Introduccion Al Pensamiento Feminista Contemporaneo

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M ARY EVANS

In tr o d u c c ió n a l P e n s a m ie n to

F e m in ist a C ontem poráneo

M

in e r v a

E

d icio n es

Título original: Introducing Contemporary Feminist Thought ISBN : 84-88123-16-7 ©1997 Mary Evans Primera edición en 1997 por Polity Press en asociación con Blackwell Publishers Ltd. © 1997 de la edición en español: M i n e r v a E d i c i o n e s , S.L. Tel.: 577 97 48 C / Doctor Gómez Ul!a, 14 - 28028 Madrid Traducción: Rosalía Pereda Fotocomposición y portada: Cristina Gómez-Reino impreso en España en los talleres gráficos de EURO CO LOR, S.A. Depósito Legal: M-983-1998

Reservados todos los derechos. Queda totalmente prohibida la repro­ ducción total o parcial de este libro, o de cualquiera de sus partes, por cualquier procedimiento, sin permiso escrito de M in e r v a E d i c i o n e s , S.L.

índice

Reconocimientos

8

Introducción

9

I Irrumpen las mujeres

14

' l,o público y lo privado: las mujeres y el Estado

45

í. Conocimento con género

77

I La representación

109

’>, Hl cuerpo

140

< > l’eminismo y universidad

172

/. ¿Mundos diferentes?

198

Referencias bibliográficas

222

Indice de materias

245

R econ ocimien tos

A l escribir este libro y prepararlo para su publicación, he tenido la suerte de recibir mucha ayuda de otras personas. Andrew Winnard y Pamela Thomas en Polity fueron editores considerados y cooperativos. Sue Shervvood y Carole Davis tuvieron conmigo una paciencia infinita en las revisiones del texto, y de Pat Macphcrson, Jan Montefiore, Anne Seller, M ary McIntosh y Janet Sayers recibí consejos críticos y úti­ les. A todos ellos estoy profundamente agradecida.

Introducción

El objeto de este libro es, como el título indica, el femi­ nismo contemporáneo. Pero el informe apresentado aquí liace referencia al tipo de feminismo que se relaciona de ceri a. por no decir íntimamente, con la universidad, o la parte académica del feminismo, que en las universidades anglosa­ jonas se conoce bajo el nombre de “ Estudios sobre la M ujer” < > Women’s Stud ies” . Aunque éste no sea un libro dedicado a los “ Estudios sobu- la mujer” , en muchos casos los lectores reconocerán \ se encontraban en proceso de cambio y mi generación i ii i ió cu mi marco de ideas en proceso de cambio acerca del ...... ti (amiento sexual. L a píldora estaba disponible por priiiii i .i ve/, de forma generalizada y se discutía ampliamente i Im illa , de modo que una generación de estudiantes joven . cosmopolita parecía creer que las relaciones sexuales, al i nal que los Beatles habían sido inventadas en 1964. Un i>i" ina irónico y retorcido de Philip Larkin dedicado a los ambios que la moralidad experimentó en la década de 1960 i 1 as relaciones sexuales comenzaron en mil novecientos se• nía y tres” ) 1captó algo de la atmósfera de aquel tiempo. Lo que no tomó en consideración fue la resistencia de las mujeH". a la construcción masculina de nuevos estándares y la to­ tal confusión de la época a medida que las diferencias interf-'.i neracionales se politizaron de una forma única en el mun­ do de la posguerra. En medio de esta confusión, ocasional­ mente se dejaron oir también voces antiguas; recuerdo la fa­ mosa “ Agony Aunt” * Evelyn Home denunciando vivamente I.i liberalización sexual como definida por los hombres. E n ­ frentada a una audiencia formada casi exclusivamente por hombres jóvenes, decididos a burlarse de esta resuelta abo­ gada de la castidad prematrimonial, Evelyn Home defendió

* Un equivalente en español sería “ Tía Angustias” (N. de la T.) 1 Philip Larkin, Annus M irabUis, en su Collected Poems, pág. 167.

argumentos en favor de las mujeres que raramente se escu­ chaban en nuestras salas de conferencias. Sin embargo, por muy persuasiva que fuera su oratoria, Evelyn Home no podría variar o evitar los cambios en las ideas -y, desde luego, en las actitudes- que tuvieron lugar en la siguiente década. E l sexo y la sexualidad se convirtieron en una parte explícita de! orden del día en el mundo occi­ dental, y hacia 1970 las reglas y expectativas válidas en los primeros años de la década de los sesenta habían desapareci­ do o estaban en trance de desaparecer. Como muchos histo­ riadores de los sesenta han señalado, hacia el final de la dé­ cada los códigos sexuales habían cambiado, la “ permisivi­ dad” había llegado y la discusión explícita sobre sexualidad formaba parte de la lingua franca en Occidente.2 Inevitable­ mente, una generación se educó creyendo que había inventa­ do el sexo y, más aún, creyendo que el pasado había consis­ tido en una oscura historia de represión sexual. L a “ libertad” sexual, la sexualidad explícita y la disponibilidad sexual se convirtieron en sinónimos de la liberación personal y de la búsqueda de la felicidad individual. Voces más adultas (de todo el espectro político) no pudieron por menos de señalar que la práctica de sexo heterosexual no era ninguna novedad y tanto podía traer libertad como quitarla, pero esas voces fueron con frecuencia desautorizadas como “ puritanas” o peor aún “ estrechas” . Esta reinvención de la sexualidad tuvo lugar, para los oc­

3 Jeffrey Weeks está entre los que han catalogado y teorizado los códigos sexuales en cambio de los años sesenta. Ver Jeffrey Weeks, Sex, Politics and Society. Su interpretación de la “ revolución sexual” lia sido contestada por otros escritores -destacando Slieila Jeffreyscomo se sugiere en una posterior discusión en este capítulo.

cidentales, dentro de un contexto de sistemas políticos domi­ nado todavía por ia relación de rivalidad Este-Oeste y el te­ mor a la amenaza del comunismo soviético, mayor que nun­ ca en la década de los cincuenta. De hecho, 1111 punto esencial y relevante en la década de los sesenta fue que las políticas nacional e internacional, más que la política de las relaciones miel-personales, estaban todavía restringidas a la dinámica de principios de siglo y el terror de Occidente al comunismo. I’ara muchos, lo que conectó lo político y lo personal en los anos sesenta fue la polarización de la opinión política sobre la intervención de los Estados Unidos en Vietnam. Poruña pai le, los sesenta habían visto la rápida descolonización de los viejos imperios occidentales, mientras por otra, la mayor potencia mundial contraía un enorme compromiso, esencial­ mente imperialista, con un país no occidental. La legitimidad política de Occidente, que había sido salvada por la victoria ■■ubre el fascismo alemán, se ponía en tela de juicio por su propio autoritarismo y, como algunos especialistas señalaion, por su propia versión del fascismo.3 La cuestión de Vietnam fue el grito de batalla para una ge­ neración, lo mismo que la guerra civil española lo había sido i-ii los años treinta. Debido a que los Estados Unidos se habían convertido en la potencia de Occidente en los años si­ mientes a 1945, su política se volvió el factor dominante para todos sus aliados. Pero no ha sido Vietnam el único en­ gendro que ha acosado a los Estados Unidos en los años se­ cuta, otras cuestiones -particularmente sobre raza y sexuali­ dad- rápidamente cobraron un significado internacional. E l movimiento para los Derechos Civiles en los Estados Unidos

3 Ver Ernest Mandel, “ Wliere is America Going?” , pp. 3-15.

puso de relieve Uis relaciones entre las razas de un modo has­ ta entonces desconocido en los años de la posguerra, mien­ tras el movimiento del B lack Power que se desarrollo a par­ tir de la lucha por los derechos civiles transformó el pensa­ miento occidental en lo concerniente a la construcción de las identidades raciales. La política de ios sesenta estuvo domi­ nada por la confrontación de valores; la hegemonía ideológi­ ca de los Estados Unidos se hizo pedazos bajo la oposición interna y externa. Como los vietnamitas del norte, los Black Panthers y los estudiantes revolucionarios de 1968 señalaron, el poder militar de los Estados unidos podía ser absoluto, pero todavía había lugar para la discusión y negociación so­ bre el orden y el programa del mundo social.4 Esta política turbulenta y esta década tormentosa, dejaron su huella en países y gobiernos, como con toda seguridad, también hicieron y deshicieron las vidas particulares de mu­ cha gente. Por una vez, el mundo académico occidental se vio íntima y directamente involucrado en estos cataclismos políticos. De un lado a otro de los Estados Unidos los cam­ pus universitarios fueron centros de protesta organizada con­ tra la política del gobierno en Vietnam, mientras en las uni­ versidades europeas, especialmente en Francia, tenía lugar un resurgimiento de juicios muy críticos para la política del gobierno. La acción que más eco tuvo en Europa fue la de la Sorbona, donde un asunto de organización interna (el acceso de varones a las dependencias de las estudiantes) en un cam­ pus nuevo de Nanterre se convirtió en la chispa que encendió

4 La relación entre las luchas en Francia y en Estados Unidos fue­ ron señaladas, por ejemplo, en un número espec¡a1de New Left Review titulado “ Festival of the Oppressed” . New Left Review, N ° 52, 1968.

i hoguera que llevó al gobierno a la crisis y amenazó la es-

i

i il-ilidíul de la sociedad entera. De este modo el sexo y la i -> 1il ica se unieron para formar una mezcla explosiva que de■ .i.ibilizó profundamente las intituciones y creencias sociai'

l a “ nueva” interpretación del mundo en 1968 estaba a

'■mu- ile la liberación política y sexual y contra la guerra del i-mam. Una contracultura, que en cualquier otro momento Imhicra sido simplemente una variación en el comporta­ miento de una generación, adquirió no sólo un significado político sino también poder político real. Implícita en estos acontecimientos, vino una corriente que i Jingo plazo llegó a tener un impacto en la vida social ma­ ní que los movimientos de protesta de la década de los se­ guía. Esta corriente fue el feminismo y la reclamación de las mujeres de sus derechos de autodeterminación y autonomía personal. Fue, como ningún otro movimiento social, complii mío y a menudo contradictorio, cribado por la disidencia y abrasado por el ardor mesiánico. El feminismo no era una novedad’’ en ningún sentido para el siglo veinte, pero asu­ mido esto, en los sesenta y setenta, un nuevo imperativo y un nuevo radicalismo hizo de él un producto de su tiempo. Si rada generación tiene que reinventar la rueda -o tiende a creer que la ha inventado- así el feminismo en los países occidenta les en los años sesenta y setenta se tomó su tiempo antes de reconocer su pasado y la antigüedad de la lucha que repre­ sentaba. L a historia del “ resurgimiento” del feminismo (como a menudo es descrito) en los años sesenta ha quedado bien do­ cumentada, tanto en narrativa como en ensayos. De todos los relatos escritos sobre el advenimiento del feminismo y la llegada al feminismo de cada nueva generación, uno de los

más intensos sobre los Estados Unidos es Loose Change de Sara Davidson, que refleja la excitación y el caos (tanto se­ xual como intelectual) de la época.5 Pero identificar esta no­ vela como un relato representativo de la segunda ola del fe­ minismo trae consigo asumir una serie de consideraciones sobre el feminismo que requieren un comentario inmediato. L a novela se sitúa en los Estados Unidos y trata de mujeres blancas de clasc media que llegan a! feminismo a través y dentro del mundo académico. Es ajena a otros mundos fue­ ra de éste tan restringido y termina con un toque de integra­ ción: los personajes, tras haber protestado y vivido su rebe­ lión adolescente, se reintegran a un mundo de clase media blanca y de éxito profesional. Lo que debe advertirse, y el punto de partida para introdu­ cir esta novela en una discusión sobre feminismo, es que el fe­ minismo fue siempre, y es todavía, una forma de protesta de las mujeres contra su exclusión del uso íntegro de sus dere­ chos de ciudadanas en la sociedad burguesa occidental. E l fe­ minismo posterior a la Ilustración se ocupó esencialmente de la construcción de la ciudadanía en este sector de la sociedad -una forma de ciudadanía que originalmente (y todavía hoy en cierta medida) excluía a las mujeres, no necesariamente con una intención o una decisión consciente, sino a través de la presunción inconsciente de que el pueblo, en la vida pública, era por completo masculino. De hecho, en muchas situaciones y contextos el término “ pueblo” ha sido interpretado como exclusivamente masculino. De forma que, desde comienzos del siglo diecinueve, la tradición dominante (que no la única) dentro del feminismo era luchar para que las mujeres pudie-

5 Sara Davidson, Loose Change.

i.in hacer uso de todos los derechos (por ejemplo el de votar v acceder a las profesiones y a ia educación superior) que los hombres disfrutaban sistemáticamente. Al decir esto, hay que comentar que los hombres con qilicnes las mujeres se están comparando son blancos y de clase media. En los países occidentales ninguna feminista hacía campaña para entrar en el mundo de los comparativa­ mente menos privilegiados trabajadores manuales ni mucho menos que el punto de comparación en las luchas feministas lucran los marginados o las minorías raciales. En su trabajo sobre el feminismo “ oculto” de las mujeres de la clase traba­ jadora, la historiadora británica Sheila Rowbotham nos re­ cuerda que las mujeres de la clase trabajadora tenían tras sí una larga historia de lucha por sus derechos (particularmenlc por la representación en los sindicatos y el derecho a la igualdad de puestos de trabajo), pero lo incuestionable de su largo y meritorio trabajo es que consiguió que, al hablar de feminismo, seamos conscientes de su conplejidad y su dife­ rente significado para mujeres de diferentes clases y países.6 De esta forma el primer punto que tenemos que estable­ cer en una discusión sobre feminismo es que el término “ fe­ minismo” en la década de 1990 necesita una consideración más cuidadosa que la que recibió al final de los sesenta y principios de los setenta. El feminismo se ha vuelto más complejo en sus tradiciones y la propia palabra exije una cierta desconstrucción si hemos de extraer de ella las distin­

6 I.os primeros trabajos de Sheila Rowbotham fueron Hidden from History y Women’s Consciitsness, M an s ’ World. Los trabajos siguientes lian incluido estudios de mujeres que no son occidentales y de la rela­ ción del feminismo con el socialismo: Women, Resístam e and Revolution, y, con Lynne Segal y Hilary Wainwright, Beyond the Fragments.

tas ideas que este movimiento complejo ofrece a sus diferen­ tes audiencias. Pero la diversidad misma de las ideas femi­ nistas le ha proporcionado gran parte de su energía creativa; un movimiento que constantemente ha mantenido furiosas disputas a la vez que acuerdos sólidos, claramente permite la diferencia y el debate. A veces, el grado de “ permisividad” ha sido estirado hasta la ruptura, pero lo que permanece es el principio organizativo central y c+ucial de que la diferencia sexual es una parte esencial de cualquier discusión dentro del mundo social o simbólico. Así, la división fundamental se encuentra entre los que están dentro y fuera del feminismo, ya que los que están dentro del feminismo ven el mundo -al menos en parte- en términos de diferencia de género, mien­ tras que los que se encuentran fuera del feminismo, rechazan o niegan el impacto de la diferencia de género en las vidas de las personas. H a sido la toma de conciencia de la diferencia, de las ex­ periencias radicalmente diferentes entre el mundo de Jas mu­ jeres y de los hombres, la que ha proporcionado al feminis­ mo occidental contemporáneo su primer gran grito de guerra de finales de los sesenta. El gran pasado del feminismo occi­ dental -la tradición de M ary Wollstonecraft, Simone de Beauvoir y muchas otras- era conocido, pero fue lentamente redescubierto.7 Lo que dijeron Germaine Greer, Kate Millett. Sheila Rowbothan y Shulamith Firestone (y de nuevo -y como siempre en la historia del feminismo- por muchas

7 A Vindication o f the Rights ofWoman de Mary Wollstonecraft fue publicado en 1792. Trad. esp.: Vindicación de los derechos de la mu­ jer. Madrid: Cátedra, 1994, y E l segundo sexo de Simone de Beauvoir en 1949.

"Iras) fue que las políticas sexuales contemporáneas deni■

y degradaban a las mujeres, y que esta denigración to­

maba muchas formas,8 L a lectura y revisión de esta literatula cerca de un cuarto de siglo después de su publicación to'l,ivía revela ia vitalidad del trabajo: pero al mismo tiempo, l>>que ahora llama más la atención de todo ello es su impliación con el mundo occidental y su estrecho campo, lleno 'lt prejuicios sociales. E l objetivo a atacar más importante para muchas de las escritoras (y esto fue cierto en particular p,na Cireer y M illett) era la cultura de Occidente en todas sus limas. Otro importante objetivo fue la “ alta” cultura, pero l,i. feministas fueron igualmente vociferantes en sus ataques * los aspectos denigrantes de la cultura “ popular” al estilo de hss Universo, por ejemplo. El trabajo de Kate M illet P o lí­ tica sexual sobre la misoginia de un grupo de escritores oc■iduntales era claramente acerca de la falta de adecuación de la literatura occidental. De igual modo The Fem ale Eum ich

I- ;in o marginaban a las mujeres, sobre trabajo emocional o material y también sobre la historia misma del trabajo.20 En i ste último contexto, la magnitud de las ideas acerca del trali.i|o hizo posible el replanteamiento de conceptos sobre lo publico y lo privado y la naturaleza de la ciudadanía. Pero al l>i incipio de los setenta el desarrollo de muchos de estos con>t píos se dejó para el futuro; los debates entonces tomaron la Imina de argumentos sobre la contribución del trabajo gra­ tuito de las mujeres a la acumulación de plusvalía, la docu­ mentación sobre el trabajo de las mujeres y su participación >n la creación de la sociedad industrial, además de intervent iones radicales acerca del valor social de la capacitación piofcsional (y con ella, desde luego, el sistema de pagos de i iccidente).21 lis, como siempre, difícil (y peligroso) sacar a relucir

■° Ver Hilary I^and, “ The Myth of the Male Breadwinner” , y Arlie I loihschild, The Seconcl Shift. 1 Un significado especial tiene la contribución de Verónica Bee■In-y (en el colectivo de la Feminist Review, IVaged Work) y la de \itno Philips y Barbara Taylor en “ Sex and Skill” , pp. 79-88.

nombres aislados que contribuyeran a estos debates. Los en­ cuentros feministas tuvieron lugar en todo Occidente (por ejemplo, en la Conferencia del Ruskin College en 1971) y en ellos colaboraron cientos de mujeres cuyos nombres nunca aparecieron en letras de imprenta, pero que a pesar de ello contribuyeron significativamente a los debates, al menos a través del sentimiento de solidaridad y de apremio que su presencia creaba. “ Estar allí” fue el papel más importante que interpretó una generación entera de mujeres. Aun recla­ mando un puesto en la historia para quienes crearon un am­ biente de entusiasmo mantenido, hay que destacar de esta ge­ neración a muchas mujeres que contribuyeron de manera sin­ gular y definitiva a los debates sobre el género y la experien­ cia vivida por las mujeres. Es difícil distinguir nombres, pero incluiremos por Gran Bretaña a Sheila Rovvbotham, Shcila Jeffreys, Verónica Beechey y Juliet Mitchell. Por Estados Unidos Kate Millett, Shulamith Firestone, Adrienne Rich y Audré Lorde hicieron intervenciones de gran energía y origi­ nalidad, y por Francia Héléne Cixous y Luce Irigaray.22 Para justificar esta lista y no otra cualquiera explicaré que lo que hicieron estas mujeres fue desarrollar la tradición feminista por unos determinados canales, que resultaron ser cruciales. Por ejemplo, dos de las feministas mejor conocidas de los años setenta en Occidente fueron Betty Friedan y Germaine Greer. En L a m ística de la fem inidad (publicado en 1963) y The Fem ale Eunuch (publicado en 1970) Betty Friedan y

22 Trabajos esenciales en estos aspectos fueron el de Adrienne Rich OfW om an Born. Trad, esp.: Nacemos de mujer: la m aternidad como experiencia e institución. Madrid: Cátedra,1996; Audré Lorde Sister Outsider, Héléne Cixous “ The Laugh of the Medusa” pp. 196-206 y Luce Irigaray “ When Our Líps Speak Together” .

1ii nnaine Greer escribieron textos que atrajeron la atención I ii11>I¡ca e inspiraron todo tipo de comentarios. De todas foriii i

los libros de Friedan y Greer (como deja claro Maggie

i h1111 in en su Fem inism s) pueden ser situados con seguridad di nlro de las tradiciones existentes en el feminismo: el relai" de Betty Friedan sobre el malestar de las mujeres blancas 11' dase media y con estudios, que vivían en barrios periféri■>r. en los Estados Unidos era un alegato para que más mur ii . recibieran más educación, lo que encaja exactamente en mi i larga tradición de feminismo liberal occidental.23 Leer i indicación de los derechos de la m ujer de M aty Wollstone1 .111 al mismo tiempo que la obra de Friedan demuestra que I I .insularidad y similitud de la perspectiva de la Ilustración ..... den salvar fácilmente ciento cincuenta años y la distancia di dos continentes. De la misma manera, el relato de Gerni.iiiK1Greer en The Fem ale Eim uch, sobre la emasculación •I» las mujeres por el patriarcado es impulsado por la misma ■nenda que los de las escritoras del siglo diecisiete y diecioiliu que protestaban por las limitaciones sexuales que las >l>i unían. El derecho de las mujeres al deseo sexual ha sido

mía reivindicación muy anterior a Greer. Así, algunas de las escritoras que aparecieron en los pri"ii ios setenta enlazaban tanto con las primeras tradiciones ......

con las que estaban emergiendo. Había una larga tradi-

■in feminista en Occidente -desde luego, anterior a la Ilusiia» ion- que ha sido siempre bien conocida, y las feministas ■l' los años setenta no eran las primeras en resaltar que, dui míe siglos, las mujeres habían combatido por su autonomía por obtener los derechos sociales retringidos a los hombres.

1 Ver Feminisms de Maggie Humm, pp. 54-5.

Organizaciones de lucha, como la Fawcett Society, en Gran Bretaña, tenían tras sí largas historias de intervención en la política social y pública. Sin embargo, lo que distingue a las escritoras mencionadas en la lista (Rowbotham y otras) de las demás es que ellas señalaron dos ¡deas que son profunda­ mente radicales en sus implicaciones y tienen enorme signi­ ficación para cualquiera que esté interesado en la cuestión de la construcción del pensamiento. El primer principio que es­ tas mujeres identifican es que la diferencia sexual tiene efec­ tos mucho más profundos en el pensamiento humano de lo que se podía imaginar: no era, por lo tanto, una cuestión so­ bre qué piensan los hombres, sino cómo piensan. E l segundo principio identificado en esa época fue el postulado de que las diferencias de género se manifiestan en todos los aspec­ tos del comportamiento. En los primeros años setenta muchos de los males de Oc­ cidente, y todos sus principios intelectuales, se reunían bajo el término de “ Patriarcado” . Esta idea -y su relevancia- fue fogosamente debatida en aquel momento, pero, incluso entre quienes eran más escépticos con respecto a su aplicabilidad, había una aceptación general de la idea de que, en todas las sociedades y culturas, los hombres dominaban el mundo públ ico y a través de esta dominación controlaban y definían el comportamiento de las mujeres.24 De forma que los sistemas legales “ patriarcales” hacían consideraciones sobi;e el com­ portamiento sexual de las mujeres y a través de estas presun­ ciones reforzaban legalmente definiciones de “ buenas” y “ malas” mujeres. El ejemplo más obvio de patriarcado en la

24 La completa discusión del uso del término se puede encontrar en Sylvia Walby, Theorising Patriarchy.

legislación era la práctica, en los casos de violación, de iniroducir información sobre la vida sexual y la apariencia de las víctimas. Las mujeres con intensa vida sexual o una for­ ma de vestir y un comportamiento que pudiera tacharse de sugestivo” se convertían de víctimas en culpables para los ahogados de los acusados que razonaban en términos de los valores sexuales aceptables,25 El tema era, por lo tanto, no que la ley o el sistema legal invocaran un extraordinario conjunto de principios en la defensa de los violadores acusados, ■ano que existía una forma de pensar sobre el comportamienlo sexual propio de las mujeres que podía ser usado en con11a de ellas. En parte, estas creencias tenían su origen en la antiquísima distinción (especialmente marcada en Occiden­ te) entre vírgenes y prostitutas. La distinción (a veces tam­ bién descrita con los términos de Madonas y Magdalenas o buenas y malas chicas) se ha utilizado ampliamente (y am­ pliamente se ha criticado también) en Occidente. En los pri­ meros setenta fue, sin embargo, un ingrediente relativamen­ te nuevo en las discusiones de ideologías feministas; y como tal contribuyó a fomentar la causa contra el conjunto de ide­ as sobre las mujeres conocida como “ patriarcado” . Pero “ el problema con el patriarcado” como un famoso artículo señalaba, fue que tendía a oscurecer las diferencias individuales (entre mujeres y entre diferentes circunstancias) en lavor de una teoría general de las relaciones sexuales, en

la que un sistema de patriarcado universal y un pensamiento patriarcal oprimían a todas las mujeres.26 Esta idea tuvo

25 Ver C'arol Smart, The Ties Thaí Bind: Law, M arriage and the Rel>n>dnct¡on o f Patriarch al Reiations. 26 Sheila Rovvbotham, “ The Trouble with Patriarchy” , pp. 364-70.

enormes posibilidades para la movilización política porque las mujeres podían reconocer que sus dificultades individua­ les estaban conectadas con el patrón general, pero, al mismo tiempo, el problema estaba en que las mujeres eran relegadas a una situación -aparentemente- de impotencia en la que además las diferencias entre mujeres quedaban eclipsadas. Las diferencias de clase y de color, en particular, fueron rá­ pidamente consideradas como significativas, para las muje­ res igual que para los hombres y con esta afirmación parte de la credibilidad del concepto de patriarcado comenzó a desa­ parecer. Pero la idea ha desempeñado -y en algunos sentidos todavía desempeña- un papel muy importante al sugerir que las relaciones entre los sexos implican temas de poder, tanto social como político. El poder del patriarcado al controlar todo comportamiento individual de cualquier mujer debe ser tenido en cuenta, pero el caso es que todas las mujeres son potencialmente vulnerables a un sistema de pensamiento que no siempre es evidente. De esta forma, en los primeros setenta surgió dentro de! feminismo el sentimiento de que era necesario y urgente redefinir y reinterpretar el mundo social. E l mundo académico se convirtió rápidamente en el más importante locus de este proyecto, tanto en lo que concierne a las propias universida­ des como insti.tituciones como a la red intelectual asociada a ellas. Muchas de las escritoras feministas más significativas de la década de los setenta estaban, de hecho, plenamente de­ dicadas a la docencia (o lo habían estado anteriormente como en el caso de Greer y M illet) o relacionadas estrechamente a ella por sus profesiones liberales, Como una identifieable presencia las organizaciones feministas empezaron a multi­ plicarse haciendo notar su protesta. (Hacia el final de los se-

u uta había organizaciones de mujeres editoras, mujeres aboi'..iclas, etc.}. Todas estas organizaciones produjeron y absor­ bieron obras feministas y formaron así un grupo importante iIr lectoras y autoras para la discusión en detalle de cuestio­ nes feministas que surgiría a finales de la década de 1970. E l proceso hacia el compromiso era, generalmente, el siguiente: \r escribía y publicaba un libro sobre algún tema particular n hcionado con las mujeres (por ejemplo, la obra de Elizabelli Wilson Women and the W elfare State) y, a continuación, > discutía sobre él entre personas específicamente relacion.Klas con dicho tema. Lo relevante 110 era tanto que un gruIm>reducido de figuras prestara reconocimiento a las tesis ge­ ni rales, sino que el reconocimiento de cuestiones importanii ■ ; por una generación de mujeres estimulaba la producción T obras de amplia difusión, que, a su vez, daban origen a nuevos debates. En la década de 1970 tuvo lugar, por tanto, en países 1 01110 Gran Bretaña, Estados Unidos y Francia, una rápida Intilileración de obras escritas por mujeres para mujeres. Se ■learon revistas, redes de información y asociaciones profelonales, con el objeto de establecer una estructura que sirs u-ra al desarrollo del feminismo y a su penetración en el mundo académico. Hoy nos damos cuenta de que la veloci­ dad con la que sé desarrolló este proceso fue sorprendente. 1 o que era en 1970 un puñado de libros escritos por mujeres, e habla transformado, hacia 1980, en una biblioteca com­ p ila de obras de ensayo y de literatura de ficción escritas por . para mujeres. (H ay que reconocer que una parte de este ma­ lí 1 ial pertenecía a un pasado que se reivindicaba: la serie de I la .icos de Virago es un buen ejemplo de la reorganización y II recategorización de la historia a la que el feminismo dio

origen). Pero, con el crecimiento de la literatura feminista se tomó conciencia de dos cuestiones complejas. La primera era él problema de las relaciones del feminismo con el mundo académico, lo que implicaba una preocupación por la “ teo­ ría” más que por la “ realidad” . La segunda era el control del feminismo por mujeres blancas, heterosexuales y occidenta­ les. La Fem inist Review (una de las revistas feministas más importantes entre las creadas en la década de 1970) publicó en su número 6 un artículo de Eva Kaluzynska titulado “ B a ­ rrer el suelo con la teoría” , título que captaba con precisión mucho del sentimiento de creciente incomodidad que susci­ taba la intelectualización del feminismo. Como indicaban los dibujos y el texto, la argumentación sofisticada y el centrar­ se en cuestiones teóricas relacionadas con el estatus de las amas de casa es algo muy alejado generalmente de la vida práctica. Más aún, la elaboración de la teoría sobre el traba­ jo doméstico (o sobre cualquier otra área de la vida de las mujeres) corre a cargo, con frecuencia, de mujeres que no están plenamente involucradas. Así, lo que el feminismo hizo fue desarrollar una crítica de “ experto” que no era nue­ va en la cultura occidental, sino que resultaba ser una es­ pecífica y detallada respuesta de lo que se presentaba como un extracto de experiencias de mujeres que, tenían hábitos y prácticas adquiridos en el mundo académico masculino. De forma que un argumento importante en la investigación fe­ minista en los últimos setenta y la década de los ochenta vino a ser el lugar del sujeto investigado. A este respecto, para salvaguardar la integridad de la ex­ periencia individual, el feminismo siguió, en cierta medida, un camino ya establecido por críticos de la investigación so­ cial en Occidente. C.W. Mills, mejor conocido por sus estu-

i iios sobre las élites occidentales, escribió en una revista pu­ blicada en 1953 acerca de E l segundo sexo\ La autora ha escrito uno de esos libros que nos recuerdan qué poco pensarnos realmente sobre nuestras propias vidas y problemas personales, y nos invita y ayuda a ello.27 Esta sugerencia apenas fue tomada en cuenta en Occidenk: durante las dos décadas que siguieron. Las ciencias socia­ les, y de hecho las humanidades, dominadas como estaban por hombres, se centraron en descripciones y análisis del mundo público. Los famosos B ritish community studies del periodo (la literatura más cercana a la descripción de la vida real” en aquel momento) a cargo de Michael Young, Peter Willmott y otros, trataban la vida “ privada” desde el punto de vista de activos participantes en el mundo público.28 De la misma forma, voces críticas surgidas del ala izquierda acadé­ mica masculina (por ejemplo Talal Asad en antropología) i nalaban, como fue posteriormente evocado por escritoras Irministas, que muchos intelectuales asumían una actitud ini insciente de poder y dominación hacia sus objetos de in­ vestigación.29 La colección de ensayos de Asad, titulada Inthropology and the C olonial Encounter definía una crítica que es pertinente aún hoy día. lis, por tanto, alrededor de los temas de poder y control donde el feminismo desarrolló su propia crítica del mundo académico. Pero, y esto tiene un significado crucial, al mis-

C.W. Mills, Power, Politics and People, pp. 339-46. ■ l'eter Willmott, Adolescent Boys o f East London es un ejemplo muy luieno de esta presunción del mundo público. Talal Asad (cd.), Anthropology and the C olonial Encounter (I midon, Itliaca Press, 1975)

mo tiempo que las feministas blancas occidentales, dentro de la universidad (o cerca de ella) estaban desarrollando su crí­ tica al pensamiento patriarcal, otras mujeres hacían surgir su­ tiles cuestiones sobre la diferencia de poder, no precisamen­ te entre mujeres y hombres sino entre mujeres y mujeres. Esas desavenencias alrededor de este tema fueron visibles desde los primeros días del feminismo contemporáneo, pero las diferencias de opinión se hicieron muy evidentes al final de los setenta y principios de los ochenta. En 1982 Hazel Carby publicó un artículo titulado “ White women listen! Black feminism and the boundaries o f sisterhood” , que efec­ tivamente atacaba la idea de que ia hermandad femenina en términos raciales no era un problema. Hazel Carby escribía: es muy importante que las mujeres blancas en el movi­ miento de mujeres examinen kis formas en que el racismo excluye a muchas mujeres negras y les impide alinearse incondicionalmente con las mujeres blancas... Las mujeres negras no quieren ser injertadas en el feminismo como un rasgo de colorido, una variación de los problemas “ rea­ les” . El feminismo ha de transformarse si quiere dirigirse a nosotras. Tampoco deseamos que nuestra opinión se di­ suelva en generalidades como si cada una de nuestras vo­ ces representara la experiencia total de todas las mujeres negras.30 f La crítica de Hazel Carby fue adoptada por otras mujeres de color, y contribuyó a un creciente sentimiento, entre las feministas dentro y fuera del mundo académico, de que el movimiento que en su momento hubiera podido agrupar po­ tencialmente a todas las mujeres, se había convertido en una

30 Hazel Carby, “ White Women Listen!” , p. 232.

•onciencia fragmentada y a menudo dividida. El lenguaje del Ioin mismo empezó entonces a cambiar y palabras como opresión” , “ subordinación” y “ explotación” , que habían ido ampliamente usadas e integradas dentro de muchos texIns se volvieron cada vez más raras, y las mujeres reconocie­ ron las dificultades y trampas que se escondían tras esos tér­ minos. Y así, a medida que cambiaba el vocabulario femi­ nista, cambiaba también con él el de las ciencias sociales y Lis humanidades en general: el posmodernismo ofreció una crítica, ampliamente respaldada, de las grandes teorías sintet¡¿adoras del siglo diecinueve y propuso en su lugar (al esti­ lo de Foucault) que la forma de interpretar la vida en los úll unos veinte siglos fue a través de la participación -dentro de y en relación con- una serie de discursos e identidades su­

perpuestos y solapados.31 Esta forma de aproximación al inundo social y emocional, tenía perfecto sentido para mui lias feministas, ya que permitía la existencia de diferencias on género e identidad sexual y hacía posible un estudio teó­ rico de las diferentes facetas de las vidas de las mujeres. Eslas teorías sociales -de las que el marxismo es el mejor ejem­ plo- que habían dado prioridad a la participación en el mun­ do público o en el trabajo remunerado habían marginado ine­ vitablemente a las mujeres, ya que su papel en ese mundo era a menudo limitado. Más aún, las teorías sociales basadas en el examen de lo “ público” 110 habían dejado espacio para las discusiones sobre el mundo “ privado” , la vida emocional y la sexualidad. Con todo, la experiencia subjetiva estaba en gran

31 Una introducción más accesible al entendimiento del posmodernismo se ofrece en David Harvey, The Condition ofPost Moclernity.

medida ausente del marxismo y de las relaciones estructuralistas de la vida social. El ímpetu para desarrollar y respaldar los sistemas teóri­ cos que permitieran la subjetividad, llegó como consecuen­ cia de la importancia que el feminismo concedió a la com­ prensión de la sexualidad. Las políticas sexuales de los se­ tenta aportaron dos temas a la cabecera de la agenda política: una crítica del dominio de la heterosexualidad (que fue ins­ truida por la literatura y la experiencia de lesbianas y gays) y una crítica igualmente vigorosa de las relaciones de poder de la heterosexualidad. El último tenia fue impulsado por la desprivatización (para tomar prestado un término) de la violen­ cia doméstica, las relaciones sexuales abusivas dentro del ho­ gar, la dirección (o guía) institucional de la sexualidad y la representación visual y literaria de la heterosexualidad. Estas dos críticas han liderado el desarrollo de abundante literatu­ ra crítica y académica.32 Estudios sobre lesbianas y gays han redescubierto un pasado y presentado un informe de la histo­ ria de la sexualidad en la que la diversidad de la práctica se­ xual es un tema evidente y central.33 Igualmente, los estudios culturales feministas han mostrado que el modo en que las mujeres son representadas está repleto de cuestiones acerca del poder relativo de los sexos; la negociación y la Contienda sexual han demostrado así, ser uno de los temas más impor­ tantes de la cultura occidental.

32 Ver, por ejemplo, los ensayos de la colección editada por Carole Vanee, Pleasure and Danger: Exploring Fem ale Sexttality. Trad. esp.: Placer y peligro: explorando la sexualidad fem enina. Madrid: Revo­ lución, 1989. 33 Ver Celia Kitzinger, The So cial Constniction o f Lesbianism, y Jeffrey Weeks, Sexuality and its Discontents.

Pero poco de este trabajo habría sido posible en cualquier arca académica o en cualquier contexto del mundo social e institucional, sin el impacto revitalizador de la política del movimiento femenista. Para muchas mujeres, el movimiento Icminista suministró un sentimiento de unidad y experiencia compartida que creó la confianza y el sentido de certeza tan esencial para el desarrollo de ideas radicales. Igualmente, es­ tas ideas probablemente habrían desarrollado su complejidad teórica y su energía intelectual en menor medida sin la con­ tribución de la teoría psicoanalítica al feminismo desde me­ diados de los setenta en adelante. Psychocm alysis and Ferninism de Juliet Mitchell reabrió las páginas de Freud al femi­ nismo y haciéndolo, permitió el acceso a un entendimiento ilcl mundo simbólico y emocional. Estaba y está, lleno de material freudiano que continúa siendo inaceptable para mui lias feministas, pero, al mismo tiempo, la teoría freudiana del inconsciente y de la identidad sexual adquirida permite el acceso a la discusión de lo metafórico en el mundo social y a la dinámica del proceso a través del cual se adquiere la identidad sexual. El sicoanálisis parecía ofrecer una vía dife­ rente a la del análisis estático de los roles sexuales que ofrecía la ciencia social angloamericana. A partir de la relecliua de Freud empezó la discusión de las mujeres como “ sig­ ilo” y la lectura de la literatura en términos de patrones ge­ nerales más que de experiencias individuales.34 Más aún, en i elación con el interés suscitado por las ideas de Freud, surl'ió también un gran interés por los trabajos de otros escritoios de formación psicoanalítica en su mayoría continentales. I acan y Kristeva fueron dos de los teóricos que llegaron a te-

! | Elizabeth Cowie, “ Woman as Sign” , pp. 49-63.

ner amplia influencia, aunque sus obras no fueran realmente muy leídas.35 Podemos así ahora analizar casi veinticinco años de es­ critura feminista y hablar con confianza del establecimiento de la teoría feminista, y con ella, del área académica conoci­ da como estudios de la mujer. Todavía existen tensiones con respecto a la sola presencia del feminismo en la universidad, al hecho de que la universidad es un lugar privilegiado (aun­ que no lo sea para las mujeres que están en ella) y a que se trate de un lugar en el cual el dominio de la cultura occiden­ tal es absoluto. Para muchas mujeres, las universitarias femi­ nistas forman parte de una élite al margen de la vida práctica y de los problemas del mundo “ real” . Estas tensiones -que en ocasiones se convierten en hostilidad- se moderan, sin em­ bargo, porque se reconoce que existen diversos “ campos de batalla” , y que las personas que se encuentran en una institu­ ción concreta tienen que hacer frente a problemas específicos más que a problemas generales. De igual forma, la confianza con la que se puede hablar de la entrada del feminismo y de la teoría feminista en el mundo académico hay que matizar­ la por el hecho de que las mujeres son relativamente poco nu­ merosas en el profesorado universitario y de que las mujeres tienen aún un acceso limitado al conocimiento institucionali­ zado. Lo que se ofrece en los siguientes capítulos es, por tan­ to, una exposición de un desarrollo intelectual de extraordi­ naria riqueza, pero de lina riqueza que se basa más en su vi­ talidad intelectual que en el apoyo institucional conseguido. 35 E l trabajo de ambos escritores ha sido editado e introducido por feministas británicas. Ver Jacqueline Rose y Juliet Mitchell (eds.) Feminine Sexuality - Jacques Lacan and the Ecole Freudienne and Toril Moi (ed.) The Kristeva Reader

Capítulo 2

Lo público y lo privado: ¡as mujeres y el listado

Una de las ideas más radicales del feminismo contemporá­ neo es su pretensión de que el espacio “ privado” del hogar y la familia debería estar sujeto al escrutinio público. La idea es compleja, porque lo mismo incide sobre embarazosas cuestio­ nes acerca de la división sexual del poder dentro del hogar, como pone en tela de juicio muchas libertades y derechos que lia llevado siglos conseguir. Para muchas mujeres -sujetas a la violencia masculina en el hogar o prisioneras de las tradicio­ nales expectativas patriarcales que contemplan a las mujeres como cuidadoras y criadoras- arrancar el velo que cubre la in­ timidad del hogar ofrece la liberación, sólo con el reconoci­ miento de que su posición es compartida por otras mujeres también.1Pero para otras mujeres, el consentimiento cada vez mayor de la vigilancia pública de la vida privada trae consigo sólo intrusión y, en el peor de los casos, interferencias indese­ ables. El espectro del estado, similar al de Jano en su doble as­ pecto protector'y opresor, se convierte en el tema crucial y ha

1 Esta tesis -de que la familia es un lugar de intimidad- fue expli­ cado en The Anti-Social Fam ily. de Michéle Barrett y Mary McIntosh.

llegado a serlo, también, para el feminismo académico por una serie de razones, y no es la menor de ellas la posibilidad de construir a través de la academia, los necesarios argumentos para cambiar las políticas específicas del estado. Así, para las mujeres, el estado ha sido a la vez opresivo (en su ideología machista) y liberador (en las oportunidades que ofrece para mitigar el control individual de los hombres). Es esta relación de las mujeres con el estado la que pro­ vee del locus alrededor del cual podemos organizar la litera­ tura feminista de lo público y lo privado. En el Occidente in­ dustrializado, la relación tradicional de las mujeres con el es­ tado ha sido distante. Por siglos, de hecho bien entrado el si­ glo diecinueve, las mujeres poco o nada tenían que ver con el poder del estado. Obviamente, las reinas y las mujeres in­ fluyentes de la aristocracia británica re descubiertas por L in ­ da Colley, ejercieron el poder directamente (en el caso de las primeras) o el valimiento (en el caso de las segundas).2 Pero las mujeres per se fueron excluidas de la iglesia, el derecho y la política, las tres estructuras esenciales del poder público. Aquí debemos decir que las mujeres compartieron el mismo estatus (falta de estatus) de la mayoría de los hombres, ya que en la mayoría de los países europeos el poder público y social fue detentado por un pequeño grupo de honabres. En Gran Bretaña, por ejemplo, el voto masculino estuvo limita­ do hasta las postrimerías del siglo diecinueve, y los sucesi­ vos estudios de las élites han confirmado la réplica interge­ neracional del poder social.3 Así, al considerar la relación en­ tre mujeres y poder -y mujeres y vida pública- la primera pre­ 2 Linda Coi ley, Briions: Forging the Nation. 1 Ver PippaNorris y Joni Lovenduski, Po ¡¡tic a !Recruitm ent: Gender. Haca and Class in the British Parliam ent.

caución necesaria concierne al supuesto de que todos los hombres tuvieran igual acceso al poder público y que éste, en cambio, estuviera vedado a todas las mujeres. La sociedad estaba y está estratificada en clases y gran número de la po­ blación masculina ha estado siempre excluido efectivamente del ejercicio del poder público. Pero, incluso con esta nota de precaución sobre la reali­ dad empírica de la relación de los hombres con el poder, es todavía posible argüir que la presunción general de los hom­ bres acerca del mundo público es que se trata de un dominio masculino.4 La construcción general de la Ilustración que en­ tendía que el término “ ciudadano” estaba estructurado alre­ dedor de la experiencia masculina -una experiencia que in1luía la autonomía y movilidad personal, la libertad de eleei ion, y el acceso a (e implicación en) la articulación del co­ nocimiento simbólico y científico. Cuando Anne Elliot, la heroína de Jane Austen hablaba en Persuasión de la expeneiicia femenina del mundo concretaba la naturaleza de esta ililercncia: Los hombres han tenido sobre nosotras la gran ventaja de contar su propia historia. La educación ha sido suya en un grado mucho mayor; la pluma ha estado en sus manos.5

1 listo es así particularmente para el caso de la participación forla política pública: los debates sobre cuotas para las candidatui i de mujeres en el Partido Laborista británico sugiere el grado de rei .inicia de los hombres a intentos explícitos de redistribuir el poder l'iiihlico. ■Jane Austen, Persuasión, p. 237. Trad. esp.: Persuasión. Madrid:

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