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Spanish Pages 427 [214] Year 1990
ENRIQUE DEL TESO MAR.T!N
ENRIQUE DEL TESO MARTÍN
GRAMÁTICA GENERAL, COMUNICACIÓN Y PARTES DEL DISCURSO
ESTUDIOS Y ENSAYOS
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TESO EDITORIAL GREDOS GREDO:,
MADRID
GRAMÁTICA GENERAL, COMUNICACIÓN Y PARTES DEL DISCURSO
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: hIBLIOTECA ROMÁNICA HISPÁNICA DIRIGIDA POR
ENRIQUE DEL TESO MARTÍN
DÁMASO ALONSO
II. ESTUDIOS Y ENSAYOS, 371
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BIBLIOTECA ROMÁNICA HISPÁNICA
EDITORIAL GREDOS MADRID
©
ENRIQUE DEL TESO MARTÍN, 1990.
PREÁMBULO
EDITORIAL GREDOS, S. A. Sánchez Pacheco, 81, Madrid.
Depósito Legal: M. 1816-1990.
ISBN 84-249-1411-2. Impreso en España. Printed in Spain. Gráficas Cóndor, S. A., Sánchez Pacheco, 81, Madrid, 1990. - 6294.
Hace tiempo empezó ya a hablarse de las partes del discurso. Y ciertamente parece ser un tema que, en determinados círculos, da que hablar. Desde que Platón empezó a hacer observaciones sobre esta cuéstión hasta el momento actual fueron tantos los trabajos dedicados a este tema, que ellos mismos parecen una mina inagotable para otros trabajos sobre los estudios hechos en torno a las partes de la oración. Y tanto caudal bibliográfico hace que no falten tampoco estudios que añadan a los anteriores la conclusión de que se lleva hablan90 siglos de un fantasma, que las partes de la oración en realidad no existen. Por otra parte, las discrepancias son más que notables. Las respuestas que los estudiosos vienen dando a las preguntas de qué son las partes de la oración, si son o no universales, si su naturaleza es semántica o formal, si son cuatro, ocho o diez, a menudo no parecen tener en común más que la propia pregunta a la que responden. Ya es algo. Siquiera como cuestión, las partes de la ora, ción existen. Después de estudiar los trabajos más influyentes, nos podríamos preguntar si realmente hay algo que añadir, que no sea mera erudició11. Pero antes merece la pena la reflexión de por qué tañtadiversidad en este tema y en todos los relacionados con la sintaxis y la gramática en general. ¿Es un problema de inmadurez de la propia disciplina, es decir, tienen algo de tanteo los trabajos hechos hasta ahora? ¿Hay algo intrínseco al propio campo de estudio que justifique tanta diversidad?
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Gramática general
Todas las reflexiones científicas se hacen sobre una determinada área de la realidad. Pero l,a realidad que está en el germen de la teorización es peculiar. Simplificando mucho, toda realidad puede ser objetiva o. subjetiva. La imagen que podemos tener de un edificio depende del lugar desde el que lo observemos. El edificio se nos muestra como una experiencia distinta según lo veamos desde arriba, de frente o desde uno de los laterales. Las diferencias existentes entre tales experiencias atribuibles a las coordenadas espaciales desde las que se observa constituyen lo subjetivo de ese edificio. Lo que es independiente de tales coordenadas, su versión objetiva. La imagen subjetiva es lo que muchos filósofos llaman plano f enomenológico de la realidad. Si entendemos por sujeto fenomenológico un sujeto dado en unas coordenadas espaciales y temporales definidas, de manera que un sujeto situado encima del edificio sea fenomenológicamente distinto de otro situado en un lateral, podemos comprender que lo subjetivo del edificio en cuestión es justamente lo que de esa realidad puede variar de un sujeto a otro, es decir, una versión de la realidad tal que los sujetós no sean intercambiables. El plano subjetivo de la realidad es, por conservar en parte el étimo del término, el plano de la realidad que no adquiere sentido si no es remitido a un sujeto (individual o colectivo), es decir, a unas coordenadas fijadas. El plano objetivo de nuestro edificio es el plano que se mantiene invariable aunque cambiemos las coordenadas desde las que se le observa. Es, por tanto, el plano en el que los sujetos son intercam~iables, es decir, el plano en el que los sujetos (=las distintas coordenadas posibles), tomados de uno en uno, quedan anulados: el plano subjetivo es la «versión» de la realidad de un sujeto en lo que puede diferir de la versión de otros sujetos; anulado por irrelevante lo distintivo de cada sujeto, se anula la esencia misma del concepto «sujeto», se elimina el sujeto fenomenológico. Por mantener también el étimo, lo objetivo de una realidad es lo que está dado en el objeto, sin mediación alguna de ningún sujeto.
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Pero ocurre que la noción de sujeto fenomenológico no coincide con la de sujeto histórico (grosso modo, «persona» o «comunidad», ségún• que este sujeto histórico sea individual o colectivo): un sujeto histórico se desdobla continuamente en una multitud de sujetos fenomenológicos. Si un sujeto fenomenológico no es más que la concreción de unas determinadas coordenadas (que esencialmente son negación de otras coordenadas), cada vez que una persona se desplaza en el espacio o su vida avanza en el tiempo está desdoblándose, están cambiando sus versiones de la realidad. Pero lo importante es que estas versiones se contradicen continuamente, que la realidad fenomenológica se nos presenta paradójica y contradictoria. En un extremo de la calle, una persona ve más grandes los edificios que tiene más cerca y más pequeños los que tiene más lejos. En el otro extremo de la calle, los más grandes son los que antes se percibían más pequeños; al cambiar de situación, la misma persona ya no es el mismo sujeto y la realidad del sujeto fenomenológico A se contradice con la del sujeto B, lo que para la persona «desdoblada» representa una paradoja. Son estos desajustes el germen de la reflexión teórica (y quizá dda actividad artística). Una vez comprendido que el planeta tiene forma de esfera, la intuición fenomenológica nos dice que no nos caemos de ella porque estamos justamente encima; pero en los antípodas también vive gente y tampoco se cae a pesar de que, según esto, debería estar- debajo de la esfera. Desajustes del mundo fenomenológico como este son el germen de la actividad teórica que lleva a principios como el de la ley de la gravedad. Cuando se dice que la ciencia establece sus verdades partiendo de la observación de la realidad, hay que entender que la ciencia establece los desajustes de la experiencia como premisas de las que extrae una conclusión (la verdad científica) que resulta ser la explicación de esas anomalías establecidas como premisa 1 •
1 G. Bueno, Estatuto gnoseológico de las ciencias humanas, tomos I y n, Madrid, Fundación Juan March, 1976 (in.édito).
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Gramática general -Vos comprendés, aquello era tan increíble que me llevó un rato salir de la estupidez en que había caído -dijo Luzio-. Mi inteligencia, si me permitís llamarla así, sintetizó, instantáneamente todas las anomalías dispersas e hizo de ellas la verdad ... (Julio Cortázar, La Banda.)
Las verdades construidas por la actividad científica forman entonces un contexto en el que la experiencia subjetiva queda transcendida, aunque no eliminada: es en ese contexto en el que cobra sentido. Pero esta manera de transcender el mundo fenomenológico se hace de manera distinta en las llamadas ciencias naturales y en las llamadas humanísticas. Las primeras transcienden absolutamente las experiencias subjetivas. La luna llena o la luna en cuarto creciente son, sin duda, experiencias subjetivas: sólo remitidas a un sujeto situado en determinados puntos de un determinado planeta y en determinados momentos existen esas realidades. La idea de la luna como satélite esferoide, como elemento con existencia en la astronomía, transciende cualquiera de las coordenadas que definen a un sujeto. Digamos, un astrónomo no necesita que alguien vea la luna o la perciba de alguna manera para que esta tenga existencia científica. A su manera, también las disciplinas humanísticas crean contextos objetivos. Simplificando la cuestión, es fácil comprobar que los conductores tienen en una ciudad una serie de comportamientos regulares: circulan por su derecha, se paran ante los semáforos, etc., regularidades estas no atribuibles en ningún caso al azar, sino a la existencia de ciertas reglas. También es observable la existencia de una serie de pautas· regulares en los mensajes lingüísticos. Si nos centramos en una lengua, como el casteliano, es _fácil comprobar que nunca se emiten secuencias como *los niños corre; si hacemos abstracción d'e lenguas particulares, vemos que cualquier mensaje emitido en cualquier lengua se organiza en una serie de planos (fonológico, gramatical, léxico ... ) y que en ellos operan ciertas clases de unidades. Pero hay una diferencia entre el tipo de regularida-
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des dadas en el tráfico de vehículos y en los mensajes lingüísticos. Ninguna regularidad hay en el tráfico que sea interna a la conducción como contexto autónomo de la realidad: todas las reglas remiten siempre a un sujeto que las promulga. Las regularidades lingüísticas no son, sin embargo, promulgadas por nadie. Ningún organismo internacional obliga a que se desarrolle un plano sintáctico en las lenguas. Sólo existe una serie de condiciones (necesidades muy ambiciosas de comunicación, determinadas limitaciones memorísticas ... ) que hacen necesario que las lenguas sean de cierta manera mientras no cambien esas condiciones (por ejemplo, mientras no haya alguna mutación genética de alcance). En este sentido decimos que se trata de hechos objetivos. Pero la manera de transcender el plano subjetivo en las ciencias culturales no es tan absoluta como en las naturales. La existencia científica de la luna no implicaba la suposición de que alguien la viese. En el signo lingüístico, empero, por mucha «solidaridad entre una forma de expresión y una forma de contenido» que queramos que haya, al final siempre está implicado un sujeto en ·cuya experiencia están regularmente asociadas las dos realidades constitutivas del signo. -~_!_~u}1do cultur~l .que estudian las disciplinas humanísticas es siempre el mundo de los sujetos. En la secuencia /báso/ no ve el lingüista el conjunto de hechos acústicos continuos que ve el físico. Con los datos del espectrógrafo en la mano, cualquier segmentación sería completamente arbitraria. A pesar de ello, el lingüista ve ahí cuatro unidades, porque es desde la perspectiva del sujeto desde la que mira esa realidad. El mundo de la cultura es discontinuo. Entre dos hechos naturales puede haber muchos grados de semejanza o disimilitud. Esa gradación, desde la perspectiva del sujeto cultural, es irrelevante. Las cosas son idénticas o diferentes, pero sin grados. Las segmentaciones que los sujetos hacen de la realidad no son intrínsecas a esa realidad. El suelo y el aire son cosas diferentes y la observación de esta diferencia está fundada en los propios hechos objetivos. No hay manera de justificar físicamente la división cuatripartita de /báso/ observando los hechos acús-
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ticos en sí mismos; sólo hay cuatro unidades si miramos esa realidad por el prisma fenomenológico de un «alguien» colectivo. Desde el momento en que la discontinuidad de la realidad cultural es una organización que remite a alguien, esencialmente es siempre una parcelación entre otras posibles. Al ser arbitraria la organización cultural de la realidad, con una misma realidad objetiva son compatibles siempre muchas organizaciones posibles, con lo que ca;. da una de estas organizaciones tiene siempre un grado de improbabilidad con respecto a las circunstancias objetivas. Lo cultural es justamente aquello en lo que pueden diverger los sujetos históricos. Estas divergencias, que presuponen una visión de la realidad mediatizada por los sujetos, son el material con el que las ciencias culturales tratan de crear sus contextos objetivos. A pesar de los notables adelantos metodológicos de la lingüística y alguna otra disciplina humanística, desde el, momento en que el mundo f enomenológico está sólo en parte transcendido, queda siempre un cierto poso de subjetividad (que si eliminásemos privaríamos de todo interés a nuestra disciplina al reducirla a una parcela de la neurología) cuya manifestación más evidente no es una deficiente formalización de la teoría, sino precisamente una gran pluralidad de teorías y escuelas en comparación con la situación observable en las «ciencias duras». Efectivamente, el propio sujeto que teoriza está incluido en el conjunto de sujetos cuya «versión» de la realidad se analiza. Inevitablemente el lingüista es también hablante, pero no hablante en abstracto, sino castellanohablante, ánglohablante ... , es decir, un sujeto con una manera (=idioma) históricamente determinada de hablar. En el caso del edificio que comentábamos antes la situación era relativamente sencilla. Un mismo sujeto podía agotar todos los ángulos fenomenológicos desde los que se podía considerar esa realidad: no tenía más que girar en torno a él. La lengua materna es una especie de prisma desde el que se ve el mundo del lenguaje. Pero no es posible observar ese mundo desde todas las lenguas maternas dadas en todos los lugares y en todas las épocas. El lingüista
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(como cualquier estudioso de un campo cultural) no ve con claridad los contornos de un bosque en el que está y del que no puede salir. Su lengua, es decir, su determinación cultural, actúa como el agua de un vaso en el que se introduce una paja oblicua a su superficie: produce una especie de refracción o desviación (=divergencia), distinta según el ángulo de cada lengua. Pero las lenguas constituyen un campo de estudio que, como el de todas la;c1encias, es discontinuo y heteromorfo. Está constituido por unidades dadas en distintos planos, interrelacionados, pero con principios específicos. Las lenguas son diferentes unas de otras, pero no en la misma medida en todas las capas. Si tomáramos contacto con una lengua para nosotros exótica, podrían sorprendernos los sonidos que utiliza si son muy distintos de los de nuestra lengua materna, e incluso podemos tener grandes dificultades en distinguirlos y reproducirlos. Pero lo que no nos sorprende es su organización fonológica. Que tenga cinco o diez vocales no representa más dificultad que el aprender a manejarlas, pero no tendríamos la sensación de estar ante un conjunto insólito. El léxico de una lengua también puede depararnos sorpresas, pero el conocimiento de la organización léxica de una lengua lejana es dificil que añada algo sustancial a lo que ya podíamos haber atisbado de lo que es el plano semántico como hecho genérico. Es en la gramática y la sintaxis donde una lengua lejana puede depararnos la mayor perplejidad. A lo largo del trabajo se verá la fundamentación de la afirmación que ahora anticipamos: la organización gramatical de una lengua es el plano en el que la divergencia de esa lengua con respecto a otras puede llegar a ser mayor. De la experiencia que cualquier hablante (y por tanto cualquier lingüista) tiene del lenguaje, la gramatical es la versión que más puede llegar a diferir de la «versión» del lenguaje que otros sujetos pueden tener, por ser justamente el plano en el que las manifestaciones culturales que llamamos lenguas son más caprichosas. Los grados que tenga el ángulo de oblicuidad de la paja con respecto a la superficie determinan que la_ refracción pueda ·ser mayor o menor. Cuanto más
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oblicua esté la paja a la superficie, más ángulos de observación son posibles, por tanto, más son las «versiones» posibles de esa paja y más son las divergencias posibles de cada versión con respecto a cualquier otra. El gramatical es el ángulo más oblicuo desde el que el lingüista ve el lenguaje y, por eso, el efecto de ese sustrato fenomenológico que tiene nuestra disciplina (a saber, la proliferación de escuelas y puntos de vista) se deja sentir. con toda su fuerza. En el fondo, no es tanta la diferencia entre un tratado de fonología firmado por Daniel Jones y otro firmado por N. S. Trubetzkoy. Pero si miramos los modelos de análisis sintáctico (por ejemplo) al uso en la bibliografía actual, a veces apenas se reconoce que se esté hablando de lo mismo. Nuestras partes de la oración (cuyo estudio, anticipamos, creemos que debe situarse en el campo de la &@!!!~tica te~rica) reflejan esta situación. No es la fonología una disciplina más madura que otras de la lingüística. La relativa unanimidad de los tratados fonológicos viene condicionada por el tipo de realidad que se manipula, de la misma manera que la divergencia de las teorías gramaticales es consustancial a un campo en el que la divergencia es el material con el que se han de construir verdades inmutables. No debe entenderse esto como coartada que justifique un trabajo falto de rigor, ni pretendemos decir que las teorías gramaticales en circulación sean, como teorías, endebles. Simplemente queremos decir que son distintas y muchas, y que esa multiplicidad es intrínseca a su naturaleza. Pero los adelantos metodológicos de la lingüística del siglo xx son innegables y no hay ya coartada para las vaguedades y las incoherencias. Simplemente, la dialéctica y el enfrentamiento de mundos posibles pasan a ser el motor del análisis. -La situación, por lo demás, no es muy diferente de la de otras disciplinas. A nadie se le escapa que las divergencias entre los historiad(?res son mucho más profundas cuando es la época contemporánea en la que viven el objeto de sus afanes: el ángulo de refracción es también el mayor concebible en su campo. A estas alturas, si el lector de un trabajo de teoría gramatical como este, comprendiera de una vez por todas lo que son las partes
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del discurso, el autor sentiría el pícaro orgullo del prestidigitador que supo distraer convenientemente la atención del auditorio. Si lo que por fin entendiera el lector es por qué nunca se va a acabar de estar de acuerdo en una cuestión como la de las partes de la oración, sería un orgullo académico, más sereno, el que dejaría al autor con la sensación de haber dado forma a una de las verdades básicas de su campo de estudio.
1 Partes de la oración y universales
l. (LA
LAS PARTES DE LA ORACIÓN Y LA CUESTIÓN DE LOS UNIVERSALES TEORÍA LINGÜÍSTICA Y LA DESCRIPCIÓN DE LAS LENGUAS PARTICULARES)
1.0. Son muchas las cuestiones implicadas en el tema de las partes del discurso. Una de ellas, quizás la más básica y la primera que haya que plantear, es el nivel de generalidad que cabe atribuir a conceptos como el de sustantivo o adjetivo. Cuando se dice que un sustantivo es la clase de palabras que actúa en castellano como sujeto, implemento, complemento, etc., es obvio que se está dando una definición cuyo alcance se circunscribe a una lengua concreta y que, por tanto, lo que se configura con la definición es una unidad idiomática. Cuando se dice que el verbo es la clase de palabras nuclear con respecto a las palabras nominales, dentro de las cuales a su vez el sustantivo es núcleo del adjetivo y este del adverbio, se está atribuyendo a las partes del· discurso un grado de generalidad mayor del que cabe comprobar en el tipo de definiciones antes citado. Y con la discusión del grado de generalidad con que deba enfocarse el tema se cruza otra discusión cercana; es la cuestión de si las partes de la oración son universales, es decir, si su existencia es obligada en cualquier lengua, cuestión que implica otra más amplia que se refiere a los universales del lenguaje en general. En realidad, cuestiones como el carácter general o particular que deba atribuirse a un determinado tipo de unidades y su universalidad
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o contingencia están implicadas en cualquier estudio lingüístico. Conceptos como el de presente de indicativo o el de neutralización fonológica tienen que ser conceptos teóricos de alcance general, o conceptos particulares aplicables a una lengua; y las unidades definidas son necesariamente contingentes o universales. Pero si lo que estamos estudiando es la aparición del fonema /xi en el castellano moderno, es ocioso plantearse por· extenso si esa unidad /x/ es o no universal, si existen o no los universales, o si· su estudio compete a la teoría del cambio lingüístico o a un estudio diacrónico específico del español. Es obvio que en este caso estaríamos hablando de una unidad dada en una tradición lingüística concreta y que es al estudio de esa tradición concreta al que corresponde la investigación. Por eso, aunque el grado de generalidad es una cuestión implicada en todo estudio lingüístico, sencillamente porque toda unidad lingüística tiene algún grado de generalidad, en muchos casos tal grado de generalidad es tan evidente que el razonarlo con morosidad representa una complicación innecesaria. No es este el caso del tema que nos ocupa. Es tal la disparidad, que aclarar si estamos haciendo un trabajo de gramática española o de gramática general es el primer cometido que debemos afrontar. Y la discusión de la relación entre la lingüística teórica y las gramáticas de las lenguas particulares (y, de resultas de ella, la discusión sobre los universales) no debe considerarse como una introducción o un marco del verdadero estudio de las partes de la oración, sino como una discusión interna al tema. El enorme caudal bibliográfico dedicado a las cuestiones que tenemos planteadas, y la existencia de trabajos sólidos de historia de la lingüística que recogen los puntos de vista que se han venido dando, nos disuade de intentar siquiera dar aquí una escueta visión histórica de estas teorías. Las distintas perspectivas con que se han venido abordando las cuestiones que a continuación nos ocuparán serán la materia bruta sobre la que iremos modelando nuestra propia configuración del problema. GRAMÁTICA GENERAL, -
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Las partes de la oración
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1.1.
LA UNIDAD Y LA DIVERSIDAD DEL CAMPO DE LA LINGUÍSTICA
Unidad y diversidad del· campo lingüístico
incluir ese objeto en el mundo de lo cultural; o lo que es lo mismo, cuando ese objeto remite formalmente a un sujeto sin cuya existencia carecería de sentido. No podríamos decir en principio que es histórica una planta, una montaña o una piedra, pero sí una escultura en piedra que supone al sujeto que la labró.
1.1.0. «Comencemos por 'observar que la lingüística tiene un doble objeto, es ciencia del lenguaje y ciencia 'de las lenguas. Esta distinción no siempre establecida es necesaria ... » 2 • Las palabras de É. Benveniste sintetizan lo que queremos desarrollar a continua:ción: ¿de qué habla la lingüística cuando es ciencia del lenguaje y de qué habla cuando es ciencia de las lenguas? Sólo a continuación podemos comentar con fundamento si los estudios que hablan de las partes de la oración están hablando del lenguaje o de una lengua.
1.1.1.
No debe olvidarse que el lenguaje del que trata la lingüística es siempre un hecho cultural. Cualquier acontecimiento al que podamos llamar signo siempre lo es. En todo signo hay siempre un estímulo físico presente con el que regularmente está asociada una realidad ausente. Existe también una relación entre la cantidad de agua de lluvia que cae en un determinado lugar y la existencia en ese lugar de un cierto tipo de vegetación. Pero la relación dada entre esos dos elementos, agua y vegetación, es una relación interna a ellos. No sólo es concebible dicha relación sin suponer un sujeto que medie entre ambas realidades, sino que sólo haciendo abstracción expresa de cualquier tipo de sujeto se puede entender cabalmente el hecho. La relación dada entre. los dos elementos que configuran el signo de ninguna manera puede entenderse como interna a •esos elementos. No hay nada intrínseco a la experiencia acústica /mésa/ que justifique su relación con la experiencia 'mesa', ni a la inversa. Sólo el hecho de que ambas realidades aparezcan regularmente asociadas en la experiencia de un sujeto permite establecer una conexión entre· ellas. Y sólo de resultas de esa conexión· /mésá/ deja de ser sólo una experiencia acústica. No cabe afirmar que la predisposición por la que la GU (Gramática Universal que, según Chomsky, todo individuo tiene al nacer en algún lugar de la fisonomía de los órganos responsables de las facultades cognitivas) se va desarrollando y concretando en una lengua es hasta cierto punto semejante a la predisposición por la que al tronco le nacen brazos y piernas 3 • Las facultades innatas determinan que ciertas manifestaciones sean posibles (andar a dos· patas, hablar en español) y otras imposibles (volar agitando los brazos ... ). Digamos que nuestra información genética abre un abanico, pero lo cultural no está en los límites del abanico sino en su concreción.
LA HISTORICIDAD DE LAS LENGUAS
tas lenguas, tomadas una a una, son siempre individuos históricos, en tanto que la lengua, como género, consiste en una identidad establecida entre las lenguas y por ello no le es atribuible la etiqueta de «histórico». Este es un carácter que marca ya una diferencia importante entre el campo de la teoría lingüística y el de las gramáticas particulares. Nos detendremos ahora a considerar lo que se quiere decir de un objeto cuando se dice que es histórico y veremos cómo afecta esta cuestión al teina que nos ocupa.
1.1.1.1.
Lo
HISTÓRICO Y LO CULTURAL.
En primer lugar, la noción de «histórico» presupone la de cultural. Sólo se puede decir de un objeto que es histórico cuando cabe 2 É. Benveniste, Problemas de lingüística general; I, México, Siglo XXI, 1982, págs. 20-21.
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A. N. Chomsky, Reflexiones sobre el lenguaje, Barcelona, Ariel, 1979.
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Dada nuestra estructura ósea y el desigual desarrollo de nuestras extremidades superiores e inferiores, andar erguido a dos patas es una manifestación probable en un 100%. Al ser una manifestación muy. probable para unas condiciones anatómicas dadas, es sin más un hecho anatómico. Tiene que haber cierta incertidumbre para que sea otra cosa. Cada una de las concreciones alternativas posibles de nuestro abanico, es decir, lo que resulta improbable una vez sabidas nuestras predisposiciones innatas, es justamente lo cultural; no es lo que ya está determinado al nacer y es igual en todos, sino todo lo que aún está por determinar (aunque ya condicionado por los límites del abanico) y puede variar de un individuo a otro. El «sujeto» por el que existen los objetos y los campos culturales resulta de la concreción de unas coordenadas que son, esencialmente, una concreción entre otras.
Estas consideraciones parece que pueden entrar en contradicción con la aguda observación de Coseriu de que «un objeto histórico 'por su naturaleza' es un objeto individuado a~solutame~te, dentro de su especie, como tal y no otro ... ; es decir, un obJeto . 4 que tiene nom bre propio» . . . En efecto, parece que los objetos históricos pueden recibir un nombre propio que los individualice. Más .aún, que todo aquello a lo que, en rigor, se le pueda dar un nombre propio, específico, es histórico. Las razones que justifican esta afirmación las veremos luego (1.1.1.2). Pero por lo pronto advertimos que pueden reci~ir nombre propio, y por tanto se pued_en presentar, absolutamente mdividuadas, entidades que no parecen tener nada que ver con la cultura: así, se da nombre propio a accidentes naturales, como una montaña o un cabo. Pero no hay contradicción. Si es posiJ:,le remitirlo a un sujeto, un mismo ente «real» puede considerarse como natural O como cultural, según tengamos en cuenta a este sujeto 0 hagamos abstracción de él. Un entrante de tierra en el mar es, en principio, un hecho natural, que puede estudiar una disciplina 4
E. Coseriu, Lecciones de lingüístjca general, Madrid, Gredos, 1981, pág. 69.
Unidad y diversidad del campo lingüístico
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como la geología, y para el gec:::,10igo ninguno de estos entrantes en particular aporta nada a la noción de cabo como tal. La existencia de un cabo no remite a las operaciones de ningún sujeto. Pero el hecho de dar nombre propio a un cabo sí remite a un sujeto (individual o colectivo) que lo individualiza como «tal y no otro»; y así individualizado, sí es un hecho de cultura. Hablar del Cabo de Peñas es hablar de un cabo individualizado y concebido como distinto por una comunidad. El Cabo de Peñas, con nombre propio, no es parte de la naturaleza de Asturias, sino de su paisaje, de la tierra en cuanto escenario de la vida del hombre. Un cabo (o una montaña, o un río) no puede recibir nombre propio como hecho geológico sino como hecho geográfico. Lo mismo ocurre con la atribución de nombre propio a animales e incluso a personas. Un hombre, como ente biológico, como biomasa, nunca recibiría nombre propio.
1.1.1.2.
Lo
HISTÓRICO Y LO INDIVIDUAL.
Otra noción implicada en el carácter de historicidad es la de individuo, opuesto a clase. Una clase no es más que un esquema de identidad que se establece entre una serie de elementos. Se habla de clase cuando, a un determinado nivel, reconocemos como idénticos una serie de objetos que forman su extensión. Las propiedades en virtud de las cuales identificamos a tales objetos forman juntas la intensión o comprensión de la clase. U na clase puede contener elementos que a su vez sean clases. Si todos los elementos de la segunda son también elementos de la primera, pero no a la inversa, y por tanto, si todas las notas intensionales de la primera están subsumidas en la comprensión de las segundas, se dice que es~as están incluidas en aquella. Cuando un elemento que pertenece a una clase no puede considerarse a su vez como una clase incluida en la primera, decimos que tal elemento es un individuo de dicha clase.
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Las partes de la oración
No es posible llegar a la intensión de una clase si no tenemos dada una extensión. Pero el conocimiento de la intensión de una clase no presupone el conocimiento de la extensión en su totalidad, es decir, no implica el conocimiento de todos los individuos. •De esta manera el estudio .de una clase como tal es una especie de cálculo en el que se prevén todos los individuos que p~eden formar su extensión, aunque no se tenga conocimiento real de todos ellos. Para. hacer un estudio del hombre como clase, no es necesario conocer a todos los hombres·, y los resultados de ese estudio pueden ser aplicables a todos ellos, incluso ·a los que aún no existen. El conocimiento empieza naturalmente por la observación de ciertos individuos. Si al individuo que observamos lo indeterminamos, lo consideramos como un individuo cualquiera de su clase, lo que estamos conociendo no es exactamente a ese individuo sino a la clase, es decir, estamos conociendo las propiedades a través de las cuales reconoceríamos a otro(s) individuo(s) como idéntico(s) a él, por lo que el estudio sería extrapolable a otros individuos no observados de la misma clase. Si por el contrario observamos a un individuo como este y no otro, el conocimiento que obtenemos es de ese individuo como tal, y no el de la clase, por lo que por muchas observaciones de individuos determinados que acumulemos, nunca podremos extrapolar tales observaciones a individuos no observados de la misma clase, o lo que es lo mismo, no llegamos a establecer qué es lo que permitiría reconocer a otros individuos como .idénticos a él. Si, observando al individuo perteneciente a la clase de los hombres llamado Carlos Marx, comprobamos el hecho. de que para andar utiliza dos miembros (y no cuatro) y de que tiene la facultad de hablar,. este conocimiento obviamente resultaría como consecuencia de observar a lylarx como individuo indeterminado o a cualquiera de su clase (por lo que sería inadecuado llamarlo por su nombre propio), y por tanto no es. propiamente un conocimiento del individuo Marx, sino de la clase de los hombres. Si, por el contrario, lo estudiamos como autor de El Capital, como individuo determi-
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nado, el conocimiento que obtenemos se refiere a él y no es aplica-
ble a otro. El conocimiento de una clase es, pues, un cálculo y nos proporciona información sobre sus individuos desde el momento en que cada uno es una posibilidad prevista por el cálculo. A .este tipo de información sobre los individuos que nos proporciona el conocimiento de la clase podemos llamarlo, siguiendo a Prieto 5 , conocimiento virtual. Pero cuando estudiamos a un individuo determinado, este y no otro, cuya efectiva pertenencia a una clase constatamos, el conocimiento que de él obtenemos es un conocimiento actual. El .conocimiento actual es producto de operaciones particulares y el conocimiento virtual producto de operaciones universales, en el sentido que L. Hjelmslev daba a ambos términos:· «A una operación con un resultado dado se le llama particular, y a sus resultantes particulares, cuando cabe afirmar que la operación puede llevarse a cabo con un objeto determinado y no con cualquier otro. A una operación con un resultado dado se la llama universal,. y a sus resultantes universales, cuando cabe afirmar que la operación puede llevarse a cabo con cualquier objeto, sea el que fuere» 6 • Pues bien, un objeto sólo puede considerarse histórico como individuo (nunca como clase) y su estudio ha de proporcionarnos un conocimiento actual del mismo. El conocimiento de un objeto histórico, como tal objeto histórico, no puede ser en ningún caso una virtualidad prevista en un cálculo. Por eso decíamos antes que todo elemento histórico admite nombre propio, porque la perspectiva histórica consiste; entre otras cosas, en la individualización de un elemento con respecto a los otros elementos de la misma clase. Más adelante veremos la implicación que tienen estas consideraciones con el tenia que nos ocupa y tendremos ocasión de matizar algunas simplificaciones que, por razones de. exposición, estamos cometiendo (1.1.1.4.1 a 1.1.1.4.3). 5 6
L. J. Prieto, Pertinencia y práctica, Barcelona, Gustavo Gili, 1977, págs. 92-94. L. Hje.lmslev, Prolegómenos a una teoría del lenguaje, Madrid, Gredos, 1974,
pág. 179.
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1.1.1.3.
Lo HISTÓRICO Y LO ARBITRARIO.
El establecimiento de una clase no implica que se reconozcan como sustancialmente idénticos los individuos que forman su extensión. Significa sólo que se les reconoce como idénticos desde determinado(s) punto(s) de vista (que pueden ser su color, tamaño, forma ... ). Por eso cualquier tipo de clase admite que sus individuos sean diferentes desde otros puntos de vista que no sean los que dan existencia a la propia clase. Pero en una clase de. individuos históricost la especificidad de cada individuo, el hecho de que cada uno sea diferente, y por tanto único e irrepetible, es definitorio de la propia clase, es un rasgo que forma parte de su intensión. A diferencia de otro tipo de clases, no puede existir nunca una clase de individuos históricos uniformes. De esto se desprende que el estudio de la historicidad de un individuo es el estudio de lo que en ese individuo es arbitrario con relación a otros individuos de su clase. Es decir, es el estudio de lo que puede haber de diferente en él con relación a los demás, o dicho de otra forma, los rasgos que no están implicados en la mera pertenencia a la clase en cuestión. Una semblanza histórica• de Napoleón no se entretendría en comentar la disposición horizontal de sus dos ojos, sino todo aquello que, sin dejar de pertenecer a la clase de los hombres, podrla no haber sido como fue. Hay que tener en cuenta que t9dos aquellos aspectos que, en una clase de individuos históricos dada, puedan considerarse como una posibilidad capaz de manifestarse en todos o sólo alguno de ta'ies individuos, pertenecen al estudio de la clase de esos individuos (en los casos que más adelante veremos [l.2.2.4.3]; por el momento sólo pretendemos acercarnos a la cuestión). Y la manera como se manifiestan en cada uno, o la simple constatación de que· se manifiesten o no en un individuo, pertenece al estudio actual, histórico, de dicho individuo. Así, el estudio de la noción del. «mal genio», en abstracto, pertenece al estudio del hombre como clase, y la defi-
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nición de ese concepto nunca formar de un estudio histórico sobre A. Hitler. Lo único que correspondería a su estudio histórico sería la constatación de la existencia del «mal genio» en él, y la manifestación que en este individuo tenía este carácter.
1.1.1.4.
LA UNIDAD DE LA LINGÜÍSTICA Y LA HISTORICIDAD DE
LAS LENGUAS.
1.1.1.4.1. Identidades y módulos. Con estas consideraciones generales podemos ver claras las diferencias entre la lingüística teórica y las gramáticas particulares: una gramática particular es siempre un estudio histórico, en tanto que la lingüística general no lo es. Esta estudia las lenguas históricas como clase, mientras que aquella las estudia como individuo, adoptando un punto de vista propiamente histórico. La lingüística teórica es un cálculo y cada gramática particular una virtualidad deducible de ese cálcuJo. La teoría observa siempre un número limitado de lenguas considerando a cada una como un individuo indeterminado de la clase. Es decir, estudia las lenguas al nivel en que son intercambiables unas por otras. La observación de que en el sistema fonológico del español hay dos series de fonemas opuestas por el rasgo de sonoridad no resulta de una indeterminación de este sistema, desde el momento en que, conocidos o no, son concebibles otros qúe carezcan de tal rasgo. Sin embargo, la observación de que en español existen un plano de la expresión y un plano del contenido resulta de tomar al castellano como un individuo cualquiera de su clase, intercambiable por cualquier otro. El conocimiento que la teoría lingüística nos proporciona de todo objeto concebible que pueda considerarse una lengua es un conocimiento virtual. De la lingüística general nunca podemos obtener un saber actual sobre la manera de comunicarse una determinada comunidad. Por tanto, consideramos un error los intentos de
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hacer una gramática universal, en el sentido que normalmente se da a esta expresión. La única gramática universal es la teoría gramatical. Las lenguas, como entes históricos, son únicas e irrepetibles, y por eso son, por definición; diferentes unas de otras, tanto geográficamente (en un momento dado, nunca se habla igual en todo el mundo), como cronológicamente (en UI?- espacio geográfico dado, nunca se habla igual en todas las épocas). Una ciencia nunca intenta reducir a la unidad los hechos, empíricamente diversos, de que está constituido su campo. Lo que debe hacer la teoría lingüística es crear un contexto de identidad en el que sean intercambiables las distintas lenguas. Esto lo suscribiría cualquier escuela. Pero ¿a qué nos referimos con el término «identidad»? Aunque haya tantas gramáticas estructurales como lenguas, la lingüística estructural es única para todas las lenguas, lo que implica que sus conceptos han de referirse a hechos que, de alguna manera, recurren en ellas. Pero esos hechos raciona.;, !izados por la teoría general, ¿son las regularidades absolutas observables en las lenguas, es decir, son aquellos aspectos en los que las lenguas conocidas son sustancialmente iguales? Pensemos en una serie de acontecimientos que se suceden de una manera cíclica y numeremos de forma lineal tales acontecimientos. Por ejemplo los días de la semana constituyen una sucesión de acontecimientos cíclicos que se repiten de una manera regular: así, el acontecimiento «lunes» sucede cada cierto tiempo 7 . Si empezamos la numeración por el domingo y k damos el número O, el lunes será el l, el martes el 2, y así sucesivamente hasta· el sábado que será el 6. Si seguimos la numeración; el 7 volverá a ser domingo (como el O), el 8' será iunes (como el 1), y así de manera indefinida. El 7 •es el número que, en este sistema aritmético, determina 7
El ejemplo está tomado de l. Stewart, Conceptos de matemática moderna, Madrid, Alianza Universidad, 1984, págs. 43 y sigs. La noción de congruencia que estamos manejando está basada en la idea de congruencia matemática, aunque adaptadá a nuestros fines. Puede· verse sobre esto el concepto de •«identidad modular» desarrollado por G. Bueno en Estatuto ... , sobre todo el tomo II.
,L
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el valor de cada número: 7n será siempre domingo, 7n + 1 será lu.;. nes; 7n + 2 martes, etc. En este sistema podemos decir que la expresión 4 + 2 es idéntica a 6, como en una aritmética normal: el cuarto día después del segundo (martes) es el sábado, que es justamente el sexto día. Ahora bien, la expresión 6 es también idéntica a la expresión 13: los dos números se refieren al sábado. También es idéntica a las expresiones 20, 27, 34 ... , en general a 7n + 6~ Pero es evidente que las secuencias 4 + 2 = 6 y 6 = 13 están fundamentadas en dos tipos de identidad diferentes que hay que distinguir. La primera es una identidad sustancial, una igualdad, en el sentido coloquial del término. La segunda es una identidad modular, una congruencia, en sentido matemático. Un número es módulo de otros dos si la diferencia entre esos dos números es divisible por el primero. En nuestro ejemplo, la diferencia entre 111 y 90 es 21, que resulta ser divisible por 7. Esto quiere decir que el 7 es módulo de esos dos números, es decir, que los dos números representan necesariamente el mismo día de la semana (=son congruentes).: los dos son sábado (111 =7X 15+6; 90=7X 12+6). Lo que nos interesa de la idea de módulo aritmético es que el número modular es un criterio por el que dos números cualesquiera resultan siempre congruentes o incongruentes para ese módulo (los dos números citados antes no serian congruentes si el módulo fuera 13). Pero la identidad que un módulo determina entre dos números no es sustancial; paradójicamente, es una identidad que implica y prefigura la diferencia. Para que el 7, como módulo, pueda determinar congruencias ( = identidades de cierto tipo) entre dos números, esos números han de ser necesariamente diferentes; la diferencia entre dos números congruentes está implicada en la propia idea de congruencia y de módulo. Si la numeración lineal no fuera una sucesión de elementos siempre distintos, no podría ocurrir que cíclicamente hubiera dos eventos diferentes que resultaran congruentes para un módulo dado. La teoría· lingüística es algo parecido a un módulo. El sistema conceptual de la lingüística general determina lo que hay de con-
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gruente en la manera de hablar de las distintas comunidades, es decir, entre las lenguas particulares, cuya diferencia presupone y reproduce. De la misma manera, determina los hechos que, en cada situación concreta de comunicación, no son congruentes con los hechos llamados lingüísticos ( = no son constitutivos de la categoría lengua); por ser un criterio para descubrir lenguas concretas es también un criterio para segregar lo extralingüístico. Curiosamente, el material con el que la teoría lingüística modela un contexto en el que resultan «idénticas» las lenguas está constituido por el aspecto cultural del lenguaje, es decir, por las diferencias dadas entre las lenguas. Cada lengua particular tendrá una gramática distinta, pero cada gramática describe en cada lengua los aspectos que la teoría establece como congruentes con otras lenguas, por lo que todas las gramáticas están deducidas de una teoría genérica única y toda lengua queda descrita como especie del género (único) «lengua», es decir, queda explicada (por más distinciones artificiales que se quieran hacer entre teorías taxonómicas o descriptivas y teorías científicas o explicativas, toda descripción deducida de una teoría es siempre una explicación). La identidad que la lingüística establece entre las lenguas es parecida a la que las piezas de un juego de arquitectura y sus principios de combinación establecen entre las figuras construibles con ellas: y ellas precisamente prefiguran las diferencias entre las figuras posibles. 1.1.1.4.2. Identidad modular Y. clases combinatorias. Podemos ya matizar algo más la idea de clase para avanzar algo más en la comprensión de lo que es la dualidad teoría/descripción en lingüística. Merece la pena reflexionar sobre lo que se quiere decir con «congruencia» cuando hablamos de la identidad que la teoría lingüística establece entre las lenguas particulares (la idea de congruencia o identidad modul~r basada en el concepto de módulo, entendido como el número por el que es divisible la diferencia de otros dos
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números, no es, obviam> de las lenguas. Las gramáticas particulares, como se puede deducir de las consideraciones anteriores, tienen por objeto de estudio las tradiciones lingüísticas concretas; por el contrario, la teoría lingüística no tiene como campo de observación un objeto tradicional, sino una clase de objetos tradicionales. Si decimos de las lenguas que son manifestaciones tradicionales, lo que estamos afirmando, antes que nada, es que son manifestaciones colectivas por definición. El tipo de organización que representa la actividad simbólica lingüística no es concebible como experiencia absolutamente indi_vidual. El signo es esencialmente la asociación de una realidad ausente de las percepciones de un sujeto con un estímulo presente en dichas percepciones capaz de actuali-
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zarla. El proceso de significación tiene siempre algo que ver con la actividad de la simulación o anticipación. El estímulo sensible ( = «significante») es una simulación de una realidad arbitrariamente asociada con él. El humo nos permite anticipar la experiencia del fuego. Pero las manifestaciones lingüísticas no tienen que ver únicamente con los procesos de significación, que sólo exigen un sujeto en cuya experiencia aparezcan regularmente asociadas dos realidades, sino también con los procesos de comunicación, que exigen, entre otras cosas, dos sujetos: emisor y receptor. Las cuestiones relacionadas con el problema de la significación y de la comunicación son complejas y su desarrollo nos apartaría de lo que queremos comentar ahora. Se trata sólo de comprender, de una manera escueta, que las manifestaciones lingüísticas son manifestaciones para otro y que su forma sólo se comprende como una puesta en común, como una actividad dada en una colectividad. Pensemos en las primeras manifestaciones comunicativas de un niño. El niño empieza a emitir sonidos desde que nace. Su activ_idad comunicativa se puede decir, simplificando, que empieza cuando se da cuenta de que determinadas emisiones (que pueden ser el llanto o sonidos más o menos estentóreos) atraen hacia él la atención, es decir, cuando con esas emisiones anticipa una reacción que van a tener otras personas. Cuando emitimos una secuencia lingüística lo •que hacemos es anticipar (=simular) la discriminación que el receptor va a hacer de determinada experiencia. Organizamos el mensaje de la manera que nos parece más probable que el receptor discrimine exactamente la experiencia que deseamos. Muy distinta sería nuestra actividad simbólica si no fuera una actividad para otro. Incluso las secuencias que emitimos sin esperar que otro deba interpretarlas las emitimos como si fueran para otro. Si fuera posible anotar por escrito, de manera rigurosamente literal, lo que pensamos sin hablar, veríamos que la sintaxis está prácticamente destruida y que el tipo de organización es totalmente diferente: se tiende a la simplificación e indiferenciación. Sólo la vida constante con otros mantiene y obliga a las lenguas a ser como son. Basta ver
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el aspecto que tienen las manifestaciones lingüísticas que vemos en las fichas de trabajo personales. La mayor parte de las veces resultan indescifrables para alguien que no sea el propio emisor. Es uno de los pocos casos en que se escribe sin tener en cuenta lo que otro vaya a entender, y por eso se modifica sustancialmente la estructura de los mensajes. Un código sólo puede tener las características de las manifestaciones culturales que llamamos «lenguas» si hay una actividad social en el seno de la cual se utiliza. Con razón considera Coseriu la «alteridad» ( = el hecho de que el lenguaje es siempre lenguaje para otro) como uno de los rasgos esenciales de las lenguas 17 . 1.1.2.2.2.
Tradicionalidad, sincronía y diacronía.
Como toda tradición, la lengua admite para su estudio dos puntos de vista: el sincrónico, que estudia un momento concreto de la tradición; y el diacrónico, que estudia la vida y desarrollo de esa tradición a través de los tiempos. Como, según hicimos constar, el carácter cultural de nuestro campo nos obliga a reconstruirlo al nivel en que es concebido por los sujetos hablantes, y para estos lo único real es el aporte que ellos mismos están haciendo, -~! P~1!~2. de vista diacrónico en el estudio de,,, una lengua envuelve necesaria~------·-·· ' .' --·-"~~·---·-·-· . ,.,,,,,,,,,,.,,,,.~-.• me11te ~l sincrónico; la diacronfa encierra 11I1a m-utaciónjndefinidade ;¡~~;~~is, es «un estudio sinció11isg•• p~est9. enJª_4!storiª!~, ~IL... palafüas~ae·Cosérfü: Pero cóirióquiera que una tradición, que por ·aefiñición desborda a cada sujeto individual (y por ello su período de existencia no coincide con el lapso de vida de ningún individuo), es una manifestación colectiva a través del tiempo, hay que admitir que sólo un estudio diacrónico completo de la lengua española, entendido este estudio como una mutación ininterrumpida de sincronías, nos proporcionaría un conocimiento actual de la tradición lin17
E. Coseriu, Gramática, semántica, universales, Madrid, Gredos, 1978, página 150 en nota.
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güística española como tal tradición. Cada estudio sincrónico está, dentro del estudio de la tradición lingüística completa, en una rela-
ción de parte a todo 18 . Por otra parte, si los distintos momentos sincrónicos de una lengua pueden ser identificados como partes de un mismo todo histórico (lo que justifica que demos el mismo nombre de «castellano» al sistema en que se escribió el Cantar del Cid y al que estamos • usando ahora), ello es debido a la contigüidad temporal que necesariamente hay entre los sujetos hablantes que se van sustituyendo unos a otros indefinidamente a lo largo de generaciones. Si no hubiera contigüidad temporal entre estas generaciones, no habría razones para considerar el castellano medieval y el hodierno como un mismo individuo (tradicional) histórico, sino que habría que entenderlos como individuos diferentes, y por consiguiente no tendría sentido hablar de cambio lingüístico. Hay que hacer notar que tiene sentido hablar de un punto de vista sincrónico y un punto de vista diacrónico cuando estamos haciendo un estudio particular de una lengua, pero no cuando hacemos lingüística general. Por eso, creemos que hay un equívoco en el principio de esencialidad estática comentado por E. Coseriu. Las implicaciones que de este principio saca el lingüista rumano (y muchos otros) se pueden comprobar en pasajes como los siguientes: « ... técnicamente la sincronía precede a la diacronía, pues la aprehensión de un objeto como tal es necesariamente anterior a su historia»; « ... el ser de los 'hechos', aquello por lo cual son tales
hechos y no otros, debe presentarse en todo momento de su devenir, pues de otro modo no se trataría de los mismos hechos... el qué de las cosas ... se trata de algo que debe poder comprobarse en cualquiera de sus 'estados'» 19 • Hay en todo esto una confusión de los dos campos que estamos tratando de estudiar. Efectivamente, en los cambios que se dieron 18 19
E. Coseriu, Sincronía, diacronía e historia, págs. 238 y sigs. E. Coseriu, Sincronía... , pág. 49; Lecciones... , pág. 65.
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entre el castellano medieval y el moderno tiene que haber una serie de permanencias para que podamos reconocer en los dos estados el mismo «objeto». Pero ¿cuál es ese objeto que permanece inmarcesible? ¿el objeto llamado «castellano»? Así plantea la cuestión J .P. Bronckart: «La noción de identidad diacrónica constituye un problema en sí misma; cuando una lengua se modifica, siempre podemos preguntarnos qué elemento se somete realmente a la acción transformadora ... para hablar de una unidad a través del tiem- • po ... hay que afirmar su identidad; ya sea que la unidad permanezca totalmente idéntica ... ya sea que bajo ciertas modificaciones ... se perpetúe algo que permita hablar de una unidad» 20 . ¿Puede decirse que en el castellano medieval se perpetuó «algo» que permite reconocer como «castellano» tanto el punto de partida como el de llegada? Evidentemente no. Lo único que nos autoriza a considerar los dos estados como el mismo individuo es el conocimiento histórico que tenemos de la contigüidad temporal que hay entre los sujetos hablantes que protagonizan esos dos estados. Lo que permanece idéntico es simplemente el hecho de seguir siendo lo que técnicamente llamamos un sistema lingüístico. Lo que permanece inalterable en los cambios de las lenguas es el hecho de seguir siendo lenguas. La «aprehensión de ese objeto [que es la lengua) como tal» no es «anterior a su historia» simplemente porque no tiene historia, sino que, al consistir precisamente en todo aquello que da la identidad de tales a las lenguas en toda su diversidad, se sitúa fuera de la historia. Por ello, la disciplina que se ocupa de su estudio, la lingüística general, al no ser histórica, por no ser histórico su objeto, no puede anteponer técnicamente el punto de vista sincrónico al diacrónico porque nó adopta ninguno de los dos, aunque sea ella precisamente la que define en qué consiste cada .uno de ellos. Su objeto es inmu~able y por eso no admite ni uno ni otro enfoque. «Inmutable» no quiere decir «estático», sino fuera del tiempo. Ni quiere decir que permanezca al margen del hecho del cambio lin20
J. P. Bronckart, Teorías del lenguaje, Barcelona, Herder, pág. 86.
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güístico; pero el cambio que estudia la lingüística general es uno, es la propia noción de cambio lingüístico. Estudia la mutabilidad de las lenguas (como rasgo de estas), pero no las mutaciones. Sólo admiten el punto de vista sincrónico y diacrónico individuos por definición cambiantes, como son las lenguas ( = tradiciones lingüísticas) concretas. Y por eso sólo admiten los adjetivos «sincrónicas» y «diacrónicas» las gramáticas particulares, que son las que tienen por objeto esos individuos. «El ser de los hechos ... » que « ... debe presentarse en todo momento de su devenir» no es otro que el que debe presentarse en todas las ocurrencias de ese «ser», en este caso las lenguas, y ese «ser» es el que estudia la disciplina no histórica de la lingüística general. 1.1.2.2.3.
La descripción lingüística y los idiolectos.
En otro momento (1.1.2.1.2) apuntamos que las tradiciones, aunque eran manifestaciones colectivas a través del tiempo, adm~tían que se considerase la manera en que un sujeto colectivo era protagonista de ellas en un momento dado (estudio sincrónico), pero que no podíamos descender nunca al sujeto individual. Efectivamente, una lengua es la manera tradicional de comunicarse una cmnuni: dad. Hablª1",..del c~tellano eshabla~-de-~ia- coinunidá~; che m~ndu'a kue se puede traducir por «me acordaba» 0 por «m1 memona pasada»; y che mandu 'a ra por «me acordaré» y «mi • f 51 mem 0: 1ª utura» . El que este tipo de contenidos aparezcan indiferenciados en estas construcciones, debido a que términos como che mandu,a no varían de forma según sean sustantivos o verbos ll~va a este. autor a entender que en guaraní no hay sustantivo~ m verbos d1ferenciados en el sistema. ~e~o para poder admitir esta interpretación de Rona, habría que admitir que, en la decodificación de una secuencia como che mandu 'a, Ios contenidos «memoria» y «recordar» son indiferentes para un hablante guaraní. Pensemos en lo que ocurre con algunas realida~es que aparecen indiferenciadas en la expresión en español. Es s~b1~0 que cuando en esta lengua se habla de «los alumnos universitarios», nos podemos referir tanto a alumnos del sexo masculino como a alumnos de sexo femenino (a pesar de que en otros contextos alumn~ puede. asociarse con el sexo masculino, oponiéndose a alum~a). ~implemente, para cualquier castellano-hablante que pronuncie u 01ga esa secuencia la diferencia entre los dos sexc:;,s es irre51
...______ ¡
J. P. Rona, art. cit.
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levante: se alude indiferentemente a varones y hembras. La expresión corría en esta misma lengua también se puede asociar con dos valores diferentes: puede entenderse que el que corría es el emisor, o bien que es alguien no incluido en ese momento en el circuito de comunicación (él o ella). Pero, mientras que en el caso anterior las dos realidades se confundían en un todo amorfo en el que no eran pertinentes distinciones, en este caso las dos realidades indiferenciadas son excluyentes y su diferencia sí hay que tenerla presente: corría no significa para un castellano-hablante «yo corría» o «él corría» indiferentemente, sino que hay qu,e interpretar en cada mensaje a cuál de las dos realidades se refiere, y según se interprete una u otra el mensaje varía (a diferencia del primer caso). A este fenómeno se le viene dando el nombre de sincretismo (en la terminología glosemática corresponde al «sincretismo resoluble») y no es más que un tipo de homonimia. El ejemplo de alumnos representa más bien un caso de neutralización (=«sincretismo irresoluble»). Es obvio que la coincidencia en la expresión de (yo) corría y (él) corría no autoriza a afirmar que en el imperfecto de indicativo del verbo «correr» sólo existen cinco personas gramaticales y que la diferenciación '1 ª sing. '/' 3 ª sing.' no opone a dos unidades del sistema 52 . Parece, a la vista de los comentarios de J. P. Rona sobre esta expresión, que che mandu'a constituye un caso de sincretismo. Los contenidos 'yo recuerdo' y 'mi memoria' no son partes indiferenciadas de la realidad, sino dos mensajes distintos que, según los contextos, pueden reconocer los hablantes guaraníes. Que sea el contexto el que permite a los castellano-hablantes saber si con la secuencia gato nos referimos a un conocido animal doméstico o a un instrumento de mecánica del automóvil, no quiere decir que ambas secuencias no sean en el sistema español unidades de contenido 52 Ver A. Martinet, Estudios de sintaxis funcional, Madrid, Gredos, 1978, págs. 82-109; E. Coseriu, Lecciones... , págs. 191, 145-147 y 199-206; L. Hjelmslev, Proleg6menos ... , págs. 125-132.
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diferentes. Es significativo un pasaje del propio Rona: «es el contexto del acto de hablar y nuestro conocimiento extralingüístico lo único que nos permite decidir si, en tal acto de hablar, la palabra funciona como sustantivo, xerbo o adjetivo» 53 . Por un lado, confirma que efectivamente la secuencia che mandu'a constituye en guaraní un caso de homonimia. Por otro lado, su propio razonamiento muestra a las claras que las partes de la oración tienen realidad en esta lengua. Decir que che ¡nandu'a y otros muchos sintagmas en guaraní pueden ser entendidos como sustantivos o como verbos según los contextos no es argumento del que se pueda deducir la inexistencia de tales unidades, sustantivo y verbo, en esa lengua. Lo único que demuestra es que con los términos «sustantivo» y «verbo» no se designan listas de palabras concretas 54 . En español podemos encontrar el mismo signo perro, por ejemplo, funcionando como sujeto, como implemento o como complemento, por citar algunas funciones, y lo mismo puede ocurrir con otros muchos signos. Ninguno de estos signos indica por su forma aislada si sé ha de entender que funcionan como sujeto o si como otra función. Es sólo el contexto dado en oraciones concretas el marco en que se puede obtener esa información. Esto no quiere decir que la función sujeto no exista en el sistema español. Lo único que sí podemos afirmar a partir del dato que estamos considerando es que con el concepto de sujeto no intentan las gramáticas del español designar una serie de sintagmas concretos. «Sujeto» no es un tipo especial de palabras ni de otra clase, de unidades. Simplemente alude a una manera de comportarse en la -oración determinado tipo de sintagmas. El hecho, insistamos, de que esos sintagmas que pueden funcionar como sujeto sean casi siempre los mismos que pueden funcionar como implemento no autoriza a afirmar que esas dos fundones no están diferenciadas en el sistema, sino sólo que las etiquetas «sujeto» e «implemento» no designan un tipo específi53 54
J. P. Rona, art. cit. E. Coseriu, Gramática ... , págs. 50 y sigs.
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co de unidades. El hecho de que haya lenguas como el guaraní, el nootka o el chino, en las cuales una misma unidad puede entenderse, según el contexto, como sustantivo o como verbo (por ejemplo) sólo afianza la idea de que las partes de la oración no son, en sentido estricto, «clases de palabras», sino en todo caso formas de comportamiento atribuibles a las palabras concretas que las ~~eden asumir. Decir que en guaraní una misma palabra puede funcionar, según los contextos, como sustantivo y como verbo, es recurrir y manejar como reales las mismas nociones cuya existencia se pretende cuestionar. • Justamente el comprobar cómo en algunas lenguas hay unidades concretas que pueden funcionar como sustantivos, pero no como adjetivos o adverbios, y a la inversa, •cual es el caso más frecuente en castellano; cómo en otras lenguas, como el inglés; es mucho más frecuente el caso de unidades que admiten empleos verbales, sustantivos o adjetivos; y cómo por fin hay lenguas, como el chino, el nootka y el guaraní, en las que esta situación frecuente en inglés parece ser la norma; el comprobar esto, decimos, da. fe tam~ié~ de que, implícita o. explícitamente, la noción de sustantivo o adJetlvo está dada ya antes de afrontar "el análisis de cada una de las lenguas particulares, igual que las nociones de palabra u oración. Así como antes de afrontar el análisis del espaflol no podemos tener (o no deberíamos creer tener) ninguna idea previa de lo que significa en esta lengua funcionar como aditamento, O· de si en este sistema existen fenómenos de concordancia, ni de qué unidades concuerdan, sí tenemos sin embargo una noción, previa a su análisis como lengua particular, de lo que significa funcionar como sustantivo (=de lo que es un sustantivo), como la tenemos de lo que es el fenómeno de la concordancia; y ello aunque no sepamos los tipos de funciones concretas, dadas en el español y sólo él como individuo histórico, que pueden contraer los sustantivos, ni sepamos qué morfemas son los que se repiten en los casos de concordancia, porque empezamos por no saber qué morfemas hay en español.
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En la secuencia che mandu,a del guaraní no sólo es inexacta la observación de que no resultan en ella distinguibles las llamadas partes del discurso, sino que precisamente es el reconocimiento del uso sustantivo o verbal del elemento mandu'a lo que nos permite decidir cuál de los dos mensajes posibles es el que se nos transmite en un acto de habla concreto. En una lengua como el chino sin duda también hay un grupo de funciones sintácticas sustantivas y otro grupo de funciones adverbiales, aunque las unidades concretas que las desempeñen sean en todos los casos las mismas. Y en una lengua así nos veríamos imposibilitados para definir las partes del discurso a partir de las funciones sintácticas, pues ocurre que todos los sintagmas concretos podrían desempeñar todas las funciones. Y ello, insistamos, no obstaría para que se reconocieran ciertas funciones como tipos de comportamiento sustantivo (por ejemplo), aun no habiendo sintagmas concretos específicos de ellas. Sin salimos del español, la inmensa mayoría de los adjetivos calificativos pueden funcionar también como sustantivos (no hablamos de los casos de transposición). Sintagmas concretos, como buenos, malos, azules... , pueden funcionar como sustantivos sin falta· de transposición. Y ello no es obstáculo para comprender que cuando funcionan como adyacente nominal se están comportando como adjetivos, en tanto que cuando aparecen en función de sujeto o implemento están compórtandose como sustantivos. Y· aunque ocurriese en español que cualquier «sustantivo» pudiese funcionar como adyacente nominal, sin transposición, y cualquier «adjetivo» pudiese funcionar como sujeto, implemento, etc., aunque ocurriese, por tanto, que las unidades que funcionan como sujeto, implemento y adyacente nominal fuesen sin excepciones las mismas, con todo seguiríamos. caracterizando como comport~miento sustantivo· el contraer la función sujeto, Y como comportamiento adjetivo el contraer la función adyacente nominal. 1.2.3.l.2. Son ilustrativas algunas de las constmcciones que se dan en las lenguas araucanas estudiadas por Lenz. Una palabra
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como küme puede tener comportamientos adjetivos, en secuencias como nieimi küme ruka 'tienes una buena casa', y comportamientos adverbiales, en secuencias como küme umautuan 'dormiré bien' 55 • Esto sólo indica que adjetivo y adverbio se diferencian como comportamientos de las palabras y no como clases de palabras. Para un hablante mapuche (según permiten suponer los datos aportados por Lenz) no es lo mismo 'dormiré bien' que 'mi buen sueño futuro' (aunque en muchas lenguas se expresan estos dos contenidos con la misma expresión, según vimos antes), como sería el caso si no hubiese diferencia entre el comportamiento adjetivo y el adverbial. Podemos comparar el ejemplo aducido por J. P. Rona con algún otro de los que R. Lenz 56 proporciona del mapuche. Ya vimos que la palabra küme podía funcionar como adjetivo y como adverbio. En el siguiente ejemplo podemos ver la misma palabra funcionando como verbo: tefachi manshana küme-i 'estas manzanas (son) buenas'. La partícula '-i' es marca de indicativo. Pero no es correcto decir que los adjetivos admiten terminaciones verbales y, por tanto, que no siempre se puede distinguir entre verbo y adjetivo. Simplemente en esta lengua parece que no hay signos léxicos que sólo se manifiesten en sintagmas de cierta categoría, sino que cualquier signo léxico puede ser componente de un sintagma de cualquier categoría. La traducción que propone Lenz del ejemplo citado no deja de ser, lógicamente, una traducción idiomática. Parece que ' el giro español que se correspondería con la secuencia que estamos comentando sería «las manzanas buenean»;. küme-i es simplemente un verbo. También este ejemplo avala la suposición de que el caso citado antes de che mandu ,a es un sincretismo. Lo que nos induce a interpretar küme-i como «buenean» es la presencia de '-i', que caracteriza al indicativo. Pero esta partícula no aparece si el verbo debe entenderse en l.ª del sing., y, por tanto, si el hablante estuvie55
56
R. Lenz, La oraci6n y sus partes, Madrid, 1935, pág. 231. /bid., pág. 337.
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Las partes de la oración
se hablando de sí mismo («soy bueno») debería haber usado la palabra küme, que es la misma que se utilizaba como adjetivo en nieimi küme ruka ('tienes buena casa') y como adverbio en küme umautuan ('dormiré bien'). Lo que, repitamos, no autoriza a afirmar que no existe diferencia entre el comportamiento adjetivo, adverbial y verbal en esta lengua. La única razón por. la que se tiende a interpretar küme-i como un adjetivo que admite morfemas verbales es la extrañeza que produce a un hablante occidental el hecho de que en una lengua se pueda decir que algo « buenea»; pero no creemos que esto deje de ser un simple prejuicio cultural. Hay en este tipo de lenguas ejemplos igual de sorprendentes: meli tripantu-a-i pun 'cuatro años será noche' 57 • Tripantu significa en mapuche 'año', la '-a' es marca de futuro y la '-i' de indicativo. Parece, pues, que tripantu-a-i debe entenderse como «añeará» ('la noche «añeará» cuatro veces', o algo similar). Lo que estamos discutiendo en· este párrafo son cuestiones de hecho, pero no de principio. Estamos dirimiendo si el tipo de lenguas que habitualmente se presentan como ejemplo. de sistemas sin partes del discurso responden o no a esta característica, o si más bien la no· distinción de partes de la oración es resultado de un análisis inadecuado de los hechos. Pero como veremos, la existencia de partes del discurso es necesaria en todo sistema lingüístico por principio. Tan inconcebible es un sistema sin. modos diferenciados de comportamiento sintáctico como un sistema sin número plural de fonemas. La argumentación es, en todo caso, semejante a la relación entre el concepto de fonema y el fonema /f/ o el fonema /p/ del español, lengua en cuyo marco ambos fonemas han de ser entendidos como invariantes sin ninguna duda (teniendo en cuenta que este es el único marco en el que son aprehensibles estas unidades). En los dos casos se trata de una relación entre unidades teóricas y modos históricamente determinados de darse esas unidades. En definitiva, las rel~ciones sintácticas dadas en Ieng~as concretas serían «modelos» de las categorías sintácticas, en el sentido que antes dimos al término «modelo» (1.1.1 .4.4). Con lo dicho hasta ahora no se agotan las observaciones a que podrían dar lugar las caracterizaciones de las partes de la oración tomando como criterio las funciones sintácticas, sin duda aprovechables más adelante. Lo único que queremos resaltar es que las 59
R. Trujillo, Elementos de. semántica... , pág. 192.
Carácter genérico de las partes del discurso
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llamadas definiciones funcionales no son realmente definiciones. Una unidad de la lingüística general no se deja definir a partir de términos sólo comprensibles en el marco de una lengua particular, como son las relaciones sintácticas. Lo que se hace realmente en estos casos es especificar cómo se dan y cómo funcionan las partes de la oración en esta lengua. De la misma manera que la descripción de la función que hacen las ruedas concretamente en el automóvil nunca se puede entender como una definición del concepto de rueda, toda vez que el automóvil es sólo uno de los objetos en que cabe reconocer la presencia de la rueda. Tampoco significa esto rechazar que sea justamente un criterio funcional el que nos muestre la naturaleza de las partes de la oración. Significa sólo que, si realmente estas unidades son definibles a partir de algún tipo de funciones, tales funciones han de ser también definibles en el grado de «generalidad» que conviene al estudio de las partes de la oración, es decir, han de ser ellas mismas funciones genéricas definibles en el marco de la teoría general. De ahí lo inadecuado de recurrir a las funciones sintácticas, reconocibles sólo en el marco de una lengua histórica. Dejaremos para más adelante los comentarios sobre las definiciones formales o morfológicas, pues para su estudio tenemos que entrar en otro tipo de cuestiones que transcienden los objetivos de este capítulo, dedicado sólo al examen del nivel de generalidad de la lingüística en que cabe situar el tema de las partes del discurso.
Signos autónomos y signos dependientes
2.
LAS UNIDADES CATEGORIZADAS
2.0. Una unidad lingüística, dada en el plano morfosintáctico, es caracterizada por la teoría o por la gramática (según el nivel de generalidad del estudio de que se trate) desde dos ángulos: según el estatuto que esa unidad tenga en un todo más amplio que la propia unidad (que es en definitiva, como veremos, de donde se desprende su definición), y según su contextura, es decir, según el tipo de elementos de que puede estar constituida y según la configuración que tengan esos elementos en la unidad en cuestión, tomada ella ahora como un todo. En el primer caso se explora lo que la unidad puede hacer en una totalidad que la contiene; en el segundo, lo que se observa es lo que puede ocurrir en el interior de esa unidad, considerándola a ella como el continente. Se puede decir de un sintagma, por ejemplo, que es un signo capaz de constituir un mensaje aislado y de combinarse con otros para formar mensajes más amplios. Y dicho esto, podemos a continuación distinguir, siempre a título de ejemplo, el caso de los sintagmas que se componen de un solo monema (cárcel) de aquellos que resultan de la combinación de un signo léxico· y un signo morfológico (bueno). En este capítulo no intentaremos dar una definición de cada una de las partes del discurse;,. Lo que vamos a intentar es, en primer lugar, saber qué unidades están categorizadas y cuáles no; es decir, se trata de comprender de qué tipo de unidades lingüísticas es pertinente preguntarse si son sustantivos o adjetivos. O dicho de otro modo, qué unidades estarían afectadas por la definición de sus tan-
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tivo, adverbio o verbo. En segundo lugar, estudiaremos la contextura de las unidades categorizadas, es decir, todo lo que puede ocurrir dentro de las unidades de las que quepa decir que pertenecen a tal o cual parte del discurso. Sabiendo qué unidades están categorizadas y conociendo toda la casuística de estas unidades será como demos otro paso en la comprensión de la naturaleza de las partes de la oración.
2.1.
SIGNOS AUTÓNOMOS, SIGNOS DEPENDIENTES Y PARTES DE LA ORACIÓN
2.1.1.
SIGNOS AUTÓNOMOS Y SIGNOS DEPENDIENTES
El mecanismo de la significación consiste básicamente en la síntesis que un sujeto hace de una realidad ausente y una realidad presente en sus sensaciones a partir de la cual se actualiza la primera «como si se ampliase el horizonte de sus percepciones» 1 • En unos casos, el signo es el componente único de un mensaje: son los signos que, refiriéndose a una lengua natural, suelen llamarse enunciados. En otros casos el signo puede no constituir por sí solo un mensaje completo, sino representar sólo una parte del mensaje: en Juan corre, el signo corre no es un mensaje sino una parte de él. De estas dos posibilidades de funcionamiento se deducen dos tipos fundamentales de signos. Por un lado estarían aquellos que tienen la posibilidad de constituir en algún contexto (al margen de que sean o no frecuentes esos. contextos) un mensaje completo, sin perjuicio de que puedan aparecer también como constituyentes de mensajes más amplios. Por otro lado estarían aquellos signos que aparecen siempre como partes de un mensaje y carecen de la posibilidad de constituirlo por sí solos. Los primeros son los llamados 1
K. Bühler, Teoría del lenguaje, Madrid, Alianza Universidad, 1979, pág. 58.
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Unidades categorizadas
signos autónomos y los segundos forman el tipo de los signos dependientes. A la primera clase pertenecen los llamados sintagmas y grupos sintagmáticos y a la segunda todos los signos morfológicos y la mayor parte de los signos léxicos. Podríamos marcar la diferencia entre los sintagmas y los monemas diciendo que los primeros son los signos autónomos más pequeños no analizables en unidades menores que sigan siendo autónomas (véase la precisión hecha en 2.3 .1.1 en letra pequeña), en tanto que los segundos son simplemente los signos mínimos ( = signos no compuestos de partes menores que sigan siendo signos), que, en principio, no tienen fun,ción comunicativa, es decir, signos cuyo papel no es el de constituir
mensajes completos. El diferenciar los sintagmas de los monemas dando como rasgo distintivo de los primeros su capacidad para formar mensajes completos puede parecer inexacto si consideramos los casos de signos como hoy, ayer, cárcel, etc., que, no siendo analizables en unidades ••J significativas menores, y por tanto pudiendo. ser considerados cómo .:. • monemas, tienen sin embargo la posibilidad de formar por sí solos un mensaje completo. Pero estos ejemplos no invalidan la afirmación anterior. Es frecuente que en un nivel de análisis determinado se registre una unidad sustancialmente idéntica a la registrada en otro nivel de análisis distinto, que lógicamente establece tipos de unidades distintos. Al analizar el enunciado voy a Madrid, la misma unidad a la vamos a encontrar como significante, al segmentar el mensaje en significantes, y como fonema, al hacer la partición en figuras de expresión. Y esto no invalida la afirmación de que I~ diferencia entre el significante y el fonema reside en la asociación irregular e impredecible con el plano del contenido, en el caso de los fonemas. Si traemos hasta aquí el pensamiento de L. Hjelmslev de que «la 'forma', en ... sentido general, se define como el conjunto total, pero exclusivo, de las marcas que, según la axiomática elegida, son constitutivas de definiciones» 2 , podemos decir en tér2
L. Hjelmslev, Ensayos lingüísticos, Madrid, Gredos, 1972, pág. 62.
Signos autónomos y signos dependientes
minos glosemáticos que el monema ayer es sustancialmente idéntico, pero formalmente distinto, del sintagma ayer: la identidad sustancial es obvia; pero lo que define ayer como monema (el hecho de no ser analizable en signos menores) es distinto de aquello que lo define como sintagma (el hecho de poder constituir un mensaje y no ser analizable en partes menores que tengan la misma capacidad). Si las marcas constitutivas de definición son lo que constituye
la forma, y si las marcas que definen a ayer como monema son distintas de aquellas que lo definen como sintagma, inevitablemente el monema ayer y el sintagma ayer son entidades formalmente diferen tes, es decir, son simplemente unidades' teóricas distintas.
2.1.2.
CONCURRENCIA DE SIGNOS AUTÓNOMOS Y CONCURRENCIA DE SIGNOS DEPENDIENTES
Tanto los signos autónomos como los dependientes tienen la capacidad de combinarse entre sí para dar lugar a unidades más amplias. Lo que trataremos de hacer a continuación es llegar a ver en qué consiste y en qué se distingue (si se dis.tingue en algo) la combinatoria de signos autónomos y la combinatoria de signos dependientes, y además comprender la naturaleza de esas unidades mayores a que da lugar la concurrencia de signos autónomos, por un lado, r de signos dependientes, por otro. Para ello empezaremos por hacer una serie de precisiones sobre lo que debe entenderse por combinatoria sintagmática, para a continuación cotejar las unidades resultantes de la combinación de signos autónomos (enunciados) con las resultantes de la combinación de signos dependientes (sintagmas) y, finalmente, hacer un primer acercamiento a la particularidad que representan las relaciones sintagmáticas dadas entre signos autónomos, es decir, hacer un primer acercamiento al estudio de la: noción de relación sintáctica. Iremos viendo con el desarrollo del propio trabajo la importancia que tienen estas cuestiones en la problemática global de 13:s partes del discurso. GRAMÁTICA GENERAL. -
Ir,
113
8
114 2.1.2.1.
2.1.2.1.1.
Unidades categorizadas LAS RELACIONES SINTAGMÁTICAS: PRECISIONES.
Paradigmas y cadenas (clases y todos).
Es unánime la conciencia de que las unidades relacionadas sintagmáticamente y las relacionadas paradigmáticamente forman en los dos casos, todas juntas, una nueva unidad. A la unidad formada por un grupo de unidades en relación paradigmática la llamó Hjelmslev paradigma y a la formada por unidades en relación sintagmática cadena, haciendo consistir la diferencia entre ambas unidades, paradigma y cadena, en ser alternantes los elementos de la primera y co-presentes los de la segunda. También es de común acuerdo la observación de que sólo pueden contraer uno u otro tipo de relaciones unidades registradas en el mismo nivel de análisis, lo que impide que se pueda entender que están en relaci.ón paradigmática o sintagmática un fonema con un monema, o un monema con un rasgo pertinente. Pero el tipo de estructura que caracteriza a un paradigma es bastante distinto del que representa una cadena. Dada una pluralidad de términos de un nivel de análisis determinado, por ejemplo los fonemas /p t k/, decir que forman un paradigma significa que forman juntos una nueva unidad tal que resultan, desde el punto de vista de su condición de miembros de esa unidad, elementos idénticos. Aquí serían los rasgos «oclusivo - sordo» los que establecen el esquema de identidad, porque a partir de ellos una pluralidad de términos borra sus diferencias y se hacen, en tanto que oclusivos y sordos, idénticos e intercambiables: todos asumen estos rasgos en la misma medida y ·en la misma forma. Un paradigma constituye, por tanto, un ejemplo de clase lógica, donde la intensión está representada, en el caso citado, por los rasgos «oclusivo - sordo» y la extensión por todas aquellas unidades de las que resulta predicable esa intensión. El término intensional,' a partir del cual se establece un paradigma, indica una propiedad que una serie de unidades individuales
Signos autónomos y signos dependientes
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comparten, y desde el punto de vista de la cual se hacen irrelevantes sus diferencias. En nuestro ejemplo, cuando hablamos de consonantes oclusivas sordas, hablamos de todas las unidades que integran ese paradigma indistintamente, sin interesarnos por las diferencias que se puedan establecer entre ellas desde otros puntos de vista (como puede ser el punto de articulación). En realidad, con la expresión «oclusivo - sordo» no es a unidades individuales a lo que estamos aludiendo, sino a una propiedad o predicado común a varias unidades individuales. Las propiedades a partir de las cuales se establecen las cadenas (unidades vinculadas por una función «tanto... como»), en cambio, no indican un rasgo común que hace idénticas a una serie de unidades, agrupadas de esta manera en una «clase». Lo que indican es una proporción constante, una especie de «orden» regular, establecida entre los componentes de dos o más clases diferentes, definidas (intensionalmente) justamente como términos de esa relación de «orden». Si los rasgos «oclusivo - sordo» constituían un criterio a-partir del cual el fonema /p/ «valía tanto» como el fonema /ti y el fonema /k/, un rasgo como la «concordancia en género y número» no indica propiedad alguna de unidades individuales, sino, por ejemplo, que la proporción dada entre los componentes de la secuencia casa blanca es la misma con la que se presentan los de la secuencia niño alto. Naturalmente, las unidades componentes de un paradigma son diferentes unas de otras; entre ellas ha de haber alguna diferencia objetiva (si no, serían todas una). Pero lo que queremos recordar es que cuando se dice de una unidad que pertenece al· paradigma de fonemas oclusivos sordos, se está prescindiendo por irrelevantes de las diferencias que distinguen a cada una de esas unidades de las demás de ese paradigma. Lo que podamos decir de la /p/ como oclusiva y sorda lo podemos decir también de las otras unidades que contengan tales rasgos: si dos unidades (p/t) son idénticas atendiendo a unos rasgos (oclusivo - sordo) y diferentes atendiendo a otros (labial/dental), es en virtud de los rasgos por los que resultan
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Unidades categorizadas
idénticas por lo que se las reconoce como componentes de un mismo paradigma. Por eso decimos que este paradigma constituye un esquema de identidad entre unidades. Por el contrario, dos unidades pueden ser componentes de una misma cadena ( = pueden estar en relación sintagmática) sólo como miembros de paradigmas diversos. Aunque los fonemas /p/ y /t/ tengan distinto punto de articulación, los dos pertenecen al paradigma de los fonemas oclusivos - sordos por compartir esos rasgos. En el eje sintagmático, sin embargo, dos signos como corredores y corrieron, que aparecen en una secuencia como los corredores corrieron en .circunstancias precarias, pueden pertenecer a un mismo paradigma desde el punto de vista léxico; pero aquí son componentes de una misma cadena en tanto que miembros de paradigmas distintos. La concordancia no se establece entre ellos como miembros (idénticos) del mismo campo léxico, sino como componentes de clases diferenciadas desde otros puntos de vista (por tanto, cop10 unidades diferentes): sustantivos/verbos. Desde el punto de vista sintagmático, es justamente el hecho de ser unidades diferentes lo que permite que estas puedan ser componentes de la misma cadena. El rasgó que definía un paradigma era un punto de vista desde el cual resultaban iguales algunas unidades, y por el cual se borraban sus diferencias; el rasgo que define una relación sintagmática no borra las diferencias de los miembros que la contraen, sino que las reproduce. Los paradigmas tienen una estructura de clase, en tanto que las unidades ·relacionadas. sintagmáticamente forman un todo, es decir, una fusión de unidades diferentes en una unidad superior, que a la vez las presupone y desborda lo que serían por sí solas las unidades yuxtapuestas. En el primer capítulo (1.1.1.4.2), tratando de precisar qué queríamos decir cuando afirmábamos que la «lengua» de la lingüística general era una «clase», hablábamos de la distinción entre dos tipos de identidad: la igualdad y el módulo. Algunos lógicos llaman clases combinatorias a las que representan una identidad modular establecida entre una serie de elementos, y reservan el término de clase
Signos autónomos y signos dependientes
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porfiriana para referirse a aquellas cuyo fundamento lo constituye una igualdad 3 • Esta distinción tiene que ver con otra que separa dos tipos de totalidades: las de tipo distributivo y las de tipo atribu-
tivo. Las totalidades de tipo distributivo constan de elementos iguales y simétricos. En ellas es propio de cada elemento lo que es propio de la totalidad. En el caso de las totalidades formadas atributivamente, los elementos no mantienen entre sí una relación de equivalencia, sino que componen de consuno la totalidad a modo de partes y, por tanto, en virtud de relaciones de contigüidad, más que de semejanza 4 . Lo que estamos llamando «clase» tiene que ver con las totalidades establecidas distributivamente, en tanto que con el término «todo» nos referimos a las totalidades de tipo atributivo. Lo dicho en este párrafo implica, por tanto, el reconocimiento de los paradigmas como totalidades de tipo distributivo, en tanto que las cadenas son un ejemplo claro de totalidades atributivas. En sus Prolegómenos, L. Hjelmslev se refiere a la unidad formada por elementos en relación sintagmática y a la unidad formada por elementos en relación paradigmática con el término equívoco de clase, relacional en el primer caso y correlacional en el segundo. Decimos que es equívoco porque, efectivamente, el término «clase» se utiliza en dos sentidos diferentes en los Prolegómenos: unas veces hay que entenderlo como clase distributiva (en· lo sucesivo hablaremos, sin más, de «clase») y otras como clase atributiva (en lo sucesivo, «todo»). Hjelmslev define la clase como «objeto que se somete a análisis», es decir, «objeto que se describe, por las dependencias unifprmes de otros objetos respecto de él y entre sí». Pero, por el uso que hace de este término a lo largo de la obra, hay que entender que estos objetos que sostienen las dependencias uniformes de las que resulta la definición de la clase unas veces forman un contexto de igualdad y otras veces no. La utilización del mismo término «clase» para referirse a las unidades «paradigma» y «cadena» es un buen ejemplo de ello, pues estamos viendo que son dos tipos de estructura 3 Los conceptos de clase combinatoria y clase porfiriana están desarrollados en G. Bueno, Estatuto gnoseológico de las ciencias humanas, 2 vols., Madrid, Fundación Juan March, 1976 (inédito), sobre todo en el tomo I, págs. 319 y sigs.; ver también J. Velarde, Tratado de lógica, II: Lógica formal, Pentalfa, 1982, págs. 205 y sigs. 4 Ver G. Bueno, op. cit.
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Unidades categorizadas distintos. Pero donde más llamativo resulta este equívoco es en la definición que da de «lengua». La lengua es, para Hjelmslev, un «sistema semiótico», lo que desarrollando los tecnicismos glosemáticos, y sin más precisiones que las que vienen al caso, quiere decir que la lengua es una clase de clases. En esta definición, que se obtiene del desarrollo de los conceptos de sistema y jerarquía 5 , se hace intervenir el término «clase» en dos sentidos diferentes: la primera mención hay que entenderla en el sentido de «todo» y la segunda en el sentido de «clase». La afirmación de que la lengua es una clase de clases habría que entenderla, según esto, como significando que la lengua es un todo cuyos elementos se agrupan en clases (=paradigmas). Por ejemplificar de nuevo con el contexto más reducido del signo lingüístico, podemos decir que los elementos que integran un signo (figuras de expresión, figuras de contenido ... ) se agrupan en paradigmas, por tanto, que existen rasgos a partir de los cuales se pueden establecer relaciones de identidad entre estos elementos que integran el signo. También podemos decir que el signo es el marco donde cobran realidad los elementos mencionados. Pero el signo mismo no es una clase que englobe a las demás y desde el punto de vista de la cual resulten idénticos sus componentes, que son, en primer lugar, el significante y el significado. Significante y significado son, como términos de la función signo, elementos necesariamente diferentes. Por ello el tipo de unidad que forma el signo es distinto del tipo de unidad constituido por cada uno de los paradigmas en que se agrupan sus elementos constitutivos: estos forman clases, pero el conjunto de todas estas clases ( =paradigmas) no forma una nueva clase, por ser todas ellas irreductibles a un criterio desde el que se puedan considerar unidades idénticas, sino que forman un todo: el signo, del que tales clases son «partes» (atributivas). Sólo se puede sostener la definición del signo como «clase de clases» a condición de entender que el término «clase» se está utilizando en dos sentidos ~iferentes. Con el campo global de la lengua ocurre lo mismo. Si bien sus elementos se agrupan ~n paradigmas y microsistemas, la «lengua»
5
Ver la lista de definiciones con que •fin~lizan los Proleg6menos.
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no es un criterio desde el que resulten idénticas las unidades fonológicas, gramaticales, semánticas, etc., sino un todo compuesto por unidades distintas, dadas en niveles distintos.
2.1.2.1.2. Las relaciones sintagmáticas y el habla. Algunas veces se han querido relegar los hechos dados en el nivel sintagmático al «habla», privilegiando los dados en el nivel paradigmático como componentes únicos de la «lengua». Pero en realidad los hechos observables en ambos niveles son, desde cierto punto de vista, del mismo tipo. Diríamos, en términos lógicos, que la diferencia entre los rasgos que definen a los paradigmas y los que definen a las cadenas es que, en el primer caso, estos rasgos constituyen predicados de· un argumento, que definen clases, en tanto que en el segundo caso estamos ante predicados de dos o más argumentos, que definen relaciones (en el sentido que Hjelmslev daba a este término): como el predicado es alto (que define la clase de los altos), frente al predicado esposo de (que implica dos argumentos y define una correspondencia entre dos clases). Sólo hay que tener en cuenta que paradigma y cadena son unidades lingüísticas y que, .para que así sea, el rasgo o predicado que las defina ha de ser él mismo un concepto definido a partir de conceptos lingüísticos, es decir, una unidad que resulte del análisis inmanente de la lengua, según lo expusimos en otro momento (1.2.2.2.2). Así, un rasgo como «animado» definirá un paradigma lingüístico, sólo si este rasgo se estableció también como rasgo lingüístico, en este caso como elemento de la realidad distinguido por el plano de la expresión en una lengua dada. Como característica ontológica que cabe atribuir· a determinados entes, no se podría entender nunca como un concepto en torno al cual se construyese un paradigma ni ninguna otra unidad lingüística. Y si los predicados (intralingüísticos) monádicos que definen paradigmas (como «número», «género», «oclusivo» ... ) se entienden como elementos constitutivos del saber lingüístico de los hablantes
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de una lengua y, por consiguiente, tanto el rasgo en cuestión como el paradigma por él caracterizado, se consideran unidades del sistema ( = de la lengua), no vemos por qué privar de ese mismo estatuto a los predicados diádicos (intralingüísticos) que definen cadenas (como «concordancia», «conmutable -en el contexto 'x'- porn, «adyacente de ... », etc.). Es indudable que también estos forman parte del inventario de unidades que permiten la comunicación entre los hablantes de una lengua, por más que las estructuras definidas por este tipo de rasgos sean diferentes de las primeras. Ambos ejes, sintagmático y paradigmático, constituyen con igual derecho la tangue, siempre que los rasgos por los que se definan sus unidades sean rasgos a su vez definidos lingüísticamente. La importancia que se dé al estudio de las relaciones sintagmáticas con respecto al estudio del eje paradigmático varía según escuelas y puntos de vista. Algunos autores estructuralistas no sólo conceden mayor relevancia teórica al estudio del eje paradigmático, sino que incluso consideran que sólo este eje está implicado en la 'idea misma de código. Así, L. J. Prieto 6 basa la primacía teórica del concepto de relación paradigmática en el hecho de que, al ser consustancial a cualquier mecanismo de indicación la operación de diferenciar un elemento de otros pertenecientes a la misma clase, el eje paradigmático es condición necesaria para la existencia misma del código. No es necesario que un estímulo se distinga siquiera de su ausencia para que pueda constituirse en hecho significativo. Por el contrario, la existencia del eje sintagmático no afecta sino a la economía de ese código, al coste de fa información transmitida a través de él, pero no es condición para que exista el código como tal. Por ello, siendo posibles y reales códigos carentes de un eje sintagmático, en los que sus signos no pueden formar secuencias, es impensable un código en el que no exista un eje paradigmático. La existencia de códigos en los que no se distingue nada parecido a un eje sintagmático es evidente. Lo que nos cuestionamos es si realmente es cierto que en ningún código puede faltar un eje para6
L. J. Prieto, Pertinencia y práctica, Barcelona, Gustavo Gilí, 1977.
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digmático. Más en concreto, nos preguntamos si cuando se afirma que hay códigos con un eje paradigmático pero sin :je sintagmát!co se está dando a la expresión «relación paradigmática» un sentido
acorde con la idea de paradigma ortodoxa de la lingüística actual. En un mensaje dado, se dice que un elemento de ese mensaje está en relación paradigmática con todos aquellos elementos cuya presencia queda excluida por la presencia del primero. Representa por tanto ese elemento una elección hecha de entre todas aquellas unidades que podrían desarrollar como él el cometido que cumple en ese mensaje. Es esta aportación común que pueden hacer al mensaje el rasgo que identifica, en un cierto nivel, a esas unidades Y el que define el paradigma que forman. Las otras unidades que no comparten ese rasgo no están en relación paradigmática con el elemento en cuestión y este no excluye la presencia de aquellas en el mismo mensaje. Si, no obstante pertenecer al mismo paradigma, y por tanto ser unidades equivalentes a un cierto nivel, no es indiferente para el mensaje la elección de una u otra unidad de ese paradigma, ello es debido a que esas unidades son sólo iguales co?siderando el rasgo que define a ese paradigma, pero diferentes s1 se consideran otros rasgos. Cada uno de esos rasgos que diferencian a un elemento de los demás de su paradigma es a su vez el rasgo que define a otro paradigma distinto del primero. Así, el fonema ¡ el es idéntico al fonema / o/ si atendemos al rasgo de abertura; y lo que hace que no sea indiferente la elección de una u otra ~ni~~d es que el fonema / e/ difiere del fonema / Q/ por su locahzac1on palatal, rasgo que sin embargo lo hace idéntico a la /i/, Y que por tanto es el que define un nuevo paradigma. Las unidades que perte-:necen a un mismo paradigma están, como miembros de ese paradig•ma en una relación de equivalencia, pero cada una de ellas contiene otr~s rasgos a partir de los cuales establece relaciones de equivalencia con otras unidades no incluidas en ese paradigma Y por estos rasgos se diferencia de los otros miembros del paradigma en cuestión. Reconocer como diferentes las unidades de un mismo paradigma no es reconocer ninguna singularidad de cada una de esas unidades, sino simplemente reconocer la existencia de otros paradigmas en el mismo código. Si dos unidades que comparten el mismo rasgo,
y de las que decimos que están en relación paradigmática por com-
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Unidades categorizadas partir ese rasgo, no fuesen además miembros de otros paradigmas distintos, establecidos por otros rasgos, simplemente serían la misma unidad; si el único rasgo reconocible en estas unidades establece una relación de identidad entre ellas, y no se puede observar en ninguna un rasgo que la haga miembro de un paradigma del que no sea miembro la otra, no se puede decir que haya relación paradigmática entre esas dos unidades simplemente porque no· hay dos unidades. Una primera conclusión de todo esto es que no puede haber sistemas con un paradigma único, o lo que es lo mismo, en ningún • caso puede darse que un paradigma englobe todas las unidades de un código, pues de ser así, todas esas unidades resultarían ser la misma (recuérdese lo dicho al final de 2.1.2.1.1 en letra pequeña). En un código en el que no exista un eje sintagmático, por tanto en el que no se puedan combinar dos unidades en un mismo mensaje, el número de signos que lo componen y el número de mensajes posibles en ese código es el mismo. Cada una de las unidades que lo componen sería en realidad uno de los mensajes que se pueden cifrar en ese código. Por tanto no vemos cómo se puede hablar aquí de relaciones paradigmáticas si no es entendiendo que este código comporta un único paradigma. Pero, según estamos viendo, si todas las unidades pertenecen a la misma clase,. en el contexto de la cual resultan unidades idénticas, y .no hay posibilidad de estudiarlas por referencia a otras clases, resultarían ser todas esas unidades una sola. Sólo puede haber paradigmas de unidades en un sistema con varios paradigmas. Y para que haya varios paradigmas han de cumplirse unas condiciones. La primera es que en cada momento de un acto de comunicación no sean posibles todas las unidades que c~mponen el código. Un código cuyos mensajes se compongan •siempre de una sola unidad permite en cada acto comunicativo que se utilice cualquiera de esas unidades, pues todas ellas corresponden a un acto comunicativo completo. En segundo lugar, si lo que hace que en un momento de la comunicación tengamos que elegir entre varias unidades de forma excluyente es que todas. ellas podrían desempeñar el mismo cometido en ese punto de la comunicación, y es ese cometido el que da existencia al paradigma, para que haya en un código varios paradigmas
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(para que se pueda hablar, por tanto, de relaciones paradigmáticas en ese código) es necesario que haya cometidos diferentes que cumplir, que definan así paradigmas distintos. . y todo ello converge en la necesidad de que los mensaJes de ese código hayan de ser mensajes compuestos de varias unidades (~o necesariamente significativas) que realicen distintos cometidos o funciones y que, por tanto, al ser esas funciones (en sentido amplio) lo que distingue a los distintos paradigmas, estén todas ellas presentes en el mensaje en tanto que miembros de paradigmas diversos (=en tanto que unidades diferentes), aunque desde otros punt.os de vista y en otros contextos puedan estar en relación de alternancia. Así pues, no puede hablarse con propiedad de relaciones paradigmáticas más que en aquellos códigos en que existe un eje sintagmático. La posibilidad de combinar unidades diferentes en un mismo mensaje es condición para que se puedan reconocer relaciones paradigmáticas en un código. Lo expuesto hasta aquí lleva a la conclusión de la dependencia del eje paradigmático con respecto al eje sintagmático. Podem~s preguntarnos a continuación si esta dependencia es unidirec~i?nal. ~s decir si también ocurre a la inversa, a saber: que tamb1en el eJe paradigmático es condición para que se pueda hablar de un eje sintagmático. Lógicamente, para poder admitir que los mensajes cifrados en un código se ordenan según relaciones sintagmáticas, hay que entender que esos mensajes no son simples sino que están comp~estos de unidades diferentes. Para poder interpretar que una secuencia como ABCDE constituye un mensaje compuesto por cinco unidades hay que entender que cada una de estas supuestas ci~co unida~es representa una elección de entre otras posibles que hubieran podido aparecer. Si no fuera así, esta secuencia sólo tendría dos interpretaciones posibles: . -La primera sería que el mensaje no se compone realmente de cinco unidades, sino que se trata de un todo analizable. Aun cuando un ladrido de un perro sea prolongado en el tiempo, y aun admitiendo que pueda constituir un mensaje, nunca podemos concluir que el ladrido se componga de unidades menores, por no representar ninguna de las inflexiones que se van sucediendo a lo largo del tiem-
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po una elección entre otras posibles. Por eso, si el ladrido es en verdad un mensaje, es, como mensaje, un solo elemento unitario. En el caso de la sucesión de sonidos [ts] en castellano, es el hecho de que [t] no represente una elección de entre otras unidades posibles lo que hace que se interprete esa sucesión como una unidad inanalizable. -Por otra parte, si hay razones para entender que ABCDE no r~presentan un todo inanalizable, sino efectivamente cinco unidades diferentes, pero tales que ninguna de ellas representa una elección de entre otras unidades en relación de alternancia con ellas, no podem?s ente~der que realmente ABCDE sea un mensaje compuesto de cmco umdades, sino cinco mensajes yuxtapuestos, cada uno de ellos unitario e indivisible. Así pues, los conceptos de paradigma y cadena se realimentan mutuamente y son interdependientes. No podemos suscribir la afirm~ción de ~ri~to de que el eje paradigmático es inherente a la idea misma de cod1go, en tanto que el sintagmático puede no existir sin que _el código deje de ser tal. Más bien habría que decir que la exis- . tenc1_a ~el do?Ie eje paradigmático y sintagmático hace aumentar el ' ren~1~1e~to mformativo de los códigos, sin ser una característica deflmt~na. de la ~o.ción de código. Por eso, en algunos códigos existe un eJe smtagmatlco y un eje paradigmático y en otros simplemente no existe ninguno de los dos.
2.1.2.1.3.
Carácter idiomático de los paradigmas y las cadenas.
Que~a por recordar que las unidades formadas por elementos en relación paradigmática, por un lado; y las unidades formadas P.ºr elemento~ en relación sintagmática, por otro (paradigmas y cadenas r.espect1vamente), son unidades idiomáticas. Quiere ello decir ~ue, dado que cuando se agrupan una serie de unidades de un cierto Upo h~ de haber un término que defina tal agrupación, el término a partir del cual se establece un paradigma o una cadena ha de ser un término sólo definible en el marco de la lengua p;rticular en la que se reconoce la existencia del paradigma o de la cadena en cuestión.
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Podemos hablar del paradigma de morfemas «perspectiva» en el sistema verbal español, porque el término que da existencia a ese paradigma, el concepto de «perspectiva», es una unidad aprehensible y reconocible sólo en los usos del idioma castellano, en cuanto sistema único e irrepetible en su clase. No se podría, en cambio, hablar con propiedad del paradigma de «monemas» del español, toda vez que aquí el término que da existencia al supuesto paradigma, la noción de monema, no es una unidad dada en el castellano como lengua histórica, sino que sólo es reconocible en la «lengua» como género. De la misma manera que no se puede hablar con rigor del paradigma de vocales del español, y sí del paradigma de «vocales palatales», puesto que el estatuto lingüístico del rasgo «palatal» sólo se puede establecer en el marco de la lengua particular considerada, resultando ser entonces una unidad idiomática, en tanto que el término «vocal» no designa una unidad dada en el contexto (histórico) del castellano, sino un tipo de comportamiento posible de las unidades fonológicas establecido en el marco de la lengua como clase. De la misma manera, el término a partir del cual dos o más unidades diferentes se funden en un nueva unidad que las desborda (la cadena) es siempre un término idiomático, dado en el contexto de una lengua particular. Sobre estas relaciones nos detendremos con demora más adelante.
2.1.2.2.
ENUNCIADOS
Y SINTAGMAS.
2.1.2.2.1. Dijimos antes que tanto los signos dependientes como los signos autónomos tenían capacidad para combinarse sintagmáticamente con otros signos y dar lugar a cadenas. Las unidades resultantes de la combinación de signos autónomos (enunciados) . y las resultantes de la combinación de signos dependientes (sintagmas) no son en ningún caso equiparables. Esto quiere decir simplemente que las relaciones sintagmáticas que regulan la co-aparición
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de signos dependientes y las relaciones sintagmáticas que regulan • la de los signos autónomos son de distinta naturaleza. Aquí vamos a cotejar ahora la unidad resultante de la combinación de signos dependientes con la resultante de la combinación de signos autónomos para dejar patentes algunas de sus diferencias y empezar a justificar así la existencia de un orden sintáctico como una dimensión particular dentro del eje sintagmático. N~ vamos a decir en este párrafo todo lo que debemos comentar acerca .de la unidad llamada sintagma y de la llamada enunciado, ni siquiera diremos lo fundamental. El desarrollo más pormenorizado de la naturaleza de estas unidades lo realizaremos más adelante (párrafo 2.3; de los enunciados hablaremos por extenso a partir del capítulo 3). El comentario que sigue es sólo un primer acercamiento, breve, a determinadas cuestiones que sólo vamos a introducir ahora por razones de exposición. Lo que resulta más evidente a la observación inmediata es que los enunciados son unidades más complejas que los sintagmas, lo que permite suponer que la combinatoria de los signos autónomos merece una consideración más pormenorizada. que la combinatoria de los signos dependientes. Tanto el sintagma como el enunciado refieren, por la regular asociación de la experiencia presente (expresión) Y. la experiencia ausente (contenido) de que están constituidos, una realidad seleccionada de entre otras posibles. Podría pensarse que es precisamente la simplicidad de la realidad que se transmite lo que diferencia al sintagma del enunciado. Precisamente la complejidad de la realidad designada por el enunciado se puede hacer consistir en el hecho de ser el resultado de la fusión de las varias experiencias simples referidas por sus sintagmas constituyentes en una sola. Pero la mayor complejidad de los enunciados con respecto a los sintagmas. no reside precisamente en la complejidad de la realidad designada (en el último capítulo desarrollaremos esta cuestión). Es dudoso que la realidad designada por sintagmas cerno vida o ciencia sea menos compleja que la referida por enunciados como tráeme el periódico.
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En realidad, tanto el sintagma como el enunciado, suelen ser unidades compuestas de signos menores, pero son dos tipos distintos de compuestos. La unidad de experiencia referida por el sintagma es una unidad aprendida: los elementos que componen la realidad conformada por un sintagma le son dados al hablante, por tradición, como tal unidad. Por el contrario, la experiencia a que alude un enunciado constituye también una unidad (no un simple conglomerado de elementos), pero esta es una unidad construida por el hablante. Precisamente si no existiesen en la lengua mecanismos que permitiesen a los hablantes construir unidades de experiencia no aprendidas a partir de las realidades (simples o complejas, pero en cualquier caso fosilizadas como una sola unidad de uso por la tradición lingüística) denotadas por los sintagmas, no se po~ dría transmitir con una lengua natural el infinito de experiencias en que pueden consistir nuestras necesidades de comunicación. Los elementos que forman la realidad significada por el sintagma, en tanto que realidad organizada por el hablante en su actividad, son más consistentes entre sí (tienen más «expectación mutua») que los que componen la realidad aludida por un enunciado. El significado global de un sintagma viene a ser el producto de los significados parciales de los dos signos dependientes de que suele estar constituido (signo léxico+ signo morfológico). Los elementos componentes de la realidad asociada de manera regular al significante de un signo léxico forman un conglomerado donde todas las piezas son inamovibles. Es como si esos rasgos aparecieran formando una escena de la realidad particularmente frecuente (y suficientemente imprecisa, lo que en el fondo viene a ser lo mismo) en la experiencia colectiva de una comunidad y se enquistasen formando una sola unidad en el uso lingüístico de esa comunidad. Ciertamente, sería sorprendente que existiera en una lengua como la nuestra una palabra que significara 'persona de 32 años que está leyendo el periódico'. Esta sería una referencia excesivamente precisa y, por tanto, infrecuente, lo que haría de la palabra que la designase un lujo del vocabulario (no es que sea infrecuente la experien-
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cia constituida por una persona de 32 años leyendo un periódico; lo que es infrecuente es que precisamente el hecho de que tenga 32 años y que esté leyendo un periódico sea relevante en los mensajes). 2.1.2.2.2. Por su parte, la realidad a la que alude el signo morfológico que se asocia con el signo léxico en el mismo sintagma es elegida por el hablante de entre un número muy reducido de realidades comqnicables posibles en ese contexto. En gato, la unidad de contenido 'masculino' se elige de entre dos posibilidades (masculino y femenino) y la unidad de contenido 'singular' sólo admitiría como alternativa una única unidad, la figura de contenido 'plural'. Además, la actualización de una unidad de entre las que integran el paradigma de género, por un lado, y de una de las que integran el paradigma de número, por otro, es obligatoria en un caso como este. Ningún sustantivo puede en castellano dejar de incluir una referencia a alguno de los dos géneros y a alguno de los dos nümeros. Por tanto, la referencia a alguna de las experiencias distinguidas por medios gramaticales es obligatoria y además el número de realidades •alternativas que componen las posibilidades de elección del hablante (y la incertidumbre del receptor) es muy pequeño (todos los paradigmas gramaticales son muy reducidos en componentes). Por estas dos razones la unidad de contenido concreta que se actualiza es altamente esperable en ese contexto: en gato, la unidad de contenido 'masculino' tiene, para el receptor una probabilidad de aparición muy alta, desde el momento en que «sabe» que el hablante tiene que actualizar forzosamente un género (así como la actualización o no de un adyacente de un sustantivo es más incierta), y desde el momento en que sus posibilidades de elección se reducen a dos unidades (de la misma manera que, si se actualiza un adyacente, tiene un gran número de posibilidades para elegir, por lo que el adyacente que finalmente se actualice era para el receptor muy incierto). En definitiva, el significado o significados gra- • maticales de un sintagma. representan, con respecto al significado
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léxico, un añadido muy débil (naturalmente, en cuanto a la referencia; como veremos, el añadido importante de los elementos gramaticales a un sintagma no es precisamente el referencial [ver sobre todo 2.3.1.6, 2.3.2 y 2.3.3]). Dado que el conjunto de figuras léxicas forman un grupo inamovible y que el conjunto de figuras gramaticales representa un añadido referencial débil con respecto a las anteriores, el conjunto global de figuras de contenido de ·un sintagma (en consecuencia, los rasgos de que se compone la experiencia referida por dicha unidad) forma un bloque muy compacto y en el uso lingüístico de los hablantes los signos que integran un sintagma se presentan con un alto grado de «cohesión interna» 7 • Las posibilidades creativas del hablante en cuanto a la manera de componer el sintagma a partir de sus unidades integrantes son muy limitadas. Por otra parte, la relación establecida entre los signos componentes del sintagma, de la que se deduce la escena de la realidad a la que se está aludiendo, es siempre la misma: la intersección lógica; si imaginamos como un círculo el conjunto de experiencias a que es aplicable un signo léxico y como otro círculo cuya área se superpone parcialmente con la del primero el conjunto de realidades a que puede aludir un signo morfológico que forme con el anterior un sintagma, sería el área común a los dos círculos lo que representaría el conjunto de experiencias conformables mediante el .sintagma así constituido 8 • 2.1.2.2.3. El caso de la composición de sintagmas en enunciados se nos presenta con unas características diferentes. Ciertamente, los sintagmas y grupos sintagmáticos que integran un enunciado tienen también una relativa «expectación mutua», pues de otra manera no podría ser uno el mensaje que constituyeran, ni compacta la experiencia a que hicieran referencia. Esta experiencia, evidente7
J. Lyi:ms, Introducción en la lingüística teórica, Barcelona, Teide, 1981, págs. 209 y sigs. 8 Ver L. J. Prieto~ Pertinencia y práctica, y Mensajes y señales, Barcelona, Seix Ba.rral, 1967. GRAMÁTICA GENERAL. -
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mente, constituye un todo unitario y no se reduce a ser una mera • yuxtaposición de elementos. Pero no puede entenderse, como en ' el caso anterior, como una experiencia no desmantelable en piezas constituyentes, ni como un registro casi exclusivamente memorísti"." co el saber que los hablantes tienen de los enunciados. De otra manera no se comprendería cómo son capaces de manejar en los actos concretos de comunicación unas unidades que se dan en nú- , mero infinito en cada lengua. Es en la construcción de enunciados donde la libertad o creatividad del hablante llega al máximo y donde, por tanto, la experiencia referida es más incierta para el receptor. La explicitación o no de signos que marquen dependencias respecto de otros es indeterminable a priori, a diferencia de lo que ocurría en la «construcción» de sintagmas. Además el nó.mero de elementos que están a disposición del hablante para concretar una dependencia es amplio, lo que también contribuye a aumentar la incertidumbre del receptor. Tan sólo son limitadas las propias dependencias o moldes formales por los que se pueden fundir en una sola las experiencias referidas por los signos concretos que contraen esas dependencias. Por otra parte, esas dependencias (que son las relaciones sintácticas y que existen siempre en un número limitado pero plural) no prefiguran una relación objetiva concreta que se tenga que dar entre las unidades denotadas por los signos que las cd'ntraen, como ocurría en el caso de los sintagmas, donde siempre se trataba de una intersección entre los significados de los signos integrantes. No es de extrañar, pues, que un hablante no letrado. tenga una conciencia más clara de los signos autónomos que utiliza que de los signos dependientes,· o lo que es lo mismo, que sea más capaz de analizar en partes un enunciado que un sintagma_: es más fácil que intuya que el enunciado los niños juegan consta de dos partes, que comprenda qúe en niños hay tres signos. Los niños juegan representa un tipo de secuencias que el hablante no tiene aprendidas de memoria, sino que está acostumbrado a construir (y reconstruir cuando hace de receptor). El está acostumbrado a manejar esas
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piezas constituyentes y por eso las identifica con relativa facilidad, al contrario de lo que ocurre con otro tipo de secuencias también compuestas, como niños. Por tanto, la mayor «cohesión interna» de los sintagmas (el orden rígido de los elementos que los integran, la imposibilidad c;Ie intercalar unidades entre tales elementos, etc.) no es un hecho meramente empírico que pueda no darse dependiendo de las características tipológicas de las lenguas. Es a la propia naturaleza del vínculo que une a las unidades de que se compone un sintagma a lo que se debe que este sea un elemento más compacto que el enunciado. 2.1.2.3.
LAS RELACIONES SINTÁCTICAS (INTRODUCCIÓN).
Como en el párrafo anterior, lo que vamos a desarrollar a continuación no es más que un primer acercamiento a las relaciones sintácticas. La exposición que sigue tiene algo de vaguedad y sólo acabará concretándose cuando volvamos sobre este tema al habla~ por extenso de los sintagmas, en este mismo capítulo, y de los enunciados, en el último (2.3.1 y capítulo 3). La existencia de un orden sintáctico parece ser el factor responsable de lo que se viene llamando la «creatividad lingüística», es decir, del hecho de que el número de mensajes posibles que se pueden cifrar en una lengua sea infinito, siendo sin embargo finitas las unidades de que se valen los hablantes para cifrarlos y descifrarlos. Esta idea de la creatividad ha •tomado una gran importancia en la Gramática Generativa, hasta el punto de convertirse en la principal tarea de la investigación lingüística. Y ciertamente constituye el aspecto más llamativo- de las lenguas naturales por relación a cualquier otro tipo de código. Sin embargo, pensamos que Chomsky y su escuela no sitúan la cuestión en el terreno apropiado. Según estos autores, si los hablantes son capaces de comprender y cifrar mensajes no aprendidos, el probl~ma central del estudio lingüístico consiste en descubrir
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y formalizar la predisposición innata, y por tanto común a todos los hombres, que los hablantes tienen para, apoyándose en la experiencia, operar con enunciados nunca oídos. La creatividad es así algo parecido a «capacidad de improvisación». Pero, así considerada, esta capacidad creativa del hombre no se manifiesta sólo en su comportamiento lingüístico. Una persona puede hacer gestos que nunca vio hacer a nadie, o dibujar imágenes que nadie le enseñó. Pero lo que le interesa a la lingüística no es estudiar las peculiaridades psicológicas que confieren al hombre la capacidad de improvisar, sino las particularidades de las lenguas ·naturales que hacen de estas un instrumento de comunicación útil para un infinito de situaciones. No se trata de estudiar la inteligencia con que el hombre es capaz de resolver situaciones variadas valiéndose de la rueda, sino examinar las peculiaridades geométricas que hacen a la rueda útil para esas situaciones. • ·2.1.2.3.1.
La sintaxis y la concurrencia de signos autónomos.
Existen códigos en los que se puede hablar de un eje sintagmático (y por tanto también paradigmático) sin que exista en él un plano sintáctico semejante al que se observa en las lenguas. Si el número de •las habitaciones de un hospital consta de dos cifras, la primera de las cuales indica la planta en que está ubicada y la segunda el puesto relativo que ocupa con respecto a las habitaciones de la misma planta (de manera que el 37, por ejemplo, sea el distintivo de la séptima habitación de lá terc~ra planta), el sistema de numeración de ese hospital constituiría un código dotado del doble eje paradigmático y sintagmático, dado que el puesto ocupado en la secuencia por las unidades es pertinente para la interpretación del mensaje y porque cada cifra dada en una secuencia representa una elección hecha de entre otras unidades 9 . 9
Ver sobre este tipo de códigos L. J. Prieto, Pertinencia y práctica, y Mensajes y señales. También E. Buyssens, La comunicación y la articulación lingüística, Editorial Universitaria de Buenos Aires, 1978.
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Sin embargo aquí no podemos hablar de un verdadero plano sintáctico. En este código son distinguibles dos tipos de signos. Por un lado están los signos autónomos del tipo 15, 32, 28... Por otro lado están unidades del tipo 1, 4, 3, 5 ... , que son, sin duda, signos, desde el momento en que a una expresión se asocia de manera estable un contenido (con la expresión 2 se asocia siempre el contenido «posición segunda», de la planta o de la habitación según su lugar en la secuencia), pero que a diferencia de los anteriores son signos dependientes: su aparición en la secuencia está condicionada a la aparición de otros signos. Podemos observar una diferencia clara entre la combinatoria sintagmática del tipo de código que estamos ejemplificando y la que se da en las lenguas. En este código numérico, ninguna de las unidades de que se compone un enunciado es un signo autónomo. Dicho d~ otra manera, ninguna de las unidades que componen un mensaje puede constituir por sí sola un mensaje. En cambio, si examinamos un enunciado cifrado en castellano, como los niños corren, podemos comprobar que se compone, como en el caso del código numérico, de signos dependientes como niñ-, -o-, -en ... , paralelos a las unidades del tipo 3, 5, 8, .. ., de que se componían enunciados como 35, 53, 88, etc. Pero además se puede comprobar que no es este el único tipo de signos de que se compone el enunciado los niños corren, sino que además tienen como componentes signos autónomos: tanto los niños como corren podrían constituir por sí solos ün enunciado. A diferencia del otro código, en las lenguas naturales los mensajes se componen de elementos que podrían • constituir por sí solos otros mensajes. Y la complejidad que pueden llegar a tener los signos autónomos que pueden ser parte de un mensaje más amplio es tal que se puede afirmar que no hay ningún enunciado cifrable en una lengua que no pueda ser componente de un enunciado mayor. Siguiendo la terminología al uso, cualquier enunciado concebible en una lengua puede, en algún acto de habla, constituir un sintag~a o grupo sintagmático de un enunciado mayor ..
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Por todo esto, empezamos por afirmar que se puede hablar de orga_nización s!ntáctica sólo en los códigos cuyos mensajes se dejen anahzar en umdades susceptibles de constituir, ellas mismas de forma aislada, un mensaje. También en el código formado por las señales de circulación constituye ':3-da una de estas señales un mensaje analizable en signos dependientes, portadores de significados como «prohibición» o «información», dados en un mismo enunciado junto a significa: dos co~o «velocidad máxima 50 kms/hora» y «hospital a 100 m.», respectivamente. Y en un momento dado podemos encontrar una información compuesta por dos signos autónomos, en principio de manera análoga a como ocurre en las lenguas. Así, en un mismo poste p~e~en_ ~parecer dos señales (=enunciados) que signifiquen, una, «hmitac1on de la velocidad a 30 kms/hora», y la otra, «zona en obr~s». Obviamente, aquí el «mensaje» global se compone de d?s umdades que, a su vez~ podían constituir un mensaje completo. Sm embargo, seguimos sin poder hablar de relaciones sintácticas dentro de este «mensaje» global, como las constatadas en el niño m_ira al perro. Este enunciado está compuesto, como en los otros :_Jemp~os, de unidades autónomas; concretamente, los signos el nino, mira, Y (e)l perro podrían ser los únicos constituyentes de otros tantos .enunciados. Pero el mensaje que comprendemos en el niño mira _al _perro no. es el único que estos tres signos son capaces de constitmr. Los mismos signos son los que integran la secuencia el perro mira al niño, que, sin embargo, constituyen un mensaje diferente al anterior. Por eso podemos decir que el «mensaje global» que entendemos en estas secuencias no se reduce a la yuxtaposición ~e los men~ajes parciales que podrían constituir, por separado, los signos autonomos que lo componen. Nada de esto ocurre con el código d~ s~ñales ~e circulación ni otros parecidos. El mensaje global constltmdo por las dos señales de tráfico aludidas es el único que estas dos sefíales juntas pueden transmitir, por lo que es inexact~ ~abiar aquí de mensaje global alguno. Ese mensaje no es algo d1stmto de la yuxtaposición de los dos mensajes atómicos transmití-
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dos por las dos señales de que se compone. No hay, en rigor, una unidad compuesta de otras dos, sino dos unidades yuxtapuestas. La sintaxis parece algo así como la «armonía» de las lenguas: si en música el componente armónico consiste en unas reglas que permiten sentir la combinación de varios sonidos, incluso melodías, diferentes y ca-presentes en una misma unidad, como un todo que es «algo más» que la suma de esos sonidos, la sintaxis de una lengua es el conjunto de procedimientos de que disponen sus usuarios para hacer de la co-presencia de signos diferentes que podrían ser mensajes completos un nuevo mensaje, que presupone y a la vez desborda a tales signos componentes. Teniendo en cuenta, además, que la propiedad de contraer una relación sintáctica ( = de formar con otro mensaje un mensaje diferente de la suma de los dos de partida) la tienen en las lenguas naturales todos los signos autónomos (=todos los enunciados posibles, incluidos aquellos que son ya resultado de la relación sintáctica establecida entre otros signos autónomos posibles), el todo en el que se funden (o al qu~ dan lugar) dos signos autónomos en relación sintáctica es, él mismo como signo autónomo, susceptible de contraer relación sintáctica con otro signo autónomo para dar lugar a un nuevo signo autónomo diferente de los dos, que a su vez gozará de la misma posibilidad. 2.1.2.3.2.
Carácter significativo de las relaciones sintácticas.
Obviamente, al poder ser el significado global de .un enunciado distinto del de otro compuesto exactamente por los mismos signos, relacionados sintácticamente de manera distinta en uno y otro, no se puede buscar en los significados parciales de que se componen la razón de la diferencia del significado global de estos enunciados, sino justamente en esa distinta organización sintáctica con que se presentan los signos concretos. Las relaciones sintácticas afectan de manera evidente al significado global de los enunciados. Y de aquí que se haya visto en algunos casos alas relaciones sintácticas como un tipo particular de signo.
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Existe una serie de rasgos que manifiestan que dos o más sintagmas tienen en un enunciado algún tipo de vinculación (y, consiguientemente, que no la tienen con otros). Estos rasgos van desde el uso de preposiciones hasta marcas de concordancia, flexión casual o una colocación fija con respecto al elemento con el que se marca la relación de que se trate. Pueden ser sintagmas y grupos sintagmáticos de muy diversa índole los que se sirvan de este tipo de rasgos, como es el caso en las secuencias vi a Juan y voy a Gijón, donde, siendo el mismo el rasgo empleado, son bastante diferentes las relaciones que vinculan a los sintagmas. Pero en oca• siones ocurre que sintagmas de una categoría aparecen vinculados de forma sistemática con sintagmas de otra categoría por una agrupación constante de rasgos del tipo mencionado. Cada una de estas marcas de relación (concordancias, preposiciones ... ) puede aparecer en construcciones muy diferentes, pero cuando un grupo constante de ellas constituye la manera regular por la que dos tipos de unidades, susceptibles cada una de constituir un mensaje completo, co~ aparecen dando lugar a un mensaje global que desborda a los dos mensajes que ellas representaban, esa agrupación de rasgos tiene un valor distinto del que tiene cada uno de esos rasgos aisladamente: ese conjunto de rasgos manifiesta la manera de ordenarse en un enunciado los signos autónomos, es decir, manifiesta una relación sintáctica. Ninguno de los rasgos que manifiestan la relación sintáctica puede marcar, por separado, el «orden» que marca la agrupación y todos ellos son necesarios para que se rec·onozca que dos sintagmas están vinculados por una u otra relación sintáctica; de la misma manera que ningún fonema componente de un significante es, por sí solo, capaz de evocar el significado y todos ellos son necesarios para actualizar dicho significado. Y dé la misma manera que el significante y todas las piezas de que se compone es una realidad percibida de hecho por nuestros sentidos, en tanto que los rasgos de la realidad distinguidos como significado constituyen una realidad más «oculta», por ser algo no percibido y a lo que sólo se llega a través.
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del significante, así el «orden» con que aparecen los sintagmas en la secuencia manifestado por una serie de marcas, es una realidad a la que sólo se llega precisamente a través de· esas marcas, que constituyen una realidad más inmediatamente perceptible. Y de la misma manera que un significante puede constar de una sola pieza ( == fonema), también la agrupación de marcas que manifiestan una
relación sintáctica puede constar de un solo elemento. 2.1.2.3.3.
Las relaciones sintácticas y los «strata» del signo.
Todas estas .analogías y la incidencia evidente de las relaciones sintácticas en el significado global del enunciado es lo que lleva 10 a autores como E. Alarcos, G. Rojo o S. Gutiérrez a considerar las relaciones sintácticas como una clase de signos, diferenciada de los monemas tanto por el tipo de significante como por el tipo de significado. Desde la perspectiva de Alarcos, entre las marcas que manifiestan la relación sintáctica y el «orden» que indican (y que se descubre a partir de ellas) hay una relación de forma de significante a forma de significado. 2.1.2.3.3.1. G. Rojo encuentra problemas para ver en este esquema de Alarcos los cuatro strata de Hjelmslev. Si no hay forma • a la que no corresponda una sustancia, tanto la forma de expresión constituida por las marcas, como la forma de contenido constituida por la relación global, han de verse manifestadas por una sustancia. y no hay problemas para entender que son realidades del tipo 'agente' o 'paciente' la sustancia que ·manifiesta a la forma de contenido de la relación sintáctica (siempre según este autor). Pero al no v~r Rojo cuál puede ser la sustancia de expresión correspondiente a las marcas de las relaciones, concluye que son justamente esas mar10 E. Alarcos Llorach, «Metodología estructural y funcional en lingüística», RSEL, 1977, págs. 1-16. S. Gutiérrez Ordóñez, «La determinación inmanente de las funciones en sintaxis», Contextos I/2, 1983, págs. 44 y sigs. G. Rojo, «La función sintáctica como forma del significante», Verba, 6, 1979. Ver también R. Trujillo, Elementos de semántica lingüística, Madrid, Cátedra, 1979.
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cas la sustancia de expresión; la relación global que manifiestanJ la correspondiente forma de expresión; realidades semejantes a los «casos» de Fillmore (agente, fuerza, causa, etc.), la forma de contenido que distinguen; y las realidades concretas referidas por los sintagmas concretos que cumplen la función sintáctica, la sustancia _ de contenido sobre la que se proyecta la rehición. 2.1.2.3.3.2. Encontramos dos problemas fundamentales en la interpretación de G. Rojo. El primero se refiere al plano de la expresión. No entendemos cómo pueden ser sustanciales elementos inequívocamente funcionales. Si es, por ejemplo, a través de la concordancia como podemos saber que un sintagma es sujeto de otro (y no vemos de qué otra manera podríamos saberlo), ese hecho de la concordancia es un hecho funcional y de ninguna manera sustancia desprovista de valor lingüístico. ¿Cuál sería entonces la sustancia de expresión? • La sustancia de cualquier unidad está constituida por todo lo que en tal unidad, pudiendo ser teóricamente aprovechable para la lengua, de hecho en esa unidad, dada en una lengua concreta, es irrelevante pero constante, común a todos los. hablantes de ese sistema (pues sólo de hechos sociales conviene precisar si son sustanciales o formales; recuérdese lo dicho en el primer capítulo sobre el carácter tradicional de las lenguas [1.1.2.2.3]). Así el rasgo de «fricativo» determinable en el fonema /b/ intervocálico, podría ser, teóricamente, un rasgo aprovechable en el sistema fonológico, pero en la unidad /b/, tal como se da en castellano, es irrelevante, pero constante y social: todos los castellano-hablantes pronuncian siempre fricativa la /b/ en ·esos contextos. En el campo de la sintaxis ocurren hechos similares. En una secuencia como se_ lo dijo, en español, la anteposición del signo se al signo lo es obligada. Un orden fijo es uno de los recursos de los que se puede valer una lengua para manifestar una relación sintáctica (es por tanto un hecho, en principio, aprovechable desde el punto de vista funcional). Sin ~mbargo, aquí resulta irrelevante
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es a fiJ' ación y además de irrelevante resulta ser un . hecho constante , . y social: no hay nadie que diga *lo se dijo. ~ste t1~0 de cara~tenst1cas formales de los enunciados, que son obhgatonos y afunc1onales nstituyen la sustancia de expresión que manifiesta a las marcas co ., d 1 l de las relaciones sintácticas. La sustancia de expres1on e a re a. 'n suJ· eto estará constituida por todas las imposiciones formales C10 . . a que se deban someter los sintagmas que la. cont_r~1gan, s1em~~e ue esas imposiciones formales no sirvan para 1dent1f1car la func10n q • • 1ar, sujeto: así por ejemplo, los sustantivos contables en smgu pospuestos al verbo, deben llevar obligatoriamen:e el .ª:tículo Y la presencia del artículo puede ser irrelevante para 1dent1flcar la función sujeto 11 . Por supuesto, como en el caso de los fonemas, P~,ede ocurrir que todos los rasgos formales constantes en una relac1~n sean funcionales, con lo que las marcas formales y su sustancia serían la misma cosa. La sustancia de expresión recubre, por tanto, con bastante aproximación el terreno que Martinet reserva a la morfología. Entre los rasgos formales que marcan las relaciones sintácticas, Y que constituyen en el esquema de Alarcos la forma de expresió~, Y los rasgos formales no funcionales, que constituyen la sustancia de expr~sión, pasa la frontera que separa el sistema de 1~ n~~ma, en el sentido dado por Coseriu a estos términos. Y const1tuman estos rasgos sustanciales una parte de lo que J. A. Martínez llama «requisitos funcionales» 12 • 2.1.2.3.3.3. El segundo problema que vemos en la exposición de G. Rojo se refiere al contenido, más en concreto a la consi~er~ción de los rasgos de tipo «agente» o «causa» como forma de s1gmficado. Son muchos los estudiosos que ven en las relaciones sintácticas mecanismos por los que se designan las «relaciones objetivas» que se dan entre los elementos de experiencia designados por los 11 J. A. Martínez, «Acerca de la transposición y el aditamento sin preposición», Archivum, XXXI-XXXII, 1981-82, págs. 493-512. . 12 J. A. Martínez, ibidem. A. Martinet, Estudios de sintaxis funcional, Madnd,
Gredos, 1978.
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sintagmas. Remitimos a los argumentos dados en 1.2.2.2.1., 1.2.2.2.2. Y 1.2.2.2.3., para recordar tres objeciones que nos mere"'. cía_ 1~ aplicac~ón a la lingüística de una pretendida realidad lógicoobJet1va: noc10nes del tipo «agente» o «paciente» no son represen-· tantes de la realidad objetiva, ni tienen carácter lingüístico, ni tienen carácter genérico. Este tipo de elementos, según vimos sólo
pueden adquirir un carácter auténticamente lingüístico como ~nidades. de_ ~ontenid~ d~ una lengua particular. Pero no creemos que el s1gmf1cado atnbmble a las relaciones sintácticas tenga como refe~ rente ningún elemento de la realidad extralingüística. No cabe duda de que es a que contraen una relación sintáctica a lo que se debe que en la secuencia Juan corre entendamos a «Juan» como agente d_el proceso «correr», contenido este no incurso en ninguno de los s1g~os que componen el mensaje. Pero el que se entienda aquí la noción «agente» o similares no está directamente vinculado a la función «sujeto», aunque sí condicionado. La referencia a la realidad que hace una relación sintáctica depende del valor Iéxicó de los signos concretos que la contraen, por una parte, y de la manera com~ el hablante sabe que las realidades por ellos aludidas pueden relacionarse en la experiencia. Pero ninguna de estas experiencias está intrínsecamente vinculada a la relación sintáctica como tal. 2.1.2.3.3.4. Curiosamente, a nuestro entender los trabaJ·os de 13 , more que dan forma a la «teoría de los casos» suponen una prueba en favor del punto de vista que defendemos. Este autor hace notar el distinto cometido semántico que se puede atribuir al sintagma sujeto en oraciones como Juan rompió el cristal y La piedra rompió el cristal. Efectivamente, en el primer caso la realidad a la que alude el signo que funciona como sujeto es el agente del proceso «romper», en tanto que en el segundo es el instrumento del ~ismo Pr?ceso. Y si comparamos la oración La piedra rompió el cnstal Y (El) rompió el cristal con la piedra, se comprueba con p·n 1
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Ch. J • Fillmore, «Hacia una teoría moderna de los casos» en H Co t · ( ) L fi , • n reras comp. , os undamentos de la gramdtica transformacional, México, Siglo XXI, 1974~
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facilidad que el mismo caso «instrumento» viene manifestado en la primera oración por el sujeto y en la segunda por un circunstancial. La constatación de que la misma función puede manifestar distintas relaciones de la realidad y que una misma relación objetiva puede ser referida por distintas funciones sintácticas no hace sino confirmar que las funciones sintácticas y las relaciones objetivas o casos no tienen ninguna vinculación intrínseca. Cuando un emisor transmite un mensaje a un receptor, la realidad referida debe constituir siempre una experiencia normal, o concebible a partir de experiencias normales, de los dos interlocutores. Si esa realidad no forma parte del conocimiento que los dos interlocutores tienen de la realidad, no podría ser una experiencia transmisible entre ambos. En la interpretación de cualquier signo en un
acto comunicativo interviene necesariamente el conocimiento del código, por un lado, y el conocimiento de la experiencia exterior a la que se hace alusión, por otro. Pero la proporción en que se hace intervenir cada uno de esos dos tipos de conocimiento (el del código y el de la realidad) no es la misma en todos los tipos de signo. Es sin duda en los signos autónomos convertidos en unidad por estar trabados por vínculos sintácticos el caso en que más s_e hace intervenir el conocimiento de la realidad (por tanto, el caso en el que la lengua codifica en menor medida esa realidad; en el cap. III trataremos de esta cuestión). Si en el caso de un monema, por ejemplo, lo que se hace es organizar directamente un trozo de la realidad poniéndola en r.elación con una organización paralela del material sonoro, de manera que esa realidad queda discriminada, recortada, del conjunto de experiencias posibles comunicables, lo que una relación sintáctica organiza no es directamente una realidad externa al lenguaje, sino una realidad interna: organiza los propios signos autónomos que la contraen. Diríamos que el sintáctico es un nivel en el que la realidad ya no está directamente codificada, sino que lo único que está codificado es lo que es congruente o incongruente en lá combinación de signos autónomos, es decir, las combinaciones de signos que dan como resultado una secuencia re-
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conocible como un mensaje unitario y las que no producen este efecto. Se deja a lo que en la experiencia de los interlocutores sea normal o anormal, posible o imposible, la responsabilidad última de cuál sea la «escena» que (re)construya el receptor. Es evidente que el mismo mecanismo el que se ha utilizado para transmitir como un mensaje unitario las secuencias Juan corre y Me preocupa que las cosas tomen este cariz y la relación entre las experiencias referidas por Juan y corre, por un lado, y que las cosas tomen este cariz y me preocupa, por otro, apenas se puede decir que tengan nada en común. Y es que en el caso de los monemas y sintagmas es la realidad la que se conforma lingüísticamente y por ello la referencia que denotan es exterior a la lengua. En el caso de las relaciones sintácticas lo que se conforma son los signos autónomos y por ello su referencia spn hechos internos a la lengua. En Juan· corre la idea· de «agente» no es el referente extralingüístico de la relación sujeto, sino parte de la referencia del signo complejo Juan corre. Se puede entender que la realidad «agente» forma parte de la experiencia referida por esta secuencia porque se dan tres condiciones. Por un lado, la realidad denotada por Juan es un ente capaz de actuar sobre el medio (=capaz de realizar acciones); por otra parte, el proceso designado por corre es, en la experiencia normal de nuestra comunidad, una actividad; lo que no deja de ser una cuestión cultural. En esquimal el signo Juan adoptaría el mismo caso que el signo pan en una oración como Juan compra pan, es decir, en acusativo. Esto permite suponer que los esquimales no conciben el signo corre en Juan corre como designando una actividad que realiza alguien, sino como una situación que afecta a alguien.· Si hubiera de parafrasearse esta oración probablemente no sería para un esquimal «Juan realiza la actividad de correr», sino «El proceso 'correr' afecta a Juan».
Y finalmente, los sintagmas Juan y corre están vinculados por el mecanismo formal llamado sujeto. Las tres circunstancias condicionan por igual el que se entienda que Juan designa al agente. En
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el caso de los signos que las cosas tomen este cariz y me preocupa, con ser idéntico el mecanismo formal que los vincula, desaparece la noción «agente», al no estar presentes las dos primeras circunstancias. Por ello, siendo la naturaleza de la experiencia designada por el sustantivo y el verbo tan condicionante para que se entienda Ia realidad «agente» como referida por la oración (si no más, pues después de todo hay oraciones sin sujeto en cuya referencia hay sin embargo «agentes») como el hecho de que sea la función sujeto la que los relacione, no vemos por qué vincular la noción «agente» a la relación sujeto y no al signo Juan o al signo corre que tienen la misma responsabilidad. Nos merece serias reservas la suposición de que este tipo de «relaciones objetivas» haya de entenderse siquiera como la sustancia no conformada que refieren las relaciones sintácticas. Es el material lingüístico Juan y corre, en cuanto partes del mismo todo, lo que denota el conjunto de moldes formales llamado sujeto. 2.1.2.3.4.
Carácter idiomático de las relaciones sintácticas.
Queda sólo por recordar que las relaciones sintácticas, como cualquier otra relación sintagmática, son unidades exclusivamente idiomáticas. Sólo en el contexto de una lengua particular son definibles las relaciones sintácticas, pues estas consisten, según estamos viendo, en la manera de vincularse determinado tipo de unidades dadas en una lengua histórica. Y los procedimientos para marcar el vínculo entre estas unidades sólo son reconocibles en este marco, aunque se dé con frecuencia el mismo nombre a relaciones sintácticas constatadas en sistemas distintos («sujeto», «objeto», ... ). No debe extrañar que se atribuya a un uso meramente metafórico que maneras históricamente diferentes de regular la ce-aparición de ciertas unidades puedan recibir el mismo nombre de sujeto u objeto (recuérdese lo dicho en 1.2.2.4.2.). En dos secuencias como Pierre mange y Pedro come es sólo la identidad de valores sustanciales atribuibles a las dos construcciones, el peso de una secular tradición
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logicista y la semejanza formal de este tipo de secuencias en dos lenguas tipológicamente cercanas, lo que justifica que, metafóricamente, se utilice el· mismo término «sujeto» para designar la función de Pierre y Pedro.
2.1.3.
SIGNOS LÉXICOS Y PARTES DE LA ORACIÓN (LAS DEFINICIONES MORFOLÓGICAS)
2.1. 3 .1.
ALGUNOS PROBLEMAS DE LAS DEFINICIONES MORFOLÓ-
GICAS.
Visto que los enunciados pueden estar constituidos por dos o más signos autónomos y que para que esto pueda ocurrir es necesario que se encuentren ordenados mediante relaciones sintácticas, de..: bemos tener en cuenta que las maneras de comportamiento a que se alude con la etiqueta «partes de la oración» son modos de comportamiento constatables en signos autónomos y sólo en ellos. Lo dicho en todos los epígrafes de 2.1.2. justifica que aceptemos p~ovisionalmente la idea de que el enunciado y el sintagma son elementos de diferente naturaleza, compuestos por unidades de distinto tipo Y resú.Itantes de mecanismos de coaparición también diferentes. Por ello, lo que podamos decir del comportamiento sintagmático de los signos autónomos no es aplicable sin más a los signos· dependientes. Las partes de la oración son categorías de comportamiento sintáctico, atribuibles como tales sólo a las unidades de las que se puede decir con propiedad que tienen comportamie1,1to sintáctico, es decir, a los signos autónomos. De ningún tipo de monemas, Iéxi¼os o morfológicos, podemos decir que están «categorizados» como sustantivos o como adjetivos, a pesar del gran número de estudiosos que suponen que con los términos «sustantivo» o «adverbio» lo que se designan son clases de signos léxicos. Debemos suponer esta interpretación, en primer lugar, en las definiciones de carácter lógico o semántico 14 . Hay que entender 14
De las definiciones semánticas y morfológicas ya hablamos en el primer capí-
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que cuando se dice que un adjetivo como bueno o alto expresa una cualidad, de lo que se está hablando es del signo léxico y que, en rigor, no es necesario conocer ninguna información morfológica para determinar si lo referido por el signo léxico es un proceso,
una sustancia o una cualidad. Pero es en las llamadas definiciones formales o morfológicas en las que más explícitamente se sostiene la idea de que la clasificación de las partes de la oración afecta a signos dependientes, normalmente léxicos, aunque también tienen cabida con frecuencia algunos signos gramaticales, como es el caso de los artículos. Naturalmente, hay discrepancias importantes entre los autores que sostienen definiciones de tipo morfológico, pero todas ellas tienen en común el punto que queremos comentar. Con algunas variantes, todos están de acuerdo en admitir que las partes de la oración son clases de signos léxicos y que tales clases se establecen según los signos morfológicos con los que son capaces de combinarse para constituir un sintagma. Así, en español será sustantivo cualquier signo léxico que se combine con los morfemas de género y número, y sería verbo si son los morfemas de perspectiva, modo y aspecto los que lo complementan para formar un sintagma. Empiezan a plantear problemas, o por lo menos motivo de duda, para esta manera de entender la cuestión los numerosos ejemplos en que encontramos un mismo signo léxico en categorías distintas 15 . Piénsese en el signo cuyo significante es /bLaNk/, que aparece en las secuencias blanco, adj.; blanquear, verbo; blanco tulo, pero entonces teníamos otros centros de interés. Allí tratábamos de examinar la conveniencia o inconveniencia de situar el problema de las partes del discurso en la lingüística general y tratábamos de comprender las condiciones que hacían a esas definiciones extralingüísticas o inmanentes. Aquí sólo nos interesa examinar la conveniencia o no de considerar categorizados a los signos dependientes. 15 Un examen de esta cuestión puede verse en J. A. Martínez, «Acerca de la transposición ... >>. Alarcos también se muestra contrario a considerar los signos dependientes como unidades categorizadas; ver E. Alarcos, «Consideraciones sobre la creación léxica», Serta Philologica F. Lázaro Carrete,, 1983, págs. 11-15. GRAMÁTICA GENERAL. -
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(referido a la raza), sust. O los casos de correr/corredor y estudiar/estudiante-estudioso. Parece difícil sostener, teniendo en mente casos como los citados, que a los signos léxicos les sea asignable, per se, alguna de las categorías tradicionalmente llamadas partes de la oración. Hasta tanto no se conozca la información gramatical que se le adjunte, es indecidible la categoría a la que pertenece una unidad como /bLaNk/. Podría entonces decirsé que los morfemas de modo y perspectiva, por ejemplo, categorizan el signo léxico blanc- como verbo, pero en realidad parece lógico admitir que, en un caso como blanqueaba, no es la unidad blanc- la que se puede reconocer como verbo, sino el conjunto formado por esa unidad con el signo morfológico. Es con ese conjunto (blanqueaba) con lo que el sustantivo contrae cierto tipo de dependencias, y por tanto es también en ese conjunto en el que es reconocible el comportamiento verbal. Esto, que ya resulta obvio en una lengua como el español, se hace aún más patente en lenguas como el inglés, el guaraní o el chino. Efectivamente, en castellano muchos de los signos léxicos que aparecen en sintagmas verbales, por ejemplo, no se encuentran nunca en sintagmas de categoría sustantiva. No hay, por ejemplo, un sustantivo que tenga el mismo signo léxico que colgar (los signos léxicos de sintagmas como colgajo, colgadero, colgador o colgadura no creemos que deban considerarse idénticos al de colgar en el español actual, aunque tengan un parentesco histórico evidente). En las lenguas citadas antes, sin embargo, prácticamente cualquier signo léxico puede aparecer en sintagma de no importa qué categoría; piénsese en los ejemplos citados antes del guaraní y el mapuche (1.2.3.1) y añádanse casos como los del inglés pinch ('pellizcar' o 'pellizco'), drink ('beber' y 'bebida') y benefit ('beneficiar', 'beneficio'). No debe olv~darse además que en estas lenguas las categorías verbo, sustantivo, etc., son perfectamente distinguibles. La tipo lo.,. gía de estas lenguas muestra con más evidencia lo que ya en sistemas como el español se dejaba ver con claridad: que las nociones de sustantivo o verbo no recubren clases de signos léxicos y que
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es a sintagmas y no a signos dependientes a lo que se aplican tales etiquetas. Parte de lo que estamos diciendo aquí puede parecer contradictorio con algunas de las reflexiones que expusimos en otro momento. Efectivamente, antes señ.alábamos que el hecho de que en lenguas como el guaraní cualquier sintagma pudiese aparecer, según los contextos, funcionando como sustantivo, adjetivo, verbo o adverbio no era óbice para admitir que en esas lenguas las partes de la oración existían como formas de comportamiento diferenciadas de los sintagmas, y ahora estamos cuestionando la validez de las definiciones morfológicas tomando en consideración hechos como que un mismo signo léxico pueda aparecer, según contextos, como sustantivo o verbo, que, según estamos diciendo, parecen poner en duda que un signo léxico esté realmente categorizado. El hecho de que una misma unidad no indique por sí misma su categoría no supone ningún problema si se entiende que las categorías son formas de funcionamiento en la oración, distinguibles como tales formas de funcionamiento al margen de que las unidades concretas que las asuman sea~ o no diferentes (como no plantea ninguna dificultad a la definición de la relación sujeto el hecho de que las unidades que la pueden asumir sean las mismas que las unidades que asumen la función de implemento). Pero este mismo hecho sí plantea fundados motivos de reserva si se entiende que «sustantivo» y «adjetivo» (por ejemplo) son criterios distintos que agrupan en clases diferentes a cierto tipo de unidades. Desde esta perspectiva, que es la que asumen las definiciones morfológicas, lo que se pretende es caracterizar a unidades concretas como pertenecientes a una de las clases definidas; por tanto, el que una misma unidad pueda pertenecer a dos o más clases se puede interpretar como una insuficiente diferenciación de esas clases, que trae consigo una insuficiente caracterización de las unidades en cuestión (teniendo en cuenta que las clases así establecidas han de ser colectivamente exhaustivas y mutuamente excluyentes; es decir, que deben cubrir en conjunto el universo de discurso y no deben tener puntos de intersección).
Así pues, parece que las consideraciones que se hagan sobre las partes de la oración no pueden afectar nunca a signos dependientes:
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sólo de signos capaces de constituir por sí solos un mensaje se puede decir que se comportan como sustantivos o como adverbios. Por tanto parece ser el de la gramática el campo donde resultan moldeables estas nociones. Los modos de comportamiento sintáctico llamados partes de la oración y los modos de comportamiento sintáctico llamados relaciones sintácticas se sitúan en un nivel de generali- • dad diferente: las partes del discurso son modos de funcionamiento genéricamente determinables de los signos autónomos. Por tanto, no es a base de unidades d~stinguibles en lenguas concretas como se puede llegar a su definición, sino de unidades reconocibles en la lengua tal como es construida por la lingüística general. ~or el contrario, las relaciones sintácticas son formas de comportamiento sólo caracterizables en el marco histórico de una lengua concreta.
2.1.3.2.
VINCULACIÓN DE LAS PARTES DEL DISCURSO CON LOS SIG-
NOS MORFOLÓGICOS.
Puede parecer forzado negar que exista, en lenguas como el español, relación entre la categoría sustantivo y los morfemas de género y número, o entre la categoría verbo y los morfemas de persona, aspecto o modo, por citar algunos ejemplos. Y ciertamente ninguna gramática deja de vincular tales informaciones morfológicas con las categorías citadas. Pero con negar que sean estas informaciones gramaticales lo que define a, las partes de la oración no pretendemos negar su indudable aligamiento, sino sólo de situarlo en su verdadera dimensión. Las partes del discurso son unidades dadas en la lingüística general y las definiciones que la lingüística general da de sus unidades permiten saber qué tipo de unidades vamos a encontrar al analizar una lengua concreta cualquiera, o lo que es lo mismo, qué tipo de hechos, de entre los observados en los mensajes lingüísticos de una comunidad, son constitutivos del género lengua. Pero ninguna definición de la lingüística general nos permite identificar y definir
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unidad idiomática alguna. La definición de fonema como conjunto de rasgos pertinentes simultáneos no puede identificar y caracterizar la unidad histórica llamada «fonema /b/» del castellano; esta sólo se obtiene si concretamos ese conjunto de rasgos pertinentes. De la misma manera, si entendemos el sustantivo o el adjetivo como unidades genéricas, y hacemos consistir el comportamiento sustantivo en contraer determinado tipo de dependencias, lógicamente podemos estar haciendo un aporte a la construcción Y comprensión de la lengua como categoría de la realidad y podemos estar prediciendo un tipo de funcionamiento que se puede dar en cual-
quier ocurrencia de la clase lengua, pero no estamos operando con ningún hecho constatable en ninguna lengua como individuo. Las dependencias abstractas que pueden estar en la base del estudio de las partes de la oración se registran en las lenguas concretas como conjuntos de rasgos históricamente dados de manifestarse esas dependencias. Las relaciones sintácticas que pueden desempeñar los sintagmas sustantivos en castellano no son sino una de las concreciones históricas posibles del comportamiento sustantivo. Ya comentamos en otro momento (1.2.3.2) cómo las.consideraciones hechas en los trabajos que sostienen definiciones de tipo sintáctico, aun no siendo éstas propiamente definiciones, ponían de relieve aspectos indudablemente pertinentes para las unidades que nos ocupan. Efectivamente, estos trabajos lo que hacen- es una caracterización histórica del modo de ocurrir las partes del discurso en lenguas concretas, es decir, la manera de darse en esas lenguas las dependencias genéricas en que consisten las partes del discurso; porque, obviamente, una dependencia tiene que manifestarse de alguna manera en algo observable que puedan manejar los hablantes Y son justamente esas manifestaciones lo que varía de una lengua a otra y lo que, en consecuencia, hace que sea diferente el estatuto de una misma parte de la oración según el sistema de que se trate. Las mismas consideraciones pueden extenderse a las definiciones morfológicas. En otro momento comentaremos con detalle la estricta vinculación que tienen las· unidades llamadas morfemas con
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las partes de la oración (2.3.1.3). Aquí sólo manifestaremos que la presencia de unos morfemas específicos en sintagmas de comportamiento sustantivo, diferenciados de otros morfemas privativos de los sintagmas de funcionamiento verbal, o en otros términos, el hecho de que, por la información gramatical que contenga, un sintagma indique aisladamente (en la mayoría de los casos) la categoría a la que pertenece, no es un hecho definítorio de las partes del discurso como tales. Esto corresponde también a la manera de darse históricamente las partes de la oración en una lengua concreta, teniendo en cuenta además que la información categorial que se desprende de la actualización de u.nos u otros paradigmas morfemáticos rio afecta sólo al signo léxico, sino al signo léxico con su complemento gramatical, es decir, al sintagma constituido por am:bos signos. Por tanto, no se incurre en inexactitud alguna cuando se dice que en castellano el sustantivo es un tipo de sintagma que desempeña autónomamente funciones como sujeto e implemento y que efectúa una referencia obligada al género y al número, si se tiene conciencia de que lo que se está caracterizando de esta forma es un hecho idiomático (la manera de darse la sustantividad en español), pero no el sustantivo como unidad teórica.
2.1.4. 2.1.4.1.
SIGNOS AUTÓNOMOS Y PARTES DE LA ORACIÓN SINTAGMAS Y PARTES DE LA ORACIÓN.
Hasta aquí venimos sosteniendo que la teoría de las partes del discurso nunca afecta a signos dependientes y que sólo en signos autónomos cabe comprobar el modo de funcionamiento característico de una categoría. Consideraciones semejantes hicimos en su momento cuando comentamos que sólo los signos autónomos tienen lo que podemos llamar con propiedad un comportamiento sintáctico. Y en aquel momento constatamos que no eran los sintag-
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mas los únicos signos autónomos de los que cabía afirmar que contraían tal o cual relación sintáctica, sino que este era un tipo de comportamiento observable en los signos autónomos en general, sea cual fuere su complejidad y sea cual fuere el número de sintagmas que lo constituyesen. Podemos preguntarnos ya cuál es el caso de las partes de la oración. Cuando se habla de sustantivos, ¿se está hablando de sintagmas o también de signos autónomos más complejos? En otras palabras, los grupos sintagmáticos nominales (como el hijo de Pedro) y las oraciones sustantivadas (como que /as cosas tomen este cariz), por ejemplo, ¿son igual de «sustantivos» que sintagmas como Juan? Si se admite lo dicho hasta aquí parece que sí. Obviamente, si ser sustantivo consiste en funcionar de cierta manera, todo lo que funciona como un sustantivo inevitablemente es un sustantivo. De nuevo la situación se deja ilustrar examinando el caso de las relaciones sintácticas: la función llamada sujeto la desempeñan en español los signos autónomos que mantengan ciertas concord~ncias con el núcleo verbal y, como tal relación sintáctica, es indiferente a la complejidad del signo autónomo que la desempeñe; por eso, en rigor, hay que decir que el conjunto de rasgos formales llamado sujeto es una de las maneras de presentarse en la oración los signos autónomos, y no sólo los sintagmas, que son una subclase de ellos. Pero precisamente las relaciones sintácticas son maneras históricas de presentarse en las lenguas concretas las dependencias abstractas establecidas por la teoría como constitutivas de la clase lengua. Es en asumir determinados comportamientos sintácticos en lo que consiste la categorización (como sustantivos, verbos ••• ) de lós signos autónomos dados históricamente en las lenguas concretas. Funcionando en español como sujeto o implemento es como se es sustantivo en esta lengua; y lo son, con igual derecho, todas las unidades que se comporten como lo que en castellano es comportarse como sustantivo, sea cual sea su complejidad. Por lo demás esta afirmación es congruente con otros planteamientos ya expuestos. Según comentamos, las partes del discurso
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no son clases de unidades, sino comportamientos posibles de unidades. Aceptando que no estamos hablando de clases de unidades es fácil sostener que el comportamiento adjetivo o adverbial se reconoce en las unidades que lo asumen en la misma medida, tanto si son simples como si son complejas. Si se acepta esto, parece que no tendría sentido decir que una oración introducida por la conjunción /que/, por ejemplo, funciona igual que un sustantivo, puesto que, de ser así, ella sería un sustantivo (más adelante, en 2.4, hablaremos con detenimiento de la transposición). La diferente terminología con que se alude a las unidades de comportamiento sustantivo que son sintagmas (=«sustantivos»), y a las unidades sustantivas que incluyen algún elemento más (=«unidades sustantivadas») se debe a que las posibilidades de comportamiento que caracterizan a un sustantivo, a un adjetivo o a un adverbio son inmediatamente reconocibles en sintagmas (como cosas, alto o as{), en tanto que segmentos como que las cosas tomen este cariz, al cual aludí antes y como te dije, no parecen indicar por sí solos caracterización alguna. Es sólo la comparación con los entornos funcionales en que son posibles estos segmentos con los entornos en que aparecen sintagmas como los mencionados lo que legitima las etiquetas de «sustantivada», para la primera oración, «adjetivada» para la segunda y «adverbializada», para la tercera. Tenemos, entonces, dos tipos de unidades categorizadas: por un lado unas unidades que, por indicar de manera inmediata su categoría, sirven de «metro» para d~ducir la de segmentos más complejos; por otro lado, tenemos estos segmentos más complejos cuya naturaleza categorial sólo puede conocerse por comparación con las unidades categoriales. En principio, y por lo dicho hasta aquí, parece que no puede aplicarse con el mismo derecho una etiqueta como «sustantivo» a los dos tipos de unidades. Esto, que parece evidente, contrasta con el comentario que expusimos líneas arriba; si la categorización de ciertas unidades no es otra cosa que el tipo de comportamiento constatable en tales unidades, la categoría ( = modo de comportamiento) como tal se reconoce y define de manera idéntica en unidades simples y en unidades complejas.
153 Pero la evidencia de la afirmación anterior es sólo aparente. Que el comportamiento adjetivo sea más directamente accesible a la observación en cierto tipo de unidades que en otras no autoriza a decir que esas unidades sean los adjetivos. Piénsese en el funcionamiento de una balanza de pesas. Las pesas son cuerpos cuyo peso se conoce de antemano. Imaginemos que tenemos tres pesas de 1 kg., 2 y 2 ½, respectivamente. Si colocamos un paquete en uno de los brazos de la balanza y al colocar en el otro la pesa de 1 kg. ambos brazos se equilibran, sabemos que el paquete y la pesa pesan lo mismo, es decir, deducimos que el paquete en cuestión pesa exactamente 1 kg. La unidad de peso (=fuerza gravitatoria con que es atraída una masa) que llamamos kilogramo es tan real en la pesa como en el paquete. Lo que ocurre es que en el paquete, aunque sabemos que tiene que corresponderle una cantidad de peso, esta cantidad no es inmediatamente reconocible y por ello comprobamos con cuál de las unidades en la que sí es identificable de manera inmediata esa cantidad resulta conmensurable. El que la pesa de 1 kg. sea el término de comparación para establecer el peso • del paquete no impide admitir que la unidad de fuerza «kilogramo» de esa pesa y la del paquete es la misma y que si llamamos a veces a esa pesa «kilo» (como llamamos «metro» a un trozo de madera en el que se identifica de manera inmediata esta unidad de longitud) es por simple asociación metonímica. Algo parecido es el mecanismo en el caso que nos ocupa. De segmentos como el mencionado que las cosas tomen este cariz sabemos que, puesto que funcionan sintácticamente en los enunciados, ha de serles propia alguna categoría sintáctica necesariamente. Y puesto que esta categoría no se manifiesta externamente de manera directa a la observación, se comprueba con cuál de los elementos en los que sí es patente la categoría conseguimos equilibrar los brazos de la balanza, es decir, con cuál de esas unidades resulta equifuncional (=«conmensurable»). Pero, evidentemente, la sustantividad es la misma en ese segmento que en secuencias como cosas y si, como estamos viendo, con el término sustantivo queremos in-
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dicar el tipo de comportamiento de una unidad, tal etiqueta se ha de aplicar a los dos tipos de secuencia con igual propiedad. Llamar s~stantivo sólo a las unidades que sirven de «metro» de la sustantividad de otras puede admitirse a condición de no perder conciencia de que se trata de un uso metonímico del término y que por tanto podemos estar aludiendo con él a dos cosas diferentes.
tón (aunque no es cuestión que esté debidamente aclarada) a signos autónomos (tanto sintagmas como grupos sintagmáticos) 16 . J. Lyons 17 , por su parte, insiste en que a la hora de enfrentarse con el problema de las partes de la oración hay que distinguir los nombres y los verbos, por ejemplo, de lo que él llama nominales y verbales: estos últimos tipos de unidades existen en todas las len-
Por lo demás, es una práctica frecuente en la lingüística y tal vez consustancial a cualquier ciencia que, una vez se define con cla-. ri~~d una unidad o una construcción, esta unidad ya establecida se : utihce como patrón o término de referencia para caracterizar, por .: analogía o por diferencia, a otras unidades cuyo estatuto lingüístico result~ menos evidente a la observación inmediata. Así por ejemplo, las unidades llamadas significante y significado son probablemente las primeras que determina el análisis lingüístico. La entidad llamada «significante», ya definida, se utiliza con frecuencia como término de comparación para establecer el carácter de la unidad llamada fonema. Efectivamente, al «medirn una unidad como casa con el complejo fónico /k/ es como se hace patente, aquí por diferencia el carácter no significativo de 1a segunda unidad y su lugar exact~ dentro del plano de la expresión.
guas y son elementos como los nombres y los verbos los que pueden no existir. Nominales y verbales son signos autónomos de complejidad variable, en tanto que los nombres y los verbos son sintagmas capaces de funcionar como núcleos de los nominales y verbales, respectivamente, cuando estos constituyen una construcción endocéntrica. Cuando Lyons intenta definir las partes del discurso, lo que define son las características genéricas de los nominales y los verbales y por tanto la caracterización de las partes de la oración afecta a los signos autónomos en sentido amplio, y no sólo a los sintagmas. Lyons entiende que esta distinción (entre nominales y verbales) se puede mantener en lenguas donde no hay propiamente nombres ni verbos, es decir, en las lenguas donde nú existen sintagmas concretos especializados en asumir de una manera regular las características nominales o las características verbales. También J. M. González Calvo 18 , comentando las clasificaciones de las partes de la oración establecidas según criterios distribucionales, anota que «las clases obtenidas son más bien clases funcionales (en las que intervienen morfemas, sintagmas y palabras) que clases de palabras» 19 .
2.1.4.2.
SIGNOS NOMINALES Y SIGNOS VERBALES.
El entender que términos como «sustantivo» o «adverbio» denotan modos de comportamiento identificables como tales al margen de la complejidad de las unidades que los asumen es una idea que, más o menos indirectamente, se viene apuntando en los trabajos dedicados a esta cuestión desde antiguo. Fue Platón el primer pensador que distinguió en la oración partes compon~ntes y las líneas que él dedicó a la construcción de los conceptos de ónoma Y rhema las primeras escritas en la tradición gramatical occidental sobre las partes del discurso. Con ónoma y rhema, traducidos después como «nombre» Y«verbo», respectivamente, podía aludir Pla-
Por otra parte, si se acepta que segmentos como al cual aludí antes y alto son adjetivos con el mismo derecho, este sería un hecho más que añadir a las reservas que nos suscitan las llamadas defini16
R. H. Robins, Breve historia de la lingüística, Madrid, Paraninfo, 1974, pág. 36. J. Lyons, Semántica, Barcelona, Teide, 1980, págs. 370 y sigs. 18 J. M. González Calvo, «Las partes de la oración, una expresión engañosa», Anuario de Estudios Filológicos, V, 1982, págs. 55-67. 19 /bid., pág. 57. 17
157 156 dones semánticas. Si ya es discutible por sí que se pueda entender como sustancia la referencia de algunos sintagmas sustantivos, o co~ mo acción lo referido por algunos sintagmas verbales, más ·difícil resulta ahora admitir que sea sustancia y cualidad lo que refieren, respectivamente, una oración introducida por la conjunción / que/ y una oración de relativo.
2.1.4.3.
Los
DISTINTOS SENTIDOS DE LAS PARTES DE LA ORACIÓN,
Si se tiene en cuenta lo dicho hasta aquí, parece que los térmi., nos con que se designa a cada una de las partes de la oración recubren por lo menos tres realidades diferentes (dejando al margen las discrepancias de escuela), por lo que el uso de la secuencia «una expresión engañosa» como aposición del segmento «las partes de la oración» (vid. García Calvo, art. cit.) no es sino razonable y rea., lista. Recubrir con una misma expresión unidades que conceptualménte han de entenderse como diversas no implica necesariamente incoherencia (y menos hemos de entenderlo así en la lingüística actual, donde los más de los términos son equívocos por la disparidad de usos según autores, y por tanto inservibles como tecnicismos), a condición de que la equivocidad de los términos no sea la punta de un iceberg cuyas nueve partes sumergidas las constituya una verdadera confusión conceptual. Conviene, pues, que se expliciten las tres referencias que significantes como «sustantivo» o «adverbio» pueden recubrir en las gramáticas y tratados generales de lingüística. - En primer lugar, con «sustantivo» o «verbo» aludimos en este trabajo a modos genéricos de comportamiento sintáctico. Así entendidas, las partes del discurso son unidades de la teoría general de las lenguas y al construir una gramática particular hay que entenderlas como conceptos ya dados antes del estudio de esa lengua, c?mo así se entienden otras nociones teóricas (monemas, smtagmas ... ). - Según acabamos de comentar, en muchas lenguas concretas hay unidades cuya categoría es inmediatamente evidente y sirven,
en esas lenguas, para medir la categoría de otras sec~encias de análisis más problemático. Y de aquí el segundo sentido con que. se ueden utilizar los términos que hacen alusión a las categorías smácticas. Con ser la misma la categoría de los segmentos «claros» la de los segmentos «oscuros», y designando términos como «sus[antivo» precisamente esa categoría, con lo que sería aplicable a los dos tipos de segmentos, sin embargo con frecuencia se alude on tales términos, no a la categoría, sino a las unidades sintácticas ~oncretas en que esta categoría se deja ver de forma más inmediata. De aquí distinciones como la de Lyons entre nominale_s Y nomb:e~, las más frecuentes entre sustantivo y unidad sustantivada, adJet10 vo y unidad adjetivada, etc. - Finalmente, con los términos que designan a las partes de la oración se alude con frecuencia a unidades idiomáticas, no generales. Así sucede cuando se habla de los sustantivos del español, entendiendo por tales los sintagmas que incorporan como información morfológica uno de los componentes de los paradigmas de género y de número, y que son capaces de funcionar en la, oració~ como sujeto, implemento, complemento, etc. Lo que as1 se esta caracterizando como sustantivo no es un modo de comportamiento genérico, ni siquiera la manera histórica de darse el comportamie~to sustantivo en castellano, sino la manera histórica como se mam"' fiesta el comportamiento sustantivo en algunas ,de las unidades en que éste resulta reconocible, a saber, en las unidades más pequeñas que se pueden considerar categorizadas, o lo que es lo mismo, las unidades que en castellano pueden servir como «metro» de la sustantividad de segmentos más complejos.
f
2.2.
UNIDADES CATEGORIZADAS: LA PALABRA
2.2.1. En los epígrafes que siguen iremos examinando la estructura y particularidades de las distintas unidades genéricas de las que se puede decir que están sintácticamente categorizadas, es
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decir, de los distintos tipos de signos autónomos. Y para ello empe- : zaremos aludiendo al problema que presenta la definición de la;: palabra. Ninguna de las definiciones de monema, sintagma, sign~ autónomo o signo dependiente es operativa para dar identidad a las ' unidades tradicionalmente llamadas palabras. Este hecho ha lleva-·, do a un grupo de estudiosos a excluir sin más a la palabra del ;
recinto de la lingüística, en tanto que a otro grupo le ha llevado a ensayar un sinfín de definiciones elaboradas desde los puntos de vista y desde los criterios más diversos. En lo que la mayor parte de los autores están de acuerdo es en la extensión del concepto. Implícita o explícitamente se suele admitir que lo que se trata de encontrar es una definición que reconozca como idénticas las secuencias que la técnica ortográfica conviene en situar entre dos espacios en blanco. Cualquier definición • que se proponga de la unidad palabra se suele considerar insuficiente si resulta inaplicable a alguno de los signos que se vienen escribiendo separados; no pocas definiciones han sido cuestionadas por no poder registrar como palabras a unidades como los artículos. Y en los trabajos hechos sobre las partes de la oración se han incluido· con frecuencia en el mismo inventario de las «clases de palabras» (aunque a veces distinguiendo partes «mayores» y partes «menores» de la oración) a unidades como los sustantivos, las preposiciones, los artículos, las conjunciones ... , a la vez que se han excluido otros signos, como los que hacen referencia al género, al número, a los modos verbales, con lo que se incluye en realidad en un inventario común a todos los elementos que la ortografía establece como palabras sepáradas, que, en estricta coherencia, hay que suponer que forman una clase, definible como tal y diferenciada de la que constituyen los signos que no gozan de independencia ortográfica (pues de otro modo no habría razones para excluirlos de ese inventario). Lo que queremos plantear aquí es si los trozos de secuencia que la ortografía separa como palabras son unidades con funcionamien-
159 to real en la lengua, es decir, si alguna de las unidades definidas por la lingüística debe coincidir con las unidades que la ortografía establece como palabras. De lo que no cabe duda es que la práctica ortográfica implica un análisis racional del lenguaje y quizá haya que plantearse hasta qué punto estas unidades establecidas por este tipo de actividades, sin duda teóricas, cuya existencia ratifica a veces la intuición del hablante, deben ser tenidas en cuenta, o incluso debe incorporarlas la teoría lingüística; o lo que es lo mismo, hasta qué punto la coincidencia o no coincidencia de las unidades de este tipo puede ser el criterio que decida la exactitud o inexactitud de las definiciones de la lingüística. En efecto, es perceptible en muchos autores una cierta resistencia a asumir ciertos sistemas teóricos que dan por inexistentes unidades que el sentimiento lingüístico da por reales, o que ven vínculos entre hechos que la intuición del hablante y las tecnologías del lenguaje (ortografías, gramáticas normativas, diccionarios ... ) se resisten a asociar. 2.2.2. Como ya apuntamos en el preámbulo, cuando se dice que la reflexión científica tiene en los hechos de la realidad su punto de arranque, hay que entender que esos «hechos» no son una realidad amorfa y bruta sino una realidad fenomenológica, mediatizada por las dimensiones espacio-temporales que definen a los sujetos. Lo que se viene llamando «sentimiento lingüístico» de los hablantes no es otra cosa que el lenguaje como hecho fenomenológico. Pero no sólo son estas intuiciones las que están en el punto de partida de la construcción científica. Una ciencia que trata de comprender un campo de la realidad no es la primera actividad racional que se enfrenta con ese campo, sino que históricamente va precedida siempre de otro tipo de actividades racionales precientíficas, definidas por la finalidad práctica a que se orientan: son los saberes técnicos que siempre están en el origen de los saberes científicos propiamente dichos; estos representan una especie de mayoría de edad de la categoría de la realidad cuya juventud está representada por las tecnologías (a las que por cierto la ciencia acaba
realimentando) y cuya infancia está constituida por la mera intui.., ción fenomenológica (que también tendrá su sitio en la construc-, ción científica) 20 • Es sobre todo tipo de realidades intuidas, en par;: te racionalizadas por la actividad tecnológica, sobre las que se pro. yecta la lingüística para someterlas a un verdadero proceso metabólico. Ciertamente, las unidades elaboradas por las distintas tecnologías del lenguaje (palabras, letras, definiciones de diccionario, re--. glas normativas ... ) y todo tipo de intuiciones que los hablantes, puedan tener sobre las lenguas es indudable que constituyen las su&-< tancias primas que habrán de ser manipuladas por la actividad cien"': tífica. Pero todas estas unidades encierran en sí mismas las contradicciones, desajustes y paradojas con que el mundo se presenta a una observación fenomenológica, precientífica (vid. «Preámbulo»). Y así, la tradición ortográfica española registra como una sola palabra la secuencia formada por preposición y la conjunción / que/ en· porque y ve en cambio dos palabras en la secuencia para que, de semejante composición; de la misma forma que transcribe como una sola unidad de uso sacacorchos o correveidile_. mientras se escriben como palabras distintas algunos de los componentes de secuencias como golpe de estado o de ojo de buey, igualmente fosilizadas en el uso de los hablantes. Se podrían extender estas consideraciones a las demás unidades establecidas por este tipo de saberes. La lingüística lo que hace es coordinar y relacionar estas sustancias primas, establecidas por distintas actividades racionales, en un mismo saber: «engancha» las letras con las definiciones de diccionario, o con las paráfrasis de las traducciones, por ejemplo, de manera que va a dar lugar a una estructura en la que los componentes de partida van a cobrar una identidad diferente, resultante de los nuevos vínculos en que se va a hacer consistir ahora esa identidad. El fonema ya no será lo mismo que la «letra» (su materia prima antes del proceso metabólico); ni el significado será lo 20
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Unidades categorizadi
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G. Bueno, Estatuto ...
mismo que una definición de diccionario. Y, como en todo proceso metabólico, parte de la materia.prima no será utilizable en ningún proceso de síntesis aprovechable y simplemente se expulsará del organismo (letras diferenciadas como la «h», la oposición «b»/»v», algunas unidades establecidas como palabras ... ). El problema con que se plantea la definición lingüística de la palabra resulta del equívoco de buscar que un concepto elaborado en una actividad científica recubra y justifique la segmentación del discurso que viene dada desde un saber y una actividad de distinto tipo. El análisis a que somete el lenguaje la lingüística no debe buscar la ratificación del que ya está dado por una actividad técnica como la escritura, de la misma manera que ninguna ciencia busca que sus unidades coincidan con las establecidas por saberes anteriores no científicos que operasen sobre el mismo campo. Si la lingüística pretende constituirse en un saber sobre las lenguas en el que queden superadas las paradojas con que se presentan tales lenguas a la intuición o a los saberes no científicos, no debe exigirse a sí misma que sus definiciones recubran en extensión las unidades ya establecidas por las actividades que están en su punto de partida, ni siquiera debe suponer que todas estas unidades deban cumplir papel alguno en la síntesis que elabora. Y, en el caso concreto que nos ocupa, no debemos sentir como vacío ni como problema teórico el hecho de que ninguna de las unidades distinguidas en el análisis de las lenguas consiga ser el paralelo teórico perfecto de las palabras ortográficas. Este equívoco conduce muchas veces a otro, que es el de afirmar la inexistencia de la unidad palabra. Decir que las palabras ortográficas, es decir, los segmentos que escribimos entre dos espacios en blanco, no existen como unidad lingüística parece insinuar que esa segmentación ortográfica responde a un análisis caprichoso sin fundamento en la funcionalidad real de la lengua. Esto es una afirmación tan audaz como decir que las letras con que el alfabeto representa los decursos sonoros son unidades irreales, lingüísticamente hablando, simplemente porque no coinciden con los fonemas. GRAMÁTICA GENERAL. -
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La escritura alfabética representa un análisis fonológico de los enun--: ciados y este es un nivel de análisis en absoluto caprichoso, sino perfectamente justificable en el funcionamiento real de las lenguas. Lo más que se puede decir es que, como tal análisis, es imperfecto y a veces contradictorio, pero la «letra», como concepto, no es ni más ni menos que la figura de expresión. De la misma manera, las palabras ortográficas suponen el desmembramiento del discurso en sus signos autónomos más pequeños. Es cierto que ese desmembramiento no es, como análisis, congruente, pero las piezas que '. trata de aislar no son ficciones lingüísticas. Resulta útil distinguir terminológicamente las «palabras» establecidas por un análisis de--: purado de los hechos lingüísticos (que son las que solemos llamar sintagmas), de las que ya vienen dadas por la escritura (que son las que seguimos llamando palabras), como era útil distinguir terminológicamente la letra del fonema. Pero tal distinción no debe llevarnos a la suposición, algo superficial, de que las palabras simplemente no existen 21
2.3.
2.3.1. 2.3.1.1..
UNIDADES CATEGORIZADAS: EL SINTAGMA
LÉXICO, GRAMÁTICA Y PARTES DEL DISCURSO
UNIDADES GRAMATICALES Y FIGURAS DE CONTENIDO.
El sintagma es la unidad más simple en que cabe comprobar el comportamiento propio de una categoría. Dado un signo capaz de constituir un mensaje por sí solo, este signo es un sintagma si no es analizable en signos menores que tengan la misma capacidad. 21
La bibliografía sobre el problema de la definición de palabra es amplia. Entre otros trabajos, podemos recordar aquí los de J. Lyons, Introducción ... , págs. 186 y sigs.; A. Martinet, Estudios de sintaxis... , págs. 204 y sigs.; E. Sapir, El lenguaje, Breviarios del Fondo de Cultura Económica, México.
Es la unidad mínima con comportamiento sintáctico y, por tanto, la unidad mínima de la que podemos decir que está categorizada. En una secuencia como en el pueblo debe entenderse que hay un solo sintagma, a pesar de que hay un segmento, pueblo, que por sí solo podría constituir un mensaje y que, por tanto, es un signo autónomo. Pero debe observarse que no estamos diciendo del sintagma que sea un signo autónomo ninguno de cuyos segmentos componentes sea a su vez un signo autónomo. Lo que estamos diciendo es que es un signo autónomo no analizable en signos autónomos menores. Es decir, es un signo del que el análisis lingüístico no puede obtener otro signo autónomo como componente. Cuando se analiza un todo se obtienen unos componentes que agotan ese todo sin que quede resto. Si analizamos una secuencia en signos autóno1:1os, esos signos autónomos que resultan de ese análisis deben en conJunto agotar la secuencia inicial; si analizamos la secuencia en cuestión en signos autónomos y queda una parte residual que no se puede considerar un signo autónomo ni un componente de alguno de los signos autónomos obtenidos, simplemente no se hizo un verdadero análisis. Desde este punto de vista, pueblo no se puede obtener como componente de en el pueblo median.te un análisis que divida esta secuencia en signos autónomos. Quedaría una secuencia residual, en el, no autónoma, con lo que los signos autónomos obtenidos en el análisis de en el pueblo (en este caso sólo uno: pueblo) no agotan la secuencia que se analiza (en el pueblo), es decir, no se puede decir que se haya analizado ese segmento en signos autónomos. El signo autónomo en el pueblo es, evidentemente, inanalizable en signos autónomos menores; por tanto, es un sintagma (y pueblo es otro sintagma).
En otro momento comentamos que los sintagmas se componen con frecuencia de signos menores (los monemas), que por coexistir en un mismo mensaje era de naturaleza sintagmática la relación que los unía, aunque no sintáctica por el carácter no autónomo de esos signos. Allí utilizábamos dos expresiones distintas para referirnos a esos dos tipos de signos dependientes que integran los sintagmas: signos léxicos y signos morfológicos (de los otros signos dependien-
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Unidades categorizad«I'
tes que también pueden formar parte de un sintagma, los llamados signos sintemáticos, hablaremos en otro momento [en 2.61). Este es el momento de justificar esa doble denominación. La oposición entre el léxico y la gramática es intuida y sentida como real desde antiguo y siempre se ha tenido la sensación de que ' la labor de confeccionar un diccionario y la de confeccionar una gramática son diferentes, pero siempre ha sido problemática la argumentación teórica que pueda respaldar la impresión de que efectivamente los signos léxicos y los signos morfológicos son dos cosas diferentes. Obviamente, los dos tipos de signos consisten esencial. mente en lo mismo: mediante un estímulo sonoro presente un sujeto actualiza una experiencia ausente. La estructuración de ambos tipos de signos responde al mismo principio: los dos planos, tanto la expresión como el contenido, constan de unidades mínimas constantes y recurrentes (las figuras) y en los dos tipos de signos se reconocen esas figuras como existentes en un sistema dado por la interacción de cada uno de esos planos con el otro. Por tanto, rro se puede decir en sentido estricto que ambos sean dos tipos de signos diferentes, pues el principio por el que reconocemos como signo el segmento corr- y el segmento -en, presentes en la secuencia corren, es el mismo, como idéntico es el mecanismo de significación en los dos casos. Más aún, ni siquiera las unidades que pertenecen al dominio de la gramática y las que pertenecen al dominio del léxico forman parte siempre de dos signos diferentes: el sintagma sé se compone de un solo signo, del que forman parte en· igual medida las unidades gramaticales de modo," perspectiva, persona, etc., y las unidades léxicas comunes a todas las formas del verbo «sabern. • Todo esto nos permite comprender que las unidades léxicas y las unidades gramaticales no se distinguen como signos (significante+ significado), sino como significado. Si bien es evidente que no existe un inventario de fonemas específico de los signos morfológicos, diferenciado de los fonemas empleados para los signos léxicos, sí parece que las unidades de contenido dadas en los signos gramaticales constituyen un inventario de unidades distinto de las
165 unidades de significado. que aparecen en los ~i~nos l~xicos. En síntesis, pues, la oposición entre léxico y gramat1ca (s1 la hay) se da en el plano •del contenido. , Pero aún se puede precisar más. En casos como se o pez no de _las dos se Puede considerar que haya más de un signo.. Ninguna , ecuencias sonoras se puede dividir en secuencias mas pequenas qu_e :igan teniendo un significado tal que ese significado se_ pueda con~derar una parte del significado total manifestado po~ se o por pez. • En los dos casos las unidades léxicas y las gramaticales se asocia~ con la misma expresión, por lo que, en rigor, no. se pue~e. decir ue constituyan significados diferentes; aquí las umdades lex1cas Y ~s gramaticales son piezas de un significado único (desde el _momento en que sólo tenemos un significante). Por tanto, es c1~rto que Ia oposición léxico/ gramática se da en el plano del con!emdo, pero hemos de tener en cuen~a que en, e_ste pla_n~ ha~ dos tipos de
unidades: por un lado, las umdades mm1mas d1stmgmdas por al?~na expresión, pero no asociadas regularmen,te con una expres1on determinada, que son las !lamadas figuras de contenido y que actúan como piezas del significado constantes y recurrentes; Y por
otro lado, los conjuntos de figuras asociados de manera estable con • .fi1cados 23 . una expresión concreta, que son los s1gm . A la vista de ejemplos como los citados, parece razonable admitir que, si efectivamente existen unidades de contenido léxicas dife22 Esa serla la condición para admitir que hay más de un signo. En niño podemos admitir que -o es un signo, porque se trata de ~na_ s_ecuencia asociada .:ºn un significado que se puede considerar una parte del s1gmf1cado global de nmo. _En transversal, se podría pensar que el segmento -ver- es un sign?, ~~esto que existe como tal en el sistema español. Pero, al no poderse entender el s1gmf1ca~o ~~n el que habitualmente se asocia el significante /beR/ como una parte del s1gn,1f1cad~ de transversal, hay que concluir que el segmento -ver- no representa aqm un signo diferente. , . 23 Ver sobre estas cuestiones J. A. Martínez, «Los elementos de la gram~tlca y el género en castellano», Estudios ofrecidos a E. A/arcos Llorach, I: ?v1edo, 1977, págs. 165-192, y E. Alarcos Llorach, «Unités distinctives e~ unités distm:~es», La linguistique, 2, 1978, págs. 39-53. Ver también los comentarios de S. ~ut1errez Ordóñez, Lingüística y semántica, Univ., de Oviedo, 1981, págs. 93 Y s1gs.
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rendadas de unidades de contenido gramaticales, tales unidades no pueden ser significados, sino en todo caso figuras. A las figuras de contenido léxicas se les suele dar el nombre de semas (aunque hay más figuras léxicas que los sernas, como veremos 3.4.4.2.2), en tanto que, siguiendo la terminología de Hjelmslev (tal como la reinterpretan Alarcos Llorach y J. A. Martínez en los trabajos citados), reservamos el término de morfema para désignar a las figuras de contenido gramaticales. Por tanto, la oposición serna/morfema es el punto de partida para distinguir el campo de la semántica y el de la gramática: de que se puedan reconocer como efectivamente distintas las unidades llamadas sernas y las unidades llamadas morfemas depende que se pueda hablar de semántica y gramática como disciplinas diferentes.
2.3.1.2. PROBLEMAS PARA LA DISTINCIÓN ENTRE UNIDADES GRAMATICALES Y UNIDADES LÉXICAS.
Buena parte de las características en que se ha querido ver la diferencia entre los sernas y los morfemas apenas consiguen delimitar los dos campos de una manera borrosa e imprecisa. Algunas veces se ha buscado la diferencia en el mayor grado de generalidad de las unidades gramaticales en comparación con las unidades léxicas. Las oposiciones gramaticales estarían presentes en un número de sintagmas mucho mayor que las oposiciones léxicas. Oposiciones como masculino/femenino están presentes en un número apreciable de sintagmas en español. Frente a ellas, oposiciones léxicas del. tipo 'desde el emisor' /'hacia· el emisor', que distinguen parejas como 'llevar' /'traer', se dan en un número mucho más restringido de sintagn;¡s. Tal es la ~bservación hecha por autores como O. Jespersen Y a la que ya en el siglo I a. de C. había llegado Varrón, a quien, además del grado de generalidad, no le pasó inadvertida 24
O. Jespersen, Filosofía de la gramática, Barcelona, Anagrama, 1975.
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la regularidad y sistematicidad de los paradigmas gramaticales 25 • pero la recurrencia, es decir, el hecho de que distintas unidades se compongan de las mismas piezas combinadas de manera diferente en cada una, no es un carácter que en rigor se pueda entender como distintivo de las figuras gramaticales y de las figuras léxicas. La misma unidad léxica que opone 'hombre' a 'niño' distingue 'caballo' de 'potro' y 'vaca' de 'ternera' 26 • Y hay figuras léxicas presentes • en áreas del vocabulario aún más amplias que las que incluyen figuras gramaticales: son más las palabras del español en las que están presentes oposiciones como 'animado' /'inanimado' que las caracterizadas por oposiciones como 'masculino' /'femenino'. Más adelante comentaremos por qué los paradigmas de figuras gramaticales dan la sensación de mayor regularidad y por qué, en consecuencia, son menos propensos a la innovación y al préstamo (2.3.3 y 2.3.4). Otras veces es el tamaño del paradigma que componen lo que se considera diferencial. Los paradigmas de unidades gramaticales están compuestos por un número bastante reducido de unidades (el paradigma de género, por ejemplo, está compuesto por dos morfemas y el de artículo por uno), en tanto que el número de unidades pertenecientes a un mismo paradigma léxico puede llegar a ser considerablemente amplio 27 . Pero este criterio presenta cuando menos dos dificultades, una de carácter empírico y otra de principio. La objeción empírica la plantean los ejemplos de paradigmas de unidades muy limitadas en número y que sin embargo se vienen considerando unánimemente como léxicas, como es el caso de los campos léxicos' deícticos (demostrativos, adverbios de lugar y tiempo, pronombres, ... ) y de los días de la semana, por ejemplo. La otra dificultad es de principio. Tener muchas o pocas unidades constitutivas 25
R. H. Robins, Breve historia... , págs. 57-58. Sobre lo problemática que se presenta la oposición entre el léxico y la gramática, seguimos la exposición de J. A. Martínez, «Los elementos de la gramática ... ». 27 A. Martinet es el autor que más difundió este punto de vista. Ver A. Martinet, Elementos de lingüística general, Madrid, Gredos, 1974. 26
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es una diferencia de grado, pero no de naturaleza. Que un paradigma sea mayor que otro no es razón para que además sea un tipo de paradigma distinto. Por otra parte la frontera es borrosa. ¿Cuántas unidades tiene que tener un paradigma para ser un paradigma «amplio», y por tanto léxico? Otro rasgo con el que se intentan marcar las diferencias de las unidades que nos ocupan es el carácter sintagmático (más exactamente heterosintagmático) de los morfemas, frente al carácter exclusivamente paradigmático de los sernas. Los morfemas están sometidos a unas exigencias de rección y concordancias que impiden entender como bien cifradas en castellano secuencias del tipo *Los niñas corre. Es dudoso que se pueda decir lo mismo de las figuras léxicas (aunque sobre esto comentaremos algo con detenimiento más adelante, en 3.4.4.2). De todas formas, en palabras de J. A. Martínez, « (los sernas) ¿no tienen también sus exigencias combinatorias? ¿No es acaso por no respetar la «concordancia» de 'animal' ' 'bovino', 'adulto' por lo que pueden resultar «agramaticales» expresiones como *Además de discursear, los bueyes calculan su plusva/{a, *La vaca relinchaba sin cesar o *Este ternero tiene diez años?» 28 ;
2.3.1.3.
MORFEMAS Y CATEGORÍAS SINTÁCTICAS.
2.3.1.3.l. A pesar de todas las dificultades, de alguna manera se intuye que hay alguna diferenciá entre las unidades de significado 'masculino' y 'singular' manifestadas por el significante /o/ en niño y el significado 'humano', 'no adulto' manifestado por /nig-/. Y una de las observaciones más agudas sobre esta cuestión la hizo F. Boas 29 . Boas advierte que en una secuencia como el niño come la información de género y número es obligatoria, pero no así la 28
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Unidades categorizadas
J. A. Martínez, «Los elementos de la gramática ... », pág. 178. R. Jakobson, Ensayos de lingüística general, Barcelona, Seix Barral, págs. 333 y sigs. •
información de si se trata de un adulto o de una cría. Según este autor la gramática «determina aquellos aspectos de cada expresión que deben expresarse» 30 . La observación de Boas es algo imprecisa,
pero podemos tratar de desarrollarla. Parece que el que una unidad de contenido se pueda considerar como léxica o gramatical depende de la «permeabilidad» que esa unidad tenga al comportamiento sintáctico del sintagma en que se integra. U na figura léxica puede aparecer conformada en sintagmas de cualquier naturaleza categorial. Recuérdense los ejemplos citados de blancolblanquearlblanco (de raza), correr/corredor, estudiar/estudiante-estudioso. Por el contrario, una figura gramatical, como 'presente' o 'indicativo', sólo puede formar parte del significado de sintagmas de una categoría determinada: ningún sustantivo adjetivo puede incluir una referencia al modo o a la perspectiva. 0 Más aún, y enlazando con el comentario de Boas, los morfemas de modo o perspectiva no sólo no se manifiestan en sintagmas de otra categoría que la verbal, sino que además ningún sintagma de naturaleza verbal puede dejar de hacer referencia al modo Y a la perspectiva. Teniendo presente que una categoría es un m,odo de funcionamiento sintáctico, se puede decir que los morfemas son figuras de contenido que se agrupan en paradigmas tales que la actualización de alguna de sus unidades está estrechamente yinculada al modo de comportamiento sintáctico del sintagma en que deba hacerse dicha actualización. Así, la unidad de contenido llamada 'femenino' en castellano podemos considerarla como gramatical porque pertenece a un paradigma (el de género) cuya actualización o no tiene una estrecha vinculación con el hecho de que sea de carácter sustantivo el funcionamiento sintáctico del sintagma que deba incluirlo. Sólo si ese sintagma asume alguna de las maneras de ser sustantivo en castellano (por ejemplo, manifestando las marcas propias del sujeto o del implemento) puede actualizarse una de las dos unidades
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En R. Jakobson, op. cit., pág. 333.
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del paradigma de género (en el caso del adjetivo esas mismas unida.;: des se presentan con unas características algo distintas). Pero la vin culación en este caso va más allá. En castellano no puede funcionarcomo sujeto o como implemento un sintagma (es decir, no puede ser sustantivo) sin actualizar uno de los componentes de ese paradigma. Por eso se puede decir que los paradigmas de género y mímero sólo se actualizan si el sintagma tiene un comportamiento sustantivo, y a la inversa, actualizando esos paradigmas un sintagma se hace sustantivo 31 • Y no sólo los sintagmas sustantivos. Cualquier unidad de esta categoría, como por ejemplo una oración transpuesta, efectúa una referencia al género y al número que se manifiesta en sus sustitutos pronominales. 2.3.1.3.2. Hay que tener en cuenta que las figuras gramaticales tienen una estrecha vinculación con el orden sintáctico de la oración (en realidad, como veremos, ellas mismas crean este orden) y. por eso no pueden manifestarse en un sintagma con independencia de la categoría a la que pertenezca ese sintagma; si la categoría de un sintagma reside en la manera de «engancharse» ese sintagma con otros, los morfemas vienen a ser los «enganches» y por tanto los que hacen que se puedan comportar como sustantivos o como adverbios. Esto no quiere decir que no existan paradigmas de morfemas que se den en más de una categoría sintáctica (como puede ser precisamente el caso del paradigma de género). Pero un paradigma gramatical no se puede manifestar libremente en sintagmas de cualquier categoría sintáctica, porque en ese caso su desvinculación del orden sintáctico sería total y no estaríamos entonces ante un paradigma gramatical, sino léxico (en el caso del género, sabemos que no puede haber adverbios ni verbos en femenino ni en masculino). Basta con que sea imposible la manifestación de un paradigma en una categoría sintáctica para que estemos en condicio31 Por eso J. A. Martínez llama alos morfemas «categorizadores». Ver J. A. Martínez, «Acerca de la transposición ... ,>.
nes de afirmar que ese paradigma tiene algo que ver con el ordenamiento sintáctico del enunciado. ~ Pero también es cierto que en lenguas como el espanol hay un n número de paradigmas léxicos que sólo se manifiestan en sinbue 1 • 'l tagmas de determinada categoría, o lo que es o mismo, ~ue so manifiestan en un sintagma cuando este cumple determmado tlse • l' • pode relaciones sintácticas. Así por ejemplo, las figura~ ~xi~as.tnformadas en el sintagma mesa no forman parte nunca e s1gm 1cado de un sintagma de categoría verbal: no existe ningún verbo del tipo *amesar, que podría significar 'dar a algo forma de ~esa: (por ·emplo en secuencias como *amesó toda esta madera tallo esta eJ r madera en forma de mesa'). Y esto mismo ocurre con un amp 10
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número de unidades léxicas. Precisamente es el hecho de que haya unid~des léxicas que sólo aparecen distinguidas en sintagmas de una categoría determinada lo que lleva a muchos autores a entender que las partes de la oración son tipos de signos léxicos (y no de signos autónomos) Y lo que lleva también a definir a las partes del discurso en términos semánticos.
Esto podría llevar a pensar que también algunas figuras léxicas tienen alguna vinculación con las categorías sintácticas Y que por tanto este tampoco es un criterio diferenciador. Pero en realidad el ejemplo aducido, y otros similares que se puedan alegar, sólo reflejan hechos de uso. Nada impide que, en este mismo período sincrónico, empiece a utilizarse el verbo amesar. Hasta tal punto esto es cierto que nadie puede asegurar que no existe ese verbo hasta que lo compruebe en el diccionario. Por el contrario, el hecho de que una unidad como 'femenino' no forme parte nunca de un sintagma verbal (en español) no es sólo una cuestión de uso. La posibilidad de que un verbo esté en femenino está impedida por principio: es el propio sistema el que bloquea esa posibilidad. Y si en algún momento se pueden poner en femenino los verbos, justamente este sería uno de los hechos que harían entender que estamos en un período sincrónico distinto, es decir, que el sistema ha cambiado.
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2.3.1.4.
Unidades categorizadas
MORFEMAS CONSTANTES Y MORFEMAS OPTATIVOS.
2.3.1.4.1. Por otra parte, no todas las unidades consideradas tradicionalmente como gramaticales pertenecen a paradigmas que deban manifestarse obligatoriamente cuando el sintagma es de una categoría 'x'. Así, los morfemas (optativos) verbales de implemento y complement? (lo, ~a, le, .. .) no se explicitan cada vez que hay un verbo (a d1ferenc1a del modo o la persona gramatical), como tampoco es necesario que se manifieste el paradigma artículo cada; vez que haya un sustantivo. Por tanto, lo que define a una figura de contenido determinada como gramatical, y no como léxica, no es el hecho de que pertenezca a un paradigma cuya manifestación sea obligatoria para un tipo de comportamiento sintáctico determinado del sintagma que lo incorpore. Lo que hace que una unidad de contenido sea gramatical es que la manifestación del paradigma del que es componente esté condicionada por (o manifieste) el 'modo de funcionamiento sintáctico del sintagma que lo incluya. Así P?r ejemplo, es cierto que no es necesario que se manifieste el paradigma formado por los referentes de implementación (/lo le la los, las/) cada vez que haya un sintagma verbal; pero lo q~e hac; que esas unidades sean gramaticales es el hecho de que sólo habiendo un sintagma verbal puede manifestarse ese paradigma. En este sentido es en el que decimos que un paradigma gramatical se diferencia de uno léxico por el hecho .de que el primero forma parte de la organización sintáctica del enunciado. Desde este punto de vista, hay que considerar que una parte del significado de unidades como las preposiciones o las conjunciones es de tipo gramatical. Efectivamente, las primeras no aparecen nunca en el seno de un sintagma verbal (unas líneas más adelante haremos un breve comentario acerca de cuál es el sintagma en el que debe considerarse incluido un signo dependiente). Esto permite suponer que las preposiciones están también vinculadas con la estructura sintáctica de la oración, a pesar de que los contenidos loca-
173 tivos, temporales, instrumentales, etc., que con frecuencia conllevan las preposiciones probablemente haya que considerarlos como
figuras léxicas. Las consideraciones anteriores permiten introducir una distinción entre paradigmas optativos y constantes de morfemas. Los paradigmas de morfemas cuya manifestación en un sintagma de una categoría sintáctica dada sea obligatoria se considerarán paradigmas constantes de esa categoría; así, el modo o la perspectiva son paradigmas constantes de la categoría verbo. De los paradigmas cuya manifestación está condicionada pero no obligada por la categoría del signo autónomo en el que se incluya se dice que son paradigmas optativos de esa categoría 32 ; los referentes de implementación y complementación serían paradigmas optativos del verbo y el artículo sería un paradigma optativo del sustantivo. En la tradición ortográfica está de alguna manera intuida la distinción entre morfemas optativos y constantes. La mayor cohesión· que tienen los morfemas constantes con los signos léxicos que integran con ellos el sintagma se manifiesta en la representación escrita de la lengua fundiendo los dos tipos de unidades en la misma palabra ortográfica. Los morfemas optativos, por el contrario, se suelen representar como una palabra ortográfica distinta. A ello contribuyen, sin duda, dos circunstancias. Por un lado, los morfemas optativos siempre aparecen en un signo distinto de aquel en el que aparecen las figuras léxicas: los referentes de implementación, por ejemplo, siempre tienen una expresión diferenciada de la expresión que se asocia con el significado léxico del verbo del qué forma parte. Sin embargo, los morfemas constantes comparten muchas veces el significante con las figuras léxicas del verbo, es decir, que en muchas ocasiones las figuras léxicas y los morfemas constantes son partes del mismo signo: el morfema 'indicativo' unas veces aparece en un signo diferente de aquel en que aparece el contenido léxico (caso de cantas) y otras 32 Ver sobre los distintos tipos de morfernas, A. Mondéjar, y J. Lloren te, «La conjugación objetiva en español», RSEL, 4, 1, 1974, págs. 1-60.
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veces no (así, sé, estoy ... ). El segundo hecho que propicia esta dis.. tinción ortográfica es que en la lengua hablada la expresión con la que se asocia un morfema optativo suele ser desplazable de la expresión del resto del sintagma (aunque no siempre; esto no se cumple en el caso de los referentes verbales del español actual). 2.3.1.4.2. Conviene precisar que para que ·se pueda considerar que un morfema es optativo tiene que pertenecer a un paradigm~ cuya manifestación no sea obligatoria cada vez que haya un sintag~ ma de la categoría sintáctica con la que esté vinculado tal paradig.. ma y no debe confundirse la no manifestación de un paradigma con la manifestación del término no marcado de una oposición. Así por ejemplo, cuando un sustantivo aparece sin artículo hay que entender que el paradigma artículo está sin manifestar, mientras que cuando en un sintagma verbal no aparece el morfema de anteriori"7 dad se puede entender que está manifestado el paradigma de anterioridad a través de su miembro no marcado. El paradigma artículo se compone de una sola unidad de significado (la 'identificación') y su ausencia (la 'no identificación') no se puede entender como otra unidad, lo que sin embargo sí ocurre en el otro caso citado: En el verbo español la forma he cantado incluye el morfema de anterioridad y la forma que se le opone, el presente canto, lo que indica ·es la ausencia de esta información; no indica 'posterioridad' sino simplemente 'no anterioridad'. Pero aquí la ausencia de anterioridad sí es una unidad, porque el deseo de no indicar la anterioridad se manifiesta con una expresión (no ausencia de expresión) específica (el significante /-o/, diferenciado de /e ... -ado/). El sintagma sustantivo puede incluir la referencia gramatical que llamamos identificación manifestada por los signos gramaticales / el, la, los, las/. Pero cuando no se quiere dar esta información el sintagma sustantivo no incluye una expresión específica cuyo significado sea la 'no identificación'. Por ello la 'no identificación' no es, en español, ningún morfema, pues una ausencia de identificación manifestada por una ausencia de expresión no puede ser nunca una
175 unidad, sino sólo eso: una ausencia. Por tanto, el· paradigma de anterioridad puede considerarse como un paradigma constante, desde el momento en que está manifestado siempre que hay un verbo, incluidos los casos de 'no anterioridad'. El paradigma artícul~ parece, por el contrario, que hay que entenderlo como un paradigma optativo, toda vez que en los casos en que un sustantivo no está identificado hay que suponer que el paradigma no está manifestado y que, en consecuencia, su manifestación no es obligatoria en todo sintagma sustantivo. El caso del artículo es semejante al de los referentes de implementación y complementación del verbo. Por su parte, el caso del paradigma de anterioridad es paralelo al caso de paradigma de número en el sustantivo. Efectivamente, una forma com? niño no indica 'singularidad', en positivo, sino 'ausencia de plurahdad'. Pero esta no pluralidad se refleja en la expresión por varios procedimientos: el significante del artículo, la concordancia ~e ese sustantivo con el adjetivo o con el verbo, la forma de sus sustitutos pronominales ... De ahí que también en este caso podamos entender la ausencia de pluralidad como 'presencia de no pluralidad' Y, en consecuencia, que el paradigma de número está manifestado.
En resumen, no se debe tener la tentación de tratar a los morfemas como si fuesen clases lógicas, sino en todo caso (y forzando) como si fuesen categorías (=porción de la realidad organizada internamente). El complementario de una clase es otra clase, pero no es otra categoría el complementario de una categoría. El conjunto de los objetos azules es una clase y el conjunto de los objetos no azules es otra clase; pero como categoría cromática, se puede decir que el azul es un color, en tanto que el 'no azul' ya no es un color 33 •
33 Sobre las unidades «cero» ver E. Buyssens, La comunicación ... , págs. 126 y sigs.; ver también J. A. Martínez, «Los elementos de la gramática ... », págs. 170-171. En las referencias a cuestiones de gramática española seguimos a E. Alarcos Llorach, Estudios de gramática funcional del español, Gredos, 1978.
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2.3.1.4.3. Algunos gramáticos distinguen en el estudio del sistema verbal la conjugación objetiva y la conjugación subjetiva. Tal como utilizó Lenz el término «conjugación objetiva», parece aplicable sólo a aquellas lenguas en las que en la propia palabra que hace de verbo puedan aparecer una serie de· elementos gramaticales átonos que hacen referencia a los «objetos» del verbo (explicitados o no léxicamente). El conjunto de estos elementos es lo que forma propiamente la conjugación objetiva. En estas lenguas «los elementos pronominales encerrados en el verbo son como flechas lanzadas hacia los sustantivos que se agrupan como meros blancos alrededor del cuerpo central» 34 • Al hablar de la palabra que hace de verbo no parece que haya que entender el término 'palabra' en el sentido de 'palabra ortográfica', sino de 'palabra fónica', grupo acentual. En español, por ejemplo, existiría una conjugación objetiva cuyos miembros serían los elementos pronominales átonos que se agrupan en torno al verbo, del tipo lo, la, le, etc. Formarán, pues, parte de la conjugación objetiva todos los referentes gramaticales de los 'objetos' del verbo, en tanto que formarán la conjugación subjetiva los referentes gramaticales del sujeto del verbo. La distinción que estamos proponiendo entre morfemas constantes y morfemas optativos se basa precisamente en esta distinción tradicional entre morfemas verbales objetivos y morfemas verbales subjetivos. Pero nosotros no estamos tomando como pertinente el hecho de que estos morfemas hagan referencia al sujeto o al objeto. Este no puede ser un criterio para. distinguir dos tipos de paradigmas de morfemas en un plano teórico. Los conceptos de sujeto y 9bjeto, por las razones ya aducidas (2.1.2.1.3 y 2.1.2.3.4), no deben ser tenidos por nociones teóricas sino de ámbito idiomático. Cuando se habla de lenguas que tienen conjugación objetiva y lenguas que no la tienen, es obvio que no nos estamos moviendo en el plano idiomático sino en el plano general y por ello es convenien-
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R. Lenz, La oraci6n y sus partes, Madrid, 1935, pág. 104.
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te cimentar esta distinción (evidentemente útil) sobre conceptos generales.
De ahí que hayamos concedido relevancia al hecho de que los llamados morfemas subjetivos forman un paradigma cuya manifestación es obligada frente a los paradigmas objetivos del verbo que sólo pueden manifestarse en un sintagma verbal, pero no es obligatoria su manifestación en cada sintagma verbal. Al conceder relevancia al hecho de que su manifestación sea o no obligatoria, circunscribir el ámbito de la distinción objetivo/subjetivo al sintagma verbal se vuelve artificioso. Ciertamente, podemos decir del artículo con respecto al sustantivo lo mismo que decimos de los referentes pronominales con respecto al verbo. Por ello no se ven razones que impidan entender que la diferencia entre paradigmas objetivos y subjetivos de morfemas no marca una clasificación de los morfemas verbales, sino de los morfemas en sentido amplio, verbales y no verbales. Al modificar de esta manera la definición de la idea de morfema objetivo y subjetivo acabamos por referirnos con esta división a hechos muy distintos de los que se venían denotando con estos términos. Así, el artículo sería un morfema objetivo del sustantivo; los referentes /, del inglés, o je, del francés, que aluden al sujeto, habría que considerarlos morfemas verbales objetivos en esas dos •lenguas. El uso que haríamos de los términos objetivo y subjetivo contrastarían con el que hacen gramáticos como Mondéjar y Llorente hasta el punto de resultar confusos. De ahí que hayamos preferido utilizar las expresiones 'constante' y 'optativo' en lugar de las más habituales 'subjetivo'y 'objetivo'. 2.3.1.5.
SIGNOS LÉXICOS Y SIGNOS MORFOLÓGICOS.
2.3.1.5. l. Existe también una relación entre la naturaleza gramatical o léxica de una figura de contenido y el carácter autónomo o dependiente del· signo en el que se incluyen. Un morfema puede aparecer distinguido en varios contextos. GRAMÁTICA GENERAL. -
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En primer lugar, puede ocurrir que el morfema sea la única figura de contenido de la que consta un significado; es decir, puede ser él mismo un significado completo. Es el caso de la unidad 'plural' en niños, donde simplemente es el significado del monema cuyo significante es /-si. Pero también puede ocurrir que un morfema sea sólo una parte de un significado, es decir, que las demás unídades de contenido distinguibles mediante conmutación no tengan una· expresión distinta de la suya. En este caso pueden ocurrir, a su vez dos circunstancias: - que las demás partes de que se compone ese significado sean también morfemas, como es el caso de -aba, en cantaba, donde la unidad de contenido 'imperfecto' es una pieza de un significado más amplio cuyas otras partes constituyentes ('indicativo', 'primera persona', 'no anterioridad' ... ) son también de naturaleza gramatical; - o bien que las otras partes que forman con él el significado sean figuras léxicas, y no sólo gramaticales, como es el caso de vino, donde el morfema 'perfecto simple' y las figuras léxicas que conlleva el proceso 'venir' ('movimiento', 'hacia el emisor', etc.) son piezas del mismo significado. Pues bien, se suele hablar de signos gramaticales en aquellos casos en que el significado de un signo está compuesto íntegramente por morfemas (el primero y el segundo de los casos citados). En caso de que todas las figuras de un significado sean léxicas, hablamos de signos léxicos. Las nociones de signo gramatical (los morfemas de Martinet) y signo léxico (lexemas del mismo autor) sólo se pueden establecer desde el contenido, una vez precisados los conceptos de figura léxica y figura gramatical. Por sí mismos estos dos conceptos no son útiles para establecer la frontera entre la gramática y Ia semántica. Tan sólo nos sirven pa~a añadir que un signo cuyo significado esté compuesto íntegramente por figuras gramaticales, es decir, un signo gramatical, es siempre un signo dependiente, nunca puede ser el constituyente único de un mensaje. Un morfema sólo puede aparecer en un mensaje cuando ese mensa-
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je incluye unidades léxicas, o lo que es lo mismo, no existe ningún mensaje en cuyo contenido sólo se distingan morfemas. Los signos léxicos, en cambio, pueden ser indiferentemente autónomos o dependientes. Por todo esto un morfema forma parte siempre de un signo autónomo cuyo significado no se reduce al constituido por ese morfema, en tanto que un serna no exige que en el signo autónomo del que es constituyente haya información gramatical alguna. Como veremos, los elementos gramaticales son precisamente gramaticales por constituir la materia con la que se dibuja el ordenamiento sintáctico dado entre los signos autónomos y por eso es contradictoria en sí misma la idea de un signo autónomo gramatical (como lo sería la de un remolque compuesto exclusivamente por su enganche). 2.3.1.5.2. A este respecto es distinta la situación de los morfemas optativos y la de los morfemas constantes. En un signo autónomo del que formen parte morfemas constantes distinguidos en un signo gramatical, si eliminásemos ese signo gramatical, la secuencia resultante no seguiría siendo un signo autónomo. Si en el sintagma canté eliminamos el signo morfológico -é, quedaría el signo cant-, que ya no puede formar un mensaje completo. Por el contrario, si eliminamos un signo gramatical, cuyas figuras de contenido sean morfemas optativos, la secuencia que queda del primitivo signo autónomo sigue siendo autónoma, es decir, sigue estando categorizada. La secuencia la comí constituye un solo signo autónomo, entre cuyos componentes está el signo la; eliminado este signo, la cadena resultante, comí, sigue siendo autónoma, aunque sea un . signo distinto del anterior. Hay que tener en cuenta· que el signo autónomo a cuyo comportamiento sintáctico es «permeable» la manifestación o no de un paradigma de morfemas optativos es aquel del que forme parte el signo dependiente donde aparezca distinguido el morfema optativo en cuestión. Y el signo autónomo del que forma parte este signo dependiente es la secuencia mínima que pueda formar por sí sola un
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mensaje completo con el signo dependiente de que se trate como componente. En una secuencia como me arrepiento de mis culpas, se suele decir que la preposición de está regida por el verbo 'arrepentirse' y a veces se duda incluso si no formará parte de ese verbo. Pero en realidad el trozo de secuencia más .Pequeño que incluya la presencia de la preposición y que pueda formar un mensaje aislado es de mis culpas (que podría ser, por ejemplo, respuesta a una
pregunta). Y no se puede decir que forme parte del sintagma verbal desde el momento en que la cadena me arrepiento de no existe como secuencia aislada en ningún contexto. Es por tanto la categoría del segmento de mis culpas la que debe entenderse como relacionada con la manifestación del paradigma de las preposiciones, como tal paradigma. Otra cosa es que el verbo imponga que sea la unidad /de/, y no otra, la que deba manifestarse. ]?or otra parte, cuando se dice que la manifestación de un paradigma como el del artículo está condicionada a que haya un segmento de categoría sustantiva, por ejemplo, no se dice en el mismo . sentido en que se dice que la presencia de un adjetivo presupone la de un sustantivo. La relación entre el artículo el y el adjetivo alto con la categoría sustantiva, en una secuencia como el hombre alto, no es la misma. El signo alto es un signo autónomo, categorizado, que mantiene una dependencia sintáctica con otro signo autónomo. El artículo no depende del sustantivo, sino que forma parte de él. No es que el artículo dependa del sustantivo, sino que, puesto que es un signo dependiente y tiene que formar parte siempre de un signo autónomo mayor, depende, para poder manifestarse, de gue el signo autónomo que lo tenga como parte sea sustantivo. O lo que es lo mismo, un signo autónomo sólo puede incluir como parte de su significado al artículo si se comporta sintácticamente como sustantivo. En hombre alto hay un sustantivo y un adjetivo; en el hombre no hay un artíeulo y un sustantivo, sino un sustantivo masculino singular e identificado; por su parte, hombre sería otro sintagma sustantivo, y no diríamos nunca que es un singular y un sustantivo.
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2.3.1.6.
LA REFERENCIA DE LOS MORFEMAS.
2.3.1.6.1. Todo lo dicho deja entrever la indisoluble vinculación de la información morfemática de los sintagmas de una lengua con el ordenamiento sintáctico posible en esa lengua (el desarrollo de este epígrafe hará aún más patente esta vinculación). Ciertamente, sólo la comprensión del comportamiento sintáctico de los signos autónomos de una lengua permite saber cuáles son los paradigmas condicionados por ese comportamiento sintáctico. Y sólo incluyendo determinados morfemas puede un sintagma comportarse sintácticamente de cierta manera. Por otro lado, las marcas que manifiestan el orden sintáctico (podríamos decir, los «fonemas» de los significantes de las relaciones sintácticas) no son sino recursos gramaticales: manifestaciones de determinados componentes de paradigmas morfemáticos obligadas por la selección de una unidad de otro paradigma actualizado en otro signo autónomo (casos de concordancia y rección), actualización significativa de paradigmas como las preposiciones, manifestación de una u otra desinencia casual, etc. Sólo hay algún procedimiento aislado para manifestar la sintaxis de los enunciados que puede considerarse al margen del juego de morfemas, como quizá sea el uso del orden lineal de sintagmas. Los significados léxicos que componen el vocabulario de una lengua organizan la realidad en parcelas parcialmente superpuestas; los significados gramaticales también organizan parte de la realidad (puesto que son unidades de contenido), pero sobre todo actúan como enganches que permiten la puesta en contexto de los signos léxicos, que así forman con ellos un signo actualizado, esto es, contextualizado o contextualizable con otros en un mismo acto comunicativo. La información gramatical añade a la léxica no sólo, ni principalmente, otra referencia más a la realidad ('singular', 'pasado' ... ), sino sobre todo categorización sintáctica, posibilidades definidas de comportamiento.
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Por todo esto, la disciplina que engloba el estudio de los morfemas y de la sintaxis de una lengua, es decir, la morfosintaxis, o simplemente la gramática de esa lengua, lo que estudia es la manera histórica y específica de darse en esa lengua las partes del discurso con todas sus implicaciones. No se trata de que la gramática general defina una serie de esquemas constantes y que la sintaxis (morfosintaxis) particular registre una serie de variables de un esquema universal previamente dado. Lo que registra la gramática general son elementos y principios que no tienen más forma que la moldeada de hecho en las lenguas históricas. A pesar de esto, no siempre parecen conscientes los estudiosos de que la función primordial de los morfemas está en el papel que cumplen en la puesta en contexto de los signos autónomos y por eso en los tratados generales de gramática se dedica más espacio a hablar de aspectos de los paradigmas gramaticales que, en nuestra opinión son menos relevantes, como puede ser las sustancias a que suelen hacer referencia estos paradigmas. 2.3.1.6.2. Así, no es infrecuente la suposición de que los signos morfológicos conforman significados de carácter general alusivos a realidades presentes en todas o la mayoría de las situaciones comunicables. Es decir, que proporcionan una información casi necesaria para que la experiencia que se comunica sea completa. De esta manera, se considera normal que cada vez que se enuncia una acción se informe acerca del tiempo (pasado, presente o futuro) en que transcurre. De la misma forma, cada vez que se alude a un objeto cualquiera se entiende que es altamente probable que las lenguas dispongan de mecanismos para indicar si se trata de uno o de varios. Y de aquí se pasa, en no pocas ocasiones, a incluir como parte de la gramática general el estudio de todos estos contenidos (tiempo, modo, número, género, persona ... ) presentes en un número amplio de lenguas, como si el 'número' y el 'mod' del que hablan las gramáticas del inglés fuera el mismo número y modo del que hablan las gramáticas del español o el francés.
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Este tipo de exposiciones presentan, en coherencia con lo que llevamos dicho hasta aquí, algunos problemas. 2.3.1.6.2.1. El primero de ellos se refiere a algo que ya comentamos con algún detalle en otro momento (ver lo dicho en todos los párrafos de 1.2.2.2.). No tiene sentido incluir en un tratado de gramática general un capítulo dedicado al tiempo o al modo, porque este tipo de unidades son, obviamente, unidades de contenido, pero no genéricas. Una realidad sólo es significado en virtud de su relación con una expresión concreta dada en una lengua histórica concreta. Cuando decimos que un elemento 'x' está interrelacionado con un elemento 'y', lo que estamos diciendo es que 'x' e 'y' forman un bloque tal que sean definitorias de 'x', en el marco de ese bloque, alguna(s) característica(s) que no se sostengan en 'x' fuera de ese bloque (por lo menos como definitorias). Todo lo que pueda ser característico de 'x' en el marco de este bloque, que siga siéndolo fuera de ese marco, no corresponde a la relación .de 'x' con 'y'. Pues bien, un signo es una función definida entre dos planos interrelacionados. La realidad extralingüística que se comunica (el significado) forma con la experiencia acústica que la actualiza (el significante) el bloque que llamamos signo. Esa realidad comunicada es significado en la medida en que la consideremos como una configuración que sólo se sostenga dentro del bloque que forma con la secuencia sonora que le sirva de significante. Si ofrecemos una organización de esa realidad que subsista ·independientemente de su significante (es decir, que subsista fuera del signo) la configuración que hacemos de tal realidad no resulta de su relación con el significante en cuestión (al ser una configuración que se sostiene fuera del bloque que forma con él), es decir, esa realidad, así expuesta, no es un significado. Si presentamos unidades del tipo 'pasado', 'presente' o 'futuro' como formando una categoría de la realidad independiente de las conformaciones que de esa realidad hagan las lenguas concretas, no es de significados gramaticales (ni de otro tipo) de lo que estamos hablando. Además, puesto que las
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lenguas pueden conformar de manera muy diferente esas realidades, no hay otra forma de tratarlas como unidades lingüísticas que en el marco donde adquieren un estatuto propiamente lingüístico
que es en el de las lenguas históricas particulares. De la misma manera que no vemos fundamento teórico en el establecimiento de campos semánticos generales (como el del parentesco o el color), ni en general en ningún tipo de formalización pre-lingüística de la realidad objetiva, tampoco vemos la utilidad del estudio «general» de los significados gramaticales (que, desde el momento en que son generales, no pueden ser, en rigor, verdaderos significados). Sí es competencia de la gramática general la definición y comprensión de lo que son los paradigmas de morfemas, como rasgo constitutivo de las lenguas, y el papel que ese tipo de paradigmas tiene en el engranaje general del sistema lingüístico. Y las únicas funciones de los signos morfológicos que debe abordar un estudio general son aquellas que no adquieren estatuto lingüístico en algún sistema concreto, sino que lo adquieren en relación con otras unidades lingüísticas genéricas; así, la transposición, la categorización, la concordancia, la rección ... 2.3.1.6.2.2. El segundo problema que vemos en el tipo de exposiciones que antes comentamos se refiere a la suposición de que existen sustancias de contenido que son, per se, gramaticales. Se piensa a veces que referencias como 'singular', 'plural' o 'pasado' constituyen referencias gramaticaI~s. Pero realmente, lo que hace que una unidad de contenido sea léxica o gramatical no es la naturaleza sustancial de la realidad referida. Baste recordar que la misma sustancia que unas lenguas conforman léxicamente, otras la organizan gramaticalmente. Por ejemplo, 'dos' es en español un significado léxico, en tanto que en griego clásico esa misma sustancia podía ser un morfema nominal opuesto a 'singular' y 'plural' y manifestado por una desinencia propia. Pero mientras en español 'dos' es el significado de un signo autónomo, el 'dual' griego era un valor de contenido que se recortaba en un paradigma ninguna
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de cuyas unidades era nunca el constituyente de contenido único de un signo autónomo y cuya manifestación dependía de que (u originaba que) el signo autónomo del que debiera formar parte tuviese unas capacidades sintácticas determinadas. Es esto, y no el tipo de referencia que efectúe, lo que hace que una unidad de contenido sea gramatical o léxica. Hay que tener en cuenta que un paradigma gramatical constante (por ejemplo, el número) se mahifiesta cada vez que hay un signo autónomo de una categoría determinada (por ejemplo la sustantiva) y es lógico que esto condicione que cierto tipo de referencias se conformen como gramaticales con más facilidad que otras. La información de si se está hablando de uno o de varios elementos puede ser pertinente en un buen número de situaciones y por ello es normal que, estadísticamente, sean fre. cuentes las lenguas que conforman gramaticalmente contenidos de ese tipo. Por el contrario, sería sorprendente que en una lengua existiese un paradigma morfemático nominal para indicar cuándo la realidad referida es de madera y cuándo no lo es. Este tipo de información sería un complemento pertinente para un número muy reducido de contenidos léxicos y por eso se puede admitir que es improbable que se dé en alguna lengua un morfema parecido a 'de madera'. La referencia 'de madera' tiende a ser la sustancia de significados léxicos, pero no por definición. Lo que da la identidad de gramatical a una unidad de contenido es el ,hecho de no poder ser nunca el significado completo de un signo autónomo y la vinculación que su paradigma tiene con el comportamiento sintáctico del signo autónomo que lo incluye. El hecho de que, en principio, no haya experiencias comunica-. bles que sean por sí mismas gramaticales o léxicas justifica que en una misma lengua la misma (o parecida) sustancia de contenido pueda aparecer conformada como figura léxica y como figura gramatical, pudiendo darse así situaciones aparentemente anómalas. Así, la sustancia referida por el morfema 'plural', en castellano, no es del todo diferente a la que conforman léxicamente los llamados sustantivos colectivos (gente, equipo, multitud, muchedumbre... ), con
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lo que el morfema 'singular' en combinación con el serna 'colectivo' en estos sintagmas se contradice parcialmente y origina alguna vacilación en sus concordancias con otros signos autónomos: la gente de aquellff.S regiones era amable/eran amables. En ocasiones la contradicción entre ciertas figuras y significados léxicos no es parcial sino total. Es el caso del sintagma cuatro, que en sus usos adjetivos no puede combinarse con un sustantivo que incluya el morfema 'singular', que resultaría contradictorio con su significado léxico. También el género gramatical puede venir exigido ya por el significado léxico. Así, el género 'femenino', en combinación con contenidos léxicos que hagan referencia a personas, aparece asociado a la sustancia 'sexo hembra', que precisamente es una figura de contenido presente en algunos significados léxicos. De esta manera, el sintagma nuera no puede ser gramaticalmente masculino, toda vez que la referencia que efectuaría ese morfema entraría en contradicción con la figura 'hembra' incursa en el significado léxico.
2.3.2.
RELACIONES SINTÁCTICAS Y SIGNOS
2.3.2.1. Según dijimos en otro momento (ver 2.1.2.3.2 y 2.1.2.3.3), en una lengua existen dos tipos de procedimientos significativos. En un caso (el caso de los signos «normales») la lengua resulta ser una función entre dos realidades no lingüísticas. La interacción entre una experiencia acústica perceptible con una experiencia (del tipo que sea) no percibida, hace de ambas un conjunto en el que cada una de ellas representa una organización que no se sostendría fuera de es·e conjunto: el significante y el significado. Pero los signos lingüísticos no siempre representan una organización resultante de ~a interacción de dos experiencias que, consideradas aisladamente, sean exteriores a la lengua. Otras veces los dos elementos interactuantes que constituyen el signo eran ya aisladamente unidades internas a la lengua, antes de convertirse en «otra cosa» por su interrelación en el signo. Este segundo es el caso de
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tas relaciones sintácticas. En una relación sintáctica se vinculan dos conjuntos de elementos lingüísticos. Por un lado, una serie de elementos gramaticales y formales: explicitación condicionada de ciertos valores gramaticales (casos de concordancia y rección), actualización de morfemas de caso, preposiciones, ordenación lineal. .. Por otro lado, una serie de signos autónomos concretos de complejidad variable. Dos conjuntos de elementos de este tipo aparecen en un enunciado como escribí a Pedro. Por un lado tenemos un conjunto de dos elementos distintos y en principio desconectados, que son los signos autónomos escribí y a Pedro. Por otro lado tenemos un conjunto (de pocos elementos dada la simplicidad del enunciado con que estamos ejemplificando) de interacciones gramaticales, en principio diferentes unas de otras. En el interior del sintagma a Pedro existe un signo dependiente, a, que liga el sintagma en cuestión con el sintagma escribí,· demuestran que esa preposición tiende un lazo entre los dos sintagmas hechos como que, si alargáramos el enunciado, no podríamos introducir un nuevo sintagma sustantivo precedido por /a/, a menos que la preposición tomase un sentido locativo o que el nuevo segmento 'a' + sust. formase a Pedro un grupo en el que cualquiera de las dos partes pudiese representar, funcionalmente, al conjunto (es decir, que lo coordinásemos con a Pedro). Además, el sintagma a Pedro tienen vinculación con algunas de las cosas que pueden ocurrir en el sintagma verbal. En este sintagma se puede actualizar el morfema optativo /le/, y así incrementado, el sintagma verbal está en condiciones de suplir al grupo verbo+ sust., si el contexto es suficientemente explícito: le escribí = escribí a Pedro. El número singular de Pedro impone, por otra parte, que el miembro del paradigma de morfemas optativos de complementación que deba manifestarse sea /le/ y no /les/. y aún se podrían buscar más interacciones entre estos dos signos autónomos, por ejemplo, en las consecuencias que acarrearía su permutación, en la posibilidad o imposibilidad de que el sustantivo pueda aparecer sin estar identificado, etc. A cada una de estas interacciones gramaticales simples que se pueden constatar en la concu-
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rrencia de signos autónomos podemos darle el nombre de marca formal. 2.3.2.2. Así pues, en este enunciado tenemos dos conjuntos de hechos lingüísticos que se van a poner en relación: un conjunto de signos autónomos y un conjunto de marcas formales. Puestos en relación los dos conjuntos de elementos, forman un nuevo conjunto en el marco del cual cada uno de esos dos grupos de elementos pasa a ser «otra cosa» distinta de la que eran aisladamente. Cada uno constituye el término de referencia con respecto al cual los elementos de que consta el otro conjunto no son elementos desconectados sino cohesionados. Le escribí y a Pedro están vinculados por un orden que permite que se les reconozca como formando un mensaje unitario cuya referencia no coincide con la referencia que podrían efectuar aisladamente esos signos. Esta unicidad que se reconoce es el único punto de vista desde el cual las marcas formales dadas entre los dos signos (presencia de la preposición /a/, posible pronominalización del sustantivo por un referente verbal . ' etc.) deJan de ser elementos aislados para formar parte de un mismo todo. La marca que manifiesta la preposición /a/ en escribí a Pedro y la que manifiesta la misma preposición en vi a Pedro sólo es distinta porque forma parte de un conjunto de marcas diferente: en el primer caso, forman parte de ese conjunto la pronominalización por /le/, la posibilidad de aparecer pleonásticamente el referente /le/ con el sustantivo en, cualquier contexto, etc.; en el segundo caso la preposición forma parte de un conjunto de marcas ~ormales constituido por la pronominalización con /lo ~ le/ (marcado en cuanto al género, a diferencia del anterior), etc. El único criterio por el que se puede decir que estas marcas formales forman un conjunto, siendo como son en sí mismas hechos distintos es precisamente el carácter unitario que tiene la secuencia formada ~or los signos autónomos entre los que se establecen tales marcas: por aparecer estas marcas conjuntamente, y de manera regular, unificando signos autónomos. en un signo autónomo mayor es por lo
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que ellas forman un conjunto. Y si el hecho de que los signos autónomos formen una unidad es el criterio por el que las marcas formales que los vinculan forman un conjunto, también el hecho de darse conjuntamente determinadas marcas formales es el criterio por el que los signos autónomos entre los que se establecen se entienden como efectuando una referencia unitaria. En la asociación de ese conjunto de marcas formales con el conjunto de signos autónomos entre los que se establecen es en lo que consiste una relación sintáctica. Como vemos, el mecanismo es el normal de cualquier signo. En un signo, cada uno de sus planos es el fundamento de la unicidad del conjunto de experiencias que constituye el otro. Una secuencia de fonemas sólo se reconoce como unidad si existe una experiencia significativa con la que se asocien en conjunto. Si no fuera así, no formarían un conjunto unitario sino acontecimientos inconexos. Si alguien nos deletrea la secuencia /koNstáNteméNte/ y tuviéramos que repetirla, lo haríamos sin dificultad pues, de hecho, es una la unidad que debemos recordar. Si fuera la secuencia /tplhajk/ la que se nos deletrease, con ser menos los fonemas que la constituyen, tendríamos más dificultad en recordarla, toda vez que aquí son siete las unidades que hemos de memorizar al no haber un significado que unifique esas experiencias acústicas. Esto es, en definitiva, lo que ocurre con cualquier proceso significativo del tipo que sea. Una palidez inusual en la p~el, la aparición de granos en _todo el cuerpo y una temperatura por encima de lo normal son, por sí mismas, cosas distintas. Pero una realidad no inmediatamente perceptible, como la enfermedad del sarampión, puede ser un criterio desde el cual sean una sola realidad. Por eso, podemos decir que los síntomas antes citados 'significan' sarampión. Lo peculiar de los signos que llamamos relaciones sintácticas es, insistamos, que los conjuntos de experiencias que entran en relación y pasan a obtener 1;1n estatuto diferente del que tenían fuera de esta interacción eran ya, aisladamente, elementos lingüísticos: son conjuntos de marcas formales las que 'significan' (hacen referencia a) determinados signos autónomos.
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2.3.2.3. Por todo esto podemos ver con claridad que la función básica de los morfemas en la lengua no es la de aportar ningún tipo de información general, casi imprescindible para la mayoría de las situaciones. De hecho, es muy poca la información que transmiten los morfemas como figuras de contenido; en primer lugar, por representar cada uno una elección de entre muy pocas alternativas; y en segundo lugar, por ser la actualizació'n de los paradigmas gramaticales altamente predecible en la mayoría de los contextos. Su función básica es la de ser la materia prima con la que se construyen los conjuntos de marcas formales que manifiestan a las relaciones sintácticas. Todo tipo de recurso susceptible de constituir una marca formal, pero no utilizado de manera pertinente en el orden sintáctico de los enunciados de una lengua, constituye la sustancia de la expresión de las relaciones sintácticas. Los recursos aprovechados de hecho como marcas formales son ya elementos constitutivos de la forma de expresión de estas relaciones; son una especie de «fonemas» de las relaciones sintácticas. Las agrupaciones de marcas formales que regulan de manera estable la coaparición de los signos autónomos son el significante de tales relaciones. La forma de contenido viene dada por la estructura que estas marcas formales confieren a los signos autónomos de los enunciados (precisaremos con más claridad este punto, y todo lo referente a la organización sintáctica en general, en momentos más avanzados del trabajo, particularmente en el tercer capítulo). Finalmente, la sustancia de contenido, aquello a lo que hace referencia una relación sintáctica, no es otra cosa que los propios signos a los que categoriza (=capacita para funcionar de cierta manera) la misma información gramatical que contienen, es decir, los signos autónomos. Además el reducido número de conjuntos de marcas formales que una lengua utiliza como significantes de un orden sintáctico es capaz de estructurar un infinito de secuencias distintas. No sólo todos los sintagmas de la lengua pueden ser unificados en una estructura común con otros sintagmas. Las mismas marcas, con rela-
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ción a las cuales se unifican como estructura unitaria dos sintagmas, pueden fundir al conjunto así unificado con otro signo autónomo para dar lugar a un conjunto mayor que, a su vez, es sustancia conformable en un nuevo proceso significativo sintáctico que tenga a esas mismas marcas como significante. Son estos procedimientos por los que la lengua se modela a sí misma los que tienen la responsabilidad última de que sea indefinido el número de mensajes en que puede manifestarse un sistema lingüístico. 2.3.2.4. Según la exposición anterior, parece que el concepto de morfema se acerca al de figura de expresión, con la matización de que se trata de la expresión de un tipo especial de signos que serían las relaciones sintácticas. Sin tratar de forzar paralelismos con la fonología, en realidad lo más cercano a una «figura de expresión sintáctica» no sería realmente un morfema, sino en todo caso una marca formal, pues es de un conjunto de marcas formales de lo que se compone la expresión de una relación sintáctica, por más que una marca formal consista precisamente en una interacción gramatical simple. Este punto de vista no está del todo alejado de algunas implicaciones que R. Werner extrae de la teoría de K. Heger, según la cual el carácter diferencial de los monemas de contenido gramatical reside en el hecho de ser «monemas con semema exdusi.:. vamente metalingüístico-reflexivo» 35 • Wemer encuentra una relación entre los monemas gramaticales así caracterizados y el concepto de 'distinguema' que él mismo había definido. Por distinguema entiende Werner determinado tipo de rasgos que puede considerarse signos, por incidir de manera evidente en el plano referencial, pero que conviene diferenciar de los signos habituales por el hecho de que los distinguemas se limitan a influir sobre la referencia, pero no se puede decir que tengan un significado propio. Los distinguemas de Werner coinciden, por lo menos extensionalmente, con las figuras de Hjelmslev. Un fonema sería un ejemplo de distinguema. La distinción terminológica obedece a que con el vocablo 'distinguema' se puede aludir a un género del que el fonema sería una especie; 35 G. Haensch, L. Wolf, S. Ettinger y R. Werner, La lexicografía, Madrid, Gredos, 1982, págs. 72-73 y 199-200.
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Unidades categorizadas una 'letra' sería también un distinguema, pero no un fonema: este es un distinguema del código hablado y aquella un distinguema del código escrito. El hecho es que Werner, sin compartir el punto de vista de Heger, entiende que este último autor confiere a los monemas de significado gramatical un estatuto cercano a un extraño distinguema «de rango superior al de los fonemas y de los grafemas». Si se acepta que una relación sintáctica se puede considerar como un tipo especial de signo, es evidente la cercanía de este extraño distinguema que Werner ve en la exposición de Heger con el estatuto que aquí entendemos que tienen los morfemas, aunque, según quedó ya aclarado, lo más cercano a la idea de distinguema no sería propiamente el concepto de morfema sino el de marca formal. Por otra parte, Heger entiende que los monemas gramaticales no efectúan referencia alguna a la realidad exterior, sino que la información que aportan es sobre las propias unidades lingüísticas (de ahí el carácter «metalingüístico-reflexivo» que este autor cree diferencial de los monemas gramaticales). Es obvio, como el propio Werner hace notar, que Heger está utilizando aquí el término 'metalenguaje' en un sentido claramente impreciso, incluso inaceptable. Pero en este planteamiento late un convencimiento de fondo que, pensamos? se acerca al que aquí estamos defendiendo. Este convencimiento es que lo que hacen los elementos gramaticales es, sobre todo, conformar elementos de la lengua y no elementos exteriores a ella, como los monemas. Para Heger lo que hacen es informar del paradigma al que pertenecen los signos léxicos que se combinan con ellos, en tanto que aquí estamos suponiendo que son la materia prima con la que se construyen las int~rrelaciones que manifiestan las relaciones sintácticas dadas entre los signos autónomos, pero sí aceptamos la idea de que el material último referido ( = significado) por los mecanismos gramaticales son los propios signos. Lo que no podemos aceptar es la etiqueta de «metalingüísticos» para designar este tipo de elementos. El hecho de que la referencia sea el propio lenguaje no significa que sean metalingüísticos. Cuando estamos ante un verdadero enunciado metalingüístico, el lenguaje del que se habla, aunque pueda ser el mismo que se utiliza, es una realidad externa al mensaje: el mecanismo de significación es el habitual, es decir, un conjunto de experiencias sensibles se asocian con una serie de
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rasgos de contenido para, juntos, hacer referencia a otra realidad que no es interna al mensaje. El hecho de que la realidad aludida en un mensaje cifrado en castellano sea la actualidad deportiva o la propia lengua española (o francesa) no es argumento para pensar que el procedimiento es especial. El caso de las relaciones sintácticas es bien distinto. En las relaciones sintácticas elementos internos al mensaje estructuran las propias unidades internas de ese mensaje. No se trata de signos cuya referencia sean signos exteriores al mensaje, sino de mecanismos por los que un mensaje se automodela en una organización jerárquica. Sólo cuando el lenguaje referido por un mensaje es exterior a ese mensaje se puede hablar de metalenguaje. Cuando el lenguaje conformado por ciertos signos dados en un mensaje son internos a ese mensaje, es decir, cuando, en sentido estricto, el mensaje da información sobre sí mismo (sobre su estructura, consistencia, etc.) más bien tendríamos que hablar de procedimientos analíticos (ver 1.2.2.4.1. ).
2. 3. 3.
PARADIGMAS GRAMATICALES Y SIGNIFICANTES
2.3.3.0. Las consideraciones anteriores pueden ayudar a comprender algunas de las características que, intuitivamente, se pueden entender como diferenciales de los paradigmas léxicos y de los paradigmas gramaticales. Así, es un hecho que Jos paradigmas gramaticales se componen siempre de un número muy reducido de elementos; aunque esto, según vimos, no .define la naturaleza de estos paradigmas, es un rasgo innegable. Por su parte, los paradigmas léxicos parecen constar de un número mucho más amplio de unidades. Es cierta la existencia de paradigmas léxicos cuyo número de componentes es bastante reducido, pero no menos cierto es que cuando reconocemos a un paradigma como componente del léxico (y no de la gramática) sabemos que no necesariamente tiene que ser un paradigma reducido en elementos; antes al contrario, lo normal es que conste de un número amplio de unidades. También se dice con frecuencia que los paradigmas gramaticales dan la sensaGRAMÁTICA GENERAL. -
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ción de ser más sistemáticos que los léxicos, dominio en el que las oposiciones y organización parecen más desdibujadas. Otra característica más que se suele dar como diferencial de . los paradigmas grainaticales con respecto a los léxicos, es el carácter cerrado de los primeros, frente al carácter abierto de los segundos. Se tiene también la sensación de que es más fácil que se añadan o se pierdan unidades léxicas existentes que se modifiquen Íos paradigmas morfemáticos. Es posible que estos tres hechos diferenciales (el carácter más reducido, más sistemático y más cerrado de los paradigmas gramaticales con respecto a los léxicos) puedan tener su explicación a partir de la función que hemos atribuido a los morfemas en la organización sintáctica.
2.3.3.1.
Los
SIGNIFICANTES Y LA ARTICULACIÓN.
2.3.3.1.1. Según vimos, tanto las figuras léxicas como las figuras gramaticales están dadas en el plano del contenido de los signos llamados monemas. Pero vimos también que las figuras gramaticales eran, en otro nivel, la herramienta con que se dibujaba la expresión de la organización sintáctica de los enunciados. Si en Juan corre a la estación podemos decir que, además de estar compuesta por un conjunto de monemas y sintagmas, existe otro tipo de signo como es la relación sujeto, cuya referencia son los sintagmas Juan y corre (ver 2.1.2.3.3), cuyo significado es la estructuración que hace de esos signos y cuya expresión viene dada por un conjunto de marcas formales, podemos admitir que las figuras 'singular' y 'tercera persona' son parte del significante de este segundo tipo de signos. Es su participación en el significante de las relaciones sintácticas, en definitiva, lo que las define frente a las. figuras léxicas. Aunque las relaciones sintácticas sean un tipo particular de signo, no dejan de ser signos y sus unidades, expresión y contenido, han de compartir una serie de características genéricas propias de todo acontecimiento que se pueda entender como significante y significa-
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do. Si observamos alguna de las características comunes al plano de la expresión de cualquier signo, es lógico esperar que encontremos en los paradigmas morfemáticos algunos de los rasgos que caracterizan la estructura de los significantes en general. Si todas las unidades de que se componen todos los mensajes posibles en un código son siempre signos, es evidente que en ese código hay tantas unidades de expresión como de contenido. Es el caso de las señales de circulación, que la mayor parte de las veces se componen de varias unidades que, aunque no sean autónomas, son signos. En códigos de este tipo se necesita una unidad de expresión por cada experiencia que se quiera conformar como significado. Este tipo de organización es posible mientras el número de experiencias que se quiera transmitir mediante ese código sea relativamente reducido. A medida que el número de significados es mayor, debe ser también mayor el número de unidades de expresión. Cuando el número de realidades que se desea transmitir es excesivamente amplio, el tener que manejar una unidad significante para cada una de esas realidades puede resultar ya poco rentable. Lo que es inevitable es que haya tantos significantes como realidades sean significables en el código en cuestión (lo que no quiere decir que tenga que haber tantas unidades de expresión como significantes; hay más tipos de unidades de expresión que los significados). En estos casos los significantes pueden no distinguirse entre sí como bloques. Las realidades sensibles conformadas como significantes pueden ser parcialmente idénticas (en su realización sustancial) y parcialmente diferentes, de manera que lo más pequeño que dos significantes puedan tener de idéntico sea lo más pequeño que pueda diferenciar a otros dos significantes; y lo que dos significantes tengan diferente sea lo que puedan tener idéntico otros dos cualesquiera del mismo código. De esta manera, no es necesario manejar tantas unidades de expresión como realidades se puedan conformar como significados. Lo que de hecho se maneja son esas pequeñas experiencias sensibles en las que puedan coincidir o por las que puedan diferenciarse dos o más significantes. Los significai:tes de-
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jan de hecho de manejarse como elementos unitarios para manejarse como bloques construidos a partir de esas pequeñas unidades, que en sí mismas ya no son significantes y que son las que Hjelmslev llamó figuras. El número de figuras es lógicamente mucho más pequeño que el de significantes. La articulación de los significantes en figuras facilita enormemente el manejo de las unidades de expresión, lo que en definitiva quiere decir que son muchos más los sig-
nos que se puede llegar a utilizar y muchas más las realidades transmisibles: en suma, es mucho mayor el rendimiento. 2.3.3.1~2. Ciertamente, el número de signos que maneja un hablante medio puede llegar a varios miles. Si el· significante de cada uno de esos signos fuera un elemento enterizo y, desde el punto de vista sustancial, fueran absolutamente distintos unos de otros, el reconocimiento de la parte más inmediatamente perceptible del signo sería un proceso enormemente costoso. Cada significante representaría la resolución de un contexto de incertidumbre compuesto de muchas alternativas, esto es, constituiría una información difícilmente procesable. Estamos ante un contexto de incertidumbre cuando, dadas unas condiciones iniciales, existe más de un acontecimiento compatible con esas condiciones. Una incertidumbre se compone, por tanto, de un conjunto de sucesos alternativos y excluyentes que, por ser todos compatibles con las condiciones iniciales, tiene cada uno una cierta improbabilidad de ocurrir, y ninguno de ellos certeza absoluta. Cuando se produce uno de esos acontecimientos y lo discriminamos de los demás obtenemos una información equivalente a la incertidumbre despejada. Tanto mayor es la información cuantos más sean los acontecimientos excluidos, esto es, cuantos más sean los acontecimientos de entre los cuales discriminamos el suceso. Por eso, en principio, cuanto mayor sea la incertidumbre que despeja un suceso más costoso es el procesamiento de información que conlleva y mayor es la memoria necesaria para lograr ese procesamiento.
Lo que se hace con la articulación de los significantes en figuras es sustituir una incertidumbre, compuesta por un alto número de
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alternativas, por un conjunto de incertidumbres más pequeñas, compuestas por un pequeño número de alternativas, de tal manera que la suma de todas las informaciones obtenidas por la disipación de esos pequeños contextos de incertidumbre sea igual a la información que hubiéramos obtenido por la resolución del contexto mayor. Dos ejemplos permitirán que nos acerquemos por vía intuitiva
a lo que queremos decir. Si tuviéramos que mover 500 kg. de material de un sitio a otro, el éxito del intento puede depender de que esos 500 kg. de material formen un bloque compacto o que estén distribuidos en 50 bloques de 10 kg. cada uno. En este segundo caso lo que ocurriría sería que sustituiríamos un gran esfuerzo por un conjunto de esfuerzos más pequeños de manera que si sumamos el rendimiento de todos estos pequeños esfuerzos, obtenemos un rendimiento igual al que hubiéramos obtenido con el esfuerzo mayor. La diferencia está en que si los quinientos kilos de material forman un bloque único la persona o la máquina que deba realizar el trabajo está obligada a ejercer una· fuerza de quinientos kilos. Si, por el contrario, el material se reparte en cincuenta bloques num;a es necesario ejercer más de diez kilos de fuerza. Por este procedimiento una máquina relativamente modesta en potencia estaría en condiciones de lograr un rendimiento satisfactorio. Veamos un segundo ejemplo, más cercano al tema que nos ocupa. Imaginemos que se nos entrega una lámina en la que está dibujada (sin sombras) la figura de un caballo y una segunda lámina en blanco donde debemos intentar reproducir el dibujo. Así planteado el trabajo, el éxito del trabajo dependerá de la habilidad del que deba hacer la reproducción. Pero si la figura del caballo viene dibujada en una lámina cuadriculada en cuadrículas de medio centímetro cuadrado y si la lámina donde debe efectuarse la reproducción viene cuadriculada de la misma manera (o por lo menos en escala), la labor de copiar la imagen en cuestión es mucho más sencilla y prácticamente está al alcance de cualquiera. Tan sólo hay que ir copiando en cada cuadrícula de la lámina en blanco el peque-
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ño trazo que observemos en la cuadrícula correspondiente del original. No es una gran figura, difícil de copiar, lo que debemos dibujar. Es un conjunto de pequeños trazos, muy fáciles de reproducir uno por uno, lo que debemos ser capaces de hacer; pero al final, la suma de todos esos pequeños trazos será igual a la imagen completa. Una lámina en blanco es un contexto de incertidumbre y la figura del caballo es una línea altamente improbable, desde el momento en que es una de las muchas líneas que podrían ocurrir en esa lámina. Cuanto mayor y más compleja sea la figura, tantas más son las figuras de las que nuestro dibujo debe diferenciarse, y por consiguiente, tanto mayor es nuestro margen de error y nuestra posibilidad de desvío. Sustituido el amplio contexto de incertidumbre constituido por la lámina y un conjunto de cuadrículas, donde lo que puede ocurrir en cada una (es decir, las líneas y figuras posibles en cada una de ellas) es muy poco, y por tanto muy pocas nuestras posibilidades de alteración del original, .el éxito del trabajo puede ser un hecho con mucha menos habilidad manual. En el primer caso sería una figura muy compleja lo que nuestras capacidades psicomotrices nos tienen que permitir reproducir; en el segundo caso son figuras extraordinariamente simples (aunque sean muchas figuras) lo que se nos pide. Si en el ejemplo anterior bastaba con desarrollar una fuerza de diez kilos, ahora basta con desarrollar toda la «cantidad de habilidad» necesaria para dibujar una línea de menos de medio centímetro. El caso de los significantes es parecido. La memoria que de hecho se utiliza para discriminar y reconqcer un significante articulado es mucho menor que la empleada para reconocer un significante no articulado. Si los significantes de una lengua no estuvieran articulados, para descifrar un signo deberíamos empezar por reconocer su parte sensible de entre un número muy amplio de experiencias sensibles alternativas. Estando articulados en unidades recurrentes, dosificamos ese esfuerzo ~n un conjunto de esfuerzos más pequeños, de manera que en español, por ejemplo, la máxima incertidumbre que nos puede llegar a despejar un fonema es de 24 unidades.
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2.3.3.2.
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LA CATEGORIZACIÓN DEL SIGNIFICANTE Y LA CATEGORI-
ZACIÓN DEL SIGNIFICADO.
2.3.3.2.1. Paralelamente, las experiencias significadas por los significantes así constituidos no son tampoco absolutamente diferentes en todos sus detalles. Como ocurría con el plano de la expresión, los significados son conjuntos de figuras, que son los trozos de experiencia que, en el código de que se trate, pueden ser comunes a dos o más significados, o pueden ser lo más pequeño que distinga a dos significados; es decir, lo más pequeño que puedan tener de diferente dos experiencias que obligue a utilizar un significante diferenciado para hacer referencia a ellas en el código de que se trate. Ahora bien, el número de figuras de contenido es, en cualquier código, y por su propia naturaleza, muy superior al número de figuras de expresión. La organización del plano de la expresión y del plano del contenido es hasta cierto punto semejante, pero expresión y contenido no son dos realidades reversibles, es decir, no se puede entender cada uno de los dos funtivos en que consiste un signo indiferentemente como expresión o contenido. Y ello no sólo porque su naturaleza sustancial es diferente en cualquier tipo de código sino también porque presentan una estructuración necesariamente distinta. El significante es una experiencia sensible mediante la cual los protagonistas de un acto de comunicación simulan algún tipo de· experiencia vital que puede estar ausente del contexto. Obviamente, para que una experiencia sensible pueda traer a presencia un elemento que puede estar ausente, la relación entre tal experiencia sensible y la experiencia ausente no puede estar motivada por nada interno a ésta última realidad: la relación que el significante tiene con la realidad designada ha de ser arbitraria. Si consideramos que el conocimiento que tenemos de un código constituye un saber añadido y diferenciado del conocimiento que tenemos de la realidad exterior a ese código, es fácil admitir que el saber que tenemos del plano de la expresión se aparta más de
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otro tipo de saberes sobre la realidad que el conocimiento que tenemos del plano del contenido. Un objeto de la realidad, como el objeto 'casa', se nos presenta en nuestra experiencia dado en distintos contextos con otros objetos y cada uno de esos contextos, es decir, cada una de esas agrupaciones de objetos de las que una casa puede ser componente, determina una categorización o conocimiento diferenciado del objeto en cuestión (ver lo dicho en 1.2.2.2.1.). El signo formado por la asociación de esa realidad con la secuencia sonora /kása/ es sólo uno de los contextos en que podemos encontrar en nuestra experiencia el objeto 'casa'. De ese contexto resulta el· conocimiento de tal objeto como significado, que es sólo uno de los conocimientos que tenemos de la realidad 'casa' (su definición como significado es sólo una de las posibles; también puede ser definida, por tanto conocida, desde otros puntos de vista). Por el contrario, la experiencia acústica /kása/ no se da en nuestra experiencia en más contextos que el que forma con el objeto 'casa'; el conocimiento que tenemos de esa secuencia como significante es el único que tenemos. 2.3.3.2.2. La arbitrariedad del saber que tenemos del significante con respecto a cualquier otro tipo de saber que tengamos sobre la realidad que queremos estar en condiciones de transmitir, es mucho mayor que la arbitrariedad del conocimiento que tenemos de la realidad como significado con respecto a cualquier otro tipo de conocimiento que podamos tener de esa misma realidad. Cuando organizamos una experiencia cc>mo significado, esa organización se asienta sobre otras organizaciones previas (=conocimientos) que ya teníamos de esa misma experiencia y el nuevo conocimiento que representa su organización como unidad lingüística, aunque arbitrario con respecto al saber previo que ya teníamos, es una arbitrariedad sólo relativa. El hecho de que el significado represente una manera de conocer (=discriminar) una realidad de la que ya teníamos otros conocimientos previos es consustancial a la idea" misma .de significado. Sólo podemos conformar como significado un obje-
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to para poder comunicarlo aunque esté ausente, si ese objeto repreenta ya para nosotros una realidad distinta de otras Y, por tanto, s I •, una realidad conocida. Las unidades del plano de a expres10~ reresentan también un saber lingüístico, pero absolutamente arb1tra~io con respecto a cualquier tipo de conocimiento que podamos tener de las experiencias que queremos estar en condiciones de transmitir. Si las experiencias que queremos poder transmitir son todas, el plano de la expresión debe representar un saber arbitrario con respecto a cualquier otro tipo de saber que podamos tener. Y ello por dos razones. La primera, ya comentada, porque en el caso de las lenguas naturales las unidades de expresión deben poder traer a presencia cualquier experiencia vital imaginable; sólo siendo un tipo de ·saber absolutamente diferenciado de~ saber que t.engamos de cualquier experiencia imaginable puede servir para actualizar cualquier realidad que no esté implicada en la situación (~l sonido ~e unas llaves no puede ser un significante capaz de actualizar el obJeto 'llave' en cualquier situación, desde el momento en que el conocimiento del sonido y el del objeto no son arbitrarios, sino fuertemente motivados el uno por el otro). La segunda razón es que esos c~nocimientos previos que se tienen de la realidad comunicable, sobre los que se asienta la organización de esa misma realidad como significado, no son representaciones objetivas de la realidad, comunes a todos los hablantes. Esos saberes previos varían de individuo a individuo. Sólo asociando una realidad que los hablantes conocen de maneras distintas con 1:1n elemento ajeno a esa realidad del que los hablantes no tienen más conocimiento que el que resulta de esa asociación (y, por tanto, del que todos los hablantes tjenen el mismo conocimiento), se puede hacer de esa realidad un hecho intersubjetiva y se puede convertir en sustancia transmisible en un acto de comunicación; fuera de esa asociación con la expresión, la sustancia comunicable constituye una experiencia que cada sujeto puede tener categorizada de maneras diferentes, según las particularidades circunstanciales de cada uno •
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2.3.3.2.3. Cuantos más sean los conocimientos que un individuo tenga de un objeto, es decir, cuantos más sean los puntos de vista desde los que es capaz de identificar una misma realidad sustancial, más facilidad tiene ese sujeto para discriminar y reconocer el objeto. Por eso, no origina problemas el hecho de que las situaciones conformadas como significados y las figuras léxicas de una lengua sean muy numerosas. Como son situaciones conocidas desde más puntos de vista que el lingüístico y presentes en varios contextos de nuestra experiencia, no hay dificultad para reconocerlas. El plano de la expresión, de cuya sustancia no tenemos más saber que el lingüístico, no puede tener una estructuración tan compleja. Sería prácticamente imposible manejar una lengua con varios miles de fonemas o varios miles de significantes no articulados. La estructuración del plano de la expresión tiende a ser en cualquier tipo de código más compleja que la estructuración del plano del contenido. Cuanto mayor sea el plano del contenido, es decir, cuantas más son las experiencias transmisibles, mayor es la necesidad de simplificar el de la expresión. Es fácil comprender que cuando simbolizamos una realidad mediante otra es porque la segunda representa una manera más sencilla de operar con la primera. La situación jurídica y administrativa de una persona se· suele representar mediante claves numéricas precisamente porque los números representan •una organización relativamente sencilla y económica con la que se pueden «atar» esas situaciones más complejas. Si tenemos presente que las unidades de contenido que Hamamos morfemas son elementos que pertenecen al significante de la organización sintáctica de los signos autónomos, se comprende que compartan algunas características que necesariamente han de darse en la estructura de cualquier tipo de significante. Ciertamente, las relaciones sintácticas no son signos del mismo tipo que los monemas, ni sus dos planos están estructurados de la misma manera que se estructuran los planos de los monemas. Pero ya resaltamos en su momento los hechos que permiten entender a las relaciones sintácticas como procedimientos significativos peculiares y eso nos
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da pie para suponer que la relativa simplicidad y el escaso número de componentes de los paradigmas gramaticales es, en definitiva, una característica inherente a todo tipo de mecanismo significante. El número de marcas formales y de paradigmas morfemáticos, así como el número de componentes de estos paradigmas, se presenta con la sencillez normal de cualquier plano de expresión mediante el que deba hacerse un número amplio de referencias. 2.3.3.2.4. Los paradigmas de elementos de expresión deben manifestarse en los actos comunicativos con mucha frecuencia. Si una experiencia es significado sólo en la medida en que se asocie regularmente con un estímulo sensible, que es significante sólo en virtud de esa misma asociación, obviamente tiene que haber tantos significantes como significados. En el caso de las lenguas naturales, en el uso más normal, un hablante maneja varios miles de significados con sus correspondientes significantes. Cada uno de esos significados y significantes son, según vimos, unidades compuestas de otras unidades más pequeñas y recurrentes. Pero cada una de las figuras de expresión constituye una realidad mucho más frecuente en la experiencia lingüística de los hablantes que cualquiera de las figuras de contenido, precisamente por constituir las primeras un inventario muy reducido de elementos con los que se construyen tantos bloques como los que se construyen con el inventario mucho más numeroso de figuras de contenido. La propia frecuencia con que deben manifestarse los paradigmas de figuras de expresión obliga a que cada manifestación no deba suponer una elección de una unidad entre otras muchas, circunstancia que obligaría a un gran esfuerzo tanto al emisor como al receptor. La situación de los paradigmas gramaticales es semejante. El número de signos autónomos que se pueden unificar (=significar) en un mensaje mediante las marcas formales (constituidas, recordemos, por interacciones definidas entre paradigmas de morfemas) que sirven de significante es prácticamente ilimitado, pero los propios procedimientos gramaticales de que se vale una lengua para
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esa labor son muy restringidos. Por otro lado, hay que tener en cuenta que el comportamiento sintáctico de los signos autónomos determina que, automáticamente, deban manifestarse en su seno ciertos paradigmas gramaticales. Siendo como son muy pocas las categorías sintácticas de estos signos autónomos, e implicando como implica cada categoría que el signo autónomo en cuestión contenga determinada información gramatical, se comprende que el uso de los paradigmas gramaticales sea también particularmente frecuente. Así, si en una oración aparecen cuatro sustantivos, habrá que elegir cuatro veces uno de los géneros posibles y uno de los números posibles; y hay que tener en cuenta cada una de esas elecciones para manifestar las oportunas concordancias. Esto condiciona, naturalmente, el escaso número de componentes de que constan estos paradigmas. Cuantas más sean las posibilidades entre las que hay que elegir, tanto mayor es la información que se procesa al efectuar la elección y tanto más complicada es la elección en sí misma. Si los paradigmas de género y número, por ejemplo, constasen de 20 Y 25 unidades respectivamente, en una oración con cuatro sustantivos el esfuerzo que tendría que hacer el emisor para construirla (teniendo ·en cuenta además las posibles concordancias) y el receptor para interpretarlas sería suficientemente grande como para afirmar que es realmente improbable que exista una lengua con estas características. Como vemos, a pesar de sus diferencias, las razones por las que las figuras de expresión y las· unidades gramaticales deben presentarse en una organización relativamente sencilla son bastante semejantes. Estamos diciendo que la manifestación de los paradigmas de unidades de expresión, del tipo que sean, es mucho más frecuente que la manifestación de los paradigmas de unidades de contenido y que, en consecuencia, las unidades de expresión son más frecuentes en la experiencia de los hablantes que las unidades de contenido. Esto no se contradice con lo dicho en las páginas anteriores. Allí decíamos que el significante era una realidad que no se daba en nuestra experiencia más que en los propios signos, en tanto que la sustancia
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significada se nos daba en otros contextos y la conocíamos desde
más puntos de vista. Naturalmente, el hecho cierto de que sean muchos los conocimientos que tenemos de la realidad 'casa' y que de la experiencia acústica / a/ no tengamos más conocimiento que el que resulta de su lugar en la lengua no se contradice, en primer lugar,· con el hecho de que / a/ sea una experiencia más frecuente que una casa; y en segundo lugar, si la casa como significado no es más que el conjunto de los rasgos que componen esa realidad asociados de manera estable con el significante /kása/, por más frecuente que pueda ser el objeto 'casa' en nuestra experiencia, la casa como unid,::i.d lingüística, es decir, el significado 'casa', es poco frecuente en los mensajes lingüísticos ( en la experiencia lingüística). Los paradigmas de los que cada rasgo de significado representa una elección se manifiestan con poca frecuencia en los actos de comunicación, en tanto que la actualización de las unidades que componen su significante y la manifestación de los paradigmas a los que pertenecen es mucho más habitual.
2.3.4.
LA SISTEMATICIDAD DE LAS UNIDADES LÉXICAS Y LA SISTEMATICIDAD DE LAS UNIDADES GRAMATICALES
2.3.4.1.
CONCEPTO DE SISTEMA.
2.3.4.1.1. El papel que desempeñan los morfemas en el significante de las relaciones sintácticas y las características generales de los significantes justifican el escaso número de componentes de los paradigmas gramaticales si los comparamos con los léxicos. Y todo esto nos sirve de introducción para comentar el distinto grado de sistematipidad que con frecuencia se atribuye al conju.f1tO de unidades léxicas y al conjunto de unidades gramaticales; y, vinculado directamente con esto, nos sirve también de base para comentar el carácter cerrado de los paradigmas gramaticales, frente al carácter abierto y 'más proclive a la .innovación del léxico.
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No puede considerarse totalmente desacertada la opinión de quienes ven en el léxico un conjunto de elementos a los que parece más difícilmente aplicable la calificación de «sistema» que a los elementos de la gramática. Hay que tener en cuenta que la sistematicidad no es una característica que un agregado de elementos puede tener o no tener en términos absolutos. Se puede hablar de grados de sistematicidad. Por eso, ha de tenerse presente que cuando se dice que los elementos léxicos son menos sistemáticos que los gramaticales, no necesariamente se les está negando su condición de sistema, ni tampoco se está diciendo ninguna vaguedad, sino que se está hablando con absoluta propiedad. Un sistema puro es un conjunto de elementos interactuantes. De dos o más elementos se dice que están en interacción cuando forman un conjunto en el marco del cual a cada uno de ellos le son predicables como definitorias unas características que no se sostienen fuera de ese conjunto (ver lo dicho en 2.3.1.4.). Ahora bien, en un sistema matemáticamente puro los elementos están absolutamente subordinados al todo y carecen por completo de individualidad. Todos los elementos pueden hacer de todo, son intercambiables Y la alteración de cualquiera de ellos repercute en todos los demás. Podemos imaginar una sociedad primitiva, que se componga de menos de 200 miembros, y cuyas actividades vayan orientadas a la supervivencia y a la perpetuación de la especie. Podemos también imaginar que entre sus miembros no hay ningún tipo de especialización: necesariamente hay que cazar, cocinar, asegurar una protección, pero cualquiera de sus miembros puede colaborar en cualquiera de esas labores. Conocida la organización del todo social Y conocidas las labóres que debe cumplir la sociedad, el comportamiento de un miembro cualquiera es enteramente deducible de ese conocimiento y nada de lo que podamos decir acerca de la actividad de un individuo cualquiera representa ningún añadido a lo que ya sabíamos. En este sentido decimos que los miembros de un sistema carecen de individualidad específica. Cualquier enfermedad o defunción de alguno de los miembros de la sociedad reper-
cute en toda esa sociedad, desde el momento en que la sociedad debe seguir cumpliendo sus funciones y debe, por tanto, suplir el pequeño aporte que hacía ese miembro. 2.3.4.1.2. Pero el sistema puro no es el único tipo de sistema que existe, ni es obviamente el tipo de sistema que representan las lenguas. Supongamos un conjunto de elementos tales que la alteración de uno de ellos no repercuta sobre el conjunto global. De este conjunto no se puede decir con propiedad que forme un sistema. Pero puede ocurrir que la alteración de un elemento no repercuta sobre todo el conjunto pero sí sobre una parte de ese conjunto. Y puede ocurrir que la alteración de cualquier otro elemento de ese subconjunto repercuta en el resto de los elementos dados en dicho subconjunto. Este subconjunto sí formaría un sistema propiamente dicho. Puede ocurrir que el resto de los elementos del conjunto global inicial se organice en subconjuntos parecidos, de tal manera que ninguno de los elementos deje de pertenecer a alguno de los sistemas así formados. En este caso simplemente tendríamos un conjunto de sistemas independientes. Pero podría darse el caso de que la alteración de alguno de estos subconjuntos, como bloque, sí repercutiera sobre los demás subconjuntos. En este caso todos los subconjuntos, tomados como bloques, por tanto como unidades simples, formarían un sistema. Si, por el contrario, sustituimos cada subconjunto por el total de elementos de que está compuesto, y juntamos en un bloque único todos los elementos de que están compuestos todos los subconjuntos, volvemos a estar en el conjunto inicial, que, según vimos, no era un sistema. Tomados los subconjuntos como unidades simples sí obtenemos un sistema. Y si tenemos en cuenta que cada subconjunto era ya un sistema, podemos decir que el conjunto inicial era simplemente un sistema de sistemas: es decir, un sistema cuyos elementos son a su vez sistemas, de manera que el agregado formado por todos los elementos de estos subsistemas no forman un sistema. En este caso, cada uno de los elementos de base sí tiene individualidad. Desde el momento
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en que la alteración de un elemento cualquiera no reper~ute en todos los demás, sino sólo en algunos, ya no es un elemento cualquiera, sino un elemento determinado como aquel que tiene relación con tal conjunto de elementos y no con tal otro conjunto. La existencia de este tipo de subconjuntos autoriza a decir que los elementos del conjunto global no son intercambiables entre sí y que tal conjunto global tiene, en sentido propio, «partes» (sobre estas cuestiones y la vinculación que tienen con la idea de jerarquía hablaremos con detenimiento al hablar de los grupos sintagmáticos y en el capítulo III al hablar de los enunciados 2.5.1 y 3.3.3.1) 36 • Imaginemos ahora una sociedad reducida, como la anterior, pero con especialización entre sus miembros. Supongamos que hay un grupo de personas especializadas en la caza; otro especializado en el cultivo; un tercero en el preparado de alimentos; etc. La enfermedad o defunción de un cazador afectaría a los demás cazadores, pero no a los cocineros ni a los agricultores, es decir, no al conjunto total. Los miembros del conjunto de cazadores son interactuantes, lo mismo que los de los demás grupos, pero el conjunto de todos los habitantes de esa sociedad no forman un sistema. Esa sociedad es entonces un conjunto de sistemas. Como además sí afectaría al conjunto total una alteración del grupo de cazadores, como tal grupo, o una alteración del grupo de cocineros, podemos decir que los grupos, tomados como unidad, también interactúan, es decir, también forman un sistema. Por tanto, la sociedad completa forma un sistema de sistemas. Un .conjunto que se puede entender como un sistema de sistemas es menos sistemático que un conjunto que forme un sistema. En el primer caso la ligazón de cada individuo con el todo es más débil que en el segundo, donde la alteración de cualquier elemento tiene una conexión inmediata con una reorganización global del todo. Además es más acusada la individualidad de cada elemento en el primer caso que en el segundo. No
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El sintagma
hay que olvidar que la idea de sistema, matemáticamente puro, se opone a la idea de causalidad independiente de los elementos (es decir, a la situación en la que los elementos no son intercambiables) y a la idea de segregabilidad de un todo en partes. La idea de sistema puro se opone, en resumen, a lo que algunos autores llaman «mecanización», por lo que los conjuntos que constituyen un sistema de sistemas son, según esta terminología, sistemas «parcialmente mecanizados» 37 •
2.3.4.2.
Los
SISTEMAS LÉXICOS Y LOS SISTEMAS GRAMATICALES.
2.3.4.2.1. A este respecto, la situación del plano de la expresión y la del plano del contenido vuelve a ser diferente. Si pensamos en el conjunto de figuras léxicas de una lengua y lo comparamos, en primer lugar, con el conjunto dé figuras de expresión (fonemas) de esa lengua, es fácil comprobar que no tienen el mismo grado de sistematicidad. Las unidades léxicas son mucho más independientes entre sí que las fonológicas. Al ser las figuras de expresión muy reducidas en número, y por tanto de uso muy frecuente cada una, la alteración de una unidad fonológica puede afectar a una parte importante del inventario. Naturalmente, el inventario fonológico no forma tampoco un sistema puro, como pone de manifiesto la evolución diacrónica. Cuando se altera una unidad fonológica, tal alteración no repercute en el resto de los fonemas en la misma medida. Lo que resulta afectado muchas veces son series determinadas de fonemas, mientras que otras series pueden no modificarse en lo más mínimo. Por tanto, en el inventario de fonemas de una lengua se pued~ hablar de grupos diferenciados de unidades, cuando es característica de los sistemas la indiferenciación de partes propiamente dichas. La clasificación de las oposiciones fonológicas en tipos diferentes, hecha por Trubetzkoy, así como los conceptos de
36
Ver sobre estas cuestiones L. von Bertalanffy, Teoría general de los sistemas, México, Fondo de Cultura Económica, 1976.
37
L. von Bertalanffy, op. cit., págs. 68 y sigs.
GRAMÁTICA GENERAL. -
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«orden» y «serie» de Martinet, resaltan el carácter «parcialmente mecanizado» de los sistemas fonol9gicos. Pero es obvio que el grado de segregación entre las partes del sistema de figuras léxicas de una lengua es mucho mayor que el •del sistema fonológico. Las parcelas del vocabulario son más independientes entre sí que las parcelas del inventario fonológico. La alteración, no sólo de una figura, sino de todo un campo semántico no repercute sustancialmente sobre los demás. Naturalmente, desde el momento en que el valor de cada unidad léxica sólo es determinable por la relación que esa unidad tiene con otras, no se le puede negar el estatuto de sistema al plano semántico. Lo que ocurre es que su grado de sistematicidad es considerablemente -menor que el de otros dominios, dada la menor interacción que se da entre sus componentes. El número de componentes y su consecuencia, la frecuencia con que se manifiestan, son sin duda condicionantes de esta relativamente escasa interacción. También influye el hecho de que una realidad puede ser referida en un acto lingüístico por varios caminos; no es necesario que esa realidad esté conformada como significado o figura para que sea designable. Siendo como son infinitas las experiencias y situaciones transmisibles, es racionalmente imposible que en el plano semántico de una lengua esté conformada, como significado o como figura léxica, toda la sustancia comunicable. Con cualquier lengua se puede hacer referencia a cualquier parcela de nuestra experiencia vital, pero en ninguna lengua están todas las parcelas de nuestra experiencia conformadas como unidades léxicas. Si así fuera, serían innecesarias las combinaciones de signos. Es algo confuso Coseriu cuando compara la organización que el sistema fonológico hace de la sustancia fónica con fa organización que el plano semántico hace de la sustancia de contenido 38 . Según él, las unidades fonológicas no organizan toda la sustancia, en tanto que la sustancia de contenido, en unidades lexemáticas o en perífra38
E. Coseriu, Principios de semántica estructural, Madrid, Gredos, 1981, pág. 173.
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sis, está íntegramente estructurada. Ciertamente, hay muchas posibilidades articulatorias que no se manifiestan en una lengua ni siquiera como variantes de algún fonema, en tanto que cualquier parcela de sustancia de contenido ha de poderse actualizar por lo menos como hecho de habla. Pero eso no quiere decir que esté íntegramente estructurada por la lengua. Todo lo que estamos diciendo en este trabajo, en bloque, es sustancia de contenido, pero es obvio que no está estructurada por la lengua; todo lo dicho por nuestro trabajo no es una unidad semántica distinguible como componente de ningún signo. Sólo están estructuradas por la lengua en el plano léxico las experiencias que se puedan determinar por conmutación como unidades semánticas. Y las realidades referidas por signos, simples 0 complejos, en actos de habla concretos no se pueden considerar como realidades conformadas como unidades de la lengua.
Por eso, el hecho de que se altere un significado no quiere decir que la realidad que estaba conformada como significado de lengua deje de ser designable mediante secuencias cifradas en esa lengua. La referencia que podamos hacer con cualquier signo la podemos efectuar también por otros caminos en esa misma lengua. Y de ahí que la alteración de cualquier unidad léxica no obligue a que deba cambiar nada en el resto de las unidades. Una casilla vacía no tiene por qué representar un punto de inestabilidad. Es cierto que en muchas ocasiones una' mutación en una unidad de contenido arrastra al cambio a otras unidades, pero esto no es estrictamente necesario que ocurra, ni de hecho ocurre siempre. La posibilidad de que una misma unidad sea designable en una lengua por varios procedimientos favorece sin duda la relativa autonomía de cada unidad léxica con respecto a las demás, es decir, su menor grado de sistematicidad. 2.3.4.2.2. La facilidad con que se modifican las unidades léxicas (que constituyen el plano más proclive a la innovación Y al préstamo), es decir, el carácter «abierto» que se atribuye a los paradigmas léxicos viene determinado por su bajo grado de sistematicidad,
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213 39
que a su vez viene determinado por las dos circunstancias ya expuestas. En primer lugar, su alto número de componentes y la poca frecuencia con que •se manifiestan en los mensajes lingüísticos hacen que la alteración de cualquiera de esos componentes no origine una alteración espectacular en el sistema global. En segundo lugar, la posibilidad de efectuar la misma referencia que efectúa un signo léxico por otros procedimientos hace que la alteración de las unidades léxicas no influya excesivamente en el rendimiento comunicativo de la lengua. Este carácter abierto de los paradigmas léxicos y la facilidad de las unidades semánticas para alterarse, debida al escaso grado de interacción que se da entre ellas, tienen dos consecuencias notables a la hora de la descripción del léxico. Por un lado, es dificil delimitar lo que podríamos llamar un período sincrónico. Es sabido que ninguno de los niveles de la lengua es estático y que todos están en permanente evolución. Pero los cambios son lo suficientemente lentos como para que los propios hablantes no tengan nunca la. sensación de que se está modificando el sistema y los lingüistas puedan delimitar con cierta precisión momentos concretos en el devenir de una lengua. Pero el poco grado de sistematicidad del léxico hace que se produzcan mutaciones semánticas sin que se pueda decir realmente que hubo un paso a otro momento sincrónico. Pueden aparecer neologismos y puede modificarse el significado de signos ya existentes, pero ninguno de esos cambios que se dan en el plano del contenido tiene la suficiente entidad como para entender que se produjo el cambio de hábitos lingüísticos que define el paso de un momento sincrónico a otro. Técnicamente es indiscutible que cualquier cambio en el plano del contenido implica la existencia de dos estados. Pero son tan rápidos y tan desiguales entre los hablantes estos dos estados, que a la hora de elaborar un diccionario o cualquier tipo de obra lexicográfica no se consigue delimitar un período sincrónico con la misma facilidad con que se delimita en una gramática. La segunda consecuencia se refiere a la dificultad de delimitar una lengua funcional. de entre el conjunto de lenguas funcionales
que constituyen un idioma. Según explicó repetidas veces Coseriu , dentro de un mismo idioma existe una serie de lenguas funcionales diferenciadas según las zonas geográficas (variedades diatópicas), según los estratos socioculturales (variedades diastráticas) Y según los momentos de elocución (variedades diafásicas). Para poder describir lo que técnicamente llamamos un sistema lingüístico hay que fijar una variedad geográfica, sociocultural y expresiva, haciendo abstracción de todas las demás, de la misma manera que hay que fijar un momento sincrónico y hacer abstracción de otros momentos cualesquiera del idioma que se considere. Si no se hace esta reducción no será una estructura lingüística lo que describamos. Y de nuevo es relativamente fácil realizar esta abstracción en el caso de la gramática y en el de la fonología, pero difícil en el léxico. La facilidad con que puede cambiar el léxico sin que se tenga la sensación de que se está produciendo un verdadero cambio en los hábitos lingüísticos permite también comprender lo diferente que puede llegar a ser el léxico utilizado por dos miembros· de una comunidad lingüística sin que se tenga la sensación de que tienen unos hábitos lingüísticos excesivamente dispares. Así como las diferencias gramaticales que se pueden dar entre dos hablantes de un mismo idioma, según su procedencia geográfica, no pueden ser espectaculares, las estructuras léxicas manejadas por un hablante culto pueden ser considerablemente diferentes de las manejadas por un hablante lego, como dispares pueden ser los componentes léxicos de dos variedades diatópicas. Por eso, y por citar un ejemplo, es muy frecuente que lo que un diccionario de uso cita como acepciones del significado de un signo, no sea lo que técnicamente podríamos entender por variantes de significado, sino más bien significados que se atribuyen a la expresión que encabeza la entrada en zonas geográficas distintas o en grupos sociales diferentes. Es tal la variedad de estructuraciones del plano del contenido que se puede dar entre los hablantes de una lengua que, si difícil resultaba que un diccionario describiera un verda.dero momento sincrónico del idioma, más difícil aún es que describa una lengua funcional, es decir, un sistema lingüístico en sentido estricto. Más aún, precisamente por la facilidad con que cambian las unida39
E. Coseriu, Principios... , y Lecciones de lingüística general.
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Unidades categorizadas des de este plano y por la variabilidad de estructuras según los hablantes, no sería deseable que un lexicógrafo intentase siquiera aproximarse a la descripción de una lengua funcional dada en un momento sincrónico. Un diccionario que describiese una verdadera lengua funcional en un verdadero momento sincrónico resultaría prácticamente inútil. Sería tan fugaz en el tiempo y un aspecto tan parcial de la realidad léxica de una lengua lo que describiese ese diccionario, que el trabajo estaría condenado irremisiblemente a la esterilidad.
Las figuras de expresión se resisten más a cualquier tipo de alteración. La transformación de cualquiera de ellas origina un cambio significativo en la fisonomía del sistema. Son unidades a las que los hablantes están particularmente «acostumbrados» y por ello no se permiten innovaciones con facilidad. Por otra parte, la continua evolución en la vida de una persona y de una colectividad hace que sean cambiantes las necesidades comunicativas y las realidades que se necesitan transmitir, lo que obliga a que el plano del contenido sea especialmente dinámico y predispuesto a la transformación; lo que quiere decir que las unidades de que se compone el plano del contenido nunca son peculiaridades lingüísticas tan arraigadas y propias de una comunidad como las que integran el plano de la expresión. El plano de la expresión es, hasta cierto punto, impermeable a la continua mudanza de la realidad comunicable. Recuérdese su absoluta arbitrariedad con respecto a esa realidad. La continua aparición de nuevas unidades de contenido puede traer consigo la creación de nuevos significantes, pero no obliga a ningún reajuste en el inventario de las piezas con que en una lengua se construyen esos significantes. Determinados grupos sociales en los que, por diversas razones, aparecen jergas y lenguajes especiales, crean y recrean con mucha facilidad vocablos nuevos,. pero los articulan con los mismos fonemas con que se articulan los significantes en el uso más general: ni siquiera en estos usos marginales se modifica con facilidad el plano de la expresión. 2.3.4.2.3. La mayor sistematicidad con que se presentan las unidades de contenido gramaticaies en relación con las léxicas se
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215
puede explicar por las mismas razones que adujimos para los fonemas. Es en realidad un rasgo general para todo tipo de significantes. El carácter de piezas del significante del orden sintáctico que atribuimos a los morfemas explica que su organización tenga, en este y otros aspectos ya vistos, un cierto paralelismo con la organización del sistema fonológico. El conjunto de morfemas de una lengua se estructura en unos pocos paradigmas, de escaso número de componentes cada uno, en relación directa con unos pocos tipos de comportamiento sintáctico (las partes del discurso). Como en el caso de los fonemas, son unidades muy frecuentes en la experiencia lingüística de los hablantes, por ser las piezas de un número muy reducido de bloqu(:s de marcas formales que ordenan el infinito número de signos autónomos de una lengua. La modificación de una unidad gramatical afecta al mecanismo mismo de construcción de oraciones, es decir, supone una alteración importante del sistema y hábitos lingüísticos. Cualquier alteración de un morfema
afecta de manera inmediata a los demás morfemas de su paradigma, debido a su escaso número de componentes; pero, teniendo en cuenta que son los responsables de la puesta en contexto de los signos autónomos, también afectaría a los paradigmas gramaticales propios de otras categorías sintácticas, por la necesidad de reorganizar el ordenamiento sintáctico de una manera más o menos general, además de las repercusiones directas que podría tener en la manifestación de concordancias y recciones. Basta con pensar en casos como el de la reorganización gramatical del latín vulgar para comprender que la ligazón entre las unidades gramaticales es estrecha hasta el pu°:to de que es difícil que se den cambios gramaticales aislados. Es evidente la facilidad con que se dan los neologismos de todo tipo y la dificultad de que se den innovaciones de tipo gramatical. Los préstamos y los neologismos en general se adaptan siempre a la estructura morfemática propia del uso normal. La gramática observable en las jergas marginales es tan cercana al uso normal como lo era el sistema fonológico. El léxico· es el estrato menos «perso-
lf'"'
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nal» y específico de una lengua, en el doble sentido de que hay fuertes variaciones entre los hablantes de esa lengua y de que las influencias entre las lenguas en el dominio léxico son enormemente hacederas. Son los niveles fonológico y gramatical los que más individualizan a una lengua histórica de las demás. A su manera, los dos son «significantes». En la manera de organizar lo más arbitrario que hay en una lengua, que son los mecanismos significantes, es en donde más «personalidad» adquieren los sistemas lingüísticos.
2.4.
UNIDADES CATEGORIZADAS: LOS SIGNOS AUTÓNOMOS TRANSPUESTOS
2.4.1.
TRANSPOSICIÓN, SINTAGMAS Y CATEGORÍAS
2.4.1.1. Íntimamente ligado a la clasificación de las palabras en categorías, los ensayos gramaticales vienen comentando, sobre todo desde la obra de L. Tesniere, el fenómeno llamado transposición sintáctica. Toda palabra pertenece a alguna de las partes de la oración y a cada una de estas partes de la oración le son propias determinadas posiciones estructurales dentro de la oración y, en consecuencia, una palabra sólo puede ocurrir en las posiciones funcionales definitorias de la categoría a la que pertenece y es imposible su aparición en los contextos propios de categorías que no sean la suya. La constatación de que, sin embargo, palabras pertenecientes a una determinada categoría ocupan posiciones sintácticas que, en principio, le estaban prohibidas por no corresponder tales posiciones a la manera de ser de su categoría, siempre mediante algún recurso gramatical tipificado, es lo que lleva al establecimiento del concepto de transposición sintáctica. Sintéticamente, pues, la transposición consiste en la capacitación que un recurso gramatical confiere a un signo para que este signo tenga un comportamiento sintáctico distinto del que tiene en
Signos autónomos transpuestos
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ausencia de ese recurso gramatical. Por tanto, puesto que de comportamiento sintáctico se trata, la transposición se da sólo en signos • autónomos. 2.4.1.2. En otro momento comentamos que los signos morfológicos, es decir, los signos cuyo significado se compone íntegramente de figuras gramaticales, son siempre dependientes y que por tanto sólo podían aparecer como parte de un signo autónomo más amplio que incluía necesariamente figuras léxicas como componentes de su significado. Y comentamos también algunas características diferenciales de aquellos signos morfológicos cuyos morfemas pertenecían a paradigmas constantes de la categoría del signo autónomo que los incluía: si del signo autónomo sustraíamos un signo morfológico de este tipo, el segmento restante dejaba de ser un segmento categorizado, es decir, dejaba de constituir un signo autónomo. Si en el sintagma niño eliminamos el signo morfológico -o, el segmento resultante niñ- ya no era un signo autónomo y por tanto ya no le era atribuible ningún tipo de comportamiento sintáctico (=ninguna categoría). Frente a estos, existía un segundo tipo de signos morfológicos, cuyos morfemas eran optativos para la categoría del signo autónomo que los englobaba, y que se caracterizaban porque su eliminación del signo autónomo daba como resultado un segmento que sigue siendo autónomo. Si del signo el niño hacemos desaparecer el signo morfológico el, el segmento resultante, niño, sigue siendo autónomo y por tanto sigue siendo un segmento categorizado. Ahora bien, en el ejemplo citado la categoría del signo autónomo en el que está incluido el signo morfológico en cuestión y la categoría del segmento autónomo que resulta de la eliminación de dicho signo morfológico coinciden. El signo autónomo el niño tiene el funcionamiento propio de los sustantivos; si eliminamos el signo gramatical el, la categoría del segmento autónomo resultante, niño, sigue siendo la de sustantivo. La transposición se da justamente cuando ocurre lo contrario. Si tenemos un signo autónomo del que forma parte un signo depen-
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diente, de manera que la categoría de este signo autónomo no sea la misma que la categoría del signo autónomo que resulta de la eliminación de aquel signo dependiente, se dice que tal signo dependiente es un transpositor y que el signo autónomo, que en su ausencia tenía unas capacidades combinatorias diferentes, está transpuesto. Así, el signo autónomo lo bueno incluye como componente un signo dependiente, lo, que en caso de ser eliminado daría lugar a otro signo autónomo con distintas capacidades funcionales que el signo autónomo que lo incluía: lo bueno es un sustantivo, en tanto que bueno es un adjetivo, por lo que decimos que lo es un transpositor y que bueno está transpuesto 40 .
2.4.1.3. Se suele decir que una condición elemental para que se pueda hablar de transposición y transpositores en una lengua es que no toda categoría pueda desempeñar cualquier función. Si cualquier categoría pudiese desempeñar cualquier función, si por ejemplo los sustantivos y los adjetivos pudieran funcionar en las mismas posiciones sintácticas, no tendría sentido hablar de sustantivación de adjetivos ni de adjetivación de sustantivos. La afirmación, en principio, no admite reparos, pero debemos hacer algunas precisiones para guardar coherencia con lo dicho hasta aquí. Efectivamente, la afirmación de qu~ para que haya transposición es condición indispensable que no todas las categorías puedan desempeñar cualquier función, tiene el defecto de sugerir que las categorías son clases de palabras o de sintagmas. Las categorías no son exactamente clases de sintagmas concretos (ni de otro tipo de unidades) sino maneras diferenciadas de funcionar atribuibles a los signos autónomos. Si categorías diferenciadas son maneras 40
Ver sobre estas cuestiones L. Tesniere, Éléments de syntaxe ;tructurale, París, Klincksieck, 1976; E. Alarcos, Estudios de gramática funcional del español, Madrid, Gredos, 1978. Una amplia discusión sobre los puntos que vamos a desarrollar puede verse en S. Gutiérrez Ordóñez,