El zoológico del Museo de Ciencias Naturales de Madrid: Mariano de la Paz Graells (1808-1898), la Sociedad de Aclimatación y los animales útiles 8400083563, 9788400083564

En 1854 se crea en parís la "Société Zoologique d¿Acclimatation". Una de sus primeras sociedades filiales es l

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Spanish Pages 236 [239] Year 2005

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INDICE
ISIDORE GEOFFROY SAINT-HILAIRE.
EL PROMOTOR DEL PROGRAMA
DE ACLIMATACIÓN DE FAUNA ÚTIL
LA SOCIÉTÉ ZOOLOGIQUE D’ACCLIMATATION
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El zoológico del Museo de Ciencias Naturales de Madrid: Mariano de la Paz Graells (1808-1898), la Sociedad de Aclimatación y los animales útiles
 8400083563, 9788400083564

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EL ZOOLÓGICO DEL MUSEO DE CIENCIAS NATURALES DE MADRID. MARIANO DE LA PAZ GRAELLS (1809-1898), LA SOCIEDAD DE ACLIMATACIÓN Y LOS ANIMALES ÚTILES

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Santiago Aragón Albillos

EL ZOOLÓGICO DEL MUSEO DE CIENCIAS NATURALES DE MADRID. MARIANO DE LA PAZ GRAELLS (1809-1898), LA SOCIEDAD DE ACLIMATACIÓN Y LOS ANIMALES ÚTILES

MONOGRAFÍAS MUSEO NACIONAL DE CIENCIAS NATURALES Consejo Superior de Investigaciones Científicas Madrid, 2005

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MONOGRAFÍAS DEL MUSEO NACIONAL DE CIENCIAS NATURALES DIRECTOR ALFONSO NAVAS

EDITORES ISABEL IZQUIERDO JOSÉ TEMPLADO

COMITÉ EDITORIAL EMILIANO AGUIRRE ENRÍQUEZ VICENTE ARAÑA SAAVEDRA M.ª ÁNGELES BUSTILLO ANTONIO GARCÍA-VALDECASAS HUELIN CARLOS MARTÍN ESCORZA JORGE MORALES JUAN MORENO KLEMING JOSÉ LUIS NIEVES ALDREY ALFREDO SALVADOR

SECRETARIO/COORDINADOR LUIS MIGUEL GÓMEZ ARGÜERO

Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático y su distribución.

© CSIC © Santiago Aragón Albillos NIPO: 653-05-087-6 ISBN: 84-00-08356-3 Depósito Legal: M-46349-2005 Impreso en ELECE, Industria Gráfica, S. L. Impreso en España. Printed in Spain

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A mis padres A Alfonso

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INDICE Prólogo ................................................................................................................

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Capítulo 1. ISIDORE GEOFFROY SAINT-HILAIRE. EL PROMOTOR DEL PROGRAMA DE ACLIMATACIÓN DE FAUNA ÚTIL ...................................

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Un guía de e xcepción. Etienne Geoffroy Saint-Hilaire, padre y maestro de Isidore.................................................................................................... Malformaciones y mestizaje. La acti vidad científica de Isidore Geoffroy Saint-Hilaire ............................................................................................... Acclimatation et domestication des animaux utiles (1861). Una obra fundadora.........................................................................................................

33

Capítulo 2. LA SOCIÉTÉ ZOOLOGIQUE D’ACCLIMATATION .....................

43

La primera etapa de la asociación científ ica.............................................. La Société después de Isidore Geoffroy Saint-Hilaire............................... Los desafíos de la Société .......................................................................... Los fundamentos de la Société .................................................................. Dimensión internacional de la Société.......................................................

43 50 53 56 60

Capítulo 3. MARIANO DE LA P AZ GRAELLS. EL DELEGADO DE LA SOCIÉTÉ EN MADRID ......................................................................................

65

Rápido bosquejo del personaje .................................................................. Museos y colecciones. La toma de contacto ............................................. La actividad del delegado en la capital ......................................................

65 69 73

Capítulo 4. LA DELEGACIÓN DE LA SOCIÉTÉ EN ESPAÑA EN TIEMPOS DE ISIDORE GEOFFROY SAINT-HILAIRE ...........................................

87

Los miembros españoles de la Société ...................................................... Colaboración científica de la delegación española .................................... Experiencias de aclimatación ensayadas en España .................................. Miembros españoles recompensados por la Société..................................

87 94 104 111

Capítulo 5. LA DELEGACIÓN ESPAÑOLA TRAS LA MUERTE DE ISIDORE GEOFFROY SAINT-HILAIRE ...............................................................

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Los nuevos miembros ................................................................................ Un delegado español en continua actividad...............................................

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ÍNDICE

Otros miembros implicados y su participación .........................................

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Capítulo 6. EL JARDÍN ZOOLÓGICO DE ACLIMATACIÓN DEL MUSEO ....

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Una nueva concepción de los zoológicos .................................................. Los primeros zoológicos españoles ........................................................... Una colección de animales vivos al servicio de la ciencia ........................ El personal del zoológico........................................................................... Los animales del parque ............................................................................

133 138 142 147 151

Capítulo 7. EL FINAL DE LA CORTA HISTORIA .........................................

159

Un necesario empujón ............................................................................... Objetivos del proyectado «Jardín Español de Aclimatación» ................... El talón de Aquiles: la gestión económica................................................. El desmantelamiento .................................................................................. Graells y la aclimatación tras la desaparición del jardín ...........................

159 162 169 179 183

Epílogo.................................................................................................................

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Bibliografía .........................................................................................................

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Apéndice iconográfico........................................................................................

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PRÓLOGO El 1 de febrero de 1869, en pleno centro de Madrid, un «arca de Noé» a la deriva cambió de rumbo para encarar la última etapa de una corta y difícil existencia. Reunido en el Jardín Botánico de la capital al amparo de la experimentación científica, un heterogéneo grupo de animales vivos abandonó entonces las colecciones del Museo de Ciencias Naturales para engrosar la lista patrimonial del ayuntamiento de la villa. Ese día, 70 patos y gansos de 20 especies diferentes, nueve zancudas, 174 gallinas y similares, 26 palomas y tórtolas, cinco cebúes, 14 cabras de Angora, cinco de Egipto y cinco comunes, cuatro corderos de Astracán, tres ciervos, cuatro llamas, tres guanacos, cinco agutís y un canguro, se convirtieron en los nuevos pensionados de la municipalidad1. Su corto viaje entre el Botánico del Paseo del Prado, dirigido por los profesores del Museo, y la cercana Casa de Fieras del Retiro, gestionada desde el consistorio, supuso un importante salto cualitativo que transformó al objeto de ciencia en objeto de ocio, e hizo de esa reducida muestra del reino animal el último testimonio en España de un ambicioso proyecto filantrópico surgido en Francia quince años atrás. La iniciativa gala que trajo a España a tan variopinta fauna, participaba del entusiasmo surgido alrededor de las aplicaciones de la ciencia que, para entonces, ya mediado el siglo XIX, ha demostrado sobradamente su poder como motor de riqueza. El vapor, el telégrafo, la electricidad, la mecanización de la industria, toda innovación científica se muestra favorable al progreso y el optimismo se instala en torno a la ciencia moderna, su poder y su beneficioso influjo. Pese a todo, el bienestar alcanzado sólo es aparente, o al menos no afecta por igual al conjunto de la sociedad. A decir verdad, la mayoría de la población tan siquiera tiene cubiertas sus necesidades primarias. En enero de 1856, la Academia de Ciencias de París hace pública una completa investigación sobre la situación de las clases obreras2. El resultado es concluyente. En Francia, el consumo de proteínas de origen animal entre los trabajadores es prácticamente nulo. 1 15-01-1869/14-04-1869: expediente de supresión del Jardín Zoológico y del traslado de los animales. (AMNCN0324/021). 2 Frédéric Le Play. 1855. Les ouvriers européens. Études sur les travaux, la vie domestique et la condition morale des populations ouvrières de l’Europe. París, Imprimerie impériale. Citado en Geoffroy Saint-Hilaire (1861, p. 114).

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PRÓLOGO

Los más afortunados comen carne seis veces al año, el resto sólo la prueban en una o dos ocasiones. Y la malnutrición no es su única lacra. La penuria de tejidos es tal que el pueblo más que vestirse se cubre, independientemente de los rigores del clima. Para entonces, un puñado de personajes inquietos ya se ha puesto manos a la obra. Preocupados por el sufrimiento de los más desfavorecidos, y convencidos del poder benefactor de la práctica científica, pretenden explotar a través de ésta las fuentes de riqueza inexplorada que la naturaleza ofrece al ser humano. El promotor de la iniciativa, Isidore Geoffroy Saint-Hilaire (1805-1861), se propone fundar una asociación cuyo principal objetivo es la introducción, aclimatación y domesticación en Francia de animales exóticos considerados como útiles y dotar así a la agricultura y a la industria de nuevas fuentes de riqueza. De esta manera, la Zoología, disciplina hasta ese momento básicamente descriptiva, recibe el impulso práctico necesario para experimentar el mismo auge que la Fisiología o la Microbiología, materias que ya empezaban a desvelar su gran repercusión sobre el bienestar social. La tentativa cristaliza el 10 de febrero de 1854, en París, tras la creación de la Société zoologique d’acclimatation (en adelante abreviada como la Société). La discusión en el seno de la nueva corporación se estructura alrededor de la Teoría de la variabilidad limitada del tipo, formulada por el propio Geoffroy (Geoffroy Saint-Hilaire, 1859). De acuerdo con ella, la alteración de las características de los seres vivos, fijas para cada especie en su medio natural, solamente es posible si las circunstancias ambientales cambian. En consecuencia, la experimentación y la selección artificial de rasgos útiles, como la cantidad de lana o la producción de leche, resultan posibles tras el traslado a Europa de animales de otras latitudes. La aclimatación plantea pues un arduo problema conceptual y metodológico, ya que se trata de saber si un individuo puede transformarse bajo la influencia del medio y si, eventualmente, esta adaptación puede transmitirse a la descendencia. La idea no es nueva. Lo que Geoffroy Saint-Hilaire pretende, es aplicar a los animales un tipo de experiencias que ya venían siendo utilizadas con los vegetales desde hacía más de cien años. Efectivamente, en el siglo XVIII, la política de los gobiernos ilustrados europeos otorgaba un papel fundamental a la ciencia en el proceso de modernización social. Con el objetivo de aumentar el comercio marítimo y de encontrar nuevas materias primas con las que relanzar la economía, las potencias occidentales organizaban expediciones transoceánicas. Cada viaje ponía a su alcance un inmenso laboratorio natural en el que dar respuesta a los interrogantes planteados por la ciencia moderna. Geógrafos y naturalistas comienzan a incorporarse a las tripulaciones de los navíos. El descubrimiento de regiones lejanas y el encuentro con seres hasta entonces desconocidos, incluso con otras comunidades humanas, avivó la vieja idea hipocrática que atribuía al clima un papel primordial en la configuración de los organismos. El sentido que el término clima po-

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seía era, sin embargo, mucho más amplio que el actual, circunscrito a los fenómenos puramente meteorológicos. En aquel contexto ambientalista la noción englobaba tanto la geografía del lugar como las comunidades vegetales y animales, o el modo de vida practicado por cada grupo humano. El nuevo desafío para la ciencia consistía en llegar a distinguir entre la esencia misma de cada ser y las características del mismo dependientes del clima, estas últimas potencialmente mutables. El ser humano se atribuyó un nuevo puesto en la naturaleza, parte integrante del conjunto armónico al mismo tiempo que elemento individualizado, capaz de dotar de sentido al funcionamiento del todo mediante la reflexión científica. Las plantas fueron los primeros sujetos de experimentación, y los jardines botánicos de aclimatación proliferaron por toda Europa, incluida España. Pese a todo, el proyecto propuesto por Isidore Geoffroy Saint-Hilaire no deja de ser pionero. Su primera novedad radica en el material elegido: los animales. La domesticación de fauna es un fenómeno tan antiguo como la propia historia de la Humanidad, sin embargo, en cuestión de zootecnia, la práctica ha precedido con mucho a la teoría. Pinturas y relieves realizados en tiempos de las civilizaciones mesopotámica y egipcia, ilustran magistralmente el empleo cotidiano de burros y bueyes como bestias de carga, el pastoreo de rebaños de ovejas y cabras o la convivencia con perros y gatos en los hogares de hace más de 2.700 años antes de nuestra era. No obstante, la formulación teórica de la disciplina es relativamente tardía. Los conceptos de cambio inducido y de selección artificial comienzan a tomar cuerpo a lo largo del siglo XVIII, coincidiendo con el auge de las expediciones científicas y el renacer de las teorías ambientalistas, como ya ha sido dicho. Lo que Isidore Geoffroy Saint-Hilaire y la Société vienen a aportar, transcurrida ya la primera mitad del siglo XIX, es un programa práctico que permita materializar las reflexiones abstractas, o lo que es lo mismo, un plan de ciencia aplicada. La Société es igualmente innovadora en el planteamiento seguido, pues pretende conciliar los esfuerzos de naturalistas y gestores. Como no podía ser de otra forma, durante la sesión inaugural, el vicepresidente de la corporación científica rinde un encendido homenaje a los precursores de la iniciativa a lo largo de la historia (Richard du Cantal, 1854). Entre los naturalistas cita a Georges Louis Leclerc conde de Buffon (1707-1788), intendente del Jardín Real de Plantas Medicinales de París y teórico de la domesticación, así como a Louis Jean Marie Daubenton (1716-1800), profesor del Museo de Historia Natural de la misma ciudad y promotor del programa de mejora de las razas ovinas francesas. Entre los gestores se refiere a Jean-Baptiste Colbert (1619-1683), ministro de Luis XIV, quien intentó, sin éxito, la introducción en Francia de los corderos merinos que tanta riqueza habían proporcionado a España. Según Richard, si toda tentativa de aclimatación previa a la creación de la Société estuvo condenada al fracaso fue, sencillamente, porque faltaba un marco de entendimiento que reuniese al saber positivo con el interés social, a la genialidad científica de Buffon o Daubenton con el criterio cabal de Colbert. La recién creada sociedad pretende ser ese foro de discusión.

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Tras un año de existencia, y a raíz del éxito logrado, la Société acuerda la nominación de delegados fuera de París. Puesto que de clima se trata, a mayor número de sedes mayor diversidad de condiciones medioambientales, lo que se traduce en más y mejores posibilidades de experimentación. En Francia, las sociedades filiales abarcan desde la montaña hasta el llano, de la costa al interior, del Mediterráneo al Atlántico, y designan como delegaciones las ciudades de Caen, Marsella, Mulhouse, Poitiers, Rouen, Toulon, Toulouse y Wesserling. Más allá de sus fronteras, Londres, Turín y Madrid reciben el mismo honor. En España, la iniciativa procedente de Francia pronto cala entre los sectores potencialmente interesados. El 3 de marzo de 1855, por orden real firmada por Isabel II, se crea la Sociedad Española de Aclimatación en el seno del Museo de Ciencias Naturales de Madrid. Mariano de la Paz Graells (1809-1898), su director, es nombrado delegado. Gracias a la inauguración, en 1859, de un jardín zoológico de aclimatación en el recinto del Real Jardín Botánico madrileño, España logra situarse a la cabeza de Europa en lo que a esta materia respecta, puesto que el jardín de la Société no abriría sus puertas hasta un año más tarde. Desde su creación, el jardín de aclimatación del Botánico contó con su propio presupuesto dentro del Museo y fue atendido por el ayudante de la cátedra de Zoología, tutelado por Graells. Pese al entusiasmo inicial, el proyecto español tiene una vida efímera. En 1867, una oscura trama de intereses enfrentados fuerza la escisión del Museo de Ciencias Naturales en tres instituciones independientes: el Museo propiamente dicho, encargado de la custodia de las colecciones de Historia Natural, dirigido de forma interina por Lucas de Tornos (1803-1882) con la intervención de una Junta Facultativa integrada por profesores del Museo y de la Universidad Central de Madrid; el Jardín Botánico con Miguel Colmeiro (1816-1901) al frente; el Jardín Zoológico de Aclimatación bajo la tutela de Laureano Pérez Arcas (1824-1894), autor del primer tratado español para la enseñanza de la Zoología y uno de los fundadores de la Sociedad Española de Historia Natural en 1871. La reorganización del centro supone el cese de Graells como director y relega a un segundo plano sus proyectos, incluido el de la connaturalización de animales útiles. Diez años después de su creación, y tras sólo dos de andadura en solitario, el zoológico de aclimatación del Botánico cierra sus puertas falto de presupuesto y de proyectos científicos. El programa de Zoología aplicada propuesto por Isidore Geoffroy Saint-Hilaire logró reunir a representantes de diferentes estratos sociales ilustrados de Francia y del extranjero. La Société no surgió de la simple adición de elementos fácilmente clasificables por nacionalidad o profesión, sino más bien de su integración en un proyecto común. Al mismo tiempo, su contenido fue percibido de forma matizada dependiendo de las motivaciones e intereses personales de cada socio, así como en función de sus orígenes y tradiciones culturales. Esta dimensión internacional abre una interesante vía de análisis para llegar a comprender

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el impulso de la asociación y el papel que ésta desempeñó en la práctica científica del momento. Una de las dificultades que se plantean al iniciar una investigación histórica es la de la elección de la escala otorgada a la búsqueda, pues las conclusiones derivadas del análisis pueden incluso resultar contradictorias en función de la opción elegida (Lepetit, 1996). Entre la Historia social, que elude el caso particular (el individuo, el acontecimiento) para centrarse en lo repetitivo y sus variaciones, y la Micro-historia, que prefiere el ámbito monográfico y episódico, la variación de las potenciales escalas ofrece una gran diversidad de posibilidades en el momento de abordar el hecho histórico (Revel, 1996). La Société, a pesar de haber cambiado de nombre y de haber redefinido sus objetivos, es aún hoy una asociación activa en Francia que ya ha celebrado su 150 aniversario. Un análisis histórico de su existencia parece por lo tanto difícil sin precisar la dimensión en la que el estudio se sitúa. Además del encuadre cronológico, limitado en este trabajo a la existencia de la delegación española, la diversidad del tema abordado exige igualmente una mayor precisión a la hora de definir los objetivos planteados. Lo que aquí se propone es un «estudio de caso» que trata de analizar las peculiaridades de la aclimatación en España al mismo tiempo que sus similitudes con los proyectos desarrollados por otros países miembros de la Société, fundamentalmente Francia. Uno de los objetivos planteados es el de suministrar nuevos datos a la discusión acerca del internacionalismo científico a mediados del siglo XIX, a partir de un análisis limitado a un proyecto, la aclimatación de fauna, y un contexto nacional, el español. El estudio está estructurado en torno a las relaciones establecidas entre el centro integrador, representado por la élite de la Société en París, y su delegación en Madrid. Desgraciadamente, tal elección limita su alcance y anula otros enfoques altamente interesantes, como el análisis de las relaciones directas entre los elementos periféricos (España e Italia por ejemplo) sin la intercesión de París, o la reflexión sobre la difusión de la iniciativa en el interior del país y la posible presencia de tentativas locales de aclimatación. La aproximación propuesta resulta posible gracias a la existencia del excelente trabajo de Michael Osborne Nature, the Exotic and the Science of French Colonialism (Osborne, 1994), que puede ser asimilado con un estudio realizado a escala «macro-histórica». La obra aborda el devenir de la Société desde su fundación hasta los primeros decenios del siglo XX. En ella se analizan, entre otros, aspectos relacionados con el funcionamiento administrativo, el corpus epistemológico, los programas de investigación o la proyección política de la institución. De cualquier forma, el estudio que aquí comienza a ser detallado no se corresponde tampoco con un análisis a escala «micro-histórica». En un contexto nacional, se evocarán las diversas dimensiones del desafío de la aclimatación y distintos personajes serán citados en el texto. En este sentido, una pequeña precisión

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resulta imprescindible. A lo largo de la narración, el término «delegación» se empleará con frecuencia para referirse a la participación hecha desde España en pro de la connaturalización de animales útiles. El vocablo queda despojado aquí del significado de «asamblea», pues si bien se designó un delegado en España, nunca se celebraron reuniones nacionales de los socios o simpatizantes de la Société al sur de los Pirineos. Tampoco se elaboraron estatutos o documento alguno que permita hablar de la existencia de una corporación local. La acepción otorgada a la palabra se limita a designar el conjunto de colaboraciones realizadas por los miembros hispanos de la asociación, ya sea por mediación de Graells o directamente con la dirección francesa. Un segundo objetivo planteado es el de tratar de reconstruir un pedazo olvidado de la historia del Museo Nacional de Ciencias Naturales de Madrid. Fugazmente citado en los estudios dedicados a la institución y a las personas que en ella trabajaron, el jardín zoológico surgido en su seno fue, pese a todo, una realidad plena que influyó en gran medida en el devenir del centro. Progresivamente se irá desgranando el recorrido de un departamento fugaz en el organigrama de la institución. Se rastrearán sus orígenes, las ideas que lo inspiraron, los mecanismos empleados para darle cuerpo, su funcionamiento, sus vínculos con la Société, sus pobladores y, finalmente, su desaparición. Aunque nunca llegase a reunir un importante número de animales, a este pequeño zoológico le corresponde el honor de haber sido la primera colección en su género enteramente dedicada a la práctica científica en España. Siempre carente de medios, su presencia física fue tan reducida que bastó la decisión de suprimirlo para borrar todo rastro de su existencia, tanto en los parterres del Jardín Botánico que lo albergó, como en el imaginario colectivo de la ciudad que pudo disfrutar de él. Afortunadamente no todo se perdió y un buen puñado de papeles ha conservado la memoria escrita del lugar. ¿Merece la pena pararse a reflexionar sobre lo que no parece ser más que un corto paréntesis en la historia de la ciencia española? Sí, absolutamente. No caigamos en el pesimismo y volvamos a condenar al olvido lo que fue una tentativa entusiasta. Gran parte de las instituciones y de la sociedad del momento creyó en el proyecto. La discusión generada fue origen de una considerable movilización de ideas y de medios financieros que testimoniaron del compromiso español con la iniciativa internacional. En el archivo del Museo Nacional de Ciencias Naturales de Madrid se custodia un rico fondo documental, en gran parte inédito hasta ahora, que permite rastrear la historia de la Sociedad española de aclimatación y de su jardín zoológico3. Cartas, facturas, dibujos e incluso foto3

En adelante, el archivo del Museo Nacional de Ciencias Naturales aparecerá abreviado como AMNCN. Salvo indicación contraria, los documentos citados integran el fondo de archivo «Jardín Zoológico y Sociedad de Aclimatación». Para los documentos con otra procedencia, se emplearán las siguientes abreviaturas: F. (fondo), S. (serie), C. (caja), E. (expediente), G (Graells), C.e. (Correspondencia con el extranjero).

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grafías son, entre otros, los documentos que van a permitir recrear la vida de la institución y resolver las causas que dieron al traste con el proyecto. Al mismo tiempo, y desde una perspectiva más amplia, el examen de todas esas fuentes enriquecerá el conocimiento de la ciencia isabelina y de su dimensión internacional. Partiremos de la iniciativa externa, francesa, para, seguidamente, estudiar su incorporación, asimilación y difusión en España. El análisis de la recepción, esta vez por el resto de Europa, de la producción y reflexión españolas, permitirá abarcar la totalidad del proceso. Las cartas conservadas en Madrid tienen el valor añadido de ser únicas, en el sentido de que su lógica contrapartida en Francia parece haberse perdido. En el Museo de Historia Natural de Paris no se guardan documentos relativos a la Société, por la simple razón de que ésta funcionó desde un principio como institución independiente. En los archivos de la Société Nationale de Protection de la Nature et d’Acclimatation de France (SNPN), la misma Société pese a haber cambiado de nombre, no se conservan manuscritos del periodo inicial. La asociación ha conocido tres guerras y numerosos cambios de sede lo que, a fin de cuentas, siempre se traduce por una pérdida importante de patrimonio. Curiosamente, la SNPN ha recibido recientemente una donación de varias cartas escritas por Isidore Geoffroy Saint-Hilaire a un miembro residente en Canadá, descubiertas por casualidad entre los fondos sin catalogar de una biblioteca de aquel país. La huella dejada por la Société en el extranjero se perfila como un interesante filón de información histórica ante la carencia de testimonios escritos en el país que la vio surgir. Afortunadamente, Mariano de la Paz Graells debió de ser un hombre meticuloso, ordenado y concienzudo en su trabajo. Además de los originales recibidos desde Francia, en el fondo documental estudiado se localizan los borradores de respuesta elaborados por el delegado en España, lo que permite suplir la falta de manuscritos originales en París. Conservar copia escrita de lo enviado era práctica habitual en aquella época. Acostumbrados como estamos hoy en día a la rapidez del correo, ya sea ordinario o electrónico, es fácil olvidar que, por aquel entonces, las respuestas podían demorarse semanas, razón de peso para tener siempre a mano un recordatorio de los asuntos tratados y así no perder el hilo de la correspondencia. En general, cada carta corre unida con su borrador de respuesta, simplificando enormemente el seguimiento de las distintas cuestiones. Con cierta frecuencia, especialmente durante los últimos años de la vida del naturalista español, una nota al margen del original resume el contenido de la réplica y la fecha de su envío. Respecto a la lengua empleada, los asuntos internos de la delegación española están, lógicamente, redactados en castellano. Para las cuestiones internacionales el francés constituye la lingua franca, y el dominio que Graells manifiesta del idioma va en aumento a medida que se intensifica el trato con sus corresponsales. Toda una proeza, pues las nociones que el delegado poseía de la lengua de Molière al inicio de su carrera no debieron de ser muy profundas, a juzgar por los comentarios de aquellos que le conocie-

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ron (Fraga y Acha, 2002)4. De hecho, la intervención de un traductor se solicita explícitamente al dorso de una de las primeras cartas5. Entre 1846 y finales de 1858, todos los borradores de respuesta, excepto uno, están redactados en castellano. A partir de diciembre de 1858, la mayor parte de los manuscritos dirigidos a la Société son directamente caligrafiados por Graells en un francés incorrecto, difícil de leer para un nativo y que, sin duda alguna, exigiría la intervención de un corrector. En la presente obra, aun a sabiendas de que el resultado obtenido no recibiría la aprobación de un purista en la materia, fragmentos y citas han sido traducidos por el autor respetando las reglas básicas del arte: manejo fluido del idioma original y traslación del mismo hacia su lengua materna. La ortografía de los textos ha sido corregida siguiendo las normas vigentes en la actualidad. Puesto que los desacuerdos entre la escritura contemporánea y la de mediados del siglo XIX son escasos, se ha preferido uniformizar la trascripción para centrar la atención del lector en el contenido de cada texto y no en su forma. En lo que respecta a la estructura del presente estudio, el primer capítulo se dedica a Isidore Geoffroy Saint-Hilaire y a su proyecto centrado en la aclimatación de animales útiles para el progreso social. Promotor y primer presidente de la Société, Isidore es el autor de Acclimatation et domestication des animaux utiles (Geoffroy Saint-Hilaire, 1861), obra fundadora y compendio de su programa zootécnico, merecedora de un análisis detallado. A continuación serán evocados los fundamentos de la Société zoologique d’acclimatation y su actividad, haciendo especial hincapié en las informaciones obtenidas a partir de la lectura de los documentos conservados en Madrid, textos inéditos de inestimable valor testimonial. Mariano de la Paz Graells, delegado de la Société en Madrid y pieza clave de la aclimatación en España, será protagonista del tercer capítulo. Su defensa de los postulados de Isidore Geoffroy Saint-Hilaire, su papel como mediador frente a la administración, su capacidad organizativa y el carácter reivindicativo de su discurso retendrán nuestra atención. Respecto al funcionamiento de la delegación española se pueden establecer dos etapas bien diferenciadas, cada una de ellas tratada en un capítulo aparte. 1861, año de la muerte de Isidore Geoffroy Saint-Hilaire, marca la transición. El primer periodo puede ser considerado como el de esplendor para el programa de aclimatación, en parte debido a la relación de amistad existente entre presidente y delegado. La segunda etapa está definida, en primer lugar, por la dispersión, al multiplicarse el número de interlocutores y, finalmente, por la decadencia, coincidiendo con la reorganización del Museo y el descrédito de Graells. Dos capítulos completos están dedicados 4 En una carta fechada el 13 de octubre de 1848, Juan Mieg (1779-1859) comunica a Léon Dufour (1780-1865) la intención de Pérez Arcas de ponerse en contacto con el entomólogo francés. En el texto, Mieg aclara las posibilidades de entendimiento entre ambos: «Domina el francés un poco menos mal que el Sr. Graells». 5 «de Fco Brossa para el Sr de Carnevali para que tenga la bondad de poner en francés la presente carta». Carta sin datar ¿1846? (AMNCN0320/001).

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al zoológico de aclimatación y a sus habitantes. El primero de ellos relata la génesis del proyecto y su funcionamiento hasta 1864, año en el que el jardín alcanza su clímax con la publicación de una guía instructiva destinada al público del recinto. Fuente de placer y ocio para muchos, quebradero de cabeza para otros, la existencia de este pequeño zoo resultó fugaz, por lo que todo un capítulo se dedica al análisis de las causas que precipitaron su desmantelamiento. Una discusión general pondrá punto final a la obra. Este libro es mi primera incursión en el ámbito de la Historia de la Ciencia. La idea de embarcarme en semejante proyecto surgió tras visitar la exposición Madrid, Ciencia y Corte, en el pabellón Villanueva del Jardín Botánico de la capital6. Seducido por su contenido, eché sin embargo en falta referencias a los estudios zoológicos entre tanta reseña a la Botánica, la Astronomía o la Física. Fueron la curiosidad y una vocación que desde niño me hace interesarme por los animales, las que me llevaron hasta los archivos del Museo de Ciencias con la sola intención de fisgar, y ahí empezó todo. Descubrir me indujo a querer contar, y me propuse hacerlo, si era capaz, de forma simple y accesible a todo el mundo, siguiendo el consejo dado por Gaspar Melchor de Jovellanos (17441811) y recogido en uno de los paneles de la citada exposición: ¿De qué servirá que atesoréis muchas verdades si no las sabéis comunicar? Para comunicar la verdad es menester persuadirla, y para persuadirla hacerla amable, es menester despojarla del oscuro científico aparato, simplificarla, acomodarla a la comprensión general e inspirarle aquella fuerza, aquella gracia que, fijando la imaginación cautiva victoriosamente la atención de cuantos la oyen.

Difícil tarea, aunque el reto resultaba irresistible. ¿El resultado? Cada lector juzgará. La elaboración de este libro ha sido un largo proceso realizado a caballo entre París y Madrid, las dos ciudades protagonistas del relato. Llegar a darle forma ha supuesto un enriquecedor ejercicio que me ha permitido conocer la «manera» de investigar en un campo del saber al que estaba poco acostumbrado. Del archivo a la biblioteca, de la carta manuscrita a la bibliografía impresa, cada etapa constituía todo un desafío para alguien como yo, formado en la Biología experimental. Afortunadamente, muchas han sido las personas que me han ido guiando en todo el proceso. Quisiera empezar agradeciendo a aquellos que me enseñaron que era posible cambiar de tercio si se sentía la imperiosa necesidad de hacerlo. A mis directores de tesis, Francisco Braza (Curro) 6

La exposición, celebrada entre el 17 de marzo y el 23 de mayo de 1999, estuvo organizada por la Dirección General de Investigación de la Consejería de Educación y Cultura de la Comunidad de Madrid, por el Consejo Superior de Investigaciones Científicas y por la Universidad de Alcalá de Henares. Catálogo de la exposición: Madrid, Ciencia y Corte. Antonio Lafuente y Javier Moscoso (editores). Madrid, 1999.

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y Cristina San José, pues con ellos aprendí mucho más que Zoología, aprendí que las vidas son carreras de fondo y que, en el caso de tener que concederles una valoración, ésta sólo puede ser adjudicada al final de cada una de ellas. Una idea tan sencilla a menudo me ha servido para luchar contra el desánimo. A mi director de postgrado, Anders Moller, injustamente tratado por una parte de la comunidad científica en estos últimos tiempos. Él me enseñó precisamente lo que es la dedicación al trabajo y el valor de cada idea, por peregrina que pueda parecer. A René Lafont, director del departamento universitario del cual formo parte en la actualidad. Siempre a la escucha, supo entender que dejara de lado la Fisiología de los invertebrados para dedicarme a algo tan diferente como la historia de un pequeño jardín zoológico que existió allá por 1860 y que, para colmo, no duró demasiado tiempo. No sólo me entendió, sino que me animó a hacerlo. Mi llegada al «mundo» de los historiadores me reservaba gratas sorpresas y, desde que decidí dar el salto, no he dejado de sentirme afortunado. Quisiera agradecer en primer lugar a Leoncio López-Ocón la inestimable ayuda y el sereno consejo que siempre me ha otorgado. Gran parte de lo bueno que pueda contener este trabajo se lo debo a él. Junto a Leoncio muchos han sido los que, en mayor o menor medida, me han ido instruyendo con su charla. En Francia soy deudor de Jean Marc Drouin, Pietro Corsi, Goulven Laurent, Claude Blanckaert y otros integrantes del centro de estudios Alexandre Koyré, en el Museo de Historia Natural de París. En la Universidad París VI Hervé Le Guyader y Martine Maïbèche han colaborado activamente en la materialización de este trabajo. En España, pienso en Santos Casado, Antonio González Bueno, Alberto Gomis y Alfredo Baratas. Algunos de ellos han leído versiones preliminares del texto y me han ayudado con sus comentarios, tarea en la que también han cooperado Alfonso San Miguel, Miguel Aragón Espeso y Juan Carlos Muñoz. En el Museo de Ciencias Naturales de Madrid mi agradecimiento más sincero para Juana Molina, que ha sabido orientarme con enorme paciencia e intuición a través del archivo del centro. Junto a ella, Carmen Velasco, Marisol Alonso, Encarnación Hidalgo, Isabel Rey, Miguel Villena y Josefina Barreiro han estado siempre dispuestos a colaborar y me han regalado sus conocimientos y tiempo libre para que mi paso por el Museo siempre resultara grato. Mi reconocimiento también para el resto del personal del archivo y biblioteca. Esta investigación ha sido posible gracias a las largas estancias pasadas en casas de amigos que, desinteresadamente, me han alojado en sus hogares por periodos que, con frecuencia, excedían lo cortés. Sin ellos nada hubiera sido posible pues, además de un techo, me han ofrecido compañía, apoyo y cariño para seguir adelante. Mil gracias a Manuel, Rafa, Susana, Stéphane, Carlos, José Manuel, Juan Carlos, Juan Luis, Javito, Josabel y a todos los que me habéis acogido en Madrid. Espero que el resultado os satisfaga y compense las molestias que os haya podido causar.

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En fechas cercanas a la finalización de este trabajo, la ciudad de Madrid sufrió un brutal atentado terrorista que se cobró 191 vidas de inocentes, cuyo único delito fue subirse a un tren de cercanías. Quisiera que estas últimas líneas y el recuerdo que en ellas vierto, simbolizaran mi respeto por todas ellas y mi voluntad de no olvidar jamás y constituyeran además una prueba de amor y solidaridad hacia la ciudad de Madrid, su historia y sus habitantes. París, 23 de abril de 2004

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Capítulo 1 ISIDORE GEOFFROY SAINT-HILAIRE. EL PROMOTOR DEL PROGRAMA DE ACLIMATACIÓN DE FAUNA ÚTIL

El destino parecía tener las cosas muy claras cuando decidió la suerte de Isidore Geoffroy Saint-Hilaire (1805-1861). Nacido dentro del recinto del Museo de Historia Natural de París, las colecciones de producciones de la naturaleza constituyeron el universo en el que creció. Por si esto fuera poco, su educación corrió a cargo de uno de los principales naturalistas de la Francia de la Ilustración. La figura de Etienne Geoffroy Saint-Hilaire (1772-1844), padre de Isidore, resulta determinante en su carrera y su vínculo profesional va más allá del nepotismo que permitió al hijo disfrutar de una posición privilegiada dentro de la institución controlada por el padre. Las similitudes entre la filosofía y los proyectos científicos de ambos atestiguan de la fuerte presencia de Etienne y del reconocimiento de Isidore, principal biógrafo de su progenitor (Geoffroy Saint-Hilaire, 1847a). Un breve repaso de la trayectoria vital de Etienne Geoffroy Saint-Hilaire, y del entorno intelectual en el que desarrolló su labor profesional, resulta pues imprescindible si se quiere llegar a entender la génesis del proyecto de Isidore. Para elaborar ese perfil somero de Etienne que permita enraizar el estudio de la aclimatación, a los datos que la obra de Isidore sobre su padre aporta, se les han incorporado informaciones procedentes de la última biografía dedicada al autor (Le Guyader, 1998).

Un guía de excepción. Etienne Geoffroy Saint-Hilaire, padre y maestro de Isidore Originario de Étampes, ciudad situada a pocos kilómetros al sur de París, la vocación naturalista de Etienne Geoffroy Saint-Hilaire se afianza en la capital de Francia. Tras diplomarse en derecho por voluntad paterna, Etienne se embarca en los estudios de medicina, entonces única titulación profesional posible en el ámbito de las ciencias naturales. Centrado ya en una carrera que iba a resultar

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brillante, el primero de los Geoffroy Saint-Hilaire sigue con asiduidad los cursos de química de Fourcroy1, los de mineralogía de Daubenton2 y entabla una fuerte y duradera amistad con el abate Haüy3, hoy considerado como el fundador de la Cristalografía. Gracias a su talento, dedicación y conocimientos, Etienne pronto llega a destacar entre el alumnado y, en marzo de 1793, la suerte le sonríe en un momento en el que él se encuentra suficientemente preparado para responder a ese guiño del destino. Aquel año, Lacepède4, naturalista continuador de la obra zoológica iniciada por Buffon5, abandona París presionado por los rumores que le vinculan con la derrocada monarquía. Su precipitada huida deja un puesto en el Jardín Real de Plantas Medicinales y, apadrinado por Daubenton, el joven Etienne es nombrado sustituto. De acuerdo con los ideales del nuevo gobierno surgido tras la Revolución, el Jardín de Plantas Medicinales, creado en 1635 por orden de Luis XIII, se transforma en Museo Nacional de Historia Natural el 10 de junio de 1793 (Blanckaert et. al., 1997). La flamante institución que acababa de nacer no estuvo falta de 1 El químico Antoine François de Fourcroy (1755-1809) fue colaborador de Lavoisier (17431794) y Berthollet (1748-1822) en la redacción de Méthode de nomenclature chimique, obra pionera que sentó las bases de un nuevo «lenguaje» para designar la composición de la materia inorgánica, sistema que impulsó de manera significativa los progresos de la Química y que trató de ser imitado por otras disciplinas, incluida la Historia Natural. Sus trabajos científicos se centraron en el estudio de los componentes de distintos minerales (aragonito, calcita...) y de diversos productos alimenticios (leche, cereales...) o con propiedades farmacológicas (quina). 2 Louis Jean-Marie Daubenton (1716-1799) llegó a París apadrinado por Buffon (1707-1788) quien le propuso el puesto de démonstrateur en el Jardín Real de Plantas Medicinales. Colaboró en las sucesivas ediciones de la Encyclopédie y de la Histoire Naturelle générale et particulière de su protector. Se interesó especialmente por la ciencia aplicada, como tendremos ocasión de ver, y ocupó la cátedra de Economía Rural de la escuela veterinaria de Alfort. En 1793 fue elegido primer director del recién creado Museo de Historia Natural de París. 3 René-Just Haüy (1743-1822) se interesó de manera especial por la estructura cristalina de los minerales, investigaciones que le abrieron las puertas de la Academia de Ciencias y del Consejo de Minas. Hecho prisionero durante la Revolución, la oportuna intercesión de Etienne Geoffroy SaintHilaire logró salvarle de la guillotina. Su obra cumbre fue Traité de Cristallographie, publicada el mismo año de su fallecimiento. 4 Bernard Etienne Germain de la Ville, conde de Lacepède (1756-1825) continuó, a requerimiento de Buffon, la gran obra de Historia Natural iniciada por su mentor. En ese contexto publicó la Histoire générale et particulière des quadrupèdes ovipares et des serpents. Nombrado profesor del Museo de Historia Natural, el naturalista centró su interés fundamentalmente en los vertebrados acuáticos, siendo autor de la Histoire Naturelle des Poissons (1798-1803) y de la Histoire Naturelle des Cétacés (1804). 5 Georges-Louis Leclerc, conde de Buffon (1707-1788) representa a la perfección al sabio polifacético característico del Siglo de las Luces. Matemático, físico, químico, agrónomo y naturalista, fue elegido miembro de la Academia de Ciencias en 1773. A menudo descrito como un personaje cortesano e intrigante, en 1739 logra el favor de la corona de Francia al ser nombrado Intendente del Jardín Real de Plantas Medicinales. A lo largo de su vida coordinó la publicación de su monumental Histoire Naturelle, editada en 36 volúmenes, y destacó como mecenas y descubridor de grandes talentos científicos, entre los que se encuentran Daubenton, Lacepède y Lamarck.

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medios. Doce cátedras fueron asignadas a naturalistas de renombre que pronto contaron con ingentes colecciones de material para investigar6. Tal caldo de cultivo produjo, como era de esperar, una época dorada para la ciencia francesa y para el desarrollo global de las ciencias naturales. Por primera vez en la historia se convocaban dos cátedras de contenido exclusivamente zoológico. La primera de ellas, atribuida a Etienne Geoffroy Saint-Hilaire, estaba consagrada a los animales conocidos en aquel tiempo como de sangre roja, es decir, mamíferos, aves, reptiles, anfibios y peces. La segunda tenía como cometido el estudio del resto de la diversidad animal, de los seres que por oposición a los primeros se llamaban de linfa o sangre blanca. Como responsable se designó a Jean Baptiste Lamarck7, quien rápidamente puso en marcha la reorganización del «cajón de sastre» que le había tocado en suerte. A él precisamente le debemos la división, aún hoy fuertemente enraizada en el saber general, entre animales vertebrados e invertebrados. La presencia o ausencia de un esqueleto axial formado por piezas seriadas denominadas vértebras, se convertía así en el nuevo criterio organizador de la diversidad animal, cayendo en desuso la distinción basada en el color y la naturaleza del fluido vital. Pese a la ingente cantidad de trabajos descriptivos que Lamarck legó a la ciencia, su nombre ha quedado indisolublemente asociado a una idea innovadora que, en adelante, marcaría el rumbo de la discusión y la reflexión en biología. Fue él quien, de una manera sistematizada, propuso por primera vez una teoría para explicar el origen de las formas vivas a través de la transformación de caracteres bajo la influencia del ambiente. Los cambios operados en las especies obedecían, según el sabio francés, a una tendencia natural de los organismos hacia una complejidad creciente, lo que los hacía mutables en entornos cambiantes. Las formas de vida más sencillas surgirían mediante generación espontánea, mientras que la complejidad anatómica se iría adquiriendo progresivamente a través de la aparición y empleo de nuevos órganos heredables en las generaciones futuras. La función crearía el órgano, el uso repetido lo fortalecería y, al contrario, el desuso acarrearía su degeneración. Su ejemplo más popular fue el 6

Las cátedras creadas y los profesores designados fueron: Mineralogía, Daubenton (17161800); Geología, Faujas de Saint-Fond (1741-1819); Botánica «en el Museo», Desfontaines (17501833); Botánica «en el campo», Jussieu (1748-1836); Cultivos, Thouin (1747-1824); Zoología (insectos, gusanos y animales microscópicos), Lamarck (1744-1829); Zoología (animales de sangre roja), Geoffroy Saint-Hilaire (1772-1844); Anatomía animal, Mertrud (1728-1802); Anatomía humana, Portal (1742-1832); Química general, Fourcroy (1755-1809); Química aplicada, Brongniart (1742-1704); Iconografía, Van Spaendonck (1749-1822). 7 Jean Baptiste Pierre Antoine de Monet, caballero de Lamarck (1744-1829) es uno de los personajes más influyentes de la ciencia francesa del periodo de la Ilustración. Inició su carrera como botánico, alumbrando una flora del país en 1778. Buffon le abrió las puertas del Jardín Real de Plantas, desde donde hizo innumerables publicaciones en Meteorología, Química, Geología y, sobre todo, Zoología. En el recién creado Museo de Historia Natural se le encomendó la cátedra de animales invertebrados, redactando una impresionante obra sobre el grupo editada en siete volúmenes, aparecidos entre 1815 y 1822.

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de las jirafas, cuadrúpedos que verían su cuello alargarse a fuerza de estirarlo para alcanzar las hojas más altas de los árboles que constituían su alimentación. Su concepción del mundo animal fue magistralmente expuesta en Philosophie zoologique, libro publicado en 1809. Por la gran repercusión de su teoría transformista y por la vinculación de la misma con el proyecto de la aclimatación, el nombre de Lamarck y su obra serán evocados en repetidas ocasiones a lo largo del presente trabajo. Pero volvamos a Etienne Geoffroy Saint-Hilaire, geólogo de formación, quien, una vez designado a la cabeza de la cátedra de Zoología de vertebrados, se muestra abrumado por la responsabilidad y se considera incompetente para desempeñar la empresa que se le encomienda. Finalmente, y tras el titubeo inicial, acaba aceptando el puesto para demostrar sin demora que su elección no fue equivocada. El 6 de mayo de 1794, apenas un año después de su toma de posesión, inaugura el curso de Zoología en el Museo. A finales de ese mismo año publica su primer trabajo de investigación, dedicado a la descripción del aye-aye, una especie de lémur nocturno de Madagascar a través del cual rinde homenaje a Daubenton, su mentor en el Museo, al asignarle el nombre científico de Daubentonia madagascariensis. Enseguida toma la iniciativa de instalar una ménagerie o casa de fieras en el seno del Museo con el fin de favorecer el progreso de las ciencias y de las artes a través de la observación de los animales vivos. Los ejemplares exhibidos en los espectáculos ambulantes que recorren las calles de París, declarados insalubres por las nuevas autoridades de sanidad pública, junto con los inquilinos de la antigua casa de fieras del palacio de Versalles, son requisados para constituir el núcleo inicial de un pequeño zoológico que, remozado, continúa actualmente abierto, fiel a la idea original que le dio forma (Aragón, 2002). A partir de 1795 Etienne apadrina en el Museo a Georges Cuvier (17691832), que no tardará en convertirse en la figura todopoderosa de la ciencia francesa del cambio de siglo. De su próspera colaboración dan fe los cinco trabajos publicados durante el primer año de estancia de Cuvier en París, fundamentalmente dedicados al estudio de diferentes mamíferos, especies hoy populares pero por entonces escasamente conocidas, como los elefantes (Cuvier y Geoffroy Saint-Hilaire, 1795a) o el orangután (Cuvier y Geoffroy Saint-Hilaire, 1795b). Entre ambos van a renovar las bases de la Zoología. Proponen como caracteres de primer orden para la clasificación del reino animal los relativos a la reproducción y a la circulación de fluidos, puesto que ambas funciones permiten la generación y el mantenimiento de la vida. En base a este principio, defendido por los dos autores en una publicación conjunta (Geoffroy Saint-Hilaire y Cuvier, 1795), los mamíferos quedarían definidos por la viviparidad y la lactación. Pese al consenso inicial, las divergencias científicas entre ambos a lo largo de sus respectivas carreras serán cada vez más importantes y terminarán por enfrentarles públicamente en 1830.

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Trabajador infatigable, dotado de una capacidad de observación y de una memoria fuera de lo común, Cuvier es justamente considerado padre de la Anatomía comparada y de la Paleontología de vertebrados (Outram, 1984). Entre su abundante legado de publicaciones destaca Le Règne animal (Cuvier, 1817), obra en la que propone la noción de «plan de organización» (Le Guyader, 2000), pilar central de su filosofía científica. Determinar dicho plan supone situar los diferentes órganos y sistemas en el cuerpo de un animal una vez establecida su polaridad antero-posterior y dorso-ventral, es decir, consiste en describir la arquitectura funcional del organismo lo que, posteriormente, permite clasificar las especies animales en grupos estancos de acuerdo con su organización interna. Cuvier distingue cuatro de esos grupos: los vertebrados, dotados de una columna vertebral dorsal; los moluscos, de cuerpo blando y provistos de una concha calcárea; los animales articulados (insectos, crustáceos...), con el cuerpo segmentado, recubierto de una cutícula dura y con un sistema nervioso ventral; los zoófitos o «animales planta» (medusas y erizos de mar entre otros), que presentan una simetría radial en lugar de la simetría bilateral o especular que caracteriza al resto. Según su concepción de la diversidad animal, el origen de esos cuatro conjuntos es totalmente independiente y, en consecuencia, resulta imposible encontrar en la naturaleza seres con características intermedias. Cuvier también se interesa por el estudio de los fósiles (Cuvier, 1825), que para él no constituyen pruebas del cambio operado en los seres vivos a lo largo del tiempo, sino simples testimonios de las grandes catástrofes que periódicamente se producen en la Tierra y que dan al traste con un gran número de formas de vida. Sólo una entre las muchas acontecidas ha dejado, según el naturalista, constancia histórica: el diluvio universal. Creacionista convencido, el apodado «Napoleón de las ciencias» se opuso activamente a la promoción de cualquier idea referente a la transformación progresiva de las especies. Y es que, ayudado por su prestancia física y sus dotes de orador, además de un gran naturalista, Cuvier fue un influyente personaje político durante el gobierno de Napoleón I y más tarde durante la Restauración monárquica. Profesor del Museo de Historia Natural a los 33 años, Consejero de Estado, Inspector General de la Educación Pública, Consejero perpetuo en la Universidad, Gran Oficial de la Legión de Honor, Barón y Par de Francia son sólo algunos de los títulos que atesoró a lo largo de una vida de éxito y reconocimiento. Menos sedentario que su colega, los viajes de Etienne Geoffroy Saint-Hilaire al servicio de Napoleón podrían ser la causa de su progresivo distanciamiento respecto a Cuvier. Lejos de Francia, Etienne madura los fundamentos de su filosofía que poco a poco le conducen hacia postulados transformistas. En abril de 1798 abandona París con la misión de inventariar la fauna de la región del Nilo. Durante sus cinco años de estancia en Egipto, además de conocimientos profundos de ciertos grupos zoológicos como los cocodrilos, Etienne logra reunir una importante colección de objetos de historia natural destinados al Museo de París, incluido un gran número de animales momificados. De nuevo, a finales de

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1807, es requerido por el Emperador, esta vez para catalogar las colecciones zoológicas del museo de ciencias de Lisboa. La travesía de España durante el viaje se convertirá en uno de los episodios más épicos de su vida. En 1808, en pleno levantamiento del pueblo español frente al invasor francés, Etienne se encuentra en Extremadura camino de Portugal. Capturado y encarcelado cerca de la frontera, probablemente hubiera sido ajusticiado de no haber sido por la oportuna intervención de una dama española agradecida, a la que Etienne había socorrido unos días antes. El carruaje de la aristócrata había sufrido un percance en ruta y ésta sólo pudo concluir su viaje gracias al naturalista francés, que amablemente le ofreció acomodo en su transporte. El episodio es narrado por Isidore Geoffroy Saint-Hilaire en la obra que dedica a la memoria de su padre: ¿Quién no hubiese creído que su sangre iba a ser derramada? ¡Pero la muerte iba a quedar suspendida sobre sus cabezas! ¿Faltaban verdugos en esa tropa furiosa? ¿Ocurrió así por piedad o por uno de esos refinamientos que conoce la venganza española? (Geoffroy Saint-Hilaire, 1847).

El testimonio de Isidore deja claro que, cuarenta años después, las secuelas del enfrentamiento que inauguró el siglo XIX aún seguían presentes. Tras una década de continuos desplazamientos, Etienne se instala definitivamente en París y comienza la redacción de lo que constituye el grueso de su obra científica. Gran parte de su actividad investigadora se desarrolla en el campo de la Embriología, concretamente en el estudio de las malformaciones durante el desarrollo. Junto con su hijo Isidore, debe ser considerado sin duda alguna como el fundador de la Teratología, ciencia que estudia los llamados «monstruos», tan apreciados en las colecciones y la literatura del siglo XIX (Geoffroy Saint-Hilaire, 1822). Sus conclusiones le permiten enunciar el concepto de «homología» (denominado por él «analogía», lo que hoy puede prestar a confusión), noción fundamental a la hora de estudiar la filiación de las diferentes especies animales. Dos órganos son homólogos cuando ocupan una misma posición dentro de un plan de organización, es decir, cuando tienen el mismo origen embrionario. Homología no implica necesariamente similitud, pues el órgano puede modificarse a causa de la adaptación. El ala de un murciélago, la pata de un caballo y la aleta pectoral de un delfín son estructuras homólogas pues las tres son miembros anteriores de mamíferos, pero su aspecto es muy diferente como consecuencia de su adaptación al vuelo, a la carrera o a la natación respectivamente. Por el contrario, el ala de una mariposa sería un elemento análogo (según la terminología actual) respecto al ala del murciélago, pues pese a desempeñar la misma función, el vuelo, su origen es completamente distinto, tratándose de una expansión cuticular en el caso del insecto. Etienne concibió el concepto evocado tras estudiar las aletas pectorales de un pez, el Polypterus bichir, que él mismo recolectó en Egipto, lo que da fe de la importancia que los viajes de exploración tuvieron en su carrera (Geoffroy Saint-Hilaire, 1807a).

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La reflexión central de su concepción de la Zoología, recogida ya en el primer volumen de su obra Philosophie anatomique, se estructura en torno a la existencia de un único plan de organización común a todas las formas animales (Le Guyader, 2000). El llamado «principio de conexión» de los órganos constituye su fundamento metodológico. Este viene a decir que la disposición de las diferentes piezas anatómicas en el organismo es constante y, en consecuencia, cada elemento queda definido por aquellos otros con los que se relaciona. Dicho de otra forma, el fémur no se reconoce solamente por su forma estrecha y alargada, sino también, y sobre todo, porque se articula siempre en la cavidad acetabular de la cintura pélvica por su parte proximal, y con la tibia y el peroné en su porción distal. Siguiendo este razonamiento, Etienne identifica los rudimentos óseos presentes en las mandíbulas de los embriones de ballena con esbozos dentarios, y pronostica, para demostrar más tarde, su existencia en los cráneos de las aves, confirmando así la unidad de plan entre todos los vertebrados (Geoffroy Saint-Hilaire, 1807b). Convencido de la utilidad de su procedimiento, Geoffroy trata de probar la misma unidad entre los distintos grupos zoológicos establecidos por Cuvier, y compara los articulados, animales con una cadena ganglionar nerviosa ventral, es decir hiponeuros, con los vertebrados epineuros, por poseer un tubo nervioso de localización dorsal. Simplificando en extremo, la anatomía de un saltamontes sería equivalente a la de un perro dado la vuelta (Geoffroy Saint-Hilaire, 1820). Tal argumentación contó, como era de esperar, con el rechazo frontal de Cuvier, para quien los cuatro grupos por él definidos eran totalmente irreconciliables. Sin cejar en su empeño, Etienne va a dar una nueva vuelta de tuerca a sus ya maltrechas relaciones con Cuvier al atreverse a cuestionar la validez de los moluscos como grupo uniforme y estanco. Gran especialista en Malacología, Cuvier recibe el nuevo ataque como una afrenta inadmisible, lo que les aboca a dirimir posiciones públicamente en 1830. En la sesión de la Academia de Ciencias del 15 de febrero del citado año, Geoffroy lee la réplica al trabajo «Quelques considérations sur l’organisation des Mollusques», presentado por Laurencet (?) y Meyranx (1790-1832), cuyo texto nunca fue publicado. Según los autores, y siguiendo el principio de conexión propuesto por Geoffroy Saint-Hilaire, el plan de organización de la sepia, un molusco cefalópodo, es comparable con el de un vertebrado plegado hacia atrás sobre si mismo. Tal resultado no pudo sino llenar de satisfacción a Etienne y justifica su elogioso informe (Geoffroy Saint-Hilaire, 1830). De esta manera conseguía validar su filosofía sobre la organización del reino animal, reagrupando en uno solo tres de los grupos establecidos por su rival: vertebrados, articulados y moluscos. Cuvier, contrariado y valiéndose de su influencia, logra excluir el artículo de la versión definitiva de los anales de la Academia y en su lugar inserta su propio informe, que cuestiona el resultado y con él el escrito de Geoffroy (Cuvier, 1830). El uso de una terminología inadecuada es, según Cuvier, la causa del error de interpretación, ya que los datos presentados evocan analogías o similitudes entre las partes, y no identidades. El hecho de que,

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tanto vertebrados como moluscos, posean órganos comunes destinados a asegurar funciones fisiológicas similares no justifica su identidad embriológica, y sobre todo no explica los muchos caracteres exclusivos y propios de cada uno de los dos grupos. Como en otras muchas ocasiones, Cuvier no erró el tiro con su crítica. La controversia entre Georges Cuvier y Etienne Geoffroy Saint-Hilaire constituye uno de los episodios cumbre de la historia de las ciencias naturales galas, y su incidencia en el desarrollo de la biología en Francia se dejó sentir durante la práctica totalidad del siglo XIX. La influencia de Cuvier se hizo omnipresente en el país hasta el advenimiento de la doctrina evolucionista. Para comprobar el reconocimiento del que fue objeto, basta con darse un paseo por el bonito Jardín de Plantas de París. Además del busto colocado en la entrada de la que fuera su vivienda, una gran fuente perpetúa su memoria frente a una de las puertas del recinto. El monumento representa a una figura femenina de inspiración clásica, alegoría de la Historia Natural, acodada sobre un majestuoso león. A sus pies, varios animales se giran para contemplar el rostro de la dama. Entre ellos destaca un cocodrilo que, por motivos de composición volumétrica, vuelve la cabeza en un ángulo de 180 grados respecto al cuerpo, movimiento totalmente imposible en esta clase de vertebrados debido a la anatomía de sus vértebras cervicales. El día de la inauguración de la escultura el escándalo fue mayúsculo: ¡el recuerdo de Cuvier, padre de la Anatomía comparada, iba a quedar perpetuamente asociado con la imagen de aquel torpe animal! La base semicircular que soporta el conjunto monumental, se remata con una sucesión de cabezas de animales situadas a modo de canecillos. La serie constituye un hermoso y discreto tributo a Cuvier y a la historia natural francesa, homenaje que sólo resulta legible para el espectador atento. Entre las testas bellamente esculpidas de un rinoceronte, un dromedario o un mandril, aparece la de un hombre barbado que establece un diálogo en igualdad con las otras fieras. El ser humano ha abandonado su puesto de señor de la creación para ocupar el humilde rango que le corresponde, el de una posibilidad más entre las muchas que constituyen la apasionante diversidad de lo vivo. Una tercera escultura monumental de Cuvier, obra del escultor neoclásico David d’Angers (1788-1856), se exhibe en el interior de la Galería de Geología y Mineralogía, al abrigo de las inclemencias del tiempo dada la reconocida calidad artística de la pieza. Por su parte, el homenaje ofrecido a Etienne Geoffroy Saint-Hilaire resulta mucho más modesto: un retrato esculpido de perfil en uno de los medallones que adornan la fachada de la antigua Galería de Zoología, actual Galería de la Evolución, honor que comparte con otros ilustres zoólogos incluido Cuvier, quien cuadruplica así su presencia en ese Sancta Santorum de la Historia Natural. Paradojas del destino, siglo y medio más tarde, los progresos en Biología evolutiva y molecular han provocado un cambio sustancial en la apreciación del legado intelectual de ambos naturalistas. Georges Cuvier es con frecuencia acusado de haber retrasado la incorporación del evolucionismo en Francia y, sobre todo, de haber privado al país del orgullo de liderar el cambio de paradigma en

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biología, al haber condenado al ostracismo las ideas transformistas de Lamarck. Por su parte, Etienne Geoffroy Saint-Hilaire ha recuperado protagonismo tras el descubrimiento de los genes que controlan el desarrollo, los denominados genes homeóticos. Su mutación implica la transformación de un segmento del cuerpo del animal que adquiere la apariencia de otra región distinta, llegándose a obtener, por ejemplo, moscas del vinagre (Drosophila melanogaster) que lucen un par de perfectas patas en el lugar ocupado por las antenas en el tipo silvestre (McGinnis R. Krumlauf, 1992). Responsables del establecimiento del eje antero-posterior del embrión, que va a determinar la disposición armónica de los órganos del cuerpo, esos genes poseen una secuencia común a todos los grupos animales, lo que les hace derivar de un mismo antepasado. Los genes Hox secuenciados en el genoma del ratón o del ser humano, recuerdan fuertemente, en estructura y función, a los genes del complejo HOM de la mosca (Akam, 1989). La biología actual recupera de esta forma la noción de unidad en el reino animal, idea que Etienne defendió concienzudamente, lo que hoy le hace acreedor de su autoría (Gould, 1985; De Robertis y Sasai, 1996).

Malformaciones y mestizaje. La actividad científica de Isidore Geoffroy Saint-Hilaire Volvamos a mediados del siglo XIX y a la discusión científica sobre el origen de la diversidad del reino animal, debate en el que, como era de esperar, Isidore Geoffroy Saint-Hilaire participó activamente. De hecho, su producción científica suele ser considerada como una continuación del proyecto iniciado por su padre. Nombrado ayudante naturalista de Etienne en 1824, la carrera de Isidore como zoólogo es fulgurante. Con 19 años publica un trabajo en el que describe una nueva especie de murciélago sudamericano: Nyctinomus brasiliensis, primer artículo de una larga serie fundamentalmente dedicada a los mamíferos (Quatrefages, 1862). En 1829 defiende su tesis doctoral consagrada a la Teratología (Geoffroy Saint-Hilaire, 1829), disciplina creada, como ya ha sido dicho, por su progenitor. Elegido miembro de la Académie des Sciences con sólo 27 años, Isidore va acumulando títulos a lo largo de su corta existencia. En 1838 se le nombra decano de la facultad de ciencias de Burdeos, recientemente creada y que él se ocupa de poner en marcha. Poco después vuelve a París para desempeñar el puesto de Inspector General de la Universidad. En 1841 sustituye a su padre, ciego desde 1840, al frente de la cátedra de Aves y Mamíferos y de la Ménagerie del Museo. Presidente de la Sociedad de aclimatación en 1854, también lo será de la de Antropología de Francia (Quatrefages, 1862). Semejante recorrido le convierte en uno de los principales pilares de la zoología francesa decimonónica. Pese a todo, el escaso número de trabajos que le han sido dedicados hacen de él uno de los grandes olvidados de la historia de la ciencia en el país vecino, víctima tal vez del renombre y del prestigio alcanzado por su padre.

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En su concepción de la naturaleza, Isidore considera a los seres vivos como una unidad en su conjunto, dentro de la cual la entidad dotada de variabilidad es la especie. Su visión entronca con la idea defendida por Etienne acerca de la existencia de un único plan de organización en el reino animal. Para Isidore, las diferencias que separan los distintos grupos zoológicos no radican en la naturaleza de los mismos, sino en las desigualdades sufridas a lo largo de su desarrollo. El centro de la discusión lo sitúa pues en la definición de la especie y en el análisis de su capacidad para variar. Por ello, no es de extrañar que el primer campo de estudio de Isidore fuera la Geografía zoológica. Según él, las diversas especies de un mismo género, o los distintos géneros de una misma familia, pueden ser considerados como variaciones de una misma especie primitiva, modificadas a lo largo del tiempo bajo el influjo del clima y otros agentes externos (Geoffroy Saint-Hilaire, 1826), aserto que parece situar a Isiodre Geoffroy Saint-Hilaire entre los autores que, de manera más temprana, han manifestado su adhesión a las doctrinas transformistas de Lamarck (Laurent, 1987; Grimoult, 1998). Para explicar la existencia de esas supuestas «especies intermedias», el naturalista francés utiliza dos recursos metodológicos bien distintos: el estudio de las malformaciones durante el desarrollo y la historia de la domesticación de las especies útiles al ser humano. En el campo de la Teratología, Isidore, al igual que su padre, campea por sus dominios. Da buena prueba de ello la impresionante colección de seres deformes que entre ambos reunieron, actualmente custodiada en el Departamento de Anatomía Comparada del Museo de Historia Natural de París. Corderos unidos por la cabeza, fetos humanos bicéfalos, cíclopes, terneros con cinco patas y otros engendros similares, fueron concienzudamente recolectados y minuciosamente estudiados como si en su fealdad encerraran el secreto de la diversidad animal. Para Isidore, las anomalías que motivan la malformación son el resultado de causas perturbadoras externas que inciden sobre el plan normal de la especie durante el desarrollo del individuo (Geoffroy Saint-Hilaire, 1838). Además, las condiciones que determinan la «monstruosidad» en una especie, en realidad se corresponden con las condiciones que permiten definir la «normalidad» en otras muchas (Geoffroy Saint-Hilaire, 1836). La teoría de las desigualdades de formación durante el desarrollo se convierte en el elemento clave que permite relacionar al ser monstruoso con el normal, a una especie cualquiera con todas aquellas que le son similares. Es el marco teórico capaz de explicar de manera unitaria la naturaleza y el origen de las formas vivas. En este punto, la postura defendida por Isidore considera a los cambios físicos del medio como los agentes de la variación, y a la materia orgánica como un simple receptor pasivo de la alteración, y se aleja, por lo tanto, de la teoría de Lamarck, que postula una tendencia de la materia hacia el cambio y la perfección, que la hacen mutable frente a las influencias del ambiente (Laurent, 1987). El mayor problema conceptual del proyecto teratológico de Isidore radica en la falta de precisión a la hora de definir la noción de desarrollo y su extensión

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(Laurent, 1987). Las alteraciones en cuestión pueden manifestarse tanto por exceso como por defecto de estructuras anatómicas en el embrión, lo que permite clasificar las formas anormales de cada clase de animal al nivel de otra clase, inferior o superior, a partir del grado de desarrollo ontogénico (Geoffroy SaintHilaire, 1836). Tal principio parece evidente cuando se trata de justificar la malformación por defecto, haciendo descender a los ejemplares afectados en la escala zoológica. De esta manera se explicarían, por ejemplo, los fetos humanos con los dedos atrofiados, ya que la capacidad de prensión manual, propia de los primates, no se cuenta entre las habilidades de la gran mayoría de los otros grupos de mamíferos. Sin embargo, la lógica resulta mucho menos evidente cuando se trata de justificar el cambio en sentido inverso. Admitir que la desaparición de la cola en los embriones de determinadas especies de mamíferos carnívoros es una malformación por exceso, y añadir que semejante cambio los acerca a las clases «superiores», es decir al ser humano, no deja de ser un ejercicio de fe alejado de la mera interpretación de los fenómenos orgánicos observados. Persuadido tal vez por las dificultades inherentes al modelo teratológico a la hora de explicar el origen de la variabilidad, Isidore aborda otras vías de investigación más convincentes. La experiencia adquirida al frente del jardín zoológico del Museo le permite ensayar con técnicas de hibridación para tratar de demostrar la aparición de nuevas formas mediante cruzamiento interespecífico. Contrario a la idea de que los híbridos resultan siempre estériles, Isidore inicia una serie de experiencias de cría en cautividad que, en su mayor parte, se vieron coronadas por el éxito (Geoffroy Saint-Hilaire, 1849a). Esta línea de investigación, prematuramente abandonada en favor del estudio de la domesticación, será retomada más adelante por su hijo Albert (1835-1919), continuador y última figura de la saga de los Geoffroy Saint-Hilaire. Efectivamente, en una carta dirigida a Graells en 1875, Albert solicita información acerca de los partos de mulas sobre los que el delegado de la Société en España haya podido tener constancia8. El objetivo de sus pesquisas es la redacción de un artículo sobre los híbridos equinos entre hemión, cebra, caballo y asno. Graells, siempre solícito a cualquier tipo de requerimiento científico, envía una rápida y alentadora respuesta9: nada menos que quince citas solamente en los alrededores de Madrid. El naturalista español incluso narra un caso que presenció cerca de Las Rozas, cuando la diligencia en la que viajaba se detuvo para asistir a un arriero desesperado que creía a su acémila presa de una enfermedad repentina. Ante el estupor general, los asistentes fueron «testigos oculares del parto de la mula enferma que, tan pronto como fue liberada de la carga de su lomo, hizo lo mismo con la de su vientre, y alumbró un pollino vivo que puso fin a la enfermedad para satisfacción del mulero y de todos los presentes».

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Carta de Albert Geoffroy Saint-Hilaire a Graells. París, 07-12-1875 (AMNCN0323/016). Borrador de Graells a Albert Geoffroy Saint-Hilaire. Madrid, 28-12-1875 (misma signatura).

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Las experiencias de mestizaje, junto con el cuidado de los inquilinos de la Ménagerie, irremediablemente encauzan el interés de Isidore hacia el estudio de la domesticación. La investigación del origen de la diversidad animal a partir de hibridaciones supone un desafío prácticamente inabordable a lo largo de una vida, sobre todo si el modelo elegido son los mamíferos de gran porte, animales con un tiempo de generación muy largo. Por muy afinadas que estén las condiciones de trabajo, por mucho cuidado que se ponga en la selección de reproductores, obtener más de una camada o de un recental por año y por hembra resulta prácticamente imposible. Buena razón para el desánimo que, sin embargo, a Isidore le sirvió de acicate para agudizar el ingenio. Lo que él pretende hacer es exactamente lo que la Humanidad viene haciendo desde la antigüedad más remota: seleccionar artificialmente las estirpes hasta llegar a obtener aquellas que mejor se adaptan a las condiciones particulares de cada localidad. No merece la pena reiniciar los experimentos puesto que el resultado ya pulula ante los ojos ciegos del hombre moderno. Basta con rastrear el origen de cada raza, con comparar cada forma doméstica con su antepasado salvaje, para así tener constancia de la maleabilidad de las especies y de los cambios operados bajo el efecto del clima. Los animales domésticos, ignorados hasta ese momento, recobran protagonismo y su estudio deja entrever perspectivas halagüeñas para el desarrollo de la Historia Natural: «(…) inicié el estudio de los animales domésticos, no por su interés propio, sino por los conocimientos que se podían obtener para la Historia Natural en general» (Geoffroy Saint-Hilaire, 1847b). A partir de ese instante, la aclimatación de animales útiles al ser humano se convierte en su principal tema de trabajo y en el asunto que mayor prestigio social y científico va a acarrearle. La nueva disciplina resulta especialmente tentadora puesto que encaja a la perfección en su definición de la verdadera ciencia: positiva, o de observación de hechos naturales abordables mediante el método científico; especulativa hasta el punto de llegar a ser filosófica y permitir razonamientos elevados para el conocimiento humano, en este caso el origen de la variabilidad de los seres vivos; finalmente, práctica, al permitir la creación de nuevas fuentes de riqueza para el progreso social (Geoffroy Saint-Hilaire, 1861, p. VIII). Una vez más, las pesquisas iniciadas por su padre sirven de cebador para Isidore. Al volver de Egipto, en 1801, Etienne trajo consigo cuadernos de notas bien repletos y cientos de objetos de las más variadas procedencias con los que enriquecer las colecciones del Museo de París. Entre los muchos bultos que fueron llegando, también se descargaron jaulas con animales vivos destinados a poblar el recinto de la Ménagerie, incluida una nueva especie de ave para la ciencia europea, el ganso del Nilo (Alopechen aegyptiacus), que va a proporcionar la pista que pondrá más tarde a Isidore sobre el camino de la aclimatación. Una vez instaladas en suelo francés, estas anátidas empezaron a dar muestras de una gran capacidad de reacción ante sus nuevas condiciones de existencia. Su fácil reproducción en cautividad aseguró la continuidad del grupo. Progresivamente, los

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animales fueron adaptando el periodo de incubación, que en Egipto tiene lugar durante el mes de diciembre, a la estacionalidad del clima parisino y, poco a poco, los gansos retardaron el inicio de la puesta hasta el mes de abril, coincidiendo con la bonanza primaveral. Además, sus descendientes eran cada vez más grandes y exhibían plumajes de tonalidades cada vez más oscuras. Tras cuarenta años de presencia en la Ménagerie, Isidore considera que se puede hablar ya de una raza europea de ocas del Nilo (Quatrefages, 1862). La plasticidad de los seres vivos queda así más que demostrada y, pese a todo, la mayor parte del trabajo está aún por hacer en materia de aclimatación. Isidore hace del tema uno de los ejes fundamentales de su actividad profesional hasta culminar con la publicación, en 1861, del tratado central de la disciplina: Acclimatation et domestication des animaux utiles. La obra detalla su programa zootécnico, armazón epistemológico sobre el que la Société se fue estructurando progresivamente. Un ejemplar del texto formaba parte de la biblioteca personal de Mariano de la Paz Graells quien, sin duda alguna, debió consultarlo a la hora de adaptar el proyecto propuesto por Isidore Geoffroy Saint-Hilaire a la realidad científica y social de la España de mediados del siglo XIX10.

Acclimatation et domestication des animaux utiles (1861). Una obra fundadora Este libro, de 535 páginas, tiene su origen en un informe de 51 páginas redactado en 1849 por Isidore Geoffroy Saint-Hilaire a petición del entonces ministro de agricultura Victor Lanjuinais (Geoffroy Saint-Hilaire, 1849b). Una primera edición del documento ministerial, retocado y ampliado, ve la luz en 1854, tentativa más tarde descrita por el propio autor como un simple opúsculo en comparación con el texto final de 1861. La última versión es, de hecho, una recopilación de cursos impartidos por el naturalista en el Museo de París y de artículos previamente redactados para revistas, enciclopedias o boletines de diversas sociedades científicas, sobre todo para la Société zoologique d’acclimatation (Blanckaert, 1992). En el prefacio de la edición de 1854, reproducido íntegramente en la de 1861, Isidore manifiesta la vocación divulgadora de una obra que pretende ser accesible a cualquier tipo de público: «Por muy numerosos que hayan sido sus lectores (del informe de 1849), nunca había recibido la única publicidad que pone a un libro a la disposición de todos, la de la librería» (Geoffroy Saint-Hilaire, 1861, p. X). Sin embargo, la consulta del texto exige del lector un conocimiento profundo de los postulados, tanto teóricos como prácticos, de la materia en cuestión. La abundancia de capítulos técnicos, de referencias bibliográficas, de tablas 10

Comunicación personal de Xosé Fraga. La obra en cuestión aparece con el número 188, catálogo 44. Biblioteca Mariano de la Paz Graells. Berlín, Félix Dames, 1898.

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recapitulativas y numéricas y de notas a pie de página, contribuye a la elaboración de un documento indiscutiblemente científico que pretende ser objetivo en la presentación de los resultados. Esta búsqueda de la objetividad, característica del siglo XIX (Daston, 1992; Lafuente y Pimentel, 1998), devalúa la competencia individual en favor de la instrumentalización metodológica y de la normalización del dato, ambas independientes del crédito otorgado al autor de la obra. La doble intención, divulgadora y científica, de la publicación, resulta patente al analizar las imágenes insertadas en los diferentes capítulos. Los animales menos conocidos por el lector son representados mediante grabados cuidadosamente realizados y fieles al modelo. Dibujos realistas en los que el ejemplar reproducido constituye un objeto de ciencia y no un objeto artístico. El animal aparece junto a una escala que permite hacerse una idea de su corpulencia. Su actitud rígida, de perfil, con sus rasgos característicos realzados, recuerda a los dibujos que ilustran las actuales guías de campo empleadas para la identificación de especies en la naturaleza. Por el contrario, los animales domésticos, de sobra conocidos por todos, se recrean mediante la reproducción de dibujos realizados a partir de pinturas o relieves egipcios (¿un guiño a la estancia de su padre en el país del Nilo?). Este recurso permite resaltar la antigüedad de su utilización por el ser humano en comparación con las nuevas especies potencialmente útiles, hasta tal punto desconocidas que incluso su aspecto tiene que ser mostrado. Además, la sumisión del animal doméstico se acentúa a través de la elección de las representaciones: un cebú engalanado con un collar, un perro sujeto por una correa, un asno transportando unas alforjas bien repletas o una vaca amamantando al mismo tiempo a su ternero y a un hombre que, arrodillado, bebe leche directamente de la ubre (Geoffroy Saint-Hilaire, 1861, p. 203, 204, 209, 214). Pese a su larga gestación y a la especificidad de sus contenidos, la obra encuentra finalmente su sitio en las estanterías de los libreros. Este hecho permite imaginar la existencia de numerosos compradores potenciales dispuestos a sumergirse en la lectura del libro, un público compuesto por naturalistas, industriales, agricultores, políticos o comerciantes, todos ellos integrantes del estrato social ilustrado y pudiente, el mismo grupo que, en masa, va a afiliarse a la Société durante sus primeros años de existencia. La noción de aclimatación y los desafíos del proyecto son, de esta forma, divulgados a través de un texto de lectura obligada si se quiere participar del ímpetu que hizo de la Société zoologique d’acclimatation la principal sociedad científica francesa durante el Segundo Imperio. La organización final de los contenidos es un fiel reflejo de la manera en que la obra va tomando cuerpo. Como si se tratase de un muro de ladrillo al que se le van añadiendo nuevos bloques a medida que avanzan los conocimientos, los diferentes capítulos se construyen sobre los precedentes, incorporando o eliminando especies, incluyendo nuevas reflexiones o, simplemente, respondiendo a los detractores del proyecto a medida que las críticas van surgiendo. La primera

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parte, titulada Exposé général des principales questions relatives à l’acclimatation, à la naturalisation et à la domestication des animaux utiles (Exposición general de las principales cuestiones relativas a la aclimatación, naturalización y domesticación de animales útiles) (Geoffroy Saint-Hilaire, 1861, p. 1-108), corresponde de hecho al informe redactado en 1849, sustancialmente modificado en la forma y en el fondo. Por ejemplo, el número de animales considerados domésticos a escala planetaria aumenta de 43 a 47, como consecuencia de cambios en la clasificación zoológica11 o debido a la inclusión de nuevas especies recientemente descritas12. Isidore detalla e ilustra todos aquellos animales exóticos, tanto domésticos como salvajes, que deberían aclimatarse en Europa por su utilidad probada. La larga lista se organiza en cuatro grandes grupos en función del tipo de servicio prestado. En primer lugar los animales auxiliares, especie de empleados sin sueldo al servicio de sus amos, ya sea para transportar fardos sobre su sufrido lomo, caso de la cebra (Equus burchellii) o del hemión (Equus hemionus), o para ejercer de vigilante jurado de casas y propiedades, actividad ésta en la que el agamí trompetero (Psophia crepitans), ave de selva sudamericana localmente apreciada por su potente grito de alarma y por su fidelidad, competiría con los tradicionales perros guardianes. A continuación una amplia panoplia de animales comestibles para llenar de variedad y exotismo los mercados y las mesas del Viejo Continente. De los grandes roedores sudamericanos, como el agutí (Sasyprocta aguti) y la capibara (Hydrochoerus hydrochaeris), a los ungulados de gran talla, como el tapir del Amazonas (Tapirus terrestris) y el antílope nilgo (Boselaphus tragocamelus), pasando por el canguro (Macropus giganteus), el avestruz (Struthio camelus) o el ñandú (Rhea americana). El tercer grupo lo constituyen los animales de interés industrial por la calidad de su lana, fundamentalmente los camélidos sudamericanos, sobre todo la vicuña (Vicugna vicugna) y su híbrido con la alpaca (Lama pacos). Finalmente, los animales de compañía, básicamente aves destinadas al ornamento por la belleza de su colorido, como el pato mandarín (Aix galericulata), o por la espectacularidad de sus crestas y carúnculas, caso de la gura victoria (Goura cristata), paloma australiana de gran tamaño y plumaje azulado, dotada de un enorme penacho de plumas dispuesto en abanico sobre la cabeza. Tras las presentaciones, concluye esta parte del libro con el primer esbozo de lo que debería ser un jardín de aclimatación, o mejor dicho, dos: uno en el mediodía francés para albergar animales de regiones cálidas, y otro en los alrededores de París para aquellos habituados al frío. La segunda parte del libro lleva por título Notions complémentaires théoriques et pratiques sur l’acclimatation, la naturalisation et la domestication des animaux utiles ou d’agrément (Nociones complementarias teóricas y prácticas sobre la aclimatación, naturalización y domesticación de animales útiles o de re11 En el texto de 1849 el cebú (Bos indicus) es considerado como una simple variedad del buey (Bos taurus) y no como una especie diferente. El mismo tratamiento recibe la alpaca (Lama pacos) respecto a la llama (Lama glama). 12 Es el caso del yak (Bos grunniens) y del gayal (Bos frontalis).

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creo) (Geoffroy Saint-Hilaire, 1861, p. 109-274), y constituye la porción más densa de todo el tratado. Los fragmentos que la integran son de referencia obligada puesto que en ellos Isidore profundiza sobre la naturaleza y el alcance de su propósito. En primer lugar, Geoffroy insiste sobre la importancia de la Zoología aplicada y sobre el escaso desarrollo alcanzado por la disciplina. En apoyo de su discurso evoca el estudio estadístico sobre las clases obreras francesas referido en la introducción del presente trabajo. Su convencimiento, así como la claridad de su argumentación, han nutrido unos hermosos textos que dejan translucir un cambio sustancial en las relaciones hombre-animal y en la percepción de la animalidad (Blanckaert, 1992). De la bestia esclava y degenerada, anulada como ser salvaje y autónomo por la domesticación, presente en la obra de Buffon, al animal compañero en una relación pacífica basada en la subordinación, defendido por Isidore Geoffroy Saint-Hilaire, un gran salto se opera entre los dos autores. El animal doméstico de Isidore, lejos de estar estigmatizado por su cautividad, da muestras de una inteligencia y de una voluntad que van a permitirle el reconocimiento del amo y la sumisión espontánea a su voluntad. La relación entre el hombre y las bestias experimenta una auténtica revolución. Independientemente de su valor en kilos de carne o en energía desplegada en el campo que, irremediablemente, hacen de él un servidor, el animal debe dejar de ser maltratado pues su inteligencia le hace susceptible al sufrimiento. Al defender el consumo de la carne de caballo (Geoffroy Saint-Hilaire, 1861, p. 126-138), Isidore no sólo considera a la hipofagia como una fuente suplementaria de proteínas para el pueblo hambriento, sino como una práctica que, al mismo tiempo, puede ofrecer un final digno en el matadero a los caballos ya viejos. Éstos eran, hasta entonces, destinados a servir de pasto vivo a las sanguijuelas criadas en las marismas y utilizadas en los hospitales, o bien a trabajar en el campo hasta el agotamiento sin ser alimentados, lo que se traducía en un ligero ahorro de comida para el propietario. Esta compasión frente al animal explotado, presente en el texto de Isidore, aparece igualmente en la obra de filósofos coetáneos, como Jules Michelet (1789-1874), el gran historiador de la Revolución Francesa, y Alphonse Esquiros (1814-1876), y coincide en Francia con la fundación de la sociedad protectora de animales en 1845 (Blanckaert, 1992). De nuevo, la influencia de Etienne Geoffroy Saint-Hilaire en la formación de Isidore parece intervenir. Amante del arte y de la literatura, Etienne frecuentó a lo largo de su vida la compañía del propio Michelet y se enorgulleció de poder incluirlo en su relación de amistades, junto a personalidades como la de George Sand (1804-1876) o la de numerosos pensadores del ámbito de los Saint-Simonianos, corriente filosófica surgida alrededor de la figura de Claude Henri de Rouvroy, conde de Saint-Simon (1760-1825) (Martin, 2001). La doctrina defendida por el grupo abre la vía del positivismo y del humanitarismo. Partidarios de los productores frente a los ociosos, consideran como única salida posible hacia la paz y el progreso la que emana de los primeros, ya sean sabios, obreros o agricultores, frente a la indolencia de los segundos, sector integrado por nobles, fun-

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cionarios y sacerdotes. Ese mismo optimismo en la comunión entre ciencia y técnica, entre naturalistas y gestores, es el que va a dinamizar la vida de la Société, al menos durante sus primeros años de existencia. A través de su reflexión, Isidore va más allá del binomio hombre-animal hasta llegar a cuestionarse la relación de las sociedades humanas con el conjunto de la naturaleza, en lo que se puede considerar un pensamiento protoecológico. El fundador de la Société reclama una nueva alianza fundada a partir de la solidaridad entre especies, basada en el reconocimiento, el intercambio y la defensa de la unidad de la naturaleza viva. Tres son los argumentos esgrimidos para demostrar esa unidad: el parentesco biológico, el hecho único de la creación y la solidaridad hacia el animal que ha facilitado la ascensión del hombre al estado civilizado (Blanckaert, 1992). De ahí surge la llamada al respeto y a la conservación presente tanto en la obra de Isidore como en numerosos artículos publicados en el boletín de la Société (Jonquières-Antonelles, 1857; Girou de Buzareingues, 1857). La necesidad de proteger a las aves insectívoras es el ejemplo desarrollado por Isidore en su libro (Geoffroy Saint-Hilaire, 1861, p. 118125). De todas formas, el cambio de actitud no se operó de forma homogénea. La acción beneficiosa de ciertas aves en el control de las plagas causadas por los insectos fitófagos que, con cierta regularidad, asolaban los campos de cultivo, constituye un salvoconducto hacia su protección. Sin embargo, otros asuntos gestionados igualmente por la Société, como el de las serpientes venenosas (Cloquet, 1859; Moreau de Jonnès, 1859) o el de los propios insectos (Prévost, 1859; Girou de Buzareingues, 1859), son buenos ejemplos de cómo la utilidad de la especie para el progreso humano es la clave que asegura su conservación, independientemente del derecho que le asiste como parte integrante de esa pretendida unidad de lo vivo. Un muro infranqueable separa desde entonces las especies útiles de las dañinas para la economía humana, barrera que, desgraciadamente, ha tardado mucho tiempo en caer. En su afán por delimitar el corpus de la nueva disciplina, Isidore dedica un capítulo a explicar la terminología empleada (Geoffroy Saint-Hilaire, 1861, p. 140-160). Si el trato con el hombre se limita a la mera privación de libertad, hay que hablar de animales «cautivos». Si el ejemplar logra acostumbrarse al ser humano y, pese a poder huir, permanece junto a él, se trata ya de un ejemplar «amansado», traducción del término francés apprivoisé, que el propio Isidore define como el animal liberado de sus ataduras físicas puesto que su amo ha sabido encadenar su voluntad. La «domesticación» se alcanza cuando el animal vive y se reproduce en, o cerca de, la residencia del dueño. Lógicamente ya no se trata de individuos aislados, sino de grupos familiares cuyo cruzamiento va a ser manipulado por el hombre con la consiguiente formación de razas. La «aclimatación» conlleva el desplazamiento del animal de una localidad a otra y la inducción de las transformaciones que van a permitirle sobrevivir y desarrollarse en sus nuevas condiciones de existencia. Designa pues una adaptación forzada que implica modificaciones fisiológicas y morfológicas en el ejemplar transferi-

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do. Este idea, propia de la que se podría llamar «escuela francesa» de aclimatación, no coincide con la definición dada en el contexto británico, en el que el término evoca el traslado de organismos exóticos entre dos regiones de clima similar lo que, por consiguiente, no lleva asociada la idea de transformación (Osborne, 2001). Finalmente, «naturalizar» un animal exótico consiste en hacerlo vivir en estado salvaje, lejos de su lugar de origen y bajo las mismas condiciones naturales en las que se desarrolla la fauna local. Con todo lo dicho, es fácil entender que un animal puede, por ejemplo, estar naturalizado sin haber sido domesticado, como el gamo (Dama dama), especie foránea que puebla un gran número de fincas dedicadas a la caza mayor en España, o bien vivir en estado de domesticación sin haber tenido que pasar por una aclimatación previa, situación de la que el conejo (Oryctolagus cuniculus), especie autóctona de la Península Ibérica, es una buena ilustración. En esta segunda parte, Geoffroy Saint-Hilaire elabora nuevas listas de animales útiles y rastrea los orígenes zoológicos y geográficos de todas las especies domésticas, desde el cerdo (Sus scrofa) a la carpa (Cyprinus carpio), de la gallina (Gallus gallus) al gusano de seda (Bombyx morio), en un ameno e interesante ejercicio historiográfico de lectura más que recomendable para todos los amantes del tema. Tras pasar revista a la procedencia de los animales, y después de haber estudiado las transformaciones experimentadas bajo la influencia de la domesticación, Isidore plantea una serie de preguntas que le permiten abordar las bases científicas de la aclimatación. Al perpetuarse a lo largo de los siglos, ¿los seres vivos conservan siempre los mismos caracteres orgánicos? ¿Poseen en la actualidad su aspecto original? ¿Serán siempre tal y como los conocemos hoy en día? Para dar respuesta a los interrogantes, el naturalista recurre a la «teoría de la variabilidad limitada del tipo», formulada por vez primera en su Histoire naturelle générale des règnes organiques (Geoffroy Saint-Hilaire, 1859a). La modificación de caracteres en los seres vivos, fijos para cada especie en su medio natural, sólo resulta posible si varían las condiciones ambientales. Los animales domésticos son la prueba irrefutable de semejante proceso. Los factores externos, sobre todo los climáticos, son los agentes causantes de la variación, de igual forma que otros tipos de causas externas inducen alteraciones durante el desarrollo que desembocan en conformaciones atípicas, en monstruosidades. Para Isidore, el simple paso del tiempo no es causa suficiente de variación, como pretenden algunos férreos partidarios del transformismo propuesto por Lamarck (Geoffroy Saint-Hilaire, 1861, p. 242). Pese a que la noción misma de aclimatación que él propone se asienta sobre la idea de transformación de los seres vivos bajo el efecto del ambiente, su posicionamiento al respecto parece dubitativo. Defiende una opinión más bien conservadora, mitigada, a medio camino entre las posturas defendidas por Lamarck y por Cuvier, como dictada por un carácter prudente y racional. En efecto, la alteración de las circunstancias ambientales desencadena modificaciones estructurales en los seres vivos, pero esas variaciones operan exclusivamente en el seno de las especies preexistentes, y ac-

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túan siempre sobre rasgos secundarios para el mantenimiento del impulso vital, como el tamaño, la coloración o el espesor del pelaje. Ese tipo de influencias, evidentes en las razas domésticas, son mucho menos frecuentes en las poblaciones salvajes pues, en su medio natural, los animales y las plantas viven y mueren bajo condiciones estables. Un estudio detallado de la filosofía de Isidore Geoffroy Saint-Hilaire al respecto escapa a la intención de esta obra. Pese a todo, el autor aborda el tema puesto que se trata de «un asunto que puede ser considerado como fundamental. Sin su respuesta, no sabríamos ni elevarnos, acerca de los seres organizados, a concepciones generales, filosóficas y al mismo tiempo positivas, ni fundar sobre bases verdaderamente científicas las aplicaciones prácticas hacia las cuales tiende (el siglo XIX)» (Geoffroy Saint-Hilaire, 1861, p. 241). En consecuencia, se incluye una referencia a la «teoría de la variabilidad limitada del tipo», aunque sólo sea evocada «someramente, parcialmente y con otro objetivo» (Geoffroy Saint-Hilaire, 1861, p. 240-241). Para más información, Isidore remite, en una nota a pie de página, a su obra Histoire naturelle générale des règnes organiques. Tal vez no esté de más subrayar que la postura defendida por Isidore ante el dilema del origen de las especies no es anecdótica ni puntual, discretamente ubicada entre las posiciones mucho más radicales del fijismo defendido por Cuvier y el transformismo de Lamarck. Más bien al contrario, la teoría de la variabilidad limitada del tipo gozó de gran aceptación entre parte de la comunidad científica. Por ejemplo, y limitándonos al contexto hispano, el geólogo Vilanova, del que trataremos más adelante, admitía la existencia de una serie de caracteres esenciales fijos para cada especie pero sin implicar una identidad absoluta, pues era fácil constatar la posibilidad de variar dentro de unos márgenes más o menos amplios originando razas y variedades (Pelayo, 1999, p. 188-191). Además, su pervivencia fue notable. Otro ejemplo español: Justo Egozcue, profesor de Paleontología en la Escuela de Minas de Madrid entre 1866 y 1880, en su discurso de ingreso en la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, leído en 1893, defendía la variabilidad limitada de las especies, apoyándose, entre otros argumentos, en la influencia de la domesticidad en la aparición de formas diversas (Pelayo, 1999, p. 229-233). La tercera parte de Acclimatation et domestication des animaux utiles, de contenido más bien técnico, lleva por título Notions complémentaires sur plusieurs espèces animales récemment introduites, ou dont l’introduction serait utile, soit en France, soit en d’autres pays (Nociones complementarias sobre varias especies animales recientemente introducidas, o cuya introducción sería útil, ya sea en Francia o en otros países) (Geoffroy Saint-Hilaire, 1861, p. 276-458). En ella, Isidore pasa revista a algunos de los proyectos zootécnicos llevados a cabo por la Société. La introducción de un rebaño de yaks en Francia, el envío de dromedarios (Camelus dromedarius) a Brasil, la aclimatación de llamas y alpacas, o la explotación en diversas regiones francesas de la cabra de Angora, son algunos de los éxitos evocados. Finalmente propone nuevas especies de interés, en-

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tre las que se puede destacar la mara o liebre de la Patagonia (Dolichotis patagonicus), gran roedor de la Pampa, del que los primeros ejemplares vivos vistos en Europa fueron enviados a Madrid por los expedicionarios de la Comisión Científica del Pacífico. Notions historiques sur l’acclimatation, la domestication et la culture des animaux (Nociones históricas sobre la aclimatación, domesticación y cría de animales) (Geoffroy Saint-Hilaire, 1861, p. 459-519), es la cuarta y última parte de la obra. La sección la inicia con un recorrido a través de la historia de la Humanidad, en el que resalta los progresos logrados en la domesticación de animales desde la antigüedad hasta los tiempos modernos, con especial hincapié en las aportaciones debidas a los romanos y a los árabes. En dicho capítulo, los españoles, seguidos por los ingleses, son considerados como el pueblo moderno que más esfuerzos ha realizado en el campo de la aclimatación. La lista de méritos atribuidos no deja de ser halagadora: la introducción en América de todas las especies domésticas europeas, la domesticación en la antigüedad del conejo y del hurón (Mustela putorius), el cultivo del gusano de seda desde la Edad Media, la introducción en Europa del pavo (Maleagris gallopavo), el pato almizclero (Cairina moschata) y la cobaya o coín (Cavia porcellus) procedentes del Nuevo Mundo, así como el intento de aclimatación de la llama y de la alpaca, para continuar con los programas de mejora ganadera de los corderos de raza merina y de la cabra de Angora. Isidore concluye recordando la participación de la delegación española en la Société, una de las más activas como tendremos ocasión de ver. Más adelante, Geoffroy rinde homenaje a aquellos personajes que durante el siglo XVIII y la primera mitad del XIX defendieron la utilidad de la aclimatación. La lista de nombres elaborada refleja la escasa importancia otorgada a la doctrina transformista de Lamarck en el proyecto. En primer lugar Buffon, pionero en el estudio de los animales domésticos, hasta entonces olvidados por la ciencia13; Nélis, teórico de la aclimatación en Bélgica; Bernardin de Saint-Pierre14, último intendente del Jardín de Plantas nombrado por poder real, defensor 13

La superioridad del ser humano sobre el resto de la creación es un tema recurrente en la obra de Buffon, lo que le induce a establecer una clasificación del reino animal en función de su grado de familiaridad con el hombre europeo y a distinguir entre animales domésticos, salvajes y exóticos. 14 Jacques-Henri Bernardin de Saint-Pierre (1737-1814) es un personaje aventurero que recorrió gran parte de Europa y regiones exóticas, como Madagascar y Mauricio, desempeñando funciones de diplomático y militar. Convencido del papel protector de la providencia natural, que vela por el bienestar de las sociedades humanas, Bernardin de Saint-Pierre defendió la convivencia armónica del hombre en plena naturaleza, idea que desarrolló en su obra Les harmonies de la Nature. En ella incluye su famosa cita sobre el melón, fruto que presenta en superficie, a modo de «costillas», las rodajas ya dibujadas, para que así pueda ser fácilmente cortado y degustado en familia. Contrario a los museos formados por objetos naturales muertos, y aferrado a la exaltación de la vida en todas sus manifestaciones, para él la única colección zoológica posible era la de animales vivos, es decir, la casa de fieras.

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de la creación de una colección de animales vivos en el recinto del jardín; Lacepède, autor de un discurso sobre las ventajas que los naturalistas pueden ofrecer al grueso de la sociedad; Daubenton, primer científico que puso en marcha los principios de la aclimatación al lograr la introducción en Francia de los corderos merinos españoles. Ninguna referencia a Lamarck, autor del paradigma transformista que, en principio, parece inspirar el núcleo epistemológico de la Société. El alejamiento respecto a la reflexión científica sobre el origen de las especies, resulta flagrante al trazar la lista de los homenajeados que desarrollaron su actividad durante la primera mitad del siglo XIX: Rauch, ingeniero de caminos; François de Neufchâteau, administrador, agrónomo y poeta; Lasteyrie du Saillant, publicista, agrónomo y filántropo; Frédéric Cuvier, hermano del gran Georges Cuvier, el único naturalista del grupo, quien, pese a todo, recibe la crítica de Isidore por no haber hecho progresar la experimentación zootécnica mientras estuvo al frente de la Ménagerie. Las rencillas entre los Geoffroy SaintHilaire y los Cuvier parece ser que no terminaron tras la desaparición de los contendientes que se enfrentaron durante el famoso careo de 1830. La cuarta parte de Acclimatation et domestication des animaux utiles concluye, y con ella la obra, con una reflexión sobre las características que deben poseer los establecimientos zoológicos destinados a tal efecto. La reproducción de los animales, y no su simple exhibición, constituye el objetivo final del proyecto. Para lograrlo, se define un nuevo concepto de parque zoológico de experimentación. Frente a las casas de fieras tradicionales, como la Ménagerie del Museo de París, Isidore Geoffroy Saint-Hilaire defiende el jardín de aclimatación, recinto suficientemente amplio para albergar grupos familiares de las distintas especies albergadas, recreando en la medida de lo posible los hábitats originales de cada una de ellas. Las investigaciones instigadas desde la Société implican la observación de los inquilinos del jardín, su manipulación y el seguimiento de sus ciclos vitales. Los trabajos publicados en el boletín son auténticos estudios de comportamiento animal, y componen una rica fuente documental todavía sin explotar para reconstruir los primeros pasos de la Etología.

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Capítulo 2 LA SOCIÉTÉ ZOOLOGIQUE D’ACCLIMATATION Isidore Geoffroy Saint-Hilaire es, sin duda alguna, el motor de la Société durante sus primeros años de existencia. En el momento de su fundación, en febrero de 1854, Isidore, un naturalista versado en materia de zoología y domesticación, pretende, a través de la creación de la nueva sociedad científica, la materialización e institucionalización de un proyecto gestado a lo largo de gran parte de su carrera profesional. Una iniciativa coronada por el éxito, a juzgar por su longevidad. Hoy en día, la Société Nationale de Protection de la Nature et d’Acclimatation de France, siempre la misma asociación pese a haber cambiado de nombre y de objetivos, mantiene vivo aquel impulso inicial. Actualmente, sus actividades se centran en la protección del medio ambiente y en la formación en el respeto por el entorno y las especies que lo habitan, todo ello a través de la gestión de espacios protegidos y del desarrollo de programas educativos. Sus 150 años de vida constituyen el mejor certificado de validez de los anhelos de Isidore. Una larga trayectoria parcialmente narrada, hasta 1920, por Michael Osborne en su obra Nature, the Exotic and the Science of French Colonialism (Osborne, 1994), texto del que, básicamente, proceden todas las referencias empleadas en la redacción de este capítulo.

La primera etapa de la asociación científica Si desde el punto de vista estrictamente científico la autoría de Isidore, en lo que respecta al proyecto de la aclimatación, queda fuera de toda duda, la constitución de la Société no fue tarea de un solo hombre. Constatación esta que, por otra parte, no debe sorprendernos si tenemos en cuenta que, con su creación, se pretende reunir al naturalista y al gestor bajo el mismo techo. Su origen hay que rastrearlo en el ya citado informe que Isidore Geoffroy Saint-Hilaire envió a Victor Lanjuinais, a la sazón ministro de Agricultura y Comercio. El texto incide sobre la utilidad de ciertas especies para la economía de Francia y sobre la necesidad de poner en marcha un centro de experimentación animal. Bien acogida por la administración, la propuesta es igualmente aplaudida por un amplio y poderoso sector de la sociedad, fundamentalmente integrado por terratenientes y gana-

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deros, por aristócratas y hombres de ciencia. Poco tiempo después, y sin la intervención de Isidore, se inaugura en el instituto de agronomía de Versalles la primera granja piloto, tras la llegada de 30 alpacas procedentes de los rebaños del rey de Holanda. Por desgracia, la mayor parte de los animales murió en el plazo de pocos meses, dando al traste con la efímera tentativa pionera. Abrumados por tan desastroso comienzo, y convencidos de la utilidad del proyecto, unos cuantos personajes se reúnen para solicitar de nuevo auspicio al gobierno de Napoleón III. El conde d’Eprémesnil lidera el reducido grupo inicial. Entre los promotores se encuentran el ganadero Antoine Richard du Cantal, antiguo director del programa de cría caballar del ejército, el barón Montgaudry, que ofrece parte de sus posesiones familiares para la experimentación, y Barthélemy de Lapommerage, director del Museo de Historia Natural de Marsella. El padrinazgo financiero corre de la parte del barón Rothschild. Como primera medida, el pelotón de cabeza se propone lograr el apoyo de Isidore Geoffroy SaintHilaire, teórico de la aclimatación y pieza clave del rompecabezas. Tras dos reuniones preparatorias, celebradas el 20 de enero y el 5 de febrero de 1854, la Société zoologique d’acclimatation queda oficialmente constituida en sesión de 10 de febrero del mismo año. Isidore es unánimemente aclamado presidente, y sus propias palabras son las que mejor reflejan el entusiasmo inicial: No se trata más que de poblar nuestros campos, nuestros bosques, nuestros ríos, de nuevos huéspedes; de aumentar el número de nuestros animales, riqueza primera del cultivador; de ampliar y de variar los recursos alimenticios, tan insuficientes, que poseemos hoy en día; de crear otros productos económicos o industriales; y, del mismo modo, de dotar a nuestra agricultura, tanto tiempo agonizante, a nuestra industria, a nuestro comercio y a la sociedad entera de bienes por el momento desconocidos o despreciados, ( ) es al reino animal al que queremos pedirle a su vez recursos, fuerzas, riquezas ignoradas, para que el hombre sea al fin señor de la naturaleza entera, o, como se decía hace algunos siglos, «rey de sus tres reinos», de los cuales el más amplio precisamente permanecía el menos explotado... (Geoffroy Saint-Hilaire, 1854a).

En el momento de su formación, el desafío de la Société es doble. Por una parte, establecer la especificidad de la nueva disciplina, con su campo de estudio propio y un plan metodológico adecuado. Por otra, conseguir resultados rentables y directamente aplicables para contribuir al incremento del bienestar de la población, lo que, indirectamente, acredita a los dirigentes por sus decisiones. El proyecto se encuadra por lo tanto en la interfase ciencia-sociedad. La iniciativa recibe el apoyo de los personajes más variados, procedentes de todas las clases sociales interesadas en el desarrollo del programa zootécnico propuesto por Geoffroy Saint-Hilaire. Los 282 miembros que se incorporan a lo largo de su primer año de existencia son, de hecho, una muestra del estrato ilustrado de la sociedad de entonces. Profesores del Museo de Historia Natural o del Instituto de

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Francia, aventureros naturalistas, diplomáticos, comerciantes, políticos, aristócratas y artistas alternan en las reuniones periódicas de la Société. La heterogeneidad de sus filas constituye una de las características que mejor definen el espíritu de la asociación. Tal diversidad es incluso motivo de orgullo para su presidente: Recorred las largas listas de la Société, y veréis que la poesía y las artes asocian en ella sus más altas celebridades a las de la ciencia ( ). Esta es, señores, la Société de aclimatación tal y como la han hecho tres años de esfuerzos, una asociación, tal vez sin par, de hombres de todos los países y de todas las clases reunidos por un pensamiento común; donde el agricultor, el comerciante, el industrial, el científico, se sientan al lado de los jefes de la administración, de los príncipes de la Iglesia, de los grandes dignatarios del ejército y de la marina; donde concurren en la misma obra la mano que dirige la carreta, la mano que sujeta la pluma, la mano que blande la espada, la mano que porta el cetro. (Geoffroy Saint-Hilaire, 1857).

Isidore se muestra entusiasmado ante la evolución de la recién creada Société: «éramos 130 el 10 de febrero ( ); hoy somos cerca de 350»1. El júbilo ante el aumento de nuevas inscripciones se vuelve una constante en sus escritos2. Sin embargo, la lectura atenta de las cartas custodiadas en Madrid permite matizar el origen de tan manifiesto optimismo. La clave del éxito no radica en el número de socios, al menos no exclusivamente, sino en la importancia social de buena parte de ellos. En efecto, la insistencia acerca de la participación de los estratos sociales más favorecidos no deja de ser sorprendente. Baste como ejemplo la apostilla hecha a la cifra avanzada en la carta que acabamos de evocar: Entre los 350 miembros, se encuentran hoy todas las celebridades de la Zoología en Francia; la élite de la aristocracia financiera y nobiliaria, y de la administración, entre otros los dos ministros cuyo concurso resulta el más importante para nosotros: el de Asuntos Exteriores y el de Marina. También dispondremos de dos príncipes de la familia imperial. En el extranjero contamos en casi todos los países con miembros eminentes3.

La escalada social de la institución alcanza su clímax el 20 de marzo de 1855, cuando Napoleón III reconoce la utilidad pública de la Société y se decla1

Carta de Isidore Geoffroy Saint-Hilaire a Graells. París, 06-04-1854 (AMNCN327/002). 630 miembros acreditados en 1855, 1800 en 1858. Cartas de Isidore a Graells. París, 08-021855 (AMNCN327/005) y 26-09-1858 (AMNCN330/002). 3 Carta de Isidore a Graells. París, 06-04-1854 (AMNCN327/002). Otros ejemplos: «Su alteza imperial el príncipe Napoleón, S. E. los ministros del Ejército, de Agricultura, de Instrucción Pública y más de mil personas asistieron a la sesión», París, 26-03-1857 (AMNCN327/023); «Ayer, en una hora, se presentaron 25 nuevas candidaturas: entre los nuevos miembros, el Mariscal Baraguey d’Illiers, el embajador de Prusia, y otros personajes ilustres.», París, 20-02-1858 (AMNCN328/020). 2

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ra su protector. A partir de entonces, su prestigio aumenta de forma vertiginosa y numerosas casas reales de todo el mundo se incorporan a sus filas4. Ese interés repentino de los altos dignatarios por la aclimatación resulta cuanto menos curioso. ¿Ofrecían ellos mismos abierta y voluntariamente su apoyo, o éste era más bien solicitado por los responsables de la asociación? En ese caso, ¿cuales eran los medios empleados para lograr la adhesión? El ejemplo español resulta revelador. Tanto Isabel II como su esposo, Francisco de Asís de Borbón, figuran muy pronto entre los miembros de la Société. En 1857, durante la primera sesión de entrega de recompensas a aquellas personas destacadas por su labor en pro de la aclimatación, la reina de España recibe como premio especial una carta de agradecimiento firmada por todos los miembros del Consejo de Administración. Previamente, y con objeto de distribuir las condecoraciones, Geoffroy Saint-Hilaire se ha puesto en contacto con Graells para informarse de quién es, en su opinión, el candidato español merecedor de tal distinción. La consulta es una mera formalidad puesto que, en la misma carta, el presidente manifiesta su intención expresa de recompensar al delegado de la Société en Madrid como cabeza visible del proyecto en España5. Sin embargo, y pese a las expectativas de Isidore, Graells rechaza el honor que se le ofrece y propone en su lugar a la reina Isabel, merecedora, según él, del más ferviente homenaje por parte de la Société en reconocimiento del apoyo que la Casa Real española ha prestado siempre a los programas de aclimatación de especies animales, tanto en la metrópoli como en las colonias americanas6.

4 Cartas de Isidore a Graells. «Ella (la Société) acaba de incorporar sucesivamente entre sus miembros al príncipe de Wurtemberg, al emperador de Brasil, a los dos reyes de Siam, el príncipe real de Prusia, al príncipe Albert de Inglaterra», París, 15-01-1857 (AMNCN327/019); «el rey de los belgas y el rey de Holanda se han inscrito en la lista de miembros», París, 21-07-1857 (AMNCN328/010); «el nombre de S. M. el rey de Portugal se incorporó el mismo día», París, 0410-1857 (AMNCN328/013); «en cabeza S. A. R. e I. el Archiduque Ferdinand Maximilien de Austria, el virrey del reino Lombardo Veneciano, y dos de los ministros del emperador de Austria», París, 26-09-1858 (AMNCN330/002); «tras los nombres de los soberanos de España, acabamos de añadir sucesivamente los de los duques de Saxe-Weimar y de Hesse-Darmstadt, y el rey de Grecia», París, 05-08-1859 (AMNCN330/012). 5 «Debo decirle en confidencia que su nombre (el de Graells) es uno de los que hemos seleccionado desde el principio, y el primero para España». Carta de Isidore a Graells. París 15-01-1857 (AMNCN327/019). 6 La carta de Graells recomendando a Isabel II no ha podido ser localizada. Por el contrario, la carta de respuesta de Geoffroy Saint-Hilaire se conserva en Madrid y en ella se hace referencia explícita a la decisión del delegado: «La carta ( ) por la que puso en mi conocimiento todo lo que S. M. la reina de España ha hecho por la aclimatación, ha sido oída por la Comisión de recompensas con el más vivo interés, y tomada seriamente en consideración ( ). Nuestro lamento, ese día, fue el de no poder otorgarle la medalla que le corresponde por derecho. Pero su modestia nos ha impedido hacerlo, pues, en su carta, usted habla constantemente de la reina y en absoluto de usted mismo.» París, 26-03-1857 (AMNCN327/023).

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Los deseos del delegado son satisfechos. En París, Isabel II brilla como la principal promotora de los progresos logrados en materia de aclimatación en España: S. M. la reina de España, siguiendo la tradición de su corona, ha intentado numerosas aclimataciones en su reino: los canguros, las gacelas, diferentes variedades de antílopes, los dromedarios, los casuarios y muchas otras especies animales y vegetales han sido introducidas y aclimatadas por orden suya, siendo la mayor parte de los ensayos un éxito. Su majestad es por lo tanto, sin ninguna duda, la persona que mayores servicios ha proporcionado en España, tal vez en Europa, a la aclimatación. La Société no podría hacer de su medalla especial en oro un uso más justo y más deseable que en esta ocasión, pero ha decidido que una carta («adresse») expresaría mejor los sentimientos de profundo respeto y reconocimiento que manifiesta por S. M. la reina de España (D’Eprémesnil, 1857).

En Madrid, una comisión presidida por Graells se ocupa de transmitir a la reina la gratitud de la asociación francesa y de entregarle el documento que se le remite. El día 14 de junio de 1857 la comitiva es recibida en palacio. Tras aceptar la misiva, y a petición de los comisionados, la soberana, agradecida, accede a incluir su nombre entre los de los otros monarcas que ya han ofrecido su apoyo a la iniciativa7. El delegado, gracias a su modestia o, tal vez, a su olfato diplomático, obtiene así el favor real para el programa de la Société, asegurándose un marco oficial a partir del cual articular las futuras tentativas de aclimatación en España. De hecho, apenas transcurridos cuatro días desde la recepción, una Real Orden firmada por Isabel II aprueba la creación de un jardín zoológico de aclimatación en Madrid8. Un año después, y a petición de Graells9, Francisco de Asís de Borbón obtiene a su vez una condecoración por haber promovido la introducción en España de un rebaño de llamas y alpacas de Perú. En el momento de decidir qué tipo 7

Carta de Graells a Isidore. Madrid, 03-09-1857: «accediendo además a la súplica que la comisión le hizo de que permitiese que su augusto nombre fuese asociado al de los demás Soberanos que ya habían honrado nuestra Sociedad» (AMNCN328/012). 8 Carta de Graells a Isidore. Madrid, 03-09-1857: «propuse entre otras cosas útiles el establecimiento de un parque de domesticación y aclimatación de animales en nuestro jardín botánico y la Reina ya lo ha aprobado mandándome por Real Orden de 19 de junio último, 1º formar el presupuesto de los gastos que ocasionará este parque y 2º la lista de los animales que convendrá de preferencia adquirir, diciendo los medios que deben emplearse para esto.» (misma signatura). 9 Carta de Graells a Isidore. Madrid, 10-01-1858: «Creo pues que S. M. el Rey es acreedor a que la Sociedad le conceda el 1er premio propuesto en el programa para el presente año, y si así lo creyesen nuestros ilustrados colegas, espero que me hará la honra de participármelo encargándome de la presentación de este nuevo testimonio de consideración hacia la Casa Real de España que sigue fomentando la introducción y multiplicación de animales útiles al hombre» (AMNCN328/014).

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de galardón estaría más acorde con la honorabilidad del monarca, Isidore insta al delegado a obtener la adhesión del rey consorte10. El asunto se salda con la entrega de una medalla de oro al laureado y con la inclusión de su nombre en las ya nutridas listas de la Société: Los actuales soberanos de España han continuado las nobles tradiciones de su corona. Cuando, queriendo, hace dos años, hacernos una idea exacta del estado de la aclimatación en Europa, preguntábamos: ¿quién ha contribuido más a sus progresos? todas las voces entonaban en España la misma respuesta: ¡la reina! Y su augusto nombre fue el primero que nosotros pronunciamos aquí mismo, hace un año, con respetuosa gratitud. Hoy, ofrecemos un homenaje similar a su esposo. S. M. el rey de España acaba de acometer, en gran parte, el anhelo que lanzamos el año pasado ( ) la introducción en Europa o en Argelia de un rebaño de alpacas (Geoffroy Saint-Hilaire, 1858).

Resulta evidente que el favor de los dignatarios era activamente buscado por los responsables de la institución, deseosos de apoyo oficial. Presidente y delegados van a desempeñar un intenso papel diplomático frente a sus respectivos gobiernos con el propósito de asegurarse todo tipo de ventajas para el proyecto de la aclimatación. Isidore Geoffroy Saint-Hilaire ya había puesto sobre la pista a Graells, al anunciarle la protección imperial ofrecida por Napoleón III y al afirmar que «el Emperador no entrará en la Société sin dotarla de potentes medios de actuación»11. La participación de tan distinguidos mecenas convirtió a la Société en un prestigioso trampolín social. La correspondencia custodiada en el archivo del museo madrileño confirma esa búsqueda activa de títulos y condecoraciones por parte de los responsables de la asociación. En una de las misivas, Isidore anuncia a Graells la intención del rey de Wurtemberg de recompensar a varios de sus miembros12. El propio presidente resulta laureado con la Orden Imperial de la Rosa de Brasil, distinción que más tarde, y gracias a sus gestiones, recaerá en otros cinco miembros más de la Société13. La tenacidad a la hora de conseguir el favor de los gobiernos roza, en el caso de España, la descortesía. Condecorado con el título de Comendador de la Real Orden de Carlos III por la reina Isabel II14, Geoffroy Saint-Hilaire interpela a Graells con la esperanza de conseguir honores similares para otros miembros distinguidos del Consejo. Su auda-

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Carta de Isidore a Graells. París, 23-01-1858: «¿El rey nos hará también el honor de inscribir su nombre en la lista de la Société? (AMNCN328/016). 11 Carta de Isidore a Graells. Madrid, 08-02-1855 (AMNCN327/005). 12 Carta de Isidore a Graells. Madrid, 23-01-1858 (AMNCN328/016). 13 Carta de Isidore a Graells. Madrid, 21-07-1857 (AMNCN328/010). 14 Graells anuncia la concesión del título en una carta firmada en Madrid el 03-09-1857 (AMNCN328/012). Isidore agradece la distinción en una carta firmada en París el 04-10-1857 (AMNCN328/013).

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cia e insistencia son tales, que él mismo se siente en la obligación de disculparse en una posdata: Al darme cuenta de lo que acabo de escribir, siento vergüenza al comprobar que respondo a un favor (la concesión del título de Comendador) con un deseo. Pero la Société no está únicamente representada por su presidente, sino por el Consejo, y los señores d’Eprémesnil, Richard, Paul Blacque, Jacquemart, Duméril etc. portan conmigo la carga de ese trabajo cotidiano. Cuando un favor recae sólo en mi, como los títulos de Comendador de varias órdenes que me han sido otorgados sucesivamente, ¿no es un deber el acordarme de mis colegas y el expresar mis deseos por ellos?15.

Isidore insiste de nuevo en enero, febrero y septiembre de 185816. Pese a su perseverancia, solamente el conde d’Eprémesnil, secretario general de la Société, y Frédéric Davin, empresario textil, obtendrán finalmente una recompensa hispana, el primero la Cruz de Isabel la Católica, el segundo la de Carlos III17. Por su parte, Mariano de la Paz Graells se hizo acreedor de la máxima condecoración otorgada por el gobierno galo. En Madrid se conservan dos borradores sin fechar, en los que Graells expresa su agradecimiento por la concesión de la Legión de Honor, la célebre orden nacional francesa creada por Napoleón Bonaparte en 1802. De cualquier forma, el corporativismo de la Société no beneficiaba únicamente a sus principales responsables. Los miembros más desfavorecidos también podían contar con el amparo y la solidaridad del resto de los integrantes de la organización, y así, en una de las cartas, Isidore solicita la colaboración de los socios españoles para socorrer a la viuda e hijos del pescador Remy, fallecido en la más absoluta pobreza18. Gracias a la protección oficial, lograda, como hemos visto, mediante una actividad diplomática bien orquestada por la élite parisina y las diferentes delegaciones nacionales, el proyecto de la aclimatación conoce un desarrollo formidable bajo la tutela de Isidore Geoffroy Saint-Hilaire. Entre presidente y delegado, el intercambio de correspondencia se hace eco de ese entusiasmo que todo lo impregna y se suceden una tras otra las buenas noticias, ya sea acerca de la creación de nuevas sociedades filiales19, o de los progresos realizados en la construc15

Carta de Isidore a Graells. Madrid, 04-10-1857 (AMNCN328/013). Cartas de Isidore a Graells. París, 23-01-1858 (AMNCN328/016), 14-02-1858 (AMNCN328/018), 26-09-1858 (AMNCN330/002). 17 Carta de Isidore agradeciendo las condecoraciones. París, 03-01-1861 (AMNCN330/027). 18 Carta de Isidore a Graells. París, 07-03-1855 (AMNCN327/008). 19 En una carta de 21-03-1855, Isidore anuncia la creación de delegaciones en Nancy, Grenoble y Argel (AMNCN327/009); con fecha de 15-01-1857 refiere las de Berlín, Moscú y Río de Janeiro (AMNCN327/019); el 04-10-1857 las de Pondechery, Cayena, Viena y Bruselas (AMNCN328/013). 16

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ción del jardín de experimentación que la Société ha comenzado a edificar en el Bois de Boulogne de París20.

La Société después de Isidore Geoffroy Saint-Hilaire Tras la muerte de Isidore, en 1861, le sucede en la presidencia Edouard Drouyn de Lhuys (1805-1881), ministro de Asuntos Exteriores del gobierno de Napoleón III y vicepresidente de la Société desde 1857. El relevo supone un cambio sustancial en la vida de la agrupación, sobre todo en lo tocante a las relaciones con el Museo de Historia Natural de París. Durante la primera etapa de gestión, ambas instituciones, si bien totalmente independientes, cohabitaron en armonía gracias al nexo de unión establecido por Geoffroy Saint-Hilaire. Profesor de Zoología en el Museo y responsable de la Ménagerie, Isidore supo igualmente asegurarse la protección del Emperador y con ello garantizar el desarrollo de su proyecto zootécnico. Tras la llegada de Drouyn de Lhuys la situación varía. La política científica del Segundo Imperio favorece la investigación aplicada frente a la labor descriptiva realizada desde el Museo. Por consiguiente, la dotación económica de este último, y especialmente la de su casa de fieras, se hace progresivamente más exigua. Por el contrario, la Société recibe cada vez más fondos que, a fin de cuentas, son administrados directamente por un miembro del gobierno. A esta falta de medios, el Museo adiciona el déficit de animales. Compras aparte, el principal medio de obtener inquilinos para la Ménagerie pasaba por hacerse cargo de los animales ofrecidos al Emperador por otros gobernantes extranjeros como regalo oficial. Isidore supo contentar a ambas partes. Con Drouyn de Lhuys, la mayoría de estos peculiares embajadores de buena voluntad terminará sus días en los modernos cercados del prestigioso jardín de aclimatación del Bois de Boulogne. La gestión de Drouyn de Lhuys al frente de la Société fue provechosa. Su privilegiada posición le permitió manejar fondos del Ministerio de Asuntos Exteriores y de otros estamentos oficiales en favor de la aclimatación. Bajo su mandato, todos los cónsules de Francia en el extranjero recibieron órdenes precisas para localizar especies con un potencial interés económico, además de las pertinentes instrucciones sobre cómo hacerlas llegar desde sus destinos hasta la capital metropolitana. La Société coordinó en aquella época importantes asuntos de 20 Un total de ocho cartas enviadas a Madrid por Geoffroy Saint-Hilaire, entre enero de 1857 y enero de 1861, hacen referencia a este asunto. El tono de las misivas transmite el entusiasmo ante la progresión de la iniciativa, desde la posibilidad esbozada en la primera carta («Vamos a crear muy probablemente un hermoso jardín de aclimatación», París, 15-01-1857, AMNCN327/019) a la confirmación del éxito en la última («Nuestro jardín zoológico del Bois de Boulogne ha abierto, bien surtido de animales, y ha obtenido el mayor de los éxitos. Hemos tenido ciertos días hasta 12.000 e incluso 17.000 visitantes», París, 03-01-1861, AMNCN330/027).

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repercusión internacional, como el seguimiento y control de la plaga de pebrina que amenazaba la sericicultura europea, estimulando la importación de cepas sanas de gusano de seda desde Asia. Las cuentas del jardín del Bois de Boulogne arrojaban un balance más que positivo. La reproducción del yak, la llama, el agutí o el canguro se obtenía con tanta facilidad, que progresivamente se fueron creando filiales de experimentación en diferentes lugares de Francia para abordar la última etapa de la aclimatación: su explotación y comercialización como especies domésticas. Únicamente los importantes reveses de orden político, iniciados con la guerra franco-prusiana y agravados tras el sitio de París, fueron capaces de dar al traste con tanta prosperidad. Los animales del jardín de aclimatación, durante tanto tiempo huéspedes mimados, sirvieron para paliar la falta de alimento en la ciudad asediada. El hundimiento del Segundo Imperio y el advenimiento de la Tercera República, sumieron a la Société en una lenta agonía. Drouyn de Lhuys se mantuvo en su puesto hasta su muerte. En febrero de 1882, en el transcurso de la sesión plenaria anual de la asociación, Henri Marie Bouley es investido tercer presidente del grupo. Para entonces, la Société ha perdido su dimensión internacional y encara un periodo de hondas transformaciones que progresivamente encaminan su actividad hacia el conservacionismo. En el Museo de Historia Natural, Isidore Geoffroy Saint-Hilare es relevado por Henri Milne-Edwards (1800-1885). Este teórico de la biología animal no compartía con su predecesor el entusiasmo por la Zoología aplicada. Estimaba, por el contrario, que el único interés de la casa de fieras era el de apoyar la labor científica del Museo, al permitir la descripción y observación de especies animales desconocidas para la ciencia o, al menos, ausentes de las colecciones de la institución. Su desapego por la aclimatación no hizo sino acentuar la fractura existente entre Museo y Société. Tras la desaparición de Isidore Geoffroy SaintHilaire, la Société no sólo perdió un presidente, sino que el programa entero de la aclimatación acusó la ausencia de su más ferviente promotor intelectual. De cualquier forma, el apellido Geoffroy Saint-Hilaire aún permaneció algún tiempo vinculado al término aclimatación. Albert Geoffroy Saint-Hilaire, único hijo de Isidore, estructuró su actividad profesional en torno al programa iniciado por su progenitor. Miembro de la Société a los 19 años, Albert participó activamente en la vida de la asociación y, sobre todo, en la puesta en marcha del jardín zoológico del Bois de Boulogne. Director adjunto del establecimiento desde su inauguración por Napoleón III y la emperatriz Eugenia, el 6 de octubre de 1860, el último Geoffroy Saint-Hilaire de la saga sustituyó a Rufz de l’Avison en la dirección del mismo en 1865. A partir de 1872 desempeñó igualmente funciones de secretario general de la Société, puesto desde el que, en 1887, fue promovido a director, reemplazando al difunto Bouley. Avatares del destino, que escapan a la intención del presente trabajo, provocaron que, desde 1886, jardín zoológico y Société funcionaran como instituciones independientes. Albert se encontró así en la incómoda situación de capear al mismo

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tiempo con los intereses de dos estamentos con fines similares, exactamente el mismo panorama que vivió su padre entre Museo y Société. Tal disyuntiva condujo a Albert a primar los ensayos prácticos de aclimatación en el jardín, donde se intensificaron los estudios sobre la hibridación. Mientras, la Société se ocupaba de asuntos como la rarefacción del castor en los ríos de Francia, la caza abusiva de aves insectívoras, o la introducción de perdices y faisanes para reforzar las efectivos de caza menor, temas en consonancia con el enfoque conservacionista que, poco a poco, ganaba terreno. Las reformas emprendidas en el zoológico, la disminución del número de socios y el coste de la edición del Bulletin iban sumiendo a ambas instituciones en un delicado estado financiero. Los tan cacareados logros que la aclimatación iba a traer a las sociedades europeas se ponían cada vez más en entredicho. ¿Por qué obcecarse en aclimatar especies exóticas en Francia cuando los progresos de la navegación a vapor permitían el correo entre la metrópoli y sus colonias en periplos que, como máximo, se podían contar en semanas? La situación se degrada y Albert deja la dirección del jardín en 1893. Más tarde, en 1895, toma la misma decisión respecto a la Société. Tras la renuncia del último representante en Francia de la «vieja guardia» de la aclimatación, la Société vislumbra nuevos objetivos que a nosotros nos alejan del que nos habíamos propuesto. Todos los personajes mencionados hasta ahora, en algún momento de sus vidas profesionales se pusieron en contacto con Graells y pasaron a engrosar su lista de correspondientes. En el archivo del Museo de Ciencias de Madrid se conservan cartas firmadas por Drouyn de Lhuys, Rufz de l’Avison y Albert Geoffroy Saint-Hilaire. Fue este último el que más misivas intercambió con el delegado español, un trato de privilegio que constituía la lógica continuación de una relación de amistad iniciada entre Isidore y Graells. En la carta de pésame que Graells dirige a Albert para reconfortarle tras la muerte de su padre, el delegado expresa claramente su devoción: Le ruego, señor Geoffroy, reciba mi más sentido pésame y me conceda su amistad cordial en compensación de la pena que siento por la muerte de su eminente padre. Me faltan palabras de consuelo que dirigirle y le estrecho contra mi corazón que le expresará el afecto especial que me unía a su difunto padre y que en adelante me unirá a usted21.

Y Graells mantuvo su promesa. En una carta dirigida a Albert, datada el 19 de febrero de 1894, el español manifiesta su estupor ante la renuncia del último de los Geoffroy Saint-Hilaire al frente del jardín zoológico del Bois de Boulogne, y declara al mismo tiempo su desaprobación ante tal decisión. Graells sostiene que el apellido, honrado a lo largo de tres generaciones, debe permanecer unido al proyecto de la aclimatación, inspirado por Etienne, promovido por Isidore y ejecutado por Albert. 21

Carta de Graells a Albert Geoffroy Saint-Hilaire. París, 23-11-1861 (AMNCN324/009).

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Los desafíos de la Société La Société es, ante todo, una sociedad científica que se erige en el foro parisino de debate en Zoología hasta la creación de la Sociedad de Zoología de Francia en 1876. Para asegurar su correcto funcionamiento, el grupo se dota de poderosos medios de actuación y de divulgación. Desde su creación, la Société publica un boletín mensual que pretende ser la crónica de la vida cotidiana de la institución y, al mismo tiempo, el medio de difusión de los progresos realizados en materia de aclimatación. Nacida en 1854 con el nombre de Bulletin de la Société zoologique d’acclimatation, el recorrido de esta publicación refleja la historia de la Société a lo largo del siglo XIX. Tras el reconocimiento de su utilidad pública por parte de Napoleón III, en 1855, y hasta 1870, la revista pasa a denominarse Bulletin de la Société impériale zoologique d’acclimatation. Más tarde, entre 1871 y 1881, el nuevo título resumido, Bulletin de la Société d’acclimatation, habla del cambio político ocurrido en 1870, tras el exilio del Emperador y la proclamación de la Tercera República, y de la ampliación del dominio de investigación, que a partir de ese momento no queda circunscrito a la Zoología, interesándose igualmente por las plantas. Entre 1882 y 1888 el boletín se edita como Bulletin de la Société nationale d’acclimatation de France, en clara referencia al final del periodo de expansión internacional. Finalmente, a partir de 1889, adquiere un título compuesto relativamente ambiguo: Revue des Sciences Naturelles Appliquées. Bulletin de la Société nationale d’acclimatation de France. El nuevo siglo viene caracterizado por un cambio de interés aún mal definido que, progresivamente, va a decantarse por la conservación de la naturaleza. La organización de los volúmenes aparecidos en el periodo que nos interesa es siempre la misma. Al inicio de cada año, una entrega especial, numerada con caracteres romanos, recuerda los estatutos y reglamentos de la institución, así como la composición del Bureau de la Société para el año en curso y la lista de los nuevos socios. A partir de 1857, esta introducción también incluye la crónica de cada sesión plenaria anual. El discurso inaugural pronunciado por el presidente, el resumen de los trabajos desempeñados por la Société durante el año precedente, los informes de cada una de las comisiones, como las de recompensas o finanzas, y los cursos magistrales impartidos para la ocasión por algún miembro destacado, aparecen igualmente recogidos con el propósito de hacerlos accesibles a todos los miembros. Cada una de las doce entregas anuales se divide en cuatro secciones: trabajos realizados por los miembros de la Société, comunicaciones dirigidas a la Société por personas ajenas a la misma, resumen de las actas levantadas durante las sesiones generales y un último apartado dedicado a hechos diversos, como artículos de divulgación sobre aclimatación aparecidos en periódicos y revistas, o leyes promulgadas por los distintos gobiernos en pro de los objetivos de la asociación. Al final del año se adjunta una lista detallando el estado de los animales vivos, plantas, semillas, objetos de colección, produccio-

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nes industriales y obras de arte donados a la Société. Un índice alfabético de los animales y plantas mencionados en el volumen cierra cada tomo, junto con una tabla de materias estructurada en ocho secciones: generalidades, mamíferos, aves, peces e invertebrados acuáticos, insectos, vegetales, actas y, finalmente, documentos relativos a la Société. Las referencias a España, en la mayoría de las secciones, son numerosas, como tendremos ocasión de comprobar más adelante. Durante la primera sesión pública anual de la Société, celebrada el 10 de febrero de 1857 en el Hôtel de Ville de París, el Consejo anuncia la creación de una serie de recompensas destinadas a respaldar y a orientar los ensayos de aclimatación. Los premios propuestos forman un auténtico catálogo de prioridades de investigación, en sintonía con las intenciones adelantadas por Isidore Geoffroy Saint-Hilaire en sus diferentes trabajos. La temática y la dotación de dichos galardones permanecieron prácticamente invariables durante todo el periodo en el que Isidore se mantuvo en la presidencia, reflejo de una gran coherencia en la gestión que impide la dispersión en un ámbito tan amplio como el de la Zoología aplicada. Quizás sin pretenderlo, el enunciado de las diferentes categorías se convierte en una especie de directiva que guía los esfuerzos desarrollados por las delegaciones. La española concurrió en varias ocasiones y la cosecha de recompensas fue abundante. Las sugerencias lanzadas desde París fueron seguidas al pie de la letra por Graells, quien logró resultados más que satisfactorios, fundamentalmente en el apartado de grandes mamíferos. Detallemos los distintos premios propuestos (Anónimo, 1857a): I.

Introducción en las montañas de Europa o de Argelia de un rebaño de alpacas (Auchenia paco) (sic) de raza pura. El rebaño deberá componerse como mínimo de tres machos y de nueve hembras. Premio: una medalla de 2000 francos.

II.

Domesticación completa, aplicación a la agricultura, o empleo en las ciudades, del hemión (Equus hemionus) o del dauw (sic, se trata de una especie de cebra) (E. Bruchellii). Premio: una medalla de 1.000 francos.

III.

Domesticación y multiplicación de una especie de canguro grande (Macropus giganteus, M. fuliginosus), o de cualquier otra especie de igual talla. Premio: una medalla de 1.000 francos.

IV.

Introducción y domesticación del emú (casuario de Nueva Holanda, Dromaius Novae Holandiae [sic]), o del ñandú (avestruz de América, Rhea americana). Premio: una medalla de 1500 francos.

V.

Domesticación de la avutarda (Otis tarda). Premio: una medalla de 1000 francos.

VI.

Introducción y aclimatación de una nueva especie de caza escogida entre la clase de las aves. Se exceptúan las especies que pudieran arrasar los cultivos. Premio: una medalla de 500 francos.

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VII.

Introducción de una especie de pescado de valor nutritivo en las aguas dulces y salobres de Argelia. Premio: una medalla de 500 francos.

VIII.

Aclimatación lograda de una nueva especie de gusano de seda, productor de seda fácil de tejer. Premio: una medalla de 1000 francos.

IX.

Aclimatación en Europa o en Argelia de un insecto productor de cera, la abeja excluida. Premio: una medalla de 500 francos.

X.

Creación de nuevas variedades de ñame o batata de China (Dioscorea batatas), superiores a las que ya se poseen y, ante todo, fáciles de cultivar. Premio: una medalla de 500 francos.

XI.

Introducción, cultivo y aclimatación de la quina en el sur de Europa o en alguna de las colonias europeas. Premio: una medalla de 1.500 francos.

A partir de 1859 se añaden dos nuevos premios: uno consagrado a la introducción en Martinica de alguna especie de animal depredador capaz de controlar las poblaciones de serpientes venenosas de la isla, y otro destinado a la propagación de la raza ovina de estirpe merina Graux de Mauchamp (Anónimo, 1859a). Pese a la existencia de unas aparentes normativas, en la actividad científica de la Société predomina el enfoque empírico y cada experiencia se concibe de forma independiente. La asociación nunca representó una auténtica «escuela» de aclimatación (Osborne, 1994, p. 77). Las iniciativas y los proyectos desarrollados en España darán, al ser tratados en los capítulos siguientes, una buena idea de la aproximación práctica con la que se encaraban los retos planteados. De cualquier forma, una de las principales aportaciones científicas fue la modernización de los programas de cría de animales salvajes en cautividad. La antigua casa de fieras fue reemplazada por el jardín de experimentación, las jaulas por los cercados, los animales solitarios por los grupos familiares. Graells expresa claramente su pensamiento al respecto en una de sus colaboraciones en el boletín de la Société: No hablaré aquí de los animales pertenecientes a las casas de fieras (ménageries) que se han reproducido en su cautiverio, siendo claro que si esto se ha llegado a verificar dentro de las rejas de una prisión, mucho mejor se lograría colocados estos seres en condiciones más a propósito para que por lo menos, una libertad supuesta les hiciese olvidar su triste situación para entregarse a los transportes del amor. Es preciso no perder de vista al ocuparse de la aclimatación y propagación de animales que la libertad es una condición muy esencial, puesto que muchas especies exóticas se multiplicarían en Europa si no se las encarcelase en jaulas, haciéndoles pasar una vida desesperada. Véase si no lo que sucede aun con nuestros animales salvajes, y en muchos de ellos la sola pérdida de libertad es suficiente causa de que no se reproduzcan (Graells, 1855a).

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En París, los máximos responsables del programa llevaron a cabo un proyecto grandioso de zoológico de aclimatación a las puertas de la ciudad. En Madrid, Graells, con medios mucho más modestos, emuló a la élite en pleno corazón de la villa al inaugurar un pequeño jardín zoológico que se quiso innovador y del que nos ocuparemos en los dos últimos capítulos.

Los fundamentos de la Société La andadura de la Société se inicia en un periodo en el que la discusión sobre el transformismo propuesto por Lamarck ocupa a gran parte de los naturalistas, oponiendo a sus defensores frente a los partidarios del dogma creacionista y fijista basado en la tradición religiosa. Durante los años cincuenta del siglo XIX el fijismo parece tomar la delantera, aunque tal afirmación precisa ser matizada y el tema continúa siendo objeto de estudio. Aparentemente, la mayor o menor adhesión a los postulados transformistas dependía considerablemente de los foros de discusión. Mientras que asociaciones de corte clásico, cercanas al poder, como la Académie des Sciences, manifestaban abiertamente su desacuerdo con la teoría de Lamarck, otras corporaciones de reciente formación y talante independiente, como la Société Géologique de France, fundada en 1830, se mostraban más tolerantes con las ideas del sabio francés, que debatían sin juicios previos de valor (Laurent, 2003). En ese momento, Isidore Geoffroy Saint-Hilaire parece sumarse a los partidarios de Lamarck. De hecho, la noción misma de aclimatación que propone reposa sobre la idea de la transformación de los seres vivos bajo la influencia del ambiente. Pese a todo, el partido tomado por Isidore al respecto no parece claro, defendiendo una visión mitigada del fenómeno en cuestión. Su «teoría de la variabilidad limitada del tipo», varias veces evocada, se sitúa en la intersección de las doctrinas de Lamarck y de Cuvier (Osborne, 1994, p. 66). Isidore piensa que, efectivamente, los cambios de las condiciones ambientales desencadenan modificaciones estructurales en los seres vivos pero, al mismo tiempo, sostiene que tales transformaciones sólo operan en el seno de las especies y afectan exclusivamente a los caracteres superficiales y prescindibles para la vida22. En el capítulo anterior vimos cómo la referencia hecha por Isidore a su teoría en la obra Acclimatation et domestication des animaux utiles era más bien testimonial, como si semejante discusión no fuese crucial para el desarrollo del programa zootécnico propuesto. Además, ya hemos subrayado la ausencia de Lamarck entre los precursores de la Zoología aplicada homenajeados por Isidore en su tratado. Por si esto fuera poco, una evidencia más puede ser 22 Es preciso señalar que Isidore Geoffroy Saint-Hilaire admite la posibilidad de que, eventualmente, las diferencias provocadas puedan tener valor genérico (Geoffroy Saint-Hilaire, 1859a). Tal afirmación acerca al autor de la concepción de Lamarck y le aleja de la de Cuvier (Laurent, comunicación personal).

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evocada en favor de esta hipótesis que atribuye un papel secundario a la teoría transformista en la concepción de la Société. Se trata de la suscripción nacional promovida desde la organización para erigir un monumento a la memoria de Etienne Geoffroy Saint-Hilaire, estatua que sería finalmente inaugurada el 11 de octubre de 1857 en Étampes, su ciudad natal (Moquin-Tandon, 1857). De nuevo, la iniciativa no pretende resaltar el apoyo ofrecido por Etienne al transformismo de Lamarck durante su famosa polémica con Cuvier durante los años 1825-1832, sino que «entre los numerosos méritos de Etienne Geoffroy Saint-Hilaire, dignos de reconocimiento público, había uno que les interesaba particularmente: la fundación de la ménagerie del Museo de Historia Natural», uno de los primeros parques zoológicos del mundo y centro pionero en los ensayos de cría en cautividad. Los documentos conservados en Madrid aportan nuevas evidencias. ¿Qué valor se otorga a la reflexión sobre el transformismo en el intercambio epistolar entre Geoffroy Saint-Hilaire y Graells? La respuesta es simple y categórica: en las cartas analizadas no se hace ninguna referencia a la transformación de las especies, sin desposeer por ello de contenido científico a las misivas enviadas. ¿A qué se debe esta ausencia de debate? Varias son las razones que pueden ser avanzadas. Podemos suponer, por ejemplo, una falta de complicidad entre ambos naturalistas. Sin embargo, otros documentos conservados en el museo madrileño apuntan más bien hacia un buen entendimiento entre los dos. Los textos referidos versan sobre el intercambio de material zoológico durante el periodo 18461849, y serán evocados en el próximo capítulo. En cada carta hay reflexiones de orden científico, ya sea para tratar del interés de la Geografía zoológica, o bien para discutir de la importancia del establecimiento de catálogos de producciones de la naturaleza en cada uno de los rincones de la geografía nacional, paso previo e imprescindible para el avance de la Historia Natural. La gestión y el empleo de las colecciones son igualmente abordados, cuestiones capitales que atañen a la idea misma de museo. Una discusión de este tipo, que implique las bases de la disciplina, falta por completo en lo tocante a la aclimatación. La circunscripción de la discusión científica a foros estrictamente nacionales es otro argumento que puede ser propuesto para justificar el silencio en torno al tema. Sin embargo, como veremos al final del capítulo, la Société nace con vocación internacional, y los delegados en el extranjero están llamados a desempeñar papeles fundamentales. En consecuencia, y a falta de otras evidencias, debemos concluir que si el tema no es tratado en la correspondencia es, sencillamente, porque tal asunto no formaba parte de la discusión. El compromiso con el proyecto propuesto por la Société reposa, pues, sobre otras bases. La postura defendida por el delegado de la Société en Madrid respecto al origen de la diversidad animal apunta en la misma dirección. Mariano de la Paz Graells gozó de una larga vida dedicada al estudio de la naturaleza. Su afán por construir y perpetuar una tradición española en Historia Natural es unánimemente reconocido por los biólogos nacionales de todas las épocas. Pese a

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todo, su omnipresencia en los círculos naturalistas madrileños ha sido igualmente criticada, sobre todo al final de su carrera, cuando el «viejo profesor» ya había sido superado por los avances de la ciencia y por el cambio de paradigma en Biología, ciencia que abandonaba la discusión morfológica clásica, centrada en el organismo, para encarar un nuevo marco de reflexión ecológico que afianzaba su andamiaje en los postulados evolucionistas enunciados por Darwin (Sala Catalá, 1987). Mientras desempeña sus funciones en calidad de delegado en Madrid, Graells acepta una posibilidad de transformación en los seres vivos muy reducida, siempre limitada al nivel infraespecífico: Si la idea de nuevas creaciones de formas en la actualidad no es admisible en la especie, como queda demostrado con hechos innegables, no sucede lo mismo respecto de las modificaciones que los individuos pueden sufrir en sus caracteres superficiales ( ) el clima, la nutrición y sus aberraciones, la hibridez, etc., etc., pueden influir en el cambio accidental de caracteres, que se restablecen tan luego como cesan las causas influyentes en estas pasajeras alteraciones. (Graells, 1861).

Esta puerta abierta a la adaptación y, por lo tanto, al éxito de la aclimatación, no resulta incompatible con el rechazo frontal del que hace gala en el momento de juzgar la formación de nuevas especies a través de la modificación de sus caracteres: No hay pues, medio de encontrar la fuente de esas modernísimas creaciones que se suponen; y es preciso concluir estableciendo, que si caben graves modificaciones en el organismo de las especies, deben ser obra de muchísimos siglos para dar un resultado que sólo hipotéticamente el filósofo podría admitir; y que por lo demás, las novedades que diariamente nos llaman la atención, no son la consecuencia de esta obra lenta y dudosa de la naturaleza, sino más bien el resultado de la escasez de anteriores observaciones. (Graells, 1861).

Por declaraciones de este tipo, el naturalista es con frecuencia acusado de retardar la difusión de las ideas evolucionistas en España, olvidando que a lo largo de una vida, sobre todo si ésta ha sido larga y productiva, los cambios de opinión y las matizaciones son frecuentes. Al final de su existencia, Graells reflexiona de nuevo sobre el tema y, aunque su postura pueda ser objeto de múltiples interpretaciones, al menos no muestra cerrazón frente a los postulados que defienden la aparición de nuevas formas biológicas como consecuencia de la transformación de los caracteres (Fraga, 2002): Que se sea partidario de la teoría de Darwin, como ya lo son muchos sabios de Europa, o que se combatan sus principios generales ( ) no podrá menos de reconocerse que ciertas causas, apreciadas en nuestros días más que antes, obran de modo más eficaz sobre los organismos, produciendo efectos incontes-

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tables. Nadie osará negar en estos tiempos la herencia o transmisión directa o indirecta de los caracteres de los padres a sus descendientes, ni tampoco la facultad innata de los organismos para plegarse hasta cierto punto a las exigencias del combate por la vida, experimentando por esta causa modificaciones útiles, que designamos generalmente con el nombre de adaptación a los medios ambientes (Graells, 1886).

La trayectoria vital y científica de Mariano de la Paz Graells merece una revisión profunda. Aquejado del mismo mal que Isidore Geoffroy Saint-Hilaire en Francia, estos personajes de la «generación intermedia», previa a la plena incorporación del evolucionismo en la práctica científica, han sido pocas veces abordados en sus estudios por los historiadores de la ciencia. Pero volvamos a los inicios de la Société y al pensamiento defendido por Graells en aquel momento. Pese a su oposición frontal frente a las opiniones que sostienen el origen de las especies por transformación, la dedicación de Graells para llevar a buen puerto los proyectos de la Société está fuera de toda duda, así como el apoyo ofrecido, en perfecta sintonía con el impulso que anima a la organización. ¿Dónde se encuentran pues los pilares de la Société si éstos no se hunden en la corriente transformista? El objetivo del proyecto de Zoología aplicada promovido desde París sobrepasa ampliamente los meros resultados, ya que se trata, según el planteamiento de Isidore Geoffroy Saint-Hilaire, de hacer de la disciplina una verdadera ciencia. El desafío implica dotarla de un marco de reflexión para facilitar la especulación y el razonamiento, de una metodología propia para posibilitar la observación positiva de los hechos y, al mismo tiempo, de un dominio de aplicación preciso con el propósito de participar en el progreso social. Un contexto científico de encuentro es, ciertamente, necesario, pero como queda dicho, éste no era discutido en el seno de la Société. Los miembros que progresivamente van a ir incorporándose, personajes ilustrados y pudientes, con acceso a las publicaciones de divulgación científica, van a compartir intuitivamente el criterio de sus correligionarios naturalistas, principalmente el de su presidente, lo que va a permitirles integrarse en el grupo y participar del mismo entusiasmo. La falta de una metodología propia, de una verdadera escuela de aclimatación, ha sido igualmente evocada. Por lo tanto, el interés del programa propuesto por Isidore Geoffroy Saint-Hilaire para mejorar el bienestar público parece ser el punto de encuentro que permite unificar las voluntades de los socios alrededor de un mismo fin. La presencia de políticos y de hombres de negocios entre las filas de la organización favorece el intercambio de favores y amplía el espectro de la reflexión. La Société constituye un foro multidisciplinar que franquea el ensimismamiento tradicional de los medios científicos para abrirse a la sociedad entera. En su seno la ciencia alterna con la diplomacia, y el resultado experimental, para ser validado, tiene que ser divulgado y aplicado satisfactoriamente. El ámbito de la discusión experta deja de ser feudo de los naturalistas y una ciencia burguesa, mundana, comienza a hacerse sitio (López-Ocón,

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2000). Del éxito o del fracaso de los distintos ensayos de aclimatación operados derivan importantes consecuencias económicas, especialmente interesantes para toda una serie de profesionales poco habituados al debate de orden filosófico, pero sin cuya intervención resultaría imposible asegurar el perfecto desarrollo de los programas de cría y comercialización de animales. Lejos del aislamiento de sus respectivos laboratorios y oficinas, los científicos y los gestores encuentran en la Société el foro perfecto para, con ayuda de unos y otros, tejer el entramado de la ciencia productiva y rentable, sentando las bases de un proceder que hoy en día nos resulta del todo familiar.

Dimensión internacional de la Société La Société tiene, desde sus orígenes, un carácter universal. Según el artículo 3 de su reglamento constitutivo, tanto los franceses como lo extranjeros pueden incorporarse a sus filas. Para facilitar este acceso, el artículo 10 del reglamento administrativo establece la figura de un vicesecretario responsable de la correspondencia con otros países. En el artículo 42 del mismo texto se anima a los extranjeros a participar mediante el envío de manuscritos en su lengua materna, que el Consejo se encarga de traducir y publicar si lo considera oportuno. No es de extrañar, por tanto, que la llamada lanzada desde París pronto tenga eco en el resto de Europa. Entre los 50 miembros fundadores se encuentran un suizo y un alemán. De los miembros titulares, admitidos a lo largo del primer año, cuatro son españoles, tres suizos, dos ingleses, uno belga y otro holandés (Anónimo, 1854a). Además, el patrocinio imperial impulsa la adhesión de gobernantes de muy diferentes nacionalidades. Las casas reales de España, Brasil, Portugal, Wurtemberg, Inglaterra, Prusia y Siam pronto se incorporan a la cabeza de la larga lista de socios. En 1861, año del fallecimiento de Isidore Geoffroy Saint-Hilaire, la Société cuenta con delegaciones en Batavia (Yakarta), Bruselas, Cantón, El Cairo, Sanghai, Constantinopla (Estambul), Florencia, Francfort, Ginebra, Lausana, Macao, Madrid, Milán, Moscú, Filadelfia, Québec, Río de Janeiro, San Petersburgo, Sydney, Turín, Viena, Washington y Yedo. París es el centro de la red, el lugar de encuentro y de discusión, pero el alcance de la nueva disciplina franquea obligatoriamente las fronteras francesas, incluso las europeas, puesto que la noción de aclimatación está estrechamente ligada a la de exotismo. ¿No se trata a fin de cuentas de animales foráneos capaces de desarrollarse en el Viejo Continente? Las posesiones ultramarinas se convierten de este modo en la fuente que alimenta los ensayos realizados en Europa. Los nuevos animales y vegetales procedentes de las colonias despiertan la curiosidad, no sólo de los científicos, sino de toda la población que, ávida de sensaciones, se agolpa en los jardines botánicos y zoológicos, convertidos en ocasiones en auténticos zoos humanos donde se exhiben aborígenes australianos, familias de esquimales o delegaciones nubias que escenifican la vida cotidiana en sus lugares de

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origen (Bancel et. al., 1993). España no permanece ajena a la nueva moda. La Exposición monográfica sobre Filipinas, Marianas y Carolinas, celebrada en el Retiro madrileño en 1887, es un ejemplo bien documentado (Romero de Tejada, 1995; Sánchez Gómez, 2003). El rico fondo documental custodiado en Madrid ha desvelado nuevos datos sobre el evento. Ese año, Albert Geoffroy Saint-Hilaire recibe noticias de la exposición a través de Fidel Faulin Augustin, viajero francés de paso por la capital de España, quien se muestra gratamente impresionado por el acontecimiento. Enseguida, Albert piensa que «sería interesante presentar a los parisinos, en un establecimiento como el suyo (propone el jardín de aclimatación del Bois de Boulogne), los indígenas de las posesiones ultramarinas de una gran nación vecina y amiga»23. En nombre del interés científico escribe al ministro español para las colonias y solicita al mismo tiempo el apoyo de Graells, quien desestima la oferta ya que, al parecer, los nativos filipinos soportaban a duras penas los rigores del clima madrileño, lo cual no dejaba presagiar buenos augurios para su estancia en París. Más adelante, es el propio Albert el que desiste ante lo avanzado de la estación, demasiado fría ya para las gentes habituadas al trópico24. Además de la repercusión internacional de la exposición colonial, las dos misivas dan buena prueba del crédito del que Graells gozó hasta el final de su carrera. Las relaciones entre las metrópolis y sus colonias han sido objeto de numerosos trabajos. Desde la publicación del artículo pionero de George Basalla (Basalla, 1967), numerosos autores han abordado los mecanismos políticos y culturales subyacentes a la expansión espacial y temporal de la ciencia europea, así como al establecimiento de tradiciones científicas independientes en otros continentes. La ciencia se presenta como un eje en torno al cual se estructura el imperialismo, al mismo nivel que el mercantilismo o el funcionariado (Pyenson, 1989). El papel de la aclimatación como ciencia el servicio de la política colonial francesa, sobre todo en Argelia, es abundantemente tratado por Osborne en su libro (Osborne, 1994). En Francia, durante los primeros años de la Tercera República, el colonialismo es tenido por una «misión civilizadora» y desde el poder se potencia la integración de los pueblos colonizados, convertidos a los valores franceses de la época, incluido el cientificismo. En ese contexto, la Société está totalmente volcada en un tipo particular de ciencia, heredera de una larga tradición ambientalista. La aclimatación retoma viejos desafíos: Cada clima tiene sus producciones; cada región sus especies animales y vegetales. Pero, ¿la naturaleza las ha asociado de manera invencible? ¿Les ha puesto leyes que les prohíban franquear los límites de su patria original?¿Son comparables a las olas del mar condenadas a romper eternamente, a los pies de las mismas rocas, su fuerza bruta, su violencia inútil? (Geoffroy Saint-Hilaire, 1857).

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Carta de Albert Geoffroy Saint-Hilaire a Graells. París, 10-08-1887 (AMNCN323/019). Carta de Albert a Graells. París, 30-08-1887 (misma signatura).

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El resurgimiento de la conciencia colonial confiere a la nueva sociedad científica el papel de gestora de las riquezas naturales, sentimiento que está bien presente en el discurso de su primer presidente: Siempre hemos soñado con enriquecer nuestros museos, pocas veces con enriquecer nuestro país. Deberíamos, desde hace tiempo, poseer, para cada región, la lista de las especies que podemos solicitarle, con todos los documentos que pueden servir de punto de partida a ensayos racionales. (Geoffroy SaintHilaire, 1861, p. 40).

Pese a la superioridad de los imperios francés y británico durante todo el siglo XIX, numerosos países, europeos o no, se comprometieron en asuntos de aclimatación y desarrollaron estrategias particulares, reflejo de sus diferentes tradiciones científicas y culturales. En el caso español, aunque el programa de Zoología aplicada desarrollado por Graells en Madrid fue de corta duración, estuvo asimismo relacionado con un cierto repunte de los intereses colonialistas. Es cierto que en 1854, fecha de creación de la Société, España ya no es la potencia colonial de antaño. Su presencia se limita a Cuba, Puerto Rico y la República Dominicana (a partir de 1861) en América, y a las islas Filipinas, las Marianas, las Carolinas y el archipiélago de Palau en el Pacífico. Pero a pesar del declive, la época coincide con un resurgimiento del interés colonial que cristaliza, en 1862, con el envío de una escuadra a América del Sur con la intención de fundar una base naval hispana en la costa del Pacífico. El objetivo era el de articular el sistema colonial español en Asia y América a través de un asentamiento bisagra (Puig-Samper, 1986). Una comisión científica, promovida por Graells, se incorpora en el último momento para recolectar producciones de la naturaleza destinadas a enriquecer las colecciones del Mueso de Ciencias Naturales. Entre los ocho naturalistas de la comisión figura Marcos Jiménez de la Espada (18311898), responsable del jardín zoológico de aclimatación formado por Graells en el Botánico (López-Ocón, 1991; López-Ocón y Pérez-Montes, 2000). La Guerra de África (1859-1860) asegura el control de la parte norte de Marruecos. Más tarde, a partir de 1875, se incorporan el Sahara Occidental y varios territorios en el Golfo de Guinea, la actual Guinea Ecuatorial (González Bueno y Gomis Blanco, 2001). A raíz de esta expansión, en 1883 se crea la Sociedad de Africanistas y Colonialistas en el seno de la Sociedad Geográfica de Madrid (Elena y Ordóñez, 2001). En ese momento, la delegación madrileña de la Société sólo es un recuerdo en la mente de Graells, aún activo. Pero retomemos de nuevo la historia que nos disponemos a narrar. En materia de aclimatación, España poseía una importante tradición ligada al pasado colonial del país. Su papel pionero al respecto fue reconocido por Isidore Geoffroy Saint-Hilaire en varias ocasiones. De hecho, en 1805, durante el reinado de Carlos IV, sendos jardines de aclimatación habían sido creados en Sanlucar de Barrameda (Cádiz) y en La Orotava (Tenerife) (Graells, 1855a). Si bien su objetivo primero fue la introducción de plantas exóticas, la aclimatación de animales tam-

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bién formaba parte del desafío. Esta experiencia previa fue positivamente valorada por los promotores de la Société que hicieron del país vecino uno de sus principales socios. Además, en aquel momento, España ejercía una fuerte atracción sobre los espíritus románticos en busca de exotismo. Las descripciones realizadas por Théophile Gautier (1811-1872) y las imágenes captadas por Paul Gustave Doré (1832-1883) entre otros muchos (Bennassar y Bennassar, 1999), despertaron el interés por la nación que se ocultaba al otro lado de los Pirineos. Debido a su fuerte presencia en ese imaginario romántico, deslumbrado por lo exótico, España ocupaba una situación privilegiada, a la vez fuente y sumidero, para intentar la experiencia de la aclimatación. Las palabras del propio Isidore reflejan fielmente ese sentimiento: ¿Es debido a la tradición de los árabes, cuya sangre generosa aun circula por las venas de este pueblo, que los españoles han continuado por el mismo camino? ¿O simplemente es porque estaban abocados a ello por las ventajas de un clima excepcionalmente benigno? En sus mesetas y sus sierras, España posee todos los climas de Europa; bajo su hermoso cielo, bajo el sol ardiente de Andalucía, ya es África. Y los dos mares que bañan sus costas le indican la ruta, una hacia oriente, la opuesta hacia ese otro mundo descubierto para ella por Colón (Geoffroy Saint-Hilaire, 1861, p. 466).

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Capítulo 3 MARIANO DE LA PAZ GRAELLS. EL DELEGADO DE LA SOCIÉTÉ EN MADRID El que nos ocupa es, sin duda, el máximo representante de la ciencia isabelina en el ámbito de las ciencias naturales. Su omnipresencia en las instituciones científicas del momento, su intensa actividad política y su privilegiada situación ante la Corona, le convierten en el último científico cortesano español. De su influencia dan fe los innumerables títulos y honores que acumuló a lo largo de su vida, minuciosamente detallados por uno de sus biógrafos (Ajenjo Cecilia, 1943). Senador del Reino, Comendador de la Real Orden de Carlos III, Oficial de la Legión de Honor, Consejero Presidente del Real Consejo de Agricultura, Industria y Comercio, comisionado en calidad de ministro Plenipotenciario en el congreso antifiloxérico de Berna, miembro de las sociedades zoológicas de Londres, Hamburgo, Lyon, Viena y Moscú, estos cargos son sólo una reducida y evocadora muestra de su intenso dinamismo y del reconocimiento del que fue objeto. En el Museo de Ciencias Naturales de Madrid, la sección Graells del fondo de archivo dedicado al personal científico que transitó por el centro, reúne una enorme información sobre la trayectoria profesional y personal del naturalista, documentos que permanecen en su mayor parte inéditos. Lo mismo que Isidore Geoffroy Saint-Hilaire, Graells forma parte de la ya mencionada «generación intermedia», sobrepasada al final del siglo XIX por el cambio de paradigma en Biología y responsable, al mismo tiempo, del mantenimiento de una tradición investigadora y de la transmisión de los conocimientos que hicieron posible tal revolución (López Piñero, 1992; Bernis, 1998).

Rápido bosquejo del personaje Citado con frecuencia en las revisiones consagradas a la ciencia española del siglo XIX, hasta el momento un muy reducido número de trabajos se han interesado de manera exclusiva por la figura de Graells. El primero de ellos vio la luz antes de su fallecimiento, un artículo aparecido en 1888 en el número 13 de la Revista de Ciencias Naturales, escrito por Vila Nadal, editor de la publicación (Vila Nadal, 1888). Tras su muerte, Salvador Calderón, secretario de la Sociedad

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Española de Historia Natural, le dedicó una nota necrológica de dos páginas en las actas de dicha institución (Calderón, 1898). Florencio Salamero es el responsable de la primera biografía del naturalista, cinco páginas publicadas en 1907 en la obra Linneo en España (Salamero, 1907). Una segunda biografía fue elaborada por José María Dusmet e integrada en los Apuntes para la historia de la Entomología en España, publicados en 1918 en el Boletín de la Sociedad Entomológica de España (Dusmet y Alonso, 1918). Ajenjo Cecilia compuso una detallada biografía del científico, rebosante de anécdotas, para el primer número de Graellsia, revista especializada en Zoología y editada por el Museo Nacional de Ciencias Naturales desde 1943 (Ajenjo Cecilia, 1943). Esta publicación científica continúa en la actualidad rindiendo homenaje a Graells en su título. En 1992, un texto firmado por José Luis Viejo Montesinos, dedicado a Graells y a su más popular descubrimiento zoológico, la hermosa mariposa Graellsia isabellae, se insertó en las páginas de la revista de divulgación científica Quercus, aportación que se acompaña con una reflexión de Santos Casado de Otaola sobre Graells y las ciencias naturales en España durante el siglo XIX (Viejo Montesinos, 1992; Casado de Otaola, 1992). Un detallado estudio realizado por Alberto Gomis viene a completar el perfil del personaje, sobre todo en lo que a los primeros años de su formación respecta (Gomis Blanco, 1995). Por su parte, Xosé Fraga se interesa en sus últimos trabajos por la trama de interlocutores que Graells tejió en España (Fraga, 1998; 2001). Mariano de la Paz Graells cuenta igualmente con una entrada en el Diccionario histórico de la ciencia moderna en España (López Piñero et. al., 1983) y su paso por el Museo de Ciencias Naturales está perfectamente documentado en la obra que Agustín Barreiro dedicó a la institución, de la cual han aparecido dos ediciones, una en 1944, prologada por Hernández-Pacheco (Barreiro, 1944), y otra en 1992, introducida por Emiliano Aguirre (Barreiro, 1992). Todos estos trabajos han permitido elaborar la escueta biografía que a continuación se detalla. Mariano de la Paz Graells Agüera nació en Tricio (La Rioja) en 1809. Pronto, la familia Graells se instala en Barcelona, ciudad en la que Mariano de la Paz cursa la carrera de medicina e inicia su actividad profesional. En 1835 se le nombra director de los baños termales de Puda, en Esparraguera. En esa misma fecha, se responsabiliza de la cátedra de Zoología y Taxidermia de la Academia de Ciencias Naturales de Barcelona. En 1837 abandona Cataluña con dirección Madrid, donde acaba de ser nombrado profesor interino de Zoología del Museo Nacional de Ciencias Naturales. El nombramiento se lo debe a Mariano La Gasca1, 1 Mariano La Gasca (Encinacorba, Zaragoza 1776-Barcelona, 1839) fue discípulo de Antonio José Cavanilles (1745-1804), botánico responsable de la incorporación del sistema de clasificación propuesto por Linneo en España, a quien sustituyó en su cátedra. En 1802 publicó junto con Rojas Clemente (1777-1827) una Introducción a la Criptogamia española. En 1803 recorrió la Península en busca de datos para su Flora Española. Fue director del Jardín Botánico de Madrid desde 1809. Junto con Rojas Clemente, es considerado fundador de la agronomía moderna española, gracias a sus estudios sobre los cereales, el olivo, los cítricos y otras plantas de interés económico.

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eminente botánico y último naturalista ilustrado español, al que su condición de «afrancesado» le había costado el exilio en tiempos de Fernando VII. En 1834, tras la muerte del rey, el veterano científico volvió de su destierro inglés para residir durante algún tiempo en Barcelona, en casa de su viejo conocido el doctor Ignacio Graells. Durante esos días de feliz regreso conoce a Mariano de la Paz, único hijo de su amigo. El encuentro, sin duda, debió marcarle, pues, tras la muerte de Tomás Villanova, catedrático de Zoología del Museo madrileño, La Gasca recurre de inmediato a él como sustituto. A juzgar por los comentarios que el joven naturalista vierte en la correspondencia generada en aquel momento, la decisión de trasladarse a Madrid no fue fácil de tomar: Este museo está en un completo desorden y yo estoy casi decidido a renunciar un cargo que es imposible desempeñar dignamente estando el museo sin fondos y abandonado casi completamente por el gobierno que en la actualidad sólo se ocupa de la guerra que nos destruye. El museo de Madrid posee riquezas inmensas pero amontonadas como el trigo en un granero y muchas de ellas perdidas por el mal cuidado que se ha tenido. Yo prefiero enseñar zoología en Barcelona, en el museo de nuestra Academia de ciencias, que aunque reciente está con un orden perfecto y protegido por los sabios que constituyen aquella distinguida corporación. ( ) Las colecciones zoológicas del museo de Madrid están sin clasificar y los pocos objetos nombrados que hay recuerdan las épocas de Plinio y Aldrovando2.

La designación «a dedo» de Graells para el puesto liberado por Villanova no fue bien vista por los que durante años habían sido compañeros de este último. Los profesores del Museo consideraban necesaria una convocatoria abierta. Pese a todo, la valía y el ímpetu del riojano terminaron por imponerse, y la Junta del centro accedió finalmente a otorgarle «una cátedra que si no por oposición, obtuvo por derecho de conquista» (Barreiro, 1944. Prólogo, p. 5). Una vez concluida su difícil instalación, Graells se ocupa de la reorganización de la sección que le ha sido asignada e inicia la elaboración de un catálogo sistemático de las colecciones de un centro al que dedicará el resto de su existencia. Miembro fundador de la Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales de Madrid, accede al puesto de director del Museo en 1851. Durante dieciséis años será el máximo responsable de esta institución volcada en el cultivo de las ciencias biológicas, director único del Gabinete de Historia Natural, el Jardín Botánico y, por un corto periodo de tiempo, el jardín zoológico de aclimatación. Tras su cese en 1867, Graells continúa con su actividad docente e investigadora prácticamente hasta el final de sus días. Muere en Madrid un 14 de febrero de 1898. Durante sus primeros años en Barcelona Graells se interesa por la Botánica, algo, por cierto, habitual entre los jóvenes naturalistas del momento, que encuentran en la herborización de plantas el mejor instrumento para familiarizarse 2

Carta de Graells a Contamine. Madrid, marzo 1838 (AMNCN/F. G./S. C.e./C. 15).

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con la descripción y clasificación sistemática de las producciones de la naturaleza (Graells, 1831). Sin embargo, su vida profesional la dedicará a la Zoología, sobre todo a la Entomología. Pese a haber descrito infinidad de nuevas especies de insectos, fundamentalmente escarabajos y saltamontes, su nombre ha quedado asociado de manera muy especial al de una mariposa, la Graellsia isabellae, descubierta en 1848 durante una de sus excursiones campestres por los extensos pinares del Sistema Central. Graells realizó la descripción detallada del hasta entonces desconocido insecto, y dedicó la nueva especie por él descrita (Graells, 1850)3 a la reina Isabel II de España (Ceballos y Ajenjo, 1943)4 quien, agradecida, lució un ejemplar de este lepidóptero engarzado en un collar con ocasión de un baile en palacio. El científico se interesó igualmente por los moluscos (Graells, 1846), los peces (Graells, 1864a) y los mamíferos (Graells, 1897). Su actividad al frente del Museo viene marcada por el enriquecimiento de las colecciones zoológicas, de manera especial en lo que respecta a la fauna ibérica, gracias al establecimiento de un programa de intercambio de especimenes con una nutrida red de corresponsales localizados en la mayoría de las provincias españolas (Fraga, 1998; 2001). Al mismo tiempo, organiza la salida de una parte importante de los fondos del centro, objetos que constituyen los núcleos iniciales a partir de los cuales irán surgiendo el Museo Arqueológico Nacional y el Museo Nacional de Antropología. El de Tricio también es responsable de los cursos de Zoología de vertebrados, disciplina que imparte estructurada en cuatro secciones: taxonomía y nomenclatura, anatomía comparada, clasificación y geografía zoológica. Precisamente, bajo esta última rúbrica desarrolla las nociones teóricas sobre el área de repartición de las especies, las barreras geográficas, la influencia del clima en la morfología de los animales o las características y composición de las faunas autóctonas y exóticas, entroncando directamente con el programa de la aclimatación que, como veremos, tan querido le era. Consciente de la dimensión internacional de la ciencia y de su importancia en la proyección política y social de la nación, Graells organiza, en 1862, la Comisión Científica del Pacífico. El proyecto expedicionario, ya evocado en este trabajo y ampliamente estudiado por otros autores (Puig-Samper, 1986; LópezOcón y Pérez-Montes, 2000), entronca con otras tentativas europeas similares desarrolladas en el mismo periodo (López-Ocón, 1995). Sin restar importancia al impacto que el evento tuvo, y tiene, en el reconocimiento otorgado a la activi3

En el momento de su descripción, Graells asignó la nueva especie al género Saturnia. Más tarde, en 1896, el alemán Arthur Grote revisó la sistemática del grupo y creó el nuevo género Graellsia, en homenaje al entomólogo español. Esta magnífica mariposa nocturna de 100 milímetros de envergadura, es endémica del centro-este de España, con alguna población aislada en el sur de Francia, posiblemente fruto de introducciones. 4 El texto de la dedicatoria rezaba: «Al augusto nombre de S. M. la Reina Doña Isabel II, dedico esta magnífica Saturnia, único representante en Europa de la sección a (la) que pertenecen la Diana, Luna, Selene, Isis y otras divinidades menos positivas que la nuestra».

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dad investigadora de Graells, hay que recordar que, éste, ya había demostrado con anterioridad, de forma clara y contundente, su interés por la formación de los naturalistas en ciernes y por la universalidad del quehacer científico. Así se lo hizo saber, ya en 1840, a Pierret, secretario adjunto de la Sociedad Entomológica de Francia, a quien confesó sus anhelos e hizo partícipe de los objetivos que se había marcado para despertar a la ciencia española de su secular letargo: Convencido casi de que en tal situación pocos son los adelantos que yo puedo proporcionar a la ciencia, para a lo menos servirla en algo, me he propuesto crear entre mis paisanos elites de su estudio. Yo procuro despertar en cuantos jóvenes se me acercan la pasión que me domina y crear un apostolado que esparcido predique el evangelio de nuestra secta, si puedo hablar así, por todos los ángulos de mi patria tan favorecida por la naturaleza como olvidada por los hombres que ella misma sustenta. ¡Feliz si pudiese un día ver cumplidos mis deseos!5.

En perfecta sintonía con el pensamiento expuesto en la misiva, fue Graells quien decidió, en 1846, la partida de Juan Vilanova y Piera6, estudiante becado para visitar diferentes museos de Historia Natural por Europa occidental con el fin de promover relaciones con la institución madrileña. Durante su viaje recorrió Francia, Suiza, Italia, Austria, Alemania y Bélgica (Barreiro, 1992, p. 215234). Gracias a ese periplo, las relaciones entre Graells e Isidore Geoffroy SaintHilaire van a empezar con buen pie.

Museos y colecciones. La toma de contacto El trato epistolar entre los dos naturalistas se inicia con una carta que Graells remite a su colega francés7. Antonio Gil y Zárate8, director general de Instrucción Pública, ha informado a Graells del ofrecimiento de intercambio de colecciones que su homólogo francés le lanza desde París. Sin demora, el director del Museo 5

Carta de Graells a Pierret. Madrid, 20-01-1840 (AMNCN/F. G./S. C.e./C. 10). Barreiro (1992) fecha la salida de Vilanova en 1849. Sin embargo, una carta conservada en el archivo del Museo hace referencia a su llegada a París en 1846 (Carta de Isidore a Graells. Madrid, 28-11-1846; AMNCN320/002). Teniendo en cuenta que los acontecimientos relatados en la carta son los mismos que Barreiro describe en su obra, un error en la datación por su parte es más que posible. 7 Borrador de una carta de Graells a Isidore. Madrid, sin fecha (AMNCN320/001). 8 Antonio Gil de Zárate (El Escorial 1793- Madrid 1861) es una de las eminencias dramáticas de la España del XIX que figuró también en la escena política. Se educó entre Madrid y París. Fue autor de populares obras de carácter histórico como Don Pedro de Portugal, Carlos II el Hechizado o La Rosmunda. En 1832 entró en la redacción del diario Boletín, más tarde llamado Eco del Comercio. Nombrado en 1843 oficial de la secretaría de Gobernación, ascendió a jefe de sección y, sucesivamente, a director general de Instrucción Pública y a subsecretario de Gobernación. 6

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español se muestra dispuesto a la colaboración y responde. Consciente del prestigio de Isidore Geoffroy Saint-Hilaire9, Graells quiere aprovechar la oportunidad que se le ofrece para enriquecer las colecciones zoológicas del centro, uno de los puntos fuertes de su programa de gestión10. El primer documento firmado por Isidore Geoffroy Saint-Hilaire entre los conservados en Madrid, es una carta fechada un 28 de noviembre de 1846. En él, el sabio francés cita una misiva de Graells, probablemente la carta evocada en el párrafo anterior, que le ha sido entregada en mano por Vilanova a su paso por París. En su escrito, el futuro presidente de la Société da buena cuenta de la acogida dispensada al emisario español tras su llegada a Francia11. Además de justificar su papel de mentor, Isidore anuncia su vivo interés por intercambiar especimenes de aves y mamíferos con la institución madrileña por mediación de Vilanova. La lectura del texto hace pensar que se trataba siempre de ejemplares muertos, sobre los que no consta ninguna referencia acerca del tipo de preparación, pudiendo ser animales naturalizados, pieles, esqueletos o individuos conservados en medio líquido. El primer deseo expresado por Isidore Geoffroy Saint-Hilaire es la obtención de un ejemplar de cabra hispánica (Capra pyrenaica), solicitud que será de nuevo formulada en cartas posteriores12. El interés por este ungulado, podría estar motivado por la reciente desaparición en la vertiente francesa de los Pirineos de la subespecie que habitaba la cordillera (C. p. pyre9 «Aprovecho esta ocasión para enviarle algunas de mis humildes publicaciones zoológicas como justo tributo a sus vastos conocimientos en la Ciencia» (AMNCN320/001). 10 «no nos será fácil ofrecerle ventajas de la misma importancia que las que nosotros tendremos ocasión de recibir: nuestra pobreza (sobre todo en materia zoológica) comparada con la riqueza del Museo de París, será la única causa que podrá oponerse a nuestros deseos.» (misma signatura). 11 «He puesto, el mismo día en el que tuve el placer de conocerle, al señor Vilanova en contacto con varios jóvenes naturalistas, amigos y discípulos míos. Además, le he dado cartas de recomendación para mis colegas y amigos Elie de Beaumont, Cordier y Dufrénoy. Para concluir, le he entregado pases y autorizaciones para que trabaje aquí a su gusto.» (AMNCN320/002). Los tres personajes citados denotan un interés de Vilanova hacia temas geológicos. Miembros todos ellos de la Sociedad Geológica de Francia, Dufrénoy (1792-1857) fue su presidente fundador, inspector general de minas y profesor de Mineralogía en el Museo de Historia Natural. Elie de Beaumont (17981874), secretario perpetuo de la Academia de Ciencias, fue el coordinador principal durante la elaboración del mapa geológico de Francia. Por su parte, Cordier (1777-1861) presidió el Consejo General de Minas e impartió Geología en el Museo de París. 12 La pretensión de contar con ejemplares de cabra hispánica en las colecciones zoológicas francesas no se verá satisfecha hasta más tarde, tras la muerte de Isidore. Milne-Edwards, su sucesor en el Museo de París, pide de nuevo especimenes (carta a Graells de 30-07-1864, AMNCN/F. G./S. C.e./C. 13), solicitud cumplida tras el envío de dos animales, de los que no se especifica si estaban vivos o muertos (carta de agradecimiento de 25-05-1865, misma signatura). El rumiante ibérico se convertirá en codiciado símbolo de la naturaleza hispana, como lo demuestran el agradecimiento expresado desde el Colegio de Cirugía de Londres al recibir dos cráneos de macho montés (carta de 09-02-1865, misma signatura), o la solicitud de Fischer Borter, director del Museo de Berna, deseoso de poder mostrar la especie en su ciudad (carta de 09-10-1866, misma signatura).

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naica), precisamente en el momento en que la descripción de las faunas locales acababa de comenzar13. Además del rumiante más emblemático de las cumbres ibéricas, Isidore solicita para su colección varias especies de pequeños mamíferos y de aves insectívoras, ejemplares codiciados, a causa de su elevada variabilidad intraespecífica, para la realización de estudios de Geografía zoológica, disciplina que por aquel entonces se encontraba en pleno auge14. De hecho, en sus cartas Isidore pregunta acerca de la posible presencia del muflón (Ovis musimon) en España15, sobre las similitudes existentes entre la mangosta de Egipto y el meloncillo español (Herpestes ichneumon)16, o se sorprende al saber que, en la Península Ibérica, además de la real (Aquila chrysaetos) existe un águila imperial (Aquila adalberti) de la que se apresta a solicitar ejemplares17. Es la situación de España como puente entre Europa y Africa lo que parece focalizar su atención y estimular su curiosidad científica. Le interesan sobre todo los animales ibéricos, y entre estos las especies meridionales18. A cambio, propone el envío de ejemplares exóticos de todas las partes del mundo19. Semejante ocasión para aumentar el número de especies representadas en las colecciones de Madrid resulta del agrado de Graells, que manifiesta sin ambages su pensamiento al respecto: «mientras que las colecciones están en proceso de ser completadas, la adquisición de los pocos ejemplares que faltan es más interesante que la de una cantidad más importante de aquellos en el caso contrario»20. Las cartas intercambiadas entre los dos naturalistas durante esta primera etapa de la relación, traslucen un gran desconocimiento de España por parte del científico francés. La fauna española constituye, aún, una gran incógnita para los 13 En un ensayo sobre las cabras, Sacc, profesor de la facultad de ciencias de Neufchâtel y delegado de la Société en Wesserling, dice: «completamente eliminada en Francia, esta hermosa especie ya sólo se encuentra de forma rara en los Pirineos españoles, de donde no tardará en desaparecer igualmente» (Sacc, 1856). Aunque un poco precoz en su diagnóstico, el autor no se equivocó. El último ejemplar de bucardo o cabra de los Pirineos, una hembra adulta, fue encontrado muerto en 2000. La clonación de óvulos es ya el último recurso posible para poder disfrutar de nuevo de esta subespecie. 14 «Desearía que el envío, cuando lo realice, incluya el conejo y la liebre comunes, y los distintos roedores y murciélagos, las especies más frecuentes. Esos objetos nos serán muy útiles desde el punto de vista de la geografía zoológica. Insisto sobre todo en el conejo. ( ) igualmente, desearía las aves más comunes, y entre ellas, especialmente Fringilla coelebs (el pinzón)». París, 28-11-1846 (AMNCN320/002). 15 Carta de Isidore a Graells. París, 03-11-1848 (AMNCN320/004). 16 Carta de Isidore a Graells. París, 02-07-1849 (AMNCN320/006). 17 Misma signatura 18 «Vemos cada día hasta que punto los animales de España son interesantes, puesto que, a partir de los pocos individuos que han sido enviados a Francia, se han encontrado especies totalmente nuevas» (carta de Isidore a Graells. París, 03-11-1848; AMNCN320/004); «Desearía obtener ( ) entre las aves todas las especies meridionales» (carta de Isidore a Graells. París, 02-07-1849; AMNCN320/006). 19 Carta de Isidore a Graells. París, 09-04-1847 (AMNCN320/003). 20 Carta de Graells a Isidore. Madrid, sin fecha (AMNCN320/001).

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zoólogos galos: «Somos muy ricos en producciones de todas las partes del mundo, exceptuando Europa, y sobre todo España que es, de todas las regiones, aquella de la que las producciones (de la naturaleza) son las más escasas entre nosotros», argumenta Isidore en una de sus misivas21. A todas luces, la catalogación de los animales de España, y la difusión internacional de los resultados, era una de las tareas pendientes de la ciencia española a mediados del siglo XIX. Graells no hizo oídos sordos a tal requerimiento y se erigió en autor del primer catálogo faunístico publicado en España, consagrado a los moluscos continentales (Graells, 1846), al que seguirán otros muchos dedicados a diferentes grupos zoológicos (Gomis, 2001). La desinformación en Francia sobre el cercano país transpirenaico parecía afectar a todos los aspectos de la vida cotidiana, y no sólo al conocimiento del medio natural. Así, a una simple pregunta de Graells acerca de la mejor manera de facturar los paquetes con muestras zoológicas hasta París, Isidore responde de forma elocuente: Me es muy difícil, ignorando los medios de transporte utilizados en España y las vías más seguras, darle una indicación precisa. Permítame dirigirme a su prudencia y a su conocimiento de los lugares y de los medios de los que dispone. Le diré, para terminar, que de todos los puntos del globo en los que la civilización ha penetrado, las cajas nos llegan sin dificultad a esta dirección: a la atención de los señores profesores-administradores del Museo de Historia Natural, en París.22.

Sin pretender juzgar el sentido que Isidore quiso dar a sus palabras, la sospecha sobre el grado de civilización alcanzado por sus vecinos del sur delata los prejuicios existentes entre los dos países. Afortunadamente, al menos parte de los envíos consiguieron llegar a su destino, como el integrado por un lince ibérico (Lynx pardinus), un meloncillo y un águila imperial, entre otros animales, del que Isidore acusa recibo en buen estado23. Tras cuatro años sin rastro de correspondencia, una carta firmada por Isidore el 6 de abril de 1854 confirma el mantenimiento de la relación. El motivo de la misma es, de nuevo, el intercambio de colecciones. La institución parisina ofrece reproducciones en escayola de huesos y huevos fósiles de un ave gigante de Madagascar, el Aepyornis maximus, en reconocimiento por los objetos que le 21

Carta de Isidore a Graells. París, 09-04-1847 (AMNCN320/003). Apostillas parecidas surgen con profusión en sus cartas: « porque aún no tenemos nada o casi nada de su país» (París, 0904-1847; misma signatura); « porque ocurre que, ricos en general, estamos precisamente desposeídos de objetos de España y de Portugal» (París, 03-11-1848; AMNCN320/004); «Ya he tenido el honor de decirle que España es uno de los países de los cuales las producciones nos faltan de forma absoluta» (París, 02-07-1849; AMNCN320/006). 22 Carta de Isidore a Graells. París, 07-03-1849 (AMNCN320/005). 23 Carta de Isidore a Graells. París, 02-07-1849 (AMNCN320/006).

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habían sido expedidos desde España unos años antes. El Museo de Madrid es incluso objeto de un trato de favor, pues es el único, fuera de Francia, en recibir al mismo tiempo fragmentos originales de la cáscara de un huevo roto durante su extracción. El envío incluye unas cuantas separatas de una nota de Isidore sobre el Aepyornis y varias publicaciones de la Société zoologique d’acclimatation, de la que se anuncia la pronta aparición de un boletín. Es, por lo tanto, en esta carta donde se encuentra la primera referencia a la Société, constituida apenas dos meses antes. Ignoramos los medios a través de los cuales Graells tuvo constancia de la creación de la nueva sociedad científica, tal vez a través de las informaciones dadas por Vilanova, pero en el momento de recibir la misiva, él ya estaba al corriente de su existencia y había manifestado su entera adhesión al proyecto, según palabras del propio Isidore24. A partir de ese momento, una ingente cantidad de cartas intercambiadas entre París y Madrid tratarán de aclimatación.

La actividad del delegado en la capital Graells es unánimemente designado por el Consejo delegado de la Société en España el 9 de febrero de 1855. Tan pronto como tiene noticias de su nominación25 agradece el honor que se le otorga y manifiesta su vivo deseo de ser útil a la Société y al proyecto del cual se le hace partícipe26. Pese a su expresa voluntad de abierta colaboración, el discurso inicial de Graells frente a la Société está teñido de un fuerte carácter reivindicativo. Se propone obtener para España el lugar que, según su criterio, le corresponde en la historia de la aclimatación de especies animales útiles para el hombre. Su intención está ya presente en el primer informe que envía a París en calidad de delegado de la asociación: Creería faltar a mi deber, si por conducto de V. no informase a nuestra Sociedad, de cuanto he hecho desde su fundación hasta el día, para introducir en este país sus ideas bienhechoras, restableciendo los antiguos parques de aclimatación que un Gobierno protector creó aquí en otros tiempos y que la serie de desgracias políticas que desde principios del presente siglo afligen a la España hicieron desaparecer27. 24

«Usted ha acogido, con sentimiento ilustrado, el anuncio de la creación de nuestra Société ( ) En su última carta me ofreció su poderosa intermediación respecto al gobierno español, y decía que podíamos contar con ella». París, 06-04-1854 (AMNCN327/002). 25 Carta de Isidore a Graells. París, 23-02-1855 (AMNCN327/006). 26 Carta de Graells a Isidore. Madrid, 04-03-1855 (AMNCN327/006). 27 Carta de Graells a Isidore. Madrid, marzo de 1856 (AMNCN327/001). Se refiere a los parques de aclimatación que, en tiempos de Carlos IV, se fundaron en La Orotava (Tenerife) y en Sanlucar de Barrameda (Cádiz).

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Insiste de nuevo, y de forma más contundente, en el artículo que sobre la aclimatación en España publica en el boletín de la Société, fragmento que merece ser transcrito: Al dirigir las adjuntas noticias a nuestra Sociedad, no tengo la pretensión de hacerle creer que este ramo de tan útil aplicación de las ciencias zoológicas ha sido conocido y planteado en España antes que en las demás naciones europeas: lejos de mi semejante petulancia. No obstante, se me debe permitir que conste y llegue a noticia de todos los hombres ilustrados, que antes de nuestra moderna decadencia, los españoles también procuraron servir a la ciencia, a las artes, a la agricultura y al comercio buscando en la aclimatación de plantas y animales exóticos, nuevas fuentes de riqueza y bienestar para el hombre. Usted mismo M. Geoffroy lo ha dicho alguna vez y en los fragmentos históricos sobre la aclimatación de animales que en el boletín de nuestra Sociedad ha principado usted a publicar, espero que confirmará mi indicación y nos dirá aún, que prescindiendo de los ensayos aislados que desde el descubrimiento de las Américas fueron haciéndose por los españoles para connaturalizar en la Península Ibérica las producciones del Nuevo Mundo y viceversa, más tarde se instalaron por el Gobierno en Canarias y Andalucía los establecimientos ad hoc con el título de Jardines de Aclimatación28.

Isidore Geoffroy Saint-Hilaire se erige portavoz de los deseos de Graells y proclama en numerosas ocasiones el mérito hispano: «Me recuerda, en su carta, que los españoles han hecho mucho por la aclimatación. Es lo que yo dije en 1849, añadiendo que es el único pueblo moderno que ha contribuido en ese aspecto a la civilización»29. Más tarde, tras recibir el anuncio de la creación del jardín de aclimatación en Madrid, Isidore insiste de nuevo: Nos hemos alegrado al conocer las medidas que, gracias a usted, van a dotar a España de un jardín y parque de aclimatación. España será así la primera en decidir el establecimiento o más bien el reestablecimiento de una institución tan eminentemente útil. Francia sólo vendrá después de ella y en segundo lugar ( ) Además, España tenía el derecho de tomar la delantera sobre nosotros; es ella la que ha precedido a todos los otros pueblos de Europa en la aclimatación, como ya he dicho numerosas veces en nuestras obras. En este momento, es una de las naciones que más hacen en esa dirección, y nos será muy difícil el no poder proclamarlo fuerte el 10 de febrero, en nuestra próxima sesión de distribución de medallas30.

Una vez colmadas sus pretensiones, Graells puede desarrollar su colaboración en un contexto de perfecto entendimiento. 28 Fragmento de un borrador sin fecha escrito por Graells (AMNCN329/011). La traducción al francés del mismo apareció publicada en el boletín de la Société (Graells, 1855a). 29 Carta de Isidore a Graells. París, 06-04-1854 (AMNCN327/002). Subrayado en el original. 30 Carta de Isidore a Graells. París, 04-10-1857 (AMNCN328/013). Subrayado en el original.

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Como delegado en Madrid, el naturalista riojano demuestra gran diligencia y responde con prontitud a las peticiones de París. Es él quien se encarga de proponer los candidatos españoles que pueden optar a los premios de la Société, quien representa a la asociación durante las ceremonias de entrega de recompensas celebradas en España31 y el que, más tarde y por escrito, informa detalladamente al Consejo sito en la capital francesa. Graells también es responsable de llevar a buen puerto las experiencias de aclimatación ensayadas en el país, así como de responder a los cuestionarios zootécnicos elaborados en Francia y distribuidos por todas las delegaciones. Un buen ejemplo de esta estrategia metodológica es el de la comisión encargada de introducir en Francia distintas especies salvajes de gusano de seda de China, grupo de trabajo que trata de aumentar las posibilidades de éxito de su empresa mediante el envío de simiente del lepidóptero a diversos países europeos32. El delegado de la Société en Ginebra, el doctor Gosse, responsable del programa de aclimatación del avestruz en Europa, hizo circular igualmente un cuestionario (Gosse, 1856) sobre las condiciones de vida de los ejemplares ya presentes en el continente, encuesta a la que Graells respondió puntualmente al ser esta una de las especies alojadas en la casa de fieras del Retiro33. El compromiso de Graells con el proyecto zootécnico de Geoffroy Saint-Hilaire parece operarse sin una reflexión previa acerca de las implicaciones teóricas que tal disciplina puede conllevar, en relación con el origen de la diversidad de las formas vivas. Sin embargo, un punto parece claro: Graells cree ciegamente en el efecto positivo sobre el bienestar social que puede derivarse de la puesta en marcha del programa propuesto. Consciente de tal influjo benéfico, enseguida se pone manos a la obra con el fin de buscar el espaldarazo definitivo entre las clases dirigentes del país. Y Graells movió todos los hilos necesarios para conseguirlo, tal y como consta en el primer informe enviado a París tras su nombramiento34. Las gestiones realizadas para lograr la incorporación en España de las ideas filantrópicas derivadas del nuevo programa de Zoología aplicada fueron las siguientes: en primer lugar, presentación, el 12 de junio de 1854, de la Société en la Real Academia de Ciencias de Madrid, donde incitó al intercambio científico entre las dos instituciones y la publicación, en el boletín de la Acade31

Graells presidió la comisión que, un 14 de junio de 1857, entregó la carta firmada por todos los miembros del Consejo que la Société, en reconocimiento, enviaba a Isabel II (AMNCN328/012). Un año después, desempeñó funciones similares al entregar al rey consorte la medalla de oro que le había sido concedida por la introducción en España de un rebaño de llamas y alpacas. 32 Carta de Isidore a Graells. París, 05-03-1855 (AMNCN327/007). El envío incluía unas instrucciones de cría elaboradas por Richard de Cantal, presidente de la comisión, y Guérin-Ménevilles, secretario de la misma. 33 Borrador de Graells a Gosse. Madrid, 02-10-1856 (AMNCN327/016). 34 Borrador de Graells dirigido a la Société. Madrid, marzo de 1856 (AMNCN327/001). La carta enviada fue presentada al pleno de la asociación en la sesión de 16 de febrero de 1855 (Anónimo, 1855).

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mia, de los objetivos de la Société para, así, hacerlos públicos y accesibles a todas las mentes ilustradas españolas; más tarde, envío de una larga carta a Martín de los Heros35 solicitando el apoyo de la Corona36; a continuación, entrevista con el ministro de Fomento, Francisco Luján37, con la intención de conseguir el apoyo de su cartera para el proyecto38; finalmente, publicación en el Boletín de dicho ministerio de una Memoria sobre la aclimatación, domesticación y propagación de animales útiles en nuestro país, firmada por Graells el 25 de diciembre de 1854 y colofón de tan apretado calendario (Graells, 1855b). Tras insistir sobre el papel pionero de España en materia de aclimatación y reseñar el retraso acumulado desde que los desastrosos acontecimientos de 1808 dieran al traste con la encomiable iniciativa llevada en cabo en tiempos de Carlos IV, Graells enumera en dicha memoria una serie de acciones necesarias para potenciar la emergente fuente de riqueza. Para empezar, encargar a todos los agentes consulares residentes en ultramar, la elaboración de listas con las especies susceptibles de ser aclimatadas en España presentes en sus respectivas demarcaciones. Igual llamamiento podría ser lanzado a los jefes de los buques del Estado en sus desplazamientos oceánicos, incitándoles a recoger y atender a los animales que les fuesen entregados. El proceso de entrada del ejemplar en el país continuaría con la designación, en cada puerto de la nación, de un responsable capaz de prodigar los cuidados necesarios a los recién llegados y de organizar su distribución entre las distintas regiones españolas, atendiendo siempre a las pe35 Martín de los Heros (Manzaneda de la Sierra 1783- Madrid 1859). Intendente de la Casa Real desde 1840, fue separado de sus cometidos hasta 1854, fecha en la que vuelve a Palacio. Dimitió en 1856. 36 Borrador de una carta de Graells a Martín de los Heros. Madrid, 14-11-1854 (AMNCN329/001). La misiva quedó sin respuesta según consta en nota del propio Graells añadida al inicio del texto, acotación en la que da rienda suelta a su ironía: «A Don Martín de los Heros — Sin contestación. ¡La Gasca le calificó denominándole unas veces Martín de los Cerros y otras Martín de los Ceros!». 37 Francisco Luján (Madrid, 1798-1867). Ministro de Fomento del gobierno de Espartero (1854), volvió a desempeñar la misma cartera en 1856 y en 1863 como afecto a la Unión Liberal. Académico fundador de la Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales (1847). Presidió la comisión encargada de la elaboración del mapa geológico de España. 38 En los archivos se conserva un borrador de 6 de diciembre de 1854, dirigido al director general de Agricultura y Comercio, en el que Graells detalla su proyecto y solicita audiencia con el ministro (AMNCN329/002). El texto de dicho borrador es básicamente el mismo que fue enviado a la Casa Real, lo que demuestra que Graells planificó su súplica a los distintos poderes de forma coordinada. Con fecha de 10 de diciembre de ese mismo año recibió respuesta favorable convocándole para el 12 de ese mes. La respuesta del ministro no se hizo esperar, gesto que Graells agradeció sobremanera: «Siempre me prometí de su distinguida ilustración una favorable acogida; pero temía que las críticas circunstancias que vamos atravesando, fuesen un obstáculo que impidiese a V.E. aceptar una tarea, si no difícil, a lo menos enojosa y más propia de tiempos serenos y pacíficos, que de momentos azarosos para el alma. No obstante, V.E. ha comprendido como yo que el bien jamás debe retardarse, y sobre todo, que nunca es tan necesario como cuando el mal agobia a los hombres» (misma signatura).

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culiaridades zoológicas de cada especie y la geografía de cada rincón del país. Igualmente, exhorta al gobierno a incentivar la iniciativa privada mediante la concesión de premios y recompensas. Considera indispensable la creación de un jardín zoológico de aclimatación en Madrid, referencia y guía de toda posible tentativa surgida fuera de la capital. Para ello, estima que la simple adecuación de la casa de fieras que la Casa Real posee en el Retiro bastaría, dotando así al establecimiento de un carácter aplicado mucho más beneficioso que la simple utilidad de «entretener los domingos a los niños y ociosos» (Graells, 1855b, p. 199). Por fin, y para exonerar al ministro de Fomento de semejante responsabilidad, avanza que «convendría crear una comisión, junta, sección, sociedad o dependencia científica, cuyos individuos, adornados de verdaderos conocimientos teóricos y prácticos, pudiesen velar por las aclimataciones encargadas a los particulares, dirigiéndoles en sus operaciones, sirviéndoles de intermedio en sus relaciones con el Gobierno, ilustrando además al país con la publicación de noticias e instrucciones convenientes, y dándole también cuenta de los resultados obtenidos, a fin de conocer el fruto que de ellos sacaba» (Graells, 1855b, p. 199). Una vez expuesto el plan, el naturalista pasa a informar sobre los animales que convendría aclimatar y domesticar. La lectura de lo escrito por Graells induce a pensar que, en el momento de redactar el texto, es decir, en diciembre de 1854, el de Tricio no conocía el Rapport général sur les questions relatives à la domestication et à la naturalisation des animaux utiles que Isidore Geoffroy Saint-Hilare compuso en 1849 a la atención del ministro galo de agricultura. En palabras del propio Graells, no era tarea «fácil formar la lista de todos los animales domesticados en los diferentes puntos del globo habitados por el hombre, sea cual fuere su estado de civilización. Este es un trabajo en el que deberá ocuparse la corporación anteriormente indicada ( ) porque hasta el día no han puesto el mayor cuidado los naturalistas en señalar esta circunstancia, para ellos bastante accesoria» (Graells, 1855b, p. 200). Sin embargo, en su informe de 1849, Isidore ya detallaba todas las especies sometidas al hombre, un total de 43 entre mamíferos, aves, peces e insectos. Curiosamente, y para mayor desconcierto, al elaborar las listas de los animales salvajes de pelo y de pluma con interés económico, ambas incluidas en el boletín de Fomento, la elección hecha por Graells coincide de manera sorprendente con la de su homólogo parisino. ¿Conocía Graells el Rapport de Isidore? ¿Lo empleó como referencia al consignar los animales silvestres que había que importar? ¿Elaboraron ambos, y de manera independiente, textos similares? Si no fue así, ¿por qué no lo citó? ¿El trabajo del francés era acaso un «as en la manga» que Graells se ocupó de no desvelar? Ninguna de estas preguntas puede ser respondida categóricamente. Una sola cosa es segura. Una carta de Isidore, fechada en París un 6 de abril de 185439, confirma el envío a Madrid de publicaciones sobre aclimatación que, por 39

Carta de Isidore a Graells. París, 06-04-1854 (AMNCN327/002).

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el momento, no han sido localizadas. De cualquier forma, el interés por la aclimatación estaba dans l’air du temps. Previamente al artículo de Graells, en el mismo boletín del ministerio de Fomento, apareció publicado un informe del Real Consejo de Agricultura, Industria y Comercio sobre el mismo tema (Méndez, 1855). Fernando Méndez, profesor de Historia Natural Aplicada en el Instituto industrial de Madrid, habla en él de la cría del gusano de seda Bombyx cynthia, de las variedades filipinas del mismo insecto y del interés de la connaturalización del yak y de los camélidos sudamericanos. Al final del texto se anuncia la próxima aparición del comunicado de Graells. Indiscutiblemente, el futuro delegado de la Société en España sembró sobre terreno abonado. Y las pesquisas dieron pronto y satisfactorio resultado. En primer lugar, su nombramiento como delegado en febrero de 1855, lo que le convierte en la cabeza visible de la organización en el país. Más tarde, la cascada de reacciones emanadas de su labor promotora. Convencido por la erudición del texto de Graells, el ministro Luján aconsejó a la reina la promulgación de una Real Orden que, con fecha de 3 de marzo de 1855, sentó las bases para la creación de la solicitada comisión destinada a la elaboración del plan necesario para sacar adelante el proyecto: Exmo. Sr. (el texto se dirige a Martín de los Heros, intendente de la Casa Real) El Real Consejo de Agricultura, Industria y Comercio ha elevado a S.M. una consulta sobre la importancia de la connaturalización de animales útiles, y con ella ha coincidido una Memoria del Profesor Don Mariano de la Paz Graells sobre el propio asunto. Y habiéndose admitido el pensamiento, y dirigido al Real Patrimonio comunicación solicitando su cooperación al efecto, la Reina (q.D.g.) se ha dignado disponer que una Comisión del propio Real Consejo, presidida por V. E., y compuesta de Don Alejandro Oliván40, Don José de Hezeta, Don Pascual Asensio y Don Agustín Pascual41, a la cual se agregará también el expresado Graells, se encargue de este asunto, proponiendo por su orden el plan para establecer la casa y parques de connaturalización si el Real Patrimonio accede a la propuesta, y después el de la traída y propagación de las nuevas especies útiles a la agricultura y a la industria; a cuyo efecto formen los presupuestos y expongan cuanto crean conveniente42.

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Alejandro Oliván (Aso de Sobremonte, Huesca 1796-Madrid 1878) fue una de las grandes figuras del pensamiento liberal español en la primera mitad del siglo XIX. Autor en su juventud de artículos políticos que firmaba con el sobrenombre de Un ciudadano imparcial, durante su exilio francés escribió la obra Ensayo imparcial sobre el gobierno del rey D. Fernando VII. En 1851 es nombrado senador del Reino con la categoría de ministro de la Corona, permaneciendo en el cargo hasta 1868. Mostró gran interés por la economía rural. 41 Pascual Asensio fue profesor de Agricultura y Jardinero Mayor del Botánico de Madrid. Agustín Pascual González (1818-1885) fue ingeniero de montes. Participó en la creación de la Escuela de Montes de Madrid (1848), que empezó a funcionar en el castillo de Villaviciosa de Odón. 42 3 de marzo de 1855. Expediente: Traslado de la Real Orden de la Dirección General de Agricultura, Industria y Comercio a Graells (AMNCN329/005).

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La comisión, bajo la tutela científica de Graells, se puso manos a la obra. Los responsables designados desde Fomento alumbraron un interesantísimo texto acerca de la conveniencia de instalar de nuevo en suelo español los parques de connaturalización de especies exóticas, documento del que, en el Museo de Madrid, se conserva un borrador de puño y letra de Graells. La lectura del mismo evoca, ahora sí, un año después, los trabajos de Isidore Geoffroy Saint-Hilaire acerca de la aclimatación. No cabe ninguna duda de que, en el momento de su concepción, Graells y sus colaboradores tuvieron muy presente el pensamiento del naturalista galo, que aparece expresamente citado en el texto. El manuscrito incluye una disertación sobre la utilidad de la práctica científica, resume la gestación y el desarrollo del proyecto, enumera las fuentes de las que bebe y detalla las ventajas que promete, es pues, a todas luces, uno de esos fragmentos de literatura científica que más que reseñados deben ser leídos43: Comisión nombrada para informar sobre una proposición relativa a la conveniencia de los establecimientos de aclimatación en España. Exmo. Sr. En concepto del ponente que suscribe, para que el informe pedido a esta Comisión contenga todas las noticias necesarias a la resolución acertada de un asunto de tan alta importancia como el sometido a su estudio, es conveniente dar principio a la tarea por la historia de la aclimatación y de lo que ya en España se ha hecho en tal materia y los buenos y malos resultados que se han obtenido. Fundada la Comisión en tales datos, podrá formular mejor el pensamiento que haya de someter el Consejo a la aceptación del Gobierno, para que éste por vez tercera, que ojalá sea la vencida, pueda emprender el fomento de unas tareas, que llevadas a buen término aumentarán grandemente las producciones agrícolas en todas sus formas, dando al mismo tiempo nuevos materiales a la industria para acrecer con ellos los goces de la vida, objeto principal de los afanes del hombre. Reunidas por mí muchas noticias referentes al asunto, y dadas a luz hace tiempo varias de ellas en el Boletín de la Sociedad de Aclimatación de Francia y en otras publicaciones nacionales y extranjeras, y disponiendo también de copias de documentos y comunicaciones oficiales habidas con la Casa Real, con el Gobierno y hasta con autoridades de nuestras colonias, y mi correspondencia extensa con particulares y corporaciones dedicadas a ensayos de aclimatación en Europa y fuera de ella, redacté hace tiempo una memoria para contestar al discurso de recepción de un académico de Ciencias ya difunto, y que fue también vocal de este Consejo. En dicha memoria concentré lo esencial de las noticias que poseo y que voy a reproducir ahora, añadiendo nuevos datos y detalles que posteriormente han llegado a mi noticia. Pero antes, procede el examen de la proposición que mo43

La ortografía del texto ha sido corregida de acuerdo con las normas actuales, excepto en los nombres propios y comunes.

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tiva este informe, redactada de un modo perentorio, en mi opinión no expresa el verdadero pensamiento de los Srs. Consejeros que la han presentado, porque más bien parece que reclama la creación de un Jardín zoológico de aclimatación para favorecer los adelantos de la ciencia pura, que para desarrollar sus aplicaciones, acreditando así la importancia inmensa que tienen los principios establecidos por la misma. Este debe ser el verdadero pensamiento que han tenido los firmantes, esta la idea utilísima al pedir la creación en España de tales establecimientos, y si bien es cierto que también carecemos de estaciones zoológico-botánicas, como hoy se llaman las destinadas exclusivamente al estudio de los fenómenos que en el curso de la vida ofrecen los seres orgánicos, no es en mi entender lo que los firmantes de la proposición determinadamente desean, aunque por mi parte también lo reclame, pues son compatibles juntas las dos cosas, sino lo que propiamente se entiende por jardines o mejor parques de aclimatación de plantas y animales, traídos a nuestro clima templado de las regiones cálidas o frías para connaturalizarlos y hacer que vivan y se multipliquen como nuestras especies indígenas. Puesta en claro la idea verdadera que ha movido a los autores de la proposición que se informa, paso a hacer reseña del origen que han tenido los jardines de aclimatación y la parte activa y eficaz que los españoles han tomado en realizar, antes que nadie, un pensamiento de tan útiles consecuencias para el hombre. No me acuséis de apasionado por mis colegas naturalistas y demás científicos, si declaro que antes que a nadie, a ellos se debe el origen de las aplicaciones de sus útiles estudios. ¿Qué provecho, qué bien sacaría la sociedad de nuestros amenos y difíciles entretenimientos si sólo se limitaran a satisfacer una pueril curiosidad? Entonces estaría en su lugar la despreciativa pregunta ¿Qui bono? que como en los tiempos de Linneo aún en nuestros días nos dirige cierta clase de gente, que en sentir de aquella eminencia científica, sólo estiman por útil lo que sirve para llenar el estómago satisfaciendo la gula. De esos útiles entretenimientos habidos en el campo y laboratorios, de esas observaciones curiosas recogidas y meditadas en el retiro de los gabinetes de estudio, han nacido, a no dudarlo, las aplicaciones de la ciencia pura, fundadas en las leyes y principios previamente descubiertos por los naturalistas. Eso nos explica el por qué a medida que se perfeccionan las investigaciones científicas, crecen más sus aplicaciones, que en nuestros días son considerablemente mayores que en los de nuestros abuelos, los cuales no conocieron los caminos de hierro, la maquinaria movida por el vapor, los telégrafos eléctricos, la vegetación forzada de las plantas, la fecundación artificial de los animales, y tantas otras aplicaciones de la ciencia que pudieran clasificarse de verdaderas maravillas a no conocer como nosotros los sencillos principios en que se fundan. La historia de las ciencias está caracterizada en los pasados tiempos, por el crecido número de observadores que las cultivaban, consignando en sus libros los descubrimientos que hacían. La época moderna se distingue además por la aplicación que se hace de aquellos descubrimientos y los del día en pro-

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vecho de la actual generación y las venideras, que nunca agradecerán bastante la herencia que se les lega. No hay ramo de la ciencia al cual hoy no se le exprima el jugo que contienen sus doctrinas, aplicándole a satisfacer las necesidades de la vida para aumentar sus goces; y si alguno había quedado sin explotar o poco aprovechado, ahora se le somete con empeño a un cultivo forzado, haciendo que en poco tiempo produzca los frutos que antes dejaron de obtenerse por ignorancia o por desidia. En comprobación de este aserto y limitándome al asunto que examino diré que durante muchos siglos, el hombre se ha contentado con el aprovechamiento de un cortísimo número de animales que se asoció para satisfacer varias de sus necesidades, pues entre más de 140.000 especies44 a que asciende la cifra de las descritas por los zoólogos, sólo 4345 fueron reducidas a domesticidad, y de estas, la mayor parte, las más preciosas, tales como el perro, el caballo, el asno, el buey, el carnero, la cabra, el cerdo, la gallina, la paloma y el gusano de seda, lo fueron mucho antes que existieran las ciencias naturales y que su beneficioso influjo pudiera contribuir a la conquista de unos seres que los vemos bajo nuestro dominio desde los tiempos bíblicos; causando verdadera admiración y asombro el descuido y abandono en que el hombre ha dejado hasta nuestros días al manantial más rico de su alimentación y sostenimiento. Tal desidia pudo achacarse antes de ahora a dificultades insuperables, a la rebeldía de la naturaleza para someterse a nuestro antojo; pero hoy la experiencia ha demostrado que si no ha recogido el hombre las riquezas que sólo en el reino animal la creación le ofrece, suya es la culpa, porque del mismo modo que lo hicieron los antiguos para aprovecharse de las especies citadas, lo han podido realizar con muchísimas otras las generaciones sucesivas, que como llevo dicho, se contentaron con la limitada conquista que sobre el reino animal hicieron los primeros hombres. Apercibido el inmortal Buffon46 hace un siglo, de tan inexplicable descuido, o mejor dicho, abandono, exclamó en uno de sus magníficos pasajes «No, el hombre no conoce bastante el poder de la naturaleza, ni lo que él puede sobre ella... Nosotros no nos aprovechamos de todas las riquezas que nos ofrece; su número es infinito; mucho más grande de lo que podemos imaginarnos»47. Tan notables palabras, las escribía el Príncipe de los naturalistas franceses, preci44

Isidore Geoffroy Saint-Hilaire avanza la misma cifra en su discurso pronunciado durante la reunión previa a la constitución de la Société celebrada el 20 de enero de 1854 (Geoffroy Saint-Hilaire, 1854a). 45 El mismo número propuesto por Isidore Geoffroy Saint-Hilaire en su Rapport général sur les questions relatives à la domestication et à la naturalisation des animaux utiles escrito en 1849. 46 Los personajes históricos a los que Graells hace referencia son los mismos que recibieron el reconocimiento de Isidore Geoffroy Saint-Hilaire en sendos artículos publicados en el boletín de la sociedad (Geoffroy Saint-Hilaire, 1854b; 1854c). El texto será de nuevo reproducido en el libro de 1861 (Geoffroy Saint-Hilaire, 1861, p. 470-501). 47 El mismo párrafo, extraído de la Histoire Naturelle de Buffon (1764) es citado por Isidore Geoffroy Saint-Hilaire (1854b).

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samente refiriéndose a la obra descuidada de la domesticación de los animales que señalaba en sus libros como útiles, y llamaba especies de reserva marcando la aplicación que de ellas podíamos hacer. Este aviso saludable resonó en los oídos de Nélis, de Bernardino de SaintPierre y de Lacépède, que se esforzaron, a fines del siglo XVIII, en propagar las ventajas de las predicaciones del naturalista que más popularizó los conocimientos de la Historia Natural, y sobre todo en los de Daubenton, su colaborador, que puso por obra el pensamiento del ilustre amigo demostrando quizás el primero que la aclimatación de los animales no es más difícil que la de los vegetales, mucho antes intentada, conseguida y generalizada en todas partes, al principio de un modo empírico, y después con los auxilios de la ciencia, que cada día demuestra más el aserto de Buffon, el poderío del hombre sobre la48 naturaleza. Daubenton en sus lecciones de las Escuelas normales (Tom. 1º pág. 108)49, decía que el objeto de la economía veterinaria debía consistir en enseñarnos los medios de conservar los animales domésticos con las buenas cualidades que han adquirido por sus cuidados, y el modo de hacerlos más útiles que lo que fueron hasta el presente. «Es preciso, decía, someter a la domesticación los animales salvajes que pueden sernos útiles por sus servicios y aplicaciones. En los países extranjeros hay muchas especies que podrían servir de gran utilidad en Francia, si se consiguiese connaturalizarlos. Podría domarse la zebra (sic) como el Onagro y caballo salvaje y así tendríamos otra bestia de carga y de tiro más robusta que el asno y más hermosa a pelo que el caballo mejor enjaezado... Si connaturalizásemos en Francia el Tapir, no sólo conseguiríamos otra carne para el matadero, sino un nuevo objeto de comercio. Hay en América muchos otros animales cuyas excelentes carnes son un delicado alimento para el hombre; el pécari es una especie de cerdo; el caraicous apenas difiere del corzo; el para es una caza de las mejores; el agutí se ha comparado a nuestras liebres; y el acuchí al conejo. Hay tatuejos, cuya carne blanca es tan buena como la de los cochinillos de leche. Todos estos animales merecen que se intente aclimatarlos en Francia, reduciéndolos a la domesticación. Las investigaciones que hay que hacer en la economía veterinaria, no se limitan a los cuadrúpedos, deben también comprender a las aves y demás clases de animales... Podríamos introducir en nuestros corrales la abutarda (sic) y el sisón, que se encuentran en nuestros campos y cuyas carnes son buenas y nutritivas. Los cuellilargos, zarcetas (sic), faisán de montaña, y sobre todo el urogallo, serían volatería escogida en los gallineros y corrales, lo mismo que el tadorna, yacuchín, mitús, eider y el agamí, ave de las más interesantes por los elogios que de ella hacen, comparándola con el perro de ganado para guiar y conducir las manadas de otros volátiles domésticos y hasta los rebaños de carneros». Después de esta interesante lista de animales domésticos, Daubenton también trata sobre la conveniencia de connaturalizar los peces de otros países en

48 49

Subrayado en el original. Cita también recogida por Isidore Geoffroy Saint-Hilaire (1854b).

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las aguas de Francia, señalando algunos salmónidos de los lagos de Suiza y de Saboya que no se encontraban en los de aquella nación. Al concluir tales conferencias este célebre naturalista, exhortaba a los veterinarios para que procurasen conservar, mejorar y aumentar las especies animales útiles y proponía se dotase a la célebre escuela de Alfor (sic) con corral (ménagerie), idea que casi en la misma época quiso plantear en París Bernardino de Saint Pierre, realizándola después en 1788 Esteban Geoffroy Saint-Hilaire, que en el Jardín de plantas del Museo de Historia Natural y bajo la dirección científica de sus profesores, reunió la primera colección de animales vivos destinada, no al recreo de los príncipes y curiosos, sino para el estudio y adelanto de la Zoología pura y aplicada. Muchos años transcurrieron desde aquella memorable época, sin más fruto para la aclimatación que las observaciones y estudios que se hacían en el Museo de París y otros establecimientos análogos erigidos a imitación de aquel en diferentes capitales de Europa, donde sucesivamente, no sólo han vivido largo tiempo muchos animales exóticos, sino que amansados y connaturalizados se han reproducido en cautividad, y sus hijos así nacidos han continuado reproduciéndose y formando ya una generación más o menos domesticada, según la índole más o menos salvaje de las especies. Estos ejemplos, estudiados detenidamente por los naturalistas, y consignados con todos sus detalles en los archivos de la ciencia, después de 61 años vinieron a producir su efecto, convenciendo a muchos incrédulos del poderío del hombre sobre la naturaleza predicado por Buffon y decidiéndoles a emprender sin titubear la conquista indefinida del reino orgánico. A la distinguida familia de los Geoffroy Saint-Hilaire tocó también enarbolar la bandera de esta gloriosa campaña, más gloriosa y de un porvenir más grande e imperecedero que cuantas empresas emprendió jamás la Francia; porque no se trata en ella sólo del bien de esa nación, sino del de todas las del mundo. Por eso, al inaugurar en París el 20 de enero de 1854 los trabajos preparatorios, Isidoro Geoffroy Saint-Hilaire, se vio rodeado de centenares de amigos, representantes de las más distinguidas clases de la sociedad en todas sus jerarquías, desde las más elevadas hasta las más humildes, apresurándose después a engrosar sus filas los hombres filantrópicos de todos los países, sin distinción de creencias religiosas, políticas ni de otro género, porque en todas ellas el hombre bueno tiene los mismos sentimientos para con sus semejantes. Así es que bien pudo gloriarse tan eminente naturalista de haber reunido bajo su insignia bienhechora más soberanos y príncipes que se unieron para las guerras de Oriente, porque aquí militan juntos los que allí se hostilizaban: y al lado de los naturalistas estudiosos y secundando los esfuerzos de su ciencia aplicada, vemos numerosa cohorte de banqueros, que prodigan caudales para asegurar el éxito de los ensayos; militares de todas graduaciones, que se prometen mayor gloria en tan pacífica conquista que en las de la peligrosa carrera que profesan; de marinos que ponen a disposición de esta empresa sus embarcaciones para traer y llevar aquende y allende de los mares cuanto convenir pueda al objeto de la misma; de diplomáticos, que interponen su representación nacional en los países donde están acreditados, para facilitar las concesiones oficiales y remesas; de agricultores y propietarios de fincas rurales, que se

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prestan con entusiasmo a realizar las pruebas de aclimatación; de industriales, que practican en sus fábricas y talleres las aplicaciones de los productos obtenidos; de eclesiásticos, jurisconsultos, médicos, y en una palabra, de todas las clases del pueblo, que en la realización de tan grandioso pensamiento, ven asegurada la subsistencia del género humano y el remedio de sus necesidades. No, nunca existió asociación tan numerosa, ni de más recursos intelectuales ni materiales, ni de relaciones más extensas que las de la creada por Isidoro Geoffroy Saint-Hilaire, al cual en premio de tan humanitaria empresa, Dios le concedió la gloria de presidir a una asamblea compuesta de los reyes y magnates de casi todas las naciones del mundo. Constituida así esta Sociedad de todo el orbe, porque, como he dicho casi en todos los países del mundo civilizado tiene representantes, se crearon infinitas sucursales de la misma, que trabajan activamente de acuerdo y llevan los materiales que recogen al centro común para adelantar la obra empezada y ganar el tiempo en tantos siglos perdido. Y no para aquí la actividad desplegada en tarea tan grandiosa, porque aisladamente trabajan también los asociados en sus campos, en sus jardines, en sus corrales y establos, en sus laboratorios y talleres, en sus gabinetes y escritorios, en sus viajes y en todas partes recogiendo observaciones sobre plantas y animales para connaturalizarlos cada cual en su país y sometiéndolos por fin al dominio del hombre, aprovecharse de ellos en bien de todos nuestros semejantes, para lo cual, las conquistas que cada uno consigue las comparte con los demás, poniéndolas a disposición de los centros directivos, que, de un modo racional y equitativo, premian la laboriosidad de sus más celosos asociados, y animan a todos a emprender nuevas tentativas. Como sitio más a propósito para verificar los ensayos al amparo de la ciencia, se han elegido los jardines botánicos y creado los zoológicos, o mejor, parques de aclimatación, cuyo objeto ya no es sólo el de la Zoología y Botánica puras, sino la aplicación de sus principios, para de ellos sacar un provecho positivo que responda al qui bono de los que ignoran que las obras de Dios todas tienen un fin útil, un provecho cierto por más que nosotros lo desconozcamos y ni atinemos con él. Así pues, en adelante tales establecimientos, si cumplen con su nueva misión, a los grandes merecimientos que alcanzarán sirviendo de cuna a las aplicaciones de la ciencia, añadirán los de cuidar y dirigir los progresos de aquellas, salvándolas de los escollos del empirismo. Para ello existe ya un cuerpo de doctrina principalmente archivada en el Boletín de la Sociedad de aclimatación de Francia, obra ya voluminosa y de gran mérito, donde pueden consultarse los ensayos numerosos que en diferentes puntos del globo han sido practicados y pueden servirnos de pauta para dirigir los que emprendamos50.

La recuperación de este texto inédito (¿e incompleto?) no deja la menor duda. En el momento de asumir sus funciones de delegado, el espíritu que ani50 Borrador del informe de la Comisión nombrada para informar sobre una proposición relativa a la conveniencia de los establecimientos de aclimatación en España. Manuscrito de Graells. 1855 (AMNCN329/006)

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ma la obra de Graells está en perfecta sintonía con el proyecto zootécnico propuesto por Isidore Geoffroy Saint-Hilaire, ya comentado en los capítulos precedentes. Tras los tanteos iniciales, como la memoria escrita en diciembre de 1854 e inserta en el boletín de Fomento, a mediados de 1855, Graells y los otros comisionados designados por Real Orden, ya tienen un proyecto perfilado y al mismo tiempo compartido con la élite de la Société. A partir de ahí, dos van a ser las acciones perseguidas por la comisión: la participación activa en la vida de la Société, mediante la realización de programas de aclimatación acometidos en España y la publicación de sus resultados en el boletín francés, y la creación de un jardín zoológico de aclimatación en Madrid .

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Capítulo 4 LA DELEGACIÓN DE LA SOCIÉTÉ EN ESPAÑA EN TIEMPOS DE ISIDORE GEOFFROY SAINT-HILAIRE Hay empresas que, pese a su carácter colectivo, emanan y se sustentan de la iniciativa personal. Indiscutiblemente, eso es lo ocurrido, tanto en Francia como en España, con el proyecto de aclimatación de especies animales en el Viejo Continente. Isidore Geoffroy Saint-Hilaire, presidente de la Société, y Mariano de la Paz Graells, su delegado en España, constituyen sin lugar a dudas dos referentes básicos en materia de Zoología aplicada, uno autor del proyecto fundacional, el otro responsable de su aplicación en el contexto hispano. El periodo comprendido entre 1854, año de la creación de la Société zoologique d’acclimatation, y 1861, fecha de la muerte de Isidore es, en consecuencia, el momento más fértil en el desarrollo del programa zootécnico propuesto desde París. Fruto de la amistad y del buen entendimiento entre ambos, muchos van a ser los asuntos que verán la luz a lo largo de esos primeros años. Sin embargo, el ímpetu que animaba a la Société y a su delegación, no puede ser entendido sin abordar la aportación hecha por todos aquellos personajes que, de una manera u otra, se implicaron en una disciplina que, más allá de su interés científico, tenía una fuerte repercusión social.

Los miembros españoles de la Société Sin tener en cuenta la adhesión honorífica de Isabel II y de su esposo, en 1857 y 1858 respectivamente, durante la primera etapa de gestión de la Société un total de 46 españoles se van a incorporar a las filas de la asociación. La cifra no es, en absoluto, despreciable frente a otras delegaciones extranjeras. La de Europa Central (Alemania y Austria) es la más numerosa con 70 socios, seguida por la italiana con 64 miembros, y ello en gran parte debido a la fuerte presencia militar francesa en aquellos territorios durante el Segundo Imperio (Osborne, 1994, p. 19)1. La entrada de nuevos miembros aparece recogida en los resúme1

Los datos hacen referencia al mismo periodo, entre 1854 y 1860.

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nes de las asambleas generales celebradas al inicio de cada año, lo que ha permitido elaborar una lista con todos los personajes que ofrecieron su apoyo desde España. En ella se indican el nombre que aparece en el registro, el año de la afiliación, el lugar de residencia habitual y la ocupación de cada socio en el momento de su inscripción. Estos fueron los primeros socios hispanos: Nombre

Año

Ciudad

Ocupación

Mariano de la Paz Graells

1854

Madrid

Robillard Vilanova Ramón de la Sagra

1854 1854 1854

Valencia Madrid Madrid

Ramón Llorente y Lázaro Fernando Méndez

1855 1855

Madrid Madrid

Andrés Poey

1855

La Habana

Álvaro Reynoso Antonio Remón Zarco del Valle

1855 1855

La Habana Madrid

Bravo-Murillo

1856

París

Carlos Calderón

1856

Madrid

Santiago Baguer y Ribas

1856

Alejandría

Director del Museo de Historia Natural. Director del Jardín Botánico. Profesor de Geología en el Museo. Miembro del Institut de France y periodista. Profesor de la Escuela de Veterinaria. Profesor de Ciencias del Instituto Industrial. Profesor de Física y de Historia Natural. Químico. General de Ejército Español, senador, presidente de la Academia de Ciencias. Político. Antiguo presidente del gobierno. Propietario, caballero de la orden de Alcántara. Cónsul general en Egipto, comendador de las órdenes reales de Carlos III y del Salvador de Grecia, caballero de la orden de Isabel la Católica.

Juan Antonio de Olazábal Juan Lecarós El General Prim, conde de Reus Daniel O’Ryan de Acuña El marqués de Acapulco Carreras y Ferrer P. Loureiro El duque de Osuna El marqués de Perales El duque de Rivas Vicente Vázquez Queipo

1856 1857 1857 1857 1857 1857 1857 1858 1858 1858 1858

Irún Madrid Madrid Madrid París Barcelona Shanghai Madrid Madrid París Madrid

Juan Pellón y Rodríguez Ettling Ignacio Vidal

1858 1858 1858

Madrid Madrid Valencia

Camilo Díez de Prado y Falon

1858

Guadalajara

El Mariscal Francisco Serrano José María de Murga Juan Moreno de Mora

1858 1859 1859

Madrid Bilbao París

Propietario. Militar. Propietario. Senador. Profesor de la Universidad. Vicecónsul de España. Embajador de España en París. Senador, miembro de la Academia de Ciencias. Agrónomo. Propietario. Profesor de Zoología y de Mineralogía. Coronel de ingenieros, profesor de la Academia, comendador de la real orden de Carlos III. Senador. Propietario. Corresponsal de la Embajada de España.

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Nombre

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Año

Ciudad

Ocupación

Nicasio Cañete y Moral

1859

Macao

Ángel Calderón de la Barca

1859

Madrid

Saturnino Calderón Collantes

1860

Madrid

El mariscal O’Donnell, duque de Tetuán José Merino Ballesteros Miguel Tenorio

1860

Madrid

Cónsul general de España en China y Macao, delegado de la Société en Macao. Senador, antiguo ministro de Asuntos Extranjeros. Ministro de Asuntos Extranjeros, poseedor de la Legión de Honor. Presidente del Consejo de ministros.

1860 1860

Lima Madrid

Laureano Pérez Arcas S. de Sautuola Antonio Brusi y Ferrer Jacinto Orellana y Pizarro, marqués de la Conquista El marqués de Corvera

1860 1860 1861 1861

Madrid Santander Barcelona Trujillo

1861

Madrid

Pedro Sabau y Larroya

1861

Madrid

Gómez de Santana El conde de Vega Grande José Xifre Sinibaldo de Mas

1861 1861 1861 1861

Cáceres Canarias Barcelona Madrid

Vicecónsul de España. Secretario de S. M. la Reina, poseedor de la gran cruz de la real orden de Carlos III. Profesor de la Universidad.

Ministro de Progreso e Instrucción Pública. Director general de Instrucción Pública. Profesor de Historia Natural. Propietario, diputado en Cortes. Ministro Plenipotenciario de S. M. la Reina.

De forma similar a lo ocurrido en Francia, donde un 42% de los afiliados habita en París (Osborne, 1994, p. 14-21), más de la mitad de los socios hispanos, 24 de un total de 46, viven en Madrid, sede de la delegación española. Entre los restantes, 11 residen en otras ciudades peninsulares, tres en territorios ultramarinos, las islas Canarias y Cuba, y ocho se encuentran desplazados en algún país extranjero: cuatro en París, dos en China, uno en Egipto y otro en Perú. ¿Cómo se divulgó en España la existencia de la asociación? En el caso de Madrid la respuesta parece evidente y apunta hacia el papel mediador desempeñado por Graells entre las elites científicas y políticas españolas y francesas. Su conocimiento de la nueva organización fue inmediato, apenas dos meses después de su creación, gracias a las relaciones cordiales que se habían establecido previamente entre los museos de París y de Madrid. Más tarde, dando prueba de un compromiso incuestionable con el programa propuesto, el delegado presenta la iniciativa ante la Academia de Ciencias, la Corona y el Ministerio de Fomento. Por consiguiente, la comunidad científica madrileña tuvo constancia de la Société desde el verano de 1854, y los gestores en el gobierno a partir del invierno de ese mismo año, según hemos visto en el anterior capítulo. Con todo, el interés divulgador de Graells era de mayor alcance. Sus artículos sobre el tema van a aparecer publicados en periódicos nacionales de gran tirada, acer-

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cando así a un vasto público los desafíos de la aclimatación, tanto en la capital como en las provincias. La correspondencia estudiada da buena fe de esta actividad editorial del delegado2. Además de Graells, Ramón de la Sagra (17981871), uno de los primeros socios españoles, del que nos ocuparemos más adelante, también se implica en la misma tarea. Él mismo es director de El eco hispanoamericano, periódico español que circula igualmente por todos los estados de América del Sur, y su intervención podría explicar la rápida adhesión de científicos cubanos3. En lo tocante a Barcelona, la secuencia cronológica en las incorporaciones parece reflejar una influencia de la diplomacia francesa en la capital catalana. El alta en 1861 de Lucien Levicomte, chancelier del consulado de Francia en Barcelona, es seguida de la de Jean-Baptiste Duchampt, negociante galo afincado en la ciudad, y de la de los barceloneses José Xifre, propietario, y Brusi y Ferrer cuya ocupación no aparece explicitada. De cualquier manera, la presencia de la Société en Cataluña es anterior a esa fecha puesto que, desde 1859, la organización francesa cuenta allí con una institución asociada: el Instituto agrícola catalán de San Isidro (Anónimo, 1859b). Respecto a los españoles en el extranjero, los residentes en París pudieron disponer de un acceso privilegiado a las actividades de la asociación. Sobre el resto, transeúntes en continentes lejanos, ningu2

«Solicito se publiquen las actas de la primera sesión pública anual de la Société en La Gaceta de Madrid» (carta de Graells al director general de Instrucción Pública. Madrid, 28-03-1857; AMNCN327/024); «Hemos recibido, sin duda a través de usted, un periódico que contiene un interesante comentario sobre la audiencia concedida por la Reina y el Rey a los delegados de la Société» (carta de Isidore a Graells. París, 26-09-1858; AMNCN330/002); «A los pocos días toda la prensa periódica de la capital, dio conocimiento al público de esta interesante sesión y la Sociedad habrá podido ver ya lo que los diarios de Madrid manifestaron en honra de nuestros Soberanos y de nuestra ilustre corporación» (carta de Graells a Isidore. Madrid, 27-11-1858; AMNCN330/005); «Al acusar recibo de su carta de 4 de noviembre último tengo el honor de decirle que los ejemplares de su informe sobre el viaje a China de los señores Castellani y Freschi han sido distribuidos como era su deseo, además los he traducido y hecho publicar en los periódicos de Madrid, habiendo expedido a su dirección hace unos días dos ejemplares del León español para satisfacerle» (carta de Graells a Isidore. Madrid, 16-12-1858; AMNCN330/007); mediante un documento leído en la sede de la Société durante la sesión del 9 de abril de 1858, Graells informa que todos los periódicos españoles se han hecho eco de la sesión solemne del 10 de febrero en la que se concedió un premio especial al rey de España por la introducción de un rebaño de alpacas (Anónimo, 1858a); en su edición del 24 de noviembre de 1860, el periódico madrileño La América, Crónica hispano-americana publica un artículo sobre el éxito obtenido en la reproducción del avestruz en los jardines del Retiro (ejemplar conservado en el archivo del Museo Nacional de Ciencias Naturales de Madrid). 3 En la sesión celebrada en la Société el 24 de marzo de 1854, de la Sagra ofrece a la corporación los números 3 y 4 de El precursor (Anónimo, 1854b). El 1 de mayo de 1857, igualmente durante una sesión plenaria, propone insertar en los periódicos de la América meridional una carta de Ivernois, traducida al español, sobre las patatas salvajes (Anónimo, 1857b). Más tarde, en diciembre del mismo año, insiste sobre el interés de publicar, en los tres periódicos españoles con tirada en América, un artículo sobre los cultivos de patata (Anónimo, 1857c).

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na hipótesis puede ser aventurada por falta de datos. Ese tipo de socios, temporalmente afincados en países ricos en especies susceptibles de ser aclimatadas en Europa, eran activamente buscados por los responsables de la Société, tal y como se lo manifiesta el propio Geoffroy Saint-Hilaire a Graells en una de sus cartas: «No conocerá en concreto a alguno de sus embajadores o cónsules o viajeros que, en el extranjero, hayan rendido servicio a la aclimatación y puedan ser nombrados socios honoríficos»4. Este fue precisamente el caso de Francisco Serrano5, miembro de la Société desde 1858. Nombrado en 1859 capitán general de la Isla de Cuba, el llamado «general bonito» por Isabel II se encontraba en una situación ideal para resultar de gran ayuda al proyecto de aclimatación de animales. Al considerar aún en vigor la orden dada por Carlos III referente al envío de producciones naturales a la metrópoli, él mismo ofrece voluntariamente sus servicios6 y da pruebas de su disponibilidad facturando una primera remesa de plantas y animales (siete gallinas blancas de Guinea y dos resultantes del cruce de Guinea con gallo castellano)7 pocos meses después. El gesto complace a Graells y solicita que Serrano sea oficialmente valorado y dignificado por sus envíos, al mismo tiempo que recomienda relanzar la orden dictada por el monarca ilustrado, incluyendo la creación de una partida presupuestaria en la Dirección de Ultramar para correr con los gastos generados8. Serrano recibe igualmente el espaldarazo de los naturalistas de la corte al ser declarado socio corresponsal del Museo madrileño por aquellos pagos9, y obtener más tarde un voto de gracia en la Junta Facultativa del centro10. A partir de ese momento muchos y muy curiosos animales serán expedidos desde Cuba, lotes que incluían cocodrilos, palomas silvestres, tortugas o roedores de gran tamaño como tendremos ocasión de ver. En compensación, desde Madrid se le obsequiará con unas parejas de conejos de Angora que dejarán la capital rumbo a la finca que el militar poseía en Arjona11. A su regreso, Serrano 4

Carta de Isidore a Graells. París, 26-09-1858 (AMNCN330/002). Francisco Serrano (1810-1885), duque de la Torre y conde de San Antonio, fue uno de los principales personajes políticos del siglo XIX español. De formación militar, pronto empezó a distinguirse dentro del ejército, sobre todo en las guerras contra los carlistas. En 1859 fue nombrado capitán general de Cuba. En 1863, de regreso a España, fue ministro de Estado en el gobierno de O’Donnell, al que sucedió en la jefatura de la Unión Liberal tras su muerte, acaecida en 1867. El que fuera favorito de la reina entre 1846 y 1847, emprendió negociaciones con Prim para destronar a Isabel II. Desvelada la conspiración, fue detenido y enviado a Canarias en julio de 1868. Más tarde, el 19 de septiembre de ese mismo año, Serrano, Topete y Prim lanzaron desde Cádiz el manifiesto «Viva España con honra» que acabó con el periodo isabelino. 6 Carta de Serrano a Graells. La Habana, octubre de 1859 (AMNCN326/009). 7 Carta de Serrano a Graells. La Habana, enero de 1860 (AMNCN318/006). 8 Carta de Graells al presidente del Consejo de Ministros. Madrid, noviembre de 1860 (AMNCN318/011). 9 Carta de Graells a Serrano. Madrid, 03-04-1860 (AMNCN326/009). 10 Carta de Graells a Serrano. Madrid, 21-02-1861 (AMNCN321/003). 11 Carta de Serrano a Graells agradeciendo el regalo. 05-01-1861 (AMNCN321/003). 5

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no cejará en su propósito y traerá consigo diversas aves cubanas, fundamentalmente palomas silvestres, que dejará en libertad en su propiedad jienense con la esperanza de verlas prosperar al igual que lo habían hecho los gorriones europeos en Cuba, isla a la que habían llegado de la mano de un negociante español en 1830 según el general, dato con el que Graells se muestra totalmente de acuerdo, hasta el punto de citarlo en una de sus colaboraciones en los boletines de la Société (Graells, 1863). Como en el país vecino, el conjunto de los miembros asociados en España emerge de las clases dirigentes y representa a la sociedad ilustrada del momento. De hecho, diez de entre ellos detentan un título nobiliario y cinco son poseedores de condecoraciones regias o militares. Al mismo tiempo, la comunidad está caracterizada por la fuerte disparidad de quehaceres. Los horizontes profesionales de los socios ibéricos son tan diversos como los de sus equivalentes galos. En ambos casos, naturalistas, propietarios y políticos van a brindar su apoyo a las iniciativas de la Société. De cualquier forma, al sur de los Pirineos, dos corporaciones enumeradas por Osborne en Francia (Osborne, 1994, p. 14-21) se encuentran ausentes: los funcionarios, empleados al servicio del gobierno de los que se excluyen los diplomáticos, y los «hombres de negocios», ya sean banqueros, patronos o comerciantes, tal vez reflejo del menor desarrollo económico e industrial alcanzado por la sociedad española a mediados del siglo XIX. Centrándonos ya en las listas de lo que constituye la delegación española, un total de 12 miembros son profesionales dedicados exclusivamente a la práctica científica, ya sea como docentes en universidades e institutos, o bien como investigadores en disciplinas diversas. En cabeza de lista Graells, del que ya hemos hablado y continuaremos haciéndolo. Entre los restantes destacaremos a Juan Vilanova y Piera, geólogo nacido en Valencia quien, durante su viaje de formación por Europa, sirvió de emisario para materializar el intercambio científico entre los museos de París y Madrid. Especialista en Geología, disciplina que impartió en el Museo de Historia Natural de la capital, su interés investigador abarcó también la Prehistoria y la Paleontología, y llegó a ocupar la cátedra de esta última especialidad en la Universidad Central de Madrid (Gozalo Gutiérrez, 1992; Pelayo, 1999). Ramón Llorente y Lázaro fue profesor universitario y autor de un compendio bibliográfico de la veterinaria española que incluía tanto reseñas históricas sobre esa ciencia, como una serie de reglas de moral a las cuales el profesional debía ajustar su conducta (Sanz Egaña, 1941). Fernando Méndez ejerció de profesor de Historia Natural en el Real Instituto Industrial, primera escuela de ingenieros industriales que existió en España. Creada en 1851 durante el gobierno de Narváez, contó con un profesorado formado por antiguos alumnos pensionistas de la École Centrale de París. Andrés Poey, meteorólogo cubano fundador del primer observatorio climatológico en la isla (López-Ocón y García-Montón, 2000), era hijo del destacado naturalista Felipe Poey, iniciador de la era científica moderna de la Historia Natural en Cuba gracias a la publicación de un compendio geográfico del territorio cubano y de una monumental ictiología, entre otros

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trabajos. De Cuba también procedía Álvaro Reynoso, autor de un ensayo sobre el cultivo de la caña de azúcar, recordado hasta tal punto que el actual programa de reestructuración del sector azucarero puesto en marcha por el gobierno caribeño recibe el nombre de «Tarea Álvaro Reynoso». Laureano Pérez Arcas, discípulo de Graells, pasa por ser uno de los renovadores de la Zoología española. Él representa lo que ha venido llamándose una «tercera vía» (López-Ocón, 1992) o una «alternativa» (Casado de Otaola, 1997; 2001) en la polémica de la ciencia en la España del XIX. La novedad de su enfoque radica en el carácter conciliador de su discurso, que acerca posturas tradicionalmente enfrentadas: ¿Vemos confirmada la opinión de los que creen que hemos sido los primeros en los estudios zoológicos, como en otros ramos del saber humano? Seguramente que no. ¿Es cierto, según suponen otros, que en nada absolutamente hemos contribuido a los progresos de la ciencia, que no hemos llevado una pequeña piedra al gran edificio? La verdad está en medio de estas dos opiniones, ambas inadmisibles por igualmente exageradas12.

Partidario de abandonar lamentos y rencillas para ponerse, por fin, manos a la obra, fue uno de los principales impulsores de la Sociedad Española de Historia Natural, asociación científica creada en 1871 por los propios naturalistas ante la falta de apoyo oficial (Casado de Otaola, 1994). Un número equivalente de socios son políticos, algunos de enorme relevancia en la historia decimonónica española, como el ya mencionado Serrano. Es el caso de Juan Bravo Murillo (1803-1873), presidente conservador del gobierno de la nación entre 1851 y 1852. Su lema «menos política y más administración» hizo de él un magnífico gestor, lo que le permitió sanear la Hacienda e impulsar de forma decidida las obras públicas. Leopoldo O’Donnell (1809-1867), presidente del gobierno en 1856, 1858, 1863 y durante el periodo 1865-66, fundador de la Unión Liberal y fiel apoyo de Isabel II, también incluyó su nombre en las listas de la Société, al igual que lo hizo Juan Prim y Prats (1814-1870), presidente liberal del gobierno español entre 1869 y 1870, instigador del levantamiento que derrocó a Isabel II en 1868. La relevancia política de los personajes evocados habla del prestigio del que la Société gozaba entre los mandatarios. Seis socios se inscriben en calidad de propietarios, ocupación difícil de precisar, y otros seis son diplomáticos. Entre estos últimos se encuentra el Duque de Rivas, Ángel Saavedra (1791-1865), en aquel momento embajador de España en París y uno de los principales poetas y dramaturgos románticos españoles, presidente de la Real Academia de la Lengua desde 1862 hasta su muerte. Ocho personajes no señalan profesión alguna, entre ellos Marcelino Sáez de Sautuola, ilustrado cán12 Laureano Pérez Arcas. 1868. Discursos leídos ante la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales en la recepción pública del Sr. D. Laureano Pérez Arcas. Madrid, Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales. Tomado de Casado de Otaola (2001).

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tabro, descubridor de las famosas pinturas rupestres de la cueva de Altamira, en el término municipal de Santillana del Mar. Finalmente, tres miembros tienen una actividad diversa que podría ser incluida en varios de los apartados anteriormente considerados. Se trata de Díez de Prado y Falón, coronel de ingenieros y profesor de la Academia; Antonio Remón Zarco del Valle (1785-1866), general del Ejército Español, senador y presidente de la Real Academia de Ciencias desde 1848 hasta su muerte; Antonio Ramón de la Sagra (1798-1871), el miembro español más activo en el seno de la Société como pronto tendremos ocasión de comprobar. Pese a lo nutrido de la representación, la participación de los socios hispanos en las diferentes acciones promovidas por la asociación fue muy desigual. La mayor parte de ellos se mantiene al margen de toda actividad, integrando el gran grupo de miembros «silenciosos» que simplemente engruesan las listas con su presencia, pasividad que, por otra parte, no resulta endémica de la delegación nacional sino que caracteriza a la Société en su conjunto (Osborne, 1994, p. 18). Solamente ocho socios hispanos son citados en los boletines de la Société por los servicios prestados. A la pluma de cuatro de ellos debemos el total de diez artículos de autor español publicados entre 1854 y 1861, de los cuales más de la mitad son obra de Ramón de la Sagra. Las contribuciones hechas atañen a los grandes mamíferos herbívoros, la piscicultura, la sericicultura, las especies cubanas y las plantas azucaradas, un amplio abanico de temas para tan pocos colaboradores. Otros asuntos, que no dieron origen a publicaciones científicas, fueron igualmente gestionados desde Madrid. Por ejemplo, la introducción de un rebaño de llamas y alpacas en la provincia de Madrid, o la compra de un pequeño grupo reproductor de ovejas y carneros merinos de la raza Graux de Mauchamp para la Real Cabaña de El Escorial. La importancia relativa de tal participación frente a la acometida por otras delegaciones extranjeras no puede ser analizada, pues carecemos de estudios al respecto. De cualquier forma, vayamos al detalle y veamos qué deparó este primer periodo de tan esperanzadora iniciativa.

Colaboración científica de la delegación española Aparte del cumplimiento de las responsabilidades impuestas por el desempeño de sus funciones, la aportación científica de Graells es más bien escasa, siendo autor de un solo artículo en el periodo 1854-1861. Varias de las cartas intercambiadas tratan del envío de publicaciones, sin embargo, no se puede hablar de una auténtica discusión científica entre presidente y delegado. Isidore solicita en diversas ocasiones la participación de Graells mediante el envío de artículos para ser incluidos en el boletín de la asociación: «Rinda servicio a la Société enviando una nota sobre sus ensayos de aclimatación ya sea animal o vegetal»13, para insistir de nuevo «permítame que le solicite otra vez lo que su 13

Carta de Isidore a Graells. París, 15-01-1857 (AMNCN327/019).

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gran modestia me rechazó el año pasado: una nota sobre sus propios trabajos de aclimatación»14. En consecuencia, y pese al deseo15 y la perseverancia de Geoffroy Saint-Hilaire16, Graells no se verá recompensado por su participación hasta 1858, básicamente por su gestión. La primera referencia a Mariano de la Paz Graells en el seno de la Société data de la sesión celebrada el 16 de febrero de 1855 (Anónimo, 1855). El motivo de la cita es el envío de un trabajo sobre las tentativas de aclimatación llevadas a cabo en España, texto que debía ser leído ante la Asamblea General. El artículo será finalmente presentado el 2 de marzo de 1855 por el propio presidente, que no quería «ceder el placer a nadie»17. Durante la lectura, Isidore insiste en el enorme interés de los datos allí compilados, en su mayor parte desconocidos en Francia, lo que viene a reforzar la idea, ya avanzada, del desconocimiento existente en el país vecino sobre la realidad científica española. El contenido del manuscrito vio la luz con el título Sobre la aclimatación de animales en España, carta dirigida al Señor Isidore Geoffroy Saint-Hilaire, presidente de la Société zoologique d’acclimatation, por el Señor Doctor M. P. Graells, director del Museo de Ciencias Naturales de Madrid, etc. Traducido del español por el Señor Doctor Álvaro Reynoso, miembro de la Société (Graells, 1855a). En su argumentación, Graells defiende el papel pionero de España en la especialidad y solicita el reconocimiento del conjunto de la Société, para pasar a esbozar a continuación la historia de los proyectos de aclimatación desarrollados en suelo hispano y coronados por el éxito. Habla del dromedario, especie de la que Isabel II posee en Aranjuez un rebaño de 20 animales, procedentes de las islas Canarias, destinados a la reproducción. La Corona tiene otros ejemplares en El Pardo y en el Buen Retiro, donde son empleados como bestias de carga18. En la Alameda de Osuna los madrileños podían contemplar otro nutrido grupo de estos rumiantes. Fuera de Madrid, y siempre de acuer14

Carta de Isidore a Graells. París, 04-10-1857 (AMNCN328/013). «Debo decirle en confidencia que su nombre es uno de los que hemos seleccionado en principio, y el primero para España». Carta de Isidore a Graells. París, 15-01-1857 (AMNCN327/019). 16 «Nuestro lamento, en ese día, ha sido el de no poder concederle la medalla a la que tiene personalmente derecho. Pero su modestia nos lo ha impedido, pues, en su carta, usted ha querido constantemente hablar de la reina y en absoluto de usted mismo. Nos remitimos al año próximo, lo que es diferido no está perdido». Carta de Isidore a Graells. París, 26-03-1857 (AMNCN327/023). 17 Carta de Isidore a Graells. París, 21-03-1855 (AMNCN327/009). 18 La presencia de estos camélidos en los dominios de la Corona data de antiguo. En un grabado del jardín de Aranjuez hecho por el viajero flamenco Jean de l’Hermite en 1587, incluido en su obra Le Passetemps, se aprecian, junto a la llamada «mayson des chapellans» (sic), tres siluetas de animales cuadrúpedos, de hocico chato, orejas cortas y cuello largo que corresponden sin duda a tres dromedarios. La imagen aparece reproducida en Lafuente (1998, p. 60-61). Michel-Ange Houasse (1680-1730), pintor barroco francés, retratista de Felipe V e introductor de las escenas galantes en España, incluye en su óleo Las casas de oficios y el Palacio de Aranjuez desde el sureste, datado entre 1720 y 1724 y conservado en el Palacio Real de Madrid, dos dromedarios cargados con fardos que participan en las tareas cotidianas del Real Sitio. 15

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do con las informaciones aportadas por Graells, el mejor ejemplo de aclimatación del dromedario al clima peninsular se encontraba en tierras de Huelva. En esta provincia del occidente andaluz, el mal llamado camello había desplazado a asnos y mulos en las tierras de labor. La mayor parte de ellos procedía del rebaño de cría que el señor de la Barrera poseía en la desembocadura del Guadalquivir, en el conocido Coto de Doñana. Por cierto, hasta hace muy poco se han podido ver dromedarios asilvestrados trotando por la famosa marisma, animales cimarrones olvidados o escapados durante el rodaje, en 1962, de la película de David Lean Lawrence de Arabia19. Volviendo a Graells y a su escrito, el delegado cita a continuación la cabra de Angora (Capra hircus angorensis), raza caprina, famosa por su vellón, procedente de la región de Ankara, en Turquía, de la que Fernando VII ya se procuró 100 ejemplares en 1830 para el parque del Retiro. Ante su exitosa connaturalización, el rebaño fue transportado a recintos más amplios, primero en El Pardo y más tarde en El Escorial, donde Graells tuvo ocasión de verlo en 1848. Para entonces, el número de cabezas ascendía a 200, todas ellas nacidas bajo el cielo de la Sierra madrileña. Como si de un terreno de experimentación ideal se tratase, la provincia de Huelva aparece de nuevo citada ya que en ella se podían censar más de cien ejemplares aclimatados de ese bonito animal. De forma anecdótica, Graells hace referencia a otras dos especies de mamíferos que han dado pruebas sobradas de la facilidad de su cría. En primer lugar la gacela dorcas (Gazella dorcas), grácil antílope del que un pequeño grupo de 19 animales se reproducía con regularidad en la casa de fieras que la Casa Real poseía en el Retiro. Después el canguro gigante, otro huésped del mismo zoológico desde que, en 1826, Fernando VII comprara un macho y cuatro hembras que no tardaron en multiplicarse. Su proliferación fue tal, que un grupo de diez ejemplares dejó Madrid rumbo a Sevilla para animar con su presencia los jardines que la duquesa de Montpensier poseía en su palacio de San Telmo, el actual parque de María Luisa de la capital andaluza. Para concluir, Graells subraya el interés de la futura cría del avestruz y del ñandú, aún no ensayadas en Madrid por no disponer de ejemplares adultos de ambos sexos, y de determinadas especies ibéricas diezmadas por la caza abusiva, como el rebeco (Rupicapra rupicapra) o la cabra hispánica. A medida que Isidore desgranaba ante la Société los logros de la aclimatación en España, el Consejo decidió la designación de Graells como delegado. A partir de ese momento, las referencias que de él se hacen en los boletines se multiplican de forma considerable, citas que, de forma resumida, aparecen recopiladas a continuación: 27-04-1855

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Graells acusa recibo de un envío de huevos de Bombyx mori de China, una especie de gusano de seda.

Francisco Braza Lloret, comunicación personal.

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22-06-1855

Lectura de un documento remitido desde Madrid en el que se informa del visto bueno de la Reina a la creación de un jardín de aclimatación en la corte.20

11-04-1856

Presentación de las Memorias de la Real Academia de Ciencias de Madrid (volúmenes publicados entre 1850 y 1854).

18-07-1856

Graells envía lana de las cabras de Angora aclimatadas en El Escorial. Anuncia la salida hacia París de unos canguros (Macropus giganteus). Solicita ñames de China o batatas y manifiesta el deseo de lograr huevos de gallina de la Cochinchina.

12-12-1856

Graells responde al cuestionario sobre el avestruz, elaborado por el doctor Gosse. Da las indicaciones necesarias para el transporte de los canguros.21

09-01-1857

El barón de Montgaudry presenta la traducción hecha de los documentos enviados por Graells, relativos a los avestruces que viven en el parque del Retiro.

06-02-1857

Presentación de las Memorias de la Academia de Ciencias de Madrid, tomos III-IV.

17-04-1857

Lectura de una carta de Graells sobre la importancia de las aplicaciones de la Botánica y de la Zoología22.

25-09-1857

Graells anuncia que S. M. la Reina quiere ofrecer a la Société su protección. Comunica la nueva organización del Museo de Madrid y la creación de un jardín de aclimatación de animales útiles en el jardín botánico del Museo.23

09-04-1858

Graells agradece, en su nombre y en los del marqués de Perales y del general Serrano, las medallas concedidas. En nombre de O’Ryan de Acuña y de Lecaros las menciones acordadas. Acusa recibo de los tejidos enviados por Davin. Anuncia el envío de lana de alpaca del rebaño real para probar su uso en la industria.

07-05-1858

El delegado responde al cuestionario sobre la mielga. Cree que se trata de la alfalfa común (Medicago sativa) pero en su forma silvestre.

07-01-1859

Anuncian la llegada a Bayona de las cajas que contienen los vellones procedentes del rebaño de llamas del Rey y de las cabras de Angora del delegado.

24-08-1859

Graells solicita, a petición del Rey, la compra de seis ovejas y dos carneros de la raza Graux de Mauchamp.24

09-12-1859

Graells confirma la llegada a Madrid de los corderos Graux de Mauchamp.25

14-12-1860

Graells anuncia el envío de 15 kilos de lana de alpaca y de llama del rebaño real.

08-11-1861

Graells detalla la reproducción de los emúes, avestruces, llamas, merinos Graux de Mauchamp, cabras de Angora y varias aves en el jardín de aclimatación madrileño.26

Entre los miembros de la delegación española, el más activo durante el periodo que venimos considerando fue, sin ambages, Ramón de la Sagra Périz, personaje inquieto y emprendedor (Cambrón, 1990; Puig-Samper, 1992; Valero 20 21 22 23 24 25 26

Borrador fechado en marzo de 1856 (AMNCN327/001). Borrador, fechado el 2 octubre de 1856 (AMNCN327/016). Documento no localizado. Borrador de 03-09-1857 (AMNCN328/012). Carta de Graells a Isidore. El Escorial, 15-08-1859 (AMNCN330/014). Borrador de 08-11-1859 (AMNCN330/020). Borrador de 09-10-1861 (AMNCN324/008).

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González, 1995). Nacido en 1798, este naturalista y pensador gallego tuvo una agitada existencia que, básicamente, consumió entre su Coruña natal, Madrid, donde en varias ocasiones fue diputado en Cortes por los liberales, La Habana y París, ciudad en la que frecuentó los círculos intelectuales y gozó de una merecida reputación. Extremadamente sensible ante los problemas que aquejaban a la sociedad de su tiempo, la producción periodística de de la Sagra se encuentra entre las más importantes del siglo XIX en España. Dan buena fe de esa inquietud la multitud de artículos que redactó sobre beneficencia, esclavitud, reforma carcelaria o pagos de impuestos. De talante liberal, durante la década de los cuarenta su discurso se radicalizó para acercarse a posturas anarquistas que progresivamente fueron moderándose a lo largo de su vida. La mayor parte de su actividad investigadora la desarrolló en la isla de Cuba, desde donde dio salida a un gran número de trabajos que constituyen lo que él mismo denominaba su «serie científica». Nombrado profesor de Botánica aplicada a la agricultura en La Habana, en 1822 pasa a hacerse cargo del jardín botánico de la ciudad, dedicándolo fundamentalmente a la aclimatación de especies vegetales de interés económico. De la Sagra elabora un programa de estudios en Agronomía y, a partir de 1827 y hasta 1831, edita la revista Anales de Ciencia, Agricultura, Comercio y Arte, primera publicación cubana con carácter científico. A iniciativa suya, en 1831 se crea en La Habana la Escuela de Agricultura. Fruto de su paso por la isla y del enorme interés que la realidad cubana suscitó en él, es su monumental Historia Física, Política y Natural de la isla de Cuba, obra de referencia entre los estudiosos del Caribe que fue publicada en trece volúmenes, entre 1838 y 1857, editados en París por A. Bertrand. En ella participaron importantes naturalistas galos como Alcide d’Orbigny (1802-1857), padre del americanismo francés, autor de los capítulos consagrados a los moluscos y a las aves (Métivier, 2002). Ramón de la Sagra fue el único español que ocupó puestos de responsabilidad en la dirección francesa de la Société. Dirigió la comisión nombrada en 1854 para evaluar la posible introducción de la cabra de Angora en Europa (Sacc, 1854) y, más tarde, en 1859, pasó a integrar otra comisión encargada de la redacción de un proyecto de base que permitiese articular las futuras introducciones de fauna y flora en la región caribeña (Anónimo, 1859c). A pesar de su preferencia por los temas de Agronomía, de la Sagra dio muestras de una gran versatilidad en su producción científica, y sus colaboraciones en el boletín de la Société en esta primera etapa tratan sobre todo de Zoología. Seis artículos suyos verán la luz bajo la presidencia de Geoffroy Saint-Hilaire. En un informe sobre la cabra de Angora (de la Sagra, 1854a), su primera colaboración inserta en el boletín, de la Sagra da prueba de su sólida formación científica al reclamar una metodología propia para la disciplina de la aclimatación, e incide así, con su comentario, en uno de los puntos débiles del programa zootécnico avanzado por Isidore Geoffroy Saint-Hilaire:

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Al estudiar la historia de estas experiencias diversas (de aclimatación), era fácil darse cuenta de que no habían sido iniciadas y desarrolladas de acuerdo con las reglas que la ciencia posee, y que debe aplicar rigurosamente a partir del momento en que la práctica aborda los problemas difíciles, y con frecuencia irresolubles, de la aclimatación en general y de la de los animales en particular. ( ) no se habían dado por adelantado las indicaciones preliminares, precisas e indispensables, sobre las características de las razas que se querían introducir, sobre su pureza relativa, sobre el mantenimiento de las propiedades de su lana, cuando se trataba de razas híbridas, sobre los límites, la extensión y las condiciones topográficas y climatológicas de las localidades, y finalmente sobre la probabilidad de encontrar condiciones y circunstancias parecidas en las regiones europeas (de la Sagra, 1854a).

Tras encarar los problemas derivados del método, o más bien de la ausencia de éste, de la Sagra propone un plan de acción para lograr la incorporación de tan preciada raza a la cabaña caprina europea: Los datos reunidos al respecto por la comisión son suficientemente halagüeños; sólo falta completarlos para que podamos iniciar una tentativa de aclimatación basada en los principios que deben servir al mismo tiempo de regla invariable y de garantía de éxito a los proyectos científicos de la Société zoologique d’acclimatation. Es con este propósito, señores, que la comisión tiene el honor de presentarles las siguientes conclusiones: 1. Tomar las medidas necesarias para obtener, ya sea por intermediación de los agentes consulares de Francia en las regiones del Oriente, o a través de los viajeros y corresponsales que la Société pueda involucrar, todas las indicaciones necesarias sobre las circunstancias topográficas y climatológicas de los países donde viven las cabras de pelo largo, las características propias de las razas, sus costumbres… 2. Conseguir, por los mismos medios, animales de las razas más ventajosas, y análogas a las condiciones de las localidades europeas, para ensayar su aclimatación y estudiar los resultados de los cruces realizados siguiendo las reglas ya adquiridas por la ciencia (de la Sagra, 1854a).

En mayo de 1854, de la Sagra publica una nota sobre la calidad de la seda producida por Bombix madruno, una mariposa de Méjico escasamente conocida en Europa (de la Sagra, 1854b). Ese mismo año difunde una nota sobre la presencia histórica de la cebra en España (de la Sagra, 1854c), para lo cual basa su argumentación en la abundancia del topónimo «cebreros» en las regiones del noroeste de la Península Ibérica, además de en unos documentos históricos, fechados en 1756-57, que él mismo localiza y atribuye al monje Martín Sarmiento27. 27 El padre Martín Sarmiento (Villafranca del Bierzo, León, 1695 - Madrid 1772) es uno de los autores más fecundos de la ilustración española. Estudió Filosofía y Arte en el monasterio de Irache (Navarra) y Teología en Salamanca. Él mismo impartió esta última materia en Celorio (As-

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Tan original idea es rápidamente rebatida por Graells que, mediante una carta leída en la Société el 16 de febrero de 1855 (Anónimo, 1855), manifiesta su extrañeza ante tal suposición. Pese a todo, el artículo evidencia el interés historiográfico del trabajo de de la Sagra, dispuesto a desenterrar antiguas fuentes bibliográficas en apoyo de su teoría. Mucho más tarde, la polémica acerca de la presencia de rebaños de cebras viviendo en libertad en las montañas galaico-leonesas será de nuevo abordada por Marcos Jiménez de la Espada, uno de los discípulos de Graells. Para Espada, el problema más que zoológico es de origen lingüístico, y para demostrarlo, en una nota publicada en los Anales de la Sociedad de Historia Natural (Jiménez de la Espada, 1871), cita la obra «Li livres dou Tresor» (sic) que Brunetto Latino, maestro de Dante Alighieri, escribió a mediados del siglo XIII. En ella se habla de un animal llamado «zeuvre» que, efectivamente, era propio de las montañas del norte de Castilla la Vieja, pero cuya descripción coincide más con la de la cabra montés que con la del solípedo africano. La supuesta cebra no sería otra que el conocido macho montés, hipótesis que vendría apoyada por la abundancia de riscos y pedregales en los parajes denominados «cebreros», hábitat apto para buenos trepadores de pezuña hendida y no para ungulados de casco. Desgraciadamente, la subespecie de cabra que habitaba el rincón noroeste de la península (Capra pyrenaica lusitanica) y que parece ser la causa de la controversia, se extinguió a finales del siglo XIX, prácticamente en el mismo momento en que se hablaba de ella en la sede de la Sociedad de Historia Natural. ¡Lástima que la discusión sólo gravitara en torno a la etimología de su nombre vernáculo! El interés conservacionista en el seno de dicha corporación sería algo más tardío. Cuando el tema fue evocado por primera vez, en mayo de 1874 y a resultas de una comunicación de Juan de Vilanova sobre la creación del Parque Nacional de Yellowstone en Estados Unidos, el orador calificó de «extraña» la idea de sustraer un espacio considerable del territorio nacional a la colonización para dedicarlo al solo provecho de su disfrute en estado natural (Casado de Otaola, 1998). El impulso proteccionista español, que aún tendría que demorarse, se materializó en 1916 con la promulgación de la primera Ley de Parques Nacionales y la declaración, en 1918, del primer espacio protegido: la montaña de Covadonga, en Asturias, espacio emblemático de la historia de España seleccionado gracias a la labor de Pedro Pidal y Bernaldo de Quirós, marqués de Villaviciosa. Para entonces, hacía ya tiempo que las misteriosas cebras/cabras de la polémica habían dejado de trotar por los paisajes que hoy en día sólo conservan un nombre de lugar como recordatorio de su antigua presencia. turias) y en el monasterio de San Vicente de Oviedo, donde conoció al padre Feijóo (Casdemiro, Orense, 1676 - Oviedo, 1764), el filósofo español más importante del siglo XVIII, introductor del ensayo filosófico escrito en castellano. Martín Sarmiento consagró gran parte de su producción escrita al análisis lexicológico de la lengua gallega, por aquel entonces la más denostada entre todas las habladas en la Península Ibérica. Gran aficionado al estudio de la naturaleza, sobre todo de la Botánica, en 1750 fue nombrado Cronista General de Indias.

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En 1857 Ramón de la Sagra publica un informe sobre la introducción de la piscicultura en España (de la Sagra, 1857), texto en el que insiste sobre el enorme interés de la Zoología aplicada para mejorar el bienestar de la población: «producir finalmente una cantidad enorme de materia nutritiva, sana y agradable a la nación española, tan cruelmente afectada como el resto de Europa por la escasez y el precio desorbitado de la carne, y por la disminución del rendimiento de la pesca» (de la Sagra, 1857). Dos años más tarde envía un largo artículo, alumbrado en dos partes, consagrado a los animales y plantas de Cuba potencialmente aclimatables en otras zonas del planeta (de la Sagra, 1859a, 1859b). La primera entrega está dedicada a la climatología de la isla y a su fauna útil, consideración que se limita a las palomas silvestres, a las pavas de monte y a una serie de peces. La segunda parte trata sobre los vegetales y expone las condiciones generales en las que debería desarrollarse el programa de connaturalización, insistiendo de nuevo en la importancia del conocimiento geográfico profundo de las regiones fuente y sumidero de los seres destinados a ser desplazados. De hecho, él mismo dedicó una parte considerable de su energía a ese conocimiento global de «un país intertropical ( ) en el que las riquezas y la diversidad de las producciones naturales difícilmente serían sobrepasadas por las de otra región. ( ) la isla de Cuba, rica joya deseada por la corona de Castilla, y uno de los últimos vestigios de sus antiguas posesiones por todas las partes del globo» (de la Sagra, 1859a). La vinculación de Ramón de la Sagra con el proyecto de Isidore Geoffroy Saint-Hilaire va más allá de su colaboración escrita. Su nombre se evoca con frecuencia durante las reuniones del Consejo de la Société, citas que aparecen resumidas a continuación: 10-02-1854

Preside la comisión encargada de la aclimatación de la cabra de Angora. Ofrece las páginas de El precursor, periódico que él dirige, para divulgar su programa.

24-02-1854

Presenta los primeros trabajos de la comisión. El presidente le invita a ponerse en contacto con Jacquier, médico del ejército otomano.

24-03-1854

Lee el informe sobre la cabra de Angora y ofrece muestras de lanas.

07-04-1854

Informa sobre los estudios disponibles acerca de la cría de la cabra de Angora.

12-05-1854

Muestra a la Société un capullo de Bombyx madruno.

24-05-1854

Ofrece los números 3 y 4 de El precursor.

02-09-1854

Regala varias muestras de lana de Angora.

08-11-1854

El Consejo destina 500 francos para la adquisición de cabras de Angora. De la Sagra se ocupa de la compra.

01-12-1854

Dona su libro El problema de los bosques desde el doble punto de vista físico y social.

04-01-1856

Defiende la utilidad de las plantas monocotiledóneas de cuyas hojas se obtiene fibra. Regala una muestra de fibra vegetal procedente de la especie comestible Bromelia ananas.

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15-02-1856

Presenta el catálogo de 29 sustancias vegetales, desconocidas en Europa, enviadas por el gobierno de Paraguay a la Exposición Universal de París.

28-03-1856

Opina que el clima de París es propicio para el cultivo del sorgo negro.

25-04-1856

Presenta un capullo de seda de una especie de Bombyx de Méjico.

09-05-1856

Opina que si se potencia el desarrollo de los corales, su proliferación puede tener efectos desastrosos sobre la navegación.

24-12-1856

Envía la lista de los objetos procedentes de Guatemala que él mismo regala a la Société. Adjunta la traducción al español del cuestionario de Gosse sobre el ñandú.

01-05-1857

Propone insertar en los periódicos de América del Sur, en español, una carta de Ivernois sobre las patatas silvestres. Anuncia el descubrimiento de importantes cúmulos de guano en las islas situadas al sur de Cuba. Informa sobre las tentativas llevadas a cabo en España por O. Ryan de Acuña y Lecaroz para introducir las técnicas de la piscicultura.

29-05-1857

Informa sobre la exposición de productos agrícolas de la Península y de las colonias, que debe celebrarse en Madrid.

18-12-1857

Propone publicar, en los periódicos españoles con tirada en Sudamérica, las ventajas del cultivo «regenerado» de la patata.

18-06-1858

Insiste sobre el interés del cultivo en Francia de la chufa (Cyperus esculentus), y de la posterior elaboración de horchata. Cree que la mielga (Medicago sativa salvaje) es una especie distinta de la alfalfa. Se ofrece como portavoz ante el rey de España para solicitarle llamas de su rebaño. Finalmente, la Société logra dos hembras de esa especie, noticia que aparece recogida en el periódico La Monarquía Española.

10-12-1858

Entrega a la Société su obra sobre Cuba y anuncia su intención de hacer un artículo con todo aquello que atañe a la aclimatación. Ese mismo día da lectura a un texto sobre el clima de la isla.

04-02-1859

Continúa la lectura de su trabajo sobre Cuba enumerando los animales y las plantas útiles de la isla.

18-03-1859

Critica los inconvenientes derivados del empleo frecuente del jabón vegetal obtenido de los árboles del género Sapindus, únicamente útil para tejidos bastos.

Antes de abandonar la figura de Ramón de la Sagra, no está de más comentar que, pese al aparente peso que tanto él como Graells tuvieron en el seno de la Société, no existe colaboración alguna entre ambos personajes en lo que a proyectos de aclimatación se refiere. En este caso, compartir la misma nacionalidad no parece ser razón corporativa suficiente para asegurar el buen entendimiento. Y el motivo viene de largo (Barreiro, 1992, p. 220-221). En 1837, de regreso a España tras su paso por Cuba, de la Sagra trajo consigo una nutrida colección de objetos de la isla caribeña, muchos de ellos aún ignotos para la ciencia europea. Tan preciado botín, en lugar de enriquecer los fondos del Museo madrileño, transitó directamente hacia París, donde naturalistas de renombre, como el citado D’Orbigny, se ocuparon de las descripciones zoológicas y botánicas que fueron engrosando las sucesivas entregas de la Historia Física, Política y Natural de la isla de Cuba. Las razones que impulsaron a de la Sagra a tomar tal decisión se

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nos escapan, pero todo parece apuntar a que éstas fueron de índole científica ya que, por aquel entonces, el dinamismo del Museo español no era, ni mucho menos, comparable con la capacidad investigadora de la institución gala. El escamoteo para la gloria científica nacional de la descripción de la fauna y flora cubanas fue un golpe bochornoso para los naturalistas españoles. Y ya que no se había logrado la edición de tan magna obra en imprenta hispana, al menos se intentó la recuperación del material que le dio cuerpo. Ésta fue una de las misiones encomendadas a Vilanova durante su estancia en París, escudándose en que el valioso conjunto había sido colectado gracias a la contribución del erario público español. De la Sagra rechazó la entrega, pues consideraba que el disputado tesoro era fruto de su sola iniciativa. D’Orbigny medió en la disputa acondicionando unos cajones con ejemplares duplicados de moluscos, reptiles y fósiles cubanos que fueron expedidos a Madrid. Eso fue todo lo que el Museo de Madrid obtuvo tras perder la dirección de una importante empresa editorial y, aparentemente, el crédito de uno de los personajes españoles más influyentes en el ámbito de la Historia Natural europea de mediados del siglo XIX. Mariano de la Paz Graells y Ramón de la Sagra son los dos miembros españoles que tienen una participación más o menos regular en los asuntos gestionados por la Société. De cualquier forma, no son los únicos. Álvaro Reynoso publica en 1856 una pequeña nota sobre la historia de la piscicultura (Reynoso, 1856). Por su parte, en 1859, Pellón y Rodríguez, agrónomo de Madrid, divulga en dos entregas su ensayo sobre el sorgo de China como materia prima para la obtención de azúcar (Pellón y Rodríguez, 1859a, 1859b). Y hasta aquí la colaboración escrita. Otros integrantes de la delegación española aparecen citados en el transcurso de las reuniones del Consejo por su participación puntual en temas diversos, referencias que se resumen a continuación: 24-10-1854

Fernando Méndez anuncia su salida hacia España donde va a intentar la aclimatación de Bombyx cynthia. Una parte de la simiente le será confiada a Graells.

05-01-1855

Robillard acusa recibo del envío de huevos de Bombyx cynthia.

02-03-1855

Reynoso traduce el trabajo de Graells sobre la aclimatación en España.

04-01-1856

Robillard anuncia que ha obtenido gran cantidad de capullos de Bombyx cynthia, que servirán para ensayar el hilado y tejido de la seda.

24-10-1856

Se señala el envío a Reynoso de una parte de los ñames o batatas procedentes de Río de Janeiro.

09-01-1857

Zarco del Valle anuncia que ha remitido a la Academia las semillas de arroz de Java que le habían sido enviadas. Se intentará su cultivo en los alrededores de Sevilla.

10-07-1857

Reynoso informa acerca del envío de semillas de arroz a Sevilla así como de pepitas del «árbol del sebo» y de otros vegetales.

06-10-1858

Se recibe la traducción del ensayo de Juan Pellón y Rodríguez sobre el cultivo y los productos derivados del sorgo.

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30-07-1858

Presentación del trabajo de Juan Pellón y Rodríguez.

01-04-1859

Pellón y Rodríguez, recientemente nombrado comisario especial de trabajos públicos de las posesiones españolas en Fernando Poo, en el Golfo de Guinea, ofrece sus servicios a la Société para cualquier asunto que pudiera interesarle en la región.

09-12-1859

Francisco Serrano, gobernador general de Cuba, ofrece sus servicios en la isla28.

Experiencias de aclimatación ensayadas en España Hablar de las distintas iniciativas de connaturalización de animales llevadas a cabo con la intervención de la delegación española, implica desempolvar una lista de hechos concretos que, en gran medida, no pasan de ser meras anécdotas. Sin embargo, pasar revista a toda la serie de acciones y decisiones que la puesta en marcha de tales empresas conlleva, supone revivir el día a día de los actores de la aclimatación, recrear sus quehaceres cotidianos, ponerse por un momento en su lugar y, así, presentir las enormes dificultades que un proyecto de tal envergadura tiene necesariamente asociadas. No olvidemos que, pese a la enorme implicación social del proyecto de Isidore y a su contenido científico vertido en publicaciones, aclimatar significa básicamente manejar animales, manipularlos, transportarlos, criarlos, intercambiarlos o comprarlos. No podemos pasar por alto esas historias de animales. Con todo el poco peso específico que un puñado de ovejas pueda tener en el análisis de un contexto histórico, sus peripecias no son en absoluto desdeñables puesto que ellas son la materialización de un amplio programa filantrópico, representan la lana y la carne buscadas, y en torno a ellas gravitan el éxito o el fracaso del desafío lanzado (Jouanin y Ledoux-Lebard, 1997). La importancia del sujeto animal es evidente y, como prueba, al poner en conocimiento de Graells la existencia de la Société, apenas citada la nueva asociación científica, Isidore enumera ya algunas de las experiencias concretas de aclimatación que se propone afrontar y ofrece abiertamente al delegado en España la posibilidad de subirse al tren en marcha: Gracias a esta poderosa organización, nuestra influencia ya es grande, y he aquí que nos solicitan ya varias especies de animales: alpacas, cabras de Angora, corderos de lana larga, pintadas de mejillas azules, colines, gansos de Egipto, que pronto llegarán en abundancia por intermediación nuestra. Gustosamente le haremos participar de esas riquezas, si dispone de localidades adecuadas29.

28 Serrano envió una carta a Graells que éste hizo llegar a la Société. Un borrador del texto de presentación que acompañaba a la carta de Serrano se conserva en el archivo madrileño. Carta de Graells a Isidore. Madrid 08-11-1859 (AMNCN326/009). 29 Carta de Isidore a Graells. París, 06-04-1854 (AMNCN327/002).

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Una vez hecho el ofrecimiento, y como si Isidore tuviera prisa por ponerse manos a la obra, en el siguiente párrafo de la misma misiva lanza una solicitud explícita: En cuanto haya recibido nuestros estatutos, lista de miembros etc., o incluso antes, si usted lo cree posible a la vista de las informaciones que le he dado, trate de conseguirnos unos canguros. En apoyo de nuestra solicitud, le recuerdo que una parte al menos de los que hoy viven en Madrid, proceden de los canguros criados en Rosny, al cuidado del señor Florent Prévost, miembro de la Société, regalados por la duquesa de Berry a la reina de España Maria Cristina30.

Los canguros figuraban en el informe que Isidore envió en 1849 al ministro francés de Agricultura, texto de partida, recordémoslo, del programa zootécnico del naturalista. Esos marsupiales, de los que ya se habían descrito convenientemente numerosas especies, constituían una magnífica fuente de carne y de cuero, altamente apreciada en las antípodas de Europa. Según las informaciones recogidas en Tasmania por Verreaux, miembro de la Société, y difundidas por Isidore en su escrito, más de cien mil pieles de canguro habían sido vendidas en el puerto de Hobart en un solo año (Geoffroy Saint-Hilaire, 1861, p. 42-43). Semejante filón podía representar sin duda un buen comienzo. El problema radicaba en conseguir pronto los ejemplares necesarios para fundar un grupo reproductor. Florent Prévost, ayudante de Zoología en el Museo parisino y encargado de la casa de fieras, puso a Geoffroy sobre la pista de los animales que se enviaron a España como intercambio de regalos entre las nobles damas (Prévost, 1854), y sobre cuya suerte, ignorada en Francia, Graells podría aportar información. Efectivamente, este último, en su ya mencionado artículo sobre la aclimatación en España (Graells, 1855a), confirma la existencia de un abundante grupo de esos mamíferos en Madrid y Sevilla, pero no olvida puntualizar su origen. Pese a lo dicho por Prévost, los canguros no proceden de Rosny, sino que se trata de los descendientes del macho y las cuatro hembras comprados en 1826 por orden de Fernando VII. El envío de los canguros obedecería pues a un gesto generoso por parte de Graells y la Corona de España, y no al pago de una pretendida deuda como podría dar a entender el texto de la carta enviada desde París. Apremiado por el interés de Isidore31, Graells insta al Intendente General de la Casa Real quien decide regalar una pareja de canguros de la especie Macropus giganteus a la Société, ofrecimiento que el delegado transmite de inmediato a París (Anónimo, 1856a). Las condiciones del envío se concretan entre Graells 30

Misma signatura. Los animales son de nuevo solicitados en febrero de 1855. «Ya que usted es amigo de un ministro, trate de conseguir para la Société una pareja de canguros.». Carta de Isidore a Graells. París, 08-02-1855 (AMNCN327/005). 31

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y Guérin Ménévilles, secretario del Consejo32. Aunque la ciencia, en principio, no entiende de política, la expedición de los animales tuvo que ser retrasada a causa de la inestabilidad social del verano de 1856, periodo que puso fin al Bienio Progresista, tras la disolución de las Cortes y la caída de Espartero, para dar paso a una nueva etapa moderada iniciada por O’Donnell y seguida por Narváez. La pareja de marsupiales esperó en la casa de fieras del Retiro hasta el otoño de ese mismo año, cuando por fin fueron embarcados en la diligencia hasta Bayona, trayecto en el que emplearon tres días completos. Al cuidado de los animales iba «una persona de toda confianza e inteligente», en palabras del propio Graells33, que eligió para tal fin a uno de los naturalistas preparadores del Museo de Madrid del que no se menciona el nombre. El transporte de los ejemplares costó 160 francos, la jaula que se concibió para albergarlos 60 más, una plaza en la diligencia para la persona a su cuidado salió por 180 francos y el gasto en comida para las bestias fue de 20 francos, lo que añadido a los 100 francos de gratificación para el conductor de los canguros y los 25 francos para los mozos de carga, hacía un monto total de 525 francos. Los animales llegaron a buen puerto y su presencia en París aparece indicada en la última entrega del boletín de la institución en 1856 (Anónimo, 1856b). Además de los canguros, otras especies animales transitaron entre Madrid y París. El gusano de seda, insecto empleado en China desde la más remota antigüedad para la producción del preciado hilo, pronto atrajo la atención de la Société, y el intercambio de huevos o simiente de este lepidóptero fue el primer asunto que se coordinó entre las distintas delegaciones. La variedad doméstica, la Bombyx mori de los entomólogos, popularmente conocida como mariposa del moral por alimentarse de las hojas de ese árbol, hacía tiempo que estaba aclimatada en Europa. En España, ya era explotada artesanalmente durante la época musulmana y su cría enraizó de forma especial en la región levantina. Los artesanos de la seda pronto se constituyeron en gremio, y fueron declarados Corporación de Derecho Público por Fernando el Católico. La producción industrial se organizó en tiempos de Carlos II, al crearse el 31 de octubre de 1686 el Colegio Real de la Seda en Valencia, lo que confería un marchamo de calidad a la producción valenciana, una especie de denominación de origen que le permitía competir con otras regiones productoras europeas, sobre todo la francesa de Lyon (Aranda Navarro y Canet Guardiola, 2003). En Francia, la llegada del preciado insecto fue posterior, extendiéndose su explotación a principios del siglo XVII bajo el reinado de Henri IV (Geoffroy Saint-Hilaire, 1861, p. 194-195). El interés de la Société se dirigía, por lo tanto, hacia las formas salvajes de mariposas productoras de seda, y ofrecía con tal fin una recompensa de 1000 francos a toda aclimatación exitosa de una nueva especie productora de un hilo de buena cali32 Cartas de Guérin Ménévilles a Graells. París, 03-06-1856 (AMNCN327/013) y 22-07-1856 (AMNCN327/014). 33 Carta de Graells a Isidore. Madrid, octubre de 1856 (AMNCN327/017).

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dad para ser tejido. Madrid pronto entra en el circuito. En 1855 Graells recibe huevos de la mariposa del ricino (Bombyx cynthia) y de distintas variedades de Bombyx mori procedentes de China34. Dos años más tarde, Geoffroy anuncia un nuevo envío al ignorar lo ocurrido con el primero que se hizo35. La primera remesa resultó estéril pese a los cuidados que se le dispensaron, mientras que la segunda se dividió en dos lotes, uno de ellos destinado al ministro de Fomento, el otro para el propio Graells36. Guérin Ménévilles realizó nuevos envíos y la simiente fue repartida entre el Museo de Madrid, donde al parecer prosperó, la Escuela Central de Agricultura de la capital y Eustaquio de Ugarte, en Murcia37. Robillard, director del botánico de Valencia también recibió su parte, tal vez con el propósito de reactivar la producción en la capital del Turia. Ramón de la Sagra colaboró a su manera al presentar ante el Consejo de la Société los capullos de Bombyx madruno y de otra especie desconocida del mismo género procedente de América Central. Ignoramos cuales fueron los resultados de cada una de estas tentativas y si las experiencias tuvieron alguna continuación y repercusión en la industria de la seda. Otro episodio de este trasiego faunístico transpirenaico lo protagonizó un rebaño de corderos merinos de la variedad francesa Graux de Mauchamp adquiridos para la Real Cabaña de El Escorial. A principios de 1858, el secretario general de la Société, el conde d’Eprémesnil, envió a Madrid un conjunto de tejidos elaborados con lana de la susodicha raza como presente destinado a la reina, en reconocimiento del apoyo prestado por la Corona española a los programas de aclimatación38. Graells, siempre atento a los deseos de París, hizo don de las referidas telas a la soberana39 y transmitió su más sincero agradecimiento a los señores Graux, criador de tan selectos animales, y Davin, industrial del sector textil, responsable de la fabricación del género. Isabel II decidió al instante la compra de un pequeño rebaño de la raza Graux de Mauchamp para tratar de mejorar las merinas españolas, y sugirió igualmente el envío a París de la lana obtenida del esquileo de las llamas y alpacas de su propiedad, para que Davin opinase sobre su calidad y posibilidades de empleo industrial40. En este asunto, Graells desempañará el papel de intermediario entre la Corona, representada por el Intendente General de la Marina y del Patrimonio Real, y la Société. Es él quien se va a ocupar de la adquisición de seis ovejas y de dos carneros, todos ellos de dos años de edad y escogidos entre los animales más puros de los rebaños de Graux. Las condiciones de la transacción quedan bien ata34 35 36 37 38 39 40

Carta de Isidore a Graells. París, 08-02-1855 (AMNCN327/005). Carta de Isidore a Graells. París, 21-07-1857 (AMNCN328/010). Carta de Graells a Isidore. Madrid, 03-09-1857 (AMNCN328/012). Carta de Graells a Isidore. Madrid, 27-11-1858 (AMNCN330/005). Carta de d’Éprémesnil a Graells. París, 09-03-1858 (AMNCN328/021). Carta de Graells a Isidore. Madrid, 27-11-1858 (AMNCN330/005). Misma signatura.

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das41: el pago se efectuará en París42 y el ganado será expedido por tren hasta Marsella43. Desde allí, los animales serán embarcados en el primer vapor hacia Alicante, donde un pastor de la Cabaña Real estará esperando para acomodar los corderos en el tren hasta Madrid. En Francia la venta interesa y, para satisfacer la demanda de la monarquía hispana, se crea una comisión encargada de la selección de los animales y de su expedición (Davin, 1859). Las pécoras llegan en perfecto estado, hecho que Graells anuncia mediante un telegrama enviado el 15 de octubre de 1859 a la Société (Anónimo, 1859d), y tras un merecido reposo, los animales son presentados a la pareja real en El Escorial. Sin descuidar un detalle, Davin ha enviado, al mismo tiempo que los corderos, obsequios para agasajar a los soberanos: un par de chales escoceses de su manufactura para Isabel y unas muestras de tela confeccionada con la lana de las llamas de Aranjuez para Francisco de Asís. La estrategia surte efecto y, a petición de Graells, se concede al industrial francés el título de «Manufacturero de telas de seda y lana de la Casa Real de España, honra que le permitirá incluir en su distintivo las armas reales de España y que le otorgará en Francia el privilegio sobre el resto del gremio de trabajar para Sus Majestades»44. La distinción fue apreciada por Davin pese a que, a fin de cuentas, el honor que le era concedido no le servía de mucho. Él no fabricaba tejidos de seda. Además, comerciante mayorista como era, carecía de establecimiento de atención directa al público en el que mostrar el escudo y exhibir el amparo de los monarcas45. Desconocemos a cuanto ascendió la factura final que la Casa Real española tuvo que desembolsar, pero el procedimiento seguido ilustra la manera de actuar en los negocios de la Société. Los productos se publicitan y la gestión se coordina mediante la creación de comisiones especiales integradas por los miembros más competentes en la materia, lo que reviste a la operación de cierto rigor científico. Los boletines de la Société describen otros asuntos conducidos con el mismo proceder, ya fuese el envío de dromedarios al gobierno de Brasil (Geoffroy Saint-Hilaire, 1859b) o de cabras de Angora al rey de Wurtemberg (Sacc, 1858). De entre todos los asuntos gestionados en España, hubo uno que suscitó un interés particular en París. Se trató de la llegada al Palacio Real de Aranjuez de un rebaño de, digámoslo así, camélidos sudamericanos, pues no queda del todo claro si se trataba de llamas, de alpacas, o bien del producto resultante del mestizaje de ambas. El interés económico de estos rumiantes ya había sido ponderado por Geoffroy Saint-Hilaire en su primer informe sobre la aclimatación 41

Carta de Graells a Isidore. El Escorial, 15-08-1859 (AMNCN330/013). El responsable de saldar la deuda será el señor Bernard Badel, residente en el número 3 de la rue Rossini, banquero en París del marqués de Perales, miembro de la Société en España. 43 El consul español en la ciudad ya ha sido advertido para que designe un responsable encargado de acompañar a los animales durante el trayecto marítimo. Él se encargará igualmente de dar salida a todo el papeleo necesario para realizar la exportación en la más completa legalidad. 44 Carta de Graells a Hebert. Madrid, 08-11-1859 (AMNCN330/022). 45 Carta de Davin a Graells. París, 15-03-1860 (AMNCN330/024). 42

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(Geoffroy Saint-Hilaire, 1861, p. 26-37). Bestia de carga, productora de una excelente lana, de leche apta para el consumo humano y de carne de calidad, todas estas ventajas, unidas a su carácter dócil, austero y gregario, hacían de la llama, y de su cercano pariente la alpaca, dos perfectos candidatos a la aclimatación en Europa. La ardua tarea de la domesticación ya había sido lograda con éxito por las culturas andinas precolombinas, lo cual no hacía sino poner las cosas mucho más fáciles. No en vano la Société había otorgado al asunto una importancia primordial, respaldada por la mayor de sus recompensas, 2000 francos para aquella o aquellas personas que lograsen la introducción en las montañas europeas de un rebaño de alpacas de raza pura, compuesto al menos por tres machos y nueve hembras. La llama ya se criaba en diversos puntos de Europa, por lo que su interés resultaba menor. La presencia en suelo español de este tipo de animales no era nueva, pues ya en tiempos de Carlos IV un reducido grupo de estos mamíferos arribó al puerto de Cádiz. En el informe que Simón de Rojas Clemente46 hizo en aquella ocasión, se hablaba de «un rebaño de vicuñas, alpacas, mestizas de ambas especies y llamas» (Méndez, 1855, p. 156), lo que induce a pensar que, para los europeos, el reconocimiento de las diferentes especies de camélidos americanos, llamados auquénidos a causa de su característico cuello erguido (auchen significa cuello en griego), no resultaba tarea fácil. Parte de los ejemplares estaban destinados a permanecer en Andalucía, mientras que un reducido grupo debía proseguir camino hasta Francia, a petición de la Emperatriz Josefina. Su desembarco, en 1808, coincidió con el Motín de Aranjuez y la caída de Godoy. La ira del pueblo dio al traste con la tentativa al sacrificar a los ya maltrechos animales, acontecimiento que, muchos años después, Graells rememora preso de una furia similar que esta vez se vuelve contra las hordas populares: ¡Y cuan responsables son ante la nación entera aquellos que sin distinguir el bien del mal, y sólo porque procedía de la mano de un mandarín aborrecido, destruyeron con el establecimiento de aclimatación de Sanlúcar de Barrameda, mil esperanzas lisonjeras para este país desventurado! (Graells, 1855b, p. 202).

Tal vez a petición del delegado, el rey consorte retoma el frustrado proyecto y hace venir directamente de Perú un rebaño de llamas, y digo bien llamas, que en septiembre de 1857 ya se encontraban en los jardines de Aranjuez47. El éxito de la empresa anima a Graells a buscar el reconocimiento de la Société y 46 Simón de Rojas Clemente (1777-1827), junto con el ya evocado La Gasca son dos de los principales naturalistas españoles de la Ilustración, especialmente recordados por sus estudios de Agronomía. 47 «S. M. el Rey ha hecho venir directamente del Perú este año un rebaño de Llamas que tiene en Aranjuez y por ahora les prueba bien este país, esperando alcanzaremos también a aclimatarlos en las posesiones reales como se ha conseguido con la gacelas y canguros.». Carta de Graells a Isidore. Madrid, 03-09-1857 (AMNCN328/012).

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solicita el anunciado premio de 2000 francos para el rey Francisco de Asís. Indefectiblemente, para ajustarse a la convocatoria, Graells habla en su súplica de alpacas, y no de llamas como en su primera misiva, por lo que consigue crear una gran confusión48. La prestigiosa y deseada recompensa no puede ser otorgada a la ligera, máxime teniendo en cuenta la imprecisión de los datos, lo que desencadena la reacción de París que solicita más información acerca de las características de los animales49, precisiones que deben incluir «un dibujo de algunos de los individuos introducidos o nacidos en España (una fotografía, si fuera posible), y muestras de lana cogida de diferentes individuos de ambos sexos y distintas edades»50. Pronto se acusa recibo en la sede de la Société de un concienzudo informe que constituye, en su conjunto, un interesante documento científico51. El texto comienza con el relato de las peripecias del viaje emprendido por tan sufridas bestias. Adquiridas en Perú, fueron conducidas más tarde hasta La Habana a cuenta del ciudadano francés Roehn, quien comunicó la disponibilidad de los rumiantes a Barthélemy de Lapommerage, director del Museo de Historia Natural de Marsella y miembro de la Société. Este advirtió a Graells de la presencia del ganado en la ciudad de ultramar, reunido allí a petición de la Sociedad Real de Fomento. El Capitán General de la Isla de Cuba, por encargo de la Sociedad Económica de Amigos del País, remitió al rey consorte 12 ejemplares entre llamas y alpacas. El pequeño rebaño fue embarcado en el vapor-correo hasta Cádiz, trasladado por mar hasta Alicante y por tierra hasta Valencia para, finalmente, acabar el recorrido por tren hasta Madrid, desde donde fue enviado a Aranjuez. Solamente dos animales murieron a lo largo de tan escalonado periplo, buena prueba de la resistencia de estos mamíferos. Un tercer animal murió nada más llegar a destino, mientras que los restantes viven sanos y robustos y ya se han multiplicado. La narración continúa con la descripción del grupo en el momento de redactar el informe. En total, el delegado da cuenta de dos machos, siete hembras, de las cuales tres están preñadas, y cuatro inmaduros, pero no hace ninguna referencia al número exacto de llamas y de alpacas de raza pura que componen el conjunto. Según él ambas especies están presentes, aunque sus características se están abastardando a causa de la obligada coexistencia dentro de un mismo recinto, lo que facilita los cruzamientos híbridos. Para concluir, esboza un programa de gestión que pretende mejorar la calidad del vellón gracias al empleo de los mejores ejemplares como repro48 «Con el fin de que en la distribución de premios que la Sociedad debe dar en la sesión pública del 10 de febrero próximo, pueda tener presente los trabajos de aclimatación que en España últimamente se han hecho y en mi juicio deben tenerse en cuenta, creo conveniente comunicar a la Sociedad que S. M. el Rey de España hace diez meses hizo traer a la Península un rebaño de alpacas.». Carta de Graells a Isidore. Madrid, 10-01-1858 (AMNCN328/014). 49 «necesitamos saber: 1º Si los animales son alpacas puras. Ya hay en varios lugares de aquí, y en Inglaterra, llamas; nuestro premio esta destinado exclusivamente a la importación de alpacas». Carta de Isidore a Graells. París, 23-01-1858 (AMNCN328/016). 50 Carta de Isidore a Graells. París, 20-01-1858 (AMNCN328/015). 51 Carta de Graells a Isidore. Madrid, 01-02-1858 (AMNCN328/019).

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ductores y a la cuidadosa selección de los pastos. En un anexo, se incluye una lista de medidas corporales que pretende dar una idea de la morfología y corpulencia de los animales que han sido manipulados para su esquileo. Los datos tomados sobre el cuerpo de las bestias, 18 mediciones en total, son muy variados, desde la altura al nivel de la cruz hasta la longitud total del cuerpo, en su mayor parte variables morfológicas que aún se utilizan en la actualidad en estudios descriptivos de este tipo (Aragón et. al., 1995). El envío incluye igualmente mechones de lana de los dos machos, de dos de las hembras y de Zalamero, Isleño, Peruano y Corzo, las cuatro crías nacidas en España. Además, se adjuntan las fotografías solicitadas para ilustrar la descripción de los animales, hecho que constituye un ejemplo de utilización precoz de la técnica fotográfica como soporte de la reflexión científica. Desgraciadamente, en el archivo del Museo de Madrid no se ha encontrado, al menos hasta el momento, copia alguna de las fotografías enviadas a París que nos permita saber de qué tipo de animales se trataba. De cualquier forma, ya fueran llamas o alpacas, la argumentación de Graells convenció a la Société pues, en 1859, Francisco de Asís de Borbón fue distinguido con una medalla de oro por haber logrado la introducción en Europa de un rebaño de «camélidos sudamericanos».

Miembros españoles recompensados por la Société No sólo los monarcas acapararon honores de la Société. Los proyectos de aclimatación desarrollados en España casi siempre coincidieron con las líneas prioritarias de investigación fijadas desde París. El aporte hecho por la delegación hispana resultó de gran utilidad y, por eso, la cosecha de premios fue más bien abundante. El cuadro que a continuación se presenta agrupa a los laureados por su actividad en pro de la aclimatación, junto con el tipo de recompensa que recibieron y el motivo de tal distinción. Pese a que no fueron los únicos en demostrar con su actitud el apoyo que en España se dio al proyecto de Isidore Geoffroy Saint-Hilaire, el reconocimiento del que fueron objeto nos permite emplearlos como broche de oro de lo que fue la participación española durante el primer periodo de gestión de la Société impériale zoologique d’acclimatation (Anónimo, 1857c; 1858b; 1860; 1861).

Año

Personaje

Premio

Asunto

1857

Isabel II

Carta firmada por todos los miembros del Consejo Real

Siguiendo la tradición de la Casa Real de España, la Reina ha ofrecido su apoyo al proyecto de la aclimatación.

1857

Robillard

Medalla de 2ª clase, sección Insectos

Introducción y aclimatación del gusano de seda del ricino.

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Año

Personaje

Premio

Asunto

1858

Francisco de Asís de Borbón

Premio extraordinario, medalla de oro

Introducción en las montañas de Europa de un rebaño de camélidos sudamericanos.

1858

El marqués de Perales

Medalla de 1ª clase, sección Mamíferos

Aclimatación de la cabra de Angora.

1858

El general Serrano

Medalla de 1ª clase, sección Mamíferos

Aclimatación de la cabra de Angora.

1858

Graells

Medalla de 1ª clase, sección Mamíferos

Aclimatación de la cabra de Angora y de otras especies útiles.

1858

Victor Serrano

Medalla de 2ª clase, sección Mamíferos

Aclimatación de la cabra de Angora.

1858

O’Ryan de Acuña

Mención honorable, sección Peces

Introducción de la piscicultura en España.

1858

Lecaroz

Mención honorable, sección Peces

Introducción de la piscicultura en España.

1860

Pellón y Rodríguez

Medalla de 2ª clase, sección Vegetales

Estudio de las variedades de sorgo.

1861

Francisco Brea52

Medalla de 2ª clase, sección Aves

Reproducción del avestruz en cautividad.

1861

El conde de Vega Grande

Medalla de 1ª clase, sección Insectos

Aclimatación en las islas Canarias del gusano de seda del ricino.

52

Brea era el mozo al cuidado de los animales del jardín de aclimatación de Madrid.

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Capítulo 5 LA DELEGACIÓN ESPAÑOLA TRAS LA MUERTE DE ISIDORE GEOFFROY SAINT-HILAIRE Entre los documentos que han inspirado este trabajo se localiza una última carta entre Isidore y Graells, un borrador que éste pensaba dirigir a su colega francés, fechado un nueve de octubre de 1861. En él, el delegado solicita la atención del presidente al sentirse «completamente olvidado, pues transcurren los meses uno tras otro sin recibir noticias suyas ni de los progresos de la Sociedad de aclimatación»1. La respuesta al requerimiento de Graells no tarda en llegar, pero esta vez lo hace de la mano de Albert, hijo de Isidore, y en un tono más bien grave: «Mi padre está demasiado enfermo para poder responderle ( ). La salud de mi padre preocupa mucho a sus amigos en este momento, y nosotros, sus hijos, estamos intranquilos; su estado es estacionario desde hace un mes y no manifiesta ningún progreso, su debilidad es extrema»2. Una semana más tarde, Albert comunica el fallecimiento de su progenitor: «Después de haber tenido el honor de escribirle he sufrido la desgracia de perder a mi padre, supongo que ya estará al tanto de la noticia»3. Isidore Geoffroy SaintHilaire falleció un frío 10 de noviembre de 1861 en casa de su único hijo, en la ciudad de Neuilly, a escasos kilómetros de París. Unos fuertes dolores de cabeza que le atormentaban desde 1860 le habían empujado a buscar refugio en el campo, primero en Suiza, más tarde en la campiña próxima a la capital, cerca de sus obligaciones y en compañía de los suyos. En el verano de 1861 la situación se agravó con unas fiebres recurrentes que indujeron a pensar en un brote palúdico. El fatal desenlace sobrevino sin diagnóstico preciso, y el ilustre naturalista se extinguió a la temprana edad de 56 años, justo en el momento en que la gran mayoría de los sabios comienzan a dar sus mejores frutos, consecuencia lógica del perfecto maridaje entre experiencia y madurez (Quatrefages, 1862).

1 2 3

Carta de Graells a Isidore. Madrid, 09-10-1861 (AMNCN324/008). Carta de Albert a Graells. París, 30-10-1861 (AMNCN324/009). Carta de Albert a Graells. París, 18-11-1861 (misma signatura).

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Los nuevos miembros Al transmitir su pésame desde Madrid, el delegado no escatima palabras para expresar el apego que sentía por el finado y el vínculo que le sigue uniendo a la familia Geoffroy Saint-Hilaire: La pérdida de mi excelente amigo me ha causado una terrible impresión y lloraré con su familia y sus innumerables amigos una muerte que deja un enorme vacío en mis relaciones de amistad y científicas. ( ) os estrecho contra mi corazón que os transmitirá el afecto especial que me unía al difunto y que en adelante me unirá a usted4.

La desaparición de Isidore coincide con el momento de mayor apogeo del programa de connaturalización de animales que Graells estaba desarrollando en Madrid. En esa última carta pensada para rendir cuentas ante el presidente, en ese borrador citado al principio del capítulo, el riojano hace alarde de todo su optimismo al relatar las buenas nuevas de la aclimatación en España: Las llamas se han reproducido con regularidad al igual que los merinos Graux de Mauchamp y mis cabras de Angora, y en nuestro Jardín Zoológico, el pato carolino, el ganso de Egipto, las dos especies de colines y diversas especies de palomas cubanas. Trabajamos activamente y observo con placer que progresamos, pues ya hemos acaparado la atención de particulares que empiezan a involucrarse en la propagación y aclimatación de animales útiles de los cuales nosotros les facilitamos la adquisición5.

Tiempos de bonanza parecían alentar a la delegación hispana, inmersa en un periodo de vacas gordas que, por desgracia, no tardaría en concluir. La cesación de Graells estaba al llegar, y en su caída arrastraría consigo todo el programa zootécnico que con considerable esfuerzo había difundido en España e integrado en el concierto científico internacional. Pero sigamos sin adelantar acontecimientos. La sentenciada delegación todavía estaba lejos de su agonía en 1861. Aún le quedaban años de colaboración y de intensa actividad, época fundamentalmente centrada, en Madrid, en el jardín zoológico de aclimatación creado en el Botánico del Museo, del que nos ocuparemos en los últimos capítulos. Por lo demás, siguen incorporándose más socios, seducidos por el programa propuesto y por los resultados obtenidos, varios autores españoles continúan publicando sus textos en los boletines de la asociación y los proyectos de aclimatación ya iniciados, y otros nuevos, siguen su curso. Vayamos pues por partes y, aun a riesgo de repetir esquema, empecemos por las adhesiones de nuevos miembros durante esta segunda etapa de gestión de la Société. He aquí el listado:

4 5

Carta de Graells a Albert. Madrid, 23-11-1861 (AMNCN324/009). Carta de Graells a Isidore. Madrid, 09-10-1861 (AMNCN324/008).

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Nombre

Año

Ciudad

Joseph Muntadas

1862

Barcelona

José Falguera y Ciudad

1862

Madrid

Álvaro Ruiz

1862

París

Francisco Cardona y Orfila Juan Buxareu Juncadella Fernando Puig Jaime Sufont Juan Antonio Bóxeres y Abat Hilario Pascual y Inglada El marqués de Remisa El marqués de la Romana J. Pons y Soler Eusebio Salazar y Mazarredo El duque de Fernán Núñez El duque de Fernandina Facundo Cortadillas Gregorio Chil Muro

1862 1862 1862 1862 1862 1862 1862 1862 1862 1862 1862 1863 1863 1864 1864 1865

Mahón Barcelona Barcelona Barcelona Barcelona Barcelona Barcelona Madrid Palma Mahón Madrid Madrid Madrid Mahón Gran Canaria París

Louis-Stanislas Malingre Antonio Cánovas del Castillo Antonio Blasco Federico Muntadas Juan Cruz Juan Prim, marqués de los Castillejos, conde de Reus Manuel Silvela

1866 1866 1867 1869 1869 1869

Madrid Madrid Córdoba Áteca Sevilla Madrid

1869

Madrid

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Ocupación Comendador de la orden de Carlos III. Fundador y director de «La España Industrial». General de brigada de la Armada Española. Secretario de la Embajada de España en Francia. Abad. Industrial. Industrial. Industrial. Propietario. Propietario. Banquero. Propietario. Propietario. Juez de primera instancia. Doctor. Primer secretario de la Embajada en Francia. Ingeniero civil. Ministro de las Colonias. Profesor de la Escuela de Agricultura. Propietario. Presidente del Consejo de Ministros. Ministro de Estado.

Para cubrir un periodo similar al abordado en el capítulo anterior, unos ocho años aproximadamente, el número de afiliados desciende de manera considerable: 26 nuevos miembros, 20 menos que durante los primeros años de existencia de la Société. La aparente caída del interés por la asociación científica resulta aún más flagrante si tenemos en cuenta que más de la mitad de ellos se incorporan durante el año 1862, fecha bisagra entre las dos épocas definidas. Con posterioridad, y hasta la desaparición de la delegación madrileña en 1869, se contabilizará una media de sólo dos altas anuales. ¿Cuáles fueron las causas de tan acusado estancamiento? ¿Se agotó en España el público potencial de la Société? ¿Dejaron sus responsables de ocuparse del asunto? En Francia, por el contrario, la corporación sigue gozando de perfecta salud y no acusa una reducción considerable de sus efectivos. El declive le llegaría poco tiempo después, tras el estallido de la Guerra Franco-prusiana el 19 de julio de 1870. A partir de entonces, la Société va adquiriendo un carácter cada vez más nacionalista, a medida que el

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equilibrio europeo varía (Osborne, 1994, p. 39-42). El contexto filosófico y conciliador de la discusión filantrópica no logra imponerse sobre los intereses políticos y económicos de cada país, y los propios miembros franceses se erigen en perfectos patriotas al dar ejemplo de cómo afrontar las penurias provocadas por el agresor extranjero. En pleno cerco de París, ciudad mártir sitiada durante cuatro meses por el ejército prusiano, una serie de ilustres comensales, entre los que se encontraban Albert Geoffroy Saint-Hilaire, Quatrefages6, Richard de Cantal, Graux y el mismo alcalde de la villa, comparten charla y mesa para degustar una curiosa cena a base de brochetas de hígado de perro, estofado de gato y ratas asadas, únicas pitanzas disponibles en medio del infortunio para la hambrienta población (Geoffroy Saint-Hilaire, 1870). Si se analizan los horizontes de los que surgen los nuevos socios en España se pueden detectar cambios sustanciales. En primer lugar, la ciudad de Madrid deja de llevar la voz cantante. Pese a que en ella residen nueve de las recientes incorporaciones, Barcelona, con siete, y las Islas Baleares, con cuatro, despuntan con fuerza en el nuevo panorama, provocando un desplazamiento de interlocutores de la Société desde el centro hacia el este peninsular. De hecho, desde 1862 se menciona en los boletines una nueva delegación en España localizada en Barcelona. Su primer responsable fue Frédéric Sacc, profesor de ciencias suizo que ya fuera delegado en Neuchâtel, quien presentó ante el Consejo un proyecto de instalación de un zoológico de aclimatación en la Ciudad Condal (Anónimo, 1862a). En 1864 fue remplazado por el banquero Hilario Pascual Inglada como delegado en Cataluña (Anónimo, 1864a), personaje que permanecerá al frente hasta 1870, año en que la delegación de Barcelona deja de figurar entre los grupos filiales de la Société. Mucho más significativa resulta la nueva distribución de perfiles profesionales. La aclimatación deja de ser atractiva para los científicos, y sólo uno, Antonio Blasco, profesor de la Escuela de Agricultura de Córdoba, se interesará por la institución. Por el contrario, los profesionales liberales mostrarán una mayor curiosidad, y cuatro industriales, un banquero, un ingeniero civil, un doctor y un juez de primera instancia ofrecerán su apoyo a la iniciativa francesa. Con todo, las categorías profesionales establecidas en el capítulo anterior siguen estando representadas, pudiéndose contar cinco propietarios, dos diplomáticos residentes en París y cuatro políticos, entre los cuales figura Juan Prim que, curiosamente, vuelve a inscribir su nombre que ya había sido dado de alta en 1857. Sin ánimo de desbordar los objetivos planteados en este estudio, y con la sola intención de recalcar, una vez más, la excelente aceptación social de la Société en España, no resulta ejercicio vano el reseñar algunas de las figuras relevantes que fueron progresivamente incorporándose a la asociación. Es el caso de Anto6 Jean Louis Armand de Quatrefages (1810-1892) era profesor de Antropología en el Museo de Historia Natural de París. Su obra incluye artículos sobre todos los grupos zoológicos, aunque se interesó de forma especial por el estudio del ser humano, del que defendía la unidad de la especie.

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nio Cánovas del Castillo (1828-1897), político, historiador y escritor, artífice de la Restauración monárquica española en la figura de Alfonso XII, hijo de Isabel II. Para reglamentar la vida política, Cánovas defendía un reparto alternativo del poder entre dos partidos principales, estrategia conocida como «turnismo». Contrario al sufragio universal, según su criterio correspondía a la Corona el arbitrio entre ambos a la hora de la alternancia. Padre de la Constitución de 1876, fue jefe del gobierno conservador de la monarquía restaurada entre los años 1874 y 1881, fecha en la que fue sucedido por Sagasta, líder del partido liberal, llevándose así a la práctica el modelo político por él preconizado. Ambos partidos se turnaron en el gobierno hasta el asesinato de Cánovas, a manos de un anarquista italiano, en 1897. Otro personaje político en las filas de la delegación española fue Manuel Silvela (1830-1892), miembro de la Unión Liberal cercano a O’Donnell. Desempeñó el cargo de ministro de Estado con Serrano (en 1868) y Prim (en 1869), pero dimitió al no prosperar la candidatura de Montpensier al trono vacante. Por su parte, el duque de Fernán Núñez, Manuel Falcó d’Adda y Valcárcel, fue senador del partido liberal, concejal del ayuntamiento de Madrid y embajador en París. Hombre de Estado era igualmente Eusebio Salazar y Mazarredo, nombrado en 1864 Comisario Extraordinario de Perú, cargo que el gobierno peruano no llegó a reconocer, lo que provocó un altercado diplomático. Como represalia al desplante, las fuerzas navales españolas ocuparon el 14 de abril de ese mismo año las islas Chincha, principal centro productor de guano del país sudamericano7, declarándose una guerra que puso en un serio aprieto a los integrantes de la Comisión Científica del Pacífico que en aquellas fechas recalaban por allí (López-Ocón y Pérez-Montes, 2000, p. 33). Entre los nuevos socios se encuentran dos personajes ilustrados que desarrollaron su actividad lejos de los grandes centros de influencia política y científica, y que consagraron su tiempo y sus capacidades al conocimiento local. Personalidades que han quedado vinculadas de manera indisoluble a sus respectivas patrias chicas, en la misma línea de Marcelino Sáez de Sautuola, miembro temprano de la Société y elemento clave de la Cantabria culta del siglo XIX. Es el caso de Gregorio Chil y Naranjo (1831-1901), autor de «Estudios históricos, patológicos y climatológicos de las Islas Canarias» (1876), obra que consolidó la antropología y prehistoria canarias y las dio a conocer en Europa. Chil fue el fundador, en 1879, del Museo Canario, referencia indispensable en el estudio de la cultura guanche que puede ser visitado en Las Palmas de Gran Canaria, instalado en la que fuera residencia privada de su promotor. En Aragón, la figura de Juan Federico Muntadas está íntimamente ligada al Monasterio de Piedra, enclave maño que él se ocupó de transformar y de divulgar en distintas publica7 Conocido y empleado desde siempre por las poblaciones indígenas, el comercio del guano, depósito subfósil con propiedades de abono fertilizante formado a partir de los excrementos de aves marinas, se convirtió durante el siglo XIX en la mayor fuente de ingresos del gobierno peruano, hasta el punto de ser conocido como «el oro del Perú».

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ciones europeas, incluidas las actas de la Société, como veremos. Gracias a su fascinación por el lugar y a sus actuaciones paisajísticas, el recinto del antiguo monasterio cisterciense fundado en 1194 por Alfonso II el Casto y desamortizado mucho después por Mendizábal, constituye actualmente uno de los principales centros de atracción turística del interior peninsular, famoso por sus grutas, cascadas y frondosos bosques de ribera que conforman una nota de exhuberancia vegetal en medio de las resecas estepas ibéricas.

Un delegado español en continua actividad Probablemente, Antonio Sánchez Pozuelo sea el primer español que probó la carne de emú. El despiece de esta gran ave corredora australiana hoy empieza a resultar familiar en los expositores de los supermercados y en las cartas de los restaurantes pero, en 1853, fecha de esa primera degustación, la especie era escasamente conocida en Europa, y aventurarse a catar su carne constituía todo un desafío gastronómico. Ese año, el taxidermista del Museo de Ciencias de Madrid, recientemente nombrado en sustitución del fallecido José Duchen (Barreiro, 1992, p. 236), se las vio con los cadáveres de dos jóvenes emúes de la casa de fieras del Retiro, muertos a consecuencia de las múltiples fracturas que se provocaron al precipitarse contra la rudimentaria alambrada que cercaba su recinto en el zoológico. Además de para incluir sus pieles y osamentas entre las colecciones del Museo, Sánchez Pozuelo aprovechó la ocasión para procurarse una ración extra de carne roja y entrar, sin saberlo, en el anecdotario culinario nacional. El episodio es narrado por Graells en su primera colaboración en los boletines de la Société tras la muerte de Isidore, un artículo titulado Acerca de una reproducción de emúes (casuarios de Nueva Holanda) en España (Graells, 1862). El objetivo central del trabajo es comunicar que de los errores se aprende, y que con tesón y profesionalidad una mala nueva puede ser, simplemente, el preludio del éxito. La pareja pionera, que al menos incrementó con sus restos el catálogo de las colecciones del centro, fue reemplazada en 1854 por otra igualmente enviada desde Australia por el obispo de Puerto Victoria. En este caso, los animales no se alojaron directamente en un corralillo descubierto, a la vista de los visitantes y del resto de habitantes de la casa de fieras, sino que, de manera transitoria, se aislaron en una pequeña cuadra repleta de paja, desde la que poco a poco se les fue acostumbrando a su nuevo entorno. Todo un logro en materia de manejo de animales salvajes en cautividad, y ahora Graells escribe para anunciar el primer nacimiento de pollos de emú ocurrido en España. El entonces llamado casuario de Nueva Holanda o dromeo, junto con el avestruz, estaban en el punto de mira de la Société por la calidad de su carne y la cantidad generada. Las aves corredoras interesaban y Graells supo involucrarse en el tema. El delegado se complacía en anunciar el nacimiento de dos pollos en 1861, animales que ya contaban siete meses de vida en el momento de redac-

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tar el artículo y se encontraban en perfecto estado. Junto con el texto enviaba unas cuantas plumas, una fotografía de los pollos poco tiempo después de la eclosión de los huevos y un dibujo hecho del natural (ver imagen de portada), con el que demuestra que el diseño rayado de los inmaduros de esta especie está formado por trazos negros y no rojos, como defiende el naturalista francés René Lesson en su Traité d’ornithologie. Una copia de dicha foto continuaba oculta en el borrador plegado de la carta que se envió a Francia. En ella (figura 18 del apéndice iconográfico) se ven los dos polluelos acurrucados en el sombrero de Francisco Brea, mozo responsable de su cuidado. Su localización fue toda una sorpresa pues se trata de uno de los documentos fotográficos más antiguos entre los custodiados en la institución. Además de ser una de las pocas imágenes que han llegado hasta nosotros del zoológico del Botánico, su valor testimonial es aún mayor pues prueba el interés que la técnica fotográfica despertó en Graells, uno de los pioneros de su empleo en España, que estuvo presente en el primer experimento daguerrotípico que se celebró en Madrid, el 18 de noviembre de 1839 (Sougez, 1994; López Mondéjar, 1999). En el asunto de la cría de rátidas, las grandes aves adaptadas a la carrera que han perdido la capacidad de volar, Graells estuvo secundado por Froilán Ayala, administrador del Retiro al servicio de la Corona. Él también publico en 1862 un artículo al respecto titulado Acerca de los resultados de la incubación de los avestruces y de los emúes en 1862 en el parque del Buen Retiro, cerca de Madrid (Ayala, 1862). En su exposición presenta a la pareja de avestruces argelinos que viven en la casa de fieras, obsequio del mariscal francés Pellisier a Isabel II en 1852, y relata las peripecias sufridas por la primera puesta lograda en cautividad, de la que se obtuvieron tres pollos sanos pese a los devastadores efectos de una tormenta que inundó el nido. Los emúes por su parte se han vuelto a reproducir y añaden tres recién llegados al grupo de dos adultos reproductores y dos juveniles de un año. Por el celo mostrado en la dirección del parque zoológico y por el éxito logrado con las aves corredoras, Ayala se hizo acreedor de una de las recompensas de la Société, una medalla de primera clase que le fue acordada en 1862. Un año más tarde es de nuevo Graells el que figura en el índice de la publicación como autor de Aclimatación de animales de nuevas especies en España (Graells, 1863). El artículo toma la forma de un acta, en la que de manera escueta y clara se pormenorizan los éxitos de la gestión del delegado en España. Las llamas se han dividido en dos lotes, uno en Aranjuez y otro en La Granja, y se baraja la idea de formar dos rebaños diferentes, uno reproductor, con todas las hembras y dos garañones, y otro de machos solteros, estructura social que existe entre los grupos salvajes. Los merinos Graux de Mauchamp ascienden ya a 19 cabezas de raza pura y a 100 cabezas de cruzados con merinos nacionales, hibridación interesante pues no implica pérdida alguna en la calidad de la lana producida y añade sin embargo rusticidad a la estirpe, lo que facilita su cría bajo los rigores del clima castellano y la austeridad vegetal de la meseta. Las gacelas y canguros se han instalado en amplios cercados en la Casa de Campo para mejo-

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rar sus condiciones de vida, al igual que los jóvenes avestruces, para los que se ha acotado una parcela de un kilómetro de circunferencia. Por su parte, los pequeños emúes siguen creciendo y la fértil pareja fundadora se afana en sacar adelante una puesta de ocho huevos. Un nuevo informe se envía en 1865, dando buena cuenta de Los trabajos de aclimatación en España en 1864 (Graells, 1865). En él se confirma de nuevo la reproducción de los avestruces, las llamas, los canguros y otros inquilinos del zoológico del Botánico, como los cisnes negros, los agutís, los cerdos de China, los patos carolinos, los gansos de Canadá y de Egipto, los faisanes de Cuvier y otras especies de las que nos ocuparemos al hablar de las colecciones del jardín de aclimatación. Fácil es imaginar, para todo aquel que conozca el Jardín Botánico de Madrid, que tal cantidad de animales no debía de encontrarse muy a sus anchas en tan reducido espacio. Por ello no es de extrañar que buena parte de los mismos fueran enviados a otras zonas, especialmente las especies más corpulentas. En su última colaboración como delegado en los boletines de la Société, un texto sobre la Reproducción de los avestruces en Madrid (Graells, 1867), Graells deja constancia de tal estrategia al hablar de un núcleo formado por tres parejas reproductoras que viven en el Retiro, y un segundo integrado por tres machos y una hembra en la Casa de Campo. Esta última es el único animal nacido fuera de Madrid, es de hecho la integrante de la primera pareja africana que arribó a las colecciones reales como regalo diplomático, toda una veterana que seguía procurando alegrías al delegado puesto que ese año sacó adelante dos nuevos pollos. Sin lugar a dudas, la reproducción de los avestruces, junto con la de las llamas8, hubieran sido dos empresas abocadas al éxito de no ser por el cariz dramático que los acontecimientos tomarían más adelante. Graells era muy consciente de ello, y desde un principio se mostró confiado en el buen devenir de la iniciativa. Ya en 1860, ante el revuelo levantado por la noticia de la reproducción del avestruz en las posesiones del príncipe Demidoff en Florencia, acontecimiento relatado en el boletín de la Société (Demidoff, 1860) y divulgado por la prensa madrileña, el naturalista español responde con una réplica publicada el 24 de noviembre de ese año en La América9. En ella dejaba claro que la procreación de la especie ya se había logrado con anterioridad en Madrid, al tiempo que presagiaba un futuro de optimismo para la connaturalización del avestruz en Espa8 En una carta dirigida por Graells a Lavison, director del jardín de aclimatación de París, el 27 de febrero de 1864 (AMNCN330/030), el delegado detalla el estado del rebaño de llamas de la Corona. Los animales se reparten entre Aranjuez, La Granja y el parque del Retiro. Todos los años se verifican nuevos nacimientos y si no fuera por la desproporción de sexos, tres machos por cada hembra, el crecimiento de los efectivos sería espectacular. Por su parte, Rufz de Lavison nos cuenta que de las 104 llamas censadas en el Viejo Continente, 32 están en Madrid y el resto se reparten entre Gran Bretaña, Bélgica, Alemania, Italia y Francia (Rufz de Lavison, 1864). La capital española contaba pues con el más importante contingente de la especie fuera de su región de origen. 9 Un ejemplar impreso del periódico se conserva en los archivos del Museo de Ciencias Naturales de Madrid. La América, vol. IV nº 18 (24 de noviembre de 1860).

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ña. Tal vez por eso enviara presto los informes que se fueron sucediendo en los boletines y que hemos consignado anteriormente. Desgraciadamente, los buenos inicios se vieron empañados por la inestabilidad social, y las turbulencias que terminaron por desatarse dieron al traste con la empresa. Otro de los asuntos que el delegado tuvo entre manos y que despertó gran interés en París, fue la recepción de los animales vivos enviados por los expedicionarios comisionados en el Pacífico. Los naturalistas que el 10 de agosto de 1862 zarparon del puerto de Cádiz en las fragatas Resolución y Triunfo, llevaban consigo instrucciones precisas dadas por Graells para recolectar meticulosamente todo animal o vegetal útil para su posterior connaturalización y explotación en España (Puig-Samper, 1988). En lo tocante a los animales las recomendaciones estaban claras. Interesaban el castor (Castor canadensis), roedor cada vez más escaso en libertad y especialmente apreciado por la calidad de su piel, y el ñandú de la Pampa (no hace falta volver a insistir sobre el interés que despertaban en Graells las grandes aves corredoras). También se hablaba de las mariposas productoras de seda o de las abejas melíferas, animales todos ellos evocados en los distintos trabajos presentados en la Société y por cuya aclimatación, en determinados casos, incluso se había previsto la concesión de recompensas. Al parecer, los expedicionarios cumplieron a rajatabla con su cometido. En uno de los pasajes del relato de su viaje a Brasil, el naturalista suizo Louis Agassiz describe el encuentro con los naturalistas españoles tras el descenso en canoa del río Napo, afluente del Amazonas. Además del lamentable aspecto que los esforzados científicos presentaban, Agassiz destaca la atiborrada canoa, a sus ojos un pequeño arca de Noé por la cantidad de animales vivos que transportaba10. Y los envíos empezaron a llegar. Los ejemplares fueron remitidos desde Valparaíso por Marcos Jiménez de la Espada a bordo de la fragata francesa Perseverance, al cuidado de un mozo que resultó más bien negligente (Puig-Samper, 1988). De los 76 animales que dejaron el puerto chileno rumbo al francés de Le Havre durante el otoño de 1864, sólo 36 sobrevivieron a la travesía, llegando a tierra en unas condiciones lamentables. El cónsul español decidió el envío de las bestias por Bayona, al ser ésta la vía más rápida y segura, prescindiendo de los servicios del mancebo que recaló en Madrid mucho antes que sus protegidos y sin tener noticias de ellos. Los animales se facturaron en tren como mercancía, envueltos en improvisados fardos que impedían procurarles alimentos y bebida, lo que no hizo sino agravar su penoso estado. Para colmo, en la aduana de Madrid permanecieron retenidos 24 horas en ayunas. Graells finalmente pudo hacerse cargo de 33 animales vivos y rápidamente hizo partícipe a la Société del acontecimiento: Hemos recibido una primera colección de animales vivos del señor Espada, naturalista vinculado a la expedición científica española encargada de explorar 10

Louis Agassiz y Elizabeth Cabot Agassiz, A journey in Brazil, Boston, 1895, p. 208. Citado por Miller (1983).

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las costas del Pacífico. Citaremos entre otros, cinco guanacos (se trata de una especie de camélido salvaje sudamericano), una chinchilla, un Procyon lotor (un mapache), dos Myopotamus coypu (el coipú es un gran roedor anfibio semejante a una enorme rata almizclera), dos Dolichotis patagonica (la mara o liebre de la Patagonia), cuatro cisnes de cuello negro, once Bernicla guineensis (una especie de ganso), doce Agelasius aureus (una pequeña ave de vivos colores), dieciocho Zenaida aurita (la tórtola caribeña), diez Notura perdicaria (son tinamúes, pequeñas aves corredoras sudamericanas), dos Fuligula metopias (un tipo de pato buceador), y dos Dafila bahamensis (el ánade de las Bahamas). El señor Marcos Jiménez de la Espada ha estado destinado, antes de partir con la expedición del Pacífico, como ayudante naturalista en el jardín zoológico, y me complazco en señalarle su cooperación en mis trabajos de aclimatación, al mismo tiempo que las ricas introducciones de animales nuevos. Antes de este envío, yo sólo conocía la liebre de la Patagonia (Dolichotis patagonica) a través de las descripciones y de las figuras; pero a la vista de este animal tan dulce, tan cariñoso, tan familiar, del tamaño de un Moschus (de un ciervo almizclero), y cuyo pelaje podrá ser utilizado en peletería, no dudo en afirmar que su multiplicación será una auténtica conquista para nosotros. Este animal, del que Azzara (sic) ha dado una descripción muy precisa, tiene cualidades análogas a las del corzo común, y no es tímido como lo son los Lepóridos (los conejos y liebres) (Graells, 1865).

La remesa de nuevas especies americanas suscitó la curiosidad de Albert Geoffroy Saint-Hilaire, hecho comprensible si se tiene en cuenta que algunas de ellas, caso de la mara, eran vistas vivas en Europa por primera vez: Por mi parte no he podido leer la lista de animales que ha recibido de las costas del Pacífico sin sentir envidia ( ). He decidido escribirle para solicitarle alguna de las reproducciones que usted logrará sin duda. En primer lugar me satisfaría adquirir o intercambiar cisnes de cuello negro con usted. Sabe que su valor es de 1500 francos la pareja ( ). ¿Ha decidido conservar los 11 Bernicla chilensis (Graells habla de Bernicla guineensis lo que sin duda se trata de un error si se tiene en cuenta la procedencia geográfica de las aves) que ha recibido? Le estaría muy agradecido si considerase cederme una o dos parejas. Los tinamús (Nothura) que tiene, se reproducirán sin ninguna duda ( ). Si las maras (Dolichotis) de la Patagonia tienen descendencia piense en mí. Es, como usted dice, uno de los animales más valiosos que se pueden introducir11.

Pero el entusiasmo sólo fue pasajero. Ante el silencio de Graells, Alfred insiste de nuevo12. Sobre el mismo papel recibido, el español escribió en una nota al margen el triste balance final de tan prometedor envío13:

11

Carta de Albert a Graells. París, 18-02-1865 (AMNCN323/009). Carta de Albert a Graells. París, 02-04-1865 (AMNCN323/010). 13 Manuel Almagro, cronista de la Comisión del Pacífico, también señala el fracaso del envío. A los pocos meses de su llegada a Madrid, sólo sobrevivían diez animales: cuatro guanacos, dos maras, un carnero y dos ovejas de la Ligua y un coipú (Almagro, 1984). 12

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Contestación el 17 abril diciendo que no podía enviar por ahora nada por haber muerto los cisnes de cuello negro, haber perdido 9 Berniclas chilensis = los dolicotis (sic) son machos = las grullas fueron al parque de S. M. = que antes que a nadie se le enviará cuando pueda al Bois de Boulogne = que no pido nada por el estado crítico financiero en que estamos.

Poco dado al desaliento, el delegado aprovecha la ocasión para, al menos, recabar un provecho nominal, y propone a Marcos Jiménez de la Espada, autor de las remesas, y a los mozos Pedro Morón y Antonio Pinilla, encargados del cuidado de los animales en el zoológico, como candidatos a los premios anuales de la Société. La súplica fue atendida, pues los tres recibieron su recompensa en 1866, una medalla de primera clase para Espada y una ayuda pecuniaria para los empleados14. A la hora de ensalzar ante Drouyn de Lhuys, presidente de la corporación, las contribuciones realizadas por Jiménez de la Espada, Graells sigue manteniendo una firme esperanza en los resultados que la expedición al Pacífico puede proporcionar en materia de aclimatación: Le ruego se acuerde del nombre del señor Espada, naturalista español de nuestro museo, destinado en la expedición científica del Pacífico que nos envió los Myopotamus coipu, carneros siguas (sic) (son carneros de La Ligua, ciudad de la región chilena de Valparaíso), liebres de Patagonia, cisnes de cuello negro, las Berniclas chilensis, las lloicas (se trata del Trupialis militaris, ave de canto chilena algo mayor que el estornino europeo), los Nothuras (son los tinamúes), los guanacos y ahora a su regreso nos escribe desde Pará que nos trae una pareja de manatíes, macho y hembra, vivos, el Gimnotus electricus (la anguila eléctrica), armadillos, dicotiles (sic, se trata de pécaris, parientes cercanos de los jabalíes), penélopes (son una especie de pavas de monte), diferentes especies de palomas y tórtolas del interior de Bolivia y muchos más animales vivos que aquí esperamos con impaciencia. Este naturalista me dice que ha dejado los contactos tan bien establecidos que nos resultará fácil en el futuro procurarnos todos los animales vivos más útiles.15

Pese al optimismo de Graells y a las buenas noticias avanzadas por Espada, en la correspondencia consultada no hay rastro de la llegada del pregonado lote, lo cual no implica necesariamente que la ansiada recepción no se produjera. De hecho, en la colección de mamíferos de la Museo constan dos pieles naturalizadas de manatíes, un joven y un adulto procedentes de las Antillas16. ¿Se trata de los animales citados por Graells en su carta a la Société? Desgraciadamente, en el registro no figura la fecha de entrada de los animales ni cualquier otro tipo de dato complementario que permita una adjudicación segura. En cualquier caso, la empresa de hacer llegar hasta España dos bestias del tipo de los manatíes era, por 14 Carta de Grisard (agente de la Société) a Graells. París, 13-08-1966. Anuncia el envío de las condecoraciones a España (AMNCN331/021). 15 Carta de Graells a Drouyn de Lhuys. Madrid, 20-12-1865 (AMNCN331/017). 16 Referencias de los ejemplares: MNCN 4552 y MNCN 4553.

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aquel entonces, prácticamente imposible de acometer. Estos mamíferos se encuentran totalmente adaptados al medio acuático, hasta el punto de no ser capaces de sobrevivir mucho tiempo en tierra firme pese a su respiración pulmonar. Resulta fácil entenderlo si tenemos en cuenta que son muchas las similitudes existentes entre manatíes y dugongos, miembros del orden de los sirénidos, y el grupo de los cetáceos, los populares delfines y ballenas, orden filogenéticamente distante del anterior pero igualmente adaptado a vivir permanentemente en el agua. La piel glabra y sensible a la sequedad, el hipertrofiado panículo adiposo subcutáneo, la desaparición de las patas posteriores y la transformación de las anteriores en algo similar a remos, totalmente inaptos para caminar, incapacitan a estos dos grupos para las largas travesías en seco. El transporte de mamíferos acuáticos implica en la actualidad el empleo de sofisticadas grúas, de cajas acolchadas e impermeables y de hamacas de fijación, así como el recambio frecuente del agua con la que se protege la piel de los animales, medios difícilmente imaginables en la segunda mitad del siglo XIX. De lo que sí existen evidencias es del envío de las anguilas eléctricas17. Oriundos de las cuencas del Orinoco y del Amazonas, estos peces han suscitado desde siempre la curiosidad de los naturalistas por su capacidad para generar corrientes eléctricas de elevado voltaje18. Los animales expedidos a España, una pareja, fueron pescados en la región de Pará, en Brasil. Entregados al vicecónsul de España en Pernambuco por Martínez y Sáez19, se dispuso su salida hacia el puerto de Barcelona en la polacra goleta Guadalupe. Uno de los animales murió durante la travesía y del segundo se hizo cargo Juan Fontanilla, propietario de la embarcación, quien lo retuvo en su casa de El Masnou (Barcelona) a la espera de indicaciones sobre qué hacer con él, consejos que tardaron en llegar por lo que la segunda anguila igualmente se perdió antes de engrosar las colecciones del zoológico de aclimatación para el que iba destinada. Poco afortunado en sus proyectos ultramarinos, Graells no descuidó en su gestión la difusión nacional del programa para el que había sido nombrado delegado. Dos de los premios otorgados en París, rinden cuentas de esta labor promotora desarrollada por el de Tricio entre las personas interesadas por la connaturalización de animales en diversas regiones de España. En 1866, Cristina Hernández de Pemartin recibe una medalla de primera clase por la fundación de un jardín botánico y zoológico de aclimatación en Jerez de la Frontera. Por su 17

Carta de Martínez y Sáez a Graells. 04-01-1867 (AMNCN322/001). En el relato de sus viajes por la América española, el barón Alexander von Humboldt dice: «nada podía captar más nuestra atención que los gymnotos, que son aparatos eléctricos animados. Ocupado a diario, desde hace un gran número de años, de los fenómenos de la electricidad galvánica ( ) estaba impaciente, desde que llegué a Cumaná, por conseguir anguilas eléctricas». Cita recogida en Lalande, 2003. 19 Francisco de Paula Martínez y Sáez (1835-1908), integrante de la Comisión Científica del Pacífico, era el encargado de la descripción y recogida de ejemplares de diversos grupos zoológicos: mamíferos y reptiles acuáticos, peces, crustáceos, anélidos, moluscos y zoófitos. 18

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parte, Diego Carvajal y Pizarro es recompensado por la creación de un centro similar en la provincia de Cáceres20. Ambos habían sido apadrinados por Graells ante la Société y su labor había sido ponderada por éste (Graells, 1865). La correspondencia mantenida entre el delegado y Carvajal muestra bien que el zoológico de aclimatación del museo cumplía funciones de suministro de animales, pues el émulo extremeño de Graells, al hablar de su pobre zoológico21, rinde cuentas del devenir de los animales adquiridos en Madrid: distintas razas de gallinas, un cebú y una cabra de Egipto, con los que se propone crear híbridos cruzándolos con variedades locales22. Otro personaje de relevancia capital se va a aliar igualmente del lado de Graells. Se trata del rey consorte, Francisco de Asís de Borbón, que en 1862 decide dedicar parte de las posesiones de la Corona en la Casa de Campo madrileña a la cría de animales útiles, para lo cual hace construir amplios cercados por los que transitarán animales del jardín de aclimatación23. El rey nombra a Graells director de la sucursal por él promovida, puesto en el que el naturalista permanecerá al frente incluso tiempo después de la desaparición del zoológico del Museo.

Otros miembros implicados y su participación Las colaboraciones escritas por personajes españoles aparecidas en el boletín de la Société vienen encabezadas por la del propietario vizcaíno José María de Murga, miembro de la asociación desde 1859. Única contribución del autor en las páginas de la publicación, la temática abordada en la plana escasa que compone el texto no deja de ser genuinamente española: se trata del cultivo y preparación de la chufa, rizoma tuberoso de la juncia (Cyperus esculentus), popular y muy apreciada en el consumo local, sobre todo por la leche de horchata que de ella se obtiene, pero curiosamente ignorada más allá de los Pirineos (Murga, 1862). Los temas de carácter botánico y agronómico serán mayoría entre los desarrollados por los miembros españoles durante esta segunda etapa de existencia de la agrupación. Entre los nombres que se deben reseñar destaca de nuevo el de Ramón de la Sagra, volcado ahora en asuntos que le resultan más familiares ha20 Grisard, agente de la Société, envía desde París una carta fechada a uno de marzo de 1866 (AMNCN331/020), en la que solicita a Graells que corrija la ortografía y verifique los lugares de residencia de los premiados para subsanar posibles errores antes de grabar las medallas. La señora Pemartin agradece la intercesión de Graells en la concesión del premio mediante una carta firmada en Jerez el 19 de marzo de 1866 (AMNCN325/010). Carvajal lo hace desde Cáceres el 22 de marzo de 1866 (AMNCN325/011). 21 Carta de Carvajal a Graells. Cáceres, 22-03-1866 (AMNCN325/011). 22 Carta de Carvajal a Graells. Cáceres, 09-01-1867 (misma signatura). 23 Carta de Graells a Albert. El Escorial, 18-09-1862 (AMNCN/320/020). Graells comunica a la Société las intenciones del monarca.

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bida cuenta de la experiencia adquirida durante su estancia en la isla de Cuba. Pese a que su actividad editorial decae, el pensador gallego sigue apareciendo en numerosas citas incluidas en las actas del Consejo. Exceptuando una referencia acerca de la calidad de la lana producida en una explotación argelina de ovejas merinas (Anónimo, 1868a), el resto de sus intervenciones en el transcurso de las reuniones tendrán que ver con el mundo vegetal. En marzo de 1863 entrega un informe sobre trabajos inéditos de botánicos y naturalistas viajeros españoles con la intención de resaltar la utilidad de algunos de los vegetales descritos por sus compatriotas (Anónimo, 1863), manuscrito que desgraciadamente no fue publicado y cuyo contenido desconocemos. En 1866 ofrece llerenes (género Marantha), planta cubana de la familia del bledo, de cuyos tubérculos se obtiene una fécula alimenticia (Anónimo, 1866a). Un año después comunica el envío a Cuba de semillas de ortiga de China (Urtica utilis), especie de la que se obtiene el ramio, fibra vegetal de mejor calidad que el cáñamo o el algodón, fácil de teñir, pero mucho más difícil de extraer y de hilar (Anónimo, 1867a). El interés económico de esta especie procedente del Extremo Oriente debió de resultar manifiesto para de la Sagra, pues hizo de la promoción de su cultivo, técnicamente llamado «china-grass», un frente de batalla. En 1869 insiste tres veces sobre la potencialidad de su explotación en el sur de Francia (Anónimo, 1869a), iniciativa tentadora sobre todo si se tiene en cuenta que el ramio se puede comercializar mezclado con algodón y lana, dos productos fácilmente asequibles en la zona. Fruto de sus indagaciones sobre el tema son los dos únicos artículos que de la Sagra publica en los boletines entre 1862 y 1869 (de la Sagra, 1869a; 1869b). Además de sobre la ortiga de China, el coruñés opina sobre el bambú (Anónimo, 1868b), material óptimo para la construcción de cañerías, acerca del consumo del «limoneíto» (Limonia trifoliata), un refrescante cítrico cubano (Anónimo, 1869b), y critica el lino de Nueva Zelanda, según él inapropiado para fabricar sogas porque se pudre con demasiada facilidad (Anónimo, 1869b). Pese a su escasa producción científica en el ramo de la aclimatación tras la muerte de Isidore Geoffroy Saint-Hilaire, Ramón de la Sagra continúa contando con el apoyo y el crédito de la Société, y accede, en 1866, al puesto de secretario de la comisión permanente para el extranjero (Anónimo, 1866b). Tal vez prematuramente convencido del esfuerzo inútil que suponían los programas de aclimatación de grandes especies de mamíferos y de aves, animales con un tiempo de generación largo y por consiguiente malos modelos experimentales para el estudio de las adaptaciones inducidas por el medio, de la Sagra abandonó pronto el campo de la zootecnia para centrarse en el más factible de la agronomía. Su interés se alejaba del proyecto inicial propuesto por Isidore y por ende de los objetivos liderados por Graells como cabeza de la representación española. Un personaje silencioso durante la primera etapa de la Société que deja oír su voz en este segundo periodo es Marcelino Sáez de Sautuola. En 1862 dirige una carta desde Santander para anunciar el éxito logrado con una plantación de ailantos (género Ailanthus), árbol tropical de pequeño porte apreciado por la ca-

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lidad de su madera, por ciertas sustancias amargas de utilidad farmacológica que se destilan de la misma así como por su valor ornamental (Anónimo, 1862b). Junto con la misiva envía simiente de gusano de seda del moral procedente de su propio huerto y hasta el momento libre de pebrina. Esta enfermedad mortal para la especie, producida por un microsporidio, había alcanzado en esa época dimensiones de epidemia en el sur de Francia. La floreciente industria de la seda de la región comenzó a resentirse y los empresarios del ramo recurrieron al mismísimo Pasteur, que en 1865 dejó París rumbo al mediodía francés para investigar sobre el terreno. Identificado el agente patógeno, el científico puso a punto un eficaz sistema de detección de la simiente infectada que permitió erradicar la plaga. Sautuola escribe de nuevo en 1864 para comunicar un nuevo logro, el del cultivo en su finca del eucalipto común o azul (Eucaliptus globulus) a partir de los pies de planta que le habían sido cedidos un año antes por la Société (Anónimo, 1864b). Esta temprana y tímida noticia sobre el arraigo de este árbol de origen australiano en la cornisa cantábrica, resulta curiosa si se tiene en cuenta la profusión con la que la especie puede verse actualmente en la zona, donde, junto con los prados de siega, los bosques de eucaliptos constituyen el principal paisaje surgido de la actividad humana. Otros vegetales transitaron en sentido contrario a los eucaliptos de Sautuola, y fueron expedidos desde España para su contemplación y estudio en París. En la sesión celebrada el 18 de diciembre de 1868, el Consejo tuvo ocasión de escuchar al barón Cloquet presentando un envío del duque de Montellano (Anónimo, 1868c). El lote estaba integrado por espigas de trigo barbado procedentes de Extremadura, infrutescencia con el grano dispuesto en cuatro filas con un total de 50 a 60 granos por espiga. La concurrencia tuvo igualmente ocasión de descubrir un tipo de granada cultivado en Tortosa carente de las fastidiosas pepitas en el interior de cada grano, así como una variedad de albaricoque que sólo se da en las cercanías de Toledo y que posee la peculiaridad de tener una almendra siempre dulce, ideal para la fabricación de peladillas. Las plantas entusiasmaron a los asistentes que solicitaron ejemplares para su introducción en Francia. En 1868-69 se recibieron en la biblioteca de la Société tres publicaciones españolas: «De la aclimatación en Canarias de las tropas destinadas a ultramar», donada por Ramón Hernández Poggio, «Sur l’assainissement et la culture du Delta des grands fleuves: expériences dans le Delta de l’Ebre» (Sobre el saneamiento y el cultivo del delta de los grandes ríos: experiencias en el delta del Ebro) de Carvalho, y el censo oficial de ganado en España (correspondiente al año 1865), ofrecido por el director general de estadística (Anónimo, 1868d; 1869c). En 1869, Federico Muntadas publicó un primer artículo sobre la cría controlada de salmónidos de agua dulce, en el que relata las experiencias realizadas por él mismo en sus posesiones del Monasterio de Piedra (Muntadas, 1869), trabajo que más tarde se vería completado por otro aparecido en 1872 (Muntadas, 1872). Por su contribución al desarrollo de la piscicultura, Muntadas fue distinguido con una medalla de segunda clase de la Société.

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Entre todos los personajes que, desde España, establecen comunicación con el centro de la Société, uno destaca por su singularidad y por la asiduidad de su participación. Se trata de Louis-Stanislas Malingre, ingeniero civil francés que en 1866 se encuentra residiendo en Madrid y desde allí se inscribe en las listas de la agrupación. Antes de expatriarse al sur de los Pirineos, Malingre pasó por la Société y se entrevistó con Albert Geoffroy Saint-Hilaire, a quien expuso su intención de crear un zoológico de aclimatación y recreo en la capital de España. Albert alertó a Graells de las intenciones del francés24, al mismo tiempo que solicitaba información detallada sobre su persona. Ignoramos la respuesta de Graells, pero Albert insistió de nuevo unos meses más tarde para dejar claro que, en París, el nuevo miembro no había causado buena impresión y había sido acogido más bien con frialdad25. Llegara o no a entrevistarse con Graells, lo cierto es que Malingre no tardó en dejarse oír en las reuniones del Consejo. La diversidad de temas tratados y el curioso enfoque con el que acomete sus investigaciones le dotan de un aura particular, en la frontera entre ciencia y fabulación. En su primera intervención ofrece dos peces capturados en el río Adaja a la altura de la localidad abulense de Arévalo. De acuerdo con el criterio de los lugareños y el entusiasmo del ingeniero, los peces pescados en un trecho de río cercano a la población, de escasamente tres o cuatro kilómetros, se conservan perfectamente fuera del agua sin ningún tipo de tratamiento. Fuera de ese tramo la pesca se pudre al aire como es habitual. Los animales ofrecidos a la Société han sido, según él, pescados en 1864, y muestran tres años después el perfecto lustre con el que pretende impresionar a una asamblea recelosa que, como conclusión, solicita más información, a ser posible contrastada y fiable (Anónimo, 1867b). Más tarde entrega a la Société cangrejos de río capturados en los torrentes del Guadarrama y localmente muy apreciados para el consumo (Anónimo, 1867c). A final de año remite una carta con una disertación sobre las propiedades antipiréticas de la infusión de hojas de eucalipto, árbol que le interesará sobremanera en lo sucesivo (Anónimo, 1867d). En enero del siguiente año redacta, de hecho, una memoria sobre los Eucaliptus globulus de los parques públicos de Madrid, árboles de magnífico porte que no dan prueba alguna de resentirse del intenso frío en los rudos inviernos continentales de la ciudad (Anónimo, 1868d). En 1869, lleno de júbilo, hace partícipe a la Société de la concesión que le ha sido hecha, por parte del ayuntamiento de Sevilla, de unos terrenos para la instalación de un jardín experimental de agricultura y aclimatación (Anónimo, 1869d). Desde la capital hispalense remite varios tipos de bellota, poco aptas para el consumo humano, a partir de las cuales se obtiene un aceite que hace rebrotar el cabello perdido. Además, se pueden moler y mezclar con el café para dotarle de más cuerpo, o simplemente servir de alimento para cerdos, uso al que todos estamos más acostumbrados (Anónimo, 1870a).

24 25

Carta de Albert a Graells. París, 23-02-1866 (AMNCN323/011). Carta de Albert a Graells. París, 12-06-1866 (misma signatura).

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La actividad de Malingre prosiguió durante la década de los setenta. En sus cartas solicita información sobre las propiedades farmacológicas de la Sarracenia purpurea, planta carnívora de América del Norte a la que atribuye propiedades curativas en el tratamiento de la viruela (Anónimo, 1870b), vuelve a informar sobre los eucaliptos de los jardines madrileños (Anónimo, 1871), envía un ejemplar del Boletín de la Sociedad Económica de Madrid que contiene un informe sobre las aves útiles a la agricultura (Anónimo, 1872a) y anuncia que ha sido comisionado para plantar los terrenos dependientes de la compañía de ferrocarriles del norte de España, para lo cual solicita plantas que se puedan aclimatar a las características climatológicas y geográficas de las regiones que atravesará la línea Irún-Madrid (Anónimo, 1872b). La llegada de nuevas especies vegetales desde París constituye un interesante punto de partida para estudiar la progresión de poblaciones de árboles foráneos que con demasiada frecuencia han demostrado tener efectos nefastos para la flora local. En las páginas del boletín se detalla la expedición de semillas de eucalipto, sembradas por el propio Malingre en Zumárraga y en Madrid, de Pinus excelsa y de Cupresus torulosa, el pino y el ciprés del Himalaya respectivamente (Anónimo, 1872c). Tras la desaparición de la delegación española de la Société en 1869, la actividad de corresponsales no cesa desde España y, además de Malingre, Muntadas intensifica sus contactos con París para informar de los progresos alcanzados con la piscicultura de truchas y salmones en su finca de Áteca (Anónimo, 1870c; 1872d), incluso llega a publicar un nuevo artículo en 1872 (Muntadas, 1872). Félix Robillard, agrónomo francés asentado en Valencia y director del jardín botánico de la ciudad, hace saber a través del cónsul de Francia en la capital levantina que está adecuando una finca para el cultivo de geranios, producción que más tarde destinará a la obtención de aceites con uso en perfumería (Anónimo, 1870d). La presentación oral es seguida poco tiempo después por la publicación de un artículo sobre la referida planta y los árboles frutales de la huerta valenciana (Robillard, 1871). Por su parte, el destituido Graells continúa presente en París de manera espaciada. En 1870 confirma haber estudiado los bancos de ostras de la costa española, y advierte de la próxima publicación por parte del Ministerio de Marina de una memoria sobre los ingenios de pesca utilizados en España (Anónimo, 1870e). Más tarde, y continuando con el mismo tema, ofrece a la Société un ejemplar de su obra «Exploración científica de las costas del departamento marítimo de El Ferrol» (Anónimo, 1872e). A partir de entonces, las relaciones esporádicas entre Graells y sus colegas franceses se limitarán al envío de publicaciones científicas26 o al intercambio de semillas e informaciones acerca de diversas plantas españolas interesantes para la agricultura, como el tagasaste 26 En 1873 «Aplicaciones de la historia natural al arte militar. Las palomas en la guerra», carta de Grisard a Graells, París, 13-11-1873 (AMNCN331/032); en 1875 «Discursos leídos ante la Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, en la recepción del Sr. Don Ramón Llorente y Lázaro», carta de Drouyn de Lhuys a Graells, París, 26-04-1875 (AMNCN331/035); en 1877 «Me-

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(Chamaecytisus palmensis), planta endémica canaria utilizada para alimentar al ganado en las regiones volcánicas y secas de las islas27, o el esparto (Stipa tenacísima), fibra vegetal de aplicación industrial en la fabricación de cestos y esteras28, sin olvidar la promoción de plantas americanas como el teosinte (Reana luxurians), especie de pasto, ancestro del maíz, procedente de Guatemala29. Lejos quedan pues los proyectos de cría de animales útiles en cautividad y los propósitos iniciales compartidos con los dos Geoffroy Saint-Hilaire. La enumeración de toda esta lista de intervenciones y publicaciones recogidas en los boletines tal vez resulte poco estimulante, pero de su seriación y lectura se desprende una conclusión trascendental: las aportaciones que van llegando hasta la Société desde España lo hacen de forma deslavazada y dispersa, fruto de muchas iniciativas personales que traslucen en la diversidad de temas abordados y en la multitud de enfoques seguidos. Dicho de otra forma, en su calidad de delegado, Graells no supo, no pudo o no quiso amalgamar los esfuerzos y elementos a su alcance para crear un núcleo fuerte de partidarios de la aclimatación en el país, comunidad que, unida y multiplicada en su propia pluralidad, hubiese podido progresar hacia posiciones conservacionistas, como ocurrió en Francia, o proseguir por otros derroteros insospechados. La delegación únicamente parecía ser percibida desde fuera, y tal nominación venía legitimada por la sola existencia de un delegado, Graells, nombrado a su vez desde el exterior, desde París en los prósperos años de la presidencia de Isidore Geoffroy Saint-Hilaire. Qué duda cabe de que el proyecto interesó. Aunque poco numerosos, fueron varios los españoles que participaron de forma activa en la vida de la corporación, pero esos elementos dinámicos tejieron vínculos directos con la elite parisina prescindiendo de la mediación de Madrid. Allí, en la sede de la delegación, Graells desarrolló el programa zootécnico propuesto por Isidore como un proyecto personal, íntimamente entramado en la órbita cortesana y el organigrama del Museo de Ciencias Naturales, un proyecto local circunscrito al entorno capitalino. Su principal obra fue la creación del jardín zoológico de aclimatación del Botánico, dependiente del Museo y conectado con las colecciones zoológicas de la Corona. La concepción y puesta en marcha de la referida infraestructura capitalizará la mayor parte de la energía que Graells dedicó a la connaturalización de animales. Paradójicamente, ese mismo zoológico será el detonador de la ruina del proyecto. moria sobre la industria y legislación de pesca» y «Discursos leídos ante la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales», carta de Drouyn de Lhuys a Graells, París, 27-06-1877 (AMNCN331/049); en 1880 «Prontuario filoxérico dedicado a los viticultores españoles y delegados oficiales», carta de Albert a Graells, París, 17-02-1880 (AMNCN331/050). 27 Carta de Grisard a Graells. París, 22-03-1872 (AMNCN331/030). 28 Carta de Drouyn de Lhuys a Graells, París, 20-12-1875 (AMNCN331/040); carta de Graells a Drouyn de Lhuys, Madrid, 28-01-1876 (AMNCN331/044); carta de Grisard a Graells, París, 2707-1876 (AMNCN331/046). 29 Carta de Graells a Drouyn de Lhuys, Madrid, 24-01-1876 (AMNCN331/042); carta de Grisard a Graells, París, 18-06-1877 (AMNCN331/048).

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Desde el principio del trabajo nos hemos resistido a dejarnos arrastrar por el pesimismo que impregna las historias con final conocido y funesto. Por eso hemos de admitir que, pese a la desunión, el periodo 1862-1869 continuó proporcionando alegrías a las iniciativas de aclimatación desarrolladas en España. Gran parte de los premios concedidos por la Société se encaminaron de nuevo hacia el sur. Cerrar el capítulo con la lista de recompensas, la mayor parte de ellas ya evocadas en el texto, supone concluirlo con buen sabor de boca antes de abordar la última etapa del recorrido: la historia del zoológico de aclimatación. He aquí los premios y premiados:

Año

Personaje

1862

Froylan Ayala

1864

El mariscal Serrano

1866

Premio

Asunto

Medalla de 1ª clase, Sección Aves Medalla de 1ª clase, Sección Aves

Éxitos logrados en la cría de avestruces y de emúes. Introducción en España de diversas especies de aves cubanas.

Marcos Jiménez de la Espada

Medalla de 1ª clase, sección Mamíferos

Introducción de especies animales procedentes de América.

1866

Cristina Hernández de Pemartin

Medalla de 1ª clase, sección Mamíferos

Creación de un jardín zoológico de aclimatación en Jerez de la Frontera.

1866

Diego Carvajal y Pizarro

Mención honorable, sección Mamíferos

Creación de un jardín zoológico de aclimatación en Cáceres.

1866

Pedro Morón

Recompensa pecuniaria

Cuidados dispensados a los animales en el jardín zoológico de aclimatación.

1866

Francisco Pinilla

Recompensa pecuniaria

Cuidados dispensados a los animales en el jardín zoológico de aclimatación.

1869

Federico Muntadas

Medalla de 2ª clase, sección Peces

Trabajos de piscicultura en España.

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Capítulo 6 EL JARDÍN ZOOLÓGICO DE ACLIMATACIÓN DEL MUSEO Cada disciplina científica necesita su terreno de experimentación y el de la aclimatación sólo podía ser un parque zoológico. Isidore Geoffroy Saint-Hilaire lo tenía claro. Durante toda su vida había estado rodeado de animales vivos, huéspedes forzados del pequeño zoológico del Museo de Historia Natural de París del que llegó a ser principal responsable. De ese contacto con la fauna cautiva surgió su proyecto zootécnico, incluida la idea de lo que debería ser un centro exclusivamente dedicado a la connaturalización de especies útiles.

Una nueva concepción de los zoológicos Para Isidore, un zoológico es, ante todo, un establecimiento científico del que, de manera secundaria, pueden derivarse otros empleos colaterales como la educación o el entretenimiento. Se desmarca así de la, digamos, concepción antigua de ese tipo de instituciones, en la que las bestias privadas de libertad ejemplarizaban la supremacía del hombre sobre la naturaleza y el sometimiento de algunas de sus criaturas, con frecuencia las más peligrosas, exóticas o vistosas. Durante mucho tiempo, la posesión de animales cautivos fue símbolo de poder, y raro fue el gobernante o soberano que, desde las civilizaciones egipcia y mesopotámica hasta las cortes renacentistas europeas, no dispuso de una casa de fieras en su palacio1. El periodo barroco en Occidente trajo consigo un cambio sustancial en la gestión de las colecciones de animales vivos que, pese a seguir siendo propiedad del monarca, se pusieron a disposición de un público más am1 Sin pretender realizar una historia exhaustiva de los parques zoológicos, hay que señalar que colecciones más o menos importantes de animales salvajes han existido en Mesopotamia (3000 a.C.), en el Egipto de los faraones (2700 a.C.), en China (1520 a.C.), en las sociedades greco-romanas (1100 a.C. - 476 d.C.), en las antiguas ciudades árabes (546 a.C. - 1492 d.C.), en la Europa medieval (476-1453), en las culturas americanas precolombinas (existen descripciones de los parques que los españoles encontraron al entrar en la capital azteca, en 1521, e inca, en 1533) y en la Europa renacentista (siglo XVI) (Bell, 2001; Rothfels, 2002).

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plio dentro del ámbito cortesano, fundamentalmente integrado por naturalistas y artistas. Es el periodo de las ménageries, palabra de origen francés, de las que la otrora ubicada en los jardines del palacio de Versalles constituye el paradigma (Mabille, 1974). Lugar de solaz y admiración para la corte de los «Luises», desde su inauguración en 1665 por Luis XIV hasta su destrucción a manos del ejército del pueblo durante la Revolución, en tiempos de Luis XVI, la ménagerie de Versalles inspiró tanto las plumas y bisturíes de La Peyronie (1678-1747)2 (Droguet et. al., 2003, p. 135-144), Vicq d’Azyr (1748-1794) y Daubenton (17161800) (López Piñero, 1992), como los pinceles de Pieter Boel (1622-1674) (Foucart-Walter, 2001) y Jean-Baptiste Oudry (1686-1755) (Droguet et. al., 2003), autores de las hermosas pinturas que recrean a la vez que perpetúan el aspecto de los que fueran inquilinos del singular recinto. Modelo imitado en toda Europa, una de las ménageries reales creadas a imagen de la francesa continúa abierta en la actualidad, lo que la hace acreedora al título de parque zoológico más antiguo del planeta. Se trata de la que el kaiser Francisco de Lorena fundara en 1752 en los jardines del palacio de Schönbrunn, en Viena, abierta al público en 1779 y desde entonces zoológico de la capital austriaca. Le seguía en antigüedad la casa de fieras del Retiro madrileño, fundada por Carlos III en 1774, hoy desaparecida y sobre la que volveremos más adelante. Pese al indudable salto cualitativo operado en época barroca, las ménageries cortesanas no son aún consideradas por Isidore como auténticos parques zoológicos, pues en ellas «la ciencia (sólo) era admitida, acogida en las dependencias regias; ella no reinaba allí» (Geoffroy Saint-Hilaire, 1861, p. 502). El auténtico zoológico, denominado por el naturalista francés ménagerie scientifique, debe ser «un establecimiento en el que la ciencia, ya no sea tolerada por el soberano, sino que ella misma sea soberana» (Geoffroy Saint-Hilaire, 1861, p. 503). Isidore entronca su pensamiento en la obra Nova Atlantis, utopía escrita por Francis Bacon (1561-1626), uno de los padres de la ciencia moderna (Geoffroy SaintHilaire, 1861, p. 503-504). Bacon compone un relato de viaje ficticio para defender una organización colectiva y pública de la práctica científica, en la que el ejercicio de la razón primaría sobre todo lo demás (Pimentel, 2003). En una isla imaginaria de los Mares del Sur, llamada Bensalem, sitúa la «Casa de Salomón», prefiguración de los establecimientos científicos modernos. En ese lejano pedazo de tierra, materialización de su pensamiento, Bacon emplaza igualmente jardines y parques de fieras en los que estudiar el poder y la persistencia de la vida. Isidore hace suyas las palabras de uno de los sabios habitantes de Bensalem y construye en torno a ellas la noción ideal de jardín zoológico:

2

François Gigot de La Peyronie era cirujano jefe en la corte de Luis XV. Más conocido por sus aportaciones en el campo de la cirugía humana, La Peyronie publicó en las Mémoires de l’Academie des Sciences de Paris (1731) el estudio «Description anatomique d’un animal connu sous le nom de musc», tras estudiar el cadáver de un ejemplar de esta especie de cérvido muerto en la ménagerie.

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Tenemos aquí viveros y ménageries donde se encuentran todo tipo de animales raros y nuevos, pero con el objetivo de servir en experimentos en vida y a disecciones después de muertos... Gracias a nuestro arte, los hacemos más grandes y más gordos de lo que lo son en la naturaleza, o bien los empequeñecemos; unas veces aumentamos su fertilidad, otras los volvemos estériles; también los modificamos en lo que respecta al color, a la forma y al carácter. Obtenemos, mediante cruzamientos y fecundaciones entre animales de especies diferentes, razas nuevas que no son en absoluto estériles, como lo cree la opinión general. De hecho no actuamos al azar en estas experiencias; sabemos perfectamente de qué manera se puede originar un animal determinado... (Geoffroy Saint-Hilaire, 1861, p. 503)3.

Debido a su condición de lugar de ciencia, la ménagerie del Museo parisino fundada por Etienne Geoffroy Saint-Hilaire, podía ser considerada, con todos los honores, precursora del parque zoológico. Sin embargo aún estaba lejos del ideal expuesto por el sabio de Bensalem. En primer lugar porque allí los animales se mantenían únicamente como muestras vivientes de cada estirpe, ejemplares animados de colección sobre los que no se intervenía en absoluto, al menos no en vida pues, una vez muertos, resultaban mucho más útiles en las expertas manos de los grandes especialistas en Anatomía comparada que hicieron de la transición entre los siglos XVIII y XIX la época dorada de la Historia Natural en el vecino país. Muchos no llegaban tan siquiera a reproducirse, pues la mayoría de las veces languidecían solos en sus exiguos recintos. Además, hasta ese momento se había carecido del arte de hacer crecer o empequeñecer, de multiplicar o esterilizar, de transformar, dicho de otra forma, había faltado el cuerpo teórico de la «ciencia de la aclimatación». Por eso el paso previo era la creación de la corporación plural que diera contenido al programa científico, por eso fue primero la Société y ahora, ya sí, se podía afrontar el ideal, el campo de aplicación práctica: el jardín zoológico de aclimatación. La primera característica del nuevo parque es su utilidad pública. En segundo lugar, el establecimiento debe ser digno, por su aspecto y elegancia, de la sociedad científica que le da origen y de la elite que la integra. Finalmente, la concepción del recinto ha de ser radicalmente innovadora, diferente de la de la vieja ménagerie, por la aplicación de la investigación que en él se desarrolle, encaminada a la propagación de especies útiles o simplemente hermosas. La reproducción de los ocupantes será el motor que asegure el éxito y único garante de su razón de ser. Ya no interesan los animales solitarios, por raros y desconocidos que resulten. Las grandes fieras o las aves rapaces escapan a los objetivos planteados y su simple exhibición no justifica la privación de libertad. En palabras del propio Isidore: 3 La versión del texto de Bacon que aquí se presenta es la traducción del fragmento insertado en la obra de Isidore, pues éste reconoce, en nota a pie de página, haber resumido y adaptado el original.

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Ya no tendremos que construir pues, ni edificios de espesos muros, comparables a fortalezas, que resultan indispensables para albergar a los grandes cuadrúpedos, ni galerías para monos y animales feroces, ni pajareras para aves de presa, ni jaulas para serpientes, ni estanques para anfibios. Sino que deberemos instalar, haciéndolos alternar con macizos vegetales y arriates, recintos y praderas para los cuadrúpedos herbívoros, y establecer, a medida que surjan las necesidades y en función de las características propias de cada especie, establos, caballerizas, abrigos, en los que no se descuidará ninguno de los adelantos modernos. (Geoffroy Saint-Hilaire, 1861, p. 514).

La utópica ménagerie de Bacon tomó cuerpo en el Bois de Boulogne de París, una extensa mancha de bosque atlántico que, tras el golpe de estado que permitió a Napoleón III hacerse con el poder, en diciembre de 1851, empezó a sufrir una serie de profundas transformaciones para convertirse en el espacio de recreo preferido por la burguesía capitalina (Osborne, 1994, p. 98-129). Antes incluso de que Haussmann iniciara la controvertida reforma del tejido urbano de la ciudad, el referido bosque ya había mudado en inmenso parque cuyos paisajes remedaban los del Hyde Park londinense que el emperador recorriera durante su exilio. Los artífices del diseño fueron el horticultor Barillet-Deschamps, miembro de la Société, y Alphand, arquitecto jefe de la villa de París. El enorme espacio verde, de más de 800 hectáreas, constituía el marco perfecto para el emplazamiento del nuevo zoológico, cuya planta se inspiró en el moderno zoo que la Sociedad Zoológica de Londres inauguró en 1828, heredero a su vez de la casa de fieras que la familia real poseía en la famosa Torre de la ciudad desde 1235 (Bell, 2001, p. 558). El jardín zoológico de aclimatación francés nacía con buena estrella. Jérôme Napoleón, primo de Napoleón III y futuro ministro para Argelia y las Colonias, fue nombrado presidente de honor del proyectado centro que se hacía de esta forma con el favor estatal. El banquero James de Rothschild presidía el consejo de administración, y aseguraba con ello el apoyo financiero de la haute banque. Por su parte, Isidore Geoffroy Saint-Hilaire se ocupaba de la gestión científica. El éxito estaba asegurado. Tras solventar pequeños desacuerdos entre ayuntamiento y gobierno4, el terreno experimental de la Société era inaugurado en visita pri4 La primera referencia que Isidore hace del zoológico en la correspondencia mantenida con Graells data del 15 de enero de 1857 (AMNCN327/019). En ella, el presidente comunica la buena aceptación que ha tenido la propuesta de creación del establecimiento. El 26 de marzo del mismo año (AMNCN327/023) anuncia la concesión de 13 hectáreas en el Bois de Boulogne por parte del gobierno, puntualizando, en una carta fechada el 21 de julio (AMNCN328/010), que todo está por fin en regla. Para esa fecha, el Consejo de Estado ya ha recibido el informe del ministro del Interior y redacta un decreto imperial para ceder a la Société 14 hectáreas y media de terreno. Pese a todo, el 4 de octubre de 1857 (AMNCN328/013) se anuncia un retraso en el procedimiento de cesión a causa de un error de forma que ha creado confusión entre el Consejo de Estado y el Consejo Municipal de París. El proyecto queda por tanto en suspenso. Isidore proclama el final del bloqueo en una carta de 14 de febrero de 1858 (AMNCN328/018). Todo está listo y a la espera únicamente de la firma del emperador.

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vada por el emperador y su esposa, la española Eugenia de Montijo, el seis de octubre de 1860, para abrir sus puertas al público al cabo de tres días. A juzgar por el relato que Isidore hizo a su colega español, el éxito fue inmediato: «Nuestro jardín zoológico del Bois de Boulogne está abierto, rico en animales, y ha obtenido el mayor de los éxitos. Determinados días se han contado hasta 12.000 e incluso 17.000 visitantes»5. Las cerca de 20 hectáreas que, finalmente, se dedicaron a la exhibición de animales útiles en el extremo norte del Bois de Boulogne, entre las puertas de Les Sablons y de Madrid, permitieron acercar al público francés aquellas especies que, con el tiempo, estaban llamadas a convertirse en presencias habituales en sus vidas, ya fuera sobre los mostradores de las carnicerías o en la simple, y necesaria, ornamentación de los parques públicos. Las metas que regían el buen funcionamiento del jardín constituían la culminación de los objetivos de la Société: divulgar el conocimiento de las especies valiosas para el desarrollo económico del país, facilitar su connaturalización y servir al mismo tiempo de lanzadera ante los criadores al facilitar la importación y posterior venta de los animales seleccionados, todo ello sin olvidar el aspecto educativo cuyo objetivo último es mostrar la riqueza del mundo natural (Pichot, 1873). En su nueva andadura la dirección del zoológico no descuidó la dimensión internacional del proyecto, y la guía editada para recorrer el jardín incluía, para cada especie exhibida, además de su nombre científico en latín, los nombres vernáculos en francés, inglés, alemán, español e italiano. La presentación de los animales contenía un elaborado texto explicativo sobre su origen geográfico, la historia de su explotación por parte del hombre, algunos datos sobre su biología y un detallado informe sobre su interés económico demostrado o potencial. De la buena acogida con la que contó el zoológico dan cuenta exacta las cifras de visitantes que se desplazaron hasta el recinto: 240.278 personas en 1861, con un record de 386.497 entradas vendidas en 1863 (Osborne, 1994, p. 122). El interés del público fue decreciendo progresivamente (132.544 visitas en 1868) hasta que la institución recibió el más duro golpe de su historia: el estallido de la Guerra Franco-prusiana en 1870, seguido del levantamiento de la Comuna de París en 1871. El emplazamiento extramuros de las instalaciones las hacia especialmente vulnerables, lo que obligó al traslado de los ejemplares más valiosos a otros zoológicos europeos, fundamentalmente Londres y Amberes, mientras que el ganado se alojó en los jardines del Museo de Historia Natural, donde sirvió de despensa para la población hambrienta. Uno tras otro los animales fueron abatidos y descuartizados para socorrer a las necesidades de la ciudad asediada. Los jardineros y cuidadores se convirtieron en matarifes improvisados e incluso los elefantes Castor y Pollux, hasta entonces admiración y recreo de los parisinos, cayeron víctimas de sendos disparos certeros. Tras dos años de cierre (1870-71), 5

Carta de Isidore a Graells. París, 03-01-1861 (AMNCN330/027).

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el restablecimiento del orden social permitió la recuperación del zoológico al que, poco a poco, fueron regresando los especimenes expatriados de urgencia. En 1874 se alcanzó un nuevo record de frecuentación contabilizándose 597.291 visitantes. El libro guía editado en 1873 (Pichot, 1873) describe un establecimiento rico en animales, en el que presencias como los monos o las otarias confirman que los objetivos iniciales se iban diluyendo discretamente en pro de la dimensión lúdica que siempre acompaña a la exhibición de animales vivos. En la década de los ochenta se incrementaron las actividades de carácter antropológico y por allí desfilaron grupos de nubios, hotentotes, somalíes o gauchos argentinos que despertaron la admiración del público europeo con sus atuendos y costumbres (Bancel, 1993). La diversión familiar fue progresivamente acaparando el interés de los gestores del centro y, con motivo de la Exposición Universal de 1900, se autorizó la instalación de atracciones de feria sorprendentes para la época, con lo que el Jardín de Aclimatación iba poco a poco transformándose en parque de atracciones. La mutación se aceleró tras la inauguración, en 1934, de un tercer parque zoológico en el Bois de Vincennes con motivo de la Exposición Colonial celebrada aquel año (Chavot, 1999). El nuevo parc animalier se edificó siguiendo el modelo del de Hamburgo, con una exuberante escenografía rica en roquedos y cascadas, simulando un paisaje artificialmente natural por el que pululan las bestias. En la actualidad el Jardín de Aclimatación sigue abierto pero en él la presencia de animales resulta testimonial, un simple guiño a su historia, al igual que sucede con la escultura de Daubenton, aun emplazada en los jardines del parque, homenaje de la Société a uno de sus precursores que se muestra erguido sobre el pedestal acompañado por un carnero merino de raza española. La vieja y respetada ménagerie y el zoológico de Vincennes continúan exhibiendo fauna y desarrollando programas de investigación, conservación y recreo, ambos integrados en el organigrama del Musée d’Histoire Naturelle de París.

Los primeros zoológicos españoles En España, como en el resto de las cortes europeas, las primeras colecciones de animales vivos surgen en las posesiones de la Corona. En fecha tan temprana como 1679, la condesa de Aulnoy relata una visita a Madrid y dedica algunas palabras a las fieras que encontró en los Reales Sitios de la capital y sus cercanías, verdaderos centros de experimentación científica y estética al amparo de los monarcas (Lafuente, 1998): La Casa de Campo sirve de ménagerie. Esta no es grande, pero su situación es hermosa, emplazada al borde del Manzanares. Los árboles son muy altos y dan una sombra permanente. Hay agua en varios lugares, destacando un

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estanque rodeado de frondosos robles. La estatua de Felipe IV (sic)6 está en el jardín. El lugar está un poco abandonado. He visto leones, osos, tigres y otros animales feroces, que llegan a vivir muchos años en España, pues el clima es apenas diferente del de sus lugares de origen. Mucha gente va allí a soñar, y las damas escogen normalmente este lugar para pasear porque está menos transitado que los otros. (Loisel, 1912).

Además de en la Casa de Campo, la presencia de animales exóticos en el Real Sitio de Aranjuez era algo habitual. En los jardines del Buen Retiro existía una gran pajarera a la que la aristócrata llama «Galinera» (sic) por albergar gallinas muy raras (Loisel, 1912). Precisamente en el parque del Retiro Carlos III manda edificar, en 1774, una casa de fieras que con el tiempo se convertiría en el zoológico de la ciudad de Madrid, cuya historia, desde ese año hasta 1994, ha sido reconstruida por Miguel Jiménez de Cisneros y Baudín (1994). El recinto primigenio se localizaba junto a la Cuesta de Moyano, cercano a la actual estación de Atocha, y a juzgar por la descripción que de él hizo, en 1786, Juan Bautista Bru, preparador del Real Gabinete de Historia Natural, las condiciones de vida de los animales distaban mucho de ser ideales: Por lo común se los encierra en jaulas pequeñas, donde apenas pueden andar algunos pasos, sin que les dé el sol ni se renueve el ambiente; de (lo) que resulta vivir poco aun cuando no estén hambreando, que es lo más ordinario, y si están bien mantenidos, padecen por falta de ejercicio otros males que igualmente les acorta la vida.7

Si las instalaciones eran insuficientes la gestión no parecía ser mucho mejor, a tenor de la queja emitida por José Clavijo, vicedirector del Real Gabinete desde 1786: Las aves y cuadrúpedos que han venido en varios tiempos al mismo Sitio del Buen Retiro, han desaparecido muchos sin haberlos llevado al gabinete ni sabiendo su paradero ( ) por lo cual conviene que haya quien tome conocimiento no sólo del método con que se cuidan y alimentan por los que están encargados de ellos, sino también de que no se extravíen. (Barreiro, 1992, p. 103104; Jiménez de Cisneros y Baudín, 1994, p. 16-17).

6

La estatua ecuestre que, originariamente, se encontraba en los jardines de la Casa de Campo era la de Felipe III, hoy ubicada en la Plaza Mayor de Madrid. La estatua de Felipe IV, que actualmente preside la Plaza de Oriente frente al Palacio Real, fue concebida para ornar los jardines del Buen Retiro. Su traslado se realizó en tiempos de Isabel II. 7 Colección de láminas que representan los animales y monstruos del Real Gabinete de Historia Natural de Madrid, con una descripción individual de cada uno. Por don Juan Bautista Bru de Ramón. Tomo II. Imprenta de Andrés Sotos, Madrid. Prólogo de la obra reproducido en Barreiro 1992, páginas 364-365.

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Entre los animales «extraviados» se citan dos o tres avestruces, lo que, habida cuenta del tamaño de estas aves, da fe del poco celo con que se guardaban las colecciones. La Guerra de la Independencia supuso la destrucción y el pillaje de las endebles infraestructuras. Fernando VII, aparentemente gran amante de los animales al que ya hemos citado en varias ocasiones como promotor de la compra de especies exóticas, decidió relanzar el desaparecido zoológico en el extremo opuesto del Retiro, junto a la Puerta de Alcalá. Mandó edificar una montaña artificial para alojar a los osos, aún en pie, y un edificio destinado a dar abrigo a las fieras que portaba el pomposo nombre de Real Casa Leonera. A partir de entonces el establecimiento se popularizó entre el pueblo castizo como la Casa de Fieras, apelativo con el que se conoció hasta su desalojo y traslado a la Casa de Campo en 1972. Del aspecto que la singular morada ofrecía en tiempos de la llegada de Graells a Madrid, en 1838, da perfecta cuenta la descripción que de las instalaciones hizo Mesonero Romanos, el cronista de la vida madrileña, en sus Escenas matritenses (1845): Concluye la parte reservada con la Casa de Fieras, último término del visitador, y non-plus-ultra de su entusiasmo y admiración. El edificio es bello, elegante y bien dispuesto para el objeto, y no tendrán motivo de quejarse los exóticos huéspedes de este filantrópico establecimiento de que se haya escaseado aquella comodidad conciliable con su áspera y desabrida condición. Espaciosas y cómodas jaulas, bien ventiladas y cerradas con dobles y fuertes rejas y trampas; largos y hermosos corredores; guardas diligentes y serviciales; comida abundante y grata; baños para la salud, y un salón o enverjado de recreo (sala de compañía). Todo esto y más tienen las señoras fieras; y ¡ojalá pudieran decir otro tanto los muchos desgraciados acogidos a los establecimientos de mendicidad en nuestra heroica capital! (citado en Jiménez de Cisneros y Baudín, 1994, p. 21-22).

En el plazo de 60 años, entre la descripción de Bru y la de Mesonero Romanos, las cosas parecen haber mejorado. Aun así, y a falta de suficiente información sobre la trayectoria de una institución olvidada por los historiadores, no podemos saber si la disparidad de opiniones es fiel reflejo de la realidad o simplemente consecuencia de una diferencia de caracteres, sensibilidades, exigencias o conocimientos. Una cosa es segura, pese a la grata exposición, lo que Mesonero describe no es en absoluto una ménagerie scientifique, y mucho menos la utópica ménagerie de Bensalem. Para tener la certeza basta con leer el retrato escrito que el positivo costumbrista madrileño traza de los inquilinos de la Casa de Fieras: Quedan todavía para consuelo de los aficionados diversos animales de distintas formas y condiciones, aunque todos comprendidos bajo el nombre poco poético de fieras; por ejemplo: primera fiera: un avestruz raquítico y cascado que huirá de un ratón si le ve pasar a cien varas. Segunda fiera: un dromeda-

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rio que apenas puede moverse con el peso de los años. Tercera fiera: un mandril juguetón y revoltoso que todo se le vuelve saltar y jugar con la cola. Hay además un elefante, un león y una leona, varios osos extranjeros y del reino, una linda cebra, una hiena, una pantera y algunas aves de rapiña, un águila, un casuario, etc. (citado en Jiménez de Cisneros y Baudín, 1994, p. 22).

El discurso literario reemplaza una vez más al discurso científico en ausencia de estudios detallados, pero el catálogo de seres solitarios establecido por Mesonero no deja la menor duda de que la reproducción de los animales no era uno de los objetivos perseguidos al privarlos de su libertad. Y aunque el escritor se muestre satisfecho al constatar que «no somos tan pobres como era de suponer en fieras y extrañas alimañas; y esto siempre es un consuelo para los amantes de las glorias del país» (citado en Jiménez de Cisneros y Baudín, 1994, p. 22), no todo el mundo debía de ser del mismo parecer. Tal vez por eso cuando Vilanova dejó temporalmente el Museo para iniciar su periplo europeo alentado por Graells, en 1846, llevaba entre sus cometidos el de informar sobre la organización y contenido de la ménagerie del Jardin de Plantes de París, modelo de ménagerie scientifique que quizás se pretendía remedar en Madrid. Vilanova se mostró diligente en el asunto, recorrió los senderos del jardín y descubrió sus entresijos, para lo cual contó con un guía de excepción: Isidore Geoffroy Saint-Hilaire (Barreiro, 1992, p. 219-220). Nos toca volver al inicio de este trabajo, al momento en que Graells, ya amigo y colaborador de Isidore Geoffroy Saint-Hilaire, se erige en emisario del proyecto de la aclimatación en España y comienza sus contactos ante la Academia de Ciencias, el gobierno del Estado y la Corona. Ya vimos como sus gestiones dieron fruto y, el 3 de marzo de 1855, se creó una comisión encargada de redactar el plan necesario al establecimiento de los parques de connaturalización. El propio Graells estima que el lugar propicio para instalar el primero de ellos es el parque del Retiro, y aprovechar así la inversión ya efectuada por la monarquía en la Casa de Fieras (Graells, 1855b). Por motivos que ignoramos, la sugerencia parece no prosperar y el tiempo pasa sin que el plan se materialice. Remón Zarco del Valle, presidente de la Academia, miembro de la Société y ferviente colaborador del delegado, relanza el tema en 1856, en un discurso leído en la honorable institución. A propuesta suya, y secundado por todos los académicos, se decide activar una segunda ofensiva que reavive las aspiraciones de la comisión. Un borrador del informe redactado para la ocasión se conserva en el archivo del Museo de Ciencias. De nuevo, la Casa de Fieras aparece designada como la lógica futura sede para el renovado proyecto zootécnico. Anticipándose a las posibles reticencias de la Corona, otras opciones se contemplan igualmente en el texto para que no sea la falta de candidaturas lo que arruine la elección: La Sección no puede menos de convenir con lo que tanto el Real Consejo de Agricultura como el Sr. Graells dicen en su informe, al proponer sea elegida la Casa de Fieras y el parque del Retiro de S. M. como establecimiento cen-

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tral de aclimatación, en el cual a la vista del Gobierno, podrían hacerse los primeros ensayos, aprovechando semejante recinto (que hoy sólo sirve de recreo y desahogo al pueblo madrileño) para una empresa de tanta utilidad pública y porvenir para el país. Pero si lo que no es de esperar, el Patrimonio se resistiese a este pensamiento, cerrando al Gobierno las puertas de sus posesiones; entonces, éste está en el deber de no retroceder ante tan pequeño inconveniente y buscar otras en las inmediaciones de Madrid, tales la Montaña del Príncipe Pío, la Alameda del Duque de Osuna, o alguno de los fosos de la Villa, y en último resultado el Jardín Botánico del Museo que junto con el terreno que rodea al Observatorio Astronómico ofrece una superficie aunque pequeña aprovechable para albergar cierto numero de animales herbívoros y granívoros.»8

La última opción fue finalmente la retenida. El nuevo jardín zoológico de aclimatación no se injertaba, pues, en la ya antigua historia de la Casa de Fieras sino que surgía al margen, o más bien en paralelo. Debido a la proximidad física de los dos establecimientos, y a las estupendas relaciones que el director del Museo mantenía con la pareja reinante, el intercambio de animales entre ambos fue moneda corriente durante la corta existencia del proyecto de Graells9. De cualquier forma, los objetivos eran radicalmente opuestos. La Casa de Fieras se convertía en depositaria de los animales regalados a los reyes y en ella primaba el carácter lúdico, la exhibición. Por su parte el jardín zoológico privilegiaba la práctica científica y frente a la vistosidad de los animales se prefería su utilidad. El parque de experimentación animal se integraba así en el organigrama de un recientemente reformado Museo de Ciencias Naturales.

Una colección de animales vivos al servicio de la ciencia Durante el año 1856 el Museo de Ciencias Naturales experimentó una nueva reestructuración, reforma que afectó tanto a los planes de estudio como a la organización de los departamentos y colecciones (Barreiro, 1992, 239241). Su artífice fue el ministro Claudio Moyano Samaniego. Por Real Orden de 28 de septiembre de dicho año, el rector de la Universidad Central asumía la dirección gubernativa y económica del centro, labor que venía siendo desempeñada por Graells desde 1851 como único director. A partir de dicha fecha el naturalista riojano será únicamente responsable de la dirección científica, centrada en la custodia de las colecciones de producciones de la 8

1856. Borrador del Informe de la Real Academia de Ciencias (Sección de Ciencias Naturales) sobre el establecimiento de un parque zoológico de aclimatación en la Casa de Fieras del Retiro (AMNCN329/009). 9 Carta de Graells al administrador del patrimonio de la Corona organizando el intercambio de animales vivos, Madrid, noviembre 1860 (AMNCN318/011).

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naturaleza y la enseñanza superior. Los cursos elementales y preparatorios en adelante serían competencia de institutos y universidades. El Museo se convertía en un foco de investigación científica especializada, dedicado al cultivo profundo de las ciencias naturales. El Capítulo II del Real Decreto de 7 de enero de 1857, que reorganiza el Museo de Ciencias Naturales de Madrid, se refiere a las colecciones de seres vivos. Tres artículos de dicho capítulo, básicamente dedicado al Jardín Botánico, hacen mención a las colecciones zoológicas. En el Artículo 117 se especifica que, «cuando las condiciones del Museo lo permitan, se formará un jardín zoológico». El 118 aclara los objetivos que tendrá dicho establecimiento: en primer lugar «aclimatar animales exóticos en España», en segundo lugar, «domesticar las especies salvajes que existen en el territorio nacional». Por último, el Artículo 119 dice que, «al escoger las especies de animales que ha de haber en el jardín, se preferirán las que puedan ser de utilidad al hombre y aquellas cuyos fenómenos fisiológicos ofrezcan más interés para la ciencia». El proyectado zoológico es pues depositario del programa zootécnico defendido desde la Société. Poco tiempo después de aprobada la reforma, Tomás del Corral, rector de la Universidad Central y director administrativo y económico del Museo, se pone en contacto con Graells, director científico, para solicitar información acerca del funcionamiento y organización pensados para el zoológico10. Punto por punto, el demandante pide precisiones acerca de dónde se emplazará el recinto, qué especies constituirán el núcleo inicial, cómo se podrán adquirir los animales y cuánto costará la construcción de los refugios, el consumo de comida y el sueldo de los guardas. Tras una reunión especial de la Junta Facultativa del Museo, Graells responde detalladamente a los requerimientos del rector como portavoz del conjunto de catedráticos del centro: Primer punto. En qué parte del jardín botánico convendrá establecer el jardín zoológico. La Junta, después de oír a los catedráticos de Botánica y señalar éstos la parte del jardín necesaria al cultivo de las plantas de la escuela botánica y demás necesarias a la enseñanza de esta ciencia en toda su extensión; convino en elegir para establecer el jardín zoológico las dos bandas de cuadros que ocupan la parte baja y que ninguna aplicación tienen hoy para la enseñanza de la Botánica, y además la parte de la llamada viña que fuese necesaria y conveniente a la colocación de determinados animales. La colocación de las cercas necesarias para separar las especies zoológicas, podría sujetarse sin inconveniente a los limites que hoy tienen los cuadros de la expresada parte del jardín, con ligeras modificaciones señaladas por el ornato de un dibujo de paisaje que sacase partido de los árboles y plantas leñosas que estos cuadros contienen y conviniese conservar ya para dar sombra 10

Carta de Tomás del Corral a Graells. Madrid, 26-06-1857 (AMNCN324/001).

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y proteger a los animales contra los ardores del sol, ya por ser ejemplares necesarios en el jardín. La Junta cree que adoptando su parecer, esta parte del jardín, que por ser la más inmediata al Paseo del Prado es perjudicial para el cultivo de plantas delicadas por el polvo que de dicho paseo se introduce en la posesión y cubre las hojas, ofrecería convertida en Parque zoológico, una novedad agradable al público que hasta podría desde las verjas que dan al paseo ver a los animales, satisfaciendo su curiosidad aun después de cerrado el establecimiento. Además, colocando en los cuadros más inmediatos a dicha verja las especies salvajes que se tratase de domesticar, podrían amansarse mas fácilmente con la continua vista de las gentes y carruajes que a todas horas circulan por el Prado. En el caso de establecerse también acuarios modelos para los ensayos de piscicultura y de otros animales acuáticos, pudiera conciliarse de modo que los mismos sirviesen para el cultivo de plantas palustres y fluviales de las que nuestro jardín botánico carece casi completamente, por no haber sitio a propósito para tenerlas; por cuyo motivo, la junta recomienda de un modo especial la necesidad de formar estos acuarios con ambos objetos. 2ª Pregunta. Qué especies de animales convendría preferir para que formen el núcleo del jardín zoológico. La Junta desde luego opinó 1º que debían elegirse especies herbívoras y granívoras. 2º Que estas fuesen de utilidad para el hombre. 3º Que su cría en el jardín tuviese principalmente por objeto la aclimatación, la domesticación y la propagación para que de este modo pudiesen generalizarse en el país y prestar así utilidad y no mera curiosidad y por fin que tuviesen también cabida algunas de las especies cuyos fenómenos orgánicos y fisiológicos son una demostración necesaria en la ciencia. Las listas siguientes expresan pues los nombres de los animales que a juicio de la Junta deberían sujetarse a los ensayos referidos, debiéndose tener presente que de ellos podrán escogerse 1º los más interesantes que son los señalados con una * y 2º los más fáciles de adquirir marcados con **. (Se incluye a continuación un listado de 44 especies de mamíferos, 41 de aves y una tortuga, todas ellas con indicación de su lugar de procedencia geográfica). 3ª pregunta. Por qué medios se podrán adquirir más económicamente los animales que se juzguen preferibles. La Junta no tiene todos los datos que serían de desear para contestar a esta pregunta y sólo dirá los medios de que suelen servirse otros Gobiernos y aun los que el nuestro se sirvió en otros tiempos, cuando estableció los Parques de aclimatación de Sanlucar de Barrameda y Orotava, estos son: 1ª Mandar a todas nuestras autoridades de las posesiones ultramarinas que remitan a España las especies indígenas del país que administren y se les señale. 2º Igual orden debería darse a los Cónsules y encargados de negocios del Gobierno en las diferentes partes del globo.

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3º Encargar a los comandantes de los buques de la marina del Estado que reciban a bordo, cuiden y transporten a España los animales que los citados funcionarios les entregasen con este objeto. 4º Declarar el jardín zoológico del Museo de Madrid sucursal de la Sociedad Imperial Zoológica de aclimatación para que ésta con los medios que tiene y bajo las bases de sus reglamentos nos facilitase los animales que ella recibe de todas partes del mundo. 5º Y por fin comprar en los mercados zoológicos de Inglaterra, Francia, Bélgica y Holanda las especies que en ellos se presenten y cuya adquisición conviniese. Viniendo ahora a mayores detalles la Junta cree que el Sus papuensis, el carabao y canguros pudieran pedirse al Capitán General de Filipinas, que más próximo al país natal de dichos mamíferos le sería más fácil su adquisición y además debiera pedírsele todos los demás mamíferos y aves útiles de aquellas islas que a su juicio pudiesen aclimatarse en la Península. A nuestros Cónsules de la América meridional se les podrían pedir el tapir, las llamas, vicuñas, agutí, vizcacha, ñandú, pauxí, hocos, etc. El de Alejandría podría proporcionar las cabras de Egipto, la jirafa, antílopes corina y otras. Al de Argel debiera pedírsele el avestruz, los mismos antílopes, ovis laticaudatus (sic), puercoespín. Al de Constantinopla, las ovejas de Astracán y quizás, las cabras cachemiras y el yak. Al de Tánger los avestruces, gacelas y búfalo de Sierra Leona. 4ª Pregunta. Qué gastos podrían traer la construcción de viviendas, alimentación y guardería. Debiendo ser las viviendas de los animales que se traigan al jardín zoológico unas cabañas rústicas ya de paja, enea o tabla de pino sin labrar, semejantes a las que con este fin se usan en tales establecimientos, su coste no puede ser subido, lo mismo que el de las empalizadas para cercar las cercas de los cuadros en que se divida el jardín. El presupuesto de estas viviendas o cabañas rústicas cuyos modelos pueden tomarse del Jardín de Plantas de París, o del Zoológico de Londres, debería hacerlo un arquitecto y quizás con más conocimiento lo harían en la escuela de ingenieros militares tan diestros en esta clase de construcciones. También en Valencia se usan en las huertas y alquerías cabañas rústicas de bastante gusto y solidez y en concepto de la Junta, sería un medio muy económico de ajustar las que se necesitasen construir en nuestro jardín zoológico a algún valenciano de los que en aquel país se ocupan de hacer esta clase de construcciones. El gasto de la alimentación está en relación con el número de animales que se críen, con la magnitud y voracidad de estos, y con la calidad de los alimentos. Hemos dicho que los animales bien sean de la clase de los mamíferos bien de la de las aves, deberán ser herbívoros o granívoros y en este caso la paja,

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heno, alfalfa, trébol, y algunas verduras; la cebada, algarroba, avena, mijo, panizos, habas, maíz y las harinas y salvados de estas mismas semillas serán los alimentos que generalmente tengan que usarse. Su precio suele ser por punto general bajo y desde luego puede asegurarse que no siendo considerable el número de animales cuya aclimatación y domesticación se ensaye a la vez, su manutención podrá quedar bien atendida con una suma que no pase de veinte a treinta mil reales anuales. La guardería del jardín zoológico puede estar reducida a los mozos que cuiden del aseo y manutención de los animales, alternando en el servicio nocturno, y además convendría encargar la inmediata vigilancia científica al Ayudante de Zoología el cual bajo la dirección de los Profesores del ramo verificase cuantas operaciones y observaciones se creyesen convenientes para conseguir el útil fin que del establecimiento de esta clase de jardines saca la ciencia pura y aplicada. Por este servicio extraordinario pudiera darse al expresado Ayudante una gratificación anual de 3000 r. fijando el salario del guarda 1º del jardín en 4000 r. y en 3000 el del 2º. La Junta cree pues que si se señalase en los presupuestos del Estado una consignación anual de 40 000 r. para el mantenimiento del jardín zoológico pudieran quedar cubiertos todos los gastos, incluidos los de su establecimiento y adquisición de animales, pues en un principio podría invertirse la expresada consignación en preparar algunas viviendas, adquirir algunos animales, su manutención y guardería y sucesivamente pudiera irse así organizando un establecimiento de tanto porvenir ya por su utilidad científica y económica, como necesario para borrar el lunar con que su falta marca la civilización española que habiendo sido la primera nación que tuvo el útil pensamiento de establecer los parques de aclimatación en Sanlucar de Barrameda y Orotava, después los destruyó con un acto de barbarie que hace poca honra a sus autores y a los que no se han apresurado a borrar aquellos feos renglones de nuestra historia contemporánea.11

Una vez todo aclarado se inicia la carrera hacia la materialización del proyecto, combate en el que Graells siguió contando con el apoyo de Zarco del Valle, hombre curtido en cuestiones de Estado y sobre todo perseverante: «Volveré a la carga (ante Moyano). Lamentable es esta necesidad de emplear muchas veces la palanca de Arquímedes para mover una pequeña cosa»12. Los intentos fueron varios: «En medio de la práctica que usted tiene del curso de los negocios científicos en nuestro país, no es posible se figure usted el que ha seguido el nuestro de la aclimatación, a pesar de mis pasos llevados a la impertinencia», y el resultado el deseado: «Todo está arreglado. Recibirá usted como delegado la Real Orden que estábamos esperando»13.

11 12 13

Informe de Graells al rector de la Universidad. Madrid, 20-10-1857 (AMNCN324/001). Carta de Zarco del Valle a Graells. Madrid, 24-07-1857 (AMNCN328/034). Carta de Zarco del Valle a Graells. Madrid, 17-08-1857 (AMNCN328/011).

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Ocho meses más tarde, Graells solicita al ministro de Fomento 10.000 reales para la compra de animales y 8.000 más para el pago de sueldos (2.000 para el ayudante y 3.000 para cada uno de los mozos)14, obteniendo pronta satisfacción15. A continuación se liberan 20.000 reales de vellón para la construcción de cabañas y empalizadas y para la excavación de un lago artificial, con la intención de acoger en ellos a los primeros huéspedes del recinto16. De esta forma inicia su andadura el pequeño zoológico experimental que se asienta en la parte baja del Jardín Botánico, en los cuadros cercanos a la actual puerta de Murillo, para ampliarse más tarde por la llamada «viña», en la que, entre pimpollos de coníferas recién plantados, se fueron creando nuevos corralillos17. Los comienzos fueron modestos, como modesta sería su efímera existencia. En ningún momento se planteó la edificación de estructuras sólidas y permanentes, ni se recurrió a ningún arquitecto de renombre para que dejara su impronta en el recinto. En este punto el jardín madrileño distaba mucho del francés, en el que sí se erigieron grandes invernaderos, pajareras de vuelo, espaciosos establos y hasta un acuario concebido por Alphand (Osborne, 1994, p. 112). La instalación de mayor envergadura fue ese lago y la pequeña ría aneja destinados a dar cobijo a las aves acuáticas. De precaria construcción y pésimos materiales, su mala calidad pronto quedó al descubierto y los innumerables parches que se le fueron haciendo acabaron por agotar la paciencia de los responsables de Fomento que llegaron a la conclusión de que el zoológico, al igual que su instalación estrella, hacía aguas18.

El personal del zoológico El primer ayudante naturalista encargado del control de la vida diaria del zoológico fue Natalio Cayuela19, licenciado en Ciencias Naturales y antiguo alumno de la Normal de Madrid (Barreiro, 1992, p. 236). Éste contó con la ayuda de dos mozos responsables del cuidado y la alimentación de los animales, Juan Villegas y Andrés Fayedo20, personajes cuyo paso por el establecimiento no 14

Carta de Graells al ministro de Fomento. Madrid, 20-04-1858 (AMNCN324/002). Real Orden de la Dirección General de Instrucción Pública a Graells. Madrid, 07-06-1858 (AMNCN324/003). 16 Cartas de la Dirección General de Instrucción Pública a Graells. Madrid, 01-07-1858 (AMNCN316/001). 17 Carta de Graells al Director General de Instrucción Pública informándole sobre el destino dado a la «viña»: expediente relativo al ensanche del jardín por el lado de la «viña»: 10-01-1863/0603-1863 (AMNCN324/012). 18 Carta del Delegado General de Instrucción Pública al Comisario Regio del Museo. Madrid, 12-07-1867 (AMNCN317/011). 19 Nombramiento por Real Orden de 07-06-1858 (AMNCN324/003). 20 Nombramiento por oficio de Graells dirigido al rector el 08-06-1858 (AMNCN326/002). El apellido Fayedo también aparece escrito como Foyedo y Folledo. 15

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fue muy duradero. El primero causó baja tres meses después de su nombramiento por problemas de salud21. Fayedo, por su parte, abandonó su puesto al cabo de un año al ser nombrado mozo de la Comisión del Mapa Geológico de España22. Para sustituirles fueron elegidos dos nuevos empleados que permanecerían vinculados al jardín hasta su desmantelamiento. Se trata de Pedro Morón y Ordóñez23 y del ex guardia civil Antonio Pinilla y Hompanera24, ambos condecorados por la Société por su entrega y dedicación al proyecto de la aclimatación. En el puesto de ayudante naturalista también hubo relevos tras el cese de Cayuela por motivos no especificados en la correspondencia consultada. El testigo lo recogió Marcos Jiménez de la Espada, que ya desempeñaba funciones de vigilancia y cuidado del jardín zoológico a finales de 1859, ocupaciones éstas que excedían sus atribuciones en el Museo y por las cuales Graells solicita en su nombre una gratificación de 2.000 reales, tal y como se había estipulado con el Ministerio de Fomento25. El 9 de junio de 1862 Jiménez de la Espada es designado miembro de la Comisión Científica del Pacífico y cesa toda actividad profesional en la capital, tanto en el Museo como en la Universidad Central, donde impartía clases de Zoología. En julio de 1862 el grueso de la Comisión se traslada de Madrid a Cádiz. En las aulas, Espada es sustituido por el catedrático de Historia Natural del Instituto de San Isidro Sandalio de Pereda (López-Ocón y Pérez-Montes, 2000, p. 30-31). La vacante disponible en el zoológico pasa a ser ocupada por Antonio Orio26, ayudante de Mineralogía del Museo (Barreiro, 1992, 247). El 9 de enero de 1865 Orio presenta a su vez su renuncia al puesto de ayudante ante el cúmulo de trabajo que supuso la reducción de la plantilla de investigadores tras la partida de los expedicionarios27. El siguiente en ocupar el cargo fue Enrique Graells Alcalde, hijo del delegado, que en 1867 aparece firmando listas de recaudaciones en calidad de ayudante28. ¡Cuatro responsables en el plazo de diez años escasos! Estamos lejos de poder afirmar que los inicios del zoológico fueran serenos. Además, en 1867, año fatídico para Graells, es su propio hijo el que regenta el puesto de ayudante, pese a no conservarse nombramiento alguno que le responsabilice. ¿Se trata de un caso de nepotismo, posible causa, entre otras, de las acciones que fueron emprendidas contra el delegado en aquel momento? Semejante transmisión de poder era moneda frecuente en los 21

Informe de Graells de 21 de septiembre de 1858 (AMNCN326/001). Carta de Fayedo a Graells. Madrid, 09-05-1859 (AMNCN326/002). 23 Nombramiento de 01-01-1859 (AMNCN326/005). 24 Nombramiento de 10-5-1859 (AMNCN326/006). 25 Carta de Graells al Director General de Instrucción Pública. Madrid, 06-10-1859 (AMNCN326/007). La gratificación le fue concedida por el Director General de Instrucción Pública el 24 de noviembre de 1859 (misma signatura). 26 Nombramiento de 5 de agosto de 1862 (AMNCN326/012). 27 La dimisión fue admitida el 24 de enero de 1865 (misma signatura). 28 Carta de Graells al Comisario Regio del Museo (Méndez Alvaro) remitiendo la cuenta de las cantidades recaudadas desde el 1 de enero de 1866 hasta el 30 de abril de 1867. Madrid, 05-06-1867 (AMNCN317/010). 22

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establecimientos científicos del XIX, como ha demostrado Osborne en su artículo consagrado a la saga de los Geoffroy Saint-Hilaire, principales gestores de los establecimientos zoológicos franceses a lo largo de todo un siglo (Osborne, 1996)29. Carecemos de evidencias para mostrarnos tajantes en este asunto, pero lo que queda fuera de toda duda es que, como tendremos ocasión de ver, la gestión del jardín zoológico de aclimatación se convirtió en el talón de Aquiles del director científico del Museo, punto vulnerable sobre el que sus detractores centraron su ataque. Pese a la presencia continua, y cambiante, de un ayudante naturalista en el zoológico, la gestión del recinto correspondía a Graells en calidad de máximo responsable del mismo, labor que ejerció con mano férrea. Poco tiempo después de la entrada en funcionamiento del jardín desaparecieron de sus instalaciones unos gansos sin que ningún informe llegara a manos del director. El de Tricio responsabilizó a los mozos de la pérdida, al estimarla consecuencia del mal desempeño de sus obligaciones, y les impuso como sanción la suspensión del sueldo hasta amortizar el precio de los animales extraviados, amenazándoles al mismo tiempo con el despido si continuaban las desapariciones30. Los empleados recurrieron tal acusación para aligerar su culpa. Ante la falta de indicios apuntando a un posible robo, la explicación más plausible era que las ocas se fueron simplemente volando. Y si volaron, según ellos, fue porque no se les cortaron las plumas de las alas, operación ésta delicada y por lo tanto competencia del ayudante y no suya. De todas formas, si finalmente se decide que deben purgar la pena, solicitan encarecidamente no se les prive del sueldo, absolutamente necesario para su sustento y el de sus familias, sino que se les permita reembolsar el precio de los gansos por otros medios31. Desconocemos el veredicto final, aunque todo apunta a que el episodio se saldó sin castigo, lo que no hacía sino afianzar la autoridad de Graells y su control sobre sus subordinados. A partir de ese momento todas las ausencias de animales fueron puntualmente señaladas, ya se tratase de robos32 o de fugas33. La seriedad de carácter y el poco apego a la crítica ajena son dos rasgos de la personalidad de Graells que con frecuencia aparecen reseñados por sus biógrafos. Son varias las anécdotas que demuestran esa severidad de ánimo y tal vez merezca la pena recordar algunas de ellas. En 1860 Graells recibió desde Murcia una carta remitida por el señor Luis Fernández Gómez, advirtiendo de que 29 Otros ejemplos citados por el autor son los de la familia Hookers y los Kew Gardens de Londres, la familia Le Souef y los zoológicos australianos y la familia Hagenbeck y el comercio de animales salvajes en Europa a lo largo del siglo XIX. 30 Carta de Graells a Morón y Pinilla. Madrid, 31-10-1859 (AMNCN326/004). 31 Carta de Morón y Pinilla a Graells. Madrid, 03-11-1859 (misma signatura). 32 Carta de Graells a Francisco Méndez comunicando el robo de un loro y de varias tórtolas. Madrid, 03-08-1867 (AMNCN322/011). 33 Carta de Graells solicitando se entregue a un mozo del zoológico el guanaco que, asustado por la gente, se escapó del recinto del Botánico. Madrid, 28-06-1864 (AMNCN319/015).

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durante su visita al Museo había reparado en un rótulo con la inscripción «Celebros de animales», error ortográfico que podría dar «lugar a la hilaridad de los hombres de estudio que visitaran el establecimiento» (Barreiro, 1992, p. 248). Poco amigo de reflexiones de ese tipo, Graells respondió presto con una escueta y sarcástica nota en la que, gracias al perfecto empleo de los signos de puntuación, se permitió tratar de «animal» al autor de la reseña sin consentirle la más mínima posibilidad de réplica. Esta fue la contundente respuesta del delegado: La autoridad de la Academia de la Lengua considera como propia y castiza la palabra en cuestión. ( ) El rótulo a que usted se refiere y que dice Celebros de mamíferos, y no de animales como usted pone en su carta equivocadamente, fue puesto por los insignes anatómicos Ballcéls y Lacasa, y la falta de lenguaje que usted supone, hubiera sido imperdonable tanto en ellos como en mi (Barreiro, 1992, p. 248).

En 1863 fue un ministerio al completo el causante de su enfado. El ministro de Fomento, el marqués de la Vega Armijo, transmitió por escrito el descontento de la reina al saber que no se habían llevado a efecto sus deseos de aclimatar en el Jardín Botánico el abacá o cáñamo de Manila (Musa textilis). Graells, que se había ocupado personalmente del asunto, ya había comunicado diligentemente el fracaso de la empresa a causa del mal estado en que se encontraban las semillas que llegaron al Museo. Por eso, la regañina de Fomento le disgustó sobremanera y no pudo contenerse, lo que le indujo a escribir de su propio puño y letra tras la firma del ministro: El oficial del Negociado que propuso semejante resolución, haciendo que S. M. viese con desagrado el que no germinasen unas semillas que llegaron al establecimiento muertas, debía carecer de sentido común, siendo también notoria la ligereza y poca reflexión del director de estudios al aprobarla y la del ministro que la firmó. Esta Real Orden es un insulto a la ciencia, y en nombre de ésta lo rechaza el que suscribe y no quiere quede sin contestación para lo venidero. Los naturalistas del siglo actual no tenemos la habilidad de resucitar a los muertos (Barreiro, 1992, p. 252-253).

Todo un carácter este «Don Mariano de la Guerra», apelativo por el que era conocido entre algunos senadores del Estado desde que, durante una de las sesiones de la cámara, uno de ellos cometiera el error de dirigirse a él como «el señor Paz», lo que le hizo exclamar «¡Qué el señor Paz! ¡El señor Graells!» (Ajenjo, 1943). Los «ataques» de Graells no se dirigían solamente contra individuos, ya se tratase de políticos o de aficionados a la Historia Natural, sino que su mordaz pluma embestía igualmente, y con sobrada razón, contra grupos enteros que hacían gala de comportamientos que no resultaban del agrado del naturalista. En la introducción de su guía para visitar el Jardín Botánico y Zoológico del Museo, Graells arremete de esta forma contra un público poco civilizado y cada vez más exigente:

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No hace aún ni medio siglo que al penetrar en el Jardín Botánico se observaba tan estricta etiqueta, que se hacían quitar las mantillas a las señoras y llevar los caballeros las capas del brazo, sin permitir entrar chiquillos sueltos, gente mal vestida, ni mucho menos perros. Nadie osaba tocar una flor ni causar el menor desarreglo, saliéndose de los paseos; pero hoy, que se dice que la ilustración está más adelantada, observamos que el respeto a las cosas públicas ha disminuido, y a fuer de contribuyentes, muchos pretenden tener derecho a lo que siendo de todos no es de nadie, porque la mínima parte que en ello tengan no les autoriza a perjudicar al común de los ciudadanos. En otros países cuesta el dinero ver esta clase de establecimientos, y sin pagar un scheling en el Zoological Garden y un franco en el Bois de Boulogne, nadie entra a mirar lo que más directamente contribuye a sostener, y sin embargo le está vedado tocar. Pues aquí, donde todo lo del Estado se enseña de balde y con la mayor libertad, ¿no deberíamos respetarlo como cosa que cuesta grandes sacrificios al país? Inculcamos estas ideas a las personas antojadizas, que aconsejaríamos no entrasen en los jardines públicos, si su debilidad es tal que no pueden vencer una pasión censurable y pueril (Graells, 1864b, p. 13-14).

Los animales del parque Bien aleccionados por los consejos y advertencias vertidos en el prólogo de ese librito (Graells, 1864b), de venta en la portería del Botánico al precio de cuatro reales, los visitantes podían recorrer las instalaciones todas las tardes no lluviosas de primavera y verano, desde las cuatro hasta el anochecer. Las primeras horas del día se reservaban al mantenimiento, y se requería un permiso expedido por el director para poder acceder en horario matutino. La guía describe la fauna presente en 1864, año de su publicación, si bien la colección, como es lógico, sufrió cambios a lo largo de la vida del parque. Para cada especie se especifica su apelación en castellano, latín34, francés, italiano, inglés y alemán, siguiendo el ejemplo galo, aunque dada la excentricidad geográfica de Madrid en Europa, es fácil imaginar que el público estuviera formado mayoritariamente por locales. El orden de aparición de los animales en el texto es topográfico, es decir, se van describiendo a medida que el espectador los va descubriendo a lo largo de un recorrido preestablecido entre la entrada y la salida. En realidad lo que se presenta son los escasos, y rudimentarios, recintos, detallando en cada caso los habitantes que los pueblan. Un primer corralón daba cobijo a un heterogéneo conjunto de aves y mamíferos. Entre las primeras un ruidoso grupo de gallinas de Guinea (Numidia maleagris), pintadas vulturinas (Acryllium vulturinum) y pavas de monte sudamericanas o penélopes (Penelope pileata), y entre los se34

Los nombres científicos dados por Graells a menudo no corresponden con los empleados en la actualidad, sobre todo en el caso de las aves, lo que ha dificultado la identificación de ciertas especies. El problema ha sido solventado gracias a las descripciones dadas por el autor y a los registros de sinonimias. Para las aves se ha empleado: Handbook of the birds of the World. Josep del Hoyo, Andrew Elliott, Jordi Sargatal (editores). Lynx Edicions. Barcelona. Tomos 1 (1992), 2 (1994), 3 (1996) y 4 (1997).

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gundos las gacelas (Gazella dorcas) y una especie de pequeño canguro, el walaby de Bennett (Macropus rufogriseus). A continuación un atiborrado gallinero en el que, junto con numerosas razas de gallinas domésticas, correteaban colines de California (Callipepla californica), codornices ibéricas (Coturnix coturnix) y de Cuba (Colinus virginianus), perdices rojas (Alectorix rufa), morunas (A. barbara) y pardillas (Perdrix perdrix) y dos especies de aves esteparias españolas, el ortega (Pterocles orientales) y la ganga (Pterocles alchata). Más adelante se llegaba al lago y a la ría, dominio de las aves acuáticas y de ribera. Un nutrido grupo de anátidas ibéricas daba buena muestra de la diversidad nacional: gansos comunes (Anser anser), caretos (A. albifrons) y silvestres (A. fabalis), ánades reales (Anas platyrhynchos), rabudos (A. acuta) y silbones (A. penelope), tarros canelos (Tadorna ferruginea) y blancos (T. tadorna), patos cuchara (Anas clypeata), cercetas comunes (Anas crecca) y carretonas (A. querquedula), porrones pardos (Aythya nyroca) y moñudos (A. fuligula), por aquel entonces llamados rochet de los valencianos y patos pelucón respectivamente. Junto a ellos, especies foráneas de incuestionable belleza, en su mayor parte procedentes de América: cisnes mudos (Cygnus olor) y negros (C. atratus), gansos de Canadá (Branta canadensis), de Gambia (Plectropterus gambensis) y de Egipto (Alopechen aegyptiacus), barnaclas de Magallanes (Chloephaga picta), cariblancas (Branta leucopsis) y carinegras (B. bernicla), patos almizcleros (Cairina moschata), marrecas o patos viudos (Dendrocygna autumnales, D. bicolor), patos de las Bahamas (Anas bahamensis) y los multicolores patos mandarines (Aix galericulata) y carolinos o joyuyos (A. sponsa). Cerca del lago se alzaban más pajareras destinadas a albergar distintas variedades de faisán común (Phasianus colchicus) y faisán negro del Himalaya (género Lophura), faisanes dorados (Chrysolophus pictus) y plateados (Lophura nycthemera) y pavos reales azules (Pavo cristatus) y verdes (P. muticus). No lejos de allí las aves zancudas: flamencos (Phoenicopterus ruber), calamones o pollas sultanas (Porphyrio porphyrio) y grullas coronadas (Balearica pavonina). El recorrido continuaba por el gran patio de los mamíferos rumiantes, amplio cercado en el que convivían llamas (Lama glama), venados (Cervus elaphus), ciervos axis (C. axis) y porcinos (C. porcinus), cebúes (Bos indicus), cabras de Egipto, Senegal y Angora, y ovejas chinas, de Astracán y del Yemen. El zoológico disponía también de pocilgas en las que se criaban jabalíes (Sus scrofa), pecaríes de collar (Tayassu tajacu), cerdos de China y marranos de pezuña entera, curiosa raza de cochino criollo procedente de Cuba, caracterizada por la posesión de un casco único recubriendo los dos dedos centrales de las patas (Velázquez et. al., 1998)35. La progresión del paseo permitía contemplar cigüeñas blancas (Ci35 Esta variedad ha sido progresivamente desplazada en Cuba por otras de mayor rentabilidad industrial. La hibridación entre razas ha provocado que el cerdo criollo hoy se encuentre amenazado y sean pocos los animales que presenten esa única pezuña en lugar del pie hendido habitual en la especie.

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conia ciconia), grullas norteamericanas (Grus canadensis) y hocos (Crax alector), grandes gallináceas de la selva neotropical, hasta alcanzar las conejeras, en las que además de conejos domésticos de múltiples variedades se podían descubrir conejillos de indias o coínes (Cavia porcellus) y agutíes (Dasyprocta aguti). El punto final lo marcaban nuevas jaulas para volátiles, que una vez más contaban con una fuerte presencia de especies americanas, fundamentalmente cubanas. La colección de columbiformes era especialmente rica: tórtolas comunes (Streptopelia turtur) y de collar (S. decaocto), palomas migratorias (Ectopistes migratorius), coronitas (Columba leucocephala), sanjuaneras (Zenaida aurita), zenaidas (Z. macroura), tojositas (Columbina passerina), de penacho (Ocyphaps lophotes) e incluso la paloma-perdiz de Cuba (Starnoenas cyanocephala), especie actualmente al borde del exterminio. Compartían aviario con otra serie de pájaros de pequeño tamaño, para los que Graells no proporciona nombre científico: loritos, cacatúas, cardenales, totíes, gorriones de Filipinas, degollados, senegales, bengalíes, canarios etc. Emitir un juicio acerca de la valía y del interés de la colección descrita sería descabellado. La mayor parte de los animales mencionados actualmente nos son familiares en cualquier parque público, sin necesidad de que éste lleve el adjetivo de zoológico. Sin embargo, no hay que olvidar que en aquel momento la fauna era mucho menos conocida, y su adquisición, transporte y cría resultaban mucho más difíciles. Además, si hoy podemos afirmar que se trata de especies «comunes», es precisamente porque entonces se inició su difusión y exhibición en Europa. Para el público del momento muchas de ellas sí que resultaban curiosas y nunca vistas. Por el contrario, ciertas especies ibéricas amenazadas en nuestros días, como el calamón o el pato cuchara, antaño poseían poblaciones estables, lo que sin duda justifica su presencia en el zoológico. De cualquier manera, es necesario destacar el paso por el recinto del Botánico de palomas migratorias norteamericanas, un ave hoy desaparecida que ha llegado a convertirse en un emblemático ejemplo del efecto nefasto que la caza abusiva puede acarrear a corto plazo. Este tipo de pichón, que anualmente recorría toda América del Norte en el transcurso de sus migraciones, era conocido a principios del siglo XIX por la abrumadora cantidad de sus efectivos, que llegaban a contarse por millones en un solo bando. Tan fácil presa se convirtió en la despensa alada de los colonos, pues según se dice bastaba con disparar al cielo mirando al suelo para no errar el tiro cuando la bandada sobrevolaba las poblaciones. La llegada del ferrocarril al continente supuso el golpe de gracia para la especie que, en el plazo de menos de un siglo, comenzó a escasear. En la década de los ochenta del siglo XIX los bandos se hicieron raros y poco después, en un intento desesperado por salvar la especie, se trató de capturar a los últimos ejemplares vivos, esta vez con la intención de criarlos en cautividad. Todo fue inútil, la última paloma, una hembra llamada Martha, murió en el parque zoológico de Cincinnati en 1914. Cuando Graells describió al animal, en 1864, aún no se había dado el grito de alarma. Tal vez por eso este ave resultaba todavía fácilmente asequible, y

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quizá sea ésta la razón por la que hoy no hay ningún ejemplar naturalizado de esta especie en las colecciones del Museo de Ciencias de Madrid: siempre se estaba a tiempo de capturar otro más entre los muchos disponibles. Lástima. El origen geográfico de los animales exhibidos en el zoológico era básicamente ibérico o americano, en especial de la región del Caribe, con alguna que otra especie africana, asiática e incluso australiana. Los medios empleados para hacerse con los ejemplares también eran diversos. La fauna ibérica era remitida por los colaboradores del Museo, caso de diversas partidas de patos y aves zancudas de la Albufera de Valencia36, comprada en mercados locales37 o bien se recompensaba su captura, para lo cual se incitaba a los cazadores a trampear animales vivos38. Entre las especies buscadas figuraban corzos, meloncillos, liebres, avutardas, sisones, grullas, gansos, garzas, garcetas, alcaravanes, gangas, ortegas, fochas, pollas de agua y somormujos. La utilidad atribuida a cada una de ellas es fácilmente imaginable: nuevos volátiles de corral para la mayor parte de las aves con, tal vez, la salvedad de garzas y garcillas mucho más apreciadas por la belleza de su porte y de sus plumas, animales de carnicería para el corzo y la liebre, y un perfecto aliado en la lucha contra las serpientes en el caso del meloncillo, puesto que, no hay que olvidarlo, el combate contra los ofidios venenosos era uno de los frentes de trabajo recompensados desde París (Anónimo, 1859a). Los animales americanos eran embarcados rumbo a la Península Ibérica gracias al celo de los colaboradores del Museo y de la Société en el Nuevo Mundo. Ya se ha mencionado la participación de los integrantes de la Comisión Científica del Pacífico. Digna es de reseñar la contribución de Francisco Serrano durante su estancia en Cuba. Desde que el Capitán General de la isla ofreciera sus servicios al delegado, en octubre de 1859, los envíos procedentes de la colonia caribeña no cesaron de sucederse. El primer lote, más bien discreto, incluía siete gallinas blancas de Guinea y dos cruzadas con gallo castellano39. A partir de ese momento, la cantidad y el interés de los animales recibidos en Madrid no dejará de aumentar: tortugas de agua dulce localmente llamadas jicoteas o jamaos (Trachemys decussata) y dos cocodrilos de Cuba (Crocodylus rhombifer)40; un «tigre de Nueva Granada» (posiblemente se trate de un ocelote, Leopardus par-

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25-10-1859/10-12-1859: expediente sobre el envío hecho por José Arigo en nombre de Ignacio Vidal (AMNCN318/005); 17-11-1860/22-03-1861: expediente sobre la petición hecha al rector de la Universidad de Valencia acerca del envío de aves de la Albufera (AMNCN318/015); 2811-1862/06-12-1862: expediente sobre el envío remitido desde Valencia por Vicente Mompó y Vidal, incluyendo espátulas, avefrías y anátidas (AMNCN319/007). 37 Borrador de una carta de Graells fechado el 24 de noviembre de 1864, solicitando la compra de avutardas, sisones, gangas y ortegas a los pajareros de la plaza de la Corredera (AMNCN319/018). 38 Carta de Graells. Madrid, 18-11-1861 (AMNCN321/010). 39 Carta de Serrano a Graells. La Habana, enero de 1860 (AMNCN318/006). 40 Expediente del envío: 22-09-1860/24-10-1860 (AMNCN318/010).

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dalis41), una tortuga carey (Eretmochelys imbricata) y cuatro pavas de monte, amén de varios animales muertos para las colecciones del Museo42; dos cocodrilos más pertenecientes a especies diferentes (C. rhombifer y C. acutus), un zopilote real (Sarcoramphus papa), pavas de monte y gallos domésticos; 22 codornices cubanas y siete perdices de cabeza azul o paloma-perdiz cubana; cuatro grullas43; 18 codornices de la isla, 14 palomas zenaida, 14 de cabeza azul, 14 de cabeza blanca y tres culebras majás (Epicrates angulifer)44. Muchos de los animales llegaban a su destino final en un lamentable estado45 aunque, curiosamente, el mayor deterioro parecía producirse en el transporte por tierra, entre el puerto de Alicante y la capital46. Como ejemplo de la elevada mortandad, baste decir que de ese último envío mencionado únicamente llegaron con vida a Madrid ocho palomas zenaida, siete de cabeza azul, siete de cabeza blanca y una sola codorniz47. Tal y como se había previsto, otros representantes diplomáticos en el extranjero también fueron requeridos para conseguir animales. Al gobernador general de Tetuán se le encargaron una serie de animales norteafricanos48 que debían ser embarcados hasta Cádiz por cuenta del Museo. En Tánger se compraron cuatro puerco espines (Hystrix cristata), cuatro conejos argelinos y varias perdices morunas49, y se prometió un futuro envío con avestruces, gacelas y otros animales procedentes del mercado de Mogador (actual Essaouira), remesa que nunca se llegó a realizar. A Eduardo San Just, cónsul en Australia, se le proponen intercambios con la Sociedad de aclimatación de Sidney50 y se le solicitan canguros, casuarios (Casuarius casuarius), wombats (Vombatus ursinus), cisnes, gansos cereopsis (Cereopsis novaehollandiae), palomas autóctonas y especies domésti-

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Un censo de los animales vivos del jardín, realizado en abril de 1864, indica la presencia de un ejemplar de esta especie en las colecciones (AMNCN319/013). 42 Expediente del envío: 22-09-1860/24-10-1860 (AMNCN318/010). Entre los animales que murieron durante la travesía se encontraban varias hutías, roedores cubanos de gran tamaño, de los que se remitían ejemplares de las dos especies presentes en la isla: la hutía carabalí (Capromys prehensilis) y la conga (C. pilorides), esta última domesticada por la población local. 43 Carta de Serrano a Graells. La Habana, 25-02-1861 (AMNCN321/007). 44 Carta de Serrano a Graells. La Habana, 26-03-1861 (AMNCN321/006). 45 Carta de Graells a Pedro Sabau Larroya, Director General de Instrucción Pública, fechada en Madrid el 12 de febrero de 1861 (AMNCN321/003.). Expresa su malestar por el estado de unas aves (22 codornices y siete perdices de cabeza azul) enviadas desde Cuba a Alicante y desde allí a Madrid. 46 Carta de Sabau a Graells. Madrid, 22-02-1861 (AMNCN321/003). Comunica a Graells que el Gobernador civil de Alicante solicita se busque una ruta más directa entre Cuba y Madrid para evitar la pérdida de ejemplares. 47 Carta de Graells al depósito general del puerto de Cádiz. Madrid, 23-04-1861 (AMNCN321/006). 48 Carta de marzo de 1861 (AMNCN318/019). 49 Carta del Gobernador a Graells, 10-04-1861 (AMNCN318/019). 50 Expediente: 17-02-1865/21-05-1865 (AMNCN/F. G./S. C.e./C.13/E. 5).

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cas del país51, aunque al final sólo arribarán a España una pareja de cisnes negros52 y otra de walabíes expedidas vía Londres y Gibraltar53. Alejandro Spagnolo, cónsul español en Jerusalén, asume su compromiso ante el Museo54 y organiza el envío de una oveja y un carnero pertenecientes a una raza originaria de Palestina55. La compra de animales en Francia constituyó otra importante fuente de incorporaciones en el jardín. Los ejemplares eran adquiridos en Lyon56, Burdeos57, Marsella58 o París. En esta última ciudad, el principal proveedor privado era el comerciante Bara, especializado en huevos, caza y aves de corral, cuyo establecimiento de atención al público se encontraba abierto en el Boulevard Saint Denis59. Desde la ménagerie del museo parisino llegaron algunos animales remitidos por Milne-Edwards, sucesor de Isidore Geoffroy Saint-Hilaire al frente de la institución60. Pero sin lugar a dudas, la mayor fuente de aprovisionamiento de fauna en la capital francesa fue el jardín zoológico de aclimatación del Bois de Boulogne, sabiamente administrado por Albert Geoffroy Saint-Hilaire. Junto con el pago de las entradas al recinto, la venta de animales a terceros constituía uno de los principales ingresos para la economía del jardín. El centro se convirtió en el primer foco de compra y venta de animales exóticos en todo el país, y llegó a gestionar una agenda de negocios con más de mil direcciones de potenciales compradores. El año de su creación ya se recaudaron 38.813 francos procedentes de las ventas efectuadas a un total de 432 clientes, magra cifra si la comparamos con los 302.305 francos logrados en 1870, justo antes del periodo de vacas flacas motivado por la guerra (Osborne, 1994, p. 124). La correspondencia 51

Carta de Graells a San Just. Madrid, 28-10-1864 (AMNCN319/011). Expediente del envío 18-04-1864/05-07-1864 (AMNCN319/012). 53 Expediente sobre el envío de los marsupiales: 15-06-1866/26-06-1866 (AMNCN319/017); Expediente sobre el ingreso de los walabies en el zoo: 17-07-1866/18-07-1866 (AMNCN319/016). 54 Carta de 04-09-1864 (AMNCN/F. G./S. C.e./C. 13/E. 6). 55 Expediente: 13-03-1865/13-07-1865 (misma signatura). 56 Documento sin datar acreditando la compra de dos cebúes, dos cabras de Egipto y dos ocas del Danubio (AMNCN/F. G./S. C.e./C. 8/E. 26). 57 Catálogo de la empresa proveedora de animales Montaudie Naturaliste. 1862 (AMNCN316/010). 58 1862, Nota de Graells con la lista de animales en venta en casa del señor Cremieux, de Marsella (AMNCN319/002); expediente sobre la adquisición de animales en Marsella: 27-01-1862/3011-1862 (misma signatura). Se ofrecen avestruces, pelícanos, flamencos, hocos y penélopes. Incluye una autorización expresa de la reina para la compra, dada el 19 de febrero de 1862; 06-02-1862 (AMNCN319/002), nota de los gastos ocasionados por el envío de los animales comprados en Marsella hasta Alicante. Se compraron dos gansos, dos cabras, un buey y una vaca. Gasto total: 347 reales de vellón; expediente sobre la compra de animales a los hermanos Févot: 24-05-1862/septiembre de 1866 (AMNCN/F. G./S. C.e./C.13/E. 9). Se adquirieron dos avestruces, cuatro pelícanos, dos flamencos, cuatro pavas de monte, dos grullas coronadas y un macho de gacela. 59 Expediente correspondencia con Bara (AMNCN316/009). 60 Cartas de Milne-Edwards a Graells: 30-07-1864, envía gallinas de Japón; 20-11-1864, remite más gallinas y un cebú (AMNCN/F. G./S. C.e./C. 13/E. 12). 52

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mantenida entre Albert y Graells da buena cuenta de la estrategia propagandística lanzada desde París para paliar al máximo las siempre crecientes necesidades económicas creadas por el funcionamiento de la institución. Si con Isidore la discusión científica encontraba acomodo en el intercambio epistolar, el carteo con Albert tratará casi con exclusividad de la adquisición de animales para ser exhibidos en Madrid. La puesta en marcha de la maniobra promocional es inmediata. En su primera misiva a Graells, tras la muerte de su padre, Albert ya hace gala de su pericia comercial: He recibido su carta del 24 del corriente y quiero agradecérselo. Estoy feliz de poder continuar con usted las afectuosas relaciones iniciadas por mi padre y le ruego sea consciente de mi entera disposición. Le reservo: una pareja de Euplocomus cuvieri (180 francos), una pareja de E. melanotus (180 f.), una pareja de Anas bahamensis (200 f.), una pareja de Platalea leucorodia (45 f.)61.

A esta primera oferta le seguirán otras muchas, compromisos saldados o meros intentos de transferencia de animales entre París y Madrid. Cuando el contrato se cerraba satisfactoriamente por ambas partes, las bestias eran expedidas vía Bayona, puesto en el que Ignacio García actuaba como intermediario del pago y responsable de los trámites fronterizos62. El paso del País Vasco constituía el principal eje de comunicación entre las dos capitales y los envíos no solían demorarse. Pese a todo, con relativa frecuencia había que lamentar pérdidas de ejemplares asociadas a las dificultades del transporte63. Los empleados de aduana fueron testigos de la circulación entre Hendaya e Irún de cebúes, ciervos axis, ciervos porcinos, corderos de Astracán, carneros de Senegal, ovejas del Yemen, conejos de raza inglesa y siberiana, colines de California, palomas migratorias, patos mandarines, cisnes negros, barnaclas de Magallanes, gansos de Canadá, de Guinea64… Cada nueva entrega venía acompañada de las listas actualizadas de animales disponibles en París. Bástenos con dos ejemplos:

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Carta de Albert a Graells. París, 29-11-1861 (AMNCN320/008). Carta de Graells a Albert. Madrid, 03-12-1861 (AMNCN320/009). 63 Uno de los faisanes de ese primer envío murió por el camino (Carta de Albert a Graells anunciando la pérdida del animal y prometiendo su reposición, París, 16-12-1861; AMNCN320/012). El resto de las aves llegaron con serias heridas en la cabeza provocadas por los testarazos que se daban contra la jaula, motivo por el cual Graells sugiere acolchar la tapa en futuros envíos (Carta de Graells a Albert. Madrid, 22-12-1861; AMNCN320/013). 64 Cartas de Albert a Graells. París: 01-02-1862, 18-03-1862, 21-03-1862, 07-10-1862, 14-011863, 21-03-1863, 07-04-1863, 26-05-1863, 07-06-1863, 25-06-1863, 12-11-1863, 28-01-1864, 07-02-1864, 03-03-1864, 18-03-1864, 27-03-1864, 11-08-1864, 30-11-1864 (AMNCN316/016; AMNCN320/015, 018-023, 025-027; AMNCN323/002-005, 007, 008); cartas de Graells a Albert. Madrid: 26-02-1862, febrero de 1862 (AMNCN320/016 y 017). 62

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Le reservaré una hembra de Anas bahamensis y una hembra de Cygnus olor, pero debo advertirle que sólo poseo cisnes jóvenes nacidos en 1862. Su precio, ya lo sabe usted, es por el momento de 40 francos el ejemplar. Le vendo la bonita grulla de Numidia, que presenta un defecto en su forma de caminar, por 100 francos. ( ) Le podría enviar igualmente tres hembras de pato de la Carolina, aunque no tenga costumbre de vender hembras sin machos. Pero me siento satisfecho cada vez que puedo servirle. Tendrá que pagar por cada una de estas aves 50 francos.65 Ya que hablamos de rumiantes no le tentaría comprar una o dos de esas bonitas vacas enanas de la India, de esos pequeños cebúes empleados en Asia para tirar al trote de las carretas. Si le parece bien, le puedo enviar dos pequeñas y bonitas hembras Blamhatres-grivatres (sic) por el precio de 300 francos cada una. Si le apetece recibir un toro, poseo uno blanco y negro, un poco más grande que las vacas, por el que pediría 250 francos.66

Albert, durante esos tres años de adquisiciones avaladas por Graells, sólo mostrará interés por las razas de perros existentes en España con vistas a presentarlas en la exposición canina que preparaba en París. Se interesa por los perros de caza o d’arrêt, y en especial por los bracos navarros y los dogos amarillos67, de los que solicita la adquisición, «a módico precio»68, de unas parejas para el jardín del Bois de Boulogne. En otra de sus cartas, el tercero de los Geoffroy Saint-Hilaire manifiesta su interés por conseguir fauna del Nuevo Mundo mediante intercambios con el jardín madrileño69, de manera muy especial la grulla de Méjico, de la que tiene pensado solicitar algún ejemplar al ejército francés desplegado en el país americano70. Un desigual negocio transpirenaico que pronto llevaría a Graells a entonar su canto del cisne: «que no pido nada por el estado crítico financiero en que estamos»71.

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Carta de Albert a Graells. París, 21-03-1863 (AMNCN320/022). Carta de Albert a Graells. París, 28-01-1864 (AMNCN323/001). 67 Cartas de Albert a Graells. París: 07-10-1862, 21-03-1863, 07-04-1863, 26-05-1863, 02-121863 (AMNCN320/020, 022, 023, 025, 028). 68 Carta de Albert a Graells. París, 21-03-1863 (AMNCN320/022). 69 Carta de Albert a Graells. París, 11-08-1864 (AMNCN323/007). 70 Carta de Albert a Graells. París, 30-11-1864 (AMNCN323/008). 71 Nota de Graells escrita al pie de página de una carta enviada por Albert desde París el 0204-1865 (AMNCN323/010). 66

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Capítulo 7 EL FINAL DE LA CORTA HISTORIA Paso a paso el zoológico del Botánico proseguía su andadura. Los inicios habían sido tan discretos que ni siquiera se puede aventurar una fecha de inauguración oficial. Isabel II y Francisco de Asís, a pesar de su decidido apoyo a las pretensiones de Graells, no parecen haberse desplazado hasta el Paseo del Prado para, al alimón, proclamar la apertura del recinto, como sí hicieran Napoleón III y Eugenia de Montijo en París. Sin embargo los animales fueron llegando.

Un necesario empujón La colección de aves vivas del Museo resultaba como poco interesante. La de mamíferos se agolpaba básicamente en el heterogéneo corralón de los rumiantes, técnica de manejo de fauna puesta en práctica por Graells, que pretendía de esta forma amansar a las especies salvajes haciéndolas convivir con las domésticas1. Con todo, el censo de animales en abril de 1864, aunque variado en especies, no distaba mucho, en composición, del que Mesonero Romanos estableciera en su elogio de la Casa de Fieras del Retiro. Un ocelote, un zorro ibérico, un puerco espín, un jabalí, un venado, una gacela, una oveja del Senegal…2 De nuevo ejemplares solitarios, seres condenados a envejecer en sus recintos sin posibilidad de procrear. El desafío estaba en marcha, pero para que el embrión llegase a término la placentación debía ser aún más profunda. Graells era perfectamente consciente: nuestro incipiente jardín zoológico permanece estacionado y más bien en decadencia que en vías de progreso, porque careciendo de la mayor parte de los recursos que le son indispensables es milagrosa su existencia. En tal estado, Excelentísimo Señor, soy de opinión que no debe continuar, siendo preferible el que en España no existan jardines de aclimatación a que 1

Carta de Graells a Lavison. Madrid, 27-02-1864 (AMNCN330/030). Pliego en el que se establece la lista de animales del zoológico en abril de 1864 (AMNCN319/013). 2

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los haya en situación tal que no podamos enseñarlos con el orgullo de sus inventores. Pero antes de abandonar el campo a la severa censura que sobre los españoles recaería si diésemos el escándalo de renunciar a la gloria que nuestros antepasados nos legaron, he creído mi deber pedir auxilio a V. E. que tan positivas pruebas me tiene dadas de su entusiasmo y decidido empeño en proteger el único establecimiento de aclimatación que tenemos.3

El proyecto zootécnico necesitaba un nuevo empujón. Había llegado el momento de afrontar el tercer y definitivo asalto. Tras la creación de la comisión nacional responsable de desarrollar el programa de la aclimatación, después de haber demostrado la posibilidad de poner en funcionamiento un propósito semejante instalando un jardín piloto en el Botánico del Museo, ya se podía encarar la creación del que de manera definitiva sería el «Jardín Español de Aclimatación». La experiencia del Botánico sólo era el primer ensayo, una tentativa preliminar para evaluar la viabilidad del plan antes del espaldarazo final. El propio Zarco del Valle lo había insinuado en su discurso ante la Academia en 1856: En todas partes donde las ciencias naturales se cultivan con entusiasmo los jardines zoológicos han sido la cuna de las primeras aclimataciones y bajo este punto de vista, bien que en una escala mezquina, nuestro Jardín Botánico sin salir de su condición, prestaría un nuevo servicio a la Historia Natural, a la industria y agricultura española; que reconociendo pronto este servicio es probable se apresurarían a dar al proyecto todo el ensanche necesario para obtener mayores y más ventajosos resultados.4

El principal problema que planteaba el Botánico era la falta de espacio. A duras penas las instalaciones podían ir creciendo, lo que sin lugar a dudas influía negativamente en el bienestar de los animales. De manera esporádica se pedían pequeñas cantidades de dinero para la edificación de nuevos parquecillos5 o, modestamente, se solicitaba madera procedente de derribos para realizar mejoras en el zoológico6. Todo resultaba insuficiente y las aspiraciones del 3 1865. Borrador de Graells exponiendo las necesidades de modificación y mejora del jardín zoológico (AMNCN324/018). El texto va dirigido a un personaje (¿Antonio Remón Zarco del Valle?) no especificado que debía actuar como intermediario ante el ministro de Fomento: «La elevada posición social que V. E. tan dignamente ocupa, lo filantrópico y provechoso para el país del asunto, le darán a V. E. armas suficientemente fuertes para vencer cuantas dificultades se le presenten, si por fortuna no tuviésemos en el día un ministro de Fomento que le crea animado de muy buenos deseos en favor de todas las cosas útiles». 4 1856. Borrador del Informe de la Real Academia de Ciencias (Sección de Ciencias Naturales) sobre el establecimiento de un parque Zoológico de aclimatación en la Casa de Fieras del Retiro (AMNCN329/009). 5 02-02-1864/13-04-1864: expediente sobre la solicitud de 12.000 reales a la Dirección General de Instrucción Pública para la compra de materiales (AMNCN316/020). 6 Carta de Graells al rector de la Universidad. Madrid, 03-05-1863 (AMNCN316/014).

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director no se veían colmadas. Durante el verano de 1864, Graells presenta ante la Dirección General de Instrucción Pública un presupuesto de gastos previstos en el Museo para el año siguiente que sobrepasa en 133.890 reales al del ejercicio anterior7. Entre otras cosas pretende edificar un invernadero y un acuario8 y, al mismo tiempo, comienza a hacer acopio de catálogos con los últimos modelos de cercas, enrejados y barandas disponibles en Francia9. La ampliación no puede esperar. Para remediar la estrechez con la que se alojan las bestias, propone el traslado de las dependencias a los jardines del Casino de la Reina, finca que fuera de Manuel Romero, ministro de Justicia de José Bonaparte, y que tras la salida de los franceses fue comprada por el ayuntamiento de Madrid y puesta a disposición de la reina María Isabel de Braganza, segunda esposa de Fernando VII. La propiedad, situada entre la Ronda de Toledo y el castizo barrio de Lavapiés, disponía de extensos jardines y de cuadras, una estupenda base para iniciar el proyectado Jardín Español de Aclimatación10. En el plan urdido por Graells, la mudanza de los animales no era la única medida sugerida. Separado físicamente del Botánico, el futuro jardín de aclimatación debería también estarlo financieramente en los presupuestos del Museo, con una consignación económica suficiente para poder atender con desahogo sus necesidades, sin gravar por ello al resto de departamentos del centro. Finalmente, y para garantizar su buen funcionamiento, debería dotársele de un reglamento de régimen y gobierno que abarcase tanto aspectos administrativos como de programación científica11. Es ese documento de gestión el que va a acaparar nuestra atención en los próximos párrafos. Aunque nunca se llevase a efecto, en él se resumen las ideas y aspiraciones de un Graells curtido en materia de zootecnia tras la experiencia preliminar del Botánico. El referido reglamento ya estaba escrito en 1864, un texto maduro que incluso había sido sometido al dictamen de Fomento, donde no 7 El desglose de los presupuestos fue el siguiente: para el Gabinete de Historia Natural 115.702 reales; para el Botánico 90.468 reales; para el Zoológico 87.720 reales; presupuesto ordinario del Botánico, 98.552 reales (Barreiro, 1992, p. 254). Con anterioridad ya se habían hecho otros intentos para obtener mayor financiación: carta de Graells al Ministerio de Fomento. Madrid, 18-10-1859 (AMNCN316/004). Solicita un aumento del presupuesto para el mantenimiento del zoológico. 8 Oficio de Graells a la Dirección General de Instrucción Pública. Madrid, 01-07-1864 (AMNCN316/023). 9 20-01-1865/18-10-1865: expediente sobre la empresa Z. I. Guz & Cia, especializada en la construcción de empalizadas, con almacenes en Burdeos y Bayona (AMNCN317/004). 10 1865. Informe de Graells proponiendo una nueva estructura y establecimiento para el jardín Zoológico (AMNCN324/016). En 1867, el palacete del «Casino de la calle de Embajadores» acabaría albergando temporalmente al recién creado Museo Arqueológico Nacional, formado a partir de las colecciones etnográficas y de antigüedades del Museo de Ciencias Naturales (Barreiro, 1992, p. 259). 11 1865. Informe de Graells exponiendo las necesidades de modificación y mejora para el jardín zoológico (AMNCN324/018).

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recibió el apoyo necesario para su puesta en práctica. Sobra decir que la mala apreciación desató la cólera de Graells: Para esto formulé hace un año un Reglamento, que si bien mereció los elogios de nuestros consocios extranjeros que en él veían el porvenir del gran desarrollo que iba a formar la aclimatación en España, informantes legos en la materia, si no mal intencionados o envidiosos, hicieron que fracasase o se desvirtuase en las oficinas del Ministerio de Fomento. Sujeto, Exmo. Sr., mi trabajo al juicio de una corporación competente, al de todas las Sociedades de aclimatación de Europa, sobre cuyos estatutos está calcado mi Reglamento, pero rechazo el dictamen de las que por su constitución y esencia son incompetentes y legas en esta materia. De su dictamen debería el Gobierno prescindir buscando el consejo donde lo encontrará desapasionado y entendido.12

Objetivos del proyectado «Jardín Español de Aclimatación» El título primero del estatuto que, en adelante, debía regir el funcionamiento del primer y principal establecimiento consagrado a la aclimatación en España, trata, en un total de 25 artículos, sobre el «objeto y organización del Jardín Zoológico»13. Los objetivos perseguidos, especificados en el artículo primero, siguen siendo los mismos: aclimatar animales exóticos en España, amansar las especies silvestres europeas que convenga domesticar, propagarlas y facilitar su adquisición a los particulares. De igual forma se pretende mejorar la calidad de las razas domésticas locales, así como la creación de otras nuevas. En cuanto al tipo de animales deseados, asunto del artículo segundo, se prefieren las especies útiles desde el punto de vista agrícola, económico-rural e industrial y, si las condiciones lo permiten, se incluirán aquellas con interés científico o recreativo. El jardín debe actuar como lanzadera para la diversificación de la cabaña ganadera nacional, por eso, en el artículo tercero, se especifica que cuando una especie se haya afianzado en el país se suprimirá su cría en el recinto, a no ser que sus efectivos decaigan de nuevo. En 1864, año de la redacción del reglamento, Graells se había interesado por la compra en París de animales de indudable valor ganadero, como el hemión (Equus hemionus), asno salvaje de las estepas asiáticas, el yak (Bos grunniens), bestia de carga en alta montaña, el nilgo (Boselaphus tragocamelus), antílope indio de apreciada carne, o las ovejas chinas de raza ouang-ti, extremadamente fe12 1865. Informe de Graells proponiendo las necesidades de modificación y mejora para el jardín zoológico (misma signatura). 13 06-12-1864/16-09-1867: expediente del reglamento, presupuesto y plantillas del jardín zoológico (AMNCN324/015).

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cundas pues alumbran de tres a cinco corderos por parto14. La selección no deja la más mínima duda del cariz que el director pretendía dar al zoológico, convirtiéndolo en un centro de experimentación zootécnica. Pero, pese a haber propuesto al rector de la Universidad Central la adquisición del mencionado lote de especies15, lo cierto es que a partir de esa fecha no constan nuevas adquisiciones de envergadura para las colecciones zoológicas. Aunque lo que Graells persigue es el traslado de las instalaciones al Casino de la Reina, para asegurarse una continuidad inmediata del proyecto especifica que, mientras no se disponga de otro lugar, el zoológico se mantendrá en el Botánico y conservará la filial para pastos de El Escorial aprobada por Real Orden de primero de noviembre de 1864 (artículo cuarto). Ahora bien, en caso de necesidad, se podrán abrir sucursales en otras regiones para abarcar todas las condiciones climatológicas del país (artículo quinto). En ese supuesto, el reglamento rige en todas las dependencias, tanto dentro como fuera de Madrid (artículo sexto). El sostenimiento de la empresa correrá por cuenta del Estado, que a las partidas presupuestarias añadirá los beneficios que resulten de la comercialización de las producciones del zoológico y los posibles donativos (artículo séptimo). La labor filantrópica ejercida desde el Gobierno quedará fuera de toda duda al facilitar a los particulares el cruce de las razas autóctonas con las exóticas criadas en el establecimiento (artículo octavo). Tal práctica no era nueva, ya en 1862 se había recibido el visto bueno del director general de Instrucción Pública para cubrir vacas del país con el toro cebú, y cabras ibéricas con el macho cabrío de Egipto, pero ahora la intención es otra. Entonces «el uso de la autorización sólo debía conducir a prevenir el encelamiento de dichos animales, dándoles el desahogo natural que su robustez exige»16. En el nuevo zoológico las hibridaciones de ganado irán encaminadas a la mejora racial. Para aumentar el abanico de posibilidades que un establecimiento de ese tipo ofrece, se admitirán en depósito las especies no representadas en el jardín (artículo noveno), se facilitarán los intercambios entre el zoológico de aclimatación y sus homólogos europeos (artículo décimo), se solicitará el envío de animales exóticos a cónsules y embajadores (artículo 11) y se potenciará la expedición de animales desde las colonias (artículo 12). En lo que respecta a la organización del jardín zoológico se recomienda el criterio científico, dividiendo las colecciones en mamíferos, aves, reptiles y pe14

Carta de Albert a Graells. París, 22-04-1864 (AMNCN323/006). Carta de Graells al rector de la Universidad Central. Madrid, 23-05-1864 (AMNCN319/014). 16 15-05-1862/11-07-1862. Autorización dada por el director general de Instrucción Pública (AMNCN319/003). En una nota manuscrita de Graells se dice que el rey Francisco de Asís fue el primero en intentar el cruzamiento entre vaca y cebú, empleando animales de un rebaño que poseía en la Casa de Campo. 15

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ces e invertebrados (artículo 13). En las dos primeras secciones se perseguirá la aclimatación y domesticación de los animales, su reproducción y la formación de nuevas razas (artículo 14). La tercera tendrá como objetivo principal la piscicultura y el desarrollo de las piscifactorías17. La cuarta sección potenciará la sericicultura, la apicultura y la cría de crustáceos, moluscos y sanguijuelas en acuario (artículo 15). La gestión de los efectivos desde la creación del centro se había seguido de manera chapucera y deslavazada: Las entradas y con más especialidad las salidas de los mamíferos y aves del jardín zoológico no pueden fijarse de manera exacta, a causa de que no existen los asientos correspondientes a los primeros años de su creación. El número de animales que constituían el jardín zoológico en los años 1858, 1859 y aún en 1860 era tan reducido, que no se creyó necesario llevar asiento detallado de las bajas ocurridas por diferentes causas.18

En adelante, semejante descontrol no podía ser tolerado. Se impone el mantenimiento diario de un registro de entrada de animales, en el que se deben consignar la fecha de ingreso, los nombres vulgar y latino de la especie en cuestión, el origen y el posible donador (artículo 16). Para los animales nacidos en el zoológico se especificarán tanto la fecha del nacimiento como los progenitores (artículo 17). Igualmente, se llevará un cómputo de salidas con fecha, nombre y destino del animal (artículo 18). En dicho documento se indicarán igualmente los huevos (artículo 19). Cada una de las cuatro secciones contará, además, con una agenda en la que poder señalar todo evento digno de ser destacado (artículo 20). El futuro Jardín Español de Aclimatación tiene que ser una institución de innegable carácter científico y educativo. En él no se perseguirá la mera distracción y el entretenimiento del pueblo sino su bienestar, acrecentado por las nuevas incorporaciones ganaderas, y su formación. Por eso, todas aquellas hibridaciones no útiles deberán ser destruidas para evitar su propagación (artículo 21), una curiosa exigencia que nos remite a los actuales debates sobre la creación y empleo de organismos genéticamente modificados. Construir quimeras por simple curiosidad no tiene cabida entre los cometidos del jardín, por chocantes y atractivos para el público que estos seres mixtos puedan resultar. En los recintos de los animales se instalarán carteles informativos para los visitantes (artículo 22). Desgraciadamente, no queda constancia alguna de cómo se planificaron esas cartelas pero, sin lugar a dudas, sus contenidos se desmarcarían 17

La piscicultura fue uno de los temas preferidos de Graells, quien en 1867 fundó la primera piscifactoría española en La Granja (Graells, 1864a). 18 Nota firmada por Antonio Orio en el libro de entradas y salidas de animales en el parque zoológico (altas y bajas de especies vivas entre marzo de 1858 y el 18 de octubre de 1864; AMNCN318/001).

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claramente de reclamos del tipo de «¡Por primera vez en la capital!» o «¡Nunca visto hasta hoy!», muy en boga en los zoológicos comerciales y espectáculos ambulantes de la época (Ritvo, 1987, p. 216-217). Para dejar claro el papel formativo del jardín, se facilitará el acceso de naturalistas y artistas al recinto, con el fin de potenciar el desarrollo de las artes y de las ciencias (artículo 23). Semejante función, por primera vez explicitada en España, data de las ménageries barrocas europeas, como ya ha sido dicho, y en Francia la estrategia se había revelado especialmente productiva. No hace falta insistir en el decisivo impulso que las colecciones de animales vivos dieron allí al estudio de la Anatomía comparada, basta con remitirse al primer capítulo de este trabajo. En lo tocante al arte, Delacroix, Barye, Gustave Moreau, Frémiet, Rousseau y otros muchos pintores y escultores descubrieron la plasticidad estética de las bestias contemplando el ir y venir de los huéspedes del Jardin des Plantes, y esbozaron del natural algunas de sus obras maestras (Vezin, 1990). Quien sabe, el fracaso del proyecto de Graells tal vez no sólo privó al país del avance de la Zoología aplicada, sino también de más de una generación de artistas fascinados por la belleza animal, género ausente del rico acervo artístico español que, por el contrario, en el país vecino constituye una disciplina conocida y reconocida bajo el nombre de art animalier. No obstante, el disfrute de los animales no se reservaba únicamente a las clases cultivadas de la sociedad, y durante los horarios de apertura del Botánico se permitiría la visita del zoológico a personas de toda laya, eso si, guardando la compostura necesaria para evitar asustar a los animales (artículo 24). En caso de contravención, el causante del desaguisado sería expulsado del recinto y no volvería a ser admitido, viéndose obligado a reparar el daño, lo que, en caso de falta grave, podía significar su puesta a disposición de la autoridad (artículo 25). En febrero de 1860, Graells cedió a Aureliano Guerra, director general de Instrucción Pública, un lote de 24 aves nacidas en el zoológico para la rifa de la Junta de Beneficencia19, un gesto generoso que confirmaba la utilidad pública del jardín que él regentaba. En previsión de nuevos excedentes, y puesto que existían otros colectivos potencialmente interesados por las producciones del parque, amén de la ayuda social20, Graells solicitó instrucciones precisas sobre el destino que se debía dar a los animales nacidos en cautividad21. La respuesta recibida le autorizaba la venta pública de ejemplares y la inversión de lo ganado en el propio establecimiento, dando puntual cuenta, tanto de lo obtenido como de lo invertido, a la Instrucción Pública22. Un buen incentivo para una empresa que, desafortunadamente, no terminaba de despegar, entre otras razones porque el 19 Febrero de 1860. De Graells a Aureliano Guerra (AMNCN318/007). Entre las aves donadas había gallinas de Cochinchina, pintadas y patos almizcleros. 20 Con fecha 03-01-1862 Graells hace una nueva cesión de aves para el sorteo de la Junta de Beneficencia (AMNCN324/010). 21 Carta de Graells a Aureliano Guerra. Madrid, 15-03-1860 (AMNCN324/005). 22 Carta de Aureliano Guerra a Graells. Madrid, 20-07-1860 (misma signatura).

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producto ofertado nunca fue variado ni de calidad. Básicamente se reducía a la venta de huevos, cuando no a su reparto entre los porteros, guardas, jardineros y alumnos del centro23. En 1864, en el momento de redactar el reglamento, Graells se proyecta en un futuro que desea optimista. Pensando en ese porvenir halagüeño, el naturalista riojano redacta una serie de 11 artículos que otorgan al zoológico de aclimatación una libertad de acción en absoluto acorde con la dinámica de ventas y préstamos seguida hasta entonces. La «enajenación y distribución de los animales del Jardín Zoológico y de sus producciones a los particulares» constituía el título segundo del reglamento. El fin perseguido era doble: por una parte dar una salida aplicada a la «ciencia» desarrollada entre los muros del recinto, por otra conseguir un beneficio de la venta directa de excedentes, para así ayudar al sostenimiento del programa. En adelante se fijará un precio para cada animal, sin gravar en exceso para facilitar su adquisición (artículo 26). En los casos en los que la transacción llegue a materializarse, se pagará al contado y previa salida del animal (artículo 27). Habida cuenta de la dificultad de su transporte e instalación, los animales vendidos podrán permanecer en depósito en el jardín durante un mes como máximo aunque, eso sí, la manutención corre por cuenta del nuevo propietario (artículo 28). Transcurrido el plazo, todo aquel que no se haya hecho cargo de la adquisición perderá su propiedad y el dinero que haya podido dejar en depósito (artículo 29). Lógicamente, y en consonancia con los renovados deseos de transparencia en la gestión, los valores recaudados por las ventas se consignarán en un libro propio y en el Boletín de Fomento (artículo 30). Si la venta no es posible, el jardín podrá igualmente prestar ejemplares reproductores siguiendo unas bases preestablecidas e inamovibles: el traslado correrá por cuenta del particular, quien deberá asegurar el regreso de los animales en perfectas condiciones; el establecimiento recibirá la mitad de las crías salvas obtenidas durante la cesión; responsables designados por la dirección del zoológico podrán visitar a los animales siempre que lo estimen oportuno durante el préstamo; el particular estará obligado a dar partes trimestrales informando sobre el empleo hecho de las bestias y sobre su salud; el zoológico podrá disponer de los productos de los animales prestados cuando lo estime necesario; finalmente, si el contrato no se reconduce, el particular estará obligado a devolver el ganado lo antes posible (artículo 31). Además de especies domésticas, el centro estará capacitado para suministrar especies cinegéticas. En ese caso, el establecimiento proveerá un número suficiente de ejemplares para cada suelta y podrá estar presente en todo el proceso 23

Expediente 29-07-1861/24-08-1861. Relación de animales muertos entre esas fechas y distribución hecha de los huevos existentes a 19 de agosto de 1861 (AMNCN318/021). Una carta recibida desde Lyon el 21 de octubre de 1866 apunta, sin embargo, en dirección contraria, y deja entrever una cierta difusión internacional del proyecto de Graells. En ella, Caubet, criador francés, se interesa por la compra de un avestruz en España (AMNCN/F. G./S. C.e./C. 13/ E. 4).

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de introducción (artículo 32). El propietario será responsable del seguimiento de la especie liberada y deberá rendir cuentas periódicas a la dirección (artículo 33). Las nuevas presas no podrán ser cazadas hasta que sus poblaciones igualen a las indígenas. El visto bueno emanará de la dirección del zoológico y los infractores estarán sujetos a las mismas penas que rigen las vedas (artículo 34). De forma análoga se regula la introducción de nuevas especies de pesca (artículo 35) y, nuevamente, la dirección del jardín queda autorizada a actuar para conseguir el mejor resultado posible (artículo 36). El título tercero del reglamento tenía por objeto la «administración del Jardín Zoológico de Aclimatación», aspecto éste detallado en dos apartados: el primero referente a la dirección (cuatro artículos), el segundo al personal del centro (14 artículos). El timón del futuro jardín estará en manos del director del Museo de Historia Natural, siempre que sus conocimientos se lo permitan (artículo 38)24. Semejante disposición denota el interés de Graells por vincular al zoológico con el Museo, ya que la institución proyectada debía conservar su carácter eminentemente científico más allá de la mera explotación comercial. Por otra parte, es evidente que el de Tricio no podía quedar permanentemente al frente de las colecciones de animales vivos y, por doloroso que pudiese resultarle al que con todos los honores debe ser considerado padre del proyecto en España, el relevo también debía ser evocado en el reglamento. Ya fuera por premura o por falta de convencimiento, lo cierto es que Graells regula la cesión del testigo con una más que notable ausencia de precisión. ¿Qué hubiera pasado si el siguiente director del Museo hubiese carecido de esos necesarios conocimientos? Lo que sí quedaba claro eran las obligaciones de la cabeza visible del entramado: el director debía cumplir y hacer cumplir el reglamento, coordinar las operaciones científicas, elaborar los presupuestos, supervisar su distribución, autorizar las cuentas y remitirlas a la autoridad superior, nombrar a los empleados cuyos sueldos no excedieran los 4.000 reales anuales, proponer al Gobierno aquellos cuyo sueldo excediera dicha cantidad, sancionar a los empleados en caso de falta, visitar el establecimiento y seguir la marcha de las operaciones, autorizar el arriendo de pastos y la compra de piensos, decidir la adquisición de animales, ordenar la enajenación de producciones del jardín y fijar su valor, aprobar los intercambios con particulares y otros zoológicos, poner el visto bueno en los registros y proponer mejoras al Gobierno. Además, todos los empleados estarían a las órdenes del director (artículo 39). Cualquier solicitud que el personal del centro quisiera remitir a la superioridad tendría que ser tramitada por conducto del director (artículo 40), lo que le aseguraba el control inmediato de todo lo que aconteciera. Para finalizar, y en vista de las responsabilidades añadidas, el director recibiría una gratificación adicional a su sueldo como máximo responsable del Museo (artículo 41). 24 El borrador del reglamento conservado en el archivo del Museo Nacional de Ciencias Naturales presenta dos errores de numeración: la ausencia de artículo 37 y la duplicación del número 41 haciendo referencia a dos disposiciones diferentes.

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En lo tocante al resto del personal, el servicio contará con un ayudante agregado de la dirección, un mayoral, dos celadores, dos zagales y los mozos y guardas que fuesen necesarios. El cultivo de las plantas seguirá a cargo de los ayudantes del Botánico (artículo 41)25. Para optar a la plaza de ayudante se requerirá ser español, bachiller en artes, haber cursado y obtenido con buena nota materias de Física, Química, Mineralogía y Zoología general en la Facultad de Ciencias, además de Zoografía26 de los vertebrados de la licenciatura de Naturales (artículo 42). El ayudante auxiliará al director en la instalación y propagación de los animales, asegurará las visitas de las delegaciones que le encomendase el director, representará al establecimiento en comisiones y visará los documentos de entrada y salida de animales o de sus productos derivados (artículo 43). Para ayudarle en sus quehaceres, los subalternos obedecerán al ayudante, quien pondrá en conocimiento del director las faltas cometidas (artículo 44). Desde el punto de vista administrativo, el ayudante del zoológico estará equiparado con el resto de ayudantes del Museo (artículo 45). El mayoral deberá ser mayor de 25 años, saber leer y escribir, ser responsable y con buena conducta moral, poseer nociones de contabilidad y llevar los libros de asiento. También se valorarán sus conocimientos prácticos sobre la cría de animales (artículo 46). Será el jefe de los celadores, zagales, mozos y guardas. Vigilará el servicio de sus dependientes, llevará las cuentas y la razón de entradas y salidas, deberá custodiar los acopios de piensos y distribuir diariamente las raciones de los animales, verificará las compras, cuidará de que se asista con esmero a los animales, dará parte diario al ayudante y hará un seguimiento de todas las operaciones que ocurran en el jardín, además de custodiar el material del servicio (artículo 47). Su sueldo será de 6.000 reales anuales (artículo 48). Los zagales aprenderán al lado del ayudante (artículo 49), deberán tener de 12 a 14 años, saber leer y escribir y conocer por lo menos las cuatro reglas de la aritmética (artículo 50). Su salario será de 4 reales diarios y a medida que aumenten sus responsabilidades aumentará su sueldo, pudiendo llegar a ser nombrados mozos o celadores (artículo 51). Celadores, mozos y guardas desempeñarán los servicios que se les ordenen dentro y fuera del jardín (artículo 52). Los celadores cobrarán 4.000 reales anuales y ejercerán de vigilantes nocturnos. El resto de subalternos recibirán su paga de la consignación de gastos de material y podrán ser recibidos o despedidos en función de su comportamiento (artículo 53). Todos los empleados del jardín recibirán suplementos de jornal en caso de que tuvieran que desplazarse en misiones encomendadas por la dirección (artículo 54). Con todo, en lo referente al personal, a partir de 1864 sólo son reseñables el relevo entre Antonio Orio y Enrique Graells en el puesto de ayudante, y el nombramiento de un nuevo mozo, José San Pedro27. 25 26 27

Ver nota precedente. Rama de la Zoología que tiene por objeto la descripción de los animales. Nombramiento de 05-11-1868 (AMNCN326/013).

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El talón de Aquiles: la gestión económica Promover y mantener una empresa de la envergadura del jardín zoológico de aclimatación necesita de un sólido apoyo económico, habida cuenta de la naturaleza misma de la colección. Los animales vivos son difíciles de conseguir y aún más complicados de custodiar cautivos. Su confinamiento exige una fuerte inversión en materiales de construcción y una previsión futura para asegurar la conservación de las instalaciones. Privarles de libertad supone facilitarles todo lo necesario para que se desarrollen en perfectas condiciones, con una salud robusta que culmine en las tan ansiadas reproducciones. El aporte de pienso, forraje, fruta, verdura o grano tiene que ser continuo, de la misma manera que la limpieza de los recintos y abrevaderos se debe hacer sin demora para evitar la propagación de enfermedades. Al principio, la demanda de dinero se formulaba de manera puntual al Ministerio de Fomento28, y por regla general se lograba un rápido desembolso. Por ejemplo, para iniciar la construcción del jardín, en 1858, se concedieron 20.000 reales de vellón destinados a la edificación de varias cabañas y a las obras del lago29, cobijos que una vez listos sirvieron para alojar a los primeros inquilinos. Comprar animales supuso una inversión de 10.000 reales30 gastados en Francia. El beneficiario fue el comerciante Bara, que facturó el negocio por un valor final de 1.478 francos31. La misma dinámica se mantuvo a lo largo de 186032, pero a partir de ese año la gestión económica se volvió cada vez más opaca. En las previsiones presupuestarias para 1862, Graells reclamó a Fomento un incremento de 12.000 reales para efectuar mejoras en el zoológico33. Desconocemos si el director obtuvo satisfacción a su súplica, pero lo cierto es que las compras de animales continuaron. En un expediente de 1863 se conservan documentos relacionados con cuentas de cargo y data que ascienden a 17.357 reales empleados en la adquisición de animales a Bara y en el jardín del Bois de Boulogne34. En 1864 28 Carta de Graells al ministro de Fomento. Madrid, 20-04-1858 (AMNCN324/002). Pide dinero para comprar animales y para pagar sueldos. Igualmente solicita autorización para efectuar nombramientos de personal y para la construcción de setos y cabañas. 29 Expediente: 01-07-1858/29-06-1859 (AMNCN316/001). 30 05-07-1859. Cuenta de la inversión del dinero (AMNCN316/003). 31 27-04-1859. Bara da detalles sobre la compra de los animales; 12-05-1859. Factura de Bara (AMNCN316/009). 32 Carta de Graells a García Ontiveros, director general de Instrucción Pública. Madrid, 14-031860 (AMNCN324/006). Solicita 5.000 reales para construir nuevos recintos; Carta de García Ontiveros a Graells. Madrid, 24-05-1860 (misma signatura). Concede los 5.000 reales; 21-121860/08-03-1861: expediente con la cuenta documentada de la inversión de los 5.000 reales (AMNCN316/007). 33 Carta de Graells al director general de Instrucción Pública. Madrid, 20-12-1861 (AMNCN316/008). 34 Expediente con las cuentas de las compras efectuadas en 1863 (AMNCN316/016): 13-111863, carta factura del jardín del Bois de Boulogne al Museo de Madrid por la compra de animales

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Graells solicita más dinero, 16.000 reales para animales y otros 12.000 para cercados35. Desde la Dirección General de Instrucción Pública se muestran comprensivos con las necesidades del zoológico pero, esta vez, quieren unos presupuestos previos detallados para justificar la financiación. Era evidente que para que el reglamento no quedase cojo había que incluir todo un título, el cuarto, que tratase «de la administración económica». Curiosamente, y a pesar de su importancia, el aspecto económico es el que aparece desarrollado de manera más imprecisa en el texto de Graells, como si por reticencia o desconocimiento éste no se encontrara a sus anchas hablando de dinero. El listado de artículos, ocho en total, comienza especificando que el habilitado de Fomento para el Museo lo será también para el jardín zoológico y deberá remitir las cuentas al Tesoro (artículo 55). El mayoral recibirá del habilitado las cantidades que se consignen para el zoológico (artículo 56) y al final de cada mes o trimestre presentará al director el estado de las finanzas (artículo 57). Cada partida se justificará con un recibo visado por el director (artículo 58). Las cantidades extra recaudadas se guardarán separadamente y se invertirán en función del criterio del director, quien directamente rendirá cuentas a la superioridad (artículo 59). Las cantidades gastadas en comisión de servicios se indicarán separadamente (artículo 60) y los gastos de material de estas comisiones se acreditarán por medio de recibos (artículo 61). Por su parte, los pagos de sueldos se justificarán mediante nóminas (artículo 62). Y de esta manera concluye el reglamento redactado por Graells, al que únicamente se le incorpora una disposición general derogando toda otra disposición contraria a lo prescrito en el documento (artículo 63). El presente trabajo adolece de un estudio profundo, calculadora en mano, de la información encerrada en los documentos de contenido económico, investigación que podría nutrir una estimulante reflexión histórica sobre la concesión y empleo de partidas presupuestarias destinadas a la práctica científica. En parte porque se aleja de los objetivos planteados y en gran medida por desconocimiento, no es nuestra intención hacer el cómputo exacto del déficit o del superávit que la marcha del zoológico pudo generar. Nuestro análisis será más cualitativo que cuantitativo. Y en base a esta licencia, no está de más señalar que, en lo referente a las cuentas, los papeles que han llegado hasta nosotros transmiten una sensación de desorden, de difícil lectura. El desbarajuste provocado por el paso del tiempo y por los criterios aleatorios de clasificación en el archivo, que en otras temáticas no logra oscurecer la lógica sucesión de los acontecimientos, se adiciona, en los escritos de gestión económica, a un ya de por sí confuso punto de partida.

por un valor de 1.390 francos; 01-12-1863, factura de Bara por la compra de huevos y aves por un valor de 595 francos. 35 02-02-1864/13-04-1864. Informes sobre la solicitud de fondos (AMNCN316/020).

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La puntualización no es baladí puesto que, a todas luces, el final del periodo Graells en el Museo se precipitó por problemas de índole monetaria. Barreiro, en su historia de la institución (Barreiro, 1992, p. 257), nos cuenta que en 1867, año aciago para el riojano, se ocasionó un gran revuelo que acarreó un cambio de régimen. La causa del alboroto fue el sistema de aprovisionamiento de abono para el Botánico, suministro que se contrataba sin contar con el visto bueno del rector de la Universidad Central, director administrativo y económico del centro. La del estiércol fue la primera queja, protesta a la que, siempre según el citado autor, se fueron sumando otras muchas que dejaban entrever abusos y deficiencias de gestión. La situación no resultó del agrado de la Dirección General de Instrucción Pública que decidió el nombramiento de un Comisario Regio, puesto para el que fue elegido Francisco Méndez Álvaro36. Se le asignó la labor de revisar minuciosamente las cuentas del Museo, del Botánico y del Zoológico para, posteriormente, emitir un detallado informe de lo hallado. Como colofón, debía expresar su opinión personal acerca del tipo de organización que convendría aplicar al centro para optimizar su marcha. Sólo nos ocuparemos aquí de lo acontecido en el jardín zoológico, sin abordar la gestión de Graells en los otros dos departamentos. Saber si su dedicación fue similar en todos ellos es algo sobre lo que no podemos opinar, aunque todo induce a pensar que Graells, zoólogo de profesión, sentía una especial debilidad por el parque de aclimatación de animales. No hay que olvidar que, de los tres departamentos del Museo, éste había sido creación suya, los otros dos tenían tras de sí una larga y rica historia. Al menos en una ocasión, el director dejó clara su preferencia al solicitar a Fomento el remanente presupuestario no invertido en el aumento del Gabinete para adquirir nuevos animales. Las razones avanzadas eran múltiples: las ventajas que esta clase de establecimientos proporcionan al hombre. La enseñanza de las ciencias zoológicas se ha aprovechado grandemente en sus demostraciones fisiológicas y organográficas, enriqueciéndose nuestras colecciones con muchísimas piezas raras… Nadie duda de la utilidad de este departamento y lo prueba además de lo dicho la curiosidad y afán con que todos los aficionados a la economía rural lo visitan en las diversas épocas del año.37

Una escueta carta enviada en mayo de 1866 por el servicio de contabilidad de la Instrucción Pública confirma que, en lo que respecta al zoológico, el malestar suscitado por la deficiente gerencia era anterior a la fatídica fecha de 1867:

36 Francisco Méndez Álvaro (1803-1883) fue médico, académico de Medicina, político y alcalde Madrid. Notable escritor de tema médico, fue director de la revista «El siglo médico» y fundador de la Sociedad Española de Higiene. 37 14-05-1863/18-05-1863: informe solicitando la inversión de remanentes en el zoológico (AMNCN317/003).

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No habiéndose recibido hasta la fecha contestación alguna a las comunicaciones que en 19 de diciembre (de 1865) y 22 de febrero (de 1866) últimos dirigió a V. I. este centro director, reclamando la remisión de las cuentas de productos habidos en el Jardín Zoológico desde su creación, espero se servirá V. I. remitirlas a la mayor brevedad por reclamarlo así el buen ejercicio.38

El Ministerio de Fomento ya requería a finales de 1865 un informe preciso de la gestión económica del zoológico desde sus inicios. Graells respondió a la primera solicitud en enero de 1866, anunciando que el desglose estaba en curso. Para justificar su aparente negligencia se amparaba en la autorización que la Dirección General de Instrucción Pública le otorgó el 20 de junio de 1860, pero olvidaba que al mismo tiempo que se le facultó para invertir lo ganado en el propio establecimiento, se le emplazó para rendir debida cuenta a la autoridad ministerial39. El verdadero balance llegó más tarde, en junio de 1866, y esta vez la demora se excusaba por la sobrecarga de trabajo que supuso la organización y montaje de la exposición dedicada a los objetos recolectados por la expedición científica al Pacífico40. La recaudación total lograda en el zoológico ascendía a 4.223 escudos y la inversión realizada sumaba 4.180 escudos, lo que dejaba un pequeño remanente de 43 escudos en las arcas del jardín. Todo estaba meticulosamente indicado: en la carpeta «A» el cargo, sacado de los registros diarios, en la carpeta «B» las inversiones debidamente justificadas. Y para concluir la firme promesa de, en lo sucesivo, rendir cuentas anuales. Ambas carpetas llegaron a su destino y fueron puntillosamente examinadas por el ojo escrutador de Rueda, diligente funcionario de Fomento41. El informe emitido enumeraba varios puntos oscuros que Méndez Álvaro se encargó de cotejar. He aquí su dictamen: Al Excmo Sr. director general de Instrucción Pública. Madrid 30 de Junio de 1867 Excmo. Sr. Para que pueda desempeñar con mayor copia de datos la Comisaría Regia que por Real Decreto de 24 de abril último me ha sido conferida, y a fin de que 38 19-12-1865/30-06-1867: expediente sobre gastos e ingresos del jardín zoológico desde enero de 1860 hasta diciembre de 1865 (AMNCN316/030). Carta del director general de Instrucción Pública a Graells. Madrid, 24-05-1866 (misma signatura). 39 Graells al director general de Instrucción Pública. Madrid, 10-01-1866 (misma signatura). 40 Carta de Graells al director general de Instrucción Pública. Madrid, 20-06-1866 (misma signatura). Para saber más sobre el origen y empleo de esos fondos ver López-Ocón y Badía (2003). 41 Sin contar con la certeza total, es muy posible que Rueda fuera el habilitado de Fomento en el Museo. Una vez defenestrado Graells, un tal Francisco Rueda solicita, en nombre de la Instrucción Pública, parte de los objetos de la colección del Pacífico para la Facultad de Ciencias y el Instituto de San Isidro en Madrid, y para el Instituto de Segovia, centro del que figura como director. Excepto caso de homonimia, se debe tratar de un mismo personaje que a lo largo de su carrera ocupó diversos puestos en la Instrucción Pública (AMNCN262/023, fondo «Ingresos y salidas»; AMNCN41/731/031 y AMNCN41/731/032, fondo «Expediciones científicas. América, Asia y Oceanía»).

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proponga la resolución que crea más oportuna, me ha remitido V. I. con comunicación de 14 de mayo próximo pasado, un expediente que se instruyó con motivo de la inversión de los productos del Jardín Zoológico establecido en el seno del Botánico, aunque con la posible independencia de él. Examinándole con detención, he encontrado que encierra dos órdenes de cargos contra la administración del Director que fue Don Mariano de la Paz Graells. Consiste el primero en no haber hecho ingresar en la tesorería que corresponde los productos enajenados del referido Jardín Zoológico, procediendo sin conformidad al artículo 3º de la ley de 20 de febrero de 1860, y en haber tardado más de lo que parecía necesario y conveniente en cumplimentar lo que se le ordenó respecto a cuentas en comunicación de 19 de diciembre de 1865. Y el segundo se reduce a varios reparos que las cuentas han ofrecido. Deseoso de dar a este asunto cuanto esclarecimiento requiere para dejar disipadas las nebulosidades que a su alrededor se han formado, he procurado adquirir noticias y he consultado además el Registro en que por día se tomaron de los efectos del Jardín Zoológico que se enajenan. Veamos lo que resulta tocante al primero de los expresados órdenes de cargos. Cuando por efecto de la multiplicación y productos de los animales reunidos en el Jardín Zoológico, fue conveniente deshacerse de algunos efectos, el Director, que no tenía en verdad motivos (como hombre consagrado casi exclusivamente al estudio de las ciencias naturales) para entender mucho de contabilidad, y que carecía por otra parte de un dependiente perito que le auxiliara, discernió que con el producto de las ventas que se hicieran, podría irse mejorando el Jardín Zoológico, enriqueciéndole de mayor número y más raros animales. Por eso, ignorante sin duda de los preceptos de la ley de 20 de febrero de 1860, pidió la autorización que en 20 de Julio del mismo año le fue otorgada. Sin entrar ahora en el examen de si pudo la Dirección General de Instrucción Pública, existiendo la citada ley, ordenar aquella inversión de los productos del Jardín Zoológico, falta razón para negar que quien la pedía y quien la otorgaba dejaran de proceder con muy plausible intento. En las principales capitales de Europa hay Jardines Zoológicos análogos a este, que no puede pasar de una exigua y desafortunada muestra de ellos, y era naturalísimo que se procurara su fomento por los medios más sencillos y fáciles; quizás con la imprevisión que es propia de quien se propone la realización de una idea que tiene por útil y de la cual se hallaba prendado. Estaba, pues, Don Mariano de la Paz Graells autorizado, por quien autorizarle podía, para «ordenar la venta pública y aplicar el producto del Jardín Zoológico a la conservación y demás atenciones del referido establecimiento». Pero si no puede hacérsele el menor cargo por haber usado de esta autorización, parece sin embargo resultar uno por el hecho de haber prescindido largo tiempo de la condición con que fueron otorgadas esas facultades, condición

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impuesta en los siguientes términos: «dando cuenta oportunamente a esta superioridad». ¿Pero es tan grave omisión esta que deba el Sr. Graells reintegrar en tesorería los productos realizados desde 1º de enero de 1861, conforme en una nota de 12 de octubre de 1866 propuso el Sr. Rueda? Ya en la del Oficial del Negociado, que en el expediente sigue, se difiere de dicha opinión, fundándose en razones incontratables. La autorización concedida en 20 de julio de 1860 al Director del Museo no tiene limitación de tiempo, ni podía tenerla sin expresar terminantemente lo que se había de hacer pasado aquel límite, puesto que los motivos que la exigieron quedaban siempre en pie. Hoy mismo sucede que mientras va a entregarse en Tesorería el producto vendido desde que se dieron las cuentas de que se trata, hay imperiosa necesidad de repasos y mejoras que no pueden hacerse por falta de recursos, originándose de aquí pérdidas que habrán de afectar en definitiva al Tesoro y al servicio público. Por otra parte, apelando a aquel extremo habría que satisfacer en cambio el importe de los animales adquiridos y de las obras y mejoras ejecutadas con las cantidades respetables, bien dejándolas a disposición de quien ha satisfecho su importe, bien tasándolas y abonándolas como fuera justo, pues que no se había de adoptar la providencia de aplicarlas en beneficio del Jardín Zoológico. Habiendo, pues, procedido el Director del Museo con autorización legítima y amplia, sin otra limitación que la de dar cuenta oportunamente a la superioridad, condición que no deja de ofrecer cierta vaguedad y de permitir disculpa, no encuentro que pueda exigírsele género alguno de reintegro. Será cuando mucho procedente advertirle que ha debido dar cuenta a la superioridad, en plazos mucho más breves, del uso que hiciera de aquellas facultades, por cuanto no ha podido reputarse oportuno prescindir de ella seis años seguidos. Una amonestación en este sentido, entiendo que podría servir de corrección, muy conveniente para evitar abusos análogos. Viniendo ya a los reparos opuestos a las cuentas de productos y gastos remitidas en 28 de junio de 1866 por el Sr. Graells, voy a manifestar mi dictamen sobre cada uno de dichos reparos. Tocante al primero, que consiste en no haber rendido las cuentas con la separación debida de años económicos y trimestres dentro del año respectivo, conforme las reglas generales que se observan en la inversión del material ordinario, paréceme que estando las cuentas detalladas por años, meses y días, si es cierto que no se ajustan a la práctica establecida, tampoco escasean en cambio de minuciosidad y exactitud. La cuestión es por tanto de forma, y alguna disculpa merece quien no ha acertado a dar la prevenida por disposiciones superiores, puesto que no es versado en materia de contabilidad, ni ha tenido persona inteligente que le auxilie.

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El segundo reparo consiste en que no aparecen las cuentas de productos tan justificadas como convendría, sobre todo en las partidas de alguna consideración. Hay algún fundamento para esta advertencia en el orden actual del Jardín Zoológico, no solamente se necesita saber qué animales se mueren o se venden, y los huevos que se enajenan o se destinan a la incubación, sino también, lo que es más difícil, los nacimientos de animales y los huevos que las aves ponen. Llevar cuenta de lo que aparece no es imposible, aunque ofrezca dificultad; pero conseguir que aparezca y entre en cuenta todo lo que se produzca toca sin duda alguna en los límites de lo imposible. Consideraciones son estas de más útil aplicación para el porvenir que para el pasado, si el Jardín Zoológico ha de conservarse. Por falta de intervención y de la formalidad debida en estas ventas, pueden originarse abusos, y temo algo que en efecto se originen; pero no se han establecido, hasta el presente, reglas, y ni aun siquiera se puede culpar al Sr. Graells por haberlas dejado de proponer, siendo, como lo es, cierto que en 6 de diciembre de 1864 consultó un proyecto de Reglamento para el Jardín Zoológico, haciendo presente en el oficio de remisión la necesidad de poner término al régimen que se venía siguiendo, insuficiente a cubrir la responsabilidad de los empleados. Conviene advertir sin embargo que no caben ciertos abusos, por hacerse las ventas en conformidad a una tarifa arreglada a la de los parques Zoológicos del extranjero, tan invariable que da ocasión en rigor mismo a daños por no acomodarse los precios a la mayor o menor demanda, inutilizándose a veces por falta de venta productos que hubieran tenido salida a precios más arreglados. Refiérese el tercer reparo a la venta verificada el 7 de noviembre de 1864, que, según aparece en la cuenta de ingresos, letra A, consiste en una pareja de tórtolas comunes que a cinco reales pareja da el total de cuarenta reales. Desde luego ocurre que debe haber aquí una equivocación, fácil de verificar, sin más trabajo que el de examinar la cuenta A’, que es un ejemplar duplicado de la de ingresos. En ella resulta que fueron ocho, en vez de uno, los pares de tórtolas vendidos, y que es exacto el total importe de cuarenta reales. Examinando el Registro donde se toma día por día razón de las ventas que se hacen, resulta lo propio que en la A’. Cierta parece la equivocación de dos reales y cincuenta céntimos en que consiste el cuarto reparo. Es el reparo quinto, que en la última llana de la cuenta letra A’ falta una partida existente en la letra A correspondiente a tres huevos, que a razón de ocho reales uno, importaron veinticuatro. Simple omisión en una de las copias, que solamente supone un facilísimo descuido, como lo acredita el hecho de aparecer iguales las sumas del mes de julio, estando comprendidos en la correspondiente a la cuenta A’ los veinticuatro reales, de los huevos en cuestión, aunque faltara esa partida. Consiste el sexto reparo en no ser admisibles, por corresponder a época anterior a la autorización, cincuenta reales, importe de dos gallinas de Guinea. Esto es indudable, pero una vez empleados cincuenta reales en dos gallinas, si ahora se le exigiera aquella cantidad al Sr. Graells, suyas hubieran de

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ser las gallinas que adquirió. Al hacer este reparo se ha advertido la equivocación de una fecha, cosa por demás fácil y común y por lo tanto excusable. Séptimo reparo: que al documento número dos le falta el Visto Bueno del Director. Es cierto, y muy fácil de subsanar. Se han creído necesarias explicaciones respecto al documento nº 8 sobre la deducción que se hace de 227 francos y también sobre la reducción de los francos a moneda española. Punto es el primero respecto al cual no puedo dar noticia, ignorando como ignoro el concepto en que fueron deducidos 227 francos de los 3660 que la cuenta importaba. Tocante a la reducción, tengo entendido que por punto general se hace en el Establecimiento de francos a reales, a razón de 19 reales por cada cinco francos. El último reparo consiste en una equivocación de 6 céntimos de franco, con que salió gravado el interesado. En virtud de lo expuesto es mi dictamen: 1º Que si bien es cierto que el Director del Museo de Ciencias Naturales D. Mariano de la Paz Graells no obró en conformidad a lo prevenido en el artículo 3º de la ley de 20 de febrero de 1860, dejando de entregar en la tesorería correspondiente los productos del Jardín Zoológico que había enajenado, fue debido a la autorización que obtuvo de la Dirección General de la Instrucción Pública, con fecha 20 de julio del mismo año, para aplicar los referidos productos a la conservación y demás atenciones de aquel establecimiento. 2º Que aún cuando al hacer la precedente concesión no se fijó plazo para rendir cuentas, se previno sin embargo que las diera oportunamente, y que en retrasarla seis años ha habido una morosidad excesiva, que ofrecería mal ejemplo si se dejara sin alguna suave corrección. 3º En fin, que los reparos hechos a las cuentas no ofrecen verdadera importancia, siendo muy disculpables en quien carece de conocimientos de contabilidad y no cuenta con otro auxilio que el de un simple escribiente.42

Méndez Álvaro disculpa la labor de Graells al frente del zoológico y muestra sin ambages su admiración por quien «se propone la realización de una idea que tiene por útil y de la cual se halla prendado». Bien es cierto que las cuentas se habían seguido descontroladamente y, sobre todo, que no se había informado puntualmente a la superioridad. Nada grave que no se pudiera saldar con una amonestación, máxime si se tiene en cuenta que el director no contó con ningún técnico versado en finanzas para socorrerle. El Comisario Regio subraya la entrega de Graells hacia un proyecto en el que su implicación va más allá del puro compromiso como responsable. El zoológico era un logro personal de Graells y Méndez Álvaro así lo admite, expresándolo solapada y burlonamente con una curiosa aseveración: «una vez empleados cincuenta reales en dos gallinas, si 42

Informe de Méndez Álvaro al director general de Instrucción pública. Madrid, 30-06-1867 (AMNCN316/030).

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ahora se le exigiera aquella cantidad al Sr. Graells, suyas hubieran de ser las gallinas que adquirió». Respecto al conjunto del Museo, Méndez Álvaro dictamina que el organigrama vigente da cuerpo a una extraña entidad mixta. Si por un lado la actividad docente le vincula profundamente con la Universidad y su régimen interno, por otro, la ardua labor de reunir, custodiar y estudiar las diferentes producciones naturales le dota de un cometido especial, difícil y propio, la mayoría de las veces incompatible con el anterior. Para el Comisario Regio el Museo de Ciencias Naturales es comparable con el de Pintura o con el Observatorio Astronómico, que si bien contribuyen al cultivo y propagación del saber, mantienen administraciones independientes del ámbito universitario. Propone pues que el Museo se separe de la Universidad en lo tocante a organización y gobierno, sin menoscabo de los estrechos lazos que unen a ambas instituciones y que, bien administrados, deben redundar en la calidad de la enseñanza dispensada en la capital (Barreiro, 1992, p. 257-259). La segunda conclusión del informe global emitido acarreó funestas consecuencias para la carrera profesional de Graells. Habida cuenta de la diversidad de objetivos y del dispar funcionamiento de los tres departamentos, se propuso el nombramiento de tres directores autónomos y de un secretario garante de la coordinación. La dificultad de encontrar una persona capaz en los tres dominios implicados: Geología, Zoología y Botánica, fue un argumento adicional que se tuvo en consideración. La reforma se hizo efectiva y las designaciones finales fueron las siguientes (Barreiro, 1992, p. 262): Lucas de Tornos responsable de las colecciones del Gabinete, Miguel Colmeiro director del Jardín Botánico y Laureano Pérez Arcas al frente del Jardín Zoológico, reservándose el puesto de secretario para Juan Vilanova. Los cuatro habían sido discípulos de Graells. Sus nombramientos marcaron el relevo generacional y la escisión de la institución en tres partes que en lo sucesivo discurrirían por senderos divergentes. Una pregunta surge de manera espontánea. Sabemos que Graells, por decisión ministerial, no podía seguir capitaneando la nave pero ¿por qué renunció a ocuparse de al menos una de las porciones desgajadas? ¿Por qué no siguió al frente del zoológico una vez que su proyecto zootécnico había alcanzado la forma definitiva? La respuesta escapa a cualquier consideración de orden científico para incidir en cuestiones de convivencia y desavenencias personales. Según su propio testimonio, Graells fue víctima de una trama urdida por sus discípulos para despojarle del control omnipresente que ejercía en el Museo. Un hombre de su carácter no podía contentarse con migajas: Cansado de infidelidades y traiciones de mis malos amigos y discípulos desagradecidos, me he retirado de su lado, vivo aislado de esa canalla villana y más tranquilo y pacífico ( ) ¡Qué desengaños se ven en esta vida! Yo que me hice la ilusión de crear una cohorte de amigos que me ayudasen a sacar de la abyección mis queridas ciencias y me encuentro al fin de todo que son cuervos

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que procuran sacarme los ojos y los hígados si pudiesen ( ). Doy lección para cumplir con mi deber y después me meto en mi concha y me largo del Museo ( ). De esto responderán algún día los cuervos citados ante la ciencia, que en vez de ayudar a su maestro han conseguido ahuyentarle ( ). Vayan en hora mala y déjenme en paz que en mi no se extinguirán jamás ni la buena fe ni el cariño a las cosas de la naturaleza ni a los que sean amigos leales.43 Tiene V. de Director del Jardín Botánico a Colmeiro, de Director del Jardín Zoológico (que yo fundé) a Pérez Arcas, de Director del Gabinete de Historia Natural a Tornos y de secretario del Museo a Vilanova: a todos con sus sobresueldos. Yo quedé de soldado raso o simple catedrático. Creo que quedarán satisfechos y agradecidos, si es que alguna vez lo han sido. Me alegra si redunda en el bien de la ciencia y tranquilidad mía, pues ya no les puedo causar ninguna envidia. (A) Chavarri le hicieron Decano de la Facultad de Ciencias, de modo que toda la baraja está convertida en Ases. Lo que vale saber aprovechar las situaciones.44

La hipótesis más extendida entre los historiadores es la de que el instigador de la confabulación fue Miguel Colmerio, el «judas de sus discípulos» (Ajenjo Cecilia, 1943). Fue él quien, valiéndose de las influencias de su hermano Manuel45, economista de prestigio, presuntamente desató la auditoría de Fomento que originó el cambio de régimen. Las relaciones entre tutor y pupilo no habían sido fáciles y en numerosas ocasiones Graells lo manifestó claramente. Pese a todo, nunca había dejado de apoyarle en su carrera profesional (Gomis, 1995). Tras su paso por Barcelona y Sevilla, Colmeiro fue nombrado catedrático de Organografía y Fisiología vegetal en el Museo en 1857 (Barreiro, 1992, p. 242), y desde entonces estuvo al cuidado del Botánico. Celoso del cuidado de los árboles y plantas a su cargo, la vecindad de una fauna cada vez más numerosa bajo los auspicios de Graells le suscitaba animadversión y recelo: Eran tan débiles y poco duraderas las empalizadas de los cercados que no siempre impedían la salida de los animales y, sobre todo, las gallinas se desparramaban por el Jardín Botánico, ocasionando daños de consideración; y eran todavía mayores los causados por multitud de pavos reales, cuya voracidad no dejaba apenas semillas con que satisfacer las necesidades y compromisos del establecimiento.46 43

Carta de Graells a Victor López Seoane, 01-07-1868. Fragmento citado en Fraga (1998). Carta de Graells a Victor López Seoane, 26-07-1868. Fragmento citado en Fraga (1998). 45 Manuel Colmeiro y Penido (1818-1894) era economista, historiador y jurista. Fue catedrático de Economía Política en Santiago de Compostela y de Derecho Administrativo en Madrid. Miembro de la Real Academia de la Historia y de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, también fue diputado en Cortes y senador. Realizó importantes trabajos sobre la historia económica de España y el pensamiento económico español. 46 Miguel Colmeiro. 1875. Bosquejo histórico y estadístico del Jardín Botánico de Madrid. Madrid, Imprenta de T. Fortanet, p. 66. Cita incluida en Vernet Ginés (1975). 44

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(El jardín zoológico) inficionaba la embalsamada atmósfera del Jardín Botánico, convirtiéndola de agradable y salutífera, en fétida y perjudicial.47

No es extraño que el zoológico, objeto de todas las atenciones de Graells y de las iras de sus contrarios, se convirtiera en el campo de batalla en el que dirimir las diferencias. Una pequeña nota, añadida al final del dictamen que Méndez Álvaro emitió tras revisar las cuentas del jardín de aclimatación, da el tono de la discusión: Obsérvase en las notas puestas por el Sr. Rueda cierta animosidad contra el Director del Museo en el expediente de reclamación de cuentas de productos del Jardín Zoológico, que nunca hace buen efecto en documentos oficiales, donde la más estricta imparcialidad debe brillar como garantía de la justicia y equidad.48

El desmantelamiento Una vez reorganizado el Museo, y durante más de un año, el zoológico sobreviviría con rumbo incierto. El cese de Graells se hizo efectivo el 30 de abril de 1867. Laureano Pérez Arcas, su sucesor, no sería nombrado director hasta el 18 de julio de 186849. Con todo, éste conocía bien los entresijos del parque50 y estaba perfectamente capacitado para ejercer de manera oficiosa tras la defenestración del antiguo responsable. Poco tiempo después de que Graells, abatido, renunciase a toda responsabilidad en el Museo más allá de su actividad docente («Doy lección para cumplir con mi deber y después me meto en mi concha y me largo del Museo»), el zoológico planteó un problema de infraestructura que requería urgente reparación. La ría de las anátidas perdía agua y ocasionaba los fétidos estancamientos que tanto disgustaban a Colmeiro. Méndez Álvaro se dirigió oportunamente a la Instrucción Pública para atajar el asunto pero, su tono, en lugar de resultar convincente, dejaba traslucir el escaso interés que la colección de animales vivos inspiraba en el renovado Museo:

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Misma obra, p. 70. Cita incluida en Gomis (1995). 19-12-1865/30-06-1867: expediente sobre gastos e ingresos del jardín zoológico desde enero de 1860 hasta diciembre de 1865 (AMNCN316/030). 49 Nombramiento de Pérez Arcas como director del zoológico. Madrid, 18-07-1868 (AMNCN326/015). 50 Pérez Arcas firma un informe emitido por la Junta Facultativa del Museo en el que se propone el intercambio de animales con el zoológico de la Corona. Madrid, 22-01-1867 (AMNCN317/006). Se ceden especies de escasa utilidad ganadera (un ocelote, un mapache, un agutí, buitres, cigüeñas y otras aves), y se solicitan a cambio animales de provecho (llamas, corderos de Astracán, faisanes del Himalaya, colines y diversas razas de gallinas y patos). 48

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Para la más pronta y eficaz resolución pongo en conocimiento de V. E. que sin embargo de haberse hecho en la ría del Jardín Zoológico, destinada a los patos, cisnes, etc. a mediados del mes que acaba de pasar, la obra que entonces se tuvo por necesaria para impedir las grandes filtraciones que la dejaban casi en seco, empleando a este fin diez quintales de cal, no solamente continua el mal que entonces se trató de corregir, sino que ha tomado muy notable incremento. Esto indica que la construcción de la ría es defectuosa, y que hay necesidad al menos de una reparación que podrá exigir un gasto incompatible con los escasísimos recursos del establecimiento. Como cualquier gasto crecido en el Jardín Zoológico implicaría la idea de su conservación en el lugar que hoy ocupa y bajo el que se halla establecido, entiendo que para resolver este punto es necesario ventilar previamente las dos cuestiones que siguen: ¿Debe conservarse el Jardín Zoológico? ¿Conviene, en la afirmativa, mantenerle donde ahora se encuentra? Voy a manifestar sobre ambas, sencilla y concisamente mi dictamen: La general costumbre en las principales naciones de Europa de tener en los jardines botánicos animales de clases tan variadas como lo permiten las facultades y el clima de cada una; la conveniencia de conservar colecciones vivas para que fácilmente conozcan las formas, funciones y costumbres de los animales que estudian aquellos que se dedican al difícil pero utilísimo cultivo de la zoología, y la inmensa importancia en fin que tiene para los pueblos la aclimatación y propagación de ciertas especies en distintos conceptos útiles, inclinan decididamente al establecimiento y conservación de un jardín zoológico. Pero cuando se trata de realizar pensamiento tan laudable, pronto se tropieza con obstáculos de diversa índole, todos ellos difíciles de superar. Requiérese primeramente para tenerlos un lugar a propósito dentro del Jardín Botánico o en sitio cercano, abundante en aguas, ventilado y espacioso; hay necesidad después de gastos muy crecidos para su establecimiento y conservación, y se requiere por último una administración compleja, costosa y dificilísima, por cuanto ni los gastos que la manutención, custodia y cría de los animales originan, ni los productos que el jardín zoológico rinde, permiten una vigorosa y continuada intervención, sucediendo muy a menudo, si no siempre, que nacen desde luego abusos y ocurren malversaciones muy difíciles de evitar.51

Al final el Comisario Regio se muestra resueltamente a favor del mantenimiento del jardín, pero la brecha ya está abierta. En lo sucesivo los aconteci51 Dictamen de Méndez Álvaro al director general de Instrucción Pública. Madrid, 04-06-1867 (AMNCN322/009). La solicitud de dinero para reparar la ría fue admitida en Fomento, que liberó el dinero necesario al tiempo que prometía el traslado del zoológico a lugar más adecuado en cuanto las cuentas lo permitiesen. Dictamen del director general de Instrucción Pública al Comisario Regio. Madrid, 12-07-1867 (AMNCN317/011).

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mientos se precipitarán. Méndez Álvaro incita a la supresión de la sucursal de Cijas Viejas de la Cabaña, granja modelo sita en el cuartel de la Solana, junto a El Escorial52. El establecimiento alberga en ese momento, tras superar una epizootia que se cobró siete cabezas, 18 cabras de Angora, diez granadinas y nueve corderos de Astracán53. La supresión se hace efectiva el 17 de junio de 186754 y los animales se remiten a Madrid un mes más tarde55. En el zoológico del Botánico, la llamada de atención de Fomento ha surtido efecto y las cuentas empiezan a llevarse con una meticulosidad ejemplar. Durante los meses de mayo y junio de 1867 se recaudan, sin tener en cuenta las fracciones de la moneda en curso, 110 escudos56, entre julio y septiembre 17 escudos57 y 40 escudos más de octubre a diciembre de ese mismo año58. Durante el primer trimestre de 1868 el saldo positivo asciende a 220 escudos59, para ser de 293 escudos en los tres meses siguientes60. Entre los animales vendidos figuran varias cabras de Angora adquiridas por Eloy Lecando Chávez y por el conde de Villaverde la Alta, destinadas a su finca jienense de Marmolejo61. De julio a septiembre de 1868 se obtienen 154 escudos62. La cantidad recogida hasta final de año será de tan sólo ocho escudos63. El monto total de las ventas realizadas en enero de 1869 es aún menor y se reduce a la magra cantidad de cuatro escudos64. El zoológico cada vez reporta menos beneficios. Al escaso volumen de negocio se le suma la ausencia de incorporaciones. Desde que Graells abandonara su puesto no se hacen nuevas compras de animales. La única excepción fue el envío desde Santa Isabel de Fernando Poo, hoy Malabo, de una hembra de leopardo donada por José Gómez de Barreda. El animal, un joven ejemplar de tres meses de vida, había sido capturado en Río Muni, región continental de la actual

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Madrid, 03-06-1867. (AMNCN322/009). 19-05-1867. Lista de ganado existente en la sucursal de Cijas (AMNCN322/007). Firmada por Graells. Se pretende conservar un macho y cuatro hembras de Angora, así como la totalidad de los corderos de Astracán. El resto se pondrá a la venta. 54 19-06-1867/19-08-1867: expediente de supresión de la sucursal de El Escorial (AMNCN 324/020). 55 Carta de Graells a Méndez Álvaro. El Escorial, 24-08-1867 (AMNCN322/012). Remisión al mozo Pinilla de los animales de Cijas. 56 30-06-1867/16-07-1867: expediente sobre recaudaciones (AMNCN317/009). 57 30-09-1867/11-10-1867: expediente sobre recaudaciones (AMNCN317/012). 58 31-12-1967/09-01-1868: expediente sobre recaudaciones (AMNCN317/015). 59 05-01-1868/30-03-1868: expediente sobre recaudaciones (AMNCN/006). 60 1868. Ventas entre el 01-04-1868 y 30-06-1868 (AMNCN317/018). 61 17-01-1868/06-10-1868: expediente sobre recaudaciones (AMNCN317/018). 62 01-07-1868/30-09-1868: expediente sobre recaudaciones (AMNCN317/020). 63 01-10-1868/31-12-1868: expediente sobre recaudaciones (AMNCN317/021). 64 15-01-1869/15-03-1869: expediente sobre recaudaciones (AMNCN317/022). 53

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Guinea Ecuatorial, y embarcado en la goleta Santa Teresa rumbo a Cádiz65. Su llegada a la capital no sacó al jardín del estado de ruina en el que se encontraba. Por un lado, la cría de fieras no entraba dentro de los cometidos del zoológico de aclimatación. Por otro, el establecimiento no contaba con instalaciones adecuadas para albergar al felino, por lo que se le mantuvo en el mismo cajón rudimentario que se había empleado para su transporte por barco desde África66. De nuevo se planteó una disyuntiva: o se construían jaulas para carnívoros o se prescindía del animal67. Como no podía ser de otra forma, habida cuenta de la penuria económica del establecimiento, se optó por la alternativa más barata y todos los carnívoros del recinto del Botánico se cedieron a la Corona68. Así fue como un primer lote de fauna, integrado por el leopardo, un «tigre de Angora», un lobo, un cóndor y un zopilote real, salió del Botánico camino de la cercana Casa de Fieras del Retiro. Para colmo de males, Laureano Pérez Arcas presenta su dimisión como director dos meses después de su nombramiento69. El jardín de aclimatación queda de nuevo sin rumbo, provisionalmente administrado por Lucas de Tornos, director del Gabinete70, que cuenta con el apoyo de Augusto González de Linares, ayudante interino del Museo desde 1866 (Barreiro, 1992, p. 254)71. Sin programa ni asideros el plan puesto en marcha por Graells no puede seguir adelante. El primer día de febrero de 1869 se decide la cesión del pequeño remanente de fauna al ayuntamiento de Madrid. Durante algún tiempo los inquilinos aún permanecerán en el Botánico, alimentados con cargo a los presupuestos de la municipalidad. Desde el Museo se apremia al desalojo. La primavera arrecia y las siembras deben estar listas cuanto antes para eliminar las calvas de65

Carta de Gómez de Barreda a Graells. 29-05-1867 (AMNCN322/008). Carta de 14-04-1868 confirmando la entrega del leopardo (AMNCN322/008). 19-04-1868, carta de Enrique Graells al Comisario Regio advirtiendo del peligro de que el leopardo se escape (misma signatura). 67 14-04-1868, carta dirigida al director general de Instrucción Pública solicitando fondos para la construcción de jaulas para carnívoros (AMNCN322/008). 68 17-04-1868, Madrid, firmado por el Comisario Regio. Ofrecimiento de animales carnívoros a la Corona (AMNCN322/014). 05-05-1868, la reina Isabel II acepta el ofrecimiento que se hace efectivo por Real Orden expedida por el Ministerio de Fomento con fecha de 17 de mayo de 1868 (misma signatura). 69 16-09-1868. Renuncia de Pérez Arcas a su cargo de director del zoológico (AMNCN 326/015). 70 01-10-1868/31-12-1868: expediente de recaudaciones (AMNCN317/021). Las cuentas de ese periodo están firmadas por Pedro Morón y José San Pedro, mozos, Antonio Vidal, depositario y Augusto González de Linares como ayudante, llevando el visto bueno de Lucas de Tornos, director del jardín zoológico. 71 Augusto González de Linares (1845-1905), biólogo cántabro, estaba llamado a desempeñar un importantísimo papel en el desarrollo de la Biología hispana como promotor de la Estación de Biología Marina de Santander en 1886. 66

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jadas en la vegetación por el ramoneo y pisoteo de los animales72. Los mozos Pinilla y San Pedro son cesados en sus puestos y transferidos al consistorio73. Lo único que les resta por hacer es organizar la caravana final, el último viaje para ese escaso grupo de animales con el que abríamos el trabajo, seres a los que ya sólo les faltan por recorrer unos pocos metros como culminación de sus respectivos periplos, iniciados en París, La Habana o un lejano puerto sin precisar en Australia. El 30 de abril de 1869 el ayuntamiento se hace definitivamente cargo de las bestias y el zoológico de aclimatación cierra sus puertas.

Graells y la aclimatación tras la desaparición del jardín Desplazado del Museo por sus discípulos, Graells pudo seguir experimentando la aclimatación de animales útiles en el parque que el rey consorte había instalado en la Casa de Campo. Del tercer zoológico de la capital en aquel tiempo tenemos muy poca información. Sabemos que Francisco de Asís tomó su decisión en 1862 y decretó el inicio de las obras durante el mes de marzo, trabajos que avanzaron a buen ritmo74. El rey nombró a Graells director de su colección privada y puso a su disposición pastos y amplios recintos para los avestruces, gacelas, llamas, canguros y cebúes del Botánico. Su posición le permitió enriquecer los fondos del Museo, como lo demuestra el envío de una serie de vaciados de huevos de avestruz75. Pero ni siquiera allí, al amparo de la protección real, pudo el naturalista poner a prueba sus planes. El estallido de la Revolución de 1868, la ya mencionada Gloriosa, dio al traste con sus expectativas. La familia real partía hacia su exilio francés y se iniciaba una nueva etapa de la historia política española, conocida por el nombre genérico de Sexenio Democrático. Fue un periodo en el que, a través de diferentes ensayos políticos, se intentó crear un sistema democrático que desembocó en la fallida experiencia de la Primera Republica. Una de esas tentativas fue la del efímero reinado de Amadeo de Saboya (1870-1873). Como si del apoyo regio dependiera el éxito de la empresa, Graells nos cuenta que el nuevo y fugaz monarca volvió a relanzar el establecimiento de un jardín de aclimatación en la Casa de Campo. De hecho, Graells es el que mejor nos puede relatar los avatares de la connaturalización de animales en ese corto y movido espacio de tiempo. Lo hace en una sentida carta enviada a Albert Geoffroy Saint-Hilaire, crónica detallada de lo que habían sido unos duros años para el naturalista. Estas fueron sus palabras: 72 15-01-1869/14-04-1869: expediente de supresión del zoológico del Botánico y de la cesión de los animales al ayuntamiento de Madrid (AMNCN324/021). 73 04-03-1869/22-04-1869: expediente del cese de los mozos del zoológico (AMNCN 326/016). 74 Carta de Graells a Albert. El Escorial, 18-09-1862 (AMNCN320/020). 75 Carta de Graells acompañando los objetos remitidos. Madrid, 28-05-1868 (AMNCN 322/015).

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Tengo el gusto de enviarle un ejemplar de mis Conferencias en el Ateneo del Ejército y de la Marina que pongo a disposición de nuestra Société d’Acclimatation. Estas conferencias me han proporcionado por vez primera ocasión de protestar públicamente contra el atentado del Jardín Zoológico de nuestro Museo y la destrucción completa del Parque Zoológico de S. M. en la Casa de Campo. Le ruego me haga el favor de atraer la atención de la Société sobre lo que digo en las páginas 22 y 23 del opúsculo que le remito y en el que he subrayado con trazo rojo los párrafos de mi protesta en calidad de ex-director de los mencionados establecimientos y de miembro de nuestra corporación bienhechora. Pasiones miserables de envidia y celos prepararon previamente en parte esta catástrofe que el estallido de la revolución ha coronado devastando el Parque de la Casa de Campo, el cual durante los tres primeros días del pronunciamiento de Madrid fue convertido en un verdadero campo de batalla, pues los pistoletazos de los sublevados no cesaron ni un minuto hasta consumar por completo la masacre de todos los animales que, muertos, fueron transportados en carretas hasta la calle de Toledo para allí ser devorados en brutal festín76. En La Granja también se destruyó la piscifactoría de S. M. que yo mismo hice construir imitando el celo de Huningue77, y los 100.000 alevines obtenidos de los huevos que había recibido de su célebre establecimiento, y los salmones, corégonos, truchas y otros peces, producto de mis multiplicaciones artificiales, fueron devorados, no quedando vestigio alguno de todo lo que yo había hecho allí de acuerdo con mi excelente amigo, vuestro sabio Per78. Los avestruces y gacelas que yo había criado casi en libertad en la Casa de Campo, fueron abatidos, y los magníficos rebaños de canguros gigantes del parque del Retiro y las cabras de Angora de la cabaña modelo vendidos para carne, al igual que otros mamíferos valiosos. Mas tarde, uno de mis alumnos79, que fue nombrado presidente de la municipalidad de Madrid, hizo recoger los restos de ese naufragio y los depositó en el Retiro bajo el título de Parque de Madrid, especie de ménagerie mal entendida y abandonada al cuidado de personas incompetentes, de tal forma que los

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Graells relata ese mismo festín cruento en una carta dirigida a Milne-Edwards en noviembre de 1869. En ella cuenta como la totalidad de los 40 canguros gigantes de la Casa de Campo (un hermoso grupo de efectivos más que importantes) fueron abatidos y vendidos a 12 francos y medio la pieza para ser consumidos (Museum nacional d’Histoire Naturelle, 2473-409). 77 Se trata de una ciudad de Alsacia en la que pronto proliferaron las piscifactorías. 78 Tal vez se refiera a Edmon Perrier (1844-1921), profesor de Zoología en el Museo de Historia Natural de París y director de la sección de acuicultura en la Société. 79 Se debe referir a Manuel María José de Galdo, alcalde de Madrid en 1870. Estudió Derecho, Medicina y Ciencias, carrera ésta en la que debió recibir las enseñanzas de Graells. Director del Instituto de Noviciado, fue autor de un manual para la enseñanza de la Historia Natural en secundaria, texto que estuvo vigente durante 46 años.

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buenos deseos de mi discípulo y amigo no han sido fructíferos para la ciencia ni el objeto de nuestra asociación zoológica. El ex rey Amadeo también hizo reunir los restos escapados del desastre en la Casa de Campo para reparar el error revolucionario, pero tras su abdicación, las escenas brutales se reprodujeron y hoy sólo se ven los vestigios de los recintos y cabañas destruidos, ofreciendo el aspecto de un villorrio asolado por los salvajes. Le pido perdón por haberle entretenido con esta triste historia, tan desagradable para todas las personas que, como usted, dedican su vida entera a los estudios útiles a la humanidad, pero tenía que explicarle a nuestra Société el estado de los asuntos de aclimatación en España y las causas que me han impedido proseguir los trabajos que había iniciado aquí, en otro tiempo, concertado con nuestra Société, y de los cuales los éxitos logrados nos hacían esperar un futuro menos desastroso. No he querido hablar de esta desgracia a nuestra Société antes de cumplir con mi deber de protestar públicamente en el lugar del atentado. Una vez cumplida la obligación, y a la espera de mejores tiempos, si la vida me lo permite, para reparar las culpas de las personas ingratas que han destruido nuestras esperanzas, me pongo a su disposición, con el entusiasmo de siempre, para contribuir a los esfuerzos de nuestra asociación. Sea pues, como su padre, mi intérprete ante nuestros honorables colegas.80

Amargo guiño del destino. Graells que, al inicio del intercambio epistolar con sus homólogos europeos, criticó alto y fuerte la actitud exaltada y canalla de las catervas que dieron al traste con los primeros jardines de aclimatación en España, allá en tiempos de Carlos IV, se ve ahora obligado a remedar los mismos acontecimientos desgraciados. ¡Del Motín de Aranjuez a La Gloriosa, sesenta años de Historia para volver a las mismas en materia de Zoología aplicada! Graells contó con el apoyo de sus correligionarios franceses para remontar el revés. Atento a los deseos del que fuera delegado en España, Albert Geoffroy Saint-Hilaire hizo partícipe a la asamblea de la Société de los desmanes cometidos en Madrid. La repulsa fue unánime, al igual que el apoyo ofrecido desde París81. Un nuevo incentivo para seguir adelante con la firme resolución que había tomado al dejar la dirección del Museo: Después de haber dedicado gran parte de mi vida a la enseñanza y propaganda de la Historia Natural, he creído que debía completar mi obra dedicando el resto que me queda hábil a demostrar la utilidad de tales estudios con la aplicación de los mismos. Este pensamiento ha presidido mis trabajos de aclimatación y de piscicultura, con lo que quedará demostrado no haber perdido 80 81

Carta de Graells a Albert. Madrid, 01-12-1873 (AMNCN321/033). Carta de Albert a Graells. París, 17-01-1874 (AMNCN331/034).

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el tiempo que he dedicado detrás de los pedruscos, plantas y animales como dicen los profanos.82

Y así fue. Desposeído de terreno de experimentación, Graells siguió colaborando con la Société. Hábil en temas cortesanos, logró la adhesión como miembro protector del recién entronizado rey Alfonso XII83. Con este éxito, el delegado «en funciones» cosechó el fruto tardío de las lecciones que, tiempo atrás, impartiera al príncipe niño junto a los vallados del parque zoológico de la Casa de Campo (Ajenjo Cecilia, 1943). El entusiasmo del nuevo monarca hizo esperar incluso un renacer del proyecto, o al menos así se lo hizo ver Graells a Drouyn de Lhuys84, pero las esperanzas fueron vanas. La monarquía no volvió a implicarse en la aclimatación de especies útiles al hombre. El último cartucho Graells lo quemó ante el alcalde de Madrid, Alberto Bosch y Fuentegueras, al que propuso la reconversión de la Casa de Fieras del Retiro en un nuevo jardín de aclimatación. La tentativa tampoco prosperó85. Pese a no haber sido profeta en su tierra, Graells fue un interlocutor válido de la Société hasta el final de sus días. La investigación en Zoología aplicada siguió su curso en Francia y la actividad editorial de la asociación incluso se incrementó con la aparición de boletines quincenales. A finales de 1888 se planteó la renovación de la publicación que pasó a llamarse Revue des Sciences Naturelles Appliques. Circunscrita al ámbito territorial galo, la nueva revista reservaba un apartado a los progresos de la aclimatación más allá de las fronteras. Albert Geoffroy Saint-Hilaire pensó en Graells y solicitó su ayuda. Consciente de la avanzada edad del delegado, le pidió consejo para localizar algún joven médico, agrónomo o naturalista dispuesto a redactar crónicas bimensuales, de cinco o seis páginas, sobre los avances de la connaturalización de seres vivos en España86. Nadie respondió a la llamada. No obstante, Graells sí que llegó a colaborar con la nueva empresa editorial, y lo hizo mediante la publicación de un artículo sobre la explotación de las esponjas naturales en los arrecifes cubanos de Batabano, trabajo que había realizado por encargo del Ministerio de la Marina (Graells, 1894). En su narración, el naturalista describe el descubrimiento de las poblaciones de poríferos en 1884, el inicio de su explotación, las características de los animales y su ciclo de reproducción, fija el periodo de veda, entre enero y 82

Carta de Graells a Víctor López Seoane, 01-07-1868. Fragmento citado en Fraga (1998). Carta de Drouyn de Lhuys a Graells. Paris, 07-07-1875 (AMNCN331/037). Agradece su mediación ante la Corona de España. Incluye una carta que debe ser remitida al monarca, en la que la Société le expresa su gratitud. 84 Carta de Graells a Drouyn de Lhuys, Madrid, 21-12-1875 (AMNCN331/039). Alfonso XII volvió a reiterar su apoyo al proyecto de la Société en una audiencia concedida a Graells: carta de Graells a Drouyn de Lhuys. Madrid, 28-01-1876 (AMNCN331/044). 85 16-05-1885/23-10-1885: expediente sobre el proyecto de crear un jardín de aclimatación en El Retiro (AMNCN324/022). 86 Carta de Albert a Graells. París, 25-07-1888 (AMNCN323/020). 83

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mayo, y la talla mínima de los ejemplares que podían ser objeto de comercialización. Un preciso relato en el que incluye términos americanos de difícil traducción, como cayo o restinga, para los que la Société solicita una descripción somera87. Aunque las esponjas fueron el tema de su última colaboración escrita con la Société, Graells siempre se mantuvo atento a los progresos de la Zoología en Francia. Su última carta data de un 19 de febrero de 1894. La misiva va dirigida a Albert Geoffroy Saint-Hilaire y en ella aporta algunas precisiones sobre las migraciones de las carracas (Coracias garrula) a través de la Península Ibérica88. Además, critica enérgicamente una nota publicada en la Revue des Sciences Naturelles Appliques89 en la que se defiende que las víboras son inmunes a su propio veneno. Graells sostiene que si la ponzoña no resulta letal para el reptil es, simplemente, porque no se mezcla con su sangre. Para apoyar su teoría, el veterano naturalista relata dos anécdotas presenciadas a lo largo de sus muchos años de ejercicio. La primera se remonta a su época de catedrático de Anatomía comparada en la Academia de Ciencias de Barcelona, allá por 1835. En esa ocasión, un crótalo mordió en el hocico a una rata y humedeció la boca del roedor con su veneno. Éste, antes de morir, en un gesto instintivo de defensa mordió el lomo de la serpiente que, a los pocos días, expiró con las convulsiones típicas del envenenamiento producido por su propia toxina. El segundo hecho ocurrió durante una de sus excursiones por la Sierra del Guadarrama, en fecha no especificada. Cuando se encontraba herborizando con sus alumnos, sorprendieron a una víbora que acababa de mudar y la introdujeron en un saco con la intención de enviársela a Duméril, experto en reptiles del Museo de Historia Natural de París. Más tarde, al llegar al laboratorio, descubrieron asombrados que el ofidio se había «suicidado» clavándose los colmillos en el costado. A la vista de lo escrito una cosa queda clara: ¡si Graells no publicó la contrarréplica al artículo francés no fue por falta de memoria! El antiguo delegado de la Société en Madrid concluye esa última carta lamentando la dimisión de Albert al frente del jardín de aclimatación de París. Está convencido de que el apellido Geoffroy Saint-Hilaire está íntimamente ligado a la idea de aclimatación y su disociación le entristece. Y como si su labor concluyese con la de la saga francesa que le acompañó a lo largo de buena parte de su vida profesional, a partir de ese momento cesa todo contacto con la Société. Mariano de la Paz Graells fallecería cuatro años más tarde, un 14 de febrero de 1898, en el número 2 de la madrileña calle de la Bola.

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Carta de Grisard a Graells. París, 22-12-1893 (AMNCN331/054). Carta de Graells a Albert. Madrid, 19-02-1894 (AMNCN331/056). 89 Nota comunicada por M. Chauveau sobre un trabajo realizado por Phisalix y Bertrand. Revue des Sciences Naturelles Appliquées, 1894, p. 39. 88

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EPÍLOGO Escribir las páginas de este libro ha sido un ejercicio de composición que, poco a poco, ha ido avivando una serie de ideas e inquietudes que estimo necesario transcribir en este último apartado, en este epílogo que mucho tiene de discusión, al modo de las insertas al final de los artículos científicos. Tras revivir su trayectoria, el primer interrogante que me asalta es ¿por qué el jardín de aclimatación de fauna establecido por Graells en el Botánico ha suscitado tan poco interés en los estudios históricos? Voluntariamente excluyo, de las posibles respuestas a mi pregunta, cualquier explicación de orden antropológico que incida sobre las controvertidas relaciones entre humanos y animales en la cultura hispana, que por alguna oscura razón nos inducen a minusvalorar la presencia de éstos últimos en nuestras manifestaciones culturales, ya se trate de arte, literatura1 o, por qué no, ciencia. Ciñéndonos al tema de estudio, tal vez sea más lógico pensar que si el zoológico del Botánico no dejó huella de su paso por el Museo fue, simplemente, porque se le desposeyó de importancia en los años posteriores a su desmantelamiento. En otras palabras, se le ninguneó o al menos no se le hizo justicia. Ya conocemos la actitud adoptada por Miguel Colmeiro tras relevar a Graells al frente del Botánico. Por su parte, Laureano Pérez Arcas no se mostró lo suficientemente combativo al recoger el testigo al frente del zoológico, pese a comulgar con los postulados defendidos por su antiguo profesor en relación con la utilidad de la Zoología aplicada. No obstante, los discípulos de Graells no son los únicos responsables del desprestigio del parque de connaturalización de fauna. En los apuntes que Agustín Barreiro (más conocido como Padre Barreiro por ser miembro de la orden de San Agustín) recogió para elaborar una historia del Museo Nacional de Ciencias Naturales, el zoológico sólo aparece tratado de manera superficial, anecdótica, sobre todo al final del «periodo Graells» como causa de su ruina. Barreiro minimizó la importancia de la colección de animales vivos en las notas que dejó impresas pero inéditas a causa del estallido de la Guerra Civil. Con todo, el zoológico recibió el certero golpe de gracia tras la publicación de los referidos textos, edición promovida por Eduardo Hernández-Pache1

Una selección de textos que pone de manifiesto la aplastante presencia de animales en la literatura española ha sido realizada por Gumpert (2000).

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co una vez terminada la contienda (Barreiro, 1944). Convencido de la importancia del Museo Nacional de Ciencias Naturales en la historia de la ciencia española, Hernández-Pacheco pretendía con su gesto poner al alcance de los estudiosos «una abundante cantera de datos pertinentes al desarrollo de las Ciencias Naturales en nuestro país», como él mismo indica en el prólogo a esa primera edición aparecida en 1944. En su preámbulo también habla del jardín zoológico, de nuevo de forma concisa y esta vez demoledora. El juicio que destiló una vez leídos los escritos de Barreiro fue el siguiente: Tal colección zoológica siempre fue una carga importante para el Centro, pues tales conjuntos de fieras y mamíferos grandes son dispendiosos y difíciles de sostener y cuidar y de escaso interés científico. Son simplemente curiosidades populares. En realidad son los animales de la colección los que sostienen y alimentan a sus guardianes y a las familias de éstos, quienes sienten por tales alimañas, fieras y grandes mamíferos exóticos, el afecto interesado que el campesino experimenta por la vaca enferma o la vieja yegua. (Barreiro, 1944, prólogo, p. 65-74).

Efectivamente, la obra de Barreiro prologada por Hernández-Pacheco ha sido una fuente inagotable de información de la que han bebido muchos historiadores de la ciencia. Y ése es precisamente, a mi parecer, el origen del desinterés por el jardín de aclimatación promovido por Graells. Su existencia se evoca con frecuencia entre las realizaciones del ilustre naturalista, pero la lectura que del pasaje se hace a menudo porta un tinte negativo. Una nueva edición del texto del agustino vio la luz en 1992 (Barreiro, 1992), esta vez prologada por Pere Alberch con una interesante introducción de Emiliano Aguirre. En ella realiza una relectura de las primitivas notas, y analiza y reagrupa sus contenidos en rúbricas más acordes con la visión actual de la práctica científica y de la gestión de un museo de Historia Natural. El análisis se estructura, lógicamente, a partir de las referencias recogidas por Barreiro, lo que de nuevo condena al olvido al jardín zoológico, departamento que podría haber figurado con todos los honores bajo epígrafes del tipo «Estaciones y programas científicos» o «Proyectos internacionales y congresos científicos». La consulta del fondo de archivo dedicado al jardín zoológico ha desvelado, por el contrario, un rico patrimonio inédito que obliga a replantearse el interés inherente de las colecciones de animales cautivos como proyecto científico. Comencemos por algunos datos concretos que atañen a la vida del Museo y a la trayectoria profesional de Mariano de la Paz Graells. El pequeño zoológico del Botánico fue la puerta de entrada en Europa para algunas especies animales como las liebres de la Patagonia o diversas palomas y tortugas cubanas, lo cual no deja de ser una curiosidad más para añadir al extenso anecdotario de la institución. Asimismo, ciertas variedades de un «ganado exótico» que hoy comienza a acompañar nuestros almuerzos, como avestruces, canguros y emúes, se criaron, y degustaron, por vez primera en España en el pequeño recinto del Paseo del Prado.

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En este sentido, el establecimiento debería figurar en la crónica histórica de la albeitería hispana como pionero en la producción ganadera de especies silvestres. Al igual que los de connaturalización de fauna, los estudios de sanidad animal tomaron cuerpo en Francia y desde allí penetraron en España con la corte de los Borbones pero, curiosamente, a ambos lados de los Pirineos, la idea de aclimatar animales foráneos para su posterior uso y provecho surgió en el entorno de los museos de Historia Natural y al margen de las escuelas veterinarias. En 1761, Claude Bourgelat obtuvo de Luis XV el encargo de crear, en la ciudad de Lyon, el primer centro de estudios íntegramente dedicado a las enfermedades de las bestias. Más tarde, en 1766, se inauguró una segunda escuela en el castillo de Alfort, en las cercanías de París. En 1813, bajo el imperio de Napoleón, el diploma de médico veterinario quedó finalmente regulado y su obtención implicaba cinco años de preparación (Buffetaut y Gourmet, 2001). En España, el proceso seguido fue similar aunque considerablemente más tardío. La idea de instaurar una escuela de albéitares partió de Carlos III en 1788, pero no se materializó hasta 1792, bajo el reinado de Carlos IV, con la creación del Real Colegio-Escuela de Veterinaria de Madrid, en terrenos de la actual Biblioteca Nacional. Promovido por Godoy y estrechamente vinculado al ejército, el nuevo centro docente giraba básicamente en torno al estudio de caballos, mulos y asnos. En 1845, a propuesta de Narváez, Isabel II crea el Cuerpo de Veterinaria Militar, y más tarde, en 1847, se abren las escuelas subalternas de Córdoba y Zaragoza. La incorporación de la de León en 1852, viene a cerrar lo que generalmente se considera como la tétrada clásica de este tipo de formación en España (Sanz Egaña, 1941). Centradas en el estudio de las enfermedades y enfocadas a sanar las dolencias, primero de los équidos y más tarde de otros grupos domésticos de interés económico, las escuelas veterinarias no abordaron sino tangencialmente los problemas asociados a la producción animal durante sus primeros años de existencia. Además, tradicionalmente, en los estudios veterinarios se ha marcado la diferencia entre Zootecnia, que versa sobre los animales domésticos sensu stricto, y Zoología aplicada, disciplina que se ocupa de otras especies cuyo estatuto de «doméstico» no parece tan claro, caso de las abejas, moluscos o peces (Denis, 2003). Todo ello otorga un destacado y curioso papel al jardín zoológico del Botánico en lo que a la evolución de la disciplina en nuestro país respecta, aportación digna de ser profundizada en un futuro. En lo tocante al mantenimiento de animales salvajes en cautividad, la corta existencia del zoológico supone un hito igualmente destacable. Como ya ha sido dicho, la del Botánico fue la primera colección zoológica con vocación científica en España. La inquietud por el bienestar y la reproducción de los animales, la coordinación de programas de cría e intercambio con otras instituciones o el cariz formativo que se quiso imprimir al proyecto, de lo que dan buena fe la edición de una guía destinada al público y la intención de colocar cartelas ilustrativas frente

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a cada recinto, hacen del parque de fauna del Museo el primer zoológico moderno español. Marcados por tres desafíos fundamentales: conservación, educación e investigación, los zoológicos actuales huyen de la imagen de «cárcel de fieras» que estigmatiza este tipo de establecimientos desde sus orígenes. Bien es cierto que, con frecuencia, una inadecuada gestión ha reconfortado a la opinión pública en su visión negativa, pero justo es reconocer que la labor ejercida hoy en día por los zoológicos actúa en pro de la preservación de la diversidad animal y de la instrucción de la población, especialmente de la infancia. En este sentido, la desaparición del zoológico del Botánico supuso un grave revés para la ciudad de Madrid. Los últimos supervivientes de la aventura de la aclimatación integraron las colecciones de la Casa de Fieras del municipio, recinto meramente recreativo sin programación científica hasta su traslado a la Casa de Campo en 1972. Durante muchos años el Estado español careció de colecciones científicas de animales vivos, hasta que la inauguración, en 1894, del Parc Zoològic de Barcelona, ubicado en el Parc de la Ciutadella, vino a colmar tan lamentable ausencia. La zootecnia acaparó una buena parte de la actividad editorial de Graells y fue motivo de reconocimiento en Francia, país en el que ya gozaba de popularidad y respeto por sus contribuciones en el campo de la Entomología. Gran parte de sus artículos de Zoología aplicada, tal vez por no versar sobre insectos y haber sido publicados en Francia, no suelen aparecer citados en los trabajos bibliográficos que le han sido consagrados desde su desaparición. El estudio detallado de su relación con la Société permite incrementar la ya larga lista de publicaciones surgidas de su mano, con un número nada despreciable de colaboraciones científicas. Una vez más, la vida reconstruida del parque de aclimatación ha puesto en evidencia las espléndidas dotes de organización del naturalista riojano. Desde los primeros contactos informativos en la Academia de Ciencias, el Ministerio de Fomento y la Corte, hasta la redacción del borrador de reglamento concluido en 1864, Graells aparece en todo momento consciente de lo que lleva entre manos y totalmente entregado al proyecto. El texto de su reglamento, si bien calcado de otros vigentes en Europa, como él mismo admite, dejaba augurar un feliz futuro a la experimentación ganadera con la inclusión de variedades foráneas. Si el proyecto no llegó a materializarse no fue por falta de marco teórico. En lo tocante a la reputación de Graells como científico cortesano, su contacto directo y estrecho con la pareja reinante queda fuera de toda duda tras la lectura de las cartas. Muy cercano a Palacio, el naturalista es, con frecuencia, considerado como el último científico español de ese género, poseedor de un poder real que emana de la confianza que le otorgan los soberanos. El apoyo ofrecido por los monarcas al programa zootécnico del delegado, reconocido en París con sendas recompensas a petición de Graells, llega, en el caso de Francisco de Asís, a la puesta en marcha de un proyecto paralelo al del Museo en las posesiones reales de la Casa de Campo. Graells y el zoológico del Botánico son sólo dos puntas del iceberg. Además de su interés local, la consulta de los documentos generados durante la existen-

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cia del parque y previamente a su puesta en funcionamiento, ha desvelado la fuerte dimensión internacional del proyecto. Su lectura resulta doblemente enriquecedora. Por una parte revela la intensidad de las relaciones entre dos países europeos y confirma la idea de que la experiencia secular de España en materia de aclimatación no era solamente fundamental en la historia de la Zoología aplicada, sino también reconocida y apoyada por las elites científicas de otra nación. Por otra, las cartas dan fe del importante valor de la diplomacia científica en las relaciones económicas del momento. La ciencia adquiere un carácter público, un estatus burgués (López-Ocón, 2000), mundano, que atrae también a hombres de negocios y políticos, elementos activos que buscan interesadamente el plebiscito de las clases dirigentes. La ciencia aplicada emergente va a encontrar en la aclimatación una de sus disciplinas más aptas. El interés desatado en España por el tema resulta incontestable, a la vista del número y posición social de los personajes que van a incorporarse a las filas de la Société zoologique d’acclimatation. Además de poseer una antigua y fecunda tradición zootécnica, asociada al inmenso espacio colonial que en tiempos poseyó, España resulta también atractiva por su carácter de puente tendido hacia el continente africano. La diversidad de sus climas y paisajes la convierten en un perfecto laboratorio de experimentación. En Francia esperan que sus vecinos del sur colaboren en el amplio programa propuesto, y dotan a la delegación de un auténtico poder de interlocución. Esta vez, España parece ser parte integrante de ese supuesto «centro» de la reflexión científica y no se ve relegada a la pretendida «periferia». Pero ¿de dónde procedía el caldo de cultivo que permitió el auge simultáneo de la disciplina en ambos países a mediados del siglo XIX? ¿Enraízan ambas tradiciones en el mismo sustrato? En Francia, el armazón del proyecto de aclimatación sintoniza con la doctrina del filósofo y economista ilustrado Claude Henri de Saint-Simon (1760-1825), que anhelaba confiar la gestión de la colectividad a los tecnócratas (Derré, 1986; Musso, 1999). Su credo denuncia a las clases dominantes y apáticas y confía en científicos, industriales y banqueros, agentes motores de la esperada revolución que necesariamente redundará en favor de las clases productoras. Considerado como un socialista utópico, Saint-Simon sitúa la clave del progreso en la ciencia y el desarrollo industrial, pues el avance intelectual aboca, indefectiblemente, al perfeccionamiento político y social. Gran número de sus seguidores, reagrupados en la corriente de pensamiento y acción conocida como saint-simonismo, se encuentran al frente de los principales proyectos financieros que relanzaron la economía francesa a lo largo del siglo XIX, desde empresas locales como la red de ferrocarriles o el entramado de cajas de ahorro, hasta proyectos de envergadura internacional, como la construcción del Canal de Suez. Emile Pereire (1800-1875) y Michel Chevalier (18061879) resultaron especialmente activos durante el Segundo Imperio francés. Tras su llegada al poder, Napoleón III, pese a no ser reconocido adepto de la doctrina de Saint-Simon, insufla un evidente impulso a la economía capitalista, coyuntura audazmente explotada por el círculo de los saint-simonianos. Personajes indi-

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ferentes al militantismo político, se muestran capaces de acomodarse a cualquier tipo de autoridad a condición de que ésta sea ilustrada y conforme al interés de la mayoría. La Société y su jardín zoológico del Bois de Boulogne no permanecieron al margen de tales influencias. Todo el programa zootécnico elaborado desde la asociación persigue el avance del bienestar social en cuestiones tan básicas como el alimento o la vestimenta. El propio Isidore Geoffroy Saint-Hilaire había tenido ocasión de frecuentar, junto a su padre, a manifiestos seguidores de Saint-Simon, como Michelet y Georges Sand. Emile Pereire y su hermano Isaac, ambos fundadores del banco Crédit Mobilier, financiaron la construcción de las instalaciones destinadas a acoger los animales (Osborne, 1994, p. 103). Tras su apertura, numerosos artículos publicitaron el interés del desafío lanzado en periódicos como L’Illustration, Le Temps y Le Globe, en los que numerosos partidarios de Saint-Simon firmaban colaboraciones (Osborne, 1994, p. 109). Ampliamente extendido en Francia a mediados del siglo XIX, el pensamiento saint-simoniano no parece haber tenido gran calado en España, si bien el tema sigue siendo escasamente conocido y objeto de controversia (Sánchez Hormigo, 2003). Al sur de los Pirineos, la tradición de una ciencia aplicada al progreso de la colectividad tal vez haya que rastrearla en las llamadas Sociedades Económicas de Amigos del País (Clément, 1993). Estas agrupaciones de miembros preocupados por el bien público, cuya fundación responde a las ansias renovadoras de la Ilustración, tenían como último objetivo el avance nacional y se interesaban de manera destacada por asuntos relacionados con la industria, el comercio y la agricultura. La primera de ellas, la Real Sociedad Vascongada de Amigos del País, se materializó en Azkoitia en 1764. Su principal realización fue el Seminario de Vergara, escenario de notables logros en investigación científica, sobre todo en Química y Metalurgia. Diez años más tarde surge en la capital la Sociedad Económica Matritense, a la que siguieron otras muchas. Tras el auge inicial se produjo un acusado declive, motivado en gran medida por el recelo que el pensamiento burgués despertaba entre los gobernantes, caída que se vio precipitada tras le invasión francesa y la Guerra de la Independencia. Un decreto de 1815 restablece la vida de las Sociedades, de las cuales únicamente la Matritense no había dejado de funcionar. En 1834 se crea de forma definitiva la Sociedad Económica Barcelonesa de Amigos del País, una de las muchas que se fueron concretando, de especial relevancia en el asunto que llevamos entre manos. Su secretario es Agustín Yáñez y Girona (1789-1857), catedrático de Historia Natural en el Colegio de Farmacia de Barcelona y profesor de un joven Graells, naturalista en ciernes. Yáñez pronto descubrió en el futuro delegado «una afición extraordinaria a la Historia Natural, de suerte que cuando niño asistía ya a su cátedra en compañía de su padre y procuraba enterarse de sus lecciones» (citado en Gomis, 1995). Más tarde, en 1835, la Sociedad de Amigos del País le nombró socio de número y secretario de su clase de Agricultura.

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Otra institución volcada en la ciencia útil y que dejó su impronta en la formación de Graells fue la Real Junta de Comercio del Principado de Cataluña. Creada en 1758 por Fernando VI y ratificada en 1760 por Carlos III con el nombre de Junta de Comercio de Barcelona, el organismo en cuestión nace para defender los intereses de una burguesía comercial emergente. Su misión será la de crear cuadros técnicos que evolucionen con los avances tecnológicos. A partir de 1816 la Junta adquiere jurisdicción en toda Cataluña y monopoliza la formación profesional. En las aulas de la institución Graells cursó Agricultura teórico-práctica, Botánica, Física experimental y Química, y recibió una medalla de plata por su dedicación (Gomis, 1995). No cabe duda de que el futuro delegado de la Société desarrolló su pronunciado interés por la aplicación de la ciencia desde el inicio de su carrera. Fue él quien trasvasó esa visión utilitarista de la ciencia hasta Madrid, ciudad que había acumulado un notable retraso en el proceso de industrialización. El enfoque práctico en sus planteamientos primará a lo largo de su larga y fructífera vida profesional, ya tenga entre manos problemas asociados con la aclimatación, la piscicultura (Graells, 1864a) o el control de plagas de insectos (Buj, 1996). La sintonía entre las dos tradiciones, fundamentalmente en lo que respecta a los objetivos fijados, permitió la cohabitación de los filántropos de ambos países en el seno de la Société, foro que, por otra parte, ofreció a los españoles la posibilidad de paliar la carencia de agrupaciones de ese tipo en su país. Durante el siglo XIX, el impulso dado a la investigación y a la discusión científica se traducirá en una fuerte especialización que desembocará en la creación de numerosas disciplinas. Los resultados derivados de esa actividad van a encontrar un mecanismo rápido de difusión en las publicaciones periódicas especializadas. Nuevas corporaciones científicas pronto competirán con las tradicionales academias, ampliando las posibilidades de encuentro que se brindan a todos aquellos científicos deseosos de debatir públicamente sus trabajos. En España, el fenómeno de las academias y sociedades científicas tiene su origen en el movimiento novator y la Ilustración (López-Ocón, 2003, p. 122-134). La primera academia científica española fue la Regia Sociedad de Medicina y Demás Ciencias de Sevilla, creada en 1700. En 1764 se crea la Real Academia de Ciencias y Artes de Barcelona, aún en activo, lo que la convierte en la decana de las instituciones científicas españolas (Graells figuró entre sus socios, a partir de 1835, y fue profesor de Zoología y Taxidermia entre sus muros). Tras la invasión napoleónica el asociacionismo científico entra en declive, situación de estancamiento que perduró a lo largo del reinado de Fernando VII. El fenómeno no volverá a resurgir con fuerza en España hasta la segunda mitad del siglo XIX, en época isabelina (López-Ocón, 2003, p. 258-298). En 1847 se funda la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, en sustitución de la anterior Academia de Ciencias de Madrid (1834-1847). El nuevo órgano viene a completar el sistema de academias del Estado español, para lo cual se le declara igual en categoría y prerrogativas a las Reales Academias de la Lengua, de la Historia y de Nobles

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Artes de San Fernando. Graells fue académico fundador y a lo largo de su vida colaboró en numerosas ocasiones en las memorias publicadas por la institución. Volcada en la investigación básica y el corporativismo científico, lo que en el ámbito de la Historia Natural de la época se traduce por trabajos de catalogación y descripción de seres vivos, la ciencia aplicada, abierta al conjunto de la sociedad, no encontraba un asiento idóneo en el seno de la Academia. En este sentido, la Société brindó una excepcional posibilidad de debate no sólo a Graells, sino a otros españoles que progresivamente se fueron interesando por ella. Como ejemplo flagrante del entramado tejido en Francia entre la Société y la política y sociedad coetáneas, podemos evocar la importancia otorgada a la aclimatación en la estrategia colonial desplegada por el Estado vecino en sus territorios de ultramar, especialmente en Argelia. Prosper Enfantin (1796-1864), uno de los fundadores y principales dirigentes del saint-simonismo, obtuvo del gobierno de Louis-Philippe (rey de Francia entre 1830 y 1848) el encargo de realizar un estudio de prospección en el territorio norteafricano, resultados que fueron publicados en los dos volúmenes que componen la obra Colonisation de l’Algérie, aparecida en 1843. A partir de ese momento, la colonización de Argelia se convierte en uno de los platos fuertes de la política internacional gala, y la aclimatación de plantas y animales se impone como una baza eficaz para garantizar el asentamiento. La presencia de Enfantin y su discurso a favor de una estrategia de colonización basada en la actividad científica, inciden de nuevo en el estrecho vínculo entre el saint-simonismo y la Société d’acclimatation. En el seno de la corporación enseguida surge una delegación íntegramente consagrada al desarrollo de la connaturalización de especies útiles en el país magrebí, se funda un jardín de aclimatación en Argel y Auguste Hardy, su director, se convierte en interlocutor privilegiado y activo colaborador, que consigue adaptar los postulados de Isidore Geoffroy Saint-Hilaire a la difícil realidad norteafricana. En materia de aclimatación, el jardín de Argel enseguida va a despuntar como un foco excéntrico de producción científica de calidad (Osborne, 1994, p. 145-171). En España la situación es distinta. El programa de aclimatación encabezado por Graells aunque resultó endeble surgió paralelamente a la conveniencia de los intereses colonialistas hispanos en la época de la Unión Liberal. Y así, aclimatación y renacer colonial aparecieron ligados como en otros países europeos. De hecho, Marcos Jiménez de la Espada, responsable durante un corto periodo de tiempo del zoológico del Botánico, fue uno de los naturalistas que integraron la Comisión Científica del Pacífico, el mayor proyecto expedicionario promovido en España durante la segunda mitad del siglo XIX. Los pocos animales vivos que fueron llegando a Madrid en los diferentes envíos efectuados por los comisionados, terminaron sus días en los precarios recintos del zoológico. Este párrafo, dedicado al binomio aclimatación-colonialismo, no puede concluir sin evocar el caso de Ramón de la Sagra, que constituye un ejemplo pionero en la materia. Instalado en Cuba desde 1824, de la Sagra reorganizó el jardín botánico de La Ha-

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bana siguiendo criterios prácticos que permitiesen la explotación industrial de las especies locales y la introducción de especies útiles foráneas (Puig-Samper y Valero, 2000). Antes de abandonar la isla, se ocupó de organizar una escuela de Agronomía en la capital del territorio. No sorprende, pues, el entusiasmo con que se produjo su adhesión a la Société ni el alto nivel de su participación en la vida de la asociación. Resulta chocante constatar cómo la Société se esfuerza en reivindicar su carácter internacional en un momento histórico delicado, en el que los espíritus nacionales están en plena consolidación y la expansión colonial comienza a perfilarse como un elemento clave de control político y económico. Desde Francia, pronto se va a vincular a tres importantes capitales europeas: Londres, Turín y Madrid. ¿Por qué se pensó en España en esos primeros balbuceos de la Société? En Inglaterra, la creación de la Zoological Society of London, en 1826, a instancias de Stamford Raffles (1781-1826), constituye causa más que suficiente para que los patronos de la Société fijaran su atención al otro lado del Canal de la Mancha. Agente imperial inglés en las Indias Orientales, fundador de Singapur, Raffles comprendió la necesidad de crear un centro de estudio dedicado a la fauna del Imperio y un jardín zoológico en Londres, en el que los animales, además de sustentar la investigación científica, constituirían una especie de metonimia del poder transoceánico británico (Ritvo, 1987). El innovador zoológico londinense de Regent´s Park, abierto en 1828, fue el modelo imitado en el jardín de aclimatación del parisino Bois de Boulogne. Por otra parte, la fuerte presencia militar francesa en el Piamonte durante el Segundo Imperio, así como la estrecha vinculación de la ciencia italiana a la francesa durante y posteriormente a la ocupación napoleónica (Corsi, 1998), pueden explicar el establecimiento de una delegación en Turín. ¿Pero qué ocurrió con España? La tradición colonial española era indiscutible. La fuerte implantación de su cultura en América y su papel de puente, o de interlocutor, entre dos continentes constituían hechos consumados. Sin embargo, su dinamismo científico estaba más que en entredicho. Desde que Masson de Morvilliers lanzara su conocida pregunta: «¿qué se debe a España? Desde hace dos siglos, desde hace cuatro, desde hace diez, ¿qué ha hecho por Europa?»2, los intelectuales hispanos se esforzaron en sanar el orgullo herido y defender el honor patrio, para lo cual realizaron un ejercicio de autocrítica que mostrara al mundo la vocación universal de la cultura española e identificara, al mismo tiempo, los males endémicos que aquejaban al país. El contraataque se realizó en todos los frentes y cristalizó en la construcción de una identidad nacional (Álvarez Junco, 2001). El propio Graells participó de ese afán vindicativo y trató de obtener el reconocimiento de la Société hacia la labor pionera de la ciencia española en materia de aclimatación. En este sentido, un personaje, someramente evocado en el texto de este libro, mere2

La célebre frase estaba incluida en su artículo Geographie Moderne, que se publicó, en 1783, en la Enciclopédie Méthodique editada en París por Joseph Panckoucke.

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ce ser objeto de una especial atención por su decisiva intervención en el tema que nos ocupa. Se trata de Antonio Gil y Zárate, dramaturgo y político forjado entre Madrid y París. Convencido del papel fundamental que la educación desempeña en el progreso de las naciones y del retraso que España había acumulado al respecto, diseñó el plan de enseñanza promulgado en 1845, conocido como Plan Pidal, que confiere al Estado la responsabilidad de ocuparse de la formación de sus súbditos, ejercicio que hasta ese momento recaía básicamente en los poderes eclesiásticos. Su pensamiento quedó reflejado en la obra «De la Instrucción Pública en España» (1855), texto que influyó en las directrices que iban a regir la primera ley de educación española, la Ley Moyano de 1857. En el desempeño de sus funciones como director general de Instrucción Pública, Gil y Zárate facilitó el contacto entre Graells e Isidore Geoffroy Saint-Hilaire, encuentro que se reveló fructuoso no sólo en materia de colecciones, sino más adelante en cuestión de zootecnia. La designación de una delegación de la Société en Madrid es, por lo tanto, consecuencia grata de un efectivo golpe de política educativa encaminado a dinamizar las relaciones internacionales de las instituciones científicas españolas. Desde su puesto en la administración, Gil y Zárate pasó al acto, consciente de la importancia de la ciencia para la salud de un país, sentimiento que debió de ser compartido a tenor del buen número de políticos que se fueron incorporando a las listas de la Société, aunque sólo fuera de manera silenciosa y testimonial. No cabe duda de que, en Francia, el momento resultaba propicio para la colaboración, pues durante buena parte del siglo XIX el gusto por la cultura y tradiciones españolas en el vecino país era innegable. Iniciada en tiempos de Louis-Philippe, la hispanofilia fue calando poco a poco el sustrato intelectual de la sociedad gala. La inauguración de una galería de pintura española en el Louvre supuso un momento culminante del proceso pues, en palabras de Baudelaire, «un museo extranjero es una comunión internacional, donde dos pueblos, observándose y estudiándose distendidamente, se penetran mutuamente y fraternizan sin discusión» (Varios autores, 2002). Tras la instauración del Segundo Imperio, en 1852, la situación apenas cambió. El interés por los vecinos del sur se vio acrecentado por la presencia de Eugenia de Montijo, emperatriz de los franceses. Granadina educada en París, su elegante estilo se impuso en el ambiente cortesano y con él buen número de costumbres españolas, entre otras las corridas de toros que, definitivamente, acabarían arraigando en varias ciudades del sur del país. España, y sobre todo Andalucía, se convirtieron en el principal destino del viajero romántico, desplazando al tradicional «tour» clásico que un siglo antes se encaminaba hacia Italia y Grecia. Bailarinas y bandoleros se erigían en personajes centrales de óperas, novelas y cuadros. Tal vez el mundo científico no se mantuvo al socaire de la moda arrolladora. El propio Isidore Geoffroy Saint-Hilaire no logró obviar esa amalgama con el exótico Oriente cuando al cuestionarse los avances de la aclimatación en España se pregunta: «¿Es debido a la tradición de los árabes, cuya sangre generosa aún circula por las venas de este pueblo, que los españoles han continuado por el mismo camino?» (Geoffroy Saint-Hilaire, 1861, p. 466).

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La aclimatación zoológica, como proyecto científico, nació condenada al fracaso. Por una parte, los animales identificados como útiles para el desarrollo humano eran, básicamente, aves y mamíferos, seres con lentas fisiologías reproductivas que no podían ser generados a gran escala en tiempos cortos, dando así pronta satisfacción a una sociedad con necesidades apremiantes. Por otro lado, la aproximación metodológica al problema planteado se basaba en el ensayo-error, en el caso concreto, en el éxito particular, lo que no permitía sino avances cortos y localizados, únicamente aplicables a una especie particular, en un espacio geográfico preciso y en unas condiciones ambientales muy determinadas. Además, el mismo progreso científico pronto desbancaría a la más que loable intención de acercar la fuente de riqueza al pueblo empobrecido. Fundamentalmente, fue la mejora de los medios de transporte lo que rápidamente evidenció lo ilusorio del desafío: ¿para qué criar llamas a las puertas de París si su carne podía ser transportada en vapores cada vez más rápidos? Otro de los motivos que dio al traste con la connaturalización de fauna fue el excesivo intervencionismo humano que la disciplina precisaba. A medida que se progresaba en el conocimiento de la naturaleza como un todo armónico en equilibrio, que la Ecología se iba asentando como disciplina destinada a monopolizar una buena parte de la reflexión científica, los efectos derivados de la aclimatación se revelaban catastróficos. La introducción de vegetales y animales exóticos en medios terrestres y acuáticos es, hoy en día, una de las principales causas que motivan pérdida de biodiversidad, consecuencia nefasta de la competición entre especies que nunca debieran haberse encontrado. Poco a poco, la visión conservacionista se fue imponiendo y el individuo, centro de atención de la aclimatación, fue cediendo su lugar al paisaje y su inteligencia. Pese a todo, la inversión no resultó vana. En Francia, la Société viró rumbo y objetivos y devino la Société de Protection de la Nature et d’Acclimatation de France, una veterana institución de 150 años, portavoz del conservacionismo francés. En otros lugares, como Melbourne, las delegaciones constituyeron el embrión de las sociedades zoológicas nacionales y de los principales jardines zoológicos (Gillbank, 1996). En España no fue el caso. La delegación de Madrid, una de las integrantes del trío de cabeza desgajado de París, y a la que le corresponden logros como el de haber inaugurado el primer jardín zoológico entera y expresamente dedicado a la aclimatación, duró poco y su estela se desvaneció súbitamente, quedando reducida a meras citaciones puntuales, la mayor parte de las veces con tono peyorativo. ¿Por qué no tuvo continuidad el proyecto animado por Graells? Las causas precisas de su desaparición ya las conocemos: la reforma del Museo de Ciencias Naturales en 1867 y la destitución del delegado al frente de la institución. Por lo que respecta al jardín de aclimatación de la Corona en la Casa de Campo, la tentativa filial más importante de las surgidas en España, su desaparición fue provocada por la rebelión de una parte del pueblo contra sus monarcas, en 1868, un

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episodio más de la conocida inestabilidad política del país a lo largo de todo el siglo XIX. De cualquier forma, e independientemente de la procedencia del descabello, lo cierto es que si el final llegó prematuramente fue, sencillamente, porque los cimientos del edificio resultaron vulnerables. Remar contra corriente siempre ha sido tarea difícil, por ello sería injusto dejar de reconocer que el apoyo oficial que Graells obtuvo para su empresa siempre fue escaso. «Volveré a la carga. Lamentable es esta necesidad de emplear muchas veces la palanca de Arquímedes para mover una pequeña cosa», replicaba Zarco del Valle al describir uno de sus muchos intentos de lograr el favor ministerial para el proyecto de la aclimatación. Con todo, Graells parece haber cometido un principal y fatal error: recibió de París la comisión de organizar una «delegación» y él edificó un proyecto personal. Muchos fueron los españoles que se interesaron por la aclimatación, sus nombres han ido apareciendo a lo largo del trabajo y repetirlos aquí no haría sino recargar el texto. Sin embargo, todos ellos, al menos la inmensa mayoría, establecieron vías de comunicación directa con el centro de la Société en París y prescindieron de la intermediación del representante de la misma en Madrid. Graells integró la delegación española en el Museo de Ciencias Naturales, mientras que en la capital francesa la Société y el Muséum d’Histoire Naturelle constituían órganos independientes y complementarios. Él mismo detentó los cargos de delegado en España y de director del zoológico, mientras que en París ambas funciones recaían en personas diferentes. Por último, no supo abrir el proyecto a la sociedad entera, incumpliendo con ello uno de los preceptos fundamentales de la disciplina. Siempre trató de buscar apoyo en estamentos oficiales, ya se tratase de Gobierno o Corona, nunca intentó implicar a otros sectores sociales poderosos y en ascenso. Nadie desempeñó en España el papel de los grandes banqueros franceses, ya fueran los Péreire o los Rothschild, mecenas del moderno jardín del Bois de Boulogne. Dicho en otras palabras, Graells se apropió del programa de la aclimatación y lo personalizó con todos los problemas que ello comporta, pues un contratiempo, un simple desánimo o la desaparición del interesado pueden acabar con todo. Eso fue básicamente lo que ocurrió, destituido Graells sus proyectos quedaron arrinconados y acabaron por desaparecer. Como salvedad, tal vez habría que evocar el abierto apoyo que siempre recibió de Antonio Remón Zarco del Valle, primer presidente de la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales. Su muerte, en abril de 1866, justo en el momento en que el delegado planeaba el salto de escala que debía transformar la tentativa del Botánico en el flamante Jardín Español de Aclimatación, tal vez tenga que ver en la rápida degradación de la situación que desembocó en el descrédito y defenestración de Graells. La falta de esa «masa crítica» de interesados alrededor del proyecto de aclimatación de fauna no era sólo consecuencia de una posible mala gestión de Graells. La ciencia española y su divulgación estaban aún lejos de alcanzar las condiciones óptimas para lograr un dinamismo similar al de otros países de Eu-

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ropa. La primera Facultad de Ciencias no se crearía hasta 1857, en la Universidad Central de Madrid, tras la entrada en vigor del plan Moyano. Al contrario que en Barcelona, en Madrid no habían existido organismos, como la Junta de Comercio o la Real Academia de Ciencias y Artes de Barcelona, en los que poder cursar materias relacionadas con la ciencia aplicada. Por eso, en el momento de crearse la delegación de la Société y el zoológico del Botánico, pocas personas podían colaborar en la puesta en marcha del reto. Algunos de los personajes que han ido apareciendo a lo largo del relato, como Jiménez de la Espada, Pérez Arcas, Colmeiro o González de Linares, estaban llamados a desempeñar papeles de primer orden en el desarrollo de la ciencia española. Sus carreras coinciden, o más bien, provocan lo que se ha dado en llamar el resurgir de la ciencia en España, acontecimiento que, en lo tocante a las ciencias biológicas, se suele datar, de manera simbólica, a partir de la creación de la Sociedad Española de Historia Natural en 1871 (López-Ocón, 2003, p. 258-298). Graells y el zoológico del Botánico pertenecen al momento anterior, a esa etapa de reconstrucción que, lentamente, fue remontando el vacío ocasionado por la Guerra de la Independencia y el reinado absolutista de Fernando VII, periodo durante el cual, la mayor parte de los personajes ilustrados tuvieron que abandonar el país por su condición de «afrancesados». Tal vez por el hecho de pertenecer a ese periodo de recomposición, tanto Graells como el zoológico han merecido una escasa atención por parte de los historiadores de la ciencia, sin dejar por ello de formar parte de la misma. En esa imagen de río de irregular caudal que se ha atribuido a la ciencia hispana, Guadiana que desaparece para volver a aparecer (LópezOcón, 2003, p. 12-13), las presencias de Graells y su zoológico de aclimatación demuestran bien que, pese a todo, y aunque lo haya hecho en profundidad, invisible al primer vistazo, el río de nuestra ciencia nunca ha dejado de fluir.

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APÉNDICE ICONOGRÁFICO La serie de imágenes que a continuación se reproducen constituyen la memoria visual del jardín zoológico de aclimatación del Botánico de Madrid. Directa o indirectamente, las fotografías seleccionadas ilustran la historia narrada a lo largo del trabajo. El recorrido comienza con el retrato de Mariano de la Paz Graells (1809-1898) (figura 1), personaje central de la ciencia isabelina. Con frecuencia considerado como el último científico cortesano español, el naturalista riojano dedicó la mayor parte de su actividad científica a la Zoología, especialmente a la Entomología. La fotografía muestra al delegado de la Société en Madrid ya anciano, en el momento en que éste se encontraba participando en el congreso antifiloxérico celebrado en Suiza. Es la imagen más popularizada del científico, conocida entre el gremio de historiadores de la ciencia como «la foto de las patillas». La ciencia aplicada siempre constituyó una de sus mayores preocupaciones, como lo demuestran sus estudios sobre piscicultura, control de plagas o aclimatación de fauna útil. La connaturalización de animales de interés agrícola o industrial se convirtió en uno de los pilares de su actividad profesional, y adaptó a la realidad hispana el proyecto lanzado desde París por Isidore Geoffroy Saint-Hilaire, tema sobre el que publicó varios artículos (figura 2). El perfecto conocimiento que Graells poseía de la realidad científica española, junto con su más que privilegiada situación social (figura 3), permitieron que el naturalista hiciera uso de sus influencias en la Academia de Ciencias, la Corte y ante el Estado para lograr que el proyecto de aclimatación de fauna fructificara en España. A su impecable actividad diplomática, Graells unía una sólida formación en materia de ciencia aplicada adquirida al inicio de su carrera en Barcelona, ciudad en la que frecuentó la Real Academia de Ciencias y Artes (figura 4), la Junta de Comercio y la Sociedad Económica Barcelonesa de Amigos del País. El 9 de febrero de 1855 Graells es nombrado delegado de la Société zoologique d’acclimatation en Madrid (figura 5). Al convertir en interlocutor privilegiado al entonces director del Museo de Ciencias Naturales de la capital, la corporación francesa pretende rendir tributo a la larga tradición de la ciencia española en materia de connaturalización de animales. A partir de ese momento, Graells se convierte en la cabeza visible en España del filantrópico proyecto. Además de delegado, Graells era miembro titular (figura 6), lo que le otorgaba ciertos privilegios, como el de poder disfrutar de entradas gratuitas en el parque zoológico de aclimatación que la Société construyó en las afueras de Paris (figura 7). El objetivo que la Société zoologique d’acclimatation se había fijado era la introducción, aclimatación y domesticación en Francia de especies animales con reconocida, o potencial, utilidad para el desarrollo del bienestar social. Socorrer al pueblo necesitado con nuevas fuentes de alimento, tejido o fuerza motriz era el fin último de una

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iniciativa que irradiaba de la interacción entre ciencia y sociedad. Las especies escogidas eran, en su mayoría, grandes mamíferos o aves. Algunas tentativas tuvieron un enorme eco en el vecino país, como la llegada de un grupo de yaks procedentes de las montañas del Himalaya, bestias que no tardaron en procrear en territorio francés (figura 8). El jardín zoológico de aclimatación del Museo de Ciencias Naturales de Madrid fue emplazado en el Jardín Botánico. Los recintos destinados a albergar los animales se montaron en las terrazas más cercanas al Paseo del Prado, junto a la actual puerta de Murillo, y en la zona conocida entonces como la viña, en terrenos que más tarde serían ocupados por la cuesta de Moyano y el actual Ministerio de Agricultura (figura 9). Los medios materiales con los que contó el jardín zoológico siempre fueron escasos. Se buscaron especies resistentes a los rigores del clima madrileño y, sobre todo, herbívoras o granívoras, lo que abarataba considerablemente el gasto en manutención. Las instalaciones eran simples cercados delimitados por empalizadas, con frecuencia insuficientes para retener a los animales en su interior. Pese a todo, las obras no se improvisaron, y Graells se informó sobre vallados y cercas disponibles en el mercado francés (figura 10). De las instalaciones que se edificaron ninguna ha sobrevivido. En la descripción que Graells hace del recinto del zoológico, en su libro guía pensado para los visitantes, se nos habla de la existencia de faisaneras (figura 11), pajareras, pocilgas, conejeras e incluso de un lago artificial con ría destinado a las aves acuáticas. El proyecto de aclimatación de fauna tenía que resultar rentable, por eso, más allá del carácter lúdico inherente a la exhibición de animales vivos, el zoológico debía generar riqueza. La reproducción de los animales era el objetivo perseguido y la enajenación de excedentes la garante del éxito. En el libro de registro (figura 12) se consignaban las transacciones efectuadas, básicamente ventas de aves de corral y huevos. La gestión económica del zoológico se convertiría en su talón de Aquiles, punto débil sobre el que sus detractores centrarían el ataque. El origen de los animales del zoológico era de lo más variado, desde ejemplares enviados por los corresponsales del Museo en toda España, hasta otros remitidos por los cónsules o expedicionarios desplegados por diferentes países. De todas formas, las compras a empresas especializadas, sobre todo en Francia, constituyeron el grueso de las adquisiciones de fauna viva para el jardín de aclimatación (figuras 13 y 14). El público que se acercaba hasta el jardín zoológico de aclimatación tenía la posibilidad de acceder gratuitamente a sus instalaciones. Graells no descuidó esa dimensión educativa del centro y editó una guía explicativa de los contenidos del Jardín Botánico y Zoológico de Madrid (figura 15). En sus páginas se describían las especies, tanto vegetales como animales, que el visitante podía ir descubriendo en su paseo (figura 16), así como las instalaciones del recinto. Otro de los cometidos del zoológico era el de servir de terreno de experimentación para la investigación zoológica. Varios fueron los proyectos que se desarrollaron entre sus muros. Uno de ellos, la reproducción en cautividad de las grandes aves corredoras, proporcionó muchas alegrías al Museo madrileño (figura 17). La imagen de los dos pollos de emú (figura 18), realizada en 1861, una de las fotografías más antiguas conservadas en el museo madrileño, de buena prueba del éxito conseguido. Este logro de cría acarreó gran prestigio a la delegación española y fue objeto de un artículo publicado por Graells en las páginas del Bulletin de la Société en 1862.

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Una de las estrategias de domesticación puestas a prueba por Graells, fue la de hacer convivir en un mismo espacio especies domésticas, como ovejas o cabras, con otras salvajes, como las gacelas. Según el delegado de la Société en Madrid, la cohabitación permitiría amansar las especies silvestres y habituarlas a la presencia humana. En la instantánea mostrada, inédita hasta ahora, se aprecia el llamado «cercado de los rumiantes», en el que resultan especialmente visibles los cebúes comprados en Francia. Ésta es una de las dos únicas panorámicas existentes del zoológico de aclimatación instalado en el Botánico (figura 19). La cría de aves de corral y de interés cinegético fue otro de los platos fuertes del programa de connaturalización dirigido por Graells. Anátidas y zancudas fueron alojadas en un lago artificial (figura 20). Otra imagen (figura 21) muestra una rudimentaria montaña artificial en la que el endeble vallado de caña y la cabaña, delatan la presencia de animales si bien éstos no resultan visibles en la fotografía. Ambos documentos gráficos eran desconocidos y aparecen aquí publicados por primera vez. La presencia de razas y variedades de especies domésticas autóctonas o de otras latitudes fue algo habitual en el zoológico de aclimatación. Corderos merinos franceses, ovejas de Palestina, de Astracán, cabras de Angora o cebúes indios habitaron en las instalaciones del Botánico. Dos ejemplares de la colección del Museo, presentados en las fotografías, sirven para ilustrar esta fuerte presencia de animales domésticos en el zoológico: una cabeza de carnero (figura 22) y otra de vaca cebú (figura 23). Ésta última posee una especial importancia pues todo parece indicar que se trata de un animal que vivió en el zoológico y que, tras su muerte, pasó a engrosar el catálogo de la colección del centro. Posiblemente sea una de las reses que aparecen fotografiadas en las panorámicas del cercado de los rumiantes. La domesticación de especies salvajes ibéricas, para su posterior aprovechamiento ganadero, fue otro de los objetivos fijados por la delegación española de la Société. Fueron muchas las especies autóctonas que se criaron en el zoológico, sobre todo aves (figura 24). Otras nunca llegaron a estar presentes en el recinto pese a haber sido designadas como de interés prioritario, caso de la cabra montes (figura 25), especie que a mediados del siglo XIX se había convertido en símbolo de la vida salvaje española, muy apreciada en las colecciones de Historia Natural de otros museos europeos. En 1867 se produjo un cambio de rumbo en la trayectoria del Museo de Ciencias Naturales. Graells, director hasta entonces, era desposeído de sus funciones y el Museo dividido en tres departamentos independientes: Gabinete de colecciones, Botánico y Zoológico. El instigador de la trama que defenestró a Graells y dio al traste con sus proyectos, incluido el de la aclimatación, fue su discípulo Miguel Colmeiro (figura 26), responsable del cuidado de las plantas del Botánico. Su también discípulo Laureano Pérez Arcas (figura 27), fue nombrado director del zoológico. El jardín de aclimatación entraba en una fase de declive que pronto desembocaría en su desmantelamiento. El 30 de abril de 1869 el zoológico de aclimatación del Botánico cierra definitivamente sus puertas. El ayuntamiento de Madrid se hace cargo de los animales que pasan a engrosar la colección de la Casa de Fieras del Retiro. A partir de ese momento, en el Botánico del Paseo del Prado se borrará todo rastro del paso de las bestias y el jardín se dedicará, exclusivamente, a los estudios botánicos. La fotografía muestra el pabellón invernadero diseñado por Villanueva y el busto homenaje a Linneo (figura 28). El documento, igualmente inédito hasta ahora, resulta de gran interés pues reproduce el aspecto que tan emblemático edificio poseía en la segunda mitad del siglo XIX.

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Las fotografías que siguen (figuras 29 a 44) son una pequeña muestra de lo que podría considerarse una «recreación póstuma» del zoológico del Botánico, que vuelve así a cobrar vida a través de los ejemplares naturalizados de algunas de las especies que, en tiempos, integraron la colección del recinto. En la selección de piezas se ha puesto atención no sólo en la determinación de las especies, sino que también se ha optado por elegir aquellos especimenes que ingresaron en el Museo durante el periodo de funcionamiento del jardín de aclimatación, lo que aumenta la probabilidad de que se trate de los mismos animales que transitaron por sus instalaciones. La falta de datos en los registros de entrada nos impide corroborar tal suposición. Con todo, algunas pruebas indirectas apuntan en esa dirección, y basta con mirar las pezuñas de la gacela (figura 42) y del pécari (figura 43) para darse cuenta de que ambos animales vivieron cautivos. El excesivo crecimiento de los cascos, recurvados hacia arriba, es característico de los ejemplares sometidos que, al no poder correr libremente sobre todo tipo de sustratos, no logran desgastar las pezuñas. En los zoológicos actuales, cuando el crecimiento de la fanera es acusado, se recurre al limado artificial tras dormir al animal, técnica difícilmente imaginable en aquel momento. El interés de incluir esta serie de fotografías de animales naturalizados es doble. Por una parte nos permite ilustrar en parte lo que los visitantes de entonces pudieron contemplar en las instalaciones del Paseo del Prado. Por otra, sirve para valorizar la colección custodiada actualmente en el Museo Nacional de Ciencias Naturales. Divulgar las riquezas atesoradas por la institución es una apuesta en pro de su reconocimiento como centro de ciencia y de historia, una doble dimensión que es fuente de la riqueza de este tipo de museos y, al mismo tiempo, de la dificultad de su gestión. Fuertemente enraizadas en la tradición renacentista de los «gabinetes de curiosidades», las colecciones de Historia Natural surgen en Europa en el siglo XVIII al amparo de la mentalidad ilustrada, deseosa de establecer un inventario exhaustivo de la naturaleza mediante la clasificación sistematizada de sus producciones. Tiempo de conquistas, durante los siglos XVIII y XIX se acometen los grandes descubrimientos geográficos a la vez que se universaliza la ciencia moderna. Los viajes de Wallis, de Cook, de La Pérouse, de Malaspina, de Darwin o de la Comisión Científica del Pacífico, varias veces evocada en esta obra, son ejemplos de esta oleada científico-colonialista que caracterizó la política internacional de Europa occidental en el periodo evocado. Fruto de semejante actividad son las innumerables descripciones hechas de otras culturas y de nuevos paisajes, relatos validados gracias a la recolección de muestras y al envío de las mismas hacia las metrópolis. Deslocalizados en el espacio, los ejemplares son estudiados y descritos a la luz del saber occidental. Una vez fijados y catalogados, los pocos individuos que el azar ha puesto al alcance de los naturalistas recolectores, se convierten en especimenes «tipo» que van a dotar de existencia a toda su especie en el marco de la discusión científica. El museo asegura su protección y allí, en formol o disecados, los tipos van a permanecer a disposición del investigador, deslocalizándose en el tiempo. Pero los museos no sólo son templos de ciencia. Antaño reservados a una minoría privilegiada, tras la Revolución Francesa pasan a ser declarados de utilidad pública y asumen las funciones de educación y entretenimiento, abriendo sus puertas a toda la sociedad. Allí, los animales naturalizados recrean los mundos lejanos de los que proceden, sus cuerpos reconstruidos son por sí solos lecciones de anatomía, la vida que simulan habla de su entorno natural y de sus costumbres. Su poder evocador es infinito para el obser-

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vador atento y, año tras año, generación tras generación, no sólo el polvo se va a depositar sobre ellos. Las miradas de miles de personas, de miles de niños, van a recorrer los ejemplares imaginando su existencia, despertando vocaciones tan diversas como el público, científicas o artísticas, aventureras o íntimas. El tipo de objeto que nos ocupa no puede ser solamente considerado como un material científico, sino como un elemento de alto valor histórico y, por qué no, artístico. El animal que fue ha cedido el sitio al objeto que es, con toda su carga etnográfica. Su morfología actual no sólo refleja los rasgos propios de la especie en cuestión, también habla de la interpretación que el naturalista-taxidermista hizo de los mismos en función de las técnicas y conocimientos de los que disponía. Por ello, cualquier intervención que se efectúe sobre un ejemplar de valor histórico no debe tratar de devolverlo a su condición original ni restaurar sus valores estéticos, debe simplemente preservarlo en las mejores condiciones posibles. La importancia pratimonial del animal disecado, aparentemente escasa, puede llegar a ser incalculable si al valor del bien se le añade el peso de su historia. Los ejemplares históricos no sólo hablan de sistemática zoológica. Su contemplación evoca el trabajo de todos los científicos que los estudiaron, las páginas que sobre ellos se escribieron, las intuiciones que su sola presencia pudo despertar. Rompamos pues una lanza en favor de estos últimos olvidados de nuestros museos y mirémoslos con otros ojos, con el reconocimiento que merecen como fuentes de la historia de nuestra ciencia y de nuestra formación. La única y mejor forma de hacerlo es asegurándoles una más que merecida perpetuidad.

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FIGURA 1. Retrato de Graells (AMNCN fondo iconográfico, mapero 12, módulo B, cajón 3). FIGURA 2. Primera página de un artículo de Graells sobre fauna útil aparecido en los boletines de la Société zoologique d’acclimation (Bull. Soc. Imp. Zool. d’Acclim. 1985, p. 109).

FIGURA 3. Concesión del título de Caballero de la Real Orden de Carlos III, otorgado por Isabel II a Graells (AMNCN, mapero 12, cajón 5D, diploma 4). FIGURA 4. Diploma de socio de la Academia de Ciencias y Artes de Barcelona (AMNCN, mapero 12, cajón 5D, diploma 44).

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FIGURA 5. Carta enviada por Isidore Geoffroy Saint-Hilaire para comunicar la designación de Graells como delegado (AMNCN 327/006). FIGURA 6. Justificante de pago de la cuota de socio de la Société (AMNCN 327/005). FIGURA 7. Pase gratuito al recinto del zoológico de aclimatación de París, expedido para el año 1866 (AMNCN 327/024).

FIGURA 8. Grabado realizado del natural de uno de los primeros ejemplares de yak (Bos grunniens) que pisaron suelo europeo (Bull. Soc. Imp. Zool. Acclim. 1855, p. 1).

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FIGURA 9. Antigua planta del Jardín Botánico sobre la que resaltaron las partes susceptibles de alojar a los animales (AMNCN 326/018).

FIGURA 10. Folleto publicitario de la empresa Z. I. Cruz & Cie. de Burdeos (AMNCN 317/007/002).

FIGURA 11. Boceto para la construcción de una faisanera (AMNCN 317/007/006).

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FIGURA 12. Libro de registro de la gestión del zoológico (AMNCN317/001).

FIGURA 13. Página del catálogo de la empresa bordelesa Montaudie (AMNCN 316/010/001). FIGURA 14. Factura detallada del gasto efectuado al empresario parisino Bara (AMNCN 316/006).

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FIGURA 15. Portada de la guía de visita al Jardín Botánico y Zoológico de Madrid (Biblioteca MNCN F4514). FIGURA 16. Páginas centrales del libro guía (Biblioteca MNCN F4514).

FIGURA 17. Respuesta al cuestionario remitido por la Société acerca de la cría de avestruces (Struthio camelus) cautivos en Europa (AMNCN 327/016). FIGURA 18. Fotografía del mozo Brea con dos pollos de emú (Dromaius novaehollandiae) (AMNCN 324/008).

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FIGURA 19. Aspecto del cercado de los rumiantes en el zoológico del Botánico (AMNCN 326/018 foto 1).

FIGURA 20. Dibujo que reproduce el lago artificial del zoológico (AMNCN 326/018 foto 10). FIGURA 21. Aspecto de una instalación sin determinar del zoológico del Botánico (AMNCN 326/018 foto 3).

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FIGURA 22. Cabeza de carnero navarro (Ovis aries) (MNCN-M5029). FIGURA 23. Cabeza de vaca cebú de la India (Bos indicus) (MNCN-M5199).

FIGURA 24. Pareja de cigüeñas (Ciconia ciconia) naturalizadas de la colección del Museo (fondo fotográfico MNCN, n.º 8200). FIGURA 25. Ejemplar naturalizado de cabra montés ibérica (Capra pyrenaica) (álbum taxidermia, p. 27, foto 80, negativo 8501).

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FIGURA 26. Retrato de Miguel Colmeiro (fondo iconográfico AMNCN, mapero 12, módulo B, cajón 3. FIGURA 27. Retrato de Laureano Pérez Arcas (álbum entomología, foto 5).

FIGURA 28. Imagen del pabellón Villanueva del Botánico en época de Graells (AMNCN fondo Jardín Botánico, caja 37).

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FIGURA 29. Ánade rabudo (Anas acuta) (MNCN-A4386).

FIGURA 30. Pato almizclero (Cairina moschata) (MNCN-A17215).

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FIGURA 31. Barnacla cariblanca (Branta leucopsis) (MNCN-A17235).

FIGURA 32. Marreca bicolor (Dendrocygna bicolor) (MNCN-A17153).

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FIGURA 33. Pato mandarín (Aix galericulata) (MNCN-A1320).

FIGURA 34. Ganso de Gambia (Plectropterus gambensis) (MNCN-A17116).

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FIGURA 35. Calamón o polla sultana (Porphyrio porphyrio) (MNCN-A7242).

FIGURA 36. Grulla coronada (Balearica pavonina) (MNCN-A7463). FIGURA 37. Pintada vulturina (Acryllium vulturinum) (MNCN-A7436).

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FIGURA 38. Tinamú, también conocido como martineta o perdiz copetona (Eudromia elegans) (MNCN-A19811).

FIGURA 39. Colín de California (Lophortix californica) (MNCN-A7257). FIGURA 40. Sisón (Otis tetras) (MNCN-A6969).

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FIGURA 41. Paloma zenaida (Zenaida sp.) (MNCN-A19480).

FIGURA 42. Gacela dorcas (Gazella dorcas) (MNCN-M5118).

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FIGURA 43. Pécari de collar (Tayassu tajacu) (MNCN-M5154).

FIGURA 44. Ciervo común (Cervus elaphus) (MNCN-M5037).

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