Escritos Politicos

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Escritos políticos

Camilo

Torres

S elecció n y p ró lo go de

Walter 3. Broderick

EL ÁNCORA E DI T O R E S PANAMERI CANA EDI TORI AL

Primera edición El Áncora Editores Panamericana Editorial Bogotá, 2002 ISBN 9 5 8 - 3 6 - 0 0 8 1 - 4

Diseño interior y de carátula Camila Cesarino Costa Ilustración carátula Archivo de Walter 3. Broderick Derechos reservados 2002. Walter J . Broderick El Áncora Editores Avenida 25C n° 3-99 Panamericana Editorial Calle 12 n° 34- 20 Bogotá Colombia Preprensa Digital Servigraphic Ltda. Separación de color Elograf Impreso en los talleres de Formas e Impresos Panamericana Calle 65 n° 94- 72 Impreso en Colombia

Printed in Colombia

Contenido

P r ó lo g o

Camilo Torres y la revolución postergada I

II

LA C O N C I E N C I A

1 La Violencia y los cambios socioculturales

27

2 La desintegración social en Colombia

70

3 Los grupos de presión en Colombia

75

4 Crítica y au to crítica

93

LA

DECISION

5 Discurso ante los estudiantes 6 Declaración del 2 4 de junio de 1 9 6 5 III

9

LA

99 107

ACCIÓN

7 Consignas del Frente Unido

111

8

Mensaje a los cristianos

114

9

Mensaje a los com unistas

117

10

Mensaje a los no alineados

121

II

Mensaje a los sindicalistas

125

12

Mensaje a los cam pesinos

129

13 Cartas personales

133

14 Proclam a a los colombianos

135

Prólogo Camilo Torres y la revolución postergada

F

X

ue una decada de ilusiones. Se inau guró para A m érica

Latina co n la irru p ción en escena de aquellos hirsutos gue­ rrilleros qu e bajaron de la Sierra M aestra para entrar triu n ­ fantes a La Habana encaram ados encim a de unos desvencijados tanques de guerra y con palom as blancas posando en sus h om bros. Así serían fotografiados para la historia. U n o de los rebeldes, coronad o de un som brero de ala ancha, andaba so n ­ rien te detrás de los tanques, m on tad o en lo m o de m uía y rodeado de una abigarrada m ultitud de guajiros que v ocife­ raban su rep ud io al derrotad o dictador. Para m u ch os, esa im agen de C am ilo C ienfuegos evocaba la de Jesús entrando a Jerusalén. C am ilo era el m ás atractivo de todos esos jóvenes y rom án ticos cuban os de cabellos sueltos y despelucadas bar­ bas que se tom aron el poder aquel día, el p rim ero de enero de 1 9 5 9 , co n ganas de con stru ir un m u n d o nuevo. La vida de nuestro C am ilo — C am ilo Torres Restrepo— iba a ser m arcada por ellos. Fue en 1 9 5 9 , p oco después de esa v ictoriosa cabalgata con rib etes b íb lico s, cuando el joven sa­ cerd ote b og otan o, h ijo de un d istinguido m éd ico, presentó su tesis de grado en ciencias sociales ante los profesores de la m uy católica universidad de Lovaina, en B élgica, y se aprestó

para regresar a su país y asum ir co m o capellán de estudiantes en la U niversidad N acion al1. Estaba destinado a m o rir p ro n ­ to, y en com bate, a los treinta y siete años de edad. Y su breve periplo vital sólo se entiende — y se explica— en el con texto del desbordado entusiasm o p or la causa de Fidel Castro y los revolucionarios cubanos que reinaba en la U niversidad N a­ cional — y que reco rrió prácticam ente todas las universida­ des latinoam ericanas— en aquellos tiem pos de locura y de sueños. C am ilo Torres n o era m en os rom án tico que los cubanos. Todavía m uy joven, en 1 9 4 7 , cuando estudiaba leyes en la facultad de d erech o de esa m ism a universidad, la N acion al,2 d ecid ió renu nciar al m undo y sus pom pas y entregarse a un ascetism o bastante radical. Fue aceptado en la com unidad de los m on jes d o m in ico s del convento de C hiquinqu irá, pero sabía que su fam ilia n o aprobaría el plan; su padre se declara­ ba anticlerical, y su m adre, Isabel Restrepo, desafiaba, con escandalosa irreverencia, la actitud m oralizante de los curas y de la sociedad m ojigata de su época. Entonces C am ilo, en vez de confesar su vocación religiosa, d ejó una nota para sus padres y salió su brepticiam en te de la casa sin despedirse. La irascible Isabel en co n tró la carta a tiem p o y, dirigiénd ose ve­ loz a la Estación de La Sabana, alcanzó a llegar antes de que el i ren partiera para Boyacá. Sacó a su h ijo del vagón y, enfurecida, lo o b lig ó a acom pañarla a casa, donde lo en cerró por varios días en su habitación.

1 Su icsis (o memoire) se tituló Approche Statistique de Ja Realité Socio-Économique ilc Id ville de Bogotá y fue publicada m u ch os años después co m o La proletarización de Ho||ol« por el Fondo Editorial CEREC, B ogotá, 1 9 S 7 . ' U no de sus con d iscíp u lo s era G abriel García M árquez, con quien guar­ daría mía Inicua am istad por el resto de su vida. C om o sacerdote, C am i­ lo b a u ii/ó el p rim er h ijo de su am ig o "G a b o ” .Y en la época estudiantil, C am ilo y l uis Villar Borda pu blicaban poem as del futu ro P rem io N obel cu la página universitaria que editaban sem analm ente en el p erió d ico La Ra/ón, de Juan I.o /an o y Lozano.

F inalm ente C am ilo, m ás ob stin ad o aún qu e su m adre, entró al sem in ario d iocesano en B ogotá, donde siguió cursos de filosofía y teología escolástica en preparación para su o r­ den ación sacerdotal, evento que tuvo lugar en 1 9 5 4 . C u rio­ sam ente, durante esos años de sem in ario n o se d istinguió por su espíritu de rebeldía. Lo caracterizaba, m ás b ien , un cierto m isticism o y un deseo de despojarse de los bienes te­ rrenales y acercarse al m un d o de los pobres y desposeídos; se ausentaba co n frecu encia del en cierro m on ástico para aten­ der las necesidades de fam ilias de trabajadores que labraban la piedra en las canteras sobre los cerros que se erigían detrás del sem in ario, al n orte de la ciudad. Al observar su interés por los problem as sociales, sus su periores lo enviaron, recién ordenado, a estudiar en B élgica, y su con tacto con las c o ­ rrien tes m ás progresistas de la Iglesia Católica en la época de la posguerra europea sirvió para radicalizarlo. V iajó tam bién p or algunos de los países del Este, y se im p resion ó sobre todo con el socialism o sui generis del m ariscal T ito en Yugosla­ via. Pero la exp erien cia que tal vez m ayor im pacto le causó fue su en cu entro, en París, con grupos de cristianos que c o ­ laboraban cland estinam ente en la lu cha por la in d ep en den ­ cia de A rgelia co n tra el p o d e río fran cés. Fue allí don d e e x p e r im e n tó p o r p rim e ra vez la e m o c ió n de se n tirs e involucrado en una guerra revolucionaria, y donde descu­ b rió que era posible forjar un m a trim o n io entre el cristian is­ m o y las con v iccion es de la gente que tom aba las arm as por la causa de la liberación . De m o d o que, al regresar a C olo m b ia y asum ir su cargo en la U niversidad N acional en 1 9 5 9 , C am ilo estaba ya p re­ dispuesto. R ápidam ente se en con tró in m erso en u n am b ien ­ te de efervescen cia ju venil, dond e estudiantes de las m ás diversas disciplinas — desde los alum nos de la escuela de m edicina hasta los de la facultad de so ciolo gía, que el propio C am ilo ayudó a fundar— profesaban su adhesión a la revolu­ ció n socialista que se fraguaba en la pequeña isla república

del C aribe, con ocid a en la época co m o “el p rim er territo rio libre de A m érica” . U n grupo de universitarios colom bian o s v iajó en esos días a La Habana, osten siblem en te para seguir cursos de in gen iería. Pero ellos n o d em oraron en renunciar a las aulas académ icas a favor de una preparación política y m ilitar; regresaron luego a C olom bia a form ar un m ovim iento insurgente m od elad o en el ejé rcito rebelde encabezado por Fidel, que había lograd o la tom a de poder en Cuba. M ientras tanto, debido a su tem peram en to extrovertido, su natural in ­ quietud y sus francas críticas contra las in ju sticias de un sis­ tem a que m antenía a la m ayoría de sus conciudadanos en la m iseria, C am ilo aglutinó a su alrededor a los elem en tos m ás beligerantes. A lgunos de ellos ya eran m ilitan tes del llam ado Ejército de Liberación N acional (ELN ), de inspiración castrista y guevarista, que los egresados de Cuba habían m on tad o y que estaba cuajand o en los m on tes de Santander. C am ilo se hallaba en el m eo llo m ism o de la revolución sin p ro p on érse­ lo, y casi sin darse cuenta. Sin em bargo, y a pesar de su id en tificación con estos jó ­ venes, y de sus propios y severos ju icio s con tra las élites de su país, n o op tó de buenas a prim eras p or una abierta c o n ­ fron tación con la oligarquía. Antes b ien , in ten tó lograr un cam bio radical en las estructuras de poder p or todos los m e ­ dios d em ocráticos que encontraba a su alcance. Y n o eran pocos. Porque, durante los prim eros años de aquella década, una ilu sión se había apoderado tam bién de C olo m b ia; el llam ado Frente N acional estaba recién inaugurado b ajo el liderazgo de Alberto Lleras Camargo, y éste — sin duda el más brillante político de su época— había jugado un papel clave en el derrocam iento de la dictadura m ilitar del general Rojas Pinilla y convenció a m uchos de que el nuevo sistem a — la repartición del poder p or turnos entre los dos partidos tradi­ cionales, el liberal y el conservador— iba a superar de una vez por todas las rivalidades y los conflictos que tanta violen­ cia y tantos estragos habían causado en el pasado. Si m u ch o s

co lo m b ian o s se d ejaron ilusionar ante su propuesta, fue tal vez p orqu e el Frente N acional se in ició con una cantidad de reform as concretas, algunas de ellas concebidas a su vez com o respuestas al reto que significaba la revolución cubana. Así que, bajo el im pulso de la adm inistración Kennedy y su Alianza para el Progreso, el g o b iern o co lo m b ia n o decretó una refor­ m a agraria que parecía relativam ente progresista y creó el In stitu to C o lo m b ia n o de R efo rm a A graria (In co ra ) para lle ­ varla a ca b o ; estableció tam b ién la llam ada A cción C om u ­ nal, qu e p reten d ía d escen tralizar la tom a de d ecisio n es, dando una op o rtu n id ad para e je rc e r el p od er lo cal a los líd eres naturales en b a rrio s u rban os y pu eblos ru rales; el g o b ie rn o m o n tó ig u alm en te la Escuela Su p erior de A d m i­ n istra ció n Pública (ESAP), de acuerd o co n una p o lítica de preparar fu n cio n a rio s estatales tecn ificad o s y h o n esto s; y así p or el estilo. A hora b ien , C am ilo Torres n o era tan in gen u o co m o para creer que A lberto Lleras Cam argo y el Estado co lo m b ian o fueran a realizar una profunda transform ación del país. N o obstante, sí se sentía obligad o a aprovechar, hasta donde se le perm itía, tod os los aspectos positivos de estas nuevas in icia­ tivas y de los canales institu cion ales que se habían abierto. Pocos tenían la oportunidad para hacerlo que tenía Camilo. C om o sacerdote en u n país católico, co m o joven profesional educado en Europa y que se desenvolvía en varios id iom as, y p or añadidura co m o h ijo de una iam ilia de abolengo (pues sus parientes por el lado paterno — los Torres U m aña— , aun­ que n o adinerados, ocupaban un prestante lugar en la so cie­ d a d ), C a m ilo ten ía ab iertas todas las puertas. Pero m ás im p ortante aún — en realidad, el factor decisivo— fue su calidad hum ana. Era un h om bre convencido de su vocación, y co m o tal d ecid ió dedicar sus m ejores esf uerzos a la tarea de sacudir hasta los cim ien to s todas las form as de poder y de desigualdad que él recon ocía co m o responsables del g alo ­ pante em p o b recim ien to de su pueblo.

Se h izo n om b rar suplente para la Iglesia Católica en el Instituto de R eform a Agraria, y durante más de dos años asistió a todas las reu n ion es de la ju nta directiva, op o n ién d ose a las m an iobras de p olíticos astutos que buscaban torcer la ley a favor de los grandes terratenientes. E jerció co m o decano del Instituto para el D esarrollo Social dentro de la ESAP, donde h izo lo posible por form ar varias p ro m o cio n es de fu n cion a­ rios con una co n cien cia social y un criterio de servicio a la com unidad. C om o profesor de so ciolo gía en la Universidad N acional, anim aba a sus alum nos a tom ar con tacto con los m orad ores de los barrios m arginados de Bogotá y a em p ren ­ der tareas com u nitarias con ellos. Y co m o capellán de estu­ diantes, enseñaba que el cristian ism o no se entendía sin un com p ro m iso con los h abrien tos y necesitados. En las m últiples áreas en las que trabajaba, en largas e intensas jornadas, C am ilo iba agotando las posibilidades de in flu ir para el b ien de las m ayorías. Los que detentaban el poder se ponían en guardia tan pronto se h acía evidente que el cura rebelde abogaba por cam bios genuinos. Entonces, entre 1961 y 1 9 6 4 , su frió una serie de reveses: el cardenal arzo­ bispo de B ogotá lo destituyó de la capellanía y de su cátedra en la universidad; el d irector de la ESAP saboteó la escuela que C am ilo había establecido enY opal para la form ació n de jóvenes llaneros; u no de los jefes del partido conservador, Alvaro G óm ez H urtado, lo d enunció co m o peligroso co m u ­ nista ante los m iem b ro s de la ju n ta del Incora. A cada paso se le cerraba (o se le estrechaba) el cam ino. Su p osició n social, sus buenos apellidos, sus co n o cim ien to s profesionales le h a­ bían servido, pero sólo hasta cierto punto. N o le perm itían cuestionar el sistem a a fondo, ni m u ch o m en os aprovechar los instru m entos del Estado para tocar (o am enazar) los in te­ reses del establishm ent. N o sorprende, en ton ces, que C am ilo haya term inad o por sim patizar con los alzados en armas. En I 9 6 4 , después de que el g ob iern o de G u illerm o León Valencia hubiera bom bard ead o las com unas de M arquetalia

en el departam ento deTolim a — gen ocid io que Cam ilo y otros en su m o m en to trataron de im ped ir m ediante una com isión de d iálogo, in ten to frustrado por m andos del ejército — , Ca­ m ilo quiso tom ar con tacto co n los gu errilleros del llam ado B loque Sur, los m ism os que más tarde, en 1 9 6 6 , form arían las Fuerzas Armadas Revolucionarias de C olom bia (FARC). Pero n o había logrado com unicarse con ellos cuando apareció por prim era vez en público el hasta entonces d esconocido Ejército de Liberación N acional (ELN); los nuevos guerrilleros se h i­ cieron sentir, el 7 de enero de 1 9 6 5 , con un golpe dram ático: atacaron sorpresivam ente el pueblo de Sim acota, en Santander, m ataron a tres policías y divulgaron su propuesta revoluciona­ ria. Cam ilo inm ediatam ente se sintió atraído por la audacia del nuevo grupo y por su radical proclam a política. “Con gente com o ésta,” dijo, “se podría trabajar.”3 Y el joven sacerdote no tuvo m ayor dificultad en relacionarse con ellos, pues algunos de sus m ás cercanos am igos eran “elen os” : m ilitaban en las filas del ELN co m o colaboradores urbanos. De m od o que, en su últim o año de vida — es decir, desde febrero de 1 9 6 5 hasta febrero de 1 9 6 6 — , Cam ilo participó en un doble ju ego: por un lado, dedicó su considerable energía a la constru cción de un am plio m ovim iento político (con ocid o com o el Frente U n id o), viajando a todos los rincones del país para dirigirse a los cientos de m iles de colom bianos que co l­ m aban las plazas públicas, ávidos de escuchar sus planteam ien­ tos revolucionarios y sus alegatos contra la oligarquía; y al m ism o tiem po, se com p rom etió en secreto a apoyar la lucha armada, m anifestándose listo para com batir él m ism o en el lla­ m ado “ejército de liberación” tan pronto llegara el m om ento. En octu b re de 1 9 6 5 , el en ton ces com andante del ELN, Fabio Vásquez Castaño, decidió que efectivam ente el m om en to había llegado; ord enó a C am ilo a unirse a la guerrilla en las

I 3V éaseW alter J. B ro d erick, Camilo Torres Revtrepo, Ed. Planeta, B ogotá, 1 9 9 6 , p. 2 6 7 .

m ontañas. La d ecisión podría haberle parecido precipitada, pero C am ilo n o vaciló en acatarla. Sus m u ch os seguidores su frieron u n gran d esconcierto, co m o era natural, ante la súbita desaparición de su caudillo, y el Frente U nido, que había m ovilizado a m ultitudes, se desintegró en cuestión de días. Dos m eses m ás tarde, a com ien zo s de 1 9 6 6 , C am ilo p u blicó una proclam a que anunciaba su presencia en las filas guerrilleras y convocaba a los co lo m b ian o s a em puñar las arm as en una guerra total contra el poder establecido. Luego, el 15 de febrero, el joven sacerdote cayó m u erto en su p ri­ m era acción m ilitar, una fallida em boscada contra una patru­ lla del ejército nacional. Sucedió en Patio C em ento, un lugar selvático en el d epartam ento de Santander.

Los textos reu nid os aquí4 ilustran, en sus propias pala­ bras, el proceso de radicalización de C am ilo Torres y los ar­ g u m en to s que lo llevaron fin alm en te a una p o sició n tan extrem a. Se han dividido en tres seccion es, b ajo los sigu ien ­ tes rótulos: la co n cien cia, la d ecisión y la acción . 1

La co n cien cia

Esta sección abre co n un escrito titulado La Violencia y los cambios socioculturales en las áreas rurales colombianas, del cual h em os incluido un largo extracto. El ensayo -que fue presentado com o p on en cia ante el Prim er C ongreso de Sociología realizado en Bogotá del 8 al 10 de m arzo de 1 9 6 3 - ocupa un lugar funda­ m ental en el p en sam ien to de C am ilo Torres. Y tam bién en el desarrollo de las ciencias sociales en C olom bia, ya que valo­ riza, por prim era vez, algunos efectos positivos que han sido

Tom ados de C am ilo Torres, Cristianismo y revolución, lidie iones Era, M éxi­ co D.F., 1 9 7 0 .

prod ucto de la violencia. El solo h ech o de tratar el tem a de “la V io len cia” (así, con m ayúsculas) era u n atrevim iento en aquella época, cuando aún estaban frescas las huellas del p e­ ríod o llam ado ju stam en te por ese n om b re. N o obstante, Ca­ m ilo trató esa v io len cia c o m o “u n facto r im p o rtan te de cam bio so cia l” ,5 e in sistió en que los grupos arm ados que su rgieron en el cam po a raíz de lo que había pasado en los años cuarenta y cincuenta (cuand o líderes p olíticos de los dos partidos tradicionales fom en taron una guerra fratricida entre vecinos para apropriarse de sus tierras), estaban d e­ rru m ban d o todo un engranaje de estructuras sociales hasta en ton ces inm utables. C am ilo afirm a aquí que, con la fo rm a­ ció n de cuadrillas de cam pesinos arm ados, se había estable­ cido una nueva jerarquía que desafiaba a las élites tradicionales del poder. En los cam pam entos gu errilleros se elegían jefes de entre los cam pesinos m ás hum ild es; h om b res analfabetos llegaban, co n base en su m érito personal, a ser generales; redactaban co n sus com pañeros cód ig os de derech o civil y los h acían cum p lir; agricultores, antes escépticos e in d iv i­ dualistas, se m ovilizaban para con stitu ir com unas de apoyo a las fuerzas arm adas del pueblo; cam pesinos, hasta ayer resig­ nados, atacaban a las colum nas de soldados del ejército regu ­ lar, y los vencían. Todo esto n o solam ente había ocu rrid o, rep itió C am ilo, sino que continuaba o cu rrien d o .6 Es cu rioso que este d ocu m en to, cuando C am ilo lo leyó ante sus colegas académ icos, n o haya producido m ayor im ­ 5 Id em , p. 2 2 9 . La frase ocu rre en una llam ada “In tro d u cció n para los p ro fan o s” que C am ilo leyó antes de elaborar su tesis sobre “La V io len ­ c ia ” , evid entem ente en un esfuerzo por atajar posibles críticas. “N o es de extrañar,” d ice, “que se d escriba un fen ó m en o co m o el de la v io le n ­ cia —que, en térm in o s generales, n o puede ju stificarse desde el p u nto de vista m oral— c o m o un factor de cam b io social im portan te, sin p ro n u n ­ ciarse sobre la b ond ad o la m aldad de ese cam b io y sobre la m oralidad de sus con secu en cias.” ' Este resu m en es tom ad o de la b io grafía del autor sobre C am ilo Torres. Véase W alter J. B rod erick , op. cit, p. 2 0 9 .

pacto. Porque representaba un ro m p im ien to ; C am ilo, con su p on en cia, inauguraba una form a novedosa de enfocar los problem as so ciop o líticos. H abía com en zad o a exam inar tan­ to las causas co m o los resultados del co n flicto que azotaba al país, y había d escu bierto que el problem a consistía esencial­ m en te en la exclu sión . La sociedad se había dividido de tal m anera que los co lo m b ian o s hablaban dos lenguajes; esta­ ban enfrascados en un diálogo de sordos. De ahí el siguiente escrito en esta recopilación: La desintegra­ ción social en Colombia: se están gestando dos subculturas. Se trata de un com entario period ístico publicado en el diario El Espectador el S de ju n io de 1 9 6 4 , y fue provocado por un incidente pasa­ jero (y ya olvidado) que llevó a Cam ilo a adoptar un tono irónico. Habla, por ejem plo, de “los fuegos fatuos de la elo ­ cuencia tropicalista” de ciertos políticos, y le aconseja a un interlocutor a que “se asesore de un técnico o de un libro, o por lo m enos de un d iccion ario” . Sem ejante sarcasmo en el trato a un adversario es poco usual en Camilo. Pero a pesar de ese lapsus, la descripción de los térm inos que, en boca de unos y otros, adquieren “diferentes significados” según el estrato social de quien habla, es un fen óm en o que sigue vigente. En realidad, el léxico se podría am pliar hoy con term inología más re cien te para ser so m etid o , c o n p ro v ech o , a un exam en sem ántico parecido al que hizo Cam ilo en su m om ento. El tercer texto qu e h em os qu erid o destacar en esta an to­ logía nos p erm ite escuchar a C am ilo co m o si fuera de viva voz. Porque n o se trata de un d ocu m en to prop iam en te d i­ ch o, sino de una tran scrip ción (tom ada de cintas m agn eto­ fónicas) de sus intervenciones — y las de otros— en una m esa redonda sobre los grupos de presión en C olom bia. El co lo ­ qu io se realizó en B ogotá (en la sede de la A sociación de A ntiguos A lum nos de la Universidad de los Andes) en ju n io de 1 9 6 4 . Lo h em os in clu id o para m ostrar co m o se portaba C am ilo en el debate, y tam bién para que el lector oiga, al m ism o tiem po, las voces de sus in terlocutores. Ellos rep re­

sentan los diversos pu ntos de vista que circulaban (y siguen circu lan d o) en C olo m b ia; algunos bastante reaccio n arios, otros m ás liberales. Es de notar, p or ejem p lo, có m o las o p i­ n ion es del historiad or e intelectu al Ind alecio Liévano Aguirre coin cid en con las de Cam ilo. O tros, en cam bio, m uestran su antagonism o frente a la ob stin ació n del cura. Tanto, que el diálogo se corta cuando u no de los asistentes exclam a con evidente im p acien cia: “ ¡Aquí nos paserem os toda la v id a!” . Por ú ltim o — y para cerrar esta sección que m uestra a C am ilo tom an d o co n cien cia de su propia incom patibilidad con el sistem a operante— , h em o s rep rod ucido el artículo Crítica y autocrítica, que redactó a raíz de u n m o tín en la U n i­ versidad N acional en B ogotá: Carlos Lleras Restrepo, futuro presidente de C olom bia, se había presentado, en cam paña electoral, en los predios de la universidad, donde fue re cib i­ do co n una violenta m an ifestación por parte de los estudian­ tes. Frente a las críticas que habían expresado los universitarios, alborotados co m o estaban ante la presencia del candidato o ficia l, C am ilo invita a “la clase d ir ig e n te ” a h acer una “au tocrítica valerosa y sin cera” , con m iras a establecer un p uente sobre el abism o que, a su m od o de ver, separa un gru po social del otro; los co lo m b ian o s, en o p in ió n de C am i­ lo, están divididos en dos cam pos diam etralm ente opuestos. “De que este con tacto (entre los dos grupos) se restablezca o desaparezca definitivam ente,” con clu ye el artículo, “depen­ derá la v iolen cia o el acuerdo en que culm inarán los p ró x i­ m os co n flicto s sociales en C olo m b ia.” El ten or de su escrito sugiere que C am ilo ya n o espera una recon ciliación , sino que, al con trario, está a pu nto de u nirse al co n flicto que se está arm ando co n el propósito de d errocar a las élites en el poder. 2

La d ecisió n

Esta sección consta de dos docum entos, siendo el prim ero un Discurso ante los estudiantes pronunciado en Bogotá en mayo de

1 9 6 5 . La ocasión fue el entierro sim bólico de un alum no de la universidad m uerto a m anos de la policía m ilitar durante una de las tantas revueltas estudiantiles de la época. El discurso — que se reproduce aquí sólo en parte, pues el texto com pleto ya n o existe— revela a Cam ilo co m o un revolucionario decidido y com prom etid o, convocando a sus jóvenes discípulos a la lu ­ cha por el poder “hasta las últim as consecu encias” . Para C am ilo, una de esas “con secu en cias” fue su inevita­ ble co n fro n tació n co n los jerarcas de la Iglesia Católica. Su su perior eclesiástico, m on señ or C oncha C órdoba, cardenal arzobispo de B ogotá, n o iba a p erm itir de ningu na m anera que este sacerdote contestatario aprovechara su investidura religiosa para predicar la revolución. Entonces, después de varios agrios en fren tam ien tos con el cardenal, C am ilo se en ­ con tró obligado, m uy a pesar suyo, a solicitar lo que se lla­ m aba la “red u cción al estado de laical” . Y efectivam ente la solicitó. Sus m ás cercan os am igos sabían m uy b ien cuánto le costó dar este paso; para él, el sacerdocio y el ritual de la santa m isa eran de una in m en sa im portancia. Pero C am ilo no quiso librar una batalla contra la Iglesia Católica; al c o n ­ trario, amaba la Iglesia. Sólo lam entaba que m u ch os m ie m ­ bros del clero estuvieran al servicio de los poderosos, en vez de estar identificados m ás b ien con los intereses de lo que él llam aba “la clase p op u lar” . Tom ó su d ecisión , en ton ces, y pu blicó la Declaración del 2 4 de jumo de 1965. 3

La acción

A partir de este m o m en to C am ilo se dedica totalm ente a la actividad p o lítica. Así que los d o cu m en to s que se han seleccio n a d o para esta ú ltim a se cció n co m p re n d e n los p ro ­ n u n cia m ien to s qu e p u b licó en el se m a n a rio Frente Unido, periódico que circuló durante unos m eses en la segunda m itad del ano 196 5 co m o órgano de su m ov im ien to proselitista: en sus páginas C am ilo divulgó sus Consignas del Frente Unido para

los m i l i t a n t e s y sus Mensajes a diversos grupos de la población -— a los cristianos, a los com unistas, a los n o alineados, a los sindicalistas y a los cam pesinos— . En estos breves textos Ca­ m ilo cristaliza sus ideas al fragor de una agenda agitadísim a, pues entre ju n io y octubre de 1 9 6 5 aparecía co m o activista p olítico, día tras día, en plataform as públicas a todo lo largo y an cho de C olom bia. El con ten id o esencial de su discurso está resum id o en estos m ensajes. Term inam os la selección con dos Cartas personales: una a su madre, Isabel Restrepo, a la hora de su partida hacia la guerrilla, y otra a su am iga Guitem ie Oliviéri, escrita por Camilo desde algún lugar de la selva pocos días antes de su m uerte en Patio Cem ento. Publicam os asim ism o su Proclama a los colombianos, que se debe leer co m o una especie de testam ento p olítico; fue el ú ltim o m ensaje que d irigió a su pueblo antes de m orir.

En su m o m en to C am ilo Torres Restrepo se convirtió en el Che Guevara de los católicos. Y n o sólo de C olom bia, sino del m und o entero. Pero han pasado los años y C am ilo, a d iferen ­ cia del Che, ha caído en el olvido. Tanto que, hace unos años, cuando los excavadores levantaban la pista de todo un aero­ p uerto boliviano en busca de los huesos del Che, a nadie en C olo m b ia se le o cu rrió preguntar: ¿y dónde están los restos de C am ilo? Los jóvenes colom bian o s de hoy (o sea, la m ayo­ ría de la p ob lación ) tien en poca idea de lo que representaba el episod io de C am ilo en los años sesenta. Por lo general, el ú nico C am ilo Torres de quien tien en n oticia, debido a sus clases de h istoria, es el m ártir de la Patria Boba. Sin em b argo, y aunque parezca una paradoja, C am ilo m erece un puesto entre los colom bian o s m ás sobresalientes del siglo que acaba de term inar. Es m ás, C am ilo fue el p rim er personaje de C olom bia reco n o cid o a nivel m undial. (D es­ pués de él, en efecto, sólo existen otros dos que han alcanzado

com parable resonancia universal: u no es el escritor, el otro fue un gángster.) La im agen de C am ilo reco rrió el m undo, n o p o r sus e s c r ito s c o m o s o c ió lo g o , ni p or su b rev e protagonism o en el escenario p olítico de su país — un ch is­ pazo que duró apenas unos m eses del año 19 6 5 — , sino por las circunstancias de su m uerte. Al ofrendar su vida por la revolución socialista, al ser baleado por la tropa de lo que él llam aría “el ejé rcito de la olig arq u ía” m ientras luchaba en defensa de los h um ild es, C am ilo se con virtió en héroe. Y fue d ebid o n o ú nicam ente a la forma en que m u rió, sino tam bién al m om en to. Porque, co m o ya se ha d icho, fue una década de ilusiones. U na década que tuvo su expresión p o ­ pular — al m en os en inglés— en las baladas de Bob Dylan. En los Estados U nidos, los m ilitantes de la oposición a la guerra en V ietn am forzaron las puertas del Pentágono, en com pañía del p oeta-jesu ita D aniel B errígan, para quem ar las tarjetas de los reclutas obligad os a prestar servicio m ilitar. En C am ilo c o m o m á rtir en c o n tra ro n un a licie n te de características netam en te cristianas. Y las iglesias cristianas en todas partes estaban exp erim en tand o una tom a de con cien cia en lo so ­ cial. Es evidente que C am ilo n o inventó la nueva iglesia; en realidad, el papa Juan X X III tom ó sorpresivo liderazgo de esa iglesia durante los breves años de su pontificado. Pero C am i­ lo fo rm ó parte de ella, y term in ó convertido en una de sus figuras estelares, por no d ecir en u no de sus santos. Surgió u na g u errilla urbana en A rgentina qu e invocaba a C am ilo y a la ética cristian a. C hile v io el n a cim ie n to de Sacerdotes para el Socialismo, un m o v im ien to qu e ayudó a abrir cam ino para el gobierno de Salvador Allende. Más tarde, en Ni­ caragua, los herm anos Cardenal y otros distinguidos clérigos iban a com p ro m eterse con la revolución sandinista contra Som oza y con la co n stru cció n de un Estado nuevo. Todos, de algún m odo, en con traron su inspiración en Cam ilo. C am ilo fue el precursor. Para com p robarlo, es su ficiente recordar la fecha de su sa crificio ; C am ilo m u rió en las m ontañas de

Santander un año y m ed io antes de la qu ijotesca aventura, y lu ego la m uerte, del Che en Bolivia. Su d ecisión de tom ar las arm as y colocarse al lado de los op rim id os partió en dos la h istoria de la Iglesia Católica en A m érica Latina. Fue una acción espontánea; C am ilo n o se puso a calcular el grado de novedad o de radicalism o que suponía su postura. Se podría decir, in clu so, que cargar un fusil iba en con tra de su carácter; por tem p eram en to — y por fo rm ació n — , era un h om b re pacífico y conciliador. Pero se m ostró im placablem ente fiel a su más profunda convicción: la de que el cristianism o bien entendido suponía la creación de una sociedad justa e igualitaria. Sin eso — es decir, sin un cam ­ bio radical en las estructuras del poder— , la eucaristía carecía de sentido. Antes bien, representaba un contrasentido. La m isa pretende celebrar la fraternidad. Y C am ilo sintió que era preci­ so crear una situación de fraternidad para que la misa n o fuera m entira, para que no se redujera a un rito vacío. Sintió la o b li­ gación de hacer la revolución — o al m en os m orir en el in ten ­ to— antes de poder consagrar el pan y el vino y com partirlos con sus correligionarios alrededor de una mesa U n com en tarista ha d ich o que la suya fue una “e je m ­ plar vida fru strad a” .8 Puede qu e esa d efin ició n sea acerta­ da. En tod o caso es probable, p or d ecir lo m en o s, qu e su tenue recu erd o se habría borrad o aún m ás de la m em oria colectiva en C olom bia si su m u erte n o hubiera sacudido a tantas personas en lugares rem otos. Tal fue su fam a a nivel in tern acion al que una prestigiosa casa ed itorial neoyorquina co m isio n ó una b iografía del “cura g u errillero ” .'' Y los c o ­ lo m bian o s — que no se habían fijado sino en el lam entable fracaso de una vida b ien intencionada— se sorprendieron al I 7 Véase el d o cu m en to Declaración del 2 4 de junio de 196 S en esta antología. 8 A ntonio Caballero en el ep ílog o a Camilo el cura guerrillero, de W alter J. B rod erick, E ditorial El Labrador, B ogotá, 1 9 8 7 . Camilo Torres, A Biography of the Priest-Guerrillero de W alter J. B ro d e rick , Doubleday, N ew York, 2 9 7 5

en con trar que su país había engendrado una figura de talla m undial. El C am ilo que C olom bia saluda co m o u no de sus h ijo s m ás célebres es, hasta cierto punto, un artículo im p o r­ tado del ex terio r.Y p or lo tanto, de buen recibo. A quí su voz p ro fética n o fue escuchada. C am ilo cayó m u erto del p rim er tiro de u n soldado en su única acción m ilitar, y sus restos m ortales fueron sepultados por decreto del g o b iern o en algún lugar clandestino. Si su n om b re figura entre los co lo m b ian o s m ás im portantes del siglo XX, tal vez los co lo m b ian o s deberían exig ir una tum ba honrosa para sus huesos. N o para in iciar un culto caracterizado por novenas y m ilagros. Pero sí para darle una presencia física en algún sitio apropiado, con el fin de recordar su grito contra las m il in ­ justicias com etid as a diario en su patria. C on los años, esas inju sticias se han m ultiplicado. Y la brech a entre los que disfrutan de la riqu eza y los que viven en la m iseria — entre esas “dos su bcu lturas” de que hablaba C am ilo— se vuelve cada vez m ás n o to ria, m ás abism al. Es obvio que C olom bia reclam a cam bios fundam entales; sin ellos nunca habrá paz. La revolución, la necesaria e inevitable re ­ volu ción que predicó C am ilo — y p or la qu e dio su vida— , fue frustrada en aquella década de ilu sion es. Y desde e n to n ­ ces ha sido postergad a co n tanta o b d u ra ció n p o r la clase d irig en te qu e ahora, en el in ic io de un nuevo m ile n io , el país está so m e tid o a las p eo res atrocidades y se co m eten abusos que C am ilo, en su ép o ca, d ifícilm e n te h u b iera p o ­ dido imaginar. WALTER

J.

BRO D ERICK

B o go tá, abril de 2 0 0 2

La conciencia

1 La Violencia y los cambios socioculturales en las áreas rurales colombianas* (Segunda parte)

m ovilidad social ha sido siem pre considerada co m o u n elem en to de cam bio social. Sin em bargo, nos parece n e ­ cesario disting uir entre una m ovilidad social sim plem ente m aterial y u na m ovilidad sociocultural. La m ovilidad social m aterial con siste en el sim ple paso de individuos de un grupo social a otro, de un área geo gráfi­ ca a otra, de un status o de una clase social a otros. La movilidad social cultural im plica necesariam ente el cam ­ bio de las estructuras de los valores, de la conducta, y por ende de las instituciones sociales, com o consecuencia de la m ovili­ dad m aterial. La relación entre la m ovilidad social m aterial y la m ovilidad sociocultural es evidente, tanto desde el punto de vista cuantitativo, cuanto desde el punto de vista cualitativo. Cuantitativamente: si el paso de individuos de un grupo a otro o de un área a otra se realiza en form a m asiva, es m uy d ifícil evitar que en el proceso de asim ilación se produzcan cam bios sociocu lturales, tanto en los individuos que llegan

'T o m a d o del trabajo presentado al P rim er C ongreso N acional de S o cio ­ logía q u e se realizó en B ogotá del 8 al ] 0 de m arzo de 1 9 6 3 . C am ilo Torres o cu p ó la presid encia del evento.

i llam o en los individuos que reciben . El co n fo rm ism o de los que pasan n o puede ser d ebidam ente controlado. Por el con trario, si el paso lo realiza un grupo pequ eñ o y en form a lenta, es m uy probable que los patrones so cioculturales de la sociedad que recibe perm anezcan práctica­ m en te inm utables y los elem en tos nuevos sean los únicos transform ados por la m ovilidad social, ya que en este caso se im pon d ría el co n fo rm ism o co m o requ isito para la acepta­ ció n de los nuevos elem entos. Cualitativamente, es n ecesario d istinguir el tipo de in d iv i­ duos que se m ovilizan. N o es lo m ism o el ascenso de un líder que el ascenso de una persona sin in flu en cia en su gru ­ po social.T am bién es n ecesario d istinguir los requ isitos de la m ovilidad social. Es posible que para una m ovilidad h o ri­ zontal no existan exigen cias de parte de la com u nidad recep ­ tora, m ientras que para una m ovilidad vertical ascendente sea n ecesario ajustarse a los patrones de ascenso social de las institu cion es que controlan ese ascenso, es decir, sea necesa­ rio el con form ism o. En el presente análisis con sid eram os la m ovilidad social no solam ente desde el punto de vista m aterial, sino desde el punto de vista sociocu ltural, por cuanto en nuestro parecer este aspecto es el que más d irectam ente interesa al estudio del cam bio social. No obstante que la m ovilidad social en el cam po co n re­ lación a la ciudad es una característica general, en los países subdesarrollados representa caracteres m ás agudos. Es d ifícil hacer esta constatación respecto a la m ovilidad horizontal, si p or ella en ten d em os la co rrien te m igratoria hacia los centros urbanos. líl rápido crecim ien to de las grandes ciudades de los p aí­ ses su bd esarrollad os, d ebid o fu n d am en talm en te a la m igrat ion del i am po, es un ind icio de que la m ovilidad horizontal

i m al eu estos países es m ayor que en los países d esarrolla­ dos Adem ás, a pesar de las d eficien cias de los transportes,

los facto res de e x p u lsió n d el ca m p o y de a tracció n a la ciu d ad tie n e n una m ay or im p o rta n c ia en lo s países no industrializados. En cu an to a la m ovilid ad v ertical d escen d en te, dada la existen cia de círcu lo s v icio so s d escen d en tes den tro de la estru ctu ra so cio e c o n ó m ic a de los países en d esarrollo, es m u ch o m ás fuerte en éstos que en los desarrollados, espe­ cialm ente en lo que a áreas rurales se refiere. El au m ento de población rural no puede ser seguido p or el au m ento de la productividad. La subdivisión de la tierra recru dece el p ro ­ blem a del m in ifu n d io, y aum enta co n cada nueva gen era­ ció n . La m a n o de o b ra se abarata c o n el au m en to de la población , que n o va acom pañado de un au m ento propor­ cional de oportunidades de trabajo y de productividad. En lo que hace a la m ovilidad vertical ascendente, tratare­ m os de analizar la situ ación en los países subdesarrollados, basándonos en un análisis de los canales de ascensión social en estos países. C on sid eram os que este análisis nos p erm ite ver tanto el aspecto cuan titativo c o m o el asp ecto cualitativo, para así tratar de d eterm in ar los req u isito s im p u esto s p o r las in sti­ tu cio n es que con trolan el ascenso, requ isitos que están estre­ ch am en te ligados al aspecto cuantitativo, d ebido al volum en de población que pasa de una clase a otra. D entro de estos canales qu erem os considerar los sig u ien ­ tes co m o los principios: el canal eco n ó m ico , el cultural, el p olítico, el burocrático, el m ilitar y el eclesiástico. CANAL

ECONÓM ICO

La p o sesió n de b ien es de p ro d u cció n y de b ien es de co n su m o con stitu ye, en gen eral, un m ed io rápido de as­ cen so en la escala social. En un rég im en de em presa priva­ da, la habilid ad para en riq u ecerse es ab solu tam en te relativa a la ca lifica ció n co m o em presarios que tenga el prom ed io de la población . En otras palabras, la com p eten cia para ascender

en lo e co n ó m ico n o requiere n ecesariam ente una califica­ ció n a largo plazo, co m o es el caso en el terren o de lo cu ltu ­ ral, lo m ilitar y lo eclesiástico. La com p eten cia en la posesión y u tilización de bien es y servicios no requiere m ás califica­ ció n que la relativa, sin ninguna exigen cia por parte de la naturaleza m ism a de este canal de ascenso. Poseer y utilizar es algo que todo el m undo sabe hacer. Es m u ch o m ás fácil aún que adm inistrar o mandar. Por eso el canal e co n ó m ico es, en sí m ism o, aún más rápido que el b u rocrático y el político. Por otra parte, del ascenso eco n ó m ico depende las n ece­ sidades vitales del h om b re en un régim en de em presa priva­ da y aun en un rég im en colectivista en lo que a los bienes de con su m o se refiere. Por estas dos razones, entre otras, la oclu sión del canal e co n ó m ico para el ascenso social constitu ye una de las más serias fru stracion es sociales, especialm ente en los países subdesarrollados, en donde la calificación hum ana es baja y el ingreso nacional es reducido. Cuando esta fru stración se hace con scien te y se abren posibilidades de so lu ción , aparece el verdadero «p ro blem a social». Ahora b ien , una de las caracte­ rísticas de los países subdesarrollados es la de la co n cen tra­ ció n de los bienes y de los servicios en pocas m anos. Los p oco s poseedores, en general, obstruyen los canales de as­ censo eco n ó m ico m ientras el abrirlos no les aporte una ven­ taja. Los que com ienzan a salir de su m entalidad feudal de poseer en lugar de producir, los que com ienzan a tener una m entalidad capitalista, de m ayor productividad, abrirán los canales e co n ó m ico s a aquellos que puedan llegar a ser m e jo ­ res consum idores. Los abrirán tam bién en la m edida en que una presión social de abajo hacia arriba haga peligrosa la es­ tructura eco n ó m ica de la que estos poseedores usufructúan. Sin em bargo, estas dos circunstancias

m entalidad de pro-

(I ik tividad y presión social de base— son dos índices de co inien/o de desarrollo. En donde no existen, la ob stru cción

del canal e c o n ó m ic o de ascen so es casi total. Esta oclusión es m ayor en las áreas ru rales; la b aja p roductividad de la em presa agrop ecuaria y la e c o n o m ía de su bsisten cia en las áreas ru rales de los países su bd esarrollad os, h acen qu e la dem anda efectiva de p ro d u ctos au m en te m ás len tam en te co n el au m en to del in g reso per cápita q u e lo qu e au m enta en las áreas in d u striales. A dem ás, el tra d icio n a lism o ru ral im ­ pid e el c a m b io ráp id o de lo s h á b ito s de co n su m o en la p o b la ció n cam p esin a. Esto hace que, au nqu e exista la m e n ­ talidad en tre los poseed ores de abrir canales de ascenso e c o ­ n ó m ic o para a u m e n ta r el c o n s u m o y la d em an d a, lo s h abitan tes del cam p o sean los ú ltim o s en ser con sid erad os co m o fu tu ros clien tes. R especto del m ied o a la presión social, los cam pesinos tam bién están en con d icion es de in ferioridad . El aislam iento social, el individualism o, el tradicionalism o, hacen difícil que el cam pesin o se constituya en un grupo de presión. Sin co n ­ tactos sociales que desencadenen cam bios de esas y otras va­ riables, el cam pesin ad o n o co n stitu irá un p eligro para la estructura eco n ó m ica vigente. C om o lo anotam os atrás, la violen cia hace que el cam p e­ sinado co m ie n ce a constitu irse en un grupo de presión. La violen cia que d io a éste con cien cia de sus necesidades, c o n ­ cien cia de sus propios recursos hum anos para superarlos, lo saca de la pasividad tradicional y lo organiza con solidaridad de gru po para fines b ien específicos. D esarrolla el co n flicto respecto del extragrupo y lo institucionaliza. En lo que se refiere d irectam ente al ascenso social p or el canal e co n ó m ico , la violencia tuvo dos efectos prim ordiales: en p rim er lugar, creó los con tactos necesarios para despertar la co n cien cia cam pesina respecto de su m iseria, agudizando ésta en todas las áreas en donde el fen óm en o se p rod u jo; en segundo lugar, y sim ultáneam ente, in trod u jo instru m en tos para lograr fines eco n ó m ico s en todas las escalas de la jerar­ quía social. Desde el efecto p o lítico -eco n ó m ico de asegurar

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Camilo Torres

I

un b o tín b u rocrático para la clase gobern an te, pasando por la ad quisición de grandes fincas devaluadas por la violencia, la con fiscación de las cosechas, la abstención de pago de deu­ das a personas públicas y privadas, hasta el n eg o cio del tráfi­ co de a rm a s, la c o n fis c a c ió n de a n im a le s y p e q u e ñ a s propiedades, etc. El cam pesino, ju n to con la con cien cia de su m iseria, ad q u irió por el fen ó m en o de la violencia in stru ­ m en tos considerados co m o a n ém ico s por la sociedad co lo m ­ biana, pero que resultaban eficaces para el ascenso social.Tanto en este canal co m o en los que analizarem os a con tin u ación , verem os có m o la oclu sión de las vías norm ales de ascenso, siem pre y cuando exista una presión en la escala social para subir, prod uce la creación de canales anorm ales o p atológi­ cos, si estos canales se presentan co m o eficaces. (Em pleam os las palabras n orm al y anorm al con relación a los patrones culturales aceptados form alm ente por la m ayoría de la so cie­ dad co lo m b ia n a ). Después de la violen cia, el cam pesin o ha tom ado el h á b i­ to de buscar su ascenso eco n ó m ico o al m en os su su bsisten­ cia por cualquier ca n a l. Aceptando la existencia de una crim inalidad definida e n ­ tre los grupos gu errilleros, las nuevas gen eracion es de ca m ­ pesinos n o podrán com b atir eficazm ente la violen cia si n o se abren canales n orm ales de ascenso e co n ó m ico que resulten eficaces para la m ayoría de la p ob lación rural. CANAL

CULTURAL

Por «cu ltu ra» en ten d em os el co n ju n to de valores, patro­ nes de cond ucta e in stitu cion es que se transm iten de una gen eración a otra dentro de una sociedad. No incluye n in ­ gún ju icio de valor favorable. Cuando hablam os de ascenso socioiu llu ral querem os re­ ferirnos a la adquisición de aquellas form as culturales que per­ tenecen a una clase o status social superiores. Estas form as se pueden adquirir directa o indirectamenlc. Indirectam ente, si se ha

llegado a un determ inado status o clase por un canal distinto al cultural y se adquieren esas form as por integración y asim ila­ ción a la nueva clase o status. D irectam ente, por la integración y asim ilación form al de los nuevos valores e instituciones que se realiza m ediante la educación institucionalizada. A quí qu erem os referirn os a esta ú ltim a form a de adqui­ sición directa. E NS EÑA NZ A

P RIM ARI A

Dada la escasez de planteles educativos y de m aestros para la enseñanza prim aria en los países subdesarrollados — alto grado de analfabetism o— ; dada la co n cen tració n urbana de la enseñanza; dado el ausentism o escolar, debido p rin cip al­ m en te a razones econ óm icas, las posibilidades de adquirir nuevas form as culturales están lim itadas a una parte de la sociedad y en una p ro p orció n desfavorable para el cam pesi­ no. En C olo m b ia, el sistem a rural de escuela alternada agrava aún m ás esta situación. La escasez de planteles y de horas de clase y la co n cen tra ció n urbana h acen que, en general, haya una co rrelació n positiva entre status eco n ó m ico y nivel de escolaridad prim aria. Esta correlació n se hace m ayor si con sideram os que el ausentism o escolar, d ebido en gran parte a la necesidad de hacer trabajar a los n iñ os, tiene una gran in flu en cia en la escolaridad. EN SE ÑA NZ A

SE CU ND AR IA

La in cid en cia del factor eco n ó m ico sobre el canal cultural se hace predom in an te en el nivel secund ario de enseñanza en aquellos países en los cuales, co m o en C olom bia, la en se­ ñanza secundaria privada y eclesiástica representa una m ayo­ ría de la enseñanza secu nd aria — 8 2 % de los alu m n os— . Es ló g ic o q u e ésta, sin su bsid ios y sin co n tro les eficaces, es co sto sa y se h a ce p a trim o n io casi ex clu siv o de la clase eco n ó m ica m e n te alta. Los escasos coleg io s oficiales o de b a ­

jas pensiones constituyen una m inoría. Sin em bargo, aun d en­ tro de estos m ism o s planteles, las influ encias provenientes de los detentadores del poder eco n ó m ico im piden la capilarid ad total de d ich os establecim ientos. R especto del resto, la in flu en cia de lo eco n ó m ico es claram ente predom inante. P odem os afirm ar, sin tem or a equ ivocarnos, que el as­ censo cultural, en esta etapa secundaria de la escolaridad, está d eterm inad o por las posibilidades de ascenso econ óm ico. Si éste está obstru id o, lo estará tam bién aquél. E NS EÑA NZ A

U N I V E R S I T A R I A

La enseñanza u niversitaria en los países su bd esarrollados n o es esp ecialm en te costosa en cu an to al pago de p e n ­ sion es se refiere. Las in stitu cio n es privadas n o tien en tanta im p o rta n cia co m o , para qu e el p ro m e d io p or m atrícu la y d erech o s de estu d io que d eben pagar lo s estudiantes sea d em asiad o alto — en C o lo m b ia , 5 0 % ap ro xim ad am en te de los alu m n os— . Esto n o exclu ye la ex isten cia de p en sion es altas para esa m in o ría de u n iversitarios q u e asiste a las u n i­ versidades privadas. La oclu sión de esta etapa del canal cultural se produce m ás por las lim itacion es cuantitativas y p or las lim itacion es a la capilaridad de la etapa an terior — de la enseñanza secu n ­ daría. El cupo es gen eralm en te m uy redu cido con relación a la dem anda. En C olom bia, donde ten em os u n fren o tan acen ­ tuado en la enseñanza secundaria, de 1 6 .0 0 0 estudiantes que se presentaron co m o aspirantes a ingresar a la universidad en 1 9 5 8 , solam ente lograron h acerlo 9 .8 0 0 . Adem ás, se calcula que de los ingresados solam ente el 4 0 % llega al final de la carrera (Cfr. «Estadística de la Educación Superior, 1 9 5 8 » , A so ciació n C o lo m b ia n a de U n iv ersid ad es, B o g o tá , D.E., 19 6 1). Esta restricció n cuantitativa hecha a base de selecció n p erfeccionista tiene m últiples causas — dentro de las cuales está el burocratism o— . Sin em bargo, es n ecesario reco n o cer que la pobreza de las universidades oficiales con relación a la

necesidad de d irigentes que tien en los países subdesarrollados es bastante n otoria. Esto hace que el factor e co n ó m ico d eterm in e en buena parte la o clu sió n del canal cultural en esta fase. C on todo, es n ecesario llevar el análisis m ás adelan­ te. El p erfeccion ism o en la se le c c ió n y la esp ecializació n , en que insisten los program as universitarios, representa en parte in stru m en to s de la élite in telectu a l para o b stru ir el canal cultural de ascen so y descartar lo m ás p o sib le la c o m p e te n ­ cia qu e p o n d ría en p eligro sus p riv ileg io s. Sabem os que to d a e s p e c ia liz a c ió n , al d iv e r s if ic a r la c o m p e t e n c ia , la debilita. Esto exp lica p or q u é, n o ob stan te que n i la es­ tru ctu ra de los países en d esarrollo n i las ten d en cias u n i­ v e r s ita r ia s a c tu a le s lo a c o n s e ja n , se in s is t e ta n to en esp ecia liz a cio n es propias de países in d u strializad os y en se leccio n a r u n mínimun de fu tu ros p ro fesio n ales basándose en c rite rio s p erfeccion istas. C om o con clu sió n , pod em os afirm ar que el canal cultural de ascenso en esta fase su perior se encuentra ob stru id o por factores eco n ó m ico s y culturales. Es n ecesario h acer notar que en el nivel profesional es m uy d ifícil pod er ascender sin un criterio con form ista res­ pecto de las élites culturales en los países en desarrollo. Estas élites, p or tener el con trol del ascenso, es raro que lo toleren para individuos que quieran m erm ar ese con trol. Claram ente vem os en la universidad có m o el nivel de co n fo rm ism o as­ ciend e a m edida que se acerca el fin de la carrera y se n ecesi­ ta ser aceptado p or la élite profesional que se m an tien e co m o tal gracias a las estructuras vigentes. Estos requ isitos de ascenso hacen que la m ovilidad social por este canal sea m ás de carácter m aterial que de carácter sociocu ltural, lo que im plica una ausencia de cam bio en las estructuras sociales del país. Respecto de las áreas rurales, sería interesante hacer un estudio m ás a fon d o del p orcentaje de estudiantes de o rig en cam pesin o que están en la universidad (R ob ert W illiam son ,

El estudiante colombiano y sus actitudes, Facultad de Sociología, m o ­ n ografía n° 13, B ogotá, 1 9 6 2 , trae un p orcentaje de 6 .2 de h ijo s ca m p esin o s) y en la enseñanza secu ndaria. Dada la estructura antes descrita, pod ríam os afirm ar que es una m i­ noría. En esta form a, la o b stru cció n del canal cultural es aún m ás profunda respecto del cam pesinado. N o obstante algunas exigencias esporádicas de in stru c­ ció n form al que los grupos gu errilleros hacían a sus m ie m ­ bros, n o p od em os d ecir que la violen cia h u biera constitu ido un nuevo canal en el ascenso social p or la vía cultural form al. Por el con trario, la ya precaria in stru cció n de nuestras zonas rurales fue afectada por la d estru cción de las escuelas, la fuga de los m aestros y la im posibilid ad de los n iñ os para asistir a los planteles educacionales. Sin em bargo, es im portante an o ­ tar que, después de haber su frido el proceso, los cam pesinos tien en una co n cien cia m ayor de la necesidad de educarse y si, por los otros factores antes anotados, el cam pesinado se ha con stitu id o en un grupo de presión, esa necesidad sentida de in stru cción y de progreso será u no de los o b jeto s p rim or­ diales de su acción . D urante las encuestas hechas para llevar a cabo proyectos de reform a agraria, se ha podido constatar có m o quizá la prim era necesidad sentida por el cam pesinado co lo m b ian o de las zonas de violen cia, es la necesidad de una escuela para poder m andar a sus hijos. La violen cia n o ha con stitu id o un progreso en la in stru c­ ció n form al del cam pesin o sino p or la reacció n que ha p ro ­ ducido y p or el deseo de progreso que ha sem brado entre los cam pesinos azotados por el fenóm eno. CANAL

POLÍTICO

C om o el canal de ascen so cu ltu ral, el canal de ascenso p olítico lo en con tram os tam bién dividido en niveles d ife­ rentes y en sus aspectos de form al e in form al. Por ascenso p o llin o em en d em os, en general, el ascenso en el poder de

g o b iern o coercitiv o sobre las personas. Ese g o b iern o co e rc i­ tivo puede hacerse dentro del Estado, o por m ed io de la pre­ sio n es in d iv id u ales y colectivas. N o so tro s to m arem o s el con cepto restringido de poder político, considerándolo com o « a cció n p olítica en cuanto tal», es decir, dentro de la estru c­ tura del Estado, co m o acción p olítica form al (Cfr. M xW eber, op. cit.). A hora b ien , esta acción p olítica form al se ejerce por m ed io de fu n cion es del Estado. Por eso nos lim itarem os a exam inar la posibilid ad de ascenso en las p osicio n es p o líti­ cas del g o b iern o , excluyendo de este canal la adm inistración — que será considerada en el canal bu rocrático— . D entro de estas p osicio n es en con tram os las del nivel nacional, de nivel departam ental y las de nivel m unicipal. Las del nivel departam ental y nacional están prácticam ente vedadas para la m asa cam pesina, en los países subdesarrollados. Fuera de algunas pocas excep cion es en aquellos de éstos en donde existen verdaderos partidos agrarios de raigam bre popular y de fuerza electoral, el cam pesinado está exclu ido de cargos a estos niveles. R especto de los cargos al nivel m u n icip al, d ebem os ana­ lizar los procesos de ascenso y sus requ isitos para constatar la capilaridad del canal p olítico, aunque sea en esta prim era etapa. En general pod em os d ecir que los criterio s de selecció n de los fu n cio n a rio s o ficia les en los países su bdesarrollados y en A m érica Latina, en especial, n o se h acen co n base en c rite rio s o b jetiv o s de eficien cia p ro fesio n al y ad m in istrati­ va, sin o c o n base en criterio s e c o n ó m ic o s, sociales y e le c ­ torales. La in stitu ció n del «g a m o n a lism o » , aunque es m ás una in stitu ción in form al de acción políticam en te orientada (Cfr. M axW eber, op.cit.,loc.cit.) que una in stitu ción política form al, tiene una gran in flu en cia en los criterio s para proveer los cargos oficiales. El «g am on al» (así se llama en C olom bia al líder tradicional a escala local) es 1111 candidato en sí m ism o

o es un elem en to decisivo en la elección del candidato a c o n ­ sejero, alcalde, juez o cualquier otro cargo a escala m u n ici­ pal. Su in flu en cia está basada en la superioridad eco n ó m ica y social que tenga trascendencia en los fen óm en os electorales. Aun en países en donde — co m o en C olo m b ia— la elección de la m ayoría de los fu n cion arios m unicipales es más adm i­ nistrativa que electoral, la influ encia sobre los votos es un criterio decisivo en la selecció n de éstos. Sin em bargo, d en ­ tro de este canal n o consid erarem os los fu n cion arios que no tengan un poder de d ecisión de carácter coercitivo sobre los ciudadanos, para diferenciar el canal bu rocrático del canal político. D entro de los fu n cion arios form alm en te políticos ten em os a los con sejeros m unicipales, al alcalde y al ju ez — para el caso co lo m b ia n o — . A los m ilitares n o los con sid era­ rem os co m o fu n cion arios y por eso dedicarem os un análisis especial a ese gru po social. Los otros fu n cion arios m u n icip a­ les pueden tener una in flu en cia p olítica, pero n o son p o líti­ cos en el sentido explicado arriba. En algunos países subdesarrollados, co m o en C olom bia, ciertos funcionarios políticos m unicipales son nom brados por las autoridades regionales y centrales. En este caso, el n o m ­ b ram ien to se hace p rincip alm en te con base en la adhesión que los candidatos presten a la política gu bernam ental, siem ­ pre y cuando esta adhesión esté unida al prestigio social en su com unidad. Son, pues, definitivos en este caso, co m o fac­ tores de ascenso p o lítico , aquellos que determ inan los crite­ rios de los m andatarios centrales y aquellos que constituyen el prestigio social a escala m unicipal. N aturalm ente que, para hacer afirm acion es fundam enta­ les sobre d ich os factores, sería n ecesario h acer investigacio­ nes detalladas y científicas. C on todo, a m anera de hipótesis de trabajo pod em os afirm ar que los que detentan el poder, por ser una m in oría, que en general no ha ascendido gracias a ( al i litacion es y criterios objetivos de selección, tendrá com o características:

LA A C T I T U D

CONSERVADORA

DE LAS E S T R U C T U R A S

RESPECTO

VIGENTES

Al hablar de las estructuras vigen tes, nos referim os aquí p rin cip alm en te a los canales de ascenso social que ya an ali­ zam os: los canales e co n ó m ico y cultural. C reem os que la m in oría p olítica está interesada en los m ecan ism os de o b s­ tru cció n de estos canales p orqu e en su m od ificación va su propia cabeza, si n o co m o individuos, ciertam ente co m o clase privilegiada. Por esto, ú n icam ente a los conform istas les es otorgad o el ascenso social. Si esta élite p o lítica n o es en sí m ism a p oseed ora de los b ien es de p ro d u cció n , depend e estrech am en te de la élite eco n ó m ic a de la cual es su bsid iaria en su vida p ú blica y, p or lo tanto, en su vida gen eral, ya q u e la p o lítica e c o n ó m i­ ca, tan básica en la p o lítica g en eral de los países su bdesarrollad os, n o podrá llevarse a cabo sin la co la b o ra ció n de esa élite. Adem ás, si perten ece a la élite cultural — lo que g en eral­ m en te debe ser el precio que paga el jefe p o lítico a la clase d irig en te por n o p erten ecer a la élite econ óm ica— , la in ­ flu encia del poder eco n ó m ico tam bién se ejerce directa e in d irectam ente, co m o lo explicam os al hablar del canal cu l­ tural de ascenso social. LA

IN SEGURIDAD

SOCIAL

La inseguridad social en la p o sició n directiva es un resul­ tado de la subjetividad en los criterio s de ascenso. El in d iv i­ duo que asciende depende de otra persona y n o de requisitos ob jetiv os e im personales que le aseguren su estabilidad o cu pacional. LA A G R E S I V I D A D LOS

M IEM BROS

RESPECTO DEL

DE

EXTRAGRUPO

La agresividad es un resultado natural de la situación com o m in oría y co m o m in oría insegura.

Las características de la élite política que consideram os atrás, prod ucen una oclu sión del canal p olítico del ascenso social para los fu n cion arios políticos que dependen en su d esign ación de la m in o ría política, m ás aún, de las personas m ism as de esa m in o ría que ejerce el poder central. D entro de los factores de oclu sión , el factor e co n ó m ico con y p or el cultural, parece predom inante. El criterio fundam ental para el ascenso p o lítico tiene que ser, por lo tanto, el co n fo rm is­ m o respecto de las personas de la clase dirigen te; claro está que, ante una igualdad en el grado de co n fo rm ism o , se esco ­ gerá el m ás capacitado. Sin em bargo, esta estructura del as­ censo p o lítico hace que la m ovilidad vertical sea puram ente m aterial y que las estructuras sociocu lturales se preserven de todo cam bio social. En cuanto al prestigio social a escala m u n icip al, vem os qu e el factor eco n ó m ico es igu alm ente predom inante. En la in flu en cia política del gam onal debem os considerar este fac­ tor co m o básico. La sim patía personal, la habilidad, deben estar subordinadas a un respaldo eco n ó m ico prop io o ajeno. Sin em bargo, a escala m u n icip al las dos prim eras cualidades tienen una relativa im portancia, ya que las relacion es p rim a­ rias tam bién la tien en ; m ás aún en el área rural. El p restig io so cial n o es so lam en te la base de la se lec­ ció n de los fu n cio n a rio s n o m b ra d o s en fo rm a jerárq u ica, sin o ta m b ién de aq u ello s elegid os en fo rm a d em ocrática. Por eso, estos criterio s de prestigio social rig en tam bién el ascenso p o lítico de los fu n cion arios elegidos. Con todo, la in flu en cia del factor e co n ó m ico no actúa ú nicam ente a través de prestigio, sino aun directam en te res­ pecto de los fu n cion arios elegidos. El proceso electoral se hace bajo una serie de presiones eco n ó m icas, u le s co m o la am enaza de despido o la prom esa de alguna prebenda. Las eleccion es en los países subdesarrollados, aun sin m en cion ar el fraude electoral, son dirigidas por las m inorías a través de los d irecto rios p olíticos centralizados y de los gam onales, a

través de presiones econ óm icas, sociales y religiosas que tien ­ den a procu rar el respaldo a las estructuras vigentes, a co n so ­ lidar la oclu sión de los canales de ascenso social. Es decir, presiones que hagan seleccionar ú n icam ente a los elem entos conform istas. En esta fo rm a vem os c ó m o el canal p o lítico de ascenso social está o b stru id o , en los países su bd esarrollad os, para una m ayoría de la p o b la ció n q u e n o tien e recu rsos e c o n ó ­ m ico s, n i am istad p erson al co n los d eten tadores del p od er e c o n ó m ic o , n i cultura form al su ficien te unida al p od er e c o ­ n ó m ic o y/o a la am istad en referen cia : am istad q u e está ligada estrech a m en te al co n fo rm ism o resp ecto de las es­ tructu ras vigentes. La v iolen cia estableció un nuevo sistem a de gob iern o in ­ form al en las áreas cam pesinas en dond e surgió. Aunque se­ ría d ifíc il d e te rm in a r el p o r c e n ta je de a n tig u o s líd ere s tradicionales o gam onales dentro del nuevo liderazgo gu e­ rrillero, es evidente que m u ch os de estos nuevos jefes no h ubieran nunca logrado el poder que ad qu irieron por m ed io de la v iolen cia (LaViolencia en Colombia, cap. VI, “Sem blanza de jefes g u errillero s”) dentro de las estructuras norm ales de as­ censo social. Los cam pesinos a quienes había sido vedada toda p o sib i­ lidad de in flu jo en el g o b iern o de su p rop io destino y de los d estin o s d el p aís, e n c o n tra ro n en las diversas escalas del nuevo pod er establecido p or la v iolen cia la oportunidad de ascender. Se ha hablado de la existencia de repúblicas en el in terior del país; se sabe que hay zonas controladas por jefes g u erri­ lleros. El h e ch o es que a escala region al ha surgido un g o b ier­ n o in form al y an ó m ico que tiene, en ocasiones, m ás poder que el g o b ie rn o legal. C om o lo d ijim o s atrás, n o es de extrañar que los d irecto ­ rio s p o lític o s traten de pactar co n los nuevos líd eres. El g am on alism o tradicional com ienza a perder in flu en cia en

favor de u n liderazgo gu errillero, m u ch o m en o s co n fo rm is­ ta. Esta tran sform ación de poder ha in flu id o sobre la estru c­ tura social de nuestras com unidades rurales. La clase m edia que habita en los núcleos centrales de los m unicipios — «p u e­ b lo s» — y que usufructuaba los b en eficio s del poder, de la ad m inistración y del con trol e co n ó m ico y social en general, ha perdido su fuerza por la im portancia adquirida de esos grupos p eriférico s capitaneados por nuevos jefes en las vere­ das de los m un icipios. Podem os d ecir que, en cierta m anera, el poder p olítico in form al se ha d em ocratizado en nuestras áreas rurales y ha ad quirid o una actitud fran cam en te an ticon form ista. A ctual­ m en te en form a patológica y anóm ica. Sin em bargo, co n sti­ tuye una base para la p ro m o ció n del cam pesinado veredal que hasta en ton ces había sido un gru po m arginal, tanto res­ pecto del país co m o respecto de la m ism a com u nidad rural. Si la acción com u nal, la refo rm a agraria y los dem ás m o ­ vim ientos populares encauzados por el g o b iern o dentro de las com unidades agrícolas n o logran abrir canales norm ales — claro está in d irectam ente— para el ascenso p o lítico de los líderes cam pesinos de base, la violencia seguirá siendo el ú nico canal p o lítico de ascenso efectivo para el cam pesinado c o ­ lo m b ian o n o con form ista. De todas m anera, aunque surjan nuevos canales de ascen­ so n orm al, la estructura de éstos será n ecesariam en te d ife­ rente de la de los canales actualm ente existentes. El requ isito para el ascenso futuro n o podrá ser m ás el co n fo rm ism o p o ­ lítico; los nuevos pactos con los líderes cam pesinos tendrán que ser h ech os con base en la in flu en cia popular que éstos tengan. Influ encia que, a la vez, estará cim entad a m ás en la eficacia que en criterio s subjetivos.