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1940 | 1950 | 1960 | 1970 | 1980 | 1990 | 2000
historiareciente
junio ‘07
25 FASCÍCULOS
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DESDE HIROSHIMA A LAS TORRES GEMELAS
PERONISMO Y ANTIPERONISMO EN ARGENTINA / EL CHILE DE ALLENDE
HISTORIA RECIENTE
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UN CONTINENTE ENTRE LA REVOLUCIÓN Y LA REPRESIÓN
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América Latina en llamas
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ÍNDICE DEL FASCÍCULO
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Historia de la crisis argentina
PÁGINA 6
RECUADROS EVITA P. 7 / ESTADOS UNIDOS Y AMÉRICA Por Pablo da Silveira P. 9 / MÉXICO EN LOS AÑOS 60 Por Javier Bonilla Saus P. 10 / MONTONEROS P. 12 / SALVADOR ALLENDE P. 13 /EL MIR CHILENO: UN AUTOENGAÑO FATAL Por Martín Peixoto P. 14 / BIBLIOGRAFÍA P. 19 / CONTRATAPA. PERÓN: UNA VISIÓN DESDE ARGENTINA Por Félix Luna P. 20.
lafotodeportada
11 de setiembre de 1973: La Casa de la Moneda bombardeada durante el golpe contra Allende.
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El clima social, político y cultural que solemos identificar con los años sesenta empezó a gestarse a fines de la década anterior y se extendió hasta principios de los setenta. Esa “década larga” (gruesamente: desde Elvis Presley hasta el fin de la Guerra de Viet Nam) fue en casi todo el mundo una época de cambios, esperanzas y protestas. En Europa Occidental y Estados Unidos, los rigores de la posguerra habían quedado atrás. Las instituciones políticas funcionaban y la abundancia material era un dato que ya no causaba asombro. Los combates heroicos de la Segunda
Guerra Mundial habían sido sustituidos por las sórdidas luchas de la Guerra Fría. La gente vivía más, comía mejor y creía menos en sus líderes políticos. Fue en ese contexto que surgieron el arte pop, el rock and roll y el movimiento hippie. Fue en ese clima que los negros estadounidenses lucharon por sus derechos y los jóvenes de muchas ciudades protestaron contra el mundo de sus padres. Fue un tiempo intenso y contradictorio en el que se unieron la esperanza y el conflicto, la generosidad y la irracionalidad, la búsqueda de la justicia y el rechazo a las instituciones que protegían la libertad. Los años sesenta también fueron un momento de efervescencia en
HISTORIA RECIENTE
INTRODUCCIÓN
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1960.~
[...] Los años sesenta también fueron un momento de efervescencia en América Latina. Eso fue en parte el reflejo de cosas que ocurrían lejos, y en parte el resultado de fenómenos locales. La revuelta juvenil era mundial, aunque en Europa y Estados Unidos iba asociada a la abundancia
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y en América Latina acompañaba a la escasez.
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América Latina. Eso fue en parte el reflejo de cosas que ocurrían lejos, y en parte el resultado de fenómenos locales. La revuelta juvenil era mundial, aunque en Europa y Estados Unidos iba asociada a la abundancia y en América Latina acompañaba a la escasez. Las fuertes tensiones sociales y políticas tenían causas más específicamente latinoamericanas, como la influencia de la revolución cubana, el progresivo agotamiento del desarrollismo dirigido desde el estado y el deterioro de los términos de intercambio (es decir, la creciente distancia entre los precios de los productos que los países latinoamericanos vendían
y los precios de los productos que debían comprar). Las crisis económicas y las oleadas de inestabilidad política sacudieron al continente. Las opiniones se polarizaron y la violencia apareció como un recurso cada vez más usado para dirimir conflictos. Para algunos fue una época de frescura y nuevas búsquedas que terminó aplastada por la represión. Para otros fue un período de crispación y de enorme confusión ideológica que empujó a nuestros países hacia el desastre. En esa época febril ocurrieron algunos procesos políticos que dejaron una honda huella en la región.
Eva Perón.
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EN 1914 ARGENTINA ERA EL SEXTO PAÍS MÁS RICO DEL PLANETA, el segundo más urbanizado del mundo y uno de los que más atraía inversiones. Su producción industrial había crecido dos veces y media entre 1900 y 1913, y volvería a duplicarse entre 1914 y 1929. ¿Cómo explicar que haya enfrentado tantos derrumbes económicos y tantas crisis políticas desde entonces? El desarrollo trunco de la Argentina se debe, entre otras razones, a que durante muchos años pudo sostener una intensa actividad industrial sin necesidad de hacerla eficiente. Su inestabilidad política se debe en buena medida al conflicto entre una dirigencia que quiso construir instituciones mientras excluía a gran parte de la sociedad, y una dirigencia alternativa que quiso incluir a las grandes masas pero envileció las instituciones. El estado estuvo siempre en el centro de la escena. Pero casi nunca fue visto como un referente común, sino como un instrumento que había que controlar para imponerse a los demás. Pese a una historia cargada de crisis y tragedias, Argentina nunca dejó de tener una sociedad dinámica y una rica vida cultural. A fines del siglo XIX, Argentina vivía de sus exportaciones agrícolas. Pero sus gobiernos querían desarrollar la vida urbana y la industria, y para eso se propusieron atraer europeos. Entre
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Historia de la crisis argentina
1879 y 1914 llegaron seis millones de inmigrantes. Se esperaba que esa población aportara conocimientos técnicos y empuje comercial. La apuesta funcionó a medias. Los inmigrantes efectivamente llegaron, pero carecían de capital. La capacidad de inversión seguía en manos de los productores agropecuarios, que no tenían incentivos para diversificarse porque su negocio era muy rentable. Los inmigrantes también trajeron empuje y experiencia comercial, pero sus conocimientos tecnológicos eran reducidos. Entre ellos, los artesanos eran mucho más que los ingenieros. Pese a todo, la industria argentina consiguió despegar. Y tal como se esperaba, sus principales impulsores fueron los inmigrantes: en 1914, dos tercios de los industriales y comerciantes habían nacido fuera del país. El sector pudo crecer gracias al aumento de la población y al alto costo de los fletes, que generaba una suerte de “protección natural”. Pero era una industria orientada al consumo interno, que solo incorporaba tecnología elemental. La economía argentina quedó así constituida por un sector agropecuario fuertemente exportador y una industria casi artesanal volcada al mercado interno. Este modelo enfrentó dificultades en los años treinta, cuando se combinó una fuerte crisis mundial con dos tendencias que empezaban a insinuarse: el descenso de los costos de transporte y el deterioro de los precios en los mercados agropecuarios. Para proteger la producción nacional, los argentinos decidieron sustituir el “proteccionismo natural” por las barreras aduaneras. La industria pudo seguir creciendo, pero no tuvo motivos para madurar. La crisis y las medidas proteccionistas generaron una fuerte caída de las importaciones. Lo mismo ocurrió en los demás países de América del Sur. Algo más tarde, la Segunda Guerra Mundial obligó a los países del norte a concentrarse en la industria militar y en el abastecimiento propio. La industria argentina pudo entonces aprovechar su mayor desarrollo relativo para vender en los países vecinos. Entre 1932 y 1944, el producto industrial se duplicó. Una vez más, la industria había conseguido crecer sin alcanzar altos niveles de calidad. La incorporación de tecnología seguía siendo baja, en parte por falta de incentivos y en parte a causa de la guerra. En 1938, el establecimiento industrial promedio de Argentina utilizaba 10 veces menos caballos de fuerza que el establecimiento industrial promedio de Estados Unidos. En 1953, la diferencia sería de 1 a 30.
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Argentina salió de la guerra con grandes reservas económicas: durante esos años había exportado mucho e importado poco. Pero los industriales se sentían amenazados y pedían protecciones. A esos reclamos se sumaba una convicción muy difundida entre los militares y políticos que rodeaban a Perón: casi todos ellos esperaban un ciclo parecido al que había ocurrido tras la Primera Guerra Mundial, cuando la paz fue seguida de la recesión, del derrumbe del orden económico internacional y de una nueva guerra. En esta oportunidad, la guerra sería entre el capitalismo y el comunismo. Pero su efecto sería nuevamente el colapso del comercio mundial. Esta convicción tendía a reforzar una situación de aislamiento que ya vivía el país. Desde hacía años Argentina arrastraba un conflicto con Estados Unidos, que era en parte un choque de intereses (ambos eran productores de trigo) y en parte una consecuencia de lo que se percibía como las simpatías argentinas hacia la Alemania nazi. El gobierno de Buenos Aires no declaró la guerra a Alemania hasta que casi fue forzado a hacerlo y, en la Conferencia Panamericana de 1942, bloqueó el intento estadounidense de liderar una alianza de las tres Américas contra el eje Roma-Berlín. Más tarde dio protección a antiguos jerarcas nazis. Estados Unidos respondió con embargos de armas y con sanciones económicas. En febrero de 1964 Perón fue electo presidente con el 52,4 por ciento de los votos tras una campaña electoral que giró en torno a la consigna Braden o Perón (Spruille Braden era un embajador estadounidense fuertemente injerencista). Su gobierno se propuso dos grandes metas: impulsar una nueva etapa de desarrollo industrial y elaborar un plan quinquenal que tuviera como objetivo la autosuficiencia productiva. El estado asumió un fuerte liderazgo económico, principalmente mediante la participación de las fuerzas armadas en la producción industrial (el gasto militar pasó del 17 por ciento en 1943 al 43 por ciento en 1945). También controló las importaciones, dirigió el mercado de cambios y fijó precios para el agro. Los costos de estas medidas, y de un conjunto de ambiciosas políticas sociales, fueron financiados con impuestos a las exportaciones agropecuarias. Perón estaba enfrentando a los productores rurales, que siempre habían sido un factor de poder. Para resistir sus presiones contaba con las fuerzas armadas y con un inmenso aparato de movilización popular. Grandes sectores de la sociedad estaban siendo incorporados al ejercicio de los derechos políticos y al consumo.
Pero esto no se hacía mediante políticas sometidas a control parlamentario, sino a través de una enorme estructura sindical que respondía al peronismo. Perón había desempeñado una misión militar en Italia durante el gobierno de Mussolini. Su proyecto de “comunidad organizada” estaba fuertemente inspirado en el corporativismo fascista. Muchas tareas que en los países democráticos están en manos del estado (por ejemplo, la administración de la seguridad social) pasaron a manos de los sindicatos. En 1945 había tres veces más gremios afiliados a la CGT que en 1941. Las masas movilizadas se convirtieron en un arma de intimidación. La estrategia tenía un claro componente clientelista, pero era también una respuesta al carácter fuertemente excluyente que había tenido hasta entonces la política argentina. En los años siguientes, Perón construyó un poder casi absoluto. En 1946 destituyó a los miembros de la Corte Suprema de Justicia y purgó al Poder Judicial. Luego despidió a miles de profesores universitarios. En 1947 cerró los semanarios de la oposición y se adueñó de las radios. En 1951 cerró el diario La Prensa y lo entregó a la central sindical CGT. Cada uno de estos actos contó con el respaldo de un Congreso que controlaba por completo. Esa mayoría era considerada un argumento suficiente para tomar decisiones que limitaban las libertades e ignoraban la separación de poderes. En las elecciones legislativas de 1948, Perón volvió a aumentar sus apoyos parlamentarios. Con excepción de los radicales, los partidos de oposición casi habían desaparecido. En 1949 modificó la Constitución para poder ser reelecto. En 1951 volvió a triunfar con un abrumador 64 por ciento de los votos. La construcción del modelo corporativista dio un paso más en 1951, cuando se creó la Confederación General de Profesionales, la Confederación General Universitaria, la Unión de Estudiantes Secundarios y una organización de empresarios llamada Confederación General Económica (CGE). El crecimiento económico no se buscaba mediante las exportaciones sino mediante el aumento del poder de compra de la población. El salario real en las ciudades era en 1949 un 70 por ciento más alto que en 1945. Para 1950, más del 80 por ciento de la carne y un porcentaje similar de los granos se volcaban al consumo local. Los productores estaban obligados a vender su producción al estado, que luego la comercializaba y les pagaba discrecionalmente. Entre 1947 y 1949 se pagó a los exportadores de trigo
Evita El acta de nacimiento dice que nació el 7 de mayo de 1922, pero se cree que es una falsificación. Según el certificado de bautismo, habría nacido el 21 de noviembre de 1919. Su padre era Juan Duarte, un estanciero que no la reconoció. Su madre era Juana Ibarguren, hija de una puestera y de un carrero. En 1930 Juana y sus hijos se instalaron en la ciudad de Junín, Provincia de Buenos Aires, donde Eva pudo terminar la escuela. No era buena alumna pero mostró talento para la actuación. Su sueño era emigrar a la capital. Lo logró en 1935, a los 15 años. Sin saberlo todavía, fue parte del aluvión migratorio que constituiría la base social del peronismo: los llamados “cabecitas negras”. Contra lo que luego dirían sus detractores, logró cierto reconocimiento como actriz teatral. Eva conoció a Perón en 1944, cuando el militar estaba al frente de la Secretaría de Trabajo. Un mes más tarde vivían juntos. Se casaron en octubre de 1945. Sus primeras actuaciones públicas ocurrieron durante la campaña presidencial de 1946. Al principio causó asombro, porque las esposas de los candidatos casi no aparecían en público. Pero Evita rompió ese tabú. Tras las elecciones pronunció un discurso en el que reclamó el voto femenino. El nuevo gobierno preparó un proyecto de ley y Evita hizo campaña. En 1949 fundó el Partido Peronista Femenino. Ese mismo año impulsó una reforma de la Constitución que introducía la igualdad jurídica de los cónyuges y la patria potestad compartida. Pero su gran impacto llegaría con las obras de beneficencia que dirigió desde la fundación que llevaba su nombre: haciendo un uso muy discrecional de fondos públicos, pero con un involucramiento personal muy genuino, ayudó a madres solteras y a familias indigentes, fundó escuelas, construyó hospitales y asilos de ancianos. Además medió en las complejas relaciones entre Perón y los sindicatos. A principios de los años cincuenta supo que padecía cáncer de útero. Murió a los 33 años, el 26 de julio de 1952. El gobierno decretó un duelo de un mes y la CGT realizó un paro de tres días. Su cuerpo embalsamado se trasladó a la sede de la CGT, donde estuvo expuesto hasta 1955. La muerte la convirtió en un símbolo en torno al que se libraban batallas. En las escuelas, los alumnos debían aprender versos que decían: Cantemos una ronda mirando al cielo/ Eva nos hace señas con un pañuelo/ un ángel la perfuma y otro la peina/ Eva está tan bonita como una reina. Era una forma de culto a la personalidad que iba más allá de todo lo aceptable en una democracia. Pero la oposición antiperonista no se quedaba atrás y respondía con atrocidades como: ¡Viva el cáncer! Tras haber sido objeto de secuestros, viajes clandestinos, entierros secretos y exhumaciones, el cuerpo de Evita descansa en Buenos Aires, en el cementerio de La Recoleta.
congelamiento de salarios, los incentivos a la inversión extranjera, una devaluación para alentar las exportaciones y fuertes apoyos al agro. Las medidas tuvieron efectos positivos en lo económico, pero generaron descontento en una población acostumbrada a la abundancia. La oposición cobró fuerza y tuvo como respuesta un rebrote de la violencia política: en 1953 fueron arrasados el Jockey Club y varias sedes opositoras. Las cosas empeoraron cuando, en 1954, Perón entró en conflicto con la influyente Iglesia Católica. Ese año cortó las subvenciones a las escuelas privadas y suprimió la educación religiosa en las escuelas públicas, además de lanzar una campaña de prensa en contra del catolicismo. No es fácil saber por qué Perón generó ese conflicto. Algunos piensan que lo hizo porque la Iglesia Católica era una aliada histórica del sector agroexportador. Otros señalan la necesidad de mantener un estado de movilización. Otros men1945-1951
cronología
1945
9 de octubre: Perón renuncia temporalmente a sus cargos y es internado en la isla Martín García 17 de octubre: Perón vuelve al gobierno tras recibir un inmenso apoyo popular.
1946
4 de junio: Perón asume como presidente de Argentina.
1951
11 de noviembre: Perón es reelecto como presidente de Argentina.
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menos de la mitad de lo que pagaban los mercados internacionales. Estas políticas aumentaron el aislamiento de Argentina y afectaron la inversión en el sector agropecuario. Entre mediados de los años treinta y mediados de los cincuenta, la productividad del sector agrícola argentino creció menos de la mitad que la productividad del sector agrícola estadounidense. Para 1955, las exportaciones como porcentaje del PBI eran la tercera parte que en 1928. La industria crecía gracias a la demanda interna, pero se orientaba a producir artículos de consumo. Si bien la retórica oficial decía lo contrario, nunca se desarrolló una industria de alta tecnología. Mientras tanto, el déficit comercial se disparaba y el gasto público se duplicó entre 1943 y 1947. A principios de los años cincuenta, las reservas acumuladas durante la guerra se habían agotado. Acosado por la inflación, Perón dio un giro total en 1952. Su programa de estabilización incluía el
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Eva y Perón: dejándose adorar por la multitud.
cionan los efectos de la muerte de Evita en 1952. En cualquier caso, las medidas generaron la protesta de varios grupos católicos y de los partidos de oposición. El 11 de junio de 1955, día del Corpus Christi, se produjo una inmensa manifestación callejera. El 16 de junio hubo un intento de golpe. Aviones militares sobrevolaron el centro y lanzaron bombas que causaron centenares de muertes. Los peronistas respondieron saqueando e incendiando iglesias. La CGT repartió armas entre los trabajadores. Perón intentó inicialmente calmar las aguas, pero luego cambió de táctica. Ante una inmensa manifestación convocada por la CGT, lanzó algo muy parecido a una convocatoria a la guerra civil: “A la violencia hemos de contestar con una violencia mayor. (…) Aquel que en cualquier lugar intente alterar el orden… puede ser muerto por cualquier argentino. (…) Y cuando uno de los nuestros caiga, caerán cinco de ellos”. Ese discurso terminó de convencer a los militares de que Perón debía ser removido. El 16 de setiembre estalló una revuelta dirigida por el general Eduardo Lonardi. Tras varios días de combates, Perón se refugió en la embajada de Paraguay. El 23 de setiembre de 1955, Lonardi juró como presidente provisional. La “Cruzada Libertadora”, como ampulosamente se llamó al movimiento, se propuso borrar todo rastro del peronismo. Pero lo que se abrió en los hechos fue un largo período de inestabilidad política y de estancamiento económico. Entre 1955 y 1973 hubo 10 presidentes, la mitad de los cuales fueron generales. El agro recibió un mejor tratamiento, pero los mecanismos de protección no se desarmaron. La diferencia fue que, esta vez, la factura la pagaron los trabajadores. Un ejemplo ilustrativo es el de la industria automotriz. Entre 1959 y 1970, las importaciones para asegurar el funcionamiento de esa industria alcanzaron los 900 millones de dólares. Pero Argentina solo exportó autos por 45 millones. El resultado de esta combinación de políticas fue que, entre 1955 y 1974, el
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1952-1955 1952
4 de junio: Perón inicia su segundo período como presidente de Argentina.
1954
27 de junio: Jacobo Arbenz es derrocado en Guatemala, al cabo de una operación montada por la CIA.
1955
19 de setiembre: la “Revolución Libertadora” derroca a Juan Domingo Perón. 23 de setiembre: el general Eduardo Lonardi jura como nuevo presidente de Argentina. 25 de setiembre: Perón parte al exilio en una cañonera paraguaya.
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PBI per cápita de Argentina creció cuatro veces menos que el de España Lonardi puso a un peronista al frente del Ministerio de Trabajo y logró cierta paz con los sindicatos. Pero su política conciliadora fue rechazada dentro del ejército. El 13 de noviembre de 1955 fue sustituido por el general Aramburu, que prometió una “regeneración democrática”. Pero la situación era compleja. Los antiperonistas aspiraban a construir una Argentina libre de corporativismo, pero la mitad de la Argentina respaldaba ese modelo. La nueva conducción económica quería fortalecer las exportaciones, pero la industria protegida ejercía presión. Todos tenían la capacidad de impedir y nadie la capacidad de hacer. En 1957, un intento de “desperonizar” a los sindicatos condujo a un pico de conflictividad. El gobierno intentó contener el descontento mediante subas de salarios, pero solo consiguió disparar la inflación. Ese año se realizaron elecciones para una Asamblea Constituyente que debía anular la reforma realizada por Perón en 1949. Pero hubo una mayoría de votos en blanco, lo que demostró que el peronismo seguía siendo la principal fuerza política. La Asamblea Constituyente terminó languideciendo. En febrero de 1958 hubo elecciones nacionales en las que triunfó el radical Arturo Frondizi. Perón había convocado a sus seguidores a votarlo. Aunque en ese momento no se supo, existía un pacto secreto que cambiaba votos por una rápida desproscripción. El gobierno de Frondizi intentó mantener complejos equilibrios. Por una parte, tomó medidas para aumentar la inversión extranjera. Por otro lado, ofreció a los inversores un mercado protegido y oligopólico. Como no quería problemas con los sindicatos, se preocupó por mantener altos niveles de empleo y no afectar los salarios. Pero sabía que la situación económica era frágil, de modo que se opuso a las demandas de mejora. Frondizi no quería que Argentina volviera al peronismo, pero sabía que no podía chocar frontalmente con Perón. En el curso de su gobierno cumplió solo parcialmente con el acuerdo: amnistió a
9 1955-1956
1956
Estados Unidos y América Latina Por Pablo da Silveira > Durante buena parte de la segunda mitad del siglo XX, la política estadounidense para América Latina fue un ejemplo de tosquedad. Las preocupaciones de Washington parecieron limitarse a defender sus intereses económicos e impedir que surgiera otra Cuba. Mientras la política para Europa Occidental era sofisticada, la política hacia América Latina era primitiva. El hábito de considerar amigos a los enemigos de los enemigos llevó a apoyar dictaduras de derecha que solo sobresalían por su corrupción y su autoritarismo. La dinastía de los Somoza en Nicaragua y la cleptocracia de Stroessner en Paraguay fueron ejemplos duraderos. Los norteamericanos veían a esas figuras como frenos contra el comunismo, pero rara vez percibieron los costos. Para millones de latinoamericanos, “la gran democracia del norte” era el sostén de las tiranías. Los dictadores de América Latina aprendieron que bastaba con mostrar una actitud anticomunista para tener apoyo. No siempre quedó claro quién manipulaba a quién. La vigilancia anticomunista y la defensa de los intereses económicos condujeron a acciones que violaron el derecho internacional y ofendieron a las poblaciones locales. Un primer ejemplo es el golpe contra el gobierno de Jacobo Arbenz en Guatemala. Arbenz era un político de izquierda con inclinaciones populistas. Había sido electo en 1951 y aspiraba a construir un “capitalismo moderno” libre de monopolios. El punto de quiebre fue una Ley de Reforma Agraria que permitió expropiar más de la mitad de las tierras de la compañía United Fruit. Un 85 por ciento de ellas estaban inexplotadas. La compañía consideró insuficiente la indemnización ofrecida y reclamó una suma 25 veces más alta. La CIA organizó una campaña para presentar a Arbenz como un títere de Moscú. Para hacerlo resaltó medidas como una compra de armas a Checoslovaquia (Estados Unidos se negaba a venderle) o la legalización del Partido Comunista. Pero ocultó que Guatemala no tenía relaciones diplomáticas con la Unión Soviética. En 1954, una invasión lanzada desde Honduras
y Nicaragua terminó con el gobierno de Arbenz. Su sucesor, el coronel Castillo Armas, inició un régimen de terror. Un segundo ejemplo es la invasión a República Dominicana en 1965. Esa invasión empezó a gestarse en 1962, cuando murió el dictador Trujillo y se realizaron las primeras elecciones libres desde 1924. El triunfador fue Juan Bosch, un político socialdemócrata que intentó cambiar el estilo de gobierno tras largos años de patrimonialismo. Eso lo puso en conflicto con los grupos que manejaban el país. Tuvo también la desgracia de llegar al gobierno en un momento crítico de las relaciones entre Estados Unidos y Cuba. Para peor, tenía poca capacidad negociadora. Tras siete meses de gobierno, Bosch fue destituido. Pero el triunvirato que lo sucedió no consiguió estabilizarse y se desató una guerra civil. Cuando los partidarios de Bosch fueron apoyados por una fracción del ejército, el gobierno de Estados Unidos envió 40 mil infantes de marina. La invasión se produjo el 28 de abril de 1965 y tuvo el efecto de estimular la insurrección armada en todo el continente. El clima de guerra civil se prolongó durante ocho años y costó miles de vidas. Un tercer ejemplo fueron los esfuerzos de la CIA y de la empresa ITT para fabricar un golpe de estado que impidiera la llegada al gobierno de Salvador Allende. Contra la imagen que hoy predomina, la principal intervención en Chile no se produjo en 1973 sino en 1970, cuando la Unidad Popular aún no había asumido. En ese tiempo hubo serios intentos de provocar un golpe. Pero todo se frenó cuando, en un oscuro episodio, fue asesinado un comandante en jefe del ejército que se oponía a la idea. La política estadounidense hacia América Latina parece haber estado guiada por una mezcla de displicencia, desprecio hacia el mundo hispano, intereses descarnados y prepotencia. Como contrapartida, muchos gobiernos latinoamericanos alimentaron los peores prejuicios de Washington: militares inescrupulosos, funcionarios corruptos, dictadores que confundían su país con su patrimonio. Mucha gente pagó las consecuencias.
1956-1957
24 de octubre: Raúl Prebisch presenta el plan económico del nuevo gobierno.
9 de junio: se produce un alzamiento militar favorable a Perón. Hay 27 fusilados.
13 de noviembre: es depuesto el general Lonardi. Lo sustituye el general Pedro Eugenio Aramburu.
27 de setiembre: Argentina ingresa al FMI.
6 de enero: Raúl Prebisch presenta el plan económico del nuevo gobierno. 24 de enero: Juscelino Kubistchek es proclamado presidente de Brasil. 1º de mayo: el gobierno argentino anula la Constitución de 1949. Se vuelve a la de 1853.
1957
1958-1959 1958
1º de mayo: Arturo Frondizi asume como presidente en Argentina.
5 de marzo: Krieger Vasena asume como ministro de Economía en Argentina.
3 de noviembre: Jorge Alessandri asume como presidente en Chile.
28 de julio: los argentinos votan una Asamblea Constituyente. Triunfa el voto en blanco. 14 de noviembre: la Asamblea Constituyente clausura sus actuaciones sin haber aprobado una reforma.
23 de febrero: elecciones en Argentina. Arturo Frondizi es electo presidente.
30 de noviembre: el Partido Nacional gana las elecciones en Uruguay. 1959
1º de enero: Fulgencio Batista abandona Cuba.
1959 1959
8 de enero: Fidel Castro entra en La Habana.
1960-1961 1960
18 de enero: el presidente argentino Arturo Frondizi viaja a Estados Unidos. 13 de febrero: Rómulo Bentancourt asume como presidente en Venezuela. 1º de marzo: Martín R. Echegoyen asume la presidencia del Consejo de Gobierno en Uruguay. 23 de junio: Álvaro Alsogaray asume como ministro de Economía en Argentina.
Por Javier Bonilla Saus > México es, junto con Brasil, uno de los dos países
más poblados y económicamente más poderosos de América Latina. Tiene además una larga historia y densas tradiciones culturales. No es posible tener una imagen completa del subcontinente sin incluirlo. Pero lo interesante es que, en la década de los sesenta, México parecía estar siguiendo un camino diferente al de los demás países latinoamericanos. Esa década fue en toda la región un período de crisis, conmociones e “incubación revolucionaria”. Pero en México fue el momento de auge y plenitud del régimen nacido de la Revolución de 1910. La historia del México contemporáneo empezó en la segunda década del siglo XX, cuando el general conservador Porfirio Díaz intentó su cuarta reelección. En 1910, el liberal Francisco Madero, desde la prisión donde lo mantenía Díaz, hizo un llamado al alzamiento popular. Díaz comprendió que no podría ejercer su quinto mandato y abandonó el intento, pero el clima insurreccional se había creado. Durante los cinco años siguientes, decenas de caudillos regionales, estatales y locales se ensañaron en un sinnúmero de luchas intestinas. Recién en 1915 empiezan a distinguirse tres grandes centros de poder. Venustiano Carranza, un general liberal y antiguo compañero de Madero, es electo presidente pero solo controla parte del país. Al norte predomina Francisco Villa. En las regiones indígenas del sur, el control lo ejerce Emiliano Zapata. En 1929, tras casi veinte años de guerra civil, el presidente Plutarco Elías Calles consigue reunificar políticamente el país mediante la fundación del Partido Nacional Revolucionario (PNR). Este será el primer formato del actual Partido Revolucionario Institucional (PRI), que se mantendrá ininterrumpidamente en el poder hasta el año 2000. Bajo la autoridad de los presidentes priístas, los años sesenta serán en México una década de estabilidad. Eso no significa que el país haya sido impermeable a las perturbaciones en el resto del continente y del mundo. La matanza de Tlatelolco
10 1961-1962
27 de marzo: elecciones legislativas en Argentina.
4 de agosto: el “Che” Guevara llega a la Conferencia de Punta del Este.
21 de abril: Brasilia es la nueva capital de Brasil.
7 de setiembre: João Gulart asume la presidencia en Brasil.
3 de octubre: Janio Quadros gana las elecciones en Brasil. 1961
México en los años 60
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se entregaría un año más tarde. Los peronistas podrían tener candidatos, pero sin utilizar el lema Partido Justicialista. La noticia provocó una sublevación de la marina, que se oponía a cualquier retorno al pasado. El movimiento fue aplastado por los “azules”, pero el ejército temió que se quebrara la unidad militar y puso límites a la apertura. El 7 de julio de 1963 se realizaron elecciones nacionales sin candidatos peronistas. Tanto Perón como Frondizi llamaron a votar en blanco, pero solo un 19 por ciento les hizo caso. Es que las elecciones se decidían entre el radical Arturo Illia y el general Aramburu, y muchos peronistas decidieron dar su voto a Illia para cerrarle el paso al ex presidente de la Revolución Libertadora. De estilo moderado y parsimonioso, Illia parecía personificar el deseo de paz luego de tantos conflictos. Su mayor preocupación era respetar la Constitución y las leyes, pero las cosas no le resultaron fáciles. Llevado por sus convicciones democráticas, Illia quería terminar con la proscripción del peronismo. Esa actitud generaba inquietud en los militares pero no le aseguró la paz con los sindicatos, que respondieron con una cadena de huelgas generales a su política de austeridad. Su actitud moderada y civilista lo hizo aparecer ante muchos como un presidente sin autoridad. Y cuanto más aumentaba su aislamiento, más crecía el temor a un retorno de Perón. El 28 de junio de 1966 hubo un nuevo golpe de estado. El presidente depuesto se fue a pie de la Casa Rosada. Los militares estaban nuevamente en el poder y en pocas horas terminaron con las instituciones: destituyeron al presidente, al vicepresidente, a los miembros de la Corte Suprema y a los gobernadores. También cerraron el Congreso y las legislaturas provinciales, prohibieron los partidos políticos y entregaron sus bienes al estado. Luego anunciaron que solo se volvería a tener un gobierno representativo cuando las Fuerzas Armadas eliminaran los obstáculos que impedían la grandeza del país. Como pasó muchas veces en la historia argentina, el nuevo gobierno militar generó expectativas. El presidente era el mismo ge-
31 de enero: Janio Quadros asume como nuevo presidente de Brasil. 24 de abril: Álvaro Alsogaray deja el Ministerio de Economía en Argentina.
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dirigentes procesados, devolvió la CGT a los peronistas y respetó la libertad sindical, pero no revocó el decreto que había disuelto al Partido Justicialista. En diciembre de 1958, el gobierno cerró un acuerdo con el FMI que lo obligó a adoptar una firme política monetaria. Los salarios cayeron un 25 por ciento y la conflictividad laboral estalló. Entonces Frondizi volvió a intervenir los sindicatos. Presionado por los militares, en abril de 1959 ilegalizó al Partido Comunista, que tenía una alianza con el peronismo. Perón decidió tomar represalias y, desde Santo Domingo, divulgó el texto del pacto secreto. Parte de las dificultades de Frondizi se debieron a que las maniobras políticas lo fascinaban. En junio de 1959 designó como ministro de Economía a Álvaro Alsogaray, que hasta entonces había sido un crítico del gobierno. Alsogaray aplicó un plan de austeridad que permitió detener la inflación y relanzar el crecimiento. Pero en cuanto el plan empezó a tener éxito, Frondizi lo destituyó. La crisis definitiva se produjo en 1962, como consecuencia de otra jugada extraña. Para marzo estaban previstas elecciones legislativas, y Frondizi permitió que los peronistas participaran bajo otros nombres. Su idea era que el miedo a un resurgimiento peronista iba a fortalecer el voto al gobierno. Pero los peronistas ganaron en nueve de catorce provincias y quedaron colocados en primer lugar con el 32 por ciento de los votos. Los militares obligaron a Frondizi a anular los resultados y finalmente lo derrocaron el 29 de marzo. Lo que siguió fue un violento conflicto dentro de las fuerzas armadas. Los militares se dividieron entre los “colorados”, que proponían una dictadura militar, y los “azules”, que querían un retorno a la democracia. En setiembre, tras algunos enfrentamientos en los que hubo derramamiento de sangre, la fracción legalista consiguió imponerse. Su líder más visible era el general Juan Carlos Onganía. En el mes de octubre, el ministro del Interior Rodolfo Martínez anunció que habría elecciones y que el gobierno
1962
18 de marzo: triunfo peronista en elecciones parciales en Argentina. 29 de marzo: el presidente Frondizi es derrocado en Argentina. El presidente del senado José María Guido asume la presidencia. 31 de diciembre: el presidente Guido anuncia
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del 2 de octubre de 1968, en la que una cifra cercana a los quinientos obreros y estudiantes murieron a manos de la policía y los militares, solo puede entenderse en ese contexto. Pero sería un error explicar esa década de la historia mexicana solamente desde la perspectiva de ese brutal desborde de poder. Hacia 1965, la economía mexicana era dos veces más grande que diez años atrás y cuatro veces más grande que veinticinco antes. El ingreso per cápita se había multiplicado por dos, pese a la alta tasa de natalidad. La industrialización avanzaba. La urbanización de la población (que se produjo a pesar de los 24 millones de hectáreas entregadas a los campesinos entre 1952 y 1964) daba lugar al nacimiento de una masa de trabajadores industriales y alentaba el desarrollo de los servicios. La modernización de la sociedad, que había sido fuertemente campesina y tradicional hasta los 50, se manifestaba en la emergencia de una pujante clase media. Desde el punto de vista cultural, México empezaba a procesar la difícil fusión de sus elementos tradicionales con los aportes de una “modernidad” influida por Estados Unidos. Paradójicamente, mientras el país tradicional se debilitaba ante el impulso modernizador, los años sesenta serán el momento en que se forja el estereotipo que conocerá el mundo: campesinos durmiendo bajo desmesurados sombreros, “charros” taimados y borrachos, mujeres rezando ante altares descascarados, pueblos abrasados por el sol con calles recorridas por improbables perros famélicos. Pero, más allá de ese México de tarjeta postal, se gestaba una fuerte vida cultural de signo “nacional” y “popular”. El auge del cine apologético de la Revolución mexicana, el reconocimiento internacional de la plástica muralista, la explosión literaria de la generación “del medio siglo” (integrada por autores como Juan Rulfo y Jorge Ibarguengoitía), el Acapulco de la actriz María Félix y de los cantantes Pedro Infante, Agustín Lara o José Alfredo Jiménez serán, desde
distintas perspectivas, los emblemas culturales de un país que empezaba a sentirse orgulloso de sus logros. Ese ostensible éxito económico, cultural y parcialmente social se basaba, sin embargo, en una realidad política marcada por el pesado legado autoritario de la Revolución de 1910-1929. El PRI dirigirá con mano de hierro esas exitosas décadas que la historiografía mexicana bautizó con el nombre de “desarrollo estabilizador”. A partir de 1929, el partido oficial nunca perdió una elección presidencial, una elección de gobernador, ni una elección de senador. En las elecciones de 1964, todos los candidatos del PRI resultaron electos. Esos resultados eran inverosímiles, pero no impedían que el PRI controlara enteramente a un Senado y una Cámara de Diputados donde se permitía la presencia de una oposición “protocolar” que nunca superaba el 4 o 5 por ciento. Mientras tanto, el Poder Ejecutivo, y en particular la Presidencia, se constituyeron en el centro de gravedad de todo el sistema político. Pero el descomunal poder del presidente y del PRI no era el resultado de una pura arbitrariedad. Si la Revolución fue una larga tragedia de casi veinte años de luchas entre bandos y facciones, toda la historia posterior estuvo marcada por la obsesión de construir un poder central incuestionado, que impidiese para siempre la más mínima disidencia o el más tibio intento autonómico. El carácter monolítico y autoritario del poder del PRI se asentaba en un enorme sistema corporativo en el que campesinos, obreros, clases medias e intelectuales eran sometidos a un disciplinamiento sistemático. Una descomunal central sindical, la CTM, controlaba los grandes sectores de trabajadores dependientes de las empresas públicas. La central obrera cumplía su función de “correa de transmisión” al mejor estilo leninista, acompañada de la Central Nacional Campesina, que regimentaba a grandes sectores de campesinos, y la Central Nacional
de Organizaciones Populares, que agrupaba a un muy diverso espectro de pequeños propietarios, trabajadores informales y asalariados. Las tres centrales conformaban un férreo trípode de encuadramiento de la población que se fue conformando paulatinamente desde 1929 hasta que el presidente Lázaro Cárdenas (1934-1940) le diera su forma definitiva. Las libertades públicas en el México posrevolucionario y durante la década de los sesenta eran un recurso retórico presente en la Constitución y en los discursos del poder. Miles y miles de mexicanos veían conculcados sus derechos. La “oposición”, con contadísimas excepciones, era financiada por el gobierno. Los medios de comunicación estaban controlados. Los intelectuales eran mayoritariamente glosadores del mensaje oficial. Las organizaciones populares eran engranajes del partido de gobierno. Pero, a diferencia de los regímenes totalitarios clásicos, la violencia gubernamental se solía llevar a cabo de manera exquisitamente selectiva. Ni gulags, ni campos de concentración. El régimen prefería utilizar en primera instancia mecanismos más sutiles como el fraude electoral; la orden de negarle toda oportunidad laboral a quien se apartara de la línea; la cooptación de intelectuales; la compra de periodistas, líderes populares y campesinos; la coacción de todo sindicalista díscolo, acompañada de amenazas a su familia; la corrupción de toda iniciativa capaz de crear inconvenientes. Cuando esos métodos se mostraban insuficientes, se daba un paso en el uso de la violencia: el “accidente carretero”, el ataque personal disfrazado de “hecho policial”, el secuestro personal como “advertencia”. Finalmente, la ejecución y posterior desaparición del cuerpo del opositor era el paso decisivo con el que el PRI se aseguraba el control político de aquellos que no comulgaban con su línea, o que simplemente cometían el error de cuestionar algún capricho presidencial.
11 1962-1964
1963
1964-1966
la convocatoria a elecciones en Argentina. El peronismo no podrá participar.
4 de setiembre: la Democracia Cristiana gana las elecciones en Chile.
2 de abril: alzamiento de la marina en Argentina contra el presidente Guido.
3 de noviembre: Eduardo Frei asume como presidente de Chile.
7 de julio: Arturo Illia triunfa en las elecciones generales en Argentina.
1965
12 de octubre: Arturo Illia asume como presidente en Argentina. 1964
23 de junio: la CGT argentina suelta un gran número de tortugas en Buenos Aires, como crítica al gobierno de Illia.
14 de marzo: dura derrota de Illia en elecciones parciales. 29 de abril: infantes de marina de Estados Unidos invaden República Dominicana.
1966
3 al 15 de enero: se realiza en La Habana la “Conferencia Tricontinental”. 28 de junio: el presidente Arturo Illia es
1966-1968
depuesto en Argentina. 1967
31 de julio-10 de agosto: se realiza la conferencia de la OLAS en La Habana. 9 de octubre: Ernesto Guevara es ejecutado en Bolivia.
1968
2 de octubre: tropas hacen fuego en México contra una manifestación estudiantil. 3 de ocubre: el general Velasco Alvarado da un golpe de estado en Perú y asume la presidencia.
neral Onganía que había luchado contra los “colorados”. Pero en cuanto asumió se supo que era un militar de ideas arcaicas y admirador de Franco. Su gobierno se caracterizó por un fuerte paternalismo que iba acompañado de un cúmulo de prohibiciones. En diciembre de 1966, Onganía nombró como ministro de Economía a Krieger Vasena: un economista de relieve en el país. Vasena consiguió bajar la inflación del 30 al 10 por ciento e inició un período de crecimiento. Para vencer la resistencia de los sindicatos, Onganía congeló sus cuentas bancarias y amenazó con intervenir la CGT. Las negociaciones colectivas se suspendieron y el gobierno
fijó los salarios para los dos próximos años. Los gremios perdieron casi toda capacidad de influencia. La nueva situación se prolongó hasta marzo de 1969, cuando hubo una ola de protestas estudiantiles en Corrientes. En los días siguientes el movimiento se extendió y hubo muertos en choques con la policía. Una huelga general estalló en Córdoba. Los días 29 y 30 de mayo, grandes grupos de trabajadores y estudiantes ocuparon el centro de la ciudad y obligaron a la policía a retirarse. Varias oficinas de empresas extranjeras y dependencias estatales fueron saqueadas. El suceso es conocido como “el Cordobazo”.
Las protestas callejeras tomaron por sorpresa al país. Los sindicatos y la estructura política del peronismo estaban neutralizados, pero la insatisfacción se había expresado en levantamientos más o menos espontáneos. A eso se sumaron los primeros golpes de una nada espontánea guerrilla de ultra-izquierda. En ese contexto, Onganía dio un paso en falso y destituyó a Krieger Vasena. La medida provocó una masiva fuga de capitales y un estado de alarma empresarial. En un intento para recuperar la iniciativa, Onganía rehabilitó a los sindicatos. Pero la protesta seguía sus propios rumbos y la policía estaba desbordada. Finalmente, las fuerzas armadas fueron
y castrismo. Por razones difíciles de comprender, los Montoneros pensaban que Perón encabezaría una revolución socialista de la cual ellos eran la avanzada. Por eso se oponían a cualquier salida de la dictadura que lo excluyera. Perón alimentó el malentendido para desestabilizar al gobierno. Aludía a los Montoneros como “formaciones especiales” y los calificaba de “juventud maravillosa”. Se conoce el texto de la carta que les envió para felicitarlos por el asesinato de Aramburu. Durante el gobierno de Cámpora en 1973, los Montoneros tuvieron un fuerte protagonismo. Pero el idilio duró poco. La primera señal les llegó en el aeropuerto de Ezeiza, en el inmenso acto que se organizó cuando Perón volvía del exilio. Los Montoneros fueron recibidos a balazos por otros grupos peronistas. El tiroteo cobró 156 vidas. Desde ese momento, la relación se degradó. Dos días después de que Perón asumiera la presidencia, fue asesinado un líder sindical cercano al presidente. Nadie se adjudicó la muerte, pero el entorno de Perón la atribuyó a los Montoneros y la interpretó como una declaración de guerra. La ruptura definitiva se produjo durante la manifestación del 1º de mayo de 1974. Ante la inmensa multitud, Perón trató a los Montoneros de
“estúpidos” e “imberbes”. Ellos se marcharon cantando: ¿Qué pasa General, que está lleno de gorilas el gobierno popular? Poco después la dirigencia montonera pasó a la clandestinidad. A esa altura eran reprimidos por el gobierno y perseguidos por una organización paramilitar llamada “Triple A”. El 15 de julio asesinaron al ex ministro Arturo Mor Roig y el 19 de setiembre raptaron a los hermanos Juan y Jorge Born, que fueron canjeados por sesenta millones de dólares. El dinero fue depositado en Cuba y desde entonces se discute cuál fue su destino. Los Montoneros fueron aplastados por la dictadura que tomó el poder en marzo de 1976. Muchos de sus militantes fueron asesinados o desaparecieron. Sus principales dirigentes marcharon al exilio. Luego del retorno a la democracia, algunos de ellos tuvieron que responder por sus crímenes. Mario Firmenich, que era la figura más pública, fue condenado a treinta años pero recibió un indulto en 1990. Actualmente vive en Cataluña. La irracionalidad ideológica de los Montoneros, la feroz violencia de sus acciones y la respuesta salvaje que recibieron son uno de los abismos del conflicto argentino.
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El 29 de mayo de 1970 fue secuestrado el general retirado Pedro Aramburu, uno de los líderes de la Revolución Libertadora que había derrocado a Perón en 1955. Un mes más tarde, su cuerpo fue encontrado en una chacra. El hecho causó estupor porque Aramburu pertenecía a los círculos militares liberales que buscaban una salida democrática. La acción fue reivindicada por un grupo del que nadie había oído hablar hasta entonces: los Montoneros. Poco después, el mismo grupo tomó una comisaría en La Calera, Córdoba, asaltó un banco y destruyó la central telefónica. Allí dejaron un grabador con la marcha peronista. Cuando se pudo armar mejor el rompecabezas, se supo que se trataba de una organización de jóvenes peronistas de izquierda. Algunos de ellos habían militado en organizaciones nacionalistas de derecha como Tacuara, otros provenían de hogares católicos de clase media. Más tarde se les unieron dos organizaciones revolucionarias: las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), de orientación castrista, y el Ejército Nacional Revolucionario (ENR), que se había adjudicado el asesinato del líder sindical Augusto Vandor en 1969. La ideología del grupo era una extraña mezcla de nacionalismo peronista, catolicismo
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Montoneros
12 1968-1969
11 de octubre: el general Omar Torrijos da un golpe en Panamá y asume la presidencia. 1969
1970-1971 1970
8 de junio: es depuesto en Argentina el general Onganía. Asume el general Levingston.
18 de abril: los Montoneros (aún sin nombre) hacen un robo de armas en Argentina.
30 de setiembre: la Democracia Cristiana chilena anuncia que dará sus votos para que Allende sea presidente.
20 de mayo: Argentina sacudida por manifestaciones en Córdoba y otras provincias.
3 de noviembre: Salvador Allende asume como presidente de Chile.
30 de mayo: 14 muertos durante la represión en Córdoba.
1971
1971-1973
22 de marzo: el general Alejandro Lanusse asume como presidente de Argentina.
11 de julio: el gobierno de Allende estatiza en Chile las empresas mineras. 10 de noviembre-4 de diciembre: Fidel Castro visita el Chile de Allende. 1972
2 de noviembre: Salvador Allende impone el estado de sitio en 21 provincias e integra a los militares al gobierno.
1973
4 de marzo: elecciones legislativas en Chile. 11 de marzo: el peronista Héctor Cámpora gana las elecciones en Argentina.
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llamadas a intervenir. En poco tiempo controlaron la situación, pero luego reclamaron una mayor participación en el gobierno. Onganía se negó y fue depuesto el 8 de junio de 1970. El golpe había sido orquestado por el general Alejandro Lanusse, que se identificaba con la fracción institucionalista del ejército. Lanusse prefirió que la presidencia fuera ocupada por el general Roberto Levingston, que supuestamente respondía a su línea. Pero Levingston reveló estar más próximo a Onganía e intentó prolongar su línea represiva. El resultado fue un nuevo estallido de protestas que culminó el 22 de marzo de 1971, cuando los militares destituyeron una vez más al presidente y nombraron a Lanusse. El nuevo presidente legalizó los partidos políticos y convocó a negociar una salida. Pero la gran novedad fue que la convocatoria incluyó al peronismo. El ejército respaldaba el plan, fundamentalmente porque esperaban que Perón consiguiera controlar la violencia guerrillera. El viejo general empezaba a ser visto como una tabla de salvación. En octubre de 1971 se produjo un levantamiento militar contra Lanusse, impulsado por partidarios de Onganía. El movimiento fue aplastado, pero Lanusse quedó debilitado. Perón, mientras tanto, cerraba acuerdos con distintas agrupaciones políticas y azuzaba a la guerrilla para forzar la salida electoral. En un esfuerzo por mantener el control sobre los militares, Lanusse hizo una última maniobra para evitar que Perón fuera presidente: exigió que, para ser candidato, había que residir en Argentina para determinada fecha. Eso llevó a que el peronismo presentara como candidato a Héctor Cámpora. Las elecciones se hicieron el 11 de marzo de 1973 y los peronistas ganaron con el 49 por ciento. El 28 de mayo, Héctor Cámpora asumió como presidente constitucional. Durante el acto hubo incidentes y heridos de bala. El 20 de junio de 1973, en medio de crecientes tensiones, Perón volvió definitivamente a Argentina. Pero el recibimiento en Ezeiza dejó en claro que su llegada no solucionaría nada:
1973
más de 150 personas murieron en un tiroteo entre peronistas de izquierda y de derecha. El episodio confirmó el grado de violencia en el que se había hundido la sociedad argentina, así como la confusión ideológica generada en torno a la figura de Perón.
CHILE: ASCENSO Y CAÍDA DE LA UNIDAD POPULAR
A principios de los años sesenta, Chile era uno de los países más prósperos y democráticos del continente. Su población rondaba los 8 millones de habitantes. La economía crecía de manera lenta pero continua. El país comerciaba activamente con el extranjero y tenía una deuda pública manejable. Desde el año 1931, las instituciones democráticas funcionaban sin interrupciones. También había dificultades. El país tenía una de las tasas de inversión más bajas de América Latina y un empresariado poco dinámico. Su economía dependía excesivamente de las exportaciones de cobre. Existía una distribución muy desigual de la riqueza y una excesiva dependencia comercial de Estados Unidos. La sociedad estaba fragmentada en grupos de interés que presionaban sobre el estado. El resultado era un déficit fiscal creciente y un recurrente problema de inflación. Los chilenos eran conscientes de sus problemas y buscaban soluciones. El presidente Jorge Alessandri, que gobernó entre 1958 y 1964, intentó combinar una política económica liberalizadora con reformas sociales ambiciosas. Como parte del esfuerzo liberalizador, mejoró las condiciones para atraer inversión extranjera, flexibilizó el mercado de créditos, eliminó los controles de precios y liberó el comercio de divisas. Como parte de los esfuerzos de mejora social, promulgó en 1962 una Ley de Reforma Agraria que autorizaba la expropiación de grandes propiedades improductivas para darlas en arrendamiento a campesinos. Al final de su gobierno se habían fraccionado tres millones de hectáreas. Los resultados que obtuvo fueron mixtos. La tasa de crecimiento mejoró (5 por ciento de promedio) y la desocu-
1973
28 de mayo: Héctor Cámpora asume como presidente de Argentina. 20 de junio: Perón vuelve definitivamente a Argentina. Se produce la masacre de Ezeiza.
Salvador Allende
14 de agosto: Allende forma un gobierno de “seguridad nacional” con las cúpulas militares.
29 de junio: fracasa un intento de golpe de estado en Chile.
22 de agosto: la Cámara de Diputados chilena declara inconstitucional la política del gobierno. Allende designa a Augusto Pinochet como comandante en jefe del ejército.
13 de agosto: fracasa un intento de acuerdo entre el gobierno de Allende y la Democracia Cristiana. Estalla una inmensa huelga de transporte.
11 de setiembre: un golpe dirigido por el general Augusto Pinochet derroca al presidente Salvador Allende, que muere en la Casa de La Moneda.
Nació en Valparaíso el 26 de junio de 1908. Su padre trabajaba en la administración pública y militaba en el Partido Radical. Estudió medicina en la Universidad de Chile, donde se inició en la actividad gremial. Obtuvo el título de médico cirujano. En 1933 participó en la fundación del Partido Socialista y dos años más tarde ingresó en la masonería. Fue director de la Asociación Médica de Valparaíso y luego diputado. En 1939, con 31 años, fue ministro de Salud del gobierno de Aguirre Cerda. En 1943 era secretario general del Partido Socialista. Su popularidad le permitió ser electo senador en varias elecciones sucesivas. En 1966 ejerció la presidencia del Senado. Lo hizo de manera tan ecuánime que recibió elogios del conservador El Mercurio. Pero, cultivando una ambigüedad que le era característica, en 1967 aceptó ser el primer presidente de la OLAS: una organización que despreciaba a las instituciones democráticas e intentaba extender la lucha guerrillera en América Latina. Fue cuatro veces candidato a la presidencia. La primera vez, en 1952, solo logró el 5,45 por ciento de los votos. En 1958 fue postulado por una alianza de socialistas y comunistas, y obtuvo un respetable 28,5 por ciento. La tercera candidatura fue la que le dio más votos: 38,6 por ciento en 1964. Pero Eduardo Frei lo venció con el 55,6 por ciento. La cuarta candidatura fue la más difícil. Había perdido en tres ocasiones y enfrentaba resistencias dentro de su partido. Para ser postulado tuvo que firmar un documento en el que se comprometía a aceptar un sistema de distribución de cargos muy estricto. También debía refrendar sus medidas ante un comité integrado por un miembro de cada partido, que decidía por unanimidad. En esa oportunidad ganó con el 36,6 por ciento de los votos. Era un político fogueado, un gran orador y un hombre de gustos refinados. Le gustaba el arte, la buena comida y las mujeres elegantes. No tenía una orientación ideológica precisa y fue acusado por aliados y adversarios de tener inclinaciones populistas. Murió el 11 de setiembre de 1973, durante el asalto a la Casa de la Moneda.
> El Movimiento de Izquierda Revolucionaria
nació en 1964, durante el gobierno democrático de Eduardo Frei. Sus fundadores eran militantes escindidos del Partido Socialista, trotskistas y dirigentes estudiantiles de la Universidad de Concepción. Todos ellos compartían una misma admiración por la revolución cubana, a la que tomaban como modelo. Cuando el régimen cubano organizó la Conferencia de la OLAS en 1967, el MIR estuvo entre los primeros en apoyar el llamado a expandir la lucha guerrillera en toda América Latina. Ese mismo año se proclamó marxistaleninista y definió a la lucha armada como método de acción. Poco después realizaría su primer secuestro. Entre 1968 y 1970, el MIR realizó una larga serie de acciones armadas, incluyendo sabotajes contra el diario El Mercurio, el consulado de Estados Unidos y sedes de la Democracia Cristiana. La existencia de un gobierno que realizaba reformas progresistas era vista como una amenaza para la revolución. El gobierno respondió con capturas y procesamientos. También los atacaba el Partido Comunista, acusándolos públicamente de “falta de confianza en las masas”. Durante la campaña electoral de 1970, el MIR adoptó una actitud de rechazo hacia las elecciones. Su lema de la época era: “El fusil en vez del voto”. Los dirigentes “miristas” lanzaron críticas contra la Unidad Popular, a la que acusaban de “reformista”. En el correr de ese año realizaron golpes armados que causaron varias muertes.
Cuando Allende asumió la presidencia, otorgó una amnistía a los “miristas” presos. El MIR respondió declarando una tregua y concentró su acción en ganar adeptos. Pero las relaciones con la coalición de gobierno no fueron fáciles. En diciembre de 1970, militantes comunistas y “miristas” chocaron en la Universidad de Concepción, con un saldo de varios heridos y un estudiante muerto. En los meses siguientes, el MIR estimuló las ocupaciones de tierras realizadas a punta de fusil. Poco después inauguraría la costumbre de participar en las manifestaciones desfilando con paso militar. Cuando Fidel Castro visitó Chile a fines de 1971, le dio un tratamiento preferencial al líder del MIR Miguel Enríquez, hasta el punto de regalarle una metralleta idéntica a la que le había regalado a Allende. Para muchos, ese tratamiento era una señal de que Castro no creía en la “vía chilena al socialismo”. Allende intentó una estrategia de seducción y seleccionó a militantes del MIR como guardaespaldas. Pero fue el MIR el que sedujo a los principales dirigentes del Partido Socialista, llevándolos a compartir sus posturas. Cuando el gobierno entró en su crisis final y el MIR llamó a la lucha armada, recibió el respaldo del secretario general de los socialistas, Carlos Altamirano. Solo los comunistas mantuvieron una actitud crítica y lanzaron la consigna: “No a la guerra civil”. La dirigencia del MIR y buena parte de los líderes socialistas creían que la caída del gobierno provocaría una insurrección popular. Pero la guerra temida por unos y deseada por otros nunca ocurrió: los militares controlaron la situación fácilmente y el poder militar de la izquierda resultó existir solamente en la imaginación de sus líderes. Es probable que dirigentes como Enríquez y Altamirano hayan terminado creyéndose su propia retórica. Pero lo peor fue que también la creyeron los militares. La feroz represión que desataron tras el golpe estaba destinada a neutralizar una respuesta que nunca llegó. Tal vez el único que comprendió el drama fue Allende, que en sus últimas horas llamó al pueblo a no resistir.
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Por Martín Peixoto
HISTORIA RECIENTE
El MIR chileno: un autoengaño fatal
pación bajó del 9 al 5,5 por ciento. Pero la inflación subió, las exportaciones no crecieron y hubo que devaluar la moneda. Al final del período, la deuda había sobrepasado los mil millones de dólares y representaba el 26 por ciento del PBI. Los intentos por contener la inflación aumentaron la conflictividad interna. En 1964, la Democracia Cristiana ganó por primera vez las elecciones en Chile. El candidato Eduardo Frei obtuvo un contundente 56 por ciento de los votos, contra el 38,6 por ciento del socialista Salvador Allende. El lema del gobierno de Frei fue “Revolución en libertad”. Sus tres pilares fueron la “chilenización” del cobre, la reforma agraria y la promoción de los sectores marginales. La “chilenización” significaba la incorporación del estado como socio de las compañías norteamericanas. El objetivo era doblar la producción, aumentar el volumen de cobre refinado en Chile y dar mayor participación al estado en la comercialización. La negociación con las empresas estadounidenses fue compleja y se apoyó en estimaciones inadecuadas. La oposición acusó al gobierno de haber cerrado acuerdos poco beneficiosos para el país. La reforma agraria de Frei era una radicalización de la hecha por Alessandri. El objetivo era terminar con el latifundio y redistribuir la propiedad. En 1967 se aprobó una reforma de la Constitución necesaria para introducir los cambios. Desde entonces, y en solo dos años, se expropiaron 1.319 establecimientos con una superficie total de 3,5 millones de hectáreas. Unas 30 mil familias campesinas fueron beneficiadas. El gobierno impulsó asimismo la creación de sindicatos agrícolas. Al final del período existían unas 400 organizaciones que representaban a unos 100 mil trabajadores. En las ciudades hubo políticas ambiciosas en vivienda, salud y educación. Las reformas fueron ejecutadas sin generar tensiones descontroladas. Las empresas estadounidenses recibieron la seguridad de que mantendrían el control de las minas durante once años, mientras el estado chileno aumentaba su participación. El gobierno pagó indemnizaciones a los antiguos propietarios de tierras, aunque las escalonó en el tiempo. Las reformas contaban con el apoyo de Estados Unidos que, bajo el gobierno de Kennedy, veía a las políticas progresistas como el mejor antídoto contra el comunismo. En el correr de los años sesenta, Chile recibió la mayor ayuda estadounidense per cápita del continente.
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Los logros del gobierno de Frei fueron considerables. La economía creció a una tasa del 4,5 por ciento anual. El déficit comercial de 4 millones de dólares se transformó en un superávit de 185 millones. La masa salarial pasó de representar el 42 por ciento del PBI a representar el 51 por ciento. La recaudación impositiva pasó del 12,8 por ciento del PBI en 1964, al 21,2 por ciento en 1970. La mayor disponibilidad de recursos permitió solventar la construcción de 250 mil viviendas para familias de bajos ingresos. Pero los costos de las reformas castigaron a la economía. El gasto público subió del 35,7 por ciento del PBI en 1965 al 46,9 por ciento en 1970. La deuda se duplicó. El aumento de costos generado por el crecimiento de los salarios frenó la inversión privada y aumentó el desempleo, que pasó del 5,4 por ciento en 1964 al 6,2 por ciento al final del gobierno. La inflación llegó al 35 por ciento en 1970. Los últimos años fueron sorprendentemente conflictivos para un gobierno que había mejorado las condiciones de vida. Esto se debió a dos factores. En primer lugar, los esfuerzos del Ministerio de Economía por frenar la inflación y reducir el déficit fiscal condujeron a repetidos choques con los sindicatos y la oposición de izquierda. Los números no permitían continuar las reformas, pero la dinámica iniciada no era fácil de frenar. El segundo factor no era económico sino político. El gobierno de Frei coincidió con un período de radicalización de la izquierda latinoamericana. Era la época de la revolución cubana, el fortalecimiento internacional del maoísmo y la creciente intervención de Estados Unidos en Vietnam. En 1967, la conferencia de la OLAS en La Habana y la ejecución del “Che” Guevara en Bolivia impulsaron las guerrillas revolucionarias. Al año siguiente, las manifestaciones estudiantiles en París, Berkeley, México y otras ciudades llevaron a un pico de movilización. Ese complejo contexto tuvo consecuencias en Chile. La primera fue un viraje del electorado hacia la izquierda. En las elecciones de mitad de período que se realizaron durante el gobierno de Frei, los votos de la Democracia Cristiana cayeron y los de la izquierda aumentaron. El gobierno obtuvo el 45 por ciento en la elecciones legislativas de 1965, y el 35,6 en las elecciones municipales de 1967. Una segunda consecuencia fue un aumento de las tensiones dentro de la
Democracia Cristiana, que se dividió entre un ala moderada y otra radical. En mayo de 1969 se escindió una fracción liderada por Jacques Chonchol, que había ocupado el cargo de ministro de Agricultura. Chonchol se llevó dos senadores y casi toda la dirigencia juvenil, y junto a ellos fundó el Movimiento de Acción Popular (MAPU). Una tercera consecuencia fue la radicalización de la propia izquierda, que empezó a albergar grupos favorables a la lucha armada. La acción de esos grupos aumentó la conflictividad y produjo un aumento de las acciones ilegales. Solo en 1970 hubo 368 invasiones a propiedades agrícolas, 352 apropiaciones ilegales de terrenos urbanos y 133 apropiaciones de fábricas. Estas acciones no eran una respuesta a un régimen autoritario y concentrador del ingreso, sino a un gobierno democrático y reformista. Como en otros países de América Latina, la radicalización de la izquierda en esos años respondió más a motivaciones ideológicas que a realidades políticas. Estos hechos generaron por último un fortalecimiento de la derecha autoritaria, que tuvo su expresión política en el Partido Nacional (respaldado por el 20 por ciento de los votantes en las elecciones de 1969) y tendrá su expresión armada en un grupo llamado Patria y Libertad, que fue fundado en abril de 1971. Cuando llegó el tiempo electoral, el Partido Nacional parecía llevar la delantera. Su candidato era el ex presidente Alessandri, que conservaba una imagen de estadista capaz de ejercer la autoridad. Pero Alessandri tenía 73 años, y sus apariciones en televisión dejaron una impresión de deterioro. La izquierda presentó a Salvador Allende como candidato de una coalición llamada Unidad Popular. Allende era bien conocido por los chilenos. A los 62 años, tenía a sus espaldas una larga carrera parlamentaria y era la cuarta vez que aspiraba a la presidencia. La coalición que lo apoyaba estaba integrada por una diversidad de partidos. Uno de ellos era el Partido Socialista, al que pertenecía el propio Allende. Era un partido de larga trayectoria (había sido fundado en 1932) en cuyo interior convivían un ala moderada, que apostaba a la vía electoral y un ala radical que veía con simpatía a la lucha armada. Allende pertenecía al primer grupo. El otro socio grande de la coalición era el Partido Comunista, también muy implantado en la historia chilena. Los
comunistas reconocían la importancia del orden legal y rechazaban la lucha armada. Este era un punto de fricción con los socialistas. Cuando en 1969 había habido un intento de golpe contra el presidente Frei, el Partido Comunista había respaldado al gobierno y había amenazado con una huelga general. Eso les había valido las críticas de algunos dirigentes socialistas. Los comunistas dieron un apoyo decisivo a la candidatura de Allende. La Unidad Popular estaba integrada además por el Partido Radical (una organización no marxista que existía desde el siglo XIX) y otros grupos menos conocidos por los electores, como el MAPU y el Movimiento Democracia Radical. La coalición presentaba un programa de gobierno que proponía llegar al socialismo por el camino de las urnas. No se trataba de hacer un gobierno socialdemócrata, sino de producir transformaciones profundas en las instituciones y el sistema económico. La Democracia Cristiana llegó a las elecciones tras un complejo proceso de discusión interna. Para algunos, el gobierno estaba perdiendo apoyo porque estaba yendo demasiado rápido en las reformas y no estaba teniendo en cuenta los efectos sobre la economía. Para otros, el gobierno estaba perdiendo apoyo porque no estaba avanzando a velocidad suficiente. El ala izquierda triunfó en la interna partidaria y levantó la candidatura de Radomiro Tomic, un antiguo embajador en Estados Unidos que presentó una propuesta de gobierno no muy diferente a la de la Unidad Popular. Todos esperaban que las elecciones produjeran un mandato claro, pero ocurrió lo contrario. Allende ganó con el 36,2 por ciento de los votos, frente a un 34,9 por ciento de Alessandri. La diferencia fue de 39 mil votos en dos millones. Tomic quedó en tercer lugar con el 27,8 por ciento. El resultado era políticamente complejo. En primer lugar, no indicaba con claridad quién sería el próximo presidente. La Constitución chilena establecía que, si ningún candidato alcanzaba la mayoría absoluta, el Congreso debía elegir entre los dos más votados. En el pasado siempre se había confirmado al primero, pero la Constitución no lo mandaba y en este caso casi había un empate. El candidato más votado era el que se ubicaba más a la izquierda, pero era posible designar al que estaba más a la derecha.
Allende tenía derecho a ser presidente, pero debía moderar sus políticas. Enfrentados a este debate, los dirigentes de la Unidad Popular hicieron una interpretación que sería clave para lo que ocurrió después: Allende había obtenido el 36,2 por ciento de los votos, pero Radomiro Tomic había recibido el 27,8 por ciento. Y el programa de gobierno de Tomic no tenía grandes diferencias con el de la Unidad Popular. Por lo tanto, casi dos tercios de los chilenos se habían pronunciado a favor del socialismo. El argumento tenía cierta fuerza en aquel contexto, pero ocultaba problemas que no tardarían en aparecer. En primer lugar, no era verdad que todos los votos a Tomic fueran votos a favor del socialismo. La Democracia Cristiana encerraba una gran diversidad interna, y muchos democristianos habían votado a Tomic por pura lealtad partidaria. Por otra parte, tampoco era verdad que todos aquellos que apoyaban a la Unidad Popular se identificaran con la vía pacífica hacia el socialismo. Como se vería poco después, muchos querían llegar al socialismo por el camino que fuera. Allende no tenía mayoría parlamentaria, estaba ideológicamente lejos de buena parte de la oposición (lo que dificultaba los acuerdos) y tenía problemas dentro de su propia coalición. Sostenido por esa endeble base política, y enfrentado a un país dividido, intentó llevar adelante el programa de gobierno más rupturista de la historia chilena. La distancia entre sus objetivos de gobierno y sus apoyos políticos no podía ser mayor.
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Los dirigentes democristianos recibieron enormes presiones para apoyar a Alessandri, pero la mayoría consideró que no se podía desconocer el pronunciamiento popular. Tras dif íciles negociaciones, el 30 de setiembre de 1970 se anunció un acuerdo. La Democracia Cristiana daría el voto parlamentario a Allende, pero solo después de que su bancada votara un “Estatuto de garantías democráticas”. El documento afirmaba que se respetaría la plena vigencia de las libertades, se mantendría la separación de poderes, se aceptaría el libre funcionamiento de los partidos políticos, se garantizaría la continuidad de la educación privada y se respetaría la independencia de las fuerzas armadas. El resultado de las elecciones también era complejo en otro sentido. Tras haber propuesto un programa que llevaría a Chile hacia el socialismo, Allende había ganado con el 36,2 por ciento de los votos. Tenía derecho a acceder a la presidencia, pero estaba lejos de contar con mayoría parlamentaria. De hecho, Allende tenía un porcentaje de votos menor al que había obtenido en 1964. Los chilenos discrepaban sobre el significado de este resultado. Para muchos simpatizantes y dirigentes de la Unidad Popular, Allende había triunfado en las urnas y eso lo autorizaba a llevar a Chile hacia el socialismo por una vía no violenta. Para quienes no simpatizaban con la Unidad Popular, y también para el Partido Comunista, las elecciones habían mostrado que el 64 por ciento de los votantes no quería un Chile socialista.
HISTORIA RECIENTE
Pinochet y Allende: las dos caras de una tragedia.
El primer año fue auspicioso. El control de precios y un aumento salarial del 35 por ciento produjeron una gran redistribución del ingreso. Gracias al aumento de la demanda interna, la producción industrial creció un 11 por ciento, el producto bruto aumentó un 8 por ciento y la desocupación bajó al 3,8 por ciento. En esas condiciones, no fue extraño que el gobierno recibiera el 49,7 por ciento de los votos en las elecciones municipales de abril de 1971. Parte de los logros de Allende estaban fundados en un aumento del precio del cobre y en las reservas que había dejado Frei. Pero otra parte se basaba en un aumento de la cantidad de dinero que no se correspondía con el crecimiento de la economía. En el correr del segundo año, las realidades económicas empezaron a imponerse. La inflación, que había bajado al 22 por ciento, volvió a trepar al 35 por ciento. Los gastos del gobierno subieron un 66 por ciento, pero la recaudación disminuyó. Las reservas cayeron a la cuarta parte. El crecimiento económico se redujo al 1 por ciento. Para peor, los precios internacionales del cobre descendieron y la balanza comercial se volvió negativa (pasó de un superávit de 130 millones en 1970 a un déficit de 90 millones en 1971). La importación de bienes de capital cayó un 17 por ciento respecto del año anterior. La deuda exterior creció en pocos meses hasta llegar a los tres mil millones de dólares. En noviembre de 1971, el gobierno debió declarar una moratoria A estas dificultades económicas se sumaron problemas políticos. Estimulado por los logros de 1970, el gobierno se propuso lanzar un ambicioso plan de estatizaciones. El 11 de julio de 1971, el Parlamento autorizó a Allende a estatizar las compañías estadounidenses que explotaban el cobre. La nueva ley eliminaba el plazo de once años que había concedido Frei. Pero además, el gobierno anunció el 28 de setiembre que, debido a las deducciones por depreciación de la maquinaria y a los excesivos beneficios de los años precedentes, no se pagarían indemnizaciones. Esto generó un pico de tensión con Estados Unidos, que interrumpió su ayuda económica. Allende anunció en la misma época su voluntad de organizar un plebiscito constitucional. Quería una reforma que eliminara el Parlamento bicameral (sustituyéndolo por una Asamblea de una sola cámara), le diera al poder legislativo la capacidad de sustituir a los miembros de la Suprema Corte de Justicia (lo que implicaba debilitar la división de poderes) y le otorgara al presidente de la República poderes es-
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peciales para introducir transformaciones económicas y políticas. La oposición denunció que se estaba abandonando el Estatuto de garantías democráticas. Las cosas empeoraron el 8 de junio de 1971, cuando un comando de izquierda asesinó a Edmundo Pérez Zujovic, ex vicepresidente de la república y ministro del Interior del gobierno de Frei. La falta de reacción del gobierno radicalizó a la Democracia Cristiana. La respuesta habitual de un gobierno sin mayoría parlamentaria es buscar acuerdos con al menos parte de los opositores. Pero Allende quedó entrampado en un círculo: la oposición no votaba las leyes enviadas por el gobierno y en su lugar aprobaba otras. El presidente las vetaba y denunciaba una campaña de obstrucción legislativa. Un resultado de esta situación fue la salida del Partido Radical de la coalición de gobierno. La causa inmediata fue el veto interpuesto por Allende en 1971 a una enmienda constitucional que exigía la aprobación legislativa de toda expropiación. Allende festejó el rompimiento con el Partido Radical, acusándolo de “oportunismo” y “demagogia”. Pero la pérdida de ese aliado fue un golpe político: el único miembro no marxista de la Unidad Popular se había retirado. Pese a las dificultades, el gobierno decidió acelerar el ritmo de las expropiaciones y la profundización de la reforma agraria. A fines de ese año, el sector estatal controlaba el 93 por ciento del crédito bancario, el 90 por ciento de las minas, el 85 por ciento de las exportaciones, el 60 por ciento de las importaciones y el 28 por ciento de la distribución de alimentos. Ya se habían expropiado más tierras que lo anunciado en la campaña electoral. Algunos sostienen que Allende fue llevado por su entorno más allá de donde hubiera querido detenerse. Sus técnicos le decían que las dificultades económicas se superarían acelerando la estatización, y los grupos radicales estaban realizando expropiaciones de hecho: piquetes armados recorrían el campo y expulsaban a los propietarios sin
ofrecer ninguna compensación. Pero es dif ícil desconocer las responsabilidades del propio Allende. Buena parte de las expropiaciones se realizaron utilizando un olvidado Decreto-Ley de 1932 que autorizaba al gobierno a estatizar empresas cuando éstas dejaban de producir. El espíritu de la norma (aprobada en plena Gran Depresión) era autorizar la asistencia estatal cuando quebraban los propietarios. Pero el gobierno de la Unidad Popular le dio un uso diferente: los sindicatos o grupos radicales ocupaban una fábrica e interrumpían la producción. Luego se declaraba responsables a los propietarios y se decidía la expropiación. Esta estrategia de “estatización por asfixia” fue denunciada por el diario El Mercurio en abril de 1972. El periódico reprodujo un documento que fue calificado como falso por el ministro de Economía, Pedro Vuskovic. Pero el secretario general del MAPU, Rodrigo Ambrosio, reconoció que era verdadero y había sido elaborado con la participación de altos jerarcas del gobierno, incluyendo el viceministro de Economía Oscar Garretón. El gobierno de Allende no puso objeciones al documento y el Decreto-Ley se siguió utilizando. Para muchos quedó claro que no se trataba de buscar la eficiencia económica sino de construir el socialismo por vías oblicuas. En los meses siguientes crecieron las tensiones políticas y las dificultades económicas. El control de precios generó escasez y fomentó el mercado negro. La reforma agraria y las nacionalizaciones provocaron una caída de la inversión. La producción de cobre aumentó, pero cayeron los precios internacionales y la productividad por trabajador. En setiembre de 1972, el gobierno reconoció la necesidad de sincerar los precios, lo que lo llevó a aumentos de entre el 100 y el 200 por ciento. Pero la presión de los sindicatos condujo a un aumento del 100 por ciento en los salarios. El año terminó con una inflación del 163 por ciento. En octubre, el país fue sacudido por una ola de movilizaciones, la más importante de las cuales era una huelga
de camioneros. Las protestas eran apoyadas por la Democracia Cristiana y el Partido Nacional, pero estaban lejos de ser su obra. Durante 1972 hubo 3.325 paros y huelgas, lo que iba más allá de la capacidad de convocatoria de esos partidos. La realidad era que el desabastecimiento y los aumentos de precios estaban castigando a la población. La inseguridad jurídica generaba un clima de incertidumbre que afectaba a millones de personas. Los camioneros representaban a esa gran masa de chilenos que estaban lejos de ser ricos pero sentían amenazados sus medios de subsistencia. Para enfrentar la emergencia, Allende impuso el estado de sitio y el 2 de noviembre incorporó a los militares al gabinete. La medida no era sorprendente, porque desde el principio Allende había cultivado ese vínculo. Una sus primeras medidas de gobierno había sido confirmar la compra de dos submarinos y dos fragatas. En 1971, el presupuesto militar había aumentado en un 20 por ciento. En 1973 era el doble del que existía cuando asumió. A ojos de sus defensores, Allende actuaba así para mantener bajo control todo riesgo de sublevación. A ojos de sus críticos, abrigaba la esperanza de poner a los militares al servicio de su proyecto político. En cualquier caso, la decisión tuvo dos consecuencias graves. En primer lugar, generó descontento entre los oficiales que se oponían a que las Fuerzas Armadas integraran el gobierno (de hecho, los militares se mantuvieron en el gabinete menos de seis meses). En segundo lugar, mostró a un presidente que, en lugar de buscar acuerdos con los partidos, intentaba apoyarse en las Fuerzas Armadas. Poco después, otros actores políticos estarían haciendo lo mismo. El año 1972 terminó en un bloqueo. Las expectativas de salida estaban puestas en las elecciones legislativas de mitad de período, que debían realizarse el 4 de marzo de 1973. Pero las elecciones no aportaron ninguna solución. En un clima de polarización creciente, el gobierno obtuvo el 43,4 por ciento de los votos y la
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historiareciente
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Una serie de 25 fascículos publicada por el diario El País con el apoyo del Centro de Estudios Jean-François Revel.
Asistente
Dirección de proyecto
Archivo de El País
Pablo da Silveira
Investigación y redacción
Pablo da Silveira Francisco Faig Félix Luna Enrique Mena Segarra Martín Peixoto
José López Fotografías
Diseño gráfico, armado y corrección
Trocadero Publicación
El País
Impreso en El País Depósito legal: 334.251
cuarto, tres radios transmitieron un mensaje de la Junta Militar que exigía la renuncia de Allende. De lo contrario, la sede presidencial sería atacada. Allende respondió que no renunciaba. Hacia las diez de la mañana llegaron los primeros tanques. Poco después Allende hizo su último discurso por radio. Un primer ataque con fuerzas terrestres fue resistido por la guardia del presidente. A las 11.52, aviones de la Fuerza Aérea bombardearon el edificio. La Moneda se incendió, pero los combates continuaron. A las dos de la tarde, el ejército consiguió entrar. Todos los defensores se entregaron, menos Allende. Según su médico personal, se suicidó con un disparo de metralleta. En las horas siguientes habría miles de muertos y unos 80 mil detenidos. Era el inicio de una de las dictaduras más feroces que conoció el continente. Algunos han sostenido que el gobierno de Allende cayó debido a la intransigencia de la oposición. Y es cierto que Allende enfrentó una oposición hostil, que no dudó en bloquearlo ni en buscar el apoyo de los militares. Pero las cosas no fueron así desde el principio. Allende fue presidente porque tuvo el respaldo parlamentario de la Democracia Cristiana. En su primer año de gobierno, consiguió que el parlamento votara por unanimidad la ley de estatización de las compañías mineras. En tres momentos del año 1972, la Democracia Cristiana encargó a Radomiro Tomic (un viejo amigo personal del presidente) gestiones para lograr un acuerdo. Pero, como el propio Tomic declaró en julio de ese año, la estrategia de la Unidad Popular era empujar a la Democracia Cristiana hacia la derecha para provocar un quiebre y quedarse con su ala progresista. Allende tuvo una oposición intransigente, pero al menos en parte eso fue su propia obra. Otros han sostenido que Allende cayó como resultado de la intervención de la CIA. Y es un hecho que la CIA estuvo presente. Antes de las elecciones de 1970, tanto la CIA como la empresa de telecomunicaciones ITT volcaron importantes sumas de dinero en la campaña de Alessandri. Luego de la elección, incitaron a los militares a dar un golpe. En los años siguientes, la CIA volcó unos 7 millones de dólares en el financiamiento de organizaciones opositoras. Pero no solo la CIA estaba en Chile, sino todos los actores importantes de la Guerra Fría. El KGB soviético contribuyó a financiar cada campaña electoral de Allende desde 1952. Sus archivos mues-
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de agosto. Ese mismo día, 60 mil conductores de ómnibus y taxis se sumaron a una nueva huelga de camioneros que se prolongaba desde el 26 de julio. Allende volvió a recurrir a los militares y formó un gabinete de “seguridad nacional” integrado por los comandantes de las tres armas y el director de carabineros. Al mismo tiempo anunció que, si la huelga no se levantaba, se iniciaría la confiscación de vehículos. La huelga no se interrumpió y, entre el 16 y el 18 de agosto, se realizaron dos mil confiscaciones. Dos días después fue interpelado el ministro de Transporte. Allende lo sustituyó por un general. El 22 de agosto de 1973, a iniciativa de la Democracia Cristiana, la Cámara de Diputados proclamó que la política del gobierno era inconstitucional y llamó a los militares a terminar con esa situación. Los comandantes del ejército y la fuerza aérea presentaron renuncia. Allende nombró como comandante del ejército a un general que era considerado leal y apolítico en los círculos del gobierno. Se llamaba Augusto Pinochet. El 7 de agosto, los mandos de la armada acusaron a treinta y tres marinos de querer secuestrar dos barcos de guerra. También afirmaron que los arrestados habían involucrado en sus declaraciones a las cúpulas del MIR, el MAPU y el Partido Socialista. Como respuesta a la denuncia, el secretario general del PS, Carlos Altamirano, llamó a los reclutas a sublevarse. En un discurso que tendría enormes consecuencias, Altamirano dijo: “El golpe reaccionario se ataja golpeando al golpe; no se ataja conciliando con los sediciosos. No se combate con diálogos el golpe, sino con la fuerza del pueblo, de sus comandos industriales, de sus consejos campesinos, su organización. Y la guerra civil se ataca creando un verdadero poder popular”. El discurso desató un pedido de desafuero. Las cosas estaban peor que nunca y Allende decidió poner en práctica una idea que venía postergando desde 1970: llamar a un referéndum que le diera poderes especiales. El 10 de setiembre informó a Pinochet que haría pública la convocatoria. En cuanto el general comunicó la noticia a sus pares, los militares decidieron adelantar el golpe que tenían previsto para el 18 de setiembre. En la madrugada del 11, la marina tomó los puntos estratégicos de Santiago. Allende se enteró a las 7 de la mañana y se trasladó al Palacio de La Moneda con su guardia personal. A las nueve menos
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oposición el 54,7 por ciento. El gobierno festejó su crecimiento electoral de casi el 7 por ciento, lo que no era poco en medio de tantas dificultades. La oposición pudo seguir sosteniendo que la mayoría absoluta estaba contra el socialismo. Pero el presidente seguía sin mayoría propia y la oposición no había logrado los dos tercios necesarios para destituir al presidente. Muchos concluyeron que ya no había una salida institucional. La situación del país era preocupante. El gasto público estaba descontrolado y la economía se estaba contrayendo (acumularía una caída del 3,6 por ciento al cabo del año). La inflación iba camino a superar el 600 por ciento anual. La producción de alimentos caía. El déficit comercial era de 400 millones de dólares y la búsqueda de fondos frescos había convertido a Chile en uno de los países más endeudados del mundo. El 10 de mayo, los mineros de Chuquicamata iniciaron una huelga que duraría 74 días y afectaría la producción de cobre. Allende tenía cada vez más dificultades para gobernar. Mientras el presidente insistía en su voluntad de respetar la Constitución y las leyes, sus bases tomaban fábricas y tierras. Desde 1972 se arrastraba un conflicto entre el Poder Ejecutivo y la Suprema Corte de Justicia, que llevó a que los trece miembros de la Corte denunciaran una campaña contra la institución. La prensa partidaria alimentaba el clima de confrontación. El 29 de junio de 1973, un regimiento blindado atacó el palacio presidencial de La Moneda. El levantamiento fracasó, pero hubo dos horas de combate. Esa noche, en un acto convocado por la UP, el gobierno llamó a los trabajadores a tomar las fábricas. Los militares entendieron que se los estaba convocando a organizar una resistencia armada. Allende reunió a los generales del ejército y les pidió su respaldo, pero solo cuatro de los catorce accedieron. Para los militares estaba en cuestión el monopolio del uso de las armas. En los días siguientes, el cardenal Raúl Silva Henríquez intentó una mediación entre el gobierno y la Democracia Cristiana. El presidente Allende y el dirigente Patricio Aylwin negociaron durante horas sin llegar a ningún acuerdo. Las condiciones que exigían los democristianos implicaban un abandono del programa de gobierno de la Unidad Popular. Del otro lado, el Partido Socialista amenazó con abandonar la coalición. Las conversaciones se interrumpieron el 13
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tran que Allende fue durante décadas un “contacto sistemático” o un “contacto confidencial” al que se le asignó el nombre clave de “Líder”. Durante la campaña de 1970, el KGB aportó 400 mil dólares al Partido Comunista y otros 50 mil para uso personal de Allende. En los años siguientes hubo más entregas personales. El KGB también entregó centenares de miles de dólares a órganos de prensa afines al Partido Comunista. Tanto la Unión Soviética como Cuba, Alemania del Este y Checoslovaquia aumentaron el personal militar de sus embajadas durante los años de Allende. Pero el hecho más notorio fue la visita que realizó Fidel Castro a fines de 1971. La visita iba a durar diez días, pero se extendió del 10 de noviembre al 4 de diciembre. Durante su estadía, Fidel le regaló una metralleta a Allende y un modelo idéntico al principal dirigente del MIR. Las arengas revolucionarias que realizó en esos días comprometieron seriamente la imagen del gobierno. Hoy se sabe que había molestias en el propio entorno de Allende. El intento de construir una vía chilena al socialismo convirtió a ese país en un importante escenario de la Guerra Fría. La CIA intervino y también lo hicieron muchos otros. Por otra parte, aun cuando la CIA haya querido influir, dif ícilmente hubiera podido movilizar a los centenares de miles de chilenos que participaron de las huelgas. La carestía, la inflación descontrolada y la prepotencia de los grupos armados que actuaban en nombre del gobierno le hicieron más daño a Allende que los más oscuros agentes encubiertos. Finalmente, se ha dicho que el fracaso de la Unidad Popular se debió al bloqueo económico que le impuso Estados Unidos. Y es verdad que Estados Unidos cortó los créditos a Chile, presionó a sus aliados para que no compraran cobre chileno e influyó sobre instituciones como el BID o el Banco Mundial. Pero la hostilidad del gobierno de Nixon solo sirvió para diversificar las fuentes de financiamiento. La deuda externa chilena pasó de 2,6 a 3,5 mil millones de dólares entre 1970 y 1973. En el momento de su caída, Allende disponía de créditos a corto plazo por un monto que era dos veces y media superior al que tenía cuando asumió. Las tasas que debía pagar eran más altas, pero el riesgo había aumentado. El problema que destruyó al gobierno de Allende era interno y era político: se
trata de la desproporción entre los objetivos buscados y el respaldo ciudadano con que contaba. Allende era un político experimentado y entendía el problema, pero no pudo solucionarlo: todo intento de acordar con la oposición conducía a conflictos dentro de la coalición de gobierno, y casi cualquier decisión orientada a mantener la unidad de la coalición tenía el efecto de encrespar a la oposición. Allende creyó durante algún tiempo que su experiencia política y su encanto personal le permitirían sortear esos peligros. Pero la tarea resultó imposible. Según algunos analistas, Allende vio con claridad lo que ocurría pero no aceptó ninguna de las dos salidas fáciles que tenía: abandonar totalmente la legali-
dad, como proponían el MIR y buena parte de su propio partido, o buscar un acuerdo parlamentario al precio de romper la Unidad Popular. Víctima de la polarización política que él mismo había contribuido a crear, adoptó finalmente una actitud de tragedia griega: supo cuál sería su destino, pero no hizo nada para evitarlo. Para sus defensores, fue un héroe del socialismo democrático que dio la vida por sus ideas. Para sus críticos, fue un presidente que decidió ignorar las reglas básicas del arte de gobernar, ya sea por debilidad de sus convicciones democráticas o porque sobreestimó su capacidad de maniobra. En cualquier caso, aun los peores errores que haya cometido no justifican lo que ocurrió.
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Por Félix Luna
PRÓXIMO FASCÍCULO
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Perón y Evita en su mejor hora: al fondo, muy joven, el futuro dictador Videla. real. En cambio, en 1972/73 Perón contaba con demasiados apoyos. Eso tornaba endebles sus fundamentos políticos, erosionados por conflictos sin solución razonable. Él mismo los había buscado, mimado y consentido. Y cuando asumió por tercera vez la presidencia, no supo qué hacer con esas pesadas cargas, cada vez más incontrolables. No es injusto suponer que, de haberse prolongado su vida, Perón habría actuado igual que Videla: el atroz rol que jugó la Triple A en vida del líder así lo acredita. Una vez más, la muerte ahorró ese sucio trabajo en aras de su imagen, y hoy la historia acusa a los militares del Proceso de los mismos delitos que, probablemente, hubiera perpetrado el líder justicialista. Es un extraño caso, el de Perón. Probablemente su figura provocará análisis y polémicas más largas y apasionadas que las que encendieron Rosas o Sarmiento. Porque todo en Perón es debatible. Fue
un dictador, pero democráticamente elegido. Se burló de las libertades públicas, pero dentro del marco legislativo que un congreso adicto le había votado. Planteó una “tercera posición” que en los hechos nunca cumplió. Durante su exilio pareció radicalizarse, pero nunca al extremo de alarmar a Estados Unidos. Fue un político tan eximio como inescrupuloso. Con sus errores y pecados, con sus logros y aciertos, Perón es un tramo indispensable de nuestra historia contemporánea, una etapa cuyos efectos siguen teniendo vigencia en la política argentina. Aunque solo fuera por esto, su memoria merece nuestro respeto.
Félix Luna es uno de los historiadores más reconocidos de Argentina. Fundador y director de la revista Todo es Historia, publicación de divulgación histórica que sale desde hace 40 años. También es autor de El 45, la trilogía Perón y su tiempo, Soy Roca y la Historia integral de los argentinos, entre otros. Con Ariel Ramírez compuso la letra de La Navidad Nuestra, Mujeres argentinas y Cantata Sudamericana. Es miembro de la Academia Nacional de la Historia y de la Academia Nacional de Ciencias Politicas de Argentina.
| AMÉRICA LATINA EN LLAMAS
Los Estados Unidos desde Nixon a Reagan
HISTORIA RECIENTE
El retorno de Perón en 1972/73 a la Argentina es un caso raro en la historia latinoamericana. Solo Velasco Ibarra y Getulio Vargas se le asemejan formalmente. Pero no es poca cosa que un gobernante que debe abandonar su país solo y vilipendiado, regrese dieciocho años después aclamado por una inmensa mayoría. Fue un fenómeno muy complejo el de esta transición política, que comprende desde el recuerdo de los años felices transcurridos bajo la hegemonía de Perón, hasta la torpeza del gorilismo que, con matices, prolongó su acción desde la Revolución Libertadora hasta Lanusse. Sea como fuere, cuando Perón volvió, se había convertido en un mago que resolvería todos los problemas, daría satisfacción a todos los sectores, mediaría exitosamente en todos los conflictos. Una vez más, Perón fue acompañado por la suerte: murió antes de que la radical contradicción de sus apoyos (juventud peronista versus sindicatos) llegara a su crisis. Fue la misma suerte que, en último análisis, tuvo en 1955, cuando su derrocamiento lo salvó de verse obligado a hacer las drásticas rectificaciones que reclamaba urgentemente su política económica. Suerte que le venía de lejos, puesto que en 1946, cuando asumió la presidencia, la Argentina era acreedora de Gran Bretaña, le sobraban divisas y vivía un estado de plena ocupación. Pero la “fortuna” no siempre militó al lado de la “virtú”. Perón fue excesivamente duro con sus opositores y le importaron poco las instituciones y las libertades públicas: tardó dieciocho años, los de su exilio, en entender los beneficios de la tolerancia y el pluralismo. Pero también hay que reconocer que, no obstante el retroceso de los usos republicanos bajo su hegemonía, Perón dio un impulso al igualitarismo y al sentido democrático de la vida. Perón cayó en 1955 porque sus arbitrariedades y contradicciones lo fueron aislando cada vez más de sustentación
historiareciente
CONTRATAPA
Perón: una visión desde Argentina
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historiareciente
julio ‘07
1940 | 1950 | 1960 | 1970 | 1980 | 1990 | 2000
25 FASCÍCULOS
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DESDE HIROSHIMA A LAS TORRES GEMELAS
CARTER Y LOS DERECHOS HUMANOS / REAGAN: EL ACTOR QUE GANÓ LA GUERRA FRÍA
HISTORIA RECIENTE
| ESTADOS UNIDOS DESDE NIXON A REAGAN
RICHARD NIXON: ENTRE MAO Y WATERGATE
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Estados Unidos desde Nixon a Reagan
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HISTORIA RECIENTE
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ÍNDICE DEL FASCÍCULO
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Tres décadas vertiginosas
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RECUADROS RICHARD M. NIXON P. 7 / LA CRISIS DEL PETRÓLEO P. 8 / HENRY KISSINGER P. 9 / CARL BERNSTEIN Y BOB WOODWARD P. 10 / GRENADA P. 15 /EL ESCÁNDALO IRÁN-CONTRAS P. 16 /BALAS Y HUMOR P. 17 / NORIEGA P. 18 / BIBLIOGRAFÍA P. 19 / CONTRATAPA. GARGANTA PROFUNDA P. 20.
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Richard Nixon: La mano dice una cosa, la cara dice otra.
Los veinte años que van desde comienzos de los setenta hasta inicios de los noventa fueron un período de grandes cambios para Estados Unidos. Al principio, la situación no podía ser peor. La Guerra de Viet Nam había terminado en derrota y había traumatizado a toda una generación. Las atrocidades cometidas durante el conflicto habían arruinado la imagen internacional del país. La economía sufría presiones inflacionarias e iba camino a una recesión. El movimiento de derechos civiles, las protestas estudiantiles, el fortalecimiento del movimien-
to pacifista y una larga serie de tragedias civiles habían crispado la convivencia. Una ciudadanía que tradicionalmente había confiado en sus líderes los miraba ahora con desconfianza y disgusto. La llegada de un presidente fogueado y enérgico hizo pensar en la posibilidad de una recuperación. Y el nuevo gobierno efectivamente dio pasos audaces, como retirar las tropas de Viet Nam, restablecer relaciones con China o firmar el primer tratado de control de armas con la Unión Soviética. Pero el estilo hostigador y divisivo de Richard Nixon también exacerbó las tensiones internas. Las cosas terminaron muy mal cuando estalló un inmenso escándalo político
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INTRODUCCIÓN
HISTORIA RECIENTE
Gerald Ford y Ronald Reagan: dos presidentes republicanos.
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1970
[...] Llegados los ochenta, un republicano con pasado de actor consiguió convertirse en uno de los presidentes más exitosos de la historia estadounidense. En el correr de sus dos presidencias, Ronald Reagan impulsó una formidable recuperación económica y, de la manera más contundente imaginable, ganó la Guerra Fría. Un país que a principios de los setenta parecía al borde del derrumbe, se había conver-
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tido en los noventa en la única potencia planetaria.
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que involucró al propio presidente. Nixon debió elegir entre la renuncia y la destitución. Los estadounidenses nunca habían vivido algo semejante. A fines de los setenta, un presidente que tenía fama de ineficaz consiguió mejorar la inserción internacional de Estados Unidos. La política de derechos humanos de James Carter permitió recuperar algo de la autoridad moral perdida y puso a la defensiva a la Unión Soviética. Los estadounidenses ya no pedían perdón por Viet Nam. Ahora apoyaban a la democracia en América Latina y denunciaban la falta de libertad en el mundo comunista.
Llegados los ochenta, un republicano con pasado de actor consiguió convertirse en uno de los presidentes más exitosos de la historia estadounidense. En el correr de sus dos presidencias, Ronald Reagan impulsó una formidable recuperación económica y, de la manera más contundente imaginable, ganó la Guerra Fría. Un país que a principios de los setenta parecía al borde del derrumbe, se había convertido en los noventa en la única potencia planetaria.
Richard M. Nixon.
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RICHARD NIXON LLEGÓ A LA CASA BLANCA EN un momento poco envidiable. Estados Unidos venía acumulando decenas de miles de muertos en Viet Nam. El enemigo estaba ganando la guerra y dos países vecinos, Laos y Camboya, iban camino a ser comunistas. El régimen de Viet Nam del Sur era un aliado cada día vez débil y menos confiable. La opinión pública nacional e internacional condenaba las atrocidades contra la población civil, los bombardeos indiscriminados, el uso de napalm y de exfoliantes químicos. No mucha gente hubiera querido llegar a la Casa Blanca en esas condiciones. Pero Nixon quería. Su enorme ambición personal, su fascinación por el poder y su disposición a hacer lo que hiciera falta para vencer los problemas lo hacían verse a sí mismo como el hombre adecuado para la circunstancia. Por cierto, no le faltaba experiencia. A los 53 años de edad, era un político fogueado en mil batallas. Dos décadas atrás había entrado en la Cámara de Representantes y se había convertido en un miembro notorio del Comité de Actividades Anti-Estadounidenses. Ya entonces había mostrado un estilo hostigador y una rudeza de métodos que lo convertían en un rival temible. En 1950 había llegado al Senado y en 1952, a los 39 años, había conseguido ser el compañero
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Tres décadas vertiginosas
de fórmula del general Eisenhower. En enero de 1953, Eisenhower se convirtió en el primer presidente republicano en veinte años y Nixon fue su vicepresidente. Tras haber perdido las elecciones contra Kennedy en 1960, Nixon volvió a ser candidato presidencial del Partido Republicano en 1968. Se había vuelto un duro crítico de la conducción de la guerra en Viet Nam y prometió “paz con honor”. Era una manera de reconocer que la victoria no era posible y que había que retirar las tropas. Esta vez ganó las elecciones, pero lo que hizo tras asumir como presidente en 1969 no fue exactamente lo que había prometido. Al mismo tiempo que aceleraba la reducción de tropas en el terreno, inició una campaña de bombardeo masivo sobre Camboya y Laos. El objetivo era cortar las líneas de abastecimiento, reagrupamiento y transporte usadas por los norvietnamitas (lo que en la época se llamaban “los santuarios”). Estados Unidos no estaba en guerra con Laos ni con Camboya. Tampoco existía una autorización parlamentaria genérica, como la que habilitaba las acciones en Viet Nam. Más aun, existían compromisos formales de respetar la neutralidad y la integridad territorial camboyanas. Para aplicar su estrategia de bombardeo fuera de los límites vietnamitas, Nixon hubiera debido pedir la autorización legal del Congreso. Pero no fue eso lo que hizo. En lugar de pedir permiso, ordenó que las operaciones militares fueran secretas. Pronto se sabría que eso formaba parte de su estilo de gobierno. A Nixon le gustaba administrar la distancia entre lo que decía públicamente y lo que realmente hacía, no vacilaba en ignorar las normas para aumentar su poder de decisión y sentía una atracción casi patológica por las acciones encubiertas. El intenso bombardeo sobre Camboya desestabilizó al gobierno de ese país y le facilitó las cosas a la guerrilla de Pol Pot. La prolongación de las acciones militares aumentó el número de bajas y generó grandes protestas en Estados Unidos. Pronto hubo muertos en acciones de represión policial contra estudiantes. Pero Nixon siguió postergando la promesa de terminar con la guerra e hizo cosas que no habían hecho sus predecesores, como bombardear duramente Hanoi, la capital de Viet Nam del Norte. Mientras tanto, se mantenía activo en el frente interno. El esfuerzo de guerra y la marcha general de la economía estaban aumentando el déficit del gobierno y habían puesto en rojo la balanza comercial. Para compensar el desequilibrio se estaban imprimiendo dólares, con la
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consecuencia de reducir el respaldo en oro de los billetes. En 1970, las reservas de oro del gobierno solo permitían cubrir el 22 por ciento del circulante. Para los economistas, ese era un límite que amenazaba la credibilidad. Varios países (con Francia a la cabeza) empezaron a presentar sus billetes y a exigir que se cumpliera la promesa legal de cambiarlos por lingotes. Nixon reaccionó el 15 de agosto de 1971, suspendiendo la obligación del gobierno de convertir los dólares en oro. La decisión era un golpe definitivo al sistema económico acordado al fin de la Segunda Guerra Mundial, durante la Conferencia de Bretton Woods. En aquella reunión se había establecido el dólar como moneda de referencia, se había acordado una equivalencia de 35 dólares por onza de oro y se habían fijado tasas de cambio para las demás monedas. La decisión de Nixon terminó con ese sistema. Pocos años más tarde, casi todas las monedas de Occidente estaban flotando, es decir: su valor en relación a las demás monedas dependía exclusivamente de la oferta y la demanda. El principal instrumento de política monetaria que habían usado los gobiernos tras la Segunda Guerra había dejado de existir. El mundo que conocemos hoy es en buena medida un resultado de aquella decisión tomada en 1971. El fin de la convertibilidad y otras medidas complementarias, como una congelación transitoria de precios y salarios, le dieron a Nixon el oxígeno necesario para no caer en la hiperinflación. Eso le permitió concentrarse en las decisiones políticas, que eran las que más le gustaban. En diciembre de 1970 creó la Agencia de Protección Ambiental e instaló un organismo responsable de velar por la seguridad y la salud en los lugares de trabajo. También apoyó programas orientados a compensar los efectos de la segregación racial (la llamada “acción afirmativa”). Uno de esos programas aseguraba la incorporación de afroamericanos a la industria de la construcción. Otro permitió inscribir a dos millones de niños negros en escuelas racialmente integradas. Pero al mismo tiempo se opuso al transporte obligatorio de escolares, con lo que mantuvo el apoyo del electorado más conservador. Sus medidas en política interior lo mostraron como un presidente más centrista de lo que sus adversarios esperaban, aunque siempre aceptable para la derecha republicana. En julio de 1969 vivió un momento de gran popularidad, cuando la nave Apolo 11 condujo a los primeros hombres a la Luna. Era la materialización de un sueño del presidente
John F. Kennedy, pero fue Nixon quien estuvo en el portaaviones para recibir a los astronautas. Sus mayores logros, sin embargo, vinieron de la política exterior. El 17 de noviembre de 1969 se iniciaron las primeras negociaciones sobre control de armas entre estadounidenses y soviéticos. Al año siguiente hubo resultados, pero el momento culminante se produjo el 26 de mayo de 1972, cuando Nixon viajó a Moscú para firmar con Leonid Brezhnev un tratado llamado SALT (acrónimo de la expresión en inglés: Strategic Arms Limitation Treaty Agreement). El acuerdo congelaba el número de bases de lanzamiento de misiles en ciertas categorías específicas y creaba condiciones para limitar el crecimiento de otras. Si bien no se reducía la cantidad de cabezas nucleares, era la primera vez que se lograba un avance desde el inicio de la Guerra Fría. El acuerdo favoreció el clima de distensión y trajo algo de alivio a un mundo que se sentía amenazado. La firma del SALT fue un logro importante, pero estuvo lejos de ser el único. A fines de los años sesenta, las relaciones entre China y la Unión Soviética se habían deteriorado al punto de llegar a una guerra fronteriza. Nixon y su influyente asesor de seguridad nacional, Henry Kissinger, vieron el conflicto como una oportunidad. Un acercamiento con China permitiría meter una cuña en el bloque socialista, obligaría a los dirigentes soviéticos a prestar más atención a la competencia con Pekín y, tal vez, permitiría reducir la ayuda que Mao estaba enviando a Viet Nam del Norte. Buscar un acuerdo con China podía parecer descabellado, porque Mao era el más antioccidental de los dirigentes comunistas. Pero el régimen de Pekín tenía sus propias razones para buscar un acuerdo. Por una parte, China y la Unión Soviética estaban en una dura competencia por aumentar su influencia internacional, tanto dentro como fuera del bloque comunista. Un entendimiento con Estados Unidos le daría a China una relevancia que aun no tenía. Por otra parte, la desestalinización iniciada por Khrushchev era una amenaza para Mao, que seguía siendo un representante de la línea dura. Ganar independencia frente a Moscú era una manera de neutralizar cualquier influencia desestabilizadora. Por último, Mao, al igual que Nixon, tenía necesidad de mostrarse ante sus propios gobernados como un líder dotado de visión y de capacidad de mando. En julio de 1971, Nixon envió secretamente a Kissinger para que iniciara negociaciones. En octubre de ese año, la Asamblea de las Naciones Unidas
Richard M. Nixon Nació en California el 9 de enero de 1913. Estudió Derecho y en la Segunda Guerra Mundial se desempeñó como teniente de la marina. Se casó en 1940 con Pat Ryan y tuvo dos hijas. En 1946 entró a la Cámara de Diputados y en 1950 llegó al Senado. En 1953 asumió como vicepresidente de Estados Unidos. No se llevó bien con el presidente Eisenhower, pero le dio a la vicepresidencia una jerarquía que no había tenido. En 1962 fue candidato del Partido Republicano contra el demócrata John F. Kennedy. Durante esa campaña se produjeron los primeros debates televisivos entre candidatos presidenciales. Kennedy y sus asesores supieron manejar mejor los recursos que ofrecía el nuevo medio de comunicación, lo que los ayudó a ganar la elección. Los republicanos denunciaron la compra de votos y la existencia de fraude, pero no consiguieron probarlo. Tras pasar varios años trabajando como abogado, en 1968 protagonizó un exitoso retorno a la política que lo llevó a buscar nuevamente la presidencia. Durante la campaña se presentó como un candidato que expresaba el descontento de la “mayoría silenciosa” ante el debilitamiento de los valores tradicionales y la expansión de la cultura hippie. Prometió “paz con honor” en Viet Nam. Triunfó sobre el demócrata Hubert Humphrey por menos del 1 por ciento de los votos. Asumió el 20 de enero de 1969. Nixon era un político experimentado y dueño de un inmenso talento táctico, pero tenía una personalidad conflictiva y manipuladora. Sentía fascinación por el secreto y lo dominaba la paranoia: creía estar rodeado de enemigos capaces de todo y se sentía autorizado a utilizar cualquier arma para neutralizarlos. Se consideraba a sí mismo un “realista”, pero los demás lo veían como un inescrupuloso. Odiaba a demasiada gente y era demasiado fácil de odiar. El escándalo de Watergate terminó con su presidencia: prefirió renunciar antes de ser humillado por la legión de enemigos que tenía en el Congreso. En el momento de abordar el helicóptero que lo sacaba de la Casa Blanca, en un último gesto de desafío, hizo el signo de la victoria con las dos manos y sonrió como un triunfador. Pasó el resto de su vida escribiendo libros en los que intentaba reconstruir su imagen. Sus sucesores en la Presidencia lo consultaron con alguna frecuencia, pero prefirieron mantenerlo a distancia. Solo Clinton le permitió entrar de nuevo a la Casa Blanca. Mientras tanto, la divulgación de antiguas grabaciones confirmaba su participación en actos de espionaje, en el financiamiento ilegal de campañas y en oscuros complots internacionales. Murió el 22 de abril de 1994, a los 81 años de edad.
La crisis del petróleo El 6 de octubre de 1973 estalló la Guerra de Yom Kippur entre Israel y los países árabes. El conflicto empezó con un ataque sorpresa por parte de las tropas egipcias y sirias, y terminó con una contraofensiva israelí que llegó hasta el Canal de Suez. El éxito israelí se debió en parte a méritos propios y en parte a la ayuda militar y logística de Estados Unidos. Los materiales de guerra (que incluían tanques, artillería y municiones) llegaron en aviones que despegaban de Estados Unidos, hacían escala en Portugal y aterrizaban en Israel. Como respuesta a esas acciones de apoyo, los países árabes decidieron un embargo de petróleo. La medida implicaba la interrupción inmediata del suministro a Estados Unidos, Japón y algunos países de Europa Occidental. El precio del crudo se cuadruplicó en el curso del siguiente año. La escasez afectó dramáticamente a las economías occidentales. En Estados Unidos, las importaciones de petróleo de origen árabe pasaron de 1,2 millones de barriles diarios a 19 mil barriles. La balanza comercial de los países importadores de petróleo se desequilibró, lo que generó una ola de recesión e inflación. La prensa de la época mostraba largas co-
las de autos frente a las estaciones de servicio (un espectáculo que los países desarrollados no veían desde la Segunda Guerra Mundial). En varios países se limitó el uso de vehículos, estableciendo días de circulación según el número final de la matrícula. También aparecieron los límites de velocidad en las carreteras como medida para bajar el consumo, y se inauguraron los cambios de hora para aprovechar la luz del sol. El embargo se levantó en marzo de 1974, pero los precios demoraron mucho en bajar (en 1979, el barril estaba a 80 dólares). Durante esos años, el mundo cambió para siempre. La industria del petróleo se hizo más eficiente y empezó a explotar nuevos yacimientos (por ejemplo, bajo el mar). La industria automotriz dio un giro hacia la elaboración de autos que optimizaran el consumo (el camino lo marcaron los japoneses, que se beneficiaron con la crisis). También se inició la búsqueda de fuentes alternativas como la energía nuclear o solar, y se desarrollaron nuevos usos de combustibles como el gas. El aumento del precio del crudo terminó con treinta años de crecimiento en Europa e introdujo temas desconocidos hasta entonces, como el desempleo crónico.
1969-1971
cronología
1969
13 de junio: el New York Times inicia la publicación de los “papeles del Pentágono” 30 de junio: la Suprema Corte de Justicia protege el derecho del New York Times y del Washington Post a publicar los “papeles del Pentágono”.
8
1971-1972
15 de agosto: el presidente Nixon elimina la convertibilidad del dólar al oro.
20 de enero: Richard Nixon asume como presidente de Estados Unidos. 20 de julio: la misión Apolo 11 coloca al primer hombre en la Luna.
1971
régimen aumentó, pese a los esfuerzos de Moscú por impedirlo. Al final de su primer período de gobierno, Nixon podía considerarse un presidente exitoso. Y así era como lo veían los estadounidenses. En las elecciones del 7 de noviembre de 1972 fue reelecto con un aplastante 60,7 por ciento de los votos, frente a un 35,5 por ciento del demócrata George McGovern. Nixon ganó en todos los estados que componen Estados Unidos, excepto Massachusetts. Nixon había obtenido un gran respaldo popular, pero las cosas no se presentaban sencillas. Al menos dos hechos ocurridos antes de las elecciones lo habían dejado sin margen para seguir postergando la salida de la guerra. El primero de esos hechos había pasado a mediados de 1971, cuando Australia y Nueva Zelanda decidieron retirar las tropas que tenían en Viet Nam desde el inicio del conflicto. La decisión había sido una respuesta a los bombardeos secretos ordenados por Nixon y a las crecientes presiones de la opinión pública. Estados Unidos se iba quedando solo en el terreno. El segundo acontecimiento adverso había ocurrido el 13 de junio de ese mismo año, cuando el New York Times inició la publicación de una serie de artículos de gran impacto. Detrás de esos artículos había una larga historia cuyo protagonista se llamaba Dan Ellsberg. Ellsberg era un alto funcionario que había estado en Viet Nam en 1961, y otra vez entre 1967 y 1968. Tras haber ejercido responsabilidades importantes en la embajada en Saigón, Ellsberg se había ido transformado en un opositor a la guerra. Creía que los presidentes anteriores habían tomado malas decisiones y percibía que Nixon había caído en la misma trampa que ellos: nadie quería ser el presidente que admitiera el fracaso y ordenara la retirada. Entonces Ellsberg decidió hacer algo. Durante la segunda mitad de 1969, fue sacando partes de un documento confidencial que había sido encargado por el anterior secretario de Defensa, Robert McNamara. A lo largo de miles de páginas, el informe contaba
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exterior era un error conceptual. No importaba que China fuera una dictadura ni que fuera comunista. Lo importante era que un entendimiento con Mao abría interesantes perspectivas para Estados Unidos. La dirigencia china demostró una mentalidad igualmente pragmática. Ni el sistema económico de Estados Unidos, ni su histórico anticomunismo, ni las décadas de discurso propio en contra del capitalismo y del imperialismo, fueron obstáculo para que un sonriente Mao recibiera a Nixon diciéndole: “Yo voté por usted”. Tal como Nixon y Kissinger esperaban, la Unión Soviética reaccionó aumentando los esfuerzos de distensión para no quedar más lejos de Washington de lo que estaba China. Y tal como Mao esperaba, el peso internacional de su
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decidió entregar a China comunista la silla que hasta entonces había ocupado Taiwán. (Estados Unidos abogó por la presencia de ambas representaciones, pero su cambio de actitud llevó a muchos países a retirar su apoyo al régimen de Chiang Kai-shek). En febrero de 1972, Nixon capturó la atención del mundo al viajar a Pekín para encontrarse con Mao. Desde entonces las relaciones entre ambos países mejoraron y la Unión Soviética tuvo un nuevo dolor de cabeza. La “jugada china” era un típico movimiento del equipo formado por Nixon y Kissinger. Los dos hombres se veían a sí mismos como realistas que estaban a salvo de la moralina dominante en el Departamento de Estado. Para ellos, dejar que las consideraciones morales influyeran en las decisiones de política
1972
21 de febrero: Nixon llega en visita oficial a la China comunista. 26 de mayo: Nixon y Brezhnev firman en Moscú el tratado SALT. 17 de junio: cinco hombres son arrestados en las oficinas del Partido Demócrata, en el edificio Watergate. 7 de noviembre: Nixon triunfa holgadamente en las elecciones presidenciales.
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crudamente la historia de la guerra y dejaba mal parada a mucha gente. Ellsberg retiraba partes del documento al irse a su casa, los fotocopiaba y los devolvía a la mañana siguiente. Durante 1970, Ellsberg intentó sensibilizar a varios interlocutores. Empezó por Henry Kissinger, siguió con el senador Fulbright y llegó hasta el propio Gorge McGovern, que se preparaba para enfrentar a Nixon en las elecciones. Pero Kissinger desestimó el asunto y los demás tuvieron razones para no comprometerse. Entonces Ellsberg contactó al New York Times, que inició una serie de notas explosivas. Los informes del Times confirmaron, por ejemplo, que nunca había existido el segundo incidente del Golfo de Tonkín, que había sido invocado para justificar las primeras medidas de guerra bajo la administración Johnson. Había nacido un escándalo político que se conocería con el nombre de “los papeles del Pentágono”. Los documentos habían sido producidos antes de que Nixon asumiera como presidente, de modo que no lo afectaban. Pero las revelaciones causaron dos efectos en la opinión pública. En primer lugar, reforzaron la idea de que la Guerra de Viet Nam era un conflicto perverso, en el que Estados Unidos jamás hubiera debido entrar. El otro efecto consistía en alimentar la desconfianza que los estadounidenses habían empezado a sentir hacia sus propios gobernantes. Nixon y su entorno creían que ese clima de recelo era una pérdida respecto del pasado y una amenaza para cualquier gobierno. De modo que la Casa Blanca hizo todo lo que pudo para frenar la publicación de los documentos. Pero, el 30 de junio de 1971, la Suprema Corte de Justicia respaldó el derecho del Times y del Washington Post (que había iniciado su propia serie de informes) a seguir adelante con la publicación de los materiales. Al igual que sus predecesores, Nixon no quería convertirse en el presidente que “perdiera” el sudeste asiático a manos de los comunistas. Pero, con su habitual realismo, concluyó que ese objetivo no era alcanzable y decidió actuar. Pocos
a la guerra (los dos Viet Nam seguían combatiendo) y no conseguía ocultar la derrota americana. Pero era el final de una tragedia insostenible. Muchos admiraron el manejo de los tiempos de Nixon. Había negociado durante meses, pero solo había firmado el acuerdo tras asegurarse el triunfo en las elecciones. Se trataba sin duda de un trago amargo, pero llegaba en el momento menos malo. La impresión era que Nixon podía esperar un segundo
Henry Kissinger Cuando nació en Alemania, el 27 de mayo de 1923, se llamaba Heinz Alfred Kissinger. En 1938 su familia se trasladó a Nueva York para escapar a las persecuciones nazis contra los judíos. En 1943 se hizo ciudadano estadounidense, pero nunca perdió su acento germano. Durante la Segunda Guerra trabajó como traductor en un cuerpo de inteligencia del ejército. Luego estudió en Harvard, donde también enseñó. En los años sesenta se incorporó al Partido Republicano. En 1968 fue designado asesor de Seguridad Nacional del recién electo presidente Nixon. Luego fue secretario de Estado y se mantuvo en el puesto durante la presidencia de Gerald Ford. Fue de los pocos políticos cercanos a Nixon que salieron indemnes del escándalo de Watergate. Kissinger fue la figura dominante de la política exterior estadounidense entre fines de los sesenta y fines de los setenta. Se hizo famoso por sus logros espectaculares, como el establecimiento de relaciones con China comunista. Su humor inteligente y sus aventuras con estrellas de cine lo convirtieron en un favorito del periodismo. Hacía chistes sobre su fealdad, pero decía que “el poder es el mayor afrodisíaco”. Toda su vida fue un cultor del realismo político (“Realpolitik”), al que consideró el único camino válido en las relaciones internacionales. El núcleo de su teoría es que en política internacional no existen buenos ni
malos, sino regímenes diferentes que deben encontrar la manera de coexistir. Por esta razón, la política internacional no debe ser vista exclusivamente como un juego donde cada uno intenta debilitar o destruir al adversario, sino como un juego en el que también hay lugar para la cooperación. Su enfoque pragmático le permitió cerrar tratos con la Unión Soviética y establecer relaciones amistosas con el régimen de Mao. Pero su obsesión por lograr resultados también lo llevó a tramar golpes de estado en varios países del tercer mundo, incluyendo el Chile de Allende. Una de sus frases más conocidas a propósito de Chile deja en evidencia su inmensa capacidad de cinismo: “No podemos sentarnos a mirar cómo un país cae en manos de los comunistas solo a causa de la irresponsabilidad de sus ciudadanos”. En 1973, tras haber firmado los acuerdos que pusieron fin a la intervención norteamericana en Viet Nam, recibió el Premio Nobel de la Paz. Para algunos fue un reconocimiento justo a un hombre que conseguía resultados allí donde otros fallaban. Para otros fue una mancha en la historia del Premio, ya que se honró a un Maquiavelo contemporáneo que nunca respetó el derecho internacional ni vaciló en sostener regímenes que violaban los derechos humanos. Desde hace años se dedica a la actividad privada, pero ha sido hombre de consulta de varios gobiernos.
1973
1973
1973
días después de haber inaugurado su segundo período como presidente, anunció que se había llegado a un acuerdo de paz con las autoridades de Viet Nam del Norte. El documento se firmó en París el 23 de enero de 1973 y una semana después empezó el retorno de las últimas tropas. También fueron liberados los prisioneros de guerra estadounidenses que estaban oficialmente en manos del régimen de Hanoi. El acuerdo estaba muy lejos de ser perfecto: no ponía fin
20 de enero: Nixon inicia su segundo mandato como presidente. 23 de enero: se firman los acuerdos de París. Estados Unidos sale de la Guerra de Viet Nam. 30 de abril: Nixon se ve obligado a aceptar la renuncia de dos de sus principales colaboradores como consecuencia del caso Watergate. 17 de mayo: la comisión de investigación del Senado empieza sus sesiones televisadas en torno al caso Watergate.
1973
19 de mayo: Archibald Cox es designado fiscal independiente para investigar el comportamiento del presidente en el caso Watergate. 13 de julio: Alexander Butterfield revela que existe un sistema para grabar las conversaciones en el despacho del presidente. 18 de julio: Nixon ordena que el sistema de grabaciones de la Casa Blanca sea desconectado. 23 de julio: Nixon se niega a entregar las grabaciones.
6 de octubre: Egipto y Siria atacan a Israel. Empieza la guerra de Yom Kippur. 10 de octubre: Spiro Agnew renuncia a la vicepresidencia de Estados Unidos. 17-23 de octubre: los países de la OPEP deciden un embargo de petróleo contra Estados Unidos, Japón y varios países occidentales. Empieza la crisis del petróleo. 20 de octubre: Nixon destituye al fiscal Cox y a varios funcionarios.
Carl Bernstein y Bob Woodward El 17 de junio de 1972, Carl Bernstein tenía 28 años y Bob Woodward 29. Ambos trabajaban en el influyente Washington Post, pero eran dos perfectos desconocidos. Tal vez por eso, el editor Ben Bradlee les asignó un caso poco prometedor: cinco hombres habían sido detenidos tras haber entrado de noche en el edificio Watergate. Allí funcionaban las oficinas del Partido Demócrata. Probablemente fueran simples ladrones, pero valía la pena verificarlo. Bernstein y Woodward vieron enseguida que no era un caso común. Los antecedentes de los detenidos y el lugar donde habían sido encontrados sugerían un móvil político. De modo que iniciaron una investigación que los fue haciendo subir en la escala del poder hasta llegar a la Casa Blanca. Los dos periodistas conseguían información confidencial, pero debían confirmarla en varias fuentes antes de considerarla confiable. Una de esas fuentes era una figura de alto rango que proporcionó datos cruciales a cambio de preservar su
1973-1974
anonimato. Bernstein y Woodward se referían a ella como “Garganta Profunda”. En 1973, el Washington Post ganó el Premio Pulitzer por el caso Watergate. En 1974, los dos periodistas publicaron el libro Todos los hombres del presidente, que contaba los pormenores de la investigación. La obra fue llevada al cine dos años más tarde, protagonizada por Robert Redford y Dustin Hoffman. Bernstein dejó el diario en 1976 para trabajar en la cadena ABC y en la revista Time. También enseñó en la Universidad de Nueva York. Woodward trabaja hasta hoy en el Washington Post. En los años posteriores, ambos publicaron libros. Bernstein es autor de Los días finales (un relato de la caída de Nixon), una biografía del Papa Juan Pablo II y otra muy reciente sobre Hillary Clinton. Woodward escribió doce libros y participó en otras dos investigaciones periodísticas que ganaron el Pulitzer. Cuando “Garganta Profunda” reveló su identidad en el año 2005, los dos periodistas volvieron a colaborar en un libro titulado El hombre secreto.
1974-1975
6 de diciembre: Gerald Ford asume como vicepresidente de Estados Unidos. 1974
en la que reconocía haber participado de una operación encubierta ordenada por altos mandos políticos. También informaba que no era la primera vez que habían entrado al edificio. Lo que parecía un asunto judicial se convirtió en un escándalo político que condujo a la intervención del Congreso. Poco a poco, las piezas fueron encajando. Durante la campaña electoral se había creado un grupo clandestino al que se conocía como “los plomeros”. Ese equipo, que incluía a varios antiguos miembros de la CIA, debía realizar trabajos sucios que aseguraran el triunfo republicano. Una de sus tareas era encontrar información que pudiera perjudicar a los demócratas. Con ese fin habían entrado varias veces a las oficinas desde las que se dirigía la campaña. Según el testimonio de algunos de los involucrados, estaban buscando documentos que confirmaran la existencia de fondos enviados por Fidel Castro en favor de organizaciones controladas por los demócratas (un rumor que nunca se verificó). Según la versión más ampliamente aceptada, estaban colocando micrófonos en los teléfonos, fotografiando documentos y buscando cualquier cosa que pudiera hacer daño. En los meses siguientes, Bernstein y Woodward fueron denunciando la participación de altas figuras del gobierno. También el New York Times hizo aportes decisivos a la investigación. El 30 de abril de 1973, Nixon se vio obligado a aceptar la renuncia de Bob Haldeman y John Ehrlichman, dos de sus colaboradores más íntimos. Ambos serían acusados más tarde y terminarían en prisión. También debió destituir a uno de sus consejeros, John Dean, cuyo testimonio posterior sería enormemente destructivo. En mayo fue nombrado un fiscal independiente al que se le asignó la tarea de investigar el caso. Su trabajo se sumó al que realizaba una comisión especial del Senado, cuyas audiencias eran televisadas. Se estima que un 85 por ciento de los estadounidenses llegó a seguir sus sesiones. El 13 de julio, un miembro de la comisión investigadora le preguntó a un alto funcionario si existía algún registro de las conversaciones mantenidas en la Casa
27 de julio: la Cámara de Representantes pone en marcha el proceso para destituir a Nixon.
17 de marzo: los países de la OPEP, con excepción de Libia, deciden el fin del embargo de petróleo.
30 de julio: la Casa Blanca entrega las grabaciones solicitadas por la justicia.
30 de abril: la casa Blanca entrega transcripciones de las grabaciones solicitadas.
9 de agosto: Nixon renuncia. Gerald Ford asume como presidente.
15 de junio: Bernstein y Woodward publican Todos los hombres del presidente.
8 de setiembre: Gerald Ford otorga el perdón presidencial a Nixon.
24 de julio: la Suprema Corte de Justicia ordena al presidente entregar las grabaciones.
1975
29 de abril: se realiza la operación de evacuación “Viento Frecuente” en Saigón.
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impresos, dos cámaras de fotos, cuarenta rollos de película, un equipo de radio capaz de captar la frecuencia de la policía y sofisticados equipos de grabación. Las averiguaciones ulteriores revelaron que todos ellos, al igual que dos cómplices que fueron identificados más tarde, eran o habían sido empleados del Comité de Reelección de Nixon. Varios tenían antecedentes de participación en acciones encubiertas de la CIA. Dos periodistas del Washington Post intuyeron que había algo grande escondido e iniciaron una investigación que duraría dos años. Se llamaban Carl Bernstein y Bob Woodward. En enero de 1973, cuando la atención pública estaba concentrada en los acuerdos de París, se inició el juicio en una corte de Washington. Pocas semanas más tarde, uno de los acusados escribió una carta al juez John J. Sirica,
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período tranquilo y tan rico en resultados como el primero. Nadie en esos días fue capaz de pronosticar que le esperaba un infierno. El proceso que terminó por destruir la presidencia de Nixon había empezado antes de las elecciones en las que había sido reelecto. El 17 de junio de 1972, en plena campaña electoral, se había producido lo que a primera vista parecía un hecho policial: cinco hombres habían sido descubiertos por un guardia nocturno en un edificio de Washington llamado Watergate, donde el Partido Demócrata había instalado su cuartel general. Inicialmente se los describió como ladrones y el episodio fue calificado como “un robo de tercera categoría”. Pero los cinco hombres no eran ladrones ni la acción parecía un robo. En el momento de ser detenidos, los intrusos cargaban 2.300 dólares en billetes recién
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1975-1979
30 de abril: Saigón cae en manos del ejército de Viet Nam del Norte. 1977
20 de enero: James Carter asume como presidente de Estados Unidos.
1978
17 de setiembre: se firman los acuerdos de Camp David.
1979
18 de junio: James Carter y Leonid Brezhnev firman en Viena el acuerdo SALT II. 4 de noviembre: la embajada de Estados Unidos en Teherán es asaltada. Se inicia la crisis de los rehenes.
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Blanca. Alexander Butterfield respondió que el presidente Nixon había ordenado instalar un sistema de micrófonos capaces de registrar lo que se conversaba en el Salón Oval y en otras dependencias. Desde entonces se habían acumulado centenares de horas de grabaciones. La revelación tuvo consecuencias inmediatas: Archibald Cox, el fiscal independiente, pidió que se entregaran las grabaciones correspondientes a ocho fechas específicas para verificar algunos de los testimonios recogidos. Nixon se negó a hacerlo invocando razones de seguridad nacional y ordenó que se desconectara el sistema. Pero el juez John Sirica determinó que el presidente debía entregar los registros y una corte de apelaciones lo respaldó. La respuesta de Nixon consistió en destituir a Cox, lo que condujo a una cadena de renuncias y despidos. En el Congreso hubo reacciones indignadas y se presentaron varias iniciativas para poner en marcha el proceso de destitución del presidente. En los meses siguientes, la Casa Blanca aceptó difundir una versión escrita y editada de las conversaciones. La Cámara de Representantes exigió que se entregaran las cintas, a lo que Nixon siguió negándose. Pero bastó la lectura de las transcripciones entregadas para confirmar lo que muchos habían dicho en los interrogatorios: Nixon seguía personalmente el proceso de investigación y participaba en los intentos de bloquearla. Las transcripciones mostraban además a un hombre extremadamente agresivo, que usaba un lenguaje ofensivo y vulgar para dirigirse a sus colaboradores y hablar de sus adversarios. Pronto quedó claro que un pasaje crucial había desaparecido. La Casa Blanca hizo un intento desesperado y explicó que eso se debía a errores de manipulación por parte de una secretaria. Pero la versión fue rápidamente desacreditada. Cada día tomaba más peso la imagen de Nixon como un político que recurría a cualquier método para cubrir sus maniobras. El 24 de julio de 1974, la Suprema Corte de Justicia falló por unanimidad en contra del presidente y ordenó entregar las grabaciones. El 27 de julio, la comisión de la Cámara de Representantes
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Bernstein y Woodward en la redacción del Washington Post.
recomendó por 27 votos contra 11 iniciar el proceso de destitución del presidente por obstrucción a la justicia. El 29 y el 30 de julio aprobó otras resoluciones que agregaban los cargos de abuso de poder y desprecio al Congreso. El 30 de julio Nixon entregó los registros originales. A esa altura, sus más fieles defensores anunciaban uno tras otro que no se opondrían a poner en marcha el proceso de destitución. Todos los cálculos indicaban que se contaba con los votos parlamentarios para destituir al presidente. El 8 de agosto, Nixon se dirigió a sus conciudadanos en cadena de televisión y anunció que renunciaría a medianoche. El 9 de agosto, se convirtió en el primer presidente de la historia de Estados Unidos en dejar el cargo antes de concluir su período. Su carta de renuncia, dirigida al secretario de Estado Henry Kissinger, decía simplemente: “Por la presente renuncio al cargo de presidente de Estados Unidos. Atentamente, Richard Nixon”. La caída de Nixon fue un momento crítico para Estados Unidos. Un país que venía de perder una guerra y sufría las consecuencias de la crisis del petróleo, asistía a la destitución de un presidente que había cometido actos ilegales. Esta
acumulación de hechos catastróficos era para muchos la prueba de una decadencia irreversible. Con el paso del tiempo, sin embargo, el caso Watergate pasó a ser un motivo de orgullo. Ciertamente Nixon había incurrido en actos deplorables, pero eso no era lo más importante. Antes y después de ese período, los medios de comunicación han revelado la existencia de hechos oscuros en muchos gobiernos de muchos países del mundo. Lo que empezó a verse como excepcional en el caso Watergate, fue que la prensa libre y la justicia independiente hubieran podido tumbar al presidente del país más poderoso del mundo. Los jóvenes periodistas Bernstein y Woodward no terminaron fusilados ni en un campo de concentración, sino convertidos en héroes de cine. La Suprema Corte de Justicia había chocado duramente con el gobierno, pero lo que había caído era el gobierno y no la Suprema Corte de Justicia. La división de poderes, la libertad de prensa y los mecanismos de representación habían exhibido una excelente salud. Nada de esto salvaba al propio Nixon. El ex presidente intentó defenderse du-
1985-1989
1980
24 de abril: fracasa un intento de rescate de los rehenes en Teherán.
1985
11 de marzo: Mikhail Gorbachov asume como premier de la Unión Soviética.
1981
20 de enero: Ronald Reagan asume como presidente de Estados Unidos. Son liberados los rehenes en Irán.
1986
3 de noviembre: un diario libanés revela la existencia de un intercambio secreto de armas por rehenes entre Irán y Estados Unidos.
30 de marzo: un desequilibrado atenta contra la vida del presidente Reagan. 6 de octubre: Anwar El Sadat es asesinado en El Cairo. 1983
25 de octubre: tropas de Estados Unidos invaden Grenada.
25 de noviembre: destitución de Oliver North. 1989
20 de enero: George H. Bush asume como presidente de Estados Unidos. 9 de noviembre: cae el muro de Berlín.
1989-2005
20 de diciembre: tropas de Estados Unidos invaden Panamá. 1991
25 de diciembre: Boris Yeltsin asume como presidente de Rusia.
1993
20 de enero: George H. Bush asume como presidente de Estados Unidos.
1994
22 de abril: muere Richard Nixon.
2004
5 de junio: muere Ronald Reagan.
2005
31 de mayo: Mark Felt reconoce ser “Garganta Profunda”.
sivamente listas de enemigos. La opinión pública nunca lo perdonó.
GERALD FORD: EL PRESIDENTE IMPROBABLE Lyndon B. Johnson fue un gran fabricante de frases célebres. Pero, entre todas las que inventó, ninguna ha sido tan repetida como la que dijo a propósito de Gerald Ford: “No puede caminar en línea recta y masticar chicle al mismo tiempo”. (La versión original era más subida de tono, pero fue suavizada por la prensa). Afable, dialogante y negociador, Ford había dedicado su juventud a practicar deportes, había pasado sin mayor gloria por una facultad de derecho y había sido miembro del Congreso durante un cuarto de siglo (desde 1949 hasta 1973) sin presentar jamás un proyecto de ley
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rante años, diciendo que se había aplicado contra él una doble vara de medida: todos hacían cosas sucias, pero solo él había sido acusado. Nixon también sostuvo que su política de secreto era una necesidad justificable: “Sin secreto –escribió– no habría existido la apertura de China, ni el tratado SALT con la Unión Soviética, ni el acuerdo que terminó la Guerra de Viet Nam”. Pero casi todos entendieron que Nixon había confundido la razonable discreción que pueden exigir ciertas iniciativas políticas con la pérdida de todo control. Estaba tan fascinado con su propia habilidad política que había olvidado cómo funciona una democracia sana. El proceso de Watergate lo había mostrado además como un hombre paranoico y resentido, que ocupaba sus energías en actividades tales como escribir compul-
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Nixon abandona la Casa Blanca tras la renuncia.
digno de mención. Para que ese hombre llegara a ser presidente de Estados Unidos hicieron falta no uno, sino dos golpes de suerte. El primero se produjo el 10 de octubre de 1973, cuando Spiro Agnew, el compañero de fórmula de Nixon, debió renunciar al cargo de vicepresidente como resultado de un escándalo. Eran los tiempos de Watergate, pero no fue Watergate lo que terminó con Agnew. Sus crímenes eran económicos y tenían que ver con procedimientos poco escrupulosos cuando había sido gobernador del estado de Maryland. Agnew fue acusado de evadir impuestos, aceptar coimas y lavar dinero. Nixon, que ya tenía suficientes problemas, no hizo nada para apoyarlo. Agnew debió renunciar al cargo y, tras largos años de procesos judiciales, tuvo que devolver unos 270 mil dólares al tesoro estatal. Nixon se había quedado sin vicepresidente y, a la hora de elegir uno, decidió inclinarse por alguien que no le hiciera competencia dentro del gobierno. Fue así que pensó en Gerald Ford. Lo que Nixon no sabía entonces era que, menos de un año después, él mismo se vería obligado a renunciar como consecuencia del caso Watergate. Ese fue el segundo golpe de suerte que llevó a Ford a la presidencia. Entrar a la Casa Blanca en agosto de 1974 no era fácil. La institución presidencial estaba en su peor momento y la imagen de la dirigencia republicana estaba en ruinas. Para peor, el nuevo presidente llegaba al puesto por un camino extremadamente sinuoso. Tal vez su única fortaleza era que no se engañaba al respecto. En su discurso inaugural dijo: “Soy agudamente consciente de que ustedes no me han elegido presidente con sus votos, de modo que les pido que me confirmen con sus oraciones”. Pocas semanas después, Ford tomó la decisión más controvertida de su carrera: el 8 de setiembre de 1974 otorgó un perdón incondicional a Richard Nixon por todos los crímenes que hubiera podido cometer en el ejercicio de la presidencia. El perdón de Ford ponía al antiguo presidente a salvo de la inmensa cadena de juicios que lo esperaba. La oposición acusó a Ford y a los republicanos de estar protegiendo la corrupción y el abuso de poder. La prensa más influyente afirmó que la decisión aniquilaba la credibilidad del nuevo presidente. Muchos comentaristas señalaron que, mientras los antiguos funcionarios de la administración Nixon
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marchaban a la cárcel, el principal responsable quedaba libre de culpa. El secretario de prensa de Ford (y su amigo de muchos años) renunció al cargo como protesta. La indignación no se mitigó pese a que Ford aprobó al mismo tiempo una amnistía que favorecía a quienes habían escapado al reclutamiento durante la Guerra de Viet Nam. Ford era plenamente consciente de que se estaba autodestruyendo. Como el propio Nixon diría más tarde, firmar esa resolución era aceptar “el beso de la muerte”. Pero Ford no actuaba por simpatía ni fidelidad personal: muchos testimonios confirman que, en sus conversaciones privadas, era extremadamente crítico de su predecesor. Mientras Nixon clamaba su inocencia, Ford decía que el perdón era pertinente porque Nixon era culpable, y que al haber aceptado el perdón había reconocido esa culpabilidad. Las discusiones sobre las verdaderas intenciones de Ford se prolongan hasta hoy. Algunos sostienen que otorgó el perdón como parte de una negociación política. Es una historia verosímil, pero no explica qué pudo ofrecer Nixon en su momento de mayor debilidad, ni por qué alguien intentaría llegar a presidente para aniquilar su propia imagen. Otros sostienen que Ford quiso cerrar rápidamente la crisis (aunque él pagara el costo) para proteger a la institución presidencial. No habría actuado pensando en Nixon sino en el cargo. Otros todavía sostienen que Ford actuó por simple piedad hacia un hombre que estaba en el piso. Como sea, la decisión tuvo costos terribles para él y para su partido. En las elecciones parlamentarias de 1974, los republicanos fueron vapuleados. El Partido Demócrata aumentó su bancada en la Cámara de Representantes de 291 a 435 legisladores. La mayoría superior a dos tercios les permitía levantar cualquier veto presidencial y aprobar enmiendas constitucionales sin negociar con el gobierno. En el Senado, los demócratas pasaron a ocupar sesenta asientos de los cien disponibles. Nixon era mucho más responsable que Ford de la debacle. Pero en esas elecciones Ford perdió por primera vez su banca en el Congreso, y dos años después perdió las elecciones nacionales frente a un modesto candidato demócrata llamado James Carter. Luego de abandonar la Casa Blanca, su carrera política se extinguió. Durante la presidencia de Ford se produjo la derrota definitiva de Viet Nam
del Sur a manos de Viet Nam del Norte. Ford no hizo nada para impedirlo, pero ordenó que se organizara la evacuación del personal estadounidense y de la mayor cifra posible de colaboradores vietnamitas. La operación “Viento Frecuente”, iniciada el 29 de abril de 1975, fue la mayor evacuación en helicópteros que se realizó en la historia. A continuación, Ford ordenó que la séptima flota estadounidense se apostara en el límite de las aguas territoriales para rescatar a todos los vietnamitas que quisieran huir por mar. La operación, llamada “Vida Nueva”, rescató a unas 110 mil personas. La suerte ayudó a Ford a llegar a la presidencia, pero no lo ayudó a gobernar. Sus años se recuerdan como un período de inflación y de recesión: el producto bruto de Estados Unidos tuvo su peor caída en un cuarto de siglo. La inflación y la desocupación aumentaron. Sus políticas hicieron que el déficit del gobierno creciera un 13 por ciento entre 1976 y 1977. En un discurso pronunciado a principios de ese año dijo unas palabras que son un buen resumen de su gobierno: “El estado de la Unión no es bueno... Estamos en dificultades”. Ford fue la única persona que ejerció la presidencia de Estados Unidos sin haber sido electo para presidente ni para vicepresidente. Murió el 26 de diciembre de 2006.
JAMES CARTER Y LA MORALIZACIÓN DE LA POLÍTICA En la campaña de 1976 surgió un candidato muy distinto a todo lo que se había visto recientemente en la Casa Blanca. James Carter era un dirigente demócrata de Georgia, en el Sur profundo, que se había desempeñado como gobernador entre 1971 y 1975. Aunque había recibido formación de ingeniero y había comandado submarinos, era conocido como un pequeño productor rural que enseñaba religión en la escuela dominical de su condado. Lo que se sabía de él y su propio aspecto f ísico lo convertían en la imagen misma de un político local ajeno a los manejos de Washington. Cuando lanzó su campaña, su nombre apenas era conocido por el 2 por ciento de los electores. Era un mal punto de partida para enfrentarse al presidente en ejercicio. Pero los medios se interesaron en el personaje y los votantes, cansados de tanta sofisticación sin escrúpulos,
decidieron darle una oportunidad. Llegadas las elecciones, Carter obtuvo el 50 por ciento de los votos frente a un 48 por ciento de Ford. La diferencia era pequeña pero el efecto era grande: por primera vez desde 1964, un demócrata había sido electo presidente. El 20 de enero de 1977 Carter asistió a una ceremonia religiosa y, tras haber asumido como presidente, recorrió a pie el trayecto que va del Capitolio a la Casa Blanca (algo que no se hacía desde Jefferson). Sus primeras decisiones consistieron en reducir el personal de la Casa Blanca y ordenar a los ministros que se movilizaran en sus coches particulares. En su primer mes de gobierno recortó el presupuesto militar en seis mil millones de dólares. Lo que siguió, sin embargo, no estuvo a la altura de las expectativas. Carter fue rápidamente visto como un presidente débil e ineficaz, que convivía con los problemas en lugar de resolverlos. Sus valores morales no alcanzaban para convertirlo en un buen gobernante. La imagen del nuevo presidente se erosionó muy rápido y le impidió hacerse reelegir en las elecciones de 1980. En Estados Unidos eso es visto como un grave fracaso. Los defensores de Carter argumentan que le tocó un tiempo particularmente dif ícil. La economía llevaba años casi sin crecer y el déficit del gobierno se contaba en decenas de miles de millones de dólares. La inflación era alta y la situación internacional inestable. Tuvo además la mala suerte de que estallara la peor crisis energética desde 1974: los cortes en la producción decididos por los países exportadores de crudo hicieron subir los precios y generaron escasez. Nuevamente aparecieron las colas de autos ante las estaciones de servicio. Carter respondió con una política que combinaba las medidas de ahorro (hizo bajar la calefacción en todos los edificios públicos y en los comercios) con el desarrollo de fuentes alternativas de energía (ordenó instalar paneles solares en la Casa Blanca). Pero la sustitución de fuentes de energía sólo podía tener efecto a mediano plazo, mientras que las medidas restrictivas se percibían de inmediato. Para peor, el invierno de 1976-1977 fue el peor que vivió Estados Unidos en muchos años. En un clima de tensión creciente, Carter destituyó a cinco ministros en un solo día. Su idea era dar la imagen de un presidente enérgico, pero la ciudadanía sospechó que el gobierno se tambaleaba. La crisis petrolera hizo subir aun más la inflación, que alcanzó dos dígitos.
había estado administrado por ellos, pero los plazos previstos en los contratos se habían cumplido y el régimen del general Omar Torrijos reclamaba la zona. La entrega fue duramente criticada en Estados Unidos, porque se entendía que se estaba poniendo un recurso de primera importancia estratégica en manos de un régimen autoritario y corrupto. Pero Carter siguió adelante con la negociación y los efectos fueron positivos. Por una parte, Estados Unidos mostró una conducta muy diferente a la de Gran Bretaña en el Canal de Suez. No hubo nada parecido a la actitud de una antigua potencia colonialista, y eso mejoró la imagen internacional del país. Por otra parte, y contra lo que muchos vaticinaban, los panameños demostraron ser capaces de hacer una buena gestión del canal, tanto en lo técnico como en lo económico. El régimen de Torrijos ya no existe, pero el canal sigue operando sin dificultades. Un segundo logro de política exterior se produjo el 18 de junio de 1979, cuando el presidente Carter y el premier soviético Leonid Brezhnev firmaron en Viena un acuerdo de reducción de armas llamado
SALT II. El acuerdo prolongaba los esfuerzos negociadores de los presidentes Nixon y Ford. Su objetivo era reducir la cantidad de rampas y submarinos que permitían lanzar misiles intercontinentales, así como la reducción de bombarderos de largo alcance y de cabezas nucleares. Carter y Brezhnev llegaron a firmar el documento, pero Carter se encontró con un Congreso hostil que temía un debilitamiento estratégico de Estados Unidos. Esa resistencia se convirtió en bloqueo cuando, seis meses después, la Unión Soviética invadió Afganistán. Los temores al expansionismo soviético se reavivaron y la imagen de Carter como un presidente ingenuo se consolidó. El acuerdo nunca fue ratificado, pero tanto Estados Unidos como la Unión Soviética cumplieron sus términos. Pero el mayor logro internacional de Carter fueron los acuerdos de Camp David, firmados el 17 de setiembre de 1978. En ese momento Carter logró lo que nadie había conseguido antes: reunir en una mesa de negociaciones a uno de los principales líderes del mundo árabe (Anwar El Sadat, presidente de Egipto y heredero político de Nasser) y al primer
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Las tasas de interés se dispararon hasta llegar a los niveles más altos en la historia de Estados Unidos. El efecto fue una caída de las inversiones y un aumento del desempleo. Su política para contener el déficit lo llevó a vetar resoluciones del Congreso que aumentaban el gasto público, lo que generó tensiones con su propia bancada. También aumentó los impuestos para financiar la seguridad social. Algunas medidas que tomó, como la desregulación de los transportes aéreos y terrestres, tuvieron efectos positivos para los consumidores, pero el clima general de insatisfacción le impidió cosechar beneficios políticos. De las tres grandes reformas que había anunciado al asumir (reforma de la administración, del sistema impositivo y del sector energético) solo pudo hacer avances significativos en la primera. Los malos resultados de la política interna tenían como complemento una exitosa política exterior. En setiembre de 1977, el gobierno de Carter firmó un tratado que aseguró la transferencia del Canal de Panamá a manos de los panameños. El canal había sido construido por estadounidenses y desde entonces
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Sadat, Carter y Begin celebrando los acuerdos de Camp David.
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ministro israelí Menachem Begin (un hombre que había usado las armas contra los británicos y contra los árabes). Las negociaciones se extendieron durante dos semanas y estuvieron a punto de fracasar varias veces. Sadat y Begin se tenían tanta antipatía que casi no hablaban entre sí. Pero ambos estaban acompañados de negociadores expertos y Carter hizo lo que mejor sabía hacer: presionó constantemente sobre los dos líderes con enfáticas apelaciones personales. De hecho, prácticamente impuso la regla de que nadie abandonaría Camp David hasta que no se lograra un acuerdo. Finalmente se llegó a un entendimiento. La fórmula tenía varios componentes, pero incluía una novedad que asombró al mundo: Israel aceptaba retirar sus tropas y sus colonos de la península del Sinaí para devolvérsela íntegramente a Egipto. El gobierno egipcio, por su parte, reconocería formalmente al Estado de Israel. Por primera vez en la historia, un estado árabe admitía la existencia del estado judío. El acuerdo rompió para siempre la unidad del frente anti-israelí, y abrió posibilidades de diálogo inexistentes hasta entonces. Fue un inmenso éxito diplomático de Carter, pero fue también la culminación de un largo trabajo político de Sadat, que había preparado el camino que condujo a las negociaciones. El presidente egipcio pasó a ser visto como un traidor por buena parte del mundo árabe, pero le dio a su país un inmenso protagonismo y abrió una senda que podía traer la paz para Medio Oriente. En 1978, Sadat y Begin ganaron el Premio Nobel de la Paz por haber firmado los acuerdos. Carter recibió el mismo premio en 2002, en buena medida como reconocimiento a lo que había hecho entonces. Pero entre medio de esas dos fechas, el 6 de octubre de 1981, Sadat fue asesinado por fundamentalistas islámicos que se habían infiltrado en el ejército egipcio. Había pagado caros sus esfuerzos por buscar la paz, pero la situación de Medio Oriente, y de Egipto en particular, nunca volvería a ser la misma que antes de su gobierno. Los logros de Carter en política exterior no tenían mucho que envidiar a los de Kissinger. Pero eso no impidió que los estadounidenses lo vieran como un incompetente también en este terreno. La causa principal fue una crisis que se arrastró durante demasiado tiempo y le hizo un daño inconmensurable
En febrero de 1979, una revolución liderada por el ayatollah Khomeini derrocó al emperador de Irán, Mohammed Reza Pahlevi, que había sido durante años un firme aliado de Estados Unidos. El gobierno de Carter no hizo nada para impedir la revolución pero otorgó asilo al monarca y a su familia. La decisión generó un inmediato foco de tensión con el nuevo gobierno iraní. El 4 de noviembre de ese año, la embajada de Estados Unidos en Teherán fue invadida por estudiantes armados. Medio centenar de funcionarios estadounidenses fueron tomados como rehenes. La situación se prolongó durante 444 interminables días y se convirtió en un calvario para el gobierno de Carter. El peor momento llegó el 24 de abril de 1980, cuando una operación de rescate terminó en un desastre: dos helicópteros chocaron entre sí mientras volaban sobre el desierto y ocho soldados estadounidenses murieron antes de haberse enfrentado con nadie. Las fallas operativas no eran responsabilidad de Carter, pero la idea de que era incapaz de resolver problemas se hizo más fuerte que nunca. Hubo, sin embargo, un aspecto de su política internacional que trajo grandes beneficios, aunque eso no se percibiera de inmediato. Carter no se sentía satisfecho con la política de contención hacia la Unión Soviética, ni se identificaba con la política de disuasión nuclear. Como alternativa, propuso una política exterior centrada en la defensa de los derechos humanos. Estados Unidos debía constituirse en un ejemplo de democracia para el mundo y debía buscar aliados entre quienes practicaran los mismos valores. La política exterior no debía centrarse en el poder sino en la virtud. La formulación podía sonar ingenua pero estaba lejos de serlo. Por una parte, Carter había comprendido que una política exterior exitosa debía apoyarse en un consenso interno. Estados Unidos había contado con esa clase de consenso en épocas anteriores (por ejemplo, durante el período de aislacionismo o en los años de lucha contra Hitler), pero la Guerra de Viet Nam y el culto del maquiavelismo habían impedido que los ciudadanos pudieran identificarse con causas comunes. Si Estados Unidos quería tener una presencia internacional fuerte, tenía que empezar por reconstruir el consenso interno. Y la defensa de los derechos humanos conectaba con valores que estaban profundamente enraizados en la historia del país.
Grenada En 1979 hubo un golpe de estado en la pequeña isla de Grenada, ubicada en el Mar Caribe. El líder del golpe era Maurice Bishop, un dirigente político que había estudiado en Londres. Bishop disolvió el Parlamento, instaló un gobierno de partido único y anunció que su objetivo era construir el socialismo. En los meses siguientes impulsó una serie de medidas sociales que incluían atención sanitaria gratuita, reparto de leche entre los niños y construcción de escuelas. También intentó poner en práctica un sistema de granjas colectivas. Bishop estableció relaciones amigables con el bloque comunista y puso en marcha un plan de obras públicas con apoyo cubano. El plan incluía la construcción de un aeropuerto de ciertas dimensiones. Bishop afirmaba que era necesario para que la isla pudiera atraer turistas, pero la CIA sostenía que era parte de un plan para abastecer de armas a las guerrillas centroamericanas. También había sospechas de que se estaba construyendo una base de submarinos, aunque nadie tenía pruebas. En octubre de 1983 Bishop viajó a Estados Unidos para atenuar los temores que se habían generado. Pero la ausencia fue aprovechada por uno de sus ministros para organizar un nuevo golpe de estado. Cuando Bishop volvió fue puesto bajo arresto domiciliario y poco después fue ejecutado. El nuevo hombre fuerte, Bernd Coard, anunció la construcción de una forma de socialismo más radical que la de Bishop. Dos semanas más tarde, tropas norteamericanas desembarcaron en Grenada. El 25 de octubre de 1983, bajo la presidencia de Reagan, la isla fue invadida por siete mil soldados norteamericanos, junto a otros 300 provenientes de Antigua, Barbados, Dominica, Jamaica, Santa Lucía y San Vicente. Enfrente encontraron a 1.500 soldados granadinos, unos 740 cubanos (de los cuales sólo 43 eran militares), 49 ciudadanos soviéticos, 24 coreanos del norte, 16 alemanes orientales, 14 búlgaros y 3 libios. En los combates murieron 19 soldados americanos y otros 109 fueron heridos. Entre los granadinos hubo unos cien muertos y unos 350 heridos. También murieron 25 cubanos. La invasión tuvo como justificación un pedido de ayuda de la Organización de los Estados del Caribe, pero muchas voces dentro de Estados Unidos negaron el valor de la excusa y denunciaron que la invasión se realizó sin declaración de guerra previa. La acción también fue condenada por la primera ministra Margaret Thatcher, dado que Grenada es miembro del Commonwealth británico. Las fuerzas estadounidenses se retiraron a mediados de diciembre, luego de dejar en el poder al antiguo gobernador general de Grenada, Paul Scoon. Los esfuerzos del presidente Carter por mejorar la imagen internacional de Estados Unidos acababan de sufrir un duro golpe.
El escándalo Irán-contras El gobierno de Reagan tenía dos problemas. Por una parte, quería apoyar a la guerrilla contrarrevolucionaria que enfrentaba al régimen sandinista de Nicaragua. Todavía eran tiempos de la Guerra Fría, y un gobierno marxista en Centroamérica era una preocupación. Pero el Congreso había prohibido toda ayuda a los “contras” nicaragüenses, porque quería evitar cualquier pendiente que deslizara al país hacia un nuevo Viet Nam. Por otra parte, en el lejano Líbano se había producido una situación similar a la que había vivido Carter: el movimiento islamista Hezbollah había capturado treinta rehenes, seis de los cuales eran estadounidenses. Alguien en la administración Reagan pensó que los dos problemas podían resolverse de un solo golpe. El esquema era simple: la guerrilla Hezbollah respondía al régimen islamista de Irán, e Irán necesitaba armas para su guerra contra Irak. Si Estados Unidos se las proveía, podía pedir a cambio que el gobierno iraní presionara para que los rehenes fueran liberados. El problema era que esa venta de armas no podía hacerse a la luz del día, porque iba en contra de la política de Washington: Irán era un país hostil a Estados Unidos y el aliado en la región era Irak. Además era probable que existieran obstáculos legales. De modo que la idea solo podía aplicarse en secreto. La operación generaría dinero “sucio”, que no podía registrarse en ninguna contabilidad, pero justamente ese dinero podía servir para financiar a los “contras” de Nicaragua. Dos pájaros, un solo tiro. La primera venta se concretó en julio de 1985, con la participación del gobierno israelí en calidad de intermediario. Entre febrero y noviembre de 1986 hubo otros embarques, ya sin ninguna intermediación. Un teniente coronel llamado Oliver North, que trabajaba para el Consejo de Seguridad Nacional, se
ocupó de concretar las ventas y de transferir el dinero a la “contra” nicaragüense. El 3 de noviembre de 1986, un diario libanés reveló la existencia de un acuerdo secreto de armas a cambio de rehenes. Pocos días después, el gobierno iraní confirmó la noticia. El presidente Reagan negó al principio la existencia del canje, pero el 13 de noviembre apareció en la televisión para dar una versión diferente: la venta de armas existía y él estaba al tanto. El objetivo no era liberar a los rehenes sino abrir una nueva etapa de entendimiento con el régimen iraní. El 21 de noviembre, Oliver North entregó documentación que confirmaba su participación en la operación, así como la del almirante John Poindexter (un asesor de Reagan en temas de seguridad nacional). El 25 de noviembre se supo que el dinero había sido utilizado para apoyar a la “contra” nicaragüense. Ese mismo día renunció Poindexter y Oliver North fue separado del cargo. Como respuesta al deterioro de la situación, el presidente Reagan aceptó la creación de una comisión investigadora dirigida por John Tower, un antiguo senador republicano por Texas. El resultado de las investigaciones condujo al procesamiento de diez miembros del gobierno, incluyendo a Oliver North, John Poindexter y el secretario de defensa Caspar Weinberger. Hubo además una cadena de destituciones y renuncias. Pero el presidente Reagan salió indemne. El informe final lo critica por no haber tenido suficiente control sobre su Consejo de Seguridad Nacional, pero lo exime de otras responsabilidades. Muchos vieron en esa conclusión el resultado de un acuerdo político. En el siguiente gobierno, presidido por el vicepresidente de Reagan, George H. Bush, el ex senador Tower fue propuesto como secretario de Defensa. Pero en el Senado se recordó su gestión al frente de la comisión investigadora y no hubo votos para su venia.
En aquellos años Carter fue acusado de estar abandonando a amigos y de ser inconsistente en la aplicación de su política: presionaba sobre países donde los intereses estadounidenses no eran muy fuertes, pero era mucho más prudente en Filipinas o en Corea del Sur. Sin embargo, los efectos de mediano plazo de su estrategia fueron muy favorables para Estados Unidos. En los años ochenta, cuando Carter ya no era presidente, el país había fortalecido su posición internacional y había recuperado legitimidad en los foros internacionales.
RONALD REAGAN: EL VENCEDOR DE LA GUERRA FRÍA Carter fracasó en su intento de ser reelecto en las elecciones de 1980. Quien lo derrotó fue el republicano Ronald Reagan, que obtuvo el 51 por ciento de los votos (Carter recibió el 41 por ciento y el candidato independiente John Anderson alcanzó un honroso siete por ciento de los sufragios). Fuera de Estados Unidos, muchos observadores encontraron curioso que los votantes hubieran elegido a un antiguo actor que había hecho una modesta carrera en Hollywood. Pero Reagan traía a sus espaldas una respetable trayectoria política. En 1966, Reagan había sido electo gobernador de California tras derrotar a un rival que llevaba dos períodos en el cargo. También él gobernó durante dos períodos, hasta que en 1975 decidió no presentarse a un tercero. Gobernar California es un antecedente importante en la carrera de un político estadounidense. Se trata del estado más poblado del país (actualmente supera los 33 millones de habitantes) y es también el de mayor peso económico. Si California fuera un país independiente, sería hoy el octavo más rico del mundo. La economía californiana era más pequeña en los años setenta, pero gobernar ese estado ya era todo un desaf ío político. En 1976, Reagan había competido con el presidente Gerald Ford para ser el candidato del Partido Republicano en las elecciones de ese año. Esa vez le tocó perder por un pequeño margen: Ford obtuvo 1.187 delegados y Reagan 1.070. Pero en 1980 logró la candidatura y vapuleó a Carter a lo largo de toda la campaña electoral. En ese tiempo mostró lo que sería su rasgo distintivo: una enorme capacidad de comunicación y de empatía con sus conciudadanos. Una de las frases más famosas que acuñó durante la campaña fue: “Recesión es cuando tu vecino pierde el trabajo. Depresión es cuando
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La aplicación de la política de derechos humanos enfrentó a Carter a nuevas tensiones, porque lo obligó a retirarle apoyo a viejos aliados en la escena internacional. Por ejemplo, el triunfo sandinista en Nicaragua, ocurrido en 1979, se vio facilitado por la suspensión de toda ayuda militar al dictador Anastasio Somoza, cuya familia tenía una alianza histórica con Estados Unidos. Carter también ejerció presión sobre Sudáfrica para que desmontara su sistema de discriminación racial y enfrió sus relaciones con dictadores como Alfredo Stroessner en Paraguay y Augusto Pinochet en Chile. Las salidas democráticas en Argentina, Uruguay y el propio Chile se vieron favorecidas por las nuevas condiciones políticas.
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La estrategia también aspiraba a que Estados Unidos recuperara algo de la autoridad moral que había perdido tras la Guerra de Viet Nam y luego de haber apoyado a regímenes dictatoriales en distintas partes del mundo. Si el país se convertía en una fuerza favorable a la democracia y los derechos humanos, podría volver a ser visto con respeto y simpatía. Paralelamente, la Unión Soviética tendría crecientes dificultades para justificar sus prácticas represivas. En 1973 se había traducido Archipiélago Gulag (un libro de Alexandr Solzhenitsyn que revelaba las dimensiones de la represión en la Unión Soviética) y la opinión pública mundial estaba sensibilizada con el tema.
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lo pierdes tú. Recuperación es cuando Jimmy Carter pierde el suyo”. Cuando llegó el día de las elecciones, Reagan ganó en 44 estados y Carter en seis. Su primera presidencia empezó el 20 de enero de 1981 y marcó un enorme contraste con el estilo de Carter. El nuevo presidente se presentó como un hombre enérgico y con capacidad de mando, que se proponía lanzar lo que en la época se llamó “una revolución conservadora”. El eje principal de la propuesta era reducir la participación del estado, desregular la economía y estimular la actividad privada. En su discurso inaugural, Reagan dejó en claro que pensaba mantenerse en la línea de sus promesas electorales. “El gobierno –dijo ante los millones de personas que lo escuchaban– no es la solución a nuestros problemas; el gobierno es el problema”. El discurso fue impactante, y no solo por su contenido: mientras Reagan hablaba, eran liberados en Teherán los 52 rehenes que los iraníes mantenían desde hacía más de un año. La política económica impulsada por Reagan a partir de ese día fue una de las más exitosas y controvertidas de la historia estadounidense. Los debates
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en torno a ella duran hasta hoy, pero los hechos fundamentales están fuera de duda. Durante los ocho años que Reagan estuvo en el gobierno, la economía creció en promedio un 3,4 por ciento anual (durante el período Ford-Carter había crecido un 2,8, y durante los años de Clinton crecería un 2,1 por ciento). El ingreso familiar promedio aumentó en unos 4 mil dólares al año. La inflación y el desempleo disminuyeron (se crearon 16 millones de puestos de trabajo). En el momento de entregar el gobierno en 1989, Estados Unidos estaba viviendo su más largo período de crecimiento económico en tiempos de paz. Los debates existen en torno a cómo deben interpretarse estos logros. Los defensores de Reagan afirman que la recuperación económica se debió a la inmensa capacidad de liderazgo del presidente, que pudo poner fin a políticas que se arrastraban desde hacía décadas y sustituirlas por medidas que suelen asociarse al “neoliberalismo”: el gobierno de Reagan bajó significativamente los impuestos, redujo el intervencionismo estatal, recortó programas sociales y apostó a un aumento de la demanda interna. Sus
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Balas y humor El 30 de marzo de 1981, un hombre abrió fuego contra el presidente Reagan, que llevaba poco más de dos meses en el cargo. El propio Reagan, su secretario de prensa James Brady y dos guardaespaldas fueron alcanzados por las balas. Reagan fue empujado por sus custodias dentro de una limusina y llevado de urgencia a un hospital. El presidente tenía un balazo en el pecho pero quiso entrar caminando. En el momento de ingresar a la sala de operaciones, tuvo fuerzas para hacer una broma: “¡Espero que todos ustedes sean republicanos!”. El jefe de cirujanos contestó: “Hoy, señor presidente, todos somos republicanos”. La operación mostró que la bala había pasado a dos centímetros del corazón. James Brady tuvo menos suerte: fue herido en la cabeza y quedó inválido de por vida. Desde entonces se ha convertido en un defensor de la prohibición de armas. El hombre que disparó se llama John Hinckley y resultó ser un desequilibrado. Según declaró, estaba enamorado de la actriz Jodie Foster y organizó el atentado para atraer su atención. Hinckley fue declarado inimputable y encerrado en una clínica psiquiátrica.
Una serie de 25 fascículos publicada por el diario El País con el apoyo del Centro de Estudios Jean-François Revel.
Asistente
Dirección de proyecto
Archivo de El País
Pablo da Silveira
Investigación y redacción
Pablo da Silveira Francisco Faig Félix Luna Enrique Mena Segarra Martín Peixoto
José López Fotografías
Diseño gráfico, armado y corrección
Trocadero Publicación
El País
Impreso en El País Depósito legal: 334.251
no impulsó en esos años nuevos sistemas de defensa que incluían el lanzamiento de misiles desde satélites artificiales (lo que en la época se llamó “la Guerra de las Galaxias”). Sus declaraciones públicas parecían querer provocar un aceleramiento de la carrera armamentista. Fue famoso un discurso que hizo ante el parlamento británico en el que describió a la Unión Soviética como “el imperio del mal”. La dirigencia soviética había hecho un esfuerzo importante a principios de los años ochenta para reducir lo que consideraba su desventaja estratégica. Y los informes de la inteligencia estadounidense confirmaban que la diferencia entre los arsenales se había reducido. Reagan anunció entonces un enorme aumento del gasto militar que tenía como objetivo explícito volver a aumentar las diferencias. Muchos criticaron duramente esa política y anunciaron que su resultado sería un nuevo aceleramiento de la carrera armamentista. Pero no fue eso lo que ocurrió. Los soviéticos simplemente no pudieron seguir el paso. Eran los tiempos de las reformas de Mikhail Gorbachov
Rica fue obligado a descender del ómnibus en que viajaba. Su cabeza apareció en una bolsa del correo norteamericano. El presidente Barletta estaba en Nueva York cuando se produjo el crimen y, presionado por los estadounidenses, prometió que se abriría una investigación. En cuanto volvió a Panamá fue destituido y suplantado por el vicepresidente, Eric Delvalle. Según muchos analistas, ese fue el momento en que los estadounidenses se hartaron de Noriega. Poco después, un antiguo colaborador de Noriega lo acusó públicamente de haber ordenado el asesinato de Spadafora. Estas declaraciones provocaron las primeras manifestaciones de protesta en su contra. Pero el golpe decisivo lo dio la DEA cuando acusó a Noriega de estar implicado en el tráfico de drogas. El presidente Delvalle decidió sustituirlo, pero Noriega llamó a la Asamblea Nacional, que le respondía, a destituir al presidente. Delvalle escapó del país. En 1989 se hicieron nuevamente elecciones. Noriega quiso falsificar una vez más los resultados, pero las fuerzas de oposición denunciaron la maniobra. El ex presidente Jimmy Carter, que estaba como observador, declaró que los resultados oficiales eran el resultado de un robo. En medio de disturbios callejeros, Noriega quiso proclamar a su candidato. Pero el gobierno de Estados Unidos anunció que reconocería como presidente legítimo al candidato de la oposición. En los meses siguientes, Estados Unidos impuso duras sanciones económicas a Panamá. Como
respuesta, las tropas de Noriega iniciaron una campaña de hostigamiento a los civiles estadounidenses residentes en el país y a las tropas estadounidenses que todavía estaban en la zona del canal. Cuando, en diciembre de 1989, uno de esos soldados fue asesinado, el gobierno de George H. Bush decidió invadir. El enorme despliegue de fuerzas que siguió a la decisión hizo pensar a muchos que la operación había sido planificada con mucha anticipación. Noriega buscó refugio en la Nunciatura, pero tras largas negociaciones se entregó. Las tropas estadounidenses lo condujeron a Miami, donde se le inició juicio por tráfico de drogas. El juicio no fue un momento estelar de la justicia norteamericana. Muchas de las pruebas contra Noriega se obtuvieron de jefes del narcotráfico a cambio de dinero y de reducción de condenas. Más tarde, agentes de los servicios de inteligencia de Estados Unidos y de Israel admitieron que algunas de las acusaciones habían sido fraguadas. En 1992, Noriega fue condenado a 40 años de cárcel. En 1999 se le redujo la pena y se estima que saldrá en libertad este año. En 1998, una comisión dirigida por el senador John Kerry declaró que el caso Noriega era uno de los errores más grandes de la política exterior estadounidense.
Noriega La carrera pública de Manuel Noriega empezó a fines de los años setenta, cuando asumió como jefe de la inteligencia militar panameña bajo el gobierno del general Torrijos. De acuerdo a declaraciones de Stansfield Turner, ex director de la CIA, en esa época empezó a trabajar para la agencia de inteligencia estadounidense. En 1981 murió Torrijos, en un accidente de avión. Un antiguo colega de Noriega denunció que había sido un atentado y que Noriega era el responsable, pero la denuncia no se investigó. Torrijos fue sucedido por Rubén Paredes, y Noriega ascendió a jefe de las Fuerzas de Defensa panameñas. En 1983 se promovió a sí mismo a general. En esos años mantuvo excelentes relaciones con Estados Unidos y, según varias fuentes, habría servido de canal para enviar dinero y armas a los “contras” nicaragüenses. Él lo niega hasta hoy. En 1984 hubo elecciones en Panamá. Todo indicaba que el ganador sería el ex presidente Arnulfo Arias, pero Noriega hizo suspender el recuento y proclamó como ganador a Nicolás Ardito Barletta, un protegido suyo. Desde entonces Barletta se ganó el apodo de “Fraudito”. La primera acusación de que Noriega estaba implicado en el tráfico de drogas provino de un panameño, Hugo Spadafora, que había sido ministro de Torrijos y estaba combatiendo en Nicaragua junto al comandante Edén Pastora. Spadafora anunció que volvería a Panamá para sostener la denuncia, pero cuando salía de Costa
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chas durante la campaña electoral. Los críticos señalan además que en esos años aumentó la distancia entre los más ricos y los más pobres y que, si bien aumentó el consumo, también cayó la inversión. Reagan había reducido el gasto social del gobierno, pero no lo había hecho únicamente para equilibrar las cuentas públicas. También dio el paso porque entendía que las políticas de asistencia y de acción afirmativa estaban teniendo efectos contraproducentes: en lugar de ayudar a los beneficiarios a convertirse en ciudadanos responsables y en agentes económicos independientes, creaba una población que solo aspiraba a mantenerse como cliente de los programas de bienestar. Su política era muy diferente de la de Carter, pero en un punto estaba más cerca de su predecesor que de Richard Nixon: las políticas de Reagan, al igual que las de Carter, tenían una inspiración moral. Reagan redujo la cantidad de dinero que se volcaba en los programas sociales, pero aumentó mucho el gasto militar. Su política de defensa se resumía en la consigna: “Paz a través de la fuerza”. El gobier-
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políticas eran convergentes con sus convicciones filosóficas, que afirmaban el valor de la libertad individual, de la responsabilidad personal y de la capacidad de iniciativa. Los resultados económicos respaldaron estas ideas, de manera similar a como ocurrió simultáneamente en la Inglaterra de Margaret Thatcher. Los críticos de Reagan dicen que la prosperidad de esos años no se debió a la desregulación ni a la reducción de impuestos, sino que fue artificialmente creada mediante un aumento irresponsable del déficit del gobierno. Reagan redujo los ingresos del estado pero no recortó igualmente los gastos. Como resultado, el déficit del gobierno (medido como proporción del producto bruto) fue el más alto desde la Segunda Guerra Mundial. La deuda creció más de cuatro veces en pocos años. Estados Unidos pasó de ser el mayor acreedor del mundo a ser el mayor deudor. Este desequilibrio sería la causa de la recesión que se produjo entre 1990 y 1991, que obligó al presidente George H. Bush a aumentar los impuestos pese a las promesas he-
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y la dirigencia del Kremlin conocía bien sus propias debilidades. Décadas de ineficiencia económica y de atraso tecnológico los habían llevado a una posición de fragilidad. De modo que la respuesta del Kremlin no fue embarcarse en una nueva escalada armamentista sino enviar señales conciliadoras. Gorbachov empezó a ofrecer reducciones en el número de armas convencionales y en el arsenal atómico, al tiempo que flexibilizaba sus políticas hacia Europa Oriental. Existe un debate acerca de los móviles de Reagan. Para algunos, detrás de su anticomunismo vociferante había una estrategia: su gobierno sabía que la economía soviética no resistiría un aumento del gasto militar y se propuso forzar las cosas para llevarlas al punto de ruptura. Para otros, los estrategas de Reagan no tenían información sobre el grado real de deterioro de la economía soviética y simplemente tuvieron suerte: sin saberlo, aplicaron la máxima presión en el momento de máxima debilidad del enemigo. Cualquiera sea la explicación correcta, Reagan percibió el cambio de actitud de Gorbachov y modificó de inmediato su estrategia: en lugar de agredirlo, pasó a estimular su política de reformas, a negociar repetidamente con él y a aceptar numerosos acuerdos de reducción de armamento. Los dos líderes se encontraron en Ginebra, en Reykjavik (Islandia), en Washington y en Moscú. Nunca había habido tantos contactos en tan poco tiempo entre los líderes de las dos potencias. Nunca se había producido una corriente tan clara de simpatía personal entre ellos. Nunca había ocurrido que los pueblos de ambos países dieran recepciones tan cálidas al líder del bloque enemigo. En 1989, el año en que Reagan había dejado la presidencia, cayó el muro de Berlín. Muchos vieron ese hecho como el triunfo definitivo de sus políticas. En marzo de 1983 había dicho: “El comunismo es otro capítulo triste y extraño de la historia humana, cuyas últimas páginas se están escribiendo ahora mismo”. Varios años después, el senador demócrata Edward Kennedy afirmó que Reagan será recordado como el presidente que ganó la Guerra Fría. Reagan murió el 5 de junio de 2004, a los 93 años, tras sufrir el mal de Alzheimer durante más de una década. Entre las muchas figuras que llegaron a Estados Unidos para asistir a sus exequias estaba Mikhail Gorbachov. En febrero de 2007, una encuesta de Gallup preguntó a una muestra representativa de la población estadounidense cuál había sido el mejor presidente de la historia. Reagan quedó colocado en segundo lugar, después de Abraham Lincoln.
Reagan en la Sala Oval.
BIBLIOGRAFÍA Bernstein, Serge y Milza, Pierre: Histoire du vingtième siècle, de 1953 à nos jours. París, Hatier, 1991. Bundy, William: A Tangled Web. The Making of Foreign Policy in the Nixon Presidency. Nueva York, Hill and Wang, 1998. Dalleck, Robert: Nixon and Kissinger. Partners in Power. Nueva York, HarperCollins, 2007. Davidson, Philip: Vietnam at War. The History 1946-1975. Nueva York y Oxford, Oxford University Press, 1988. D’Souza, Dinesh: Ronald Reagan. How an Ordinary Man Became an Extraordinary Leader. Nueva York. Touchstone, 1997. Garthoff, Raymond: Détente and Confrontation. American-Soviet Relations from Nixon to Reagan. Washington, Brookings Institution, 1994. Kaufman, Burton y Kaufman, Scott: The Presidency of James Earl Carter Jr. Lawrence (Kansas), The University Press of Kansas, 2006. Kinzer, Stephen: Overthrow. America’s Century of Regime Change, From Hawai to Iraq. Nueva York, Times Books, 2006.
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PRÓXIMO FASCÍCULO
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El 2 de junio de 2005, Bob Woodward publicó un largo artículo en el Post, donde daba su versión de la historia. Había conocido a Felt en 1969 y desde entonces se habían mantenido en contacto. Lo había llamado varias veces para pedirle consejo y lo había usado como fuente en sus primeros pasos como periodista. Cuando estalló el caso Watergate, Felt le había dado pistas que revelaban la gravedad del asunto. Desde entonces lo había utilizado para obtener y chequear información. Woodward describió el método que utilizaban para comunicarse: cuando él quería contactarse con Felt, colocaba una maceta con una bandera roja en el balcón de su apartamento. Cuando Felt quería un encuentro, marcaba con un círculo la página 20 del ejemplar del New York Times que el periodista recibía en su casa. Se encontraban en el nivel más profundo de un estacionamiento subterráneo. Después de conocida la identidad de “Garganta Profunda”, dos preguntas se formularon con insistencia. La primera era: ¿qué llevó a Felt a revelar información que terminó costándole el cargo a un presidente de Estados Unidos? La segunda era: ¿por qué aceptó revelar su identidad tras haberla negado durante tres décadas? Las respuestas dejan entrever la cara menos atractiva del personaje.
Según algunos, Felt filtró la información para proteger al FBI, que corría el riesgo de transformarse en un cómplice de la operación de ocultamiento organizada por Nixon. Pero muchos otros (incluyendo al propio Nixon en su momento) piensan que actuó por venganza: cuando el legendario jefe del FBI Edgar Hoover murió en mayo de 1972, Felt pensó que podía ser su sucesor. Pero Nixon prefirió designar a Pat Grey: un hombre con conexiones políticas pero menos adecuado para el cargo. Felt admite que quedó muy resentido con la decisión, pero niega que ese haya sido su móvil. No todos le creen. Felt decidió hablar tras largas décadas de negaciones porque fue presionado por sus familiares, que querían obtener beneficios económicos. Su estado de salud se deterioraba y estaban apareciendo síntomas de senilidad, de modo que no se podía perder tiempo. Si Felt no daba la noticia, Bernstein y Woodward se quedarían con los beneficios luego de su muerte. Mark Felt nació el 17 de agosto de 1913 y vive en Santa Rosa, California. Tuvo dos hijos que se llaman Joan y Mark. En el año 2005 Bob Woodward publicó un libro titulado: El hombre secreto. La historia de la Garganta Profunda de Watergate.
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La América Latina en las dictaduras
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Durante la investigación que condujo a la caída de Nixon, los periodistas Bernstein y Woodward se beneficiaron de un contacto que tenían en el gobierno. En su libro Todos los hombres del presidente lo describían como “una fuente en el Poder Ejecutivo que tenía acceso al Comité de Reelección del presidente Nixon, así como a la Casa Blanca”. Los periodistas habían prometido mantener su identidad en secreto hasta la muerte del informante, o hasta que él mismo decidiera darse a conocer. Y durante tres décadas cumplieron. A lo largo de todos esos años, la fuente solo fue conocida como “Garganta Profunda”: una referencia a una película pornográfica que hacía mucho ruido en la época. Durante treinta años se tejieron especulaciones sobre la identidad del informante secreto. Entre otros, se manejaron los nombres de John Ehrlichman (un asesor muy cercano a Nixon), el secretario de prensa de la presidencia Ron Ziegler, el director de la CIA William Colby, el juez de la Suprema Corte de Justicia William Rehnquist, el futuro presidente George H. Bush, el general Alexander Haig y hasta el mismísimo Henry Kissinger. Otros sospechaban que se trataba de una ficción en la que convergían varios personajes reales. Bernstein y Woodward se negaban a evaluar las hipótesis. Finalmente, el 31 de mayo de 2005, el sitio web de la revista Vanity Fair publicó un artículo que develaba el misterio: un anciano de 91 años llamado Mark Felt declaraba ser el tipo al que solían llamar Garganta Profunda. En las horas siguientes, Woodward, Bernstein y Ben Bradlee, el editor del Washington Post en la época, hicieron pública una declaración en la que confirmaban la versión: dado que Felt se había señalado a sí mismo, ellos quedaban liberados del secreto que habían guardado durante treinta años. La noticia no sorprendió a los entendidos. Marc Felt había sido señalado varias veces como uno de los sospechosos más firmes. De hecho, el propio Nixon pensó desde el principio que era él, pero nunca tuvo pruebas. En la época de Watergate, Felt era el número dos del FBI y conocía toda la información que se iba generando. Además estaba en contacto con altos funcionarios de la Casa Blanca.
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CONTRATAPA
Garganta Profunda
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1940 | 1950 | 1960 | 1970 | 1980 | 1990 | 2000
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julio ‘07
25 FASCÍCULOS
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DESDE HIROSHIMA A LAS TORRES GEMELAS
BRASIL, CHILE, URUGUAY, ARGENTINA
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CUANDO LAS LIBERTADES FORMALES DESAPARECEN
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La América Latina de las dictaduras
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ÍNDICE DEL FASCÍCULO
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Civiles y militares en Brasil PÁGINA 6
RECUADROS DICTADURA Y DEMOCRACIA Por Francisco Faig Garicoïts P. 7 / LA DOCTRINA DE SEGURIDAD NACIONAL
P. 8 / LA TORTURA COMO MÉTODO P. 9 / LA OPERACIÓN CÓNDOR P. 11 / AUGUSTO PINOCHET UGARTE P. 12 /NEOLIBERALISMO Por Pablo da Silveira P. 15 / “EL BRUJO” LÓPEZ REGA P. 16 / DICTADURAS Y DERECHA EN ARGENTINA Por Félix Luna P. 17 / LA DICTADURA URUGUAYA EN SU CONTEXTO P. 18 / BIBLIOGRAFÍA P. 19 / CONTRATAPA. CÓMO EMPIEZA UNA DICTADURA P. 20.
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Pinochet en la cima del poder: estética prusiana, atrocidades latinoamericanas.
El 31 de marzo de 1964 hubo un golpe de estado en Brasil contra el presidente João Goulart. El 27 de junio de 1973, los militares tomaron el poder en Uruguay. El 11 de setiembre del mismo año, Salvador Allende fue depuesto en Chile. El 24 de marzo de 1976, una junta militar liderada por el general Jorge Rafael Videla derrocó al gobierno de María Estela Martínez de Perón. Argentina y Brasil tenían antecedentes de crisis institucionales recurrentes, pero Uruguay y Chile habían sido hasta entonces las democracias más estables del
continente. Era la primera vez que los cuatro países del Cono Sur estaban bajo dictaduras en forma simultánea. También en el resto de América Latina se multiplicaban los regímes militares. La democracia parecía haber abandonado el continente. A diferencia de otros golpes que habían existido en la zona, las nuevas dictaduras mostraron una voluntad de permanencia. En mayor o menor medida, todas tenían la pretensión de refundar sus respectivos países y cambiar el paisaje político para siempre. Fueron años duros, cargados de represión, de dolor y de muerte. Junto con la libertad política desaparecieron las garantías contra los
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INTRODUCCIÓN
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El dictador Videla festejando el campeonato del mundo en 1978: el fútbol como operativo político.
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1970
[...] A diferencia de otros golpes que habían existido en la zona, las nuevas dictaduras mostraron una voluntad de permanencia. En mayor o menor medida, todas tenían la pretensión de refundar sus respectivos países y cambiar
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el paisaje político para siempre.
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abusos de poder y el respeto de la dignidad humana. Para que se produjera ese derrumbe hicieron falta militares dispuestos a ignorar su juramento de fidelidad constitucional y a violar los derechos humanos. Pero también hizo falta que muchos otros flaquearan en sus convicciones democráticas. Las cosas no ocurrieron del mismo modo en cada país, pero en todos hubo actores sociales y políticos que, en los años previos a las dictaduras, tuvieron actitudes hostiles o al menos ambiguas hacia las instituciones de la democracia liberal. Con demasiada frecuencia, las libertades y garantías formales
fueron vistas desde la izquierda como espejismos que postergaban la realización de las grandes transformaciones. También con demasiada frecuencia, esas libertades y garantías fueron vistas desde la derecha como obstáculos que impedían reestablecer el orden. Con diferente peso en cada país, unos y otros desarrollaron estrategias que debilitaron a las instituciones. En ese contexto, los militares golpistas tuvieron el camino más fácil. Eso no los exime de culpas, pero aumenta la lista de responsabilidades. La dictadura argentina terminó en diciembre de 1983. Las de Brasil y Uruguay terminaron en marzo de 1985. La dictadura
chilena llegó a su fin en marzo de 1990. Con la salida de Pinochet se cerró una época negra para la región.
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EL 24 DE AGOSTO DE 1954, EL PRESIDENTE GETÚLIO VARGAS SE SUICIDÓ EN RÍO DE JANEIRO. La bala que se disparó cerró una época. En los 24 años anteriores a esa noche, Vargas había gobernado Brasil durante 18. Pero solamente en los tres últimos había actuado como un presidente democráticamente electo y sometido a controles constitucionales. Vargas fue para Brasil algo similar a lo que fue Perón en Argentina: una figura que marcó la vida del país durante décadas, muchas veces ignorando las libertades y la división de poderes pero casi siempre con un amplio respaldo popular. Al igual que Perón, Vargas embarcó a Brasil en un ambicioso proyecto nacionalista e industrializador liderado por el estado. De manera similar a Perón, se enfrentó a los sectores agrícolas tradicionales y buscó el apoyo de las masas trabajadoras, a las que ofreció mejores niveles de vida y mayor protección social. También al estilo de Perón, fue influido por el fascismo y ejerció un liderazgo que incluía formas de culto a la personalidad. Pero Vargas tuvo debilidad por los golpes del estado, mientras que Perón los evitó. La primera vez que Vargas llegó al gobierno fue en 1930. Había perdido las elecciones de una manera que consideró injusta y consiguió el apoyo de los militares para dar un golpe. El 3 de noviembre de ese año fue designado presidente
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Civiles y militares en Brasil
provisorio por la junta de comandantes y desde ese día gobernó como dictador: anuló la Constitución vigente, disolvió el Congreso, intervino los gobiernos de casi todos los estados y aumentó sustancialmente el presupuesto militar (el ejército brasileño pasó de 48 mil efectivos en 1930 a 80 mil en 1938). También anunció un plan de reformas sociales y económicas orientado a mejorar las condiciones de vida de la población. Las políticas impulsadas por Vargas lo llevaron a luchar en dos frentes. Por un lado, su populismo industrialista generó fuertes resistencias en el sector agroexportador (lo que entonces se llamaba “la oligarquía del café”). Ese sector, acostumbrado a influir en los rumbos del país, perdió peso político y pagó el costo económico de las transformaciones. Por otro lado, Vargas, que era vigorosamente anticomunista, se enfrentaba a una izquierda marxista que ganaba peso y se organizaba en torno a la Alianza Nacional Libertadora. En 1933, tras un sangriento levantamiento en San Pablo, Vargas aceptó convocar a una Asamblea Constituyente. Simultáneamente otorgó el voto a las mujeres, que se inclinaron masivamente en su favor. El texto constitucional aprobado le dio amplios poderes al gobierno central, pero Vargas solo lo respetó en forma intermitente. El clima de polarización le dio argumentos para justificar continuas excepciones. La nueva Constitución establecía que en 1937 habría un cambio de gobierno sin posibilidad de reelección. Pero, llegado el momento, Vargas presentó al Congreso un conjunto de documentos fraguados que supuestamente probaban la existencia de un complot comunista. Vargas pidió una suspensión de las garantías constitucionales y el Congreso aceptó, pero eso no impidió que el 10 de noviembre lo disolviera con apoyo del ejército. Ese golpe de estado (el segundo que daba Vargas) fue el inicio del Estado Novo: un régimen inspirado en el fascismo italiano, que combinó una dura represión a las fuerzas opositoras, la construcción de un gran aparato sindical controlado por el gobierno, el impulso de políticas desarrollistas y la aprobación de una generosa legislación social. Vargas encargó al jurista Francisco Campos que redactara una Constitución, pero luego la ignoró y gobernó por decreto. Durante los años siguientes, Vargas fue tomando decisiones que eliminaron progresivamente el ejercicio de las libertades. En 1939 creó un Departamento de Prensa y Propaganda que ejercía la censura sobre los medios de comunicación. Toda crítica al gobierno
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fue prohibida. La radio y el cine estaban obligados a enaltecer la imagen del jefe de estado. El nacionalismo del Estado Novo adquirió además ribetes xenófobos. A partir de 1935, Brasil negó la visa a los inmigrantes judíos. La misma medida se aplicó más tarde a los japoneses. El 10 de noviembre de 1937 se prohibió que los niños menores de 12 años aprendieran idiomas extranjeros (la idea era impedir la reproducción de las culturas de origen de los inmigrantes). Un año después, la enseñanza de idiomas se suprimió por completo. Cuando estalló la Segunda Guerra, Vargas pareció seguir la política de Franco en España: declaró que Brasil permancería neutral, pero tuvo una actitud de proximidad con Alemania. Entre 1933 y 1938, Alemania fue el principal comprador de algodón brasileño y el segundo comprador de café y cacao. El Banco Alemán para Sudamérica tenía 300 sucursales en Brasil. Vargas cultivaba su ambigüedad hasta el punto de haber enviado un telegrama de felicitaciones a Hitler cuando cumplió años en 1941. Para entonces Alemania ya había invadido Checoslovaquia, Polonia, Noruega y Francia. Pero una combinación de presiones y ofertas de parte de Estados Unidos lo hizo cambiar de posición. El 28 de agosto de 1942, Brasil declaró la guerra a Alemania y a Italia. El ejército estadounidense estableció varias bases en el norte del Brasil y unos 25 mil soldados brasileños fueron a combatir a Eusopa. A cambio de esas concesiones, Brasil vio condonadas sus deudas y recibió créditos para construir las acerías de Volta Redonda. A Vargas le fascinaba su propio pragmatismo, pero la decisión de aproximarse a Estados Unidos tuvo efectos que no esperaba. Muchos brasileños empezaron a preguntarse cómo era posible que su país luchara contra las dictaduras europeas pero aceptara una en casa. Cuando las presiones se hicieron demasiado fuertes, Vargas inició una compleja serie de maniobras. Por una parte, aceptó una apertura política y fundó dos partidos con el fin de encuadrar a su amplio espectro de seguidores: el Partido Social Democrático (PSD), para sus simpatizantes de ideas conservadoras, y el Partido Laborista Brasileño (Trabalhista - PTB) para los trabajadores y seguidores de izquierda. También aceptó legalizar al Partido Comunista. Pero, al mismo tiempo, intentó organizar una nueva parodia para volver a eludir la prohibición de reelección: el 3 de octubre de 1945 organizó un acto multitudinario para que el pueblo le pidiera que siguiera en el gobierno (Fidel Castro utilizará el
mismo recurso en 1959). Pero esta vez los militares le negaron el apoyo y lo obligaron a retirarse. Entre 1946 y 1950 gobernó el general Eurico Gaspar Dutra, que profundizó las políticas desarrollistas e industrializadoras del varguismo. Pero la economía brasileña se encerró menos que la argentina y estimuló la llegada de inversión extranjera. Durante esos años Brasil creció vigorosamente, aunque también aumentó la inflación. Fue un período de restitución de derechos y creciente respeto de las libertades. En 1951 Vargas volvió a la presidencia. Esta vez lo hizo tras obtener el 48 por ciento de los votos en elecciones libres. Vargas percibía que el clima político había cambiado y que su anterior estilo autoritario no funcionaría. Por eso creó un gabinete que incluía a miembros de los partidos de oposición e intentó una política de diálogo. Pero siguió apostando al nacionalismo económico y al desarrollo industrial dirigido por el estado. Durante su nuevo gobierno fundó la compañía estatal de petróleo (Petrobras) y el Banco Nacional de Desarrollo Económico. En 1954 anunció un ambicioso proyecto de electrificación, al tiempo que tomaba medidas restrictivas contra el capital extranjero. Pero sus políticas no tuvieron los efectos esperados. La deuda externa de Brasil creció de 571 millones en 1951 a 1,3 mil millones en 1954. La estrella de Getúlio Vargas terminó de hundirse cuando uno de sus mayores críticos, el periodista Carlos Lacerda, fue víctima de un intento de asesinato. Lacerda escapó con vida pero murió un oficial de la Fuerza Aérea que lo acompañaba. Pronto se generalizó la convicción de que el crimen había sido ordenado por el jefe de seguridad de Vargas. Los militares exigieron la renuncia del presidente y la opinión pública se puso en su contra. Vargas buscó desesperadamente una salida negociada, pero finalmente comprendió que estaba solo. El 24 de agosto de 1954 se encerró en su oficina y escribió una carta. En ella se declaraba víctima de una conspiración organizada por las potencias mundiales y afirmaba que lo único que le quedaba para ofrecer al pueblo era su sangre. Después se disparó una bala en el pecho. Vargas fue sucedido por Juscelino Kubitschek, su heredero político. Médico de profesión, nieto de inmigrantes checos, con una larga experiencia de gestión (había sido prefecto de Belo Horizonte y gobernador de Minas Gerais), Juscelino se convertiría en uno de los presidentes más populares de la historia de Brasil. La decisión que le dio más fama fue la construcción de una nueva capital para
Dictadura y democracia Por Francisco Faig Garicoïts
> La democracia moderna no fluye naturalmente. Hay que enseñarla y aprenderla. Reposa en la convicción profunda de la igualdad de todos los hombres y en el convencimiento de que el voto secreto y la representación pluralista son instrumentos válidos para legitimar las decisiones políticas. Muchos compatriotas no conjugaron estos valores en el pasado. No creyeron en la igualdad de los hombres. Unos, desde la izquierda, porque estaban convencidos de tener la verdad y querían mostrarnos el camino redentor, así fuera con las armas. Otros, desde la derecha, porque estaban seguros de defender cierto orden, cierta tradición, ciertos “valores nacionales”, aunque eso implicara la eliminación de la diferencia. Todos ellos, porque no consideraron al Otro como un semejante, distinto en su pensamiento y acción pero igual en su esencia. Toda la dificultad del ejercicio democrático está ahí: en defender las ideas propias a la vez que respetar las ajenas, admitiendo que el destino del país se construye en conjunto y nos obliga a buscar acuerdos sobre la base del respeto y la consideración por el adversario. Decirlo es fácil; construirlo todos los días es tan difícil como imprescindible. Si algo nos debe enseñar la trágica y aberrante historia reciente del Cono Sur es a valorar, siempre, el sistema democrático de gobierno. Su sustento liberal. Su raigambre igualitaria. Porque quienes atentaron contra la democracia, en la izquierda y en la derecha, lo hicieron convencidos de ser superiores al resto de los mortales. Y, se sabe, la soberbia es el peor de los pecados. También en política.
el país, Brasilia, que sería inaugurada el 21 de abril de 1960. El modelo urbanístico fue encargado al arquitecto Oscar Niemeyer, que aplicó las ideas más avanzadas de la época. Brasilia es hoy un asombroso monumento arquitectónico y un lugar donde es casi imposible vivir. Kubitschek puso fin al fuerte proteccionismo y estatismo de Vargas, pero no optó por una liberalización total sino por un modelo mixto: abrió el mercado de divisas, pero lo combinó con un fuerte proteccionismo aduanero; estimuló la inversión extranjera directa, pero al mismo tiempo alentó la inversión local mediante reducciones de impuestos y una generosa política de créditos. Quiso
estimular el crecimiento, para lo que toleró un incremento de la inflación y de la deuda exterior (su lema fue: “crecimiento con deuda”). Durante su gobierno, la red de carreteras se amplió un 138 por ciento, la producción de energía eléctrica creció un 82 por ciento, la fabricación de camiones un 78 por ciento y la extracción de petróleo un 76 por ciento. Pero también hubo sombras. El desarrollo se produjo sobre todo en la región de San Pablo, mientras que el Nordeste quedó rezagado: la economía nordestina pasó de representar el 30 por ciento del producto en 1939 a representar el 11 por ciento en 1959. También se incrementó el déficit
del gobierno. Como consecuencia, la inflación se disparó y la deuda creció demasiado. Pero, sobre todo, los grandes proyectos alentaron la corrupción. El hecho no mermó la popularidad personal de Kubitschek, pero generó el deseo de un presidente que pudiera combatir el problema. Ese hombre sería Jânio Quadros. Quadros había sido electo alcalde de San Pablo en 1953 y en 1955 había llegado a gobernador del estado. Era un hombre riguroso y ascético, considerado insobornable por sus conciudadanos. Políticamente, cultivaba un populismo de derecha centrado en el combate a la corrupción. El símbolo de su campaña fue
aliados locales y ayudarlos a desestabilizar los regímenes establecidos. La segunda era que ese método se ajustaba especialmente a las condiciones del Tercer Mundo, donde la pobreza y las desigualdades sociales alentaban la búsqueda de transformaciones. Según la Doctrina, la tarea de las fuerzas armadas latinoamericanas en la Guerra Fría era evitar que esa estrategia funcionara. Para eso debían desarrollar actividades de inteligencia política, combatir a los enemigos internos y, llegado el caso, tomar el poder. Un autoritarismo transitorio era preferible al totalitarismo marxista. La Doctrina de Seguridad Nacional fue transmitida a varias generaciones de militares desde la Escuela de las Américas: un lugar de formación y entrenamiento ubicado en Panamá. Allí, además de transmitir el marco conceptual general, se enseñaban técnicas de inteligencia y métodos de combate contra insurrecciones revolucionarias. Según múltiples denuncias, en los cursos dictados en esa institución se justificaban las violaciones a los derechos humanos y se enseñaban técnicas de interrogatorio que incluían la tortura. La Escuela de las Américas funcionó bajo ese nombre entre 1946 y 1984. En ella se graduaron unos 60 mil militares y policías de casi todos los países de América Latina. Los cursos se dictaban en español para facilitar
su recepción. Entre sus graduados se cuentan el panameño Manuel Noriega (actualmente en prisión en Estados Unidos por tráfico de drogas), el dictador argentino Leopoldo Galtieri, el dictador chileno Augusto Pinochet, el general golpista peruano Juan Velasco Alvarado, el general golpista boliviano Hugo Banzer y el abogado Vladimiro Montesinos, que manejó el aparato de inteligencia y represión durante el gobierno de Alberto Fujimori en Perú. En 1977, y a pedido del gobierno panameño, la institución fue trasladada a Fort Benning, Georgia. En 1983 fue sometida a un proceso de revisión que condujo a un cambio de nombre. En 1989 estallaron numerosos reclamos de clausura, luego de que uno de sus egresados (el salvadoreño Roberto D’Aubuisson) se viera involucrado en el asesinato de cuatro sacerdotes jesuitas. En setiembre de 1996, el Pentágono hizo públicos algunos manuales usados en la Escuela que incluían la enseñanza de prácticas violatorias de los derechos humanos. La escuela se cerró en el año 2000, bajo la presidencia de Bill Clinton, pero al año siguiente se inauguró el Instituto de Defensa para la Cooperación de la Seguridad Hemisférica. Para sus críticos, la nueva organización no es más que la prolongación de la vieja escuela. Los responsables del Instituto niegan la acusación y afirman que todos sus programas se inician con cursos sobre derechos humanos.
HISTORIA RECIENTE
“Doctrina de Seguridad Nacional” fue el nombre con el que se identificó a un conjunto de ideas que marcaron la formación de los militares latinoamericanos durante tres décadas. Esas ideas proporcionaron el marco conceptual para justificar los golpes de estado y se convirtieron en una ideología compartida por las dictaduras de la región. La Doctrina era un desarrollo de algunos conceptos que surgieron en Estados Unidos al estallar la Guerra Fría. Casi todos ellos tenían su origen en el documento NSC-68 (abreviación de: “Informe número 68 del Consejo de Seguridad Nacional”), elaborado en 1950 bajo la dirección de Dean Acheson. Ese documento afirmaba que la Guerra Fría no era una simple sucesión de conflictos sino una guerra real, peleada con nuevos métodos, en la que estaba en juego la supervivencia del mundo libre. La Unión Soviética era una potencia expansionista que iba a intentar extender el comunismo a la mayor cantidad posible de países. Estados Unidos debía prepararse para frenar ese intento y apoyar a quienes se le opusieran. La Doctrina de Seguridad Nacional agregó dos ideas a ese marco general. La primera era que una de las principales armas usadas por el bloque comunista era la infiltración: en lugar de invadir países con tropas convencionales, su método consistía en generar
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La Doctrina de Seguridad Nacional
8 1964
cronología
1964
1966-1967
31 de marzo: un golpe de estado derroca al presidente de Brasil, João Goulart. 1º de abril: el Congreso brasileño declara vacante la presidencia. Asume una junta militar. 15 de abril: el mariscal Castelo Branco asume como presidente de Brasil. 4 de setiembre: La Democracia Cristiana gana las elecciones en Chile. 3 de noviembre: Eduardo Frei asume como presidente constitucional en Chile.
1966
3 al 15 de enero: se realiza en La Habana la “Conferencia Tricontinental”. 28 de junio: el presidente Arturo Illia es depuesto en Argentina.
1967
15 de marzo: el mariscal Arthur Da Costa e Silva asume como presidente de Brasil. 31 de julio-10 de agosto: se realiza la conferencia de la OLAS en La Habana. 9 de octubre: Ernesto Guevara es ejecutado en Bolivia.
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una escoba. Quadros prometía limpiar el país y obligar a trabajar a los funcionarios del estado. Ganó las elecciones realizadas el 3 de octubre de 1960 con un contundente 48 por ciento de los votos. Debido a particularidades del sistema electoral brasileño, debió aceptar como vicepresidente a João Goulart: un hombre que no pertenecía a su partido y provenía de la izquierda del varguismo. Pero su gobierno sólo duró del 31 de enero al 25 de agosto de 1961. Quadros quiso impulsar desde el inicio una severa política de austeridad: devaluó el cruzeiro, cortó subvenciones, redujo el presupuesto y congeló los salarios. Esas medidas generaron insatisfacción y le hicieron perder apoyos parlamentarios. A eso se agregaron las rarezas de su personalidad. En su afán por limpiar el país, Quadros eliminó las peleas de gallos, reglamentó los concursos de belleza y prohibió los bikinis en las playas de Río (algo tan impopular en Brasil como prohibir el fútbol). También se ocupaba personalmente de la indumentaria de las empleadas del gobierno. Como agregado, y para asombro de propios y extraños, inició una política exterior cuyo único objetivo parecía ser irritar a Estados Unidos: sin que hubiera una razón clara, condecoró al “Che” Guevara y estableció relaciones diplomáticas con la Unión Soviética y los países de Europa del Este. Mucha gente empezó a preguntarse cómo definía sus prioridades. Quadros enfrentaba a un Congreso hostil pero no negociaba. En agosto corrieron rumores de que preparaba un golpe de estado. El 24 de ese mes, Carlos Lacerda denunció un complot que involucraba al ministro de Justicia. Entonces Quadros imito moderadamente a Vargas: escribió una amarga carta y renunció. Después emigró a Londres, aunque volvería al año siguiente para reiniciar su vida política. La renuncia de Quadros fue tan inesperada que sorprendió en China al vicepresidente Goulart. Esa ausencia no contribuyó a calmar las cosas. Los militares pensaban que Goulart era demasiado izquierdista y que una presidencia suya atentaría contra la seguridad nacional.
9 1968-1969
1968
2 de octubre: tropas hacen fuego en México contra una manifestación estudiantil. 3 de octubre: el general Velasco Alvarado da un golpe de estado en Perú y asume la presidencia. 11 de octubre: el general Omar Torrijos da un golpe en Panamá y asume la presidencia.
1969
20 de enero: Richard Nixon asume como presidente de Estados Unidos. 18 de abril: los Montoneros (aún sin nombre) hacen un robo de armas en Argentina.
La tortura como método La tortura fue progresivamente excluida de las prácticas militares civilizadas, hasta ser criminalizada por la Tercera Convención de Ginebra. Pero a mediados del siglo XX resurgió como método de la lucha antiinsurreccional. Los nazis la usaron contra los movimientos de resistencia y los franceses la emplearon a gran escala durante la Guerra de Argelia. Se la utilizó en parte para obtener información, en parte para crear terror en la población y en parte para dar satisfacción a los impulsos más bestiales de quienes se involucraban en el combate irregular. Está probado que las dictaduras del Cono Sur practicaron sistemáticamente la tortura. Existen, sin embargo, diferentes versiones acerca de cómo se transmitieron los métodos. Algunos atribuyen un papel central a Estados Unidos, principalmente a través de la Escuela de las Américas. Otros afirman que, si bien Estados Unidos dio luz verde a estas prácticas, los militares latinoamericanos se las arreglaron para enseñarse entre ellos. Otras versiones hablan de contactos con antiguos nazis y con veteranos de la Guerra de Argelia. Varias explicaciones
Pero esta posición no era unánime entre ellos, y Goulart tenía apoyos políticos. El gobernador de Rio Grande Do Sul, Leonel Brizola, que además era su cuñado, amenazó con organizar una resistencia armada si había golpe. La manera de superar la crisis sucesoria hizo crujir a las instituciones. Tras complejas negociaciones entre el Congreso y los militares, se acordó que Goulart asumiría como presidente, pero que el país pasaría de un régimen presidencialista a un régimen parlamentarista. Goulart aceptó y el Congreso aprobó las modificaciones constitucionales necesarias. El 7 de setiembre de 1961 Goulart asumió como presidente, pero al mismo tiempo asumió Tancredo Neves como
pueden ser correctas al mismo tiempo, dado que la situación no fue la misma en todas partes. Los métodos y el grado de saña variaron de país en país, pero algunos procedimientos fueron comunes. Entre ellos se cuentan el uso de la capucha (que impedía al preso ver a sus torturadores y lo dejaba en inferioridad de condiciones), el plantón (que minaba su resistencia física obligándolo a permanecer parado durante largas horas), la picana eléctrica (que causaba un intenso sufrimiento y graves quemaduras mediante la aplicación de corriente eléctrica en zonas sensibles del cuerpo) y el submarino (que llevaba repetidamente al detenido al borde de la asfixia por la vía de hundirlo en agua, generalmente inmunda). La lista de prácticas aberrantes más extendidas también incluye los vejámenes sexuales y los simulacros de fusilamiento. La Convención Internacional contra la Tortura, aprobada por las Naciones Unidas el 26 de junio de 1987, establece que “en ningún caso podrán invocarse circunstancias excepcionales tales como estado de guerra o amenaza de guerra, inestabilidad política interna o cualquier otra emergencia pública como justificación de la tortura”.
primer ministro. Las responsabilidades quedaron divididas. En los meses siguientes, Goulart se esforzó por aumentar sus apoyos políticos. Y efectivamente lo logró, pero al precio de dividir el país. En el Brasil de los sesenta ya no era fácil obtener el apoyo simultáneo de las clases medias y de los trabajadores, como había hecho Vargas. La industrialización y la apertura económica habían abierto una brecha: políticas demasiado generosas hacia los trabajadores eran vistas como una amenaza a la competitividad, y políticas de apoyo a la competitividad eran vistas como un ataque a los intereses de los trabajadores. Enfrentado al problema, Goulart optó por el apoyo sindical.
1969
1969-1970
20 de mayo: Argentina es sacudida por manifestaciones en Córdoba y otras provincias. 30 de mayo: 14 muertos durante la represión en Córdoba. 4 de setiembre: el embajador norteamericano, Charles Burke Elbrik, es secuestrado en Brasil. 6 de setiembre: la dictadura brasileña decreta la pena de muerte para actos revolucionarios y subversivos.
7 de octubre: el general Emilio Garrastazú Médici asume como presidente en Brasil. 1970
8 de junio: es depuesto en Argentina el general Onganía. Asume el general Levingston. 30 de setiembre: la Democracia Cristiana chilena anuncia que dará sus votos para que Allende sea presidente. 3 de noviembre: Salvador Allende asume como presidente de Chile.
1971-1973
1971
rompiendo con esa tradición. La imagen que se consolidó fue la de un gobierno radical que quería enfrentar entre sí a los brasileños. El 13 de marzo de 1964, en un acto en Río de Janeiro al que asistieron 150 mil personas, Goulart anunció que expropiaría todas las tierras no explotadas mayores de 100 hectáreas que estuvieran próximas a las rutas y vías nacionales. También anunció el control de las empresas extranjeras, la limitación de los giros al exterior y la extensión del derecho de voto a los analfabetos. Pero el plan fue bloqueado en el Congreso. Entonces Goulart apeló a los grupos sociales movilizados, lo que generó inquietud militar. Enfrentado al malestar de los mandos, Goulart buscó apoyo en los subordinados. En un discurso ante un grupo de suboficiales que hizo el 30 de marzo, dijo que la disciplina no era algo que solo viniese de arriba sino también de abajo. Las jerarquías interpretaron esas palabras como un llamado al amotinamiento. El 31 de marzo de 1964 se produjo en Minas Gerais un levantamiento militar conducido por el gobernador Magalhaes Pinto y el general Mourao Filho. Poco
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El 6 de enero de 1963, Goulart consiguió mediante un plebiscito volver a una Constitución presidencialista. A continuación anunció cambios profundos en la propiedad de la tierra, en el sistema impositivo y en el derecho electoral. Sobre esa base se apoyaría un relanzamiento de la economía dirigido por el ministro de Planificación, Celso Furtado. Reformar el régimen de propiedad de la tierra era una idea que tenía muchos adeptos en el Brasil de la época: el 20 por ciento de la tierra estaba en manos de un 0,1 por ciento de la población. El 5 por ciento de la población era propietaria del 70 por ciento de las tierras cultivables. Pero afectar el régimen de propiedad tenía un enorme peso simbólico, porque significaba pasar el límite que nunca había pasado Getúlio Vargas. Las medidas de Vargas habían reducido la renta de los propietarios agrícolas y habían disminuido su influencia política, pero nunca habían cuestionado sus derechos de propiedad. Eso había hecho posible una larga coexistencia, aunque cargada de tensiones y conflictos. No haber tocado la tierra era parte de lo que se consideraba su sabiduría política. Goulart estaba
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Juscelino Kubitschek: con Brasilia al fondo.
después se sumó el ejército estacionado en San Pablo. En ese momento quedó claro que Goulart había perdido el apoyo de las fuerzas armadas. Brizola y otros dirigentes lo alentaron a fundar un gobierno popular, pero Goulart respondió que no queria provocar un baño de sangre. El 1º de abril, la presidencia fue declarada vacante por el Congreso y Goulart marchó al exilio en Uruguay. Si bien se designó un presidente civil, el poder real quedó en manos de una junta militar. El golpe de 1964 fue una inflexión en la historia moderna del Brasil: por primera vez los militares no entregaron el poder a civiles, sino que intentaron consolidar un régimen propio. La dictadura duró entre 1964 y 1985. En total se sucedieron cinco generales de cuatro estrellas, todos pertenecientes a una generación anterior a la de los políticos depuestos. La elección de los mandatarios recaía sobre los propios generales de cuatro estrellas. El ministro Roberto Campos decía irónicamente que era el procedimiento más restrictivo del mundo: el círculo de generales brasileños tenía menos miembros que el colegio de cardenales que elige al Papa. Pese a que el golpe no fue resistido, el régimen se instaló con dureza. En solo una semana fueron detenidas siete mil personas, en el marco de lo que se denominó “Operación Limpieza”. También fueron destituidos nueve mil funcionarios públicos, numerosos oficiales y 112 personas que ocupaban cargos electivos. Entre ellos había siete gobernadores, un senador y 46 diputados. En total 441 personas perdieron sus derechos políticos. Entre ellos estaban Goulart, Quadros, Kubitschek y Brizola. La represión sobre el conjunto de la sociedad se fue instalando progresivamente. El primero de los militares que ejerció la presidencia, el mariscal Castelo Branco, anunció que no permanecería en el cargo más allá del período que hubiera debido completar Goulart y mantuvo el funcionamiento del Congreso y los partidos políticos. Pero los ataques de la oposición, las tensiones internas entre los militares y la perspectiva de una derrota
10
1973
22 de marzo: el general Alejandro Lanusse asume como presidente de Argentina.
23 de enero: se firman los acuerdos de París. Estados Unidos sale de la Guerra de Viet Nam.
20 de junio: Perón vuelve definitivamente a Argentina. Se produce la masacre de Ezeiza.
11 de julio: el gobierno de Allende estatiza en Chile las empresas mineras.
9 de febrero: primera crisis militar en Uruguay. La Armada toma la Ciudad Vieja en respaldo a las instituciones, pero el presidente Bordaberry negocia con los militares insubordinados.
27 de junio: golpe de estado en Uruguay. Se disuelve el Parlamento.
10 de noviembre-4 de diciembre: Fidel Castro visita el Chile de Allende. 1972
2 de noviembre: Salvador Allende impone el estado de sitio en 21 provincias e integra a los militares al gobierno.
1973
20 de enero: Nixon inicia su segundo mandato como presidente de Estados Unidos.
4 de marzo: elecciones legislativas en Chile.
29 de junio: fracasa un intento de golpe de estado en Chile.
11 de marzo: el peronista Héctor Cámpora gana las elecciones en Argentina.
14 de agosto: Allende forma un gobierno de “seguridad nacional” con las cúpulas militares.
28 de mayo: Héctor Cámpora asume como presidente de Argentina.
22 de agosto: la Cámara de Diputados chilena declara inconstitucional la política
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en las elecciones para gobernador fueron endureciendo al régimen. En 1965 se disolvió transitoriamente el Congreso y fueron prohibidos los partidos políticos. Pero, en lo que pareció una repetición de lo hecho décadas antes por Getúlio Vargas, los militares fundaron más tarde dos partidos: la Alianza Renovadora Nacional (ARENA) como partido oficial, y el Movimiento Democrático Brasileño (MDB) como partido de oposición. En 1966 se introdujo la elección indirecta para el cargo de gobernador. Los militares brasileños querían mantener una apariencia de democracia porque les preocupaba la imagen del régimen. Pero al mismo tiempo manipulaban las normas para controlar los resultados y purgaban a las figuras que les resultaban incómodas. La aprobación de varias “actas institucionales” fue cambiando las reglas del juego y afectando la suerte de muchas figuras políticas. Como resultado, siempre hubo una importante presencia de civiles en el aparato del estado, entre los que convivían los colaboradores del régimen con los opositores que intentaban ganar espacios. La frontera entre los dos grupos nunca estuvo del todo clara. Eso tendría consecuencias durante el proceso de apertura. Una vez controlada la situación, la principal preocupación de la dictadura se trasladó al terreno económico. La economía estaba estancada desde hacía algunos años y el índice de inflación había superado el 100 por ciento. Los militares apostaron a un equipo de tecnócratas integrado por figuras como Antonio Delfim Netto y Mario Henrique Simonsen. A ojos del nuevo equipo, el estancamiento económico se debía al agotamiento del modelo de industrialización basado en la sustitución de importaciones. Brasil tenía que abrirse al comercio mundial y construir una economía competitiva. Los militares respaldaron la propuesta e iniciaron un proceso de cambios que tendría un fuerte impacto sobre la economía del país. Cuando se produjo el golpe, Brasil exportaba un 6,6 por ciento de su producción. En la etapa final de la dictadura exportaba más
1973
del 50 por ciento. Entre 1968 y 1973, la economía brasileña creció al diez por ciento anual. Ningún otro país igualó esa marca en el mismo período. Fue en esos años que se empezó a hablar del “milagro brasileño”. Este crecimiento económico tuvo dos contracaras. La primera fue un aumento de las desigualdades y de la marginación social, en un contexto de crecimiento demográfico y de diferenciación entre regiones. La economía creció, pero el salario real cayó un 15 por ciento en términos reales entre 1967 y 1973. Los
sectores de mayores ingresos aumentaron su participación en la renta y los de menores ingresos la disminuyeron. La otra contracara fue la represión, que anuló la actividad sindical y mantuvo contenidos los reclamos. Durante los años del “milagro” surgieron dos organizaciones guerrilleras que contribuirían al endurecimiento del régimen: la Acción Libertadora Nacional (ALN) y el Movimiento Revolucionario 8 de Octubre (MR-8). Entre 1968 y 1970, ambas llevaron a cabo 225 asaltos de bancos, 75 asaltos a otras instituciones
La Operación Cóndor La “Operación Cóndor” fue un mecanismo de coordinación de acciones represivas organizado por las dictaduras del Cono Sur. La idea nació en febrero de 1974, cuando se reunieron en Buenos Aires representantes de las organizaciones de inteligencia de Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Paraguay y Uruguay. La primera reunión formal se realizó en Santiago de Chile, en noviembre de 1975. Brasil no firmó el acta de fundación pero coordinó actividades. En 1977 se incorporaron Perú y Ecuador. El objetivo de la operación era intercambiar información y facilitar acciones represivas en los distintos territorios nacionales. Uno de sus documentos fundacionales propone crear una suerte de Interpol regional especializada en la lucha contra la subversión. Entre los enemigos a destruir estaban los Montoneros argentinos, el MIR chileno y los Tupamaros uruguayos. La organización fue concebida con lógica de Guerra Fría: en la visión de sus impulsores, la región estaba siendo atacada por fuerzas no convencionales que intentaban instalar regímenes marxistas favorables a la Unión Soviética. Como el ataque no era convencional, requería respuestas no convencionales tales como la prisión arbitraria, los traslados ilegales de detenidos y las desapariciones. Esas tareas debían ser coordinadas a escala regional. Independientemente del valor que tuviera el diagnóstico, la decisión de utilizar métodos
que ignoraban las garantías propias del estado de derecho convirtió a la Operación Cóndor en una organización criminal. Las acciones de inteligencia en sentido estricto se mezclaron con los asesinatos políticos y otros delitos. Aunque las cifras exactas se discuten, es seguro que las acciones coordinadas en el marco de la Operación facilitaron la detención arbitraria, tortura, muerte y desaparición de cientos de personas. Es probable que la organización también haya estado involucrada en atentados contra personas de especial relieve, como el diplomático Orlando Letelier (antiguo canciller del gobierno de Allende, asesinado en Washington en 1976) y los parlamentarios uruguayos Héctor Gutiérrez Ruiz y Zelmar Michelini (asesinados en Buenos Aires ese mismo año). Información conocida en los últimos años revela que la Operación Cóndor recibió apoyo de los servicios de inteligencia de varios países occidentales (incluyendo Estados Unidos y Francia), así como de algunos gobiernos latinoamericanos. El último documento sobre sus actividades que ha sido detectado data de 1981. Sin embargo, el asesinato en Uruguay de Eugenio Berríos (un antiguo agente de los servicios de seguridad chilenos) es visto por muchos como un episodio tardío de ese mismo esquema de coordinación. Berríos fue asesinado en 1992.
1974-1976
1974
del gobierno. Allende designa a Augusto Pinochet como comandante en jefe del Ejército. 11 de setiembre: un golpe de estado derroca al presidente chileno Salvador Allende. 13 de setiembre: el Congreso chileno es disuelto por los militares. 17-23 de octubre: los países de la OPEP deciden un embargo de petróleo contra Estados Unidos, Japón y varios países occidentales. Empieza la crisis del petróleo.
1974
exvicepresidente de Allende, es asesinado por los servicios secretos chilenos en Buenos Aires.
15 de marzo: el general Ernesto Geisel asume como presidente en Brasil. 1º de julio: muere Juan Domingo Perón, en ejercicio de la presidencia. Lo sucede su vicepresidenta y esposa, María Estela Martínez (“Isabelita”). 9 de agosto: Richard Nixon renuncia a la presidencia de Estados Unidos. Asume Gerald Ford. 30 de setiembre: el general constitucionalista chileno Carlos Prats,
1975
11 de julio: renuncia el hombre fuerte del gobierno argentino, José López Rega.
1976
17 de enero: se produce la última muerte por torturas registrada en Brasil. El episodio le cuesta el cargo a un general. 24 de marzo: un golpe de estado derroca a la presidenta argentina María Estela Martínez de Perón.
1976
18 de mayo: Héctor Gutiérrez Ruiz y Zelmar Michelini son secuestrados en Buenos Aires. Sus cuerpos serán encontrados dos días después, junto a los de dos militantes tupamaros.
EL CHILE DE PINOCHET El 11 de setiembre de 1973, a las 7 de la mañana, el presidente Salvador Allende supo que enfrentaba un alzamiento militar. Durante la madrugada, la marina de guerra había tomado varios puntos estratégicos. Para Allende no era una situación desconocida: menos de tres meses antes, el 29 de junio, había debido enfrentar una sublevación que había causado varios muertos. Por eso es probable que, mientras se trasaladaba a la sede de la presidencia ( la Casa de la Moneda), no pensara que estaba empezando el último día de su vida. Poco despues estaba claro que se trataba de algo más grave que la crisis de junio. 1977-1978
1977
1978
9 de diciembre: el gobierno argentino envía una escuadra de guerra al Canal de Beagle.
12
1978-1979
20 de enero: James Carter asume como presidente de Estados Unidos. 2 de mayo: la reina de Inglaterra, en calidad de mediadora, establece que las islas del canal de Beagle pertenecen a Chile. El gobierno argentino rechaza la decisión. Es el inicio de un conflicto que casi llega a la guerra entre Argentina y Chile.
12 de junio: el presidente Bordaberry es destituido por los militares en Uruguay. Asume Alberto Demicheli. 21 de setiembre: el ex canciller de Allende, Orlando Letelier, es asesinado por servicios secretos chilenos en Washington, Estados Unidos.
Desde muy temprano Allende había intentado comunicarse con el comandante en jefe del ejército, general Augusto Pinochet, al que consideraba apolítico y leal. El general no había devuelto las llamadas. Pero poco antes de las 9, varias radios emitieron una proclama en la que se exigía la renuncia inmediata del presidente y se amenazaba con bombardear la Casa de la Moneda. La proclama estaba firmada por todos los comandantes en jefe, incluido Pinochet. A las diez de la mañana tomaron posición los primeros tanques. A esa altura Allende sabía lo que le esperaba e hizo por radio un conmovedor discurso de despedida. Poco antes del mediodía, los aviones empezaron a lanzar bombas incendiarias. Hacia las dos de la tarde, los últimos defensores de la casa presidencial se habían rendido y Allende se había suicidado. Había empezado la dictadura de Augusto Pinochet, que duraría hasta el 11 de marzo de 1990. La represión que se desató tras el golpe fue feroz. En las horas siguientes fueron detenidas unas 80 mil personas, la mitad de las cuales fueron concentradas en el Estadio Nacional de Santiago. Allí se produjeron episodios atroces, como la tortura y asesinato del músico Víctor Jara. La mayor parte de las desapariciones ocurridas durante la dictadura se produjeron en esos días. A principios de octubre se organizó una “Caravana de la muerte” que recorrió diversos puntos del país matando a casi un centenar de militantes políticos y funcionarios. El 13 de setiembre se disolvió el Congreso y fueron ilegalizados los partidos políticos. Desde entonces, el gobierno fue ejercido por una Junta Militar integrada por el comandante en jefe del Ejército, general Augusto Pinochet, el comandante en jefe de la Fuerza Aérea, general Gustavo Leigh, el comandante en jefe de la Armada, almirante José Merino Castro y el jefe de Carabineros, general César Mendoza. Pinochet fue designado presidente de la Junta, aunque se acordó verbalmente que el cargo sería rotativo. Ese acuerdo nunca se cumplió. El nuevo régimen mantuvo durante años duras políticas represivas. La li-
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que hoy es vista como un período de transición. El gobierno de Geisel tuvo dos líneas principales. Por una parte, consiguió mantener el nivel de actividad de la economía al precio de endeudar al país. En esos años se realizaron grandes obras de infraestructura y, por primera vez en décadas, se admitió la participación de petroleras extranjeras en la búsqueda de yacimientos. Por otra parte, Geisel sostuvo una estrategia de “distensión” política que en los hechos preparó el camino hacia la democratización. Una de sus principales decisiones llegó en 1978, cuando derogó la norma que imponía la censura de los medios de comunicación. También restableció el habeas corpus y permitió el retorno de muchos exiliados. En 1978 se produjeron las primeras huelgas desde 1964. Geisel dejó la presidencia el 15 de marzo de 1979. Su sucesor, João Baptista Figueiredo, sería el último presidente militar. En los años siguientes, la distensão se convertiría en abertura. Fue un período de marchas y contramarchas que conduciría a la elección presidencial de 1984. Pero el hombre que ganó esas elecciones nunca llegó a gobernar. Era el veterano político Tancredo Neves, que se enfermó gravemente el día antes de la fecha prevista para el cambio de mando y murió poco después. Quien lo sustituyó fue su vicepresidente, José Sarney: un antiguo aliado de los militares a quien le tocó conducir el proceso de democratización.
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y 63 atentados con bombas que costaron la vida a diez personas. En 1968 ejecutaron a un mayor del ejército alemán y a un presunto agente de la CIA. Pero el golpe más espectacular fue el secuestro del embajador norteamericano Charles Burke Elbrik, ocurrido el 4 de setiembre de 1969. El embajador fue canjeado por 15 presos, pero el gobierno reaccionó con dureza: el 6 de setiembre decretó la pena de muerte para actos revolucionarios y subversivos. El 29 de setiembre, las fuerzas de seguridad dieron con algunos de los autores del secuestro y los ejecutaron. El 6 de noviembre cayó muerto Carlos Marighela, el jefe del ALN. El último diplomático secuestrado fue el embajador suizo Giovanni Enrico Bucher, por quien se obtuvo la liberación de 70 presos. El 7 de octubre de 1969 asumió como presidente Emilio Garrastazu Médici, un presidente que llevó la represión a niveles desconocidos hasta entonces. La censura de prensa se hizo más férrea y la tortura en las cárceles se convirtió en una norma. La lucha contra la guerrilla proporcionó la excusa para aplastar a un incipiente movimiento estudiantil. También surgieron los escuadrones de la muerte, en general integrados por policías. En la segunda mitad de los años setenta, la oposición interna y la presión internacional obligaron a atenuar esas prácticas. El último caso conocido de un preso muerto en la tortura (el 17 de enero de 1976) provocó la destitución de un general. Desde entonces disminuyó el terror f ísico, pero continuaron las proscripciones políticas. Los buenos tiempos para los militares brasileños llegaron a su fin con la crisis petrolera de 1973. El aumento de los costos y la retracción del comercio internacional tuvieron un fuerte impacto sobre la economía. Brasil no dejó de crecer, pero su tasa pasó del 10 por ciento anual al 5 o 6 por ciento. La deuda externa aumentó y la balanza comercial se desequilibró. En poco tiempo hubo una importante salida de capitales. La oposición tuvo un gran crecimiento en las elecciones legislativas de 1974. En ese clima se desarrolló la presidencia del general Ernesto Geisel (1974-1979)
21-22 de diciembre: Argentina y Chile aceptan la mediación del Papa para resolver la crisis del Canal de Beagle. 1979
9 de enero: representantes de Argentina y Chile, en presencia del cardenal Antonio Samorè, firman en Montevideo un documento en el que se comprometen a buscar una salida pacífica al diferendo sobre el Canal de Beagle. 15 de marzo: el general João Baptista Figueiredo asume como último presidente de la dictadura brasileña.
Augusto Pinochet Ugarte
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Nació en Valparaíso el 25 de noviembre de 1915. Entró a la Escuela Militar en 1933 y se graduó como alférez cuatro años después. Se casó en 1943 con Lucía Hiriart, con quien tendría cinco hijos. Se desempeñó en bases militares de distintas regiones de Chile, hasta que en 1953 fue designado profesor de la Academia de Guerra de Santiago. Su especialidad era la geografía militar y la geopolítica. En enero de 1971, durante la presidencia de Allende, ascendió a general de División y luego fue designado comandante de Santiago, la región militar más importante del país. Un año después llegó a ser comandante en jefe del Ejército por recomendación de su antecesor, el general constitucionalista Carlos Prats. Allende y su entorno lo consideraban un militar apolítico y confiable. Sus amistades lo conocían como un gran jugador de póquer. Según sus propias declaraciones, fue desde el inicio el impulsor del golpe de estado que depuso a Allende en 1973. Según otras versiones provenientes de las fuerzas armadas, se plegó al golpe tardíamente y sin mayor entusiasmo. En cualquier caso, en poco tiempo consiguió controlar la Junta Militar que tomó el mando del país. El 27 de junio de 1974 se hizo proclamar “Jefe Supremo de la Nación” y el 17 de diciembre de ese año adoptó el título de “Presidente”. La idea de que el máximo cargo de gobierno rotara entre los comandantes en jefe había quedado en el olvido. Pinochet consiguió monopolizar el poder mediante una estrategia de limpieza. Antes de que se cumpliera un año del golpe, tres de sus principales promotores (los generales Torres, Viveros y Nuño) habían pasado a retiro. Otro murió en un accidente de avión en 1975. A fines de los años ochenta, todos los generales del ejército en actividad eran 25 años más jóvenes que Pinochet. Algo similar ocurría en las otras armas. Cuando, en julio de 1978, el comandante de la Fuerza Aérea, general Gustavo Leigh, intentó iniciar una apertura política, Pinochet forzó su renuncia y lo sustituyó por el general Fernando Matthei. De los miembros de la junta original, solo el almirante Merino seguía a esa altura en su puesto. Pero Pinochet se había encargado de fortalecer al Ejército en relación a la Armada, de
modo que la capacidad de influencia de Merino era mucho menor que en 1973. La Constitución aprobada en 1980 le aseguró la permanencia en el gobierno hasta 1988, con la posibilidad de permanecer ocho años más. Pero a partir de 1983 comenzó un proceso de reorganización de la oposición que anunciaba que las cosas no serían fáciles. En 1986, Pinochet escapó a un atentado organizado por una guerrilla comunista llamada Frente Patriótico Manuel Rodríguez. El episodio dio lugar a una violenta ola de represión. El 5 de octubre de 1988, el 57 por ciento de los chilenos votó contra la prolongación del mandato de Pinochet. Ese fue el comienzo de una apertura que condujo a la elección de un presidente democrático a fines del año siguiente. Pinochet dejó la presidencia el 11 de marzo de 1990, pero se mantuvo como comandante en jefe del Ejército y ocupó un cargo de senador vitalicio que le daba inmunidad legal. El 17 de octubre de 1998, durante un viaje a Londres para recibir tratamiento médico, fue arrestado como consecuencia de un pedido de extradición cursado por el juez español Baltasar Garzón. El crimen del que se lo acusaba era la desaparición y asesinato de ciudadanos españoles en Chile. El ex dictador pasó algunas semanas en régimen de arresto domiciliario, pero finalmente fue autorizado a volver a Chile por el gobierno británico. El ministro Jack Straw justificó la
decisión apelando al frágil estado de salud del acusado. Otros vieron en la decisión una retribución al apoyo brindado por la dictadura chilena al Reino Unido durante la Guerra de las Malvinas. Una vez vuelto a Santiago, la Justicia chilena pidió que se levantara su inmunidad. Se inició entonces una batalla legal que se prolongó hasta el año 2002, cuando se llegó a una solución que lució como negociada: Pinochet renunció a su banca en el Senado, pero la Suprema Corte de Justicia estableció que no podía ser juzgado debido a que padecía demencia senil. La fórmula dio lugar a nuevas batallas legales, hasta que en mayo de 2004 la Corte cambió de posición y estableció que Pinochet podía ser sometido a juicio. Ese mismo año, una investigación realizada en Estados Unidos reveló la existencia de cuentas secretas hacia las que Pinochet había derivado millones de dólares bajo nombre falso. La noticia fue un golpe para parte de sus seguidores, que lo consideraban un hombre duro pero un patriota honesto. Ahora se descubría que no solo era un violador de los derechos humanos sino también un delincuente económico. Durante el año 2005 se iniciaron contra Pinochet decenas de causas criminales que iban desde el asesinato hasta la evasión de impuestos. El 25 de noviembre de 2006, al cumplir 91 años, el antiguo dictador emitió una declaración en la que se hacía responsable de los abusos cometidos durante su gobierno. Dos días después fue puesto bajo arresto domiciliario. Murió el 10 de diciembre de 2006 en el Hospital Militar de Santiago y fue velado en un establecimiento militar. Mientras tanto, en las calles había choques violentos entre quienes festejaban su muerte y quienes querían honrarlo. No recibió los honores fúnebres correspondientes a un jefe de estado, sino los propios de un antiguo comandante en jefe del Ejército. No se decretó duelo nacional pero se autorizó que las banderas estuvieran a media asta en los cuarteles. La presidenta Michelle Bachelet se negó a asistir al velorio. Pinochet pidió que sus restos fueran cremados, porque temía los ataques que se produjeran contra su tumba.
13 1980-1981
1980
11 de setiembre: la dictadura de Pinochet consigue aprobar un proyecto de reforma constitucional mediante un plebiscito. El “Sí” triunfa con el 67 por ciento de los votos. 30 de noviembre: la dictadura uruguaya fracasa en el intento de hacer aprobar un proyecto de reforma constitucional mediante un plebiscito. El “No” triunfa con el 58 por ciento de los votos.
1981
20 de enero: Ronald Reagan asume como presidente de Estados Unidos. Son liberados los rehenes en Irán.
1982
1982
1983-1984
22 de enero: muere en Chile el ex presidente Eduardo Frei.
1983
2 de abril: tropas argentinas desembarcan en las islas Malvinas.
30 de octubre: el candidato radical Raúl Alfonsín gana las primeras elecciones libres en Argentina desde 1973.
2 de mayo: hundimiento del crucero General Belgrano. 14 de junio: las tropas argentinas se rinden en las Malvinas. 28 de noviembre: elecciones internas de los partidos políticos en Uruguay.
17 de junio: renuncia del dictador argentino general Leopoldo F. Galtieri.
10 de diciembre: Raúl Alfonsín asume como presidente constitucional de Argentina. 1984
23 de enero: Argentina y Chile firman en el Vaticano un Tratado de Paz y de Amistad que pone fin al diferendo sobre el Canal de Beagle.
1984-1985
16 de junio: Wilson Ferreira Aldunate llega a Uruguay y es inmediatamente detenido. 25 de noviembre: el Partido Colorado triunfa en las primeras elecciones que se realizan en Uruguay desde 1971. 1985
15 de enero: Tancredo Neves es electo primer presidente democrático de Brasil. 1º de marzo: Julio María Sanguinetti asume como presidente constitucional en Uruguay. 11 de marzo: Mikhail Gorbachov asume como premier de la Unión Soviética.
1985
Algún tiempo después de tomar el poder, Pinochet se rodeó de un grupo de economistas y tecnócratas que rechazaban todo lo que había sido habitual en Chile hasta entonces: la intervención del estado en la economía, la planificación de la producción, el proteccionismo comercial. Esos asesores recomendaban un estado pequeño que no se embarcara en aventuras estatizadoras, una economía abierta al mundo y políticas macroeconómicas que no recurrieran a la inflación ni a las devaluaciones. Todo eso significaba un rompimiento con el pasado de Chile, pero también con las orientaciones que habían sido tradicionalmente apoyadas por los militares en la región. Los defensores de Pinochet presentan este giro económico como una prueba de su estatura como gobernante. Muchos otros creen que fue más bien casualidad. Pinochet sabía que no quería repetir las políticas practicadas por la Democracia Cristiana y por Allende,
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régimen bajo la atención mundial. La muerte de Allende y la desaparición de muchos de sus colaboradores ocuparon las páginas de la prensa. El asesinato del ex canciller Orlando Letelier, perpetrado por agentes de la DINA en pleno Washington en 1976, llevó a que Estados Unidos impusiera un embargo a la venta de armas que se mantuvo hasta el retorno a la democracia. La belicosidad del régimen volvió a hacerse visible en 1978, cuando se inició un conflicto con Argentina a propósito del canal de Beagle que casi lleva a una guerra entre las dos dictaduras. Pinochet era para el mundo el paradigma del dictador sangriento y brutal. Pero había un aspecto de su gobierno que causaba asombro y generaba elogios en muchos ambientes: su política económica. Pinochet estaba consiguiendo sacar a Chile del caos económico en el que se encontraba al final del gobierno de Allende, y parecía estar logrando un fuerte crecimiento.
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bertad de expresión y de prensa fueron severamente restringidas. La prisión arbitraria y la tortura se practicaron en forma sistemática. Se estima que, entre 1973 y 1976, el número de presos políticos se mantuvo entre cinco y seis mil personas (a partir de ese año cayó, como consecuencia de un decreto-ley que permitió a muchos presos partir al exilio). También se estima que, entre setiembre de 1973 y el fin del régimen en 1990, se cometieron unos tres mil asesinatos y desapariciones. La policía secreta chilena (llamada DINA) se contó entre las más agresivas de la región. No sólo actuó en todo el país sino que organizó asesinatos en el extranjero, como el del general constitucionalista Carlos Prats en Buenos Aires. Se sospecha asimismo que la DINA pudo haber causado la muerte del ex presidente Eduardo Frei, que falleció en 1982 luego de haber sido sometido a una sencilla operación quirúrgica. La extrema violencia de los métodos usados por Pinochet colocó a su
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1988-1990
14 de marzo: Argentina ratifica el tratado que pone fin al diferendo con Chile por el Canal de Beagle. 15 de marzo: debido al grave estado de salud de Tancredo Neves, el vicepresidente Sarney asume como presidente en ejercicio. 12 de abril: Chile ratifica el tratado que pone fin al diferendo con Argentina por el Canal de Beagle. 21 de abril: tras la muerte de Neves, José Sarney asume como presidente en Brasil.
1988
5 de octubre: Augusto Pinochet fracasa en el intento de legitimar un nuevo período de gobierno mediante plebiscito. El “No” triunfa con el 54,7 por ciento de los votos
1989
20 de enero: George H. Bush asume como presidente de Estados Unidos. 9 de noviembre: cae el muro de Berlín.
1990
11 de marzo: Patricio Aylwin asume como presidente constitucional de Chile. Es el fin de la dictadura de Pinochet.
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pero su ignorancia económica le impedía definir un rumbo alternativo. Entonces decidió probar con un grupo de economistas formados en Estados Unidos que sonaban convincentes. Pero estaba lejos de ser consciente del significado de su opción, ni de las consecuencias que traería. Orientado por sus asesores y amparado en un poder casi absoluto, Pinochet introdujo cambios de gran magnitud en la vida del país: redujo el tamaño del estado, privatizó los servicios esenciales y la seguridad social, transformó el sistema de salud, fomentó la inversión extranjera y liberalizó el comercio. Los resultados no fueron homogéneos a lo largo del tiempo. Luego de un período crítico que siguió al golpe de estado, hubo logros económicos positivos entre 1975 y 1981. La inflación cayó, el déficit de las cuentas públicas se redujo (pese a que el gasto militar se duplicó) y la economía tuvo un crecimiento sostenido. Pero en 1981 se produjo una gran caída del precio del cobre que fue seguida de una crisis financiera internacional. Esa combinación produjo una grave recesión: el producto cayó un 14 por ciento y el desempleo superó el 20 por ciento. El ingreso familiar promedio se redujo en un tercio. Varios bancos quebraron y el régimen de cambio fijo estalló, lo que creó inmensos problemas a muchos chilenos que se habían endeudado en dólares. La recesión castigó duramente a la población en 1982 y 1983, hasta el punto de que casi la mitad de la población cayó por debajo de la línea de pobreza. Luego se inició un proceso de recuperación que se aceleró a partir de 1985, bajo la dirección del ministro de Economía Hernán Büchi. En esos años se retomaron las reformas, incluyendo la liberalización del mercado de cambios y la simplificación del sistema impositivo. Hubo también una nueva ola de privatizaciones, incluyendo varios bancos y empresas que habían sido tomados por el estado durante la crisis. El saldo final de estas altas y bajas fue un crecimiento significativo de la economía y una importante mejora de la competitividad, pero a costos sociales muy altos. La economía chilena creció en promedio casi un 6 % anual durante los años de la dictadura. Entre 1984 y 1990 tuvo el crecimiento más rápido del continente. La inflación pasó del mil por ciento en el período inmeditamente posterior al golpe, a menos del diez por ciento una década después. Las exportaciones crecieron y se diversificaron: Chile se convirtió en el país sudamericano con mejor entrada a los mercados de los países desarrollados. La tasa de inversión era del 16 por ciento
en 1988. La gran contracara económica a estos logros fue el aumento de la deuda externa, que se multiplicó por seis entre 1970 y 1989. Pero el problema más criticado no es el endeudamiento sino el deterioro de las condiciones de vida de muchísimos chilenos. Pese al crecimiento, el desempleo pasó del 4,8 por ciento en 1973 al 12,6 por ciento en 1987. El producto per cápita era menor en 1984 que en 1970. El ingreso se había concentrado y el gasto familiar se había contraído más de un 20 por ciento entre 1970 y 1989. Esta mezcla de resultados está en el centro de intensos debates. Las opiniones acerca de cómo hay que interpretarlos son muy dispares, pero al menos dos cosas parecen suficientemente claras. La primera es que, una vez vueltos a la democracia, los chilenos decidieron no desandar el camino recorrido. Los gobiernos de los democristianos Patricio Aylwin y Eduardo Frei, y luego de los socialistas Ricardo Lagos y Michelle Bachelet, siguieron apostando a una economía abierta, a un mercado libre de trabas y a un estado de proporciones modestas. Chile es hoy el país con la economía menos estatizada del continente y el que ha firmado un mayor número de tratados de libre comercio. Lo segundo que ha quedado claro es que, visto a mediano plazo, el camino recorrido por los chilenos está dando resultado: desde el retorno a la democracia la economía chilena ha sido la más vigorosa de la región (el crecimiento anual promedio para la década de los noventa fue del 8 por ciento). La inflación no supera el 5 por ciento desde 1998. El país sigue teniendo una distribución desigual del ingreso, pero está bajando significativamente el desempleo y los niveles de pobreza (durante toda la década de los noventa, el desempleo osciló entre el 5 y el 6 por ciento). Nada de esto atenúa, por cierto, los crímenes cometidos por la dictadura de Pinochet.
LA ARGENTINA DE LAS JUNTAS El 24 de marzo de 1976, la presidenta argentina María Estela Martínez de Perón (también conocida por su antiguo nombre artístico: “Isabelita”) viajaba en helicóptero desde la Casa Rosada hasta la residencia de Olivos. Sorpresivamente, el aparato fue desviado hacia una zona militar. Allí la presidenta supo que había sido depuesta, que era prisionera de los militares y que había sido sustituida por la Junta de Comandantes en Jefe de las fuerzas armadas. El golpe no sorprendió a casi nadie. En una Argentina acostumbrada a la intro-
Neoliberalismo Por Pablo da Silveira
Milton Friedman > El término “neoliberalismo” se usó inicialmente en los ambientes académicos para referirse a las propuestas monetaristas desarrolladas por Milton Friedman a fines de los años cincuenta. La palabra adquirió luego un sentido político que se fue ampliando con el paso del tiempo, hasta el punto de perder todo significado específico. “Neoliberal” es hoy un adjetivo que muchos utilizan para referirse a todo aquello que no les gusta. Hay, sin embargo, un sentido que sigue siendo relevante. En el Chile de Pinochet, en la segunda mitad de los años setenta, surgió un movimiento de gente que, al mismo tiempo que respaldaba una feroz dictadura, creía en la libertad económica. Esa gente no se conmovía ante el atropello de los derechos civiles y políticos, pero estaba firmemente dispuesta a defender la libre iniciativa en el mercado. Esas personas fueron denominadas “neoliberales” para distinguirlas de los liberales clásicos. Y la distinción es muy pertinente. Para un liberal clásico, las libertades políticas y las libertades económicas son inseparables. Un liberal clásico rechaza la excesiva intervención del estado en la vida económica porque le importa proteger la libertad de cada persona de elegir la vida que quiere vivir. Un estado que nos indica en qué debemos trabajar, cuándo debemos ahorrar o qué debemos consumir es una amenaza grave contra esa autonomía personal. También lo es un estado que elimina la propiedad privada, porque hace que todos dependamos de él para subsistir. Pero igualmente amenazante es un estado que decide sin ninguna clase de límite quién debe estar libre y quién debe estar preso, cuáles son las ideas que pueden manifestarse en público o quién debe gobernar. Para un liberal clásico, que alguien defienda la libertad económica y al mismo tiempo se desentienda de la libertad política es una contradicción. O peor que eso: es una hipocresía. Lo que en realidad le interesa a esa persona no es la libertad sino el lucro. Para quien realmente aprecia la libertad, una dictadura que tiene éxito económico es tan inaceptable como una dictadura pobre. Esa es la diferencia fundamental entre un liberal y un neoliberal. Adam Smith nunca hubiera apoyado a Pinochet.
misión de las fuerzas armadas en la vida política, la situación en 1976 lucía más crítica que nunca. Perón había muerto en ejercicio de la presidencia y había dejado como reemplazo a su tercera esposa. “Isabelita” usaba todo el tiempo el apellido de su marido, pero no tenía las más mínimas condiciones para gobernar. Las cuentas públicas estaban desquiciadas y la inflación anualizada llegaba al 900 por ciento. La deuda externa había trepado a los 21 mil millones de dólares. El producto bruto y el salario real caían en picada, lo que había llevado a que la CGT emprendiera sus primeras huelgas contra un gobierno peronista. Dentro del propio gobierno, los choques entre distintas tendencias hacían casi imposible seguir un rumbo. Pero todo eso era poco en comparación con la violencia política que asolaba al país. De manera muy clara a partir de 1969, los grupos de acción directa se multi-
plicaban y se volvían cada vez más agresivos. Entre sus militantes había peronistas de izquierda, católicos revolucionarios y marxistas de diversas vertientes (maoístas, trotskistas, guevaristas, castristas). Los Montoneros constituían la organización guerrillera más notoria, pero había otras de similar importancia como el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), de orientación trotskista. Todas ellas estaban predominantemente integradas por jóvenes (muchos estudiantes, muy pocos obreros) y solían tener sus bases de acción y reclutamiento en los centros universitarios. Cada organización tenía sus particularidades, pero todas estaban estructuradas verticalmente como verdaderas fuerzas militares. Y casi todas mataban. En el momento de ser aplastadas por la dictadura, sus víctimas sumaban 814 personas. Como resultado de la acción de las organizaciones guerrilleras, el país esta-
ba permanentemente sacudido por atentados personales, secuestros extorsivos (la libertad a cambio de varios millones de dólares), copamientos de fábricas y asaltos a instalaciones militares. En los meses previos al golpe hubo en promedio ocho acciones armadas por día. La represión contra las guerrillas de izquierda había empezado en vida del propio Perón. El primer episodio ocurrió el día mismo de su llegada a Argentina, cuando los Montoneros y otros peronistas de extrema izquierda fueron recibidos a balazos en Ezeiza. En octubre de ese año, poco después de que Perón asumiera la presidencia, había empezado a operar la Alianza Anticomunista Argentina (conocida como la “Triple A”), bajo la dirección de José López Rega. Esa organización parapolicial (en rigor, un escuadrón de la muerte) asesinó a algunos guerrilleros, pero sobre todo a políticos, periodistas, militantes sindicales e
desplegados por el propio López Rega. Los enfrentamientos se prolongaron durante horas, con un saldo de varios muertos y centenares de heridos. La respuesta de la izquierda no se hizo esperar: al día siguiente, el principal dirigente del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) llamó a conferencia de prensa y acusó públicamente a López Rega de la masacre. Pero en las discusiones internas que se sucedieron quedó claro que Perón estaba decidido a apoyar a López Rega y a terminar con la guerrilla. Se había servido de ella para acelerar el fin de la dictadura de Lanusse, pero no la quería funcionando en un país gobernado por el peronismo. En los meses siguientes, López Rega siguió fortaleciéndose. El 4 de agosto obtuvo una victoria decisiva, cuando el Congreso Nacional Justicialista aprobó la candidatura a la vicepresidencia de María Estela Martínez de Perón para las elecciones que se realizarían en breve. La fórmula oficial era “Perón-Perón”, pero en muchos oídos sonaba “Perón-López Rega”. El 13 de julio de 1973, Héctor Cámpora renunció a la presidencia para facilitar la llegada de Perón al gobierno. Fue sucedido por Raúl Lastiri, que era yerno de López Rega. Durante el interinato de tres meses, la mayoría de los hombres de Cámpora fueron eliminados del gobierno. Las elecciones se realizaron el 23 de setiembre y Perón obtuvo el 61,8 por ciento de los votos. Dos días después fue asesinado José Ignacio Rucci, un sindicalista de la derecha peronista que había estado involucrado en los acontecimientos de Ezeiza. El crimen fue atribuido a los Montoneros y tanto Perón como López Rega lo consideraron una declaración de guerra.
Cuando Perón asumió como presidente, el 12 de octubre de 1973, la izquierda peronista quedó virtualmente fuera del gobierno. Pero, más grave que eso, López Rega pasó a ser el nuevo hombre fuerte y se volcó a organizar una organización paramilitar llamada “Alianza Anticomunista Argentina”. Un mes después se produjo el primer crimen claramente atribuible a la “Triple A”: el atentado contra el senador Hipólito Solari Irigoyen, que resultó gravemente herido. Luego seguiría una larga lista de asesinatos, agresiones y amenazas. Se ha comprobado que la “Triple A” se financiaba con dineros públicos desviados por López Rega. Cuando Perón murió, el 1º de julio de 1974, su viuda asumió como presidenta de la Argentina y López Rega se convirtió en algo similar a su primer ministro: decidió personalmente la integración del nuevo gabinete y se puso al frente de la Policía Federal, a la que otorgó poderes especiales. En esta época se aprobaron los “decretos de aniquilación” que, en los hechos, marcan el inicio de la “guerra sucia”. En julio de 1975, las múltiples denuncias contra la “Triple A”, sumadas a una crisis inflacionaria producida por las decisiones de un ministro de Economía sostenido por López Rega, llevaron las cosas a un punto insostenible. Sometida a múltiples presiones, “Isabelita” debió aceptar la renuncia de su mentor y le ofreció una embajada. López Rega se trasladó a España y pasó la década siguiente como fugitivo. Se sabe que vivió en Suiza, en Italia y en Bahamas. En 1986 fue detenido en Estados Unidos y extraditado a Argentina. Murió en prisión el 9 de junio de 1989, mientras esperaba a ser juzgado. Tenía 73 años.
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Encarnó mejor que nadie la locura represiva de los regímenes autoritarios del Cono Sur. También fue el representante más fiel de la debacle política y moral en la que se hundió el último gobierno de Perón. Nació el 17 de octubre de 1916 y fue durante años un oscuro miembro de la Policía Federal argentina. Su interés por la brujería lo puso en contacto con María Estela Martínez, la bailarina de locales nocturnos que se convertiría en la tercera esposa de Perón. A mediados de los años sesenta se incorporó al grupo que rodeaba a la pareja durante su exilio en España. Primero fue guardia de seguridad y luego secretario personal. Desde entonces ejerció una inmensa influencia sobre el viejo militar y un control psicológico casi total sobre su esposa. Muchos lo comparan con Rasputín, el monje ruso que manipuló a su antojo a la esposa del zar Nicolás II. Cuando Héctor Cámpora fue electo presidente por el peronismo, el 11 de marzo de 1973, López Rega fue designado ministro de Bienestar Social. La orden había sido dada por el propio Perón. Desde entonces, López Rega se convirtió en el principal rival interno del nuevo presidente. Mientras Cámpora representaba el ala izquierda del peronismo, fuertemente vinculada a los Montoneros, López Rega encarnaba un ala derecha que se iba volviendo crecientemente agresiva. El conflicto estalló el día que Perón retornó de su exilio. El 20 de junio de 1973, cuando los Montoneros llegaron encolumnados a Ezeiza para recibir a su líder, fueron recibidos a balazos por tiradores que, según se estimó entonces y se sigue afirmando ahora, habían sido
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“El brujo” López Rega
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intelectuales de izquierda. Sus amenazas de muerte habían empujado al exilio a notorias personalidades de la cultura y eran la señal más clara del corrimiento del gobierno hacia la extrema derecha. En el correr de su lúgubre historia, la “Triple A” sería responsable de unas mil quinientas muertes. El 1º de julio de 1974 murió Perón y su viuda asumió la presidencia (en las elecciones realizadas el año anterior, la fórmula había sido “Perón–Perón”). Desde entonces se profundizaron las políticas represivas bajo la influencia cada vez más notoria de López Rega. A partir de febrero de 1975 se firmaron varios decretos presidenciales que daban vía libre a las fuerzas armadas para neutralizar a las guerrillas activas en diversas provincias. Los “decretos de aniquilación”, como se los llamó en la época, tuvieron carácter secreto y estimularon prácticas a esa altura habituales en las fuerzas militares y policiales, como la tortura y las ejecuciones sumarias. La violencia política descontrolada y una espiral inflacionaria fabricada por el propio gobierno fomentaron las intrigas palaciegas y las luchas de poder. A medidados 1975, López Rega fue públicamente acusado de ser el instigador y financiador de la “Triple A”. Sometida a crecientes presiones, la presidenta se vio obligada a aceptar su renuncia el 11 de julio de ese año. Pero a esa altura la inquietud militar era demasiado grande y todos esperaban el golpe de estado. Más aun, muchos lo deseaban: desde la derecha se reclamaba que los militares pusieran orden; desde la izquierda, muchos militantes y dirigentes, encerrados en un macizo encapsulamiento ideológico, pensaban que un golpe era lo que hacía falta para que se desatara una insurrección popular. Así se había llegado a ese 24 de marzo de 1976 en el que el helicóptero de la presidenta cambió de rumbo. El golpe que la había derrocado estaba dirigido por los jefes de las tres armas: el teniente general Jorge Rafael Videla (jefe del Ejército), el almirante Emilio Eduardo Massera (jefe de la Armada) y el brigadier general Or-
lando Agosti (jefe de la Fuerza Aérea). Los tres proclamaron como propósitos “erradicar la subversión y promover el desarrollo económico (…) a fin de asegurar la posterior instauración de una democracia republicana, representativa y federal”. Sólo cumplieron plenamente el primer objetivo, aunque pocos pudieron prever los métodos que utilizarían para lograrlo. En aquel momento, una porción probablemente mayoritaria de la ciudadanía aceptó con resignación y hasta con alivio la caída de las instituciones. No hubo el menor atisbo de resistencia. El nuevo régimen se autodenominó “Proceso de Reorganización Nacional”. La rapidez con la que se tomaron las
primeras medidas y se difundieron los primeros comunicados reveló una cuidadosa planificación previa. También quedó claro desde el principio que este quiebre institucional no se parecía a los anteriores. Las fuerzas armadas asumieron el gobierno como institución y se propusieron evitar los caudillismos personalistas. Aunque la presidencia sería ejercida por el titular del Ejército (la fuerza más importante y antigua), el poder era ejercido colectivamente por la Junta de Comandantes. Además se incorporaba un criterio de rotatividad: los comandantes permanecerían tres años en su cargo y luego pasarían a retiro (en el caso de la primera Junta,
Dictaduras y derecha en Argentina Por Félix Luna > En los años 60 y 70 del siglo XX varios gobiernos militares se instalaron en el poder en Argentina. Todos ellos tuvieron como característica una acción represiva desarrollada contra las fuerzas que consideraban de extrema izquierda. Una siniestra coherencia unía la ideología de estos gobiernos: la eliminación física de todo elemento que pudiera incluirse en esa categoría. ¿A qué se debió esta reacción brutal? Aventuro una explicación: la pérdida de fe en la democracia por parte de la derecha local. Ya sé: “la derecha” es un término muy impreciso, pero no hay otro, que yo sepa, para definir al conjunto de los elementos básicos del establishment, los partidarios de dejar las cosas como están, los que rechazan todo cambio. Estos sectores veían en los años 60 con inquietud el avance de fuerzas que consideraban disolventes y fuera del juego político normal. No existió un formal traspaso de las funciones represoras: la derecha simplemente fue dejando a cargo de las fuerzas armadas una tarea que, por sucia, no debía contaminarla. Al mismo tiempo se preocuparon por colocar a gente de su elenco al frente de la economía. De esta manera, con los hombres de armas en la responsabilidad de aniquilar
a los extremistas, y los dirigentes de pensamiento más ortodoxo manejando la economía, la derecha podía respirar tranquila. Entretanto, la democracia permanecía congelada, la república se suspendía. Mientras la derecha veía esas pausas como una circunstancia que podía alargarse indefinidamente (“no tenemos plazos, tenemos objetivos”, decía uno de esos gobernantes de facto) los sectores populares las percibían como un hiato antinatural, una secuela forzada y no querida dentro de la evolución normal del país. Pero los mismos excesos y torpezas que formaban parte de la naturaleza de este esquema de poder fueron provocando la evaporación del apoyo inicial de que gozaron estos gobiernos. La presión interna e internacional fueron obligándolos a consentir el retorno a la democracia, bien que de mala gana y con condicionamientos. Fue entonces cuando se evidenciaron los horrores cometidos y sus complicidades. Y hasta la derecha más recalcitrante advirtió que es mejor un sistema democrático, aun sometido al azar de las elecciones, que un régimen de facto, donde no existe ninguna garantía, ni siquiera para amparar a la propia tropa... Y es que la democracia se construye así, sobre horrores y errores, sobre arrepentimientos y pruebas de conciencia. Dolorosamente.
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Una serie de 25 fascículos publicada por el diario El País con el apoyo del Centro de Estudios Jean-François Revel.
Asistente
Dirección de proyecto
Archivo de El País
Pablo da Silveira
Investigación y redacción
Pablo da Silveira Francisco Faig Félix Luna Enrique Mena Segarra Martín Peixoto
José López Fotografías
Diseño gráfico, armado y corrección
Trocadero Publicación
El País
Impreso en El País Depósito legal: 334.251
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La dictadura iniciada en Uruguay el 27 de junio de 1973 fue la segunda en orden cronológico: el golpe se dio cuando Brasil llevaba una década sin democracia, antecedió en unos tres meses a la caída de Allende y en casi tres años al derrocamiento de María Estela Martínez de Perón. La dictadura uruguaya fue la segunda más breve: duró algo más de 11 años. Eso es casi la mitad de lo que duró la brasileña (21 años) y bastante menos de lo que duró la chilena (17 años). Pero representa un período más prolongado que el que abarcó la dictadura argentina (casi 8 años). La dictadura uruguaya fue la única que mantuvo en su puesto al antiguo presidente constitucional (Juan María Bordaberry). En los otros casos, los presidentes en ejercicio fueron depuestos. Allende se autoeliminó, en tanto Goulart e “Isabelita” Perón partieron al exilio. La dictadura uruguaya fue la que tuvo mayor número de presos políticos sobre total de población: 31 por cada 10 mil habitantes. Pero fue la que mató menos. Se estima que la dictadura chilena mató a unas tres mil personas, en una población de nueve millones de habitantes. Es probable que la dictadura argentina haya matado a más de diez mil aunque, al igual que en el caso de Brasil, es difícil conocer la cifra exacta. La dictadura uruguaya mató probablemente a unas 250 personas, incluyendo en el cómputo a los presos políticos muertos en prisión, a quienes fueron ultimados en operativos callejeros posteriores al golpe de estado y a los desaparecidos dentro y fuera del país. Si se considera la cantidad de años vividos sin poder ejercer plenamente las libertades, los brasileños llevan la peor parte, seguidos por los chilenos. Si se considera la dimensión de las atrocidades cometidas, los argentinos son quienes sufrieron un régimen más salvaje. Pero estas comparaciones tienen un alcance limitado. Todas las dictaduras son malas y cada muerto es un muerto de más.
determinar el número total de víctimas porque, a diferencia de lo que ocurrió durante el nazismo o el estalinismo, había una voluntad de no dejar huellas. En 1984, la Comisión Nacional sobre Desaparición de Personas (Conadep), creada por el gobierno de Raúl Alfonsín, contabilizó casi nueve mil desapariciones comprobadas. Es probable que la cifra real sea mayor, pero no hay elementos firmes que corroboren la cifra de 30 mil que se invoca con frecuencia. Un capítulo particularmente siniestro es el de los niños que nacieron en cautiverio. Algunos de ellos fueron entregados a parientes o vecinos tras la ejecución de sus padres. Otros fueron dados en adopción (legal o ilegal) a matrimonios integrados por militares o policías. La última dictadura argentina fue la más breve de todas las que hubo en la región, pero fue también la que acumuló un mayor número de atrocidades. Tanta ferocidad dio sus frutos. Al llegar el año 1979, los atentados extremistas habían cesado y ya no había grupos activos en el territorio. Como consecuencia también cesaron los métodos irregulares de represión. La “guerra sucia” había terminado. ¿Qué sabía el argentino común de lo que había sucedido? La prensa apenas hablaba de “muertos en enfrentamientos”, pero los rumores se difundían. En 1977 empezaron las marchas semanales de las “Madres de Plaza de Mayo”. Hubo también una declaración de los obispos que alertaba sobre las violaciones de los derechos humanos. Pero muchos valoraron la aparente seguridad obtenida y prefirieron no preguntar demasiado. Como es corriente en estos casos, los observadores del exterior estaban mejor informados que los propios argentinos. De allí nació el inmenso desprestigio del régimen, que influiría en el comportamiento de varios gobiernos y en la reacción internacional ante la Guerra de las Malvinas. La dictadura desestimó las acusaciones como fruto de una “campaña antiargentina” y contrapuso la consigna: “Los argentinos somos derechos y humanos”. La organización del campeonato mundial de fútbol en 1978 fue parte de un operativo de imagen que se vio favorecido por el triunfo deportivo. Al mismo tiempo que libraba la “guerra sucia”, la dictadura se propuso poner orden en la economía. Para eso apostó a un equipo dirigido por José Martínez de Hoz, un empresario exitoso y bien conectado que durante cinco años tuvo una total libertad de movimiento (un privilegio raro en la historia argentina). Martínez de Hoz se propuso liberalizar el mercado interno (reduciendo los controles y la intervención del estado) y abrir la
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La dictadura uruguaya en su contexto
este acuerdo no se cumplió). También a diferencia de golpes anteriores, muchas funciones públicas fueron puestas en manos de uniformados, aun en el caso de que no contaran con la experiencia ni la preparación adecuadas para ejercer las funciones que se les asignaban. En este régimen militar habría comparativamente poco espacio para los civiles. La primera tarea que se propuso la Junta fue terminar con la insurgencia guerrillera. En realidad se trataba de continuar la tarea iniciada con los “decretos de aniquilación”, pero ahora se podía actuar con la plena seguridad de que no habría que rendir cuentas públicas. Los propios militares le dieron a la etapa que se iniciaba el terrible nombre con el que sería conocida: “guerra sucia”. Las fuerzas represivas se organizaron en células compartimentadas, similares a las de la propia guerrilla. Vestidos de civil, trasladándose en vehículos sin matrícula, sus agentes asaltaban domicilios, saqueaban hogares, secuestraban y conducían a sus víctimas a alguna de las 300 cárceles que pronto hubo en el país. Algunos centros de detención estaban ubicados en unidades militares, como la tristemente célebre Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA). Otros se instalaron clandestinamente en edificios pensados para usos civiles, como la Automotora Orletti o el Garaje Olimpo. Allí se practicaban las torturas más atroces. Una vez que se conseguía la información buscada (si es que esa información existía) muchos detenidos eran asesinados y sus cuerpos lanzados al Río de la Plata o enterrados en tumbas sin nombre. Eran los “desaparecidos”. Pero no todos tuvieron ese destino. Hubo quienes quedaron en prisión durante largos años, hubo quienes pudieron salir del país y hubo quienes fueron puestos en libertad sin explicaciones. Todo el sistema estaba signado por la arbitrariedad y la falta de garantías. Los familiares que intentaban obtener información se encontraban ante el vacío más completo. En las comisarías se les contestaba que no sabían nada del caso, y era parcialmente cierto: antes del operativo habían recibido la orden de no interferir ni hacer preguntas. La advertencia era necesaria porque lo que iba a ocurrir era indistinguible de un hecho delictivo a cargo de criminales comunes. Las víctimas eran normalmente miembros de los grupos de acción directa, pero también se perseguía a parientes, conocidos o simples opositores. Existieron asimismo los detenidos por error. Se conocen casos de chicos de 14 años y de septuagenarios que fueron sometidos a procedimientos brutales. Es muy dif ícil
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economía al exterior (desmantelando las protecciones aduaneras). También estimuló las exportaciones con un tipo de cambio realista. Las extraordinarias cosechas de esos años permitieron convertir un déficit de comercio exterior de mil millones de dólares en un superávit del mismo orden. Curiosamente, el principal destino de las exportaciones fue la Unión Soviética, necesitada de paliar los fracasos de su agricultura. El gobierno militar argentino dejó de lado las diferencias ideológicas y Moscú le correspondió oponiéndose a las investigaciones sobre violaciones a los derechos humanos que se proponían en las Naciones Unidas. Para detener la espiral inflacionaria, Martínez de Hoz dejó libres los precios pero mantuvo controlados los salarios. El poder adquisitivo de los asalariados cayó a la mitad, pero la inflación siguió siendo elevada porque hacía falta emitir dinero para financiar los gastos del estado. El gobierno estaba deshaciéndose de algunas empresas ineficientes, pero al mismo tiempo aumentaba el gasto militar, realizaba inversiones de dudosos retornos (el mundial de fútbol costó 700 millones de dólares) y realizaba obras de infraestructura a un ritmo mayor que el que podía soportar la economía. En 1978, enfrentado a una inflación del 160 por ciento y a una crisis financiera, Martínez de Hoz aunció un nuevo plan económico que se basaría en el control estatal de cuatro variables: el tipo de cambio, la cantidad de moneda, las tarifas públicas y los salarios. El plan naufragó a los pocos meses, pero uno de sus componentes subsistió: el control del precio del dólar, al que se conoció como “la tablita”. Se inauguró así la época de la “plata dulce”: el dólar barato desestimuló las exportaciones y, al combinarse con una inflación diez veces más alta que la suba de precios internacionales, afectó la competitividad de la producción local frente a los artículos importados. Los argentinos se acostumbraron a consumir productos extranjeros y a viajar por el mundo La hora de la verdad llegó en marzo de 1980, cuando el gobierno se quedó sin reservas para seguir sosteniendo el tipo de cambio. La crisis de confianza desató una masiva salida de capitales que el gobierno no pudo frenar pese a tomar inmensos créditos (es decir, a endeudarse para volcar dinero en la plaza local). Hacia finales del año, la deuda llegaba a 30 mil millones de dólares y nada conseguía sostener al peso argentino. La inminencia de la crisis económica coincidió con un cambio en el elenco de gobierno: los comandantes en jefe de la Armada y de la Aviación que habían dado el golpe pasaban a retiro y fueron sustituidos. Sus lugares fueron ocupados
por el almirante Armando Lambruschini y el brigadier Omar Graffigna. En cambio la presencia del ahora retirado general Videla se mantuvo hasta 1981. Cuando llegó la devaluación y la “plata dulce” se acabó, los argentinos se descubrieron endeudados y ante una profunda crisis productiva. La frustración ganó a una población que otra vez se sintió enfrentada al desastre. El recuerdo de la “guerra sucia”
se empezó a ver con otros ojos y el régimen se hundió en un progresivo descrédito. La reacción de los uniformados fue asombrosa: decidieron desatar una guerra contra una de las principales potencias militares de Europa. La Guerra de las Malvinas fue el recurso desesperado de una dictadura que perdía pie, y un doloroso fracaso que abrió el camino hacia la democracia.
ERRATA En la página 7 del fascículo 11, se dice que Perón fue electo presidente en 1964. Las cifras están invertidas. La primera presidencia de Perón empezó en 1946. Pedimos disculpas a los lectores.
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Comunicados de la junta Militar argentina el 24 de marzo de 1976
COMUNICADO 1 Se comunica a la población que a partir de la fecha el país se encuentra bajo el control operacional de la Junta de Comandantes Generales de las Fuerzas Armadas. Se recomienda a todos los habitantes el estricto acatamiento de las disposiciones y directivas que emanen de su autoridad militar, de seguridad o policial, así como extremar el cuidado en evitar acciones o actitudes individuales o de grupo que puedan exigir la intervención drástica del personal en operaciones.
PRÓXIMO FASCÍCULO
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COMUNICADO 3 A partir de la fecha, el personal afectado a la prestación de servicios públicos esenciales queda directamente subordinado a la autoridad militar que ya ha asumido el control de los mismos. (…). COMUNICADO 9 Se comunica a la población de la Nación que a partir de este momento y hasta nuevo aviso, se declara el asueto administrativo y educacional en los niveles primario, secundario y terciario en todo el territorio de la Nación Argentina.
Massera y Videla: las dos caras más visibles de la dictadura argentina.
cometiere cualquier violencia contra personal militar, de las fuerzas de seguridad o de las fuerzas policiales y penitenciarias nacionales y provinciales que se hallaren o no en el ejercicio de sus funciones. Esa pena será de reclusión por tiempo indeterminado o de muerte, si causara lesiones graves, gravísimas o la muerte de dicho personal. (…) COMUNICADO 16
Se comunica a la población de la Nación que en el día de la fecha se declara feriado bancario, bursátil y cambiario, así como la suspensión de transferencias y congelación de cuentas.
Se comunica a la población que la Junta de Comandantes Generales ha resuelto que de acuerdo a lo dispuesto por el artículo 137 del Código de Justicia Militar, el personal militar de las fuerzas de seguridad y de las fuerzas provinciales hará uso de las armas contra quien fuera sorprendido in fraganti atentando en cualquier forma contra los medios de transporte, de comunicación, usinas, instalaciones de gas o de aguas corrientes u otros servicios públicos.
COMUNICADO 15
COMUNICADO 19
Se comunica a la población que la Junta de Comandantes Generales ha resuelto que será reprimido con reclusión de hasta quince años, el que
Se comunica a la población que la Junta de Comandantes Generales ha resuelto que sea reprimido con la pena de reclusión por tiempo indeterminado
COMUNICADO 11
el que por cualquier medio difundiere, divulgare o propagare comunicados o imágenes provenientes o atribuidos a asociaciones ilícitas o a personas o grupos notoriamente dedicados a actividades subversivas o de terrorismo. Será reprimido con reclusión de hasta diez años el que por cualquier medio difundiera o divulgare o propagare noticias, comunicados o imágenes con el propósito de perturbar, perjudicar o desprestigiar la actividad de las Fuerzas Armadas, de seguridad o policiales. COMUNICADO 24 Se recomienda a la población abstenerse de transitar por la vía pública durante las horas de la noche, a los efectos de mantener los niveles de seguridad general necesarios, cooperando de este modo con el cumplimiento de las tareas que las fuerzas en operaciones intensificarán a partir de dicha oportunidad.
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Con la finalidad de preservar el orden y la tranquilidad se recuerda a la población la vigencia del estado de sitio. Todos los habitantes deberán abstenerse de realizar reuniones en la vía pública y de propalar noticias alarmistas. Quienes así lo hagan serán detenidos (…). Se advierte asimismo que toda manifestación callejera será severamente reprimida.
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COMUNICADO 2
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CONTRATAPA
Cómo empieza una dictadura
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1940 | 1950 | 1960 | 1970 | 1980 | 1990 | 2000
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julio ‘07
25 FASCÍCULOS
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DESDE HIROSHIMA A LAS TORRES GEMELAS
LA SALIDA DE LAS DICTADURAS EN EL CONO SUR
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REVOLUCIÓN EN NICARAGUA / GUERRA DE LAS MALVINAS
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ÍNDICE DEL FASCÍCULO
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El fin de la dictadura argentina
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RECUADROS MARIO BENJAMÍN MENÉNDEZ P. 7 / APRENDIZAJES Por Pablo da Silveira P. 9 / TANCREDO, EL PRESIDENTE QUE NO FUE P. 11 / SANDINO P. 15 / SANDINISMO Y LIBERTAD DE EXPRESIÓN P. 16 BIBLIOGRAFÍA P. 19 / CONTRATAPA. CHILE: CRECER EN DEMOCRACIA P. 20.
lafotodeportada
Raúl Alfonsín: un presidente civil rumbo a la Casa Rosada.
Los años ochenta fueron la década del reencuentro entre el Cono Sur y la democracia. En octubre de 1982, Bolivia inició un proceso de estabilización política que puso fin a una larga serie de golpes de estado y gobiernos militares. En diciembre de 1983, Raúl Alfonsín asumió como presidente constitucional tras el veloz derrumbe de la dictadura argentina. En marzo de 1985, Brasil y Uruguay volvieron a la normalidad institucional. Los chilenos tuvieron que esperar hasta marzo de 1990 para iniciar el gobierno democrático de Patricio Aylwin, que puso fin a la dictadura
de Pinochet. Pocas semanas antes, el dictador Alfredo Stroessner había sido depuesto en Paraguay tras 35 años en el poder. Lo que siguió no fue una democracia plena, pero desencadenó un proceso que, tres años más tarde, permitió que los paraguayos eligieran a su primer presidente civil en cuatro décadas. Estos procesos tuvieron grandes diferencias entre sí. En Argentina hizo falta una cruel guerra en las islas Malvinas para terminar con la dictadura militar. En Brasil, la llegada del primer gobierno democrático fue el desenlace de una salida lenta y negociada. En Chile, Uruguay y Brasil, la apertura democrática dio lugar a un período
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INTRODUCCIÓN
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Soldados argentinos en Malvinas: una derrota que llevó a la democracia.
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1980
[...] En diciembre de 1983, Raúl Alfonsín asumió como presidente constitucional tras el veloz derrumbe de la dictadura argentina. En marzo de 1985, Brasil y Uruguay volvieron a la normalidad institucional. Los chilenos tuvieron que esperar hasta marzo de 1990 para iniciar el gobierno democrático de Patricio Aylwin, que puso fin a la dictadura de Pinochet. Pocas semanas antes, el dictador Alfredo Stroessner había
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sido depuesto en Paraguay tras 35 años en el poder.
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de estabilidad institucional que, en el caso de los dos últimos, ya superó las dos décadas. En los demás países hubo inestabilidad política, crisis militares y sustituciones anticipadas de gobiernos. Pero en ningún caso volvió a instalarse una dictadura militar. La región enfrenta delicados problemas económicos y sociales, pero parece haber dado pasos importantes hacia la consolidación institucional. Otros países latinoamericanos, como Perú y Ecuador, también volvieron a la democracia en los años ochenta. Pero el acontecimiento más relevante fuera del Cono Sur fue la caída
de la dictadura dinástica de los Somoza, que había gobernado Nicaragua durante cuatro décadas. Este caso fue diferente a los demás. Los triunfantes guerrilleros sandinistas no se propusieron construir una democracia representativa tradicional, sino una sociedad socialista que, pese a tener rasgos propios, no estaba demasiado lejos de la cubana. Nicaragua se convirtió así en uno de los últimos grandes escenarios de la Guerra Fría y se vio envuelta en un duro conflicto interno. Recordar lo que ocurrió en los ochenta es importante para entender el origen, las fortalezas y las fragilidades de las actuales democracias.
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LA DICTADURA MILITAR ARGENTINA de los años 1976-1983 tuvo cierta predilección por los conflictos internacionales. Y en todos le fue mal. El primero de ellos fue un diferendo con Chile en torno al Canal de Beagle que casi termina en una guerra fronteriza. En el último no existió el margen del “casi”: la dictadura se embarcó en una guerra mal concebida y peor ejecutada contra el Reino Unido, y sufrió una dura derrota que, paradójicamente, contribuyó a acelerar el tránsito a la democracia. Argentina y Chile tienen una larga historia de conflictos limítrofes que se habían ido solucionando gradualmente a lo largo de los siglos XIX y XX. Pero unos pocos seguían pendientes. Entre ellos estaba la delimitación de soberanía en el Canal de Beagle, al sur de Tierra del Fuego, y en tres islas desoladas que se llaman Picton, Lennox y Nueva. En 1971, los gobiernos de ambos países decidieron resolver el tema mediante un arbitraje que solicitaron a la corona británica. La reina Isabel debería pronunciarse tras escuchar a un tribunal de cinco expertos internacionales seleccionados de común acuerdo por los litigantes. El laudo recién se produjo en 1977, cuando ambos países estaban en dictadura. La corona decidió respaldar el fallo emitido por el tribunal de expertos, que dividía el canal por la línea media
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El fin de la dictadura argentina
(conforme a la tesis argentina) pero asignaba a Chile las tres islas en disputa. La solución no conformó a la dictadura argentina, que sintió frustradas sus aspiraciones. Pero una de las reglas de los arbitrajes internacionales es que el laudo es inapelable: cuando las partes se ponen de acuerdo en acudir a un árbitro, se comprometen de antemano a acatar la decisión que resulte. De modo que, según las normas del derecho internacional, el gobierno argentino hubiera debido expresar su insatisfacción pero aceptar el fallo. No fue así, sin embargo, como reaccionó la dictadura argentina. Impulsada por las protestas y reclamos de los sectores ultranacionalistas (tanto militares como civiles), la cancillería de Buenos Aires declaró en enero de 1978 que el fallo estaba viciado de nulidad. El documento mencionaba una serie de razones jurídicas, históricas y geográficas, y llegaba a acusar a los miembros del tribunal de “sistemática parcialidad a favor de Chile”. La visión paranoica de una “campaña antiargentina” se había trasladado al terreno diplomático. Tras rechazar el fallo, la dictadura argentina afirmó que el asunto debía resolverse mediante tratativas directas entre ambos países. Si esas tratativas fracasaban, entonces habría que apelar a “otros medios”. Pero las tratativas directas eran justamente lo que había fracasado antes de apelar al arbitraje, de modo que la apelación a “otros medios” parecía casi inevitable. El riesgo de una guerra empezaba a dibujarse en el horizonte. En febrero de 1978, los dictadores Videla y Pinochet se entrevistaron en Puerto Montt, al sur de Chile, y decidieron formar una comisión bilateral a la que se le daría un plazo de seis meses. Pero, cuando la reunión finalizaba, Pinochet dijo inesperadamente que Chile no aceptaba la nulidad del laudo arbitral y que estaba dispuesto a llevar el conflicto ante la Corte Internacional de Justicia en La Haya. Del lado argentino, inmediatamente se reafirmó el rechazo al laudo de la corona británica. Dos nacionalismos intransigentes chocaban cara a cara. Las negociaciones se desarrollaron durante los seis meses previstos, pero desde el principio estuvo claro que no llegarían a nada. En medio de un clima caldeado por la publicidad oficial, que encontraba amplia receptividad en la población, la dictadura argentina empezó a prepararse para la guerra. En noviembre se amplió la conscripción y se concentraron tropas en la región cordillerana. También hubo grandes envíos de armamento,
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provisiones y equipos. El plan estratégico del “Operativo Soberanía” consistía en la rápida ocupación de las tres islas en la penúltima semana del año y, ante la inevitable respuesta chilena, la invasión de Chile continental desde el sur. Los militares y civiles más exaltados ya soñaban con un desfile triunfal en Santiago. Por unas semanas la guerra pareció inevitable. Un día particularmente crítico fue el 9 de diciembre, cuando una escuadra de guerra argentina se acercó a la zona del canal y generó una inmediata reacción chilena. Pero, pese a las apariencias, muchos dirigentes argentinos se oponían a la aventura. Uno de ellos era el propio Videla, que no compartía el entusiasmo belicista pero sabía que enfrentarlo podía costarle la presidencia (Videla nunca tuvo de su lado a todo el generalato). Su jugada consistió en comunicarse secretamente con el nuncio apostólico (es decir, el embajador del Vaticano) para solicitarle al papa Juan Pablo II que mandara un mediador. La elección recayó sobre el cardenal Antonio Samorè, un solvente y experimentado diplomático que llegó a Buenos Aires el 22 de diciembre, bajo la apariencia de una iniciativa espontánea del Vaticano. El enviado papal llegó cuando ya se habían impartido órdenes para iniciar las operaciones militares. Tras febriles desplazamientos entre Buenos Aires y Santiago, Samorè consiguió un principio de acuerdo. El 8 de enero de 1979, se firmó en el Palacio Taranco de Montevideo un acta que daba comienzo oficial a la mediación del pontífice. En un anexo se establecía la inmediata desmilitarización de la zona. El peligro de guerra se había alejado, pero las tratativas se prolongaron durante tanto tiempo que, cuando llegó la solución en 1985, la dictadura argentina ya no existía y Samorè había muerto. Argentina obtuvo muy poco al cabo de ese largo proceso: apenas una fijación del límite oceánico. Pero las islas quedaron en manos chilenas. No sería esta la única aventura sudamericana del régimen. En la vecina Bolivia, las elecciones de 1980 habían dado la victoria a Hernán Siles Suazo, un candidato de izquierda moderada. Pero uno de los tradicionales cuartelazos impidió que llegara a la presidencia. En su lugar asumió el general Luis García Meza, apenas conocido previamente por sus estrechas relaciones con el narcotráfico. En la ejecución del golpe estuvo involucrado el ejército argentino, que envió decenas de oficiales, armas y dinero. La dictadura argentina había decidido impedir que Siles llegara al gobierno porque temía que Bolivia pudiera convertirse en
una base desde la que volvieran a actuar las guerrillas de izquierda, como el ERP y los Montoneros. Pero el hecho generó una gran tensión con el gobierno de Carter, que estaba embarcado en una política de promoción de la democracia y los derechos humanos. A fines de 1980, y como resultado de una propuesta no unánime del ejército, la Junta de Comandantes en Jefe designó al general Roberto Viola como presidente de la Nación para el período 1981-1984. Tras cinco años de ejercicio, el general Videla dejaba el cargo. La marina se opuso al cambio y obligó a dif íciles negociaciones, lo que hizo más visibles que nunca las tensiones y conflictos dentro de las fuerzas armadas. La imagen del Proceso se deterioraba. Las promesas de institucionalizar al país quedaban en palabras y la disconformidad de la población era cada vez más visible. Durante su breve gobierno, Viola no pudo dominar las múltiples tendencias de la interna militar ni fue capaz de administrar las tensiones con sus aliados civiles. La conducción económica, enfrentada a una dramática pérdida de reservas, no pudo seguir postergando la inevitable devaluación. El fin de la “tablita” tuvo consecuencias explosivas: la cotización del dólar se multiplicó por cinco en diez meses (pasó de dos mil pesos a diez mil), lo que condujo a una explosión inflacionaria, a la quiebra de quienes tenían deudas en dólares y a una drástica pérdida del poder de compra de los salarios. A las quiebras por endeudamiento se sumaron las provocadas por la caída de la demanda. La desocupación se duplicó. El desprestigio de la dictadura se hizo casi total. Cundían los rumores alarmistas y la gente perdía el miedo. Diversos sectores de la prensa dejaron atrás la autocensura y se sumaron al coro de críticas y protestas. La mirada se volvía hacia los viejos partidos políticos, tan desacreditados cinco años atrás. Cuando Viola cayó enfermo y pidió licencia, el comandante en jefe del Ejército, general Leopoldo Fortunato Galtieri, pensó que había llegado su oportunidad. En diciembre de 1981, y ante una indiferencia generalizada, la Junta depuso al presidente y designó a Galtieri para reemplazarlo. El nuevo mandatario, a quien todos describen como asombrosamente ignorante y ambicioso, quiso mostrar su ejecutividad designando rápidamente a un nuevo equipo de gobierno. La cartera de Economía fue para Roberto Alemann. Su prioridad fue bajar la inflación, para lo que se propuso disminuir el gasto público y privatizar empresas estatales
Mario Benjamín Menéndez En Argentina, la combinación de las palabras “Benjamín” y “Menéndez” puede ser asociada a muchas cosas, menos a la democracia. Su tío, el general Benjamín Menéndez, encabezó en 1951 el primer levantamiento fallido contra Juan Domingo Perón. Su primo, el también general Luciano Benjamín Menéndez, fue una de las figuras más duras de la dictadura de Videla y un conocido represor. Mario Benjamín no pudo sino elegir el camino de las armas y también llegó a general. A principios de la dictadura estaba destinado en Tucumán, donde se lo acusa de haber cometido violaciones a los derechos humanos. En 1982 le tocó actuar como gobernador general de las recién reconquistadas islas Malvinas. Puede decirse en su favor que ordenó a sus tropas ser respetuosas con los habitantes de las islas. Puede decirse en su favor que advirtió a sus superiores, aunque de manera más bien burocrática, sobre las insuficiencias logísticas y la falta de coordinación. Pero todo lo demás que puede decirse es en su contra. Careció de energía y de capacidad de conducción. Cometió graves errores tácticos, como intentar una guerra de trincheras contra uno de los ejércitos más móviles y sofisticados del mundo. Toleró el hambre, el frío, el destrato y los castigos corporales que sufrieron los conscriptos a manos de los militares profesionales. Fue incapaz de unificar el mando, hasta el punto de que llegó a haber seis cuarteles generales en las islas. Fue un militar de escritorio que solo era capaz de bravuconear ante las cámaras de televisión. Cuando se rindió ante el general Jeremy Moore, el 14 de junio de 1982, disponía de tres batallones que nunca habían entrado en combate, de abundantes provisiones, y de más municiones y piezas de artillería que el enemigo. Pero Menéndez no lo sabía. El general Moore recordaría más tarde la sorpresa que le causó su aspecto en el momento de firmar la rendición: mientras los vencedores llegaron sucios y con los uniformes rotos, Menéndez los recibió con las botas lustradas. Luego de terminada la guerra, las autoridades argentinas decidieron crear una Comisión de Análisis y Evaluación que debía explicar la derrota. El grupo fue integrado por seis altos oficiales retirados. Lo que desde entonces se conoce como el “Informe Rattenbach” incluye juicios lapidarios sobre Menéndez. A lo largo de la guerra, sostiene el informe, no se contó con un componente “esencial de la conducción: la presencia del comandante”. Menéndez “no exhibió ni evidenció las aptitudes de mando y arrojo indispensables en la emergencia, y no fue en esa oportunidad –única en su vida militar– el ejemplo y la figura que la situación exigía frente a las tropas”. La Guerra de las Malvinas costó la vida de 649 argentinos. A esa cifra se agregan los 350 veteranos que, según las organizaciones de ex combatientes, se quitaron la vida desde entonces. También hubo 1.068 argentinos heridos y más de 11 mil prisioneros. Los británicos tuvieron 255 muertos y 777 heridos.
pasó a ser administrado por autoridades designadas por el gobierno de Buenos Aires. Pero en 1833 un contingente británico ocupó las islas, con el propósito de controlar ese punto estratégico en el pasaje entre el Atlántico y el Pacífico. Los gobiernos argentinos acumularon protestas y reclamos durante los siglos XIX y XX, pero entre tanto intervino un nuevo factor: los británicos instalaron en las islas a un pequeño núcleo de pobladores (los kelpers) que se dedicaron a la cría de ovejas. Las islas pasaron así a tener una población de habla inglesa. Cuando, en 1965, el gobierno de Arturo Illia logró que las Naciones Unidas recomendaran el inicio de negociaciones para la descolonización de las islas, los diplomáticos de Londres alegaron que antes debía obtenerse el consentimiento de los kelpers, lo que previsiblemente no iba a ocurrir. El Reino Unido se había mantenido intransigente durante más de un siglo pero, curiosamente, durante el gobierno de Margaret Thatcher había empezado a flexibilizar su posición. Las islas habían perdido valor estratégico (porque lo había perdido el Estrecho de Magallanes) y generaban costos políticos para un gobierno
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en un marco general de desregulación económica. La inflación efectivamente bajó, pero al costo de una reducción del salario real del orden del 25 por ciento. El nuevo deterioro de las condiciones de vida aumentó el clima adverso al gobierno. El 30 de marzo de 1982, la CGT llamó a concentraciones masivas en todo el país. La de Buenos Aires, realizada como era tradicional en la Plaza de Mayo, fue disuelta con palos y gases por la policía. Hubo doscientos detenidos. En Mendoza, un obrero fue muerto a tiros. En esas horas, nadie pensaba que el gobierno de Galtieri pudiera sostenerse. Pero en la mañana del 2 de abril de 1982 el país fue sacudido por un explosivo comunicado oficial: las fuerzas armadas argentinas habían desembarcado en las islas Malvinas. Se había puesto en marcha el “Operativo Rosario”, que pretendía recuperar para la soberanía nacional un territorio reivindicado durante más de un siglo. Desde el año 1770, el archipiélago malvinense había dependido del comando de la marina española para el Atlántico Sur, con sede en el Apostadero Naval de Montevideo. Al finalizar en 1814 el dominio español en el Río de la Plata,
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General Leopoldo Fortunato Galtieri: haciendo turismo militar en las Malvinas.
que ya tenía suficientes problemas en Irlanda. En noviembre de 1980, el gobierno de Videla recibió al comisionado Nicholas Ridley, que hizo una propuesta capaz de modificar el escenario: el Reino Unido reconocería la soberanía argentina de las Malvinas, a cambio de que la Argentina se las concediera en arrendamiento por un plazo a convenir. El objetivo británico era ganar tiempo para aprovechar la posible existencia de petróleo en el subsuelo. Era una gran oportunidad para negociar, sobre todo porque, aunque fuera entre cuatro paredes, los británicos estaban concediendo el punto esencial de la soberanía. Las conversaciones no serían necesariamente fáciles, pero abrían la posibilidad de un proceso como el que devolvió la soberanía china sobre HongKong. Pero la cancillería argentina no mostró ningún interés en la propuesta. El “Operativo Rosario” fue una iniciativa de la Armada que luego involucró al Ejército y a la Fuerza Aérea argentinas. Cada fuerza aspiraba a aumentar su propio protagonismo, lo que aseguró que casi no hubiera coordinación entre ellas. Pero lo más grave era que el plan reposaba sobre colosales errores de apreciación. El principal responsable de ellos fue Nicanor Costa Méndez, el hombre que Galtieri había colocado al frente de la cancillería. El primer error fue suponer que el gobierno de Margaret Thatcher no reaccionaría militarmente ante la invasión: los argentinos esperaban algunas protestas airadas, pero asumían que luego el Reino Unido se sentaría a negociar. Eso era en parte el resultado de una mala interpretación de la oferta realizada en 1980: aquella propuesta de Londres fue vista como un signo de desinterés a corto plazo en las islas. Pero las expectativas argentinas revelaban sobre todo un inmenso desconocimiento de la psicología y el estilo político de una jefa de gobierno a la que todos llamaban “la dama de hierro”. En 1980, Thatcher había autorizado una operación comando para recuperar el control de la embajada iraní en Londres, que había sido tomada por terroristas. Por primera vez en 70 años,
9 de enero: en un documento firmado en Montevideo, los gobiernos de Argentina y Chile se comprometen a solucionar pacíficamente su diferendo en torno al Canal de Beagle.
los bienes de la familia Somoza y sus colaboradores.
15 de marzo: el general João Baptista Figueiredo asume como último presidente de la dictadura brasileña.
10 de agosto: Jaime Roldós asume como presidente constitucional en Ecuador, poniendo fin a una dictadura iniciada en 1972.
19 de julio: cae el dictador Anastasio Somoza en Nicaragua.
16 de agosto: se aprueba en Nicaragua la Ley General sobre Medios de Comunicación, restrictiva de la libertad de expresión.
20 de julio: el nuevo gobierno nicaragüense decide la confiscación de
26 de julio: un decreto del nuevo gobierno nicaragüense estatiza todos los bancos e instituciones de ahorro y préstamo.
28 de agosto: amnistía para presos políticos en Brasil.
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las fuerzas armadas habían recibido la orden de matar dentro del territorio británico. En 1981, Thatcher había dejado morir a diez presos del IRA que hacían huelga de hambre para exigir cambios en su situación carcelaria. Las presiones internas e internacionales habían sido enormes, pero Thatcher no había cedido. Suponer que una figura política con esas características, al frente de un país con la tradición militar del Reino Unido, iba a reaccionar pacíficamente era, como mínimo, muy poco realista. Un error igualmente incomprensible fue suponer que Estados Unidos optaría, en el peor de los escenarios, por mantenerse neutral ante el conflicto. Estados Unidos tenía acuerdos de mutua defensa con los dos países concernidos: la OTAN lo comprometía con los británicos y un tratado llamado TIAR (Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca) lo obligaba a auxiliar a Argentina. Costa Méndez y los militares argentinos pensaban que el gobierno de Reagan tendría en cuenta ese doble vínculo. Además, pensaban que los estadounidenses se sentirían obligados a retribuir la participación de militares argentinos en el entrenamiento de la “contra” nicaragüense y en varias operaciones encubiertas en América Central. Pero eso era olvidar que el Reino Unido era el principal aliado militar y político de Estados Unidos. El gobierno de Washington no iba a hacer nada que pudiera afectar esa relación que le resultaba esencial en tiempos de Guerra Fría. Por último, el gobierno argentino supuso que iba a contar con el apoyo incondicional de los países latinoamericanos, pero olvidó que tenía un vecino con el que estaba en malas relaciones y que tenía motivos para intentar mejorar las relaciones con Washington. Suponer que la dictadura de Pinochet iba a contemplar el conflicto sin sacar partido era una ingenuidad. Para peor, Galtieri se encargó en su primer discurso público de despertar las suspicacias de los chilenos. La recuperación de las Malvinas, dijo, “es el comienzo de la recuperación de nuestra soberanía en las islas del sur”. El resultado
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fue que, durante toda la guerra, los chilenos informaron a los británicos de cada despegue de aviones argentinos. La reacción popular fue todo lo entusiasta que podía desear la dictadura. La brutal represión de 72 horas antes pareció quedar olvidada. El pueblo se volcó a las calles y hubo grandes manifestaciones frente a la Casa Rosada. Los manifestantes no olvidaban su rechazo a la dictadura y lo hacían saber con sus cánticos, pero al mismo tiempo daban todo su apoyo a la acción emprendida. Múltiples entidades sociales, empresariales y religiosas organizaron colectas
de ropa y alimentos. Las figuras más populares de la farándula hacían declaraciones públicas. Parecía haberse forjado una auténtica unidad nacional que Galtieri confundió torpemente con adhesión a su gobierno y a su persona. Durante las semanas siguientes se desarrolló un febril juego diplomático. Costa Méndez emprendió la tarea de obtener el apoyo de las Naciones Unidas. En su desesperación, llegó a viajar a La Habana para abrazarse con Castro. Era una situación extraña para el representante de un régimen ferozmente anticomunista. Simultáneamente, el secretario
Aprendizajes Por Pablo da Silveira >A fines de los años sesenta o principios de los setenta, la idea de que las dictaduras militares eran malas era de izquierda. De manera general, a medida que se avanzaba hacia la derecha del espectro aumentaba la proporción de gente que las veía como un mal necesario o como una forma de gobierno inevitable en estas latitudes. A fines de los años sesenta o principios de los setenta, la idea de que la inflación es mala y que los equilibrios macroeconómicos son importantes era de derecha. De manera general, a medida que se avanzaba hacia la izquierda del espectro, crecían el voluntarismo y el desprecio hacia las reglas básicas de la economía. Hoy, esas ideas no son de derecha ni de izquierda. Con matices y excepciones que siempre existen, todos admitimos que las dictaduras son malas y que los equilibrios macroeconómicos importan. Solo si aceptamos este dato podemos entender algunos acontecimientos recientes. Argentina vivió a fines de 2001 una feroz crisis económica y una demoledora crisis política que la llevó a tener cinco presidentes en once días. Por mucho menos de eso, en otro momento histórico los militares hubieran tomado el poder. Pero la crisis se resolvió sin que
se escuchara ruido de sables. Nadie llamó a los militares, ni ellos se sintieron convocados. Hoy tenemos gobiernos de izquierda en todos los países del Cono Sur. Esos gobiernos tienen sus matices y peculiaridades, pero todos cuidan los equilibrios macroeconómicos y se preocupan de no generar inflación. Los métodos que utiliza Kirchner no son los de Bachelet, pero todos lo hacen. Hace treinta años, tanto en la izquierda como en la derecha había gente dispuesta a matar por política. Hoy nadie lo hace ni se anima a decirlo. Tal vez alguno lo piense, pero percibe que si lo dijera solo generaría rechazo. Hace treinta años, las instituciones de la democracia liberal eran despreciadas por muchos. Algunos las veían como artefactos puramente “formales” que solo servían para engañar a los pueblos. Otros las veían como un obstáculo para gobernar con vigor. Hoy conocemos los abismos de horror que se abren cuando esas garantías son abandonadas. Aunque sea por el camino duro, los seres humanos vamos aprendiendo. Eso vale en nuestra vida individual y también vale en la vida colectiva. Ciertamente no estamos a salvo de recaídas, pero la capacidad de aprender nos da una oportunidad de no repetirnos.
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19 de setiembre: el nuevo gobierno nicaragüense estatiza el comercio exterior.
otorga al sandinismo el control político sobre el Consejo de Estado.
de prensa. El gobierno estatiza las empresas mineras.
16 de octubre: el nuevo gobierno nicaragüense estatiza los seguros.
19 de junio: el gobierno de Estados Unidos hace la primera entrega de un préstamo de 75 millones de dólares concedido al gobierno de Nicaragua.
11 de setiembre: la dictadura de Pinochet consigue aprobar un proyecto de reforma constitucional mediante un plebiscito. El “Sí” triunfa con el 67 por ciento de los votos.
4 de enero: el gobierno nicaragüense estatiza las flotas pesqueras. 29 de febrero: 300 empresarios nicaragüenses reclaman al gobierno seguridad jurídica y respeto de la propiedad privada.
28 de julio: Fernando Belaúnde Terry asume como presidente constitucional en Perú, poniendo fin a una dictadura que se había iniciado en 1968.
16 de abril: la Junta de Gobierno nicaragüense emite el Decreto Nº 374, que
10 de setiembre: se aprueban en Nicaragua nuevas leyes restrictivas de la libertad
17 de setiembre: el ex dictador nicaragüense Anastasio Somoza es asesinado en Paraguay. 17 de noviembre: Jorge Salazar, vicepresidente de la principal
derrotado en elecciones libres por primera vez en casi cuarenta años. Alfonsín había ganado con un contundente 52 por ciento de los sufragios. La que empezaba era otra historia.
Brasil: el país del gradualismo João Baptista Figueiredo asumió como presidente de Brasil el 15 de marzo de 1979. Era el último de la lista de cinco generales que ocuparon el cargo tras el golpe de estado de 1964. El proceso de apertura democrática había sido iniciado por su predecesor y sólo quedaba concluirlo. Durante su mandato, Figueiredo enfrentó dos desaf íos. El primero era mantener el control sobre el propio proceso de transición: los militares no querían que fuera demasiado rápido ni que diera lugar a un gobierno muy hostil a las fuerzas armadas. El segundo era enfrentar una crisis económica que estaba minando la estabilidad del régimen. La tarea no era fácil para un militar con pocas habilidades políticas y dudosas convicciones democráticas. Su principal experiencia de gestión había consistido en dirigir los servicios de seguridad de la dictadura. Figueiredo inició su mandato dando signos de distensión. El 28 de agosto de 1979 aprobó una amnistía para los presos políticos. La medida condujo a la liberación de muchos opositores y al retorno de varios dirigentes que estaban en el exilio. Ese mismo año disolvió el partido oficialista que había sido creado por los militares y aceptó el nacimiento de nuevas organizaciones. En 1981 aceptó restablecer las elecciones directas para los cargos de gobernador. Esos gestos aperturistas dieron algunos réditos políticos. En las elecciones generales de 1982, el Partido Democrático Social (PDS), favorable al gobierno, obtuvo una ajustada victoria sobre el opositor PMDB. La diferencia fue de 43,2 contra 42,9 por ciento. Pero la oposición ganó las gobernaciones más importantes del país: San Pablo, Río de Janeiro y Minas Gerais. En esos estados se concentra el grueso de la población y de la actividad económica
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Durante varias semanas hubo combates que en general favorecieron a los británicos. El general Mario Benjamín Menéndez fue incapaz de organizar las líneas, cometió numerosos errores tácticos y reservó fuerzas para un supuesto ataque desde el sur que nunca llegó. Finalmente, el 14 de junio cayó Puerto Argentino, como se había llamado durante algunas semanas lo que antes y después se llamaría Port Stanley. Menéndez desoyó al general Galtieri, que le ordenaba lanzar un contraataque, y firmó la rendición. Los medios de prensa habían mantenido a los argentinos en una completa desinformación sobre lo que estaba pasando. Mientras en el campo de batalla se acumulaban los fracasos, la guerra se ganaba en las pantallas de televisión y en los titulares de los diarios. Cuando finalmente llegó la noticia de la rendición, el resultado fue un shock. Al día siguiente, una multitud indignada volvió a llenar la Plaza de Mayo y fue reprimida con la misma energía que el 30 de marzo. Millones de argentinos concluyeron que sus militares no sabían gobernar, pero tampoco sabían hacer la guerra. Solo parecían ser buenos para desaparecer personas y torturar. El 17 de junio, la insubordinación de los generales derrocó a Galtieri. En medio del creciente desorden designaron como presidente a un general retirado, Reynaldo Bignone, al que se le encargó la misión de devolver el poder a los civiles para marzo de 1984. La Guerra de las Malvinas había terminado en tragedia y había debilitado enormemente una histórica reivindicación argentina. Pero al menos había convencido a todos (inclusive a los militares) de que había que terminar cuanto antes con el régimen dictatorial. La transición argentina fue la más rápida de la región. El 30 de octubre de 1983 se hicieron elecciones y el 10 de diciembre asumió Raúl Alfonsín. El hecho era doblemente histórico. Por una parte, la llegada de un presidente civil ponía fin a una de las dictaduras más brutales que conoció América Latina. Por otro lado, el peronismo había sido
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de Estado norteamericano, el general Alexander Haig, multiplicaba los viajes sin explicar claramente lo que buscaba. También se sucedían las gestiones del secretario general de las Naciones Unidas, el peruano Javier Pérez de Cuéllar. Pero en todas partes Argentina chocaba con dos obstáculos. En primer lugar, al haber decidido unilateralmente la invasión, Argentina era vista como el agresor. Si las Naciones Unidas daban el visto bueno a una acción semejante, sentarían un precedente de consecuencias imprevisibles. En segundo lugar, en todas partes emergía el repudio hacia las violaciones de los derechos humanos. El gobierno de Buenos Aires solo recogió solidaridad entre algunos países latinoamericanos. Mientras tanto, por el océano Atlántico avanzaban más de cien naves británicas que transportaban miles de soldados profesionales provistos de armamento moderno y equipo sofisticado. El mando argentino, en cambio, había amontonado en las islas a unos once mil hombres mal pertrechados, la mayoría de los cuales eran conscriptos con apenas tres meses de entrenamiento. Muchos de ellos provenían de las provincias del norte, lo que los hacía particularmente vulnerables al frío. Los oficiales los trataban con prepotencia y arbitrariedad. Los castigos f ísicos eran frecuentes. “Si son así entre ellos –decían los kelpers–, cómo serán con nosotros”. Previsiblemente, no hubo apoyo de la población local. Las fuerzas armadas argentinas hicieron muy poco por frenar a la gran flota que se aproximaba. Solo la aviación tuvo un papel digno: sus pilotos mostraron gran destreza y coraje, y consiguieron hundir varios barcos británicos. Pero el papel de la Armada fue bien deslucido. El 1º de mayo empezaron los ataques aéreos sobre las posiciones argentinas y al día siguiente un submarino atómico atacó al crucero “General Belgrano”. El viejo barco (un sobreviviente del ataque japonés a Pearl Harbor) se hundió con gran pérdida de vidas. El 21 de mayo empezó el desembarco masivo de soldados. En la mayor parte de los sitios casi no encontraron resistencia.
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organización empresarial de Nicaragua, es muerto a balazos por miembros de las fuerzas de seguridad. 18 de noviembre: varios de los principales dirigentes empresariales de Nicaragua son encarcelados. 20 de noviembre: miles de trabajadores, empresarios y opositores asisten al sepelio de Jorge Salazar. 30 de noviembre: la dictadura uruguaya fracasa en el intento de hacer aprobar un
proyecto de reforma constitucional mediante plebiscito. El “No” triunfa con el 58 por ciento. 1981
17 de enero: el Ministerio del Interior queda a cargo del control de los medios de comunicación en Nicaragua. 20 de enero: Ronald Reagan asume como presidente de Estados Unidos. 4 de junio: los obispos católicos de Nicaragua piden a los sacerdotes que ocupan cargos en el gobierno sandinista que regresen a sus tareas pastorales. El resultado
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es una ofensiva del gobierno contra la Iglesia Católica. 19 de julio: el gobierno sandinista decide la confiscación de los bienes de todas las personas que se ausenten de Nicaragua por más de seis meses y de los procesados con penas superiores a 5 años. También se autoriza la confiscación de empresas que se consideren mal administradas. 4 de agosto: el dictador Luis García Meza es depuesto en Bolivia por una rebelión militar.
de Brasil. Para muchos quedó claro que el poder empezaba a cambiar de manos. El gradualismo de Figueiredo se vio obstaculizado por la persistencia de la crisis económica. La inflación estaba fuera de control (llegaría al 300 por ciento en 1983) y el desempleo estaba en ascenso. La deuda crecía hasta llegar a convertir a Brasil en el mayor deudor del planeta: 90 mil millones de dólares en el peor momento. El plan de austeridad que se implantó para enderezar las cuentas públicas generó grandes huelgas, especialmente en el industrializado estado de San Pablo. En esos conflictos se destacó un dirigente sindical del sector metalúrgico llamado Luiz Inácio da Silva, a quien todos conocían como “Lula”.
A estas dificultades se sumaba el precario estado de salud del general, que tuvo un severo ataque cardíaco en 1981 y debió suspender el ejercicio de la presidencia varias veces para someterse a tratamientos médicos. Durante esas ausencias asumía su vicepresidente, Antônio Aureliano Chaves, un civil colaboracionista que era despreciado por los opositores y carecía de mando sobre los militares. Los resultados electorales y la propia debilidad del gobierno alentaron a la oposición, que empezó a reclamar elecciones presidenciales directas para 1984. Las elecciones directas daban más garantías de que surgiera un presidente auténticamente democrático, mientras
que el régimen vigente (que obligaba a elegir al presidente en una votación especial del Congreso, constituido en colegio electoral) aumentaba la capacidad de control de la dictadura. Para introducir los comicios directos hacía falta que el Congreso aprobara una enmienda constitucional. El movimiento que se puso en marcha para lograrlo se llamó “Diretas Já!”. Un gran número de partidos, sindicatos, organizaciones de la sociedad civil, artistas y líderes de opinión hicieron suya la consigna. Desde los primeros meses de 1983 se sucedieron las movilizaciones. Al frente de la campaña había figuras políticas que serían decisivas en los siguientes años, como Tancredo Neves (entonces gober-
Tancredo, el presidente que no fue
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El 15 de enero de 1985, Tancredo Neves fue electo presidente de Brasil. El mandato no surgió de las urnas como el propio Tancredo hubiera querido, porque el régimen militar se opuso a las elecciones directas. Tal como lo establecía la Constitución vigente, el nuevo presidente surgió de una votación especial del Congreso, que ese día se constituyó en colegio electoral. Allí Tancredo venció ampliamente al candidato oficialista Paulo Maluf, por 485 votos contra 180. Por primera vez en 21 años, Brasil tendría un presidente civil y democrático. Simpático, moderado y dialogante, este abogado de 75 años tenía una larga carrera a sus espaldas. Su vida política había empezado en sus años de estudiante, cuando se sumó al reformismo de Getúlio Vargas. Pero cuando el presidente Vargas dio un golpe de estado en 1937, Tancredo se alejó de la política y se dedicó a su profesión. Volvió a la actividad diez años más tarde, para presentarse como candidato en las elecciones legislativas de Minas Gerais, su estado natal. Consiguió ser electo diputado provincial (“estadual”, dicen en Brasil) y tres años más tarde dio el salto al Congreso nacional. En 1953 fue designado ministro de Justicia por Getúlio Vargas, que ahora ejercía como presidente constitucional. Tras el suicidio de Vargas, Tancredo volvió a ocupar su banca de diputado.
Entre 1958 y 1960 fue secretario de Finanzas de Minas Gerais, pero fracasó en el intento de llegar a gobernador. En julio de 1961 se produjo la sorpresiva renuncia del presidente Jânio Quadros y Tancredo fue parte de la solución negociada que hizo posible la sucesión: João Goulart asumió como presidente el 7 de setiembre de 1961 y Tancredo pasó a ocupar el cargo de primer ministro. Durante ocho meses dirigió un gabinete multipartidario que intentaba enfrentar una difícil situación. Pero las tensas relaciones entre Goulart y el gabinete lo llevaron a renunciar el 6 de junio de 1962. La experiencia parlamentarista terminó en enero siguiente, cuando Goulart ganó un plebiscito y consiguió volver al presidencialismo. Tras el golpe militar contra Goulart, ocurrido en marzo de 1964, Tancredo se alineó en la oposición. En 1978 fue electo senador por el Movimiento Democrático Brasileño y, en las cruciales elecciones de 1982, fue electo gobernador de Minas Gerais. Desde entonces formó parte del bloque de gobernadores opositores. En 1984 se convirtió en uno de los líderes de la campaña “Diretas Já!”. Cuando la oposición debió elegir un candidato que fuera capaz de sustituir al último dictador militar, hubo un claro respaldo en su favor. La combinación entre sus convicciones democráticas y su estilo negociador lo presentaban como el hombre adecuado para el momento. Fue entonces que Tancredo acuñó la expresión “Nova
República”, con la que se identificó al Brasil posterior a la dictadura. Tancredo fue electo presidente el 15 de enero de 1985, pero nunca llegó a ejercer. Un día antes de asumir debió ser sometido a una operación abdominal. Las cosas se fueron complicando como resultado de una infección que se generalizaba. Los partes médicos se sucedían ante un país expectante. Tancredo fue operado siete veces en cinco semanas. Su cuerpo no lo resistió. Murió el 21 de abril, en ejercicio de una presidencia que solo ocupó nominalmente. El verdadero presidente de la transición fue su vicepresidente, José Sarney, que ejerció el cargo hasta el 15 de marzo de 1990. Irónicamente, Sarney había sido un político muy próximo al régimen militar. Su elección como vicepresidente había sido parte de una negociación política orientada a obtener votos en el Congreso. Pero finalmente fue él, y no Tancredo, quien debió timonear las primeras etapas de la nueva democracia. Una de sus iniciativas consistió en impulsar una reforma constitucional que restableció las elecciones directas en 1988. Cumplía así con una causa que Tancredo había defendido emblemáticamente. El aeropuerto internacional de Belo Horizonte, la capital de Minas Gerais, y el puente que une a Brasil con Argentina en Iguazú, llevan el nombre de Tancredo Neves.
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1982
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9 de setiembre: se aprueba en Nicaragua la Ley de emergencia económica y social.
2 de abril: tropas argentinas desembarcan en las Islas Malvinas.
22 de diciembre: el general Leopoldo Fortunato Galtieri asume como presidente en Argentina.
7 de abril: el Reino Unido declara una zona de exclusión en un radio de 200 millas en torno a las Malvinas.
13 de enero: cinco religiosos norteamericanos son expulsados de Nicaragua.
9 de abril: el secretario de Estado de EEUU, Alexander Haig llega a Buenos Aires para discutir la crisis de las Malvinas.
3 de marzo: el diario oficial del Frente Sandinista, Barricada, inicia una campaña contra las iglesias protestantes en Nicaragua.
22 de abril: el general Galtieri visita las Islas Malvinas.
30 de abril: el presidente Ronald Reagan anuncia el apoyo de Estados Unidos al Reino Unido en el conflicto de las Malvinas. 1º de mayo: la misión de paz del general Haig termina sin resultados. 2 de mayo: un submarino británico hunde al General Belgrano. Mueren 323 argentinos. 4 de mayo: el barco de guerra británico Sheffield es abandonado luego de ser atacado por aviones argentinos.
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valor legal pero dejó en claro la naturaleza antidemocrática de la maniobra: si los 112 legisladores ausentes hubieran votado en contra de las directas, de todos modos hubiera habido una mayoría a favor. La dictadura había conseguido evitar las elecciones directas pero había perdido la escasa legitimidad que le quedaba. Los brasileños sintieron que les habían birlado una decisión que contaba con apoyo popular. Cuando se puso en marcha el procedimiento de elecciones indirectas, ya nada impidió un triunfo de la oposición. El 15 de enero de 1985, el Congreso debió optar entre el político opositor Tancredo Neves y el candidato oficialista Paulo Maluf. Tras un lento trabajo de construcción de acuerdos, Neves triunfó por una abrumadora mayoría. Brasil volvería a tener un presidente civil y democrático. La muerte impidió a Neves ejercer el cargo para el que había sido electo. En su lugar gobernó su vicepresidente, José Sarney, un hacendado y escritor que nunca se había destacado por su perfil opositor. Sarney había sido dirigente del partido oficialista fundado por los militares, que 1982
7 de mayo: las Naciones Unidas inician un intento de mediación en el conflicto por las Islas Malvinas. 21 de mayo: la Fuerza Aérea argentina hunde al barco Ardent, pero sufre grandes pérdidas. 23 de mayo: aviones argentinos atacan la fragata Antelope, que se hundirá más tarde. 25 de mayo: nuevos combates resultan en el hundimiento de dos barcos británicos y tres aviones argentinos derribados.
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nador de Minas Gerais), Franco Montoro (entonces gobernador de San Pablo), Leonel Brizola (entonces gobernador de Río de Janeiro), Fernando Henrique Cardoso (en esa época senador del PMDB) y “Lula” da Silva, que había pasado a ser dirigente del recientemente fundado Partido de los Trabajadores. Junto a ellos había figuras de la cultura como Chico Buarque, Milton Nascimento y Gilberto Gil. Las primeras concentraciones se hicieron en marzo de 1983 y reunieron a pequeños grupos de militantes. Cuando se realizó la última en San Pablo, el 16 de abril de 1984, había un millón y medio de personas. La campaña “Diretas Já!” terminó con una victoria pírrica de la dictadura. El 25 de abril de 1984, el Congreso debía considerar la enmienda constitucional. A esa altura estaba claro que había votos para aprobarla, pero el gobierno hizo salir de sala a 112 legisladores oficialistas y dejó al Congreso sin quórum. La oposición forzó una votación que arrojó 298 votos a favor de la enmienda y 65 votos en contra. El pronunciamiento carecía de
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“Lula” Da Silva: de dirigente sindical a presidente de un inmenso país.
primero se llamo Arena y luego Partido Democrático Social (PDS). Respaldado por esa estructura política, había gobernado el norteño estado de Marañón entre 1966 y 1971. Pero la campaña por las elecciones directas lo había alejado del oficialismo. Sarney se opuso a la defensa a ultranza de las elecciones indirectas y a última hora se pasó a la oposición. Cuando hacía falta obtener votos en el Congreso, Sarney había sido visto como un buen contrapeso al perfil claramente opositor de Tancredo Neves. Pese a sus dudosas credenciales, Sarney hizo un gobierno respetuoso del estado de derecho y de las reglas del juego democrático. Dio estabilidad al país y entregó el gobierno cuando correspondía. Sus mayores dificultades estuvieron en el terreno económico. Su gobierno heredó una deuda gigantesca y una inflación en alza. Las cuentas del estado estaban desequilibradas y las demandas sociales eran inmensas. Sarney impulsó un plan de estabilización llamado “Plan Cruzado”, que tuvo un éxito apenas moderado. En la última etapa de su gobierno, la inflación superaba el 250 por ciento. Al final de su mandato se produjeron finalmente las elecciones directas. La campaña enfrentó a Luiz Inácio “Lula” da Silva, del Partido de los Trabajadores, con Fernando Collor de Mello, un joven político que había hecho carrera dentro del oficialismo durante la dictadura militar. Collor ganó las elecciones y asumió como presidente el 15 de marzo de 1990. Era el primer presidente en ser elegido mediante voto popular directo desde 1960. También sería el primero en renunciar para evitar ser destituido por corrupción: debió entregar el cargo a su vicepresidente, Itamar Franco, el 2 de octubre de 1992. La renuncia de Collor fue un episodio crítico para la democracia brasileña, pero también fue un síntoma de buena salud. Pese a que el gobierno llegó a enfrentar una inflación superior al mil por ciento anual, pese a que sus medidas económicas confiscaron gran parte de los ahorros y del ingreso de la población, y pese a que su plan de privatizaciones dio lugar
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28 de mayo: empieza el desembarco masivo de soldados británicos en las islas. 14 de junio: el general Menéndez se rinde en las Malvinas. Los británicos toman 11.400 prisioneros argentinos. 21 de julio: fuerzas de choque del FSLN toman varias iglesias católicas en Nicaragua. Es agredido el obispo auxiliar de Managua. 31 de julio: El ministro del Interior nicaragüense, Tomás Borge, prohíbe la publicación de la carta del papa Juan Pablo II a los obispos de Nicaragua.
9 de agosto: más de 20 iglesias católicas son tomadas por fuerzas de choque del FSLN en Nicaragua. Se las acusa de hacer propaganda contrarrevolucionaria. 10 de octubre: Hernán Siles Suazo asume como presidente constitucional en Bolivia. 15 de noviembre: elecciones legislativas y para gobernaciones en Brasil. 28 de noviembre: elecciones internas de los partidos políticos en Uruguay.
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a una gigantesca ola de corrupción, los militares se abstuvieron de intervenir. Fueron las instituciones democráticas las que forzaron la renuncia del presidente. De hecho, y a diferencia de lo que ocurrió con Nixon después de Watergate, el episodio ni siquiera terminó con la carrera política de Collor, que fue electo senador en 2006. Collor dejó en herencia a su vicepresidente Itamar Franco, un hombre de carácter inestable que no parecía el más adecuado para enfrentar la situación. Pero Franco designó como ministro de Finanzas a Fernando Henrique Cardoso, un sociólogo que provenía de la izquierda y había tenido una fuerte influencia intelectual como creador de la “teoría de la dependencia”. Solo que el Cardoso que llegó al ministerio no se parecía en nada al que conocían sus lectores de toda América Latina. Su Plan Real apeló a instrumentos ortodoxos para terminar con la hiperinflación y el desequilibrio de las cuentas públicas. El éxito de las medidas fue tan rotundo que lo llevó directamente a la presidencia de Brasil. Cardoso asumió como presidente el 1º de enero de 1995 y, tras impulsar una reforma constitucional, consiguió ser reelecto en octubre de 1998 con más de un 50 por ciento de los votos. En las elecciones de 2002, el candidato apoyado por Cardoso, José Serra, fue derrotado por un dirigente que por cuarta vez intentaba llegar a la presidencia. Era Luiz Inácio “Lula” da Silva: el mismo sindicalista que, junto a Cardoso y el propio Serra, se había fogueado dos décadas antes en la campaña “Diretas Ja!”. El Partido de los Trabajadores había llegado al gobierno. Era un hecho nuevo en la historia de Brasil, pero nadie pensó seriamente que hubiera algún riesgo institucional. La democracia brasileña se había vuelto sólida y segura de sí misma.
Nicaragua y la revolución sandinista El 19 de julio de 1979 fue derrocado Anastasio Somoza, el último representante de una dinastía que durante 43 años
había gobernado Nicaragua. La fuerza que lo tumbó fue una amplia alianza de organizaciones políticas y sociales, cuya columna vertebral era el Frente Sandinista de Liberación Nacional: una guerrilla izquierdista que durante años había entrenado a sus combatientes en Cuba. La dictadura dinástica de los Somoza había empezado el 1º de enero de 1937, cuando Anastasio Somoza García dio un golpe de estado contra un tío de su esposa. El primero de los Somoza gobernó intermitentemente durante veinte años y dio en total dos golpes de estado. Su estilo combinaba la mano dura con la astucia. Sus actitudes paternalistas le dieron cierto apoyo popular. Su inclinación a dejar que otros se enriquecieran junto a él generó un empresariado local que lo veía con simpatía. Su voluntad de poner orden y su actitud amigable hacia la inversión extranjera le aseguraron el apoyo de Estados Unidos. Para quienes se le oponían, Somoza organizó un aparato represivo que actuaba con total impunidad. Una noche, mientras bailaba en una cena de gala, Somoza García fue baleado por un poeta llamado Rigoberto López. Murió pocos días después, el 29 de setiembre de 1957. (Antes habían muerto su agresor y toda su familia). Lo sucedió su hijo Luis Somoza Debayle, que gobernó hasta 1963. Su otro hijo, Anastasio, se puso al frente de la Guardia Nacional, una fuerza militar que había sido organizada por Estados Unidos. En 1963 hubo elecciones y ganó René Schick, el candidato del somocismo, con un sospechoso 90,5 por ciento de los votos (el régimen no permitió la supervisión de la OEA y los conservadores retiraron su candidato por falta de garantías). Schick gobernó hasta su muerte, en 1966. En las elecciones del año siguiente se impuso Anastasio Somoza Debayle, otra vez en un contexto de fuertes acusaciones de fraude. Anastasio Somoza asumió en mayo de 1967 y se mantuvo en el poder hasta que fue derrocado en 1979. Anastasio Somoza Debayle tenía un estilo más violento y menos contem-
porizador que el de su padre y el de su hermano. Era tan rapaz como ellos, pero no se preocupaba tanto por sobornar y seducir. Como resultado, el último de los Somoza fue debilitando las bases de apoyo del régimen y pasó a sostenerse casi exclusivamente en la represión. La oposición ya no abarcaba solamente a un puñado de revolucionarios sino a sectores más tradicionales. A fines de los años cincuenta se inició la actividad guerrillera contra el régimen, con algunas incursiones fronterizas que fueron fácilmente sofocadas. En 1961 se creó el Frente de Liberación Nacional, que a partir de 1963 pasó a llamarse Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN). Junto con el cambio de nombre, la organización adoptó una orientación marxista y buscó apoyo en Cuba. En marzo de 1963 el FSLN dio su primer golpe de importancia, al asaltar la Radio Mundial de Managua y difundir una proclama. En mayo del mismo año realizó el primer asalto a un banco. En junio intentó una primera operación militar de envergadura: una columna invadió el territorio nicaragüense desde Honduras, pero fue aniquilada por el ejército regular. Desde entonces el FSLN cambió su estrategia y se dedicó a organizar un frente urbano. Los primeros asaltos a comercios y bancos se produjeron en 1966. El Frente se dio una organización nacional en 1969, bajo la dirección del comandante Carlos Fonseca. En 1974, el FSLN inició una serie de secuestros colectivos de dirigentes somocistas y de diplomáticos acreditados en Managua. Los rehenes fueron canjeados por sumas de dinero y por la liberación de sandinistas presos. Esta etapa de alta intensidad se interrumpió en 1976, cuando Carlos Fonseca murió en combate. La desaparición del principal líder del movimiento condujo a cambios en la dirigencia y a la fragmentación interna. Ese período de relativo debilitamiento se revirtió en 1978, como resultado de varios factores. Por una parte, las prácticas crecientemente represivas de la Guardia Nacional generaron una
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1984-1985
1984
4 de marzo: Juan Pablo II visita Nicaragua. Reprende públicamente al sacerdote/ministro Ernesto Cardenal y es tratado con rudeza por dirigentes y partidarios del FSLN. 31 de marzo: se lanza en Pernambuco (Brasil) la campaña “Directas ya!”. 30 de octubre: el candidato radical Raúl Alfonsín gana las primeras elecciones libres en Argentina desde 1973. 10 de diciembre: Raúl Alfonsín asume como presidente constitucional de Argentina.
1984
23 de enero: Argentina y Chile firman en el Vaticano un Tratado de Paz y de Amistad que pone fin al diferendo sobre el Canal de Beagle. 16 de abril: el acto de cierre de la campaña “Directas ya!” reúne a un millón y medio de personas en San Pablo (Brasil). 25 de abril: mediante una maniobra, la dictadura brasileña consigue evitar que se apruebe en el Congreso la enmienda que introduciría las elecciones directas.
16 de junio: Wilson Ferreira Aldunate llega a Uruguay y es detenido. 25 de noviembre: el Partido Colorado triunfa en las primeras elecciones que se realizan en Uruguay desde 1971. 1985
15 de enero: Tancredo Neves es electo primer presidente democrático de Brasil. 1º de marzo: Julio María Sanguinetti asume como presidente constitucional en Uruguay. 11 de marzo: Mikhail Gorbachov asume como premier de la Unión Soviética.
1985
15 de marzo: fecha prevista para la jura de Tancredo Neves como presidente de Brasil. Debido a su grave estado de salud, el vicepresidente Sarney asume como presidente en ejercicio. 21 de abril: José Sarney asume como presidente en Brasil.
1986-1989 1986
26 de junio: el gobierno sandinista clausura por tiempo indeterminado al diario La Prensa.
1987
5 de setiembre: se autoriza en Chile la publicidad política opositora.
1988
5 de octubre: Augusto Pinochet fracasa en el intento de legitimar un nuevo período de gobierno mediante plebiscito. El “No” triunfa con el 54,7 por ciento de los votos.
1989
20 de enero: George H. Bush asume como presidente de Estados Unidos.
6 de agosto: Víctor Paz Estenssoro asume como presidente constitucional en Bolivia. 15 de octubre: el gobierno sandinista suspende las garantías en Nicaragua y decreta el Estado de Emergencia Nacional.
muerte de un periodista estadounidense. El régimen negó toda responsabilidad en el hecho, pero pronto se difundió una filmación en la que se veía cómo el periodista era baleado por soldados uniformados. El episodio terminó de hacer cambiar la posición de Estados Unidos, que le bajó el dedo al régimen de Somoza. El 19 de julio de 1979, las tropas victoriosas del FSLN entraron en Managua y Somoza partió al exilio. Su primera reacción fue viajar a Miami, pero el gobierno de Carter le negó el ingreso. Se trasladó entonces a Paraguay, donde sería asesinado un año más tarde. La caída del tirano fue festejada en todo el continente. Pero la gran pregunta que todos se hacían era: ¿qué clase de régimen se instalará en Nicaragua? La respuesta no tenía nada de evidente. Por una parte, estaba claro que el gran vencedor era el Frente Sandinista: una guerrilla de izquierda fuertemente conectada con Cuba. Por otra parte, estaba igualmente claro que el frente opositor incluía a políticos conservadores y a empresarios que no querían un régimen socialista. El precario equilibrio podía romperse en cuanto se pasara de luchar contra el tirano a dirigir el país. El primer paso de los vencedores fue formar una Junta de Gobierno que tenía
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creciente oposición popular (la identificación de Anastasio Somoza con la Guardia Nacional era tan fuerte que gobernaba desde el comando de la Guardia). Por otra parte, la llegada del presidente Carter a la Casa Blanca lo privó del apoyo estadounidense. En ese contexto, muchos aliados de los Somoza empezaron a pedir una renovación: Anastasio debía dar un paso al costado y permitir una apertura política. Pero el dictador se oponía férreamente a esa idea, lo que generó en muchos la convicción de que había llegado la hora de sustituirlo. El derrumbe de la dictadura se inició el 10 de enero de 1978, cuando fue asesinado Pedro Joaquín Chamorro, un líder conservador que atacaba duramente al régimen desde el diario La Prensa. El crimen generó una huelga general, una dura ofensiva militar de los sandinistas y un mayor aislamiento internacional del régimen. En ese período se produjeron algunas acciones espectaculares, como la toma del Palacio Nacional de Managua. Esos episodios mostraron que la Guardia Nacional era buena para reprimir, pero no tanto para combatir a un enemigo bien organizado. Para terminar de complicar las cosas, poco después se produjo la
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Anastasio Somoza (h): último representante de una dinastía de dictadores.
mayoría sandinista pero incluía figuras ajenas al movimiento. Entre ellas estaba Violeta Barrios de Chamorro (viuda de Pedro Joaquín Chamorro) y un representante de los empresarios. También se instaló un Consejo de Estado con competencias legislativas, dentro del cual había una amplia representación de partidos y organizaciones sociales. El 21 de agosto de 1979 se aprobó un Estatuto de Derechos y Garantías que reconocía la libertad de organizar partidos y agrupaciones, votar, aspirar a cargos electivos y hacer peticiones individuales y colectivas. Pero esta orientación inicial duró poco. En los meses siguientes, los miembros no sandinistas del gobierno acusaron a los sandinistas de estar copando la estructura del estado y de querer infiltrar los movimientos sociales. En agosto se produjo una crisis, cuando fueron creados los Comités de Defensa Sandinista. Esos órganos vecinales, copiados del modelo cubano, fueron encargados de “ser ojos y oídos de la Revolución”. Las fuerzas no sandinistas del gobierno los denunciaron como una red de control y represión. En setiembre se creó el Sistema Sandinista de Televisión, que tuvo un control total sobre lo que se emitía. Ese mes también se creó el Ejército Popular Sandinista, que pasó a controlar las instalaciones y recursos de la antigua Guardia Nacional. El 16 de abril de 1980 se aprobó el Decreto Nº 374, que aumentó el número de miembros del Consejo de Estado y puso a ese órgano bajo control político del sandinismo. La decisión produjo la renuncia de Violeta Chamorro y del representante de los empresarios en la Junta de Gobierno. Pronto quedó claro que el frente opositor a Somoza se había quebrado y que el gobierno estaba exclusivamente en manos del FSLN. Los sandinistas adoptaron una retórica similar a la del régimen cubano, aunque no intentaron reproducir el régimen de la isla. En materia económica, pusieron en marcha un modelo “mixto” que introdujo una fuerte participación estatal sin llegar a eliminar los emprendimientos privados. La participación del estado en la actividad económica pasó del 15 por ciento del producto en 1977 al 60 por ciento en
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1989-1990
3 de febrero: el dictador Alfredo Stroessner es depuesto en Paraguay. 9 de noviembre: cae el muro de Berlín. 14 de diciembre: primeras elecciones democráticas en Chile. 1990
25 de febrero: Violeta Chamorro gana las elecciones en Nicaragua. 11 de marzo: Patricio Aylwin asume como presidente constitucional de Chile. Es el fin de la dictadura de Pinochet.
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1986. Una reforma agraria expropió 500 mil hectáreas y hubo numerosas confiscaciones. Pero siguió existiendo un empresariado local, aunque en condiciones extremadamente dif íciles. En lo político, la hegemonía sandinista quedó fuera de discusión pero existieron márgenes de pluralismo inexistentes en Cuba: siempre funcionaron partidos de oposición (aunque sin base legal) y hubo cierto grado de libertad de expresión. Los encarcelamientos arbitrarios fueron escasos y, si bien hubo actos de intimidación y asesinatos políticos, no se produjeron ejecuciones masivas. Pero la justicia se politizó gravemente, la seguridad jurídica se vio afectada y el peso político de las fuerzas armadas (confundidas con el propio ejército revolucionario) se volvió decisivo. En agosto de 1981, el comandante Humberto Ortega, hermano del presidente Daniel Ortega y máximo jefe de las fuerzas armadas, anunció a los oficiales del Ejército Popular Sandinista que la doctrina de la revolución era el marxismo-leninismo. Las semejanzas con Cuba empezaban a ser llamativas. Los sandinistas gobernaron durante años sin Constitución. Tras fuertes presiones de los grupos opositores, en 1982 aprobaron una Ley de Partidos que permitió el reconocimiento legal de la oposición y estableció las reglas para futuras elecciones. En 1984 se aprobó una Ley Electoral y se realizaron comicios. Los sandinistas triunfaron con el 70 por ciento de los votos, luego de que la principal coalición opositora se negara a participar por falta de garantías. A pesar de su imperfección, esas elecciones marcaron un giro importante: el sandinismo había aceptado (aunque no sin discusiones internas) el principio de que la continuidad en el gobierno dependía del respaldo en las urnas. El siguiente objetivo de los sandinistas fue reformar la Constitución. El propósito se cumplió en 1987. El nuevo texto combinaba algunos principios e instituciones típicos de las democracias liberales (como la separación entre los poderes Ejecutivo y Legislativo) con algunos componentes propios de un régimen revolucionario (se asignaba al estado la tarea de dirigir y planificar la economía). Pero la entrada en vigor de la nueva Constitución no terminó con las tensiones, porque el gobierno sandinista estaba enfrentando dos obstáculos mayores. El primer obstáculo era el fracaso del modelo de “economía mixta”. El producto bruto nicaragüense, que se había multiplicado por ocho entre 1940 y 1980, se contrajo casi cada año de la década siguiente. La inflación se disparó hasta
Sandino El Frente Sandinista de Liberación Nacional toma su nombre de Augusto César Sandino, un líder revolucionario que actuó en Nicaragua entre fines de los años veinte y principios de los treinta. Sandino nació en Masaya el 18 de mayo de 1895. Era el hijo ilegítimo de un productor cafetalero y una de sus empleadas. En 1921 debió abandonar el país para escapar a la justicia: por razones que se discuten, había asesinado al hijo de un dirigente conservador. Sus admiradores dicen que fue un enfrentamiento político. Sus detractores dicen que fue el crimen de un hombre violento que nunca respetó la ley. Mientras esperaba que se vencieran los plazos legales para su captura, Sandino vivió en Honduras, Guatemala y México. Allí entró en contacto con movimientos revolucionarios y, en particular, se familiarizó con el indigenismo mexicano. En 1926 volvió a Nicaragua y se involucró en las luchas entre liberales y conservadores. Los liberales se habían levantado en armas contra el presidente Adolfo Díaz, que era sostenido por Estados Unidos, y habían organizado un ejército dirigido por el general José María Moncada. Sandino su sumó a la causa liberal pero movilizó su propio grupo guerrillero. La audacia de sus golpes (y las armas que recibía desde México) lo convirtieron en un apoyo importante para las tropas de Moncada. En mayo de 1927, Managua estaba a punto de caer en manos de los liberales, pero Estados Unidos favoreció un entendimiento político. El acuerdo estableció que el presidente Díaz terminaría su período de gobierno, que los dos bandos entregarían sus armas y que se crearía una Guardia Nacional encargada de preservar la paz. Sandino se negó a aceptar el acuerdo. Sus hombres no se desmovilizaron e iniciaron una guerra de guerrillas contra la Guardia Nacional y los infantes de marina estadounidenses presentes en Nicaragua. Durante los siguientes años, las fuerzas de Sandino fueron perseguidas por los marines en las zonas rurales de Nicaragua. Pero, a pesar de la diferencia de fuerzas, nunca consiguieron atraparlo. La figura del líder guerrillero crecía con el tiempo. Sus proclamas llamaban a levantarse contra Estados Unidos, pero también incluían reclamos concretos: la renuncia inmediata de Díaz, el retiro de todas las tropas estadounidenses y la realización de elecciones libres.
Daniel Ortega con Sandino al fondo.
En octubre de 1928 hubo elecciones patrocinadas por Estados Unidos, en las que ganó el liberal Moncada. Pero Sandino no aceptó el resultado y se autodesignó como la principal autoridad militar del país. Ese fue el momento de la ruptura con el Partido Liberal. De ahí en más, la guerrilla sandinista sería un movimiento autónomo que convocaba a crear la Provincias Unidas de América Central. Ese mismo año, la Unión Soviética decidió apoyar su causa y los partidos comunistas de distintas partes del mundo (incluyendo el estadounidense) iniciaron una campaña en su favor. En junio de 1929, Sandino dejó Nicaragua tras varios traspiés militares y políticos. Se instaló durante un año en México, en donde entre otras cosas se dedicó al espiritismo. Mientras tanto, sus tropas seguían activas en las zonas rurales. En 1932 hubo elecciones y Estados Unidos retiró sus tropas de Nicaragua. Desde entonces, la lucha contra el sandinismo quedó en manos de la Guardia Nacional. En 1933 Sandino volvió a su país, se reunió con el nuevo presidente constitucional, Juan Bautista Sacasa, y se comprometió a desarmar a sus hombres. A cambio, los combatientes sandinistas serían amnistiados y recibirían tierras. Pero, cuando volvía de una de las reuniones de negociación, Sandino fue emboscado y asesinado por el jefe de la Guardia Nacional, Anastasio Somoza. Era el 21 de febrero de 1934. Dos años más tarde, Somoza derrocaría al propio Sacasa e iniciaría su tiranía dinástica.
a. Quedan suspendidos todos los noticieros radiales, programas de opinión de partidos políticos y de cualquier otra organización. b. Se establece que todas las emisoras del país deberán hermanarse con la “Voz de Nicaragua”, a las siguientes horas: 6 a.m., 12 m.d, 6 p.m., 12 p.m. en que se transmitirá el noticiero “La voz de la defensa de la Patria”. c. Se ordena a todos los medios hablados y escritos, presentar su programación, manteniéndose las mismas mientras dure el actual Estado de Emergencia Nacional. Ejecútese.
Estas normas fueron utilizadas para justificar numerosos ataques contra la libertad de prensa. Un ejemplo es la campaña de acoso que sufrió el diario La Prensa, que había sido opositor a Somoza y ahora era opositor al sandinismo: el 20 de abril de 1980, el periódico fue ocupado por un sindicato sandinista y no pudo volver a editarse hasta el 26 de mayo; el 10 de julio de 1981 fue clausurado durante 48 horas por haber publicado “noticias que faltan a la verdad”; el 29 de julio hubo otra clausura por 48 horas y el 19 de agosto otra por 72 (en este caso se lo acusó de haber publicado declaraciones falsas del canciller Miguel De Escoto, aunque pudo probarse que eran auténticas). Nuevas clausuras por 48 horas ocurrieron el 29 de setiembre y el 1º de octubre. En una de estas ocasiones, el diario fue acusado de hacer críticas que atentaban contra la estabilidad económica del país. En 1982, las fuerzas de seguridad ocuparon La Prensa y encarcelaron a todos los que estaban en el local. En junio, el jefe de redacción fue agredido y abandonado en un lugar de Managua. En abril de 1986 el FSLN propuso comprar el diario, lo que fue rechazado por la familia Chamorro. El 26 de junio de 1986, el gobierno clausuró al diario por tiempo indeterminado. El diario La Prensa no fue el único medio acosado. En enero de 1980 se produjo la primera suspensión de un informativo radial. En abril de ese año, el periodista radial Guillermo Treminio fue condenado a once meses de cárcel por transmitir información “en perjuicio de la Revolución”. El 13 de febrero de 1981, Fabio Gadea, propietario de la radio independiente con mayor audiencia en el país, fue agredido junto a su esposa y tuvo que asilarse. El 14 de marzo fueron rodeados por las fuerzas de seguridad los locales de seis radios que habían informado sobre una manifestación opositora. Dos de esos locales fueron invadidos y destruidos. En julio de 1981 se prohibió la transmisión de la misa dominical celebrada por el obispo Obando y Bravo. El 17 de enero de 1982, Manuel Jirón, dueño de dos radioemisoras destruidas y confiscadas, fue atacado y golpeado (también decidió exiliarse). En marzo de 1982, Radio Católica fue clausurada durante un mes por haber transmitido “informaciones inexactas”. El 1º de enero de 1986, la misma radio fue clausurada por demorar en encadenarse al discurso de año nuevo del presidente Daniel Ortega. Durante todos esos años, las detenciones de periodistas fueron frecuentes.
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Inmediatamente después de la caída de Somoza, las libertades de expresión y de prensa fueron restablecidas en Nicaragua. Pero esa conquista se perdió poco después. El 16 de agosto de 1979, la Junta de Gobierno aprobó una Ley general sobre medios de comunicación que condicionaba la libertad de información al “real ejercicio de la responsabilidad social”. Los medios quedaban obligados a “ofrecer noticias veraces dentro de un contexto coherente, actuar como un reflejo correcto de los grupos sociales y valorar y potenciar los objetivos comunes de la comunidad colectiva”. Si las noticias eran veraces, si el contexto era coherente, si el reflejo era correcto y si la responsabilidad social era real, eran cuestiones que quedaban en manos del gobierno. La ley agregaba que toda crítica pública debía “expresar una legítima preocupación por la defensa de las conquistas de la Revolución, el proceso de reconstrucción y los problemas del pueblo nicaragüense; y no deberán ser instrumentos de intereses antipopulares”. El 22 de setiembre de 1979 se otorgó a la División de Medios de Comunicación la facultad de imponer suspensiones temporales o definitivas a quienes no cumplieran con la norma aprobada en agosto. El 17 de enero de 1981, esta facultad se puso en manos del Ministerio del Interior. El 10 de setiembre de 1980, en un contexto de grave crisis productiva, se aprobó la Ley para regular las informaciones de contenido económico. La norma prohibía “divulgar noticias o informaciones referentes a asuntos relacionados con la escasez de productos de consumo popular, o que den lugar a especulación con los precios de esos productos”. Un año después, el 9 de setiembre de 1981, se promulgó la Ley de Emergencia Económica y Social, que suspendió los derechos y garantías en todo el país y tipificó delitos contra la seguridad económica y social. El 15 de marzo de 1982, la directora de Medios de Comunicación, teniente Nelba Cecilia Blandón, emitió la siguiente resolución:
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Sandinismo y libertad de expresión
alcanzar el 23 mil por ciento en 1988, lo que equivale a decir que la moneda colapsó. (En los mercados no se contaban los billetes, sino que se pesaban). Las exportaciones se desplomaron y el déficit comercial superó los 400 millones de dólares anuales. El salario real en 1988 era la quinta parte del que existía diez años atrás. La deuda externa pasó de 1.562 millones en 1979 a 10.567 millones en 1990 (es decir, aumentó casi siete veces). La revolución sandinista había prometido abundancia pero estaba generando pobreza. El segundo obstáculo fue la existencia de una insurgencia contrarrevolucionaria que obligó a movilizar a decenas de miles de soldados. La “contra” fue al mismo tiempo un fenómeno alimentado desde el exterior y la expresión de una insatisfacción real. Es un hecho que Estados Unidos la alentó, la equipó y la sostuvo de múltiples maneras. También es un hecho que el gobierno de Reagan impuso un embargo comercial contra Nicaragua e hizo esfuerzos por impedir que le llegara ayuda financiera. Pero la contrainsurgencia también tenía raíces internas. Su principal dirigente, Edén Pastora, era un antiguo comandante sandinista que se había hecho famoso por sus golpes contra Somoza. Su ascenso como jefe contrarrevolucionario fue el resultado de un conflicto dentro del sandinismo. Las tropas contrarrevolucionarias contaban asimismo con la simpatía de sectores de la población, como los indios misquitos, que se sentían avasallados por el gobierno revolucionario. Los simpatizantes del régimen suelen establecer un lazo de causalidad entre estos dos obstáculos: el esfuerzo de guerra requerido por la “contra” y el embargo aplicado por Estados Unidos fueron las causas de la debacle económica. Y nadie sensato duda de que aquí está parte de la explicación. Estimaciones realizadas por especialistas establecen que el costo de la guerra entre 1983 y 1987 (daños materiales, pérdidas productivas, aumento del gasto militar, costos del embargo comercial y del bloqueo financiero) fue de unos 4 mil millones de dólares, para un producto nacional bruto de 9 mil millones. Pero las políticas aplicadas por los propios sandinistas tuvieron efectos igualmente destructivos sobre la actividad económica. El embargo estadounidense empezó en 1985, pero el producto bruto inició su caída tres años antes, en 1982. La guerra perdió intensidad a partir de 1987, cuando se firmaron los Acuerdos de Esquipulas, pero en 1988 la economía se vio afectada por una larga huelga general generada por las políticas del gobierno. Muchos analistas señalan
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que también El Salvador sufrió en esos años una feroz guerra civil, que duró 12 años y costó 80 mil vidas (se estima que en Nicaragua murieron 30 mil personas). Sin embargo, el comportamiento de la economía salvadoreña nunca fue tan malo como el de Nicaragua. En 1990, el PBI per cápita de El Salvador era de 1.034 dólares, mientras que el de Nicaragua era de 480. Una vez superada la guerra, y según un calendario acordado con la oposición, el 25 de febrero de 1990 se realizaron elecciones. Muchos esperaban un resultado similar al de 1984, pero no fue así. Una coalición opositora que llevaba como candidata a Violeta Chamorro obtuvo el 55 por ciento de los votos, frente a un 41 por ciento del Frente Sandinista. El resultado fue una sorpresa para casi todos, pero el régimen reconoció su derrota y aceptó entregar el gobierno. Algunos sostienen que los sandinistas no podían actuar de otra manera, porque un rechazo de los resultados hubiera convertido al régimen en un paria internacional. Otros creen que actuaron por convicción propia. En cualquier caso, el cambio de gobierno significó un paso importante en el fortalecimiento de las instituciones. En este sentido específico, el FSLN entregó a Nicaragua mejor de lo que la encontró: con un gobierno que se retiraba pacíficamente luego de haber perdido en las urnas. Eso era una rareza en la historia nicaragüense. En materia económica, en cambio, lo entregaba mucho peor: en el correr de los años ochenta, la economía nicaragüense se había contraído un 5 por ciento anual. La inflación promedio en ese período había sido del 619 por ciento anual. A fines de 1989, el ingreso per cápita era la mitad que el de 1970. La administración Chamorro asumió en abril de 1990 e introdujo dos cambios importantes. En lo económico, reencauzó a Nicaragua hacia el capitalismo, abandonando el experimento de la “economía mixta”. En lo político, se propuso fortalecer las instituciones de la democracia liberal. Sus dos mayores obstáculos eran el estado de la economía y
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las dificultades para controlar el aparato estatal, que en muchos aspectos cruciales seguía en manos de los sandinistas (típicamente, las fuerzas armadas). La coalición de 14 partidos que había llevado a Chamorro al poder se erosionó en el ejercicio del gobierno. Hubo numerosas diferencias y enfrentamientos, principalmente entre quienes pretendían una línea de mayor enfrentamiento con el sandinismo y quienes, como la propia presidenta, defendían una estrategia más moderada. Chamorro tampoco contó con demasiado apoyo de Estados Unidos. En 1992, una ofensiva política del senador Jesse Helms condujo a una interrupción de la ayuda por entender que el gobierno nicaragüense no era suficientemente duro con el sandinismo. A pesar de las dificultades, el gobierno de Chamorro consiguió llegar al final del período y pudo mostrar algunos logros. Entre ellos se cuentan el abatimiento de la inflación (que pasó del 13 mil por ciento en el primer año de gobierno a una inflación de un dígito), una salida relativamente ordenada del régimen de “economía mixta” (mediante la privatización de unas 350 empresas), la desmilitarización del país (que implicó la desmovilización de más de setenta mil combatientes) y algunas reformas institucionales. Entre las debilidades de su gobierno se destacan la lentitud para reactivar la economía (hubo estancamiento hasta el último año del período), la incapacidad para mejorar las condiciones de vida de los nicaragüenses (en 1995, el 70 por ciento todavía vivía en la pobreza), el alto endeudamiento externo (que se mantuvo en torno al 600% del PBI durante todo el período), el fracaso en la lucha contra el desempleo (que en el peor momento llegó al 60 por ciento), el aumento de la delincuencia y el fracaso en los intentos por regularizar los registros de propiedad, que se habían visto gravemente afectados por las confiscaciones durante el período sandinista. El gobierno Chamorro tuvo más debilidades que fortalezas, pero su principal logro fue entregar el mando a un
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nuevo presidente surgido de elecciones libres. Por primera vez en la historia del país, un gobierno surgido de comicios competitivos entregaba el poder a otro gobierno surgido de comicios competitivos. Cuando Chamorro dejó el poder en 1997, Nicaragua estaba en paz. Algunas prácticas muy tradicionales como la censura de prensa habían desaparecido por completo. Tras su gobierno llegó el de Arnoldo Alemán, y luego el de Enrique Bolaños. Los nicaragüenses empezaron a acostumbrarse a que se sucedieran gobiernos electos por los ciudadanos. Una prueba de fuerza llegó en noviembre de 2006, cuando el ex presidente Daniel Ortega ganó las elecciones. Después de quince años, los sandinistas volvían al poder. Pero ya no se trataba de la organización guerrillera de los años setenta, sino de un partido político sin sustento militar. La democracia nicaragüense está muy lejos de ser perfecta. Las debilidades del estado de derecho y la fragilidad de sus instituciones son comparativamente muy serias. El sistema político está muy polarizado y los personalismos tienen un peso excesivo. La corrupción es un mal endémico. Las condiciones de vida de la población son muy duras, hasta el punto de que Nicaragua sigue siendo el país más pobre de América Latina, con excepción de Haití. El funcionamiento de la administración pública y la falta de seguridad jurídica no ayudan a la recuperación. Pero, aunque todo está en construcción, Nicaragua es una democracia. Y eso es algo nuevo.
Chile: la salida tardía El 11 de setiembre de 1980, el dictador Augusto Pinochet sometió a referéndum un proyecto de Constitución que le aseguraba mantenerse en el poder durante ocho años, con la posibilidad de duplicar ese período. El texto constitucional (que mencionaba a Pinochet con nombre y apellido) fue aprobado en las urnas por dos tercios de los votos, aunque la falta de garantías impide saber si ese apoyo efectivamente existió.
Una serie de 25 fascículos publicada por el diario El País con el apoyo del Centro de Estudios Jean-François Revel.
Asistente
Dirección de proyecto
Archivo de El País
Pablo da Silveira
Investigación y redacción
Pablo da Silveira Francisco Faig Félix Luna Enrique Mena Segarra Martín Peixoto
José López Fotografías
Diseño gráfico, armado y corrección
Trocadero Publicación
El País
Impreso en El País Depósito legal: 334.251
mencionó en forma pública del tema de los desaparecidos. Quien lo hizo fue el dirigente socialista Ricardo Lagos, que años más tarde ejercería como presidente del Chile democrático. La propia campaña electoral marcó el inicio de la apertura política en Chile: durante esos meses se ganaron márgenes de libertad que no habían existido en los años anteriores. Pero el golpe de gracia lo dio el resultado: el 57 por ciento de los chilenos se pronunció en contra de una extensión del mandato de Pinochet. El 43 por ciento lo apoyó, lo que no era poco tras tantos años de sufrimiento y atrocidades. Chile avanzaba hacia la democracia, pero seguía siendo un país dividido. Por un momento se temió que Pinochet desconociera el resultado, y algunos datos sugieren que efectivamente consideró la posibilidad de hacerlo. Pero ya no había condiciones para algo semejante. La ola de dictaduras había pasado en la región. Argentina, Bolivia, Brasil, Paraguay y Uruguay se habían democratizado, dejando a Chile como una excepción muy disonante. Más allá de la región, el clima de Guerra Fría se diluía (al año siguiente caería el muro de Berlín), lo que dejaba sin fuerza al argumento anticomunista. Desconocer el resultado electoral hubiera tenido consecuencias catastróficas para el régimen. De modo que la dictadura reconoció el resultado y aceptó organizar elecciones presidenciales para el año
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La nueva Constitución preveía un nuevo referéndum para 1988, en el que la ciudadanía debía pronunciarse a favor o en contra de la continuidad de Pinochet en el poder. También se fijaba la elección de un nuevo Congreso en 1990. Pero al mismo tiempo establecía condiciones que estaban reñidas con las reglas más elementales del juego democrático: prohibía la revisión legislativa de las decisiones del Poder Ejecutivo, eliminaba la necesidad de apoyo legislativo para suspender las garantías, creaba un Tribunal Constitucional designado por los militares (el órgano tenía la capacidad de vetar cualquier ley y destituir a los parlamentarios que la hubieran aprobado) y prohibía la participación de partidos de izquierda en la vida política. Cuando llegó el año 1988, se fijó el 5 de octubre como fecha de la consulta a favor o en contra de la continuidad de Pinochet. En los meses previos, y por primera vez en quince años, se desarrolló una campaña electoral en la que se enfrentaron los partidarios del “Sí” y del “No”. La campaña a favor del “Sí” recordaba en tono lúgubre los años de desorden y conflicto anteriores al golpe y profetizaba un retorno del caos en el caso de que Pinochet abandonara el gobierno. Los partidarios del “No” organizaron una campaña alegre y de perfil moderno, que contrastaba con el estilo rígido y marcial del oficialismo. Durante esos meses, por primera vez se
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Augusto Pinochet: la hora de la despedida.
siguiente. Mientras tanto, se inició una compleja serie de negociaciones políticas tendientes a introducir modificaciones en la Constitución de 1980. El principal interlocutor en esas negociaciones fue la llamada “Concertación de Partidos por la Democracia”, una alianza que había empezado a forjarse durante la campaña por el “No” y que incluía a la Democracia Cristiana, el Partido Socialista y el recientemente creado Partido por la Democracia. Dos cosas estuvieron claras desde el principio. La primera era que el Partido Demócrata Cristiano y el Partido Socialista serían los principales protagonistas de la transición. La segunda era que, lejos de repetir los enfrentamientos y conflictos del pasado, esos dos partidos iban a funcionar como aliados para asegurar la estabilidad institucional. Los dirigentes y ciudadanos chilenos mostraron una gran capacidad para superar viejos odios y para dejar de lado los ajustes de cuentas. Las dos organizaciones políticas que habían estado más ferozmente enfrentadas en tiempos de Allende trabajaron codo a codo para lograr un entendimiento y asegurar la consolidación democrática. El acuerdo que lograron resultó tan sólido y estable que ambos partidos son socios de gobierno hasta hoy. Las negociaciones con la dictadura fueron dif íciles y el resultado institucional fue imperfecto. Hubo que aceptar que el primer presidente fuera electo por un período de cuatro años mientras los comandantes en jefe permanecerían inamovibles durante ocho. En el nuevo Congreso habría algunos miembros que no surgirían de las urnas, sino que serían designados por las Fuerzas Armadas. Pinochet seguiría siendo comandante en jefe del Ejército hasta 1998 y, en su condición de ex presidente, sería además senador vitalicio. En la etapa final de la salida se agregó una Ley Orgánica de las Fuerzas Armadas que le quitaba al presidente de la República la facultad de pasar oficiales a retiro. Desde el punto de vista institucional, la salida chilena fue mucho menos “limpia” que la de los países vecinos. Eso no se debió a la falta de firmeza democrática de los dirigentes políticos chilenos, sino al contexto político en el que se negociaba: mientras la dictadura argentina se había derrumbado y había perdido todo apoyo popular, la dictadura de Pinochet se había mantenido vigorosa y contaba con un apoyo popular no desdeñable. No había habido Guerra de las Malvinas, ni un pronunciamiento popular temprano y rotundo como el “No” de los uruguayos en el plebiscito de 1980. Los dirigentes de la oposición chilena se vieron obligados a recorrer el camino del gradualismo.
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El 14 de diciembre de 1989 se hicieron las primeras elecciones presidenciales competitivas desde 1970. Los votantes debieron elegir entre tres candidatos. El primero era Patricio Aylwin, un fogueado dirigente democristiano que había liderado a la Concertación desde la campaña por el “No”. El segundo era Hernán Büchi, un economista joven y carismático que había sido ministro de Hacienda de Pinochet entre 1985 y 1989. Büchi era el arquitecto de las mayores reformas económicas que había vivido Chile y su nombre estaba asociado a la recuperación económica del país. Durante varios meses hubo incertidumbre acerca de su candidatura, debida exclusivamente a sus dudas personales. Pero, a diferencia de lo que hubiera pasado en cualquiera de los países vecinos, el hecho de que hubiera sido ministro de la dictadura no lo destruía como candidato. Finalmente, un exitoso empresario llamado Javier Errázuriz presentó una candidatura independiente. Cuando se realizó el escrutinio, Aylwin había obtenido el 55,2 por ciento de los votos, Büchi el 29,4 por ciento y Errázuriz el 15,4 por ciento. La Concertación había triunfado por mayoría absoluta, aunque las arbitrariedades de la Constitución vigente le darían una mayoría menos nítida en el Congreso. Aunque su candidatura al frente de la Concertación había sido trabajosa, Aylwin había sido capaz de atraer a un amplio espectro de electores. Provenía del ala derecha de la Democracia Cristiana y había sido un feroz opositor a Allende, lo que daba tranquilidad a los opositores más alejados de la izquierda. Pero desde principios de los años ochenta se había plantado ante el régimen militar y se contaba entre quienes habían hecho reclamos más firmes a favor de las elecciones libres y del retorno al estado de derecho. Era además un político experimentado: entre 1958 y 1960 había sido presidente del Partido Demócrata Cristiano, y entre 1964 y 1973 había sido senador. En 1969 había presidido la delegación chilena ante la ONU y en 1971 había sido electo presidente del Senado. En 1988 se había convertido en el principal portavoz de la Concertación de partidos que impulsaban el “No”. Al año siguiente, había sido uno de los principales protagonistas de las negociaciones entre los partidos de oposición y los representantes de la dictadura. Aylwin asumió el 11 de marzo de 1990 y gobernó hasta el 11 de marzo de 1994. Su presidencia se destacó por la solvencia de su estilo, por su capacidad para manejar a unos militares que no se resignaban a perder poder y por haber
instalado la Comisión Verdad y Reconciliación, que produjo en 1991 el llamado “Informe Retting” sobre las violaciones a los derechos humanos bajo Pinochet. También fue una presidencia exitosa desde el punto de vista económico: Chile mantuvo su orientación favorable a la iniciativa privada y a la apertura comercial, y logró crecer en promedio un 7 por ciento anual. El 11 de marzo de 1994, Aylwin entregó la banda presidencial a Eduardo
Frei Ruiz-Tagle, también democristiano e hijo del presidente Eduardo Frei Montalva, que había gobernado Chile en los años sesenta. En las siguientes elecciones la Concertación mantuvo su unidad, pero llegó el turno de los candidatos socialistas: el 11 de marzo de 2000 asumió Ricardo Lagos y el 11 de marzo de 2006 lo hizo Michelle Bachelet. Chile tiene hoy una de las democracias más estables del continente y la economía más dinámica de la región
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PRÓXIMO FASCÍCULO
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El resultado es que Chile creció en democracia como no lo había hecho en dictadura. El crecimiento del PBI logró un asombroso promedio del 8 por ciento anual durante la década de los noventa. El PBI per cápita pasó de 3.400 dólares en 1985 a 9.820 en 2002. En 1986, el ingreso anual promedio de un chileno era el 22 por ciento del ingreso anual de un estadounidense. En 1996 había subido al 33 por ciento. El país vivió una recesión entre 2002 y 2003, pero fue poco dramática frente a lo que ocurría en la región. Ya en el año 2004, la economía volvió a crecer un 6 por ciento. Chile tiene hoy 250 acuerdos económicos bilaterales con países que representan en conjunto la tercera parte del comercio mundial. Cincuenta y cuatro de esos acuerdos son tratados de libre comercio. Entre sus socios comerciales se cuentan la Unión Europea, Estados Unidos, Japón, China, Australia, Nueva Zelanda, Malasia y Viet Nam. En total, los mercados
[...] Chile tiene hoy 250 acuerdos económicos bilaterales con países que representan en conjunto la tercera parte del comercio mundial. Cincuenta y cuatro de esos acuerdos son tratados de libre comercio.
en los que puede vender sus productos suman tres mil millones de personas. Eso es bastante más que los 16 millones de habitantes que conforman su mercado interno. Mientras Chile mejora el rendimiento de su economía, también mejora las condiciones de vida de su población. El desempleo se mantuvo en torno al 5 por ciento durante todos los noventa. En los últimos 17 años, la población en situación de pobreza se redujo a casi la mitad. En el Informe de Desarrollo Humano de las Naciones Unidas figura en el lugar 38 en el mundo, mientras que Uruguay figura cinco puestos más abajo. Todavía hay mucha pobreza y desigualdad, y los chilenos lo saben. Pero, lamentablemente, eso no es excepcional en el contexto latinoamericano. Lo excepcional es que, a un ritmo más lento del que muchos quisieran, las condiciones de vida mejoran para amplias capas de la población. Eso es más de lo que se puede decir de muchos países de la región. La buena salud de la economía chilena es el resultado de decisiones tomadas en democracia durante los últimos 17 años. Llegados al fin de la dictadura, los chilenos no intentaron recuperar el pasado lejano ni pretendieron fingir que nada había cambiado. Si un gobierno progresista es un gobierno preocupado por mejorar las condiciones de vida de la población, en las últimas dos décadas no ha habido en América del Sur un gobierno más progresista que el de Chile.
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Patricio Aylwin: primer presidente del Chile democrático.
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De todos los países del Cono Sur, Chile es el que muestra una mayor diferencia entre el antes y el después de la dictadura. El Chile anterior a Pinochet era el país más socialista y estatista de América del Sur. El de hoy es el más capitalista, privatizado y abierto al comercio internacional. Muchos atribuyen el cambio al régimen militar, pero esa es una explicación inexacta. Es verdad que, de todas las dictaduras del Cono Sur, la chilena fue la única que se propuso transformar profundamente la economía. El cambio de rumbo fue extremadamente costoso, y no solo en términos de represión: millones de chilenos vieron caer estrepitosamente su nivel de ingresos y muchísimos fueron golpeados por el desempleo o la precarización. Los logros obtenidos parecían poca cosa ante tanto sufrimiento: el Chile de Pinochet vivió dos etapas de crecimiento y una crisis entre ellas. En el momento del retorno a la democracia, los nuevos gobernantes pudieron haber optado por volver a una economía más estatizada, regulada y protegida. Pero los gobiernos de la Concertación (como se llama hasta hoy a la alianza entre socialistas y democristianos) siguieron un camino diferente: rechazaban políticamente a la dictadura y condenaban sus atrocidades, pero no podían negarse a ver los cambios ocurridos. Restaurar el Chile de los sesenta equivaldría a volver inútiles muchos años de sacrificio. Los gobiernos democráticos decidieron apostar a una economía competitiva e integrada al mundo. No es verdad que se hayan limitado a prolongar la política económica de Pinochet: hicieron cosas que una dictadura nunca hubiera podido hacer, como tener una diplomacia muy activa en lo comercial, o estrechar lazos con bloques regionales que no abren sus puertas a los regímenes militares.
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CONTRATAPA
Chile: crecer en democracia
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1940 | 1950 | 1960 | 1970 | 1980 | 1990 | 2000
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julio ‘07
25 FASCÍCULOS
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DESDE HIROSHIMA A LAS TORRES GEMELAS
GORBACHOV: PERESTROIKA Y GLASNOST
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AFGANISTÁN: EL VIET NAM SOVIÉTICO
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La decadencia de la Unión Soviética
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ÍNDICE DEL FASCÍCULO
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De la revolución a la nomenklatura
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RECUADROS LÉONID BREZHNEV P. 7 / LA NOMENKLATURA P. 9 / YURI ANDROPOV P. 10 / MIKHAIL GORBACHOV P. 13 / REAGAN Y GORBACHOV P. 15 / BIBLIOGRAFÍA / P. 19 CONTRATAPA. ¿POR QUÉ TENÍA QUE FRACASAR EL RÉGIMEN SOVIÉTICO? Por Pablo da Silveira P. 20.
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Mikhail Gorbachov y Ronald Reagan: los hombres que terminaron la Guerra Fría.
El 11 de marzo de 1985, Mikhail Gorbachov asumió como secretario general del Partido Comunista de la Unión Soviética. En un país que se había acostumbrado a ser dirigido por septuagenarios, su designación implicaba un recambio generacional: a los 54 años de edad, Gorbachov era la persona más joven en ocupar el cargo desde Stalin. Gorbachov era el primer líder soviético que no había nacido cuando se produjo la revolución de 1917. También era el primero en haber hecho carrera en los tiempos de la desestalinización.
El primer congreso del Partido al que había asistido como delegado fue el célebre Vigésimo Congreso de 1956, en el que Khrushchev denunció los crímenes de Stalin. Su llegada al poder había sido demorada por la vieja guardia porque todos sabían que iniciaría un proceso de transformaciones. Pero nadie pudo anticipar hasta dónde iban a llegar los cambios. Durante los relativamente pocos años que Gorbachov estuvo en el poder, se produjeron tres acontecimientos de gigantesca magnitud. El primero fue la caída de la cortina de hierro, es decir, de la tajante división que mantuvo dividida a Europa en dos mitades incomunicadas. El segundo fue el
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INTRODUCCIÓN
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Tropas soviéticas camino a Afganistán: Moscú tendría su propio Viet Nam.
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[...] Durante los relativamente pocos años que Gorbachov estuvo en el poder, se produjeron tres acontecimientos de gigantesca magnitud. El primero fue la caída de la cortina de hierro, es decir, de la tajante división que mantuvo dividida a Europa en dos mitades incomunicadas. El segundo fue el fin del comunismo en Europa y en la Unión Soviética. El tercero fue el estallido de la propia Unión Soviética, que se
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fragmentó en unos quince estados independientes.
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fin del comunismo en Europa y en la Unión Soviética. El tercero fue el estallido de la propia Unión Soviética, que se fragmentó en unos quince estados independientes. Todo pasó con una velocidad sorprendente. Pero aunque la rapidez de los acontecimientos asombró hasta a sus propios protagonistas, no se trataba de hechos surgidos de la nada. El derrumbe de los ochenta y noventa fue el desenlace de un largo proceso de decadencia y bloqueo en el mundo comunista. Las ineficiencias y las malas decisiones se venían acumulando desde mucho tiempo antes. Una guerra perdida en uno de los países más atrasa-
dos del mundo contribuyó a que esas fragilidades se hicieran más visibles. Cuando Gorbachov quiso tocar algunos componentes del sistema, el sistema en su conjunto se desmoronó.
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ENTRE LA REVOLUCIÓN DE 1917 Y LA CAÍDA DE NIKITA KHRUSHCHEV EN OCTUBRE DE 1964, ser dirigente en la Unión Soviética no fue un asunto fácil. El régimen tenía problemas para funcionar y se enfrentaba a permanentes amenazas: la guerrilla de los rusos blancos tras la revolución, los levantamientos campesinos, la lucha contra Hitler, el ríspido comienzo de la Guerra Fría. Los resultados económicos nunca estaban a la altura de lo esperado, lo que generaba tensiones entre los responsables. Pero, sobre todo, los propios líderes del Kremlin eran una permanente fuente de inquietudes: Lenin tenía una exigencia sin límites y no vacilaba en purgar a aquellos en quienes perdía confianza. Stalin desató una verdadera matanza que costó la vida a miles de dirigentes y funcionarios. Khrushchev lanzaba todo el tiempo iniciativas ambiciosas malamente preparadas, cambiaba constantemente de rumbo y exigía resultados inalcanzables. Las cosas, por cierto, se iban suavizando con el paso del tiempo. Khrushchev fue depuesto mediante los típicos procedimientos conspirativos que se venían usando desde 1917, y el tratamiento que recibió después fue el de muchos líderes caídos en desgracia: nunca más fue mencionado en la prensa ni en un discurso oficial, hasta el día en que se anunció su muerte en 1971. Pero la sus-
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De la revolución a la nomenklatura
titución se hizo sin violencia ni juicios fraguados. Tras ser removido del cargo, Khrushchev vivió en una situación que oscilaba entre la jubilación forzada y el arresto domiciliario. El cambio era resultado de una política de distensión que había impulsado el propio Khrushchev, pero también expresaba las preocupaciones de una clase gobernante que empezaba a envejecer. A lo largo de los años, esa gente se había cansado de tanta adrenalina y había adquirido hábitos que la fueron transformando de vanguardia revolucionaria en burocracia estatal, de burocracia estatal en elite política y de elite política en aristocracia. Pronto se la conoció como “la nomenklatura”. A esos funcionarios ya no les preocupaba la revolución sino, ante todo, su seguridad personal y la permanencia en los cargos. Uno de los más perfectos representantes de ese grupo fue el hombre que derrocó y sustituyó a Khrushchev: el ucraniano Léonid Brezhnev. A nadie como a él se le aplicaba un término que empezaba a hacerse popular entre los opositores: apparatchik. Tal como la palabra lo indica, el apparatchik era el hombre de aparato, el funcionario que dominaba los hilos de la burocracia, se beneficiaba de ella y solo era fiel a sus códigos internos. Brezhnev estuvo al frente de la Unión Soviética casi veinte años: desde el 14 de octubre de 1964 hasta el 10 de noviembre de 1982. Cuando empezó, se presentó ante sus pares como el defensor de un estilo de conducción colegiado, ajeno a los antiguos personalismos y sin mayor voluntad de permanencia. Pero pronto se vio que no era cierto. Muy lentamente, con una paciencia que le iba muy bien a su personalidad calculadora, fue desplazando a sus rivales internos hasta convertirse en el jefe indiscutido del Kremlin. En 1966 adoptó el título de “secretario general”, en lugar del usual “primer secretario”. Era volver a una denominación que no se usaba desde Stalin. En 1977 se agregó el título de presidente de la Unión Soviética, con lo que unificó de manera explícita las funciones de jefe del partido y jefe de estado. En esos años empezó a alentar el culto a su personalidad. Se dio a sí mismo el grado de mariscal de la Unión Soviética y se autodesignó comandante supremo de las fuerzas armadas. Luego publicó sus memorias y se hizo otorgar el Premio Lenin, que era el mayor reconocimiento literario del bloque socialista. Pero esa concentración de poder tenía un contrapeso: Brezhnev se preocupaba de no inquietar a nadie que trabajara para él. Su principal norma de conducta era
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garantizar la seguridad y el confort de los miembros de la clase dirigente. Para terminar con las incertidumbres generadas por su predecesor, Brezhnev inauguró la política de “estabilidad de cuadros”: una suerte de inamovilidad de los altos funcionarios, que los ponía a salvo de toda evaluación de resultados. Durante su gobierno, los gobernantes soviéticos se habituaron a disfrutar de todos los privilegios del poder. Todos ellos tenían dachas (casas de campo) cuya suntuosidad reflejaba el lugar ocupado dentro de la jerarquía. La del jefe del partido de Ucrania, Piotr Schelest, tenía cuatro pisos y estaba ubicada frente a una playa privada de un kilómetro de extensión. La del influyente Anastas Mikoyan tenía piscinas de agua dulce y salada. El propio Brezhnev tenía una en el Mar Negro, otra en las cercanías de Minsk, otra en las afueras de Leningrado y otra en Usovo. Pero su preferida era la de Savidovo, donde solía cazar jabalíes. Henry Kissinger se alojó allí y quedó impresionado con lo que vio. La única condición que se exigía para gozar de esos privilegios era ser obsecuente. La menor muestra de insubordinación era sancionada. Refiriéndose al estilo de conducción de Brezhnev, el poeta Yevgueny Yevtushenko escribió: “Nos compra con regalos: somos niños grandes./ Nos compra con apartamentos/muebles, ropa elegante,/ y perdemos las ganas de luchar./ Hacemos ruido solo cuando bebemos”. Brezhnev complementó esa política prebendaria con un fortalecimiento de la represión. Tanto en la Unión Soviética como en sus satélites, las críticas de Khrushchev al estalinismo habían activado múltiples formas de oposición. Brezhnev se ocupó de terminar con todas ellas. En el conjunto del bloque socialista se impuso lo que se conocería como la “doctrina Brezhnev”. Esa doctrina afirmaba la irreversibilidad de todo proceso de construcción del socialismo: ningún país que fuera comunista podía dejar de serlo, y cualquier intento de dar marcha atrás debía ser visto como una amenaza para la integridad del bloque. El sofocamiento de la “primavera de Praga” fue una aplicación de esta doctrina. Dentro de la Unión Soviética, Brezhnev anuló los pequeños márgenes de libertad de expresión que habían surgido y desarticuló toda forma de oposición organizada. Para despejar toda duda al respecto, durante un discurso pronunciado en 1965 se refirió en términos favorables a la figura de Stalin. Era la primera vez que alguien hacía algo así en más de una década. El KGB, dirigido
por Yuri Andropov, volvió a adquirir protagonismo. La represión se ensañó con los intelectuales. Las primeras víctimas fueron los escritores satíricos Andrei Siniavski y Iuli Daniel, que fueron condenados respectivamente a cinco y siete años de trabajos forzados por hacer “propaganda antisoviética”. En los años siguientes, numerosos poetas y escritores fueron obligados a emigrar. En 1972 fue expulsado Iosif (luego Joseph) Brodsky, que ganaría el premio Nobel de Literatura en 1987. Luego le tocó el turno a Viktor Nekrasov, autor de la célebre novela En las trincheras de Stalingrado. En 1974, el escritor Alexandr Solzhenitsyn fue obligado a subirse a un avión que lo llevó a Suiza. El famoso chelista Mstislav Rostropovich también abandonó Rusia en compañía de su mujer, la soprano Galina Vishnevskaia, luego de haber pasado un período de arresto domiciliario. Lo mismo hizo el bailarín Mikhail Baryshnikov, que aprovechó una gira por Canadá para escapar. El paisaje cultural soviético se volvía cada día más desierto. En palabras del poeta Andrei Vosnessenski, esa época fue de “ayuno del espíritu”. En la era Breznhev se abrieron numerosas clínicas psiquiátricas para internar a opositores. Estas clínicas no dependían del Ministerio de Salud sino del Ministerio del Interior. Para justificar esta práctica se desarrollaron falsas justificaciones científicas. Andrei Shneshnevski, director del Instituto de Psiquiatría de la Academia de Medicina de la Unión Soviética, llegó a sostener que el disenso político era un síntoma de esquizofrenia. Breznhev también retomó la práctica de las deportaciones internas. El f ísico nuclear Andrei Sakharov, que había ganado el Premio Nobel de la Paz en 1975 por su campaña en favor de los derechos humanos, fue enviado al destierro en la ciudad cerrada de Gorki (un sitio al que solo se podía entrar con permiso oficial) entre 1979 y 1986. El escritor Vladimir Bukovsky sufrió largos años de prisión agravados con estancias en clínicas psiquiátricas. Bukovsky fue uno de los primeros disidentes que divulgó esa práctica en Occidente, mediante un testimonio de 150 páginas que consiguió sacar en secreto. El apoyo internacional le salvó la vida. En 1976, Bukovsky fue canjeado por el líder comunista chileno Luis Corvalán. La combinación de generosidad hacia los dirigentes y represión hacia los opositores le aseguró a Brezhnev dos décadas de tranquilo ejercicio del poder. Pero además se benefició del alto precio internacional del petróleo y de los minerales que exportaba el régimen.
Léonid Brezhnev Nació en Ucrania el 19 de diciembre de 1906. Ingresó en las Juventudes Comunistas en 1923 y fue miembro del Partido desde 1931. Hizo estudios técnicos y se recibió de ingeniero industrial. Durante la guerra ejerció funciones como jefe administrativo y comisario político. Allí conoció a Nikita Khrushchev, que le tomó simpatía y lo apadrinó durante décadas. Su carrera fue un ejemplo de éxito dentro del aparato comunista. En 1950 ingresó al Soviet Supremo y en 1952 llegó al Comité Central. Tras la muerte de Stalin fue nombrado director político del Ejército y la Marina. En 1956, Khrushchev le asignó el control de la industria pesada, incluyendo la militar y espacial. Brezhnev fue un aliado de Khrushchev en la lucha contra la vieja guardia estalinista. La victoria que obtuvieron lo condujo al Politburó, el máximo órgano de conducción política del Partido. En 1959 fue nombrado segundo secretario del Comité Central y un año más tarde fue presidente del Soviet Supremo. Era el segundo cargo en importancia dentro del régimen. La alianza entre Khrushchev y Brezhnev se mantuvo durante años. Pero cuando Brezhnev comprendió que el viejo líder se iba quedando sin apoyos, no vaciló en sumarse a la conspiración que estaba organizando Anastas Mikoyan para sustituirlo. Cuando Khrushchev cayó en octubre de 1964, Brezhnev estaba otra vez del lado de los vencedores. Tal como ocurrió tras la muerte de Stalin, los líderes soviéticos nombraron una dirección colectiva integrada por Brezhnev como secretario del Partido, Kosygin como primer ministro y Mikoyan como jefe de estado. Pero al cabo de unos años Brezhnev era el líder indiscutido. Solo que, en lugar de eliminar a sus rivales, los promovía a cargos honoríficos. Brezhnev disfrutaba del ejercicio del poder, pero más disfrutaba de la buena vida. Le gustaban la comida sofisticada, las casas lujosas y los objetos caros. Cuando un miembro del Partido buscaba su favor, le regalaba diamantes o antigüedades. Coleccionaba autos y armas, que en general le regalaban otros jefes de gobierno. Llegó a tener un Maserati, un Lincoln, varios Mercedes y un Rolls Royce. Amaba los uniformes y las condecoraciones, que se otorgaba a sí mismo. Hizo filmar películas que lo presentaban como un héroe de guerra, pese a que nunca había estado en el frente. En 1975 sufrió una hemiplejia que le dejó secuelas. Luego de una recaída en 1978 delegó responsabilidades en Konstantin Chernenko, que pasó a ser visto como su sucesor. Pero el estancamiento económico y el ambiente de corrupción que lo rodeaba terminaron por perjudicar a su protegido. Cuando murió, el 10 de noviembre de 1982, fue sustituido por Yuri Andropov, el jefe del KGB.
Nunca desde la Revolución de 1917 los datos habían sido tan auspiciosos. Los indicadores de bienestar eran sensiblemente más bajos que los de Europa Occidental o Estados Unidos, pero jamás habían sido tan buenos en la región. Fueron los años dorados del régimen soviético. Y sin embargo, detrás de esa abundancia estaba actuando el germen de una decadencia que no demoraría en darse a conocer. Por una parte, buena parte de la abundancia se debía al comportamiento de unos precios internacionales que terminarían por bajar. Por otro lado, los esfuerzos de Brezhnev por adular a la clase dirigente terminaron por tener consecuencias catastróficas. Los dirigentes perdieron contacto con el mundo real, no percibieron las señales de agotamiento productivo y se embarcaron en aventuras ruinosas. El diletantismo, la rigidez de los mecanismos de planificación centralizada y la impunidad de quienes tomaban decisiones generaban enormes ineficiencias. La Unión Soviética no estaba creciendo sólidamente, sino malgastando una gran oportunidad. En el sector agropecuario se hicieron grandes inversiones en maquinaria y fer1964-1969
cronología
1964
14 de octubre: Léonid Brezhnev sustituye a Nikita Khrushchev al frente de la Unión Soviética.
1966
16 de mayo: Mao anuncia el inicio de la Revolución Cultural.
1968
20 de agosto: fuerzas del Pacto de Varsovia invaden Checoslovaquia. Es el fin de la “Primavera de Praga”.
1969
20 de enero: Richard Nixon asume como presidente de Estados Unidos. 2 de marzo: estallan combates fronterizos
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A comienzos de los años sesenta, la Unión Soviética llegó a ser el principal productor de petróleo del mundo. También era un gran exportador de metales preciosos. La mina de oro más grande del planeta estaba en Uzbekistán y producía a gran ritmo. El ingreso de divisas permitió subir los salarios y mejorar las condiciones de vida de la población. El crecimiento de la demanda interna estimuló otras áreas de la economía. La producción de carne y leche aumentó un tercio, y el consumo de pescado y huevos se duplicó. El tráfico aéreo interior se incrementó de tal modo que Aeroflot pasó a ser la línea aérea más grande del mundo. Una activa política de construcción de viviendas permitió que millones de familias accedieran a apartamentos que costaban diez rublos al mes, incluido el precio de la calefacción. Dos tercios de las familias rusas tenían televisor y tres quintos tenían lavarropas (aunque solo la mitad tenía heladera). La producción de autos se duplicó en el correr de los años setenta. Brezhnev estimuló los acuerdos con empresas occidentales como la Fiat, que instalaban gigantescas plantas en las que se producían modelos desactualizados de autos europeos.
HISTORIA RECIENTE
Léonid Brezhnev: el retorno del culto a la personalidad.
tilizantes para desarrollar la producción. Pero no existían mecanismos ágiles para distribuir repuestos ni había previsiones para compensar la obsolescencia de los equipos. Grandes partidas de fertilizante para caña de azúcar llegaban a campos donde se plantaba cebada. En Asia Central se desvió uno de los afluentes del mar de Aral para irrigar plantaciones de algodón. Pero la ausencia de estudios previos convirtió la obra en un desastre: el mar de Aral se secó a tal punto que el puerto de pescadores de Aralsk quedó a 50 kilómetros de la orilla. Como se había hecho décadas atrás, millones de soldados y habitantes de las ciudades se movilizaron para participar en las cosechas de las granjas colectivas. Pero el resultado fue una tensión permanente con los campesinos, que boicoteaban el trabajo y escondían todo el grano que podían. El mercado negro llegó a ser el único lugar donde podía comprarse fruta y verdura frescas. Problemas similares existían en la industria. El aumento de la demanda interna hizo crecer la producción, pero el manejo de las fábricas mediante criterios políticos y la ausencia de mecanismos de control impidieron que mejorara la eficiencia. En muchos rubros se generaron enormes listas de espera: era normal esperar años para recibir un auto. En casi todos los casos, la distancia entre el diseño original y lo que efectivamente recibían los consumidores se hizo cada vez mayor. Las heladeras venían sin congelador y los lavarropas tenían menos funciones que las anunciadas. Los edificios recién construidos mostraban rápidas señales deterioro: paredes que se descascaraban, pisos que se levantaban, instalaciones eléctricas y sanitarias que no funcionaban. Nadie se hacía responsable y nadie veía afectada su carrera. Un consumidor que se quejara demasiado corría el riesgo de ser acusado de estar actuando con intencionalidad política. Los costos de producción eran sensiblemente más altos que en la industria occidental. Se estima que, a mediados de los años setenta, la producción de los mismos bienes exigía cuatro veces más
8
1969-1973
entre China y la Unión Soviética. 1971
11 de setiembre: muere Nikita Khrushchev.
1972
21 de febrero: Nixon llega en visita oficial a China comunista. 26 de mayo: Nixon y Brezhnev firman en Moscú el tratado SALT.
1973
20 de enero: Nixon inicia su segundo mandato como presidente. 23 de enero: se firman los acuerdos de París. Estados Unidos sale de la Guerra de Vietnam.
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energía, materias primas y mano de obra que en Occidente. El ausentismo laboral y la baja productividad por trabajador eran problemas endémicos. Estas deficiencias existían aun en aquellos rubros en los que se lograban productos de alta calidad, como en la industria de armamentos. La abundancia y la ausencia de controles alentaron la corrupción. Los funcionarios del Partido vendían cargos y permisos para distintas actividades. La mayoría de los bienes que se ofrecían en el mercado negro eran provistos por funcionarios. El combustible robado al estado llegó a abastecer, según algunos cálculos, la tercera parte del parque automotor. Una campaña anticorrupción lanzada por el jefe del Partido Comunista de Georgia, el futuro canciller soviético Eduard Shevardnadze, condujo a la detención de 25 mil personas. Desde entonces, Shevardnadze tuvo que usar chaleco antibalas. En la misma época, un relevamiento fotográfico realizado desde satélites sobre Uzbekistán mostró que, donde se suponía que existían enormes plantaciones de algodón, solo había un desierto. Los funcionarios encargados de plantarlo se habían enriquecido durante años, mientras declaraban cosechas inexistentes. La forma en que la Unión Soviética avanzó hacia su propia decadencia es un punto que ha llamado la atención de numerosos analistas. Antes de Gorbachov solo hubo un intento de corregir el rumbo, como resultado de las propuestas de un economista llamado Yevsey Liberman. Luego de hacer un correcto diagnóstico de la situación, Liberman propuso abandonar el centralismo, crear un mayor margen para la iniciativa individual, aumentar la capacidad de decisión de las empresas y admitir como legítima la búsqueda de ganancias. El primer ministro Alexei Kosygin se interesó en las propuestas de Liberman y las incluyó en un plan de reformas aprobado en 1965, pero nunca se implementaron. Las razones de esta parálisis fueron múltiples. Por una parte, las experiencias en Europa Oriental habían mostrado que los intentos de flexibilización económica
9 1973-1977
17-23 de octubre: los países de la OPEP deciden un embargo de petróleo contra Estados Unidos, Japón y varios países occidentales. Empieza la crisis del petróleo. 1974
9 de agosto: Richard Nixon renuncia a la presidencia de Estados Unidos. Asume Gerald Ford.
1975
30 de abril: Saigón cae en manos del ejército de Viet Nam del Norte.
1976
9 de setiembre: muere Mao en China.
1977
20 de enero: James Carter asume como
generaban presiones en favor de la apertura política. Ese era un riesgo que la dirigencia del Kremlin no quería correr. Por otra parte, uno de los componentes más rígidos de la economía soviética era el gasto militar, que era casi intocable por razones políticas. La guerra en Viet Nam, el apoyo a Cuba y una serie de aventuras militares en África provocaron una sangría económica que nadie se atrevió a criticar. A fines de los años sesenta, la Unión Soviética construía 300 silos atómicos por año. En los catorce años siguientes a la crisis de los misiles se construyeron 1.323 barcos de guerra, contra 302 de los estadounidenses. La
obsesión por ser más fuerte que Estados Unidos pesaba mucho en una dirigencia más habituada a razonar en términos políticos que económicos. Pero una de las razones más importantes para explicar la falta de reacción del régimen soviético fue la escasa conciencia de lo que estaba ocurriendo. La información que recibían los dirigentes soviéticos estaba distorsionada al menos por tres factores. El primero era la gran distancia entre la fuente directa de la información y el destinatario final. Los dirigentes decidían sobre la suerte de emprendimientos que no conocían, a cargo de personal que nunca habían visto
La nomenklatura La nomenklatura fue inicialmente una lista. En ella figuraban los miembros del Partido Comunista que eran considerados confiables y que podían ocupar cargos de responsabilidad política. Figurar en esa lista era el único camino para hacer carrera en la Unión Soviética y en los países satélites. Pero no había mecanismos formales para postularse: todo se reducía a un ejercicio de discrecionalidad. El término adquirió más tarde un sentido peyorativo: se lo usó para referirse a los miembros de una clase dirigente que empezó a mostrar una clara voluntad de permanencia. Esa elite empezó a formarse en tiempos de Stalin, pero las frecuentes purgas y los bruscos virajes del líder impidieron que sus miembros pudieran sentirse seguros. Además, Stalin era ascético. Le fascinaba el poder pero podía prescindir del lujo. Tampoco bajo Khrushchev fue fácil ser dirigente. Nikita era impulsivo y todo el tiempo realizaba cambios en el personal que lo rodeaba. Brezhnev sufrió en carne propia esos sobresaltos y supo que podía fortalecerse si les ponía fin. Con él, los dirigentes soviéticos se sintieron protegidos y privilegiados. Tenían servicio doméstico y chóferes. Sus hijos iban a escuelas especiales y eran enviados al extranjero. Los cargos se pasaban de padres a hijos, como en una vieja aristocracia. También se generaron nuevos códigos. La
importancia de un dirigente se reflejaba en el tamaño de los autos que usaba, en la altura de los techos de sus residencias y en la calidad de las habitaciones que podía ofrecer a sus huéspedes. En las calles de Moscú y de las principales ciudades se pintaron sendas que solo podían ser utilizadas por los autos oficiales (las chaikas). La nomenklatura tenía tiendas propias en las que se vendía caviar, cognac, perfumes franceses, cámaras japonesas y tejidos ingleses. Había tintorerías y peluquerías exclusivas para sus miembros. Cada dirigente recibía en su casa la kremlevsky pajok: una ración de productos de rotisería y vinos finos. Los altos funcionarios tenían colonias de vacaciones y clínicas exclusivas. La sociedad soviética se dividió más que cualquier otra sociedad moderna entre los miembros de esa elite y los ciudadanos comunes. Esa división ofendía a los no privilegiados y era un violento desmentido a los ideales de igualdad proclamados por el régimen. Todo eso contribuyó a su desprestigio. La nomenklatura estuvo integrada por unos dos millones de personas, que equivalían al uno por ciento de la población. Curiosamente, ese había sido el peso de la aristocracia en la Rusia de los zares.
1977-1979
1979-1982
presidente de Estados Unidos. 1978
27 abril: un golpe de estado instala un régimen prosoviético en Afganistán.
1979
18 de junio: James Carter y Léonid Brezhnev firman en Viena el acuerdo SALT II. 16 de setiembre: el presidente afgano Mohammad Taraki es depuesto tras violentas luchas en Kabul. 24 de diciembre: las primeras tropas de paracaidistas soviéticos empiezan a descender sobre Kabul, la capital de Afganistán.
27 de diciembre: se supera la barrera de cinco mil soldados soviéticos en territorio afgano. 1981
20 de enero: Ronald Reagan asume como presidente de Estados Unidos.
1982
10 de noviembre: muere Léonid Brezhnev. 12 de noviembre: Yuri Andropov asume como nuevo secretario general del Partido Comunista de la Unión Soviética.
Yuri Andropov Yuri Andropov fue uno de los más enigmáticos líderes de la Unión Soviética. Los juicios sobre su persona oscilan entre las condenas más radicales y el reconocimiento de sus méritos. Muchos lo ven como la personificación de lo más siniestro que tuvo el régimen soviético. Y tienen sin duda buenos argumentos. Por ejemplo, su deplorable participación en la invasión a Hungría en 1956. Andropov era el embajador soviético en Budapest y engañó deliberadamente al líder húngaro Imre Nagy para que no organizara ninguna forma de resistencia. Cuando la invasión se había consumado y Nagy estaba refugiado en la embajada yugoslava, Andropov le dio garantías formales de que podía abandonar el edificio sin peligro. Pero en cuanto el líder húngaro puso un pie en la calle, fue detenido por agentes de seguridad soviéticos y posteriormente ejecutado. En 1967 Andropov asumió como jefe del KGB y fue responsable de poner en práctica el giro represivo decidido por Brezhnev. En ese carácter persiguió a algunos de los disidentes más famosos, como el escritor Alexandr Solzhenitsyn y el físico Andrei Sakharov. El modo en que justificó su actividad represiva difícilmente convenza a alguien: “Si no ha-
cemos nada contra Sakharov, ¿cómo se van a comportar en el futuro otros científicos?”. Todo parece hablar en contra de Andropov. Sin embargo, el dirigente reformista Mikhail Gorbachov, que fue durante años su protegido, siempre intentó defenderlo. En sus Memorias, Gorbachov lo describe como una “personalidad brillante y destacada, con notables talentos naturales”. Según su versión, Andropov percibía los vicios de la era Breznhev y aspiraba a reformar el régimen. La muerte habría interrumpido esa tarea. Pero el propio Gorbachov admite que Andropov no hubiera llegado muy lejos. Los años como jefe del KGB lo habían vuelto “un hombre suspicaz condenado a servir al sistema”. Los datos oficiales dicen que Andropov nació el 15 de junio de 1914 y era hijo de un empleado ferroviario. Pero hay quienes sostienen que provenía de una familia acaudalada y que falsificó su biografía para eludir las persecuciones de Stalin. Fue jefe del KGB entre 1967 y 1982. El 12 de noviembre de ese año fue designado secretario general del Partido Comunista de la Unión Soviética (el máximo cargo del régimen). Ejerció hasta el día de su muerte, el 9 de febrero de 1984. Fue uno de los dirigentes que decidió la invasión a Afganistán en 1979.
a parar al mercado negro. Pero nada de eso formaba parte de los informes oficiales. El diplomático Alexander Iacolev describió la situación de este modo: “Las mentiras empezaron a prevalecer. Las pequeñas mentiras cotidianas y las grandes mentiras del estado. Para poner algo en marcha había que mentir y violar reglas y leyes. ¿Cómo se vivía realmente? Para responder a esa pregunta era necesario conocer el verdadero estado de las cosas. Pero nadie lo conocía. No lo conocían quienes eran engañados, pero tampoco quienes mentían”. Tal vez el único éxito significativo de la Unión Soviética durante la era Brezhnev fue la guerra de Viet Nam. Con un costo treinta veces menor al de Estados Unidos, Moscú prestó a Viet Nam del Norte una ayuda eficaz y muy rendidora en términos políticos. Pero la experiencia en el sudeste asiático no sirvió para que la dirigencia soviética entendiera cómo se vuelven vulnerables las grandes potencias. Ese aprendizaje tuvieron que hacerlo en carne propia como resultado de la última decisión importante tomada por Brezhnev: la invasión soviética a Afganistán.
La guerra en Afganistán Afganistán es un país montañoso de Asia Central, en el que conviven varias tribus y naciones. En total se hablan 57 lenguas. No existen cifras confiables sobre la cantidad de habitantes, pero se estima que ronda los 30 millones. Ocho de cada diez habitantes viven en el campo. Siete de cada diez son analfabetos. El poder tribal está fuertemente arraigado y explica casi todo lo que ocurre. Entre las tribus hay fuertes rivalidades y continuamente se gestan alianzas. La tribu más poderosa es la de los pashtunes que representan un 40 por ciento de la población. Hoy son la tribu más grande del planeta. Les siguen otros grupos como los tayikos, los hazara y los uzbecos. El 99 por ciento de los afganos son musulmanes, pero existe una gran variedad entre ellos.
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Los dirigentes políticos fijaban planes que afectaban la vida de millones de personas en base a estimaciones proporcionadas por la burocracia y no a las demandas de la población. Esas decisiones se transmitían a través de una cadena de funcionarios que pensaban ante todo en su propio beneficio. La centralización hacía que toda decisión cambiara el destino de grandes cantidades de recursos, lo que generaba mecanismos de clientelismo y corrupción (dos males que la doctrina oficial suponía propios de la “sociedad burguesa”). Los malos resultados eran fáciles de ocultar, porque se producían lejos y afectaban a gente que no se atrevía a hablar. Enormes cosechas se perdían por estar mal almacenadas, toneladas de maquinaria quedaban paralizadas por falta de repuestos y gigantescas cantidades de insumos iban
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y orientados a satisfacer necesidades que habían sido estimadas por otros. La segunda fuente de distorsiones eran los intereses de los miles de funcionarios que actuaban dentro de la estructura estatal. Esos funcionarios bloqueaban la información que podía causarles problemas y potenciaban aquella que los fortalecía o favorecía a sus aliados. Cuanto más difusa fuera una demanda, menos probable era que consiguiera pasar ese filtro. Por último, la tercera fuente de distorsiones era el miedo: desde los tiempos de Lenin, las críticas a las decisiones tomadas por la alta dirigencia se pagaban muy caro. El resultado era que nadie se atrevía a informar que una meta no había sido cumplida por ser irrealista, o que la calidad de un producto que era elogiado por los dirigentes dejaba mucho que desear.
10 1984-1985
1984
9 de febrero: muere Yuri Andropov. 13 de febrero: Konstantin Chernenko asume como nuevo secretario general del Partido Comunista de la Unión Soviética.
1985
10 de marzo: muere Konstantin Chernenko. 11 de marzo: Mikhail Gorbachov asume como nuevo secretario general del Partido Comunista de la Unión Soviética. 20 de noviembre: primer encuentro entre Mikhail Gorbachov y Ronald Reagan en Ginebra, Suiza.
1986
1986
1986-1988
15 febrero: se inicia el Vigésimo Séptimo Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética. 26 de abril: se produce el accidente de Chernobyl.
Mikhail Gorbachov y Ronald Reagan en Reykjavik, Islandia. 1987
27 de enero: Gorbachov lanza la campaña de glasnost (transparencia).
28 de abril: la televisión soviética reconoce que hubo un accidente en una planta nuclear.
28 de mayo: el alemán Mathias Rust aterriza su avioneta en la Plaza Roja tras burlar los sistemas de defensa soviéticos.
4 de mayo: los soviéticos instalan un nuevo gobierno en Afganistán.
7 de diciembre: Mikhail Gorbachov llega en visita oficial a Estados Unidos.
11 de octubre: segundo encuentro entre
1988
8 de febrero: Gorbachov anuncia la retirada de las tropas soviéticas de Afganistán.
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Afganistán siempre ocupó la atención de las potencias extranjeras, a causa de su posición estratégica en Asia Central. Varias veces fue invadido y en cada ocasión repelió a los invasores. Contra este extraño pueblo arcaico y guerrero se lanzó una de las potencias más poderosas del siglo XX, provista de un arsenal moderno y de información suministrada por satélites. Pero tuvo el mismo destino que todos los ejércitos que la precedieron. El origen del conflicto se remonta a 1973, cuando un golpe de estado derribó a la monarquía que regía desde 1933. El líder del golpe, llamado Mohammed Daud, había sido educado en la Unión Soviética. Daud implantó un régimen autoritario que mezclaba al socialismo con el nacionalismo. Su apoyo casi exclusivo eran los militares. El gobierno central no era un asunto que preocupara demasiado a los afganos, de modo que no defendieron la monarquía ni aplaudieron al nuevo régimen. Quién estuviera en el gobierno era un asunto que solo preocupaba a la minoría urbana. Pero Daud quiso ejercer un poder real sobre el país, y para eso lanzó una ofensiva contra las únicas figuras que tenían influencia: los líderes religiosos. En 1974 ordenó detener al más importante de los dirigentes islamistas, Mohammed Niyazi, y a doscientos de sus seguidores. Ese acto fue considerado en el mundo islámico como el inicio de una guerra santa. Los líderes religiosos que todavía estaban libres huyeron a Pakistán para organizar la resistencia. Al menos por dos razones, las autoridades de Kremlin seguían de cerca los acontecimientos. La primera razón era la “doctrina Brezhnev”: una vez que un país optaba por el socialismo, era importante que no abandonara esa senda. Lo contrario tendría el efecto de debilitar al bloque comunista. La segunda razón era geográfica: para la Unión Soviética, Afganistán no sólo era un país limítrofe sino la vía de acceso hacia las naciones del océano Índico y del Golfo Pérsico.
En 1977 Daud viajó a Moscú y se entrevistó con Brezhnev. Durante la reunión, el líder soviético propuso enviar a Afganistán un importante número de asesores. Su idea era establecer la clase de vínculo que la Unión Soviética tenía con los países de Europa del Este. Pero Daud interpretó la oferta como un intento de convertirlo en un títere y abandonó la reunión. El episodio no tuvo mayores consecuencias en Moscú. Los dirigentes soviéticos no estaban muy entusiasmados con la idea de involucrarse en un país tan complejo y primitivo, de modo que se limitaron a enfriar las relaciones. Pero en Afganistán se desató un conflicto entre Daud y el Partido Comunista local, que concluyó en un golpe de estado el 27 abril de 1978. Los líderes comunistas lograron el apoyo de una unidad de tanques y atacaron el palacio presidencial. Daud y toda su familia murieron como consecuencia de los combates. En total, el golpe se cobró unas dos mil vidas. El golpe fue visto como un incidente palaciego por la mayoría de los afganos, pero desató una lucha de poder entre los miembros del nuevo régimen. Los líderes de las dos principales facciones eran el nuevo presidente, Mohammad Taraki, y el vicepresidente Hafizullah Amin. Pese a los conflictos entre ellos, el nuevo régimen puso en marcha un ambicioso programa de reformas que incluía expropiaciones, reparto de tierras y una campaña de alfabetización que apuntaba a quebrar la influencia del Islam. Estas medidas pusieron al país en un estado de insurrección. La reforma agraria revelaba que los nuevos dirigentes de Kabul desconocían el medio rural. La retórica comunista, que dividía al medio rural entre “señores explotadores” y “campesinos explotados”, daba escasa cuenta de la complejidad del mundo tribal. La expropiación de tierras violaba además múltiples normas del derecho islámico. La campaña de alfabetización socavaba la influencia de los líderes religiosos (los mullahs), que rápidamente se pusieron en su contra. Además, en los cursos se reunía a los niños con los ancianos (lo que era visto como una falta
de respeto hacia los más viejos) y a las mujeres con los hombres (lo que era visto como una grave ofensa moral). Toda la campaña lesionaba convicciones muy arraigadas en la población. El gobierno reaccionó con dureza ante la resistencia que encontraba. Pocos meses después del golpe, ya había 50 mil detenidos en la cárcel de Pu-i Charki, ubicada en las afueras de Kabul. En junio de 1979 se ejecutó en un solo día a todos los islamistas que Daud había hecho detener en 1974. Pero la mano dura solo sirvió para generar insurrecciones armadas. En 1978 se produjo una revuelta en Nuristán. En febrero de 1979, la rebelión se extendió al occidente del país. En Herat, la guarnición militar se puso del lado de los insurrectos; el gobierno demoró siete días en recuperar el dominio de la ciudad. La rebelión siguió extendiéndose por el país y pronto hubo 20 mil muertos. Finalmente se produjo una revuelta en Kabul que fue aplastada con brutalidad. El deterioro de la situación causaba preocupación en Moscú. Independientemente de lo dif ícil que fuera entenderse con los líderes locales, el gobierno afgano era visto en todo el planeta como un gobierno comunista. Si la insurrección tenía éxito y la Unión Soviética no reaccionaba, podía producirse una nueva ola de levantamientos en Europa del Este. En diciembre de 1978, Moscú firmó un pacto de amistad con el gobierno afgano y envió cinco mil asesores militares y civiles. En la primavera de 1979 llegaron a Kabul varias misiones de dirigentes políticos y expertos en actividades de inteligencia. Los informes que enviaron decían que la situación era grave y que el vicepresidente Amin era una amenaza interna (el principal motivo de la desconfianza era que Amin había vivido en Estados Unidos). Tras la caída del régimen soviético se han conocido documentos en los que se aprueba la decisión de eliminarlo. El presidente Taraki fue invitado a Moscú para ser informado sobre los planes soviéticos. La forma en que se procedió fue un modelo de brutalidad e incompetencia.
11 1988-1989
14 de abril: se firman en Ginebra los acuerdos de paz sobre Afganistán. 30 de mayo: el presidente Ronald Reagan llega en visita oficial a la Unión Soviética. 1989
20 de enero: George H. Bush asume como presidente de Estados Unidos. 2 de abril: Gorbachov llega en visita oficial a La Habana y anuncia el fin de las subvenciones a Cuba. 9 de noviembre: cae el muro de Berlín.
1990-1991 1990
29 de diciembre: la Unión Soviética y Cuba firman un nuevo acuerdo económico que pone fecha al fin de las subvenciones.
1991
18-22 de agosto: fracasa en Moscú un golpe de Estado contra Mikhail Gorbachov. 25 de diciembre: Gorbachov deja los cargos de secretario general del Partido Comunista de la Unión Soviética y de presidente de la Unión Soviética. Boris Yeltsin asume como presidente de Rusia. 31 de diciembre: la Unión Soviética deja de existir.
Kremlin como una confirmación de que Estados Unidos estaba entrando en una nueva fase de agresividad. El mismo día que llegó la noticia, los soviéticos tomaron la decisión de movilizar sus tropas. Según el testimonio de Andrei Gromyko, la sensación era que, si la Unión Soviética no intervenía, Afganistán se convertiría rápidamente en un país enemigo. Amin percibió el peligro que se cernía sobre él y acudió a los paquistaníes para pedirles que lo ayudaran a entrar en contacto con los estadounidenses. Pero el pedido fue interceptado por los soviéticos, lo que terminó de sellar su suerte. El plan de Moscú consistía en aplastar al régimen de Amin y suplantarlo por un gobierno que estuviera liderado por el prosoviético Babrak Karmal. Éste renunciaría a hacer reformas radicales y concentraría sus esfuerzos en ganarse el apoyo de la población. Brezhnev pensaba que la intervención duraría unas cuatro semanas. Al caer la tarde del 24 de diciembre de 1979, paracaidistas soviéticos tomaron el aeropuerto de Kabul. Luego de ocupar el centro de la ciudad, las tropas atacaron la sede del gobierno y mataron a Amin. El 27 de diciembre ya había cinco mil soldados soviéticos en la capital. En los días siguientes, las tropas tomaron el control de las principales ciudades. Pocas semanas más tarde había 85 mil soldados en territorio afgano. La invasión tomó por sorpresa a la opinión pública internacional y tuvo efectos que Moscú no esperaba. Contra lo que se suponía en el Kremlin, el gobierno estadounidense no estaba pensando en ninguna clase de acción en la región. Washington no respondió militarmente, sino que denunció el acto como una violación al derecho internacional. Efectivamente lo era. Los soviéticos justificaron la invasión invocando un pedido de ayuda hecho tiempo atrás por Amin, pero el argumento no fue aceptado porque no existía ningún tratado de asistencia entre los dos países. Además, se hacía dif ícil entender cómo se vinculaba la decisión de ayudar a Amin con su asesinato a manos de las tropas soviéticas y con la propaganda lanzada por los propios comunistas, que lo presentaba como un tirano y un contrarrevolucionario. Las Naciones Unidas exigieron por gran mayoría el retiro de las tropas soviéticas. La ola de repudio tuvo su punto más alto cuando 36 naciones decidieron boicotear los juegos olímpicos de 1980, que se realizarían en
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pedidos de ayuda de Taraki. La dirección política sabía que una intervención en ese país podía convertirse en algo similar a lo que había sido Viet Nam para Estados Unidos. Pero esa postura terminó por cambiar. Las razones del cambio se discuten hasta hoy. Algunas parecen haber sido muy personales. Se sabe que la muerte de Taraki afectó a los dirigentes soviéticos. En 1980, Brezhnev insistió en este punto ante el presidente francés Valéry Giscard d’Estaing: “Taraki era mi amigo. Vino a verme en setiembre. Cuando regresó fue asesinado por Amin. No se lo podía perdonar”. Las cosas siguieron empeorando en los meses siguientes. Entre setiembre y diciembre de 1979, Amin hizo ejecutar a 600 personas allegadas a Taraki. Esas noticias causaban un gran impacto cuando llegaban al Kremlin. Otros motivos fueron de carácter geopolítico. Mientras ocurría la crisis en Afganistán, la flota estadounidense inició una serie de maniobras en el Golfo Pérsico. En el Kremlin se sospechó que era el preámbulo de una invasión a Irán, luego de que el sha Reza Pahlevi fuera derrocado por la revolución islamista del Ayatollah Khomeini. Si Estados Unidos invadía, tendría motivos para preferir un régimen amigo en Afganistán. O bien podría abstenerse de invadir Irán y hacer del territorio afgano su nuevo punto fuerte en la región. Otro factor que parece haber incidido fue el desastroso estado de las relaciones entre los países comunistas. Las tensiones entre la Unión Soviética y la China maoísta estaban peor que nunca. En 1978 se había producido una breve guerra fronteriza entre ambos países. Casi al mismo tiempo, China había intentado una agresión militar a Viet Nam, pero una vez más los vietnamitas habían repelido al agresor. Desde el punto de vista del Kremlin, el régimen chino estaba apelando a cualquier recurso para fortalecer su posición internacional: en enero de 1979, Mao había iniciado relaciones diplomáticas con el gobierno de Nixon y había puesto el territorio chino a disposición de los norteamericanos para obtener información sobre la Unión Soviética. Si además se perdía Afganistán, el régimen de Moscú podía quedar en una situación de encierro. En ese complejo contexto, la OTAN tomó la decisión de instalar bases de lanzamiento en Europa Occidental para una nueva generación de misiles: los Pershing II y los Cruise. La noticia fue vista en el
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De retorno a Kabul, Taraki invitó a Amin a una reunión de la que también participaría el embajador soviético. El plan era apresarlo en cuanto se presentara. Pero el encuentro derivó en un tiroteo en el que Taraki llevó la peor parte. Apoyado por las tropas, Amin se apoderó del palacio de gobierno, destituyó a Taraki y, el 16 de setiembre de 1979, se nombró a sí mismo secretario general del Partido. Según la versión oficial, Taraki había renunciado por razones de salud. Cuando el 10 de octubre apareció estrangulado en su casa, se dijo que había fallecido como consecuencia de la enfermedad que lo había obligado a dejar el cargo. El gobierno soviético ejerció fuertes presiones para controlar a Amin, pero sin éxito. Luego organizó dos atentados contra su vida. Los intentos solo sirvieron para que Amin se acercara a Pakistán (el país más pro-occidental de la zona) e intentara establecer vínculos con Estados Unidos. Al mismo tiempo tendía puentes hacia los líderes religiosos y los grupos islámicos radicales. Por este camino fue construyendo los apoyos locales que Taraki nunca había tenido. El Kremlin se alarmó. Amin se estaba pareciendo cada vez más al líder egipcio Anwar El Sadat, que se había alejado de la Unión Soviética y se había acercado a Estados Unidos. Con el agravante de que los hechos no ocurrían en el relativamente lejano Egipto, sino en un país limítrofe. Si Afganistán se “pasaba” al otro bloque, las consecuencias podían ser graves. En palabras de un alto funcionario del Ministerio de Defensa de la época: “Estados Unidos podría aprovechar la situación y colocar radares a lo largo de la frontera afgano-soviética. Así controlaría las pruebas que hacíamos en Asia Central con misiles, aviones y otras armas”. Hoy se sabe que la decisión de invadir Afganistán provocó fuertes debates internos. El ala dura del Partido era favorable a intervenir. Un sector más moderado, liderado por el ministro de relaciones exteriores Andrei Gromyko y el jefe del KGB Yuri Andropov, prefería una solución política. La cúpula del ejército era reacia porque conocía las dificultades de la tarea. Desde los tiempos de Alejandro Magno, Afganistán tenía fama de resistir a los invasores. Los últimos en romperse los dientes habían sido los británicos, que habían intentado colonizarlo durante sesenta años. Los líderes del Kremlin estaban tan poco inclinados a enviar tropas que, desde marzo de 1979, habían rechazado varios
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Moscú. Estados Unidos aplicó un embargo a las transferencias de tecnología y suspendió las exportaciones de trigo. Los acuerdos Salt II se interrumpieron y ambos bloques retomaron la carrera armamentista. Pero lo peor ocurría en el terreno. En los primeros días se vio que el contingente previsto inicialmente (entre 90 y 130 mil soldados) no sería suficiente para controlar el país. El ejército afgano resultó un aliado poco eficiente y sufrió deserciones masivas: los 90 mil soldados que conformaban sus tropas en el momento de la invasión soviética se habían reducido a 30 mil pocos meses después. Las tropas soviéticas encontraron una resistencia que no esperaban. Las rivalidades tribales parecían haberse evaporado ante el enemigo común. Para peor, el tipo de lucha al que se enfrentaban no era la guerra convencional para la que estaban preparadas. Los afganos se organizaron en guerrillas que se escondían en regiones escarpadas. Los oficiales soviéticos buscaban en vano oportunidades para chocar frontalmente contra el enemigo, pero los rebeldes preferían golpear por sorpresa y huir. La resistencia afgana fue espontánea en las primeras etapas, pero Estados Unidos comprendió rápidamente que tenía una oportunidad de enterrar a la Unión Soviética en su propio Viet Nam. Entonces empezó a ayudar a los rebeldes con armas e información. Tal como había pasado en el sudeste asiático, una guerra librada por una superpotencia contra un pueblo de escasos recursos, se transformó en un enfrentamiento indirecto entre las dos superpotencias. El escenario afgano era muy distinto al vietnamita (aquí no había selva, sino montañas y desiertos), pero la historia parecía repetirse. A fines de 1980, los soviéticos sustituyeron sus tropas convencionales por unidades móviles apoyadas por helicópteros. En lugar de intentar eliminar la resistencia en cada rincón del país, se adoptó la táctica de limitarse a proteger puntos estratégicos. Estos consistían en la llanura de Kabul, las principales carreteras y las ciudades más grandes. El resto del territorio (más de un 80 por ciento del total) quedó en manos de los rebeldes. Algunos puntos de alto valor estratégico eran permanentemente disputados y cambiaban de manos con mucha frecuencia. En 1981 se contabilizaron cinco mil atentados o ataques contra posiciones del gobierno y las tropas soviéticas. Muchos de ellos eran
Mikhail Gorbachov Gorbachov parecía la encarnación perfecta del ciudadano soviético. Nació el 2 de marzo de 1931, hijo de campesinos, en un pueblo de las estepas del sur. La carretera asfaltada más cercana pasaba a 70 kilómetros. Su niñez estuvo signada por el doble terror, a Stalin y a Hitler. Su abuelo fue condenado a nueve años de trabajos forzados, tras ser acusado de esconder unas libras de trigo. De niño, su abuela le contaba cómo habían venido a buscarlo durante la noche. Años después, Gorbachov no podía repetir el relato sin emocionarse. Pero también los nazis habían golpeado a su familia. Su hermano mayor murió en la batalla de Kursk. A los catorce años trabajaba en las cosechas como ayudante de maquinista, pero también iba a pie a una escuela que quedaba a ocho kilómetros. Era un alumno brillante y pudo asistir a la Universidad de Moscú. Eligió estudiar Derecho en una época en que las normas eran una ficción. En sus años de estudiante ingresó a las Juventudes Comunistas y fue nombrado dirigente. También conoció a su futura mujer, Raisa, con la que se casó en setiembre de 1953. Cuando en 1955 ambos finalizaron sus estudios, se trasladaron a Stavropol, la región natal de Gorbachov. Durante veinte años trabajó en las estructuras locales del Partido Comunista, mientras completaba su formación haciendo estudios de agronomía. En 1971 fue nombrado jefe regional del Partido. En esa función conoció a Yuri Andropov, que le impresionó por su rigurosidad y el desprecio que sentía hacia los dirigentes corruptos. En 1978, por iniciativa de Andropov, conoció a Brezhnev y a otras altas figuras del régimen. Dos meses más tarde fue llamado a Moscú para hacerse cargo de la Secretaría de Agricultura. A los 47 años de edad, era el miembro más joven del gobierno. Los resultados de la política agrícola durante su gestión fueron desastrosos. Las cosechas disminuyeron y hubo que importar cereales. Los problemas de almacenamiento hicieron que se perdiera un quinto de la cosecha de cereales y un tercio de la de papas. Se fabricaron un millón de tractores por año, pero la calidad era tan mala que rápidamente quedaban inservibles. Pero los niveles de corrupción e ineficiencia eran tan altos que nadie le pidió cuentas. En 1982, cuando Andropov quedó al frente de la Unión Soviética, mandó a Gorbachov a Canadá para que viera cómo se manejaba la agricultura en un país con características
climáticas parecidas. Ese viaje le cambió la vida. Gorbachov percibió el grado de atraso en el que se había hundido el régimen soviético y supo que no se podía responsabilizar al clima. Cuando murió Andropov, muchos dirigentes vieron en Gorbachov al hombre que podía revitalizar al régimen. Pero la vieja guardia le tuvo temor y prefirió elegir a uno de los suyos. Gorbachov tuvo que esperar hasta el 11 de marzo de 1985 para ser nombrado secretario general del Partido. Tenía 54 años y parecía asombrosamente joven al lado de sus colegas. La impresión que causó en Occidente fue enorme. El secretario de Estado norteamericano George Shultz volvió de su primer encuentro personal diciendo: “es totalmente diferente a cualquier otro líder soviético que haya conocido”. El vicepresidente George H. Bush, tras conocerlo en Moscú, comentó: “Tiene una sonrisa encantadora y una mirada cálida. Su estilo agradable le permite decir algo incómodo e inmediatamente restablecer una auténtica comunicación con su interlocutor”. El presidente Reagan no se cansaría de resaltar su inteligencia y calidez. Estuvo en el cargo hasta el 25 de diciembre de 1991. Fueron poco más de cinco años, pero en ese tiempo cambió el mundo. Cuando entregó el poder, la cortina de hierro se había desplomado y la Unión Soviética había dejado de existir. En 1990 había recibido el Premio Nobel de la Paz. Tras fracasar en varios intentos de volver a la vida política, hoy dirige una fundación que lleva su nombre. Su prestigio internacional es mucho mayor que el que tiene en Rusia. Pero nadie duda de que su gestión es parte esencial de la historia del siglo XX.
pero el mundo supo que podía haber una crisis grave en cualquier momento. Andropov era consciente de su estado de salud e intentó asegurar su sucesión. El hombre en el que confiaba, y al que venía preparando desde hacía años, se llamaba Mikhail Gorbachov. Al igual que él, Gorbachov había hecho parte de su carrera en el KGB y sabía lo que estaba pasando en el mundo. Pertenecía además a una nueva generación de dirigentes. Pero los miembros de la vieja guardia se resistían a perder su influencia y sus privilegios. Tras la muerte de Andropov, prefirieron elegir a uno de los suyos. La designación recayó sobre Konstantin Chernenko, un viejo apparatchik que había tenido una lealtad incondicional hacia Brezhnev y era una garantía de tranquilidad. Sólo que todos estaban demasiado viejos. Chernenko murió el 10 de marzo de 1985, apenas trece meses después de asumir su cargo. Durante esos meses, la Unión Soviética había derivado sin rumbo en medio del caos económico. La muerte de Chernenko abrió finalmente el camino a Gorbachov, que asumió el 11 de marzo de 1985. Y el primer problema al que se enfrentó fue la guerra en Afganistán. Su primer reflejo fue jugar con energía la carta militar. A mediados de 1985 le ordenó al general Zaitzev que terminara la guerra en un año, al costo que fuera. En ese momento se abrió la etapa más dura del conflicto. Para finales de 1986, la fuerza aérea soviética había conseguido asestar duros golpes a los mujahidines. Para contrarrestar la ofensiva, los estadounidenses les proporcionaron misiles antiaéreos que en poco tiempo equilibraron las cosas: durante 1987, los mujahidines derribaron 270 aviones soviéticos, evaluados en dos mil millones de dólares. El gobierno de Estados Unidos estaba encantado con los éxitos que estaba teniendo, a muy bajo costo. La imagen de un Viet Nam al revés era cada vez más nítida. El objetivo de Washington era que la guerra se prolongara para desangrar a la Unión Soviética. Pero Gorbachov no demoró en percibir ese peligro y, tal como había hecho Nixon en relación a Viet Nam quince años antes, decidió que había que irse. El 4 de mayo de 1986, Gorbachov promovió un cambio en el gobierno de Afganistán. El nuevo hombre fuerte era un antiguo jefe del servicio secreto afgano al que Moscú consideraba un aliado. El segundo paso fue iniciar la reducción de tropas. En noviembre de 1986, Gorbachov anunció que la presencia soviética en Afganistán no duraría mucho. Durante los meses siguientes siguió retirando tropas hasta que, el 8
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canalizar contra los soviéticos las mismas energías que los islamistas iraníes habían usado contra los norteamericanos. En la Unión Soviética, mientras tanto, ocurrían cambios importantes. El 10 de noviembre de 1982 murió Léonid Brezhnev. Dos días después fue sustituido por Yuri Andropov, un jerarca de larga trayectoria que se había desempeñado hasta entonces como jefe del KGB. El nombramiento de Andropov cayó mal en Occidente. No solo se trataba del jefe del KGB (responsable, por lo tanto de muchos actos de espionaje y de operaciones encubiertas) sino de un hombre que había jugado un papel nefasto durante la invasión a Hungría en 1956. Pero su gestión al frente del Kremlin no llegó a durar dos años. Andropov padecía una grave insuficiencia renal, hasta el punto de que gobernó hospitalizado desde agosto de 1983 hasta el día de su muerte, el 9 de febrero de 1984. Durante ese escaso tiempo, la gestión de Andropov solo alcanzó a mostrar dos rasgos. El primero fue una clara voluntad de mejorar la eficiencia del sistema soviético, aunque sin tocar sus fundamentos. Contra lo que se pensaba en Occidente, los jerarcas del KGB estaban entre los más preocupados por las deficiencias del sistema comunista. El acceso que tenían a información sobre la vida en Estados Unidos y Europa les hacía ver que estaban perdiendo posiciones. Andropov era un comunista convencido pero al mismo tiempo percibía los síntomas de decadencia. Su reacción consistió en lanzar una campaña contra la corrupción y la indisciplina. Para muchos miembros de la nomenklatura, los buenos tiempos de Brezhnev se terminaron: Andropov destituyó a 18 ministros y persiguió la venalidad de los funcionarios en todas sus formas. Por primera vez se hizo referencia pública al estancamiento de la economía y al atraso tecnológico. El segundo rasgo del gobierno de Andropov fue el mantenimiento de la línea dura en temas de seguridad. La guerra en Afganistán iba mal, pero en ningún momento se le ocurrió terminarla. Al mismo tiempo tensó las relaciones con los países occidentales. Eran los años de Ronald Reagan en Estados Unidos y de Margaret Thatcher en el Reino Unido. El clima de Guerra Fría se endureció y las cosas fueron más allá de simples cruces verbales. En esta época se produjo uno de los incidentes más serios de los años ochenta, que fue el derribo del vuelo KAL-007: se trataba de un avión civil coreano que se había salido de trayectoria, pero los soviéticos pensaron que era un avión espía norteamericano y lo derribaron. El error lo pagaron los coreanos,
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ataques con bombas que se producían en las ciudades consideradas seguras. Preocupados ante la posibilidad de un conflicto prolongado, los soviéticos decidieron asfixiar la resistencia. Mediante bombardeos a los pueblos, a las plantaciones y a los sistemas de riego, se obligó a los pobladores a huir hacia las ciudades o a abandonar el país. Si no había población local, los guerrilleros no tendrían cómo abastecerse. En poco tiempo, todos los pueblos cercanos a las grandes ciudades y a los puntos estratégicos habían sido destruidos. Los alrededores de las principales ciudades, Kabul y Kandahar, estaban completamente despoblados. Lo mismo ocurría con el valle de Panjshir, donde antes de la guerra vivían unas 90 mil personas. En las zonas fronterizas con Pakistán se había creado un “cordón sanitario” para impedir la entrada de armas. Se calcula que durante el tiempo de la ocupación soviética murieron un millón y medio de afganos. Los soviéticos, por su parte, perdieron unos 40 mil soldados. Ambos bandos plantaron en esos años unos diez millones de minas antipersonales. La guerra de Afganistán provocó el mayor exilio masivo desde la Segunda Guerra Mundial. A mediados de los ochenta había más de siete millones de desplazados. Pakistán había recibido unos cuatro millones de refugiados afganos, e Irán más de dos millones. Pero además, este inmenso desplazamiento provocó cambios que tendrían enormes consecuencias políticas en el futuro. La emigración de pashtunes fue tan masiva que dejaron de ser la principal etnia del país. El idioma de la tribu, que era de uso oficial, se transformó en una lengua regional. En los campos de refugiados, el sistema tribal se debilitó y fue parcialmente sustituido por los partidos islamistas. Las condiciones de vida en los campamentos (hacinamiento, convivencia forzada con extraños) agravaron el confinamiento de las mujeres. Los más jóvenes, sin posibilidades de trabajar ni perspectivas de futuro, empezaron a asistir a escuelas religiosas llamadas madrasas, en las que se les daba formación religiosa y militar. Estados Unidos y sus aliados vieron a los rebeldes islámicos (llamados mujahidines) como la nueva fuerza que podía contrapesar la influencia soviética en Asia. Entre 1980 y 1990, los gobiernos de Estados Unidos y Arabia Saudita enviaron armas y equipo por un monto total de cuatro mil millones de dólares. El servicio secreto paquistaní les proporcionó información y entrenamiento militar. Los estadounidenses querían
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de febrero de 1988, fijó el 15 de mayo como fecha para la retirada definitiva. El 14 de abril se firmaron en Ginebra unos acuerdos de paz que involucraban al gobierno afgano, a Pakistán, a la Unión Soviética y a Estados Unidos, pero no tomaban en cuenta a la resistencia. Eso era motivo suficiente para asegurar que no se conseguiría la paz, pero además había otras complicaciones. La Unión Soviética aceptó completar la retirada en 10 meses, pero anunció que seguiría apoyando al gobierno de Kabul. El gobierno estadounidense anunció que, en ese caso, seguiría apoyando a la resistencia. Las cosas seguían pareciéndose a lo que había ocurrido en Viet Nam en 1973. Lo que pasó después fue complejo y tuvo grandes consecuencias. Najib, el presidente impuesto por los soviéticos, reveló ser algo muy distinto a un gobernante títere: hizo una alianza con los pashtunes, los invitó a regresar del exilio y le dio a su gobierno una orientación favorable a las tradiciones islámicas. El Islam fue declarado religión oficial y el estado pasó a mantener a 20 mil líderes religiosos locales (mullahs). También fundó una universidad islámica y convocó a una antigua asamblea de líderes tribales. Najib cambió su propio nombre según las tradiciones islámicas (pasó a llamarse Naijibullah) y rebautizó al Partido Comunista, que tomó el nombre de Partido Patriótico. Naijibullah no pretendía romper con el comunismo, pero sabía que solo era posible gobernar Afganistán si respetaba sus tradiciones. Su estrategia era sofisticada, pero aun así no funcionó. Con el fin de llenar el vacío dejado por las tropas soviéticas, permitió que los pashtunes crearan milicias irregulares. La táctica le permitió controlar amplias regiones, pero llevó a que otras etnias y grupos mantuvieran sus propias milicias y tomaran distancia del gobierno central. Un jefe militar llamado Massud llegó a crear un pequeño estado con un sistema impositivo propio, escuelas y servicios de salud. Gracias a un complejo sistema de alianzas, Massud extendió su influencia en el norte del país. Lo mismo hicieron otros jefes regionales y tribales. El territorio se fragmentó más que nunca y el control del gobierno se volvió puramente nominal. Las distintas milicias regionales protegían el comercio local y se aliaban entre sí para amenazar al gobierno. Pero eso no les impedía luchar entre sí. A mediados de los años ochenta existía una situación de guerra generalizada, que era solo parcialmente el resultado de las rivalidades tribales o religiosas. En el sur de Afganistán se luchaba sobre
Reagan y Gorbachov
Ronald Reagan.
El presidente estadounidense Ronald Reagan y el premier soviético Mikhail Gorbachov se encontraron en más ocasiones que todos sus predecesores. La relación progresó a lo largo del tiempo, hasta llegar a un clima de genuina confianza y cordialidad. Cada uno de ellos estaba fascinado por la personalidad del otro y por el momento histórico que vivían. El primer encuentro ocurrió en Ginebra, Suiza, el 20 noviembre de 1985. La conversación no fue fácil, porque Gorbachov llevaba poco tiempo en el cargo y Reagan estaba dando un fuerte impulso a la carrera armamentista. El presidente estadounidense había duplicado el gasto militar e impulsaba la construcción de un sistema de defensa llamado SDI, pero conocido como “La guerra de las estrellas”. La idea era usar satélites artificiales y rayos láser para crear un escudo de defensa ante ataques de misiles. Al menos parte del propósito de Reagan era arrastrar a la Unión Soviética a un aumento del gasto militar para desestabilizar su economía. Pero Gorbachov sabía que no podía seguirle el paso, de modo que intentó poner obstáculos a cualquier intento de llevar el SDI más allá de la fase de laboratorio. También puso en duda la factibilidad del proyecto. A su regreso, Reagan habló favorablemente de Gorbachov ante sus colaboradores. Dijo que había encontrado a un hombre cálido, sin “la frialdad rayana en el odio que había visto en la mayor parte de los líderes soviéticos que conocí antes”. Gorbachov, por su parte, volvió decidido a adoptar una actitud negociadora. Dos meses después, propuso públicamente a Estados Unidos eliminar todas las armas nucleares para el año 2000.
Mikhail Gorbachov.
Los dos hombres volvieron a encontrarse en Reykjiavik, Islandia, los días 11 y 12 de octubre de 1986. Gorbachov propuso eliminar la mitad de las armas nucleares de ambos países, a cambio de que Estados Unidos limitara el SDI a la fase de laboratorio. Pero Reagan no aceptó el punto y la reunión terminó sin acuerdos. Pese al fracaso, el encuentro tuvo una enorme importancia hacia el futuro. Reagan volvió convencido de que Gorbachov hablaba en serio cuando ofrecía disminuir los arsenales nucleares. Su plan de desestabilizar a la Unión Soviética no iba a funcionar, pero a cambio podría conseguir algo más importante: una auténtica distensión. En la Casa Blanca se decidió cambiar la estrategia. El tercer encuentro se produjo en diciembre de 1987. Para mostrar su voluntad negociadora, Gorbachov viajó a Washington. Era la primera vez que un jefe del Kremlin llegaba a Estados Unidos desde Nikita Khrushchev. Gorbachov tuvo un cálido recibimiento popular. Durante su estadía se firmó un histórico tratado para desmantelar todos los misiles de alcance medio que estaban instalados en Europa. Reagan devolvió la visita en mayo de 1988. Era el primer presidente estadounidense que pisaba la Unión Soviética, y también fue calurosamente recibido. Entre otras actividades, Reagan fue invitado a dar una conferencia en la Universidad de Moscú, durante la que hizo un largo elogio de las virtudes del capitalismo. Cuando terminó, los estudiantes respondieron con una ovación. Gorbachov volvió a Washington en junio de 2004 para asistir a los funerales de Reagan. Muchos de los presentes tuvieron la impresión de que estaba despidiendo a un amigo.
Perestroika y Glasnost La Guerra de Afganistán no era el único problema con el que se encontró Gorbachov al asumir el poder en 1985. La economía estaba en un estado de grave deterioro. Los ciudadanos estaban profundamente decepcionados con un régi-
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cutaron y exhibieron su cadáver. Pakistán y Arabia Saudita fueron los primeros en reconocer al nuevo gobierno. Los talibanes se propusieron fundar un estado teocrático gobernado por la sharia: la ley religiosa del Islam. Desde su llegada al poder prohibieron afeitarse, bailar, escuchar música, tomar fotos y ver televisión. Las más afectadas fueron las mujeres: no solo debieron cubrirse totalmente sino desaparecer de la vida pública. Se les prohibió trabajar y se cerraron las escuelas de niñas. El adulterio femenino fue castigado con la muerte. Bajo el gobierno de los talibanes, Afganistán se trasformó en un santuario de militantes islamistas de todas partes del mundo. Unos 30 mil de ellos habían llegado como voluntarios durante la guerra contra los soviéticos. Los islamistas árabes trajeron dinero e instalaron campos de entrenamientos que estaban fuera del alcance de la comunidad internacional. Allí se formaron combatientes que luego se unieron a grupos radicales activos en países como Argelia o Tadchikistán. En esos campos de entrenamiento se fue formando una nueva red terrorista internacional. Su nombre fue Al Qaeda.
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todo por el control de las plantaciones de opio. El país entero estaba en manos de los señores de la guerra. El gobierno de Kabul empezó a resquebrajarse como consecuencia de las disputas entre sus aliados pashtunes y las tribus restantes. También había tensiones entre el propio gobierno y los líderes pashtunes. El 6 de marzo de 1990 hubo un golpe de estado que fracasó. Esa vez Najibullah consiguió mantenerse en el gobierno, pero cayó definitivamente en abril de 1992. El país se desintegró en los meses siguientes y dio lugar a una inestable constelación de estados relativamente independientes. Grupos armados controlaban los límites y cobraban por autorizar el paso. Las luchas por el control de Kabul costaron unas 40 mil vidas. Todos los bandos hacían limpiezas étnicas y bombardeaban a la población civil. Se calcula que en total murieron unas 80 mil personas. Durante algún tiempo, ninguno de los bandos consiguió imponerse sobre el otro. Esta tarea recaería sobre una organización extremadamente conservadora y combativa, que había nacido en las escuelas coránicas que se organizaron durante el exilio: el Talibán. Su jefe principal, el mullah Omar, pertenecía a una de las tribus pashtunas más antiguas y tenía prestigio por haber perdido un ojo en batalla. Los talibanes fueron controlando porciones crecientes del territorio hasta que, en setiembre de 1996, tomaron Kabul. Su primera acción consistió en secuestrar al ex presidente Najibullah del edificio de las Naciones Unidas donde se había refugiado. Inmediatamente lo eje-
men que no les proporcionaba libertad ni bienestar. El alcoholismo había tomado las proporciones de una plaga nacional. La industria estaba crecientemente aquejada por los problemas de ineficiencia y calidad. “Nuestros cohetes llegan hasta el cometa Halley y hasta Venus –decía Gorbachov en esa época– , pero nuestras heladeras no funcionan”. Las condiciones de vida se alejaban progresivamente de las que existían en Occidente. La expectativa de vida de los hombres había descendido de 67 años en la época de Khrushchev, a 62 años en la década de los ochenta. Ninguna sociedad altamente industrializada había conocido un descenso semejante en tiempos de paz. Al igual que Andropov, Mikhail Gorbachov empezó atacando los síntomas. Una de sus primeras medidas fue lanzar una campaña contra el alcoholismo. Se redujeron las horas durante las que se permitía la venta de bebidas alcohólicas (lo que generó largas colas) y en los restaurantes solo se permitió el consumo de alcohol si iba acompañado de una comida. Las bebidas alcohólicas fueron suprimidas de los banquetes y actos oficiales. Gorbachov recibió el apodo Mineralni Sekretar (Secretario Mineral) por estimular el consumo de agua. Pero estas medidas solo sirvieron para incorporar un nuevo rubro al inmenso mercado negro. Se calcula que, en la segunda mitad de los ochenta, se destilaban ilegalmente unos 15 millones de litros al año. El 15 febrero de 1986 se inició el Vigésimo Séptimo Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética, y Gorbachov lo aprovechó para producir un terremoto político. En un discurso que recordó el célebre “informe secreto” de Krhushchev, Gorbachov reconoció públicamente los errores y crímenes cometidos por el Partido durante la Segunda Guerra Mundial. Por primera vez se admitió en forma oficial la existencia del pacto secreto con la Alemania de Hitler. Por primera vez se reconoció la responsabilidad soviética en la masacre del bosque de Katyn, donde fueron fusilados miles de oficiales, intelectuales y políticos polacos en 1940. Los dos hechos habían sido negados durante más de cuarenta años por el régimen soviético, pero ahora eran públicamente admitidos por el secretario general del Partido Comunista. Aproximadamente en ese mismo momento puso en marcha una campaña a la que llamó glasnost, o transparencia. Gorbachov sostuvo que la falta de información confiable era una de las principales fuentes de dificultades en la Unión Soviética: el gobierno no informaba suficientemente sobre sus acciones ni mucho
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menos sobre sus resultados; la prensa no reflejaba las demandas e insatisfacciones de la sociedad; las “verdades oficiales” habían terminado por confundirlo todo. Ya nadie sabía lo que estaba pasando. Ni siquiera lo sabían los jefes del Kremlin. Gorbachov anunció, por lo tanto, el inicio de una etapa de libre circulación de ideas y de información. El anuncio no generó inicialmente mayor entusiasmo. La vieja guardia estaba a la defensiva, porque cada hecho incómodo que salía a la luz le costaba el cargo a un miembro de la nomenklatura. Los ciudadanos, por su parte, no terminaban de confiar en su nuevo líder. También Mao había llamado en China a la confrontación de ideas, pero poco después había ejecutado o encarcelado a todos los incautos que le habían creído. Nada aseguraba que algo fuera a cambiar en la Unión Soviética. Y tal vez no hubiera cambiado gran cosa (o solo hubiera cambiado muy lentamente) si no fuera por un hecho que ocurrió en abril de 1986. El 26 de ese mes, los empleados de una central atómica sueca detectaron en el aire radiaciones cuatro veces más altas que las normales. Inmediatamente se pusieron a buscar fallas propias, pero no las encontraron en toda Suecia. Entonces se prestó atención a lo que decían los servicios meteorológicos: el viento soplaba desde la Unión Soviética. Desde allí estaban llegando las partículas radiactivas. Las primeras consultas de los diplomáticos suecos en Moscú se toparon con un muro de silencio. Pero el 28 de abril, la televisión soviética informó escuetamente que se había producido un accidente en una central atómica situada en una ciudad de Ukrania. que se llama Chernobyl. El accidente había ocurrido mientras se llevaba a cabo un experimento: una cadena de errores humanos llevó a que explotara un reactor y se desatara un incendio. Para apagar el fuego se movilizaron los bomberos locales, que carecían de material y de preparación adecuados. Solo dos días más tarde se ordenó la evacuación de los cuarenta mil habitantes del pueblo. Hasta entonces
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nadie había informado nada y los niños jugaban en la calle. Eran días agradables de primavera. Recién el 5 de mayo, las autoridades ordenaron que las madres embarazadas y los niños no salieran al aire libre. La noticia provocó pánico. Muchos padres enviaron a sus hijos a Moscú. Semanas más tarde se evacuó un perímetro de 30 kilómetros en torno al reactor. En los meses siguientes serían evacuadas otras 210 mil personas y el perímetro se ampliaría a 4.300 kilómetros cuadrados. El fuego fue finalmente contenido con helicópteros que lanzaron toneladas de arena, boro y plomo. Luego hizo falta sellar el reactor dañado con un sarcófago de hormigón. Para esa tarea se trasladaron miles de trabajadores que debían quitar los escombros. El número de “liquidadores”, como se los llamó, nunca fue debidamente especificado. La Organización Mundial de la Salud estima que se movilizaron unos 400 mil. Para protegerse, solo recibieron uniformes convencionales y máscaras inútiles. Nadie los informó sobre los peligros que corrían. Se calcula que unos 50 mil “liquidadores” murieron en los meses siguientes como consecuencia de las radiaciones. El viento repartió la contaminación radiactiva por el noroeste de la Unión Soviética y varias regiones de Europa, incluyendo Escandinavia, Polonia, Checoslovaquia, Austria, el sur de Alemania, Italia del Norte, los Balcanes, Grecia y Turquía. Los habitantes de esos países aprendieron un término nuevo: “becquerel”, la unidad con la que se miden las radiaciones. En la prensa se publicaban tablas que indicaban los niveles peligrosos. Décadas más tarde, los hongos silvestres de la Selva Negra alemana todavía mostraban niveles excesivos. El accidente golpeó duramente a la sociedad soviética, a las autoridades políticas y al propio Gorbachov. En las semanas siguientes se supo que las autoridades venían siendo informadas desde tiempo atrás sobre el mal estado de la planta. Un mes antes de la catástrofe, un diario ucraniano había publicado
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un informe sobre la mala calidad de los materiales que se habían usado durante su construcción. Los errores humanos producidos durante la emergencia se debieron a la mala formación de los técnicos presentes y a la ausencia de otros técnicos que hubieran debido estar allí. La población estuvo expuesta a enormes radiaciones sin saberlo (lo que generó decenas de miles de muertes) debido al manejo restrictivo de la información. También se supo que otras plantas atómicas soviéticas habían tenido accidentes menores en el pasado, pero no se había podido aprender nada de ellos porque habían sido disimulados. Para muchos, Chernobyl se convirtió en una metáfora de todo lo que andaba mal en el régimen. En ese momento se produjo un cambio en la mente de Gorbachov. Todavía creía (como había creído su antiguo mentor Andropov, y como el propio Gorbachov dejaría de creer más tarde) que era posible mejorar el funcionamiento del sistema soviético sin alterar sus fundamentos. Pero desde entonces reconoció que los cambios debían ser más radicales: la corrupción y la ineficiencia generalizadas no eran males casuales, sino consecuencias inevitables de la ausencia de libertad de expresión y de la represión a toda forma de oposición política. En junio de 1986, Gorbachov se dirigió a un conjunto de escritores e intelectuales y los convocó a apoyarlo en su lucha contra la nomenklatura: solo con el apoyo decidido de la sociedad sería posible cambiar las cosas. En los meses siguientes hubo una verdadera explosión de libertad. Los escritores reunidos en su Octavo Congreso no se dedicaron a elogiar al sistema comunista sino a atacar la censura. Los centros de discusión y las nuevas revistas literarias se multiplicaron. Los cines proyectaban películas que habían estado prohibidas durante años. Las editoriales publicaban libros de autores perseguidos como Boris Pasternak, Anna Akhmatova y Vladimir Nabokov. En una pieza de teatro estrenada en esos días (Dictadura de la conciencia, de Mijail
Una serie de 25 fascículos publicada por el diario El País con el apoyo del Centro de Estudios Jean-François Revel.
Asistente
Dirección de proyecto
Archivo de El País
Pablo da Silveira
Investigación y redacción
Pablo da Silveira Francisco Faig Félix Luna Enrique Mena Segarra Martín Peixoto
José López Fotografías
Diseño gráfico, armado y corrección
Trocadero Publicación
El País
Impreso en El País Depósito legal: 334.251
pero sin afectar la posición privilegiada del Partido Comunista. Gorbachov intentaba lograr una explosión controlada. En los hechos, quería construir la clase de socialismo que los checos habían intentado en 1968, con el único resultado de haber sido aplastados por Moscú. Cuando Gorbachov visitó Praga en 1987, un periodista le preguntó cuál era la diferencia entre Dubcek, el líder checo que había sido depuesto por los soviéticos, y el propio Gorbachov. La lacónica respuesta fue: “diecinueve años”. Pero las explosiones controladas son más dif íciles que las explosiones sin control. En los años siguientes Gorbachov se vio enfrentado a problemas y dificultades que fueron desgastando su liderazgo. Por una parte, debía controlar los ataques de la vieja guardia comunista. La campaña que lanzó contra la corrupción llegaba los círculos más elevados: el general Yuri Churbanov, yerno de Brezhnev, fue condenado a doce años de cárcel por aceptar sobornos equivalentes a un millón de dólares. También el antiguo secretario de Brezhnev, Gennadi Brovin, recibió una condena por corrupción. Unos 400 mil funcionarios del Partido perdieron el privilegio de usar auto con chofer. Los vehículos fueron vendidos a particulares o se usaron como taxis. También se prohibió que los funcionarios compraran en las tiendas destinadas a extranjeros.
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Shatov) aparecieron en escena Trostki y Bukharin, dos víctimas ilustres del estalinismo cuyos nombres no se habían pronunciado durante décadas. En diciembre de ese año Gorbachov liberó de su exilio interno al f ísico y Premio Nobel Andrei Sakharov, que estaba recluido en Gorki desde 1979. Tras su retorno a Moscú, Sakharov tuvo total libertad para hablar, incluso cuando criticaba públicamente a Gorbachov. Mientras tanto, se hacían actos de homenaje a las víctimas de Stalin y en los bosques de Minsk se exhumaban los restos de miles de ciudadanos fusilados por orden de Beria. Esta vez, la explosión de libertad no fue seguida de una ola de represión. El 27 de enero de 1987, Gorbachov aprovechó una reunión plenaria del Comité Central del Partido para lanzar su segunda campaña luego de la glasnost. El nombre que le dio fue perestroika, que significa “reestructura” o “reorganización”. Ya no se trataba simplemente de dejar florecer las críticas y reconocer los errores, sino de reformar el sistema político y económico. La propuesta de Gorbachov estaba a medio camino entre el modelo comunista tradicional y una liberalización total: se mantenía la economía socialista, pero se permitiría que las unidades económicas tomaran sus propias decisiones sin intervención de la planificación central; se introduciría la separación de poderes y elecciones libres que permitieran la competencia entre varios candidatos,
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Moscú hoy.
La prensa denunciaba el sistema de coimas que habían creado los altos funcionarios del régimen. Durante años se había pagado para conseguir un empleo, acceder a un cargo en el Partido, recibir la concesión de un restaurante y obtener una condecoración. Según la revista Smema, un puesto de secretario regional del Partido en Asia Central costaba unos 160 mil dólares. La orden de Lenin (una condecoración con alto significado político) costaba unos noventa mil. La nomenklatura era presentada como una mafia dedicada al tráfico de influencias a gran escala. Los viejos funcionarios se sentían acorralados y reaccionaban con agresividad. El KGB intentaba amedrentar a los opositores. Las cartas de denuncia dirigidas al Kremlin eran confiscadas por los funcionarios de correo. En Rostov, los funcionarios locales organizaron un entierro con honores a un dirigente muerto en la cárcel mientras cumplía una condena por corrupción. En las fábricas, los líderes sindicales organizaban actos de violencia cuando llegaban los administradores que intentaban introducir nuevos métodos. También los militares estaban nerviosos. Este era un frente particularmente preocupante, porque desde allí podía provenir un golpe de estado. Pero en este caso Gorbachov tuvo suerte. El 28 de mayo de 1987, los moscovitas asistieron a un extraño espectáculo: una pequeña avioneta civil aterrizó en medio de la Plaza Roja, a metros de los muros del Kremlin. Del aparato descendió Mathias Rust, un alemán de 19 años que había conseguido burlar todos los sistemas de defensa soviéticos. Ninguna estación de radar lo había detectado. El acontecimiento acaparó los titulares de la prensa y fue una terrible humillación para los militares profesionales. Como respuesta, Gorbachov destituyó al ministro de Defensa y al jefe de la fuerza aérea (dos feroces enemigos de la perestroika) y a cerca de dos mil funcionarios. A fines de ese año anunció que el ejército se reduciría en medio millón de soldados y en diez mil tanques. Al mismo tiempo que sus reformas generaban conflictos dentro del Partido y del aparato estatal, Gorbachov era presionado por una oposición que había recuperado la libertad de expresión. La prensa informaba cotidianamente sobre el despilfarro de recursos y la corrupción del régimen. El periódico Komsomolskaia Pravda publicó en 1987 un artículo donde recordaba que la Rusia zarista ocupaba el séptimo lugar en el mundo en consumo per cápita, mientras que la Unión Soviética acababa de caer al lugar
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número 77. El diario Izvestiia decía que, mientras los civiles carecían de toallas, pasta de dientes y otros productos de primera necesidad, las fuerzas armadas tenía ocho tipos de aviones cazas (contra tres de los estadounidenses), doce tipos de misiles antiaéreos (contra cuatro de los norteamericanos) y seis clases de submarinos estratégicos (contra uno del otro bando). Otros medios informaban que la mayoría de la población había caído bajo la línea de pobreza, que el país estaba castigado por los desastres ecológicos y que los antiguos miembros de la nomenklatura estaban robando a manos llenas los bienes del estado. Para peor, la economía no respondía como los asesores de Gorbachov habían esperado. A medio camino entre el socialismo y la economía de mercado, los resultados empezaban a ser alarmantes: los niveles de producción estaban bajando, la inflación se disparaba, la distribución de muchos productos caía en manos de diferentes mafias, la inversión iba en picada. La cosecha de 1988 fue un desastre, hasta el punto de que hubo que usar reservas para importar cereales. Pero, al mismo tiempo, unos cincuenta millones de toneladas de trigo se perdieron por problemas de distribución. La mitad de la fruta y la verdura que llegaba a Moscú estaba en mal estado. A fines de los ochenta, el deterioro era tan grande que amplios sectores de la población añoraban la era Brezhnev. Las reformas de Gorbachov tuvieron otra consecuencia inesperada. La apertura y la libertad de expresión dieron cauce a sentimientos nacionales largamente reprimidos, que se tradujeron en reclamos de independencia. En los países bálticos hubo grandes manifestaciones. Grupos de tártaros desfilaron en Moscú reclamando que se los dejara retornar a Crimea, de donde Stalin los había deportado. También se organizaron movimientos nacionalistas en Moldavia, y en Kazajstán hubo manifestaciones antirusas. Lo que se había presentado durante décadas como un sólido bloque de naciones unidas por la ideología revelaba haber sido un frágil conglomerado mantenido por la represión. El jefe del KGB Viktor Chebrikov manifestó abiertamente su temor de que la Unión Soviética estallara. El nuevo clima de libertad también generó el renacimiento de las prácticas religiosas. En 1987, la televisión soviética transmitió por primera vez una misa de Pascuas desde la catedral de Moscú. Las ediciones rusas de la Biblia tuvieron una enorme demanda en las librerías, revelando que el sentimiento religioso no se había apagado tras setenta años de comu-
nismo. Pero también surgió la violencia. En el Cáucaso hubo choques sangrientos entre musulmanes y cristianos. En algunas ciudades hubo pogroms. Fuera de la Unión Soviética, Mikhail Gorbachov era cada vez más admirado. En 1987 la revista Time lo declaró el hombre del año y en 1990 lo elegiría el hombre de la década. El tratamiento que recibía en cada viaje a Occidente no se parecía a nada que hubieran podido imaginar sus predecesores. Pero, dentro de la Unión Soviética, su situación era
cada vez más comprometida. Su intento de explosión controlada lo colocaba permanentemente al borde de la crisis. Su política de glasnost se volvía cada día más incompatible con su política de perestroika. En los últimos meses de los años ochenta, se produjo una aceleración que ya nadie pudo contener. El régimen soviético no llegó a reformarse, como Gorbachov quería, ni tampoco volvió a sus etapas anteriores, como querían sus enemigos. El régimen soviético simplemente se desplomó.
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Por Pablo da Silveira
2. La ausencia de libertades hizo que no actuaran los factores correctivos normales en una sociedad democrática. No había oposición política organizada, ni prensa libre, ni rotación de los elencos de gobierno. Los errores e ineficiencias se acumulaban sin que nadie tuviera incentivos para corregirlos. 3. El uso sistemático de “verdades oficiales” que intentaban enmascarar los fracasos impidieron que se manejara información de calidad. Demasiada gente tenía motivos para impedir que los datos reales llegaran a la cúpula que tomaba las principales decisiones. Pero una de las razones que ha mostrado más fuerza explicativa fue avanzada muy temprano por el economista austriaco Friedrich von Hayek, que ganó el Premio Nobel de su disciplina en 1974. Hayek vaticinó que la Unión Soviética iba a
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16/25 El hundimiento del socialismo real Friedrich von Hayek: Premio Nobel de Economía 1974. debería contar con una inmensa cantidad de información sobre los bienes y servicios que se están produciendo, sobre las necesidades y deseos de millones de personas, y sobre el modo en que todo eso varía a lo largo del tiempo. La información debe ser obtenida en plazos muy breves y comunicada de manera fiel, sin verse tergiversada por los intereses de quienes la transmiten. Además, debe estar organizada de tal modo que permita tomar decisiones. Pretender sustituir la circulación espontánea de conocimiento difuso por una maquinaria semejante es una tarea que va más allá de las capacidades humanas. No hay sistema de comunicaciones ni recursos informáticos que permitan hacerlo. Centralizar el conocimiento necesario es demasiado lento y costoso, y hacerlo mediante canales administrativos que estén a salvo de distorsiones es sencillamente imposible. Por lo tanto, las economías de mercado serán siempre más eficientes que las economías centralizadas, y terminarán por desplazarlas. Hayek nació en Viena el 8 de mayo de 1899 y murió en Friburgo (Alemania) el 23 de marzo de 1992. Es uno de los más distinguidos exponentes de lo que se conoce como la Escuela Austriaca de economía. Algunas de sus obras más conocidas son Camino de Servidumbre (1944), La Constitución de la Libertad (1960) y Derecho, legislación y libertad (1973-1979).
Pablo da Silveira. Uruguayo, doctor en Filosofía por la Universidad de Lovaina (Bélgica). Profesor de Filosofía Política en la Universidad Católica del Uruguay. Autor de artículos publicados en revistas académicas del país y del extranjero, así como de varios libros entre los que se cuentan: Historias de Filósofos, Política y tiempo, y Cómo ganar discusiones (o al menos cómo evitar perderlas). Una introducción a la teoría de la argumentación.
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1. La ausencia de libertades y la violencia represiva impidieron que el régimen generara una población consustanciada con los principios del comunismo. Casi todos lo acataban y muchos creían que no había alternativa, pero eso no los convertía en adeptos entusiastas. Millones de ciudadanos sentían heridos sus sentimientos nacionales, que no podían expresar en términos políticos. Otros sentían avasallada su fe religiosa. Otros mantenían vivo el dolor causado por las purgas. Todos tenían miedo y se sentían ofendidos ante las arbitrariedades y privilegios de los funcionarios del Partido. Décadas de adoctrinamiento no consiguieron anular esos sentimientos negativos.
hundirse sin remedio por haber apostado a la economía central planificada. La razón no era política, ni siquiera económica, sino epistemológica: la clase de conocimiento que hace falta para hacer funcionar una economía planificada está fuera del alcance de las capacidades humanas. En un libro publicado en 1945 (El uso del conocimiento en la sociedad) Hayek razonó del siguiente modo: el objetivo principal de la economía es que la sociedad asigne del modo más eficiente los recursos de que dispone. Esa distribución eficiente dependerá de cuáles sean las necesidades, deseos y proyectos de los miembros de la sociedad. El problema fundamental es cómo conocer a cada instante esas necesidades, deseos y proyectos que están en la mente y el corazón de millones de individuos. La fortaleza de la economía de mercado, argumenta Hayek, es que no hace falta que nadie tenga toda esa información. Quien se encarga de hacerlo es el sistema de precios en un mercado libre. En los precios se refleja constantemente lo que la gente está buscando y cuánto está dispuesta a ofrecer para obtenerlo. No es un sistema que alguien controle, sino el resultado de innumerables intercambios entre personas. Cada uno de esos intercambios está fundado en el conocimiento de un contexto específico y responde a las preferencias reales de personas concretas. El sistema de precios permite sincronizar de manera espontánea ese conocimiento difuso. Cuando el precio de un bien sube o baja en el mercado, eso no resulta de la decisión de alguna autoridad todopoderosa, sino que es el reflejo de muchísimas decisiones tomadas en forma descentralizada. En cuanto las preferencias de los individuos cambian, los precios lo registran y se modifican. Un sistema de precios es un orden espontáneo que resulta de la acción humana, pero no del designio humano. En una economía centralmente planificada, argumentó Hayek, el Estado pretende tomar a su cargo la tarea de asignar los recursos. Para hacerlo de manera eficiente,
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La lenta decadencia y el rápido colapso del régimen soviético han sido objeto de análisis y discusiones. Como ocurre en todo fenómeno complejo, las causas son múltiples y difíciles de distinguir. Pero hay al menos algunos factores que aparecen mencionados con frecuencia.
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FOTO : FEDERICO PRÓSPERO
CONTRATAPA
¿Por qué tenía que fracasar el régimen soviético?
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