel en la defensa de la variolización y que mantuvo el mismo entusiasmo por la vacuna. Ambos textos, fechados el 19
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de agosto y el 28 de octubre de 1801, recogen el estado de las vacunaciones en Cataluña, a solicitud del Real Protomedicato. Mitjavila, conocedor del interés de Ruiz de Luzuriaga por la materia, le remitió los datos obtenidos como una muestra de intercambio de información entre colegas. El segundo de los escritos recoge las operaciones practicadas por los cirujanos Nadal y Vilella hasta el 1 de mayo de ese año.95 El texto permite comprobar que ambas técnicas, variolización y vacunación, coexistieron durante el proceso de implementación de esta última. Es significativo que se reportaran un total de 286 vacunados frente a 458 variolizados, tan solo cinco meses después de que Piguillem realizase las primeras vacunaciones, dato que indica la influencia facilitadora de la variolización en el tránsito hacia la adopción de la vacuna. Entre los profesionales sanitarios que figuran en el epistolario conservado por Ruiz de Luzuriaga, ocupa un papel destacado el médico de Cámara Ignacio Jáuregui, no solo por el volumen de su correspondencia (23 cartas), sino también por su importante papel en la introducción de la vacuna en los círculos cortesanos de la capital del reino. Jáuregui, además de introducir la vacuna en Aranjuez, transmitió a Ruiz de Luzuriaga el interés del Gobierno por conocer todo lo relativo a la vacunación, animándolo a elaborar distintos informes sobre los progresos de la vacuna en España y a redactar un texto que resumiera el estado de la cuestión para aclarar el procedimiento y resolver las dudas que planteaba el método (Duro, Tuells, 2020).
los «inforMes» Además de la correspondencia, en los Papeles de la vacuna hay otros documentos elaborados por Ruiz de Luzuriaga a modo de informes (Tuells, 2015) que revelan su intento de plasmar tanto sus experiencias como un compendio de la técnica vacunatoria y su justificación científica, siempre estimulado por Ignacio Jáuregui para que produjese un texto útil y de referencia para los vacunólogos españoles del momento. Durante el segundo semestre de 1801, Luzuriaga redactó tres manuscritos con distinta intención, contenidos en el volumen 3
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de los Papeles. El primero es la carta al «Amigo y Sr. Don Luis», el segundo es el «Informe imparcial» y el tercero es el «Ensayo sobre la vacuna». En el transcurso de esos meses, Luzuriaga fue ampliando el formato narrativo de sus experiencias pasándolas de carta a informe y luego a ensayo (Tuells, 2015). La carta al «Sr. D. Luis» está dirigida a Joseph-Louis Proust (1754-1826), químico y farmacéutico francés, miembro de la Academia Real de Medicina de París, científico de gran prestigio que pasó casi treinta años de su vida en España. Antiguo profesor de Luzuriaga en Vergara, donde iniciaron su amistad, fue también compañero en la Academia de Medicina madrileña (en la Memoria de la Academia de 1797 hay publicaciones de ambos). El 23 de junio de 1801, la Comisión de la Vacuna de la Sociedad de Medicina de París, con sede en el Louvre, remitió una carta a la Academia en la que solicitaban información sobre el estado de la vacuna en España, y que les contestaran unas preguntas sobre la confianza que esta merecía a la población, si existían detractores, desde cuándo se vacunaba y desde qué país se había recibido la vacuna. Luzuriaga redactó la carta con la idea de que se remitiera a la comisión francesa, pero no hay constancia de que llegara a su destino. En ella hacía referencia al texto ya traducido por Ascargorta, reconocía que Piguillem, Salvá y Mitjavila fueron los introductores de la vacuna en España y destacaba el papel de Jáuregui, Onís y Castillo en la introducción de la vacuna en la Corte, citaba algún caso de efectos adversos, incluía un listado de vacunadores y especificaba el número de vacunados. Expresaba que se trataba de un «borrador de la propagación de la vacuna en España» y reiteraba que «basta este borrador mientras comunico en mi obra el resultado». Finalmente concluía «no me comprometan Vds., en el extracto que hagan entre Vmd., y el Dr. Pinel». A la relación de amistad entre Proust y Luzuriaga hay que añadir que este, como se ha dicho, también era amigo de Pinel. Los tres habían publicado en el Journal de Physique, que por aquella época tenía problemas con la censura española, de ahí sus precauciones. Luzuriaga pedía en la carta los originales de Jenner y hacía alusiones personales a conocidos de la época de Vergara, Félix
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Samaniego, Valentín Foronda, Mariano Luis de Urquijo, Eugenio Izquierdo. Este primer «borrador» en forma de carta fue un avance de la situación de la vacuna que Luzuriaga elaboró para que Proust y Pinel, sus amigos, difundieran en Francia los resultados españoles, bien en el Journal de Physique o entregándolo a la Comisión de la Vacuna. Tampoco vio la luz el segundo informe, esto es, el Informe imparcial, más conocido y más citado, transcrito en la tesis inédita de Blasco (1991). Su redacción se debió a la presión del Protomedicato, deseoso de dar una respuesta pública al estado de opinión que se estaba formando por la difusión de los sucesos adversos ocurridos tras las vacunaciones practicadas entre los meses de julio y septiembre (Usandizaga, 1964). Manuel Gorgullo, secretario de dicha institución le franqueó un escrito en octubre indicándole que «por decreto de 16 del corriente ha acordado el Real Protomedicato se comunique a Vm., el presente a fin de que le informe lo que haya observado sobre los sucesos prósperos y adversos de la vacunación [...] lo que espera ejecutará Vm., con la posible brevedad».96 Luzuriaga iniciaba el texto de su Informe imparcial con una breve introducción latina de Boerhaave y, dirigiéndose «al Sabio Tribunal», proponía que la vacuna debiera denominarse, «deseando perpetuar el nombre de Jenner»,97 como «fluido yennerino» y a su práctica «yennerización». Volvía a relatar la introducción de la vacuna tanto en la Corte como en Madrid, reconocía la destacada labor del secretario de la embajada en París, Juan del Castillo y Carroz, del oficial de la Secretaría de Despacho, Luis de Onís, y de Ignacio Jáuregui. Proseguía con la relación del número de vacunaciones realizadas, deteniéndose en los casos utilizados para desacreditar la medida preventiva. Reforzaba las virtudes que la vacuna ofrecía contra la viruela, daba una explicación técnica de cómo debía realizarse, para concluir haciendo un alegato al Estado y a los beneficios que reportaría su generalización. Un documento no incluido en los Papeles sobre la vacuna que se encuentra también en la biblioteca de la RANM es un resumen en francés del Informe imparcial, por eso se denomina «Extrait du Rapport manuscrit du Dr. Luzuriaga sur la vaccination ou
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Jennerisation qui a pour epigraphe le passage suivant de Boerhaave...».98 Fue redactado con la idea de remitirlo a Francia. Finalmente hay otro documento, un Ensayo de Luzuriaga sobre la vacuna que se encuentra en el volumen 3 de los Papeles, desde el folio 124 al 264, y constituye el intento de realizar una auténtica obra de recopilación de todo el conocimiento existente sobre la vacunación.99 Va dirigido al primer secretario de Estado y Despacho del Rey, Pedro Cevallos Guerra, lo que subraya el carácter «oficial» del texto, que tiene formato de libro. Luzuriaga deseaba involucrar a las altas esferas gubernamentales y exponía en la introducción un contundente mensaje en el que resaltaba los beneficios que la vacunación reportaría al Estado. Tras un recorrido histórico por la historia de la viruela, introducía la figura de Jenner, y a lo largo de quince folios traducía literalmente los 23 casos de la obra del británico (Jenner, 1798), lo que supone la primera e inédita versión en castellano de esta obra. Luego relataba la introducción de la vacuna en España y repasaba la bibliografía sobre la vacunación de la que disponía, que estaba muy actualizada. Sin duda se trata del texto que le había sido reclamado tanto por los funcionarios de la Secretaría de Estado, Onís, Castillo y Pizarro, y fundamentalmente por el propio Jáuregui, que desde Aranjuez le había escrito en agosto de 1801: «La confusión de folletos que diariamente van saliendo al público y las equivocadas noticias que en ellas se dan acerca de la vacunación se atribuyen a nuestra pereza en dar la disertación que cortaría enteramente el comercio que hacen los autores de aquellos, y el vicio con que el público recibe de ellos las ideas».100 La publicación de la obra de Hernández, la traducción de la obra de François Chaussier, la traducción de Piguillem del texto de Colon, e incluso la noticia de que ya se estaba traduciendo la obra de Moreau (a cargo de Balmis)101 hacían que Jáuregui instigase con más fuerza a Luzuriaga para que concluyera el ensayo o disertación. La obra, impulsada por miembros del aparato del Estado, pretendía ser la referencia española en materia de vacunación. El prestigio de Luzuriaga parecía poder ejecutarla, pero no vio la luz. Luzuriaga se vio desbordado por los acontecimientos, las
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solicitudes institucionales que le requerían información, la atención a los corresponsales de su «malla» epistolar en los que consumía su afán por divulgar y, a la vez, obtener información, además del propio ejercicio de la vacunación en su domicilio supervisando la labor de cirujanos como Azolea. A su entrega a la vacuna, hay que añadir que en esa época dedicó parte de su tiempo a otras cuestiones sanitarias como la fiebre amarilla, lo que podría justificar la falta de conclusión de sus textos. Aunque participó en el intento de dedicar una sala en las dependencias de la Academia para efectuar vacunaciones gratuitas, su actividad en relación con la vacuna derivó, a partir de 1802, hacia otros temas. Emitió también algún dictamen desde la RANM y, finalmente, ante la constatación de que en 1804 el ritmo de aplicación estaba decayendo, sus opiniones a favor de la vacuna fueron tomadas en consideración e inspiraron el Real Decreto de Vacunación de 1805.102 El documento de diciembre de 1803 es interesante como respuesta a un oficio del académico Juan Peñalver y elaborado por Luzuriaga103 en el que este apunta la necesidad de establecer en la Corte y las capitales del «Reyno» una vacunación metódica, crear una Comisión central al modo de otros países, elaborar instrucciones en forma de Catecismos sobre el método de practicar las vacunaciones, vacunar a los niños a los dos meses de edad, etc. La idea de establecer esa organización estaba contenida en el reglamento de la Expedición de Balmis, de fecha similar, y las Juntas de Vacuna tuvieron éxito en América (Tuells, Ramírez, 2011). Luzuriaga hace mención muy de pasada a esta empresa de la Corona, demostrando que la Academia fue ajena al proceso. Conclusiones En España no hubo una Comisión Central de la Vacuna como, por ejemplo, en Francia o Inglaterra. Distintos núcleos de vacunadores ilustrados propiciaron la propagación de la vacuna en todo el país. Ignacio María Ruiz de Luzuriaga tuvo que asumir un papel protagonista durante la introducción de la vacuna contra la viruela obligado por las circunstancias. Era un médico de
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prestigio, bien relacionado en el extranjero y ocupaba el puesto de secretario en la Real Academia de Medicina, por lo que tanto las autoridades gubernamentales como sus colegas de profesión lo tomaron como referente. El Gobierno le encargó que diera respuesta a las solicitudes de instituciones extranjeras (Comisión de la Vacuna de París con sede en el Louvre) o nacionales (Real Protomedicato), por lo que tuvo que redactar varios informes. Ante la necesidad de recabar información para elaborarlos realizó una doble tarea, recurrir a compañeros de profesión y atender las solicitudes espontáneas que le llegaban desde distintas partes del país demandando vacuna. Gracias a la malla de corresponsales que logró establecer, pudo detectar los progresos de la vacunación, elaborar las primeras estadísticas sobre vacunados y, además, tomar el pulso a las opiniones e inquietudes sobre la vacuna que le transmitían. El epistolario muestra la rápida difusión de la vacuna en la Península, revela el entusiasmo de las clases más ilustradas por adoptar el método frente a cierta indiferencia de las clases desfavorecidas, más dadas a la desconfianza. Indica también la adherencia de una buena parte de profesionales sanitarios (médicos y cirujanos), de mentalidad abierta, que aceptaron el compromiso de propagar e impulsar la continuidad de la nueva práctica. En España no se llegó a publicar un texto elaborado que supusiese un «corpus» sobre el nuevo método, que compendiase el «estado de la cuestión vacunal» en lugar de recurrir a traducciones y que sirviese de guía o manual para llevar a cabo la vacunación conforme a reglas de buena práctica.
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TERCERA PARTE PERFILES Y VISIONES DE FRANCISCO XAVIER BALMIS Y BERENGUER
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Capítulo 8
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Magdalena Suárez Ojeda Universidad Complutense de Madrid Gema Pérez del Villar Herrainz Universidad Complutense de Madrid
Concepto de administración pública en los albores del siglo xix en relación con la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna La Real Expedición Filantrópica de la Vacuna (REFV) constituyó una gesta impresionante desde el punto de vista médico y político. Sin duda, fue un ejemplo decisivo de cambio de paradigma de la acción de las administraciones públicas y la generación de una nueva construcción de la finalidad que debe cumplir lo público. Hasta entrado el siglo xx no se puede hablar del concepto de «servicio público», que constituye una auténtica revolución en el desempeño de las funciones administrativas. Sobre todo, a los efectos que nos atañen, porque la administración embrionaria del Estado moderno estaba enfocada a ejercer potestades de autorización o sancionatorias, pero no a establecer medidas de acción tendentes a paliar las necesidades de la ciudadanía. Por ello, en los comienzos de la Edad Contemporánea cobra importancia el concepto de beneficencia dentro o fuera de la Iglesia católica (Maza, 1999). De tal manera que actoras y actores privados, sensibles al dolor y el sufrimiento humanos, destina-
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ban sus propios bienes y/o sus personas a la búsqueda del bienestar social. Es frecuente encontrar donantes para la construcción de iglesias, hospitales, hospicios, casas de acogida de mujeres o niñas y niños, o comedores, entre otros. El concepto de filantropía se resalta en la propia conformación y génesis de la REFV, que, como su nombre indica, era una expedición «filantrópica», que el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española define como una acción movida por el «amor al género humano». Posición encomiable desde luego, pero cuyo componente subjetivo está relacionado con la voluntariedad del donante más que con un principio general de actuación basado en la justicia distributiva. La reflexión sobre el nuevo papel de la administración pública estaba encima de la mesa y generó un importante debate en el que, unas décadas después de la REFV, participó de forma brillante la misma Concepción Arenal,104 cuyo planteamiento trascendió a su tiempo y ha llegado hasta nuestros días con particular viveza, como fue la reflexión entre la caridad, la beneficencia y la filantropía. Este concepto tiene una relación directa con la forma en que el conjunto de la sociedad afronta las diferencias sociales, que pueden llegar a ser muy profundas. Por tanto, está íntimamente relacionada con la pobreza y el compromiso de garantizar unas condiciones de supervivencia básica adecuadas y suficientes para el conjunto de las personas, incidiendo de modo claro en la garantía de la igualdad. La REFV fue, sin lugar a dudas, una acción del Estado de salvaguarda de la salud, desconocida hasta la fecha y por lo tanto anticipa los nuevos modelos de compromiso público sustentados en el principio salus populi suprema lex. Esta acción voluntariosa comparte con el servicio público la vocación de atención a la ciudadanía, pero se aparta de él en cuanto que surge de la determinación de una política pública, financiada, creada, mantenida y supervisada por el ente público fundador. Se basa, por tanto, en la atribución a un ente público (órgano) la realización de un fin público (función). De tal manera que, en la actualidad, la administración pública goza de unas potestades exorbitantes sustentadas en el cumplimiento de un superior beneficio a la comunidad. En este sentido:
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La administración pública no es representante de la comunidad, sino una organización puesta a su servicio, lo cual es en esencia distinto. Sus actos no valen por eso como propios de la comunidad —que es lo característico de la Ley, lo que presta a esta su superioridad y su irresistibilidad—, sino como propios de una organización dependiente, necesitada de justificarse en cada caso en el servicio de la comunidad donde está ordenada (García de Enterría y Fernández Rodríguez, 2008: 35).
Justamente en el período que nos ocupa se van fraguando las ideas del nuevo Estado y la nueva administración, sustentadas en los principios del Estado liberal de corte burgués que ya había tomado carta de naturaleza en Francia y que propiciaría —como es bien sabido— el destino de España, importando los parámetros allí establecidos, pero inaugurando un conflictivo siglo xix tanto en el orden económico, como político y social. La doctrina administrativista coincide en señalar el año 1810 como el de la génesis de la administración pública moderna, cuando se publica el Decreto de las Cortes de Cádiz. En este sentido Santamaría Pastor señala que: La fijación del punto de partida inicial en el Decreto de 24 de septiembre de 1801 responde a la creencia de que el Derecho Administrativo español surge en el siglo xix como consecuencia de la dinámica del principio de división de poderes; concretamente y de manera fundamental, como producto de los conflictos y relaciones posicionales recíprocas entre el poder ejecutivo y el poder judicial. Estas relaciones, profundamente estudiadas por nuestra doctrina en los últimos años, fueron las que determinaron la creación de un status posicional privilegiado y protagonista de la administración pública en el concierto de la tríada de poderes (Santamaría, 2006: 40).
La administración pública española tuvo un claro referente: la administración francesa, claramente reconstituida por la acción de los liberales ilustrados y la nueva óptica napoleónica. De este modo, el fugaz y cuestionado reinado de José Napoleón I en
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España (1808-1813) supuso un avance en la implantación de las nuevas técnicas de gestión de la cosa pública. Posteriormente se produjo la conceptualización del concepto de servicio público. Tenemos que remontarnos a la Escuela de Burdeos, dirigida por la señera figura de Léon Duguit, que demandó la acción pública para la atención de la ciudadanía, rompiendo los esquemas clásicos de administración en que la misión principal es la impartición de justicia, exacción de impuestos y aplicación de sanciones. Pero tuvo que transcurrir gran parte del siglo xix para llegar a este punto. Tenemos, así pues, todas las piezas en el tablero, a partir de este momento histórico empieza un nuevo orden jurídico de cuyas fuentes aún bebemos.105 La institucionalización de la salud pública La llegada de la nueva dinastía borbónica supuso un cambio estructural en la administración del Estado, que más allá de los cambios políticos utilizará instituciones que ya existían. El reformismo borbónico, que determinará la modernización (al menos de forma externa) del país, modula en el ámbito de la sanidad el paso de la beneficencia al concepto de salud pública, como hemos señalado. El cambio de siglo y de dinastía traerá reformas profundas en un sector marcado por lo privado y lo elitista en lo tocante a la Corte, y por la caridad y el practicismo por lo que respecta a las clases populares. Sin embargo, no será hasta 1827, a las puertas del Estado constitucional, cuando se produzca una verdadera institucionalización de la salud. En este sector carente de regulación en el que se mezclan todo tipo de saberes y ciencias naturales, como la química, la botánica y la cirugía entre otras, y en el que ejercen personajes variopintos que van desde los barberos hasta los galenos reales, pasando por los boticarios y los llamados médicos romancistas, la cuestión se complica aún más si tenemos en cuenta que dichos saberes se imparten en algunas de las universidades mayores y en otras instituciones más o menos controladas por la administración pública, pero con un margen de actuación muy
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amplio. Además, por razones obvias, es una práctica muy demandada en el ejército, lo que complica aún más la uniformidad de su ejercicio. Pero la evolución que llevará a la institucionalización de la salud como concepto público no se puede entender sin analizar la divergencia en la cuestión científica que giraba en torno a dos ejes: por un lado, el conocimiento adquirido de forma teórica en las universidades, frente al adquirido de forma práctica; y, por otro lado, la dualidad entre la aplicación de ese conocimiento médico en el ejército, frente a la aplicación en la vida civil. Y todos ellos van a reclamar su cuota de protagonismo en los nuevos tiempos que augura el cambio de siglo. Analizaremos por un lado el estado y las pretensiones de la ciencia médica, como conocimiento; y por otro, las instituciones que evolucionaron para encauzar ese conocimiento y servir a los intereses del Estado ilustrado.
la
institucionalización de los estudios
Médico - científicos
Se puede decir que la ciencia ilustrada comienza su andadura realmente en 1689, cuando diversas tertulias científicas, en Sevilla y en Madrid, empiezan a hacerse eco de la ausencia de criterios y directrices teóricas en la ciencia española, cuya actividad siempre había sido marginal y proclive a los resultados ad hoc, carente de método y de vías que permitieran su difusión. Siguiendo a Lafuente y Peset, el proceso de modernización de la ciencia en España está claramente marcado por la militarización, la centralización, la manufacturalización, el desarraigo y el americanismo. Las milicias constituyen una oportunidad profesional para todos aquellos médicos (en sentido amplio) que no han podido acceder al ejercicio en la Corte y que han conseguido abstraerse de la consideración de médico romancista. El servicio en el ejército es, por lo tanto, un escalafón institucionalizado, porque la propia naturaleza del Ejército determina unas dependencias funcionales y orgánicas precisas (cosa que no ocurre en el ejercicio civil, al menos en su totalidad), y por otro lado, un oficio, en
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el sentido más amplio de la palabra: los médicos organizan arsenales, hospitales, practican curas, realizan intervenciones quirúrgicas, administran drogas y toman decisiones arriesgadas, lo que les aporta una experiencia que se proponen hacer valer en el ámbito civil. Es la expresión misma de la ciencia útil; y esa utilidad pública es la que debe informar a la ciencia, en un estado tendente a la unidireccionalidad y al centralismo, más allá de la pura teoría universitaria. Este centralismo mediatizado a través del concepto de utilidad pública se ve además reforzado por la idea de la capacitación profesional. Concepto más cercano a la técnica que a la ciencia y carente de todo debate dialéctico (universitario, teórico). Se busca la formación de «funcionarios», es decir, de personas que sean capaces de desempeñar una función, útil por más señas, para el Estado. Lejos de ser una característica de la que se abstraiga la medicina, por el contrario, también le afecta: la creación de escuelas de botánica y la profesionalización de la cirugía, en este tiempo separada aún de la medicina, resultará determinante para la institucionalización de la disciplina. La creación de las Reales Academias, y por ende la reglamentación de los estudios que se imparten, resulta ser un vehículo perfecto para el fin centralista y utilitarista que necesita el Estado. Pero el cambio en las directrices del objetivo que persigue la Corona, determinado en muchos casos por los intereses, preferencias e incluso procedencias de validos y primeros ministros, da lugar a lo que Lafuente y Peset denominan «desarraigo», que si bien es una característica de la ciencia ilustrada, afectará particularmente a la medicina: la utilidad inicial de la ciencia se torna en experimentalidad (cuanto más experimental, más útil) para finalizar el siglo valorando la aplicabilidad de las mismas: las ciencias aplicadas se imponen desplazando totalmente la teorización, o lo que es lo mismo la metodología y la investigación que produzcan resultados contrastados y críticos. Sin embargo, el desarraigo supuso una espectacular lanzadera para la institucionalización de la ciencia, desprovista como estaba de capacidad crítica. De alguna forma se produjo una victoria del militarismo imperante sobre la teorización propia de la investigación (universidades).
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En un imperio como el español, los recursos que poseían las colonias no podían ser desaprovechados por la administración ilustrada, ávida de conocimiento. Sin embargo, de nuevo se malgasta la oportunidad de sistematización que requiere la ciencia y, si bien son numerosas las expediciones a América para catalogar e importar hierbas y semillas que se plantarán en el Jardín Botánico de Migas Calientes, la recopilación que se hace es más descriptiva que práctica. Además, los enfrentamientos entre las distintas instancias hacen que el resultado sea incierto y reducido, en muchos casos un auténtico fracaso.
la
institucionalización del eJercicio de la Medicina
La condición centralista del Estado borbónico se notará en la organización del ejercicio de la medicina. El nuevo Estado ilustrado consigue si no centralizar totalmente su control, sí establecer unas bases muy firmes que en 1827 terminarán con la creación de la Dirección General de Sanidad con competencias fiscalizadoras, que se basa en una institución que data no ya de la época de los Austrias, sino de los Trastámara: el Protomedicato. El Tribunal Real del Protomedicato medieval era un «órgano colegiado y supremo, de carácter técnico y destinado a controlar las profesiones sanitarias en Castilla, con jurisdicción especial personal y material, independiente y no subordinado al Consejo Real». Se trataba de un órgano constituido en virtud de la potestad real e integrado en el sistema polisinodial que los Reyes Católicos (RRCC) proyectaron, toda vez que su actuación era independiente del resto de los consejos, cuyos miembros eran nombrados por el rey y con competencias bien definidas. Su capacidad para resolver los asuntos que se le presentaran en cuanto al ejercicio de la profesión, y más concretamente con respecto a otorgar licencias para ejercerla, le dispensó la condición de Tribunal (Pragmática de los RRCC de 30 de marzo de 1477), aunque la naturaleza examinadora data de la época anterior, cuando los Trastámara habían nombrado «Alcaldes examinadores» para determinar si un aspirante podía o no ejercer la medicina.
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La gran novedad de la regulación de los RRCC era que dicho órgano pasaba a ser colegiado. Sin embargo, con la llegada de los Habsburgo la concentración de poder en manos del monarca, así como los nuevos usos importados del Imperio austríaco, determinarán que la fisonomía del Protomedicato se vea modificada. En primer lugar, se produce una disociación entre los médicos financiados con los fondos de la Casa de Borgoña y los financiados por la Casa de Castilla, que no estaban adscritos a ninguna partida presupuestaria, es decir, no contaban con un destino concreto ni con un sueldo estipulado. Estos médicos constituían un grupo indeterminado de profesionales, muchas veces de origen castrense, que atendían a diversos miembros de la Corte y a los que no se les pagaba un sueldo concreto, sino que únicamente se les reconocían sus méritos, lo cual se traducía no pocas veces en un buen posicionamiento para promocionar de nivel. Esta constitución jerárquica y gerontocrática del Protomedicato hace de él una institución muy burocratizada y además proclive a intrigas entre los profesionales, que al depender para su promoción profesional estrictamente de los contactos que tuvieran en la Corte, no consideraba siempre los méritos de los candidatos de forma objetiva, pero sí teniendo en cuenta su procedencia: existía una cierta preferencia por los médicos que se habían formado en la Universidad de Alcalá frente a otros centros de formación, como Salamanca o Valladolid, o el ejército, cuyos candidatos se veían relegados durante años o de por vida a la condición de médicos de familia. Sin embargo, con la llegada de la nueva dinastía y los nuevos valores del Estado la institución inicia un largo proceso de reforma, al hilo de las novedades que se produjeron en el desarrollo de la ciencia teórica. Felipe V promocionó directamente a Honoré Michelet y lo nombró médico primario del rey y presidente del Protomedicato sin respetar el estricto orden de antigüedad que imperaba desde los primeros Austrias. La otra gran función del Protomedicato, la de examinar y otorgar licencias para su ejercicio, se vio claramente intensificada. Sin embargo, producto también de la nueva política, esta intensificación recayó casi exclusivamente en el presidente, que de forma personal sustituyó con su decisión la del Bureo (cole-
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giada) a la hora de controlar el ejercicio de la medicina, con la realización de exámenes en torno a los manuales aprobados previamente para determinar si los aspirantes habían adquirido o no las competencias precisas. Será durante el reinado de Fernando VI cuando el Protomedicato experimente una mayor transformación desde la época de los Austrias: incluye a parteros y parteras (Campos Díaz, 1996) y se produce una reforma de su estructura, renovando cargos, lo que permitirá abrir la institución hacia otros saberes como la cirugía, reduciendo el poder que de facto tenían las universidades, cofradías y otras organizaciones profesionales. Durante la primera mitad del siglo xviii estas modificaciones, que tienen su origen en la potestad real, se ven además mediatizadas por las pugnas entre los distintos focos de conocimiento entre sí y con el ejército, como fuente de formación práctica de facultativos. Asimismo, los profesionales del resto de las disciplinas relacionadas, que han tenido su propia evolución y que hasta ese momento se habían venido organizando en gremios, también reivindican su lugar en el ejercicio de la medicina y crean sus propios «colegios»: el Protobarberato, el Protocirujanato y la Audiencia de Farmacia. La llegada de Carlos III y su fuerte aparato administrativo, liderado sobre todo por Campomanes, determinará una organización moderna e innovadora, que recoge las pretensiones de (casi) todos los implicados, pero, sobre todo, organiza todos los recursos y establece jerarquías que culminan en el rey. De hecho, en 1799 cesa el Protomedicato, se establecen las juntas de cada una de las tres facultades y se crea un tribunal que integra todas las disciplinas salvo Farmacia, que continúa siendo independiente (Campos Díaz, 1996. Las competencias de la Junta se extienden también a la inspección de centros eclesiásticos y a los hospitales —beneficencia—). La organización dispar y parcial que ha reinado en el país durante siglos se ve finalmente encauzada en virtud de un concepto nuevo, el de salud pública, que ha arraigado en la administración ilustrada al ser considerada una competencia con suficiente envergadura como para centralizar su gestión y, sobre todo, para que la organización se prolongue en el tiempo.
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La epidemia de peste en Marsella en 1720 pone de relieve la debilidad del sistema. Cuando ocurría una situación de este tipo, se ponía en funcionamiento el pesado entramado de la asistencia municipal, eclesiástica y real al servicio de la emergencia con resultados desiguales y tardíos. Es por ello que se crea la Junta Suprema de Sanidad, cuya finalidad era el «control [...] estable y de carácter laico» (Lafuente y Peset, 1986) de las instituciones con competencias en materia de salud. El concepto de salud pública arraiga en la conciencia de las autoridades. Será la Real Cédula de Fernando VI de 1752 la que diseñe una organización jerárquica en las instancias médicas con un doble recorrido: por un lado, la institucionalización de la práctica, utilizando el Protomedicato reformado con los criterios ilustrados antedichos, y por otro lado, estableciendo unos planes de estudio en las universidades, para lo que además se determinó la necesidad de completar dos años de prácticas antes de obtener la licencia, cuyo otorgamiento corresponde solo a esta institución, que se convierte en la máxima autoridad de carácter administrativosanitario. Pero la preocupación por la salud pública va más allá de la reforma institucional: conceptos como «arquitectura hospitalaria» se cuelan en los informes de Campomanes o Cavarrús, que apelan a la necesidad de establecer criterios claros de higiene y limpieza, capacidad hospitalaria y aislamiento de enfermos, para lo cual los ilustrados reclaman la construcción de edificios con criterios modernos y abandonar el aprovechamiento de dependencias en las que hacinar pacientes para mitigar su dolor con plegarias y brebajes, mucho más cercana a la beneficencia que a la salud pública. El concepto de salud pública racionaliza la necesidad estatal de contar con súbditos fuertes; es decir, los ilustrados son conscientes de que la fuerza de producción del Estado está en sus habitantes: la idea de progreso económico y científico está íntimamente ligada a la capacidad de producción del mismo, y es por ello que esa fuerza de producción debe estar en condiciones óptimas para funcionar. El Estado no puede permitirse perder individuos de forma incontrolada y debilitar así el aparato productivo, además de desaprovechar la oportunidad que ofrecen los
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súbditos de aportar su trabajo eficaz al Estado. La idea de la institucionalización de la salud aparece de este modo ligada a la aparición de una clase media trabajadora, cada vez más fuerte y sobre todo más numerosa. No obstante, cuando la REFV partió en 1803 aún estaba lejos —faltaba un siglo— el establecimiento por parte del Estado de los primeros sistemas públicos de salud, todavía muy embrionarios.106 La Real Expedición Filantrópica de la Vacuna Las grandes gestas, el descubrimiento y la conquista de nuevos territorios fueron decisivos en todos los aspectos en que puedan examinarse, pero también para la historia de la alimentación y de la medicina. La necesidad de registrar los hallazgos de todo tipo y conseguir estudios solventes y completos sobre las características humanas —contando con todos los temas de racialidad—, animales y botánicas ocuparon grandes recursos y se extendieron a lo largo de muchos siglos. Buen ejemplo de ello fueron el descubrimiento de América en 1492 y la primera circunnavegación que supuso el viaje de Magallanes-Elcano entre 1519 y 1522. Pero, desde luego, fue la Ilustración la que impulsó de modo decisivo la búsqueda del conocimiento. Un referente de una gran expedición con motivos científicos, auspiciada por la Corona de España con autorización del propio Carlos IV, fue la de Von Humboldt (1799-1804). Este viaje precede a la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna (1803-1810), que con otros fines contribuye sin precedentes a los profundos avances médicos del mundo. En este contexto de cambio y de aceptación de conceptos nuevos, una enfermedad mortal asola Europa. La viruela afecta masivamente a la población europea y no se detiene ante privilegiados o no privilegiados. Por las razones expuestas, la Corona examina la situación a la luz de la razón: se trata de un problema de salud pública y el Estado, que ya tiene interiorizado el concepto, lo acomete como tal. El descubrimiento de Jenner se perfila como una solución
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racional y moderna a un problema que se había venido tratando durante siglos desde el miedo irracional y la superstición. La Real Expedición Filantrópica de la Vacuna (en adelante REFV) no fue algo improvisado, al contrario, la evolución a la que nos hemos referido más arriba tanto en lo relativo a la promoción y estatalización de los avances científicos como a la estructuración de los órganos competentes en esta materia ofrece el contexto idóneo y necesario para que se pudiera desarrollar. Fue preceptivo establecer no solo un método de aplicación generalizado, sino también un modo de perpetuación, que indefectiblemente ligado al concepto de salud pública no hubiera podido llevarse a cabo sin la estructura administrativa ilustrada. Hubo que convencer para la profilaxis (y hacerla obligatoria), porque los estragos que causaba en la población eran sinónimo de ruina económica. Los llamamientos de las autoridades al aislamiento de la población son numerosos, y las órdenes que decretan, por ejemplo, la suspensión de las clases en las universidades, ante un brote de la enfermedad. Se aboga por la dispensa gratuita a la población. En un modelo demográfico antiguo, el decrecimiento de la población conllevaba indefectiblemente la reducción de la mano de obra; y la enfermedad se cebaba sobre todo en aquellos colectivos más vulnerables en los que la nutrición y la higiene no eran precisamente habituales. Pedro Laín Entralgo afirma que la epidemia tiene dos dimensiones: «Por un lado, no hay duda, un hecho médico: la realidad de que muchos hombres enfermen por contagio, mueran con mayor o menor frecuencia y requieran en todo caso el auxilio técnico del galeno. Por otra parte, con idéntica claridad, un evento social: algo que perturba la normal convivencia de un grupo humano, acarrea desórdenes económicos y pone de manifiesto la diversa condición vital y moral de los subgrupos que integran la población afecta por él». En 1799 llega a España la noticia de la vacuna de Jenner, y la administración española considera la posibilidad de vacunar a sus súbditos para detener una infección que había afectado en mayor o menor medida a miembros de la propia familia real. En 1801 se reclama el virus vacuno (cowpox), que llega desde Pa-
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rís, y se inicia un proceso de experimentación que culmina el 18 de agosto de 1803. La mentalidad colectiva debe cambiar para que la solución sea efectiva. En ese sentido y en un momento en que el debate científico está muy presente, son numerosos los estudios a favor y en contra de la vacunación en las tertulias de las Sociedades Económicas, en las Academias de Ciencias e incluso en los colegios profesionales que abogan por una medicina preventiva y extensiva, más allá de la caridad, a todos los colectivos. La colaboración de todos los poderes públicos fue inestimable, entre ellos, sectores de la Iglesia que a través de su actividad difusora consiguieron que la población accediera a vacunarse, y previamente a inocularse y variolizarse, pese a que se había mostrado renuente al abandono de sus medios para combatir la enfermedad, a saber, pecado-aceptación-sacrificio-plegaria. No faltan los negacionistas, escépticos y augures de males peores, pero médicos y científicos insisten en las excelencias del método y Carlos IV se plantea la posibilidad de iniciar un proceso masivo de vacunación en el Imperio. La expedición es filantrópica. En un país en el que aún sigue vigente el viejo Tribunal de la Inquisición y en el que la presencia del clero en la vida diaria es mayor que en otros de su entorno, esto supone un adelanto: el naturalismo ilustrado da el sorpasso a la caridad cristina; es el resultado de una decisión racional llevada a cabo desde el poder, la expresión de las ideas ilustradas. El Estado tiene la obligación de adoptar las medidas necesarias, no solo cuando estallan graves enfermedades y la salud pública está en peligro, sino vigilando siempre la higiene pública con cuidados previsores. Por lo tanto, reside en el Estado la utilización, imposición, y determinación del uso de la vacunación (Ramírez, 2003).
El proceso iniciado en la Península ya está estandarizado: se documenta la vía de llegada del pus original, se identifican errores, se describen las precauciones para llevar a cabo la operación, se definen efectos adversos, se determina una edad preferente para recibir la vacuna, y se describen de forma crítica las posibles formas de transporte del fluido. Y, además, todo esto
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se recoge en las cartillas de vacunación, lo que institucionaliza una posición del Estado ante el problema, definiendo un protocolo de actuación del que se responsabiliza, frente a la vacunación que ya se había empezado a realizar de forma privada por algunos médicos. Ahora solo falta organizar una expedición que necesita una fuerte infraestructura material (avituallamiento, medios de transporte, personal), jurídica (instrumentos jurídicos que avalen el carácter institucional de la misma) y por supuesto médica, que es el objeto y el fin último de la expedición. Los instrumentos jurídicos que permiten poner en marcha la expedición deben cubrir dos aspectos fundamentales: por un lado, el personal y el flete de los barcos, y por otro, la financiación. Esta última es fundamental para justificar la condición de «estatal» que nos ocupa, basada en el concepto de salud pública que la motiva. Siguiendo a Susana Ramírez, la primera opción que se plantea es el altruismo de los miembros de la expedición (Ramírez, 2003), extremo que rápidamente es desechado, dado que los componentes van a realizar una función que, además, es pública. Se realiza no solo para engrandecer la imagen de España y su espíritu humanitario, sino para disminuir el menoscabo económico que suponía la despoblación por falta de mano de obra para producir, y el coste que para el Estado representaba dejar de percibir tributos, por lo que finalmente se decide que los fondos sean aportados desde diferentes departamentos de la Hacienda pública implicados: Ramo de los Tributos de los Indios, la Real Hacienda, los Censos de Indios, el Ramo de Propios, o los Diezmos Eclesiásticos. Es una expedición pública, tendente a obtener un beneficio social y por lo tanto se financia con fondos públicos. Que quien se interesa tan de lleno como la Real Hacienda en la conservación de sus tributarios, y en los demás derechos Reales de los productos de la agricultura, comercio, y minas, cuando las tierras están cultivadas, y los laboreos de aquellas florecientes, sea el Real interés el que supla estos gastos de los Profesores que pasen a América, bien cortos en comparación de las utilidades que reportará la Real Hacienda en la conservación de tantos vasallos útiles, como podrá redimir del estrago de las viruelas, la introducción de la vacuna.
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Los expedicionarios se eligen de acuerdo a criterios «objetivos»: los méritos que aportan son determinantes para nombrar director (Balmis) y para que este a su vez dé el visto bueno a los médicos y practicantes, así como a la rectora de la Casa de Expósitos de A Coruña. Todos ellos reconocidos según los criterios que se habían establecido recientemente al reformar el Protomedicato y crear la Junta de Sanidad. Además, el sueldo se establece de acuerdo no solo con la formación que acrediten tener, sino con las funciones que han de realizar, previstas en la orden de contratación. Es decir, se elabora una suerte de plantilla de personal sujeta a un escalafón con todos los puestos relacionados de forma jerárquica y en la que se describen minuciosamente sus funciones y sueldo. Escaso, según queja del propio Balmis. Asimismo, se dirigen sendas comunicaciones formales a los virreinatos y a las administraciones locales, civiles y eclesiásticas en las que se informa de manera inequívoca de los extremos de la expedición que son de su interés (llegada, obligación de alojar, obligación de dotar de medios) y la orden de cumplirlos. No cabe duda de que se trata no de una simple operación humanitaria, sino de una operación estatal, con una organización bien trabada. La documentación de la expedición ofrece datos de esta organización: se informa por parte del Colegio de Cirujanos y se recomienda el uso de determinado material médico, se prevé la utilización de un vestuario profesional concreto, ligado a la institución médica, no solo con objeto de reducir costes, sino a fin de que la indumentaria de estos sea decente, y adecuada podemos inferir, para su labor. Si la organización de la REFV se presenta como una operación de interés público, no menos lo será la red organizativa que deja tras de sí, de carácter administrativo por un lado y facultativo por otro: son las Juntas de Vacuna. De nuevo, el centralismo del Estado y el espíritu ilustrado informan estos órganos que se desarrollan a partir de una reglamentación concreta y planificada con un objetivo claro, el control de la campaña de vacunación, y sobre todo el conocimiento cuantitativo de las personas vacunadas, lo que permite hacer un cálculo de la difusión del fluido y de la inmunización de grupo.
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Esta organización se desarrolla en dos planos: uno jurídico, con la promulgación de reglamentos y órdenes que establecen las relaciones entre las distintas Juntas y definen las competencias que tienen y su forma de financiación; y otro práctico, ya que se elaboran manuales con los cuales se forma a los futuros vacunadores y se contabilizan los vacunados. Las Juntas no son un invento español, sino que ya existían en Europa. La estructura que se articula está perfectamente racionalizada; es decir, se establece en dos planos, uno vertical o jerárquico, de forma que exista una dependencia funcional entre las diversas Juntas, y otro horizontal de carácter territorial, sobre los que se articulan las competencias de forma jurisdiccional. Cada Junta tiene bien definido el territorio sobre el que actúa y sus funciones. Las Juntas son órganos colegiados, creadas según las normas establecidas en los Reglamentos y Reales Órdenes en los que se determinan su composición, funcionamiento y competencias. La composición es multidisciplinar y generalmente comprende facultativos y burócratas, además de voluntarios. El funcionamiento es el habitual para un órgano colegiado: reuniones periódicas y levantamiento de acta. Todo esto nos pone delante nuevamente una intencionalidad organizativa de la administración, que con las Juntas pretende la fiscalización de su actuación y la responsabilidad de los órganos unipersonales por las decisiones que tomen y acciones que ejecuten o, por el contrario, por las que siendo su obligación estipulada de forma reglamentaria, no lleven a cabo. La Junta Suprema, ubicada en la Corte, era el superior jerárquico, y tenía como función centralizar la organización médica más allá del Protomedicato y terminar en la medida de lo posible con las disputas entre médicos. De ella dependían las Juntas Centrales en las ciudades en las que estaban las Reales Audiencias, y las Juntas Provinciales, en las capitales de provincia (Ramírez, 2003). Este mismo esquema es el que se traslada a las colonias americanas: de la Junta Central de Vacuna dependerán las Juntas Subalternas y de estas, las locales (Ramírez, 2011). Sin embargo, la novedad de estas Juntas coloniales la encontramos en las personas que las componen: facultativos y burócratas, sí, pero también obispos o párrocos, que tenían un gran ascendente
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entre la población, y voluntarios, es decir, personas especialmente entusiasmadas o que se mostraran proclives a la vacunación. Las funciones de estas Juntas eran diversas. Destacan las económicas, que gestionaba el socio más idóneo (Ramírez, 2011), quien como secretario se encargaba de la correspondencia y de las cuentas relativas a los gastos de la Junta, tales como material médico y suministros de oficina. Por otro lado, estaban las funciones médicas, es decir, la vacunación propiamente dicha. Sin embargo, esta función no es unidireccional: la vacunación sigue un estricto protocolo establecido en un entramado de Reales Órdenes y Reglamentos que abarca desde la descripción del lugar en el que se inoculaba la vacuna, a los registros de vacunación y la forma de dispensar el fluido. La idea fundamental de la REFV era la expansión, por lo que cobran especial importancia la información y la promoción para que la población acuda a vacunarse: en ese sentido se establece que «El edificio deberá tener sobre la puerta un letrero brillante, que diga, “Casa de Vacunación Pública”» (Ramírez, 2011) además de estar en el centro de la ciudad o en lugar de reunión pública, es decir en zonas «de paso» para evitar que la incomodidad sea excusa para no vacunarse. El edificio debe reunir un mínimo de requisitos de decencia, que sin duda debemos entender como adecuación: se prevé que tengan unos estándares de limpieza e higiene en sus dependencias, que cuenten con salas en las que puedan estar los vacunados que hayan sufrido efectos adversos, y han de ser atendidos por un portero y su esposa, el cual ha de cumplir las siguientes funciones: además de mantener el edificio en condiciones óptimas, ha de despachar con su superior (la Junta) el cómputo de los vacunados con nombre, apellido, sexo, edad, fecha de vacunación y si ha padecido algún tipo de efecto. En numerosas ocasiones estas Casas de Vacunación fueron dependencias de la parroquia; en otras lo fueron hospicios y casas de beneficencia. Pero el paso del tiempo, la disminución de los efectos de la enfermedad y la propia coyuntura histórica hizo que el control se relajara, por lo que finalmente se decidió habilitar una sala en los hospitales que se comenzaron a construir de acuerdo con las viejas recomendaciones ilustradas sobre «arquitectura hospitalaria», ya entrado el siglo xix.
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Sin duda alguna, el otro gran objetivo de la expedición, imprescindible para que estas Casas de Vacunación prosperasen, fue la formación de los facultativos. Y aquí de nuevo vemos la sombra de la nueva administración de principios ilustrados: las cartillas de vacunación no son sino protocolos de actuación médica en que se instruye sobre cómo transportar y conservar la vacuna, cómo vacunar, e incluso cómo instruir personal en aquellos lugares más remotos o cuando el inexorable paso del tiempo diese paso a nuevas generaciones. Balmis y Salvany, ejemplo de servidores públicos en misión internacional La dirección de la REFV se encarga a Francisco Xavier Balmis y a José Salvany y Lleopart, ambos hombres de su época, con una clara conciencia de lo que es la función pública, que se perfilan como idóneos para capitanear una expedición que propague la vacuna, reduciendo los efectos que causa la enfermedad de la viruela en los territorios españoles. Tal es la premura que el 30 de noviembre de 1803, pasados solo tres meses y medio desde que se reconoció la validez del sistema de vacunación, la REFV sale del puerto de A Coruña. Ambos cumplen con el perfil de persona dedicada a la función pública, como servidora y servidor público. En el caso de Francisco Xavier Balmis y Berenguer (Alicante, 2 de diciembre de 1753 - Madrid, 12 de febrero de 1819) concurrían en él todas las características propias de esta condición. Cirujano, médico militar y médico personal de Carlos IV. Su característica y bien encauzada ambición natural, vocación innegable y casi puede decirse que innata por la medicina —muy estimulada por la condición de barbero-sangrador de su padre y su abuelo—, espíritu de sacrificio y capacidad de dirección. Por su parte, José Salvany y Lleopart (Cervera, España, c. 1778-Cochabamba, Bolivia, 21 de julio de 1810) también era un médico militar dotado de gran capacidad quirúrgica y que destacaba por su educación y excelente trato con las enfermas y los enfermos. Ambas figuras se integran dentro de los perfiles de la época y del ideal de la Ilustración, que se fundamenta en la profesiona-
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lización y en la búsqueda de la capacitación, y es el embrión del estatuto de la función pública, que también se fragua en esa época. La necesidad de consolidar la administración pública desde el concepto de servidor público, estructurándola al estilo del Code Civil napoleónico y otorgando inmovilidad al personal, son las claves del estatuto básico del empleo público y también se fraguan al principio del siglo xix: En todo caso, el resquebrajamiento de las antiguas estructuras del Antiguo Régimen supuso la progresiva implantación de otras más modernas que se debían sustentar en unos principios nuevos, en los que se garantizara que los funcionarios iban a contar con la cualificación necesaria para llevar a cabo su cometido y, por tanto, se les iba a exigir para su ingreso en la administración estar en posesión de una adecuada formación técnica que, posteriormente, se iría complementando con una necesaria especialización. Esta nueva situación supo apreciarla con toda nitidez el nuevo ministro de Hacienda de Fernando VII, Don Luis López Ballesteros y Varela que, al poco tiempo de tomar posesión de su cargo el 3 de diciembre de 1823, comenzó a adoptar una serie de medidas de enorme calado institucional como la separación de la recaudación y administración de las Rentas del Estado de su distribución. Pero, lo más importante, es que estableció reglas para el ingreso y ascenso de los funcionarios de Hacienda, «exigiendo pruebas de capacidad técnica y moralidad reconocida» que constituyeron la base del nuevo Estatuto de los Funcionarios Públicos (Muñoz Llinás, 2013: 600).
EPÍLOGO: LA PROFESIONALIZACIÓN A TRAVÉS DE LA FORMACIÓN Y EL NUEVO PAPEL DE LAS MUJERES EN LA VIDA PÚBLICA La REFV fue, sin duda, el resultado de un cambio profundo en la administración que tuvo lugar en España con la llegada de la dinastía Borbón y con el influjo silencioso y eficaz de la Ilustración en todos los aspectos del conocimiento. Pero fue también el punto de partida de algo aún más novedoso: muchos de los cam-
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bios que hemos analizado y la proyección de futuro de lo que supuso la expedición se materializan ya en el Estado liberal. En este sentido, hay que destacar la incorporación de las mujeres en este proceso de cambio: la REFV no habría sido posible sin Isabel Zendal. Ella y otras mujeres fueron pioneras en un proceso de cambio que culminó a finales del siglo xix en la profesionalización de las ocupaciones tradicionalmente femeninas, como la enseñanza, la enfermería, la confección o la atención al público, que una o dos décadas más tarde dio paso a la reivindicación de derechos civiles igualitarios y a la incorporación de las mujeres a las universidades y al mercado de trabajo. A pesar de todas las trabas, la firme decisión de acceder a la educación superior por parte de las mujeres hizo que superaran paulatinamente las barreras de todo tipo que se interponían en su camino. Tras conseguir en el siglo xix que se permitiera a las niñas acceder al estudio de las primeras letras en las escuelas, muchas —la mayoría— desistían de continuar con su formación, pero algunas lograron acceder a los estudios secundarios y a continuación pasaron a formarse en las Escuelas Normales de Maestras (creadas en 1859), Estudios de Institutrices, la Asociación de Enseñanza de la Mujer, o la Escuela de Comercio para Señoras (1878-1879), así como en la Escuela de Enfermeras (1880), la Escuela de Telégrafos (1883), el Curso de Bibliotecarias y Archiveras (1894), la Escuela de Primaria de Párvulos (1884) y Segunda Enseñanza (1894). Ello trajo como consecuencia la feminización de estas profesiones. No obstante, su éxito en los estudios y el número creciente de egresadas fueron alimentando el deseo de acceder a cursar estudios superiores.
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Capítulo 9
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María Saavedra Inaraja Universidad San Pablo CEU No es de extrañar que al serle encomendada una expedición de tal envergadura, eligiese, para conseguir el éxito de la misión, colaboradores excelentes y todos los medios materiales de la época, y aplicase en todo momento su estricta disciplina jerárquica de militar.107
Nada más oportuno que estas palabras escritas en plena conmemoración del Bicentenario de la Expedición Filantrópica de la Vacuna, para comenzar a hablar de Francisco Xavier Balmis en su faceta militar. Y es que cuando uno forma parte del ejército, ya sea en cuerpos generales o en cuerpos comunes, según la actual nomenclatura, lo militar deja impronta en cada actividad que se lleva a cabo. No solo en la férrea disciplina, como apunta el autor de este párrafo, sino en la capacidad de crecerse y en ocasiones reinventarse ante las adversidades. Ciertamente, Balmis pasa a la historia escrita con mayúsculas por el impulso a la Expedición de la Vacuna. Pero detrás de una gran historia, siempre hay una gran persona. En este caso, forjada entre las aulas de sanidad y en la escuela del arte de la guerra. En el interior de Balmis pugnan dos vocaciones: la del militar y la del científico. Normalmente las hizo compatibles, pero en ocasiones tiene que elegir, y gana el pulso ese observador infatigable de la naturaleza que habitaba en su espíritu.
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Como ha señalado José Vicente Tuells, al ser la carrera militar una forma de vida en el siglo xviii, por la progresiva regularización y profesionalización del ejército, Balmis conjugó desde el punto de vista profesional una doble vertiente: la del militar, que posibilitaba un ascenso social, y la de médico, continuando con la tradición familiar.108 De la actividad militar de Balmis sabemos que en ocasiones se desarrolló en el frente de batalla, y otras como médico castrense, pero en «retaguardia», si entendemos por tal no ubicarse en zona de conflicto. En el primer caso podemos hablar de las campañas de Argel (1775), Gibraltar (1780) y de Nueva España, en el Regimiento Zamora (1781). En el segundo, su aprendizaje en el Hospital Militar de Alicante, su puesto al frente del Hospital Real del Amor de Dios en la capital mexicana, o como cirujano real, ya de regreso en la Península. La sanidad militar, como otros cuerpos de la Armada, es tan esencial como los propios combatientes. Y en ocasiones sus componentes salían peor parados que los propios militares. La presión soportada en el campo de batalla curtió a Francisco Xavier Balmis, aquel hombre que pasaría a la historia como el director de la mayor hazaña médica que se haya hecho jamás. Una vuelta completa al mundo, pero no con objetivos de descubrimiento y conquista, como la que llevara a cabo cuatrocientos años antes Juan Sebastián Elcano, sino con un único objetivo: llevar la vacuna de la viruela a los territorios españoles de ultramar. No conforme con esto, también hizo que llegara a posesiones inglesas y portuguesas en el Pacífico. La filantropía, en este caso, no entendía de patrias. Pero antes de introducirnos en la actividad militar de Francisco Xavier Balmis, creemos que es conveniente hacer una breve aproximación a las reformas borbónicas que afectaron a la organización del ejército y por tanto de la sanidad militar, de la misma manera que en otros capítulos de esta obra se contempla la influencia del reformismo borbónico en otros aspectos de la vida del médico. Desde la época de los Reyes Católicos, creadores del primer hospital de campaña, la sanidad en el ejército fue cobrando importancia, y se iba regularizando a medida que este se iba reor-
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ganizando. La llegada de los Borbones, como no podía ser de otra manera, se deja sentir también en este aspecto de la vida castrense. El Cuerpo Militar de Sanidad, como lo conocemos ahora, uno de los cuerpos comunes del ejército, tiene su origen en el siglo xviii. Es a partir de la llegada de Felipe V cuando se crea un verdadero cuerpo asistencial con profesionales de la medicina y de la cirugía, del que formará parte nuestro protagonista. El Reglamento de 1721 creaba las escalas, los derechos y deberes de los cirujanos, que ya eran considerados como oficiales del Ejército o de la Armada. Aunque, para ser precisos, tal y como afirma José Ramón Navarro Carballo,109 la sanidad militar, «como conjunto de facultativos diferenciados, organizados y escalafonados, no aparece hasta que es creada el 30 de enero de 1836, durante el reinado de Isabel II».110 En este aspecto, España no se diferenciaba de otras naciones de Europa. Sin embargo, sí podemos afirmar que se impulsa el mejoramiento de los hospitales militares, de los que Balmis tuvo mucha experiencia. Como consecuencia de ello mejoró notablemente la formación de estos profesionales. Nacen los colegios militares de médicos, para profesionalizar y entroncar en el propio mundo militar a sus futuros sanitarios. El primer Colegio de Cirugía lo crea la Armada en Cádiz, y a este seguirán otros. Se van fijando la estructura y los criterios de ascenso de este cuerpo, tanto en la Armada como en el Ejército de Tierra.111 Los nombramientos de los médicos de los reales hospitales militares los hacía el propio rey con informes del protomédico. Era frecuente que esos médicos procedieran de hospitales de campaña y que en un momento dado de su vida optaran por un destino más tranquilo. Pero sí es cierto que se fueron dando algunos pasos para, como hemos afirmado antes, poner en marcha un proceso de profesionalización en la atención sanitaria de los militares. Además de los colegios de médicos mencionados, Carlos III encargó posteriormente a Pedro Virgili, que había trabajado en el Colegio de Cádiz, poner en marcha el Real Colegio de Cirugía de San Carlos (1780), dedicado también a la enseñanza de cirujanos para el Ejército y la Armada.
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Mientras tanto, la forma de incorporar sanitarios a los ejércitos era facultando a los jefes de las unidades para contratar a personal que atendiera a sus hombres en los aspectos sanitarios y espirituales: médicos, cirujanos y boticarios, barberos, sangradores u otro tipo de sanitarios civiles y capellanes. Se procedía a su remuneración mediante el pago de un salario a cargo de la Real Hacienda.112
En 1739 se publicaba una Real Ordenanza de Hospitales que contenía tres Tratados: el primero se dedicaba a la regularidad en el servicio de un hospital de plaza; el segundo, a los hospitales de campaña, y el tercero señala cómo debían dirigirse estos hospitales, con instrucciones al director, al controlador, normas sobre la compra de materiales, etc. Un paso más se daría con las Reales Ordenanzas de Carlos III, promulgadas en 1786. Además de una serie de notas legales, referidas a la dependencia del médico mayor, se contempla —y esto es novedad— la jubilación de los médicos, tanto de regimiento como de hospitales. Por tanto, podemos adelantar ya que la carrera de médico militar de Balmis iba a estar marcada por las diferentes ordenanzas que se van publicando a lo largo del siglo xviii. Como veremos, irá superando una serie de exámenes hasta llegar a ser cirujano de Cámara del rey Carlos IV. Siempre sujeto a las órdenes del momento en la promoción médica. En cuanto a la organización de la defensa, son varios los documentos reales que van poniendo en marcha una serie de reformas. Su objetivo era consolidar un ejército regular y en creciente proceso de profesionalización. Muy brevemente resumimos la reestructuración militar que se puso en marcha con la llegada de la dinastía Borbón al trono español. Como es bien sabido, la infantería española es heredera de los conocidos como invencibles Tercios españoles de los siglos xvi y xvii. Pero a todas luces era necesaria una reforma que adecuara el Ejército español a las nuevas realidades y necesidades en un panorama internacional que cambiaba. Así, en 1704 se disponía que toda la infantería española se reorganizara en regimientos de un solo batallón, compuesto por doce compañías que debían sumar un
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total de 600 efectivos. Se dejaba definitivamente atrás la estructura de los Tercios, compuestos por cerca de tres mil soldados. A esta reforma seguirán otras, entre las que tienen especial envergadura las Ordenanzas de la Armada compuestas por José Patiño en 1717. Los orígenes de la carrera de Balmis en el ejército Hijo y nieto de médicos, Francisco Xavier Balmis continuó la tradición familiar cuando al completar sus estudios básicos, con diecisiete años ingresó como practicante en el Hospital Real Militar de Alicante. Allí pasaría cinco años, formándose junto al cirujano mayor del hospital. Sabemos, a través de notas recogidas por sus biógrafos, que Balmis hizo lo posible por ser declarado exento en las levas para ingresar en las tropas. Estas levas se hacían por sorteo, y eran obligatorias para varones de entre 18 y 40 o 45 años, dependiendo de la época. Balmis adujo obligaciones familiares para librarse de ser reclutado. Posiblemente pocos de su entorno habrían augurado por entonces la prometedora carrera militar del joven Francisco Xavier. Se le concede la exención definitivamente el 8 de julio de 1773. Su bautismo de fuego: Argel (1775) A pesar de ese rechazo a su reclutamiento en las levas obligatorias, parece que Balmis decidió presentarse como voluntario en la campaña que el rey había encargado a Alejandro O’Reilly en Argel. El primer destino en campaña de Balmis fue duro. El rey Carlos III encargó al que fuera mariscal de campo, Alejandro O’Reilly, la puesta en marcha de una expedición cuyo objetivo era ocupar la costa argelina y conquistar las plazas del norte de África. La finalidad de esta nueva campaña, una vez más, era frenar la piratería berberisca en el Mediterráneo. Y en esta acción militar es en la que Balmis tuvo su primera experiencia castrense. Se le consideró con la suficiente preparación como para desem-
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peñar el puesto de practicante, y como tal se embarcó en Cartagena en 1775. Y su bautismo de fuego lo fue realmente, pues el resultado de la ineficaz dirección de la expedición se saldó con miles de muertos y heridos. Basándose en el relato de testigos directos, varios autores han reconstruido la expedición, que fracasó, según sus jueces más duros, por la ineficaz organización de O’Reilly. O más bien, por su falta absoluta de planificación y organización. No conocía bien el terreno, los desembarcos se hicieron de manera caótica y los argelinos tenían toda la ventaja que les daba el dominio de su territorio, acribillando a los españoles desde diferentes promontorios del terreno a los que los soldados españoles no podían acceder sin gran número de bajas. Uno de los aspectos más criticados, que afecta directamente a la misión de Balmis, es la gestión de los heridos en combate. Por extraño que resulte, no se había planificado su evacuación por sanitarios, y eran los propios compañeros de armas los que tenían que retirar a los heridos para llevarlos a los botes que les permitirían alcanzar los barcos en los que viajaban los sanitarios. Mucha sangre, centenares de muertos y miles de heridos se acumularían ante unos sanitarios completamente desbordados, entre los que se encontraba el practicante Balmis. El relato que hizo Fernán Núñez refleja hasta qué punto la mala organización afectó directamente al trabajo de los médicos, que se vieron superados. Según la narración de Fernán Núñez, no se había señalado gente para retirar a los heridos en combate y no se montó en tierra un hospital de sangre. La ayuda que recibieron los heridos fue el auxilio espontáneo de sus compañeros. Los heridos se apiñaron en la playa, solicitando auxilio. O’Reilly, según su propio relato, ordenó entonces que el cirujano mayor del Ejército bajase a tierra con sus ayudantes y equipo, pero este oficial se negó a ello, alegando una ordenanza quirúrgica de su cuerpo militar. [...] Se arreglaron quince buques como hospitales para heridos, que Mazarredo calculaba en unos dos mil hombres [...] las cifras oficiales sumaron 528 muertos y 2279 heridos.113
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No consiguieron su objetivo de hacerse con el territorio argelino, pero además el repliegue y el reembarque fueron tan caóticos como el desembarco. Esperóse á la noche: hízose la operación con desorden inexplicable: arrojaban los soldados las mochilas y las armas: ellos mismos se echaban al agua, temiendo que cada lancha fuese la última, y en cualquier bajel se entraban en pelotones. La conducción de heridos ocupó muchas horas; pasaban de tres mil y no se sabía dónde colocarlos.114
Al regreso de la expedición, varios oficiales se quejaron de la lamentable planificación de O’Reilly. Y también el pueblo, tan dado a refranes, sarcasmos y coplillas populares, compuso varios cantares críticos con el general. Sirva este como botón de muestra: Que por fin todo se errase, que la función se perdiese, que la gente pereciese porque Dios lo quiso así, eso sí; pero querer persuadirnos en cada error un acierto, que no han muerto los que han muerto y que miente quien los vio, eso no.115 Podemos intuir lo dura que fue esta experiencia para Francisco Balmis. Sin embargo, la llamada castrense seguía ahí, y no dudará en volver a enrolarse en nuevas campañas militares. Mientras tanto, perfecciona sus conocimientos como sanitario. En 1777 superó el examen a que le sometieron los cirujanos de Cámara del rey, Flores y Mugia, que le iba a permitir «sangrar, sajar y echar ventosas, sanguijuelas, y, sacar dientes y muelas». (Tuells, p. 6)
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Gibraltar (1779) A pesar de la crudeza de la experiencia de Argel, que no terminó en el ataque, sino que continuó en los hospitales de Alicante, y fuera de ellos, donde se acumulaban los heridos, en 1779 Balmis decide ingresar en el ejército para formar parte del cuerpo de Sanidad Militar. Será destinado al Regimiento Zamora, donde vuelve a conocer el fragor de la batalla cuando se dirigen a apoyar el sitio de Gibraltar. Varios fueron los intentos que España hizo por recuperar Gibraltar de manos de los británicos durante el siglo xviii. Dos asedios anteriores, en 1704 y 1727, no habían tenido éxito. No parecía empresa fácil, pero la España de los Borbones no se podía conformar con la pérdida de un sitio de la importancia estratégica que tenía el Peñón, arrebatado por los ingleses durante la guerra de Sucesión española. Lo que en un principio había sido una ocupación en nombre del archiduque Carlos de Austria, a quien apoyaban los británicos, acabó convirtiéndose en una ocupación británica definitiva. Esta segunda campaña de Balmis tampoco tuvo fortuna. Él fue destinado al bloqueo terrestre, que apoyaría el asedio por mar de la Armada española. Fueron muchos los meses de acoso al objetivo, pero los ingleses lograron mantener sus posiciones, y conservaron Gibraltar. Las fuerzas de la naturaleza se conjuraron con la buena fortuna de algunas armadas británicas, para que finalmente los españoles pusieran fin al asedio.116 En esta campaña, Balmis participó con rango superior al que tenía en la de Argel. Por entonces ya era cirujano militar, y tomó parte como segundo ayudante de cirugía. Las responsabilidades sanitarias de Balmis en el mundo militar iban creciendo a medida que podía ir recibiendo la formación adecuada. Dice Tuells, citando a Moreno Caballero,117 que, en el sitio de Gibraltar, Balmis fue elogiado por su «esmero, aplicación y cuidado en el cumplimiento de sus obligaciones».118 Su buen hacer se vio recompensado con el nombramiento de cirujano del Ejército el 8 de abril de 1781, lo que suponía un ascenso en su carrera. Continúa destinado en el Regimiento de
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Zamora, el cual, reformulado como tal en 1715, se consideraba heredero del Tercio de Bobadilla, fundado en 1581, que, destinado en Holanda, fue protagonista del conocido como «Milagro de Empel».119 México (1781) El siguiente destino de su regimiento es Nueva España, y esta experiencia marcará profundamente las futuras inquietudes científicas de Balmis. El 6 de julio de 1787, Balmis se dirigía al secretario de Marina y Guerra solicitando autorización para trasladarse desde A Coruña hasta el puerto de Veracruz, donde se encontraba destinado su regimiento.120 El 13 de julio seguía sin resolverse su paso a México, pues alguna documentación todavía reitera la petición de permiso para desplazarse al puerto novohispano. El motivo del traslado del regimiento era la campaña encomendada a José Solano y Bote, futuro marqués del Socorro. La expedición se dirigía a América con la intención de intervenir, en alianza con Francia, en apoyo de los insurrectos de las Trece Colonias y luchar contra Inglaterra. Después de varios correos, el juez de arribadas de A Coruña recibe la orden de la Secretaría de Estado y Despacho de Guerra, firmada el 13 de julio, de autorizar el traslado de Balmis: Al Juez de arribadas de La Coruña. Que permita el embarco por aquel puerto de don Francisco Balmis a Veracruz para incorporarse al Regimiento de Infantería de Zamora del que es cirujano.121
Por aquel entonces, sin embargo, la situación no era muy favorable para los intereses españoles en América. En el momento en que, por los pactos de familia, el rey Carlos III declara la guerra a Inglaterra para apoyar junto a Francia la independencia de las Trece Colonias, se suceden distintos levantamientos en los virreinatos de la América meridional. En 1780, año complejo para los intereses españoles en América, se producen de manera casi
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simultánea varios alzamientos. Por una parte, el que fuera conocido como la «Gran Rebelión de los Andes», insurrección indígena liderada por Túpac Amaru y proseguida por Túpac Katarí a la muerte de aquel, que terminaron con la victoria realista, pero no sin antes causar muchas bajas. Por otra parte, en la Nueva Granada tenía lugar en 1781 el levantamiento de los llamados «Comuneros del Socorro». También fue derrotado, pero en cierto modo fueron el presagio de lo que pocas décadas después sería la independencia de todos los territorios virreinales. Mas volvamos a la campaña en la que se involucra Balmis. Tras el estallido de la guerra de independencia de las Trece Colonias, y con el deseo de reparar los males causados por la derrota contra Gran Bretaña en la guerra de los Siete Años (1767-1773), tras un período de indecisión, finalmente España, aliada de Francia, declara la guerra a los británicos. Esto suponía abrir varios frentes a la vez, puesto que Inglaterra encontró justificación para atacar diferentes puertos españoles de América, especialmente en el Caribe. Balmis, alistado en el Regimiento Zamora, quedó destinado, bajo las órdenes de José Solano y Bote, a defender el Caribe español de los ataques ingleses, y a apoyar la causa de la independencia de la América del Norte. José Solano había desarrollado una brillante carrera como marino y como gobernador y capitán general de Venezuela. En 1780 se le encargó la operación a la que se uniría Balmis. Se trataba de mandar una escuadra de guerra de doce navíos, dos fragatas, un chambequín y un paquebote, para proteger un convoy que se dirigía a La Habana, adonde llegó sano y salvo. La siguiente misión de Solano era precisamente «socorrer» (de ahí el futuro título de marqués del Socorro) a las tropas del gobernador de Luisiana, Bernardo de Gálvez, en la toma de Florida, que culminó con la victoria de Pensacola y la expulsión de los ingleses de aquella plaza. Pero todo ello se logró tras una serie de enfrentamientos con los ingleses, con los huracanes y con la enfermedad.122 Como podemos adelantar, a Francisco Xavier Balmis no le faltó trabajo en este destino. El almirante inglés Rodney, que había contribuido a la resistencia de los británicos en Gibraltar, se dirigía ahora hacia las
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Antillas para enfrentarse a la flota franco-española. No consiguió vencerlos, por lo que Gálvez podía contar con el refuerzo de Solano y de su aliado francés. Sin embargo, la naturaleza volvió a jugar una mala pasada al ejército español, esta vez en forma de virus. Afirma Susana Ramírez que, en la expedición del que sería marqués del Socorro, Balmis quedó como uno de los sanitarios de la misma, por la muerte de muchos otros a causa de una epidemia.123 Fernández Duro describe con crudeza la enfermedad que se apoderó de la tripulación española: ¡Cuán frecuente es que la previsión humana se encuentre burlada por impensados incidentes! La aglomeración en los transportes, el calor, la tardanza de la travesía, la influencia del clima, añadida á las de la navegación, produjeron en la escuadra de Solano el contagioso mal del vómito negro, que se transmitió á la francesa, y necesario fue pensar, ante todo, en separarlas, en fraccionar los bajeles, en desembarcar las tropas antes que la epidemia se cebara en la masa.124
No obstante, Gálvez seguía persiguiendo el objetivo que finalmente logró: la toma de Pensacola, arrebatada a los ingleses. El 18 de febrero de 1781 la Expedición partía de La Habana hacia Pensacola con un total de 32 barcos: varias fragatas, bergantines y una goleta. Uno de los navíos, el norteamericano Western Norland, era un buque hospital. Además, dos naves pequeñas portaban suministros. Como podemos ver, en esta ocasión la maquinaria de la Armada española estaba perfectamente pertrechada.125 La completa victoria de Gálvez en Florida y Pensacola, y el apoyo prestado por José Solano, le valió a este el ascenso a teniente general, además del título de marqués del Socorro. Gálvez fue nombrado capitán general, y la escuadra de Solano se trasladó hasta el Guárico, en la parte francesa de Santo Domingo, hoy Haití. Aquí debió despedirse Balmis de la flota de Solano, para dirigirse a La Habana camino de Veracruz. En 1784 lo encontramos ejerciendo como médico, durante unos meses, en el hospital de Jalapa, pero pronto fue nombrado cirujano jefe del
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Hospital Real del Amor de Dios, en la ciudad de México. Aquí continuó trabajando como médico militar hasta que solicitó el retiro, al menos provisional, del ejército para poder dedicarse a otros objetivos científicos. En 1786, el arzobispo de México le nombra cirujano mayor del Hospital Militar del Amor de Dios de esa ciudad, puesto que ocupará los años 1787 y 1788.126 En junio de 1788, diversos documentos muestran su petición (aceptada por el rey) de un «retiro de Disperso» en la ciudad de México, para ocupar el puesto de cirujano mayor del Hospital Real del Amor de Dios, con un sueldo de 150 reales de vellón al mes.127 Por entonces se decía «de Disperso» al militar que se encontraba separado del cuerpo o unidad a la que pertenecía. Es interesante subrayar que esta nueva condición de Balmis es justificada por el propio monarca «en atención a los méritos y servicios de D. Francisco Balmis». Por lo tanto, no exageran aquellos que se refieren a su valor y buen hacer como médico militar. Parece que durante este año se dedicó a recorrer Nueva España, en busca de remedios medicinales a partir de las plantas autóctonas. Sus condiciones en México aún iban a mejorar más. En mayo de 1789, un nuevo documento confirma que es nombrado cirujano del Ejército: El Rey se ha servido conceder a S. Francisco Balmis, cirujano que ha sido del Regimiento de Infantería de Zamora y retirado en México, la agregación de tal cirujano y con el sueldo de doscientos reales de vellón al mes, al Estado Mayor de la plaza de Madrid.128
La orden se transmite al virrey de Nueva España para que se lleve a efecto, el 22 de junio de 1789. Como se puede observar, es en Nueva España donde Balmis cultivó con mayor impronta su doble vocación: la de militar y la de científico experto en botánica. Dos condiciones que le convertirán en la persona idónea para dirigir la futura Expedición de la Vacuna. Ese mismo año de 1789, el rey escribe al virrey de Nueva España, Antonio Flores, indicando que «remita a España al expresado Balmis a cumplir con las legítimas obligaciones que tiene contraídas o que le obligue a asistir a su mujer con respecto a sus fa-
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cultades».129 Parece ser que mientras Balmis cumplía con sus obligaciones militares y científicas, tenía casi abandonada a su suerte a su mujer, Josefa Mataix, en España. Curiosamente, en el testamento que redactará antes de iniciar la Expedición de la Vacuna, afirma que está soltero. Años más tarde, en un documento fechado el 5 de marzo de 1794, el rey nombraba a Balmis consultor de cirugía del Ejército con un sueldo de 150 escudos.130 Ese mismo año publicaba su obra Tratado de las virtudes del agave y la begonia, basada en las investigaciones llevadas a cabo en México. Y el 1 de junio de 1795 se le concedía el título de cirujano mayor de la Cámara de Carlos IV, aumentando su sueldo en 6000 reales más.131 Al inicio de la Expedición Filantrópica, Balmis es, además, cirujano consultor honorario de los Reales Ejércitos.132 No entraremos en la preparación y desarrollo de la Expedición Filantrópica, ampliamente tratada. Sin embargo, cabe mencionar que el rey Carlos IV hizo gala de una gran confianza en la sanidad militar española de la época, «por su excelente preparación científica, su alto nivel de planificación y su eficaz logística sanitaria».133 Y creemos poder añadir que dentro de la alta consideración de que gozaban los militares para Carlos IV, no cabe duda de que el rey pensó que, entre todos los médicos militares, Balmis era el más indicado para dirigirla. Por último, nos parece interesante mencionar un hecho de los últimos años de Balmis. Cuando José Bonaparte es proclamado rey de España por su hermano Napoleón, Balmis adopta una postura firme de lealtad a Fernando VII, razón por la cual sus bienes son requisados y él se ve obligado a marchar de nuevo a América en 1810, en principio para revisar el desarrollo de la vacuna. Parece que allí, con los ánimos de algunos ya soliviantados, tomó parte en defensa de las tropas realistas. Queda claro que hasta el final de su vida Balmis mantuvo su doble vocación científica y militar.
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Capítulo 10
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María Luisa Rodríguez-Sala y Verónica Ramírez O. Universidad Nacional Autónoma de México Francisco Xavier Balmis y Berenguer ha sido reconocido mundialmente por su papel como director de la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna (1803-1806), empresa que lo condujo a un recorrido transcontinental para llevar la vacuna de la viruela a los territorios bajo el dominio de la Corona española. Sus viajes abarcaron tres continentes: salió de España, en Europa, para pasar a América, y de allí prosiguió hacia Asia, a las posesiones filipinas españolas. Previamente a esta larga misión y varios años antes, Balmis sirvió como cirujano militar en el territorio de Nueva España, donde tuvo la oportunidad de ejercer su profesión en dos importantes hospitales de la ciudad de México. En este trabajo nos ocuparemos, precisamente, de esa participación en la historia de la medicina mexicana durante parte de los últimos veinte años del siglo xviii. Breves datos biográficos Recordemos aquí lo esencial de su biografía: Balmis nació en la ciudad de Alicante, España, el 2 de diciembre de 1753 como hijo del matrimonio formado por el cirujano Antonio Balmis y Luisa Berenguer. Su bautizo tuvo lugar en la parroquia local de Santa María tres días después de haber venido al mundo.
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Su formación como cirujano la realizó en el Real Hospital Militar de Alicante, donde estuvo bajo la tutela del cirujano mayor del ejército Ramón Gelabert de 1770 a 1775, año en que interrumpió su formación al ofrecerse como voluntario para atender los hospitales militares durante la campaña de Argel. Tras concluir sus estudios, en 1778 presentó su examen ante el Tribunal del Protomedicato de la ciudad de Valencia, el cual le concedió el grado en Cirugía y Álgebra, integrándose al servicio del ejército. Un año después fue asignado como facultativo en el Regimiento de Infantería de Zamora, con el cual participó en la campaña de Gibraltar en la escuadra del almirante Juan de Lángara. En 1781 el regimiento fue destinado a América en la expedición comandada por José Solano y Bote, marqués del Socorro, que llevaba la misión de apoyar, junto con Francia, a las colonias inglesas en el norte del continente cuyos miembros se encontraban en lucha por su independencia de Inglaterra. Esta misión llevó a Balmis a Nueva España, donde residió en diferentes ocasiones entre 1782 y 1795. Independientemente de su estancia durante los primeros años del siguiente siglo, ya con la gran empresa de la Expedición Filantrópica de la Viruela. El primer contacto de Balmis con los hospitales novohispanos tuvo lugar en la población de Xalapa, que se encontraba en el camino que conducía a la ciudad de México. En ese sitio se había levantado un nosocomio provisional para atender a los militares que se encontraban en el lugar, y que, por lo general, se reponían de las enfermedades que contraían en el insalubre puerto de ingreso a Nueva España, el de Veracruz. No se conoce cuánto tiempo permaneció el cirujano militar en ese sitio, muy probablemente solo unos cuantos días, pues se utilizaba para dar descanso del largo viaje y preparar a los militares para continuar el camino hacia la capital del reino. De su presencia y estancia en la gran ciudad de México sí contamos con buena información. Sabemos que el cirujano se desempeñó profesionalmente en un nosocomio que estaba por terminar su existencia: el Hospital Real del Amor de Dios. Ahí sirvió entre los años de 1783 y 1786 integrándose como cirujano mayor.134 Después, cuando dicho nosocomio fue absorbido por el nuevo Hospital General de San Andrés, Balmis también pasó
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a incorporarse al mismo, haciéndose cargo de la sala de gálico, donde permaneció hasta finales de 1791. De manera paralela a su trabajo, el inquieto cirujano realizó estudios de bachiller en Artes en la Universidad de México y obtuvo su grado en 1786. Balmis se consolidó profesionalmente en el ambiente médico novohispano, por lo cual, dos años más tarde solicitó primero su excedencia del ejército y casi de inmediato su retiro (Perera, 1974: 47), que le fue concedido con permiso para seguir residiendo en la ciudad de México y conservar el cargo de cirujano mayor dentro del Hospital General de San Andrés. En 1789, Balmis tuvo que viajar a Madrid para atender asuntos personales. Una vez resueltos sus negocios familiares, se le autorizó a regresar a México y retomar su puesto en el hospital de donde había salido,135 al cual se reintegró en 1791 y participó en las investigaciones que se realizaban del llamado «método de Viana», como veremos más adelante. La última presencia de Balmis en Nueva España estuvo ya ligada a la conocida Expedición Filantrópica de la Vacuna que tuvo lugar entre 1803 y 1806. Como es bien sabido, el cirujano circunnavegó los territorios españoles encabezando la gran empresa filantrópica, con la cual llevó muestras de la vacuna de la viruela a los súbditos españoles. Para supervisar su ardua labor, Balmis regresó a México en 1810, donde reorganizó las Juntas de Vacunación y dejó la esperanza de que se conservase la vacuna de la viruela para la posteridad. Sus esfuerzos profesionales se vieron recompensados con varios nombramientos reales. En 1814 fue designado vocal y presidente de la Real Junta Superior Gubernativa de Cirugía; más tarde, el 9 de junio de 1815, recibió en propiedad el nombramiento de cirujano de Cámara. Balmis falleció en Madrid el 12 de febrero de 1819. Dos hospitales novohispanos: el Hospital del Amor de Dios y el General de San Andrés de la ciudad de México Fue dentro de las paredes de este nosocomio en donde sirvió Balmis y dan cuenta de sus actividades en ellos.
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el hospital
del
aMor
de
dios136
Se trata de uno de los nosocomios más antiguos de Nueva España. Fue abierto por el interés y decisión de fray Juan de Zumárraga, quien como primer obispo de la ciudad de México estuvo al cuidado de las obras de la catedral metropolitana. Como parte de las obligaciones de este centro religioso, Zumárraga asignó un porcentaje de los diezmos que en él se recibían para el sostenimiento de un hospital y así nació el del Amor de Dios. En él se atendió específicamente a los frecuentes pacientes de sífilis que se presentaron durante aquellos primeros años de la conquista de los nuevos territorios. Esa circunstancia hizo que se le conociera también como «Hospital de las Bubas». En 1539 el hospital ya funcionaba precariamente y fue mediante la Cédula Real del 29 de noviembre de 1540, expedida por el emperador Carlos I, que se le concedió el patronazgo. Este beneficio no solo llevaba consigo la designación de «hospital real», sino también las rentas del pueblo de Ocuyteco que permitieron su sostenimiento. Se sabe que el nosocomio contó con un mayordomo para su administración, aunque no se dispone de mucha información sobre quiénes fueron los personajes que cubrieron estos cargos. El primero, o uno de ellos, fue Hernán Gómez de Cuevas, quien fue mayordomo en 1544. Otro administrador fue Gabriel Vera de Sotomayor, que se desempeñó de 1602 hasta 1607, cuando recibió el nombramiento de juez de alquileres de los naturales en el repartimiento de Tacuba. Por su parte, Isidro Ruano de Arista solicitó el cargo en 1708 y señaló contar con nombramiento real. Su designación fue impugnada por el cabildo eclesiástico, por lo que en 1711 se le retiró y se asignó a Jiménez Paniagua. Desde luego, un personaje importante en el hospital fue el capellán, encargado de la atención y el apoyo espiritual de los pacientes. Se tienen datos de tres religiosos que ocuparon el cargo. Uno de ellos fue Pedro Quadrado, quien estuvo como capellán en 1553. El eminente sabio y matemático novohispano, catedrático de Matemáticas en la Universidad de México, Carlos de Sigüenza y Góngora, se desempeñó como capellán del Amor de Dios entre 1685 y 1688. En tanto que José de Larrea fue designado para el cargo en 1700. Se trató de una institución de impor-
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tancia entre las que funcionaban en la capital novohispana. Llegó a contar con 150 camas y su personal estuvo conformado por un médico, un cirujano, tres enfermeros, tres enfermeras, tres mozos untadores, además de personal de servicio como afanadores, cocineras, atoleras y lavanderas. En 1782 fue uno de los hospitales en donde se ensayó el llamado «tratamiento con carne de lagartijas», empleado como remedio para la sífilis, el cancro, la lepra y otras afecciones cutáneas. El nosocomio dejó de funcionar en 1788 al fusionarse con el recién creado primer hospital de carácter general, el Hospital General de San Andrés. A sus salas se trasladaron los enfermos de sífilis del Amor de Dios. A continuación, nos ocupamos de este importante nosocomio de la ciudad de México, en el que encontraremos al cirujano Balmis como uno de sus responsables de los enfermos de gálico.
el hospital general
de
san andrés137
Esta institución derivó de la intención del virrey Carlos Francisco de Croix para instaurar un hospital general que pudiera atender a todos los grupos sociales de la ciudad de México en sus diferentes padecimientos, y de acuerdo con la propuesta virreinal se pretendió que quedara bajo el patronazgo real. Sin embargo, esta parte de la sugerencia virreinal no fue aceptada en la metrópoli, ante lo cual el proyecto lo retomó el arzobispo de la ciudad de México, Alonso Núñez de Haro y Peralta, en 1779. La idea de contar con hospitales de carácter general surgió como parte de la secularización y modernización de los nosocomios, que Carlos III dispuso en 1760 para que se instauraran en los territorios americanos. Se tomó como modelo el Hospital de la Pasión que funcionaba en la capital española. La propuesta real fue retomada en la ciudad de México por el virrey marqués de Croix, quien buscó establecer un nosocomio de esas características en 1770. Para ello propuso utilizar un edificio que había sido colegio de los jesuitas en la calle de San Andrés. Pero la falta de dinero impidió consolidar el plan general, pues de las 500 camas con que se esperaba dotar al
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nosocomio, solo se logró establecer un 10 por ciento y en situación muy precaria. Así subsistió hasta 1779, cuando el arzobispo Alonso Núñez de Haro se interesó en brindar ayuda al nosocomio ante la fuerte epidemia de viruela que padecía la ciudad en ese momento, que arrojaba gran número de contagiados. El diligente arzobispo consiguió que el siguiente, Martín de Mayorga, le permitiera hacerse cargo de la institución. Tras realizar las reparaciones necesarias al edificio y dotarlo de 300 camas, el hospital ya funcionaba eficientemente en los primeros meses de 1780. Al remitir la epidemia, el arzobispo ofreció mantener abierto el nosocomio, primero durante unos meses más y después de manera permanente. Para sostenerlo, el arzobispado señaló que utilizaría los recursos sobrantes del Hospital del Amor de Dios y el nuevo hospital quedaría, desde luego, bajo el control eclesiástico. El ofrecimiento fue aprobado por el cabildo de la ciudad de México en marzo de 1781 y dos años después, por Cédula del 28 de agosto, la Corona lo ratificó. En un nuevo documento real fechado el 17 de mayo de 1786, se señalaba que el antiguo hospital de bubas cerraría sus puertas y sus rentas se destinarían al General de San Andrés, en el cual se dedicaría una sección particular para atender a los enfermos de sífilis. Con el paso de los meses el nuevo Hospital General se fue consolidando como uno de carácter moderno. Llegó a contar hasta con mil camas en sus numerosas salas de medicina, de cirugía y de gálico, tanto para mujeres como para hombres, así como con una botica que estuvo atendida por el destacado catedrático de Botánica, el peninsular Vicente Cervantes. Como hemos enunciado, el nosocomio quedó bajo el resguardo económico del arzobispado metropolitano y mantuvo una vinculación importante con el Ayuntamiento de la ciudad, debido a los servicios que le brindaba al atender a los indigentes y presos enfermos que la ciudad le remitía permanentemente. Una de las características fundamentales de este nosocomio fue que se convirtió en un espacio de observación de la terapéutica que se aplicaba localmente. En 1782, como Hospital del Amor de Dios, se realizaron en él ensayos del llamado «tratamiento con carne de lagartijas». En tanto que en 1790 fue sede
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del análisis del llamado «método de Viana», en el que participó Balmis como veremos más adelante. Tras la independencia de México se convirtió en uno de los hospitales más importantes de la ciudad. En él se impartieron las clases de clínica para los estudiantes de medicina a partir de 1833, año en que tuvo lugar la reforma educativa mexicana. San Andrés estuvo administrado por el arzobispado hasta 1861, cuando pasó a ser controlado por el Ayuntamiento de la ciudad hasta su cierre en 1905. La labor de Balmis en los hospitales novohispanos La estancia de Francisco Xavier de Balmis en la ciudad de México coincidió con la difusión del pensamiento ilustrado en el virreinato. Esto favoreció que el cirujano se desenvolviera en un ambiente intelectual innovador, en el cual a la par que se ponían en marcha instituciones modernas, como el Real Colegio de Cirugía, la Cátedra de Botánica, el Real Seminario de Minería y el Hospital General antes mencionado, se recuperaron y discutieron conocimientos endógenos, como los tratamientos terapéuticos conocidos y empleados por los grupos indígenas. Estos tratamientos, además de demostrar la existencia de un conocimiento valioso y funcional, ayudaban a resolver problemas de salud que padecía la sociedad novohispana, como la sífilis, el cancro y otras enfermedades cutáneas. Balmis participó en el estudio de uno de esos tratamientos cuando estuvo en Nueva España. Las actividades del cirujano militar en su vinculación con los hospitales novohispanos no siempre las tenemos detectadas totalmente. Así, por ejemplo, carecemos de información sobre su trabajo en el hospital militar provisional de Xalapa, y lo único que se sabe es que apoyó en la atención a los enfermos internados en la institución. Muy posiblemente el nosocomio se estableció en Xalapa para escapar del clima malsano que caracterizaba al puerto de Veracruz y poder atender a los militares de todos los grados en un ambiente más templado, agradable
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y menos peligroso que el portuario. Con toda seguridad, los pacientes fueron militares que habían enfermado durante el viaje de España hacia la Nueva, así como aquellos que se iban a embarcar en Veracruz rumbo a las islas de Caribe o hacia Europa. En cualquier caso, requerían atención médica a su llegada al virreinato o antes de su partida del mismo. En cuanto a la actividad de Balmis en el Hospital del Amor de Dios, tenemos constancia de que ingresó como cirujano mayor en 1783. A su llegada ya habían tenido lugar en ese nosocomio los interesantes ensayos con carne de lagartija para tratar enfermedades venéreas y cutáneas. En el estudio participó un amplio grupo de médicos y cirujanos de la ciudad de México, así como de otras entidades del virreinato. Sin duda, Balmis debió haber tenido buenas noticias de los resultados, que eran relativamente recientes, cuando se incorporó al hospital. Se trató de una investigación iniciada en 1782, después de que los miembros del cabildo de la ciudad de México conocieron el folleto del doctor de la provincia de Guatemala José Flores titulado: «Específico nuevamente descubierto en el Reyno de Goatemala, para la curación radical del horrible mal de cancro y otros más frecuentes». El documento recuperaba un tratamiento que utilizaban, desde la antigüedad, los indígenas del pueblo de Amatitán, en Guatemala, para curarse de bubas y cancro. El cabildo citadino de la ciudad de México decidió probarlo y encargó que su estudio se realizara en espacios que atendían a enfermos con problemas cutáneos como la sífilis y otros de tipo canceroso y leproso, tales como el Hospital del Amor de Dios, el del Espíritu Santo, San Antonio Abad y San Lázaro. El General de San Andrés facilitó apoyo en diversos momentos y concentró algunos pacientes sometidos al nuevo tratamiento para su vigilancia durante la evolución del mismo. En relación con el mismo, sabemos que en junio de 1782, con anuencia del virrey Martín de Mayorga, del cabildo de la ciudad y del Tribunal del Protomedicato, se conformó el grupo de investigación que se haría cargo de seguir la evolución del tratamiento. Lo integraban los siguientes facultativos: Basilio Moreno, miembro del Hospital de San Lázaro; Andrés Montaner y Virgili, y Manuel Antonio Moreno Rodríguez, asignados al Hospital Real de los Naturales y a la Real Escuela de Cirugía;
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Alejo Ramón Sánchez, quien servía tanto en este último establecimiento como en el Hospital General San Andrés; Antonio Velázquez de León, también cirujano en el Real de Naturales y en el del Amor de Dios; José Francisco Ventimilia, cirujano en el Hospital de San Pedro o de la Santísima Trinidad, y Francisco de Mendoza, probablemente cirujano privado, ya que no se le asigna a ninguna de las organizaciones hospitalarias. Como era usual el Tribunal del Protomedicato intervino en la supervisión del tratamiento y, por su parte, designó a los médicos Juan José Bermúdez, Francisco Ferral Zevallos y José Venegas junto con el farmacéutico Juan de Tamaguillo para que se incorporaran a la investigación, mientras que el cabildo nombró a los médicos José Rada, José Mariano de Luna y Magino de Rivera para el mismo fin.138 El tratamiento también se probó fuera de la ciudad capital del reino, concretamente en la Villa de Orizaba, por el cirujano del ejército Ramón Ilario Méndez y Díaz, mientras que Manuel Muñoz de la Mora y Juan Carlos de Estrada lo hicieron en la población de Salvatierra. Todos los facultativos debieron trabajar usando lagartijas del territorio mexicano, «del Reino», para indagar si tenían el mismo efecto que las de Guatemala.139 Debían llevar una bitácora en la cual anotar todas las observaciones «conducentes a instruir el efecto que obraren» las lagartijas. Los resultados los presentarían a los comisionados del cabildo.140 La participación de todos estos personajes muestra el interés que se dio al nuevo tratamiento terapéutico. Varios de ellos entregaron informes de sus observaciones por escrito. Estos documentos nos relatan la forma como se aplicó el remedio, sus observaciones de seguimiento y los resultados que obtuvieron; estos últimos fueron diversos en cada facultativo. Por lo que respecta al Hospital del Amor de Dios, su cirujano Antonio Velázquez de León señaló que realizó diversas observaciones, entre ellas a varios pacientes de lepra a quienes aplicó el tratamiento en el Hospital de San Andrés, así como a veintidós enfermos en el Real del Amor de Dios. En el informe que entregó al cabildo, fechado el 12 de septiembre de 1782, relató solo los casos que consideró más notables, referentes a diez pacientes.
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Este documento es un verdadero protocolo clínico, pues describe a cada paciente, su enfermedad, los síntomas que presentaba, así como sus observaciones tras la aplicación del seguimiento. El resultado final lo llevó a concluir que el tratamiento condujo a indudable mejoría en los pacientes, especialmente los que padecían de mal de bubas. Mediante un estudio comparativo entre sifilíticos tratados con las unciones mercuriales y otros tan solo con las lagartijas, observó que ambos habían mejorado, y si bien los primeros lo hicieron más rápidamente, los segundos mostraron menos dolores que los uncionados, pese a que, aclaró Velázquez, algunos habían recibido cierto tratamiento mercurial en algunas partes muy afectadas de su cuerpo. El cirujano reforzó su opinión favorable en el uso de tratamiento con carne de lagartijas al señalar que había pobladores cercanos en la ciudad que ingerían las lagartijas en forma habitual y a quienes se consideró que no habían sufrido las viruelas.141 El informe de Velázquez de León desde luego no fue el único documento que generó esta investigación, lo cual nos proporciona una idea de la seriedad y el interés que se dio al tratamiento con carne de lagartija en un momento dado. Aunque pasado el entusiasmo, el interés también se fue perdiendo y el remedio, al no haberse podido probar su efectividad de manera contundente, dejó de ser utilizado por los facultativos novohispanos y de aplicarse en los hospitales. Sin duda, Francisco Xavier Balmis debió de tener noticia de este ensayo y debió de haber conocido a los facultativos, o a varios de quienes participaron, así como sus observaciones. Su trabajo en el Hospital del Amor de Dios le proporcionó una vasta experiencia para participar en la observación de un nuevo tratamiento que se aplicó en el Hospital General de San Andrés, del que nos ocupamos a continuación. El Hospital General de San Andrés y el método de Viana (1790) En 1790 llegó a la ciudad de México un médico empírico llamado Nicolás Viana, apodado el Beato, para presentar al Tribunal del Protomedicato un remedio que era utilizado entre la población
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tarasca de la región de Michoacán para tratar la sífilis. Viana señaló que había conocido el tratamiento a través de la comunicación de una mujer, probablemente una curandera, del pueblo de Acapécuaro en Michoacán, quien lo empleaba con mucho éxito desde hacía tiempo. Lo había aplicado en varios enfermos, siempre con buenos resultados. Su intención al presentarlo ante el Protomedicato era extenderlo a la muy abundante población enferma de sífilis, para que esta pudiera beneficiarse de su utilización y sustituir la terapéutica usual, a base de unciones mercuriales. El tratamiento, al que se le llamó método de Viana en alusión a la persona que lo presentó, se componía de una mezcla de diferentes sustancias, entre las cuales se encontraban el pulque, la raíz colorada de maguey, la rosa de Castilla, la begonia, así como carne de víbora (Rodríguez Sala, 2006: 104-105). Su aplicación se hacía en tres pasos: durante el primero se daba a los enfermos una mezcla que les provocaba sudoraciones, en el segundo se les administraba una purga magistral, y por último una «ayuda» para aminorar los estragos de la purga (Cosme, 2002: 92). El Tribunal del Protomedicato se interesó por el tratamiento, y se ocupó del método de Viana. Para conocer su efectividad se dispuso que el médico Nicolás de Arellano y el cirujano Ignacio Flores llevasen a cabo pruebas con 27 pacientes del Hospital de San Juan de Dios. En sus resultados, los facultativos consideraron que no se logró una curación completa, sin embargo, el Protomedicato estimó necesario que se llevasen a cabo más pruebas antes de decidir desecharlo por completo (Rodríguez Sala, 2006: 286-287). En consecuencia, se propuso que los nuevos tratamientos probatorios se hicieran en el Hospital de San Andrés y en agosto de 1790 se iniciaron reuniones para ocuparse del asunto y, desde luego, se contó con la anuencia del arzobispo Núñez de Haro y Peralta. Como resultado, se conformó un grupo de importantes facultativos: de San Andrés, el protomédico y destacado médico José Ignacio García Jove, quien quedó al frente del equipo, y su colega Mariano Aznares; a ellos se unieron los cirujanos Daniel O’Sullivan, encargado del Departamento de Gálico; Alejo Ramón Sánchez, a cargo del área de cirugía de mujeres; los practi-
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cantes Josef Mustelier y Francisco Giles de Arellano; Cayetano Muns, cirujano militar; los cirujanos segundos José Antonio Ferrer, José Mariano Salas y José María Contreras. Poco más adelante se les unió Francisco Xavier Balmis. El método de Viana se aplicó a sesenta pacientes del Departamento de Gálico, cuarenta hombres y veinte mujeres. Los resultados obtenidos fueron diversos, según la opinión de cada facultativo. O’Sullivan142 y Aznares rechazaron la efectividad del tratamiento, pues señalaron que de los sesenta pacientes solo uno sanó, en tanto que los demás parecían incluso más enfermos. El cirujano, como militar que también era, recomendó no utilizar el nuevo método con los militares que se trataban de sífilis en San Andrés, pues consideró que podían quedar imposibilitados para el servicio. En respuesta, O’Sullivan renunció a su cargo en San Andrés y se le permitió trasladar a los militares enfermos del mal de bubas al Hospital de San Juan de Dios para someterlos al tratamiento de siempre, a base de mercurio (Rodríguez Sala, 2005a: 108-109). A la par que se realizaban las observaciones, García Jove y Giles de Arellano, siguiendo los preceptos de la botánica y la química, buscaron analizar los diversos componentes que integraban el nuevo método para identificar sus propiedades terapéuticas. Fue en ese momento cuando Balmis retornó a la ciudad de México, en abril de 1791, y se reincorporó a San Andrés como cirujano mayor del Departamento de Gálico. Desde ese cargo, también se puso al frente de los ensayos del tratamiento terapéutico143 y personalizó su aplicación en diversos pacientes, para lo cual tuvo en cuenta sobre todo los diferentes grados de avance de la enfermedad y el sexo. Es interesante consignar que retomó los estudios de García Jove y de Giles de Arellano sobre el análisis de los componentes del tratamiento. Sin duda, Balmis utilizó la experiencia como cirujano mayor que había obtenido en sus distintos cargos y desde luego en el Hospital del Amor de Dios para tratar a los pacientes con este método que venimos describiendo. Los estudios que Balmis había realizado durante su preparación le permitieron simplificar la fórmula, para concluir que los
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únicos componentes activos en el método de Viana eran la begonia y el maguey. Además, difiriendo de la opinión de García Jove, señaló que era, precisamente, la begonia de Michoacán la que poseía las propiedades curativas, pues no era igual a la que se recolectaba cerca de la ciudad de México, que, según García Jove, tenía la misma utilidad. De igual manera precisó y sintetizó los tres pasos que debían seguirse en la aplicación del tratamiento. En primer lugar, se debía aplicar la poción sudorífica, la cual se preparaba con «dos quartillos de pulque, una onza de rosa de Castilla, dos onzas de raíz de maguei, dos de carne de vivora», se hervía todo hasta que se redujera a un cuartillo, se colaba y se endulzaba con azúcar. Después se simplificó a dos onzas de raíz de maguey cocidas en dos libras de agua hasta consumir la mitad, se colaba y endulzaba con azúcar. Posteriormente se administraba la poción purgante, que según Viana se preparaba con «una infusión del senn, hecha en cosimiento en caliente y carminante una libra, anis un puñado, polvos de la begonia y dragma y media, polvos de la coloquíntida, una dragma». Frente a esta poción original, Balmis la resumió a cuatro onzas de cocimiento emoliente, veinte gramos de polvos de begonia, dos onzas de miel rosada, todo ello bien mezclado. Por último, se aplicaba una lavativa purgante elaborada mezclando media libra de cocimiento emoliente y dos escrúpulos de raíz de begonia. En sus aplicaciones y observaciones, Balmis se apoyó en Francisco Giles de Arellano, su colega hospitalario, y ambos se basaron en los resultados obtenidos con el tratamiento simplificado que proporcionaron a veintinueve enfermos de sífilis. Su conclusión indicaba que con el nuevo método se obtenían resultados muy similares que empleando el del mercurio, con la ventaja de que el «de Viana» resultaba menos agresivo. Entusiasmado ante tales resultados, Balmis decidió viajar a Madrid para dar a conocer sus investigaciones y realizar demostraciones a los facultativos peninsulares. Para asegurar lo que pretendía tuvo la precaución de embarcar con una carga de plantas mexicanas de agave y begonia en Veracruz, en enero de 1792 (Rodríguez Sala, 2006: 107-108).
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Aun cuando los ensayos de Balmis no fueron bien recibidos por todos sus colegas en Madrid, para su defensa y para dar a conocer su trabajo publicó el texto Demostración de las eficaces virtudes nuevamente descubiertas en las raíces de dos plantas de Nueva España, especies de agave y de begonia, para la curación del vicio venéreo y escrofuloso, y de otras enfermedades que resisten al uso del mercurio, y demás remedios conocidos, que imprimió con superior permiso en la imprenta de la viuda de don Joaquín Ibarra en 1794. La obra de Balmis no solo permitió dar a conocer en la metrópoli española el método de Viana con las mejoras que él introdujo, sino que, gracias al apoyo y a las relaciones sociales del arzobispo Núñez de Haro y Peralta, el tratamiento se difundió en Europa al traducirse el texto de Balmis a otros idiomas (Ramírez, 2020: 65). En 1795 se hizo una traducción al italiano resultado de las comunicaciones entre el arzobispo Núñez de Haro con Giuseppe Maria, cardenal Castelli y Leonardo, cardenal Antonelli. El encargado de realizar la versión italiana fue el médico napolitano Andrea Volpi, quien, de acuerdo con su texto, llevó a cabo sus propios experimentos en los meses de julio y agosto de 1795. Dos años más tarde, el médico Friedrich Ludwig Kreysig tradujo el texto del italiano al alemán (Ramírez, 2020: 65, 68). El trabajo de Balmis con el método de Viana fue reconocido por el monarca, y gracias a la recomendación del doctor Gallisonga, médico de la Real Cámara, se le dio a nuestro personaje, en 1794, el nombramiento de consultor del Ejército y cirujano honorario de la Real Cámara. También se le comisionó para retornar a México y recolectar más plantas de agave y begonia, a fin de continuar sus investigaciones terapéuticas y dotar de ejemplares al Real Jardín Botánico de Madrid.144 Durante 1795 Balmis volvió a visitar Nueva España y para finales de ese año se encontraba de vuelta en Madrid. Los ejemplares botánicos junto con muestras de animales y minerales que agregó el cirujano a su equipaje fueron entregados al Jardín Botánico y al Gabinete de Historia Natural. Este no sería su último viaje al continente americano, sino que Balmis regresó en dos ocasiones a Nueva España. La primera en 1804, ahora al frente de la Real Expedición Filantrópica de
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la Vacuna. La segunda varios años más tarde: en 1810 su misión fue verificar que su labor en la gran empresa de vacunación continuase dando frutos, también se trató de asegurar que siguiera habiendo vacuna en el virreinato y que se continuase aplicando a través de las organizaciones creadas para ese fin en diferentes partes del país. En ninguna de estas ocasiones se desempeñó en alguno de los hospitales del virreinato, pues no era ese su propósito, aunque, sin duda, tuvo noticia de lo que en ellos sucedía, especialmente en el General de San Andrés que continuó en funciones durante largos años. Epílogo Consideramos que lo hasta aquí expuesto proporciona una clara visión de la presencia de Balmis en Nueva España. Destacamos el largo e interesante contenido de sus varios traslados, así como la profundidad que estos adquirieron en su aplicación como roles ocupacionales y profesionales. Se inició como uno más de los cirujanos militares que servían en los regimientos españoles en varios sitios, y poco más adelante uno de ellos fue enviado a cubrir tareas sanitarias en Indias. Como tal, podríamos decir que su rol fue de carácter oficial y que siguió las directrices que se le marcaron, entre las cuales estaba, indirectamente y por supuesto, conocer las instituciones hospitalarias por las que le tocaba pasar. Así, en el reino de Nueva España, fue su presencia en el hospital militar provisional de Xalapa, donde debió permanecer solamente algunos días, mientras los miembros de su grupo militar se recuperaban del viaje desde la costa veracruzana hasta la alta planicie que marcaba ya el ascenso a la ciudad capital del reino. Una vez en ella, asumió el rol de facultativo en el nosocomio al cual fue asignado e inició sus observaciones y conocimientos de las actividades terapéuticas y también de algunas de investigación que eran frecuentes en el territorio. Estas obedecían y se vincularon a la rica experiencia que en aplicaciones botánicas se habían realizado durante los largos años de funcionamiento de los muchos hospitales que se habían establecido en el transcurso de los más de doscientos años de su existencia. No olvidemos que
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Nueva España y, concretamente, su capital, dispusieron de numerosos nosocomios, generalmente establecidos por diferentes órdenes monásticas y también por el interés del Ayuntamiento en prestar servicio médico a la numerosa población de todos los grupos étnicos que integraban la gran ciudad de México. El resto del territorio no quedó desprotegido, propiamente, pues cada convento y monasterio disponía o tenía a su lado un servicio de atención sanitaria individual y colectiva, y los religiosos regulares y algunos seculares se encontraban asentados en las poblaciones más importantes por su ubicación geográfica, comercial-agrícola-ganadera, sin dejar de lado la muy importante minera. Como hemos visto, Balmis ocupó el cargo de cirujano mayor en el franciscano Hospital del Amor de Dios, que recibía casi únicamente enfermos con padecimientos cutáneos como los numerosos sifilíticos que, en una población formada por soldados-conquistadores, no escaseaban. Aunque él no participó en la interesante investigación para la curación del cancro que se había realizado con la carne de las lagartijas en años previos a su llegada al hospital, sin duda la conoció y fue su primera vinculación con ese tipo de padecimientos en territorio mexicano. Sabemos que su ocupación profesional lo mantuvo relacionado con las terapéuticas que se ocuparon del cancro. Los años sucesivos le permitieron adquirir profundidad y una más estrecha participación en su estudio y aplicación. En este sentido, consideramos que su rol ocupacional progresó en cada una de sus estancias en Nueva España. Balmis, desde luego, gracias a su preparación e interés, aprovechó las oportunidades que su presencia en los nosocomios le brindaron. Así, durante su segunda visita al territorio mexicano citadino y como cirujano mayor en el Departamento de Gálico del Hospital General de San Andrés, no nos queda duda de que su rol profesional había ascendido. Lo demuestra el hecho de que quedaron a su cargo los tratamientos terapéuticos que requirió la prueba del llamado método de Viana. Pero, no solamente los aplicó, también se involucró en la investigación botánica que realizaban algunos de sus colegas novohispanos. Su contribución fue fundamental, puesto que logró simplificar la fórmula y concluyó que los componentes activos eran solamente la bego-
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nia y el maguey, y que de la primera había que utilizar, precisamente, la que procedía o se daba en la región de Michoacán, puesto que difería de la que se recolectaba en las cercanías de la capital del reino. En este aspecto coincidió con el destacado catedrático novohispano, García Jove, lo que pone de manifiesto las interrelaciones entre los facultativos, ambos asignados al General de San Andrés. La investigación de Balmis con la begonia y el maguey lo llevaron a buscar el reconocimiento de estos resultados entre sus colegas españoles y, como es conocido, se trasladó a Madrid. Este esfuerzo por propagar un tratamiento en el cual Balmis puso todo su entusiasmo nos permite considerar que ahora su rol ocupacional se extendió, se amplió socialmente y con ello la creciente importancia que había venido adquiriendo aumentó más. En la perspectiva que analizamos, su siguiente viaje a Nueva España no deja duda alguna de un nuevo y exitoso ascenso profesional y ocupacional. Su nombramiento como director de la Expedición Filantrópica de la Vacuna representó una gran responsabilidad en su profesión médica y, con ella, una no menos de carácter social. Llevar a los habitantes de los territorios españoles de Indias la posibilidad de combatir las tan frecuentes epidemias de viruela que se padecían, constituyó una inigualable empresa sanitaria de la Corona española. Desde luego no fue fácil realizarla y tampoco iniciarla, pues los preparados cirujanos que servían, que sepamos, en Nueva España habían tenido la oportunidad de aplicar el fluido vacunal procedente de la isla de Cuba. Fundamentalmente, se centró en las regiones costeras del seno mexicano, sin penetrar al interior del territorio. La campaña de Balmis tuvo, desde luego, una mucha mayor amplitud y, sobre todo, una profundidad de estabilidad al pretender, y lograr, el establecimiento de Juntas de Vacunación. Se intentó y en muchas poblaciones se logró, dejar formados, con vecinos y facultativos, centros en los cuales se encargaron de controlar la aplicación y, tal vez lo más importante, preservar el fluido, garantizar que no se perdiera. Concluimos afirmando que el proceso ocupacional y profesional de Balmis en Nueva España, y por supuesto, en su trayectoria, asumió un mantenido ascenso en el desempeño de roles
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sociales. Partió, como hemos visto, de su inicial función formativa, que lo llevó a ejercer el cargo oficial de cirujano militar en uno de los regimientos que cubrieron las necesidades sanitarias locales citadinas. Estas funciones estuvieron, como era natural, vinculadas con hospitales, en los cuales nuestro personaje contrajo cargos que respondían a promociones, como fueron los de cirujano mayor y responsable de departamento. Con el paso de los años y la acumulación de experiencias y conocimientos, Balmis arribó a su más elevado rol, el de responsable de la enorme empresa sanitaria de principios del siglo xix, la distribución de la vacuna antivariolosa en las posesiones españolas de América y el lejano Poniente. Fue este cargo el que le ha situado en la historia de la medicina mundial. Nueva España y ahora México hemos tenido la oportunidad de contarlo entre nuestros muchos y buenos facultativos médico-quirúrgicos.
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Capítulo 11
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Susana María Ramírez Martín Universidad Complutense de Madrid Desde que en julio de 1808 José I mandara emisarios a las capitales de los virreinatos ultramarinos para informar de la nueva realidad política, en Nueva España se produce una ola de patriotismo antifrancés (Straka, 2012: 171-172). Jorge Conde Calderón (2008) muestra cómo la población ultramarina fue involucrada en las nuevas formas de relaciones políticas emergentes en la primera mitad del siglo xix, tales como las asociaciones, los cafés, los clubes y las fiestas cívicas. Todas estas manifestaciones agrupaban lo público, lo religioso y lo político y simbolizaban una alianza del individuo con la patria. La invasión napoleónica hace visible el compromiso del ciudadano con su comunidad de referencia, le moviliza para que se implique activamente y actúe, como afirmaba Aristóteles, como «animal político». Francisco Xavier Balmis, como figura sobresaliente de la sociedad, asumió una responsabilidad en las dimensiones sanitaria, social y política, en el contexto que le tocó vivir. Los impresos desempeñaban un papel fundamental en los acontecimientos políticos que se desencadenaron a principios del siglo xix. El impreso se comporta como una mercancía cultural, porque solo tiene sentido cuando la información está «encarnada en sus páginas» (Gómez Álvarez, 2019: 145). Desde los periódicos americanos se crea una opinión pública. Todos los ciudadanos con formación «son llamados desde los prospectos de los periódicos ultramarinos para la generación de noticias que contribuyan a la instrucción pública» (Straka, 2012: 173). Balmis, como muchos otros,
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también queda seducido por esta dimensión informativa y no se queda al margen de esta realidad. Participa enérgicamente, ya que considera que la opinión pública es motor de la nueva política ciudadana. Al vivir en primera persona la invasión napoleónica en la Península, no se identificará con la nueva realidad política y será militante activo del bando realista. Balmis es consciente de que su formación le ha permitido tener una opinión relevante y concibe su hacer como un deber al servicio de los demás. Tiene una dimensión pedagógica de la vida y quiere participar en la formación de sus conciudadanos novohispanos. En Nueva España posee un prestigio social que le sustenta y le proyecta. Siente que este territorio todavía se puede salvar de la invasión francesa. Balmis hace política con pasión, sentimiento manifestado en la búsqueda del bien, en un completo conocimiento de su sociedad, llegándola a amar como para luchar por ella. Este patriotismo, dedicación y corresponsabilidad, exhibiendo lo mejor de sí, busca el bien común y construye un ámbito político mejor, con el objetivo de defender el orden político y la moral. Lo que es como sanitario, lo es gracias a su formación académica y su formación profesional, primero como cirujano y luego como médico. El doctor Balmis fue un lector voraz, invertía dinero y ocupaba su tiempo en la lectura. Además, podemos considerarle como un ser político, porque gobierna sus inquietudes y debilidades y las transforma en convicciones que aúnan y cohesionan a otros ciudadanos con la intención de mejorar el futuro. Balmis se estableció en el territorio novohispano en 1783. Desde el primer momento queda seducido por su modo de vida y sus costumbres. Allí es feliz. Sin embargo, su origen peninsular le exigirá vivir entre Nueva España y la metrópoli, hasta su muerte el 12 de febrero de 1819. Perfiles desarrollados por Balmis en Nueva España Para poder valorar la impronta de su persona en Nueva España debemos analizar el impacto que dejó en este territorio. Podemos singularizar un impacto sanitario, un impacto social y un impacto político.
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sanitario
Francisco Xavier Balmis es un forjador de ideas sanitarias, que va elaborando a lo largo de su trayectoria, con el fin claro que para él tiene su profesión médica: la búsqueda de la salud pública. Por ser hijo y nieto de cirujanos, contempla la enfermedad desde pequeño, y de esta profesión hizo su vocación. Muy joven se vinculó al ejército, tanto en hospitales de sitio (en tierra) como en hospitales de campaña (en barcos de guerra, en el mar). El cirujano es esencial y reconocido en todos los estamentos militares, desde los generales a la tropa. Su trabajo es valorado y necesario para mantener la vida, tanto en tiempos de guerra como de paz. Desde su juventud, este hecho le fue colocando poco a poco en una situación de privilegio y de reconocimiento entre sus iguales. Pese a esta posición, sufría como uno más los conflictos militares de los últimos años del siglo xviii. Estos no fueron paseos triunfales. Cuando por primera vez pisa suelo americano, Balmis tiene treinta años. Es un hombre curtido en la guerra y sabe que quiere la paz. En consecuencia, al poco de su llegada, solicita el retiro del ejército y se dedica a la cirugía en calidad de cirujano mayor en el Real Hospital del Amor de Dios de la capital de Nueva España. A finales del siglo xviii, la ciudad de México es muy populosa. Rápidamente, Balmis descubre el problema que afecta a la población con mayor insistencia e intensidad: la enfermedad contagiosa. Se especializa en el tratamiento de la lepra, la sífilis y la viruela. La lepra era y es una enfermedad rechazada socialmente. Balmis, desde su saber científico, elabora un opúsculo titulado Disertación Médico-Chirúrgica en que se describe la historia, Naturaleza, Diferencias, Grados y curación de la Lepra. Esta obra, además de estructurar el saber científico conocido hasta el momento, le valió el reconocimiento de la profesión médica. Gracias a este manuscrito, se le concede la calidad de socio correspondiente de la Real Academia de Medicina. Desde la dirección de la Sala de Gálicos del Hospital de San Andrés de la ciudad de México conoce otra enfermedad conta-
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giosa: la sífilis. A partir de ese momento, abandona los marcos teóricos y se sumerge en la medicina clínica. Junto con el estudio teórico del mal venéreo, entra en contacto con la medicina indígena y se deja deslumbrar por una terapia que trata la sífilis con el uso de dos plantas novohispanas: el agave y la begonia. Este método lo usaban los indios tarascos del lago de Pázcuaro y lo llamaban «el beato». Una vez que Balmis conoció este método, tardó poco en utilizarlo en el hospital y se convirtió en su principal propagador. El prestigio llegó a oídos del virrey y arzobispo Alonso Núñez de Haro y Peralta, que le comisionó para que volviera a la Península con el objetivo de propagar ese remedio novohispano. El encargo le sirvió para que su nombre fuera conocido por los profesionales de la medicina, tanto españoles como europeos. Se le permitió experimentar en los hospitales madrileños y publicó un libro con las pruebas realizadas, titulado Demostración de las eficaces virtudes nuevamente descubiertas en las raíces de dos plantas de Nueva España, que primero fue traducido al italiano y, después, al alemán (Ramírez Martín, 2020). Pero sería su preocupación por la viruela lo que le encumbraría a la élite de los grandes higienistas hispanos. Estando en la Península, en 1802 traduce del francés al castellano la obra de Moreau de la Sarthe titulada Tratado histórico y práctico de la vacuna que contiene en compendio el origen y los resultados, con un examen imparcial de sus ventajas y de las objeciones que se le han puesto, con todo lo demás que concierne a la práctica del nuevo modo de inocular. La traducción de este libro y su experiencia americana dan a Balmis el salvoconducto para ser elegido por el Consejo de Indias como director de la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna (1803-1806). Desde este puesto de responsabilidad pudo decidir la organización de la campaña de la vacuna contra la viruela por todos los territorios por los que pasó la Expedición. Se encargó de la gestión de las Juntas de Vacunación e institucionalizó la medicina preventiva en las Casas de Vacunación Pública de Nueva España. Elaboró instrucciones y reglamentos para la propagación y perpetuación de la vacuna. También redactó cartillas de vacunación para la educación de la nueva práctica sanitaria.
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social
Además de ser apuesto y gallardo, Balmis era inteligente. Además del español, sabía al menos latín, francés e italiano. Su formación académica, tanto dentro como fuera del ejército, le sitúa en posición de reconocimiento entre su grupo de referencia. Cuando llega a América, ya ha dejado el ímpetu de la juventud y posee el reposo de la madurez. Balmis era un cirujano que se había curtido en situaciones extremas. Su trabajo como sanitario le relaciona con el dolor y el sufrimiento, y esto hace que sus pacientes le valoren, le respeten y le encumbren con facilidad. Poco a poco, el arrullo de la fama le invade los oídos, primero desde el libre ejercicio de la medicina y, después, desde la dirección de la Sala de Gálicos del Hospital de San Andrés. El mal venéreo era una enfermedad mal vista por la sociedad. Desde este puesto de trabajo, Balmis ve muchas cosas y calla más. Su prudencia y competencia profesional le abren muchos salones y le permiten opinar en muchas tertulias. Al lado del hospital donde trabajaba estaba el Coliseo mexicano. Allí conoce a Antoñita San Martín, una de las mejores y más populares actrices mexicanas. La San Martín le introduce en un mundo de lujo y glamur, para él desconocido. Su círculo de conocidos aumenta. Además, en torno a estas actrices hay un modo de vida que es admirado por toda la sociedad colonial.
iMpacto
político
Desde joven, Balmis participa de la vida política, primero vinculado al ejército y después como funcionario público. Balmis tiene mucha capacidad de trabajo. Elabora transcripciones de libros, traduce y lee del francés y además tiene la manía de escribirlo todo. Es un hombre que tiene oportunidades y las aprovecha. En su participación en la batalla de Argel y en el sitio de Gibraltar convive con la élite militar del momento: el conde de O’Reilly, Bernardo de Gálvez, Daniel O’Sullivan, el marqués de la Romana... Cuando llega a México no se encuentra solo, el médico Daniel O’Sullivan ya estaba establecido en Puebla y Bernardo
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de Gálvez es el virrey novohispano. Ambos le sirven de amparo y de referencia. Durante la Real Expedición Filantrópica sufre la persecución y se enfrenta con el virrey novohispano Iturrigaray, que estaba casado con una hermana de Manuel Godoy, Príncipe de la Paz. Su actitud hacia el virrey le posicionó tras la caída de Godoy. Balmis llega a Madrid el 6 de septiembre de 1806. Carlos IV le recibe en palacio y su prestigio sanitario salta a la Gaceta de Madrid. En su casa madrileña de la calle Valverde sufre la invasión napoleónica. Balmis se vincula a favor de la Junta de Gobierno recién creada en Aranjuez y toma partido contra el recién llegado José I. La represión contra los partidarios de los Borbones es muy fuerte. Balmis aparece en la primera lista de los proscritos que el nuevo monarca manda perseguir, sus bienes son confiscados y se ve obligado a establecer su residencia siguiendo a la Junta Central de Gobierno. Se traslada de Madrid a Sevilla y, tras de la masacre de Málaga, abandona Sevilla rumbo a Cádiz. Después de estos acontecimientos, el 11 de octubre de 1809 la Junta Central de Gobierno le comisiona para pasar a México con el fin de evaluar los resultados de la propagación de la vacuna, y a principios de julio de 1810, Balmis logra salir de la Península. Cuando llega a Nueva España, la realidad que se encuentra le es desconocida. El 16 de septiembre de 1810, Miguel Hidalgo da el Grito de Dolores, que es considerado el inicio del proceso de independencia de Nueva España. La vida recordada no coincide con la realidad que se encuentra, y Balmis planea su vuelta definitiva a la Península. La estancia en la Nueva España es corta, ya que a principios de 1813 se encuentra de nuevo establecido en Cádiz y nunca más volverá a América. El folleto La invasión de España por las tropas napoleónicas y el inicio de la guerra de la Independencia en 1810 «provocaron un repunte significativo de la edición novohispana» (Moreno Gamboa, 2013: 65). En la Biblioteca Nacional de España existe un folleto titulado Retrato político del Emperador de los Franceses, su conducta y la de sus Generales en España, y la lealtad y valor de los españoles por su
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Soberano Fernando VII. Este opúsculo de 16 páginas se reimprimió en la imprenta de Juan Bautista de Arizpe de la capital novohispana en 1808, que apenas llevaba un año de funcionamiento. Balmis no es su autor, sino el gran distribuidor de esta publicación en Nueva España. El contenido del folleto, que llega a México al mismo tiempo que se publicita en la Gaceta de Madrid,145 adquiere un nuevo valor gracias al prestigio social de Balmis. El folleto original, que se copió para la reimpresión, arribó a la ciudad de Puebla de los Ángeles en una carta que Balmis envió a Ángel Crespo, fechada el 14 de agosto de 1808. Crespo había participado como enfermero en la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna por el norte de Nueva España y Filipinas (Ramírez Martín, 1999: 367-369).
¿quién
es el autor original del folleto ?
El autor de este opúsculo es Melchor de Andarió y Castelvell, nacido en Barcelona en 1778. Era hijo legítimo de Jaime Andarió y Eulalia Castelvell.146 Su padre era vocal del Ayuntamiento de Barcelona en calidad de diputado del común de esta institución.147 Estudió Leyes y Teología en la Universidad de Cervera, en el Principado de Cataluña, y se doctoró en Derecho en la misma universidad. Dedica su investigación al estudio de la teoría económica. Fruto de sus investigaciones es su libro publicado en 1805 titulado Discurso filosófico sobre el sistema político del Gobierno inglés incompatible con el sosiego público de las naciones de Europa. Este libro de 78 páginas se imprimió en Madrid en la imprenta de la hija de Ibarra en 1805. Los frutos de sus investigaciones en economía y comercio se plasman en una monografía titulada Reflexiones políticas sobre la instrucción verdadera de los comerciantes y los funestos efectos que de su ignorancia resultan al Estado. De este libro sabemos que tiene un tamaño de cuarto.148 Además de sus trabajos de investigación de carácter científico, se preocupa de otros temas de tipo literario. Como consecuencia de estos intereses, elabora un folleto titulado Apología de la sombra de Nelson, en honor de la literatura española. Esta monografía es un elogio de la obra de Leandro Fernández de Moratín titula-
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da La sombra de Nelson, que publica bajo el pseudónimo de Inarco Celenio. En la capital de España e incardinado en un ambiente castrense, Andarió vivió de cerca los acontecimientos de 1808. Fue apresado por las huestes de Napoleón.149 En esta época oscura, durante el año 1808, Andarió escribe dos libros de marcado matiz político. Uno es el folleto que Balmis envía a Nueva España, en el que hace una crítica a la figura de Napoleón y su invasión. El libro se titula Retrato político del Emperador de los Franceses, su conducta y la de sus Generales en España, y la lealtad y valor de los españoles por su Soberano Fernando VII. El otro es un folleto que ensalza la figura del soberano hispano, titulado Elogio del Rey Nuestro Señor D. Fernando Séptimo detenido y preso en el Palacio de Valencey en Francia por el enemigo común del género humano el Emperador Napoleón. Movido por el patriotismo y la defensa de España, Andarió ingresa en el ejército el 20 de febrero de 1809 y pasa a formar parte de las milicias urbanas que había reclutado su amigo el marqués de la Romana. A partir de su vinculación con el mundo castrense, su participación en la infantería española fue esencial y su trabajo fue reconocido por sus mandos. Durante su estancia en el ejército, Andarió no abandona su faceta literaria. Descubre la dimensión pedagógica del periodismo.150 Considera la prensa como creadora de opiniones políticas y ve el periódico como difusor de esas ideas. El objetivo que pone a la solicitud de permiso para la publicación del Diario de Sevilla151 es bastante expresivo: Deseoso de contribuir por todos los medios posibles a los esfuerzos de la nación trabajando en obsequio de la buena causa, ha meditado la publicación de un nuevo periódico o diario para esta Ciudad y Corte con arreglo al prospecto que acompaña.152
Poco tiempo después de su solicitud, el 22 de septiembre de 1809, se le permite la publicación del periódico. Enrique O’Donell le describe como un hombre de «despejado talento, gran aplicación, apreciables conocimientos, mucho celo por el servicio, y sobre todo de una facilidad, y especial in-
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teligencia en el manejo de los papeles, a la par de una disposición también particular para el mando».153 Cuando Fernando VII vuelve a la Península, Andarió continúa en el ejército desempeñando puestos de gran responsabilidad. Fue secretario y fiscal del Tribunal de Guerra y Marina, donde se distinguió por su capacidad. Desde su experiencia como militar, escribe un libro titulado Resumen de los principales objetos que un oficial en campaña debe considerar sobre un terreno visto militarmente, aunque no consigue publicarlo. En un memorial impreso y sin fecha afirma que existen varios escritos redactados por él, pero no firmados.154 Además de estos proyectos fallidos y/o camuflados, en 1813 Andarió consigue publicar una obra relacionada con la vida castrense que se titula Injusticia a los militares por los enemigos de Dios y de la Patria.155 Después de esta vida tan intensa, Melchor contrae matrimonio el 30 de julio de 1821 con Ana María Jaspe en la posada del Sol, casa donde vivía Andarió, en la ciudad de San Fernando, en Cádiz. El matrimonio apenas convive. Durante el trienio liberal (1820-1823), los militares viven en un acuartelamiento permanente. Andarió es destinado a la plaza de Mahón en las islas Baleares y después permuta el destino con otro compañero y se traslada a Tortosa. En esta ciudad fallece sin dejar descendencia el 19 de octubre de 1832.
ediciones Del folleto se hicieron seis ediciones en seis ciudades distintas (Cádiz, Madrid, Málaga, México, Sevilla y Valencia), aunque podemos imaginar que el documento también fue impreso en forma de libelo o pasquín en otras ocasiones. Todas las ediciones se realizaron el mismo año, en 1808. Son las siguientes: — Retrato político del emperador de los franceses, su conducta y la de sus generales en España, y la lealtad y valor de los españoles por su soberano Fernando VII / por Melchor Andarió, Imprenta de Eusebio Álvarez, Madrid, 1808, 21 pp., 15 cm. — Retrato del Emperador de los franceses, su conducta y la de sus generales en España, y la lealtad y valor de los españoles por su sobe-
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rano Fernando VII / por Melchor Andarió y Castelvell, Imprenta Mayor, Sevilla, 1808, 16 pp., 20 cm. — Retrato político del emperador de los franceses, su conducta y la de sus generales en España, y la lealtad y amor de los españoles por su soberano Fernando VII, Reimpresión a cargo del Dr. Ruiz, Imprenta y librería de la Marina, Manuel Bosch y compañía, Cádiz, 1808, 14 pp., 21 cm. — Retrato político del Emperador de los franceses, su conducta y la de sus generales en España, y la libertad y valor de los españoles por su soberano Fernando VII / por D. Melchor Andarió, Imprenta de Salvador Faulí, Valencia, 1808, 16 pp., 20 cm. — Retrato político del Emperador de los franceses, su conducta y la de sus generales en España, y la lealtad y el valor de los españoles por su soberano Fernando VII, Imprenta de Luis Carrera e Hijos, Málaga, 1808, 11 pp., 19 cm. — Retrato político del Emperador de los Franceses, su conducta y la de sus Generales en España, y la lealtad y valor de los españoles por su soberano Fernando VII / Remitido de Madrid por Don Francisco Xavier de Balmis en carta de 11 de agosto à D. Ángel Crespo, vecino de México, Oficina de Arizpe, 1808, 16 pp., 19 cm. A estas ediciones identificadas, se unen las que no tienen datos de impresión que se conservan en la biblioteca de la Universidad de Oviedo, en la Biblioteca Pública del Estado en Toledo, y en la Biblioteca Pública de Cáceres, en las que no aparecen ni el autor, ni la imprenta, ni un lugar, ni la fecha de edición, con 21 páginas y con 15 cm. El tamaño de esta edición pone de manifiesto el fin con el que se publicó la obra. El objetivo era la facilidad de movimiento, que fuera fácil de camuflar. En definitiva, la finalidad última era crear una opinión pública negativa hacia la causa napoleónica por todos los territorios hispánicos.
c ontenido
del folleto
El contenido de las diversas ediciones es exactamente el mismo en el cuerpo del texto. Solamente he encontrado dos diferencias significativas en el título. En la edición de Valencia, se cambia el concepto «lealtad» por el de «libertad» y en la gaditana, el concepto «valor» es sustituido por el de «amor».
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Para el análisis de contenido he elegido la edición que se imprime en México y que es el motivo de esta investigación. Para no aburrir al lector con innumerables citas, pondré entre paréntesis la página a la que hago referencia al final del texto en cursiva.
Las ideas El primer bloque de contenido es el emperador de los franceses. Napoleón es un hombre perverso por constitución cuando le identifica con «Calígula» en sus costumbres (1) y con «Nerón» en sus crueldades (1, 8). Afirma que «abriga en su seno un alma perversa y criminal» (2). Le acusa de «perjuro y desleal», al mismo tiempo que de «un espíritu bajo y ratero» (7). Le define como un «corso indigno y cruel» y una persona «vil, cobarde y de corazón depravado» (8). Y le ve «grande por sus calamidades» (13). Con un «genio sanguinario y feroz», que crece con la multiplicación de sus delitos basados en «la simulación y el engaño, la astucia, la perfidia y la tiranía» (1). Es ambicioso en el ejercicio de su política, «con la violación de todos los tratados, insultando lo más sagrado de las leyes (6). Quiere «asegurar los derechos y la sucesión en su familia por una larga serie de siglos» (1). Desea «coronar a todos sus hermanos» (10). Como otro Alejandro aspira a «endiosarse sobre la tierra» (4). Aspira a la «monarquía universal», por su terrible sed de gloria y por la pasión de reinar exclusivamente en el continente (4). Es tirano. «La simulación, el engaño, la astucia, la perfidia, la tiranía le elevan del polvo al trono» (1). Destinado para ser el instrumento del castigo y el azote fatal del género humano (2-3). «No conoce otros derechos que los de la fuerza y la astucia, ni otros tributos que la destrucción y la muerte» (4). Opresor de Italia, Alemania, Prusia, Holanda, Sajonia, Baviera, Portugal, Nápoles, Etruria, intento en Rusia (5, 9). «Es imposible que haya paz y tranquilidad en el universo mientras tu corrupción y tu tiranía estén en pie» (10). Es irreligioso. Su crueldad tiene la osadía de «desafiar a todo el Universo; su impiedad insulta pública y descaradamente las lágrimas que sin cesar derrama la Religión» (3). Se le considera
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Fantasma de la Religión; «tan pronto se presenta musulmán en Egipto, como protector del judaísmo, y católico en Francia» (4). Sus tropas han «entregado los templos santos al dios Baal» (5). Realizaban robos sacrílegos y reprobados en todo sistema de guerra (13). Define a Napoleón como irreligioso y cruel (8) y a los soldados franceses como enemigos de la religión y de la sociedad (12). En definitiva, Napoleón es el mayor monstruo que «ha vomitado la cólera del cielo para inundar el mundo de calamidades» (1). «¡Eh, monstruo! ¡Tu mismo aspecto no te causa horror!» (8). Sus generales no se mantienen al margen de la crítica del folleto. Los denomina «generales del despotismo y de muerte» (4). Los define como incendiarios, enemigos de la Religión y de la Patria, saqueadores de tesoros públicos, «robaban las riquezas y preciosidades de nuestros palacios, gabinetes, laboratorios» (8). Los generales instan a sus tropas para que se dedicasen «al pillaje y la rapiña» (8). Saqueaban todo «desde la choza más infeliz hasta la Iglesia Catedral» (12), con una actitud sanguinaria: Pasando a cuchillo al pobre anciano que apenas podía sostener el bastón con la trémula y débil mano, al niño inocente y al impedido que yacía postrado en el lecho del dolor y de la angustia, obligando a la población a refugiarse en los montes (12).
En definitiva, asesinos, ladrones, pérfidos. Con estas cualidades enumera a los generales Vendel, Lefevre, Frere, Bessiers, Moncey, Dupont (11). Este mito creado para articular una opinión pública en contra de la invasión francesa se elabora como antítesis de los políticos españoles. «Gloria inmortal para los insignes Floridablancas, Saavedras, Plafoxez, Castaños, Cuestas, Cervelós, Urbinas, y tantos otros políticos consumados, como generales insignes, cuyos nombres solo son nuestra gloria» (12). El otro bloque temático de contenido es el concepto de España. Las Españas de una misma Corona. Napoleón se ciñe inicuamente «la Corona de las Españas» (7). Suspiramos por ver a Fernando VII en el trono de las Españas (10). El día de Navidad de 1804, Balmis está en la ciudad de Querétaro; desde allí parte hacia la ciudad de México, llevándose a
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seis niños. Cada niño usa un uniforme de gala que portaba el emblema real y la inscripción: «Dedicado a María Luisa, Reina de España y de las Indias». Esta idea de las Españas ya estaba presente antes de la invasión y se mantiene después de ella. En el artículo primero de la Constitución gaditana se afirma: «La Nación española es la reunión de todos los españoles de ambos hemisferios». Y por el Tratado de Valencia, el 11 de diciembre de 1813, Napoleón reconoce a Fernando VII y sucesores como «Rey de España y de las Indias». España como Nación; Nación generosa y «llena de honor» (5). Es un hermoso Reino (10). Para nada te necesita esta nación noble, generosa, la primera del mundo (9). «¡Gloria inmortal para la nación!» (14). Nación «vigorosa que quiere defenderse» (9). «¡Qué mal has conocido el carecer de la Nación española!» Teme el castigo que te tiene preparado (9). «Ninguna Nación te ha conocido ni ha burlado tus intrigas, ambición y poder» como España (11). La Nación española «ha sabido tomarse una venganza justa y cristiana» (13). La Nación española «en nada ha degenerado de su antiguo valor y patriotismo» (12). De tu gran código, lo poco bueno es de «nuestra antigua y sabia legislación» (10). Los obstáculos avivan, encienden, inflaman a «una nación que adquiere nueva firmeza en derredor del riesgo más inminente» (13). España como Patria; nuestra amada patria (5). «Cuando la patria nos llama para su defensa como hijos que le pertenecemos, todos somos iguales» (15). A todo buen español o buen patriota, Napoleón le llama «sedicioso y rebelde» (7). Para los franceses «los guerrilleros son cuadrillas de rebeldes y sediciosos» (11). Nuestros votos «comunes por la Religión, por Fernando VII y por la Patria» (15). Todos los pueblos ven cada uno de nosotros «la salvación de la Patria» (15). El artículo sexto de la Constitución gaditana señala entre las obligaciones principales de los españoles «el amor a la Patria y así mismo ser justos y benéficos». Los patriotas de la Nación española son los españoles. Las tropas francesas encontraban en España una hospitalidad que no merecían (6). «Cuando se embravece el León de España no halla enemigos que no venza» (9). A los españoles tan dóciles
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como valientes «no les espantan tu falsa política, ni tus amenazas» (10). La juventud española es «gallarda y valerosa» (10). Cuenca recibió al mariscal Moncey «con una hospitalidad generosa y propia del carácter español» (11-12). «El honor de la lucha queda para nuestras armas» (13). Hemos reportado tantas victorias como batallas (Aragón, Valencia, Andalucía); ante ellos desaparecen Marengo, Austerlitz, Freiland y Jena (13). «Todo se ha vencido y nada ha sido capaz de detener el valor de los españoles» (13). Intrépidos y valerosos, los españoles arremeten contra el «impenetrable e irresistible» ejército del enemigo (13). Todo esto que se explicita en el folleto es un puro nacionalismo. Es un mito que se reinventa para utilizarlo conforme a unos fines políticos que tratan de poner en práctica. Un elemento constitutivo del Estado, de la Nación y/o de la Patria es la Religión. Nuestros comunes votos por la Religión, por Fernando VII y por la Patria (15). El artículo 12 de la Constitución de Cádiz afirma que «la Religión de la Nación española es y será perpetuamente la católica, romana, única y verdadera». En los levantamientos a finales de mayo de 1808 en A Coruña, el guarnicionero Sinforoso López y Aliá se dirigía a las autoridades municipales para que declararan la guerra a los franceses y para que defendieran «la Religión, la Patria, las leyes y el Rey», como se hizo en Sevilla. El otro bloque temático del folleto es la figura del rey Fernando VII. No es la figura de la monarquía sino de su persona. «Rey legítimo por la sucesión al trono, rey legítimo por la renuncia de su augusto padre, rey legítimo por el voto general y unánime de los pueblos» (6). Caído Godoy, «que había causado su ruina», España «empieza a respirar tranquila bajo su reinado» (6). Cuenta con la adhesión del pueblo español. Todos los españoles habían jurado no reconocer a ninguno de tu raza (10). «Toda la Nación le idolatra» (10). Por él «suspiramos y suspiraremos eternamente hasta verle sentado en el trono de las Españas» (10). «Nuestra satisfacción no puede ser completa hasta que, llevando encima de nuestros hombros a nuestro amado Fernando VII, nuestro Padre, Rey y Señor, tengamos la gloria de sentarlo en el trono y ceñirle la diadema, no omitamos medio
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alguno para conseguirlo. Avergoncémonos si tenemos honores, haciendas e hijos, y no lo empleamos todo en su servicio» (14). Fernando VII es un rey virtuoso por contraste. Napoleón «imputa al virtuoso Fernando VII el delito atroz de haber atentado contra la corona y la vida de su padre» (7). A tu lado, «aparece a nuestros ojos aún más justo e inocente por el contraste de sus hermosas virtudes con tus iniquidades» (10). El rey como mito, como personificación del bien y de la libertad, la defensa espontánea de la propia tierra, la defensa de la religión, de unas formas de religión tradicionales, frente a un invasor en el cual, por instinto atávico, el español tiende a ver siempre la personificación de la impiedad y del mal. El inocente y buen rey Fernando ha caído en el mismo lazo en que cae cada pueblo, cada aldea española invadida, el levantamiento tiene, pues, un sentido claro: echar a los franceses y reponer en su trono a Fernando para que vuelva a mandar.
Finalidad El folleto de mi estudio se elaboró con el fin de levantar a las milicias urbanas más o menos instruidas a favor de la causa de Fernando VII. La primera e inmediata finalidad era expulsar a los franceses de España. Con la misma facilidad con que esta Nación «ha disipado tu ejército en España, triunfará y acabará con cuantos refuerzos envíes de nuevo» (9). «Hemos de entrar en Francia y te hemos de perseguir hasta que tú y tus tropas errantes y dispersas no encontréis asilo en ninguna parte» (9). Para esta expulsión es necesario un levantamiento general. «Resueltos a vencer o morir, contemos con la protección del cielo» (15). Millares de familias arruinadas «ven en cada uno de nosotros su libertador, y en nuestra magnanimidad la salvación de la patria» (15). Este levantamiento supondrá una venganza de las injurias recibidas. «Las almas de las víctimas inocentes del día dos de mayo claman venganza, venganza» (15). Ningún soldado francés «llegue a la frontera sin que experimente nuestra venganza, tan terrible como justa» (14).
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Algunas inexactitudes históricas Todos habían jurado no reconocer a otro rey (10). Los afrancesados se calculan en 12 000 españoles; se exiliaron tras la marcha de José I. Más de dos millones de españoles prestaron juramento al rey intruso por haber quedado, momentánea y permanentemente, en zona ocupada por el Gobierno de José I. El pueblo madrileño firmó, casi unánimemente, en los libros de registro puestos a tal fin por el Gobierno afrancesado de José I, porque este apareció como mal menor frente a la injerencia personal y directa de Napoleón en los asuntos españoles. Todo se ha vencido (13). Cuando se escribe el folleto, los españoles ya habían sido vencidos: 3 de mayo de 1808 en Madrid; 12 de julio de 1808, García de la Cuesta es derrotado por Bessieñe en Cabezón, cayendo Valladolid, Medina de Rioseco, poco después Santander. Sí que se ha verificado la primera victoria en campo abierto en Bailén, del 19 al 22 de julio de 1808. La derrota de Dupont por las tropas del general Castaños provoca que José I y su Gobierno huyan de Madrid el 1 de agosto de 1808. No olvidemos que nos encontramos en los inicios de la invasión. Tuvieron que pasar cinco largos años para ver restituido el orden prenapoleónico.
Fecha de la posible redacción del folleto Con seguridad el folleto está escrito después del 2 de mayo de 1808, ya que en él se habla del «día 2 de mayo próximo pasado» (8), y del 25 de julio de 1808, fecha en la que el folleto señala que José I intentó proclamar en Madrid la mentira. Ha huido y escapado vergonzosamente y se ha visto obligado a pasar una noche en un «infeliz y miserable pajar» (14). Ahora bien, el 1 de agosto de 1808, José I y su Gobierno abandonan Madrid, tras confirmarse la derrota francesa en Bailén. Se replegaron primero en Burgos y luego en Vitoria. Los franceses se sitúan tras la línea del Ebro. En ese momento se coloca la publicación de este folleto. Y la primera impresión debió de realizarse con anterioridad al 11 de agosto de 1808, momento en el que Balmis lo remite en una carta rumbo a México.
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Participación de Balmis en la creación de pensamiento político En los acontecimientos de 1808, Balmis ve una oportunidad maravillosa para crear un pensamiento político a favor de la figura de Fernando VII. Siempre ha servido a la Corona y se siente deudor de ella. Es el perfecto funcionario y desea mantener su estatus. No quiere que cambien las reglas del juego político. Balmis se convierte en un transmisor de ideas, desde una visión pedagógica de la vida. Además de su experiencia de vida, en 1808 tiene cincuenta y cinco años, lo que le posiciona en una situación de privilegio entre sus amigos y conocidos que le admiran y quieren, pero también entre su grupo de iguales, médicos y cirujanos que trabajan en las Juntas de Vacuna al servicio de la salud en la Nueva España. Esta necesidad de comunicar que tiene Balmis se une a su excelente formación académica y a su labor sanitaria y política, tanto en la Península como en América. En el caso de los conocimientos médicos, Balmis se siente capaz de escribir sus propias ideas. En cambio, en el contexto de las ideas políticas, no tiene la misma seguridad. Sabe lo que quiere expresar, pero se vale de lo que otros escriben. Los acontecimientos políticos y sociales que se viven en la Península le exigen un compromiso político. Su avanzada edad le impide tomar las armas, pero aprovecha su reconocimiento social y profesional para motivar a otros grupos que sí pueden luchar activamente contra la invasión. De todos los folletos que se publican con esta temática, que son muchos, ¿por qué elige Balmis el escrito por Andarió? El autor había nacido en Barcelona en 1778 y había estudiado en la Universidad de Cervera, igual que José Salvany, subdirector de la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna. En consecuencia, Andarió no le era desconocido. Tanto Balmis como el autor llegaron a Madrid en 1806, uno procedente de su vuelta sanitaria propagando la vacuna, y otro de Cervera para trabajar en el Real Colegio Pestalozziano. Podemos destacar tres grandes características que definen la actuación política de Balmis en este momento de crisis política:
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la necesidad de comunicar, el envío de información fiable y la difusión de estas ideas a grupos afines. Este compromiso político, en tiempo de crisis, les supondrá, tanto a Andarió como a Balmis, caer en desgracia. Esta pérdida de estatus le lleva a comprometerse contra la nueva situación política: luchar contra el emperador de los franceses. Esta implicación, a la vuelta de Fernando VII, tendrá su recompensa: mayor reconocimiento social.
Emisor Mensaje Canal de Comunicación Correo Madrid-México
Interlocutor Mensaje Imprenta de Arizpe
EMISOR
Francisco Balmis
INTERLOCUTOR
Ángel Crespo
Receptor
RECEPTOR
Pueblo mexicano
Conclusiones Podemos concluir afirmando que: —Primero, los españoles, desde cualquier ámbito profesional, creaban y difundían ideas políticas que enviaron a los territorios ultramarinos. El personal sanitario, médicos y cirujanos, no se queda al margen de esta realidad. —Segundo, el ámbito de esta propaganda política se hace entre iguales; personas de la misma raza y condición, da igual en qué lado del Atlántico vivan. —Tercero, la recepción de las ideas se puede realizar siguiendo patrones de jerarquía (mandos, jefes y autoridades) y/o patrones de afectividad (amigos y familiares).
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—Cuarto, las ideas que se transmiten pueden ser propias o ajenas y previamente han sido encontradas, asimiladas y razonadas por el emisor. —Quinto, Francisco Xavier Balmis, director de la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna, manda a la Nueva España ideas que previamente han sido publicadas en la Península, convirtiéndose en cauce de comunicación de ideas políticas.
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Capítulo 12
LECTURAS Y SABERES DE FRANCISCO BALMIS
Isabel Portela Filgueiras Facultad de Ciencias de la Documentación Universidad Complutense de Madrid Susana María Ramírez Martín Facultad de Ciencias de la Documentación Universidad Complutense de Madrid Las bibliotecas del siglo xviii son bibliotecas ilustradas, no en vano se denomina Siglo de las Luces. Este pensamiento ilustrado «impulsó la producción editorial, que se multiplicó y llegó a todas partes» (Gómez Álvarez, 2019: 13). Como es lógico, la producción libraria de la metrópoli se difundía por ultramar. A lo largo de toda la época colonial, fueron muchas las personas que se trasladaron a América. Clérigos, militares y civiles no fueron solos. Los arcones que iban con ellos llevaban ropas, porcelanas, enseres de todo tipo y... libros. En estos libros se atesoraba el conocimiento necesario para el ejercicio de sus cargos en la administración ultramarina y para su divertimento. La mayoría de las bibliotecas llegaban al territorio novohispano de la mano de sus propietarios. Los libros siguen la ruta desde Cádiz a Veracruz acompañando los equipajes. En el puerto metropolitano, el equipaje está consignado en una voluminosa documentación que son los registros de navíos. En Veracruz, los libros eran revisados, cotejados e inventariados, comprobando lo que se dice que viene con lo que viene. En pocas ocasiones se conocen los dos documentos. En el caso de la biblioteca de Francisco Xavier Balmis y Berenguer (1753-1819), conocemos
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LA EXPEDICIÓN BALMIS
solamente el documento que se conserva en el Archivo General de la Nación de México, que está fechado en A Coruña el 9 de noviembre de 1798. Los libros de Balmis: el inventario de la biblioteca Como otros científicos de su época, Balmis posee una amplia y rica biblioteca, al igual que el médico Marcos Gutiérrez Rico (1753-1830) (Moreno González, 2014-2015), el cirujano Salvio Illa (1749-1824) (Barrio Moya, 1988) o el botánico Francisco Antonio Zea (1766-1822) (Gestido del Olmo y Remón Rodríguez, 2020). Estas bibliotecas privadas eran especializadas y respondían a la necesidad de sus propietarios de mantenerse al día profesionalmente, ya que el ejercicio de su profesión requería de información que les permitiera emitir un diagnóstico y aplicar la terapéutica necesaria. El ambiente ilustrado de la época lleva a estos personajes a abrirse a otros campos de investigación que sirvieron para enriquecer sus bibliotecas. Las referencias que conocemos de estas bibliotecas son los inventarios. Estos se realizaban en momentos vitales de los poseedores de las bibliotecas: cuando los libros se movían, cuando se aportaban como dote al matrimonio, cuando aparecía la relación en un testamento, o cuando se confiscaban los bienes por motivos políticos o económicos. Nuestro inventario se elabora cuando Francisco Xavier Balmis sale del puerto de A Coruña con dirección a Veracruz en un barco correo, después de su viaje para traer las plantas del agave y la begonia como tratamiento para la sífilis (Ramírez Martín, 2020: 53-98). Este inventario se titula Lista de los libros de medicina que para su uso lleva D. Francisco Balmis cirujano de Cámara de S. M. y está fechado en A Coruña a 9 de noviembre de 1798. La relación aparece en dos hojas, escritas por las dos caras en tamaño folio.156 En estos documentos, la información que aparece es muy escueta. Se limita a registrar datos identificativos de los libros, como nombre del autor, o simplemente el apellido y los términos de los títulos. Las descripciones son meras interpretaciones que tienen como fin singularizar al autor y el tema de la publicación.
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LECTURAS Y SABERES DE FRANCISCO BALMIS
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Estos datos se suelen tomar de oído, al dictado, dando lugar a errores en las grafías. En la lista de Balmis, por ejemplo, aparece Boherave para identificar a Boerhaave o Underwort para reseñar a Underwood. Los títulos no se quedan al margen de esta realidad. Así, la obra de Sauvages, que en el inventario aparece como Nosología Médica, en la realidad es Nosología Methodica. Incluso, en ocasiones, se hace una interpretación del título. Es el caso de la obra de Weikard, que aparece titulada en el inventario como Medicina Simplificada. Su título en español es Prospecto de medicina sencilla y humana o nueva doctrina de Brown (Madrid, 1798), mientras que en francés es Doctrine Médicale simplifiée (París, 1798). Los términos que identifican el título en castellano adoptan la traducción francesa o, más bien, se hace una mezcla. En ninguno de los inventarios analizados, el contenido proporciona datos completos de los libros. En el registro n.º 1 de la relación de Balmis aparece «Burserio», que en realidad es Giambattista Borsieri de Kanilfeld y el libro está descrito como «Instituciones medicas practicas». En la relación lo que ocurre es que el copista castellaniza el título que está escrito en latín Institutionum medicinae practicae (Instituciones de medicina práctica). Esta obra tiene publicados ocho volúmenes en 1791. Balmis pudo llevar los ocho asociados a un único registro. Sin embargo, no sucede lo mismo con los registros n.º 43 «Brugnately = Comentari Medici» y n.º 56 «Brera = Comentari Medici». Se trata de una publicación periódica impresa en Pavía en tres volúmenes, aparecidos entre 1797 y 1800. Balmis solo pudo llevarse los dos que habían visto la luz hasta 1798. Esta publicación la iniciaron conjuntamente Brugnatelli y Brera, pero desde la segunda parte del tomo I solo figura como autor Brera. En consecuencia, en nuestra lista aparece como dos obras diferentes, cuando en realidad son dos volúmenes de la misma publicación. Como en el inventario no se reseña ninguna data de edición y tan solo figuran autor y título, para reconstruir las referencias bibliográficas hemos seguido los siguientes criterios: optar por la edición en lengua española, basándonos en la mejor facilidad de lectura y que la edición sea la más próxima a la fecha de embarque para favorecer su adquisición. El resultado es el siguiente:
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Lista de los libros de medicina que para su uso lleva D. Francisco Balmis cirujano de Cámara de S. M. n.º
Descriptor que aparece en el documento
Referencia bibliográfica
1
Burserio = Ynstits. medicas practicas
Borsieri de Kanilfeld, Giambattista, Institutionum medicinae practicae / quas praelegebat Jo. Bapt. Burserius de Kanilfeld…
2
Pringle = Enfermdes. de los Extos.
Pringle, John, Observaciones acerca de las enfermedades del exercito en los campos y las guarniciones: con las memorias sobre las sustancias sépticas y anti-septicas, leídas a la Sociedad Real. Traducido del francés por Juan Galisteo Xiorro.
3
Chabaneau = Elementos de ciencias naturales
Chabaneau, Francisco, Elementos de Ciencias naturales: dispuestos de órden del Rey.
4
Le Febre = Enfermedades de Niños
Rosen von Rosenstein, Traité des maladies des enfans. Traduit du suédois par M. Le Febvre de Villebrune, París.
5
Lafaye = Cirugia
Lafaye, Georges de, Principios de cirugia / de... Jorge de la Faye...; corregidos y añadidos por el autor, y traducidos del francés por ... Juan Galisteo y Xiorro.
6
Kirwan, Richard, Essai sur le phlogistique, et sur la constitution des Kirwan = Tratado sobre el acides / traduit de l’anglois de Kirwan; avec des notes de Morveau flogisto ... [et al.].
7
Martinet = Observacs. sobre el Cancer
8
Ingen = Housz = Observs. Ingen-Housz, Jean. Nouvelles expériences et observations sur divers fisicas objets de physique / par Jean Ingen-Housz.
9
Tissot = aviso al Publico
Martinet. Observations médico-quimiques sur le cáncer.
Tissot, Samuel Auguste Andre David. Aviso al pueblo acerca de su salud o tratado de las enfermedades mas frequentes de las gentes del campo / por Mr. Tissot ...; con un ... / compuesto por Mr. Gardane ...; y traducido por don Juan Galisteo y Xiorro. Sexta edicion corregida y aumentada.
Sauvages = Nosologia 10 Medica
Sauvages, François Boissier de la Croix de. Nosologia methodica sistems morborum classes Juxta Sydenhami mentem & Botanicorum ordinem / auctore Francisco Boissier de Sauvages … Editio ultima, auctior et emendatior.
Morgani = De sedibus et 11 Causis morborum
Morgagni, Giovanni Battista. De sedibus, et causis morborum per anatomen indagatis: libri quinque, dissectiones, et animadversiones, nunc primum editas complectuntur propemodum innumeras, medicis, chirurgis, anatomicis profuturas.
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Idioma de redacción original
Idioma en el que lo lee
Temática
Tamaño
Traducción
Año
Lugar
Vols.
Latín
Latín
Medicina general
8
No
1791
Venecia
8
Inglés
Español
Medicina militar
4
Sí
1775
Madrid
2
Francés
Español
Física
4
Sí
1790
Madrid
1
Sueco
Francés
Pediatría
8
Sí
1778
París
1
Francés
Español
Cirugía
4
Sí
1781
Madrid
1
Inglés
Francés
Química
8
Sí
1788
París
1
Francés
Español
Terapéutica
8
Sí
1781
París
1
Francés
Francés
Física
8
No
1785
París
2
Francés
Español
Higiene
4
Sí
1795
Madrid
1
Latín
Latín
Nomenclatura
4
No
1795
Venecia
2
Latín
Latín
Anatomía
4
No
17661767
Lovaina
4
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Lista de los libros de medicina que para su uso lleva D. Francisco Balmis cirujano de Cámara de S. M. (continuación) Descriptor que aparece n.º en el documento
Referencia bibliográfica
Eustachio = 12 Tablas anatómicas
Eustachi, Bartolomeo. Tabulae anatomicae ... Bartholomaei Eustachii ... / praefatione, notisque illustravit ac ipso suae Bibliothecae dedicationis die publici juris fecit Jo. Maria Lancisius.
Gorter = 13 Medicina Hipocratica
Gorter, Johannes de. Medicina hippocratica exponens aphorismos hippocratis / auctore Joanne de Gorter.
Edme Goodwin = 14 De la respiracion
Goodwin, Edme. La connexion de la vie avec la respiration… Traduit de L’anglais, par J. N. Hallé.
Fontana = Opusculos 15 fisicos químicos
Fontana, Felice. Opuscules physiques et chymiques de M. F. Fontana ... / traduit de l’italien par M. Gibelin.
Tissot = Onanismo
Tissot, Samuel Auguste André David. L’onanisme: dissertation sur les maladies produites par la masturbation / par Tissot.
17
Salas = Calapeno
Salas, Pedro de (S.I.). Compendium latino-hispanum utriusque linguae: quo Calepini, Thesauri, Enrici Stephani, Antonii Nebrisensis, Nizolii, P. Bartholomaei Brabo atque ómnium optimae notae authorum labores et lucubrationes perspicua brevitate continentur, illustrantur clarescunt / per P. Petrum de Salas S.J.; curante D.M.A. Domech.
18
Vives = Dialogos
Vives, Juan Luis. Dialogos de Juan Luis Vives / traducidos en lengua castellana por el Doctor Christoval Coret y Peris.
16
Viader = reflexiones 19 sobre las enferdes. del Rosellon 20
Naval = Optalmías
Viader y Payrachs, José Antonio. Reflexiones sobre las enfermedades que afligen a las tropas del Real Exercito del Rosellón / escritas por el dr. Josef Antonio Viader y Payrachs. Naval, Juan. Tratado de la ophtalmia y sus especies / escrito por Juan Naval.
Farmacopea 21 de Londres
Farmacopéa quirúrgica de Londres: que contiene, además de varios remedios adoptados en la práctica de los mas insignes cirujanos, todas las principales recetas de los hospitales de Inglaterra / traducida del ingles por el Dr. don Casimiro Gomez de Ortega.
Boherave = 22 Aforismos
Boerhaave, Herman. Aphorismos de Cirugia / de Herman Boerhaave ... ; comentados por Gerardo van Swieten; y traducidos al castellano, con las notas de Mr. Luis, y varias memorias de la Real Academia de Cirugía de París por Juan Galisteo y Xiorro ...
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Idioma de Idioma redacción en el que Temática original lo lee
Tamaño
Traducción
Año
Lugar
Vols.
Latín
Latín
Anatomía
Fol.
No
1728
Roma
1
Latín
Latín
Medicina general
4
No
1768
Padua
1
Inglés
Francés
Aparato respiratorio
8
Sí
1798
París
1
Italiano
Francés
Física y Química
8
Sí
1784
París
1
Francés
Francés
Psiquiatría
8
No
1792
Lausana
1
Latín
Latín
Diccionario
4
No
1761
Pamplona
1
Latín
Español
Filosofía
8
Sí
1792
Madrid
1
Español
Español
Medicina militar
8
No
1794
Gerona
1
Español
Español
Oftalmología
8
No
1796
Madrid
1
Inglés
Español
Farmacología
8
Sí
1797
Madrid
1
Latín
Español
Cirugía
4
Sí
1786
Madrid
8
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Lista de los libros de medicina que para su uso lleva D. Francisco Balmis cirujano de Cámara de S. M. (continuación) Descriptor que aparece n.º en el documento Kirwan = 23 elementos de Mineralogia 24
Farmacopea Hispana
Referencia bibliográfica
Kirwan, Richard. Elementos de mineralogia / escritos en ingles por Mr. Kirwan ...; traducidos al frances por Mr. Gibelin ... y de este idioma al español por don Francisco Campuzano… Pharmacopoea hispana: regis Jussu et impensa.
Brunel = 25 enfermdes. lacteas
Brunel, Pedro. Memoria sobre las enfermedades que se deben tener por lacteas durante el curso del preñado, y despues del parto ... / por don Pedro Brunel ... partero de la reyna de España ... Maria Luisa de Borbon, a quien la dedica.
Bergman = elementos 26 quimicos fisicos sobre las aguas
Bergman, Tobern. Elementos físico-químicos de la analisis general de las aguas / obra compuesta de las siete disertaciones primeras de los opúsculos físico-químicos del ilustre Bergman; traducidos del latin al frances por Mr. de Morveau; y de éste al castellano, con arreglo a la nueva nomenclatura, con varias adiciones y por un orden mas conforme a este tratado por ... Ignacio Antonio de Soto y Arauxo.
Mead = 27 preceptos médicos
Mead, Richard. Consejos y preceptos de medicina / escritos por el doctor Ricardo Mead... Un discurso sobre las qualidades que constituyen y perfeccionan a los médicos / pronunciado... por el doctor Kaau Boerhaave...; traducidos del idioma francés al castellano... por Don Dámaso Puertas.
Fritze = 28 enfermdes. Venereas
Fritze, Johann Friedrich. Compendio sobre las enfermedades venéreas / del doctor Juan Federico Fritze, ...; traducido al toscano por Juan Bautista Monteggia; y de este al castellano con notas por el licenciado don Antonio Lavedan.
Sabatier = 29 Antatomia [sic]
Sabatier, Raphael Bienvenu. Traité complet d’anatomie: ou description de toutes les parties du corps humain / par M. Sabatier ... Nouvelle edition corrigée & enrichie de planches avec l’explication qu’en ont données les célèbres Albinus & Lancisius.
Lineo = 30 fundamentos de Botanica
Linné, Carl Von. Fundamentos botánicos de Cárlos Linneo: que en forma de aforismos exponen la teoría de la Ciencia Botánica.
Lavoisier = 31 elementos de Quimica
Lavoisier, Antoine-Laurent de. Tratado elemental de Quimica: presentado baxo nuevo orden y conforme a los descubrimientos modernos, con láminas / por Mr. Lavoisier...; traducido al castellano por D. Juan Manuel Munarriz.
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Idioma de Idioma redacción en el que Temática original lo lee
Tamaño
Traducción
Año
Lugar
Vols.
Inglés
Español
Química
4
Sí
1789
Madrid
1
Latín
Latín
Farmacología
4
No
1794
Madrid
1
Español
Español
Obstetricia
4
No
1791
Madrid
1
Latín
Español
Química
4
Sí
1794
Madrid
1
Latín
Español
Medicina general
8
Sí
1796
Madrid
1
Alemán
Español
Enfermedades venéreas
4
Sí
1796
Madrid
1
Francés
Francés
Anatomía
12
No
1798
París
4
Latín
Español
Botánica
8
Sí
1788
Madrid
1
Francés
Español
Química
8
Sí
1798
Madrid
2
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Lista de los libros de medicina que para su uso lleva D. Francisco Balmis cirujano de Cámara de S. M. (continuación) Descriptor que aparece n.º en el documento
32
Masdevall = Epidemias
Referencia bibliográfica
Masdevall y Terrades, José. Relacion de las epidemias de calenturas pútridas y malignas, que en estos últimos años se han padecido en el Principado de Cataluña y principalmente de la que se descubrió el año pasado de 1783 en la ciudad de Lérida, Llano de Urgél ...: con el método feliz, pronto y seguro de curar semejantes enfermedades / por don Joseph Masdevall.
Buchan = 33 Medicina doméstica
Buchan, William. Medicina doméstica ó Tratado completo del método de precaver y curar las enfermedades con el régimen y medicinas simples y un apéndice que contiene la farmacopea necesaria para el uso de un particular / escrito en inglés por ... Jorge Buchan ...; traducido en castellano por ... Antonio de Alcedo.
Plenck = Medicina 34 y Cirugia forense
Plenck, Joseph Jacob von. Medicina y cirugia forense o legal / escrita en latin por ... Josef Santiago Plenk ... ; traducida al castellano por Don Higinio Antonio Lorente.
Proust = 35 Anales Químicos
Proust, Joseph Louis. Anales del Real Laboratorio de Química de Segovia ó Colección de memorias sobre las artes, la artilleria, la historia natural de España, y Américas, la docimástica de sus minas … / por D. L. Proust.
Dacher = Sobre la 36 influencia del estomago
D’Acher. Essai sur l’influence de l’estomac: sur toutes les opérations de l’économie animale ... / par M. D’Acher.
Calisen = 37 Instituciones de cirugia
Callisen, Heinrich. Institutiones Chirurgiae hodiernae.
Spallanzany = Experiencias 38 sobre la digestion
Spallanzani, Lázaro. Experimentos acerca de la digestion en el hombre y en diversas especies de animales / obra dada a luz en italiano por ... Lazaro Spallanzani ...; Traducida al francés por Juan Senebier ... y al castellano por ... Joseph Bonillo.
Dovsin Doussin-Dubreuil, J. L. De l’épilepsie en général et particulièrement de 39 Dubrevil = De celle déterminée par des causes morales / par J. L. Doussin-Dubreuil. epilepsia Alion = Propiedades 40 medicinales del Oxigeno 41
Carminati = Medicina
Alion. Ensayo sobre las propiedades medicinales del oxígeno y sobre la aplicacion de este principio en las enfermedades venéreas, psóricas y herpéticas / presentada... por el Ciudadano Alion...; traducido por D. Antonio de la Cruz. Carminati, Bassiano. Bassiani Carminati ... Hygiene, terapeutice, et materia medica.
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Idioma de Idioma redacción en el que Temática original lo lee
Tama- Traducño ción
Año
Lugar
Vols.
Español
Español
Epidemias
4
No
1797
Madrid
1
Inglés
Español
Higiene
4
Sí
1798
Madrid
1
Latín
Español
Medicina legal
4
Sí
1796
Madrid
1
Español
Español
Química
4
No
1791-1795
Segovia
2
Francés
Francés
Aparato digestivo
8
No
1785
París
1
Latín
Latín
Cirugía
8
No
1787
Lovaina
1
Italiano
Español
Aparato digestivo
4
Sí
1793
Madrid
1
París
1
Francés
Francés
Psiquiatría
8
No
(l’an V de la République française [1796-1797]) 1796-1797
Francés
Español
Epidemias
8
Sí
1798
Madrid
1
Latín
Latín
Higiene
8
No
1791-1795
Pavía
4
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Lista de los libros de medicina que para su uso lleva D. Francisco Balmis cirujano de Cámara de S. M. (continuación) Descriptor que aparece n.º en el documento
Referencia bibliográfica
Richter = 42 Heridas de Cabeza
Richter, August Gottlieb.Traité des plaies de tête, extrait des élémens de chirurgie / de Auguste-Amédé Richter ; traduit de l’allemand avec des notes par Louis Gabriel Morel.
Brugnately = 43 Comentari Medici
Brugnatelli, L. y Brera, V. L. Commentari medici, opera periódica dei cittadini L. Brugnatelli e V. L. Brera.
Albites = 44 El ojo Hipocratico
Albites, Evaristo. L’occhio: specchio Ipocratico.
45
Albites = De Venenos
Albites, Evaristo. Dei veleni e dei loro rimedi tanto curativi, quanto preservativi / ragionamento del dottore Evaristo Albites.
46
Frank, Joseph. Ratioinstituti clinici ticinensis: a mense januario usque Franch = ad finem junii anni MDCCXCV / quam reddit Iosephus Frank M.D. Ratio medendi ... ; praefatus est Ioannes Petrus Frank ; pars prima.
47
Lavoisier, Antoine-Laurent de. Disertacion chîmica sobre la Lavoisier = respiracion y transpiracion / escrita por ... Lavoisier; traducida al De respiracion español por don Juan Smith.
Bueno = Nomenclatura 48 medica Quimica
Guyton de Morveau, Louis Bernard. Metodo de la nueva nomenclatura quimica / propuesto por M. M. de Morveau, Lavoisier, Bertholet y de Fourcroy ...; traducido al castellano por D. Pedro Gutierrez Bueno…
Chaptal = 49 Elementos Quimicos
Chaptal, Jean-Antoine. Elementos de química / escritos en frances por Mr. J. A. Chaptal ...; traducidos al castellano por D. Hyginio Antonio Lorente ...
Ortega = 50 Curso Botanico
Gómez Ortega, Casimiro. Curso elemental de Botánica teórico y práctico: dispuesto para la enseñanza del Real Jardin Botánico de Madrid ... / por ... Casimiro Gomez Ortega y D. Antonio Palau y Verdera ...; parte teórica [-practica].
Fourcruoy = Elementos 51 Quimicos Historia Natural
Fourcroy, Antoine-François de, comte. Elementos de Historia natural y de quimica / por M. de Fourcroy...; traducidos de la quinta Edicion del año de 1792 por D. T. L. y A.
Morveau = 52 Elementos Quimicos
Guyton de Morveau, Louis Bernard, barón. Elementos de química teórica y práctica: puestos en un nuevo orden despues de los mas modernos descubrimientos / por M. M. Morveau, Maret y Durande ... ; traducidos al castellano por don Melchor de Guardia y Ardevol.
Proust = 53 Discurso Quimico
Proust, Joseph Louis. Discurso que en la abertura del laboratorio de chîmia del Real Cuerpo de Artillería, establecido en Segovia, pronunció don Luis Proust.
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Idioma de Idioma redacción en el que Temática original lo lee
Tama- Traducño ción
Año
Lugar
Vols.
Alemán
Francés
Cirugía
8
Sí
1797
Colmar
1
Italiano
Italiano
Medicina general
8
No
1797
Pavía
1
Italiano
Italiano
Medicina general
8
No
1790
Roma
1
Italiano
Italiano
Toxicología
8
No
1790
Roma
1
Latín
Latín
Clínica
8
No
1797
Pavía
1
Francés
Español
Aparato respiratorio
8
Sí
1797
Valencia
1
Francés
Español
Nomenclatura
8
Sí
1788
Madrid
1
Francés
Español
Química
4
Sí
1793-1794
Madrid
3
Español
Español
Botánica
8
No
1785
Madrid
1
Francés
Español
Química
4
No
1795
Madrid
3
Francés
Español
Química
4
Sí
1788
Madrid
1
Español
Español
Química
4
No
1792
Segovia
1
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Lista de los libros de medicina que para su uso lleva D. Francisco Balmis cirujano de Cámara de S. M. (continuación) Descriptor que aparece n.º en el documento Pasta = Del 54 Coragio nelle malatie
Referencia bibliográfica
Pasta, Giuseppe. Del coraggio nelle malattie: Trattato di Giuseppe Pasta protofisico di Bergamo.
Spallanzani, Lazzaro. Opuscules de physique animale et végétale, / Spallanzany = par Mr. l’Abbé Spallanzani ; traduits de l’italien, et augmentés 55 Phisica animal d’une introduction dans laquelle on fait connoître les découvertes y Vejetal microscopiques dans les trois Régnes de la Nature ... par Jean Senebier. Brera 56 Comentari Medici
Brugnatelli, L. V. y Brera, V .L. Commentari medici. Opera periódica dei cittadini L. V. Brugnatelli e V. L. Brera.
Brown = 57 Elementos de Medicina
Brown, John. Elementi di medicina / del dottor Giovanni Brown con molte note di lucidazioni e commenti dello stesso autore; tradotto dall’inglese ; opera cui vanno in sequito nuovi commenti ed osservazione.
Brera = 58 Opusculos Medicos
Brera, Valeriano Luigi. Raccolta d’opuscoli scelti spettanti principalmente alla Medicina practica pubblicati e arrichiti di note dal Dott. Valeriano Luigi Brera…
Weikard = 59 Medicina Simplificada
Weikard, Melchior Adam. Prospecto de medicina sencilla y humana ó Nueva doctrina de Brown / por el Doctor Weikard...; traducido del aleman [al italiano] por... Joseph Frank...; publicado en castellano por... D. Joaquin Serrano Manzano...
60
Doussin = Gonorrea
Milman = 61 De natura hidropis
Doussin-Dubreuil, J. L. De la gonorrhée bénigne, ou sans virus vénérien et des fleurs blanches / par J. L. Doussin-Dubreuil. Seconde édition, revue, corrigée et augmentée par l’auteur. Milman, Francisco. Animadversiones de natura hydropis ejusque curatione / auctore Francisco Milman.
62
Espiritu de los Cladera, Cristóbal. Espiritu de los mejores diarios literarios que se mejores diarios publican en Europa / su autor don Christoval Cladera.
63
Jacquier = Philosofia
Jacquier, François (O. Minim.). Instituciones filosóficas / escritas en latin por el P. Fr. Francisco Jacquier, del Orden de Mínimos de San Francisco de Paula...; traducidos al castellano por Don Santos Diez Gonzalez.
Hunter = Hunter, John. Traité des maladies vénériennes / par M. Jean Hunter 64 enfermedades ...; traduit de l’anglois par M. Audiberti. Venereas Curso de 65 Quimica de Madrid
Gutiérrez Bueno, Pedro. Curso de Quimica Teorica y practica para la enseñanza del Real Laboratorio de Quimica de esta corte: tomo I.
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Idioma de Idioma redacción en el que Temática original lo lee
Tamaño
Traducción
Año
Lugar
Vols.
Italiano
Italiano
Psiquiatría
8
No
1793
Pavía
1
Italiano
Francés
Biología
4
Sí
1777
Ginebra
2
Italiano
Italiano
Medicina general
8
No
1797
Pavía
1
Inglés
Italiano
Medicina general
8
Sí
1796
Nápoles
3
Italiano
Italiano
Medicina general
8
Sí
1797
Pavía
1
Alemán
Español
Medicina general
8
Sí
1798
Madrid
2
Francés
Francés
Enfermedades venéreas
8
No
1798 (Thermidor An VI).
París
1
Latín
Latín
Terapéutica
8
No
1795
Pavía
1
Español
Español
Literatura
4
No
1787-1791
Madrid
4
Latín
Español
Filosofía
4
Sí
1787-1788
Madrid
6
Inglés
Francés
Enfermedades venéreas
8
Sí
1787
París
1
Español
Español
Química
8
No
1788
Madrid
1
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Lista de los libros de medicina que para su uso lleva D. Francisco Balmis cirujano de Cámara de S. M. (continuación) n.º
Descriptor que aparece en el documento
Referencia bibliográfica
Underwort = 66 tratado de Ulceras
Underwood, Michael. Tratado sobre las úlceras de las piernas: donde se examinan con sinceridad todos los métodos curativos que hasta ahora se han empleado, y se cotejan con otro mas racional y mas seguro... / por Mr. Underwood ...; traducido del ingles al castellano de la segunda edicion corregida ... y aumentada por el mismo autor ... por Don Santiago Garcia.
Cullen = 67 Materia medica
Cullen, William. Tratado de materia médica / del Doctor Guillermo Cullen...; traducido del francés de la única edicion inglesa … publicada … en Edimburgo en 1789 por Mr. Biosquillon; y de éste al castellano … por el Doct. D. Bartolome Piñera y Siles …
Bell, Benjamin. Tratado teórico y práctico de las úlceras ó llagas; precedido de un Ensayo sobre la diseccion y curacion chirúrgica de la inflamacion, supuracion y gangrena; y Bell = Tratado terminado con una Disertacion acerca de los tumores blancos 68 de las articulaciones / por el célebre Benjamin Bell …; de Ulceras traducido de la quarta y última edicion inglesa al francés … por Mr. Bosquillon …; y del francés al castellano … por el Doctor Don Bartolome Piñera y Siles ... Plenck, Joseph Jakob von. Farmacologia chirúrgica ó ciencia de medicamentos externos é internos precisos para curar las Plenck = enfermedades de cirugia: con un tratado de farmacia relativo 69 Fharmacologia á la preparación y composición de los medicamentos / por ... Chirurgica Joseph Jacobo Plenck ...; traducido al castellano de la última edición y aumentado por ... Antonio Lavedan … Fabre = 70 enfermedades Venereas
Fabre, Pierre. Traité des maladies vénériennes / par M. Fabre. Paris. 8º.
Gimbernat = 71 De la hernia crural
Gimbernat, Antonio de. Nuevo método de operar en la hernia crural / por D. Antonio de Gimbernat.
Lorite = Jiménez de Lorite, Ambrosio María. Respuesta, que escribe don 72 Utilidad de los Ambrosio Ximenez y Lorite, medico de los reales exercitos … a la antimoniales carta del doctor Don Francisco Salvá y Campillo … 73
Navas = De Partos
Pasta = 74 Aforismos de Hipocrates
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Navas, Juan de. Elementos del arte de partear / compuestos por don Juan de Navas. Pasta, Andrea. Hippocratis Aphorismi atque Praesagia / latine versa cum recognitione & notis ... Andreae Pastae ...
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Idioma de Idioma redacción en el que Temática Tamaño original lo lee
Traducción
Año
Lugar Vols.
Inglés
Español
Cirugía
4
Sí
1791
Madrid
1
Inglés
Español
Medicina general
4
Sí
17921796
Madrid
4
Inglés
Español
Cirugía
4
Sí
1790
Madrid
1
Latín
Español
Farmacología
4
Sí
1798
Madrid
8
Francés
Francés
Enfermedades venéreas
8
No
1782
París
1
Español
Español
Cirugía
4
No
1793
Madrid
1
Español
Español
Epidemias
4
No
1788
Sevilla
1
Español
Español
Obstetricia
8
No
1795
Madrid
2
Latín
Latín
Medicina general
12
No
1791
Venecia
1
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LA EXPEDICIÓN BALMIS
Las lecturas de Balmis: temas y saberes Balmis se formó en la nueva corriente médica ilustrada, en la que el sanitario debía «saber anatomía, conocer las enfermedades, el modo práctico de curarlas y los remedios y cantidad de ellos que se ha de aplicar para conseguirlo» (Moreno González, 2014-2015: 301). Es un cirujano de su tiempo, que conoce la profesión gracias al ejercicio práctico que desempeñó junto a su padre y su tío en su ciudad de nacimiento, Alicante. Desde sus inicios en la profesión, otorga a los libros un gran valor y reconoce que los conocimientos teóricos debían ser conservados en ellos. En el título del documento que hemos utilizado, nuestro médico reconoce que es una biblioteca necesaria para el desarrollo de su profesión. Balmis formaba parte de una élite profesional que se había forjado un nombre y una posición social gracias al ascenso económico. Para él, el libro es una necesidad y cuando vuelve a México se lleva 74 publicaciones, de las cuales 41 son publicadas en español (55 %) y 33 en otros idiomas. Son libros comprados para el ejercicio de su profesión, y la mayoría de ellos son médicos y quirúrgicos, todos publicados entre 1728 y 1798. Se han localizado ocho obras publicadas en el año del embarque. La primera vez que Balmis llega a territorio mexicano es en 1781, en calidad de cirujano del Regimiento de Zamora, durante la defensa del castillo de Perote, situado a mitad de camino entre Veracruz y Puebla. Cuando el regimiento termina su misión, Balmis vuelve con todos a la Península. En la metrópoli no le debían de atar muchos lazos o la estancia en el nuevo territorio le satisfacía más, porque el 18 de junio de 1788 Carlos III le concede «el retiro disperso con residencia en México y 150 reales al mes de dotación» (Ramírez, 1999: 240). En 1789 fue nombrado cirujano mayor del Hospital de San Juan de Dios de la capital mexicana y, cuando este hospital se une al de San Andrés en 1790, es nombrado director de la Sala de Gálicos donde, junto con Daniel O’Sullivan (1760-1792), pudo estudiar remedios contra las enfermedades venéreas. Desde que Balmis llegó por primera vez a Nueva España, allí estableció su residencia y allí estaba su biblioteca. Estos lazos se hicieron más fuertes porque en el patio del Hospital Real estaba
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establecido el Coliseo (teatro de la capital novohispana) que lo financiaba. Mientras Balmis iba por los corredores visitando pacientes de habitación en habitación, la actriz Antoñita San Martín, probablemente de ascendencia española y procedente de La Habana, empezó a recibir los aplausos del público. Esta relación fue la razón por la que Francisco Balmis quería volver a Nueva España con tanta frecuencia. El 1 de abril de 1791, nuestro médico está trabajando en los hospitales de la capital novohispana (Balmis, 1794; Ramírez Martín, 2020). En México va creciendo su prestigio y su clientela. El arzobispo Alonso Núñez de Haro y Peralta (1729-1800), le comisiona para traer a la Península un nuevo remedio denominado «el beato» para la cura de la sífilis como alternativa al uso de los mercuriales. En enero de 1792 llega de nuevo a la Península acompañado de cien arrobas de agave y treinta de begonia (Balmis, 1794: 19). A finales de aquel mismo año comienza a utilizar el remedio contra la sífilis en los hospitales madrileños, supervisado por el protomédico Bartolomé Piñera y Siles, uno de los máximos difusores del vitalismo en la España ilustrada. Terminados los experimentos, en 1794, Balmis publica un libro con los resultados de los tratamientos realizados. Dados el prestigio adquirido en la Corte y sus conocimientos de la travesía del Atlántico, en 1794 acompaña a la comitiva virreinal del marqués de Branciforte, Miguel de la Grúa Talamanca y Branciforte (1750-1812), en calidad de médico de la virreina, hermana de Manuel Godoy, que estaba encinta (Ramírez Martín, 1999: 242). Una vez terminada la encomienda regresa de nuevo a la Península. Sabemos que en la primavera de 1795 ya está de nuevo en Madrid trabajando con los enfermos de sífilis. El agave y la begonia no consiguen aclimatarse en el Real Jardín Botánico y las plantas traídas de México se están agotando, de modo que Balmis vuelve a Nueva España en 1798. Se supone que es en este momento cuando nuestro cirujano compra los 74 títulos que aparecen en el inventario. Los factores que condicionan una biblioteca son características que definen también a sus propietarios: su formación académica, el ejercicio profesional y la condición económica. Para reunir una biblioteca, además de inquietudes intelectuales, se
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LA EXPEDICIÓN BALMIS
requería un cierto gusto por la lectura y una holgada situación económica. Aunque el coste del libro era alto, el precio «no era un obstáculo insalvable para tener acceso a él» (Gómez Álvarez, 2019: 90). El valor del libro era diferente si se compraba nuevo o de viejo. El coste de estos últimos variaba en función del formato, el tipo de encuadernación y el estado de conservación. Estas obras eran una mercancía costosa que no estaba al alcance de la gente con pocos recursos económicos. Con este inventario podemos reconstruir la relación de Balmis con sus libros, qué leía y para qué leía. En este estudio microanalítico, analizaremos en detalle una biblioteca de un individuo para profundizar en su personalidad, el ambiente científico y cultural en el que vivió y las influencias científicas que recibió. En el inventario también se refleja lo que se publica en la Península y las novedades de la literatura médico-científica. Se manifiesta por un lado lo que circula y, por otro, las inquietudes que tiene un médico para la adquisición de conocimiento y para el ejercicio de su profesión. El inventario es el reflejo del intercambio de conocimiento en un momento concreto, en el que el libro, además de una mercancía, es un objeto cultural. Los inventarios son una representación de la información que contienen los libros. Los datos que aparecen en ellos dependen del esmero del copista, porque «este tipo de fuente es muy desigual en la información que contiene» (Coudart y Gómez Álvarez, 2003: 177). Sería interesante valorar los errores que presentan los inventarios: ausencias de autor, las escasas palabras que describen los títulos... En el paso de la colonia al Estado nacional se produjeron grandes cambios que afectaron a todos los terrenos de la actividad humana: «Uno de ellos es el pensamiento y la circulación de nuevas ideas, lo que trajo como consecuencia nuevos valores y creencias, en donde la producción y circulación del libro jugó un papel central» (Coudart y Gómez Álvarez, 2003: 175).
estudio
cuantitativo y crítico de los liBros
En la lista de embarque aparecen reflejados 74 títulos que conforman un total de 129 volúmenes. Hay títulos que están
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publicados en más de un tomo. Los más numerosos son las Institutionum medicinae practicae de Borsieri de Kanilfeld, la Farmacología chirúrgica de Joseph Plenck y los Aphorismos de Cirugía de Herman de Boerhaave, todos ellos en ocho tomos. De menor volumen son el Tratado de materia médica de William Cullen (4 vols.) y los Elementos de Medicina de John Brown (3 vols.).
a nálisis
por autores
En el inventario de los libros que lleva Balmis a México en 1798 encontramos obras representativas de las corrientes médicas y quirúrgicas que se desarrollan a finales del siglo xviii. Destacamos Borsieri de Kanilfeld, Tissot, Sauvages, Gorter, Brown, Weikard, Buchan y Cullen, entre otros. La mayoría de las obras están escritas por un solo autor. En el inventario hay autores que tienen más de una obra. Una figura es Samuel Auguste Tissot, del que se lleva dos publicaciones: L’onanisme (1792) y Aviso al pueblo acerca de su salud (1795), el más antiguo en francés y el otro en español. Otro autor es Doussin-Dubreuil, con dos obras, una sobre la epilepsia y otra sobre la gonorrea, ambas en francés. Otra figura es Kirwan que tiene dos libros, uno sobre el flogisto y el otro sobre mineralogía, el primero en francés y el segundo en español. Otros autores como Proust, Albites, Pasta, Plenck, Lavoisier o Spallanzani, también aparecen con más de una obra en el inventario. En el listado se incluyen obras escritas por autores que también figuran como traductores, tal es el caso de Casimiro Gómez Ortega, que traduce del inglés, y Pedro Gutiérrez Bueno, que lo hace del francés.
a nálisis
por teMas
La clasificación temática de los libros es un problema complejo. Tradicionalmente, se ha clasificado la temática en las cinco facultades que integraban la universidad en el siglo xviii: teología, cánones, leyes, medicina y artes (González, 1999: 25).
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LA EXPEDICIÓN BALMIS
Anatomía 4%
Otros 5%
Botánica 3%
Biología 1%
Terapéutica 7%
Medicina 51 %
Química 16 %
Cirugía 9%
Física 4%
Gráfico 1. Materias de los libros de la biblioteca de Balmis.
Como es fácil imaginar, el libro médico es el más numeroso en el inventario, superando el 50 por ciento. También hay obras de anatomía, botánica, cirugía, terapéutica, biología, física, química y, excepcionalmente, de otras materias como la filosofía. Es esencial conocer el contenido temático de los libros, ya que su carácter y naturaleza determina qué lee y qué sabe Balmis (gráfico 1). Se ha separado la cirugía de la medicina, porque en el último cuarto del siglo xviii la formación de médicos y cirujanos todavía estaba diferenciada. Otra materia que adquiere importancia en el siglo xviii es la farmacopea. En las obras de esta materia se reúnen de modo claro y sencillo los remedios terapéuticos. Cada nación elaboró sus propias farmacopeas, que se adaptaban a los específicos producidos en sus territorios y a las enfermedades de sus ciudadanos. En la lista de los libros del doctor Balmis figuran tres de gran importancia: la Pharmacopea Hispana (1794), la Far-
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macopea quirúrgica de Londres (1797) y la Farmacología Chirúrgica o ciencia de medicamentos externos e internos (1798). Otro asunto médico que aparece en la relación de libros es la medicina legal. Los médicos tenían que certificar el fallecimiento de los ciudadanos. Es un tema médico que tiene efectos legales y jurídicos. Balmis no es ajeno a esta necesidad y por eso aparece el libro de Joseph Jacob von Plenck, titulado Medicina y cirugía forense o legal (1796). Una temática que le preocupa es el contagio de las enfermedades venéreas, ya que ha trabajado en las salas de gálicos de Nueva España y la Península. Conoce la gravedad de estas enfermedades y el dramatismo de sus secuelas. En el inventario encontramos las obras de Fritze, titulada en español Compendio sobre las enfermedades venéreas (1796), Doussin-Dubreuil sobre la gonorrea benigna (1798) y los tratados de enfermedades venéreas de Hunter (1787) y Fabre (1782). Estas cuatro publicaciones reúnen los conocimientos sobre el tema escritos en Alemania, Gran Bretaña y Francia (gráfico 2).
a nálisis
por lugar de iMpresión
El uso de la imprenta está generalizado en toda Europa en la segunda mitad del siglo xviii. Cualquier ciudad europea que se precie encuentra en la imprenta una manifestación cultural. Madrid, Sevilla, Padua, Venecia, París... tienen importantes imprentas. En este momento, se avanza hacia una profesionalización del sector y se exige una abundante inversión en prensas y tipos. La mejora de los medios de edición y publicación afecta directamente a las ediciones. A partir de 1760, la creación de la Real Compañía de Impresores y Libreros del Reino posibilitó la edición a mayor escala, que continuarían algunas sólidas empresas como las imprentas de Sancha (Rodríguez-Moñino, 1971; Cotarelo y Mori, 1924), Ibarra (Ruiz Lasala, 1968), Pedro Marín o Benito Cano en Madrid, que, junto con la Imprenta Real, presentan las producciones más destacables (Enciso Recio, 1971). La ciudad de Madrid se convirtió en esos años en la principal abastecedora de libros en castellano de todo el país (Arias de Saavedra, 2009: 24).
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LA EXPEDICIÓN BALMIS
Madrid fue la ciudad donde se imprimieron la mayoría de los textos médicos traducidos al castellano. Su importancia en el comercio de libros viene avalada por el número de librerías existentes. Según Riera (2013: 314), «entre 1789 y 1791 se llegaron a censar 98 centros de venta de libros» y, en esas mismas fechas, «se hallaban en funcionamiento 24 talleres de impresión». La aceleración del ritmo editorial se manifiesta en la gran cantidad de títulos que aparecen anunciados en la Gaceta de Madrid, publicación periódica que sirvió, entre otras cosas, de vehículo publicitario de la producción impresa. En el inventario de Balmis, de los libros impresos en Madrid, los más numerosos son los que ven la luz en la Imprenta Real, con diez títulos. Es significativa la vinculación de la Imprenta de Marín con los libros médicos. En la lista aparecen tanto la responsabilidad de publicación de Pedro Marín como de la Viuda e hijo de Marín, con seis títulos. Algo parecido ocurre con la imprenta ibarriana, que tiene cuatro títulos, aunque las denominaciones varían entre la imprenta de Joaquín Ibarra, Viuda de Joaquín Ibarra o Viuda de Ibarra. A mayor distancia figuran otros impresores como Plácido Barco López, Blas Román, Antonio de Sancha o Benito Cano, con dos títulos cada uno. Balmis no solo compra libros publicados en Madrid, y en el inventario aparecen obras impresas en la Imprenta de hermanos de Orga en Valencia, la Imprenta de Miguel Antonio Domech en Pamplona, la Imprenta de Vázquez Hidalgo y Compañía en Sevilla, la Imprenta de Antonio de Espinosa en Segovia, o la Imprenta de Antonio Oliva en Gerona.
análisis
de la lengua de redacción de las oBras
La traducción de libros extranjeros, en la mayoría de las ocasiones, contribuyó a la modernización de la formación de los profesionales del arte de curar. Uno de los factores de la difusión de la ciencia ilustrada europea en la España del siglo xviii fueron las traducciones al castellano de obras francesas, que facilitaron la divulgación de los avances médicos europeos en España (Riera, 2013: 215), ya que «el francés había adquirido el papel de trans-
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misor de la producción escrita de otras naciones e idiomas» (García Hurtado, 1999: 40). Toxicología 3% Aparato digestivo 5% Medicina legal 3%
Clínica 3% Medicina general 29 %
Epidemias 8% Enfermedades venéreas 10 % Obstetricia 5% Oftalmología 3% Psiquiatría 8%
Medicina militar 5% Pediatría 2% Higiene 8% Aparato Nomenclatura 3% respiratorio 5%
Gráfico 2. Subtemas dentro de la temática médica.
La ciencia española del siglo xviii mantuvo una marcada dependencia de los textos franceses, tanto los escritos originalmente en francés como en otros idiomas (alemán o inglés), que utilizaban el francés como lengua intermedia antes de ser traducidos al español. Este caso se ejemplifica con la obra de Kirwan, en cuyo título se lee: Essai sur le phlogistique, et sur la constitution des acides / traduit de l’anglois de Kirwan; avec des notes de Morveau, y el Traité des plaies de tête, extrait des élémens de chirurgie / de Auguste Amédé Richter; traduit de l’allemand avec des notes par Louis Gabriel Morel.
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Alemán 4% Latín 27 %
Español 16 %
Italiano 12 %
Sueco 2%
Inglés 15 % Francés 24 %
Gráfico 3. Lengua de redacción de las obras.
La obra de mineralogía de Kirwan, escrita en inglés, la traslada Francisco Campuzano al español a partir de una traducción intermedia francesa. De igual manera, el cirujano Juan Galisteo Xiorro pasa del francés al español la obra de Pringle sobre medicina militar, que originalmente había sido escrita en inglés. Otro ejemplo es el traslado de la obra de Bergman titulada Elementos Físico-Químicos de la análisis general de las aguas, que Ignacio Antonio de Soto y Arauxo traduce del francés al castellano de un original escrito en latín. Hay que señalar también la traducción del francés que hace José Bonillo de una obra de Spallanzani, cuyo original estaba en italiano. En la relación de Balmis no solo se utiliza el francés como lengua intermedia, sino también el italiano, que en ocasiones se denomina toscano. Son ejemplos el libro de Melchior Adam Weikard, titulado Prospecto de medicina sencilla y humana ó Nueva doctrina de Brown / por el Doctor Weikard...; traducido del aleman [al italiano] por... Joseph Frank...; publicado en castellano por... D. Joaquin
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Serrano Manzano..., o el libro de Johann Friedrich Fritze, titulado Compendio sobre las enfermedades venéreas / del doctor Juan Federico Fritze,...; traducido al toscano por Juan Bautista Monteggia; y de este al castellano con notas por el licenciado don Antonio Lavedan... La ruta de llegada de libros originalmente escritos en alemán procedía a veces de los estados italianos (gráfico 3). Junto a la literatura médica especializada «surge otra de carácter divulgativo, aunque también salida de la pluma de profesionales de medicina». Estaba destinada a lectores ilustrados y con cierto poder económico, «necesario tanto lo uno como lo otro para ser entendida y aplicar lo en ella propuesto». Con esta medicina doméstica «se perseguía suplir la carencia que en determinados lugares existía de médicos, cirujanos o barberos, con diagnósticos sencillos y remedios accesibles» (Moreno González, 2014-2015: 309). Ejemplo de esta tendencia divulgativa fue la obra de William Buchan titulada Medicina doméstica ó Tratado completo del método de precaver y curar las enfermedades con el régimen y medicinas simples y un apéndice que contiene la farmacopea necesaria para el uso de un particular. Este libro también aparece en el inventario.
a nálisis
de la lengua de lectura de las oBras
En el inventario se distinguen cuatro idiomas de lectura: latín, español, francés e italiano, todos ellos conocidos por Balmis. Poco más de la mitad de los libros que aparecen en el inventario se leen en español, aunque pueden ser traducciones de obras escritas en otras lenguas (gráfico 4). El proceso de traducción era muy intuitivo. Primero, el libro en su idioma de origen llegaba a manos de un sanitario que descubría el valor de su contenido. Después, una lectura atenta se unía a una dimensión pedagógica que le llevaba a la necesidad de traducirlo. Segundo, el libro traducido era ofrecido a un público más o menos especializado con el fin de difundir la información que atesoraba. La traducción no era erudita. Se cometen constantes galicismos que son «criticados» desde las censuras que se realizaban por la escribanía de gobierno del Consejo de Castilla. En el inventario aparecen muchas obras traducidas por traductores de gran importancia, la mayoría médicos de la Corte.
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LA EXPEDICIÓN BALMIS
Juan Galisteo Xiorro traduce a Pringle, Lafaye y Tissot del francés, y del latín a Boerhaave. Bartolomé Piñera y Siles traduce a Cullen y Bell. Higinio Antonio Lorente traduce a Chaptal y Plenck. Joaquín Serrano Manzano traduce a Weikard. Antonio Lavedán traduce a Plenck, Brown, Fritze y Cullen. Italiano 10 %
Latín 15 %
Francés 19 %
Español 56 %
Gráfico 4. Lengua de lectura de las obras.
No solo se traduce de la lengua francesa. El botánico Casimiro Gómez Ortega, el geógrafo Antonio de Alcedo y el médico Santiago García traducen del inglés. En algunos casos, la obra traducida era aumentada, enriquecida o adaptada a la realidad hispana con ejemplos o casos propios. Esto era posible por la buena formación académica de los traductores. Destacamos las figuras de Juan Galisteo Xiorro, que era médico; Antonio Lavedán, que era cirujano militar; Joaquín Serrano Manzano, que era médico del Real Colegio de San Carlos de Madrid, o Bartolomé Piñera y Siles, médico de la real familia y miembro de la Real Academia Médica Matritense.
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CUARTA PARTE MARCOS Y PERSPECTIVAS DE LA REAL EXPEDICIÓN FILANTRÓPICA DE LA VACUNA
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Capítulo 13
PREVENCIÓN DE LA VIRUELA Y SU IMPACTO EN ULTRAMAR
Susana María Ramírez Martín Universidad Complutense de Madrid Montserrat Domínguez Ortega Academia Colombiana de Historia Décima de un apasionado de la inoculación Libertar mil Ciudadanos De las garras de la muerte, Desviar una dura suerte De los rostros mas lozanos, Y de unos males tyranos Poner freno a la invasión, Arreglandoles la acción A un paso fiel y uniforme, Este es el pecado enorme, Que hay en la Inoculación.157
La inoculación como prevención de las viruelas La inoculación de las viruelas era un método que se utilizaba antes del descubrimiento de la vacuna. A principios del siglo xviii no existía un tratamiento eficaz que curara las viruelas. Cuando los pueblos se contagiaban de viruela, la población no estaba preparada para controlar la pro-
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pagación. A medida que evoluciona el siglo xviii y se establece la medicina científica, se intentó generalizar el uso de los tratamientos preventivos. La experiencia había demostrado que las viruelas afectaban con especial virulencia a edades tempranas. Por otro lado, quien ya había sufrido las viruelas naturales de manera espontánea o inoculada no las volvía a padecer por segunda vez. En 1784, Francisco Gil afirma que los miasmas que provocan las viruelas no son innatos en el hombre, con estas palabras: Rara es la condición del fomes varioloso innato al hombre. Por mas alteraciones que padezcan sus humores con la edad con la mutación de alimentos, de paises y de vida, y aun con el notable trastorno que se experimenta en las enfermedades, no se evacua, ni se disminuye, ni menos se pone en acción de producir Viruelas; hasta que se le mezcle aquel determinado miasma contagioso, que le es análogo.158
Las únicas medidas profilácticas que evitaban el rápido contagio eran las higiénicas. Muchas fueron las medidas que se pensaron, pero, cuando las viruelas llegaban a un territorio, por mucha higiene que hubiese, las poblaciones quedaban asoladas. La actitud de los pueblos frente a la viruela era la huida. Sin tener conciencia de ello, a medida que las poblaciones se dispersaban, se incrementaban las rutas de la propagación y se aceleraban los tiempos del contagio. Cuando la enfermedad llega a un territorio, sus moradores tienen la sensación de catástrofe y se resignan al destino. En consecuencia, las autoridades establecen vigilancias para localizar los brotes y reducirlos, aislando los posibles contagios. La inoculación o variolización es una práctica preventiva consistente en introducir el virus causante de la dolencia humana, buscando la provocación causal de formas atenuadas de viruelas. El doctorPérez de Escobar afirma que «la inoculación es el contagio voluntario de las viruelas»159 y, un siglo más tarde, el doctor Méndez Álvaro dice que: la inoculación es, propiamente hablando, una especie de cultivo de viruela, por el cual se elige la simiente, se prepara el terreno y se
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PREVENCIÓN DE LA VIRUELA Y SU IMPACTO EN ULTRAMAR
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hace la sementera, aprovechando la época más favorable: merced a él no puede la especie dejar de fomentarse, si bien con algún provecho de los inoculados con riesgo gravísimo y evidente daño de la generalidad.160
En diferentes países de Europa se establecen instituciones para generalizar la inoculación de manera gratuita. Ejemplos de ello los encontramos en Copenhague,161 Florencia,162 condados de Londres,163 Kassel,164 La Haya,165 Viena166 o París,167 entre otros. Los reyes de España no fueron los únicos monarcas europeos que se inocularon. El 10 de septiembre de 1768, el doctor Ingenhousz (1730-1799) inoculó a los archiduques Maximiliano y Fernando, y a la archiduquesa María Teresa de Austria.168 En la mayoría de los países europeos se legisló para fomentar y generalizar la inoculación. Ejemplo de ello es el decreto que se sentenció en los Países Bajos el 8 de septiembre de 1768,169 con el fin de frenar la propagación de una epidemia de viruelas que comenzaba a extenderse en el país. La inoculación se intenta vincular a la vida cotidiana y la salud. Se intenta que esta práctica se realice sobre personas sanas, sin ninguna enfermedad manifiesta.170 Se inocula a población de todas las edades y de todos los estamentos sociales y económicos.171 Para dejar constancia del hecho y como símbolo de celebración, se compusieron odas por poetas ilustres, se acuñaron medallas172 y se establecieron días conmemorativos.173 En España, la Real Junta de Sanidad elaboró un reglamento para llevar a cabo la inoculación anualmente, después de la buena experiencia de las operaciones realizadas. En la Gaceta de Madrid se convoca a los padres de familia que quieran aprovecharse de esta práctica, siempre que lo hayan solicitado del 26 al 30 del mes anterior.174 Se escribieron obras sobre la teoría de las viruelas y su prevención. El precursor del método de aislamiento es el cirujano Francisco Gil. Su obra es la más importante por las repercusiones que tuvo en los territorios hispánicos y desde su primera impresión «fue reconocida por los intelectuales de mayor renombre» (Ramírez Martín, 1999: 92).
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El cirujano Francisco Gil, su autor Francisco Javier Gil Calvo fue hijo de Manuel Gil Velasco y María Calvo. Nació en Simancas (Valladolid) el 31 de diciembre de 1728 y fue bautizado en la parroquia del Santísimo Salvador de esa misma población el 10 de febrero de 1729.175 Dedicó toda su vida profesional a atender a los enfermos del monasterio y Real Sitio de San Lorenzo de El Escorial.176 Fue cirujano del monasterio y cirujano honorario de la real familia durante cincuenta años.177 Por ostentar este cargo recibía un situado de 300 ducados anuales más complementos. Además, por su labor como cirujano recibía mesnadas mensuales. Dentro de esta labor se incluye su actividad en el convento, hospital, colegio, seminario y hospedería.178 Como cirujano del monasterio atendía al conjunto de sus trabajadores y especialmente a los de las obras.179 Desde el siglo xvi, por iniciativa de Felipe II, existía en el monasterio el Hospital Real de Laborantes en la zona de la enfermería, para las obras de El Escorial (Maganto Pavón, 1995: 27). Como consecuencia del cierre del Hospital Real de la villa, desde principios del siglo xvii, los Jerónimos se vieron obligados a efectuar una nueva estructura sanitaria (Maganto Pavón, 1995: 192). A principios del siglo xviii, con la llegada de la nueva dinastía, Felipe V inicia el proyecto de la creación de una villa de nueva planta en torno a las dependencias del monasterio. La asistencia sanitaria decayó en 1744 cuando la caída de un rayo durante una tormenta provocó un incendio que ocasionó graves daños en el hospital (Marín Pérez, 1907: 206), la enfermería y la hospedería (Quevedo, 1849: 85-86). En 1767 las exigencias asistenciales del monasterio aumentan cuando Carlos III cede el control de las edificaciones al monasterio, mediante una Real Cédula fechada en Aranjuez el 3 de mayo de ese mismo año. Estas construcciones necesitan mano de obra y la población aumenta. Como consecuencia, en 1771, Carlos III inicia la construcción del Hospital de San Carlos, proyecto encargado en su fase inicial a Juan Esteban y continuado por Juan de Villanueva (Moleón Gavilanes, 1998: 50). Los contagios de viruelas se mani-
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festaban periódicamente. La ruta de contagio era siempre la misma. A finales de verano, cuando la Corte se trasladaba desde el Real Sitio de San Ildefonso al Real Sitio de San Lorenzo, las viruelas los acompañaban.180 Cuando Francisco Gil se percataba del contagio, para evitar la propagación tenía como práctica el aislamiento de los variolosos. Gil había tenido experiencias positivas de aislamiento en dos momentos de contagio. El primero en 1756, cuando Ricardo Wall elogia su método de aislamiento practicado con los niños de la familia real.181 Y, el segundo en 1788, cuando la Gaceta de Madrid alaba el método de aislamiento entre la población, utilizando para este fin la ermita de Nuestra Señora de Gracia.182 En sus últimos años, a causa de su mal estado de salud, le ayudaba en la práctica quirúrgica su yerno, Gerónimo León.183 Francisco Gil falleció el 21 de febrero de 1806 en el Real Sitio de San Lorenzo de El Escorial.184 A su muerte, Gerónimo León reclamó el situado y sueldos de su suegro. Sin embargo, la situación del hospital cambió después de la muerte de Francisco Gil, pues no solo se suprimió la plaza de cirujano, sino también la de médico del hospital. Publicación de la obra Francisco Gil era cirujano del Real Sitio de El Escorial, al mismo tiempo que Francisco Martínez Sobral (1731-1799) era médico. Ambos fueron los responsables de la inoculación de toda la real familia, cuando las infantas se contagiaron de viruelas. Tanto ellos, como todo el personal de servicio, recibieron regalos una vez que las infantas se hubieron recuperado.185 El tratamiento consistió en «comunicar la materia variolosa de unos en otros» (Gil, 1784: 30). La experiencia fue sistematizada en una publicación que le sirvió para ser nombrado académico en la Real Academia Matritense de Medicina. Además de su actividad profesional como cirujano, se dedicó al estudio de la viruela y la forma de combatirla. El 23 de marzo de 1770 solicitó a la Real Academia de Medicina de Madrid su ingreso con la presentación de su Disertacion físico-médica, en la qual se prescribe un método seguro para preservar a los pueblos de
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Viruelas hasta lograr la completa extincion de ellas en todo el reyno,186 siendo recibido como académico correspondiente (Memorias Real Academia de Medicina, 1797, I: XLIV). En dicha obra exponía un método para prevenir la viruela hasta lograr su total extinción. La Gaceta de Madrid resaltaba su importancia y la necesidad de tener muy en cuenta la prevención de esta enfermedad, que se iba extendiendo con gran rapidez.187 En ella especificaba que el método que proponía en su disertación producía buenos efectos y, en cuanto a la seguridad de su proyecto, daba pruebas que corroboraban un buen resultado. Difusión de la obra de Gil en ultramar Recién publicada la obra de Francisco Gil, Carlos III decide difundirla como libro de consulta en toda América. Una Real Orden de 25 de abril de 1785 establece los criterios para la difusión de la publicación.188 La obra de Francisco Gil es la más importante por las repercusiones que tuvo en el territorio hispano. Ya desde su primera impresión, es una novedad científica reconocida por los intelectuales de mayor renombre. Es tal el eco que alcanza que Pedro Aparici (1738-1817), entonces director de Rentas, Real Hacienda y Comercio de Indias, encarga su impresión a Casimiro Gómez Ortega (1741-1818), primer catedrático del Real Jardín Botánico de Madrid. Las órdenes fueron claras: ordenó que se imprimieran «correctamente, con buen carácter y papel tirándose 49 ejemplares. Y los gastos que se genere saldrán de los caudales de la Secretaría del Despacho Universal de Indias».189 Con fecha 15 de abril de 1785, en un documento se reconoce oficialmente que la única manera de preservarse de las viruelas es el aislamiento. La circular no invita al repudio de la población afectada por las viruelas, sino que «los virolentos separados sean asistidos, así en la parte facultativa, como en todo lo demás con la mayor dulzura, humildad y esmero y con las precauciones que se prescriben para evitar la comunicación del contagio».190 A todos los territorios de ultramar se envía una circular y un número determinado de ejemplares, acorde a las dimensiones de la circunscripción política (tabla 1).
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Tabla 1 Destino Virrey de Nueva España
N.º de ejemplares 300
Virrey del Perú
300
Virrey de Buenos Aires
300
Virrey de Santa Fe
200
Gobernador de Caracas
200
Gobernador de Cartagena de Indias
No se mandan ejemplares
Gobernador de La Habana
100
Presidente de Quito
100
Presidente de Guatemala
200
Presidente de Charcas
No se mandan ejemplares
Presidente de Chile
100
Gobernador de Filipinas
200
Gobernador de Yucatán
100
Gobernador de Puerto Rico
50
Gobernador de Santo Domingo
50
De la totalidad de demarcaciones en ultramar no se mandaron ejemplares a la capitanía general de Charcas ni a la gobernación de Cartagena de Indias. En total se enviaron 2200 ejemplares en barcos correo desde el puerto de A Coruña.191 El 18 de abril de 1785192 se hicieron los primeros trámites, pero la orden de embarque no se da hasta el 4 de mayo del mismo año.193 A pesar de la rapidez con que se realizaron las gestiones, a principios de septiembre de 1785 todavía no habían salido todos los cajones con la obra de Francisco Gil rumbo a América. En esas fechas se añade un cajón más con destino al norte de Nueva España por indicación de Bernardo de Gálvez, recién nombrado virrey de México, que conocía perfectamente esos territorios. El 11 de septiembre de 1785194 se añaden 550 ejemplares nuevos, todos ellos dirigidos a la América septentrional: 300 a la comandancia de las Provincias Internas de Nueva España, otros 200 a la gobernación de la Luisiana, Panzacola y Movila, y 50 a la gobernación de San Agustín de la Florida. A medida que se reciben los ejemplares de la obra de Francisco Gil, los políticos de cada una de las regiones envían una
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carta al Consejo de Indias con el acuse de recibo de los libros: Puerto Rico el 10 de julio de 1785, La Habana el 24 de julio de 1785, Santo Domingo el 24 de julio de 1785, México el 27 de julio de 1785, Santa Fe el 28 de julio de 1785, Caracas el 30 de julio de 1785, Mérida de Yucatán el 20 agosto de 1785, Buenos Aires el 1 de septiembre de 1785, Las Provincias Internas (Chihuahua) el 20 de marzo de 1786 y Filipinas (Manila) el 21 de julio de 1786.195 En el Archivo General de la Nación de México se conserva un expediente titulado «Cordillera sobre el método de curación de viruelas remitido de la Corte» en el que se afirma que la finalidad de la distribución de la obra de Gil se considera como un «deseado bien de la salud pública».196 El virrey Manuel Antonio Flores se encarga de distribuir los ejemplares en el correo que denominan «semanario». Los libros se remiten en dos remesas diferentes: una el 31 de enero de 1788 y otra el 15 de febrero de 1788. Como era común en la correspondencia de vuelta, las autoridades locales dan cuenta al virrey de haber recibido la disertación de Francisco Gil, con acuses de recibo. En el expediente se conservan algunos de estos acuses de recibo que llegan desde febrero hasta abril de 1788. Los más tempranos llegan a lo largo del mes de febrero del mismo año: Puebla de los Ángeles el día 8; Valladolid de Michoacán, Oaxaca y San Luis Potosí el 12; Orizaba y Antigua Veracruz el 13; Perote y Guadalaxara el 14; Tuxtla el 16; Santa Fe de Guanaxuato y Durango el 19; Córdova el 20; Xalapa de la Feria, Acayucán y Zimapam el 21; Ecatepec el 22; Pachuca, Toluca y Teotihuacán el 23; Tepantitlan el 26; Acapulco y Durango el 27; Mestitlan el 28; y Querétaro, Cuernavaca, Caldereita y Yxtlahuaca el 29. Luego, en el mes de marzo, llegan los acuses de recibo que proceden de lugares más distantes: Chilapa el día 4; Tantoyuca el 6; Monterrey y Manlinalco el 8; Tixtla el 12; Tulancingo el 15 y Mestitlan el 28. Finalmente, se reciben los que estando cerca no han contestado con prontitud. Son los casos de Tacuba que responde el 5 de abril y Huejutla que lo hace el 9 de abril. El envío que se hace al territorio de Durango es original. En este caso se envían solamente ejemplares al obispo, quien se encargó de propagar la encomienda entre sus curas. «Los seis
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exemplares que V. Ex. me dirije con su carta de treinta y uno de enero los conservaré en mi poder para suplir en ocasión oportuna el descuido de algun Párroco que lo aya estraviado; pero de todos modos procuraré que en todo mi Obispado se instruyan los Padres de familia del importante beneficio de observar un Metodo que prescribe el Derecho de humanidad y el interesante objeto de la conservación de Estado y población de estas Provincias.»197 Como hemos visto, el sistema preventivo publicado por Gil se propagó por todos los territorios de ultramar rápidamente y se puso en práctica de manera activa en todos ellos, aunque no con la misma repercusión. Había lugares en los que la inoculación ya era conocida. Cosme Bueno (1711-1798) en Lima (Ramírez Martín, 1998) y José Ignacio Bartolache (1739-1790) en México (Quintanilla Madero, 2007) publicaron opúsculos en los que difundían las maravillas de la inoculación. En otros territorios las noticias llegan por primera vez. En otras demarcaciones como la Real Audiencia de Quito o el virreinato de Nueva España, las autoridades se empeñan en propagar los conocimientos científicos. En el virreinato de Nueva España los ejemplares impresos en la Península se agotan rápidamente. Para facilitar la difusión y abaratar los costes de la reimpresión del libro, se realiza un resumen del contenido y se imprime en 1788. El extracto no tuvo mucho efecto, ya que en 1792 se desencadena en el territorio novohispano una epidemia de viruela muy virulenta que se generalizó por toda la región. Para formar a los médicos e intentar atajar el contagio, se reimprime en 1796, en la imprenta de Mariano de Zúñiga y Ontiveros, que estaba situada en la calle del Espíritu Santo de la Ciudad de México (Suárez Rivera, 2019). Cuando los ejemplares de Francisco Gil llegan a la Real Audiencia de Quito el día 1 de octubre de 1785, su presidente Juan José de Villalengua y Marfil (1748-1822) convoca a todos los médicos para tratar la epidemia de sarampión que asolaba la ciudad y presentar la obra que acababa de llegar. Una semana más tarde se acordó solicitar a los médicos que pusieran por escrito sus comentarios al libro de Gil. Eugenio de Santa Cruz Espejo (1747-
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1795) realizó una serie de disquisiciones que presentó al cabildo quiteño el 11 de noviembre de ese mismo año. Una semana más tarde, un gran amigo de Espejo, el II marqués de Selva Alegre (1758-1819), Juan Pío Montufar, envió las reflexiones de Espejo a José de Gálvez, ministro del Consejo de Estado y del Despacho Universal de Indias. Gálvez, a su vez, hizo llegar el manuscrito de Espejo a Francisco Gil que lo valoró positivamente por su «talento y basta erudición» (Estrella, 1993: 24). Quedó tan impresionado que decidió publicarlo parcialmente en la segunda edición de su Disertación que estaba planificando en esos momentos. Traducción de la obra de Francisco Gil en Europa Cinco años más tarde de la primera edición de Francisco Gil, el conocimiento científico de esta obra se traduce al italiano en Nápoles. No tenemos que olvidar que el reino napolitano formaba parte de la Corona española y el intercambio científico era frecuente durante el reinado de Carlos III (Ramírez Martín, 2019). En los territorios italianos se traducen las dos ediciones españolas. Suponemos que la publicación napolitana se traduce de la primera edición de la obra de Gil, porque en ella no se hace referencia a los comentarios de Espejo que se añaden en la segunda edición en español. Pensamos que esta edición se hace por un traductor no especializado porque su nombre no trasciende en la obra. Ese mismo año 1789, en Venecia aparece otra traducción al italiano. El libro que se utiliza en origen es la segunda edición española de la obra de Gil (1786). Lo sabemos porque aparece enriquecida con las reflexiones de Eugenio de Santa Cruz Espejo, que se publican en la segunda edición en español. La edición veneciana está realizada por un traductor especializado: Antonio Larber, gran difusor de la obra de Francisco Gil en Europa. Antonio Nicolo Alvaro Larber nació el 12 de marzo de 1739. Era hijo del médico Giovanni Larber y Marianna Baggio. Estudió en el seminario de Feltre. Después se traslada a la Universidad de Padua donde se titula en 1758 con diecinueve años, tras
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cursar estudios superiores de filosofía y medicina. Ejerce la medicina como médico privado de comerciantes venecianos que viajan a Constantinopla. Este ambiente internacional le permitió conocer perfectamente las lenguas griega, francesa y española. Se preocupó por las enfermedades contagiosas que asolaban periódicamente los puertos del Adriático y descubrió la importancia de la inoculación y el aislamiento como métodos para frenar los contagios. Tras el descubrimiento de la vacuna por parte de Jenner, fue un gran defensor de la vacunación. Falleció en 1813. El doctor Antonio Larber, médico de Bassano de Grappa, imprime la obra en la imprenta Remondini de su localidad, que era una de las «más florecientes de Europa». Estos editores y xilógrafos se habían establecido en la localidad en 1650, procedentes de Padua. La imprenta llegó a tener «hasta 1800 trabajadores y una treintena de prensas en funcionamiento» (Clemente, 2013: 1-3). El responsable de la impresión es Giuseppe II Remondini (1745-1811). La imprenta tenía contactos comerciales hacia los Balcanes desde el Imperio austríaco y Hungría, y hacia el mundo hispánico desde Valencia y Cádiz (Infelise, 1990: 117). Es lógico pensar que la publicación de Francisco Gil llegó al área lingüística germánica desde Italia, ya que la ruta de distribución desde el castellano al alemán era la utilización del italiano como lengua intermedia, a través de los diferentes territorios italianos.198 En 1795, cinco años después de la edición italiana, el libro terminó publicándose en alemán en la ciudad de Leipzig. El traductor del italiano al alemán fue Hartmann Gottfried Fürstenau y tenía un prefacio de Bernhard Christoph Faust y fue impreso en la imprenta de Paul Gotthelf Kummer. El traductor Hartmann Gottfried Fürstenau nació en 1771. Cirujano en Vach, desde 1793 era profesor de medicina en la ciudad de Rinteln. El médico que redactó el prefacio es Bernhard Christoph Faust (1755-1842). Después de estudiar en Kassel y Göttingen, Faust obtuvo su doctorado en Medicina el 19 de julio de 1777 en Rinteln y se responsabilizó de la clínica de su padre, que había fallecido muy joven. Faust conoció a Simon Auguste André Tissot en un viaje a Suiza. De resultas de ese encuentro y un año
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antes de redactar el prefacio para la obra de Francisco Gil en 1794, había escrito un libro titulado Gesundheits-Katechismus zum Gebrauche in den Schulen und beym häuslichen Unterrichte / Bernhard Christoph Faust,199 que vio la luz en Dresde y tuvo gran difusión en Europa. Ese mismo año, a instancias de la princesa de Liechtenstein, el libro fue traducido al inglés con el título The Catechism of health y fue reeditado en numerosas ocasiones. En la actualidad, el Ministerio de Familia, Juventud y Sanidad del estado de Hesse concede una medalla con su nombre, para premiar a los médicos que promocionan la salud. El libro vio la luz en la imprenta de Paul Gotthelf Kummer (1750-1835). A modo de epílogo En noviembre de 1800, en la Gaceta de Madrid se continúa anunciando la obra de Francisco Gil200 y, a principios de diciembre de ese mismo año, el doctor Francisco Piguillem «hizo traer de París una porción de virus o materia vaccina con la que inoculó a cuatro niños el día tres de diciembre de 1800».201 Podemos afirmar que el año 1800 es el momento en que se ponen en práctica al mismo tiempo los tres sistemas preventivos contra las viruelas en la Península: el aislamiento, la inoculación y la vacunación. Conclusiones La práctica médica del aislamiento fue un remedio que se utilizó en todos los territorios de ultramar con el fin de frenar el desarrollo de los contagios de las epidemias de viruela. La comunicación de este método fue una iniciativa de la Corona, organizada desde el Consejo de Indias. Este método y su puesta en práctica fue difundido por el centro de Europa, llegando las noticias hasta las tierras alemanas desde los territorios italianos. Los tres métodos de lucha contra las viruelas comparten espacio y tiempo. Las bondades de la vacunación se imponen rápidamente sobre la incertidumbre y los riesgos de la inoculación y la lentitud del aislamiento.
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Capítulo 14
DISTRIBUCIÓN DE LA VACUNA EN AMÉRICA ANTES DE LA EXPEDICIÓN
Verónica Ramírez O. Universidad Nacional Autónoma de México En la transición del siglo xviii al xix los saberes de la salud tuvieron cambios importantes. La cirugía y la botánica se institucionalizaron a través de la instauración de colegios y cátedras, llevando así a la profesionalización del personal de salud. Además, derivado del pensamiento ilustrado, se incorporó el saber clínico y la experimentación a estas disciplinas, permitiendo que su conocimiento y práctica se basase en información más confiable y rigurosa. Todo ello fue apremiando el abandono del sistema humoral, que había sido la base del saber médico durante siglos. El pensamiento ilustrado también trajo una preocupación por la salud de la población y la difusión del conocimiento, como el médico, que pudo tener una circulación más amplia y rápida con el apoyo de las publicaciones periódicas. Fue en este contexto en el que Edward Jenner dio inicio a sus ensayos con la linfa de la viruela de las vacas, en 1796, para buscar la inmunidad contra la enfermedad humana. Los resultados fueron la vacuna contra la viruela y el inicio de una nueva era en la historia médica de la humanidad. Jenner dio a conocer esta medida preventiva a través de su texto An Inquiry into the Causes and Effects of the Variolae Vaccinae; a Disease Discovered in some of the Western Counties of England, Particularly Gloucestershire, and Known by the Name of The Cow Pox, publicado en 1798, y que pronto fue adoptado con la ilusión de hacer frente a una enfermedad que había asolado a la humanidad a lo largo de la historia.
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Como un proyecto real, se organizó la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna, al frente de la cual se puso a Francisco Javier de Balmis. Su misión era llevar a los territorios hispanoamericanos la vacuna contra la viruela. Esta gigantesca empresa, que prácticamente circunnavegó el globo terráqueo entre 1803 y 1806, a su llegada al continente americano se encontró con un panorama diferente al que esperaba. La ilusión de llevar una primicia médica al mundo americano se vio frustrada, pues en casi todos los territorios por donde fue pasando se encontró con la noticia de que la vacuna ya lo había precedido. Esta situación se entiende si se considera que en la segunda mitad del siglo xviii las tendencias ilustradas promovieron el interés por las novedades científicas que tenían lugar en el mundo, como lo era la vacuna, y sobre las que rápidamente circulaba la información. Además, en los territorios hispanoamericanos los facultativos, médicos y cirujanos, las autoridades virreinales y la sociedad trabajaron conjuntamente para resolver sus problemas de salud. Por lo cual hicieron lo posible por obtener la vacuna por sus propios medios y no esperaron a que esta les fuera enviada por la Corona. La vacuna jenneriana era una novedad, pero también un bien que se propagó y se pudo compartir entre naciones, que así tuvieron la posibilidad de poder hacer frente a la temida viruela y el indicio de fatalidad que significaba dicha enfermedad cuando se hacía presente. La variolización Antes de la vacuna que descubrió Jenner se conoció la variolización como un método preventivo contra la enfermedad. La variolización fue la práctica de transmitir la viruela de manera artificial a las personas que no habían padecido la enfermedad. Se les suministraba o inoculaba la enfermedad de manera controlada y por diversos procedimientos con material obtenido previamente de contagiados, provocando unas viruelas benignas. Esta práctica tuvo su origen en la India, de donde pasó a Oriente Medio. Fue en Constantinopla donde lady Mary Wortley Montagu, esposa del embajador inglés en esa ciudad, conoció el
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proceso y llevó la información consigo a su regreso a Inglaterra en 1718. Desde este punto, la variolización se difundió por Europa y después en el territorio americano. La variolización se realizó por diferentes técnicas, una de las cuales fue la conocida como procedimiento chino, que consistía en la introducción en la nariz de costras pulverizadas de los granos de viruela, o de hilas o hebras de tela impregnadas en las costras. El método indio requería rasgar la piel con una aguja y frotar las pequeñas aberturas con hilas que se habían impregnado un año antes en las costras de enfermos de viruela, y que en el momento de utilizarse eran humedecidas con agua del río Ganges. Esta técnica fue la que se utilizó en Oriente Medio, donde se conoció con el nombre de método georgiano o circasiano, y la que los griegos modificaron e hicieron más efectiva al realizar rasgaduras en diferentes puntos de la piel e introducir en ellas fluido varioloso con la ayuda de agujas. Fue precisamente este método el que llevó a Inglaterra lady Montagu, que posteriormente fue modificado por el médico Robert Sutton y difundido con ayuda de sus hijos, por lo que en Europa la técnica fue conocida con el nombre de Sutton. Esta consistía en «hacer una ligera incisión entre el cutis y la cutícula, e introducir el pus en la punta de la lanceta» (Ramírez, 2003: 9499, 132-133). La variolización no tardó en ser conocida en las colonias inglesas en América. En este sentido, hay noticias de que en la epidemia de viruela que asoló la ciudad de Boston en 1821 fue utilizada por el médico Zabdiel Boylston, quien inoculó a su hijo y a dos esclavos negros. Desafortunadamente la reacción de la sociedad bostoniana no fue nada favorable a este método (Tuells, Ramírez, 2003: 103). Es al mediar el siglo xviii que se tienen más noticias y se practica la variolización con más aceptación en América, la cual se introdujo por vías no oficiales. Se practicó en Lima durante 1778 y en Santa Fe de Bogotá en 1792 (Ramírez, 2003: 102-103). En Nueva España fue el médico de origen francés Henri Étienne Morel, o Esteban Morel (1741-1795), quien realizó de manera oficial la primera campaña de variolización en la ciudad de México en 1779.
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Morel llegó a América en 1765 comisionado por su Gobierno como médico de los hospitales militares en la isla de Guadalupe, territorio ocupado por la Corona francesa. También se desempeñó en La Martinica y La Margarita antes de trasladarse a los territorios españoles del Caribe, y en 1777 pasó a Nueva España con la anuencia del visitador general José de Gálvez, quien no solo autorizó su ingresó en el virreinato, sino que también lo apoyó para que pudiera revalidar sus documentos como médico ante el real tribunal del Protomedicato en 1783. Con dicho trámite podría ejercer su profesión en el reino sin problemas. Además de la medicina, Morel se interesó en la minería y la farmacia, lo cual lo llevó a relacionarse con importantes personajes de la sociedad de la ciudad de México, entre los que se encontraban personas de su profesión, intelectuales, mineros y gente de la Corte (Rodríguez Sala, 2016: 546). Sin duda, su formación, experiencia y vínculos sociales hicieron de Morel un médico visible en la ciudad de México. Ello pudo influir para que, en 1779, mientras el virreinato padecía una epidemia de viruela, y en un intento por detener el avance de la enfermedad, el Ayuntamiento local comisionase al médico galo para practicar variolizaciones y escribir sus observaciones al respecto. Como incentivo, se le prometió un pago por su trabajo y la publicación de sus notas. Fue así como Morel realizó las primeras variolizaciones en el virreinato el 4 de octubre de 1779. Se inoculó a doña Bárbara Rodríguez de Velasco; unos días después se repitió el procedimiento en trece personas más, doce adultos y una niña que fue incluida en el grupo por solicitud de José Antonio Alzate y Ramírez. Además de los gastos del procedimiento, el médico solventó pagos por alimentos, mantas y medicamentos para los inoculados. Tras señalar Morel las diversas ventajas que representaba la variolización, el Ayuntamiento de la ciudad, con apoyo del virrey, decidió abrir una sala para verificar dicho proceso en el convento de San Hipólito, la cual quedó a cargo del médico francés, para inocular a las personas mayores de tres años a partir del 1 de noviembre de 1779. Se informó a la población y se la invitó a acudir para recibir dicho beneficio (Cooper, 1980: 86-87); no
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obstante, la gente mostró muy poco interés, pues prácticamente nadie asistió a variolizarse, por lo cual la sala fue cerrada al poco tiempo. Previamente al cierre del recinto, Morel presentó sus observaciones escritas respecto a esta operación en un documento que tituló «Disertación sobre la utilidad de la inoculación», que entregó al Ayuntamiento de la ciudad de México para su publicación en 1780.202 El extenso texto del médico francés señala las ventajas de practicar la inoculación, y para ello menciona la experiencia sobre el tema de diversos facultativos europeos, entre ellos su colega Carlos María de La Condamine y su documento Memoria sobre la Inoculación de las viruelas, que fue leído en la Academia Real de la Ciencia de París el 24 de abril de 1754. Para reafirmar la ventaja de la práctica de la variolización en Nueva España, Morel describió la forma en que podía contagiarse la viruela. Señalaba que el virus podía trasladarse de una casa a otra por el aire, por lo que inocularse podía evitar ese riesgo, sobre todo en marineros, viajeros, soldados, personas ancianas y mujeres embarazadas, quienes podían ser los más susceptibles de contagiarse de viruela. Al hacer uso de la variolización, se podía elegir la edad, el lugar, la estación y el método para realizar el procedimiento. El beneficio era que las personas inoculadas ya no volverían a padecer viruelas. Señaló asimismo que la ciudad de México contaba con condiciones geográficas y meteorológicas que favorecían el que se verificase la variolización. Su clima era «saludable y fértil», pues debido a los constantes vientos se renovaba su atmósfera, lo que evitaba la propagación de enfermedades. Además, la temperatura también favorecía la conservación de la salud, pues entre la más alta y la más baja la diferencia no superaba los diez grados. Morel agrega que la posibilidad de contar con alimentos abundantes todo el año también era benéfico para que pudiera realizarse la mencionada operación preventiva. Como factores de riesgo mencionaba que las personas tuvieran una mala alimentación, o que estuvieran desnutridas o enfermas al recibir la variolización, pues tales condiciones podían derivar en alguna complicación para los inoculados.
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Al ser muchas más las ventajas de variolizarse que las desventajas, Morel exhortó a la población a participar en el proceso y con ello a protegerse de la epidemia que en esos momentos afectaba a la ciudad, y de las que pudiera haber en el futuro. Para que tuvieran más confianza, el médico galo puso el ejemplo de las campañas de variolización que realizaron sus colegas en Europa: el señor Mead en Londres; el señor Chirac y el señor Molin en París y Montpellier, y Boerhaave en Ámsterdam, todas las cuales habían tenido éxito y les permitían señalar que ninguna persona de las que se inocularon volvieron a padecer viruelas. Sobre las catorce personas que variolizó en la ciudad de México, señalaba que en todas ellas se obtuvieron buenos resultados, pues todas se recuperaron del procedimiento sin complicaciones. Morel entregó la «Disertación sobre la utilidad de la inoculación» al Ayuntamiento de la ciudad para su publicación. El médico José Ignacio Bartolache fue el encargado de revisar el manuscrito y dictaminar su publicación. En su opinión, el documento era de utilidad y digno de mandarse a la imprenta al ocuparse «de una materia bien importante al género humano y el autor produce cosas de muy buena sustancia». De hecho, Bartolache apoyó y también promovió que se realizase la variolización como medida preventiva contra la viruela.203 Pese a este dictamen tan favorable, el texto de Morel no fue publicado. Lo cual molestó sumamente al médico galo y lo distanció del gobierno de la ciudad, al cual requirió el pago prometido por los ensayos y el documento. Dicha remuneración la obtuvo dos años después (Cooper, 1980: 88). En cuanto a la «Disertación», es probable que se decidiera no imprimirla debido a que la ciudad ya iba saliendo de la epidemia de viruela que la asoló, así como al poco éxito que había tenido la sala de variolización. No obstante, el virreinato padeció un nuevo brote de la enfermedad entre 1796 y 1798, y entonces sí se tuvieron en cuenta los ensayos de Morel y se pusieron en práctica con bastante éxito y buena aceptación por parte de la población. En 1797, gracias a los esfuerzos del virrey Miguel de la Grúa Talamanca, marqués de Branciforte, así como al apoyo del arzo-
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bispo Alonso Núñez de Haro y del tribunal del Protomedicato, se pudieron abrir varias salas de variolización en la ciudad de México. En las demás poblaciones del virreinato, se promovió su práctica por medio de diversas disposiciones virreinales y el folleto «Método claro, sencillo y fácil para practicar la inoculación», elaborado por el Protomedicato, que fue el mismo que se hizo circular en las parroquias del reino con apoyo del arzobispado desde octubre de 1797. El folleto permitió que cualquier persona pudiera realizar las variolizaciones sin tener necesariamente conocimientos médicos o quirúrgicos, pues en él se explicaba cómo extraer la linfa o secreción virulosa con una aguja o lanceta e inocularla en quienes no habían padecido la enfermedad. También incluía información sobre los cuidados necesarios antes y después de la operación, así como recomendaciones sobre la alimentación y la vestimenta.204 Por su parte, varios facultativos también se dieron a la tarea de aplicar la variolización durante la epidemia. En 1797 Juan Bautista Crivelli, cirujano del ejército, iba con su regimiento hacia Chihuahua, pero de camino se detuvieron en la ciudad de México y en la población de Celaya, y en ambas variolizó a diversas personas. De acuerdo con la certificación expedida por el cabildo del último poblado, «fue el primero que introdujo la operación de la inoculación» en él. Ya en su destino, don Pedro de Nava, comandante general de las Provincias Internas, «lo comisionó para inocular a todo aquel vecindario» (Rodríguez Sala, 2005: 206-207). Por su parte, en Durango, cabecera de la provincia de la Nueva Vizcaya, su colega Cayetano Muns contó con el apoyo de las autoridades civiles y religiosas, así como del prior del Hospital de San Juan de Dios, para instalar en 1798 cinco hospitales provisionales. En ellos se atendió a los contagiados de viruelas y se variolizaron 3824 individuos, de los cuales solo veinte no se sobrepusieron a la operación.205 Y Anacleto Rodríguez y Argüello, cirujano de la Real Armada asignado en el servicio del Hospital Real de San Carlos en Veracruz, pudo inocular a 200 militares en 1799 (Rodríguez Sala, 2004: 144).
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La verificación de variolizaciones permitió que las pérdidas humanas en esta epidemia fueran mucho menores que en la ocasión anterior. Aun cuando la práctica demostró su valor, unos años después se introdujo en el virreinato la vacuna jenneriana. El arribo de la vacuna contra la viruela a tierras americanas Los territorios hispanoamericanos se mantenían muy al tanto de las novedades científicas que tenían lugar en Europa, y la noticia sobre la vacuna de la viruela no fue ajena. Además, se vio la posibilidad de contar con dicho beneficio sin tener que esperar a recibirla por vías oficiales, por mandato de la Corona española. Esto demostraba que había un deseo de la sociedad americana por atender sus problemas de salud, y la viruela era un mal que podía presentarse en cualquier momento. Además, en los territorios americanos se contó con la posibilidad de conseguir la vacuna tanto a través de los dominios ingleses, como de los portugueses, desde donde pudo llegar a Puerto Rico y el virreinato del Río de la Plata, que se convirtieron en importantes centros de distribución de la vacuna en las posesiones hispanoamericanas. Esto hizo posible que el descubrimiento de Jenner llegase y fuera utilizado incluso antes de que se organizase la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna.
la
vacuna en
aMérica central
y el
cariBe
En 1803 se recibieron en Puerto Rico las primeras muestras vacunales desde la isla británica de Santo Tomás, gracias a los esfuerzos del doctor Francisco Oller Ferrer y del brigadier Ramón de Castro, quienes realizaron las gestiones pertinentes. Oller y su colega Tomás Prieto fueron designados para cuidar la vacuna y propagarla. Para ello realizaron varios ensayos de vacunación, hasta que Oller tuvo éxito el 28 de noviembre de 1803, cuando una de las inoculaciones que aplicó hizo efecto. Dos semanas después y hasta el 9 de febrero de 1804 se llevaron a cabo vacunaciones públicas en la ciudad de San Juan.206
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Gracias al trabajo iniciado por estos facultativos fue posible inmunizar a casi toda la población de la isla, como constató Francisco Javier de Balmis cuando arribó con la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna a Puerto Rico en el mes de marzo (Ramírez, 2003: 304-305). En cuanto a Cuba, desde febrero de 1803 se promovió la búsqueda de cowpox en las vacas de la isla, incluso se ofreció una recompensa de 400 pesos a quien lo encontrase. Al no tener éxito, el doctor Tomás Romay hizo gestiones para conseguir fluido vacuno de las colonias británicas en América. Al recibirlo lo aplicó a sus hijos, aunque desafortunadamente la vacuna no dio resultado. El 10 de febrero de 1804 llegaron nuevas muestras vacunales a Cuba gracias a las atenciones del doctor Oller, quien las envió en los brazos del hijo y dos criadas mulatas de la señora María Bustamante. Los nueve días de viaje de La Guadilla, Puerto Rico, a La Habana sirvieron para que madurasen los granos en «perfecta supuración», permitiendo su utilización en nuevas aplicaciones en sesiones del 12 y 13 de febrero de 1804. El 26 de marzo ya eran 400 los vacunados por el doctor Romay en La Habana. También se contó con fluido que se pudo enviar a diversas poblaciones del interior. El trabajo de Romay no solo fue aprobado por Balmis a su paso por Cuba, en mayo, sino que también se le dio el nombramiento de médico de la real familia como reconocimiento a su labor (Ramírez, 2003: 306-308). En la capitanía de Venezuela habían llegado muestras vacunales desde marzo de 1802 a manos de Alonso Ruiz Moreno, quien había sido contratado para dicha comisión en Cádiz. Tras obtener unos granos desecados y resguardados entre cristales en Jerez de la Frontera, navegó a Venezuela para entregarlos. Por desgracia, la vacuna perdió sus virtudes en el viaje. Ruiz Moreno no cejó en su empeño de obtener la vacuna, por lo cual, por un lado, promovió con el gobernador de Cumaná que se buscase cowpox en las vacas de la región, a la par que requirió muestras de fluido a Puerto Rico. Fue esta segunda opción la que tuvo éxito gracias al apoyo del doctor Oller, quien envió unas muestras que se utilizaron
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con éxito y permitieron efectuar vacunaciones en la capitanía (Ramírez, 2003: 308-310). En el verano de 1802 se tuvieron muestras vacunales en Nueva Granada. Antonio Nariño informó al virrey Pedro Mendinueta que después de varios intentos había logrado vacunar con éxito a un joven. Lo cual consideró un triunfo importante y un beneficio para la sociedad. Y así era, pues fue la primera noticia sobre la presencia de la vacuna contra la viruela en el virreinato neogranadino, el cual padecía una epidemia de la enfermedad en ese mismo momento. Esta situación motivó que desde la Península viajase junto con el nuevo virrey, Antonio José Amar y Borbón, el médico Lorenzo Verges con muestras de vacuna para utilizar en ese virreinato, así como la comisión de que una vez que estuviera en su destino enviase a tres profesores con muestras vacunales a Nueva España, Perú y Buenos Aires. El trabajo de Verges en Nueva Granada se inició en mayo de 1803, cuando el marqués de Bajamar le requirió establecer «el método y las reglas que deberían observarse para introducir y perpetuar la vacuna en todos los reinos a los que llegue» (Ramírez, 2003: 303-304).
la
vacuna en
aMérica
septentrional
Nueva España era el virreinato que abarcaba la parte norte de las posesiones españolas en América. En enero de 1803 el fluido vacunal llegó a Veracruz en las manos de Alejandro García Arboleya, cirujano de la Armada asignado desde 1801 en el navío San Julián. Durante una de las travesías, viajaron en la nave José de Iturrigaray, designado virrey de Nueva España, y su familia, quienes fueron atendidos por el cirujano durante unas «fiebres gástricas» que asolaron a los viajeros y tripulantes (Ramírez, 2003: 317). Después de ello, Iturrigaray invitó al cirujano a viajar con él al virreinato, adonde llegó transportando muestras de la vacuna contra la viruela en cristales. Tan pronto arribaron a Veracruz, García Arboleya realizó algunas vacunaciones y continuó su camino hacia la ciudad de México para proseguir con esta labor.
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Con apoyo del cirujano Anacleto Rodríguez efectuaron varias vacunaciones en la casa de Expósitos, que, sin embargo, no tuvieron efecto alguno, pues en el camino el pus varioloso había perdido sus virtudes (Rodríguez Sala, 2006: 205-206). Al año siguiente, en marzo de 1804, el cirujano de la Armada Bernardo Cozar Delgado llegó a Veracruz, proveniente de La Habana, llevando consigo la vacuna. Después de utilizar el fluido en el puerto, remitió muestras del mismo a la región de Oaxaca (Ramírez, 2003: 319). Más muestras de vacuna continuaron llegando a Nueva España. Un mes después arribaron al puerto veracruzano desde La Habana las fragatas Nuestra Señora de la O y La Amphistrite, en las cuales viajaron un par de enfermos de viruela, pero también la vacuna. De inmediato el cirujano militar Florencio Pérez Comoto informó al Gobierno local y al virrey sobre ambas noticias y procedió a organizar algunas vacunaciones. Casi a la par, y por solicitud del virrey Iturrigaray, se mandaron muestras del fluido vacunal en «cristales y sedas impregnados» por medio de una franquicia especial de la Administración de Correos (Rodríguez Sala, 2004: 153-154). Para asegurarse de que el fluido llegase a manos del virrey, también se envió en los brazos de cinco niños vacunados, que viajaron bajo el cuidado del médico José María Pérez. Con las primeras muestras, que llegaron el 25 de abril, los cirujanos García Arboleya y José María Navarro vacunaron a cinco niños de la casa de Expósitos de la ciudad de México. Al día siguiente Antonio Serrano, cirujano del Hospital Real de Naturales y director del Real Colegio de Cirugía, continuó las operaciones, tocándole inmunizar también al hijo del virrey, Vicente, de 21 meses de edad (Gaceta de México, 1804: XII-12: 93-96). Por su parte, el doctor Pérez y los niños a su cargo se detuvieron el 28 de abril en la ciudad de Puebla. Durante su breve estancia, y con apoyo del cabildo, que ya había sido informado de su visita, se vacunó a 25 personas, entre ellos los nueve hijos del gobernador Manuel Flon, conde de la Cadena, y se obtuvieron muestras para inmunizar a casi 200 personas más.207 También se mostró a los facultativos locales José González, Mariano Revillas
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y Antonio Naveda cómo realizar las vacunaciones y recolectar muestras de fluido de los granos.208 Ya en la ciudad de México, el 30 de abril, se pudieron recolectar más muestras de los brazos de los niños llevados por Pérez y, con las existentes, se organizaron vacunaciones periódicas a partir del 4 de mayo. Por las mañanas serían en la casa de Expósitos y por las tardes en el palacio virreinal; en la primera sede también se abriría un repositorio vacunal para poder recolectar muestras del fluido y enviarlas a diferentes partes del virreinato (Gaceta de México, 1804: XII-12: 93-96). Así pues, a lo largo de 1804 la ciudad de México y el puerto de Veracruz se convirtieron en los centros desde donde se distribuyó la vacuna contra la viruela a diferentes territorios del virreinato de Nueva España con anterioridad a la llegada de la Expedición de la Vacuna, que no lo hizo en territorio novohispano hasta junio de 1804. Desde la primera localidad, el cirujano Alejandro García Arboleya fue comisionado por el virrey en el mes de junio para realizar vacunaciones en los poblados de Tacuba y Coyoacán, cercanos a la ciudad de México; después continuó dicha labor en la región de Cuernavaca.209 A su regreso a México, en septiembre de 1804, García Arboleya se encontró con Francisco Javier de Balmis, quien le dio más información sobre el método de vacunación. Asimismo, recibió una nueva comisión del virrey Iturrigaray y de Balmis para viajar acompañado de tres jóvenes del hospicio de pobres, en cuyos brazos llevaría la vacuna a Oaxaca. De camino se detuvieron en Tehuacán y Teutitlán del Camino, en la entidad de Puebla, donde vacunaron a varios niños, entre los que se encontraban los hijos de las familias más notables de dichos poblados. Asimismo, solicitaron más párvulos para poder trasladar la vacuna en sus brazos. García Arboleya también adiestró a los facultativos locales, y a quienes quisieran aprender cómo realizar las vacunaciones. Ello permitió continuar con esta actividad en dichos poblados y aumentar la posibilidad de extraer y enviar granos vacunales a otros parajes cercanos, extendiéndose así el beneficio de la vacuna.
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A su llegada a la ciudad de Oaxaca, el 15 de octubre, ya se esperaba a García Arboleya y a los niños en los que trasladaba la vacuna. Con apoyo del Ayuntamiento llevó a cabo una campaña de vacunación y organizó, de acuerdo con las indicaciones de Balmis, una Junta Central de Vacunación. El trabajo realizado por García Arboleya en Oaxaca le fue ampliamente reconocido por la población y el gobierno locales. A principios de 1805, el cirujano ya se encontraba de vuelta en la ciudad de México, satisfecho de haber realizado una importante y laboriosa misión (Rodríguez Sala, 2006: 208-210). También desde la ciudad de México se enviaron muestras de linfa vacunal a la entidad de Guadalajara. El administrador de Correos de esa ciudad, Vicente Garro, y el cirujano Joseph Francisco Araujo, que estaba de paso en la población camino de su plaza en la Antigua California, unieron esfuerzos para que se les remitieran muestras de la vacuna. Estas llegaron a Guadalajara el 17 de agosto de 1804. Con la linfa, Araujo vacunó a los hijos de Garro, Cesáreo y Eustasia, de dos y cuatro años de edad, respectivamente. También se decidió establecer una sala de vacunación en el teatro de la ciudad (Gaceta de México, 1804: XXII). En cuanto al puerto de Veracruz, el cabildo y el comandante del apostadero dieron instrucciones el 28 de abril de 1804 al cirujano de la Real Armada, Joseph Miguel Monzón, para trasladarse a Campeche con la misión de «propagar el inmenso tesoro de la vacuna». Benito Pérez y Valdelomar, gobernador de Campeche, ya había intentado obtener la vacuna para aplicarla entre la población de la provincia. La solicitó a La Habana y designó al cirujano del ejército Juan Ruiz Triano para que realizase las vacunaciones. No obstante, en esa ocasión al parecer los granos vacunales no fueron efectivos. Casi a la par, entre marzo y abril de 1804, el cirujano del ejército Antonio Poveda recibió también desde La Habana muestras de la linfa, además de una aguja para realizar las vacunaciones de brazo a brazo y las instrucciones correspondientes. Con dicho material, Poveda recibió la comisión del gobernador de verificar las vacunaciones entre la población de Mérida,
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pero también la de llevar un registro de dicho proceso y anotar «las observaciones que haga cada una y de las anomalías que la diversidad de casta pueda producir» (Fernández, 1985: 114-115). A la par, se dio la encomienda a los facultativos Carlos Escofiet y José Bates, así como a Poveda, que buscasen en la provincia muestras de cowpox en las vacas de la región para poder asegurarse la existencia de fluido vacunal para el futuro.210 Desafortunadamente, en ninguna de las dos tareas tuvieron éxito, pues no encontraron cowpox y al parecer, las vacunaciones no surtieron efecto. Por su parte, Monzón y cinco jóvenes músicos del regimiento fijo de Veracruz, José Blanco, Mateo Vargas, Matías González, José Cormina e Ignacio Torres, en quienes transportaba el fluido viajaron en el bergantín La Saeta y desembarcaron en el puerto de San Francisco el 9 de mayo de 1804. Tras informar al gobernador Pérez y Valdelomar sobre su misión,211 Monzón organizó las vacunaciones en las casas capitulares de la ciudad. De acuerdo con un informe que presentó, entre el 10 de mayo y el mes de julio se inoculó a 1481 personas.212 El cirujano pudo recuperar fluido de los granos maduros de las vacunaciones que realizó, que guardó en cristales y lo pudo distribuir en la provincia para ser utilizado. El trabajo de Monzón fue criticado por su colega de origen francés Carlos Escofiet, quien señaló que el fluido con el que vacunaba era falso. Por lo que recomendó detener las operaciones y esperar a la Expedición Filantrópica para que verificase el proceso. No obstante, Monzón se esforzó en demostrar el error de Escofiet y contó con el apoyo del gobernador Pérez Valdelomar para continuar las vacunaciones.213 Tras la llegada de la Expedición de la Vacuna a tierras novohispanas, el 25 de junio de 1804, Balmis y su equipo se trasladaron a Mérida, en donde tuvieron un recibimiento oficial, así como noticias de las vacunaciones que ya se habían realizado en la región. Como parte de su misión, envió al ayudante Antonio Gutiérrez y Robredo para que recorriera la provincia e inspeccionase las vacunaciones realizadas por Monzón. El dictamen de Gutiérrez y Robredo fue completamente favorable al trabajo del cirujano. Señaló que el método con el que se aplicaron las vacu-
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la
vacuna en los territorios de
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del
sur
Por lo que respecta a las posesiones españoles de la América meridional, la vacuna pudo llegar desde los territorios portugueses. El 5 de julio de 1804 arribó a Montevideo, en el virreinato de Río de la Plata, la fragata La Rosa del Río procedente de Río de Janeiro. A bordo de la embarcación iba el señor Antonio Machado,
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quien llevó a un grupo de esclavos negros que habían sido vacunados y por tanto eran portadores de la aportación jenneriana en sus brazos. Con el fluido recuperado de dichos esclavos los facultativos Justo García Valdés y Salvio Gaffarot pudieron realizar vacunaciones en la ciudad montevideana, así como recolectar muestras y resguardarlas entre cristales para enviarlas a Buenos Aires, adonde también viajaron algunos vacunados para asegurar la llegada del fluido, todo ello con apoyo del gobernador de Montevideo, Pascual Ruiz de Huidobro. El virrey rioplatense Rafael de Sobre Monte, marqués de Sobre Monte, estuvo presente en las vacunaciones iniciadas en la ciudad bonaerense el 2 de agosto de 1805. Ese día se inocularon 22 personas. Desde Buenos Aires se enviaron muestras vacunales a regiones del virreinato como Salta, Córdoba y las misiones guaraníticas de la región del Paraguay, que justo en ese momento tenían casos de viruela. También se remitió la vacuna a la colonia de Sacramento, a las ciudades de Santiago de Estero, Salta, Tucumán, Mendoza, San Nicolás de los Arroyos, Rosario, y a la Patagonia. Asimismo, por gestiones entre autoridades virreinales, se despachó fluido vacunal por vía marítima a la capitanía general de Chile; así como a Perú, en concreto al puerto del Callao, por solicitud del virrey Gabriel de Avilés y del Fierro. Por tierra se enviaron a Cuzco con apoyo del gobernador electo de esa ciudad, el brigadier Francisco Muñoz San Clemente, quien las trasladó él mismo en los brazos de niños (Ramírez, 2003: 322325, 331). En Chile pudieron realizarse vacunaciones el 8 de octubre de 1805 con bastante éxito gracias al apoyo del religioso juanino fray Manuel Chaparro, quien se encargó de dicha operación y de la recolección de los granos maduros para nuevas muestras que guardó entre cristales y remitió a diferentes regiones de la capitanía, así como al virreinato de Perú, a Lima específicamente. Por lo que corresponde a este último reino, desde 1802 habían llegado muestras de vacuna procedentes de Cádiz y se comi-
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sionó al doctor Hipólito Unanue la aplicación de la vacuna. Desafortunadamente, los sujetos vacunados no tuvieron ninguna pústula, aunque sí se les inmunizó al adquirir viruelas benignas, como si hubieran sido variolizados (Humboldt, 1984: 45). En 1805 se recibieron nuevas muestras de vacuna procedentes, como ya se ha señalado, de Buenos Aires y de Chile. Con ellas se pudo hacer frente a la epidemia de viruela que asolaba al virreinato en ese momento. Las muestras llegadas desde Buenos Aires fueron revisadas por el cirujano de la Real Armada Pedro Belomo y Cevallos, asignado a El Callao y examinador de cirugía del tribunal del Protomedicato. Inoculó a dos niños en los que la vacuna fue efectiva. Ello permitió iniciar vacunaciones en más personas a partir del 23 de octubre de 1805 y hasta la llegada de la Expedición Filantrópica de la Vacuna en diciembre de 1806, a cargo de José Salvany, quien reconoció la labor del cirujano Belomo (Ramírez, 2003: 329-330). Desde Lima se enviaron muestras vacunales a la ciudad de Arequipa, así como a la capitanía de Charcas, donde Thaddáus Haenke las recibió el 23 de febrero de 1806 y logró usarlas con éxito en la ciudad de Cochabamba. Como se ha podido ver, cuando Francisco Javier de Balmis y los miembros de la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna desembarcaron en tierras americanas, la vacuna contra la viruela ya los había precedido. A manera de epílogo La viruela fue una enfermedad que afligió a la humanidad sin distinción alguna. Aunque existió la posibilidad de inmunizar a las personas por medio de la variolización, que producía las llamadas viruelas benignas, esta práctica no se difundió ampliamente hasta el siglo xviii. Por lo que respecta al descubrimiento de Jenner, significó no solo prevenir las viruelas, sino también la posibilidad de erradicarlas. Ello hizo que en las colonias hispanoamericanas las autoridades y los facultativos locales, con apoyo de la sociedad civil, se interesasen e hiciesen gestiones para poder obtener muestras de
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linfa vacunal para utilizarla y propagarla en sus respectivos territorios. Los vínculos y el intercambio de bienes entre las regiones americanas hicieron posible la obtención de muestras de la vacuna sin tener que esperar a que les fueran enviadas desde la metrópoli, por disposición de la Corona española, y precediendo a la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna. Si bien en ocasiones la utilización de dichas muestras no dio resultados, cuando fueron efectivas fue posible realizar un arduo y adecuado trabajo de propagación, como así lo constataron los integrantes de la empresa expedicionaria conforme fueron recorriendo los territorios americanos. Ello no significó que la labor de los expedicionarios fuese nula en dichos territorios, pues continuaron con la difusión de la vacuna y establecieron lineamientos con miras a preservar el preciado bien para el futuro. Pese a que no lograron su objetivo de llevar la primicia a los territorios hispanoamericanos, sí consiguieron apoyar la salud de la sociedad americana.
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Capítulo 15
LA EXPEDICIÓN DE LA VACUNA EN EL CONTEXTO DE LAS EXPEDICIONES ILUSTRADAS
Marcelo Frías Núñez Universidad Carlos III de Madrid La Expedición Filantrópica de la Vacuna, dirigida por Francisco Xavier de Balmis, aparece entroncada en el impacto histórico de la viruela y en la publicación y difusión de las propiedades de la vacuna, como método preventivo, por Edward Jenner. Poco más de cinco años después de la publicación del descubrimiento del médico inglés, el erario público español sufragó una expedición con el apoyo de Carlos IV, marcando como objetivo el propagar la vacuna por todos los territorios de la monarquía hispánica (Jenner, 1798; Ramírez, 2002; Ramírez, 2004). Teniendo en cuenta este contexto concreto, nuestro objetivo va más allá de la propia expedición vacunadora, con una amplia mirada, para situar el proyecto de Balmis en una perspectiva mucho más global: la de las expediciones ilustradas, especialmente las que contaron con el apoyo de la Corona española, y entre las que hay que integrar la Expedición de la Vacuna. La Expedición de Balmis vino, ciertamente, a culminar ese gran proyecto español de expediciones del siglo xviii. Abordar el origen, objetivos, consecuencias y, especialmente, las diferentes tipologías y posibles clasificaciones de estos viajes y expediciones científicas nos ayudará a situar la Expedición de la Vacuna desde unas coordenadas en las que van a confluir elementos médicos y científicos, pero también sociales, políticos y económicos. El propio Balmis había participado con anterioridad, hasta en cuatro ocasiones, en viajes con interés botánico y medicinal en el continente americano. En ellos se había
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involucrado en la atención de las epidemias de fiebre, en especial de la fiebre amarilla, así como en el interés de plantas de uso médico, especialmente en algunas como el agave y la begonia con el objetivo de tratar la sífilis (Balmis, 1794). La relación de la viruela con el continente americano ha sido sinónimo de terror a lo largo de la historia. Si bien hay constancia de que la inoculación se empleaba en amplias zonas del continente, en la práctica su aceptación y aplicación fue desigual. En Nueva Granada, por ejemplo, estuvo muy activa a raíz de la epidemia de 1782 con una implantación lenta, pero en continuo ascenso (Frías, 1992). En Nueva España, por su parte, tuvo también una presencia significativa en las epidemias de los años noventa del siglo xviii, especialmente a partir de 1796 y 1797, constatándose mayores estragos allí donde no se aplicó la inoculación (Molina del Villar, 2019). Para el caso novohispano encontramos también, sin embargo, instrucciones en las que se trataba como cualquier otra enfermedad. Es decir, actuando de forma curativa una vez llegada la enfermedad (Bartolache, 1779). En el caso neogranadino, la prevención, que iba a estar muy ligada a la propia Expedición Botánica dirigida por José Celestino Mutis (Frías, 1994), contó con instrucciones y aportes especialmente significativos. La labor de las expediciones científicas, muy diversificada en numerosas ocasiones, iba a incorporar, a menudo, la actuación particular de sus integrantes. Es el caso de Mutis, que iba a dar soporte a través de Instrucciones precisas, primero sobre la conveniencia de inocular216 y, posteriormente, tras el descubrimiento de la vacuna, de aplicar la nueva técnica en el intento de controlar la viruela.217 Ilustración, expediciones y viajes científicos Al abordar los aspectos más destacados de la ciencia durante el período de la Ilustración, sobresale ese elemento en el que confluyen de manera paradigmática cuestiones políticas, económicas y científicas, que tendrían su continuación a lo largo de los años posteriores, ya entrando de lleno en el siglo xix: los denominados «viajes y expediciones científicas».
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¿Cómo surgieron los proyectos de viajes y expediciones científicas en la España del siglo xviii? ¿Dónde está su origen? ¿Cuáles fueron los fundamentos de estos proyectos-empresas surgidos desde la Península? En el intento de esclarecer estas cuestiones debemos dirigir nuestra atención, en un principio, hacia el siglo anterior. En su afán de expansión y conquista colonial, las principales potencias europeas ya habían iniciado durante el siglo xvii un proyecto de conocimiento sistemático del mundo natural más allá del viejo continente. En esta larga carrera encontraremos en primer lugar a holandeses e ingleses, con publicación de floras, inventarios de plantas de alto valor económico, así como instrucciones de transporte y planes comerciales. En esta dinámica de conocimiento colonizador también aparecerán los franceses, a su vez interesados en la difusión de las drogas medicinales, especialmente las del continente americano. A lo largo del siglo xviii todo este proceso se consolidará: los imperios coloniales potenciarán las labores científicas de inventariado del mundo natural o de descripción de la figura de la tierra, completando esta labor con los deseos de ocupar nuevas tierras o reivindicar territorios ya visitados por los españoles (Puig Samper, 2011). Los viajeros ilustrados y sus referentes históricos Pensar en «viaje» en el siglo xviii es dejar volar el pensamiento (Morales, 1988). En esta escapada se ponen en movimiento una serie de mecanismos particulares en búsqueda de algo desconocido o en pos de reencontrar algo imaginado. Los viajeros se plantean recorrer determinados caminos en búsqueda de un anhelo. Al interés de los siglos anteriores por los metales preciosos se suma ahora la atracción por el resto de productos del mundo natural, entre los que destacan la quina y la canela (Frías, 1994: 159-250; Frías y Galera, 2002). En estos viajes se atravesarán espacios nuevos que nos acercan a lo que buscamos, si bien la mayoría de las veces ese objeto final aún estaba por determinar. Otras veces, sin embargo, se tratará de recono-
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cer situaciones conocidas a través de las lecturas, anteriores vivencias o una simple proyección de la propia mente. Los viajeros de finales del siglo xviii y principios del xix compartían estas dos visiones del viaje. Muchos de sus proyectos estarán encaminados a un intento de confirmar unos conocimientos aprehendidos o a ratificar unas vagas hipótesis surgidas de sus lecturas y de las historias de anteriores viajeros y expedicionarios. Pero también estaban abiertos a lo que el propio destino les permitiera incorporar a su nuevo bagaje. Este nuevo viaje al que hacemos referencia tiene una connotación bien diferenciada frente a la imagen del tradicional viaje o expedición de conquista. Ahora, la capacidad de atención frente a la novedad tendrá una dimensión claramente destacada. Los derroteros de estos viajeros y expedicionarios quedarán marcados por el interés de mirar, de ver, de descubrir y, posteriormente, de apropiarse —y en algunos casos, de difundir—. Entre ellos vamos a encontrar a sencillos viajeros, a científicos, a buscadores de conocimiento, pero también a aventureros y a personajes al servicio de los gobiernos. Con ellos, la esperanza de descubrimiento, móvil clásico en algunos proyectos anteriores, se va a consolidar en estos años de transición a la contemporaneidad. Viajeros y expedicionarios que van a transitar por ese terreno fronterizo entre la ciencia, el interés comercial y las propias estrategias estatales. En el imaginario de la Ilustración estaban presentes antiguos modelos de viaje a través de la historia. El viaje como referente de asentamiento e intercambio comercial y cultural tiene un reconocido icono en la Ruta de la Seda, que definió durante siglos una mirada simbólica al contacto entre Oriente y Occidente. Supuso la consolidación de un tránsito hacia el mundo occidental y la India desde Extremo Oriente. La Ruta de la Seda, que se convirtió en una red muy compleja de rutas comerciales, contribuyó asimismo a asentamientos directos y al establecimiento de nuevas relaciones diplomáticas. Abrió la oportunidad de intercambio de bienes y cultura activo a lo largo de quince siglos. La potenciación de la vía marítima hacia Oriente recibirá una nueva perspectiva tras la desaparición de la Ruta de la Seda.
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Otro modelo muy presente en los viajeros del siglo xviii fue el viaje medieval. Los relatos de los viajeros de la Edad Media se convirtieron en una fuente documental clave para el estudio de la época. Los viajes por mar rompen con tabúes anteriores y, ya en el siglo xiv, aparecen las primeras cartas de navegación basadas en la observación empírica. Cartas de navegación que, en el caso de los viajes científicos posteriores, como los del siglo xvii, serán clave, especialmente al cruzar el Atlántico desde Europa camino de los otros continentes. Es en estos viajes cuando encontramos las primeras guías de puerto o portularios, en una época en la que se estaba produciendo la ruptura con el oscurantismo de la tradición cristiana, al tiempo que se establecía el prólogo de la era de los grandes descubrimientos de los siglos xv y xvi. A lo largo de la Edad Media los motivos fundamentales que originaron los desplazamientos más destacados seguirán siendo las guerras y los peregrinajes, con los que también fue compartiendo espacios el comercio. Los propios monarcas eran grandes viajeros. No conviene olvidar que las cortes no eran estables —no lo serán hasta muy tardíamente—, lo que obligaba a continuos desplazamientos. El conjunto de la Corte se desplazaba allí donde iba el monarca. Y estos desplazamientos o viajes estaban motivados por la necesidad de administrar justicia en los distintos territorios de los reinos, y también por las guerras. Estos viajes tenían una serie de dificultades añadidas, pues eran desplazamientos peligrosos, especialmente los terrestres, por la falta de seguridad de los caminos. Del conjunto de viajes en torno a la peregrinación, presentes en las grandes religiones a lo largo de la historia, traemos a colación ahora solamente el Camino de Santiago. Fruto de su tradición, fue la conformación del Codex Calixtinus, con el capítulo V del Liber Sancti Jacobi, en el que se mezclarán el relato de viajes, con consejos morales, y una primera guía del peregrino jacobeo. La enumeración de ciudades que atraviesa el Camino, la señalización de ríos y estados de las aguas, las referencias a las gentes y sus costumbres —además de informar sobre las iglesias que iban surgiendo— marca una primera línea de relato, cuyos ecos y maneras de abordar lo vivido en el viaje llegarán hasta los expedicionarios del siglo xviii.218
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América como anhelo La presencia española en el continente americano se había ido consolidando a través de ese largo Siglo de Oro, que va desde finales del siglo xv hasta mediados del siglo xvii. El esfuerzo colonizador fue mayúsculo: geografía, botánica, mineralogía. Sin embargo, en el inicio, el interés por los recursos naturales —fuera de las explotaciones mineras— no había despertado el mismo interés. Aunque la práctica totalidad de los cronistas de Indias incluyen en sus textos indicaciones para el conocimiento y aprovechamiento colonial, como es el caso de González Fernández de Oviedo (Fernández, 1526), el gran referente de exploración científica en este primer período fue Francisco Hernández, médico del monarca Felipe II que fue enviado a Nueva España en el siglo xvi (Hernández, 1959-1984; Álvarez, 1987; Pardo-Tomás, 2004).219 No se puede dejar de mencionar, igualmente, el conjunto de trabajos de Nicolás Monardes, especialmente su Historia medicinal de las cosas que se traen de nuestras Indias Occidentales, obra ampliamente traducida y difundida por toda Europa (Monardes, 1580). Durante todo el período del Barroco, estas inquietudes van, en cierta manera, a tener menos protagonismo, aunque se sigue manteniendo el transporte de metales preciosos hacia la Península. Pero, poco a poco, se va perdiendo la información de primera mano y la poca existente va quedando anticuada. Ya desde principios del siglo xviii son conocidas parcialmente las floras de las colonias holandesas, del norte de África, de Extremo Oriente... pero sigue habiendo un gran desconocimiento de todo lo referente tanto a España como al conjunto de sus colonias. Tras el paréntesis que supuso el siglo xvii, la llegada de un nuevo siglo dará lugar a un renacido impulso de la Corona española en el intento de afianzar su presencia en América. Esta nueva política, unida a las ideas propagadas desde los postulados de los ilustrados, junto con el convencimiento de la utilidad que podía ofrecer la naturaleza americana, daría lugar a toda una serie de proyectos y viajes expedicionarios que terminarían marcando la política científica del siglo xviii. En ellos se contaría con un amplio grupo de botánicos, médicos, naturalistas, cartó-
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grafos, ingenieros, marinos, pintores... que dio lugar «a una intervención diferente sobre los territorios coloniales combinando nuevos conocimientos con una política de corte absolutista» (Quarleri, 2011: 753). A lo largo del siglo xviii, los imperios coloniales se consolidarán: junto a las labores científicas de inventariado del mundo natural o de descripción de la figura de la tierra, vamos a encontrarnos ahora los deseos de ocupar nuevas tierras o de reivindicar territorios ya visitados por los españoles. En este contexto, durante la Ilustración, desde España se constatará un salto cuantitativo y cualitativo en el conocimiento científico de todos sus territorios. Con este objetivo, se articulará un ambicioso plan en el que van a confluir de manera acertada la exploración científica y la explotación comercial, ambas con el apoyo necesario de los poderes estatales, interesados en el incremento del prestigio nacional. Todo ello dará lugar a uno de los proyectos científicos internacionales más importantes de la historia, en este caso protagonizados por el Estado español. En principio será con la incorporación de marinos y científicos españoles a proyectos extranjeros, como fue el caso de Jorge Juan y Antonio de Ulloa formando parte con La Condamine de la expedición científica hispano-francesa, entre 1735 y 1746, que organizó la Academia de Ciencias de París, para medir el arco del meridiano terrestre en el Ecuador (La Condamine, 1751).220 También, a través de algunos extranjeros a las órdenes de la Corona española, como es el caso de Löefling, el discípulo de Linneo (Pelayo, 1990). A partir del ecuador del siglo, ya serán proyectos más complejos y estructurados en los que el componente español fue predominante. Los proyectos En los pioneros trabajos sobre los viajes y expediciones científicas del período ilustrado, resultado de las jornadas realizadas en el Ateneo de Madrid a finales del siglo xx, se contabilizaron dos expediciones científicas bajo el reinado de Felipe V, entre 1713 y 1746; tres en el de Fernando VI, entre 1746 y 1759; una cuarentena en el de Carlos III, entre 1759 y 1788, y una treintena en el
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de Carlos IV, entre 1788 y 1808 (Díez, Mallo, Pacheco y Alonso, 1991; Díez, Pacheco y Mallo, 1995). Estos investigadores ya sostenían que las expediciones científicas a América se centraron en tres líneas principales: las ciencias naturales, la hidrografía y el análisis político de ámbito colonial. Por lo tanto, se ponía el acento en que de forma paralela a la actividad científica había tenido lugar una clara intencionalidad política. En esta misma línea, debe recordarse asimismo el carácter militar de las expediciones: los expedicionarios eran miembros mayormente de la Armada, y junto a ellos se encontraban ingenieros del ejército y personal de los observatorios militares (Lafuente y Peset, 1989: 29-80; Capel, Sánchez y Moncada, 1988). Esta línea seguía la tendencia marcada durante el reinado de Felipe V, en el cual se habían creado centros e instituciones para practicar y enseñar ciencia, y que estaban ligados al Ejército, como la Academia de Ingenieros Militares de Barcelona o la Academia de Guardamarinas de Cádiz. Orientación hacia el mundo militar que se profundizó durante la etapa de Fernando VI, con la aparición, entre otros, de la Academia de Ingenieros en Cádiz y el Observatorio de Marina, la Academia de Matemáticas del Cuerpo de Artillería y la Academia de Guardia de Corps en Barcelona, o la Sociedad Militar de Matemáticas en Madrid. Y relacionados con los temas sanitarios destacaron los Reales Colegios de Cirugía, como los de Cádiz, Barcelona y Madrid, vinculados a la Armada. Centros que aportaron innovaciones en la docencia médica, pues introdujeron una línea de actuación más práctica y experimentalista, frente a la tradición escolástica en que seguía anclado el sistema de universidades. Los Colegios de Cirugía propiciaron un afianzamiento de los contenidos naturales, ya que en ellos se enseñaban disciplinas como la física, la química o la botánica. Las nuevas instituciones, al margen de la universidad, serían determinantes en la tendencia jerarquizante tanto de los propios centros, como de los futuros proyectos expedicionarios. Como acertadamente ha señalado Miguel Ángel Puig Samper, el proyecto de expediciones españolas, especialmente las dirigidas hacia el continente americano, «fue resultado de una serie de factores políticos como la delimitación de fronteras, el
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control de la expansión de otras potencias imperiales; económicos, como el aumento del comercio, la contención del contrabando y la explotación de nuevos recursos naturales». Junto a ello, señala también la propia «política científica ilustrada» de los Borbones españoles (Puig Samper, 2011: 21). El problema de las fronteras, tradicionalmente con Portugal, se había agravado con la aparición de nuevos protagonistas como fueron especialmente Francia e Inglaterra. Si bien ya está bien analizado que «los componentes de las expediciones se escogieron entre marinos, médicos, boticarios, naturalistas e ingenieros militares españoles, además de algún representante ilustrado de la elite criolla» (Puig Samper, 2011: 22), las dinámicas y desarrollos políticos del siglo xviii parecen apuntar que en el origen de todos estos proyectos expedicionarios pesaron más los condicionantes de las políticas estatales que los propios móviles científicos. Otro personal, en principio con un aparente protagonismo menos destacado, pero que finalmente fue clave en los trabajos —especialmente en la difusión de la labor botánica—, fueron los dibujantes y pintores. Estos tenían formación peninsular —Real Academia de San Fernando—, pero algunos de los más destacados surgieron en las colonias, como fue el caso de la Escuela de Dibujo creada en el virreinato de Nueva Granada, que desarrolló sus trabajos primero en 1787 en la población de Mariquita y, a partir de 1791, en Santa Fe (Frías, 1994: 261-288). El siglo xviii español Junto a las dinámicas políticas que acabamos de subrayar y que marcaron el siglo xviii, en los círculos cultos de la centuria se respiraba un ambiente impregnado asimismo por el afán de saber. España, con su peculiar adaptación al modelo europeo, participó también del nuevo espíritu que, a su vez, se iba a prolongar en los territorios coloniales. Hace años que Jean Sarrailh, en un trabajo pionero, plasmó la presencia ilustrada en España, enfrentada con una fuerte resistencia, pero que terminó impregnando al conjunto de la sociedad (Sarrailh, 1957). Sin olvidar ahora los elementos más originales de la corriente ilustrada española, conviene recordar al abordar las expediciones y viajes
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científicos, esa comunión de ideas con unos nuevos postulados a los que no fue fácil sustraerse. El enfrentamiento entre la aceptación e impulso de las innovaciones del siglo xviii y el conservador refugio en las tradiciones marcó profundamente el debate científico. Debate que llevó a cuestionar la esencia patriótica, sobre todo por los defensores de los elementos más tradicionales. Pero fue en esta renovada sociedad española donde iba a surgir una nueva mirada patriótica, nacionalista y también utilitarista, en la que iba a encontrar acomodo un nuevo y optimista estudio de la naturaleza, presente en muchas de las expediciones científicas (Peset, 1987: 272). Las noticias de los primeros envíos de materiales que iban llegando a la Península desde tierras americanas produjeron un serio impacto en los medios científicos ilustrados, que replanteaban, a su vez, teorías aceptadas hasta aquellos días. La aparición de animales y plantas desconocidos hasta entonces en Europa, y las dudas que producían a su llegada desde el continente americano, terminó cuestionando la concepción inmutable de la naturaleza, poniendo en evidencia una situación que había quedado obviada: el enorme desconocimiento que se tenía en Europa del mundo natural americano. La naturaleza y la flora americanas, conformaban, durante la mayor parte del siglo xviii, un universo desconocido en los circuitos científicos españoles y europeos. Se ignoraba casi en su totalidad la historia natural americana, lo que, a su vez, la hacía más interesante y atractiva a los ojos de los europeos. Se comprende así que los científicos de este lado del océano Atlántico anhelaran su conocimiento y quisieran estrechar el contacto con aquellos secretos que guardaba la naturaleza americana (Galera, 1990a: 7-10, 12-13). Desde los grandes púlpitos de la ciencia, a través de Carlos Linneo o del conde de Buffon, entre otros, fueron apareciendo fuertes críticas a las descripciones de la fauna americana. El propio Buffon contribuyó abiertamente al debate sobre la inferioridad de las especies americanas, defendiendo que había claras similitudes entre las de uno y otro continente, presentando las americanas mayor debilidad. Convencimiento que le llevaba también a considerar la naturaleza americana como hostil al desarrollo de los animales (Gerbi, 1982: 7-46). Esta
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concepción, ciertamente agresiva, de algunos científicos europeos, influyó en el renacer del mito americano, del «carácter paradisíaco» de una «madre y diosa de sus hijos». En la misma línea se entiende que «en el comienzo del nacionalismo americano», se llegara a plantear el «papel benefactor y protector» que jugaba la naturaleza (Peset, 1987: 19). Fue, como señaló acertadamente Andrés Galera, un «desconocimiento generador de un saber pretencioso y poco verdadero, en gran medida fantasioso e irreal», que se encontraba «alejado del empirismo predominante», y que estaba «formulado sobre las noticias y especímenes traídos a los puertos europeos, en la mayoría de los casos, por las tripulaciones de los buques mercantes» (Galera, 1990a: 9). Nos encontramos, por otro lado, con el deseo implantado en la España de la Ilustración, de viajar a América. Un contexto que nos muestra el deseo de muchos científicos de marchar y estudiar directamente en el lugar, las tierras y producciones americanas. Con la llegada de Carlos III al trono español, este interés iba a aumentar, coincidiendo con la apuesta del monarca por continuar la política que había iniciado Fernando VI. «El antiguo coleccionismo regio dirigido hasta entonces hacia las artes pasaba ahora a preocuparse de la belleza y de la utilidad» que los productos llegados de América y de otras partes de mundo «pudieran presentar» para el Estado español (Peset, 1987: 103). La nueva política propició un replanteamiento de la utilidad de los productos llegados de América y una racionalización en su aprovechamiento. Los territorios coloniales aparecieron, por lo tanto, como los elementos apropiados para descubrir nuevos productos, poniéndolos al servicio del Estado. Esta inquietud por el continente americano iba a conllevar la posibilidad de descubrir especies novedosas, pero al mismo tiempo, la de obtener un beneficio económico. Confluencia de intereses que, Gaspar Gómez de la Serna plasmó como el «apasionante momento histórico en que se produce, con mayor o menor intensidad, la coincidencia de los resortes del poder y los modos de actuación de la inteligencia» (Gómez de la Serna, 1974: 97).
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¿Expediciones científicas? Una de las principales cuestiones planteadas en las últimas décadas al abordar estos proyectos ha sido la de la posible clasificación de todas estas expediciones, denominadas la mayoría de ellas como «científicas». Obviamente, no se pueden considerar estrictamente científicas todas las expediciones del siglo xviii y principios del xix, simplemente porque «realizaran alguna medición, recogieran determinados materiales y objetos, y tomaran apuntes que sirvieran para conocer mejor la realidad americana» (Guirao, 1988: 211). En un trabajo pionero, Ana María Verde Casanova, aceptando el carácter científico de la mayoría de estos proyectos expedicionarios del siglo xviii, se planteaba la cuestión de delimitar las disciplinas y objetivos que se priorizaron en cada uno de ellos. Verde Casanova constataba que, a pesar de que en alguna expedición prevaleciera un interés particular por alguna disciplina, especialmente las ciencias naturales, en la práctica la mayoría de ellas abordada la naturaleza en conjunto, así como lo referente a las poblaciones. Además, estaba presente, como hemos mencionado anteriormente, el objetivo político, también administrativo, en alguna de ellas (Verde, 1980: 81-128). Verde, eligiendo una decena de expediciones representativas, proponía una primera y sencilla agrupación a través de tres grandes grupos: a. Expediciones de marcado carácter y objetivos botánicos. En este grupo quedarían incluidas las recordadas como tres grandes expediciones botánicas: la Real Expedición Botánica al Virreinato del Perú, entre 1777 y 1788, al frente de la cual estuvieron Hipólito Ruiz y José Pavón (Steele, 1982; González, 1998); la Real Expedición del Nuevo Reino de Granada, con José Celestino Mutis, entre 1783 y 1808 (Frías, 1994), y la Real Expedición Botánica a Nueva España, con José Mariano Mociño y Martín Sessé, entre 1787 y 1803 (Sánchez, Puig-Samper y Sota, 1987). Junto a ellas quedaría incluida también la Expedición Botánica a las islas Filipinas,
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con Juan de Cuéllar, entre 1785 y 1795 (San Pío, 1997; Bañas, 2000). b. Expediciones de frontera. En este apartado quedarían integradas las expediciones de límites con Portugal. Aquí encontramos el periplo de Félix de Azara (Capel, 2005), que fue mucho más allá de su objetivo político (Azara, 1809), y la Expedición de Pehr Löfling al Orinoco, entre 1754 y 1761 (Pelayo, 1990). c. Expediciones de circunnavegación. Fundamentalmente, el viaje científico y político alrededor del mundo, más conocido, por su protagonista principal, como Expedición Malaspina, entre 1789 y 1994 (Galera, 1990b; Pimentel, 1988). Ahondando en la posible caracterización de estos viajes y proyectos, Ángel Guirao (Guirao, 1988; 109-128) propuso acudir a una serie de criterios que nos ayudarán a delimitar el posible carácter científico de las expediciones, entre ellos: a. Que los proyectos tengan una intencionalidad claramente científica. En este grupo se podrían incluir las expediciones que ya en la propia época fueron consideradas como científicas, elemento que permite incluir a la mayor parte de ellas. Con todo, hay que tener en cuenta también otro tipo de expediciones que aparentemente no tenían un objetivo científico, pero que finalmente llevaron a cabo una importante labor en este sentido. En este grupo destaca con luz propia la labor de Félix de Azara en Paraguay. b. Expediciones relacionadas con instituciones o centros científicos. En este grupo encontramos academias científicas, escuelas y academias militares que, como acabamos de señalar, estaban estrechamente ligadas a la nueva ciencia. Estas instituciones estaban a la vanguardia de la ciencia y prácticamente todas tendrán algún tipo de relación con las expediciones. Abordándolas desde esta perspectiva, la inclusión en este grupo sí daría carácter científico a una expedición. El proyecto o viaje científico, relacio-
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nado con alguno de estos centros, adquiriría, así, de pleno derecho, la connotación de científico. c. Expediciones en las que participa personal científico especializado y en las que se utiliza un instrumental concreto, más allá del indispensable para el desplazamiento. En este grupo hay que contar con elementos precisos para alcanzar los objetivos propuestos y, además, que las integre personal con los conocimientos necesarios para utilizar dichos elementos e instrumentos. A medida que las expediciones se iban especializando, quedaba en evidencia la necesidad de unos conocimientos que estaban fuera del alcance de un viajero a título individual. Precisión en la cartografía, así como estudios botánicos, geológicos o etnográficos se iban a unir a la exigencia de una organización mucho más meticulosa. Al mismo tiempo, junto al personal y la instrumentalización también encontramos bibliotecas especializadas (Frías, 1994: 137). d. Expediciones en las que se consiguieron progresos científicos y adelantos en las zonas que fueron recorriendo o se iban estableciendo. Algunos de los proyectos científicos tuvieron como consecuencia la fundación y el desarrollo de instituciones como cátedras de docencia, observatorios astronómicos y gabinetes de historia natural junto con jardines botánicos. e. Proyectos que dieron lugar a la publicación y difusión de los resultados de sus trabajos. Este es uno de los rasgos que tradicionalmente se han venido proponiendo a la hora de definir las expediciones científicas. Partiendo de la premisa de ir más allá de la simple recogida de materiales, se imponía la labor de ordenación, clasificación y estudio de los materiales con la consiguiente difusión posterior. Sin embargo, este elemento diferenciador dejaría fuera del carácter científico algunos grandes proyectos que marcaron toda esta época, como por ejemplo la Expedición Botánica del Nuevo Reino de Granada, o la Expedición Malaspina. En ambos casos el resultado de sus trabajos no tuvo difusión hasta bastante después de haber finalizado sus periplos. Sin embargo, ello no impide que
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sean consideradas como dos ejemplos paradigmáticos del conjunto de las expediciones científicas. Francisco de Solano, por su parte, propuso un primer intento de clasificación centrado en el siglo xviii, abordando diecinueve expediciones a través de dos grandes grupos: las de fines astronómicos y las de fines botánicos (Solano, 1984). Su elección quedaba limitada por la Expedición Geodésica Hispano-Francesa a Quito, a partir de 1735 y 1745, y la ya mencionada Expedición de Martín Sessé y José Mociño a Nueva España, hasta 1803: a. Expediciones que tenían fines de investigación astronómica. Aquí quedarían comprendidas hasta diez expediciones: las de límites, las oceanográficas, además de las hispano-francesas a Quito (Bouger y La Condamine, 1749) y a la Baja California (Bernabéu, 2006). b. Expediciones con fines botánicos. Aquí aparecen las anteriormente citadas como grandes expediciones botánicas: la de Ruiz y Pavón en Perú y Chile, la de Mutis en Nueva Granada y la de Sessé y Mociño en Nueva España. Además de estos dos grupos, Solano contemplaba dos proyectos que tenían su propia singularidad. La considerada «expedición por excelencia», el viaje alrededor del mundo de Malaspina, y la expedición mineralógica de los hermanos Heuland, entre 1795 y 1800 (Martín, 2017). Esta primera limitada selección de expediciones fue posteriormente ampliada por el propio Solano (Solano, 1988), agrupándolas ahora en seis posibles tipologías: a. Por la forma. Diferenciación entre lo que se considera una verdadera «expedición» y los demás viajes. Una «expedición» conlleva una organización y dificultades añadidas que no estaban presentes en muchos de los viajes del siglo xviii que, si bien pudieron tener objetivos científicos, necesitaban de un costo mucho menor. De acuerdo con esta perspectiva, las «Expediciones» quedarían reducidas a las de Límites, las Hidrográficas, las de las
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Antillas, Malvinas y Patagonia, y las tres grandes expediciones botánicas, la de Perú, la de Nueva Granada y la de Nueva España. b. Por sus ámbitos. La amplitud de intereses de muchas de las expediciones no parece conjugarse con esta tipología. c. Según el destino. De acuerdo con este elemento de distinción, prácticamente quedarían cubiertas todas las expediciones al continente americano, con las Antillas, y también las islas y los archipiélagos del océano Pacífico. d. Atendiendo a la nacionalidad de los participantes. La mayoría de las expediciones fueron programadas y organizadas desde la Península. Sin embargo, alguna de ellas, como la de Mutis en Nueva Granada, tuvo su gestación desde el continente americano (Frías, 1994: 59-88). En la dirección de las expediciones se hace notoria la presencia española, si bien hubo aportaciones muy significativas como las de Tadeo Haenke, Pehr Löfling, Alejandro Malaspina, Louis Née o Joseph Dombey. e. Divisiones temporales. Tomando como límites temporales 1753 y 1810, y haciendo referencia solamente a las expediciones que se desarrollaron en parte en el siglo xviii, el gran volumen se concentra durante los reinados de Carlos III y de Carlos IV. Dos expediciones se llevaron a cabo durante el reinado de Felipe V, dos durante el de Fernando VI, treinta y dos con Carlos III y veinticinco con Carlos IV. f. Por sus resultados. La clasificación de las expediciones atendiendo a sus logros plantea una complejidad importante, dada la diversidad y, en muchas ocasiones, la escasez de resultados. Más de dos siglos después de aquel gran proyecto expedicionario de la Corona española, y gracias a las numerosas monografías de las que hoy disponemos, no parece arriesgado afirmar que los resultados no fueron acordes ni con los objetivos ni con las expectativas que en su momento se crearon. En este sentido, podemos seguir apostando, en línea con lo que avanzaba Solano, por la necesidad de distinguir entre las instituciones que se consolidaron en el continente ame-
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ricano, la fijación de fronteras con Portugal y la adquisición de nuevos conocimientos hidrográficos. En el primero de los casos encontramos centros de prestigio como el Tribunal de Minería de México, el Observatorio Astronómico en Colombia, o los diferentes jardines botánicos a lo largo de todo el continente. En el caso de la frontera con los territorios portugueses, asimismo avanzaron en sus objetivos. Un resultado diferente es el de los estudios y materiales trabajados por los expedicionarios, que no tuvieron la difusión necesaria en su momento y que quedaron relegados a una posterior recuperación cuando el posible impacto y la aportación científica estaban ya ampliamentes superados. Manuel Lucena Salmoral ha considerado que la propuesta clasificatoria de Solano, especialmente atendiendo a las disciplinas trabajadas en las expediciones, no es fácilmente aplicable, debido a la propia diversidad de aspectos científicos que abordaron. Lucena, considerando que la gran mayoría de las expediciones tienen un carácter estatal y nacional, ha abordado los proyectos que tuvieron lugar durante el reinado de Carlos III, eligiendo veinte expediciones, frente a las treinta y dos que utilizó Solano. De la propuesta de Lucena, recogemos tres grandes grupos: a. El número. Este es el problema que sigue sin poner de acuerdo a los especialistas y que Lucena planteaba como prioritario. La propia discrepancia que mantiene con Solano se explica por la dificultad de delimitar el desglosamiento de algunos proyectos expedicionarios. El propio Lucena, al intentar cuantificar las principales expediciones, señala, por ejemplo, que la Expedición al Río de la Plata, en 1782, podría considerarse también como cuatro proyectos expedicionarios, atendiendo a la división que se hizo con José Varela y Ulloa, Diego de Alvear, Félix de Azara y Juan Francisco de Aguirre (Quarleri, 2011: 759). b. Cronología. El tradicional orden cronológico permite abordar una nueva clasificación. Así, conformaríamos
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diferentes grupos: las cuatro expediciones de 1768 a las fronteras de la América española —California, Patagonia, islas Malvinas y archipiélago de Chiloé—; las expediciones de 1770 a 1773 al Pacífico; las expediciones entre 1774 y 1779 a la costa norte del Pacífico mexicano; la expedición botánica a Perú en 1777; las expediciones a la Patagonia entre 1778 y 1780; la expedición al Río de la Plata de 1782; la expedición de José Celestino Mutis por el Nuevo Reino de Granada a partir de 1783; las expediciones al estrecho de Magallanes entre 1783 y 1788 y de 1785 a las islas Filipinas; la expedición de 1786 a la costa sur de Chile, y, por último, la expedición de Martín Sessé y José Mariano Mociño a partir de 1787 en laNueva España. c. Geopolítica. Este elemento clasificador es el fundamental de los que propone Lucena. Encuadrando las expediciones científicas en el marco del utilitarismo ilustrado, los proyectos expedicionarios del siglo xviii tendrían una relación directa con los problemas de frontera de la Corona española. Esta línea, que hemos señalado anteriormente, la ha redefinido de manera muy acertada Lía Quarleri al señalar que la «delimitación de territorios», tanto «por consenso político» como por el efecto de «las nuevas técnicas militares y científicas», abría un nuevo panorama frente a la anterior «posesión de extensas regiones» producto de «conquista y enfrentamientos bélicos». De esta manera, los nuevos proyectos del siglo xviii terminaron privilegiando «las áreas de frontera entre los Imperios español y portugués o las zonas internas aún no dominadas». Ello, siguiendo a Guillermo Wilde, le permite referirse a «etnografías estatales, bajo impetuosos comisionados o expertos en diferentes disciplinas» (Quarleri, 2011: 754; Wilde, 2003). En la propuesta de Lucena Salmoral el parámetro de clasificación atenderá, por lo tanto, a la finalidad de las expediciones, siempre en función del posible interés geopolítico. De esta agrupación quedarán solamente excluidas las grandes expediciones botánicas y la del abate y astrónomo Jean-Baptiste
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Chappe d’Auteroche a California (Espinoza, 2019), agrupando las veinte expediciones seleccionadas en quince con finalidad geopolítica, una de carácter astronómico, y las cuatro restantes de reestructuración de los recursos productivos. Siguiendo este mismo criterio y considerando el carácter de frontera de estas expediciones, otra posible agrupación incluiría tres expediciones a zonas fronterizas ocupadas, cinco a territorios mínimamente ocupados, otras cinco a zonas de ocupación extranjera, cuatro a territorios no ocupados y tres a la denominada América nuclear. En perspectiva Todo este conjunto de viajes y expediciones científicas que se llevaron a cabo a lo largo del siglo xviii conllevó una considerable movilización, tanto de recursos económicos y materiales, como de personal humano. La acertada y ya clásica expresión de «ilusión quebrada» acuñada por Javier Puerto a finales del siglo pasado (Puerto, 1988), aludiendo a que no todas las aspiraciones ni objetivos, tanto políticos como económicos o científicos se pudieron cumplir, no resta valor histórico a todo ese gran programa expedicionario, del que la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna fue un significativo apéndice. El impacto de la viruela en territorio europeo tuvo su equivalente en el continente americano. Pero esta presencia de la enfermedad en el siglo xviii iba a contar con una nueva perspectiva a ambos lados del Atlántico, la de la prevención. El avance y la atención que en España se dio a la inoculación como modelo preventivo previamente a la vacuna (O’Scanlan, 1784) siguiendo la tendencia europea, había tenido su prolongación en el continente americano desde principios de siglo. Antes de la llegada de la vacuna contra la viruela al continente americano, la extensión de la práctica inoculadora había abonado la irrupción de nuevas prácticas, amortiguando el impacto conceptual de introducir la enfermedad como manera de prevenir frente a la viruela. Esta faceta, aparentemente alejada de los objetivos de las expediciones científicas, se simultaneó, sin em-
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bargo, con los trabajos botánicos y mineros, completando una amplia actuación de los hombres de ciencia que ayudaron a marcar el camino que José Salvany, por ejemplo, en el marco de la Expedición de la Vacuna de Balmis, continuaría por el hemisferio sur del continente americano.221 No se puede separar esta expedición para prevenir la viruela del resto de las expediciones que tuvieron lugar, mayormente, durante el período ilustrado: aunque ya entrando en el siglo xix, la Expedición de la Vacuna fue, en realidad, el último gran proyecto dieciochesco de expedición científica impulsado por la Corona española.
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Capítulo 16
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Emanuele Amodio Escuela de Antropología Universidad Central de Venezuela, Caracas
Introducción Escribir en tiempo de pandemia y de cuarentenas puede ser una manera de escaparse del presente y, en el caso de quien se interesa por sociedades pretéritas, refugiarse en el pasado. Sin embargo, si el tema de investigación y escritura es una enfermedad muy difundida en buena parte del mundo y también en ese tiempo las medidas fueron de encierros y promesas de vacunas, el escenario se complejiza pues no permite muchas fugas imaginarias. Así pues, los sufrimientos del presente, resuenan con los del pasado, involucrando al investigador en un juego de espejos del cual resulta difícil salirse, aun cuando la propia disciplina impone, a historiadores y antropólogos, una «lejanía» metodológica que pueda salvarlos de la construcción del pasado «a su medida». Sin embargo, hay también la posibilidad, dependiendo del tema y de la época estudiada, que buscando discontinuidad lo que se encuentra son raíces y continuidad, y las preguntas que nos hacemos en el presente pueden servir de indicadores para identificar tramas y significados en una serie de eventos y procesos de una época histórica que dio origen a nuestro presente. Nos referimos a las epidemias de viruela que azotaron el mundo occidental durante el siglo xviii, y que tuvieron una fundamental inflexión positiva con el descubrimiento de la vacuna
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por parte de Edward Jenner en 1796, cambiando radicalmente la historia de la medicina y el destino de millones de personas. Se trata de una historia heroica en el contexto de un mundo que estaba cambiando veloz y radicalmente tanto en lo cultural como en lo político, sobre todo si consideramos las revoluciones en Francia y Norteamérica, las guerras napoleónicas con la invasión de Italia y España y la gestación de las independencias en el mundo hispanoamericano. Es en este contexto que España, en las vísperas de perder su dominio de los territorios de ultramar y entrar en la larga crisis del siglo xix, promueve una empresa visionaria para la época: una expedición para llevar la vacuna a América y Filipinas, una vez que se llegó a la no fácil decisión que el descubrimiento de Jenner representaba la salvación de las poblaciones locales aquejadas dramáticamente por el terrible mal de la viruela; pero, al mismo tiempo, representa el último intento de la Corona española para frenar la deriva política que desencadenaría su disolución como imperio. La historia nos indica que, más allá del éxito de la expedición propuesta por Francisco Xavier Balmis, los procesos separatistas ya estaban suficientemente maduros para tener fuerza y velocidad propia. La tradición de las expediciones científicas del siglo xviii había visto la participación protagónica de España, así que la que se organizó para difundir la vacuna contra la viruela tenía, de alguna manera, la senda abierta, por lo menos de su posibilidad. Sin embargo, ya no se trataba de conocer para mapear y buscar puertos comerciales o alianzas políticas, a la manera de Malaspina y Magallanes, sino de una empresa sanitaria, aunque con evidentes recaídas políticas, norteada por un afán curativo y, detrás de todo, del miedo que la pandemia de viruela suscitaba en ricos y pobres, directa o indirectamente sensibilizados por la muerte de parientes y amigos, mientras que los supervivientes quedaban marcados con signos corporales indelebles. No se entiende la expedición española de la vacuna sin el desastre globalizado producido por la viruela, y no se comprenden completamente las dos sin una particular atención a los cuerpos y a la vivencia cultural de las diferentes sociedades locales que la enfermedad tocaba. En este sentido, vale todavía y con mayor fuerza lo que enseñaba el maestro José Luis Peset: «La ciencia, como cual-
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quier actividad humana, no se puede estudiar nunca en sí misma, sino en el contexto en que es producida, difundida y utilizada. Solo así, considerando cuál es su origen, y cuál su destino, podemos seguir encontrando en ella —o en algunas de ellas— algunos atisbos de racionalidad» (Peset, 1983: 11). En este sentido, tenemos que pensar no solo en el contexto político y económico, ciertamente fundamental para entender los procesos médicos, sino también detenernos en el mundo cultural, regional y local, en el cual se han producido a lo largo de la historia las epidemias y las respuestas sanitarias: cada población local en el mundo hispanoamericano, aunque más o menos unificadas en lo político y lo administrativo, variaba en lo económico, en lo lingüístico y, sobre todo, en lo cultural; y esto vale no solo por la existencia de pueblos indígenas, minoritarios evidentemente en algunas áreas, pero mayoritarios en otras, como en el caso andino americano o filipino, sino también por su composición social, tanto en España como en los territorios de ultramar, ya que se trataba de una sociedad profundamente estratificada, tanto que, desde una perspectiva antropológica, es posible pensarla como un mosaico de subculturas, incluyendo las derivas religiosas populares de origen cristiano, solo superficialmente unificadas por una lengua y una estructura administrativa que, desde la lejana metrópoli, intentaba una gestión unitaria casi imposible y, precisamente también por esto, al borde de una crisis definitiva. Si este es el panorama social y cultural, resulta evidente que esas poblaciones en sus representaciones del mundo, entramados de prácticas e ideas, producían también saberes médicos, con teorías propias de las enfermedades y un sistema de soluciones sanitarias que, de alguna manera, conseguían mantener un cierto nivel de supervivencia, aunque a menudo tenían la función de resolver crisis sociales e identitarias más que problemas médicos. Por lo anterior, en lugar de volver a historiar aspectos de la Expedición de la Vacuna a ultramar, ya muy estudiada desde una perspectiva historiográfica,222 preferimos dedicarnos a revisar las dinámicas de las epidemias de viruela, sobre todo en el ámbito hispanoamericano, desde un enfoque sensible a los aportes de la antropología, intentando, primero, aclarar la vivencia de la
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epidemia por parte de algunos grupos sociales y culturales locales, aunque con esperanza de alguna posible generalización; y, segundo, identificar las respuestas que se le dieron y los procesos sociales y culturales producidos para defenderse del mal que invadía cuerpos y grupos familiares y sociales. De esta manera, esperamos contribuir a reconstruir algunos contextos etnográficos que permitan entender mejor tanto la difusión «salvaje» de la variolización, como de la misma vacuna de Jenner. El incendio de las viruelas: estamentos, contagio y mortalidad Los embates de las epidemias, aunadas a las enfermedades cotidianas corrientes y los períodos de hambrunas que les seguían, habían mantenido relativamente bajo el número de las poblaciones europeas de los últimos siglos de la época medieval. Esta situación fue mejorando durante los siglos xvi y xvii, aunque las comunidades campesinas y las mismas ciudades se mantenían en un equilibrio frágil, viviendo al borde del desastre demográfico (Betrán, 1996). En las colonias americanas, encontramos una situación solo parcialmente diferente: población relativamente escasa en el campo, pero con concentración creciente en las ciudades, sobre todo entre el final del siglo xvii y la primera mitad del xviii. Permanecían grandes áreas ocupadas por pueblos indígenas (la Amazonía y los Andes, por ejemplo) parcialmente autónomas, pero presionadas por el avance progresivo de la frontera colonizadora; mientras, había aumentado exponencialmente la presencia de esclavos africanos, de los cuales dependía la economía de las diferentes regiones americanas, sobre todo en el Caribe y Tierra Firme, detrás de la pujanza de la producción azucarera y del auge cacaotero del siglo xviii. Estas poblaciones habían sido azotadas por epidemias periódicas desde el comienzo mismo de la ocupación europea, siendo la viruela y el sarampión las de mayor incidencia, seguidas de tifo y fiebre amarilla (Molina del Villar, 2016: 154-155). Las epidemias de viruela pueden considerarse endémicas en el continente americano, con particular presencia en el Centro y Sudamérica. Se trata de una enfermedad producida por el virus
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variola (ortopoxvirus), muy infecciosa en su versión mayor o «braba», que se transmite a través de la aspiración de gotículas expulsadas por la boca o la nariz durante la respiración de las personas infectadas, por contacto directo con sus fluidos corporales o con ropa y objetos que han sido tocados por ellas. Los síntomas iniciales son fiebre y fatiga, más erupciones de la piel que producen pústulas. La contagiosidad de los enfermos está presente tanto al comienzo de la enfermedad como en su desarrollo, por lo menos hasta que las costras de las pústulas se hayan secado y caído, cuando se sobrevive a la enfermedad. La mortalidad media es del 30 por ciento, dependiendo del tipo de viruela —la hemorrágica es más virulenta—, y del estado físico de los individuos infectados. Para la época que nos interesa, la medicina ofrecía solamente paliativos contra la fiebre y algún lenitivo para las erupciones, hasta por lo menos la difusión de la variolización (inoculación) y, después, con la vacuna de Jenner. Presente en Europa desde hacía siglos, con periódicas virulencias, tanto que ya bien entrado el siglo xviii todavía representaba la causa principal de mortalidad en buena parte del planeta; así, fue causa en ese continente de más de quince millones de personas muertas solo en los primeros veinticinco años de ese siglo (Demerson, 1993: 3). Los registros de epidemias de viruela en los territorios españoles de ultramar son bien tempranos, desde el comienzo del siglo xvi, cuando fue introducida en el Caribe en 1516, aunque se sospecha que llegó con el segundo viaje de Colón, desde donde acompañó a las huestes de la conquista en Centroamérica y en las regiones sureñas y el mundo andino, con una flexión durante la primera mitad del siglo xvii (Malvido, 2006: 33-34; Molina del Villar, 2018: 79), después de haber diezmado las poblaciones indígenas y dificultado la misma colonización europea. De allí en adelante los brotes de viruela se hicieron periódicos en todos los territorios conquistados y colonizados, con repuntes particularmente mortíferos durante el siglo xviii (Molina del Villar, 2016: 154; Ramírez Martín, 1999: 503). De manera invisible, la viruela se movía por el mundo y golpeaba individuos y grupos, se insinuaba por doquier, prefiriendo a los niños, espantaba y ponía en crisis la continuidad de la vida material y social. El Diccionario de Autoridades, en 1732 en su
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tomo III, definía la palabra epidemia como: «La enfermedad que corre comúnmente entre la gente, y que anda generalmente vagando entre muchas personas». Y, de regreso de su viaje a lo largo del continente sudamericano, Charles-Marie de La Condamine denunciaba en 1754: Una cruel, y orrible enfermedad, de la cual traemos al mundo la semilla en nuestra propia sangre destruye, inunda y desfigura la quarta parte de el género humano. Azote del antiguo mundo que ha causado más estragos en el nuevo, que las Armas de sus conquistadores. Instrumento mortal que yere sin distinción de edad, de sexo, de estado, ni de clima. En las ciudades, y en las Cortes más brillantes es donde emplea con más Violencia sus rigores. Cuanto más elevadas, quanto más preciosas son las cabezas, que amenaza, tanto más temibles, parece que se muestran las Armas de que se sirve. Bien se deja ver que ablo de las viruelas (La Condamine, [1757] 1987: 45).
El cuadro que La Condamine describe es el de un evento nefasto, continuado en el tiempo, una amenaza devenida constante con sus apariciones periódicas. Aunque sería posible intentar identificar ciclos en la eclosión de la enfermedad, lo que sobresale de los datos es que su aparición no era previsible, como los huracanes, por ejemplo, que cada año de mayo y noviembre volvían a azotar las costas e islas del Caribe (Altez, 2010: 27). En este sentido, vale la definición de «desastre» elaborada por Cardona: Un desastre puede definirse como un evento o suceso que ocurre, en la mayoría de los casos, en forma repentina e inesperada, causando sobre los elementos sometidos a alteraciones intensas, representadas en la pérdida de vida y salud de la población, la destrucción o pérdida de los bienes de una colectividad y/o daños severos sobre el medio ambiente. Esta situación significa la desorganización de los patrones normales de vida, genera adversidad, desamparo y sufrimiento en las personas, efectos sobre la estructura socioeconómica de una región o un país y/o la modificación del medio ambiente; lo anterior determina la necesidad de asistencia y de intervención inmediata (Cardona, 1993: 45-46).
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El evento catastrófico representado por una epidemia de viruela brotaba a partir de contagios aleatorios, como podría ser el arribo de viajeros o esclavos, por los barcos que atracaban en los puertos. Identificar las vías de aparición del contagio se volvió así prioritario: los caminos de tierra y de mar, siendo estos últimos los identificados, por la experiencia acumulada, como vías más probables. De allí el intento de descubrir la presencia de contagiados con inspecciones sanitarias (Acosta Saignes, 1984: 57), aunque solamente los individuos con la enfermedad ya avanzada podían ser identificados (Amodio, 2002). Hablar de desastre implica referirse a la vulnerabilidad de las poblaciones, derivada tanto de la amenaza real como del riesgo que esta presupone con relación a las condiciones de existencia de las comunidades locales antes de la llegada del contagio y, después, con la posibilidad de acceder a una posible cura. Queremos referirnos particularmente al clima, a las condiciones socioeconómicas, al tipo de vivienda y al grado de hacinamiento, al acceso a la alimentación y, finalmente, a las decisiones autónomas que era posible tomar (por ejemplo, en el caso de los esclavos) (Romero y Maskrey, 1993: 3-5; Ramírez Martín, 1999: 483). A estas condiciones ambientales y sociales, hay que añadir las actitudes locales, culturalmente determinadas, que cada población tenía hacia las enfermedades corporales y sus interpretaciones, a menudo de tipo religioso en sus variadas formas. Por esto, al hacinamiento, que atañe sobre todo a las ciudades, particularmente en las áreas populares, hay que añadir las costumbres tradicionales, como en el caso de las comunidades serranas, tanto en Europa como en América, donde vivir juntos en espacios pequeños y sin mucha ventilación era el resultado de estrategias culturales para defenderse del clima o de otros peligros «espirituales». Estas condiciones, tanto en ámbito urbano como campesino e indígena, afectaban en modo considerable los niveles de limpieza ambiental y corporal, lo que producía bajos niveles de higiene, que evidentemente favorecía el contagio directo e indirecto (Ramírez Martín, 1999: 484-485). Desde la perspectiva indicada, la idea de que la pandemia golpeara indiscriminadamente tiene que ser revisada, aunque se
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trate de la percepción que tenían los mismos actores, como ya hemos visto tanto en el Diccionario de Autoridades («La enfermedad que corre comúnmente entre la gente») como en la descripción de La Condamine («Instrumento mortal que yere sin distinción de edad, de sexo, de estado, ni de clima»). En esta misma dirección parece ir la Real Cédula de 1798 a favor de la variolización, cuando cita el padecimiento de la infanta y la decisión de inocular a los tres hijos del rey (Ramírez Martín, 1999: 109). Sin embargo, la situación se presenta un poco más compleja, pues impone, a partir de casos concretos, diferenciar lo que pasaba en las ciudades y en el mundo campesino y, en el caso americano, con los pueblos indígenas. Veamos algunos casos específicos de Nueva Granada (Colombia) y la gobernación de Nueva Andalucía (Venezuela). El siglo xviii marcó la Nueva Granada con dos grandes epidemias de viruela: la de 1728 y la de 1782, que cundieron sobre todo en la capital, Santa Fe de Bogotá, con miles de muertos en la segunda, que oscilan entre tres y cinco mil, dependiendo de las fuentes, en una población de unos 15 000 habitantes (Jurado, 2018: 4). A partir de la última, las autoridades elaboraron varios sistemas de registro (familias, tipo de casas, desagües, etc.) para evitar en el futuro otro desastre epidémico; medidas que de alguna manera funcionaron en la epidemia de 1802, cuando la ciudad había llegado a 21 500 habitantes (Silva, 1992: 46), sobre todo la preparación de degredos, como el «hospital de virolentos», cuando las noticias de la nueva epidemia desde Cartagena permitieron prever que la enfermedad llegaría también a Bogotá (Silva, 1992: 92-93), y la quema de ropa y casas, una vez que se hizo presente (Rodríguez González, 1999: 35). Sin embargo, tal vez la medida más interesante y efectiva fue el censo realizado en 1801 de las personas «propensas» al contagio: Una de las medidas de mayor utilidad en el transcurso de la epidemia, tomada seis meses antes del contagio generalizado, fue la realización del padrón para detectar a los pobladores propensos a contraer el virus. Dicho padrón «de las personas que no han contraído viruela», realizado en 1801, acabó de perfilar un clima de temor entre los habitantes de la ciudad. Los ocho comisarios
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de barrio fueron encargados por el cabildo de golpear en cada puerta para averiguar por la salud de los moradores, y cada comisario llevó a cabo la tarea en su respectivo sector (Rodríguez González, 1999: 42).
En relación con los estamentos sociales afectados por la epidemia de 1802, el padrón de 1801, aunque no completo en cuanto al estrato social de pertenencia, sobre todo en lo relativo a los «colores» de cada individuo (blancos, indios, mulatos y mestizos), permite aportar datos para responder a nuestra interrogación sobre la mayor o menor fragilidad de los varios grupos sociales frente a la pandemia de viruela. Siguiendo los datos aportados por Ana Luz Rodríguez González, la investigación de los comisarios de barrio identificó a 2309 «habitantes con facultades» y 1909 «habitantes pobres» que habían sido afectados por la viruela en las epidemias anteriores y habían sobrevivido (Rodríguez González, 1999: 59 y 62). Por lo que arrojan los datos, parece que los más afectados en las dos anteriores epidemias de viruela habían sido individuos de los estamentos más acaudalados, aunque la diferencia podría derivar de la «propensión» a entregar datos sobre salud, más aún cuando el afectado no tenía marcas visibles de la viruela en el rostro o en los brazos, amén que se excluyeron de la recopilación de datos las chabolas pobres de la periferia. En todo caso, los datos entre los dos grupos de afectados no son muy diferentes, tal vez debido a la permeabilidad espacial y laboral existente (mercados, servidores, etc.). De las investigaciones de los comisarios de barrio en 1802, los «propensos», es decir, los que no habían sufrido la viruela, fueron contabilizados en 5084, aunque 703 sin identificación estamental: de los 4381 cuya situación social fue identificada, 2053 eran pobres, mientras que 2328 «con facultades». De los «propensos» pobres en la epidemia de 1802, fueron contagiados 816 (29,74 %), de los cuales murieron 114 individuos en los degredos donde habían sido recluidos; mientras que, en el caso de los individuos acaudalados, que se habían quedado en sus casas, no tenemos el dato de los contagiados, pero sí el de los fallecidos, 217 individuos, casi el doble de los pobres (Rodríguez González, 1999: 70). En todo caso, es evidente que las medidas adopta-
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das por los funcionarios del cabildo permitieron disminuir, en modo considerable, la mortalidad en 1802 en comparación con la epidemia de 1782, especialmente por las prácticas de inoculación, cada vez más difundidas, de partículas de las pústulas secas de los sanados en el cuerpo de los sanos realizada por médicos y curanderos (variolización), aunque a estos últimos se les había prohibido. Puede ser esta la clave para entender la diferencia en el número de fallecidos, ya que en los degredos se inocularon más individuos (casi a la fuerza) que en las casas privadas donde, además, prevalecía la regla de no inocular a más de dos individuos por vivienda, y no procedía donde había enfermos de viruela, ya que las autoridades presumían que los más acaudalados tenían recursos económicos para evitar la epidemia (Rodríguez González, 1999: 65-66 y 69). En fin, no hay que olvidar que estos datos se refieren al núcleo urbano central de la ciudad de Santa Fe, debido a que, como advertimos, los muy pobres de la periferia no entraron en los cálculos basados en las investigaciones de los comisarios de barrio y poco se sabe del número de contagiados y muertos ni de los ingresados en los cementerios, siendo que, como se pregunta Rodríguez González, «¿cuántos pobres fenecieron en sus habitaciones después de sobrellevar la epidemia de manera clandestina por temor tanto a los hospitales como al cementerio en campo abierto?» (Rodríguez González, 1999: 70). En todo caso, la llegada de la vacuna de Jenner en 1805 cambiará radical y positivamente este panorama. Veamos ahora el segundo ejemplo que hemos elegido, pasando del ambiente serrano de los Andes al tropical caribeño. La pequeña ciudad de Cumaná, en las costas de Tierra Firme, era en el siglo xviii la cabecera política de la gobernación de Nueva Andalucía, oriente de la actual Venezuela. Aunque azotada por periódicos huracanes y algunos terremotos, la ciudad presentaba un progresivo desarrollo a mitad de ese siglo, debido al comercio marítimo con la madre patria y con las colonias españolas centroamericanas. Gracias a la visita del gobernador Joseph Diguja y Villagómez, sabemos que en 1761 Cumaná tenía 4235 habitantes, de los cuales 937 eran esclavos de origen africano (Archivo General de Indias, Caracas 221). En sus cercanías, se encontraban también dos comunidades de indígenas guaique-
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ríes, Nuestra Señora de Altagracia y Nuestra Señora del Socorro, la primera ya colindante con la periferia urbana, con cotidianas relaciones de trabajo y comerciales con la ciudad y una mayor población que la segunda: Altagracia debía de tener unos 400 habitantes, mientras que el Socorro no debía llegar a 150 (AGI, Caracas 32). Aunque la ciudad había sido azotada por epidemias periódicas de viruela y fiebre amarilla y hasta de invasión de langostas en los años iniciales del siglo xviii (Altez y Rodríguez Alarcón, 2015: 276-278), la epidemia que afectó más profundamente a la población fue la de viruela de los años 1764-1765, que se propagó sobre todo en las ciudades y pueblos de españoles de todo el territorio de la Nueva Andalucía (Amodio, 2002), contagiando a 8396 individuos, de una población de 42 000, aunque este registro del gobernador Diguja no incluía todas las comunidades indígenas, aparte de aquellas más cercanas a Cumaná y a Barcelona (AGI, Caracas 203). El informe de la epidemia que Diguja elabora en 1765, una vez superada la emergencia, reporta que en Cumaná los contagiados habían sido 3930, el 92 por ciento de la población, de los cuales habían fallecido 874 individuos (el 22,24 %), sin especificarse la extracción social o el estamento de adscripción, aunque explicaba que buena parte de los «vecinos de alguna posibilidad se retiraron al campo sin arbitrio para hacerlos permanecer en sus casas, pues muchos de los que en ellas se quedaron, fueron acometidos del accidente, y murieron». Para los enfermos más graves, por falta de un hospital en la ciudad, se habilitó un «Hospital de degredo» donde ingresaron 1351 enfermos: 834 eran «personas de posibilidad», mientras los otros 617 eran «pobres de solemnidad». No sabemos el número de muertos de cada uno de los dos estamentos, pero el dato resulta importante, por lo menos en relación con el contagio, ya que la diferencia entre los dos grupos no es muy alta, aunque la mayoría pertenecía al estamento más acaudalado. De estos, sobrevivieron 800 personas, ya inmunizadas, muchas de las cuales prestaron servicio de asistencia a los enfermos de menores recursos que se habían quedado en sus casas. En relación con las dos comunidades indígenas cercanas a la ciudad, los contagiados fueron 470 individuos, el 85 por ciento
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de la población total, y los muertos 213, el 45 por ciento de los enfermos. Así pues, mientras los contagiados fueron porcentualmente menos, aunque poco, que entre la población no indígena, el porcentaje de fallecidos es más del doble. Estas disparidades nos llevan a concluir que, en cuanto al contagio, privó el estilo de vida de los indígenas, sobre todo considerando el clima tropical, mientras que, en cuanto a mayor mortalidad de los afectados por la viruela, tuvo que privar su sistema alimentario y/o una menor inmunidad a la enfermedad. Por otro lado, no hay que subestimar que, por su mayor movilidad e intercambio con otras comunidades indígenas del interior, una parte de los indígenas se había fugado, una vez percibida la expansión de la epidemia, transformándose así en agentes transmisores de la enfermedad, aunque el gobernador hubiera ordenado «cegar los caminos» más transitados. Esta difusión del virus por las fugas indígenas debidas a la epidemia, la encontramos en otras colonias americanas, como en el caso de la región quiteña: «Lo que los indígenas no razonaban es a que la acción de huir iba asociada la acción de propagar. De este modo la propagación sigue círculos concéntricos: desde un punto central, la población inicial de la epidemia se extendiese hacia la periferia, en la que vemos menor intensidad. Esta propagación se realiza de manera dendrítica. De esta manera, aumenta el área geográfica donde se desarrolla la epidemia» (Ramírez Martín, 1999: 475). El cuerpo del otro: viruela, relaciones sociales e identidades Todas las enfermedades se producen, directa o indirectamente, en el cuerpo, aunque no todas son detectables inmediatamente por una mirada no médica, sobre todo cuando no aparecen signos expresivos del estado de crisis. En el caso de la viruela, después de un período no largo de incubación, la enfermedad se manifiesta a través de pústulas, entre otros síntomas, lo que define la mirada de los otros y la detección de la dolencia. Los signos físicos de la enfermedad entran en esta dialéctica relacional e identitaria, no solo para leer y comprobar su gravedad, por ejemplo, en el caso de un pariente, sino también para determinar
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su peligrosidad. A priori, el peligro atribuido a partir del saber y la experiencia constituyen una defensa de la propia salud y entran en la más amplia dinámica de atribución negativa al otro cercano o lejano. En el caso de las epidemias de viruela, aun sin tener muy claros los vectores de contaminación, la memoria acumulada permitía determinar dos aspectos: los enfermos son contagiosos y quienes tienen marcas de viruela han sobrevivido a la enfermedad. En el primer caso, si la gente no hubiera entendido la existencia del contagio y de su peligrosidad, las medidas sanitarias de los funcionarios de quemar ropa y hasta casas no permitían dudas sobre el proceso de enfermarse, aunque se manifestaban a menudo resistencias no solo entre los pobres. Para el segundo, las marcas en la cara y en el cuerpo que mostraban la sanación, la situación se presenta más compleja. Primero veamos la descripción de los signos de viruela que da el Diccionario de Autoridades en su tomo VI, de 1739: «Grano pequeño ponzoñoso, que se eleva sobre el cutis, haciendo una puntita, que se llena de un humor acre, y corrosivo, por lo que dexa señal profunda. Dán siempre muchas, por lo que regularmente se usa en plural». Aunque más específica, el Diccionario confirma la descripción que Bernardino de Sahagún dio en el siglo xvi cuando habla de la pestilencia entre los indígenas mexicanos: «[...] a todos afeó las caras, porque hizo muchos hoyos en ellas» (Sahagún, 1981: 78), si bien la referencia estética llama la atención: las marcas de viruela afeaban los rostros y, por consecuencia, a las personas y lo que representaban, aunque esto podía valer para los europeos, pero menos para los indígenas americanos, la mayoría de los cuales tenían prácticas de escarificación y tatuajes en la cara. La asociación de los estragos corporales de la viruela con la fealdad son muchas en el ámbito español; es casi emblemática la referencia de Cervantes, en el capítulo XLVII de la Segunda parte del ingenioso caballero don Quijote de la Mancha: «Aunque, si va a decir la verdad, la doncella es como una perla oriental, y mirada por el lado derecho parece una flor del campo: por el izquierdo no tanto, porque le falta aquel ojo, que se le saltó de viruelas; y aunque los hoyos del rostro son muchos y grandes, dicen los que la quieren bien que aquellos no son hoyos, sino sepulturas donde se
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sepultan las almas de sus amantes». Así que, como escribe Susana Ramírez Martín, «Hasta bien entrado el siglo xviii, los que sobrevivían a las viruelas quedaban marcados para siempre por las cicatrices de las pústulas, y las mujeres que no tenían la cara picada de viruelas eran consideradas poseedoras de una belleza excepcional» (Ramírez Martín, 1999: 32). Hablar de estética en el contexto del drama de una pandemia podría parecer chocante, si no fuera por la importancia que el aspecto físico, particularmente el rostro, tiene en las relaciones humanas y en la representación del otro, sobre todo desde el Renacimiento, cuando belleza y bien se encuentran asociados y, al revés, la fealdad es considerada no solo un defecto, sino una expresión de maldad (Eco, 2007: 16). En este sentido, hay que recordar la asociación de lo divino con lo bello o la representación medieval de las brujas, con rostros deformes y hasta picados por viruela. No se trata solamente de la fealdad producida por la misma naturaleza, sino también de los efectos de la enfermedad que produce disformidad (Eco, 2007: 24 y 256): los individuos enfermos, en el mundo cristiano, se habían alejado de Dios (de quien dependían) también para recuperar la salud; se había vuelto otro ente del cual tener miedo, sobre todo en caso de una enfermedad contagiosa. El contagiado de viruela surge de la memoria trágica del grupo para perturbar la vida y las consciencias de los vivos, el Unheimliche de Freud: «[...] siniestro aparecía lo que constituya un retorno de lo reprimido, es decir, de algo olvidado que regresa, y por tanto de algo inusual que reaparece después de la eliminación de algo que se conocía, que había perturbado sea nuestra infancia individual sea una infancia de la humanidad» (Eco, 2007: 312; Freud, 2003). En las sociedades donde el cuerpo es sometido a prácticas de marcación de signos, estos sirven, culturalmente, para definir grupos sociales o de edad; esto vale en gran parte también para los trajes o la aplicación de afeites materiales, dependiendo del tipo de estructura social (Clastres, 1978: 155-163). Las cicatrices que se marcan en el rostro o en el resto del cuerpo son aplicadas voluntariamente, aunque es evidente que el rechazo de hacerlo puede implicar un decaimiento de estatus o la expulsión del grupo. En el caso de los signos físicos dejados por la viruela, nos
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encontramos con una consecuencia no buscada que, sin embargo, funciona de la misma manera para crear grupos, aunque implícitos: los que se salvaron de la epidemia frente a los que no sufrieron el mal y, sobre todo, a los muertos. La primera oposición, entre enfermos sobrevivientes y no enfermos, implica claramente una atribución de peligrosidad o, en todo caso, un recordatorio, aunque la experiencia debía haber demostrado que estos no corrían el riesgo de volverse a enfermar. De alguna manera, se trata de una atribución de alteridad positiva, aunque con un matiz amenazador. La segunda oposición, entre los sobrevivientes marcados y los muertos, resulta más compleja: el otro marcado, como cualquier sobreviviente, puede desarrollar un sentimiento implícito de «culpabilidad» por el simple hecho de no haber fallecido. Como escribe Laura Llevadot, refiriéndose al pensamiento de Levinas: «Siempre se vive en el lugar del otro, ocupando un lugar que no nos pertenece, que tal vez ocuparía el otro si siguiera vivo, pero cuya muerte ha despejado para que lo habite un superviviente que siempre será culpable, responsable, de lo que ha dejado morir» (Llevadot, 2011: 107; Levinas, 1994: 53). Sin embargo, también los que han perdido a sus seres queridos pueden atribuirle en su angustia alguna «responsabilidad», por el hecho de haber tenido la enfermedad y haber sobrevivido, lo que las marcas en la cara recordaban cotidianamente. El «otro» picado de viruela participa así de dos regímenes de representación que el término latín sacer reúne: el de «sagrado», por haber sobrevivido a la muerte por la protección que Dios le ha otorgado; y el de «maldito», por su contacto con la muerte y su presunta peligrosidad, amén de la animadversión de los vivos no picados y con parientes muertos (Agamben, 2003; Le Goff y Truong, 2005: 92). Esta situación recae sobre las relaciones sociales, toda vez que el espacio relacional orquesta la proximidad entre los cuerpos, decidiendo tanto su distancia como una «proxemia» definidas culturalmente. El cuerpo marcado por la viruela representa un peligro, aunque imaginario, del cual alejarse redefiniendo ese espacio social y poniéndolo en crisis, también en el ámbito de las relaciones familiares. Evidentemente, este proceso se produce con mayor profundidad cuando el otro todavía está enfer-
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mo, con sus pústulas infectadas, en equilibrio inestable entre la vida y la muerte, produciendo reacciones de alejamiento que contrastan con los afectos familiares y amicales. Y esta reacción sigue, directa o indirectamente, las indicaciones médicas. Véanse las contenidas en los Avisos médicos populares y domésticos. Historia de todos los contagios: preservación de y medios de limpiar las casas, ropas y muebles sospechosos... de Antonio Pérez de Escobar, publicado en Madrid en 1776: «Quien quiera precaverse de padecer las viruelas, y ser uno de los muchos que han pasado por todas sus edades sin haberlas tenido, debe en quanto esté de su parte, huir de los virulentos, y de los que tratan con ellos, y apartarse de las ocasiones de rozarse con ninguno de los que freqüentan sus casas, y pasean sus calles» (Pérez de Escobar, 1776: 111). En todo caso, la capacidad de las culturas de naturalizar los eventos históricos, aunque renovados periódicamente con consecuencias negativas, produjo un efecto utilitario: utilizar los signos de la viruela en la cara como elementos para identificar a esclavos fugados, rebeldes o, simplemente, para la autorización a viajar a ultramar. Por ejemplo, en el caso de los rebeldes indígenas buscados después de la rebelión de Túpac Amaru en el Alto Perú, en un pedido de información del virrey Agustín Jáuregui, fechado en Lima en 1783, se lee: «si dicho Tupa Amaro tiene algún pariente llamado José Bras, y donde para, y si tuvo amistad con un cacique de Jesús de Chochope, alto, amulatado, pintado de viruelas como de 48 años de edad, casado, con hijos...» (Contreras, 1982: 273). En el caso de los «pasaportes» para individuos en viaje a las Indias desde Cádiz, era de uso común anotar la presencia de hoyuelos de viruela en la autorización del viaje. Un ejemplo: «Fray Francisco de Goubea y Pintos, de la Provincia de Santiago, de edad de 27 años; tomó el hábito en San Antonio de Salamanca; alto de cuerpo, cara larga, picado de viruela, ojos garzos» (AGI, Santo Domingo 644). De cualquier manera, estar marcado de viruela era un recordatorio constante de que se ha producido una relación estrecha con la muerte, lo que, en términos psicológicos, es un hecho que necesita de algún «trabajo de duelo» para ser superado. De ahí la elaboración de razones e imágenes, como en el caso de las pinturas barrocas sobre la muerte, las Vanitas, mientras la me-
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dicina, aunque para un público culto, ahondaba en las descripciones de los cuerpos afectados por la viruela, presentándolos ya en descomposición. Véase la referencia de Feijoo a la presunta existencia, estamos en 1736, de gusanos en las «postillas de las viruelas» y que, basándose en las noticias que tenía de observaciones en microscopio, «las postillas de viruelas no son otra cosa, que unas bolsas de innumerables gusanillos» (Feijoo, 2003: 301). Claramente, hablar de «gusanillos» en el caso del cuerpo de un enfermo implica asociarlo inmediatamente al proceso de descomposición de los cadáveres, además con la agravante de la presencia, en gran parte magnificada, del «pus», reportada tanto por textos médicos especializados como divulgativos, como es el caso del texto ya citado de Antonio Pérez de Escobar (1776): Sus miasmas [de las viruelas] consisten en un humor viscoso, craso y tenaz; incapaz de disolverse en auras, se enreda, y persevera por mucho tiempo en donde se dexa caer; por lo cual se debe huir de las casas donde se han padecido. Estas, el cuarto, y la estancia donde ha habido enfermos, se deben limpiar, y barrer escrupulosamente, pues de su mayor, ó menor capacidad, aseo ó reclusión, dimana el mayor, ó menor cúmulo de efluvios para inficionar todo un pueblo (Pérez de Escobar, 1776: 111-112; Ramírez Martín, 1999: 42).
La influencia de la medicina hipocrática es evidente, tanto por el recurso a la teoría de los humores como en la atribución al «mal aire» de la enfermedad, aunque ya se insinúa que puede este ser medio de transmisión de «algo» todavía no bien definido. La enfermedad perturba el equilibrio entre los humores —sangre, bilis amarilla y bilis negra— y es obrando sobre estos que se recupera la salud o se muere (Le Goff y Truong, 2005: 93). La lucha contra la viruela: entre ritos, yerbas y fluidos Cada sociedad responde a las perturbaciones corporales con métodos propios derivados de su historia y cultura, lo que no implica necesariamente asumir un relativismo sin horizonte,
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sino tener presente que recuperar la salud es curar el cuerpo y serenar los ánimos, según la constelación de representaciones culturales que justifican la vida y la muerte en cada sociedad. En este sentido, superar una enfermedad puede ser un proceso complejo, no necesariamente finalizado al resolver la molestia física, aunque en sociedades complejas y estratificadas la «medicina» puede dedicarse casi exclusivamente a esta tarea, mezclando saberes propios y ajenos (Amodio, 1995). Así pues, frente a la viruela, cada sociedad recupera saberes médicos de su tradición, sin necesariamente negarse a otras soluciones, sobre todo cuando se descubre que otros solventan de mejor manera el problema. Sin embargo, ya que cualquier curación depende de la teoría, explícita o implícita, que el grupo local ha elaborado sobre su origen y significado, no es de extrañar que una buena parte de las soluciones iniciales fueran de tipo espiritual, en el sentido amplio de referencia a su universo simbólico, incluyendo o no la existencia de seres sobrenaturales. En el caso de los pueblos indígenas americanos y filipinos, el abanico de respuestas de tipo religioso a la viruela fue muy variado, desde acusación a brujos «maléficos» de la enfermedad hasta el resultado de alguna transgresión relativa a tabúes culturales, lo que solamente podía resolverse de manera ritual a través la acción de los chamanes. A modo de ejemplo, citamos a los araucanos de Chile: Las respuestas de las distintas agrupaciones evidenciaron la coexistencia de una variedad de perspectivas con respecto a la etiología de la viruela y a los posibles cursos de acción: desde una concepción personalista que la atribuía a la actividad de los brujos y por ello desdeñaba las recomendaciones coloniales, hasta una llana admisión de la propia incapacidad para tratarla que derivaba en la aceptación de las medicinas españolas en algunos casos, o de las medidas de aislamiento y profilaxis en otros [...]. Inicialmente la viruela ingresó en la categoría de «weda kutran», es decir, de las enfermedades causadas adrede por un agente maléfico. Las fuentes son claras al revelar la directa asociación que los reche encontraron entre viruela y brujería española (Jiménez, 2004: 179-180 y 184).
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La misma lógica, aunque con prácticas más complejas, la encontramos en el mundo andino peruano del primer siglo de la conquista, cuando en 1590, a raíz de un brote de viruela (Muru Onqoy, enfermedad de las manchas), grupos de indígenas quechuas del Cuzco se retiraron a la montaña, convencidos de que por su asociación con los españoles sus wakas los estaban castigando, lo que fue interpretado como una «rebelión» para restaurar la sociedad incaica, como había de hecho acontecido unas décadas antes con el movimiento Taqui Onqoy (Roy, 2010). No siempre se trata de un castigo por haber ofendido a los dioses o la punición por haber descuidado los rituales, ya que, también para el mismo mundo andino, podemos citar el caso de Huayna Capac, enfermo de viruela en Quito, reportado por Pedro Pizarro en 1571. Estando enfermo en un cuarto oscuro para ayunar, tuvo una visión que le anunciaba su muerte, así que mandó consultar a Pachacamac, uno de los dioses de su panteón: «Los hechiceros que hablaban con el demonio, lo preguntaron á su ídolo, y el demonio habló en el ídolo y les dijo que lo sacasen al sol, y luego sanaría. Pues haciéndolo así fue á la contra: que en poniéndole al sol murió este Guaina Capa» (Pizarro 1944: 49). Resulta interesante que la lógica que conforma la acción indígena es coherente con el relato del misionero, aunque en el segundo la referencia al demonio implica un juicio negativo. Lo mismo parece ocurrir en el caso de transgresión, ya que también en el mundo cristiano la enfermedad fue a menudo considerada como resultado de los pecados de los hombres y de la punición de Dios. Las manifestaciones religiosas relacionadas con epidemias de viruela fueron frecuentes tanto en la Península como en América, sobre todo procesiones para pedir la ayuda de los santos, particularmente san Roque y san Sebastián, considerados protectores de los apestados (Carvajal González, 2015). De la misma manera, se sacaba alguna advocación de la Virgen María para impetrar su protección o se realizaban rogativas y novenarios de misas (Vélez-Pérez, 2020); se llegó hasta la organización de «procesiones de sangres», es decir, de flagelantes solicitada al cabildo de Buenos Aires en 1621, «[...] pidiendo al Señor aplaque la dicha enfermedad por su misericordia» (Martín Santos y Thomas, 2011: 7). El modelo estaba representado por las actividades,
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durante la Semana Santa en Sevilla, de la Cofradía de la sangre o de la disciplina, cuando grupos de hombres, con el dorso desnudo y un capirote en la cabeza, se flagelaban con látigos las espaldas por penitencia, siguiendo el modelo iconográfico representado en pinturas descriptivas de la acción ritual. Estas manifestaciones pasaron a los territorios de ultramar, como en el caso de Nueva España, donde se registra el entusiasmo de los indígenas convertidos por participar en la flagelación, también inspirados en cuadros y murales, como en el de Huexotzingo (Puebla), descubierto en 1980 (Palomero Páramo, II, 1981). Estos eventos religiosos, de desagravio o de protección, fueron comunes en el mundo español, no solamente para las epidemias, sino para cualquier desastre o calamidad natural, tanto que encontramos referencias por doquier, incluido en El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha de Cervantes, cuando en el capítulo LII relata las plegarias para obtener la lluvia en un año de sequía: «Era el caso que aquel año habían las nubes negado su rocío a la tierra, y por todos los lugares de aquella comarca se hacían procesiones, rogativas y disciplinas, pidiendo a Dios abriese las manos de su misericordia y les lloviese», no sabemos cuánto irónicamente. Los varios tipos de acciones defensivas o curativas, directa o indirectamente relacionadas con una visión espiritualista del mundo, adquieren valor y sentido gracias a la forma mítica que asumen y que se expresan en prácticas rituales y discursos, en el sentido supuesto por Foucault en 1970: «Yo supongo que en toda sociedad la producción del discurso está a la vez controlada, seleccionada y redistribuida por un cierto número de procedimientos que tienen por función conjurar los poderes y peligros, dominar el acontecimiento aleatorio y esquivar su pesada y temible materialidad» (Foucault, 1992: 5). Sin embargo, las prácticas no son necesariamente todas derivadas del discurso mítico, aunque a menudo lo necesitan para justificarse, sino también de los saberes técnico-instrumentales que permiten la supervivencia cotidiana, por ejemplo, en el caso de la producción de alimentos y, como en nuestro caso, de las prácticas médicas. Así pues, cualquier sociedad produce curadores, quienes pueden o no coincidir con las figuras chamánicas, que utilizan los saberes tradiciona-
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les de sus pueblos para curar los malestares físicos con soluciones de origen vegetal o animal, incluyendo las afecciones producidas por la viruela. Estas prácticas eran comunes entre los campesinos europeos y los pueblos indígenas americanos y, de hecho, en las colonias de ultramar, los intercambios y sincretismos de saberes y creencias fueron comunes. Como escribe Susana Ramírez Martín: «Durante el siglo xviii, la medicina americana no diferencia estos dos puntos de vista tradicional y científico, sino que los reúne. El sentido mágico envuelve métodos aparentemente racionales: masajes, baños, ventosas, cauterios, recursos quirúrgicos en el caso de fracturas o trepanaciones, el empleo de drogas...» (Ramírez Martín, 1999: 48). Esto vale sobre todo para los remedios vegetales que fueron apropiados por los «curadores» populares, los «intrusos» sanitarios y hasta los médicos universitarios, como en el caso del paico en Nueva Granada, que continuó usándose como remedio contra la viruela a lo largo del siglo xix (De León Mendoza et al., 2016: 143); o de la quina, febrífugo abundantemente utilizado por los indígenas andinos e integrado en la farmacopea española durante el siglo xviii, y empleada también en México en 1797 (Trejo Moreno, 2016: 79). De la farmacopea de origen vegetal en la Península hay que recordar, entre otros remedios, también el aceite de almendra y el jarabe de moras o granadas, según las indicaciones del jesuita Juan de Esteryneffer, para curar afecciones de garganta producidas por la fiebre durante el desarrollo de la infección de viruela (Gómez Tovar, 2002: 12-13); y la corteza de sauco, aconsejada por Josef María de la Paz Rodríguez en 1807, en su Explicación de la farmacopea española (Rodríguez, 1807: 140). No faltaban, ya en el campo médico, las abundantes sangrías y purgas como profilácticos capaces de reequilibrar el desorden de los humores y que terminaban por agravar el estado de los enfermos (Cook, 2004: 49). Todos estos remedios pueden considerarse paliativos o, en algunos casos, coadyuvantes sintomáticos, ya que la viruela continuaba haciendo estragos en una tercera parte de la población, mientras que los que sobrevivían podían considerarse favorecidos por la protección divina, por lo menos en el mundo cristiano. El cambio radical y resolutorio se gestó en el siglo xviii, aunque
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con atisbos anteriores de éxito entre las poblaciones que ponían en práctica un extraño conocimiento médico: inocular en una pequeña herida fragmentos pulverizados de las costras secas de las pústulas de los enfermos de viruela, que causarían una forma «benigna» de la enfermedad. La historia, más o menos matizada, del traspaso de esta práctica al mundo occidental es conocida: utilizada en Oriente desde hacía siglos, fue llevada hacia 1720 a Inglaterra por lady Mary Wortley Montagu, esposa del embajador inglés en Turquía, después de haber hecho inocular a su hijo por una mujer turca. Reconociendo su valor, los médicos Emmanuel Timoni y Hans Sloane la difundieron, aunque con algunas reacciones contrarias a su uso. En verdad, en Boston, el religioso Cotton Marther la aplicaba desde hacía más de una década, tras haber conocido su efecto por un esclavo africano que le había relatado que en su aldea era empleada corrientemente en los niños (Watts, 1977, p. 113), hecho conocido ya por La Condamine. En todo caso, mientras en Inglaterra y en España se discutía sobre el valor de la rara práctica médica, esta se difundía desde mitad del siglo xviii en América, incluyendo las colonias españolas. El rechazo parece haber sido sobre todo médico, ya que contradecía las teorías hipocráticas, pero también en parte popular, debido a que parecía ir contra el sentido común el hecho de que para curar se introdujera en el cuerpo de los sanos unas partículas de la misma enfermedad (Renán, 1992: 37-38). Intervenía también la creencia cristiana sobre la inviolabilidad de los cuerpos, «templos de Dios», según la tradición agustiniana, de la cual había derivado la resistencia a la disección de los cuerpos muertos y el retraso de la anatomía hasta el siglo xvi (Le Goff y Truong, 2005: 101); postura que Charles-Marie de La Condamine había impugnado en su cuadernillo de 1783, argumentando que la vida, derivada de Dios, debía ser preservada y si la inoculación favorecía este cometido, debía ser permitida (Caffarena Barcenilla, 2016: 3). Evidentemente, no se trataba solo de la teología cristiana, base de la oposición de los eclesiásticos, sino de la representación del cuerpo que de ella derivaba, directa o indirectamente: una sustancia interna podía salir del cuerpo, como en el caso de los flagelantes o de las sangrías, pero no entrar en él, como en el caso de las heridas que podían supurar por la in-
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troducción de sustancias contaminantes, y, de hecho, la inoculación no siempre funcionaba para prevenir la enfermedad, amén de que la persona inoculada podía contagiar a otros. En todo caso, mientras en Inglaterra y en España se discutía sobre el valor de esta práctica médica o de su admisibilidad, esta se difundía velozmente por los territorios americanos, por medio de médicos locales y, sobre todo, de los curanderos e «intrusos» sanitarios, quienes, a menudo contra los pareceres de los protomedicatos locales, ejercían más o menos públicamente la medicina (Amodio, 1997). A partir de estas experiencias con la inoculación y la comprensión de su mecanismo biológico, el médico experimental Edward Jenner descubrió que quienes habían sufrido la «enfermedad de las vacas» (cowpox) resultaban inmunes a la viruela: «El 14 de mayo de 1796, Jenner había efectuado la primera vacunación en un niño de ocho años llamado James Phipps, utilizando linfa tomada de las vesículas del dedo de una ordeñadora llamada Sara Nelmes. Y al cabo de algún tiempo se inoculó al niño la viruela humana, y la enfermedad no evolucionó» (Ramírez Martín, 1999: 115). Difundido el descubrimiento en 1802, con la publicación de su ensayo An inquiry into the causes and effects of the variolae vaccinae, la noticia se extendió por los círculos médicos de toda Europa y, aunque con rechazos, debates y aceptaciones entusiastas, el «pus vacuno» comenzó a circular por Europa y llegó también a las colonias americanas. Aunque los métodos de suministro del fluido extraído de las pústulas de una persona ya vacunada variaron, todos implicaban la inserción de algunas gotas debajo de la piel a través de una incisión realizada con una lanceta o una aguja. El problema mayor era el traslado del fluido, ya que en condiciones de precaria conservación este perdía sus propiedades, de ahí que el método adoptado para larga distancia fue la trasmisión de brazo a brazo (Ramírez Martín, 1999: 162 y 165). Una vez que las instituciones médicas españolas aprobaron definitivamente la vacuna de Jenner en 1803, esta comenzó a aplicarse en la Península, a la vez que se difundía también en Europa (Napoleón había mandado vacunar a sus soldados), y llegaba de manera más o menos azarosa también a algunas regiones americanas, a menudo ya con poca efectividad real. A raíz de
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varias solicitudes de ayuda del virrey de Nueva Granada en 1802 al rey, y presionado por las noticias de varios brotes de viruela en las otras colonias, particularmente en Lima, el Consejo de Indias aprobó en 1803 la difusión de datos en las colonias americanas y la organización de una expedición para llevar la vacuna a los territorios de ultramar (Ramírez Martín, 1999: 193-194). Así pues, resueltos los problemas organizativos y económicos, la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna se hizo a la mar en la corbeta María Pita el 30 de noviembre de 1803, con un grupo sanitario compuesto por dos médicos, dos prácticos y tres enfermeras coordinado por el médico Francisco Xavier Balmis, rumbo a la capitanía de Venezuela, donde se dividieron en varios grupos hacia el resto de las colonias españolas, y llegaron hasta Filipinas. El problema de trasladar el fluido, una vez comprobado que el mejor método era la transmisión de brazo a brazo, fue resuelto de manera un poco creativa por Balmis: embarcaron a veintidós niños huérfanos que no hubieran sufrido viruela, provenientes de la Casa de Desamparados de Madrid y de los hospitales de la Caridad de A Coruña y de Santiago, a quienes se les practicaría la vacunación cada diez días, de uno a uno, en una «cadena de frío» viva, como podríamos decir en la actualidad. Actores sin posibilidad de decisión, estos niños sufrieron la enfermedad y el papel que la historia les había atribuido como «lugar de experimento», cuerpos sin habla, como bien los podría definir la frase latina tardomedieval Faciamus experimentum in corpore vili («Hagamos un experimento en un cuerpo sin valor»), proferida por un médico milanés a mitad del siglo xvi, mientras experimentaba con un sodomita condenado a la hoguera. Nota final La Real Expedición Filantrópica de la Vacuna representaba algo nuevo en el horizonte médico y político europeo, que constituye una ruptura radical de la actitud institucional hacia la salud de los súbditos de la Corona. Hasta ese momento, las instituciones médicas tenían una función académica, como las universidades, y sobre todo la de controlar la actividad médica, como los protomedicatos, frente a la proliferación de «curanderos», activos en-
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tre el mundo médico y el mundo popular, con sus creencias y prácticas. La Expedición de la Vacuna, por el peligro epidémico que la viruela comportaba para toda la población, vuelve al Estado propositivo y actor de una acción sanitaria destinada a cambiar radicalmente la asistencia sanitaria, incluyendo también los hospitales, que de «lugares de la muerte» estaban ya por sí mismos evolucionando hacia «lugares de la salud». Hay una promesa de sanación que la Expedición lleva consigo, aunque la vacuna podía ser percibida como un acto milagroso o mágico (Ramírez Martín, 1999: 19), basada en un saber médico producido en un contexto sanitario más amplio, sobre todo el progresivo avance de la medicina clínica que se alejaba cada vez más de Hipócrates. Sobre esas sociedades y culturas médicas se había ido tejiendo, primero en Europa y después en el Nuevo Mundo, una red de ideas nuevas, ciertamente fundadas en la tradición médica del Occidente medieval, pero con un impulso novedoso que, intentando dejar atrás saberes populares y mitos, proponía una mirada nueva sobre el funcionamiento de los cuerpos y sus dolencias y, sobre todo, las causas de ellas, internas y externas, entre estas las del mal de aire o los miasmas que posteriormente dará origen a las teorías de los gérmenes y de los virus. Lo que más nos interesa aquí es que la idea misma de la variolización era una primera síntesis entre ideas tradicionales, originadas en gran parte fuera de Europa, y la nueva perspectiva investigativa que dio origen a la vacuna de Jenner: inyectar un fluido derivado de una variación de la enfermedad, la de las vacas, una vez observados sus efectos inmunizantes para quienes habían estado en contacto con ella. Sin embargo, su aplicación a la población implicaba un problema de aceptación de los expertos y de la gente, amén de que se trataba de una epidemia global, geográfica y social. Esto valía también para la peste bubónica de los siglos anteriores, cuando, sin embargo, no habían sido eficaces ni las soluciones populares ni las médicas. Así pues, las epidemias de viruela necesitaban una solución médica, la variolización y la vacuna, pero también un sistema sanitario articulado, una red de intercambio de saberes y, sobre todo, una voluntad política con una visión global de la enfermedad y una capacidad de elaborar una respuesta coherente con esa realidad. Lo nuevo implicaba un cam-
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bio radical tanto de la representación de la enfermedad como de las instituciones delegadas a estudiarlas y ofrecer el retorno de la salud de la población: «una medicina del espacio social», como diría Foucault (1986: 63). En este sentido: El saber médico moderno no solo tiene la función específica de restaurar la salud de los enfermos en la medida en que la eficacia de sus técnicas y procedimientos lo hace posible. También posee otros cometidos y es utilizado como elemento esencial en otros procesos cuyo objetivo es mantener la salud física y moral, no solo de un individuo concreto, sino de todo el cuerpo social. La medicina, al integrarse como saber básico en el poder biopolítico, proyectará el conocimiento de la salud y la enfermedad sobre el cuerpo social, tras haberlo adquirido mediante el estudio del cuerpo individual (Agis, 2015: 307).
Todas estas condiciones se desplegaron particularmente en el ámbito español, sobre todo considerando el ambiente bélico de las otras naciones europeas, no tanto para la variolización, que se extendió de manera espontánea, en una trasmisión de saberes entre lo oral y lo escrito escasamente institucionalizada, sino para la vacuna de Jenner; una respuesta médica evaluada con un nuevo sistema estadístico de control y, sobre todo, casi sin efectos secundarios. Solución médica y voluntad política no hubieran sido suficientes sin la existencia de dos redes interrelacionadas de instituciones: la administrativa, constituida por gobernaciones y alcaldías, y la médica, conformada por hospitales y protomedicatos. El espacio geográfico, social y político donde mejor se dieron estas condiciones fueron los territorios americanos, territorios históricos de experimentación de soluciones políticas, económicas y, sobre todo, de control social. Precisamente, el éxito final de la expedición de Balmis y los resultados médicos y sociales que produjo permiten reconocer, sin ninguna duda, el hercúleo esfuerzo que el Imperio español fue capaz de producir antes de su ocaso, contribuyendo a la creación, en las nuevas repúblicas americanas, de un sistema de salud derivado de las Juntas de Vacuna (Ramírez Martín, 2004), pilares de la continuación del esfuerzo organizativo generado por la Expedición de la Vacuna contra la viruela.
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Capítulo 17
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Rosa Ballester Añón Catedrática emérita de Historia de la Ciencia Universidad Miguel Hernández Un breve repaso de la bibliografía que ha generado la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna desde sus inicios permite, entre otros rasgos comunes, subrayar, en mayor o menor medida, la importancia de los niños a los que se rotula como «niños vacuníferos» o «niños de la vacuna», en esta empresa titánica. Ciertamente, además de su papel necesario para la consecución de los objetivos de la Expedición, es difícil para el historiador alejarse de la dimensión humana y del sentimiento de compasión cuando además conocemos los nombres y las edades de algunos de ellos y cuando los documentos nos muestran, no siempre de forma pormenorizada por la ausencia de más fuentes de las que disponemos, las condiciones de vida y el destino final de muchos de ellos. Una forma de acercamiento al tema requiere, en primer lugar, contextualizar lo que, para la ciencia y la práctica médicas del período inmediatamente anterior y coetáneo de la Expedición, significaban la salud y la enfermedad a estas edades de la vida, y más específicamente la enfermedad variolosa. Junto a ello, mostrar cuáles fueron las orientaciones científicas dominantes que guiaron las acciones preventivas y el porqué de la elección de los niños como portadores del pus vacunal. En segundo lugar, a la luz de la información disponible en la bibliografía, mostraremos una reconstrucción de los niños en y de la Expedición.
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El contexto: enfermedades infantiles y viruela en tiempos de Balmis y de la Expedición El período ilustrado marca los orígenes de la pediatría en sentido moderno y fue el punto de partida inmediato de la especialidad médica que tomará cuerpo a partir de la segunda mitad del siglo xix. La Ilustración supuso un cambio de mentalidad con respecto a la infancia en el sentido de una mayor sensibilidad hacia esas etapas de la vida y que la vida de los niños fuera importante frente al fatalismo tradicional («angelitos al cielo»), y que ese número elevadísimo de muertes infantiles se comenzara a considerar un escándalo y un drama para el futuro de las naciones. Lo cierto es que la filantropía, por un lado, y el pragmatismo, por otro, hicieron que la salud y la enfermedad de los niños se convirtieran en problemas centrales para la sociedad ilustrada. En este panorama, un enemigo terrible a batir por el gran número de vidas infantiles segadas por la enfermedad, requería de los profesionales sanitarios médicos y cirujanos la indagación sobre las causas que la producían: Las viruelas... traen su origen de la sangre menstrual, quiero decir, de las reliquias della, que han quedado en las porosidades de los miembros del niño, y [la] naturaleza despues deroborada, los expele para mundificar y limpiar todo el cuerpo.223
Las palabras anteriores proceden de la obra de Gerónimo Soriano, uno de los principales autores españoles de las monografías de tema pediátrico que, entre los siglos xv a xviii, se consideran como el antecedente necesario de lo que ya en el siglo xix, como hemos comentado, se institucionalizó como especialidad médica, la pediatría, con un cuerpo doctrinal propio y unos profesionales dedicados ex profeso a las enfermedades de estas etapas de la vida humana.224 Con escasas variaciones, las explicaciones procedentes de la doctrina humoral galénico-tradicional sobre la naturaleza del niño en estado de salud y enfermedad fueron la norma hasta bien entrado el período moderno.225 La salud era el resultado de la mezcla proporcionada de los cuatro humores canónicos (san-
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gre, bilis amarilla, bilis negra o melancolía, flema o pituita) y de sus cualidades (húmedo/frío, cálido/seco). Se consigue este equilibrio gracias a la acción del calor innato asentado en el corazón y el aporte alimenticio exterior. La tradición aristotélico-galénica consideraba al niño como una versión, todavía imperfecta, del hombre adulto por ser su complexión cálida y húmeda, lo que le hacía estar sujeto a la máxima corruptibilidad. Conforme iba creciendo, el calor persistía, pero la humedad, cuyo exceso era perjudicial, iba desapareciendo al llegar a la edad juvenil (solo en el caso de los niños varones, no en el de las niñas).226 En el contexto tradicional y en relación con la viruela, la obra de referencia clásica fue el tratado del médico árabe al-Rhazi, latinizado como Rhazes (860-932), De variolis et morbilis que, traducida al latín, circuló durante siglos por Europa. En este texto, la viruela se produciría como consecuencia de la sangre menstrual de la que se alimenta el niño en el período fetal; también de los aires emponzoñados que aparecen en tiempos de pestilencia.227 La enfermedad, entonces, se desarrollaba por la corrupción de uno de los humores de los que está compuesto el organismo, el humor melancolía o bilis negra. Sus causas, en primer lugar, la sangre menstrual «las reliquias della que han quedado en las porosidades de los miembros del niño y que la naturaleza las expele luego, para limpiar todo el cuerpo y que a veces no salen estos humores corrompidos [...] los que estando en el vientre de su madre, tuvo ella de su costumbre [...] por mamar leche de nodriza que come malos alimentos que corrompen su naturaleza», y finalmente, «también acaece salir viruelas en constituciones epidémicas».228 Esta última constelación causal va a ser discutida en el período moderno, pero, en general, es aceptada por los médicos.229 Las novedades aparecidas a partir de la segunda mitad del siglo xviii guardan relación con la nueva nosología inductiva y notativa apoyada en la experiencia que había lanzado Thomas Sydenham (1624-1689) dentro de las corrientes neohipocráticas. Se produjo un gran desarrollo del empirismo clínico que se tradujo, en el caso de las enfermedades de los niños, en un elevado número de contribuciones de tipo nosográfico (descripción de «nuevas» enfermedades) y semiográfico (métodos exploratorios
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diagnósticos). De hecho, muchas de las enfermedades infantiles fueron descritas por primera vez e individualizadas durante el siglo xviii (difteria, varicela, meningitis tuberculosa, malformaciones cardíacas congénitas, entre otras). En el caso de la viruela, estas orientaciones condujeron a un mejor conocimiento de la clínica que permitiera establecer, por un lado, un diagnóstico diferencial con otras enfermedades exantemáticas, sobre todo con el sarampión y, en segundo término, la delimitación y categorización de los síntomas: esenciales, concomitantes y accidentales.230 Las hipótesis causales no diferían en gran medida, de la tradición humoralista, pero se apuntan algunas nuevas interpretaciones. Por ejemplo, se discute, a favor y en contra, del origen de las viruelas. Frente a la idea de que «cada uno de nosotros lleva consigo el germen de las viruelas y que este germen, con el que nacemos, se desarrolla según la ocasión, siempre que no se haya extirpado y extinguido»,231 se argumenta en contra que, si fuera así, si cada uno de los niños que nacen llevaran consigo este «germen de las viruelas», prácticamente toda la humanidad la tendría desde Adán. Frente a ello, se considera que se trata de una enfermedad contagiosa, enfermedad que nos ha sido comunicada y que comunicamos nosotros, que infecta por medio del aire, del tacto y de las ropas. «Los árabes nos la trajeron en el siglo vii [...] los españoles las llevaron a América, los ingleses las condujeron, junto con otros azotes, a los pacíficos habitantes del mar del Sur.»232 Las viruelas se originarían por la existencia de algunos «productos» dotados de la capacidad de ocasionar la enfermedad, una noción cercana al concepto de miasma como emanaciones dañinas de suelos y aguas impuras. Una idea común en los textos es la visión constitucionalista que postulaba que la enfermedad en los niños respondía a una situación de distemperie, es decir, sería más frecuente en niños por poseer una constitución natural que les hace débiles y vulnerables, sobre todo en lo tocante a los nervios y al sistema cardiovascular que hace que la circulación sanguínea se enlentezca, que los vasos se dilaten y que, con todo ello, puedan infectarse más fácilmente con la «materia variolosa».233 No hay un marco teórico nuevo que explique la enfermedad (y mucho menos su etiología viral), pero sí que hay unas noveda-
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des en la nueva clínica y, sobre todo, en la prevención, bajo el paraguas común del empirismo. Y en el tema de la vacuna es en el que vemos aparecer a Balmis como un médico moderno. Frente a la dificultad de ir a la razón última, a la verdad con mayúsculas, de la acción de la vacuna: «nosotros conocemos la naturaleza por fuera, pero todavía no la hemos desentrañado internamente. Así pues, la experiencia nos ha demostrado que la vacuna preserva de la viruela y hemos de creer en este efecto maravilloso e incomprensible que se presenta a nuestra razón».234 El mundo de los sentidos, el mundo objetivo, se impone a las especulaciones. El saber médico siempre ha tenido una de sus fuentes en ese modo de adquirir conocimientos valiosos y conquistar prácticas útiles al cual solemos dar el nombre de «empirismo». Esto es, el hallazgo fortuito o planeado de realidades nuevas, sin que su descubridor —en un primer momento al menos— haya intentado interpretarlos con un objetivo racional o teorético. Pero, en el momento en el que vive Balmis, de esa fuente procederá buena parte del saber y el quehacer de los médicos, y a la conquista empírica del mundo van a entregarse no pocos de los mejores prácticos de la medicina europea: primero con ánimo de aventura y luego de manera metódica y racionalizada, mediante el empleo de reglas capaces de ordenar, con un fin determinado, aun sin interpretarlos teóricamente, los hechos descubiertos a favor de la pura experiencia: Que no os pare el no entender el misterio de cómo una sola gota de fluido vacunal introducida por debajo (de la piel) en la epidermis [...] pueda ocasionar un fenómeno tan grande e inesperado como el de liberarnos para siempre del flagelo de la viruela, porque tampoco sabemos cómo se producen otros fenómenos que admiramos en el cuerpo humano de la certeza de los cuales no hay duda aunque no sea más trasparente el velo que los oculta y de esta manera contribuiremos a perfeccionar la gran obra, por tantos sabios apoyada, de llevar a todos los puntos del globo la persecución del agente varioloso hasta su extinción y que nuestros nietos no lo conozcan sino por la historia de sus estragos.235
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A la hora de poner en práctica estas ideas, lo importante no son las disquisiciones teóricas sobre el mecanismo de acción de la vacuna, sino recoger datos y experiencias. Estamos muy lejos del desarrollo de la microbiología, de la virología y de la inmunidad. Pero la vacuna salvó muchas vidas. Lo cierto es que, debido a todas estas corrientes, se dejan de lado ya las interpretaciones humoralistas y los conceptos como la «fragilidad natural» de los niños, por su especial complexión, sustituyéndose por otros esquemas que subrayan la excitabilidad del organismo infantil, la importancia extraordinaria del sistema nervioso y su fácil irritabilidad y, sobre todo, la peculiaridad de la respuesta generalizada frente a cualquier proceso morboso local, a veces mínimo (trastornos digestivos, dentición) debido a la cerrada «simpatía» existente entre las diversas partes del cuerpo a través del sistema nervioso. Con pequeñas variantes, estos son los tópicos presentes en las obras pediátricas del siglo xviii e inicios del xix que, en las escasas y pioneras historias clínicas, comenzaron a introducir el resultado de las autopsias, práctica que, pocos años más tarde, dará lugar a una de las primeras bases objetivas para poder interpretar las señales y las peculiaridades morfopatológicas objetivas de las enfermedades en la Escuela Anatomoclínica de París.236 Y también de forma muy rudimentaria y escasa, la contribución de la naciente química, como por ejemplo hace Moreau al aplicar el análisis químico al fluido vacunal usando el alcohol, o el nitrato de plata, y observando cómo actúan sobre dicho fluido, llegando a la conclusión de que «el resultado de estos experimentos es que ese humor se compone de agua y albúmina, cuyas proporciones ignoramos».237 Otro importante rasgo de modernidad, como muy acertadamente subrayó Olagüe,238 fue la cuantificación y verificación estadísticas de los datos de las vacunaciones a través de ensayos clínicos con el uso de grupos de control sometidos a viruelas naturales y los vacunados, que llevan a cabo dos clásicos de este tema y pioneros de este método: los médicos ingleses William Woodville (1752-1805) y George Pearson (1751-1820). Y, sin duda, tal y como tuvo ocasión de estudiar Tuells,239 completando trabajos anteriores de Olagüe y Astrain, que acabamos de citar, los «Papeles» del in-
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forme inédito de Ignacio María Ruiz de Luzuriaga (1763-1822) en un texto dedicado «A los niños» constituye un intento de recopilación exhaustiva de todos los conocimientos existentes en ese momento sobre el método vacunal, con la inclusión de datos estadísticos sobre el cómputo de vacunados. En suma, en el día a día de la práctica habitual, la experiencia y el atenimiento al método inductivo moderno y a una medicina basada en la observación clínica y en la experimentación debieron ser la regla. Este programa, profundamente ecléctico, reunía elementos procedentes de varias tendencias, asimilando lo más aprovechable de cada una de ellas. Los niños comienzan a ser considerados como objeto de conocimiento científico y eso fue especialmente relevante en el caso de los niños expósitos, tan importantes en la Expedición. La situación en las inclusas del siglo xviii es abordada de forma monográfica en uno de los capítulos de este libro. Aquí nos referimos sucintamente a estos niños desde esta perspectiva. El expósito como víctima y el expósito como paciente van indisolublemente unidos: tratadistas médicos y autores ajenos a la medicina no dejan de subrayarlo. La especial relación que se produce entre médicos y niños enfermos está marcada por la compasión, sentimiento que en el caso de la infancia abandonada es todavía más acentuado. Para los médicos constituía todo un reto, una de las fronteras que la enfermedad ponía al arte de los galenos. En definitiva, la exposición no era solo un tremendo problema social, también lo era médico. Las condiciones de los hospicios fueron un motivo más para la medicalización de la actividad del cuidado de los niños. Estas instituciones, donde docenas de niños enfermaban y morían, eran una excelente oportunidad para aprender clínica infantil, para observar las patologías más variadas, probar remedios y desarrollar nuevas técnicas. Como han señalado los estudiosos del tema, podría darse la paradoja de que estos lugares, acusados con mucha razón de ser ellos mismos parte del problema, desempeñaran un papel positivo en el posterior desarrollo de la actividad pediátrica, ciertamente a costa de un elevadísimo precio. No son pocos los ejemplos en el mundo europeo de transformación de un hospicio o una casa de misericordia, en un hospital pediátrico. Las huellas de la nueva medicina para los niños que estaba
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gestándose sobre todo en la Francia del siglo xviii iban calando hondo en los escritos de los médicos-autores de libros sobre infancia abandonada.240 La vacunación antivariólica era utilizada en los niños expósitos como una contribución de los mismos al progreso de la ciencia, lo que añadía utilidad a sus vidas. El ejemplo paradigmático fueron los niños que partieron desde la inclusa de A Coruña en la Expedición de Balmis. En la polémica desatada en torno a la vacuna también terciaron los responsables de las inclusas y no siempre hubo una concordancia de puntos de vista entre ellos mismos. Por ejemplo, parece ser que en principio se pensó que alguno de los niños expósitos del viaje de Balmis proviniera de la inclusa madrileña, estando de acuerdo los médicos. Pero como indicó hace unos años Paula Demerson,241 la actitud de la Junta de Damas del hospicio madrileño, que dirigía la marcha de la institución, se mostró contraria con un criterio distinto al de los médicos, considerando que los peligros que acarreaba el viaje no podían compensar la hazaña filantrópica de Balmis y Salvany, cuando el bien que a los niños se les reportaba era prácticamente nulo. Es importante señalar el magnífico trabajo realizado en la inclusa madrileña por esta Junta de Damas que dirigió la condesa de Montijo. Con su dedicación a los niños abandonados, ayudaron mucho a mejorar sus condiciones de vida. Susana Ramírez242 ha exhumado una serie de interesantísimos documentos que el médico cubano Tomás Romay y Chacón, una de las figuras centrales, como veremos, de la introducción de la vacuna en América, remitieron a la inclusa madrileña y que podrían servir como guía de actuación para las actividades llevadas a cabo en los locales del establecimiento madrileño, sobre todo teniendo en cuenta la propia experiencia de Romay como médico de un establecimiento benéfico cubano donde también se recogían niños abandonados. Los niños en y de la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna La extensa bibliografía que la Expedición ha generado, tanto en los trabajos historiográficos profesionales como en la literatura
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de creación, los artículos de divulgación científica y el material audiovisual, tienen, en mayor o menor medida, a los niños como protagonistas, como pequeños héroes. Refiriéndonos exclusivamente a los primeros, Balaguer y Ballester243 se ocuparon del tema y los trabajos de Ramírez,244 Tuells y Duro,245 incluyen, además, una relación pormenorizada de fuentes de archivo y de referencias secundarias muy completas y actualizadas, que nos permiten tener una visión de conjunto bastante precisa en lo tocante a los perfiles de los niños que partieron de A Coruña, y los que lo hicieron desde Nueva España, aunque la magnitud de la empresa probablemente nos permitirá quizá, en investigaciones posteriores, conocer mejor las identidades y características de otros infantes anónimos que participaron en la misma. La elección de la Junta de Cirujanos de la Corte del proyecto de Balmis, frente a otras opciones como la del cirujano guatemalteco J.F. Flores (1751-1814), se debió, entre otros motivos, a la técnica de propagación de la vacuna mediante pases de brazo a brazo del fluido vacunal en niños, un procedimiento que ya había recomendado el propio Jenner y que también es citado por vacunadores como Piguillem, Moreau, y que el propio Balmis comenta en el prólogo al tratado de este autor francés:246 Como el humor o fluido vacuno no puede trasladarse a grandes distancias sino por los medios de empaparlo en hilas, de impregnarlo en las puntas de las lancetas o agujas que han de servir para la operación y colocarla entre dos láminas de vidrio es muy contingente que, secándose, degenere y ocasione la falsa vacuna. Para obviar ese error tan considerable y conseguir la verdadera vacuna, es necesario extraer el fluido en su debida sazón del grado de un vacunado que es lo que se llama vacunar brazo a brazo.
Los niños vacuníferos fueron piezas clave en el proyecto balmisiano puesto que, sin su participación, con la transmisión del fluido vacunal brazo a brazo, la empresa era inviable y por ello estuvieron en todas y cada una de las etapas del viaje. Como condición se necesitaba que estuvieran sanos y que no hubieran padecido las viruelas naturales ni las inoculadas. La utilización de niños de forma preferente se debía sobre todo a la posibilidad de conocer
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más fácilmente que no hubieran contraído la enfermedad u otro tipo de patología como la sífilis. Para lograr mayor efectividad, por si la vacuna no actuaba en un niño, se inoculaban a la vez dos de ellos, a los que se efectuaban varias punciones con objeto de tener un mayor número de granos vacunales de los cuales extraer el fluido. Pasados unos 10-12 días, se formaba un grano maduro, una pústula de la que se podía extraer el fluido para vacunar a los siguientes dos niños de la cadena vacunal. De perfiles variados: en cuanto a su procedencia geográfica conocemos bien a los que fueron seleccionados en los inicios por el propio Balmis: los seis procedentes de la Casa de Desamparados de Madrid que marcharon a Coruña, los pertenecientes al Hospital de la Caridad de dicha ciudad y de la inclusa del Real Hospital de Santiago. Finalmente, bajo el cuidado de una mujer singular, Isabel Zendal, la rectora de la casa de expósitos de A Coruña, fueron veintidós niños los que partieron el 30 de noviembre de 1803 de A Coruña. Una detallada relación de los nombres propios, institución de procedencia y edades puede ser consultada en varios de los estudios históricos citados y en trabajos anteriores que resultan allí reseñados.247 Un rasgo común, su vulnerabilidad, no solo debido a la edad (entre tres y nueve años) sino a su condición social, expósitos en algunos casos, o procedentes de familias en situación de pobreza. La primera etapa de la Expedición fue la isla canaria de Santa Cruz de Tenerife, núcleo de operaciones donde se desarrolló con gran éxito, se vacunaron niños procedentes de todo el archipiélago y la intervención de las autoridades civiles y eclesiásticas instando a las madres a llevar sus hijos a vacunar fue la norma.248 La contrapartida fue la escala en la isla de Puerto Rico, con el enfrentamiento del director de la Expedición con el médico Francisco Oller a quien apoyó el propio gobernador, con la polémica de la verdadera y la falsa vacuna, que tuvo como resultado final que no pudieran embarcar el número de niños que figuraban en los planes de Balmis rumbo a Venezuela, lo cual hizo peligrar la empresa249 hasta el punto de que «llegó a verse en gran dificultad al hallarse sobre una costa desconocida con un solo niño con vacuna y esta en sazón de ser empleada en el mismo día».250 Todo ello hizo que el navío cambiara de rumbo y en lugar
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de atracar en La Guayra, lo hiciera en Puerto Cabello, en la capitanía de Venezuela. Allí se pudo solucionar el problema mediante la vacunación de veintiocho niños, hijos de próceres locales. Más tarde, en Caracas, donde el recibimiento fue muy positivo y donde se creó la primera Junta de Vacuna del continente americano,251 el 6 de mayo de 2004 ya se habían vacunado 12 000 personas. El primero en recibirla fue un niño de dos años, Luis Blanco.252 Tras la división de la Expedición el 8 de mayo de 1804, las dos rutas americanas, septentrional y meridional, dirigidas por Balmis y Josep Salvany, respectivamente, prosiguieron la empresa que, en el caso del primero, rumbo a La Habana, incluyó a los veintidós niños gallegos y a Isabel Zendal, mientras que la de Salvany incorporaba a cuatro niños nuevos. En el caso de la subexpedición de Balmis, es bien conocido el episodio de la isla caribeña, donde la vacuna ya estaba perfectamente establecida con anterioridad a la llegada de los expedicionarios, y donde se le deniega a Balmis el aporte de cuatro niños que pudieran llevar la vacuna a Nueva España, que se resolvió mediante la aportación de un joven «tamborcito» del regimiento de Cuba y de la compra de tres esclavas negras.253 Una vez solucionado el problema, el trayecto seguido por la subexpedición de Balmis llega al puerto de Sisal y de allí a Mérida, donde se inicia la vacunación a la vez que se comisiona al practicante Francisco Pastor para que comunique la vacuna a la capitanía general de Guatemala. La experiencia en la capital novohispana tuvo tintes negativos, en gran medida por el enfrentamiento con el virrey José de Iturrigaray, que puso todas las trabas posibles para evitar que los expedicionarios cumplieran la misión, aunque se ha señalado también la necesidad de entender esta actitud en el contexto.254 Aun así, comenzaron allí las vacunaciones. Los niños galleguitos quedaron bajo la tutela del obispo de Puebla y del virrey.255 Abandonando México, se va a propagar la vacuna, por espacio de tres meses, en Puebla de los Ángeles (donde se vacunó a un número considerable de niños) y otros lugares novohispanos. No fue sencillo reclutar niños para proseguir la expedición dada la experiencia del trato inadecuado que se estaba dando a los niños
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gallegos. A este respecto, son muy significativas las quejas que eleva Balmis con tonos dramáticos al señalar que, por orden del virrey, los niños fueron alojados en el hospicio en la capital novohispana en unas condiciones que dejaban mucho que desear y que podemos ver reproducidas en toda su amplitud en estudios recientes, así como el modo de reclutar los niños, que en unas ciudades se hizo a cambio de dinero, en otras gracias a la participación de las autoridades civiles y siempre bajo el amparo de la Corona. Finalmente, junto al hijo de la rectora, se reunió un total de 26 niños que, procedentes de uno u otro lugar, se encontraron el 17 de enero de 1805 en la ciudad de México. Tuells y Duro los identifican en una tabla muy útil, basada en datos de Díaz de Yraola; señalan, además, una frase recogida por Fernández del Castillo sobre el lamento de Balmis por el carácter desconfiado de los padres y su interés pecuniario, que primaba sobre «la gran recompensa que el rey ofrecía por mantenerlos y tomarlos después hasta la edad de darle acomodo».256 Desde Acapulco, «con cinco individuos de la expedición, la Rectora de la Casa de Expósitos y 26 párvulos, con rangos de edad de 4 a 6 años (excepto uno, con 14 años), embarcaron en la nao San Fernando de Magallanes, con destino a Filipinas, el 7 de febrero de 1805 donde arribaron a la ciudad de Manila el 15 de abril».257 Un modo de dar personalidad propia y visibilidad a la Expedición fue el vestuario escogido por el propio Balmis, una suerte de uniforme en el que no faltaba detalle, y que llevaba bordado un escudo con la inscripción «sirvo a la serenísima de Asturias única en su Albergue» dedicado a la reina.258 Las penalidades del viaje para los propios niños, sobre las que el director se lamentó una vez más, hicieron peligrar en algún momento la empresa. Las vacunaciones se iniciaron al día siguiente de la llegada y en cuanto a la logística, fue radial, del núcleo a la periferia comenzando por los cinco hijos de la familia del gobernador y progresivamente en todo el archipiélago.259 Esto último no lo efectuó Balmis sino su ayudante, Antonio Gutiérrez Robredo, quien se encargó también de devolver a los niños mexicanos a sus familias en Acapulco, quedando a cargo del erario público su manutención, ropa y educación con lo que el objetivo parecía cumplido, eso sí con no pocos sufrimientos de los infantes, como
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en testimonio de uno de los padres, queda reflejado en los documentos.260 Aquejado por problemas de salud, Balmis decidió volver a España aprovechando la ruta portuguesa desde Macao hasta Lisboa, atravesando el Índico y rodeando el cabo de Buena Esperanza. Sabiendo además que la vacuna no había llegado aún a China, partió hacia Macao el 3 de septiembre con la intención de inmunizar en aquella región. Le acompañó en esta nueva misión su sobrino Francisco Pastor y tres niños filipinos, quienes regresarían posteriormente a Manila. El perfil y el número de niños que acompañaron en sus distintas etapas a la subexpedición de Salvany, llena de penurias, son mucho menos conocidos. A los cuatro con los que partió rumbo a Nueva Granada, sabemos que en Cartagena hasta Santa Fe, participaron diez niños, así como otros muchos que, en las diferentes incursiones y trayectos, se fueron incorporando.261 Reflexión final El análisis desde diversas perspectivas de los niños como unos de los protagonistas centrales de la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna nos muestra un panorama en el que hemos querido subrayar la modernidad de la empresa en cuanto a sus planteamientos, desde la ciencia médica más puntera en aquellos momentos, en torno al conocimiento y abordaje de la naturaleza del niño en estado de salud y enfermedad, que le otorgan un papel activo en el proceso vacunal sobre una base empírica preludio y ya realidad de la ciencia moderna. Y, sin duda, la visión del niño como precioso objeto de saber científico, que permitía estudiar las claves para entender mejor la salud y enfermedad de los adultos. Por otro lado, modernidad en los albores de una prevención de la enfermedad a nivel colectivo, que superaba los esquemas de las estrategias preventivas a nivel individual y que desembocará, junto a otros acontecimientos, en el desarrollo maduro de la salud pública contemporánea. El panorama global que se nos muestra con la participación de los centenares, miles de niños que al final estuvieron involucrados en el periplo vacunal, pone de manifiesto una doble faz jánica po-
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sitiva y negativa de la condición humana, mejor dicho, la de los personajes adultos que tuvieron directa o indirectamente la tarea de atender a esos niños. En los documentos encontramos compasión, sentido de responsabilidad y de justicia para los más vulnerables —muy en la línea de la sensibilidad prerromántica y de los ideales humanísticos de ese período— en el propio Balmis y probablemente en todos los miembros de la Expedición, y fuera de ella en algunas autoridades civiles y eclesiásticas. En el caso de los expedicionarios, resaltar, muy en particular a la propia rectora, la cual, según el testimonio del propio director —que era parco en halagos, por otro lado—, mostraba una actitud típica y tópicamente maternal, pero, como indica Balmis, a ello iban unidos «con ánimo varonil» competencia, trabajo intenso y sentido práctico para resolver los problemas concretos que iban surgiendo. La otra cara de la moneda fueron, por un lado, las penalidades y sufrimientos en las distintas etapas del viaje, relatados, en algunos casos con todo lujo de detalles, en los documentos e informes de Balmis y otros complementarios, que no solo se debieron a las complejísimas circunstancias que un viaje de este tipo entrañaba, sino a actitudes egoístas y poco acordes con los principios que la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, que la Asamblea Constituyente francesa acababa de proclamar. Los incumplimientos de las autoridades españolas y de algunas de las de las colonias sobre el modo como debían ser tratados en cuanto a alojamiento y manutención los niños durante el trayecto, y lo que con posterioridad debía hacerse con ellos, a cargo del erario público, fueron, en gran medida, la norma. Y la realidad del destino final de los niños expedicionarios, de los cuales conocemos algunos pequeños rasgos de sus trayectorias biográficas posteriores a la Expedición. Como es bien sabido, a diferencia de lo que sucedió con los niños mexicanos y filipinos, que fueron devueltos a sus lugares de origen y familias, aunque las promesas de ayudas no se cumplieron, ninguno de los que partieron del puerto gallego volvió a España, permaneciendo ingresados en el hospicio de pobres de la ciudad de México en condiciones poco adecuadas. Fueron a caer en saco roto las palabras que Balmis le dirigió al ministro de Gracia y Justicia, José Caballero en los inicios de la empresa:
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En cuanto al destino de los niños españoles a su arribo a América y concluidas sus vacunaciones, me parece más preferible regresarles a España en el primer buque que se presente de la Real Armada y podrán ser más felices si la piedad del rey les señala cinco o seis reales diarios hasta que lleguen a ser aptos para ser empleados, que no el dejarlos en América al cuidado de los virreyes para que les facilite su educación y mantenimiento a expensas de S. M., porque además de costarle cuatro veces más no lograrían jamás buena educación, en unos países tan abundantes de vicios y en donde la incauta juventud se pierde con mucha facilidad.262
Hay que decir que, tras su regreso a España, Balmis no dejó de insistir y de denunciar los incumplimientos de las anteriores órdenes concernientes a los niños empleados en la Expedición, solicitando «que se extraigan del hospicio de pobres de la ciudad de México a los que fueron del reino de Galicia, confundiéndolos en la miseria y asquerosidad de los mendigos, y ocupando a los de mayor edad en concurrir alumbrando en los entierros». Años después, comprueba que en el hospicio «solo restan cuatro, y los demás han sido extraídos por personas que se han hecho cargo de su educación y subsistencia», pero insiste en conocer su paradero solicitando a la Real Audiencia «le pase relación circunstanciada del paradero de los jóvenes extraídos con expresión de los sujetos en cuyo poder están, trato y educación que se le da, y que se les proporcione una ocupación, carrera o destino según los talentos, cuya gracia y protección sea extensiva a todos los niños que de este virreinato fueron a Filipinas».263 Balmis no recibió contestación. Cuatro de los niños expedicionarios fallecieron durante la Expedición. Sus nombres: Tomás y Juan Antonio, procedentes de Galicia, y otros dos mexicanos, Juan Nepomuceno y Félix Barraza. Las palabras de Godoy en sus Memorias:264 «Cada uno de estos niños y los que después fueron tomados en el largo curso y las varias reparticiones de esta vasta empresa y fueron adoptados por la piedad de Carlos IV como hijos especiales de la Patria, quedando a cargo del gobierno su mantenimiento y enseñanza, hasta ponerlos en estado conveniente», reflejaban una utopía
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que no se llegó a realizar. Las convulsas circunstancias políticas y sociales del país tampoco ayudaron a ello. La vacunación contra la viruela se planteó en la Europa del siglo xviii e inicios del xix como uno de los pocos procedimientos eficaces para luchar contra la mortalidad infantil, el primero desde el punto de vista de la medicina preventiva y de las nuevas corrientes científicas. El Siglo de las Luces que acababa de terminar había hecho visible el problema de la infancia desvalida, pero las políticas de protección social y la lucha contra la pobreza y las desigualdades no habían hecho más que empezar.
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Capítulo 18
LA MUJER EN EL DESARROLLO DE LA REAL EXPEDICIÓN FILANTRÓPICA DE LA VACUNA
M. Pilar Farjas Abadía Preventivista Asociación Isabel Zendal A Coruña
Presencia de la mujer en las expediciones científicas. Las mujeres y el mar Todos los que desde distintas ciencias y circunstancias nos hemos aproximado al conocimiento de la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna (REFV) y a sus actores nos hemos visto impresionados por la trascendencia, la magnitud, los componentes de filantropía, el interés por divulgar y difundir los nuevos conocimientos... que la caracterizaron. Pero especialmente por lo excepcional, en el momento y lugar, de sus protagonistas: un virus mortal, un descubrimiento científico, una campaña de vacunación pública, unos médicos y enfermeros excepcionales, unos niños como viales de conservación y transporte de la vacuna, un barco con nombre de mujer... y una mujer: Isabel Zendal Gómez. Excepcional, sin duda. Pero como todas las historias humanas, su comienzo es en realidad una continuación de hechos anteriores y se ve proyectado al futuro por más agentes e iniciativas. También la figura, excepcional, lo veremos, de una mujer en la REFV engarza en la realidad de la presencia de la mujer en la historia de la lucha contra la viruela. Podemos resaltar la tarea de lady Mary Wortley Montagu, esposa del embajador inglés en Constantinopla, conocedora en esta ciudad de la práctica de la variolización como
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mecanismo de inmunización y gran difusora de la inoculación en la Europa del siglo xviii (González Guitián, 1996: 17; Rathbone, 1996: 1566). También fueron mujeres las ordeñadoras en las que Edward Jenner pudo ver las lesiones cutáneas que les producían en las manos el cowpox de las vacas que ordeñaban, observación empírica que le llevó al descubrimiento de la primera vacuna de la historia humana. La Expedición embarca en un buque con nombre de mujer: la corbeta María Pita; los primeros manuales de la vacuna van dirigidos a las madres, como responsables de mantener la salud de los hijos... y así la traducción que Francisco Xavier de Balmis realizó y llevó a las Américas del Tratado Histórico y Práctico de la Vacuna de J. L. Moreau de la Sarthe, la dedicó «a las madres de familia». En ese continuum de mujeres que emergen del anonimato en la historia y en la ciencia, podemos acercarnos a conocer cuál fue la participación de las mujeres en rutas, descubrimientos y expediciones marítimas. Debido a las duras condiciones de navegación y, en parte, a las continuas supersticiones sobre las mujeres en el mar, eran pocas las que vivían a bordo de los buques de forma permanente. En España, durante la conquista de América, las mujeres viajaron con sus maridos o con autorizaciones especiales en el proceso de conquista y creación de nuevas poblaciones. Destaca entre ellas la conocida como «monja alférez», Catalina de Erauso y Pérez de Galarraga, nacida en San Sebastián en 1585 (según su autobiografía) o 1592 (según su partida de bautismo) y fallecida en Cotaxtla, cerca de Orizaba, Nueva España, en 1650. Fue monja, militar y escritora. Su padre, militar, la metió en el convento de los Dominicos a los cuatro años de edad, hasta que a los quince se escapó, se cortó el pelo y se disfrazó de hombre. Era la noche de San José del año 1600. Así comenzó una vida legendaria, trabajando de paje, grumete, viajes por las Américas, y hacia España, altercados y aventuras, hasta que en 1630 se asentó en Orizaba finalizando una vida legendaria (Mendieta, 2010; García, 2015: 63-80). Contemporánea de ese siglo de descubrimientos, destaca Isabel Barreto, esposa del adelantado Álvaro de Mendaña, que fue el descubridor de las islas Salomón y de las islas Marquesas.
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Isabel Barreto nació en Lima en 1567, hija de Nuño Rodríguez Barreto y Mariana de Castro, miembro de una familia de diez hermanos con los que vivió hasta que en 1585 contrajo matrimonio con Álvaro de Mendaña. Isabel Barreto embarcó con su marido en la expedición desde Perú al Pacífico para descubrir y crear un asentamiento en las islas Salomón. Durante la travesía, en la isla de Santa Cruz, falleció su esposo y el hermano de este, Lorenzo. Ella asumió los cargos de almiranta, adelantada y gobernadora, y con la ayuda del piloto mayor, Quirós, consiguió mantener el viaje hasta llegar a Manila. Tres meses de navegación, altercados y conflictos con la tripulación, que supo liderar y dirigir superando las conspiraciones en su contra. De toda la historia de la Armada española, Isabel Barreto fue la primera y única mujer almirante. Cuando murió había cruzado dos veces en barco el océano Pacífico (Sanz de Bremond y Mayáns, 2019: 113-152). En el siglo xviii encontramos a la primera soldado enrolada en la Marina española: Ana María de Soto y Alhama. Nació en Aguilar de la Frontera en agosto de 1775, y antes de cumplir los dieciocho años huyó de su casa, y como siglo y medio antes hiciera Catalina de Erauso, se vistió de hombre y con el nombre de Antonio se embarcó en la sexta compañía del batallón de marina número once. En 1794, después de superar el período de prueba sin que nadie se diera cuenta de su verdadero sexo, embarcó en la fragata Mercedes y luchó en la guerra contra la Convención Francesa. También participó en la batalla naval de Cabo San Vicente, el 14 de febrero de 1797, sangriento enfrentamiento en el que la escuadra española, al mando del teniente general José de Córdova, luchó contra otra británica bajo las órdenes del vicealmirante John Jervis. Después se embarcó con la guarnición de la fragata Matilde y participó en los combates de Bañuls y Rosas, y en la defensa de Cádiz. Cuando sus superiores se enteraron del engaño ordenaron su desembarco inmediato el 7 de julio de 1798. Se licenció, a petición propia, el 1 de agosto. No obstante, dados sus méritos, como reconocimiento a su participación en las distintas batallas, disciplina y conducta, el rey Carlos IV le concedió una pensión vitalicia de dos reales diarios complementada más tarde con una licencia de estanco en Montilla, donde vivió junto a sus padres y murió en el año 1833 (Solá Bartina, 2018: 655-664).
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También a principios del siglo xviii descubrimos en Europa a otras mujeres aventureras, como Mary Anne Talbot, Anne Bonny y Mary Read, que se unieron a las tripulaciones de los barcos disfrazadas de hombre (Vencel, 2018: 11). Supuestamente hija ilegítima de un noble, Talbot se unió al ejército inglés haciéndose pasar por un lacayo llamado John Taylor, y después a la marina cuando su oficial al mando fue asesinado. Los registros navales muestran que Taylor se unió al HMS Brunswick en Portsmouth, Inglaterra, y resultó herida en la pierna durante la batalla del Glorioso Primero de junio de 1794. En 1804, Talbot publicó un libro sobre su vida en la marina, pero terminó en la prisión de deudores y murió a la edad de treinta años (The Mariners’ Museum, 2020). Anne Bonny (nombre original Anne Cormac), muy conocida también como Boon (nació en County Cork, Irlanda, el 8 de marzo de 1698 y falleció el 25 de abril de 1782), ha pasado a la historia como una de las mujeres piratas más famosas. Legendaria pirata irlandesa en el mar del Caribe a principios del siglo xviii, operaba con Mary Read y juntas fueron juzgadas y declaradas culpables. Lo que conocemos de estas mujeres navegantes es gracias a la obra del capitán Charles Johnson sobre la piratería durante aquellos años, y autor de la Historia General de los Robos y Asesinatos de los Más Famosos Piratas en el año 1724. Mary Read (Patten de casada) estaba recién casada y apenas había pasado de la adolescencia cuando partió con su esposo, Joshua, en el barco Neptune’s Car, con destino a California. Durante el viaje, Joshua le enseñó a Mary navegación, meteorología, cuerdas y velas, estiba de carga y muchas otras tareas del barco. Durante la travesía, el primer oficial fue sorprendido durmiendo de servicio y fue encerrado con grilletes. El segundo oficial, el señor Hare, tenía pocos conocimientos de navegación, y el capitán Patten se hizo cargo de la mayoría de las guardias para mantener el rumbo del barco hasta que enfermó por la tensión. El ex primer oficial organizó un motín, pero Mary se enfrentó a los marineros, convenciéndolos de que podía navegar y llevarlos a California a tiempo. Cuando llegaron a Golden Gate Bay, California, Mary personalmente tomó el timón y condujo el barco hasta el puerto, entregando la carga intacta a los propietarios. El
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viaje duró 136 días. El hospital de King’s Point Academy en Nueva York lleva su nombre (Mary Read, Wikipedia, 2021). Aproximándonos a los periplos de las expediciones científicas nos encontramos con Jeanne Baret, botánica y exploradora francesa que en 1766 se convirtió en la primera mujer en dar la vuelta al mundo. Jeanne Baret se sumó con Philibert Commerson a la expedición del explorador francés Bougainville. En ese momento estaba totalmente prohibido que las mujeres se embarcasen en la Armada francesa, por lo que tuvo que hacerse pasar por hombre. Jeanne navegó en calidad de experto botánico y ayudante del naturalista Commerson en el buque Étoile hasta las islas Mauricio, donde se descubrió que era una mujer y tuvo que abandonar la expedición. Se quedó en la isla, donde consiguió trabajo y se casó con un oficial del ejército francés con el cual pudo regresar a Francia y completar la circunnavegación entera del mundo. Jeanne Baret fue la primera mujer en conseguirlo (Jeanne Baret, Wikipedia, 2021; Ridley, 2010). Durante las guerras napoleónicas, las esposas comenzaron a acompañar a sus maridos a bordo de los buques de guerra. Como no tenían permiso para bajar a tierra, algunos capitanes permitían que las esposas compartieran las hamacas y las raciones de sus maridos y, en muchos casos, estas mujeres desempeñaron importantes funciones en la batalla. A medida que avanzó el siglo, los capitanes comerciantes y balleneros comenzaron a llevar a sus esposas con ellos para realizar largos viajes, convencidos de que el valor de su mutua compañía superaba los peligros de la vida en el mar, pero no es hasta mediados del siglo xix cuando la presencia de la mujer se hace evidente en los viajes (Huguet, 2019: 5-6; Cano, 2021). En este contexto de presencia de mujeres en viajes, descubrimientos y expediciones, como consortes o haciéndose pasar por varones, cobra especial relevancia la figura de Isabel Zendal Gómez, primera y única mujer participante en una expedición científica en calidad de miembro integrante de la misma, con la consideración de enfermera, y por tanto con identidad, rol y responsabilidades propias (Ramírez, 2021). Dando un enorme salto en el tiempo me tomo la licencia de finalizar esta aproximación a vista de pájaro sobre la presencia de la mujer en
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la navegación, en las rutas marítimas y en la ciencia del mar poniendo nombre a otra mujer gallega, investigadora y apasionada del mar: Ángeles Alvariño González, oceanógrafa, zoóloga y profesora nacida en Serantes (Ferrol, A Coruña) el 3 de octubre de 1916 y fallecida en La Jolla (California, Estados Unidos) el 29 de mayo de 2005. También ella, como Isabel Zendal Gómez, fue una mujer extraordinaria y única: está considerada la científica gallega más importante de la historia y es la única científica española que aparece en la Encyclopedia of World Scientists, junto con otros dos españoles, los nobeles Severo Ochoa y Ramón y Cajal. Fue la primera mujer que participó como científica en un buque de investigación oceanográfico británico, y se la considera una de las mayores especialistas del mundo en su campo (Pérez-Rubín, 2015: 5-60; Fernández, 2020). ¿Quién era Isabel Zendal? Isabel Zendal Gómez nació en la parroquia de Santa Mariña de Parada (ayuntamiento de Órdenes, A Coruña) antes del 26 de febrero de 1773 (fecha del primer registro parroquial en el que aparecen sus hermanos menores en fechas posteriores) y falleció en Puebla, México, en fecha desconocida. Una de las grandes incógnitas acerca de esta figura, clara expresión del papel menor dado a la presencia de las mujeres en ese momento histórico, fue durante dos siglos su identidad y su verdadero nombre. La variabilidad de nombres, estudiada por Susana Ramírez y José Tuells, muestra el incierto nombre con el que se conoció a Isabel Zendal. En la tabla de la página siguiente podemos ver los nombres y la actividad con que se la denominó en algunos estudios sobre la REFV. En el intento de identificación del nombre real de Isabel Zendal podemos constatar dos líneas: la de autores mexicanos, comenzando por Lerdo de Tejada, que en 1850 la denomina de forma correcta (el sonido C y Z es el mismo y objeto frecuente de uso indiferenciado en un entorno de transmisión oral), lo cual es coherente con la fuente: en su libro menciona que los datos se los facilitaron dos de los miembros de la Expedición (Lerdo de Tejada, 1850).
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Bustamante, en 1949, la denomina Cendal, siguiendo a Lerdo de Tejada, y es el nombre que utiliza en 1949 en su discurso ante la Oficina Panamericana de la Salud. Solo más tarde derivará hacia los nombres utilizados por otros autores, como son Cendala o Gandalla (Bustamante, 1975). Esta segunda línea, alejada en sus fuentes de los orígenes de Isabel en Galicia y en México, es la que ha permanecido con distintas variantes hasta 2013, utilizada en las distintas publicaciones como bien refieren en su estudio Ramírez y Tuells, y que, en la ciudad de A Coruña, Nieto Antúnez analiza en su discurso de incorporación como miembro de número en el Instituto José Cornide (Nieto, 1981). Es la investigación periodística realizada en los archivos de Galicia, parroquiales, provinciales, de la Diputación provincial... por Antonio López, la que ha permitido poner identidad a Isabel Zendal Gómez, origen, familia y nombre (López, 2018: 23-29). Perfiles de Isabel Zendal Gómez
MuJer
de aldea y coruñesa
Aunque no se conoce la fecha exacta de su nacimiento, se supone que Isabel Zendal nació entre mediados del año 1771 y mediados de 1772: 1771 si tomamos como referencia el censo de vecinos de 1794 de A Coruña, que refleja que en la vivienda de Gerónimo Hijosa, prior del Real Consulado, viven su familia, camareros, esclavos y una criada —Ysabel Senda— de veintitrés años; o 1772, dos años antes que su hermano Juan, del que ya existe registro de bautismo de 1774, si tenemos en cuenta el intervalo de dos años entre los nacimientos de los otros hermanos, en la parroquia de Santa Mariña de Parada, ayuntamiento de Ordes, provincia de A Coruña. Se desconoce la fecha de su fallecimiento en Puebla, México. Hija de Ignacia Gómez (fallecida en 1788) y de Jacobo Zendal (fallecido en 1800). Segunda de nueve hermanos, la primera vez que aparece en un documento escrito es en el Memorial de Confirmación Parroquial de 1781 (López, 2018: 91-96).
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Nombres y actividad con el que se denominó a Isabel Zendal Autor
Referencia
Lerdo de Tejada, Miguel M.
Apuntes históricos de la heroica ciudad de Veracruz
Castillo y Domper
Real Expedición Filantrópica para propagar la vacuna en América y Asia (1803…)
Estrada Catoira, Félix
«Galicia en América. Propagación de la vacuna», Almanaque Gallego, Año xxii. pp. 56-62
Díaz de Yraola, Gonzalo
La vuelta al mundo de la expedición de la vacuna
Bustamante, Miguel
«La primera enfermera de salubridad en misión internacional», Boletín de la Oficina Sanitaria Panamericana, 28 de febrero, pp. 188-191
«Don Francisco Xavier de Balmis y los resultados de su Fernández del expedición vacunal a la América», Gaceta Médica de México, Castillo, Francisco núm. 1, en-feb, p. 75 Bustamante, E. y López Picazos, F.
«Gloriosa Expedición contra la viruela. Periplo del doctor Francisco Xavier de Balmis», Salud Pública de México, vol. 2, núm. 1, p. 177
Álvarez Amézquita, José
«El Dr. Francisco Xavier de Balmis y la Salud Pública», Gaceta Médica de México, tomo 91, núm. 11, noviembre
Smith, Michael M.
The «Real Expedición Marítima de la Vacuna» in New Spain and Guatemala, Philadelphia
Bustamante, Miguel
«La primera enfermera en la historia de la Salud Pública Isabel Cendala y Gómez», Salud Pública de México, vol. 17, núm. 3, mayo-junio, pp. 353-363
Nieto Antúnez, Pastor
La Rectora de la Casa de Expósitos de La Coruña, excepcional y olvidada enfermera en la Expedición de Balmis, Instituto José Cornide
Florescano, Enrique
Ensayos sobre la historia de las epidemias en México, Instituto Mexicano del Seguro Social, 1982
Ramírez Martín, Susana
La salud del imperio
López Mariño, Antonio
«La rectora Isabel, al descubierto. Heroína desconocida», La Opinión, domingo 28 de abril, núm. 629
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Año
Nombre
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Denominación de su actividad
1850
Isabel Cendal
Sin denominación
1912
Isabel Sendales López
Rectora de la Casa de Expósitos de A Coruña
1919
Isabel Sendales López
Rectora de la casa de Expósitos de A Coruña
1948
Isabel López Gandalla
Rectora casa de Expósitos de A Coruña
1949
Isabel Cendal
Enfermera sanitaria
1954
Isabel de Cendala
Rectora de la Casa de Expósitos
1960
Isabel López Gandalla
Enfermera
1961
Isabel López Gandalla
Encargada de la Casa de Expósitos de Santiago de Compostela. Tb. enfermera
1974
Isabel Gómez y Cendala
Rectora de la Casa de Niños Expósitos de Santiago de Compostela
1975
Isabel Cendala y Gómez
Enfermera
1981
Mientras no se aclare «la confusión» de su nombre, Enfermera y rectora sugiere, Doña Isabel, Rectora…
1982
Isabel Cendala y Gómez
Enfermera
2002
Isabel Sendales y Gómez
Rectora de la casa de Expósitos de A Coruña
2013
Isabel Zendal Gómez
Rectora
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Así pues, mujer gallega, nacida en el interior rural, segunda de nueve hermanos, de una familia humilde, cuyos padres son enterrados como «pobres de solemnidad», que aprendió a leer por enseñanza del párroco, cuyo destino era casarse en el entorno de la parroquia o emigrar para trabajar como criada, como así hizo, a la ciudad de A Coruña. En ese tiempo, en Galicia como en el resto de España, la escolarización femenina era muy baja y ligada a la clase social. Las niñas se incorporaban precozmente al mundo laboral para trabajar en el servicio doméstico como ama mayor, moza de huerta o criada de cocina (Dubert García, 2005), en la industria textil y en el sector pesquero de la salazón (Rey Castelao, 1994). En 1752, en A Coruña, el 16 por ciento de las mujeres tenía alguna actividad remunerada (Rey Castelao, 1994). El grupo de edad mayoritario de las mujeres que emigraban a la ciudad oscilaba entre 16 y 40 años; iban en busca de una oportunidad laboral a una ciudad que demandaba mano de obra joven y barata ya que las profesiones femeninas no necesitaban de cualificación (Caamaño-Abelenda, 2020: 2).
En 1788 se produjo la muerte de la madre, por lo que tuvo que asumir responsabilidades en el cuidado familiar, ya que su hermana mayor, Bernarda, debía de estar trabajando fuera de la casa con anterioridad a 1781, cuando tiene lugar la ceremonia de confirmación de los hermanos Zendal Gómez, primer registro documental en que aparece Isabel, y en el que no se cita a Bernarda. En 1794 aparece registrada en el censo de vecinos de A Coruña como criada en la casa de Gerónimo Hijosa, en la calle Real 36. Así pues, en los primeros tiempos de su estancia en la ciudad de A Coruña, trabajó como criada y consta que cuidó a la dueña de la casa cuando enfermó de viruela. Desde el 24 de marzo de 1800, Isabel Zendal Gómez ejerció de rectora de la casa de expósitos hasta el 27 de noviembre de 1803, tres días antes de la partida de la REFV. Aunque las funciones de cada cargo y departamento en el Hospital de la Caridad no fueron definidas hasta 1838, cuando se redactó el «Reglamento para el gobierno económico del Hospital de Caridad de la Coruña» (González, 2000: 454), por los archivos de fun-
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cionamiento del centro podemos suponer que las funciones asumidas por los trabajadores del Hospital de la Caridad habrían sido similares a las que establece dicho reglamento más tarde, en el que se señalan las funciones de la rectora: el cuidado, la limpieza del entorno, el aseo, la vestimenta y la educación de los expósitos.
MieMBro
de la
refv
La Real Orden de 14 de octubre de 1803 nombra a Isabel Zendal Gómez como miembro de la REFV en la clase de enfermera, con la función de cuidar de la asistencia y el aseo de los niños, como garantía para las familias que debían autorizar su salida, y la califica como mujer de probidad. El 27 de noviembre de 1803 cesó su actividad en el Hospital de la Caridad para incorporarse al equipo profesional de la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna (REFV) (Ramírez Martín y Tuells, 2007). Esta Real Orden, promulgada por Carlos IV, permitió a Isabel Zendal incorporarse a la Expedición ante la necesidad de incluir una mujer que se hiciera cargo de los niños, dadas las dificultades que planteaba el que estos fueran cuidados por varones, que Balmis ya había experimentado en el trayecto de Madrid a Coruña, en el que falleció uno de los expósitos portador de la vacuna. Esta propuesta ofreció a Isabel Zendal recursos económicos, le proporcionó la posibilidad de estar con su hijo Benito e iniciar una nueva vida profesional. Su función durante el viaje fue, además del cuidado de los niños, separar en todo momento a los que ya estaban vacunados de los que no lo estaban: aseo e higiene, alimentación, vestido, descanso, control de actividades, protección frente a los múltiples riesgos y enfermedades que tan frecuentes eran en las travesías marítimas, y que permitió llegar a todos los niños a destino y mantener activa la cadena de transmisión de la vacuna. No puede entenderse la trascendencia de este rol de cuidadora de Isabel Zendal durante la travesía sin conocer la escasa higiene que había en los buques en ese momento a causa del hacinamiento de la tripulación, a la que en esta ocasión se sumaron en la corbeta María Pita el equipo sanitario y los niños, lo cual hizo aumentar
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la falta de limpieza e higiene, a la que se añadían la humedad y la mala ventilación. Las enfermedades más frecuentes eran la disentería y el escorbuto, además de accidentes y enfermedades cutáneas como la sarna debido a la falta de higiene. Además, en los bajeles escaseaba el agua dulce, que no se utilizaba para el baño o lavado de la ropa, de modo que podían pasarse toda la travesía sin bañarse. El viaje comenzó el 30 de noviembre en A Coruña, a bordo de la embarcación María Pita. Llegados a Puerto Rico en 1804, se desplazaron a Caracas y la expedición se dividió en dos grupos. El grupo de Balmis, completado por Crespo e Isabel Zendal, continuó la vacunación por Cuba, México y Filipinas, desde donde Isabel retornó a Puebla con su hijo Benito, donde quedó bajo la protección del obispo y en la Junta de Vacunaciones de esta ciudad mexicana. Balmis continuó a Cantón, Macao y Santa Elena (Ramírez Martín, 2019: 249-263). La expedición llegó al archipiélago de Chiloé, su última escala, en enero de 1812. Durante este período se puede seguir la pista de Isabel Zendal mediante los documentos que confirman el pago de varios salarios en el marco de la REFV. El último del que existe constancia fue en 1811. Desde ese momento se dejan de encontrar referencias suyas, pero, por los reconocimientos que se le concedieron en México tras su muerte, se deduce que también allí desempeñó un papel importante (López Mariño, 2018). Isabel Zendal fue la única mujer que formó parte del equipo profesional del proyecto de lucha contra el Variola virus (Tuells y Duro-Torrijos, 2015).
isaBel zendal góMez,
enferMera
La primera vez que aparece la calificación de Isabel Zendal Gómez como enfermera es en la Real Orden promulgada por Carlos IV, el 14 de octubre de 1803. En ella se especifica su función de cuidado, asistencia y aseo de los niños miembros de la Real Expedición. Así la define también Balmis en el documento de registro de la relación de miembros de la Expedición el 10 de julio de 1804 en La Habana (Bustamante 1975: 354) y en el acta de la Junta Municipal de Puebla de los Ángeles registrada en la página 142 del libro de actas de la corporación.
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Es importante tener en cuenta la evolución del concepto de enfermería, de las tareas y de las competencias atribuidas a su ejercicio. La reforma de la enfermería tiene lugar en el siglo xix, proceso en el cual destaca la obra El Arte de la Enfermería escrito por los Hermanos de la Orden de San Juan de Dios en 1833; el legado de Fliedner y su esposa, que crearon la escuela de diaconisas de Kaiserswerth en Alemania; Elizabeth Fry creó el Instituto Bishopsgate en Inglaterra y, destacadamente, Florence Nightingale, verdadera pionera de la profesionalización de la enfermería, creadora de la Escuela de Enfermería en el Hospital Santo Tomás. En España no es hasta 1857 cuando comienza de forma oficial la profesión de enfermera, con la Ley de Instrucción Pública, en la que se recoge la formación en enfermería, diferenciando los títulos de practicante, enfermera o matrona (Martínez Martín, 2016), y la primera Escuela de Enfermería de España la fundó en 1896 el doctor Rubio y Gali, con el nombre de Real Escuela de Enfermeras de Santa Isabel de Hungría en Madrid (Sellan, 2010). Hasta ese momento son diversas las denominaciones de las personas encargadas de llevar a cabo los cuidados de higiene y confort, de alimentación, de eliminación de excretas y residuos sanitarios, de comunicación y contacto con los enfermos, cuidados técnicos, gestión de los centros y organización del personal: barberos, sangradores, practicantes, ministrantes, parteras y comadronas, enfermeras... Y es en este marco de cuidados en el que se encuadran las tareas encomendadas a la rectora de la casa de expósitos. «El Reglamento del Gran Hospital de Santiago y de la Casa de Expósitos contempla las funciones de la Rectora encargada de esta última: vigilaría constantemente el departamento de su cargo, cuidando de que reine en él el mayor orden, así como del aseo y limpieza de las habitaciones y expósitos, y reconocerá a estos para ver si están limpios y bien aliñados. Manipulará las ropas de los expósitos, que le serán entregadas con el sello correspondiente por el Director, y cuidará de su lavado y repaso. También incluye entre los perfiles del personal que: las enfermeras o mozas de sala acreditaran ante el Director su buena vida y costumbres, ser menores de 40 años y de constitución robusta. Se dará preferencia a las solteras o viudas» (Ramírez y Tuells, 2007).
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Asimismo, en la encomienda como miembro de la REFV asumió el cuidado de los niños expósitos: alimentación, aseo, cuidado en caso de enfermar, mantener separados a los niños vacunados del resto, cuidar de la zona de inoculación y evitar su manipulación de la zona de punción... Sin embargo, su participación en la REFV le permitirá ampliar sus competencias más técnicas, preparación material de vacunación y conservación, ayuda a la vacunación, seguimiento de los niños vacunados, registro de la actividad vacunal, vigilancia de efectos adversos... y la irá convirtiendo en la primera enfermera de un programa de vacunaciones, como se recoge en su continuo papel acompañando y formando parte del equipo de Balmis de A Coruña, a bordo de la embarcación María Pita a Canarias, a Puerto Rico y a Caracas, donde la expedición se dividió en dos. Continuó con el grupo de Balmis vacunando por Cuba, México y Filipinas. Por lo tanto, podemos concluir con las palabras del doctor Bustamante, secretario general de la Oficina Sanitaria Panamericana, que en la conferencia pronunciada en la ceremonia de celebración del Día Panamericano de la Salud el 2 de diciembre de 1948, en el Salón de las Américas de la Unión Panamericana, la denominó «la primera enfermera de Salubridad en Misión Internacional» (Bustamante, 1949) en su cualificación como enfermera, como enfermera de salud pública, como enfermera vacunadora. Pionera y excepcional.
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Capítulo 19
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Virginia Ramírez Martín Archivera-bibliotecaria de las Cortes Generales La Real Expedición Filantrópica de la Vacuna es una de las más relevantes empresas científicas y médicas que se puedan considerar, pero es, además, más impresionante si cabe por el difícil escenario político en el que tiene lugar. Una gesta que comienza siendo ilustrada, absolutista y colonial, y acaba por retornar a una metrópoli que transita hacia un régimen liberal en medio de una contienda por su propia independencia, mientras comienza a desmoronarse su imperio de ultramar. En medio de todo este fragor de cambio, Balmis, Salvany y el resto de sus expedicionarios logran llevar a buen término la primera campaña vacunadora que se puede considerar con dimensiones mundiales (Ramírez, 2004: 51) entre 1803 y 1810, y la estela de su hazaña se extiende más allá de lo estrictamente médico, pero despierta también no pocas tensiones en los territorios americanos. La vacuna llega a América procedente de Europa, del mismo modo que siglos antes llegó la enfermedad, que allí se manifestó mucho más cruel todavía entre los indígenas americanos, pues el porcentaje de mortandad es sensiblemente mayor. La viruela no entiende de linajes ni riquezas, afecta a todos por igual, de modo que la vacuna descubierta por Jenner y traída por los expedicionarios es considerada, al otro lado del Atlántico, como un beneficio aún mayor, despertando sentimientos de enorme y profunda gratitud. El Imperio, que el 30 de noviembre de 1803 manda sus naves desde el puerto de A Coruña a cruzar el océano para llevar la
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salud a sus hijos de ultramar, pone su capital científico al servicio de esta empresa, llamada a recorrer una gran parte de las posesiones coloniales españolas, primero en América, y después en Filipinas, Cantón y las colonias portuguesas de Macao. Al mismo tiempo que se materializan los logros vacunales, se diseminan las noticias sobre los mismos, y tal y como antes se narraban las desgracias de la enfermedad,265 urge entonces cantar las buenas nuevas de salud para los súbditos de España. Tamaño esfuerzo atrae pronto la atención de escritores y poetas. Del mismo modo que la vacuna procura salud, los versos procuran amor a la patria y reconocimiento a sus héroes, por lo que surgen enseguida quienes versifiquen la hazaña. La expedición capitaneada por Balmis fue, también, la última gesta ilustrada, y desde este punto de vista se debe analizar el deseo de convertirla en poesía. A los lugares a los que llega la vacuna, y a los que todavía no ha llegado, deben llegar también los versos que multiplican sus efectos. El poder sanador de las vacunas se transforma en poemas que vuelan hasta los confines del Imperio, y otra vez las palabras llevan noticias de salud, de progreso y de felicidad pública. Este modo de concebir el ejercicio del poder en beneficio de los súbditos, así como el afán pedagógico de la Ilustración, trascienden hasta impregnar la Constitución gaditana de este espíritu, educador y científico, cuyo objeto es hacer llegar el conocimiento y los beneficios de la ciencia al mayor número de personas. Y así se consagra de alguna forma en el artículo 13 de la Constitución de 1812, que reza que «El objeto del Gobierno es la felicidad de la Nación, puesto que el fin de toda sociedad política no es otro que el bienestar de los individuos que la componen». Esta búsqueda de la felicidad y el bien públicos son, pues, objeto del Estado, y concierne a todos los que pertenecen a la res publica, del monarca hacia abajo, todos. Y de la misma manera que los expedicionarios comprometen su trabajo para la consecución de esta felicidad pública a través de la salud, los poetas ponen su pluma al servicio de la patria, pues la poesía se convierte en un instrumento de construcción social de idéntico propósito. Pronto unos y otros se aplicarán a la tarea, y mientras la expedición progresa, la prensa y la literatura se entregarán a divulgar sus hazañas.
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Los ecos de la gesta vacunal dejan un intenso rastro en ambas pues, desde que Jenner publicara su An Inquiry into the Causes and Effects of the Variolae Vaccinae en 1798, hay numerosas referencias a los progresos médicos de la práctica de la vacuna contra la viruela y diversas composiciones en verso, en forma de epístola, o piezas dramáticas, a veces sencillos diálogos, que dan cuenta de ellos. Las dos composiciones más significativas de este corpus de literatura vacunal, por la relevancia de sus autores y por la contraposición que se ha querido ver entre ellas, son las de Manuel José Quintana y Andrés Bello. Ambos son dos hombres de Estado, con cargos en la administración borbónica y colonial de cierta relevancia, significativos cultural y políticamente hablando. Son dos poetas perfectamente conscientes de la capacidad transformadora de la literatura y, sobre todo, de su dimensión pública y política. Conciben la poesía, en la mejor tradición ilustrada, como un potente vehículo para la transmisión de las ideas, casi tan viral como la viruela a la que combate la vacuna a la que cantan. Bello y Quintana tienen, pues, dos trayectorias que se pueden considerar similares, en las que abundan los puntos de contacto, pero a la vez muy distintas. José Manuel Pereiro-Otero destaca que sus caminos nunca se cruzaron,266 no llegaron a conocerse personalmente, pero quedaron unidos por estas composiciones dedicadas a la vacuna. Manuel José Quintana y Andrés Bello son también deudores, como se indicaba antes, de una forma de concebir la literatura, y muy especialmente la poesía y el teatro, desde su dimensión y función públicas. Esto, que ya había sido ensayado durante la Ilustración a partir de la toma de conciencia de su poder como elemento cohesionador y transformador de las sociedades en la búsqueda del bien y la felicidad públicos, durante las primeras convulsiones del siglo xix se aprovecha de forma intensiva (Rodríguez Sánchez de León, 2012). La permeabilidad de la literatura al hecho político se consolida, pues, en este período, y no cabe duda de que hacer algunos tipos de literatura, y la poesía patriótica es uno de esos tipos, es una forma más de hacer política. Porque Bello y Quintana están haciendo patria
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con sus versos, al tiempo que tornan al poeta en, como dijera Lista, «maestro de los otros hombres», sobre los que tienen la obligación moral de procurar conocimiento libre y enardecer sus sentimientos patrióticos. El propósito de sus composiciones es divulgar los bienes de la vacuna, pero, sobre todo, hacer partícipe a la sociedad entera de la labor salvífica de una patria que procura el bien de sus súbditos. La poesía, pues, es un medio para la transmisión de las ideas y lugar de reunión de la sociedad en torno a unos valores y sentimientos comunes que habrán de alimentar el amor a la patria. Algunos años después el artículo 6 de la Constitución de Cádiz de 1812 consagraría que «El amor a la Patria es una de las principales obligaciones de todos los españoles, y así mismo el ser justos y benéficos». El patriotismo es un concepto complejo, sujeto a transformación y, sobre todo, su asociación a unos valores cambiantes, pero a la vez dotados de una cierta estabilidad; constituye uno de los ejes del pacto social y de convivencia entre los miembros del cuerpo de la nación. En la España que inaugura el siglo xix, un siglo tan convulso como apasionante, el patriotismo está preñado de referencias al pasado y de espíritu ilustrado, pero también está lleno de futuro y esperanza, más si cabe teniendo en cuenta el escenario que se cierne sobre la patria española: una guerra por la supervivencia contra la invasión francesa y la pérdida del Imperio, que viene marcada por el acceso a la independencia de una parte muy significativa de las posesiones de ultramar. Estas composiciones dedicadas a la vacuna son un canto de amor a la patria no exento de crítica, como han visto algunos autores, pues el amor no es ciego a la imperfección. Son un reconocimiento de la capacidad de la patria para cuidar de sus súbditos, de emprender todavía grandes gestas y de abanderar una empresa que aunaba lo naval con lo médico, lo militar con lo asistencial y lo científico con lo político. Quintana y Bello son ejemplo de dos hombres de letras cuyo compromiso político y patriótico está fuera de toda duda, cuyas plumas están al servicio de unos ideales que habrán de guiar a la sociedad hacia un nuevo tiempo, en el que, con la elección de la vacuna como tema, pretenden prefigurar el nuevo valor de la
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ciencia en el progreso de las naciones. Son también dos hombres que, cuando vuelven su rostro buscando lo mejor de su tierra, encuentran, entre otras cosas, una gran gesta médica que representa al país al que quieren cantar. Hoy se podría leer, a la luz de los acontecimientos, que la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna fue el canto de cisne de un imperio agonizante, pero entonces representó la consecución de un gran logro colectivo bajo los auspicios de la Corona, una hazaña sin precedentes que difundió la tecnología para vacunar frente a la viruela por los territorios hispanos de ultramar. Y también resulta imposible leer estos versos sin pensar en el modo en el que se desarrollaron a continuación los acontecimientos. Desde que Bello escribiera entre abril y mayo de 1804 en Caracas su «A la vacuna» y Quintana, por su parte, compusiera en diciembre de 1806 su «A la expedición española», muchos acontecimientos de calado tuvieron lugar hasta transformar por completo el mundo al que cantaban, el monarca al que se referían y el Imperio al que pertenecían. Esta transformación tan profunda y, en su caso, traumática, no hace perder, sin embargo, el brillo a la hazaña científica que gloriaban e, incluso, el amor a la patria permanece también incólume, signo de un tiempo en el que los poetas se henchían de orgullo por los logros de la ciencia. Manuel José Quintana, poeta de la patria Manuel José Quintana y Lorenzo (1772-1857) es un hombre a caballo entre dos siglos que, sin embargo, logra despuntar en ambos. Fue casi todo lo que un hombre de letras y política podía aspirar a ser: filólogo, periodista, cultivador de varios géneros, poeta coronado, ministro, senador, preceptor de una reina... Quintana nace en el seno de una familia distinguida, pero modesta, el 11 de abril de 1772 en Madrid. Aprendió las primeras letras en una escuela de la Corte, y de allí partió a Córdoba, para formarse en latín; más tarde, ya en el seminario conciliar de Salamanca, cursó estudios de retórica y filosofía, y en la Universidad de Salamanca, derecho civil y canónico con maestros como Jovellanos, Meléndez Valdés y Estala.
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Pronto comenzó a escribir sus primeras composiciones, que datan de 1788 y están dedicadas al conde de Floridablanca. Poco después, en 1790, tomó parte en un concurso de elocuencia de la Real Academia Española con Las reglas del drama y recita la «Epístola a Valerio» en la Academia de Bellas Artes. Hacia 1795 está instalado en Madrid de nuevo, donde ejerce como abogado. Poco después sería nombrado fiscal de la Junta de Comercio y Moneda, y desde entonces su carrera administrativa, política y literaria correrán parejas, sin poder deslindar una y otra por completo, pues en la España que transita del Antiguo al Nuevo Régimen, con la guerra de la Independencia de por medio, es habitual que los hombres de letras pongan su pluma al servicio del nuevo régimen que se está gestando. Son muchos los autores que han estudiado en profundidad la vida y la obra de Manuel José Quintana y su significación en su época, pues su influencia política es enorme y la bibliografía quintaniana es muy sólida, si bien cabe hacer mención independiente al monográfico que en 2008 dedicó la revista Ínsula al autor, que fue analizado desde casi todos los ángulos posibles y, sobre todo, en el contexto de su momento histórico y el de los hombres de su tiempo. Su compromiso político le lleva al Cádiz de las Cortes, en las que participará activamente a pesar de no ocupar escaño. Tal es su implicación que, al regreso de Fernando VII y su intento de restauración del absolutismo, Quintana es procesado fruto de la represión fernandina. De todo ello dejará constancia la Memoria sobre el proceso y prisión de Manuel José Quintana en 1814 y Defensa de las Poesías ante el Tribunal de la Inquisición.267 Este proceso le llevó a la prisión de la Ciudadela de Pamplona, de la que salió el 11 de marzo de 1820, tras la revolución de Riego. Durante el Trienio Liberal llegó a ocupar cargos diversos, algunos de ellos de cierta importancia, pero el regreso al absolutismo del monarca propiciará su alejamiento y reclusión, de la que saldrá nuevamente para convertirse en preceptor de la reina Isabel II entre 1840 y 1843 y ocupar escaño de forma vitalicia en la cámara alta. Terminará su vida con honores desconocidos hasta el momento para un poeta: coronado en una sesión solemne en esa misma cámara.
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Martínez Torrón, al referirse a la recepción hecha por la crítica de la poesía patriótica de Quintana, entre la cual su composición dedicada a la vacuna es una pieza destacada, dice lo siguiente: El sentimiento de patriotismo, que es, con casi toda seguridad, el más importante que define y explica la poesía y prosa de Quintana, no ha sido probablemente bien comprendido por la crítica. Los historiadores españoles de la segunda mitad del xix, como Leopoldo Augusto de Cueto, Antonio Alcalá Galiano, Antonio Pirala y Antonio Sánchez Moguel, han contribuido a legar la imagen de un Quintana patriotero de dimensiones reducidas, lo que está muy lejos de la realidad. La nación que él pretendía era una España progresista y distinta, evolucionada desde lo que llamó «una gran revolución sin escándalo y sin desastres», pero con una visión nueva y moderna del país que nada tenía que ver con el patrioterismo conservador.268
Por lo tanto, lo que sugiere el autor es contemplar el patriotismo de Quintana con otros ojos, con los de una visión moderna en nada atada al pesimismo decimonónico, sino una visión luminosa de la patria que, inaugurando ese mismo siglo, estaba por hacer: moderna, científica, ilustrada, liberal y progresista. Gran parte de los anhelos y esperanzas de Quintana se vuelcan en su poesía, aunque resulte mucho más claro analizarlos a la luz de su prosa y, sobre todo, de sus textos políticos, pues Quintana se pone al servicio de este país todavía por hacer, moderno y democrático, como pretendían los hombres que en Cádiz quisieron sentar las bases de un nuevo tiempo. El ideario de Quintana impregna toda su obra, y es reconocido por diversos autores como uno de los pioneros en manifestar su ideología en todas sus publicaciones (Vila, 1961: 152), aunque para muchos no cabe duda de que una de sus obras de mayor importancia tiene que ver con la siembra de todas las cuestiones que alumbrarán la educación moderna en España, que indudablemente dejarán huella en el Trienio Liberal, pero también durante toda la centuria.269 Esto no significa en modo alguno que la composición de Quintana sea exclusivamente laudatoria o niegue los aspectos menos positivos de la conducta colonial española, sino que ambos conviven en un poema que invita a amar la patria como es.
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A la expedición española Para propagar la vacuna en América bajo la dirección de don Francisco Balmis. ¡Virgen del mundo, América inocente! Tú, que el preciado seno
Las alas de la audacia se vistieron Y por el ponto Atlántico volaron;
Al cielo ostentas de abundancia lleno, Y de apacible juventud la frente; Tú, que a fuer de más tierna y más hermosa Entre las zonas de la madre tierra, Debiste ser del hado, Ya contra ti tan inclemente y fiero, Delicia dulce y el amor primero; Óyeme: si hubo vez en que mis ojos, Los fastos de tu historia recorriendo, No se hinchesen de lágrimas; si pudo Mi corazón sin compasión, sin ira Tus lástimas oír, ¡ah! que negado Eternamente a la virtud me vea, Y bárbaro y malvado Cual los que así te destrozaron sea. Con sangre están escritos En el eterno libro de la vida Esos dolientes gritos Que tu labio afligido al cielo envía. Claman allí contra la patria mía, Y vedan estampar gloria y ventura En el campo fatal donde hay delitos. ¿No cesarán jamás? ¿No son bastantes Tres siglos infelices De amarga expiación? Ya en estos días No somos, no, los que a la faz del mundo
Aquellos que al silencio en que yacías, Sangrienta, encadenada, te arrancaron. «Los mismos ya no sois; pero ¿mi llanto Por eso ha de cesar? Yo olvidaría El rigor de mis duros vencedores; Su atroz codicia, su inclemente saña Crimen fueron del tiempo, y no de España. Mas ¿cuándo ¡ay Dios! los dolorosos males Podré olvidar que aun mísera me ahogan? Y entre ellos... ¡Ah! venid a contemplarme, Si el horror no os lo veda, emponzoñada Con la peste fatal que a desolarme De sus funestas naves fue lanzada. Como en árida mies hierro enemigo, Como sierpe que infesta y que devora, Tal su ala abrasadora Desde aquel tiempo se ensañó conmigo. Miradla abravecerse, y cual sepulta Allá en la estancia oculta De la muerte mis hijos, mis amores. Tened ¡ay! compasión de mi agonía Los que os llamáis de América señores: Ved que no basta a su furor insano Una generación; ciento se traga;
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Y yo, expirante, yerma, a tanta plaga Demando auxilio, y le demando en vano.»
El don de la invención es de fortuna, Cócele allá un inglés; España ostente
Con tales quejas el Olimpo hería Cuando en los campos de Albión natura De la viruela hidrópica al estrago El venturoso antídoto oponía. La esposa dócil del celoso toro De este precioso don fue enriquecida, Y en las copiosas fuentes le guardaba, Donde su leche cándida a raudales Dispensa a tantos alimento y vida. Jenner lo revelaba a los mortales. Las madres desde entonces Sus hijos a su seno Sin susto de perderlos estrecharon, Y desde entonces la doncella hermosa No tembló que estragase este veneno Su tez de nieve y su color de rosa. A tan inmenso don agradecida La Europa toda en ecos de alabanza Con el nombre de Jenner se recrea; y ya en su exaltación eleva altares Donde, a par de sus genios tutelares, Siglos y siglos adorar le vea. De tanta gloria a la radiante lumbre, En noble emulación llenando el pecho, Alzó la frente un español: «No sea, Clamó, que su magnánima costumbre En tan grande ocasión mi patria olvide.
Su corazón espléndido y sublime, Y dé a su majestad mayor decoro Llevando este tesoro Donde con mas violencia el mal oprime. Yo volaré; que un numen me lo manda; Yo volaré: del férvido Océano Arrostraré la furia embravecida, Y en medio de la América infestada Sabré plantar el árbol de la vida». Dijo; y apenas de su labio ardiente Estos ecos benéficos salieron, Cuando tendiendo al aire el blando lino, Ya en el puerto la nave se agitaba Por dar principio a tan feliz camino. Lánzase el argonauta a su destino. Ondas del mar, en plácida bonanza Llevad ese depósito sagrado Por vuestro campo líquido y sereno; De mil generaciones la esperanza Va allí, no la aneguéis, guardad el trueno, Guardad el rayo y la fatal tormenta Al tiempo en que, dejando Aquellas playas fértiles, remotas, De vicios y oro y maldición preñadas Vengan triunfando las soberbias flotas. A Balmis respetad. ¡Oh heroico pecho,
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Que en tan bello afanar tu aliento empleas! Ve impávido a tu fin. La horrenda saña De un ponto siempre ronco y borrascoso, Del vértigo espantoso La devorante boca, La negra faz de cavernosa roca Donde el viento quebranta los bajeles, De los rudos peligros que te aguardan Los más grandes no son ni más crueles. Espéralos del hombre: el hombre impío, Encallado en error, ciego, envidioso, Será quien sople el huracán violento Que combata bramando el noble intento. Mas sigue, insiste en él firme y seguro; Y cuando llegue de la lucha el día, Ten fijo en la memoria Que nadie sin tesón y ardua porfía Pudo arrancar las palmas de la gloria. Llegas en fin. La América saluda A su gran bienhechor, y al punto siente Purificar sus venas El destinado bálsamo: tú entonces De ardor más generoso el pecho llenas; Y obedeciendo al numen que te guía, Mandas volver la resonante prora A los reinos del Ganges y a la aurora. El mar del Mediodía Te vio asombrado sus inmensos senos Incansable surcar; Luzón te admira, Siempre sembrando el bien en tu camino, Y al acercarte al industrioso chino,
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Es fama que en su tumba respetada Por verte alzó la venerable frente Confucio, y que exclamaba en su sorpresa «¡Digna de mi virtud era esta empresa!». ¡Digna, hombre grande, era de ti! Bien digo De aquella luz altísima y divina, ¡Que en días más felices La razón, la virtud aquí encendieron! Luz que se extingue ya: Balmis, no tornes No crece ya en Europa El sagrado laurel con que te adornes. Quédate allá, donde sagrado asilo Tendrán la paz, la independencia hermosa; Quédate allá, donde por fin recibas El premio augusto de tu acción gloriosa. Un pueblo, por ti inmenso, en dulces himnos Con fervoroso celo Levantará tu nombre al alto cielo Y aunque en los sordos senos Tú ya durmiendo de la tumba fría, No los oirás, escúchalos al menos En los acentos de la musa mía.
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Para cantar la gloria de la expedición vacunal, Quintana compone un poema laudatorio con forma de «oda con métrica de silva consonantada en 164 versos» (Pereiro-Otero, 2008: 115). Y lo dedica a la propia expedición, y no a la vacuna como hace Bello, empleando un lenguaje clasicista plagado de referencias mitológicas entre las que se cita a los protagonistas de la empresa, comenzando por el propio Balmis al principio. El que se reproduce aquí es el poema íntegro de Quintana que se publica en todas las ediciones de sus Poesías Patrióticas. Quintana, como reflexiona José Vila, «escribió en odas cuando se trató de temas que afectaban al ser de España» (1961: 151), y fueron estas también sus composiciones más apreciadas. Se publicaron una y otra vez, con mínimas variaciones textuales y alguna alteración en el orden de las mismas, en sus compilaciones poéticas y en sus obras completas.270 La lectura de su oda nos enfrenta, más allá del asunto concreto de la vacuna y la gloria de la empresa, a un poeta que, como bien condensa José Vila, «fue un divulgador de ideales; acaso, un soñador de una España que él sabía que había de renovarse» (1961: 152). ANDRÉS BELLO, POETA DE ULTRAMAR Del otro lado del Atlántico procede la otra gran obra en verso sobre la vacuna, alumbrada por la pluma de Andrés Bello, un poeta que ha recibido de la crítica tratamiento muy desigual. Andrés Bello nace en Caracas el 29 de noviembre de 1781 y muere el 15 de octubre de 1865 en Santiago de Chile y, como dice Gerardo Diego, toda su vida transcurre ligada al verso, pues «se prendó de la poesía en los años de su niñez y murió con la poesía balbuciente en sus labios» (1965: 296). La biografía de Bello es enormemente interesante, compleja y diversa. También él fue preceptor de un personaje de singular relevancia: Simón Bolívar, puesto al que accede gracias a su esmerada formación, en la que muy pronto tuvo acceso a los clásicos. Sus cualidades intelectuales son su carta de presentación ante la oligarquía caraqueña, e ingresa en la administración venezolana en 1802, en la que ocupará diversos
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puestos, ligado alguno de ellos a la Expedición de la Vacuna, pues ejercerá como secretario político de la Junta Central de la Vacuna. Algunos años después viajará y se instalará en Londres, lugar en el que establece diversas relaciones con emigrados españoles, con quienes comparte inquietudes intelectuales y políticas. De esta época datan sus Silvas Americanas, quizá sus composiciones más celebradas. El tratamiento de su producción poética por parte de la crítica ha sido desigual. Sin embargo, Gerardo Diego, que se cuenta entre los partidarios de reconocer su voz poética, aboga por interpretarlo como sigue: Drama íntimo hay en toda la poesía de Bello como lo hay en toda su vida. Dejemos ahora a esta, puesto que no me toca a mí estudiarla y juzgarla. Baste decir que la estimo nobilísima y que en esto, acalladas las pasiones explicables de su siglo, de sus siglos, todos sus biógrafos y críticos están hace tiempo conformes. Pero hay también drama, lucha, contradicción en la misma poesía de Andrés Bello (Diego, 1965: 295).
La oda «A la vacuna» está compuesta en romance heroico y está conformada por 316 versos. A esta la completa, de alguna forma, la obra teatral alegórica Venezuela consolada, una composición algo más larga que aborda también la llegada de la vacuna, entre otras cuestiones, a Venezuela. Andrés Bello plantea su composición como un canto al rey Carlos IV y, en segundo lugar, la dedica al gobernador de Venezuela. Es, pues, una obra que pone en primer término la acción de la monarquía y la administración. Esto cobra mucho más sentido si atendemos a la actuación como servidor público de Bello, cuya actuación como esforzado funcionario puede hacernos comprender que él es bien consciente de que determinados logros solo son posibles desde el poder y el ejercicio del mismo. Ninguna empresa en esta época pudo alcanzar el éxito sin el decidido impulso del trono y la administración. En este sentido, su composición es un tanto diferente a la de Quintana, cuya alusión a la patria es distinta y no está exenta de crítica.
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La composición dedicada a la vacuna por Bello es, como bien señala el profesor Pereiro-Otero, «considerada marginal dentro del canon de su obra», casi por completo despreciada, pues Menéndez y Pelayo llegó a decir de ella que era «poesía oficinesca y rastrera, indigna por todos los conceptos de su nombre, y mucho más por la terrible comparación que suscita con la grandiosa oda que aquel mismo acontecimiento inspira simultáneamente a Quintana».271 Más allá de esta visión tan negativa y de las eventuales comparaciones, conviene destacar, sobre todo, que la obra que dedica Bello a la vacuna es un canto de agradecimiento, y este disipa todo lo demás. También representa de un modo muy vívido los horrores de la viruela, fruto seguramente de la percepción que de la enfermedad tiene la colonia, mucho más mortífera y agresiva. Horror, dolor, muerte y peste dejan paso a la cura y la salud, y el poeta no puede por menos que agradecer a los artífices de aquello el nuevo tiempo que se abre superados los estragos de la enfermedad. Pero, sin duda, son más claros los versos del poeta. Se reproduce a continuación íntegramente la composición que fue publicada, cuyo sentido del idioma dota al verso de ritmo y cadencia, como bien destacara Gerardo Diego al referirse a su poesía:
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A la expedición española Para propagar la vacuna en América bajo la dirección de don Francisco Balmis. Vasconcelos ilustre, en cuyas manos el gran monarca del imperio ibero las peligrosas riendas deposita de una parte preciosa de sus pueblos; tú que, de la corona asegurando en tus vastas provincias los derechos, nuestra paz estableces, nuestra dicha sobre inmobles y sólidos cimientos; iris afortunado que las negras nubes que oscurecían nuestro cielo con sabias providencias ahuyentaste, el orden, la quietud restituyendo; órgano respetable, que al remoto habitador de este ignorado suelo con largueza benéfica trasmites el influjo feliz del solio regio; digno representante del gran Carlos, recibe en nombre suyo el justo incienso de gratitud, que a su persona augusta, tributa la ternura de los pueblos; y pueda por tu medio levantarse nuestra unánime voz al trono excelso, donde, cual numen bienhechor, derrama toda especie de bien sobre su imperio; sí, Venezuela exenta del horrible azote destructor, que, en otro tiempo sus hijos devoraba, es quien te envía por mi tímido labio sus acentos.
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¿Venezuela? Me engaño. Cuantos moran desde la costa donde el mar soberbio de Magallanes brama enfurecido, hasta el lejano polo contrapuesto; y desde aquellas islas venturosas que ven precipitarse al rubio Febo sobre las ondas, hasta las opuestas Filipinas, que ven su nacimiento, de ternura igualmente poseídos, sé que unirán gustosos a los ecos de mi musa los suyos, pregonando beneficencia tanta al universo. Tal siempre ha sido del monarca hispano el cuidadoso paternal desvelo desde que las riberas de ambas Indias la española bandera conocieron. Muchas regiones, bajo los auspicios españoles produce el hondo seno del mar; y en breve tiempo, las adornan leyes, industrias, población, comercio. El piloto que un tiempo las hercúleas columnas vio con religioso miedo, aprende nuevas rutas, y las artes del antiguo traslada al mundo nuevo. Este mar vasto, donde vela alguna no vieron nunca flamear los vientos;
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este mar, donde solas tantos siglos las borrascas reinaron o el silencio, vino a ser el canal que, trasladando los dones de la tierra y los efectos de la fértil industria, mil riquezas derramó sobre entrambos hemisferios. Un pueblo inteligente y numeroso el lugar ocupó de los desiertos, y los vergeles de Pomona y Flora a las zarzas incultas sucedieron. No más allí con sanguinarios ritos el nombre se ultrajó del Ser Supremo, ni las inanimadas producciones del cincel, le usurparon nuestro incienso; con el nombre español, por todas partes, la luz se difundió del evangelio, y fue con los pendones de Castilla la cruz plantada en el indiano suelo. Parecía completa la grande obra de la real ternura; en lisonjero descanso, las nacientes poblaciones bendecían la mano de su dueño, cuando aquel fiero azote, aquella horrible plaga exterminadora que, del centro de la abrasada Etiopía trasmitida,
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funestó los confines europeos, a las nuevas colonias trajo el llanto y la desolación; en breve tiempo, todo se daña y vicia; un gas impuro la región misma inficionó del viento; respirar no se pudo impunemente; y este diáfano fluido en que elementos de salud y existencia hallaron siempre el hombre, el bruto, el ave y el insecto, en cuyo seno bienhechor extrae la planta misma diario nutrimento, corrompiose, y en vez de dones tales, nos trasmitió mortífero veneno. Viéronse de repente señalados de hedionda lepra los humanos cuerpos, y las ciudades todas y los campos de deformes cadáveres cubiertos. No; la muerte a sus víctimas infaustas jamás grabó tan horroroso sello; jamás tan degradados de su noble belleza primitiva, descendieron al oscuro recinto del sepulcro, Humanidad, tus venerables restos, la tierra las entrañas parecía con repugnancia abrir para esconderlos. De la marina costa a las ciudades, de los poblados pasa a los desiertos
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la mortandad; y con fatal presteza, devora hogares, aniquila pueblos. El palacio igualmente que la choza se ve de luto fúnebre cubierto; perece con la madre el tierno niño; con el caduco anciano, los mancebos. Las civiles funciones se interrumpen; el ciudadano deja los infectos muros; nada se ve, nada se escucha, sino terror, tristeza, ayes, lamentos. ¡Qué de despojos lleva ante su carro Tisífone! ¡Qué número estupendo de víctimas arrastran a las hoyas la desesperación y el desaliento! ¡Cuántos a manos mueren del más duro desamparo! Los nudos más estrechos se rompen ya: la esposa huye al esposo, el hijo al padre y el esclavo al dueño. ¡Qué mucho si las leyes autorizan tan dura división!... Tristes degredos, hablad vosotros; sed a las edades futuras asombroso monumento, del mayor sacrificio que las leyes por la pública dicha prescribieron; vosotros, que, en desorden espantoso, mezclados presentáis helados cuerpos, y vivientes que luchan con la Parca, en cuyo seno oscuro, digno asiento hallaron la miseria y los gemidos; mal segura prisión, donde el esfuerzo humano, encarcelar quiso el contagio,
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donde es delito el santo ministerio de la piedad, y culpa el acercarse a recoger los últimos alientos de un labio moribundo, donde falta al enfermo infelice hasta el consuelo de esperar que a los huesos de sus padres, se junten en el túmulo sus huesos. Tú también contemplaste horrorizada de aquella fiera plaga los efectos; tú, mar devoradora, donde ejercen la tempestad y los airados Euros imperio tan atroz, donde amenaza, aliado con los otros tu elemento cada instante un naufragio; entonces diste nuevo asunto al pavor del marinero; entonces diste a la severa Parca duplicados tributos. De su seno, las apestadas naves vomitaron asquerosos cadáveres cubiertos de contagiosa podre. El desamparo hizo allí más terrible, más acerbo el mortal golpe; en vano solicita evitar en la tierra tan funesto azote el navegante; en vano pide el saludable asilo de los puertos, y reclamando va por todas partes de la hospitalidad los santos fueros; las asustadas costas le rechazan, Pero corramos finalmente el velo a tan tristes objetos, y su imagen del polvo del olvido no saquemos,
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sino para que, en cánticos perennes, bendigan nuestros labios al Eterno, que ya nos ve propicio, y, al gran Carlos, de sus beneficencias instrumento. Suprema Providencia, al fin llegaron a tu morada los llorosos ecos del hombre consternado, y levantaste de su cerviz tu brazo justiciero; admirable y pasmosa en tus recursos, tú diste al hombre medicina, hiriendo de contagiosa plaga los rebaños; tú nos abriste manantiales nuevos de salud en las llagas, y estampaste en nuestra carne un milagroso sello que las negras viruelas respetaron. Jenner es quien encuentra bajo el techo de los pastores tan precioso hallazgo. Él publicó gozoso al universo la feliz nueva, y Carlos distribuye a la tierra la dádiva del cielo. Carlos manda; y al punto una gloriosa expedición difunde en sus inmensos dominios el salubre beneficio de aquel grande y feliz descubrimiento. Él abre de su erario los tesoros; y estimulado con el alto ejemplo de la regia piedad, se vigoriza de los cuerpos patrióticos el celo.
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Él escoge ilustrados profesores y un sabio director, que, al desempeño de tan honroso cargo, contribuyen con sus afanes, luces y talento. ¡Ilustre expedición! La más ilustre de cuantas al asombro de los tiempos guardó la humanidad reconocida; y cuyos salutíferos efectos, a la edad más remota propagados, medirá con guarismos el ingenio, cuando pueda del Ponto las arenas, o las estrellas numerar del cielo. Que de polvo se cubran para siempre estos tristes anales, donde advierto sobre humanas cenizas erigidos de una bárbara gloria los trofeos. Expedición famosa, tú desluces, tú sepultas en lóbrego silencio aquellas melancólicas hazañas, que la ambición y el fausto sugirieron; tú, mientras que guerreros batallones en sangre van sus pasos imprimiendo, y sobre estragos y rüina corren a coronarse de un laurel funesto, ahuyentas a la Parca de nosotros a costa de fatigas y desvelos; y en galardón recibes de tus penas el llanto agradecido de los pueblos. Con destrucción, cadáveres y luto, marcan su infausta huella los guerreros; y tú, bajo tus pies, por todas partes,
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la alegría derramas y el consuelo. A tu vista, los hórridos sepulcros cierran sus negras fauces; y sintiendo tus influjos, vivientes nuevos brota con abundancia inagotable el suelo. Tú, mientras la ambición cruza las aguas para llevar su nombre a los extremos de nuestro globo, sin pavor arrostras la cólera del mar y de los vientos, por llevar a los pueblos más lejanos que el sol alumbra, los favores regios, y la carga más rica nos conduces que jamás nuestras costas recibieron. La agricultura ya de nuevos brazos los beneficios siente, y a los bellos días del siglo de oro, nos traslada; ya no teme esta tierra que el comercio entre sus ricos dones le conduzca el mayor de los males europeos; y a los bajeles extranjeros, abre con presuroso júbilo sus puertos. Ya no temen, en cambio de sus frutos, llevar los labradores hasta el centro de sus chozas pacíficas la peste, ni el aire ciudadano les da miedo. Ya con seguridad la madre amante la tierna prole aprieta contra el pecho, sin temer que le roben las viruelas de su solicitud el caro objeto. Ya la hermosura goza el homenaje que el amor le tributa, sin recelo de que el contagio destructor, ajando
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sus atractivos, le arrebate el cetro. Reconocidos a tan altas muestras de la regia bondad, nuestros acentos de gratitud a los remotos días de la posteridad trasmitiremos. Entonces, cuando el viejo a quien agobia el peso de la edad pinte a sus nietos aquel terrible mal de las viruelas, y en su frente arrugada, muestre impresos con señal indeleble los estragos de tan fiero contagio, dirán ellos: «Las virüelas, cuyo solo nombre con tanto horror pronuncias, ¿qué se han hecho?». Y le responderá con las mejillas inundadas en lágrimas de afecto: «Carlos el Bienhechor, aquella plaga desterró para siempre de sus pueblos». ¡Sí, Carlos Bienhechor! Este es el nombre con que ha de conocerte el universo, el que te da Caracas, y el que un día sancionará la humanidad y el tiempo. De nuestro labio, acéptale gustoso con la expresión unánime que hacemos a tu persona y a la augusta Luisa de eterna fe, de amor y rendimiento. Y tú que del ejército dispones en admirables leyes el arreglo, y el complicado cuerpo organizando
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de la milicia, adquieres nombre eterno; tú, por quien de la paz los beneficios disfruta alegre el español imperio, y a cuya frente vencedora, honroso lauro los cuerpos lusitanos dieron; tú, que, teniendo ya derechos tantos a nuestro amor, al público respeto y a la futura admiración, añades a tu gloriosa fama timbres nuevos, protegiendo, animando la perpetua propagación de aquel descubrimiento, grande y sabio Godoy, tú también tienes un lugar distinguido en nuestro pecho. Y a ti, Balmis, a ti que, abandonando el clima patrio, vienes como genio tutelar, de salud, sobre tus pasos,
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una vital semilla difundiendo, ¿qué recompensa más preciosa y dulce podemos darte? ¿Qué más digno premio a tus nobles tareas que la tierna aclamación de agradecidos pueblos que a ti se precipitan? ¡Oh, cuál suena en sus bocas tu nombre!... ¡Quiera el Cielo, de cuyas gracias eres a los hombres dispensador, cumplir tan justos ruegos; tus años igualar a tantas vidas, como a la Parca roban tus desvelos; y sobre ti sus bienes derramando Con largueza, colmar nuestros deseos!
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Termina Bello con el más nítido agradecimiento para los impulsores de la empresa vacunal: Carlos IV, Godoy y Balmis, pero cierra su poema con las palabras «colmar nuestros deseos». Esta es, parece así, la reminiscencia del ideal ilustrado del bien y la felicidad pública, la consecución de una patria benéfica capaz de proporcionar el mayor bien a sus súbditos. A modo de epílogo Quintana y Bello, como se ha tratado de exponer, prescindiendo de otros análisis que ya recogen sobradamente la bibliografía y todos los especialistas que han estudiado a ambos autores, sus respectivas producciones literarias y su impronta intelectual y política, pretenden a través de sus versos trascender el tiempo y el espacio para cantar las glorias de la vacuna y de la empresa que ha logrado llevarla hasta los confines del Imperio. Con ello están alentando a la patria, una patria que, a pesar de los avatares y las circunstancias, está hecha de los mejores valores comunes. Y pocas cosas hay capaces de ejemplificar mejor la solidez y permanencia de estos valores que la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna, cuyas semillas de salud fueron diseminadas por todo el Imperio y cuyo legado fructifica y permanece. El ideal ilustrado de la consecución de la felicidad pública a través de la instrucción y el progreso de la ciencia, que se encuentra de algún modo en la concepción política de Bello y Quintana, queda bien patente en la elección de la vacuna como topoi poético. Este firme convencimiento de que el progreso de la patria llegará solo si esta procura el bien de sus súbditos no solo no se extingue, sino que se incrusta con sorprendente literalidad en la Constitución de 1812. La vacuna es una de las formas que adopta la felicidad pública, una forma muy evidente si se contrapone al dolor causado por la enfermedad, y las odas a la vacuna son una exaltación de la labor salvífica de la patria en la consecución del bien común. Pesa en ellos, además de todo lo dicho, también la conciencia de la historia, el saber que aquello que entonces cantaron y laudaron era ya parte de la historia de esa patria cuyos ecos, siglos después, sus versos aún celebrarían.
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Capítulo 20
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Araceli García Martín Doctora en Filología Hispánica Directora de la Biblioteca de la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID)
Introducción La Real Expedición Filantrópica de la Vacuna se puede enfocar desde muchos puntos de vista: histórico, social, político... Pero cuando se debe relacionar con el mundo de la literatura, entramos en un terreno mucho más emocional que nos hace plantearnos los objetivos de los diferentes creadores que se ocuparon de ella en sus obras. Desde un punto de vista literario, las novelas que tratan este hecho deben ser clasificadas formalmente entre las de aventuras —y particularmente marineras—, la literatura de viajes y las novelas históricas, pero también pueden ser vistas como un producto que busca la formación o el aprendizaje del lector. En las épocas en que la religión tuvo un gran peso en todos los órdenes sociales y políticos, las novelas que buscaban la formación del lector tenían un fin edificante, en que el protagonista era un ejemplo de piedad y un espejo de vida. El protagonista de la hazaña se convierte en ejemplo para la sociedad y se puede hacer derivar hacia la novela que centra su historia en la biografía de un personaje histórico. En el caso que nos ocupa, Balmis o Isabel Zendal. A partir del Renacimiento, pero sobre todo a partir del Romanticismo alemán, este aprendizaje se entiende más como
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una evolución personal, y el viaje —real o ficticio— es un recurso que representa de modo gráfico y con múltiples posibilidades literarias esos cambios que va imponiendo la vida a los personajes que ejercen de modelos para el lector. Aunque obras con finalidad puramente moralizante siguen escribiéndose en la actualidad, el modelo ha evolucionado, y ahora tenemos una gran abundancia de novelas educativas que buscan formar al público infantil y juvenil en valores cívicos y de compromiso social. Las obras no dejan de tener su moraleja, como la tenían las de épocas pasadas, pero lo que enseñan son conceptos de equidad, empatía, resiliencia, fortaleza... que ayudan a agilizar los cambios sociales. El resultado es una sociedad más comprometida que busca ejercer la solidaridad sin sentirse constreñida por fronteras nacionales. Estos sentimientos han logrado una gran participación de miembros de la sociedad civil como voluntarios en organizaciones de fin filantrópico como el que representa la Real Expedición. Este es un motivo que explica el éxito de esta temática entre los novelistas orientados a la infancia y a la juventud. La expedición en sí misma es una fuente inagotable de posibilidades literarias y que refleja la época en que transcurrió. Los novelistas necesitan realizar una investigación profunda, pues la verosimilitud que logren dependerá de hacer entender al lector que una empresa tan ambiciosa solo la podía concebir un Estado que todavía mantuviera un imperio global de dimensiones colosales, que viviera una Ilustración de valores científicos no limitados al conocimiento e interés por lo puramente español, y de ideología católica, donde las buenas obras, y no solo la fe —como en el caso de la religión protestante— ayudan a la salvación. A pesar del escaso reconocimiento que la Expedición ha tenido por parte de los organismos internacionales de temática sanitaria, es importante hacer un recorrido por algunos de los más significativos para descubrir que antes de que ellos nacieran ya se había producido una misión internacional que no hubiera sido posible llevar a cabo sin la generosidad de personas más o menos voluntarias, pero que arriesgaron su vida para salvar las de los demás. En estos tiempos en que la sociedad está cada vez más informada por los medios de comunicación de las situaciones de vul-
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nerabilidad que atraviesan personas de todo el mundo, la implicación en sus problemas, el intento por poner solución a vidas realmente frágiles, se afronta desde organismos internacionales bien organizados y con entidades de voluntariado solidario de la sociedad civil. Estos organismos no surgieron de la nada, hunden sus raíces en una conciencia colectiva y un espíritu de solidaridad que antes eran cometido de los estamentos religiosos. La literatura, que es el mejor reflejo de la vida, puede ayudar a la sociedad, sobre todo si lanza sus mensajes a la infancia, a aprender de la historia, a valorar lo que una hazaña tiene de aventura, y a valorar el ejemplo de héroes en gran parte olvidados que arriesgaron su vida por dársela a los demás. La situación de pandemia que estamos viviendo actualmente debida al coronavirus, la covid-19, nos ayuda a entender mucho mejor lo que pudo ser la enfermedad de la viruela en la época en que se fragua y desarrolla la expedición que ahora nos ocupa. Podemos sentir en nuestras propias vidas, sin recrearnos en épocas pasadas que no protagonizamos, la gran indefensión y hasta fragilidad de la humanidad. Ahora sabemos de primera mano que las pandemias cambian la sociedad, aunque todavía no tenemos perspectiva para saber en qué nos estamos convirtiendo. El coronavirus nos está aislando e impide nuestra relación con otras comunidades y otros seres humanos, pero nos sentimos unidos por el sentimiento de inseguridad. Incluso ahora que vemos cerca una solución basada en la vacuna, sentimos temor ante el anticipo de una próxima pandemia y por el mundo que resultará de todo esto y donde nos tendremos que insertar. La ciencia nos asiste, nos da herramientas de control. Tanto en nuestra situación actual como en la que protagonizó Balmis, es una herramienta fundamental, de carácter sanitario: la vacuna. Pero hay algo que va más allá: los problemas globales requieren soluciones globales. Solo la cooperación internacional es capaz de emplear esas herramientas de un modo que nos permita seguir viviendo a todos, y no solo preservándonos. Los que llevaron a cabo la expansión de la vacuna de la viruela entendían perfectamente lo que ahora a veces olvidamos: la salud de todos depende de todos y la enfermedad de un grupo
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compromete a toda la humanidad. Nuestro mundo está mucho más globalizado de lo que creemos y la enfermedad y su velocidad de transmisión nos lo demuestran. Los estados deben coordinarse para buscar soluciones sanitarias y sociales globales y no solo para su pueblo. El coronavirus nos ha sorprendido sin herramientas de acción política y buena gobernanza, por eso ha sido más fácil llegar a la solución científica que a la política. Tal vez la covid-19 nos ayude a comprender que la pobreza y la falta de democracia son problemas no temporales, como lo es una pandemia. Las situaciones sanitarias de especial gravedad no se resuelven con una vacuna, sencillamente porque ni siquiera podemos aplicársela a todas las personas por igual y eso compromete la salud de todos. Las novelas basadas en la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna tienen actualmente una lectura mucho más rica en facetas que antes del coronavirus. Ahora entendemos más, valoramos más el esfuerzo que se hizo por llegar a territorios extremos y nos sorprende una política sanitaria muy avanzada que no fue solo filantrópica, sino ilustrada, científica e internacional. En el presente texto vamos a obviar el hecho narrado, pues muchos libros de ciencia se ocupan ya hasta del más mínimo detalle de la expedición y de su significado político, social, sanitario, etc. Nos centraremos en lo que ha aportado la Expedición de la Vacuna al libro de viajes, a la novela histórica y a las obras de filantropía de carácter religioso. Pero, además, nos ocuparemos de algo que por lo anteriormente expuesto considero fundamental: los nuevos objetivos formativos que alimentan la acción sanitaria internacional y el moderno voluntariado, sectores fundamentales de la cooperación internacional. En el apéndice se relacionan las obras literarias a las que se ha tenido acceso basadas en la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna. La Expedición de la Vacuna y el libro de viajes Una de las primeras muestras de la literatura grecolatina escrita es un libro de viajes: la Odisea, poema épico griego escrito o
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atribuido a Homero hacia el siglo viii a.C. Es la vuelta a casa, a Ítaca, de su protagonista Ulises, tras participar en la guerra de Troya. Obras que narran experiencias por países lejanos y exóticos, conquistas o exploraciones son consideradas también literatura de viajes, aunque se trate de obras de corte más ensayístico, periodístico o documental. Así pues, las crónicas de Indias son las primeras manifestaciones literarias americanas tras la conquista. Fueron muy numerosas, pues el terreno conquistado era muy grande y daba lugar a un elevado número de «funcionarios» y cronistas que informaban a la Corona, en España. Entre los cronistas de Indias más destacados hay que citar a Hernán Cortés y sus Cartas de relación; a Gonzalo Fernández de Oviedo; a Álvar Núñez Cabeza de Vaca y a Bernal Díaz del Castillo. Mención aparte, por la trascendencia que ha tenido la obra, debida en parte a la interpretación emocional de los hechos narrados, merece la Brevíssima relación de la destrucción de las Indias (1552), del padre Bartolomé de las Casas, escrita ya en España al regreso de su periplo americano. Entre los libros que narran un viaje real con el objetivo principal de trasladar un informe objetivo a la persona o institución que propició el viaje, también hay casos que sobresalen por su excelente uso del lenguaje y por el alto grado de incorporaciones fantásticas, lo que contribuye a dar un valor literario y emotivo al relato. Entre estos relatos oficiales se pueden mencionar como muestra los escritos de los embajadores y demás personal diplomático, cuyo más famoso representante es la Embajada a Tamerlán, de Ruy González de Clavijo, escrito entre 1403 y 1406. Se trata de la crónica de un viaje que hicieron los enviados del rey Enrique III de Castilla al encuentro del emperador asiático Tamorlán. Su autor siguió el modelo del Libro de las Maravillas, de Marco Polo, publicado en 1298. Entre los relatos «oficiales» más emotivos y singulares está el que hizo Antonio Pigafetta: Relación del primer viaje alrededor del mundo, tras concluir la primera vuelta al mundo, llevada a cabo por Magallanes y Elcano en 1522. Tan singular es que no
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menciona al que realmente concluyó la aventura: Juan Sebastián Elcano.272 A partir del siglo xviii el libro de viajes se muestra como un extraordinario aliado de la ciencia. Las experiencias permiten dotar de gran verosimilitud a la teoría científica, pues permiten aportar especímenes animales, vegetales o minerales o dibujos de los mismos, recogidos o realizados durante el viaje. Destacan, entre tantos otros, los diarios de Alexander von Humboldt de sus viajes por América Latina, o los del marino y expedicionario Malaspina. Mención especial por su originalidad merecen los relatos de viajes del ilustrado jesuita Juan Andrés, pues incluye la literatura de viaje dentro del género epistolar. En sus Cartas familiares narra sus experiencias a su hermano Carlos. Durante las estancias que le permitió su vida viajera en distintos puntos de Italia, realizó una importante y muy abundante obra científica, sobre todo en el campo de la filología y la biblioteconomía, pues revisó y describió archivos y bibliotecas de diferentes ciudades de Italia. Sus viajes, en gran parte obligados por la expulsión de los jesuitas, fueron su gran fuente de conocimiento y su oportunidad de vivir una mayor pluralidad cultural. El hecho de aprovechar para la difusión de sus ideas el género epistolar indica su conocimiento del valor de los recursos literarios a fin de llegar de un modo más íntimo, cercano y emocional al público destinatario. En contraste con la objetividad científica del anterior, recordar al también español, pero muy novelesco, Domingo Francisco Jorge Badía y Lebllich, o Alí Bey. Su obra Viajes de Alí Bey por África y Asia, de 1814, es la de un militar, espía, arabista y, sobre todo, aventurero. Fuera del mundo cristiano también se encuentran experiencias muy tempranas en la literatura de viajes. Mencionar a Al aya’ib al-Hind o Maravillas de la India de Buzurg Ibn Shahriyar en el siglo x; el Libro de viajes del judío de Navarra Benjamín de Tudela en el siglo xii; o el del marroquí Ibn Battuta, del siglo xiv, a través de todo el islam, pero iniciado como peregrinación a La Meca. El viaje con motivo religioso es muy importante entre los musulmanes, pues para ellos es obligatoria la peregrinación a La
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Meca. La literatura de viajes en la cultura árabe cuenta con un término propio: la rih.la, que designa tanto el viaje como la posterior crónica del mismo. Surge en el siglo xii en el Magreb y el Al-Ándalus. Las razones más frecuentes de los viajes eran el hajj o peregrinación ritual a La Meca, y a este interés se unen los viajes de conocimiento, como la geografía descriptiva, el desarrollo del comercio y las exploraciones científicas en general. Mencionemos la Rih.la de Omar Patún, un viaje de peregrinación a La Meca protagonizado y narrado por este musulmán de Ávila a finales del siglo xv. Algunos de los viajes ilustrados españoles más destacados fueron compilados por los franceses Jean-François de La Harpe y Alexandre de Laborde y ampliados por el español Pedro Estala en una colección de 43 volúmenes: El viajero universal o Noticia del mundo antiguo y nuevo, Madrid, 1795-1801. Ya en los siglos xix y comienzos del xx son importantes la Bibliographie des voyages en Espagne et en Portugal, París: H. Welter, 1896, del hispanista Raymond Foulché Delbosc, que recoge en orden cronológico 858 títulos de libros de viajes en dieciséis lenguas y 1730 ediciones (no incluye los viajes de Wilhelm von Humboldt), o las compilaciones del hispanista italiano Arturo Farinelli, entre otros. Como hemos visto, incluso los relatos de viajes de finalidad oficial o incluso religiosa incluyen mucha interpretación, e incluso fantasía, que puede llegar a asimilarlos en parte a un relato literario. Ahora debemos ocuparnos de los que claramente se crean con finalidad literaria. El relato de viaje es un género literario en el que el narrador, que puede ser el propio autor o uno de los personajes y no siempre el protagonista del hecho en sí, cuenta acontecimientos que ha vivido personalmente. Al escribir acerca de uno de sus viajes (real o ficticio), de las personas que en él ha encontrado o conocido, las emociones que le ha provocado o aquello que ha visto o aprendido, debe hacerlo dentro de las reglas artísticas de la literatura, que requieren una técnica narrativa depurada que desarrolle la historia, unos personajes que protagonicen la acción y una estructura que sustente lo anterior.
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A lo largo de su extensa historia, encontramos literatura de viajes que tanto pueden ser interpretativos y fantásticos, como más fieles al hecho narrado. Cualquiera de las dos tipologías puede tener objetivos morales o espirituales. Por poner dos ejemplos que abarquen obras de antigüedad y objetivos muy diferentes, pero en los que destaca la finalidad de la salvación eterna de la persona, mencionaremos el más místico y simbólico de La Divina Comedia de Dante, o el viaje interior de conocimiento y salvación de El camino, de Josemaría Escrivá. Probablemente, el camino más antiguo, conocido y reconocido que tenemos en España, y que más hitos arquitectónicos, musicales, pictóricos, espirituales y culturales en general han dejado a toda la humanidad, sea el Camino de Santiago. La literatura también se ha ocupado de la ruta jacobea y escritores de todo el mundo lo han tratado desde diversos puntos de vista. Por destacar solo algunas novelas de esta temática, podemos citar: Bueno, me largo, de corte autobiográfico, de Hape Kerkeling; Cuentos peregrinos por el Camino de Santiago, que recopila historias diversas, de José González Torices; Códice del peregrino, de José Luis Corral, que narra el robo del Códice Calixtino; Peregrino de Compostela, de Paulo Coelho, de carácter fantástico y espiritual; o El alma de las piedras, de Paloma Sánchez Garnica, novela histórica que narra el hallazgo de la tumba del apóstol Santiago. También históricas son Iacobus y Peregrinatio de Matilde Asensi; de carácter artístico y personal es Mi sombra en el Camino, del pintor Fernando Fraga López, que narra su experiencia de peregrino mediante dibujos; Endrina y el secreto del peregrino, de Concha López Narváez, cuenta una aventura basada en el Camino destinada al público juvenil, o La Estrella Peregrina, de Ángeles de Irisarri, que ubica su historia en la época medieval. La literatura sobre viajes reales no puede ser nunca una mera relación de fechas, acontecimientos y personas implicadas, como podría ser un informe o una bitácora de navegación. Aunque la literatura sobre viajes no reales, inventados, se aleja de lo que es el viaje histórico de la Expedición de la Vacuna, debemos decir que como tema literario comparten muchos recursos narrativos: la descripción de paisajes más o menos exóticos; la psicología de los personajes y el heroísmo de algunos; la
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agilidad narrativa; su capacidad para enseñar actitudes y comportamientos a los jóvenes... Sus valores narrativos son muy altos y de ahí la abundancia de este tipo de literatura de pura creación. Aunque se escribe para públicos muy diversos, una gran cantidad de ellos buscan satisfacer el deseo de aventuras y exotismo del público infantil y juvenil. En España, Julio Verne es probablemente el autor extranjero más leído entre los jóvenes amantes de la literatura de viajes y aventuras (pensemos en La vuelta al mundo en 80 días). La forma de cómic o historia gráfica se presta muy bien para este tipo de literatura y público, pues es pictórica, ágil y de fácil lectura. Y, además, puede utilizarse para formar y educar a los lectores, bien sea desde una óptica religiosa, como más social. Entre los autores extranjeros destacan las múltiples aventuras del reportero Tintín, creadas por Hergé, y ya españolas, las de Víctor Mora Pujadas, creador del Capitán Trueno, el Jabato o el Corsario de Hierro, entre otros personajes viajeros. El propio Quijote de Cervantes, y todos los libros de caballerías, dedicados a lectores adultos, tienen en el viaje del caballero andante el soporte imprescindible para la narración de aventuras fantásticas en entornos extraordinarios. Como hemos dicho, el viaje y el propio camino son recursos literarios de primer orden. Las novelas que narran la Expedición de la Vacuna aprovechan las posibilidades de exotismo y aventura que tal hecho supuso, pero algunas buscan también formar al público más joven. En este sentido...Y llegó la vida: estampas del descubrimiento y difusión de la vacuna antivariólica, de Enrique Alfonso Barcones, tiene una finalidad formativa en la cual se pone de manifiesto el valor del esfuerzo y no solo para logros personales, sino para ayudar a los demás. En cambio, Luis Miguel Ariza, en su novela Los hijos del cielo, se centra en un relato lleno de fantasía que supera el hecho real y lo hace discurrir por terrenos exóticos que llevan al joven a apreciar el dinamismo y la pura fantasía que entremezcla sin excesivos prejuicios realidad y ficción. Por su parte, Almudena de Arteaga y del Alcázar, en la novela Ángeles custodios, la expedición filantrópica de Balmis, hace
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una correlación entre el viaje por el mundo interior de unos estudiados personajes desde el punto de vista psicológico, y por los paisajes exóticos y evocadores por los que transcurre el viaje. Es un relato muy visual, por lo que no es extraño que basándose en ella se realizara en 2016 la película de televisión titulada 22 ángeles, dirigida por Miguel Bardem, correctamente ambientada. Novelas gráficas destinadas al público más joven son Los niños de la viruela, de María Solar e ilustrada por Beatriz Castro. El relato se centra en los momentos previos al embarque desde A Coruña y la relación de Isabel Zendal con los niños. Muestra el interés por reflejar la realidad gallega y la preocupación por la infancia, por lo que resulta edificante y formativa. Cuenta con una versión en gallego, Os nenos da varíola, de la que se ha hecho una adaptación teatral por parte de la Compañía Pérez&Fernández, en coproducción con el Centro Dramático Gallego. También adopta el formato de cómic la obra de «El primo Ramón» (seudónimo probablemente de los arquitectos Borja López Cotelo y María Olmo Béjar): Nuevo Mundo. Isabel Zendal en la Expedición de la Vacuna, que asimismo cuenta con una versión en gallego, titulada Novo Mundo: Isabel Zendal na Expedición da Vacina. Cercana en ocasiones a la historia narrada, y no solo a la novela histórica, es La soledad de Balmis: la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna de la Viruela (1803-1806), de Enrique V. García. Basada en una profunda investigación, el resultado se acerca al género biográfico, pues Balmis es el narrador en primera persona de su historia y va configurándose ante el lector la personalidad de un científico esforzado que debe tomar decisiones trascendentales en absoluta soledad. La Expedición de la Vacuna y la novela histórica Una de las primeras muestras de la literatura grecolatina escrita es un libro de tema histórico: la Ilíada, poema épico griego escrito o atribuido a Homero hacia el siglo viii a.C. Describe la cólera de Aquiles y narra los últimos acontecimientos acaecidos en la guerra de Troya.
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Al igual que ocurre en la literatura de viajes, en la novela histórica, cuando es testimonio de un hecho real, el narrador puede ser el propio autor que vivió ese momento histórico. Cuando es así, la novela histórica se funde en gran medida con la autobiografía. Cuando el hecho histórico no es vivencia del autor, este puede actuar como narrador o encargar ese papel al protagonista de la historia, o a otro personaje secundario. Cuando se delega la función de narrador en un personaje secundario, se busca normalmente dar visos de verosimilitud y objetividad, a la vez que se incrementan las posibilidades de incluir hechos no contrastados históricamente. A veces un personaje secundario en la realidad puede convertirse en protagonista en la ficción. Incluso puede ser un personaje inventado. Esto da mucha más libertad a la creación literaria, que no necesita ceñirse tanto al hecho histórico. Aunque las novelas históricas en que nos centraremos se basan en hechos reales, como son las que tratan el tema de la Expedición de la Vacuna, no podemos dejar de mencionar aquellas en las que el hecho narrado es puramente ficticio. En ellas el momento histórico puede ser el mero marco de un hecho inventado en que los datos históricos se traten con mayor o menor profundidad. Los grandes estudiosos de la novela histórica son Louis Maigron en Le Roman historique à l’époque romantique (1898), y Georg Lukács. Este último, en su Teoría de la novela (1920), defiende que el propósito principal de la novela histórica consiste en ofrecer una visión verosímil de los ambientes y personajes de una época histórica preferiblemente lejana, de forma que aparezca una visión del mundo narrado realista e incluso costumbrista, y que se perciba su sistema de valores y creencias. Aunque los personajes sean inventados, los hechos históricos que sustentan la trama deben ser reales. El autor de novela histórica propiamente dicha debe realizar una investigación previa para no incurrir en incoherencias o inexactitudes no atribuibles a la parte creativa o de imaginación, pero debe mantenerse dentro de las reglas de la literatura. Si no se respetan estos criterios, podemos encontrarnos ante una historia novelada, de corte más ensayístico, o con una novela de
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aventuras de pura ficción, pero situada en un determinado momento histórico que sirve de fondo a la acción. El objetivo principal de la novela histórica no siempre es literario. Así pues, en muchas novelas del siglo xviii lo histórico es fundamentalmente un punto de apoyo para desarrollar una tesis moralizante. Sus influencias se remontan a los espejos de príncipes de la época medieval y a la literatura hagiográfica de todos los tiempos. Un ejemplo representativo español es El Rodrigo (1793) del jesuita Pedro Montengón, quien ejerció importantes influencias sobre autores posteriores. Liberada de objetivos espurios, la novela histórica moderna surge en el siglo xix de la mano de Walter Scott, quien sitúa sus obras en la Edad Media de Inglaterra. El género surge de la nostalgia por los valores y el estilo de vida previos al siglo xix, siglo representativo de la modernidad y el desarrollo industrial. La novela histórica permite a sus autores evadirse del momento presente y criticarlo al mismo tiempo. Entre los autores españoles que mejor han trabajado este género, destacan Benito Pérez Galdós y sus Episodios nacionales, o Pío Baroja y su Memorias de un hombre de acción, ya del siglo xx. Como novelas históricas que tratan el tema de la Expedición de la Vacuna podríamos volver a traer aquí las ya mencionadas en el punto anterior al referirnos a las novelas de viajes. Por su tratamiento un poco diferente del momento histórico, mencionaremos Para salvar el mundo, de la dominicano-estadounidense Julia Álvarez. La narración se presenta aquí en capítulos alternados de dos épocas e historias muy diferentes: la época de la Expedición, que narra en primera persona la enfermera Isabel Zendal, y capítulos de la época actual, narrados en tercera persona por un personaje que es escritor y escribe la historia de la Expedición. Esta última característica la convierte en una obra de literatura sobre literatura. Es una novela de estructura muy trabajada, pues la época histórica se entrelaza con la del momento presente y hay confluencias entre las vidas de los personajes de ambas épocas. En los dos períodos hay viajes, pero solo los que corresponden a la Expedición los podríamos considerar literatura de viajes. Del mismo modo, solo los que narran la expedición son atribuibles a una novela histórica.
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Otro ejemplo destacable es la novela de Javier Moro A flor de piel. Con muy buen estilo narrativo, el autor enriquece la historia real con aventuras, descripciones y personajes de los lugares exóticos por los que se movió la Expedición. Utiliza un estilo muy visual y dinámico, de gran modernidad, que atrapa al lector. Esta novela demuestra que una investigación exhaustiva es esencial para crear una novela histórica, pero que luego la novela, como obra de ficción, puede despegarse en gran medida de la realidad y no pretender convertirse en un ensayo, tarea no atribuible a un novelista. La Expedición de la Vacuna, la novela de formación y la acción sanitaria internacional La Real Expedición Filantrópica de la Vacuna se considera como la primera misión humanitaria internacional de carácter sanitario llevada a cabo en el mundo. Fue ideada, financiada y ejecutada por España entre 1803 y 1806, con Francisco Balmis a la cabeza. Se concibió en el siglo de la Ilustración, y esta es una prueba más de la incuestionable existencia de una potente Ilustración española durante los reinados de Carlos III y Carlos IV.273 Estos monarcas fortalecieron la política naval y la formación de sus cuadros de mando de la mano del marqués de la Ensenada, paso previo e imprescindible para las ulteriores expediciones científicas, alejadas de las expediciones de descubrimiento y conquista de los siglos xv y xvi. Prepararon el terreno expediciones tan importantes como la de La Condamine, francesa, que para medir el meridiano terrestre debía trabajar en territorios de España en ultramar (Quito) y donde participaron los españoles Jorge Juan y Antonio Ulloa en 1735; la Expedición Botánica del Nuevo Reino de Granada de José Celestino Mutis, iniciada en 1783; o la de Alejandro Malaspina, que entre 1789 y 1794 fue generando un importante conocimiento en temas de historia natural, cartografía, medicina, sociología de los territorios visitados, entre otros. Lamentablemente, la expedición que nos ocupa fue la última gran expedición que llevó a cabo la Corona de España. En 1808
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la invasión napoleónica sumió en el olvido los éxitos de la Expedición de la Vacuna, y ese olvido ha persistido durante muchos años, así como la memoria de su protagonista: Balmis no reconoció a José Bonaparte como rey, por lo que le confiscaron sus bienes y saquearon su casa, lo que pudo suponer la pérdida del cuaderno de bitácora del viaje. Pese a la ocupación y la situación tan convulsa que se estaba viviendo en España, el 30 de noviembre de 1809 la Junta Central en Cádiz autorizó a Balmis a volver a Nueva España para revisar las estructuras organizativas creadas durante el viaje anterior. Pero en el virreinato ya sonaban los primeros gritos de independencia. Nuevos problemas territoriales ocupaban toda la atención y sumían en la oscuridad la enorme labor humanitaria, sanitaria y social realizada con la vacunación de tantos miles de personas. Pero en España y en el mundo había habido numerosas y muy antiguas iniciativas de salud pública que prepararon el terreno para que se pudiera dar esta expedición. En la Antigua Grecia había templos dedicados a Asclepio, dios de la medicina y las artes taumatúrgicas, que son el precedente del hospital tal y como lo entendemos actualmente. Lo heredaron los romanos, en forma de templo dedicado al dios de la medicina Esculapio. En otras zonas, en especial de Asia, también había establecimientos de salud muy ligados a la religión. Destaca la antigua India y su medicina ayurvédica, con el médico Cháraka como su mayor representante. Pero los precedentes del hospital moderno, acogedor y proveedor de cuidados, del cual surge el concepto de hospitalidad, es creación de la Iglesia católica. Así pues, en el Concilio de Nicea en el 325 d.C., se instaura la creación de un hospital en cada catedral con el fin de atender a los peregrinos enfermos. Posteriormente se establecieron en los monasterios. También llegaron a instalarse en la ruta a Tierra Santa de la mano de los cruzados. De este modo, en 1084 la Orden de San Juan decide crear el Hospital de San Juan de Jerusalén. En el siglo xviii el movimiento secularizador posterior a la Revolución francesa terminó con gran número de centros hospitalarios católicos y los cuidados médicos pasaron mayoritariamente de la Iglesia al Estado.
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En los siglos xix y xx las actividades sanitarias llevadas a cabo por países de modo individual y por la Iglesia católica en particular dan paso a las ejecutadas por organismos internacionales y organismos no gubernamentales de carácter civil. La primera fue la Cruz Roja, movimiento humanitario mundial basado en convenios internacionales con los diferentes estados colaboradores y promotor del Derecho Humanitario Internacional. Su alma mater fue el banquero suizo Henry Dunant (1828-1910). Este, durante un viaje profesional a Italia en 1859, pudo ver las consecuencias del enfrentamiento en Solferino de los ejércitos austríaco, francés y piamontés: 40 000 hombres abandonados a su suerte, sin más asistencia sanitaria que la que les prestaban los ciudadanos de los pueblos cercanos, sin detenerse a valorar su bando de pertenencia. Publicó sus reflexiones en el libro Un recuerdo de Solferino, en el que también planteó la idea inicial de lo que sería la Cruz Roja. En esta obra, al referirse a la organización, escribió textualmente: «cuya finalidad será cuidar de los heridos en tiempo de guerra por medio de voluntarios entusiastas y dedicados, perfectamente calificados para su trabajo». Dunant concibió las sociedades como entes neutrales, dispuestos a prestar ayuda humanitaria a quien la necesitara, independientemente de su raza, nacionalidad o creencias. Su idea la recogieron cuatro miembros de la Sociedad Ginebrina de Utilidad Pública, que junto con él impulsaron el proyecto hasta la constitución formal en 1863 del Comité Internacional de la Cruz Roja. En su homenaje, cada 8 de mayo —fecha de nacimiento de Henry Dunant—, se celebra el Día Mundial de la Cruz Roja. El 13 de junio de 2012, la organización fue galardonada con el Premio Príncipe de Asturias de Cooperación Internacional. La colaboración oficial internacional no surge hasta el siglo xx. En la Unión Europea se fomenta la cooperación con organizaciones internacionales para llevar a cabo sus programas de salud pública, como son la Organización Mundial de la Salud (OMS), el Consejo de Europa y la Organización de Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE). La Comisión Europea y la OMS también tienen establecidos principios, objetivos y procedimientos generales de colabora-
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ción entre ellas.274 Desde 2005 colaboran en proyectos de políticas sanitarias, con financiación del programa de salud pública de la Unión Europea. La Constitución de la OMS entró en vigor el 7 de abril de 1948, fecha que conmemoramos cada año como Día Mundial de la Salud. Uno de los asuntos que abordaron los diplomáticos que se reunieron para crear las Naciones Unidas en 1945 fue la posibilidad de establecer una organización mundial dedicada a la salud. En cuanto a los Objetivos de Desarrollo Sostenible y el Cumplimiento de la Carta Europea del Desarrollo, decir que en 2020 la Comisión y la Oficina Regional para Europa de la OMS renovaron su compromiso de trabajar juntas para lograr el máximo nivel de salud y protección de la salud, en consonancia con los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), en particular el objetivo número 3 sobre salud y bienestar. Se comprometieron a ampliar y profundizar la cooperación, entre otros temas sanitarios, en seguridad sanitaria, sistemas sanitarios, alimentación sostenible y cooperación sanitaria con países no pertenecientes a la Unión Europea (UE). La Comisión Europea participa como observadora en las reuniones anuales del Consejo Ejecutivo de la OMS y de la Asamblea Mundial de la Salud en Ginebra, así como en las reuniones anuales del Comité Regional de la OMS para Europa. Junto con el Servicio Europeo de Acción Exterior (SEAE), la Comisión también colabora con los países de la UE en la elaboración de declaraciones conjuntas y en la negociación de textos con otros países. Además de estas entidades multinacionales de carácter internacional, en el presente tienen una gran importancia las organizaciones no gubernamentales de finalidad sanitaria. Su desarrollo y supervivencia están muy ligados al voluntariado. Aunque ahora el voluntariado no está mayoritariamente ligado a la actividad religiosa, el de carácter religioso sigue existiendo y tiene un peso importante dentro de la filantropía de objetivos sanitarios. Sus actividades de servicio voluntario se remontan a la Edad Media, como manifestación cristiana y de otras religiones que promueven la caridad y el amor al prójimo.
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En esta época se crearon los primeros hospitales de pobres, que eran atendidos no solo por médicos, sino por mujeres voluntarias que ejercían de enfermeras y cuidadoras. Pero ya antes de que en el siglo xix la Cruz Roja creara hospitales que atendieran a los heridos sin importar el bando al que pertenecieran, la Iglesia fomentaba el voluntariado en los hospitales de campaña que se creaban en las guerras. Tras la Primera Guerra Mundial, con una gran parte de Europa destruida, se empieza a ver la necesidad política de recuperación económica y surge un voluntariado que ya no solo buscaba el bienestar de los más necesitados, sino también que los devolviera al tejido productivo, lo que luego se ha considerado una reinserción en la sociedad activa. Con esta nueva visión, el voluntariado creó su propio espacio social y económico a un nivel más amplio y formal que el religioso, y las organizaciones internacionales acogieron a sus miembros como fuerza de trabajo y colaboración. Entre las décadas de 1960 a 1980 los voluntarios se organizaron y los objetivos de estas personas y de los organismos para los que colaboraban pasaron de lo religioso a la lucha por los derechos humanos y sociales, entre ellos los sanitarios. La maduración de objetivos y procedimientos hizo posible que en la década de 1990 comenzaran a aparecer las Organizaciones No Gubernamentales (ONG). En España, en 1996 se promulgó la Ley 6/1996 General del Voluntariado Social, que dota a los voluntarios de una función propia dentro de la sociedad y establece los requisitos que deben cumplir. Dentro de las múltiples ONG con objetivos sanitarios, destacaremos una, por su importancia e implantación internacional: Médicos Sin Fronteras. Médicos Sin Fronteras surgió en Francia en 1971 de la mano de un grupo de médicos participantes en el Comité Internacional de la Cruz Roja en la guerra de Biafra. Crearon una organización internacional independiente que acudiera en ayuda de las poblaciones víctimas de situaciones de violencia y de catástrofes. Su principal objetivo es la ayuda sanitaria a los pueblos más necesitados del Tercer Mundo en situaciones de catástrofes naturales o guerras.
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La Expedición de la Vacuna, como experiencia sanitaria desarrollada en diferentes países, algunos de los cuales no pertenecían a la Corona de España,275 es un ejemplo de filantropía sanitaria moderna que puede servir de inspiración a organismos internacionales como la Cruz Roja, la OMS u ONG tan destacadas como Médicos Sin Fronteras, cuya acción se basa en el voluntariado, un voluntariado que cuenta con un elevado porcentaje femenino. En 1950, la OMS reconoció a Isabel Zendal Gómez, la cuidadora de los niños portadores de la vacuna durante la Expedición, como la primera enfermera de la historia en misión internacional. A pesar de este reconocimiento, la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna no ha obtenido los honores que le corresponden en los foros de desarrollo sanitario internacionales. La razón de esta falta de consideración oficial puede estar en la ausencia de conocimiento que la población general tiene de esta gesta. Es el ser humano, y no las instituciones, quien crea héroes y se los autoimpone como modelos. El propio hecho de la Expedición ha sido muy estudiado por competentes científicos de todo el mundo, pero tal vez la literatura pueda contribuir a su conocimiento entre la población internacional no especializada, y que de este modo se fortalezca la imagen de sus protagonistas como héroes o modelos para seguir. La literatura es terreno de emociones y sentimientos, por eso los héroes que crea basados en personajes reales se distorsionan a veces, pero se convierten en patrimonio emocional universal. Entre los receptores más sensibles están los niños y los jóvenes, todavía en pleno proceso de aprendizaje. La novela de formación es la que muestra la transición de la niñez a la vida adulta. Se identifica por el término alemán Bildungsroman, acuñado por el filólogo Karl Morgenstern. Aunque, como hemos dicho en la introducción, la finalidad moralizante ya se encuentra en obras clásicas o medievales y la versión más social se encuentra en el Renacimiento. Pero es durante el Romanticismo alemán cuando este género se desarrolla completamente y muestra explícitamente la evolución física, moral, psicológica y social de un personaje, muy frecuentemente desde
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la infancia hasta la edad adulta. En esta evolución se suelen diferenciar tres etapas: la primera es el aprendizaje de juventud (Jugendlehre), la segunda son los años de peregrinación (Wanderjahre), y por último el perfeccionamiento (Läuterung). En las novelas basadas en el tema de la Expedición se puede apreciar la evolución, aprendizaje y maduración del personaje, ya se realice el relato desde el punto de vista de uno de los niños, de la enfermera Isabel Zendal, o del propio Balmis. La extensión temporal que abarca la aventura hace posible el desarrollo de diferentes etapas en el personaje. Volvemos a hacer hincapié en que estamos tratando el tema desde la literatura, por lo que la personalidad del personaje no tiene por qué coincidir objetivamente con todos los rasgos de la persona histórica real. En realidad, muchos rasgos de la realidad quedan supeditados al juego emocional que puedan aportar al relato de ficción, y ello sin comprometer una verosimilitud que sustente el hecho literario en sí. Las novelas de las que ya hemos hablado pueden suponer un primer contacto para el lector con el tema de la Expedición y sus protagonistas. Nunca se puede depositar en los relatos literarios el cometido de proporcionar un conocimiento absolutamente veraz y profundo, pues se trata de obras artísticas, no de monografías científicas. A pesar de ello, la inicial implicación emocional y literaria con el tema puede abrir el camino para un estudio ulterior. Y si esa profundización no se produce, siempre habrán podido ofrecer un medio de entretenimiento de alto valor cultural, como es el que se basa en la lectura. Entre las novelas que mejor reflejan la evolución del personaje y su capacidad de actuar como modelo para niños y jóvenes de la sociedad actual, muy implicada con la solidaridad hacia los más desfavorecidos, podemos mencionar las siguientes: La novela Los héroes olvidados, del médico Antonio Villanueva Edo, que busca divulgar la hazaña entre la población más joven. Promueve la formación de los jóvenes lectores desde el sentimiento, por lo que busca su identificación con los protagonistas de la aventura. Otro ejemplo es la novela de Javier Neveo: Los niños de la vacuna. En ella actúa como narrador uno de los niños de la Expedi-
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ción, Andrés Naya, lo que facilita también que el niño lector se implique emocionalmente con la historia. Para los jóvenes amantes del cómic, puede ser una excelente primera lectura de novelas basadas en la Expedición de la Vacuna, la obra de María Solar Los niños de la viruela, con hermosas ilustraciones de Beatriz Castro, o la historia gráfica de El primo Ramón, Nuevo Mundo. Isabel Zendal en la Expedición de la Vacuna. Conclusión La Real Expedición Filantrópica de la Vacuna es considerada como la primera misión sanitaria internacional de la historia. Fue una gesta heroica de elevado coste económico y un ejemplo de solidaridad diseñado y ejecutado por España. A pesar de su importancia y buen conocimiento en el mundo científico, entre la población general no alcanza un elevado nivel de conocimiento. Los literatos se están haciendo eco cada vez más de la capacidad de esta expedición de convertirse en argumento de una novela histórica, un libro de viajes, un relato de aventuras y, en cualquier caso, un excelente recurso para que los niños aprendan, pero también conozcan y valoren la solidaridad, la ayuda al otro, aunque esté muy lejos. En esta historia los héroes no son grandes conquistadores, sino hombres de ciencia que con sus conocimientos y su trabajo llevan vida a los demás. Y también las mujeres, como Isabel Zendal, pues su trabajo como voluntarias y cuidadoras es tan antiguo como el mundo. Y por supuesto, los niños. Ellos hicieron posible que llegara el remedio que tantos adultos habían estudiado. Nunca antes unos seres tan pequeños habían tenido una misión tan gigantesca. Esta expedición, además de ser un ejemplo de los resultados que puede aportar a la humanidad el conocimiento científico y su puesta en práctica, nos ayuda a comprender que la solidaridad, que actualmente tanto valora la sociedad, tiene unos precedentes tan destacados como este, pionero en la cooperación sanitaria internacional. Los escritores, sensibles a los sentimientos humanos, saben aprovechar esta gran aventura científica como argumento de sus
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obras y como medio de entretenimiento y formación de adultos y jóvenes. Los lectores también podemos enriquecer desde nuestro conocimiento los relatos que de la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna nos ofrecen los autores. La actual situación de pandemia internacional que estamos viviendo nos ayuda a apreciar matices, a extraer conclusiones, a valorar hechos históricos de gran esfuerzo y a comprender que, en un mundo globalizado, la clave del bienestar la tiene la salud.
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Capítulo 21
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Maribel Morente Parra Universidad Complutense de Madrid El precioso descubrimiento de la vacuna, acreditado en España y casi en toda Europa como un preservativo eficaz de las viruelas naturales, ha excitado la paternal solicitud del Rey á propagarlo en sus dominios de Indias, donde suele ser mayor el número de víctimas, que sacrifica esta horrorosa plaga. Con tal objeto se ha servido mandar, despues de oido el dictamen del Consejo y de algunos sabios, que se forme una expedición marítima, compuesta de facultativos hábiles y adictos á la empresa, dirigida por el Médico honorario de Cámara D. Francisco Xavier de Balmis, y costeada de su Real erario; los quales sin perdonar gastos, ni fatigas lleven suficiente número de niños á quienes inocular sucesivamente en el curso de la navegación; y conservando por este y otros medios el fluido vacuno en toda su eficacia, hagan á su arrivo las primeras operaciones de brazo á brazo, las que continuarán despues en ámbas Américas, y si fuere dable en las islas Filipinas, observando las anomalías, que la diversidad de climas y de castas pueda producir, con el objeto de ilustrar quanto sea posible un descubrimiento en que tanto se interesa la humanidad, publicando oportunamente las observaciones y resultados de esta expedición filantrópica. (Gazeta de Madrid, 62, 1803: 676-677).
El 5 de agosto de 1803, la Gazeta de Madrid, en su número 62, anunciaba la puesta en marcha de la Expedición Filantrópica de la Vacuna, que saldría del puerto de A Coruña el 30 de noviem-
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bre de ese mismo año con dirección a su primera escala en el puerto de Santa Cruz en Tenerife, para después adentrarse en el Atlántico rumbo a «ámbas Américas», donde el 8 de febrero de 1804 llegan a Puerto Rico. La expedición finalizaría en 1810276 (Pereiro-Otero, 2008: 114), tras no pocos avatares, pero también con numerosos éxitos para la salud pública mundial (Ramírez Martín, 2002, 2004; Ramírez y González, 2019; Tuells y Ramírez, 2011). El hecho histórico ha ido cobrando una relevancia directamente proporcional a la repercusión que las vacunas fueron aportando a la salud de la población mundial. Antes de identificar el microorganismo causante —Variola virus—, a partir de la invención del microscopio electrónico, la observación de las cuidadoras de vacas inmunes a la enfermedad de la viruela bovina proporcionó a Edward Jenner el fundamento teórico y su posterior ensayo, que culminará en la creación de la vacuna variólica. Sin embargo, será a finales del siglo xix cuando Louis Pasteur bautice con el nombre de vacuna, en honor a Jenner, a toda sustancia que tras su inoculación o administración estimula la formación de anticuerpos que permiten la adecuada protección inmunológica frente a determinadas enfermedades infecciosas. En este estudio analizaremos dos usos distintos de la imagen que conforman el proceso vacunal, por un lado, la imagen de la inoculación de la vacuna y, por otro, la imagen de la expedición española que llevó la técnica a parte del mundo. Pasaremos de la imagen científica que construye objetividad, a la imagen como documento histórico que reconstruye el pasado. Cada uno de ellos utiliza la imagen con fines y públicos distintos, pero ambas confluyen en el artista como el intérprete que comunica dos formas de mirar e interpretar la realidad. Nos moveremos entre la imagen creada como conocimiento científico y la imagen recreada como memoria histórica. Las manifestaciones externas de muchas enfermedades otorgaron al médico de finales del siglo xviii y principios del xix el testimonio objetivo que precisaba la ciencia médica experimental que comenzaba a construirse en la época. Y será la observación directa de la inoculación de la vacuna variólica —que no solo puede verse y tocarse, sino también medirse, delimitar-
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se, en definitiva, clasificarse y describirse bajo parámetros establecidos por la observación médica—, la que permitirá sancionar la técnica correcta. Además de proclamar la salud a través de la prevención de la enfermedad mediante la inoculación de la propia causa. Para establecer los criterios adecuados, el médico se servirá de la mano del artista, dibujante y grabador, al que guiará hasta conseguir la imagen-tipo que precisa para mostrar y demostrar su teoría, en este caso el correcto método de inoculación, que se manifestará a través de la secuencia de las pústulas que deben aparecer y parecerse a las señaladas por la autoridad, en este caso por su descubridor Edward Jenner. La publicación en 1798 de Edward Jenner de los buenos resultados de su técnica se vio fuertemente respaldada en toda Europa por numerosas traducciones y publicaciones que difundieron el método y su fama (Tuells, 2012: 373). A ello se sumó Francisco Xavier Balmis con la traducción al castellano de la obra del cirujano francés seguidor de la inoculación de Jenner, Jacques-Louis Moreau de la Sarthe, Traité historique et pratique de la vaccine, por considerar que «se trata de la más completa y sabia que se ha publicado en la culta Europa y que podría esclarecer en España como conviene la opinión pública e introducir y propagar la benéfica práctica de la inoculación de la vacuna verdadera». La traducción de Balmis en 1803 parece que pudo ser clave para su elección como director de la Expedición por parte de la Corona; la vacuna se había convertido en una cuestión de Estado. El texto fue difundido por el cirujano alicantino entre los médicos del territorio recorrido por la Expedición y como parte de la documentación científica de las Juntas de Vacunas creadas a su paso (Tuells, 2012: 372-375). Sin embargo, el método de Jenner ya había llegado a América a través de otras traducciones, como la que se publica en 1802 en La Habana, de Pedro Hernández, del tratado del médico francés François Chaussier «Origen y descubrimiento de la vaccina», que había aparecido un año antes en Madrid. Dos años después, la obra de Hernández se publica en el Suplemento de la Gazeta de México del 26 de mayo de 1804, antes de la llegada de Balmis el 8 de agosto de ese año a la capital de Nueva España, donde, además, ya se había inoculado la vacuna en la casa de
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niños expósitos por orden del virrey José de Iturrigaray (Suplemento de la Gazeta de México, 12, 1804: 93-108).277 La técnica del brazo a brazo ya fue expuesta por Edward Jenner en su obra como la más eficaz, aunque también se utilizaba otra en la que el pus extraído se colocaba entre dos vidrios lacrados envueltos con paño negro, o entre cristales sellados con cera, pero se mostró como un medio de conservación en su mayoría ineficaz por no contar con el material vivo en el que el virus pudiese replicarse, que sí ofrecía el brazo a brazo. De ahí que Balmis adoptase la conservación de la vacuna mediante el brazo a brazo en los veintidós niños a los que se la fue inoculando durante la travesía. De esta forma pudo solventar la dificultad del transporte de la vacuna en largos viajes, que al margen de los evidentes dilemas éticos que hoy comportaría, supuso para Balmis el éxito de su campaña. Imágenes de la prevención variólica La necesidad de visualizar las reacciones que provocaba la inoculación de la vacuna con el paso de los días hacía necesario incluir algún tipo de imagen o gráfico en los textos, que asegurase que la técnica vacunal había sido correctamente inoculada; será el parecido de la lesión posvacunal con la pústula representada la que lo confirme. Para ello era necesario elegir el tipo de lesión que sirviera de modelo objetivo. Ya en la obra de Jenner se incluyen cuatro grabados a color, en los que se muestran las pústulas que aparecen en la mano de un niño y la posterior evolución de las reacciones tras la inoculación en los brazos de dos niños y una niña de entre cinco y ocho años. Los grabados de la primera edición de 1798 realizados por los grabadores ingleses William Skelton278 y E. Pearce, y por A. Reed los de la segunda edición de 1802 —copia de los primeros—, representan las pústulas en una mano y tres brazos de niños identificados por su nombre (O’Brien, 1997: 45-69). Jenner extrae de la casuística el modelo de lesión que se espera tras la inoculación y, aunque no deja de tener cierto grado de subjetividad, permite ver y hacer ver lo invisible en el signo que se va desvelando secuencialmente. Es más, la descripción de la pústula, su forma, color, tamaño o con-
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sistencia, anteriormente síntoma patológico, se convierte ahora en un síntoma de salud, anuncia que no se producirá la enfermedad. El médico y el pintor construyen un código iconográfico que se concreta en la forma y el color que debe tener la pústula en cada momento tras la correcta vacunación. En las láminas aparece la firma de los artistas que participan en su elaboración, que pueden llegar a ser tres: el dibujante, el grabador y el que colorea, lo que indica un proceso secuencial de trabajo, que muy posiblemente estaba bajo la supervisión del médico, que iría dirigiendo la obra hasta alcanzar el aspecto deseado, reflejo de la lesión real.279 La imagen, copia de la observación, delimita lo que debe visualizarse en la realidad para ser considerado adecuado, la imagen será el criterio científico; en definitiva, estamos ante la construcción artística de la ciencia (Fressoz, 2011: 86-94; 2020). El científico experimentador es el sancionador de la verdadera ciencia, que a la vez controla la población a través de la salud, en palabras de Foucault, «Ojo que sabe y que decide, ojo que rige» (Foucault, 2006: 120). Dicha experimentación se realiza sobre los cuerpos de los niños, que se convierten en instrumentos de ensayo clínico. Estas imágenes, ya modelo iconográfico de la inoculación variólica, serán, en muchos casos, incluidas con o sin modificaciones en los textos que posteriormente se escribieron o tradujeron sobre la vacuna con base en el texto de Jenner. A partir de las imágenes originales jennerianas, otros médicos decidieron trasladarlas y reunirlas en cuadros secuenciales que mostraban en el mismo espacio la evolución temporal del signo vacunal, eliminando la región anatómica, de manera que la mirada se dirige y focaliza en el aspecto patográfico de interés.280 Esta forma visual de observación se convertirá en un modelo de identificación patológica evolutiva, característica de los atlas nosográficos dermatológicos que surgieron en la época (Fressoz, 2011: 94). Este cuadro secuencial aparece como única imagen en la obra de Francisco Piguillem «La vacuna en España, o cartas familiares sobre esta nueva inoculación» de 1801, y en él se muestran y demuestran «los granos de la Viruela Vacuna en sus cinco periodos sucesivos», desde el tercer al decimoctavo día de evolu-
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ción; sin embargo, la falta de color en el grabado limita la completa y correcta identificación de las pústulas sin el apoyo textual. Otras obras incluyeron ambas formas representativas, el cuadro secuencial y su localización y características en el brazo, como ocurre en la obra Recherches historiques et médicales sur la vaccine del médico francés Henri-Marie Husson, también de 1801, que incluye en un desplegable dos grabados realizados por el grabador y pintor inglés John Godofrey, y que como señala en la imagen del brazo, fueron dibujados del natural y grabados por Godofrey, vinculando ambas actividades en la misma persona, lo que por otro lado indica la importancia que daban los artistas a la realización de cada técnica, que lleva a especificarlo en la obra. El cuadro secuencial representa la pústula desde el cuarto día hasta el decimoquinto. La elección de los días concretos que deben emplearse como guía evolutiva de la lesión varía entre el tercer y el cuarto día como el inicio del proceso, hasta el día decimoctavo, aunque en muchas publicaciones la horquilla secuencial elegida suele ser menor. Estas dos imágenes fueron las elegidas por Francisco Xavier Balmis para la primera edición de 1803 de su traducción Tratado histórico y práctico de la vacuna de la obra del médico francés Jacques-Louis Moreau, que no incluye imágenes. Ambas representaciones conforman también un desplegable en las páginas XXXII y XXXIII. La imagen del brazo presenta una pústula en el antebrazo que no aparece en el original, así como una mayor intensidad del color con la que se resalta y delimita el contorno de las pústulas. Aunque el grabado no aparece firmado, es posible que se trate del grabador José Ximeno, que realiza el retrato de Jenner al inicio de la obra.281 Una obra destacable por la particularidad de su publicación y la riqueza de sus imágenes es la que en 1801 publica el grabador y pintor francés Louis-Pierre Baltard (1764-1846) en dos folletos de 30 x 26 cm. Cada folleto enmarca un texto del médico francés François Chaussier. En la primera plancha dos escenas acompañan el texto «Découverte de la Vaccine. Son caractère»; se trata de un paisaje bucólico de la campiña inglesa con vacas y una pastora que da de mamar a su hijo. Ambas escenas nos trasladan al contexto en el que Jenner posiblemente observó y ex-
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perimentó su descubrimiento, afianzando el origen de la experimentación. En los años centrales del siglo xix, los resultados de la vacunación se verán ratificados con las múltiples estadísticas sobre la misma y su inexcusable y beneficiosa aplicación, lo que por otro lado permitía señalar e incluso condenar a los detractores de su puesta en práctica. La segunda plancha, que enmarca la parte práctica del texto «Inoculation de la Vaccine ou vaccination», incluye una escena en la que una madre inocula la vacuna a su hijo, como indica el texto, mientras en la segunda aparece un niño rodeado de juguetes e instrumentos musicales, con las marcas en ambos brazos que secuencialmente van brotando tras la inoculación. En la parte inferior de esta plancha se muestra la lanceta que debe utilizarse para la inoculación «visto a la lupa», y el aspecto de las pústulas los días cuarto, octavo, décimo y undécimo, la distribución no es secuencial, se disponen guardando una simetría, en aras de la distribución estética del folleto, dejando en el centro la pústula que indica el final del proceso. Esta publicación, que aprovecha el texto de un reconocido médico francés, es presentada en un formato manejable y económico para un público mucho más amplio, al que informa solo de las ventajas de la vacuna, al tiempo que se le instruye tanto en los argumentos teóricos de las bondades de la vacuna, como en su correcta aplicación con el instrumental adecuado. La sencillez de la técnica permite —al tiempo que obliga— que sea la propia madre la que inyecte la vacuna sin peligro. Las imágenes, de una calidad indiscutible, son un factor atrayente y seductor que actúa como instrumento didáctico para la salud pública con el que hacer partícipe a la población de la responsabilidad frente a la vacunación. La mayoría de estas imágenes serán incluidas en la traducción que el médico madrileño Pedro Hernández hace del texto, publicado en Madrid en 1801 con el título Origen y descubrimiento de la vaccina. En este caso, de los grabados se encargará el madrileño José Fonseca (1774-1812), que utilizó tres de las imágenes de Baltard (o de su interpretación en otro texto posterior), dos de ellas son copia, mientras que en la imagen del niño los juguetes son sustituidos por un perro. Incluye en una lámina aparte la imagen-guía de la lanceta y la evolución de la pústula en tres
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fases. En la edición de la traducción de Pedro Hernández que se publica en el Suplemento de la Gazeta de México en 1802 —que como en el caso de los folletos de Baltard busca la mayor asequibilidad y accesibilidad—, se incluye una sola imagen, en este caso grabada por el mexicano José Simón de Larrea, en la que se agrupa el niño en el centro, copia del de Fonseca, mientras en la parte superior se sitúa la lanceta y la evolución de las lesiones desde el cuarto día hasta el undécimo, y en la parte inferior, debajo del niño, se representa la lesión que deja la falsa vacunación, que solo se describía en el texto (González, 2020: 4-5). Este breve recorrido por las imágenes de la, podríamos llamar, inoculografía variólica, permite acercarnos a la construcción de la medicina del siglo xix como la disciplina objetiva y experimental a la que aspiraba toda ciencia, sobre todo las de directa aplicación práctica. La enfermedad, y como consecuencia la salud, se reduce al signo medible, en este caso el signo ordena la secuencia esperable de la evolución de la pústula que se transmuta de enfermedad en salud. La forma y sobre todo el color determinarán el criterio clínico de la correcta vacuna; la imagen agrupa estas características convirtiéndose en la definición gráfica de la vacuna. Para ello era preciso instruir a los artistas, mejor dirigir, sobre la representación correcta de la evolución de la pústula vacunal. A principios del siglo xix, llevados por el ímpetu y la necesidad de que la vacuna funcionase,282 se obviaron las posibles reacciones que la inoculación de la vacuna podía provocar, y será a mediados del siglo, con el afán de clasificar todo signo patológico dermatológico, cuando se realicen grabados en atlas y figuras en cera, que reflejan las posibles úlceras provocadas en las pústulas de la vacuna, como las que se conservan en el Hospital de San Louis de 1880 (Tilles, 2018: IVS3-IV89; Fressoz, 2012: 119-120). En el siglo xix se observa un mayor interés por incluir la iconografía patológica como documentación objetiva y mensurable de las manifestaciones de muchas enfermedades. Esta necesidad por documentar los signos patológicos se puede observar también en la producción de piezas escultóricas, realizadas en cera u otros materiales, que se construyeron en el Colegio de Cirujanos de Madrid, a la sazón, Facultad de Medicina y Cirugía desde finales del siglo xviii (Morente, 2020; Sharpe, 2020).
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Imagen para una expedición. La expedición imaginada La hazaña de la Expedición Filantrópica de la Vacuna dirigida por Francisco Xavier Balmis fue publicada en el Suplemento de la Gazeta de Madrid el 14 de octubre de 1806, con motivo de la recepción de su director por parte del rey: El domingo 7 de Setiembre próximo pasado tuvo la honra de besar la mano al Rey nuestro Señor el Dr. D. Francisco Xavier de Balmis, Cirujano honorario de su Real Cámara, que acaba de dar la vuelta al mundo con el único objeto de llevar á todos los dominios ultramarinos de la Monarquía Española, y á los de otras diversas Naciones, el inestimable don de la Vacuna. [...]
El artículo narra con detalle la expedición realizada por Balmis y los avances del subdirector Salvany hasta la fecha de publicación de la Gazeta. La proeza inspiró al reconocido poeta Manuel José Quintana, que le dedica una oda en diciembre de 1806, titulada «A la expedición española para propagar la vacuna en América» (Pereiro-Otero, 2008: 109-133).283 Sin embargo, parece que la proeza no se representó gráficamente, como tampoco a sus protagonistas; de hecho, el único «retrato» de Francisco Xavier Balmis fue realizado a principios del siglo xx por el grabador Elías Corona dentro de una de las obras que salieron de la imprenta de Saturnino Calleja, y que lo más probable es que sea inventado (Tuells, 2019). No será hasta treinta y seis años después de la culminación de la Expedición, cuando encontremos una representación de la hazaña, como documento gráfico de una obra por entregas del periodista, historiador y abogado aragonés Miguel Agustín Príncipe (1811-1863), titulada Guerra de la Independencia: narración histórica de los acontecimientos de aquella época, precedida del relato crítico de los sucesos de más bulto ocurridos durante el reinado de Carlos IV, escrita entre 1842 y 1847. El acontecimiento narrado de la Expedición se sitúa entre «los sucesos de más bulto» de Carlos IV; de hecho, es la única hazaña científica que el autor destaca en el texto y es represen-
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tada en una estampa, como parte relevante de la memoria histórica. El reinado de Carlos IV no solo fue heredero de numerosas expediciones como legado de su padre —entre las que destacan las de Alejandro Malaspina y Bustamante y la Real Expedición Botánica del Nuevo Reino de Granada de Celestino Mutis—, sino que también se llevaron a cabo otro número no desdeñable de ellas, aunque con intereses políticos diferentes, debido sobre todo a la crisis política europea y a la reciente Revolución francesa, que focalizaron la atención de las expediciones en el interés geoestratégico (Gutiérrez, 1991: 65-77). Sin embargo, en la obra mencionada, Príncipe destaca la única con fines humanitarios, la Expedición Filantrópica de la Vacuna, aunque sin olvidar la amplia labor de Godoy: «... se distinguió por numerosos rasgos de protección á notables expediciones científicas y filantrópicas, sobresaliendo entre todas la de la vacuna [...]» (Príncipe, 1842-1847, I: 503-504). Unas páginas antes, cerrando el capítulo XVII de su obra, y entre la narración de los enfrentamientos entre España y Gran Bretaña, Miguel Agustín Príncipe termina el capítulo destacando: Dos meses después de tan memorable victoria arribó felizmente á España don Francisco Balmis, al cabo de tres años de su ausencia, durante los cuales dió la vuelta al globo, en cumplimiento del encargo que por el gobierno se le había dado de llevar la vacuna à los pueblos de ultramar del antiguo y nuevo continente que se hallaban infestados de la viruela. Esta espedicion eminentemente humanitaria y benéfica, puesto que llevó la salud y la vida á propios y estraños, como dice el príncipe de la Paz, y á amigos y enemigos sin ninguna diferencia, constituye otro de los elogios á que es de justicia acreedor el gobierno de Cárlos IV, siendo imposible recordarla sin orgullo patriótico y sin recordar al mismo tiempo la bellísima composicion poética que el gran Quintana la dedicó, enriqueciendo el parnaso español con una de sus mas ricas y brillantes joyas (Príncipe, 1842-1847, I: 381-383).
En el texto enfatiza, por un lado, los valores filantrópicos y benéficos de la expedición, ya que Balmis no solo llevó la vacuna
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a las colonias españolas, sino también a «estraños» y enemigos, caso de la colonia portuguesa de Macao, la región china de Cantón y la isla inglesa de Santa Elena por donde pasó a su vuelta a España; y, por otro lado, se exaltan los valores patrióticos y legitimadores de la monarquía, vinculados a la Corona de Carlos IV como valedora de la hazaña. Su autor, Miguel Agustín Príncipe fue un prolífico escritor liberal romántico, muy activo en la sociedad española de mediados del siglo xix, que en El Entreacto del 10 de septiembre de 1839 publica: «No nos cansemos de repetirlo: en naciones como la nuestra, los elementos de la ilustración y de la moralidad son cuatro: el púlpito, la prensa, los establecimientos científicos y el teatro». En la obra en la que se inserta la estampa, Príncipe utiliza la publicación periódica como medio para formar a la sociedad en los valores morales patrióticos de la «verdad histórica», de los que él se siente depositario (Espín, 2005: 130-133). La estampa elegida para representar la Expedición Filantrópica, sin numeración escrita, aparece entre las páginas 381 y 383 del volumen primero de los tres que componen la obra. Forma parte de las láminas que se entregaban sueltas con cada ejemplar; de hecho, al final de cada volumen aparece un índice denominado «Guion para la colocación de las láminas», que indica el número de cada una (26 para el de la Expedición) y la página que debe ocupar en el texto (en nuestro caso la 382). La entrega y venta de la estampa aislada de la obra posiblemente haya contribuido a descontextualizar la imagen, como también a fijarla en el actual imaginario académico como identidad gráfica del hecho histórico.284 La estampa se convierte en un emblema de comunicación social, cuya función puede ser entendida en los términos que se argumentan en el Semanario Pintoresco Español (otro de los periódicos en los que el autor publicaba) de 1844, donde se enumeran seis de sus utilidades: 1. Divertir por medio de la imitación, representando cosas visibles. 2. Instruir de un modo más sólido y pronto que la palabra. «Las cosas, dice Horacio, que entran por los oídos, toman
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un camino más largo, y conmueven menos, que las que entran por los ojos, las cuales son testimonio mas seguro y fieles.» Abreviar el tiempo que se emplearia en volver á leer lo que se hubiese escapado de la memoria, y refrescarla con una sola mirada. Representar las cosas ausentes cual si estuviesen ante nosotros, y que no podríamos ver sino á costa de penosos viajes y grandes gastos. Facilitar el medio de comparar muchas cosas juntas, por el poco lugar que ocupan las estampas, su gran número y su diversidad. Formar el gusto por las cosas buenas, y dar por lo menos una tintura de las bellas artes, que no es licito que ignoren las gentes decentes.
La necesidad de justificar las funciones de la imagen como transmisora de información no solo permite establecer los márgenes en los que esta debe entenderse, sino que la reafirma frente al texto como informadora instantánea; siguiendo a Bozal: «Las imágenes no fueron una mera transposición o traducción de textos literarios, sino una creación; es decir, que la relación de los escritos y las imágenes implicaba un proceso creativo desde ambos puntos de vista» (Bozal, 1979). La técnica empleada en la estampa que representa la Expedición de Balmis es la litografía (Marzio, 1971, pp. 37-48; Vives, 2003: 46-50),285 que a finales del siglo xviii había descubierto el checo Alois Senefelder, y aunque en España la técnica se conocía desde principios del xix, el primer taller no se crea hasta 1819, el mismo año de la muerte de nuestro protagonista, Francisco Xavier Balmis, con el nombre Litografía de Madrid o Establecimiento Litográfico de Madrid, dependiente de la Dirección General de Hidrografía y dirigida por el grabador militar José María Cardano, quien había sido comisionado para aprender la técnica en el extranjero (Ramírez, 1976: 48; Carrete, 1980: 16-23; Gallego, 1990: 341-343; Vega, 1990). De hecho, la Academia de Bellas Artes de San Fernando, formadora de artistas, en lugar de promover e instruir las nuevas técnicas del aguafuerte y
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la litografía, se reafirma en la defensa y enseñanza de la tradicional técnica del grabado con buril o talla dulce, como se la denominaba en el siglo xviii (Vega, 1997-1998: 368).286 Sin embargo, la prensa ilustrada que surge en España a principios de los años treinta del siglo xix, y concretamente la publicación Cartas españolas en 1831, introducen láminas litográficas como parte de las noticias. Esta nueva forma de informar con imágenes se convertirá en pocos años en un medio de difusión de una nueva burguesía que busca el acceso al conocimiento que refleje, casi al mismo tiempo, las transformaciones de la modernidad y el progreso. Se trata de un medio de comunicación de masas que debe informar a la velocidad en que se producen las noticias, síntoma del nuevo discurrir moderno, del ferrocarril, la fotografía; comienza la era de la burguesía del consumo inmediato (Pla, 2010: 30). Esta «ruptura con los modelos clásicos de la visión a comienzos del siglo xix fue mucho más allá de un simple cambio en la apariencia de las imágenes y las obras de arte; fue inseparable de una vasta reorganización del conocimiento y de las prácticas sociales que modificaron de múltiples formas las capacidades productivas, cognitivas y deseantes del sujeto humano» (Crary, 2008: 18). El autor de la lámina fue el litógrafo e ilustrador malagueño Francisco Pérez, y el Establecimiento Artístico y Literario de Juan Manini, el taller donde se realizó. Pérez trabajó para diferentes establecimientos, hasta que, en los años cuarenta, y junto al también grabador Julio Donón, crearon un establecimiento litográfico en la calle Madera, n.o 1 en Madrid, taller donde se llevó a cabo la mayor producción de estampas litográficas del período romántico de mediados de siglo xix de la capital (Ibáñez Álvarez, 2003: 41, 144 y 155). Pérez realiza varias litografías para la obra de Príncipe, entre ellas su retrato, pero la que nos ocupa requiere una narración visual y textual que permite varias lecturas: por un lado, la que ofrece la propia imagen sin texto; una segunda cuando la acompañamos del título que aparece en la estampa, y por último cuando además la insertamos en el texto. La imagen, que recuerda otras muchas escenas de marina de épocas anteriores —excepto quizá por la tipología naviera y la
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indumentaria de las gentes—, representa un viaje (esa vuelta al globo que menciona el texto de Príncipe), concretamente la llegada de una corbeta a una ensenada con el ancla echada y los marineros recogiendo velas. La zona costera no presenta signos identificativos, la tipología geográfica y topográfica responde a las que podemos observar en otras marinas de características generales, casi anónimas, en las que se introducen accidentes del relieve como la ladera de la montaña del fondo, pero sin vegetación autóctona. Tampoco hay señales de zona portuaria a la que poder arribar y desembarcar, aunque los barcos del fondo revelan movimiento marítimo. En el extremo derecho de la imagen aparece una barca atada, a la que un hombre se dirige, quizá con la intención de permitir el desembarco de los viajeros. El artista sitúa la perspectiva desde la playa, en un plano amplio, en el que recoge a un grupo numeroso de gentes de diferentes etnias y con vestimentas de zonas cálidas, que esperan la llegada de la anhelada vacuna, en definitiva, de la salvación, personificada en el cirujano alicantino Balmis, que saluda desde la popa del barco bajo la bandera. La escena nos permite apreciar, por un lado, el acalorado recibimiento que los lugareños ofrecen a los expedicionarios, portadores de la salvación a la terrible epidemia y, por otro, sirve como imagen de propaganda hacia un hecho que el autor de la obra, Miguel Agustín Príncipe, destaca como uno de los hechos admirables del reinado de Carlos IV. Si a la imagen le sumamos la leyenda que la acompaña, a modo de títuli, su lectura es la que nos permite reconocer el acontecimiento, lo que Peter Wagner reconoce como «iconotexto», que en este caso identifica la escena marítima con la Expedición de la Vacuna, vinculándola a Balmis, su director, haciéndolos sinónimos, de tal forma que obliga al lector a relacionar al personaje con su acción filantrópica, la difusión de la vacuna antivariólica; una vez más, el personaje se convierte en el depositario del hecho histórico (Burke, 2005: 181). La estampa amplía significados al visualizarse junto al texto, cobra toda la dimensión la presencia de los niños, las madres, incluso los personajes que tienen las manos juntas en aparente súplica, o el hombre del primer plano con los brazos estirados, en actitud de dar gracias al cielo por la llegada de la esperada vacuna que les librará del látigo de la viruela. En definitiva, la
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narración textual y visual desea imprimir en el lector los valores morales y patrióticos relacionados con la acción de la Expedición y su objetivo filantrópico, buscados por el autor para recordar y laudar determinados hechos históricos como legitimación de una monarquía valedora de los intereses de sus súbditos. Sin embargo, no podemos negar la presencia de imágenes en el viaje de Balmis, y aunque no relacionadas con el objeto de la expedición, sí lo estaban con el interés de su director y de la mayoría de las expediciones científicas de la época, centradas en la iconografía de la historia natural, aunque también en aspectos antropológicos y culturales.287 Sin embargo, no parece que entre los miembros de la tripulación se encontrara un dibujante que documentara gráficamente las necesidades de la empresa, pero según se indica en el Suplemento de la Gazeta de Madrid del 14 de octubre de 1806: Aunque su objeto se contrató a comunicar la vacuna de brazo a brazo en todas partes, enseñar su práctica a los profesores, y establecer reglamentos para perpetuarla, no ha omitido el Director medio alguno de hacerla al mismo tiempo útil a las ciencias y a la Agricultura. Trae una colección considerable de plantas exóticas: ha hecho dibujar los más preciosos objetos de Historia natural, y recogido noticias y datos importantes.
El comentario parece indicar que, si bien no iba acompañado de un dibujante, se sirvió de algunos para documentar objetos de historia natural de interés botánico. Aunque no se han encontrado referencias de la entrega de objetos en ninguna institución científica a su vuelta a Madrid en 1806, en 1815 Balmis dona al Real Jardín Botánico 239 «Pinturas en papel de china de plantas chinas, executadas por pintores chinos sobre el natural», que al parecer le regalan en Cantón por su labor de vacunación en las poblaciones de Macao y Cantón, que no estaban previstas en la ruta de la Expedición.288 Es difícil saber si se trata del mismo material gráfico, o es una confusión del periodista, o incluso de dos hechos distintos, pero sea como fuere, la Expedición, o en concreto Balmis, en su afán de conocimiento de la historia natural, trajo láminas de interés botánico que, aunque no reflejan el
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detalle que los científicos europeos exigían en este tipo de representaciones, «se hacen apreciables por la verdad y el bello colorido» (San Pío, 2006: 20). De todos modos, ya en sus viajes anteriores a América, Francisco Xavier Balmis, mostró interés por la botánica medicinal novohispana. De hecho, y como resultado de sus investigaciones en el uso de dos especies de las plantas mexicanas, la begonia y el agave, para el tratamiento de las enfermedades venéreas, en 1794 publica la obra Demostración de las eficaces virtudes nuevamente descubiertas en las raices de dos plantas de Nueva-España, que incluye dos láminas calcográficas a color, grabadas por José Rubio y uno de los hermanos López Enguídanos (1760-1812) (Carrete Parrondo, 1991; Rodríguez Nozal y González Bueno, 2002). Es de destacar que, a una de las especies botánicas, la begonia, se la designa con su nombre en homenaje a su labor y difusión de los beneficios de la planta. Por esta circunstancia, y la de haber sido yo el primero que la he transportado y dado á conocer en Europa, y el que ha trabajado con mas esmero en perfeccionar su uso medicinal; he merecido á Jos laboriosos Botánicos de la Nueva España el distinguido obsequio de que impongan á esta planta el nombre de Begónia Balmisiana en la Flora Mexicana, que ya han empezado á trabajar. (Balmis, 1794: 343; San Pío, 2006: 14)
En definitiva, la intención de este breve análisis era mostrar el uso de la imagen como elemento esencial en la construcción de la realidad. Por un lado, la científica, en la que establece los márgenes mensurables de la objetividad visual de las lesiones vacunales; considerando que esa visualidad es la que otorga la objetividad científica tan preciada en el siglo xix, evidente también en las láminas botánicas. Por otro lado, la construcción de la memoria histórica, cuya imagen persigue evocar un hecho histórico lleno de valores morales vinculado a la Corona y a la hazaña de Francisco Xavier Balmis. En ambos casos estamos ante instrumentos de control en los que la imagen ejerce un poder legitimador de la ciencia y evocador de la historia. Una ciencia y una historia que culminaron en la erradicación de la terrible enfermedad.
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Antonio Campos Muñoz Académico de número y vicepresidente de la Real Academia Nacional de Medicina de España En su obra Origen y epílogo de la Filosofía,289 Ortega y Gasset escribe que el «epílogo» es lo que viene cuando se ha acabado el «logos», lo que viene después de los decires, lo que hay que decir sobre lo que ya se ha dicho. Para ser fiel a este principio orteguiano, el epílogo del presente libro —La Expedición de Balmis. La primera lucha global contra las pandemias— debe añadir, por tanto, a modo de reflexión, algunos decires sobre lo ya relatado y analizado por el cualificado grupo de autores que, sabiamente coordinados por la profesora Susana Ramírez, ha participado en la redacción del mismo. La tarea no es fácil porque los citados autores, en sus respectivos capítulos, además de aportar una información detallada y solvente sobre la Expedición y sus protagonistas, han formulado un conjunto de valiosas reflexiones que muy bien podrían eximir a la obra de cualquier decir postrero o, lo que es lo mismo, de añadir un «epi» a un «logos» tan completo. Sin embargo, y a pesar de ello, quizá pueda resultar de interés abordar en su conjunto las distintas reflexiones que surgen del análisis histórico realizado y contrastarlas con la realidad existente en nuestros días. Al hacerlo quizá podamos, pasando de la anécdota a la categoría, tomar conciencia del verdadero significado de la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna, objeto en ocasiones de alguna que otra crítica interesada, y poner en valor su carácter pionero y su vigencia como modelo inspira-
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dor de procederes y quehaceres médicos y sociales, de plena validez en nuestro tiempo. El carácter pionero de la Expedición es difícilmente discutible. Si, como afirma Manuel Seco en su Diccionario del español actual,290 pionero es quien abre nuevos caminos en una actividad determinada, la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna fue pionera al menos en seis actividades que, en el momento presente y con la lógica puesta al día que ello implica, siguen aún vivas en la medicina, la ciencia y la sociedad de nuestro tiempo. Aunque en varios capítulos de la obra se han mencionado algunas de estas actividades, recapitularlas, y colocarlas en conjunto, puede ayudarnos a valorar mejor el impacto de las mismas y a tomar conciencia global de su grado de incidencia en la realidad de nuestra vida presente. La Real Expedición es, en efecto, pionera y precursora de la primera implementación de un programa de prevención y de salud pública auspiciado por un gobierno y financiado con fondos públicos. La decisión del Gobierno de la Corona, que rige Carlos IV y preside Manuel Godoy, de enviar la Expedición a los territorios de ultramar, tras oír al Consejo de Indias, constituye, en este sentido, una decisión política de gran calado con la que el Gobierno del reino de España da respuesta a la solicitud de ayuda procedente de los virreinatos de Nueva Granada y el Perú, en relación con la epidemia de viruela allí existente.291 La respuesta, por su naturaleza y aplicación geográfica, constituye un hito en política sanitaria a gran escala que ningún otro gobierno de su tiempo tuvo la intuición y la convicción de impulsar en sus territorios ni, por supuesto, la osadía de promover y financiar. Una decisión que se extiende además más allá de los virreinatos inicialmente afectados con el objeto de prevenir la enfermedad en todos los ámbitos territoriales de la monarquía hispánica. La Real Expedición es también pionera en la instauración de una actividad preventiva organizada en los distintos lugares visitados. En concreto, los expedicionarios crearon Juntas de Vacunas en cada territorio, con personal adiestrado y sistemas de registro, que continuaron desarrollando la acción preventiva iniciada tras la marcha de los mismos.292 Al institucionalizar la actividad preventiva, las Juntas de Vacunas articularon, desde el
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punto de vista sanitario, los distintos territorios y contribuyeron a conformar, años más tarde, la primitiva red de salud pública de los futuros países independientes.293 La Real Expedición es, de igual modo, pionera en una actividad que con los años se ha constituido en premisa indispensable de cualquier programa de prevención en salud: la educación sanitaria. La voluntad manifiesta que revela el ejercicio de dicho proceder queda reflejada en la distribución en los territorios visitados de cuantiosos ejemplares del Tratado de la Vacuna de Moreau de la Sarthe, libro que, traducido por Balmis, fue trasladado a ultramar en un elevado número.294 Los miembros de la Expedición utilizaron dicho libro como material formativo para los colaboradores locales en las Juntas de Vacunas creadas y estos lo emplearon a su vez, con la misma función, tras la marcha de los expedicionarios como demuestra su amplia difusión en América.295 La Real Expedición fue igualmente pionera y precursora en la transferencia de un conocimiento y de una tecnología que tenían como finalidad no solo implementar un programa concreto de vacunación, sino también la de proporcionar a quienes la recibían independencia y autosuficiencia técnica para su utilización posterior en nuevas vacunaciones. Esta modalidad de transferencia constituye la base fundamental del mecanismo de cooperación actualmente existente entre países con distinto nivel de desarrollo.296 El modo de proceder para otorgar y financiar un proyecto científico-sanitario constituye, asimismo, un hito pionero que puede atribuirse a la Real Expedición de la Vacuna. En efecto, para que la Expedición Filantrópica de la Vacuna pudiera desarrollar la actividad preventiva que tenía proyectada tuvo que superar una evaluación competitiva con otro proyecto, ejecutarlo y posteriormente rendir cuentas de lo realizado, tal y como ocurre en la actualidad con los proyectos que otorgan las agencias que financian la investigación.297 En el caso que nos ocupa, el proyecto que competía con el propuesto por Francisco Xavier Balmis era el presentado por José Felipe Flores, que postulaba el traslado a América de fluido en cristales y de vacas con viruela. El proyecto de Balmis consistía, como sabemos, en trasladar
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hasta Puerto Rico el fluido mediante la vacunación sucesiva en el tiempo de una cadena de niños y continuar utilizando el mismo mecanismo por los cuatro virreinatos y Filipinas. El comité que evaluó ambos proyectos estuvo formado por figuras como Antonio Gimbernat, Leonardo Galli e Ignacio Lacaba, pertenecientes a la Junta de Cirujanos de Cámara y muy vinculados a los prestigiosos Reales Colegios de Cirugía creados en la segunda mitad del siglo xviii. Es precisamente la participación de niños en el proyecto lo que ha generado algunas críticas a la Expedición de Balmis. Se suele olvidar al respecto el contexto cultural propio de la época en relación con la infancia, las circulares protectoras de la Corona —no siempre acatadas por las autoridades locales—, pero, sobre todo, la similitud que tuvieron en su proceder con la infancia tanto la Expedición de Balmis como otras conquistas y logros médicos de la época; entre ellos, la vacunación que Edward Jenner practicó en niños para probar la eficacia de su descubrimiento. Finalmente, pero no en último lugar, la Real Expedición fue pionera en la participación por primera vez de una mujer, Isabel Zendal, en un puesto relevante. Sin su protagonismo no hubiera sido posible culminar con éxito el curso completo de la Expedición. Su papel fue especialmente importante en la primera etapa al establecer pautas de comportamiento y cuidados que luego se repitieron con excelentes resultados en etapas sucesivas de la Expedición. Francisco Xavier Balmis destacó su protagonismo elogiando muy efusivamente su actividad con los niños expedicionarios. Pero ¿cuándo un hecho o un hito pionero alcanza a convertirse en modelo inspirador? Max Scheler en su ensayo Modelos y Líderes298 afirma que un modelo está siempre vinculado a una determinada conciencia de valor y que dicha circunstancia fija el marco de nuestro querer y de nuestro obrar. Algunas de las actividades pioneras de la Real Expedición fueron ya celebradas en su propia época por figuras tan simbólicas como Edward Jenner, el descubridor de la vacuna, o Alexander von Humboldt y más recientemente por figuras médicas de la talla de Ignacio Chaves o Gregorio Marañón. Sin embargo, ni el hito precursor por sí mismo ni las consecuencias de la Expe-
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dición por sus resultados concretos, constituyen el fundamento principal de la conciencia de valor que hace de la Real Expedición de la Vacuna un modelo inspirador que invita a obrar de forma similar ante situaciones análogas. En efecto, lo que define una conciencia de valor en la Real Expedición, por encima de los hechos históricos concretos y por valiosos que estos sean, es la posibilidad de instaurar con éxito, en un determinado marco gubernamental y administrativo, una respuesta solvente al reto social que supone la existencia de un escenario sanitario inesperado y devastador, que exceda los límites de una respuesta previsible. El modelo, que invita a la admiración y a la imitación como todo modelo positivo que se precie, constituye por todo ello un estímulo a querer y obrar en situaciones paralelas atendiendo a la conciencia de valor que lo inspira. Si personalizamos el modelo, siguiendo a Max Scheler, la figura de Balmis emerge como prototipo de lo que dicho autor califica como «genio». La eficacia del genio se realiza, afirma dicho autor, «mediante su obra en la que está intuitivamente presente lo individual de su personalidad». «Lo que quiere siempre el genio, con un amor apasionado por la idea —continúa Scheler—, es únicamente la cosa; esto es, la materialización de la idea.» No busca ni considera en ningún caso su obra como modelo; solo intenta, como dirá años más tarde Cajal, que la idea cuaje en realidad. Y por ello cuanto con más puridad quiere la cosa, en el caso de Balmis la Expedición, más tiene la obra la impronta de su personalidad. La independencia de la obra del entorno material del genio, es decir de su ambiente histórico y social, es lo que convierte a la misma, por otra parte, en una obra clásica. Y ser una obra clásica significa que el contenido esencial de la misma sea comprensible y modélico para personas con entornos completamente distintos y que el mensaje afecte, como también señala Scheler, a la totalidad del mundo espacio-temporal o, lo que es lo mismo, a todos los lugares y momentos del espacio y del tiempo donde puedan encontrarse personas con capacidad y voluntad de entenderlo. La Expedición de la Vacuna es, en el contexto arriba indicado, la obra genial, la obra clásica, el acto positivo de un amor a la hu-
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manidad,299 que nace de la filantropía ilustrada inserta en la «genial» personalidad de Francisco Xavier Balmis. Al margen de las coyunturas históricas y sociales de su época y de los avatares de su protagonista, y los que con él compartieron el proyecto, la conciencia de valor que la Real Expedición encarna y representa constituye desde entonces y, a todos los efectos, un modelo inspirador de alcance universal. Un modelo que ha traspasado espacios y tiempos para configurarse en símbolo permanente de la capacidad que tiene el ser humano para imaginar e implementar ante infortunios sanitarios y sociales, coyunturales y devastadores, una respuesta preventiva a gran escala, políticamente organizada y eficazmente solvente. Pero ¿cuáles son los contenidos, los rasgos esenciales, para tener en cuenta en la Expedición de Balmis que caracterizan una conciencia de valor transmitida en el tiempo? ¿Qué ámbitos, qué dimensiones, qué aspectos de la obra balmisiana siguen siendo comprensibles y modélicos en los distintos entornos del mundo actual? Tres son, a mi parecer, las dimensiones presentes en la Real Expedición de la Vacuna que, ante escenarios sanitarios similares, continúan plenamente vigentes. Se trata, en primer lugar, de la dimensión organizativa y planificadora de la respuesta; en segundo lugar, de la dimensión geográfica que implica su implementación y, en tercer lugar, de la dimensión social y cultural en la que ha de aplicarse.300 Tres dimensiones que están presentes en nuestros días como muy bien revela la pandemia de la covid-19 que asola a la humanidad desde comienzos del año 2020. En el caso de la Real Expedición, la dimensión organizativa osciló entre un respaldo gubernamental del máximo nivel y una colaboración remisa por parte de los responsables locales en los distintos territorios, especialmente en el ámbito financiero, a pesar de lo previsto en las disposiciones reales que facultaban la Expedición. La gestión vinculada a la búsqueda y selección de los niños o el transporte en las inhóspitas rutas americanas fue, asimismo, muy complejo de organizar. El viaje de Acapulco a Manila exigió, por su largo trayecto, la participación de veintiséis niños de entre cuatro y catorce años, y los viajes por las tierras andinas, una imaginación y un esfuerzo extraordinarios.
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La dimensión geográfica de la Expedición alcanza naturaleza épica. Los expedicionarios se enfrentaron a toda la diversidad natural —geológica, biológica y climática— existente en los distintos territorios que recorrieron y en los ríos y mares que navegaron, con diferentes tormentas, huracanes y naufragios, como el que tuvo la rama expedicionaria de Salvany, subdirector de la Expedición, en la desembocadura del río Magdalena, que estuvo a punto de acabar con la misma. A todo esto hay que añadir caminos a pie, por veredas montañosas, selvas, pantanos o desiertos. Y todo ello con la finalidad de llevar la vacuna de la viruela al mayor número posible de personas, con la dificultad añadida de conservarla en el tiempo y en el espacio. La dimensión social y cultural que viven los protagonistas de la Real Expedición en el ejercicio de su labor es el resultado del contraste que se produce entre las ideas ilustradas que impulsan la Expedición y la diversidad de costumbres y atavismos que se encuentran en los diferentes territorios que visitan. Ha de reseñarse, sin embargo, que desde los púlpitos, la Iglesia, con su poderosa influencia, colaboró significativamente a propagar la vacuna y que el idioma común facilitó la comunicación entre los expedicionarios y las poblaciones autóctonas. Pero, además, la Real Expedición de la Vacuna cambió socialmente el paradigma de enfermedad y de muerte por el de vida y esperanza, revalorizando a la vez el papel de la medicina y, por ende, el del médico y el del resto de los profesionales sanitarios. Estas tres dimensiones, como previamente se ha indicado, se repiten como retos que hay que considerar en relación con las respuestas para implementar ante las grandes epidemias y pandemias que han tenido lugar en los dos siglos posteriores a la Real Expedición de la Vacuna. La reciente pandemia de la covid-19 revela que las respuestas aportadas para procurar su prevención mediante vacunas tropiezan de nuevo con problemas vinculados a las tres dimensiones arriba señaladas: la dimensión organizativa, esta vez a nivel global, continental y local; la dimensión geográfica, con la singularidad de implementarla en territorios y sociedades muy diversos, y la dimensión social, con la existencia de negacionistas de viejo y de nuevo cuño capaces de incidir en mayor o menor
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medida en la salud comunitaria de las distintas sociedades afectadas. En el primer caso, la articulación de respuestas conjuntas por parte de los gobiernos y los organismos internacionales se ha puesto a prueba con importantes retos de futuro por solventar y, asimismo, con el reto de definir las relaciones gubernamentales con las compañías farmacéuticas. En el segundo caso, la implementación de vacunas con un tratamiento logístico diferenciado —zonas pobladas y despobladas, condiciones de preservación de la vacuna, etc.— afecta a una distribución geográfica que condiciona su uso y, por tanto, sus efectos preventivos en distintos grupos de la población mundial. Por último, en el tercer caso, los colectivos críticos con las vacunas señalan, entre otras cosas, que en los medios de comunicación se informa prioritariamente de los beneficios de las vacunas y, en mucha menor medida, de sus efectos adversos en lo que a salud global se refiere, lo que atribuyen a la influencia de las empresas fabricantes. La situación plantea un problema de difícil encaje entre mandato obligatorio y libertad que no tiene una fácil solución. En el caso de la pandemia de la covid-19 se ha hecho un especial énfasis en las complicaciones generadas por algunas vacunas, similares a las que producen ciertos fármacos, lo que ha generado un rechazo añadido hacia la vacunación cuyas consecuencias todavía son difíciles de evaluar. Ante las evidentes limitaciones que las tres dimensiones citadas presentan en la actual pandemia, el modelo de la Real Expedición de la Vacuna continúa constituyendo un eficaz referente al que mirar como inspiración histórica. La conciencia de valor que transmite, a la que con anterioridad se ha hecho referencia, puede seguir estimulando y proyectando horizontes con los que orientar qué rumbo tomar en las distintas situaciones narradas. En la actualidad hay que señalar, en efecto, que utilizar vacunas eficaces como instrumento y mecanismo de prevención solo es posible desde el dirigismo que supone, como afirma Hense,301 la salud pública; un dirigismo organizativo que, «aunque tiende a restringir la libertad individual para adquirir ganancias de salud a escala comunitaria», solo es posible si se cuenta con una dimensión organizativa que, en el contexto de nuestro tiempo,
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respete el método científico-epidemiológico por un lado y la renuncia individual por otro. Las diferencias poblacionales, medioambientales y de riqueza vinculadas a los distintos territorios habitados del mundo exigen, por otra parte, tener en cuenta la dimensión geográfica para plantear soluciones capaces de garantizar la mayor equidad posible en franjas de tiempos similares. La dimensión social de la vacunación para su incardinación en distintos contextos solo es posible en los países más desarrollados con una información veraz a través de programas formativos y educativos muy solventes, y en los países menos desarrollados con programas de cooperación y de transferencia eficaces que incluyan asimismo proyectos de educación sanitaria estrechamente vinculados a las necesidades de las poblaciones afectadas. Resulta evidente, tras lo arriba indicado, que la Expedición de, Balmis es y debe seguir siendo modelo inspirador de reflexiones que, insertas en la conciencia de valor que transmite, contribuyan a resolver organizativamente, geográficamente y socialmente los problemas que en nuestro medio genera la aplicación preventiva de vacunas en un mundo tan tecnificado y tan globalizado como el mundo en que vivimos. Afirma Julián Marías, siguiendo a Goethe, que todo lo que heredamos de nuestros padres tenemos que conquistarlo para poseerlo.302 Lo que Marías propone, dicho en otras palabras, es conocer primero y tomar posesión después de todo lo que recibimos de nuestros antepasados para hacerlo nuestro, para incardinarlo en nuestro vivir y en nuestro quehacer diario. Una propuesta que debería constituir, sin duda, un objetivo básico de cualquier proyecto educativo. Los distintos capítulos que conforman el presente libro constituyen una excelente aportación con la que acceder al conocimiento de los contextos y los avatares de la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna, así como a la personalidad de la impar figura de Francisco Xavier Balmis, impulsor y autor intelectual de la misma. La lectura de los mismos hace posible que podamos, en el sentir de Marías, conquistarlos y tomar posesión de ellos. Al hacerlo estaremos en disposición de valorar con más rigor las aportaciones concretas de la Ex-
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pedición, las distintas circunstancias que concurrieron en su realización y las vicisitudes humanas que vivieron sus protagonistas. Pero como he tratado de esbozar en este decir añadido que es el epílogo, quizá podamos también tomar conciencia a partir de la conquista y posesión de estos hechos de lo que la Expedición aporta como pionera de nuevos modos de ejercer la prevención, la investigación, la educación sanitaria o la cooperación y de lo que representa, desde entonces, como modelo vigente y universal, capaz de seguir inspirando reflexiones sobre los nuevos retos organizativos, geográficos y sociales que las nuevas pandemias aún nos siguen planteando. El que la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna fuese, por otra parte, gestada en España debería también ayudarnos, con mayor objetividad de la que habitualmente se practica, a resituar el papel y la aportación de España a la ciencia universal. Cajal escribió que la ciencia no tiene patria, pero los científicos sí la tienen.303 Es, por eso, importante trasladar a nuestra sociedad, y muy especialmente a los más jóvenes, que la sociedad española, la nuestra, la comunidad histórica de la que formamos parte, ha participado también, y muy significativamente, en la construcción de la realidad científica que conforma el mundo en que vivimos. Y en este contexto, y entre otras importantes y significativas contribuciones españolas, la Expedición de Balmis constituye un hito fundamental en el impulso de la vacunación masiva y un modelo de referencia y reflexión vigente desde hace más de doscientos años. Gregorio Marañón, en su prólogo al clásico libro de Gonzalo Díaz de Yraola sobre la Expedición de la Vacuna, afirmaba que la obra de Balmis no fue retórica vacía sino fervor y sacrificio eficaces. A la luz de la globalización y de la perspectiva sanitaria actual, la obra de Balmis fue, sin embargo, mucho más; fue también, como hemos tratado de apuntar en este epílogo, la puerta que abrió al ser humano el horizonte de la prevención global frente a la enfermedad y el de la protección pública de la salud. Horizontes de futuro hacia los que debemos atentamente seguir mirando con el estímulo permanente de su recuerdo y con la conciencia de valor indestructible que nos transmite su mensaje.
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Capítulo 23
EL ADN DEL VIRUS DE LA VACUNA CONTRA LA VIRUELA
Clarissa R. Damaso Instituto de Biofísica Carlos Chagas Filho, Universidad Federal de Río de Janeiro, Río de Janeiro, Brasil José Esparza Instituto de Virología Humana, Escuela de Medicina de la Universidad de Maryland, Baltimore MD, Estados Unidos de América
Introducción La viruela es probablemente la enfermedad que más muertes ha causado en la historia de la humanidad. Su origen se remonta a varios siglos y estudios recientes indican que ya era prevalente en Europa desde la era de los vikingos, hace más de mil años (Mühlemann et al., 2020; Alcami, 2020). La viruela contribuyó a la hecatombe poblacional que ocurrió en las Américas en el siglo xvi, cuando comenzó la colonización europea (Guerra, 1999; Esparza, 2000; Esparza y Yépez Colmenares, 2005). Se estima que en la Europa del siglo xviii cerca de 400 000 personas morían por causa de la viruela cada año, y que durante el siglo xx causó la muerte en todo el mundo de entre 300 y 500 millones de personas (Esparza et al., 2020a). El principio del fin de la viruela se produjo en 1798 cuando el médico inglés Edward Jenner describió el procedimiento de la
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vacunación antivariólica (Jenner, 1798). La vacuna fue introducida en España en diciembre de 1800 usando material vacunal procedente de Francia, originalmente traído desde Inglaterra, y la vacunación fue rápidamente adoptada en muchas regiones del país (Olagüe de Ros y Astrain Gallart, 1994, 2004; Duro Torrijos y Tuells, 2019). Partiendo del puerto de A Coruña en noviembre de 1803, la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna llevó el descubrimiento de Jenner alrededor del mundo, en la que ha sido reconocida como la primera campaña mundial de vacunación (Mark y Rigau-Pérez, 2009). Aunque probablemente no será posible conocer con certeza cuál fue la naturaleza exacta de la vacuna que Balmis llevó en su expedición, en este capítulo se describen investigaciones recientes que están dando nueva información sobre el origen y la evolución de la vacuna antivariólica. El descubrimiento de Edward Jenner El desarrollo de la vacunación antivariólica se basó en la observación de que las personas que se recuperaban de un ataque de viruela no la volvían a sufrir de nuevo, un concepto que hoy conocemos como inmunidad posinfecciosa. La viruela era una enfermedad tan temida en la antigüedad que los pueblos de Asia comenzaron a practicar la inoculación intencional y controlada, usando costras secas obtenidas de las lesiones de pacientes que la padecían, para así tratar de inducir una enfermedad más benigna que conferiría protección contra los ataques naturales de la enfermedad más severa. De acuerdo con Voltaire, la «inoculación de la viruela», más tarde conocida como «variolización», era practicada en Asia desde «tiempo inmemorial». El material para efectuar las variolizaciones se obtenía de casos benignos de viruela y las inoculaciones se hacían después de tratamientos especiales del material inoculante, tales como la desecación, y de una preparación cuidadosa de las personas que eran inoculadas. La variolización fue introducida en Inglaterra en 1721 por lady Mary Wortley Montagu, esposa del embajador inglés en Constantinopla, donde ella había aprendido el procedimiento. Sin embargo, la variolización no era un procedimiento seguro, ya
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que hasta un 2 por ciento de las personas variolizadas desarrollaban un cuadro grave de la enfermedad que los llevaba a la muerte. Pero adquirir la viruela natural durante una epidemia podía causar la muerte del 30 por ciento de los afectados, por lo que la variolización fue ampliamente adoptada en varios países europeos (Weiss y Esparza, 2015). En este contexto de la variolización es en el que se desarrolló la vacunación. Durante el siglo xviii, en Inglaterra los granjeros observaron que las ordeñadoras que habían adquirido una enfermedad de las vacas conocida en inglés como cowpox parecían no contraer la viruela. La sospecha era que las ordeñadoras, después de haber sufrido una enfermedad benigna que producía en las ubres de las vacas lecheras unas lesiones similares a la viruela, adquirían un estado de inmunidad cruzada que las protegía contra la enfermedad más severa, que era la viruela. En 1796, el médico rural inglés Edward Jenner decide comprobar experimentalmente la hipótesis de que una enfermedad debida al cowpox (definida por él como viruela de las vacas) protegía contra la viruela humana. Para ello, Jenner escarifica el brazo de un niño de ocho años con material obtenido de una lesión de cowpox de la mano de una ordeñadora que sufría la enfermedad. Seis semanas después, volvió a escarificar el brazo del mismo niño, pero esta vez con material obtenido de una lesión de viruela, básicamente haciendo una variolización. Al constatar que el niño no desarrollaba una lesión de viruela en el sitio de la escarificación, Jenner quedó convencido del poder preventivo del cowpox. Esta y otras observaciones y experimentos los recoge Jenner en su famoso libro publicado en 1798, el cual comúnmente se conoce como la Inquiry (Jenner, 1798). Desde entonces el procedimiento de inoculación del cowpox se denomina vacunación, derivado del latín vacca. El genio de Jenner fue confirmar con experimentación la validez de una observación popular, verificando que el procedimiento era seguro y efectivo. Asimismo, demostró que el cowpox podía ser transmitido en serie, del brazo de un niño vacunado al de otro niño sano, abriendo así la posibilidad de implementar de una manera práctica programas de vacunación a gran escala. Jenner comprendió claramente que la vacunación no era tan solo
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una forma de obtener protección individual contra la viruela, sino que también era una valiosa intervención de salud pública, que fue rápidamente adoptada en Europa y en otras partes del mundo (Esparza, 2020a). La Inquiry fue traducida rápidamente a numerosos lenguajes y Jenner se convirtió en una celebridad. Su efigie apareció en medallas conmemorativas y en grabados que con frecuencia hacían alusión al supuesto papel que la vaca había desempeñado en el descubrimiento (Esparza, 2000b). Un ejemplo extraordinario de la rápida diseminación de la vacunación lo constituye la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna, enviada por el rey Carlos IV de España, para vacunar a los súbditos de la Corona alrededor del mundo. Bajo el liderazgo del doctor Francisco Xavier de Balmis, la Expedición llevó la vacuna por el mundo en los brazos de niños, tal como lo había descrito Jenner (Ramírez Martín, 2002). ¿Cuál era la verdadera naturaleza de la vacuna de Jenner? Es importante recalcar que la vacunación fue desarrollada más de medio siglo antes de que la teoría microbiana de las enfermedades se formalizara en la década de 1860 gracias a los trabajos de Louis Pasteur, Robert Koch y sus alumnos. La naturaleza de los virus (definidos al principio como virus filtrables, por su pequeño tamaño) comenzó a ser entendida a finales del siglo xix y principios del xx; y no fue hasta 1905 que se demostró que el agente causante de la viruela era un virus filtrable. Hoy conocemos que el virus de la viruela pertenece al género Orthopoxvirus de la familia Poxviridae, que incluye otros varios virus relacionados. Es decir, Jenner y sus contemporáneos inoculaban material que era capaz de transmitir la enfermedad, pero no estaban en condiciones de comprender la verdadera naturaleza viral de la vacuna. Desde los tiempos de Jenner, y durante el siglo y medio siguiente, se aceptaba generalmente que la vacuna contra la viruela se había originado del cowpox. Esa creencia fue superada en 1939 cuando el doctor Allan Watt Downie (1901-1988), que era profesor de bacteriología en la Universidad de Liverpool, usó
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técnicas serológicas para demostrar que el virus que entonces se empleaba para vacunar contra la viruela, al que se había denominado vaccinia, era diferente del virus del cowpox espontáneo (Downie, 1939). Desde entonces se habla de la vaccinia como un virus de laboratorio sin hospedero animal conocido. Si la vacuna contra la viruela es el virus de la vaccinia, y este no se deriva del cowpox, entonces la pregunta importante es cuál es su verdadero origen. En 1981, el doctor Derrick Baxby (1940-2017), entonces profesor de microbiología médica de la Universidad de Liverpool, propuso que el verdadero origen del virus de la vaccinia era otro ortopoxvirus que producía una enfermedad en los caballos conocida como horsepox (Baxby, 1981). En castellano la enfermedad equina se denomina gabarro, en inglés grease, y en francés eaux des jambes, aunque hay otras enfermedades de los caballos que se parecen y confunden entre ellas. Baxby llegó a esa conclusión después de estudiar documentos históricos que indicaban que material obtenido de casos de horsepox también había sido utilizado en Europa durante el siglo xix y principios del xx para inmunizar contra la viruela. El mismo Edward Jenner sospechaba que el cowpox derivaba del horsepox, y también creía que material obtenido de esta última enfermedad podía usarse para proteger contra la viruela (Esparza et al., 2017). Hoy en día el horsepox es una enfermedad muy rara y probablemente ya se ha extinguido (Esparza, 2013). Los últimos casos de horsepox conocidos en Europa se produjeron a principios del siglo xx, nunca se reportaron en las Américas, y los últimos casos conocidos en el mundo ocurrieron en 1976 en Mongolia. Afortunadamente, se conservaron muestras del virus aislado en Mongolia y la secuenciación de su genoma reveló que estaba genéticamente relacionado con el virus de la vaccinia, e incluso que podría considerarse como un ancestro en su línea evolutiva (Tulman et al., 2006). El análisis del genoma de vacunas antivariólicas modernas ha revelado que muchas de ellas puedan haber resultado de la recombinación entre diferentes ortopoxvirus, incluyendo un ancestro relacionado con el horsepox (Esparza et al., 2020a). En las próximas dos secciones discutiremos de manera general la estructura de los poxvirus, y presentaremos un resumen de
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algunos de nuestros estudios sobre la caracterización genómica de viejas vacunas antivariólicas. La naturaleza de los poxvirus Los poxvirus son virus relativamente grandes con forma de ladrillo, envueltos por membranas lipoproteicas, que miden aproximadamente 360 × 270 × 250 nanómetros. El genoma viral es una molécula de ácido desoxirribonucleico (ADN) lineal de doble cadena, el cual, en el virus de la vaccinia, que es el prototipo de la familia Poxviridae, tiene un tamaño cercano a 190 000 pares de bases (pb) (Moss, 2013), aunque en otros miembros más primitivos del linaje puede llegar hasta 220 000 pb (Brinkmann et al., 2020). La estructura del genoma viral está bien preservada entre los miembros de la familia Poxviridae. Consiste en una región central con una secuencia conservada que contiene cerca de 90 genes que cumplen funciones esenciales para la replicación y el ensamblaje del virus, tales como proteínas y enzimas importantes para la síntesis y modificación del ADN y del ácido ribonucleico (ARN), ensamblaje de la partícula viral y su salida de la célula infectada (Moss, 2013). Esos aproximadamente 90 genes conservados se encuentran en todos los poxvirus que infectan vertebrados. La región central del genoma está flanqueada en ambos extremos por regiones variables, que contienen un número cambiante de genes, dependiendo de la especie viral. Esos genes están involucrados en funciones que no son esenciales para la replicación viral, sino que usualmente confieren ciertas ventajas al virus para superar al sistema inmune del hospedero, o para replicarse en hospederos o tejidos específicos. Esos genes son conocidos como genes de virulencia y entre sus funciones pueden incluirse la modulación de la respuesta inmune del hospedero, así como también la preferencia sobre el rango de posibles hospederos. Los extremos más distales de las regiones variables son secuencias duplicadas y repetidas en cada extremo. Se conocen como repeticiones terminales invertidas (en inglés, inverted terminal repeats o ITR), y dos copias de cada uno de los genes de virulencia contenidos en esas regiones es-
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tán presentes en el genoma. El número de genes en los ITR varía dependiendo de la especie y cepa del ortopoxvirus en cuestión (Moss, 2013). Es importante mencionar que la región de unión entre los ITR y el resto de las regiones variables es muy compleja en el linaje del virus de la vaccinia, con numerosas deleciones de material genético, inversiones y duplicaciones (Qin et al., 2013; Qin et al., 2011). La complejidad de la estructura genómica de los ortopoxvirus, particularmente de aquellos pertenecientes al linaje de la vaccinia, es un factor clave para entender las relaciones y la diversidad genética de esos virus (Brinkmann et al., 2020; Qin et al., 2015). El género Orthopoxvirus es el más importante de la familia Poxviridae, tanto desde el punto de vista clínico como histórico. El más famoso ortopoxvirus es el virus de la variola, que es el agente causante de la viruela (Fenner et al., 1988). La historia de la viruela permea la historia de la vacuna antivariólica, que incluye otros tres ortopoxvirus importantes para nuestra discusión: vaccinia, horsepox y cowpox. Como ya hemos mencionado, el virus de la vaccinia es el prototipo del género y de la familia viral, y es genéticamente cercano al virus del horsepox. Los tres virus antes mencionados pueden infectar a humanos, vacas y otros animales, produciendo lesiones postulares en la piel muy parecidas entre ellas. Por lo tanto, el diagnóstico clínico de un hospedero infectado no permite determinar si la lesión es producida por los virus del horsepox, cowpox o vaccinia (Damaso, 2018; Esparza et al., 2018). Un aspecto importante del género Orthopoxvirus es que la infección con cualquiera de sus miembros produce una inmunidad cruzada que puede proteger contra cualquier otro virus del mismo género (Damon, 2013). Este fenómeno fue crucial para el éxito de la vacunación propuesta por Jenner, aunque en esa época nadie podía entender este fenómeno de protección cruzada. Además del misterio sobre la naturaleza de las vacunas antivariólicas originales, hay falta de información sobre el origen mismo de los virus de la vaccinia, horsepox y cowpox. Debido a que durante el siglo xix y principios del xx, los virus no eran conocidos como entidades biológicas específicas y únicas, las enfermedades eran diagnosticadas solo a partir de observaciones
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clínicas del animal enfermo. Debido a ello, la presencia de una lesión pustular en vacas era diagnosticada como cowpox, pero si ocurría en caballos entonces se consideraba que se trataba de horsepox (Esparza et al., 2017). En esos primeros años el virus de la vacuna era conocido así porque el material se obtenía de las vacas y con el tiempo se usó como equivalente a cowpox para referirse a la vacuna de Jenner. En la actualidad, en especial ahora en la era genómica, es absolutamente evidente que los virus de la vaccinia, horsepox y cowpox son diferentes. Distintas cepas del virus del cowpox poseen genomas muy grandes (cerca de 230 000 pb) y los mismos han reemergido en las últimas dos décadas como virus de roedores que ocasionalmente infectan animales y humanos (Dabrowski et al., 2013). El origen del virus de la vaccinia ha sido difícil de establecer porque no parece causar infección natural en ninguna especie animal, con excepción de la situación reportada en Brasil, la India y Colombia, donde el ganado lechero (vacas y búfalos) puede estar infectado y transmitiendo el virus a ordeñadores y trabajadores del campo, probablemente como consecuencia de contaminaciones iniciadas durante las campañas de vacunación contra la viruela (Bhanuprakash et al., 2010; Damaso et al., 2000; Moussatche et al., 2008; Styczynski et al., 2019). El análisis genómico indica que la región central conservada del virus del horsepox y de todas las cepas del virus de la vaccinia son muy parecidas, con una similitud de más del 90-95 por ciento. Cuando se construyen árboles filogenéticos, los virus del horsepox y vaccinia se sitúan muy cercanos; de hecho, el virus del horsepox forma un grupo dentro del linaje del virus de la vaccinia. Sin embargo, es importante mencionar que las diferentes cepas del virus del cowpox se encuentran por fuera del linaje de la vaccinia. La mayor diferencia entre horsepox y vaccinia se encuentra en las regiones variables del genoma, donde los virus relacionados con el del horsepox tienen un segmento extra de 10,7 kpb y 5,5 kpb en los extremos izquierdo y derecho, respectivamente, los cuales no están presentes en ninguna cepa del linaje del virus de vaccinia. Estas secuencias son aspectos distintivos que diferencian los virus de la vaccinia y el horsepox (Qin et al., 2011; Tulman et al., 2006). Por otro lado, las diferentes cepas del virus del cowpox tie-
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nen esos segmentos en los extremos izquierdo y derecho del genoma que, aunque parecidos, no son iguales a los del horsepox. Sin embargo, la región central conservada del virus del cowpox es menos similar al horsepox cuando se compara con vaccinia (Dabrowski et al., 2013). Por lo tanto, el estudio de los genes presentes en esos segmentos de las regiones variables es muy importante para comprender las diferencias entre horsepox y vaccinia y, en consecuencia, para entender la diversidad genómica de vacunas antivariólicas antiguas y su origen (Esparza et al., 2018). Estudios recientes han identificado al ‘horsepox’ como un posible ancestro de la vacuna antivariólica Nuestra búsqueda de información molecular que pudiese explicar el origen de la vacuna antivariólica comenzó hace cinco años cuando examinamos el contenido de un capilar con vacuna antivariólica producida en 1902 por los Laboratorios H. K. Mulford (Pensilvania, Estados Unidos). Para ello utilizamos técnicas de secuenciación genética de nueva generación (next generation sequencing) para examinar el ADN del virus en el material vacunal, y los resultados obtenidos fueron sorprendentes (Schrick et al., 2017). La vacuna Mulford 1902 tenía más del 99,7 por ciento de similitud con el genoma de la única cepa conocida del virus del horsepox que, como ya sabemos, fue aislada en 1976 de un caballo enfermo en Mongolia, y que es conocida como MNR-76. Sin embargo, igualmente sorprendente fue que el ADN de la vacuna Mulford 1902, aunque altamente similar al del virus del horsepox, es estructuralmente parecido al del virus de la vaccinia, en el sentido de poseer las deleciones de 10,7 y 5,5 kpb en los extremos izquierdo y derecho del genoma, respectivamente. Un poxvirus con esas características nunca había sido identificado con anterioridad, representando la primera evidencia científica de que un virus relacionado con el del horsepox había sido utilizado como vacuna antivariólica (Schrick et al., 2017). Esa observación cambió la historia de la vacuna antivariólica, porque lo que antes era meramente una hipótesis, ahora ha sido comprobado científicamente (Flint et al., 2020).
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VACV-DPP21
VACV-TT5
VACV-107
VACV-LC16m8
VACV-WR
VACV-IHDW1
VACV-TKT4
VACV-TKT3
VACV-Cop
Cowpox virus-HumBer07/1
Cowpox virus-GRI90
Cowpox virus-Ger90
Cowpox virus-BrgRed
Ectromelia virus
variola virus-Bgd75
Clado Eurasiático
Clado horsepox/Brasileño
Clado Americano/Dryvax
Monkeypox virus-DRC
Subgrupo horsepox
Camelpox virus
VACV-Serro2
VACV-Cartalago VACV-TT8
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VACV-IOC-B388
VACV-IOC-B141
VK02
Muford 1902
VK05
Horsepox-MNR-76
VK12
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VK01
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VK08
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VACV-DPP13
VACV-DPP25
VACV-DPP11
VACV-DPP20
VACV-DPP15
VACV-ACAM2000
VACV-DPP10
Cowpox virus-Aust 1999
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El descubrimiento de la naturaleza de la vacuna Mulford 1902 fue el comienzo de nuestra búsqueda de vacunas antiguas contra la viruela en museos médicos y colecciones privadas. Nuestros esfuerzos están enfocados a obtener la secuencia genómica de diferentes vacunas provenientes de diferentes épocas y lugares de origen. Aunque mucha de la información que hemos obtenido todavía no ha sido publicada, lo cierto es que después de los años cuarenta del siglo xx, la mayoría de las vacunas antivariólicas que hemos examinado, provenientes de diferentes partes del mundo, corresponden al virus vaccinia moderno. Sin embargo, vacunas manufacturadas en períodos anteriores son en su mayoría derivadas del virus del horsepox, aunque presentan bastante variedad de estructuras genómicas (Schrick et al., 2017; Brinkmann et al., 2020). Recientemente se publicó la secuencia de los genomas de cinco vacunas antivariólicas antiguas encontradas en el Museo Mutter de Filadelfia, en Estados Unidos, país en el que se utilizaron durante la segunda mitad del siglo xix. De hecho, son las vacunas antivariólicas más antiguas que se han caracterizado (Duggan et al., 2020). Es interesante señalar que los genomas de las cinco vacunas eran diferentes (Brinkmann et al., 2020). Una de ellas, conocida como VK05, tiene el genoma característico de un auténtico virus del horsepox: es un 99,8 por ciento idéntico a la cepa MNR76 y la estructura de su genoma es similar a la del virus del horsepox, en el sentido de que sus extremos presentan las inserciones típicas de dicho virus. Esta similitud es asombrosa, teniendo en cuenta que se trata de dos virus presentes en continentes diferentes (Asia y América), separados por más de cien años. Los genomas de las otras cuatro vacunas, denominadas VK01, VK02, VK08, y VK12, también resultaron similares al del virus del horsepox en la región central conservada del genoma (Brinkmann et al., 2020). Sin embargo, los extremos de los genomas difieren del correspondiente al horsepox porque no tienen completas las inserciones de 10,7 kpb y 5,5 kpb. De hecho, los genomas de estas vacunas tienen estructuras complejas en sus extremos que son únicas para cada una de las vacunas VK y diferentes del virus del horsepox, de la vacuna VK05 y de la vacuna
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Mulford 1902 (Brinkmann et al., 2020). Estas estructuras complejas envuelven la duplicación de regiones en el extremo derecho de los genomas, las cuales se repiten como insertos en el extremo izquierdo, y esto da como resultado un aumento del tamaño de los genomas, hasta el punto de que son los genomas más grandes del linaje de la vaccinia. Debido a que estas estructuras no se encuentran en los virus modernos de la vaccinia, nos referimos a esas viejas vacunas como virus de la vaccinia arcaicos. Durante la campaña de erradicación de la viruela, dirigida por la Organización Mundial de la Salud en las décadas de 1960 y 1970, se observó que las vacunas antivariólicas usadas (vaccinia) con frecuencia exhibían rearreglos genómicos complejos (Osborne et al., 2007). En experimentos de laboratorio, el virus de la vaccinia muestra una facilidad para recombinar sus genomas (Parks y Evans, 1991), y ese proceso puede haber sido favorecido durante los procedimientos tempranos de manufactura de la vacuna, debido a que diferentes cepas de virus fueron combinadas o mezcladas en la producción de la vacuna en vacas (Esparza et al., 2020b). A pesar de la complejidad observada en el genoma de los virus usados como vacunas contemporáneas contra la viruela, los estudios recientes señalan al virus del horsepox, o incluso los virus de la vaccinia arcaicos, como los ancestros de las vacunas usadas en el siglo xix. Hasta ahora la evidencia publicada solo muestra esa evidencia en vacunas usadas en Estados Unidos. Sin embargo, los países europeos, sobre todo Francia, Bélgica e Inglaterra, fueron los productores más importantes de vacunas en el siglo xix y de ellos provenían las vacunas utilizadas en Estados Unidos durante ese siglo (Esparza et al., 2020b). Por lo tanto, es plausible asumir que virus de vaccinia arcaicos también fueron usados para producir vacunas en Europa en el siglo xix. Discusión y conclusiones En este capítulo presentamos el argumento y las evidencias que muestran que la vacuna antivariólica moderna, el virus conocido como vaccinia, se deriva de un ancestro genéticamente similar o relacionado con el virus del horsepox y no del cowpox.
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Aunque durante mucho tiempo se ha venido aceptando que la vacuna de Jenner procedía del cowpox, el mismo Jenner en su Inquiry hizo la observación de que el cowpox podía ser en realidad una enfermedad de los caballos conocida como grease, que probablemente correspondía al horsepox. Jenner pensó que tal vez la enfermedad de los caballos era transmitida por los granjeros a las vacas, en las cuales adquiría propiedades preventivas contra la viruela. Muy poco tiempo después, en 1801, John Glover Loy, un médico de Yorkshire, confirmó que el material directamente obtenido de casos de horsepox podía brindar protección contra la viruela, sin necesidad de que el material inmunizante pasara por la vaca (Loy, 1801). Aunque el trabajo de Loy no coincidía plenamente con la hipótesis de Jenner, este consideró, sin embargo, que confirmaba sus sospechas acerca del origen equino del preservativo contra la viruela (Esparza et al., 2017). Una confirmación adicional sobre la hipótesis del origen equino de la vacuna la proporcionó en 1802 el italiano Luigi Sacco, el médico que introdujo la vacuna en el norte de Italia. En una carta que envió a Jenner en 1803, Sacco explica que, después de leer el trabajo de Loy, realizó varios experimentos que lo convencieron de que la inoculación de material directamente proveniente de casos de horsepox protegía contra la viruela, lo que lo llevó incluso a sugerir a Jenner la posibilidad de cambiar el nombre de vacunación por equinación (Esparza et al., 2017). Cabe aclarar que hoy sabemos que, en realidad, el virus del cowpox es un virus enzoótico que infecta a varias especies de roedores en Europa (Carroll et al., 2011; Dabrowski et al., 2013) y que ocasionalmente infectaba vacas en Inglaterra, causando los casos de cowpox a los que Jenner se refería como casos espontáneos o epizoóticos. Los casos de cowpox eran relativamente infrecuentes y su identificación causaba un gran interés y conmoción entre los médicos. Sin embargo, Jenner y otros médicos ingleses inoculaban frecuentemente con material obtenido de los caballos, sin mencionar su origen, ya que estaban convencidos de que el preservativo contra la viruela era el mismo, sin importar la especie animal de la cual se obtenía. La protección cruzada entre los diferentes virus del género Orthopoxvirus explica el éxito de las observaciones empíricas hechas a principios del siglo xix.
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Durante la primera mitad del siglo xix el material vacunal se mantenía en la población por transmisión «de brazo en brazo», en lo que se llamaba la vacuna humanizada, un procedimiento que originalmente fue propuesto por Jenner y que Balmis utilizó en su expedición. Sin embargo, existía el temor constante de que la cadena de transmisión de la vacuna se perdiera, y cuando eso sucedía había que buscar desesperadamente una nueva fuente a partir de animales enfermos del cowpox o del horsepox. Tratando de evitar la pérdida de la vacuna, los médicos españoles hicieron esfuerzos tempranos para identificar casos de cowpox en España, pero salvo alguna que otra falsa noticia, la enfermedad bovina no parecía existir en el país (Olagüe de Ros y Astrain Gallart, 2004; Tuells y Duro Torrijos, 2013). Como una alternativa para tratar de conservar la vacuna (el fluido vacuno) en España, en 1802 se trató de retrotransmitir la vacuna de un niño vacunado a una vaca, o, en 1803, de obtener la vacuna por inoculación de un par de vacas con material proveniente de un caballo aparentemente afectado por el gabarro, pero ambos experimentos fueron infructuosos (Tuells y Duro Torrijos, 2015). Hubo que esperar hasta 1860, para que en Italia la vacuna humanizada transmitida de brazo a brazo empezara a ser sustituida por la llamada vacuna animal, obtenida originalmente de un animal enfermo, que se mantenía exclusivamente por su propagación en terneras, lo que permitió la masificación y eventualmente la industrialización de la vacuna antivariólica (Esparza et al., 2020b). Es así como podemos llegar a la conclusión de que la vacuna que Balmis utilizó en su expedición probablemente derivaba de algún material vacunal procedente de Inglaterra, vía Francia, utilizado en España para la vacunación brazo a brazo. Aunque cabe la posibilidad de que alguna de las vacunas que llegaron a España entre 1800 y 1803, y que Balmis llevó en su expedición, pudiesen tener su origen en el horsepox y no en el cowpox, no hay ninguna evidencia histórica o molecular al respecto. De hecho, como hemos discutido en este capítulo, si el virus del cowpox fue utilizado para la inmunización contra la viruela por Jenner y sus contemporáneos, o por otros vacunadores que prontamente siguieron su práctica, no existe ninguna evidencia molecular al respecto, o por lo menos hasta ahora no se ha encontrado.
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En cualquier caso, todavía hay muchas otras preguntas por contestar: ¿Por qué no se ha podido identificar cowpox en ninguna de las vacunas antiguas estudiadas, a pesar de que con mucha probabilidad el cowpox también fue utilizado como vacuna? ¿Por qué el virus del horsepox y los de vaccinia arcaicos desaparecieron en las vacunas modernas? ¿Cuál fue la razón por la cual esos virus arcaicos fueron eventualmente reemplazados por el virus moderno de la vaccinia? Será necesario estudiar otras viejas vacunas contra la viruela para poder responder esas preguntas (Esparza et al., 2020a). Agradecimientos Se agradece el apoyo recibido del Consejo Nacional de Desarrollo Científico y Tecnológico de Brasil (CNPq) y de la Fundación Bill & Melinda Gates (INV-008850).
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NOTAS
Una aventura sanitaria 1. Lista de regalos con motivo de las viruelas durante el reinado de Carlos IV. Papeles Varios, f. 242-242v. Biblioteca Nacional de España (en adelante BNE): Mss/10714. 2. Real Orden fechada el 30 de agosto de 1803. Archivo General de Indias (AGI): Indiferente General, 1558-A, exp. 3, Extracto General de la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna. 3. Dictamen del gobernador del Consejo de Indias, fechado el 26 de mayo de 1803. AGI: Indiferente General, 1558-A. 4. Informe de la Junta Superior de Medicina, fechado el 26 de mayo de 1803. AGI: Indiferente General, 3163. 5. Gaceta de Madrid, viernes 10 de mayo de 1804. 6. Carta firmada por José Salvany, Vicedirector por indisposición del Director, dirigida al Capitán General de la isla de Puerto Rico, Ramón de Castro, fechada a bordo de la corbeta María Pita, el 6 de marzo de 1804. AGI: Santo Domingo, 2322. 7. Carta de Balmis dirigida al marqués de Someruelos, capitán general de la isla de Cuba, en la que expone los motivos de la tardanza y de la división de la Expedición, fechada en La Habana el 26 de mayo de 1804, AGI: Cuba, 1691. 8. Carta de Balmis dirigida al capitán general de la isla de Cuba, marqués de Someruelos, fechada en La Habana el 29 de mayo de 1804. AGI: Cuba, 1691. 9. Expediente 18. Extracto General de la Expedición Filantrópica de la Vacuna. AGI: Indiferente General, 1558-A. 10. Expediente 18. Extracto de la Vacuna en Ultramar, fechado en Cádiz el 12 de marzo de 1813. AGI: Indiferente General, 1558-A. 11. Expediente 24. Extracto General de la Expedición Filantrópica de la Vacuna. AGI: Indiferente General, 1558-A.
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12. Informe del gobernador de Filipinas, Rafael García de Aguilar, dirigido a José Antonio Caballero, fechado en Manila el 24 de diciembre de 1805. AGI: Indiferente General, 1558-A. 13. Informe de Francisco Xavier Balmis dirigido a José Antonio Caballero, fechado en Macao el 30 de enero de 1805. AGI: Indiferente General, 1558-A. 14. Carta del virrey Amar dirigida a José Antonio Caballero, fechada el 19 de julio de 1804. AGI: Indiferente General, 1558-A. 15. Carta de Miguel Antonio de Yrigoyen dirigida a Domingo Gandallana, fechada en Cartagena el 26 de junio de 1804. Archivo General de la Armada, Álvaro de Bazán, Viso del Marqués (Ciudad Real), sección: Expediciones a Indias, legajo: 36. 16. Informe sobre los servicios distinguidos prestados. Archivo General Militar de Segovia, Sección 1.ª, Expedientes Personales, G-3848. 17. Carta del gobernador de Cartagena, Anastasio Cejudo, dirigida a José Antonio Caballero, fechada el 18 de agosto de 1804. AGI: Indiferente General, 1558-A. 18. Expediente 19. Extracto General de la Expedición Filantrópica de la Vacuna. AGI: Indiferente General, 1558-A. 19. Informe sobre los servicios distinguidos prestados. Archivo General Militar de Segovia, Sección 1.ª, Expedientes Personales, G-3848. 20. Expediente 19. Extracto de la Vacuna en Ultramar, fechado en Cádiz el 12 de marzo de 1813. AGI: Indiferente General, 1558-A. 21. Expediente 19. Extracto General de la Expedición Filantrópica de la Vacuna. AGI: Indiferente General, 1558-A. 22. Comunicación del comisionado para la Vacuna, Manuel Julián Grajales, fechada en Quito el 12 de diciembre de 1805. Archivo Nacional de Historia (Quito). Sección: Presidencia de Quito, 1805, Caja 180, Libro 421, ff. 153-155. 23. Expediente 19. Extracto General de la Expedición Filantrópica de la Vacuna. AGI: Indiferente General, 1558-A. 24. Oficio de Manuel Calixto Muñoz, escribano público y del cabildo dirigido al barón de Carondelet, Sr. alcalde de primer voto de esta capital, fechado en Quito el 7 de septiembre de 1805. Archivo Nacional de Historia (Quito). Sección: Presidencia de Quito, 1805, Caja 178, Libro 424, ff. 189-hasta el final. 25. Expediente 19. Extracto General de la Expedición Filantrópica de la Vacuna. AGI: Indiferente General, 1558-A. 26. Resumen que hace el virrey Avilés sobre la Expedición de la Vacuna, fechado en Lima en el mes de julio de 1806, f. 1. Expediente 19. Extracto General de la Expedición Filantrópica de la Vacuna. AGI: Indiferente General, 1558-A.
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27. Expediente 20. Extracto General de la Expedición Filantrópica de la Vacuna. AGI: Indiferente General, 1558-A. 28. Informe de Joaquín Miguel de Arnaco al rey, fechado en Cajamarca el 29 de agosto de 1806. Con la misma información existe otro informe con los mismos protagonistas fechado en Cajamarca el 8 de septiembre de 1806. AGI: Indiferente General, 1558-A. 29. Carta del rey al subdelegado de Cajamarca, fechada en San Ildefonso el 19 de septiembre de 1807. AGI: Indiferente General, 1558-A. 30. Resumen que hace el virrey Avilés, añadido con otra letra, fechado en Lima el 20 de septiembre de 1807, f. 3-3v. AGI: Indiferente General, 1558-A. 31. Certificado médico firmado por el bachiller Pablo José del Carpio, fechado en Arequipa el 17 de diciembre de 1807. AGI: Indiferente General, 1558-A. 32. Carta de Francisco Ignacio de Medeiros, presidente de la real audiencia de Charcas, dirigida al rey, fechada en La Plata, actual Sucre, el 21 de mayo de 1810. Archivo Nacional de Historia, Sucre (Bolivia), Sección: Expedientes Coloniales 1810-1814.
Aires de revolución. La América española a comienzos del siglo xix 33. Pérez Vejo, Tomás, «Colonia, ¿qué colonia?». En: E. Lamo de Espinosa (coord.), La disputa del pasado. España, México y la leyenda negra, Turner, Madrid, 2021, pp. 59-63. 34. Rüpke, Nicolaas, Alexander von Humboldt. A Metabiography, University Press, Chicago, 2008, pp. 13-20. 35. Nyberg, Kenneth y Lucena Giraldo, Manuel, «Lives of useful curiosity. The global legacy of Pehr Löfling in the long Eighteenth century». En: H. Hodacs, K. Nyberg y S. van Damme, S. (eds.), Linnaeus, natural history and the circulation of knowledge, Voltaire Foundation-University of Oxford, Oxford, 2018, pp. 223-228. 36. Lynch, John, El siglo xviii, Editorial Crítica, Barcelona, 1991, p. 295. 37. Céspedes del Castillo, Guillermo, Ensayos sobre los reinos castellanos de Indias, Real Academia de la Historia, Madrid, 1999, pp. 205 y ss. 38. Bernabéu Albert, Salvador, El criollo como voluntad y representación, Fundación Mapfre-Ediciones Doce Calles, Madrid, 2006, p. 50. 39. Lucena Salmoral, Manuel, «Los movimientos antirreformistas en Suramérica, 1777-1781», Anales de la Universidad de Murcia, 1982, XXXIX/2-3-4, p. 15.
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40. Paquette, Gabriel; Lucena Giraldo, Manuel; Quintero Saravia, Gonzalo y Regué-Sendrós, Oriol, «Introduction, New directions in the political history of the Spanish-Atlantic world, c. 1750-1850», Journal of Iberian and Latin American Studies, 24:02, 2018, pp. 175-182. DOI: 10.1080/14701847.2018.1492325 41. Barbier, Jacques A., «The culmination of the Bourbon Reforms, 1787-1792», Hispanic American Historical Review, 1977, 57/1, pp. 51-68. 42. Lucena Giraldo, Manuel y Pimentel, Juan, Los «Axiomas políticos sobre la América» de Alejandro Malaspina, Ediciones Doce Calles, Aranjuez, 1991, pp. 153 y ss. 43. Rey, Juan Carlos, Gual y España. Una independencia frustrada, Fundación Polar, Caracas, 2006, p. 52. 44. Mondolfi Gudat, Edgardo, Miranda en ocho contiendas, Fundación Bigott, Caracas, 2006, p. 40. 45. Lozier Almazán, Bernardo, Liniers y su tiempo, Emecé editores, Buenos Aires, 1977, p. 77.
Abandono y amparo. Vida en la inclusa del siglo xviii 46. Uriz, Joaquín Xavier, Causas prácticas de la muerte de niños expósitos en sus primeros años, tomo I, Pamplona, 1801, p. XIII. 47. Desde la publicación de la obra El niño y la vida familiar en el Antiguo Régimen del historiador francés Philippe Ariès en 1960 han aparecido diversas obras que fijan en aquel texto el punto de partida a los estudios sobre el niño y la infancia. A lo largo de las décadas ha habido aportaciones desde diferentes puntos historiográficos, como pueden ser la historia social o la demografía histórica. Es constante la aparición de trabajos sobre el tema para el contexto hispánico, tanto americano como peninsular. Algunos títulos de los últimos años: Cramaussel, Chantal y González, Gustavo (eds.), Nacidos ilegítimos: la Nueva España y México, El Colegio de Michoacán y Universidad Autónoma de Coahuila, Zamora (Michoacán), 2020; Jiménez Gutiérrez, María del Pilar, «Los “hijos del pecado”: una aproximación a la Casa de Expósitos de Málaga en la segunda mitad de la centuria ilustrada», Baetica. Estudios de Historia Moderna y Contemporánea, 39 (2019) 219-250; Alcubierre Moya, Beatriz, Niños de nadie: usos de la infancia menesterosa en el contexto borbónico, Universidad Autónoma del Estado de Morelos y Bonilla Artigas Editores, México, 2017; Osta, María Laura y Espiga, Silvana, «La infancia sin historia: Propuestas para analizar y pensar un discurso
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historiográfico», Revista Páginas de Educación, 10 (2) (2017), pp. 111126. 48. La Orden de San Juan de Dios se hace cargo de las inclusas de Orihuela, Murcia, Ronda y Antequera. En este último caso será desde mediados del siglo xvii hasta principios del siglo xix. León Vegas, Milagros, «Un estudio de caso sobre abandono infantil en la Andalucía moderna: los expósitos de la inclusa antequerana», Revista de Demografía Histórica, XXXIII (I) (2015), pp. 99-133. 49. Alcubierre Moya, Beatriz, Niños de nadie: usos de la infancia menesterosa en el contexto borbónico, Universidad Autónoma del Estado de Morelos y Bonilla Artigas Editores, México, 2017, p. 28. 50. Novísima recopilación, Tomo III, Libro VII, Título XXXVII, Ley II. 51. Susín Betrán, Raúl, «Los discursos de la pobreza. Siglos xvi-xviii», BROCAR. Cuadernos de Investigación Histórica, 24 (2000), pp. 126129. 52. Ilzarbe, Isabel, «Los expósitos y el Estado: de Antonio de Bilvao a la ley general de Beneficencia», BROCAR. Cuadernos de Investigación Histórica, 41 (2017), pp. 95 y 96, y De la Fuente, M.ª del Prado, «La situación de las inclusas en el siglo xviii. La encuesta de 1790», Chronica nova: Revista de historia moderna de la Universidad de Granada, 24 (1997), pp. 61-78. 53. Novísima recopilación, Tomo III, Libro VII, Título XXXVIII, Leyes IV, V, VI y VII. 54. Esta práctica regulada en la ley se vino ejerciendo en los hospicios aun con las leyes de beneficencia de 1822 y 1849 ya de carácter liberal. En la Casa de Beneficencia y Maternidad de La Habana había, por ejemplo, un taller de carpintería donde los jóvenes aprendían el oficio. Se tiene constancia de que estuvo funcionando hasta el siglo xx. 55. Esta práctica se ha evidenciado en la mayoría de los estudios sobre inclusas a lo largo del tiempo. Hay diversos trabajos sobre el tema, por ejemplo, Dalla Corte, Gabriela y Piacenza, Paola, «Cartas marcadas: mujeres, identidad e inmigración en la Argentina, 1880-1920», Signos Históricos, 7 (13) (2005), pp. 70-93. 56. Archivo del arzobispado de La Habana, Casa de Beneficencia, Libros 2-7, Libros de bautismos de la Casa de Beneficencia 1756-1803. 57. Novísima recopilación, Tomo III, Libro VII, Título XXXVII, Ley III. 58. Novísima recopilación, Tomo III, Libro VII, Título XXXVII, Ley IV.
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59. Algunos de los ejemplos más representativos de esta época: Bilvao, Antonio. Destrucción y conservación de expósitos. Idea de la perfección de este ramo de policía, modo breve de poblar España y testamento de Antonio Bilvao, Málaga, Oficina de Don Félix de las Casas y Martínez, 1790, y GARCÍA, Santiago, Breve instrucción sobre el modo de conservar los niños expósitos, aprobada por el Real Tribunal del Protomedicato, Imprenta Manuel González, Madrid, 1794. 60. Novísima recopilación, Tomo III, Libro VII, Título XXXVI, Ley V. Pero también se publicó como Real Cédula de S. M. por la que manda observar el reglamento inserto para la policía general de expósitos de todos sus dominios, Imprenta Real, Madrid, 1796. 61. Novísima recopilación, Libro VII, Título XXXLVIII, Ley VIII. 62. Premo, Bianca, Children of the Father King: Youth, Authority, and Legal Minority in Colonial Lima, University of North Carolina Press, Chapel Hill, 2005, p. 99. 63. De la Fuente, M.ª del Prado, «La situación de las inclusas en el siglo xviii. La encuesta de 1790», Chronica nova: Revista de historia moderna de la Universidad de Granada, 24 (1997), pp. 61-78. 64. Otros tratados de esta época son: Trespalacios Mier, J. A. de, Discurso sobre el que los Niños Expósitos consigan en las Inclusas el fin de estos establecimientos, y si convendrá sustituir otros donde los hijos de Padres desconocidos sean socorridos haciéndolos útiles al Estado, Imprenta de J. J. de Uriz, Madrid, 1798; Arteta, Antonio, Disertación sobre la muchedumbre de niños que mueren en la infancia y modo de remediarla. Primera Parte, Imprenta de Mariano Miedes, Zaragoza, 1801; Uriz, Joaquín Xavier, Causas prácticas de la muerte de niños expósitos, Tomos I y II, Imprenta Josef de Rada, Pamplona, 1801; García, Santiago, Instituciones sobre la crianza física de los niños expósitos: obra interesante a toda madre zelosa de la conservación de sus hijos, Imprenta de Vega y Compañía, Madrid, 1805, y Modo de sostener y educar los niños expósitos, y legítimos desamparados, sin notable recargo de los fondos de la nación, Imprenta de Joaquín Domingo, Pamplona, 1820. 65. Este es el caso de la inclusa coruñesa. Fue fundada en 1793, dependiente del Hospital de Caridad, gracias al legado de Teresa Herrera. Esta casa de expósitos tratará de sostenerse por sí sola pero la realidad es que va a depender de la de Santiago de Compostela durante varios años, mandando a los niños recogidos hasta esa población. Véase: López Picher, Mercedes, «Los primeros años de la inclusa de La Coruña, bajo el patronato de la venerable Congregación del Divino Espíritu Santo y María Santísima de los Dolores (1793-1799)», en Francisco Campos y Fernández de Sevilla (coord.),
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La iglesia española y las instituciones de caridad, Real Centro Universitario Escorial-María Cristina, Ediciones Escurialenses, 2006, pp. 597-616. 66. En relación con la beneficencia pública y particular se suceden normas durante todo el siglo, comenzando por la Constitución de 1812, que en su artículo sexto reconocía que los españoles debían ser justos y benéficos. De igual modo, en el texto se señalaba el papel de los ayuntamientos y diputaciones provinciales en el ramo asistencial. 67. Salaverry Baro, Fátima, «La Junta de Damas de la Sociedad Económica de Amigos del País de Cádiz y la ley de beneficencia de 1849», Trocadero, 30 (2018), pp. 255 y 256. 68. Cristóbal Querol, Desireé, La institucionalización del abandono: la Real Casa de Maternidad de La Habana (1830-1898), Ediciones Idea (en prensa), Santa Cruz de Tenerife, 2021. 69. Alocución del secretario de la Junta de Gobierno de la Real Casa de Maternidad de La Habana el 14 de octubre de 1832, día de la inauguración de aquel hospicio. Véase: Zenea Luz, Evaristo, La Historia de la Real Casa de Maternidad de esta ciudad, Imp. José S. Boloña, La Habana, 1838, pp. 76 y 77. 70. Formación de la Junta para gobierno del Hospital General y Constituciones al mismo fin, Imprenta de Josef Longas, Pamplona, 1730. 71. Uriz, Joaquín Xavier, Causas prácticas de la muerte de niños expósitos, Tomo I, Imprenta Josef de Rada, Pamplona, 1801, p. 51. 72. Pérez Serrano, Julio, «La Casa de Expósitos de Cádiz en la primera mitad del siglo xix: avances y retrocesos de la reforma liberal en el sistema benéfico», Trocadero, 3 (1991), pp. 87 y 88. 73. Cristóbal Querol, Desireé, op. cit. pp. 195-211. 74. García, Santiago, Breve instrucción sobre el modo de conservar los niños expósitos, aprobada por el Real Tribunal del Protomedicato, Imprenta Manuel González, Madrid, 1794. La situación no mejoró con los años y el mismo autor presentó en 1805 una obra, más completa, con un estudio minucioso sobre la alimentación y cuidado de los expósitos según etapas de edad: García, Santiago, Instrucciones sobre la crianza física de los niños expósitos: obra interesante a toda madre zelosa de la conservación de sus hijos, Imprenta de Vega y Compañía, Madrid, 1805.
El valor de la salud en el siglo xviii 75. González, Ondina E., «The Innocents: Children of Colonial Spanish America with a Case Study of Eighteenth-Century Havana», Emory University, 2001, p. 68.
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76. Las condiciones higiénicas y de hacinamiento incrementan las fiebres tifoideas, enfermedades venéreas y cutáneas; la miseria, el raquitismo; aumenta el paludismo en ciudades próximas a zonas pantanosas (Laín Entralgo, 1978: 356). 77. Afecta a 80 de cada 100 personas y de cada 70 enfermos morían 10 (Hudemann-Simon, 2017: 197).
El descubrimiento de Jenner en España 78. Archivo Histórico Provincial de Toledo (AHPT). Universidad. Claustros Universitarios. Sig. I 434, fols. 91-93v. 79. AHPT. Universidad. Cátedras. Lib. Mat. I 431 f, 37v. 80. Righi acompañó en 1794 al infante Luis de Parma en su viaje a España para contraer matrimonio. Obtuvo los honores de médico de Cámara en agosto de 1798 y por Real Orden de 6 de diciembre del mismo año se dispuso que recibiese 800 ducados como médico de Cámara y 15 000 ducados por su esmerada asistencia a la infanta María Luisa en el tratamiento y curación de sus viruelas. 81. «Libros», Semanario de Agricultura y Artes dirigido a los párrocos, núm. 116, jueves 21 de marzo de 1799. 82. «Siguen las reflexiones del Dr. Mitjavila, sobre la vacina», Diario de Madrid, núm. 92, lunes 6 de abril de 1801. 83. Testamento de Ignacio María Ruiz de Luzuriaga redactado ante el notario Antonio Moretón, 20 de abril de 1822. Localizado en: Archivo Histórico de Protocolos, Madrid; Signatura 23764;120-121v. 84. Testamento, n. 8. 85. Carta de Francisco Piguillem a la Real Academia de Medicina de Madrid solicitando permiso para la impresión de obra traducida al castellano. Real Academia Nacional de Medicina (RANM), Papeles sobre la Vacuna. Signatura 17-2.ª S. Gobierno 18. fols. 1516. 86. Carta remitida por Lope de Mazarredo desde Bilbao a Ruiz de Luzuriaga, secretario de la Real Academia de Medicina de Madrid. RANM. Papeles sobre la vacuna. Signatura 23-4.ª Biblioteca. fols. 523526. 87. Carta remitida por la marquesa de Monsalud desde Badajoz a Ruiz de Luzuriaga, para solicitar asesoramiento referente a la vacunación. RANM. Papeles sobre la vacuna. Signatura 23-4.ª Biblioteca. fols. 518-519. 88. Carta remitida por el marqués de Vadillo desde Soria a Ruiz de Luzuriaga, solicitando asesoramiento de la vacuna. RANM. Papeles sobre la vacuna. Signatura 17-2.ª S. Gobierno 18. fols. 209-212.
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89. Carta remitida por Juan Manuel de Aréjula solicitando fluido vacunal a Ruiz de Luzuriaga, secretario de la Real Academia de Medicina de Madrid. RANM. Signatura 17-2.ª S. Gobierno 18. fol. 171. 90. Ibídem, fol. 173-174. 91. Carta remitida por Francisco Xavier Balmis desde Madrid solicitando fluido vacunal a Ruiz de Luzuriaga, secretario de la Real Academia de Medicina de Madrid. RANM. Signatura 17-2.ª S. Gobierno 18. fols. 147-148. 92. Carta remitida por Félix Martínez López desde Valladolid solicitando fluido vacunal a Ruiz de Luzuriaga, secretario de la Real Academia de Medicina de Madrid. RANM. Signatura 17-2.ª S. Gobierno 18. fols. 97-99. 93. Carta remitida por Félix Martínez López desde Valladolid solicitando fluido vacunal a Ruiz de Luzuriaga, secretario de la Real Academia de Medicina de Madrid. RANM. Signatura 17-2.ª S. Gobierno 18. fols. 97-99. 94. Carta remitida desde Valladolid por el cirujano Lucas Dueñas a Ruiz de Luzuriaga, secretario de la Real Academia de Medicina de Madrid. RANM. Signatura 17-2.ª S. Gobierno 18. fols. 93-94. 95. Carta remitida desde Cataluña por Vicente Mitjavila, trasladando estado de las inoculaciones y vacunaciones en 1801 a Ruiz de Luzuriaga, secretario de la Real Academia Médica de Madrid. RANM. Signatura 17-2.ª S. Gobierno, 19, fols. 129-131. 96. En carta fechada a mediados de octubre de 1801 de Manuel Gorgullo dirigida a Ruiz de Luzuriaga. RANM. Papeles de la vacuna. Signatura 17-2.ª S. Gobierno, 18, fol. 11. 97. Informe imparcial sobre el preservativo de las viruelas descubierto por el Dr. Eduardo Jenner, de la Real Sociedad de Ciencias y Artes y de las sociedades médicas de Londres, Médico de Cámara de S. M. Británica etc. Véase: RANM, Papeles sobre la vacuna, 1802, 23-4.ª Biblioteca, fols. 1-48. 98. Tiene dos páginas y media manuscritas y el resto son tablas de vacunados hasta un total de 16 páginas. RANM. Carpeta 15, doc. 885. 99. RANM, Papeles sobre la vacuna. 1802, signatura 23-4.ª Biblioteca 14, fols. 124-264. 100. Carta de Ignacio Jáuregui a Luzuriaga, 31 de agosto de 1801. RANM. Papeles de la Vacuna, Signatura 17-2.ª S. Gobierno, 18, fols. 55-56. 101. Hay constancia en el Libro de Actas de la RANM de la asistencia de Balmis a varias sesiones durante los meses de enero a marzo de 1801. 102. «Uso y conservación del fluido vacuno en los hospitales de las capitales, bajo las reglas que se expresan.» Novísima Recopilación
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de las Leyes de España. Libro VII. Título XXXVIII. Ley XIX. Real Cédula de 21 de abril de 1805. 103. Ver Libro de Actas año 1791-1814 RANM, junta ordinaria celebrada el 9 de diciembre de 1803; Informe de Ignacio María Ruiz de Luzuriaga explicando el descubrimiento, aplicación de la vacuna y demás medidas preventivas. RANM, fol. 4, leg. 11, doc. 698. Peñalver solicitaba que la Academia «piense en los medios de conservar el fluido vacuno y prevenir toda posibilidad de que llegue un día a faltar, exponiendo los medios de propagarla para disminuir los estragos que produce en el Reyno».
Francisco Balmis, ejemplo de función pública ilustrada 104. Concepción Arenal escribió una Memoria sobre «La beneficencia, la filantropía y la caridad», premiada por la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas en el concurso de 1860. 105. Después de la segunda guerra mundial, en los estados europeos actuales se consolidó el concepto de «Estado social», que incluye necesariamente el compromiso público de atender las necesidades del conjunto de la ciudadanía empleando los presupuestos generales a tal fin. Es decir, hay un gasto público importante en la satisfacción colectiva de necesidad, que pueden ser básicas –en este caso hablaríamos de servicios públicos esenciales– o no. Por ello, la actual Constitución Española de 1978 (CE) en su art. 1.1 indica que «España se constituye en un Estado social y democrático de derecho», y en el 9.2: «Corresponde a los poderes públicos promover las condiciones para que la libertad y la igualdad del individuo y de los grupos en que se integra sean reales y efectivas; remover los obstáculos que impidan o dificulten su plenitud y facilitar la participación de todos los ciudadanos en la vida política, económica, cultural y social». En el momento actual y desde hace décadas partimos del concepto de estado de bienestar, welfare state. 106. «El punto de partida de las políticas de protección se sitúa en la Comisión de Reformas Sociales (1883) que se encargó del estudio de cuestiones que interesasen a la mejora y bienestar de la clase obrera. En 1900 se crea el primer seguro social, la Ley de Accidentes de Trabajo, y en 1908 aparece el Instituto Nacional de Previsión en el que se integran las cajas que gestionan los seguros sociales que van surgiendo. »Posteriormente, los mecanismos de protección desembocan en una serie de seguros sociales, entre los que destacan el Retiro Obrero (1919), el Seguro Obligatorio de Maternidad (1923), Seguro de
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Paro Forzoso (1931), Seguro de Enfermedad (1942), Seguro Obligatorio de Vejez e Invalidez (SOVI) (1947). La protección dispensada por estos seguros pronto se mostró insuficiente, lo que llevó a la aparición de otros mecanismos de protección articulados a través de las Mutualidades laborales, organizadas por sectores laborales y cuyas prestaciones tenían como finalidad completar la protección preexistente. Dada la multiplicidad de Mutualidades, este sistema de protección condujo a discriminaciones entre la población laboral, produjo desequilibrios financieros e hizo muy difícil una gestión racional y eficaz. »En 1963 aparece la Ley de Bases de la Seguridad Social, cuyo objetivo principal era la implantación de un modelo unitario e integrado de protección social, con una base financiera de reparto, gestión pública y participación del Estado en la financiación. A pesar de esta definición de principios, muchos de los cuales se plasmaron en la Ley General de la Seguridad Social de 1966, con vigencia de 1 de enero de 1967, lo cierto es que aún pervivían antiguos sistemas de cotización alejados de los salarios reales de los trabajadores, ausencia de revalorizaciones periódicas y la tendencia a la unidad no se plasmó al pervivir multitud de organismos superpuestos.» Según el Ministerio de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones: .
La actividad militar de Francisco Balmis 107. VV. AA., «Bicentenario de la “Real Expedición Filantrópica de la Vacuna”, 1803 a 1806-2003 a 2006», Revista de Sanidad Militar, vol. 60, núm. 2, Madrid, 2004, p. 69. 108. Tuells Hernández, José Vicente, «Escenarios vitales de Francisco Xavier Balmis (1753-1819), Director de la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna», p. 11. 109. Navarro Carballo, José Ramón, «Las Reales Ordenanzas de Carlos III y la sanidad militar», Revista Ejército, núm. 924, abril 2018, pp. 97-103. 110. Ibíd., p. 98. 111. Arcarazo García, Luis Alfonso, «El cuerpo de cirugía militar del ejército a comienzos del siglo xix. La batalla de Bailén», Revista de historia militar, núm. 116, 2014, pp. 11-72. 112. Ibíd., p. 99. 113. Guimerá, Agustín, «Historia de una incompetencia: el desembarco de Argel, 1775», Revista Universitaria de Historia Militar, vol. 5, núm. 10, pp. 152-154.
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114. Fernández Duro, Cesáreo, «La Jornada de Argel». En: Historia de la Armada Española. Desde la unión de los reinos de Castilla y Aragón, tomo 7 (1759-1788), p. 174. 115. Ibíd., p. 179. 116. Fernández Duro relata con gran detalle los distintos intentos de hacer que los ingleses se rindieran de la plaza, sin que fuera posible lograrlo. 117. Tuells afirma que las referencias a la vida de Balmis anteriores a sus viajes al continente americano tienen como fuente principal el texto de Moreno Caballero, que data de 1885. Este autor se prodiga en elogios hacia la actividad de Balmis. Posiblemente otras fuentes posteriores que alaban el trabajo como médico militar de Balmis se basan en el previo estudio de Moreno Caballero. 118. Tuells Hernández, J. V., «Escenarios vitales de Francisco Xavier Balmis (1753-1819), Director de la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna», p. 7. 119. Mogaburo López, Fernando Jesús, «Disertación sobre la antigüedad de los regimientos. Primera parte», Ejército de tierra español, ISSN 1696-7178, núm. 923 (marzo), 2018, pp. 42-48. 120. Archivo General de Simancas, SGU, LEG, 6952,9. 121. Archivo General de Simancas, SGU, LEG, 6952,9-3v. 122. Lucena Giraldo, Manuel, «José Francisco Solano y Bote. Diccionario Biográfico de la Real Academia de la Historia». Disponible en . [Consulta: abril de 2021] 123. Ramírez Martín, Susana, La Real Expedición Filantrópica de la Vacuna en la Real Audiencia de Quito, UCM, Madrid, 2003, p. 240. 124. Fernández Duro, Libro 7, p. 286. 125. Gutiérrez Steinkamp, Martha, Spain. The Forgotten Alliance, p. 123. 126. VV. AA., «Bicentenario de la “Real Expedición Filantrópica de la Vacuna”, 1803 a 1806-2003 a 2006», p. 94. Se detecta una pequeña discrepancia en la fecha. Una carta de Balmis a Pedro Custodio Gutiérrez conservada en el AGM señala que el nombramiento le fue concedido el 10 de marzo de 1794 (Archivo Militar de Segovia. Expediente Balmis. Personal núm. 128, hoja 3). 127. «El Rey. Por cuanto en atención a los méritos y servicios de D Francisco Balmis Cirujano del Regimiento de Infantería de Zamora he venido a concederle su retiro en Disperso en la Ciudad de México con el sueldo de ciento y cincuenta reales de vellón al mes. »Por tanto, mando al Virrey y Capitán de aquel Reyno le haga reconocer por tal cirujano destinado/retirado al Estado y guardar to-
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das las honras, preeminencias y exenciones que le corresponden, que así es mi voluntad; y que presentado sea este Despacho en los Oficios de mi Real Hacienda en dicha ciudad le formen el correspondiente asiento, y asistan con el sueldo prevenido. Dado en Aranjuez a [en blanco en el documento] de junio de 1788». Retiro a disperso en México concedido a D. Francisco Balmis, cirujano del Regimiento de Infantería de Zamora. Fol. 183-185, Archivo General de Simancas, SGU, LEG, 6954,30. 128. Archivo General de Simancas. Francisco Balmis, agregación y sueldo. 1789. SGU, LEG, 6984, exp. 5. La carta firmada por Jerónimo Caballero va dirigida a don Antonio Valdés, secretario de Hacienda, Guerra, Comercio y Navegación desde 1787. 129. Tuells, p. 8. 130. VV. AA., «Bicentenario de la “Real Expedición Filantrópica de la Vacuna”, 1803 a 1806-2003 a 2006», Revista de Sanidad Militar, p. 95. 131. Ramírez Martín, Susana, p. 242. 132. Ibídem, p. 245. 133. Criado Gutiérrez, Juan Carlos, «La gran expedición filantrópica militar», p. 79.
La actividad asistencial de Francisco Balmis en los hospitales mexicanos 134. Agregación al Estado Mayor de México del cirujano agregado al Estado Mayor de Madrid D. Francisco Balmis, fechado el 18 de noviembre de 1790, Archivo General de Simancas (en adelante AGS), Secretaría de Estado y del Despacho de Guerra (SGU): 6987, exp. 3. 135. Ibidem. 136. La información sobre este nosocomio ha sido recuperada de nuestro trabajo: María Luisa Rodríguez Sala, Los cirujanos de hospitales de la Nueva España (siglos xvi y xvii). ¿Miembros de un estamento ocupacional o de una comunidad científica?, Universidad Nacional Autónoma de México, Academia Mexicana de Cirugía, Secretaría de Salud, Patronato del Hospital de Jesús, México, 2005b, pp. 109-120. 137. La información procede del libro de María Luisa Rodríguez Sala, Los cirujanos de hospitales de la Nueva España (1700-1833), Universidad Nacional Autónoma de México, Academia Mexicana de Cirugía, Secretaría de Salud, Patronato del Hospital de Jesús, México, 2006, pp. 72-86. 138. Experimento con carne de lagartija, fechado en 1782. Archivo Histórico del Distrito Federal (en adelante AHDF), Ayuntamiento, Hospital de San Andrés: 4706, exp. 5.
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139. Ibidem, exp. 2. 140. Ibidem, exp. 5. 141. Observaciones hechas por Don Antonio Velázquez de León, Cirujano mayor del Hospital Real del Amor de Dios de esta Corte, por mandado del Exmo. Señor Virrey, fechado en 1782. AHDF, Ayuntamiento, Hospital de San Andrés: 4706, exp. 1. 142. O’Sullivan había estado a cargo del Departamento de Gálico como cirujano mayor, pero después de los primeros ensayos del tratamiento fue trasladado al Departamento de Medicina y poco después renunció al hospital. 143. Decreto de Alonso Núñez de Haro, fechado en México el 25 de abril de 1791 y el registro de la notificación a los tres interesados dos días más tarde. Archivo General de la Nación (en adelante AGN), Regio Patronato Indiano, Bienes Nacionales: 593, exp. 3. 144. Carta de Francisco Balmis al duque de la Alcudia, fechada el 29 de julio de 1794. Archivo General de Indias, ESTADO: 40, N6.
Francisco Balmis, creador de pensamiento político 145. En la Gaceta de Madrid núm. 116, fechada el 23 de agosto de 1808, en la página 1066, se hace publicidad de un librito titulado Retrato político del Emperador de los Franceses, su conducta y la de sus Generales en España y la lealtad y amor de los españoles por su Soberano Fernando VII, redactado por Melchor Andarió. 146. Traslado de la partida de matrimonio firmada por el capellán castrense José Pérez, fechada en Sevilla a 18 de agosto de 1821. Expediente de Matrimonio de Ana Jaspe, Archivo Histórico Militar de Segovia (que en adelante denominaremos AHMS), Sección 1.ª, División 3.ª, Legajo 1428, Exp. 202. 147. Traslado de un acta notarial fechada en Barcelona a 17 de octubre de 1801. Expediente Personal de Melchor Andarió, AHMS, Sección 1.ª Expedientes Personales, A-1698. 148. Memorial de Melchor Andarió en el que solicita una plaza en la comandancia del Castillo del Morro en Santiago de Cuba, fechado en Madrid el 28 de septiembre de 1814. Expediente Personal de Melchor Andarió, AHMS, Sección 1.ª Expedientes Personales, A-1698. 149. «Se halló en los ataques de Madrid y en el último fue hecho prisionero.» Hoja de servicio del Estado Mayor de la Plaza de Tortosa, fechado en diciembre de 1829. Expediente Personal de Melchor Andarió, AHMS, Sección 1.ª Expedientes Personales, A-1698.
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150. Memorial de Melchor Andarió dirigido al Consejo de España e Indias solicitando licencia para la publicación de un nuevo periódico titulado Diario de Sevilla, fechado en Sevilla a 3 de diciembre de 1809. AHN, Consejos: Legajo 11990, Exp. 90. 151. El expediente de creación del Diario de Sevilla está asentado en el Libro de Matrícula del Consejo y Tribunal Supremo de España e Indias (Consejo Reunido) AHN, Consejos: Libro 2718. 152. Minuta del Consejo de España e Indias dirigida al Juez de Imprentas de Sevilla fechada en Sevilla el 24 de septiembre de 1809, que traslada el memorial de Andarió. AHN, Consejos: Legajo 11990, Exp. 90. 153. Certificación de Enrique O’Donell fechada en Madrid el 15 de septiembre de 1816. Expediente Personal de Melchor Andarió, AHMS, Sección 1.ª Expedientes Personales, A-1698. 154. «A más, son varios los escritos patrióticos que el exponente he impreso y publicado anónimos en la presente revolución.» Impreso que enumera los méritos y trabajos literarios de Melchor de Andarió, sin fecha. Expediente Personal de Melchor Andarió, AHMS, Sección 1.ª Expedientes Personales, A-1698. 155. Melchor Andarió y Castelvell, Injusticia a los militares por los enemigos de Dios y de la Patria, Imprenta de Francisco de Paula Periu, Isla del León, 1813, 15 pp.
Lecturas y saberes de Francisco Balmis 156. Archivo General de la Nación (AGN), Instituciones Coloniales, Inquisición, vol. 1354, exp. 17, fols. 102-103.
Prevención de la viruela y su impacto en ultramar 157. Carlos María de Condamine, Methodo de la inoculacion de las viruelas que refiere M. de la Condamine en su célebre memoria, sobre dicha inoculación leída en la Asamblea pública de la Academia Real de las Ciencias de París el 24 de abril de 1754, traducida del francés al castellano por Manuel Gonzales de Batres. Nueva Guatemala, 22 de agosto de 1780. 158. Francisco Gil, Disertación físico-médica, en la qual se prescribe un método seguro para preservar a los pueblos de viruelas hasta lograr la completa extinción de ellas en todo el reyno, Imp. Joachin Ibarra, Madrid, 1784, p. 25.
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159. Antonio Pérez de Escobar, Avisos médicos populares y domésticos. Historia de todos los contagios: prevención y medios de limpiar las casas, ropas y muebles sospechosos. Obra útil y necesaria a los Médicos, Cirujanos y Ayuntamientos de los Pueblos, Imp. Joachin Ibarra, Madrid, 1775, p. 101. 160. Francisco Méndez Álvaro, Discurso acerca de la preservación de las viruelas leído a la Real Academia de Medicina de Madrid, Imp. M. Rivadeneyra, Madrid, 1871, p. 16. 161. «Avisan de Copenhague, que haviendose divulgado el gran beneficio, que resultaba de la inoculación de las Viruelas, se querían multiplicar allí las experiencias de este método, a cuyo fin se havia mandado establecer; u que con licencia del Gobierno se ha destinado una Casa, llamada Bronsted, en donde se prepararán seis Camas, y se dará la asistencia, y medicamentos de valde, con las demás cosas necessarias para que los Pobres logren del beneficio de este nuevo establecimiento», Gaceta de Madrid, núm. 14, 5 de abril de 1757, pp. 105-106. 162. «Habiendo conocido por experiencia el Consejo de Regencia de esta ciudad, que las Viruelas causan, en todos, un considerable estrago, especialmente en Muchachos; considerando por otra parte, que muchas Familias, ya por recelo, o por pobreza, no se aprovechan del experimentado remedio de la Inoculación, que en los países Estrangeros causa tan buenos efectos», Gaceta de Madrid, núm. 9, 2 de marzo de 1762, p. 75. 163. «La práctica de la inoculación de las viruelas se ha hecho casi general en los Condados de Norfolk, Suffolk y Essex. Un Particular de Ingatestone executó esta operación de cinco años a esta parte en 4000 personas, de las quales sola una ha muerto. Su padre y su hermano la practicaron con igual felicidad con cerca de 36 000 personas habitantes de aquellas mismas Provincias», Gaceta de Madrid, núm. 41, 8 de octubre de 1765, p. 324. 164. «De algún tiempo a esta parte han ocasionado las viruelas en aquella Provincia, obligaron a los médicos a probar la práctica de la inoculación. El éxito fue tan afortunado que las personas de todas clases han resuelto hacer inocular sus hijos», Gaceta de Madrid, núm. 9, 3 de marzo de 1767, pp. 67-68. 165. «Y empieza a acreditarse en esta Ciudad el nuevo método para la inoculación de las viruelas, practicado en Inglaterra de algun tiempo a esta parte por el Sr. Sutton el mayor. Dos discípulos de este Inoculador, que han llegado aquí seis semanas há, hicieron esta operación con feliz suceso en un gran número de personas», Gaceta de Madrid, núm. 7, 16 de febrero de 1768, p. 54.
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166. «El Sr. Ingenhous, Médico Inglés, que se ha hecho venir aquí de Londres para ensayar la práctica de la Inoculación, comenzó el 6 esta experiencia en el Hospital erigido para este efecto en el Lugar de Meydling, cerca de esta Capital, y se ha hecho en 16 Niños desde uno hasta trece años», Gaceta de Madrid, núm. 29, 19 de julio de 1768, p. 227. 167. «El Sr. Jauberthon ha inoculado aquí desde el Otoño último, con feliz suceso, 32 personas según el método que se practica mucho tiempo ha en Inglaterra: Los 13 son muchachos, desde la edad de 16 meses hasta 15 años; y las 19 muchachas, desde 3 años hasta 14 inclusivamente. Este nuevo método, que consiste en inocular sin preparación alguna a las personas sanas, y en no aplicarlas remedio durante el curso de la enfermedad, comienza a establecerse en muchos Países de Europa», Gaceta de Madrid, núm. 38, 20 de septiembre de 1768, p. 303. 168. Gaceta de Madrid, núm. 43, 25 de octubre de 1768, p. 340. 169. Gaceta de Madrid, núm. 44, 1 de noviembre de 1768, p. 347. 170. «Dícese que el Gran Duque de Toscana ha escrito a la Emperatriz Reyna, manifestando el deseo que tenía de que le inoculase el Doctor Ingenhausen; pero se ha resuelto que este Médico no vaya a Florencia hasta después del parto de la Señora Infanta Gran Duquesa, que será a fines del próximo mes de abril», Gaceta de Madrid, núm. 48, 29 de noviembre de 1768, pp. 378-379. 171. «Avisan de Praga, que la práctica de la inoculación había comenzado a tener séquito en aquella Ciudad. El Doctor Radnicki ha inoculado allí de un mes a esta parte 24 personas, y entre ellas una hija suya, desde la edad de dos años hasta la de 42. Salió perfectamente bien esta experiencia, sin que se haya seguido el menor accidente. Ha establecido el mismo médico un Hospital de inoculación para diez pobres, que después de su sucesiva curación deben reemplazarlos otros diez», Gaceta de Madrid, núm. 51, 20 de diciembre de 1768, p. 408. 172. Gaceta de Madrid, núm. 3, 17 de enero de 1769, p. 19. 173. «Deseando el Senado perpetuar la memoria del feliz suceso de la inoculación practicada en la Emperatriz y el Gran Duque, ha instituido una solemne fiesta, que se celebrará en todo el Imperio el día 21 de noviembre de cada año», San Petersburgo, 20 de enero de 1769, Gaceta de Madrid, núm. 10, 7 de marzo de 1769, p. 73. 174. Gaceta de Madrid, núm. 22, 3 de junio de 1766, p. 174. 175. Partida de bautismo de Francisco Javier Gil y Calvo, fechada en Simancas el 10 de febrero de 1729. Archivo Diocesano de Valladolid. Parroquia Santísimo Salvador (Simancas). Libro de Bautismos 73, folio 130 v.
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176. El expediente que se conserva de Francisco Gil cirujano del Real Sitio de San Lorenzo y honorario de la Real Casa no tiene documentos. Archivo General de Palacio, Madrid (AGP). Expedientes Personales, Caja 431. Expediente 38. 177. Real Orden concediendo a Gerónimo León el sueldo de 300 ducados anuales como cirujano de la Real Familia. Aranjuez, fechada en 23 de marzo de 1806. AGP. Expedientes Personales, Personal, Jerónimo León, Caja 545. Expediente 40. 178. Sueldo año 1776. Diario del dinero que se entrega a los PP. Procuradores: inventario, fechado en 1776. Archivo de la Real Biblioteca del Monasterio de El Escorial (ARBME). Signatura: 187-III-12. 179. Su yerno apoyaba su solicitud de cirujano del Real Sitio en los méritos de su suegro: «onze años hà está en compañía de su suegro dn Fco Jil cirujano de familia de S. M. y del Real Monasterio de San Lorenzo asistiendo á quantos enfermos de cirujía han ocurrido y con especialidad a los trabajadores de las obras...». Solicitud de Gerónimo León, San Lorenzo de El Escorial, fechada en 10 de octubre de 1789. AGP. Expedientes Personales, Personal, Gerónimo León, Caja 545. Expediente 40. 180. «... al pasar S. M. desde la Granja a El Escorial eran muchas las personas que venían contagiadas, y no se tomó con ellas la misma providencia, se propagó el contagio haciendo los lastimosos estragos que se han visto», Gaceta de Madrid, núm. 98, 5 de diciembre de 1788, pp. 795-796. 181. Carta de Ricardo Wall al Reverendo fray Francisco de Fuentidueña, fechada en Buen Retiro a 1 de diciembre de 1756. ARBME. Reinado de Fernando VI, caja XXXIV, 38. 182. Gaceta de Madrid, núm. 98, 5 de diciembre de 1788, p. 796. 183. Los médicos y cirujanos comenzaban como pasante y posteriormente adquirían plaza. Solicitud del médico Antonio García y el cirujano Gerónimo León, fechada el 28 de noviembre de 1801. AGP. San Lorenzo, Habitación para médico, cirujano y sangrador, legajo 1840-2, exp. 23. 184. Comunicado del fallecimiento del cirujano Francisco Gil, fechado en San Lorenzo de El Escorial el 23 de febrero de 1806. AGP. Expedientes Personales, Personal, Gerónimo León, Caja 545. Expediente 40. 185. Lista de regalos a la servidumbre de Palacio con motivo de las viruelas de las Infantas, s/f, 1 fol. BNE: Mss/10714 (fol. 242r.-242v.). 186. Carta de Francisco Gil, fechada en 23 de marzo de 1770. Archivo Real Academia de Medicina, leg. 9, doc. 627. 187. Gaceta de Madrid, núm. 98, 5 de diciembre de 1788, p. 795.
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188. Informe de la Junta de Vacuna de Cuba, fechado en La Habana el 13 de junio de 1803. AGI, Cuba, 1691. 189. Carta de D. Pedro Aparici, oficial primero de la Secretaría del Despacho Universal de Indias, quien correrá con los gastos de publicación de la obra de Gil, dirigida a D. Casimiro Ortega, director del Real Jardín Botánico de Madrid, mejor divulgador de la obra de Gil, fechada en San Ildefonso el 5 de septiembre de 1784. AGI, Indiferente General, 1335. 190. Circular de Carlos III impresa por el Consejo de Indias a cargo de D. José de Gálvez, fechada en Aranjuez en 15 de abril de 1785. Esta circular acompaña a los ejemplares de la obra de Francisco Gil que se reparten por los territorios coloniales. AGI, Indiferente General, 1335. 191. «He dirigido a La Coruña, al juez de arribadas 13 cajones a fin de que se embarquen a flete en los primeros correos marítimos que salgan para aquellos dominios, y lo aviso a V.E. de orden de S.M. para que sirva dar las providencias que corresponden.» Informe dirigido a Floridablanca, fechado el 1 de mayo de 1785. AGI, Indiferente General, 1335. 192. Oficio de José de Gálvez, fechado el 18 de abril de 1785. AGI, Indiferente General, 1335. 193. Carta de Floridablanca a Gálvez, fechada en Aranjuez el 4 de mayo de 1785. AGI, Indiferente General, 1335. 194. «Faltan de enviar 5 cajones.» Carta dirigida al conde de Floridablanca, fechada en San Ildefonso el 14 de septiembre de 1785. El dato del día 14 está puesto sobre un 13 que había previamente. AGI, Indiferente General, 1335. 195. Cartas de las diferentes regiones en las que se acusa el recibo de la llegada de la obra de Francisco Gil a cada territorio. AGI, Indiferente General, 1335. 196. Archivo General de la Nación de México, Instituciones Coloniales, Indiferente Virreinal, Correspondencia de Virreyes, Caja 2796, exp. 005. 197. Carta del obispo de Durango al virrey de México, fechada en Durango el 27 de febrero de 1788. Archivo General de la Nación de México, Instituciones Coloniales, Indiferente Virreinal, Correspondencia de Virreyes, Caja 2796, exp. 005. 198. Francisco Gil, cirujano del Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial y miembro de la Real Academia de Madrid, dio una instrucción sobre un método seguro para salvar a los pueblos de las viruelas, y así lograr la erradicación total de esta enfermedad |b Además de las consideraciones críticas, por orden del gobierno de Quito en
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Perú sobre este método, nombrado por el doctor Santa Cruz E Espejo ... |c Traducido del italiano por Hartmann Gottfried Fürstenau, D. Profesor de Medicina en Rinteln; Además de un prefacio de Bernhard Christoph Faust. 199. Catecismo de la salud para uso en las escuelas y en el hogar / Bernhard Christoph Faust. 200. Gaceta de Madrid, núm. 89, 4 de noviembre de 1800. 201. Gaceta de Madrid c, núm. 2, 6 de enero de 1801.
Distribución de la vacuna en América antes de la Expedición 202. Disertación presentada al Ayuntamiento por el doctor Esteban Morel sobre la inoculación de la viruela, fechada en 1780. Archivo Histórico de la ciudad de México (en adelante AHCM), Sección Ayuntamiento, Policía, salubridad, epidemia, viruela: 3678, exp. 2, 60 fols. 203. Carta del médico José Ignacio Bartolache a Mayorga, fechada en la ciudad de México el 19 de junio de 1780. AHCM, Sección Ayuntamiento, Policía, salubridad, epidemia, viruela: 3678, exp. 2, fols. 4-8. 204. Método para practicar la inoculación firmado por el Tribunal del Protomedicato de orden del excelentísimo señor virrey, fechado en octubre de 1797. Archivo General de la Nación (en adelante AGN), Sección Gobierno Virreinal, Bandos: 19, exp. 82. 205. Expediente de Cayetano Muns. Archivo General Militar de Segovia (en adelante AGMS), Expedientes personales: M-4765. 206. Carta del Dr. Oller al mariscal de campo Ramón de Castro, fechada en Puerto Rico el 15 de febrero de 1804. Archivo General de Indias (en adelante AGI), Santo Domingo: 2323-A. 207. José María Pérez al ayuntamiento de la ciudad de Puebla, fechado el 10 de junio de 1805. Archivo Histórico del Ayuntamiento de Puebla (en adelante AHAP), Actas de cabildo: 74, f. 172. 208. Sesión del cabildo, Puebla, fechado el 16 de junio de 1804. AHAP, Actas de cabildo: 73, f. 121. 209. Oficio del virrey a las autoridades de diversas poblaciones de la intendencia de México y de la jurisdicción de Cuernavaca sobre la propagación de la vacuna, fechado el 8 de junio de 1804. AGN, Sección Gobierno Virreinal, Epidemias: 4, exp. 1. 210. Auto del gobernador de Campeche, fechado en Mérida, 3 de abril de 1804. AGN, Sección Gobierno Virreinal, Epidemias: 4, exp. 10. 211. Oficio de Joseph Miguel Monzón al gobernador de Campeche, fechado en Campeche el 9 de mayo de 1804. AGN, Sección Gobierno Virreinal, Epidemias: 4, exp. 10.
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212. Certificado de méritos de Joseph Miguel Monzón, fechado en México el 15 de noviembre de 1804. Archivo General de la Armada, D. Álvaro de Bazán, Viso del Marqués (en adelante AGAAB), Sección Cuerpo de sanidad: 2898-104. 213. Carta de Benito Pérez a Joseph Miguel Monzón, fechada en Mérida el 29 de mayo de 1804. AGN, Sección Gobierno Virreinal, Epidemias: 4. exp. 10. 214. Relación de actividades de Joseph Miguel Monzón, fechado en Campeche el 25 de abril de 1804. AGAAB, Sección Cuerpo de Sanidad: 2898-104. 215. Expediente de Jaime Gurza. AGMS, Expedientes personales: G-4346.
La Expedición de la Vacuna en el contexto de las expediciones ilustradas 216. De manera similar a otros médicos en América, José Celestino Mutis tenía su propio método para curar viruelas. Sin embargo, apoyó también el método inoculador mostrándose abiertamente a favor de la prevención como lucha contra la viruela: Instrucciones sobre las precauciones que deben observarse en la práctica de la inoculación de las viruelas, formada de orden del Superior Gobierno, 1782 (Archivo del Real Jardín Botánico de Madrid, III, Serie Medicina). Disposiciones que tuvieron seguimiento también a través de párrocos, como José Velázquez (Archivo Nacional de Colombia (ANC), Bogotá, Colonia, Milicias y Marina, tomo 142). 217. Instrucción formada por orden del Superior Gobierno para solicitar en las haciendas del ganado vacuno en este Reino, la materia vacuna contenida en las viruelas de las vacas (Archivo Nacional de Colombia [ANC], Colonia, Miscelánea, tomo 2). 218. Codex Calixtinus. Liber sancti Iacobi (c. 1138- c. 1173) (Archivo-Biblioteca de la catedral de Santiago de Compostela). 219. Francisco Hernández hizo una descripción meticulosa de la flora mexicana, entre 1570 y 1577, que permaneció prácticamente inédita hasta la Ilustración. Los trabajos de Hernández no fueron difundidos hasta mediados del siglo xvii, cuando parte de ellos fueron publicados por Nardo Antonio Recco (Álvarez y Fernández, 1998). Otra parte de sus manuscritos aparecieron en la Curiosa Filosofía y Tesoro de maravillas de la naturaleza examinadas en varias cuestiones naturales, del jesuita Juan Eusebio Nieremberg, aparecida en Madrid, en el primer tercio del siglo xvii (Nieremberg, 1630). Posteriormente, ya en el siglo xviii, se utilizó el apelativo de «el Hernández» al hacer
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referencia a este texto, creyéndose que se trataba de una edición del texto original del médico de Felipe II y no de una recopilación. Entre 1959 y 1984 se publicaron sus obras completas, en siete volúmenes, por la Universidad Nacional Autónoma de México (Hernández, 1959-1984). 220. Charles-Marie de La Condamine tuvo gran interés en la prevención de la viruela y defendió el método de la inoculación en la Academia de Ciencias de París (La Condamine, 1754). 221. El itinerario de Salvany puede seguirse según su propio informe de 1 de marzo de 1805 (Archivo General de Indias, Indiferente General, legajo 1558-A).
'In corpore vili'. Viruela y vacuna al final del Antiguo Régimen 222. Los estudios sobre la Expedición de la Vacuna coordinada por Francisco Javier Balmis han sido copiosos, desde el trabajo seminal de Yraola, La vuelta al mundo de la expedición de la vacuna (1948), hasta las contribuciones fundamentales de Susana María Ramírez Martín, sobre todo su tesis doctoral, La mayor hazaña médica de la Colonia... (1999). Ciertamente, se ha profundizado mucho en estas últimas décadas sobre aspectos particulares de la expedición y, sobre todo, el destino de ella en países específicos, como Filipinas, Venezuela, Perú o Chile. De la misma manera, se han investigado brotes epidémicos, particularmente en Hispanoamérica, aunque concentrados principalmente en los acontecimientos del siglo xvi, cuando a la conquista armada de los pueblos indígenas se asoció la llegada de enfermedades desconocidas, como en el caso de la viruela, cuya penetración asoló pueblos y naciones.
Los niños como reservorios humanos del pus vacuno 223. Soriano, Gerónimo, «De las papulas y vejiguillas que se les hacen en el cuero y de las que llamamos viruelas o veruelas». En: Methodo y orden de curar las enfermedades de los niños compuesto por el Dr. Geronimo Soriano ..., Angelo Tavano, Zaragoza, 1600. Hemos utilizado la edición que incluye un estudio preliminar acerca del autor por el Dr. Jesús Sarabia Pardo, Imp. de Cosano, Madrid, 1929, p. 158. 224. Ballester Añón, Rosa, La historia clínica pediátrica durante el siglo xix. Análisis de la ciencia y la práctica pediátrica a través de las pato-
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grafías infantiles, Cátedra de Historia de la Medicina, Universidad de Zaragoza, Zaragoza, 1977. 225. López Piñero, José María y Bujosa Homar, Francesc, Los tratados de enfermedades infantiles en la España del Renacimiento, Cátedra de Historia de la Medicina, Universidad de Valencia, Valencia, 1982. Ballester Añón, Rosa, «Factores biológicos y actitudes vigentes frente a la infancia en la sociedad española del Antiguo Régimen». En: José Luis Peset Reig, Enfermedad y castigo, CSIC, Madrid, 1984, pp. 343-357. Gracia Guillen, Diego, «¿Es el niño un ser enfermo?», Jano, 662 (1985), pp. 11-23. 226. Ballester Añón, Rosa, «Edades de las mujeres/edades de la vida del hombre. Tópicos y lugares comunes en la ciencia médica antigua y tradicional». En: Pilar Pérez Cantó y Margarita Ortega López (eds.), Las edades de las mujeres, Universidad Autónoma de Madrid, Madrid, 2002, pp. 3-20. 227. Carreras Panchón, Antonio, «La viruela», Miasmas y retrovirus. Cuatro capítulos de la historia de las enfermedades transmisibles, Fundación Uriach, Barcelona, 1991, pp. 59-83. 228. Este tema procede de la tradición hipocrática del escrito Sobre los aires, las aguas y los lugares, donde se indica que la constitución es el complejo de un conjunto de acontecimientos naturales: cualidades del suelo, climas, estaciones, lluvia, sequedad, lugares pestilentes, penuria. Las variables meteorológicas (temperatura, humedad, presión atmosférica, orientación del viento) y climáticas de un área geográfica guardarían relación con las «fiebres» del lugar, y el «temperamento» de sus habitantes. Multitud de tratamientos a base de remedios naturales también para quitar las «señales» una vez curados, pero ninguna eficacia real y sentimiento de fracaso por parte de los médicos. 229. Soriano, G., Op. cit., pp. 154-155. 230. Aubert, Antoine, Rapport sur la vaccine ou responseaux questions redigées par les commisaires de l´École de Medicine de Paris..., Chez Richard, Caille et Ravier, París, an IX (1801). 231. Moreau de la Sarthe, Jacques-Louis, Tratado histórico y-práctico de la Vacuna que contiene en compendio el orígen y los resultados de las observaciones y experimentos sobre la vacuna, con un exámen imparcial de sus ventajas, y de las objeciones que se le han puesto, con todo lo demas que concierne á la práctica del nuevo modo de inocular / por J. L. Moreau (de la Sarthe); traducido por Francisco Xavier de Balmis, Imprenta Real, Madrid, 1803, pp. 241. Balaguer Perigüell, Emilio, Prólogo y traducción castellana del tratado histórico y práctico de la vacuna de J. L. Moreau de Francisco Balmis (1803), Edicions Alfons el Magnànim,
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Institució Valenciana d’Estudis i Investigació, Valencia, 1987; Tuells Hernández, José, «El proceso de revisión a la traducción de Francisco Xavier Balmis del Tratado histórico y práctico de la vacuna, de Moreau de la Sarthe», Gaceta Sanitaria, 26/4, 2012, pp. 372-375. 232. Moreau de la Sarthe, J. L., Op. cit., p. 243. 233. Rosen Von Rosenstein, Nils, «Chap. XII. On the Smallpox»; «Chap. XIII. On the inoculation of the smallpox». The diseases of children and their remedies, translated into english by Andrew Sparrman, T. Cadell, Londres, 1776, pp. 65-107 y 108-143. 234. Moreau de la Sarthe, J. L., Op. cit., p. 299. 235. Ibidem, p. 73. 236. Ballester Añón, Rosa, «Los libros sobre salud y enfermedad de los niños en la España Moderna». En: The Medicorum Scientia. Seis disertaciones en torno al libro histórico-médico, Biblioteca Histórica Marqués de Valdecilla, Universidad Complutense Madrid, Madrid, 2001, pp. 119-183. 237. Moreau de la Sarthe, J. L., Op. cit, pp. 325-348. 238. Olagüe de Ros, Guillermo, «La dimensión sanitaria de la viruela. El significado histórico del descubrimiento de la Vacunación antivariólica», Canelobre, 57, 2010-2011, pp. 42-55; Olagüe de Ros, Guillermo y Astrain Gallart, Mikel, «¡Salvad a los niños!: los primeros pasos de la vacunación antivariólica en España (1799-1805)», Asclepio, LXVI /1, 2004, pp. 7-31. 239. Tuells Hernández, José, «El ensayo inédito sobre la vacuna de Ignacio María Ruiz de Luzuriaga (1763-1822)», Dynamis, 35/2, 2015, pp. 459-480. 240. Carreras Panchón, Antonio, El problema del niño expósito en la España ilustrada, Universidad de Salamanca, Salamanca, 1977. 241. Demerson, Paula, «La Real Inclusa de Madrid a finales del siglo xviii», Anales del Instituto de estudios madrileños, VIII, 1972, pp. 261-272. 242. Ramírez Marín, Susana, «Proyección científica de las ideas de Tomas Romay sobre la vacuna de la viruela en la Inclusa madrileña», Asclepio, LIV /2, 2002, pp. 109-128. 243. Balaguer Perigüell, Emilio y Ballester Añón, Rosa, En el nombre de los niños. La Real Expedición Filantrópica de la Vacuna (1803-1806), Asociación Española de Pediatría, Madrid, 2003. 244. Ramírez Martin, Susana, Por la salud del Imperio. La Real Expedición filantrópica de la Vacuna, Doce Calles, Madrid, 2002. Id. «El niño y la vacuna de la viruela rumbo a América. La Real Expedición Filantrópica de la Vacuna», Revista Complutense de Historia de América, núm. 29, 2003, pp. 77-101.
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245. Tuells Hernández, José y Ramírez Martín, Susana, Balmis et variola. Sobre la Derrota de la Viruela, la Real expedición Filantrópica de la Vacuna y el esfuerzo de los inoculadores que alcanzaron el final del azote, con observaciones particulares al periplo balmisiano, Generalitat Valenciana, Valencia, 2003; Tuells Hernández, José y Duro Torrijos, José Luis, «El viaje de la vacuna contra la viruela: una expedición, dos océanos, tres continentes y miles de niños», Gaceta Médica de México, 151, 2015, pp. 16-25. 246. Moreau De La Sarthe J. L., Op. cit., pp. XV-XVI. 247. Balaguer, E. y Ballester, R., Op. cit., 2003, pp.131-132, Tuells, J. y Duro, J. L., Op. cit., 2015, p. 418. 248. Bethencourt Massieu, Antonio de, «Inoculación y vacuna antivariólica en Canarias (1760-1830)». En: Morales Padrón, Francisco (coord.), V Coloquio de historia canario-americana, vol. II, Cabildo Insular, Gran Canaria, 1982, pp. 290-294. Ramírez Martín, Susana, «La vacuna o el patriotismo lanzaroteño», Cuadernos de El Ateneo de La Laguna, núm. 10, 2001, pp. 188-201. 249. Díaz de Yraola, Gonzalo, La vuelta al mundo de la Expedición de la Vacuna. Prólogo de Gregorio Marañón. Real Academia de Medicina, Sevilla, 1948, pp. 140-141. 250. Balaguer, E. y Ballester, R., Op. cit., p 136. 251. Ramírez Martín, Susana, «Las Juntas de vacuna. Prolongación de la obra sanitaria de la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna (1803-1810)», Ars Medica. Revista de Humanidades, 2, 2003, pp. 314317. 252. Fernández del Castillo, Francisco, Los viajes de Francisco Xavier Balmis. Notas para la expedición vacunal de España a América y Filipinas (1803-1806), Galas de México, México, 1960. 253. Ramírez Martín, Susana, «Derrotero geográfico de la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna (1803-1821)», Canelobre, 57, 20102011, pp. 80-93. 254. Morales Cosme, Alba D. y Aceves Pastrana, Patricia, «Una nueva política sanitaria para América», Canelobre, 57, 2010-2011, pp. 94105. 255. Ramírez Martín, Susana, La mayor hazaña médica de la Colonia. La Real Expedición filantrópica de la Vacuna en la Audiencia de Quito, Abya-Yala, Quito, 1999. 256. Tuells, J. y Duro, J. L., Op. cit., 2015, pp. 420-421. Díaz de Yraola, Op. cit., p. 65. Smith, Michael M., «The Real Expedición Marítima de la Vacuna in New Spain and Guatemala», Transactions of the American Philosophical Society, new series, 64, 1974, part I. Fernández del Castillo, Op. cit.
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257. Díaz de Yraola, G., Op. cit., p. 64. 258. Tuells, J. y Duro, J. L., Op. cit., 2015, pp. 422. 259. Ramírez Martín, S., 2010-2011, pp. 84-85. 260. Tuells, J. y Duro, J. L., Op. cit., 2015, pp. 424. 261. Ramírez Martín, S., Op. cit., 1999; Ramírez Martín, S., Op. cit., 2010-2011, pp. 86-90. 262. Díaz de Yraola, G., Op. cit., p. 129. 263. Tuells, J. y Duro, J. L., Op. cit., 2015, p. 424. 264. Godoy, Manuel de, Cuenta dada de su vida política por Don Manuel de Godoy, Príncipe de la Paz, o sean [sic] Memorias críticas y apologéticas para la historia del reinado del Señor D. Carlos IV de Borbón, Imprenta de I. Sancha, Madrid, 1836-1842, vol. 3, pp. 1260-1261 [Biblioteca virtual Miguel de Cervantes] .
Una épica para la salud: odas a la vacuna a ambos lados del Atlántico 265. José Manuel Pereiro-Otero destaca que «Esta sincronía epidémica coincide con otra de tipo literario», al señalar que en torno a la segunda mitad del siglo xviii proliferan las referencias a los males causados por la viruela en estos territorios, e incluso se componen varios poemas y reflexiones al respecto, como las del doctor José Ignacio Moreno, compilados por Mauro Pérez Pumar, o del doctor Francisco Javier Eugenio Santa Cruz y Espejo (Pereiro-Otero, 2008: 109-110). 266. El autor sugiere que el hecho de que no se conocieran personalmente no debe interpretarse como que se desconocieran por completo, pues hay testimonios que evidencian que sí tenían referencias el uno del otro, y desde luego que Bello deja patente la admiración que siente por la obra de Quintana, al tiempo que una carta de Quintana fechada en 1827 refiere lo que este sabe de Bello (Pereiro-Otero, 2008: 125-126, nota 10). 267. Ambas obras fueron objeto de publicación en 1872 en el volumen Obras inéditas de Manuel José Quintana. 268. Cita tomada de la entrada dedicada a Manuel José Quintana en el Diccionario Biográfico Español, disponible en línea en . 269. Para un análisis en profundidad de la indeleble huella dejada por Quintana en la instrucción pública española del siglo xix véase Araque, 2013. La autora detalla, a partir de un estudio sistemático
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fruto del examen de todos los documentos sobre la cuestión en los que participa Quintana, su aportación al establecimiento de las bases de la política educativa y, sobre todo, su capacidad para adelantar los debates que ocuparán las siguientes décadas: libertad de enseñanza, gratuidad, centralización, uniformidad... (Araque, 2013: 35). 270. Conviene citar, por su reciente hallazgo, el manuscrito de Poesías Patrióticas conservado en el Archivo Histórico Municipal de Campillos, que sirve a Rocío Tudela para hacer una revisión sobre los otros manuscritos conocidos y analizar algunas divergencias entre ellos (Tudela, 2016). 271. Este fragmento es citado por Pereiro-Otero en el análisis confrontado de ambas composiciones que propone (2008: 110-111, nota 3).
La expedición de Balmis en la novela escrita en español 272. En la Biblioteca de la AECID se realizó la exposición: Pigafetta: Cronista de la Primera Vuelta al Mundo de Magallanes-Elcano. Se adoptó la mirada del cronista y se aportaron citas literales de su relato que permiten ver el valor de lo emocional al narrar una hazaña de la trascendencia de la primera vuelta al mundo. Se puede hacer una visita virtual a la exposición en el blog La reina de los mares, . 273. La Biblioteca de la AECID preparó la exposición La Ilustración Hispánica, mestiza y universal, y editó un catálogo de igual título, en el que se tratan las expediciones científicas de la Ilustración. En un apartado se trata la Expedición de la Vacuna. Se puede hacer un recorrido virtual en su blog La reina de los mares, . 274. La colaboración entre ambas entidades está publicada, como intercambio de notas entre ellas, en el Diario de las Comunidades Europeas: . 275. Balmis fue a Macao, perteneciente en la época a Portugal, y a Cantón, por lo que llevó su ayuda a territorio chino.
De la imagen científica a la expedición imaginada 276. La fecha de culminación de la vacuna podría extenderse hasta 1812, ya que los ayudantes de Salvany continuaron hacia el sur tras
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su muerte, hasta que las rebeliones independentistas impidieron la propagación de la vacuna. 277. Las dos regiones en las que aparece la traducción de Pedro Hernández coinciden con dos zonas en las que o bien ya se había inoculado la vacuna, caso de La Habana y Puerto Rico, o bien se pusieron muchos problemas a Balmis en su empresa, como le ocurrió en México con el virrey José de Iturrigaray. En el caso de México, en el Suplemento citado, se menciona la empresa de Balmis, pero a pesar de ello, el virrey manda la inoculación de niños en la casa de expósitos. 278. Skelton (1763-1848) junto al también grabador William Cuff realizaron entre 1801-1803 las imágenes secuenciales de la vacuna en el texto del cirujano inglés John Ring (1752-1821) «A comparison between vaccinated (cowpox) and smallpox pustules from the 3rd to 20th day of the disease». Cuff también participó ya desde 1800 en los grabados de la inoculación con los médicos ingleses. 279. Un ejemplo de la firma de los tres artistas se puede ver en una de las láminas del tratado de John Ring «A treatise on the cow-pox; containing the history of vaccine inoculation, and an account of the various publications which have appeared on that subject. In Great Britain, and other parts of the world» de 1803. 280. Aunque nos centraremos en el análisis de las imágenes de las obras españolas destacables, en su mayoría fueron copiadas de los textos franceses que traducen, incluso que mencionan o han consultado, ya que hay textos franceses que carecen de imágenes. Esto nos lleva a recordar que algunas de estas láminas eran grabados que podían adquirirse de forma independiente de la obra. 281. Este retrato del médico inglés sobre un paisaje bucólico en el que aparece una granja con una mujer que ordeña una vaca junto a un niño y otras dos vacas, posiblemente se base en la pintura o en grabados del retrato que realizó el pintor inglés John Raphael Smith (1751/2-1812) en 1800, donde Jenner aparece apoyado en la rama de un árbol bajo la que se proyecta una vista de Berkeley, Gloucestershire, donde pacen tranquilas unas vacas; en otras versiones se añade una mujer junto a las vacas. El grabado de este retrato también da comienzo a la obra del médico italiano Luigi Sacco Trattato di Vaccinazione con osservazioni sul giavardo e vajuolo pecorino de 1809 en Milán. 282. En Francia, a partir de 1804, todo texto relacionado con la vacuna debía ser aprobado por un Comité de Vacunas, con el fin de censurar los argumentos y datos que cuestionaban la eficacia de la vacuna. 283. En Hispanoamérica, la vacuna ya había inspirado un poema titu-
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NOTAS
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lado «A la vacuna» y la obra teatral Venezuela consolada, compuestas por el venezolano Andrés Bello, c. 1804, cuando Balmis se encontraba en los territorios americanos. Es interesante la lectura que realiza Pereiro-Otero en la comparativa de ambos poetas. En 1808 el cántabro afincado en Guatemala Simón Bergaño y Villegas compone el poema «La Vacuna, oda a los jóvenes». 284. En muchos estudios la litografía se ha descontextualizado de la obra para la que fue concebida, situándola en lugares concretos y en la misma fecha en la que se produjo el hecho histórico de la vacunación, sobre todo en 1803, momento en el que la expedición zarpa del puerto de A Coruña. 285. La técnica de la litografía se basa en la impresión de una imagen dibujada sobre una roca caliza, mediante lápices grasos, cuya composición reacciona con el carbonato de calcio de la roca creando una inapreciable incisión que permite la posterior impresión en papel. 286. Uno de los principales problemas que planteaban las nuevas técnicas del grabado radicaba en que no precisaban de la intervención de un grabador profesional, hecho que facilitaba su uso. 287. Recordemos que la expedición de Alejandro Malaspina y José de Bustamante entre 1789 hasta 1794 por el mundo recoge una ingente variedad de imágenes; tanto de la riqueza natural como etnográfica y antropológica; destacan los tipos humanos indígenas de las zonas a las que arribaban. 288. Desde septiembre a diciembre del año 2020 tuvo lugar una exposición en el Real Jardín Botánico de Madrid que llevaba por título Entre Manila y Cantón. Arte botánico en Asia en el Real Jardín, que incluía 25 láminas de las que Balmis trajo de Cantón.
El legado de la Expedición de Balmis y la institucionalización de las vacunas 289. Ortega y Gasset, José, Origen y epílogo de la Filosofía. En: Obras Completas, vol. 9, Alianza Editorial, Madrid, 1983, p. 349. 290. Seco, Manuel, Andrés, Olimpia y Ramos, Gabino, Diccionario del español actual, vol. 2, Aguilar, Madrid, 1999, p. 3549. 291. Díaz de Yraola, Gonzalo, La vuelta al mundo de la Expedición de la Vacuna, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Madrid, 2003, pp. 126-128. 292. Tuells, José y Ramírez Martín, Susana, «Francisco Xavier Balmis y las Juntas de Vacuna, un ejemplo pionero para implementar la vacunación», Salud Pública (México), 53, 2011, pp. 172-177.
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LUIS ENJUANES «A la luz de la globalización y de la perspectiva sanitaria actual, la obra de Balmis fue […] la puerta que abrió al ser humano el horizonte de la prevención global frente a la enfermedad y el de la protección pública de la salud. Horizontes de futuro hacia los que debemos atentamente seguir mirando con el estímulo permanente de su recuerdo y con la conciencia de valor indestructible que nos transmite su mensaje.»
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LA EXPEDICION La primera lucha global
LA EXPEDICION BALMIS
El 30 de noviembre de 1803, la corbeta María Pita zarpa del puerto de A Coruña. En su interior viajan veintidós niños huérfanos cuya misión consiste en llevar en su propio cuerpo la recién descubierta vacuna de la viruela a los territorios de ultramar. El doctor Francisco Xavier Balmis dirige esta aventura sanitaria de vacunación global conocida como Expedición Balmis o Real Expedición Filantrópica de la Vacuna. Lo acompañan, entre otros expedicionarios, José Salvany e Isabel Zendal.
«Los valores de generosidad humana, científica y política están más vivos y son más necesarios que nunca. El precedente que estableció la Real Expedición de la Vacuna hace más de doscientos años sigue vigente. Los números de las estadísticas y las noticias de los telediarios ponen el foco en la salud pública frente a la salud del individuo. Lo que importa es el cuidado del grupo. Una misma enfermedad nos afecta a todos en cualquier lugar del mundo.»
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Esta obra, promovida por el Consejo Superior de Investigaciones Científicas y el Ministerio de Ciencia e Innovación, cuenta con la dirección científica de Susana María Ramírez Martín, prólogo de Luis Enjuanes y artículos de Emanuele Amodio, Rosa Ballester Añón, Antonio Campos Muñoz, Gema Desireé Cristóbal Querol, Clarissa R. Damaso, Montserrat Domínguez Ortega, José Esparza, M. Pilar Farjas Abadía, Marcelo Frías Núñez, Ramón del Gallego Lastra, Araceli García Martín, Manuel Lucena Giraldo, Maribel Morente Parra, Gema Pérez del Villar Herrainz, Enrique Portela Filgueiras, Isabel Portela Filgueiras, Susana María Ramírez Martín, Virginia Ramírez Martín, Verónica Ramírez O., María Luisa Rodríguez-Sala, Antonio Ruiz Castellanos, María Saavedra Inaraja, Magdalena Suárez Ojeda y José Tuells.
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El 30 de noviembre de 1803, la corbeta María Pita zarpa del puerto de A Coruña. En su interior viajan veintidós niños huérfanos cuya misión consiste en llevar en su propio cuerpo la recién descubierta vacuna de la viruela a los territorios de ultramar. El doctor Francisco Xavier Balmis dirige esta aventura sanitaria de vacunación global conocida como Expedición Balmis o Real Expedición Filantrópica de la Vacuna. Lo acompañan, entre otros expedicionarios, José Salvany e Isabel Zendal.
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AA. VV.
LA EXPEDICION La primera lucha global
LA EXPEDICION BALMIS
«Los valores de generosidad humana, científica y política están más vivos y son más necesarios que nunca. El precedente que estableció la Real Expedición de la Vacuna hace más de doscientos años sigue vigente. Los números de las estadísticas y las noticias de los telediarios ponen el foco en la salud pública frente a la salud del individuo. Lo que importa es el cuidado del grupo. Una misma enfermedad nos afecta a todos en cualquier lugar del mundo.»
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BALMIS CIENCIA
Esta obra, promovida por el Consejo Superior de Investigaciones Científicas y el Ministerio de Ciencia e Innovación, cuenta con la dirección científica de Susana María Ramírez Martín, prólogo de Luis Enjuanes y artículos de Emanuele Amodio, Rosa Ballester Añón, Antonio Campos Muñoz, Gema Desireé Cristóbal Querol, Clarissa R. Damaso, Montserrat Domínguez Ortega, José Esparza, M. Pilar Farjas Abadía, Marcelo Frías Núñez, Ramón del Gallego Lastra, Araceli García Martín, Manuel Lucena Giraldo, Maribel Morente Parra, Gema Pérez del Villar Herrainz, Enrique Portela Filgueiras, Isabel Portela Filgueiras, Susana María Ramírez Martín, Virginia Ramírez Martín, Verónica Ramírez O., María Luisa Rodríguez-Sala, Antonio Ruiz Castellanos, María Saavedra Inaraja, Magdalena Suárez Ojeda y José Tuells.
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