Herzog por Herzog. Entrevistas y edición de Paul Cronin 9789873743078


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Table of contents :
Herzog por Herzog
BLASFEMIA Y ESPEJISMOS
IMAGINARIO ADECUADO
ATLÉTICO Y ESTÉTICO
LEGITIMIDAD
DESAFIAR LA GRAVEDAD
OBRA DE ILUSIONISTAS
LA CANCIÓN DE LA VIDA
Lecciones de oscuridad
CONTENIDO
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Herzog por Herzog. Entrevistas y edición de Paul Cronin
 9789873743078

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Herzog por Herzog Entrevistas y ed ición de Paul C ronin

Herzog por Herzog: entrevistas y edición de P a u lC r o m n . - 1 Ciudad Autónoma de Buenos Aires: El cuenco de plata, ¿ V W 320 pgs. - 21x14 cm. - (cine) Título original: Herzog on Herzog Traducción: Teresa Arijón. ISBN: 978-987-3743-07-8 1. Cine. I. Arijón, Teresa, trad. II. Título CDD 791.43

© 2002, Werner Herzog © 2002, de la introducción, Paul Cronin © 2014, El cuenco de plata

El cuenco de plata SRL Director: Edgardo Russo (1949-2015) Edición y producción: Pablo Hernández y

.

Julio Patricio

,>ove

Av. Rivadavia 1559 3o A (1033) Ciudad de Buenos Aires www.elcuencodeplata.com.ar

Hecho el depósito que indica la ley 11.723. Impreso en marzo de 2019.

Prohibida la reproducción parcial o total de este libro sin la autorización previa

del a u to r y/o editor.

Werner Herzog

Herzog por Herzog E n tr e v is ta s y e d ic ió n d e P a u l C r o n in

T ra d u c ció n de Teresa A rijó n

el cuenco de plata

cine

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INTRODUCCIÓN Quienes tienen "a qué recurrir”, inva­ riablemente recurren a eso. Lo hacen todo el tiempo. Por eso mismo lo han consegui­ do. Pero los que no tienen alternativa mi­ ran el mundo de una manera diferente. D avid M

amet

Ich mochte ais Reiter fliegen, in einer blutigen Schlacht. Quiero volar como un jinete en me­ dio del sangriento forcejeo de la guerra. El enigma de Kaspar Hauser

La mayor parte de lo que hemos oído decir sobre Werner Herzog no es verdad. Más que respecto de cualquier otro directo^ vivo o muerto, la cantidad de rumores falsos y mentiras flagrantes que se han propagado acerca del hombre y sus películas es asombrosa. Durante la investigación de la vida y la obra de Herzog, proceso que implicó el rastreo de infinitas fuentes, pronto quedó claro que casi siempre serían contradictorias. Y debo confesar que no hace mucho, cuando tuve la oportunidad de pasar un tiempo con Herzog, tuve ganas de tenderle trampas, de encontrar huecos en sus argumentos, de descubrir un sin­ número de afirmaciones contradictorias. Pero fue imposible. Y por eso he llegado a la conclusión de que, o bien es un mentiroso genial, o, más probablemente, siempre dijo la verdad. Afortunadamente contamos con algunos hechos básicos indiscuti­ bles. Herzog nació en Munich, Alemania, en 1942, y vivió su niñez en Sachrang, un remoto pueblo de montaña cerca de la frontera austríaca. Comenzó a viajar a pie a los catorce años e hizo su primer llamado telefónico a los diecisiete. Siendo todavía estudiante trabajaba de noche como soldador en una planta siderúrgica para financiar sus películas. La primera fue Herakles, en 1961. Dirigió cinco largometrajes protago­ nizados por Klaus Kinski y Francois Truffaut dijo de él que era el cineasta vivo más importante. Pero... nota bene-. no dirigió a Kinski apuntándolo

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INTRODUCCION

con un rifle detrás de cámara. Tampoco quiso arriesgar la vida de nadie durante el rodaje de Fitzcarraldo. No es un loco ni un excéntrico. Su obra no continúa la tradición de los románticos alemanes. Y no es un megalómano. Por el contrario, es un hombre modesto, agradable y generoso, dotado por las musas de inteligencia intuitiva y una vision extraordinaria. Su feroz sentido del humor puede dejar mudo a cual­ quiera y sus entrevistas pasadas por escrito pueden sonar mal. ¿Como transcribir lo que sigue a continuación con el mismo tono juguetón y sarcástico con que fue dicho? “Recuerdo que mantuve una discusión pública con la diminuta Agnés Varda, que aparentemente se ofendió porque dije que un director de cine -más allá de que poseyera esta o aquella cualidad- tenía que dar la talla. Eso no le gustó nada.” Pero la obra de Herzog, que comprende cuarenta y cinco películas (once de ellas largo y cortometrajes y el resto “documentales” ), no es ningún chiste. Por el contrario, es una de las más importantes del cine europeo y es clave dentro del así llamado Nuevo cine alemán. Signos de vida (1968), su primer cortometraje, ya presenta de manera contun­ dente al antihéroe clásico de Herzog: maniático, aislado y peligroso. En 1970 la izquierda lo acusó de fascista cuando, explica, “en vez de promocionar la inevitable revolución mundial la ridiculice” en Tam­ bién los enanos empezaron pequeños, la bizarra historia de irnos enanos rebeldes que toman un asilo. El país del silencio y la oscuridad (1971) cuenta la historia de una mujer sorda y ciega, Fini Straubingeq y continúa siendo uno de los mejores “documentales” que se filmaron hasta hoy. Su primer éxito internacional llegó en 1972 con Aguirre, la Irade Dios, que fue también su primera colaboración con Klaus Kinski, quien interpreta a un trastornado conquistador español que, en busca de El Dorado, conduce a sus hombres a la muerte. En 1974 Herzog eligió a Bruno S., un despojo de hombre de cuarenta y un años que había pasado la mayor parte de su vida encerrado en instituciones psiquiátricas, para interpretar al protago­ nista de El enigma de Kaspar Hauser, un adolescente de dieciséis. Dos años más tarde, Herzog hipnotizó al elenco completo durante el rodaje de Corazón de cristal. Filmó una isla volcánica caribeña a punto de explotar en La Soufriére, rindió homenaje a F. W. Murnau en su versión deNosferatu (1979),y en 1982 remolcó un barco hasta la cima de una montaña en la selva amazónica durante el rodaje de Fitzcarraldo. Más recientemente produjo un extraordinario corpus de documentales”, mostrando los pozos petroleros incendiados por Saddam Hussein en Kuwait en Lecciones de oscuridad, contando la

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INTRO DU CCIÓ N

historia de Cario Gesualdo (príncipe de Venosa, genio musical del siglo XVI y asesino múltiple) en Gesualdo - Muerte para cinco vo­ ces, y explorando la vida del prisionero de guerra sobreviviente de Vietnam Dieter Dengler en El pequeño Dieter necesita volar. En los últimos veinte años dirigió más de diez óperas en Europa y América, publicó varios volúmenes de prosa y actuó en algunas películas. Como director, tiene asegurado un lugar en la historia del cine. Y en cuanto al Herzog hombre, no pude encontrar nada más incisivo que este comentario de su propia madre: “Werner nunca aprendió nada yendo a la escuela. Nunca leía los libros que supuestamente debía leer, nunca estudiaba, nunca sabía lo que supuestamente tenía que saber, según parece. Pero en realidad Werner siempre sabía todo. Sus sentidos eran notables. Oía un sonido, por casi imperceptible que fuera, y diez años después lo recordaba con precisión, hablaba de él, e incluso lo utilizaba. Pero es absolutamente incapaz de expli­ car algo. Sabe, ve, comprende, pero no puede explicar. No está en su naturaleza. Todo entra en él. Si sale, sale transformado”. Herzog es una figura dolorosamente subvalorada en su Alema­ nia natal y en cierta medida ignorada por los ensayistas cinemato­ gráficos angloparlantes. Por esa razón, hace años que este libro vie­ ne pidiendo a gritos que alguien lo escriba. Pero el mayor obstáculo ha sido el propio Herzog. Hace dos años, cuando lo contacté por primera vez por la posibilidad del libro, recibí un fax manuscrito que decía: “No hago auto examen. Me miro al espejo para no cor­ tarme cuando me afeito, pero no sé de qué color son mis ojos. No quiero colaborar en un libro sobre mí”. Herzog por Herzog no po­ dría haber sido editado por un académico o un esteta porque este director de cine no responde bien a las investigaciones críticas e ideológicas de su obra. “Cuando uno le pregunta a alguien por sus hijos, no le pregunta de qué forma nacieron”, me escribió el año pasado. “ ¿Entonces por qué hacerlo con una película?” Las conversaciones que integran este libro adoptan un enfoque cronológico: todas las películas, desde Herakles (1962) hasta Invenci­ ble (2001), son discutidas por orden de aparición. El texto también funciona como foro para las afiladas impresiones de Herzog sobre las cosas, las ideas y las personas que lo preocupan desde hace años. Descartamos el enfoque abiertamente analítico en favor de un texto eminentemente práctico, que espero dé un nuevo sentido a la muy citada máxima de Nietzsche: “Toda escritura que no signifique un estímulo a la acción es inútil”. También soy consciente de que muy

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INTRODUCCIÓN

pocas las personas han visto todas las películas de Herzog, y por ese motivo intenté editar nuestras conversaciones de modo que contuvie­ ran elementos tangibles y fáciles de apreciar incluso para aquellos lectores que no han visto las películas de las que hablamos: tal vez una historia o una anécdota, que a su vez puede conducir a un tema o -en el lenguaje de Herzog- incluso a algo más “extático”. La mayor parte del tiempo que pasamos juntos transcurrió en­ tre enero y febrero de 2001 en Londres, donde Herzog estaba reali­ zando la posproducción de Invencible. En enero de 2002 volvimos a reunimos en Munich y un mes más tarde nos encontramos en Los Angeles. El texto que presentamos aquí es resultado de la edición de un manuscrito mucho más largo, del cual extirpamos los ele­ mentos más confesionales” o que no estaban directamente relacio­ nados con las películas. Herzog siempre tuvo cuidado de estableCer ,una,c^ara. distinción entre lo “privado” y lo “personal”, por lo cua toda la información ajena a las películas fue oportunamente 6 ^ as a^n: dado que en el transcurso de nuestras prolon­ gadas charlas muchas veces volvíamos a tocar los mismos temas %/f PersPect*vas diferentes, las respuestas de Herzog fueron comP.1 , f .**en respuestas únicas” que a veces pueden parecer dema­ sía o argas o exhaustivas como respuestas a una simple pregunta. Los lectores tendrían que saberlo”, me dijo Herzog. “En el libro a o hasta por los codos, pero en realidad no soy tan parlanchín.” ace unos meses, estando inmerso en el proceso de editar las transcripciones, hablé con Herzog por teléfono. “ ¿Cuándo estará lis­ to e bro? , me preguntó. “Tendría que hacerlo en cinco días como máximo. No es necesario que tenga una estructura. ¡Lo que tiene que tener es vida! Deje cabos sueltos, deje que sea poroso. Saqúese e encima la estructura y escriba el libro.” Bueno, (en cierto modo) asi o ce, pero sigo creyendo que el texto tiene estructura y también mu5n? V1, . * aunque es imposible capturar la vida de un hombre Cn Pagmas, y aunque quedaron muchas cosas en el tintero (o al menos meditas) sobre la vida y la obra de Herzog, y aunque Herzog om re ahora sea apenas un poco menos indescifrable para mí que cuan o nos conocimos, estoy convencido de que Herzog por erzog re eja con éxito las ideas, las percepciones y la sensibilidad e este importante director de cine y Ies hace justicia. mvesngación para este libro me dio la excusa perfecta para viajar a a gunas de mis ciudades favoritas y visitar bibliotecas y arc vos extraordinarios. Vaya mi agradecimiento al personal bibliote^an0, p.. asTsl®UJentes instituciones por la valiosa ayuda prestada: ñus urn Insutute, Londres; Cinémathéque Québécoise, Montreal;

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IN T R O D U C C IÓ N

N osrk Film institut, Oslo; Danske Filminstitut, Copenhague; Hochschule für Fernsehen und Film, Munich; Film Museum, Berlín; Cinémathéque Royale, Bruselas; Cinémathéque Municipale, Luxernburgo; Cinémathéque Suisse, Lausana, y Filmmuseum, Amsterdam. Agradezco también al personal del German Historical Institute y la Imperial War Museum Library en Londres; la Bibliothéque du Film en París; el Center for Motion Picture Study de la Academy of Motion Picture Arts and Science en Los Angeles; y la New York Library of the Performing Arts y el Film Study Center del MOMA en Nueva York. Vaya mi agradecimiento especial a Lucki Stipetic, Monika Kostinek e Irma Strehle de Werner Herzog Filmproduktion, Munich. El tiempo que pasé con Herzog fue todo un desafío (esta es la palabra que mejor lo define) para mí. Y me recuerda un diálogo de Ghéjov (vía Mamet): ASTROV: Digan lo que digan, esto que estamos viviendo es nuestra vida, ¿sabes? (Pausa.) IVAN PETROVICH: ¿En serio? ASTROV: Sí.

A título personal debo mucho a todos aquellos que apoyaron de algún modo este proyecto, lo sepan ellos o no: Ian Bahrami, Joe Bird, Ray Carney, Susan Daly, Walter Donohue, Jay Douglas, Roger Ebert, Lizzie Francke, Snorre Fredlund, Jeremy Freeson, Herb Golder, Marie-Antoinette Guillochon, Remi Guillochon, Lena Herzog, Martje Herzog, Rudolph Herzog, David Horrocks, Richard Kelly, Harmony Korine, Peter-Pavel Kraljic, Tatjana Kraljic, Joshua Kronen, Howie Movshovitz, Julius Ratjen, S. F. Said, P. Adams Sitney, Gavin Syevens, Amos Vogel, Kate Ward, Haskell Wexler y Peter Whitehead. Agradezco especialmente a Werner Herzog por su tiempo y su visión. Este libro es para Abby, David y Jonathan, sin quienes mi trabajo de todos estos años habría sido imposible de realizar. Paul Cronin Londres, marzo de 2002 Ante la sombría alternativa de ver un libro sobre m í compilado a partir de entrevistas polvorientas plagadas de escandalosas distorsiones y mentiras o colaborar... elijo, de las dos opciones, la infinitamente peor: colaborar. Werner Herzog Los Ángeles, febrero de 2002

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Herzog por Herzog Entrevistas y ed ic ió n de Paul C ronin

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1 LA C O R T IN A DE LA DUCHA

Antes de comenzar, ¿podría darles a sus lectores alguna reco­ mendación filosófica que los ayude a conciliar más fácilmente el sueño por las noches? Bueno, sólo quisiera decir algo que considero pertinente para todos los seres humanos, ya sean directores de cine o cualquier otra cosa. La única respuesta que tengo a su pregunta es citar al magnate hotelero Conrad H ilton, a quien en cierta oportunidad le preguntaron qué le gustaría dejar como legado a la posteridad. “ Cuando vayan a tom ar una ducha, asegúrense siempre de que la cortina esté del lado de adentro de la bañera”, dijo Hilton. Y yo recomiendo exactamente lo mismo. Jamás de los jamases ol­ viden la cortina de la ducha. ¿Cuándo se dio cuenta por primera vez de que pasaría su vida haciendo películas? Desde el momento en que pude pensar independientemente supe que iba a filmar películas. Nunca elegí ser director de cine. Eso me quedó claro a los catorce años en un lapso de pocas, dramáticas semanas, cuando empecé a viajar a pie y me convertí a la fe católica. Después de una larga serie de fracasos, incursionar en la dirección de cine requirió sólo un pequeño paso, aunque hasta el día de hoy tengo problemas para considerarla una profe­ sión real. La gente lo ve como un cineasta afecto a explorar los rincones más remotos del m undo. ¿Cuándo comenzó a viajar? Incluso antes de abandonar oficialmente la escuela viví unos meses en M anchester; fui a parar a esa ciudad por causa de una

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LA C O R T IN A DE LA DUCHA

novia. C om pré una casa en ruinas en un barrio pobre junto con cuatro Bengalíes y tres nigerianos. Era una de esas casas decimonónicas con balcones especialmente construidas para la clase trabajadora; el patio de atrás estaba lleno de escombros y basura, y la casa estaba llena de ratones. Allí fue donde aprendí inglés. Luego, a los diecinueve años, inmediatamente después de rendir mis exámenes finales en 1961, abandoné Munich por Gre­ cia al volante de un camión que era parte de una caravana con destino a Atenas. Desde allí fui a la isla de Creta, donde gané un poco de dinero, y luego tom é un barco hacia el puerto de Alejandría, en Egipto, con la intención de viajar al Congo Belga. En aquella época el Congo ya había obtenido su independencia y casi inmediatamente después había caído en la anarquía más profunda y la más oscura violencia. Me fascina la idea de que nuestra civilización es como una delgada capa de hielo sobre un vasto océano de caos y oscuridad, y en ese país habían salido a la luz y a la superficie los peligros más abrumadores. Recién más tarde me enteré de que casi todos los que habían logrado llegar a las provincias orientales del Congo habían muerto. ¿Y adonde fue desde Alejandría? Básicamente viajé por el Nilo hasta el Sudán y hoy agradez­ co a Dios de rodillas porque, camino a Juba, no muy lejos del Congo O riental, caí gravemente enfermo. Yo sabía que, para sobrevivir, tendría que regresar lo más rápido posible, y afortu­ nadam ente pude volver a Asuán. En esa época la represa toda­ vía estaba en construcción. Los rusos habían construido los ci­ mientos de concreto y había montones de ingenieros alemanes trabajando en las instalaciones eléctricas. Uno de ellos me encon­ tró en un depósito de herram ientas, donde me había refugiado. Yo tenía muchísima fiebre y ni siquiera sabía cuánto tiempo había pasado ahí metido. Sólo tengo recuerdos muy borrosos de todo aquello. Las ratas me habían mordisqueado los codos y las axilas y aparentem ente querían usar la lana de mi suéter para hacer un nido, porque cuando me desperecé descubrí un agujero enorm e. Recuerdo que me despertó una rata que subió corriendo hasta mi cara y me mordió la mejilla. Después la vi escabullirse por un rincón. La herida tardó varias semanas en cerrar y todavía tengo la cicatriz.

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HERZOG POR HERZOG

Finalmente pude volver a Alemania, donde filmé mis primeras os películas. De vez en cuando me daba una vuelta p o r la universidad en Munich, donde se suponía que estudiaba historia y iteratura, pero faltaría a la verdad si afirm ara que fui un estuante serio. Cuando iba a la escuela odiaba la literatura, pero en a universidad disfrutaba escuchando a una profesora que era muy sagaz y exigente. Ella me dio cierta perspectiva de las cosas que ahora estoy muy contento de tener. ¿Cómo reaccionaron sus padres ante sus planes de ser direc­ tor de eme? o tendríamos que hablar de padres en plural, dado que mi iQ£ien° jemPehó ningún papel en mi vida. Pero en agosto de mi madre, Elizabeth, me envió dos cartas —fechadas en días consecutivos-que recibí estando en Creta. En ellas decía que mi Pa te, íetrich, estaba ansioso por disuadirme de mi vocación e cineasta; parece ser que antes de salir de M unich yo les había anunciado que pensaba dedicarme al cine cuando regresara. Ya a la escrito algunos guiones y había enviado varías propuestas pro uctores y canales de televisión desde los catorce o quince nos. ero mi padre estaba absolutamente convencido de que mi ea ismo sería aplastado en pocos años porque pensaba que yo jamas conseguiría lo que deseaba. Mi padre creía que yo no tenía snl^ner£ia nj Ia perseverancia ni la viveza imprescindibles para fjcareVmr a as trig a s y los rigores de la industria cinem atográ-

*Ysu madre qué actitud tuvo? mp rn ma C^ j 0 1111enf°que más sensato. No intentó disuadirmi Paute; más bien procuró darme una visión realista ma e*me\^ ta^a met‘endo y cuál sería la estrategia más astumirn Pn^ r ,exP^c° fo que estaba ocurriendo a nivel económe npWío emania ^ ‘dental en aquella época y en sus cartas aup nnnr ^ Pensara seriamente en mi futuro. “Es una lástima mi maHrpt- ° a^amos conversado a fondo”, me escribió. Pero la v ripean iern,Pre me aPoyó mucho. Yo me escapaba de la escuesaber Vu n3c semanas seguidas y ella no tenía forma de es aba. Entonces, comprendiendo que no volvería

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LA C O R T IN A D E LA DUCHA

por un tiempo, inmediatamente escribía una carta a la escuela diciendo que tenía pulmonía. Mi madre se daba cuenta de que yo era uno de esos chicos a los que no se puede tener encerrados en la escuela por tiempo indefinido. Más de una vez llegué cami­ nando y haciendo dedo al norte de Alemania; me quedaba en casas o caserones abandonados si no había nadie en los alrede­ dores y me volví un experto en ocupar esa clase de lugares sin dejar huella. En esas dos cartas mi madre intentó convencerme de que re­ gresara a Alemania porque me había conseguido un puesto para iniciarme como aprendiz en el laboratorio de un fotógrafo. Tenía que estar allí en septiembre para no perder otro año. El tiempo apremiaba. H abía hablado con un experto en temas laborales que le había dicho que dirigir películas era una profesión de difí­ cil acceso y que, dado que yo sólo había rendido los exámenes de la enseñanza secundaria, tendría que comenzar en un laborato­ rio fotográfico. Después podría pasar a un laboratorio cinemato­ gráfico, que según él me brindaría una base para comenzar a desempeñarme como asistente de dirección en un estudio de cine. Pero yo tenía otra cosa en mente y no me dejé persuadir. Usted nació en 1942 en Munich, la ciudad más grande de Baviera. ¿Cómo fue crecer allí en la inmediata posguerra? Un par de días después de mi nacimiento una bomba destru­ yó por completo la casa vecina a la nuestra en Munich y nuestra propiedad sufrió daños considerables. Tuvimos suerte de salir con vida -m i cuna quedó literalmente cubierta por esquirlas de vidrio- y mi m adre nos sacó de la ciudad, a mis hermanos y a mí, y nos llevó a Sachrang, un pueblito de montaña en la frontera austríaco-alemana. Las montañas Kaisergebirge en el Tirol aus­ tríaco, que rodean Sachrang, fueron uno de los últimos bastiones de resistencia alemana al final de la guerra, uno de los últimos lugares donde ingresaron los soldados norteamericanos durante la ocupación. En aquella época las SS y los Werwolf ya estaban huyendo y pasaban por el pueblo: escondían sus armas y sus uniformes bajo el heno de las granjas antes de buscar refugio en las m ontañas. De niño yo era muy consciente de la frontera entre Alemania y Austria porque mi hermano y yo la cruzábamos mu­ chas veces cuando mi madre nos llevaba a Wildbichl, en Austria.

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HERZOG POR HERZOG

Mi madre nos usaba para contrabandear cosas d e regreso a A le­ mania, cosas que era imposible conseguir d e este la d o d e Ja fron­ tera. Durante eJ período de posguerra el con trab an d o era am phamente aceptado, hasta la policía estaba im p lica d a . Viví una niñez totalmente ajena al m undo exterior. D e niño no sa ia qué era el cine, y ni siquiera los teléfo n o s ex istía n para mi. Un automóvil causaba sensación. Sachrang era un lu gar tan aislado en aquella época -aunque estaba só lo a una hora y m edia e M ,, cocb e- que yo no supe qué era una banana hasta que cumplí doce años, e hice mi primer llam ado telefó n ico recién a os íecisiete. En nuestra casa no había in od oro con descarga; e ec o, no había agua corriente. N o teníam os colch on es; m i ma re metía heléchos secos en una bolsa d e tela a manera d e c on y en invierno hacía tanto frío que, al despertarm e p o r Jas mañanas, encontraba una capa de hielo sobre la frazada: era m i IenÍ ° congelado. Pero fue m aravilloso crecer en esas co n d icio p’n Weniam.o s ^ inventar nuestros juguetes, éram os un prodigi e imaginación, y los revólveres y otras arm as que encontránÜriwjremanentes de los soldados de las S S - pasaban a form ar p e e nuestro arsenal. D e niño yo integraba la pand illa local e en e una especie de flecha plana voladora que había q u e arrocomo pegando un latigazo , eso la hacía volar m ás d e 2 0 0 a Sunos casos>como El pequeño Dieter necesita marJ I6*113 ^UC enrreSar una película que durara exactamente . ° 3/ Cuatr