El Pinar : factores sociales relacionados con el desarrollo rural en un pueblo español [1 ed.] 8400099737, 9788400099732

La historia que cuenta la antropología de las comunidades o pueblos en un momento determinado de su existencia resulta,

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Índice
ESCRIBIR CONTRA EL OLVIDO: JOSEPH ACEVES Y SU COMPROMISO CON LA LUCIDEZ EN ANTROPOLOGÍA*
UN AMERICANO EN EL PINAR
EL PINAR: FACTORES SOCIALES RELACIONADOS CON EL DESARROLLO RURAL EN UN PUEBLO ESPAÑOL
PREFACIO
LISTADO DE FIGURAS
ABREVIATURAS UTILIZADAS1
CAPÍTULO I INTRODUCCIÓN
CAPÍTULO II EL PUEBLO
CAPÍTULO III LA ECONOMÍA
CAPÍTULO IV LOS PINOS
CAPÍTULO V LA AGRICULTURA
CAPÍTULO VI CONCENTRACIÓN PARCELARIA, DESARROLLO RURAL Y EMIGRACIÓN AL EXTERIOR
CAPÍTULO VII SERVICIOS COMUNITARIOS Y LIDERAZGO
CAPÍTULO VIII EL SISTEMA DE VALORES DE EL PINAR
CAPÍTULO IX FAMILISMO AMORAL Y BIENES LIMITADOS
CAPÍTULO X CONCLUSIÓN: LA COSMOVISIÓN CAMPESINA Y EL CAMBIO RURAL
APÉNDICE I ENTREVISTAS SOBRE LIDERAZGO
BIBLIOGRAFÍA1
CURRICULUM VITAE de JOSEPH BUENAVENTURA ACEVES (1988)*
EL PINAR EN IMÁGENES*
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El Pinar : factores sociales relacionados con el desarrollo rural en un pueblo español [1 ed.]
 8400099737, 9788400099732

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FUENTES ETNOGRáFICAS

FUENTES ETNOGRáFICAS

12

2. Josef de Acosta, Historia Natural y Moral de las Indias, ed. de Fermín del Pino-Díaz, 2008. 3. Juan José Prat Ferrer, Bajo el árbol del Paraíso. Historia de los estudios sobre folclore y sus paradigmas, 2008. 4. Aurelio M. Espinosa, Cuentos españoles recogidos de la tradición oral de España, introd. y rev. de Luis Díaz Viana y Susana Asensio Llamas, 2009. 5. Fermín del Pino-Díaz, Pascal Riviale y Juan J. R. Villarías Robles (eds.), Entre textos e imágenes. Representaciones antropológicas de la América indígena, 2009. 6. Enrique Flores Esquivel y Mariana Ana Beatriz Masera Cerutti (coords.), Relatos populares de la Inquisición Novohispana. Rito, magia y otras «supersticiones», siglos XVII-XVIII, 2010. 7. Susana Asensio Llamas, Fuentes para el estudio de la música popular asturiana. A la memoria de Eduardo Martínez Torner, 2010. 8. Tomás de la Torre, De Salamanca, España, a Ciudad Real, Chiapas (1544-1546), ed. de Pedro Tomé y Andrés Fábregas, 2011. 9. Alejandro Vivanco Guerra, Una etnografía olvidada en los Andes. El valle del Chancay (Perú) en 1963, ed. de Juan Javier Rivera Andía, 2012. 10. Emma Sánchez Montañés, Los pintores de la Expedición Malaspina en la Costa Noroeste. Una etnografía ilustrada, 2013.

El Pinar

Factores sociales relacionados con el desarrollo rural en un pueblo español

Factores sociales relacionados con el desarrollo rural en un pueblo español

Edición de Luis Díaz Viana y Susana Asensio Llamas Edición de Luis Díaz Viana y Susana Asensio Llamas

L

A historia que cuenta la antropología de las comunidades o pueblos en un momento determinado de su existencia resulta, con el tiempo, inestimable. Una buena —o solo competente— monografía antropológica constituye el mejor relato (y retrato) posible de una comunidad, entendida esta como una realidad en movimiento y constante cambio. Y tal es el caso del trabajo etnográfico llevado a cabo por Joseph Aceves en los años sesenta sobre el municipio segoviano de Navas de Oro, que constituye además un magnífico y pionero trabajo antropológico.

En la tesis hasta ahora inédita que aquí se presenta, traducida especificamente para esta edición y completada por una gran variedad de materiales gráficos y textuales, Aceves habla de un mundo que habría de ser radicalmente transformado por el desarrollo, así como de la adaptación o resistencia a este proceso desde las comunidades rurales de la España de aquella época. Es por ello por lo que una investigación antropológica como la suya puede mantener plena vigencia —todavía hoy— al ayudarnos a reflexionar sobre las equivocaciones desarrollistas del pasado y contribuir a planificar un futuro diferente y más equilibrado para el medio rural español.

11. María Tausiet (ed.), Alegorías. Imagen y discurso en la España Moderna, 2014.

ISBN: 978-84 00-09973-2

Joseph Buenaventura Aceves Factores sociales relacionados con el desarrollo rural en un pueblo español

1. Albert Klemm, La cultura popular de Ávila, ed. de Pedro Tomé, 2008.

El Pinar

Joseph Buenaventura Aceves

El Pinar.

TíTulos Publicados

Joseph Buenaventura Aceves

CSIC

LUIS DÍAZ VIANA ha sido investigador asociado y profesor invitado en el Departamento de Antropología de la Universidad de California en Berkeley. Profesor titular de Antropología Social en la Universidad de Salamanca, desempeñó la labor de jefe del Departamento de Antropología de España y América del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y es profesor de investigación de dicho organismo en el Instituto de Lengua, Literatura y Antropología del Centro de Ciencias Humanas y Sociales. Desarrolla actualmente su trabajo en el Instituto de Estudios Europeos-Centro de Excelencia Jean Monnet de la Universidad de Valladolid. Ha obtenido por su dedicación científica diversas distinciones académicas y ocupa la Presidencia de la Asociación de Antropología de Castilla y León. Entre otros trabajos de investigación y ensayo ha escrito o coordinado: Aproximación Antropológica a Castilla y León (1988), Los guardianes de la tradición. Ensayos sobre la «invención» de la cultura popular (1999), Palabras para el pueblo. Aproximación general a la Literatura de Cordel, 2 vols. (2000-2001), El regreso de los lobos. La respuesta de las culturas populares a la era de la globalización (2003), El nuevo orden del caos. Consecuencias socioculturales de la globalización (2004) y ¿Dónde mejor que aquí? Dinámicas y estrategias de los retornados al campo en Castilla y León (2014).

SUSANA ASENSIO LLAMAS es licenciada en Ciencias Musicales por la Universidad de Oviedo y doctora en Antropología de la Música por la Universidad de Barcelona. Ha sido investigadora invitada y profesora en Columbia University, New York University, Cornell University, City University of New York y Yeshiva University (Honors Program), todas ellas en Nueva York, y en la actualidad trabaja en el CSIC. Con numerosos trabajos dedicados a los estudios de las culturas populares emigradas e híbridas, ha publicado obras de carácter pionero en España —Música y emigración (1997), Música y políticas, ed. (2011)—, así como otras sobre fronteras disciplinares —Música en España y música española: identidades y procesos transculturales, ed. con Josep Martí Pérez (2004)— y sobre fuentes para el estudio —Cuentos populares recogidos de la tradición oral de España, ed. con Luis Díaz Viana (2009), Fuentes para el estudio de la música popular asturiana (2010), premio UNE 2011—. En 2012 recibió el Premio Nacional de Folklore «Eduardo Martínez Torner».

EL PINAR: FACTORES SOCIALES RELACIONADOS CON EL DESARROLLO RURAL EN UN PUEBLO ESPAÑOL

FUENTES ETNOGRáFICAS

Nº 12

La colección DE ACÁ Y DE ALLÁ. FUENTES ETNOGRÁFICAS pretende poner al alcance del lector aquellos textos de especial relevancia para un mejor conocimiento de la etnografía realizada en el ámbito hispánico, y también en otros pueblos y culturas relacionados con él. Así, tendrán cabida aquí las obras «clásicas», de difícil adquisición, y los documentos o compendios inéditos, con una cuidada edición y la aspiración de convertirse en referencia para el futuro. Esta vocación de permanencia e internacionalidad se articula en torno a una doble mirada: la hispánica sobre lo no hispano y la foránea sobre nosotros La responsabilidad sobre la redacción y contenidos de los textos y su documentación gráfica corresponde a los autores que firman cada uno de los volúmenes integrados en esta colección.

Director Luis Díaz Viana, Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) Secretaria Susana Asensio Llamas, Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) Comité Editorial Manuel Gutiérrez Estévez, Universidad Complutense de Madrid José Manuel Pedrosa Bartolomé, Universidad de Alcalá Liliana Suárez Navaz, Universidad Autónoma de Madrid Pedro Tomé Martín, Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) Honorio Velasco Maillo, Universidad Nacional de Educación a Distancia Juan J. R. Villarías Robles, Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) Consejo Asesor Stanley Brandes, University of California (Berkeley, EE.UU.) Luis Calvo Calvo, Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) María Cátedra Tomás, Universidad Complutense de Madrid Jean-Pierre Chaumeil, Centre National de la Recherche Scientifique (Francia) Luis Alberto de Cuenca Prado, Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) Joaquín Díaz, Centro Etnográfico de Documentación de Urueña (Valladolid) Andrés Fábregas Puig, Universidad Intercultural de Chiapas (México) James W. Fernández, University of Chicago (EE.UU.) Francisco J. Ferrándiz Martín, Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) Carlos Giménez Romero, Universidad Autónoma de Madrid Israel J. Katz, University of California (Davis, EE.UU.) Leoncio López-Ocón Cabrera, Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) José Carlos Mainer Baquer, Universidad de Zaragoza Consuelo Varela Bueno, Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC)

Joseph Buenaventura Aceves

EL PINAR: FACTORES SOCIALES RELACIONADOS CON EL DESARROLLO RURAL EN UN PUEBLO ESPAÑOL Luis Díaz Viana Susana Asensio Llamas (eds.)

CONSEJO SUPERIOR DE INVESTIGACIONES CIENTÍFICAS Madrid, 2015

Reservados todos los derechos por la legislación en materia de Propiedad Intelectual. Ni la totalidad ni parte de este libro, incluido el diseño de la cubierta, puede reproducirse, almacenarse o transmitirse en manera alguna por medio ya sea electrónico, químico, óptico, informático, de grabación o de fotocopia, sin permiso previo por escrito de la editorial Las noticias, los asertos y las opiniones contenidas en esta obra son de la exclusiva responsabilidad del autor o autores. La editorial, por su parte, solo se hace responsable del interés cientifico de sus publicaciones

Este libro se incluye dentro de los trabajos del proyecto de investigación MICINN ref. HAR2009-13284.

Catálogo general de publicaciones oficiales: http://publicacionesoficiales.boe.es EDITORIAL CSIC: http://editorial.csic.es (correo: [email protected])

© CSIC © Del texto de la tesis y las imágenes, herederos de Josep Buenaventura Aceves © De la traducción, Susana Asensio Llamas y Luis Díaz Viana © De la edición, Luis Díaz Viana y Susana Asensio Llamas y de cada texto su autor Imagen de cubierta: Joe y un primo trillando en 1949. Herederos de Josep Buenaventura Aceves ISBN: 978-84-00-09973-2 e-ISBN: 978-84-00-09974-9 NIPO: 723-15-125-2 e-NIPO: 723-15-126-8 Depósito Legal: M-26566-2015 Maquetación, impresión y encuadernación: R.B. Servicios Editoriales Impreso en España, Printed in Spain En esta edición se ha utilizado papel ecológico sometido a un proceso de blanqueado FSC cuya fibra procede de bosques gestionados de forma sostenible.

Índice

ESCRIBIR CONTRA EL OLVIDO: JOSEPH ACEVES Y SU COMPROMISO CON LA LUCIDEZ EN ANTROPOLOGÍA, por Luis Díaz Viana

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UN AMERICANO EN EL PINAR, por Kathryn Aceves Pitney

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EL PINAR: FACTORES SOCIALES RELACIONADOS CON EL DESARROLLO RURAL EN UN PUEBLO ESPAÑOL, por Joseph Buenaventura Aceves

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PREFACIO

31

LISTADO DE FIGURAS

33

LISTADO DE ABREVIATURAS

35

Capítulo I. INTRODUCCIÓN El problema estudiado Metodología La investigación antropológica en España El Pinar como ejemplo representativo de un pueblo español

37 38 39 44 45

Capítulo II. EL PUEBLO Historia de El Pinar Estructura del pueblo La comarca Características demográficas Diferenciación social

47 49 52 58 59 61

Capítulo III. LA ECONOMÍA Economía provincial Economía zonal y regional Economía local Gasto en bienes de consumo

65 70 71 71 75

Capítulo IV. LOS PINOS La Comunidad La crisis de 1967 Cambio tecnológico Utilizaciones diversas del bosque

79 80 82 83 87

–7–

ÍNDICE

Capítulo V. LA AGRICULTURA Condiciones ecológicas Agricultura tradicional Agricultura de regadío Huertos Nuevos cultivos Agricultura mecanizada Ganado El Servicio de Extensión Agraria La PPO y la agricultura Modernización: un comentario

89 89 90 92 93 93 94 98 99 103 103

Capítulo VI. CONCENTRACIÓN PARCELARIA, DESARROLLO RURAL Y EMIGRACIÓN AL EXTERIOR Concentración parcelaria Planificación a nivel comarcal Cooperativas Emigración al exterior

105 105 108 112 113

Capítulo VII. SERVICIOS COMUNITARIOS Y LIDERAZGO Cambio planificado en España Resumen del liderazgo en la comunidad

115 115 121

Capítulo VIII. EL SISTEMA DE VALORES DE EL PINAR Honor y vergüenza Vergüenza La buena vida Familia Tranquilidad Individualismo Religión Educación

123 123 124 125 126 127 127 128 130

Capítulo IX. FAMILISMO AMORAL Y BIENES LIMITADOS Familismo amoral El Bien limitado

133 133 137

Capítulo X. CONCLUSIÓN: LA COSMOVISIÓN CAMPESINA Y EL CAMBIO RURAL Resistencia al cambio Comentario final: el futuro del cambio planificado

139 140 143

Apéndice I. Entrevistas sobre el liderazgo

145

Bibliografía

147

JOSEPH BUENAVENTURA ACEVES, CURRICULUM VITAE (1988)

151

EL PINAR EN IMÁGENES Lugares Construcciones Población Oficio Escenas Fiestas Acto en el ayuntamiento Representación en la escuela Agricultura y ganadería Pinares

163

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ESCRIBIR CONTRA EL OLVIDO: JOSEPH ACEVES Y SU COMPROMISO CON LA LUCIDEZ EN ANTROPOLOGÍA* Luis Díaz Viana We pray —to Heaven— We prate —of Heaven— Relate —when Neighbors die— At what o’clock to Heaven —they fled— Who saw them —Wherefore fly? Is Heaven a Place —a Sky— a Tree? Location’s narrow way is for Ourselves — Unto the Dead There’s no Geography— But State — Endowal — Focus — Where — Omnipresence — fly? Emily Dickinson Poemas 1-600

Una relación epistolar: el redescubrimiento de un pionero

C

conocí a Joseph Aceves de manera epistolar hasta hacernos, como Joe expresaría con la expresión inglesa, buenos pen pals o amigos por correspondencia, ya había sabido de él por otros medios. Primero, leyendo su libro Cambio social en un pueblo de España (1973), traducción de Social Change in a Spanish Village (1971), y otros trabajos suyos de interés publicados en revistas u obras colectivas; además, el lugar en el que crecí y donde volví con los años a tener mi casa, se encuentra a una hora escasa del pueblo que él estudió y forma parte de la misma comarca — Tierra de Pinares— aunque uno y otro pertenezcan a distintas provincias (Valladolid y Segovia). Luego, supe sobre todo de Joe a partir del XII Congreso de la Federación de Asociaciones de Antropología del Estado Español (FAAEE), que con otros colegas estaba yo organizando y del que coordinaría la publicación subsiguiente en el mismo año de su celebración (2011). Ante la imposibilidad de venir Joe a dicho evento por razones de salud nos ve*

UANDO

Quiero agradecer la colaboración prestada en la elaboración de este trabajo a Kathryn Aceves, Anthony Arnhold y Lorenzo García Echeverría.

envió un texto —precioso por muchos motivos— que debería engrosar el bloque de contribuciones debidas a los pioneros que hicieron su fieldwork en comunidades de Castilla y León a partir de la década de los sesenta. Aquel texto, aparecido después de un largo silencio profesional y último que Joe escribiría, me deslumbró por su sinceridad y capacidad de autocrítica. Sin embargo, Joe y yo podríamos haber coincidido sin ser conscientes de ello en un gran congreso de hispanistas celebrado en la Politécnica de Newcastle upon Tyne en 1986, cuyas Actas también serían publicadas poco después de celebrarse bajo el título Spain 1936-1986: The Civil War and Fifty Years on (1987). Él había estado impartiendo un curso en la universidad de Keele y si no en el mismo momento debimos de deambular por idénticos espacios con una mínima distancia de tiempo. Hasta ese instante en que Aceves nos envió su contribución para el congreso de León, la obra de Joe —leída y revisada por mí en distintas ocasiones e idiomas— formaba simplemente parte en mi memoria del conjunto de monografías etnográficas llevadas a cabo por antropólogos anglosajones en España. Y me parecía una más. Ni mejor ni peor que otras, pero sin duda valiosa. Pues Joe pertenecía a ese grupo de profesionales de la antropología que habían parti-

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Joseph Buenaventura Aceves • EL PINAR: FACTORES SOCIALES RELACIONADOS CON EL DESARROLLO RURAL EN UN PUEBLO ESPAÑOL

cipado por vía de los hechos —y de manera activa— en uno de los giros más significativos de la historia de la disciplina a mediados del siglo pasado: el cambio de enfoque y dirección ejemplificado por aquellos trabajos que ya no centrarían su atención en pueblos tenidos por «primitivos contemporáneos» o suficientemente «exóticos», preferentemente de África u Oceanía, sino en comunidades del mundo occidental y más en concreto de la Europa mediterránea. Profesionales que seguirán el modelo del libro de Pitt-Rivers sobre Grazalema, People of the Sierra (1954), según declarará Aceves en el Capítulo I que sirve de Introducción a su tesis (1969: 24), y que —en mi opinión— compartirán con él un cierto «aire de familia» en la forma de componer sus textos. Tal sello estilístico común tiene mucho que ver con un talento literario más o menos disimulado, pero que se traduce en la capacidad para transmitir la propia experiencia de manera sorprendentemente cálida y con una inmediatez narrativa muy eficaz. Por la misma época también lo hará a su manera José María Arguedas (1968), quizá más consciente si cabe —por su declarada condición de escritor— de que el relato de lo vivido podía ser tan importante como la apariencia o rigor académicos (en terminología y método) de los que habrían de ir acompañados este tipo de estudios.

Figura 1. Familia y calle de El Pinar en 1967.

Todos estos pioneros que realizan su trabajo de campo en comunidades de Castilla y León, entre las décadas de los sesenta a los ochenta, compartirán el arte de hacer atractivo lo que cuentan, que sus narraciones se puedan leer a ratos como los de un viajero o un novelista, y —en especial— un cierto toque de exotismo e ingenuidad sobre lo relatado. Aspectos estos que algunos de ellos criticarán —de forma más privada que pública— en el mismo Pitt-Rivers aunque tampoco escapen del todo a esa inclinación. De pasar revista a esas miradas foráneas y a sus maneras de contar lo visto ya

me ocupé por extenso en un trabajo donde destacaba como principal distinción respecto a la aproximación de los etnógrafos y folkloristas nativos lo siguiente: El pueblo tendía a ser visto y entendido (por parte de los antropólogos extranjeros) como una unidad aislada no solo en el espacio, sino también en el tiempo. […] En esto se diferencian los antropólogos y folkloristas que han trabajado en nuestra región. No solo en su distinta manera de afrontar el espacio, sino igualmente en su forma de concebir el tiempo (Díaz Viana, 1997: 18-19).

También me refería en el mismo trabajo a cómo el tipo de pequeña comunidad por el que se interesaron habitualmente estos profesionales de la antropología podía «haber condicionado la visión idílica que se forjó de las comunidades de la región» (Díaz Viana 1997: 15). El menos naif entre sus coetáneos —seguramente— sea el propio Aceves; e igualmente el más irónico, humorístico y crítico con los clichés o las teorías al uso. Los que vengan detrás de él ya difícilmente podrán soslayar ese juego entre cercanía y distancia que él practicará en su libro. Un juego manejado con singular habilidad cuyo principal secreto radica en la propia condición identitaria del que en este caso lo practica: Aceves encarna una doble pertenencia, como «antropólogo extranjero» y más concretamente norteamericano en la comunidad segoviana de Navas de Oro, pero —a la vez— hijo de un «hijo del pueblo». La fotografía elegida para la cubierta de la presente publicación simboliza muy bien esa realidad: Joe y su primo trillando juntos en un arcaico artefacto constituyen las dos caras de una existencia geminada, la del antropólogo venido de lejos y la de un descendiente directo del pueblo, una entidad aparentemente inamovible en su continuidad de «comunidad tradicional» aunque al tiempo se trate de un lugar acostumbrado a la hemorragia poblacional de la emigración. Una tendencia migratoria que llevó al progenitor de Aceves a marchar hacia los EE.UU. en los años veinte. La imagen de los dos mozos que aran juntos arrastrados por un mulo y un buey —tan diferentes como ellos mismos aunque iguales en su función— es tan reveladora que a poco que pensemos en ello caemos pronto en la paradoja de que Aceves podía haber sido su primo y al revés. De los cuatro jóvenes que dejaron Navas de Oro en 1920 solo el padre de Aceves no regresó al poco tiempo. Solamente él se quedó en América, aunque finalmente —y pasados muchos años— también regresaría a España. Si bien Aceves coincide con otros de los antropólogos anglosajones que llegarán después a tierras castellanas y leonesas en el hecho de venir a cumplir con el «rito académico de paso» de elaborar y presentar una tesis, su motivación no será nada más la académica y profesional. Hay en ese pueblo que el doctorando en antropología estudia algo que Aceves quiere saber sobre él o recuperar de sí mismo, un espejo borroso que

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ESCRIBIR CONTRA EL OLVIDO: JOSEPH ACEVES Y SU COMPROMISO CON LA LUCIDEZ EN ANTROPOLOGÍA

le devuelve su identidad casi olvidada. Es por eso, también, la obra de Aceves la que parece más íntimamente comprometida con la comunidad en que el antropólogo trabaja. No ha sido el único que ha «revisitado» su estancia de campo en tierras de Castilla y León, pues quienes elaboraron sus tesis u obras basándose en su respectivo fieldwork, como Brandes (1975/1997 y 2011), Susan Tax Freeman (1965/2011), Behar (1986/1996 y 2011) o Kavanagh (1994/2011) lo harán igualmente. Cierto es que motivados en parte por nuestra invitación a hacerlo con ocasión del Congreso de León antes mencionado, pero está claro que no solo por ello ni —en varios de los casos citados— únicamente allí.

Figura 2. Hombres bailando la jota en la fiesta de San Antonio, en 1966.

La autocrítica que Aceves hace de su propio quehacer parece —entre las reflexiones de ese grupo— la más implacable, probablemente porque representa la visión que más impregnada está de sentimientos y —si se me permite el término— de «amor» a lo que estudia. Y esto es porque lo estudiado no solo alegóricamente sino de forma muy real forma parte de él. Es también él mismo. Es su adolescencia. Es el recuerdo y vigencia del microcosmos de aquel pueblecito castellano en su propia casa. Cuando Aceves habla de sus informantes se da perfecta cuenta de que son, sobre todo, «su gente»: porque no ha dejado de ser nunca «el hijo de Pablo» (1969: 11). Además, el trabajo de Aceves en su conjunto resulta un compendio de preludios sobre algunos de los derroteros que

tomará la antropología que podría denominarse «de vanguardia» en los años siguientes, si bien ello en el libro publicado en 1971 (así como en su traducción posterior) no resulte del todo apreciable. Cuando Joe y yo entramos en contacto tras nuestro fugaz intercambio epistolar de 2011, ya fue en vistas a la reedición de su libro aprovechando el interés que mi propuesta de hacerlo había suscitado por parte de los responsables del Instituto «Manuel González Herrero» de la Diputación de Segovia. Pronto Joe me dirigió muy sutilmente, de esa manera suave y no declarada que poco a poco fui comprendiendo era muy característica de su personalidad, hacia la posibilidad de publicar la tesis aún inédita y no el libro. Traducir la tesis evitaba algunos problemas, pero eso no quiere decir que no causara otros: era, de todas, la opción más difícil, el reto más ambicioso. Como buen profesor que había sido, Aceves dejaba que descubrieras por ti mismo lo que él sabía ya: en este caso, que la publicación de la tesis era mucho más interesante que la mera reedición del libro. Porque, como pude descubrir cuando finalmente me llegó una copia de la tesis enviada por él mismo, no solo la traducción al castellano no había hecho justicia del todo a su trabajo; es que entre la tesis y el libro existían —también— importantes diferencias de las que, algo más detalladamente, me ocuparé luego. Ahora solo examinaré los aspectos que eran —quizá— los más novedosos y, sin embargo, en el libro editado en 1971 quedan bastante difuminados. ¿Por qué? Posiblemente porque la serie en que se publicó (The Shenkman Series on Socio-Economic Change) y el momento en que se hizo, así como el auge de los estudios de comunidad con el énfasis en el cambio social durante aquellos años, constituían ya una horma bastante prefijada si no rígida en que la tesis, mucho más multiforme y paradójica en sí misma (cuando no hasta contradictoria en ocasiones), tenía que caber y encajar aunque perdiera en el envite algo de su frescura y originalidad. Pues en esto también Aceves resulta bastante singular: con frecuencia las tesis son mucho más envaradas que los libros de los antropólogos —y no sé si podría decirse que en gran medida de los estudiosos de las ciencias sociales en general—, ya que deben cumplir unos requisitos, atenerse a unos cánones bien fijados, hallándose por todo ello condicionadas desde un principio a transcurrir por un único carril que ha de conducir, sin turbaciones, a la «estación» del doctorado. Y, después, una vez ya doctor, el antropólogo se libera algo más de su corsé académico, se permite críticas o disensiones que antes no se habría permitido a propósito de las teorías y corrientes dominantes en ese momento en su disciplina.

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Joseph Buenaventura Aceves • EL PINAR: FACTORES SOCIALES RELACIONADOS CON EL DESARROLLO RURAL EN UN PUEBLO ESPAÑOL

Figura 3. Torre del pueblo vista desde una de las calles en 1967.

Sin embargo, la tesis de Aceves, presentada en la Universidad de Georgia, parece contradecir este principio. Es más libre, más personal, más titubeante y divagatoria también a veces, más heterodoxa, más audaz, menos predecible que el libro, a la postre mucho más convencional en sus propósitos. Se supone que estos tenían que casar con unas verdades asumidas por la mayoría de los científicos sociales de la época: el progreso y la modernización de indígenas o campesinos habría de imponerse inevitablemente a las resistencias culturales de unos y otros ante su avance. Y ese era el relato fundamental del «cambio social», lo que se contaba acerca de él, su mensaje más nítido: se imponía progresar aunque el proceso pareciera o de hecho resultara en muchos casos transitoriamente conflictivo y doloroso. Lo que por, lo general, no se declaraba es que quienes supuestamente venían solo a documentar tales cambios se convertían con frecuencia en agentes inconscientes (o a veces voluntarios) del mismo. En ese sentido, el giro al que antes me he referido ya de ampliar y virar el foco de interés en la práctica y teoría antropológica de los «primitivos» a los «campesinos» no constituía —en rigor— una revolución propia-

mente dicha. El estudio de los «salvajes de fuera» no quedaba completo sin el de «los salvajes de dentro», «los atrasados» del interior de las sociedades tenidas por avanzadas (Díaz Viana, 1999: 30). Y, en realidad, este movimiento que en apariencia divergía con la práctica de la antropología inmediatamente anterior no suponía una desviación ni heterodoxia alguna respecto a la tradición más clásica y primigenia de la disciplina. Pues, por otro lado, y como el propio Pitt-Rivers se encargaría de recordar en alguna ocasión, los antropólogos británicos volvían —en realidad— con esa mirada supuestamente novedosa hacia las culturas del Mediterráneo a los verdaderos orígenes de la disciplina, al interés de sus padres fundadores, como Tylor y Frazer, por el mundo de los mitos clásicos o el semítico reflejado en La Biblia (Pitt-Rivers, 2000: 8-23). Como los ancestros y los innovadores procedían igualmente de las islas británicas, el bucle en cuestión más que un salto en el vacío adquiría un cierto carácter de vuelta al principio o de reconocimiento doméstico de unos primos cercanos que se encontraban tan solo un poco más abajo: que habían sido griegos, romanos o judíos y ahora interesaban sobre todo en cuanto «campesinos» que empezaban a salir de su secular «atraso». Pero para los antropólogos norteamericanos todo esto no resultaba tan claro, y de hecho —al sumarse a ese viraje disciplinar— los doctorandos o ya profesionales que vinieron a estudiar pequeñas comunidades en España tenían otras preocupaciones y distintos intereses. Había una curiosidad genuina e incluso una especie de simpatía e identificación que —desde hacía un tiempo— había propiciado por parte de intelectuales e instituciones toda una corriente de hispanismo muy fecunda y atenta a los avatares de la cultura española. No solo porque impregnara muchas de las realidades de otros países vecinos de los EE.UU., sino por la historia de reconquista e imperio de España en sí. La Hispanic Society, de iniciativa estrictamente privada, constituía un buen ejemplo de esa atracción de algunos norteamericanos hacia lo español y —muy en especial— hacia las facetas de su cultura popular del medio rural con la que creían poder identificarse. Buena prueba de ello es que algunos trabajos de recopilación y estudio de la misma fueron fomentados desde instancias institucionales norteamericanas, como las encuestas folklóricas de Aurelio M. Espinosa o Kurt Schindler, emprendidas con fondos de la American Folklore Society y de la Hispanic Society of America antes de nuestra Guerra Civil (Díaz Viana y Asensio Llamas, 2009: 13-49). Llegando a los años sesenta las cosas habían cambiado ya bastante, pero iban a cambiar o estaban de hecho cambiando aún mucho más. Era nuestro país —en ese momento— un-

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ESCRIBIR CONTRA EL OLVIDO: JOSEPH ACEVES Y SU COMPROMISO CON LA LUCIDEZ EN ANTROPOLOGÍA

Figura 4. Llegada de los pantalones al vestuario femenino del pueblo, en 1966.

lugar que, desde la óptica de la estrategia política norteamericana, resultaba estratégico en Europa. Y saber más de España y de primera mano, hacer informes válidos sobre lo que ocurría en las zonas rurales no solo suscitaba un comprensible interés científico: era crucial para el gobierno norteamericano, envuelto en unos pactos y acuerdos con el régimen franquista que habrían de ser decisivos para la transformación del país, conocer lo que estaba pasando en el sur de Europa. Y, si se me permite la expresión, observar pero también «espiar» bien de cerca, a pie de calle, lo que sucedía. Los discípulos/as de Boas ya habían mostrado la utilidad táctica de la antropología para saber cómo piensan los otros y que los informes de los antropólogos proporcionan un conocimiento relevante acerca del posible enemigo o aliado. Creo que la confesión postrera de Joe realizada en el trabajo que envió para que se publicase con las ponencias del congreso de antropología de León debe ser situado en ese contexto: el de la época y lugares en que se produjo su «observación participante». Otra reflexión presentada en el mismo evento por Stanley Brandes tiene mucho que ver con todo esto: Brandes, que llevaría a cabo su trabajo de campo en un pueblo abulense unos pocos años después de Aceves, llega a la conclusión de que la presencia de los antropólogos en España, lejos de ocasionar la menor turbación en las entrañas del régimen, no supuso ningún contratiempo para el mismo. La etnografía folklorizante habría casado bien con el franquismo e incluso, en su ejercicio de mostrar discretamente las curiosidades de cada región, fue pronto aceptada sin problemas ya que favorecería una visión de la diversidad de España como colorido mosaico, como tapiz compuesto de tonos diferentes en una línea de identidades «de baja intensidad» que convenía, más que a nadie, a la propia dictadura: «El estudio de las llamadas tradiciones populares»

servía, a propósito o no, para avanzar en los fines socio-políticos del régimen» (Brandes, 2011: 39). En el fondo, además, los gobiernos de España y EE.UU. buscaban en aquella época casi lo mismo: un cambio más económico que político, garantizándose así una salida sin quebrantos de la España urdida por Franco. Pues, según se ha ido conociendo después, los informes manejados por el gobierno norteamericano habían llegado a la conclusión de que la oposición al franquismo era demasiado débil para propiciar un cambio político profundo y duradero. Y en lo social el régimen de Franco parecía bien asentado. Antropólogos como Aceves repetirán en sus trabajos esa realidad: sus estudiados en general parecen encontrarse mayoritariamente cómodos y de acuerdo con la estabilidad —o «tranquilidad»— garantizada por el franquismo. El cambio habría de ser o al menos empezar por lo económico. Y, curiosamente, trabajos como el de Aceves se centran a priori en un tema muy ligado a ese esperable cambio como es el de los factores sociales en conexión con el desarrollo rural: en cómo se va transformando el país en sus pequeños pueblos cara a los cambios tecnológicos que se están produciendo y en qué medida ello llegará a cambiar la realidad social. O, por el contrario, como Aceves en la tesis también se pregunta, si no serán los factores sociales y culturales los que dificultan o sirven para articular algún tipo de resistencia a esos mismos cambios. Y es ahí donde Joe, como antropólogo «menos foráneo» que los demás, llegará a reconocer que, a cambio de tranquilidad y facilidades para realizar su trabajo, los profesionales de la disciplina evitaron significarse políticamente: «No dimos la cara por ellos» —parece estar diciendo—. Pero ¿cómo hacerlo si esa actitud podía perjudicar a los que seguían viviendo bajo el franquismo? Aceves es claro en este punto: El ruido más alto que yo oí durante estos periodos de residencia e investigación fue el del silencio más absoluto. Un silencio con referencia a Franco. Un silencio respecto a la iglesia y sus maquinaciones. El silencio de un miedo bien fundado a los que tenían el control. ¿Fue esto una negligencia de nuestro deber? No lo sé. ¿Tenía yo miedo para mi mismo? No. ¿Tenía miedo por las personas que yo conocía y quería? Sí (Aceves, 2011: 71).

Porque quien tiene el control puede influir directamente en las vidas de la gente, mediante la violencia o «el lavado de cerebros». De hecho, en su tesis Aceves se referirá con franqueza a un comportamiento o reacción de sus vecinos que le resulta chocante. Así, va a sorprenderse de que cuando el desarrollo —o más bien «desarrollismo»— del país se plasme en una serie de logros materiales, y algo parecido al progreso acelere los efectos de un cierto confort incluso entre la población rural, las gentes de su pueblo acepten sin rechistar la explicación de la propaganda franquista al respecto:

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Joseph Buenaventura Aceves • EL PINAR: FACTORES SOCIALES RELACIONADOS CON EL DESARROLLO RURAL EN UN PUEBLO ESPAÑOL

es mérito del gobierno, por supuesto, pero también de España y los españoles en su conjunto. El antropólogo interpretará —pues— como muestra de extrema candidez que los españoles no atribuyan ninguna influencia a la benevolencia e incluso complicidad de los gobiernos norteamericanos con Franco a partir de la famosa visita del presidente Eisenhower en 1953 y los acuerdos entre ambos países. Sobre todo cuando, como él mismo se encargará de precisar, era cosa bien conocida entre los norteamericanos de la época que el «milagro económico» de España se debía a ese impulso propiciado desde la administración de los EE.UU. tras la firma de los convenios relacionados con la implantación de sus bases militares aquí. Joe, sin embargo, quizá no fue del todo justo consigo mismo, al criticar su supuesta tibieza —y de paso la de los demás antropólogos anglosajones en España— por no haberse comprometido más en lo político (pero, en definitiva, también en lo humano) con los problemas de la gente que estudiaban, y con la que él —en concreto— había compartido tantos momentos importantes de su vida. Pues si leemos detenidamente la tesis, lo cierto es que Aceves se atreve a decir muchas cosas que otros no dijeron y que —ello es verdad también— se esfuman oportunamente en las páginas del libro (tanto en la versión inglesa como en la española). Y esto cuando, como el mismo Joe señala en el mencionado texto donde entona su mea culpa personal, todos los antropólogos que realizaron sus trabajos de campo en España durante los años sesenta y setenta, habrían podido —y en cierto modo siente él que deberían haberlo hecho— decir desde fuera lo que pasaba aquí dentro, aunque ello disgustara a las autoridades franquistas y se arriesgaran a no poder volver a ejercer su profesión en tierras españolas: Estábamos todos enterados del miedo al ‘qué dirán’ en el pueblo y lo comentábamos libremente entre nosotros. Sin embargo, incluso a veces en nuestros congresos profesionales a miles de kilómetros de España no decíamos nada de ‘qué hicieron’ y qué hacían los franquistas. Con la sabiduría de nuestros lectores más jóvenes, 50 años después de nuestros estudios pioneros, ¿qué hubieseis querido que hiciéramos? (Aceves, 2011: 71).

Una tesis y un libro (o dos): cuando el antropólogo se convierte en narrador y testigo de todo aquello que ha de desaparecer Como escribiría el propio Aceves, el lector opinará —con el tiempo— sobre lo adecuado o «irresponsable» de las actitudes de los antropólogos ante las situaciones que vivieron en su trabajo de campo: qué es lo que «la antropología debería hacer cuando se encuentra con el conocimiento de atro-

cidades cometidas con demasiada frecuencia en el nombre de Dios (y/o del orden)» (Aceves, 2011: 71). Pero de lo que no cabe duda es que la historia que cuenta la antropología de las comunidades o pueblos, en un momento determinado de su existencia, resulta con el paso de los años —a menudo— inestimable. Una buena o simplemente competente monografía antropológica constituye el mejor relato —y retrato— posible de una comunidad, entendida esta como un cuerpo en movimiento y constante cambio. Y tal es el caso del trabajo etnográfico llevado a cabo por Joseph Aceves en los años sesenta sobre el municipio segoviano de Navas de Oro, que constituye —además— un magnífico y pionero trabajo antropológico. Ya leyendo las páginas iniciales de la tesis, que aquí se presenta en su primera edición, uno descubre que Aceves habla de un mundo ahora desaparecido y es lo más común creer que ha dejado de existir «para bien». O, dicho de otro modo, por la inevitabilidad del «progreso». Se nos habla —por ejemplo— de aquellos coches de línea más bien arcaicos, de unas pocas televisiones y menos automóviles en cada pueblo... Pero si leemos con más atención descubrimos que en ciertos casos es mucho lo que se ha perdido en el trayecto, que el supuesto progreso tiene sus costos y que lo que identificamos como desarrollo económico no equivale automáticamente a bienestar. De modo que conocer una investigación antropológica como la de Aceves puede ayudar mucho también a reflexionar sobre las posibles equivocaciones desarrollistas del pasado y planificar un mejor futuro para el medio rural español, en general. El propio Aceves era consciente de ello en el sentido de que su estudio podía proporcionar un «esquema fructífero para el análisis y comprensión de los campesinos castellanos», y que este entendimiento sería útil para mejorar la planificación de los cambios que se necesitaran (Aceves, 1969: 319). A Joe le preocupaba no obstante que los estudios sincrónicos aportados por la antropología se quedaran en una suerte de cortes inconexos sobre la realidad o —como él dice— «momentos congelados en el tiempo» y abogaba con buen juicio por un enfoque diacrónico que no dejara de ser antropológico, mediante «el estudio continuo durante varios años de un mismo lugar» (Aceves, 2011: 72). La obra aquí traducida es la tesis de Aceves con su título y contenido original. Tal trabajo —como ya se adelantó antes— nunca había sido publicado de manera completa hasta ahora y de ahí su interés, si bien existe un texto (al que también me he referido al principio) que solo parcialmente deriva de la tesis: se trata del libro Social change in a Spanish Village (1971), que fue editado al español como Cambio social en un pueblo de España (1973). Hay extensas partes, ade-

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más de materiales gráficos de la tesis originaria, que no han sido incluidos en estas publicaciones, pero sobre todo existe una gran diferencia entre el texto inicial y ellas en lo que se refiere a epígrafes, apartados, títulos y estructura, orden o plan de toda la obra. De otro lado, está la parte de análisis estadístico y demográfico que, en consecuencia con su formación primeramente sociológica y su afán de establecer generalizaciones de cierta utilidad, Aceves había elaborado para la tesis y que —como él señalaría después— fue «cortada por los editores al ocupar, según ellos, demasiadas páginas» (Aceves, 2011: 72).

Figura 5. Agricultura de regadío en 1967.

La preparación de la edición ha exigido, pues, además de la traducción propiamente dicha, el cotejo de las tres versiones que se han mencionado: tesis, publicación parcial en inglés y primera traducción de la misma al español. No se trata en rigor de una «edición crítica», pero sí de un texto comprensivo para cuya confección definitiva se han tenido muy en cuenta los cambios efectuados por el propio autor respecto al originario en las otras versiones y las soluciones de los traductores a algunos de los problemas que presentaba el trasvase de la redacción inglesa a un español fluido. La traducción realizada resulta, en ese sentido, de una gran fidelidad al texto en inglés, sin dejar de procurarse también todo el esmero posible en su paso a nuestra lengua, pero además hemos querido conservar el estilo y tono característicos de Aceves, con toda su ironía y humor cuando estos aparecen. Por otro lado, la traducción presentaba dificultades específicas por tratarse de un texto que contiene la jerga científica y técnica propia de una disciplina científica como es la antropología, así como el salto casi continuo de una a otra lengua, de una cultura a otra, de un mundo a otro, de una identidad a otra por parte del mismo autor. Esperemos que tales complicaciones hayan sido siempre solventadas adecuadamente. Eso es, al menos, lo que hemos

intentado los responsables de la traducción.1 Pero quiero centrarme a continuación en las diferencias entre los resultados que tenemos del trabajo de campo realizado por Aceves a la luz de los distintos textos desde un enfoque, si se quiere, más estrictamente literario. Porque hasta el momento me he referido a aspectos en que—según mi opinión— la tesis resulta mucho más sugerente y completa (respecto a lo que fue el trabajo de Joe en Navas de Oro) que el libro publicado unos años después en inglés y la traducción al español del mismo. Sin embargo, en honor a la ecuanimidad habría que decir también que el libro está, en general, mejor ordenado, que se evitan repeticiones que en la tesis sí se producen y, sobre todo, cuenta con un Epílogo bastante esclarecedor —según luego se verá—. Por otro lado, hay partes del libro, como la correspondiente al Capítulo VII que se dedica a «Valores humanos y desarrollo», donde Aceves se «salta» todo lo que sí expone en la tesis al respecto hasta llegar a la primera cita a George Foster, por lo que omite facetas relativas a educación, religión o familia, reduciéndose también la referencia a conceptos que el doctorando parecía considerar importantes para el entendimiento de determinados comportamientos de la gente de «su pueblo», así «la buena vida» o «la tranquilidad» (Aceves, 1973: 165-184) . Aparte de la alusión a sí mismo como ya «doctor», Aceves en ese Epílogo nos ofrece, además de un compendio de genuinas preocupaciones sobre el futuro del pueblo —a las que también nos remitía como vimos el párrafo final de la tesis—, lo que podría ser entendido como una especie de programa de inquietudes y percepciones norteamericanos acerca de los «problemas de España». Un informe de primera mano de un estadounidense escrito para estadounidenses sobre el proceso de transformación de nuestro país. Se dice —por ejemplo— que «la Food and Agricultural Organization de las Naciones Unidas ha recomendado al gobierno español que prohíba la resinación en Segovia y empiece a talar los árboles de rápida crecida en Galicia y en el Nordeste de España», todo lo cual haría que, si se seguía dicho consejo —lo que, por supuesto, en buena medida se hizo—, más de 7000 resineros de Castilla la Vieja se quedaran sin trabajo (Aceves, 1973: 186). Pero lo más llamativo de tal catálogo de interrogaciones no estriba en la razonable zozobra en torno al probable aumento del desempleo o el tiempo que durará el boom turístico, sino en una pregunta netamente política: «¿Habrá un gobierno estable cuando se 1

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En este sentido, se han respetado las expresiones utilizadas originalmente en español dentro del texto de la tesis, señalándolas en cursiva en la traducción. Solo en algunas palabras, cuyo uso se hizo continuado a lo largo de todo el texto (como pueblo y comarca), se restringió el uso de cursivas a su primera aparición (N. de T.).

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retire Franco?» (Aceves, 1973: 186). Si lo de «retirarse» es eufemística o dudosa traducción del verbo inglés que significa «jubilarse», la cosa no deja de tener su miga, pero lo que —desde luego— Aceves conocía bien es que Franco no pensaba ni en «retirarse» ni en «jubilarse». Ya he hablado de que Aceves, a pesar de apreciaciones discutibles como esta última, se mostró en ocasiones con una inusitada independencia y sinceridad escribiendo la tesis que habría de presentar en la Universidad de Georgia, lo que seguramente es tanto mérito suyo como de su Director, el Dr. Wilfrid C. Bailey .Y quiero comentar este aspecto ahora porque todo aquel que ha tenido que pasar el rito iniciático por excelencia de los académicos en todo el mundo, que es el postular para un doctorado, sabe bien que lo que se espera de un doctorando es que diga «lo que debe decir»: la estructura, el estilo, la forma del texto se encuentran por lo general sumamente condicionados por el modelo establecido para las tesis en el contexto de lugar y época en que aquellas hayan de presentarse. No obstante, Joseph Aceves menciona en su tesis una teoría cuya aplicación al caso que estudiaba le fue abiertamente desaconsejada por algún colega —cuyo nombre Joe no llega a concretar— . Y, con todo, Aceves toma dicha teoría como referencia interpretativa y la discute de forma extensa. Pues bien, el mero hecho de que Aceves ose poner a prueba unos planteamientos sociológicos muy polémicos y bastante denostados por la antropología del momento está constatando una «búsqueda de la verdad» más allá de toda conveniencia. El propio Aceves se referirá al cabo del tiempo a ello cuando aluda a las formulaciones más radicales en cuanto a intentos teóricos de los antropólogos pioneros que hicieron su trabajo de campo en países mediterráneos: «el vilipendiado concepto de Banfield del ‘familismo amoral’, que yo mismo intenté aplicar como hipótesis verificable en España y por lo cual recibí (con algo de justificación) críticas duras que a veces se acercaban a la injuria» (Aceves, 2011: 69). Como luego veremos no resultaba cómodo traer a colación la aproximación de Banfield sobre el «familismo amoral» de los países del sur de Europa, ya que no constituía una visión ni amable ni fácil de demostrar. Sin embargo, quizá era la vía que Aceves encontró para, a su manera, ser veraz con la situación socio-política que atravesaba España bajo el régimen de Franco. E intentar explicársela a sí mismo. Porque Aceves, como el auténtico científico social que era, buscaba algún tipo de verdad en su trabajo, aun admitiendo la relatividad consustancial a ella: verdades eran las que contaba la gente de su pueblo sobre muchas cosas y en buena parte erraban; verdades también serían las que él había creído encontrar, aunque estuviera siempre dispuesto a discutirlas o matizarlas... Y tal actitud es importante destacarla

también, ya que creo que uno de los rasgos más estimulantes —por menos convencional— de su tesis, y del que voy a ocuparme a continuación, hay que entenderlo igualmente desde esa indagación sobre la «verdad». Me estoy refiriendo a la alta dosis de «subjetividad» que, para tratarse de una tesis de finales de la década de los sesenta, la de Aceves contiene. No se había puesto todavía de moda incluir lo subjetivo ni siquiera se reflexionaba sobre ello. Como vendría a mostrar Geertz después en su interpretación de textos antropológicos considerados como clásicos (1989), lo que marcaba la retórica etnográfica era escribir con aparente objetividad y, por lo tanto, empezar por «quitarse uno de en medio». Lo que no quiere decir que no se emplearan técnicas literarias bastante sofisticadas y que, como suele ocurrir con el verdadero refinamiento, se alcanzara a veces tal nivel de estilo que los «trucos» de este casi ni se apreciaran en el resultado final. Si Aceves remite tanto a sí mismo en la tesis —y en el libro ya mucho menos— bien puede ser porque pretenda hacer valer su condición de «medio-nativo» para dotarse de «autoridad» respecto a lo que narra. Lo cierto es que tal postura podía haberse vuelto perfectamente en su contra, pero era una realidad insoslayable que de algún modo tenía que manejar: mejor hacerlo —pues— como un condicionante positivo, como una circunstancia que había favorecido toda la logística de su trabajo: desde elegir una comunidad hasta ser introducido en ella de una forma muy ventajosa para practicar la observación participante. De otra parte, y ya que Aceves se daba perfectamente cuenta de que esas ventajas resultaban susceptibles de ser utilizadas como elementos que prejuiciaran su aproximación a la realidad, encuentra perfectamente justificado hablar de sí, indagar sobre las maneras en que su doble condición de estudioso y estudiado —o «antropólogo en casa»— pueden afectar a la elaboración del texto. Aunque como etnógrafo que se mira en otro espejo traduce de allá para acá, con frecuencia deja constancia de cómo transmitió también las experiencias o conocimientos que le proporcionaba el ser norteamericano a sus vecinos del pueblo. Por todo esto, parece evidente que su subjetividad no es en ningún momento ni narcisista ni frívola, sino otra forma más de contrastar la verdad que se busca. Nada más lejos de esa subjetividad mantenida a ultranza por algunos posmodernos como muestra de una parcialidad inevitable. Ser consciente de que uno mismo —y en el caso de Aceves en grado sumo por sus especiales características de ambivalencia identitaria— constituye la principal herramienta de nuestro trabajo no nos exime de una introspección que aspire a cierta objetividad: conduce a vigilarse sin bajar la guardia; controlarse sin tregua; saber en lo posible quiénes somos para ob-

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Figura 6. Joe el americano pide ayuda en 1966.

servar el modo en que nuestra identidad condiciona nuestro análisis. Todo esto lleva a considerar que en su tesis Aceves, si no se adelantó, desde luego confluye con los inicios de tendencias que envolverían y transformarían el trabajo antropológico en las décadas de los 70 y 80: me estoy refiriendo a la «reflexividad», a la búsqueda, aún muy a tientas, de una dialogía entre subjetividades que lleve a otra objetividad nueva. Aceves practica tales diálogos desde las primeras páginas porque su condición de hijo de un hijo del pueblo que va a estudiar le induce y casi fuerza a reflexionar doblemente sobre sus ideas preconcebidas: como norteamericano acerca de lo español y como un poco—o bastante español— acerca de la visión y estereotipos anglosajones en torno a España. Ya que cuando Aceves se refiere a lo que los españoles creen que piensan fuera de ellos o sutilmente detecta un cambio en el tratamiento jerárquico que correspondería en una situación concreta, según se es o no extranjero, nuestro autor está «hilando muy fino» —como se diría en castellano—, a niveles —incluso— que se encuentran prácticamente fuera del alcance de alguien que no pertenezca a la propia cultura. Los episodios aparentemente anecdóticos a propósito de las andanzas de su tutor, el Dr. Bailey, con él en el pueblo de Navas de Oro y de viaje por España resultan en este sentido sumamente reveladores: es la conexión con los Aceves (padre e hijo) lo que vuelve a dicho tutor «persona de confianza» cuando se ve interpelado por un guarda en un paseo por el pinar que lo convertía —en cuanto a foráneo que practicaba un vagabundeo poco comprensible para alguien del lugar— en individuo sumamente sospechoso; es el hecho de que el mismo Dr. Bailey no entienda castellano lo que torna a los camareros que les atienden —a él y Joe— en condescendientes, sí, con el extraño, pero —al tiempo— dotados de automática dispensa para saltarse la jerarquía de edad, tan

importante en la escala de valores de los españoles; y una norma no escrita, además, que obligaría a dicho personal de servicio a tratar preferentemente y escuchar o atender en primer lugar a la persona más mayor (Aceves, 1969: 21-22). Tal consciencia del juego de reflexividades que su presencia en el pueblo plantea determinará que Joe asuma, desde el principio, su papel de «americano», sabiendo que es mucho más que eso, pero que ese mismo cliché puede facilitarle su labor como antropólogo. Y que ser «el americano», apodo con el que se quedará y que facilita una simple identificación por parte de sus vecinos, da cuenta de su doble procedencia, porque —aunque fuera rebautizado como tal— también será siempre el hijo de su padre y el miembro de toda una familia del lugar con la que nunca perderá el contacto. Como Aceves confiesa hacia el final de la tesis, esa condición le permite ser aceptado y bien recibido en muchos ámbitos, pero también le induce a volverse especialmente cauto para otras cuestiones: sabe qué familias no se llevan bien entre sí y de qué cosas no debe hablarse según en presencia de quién se esté. Aceves se hallaba abocado desde que puso el pie en el pueblo el primer día de su trabajo de campo, pero incluso antes de hacerlo como investigador antropológico, a practicar una reflexividad basada en la intersubjetividad (Velasco y Díaz de Rada, 2003), a ponerse en los zapatos del otro y pensar como sus vecinos porque él también era en cierta manera, y desde luego podía haber sido, uno más de ellos. Joe era «el americano» porque llegaba de América, lo mismo que los Indianos habían vuelto de Las Indias, pero esa circunstancia no le excluía del pueblo, como tampoco en tiempos había segregado de una comunidad rural concreta a los otros que volvían de allende los mares. Los pueblos como Navas de Oro se componen de quienes viven en él, de quienes han tenido que irse temporalmente a causa de la emigración y de los ausentes perpetuos, los que están enterrados allí. Aceves —en su trabajo sobre Navas de Oro— va a atreverse a enfrentar lo que seguramente había venido ocultando de su personalidad, con sus confusas identidades, con lo que todavía no sabía de sí mismo. Por eso, como profesional y ser humano, lo más honesto era ser sincero —términos que en inglés vienen a significar casi igual cosa—, reconocer la importancia del yo, la relevancia del escribir o, en definitiva, contar de la mejor y más eficaz manera lo que se ha observado, lo que se ha vivido. Pero el desafío más difícil no era seguramente el formal, ni siquiera el metodológico. No tenía tanto que ver con la renovación de la disciplina que la reflexividad o subjetividad, en cierto modo entrevistas y anunciadas por él a lo largo de su tesis, traerían al quehacer antropológico a partir de los años en que el libro derivado de ella verá la luz, como con una profunda e inexcusable introspección.

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Joseph Buenaventura Aceves • EL PINAR: FACTORES SOCIALES RELACIONADOS CON EL DESARROLLO RURAL EN UN PUEBLO ESPAÑOL

Both sides now: el oficio de antropólogo o la obligación de escribir contra la impostura y el olvido Utilizo el título de una vieja composición, creada e interpretada por Joni Mitchell en los años setenta, para encabezar este apartado porque creo que se ajusta bastante bien a lo que aquí trataré: como dice y repite dicha canción, la tesis de Aceves ofrece los dos lados, las dos partes. Y es sobre ese sentido último de su trabajo que quiero volver, pues para mí el interés del mismo no radicaría tanto en que, al ser el ancestro de Joe nativo de Navas de Oro, ello le convirtiera a él entonces automáticamente en «hijo del pueblo», sino en que Aceves fue capaz de ver y comparar las dos caras de su realidad. Y esto no en cuanto a mero logro de traductor etnográfico convencional, también como algo inevitable y vital; no sé si tal cosa llegaría a ser a ratos como una condena, pero —desde luego— sí un destino o sendero para conocerse mejor y profundizar en su/s cultura/s (cualesquiera que estas fueran). Dice el texto de Joni Mitchell: He mirado la vida desde ambos lados/ Desde arriba y abajo,/Y de alguna manera todavía/ Son solo ilusiones de la vida lo que recuerdo...

Antropólogo de los dos lados, pionero —casi sin pretenderlo— de la «reflexividad» a dos bandas, consciente del diálogo entre sus dos «subjetividades» esenciales, fue Aceves un etnógrafo comprometido definitivamente con la lucidez. Sus mejores golpes de humor, los más finos estiletes de su ironía proceden de tal ambivalencia, ya que Aceves es capaz de verse —y aceptarse— a sí mismo como «el americano», un personaje a medias admirado o envidiado y también risible: alguien fuera de su contexto habitual que llega montado en un flamante coche de importación y que se embarranca con él en un lodazal nada más aparecer en su papel de «estudioso» por el pueblo, necesitando la ayuda de los lugareños para salir del atolladero. Alguien también que regresará luego triunfante —a modo de nuevo «indiano»— como «doctor Aceves», con sus metas profesionales conseguidas y se compadecerá —en el mejor y más genuino significado del término— de las preocupaciones de sus paisanos y se hará uno con ellos vislumbrando las amenazas que les reserva el futuro. Pero la declaración de principios más audaz que Aceves arrostra con su texto es de otra clase, pues aunque parezca —por un lado— de tipo bastante personal, en cuanto se halla relacionada con esa sinceridad consigo mismo que no podía dejar de tener (dadas sus circunstancias de medio-nativo), no deja —por otra parte— de estar ligada a una cierta forma de entender la antropología. Un antropólogo busca la

verdad más allá de sus propios prejuicios y de los de la gente que estudia, más allá de las primeras verdades que nos ofrecen la técnica o la política. Más allá de lo políticamente correcto. Él mismo lo ha escrito: Considero a la antropología como una iniciativa seria y siempre he pretendido dirigir mi trabajo de una manera seria y profesional. No hacerlo sería un insulto a las personas sujetos de mi estudio, a mis colegas, y esencialmente a mí mismo (Aceves, 2011: 65).

Por eso Joe se arriesga a hablar de algo tan cuestionado como el «familismo amoral» y de aplicar esta clave interpretativa, sin duda dolorosa y hasta sombría, sobre la comunidad de la que sabe que procede, y a la que —además— pertenecerá ya siempre. Creo que lo hace precisamente a causa de esto último: conoce que hay mucho de ese «familismo amoral» en la gente a la que quiere tanto pero no termina de comprender. El «americano», claramente —a estos efectos— entre dos mundos, no puede evitar preguntarse por qué sus vecinos son así y los norteamericanos de su vecindario no o —por lo menos— no tanto. Por qué la familia, la salvaguarda de los propios incluso si su comportamiento no es el adecuado, están tan por encima de todo; y por qué hasta el bien común, y el funcionamiento correcto y saludable de la sociedad, se ven corrompidos por un sentimiento que podría ser positivo pero que acaba impidiendo avanzar a los colectivos y emponzoñando a las naciones.

Figura 7. Volviendo a casa tras un día de trabajo en el campo, en 1966.

Adelantándose casi proféticamente a la situación que estamos viviendo en la actualidad, Aceves pone el dedo en la llaga: perdonar la amoralidad del «familismo» porque se proviene de la misma «familia» es algo que se puede volver un asunto de verdad peligroso. Pensar que si alguien se preocupa

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de algo más que su propio interés y de los suyos «algo querrá», «algo maquina» o algo trama, porque no puede ser que le muevan la solidaridad, el altruismo o un sano sentimiento egoísta de pensar que el bien común redunda también en él, marcará una pauta de comportamiento sectario y «hacia dentro» que ha de terminar resultando aberrante. La corrupción de los últimos años en España no puede explicarse —por desgracia— sin la aplicación de teorías así, lo que Aceves ya detectó cuando quiso explicar la solidez de asentamiento del franquismo en nuestro país. Hoy, nos da la clave para entender la continuidad de la corrupción instalada en él a través de la transición y hasta hoy. Pues abundan últimamente los casos de señores que reventaron cajas de ahorros o bancos sin que nadie les pidiera cuentas desde los partidos que les pusieron allí. Y otros que se valieron de sus cargos o puestos para beneficiarse ellos mismos o favorecer a «los suyos». Pero lo grave es que —en bastantes ocasiones— estos individuos, encausados o condenados ya, no acaban de entender que hubieran hecho nada reprobable. Y más preocupantes si cabe son todavía los argumentos que los políticos emplean para descalificarse entre sí: esa réplica basada en demostrar que todos han realizado prácticas indebidas, aunque siempre el de enfrente fuera un poco más corrupto. A veces, la estrategia se vuelve más sofisticada, y de lo que se trata es de dejar claro que los causantes de la corrupción habrían engañado tanto a los del propio partido como a los del partido rival. Mientras, de otra parte, va calando con fuerza entre la ciudadanía presa del hartazgo el mensaje de que todo lo malo que nos ocurre es por culpa de una casta de políticos sinvergüenzas. Tal discurso resulta cómodo en un cierto sentido, ya que libera de toda responsabilidad en la quiebra del modelo institucional español a los que quedan al margen de esas élites corruptas: en suma, la mayoría. Pero las cosas no son tan simples: por polémico que resultara el concepto de «familismo amoral» manejado por Banfield hace medio siglo para explicar la corrupción generalizada de la Italia más profunda, la verdad es que —como Aceves suponía— sí que proporciona algunas claves para entender lo que ha ocurrido aquí. Así, que casi nadie considere fuera de lo normal favorecer a la «familia» (de sangre, de gremio o ideológica) aunque se contravengan leyes y normas. Y que a casi nadie le preocupe en qué medida ello puede acabar afectando al bien común. Y, sin embargo, Aceves hace un esfuerzo postrero por comprender hasta las motivaciones más oscuras de la gente:

trol social, cercanamente interrelacionados y que se refuerzan mutuamente. La cooperación inter-familiar e inter-personal no es despreciada por la gente, que más bien se ve a sí misma incapaz de conseguirla. En El Pinar contemporáneo el ‘familismo amoral’ parece ser un estado transicional diseñado para permitir a la gente mantener la tranquilidad, la apariencia de individualismo y autonomía personal, y también el orden público —todo al mismo tiempo (Aceves, 1969: 317).

Aceves no disculpa el familismo moral y, si bien lo identifica como una de las causas de resistencia a que las comunidades que estudia cambien, a diferencia de lo que se desprende del título de Banfield, The Moral Basis of a Backward Society (1958), no realiza una equivalencia automática entre ese «familismo» y la imposibilidad o deficiencias respecto al progreso que presentarían ciertas comunidades o sociedades enteras. Al menos, no reduce los obstáculos que socioculturalmente se ponen en estos pueblos a los cambios al «familismo», aunque «familismo» y obstaculización ante ciertas transformaciones puedan estar relacionadas: Si, como Banfield parece dar por sentado, el ‘familismo amoral’ es característico de las áreas muy deprimidas, entonces debemos esperar ver el desarrollo de un nuevo conjunto de normas para facilitar la cooperación grupal según el pueblo crece y prospera. Alguna evidencia de esto se encuentra ya presente en El Pinar, pero por el momento, tanto los jóvenes como los mayores se comportan como familistas amorales (Aceves, 1969: 317).

Es más, Aceves se permite si no una crítica abierta del progreso sí una reflexión a fondo sobre las indeseables consecuencias que el supuesto progreso —a veces— trae a la gente. Y comprende que, familistas amorales o no, sus vecinos no pueden ser tachados de atrasados sin más por su manera de ver el mundo. Así que termina aceptando que sus reticencias ante los cambios promovidos por el poder y sus tecnócratas quizá puedan justificarse y entenderse como una muestra de realismo y buen sentido: Los planificadores gubernamentales hacen hincapié en la estructura académica de la agricultura: número de tractores por hectárea, etc. Yo sugiero que los factores sociales deben ser tratados primero si no se quiere que el plan completo fracase y se venga abajo —y a nivel local he visto poca evidencia de que ello se esté haciendo de manera efectiva (Aceves, 1969: 319-320).

En suma, si los planes de desarrollo fracasan no solo será por culpa de los campesinos:

En efecto, la introducción de innovaciones sociales e incluso tecnológicas depende en gran medida de los sistemas nativos de con-

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Para el habitante urbano y para los planificadores y demás agentes del desarrollo rural, que se encuentran orientados intelectualmente hacia el progreso, esta resistencia aparece poco menos que como una necedad y se atribuye bien a la apatía, a la estupidez, o al tan extendido egoísmo de los rústicos. Ya que se supone que los campesinos actúan así —de acuerdo con lo que piensan de ellos los sabidillos de las ciudades— nadie se sorprenderá cuando los planes de desarrollo fallen, ni se buscará alguna otra explicación de por qué pueden haber fallado (Aceves, 1969: 311).

Joseph Buenaventura Aceves • EL PINAR: FACTORES SOCIALES RELACIONADOS CON EL DESARROLLO RURAL EN UN PUEBLO ESPAÑOL

La empatía de Joe con sus vecinos y paisanos de El Pinar no se debía solo a una estrategia etnográfica. Era su manera de luchar contra la impostura en la que más o menos conscientemente puede caer el etnógrafo. Otra obsesión suya sería la de luchar contra el olvido del pueblo que conoció y de él mismo: lo que podía tornarse, al fin y al cabo, la misma cosa, como de hecho ocurrió en el caso de algún otro pionero que le había precedido: Joe ya había mostrado su desasosiego por el hecho de que el entusiasmo de Michael Kenny por su profesión y por saber más de los españoles, se hubiera vuelto —con el andar del tiempo— tristeza y decepción (Aceves, 1987: 194-195). Su buen amigo y antecesor directo en el estudio de comunidades castellanas, ya que el estudio de Kenny sobre Vinuesa es el primero de todos (1961), seguido por los de Susan Tax Freeman (1965 y 1970), sufrió al parecer en sus últimos años —y siempre según la versión de Aceves— la decepción de ver cómo muchos de los jóvenes colegas españoles «le consideraban a él y a los demás antropólogos extranjeros como irrelevantes o, peor aún, como explotadores de su cultura». Y la actitud de algunos de los antropólogos norteamericanos que llegaron después a hacer trabajo de campo en España no debía de ser más gratificante, por mucho que —en la opinión de Aceves— la mayor parte debiera los avances «en sus carreras tempranas a los esfuerzos silenciosos de Kenny» (Aceves, 2011: 67).

Figura 8. Paul —o Pablo— Aceves, padre de Joe, en El Pinar en 1967.

Aceves —en todo caso— sabía bien por todo esto que el oficio de antropólogo, entre otras cosas, incluye la obligación de escribir tanto contra la impostura, contra visiones distorsionadas que se asumen a sabiendas o sin haber luchado suficientemente en el fuero interno contra ellas, como contra el olvido, contra el silencio, contra el tiempo que todo lo borrará si no hacemos algo para que no sea así. Y esa fue la última de sus sutiles enseñanzas. Su póstumo mensaje. El legado y encargo que nos dejó.

A modo de coda o despedida: un túmulo de palabras contra la desmemoria Lo que yo no sabía era que, en ese año que mantuvimos y desarrollamos nuestra correspondencia y nuestra relación fue creciendo, Joe iba a morir. Que era el último año de su vida. Algunos detalles debieron de advertirme sobre ello. Aceves, una vez más, sabía cosas que yo aún no había descubierto (aunque me dejara pistas en el camino común). Así, cuando yo le planteé de manera realista el tiempo que llevaría la preparación de la edición y la publicación final de la tesis, Joe me dio a entender, educadamente, que sería demasiado tiempo para él: ¡Qué largo me lo fiáis! Eso es lo que habrían dicho nuestros ancestros castellanos en el Siglo de Oro. Joe en ese momento se dio perfecta cuenta de que la aparición impresa de su obra llegaría —con probabilidad— un poco tarde. Y es que yo estaba construyendo un túmulo funerario en su memoria sin saberlo; colocando, como se dice que hacían los caminantes del Mundo Antiguo en las encrucijadas, piedras contra el olvido en recuerdo de quien allí hubiera muerto. Parece que Joe fue volviéndose —y aquí se incluye también el testimonio de su hija Kathy para atestiguarlo— cada vez más «español» a medida que se acercaba a la muerte. En uno de sus últimos mails, regresado por última vez del hospital a su casa, Joe me contó que había tenido el sueño de que volvía a su pueblo, El Pinar, Navas de Oro. Que volvía para ser enterrado. (No sé si ello sería una premonición de lo que finalmente se haga con sus cenizas o parte de ellas...) Quien no haya vivido o al menos nacido en un pueblo castellano no puede entender la importancia de los que «ya no están» en la vida de los vivos. Como bien queda patente en las expresiones populares del Día de Todos los Santos, hay una verdadera «comunión de almas» de unos con otros. Una constante —aunque intangible— presencia de los ausentes. Esos ausentes que, o bien se tuvieron que ir a la emigración o bien yacen enterrados en el cementerio. Joe en sus sueños volvió poco antes de morir a su pueblo, ya que no podía hacerlo de otra forma. Pero está claro que nunca olvidó a qué tierra pertenecía. Cuando hacemos el último camino de regreso, el lugar es mucho más que un lugar, es memoria, es continuidad desde otros y en otros. Es el destino definitivo en que al fin descansaremos. Es el sitio que nos espera y al que no todos llegan. Existe más allá de los países, de las distancias, de las propias personas. No es solo un paisaje, ni un color del cielo, ni un árbol o muchos árboles, pero tiene un poco de todo esto. Son palabras. Es cultura. Es la forma de estar en el mundo. La casa definitiva a la que volver:

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ESCRIBIR CONTRA EL OLVIDO: JOSEPH ACEVES Y SU COMPROMISO CON LA LUCIDEZ EN ANTROPOLOGÍA

¿Es el Cielo un Lugar —la Bóveda Celeste— un Árbol? La manera estrecha de ubicarlo es cosa de Nosotros Mismos— (pero) Contra la muerte No hay Geografía— Sino Situación — Fundamento — Enfoque — (porque) ¿La Omnipresencia adónde vuela? Emily Dickinson2

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2

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Traducción del autor.

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UN AMERICANO EN EL PINAR Kathryn Aceves Pitney

É

L fue siempre el doctor Aceves para todo el que lo conoció. Pero, para mí, tan solo Papá. Todo empezó como un juego. Todo fue siempre un juego: «Cuéntame cinco cosas que hayas visto en el último escaparate junto al que hemos pasado». Quizá mi lugar favorito para jugar este juego era la plaza Mayor de Navas de Oro, un pueblo también conocido —gracias a mi padre— como El Pinar. Solíamos buscar allí un lugar donde sentarnos y observar entonces cómo giraba el mundo alrededor de nosotros. Era aquel un tiempo sosegado para poder pensar, observar y reflexionar. Todo esto me proporcionó cierta habilidad para llegar a ser consciente del mundo que me rodeaba, y de cuál era mi lugar en él. Tal fue y tal es el poder de la observación. Yo tenía únicamente cinco años y ya me estaba entrenando para ser una antropóloga aficionada en un pueblo de la España rural. Papá se pasó algo más de un año —del 3 de junio de 1966 al 11 de septiembre de 1967— viviendo, respirando e investigando El Pinar y un conjunto de pequeños pueblos vecinos en la meseta castellana. Llegó al pueblo con sus padres, habiendo sido Navas de Oro el pueblo de la niñez de su progenitor, so capa de invertir un año en un país extranjero a fin de estudiar y aprender apropiadamente su lengua. Nadie sabía qué es lo que realmente iba a hacer allí. (Y esto es lo que se deduce de la correspondencia entre Joseph Aceves y el doctor Wilfrid Bailey entre 1966 y 1967). El verdadero propósito de este trabajo era comprender el impacto socioeconómico de los cambios técnicos en la agricultura, los intentos de modernización y la reacción ante esas transformaciones en la España rural. Papá entonces se encontró con que los aldeanos, en la medida que estaban interesados en mejorar sus vidas y conseguir diversas metas, se

resistían —paradójicamente— a aceptar un cambio que obligaría a algunos de ellos a quedar fuera del grupo de la familia nuclear por cierto periodo de tiempo, incluso si ello se traducía en un progreso de su situación socioeconómica. Y, como Papá haría notar, cualquier espacio de tiempo superior a dos semanas era considerado, en ese contexto, toda una eternidad. Describió esta actitud valiéndose del término de «familismo amoral», acuñado por E. C. Banfield, y en congruencia con el concepto de «bien limitado» (de G. Foster). Leyendo el cuaderno de campo y la correspondencia privada entre Papá y su director de tesis en el Wesleyan College, el doctor Wilfrid C. Bailey, quedé fascinada. Provisto con ese disfraz del «aprendizaje», hecho creíble también gracias a la complicidad de su padre, Papá fue puesto a trabajar a menudo para ayudar a su casera y a varios miembros de su familia en el área. Papá llegó a Navas de Oro cuando daba comienzo la festividad de San Antonio y tuvo la oportunidad de experimentar todo lo que las fiestas comportan. Esto demostró ser fundamental para permitirle integrarse lentamente en la vida de la comunidad y ser aceptado a muchos niveles como «hijo del pueblo». Aunque ya había viajado por España y pasado un tiempo en ella durante su juventud, Papá se encontraba allí de otra manera y en otra condición en 1966. Sus observaciones de la vida cotidiana, tanto durante las celebraciones mundanas como en las festividades más importantes, resultaron críticas para entender las actitudes de la zona en aquel tiempo. Algo que centellea a lo largo de todos sus escritos al respecto es la hospitalidad que experimentó y su incorporación como «hijo del pueblo». Papá llegó a estar íntimamente involucrado en la vida diaria de la aldea, disfrutando muchas veces de la ocasión de hablar libremente con la gente. Tenía su confianza,

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Joseph Buenaventura Aceves • EL PINAR: FACTORES SOCIALES RELACIONADOS CON EL DESARROLLO RURAL EN UN PUEBLO ESPAÑOL

de modo que los vecinos le concedieron el privilegio de compartir con ellos cosas que a un mero forastero jamás le habrían dado ocasión de conocer. Papá nunca fue unicamente el Americano. Él pertenecía a aquello. Fue incorporado a allí como una parte integral de la vida del pueblo. Yo compartí mucho de esa misma experiencia cuando fui llevada por primera vez a Navas de Oro en 1980. Mi madre, en su primera visita en 1970, fue la Gringa, y todo el mundo quería tocar su pelo tan rubio y ver sus ojos azules, porque ella era «diferente». Sin embargo, yo era una de la familia que llegaba con todos los derechos, responsabilidades y expectativas que tal cosa trae consigo. Estos resultaban imperceptibles para mí en aquel tiempo, pero quedaron claramente plasmados durante mi siguiente estancia en el pueblo en 1986. Me ocurrió entonces lo mismo que ya le había sucedido a Papá. Fui inmediatamente reconocida como familia y me sentí completamente superada por el hecho de que mi «familia», allí, equivalía... ¡al pueblo entero! Con frecuencia iba a explorar el entorno y disfrutaba intentando confundirme con el paisaje, de manera que pudiera observar todo alrededor de mí sin ser apenas advertida. Esta fortuna duró poco. No llevó mucho tiempo el que mis primos me encontraran y me arrastraran a su pandilla. Juntos hacíamos fechorías, evitábamos a nuestras tías, comíamos y corríamos como pequeños salvajes. Nunca he vuelto a experimentar tal forma de vida, tan diferente de mi educación a la americana (como hija única además), así de despreocupada. Sentía que pertenecía a aquello. Igual que le había pasado a Papá en su juventud y de nuevo durante su periodo de investigación. Y comprendí. El Pinar: Social Factors Related to Rural Development in a Spanish Village es el resultado del trabajo que Papá elaboró durante el año de su investigación y el tiempo inmediatamente posterior. Un texto que le valió para doctorarse pero que fue sobre todo una labor de amor. Este trabajo le sirvió para definir sus orígenes y la mayor pasión de su vida. No podría contar las veces que tuve el privilegio de escucharle, compartiendo sus experiencias, historias, y reflexiones sobre su trabajo y el tiempo que pasó en el pueblo. Él sabía que yo no era capaz todavía de leer y comprender su trabajo, así que lo traducía a términos en que me fuera posible asimilarlo. Papá compartió conmigo su pasión por la antropología y sus conocimientos ilimitados al respecto facilitándome numerosas oportunidades para viajar y observar. A lo largo de tal camino, él me dejó libre y observó cómo me desenvolvía yo misma dentro de varias culturas. Durante el verano de 1986, antes de regresar a Navas de Oro y pasar allí un mes, destinamos varias semanas a viajar por España con un grupo de

estudiantes de la Universidad inglesa de Keele. Papá era uno de los líderes de esta panda más bien andrajosa de estudiantes, y mamá y yo íbamos de su mano, aprovechando el viaje. Mientras los estudiantes se adentraban en las áreas rurales de los Pirineos por el día para investigar y aprender, Papá y los otros profesores se familiarizaban a su modo con el menú local (vino, pan, jamón y queso) en algún sitio agradable. Y mamá y yo nos ocupábamos de explorar el pueblo donde teníamos que establecer una especie de «centro de operaciones», Llavorsí (Lérida). Estas incursiones y mis poderes de observación llegaron a ser de lo más útil cuando los estudiantes estaban un día fuera. Encontrándose inmersos ellos mismos en las aldeas extremadamente rurales de los Pirineos, buscaron comodidades más modernas para su tiempo de ocio. Y Papá contaba a menudo la historia de cómo se había podido ver a un grupo de unos veinte estudiantes ya mayores siguiendo a una niñita de once años a la piscina y área recreativa de la localidad. Esta expedición fue seguida por la escena de la misma niña mayorcita de no más de once años negociando en español la entrada y alquiler de un equipamiento para los estudiantes. ¿Había yo aprendido la lección de la asimilación dentro de otra cultura? Aparentemente sí, ya que los nativos me aceptaban. A lo largo de su vida, Papá volvió a visitar España en muchos de sus viajes, pero el tiempo que pasó estudiando Navas de Oro permaneció como el más precioso. Cuando pusieron a una calle del pueblo el nombre de Papá en su honor hace varios años, se sintió profundamente recompensado. A Papá le encantaba servirse del correo electrónico y de Facebook para mantenerse en contacto con muchos amigos y familiares del área. Leía de manera regular El Norte (de Castilla) y El Adelantado (de Segovia) y en ellos publicaba periódicamente artículos de opinión. Durante el último año de su vida, Papá se aferró a sus raíces españolas. A medida que su memoria inmediata empezaba a debilitarse, sus más antiguos recuerdos de un auténtico español fueron tomando forma. Incluso cuando su salud fallaba ya, a menudo me instruía para escribir a varios familiares y amigos por él. Solía dictarme las cartas en español e insistía en leerlas mientras yo las mecanografiaba al ordenador para corregir mi gramática y vocabulario. Aunque buena parte de esta correspondencia era para que Papá mantuviera sus contactos, me di cuenta de que también constituía una manera de construir un puente para que yo continuara haciendo lo mismo cuando él ya no estuviera. Aunque no soy una antropóloga y sé que nunca llegaré a tener los conocimientos que él acumulaba, siento una estrecha conexión con la tierra de mis antepasados. España es el

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UN AMERICANO EN EL PINAR

país de nacimiento de mi abuelo, fue la vida de mi padre, y está en mi futuro y el de mis hijos. Espero acertar a comunicar a otros siquiera una parte de lo que Papá me dio. Mis niños conocerán la utilidad del poder de observación. Papá encontró la paz el 29 de mayo de 2014. A petición suya, y siguiendo su dictado, comuniqué esta noticia a través de las redes sociales. En aquellas horas, la familia de fuera me llamó directamente para compartir la pérdida y el amor hacia mi padre. Conocimos entonces que las campanas de la iglesia del pueblo tocarían en honor del Americano. Y, en efecto, al

mediodía del 31 de mayo del 2014 las campanas de la iglesia de Navas de Oro voltearon en memoria de Papá: «Ya está. Nosotros recordamos hoy a un hijo del pueblo». Aunque ya sabía de la influencia que España había tenido en la vida de mi padre, en ese momento, comprendí —finalmente— el impacto que también él tuvo sobre El Pinar.

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Kathryn ACEVES PITNEY Raleigh, Carolina del Norte, EE.UU. 13 de julio de 2014

EL PINAR: FACTORES SOCIALES RELACIONADOS CON EL DESARROLLO RURAL EN UN PUEBLO ESPAÑOL por

JOSEPH BUENAVENTURA ACEVES B.S., Escuela Universitaria de Springfield, 1959 M.A., Universidad de Emory, 1960

Una tesis presentada en el Centro de Graduados de la Universidad de Georgia como complemento de los requerimientos para el grado de

DOCTOR EN FILOSOFÍA

Athens, Georgia 1969

A mi padre Pablo Aceves Prados, natural de Navas de Oro. Es él quien me mostró esta tierra —teniendo yo solo trece años— en 1949 y siendo aquel un viaje a un mundo maravilloso y desconocido para un chico de Nueva York. Aunque había emigrado a América en 1920, mi padre permaneció siempre arraigado a su pueblo como un «peguero»* de corazón. Joseph Buenaventura Aceves, Raleigh, Carolina del Norte, EE.UU. Marzo de 2014

*

Peguero es aquel que desempeñaba la actividad de obtener la pez o pecina, tan importante para el casco de los buques, a partir de la «miera» de los árboles. Un «peguero» constituía en cierto modo el precedente del «resinero» y tiene su interés que el padre del autor, como natural que era de Navas de Oro, se identificara en cuanto tal.

PREFACIO

E

STE proyecto no podría haberse completado con éxito

sin la ayuda de una gran cantidad de gente y organizaciones. La investigación fue posible gracias a una beca del Programa de Investigación de las Universidades Americanas (American Universities Research Program) del Consejo para el Desarrollo Agrícola (Agricultural Development Council, Inc.) y a una beca predoctoral de la Fundación Wenner-Gren para la investigación antropológica. También me siento agradecido al departamento de Sociología y Antropología de la Universidad de Georgia por su apoyo. El Dr. Wilfrid C. Bailey sirvió como director de proyecto en tal manera que solo puedo describir sus tareas diciendo que fueron mucho más allá de la mera llamada o cumplimiento del deber. No hay palabras suficientes que puedan expresar adecuadamente mi gratitud y aprecio por su ayuda, tanto durante el trabajo de campo como durante las primeras y últimas fases de este proyecto. Me he beneficiado en gran medida de las críticas y sugerencias realizadas por el profesorado de la Universidad de Georgia, mereciendo especial mención en este sentido los siguientes doctores: Dr. Frederick L. Bates, Dr. Ray Payne, Dr. Michael Olien, and Dr. Charles M. Hudson, todos miembros del Departamento de Sociología y Antropología en la Universidad. Además, el Dr. Francis Clune (SUNY, en Brockport), Dr. Robert T. Anderson (Mills College), y Dr. Pablo Vázquez Calcerrada (Universidad de Puerto Rico), también fueron de gran ayuda durante varias de las partes del proyecto. Durante mi estancia en España, el Dr. Michael Kenny, de la Universidad Católica de América, estaba trabajando en Madrid. Le soy deudor, con una inmensa deuda de gratitud por su hospitalidad y por las numerosas y valiosas sugerencias

que realizó en relación con los aspectos teóricos del proyecto. Sin excepción, los funcionarios españoles de todos los niveles fueron extremamente corteses y útiles en la provisión de datos. Me gustaría agradecer especialmente sus atenciones a los trabajadores de la Delegación Provincial del Instituto Nacional de Estadística en Segovia, y también a los de la Diputación Provincial de Segovia. Don Luis Sevillano Bustillo, del Servicio de Concentración Parcelaria y de Ordenación Rural proporcionó los datos básicos sobre la concentración de tierras y, muy amablemente, me permitió el uso de su oficina en varias ocasiones. Los agentes comarcales del Servicio de Extensión Agraria y los monitores de la Promoción Profesional Obrera destinados a la zona de El Pinar resultaron ser inestimables fuentes de información y aprecio mucho que robaran tiempo de sus increíblemente ocupadas agendas para hablar conmigo en tantas ocasiones. El director diocesano de Cáritas Española en Segovia, y los empleados de la Fundación FOESSA1 de Madrid me facilitaron el acceso a una gran cantidad de datos cuantitativos, al igual que el Banco Español de Crédito. Durante mi estancia en España tuve numerosos contactos con miembros de la Guardia Civil y me gustaría expresarles no solo mi agradecimiento, sino también mi admiración por ellos. El comandante local de El Pinar, sus empleados y otros oficiales y hombres de la 3.ª Compañía, Comandancia n.º 102 de Segovia, a las órdenes del capitán Bonifacio Provencio, merecen el respeto que les dan los lugareños y la admi-

1

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Se refiere a la Fundación para el Fomento de los Estudios Sociales y Sociología Aplicada, constituida por el impulso de Cáritas Española en 1965 (N. de T.).

Joseph Buenaventura Aceves • EL PINAR: FACTORES SOCIALES RELACIONADOS CON EL DESARROLLO RURAL EN UN PUEBLO ESPAÑOL

ración de todos los que reconocen en dicho cuerpo una organización policial devota de su trabajo y bien formada. Al Dr. Rafael Caldevilla Potente y a su mujer les corresponde la mayor alabanza posible. Durante mi estancia, don Rafael me trató de una larga y dolorosa enfermedad gastrointestinal. Una relación médico-paciente que rápidamente se transformó en una relación entre amigos, y esta pareja fue una fuente casi inagotable de información, ayuda y asistencia en varios asuntos de interés para el proyecto. Conociéndolos, creo que ahora comprendo lo que los españoles quieren decir cuando describen a una persona como «noble». El Pinar, Villa Román, y Leyes, son todos seudónimos y el deseo de mantener el anonimato de los pueblos reales me niega, lamentablemente, el privilegio de nombrar a una gran cantidad de gente cuya amistad y ayuda fueron absolutamente impagables. En todos los pueblos, y especialmente en El Pinar, las autoridades locales cooperaron al 100%. Tuve prácticamente acceso libre a cada documento en el ayuntamiento de El Pinar y pude contar con el apoyo de las autoridades de otros pueblos cuando lo necesité. Ningún investigador podría haber pedido o esperado un tratamiento mejor. Estoy agradecido al alcalde, al médico, al sacerdote, al secretario municipal, al juzgado de paz, al Ayuntamiento, y a todos los demás funcionarios por sus esfuerzos individuales y colectivos realizados en favor mío. Muchos antropólogos que pasaron largos periodos de tiempo con unas gentes llegan a hablar de ellos como «mi gente». De una manera muy real, la gente de El Pinar era «mi gente»; mi padre emigró desde el pueblo a los Estados Unidos y muchos de mis familiares por parte paterna aún vivían allí. Debido a una casualidad no premeditada pero propicia, mis padres pasaron el verano de 1966 de vacaciones en El Pinar. Mi padre, por supuesto, conocía bien el pueblo. Mi madre, aunque nativa y nacida en América, sin ancestros españoles, ha visitado el pueblo en varias ocasiones desde su primer viaje en 1932. Ambos padres se convirtieron en «antropólogos asistentes» y fueron unas inestimables fuentes de información sobre el pasado del pueblo. Ambos leyeron y criticaron versiones anteriores de este trabajo con una maravillosa capacidad para el análisis objetivo. No puedo referirme a la gente de El Pinar como meros «informantes»; se convirtieron en mis amigos, al igual que mucha otra gente de otros pueblos en la zona. Citarles a todos ellos por su nombre requeriría que una copia del Registro Civil del pueblo fuera anexada al trabajo; por tanto, citaré solo unos pocos: doña Isidra Vela y familia, don Florián Olmos y familia, don Félix de Santos y familia, don Juan Carrascal, don Juan de Lamas Iglesias, don Mariano García Muñoz, don Felipe Vela, don Jesús de Santos, y don Guagerico Arévalo Aré-

valo. Hay muchos más: Pascasio, Marcelino, Leoncia, Micaela, don José Antonio, Santiago «Cherete», Cándido, Mariano «Salamanca», Mariano el sereno, «Cuchifle», Abundio Román y su familia, Nato, y un fantástico y viejo amigo, Inocencio. La lista es incompleta y los nombres pueden significar poco para el lector, pero sé que estos y otros nombres permanecerán en mi memoria y en mi corazón por largo tiempo. En otros pueblos, una gran cantidad de gente fue de gran ayuda; como sucedió muy a menudo durante este proyecto, los informantes se convertirían también en amigos. Estoy encantado de haber tenido la amistad de Manolo, Paco, Bene, Juan Elías, Charito, Niñito, Lucita y don Pedro —algunas de las personas del área—. Y estoy especialmente agradecido a las familias de doña Rosenda Tejedor y doña Petra Molino, por su pródiga hospitalidad. Hay una persona especial que, en un sentido técnico, fue mi informante clave fuera de El Pinar. De ella aprendí un montón de cosas sobre la juventud de España y los problemas y esperanzas de los jóvenes profesionales. Desde un encuentro casual en la Plaza durante una fiesta en 1966, hasta el día de 1967 en que embarqué en el avión hacia Madrid para volver a casa, fuimos fieles compañeros, y esta compañía aún se mantiene hoy mediante una corriente ininterrumpida de cartas. Aunque este trabajo será juzgado por su contribución a la ciencia y fue escrito con ese propósito, está también escrito, de una manera muy real, con la esperanza de que sea digno de la fe que María tuvo en mí como persona. La mecánica de elaboración de mi tarea fue mucho menos ardua gracias a la ayuda de Miss Annelle Williamson y Mrs. Linda Pearson, quienes realizaron la versión mecanografiada, así como a la asistencia de la plantilla de secretarias del Departamento de Sociología y Antropología de la Universidad de Georgia, y al servicio de reproducción fotográfica de la biblioteca de la facultad. Miss Barbara Wiggins, de Atlanta, Georgia, hizo los dibujos incluidos en el trabajo. Me he esforzado por contar la historia de El Pinar «de la manera que es», o mejor dicho, de la manera en que la ven sus propias gentes. Es obvio, por los agradecimientos precedentes, que no me ha faltado ayuda; lo que tiene de bueno o digno de alabanza este trabajo se debe a las contribuciones de mucha gente que —infatigablemente— ofreció su tiempo para ayudarme. Las flaquezas que el lector crítico pueda apreciar son mi fallo y mi responsabilidad. Si los contenidos de este trabajo ayudan a los americanos a comprender la naturaleza de los problemas a los que se enfrenta la España rural, me daré por satisfecho. Si, además, este trabajo pudiera ayudar de cualquier manera a las autoridades españolas a mejorar sus programas de ayuda a El Pinar y otros pueblos similares, entonces seré totalmente feliz.

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LISTADO DE FIGURAS

Página 1. España; provincias continentales

47

2. Mapa de la comarca. Localización de El Pinar

47

3. Fotografía aérea de El Pinar

48

4. Plan de Ordenación de El Pinar. Zonificación actual. Segovia, enero de 1955

53

5. Calle típica y torre del Reloj

55

6. Pirámide poblacional

59

7. Población actual y población proyectada para El Pinar

60

8. Nacimientos y muertes en El Pinar

61

9. Licencias comerciales: 1964 y 1966

71

10. Posesión de bienes de consumo selectos

76

11. La «plazuela» en 1949 y 1966

77

12. Demostración de equipamiento forestal moderno de la PPO

86

13. Hombre en un tractor

88

14. Estructura geológica de la provincia de Segovia

89

15. Los tradicionales bueyes y carro agrícola

90

16. Arados

95

17. Equipamiento agrícola moderno

96

18. Equipamiento agrícola moderno

97

19. Parcelas agrícolas

106

20. Valoración de los Servicios Comunitarios, condiciones e instalaciones en El Pinar, Agosto de 1966

118

21. Problemas más importantes vistos por una muestra de líderes

119

22. Importancia relativa de las características individuales relacionadas con el desempeño de una función importante 120 23. Cualidades de los líderes: muestra de liderazgo

121

24. Agricultores con sus capas tradicionales

122

25. La iglesia en El Pinar

128

26. Bailando frente al Santo Patrón

129

27. Los «rostros» del pueblo

131

28. La ermita

143

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ABREVIATURAS UTILIZADAS1

BANESTO — Banco Español de Crédito BOE — Boletín Oficial de España CAMPS — Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Segovia CES — Consejo Económico Sindical (de Segovia) CESA — Centro de Estudios de Sociología Aplicada DDT — Dicloro Difenil Tricloroetano. Es uno de los compuestos principales de los insecticidas. FAO — Food and Agricultural Organization, United Nations Fundación FOESSA (Cáritas Española) — Fundación para el Fomento de Estudios Sociales y Sociología Aplicada IBRD-FAO — International Bank of Reconstruction and Development2 and the Food and Agricultural Organization of the United Nations— Banco Internacional para la Reconstrucción y el Desarrollo, y la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura LAE — La Actualidad Española (1952-1979), revista ilustrada de información general PDES — Plan de Desarrollo Económico y Social 1964-1967 PDO — Plan de Desarrollo y Operaciones Plan CCB — Plan de Comunicación Cristiana de Bienes PPO — Promoción Profesional Obrera RENFE — Red Nacional de Ferrocarriles REPS — Reseña Estadística de la Provincia de Segovia SEA — Servicio de Extensión Agrícola SSE — Servicio Sindical de Estadística (de Segovia)

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Aunque en la tesis original no aparecía un listado de abreviaturas, nos ha parecido importante incluirlo dada la variedad y especificidad de las abreviaturas empleadas (N. de E. ). Actualmente conocido como The International Fund for Agricultural Development (IFAD), Fondo Internacional para el Desarrollo Agrícola (FIDA) en español, de las Naciones Unidas.

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CAPÍTULO I INTRODUCCIÓN

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URANTE mi estancia de quince meses en El Pinar, la gente me preguntó repetidamente por qué estaba allí. Invariablemente contestaba que mi universidad estaba muy interesada en desarrollo rural en España, y que yo había sido enviado a aquí para ver qué es lo que estaba pasando y para escribir un libro en base a mis observaciones. Pero ¿por qué —insistían— iba yo a vivir en un pequeño pueblo en lugar de en la atmósfera más confortable y culturalmente estimulante de la ciudad? ¿Por qué no fui a Madrid o a Valladolid, a las universidades de allí, y les pregunté a los profesores que se especializaban en esas cuestiones? Una y otra vez volvía a repetir la misma respuesta de que la harina no crecía en la Gran Vía de Madrid y de que pocos profesores, incluso en América, sabían cómo manejar un arado. Mi lugar estaba en El Pinar y su comarca porque allí era donde vivía la gente que me interesaba. La respuesta pareció satisfacer su curiosidad; tenía sentido para todos e incluso halagaba a algunos. La siguiente pregunta se formulaba más a menudo como una combinación de demanda y petición: ¿contaría yo la verdad sobre España? «La verdad» sobre España es un asunto delicado para el español medio. Parte de su mitología operativa es que España ha sido injustamente representada ante el mundo como un país atrasado en las garras de una férrea dictadura dominada por un clero fanático donde aún se practicarían autos de fe al más puro estilo de la Inquisición. Esta es la herencia de la Leyenda Negra, leyenda sobre España que no ha desaparecido aún totalmente. Un ejemplo típico de una versión sofisticada de la leyenda negra lo constituye el libro de Elena de la Souchère An Explanation of Spain (1964), que describe el lamentable estado de las clases trabajadoras con Franco, la erradicación del movimiento sindicalista por este régimen, y la

indescriptible pobreza generalizada de las masas en oposición a la riqueza de las élites que mantienen el control. Mme. de la Souchère era miembro del gobierno republicano en el exilio, y directora de su agencia de prensa en 1945; vive en Francia y no parece haber puesto un pie en España desde la guerra. Obviamente, su biografía política tiñe de color ideológico tal «interpretación». En Roquefort, Francia, me encontré por casualidad con un anciano refugiado español de una localidad soriana que había huido a Francia en 1938 por razones políticas. Mientras estábamos sentados en un café, me habló de la dureza de vivir en un país aún extranjero para él tras casi treinta años de residencia. Mi sugerencia de que volviera a España y se beneficiara de la amnistía general que se había concedido a los exiliados políticos fue inmediatamente rechazada por él. ¿No sabía yo acaso que España se hallaba atrapada por la pobreza, que la tiranía del gobierno era cosa muy extendida, y que a él ciertamente le dispararían si regresara? Tras estar en España durante catorce meses, pude darle cuenta de lo que acababa de ver e incluso, por mera coincidencia, hablarle de mi anterior visita a su pueblo de origen. Fue inútil; él tenía su propia versión de la verdad y no podía o no quería creer ninguna otra. La otra cara de la moneda es lo que podría ser llamada la Leyenda Blanca difundida por los propagandistas del gobierno y apologistas del régimen. La idea central de esta «leyenda» es que España ha evitado desde la «Guerra de Liberación de 1936-1939» los horrores de la Guerra Mundial, ha conseguido un notable mejoría en vivienda, educación, industria, etc., y ocupa hoy un papel respetable en las relaciones internacionales. Todo esto ha tenido lugar bajo la estabilidad y el orden traído por el presente régimen. La cre-

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ciente democratización se hacía patente con la nueva Ley de Libertad Religiosa de 1967 y la aprobación abrumadora por parte de la gente de la nueva Ley Orgánica en un referéndum de 1967. El tercer lado de la moneda, aquel sobre el que rueda, es la visión de España que sostienen los turistas que han acudido a allí, alcanzando cifras verdaderamente astronómicas desde 1960. En 1966, cerca de diecisiete millones, de los que casi la mitad eran franceses, visitaron España. La verdad de los turistas, que puede ser también llamada la Leyenda Dorada, está entreverada de su aprecio por los bajos precios, los buenos hoteles, el sol, el mar, los tesoros artísticos, y ese cúmulo de artefactos materiales y sociales que identificamos con lo típico. Asumiendo que fuera capaz de contactar por mí mismo con un número suficientemente representativo de turistas, sus impresiones de España se podrían sintetizar en un batiburrillo de la famosa Carmen, música y baile flamenco, corridas de toros, castillos, vino, y fiestas servidas por una hospitalaria población de alegres tipos campesinos y/o sofisticados nativos extraídos de Cervantes por obra y gracia del mismísimo don Juan Tenorio. Así, el visitante vacacional se lleva a casa una impresión de España a la que yo llamo ersatz Andalus...o sucedáneo andaluz, una versión toscamente exagerada de la vida costera de Andalucía. Y es que parece haber un acuerdo general de que la gente española forma un maravilloso conjunto, incluso si el campesino castellano resulta casi oriental en su impávida dignidad y rostro inescrutable. Esta última afirmación puede ser fácilmente comprobada leyendo la obra, entre otros, de V. S. Pritchett (1954). Cada una de las «leyendas» mencionadas tiene —quizá— una cierta validez. La naturaleza de la «verdad» es una cuestión filosófica que no será desarrollada en este estudio. Sin embargo, en cualquier intento de descripción y análisis de un fenómeno complejo, como el cambio social en la vida rural española, se debe tener en cuenta la variada naturaleza de la España actual, la cultura contemporánea nacional española y el carácter nacional. Como respuesta a la petición de veracidad por mi parte, todo lo que pude responder es que haría mis observaciones con apertura de mente. Es más, siento que constituye un asunto más importante el que sepamos cómo piensa y se siente la gente acerca de sus propias actividades que suministrar otro conjunto de sumarias conclusiones hechas por alguien ajeno a esa cultura. En esencia, mi respuesta a mis anfitriones fue que grabaría la verdad como las gentes decían que ellos la habían visto antes de hacer ningún intento de análisis. Y que pondría freno, por el momento, a mi papel de crítico y comentarista social.

El problema estudiado En este trabajo se discuten tres áreas básicas de estudio. Primero, mi objetivo es presentar una descripción y análisis de los factores sociales en un pueblo español ya que aquellos afectan a los cambios en el desarrollo rural. Segundo, el estudio incluye un test de campo de la utilidad del concepto de «familismo amoral» de E. C. Banfield para explicar la resistencia al cambio tanto en los aspectos tecnológicos como en los de organización social. Tal concepto fue presentado en el libro de Banfield The Moral Basis of a Backward Society (1958) y ha sido relaborado por Foster en su discusión sobre el «bien limitado» en cuanto a orientación cognitiva en las sociedades campesinas (1965). Tercero, el estudio pretende hacer una pequeña aportación al conjunto de la literatura antropológica sobre España y la cultura contemporánea española. Contribuye —además— a nuestro conocimiento de las cambiantes sociedades campesinas, especialmente en el área mediterránea. El enfoque del estudio, como se indica anteriormente en el primero de estos puntos, renuncia a la posibilidad de convertirse en una etnografía general de un pueblo español; en suma, no es el estudio convencional de una comunidad que presentaría un inventario de prácticas sociales y tecnología cubriendo todos los ámbitos de la vida comunitaria. Existe un cuerpo inmenso de bibliografía que trata temas especializados tales como el folklore, los tipos de vivienda, la vestimenta, la religión, la brujería, las leyes, y otros fenómenos como estos tal como se dan en España. La utilización de este material ha sido restringida a las áreas de especial relevancia para los objetos de mi estudio. Aun así, se procuran suficientes datos descriptivos como para que el lector sea capaz de hacerse una idea de la vida cotidiana del pueblo y del contexto en el que el problema debe ser entendido. El Pinar ha sufrido una serie de rápidos cambios desde 1955; cambios que se encontraban en plena marcha durante el periodo de junio de 1966 a septiembre de 1967, cuando yo estuve llevando a cabo este estudio. La naturaleza de estos cambios, la economía mixta de la comarca y el pueblo, la población relativamente numerosa de El Pinar, con 2300 personas, y su accesibilidad en general hacían del pueblo un excelente laboratorio para poner a prueba las hipótesis derivadas de la teoría de Banfield. Debería señalarse también que este estudio es el primero en realizar un amplio examen de campo de estas hipótesis. En fecha tan tardía como 1948, Kroeber dedicó menos de una página en su Anthropology (1948: 284) a los estudios de sociedades campesinas. Los más importantes antropólogos del pasado habían tendido a concentrar su investigación en las sociedades tribales y en las formas más exóticas de orga-

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INTRODUCCIÓN

nización social humana. Los estudios campesinos hechos por antropólogos aparecieron con mayor frecuencia desde 1960, aunque, por supuesto, no eran de ninguna manera desconocidos antes de esa época. Mientras la tipología de la «sociedad folk» de Redfield constituía ya en buena parte un intento para explicar las realidades del campesinado, se habían echado en falta —por lo demás— formulaciones teóricas al respecto hasta tiempos relativamente recientes. Cada vez resulta más evidente que conceptos eficaces en el manejo de datos de sociedades preletradas o de tradición oral han tenido —como mucho— una utilidad limitada en la explicación del campesino como tipo social. De la misma manera, el modelo general de sociedad derivado del análisis estructural-funcional no ha sido apropiado para explicar el cambio social. Se asume que el tradicionalismo y la resistencia a la innovación y el cambio son característicos del campesinado; una característica que genera preocupaciones obvias a aquellos interesados en los programas de desarrollo rural. Geertz (1961) ha utilizado el término «descampesinización» para indicar el proceso de cambio lento por el cual el campesino se convierte en lo que podríamos llamar un proletario rural. Los estudios de cambio social realizados por antropólogos, sociólogos rurales, e investigadores sociales en general, han tendido a subrayar la aceptación o rechazo de ítems utilizando modelos que postulan un número de etapas o pasos. La aproximación más frecuente ha sido la de comprobar el grado de difusión (cfr. Barnett, 1953). Rogers proporciona una revisión de los distintos enfoques y tradiciones de investigación subsumidas bajo esta rúbrica en su Diffusion of Innovations (1962). La propuesta que he escogido para el análisis de datos acentúa la cosmovisión y orientación de valores de los lugareños como una variable crucial en el proceso de cambio. El énfasis estaría así situado en la gente, y no tanto en las características del fenómeno o en el proceso innovador. Hay influencias relacionadas con la descampesinización que provienen de fuera del pueblo: radio, televisión, periódicos, agentes de cambio patrocinados por el gobierno, todas las cosas relacionadas con lo que Friedl llama la «cultura nacional» (Friedl, 1962). Otras influencias exteriores habrían sido traídas también por los residentes que han vivido en las ciudades o que han trabajado en Francia y Alemania durante algún tiempo. De igual importancia en el proceso es el concepto de sí mismos de los lugareños, su autoimagen colectiva, así como la visión de su comunidad en relación con otras comunidades similares y con la cultura nacional. De la misma manera, he estudiado la visión de los vecinos individualmente considerados en relación con otras personas del pueblo.

Los datos y resultados del estudio se presentan en el orden siguiente: 1. Una historia de El Pinar seguida por una descripción del pueblo y la comarca. 2. Un relato descriptivo de la organización social del pueblo y de su estructura demográfica. 3. El bosque de pinos y su impacto sobre el pueblo se debate aquí junto con la naturaleza de la Comunidad. La introducción de una nueva técnica de extracción de resina sirve como un ejemplo de los cambios tecnológicos. 4. Se discute la naturaleza general de la actividad agrícola, se describe la tecnología utilizada, y se proporcionan casos que ilustran los cambios aceptados y rechazados. 5. Se comentan también las fuentes del cambio social y tecnológico: se consideran las influencias de la cultura nacional, los agentes del cambio planificado, los medios de comunicación y el retorno de los emigrantes. 6. Se describen y analizan las principales orientaciones de valor de los lugareños como base de la estructura normativa que les define y afecta a su comportamiento. 7. Se estudian las razones para la resistencia al cambio y las alternativas y soluciones que los lugareños encuentran. Se examinan las barreras a la cooperación y se discute el pueblo como situación de conflicto. 8. El estudio concluye con una evaluación crítica de los trabajos de Banfield y Foster y de la utilidad de sus estructuras teóricas.

Metodología El principal método utilizado en este estudio fue el de la observación participante. Viví en el pueblo de manera continua durante un periodo de dieciséis meses y llegué a ser aceptado por la gente como un residente habitual. Una vez que los vecinos se acostumbraron a mí, fue fácil unirme a las actividades locales, conversar con las gentes, observar sus acciones y, en muchas ocasiones, arrimar el hombro en algunos de sus trabajos. Tenía un manejo razonablemente bueno del castellano cuando llegué a El Pinar y fui capaz de trabajar con él muy rápidamente. Durante un periodo de cerca de dos meses, al principio del todo, me sentía poco capacitado por mi conocimiento imperfecto de la lengua y mi escaso vocabulario, pero esto acabó teniendo algunas ventajas anticipadas. En principio, todos se dieron cuenta de que había tenido poca oportunidad de

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practicar mi español en los Estados Unidos y muchos se sorprendieron agradablemente de que ya supiera tanto. Además, mi falta inicial de elocuencia hizo necesario que la gente hablara más despacio y explicara las cosas con más cuidado. Mi llegada al Pinar no fue nada imprevista; de hecho, para algunas personas constituyó todo un acontecimiento. Mi padre había nacido y crecido en El Pinar antes de su emigración a los Estados Unidos en 1921. Mi madre, nacida en los EE.UU. de padres no españoles, había estado en el pueblo en 1932 y había vuelto unas cuantas veces con mi padre desde su primera visita. Yo mismo había estado durante cuatro meses en El Pinar en 1949 y había mantenido contacto epistolar esporádico con algunos familiares. Por supuesto, mi padre había mantenido comunicación frecuente con su familia y amigos de allí. Mis padres llegaron a El Pinar algunas semanas antes que yo y estuvieron hasta septiembre de 1966 en una visita que se alargó felizmente de manera no intencional y coincidió con la mía. La presencia de parientes en el pueblo fue útil para establecer un entendimiento inmediato, como lo fue la presencia de muchos viejos amigos. Sin embargo, una vez que la buena relación había sido establecida, el grupo de parientes demostró no ser ni una ayuda especial, ni tampoco un obstáculo para la estudio. Pude desarrollar amistades con una gran cantidad de gente contando solo con mi propia iniciativa. El estudio de una home town, el lugar en el que uno ha nacido, no resulta —desde luego— único en las ciencias sociales. West estudio su propia ciudad, «Plainville» (1945), por poner un ejemplo. Debo reconocer que en el caso de El Pinar la gente tenía una predisposición a responderme favorablemente como persona. Esto era realzado por mi habilidad con el lenguaje y una falta de hábitos exóticos o rasgos de comportamiento por mi parte que pudieran ser vistos como «raros». A diferencia de otros antropólogos que habían sido considerados como potenciales espías o recaudadores de impuestos, yo no tuve tal dificultad. Mis intereses se extendían a otros pueblos de la comarca, y me resultó relativamente fácil realizar entrevistas y observar a la gente allí donde yo era desconocido. Descubrí que si la gente te ve frecuentemente y si eres amistoso y no representas ninguna amenaza para ellos, ser aceptado es simple. Para cuando los cuatro primeros meses habían volado, yo ya era una visión familiar en la comarca, y mis idas y venidas no provocaban ningún tipo de comentario. Al principio los lugareños se referían a mí como el hijo de Pablo, pero cara a cara me llamaban por mi nombre de pila —en la forma española, por supuesto— y por lo demás me convertí simplemente en el americano, siguiendo la tradición antropológica de Pitt-Rivers (el inglés) y Kenny (el ir-

landés). En una comunidad donde prácticamente todo el mundo tiene un mote y donde los apellidos apenas se utilizan, esta etiqueta resultó a la vez descriptiva y conveniente, así como bienintencionada. Mis afirmaciones de que estaba estudiando el desarrollo rural eran aceptadas generalmente como verdaderas, aunque nunca estuvo claro para todos y cada uno el papel concreto que yo jugaba en el pueblo. Algunas personas tenían una ligerísima idea de lo que era o hacía un antropólogo. En varias ocasiones en la capital Segovia, o en cualquier otro lugar lejos del pueblo, me presentaron como antropólogo. Y al menos en dos ocasiones me preguntaron si yo me dedicaba a medir cabezas. Otros querían saber si es que yo consideraba a los españoles seres primitivos como «esos de África», ya que —supuestamente— los antropólogos solo estudiarían pueblos primitivos. Pero el malentendido que se convirtió en mi favorito sucedía cuando algún hombre de avanzada edad mostraba un sorprendido gesto tras escuchar que yo era un antropólogo. Insistía entonces en conocer (1) si era verdad, y (2) si había muchos más como yo en América. Parecía sentirse un poco aliviado entonces en sus pensamientos cuando le decía que solo había unos cuantos miles de nosotros en el mundo. Más tarde, la equivocación acababa haciéndose evidente: él pensaba que yo decía ser un antropófago —un caníbal o comedor de personas—. Para él era difícil creérselo y se alegró profundamente cuando descubrió que yo solo estudiaba gente en vez de comérmela. Entre otras cosas, fui confundido con un ingeniero que estudiaba carreteras, puentes y canales. Mis amigos encontraron conveniente decir simplemente que era un profesor escribiendo un libro sobre España; esto satisfizo a la mayor parte de la gente. La verdad es que pocas personas tenían realmente una gran curiosidad sobre lo que yo hacía una vez que quedó claro que no había ninguna intención de causar problemas, y que estaría encantado de dar a cualquiera todos los detalles que quisieran. Mi observación es que si alguien resulta aceptable como persona, lo que hace será aceptable también. Por la complejidad del problema y el tamaño del pueblo no resultó práctico utilizar un solo informante clave, y tampoco quería confiar en datos obtenidos de solo una o dos personas. Por lo tanto, busqué datos de informantes en general y normalmente intenté obtener información de gente que conociera bien una especialidad laboral en concreto, o que tuviera una posición social particular. Para la información sobre los resineros hablaba con Pascasio o Nato; para los detalles sobre las labores agrícolas contaba con Florián y Fermín. Lo mismo funcionaba para otros aspectos del estudio. Cuando era posible, recogía datos de al menos dos personas sobre el mismo fenómeno, pero nunca de tal manera que ello

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INTRODUCCIÓN

pareciera implicar que no confiaba en lo que una de ellas ya me había contado. Cuando aparecía una duda sobre alguna parte de la información, revisaba el asunto con varios otros vecinos en cuyo discernimiento confiara. Era raro que sintiera que alguien estaba engañándome o mintiendo deliberadamente. A menudo una persona exageraba o subestimaba una situación, pero yo confiaba en que lo que me contaban fuera siempre de buena fe y representara lo que la persona sentía que era la verdad. Hay una buena cantidad de rivalidades intrafamiliares e interpersonales en el pueblo, así como cotilleos y murmuraciones que resultan habituales. Una tarea importante fue la de asegurarme de que conocía, al menos, las mayores disputas y los casos en los que la gente no se hablaba. Dejé muy claro que mi posición era absolutamente neutral y que quería mantener buenas relaciones con todo el mundo; y todos los que me oyeron estuvieron de acuerdo en que era una sabia manera de actuar, y la mayor parte del tiempo no tuve dificultades en llevarla a cabo. Afortunadamente, en este sentido estaba más o menos exento de las «obligaciones» familiares. En realidad, la situación en El Pinar no es tan sombría como parece por lo dicho; en muchas cosas no se diferencia de cualquier pequeña ciudad americana donde todo el mundo conoce los asuntos de todo el mundo. No obstante, para jugar el papel de espectador neutral se requiere un repertorio bastante amplio de cariñosos gruñidos, muecas, y frases que han de ser repartidas con la habilidad de un diplomático profesional. Durante mi estancia en Europa tenía un Volkswagen Squareback [cuadrado] Sedan de cuatro puertas de 1966, y con él llegué a El Pinar. El coche demostró ser muy útil para encontrarse con gente, siendo además un coche de cierto estatus en España, aunque no me enteré de eso hasta mi llegada a allí. Una manera en la que pude ser útil fue llevar gente conmigo en mis viajes periódicos a Segovia. Frecuentemente me pedían que llevara gente a la capital a ver al médico, y esto me dio una buena oportunidad para obtener información sobre los cuidados sanitarios. En unas cuantas ocasiones me convertí también en el chófer de un oficial de la Guardia Civil de Villa Román cuyo jeep parecía estar continuamente roto o sin gasolina, y esta fue una ocasión excelente para aprender algo sobre protocolos policiales. El Volkswagen rojo pronto fue bien conocido en toda la comarca y mucha gente se acercaba a preguntarme sobre el coche, la extraña matrícula de Georgia y demás, facilitando así los contactos informales que en muchos casos probaron ser muy fructíferos para la obtención de información. También recogía a gente en las zonas de cruce de caminos entre los pueblos. La señora de la gasolinera de Leyes me mantenía informado sobre sucesos locales en su pueblo y los mecánicos

del garaje en Segovia, los guardas del parking de allí, y casi cada guardia civil en moto, se volvieron conocidos en un corto espacio de tiempo. Una vez que solucioné el problema de que algunas personas quisieran utilizarme como un servicio de taxi privado, el coche pasó a ser una valiosa pieza del equipo de antropólogo a la hora de encontrar nuevos informantes; proporcionaba, además del transporte, un medio de comenzar una conversación con el americano. Aunque cada investigador va al campo con algún plan para la recogida de datos y alguna idea sobre a quién debe contactar, a menudo aparecen circunstancias excepcionales de las que puede sacar provecho. Nunca hubiera sido capaz de conocer a un curandero cercano sin despertar sus sospechas a no ser que, como sucedió, una tarde un vecino me pidiera que lo llevara ante él. Como lo había llevado hasta El Manzanal era perfectamente normal que yo le acompañara a la casa del curandero, fuera presentado, y así pudiera conocer al hombre. Durante mi estancia completa en El Pinar sufrí un caso muy doloroso de gastritis que probablemente se originó comiendo un pedazo de salchicha con algunos emigrantes españoles en Francia. Fui presentado por un amigo mutuo al doctor del pueblo de Castillo Colón, que se especializaba en medicina interna y la relación médico-paciente pronto fue tornándose en una cercana amistad, y don Marcos y su mujer se convirtieron prácticamente en mis colaboradores. Estaban interesados en mi trabajo y hasta cambiaban sus planes para encontrar cosas que me fueran útiles, me sugerían libros para leer, y actuaban como una caja de resonancia para mis ideas sobre la organización e interacción social en el pueblo. A menudo yo llegaba para el tratamiento o para los rayos X sin haber ingerido bocado, y me encontraba una comida preparada para mí una vez que el trabajo médico estaba terminado. Además, don Marcos rechazó el pago sistemáticamente durante los quince meses que duró el tratamiento, prácticamente semanal. Esto debería dejar claro al lector por qué uso la palabra «amigo» en lugar de «informante» en tantos casos. Es complicado tratar con el español, y sospecho que con cualquier otra persona, como «un caso» o «un informante», cuando uno vive en estrecha asociación con ellos por un periodo de tiempo prolongado. Sin embargo, esto no significa que la amistad deba oscurecer la objetividad del investigador, y no creo que yo haya perdido nada de mi objetividad científica al aceptar y ofrecer amistad a la gente. Una de las maneras en las que uno conoce gente en España es que una persona «te pasa» a otra. Parece que todos los españoles tienen un primo o un familiar que puede ayudar, o que conoce a alguien que a su vez conoce a alguien más con la información requerida. Un caso de cómo funciona esto me sucedió cuando Manolito, el hijo de una viuda

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que cocinaba para mí, resultó herido en un accidente de tráfico y tuvo que estar seis semanas recuperándose en el hospital de Segovia. El chico, de quince años aproximadamente, estaba cruzando una calle cuando fue atropellado por un joven con una moto. La policía le llevó a un centro de primeros auxilios y después al hospital; el conductor, por su parte, fue primero interrogado y luego puesto en libertad. Al día siguiente tuve noticia del accidente y de manera inmediata me dirigí a Segovia con Julián, el tío de Manolito. Tras comprobar que el chico se encontraba bien, decidimos averiguar quién era el conductor de la motocicleta; Manolito había olvidado su nombre. Mi sugerencia fue preguntarle a la policía, pero fue rechazada de plano por Julián sobre la base argumental de que no nos contarían nada. Lo que siguió a continuación fue un comportamiento típico del país: Julián tenía un amigo en la Guardia Civil que había servido con él en el ejército y este amigo sería útil en la comisaría, aunque los oficiales de la Guardia Civil no tienen jurisdicción directa en la ciudad. Cuando Juan, el amigo, finalmente apareció todos fuimos a la comisaría de policía, donde nos dijeron que los documentos relativos al caso habían sido enviados al Juzgado de Primera Instancia. Mi nueva sugerencia de que fuéramos directamente al juzgado fue rechazada por ambos hombres, ya que no conocían allí a nadie que nos pudiese ayudar. Después siguió un día y medio de investigación; Julián, Juan y yo hablamos con la compañía que vendía las motos de la misma marca que la que golpeó a Manolito; el propietario de la tienda nos remitió a un amigo que vendía las pólizas de seguros para las motos y quien —por ello— podría recordar al chico como cliente. Mientras tanto, todo el mundo trataba de encontrar a alguien que tuviese un «contacto» dentro del juzgado, pero sin resultados. El único «enterado» que pudimos localizar, el amigo del yerno del dueño de una fábrica en El Pinar, estaba en Madrid. Al final no resistí más y, ya que estábamos los tres cerca de los juzgados, los arrastré y pregunté al empleado si tenía informes del accidente. Él, satisfecho como estaba porque habíamos tomado el camino recto del derecho a saber, se dirigió simplemente hacia una pila de documentos y en un minuto nos dio el nombre del conductor, su dirección y su número de póliza de seguro. Julián y Juan estaban casi estupefactos por haber obtenido la información de esta manera —pues aunque yo había violado las normas apropiadas para la situación, podía decirse que conseguí los resultados deseados—. También conocí, por otro lado, a un montón de gente con la que normalmente nunca habría tenido contacto. En este tipo de situaciones resulta bueno para el investigador dejarse llevar cuando es «pasado a otro», incluso si considera el proceso una pérdida de tiempo. A menudo yo no

encontraba lo que buscaba, pero encontraba a alguien en el camino que demostraba ser de gran ayuda en otras áreas de interés. Lo principal es tener a alguien en algún lugar a lo largo de la cadena que pueda responder por ti; en mi caso, podía decir que vine con el permiso del alcalde de El Pinar, y esto era normalmente suficiente. En ningún momento tuve que utilizar la carta de presentación formal que me había firmado el jefe del departamento en la Universidad de Georgia. Todos, o al menos así lo parecía, tenían en El Pinar a un amigo que tenía un amigo, etc. Además de la observación participante, me fue dado acceso libre a todos los informes municipales de El Pinar y fui capaz de conseguir la total cooperación de las autoridades municipales. Asimismo, fui ayudado por las autoridades de los pueblos de Leyes y Villa Román, y por varias instituciones gubernamentales nacionales, que me proporcionaron información y datos de diversos tipos. Durante el verano de 1966 utilicé un cuestionario para recoger la información de un grupo de liderazgo en El Pinar, en relación con las infraestructuras del pueblo y sobre sus conceptos de lo que debería ser y hacer un líder. Las preguntas se leyeron a cada persona y yo anoté las respuestas. Los resultados se encuentran en Aceves y Bailey (1967) y el cuestionario se incluye en el Apéndice I. Las entrevistas formales fueron reducidas por mí al mínimo y estuvieron normalmente restringidas a profesionales tales como médicos, maestros de escuela, agentes de Extensión Agraria, y algunos funcionarios del gobierno en Segovia y Madrid. Aunque ninguno expresó su rechazo porque sus comentarios quedaran escritos con mi puño y letra, encontré más efectivo no anotar constantemente las conversaciones. Muchas de ellas tuvieron lugar en los bares locales y eran de naturaleza informal a pesar de que se trataran en ellas asuntos más bien técnicos; a veces solo era hablar por hablar, otras veces aparecía un tema que me interesaba y yo intentaba mantener la conversación en esa línea para sonsacar respuestas o información. Después escribía mis notas fuera de la vista de la gente, o en mi casa. A veces preguntaba una cuestión directa y anotaba la respuesta en una de las tarjetas que siempre llevaba conmigo. Encontré, por supuesto, más fácil interactuar con la gente si no estaba constantemente tomando notas delante de ellos. En general mis días en el pueblo siguieron un esquema fijo. Durante la mañana hacía recados, normalmente charlaba con el cartero e iba al Ayuntamiento si había documentos que revisar. Cuando la estación era apropiada, iba a los campos a observar a los agricultores o deambulaba entre los pinos para hablar con los resineros. Durante la hora de la siesta en la tarde —entre dos y cinco aproximadamente— escribía mis notas. Después, de las cinco hasta las siete o las ocho,

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INTRODUCCIÓN

cuando los autobuses llegaban, solía estar en uno de los bares jugando a las cartas con los hombres y charlando. Tras observar las nuevas llegadas de los autobuses y recoger mis periódicos y el correo postal de la tarde, tomaba la cena a las ocho, charlaba con los vecinos de esta parte del pueblo y, la mayor parte de las noches, conducía hasta Villa Román. En Villa Román compartía los atardeceres con un grupo compuesto de varios maestros de escuela, agentes de la oficina del Servicio de Extensión Agraria, un distribuidor de licores y su mujer, y algunos de los más jóvenes profesionales y hombres de negocios. Algunas noches iba a Leyes, y de cuando en cuando algunos de nosotros íbamos a Segovia a ver una película. Al menos una vez a la semana me desplazaba a Castillo Colón y también semanalmente me acercaba a Segovia; normalmente en este último viaje el coche se llenaba con gente del pueblo que iba a hacer recados. Resultaba raro tener una entrevista prefijada en cualquiera de los pueblos; no se podían apurar las cosas demasiado y era preferible esperar la ocasión de sacar los temas que me interesaban en el momento adecuado. Mejor que crear situaciones sociales concretas, intuí que sería mucho más útil encajar dentro del modelo de vida cotidiano y hablar sobre lo que la gente hablaba en vez de estar siempre sacando temas de especial interés para mí, pero no necesariamente para ellos. El Dr. Wilfrid C. Bailey estuvo en El Pinar ayudándome con el estudio durante agosto y septiembre de 1966, y a lo largo de tres semanas en junio de 1967. Fue rápidamente admitido por la gente desde el principio, ya que estaba, de alguna manera, «patrocinado» por mí y por mi familia y, por consiguiente, era aceptable para el pueblo. Un ejemplo de este «respaldo» sucedió cuando el Dr. Bailey estaba caminando solo en el bosque de pinos, al este del pueblo. Se le acercó un Guarda Forestal que le interrogó sobre quién era y qué estaba haciendo. Con su pobre español, el Dr. Bailey fue capaz de comunicarle al guarda que era un amigo mío. Como yo mismo había llegado tan solo un poco antes que el Dr. Bailey a realizar mi trabajo en el pueblo, el guarda aún no me conocía, así que el Dr. Bailey le contó al hombre que era amigo del hijo de Pablo Aceves —y esto ya fue suficiente para que el guarda se volviera bastante más amistoso. Un extraño puede pasear tranquilamente, sin restricciones, siempre que tenga una razón legítima para estar en un lugar y pueda citar a alguien en algún lugar de la zona que sea, quien en cierta manera dé razón y se pueda hacer responsable de él. Sucedió, por ejemplo, cuando fui tomado por español en un hotel en virtud de mis trajes hechos en España y mi acento ligeramente castellano. Normalmente los camareros hubieran mostrado mayor deferencia al hombre mayor pero, en León, tanto los cama-

reros como el personal del hotel, me dedicaron especial atención por ser «un español» o al menos, más español que mi colega. Esta cortesía, de la cual yo no era consciente en aquel momento, incluía —por ejemplo— mayores raciones de comida. En una inversión de los roles más frecuentes en España, relacionados en buena parte con la edad, yo era responsable de mi amigo de más edad. Durante la investigación hice escaso uso de equipamiento técnico más allá del bloc de notas y el bolígrafo, una máquina de escribir portátil para la elaboración de las notas, y una cámara de 35 mm. No traje ninguna grabadora y de hecho sentí que realmente no era necesaria, aunque podía haber sido útil en algunas ocasiones. La cuestión de la validez siempre aparece en los estudios de este tipo y, preocupado sobre la validez de mis observaciones y conclusiones, desarrollé la técnica de utilizar a algunos amigos cercanos como «panel de discusión» para revisar juntos mis ideas. Esto implicaba discutir conclusiones tentativas, nuevas ideas y corazonadas, etc., con ellos, para ver si acertaba o al menos resultaba razonable en mis apreciaciones. Los miembros de este grupo constituían un colectivo más bien diverso; un maestro de escuela, un médico, un recepcionista de un hotel de Segovia, mi padre, y uno o dos más del pueblo que tenían la suficiente educación como para comprender mis necesidades y eran lo bastante objetivos respecto a su propia cultura como para realizar una evaluación sincera. Este «panel» continuó siendo de ayuda para mí tras mi regreso a los Estados Unidos y durante la escritura de este trabajo. Envié copias de la monografía de El Pinar (Aceves y Bailey, 1967) a varios de sus miembros, y también copias de otros artículos que había escrito. Uno de ellos consiguió que una amiga le tradujera los materiales y se los leyera y luego me hizo varios comentarios en una carta; otra persona los tradujo él mismo, tras reactivar sus conocimientos de inglés, y me ofreció también su punto de vista. Mi padre charló conmigo en repetidas ocasiones sobre el trabajo. En todos los casos las respuestas fueron suficientemente positivas como para permitirme sentir que había captado de hecho lo que los españoles llaman el ambiente de la vida en un pueblo castellano. Siguiendo la tradición antropológica he utilizado seudónimos para todas las personas mencionadas en este trabajo, así como para los pueblos implicados en el estudio. Algunas fechas y datos han sido ligeramente modificados para mantener el anonimato de gentes y lugares, y en alguna cita he eliminado a propósito los números de las páginas de referencia para evitar que pudiera averiguarse el verdadero nombre de El Pinar. Cada antropólogo que estudia una comunidad tiene un capítulo que nunca puede ser escrito; un capítulo que trata sobre los pequeños o grandes escándalos habituales

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en todas las comunidades. He omitido este material aquí ya que su publicación no es de utilidad y no añade nada de interés material al análisis de los datos. Donde he utilizado tal material, este se encuentra, por supuesto, bien enmascarado con los cambios necesarios de nombre y lugar. La investigación antropológica en España Si bien hay una amplia literatura especializada en varios aspectos de la cultura española, los antropólogos sociales han hecho su aparición en ella relativamente hace poco. Quizás el mejor de los tempranos trabajos de carácter extensivo es la etnología general de Caro Baroja Los pueblos de España: ensayo de etnología (1946). A través de sus estudios de brujería (1961) y su intento de definir el «sociocentrismo», Caro Baroja constituye quizás el escritor español de temas antropológicos mejor conocido, aunque su especialidad sea la historia social. El punto más conspicuo de la antropología en relación con los estudios de las comunidades españolas es el libro People of the Sierra (1954), de Julian Pitt-Rivers, un reporte de la organización social de un pueblo andaluz de montaña. Este estudio fue seguido por el trabajo de Michael Kenny, A Spanish Tapestry: Town and Country in Castile (1961), un estudio comparativo de Ramosierra, un pueblo montañés en Castilla la Vieja, y una parroquia de clase trabajadora de Madrid. Ambos trabajos proporcionan una visión general de la vida y la estructura social en la España rural. Un estudio reciente (1966) de Carmelo Lisón Tolosana presenta una aproximación más orientada históricamente a la organización social de un pueblo en la provincia de Zaragoza. Ninguno de estos estudios están centrados en los problemas ni sus contenidos son especialmente teóricos, aunque Kenny intentó una comparación rural-urbana. Tanto PittRivers como Kenny han publicado después artículos que tratan sobre problemas específicos y cualidades concretas de la cultura española, tal como el estudio de Kenny sobre la relación entre salud y valores (1962). Uno de los trabajos más tempranos producidos por antropólogos americanos fue el realizado por Foster. Publicó primero un reconocimiento etnográfico de España (1951), seguido por Culture and Conquest (1960). Este último era un ambicioso intento de determinar los orígenes españoles de ciertos fenómenos sociales latinoamericanos. De hecho, Foster no tuvo mucho éxito en conseguir su objetivo, pero el libro resulta valioso como una especie de guía de viaje de un antropólogo a España en la medida que viajó ampliamente y catalogó ciertos lugares y eventos interesantes, proporcionando una descripción de ellos.

Algunas investigaciones menores, aunque he de añadir que solo en alcance, han sido realizadas por antropólogos sociales americanos y británicos. Richard and Sally Price estudiaron el noviazgo en Andalucía (1966) y hay trabajos inéditos de otros que aparentemente residieron durante cortos periodos de tiempo en España. Bertha Quintana estudió la cultura gitana andaluza (1967); Edward Hansen investigó la cultura de la zona catalana (1967) y Susan Tax Freeman trabajó sobre un pueblo de montaña en Soria (1965). Tales estudios fueron todos realizados con vistas a presentar la tesis doctoral y no han sido todavía publicados en el momento de escribir yo estas líneas. Durante el periodo de mi trabajo de campo en España, varios antropólogos estaban también trabajando allí. John y Mary Corbin, de la Universidad de Kent, Inglaterra, se hallaban volcados en un estudio a gran escala de una comarca andaluza en la Sierra de Ronda. Varios estudiantes de Harvard andaban comprometidos durante cortos periodos de trabajo de campo en estudio del mismo pueblo de Huelva; y Kenny se encontraba terminando un estudio de la emigración española a México. La distribución de los estudios antropológicos muestra que Andalucía atrajo el mayor número de investigadores, seguida de la región catalana (Kenny, 1967). Los primeros estudios —sin embargo— fueron realizados en las dos Castillas, Aragón, León y el País Vasco. Hermet (1967) muestra la distribución de los estudios conocidos sobre España realizados por antropólogos; puede verse que gran parte del país no ha sido estudiado, aunque los antropólogos sí hayan visitado estas regiones aún no exploradas. La naturaleza de los estudios de campo antropológicos en España ha cambiado también en énfasis y en extensión. Parece haber una tendencia hacia los estudios comarcales, es decir, un conjunto de pueblos interrelacionados de una zona completa más que los viejos estudios de comunidades per se. Kenny afirma: «Creo que los días de la pequeña y simpática monografía realizada en magnífico aislamiento pertenecen al pasado» (Kenny, 1967), y es apoyado por el sociólogo Juan Linz (Linz, 1967) y por Pitt-Rivers (comunicación personal). Además de los cambios en la extensión del área de estudio, hay una tendencia creciente a estudiar instituciones y a concentrarse en problemas específicos. Tradicionalmente, el antropólogo ha trabajado en las zonas más remotas de España; este estudio es uno de los pocos efectuados en un pueblo fácilmente accesible desde el «exterior». Varios de los científicos sociales españoles han realizado una llamada a los estudios urbanos, pero se ha hecho muy poco en España en la línea de la antropología urbana.

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INTRODUCCIÓN

El trabajo de los antropólogos sociales españoles ha tendido a seguir la tradición europea de concentrarse en etnografías descriptivas y folklore, aunque esto esté ahora cambiando. En realidad, la antropología social está en su infancia en España; la primera cátedra de antropología social fue establecida en 1968 en Barcelona. Algún trabajo ha sido hecho ya por Claudio Esteva Fabregat, ahora en Barcelona y anteriormente a cargo del Instituto Iberoamericano de Antropología, en Madrid. Alcina Franch en Sevilla también ha realizado otras contribuciones importantes. Sin embargo, en 1967 no había un programa de doctorado en antropología social en España y hasta muy recientemente las oportunidades de trabajo para los antropólogos han sido más bien escasas, de manera que la carrera de antropología era o bien poco atractiva y/o no disponible para los estudiantes españoles, a no ser que escogieran estudiar en el extranjero. Los sociólogos españoles contemporáneos han realizado un buen número de estudios de campo útiles para los antropólogos. Uno de los grupos más atractivos es la Fundación FOESSA, una institución dedicada a la investigación en sociología aplicada dentro de Cáritas Española, la organización española de caridad católica. Fue FOESSA quien llevó a cabo un estudio en 1963 de todos los pueblos españoles que era utilizado como la base para el Plan CCB de Cáritas (1965). Este último documento es un verdadero almanaque sociológico de la España contemporánea, al igual que los archivos de FOESSA que se guardan en su principal sede en Madrid. El estudio de España de FOESSA publicado en 1966 es también de inestimable valor como trabajo de referencia. Un amplio trabajo reciente es el estudio de Linz y de Miguel, «Within-Nation Differences and Comparisons: The Eight Spains», un intento de conceptualizar las diferencias regionales en relación con los factores socioeconómicos (1966). El estudio de Pérez Díaz de un pueblo agrícola en Castilla la Nueva (1966) fue de especial interés para mí. Este era más un estudio sociológico que el habitual estudio agrícola y económico disponible en España, y estaba basado en parte en observación participante, así como en estadísticas y datos de investigación extraídos de encuestas. Un trabajo que también resultó sugerente para mí fue la novela de Julio Escobar titulada Se vende el campo, un ficticio estado de la cuestión de la emigración masiva de las áreas rurales a las ciudades y sus consiguientes problemas sociales. El escenario sucedía en una zona rural aparentemente en el límite de las provincias de Ávila, Segovia y Valladolid, un área bastante cercana a El Pinar. La novela, que apareció en 1966, fue un éxito de crítica y se vendió bien; su penetración en la vida del pueblo la hace valiosa para los antropólogos interesados en subculturas rurales.

Otros trabajos novelísticos también fueron útiles, especialmente los escritos de Miguel Delibes. Me parece que Delibes, periodista y escritor, tiene una excelente percepción de las realidades de la vida de pueblo. El camino (1950) es la historia de un niño pequeño en un pueblo aislado, un excelente caso de estudio sobre la socialización. Quizás no sea una coincidencia que el periódico que edita, el diario vallisoletano El Norte de Castilla, publica regularmente una serie de artículos sobre la vida en las zonas rurales en declive, la cual me proporcionó una excelente fuente de material comparativo. Aunque los escritos de Ortega y Gasset, Unamuno, Aranguren, y otros filósofos sociales españoles son útiles para proporcionar cierta perspectiva global sobre la cultura española, los encuentro demasiado preocupados con la teoría social en general y la filosofía como para resultar de uso práctico en la comprensión de la España rural. Hay una cierta superficialidad en los reportes de las sociedades campesinas hechos por intelectuales urbanos, que indica —además— que nunca fueron realmente capaces de salvar la distancia entre su mundo y el del humilde aldeano. Por esta razón encuentro mucho más valioso a Delibes que a Ortega y Gasset, aunque quizás no tan «profundo»; pero creo que es justo señalar aquí mis inclinaciones personales. El Pinar como ejemplo representativo de un pueblo español Al lector se le puede ocurrir preguntar: ¿Por qué El Pinar? ¿Por qué, de todos los pueblos disponibles, fue este el elegido y por qué, de todas las comarcas, elegí estudiar esta en particular? El hecho de que hubiera tenido contactos previos con este pueblo no es razón suficiente. Lo que me parece más importante es que El Pinar y su comarca constituyen un típico ejemplo de un área de pueblos tradicionales agrícolas que está experimentando cambios. Mis lazos familiares y el conocimiento previo de la zona hicieron la elección de El Pinar conveniente para mí; su situación de pueblo representativo y el hecho de que es una de las primeras zonas rurales en beneficiarse del programa de Ordenación Rural lo convierten en relevante desde el punto de vista científico. Cada pueblo tiene algunas características únicas, algunas peculiaridades propias que no aparecen en otros lugares en absoluto o que no lo hacen con la misma intensidad. Esto no es importante para nuestros propios propósitos, porque la gente de El Pinar no resulta en lo fundamental significativamente diferente de aquellos habitantes de otros pueblos de la comarca, la provincia o la región. En resumen, El Pinar proporciona una situación partiendo de la cual podemos hacer generalizaciones con un alto grado de seguridad sobre otros pueblos de la región.

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Cuando Cáritas Española planeaba y ejecutaba la investigación para su Plan CCB dividió la nación en «unidades sociales homogéneas», a las que nos podemos referir mejor como unidades socioeconómicas homogéneas. Ignorando las fronteras provinciales, diocesanas y las regiones tradicionales, los técnicos que efectuaron el informe dividieron el país en 360 zonas que tenían rasgos comunes y que podían ser tratadas como unidades analíticas. Estas fueron clasificadas posteriormente por tipo y subtipo. Además, los «núcleos relevantes» (es decir, las grandes ciudades) fueron tratados como unidades distintivas. Para completar esta aproximación, se dividió a su vez España en 12 regiones basadas en una convergencia más «natural» de los factores socioeconómicos y geográficos que el tradicional trazado regional que está basado en grupos de provincias que, por antecedentes históricos, se supone que deben estar juntas (Cáritas, 1965, vol. 1: 227-230). Al dividir Segovia, el área de La Pedriza en la sierra y algunos pueblos de su partido (unidad administrativa similar al condado o concejo) fueron separados de los otros cuatro partidos situados en la llanura. El Pinar está localizado en la zona 48-4 («Segovia — Cereales y Pinos»), y cae en la región castellano-leonesa. Esta zona, junto con otras dos de la provincia se clasifican como parte del tipo zonal A—1, que incluye la mayoría de las provincias de la franja norte a lo largo de la costa atlántica desde los Pirineos hasta Galicia, partes de la meseta norte y sur, y parte de Almería, en Andalucía (Cáritas, 1965, vol. 1: 234-238). El tipo zonal A—1 incluye 98 zonas, siendo el tipo zonal más extendido en España. En 1960 la población era de 4 246 261 si se excluían las grandes ciudades y de 4 999 032 con las ciudades incluidas. Estos datos indican que este tipo zonal tenía el 25,39% del total de la población rural española y el 16,35% de la población total del país. Las 23 ciudades comprenden el 11,28% del total nacional, y los 3838 municipios y 39 332 unidades individuales de población (caseríos, cortijos y agrupaciones agrícolas periféricas similares) comprenden el 41,71% y el 57,70% respectivamente de los totales nacionales. La actividad predominante es la agricultura de agricultores-propietarios auto-empleados, o de arrendados; el modo de vida es completamente rural, y el área tiene una baja densidad de población: 60,2 habitantes por kilómetro cuadrado en 1960 (Cáritas, 1965, vol. 1: 234). Cáritas resume la naturaleza fundamental del tipo zonal de la siguiente manera: 1. Se caracteriza por el minifundio en agricultura, economía, municipios, etc. 2. 87 de las 98 zonas han perdido una población de 209 596 [personas] en el periodo 1950-1960. 34

zonas han perdido más del 10% de su población durante este tiempo. 3. 80% de las zonas tienen más del 80% de su población empleada en la agricultura; 30 zonas tienen más del 90% así ocupada. 4. Hay un bajo porcentaje de trabajadores a destajo o temporales y solo un ligero parón estacional. 5. En un tercio de las zonas, más de la mitad de las familias se alimentan insuficientemente. 6. Los servicios médicos son relativamente buenos y los servicios farmacéuticos están disponibles. 7. Existe un bajo analfabetismo en buena parte de las zonas. Baja iniciativa privada en educación primaria y secundaria, excepto en Oviedo, La Coruña y Pontevedra. Escasas oportunidades de conseguir educación secundaria y superior. 8. No hay prácticamente ningún problema de alojamiento o falta de casas, aunque carecen de calidad. 9. Hay deficiencias en el pavimentado, en los sistemas de tratamiento de alcantarillado, y en la distribución de agua corriente. Más de la mitad de las zonas tienen electricidad y en todos los municipios está normalmente disponible un servicio telefónico. 10. «Su estructura sociocultural es típicamente rural, presentando una profunda rigidez de modelos culturales, lo que impide la aparición de algunas actitudes favorables a la innovación y, como consecuencia, al desarrollo» (Cáritas, 1965, vol. 1: 238). Aunque los municipios del tipo zonal A—1 muestran unas marcadas similitudes socioeconómicas, debe ser subrayado que hay grandes variaciones culturales regionales. El gallego, el andaluz, y el castellano tienen a menudo costumbres sociales muy distintas, incluyendo diferencias lingüísticas. En Galicia mucha de la población rural aún habla la lengua gallega, que resulta más similar al portugués que al español-castellano y en, Almería, el habla es el andaluz y no la norma castellana.1 Las similitudes puramente «objetivas» y «cuantificables» son peligrosas y en ocasiones conducen al error cuando se trata de la España rural. Aunque los problemas pueden ser los mismos, los métodos para remediarlos —el intento de Cáritas— deben tener en cuenta las diferencias subculturales. Es de justicia señalar que, con todo, los responsables de la organización se encuentran plenamente conscientes y al tanto de este factor. Quizás la mayor utilidad de estos datos es señalar lo típico de El Pinar como núcleo rural, así como proporcionar una base para la comparación entre el pueblo y otros de su tipo. 1

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El autor menciona el término «dialecto» para referirse a la manera de hablar en Andalucía; posiblemente se refiera al acento o más técnicamente al «habla» cuando se refiere al dialecto (N. de T.).

CAPÍTULO II EL PUEBLO

Figura 1. España: provincias continentales.

Figura 2. Mapa de la comarca.

a El Pinar no resulta especialmente difícil; como cuenta la gente de allí, el pueblo está «bien comunicado» con el resto de España.1 Desde Madrid, una moderna autopista con cuatro carriles se dirige hacia Vi-

llalba y, cruzando la Sierra de Guadarrama, termina en la ciudad de Segovia, capital de la provincia del mismo nombre. Desde Segovia, la carretera —ahora ya de dos carriles— enfila el camino, una vez dejado atrás el castillo del Alcázar, de la suave planicie castellana, pasando por los campos de cereales hasta que alcanza el extenso bosque de pinos del que El Pinar toma su nombre y la mayor parte de su riqueza. Desde Madrid se tarda unas dos horas y media en coche; en autobús o tren, sin embargo, el trayecto puede ocuparnos —aproximadamente— cinco horas, siempre que uno consiga hacer las conexiones adecuadas en Segovia.

L 1

LEGAR

«Pueblo» significa tanto una unidad de población, pueblo o pequeña ciudad, como la gente de ese lugar; y el uso dependerá del contexto. Un tercer significado ligado a pueblo es el de «rústico», «pueblerino», o «patán» , y puede ser aplicado tanto a la unidad de población como a las personas. Es posible ir más allá y distinguir entre pueblos por tamaño o tipos de asentamiento como aldeas, etc., pero estas distinciones son rara vez utilizadas por la gente, que tiende a marcar la diferencia solo entre ciudad y pueblo (Pitt-Rivers, 1954: 7).

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Figura 3. Fotografía aérea de El Pinar.

El Pinar está localizado en la parte central occidental de la provincia. Situado en la meseta norte de la Península Ibérica, a una latitud aproximada a la de Omaha, Nebraska (41° 5’ Norte), su panorámica general es muy similar a la de las grandes planicies americanas del este de Colorado o del oeste de Texas. El clima mediterráneo-continental resulta duro; los veranos son calurosos y los inviernos largos y fríos. La primavera y el otoño tienden a ser breves. Se trata de una tierra agreste, donde … el duro clima, con sus contrastes violentos, sirve para enfatizar la esencial esterilidad de este desierto rojizo. Por el día el suelo se agrieta con el calor y las plantas se marchitan […] Es una tierra que no da cuartel; el agricultor castellano describe justificadamente el año como «nueve meses de invierno y tres meses de infierno» (Way, 1962: 279, 295).

La provincia de Segovia se encuentra dentro del área conocida como «España seca», con la excepción de una zona marginal en las montañas; la lluvia anual es de menos de 700 mm en la meseta. El pueblo se halla entre dos ríos, localmente conocidos como el «Río Grande» —algo irónicamente, ya que en verano la corriente se convierte en un hilo de agua— y el más pequeño «Río Chico». El pueblo está situado en los altos acantilados con vistas al Río Grande, a una altitud de 805 m sobre el nivel del mar.

Una carretera pavimentada conecta El Pinar, hacia el sur, con Segovia y, hacia el norte, con Los Encierros, siendo esta ciudad la segunda mayor en la provincia tras la capital. De Los Encierros, con sus 7000 habitantes, la carretera continúa hacia la ciudad de Valladolid. En dirección al este, la carretera se ramifica a la entrada del Pinar y, ya sin pavimentar, continúa hasta el mismo borde del límite del pueblo, donde el pavimento vuelve a aparecer y continúa hasta Turégano y, de allí, hasta la autopista nacional Madrid-Burgos. La falta de asfalto en la parte de la carretera que atraviesa el pueblo es una fuente de disgusto constante para su gente; el tamaño de los baches inspiró a algunos de los vecinos más ingeniosos a pedir al ayuntamiento que los ensanchara ligeramente y los designase «piscinas municipales», ya que normalmente se llenan con agua embarrada durante la temporada de lluvias. Una sucia carretera atraviesa el bosque hacia el oeste hasta Villa Román, de la que dista ocho kilómetros. Además, otra carretera inmunda se ramifica desde Turégano hasta San Miguel, Ramos y otros pueblos del sureste. Los servicios de tren están disponibles en Leyes, a través de la línea de RENFE (Red Nacional de Ferrocarriles) que une Segovia con Medina del Campo. Este es el único tren que opera en la provincia, aunque la línea propuesta de Madrid a Burgos atravesará el extremo más oriental de la provincia de Segovia cuando se complete en 1968. Hay tres trenes diarios de Segovia a Medina del Campo y viceversa.

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EL PUEBLO

El servicio de autobús es bastante bueno. Cada mañana a las 8:00 h dos autobuses salen del pueblo en dirección a Segovia y otro se dirige hacia el norte a Valladolid. Para aquellos que van a Madrid hay conexiones inmediatas en Segovia que parten a las 11:00 h y llegan a Madrid a las 13:00 h. Otro autobús parte de Segovia a las 13:30 h y llega a El Pinar a las 15:00 h, regresando inmediatamente a la capital. Los autobuses de la tarde parten de Segovia y Valladolid a las seis de la tarde (cinco en los meses de invierno) y llegan a El Pinar dos horas después. Aquí los pasajeros pueden cambiarse de autobús; el de Valladolid continúa hacia el este hasta su última parada en Turégano, y el de Segovia hasta su destino final en Los Encierros. Estos autobuses Leyland, hechos en Gran Bretaña, aunque incómodos en las carreteras más duras, y sin calefacción en el invierno, hacen posible viajes que habrían sido impensables hace veinticinco años. Por ochenta y seis pesetas ($1.44) uno puede hacer el viaje de ida del pueblo a Madrid. El viaje de ida y vuelta a Segovia, el más frecuente, cuesta solo sesenta y cinco pesetas ($1.08).2 Además del servicio de pasajeros, los autobuses llevan correo postal y paquetes. Por una pequeña propina, los conductores de autobús pueden hacer recados en las ciudades, llevar mensajes y pequeños paquetes a gente en otros pueblos de la ruta, y también constituirse —habitualmente— en una buena fuente de información de lo que pasa en otros pueblos. El primer coche apareció en El Pinar en 1908; pertenecía a un hombre originario de Los Encierros y causó una profunda impresión en los aldeanos y sus ganados, asustando a ambos. Hacia el final de 1966 había treinta y cinco coches privados, veintiocho motocicletas, treinta y dos camiones, y tres Land Rover registrados en el pueblo. Los automóviles privados son aún un lujo en España y la mayor parte de los vehículos pertenecen a los ricos propietarios de empresas o a profesionales, como el doctor. La mayor parte de la gente utiliza bicicletas o simplemente caminan; los agricultores utilizan carros tirados por mulas o burros cuando van a sus campos. En esta parte de España es raro encontrar en propiedad o en uso caballos de montar. Aparte de las conexiones por tren y carretera, El Pinar está conectado con el resto de España por un muy eficiente servicio de correos. Hacia 1840 el correo era recibido y enviado por etapas tres días a la semana (Madoz, 1889). Ahora el correo llega diariamente en el tren que para en Leyes y es traído en moto a la oficina postal de El Pinar, desde donde es distribuido a las casas durante los meses de verano; en el

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Sesenta pesetas equivalían a $1 durante el periodo de estudio.

invierno debe ser recogido en la oficina postal o esperar hasta el reparto de la mañana siguiente. En julio de 1967, el reparto de los domingos fue suspendido; antes de aquello, el correo llegaba también en la mañana del domingo y era distribuido. En un día normal, el pueblo recibe una media de 150 cartas o paquetes. El servicio telefónico es menos eficiente. Había cuarenta y ocho teléfonos en casas y oficinas del pueblo en 1967, más un teléfono público situado en la centralita del ayuntamiento. Dado que la capacidad de la centralita era solo de cuarenta y ocho teléfonos, no podía pedirse ni instalarse ningún servicio nuevo. Las llamadas hechas desde y hacia el pueblo son conducidas a través de Leyes y, a menudo, una llamada puede tardar varias horas hasta ser completada, ya que El Pinar comparte una línea interurbana con otros pueblos y solo una llamada al tiempo es posible. En una ocasión, me llevó cuatro horas llamar a Castillo Colón, un pueblo situado a unos veinticinco km al este. Para ser realizada, la llamada es reconducida a través de Leyes hasta Carbonero y luego a Castillo Colón —todo dentro de una única línea interurbana—. Es buena cosa, pues, que el operador y su esposa se encontraran entre las almas más pacientes de El Pinar. Para completar los vínculos con el «mundo exterior», casi cada casa posee una radio y cerca de veinte casas tienen aparatos de televisión, al igual que los trece bares. La televisión es una novedad, habiendo llegado la primera al pueblo en 1961. El número de aparatos indica el número de familias relativamente prósperas; una televisión costaba alrededor de 20 000 pesetas ($333) en 1966, lo cual puede corresponder a más de un tercio de los ingresos anuales de una familia. En el autobús de la tarde llegan copias del diario madrileño Arriba y son distribuidas en las calles por una banda de chiquillos. Igualmente, cerca de una treintena de personas en el pueblo están suscritos a El Adelantado de Segovia, el diario de noticias de la capital. En el quiosco de la Plaza se venden revistas y tebeos, fundamentalmente a chicas jóvenes. Considerando la red de comunicación entera, en su sentido más completo, El Pinar no puede ser considerado una comunidad aislada en ningún sentido. Aunque la mayoría de la gente no viaje frecuentemente, se hallan expuestos a noticias de otros lugares y la mayoría ha estado alguna vez, al menos, en Segovia.

Historia de El Pinar Las excavaciones arqueológicas cerca de Sepúlveda, en la provincia de Segovia, indican ocupaciones de la cultura paleolítica superior y varios restos de culturas neolíticas han

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sido localizados —también— en varios lugares de la provincia. Hacia el 700 a.C. los celtas habían llegado y dominado a los íberos que vivían en el área (Camps, 1958: 7; y Grau, 1952: 67 y ss.). Una tardía invasión de los íberos, llegando desde la Francia actual hacia el 350 a.C., y la fusión de los dos grupos, produjo como resultado la población celtíbera. Esta se dividió en dos grupos principales, los vacceos que eran fundamentalmente agricultores, y los arévacos, que eran pastores. Ambos grupos se distinguían por su radical espíritu de independencia y por su bravura en la batalla, rasgos que exhibieron en su resistencia a la conquista romana durante las Guerras Púnicas. Villa Román era una fortaleza vaccea y solo fue conquistada por los romanos tras ser engañada con una promesa de clemencia por Licinio Lúculo, el pretor romano. La conquista de Villa Román fue llevada a cabo en el 142 a.C. y algunos años más tarde Los Encierros fue tomado de la misma manera por Tito Didio (Camps, 1958: 8). Una vez bajo dominación romana, Villa Román y Los Encierros fueron reconstruidos y se convirtieron en puntos de descanso importantes en la carretera romana que iba desde Emérita (hoy Mérida) hasta Cesar Augusta (actual Zaragoza). Las evidencias de la construcción romana abundan en la provincia, siendo quizás el ejemplo más espectacular el acueducto de Segovia, con más de 2000 años de antigüedad. La Torre del Reloj en El Pinar es —supuestamente— de construcción romana, aunque evidencias más ciertas pueden encontrarse en los restos de la muralla de Villa Román y en los de la carretera pavimentada del término de la municipalidad de Los Molinos, un pueblo al este de El Pinar. En el 346 a.C. Teodosio, más tarde conocido como «el Grande», nació en Cauca (hoy Coca), también cerca del área de El Pinar. Este último gran emperador romano es quizá el hijo más famoso de la comarca de El Pinar. Durante los siglos IV y V d.C. nuevas olas de población entraron a la Península Ibérica desde más allá de los Pirineos. Los alanos llegaron hasta Segovia y es sabido que debieron de haber pasado a través de Villa Román. Hacia el 411 d.C. los vándalos capturaron Segovia, pero fueron expulsados por los visigodos en el 484 y el área pasó a formar parte del Imperio Visigodo (Camps, 1958: 18 y ss.). La conquista árabe del Levante y Andalucía se expandió hacia las dos Castillas, y Segovia pasó a estar bajo su influencia hasta la liberación de Castilla. Las influencias moriscas también abundan en la provincia; ambos, el castillo del Alcázar y el pequeño castillo en Castilnovo, muestran —así— destacados diseños mudéjares. El 13 de diciembre de 1474, Isabel —esposa de Fernando de Aragón— fue coronada reina de Castilla, a la muerte de Enrique IV, en la Iglesia de San Miguel. La Casa de Trastá-

mara, de noble linaje castellano, mantenía estrechos vínculos con Segovia, y la reina Isabel fue generosa otorgando privilegios a la nobleza del área. En 1465 se adjudicó un «mercado libre» a Los Encierros, y otras muchas ciudades, como Los Molinos o Villa Román, obtuvieron similares derechos. La hija de Isabel, Juana «la Loca», al igual que su marido Felipe el Hermoso, fueron incapaces de gobernar de forma efectiva contra las numerosas intrigas de la pequeña nobleza. Su hijo Carlos I nació en Gante y no tenía idea alguna de la vida o costumbres españolas cuando llegó para tomar posesión del reino. Tanto él como sus asesores flamencos ofendieron a los castellanos y finalmente esto condujo a la Guerra de los Comuneros en 1520. Representantes de distintas Comunidades (o feudos) se opusieron a varios de los edictos de Carlos I y, al no ser compensados, se rebelaron contra el rey. Juan Bravo dirigió el grupo desde Segovia, pero fue derrotado en batalla, capturado y decapitado según Orden Real del 23 de abril de 1521. Su muerte y las de los otros más importantes líderes terminaron con el levantamiento (Camps, 1958: 133-134). El papel concreto de las comunidades de Villa Román y Cuéllar no es bien conocido, pero sí se sabe que siguieron a Juan Bravo en el levantamiento. Además de estas celebradas guerras, hubo muchas otras guerras menores entre varias villas. Según la tradición local, Cauca perdió en una guerra contra Turé y como consecuencia —por razones desconocidas— comenzó a ser conocida como Coca, mientras Turé devino Turégano —literalmente «Turé ganó»—. Algún verso recuerda el cambio de nombre pero no la fecha: Cauca, Cauca, ciudad de Europa, desde que has perdido te llamas Coca.

El descubrimiento del Nuevo Mundo, y la fiebre por colonizarlo y conquistarlo, tuvieron un enorme efecto en España, siendo una de sus consecuencias la emigración de españoles al otro lado del Atlántico. La mayoría de los emigrantes eran de Andalucía y Extremadura (Nadal, 1966: 75 y ss.). De los 7645 emigrantes oficiales entre 1509 y 1534, solo 153 eran originarios de Segovia. Sin embargo, muchos emigrantes realizaron la travesía sin permisos oficiales, como Nadal frecuentemente menciona (Nadal, 1966: 73). La expulsión de moriscos y judíos y las muertes debidas a la peste, junto con la persistente emigración al exterior, hicieron que Segovia comenzara el siglo XVII con una población drásticamente reducida. Grau cita 12 000 muertes a causa de tal plaga entre la primavera de 1598 y el otoño de 1599 (Grau, 1952: 118). Varios de los más reconocidos conquistadores procedían del área de El Pinar, especialmente en la Comunidad de Los

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Encierros. Diego Velázquez acompañó a Colón en su segundo viaje y llegó a ser el Gobernador de Cuba hasta su muerte en 1524. Fue el responsable de organizar la expedición de Cortés a México. Juan de Grijalba descubrió el Golfo de México e hizo el primer reconocimiento completo del mismo. Francisco de Cuéllar fue uno de los «Gloriosos Trece» que permanecieron junto a Pizarro cuando sus tropas se amotinaron en Perú. Desde Villa Román viajó a América Fray Gregorio de Montalvo, un misionero que acompañó a los conquistadores al Nuevo Mundo (Camps, 1958: 137-139). Doscientos años más tarde, el área de El Pinar vivió una de sus más importantes crisis, la Guerra de la Independencia que los españoles libraron contra Francia. El 2 de diciembre de 1808 las tropas francesas al mando del General Milhaud tomaron Villa Román; a pesar de las garantías ofrecidas por el general, las tropas saquearon la ciudad, cometiendo diversos actos de vandalismo, robos y violaciones. Los habitantes de la villa respondieron violentamente: … inspirados por su ardor patriótico, un grupo de agricultores armados únicamente con sus herramientas de trabajo atacaron a la patrulla francesa unos días más tarde; precisamente el mismo día que la Junta Central decretó la formación de las famosas bandas de guerrillas que tan efectivamente contribuyeron al debilitamiento y desmoralización de los arrogantes ejércitos de Napoleón. Las guerrillas (de Villa Román) y sus tierras crecieron con gran rapidez. Formadas de hombres rudos que conocían los extensos bosques de pinos de la zona, lucharon persistentemente y casi sin descanso hasta que su ilustre villa se convirtió en una parada obligatoria en la ruta de Valladolid a Segovia, y una estación postal para la mensajería del rey extranjero (González Casanova, 1948).

Lord Wellington atravesó Villa Román e hizo de ella su cuartel general de campo durante varias semanas en el transcurso de la campaña. En ese periodo, y hasta que la guerra terminó en 1814, se mantuvo una guarnición inglesa en el área. Mientras nombres como Philip y Joseph eran conocidos en España como tales, en lugar de Felipe y José, a mediados del siglo XVIII aparece un incremento notable de los primeros durante el periodo de ocupación extranjera. Cuando el Secretario Municipal y yo examinamos los registros del pueblo, ambos percibimos unos cuantos Philip y Joseph en los certificados de nacimiento. Habiendo notado la coincidencia entre los nombres y el periodo de ocupación inglesa, el secretario señaló de forma algo sarcástica que —aparentemente— el «ardor guerrero» no había sido el único talento de los hombres de Wellington. Una vez terminada la Guerra de la Independencia, la zona de El Pinar continuó con normal tranquilidad hasta la abdicación de Alfonso XIII y la malograda Segunda República. El derrocamiento de la república y la Guerra Civil de 19361939 trajeron un periodo de conflictos y miseria al área, como de hecho sucedió en toda España. Segovia fue una zona

que se reveló mayoritariamente como pro-Franco y, por ello, la comarca fue escenario solo de algunas pocas refriegas. Los nombres de dieciséis hombres que murieron «por Dios y por la patria» están inscritos en una placa de piedra en la pared de la iglesia. No aparecen, sin embargo, por ningún lado los nombres de los seis «rojos» asesinados por los pelotones de fusilamiento falangistas tras ser delatados por varios delitos. Los ejecutados fueron denunciados por sus vecinos, pero sus verdugos procedían casi siempre de otros pueblos. La guerra fue amargamente disputada y ninguna familia en el pueblo escapó a sus efectos. 1937 es conocido como el «año del hambre» en la comarca; la comida era prácticamente imposible de obtener y la economía tocó fondo. No fue hasta 1955 que el área realmente se recuperó y comenzó un lento ascenso hacia la relativa prosperidad de que ahora parece gozar. Los sentimientos sobre la guerra no mueren fácilmente y la gente todavía recuerda las pérdidas de los seres queridos, de manera que algunas de las viejas enemistades no han sido olvidadas, simplemente permanecen en letargo. Los mencionados hasta ahora son eventos de grandes proporciones que influyeron en la vida de la zona de El Pinar. Una historia específica de El Pinar sería difícil de escribir debido en parte a la falta de registros, y en parte al hecho de que El Pinar habría existido como municipalidad independiente solo desde la década de 1840. Aun así, es posible recabar información disponible sobre El Pinar y combinarla con la de Villa Román y Los Encierros, ya que cada uno de estos poblamientos era propietario de una parte del El Pinar hasta la reunificación. El primer registro de El Pinar es un documento del siglo VIII que se encuentra en los archivos de la catedral de Segovia y refleja el uso del lugar como sitio de asentamiento de pastores. Cuando surgió una disputa entre Villa Román y Los Encierros sobre la propiedad del lugar, Alfonso X «El Sabio» se vio obligado a viajar al sitio y arreglar la discusión entre las dos poderosas villas en conflicto. Dividió las tierras dándole la mitad a Villa Román y la mitad a Los Encierros y El Pinar fue partido en dos barrios, cada uno perteneciente a una villa diferente. Esto sucedía el viernes, 8 de noviembre de 1258 (Ballesteros Beretta, 1935: 215). La línea divisoria era una calle conocida hasta el día de hoy como la Calle de la Raya… la calle de la línea de frontera. Los detalles sobre la vida en los barrios de El Pinar son escasos, pero resulta posible extrapolar a ellos lo que se conoce sobre la vida en Villa Román, la más cercana de las dos villas principales. En un archivo de El Pinar se recogen un Interrogatorio Real en 1759 (cuestionario coincidente con el Catastro del Marqués de la Ensenada) y las respuestas a sus cuarenta

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preguntas, que nos proporcionan varios datos sobre el barrio de Los Encierros. Tal barrio era propiedad de los duques de Alburquerque, y la corona no poseía ningún territorio allí. Las tierras están descritas como «de mediana calidad», y los principales cultivos consistían en granos de cereal, cebada y trigo. El salario de un trabajador agrícola era descrito vagamente como dependiente de las labores que realizara. Había una iglesia, un párroco, una taberna y dos «pobres de solemnidad». Los testamentos del archivo del ayuntamiento muestran que había algunos residentes prósperos; algunos testamentos de la segunda mitad del siglo XVIII exponen cómo los finados dejaban grandes cantidades de muebles, ropa de casa y vestidos a sus herederos. La impresión general que yo recibí fue que estos eran los testamentos de una minoría atípica. En el barrio de Villa Román sabemos que había una iglesia, otro párroco, una taberna con pensión y las mismas características en la agricultura. Es razonable inferir que la vida social no era muy diferente en un barrio respecto al otro. Los límites políticos, especialmente una carretera de tres metros de ancho, no constituyen necesariamente fronteras sociales. Y aunque no hay cifras de población disponibles, una estimación razonable situaría la población combinada de ambos barrios en unas 250 personas hacia 1750. En 1849 El Pinar tenía cerca de 500 habitantes viviendo en 180 casas distribuidas a lo largo de varias calles y plazas. La existencia de dos iglesias y dos cárceles testimonia la anterior división del barrio. Poco después, la iglesia en el barrio de Los Encierros fue cerrada y su feligresía se unió a la del barrio de Villa Román. La industria de la resina estaba floreciendo, un solo maestro enseñaba a niños y niñas a la vez, el correo llegaba tres veces a la semana, y las carreteras estaban en «buenas» condiciones (Madoz, 1849). Si El Pinar contaba realmente con los 500 habitantes citados por Madoz, se encontraría —posiblemente— entre las mayores villas de la provincia en aquel momento. Los tempranos censos españoles tienen una validez relativa, un hecho admitido hasta por las fuentes oficiales. La población estimada para Segovia y su provincia en los tiempos más tempranos no puede ser considerada como una cantidad realista; estas estimaciones ocupando el lugar de los censos deben ser consideradas más bien como operaciones de «aritmética política»; solo se puede considerar como censo formal el elaborado en 1860, y aquellos oficiales de regularidad periódica realizados desde 1900 (REPS,3 1963: 38).

Los problemas de sobrestimación de la población en España han supuesto una enorme dificultad para los demógra3

Aunque el autor hace corresponder en la bibliografía la abreviatura REPS con la de Presidencia del Gobierno, Instituto Nacional de Estadística, posiblemente se refiera al Registro Electoral Permanente o REP, de este Instituto (N. de T.).

fos españoles. Una crítica completa de las estadísticas de población temprana puede encontrarse en Jorge Nadal, La población española: siglos XVI a XX (1966). En 1855 El Pinar tenía 955 habitantes y unas 287 casas, cifras que indican una duplicación de la población y la vivienda en una generación. Los datos históricos indican que no había apenas nada destacable acerca de las casas o los edificios municipales, más allá del hecho de que estaban situados en calles sucias y plazas donde el pavimento —si existía— se hallaba en pésimo estado. Resulta de lo más sensato asumir que aquellas condiciones prevalecían en todos los pueblos españoles de aquel momento; y que todavía hoy no es difícil verlas en las áreas rurales. La única escuela de 1849 había sido dividida en dos escuelas segregadas en razón de sexo, como aún sigue siendo la costumbre española, y había dos maestros, uno por cada una de ellas (Riera y Sanz, 1885). Aunque no era tan primitivo como los autores del Plan de Ordenanción —del que luego se hablará— presumían, el pueblo de El Pinar que visité por primera vez en 1949 era poco más que un pueblo de adobe. Las calles se hallaban sin asfaltar, y el único pavimento en la ciudad estaba en la cancha de pelota vasca o frontón, en la Plaza. El polvo y el barro eran comunes, dependiendo de la estación, las condiciones sanitarias, pobres, y había una gran cantidad de basura esparcida por las calles, aunque los interiores de las viviendas se mantenían normalmente arreglados y limpios. Incluso si 1949 era considerado por la gente local como un «mal año», El Pinar aún era visto como una ciudad rica y estaba en condiciones bastante mejores que muchos de sus vecinos. Decir que todo ha cambiado desde 1949 sería subestimar la realidad; los cambios han sido, sin duda, muy significativos y muchas veces era difícil creer que era el mismo El Pinar que yo había conocido de niño. Estructura del pueblo Con la excepción de sus bien pavimentadas calles, la iluminación de las mismas, y servicios tales como el sistema de recolección de alcantarillado y agua potable corriente en los hogares, la estructura física de El Pinar difiere poco de la mayoría de los pueblos castellanos de su tamaño. El centro de la vida del pueblo es la Plaza principal con la iglesia en un extremo y el ayuntamiento en el otro. La mayoría de las tiendas y bares están localizados en la zona de la Plaza, bien en la Plaza misma, o bien en una de las importantes calles que de ella salen. El corazón del pueblo más antiguo aún conserva la estructura de pequeñas calles torcidas; el barrio nuevo fue abierto en 1951 y tiene una apariencia más moderna. Este barrio, conocido simplemente como el

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Figura 4. Plan de Ordenación de El Pinar. Zonificación actual. Segovia, enero de 1955.

«barrio nuevo», consta de sesenta casas alineadas a lo largo de calles rectas y dos pequeñas plazas. La mayoría de las casas fueron construidas con la ayuda del gobierno, mediante préstamos amortizables en cuarenta años garantizados por el Ministerio de la Vivienda. La industria de El Pinar, principalmente refinerías de resina y aserraderos, está localizada en un extremo de la ciudad, a lo largo de la carretera de Turégano, aunque una refinería y una pequeña fábrica de ladrillos se sitúan en la carretera a Los Encierros. El pueblo mismo es compacto; los edificios se sitúan pared con pared, y uno puede fácilmente recorrer el pueblo de extremo a extremo en diez minutos. Las fronteras municipales comprenden aproximadamente 65 kilómetros cuadrados, pero el núcleo —como es típico en gran parte de Europa— está rodeado por terrenos agrícolas y bosque, y los agricultores y resineros van a su trabajo diariamente a pie, en carro o en bicicleta.

Al lado de la Plaza está el edificio de la Oficina de Correos, que también alberga la oficina de la Hermandad, una especie de fraternidad de los agricultores. Este «apaño» resulta útil ya que el cartero hace —al mismo tiempo— las funciones de secretario de la Hermandad. El edificio mismo era la antigua sede del Frente de Juventudes en el pueblo; esta organización juvenil, patrocinada por el gobierno nacional, es conocida ahora como Organización Juvenil Española y se aloja en un nuevo edificio del barrio nuevo. La vieja cancha de pelota vasca o «frontón», situada en la Plaza, fue derribada y remplazada por otra en el nuevo barrio durante los años cincuenta. Las mujeres lavan sus ropas en una de los dos lavaderos municipales. Cerca de la principal zona industrial está el matadero municipal, donde los animales se sacrifican diariamente bajo inspección veterinaria. En 1963, el pueblo abrió una nueva consulta (o clínica que admite pacientes) al lado de la Plaza. Aquí, el médico residente y el practicante (una combinación de enfermero, partera y técnico médico) abren

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diariamente durante las horas de oficina. La clínica está muy bien equipada para gestionar emergencias, si es que aparecen; las instalaciones del hospital más cercano se encuentran en Segovia y algunos casos serios han tenido que ser transferidos a allí mediante el traslado de los pacientes en coche o ambulancia, que tardan en llevarlos menos de una hora. El interior del ayuntamiento fue remodelado en los años cincuenta y posee un elegante y casi pretencioso Salón de Actos donde se celebran las reuniones mensuales de sus ediles. También incluye una serie de oficinas para los funcionarios y tres apartamentos para alojar al Secretario Municipal con su familia, así como a las dos familias de los maestros. La vieja escuela estaba situada en el primer piso del ayuntamiento, pero en agosto de 1966 una nueva fue mandada construir por el gobernador civil provincial. Localizada fuera del corazón del pueblo, la construcción de este nuevo edificio costó alrededor de 4 500 000 pesetas. Además de espaciosas aulas, dispone de calefacción central, baños, y un salón comedor. Las viejas dependencias escolares del ayuntamiento se emplearon a partir de entonces para almacenaje y una variedad de funciones, toda vez que la nueva escuela fue puesta en uso en 1967. El signo de modernización más inmediatamente visible en El Pinar es la torre o depósito de agua. Terminada en 1962, la torre y su instalación de bombeo en el Río Grande suministran ahora la mayoría del agua del pueblo, aunque la vieja instalación localizada en las colinas al norte del pueblo aún continúa conectada al sistema general de distribución. El agua es pura y clara, y hay almacenada más de la necesaria para uso doméstico e industrial. Los funcionarios de la ciudad tenían planes de doblar la capacidad de la estación de bombeo y proveer así más agua para el regadío, pero todavía no se habían tomado medidas en este sentido en 1967. Las medidas para la salud pública han ayudado a cambiar el aspecto del pueblo. Unas cuantas pequeñas lagunas en su borde fueron desecadas y —de este modo— una muy fértil fuente de mosquitos fue eliminada. Y aunque los animales de tiro, como mulas y bueyes, aún son conservados muchas veces en el corral de la casa, hay una tendencia hacia su mantenimiento en corrales situados en los límites del pueblo, lejos de las zonas habitadas. Estas prácticas, junto con el uso de insecticidas, han reducido drásticamente la que un día fue próspera población de insectos, especialmente pulgas y moscas. A pesar de que la mayoría de las casas tienen todavía una mosquitera en la puerta de entrada en verano, al menos ya no es necesario —como lo era en 1949— espolvorearse de polvo DDT antes de irse a la cama. Lo que sí sigue echándose de menos, sobre todo, es un vertedero de basura. Existen ciertos lugares donde los des-

perdicios son arrojados ilegalmente —uno, por desgracia, junto a la primera casa que alquilé—, pero no existen planes de establecer un vertedero municipal. Cuando pregunté a las autoridades, me dijeron que ese era un problema inexistente hasta hacía muy poco tiempo; antes no había nada que tirar. Esta era literalmente la verdad; la gente guardaba latas viejas, botellas, cadenas, y cualquier otra cosa que pudiera tener algún uso más adelante. La basura y los desperdicios de la comida eran el alimento del cerdo de la familia. Pero aunque existe un problema innegable en lo que respecta al almacenamiento de los residuos de El Pinar, las calles se mantienen barridas y limpias. El pueblo emplea un barrendero que recoge la basura y limpia, aunque la mayoría de sus esfuerzos parecen concentrarse en el centro del pueblo. El hecho de que este problema exista es una evidencia silenciosa de la creciente prosperidad de la villa. Como Delibes anota en USA y yo (1966), él mismo fue capaz de estimar la prosperidad de los Estados Unidos por el tamaño de la basura y los montones de desechos. La vasta mayoría de las casas, prácticamente el 99%, tienen electricidad y más del 85% tienen agua corriente. El Pinar recibió por primera vez la electricidad en 1911, pero el uso de aparatos eléctricos es un fenómeno muy reciente. Los fallos en el suministro son frecuentes durante las tormentas, los vendavales (y a menudo también si se producen vientos más suaves), o cuando alguna vieja pieza del equipo se quema. El sistema de suministro de energía eléctrica es propiedad privada del principal industrial resinero del pueblo, que es además quien lo gestiona como una más de sus empresas, pero está ligado a una red de energía de toda la región que recibe su electricidad de los generadores hidroeléctricos del río Duero. La electricidad es tan barata como el agua. El agua es suministrada por el pueblo a un coste de 8 pesetas al mes por su uso mínimo; y poca gente utiliza más que esto. La modernización de gran parte de El Pinar ha venido a través del Plan de Ordenación redactado en 1955 por las autoridades provinciales. Consiste tanto en una planificación por zonas, como en un plan de crecimiento a cincuenta años vista que establece ciertas pautas para la expansión del pueblo. La mayoría de los habitantes del pueblo no son conocedores de su existencia, pero las autoridades municipales tratan de seguirlo, aunque no siempre con demasiado éxito. Uno de los cambios que sí se han realizado inspirándose en dicho Plan ha sido el proyecto de rectificación en el trazado de las calles. Varias de ellas fueron «enderezadas» en esa rectificación, una vez que el municipio compró algunas viejas casas y las derribó. La pequeña plaza al lado de la casa del Tío Ventura, por ejemplo, fue eliminada cuando se demolieron algunos otros edificios y se ampliaron las calles y aceras para formar un cruce

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más normalizado entre las mismas. La mayoría de las calles fueron pavimentadas entre 1955 y 1960 con hormigón sobre una base de gravilla. La Plaza fue completamente asfaltada, se colocó una fuente ornamental y pequeños árboles para dar sombra, y también bancos de piedra para uso de la gente. Todas las nuevas construcciones deben seguir ahora la norma preestablecida para que queden convenientemente alineadas respecto a la propia calle y las otras casas. Solo unas pocas de estas alcanzan en El Pinar la centuria, habiendo sido la mayoría de las más viejas reparadas a lo largo de los últimos quince años. No hay barrios marginales en El Pinar, ni áreas a las que se pueda considerar socialmente superiores a otras. Ricos y pobres, profesionales y trabajadores, viven puerta con puerta, aunque los primeros tengan mejores casas que los segundos. El número exacto de casas en El Pinar no fue tan fácil de determinar como uno podría pensar. Algunas casas no están ocupadas, otras se utilizan como almacenes u otros usos no residenciales, y algunas son una combinación de hogares y lugares de trabajo. Tras ensamblar varias estimaciones y hacer un cálculo aproximado, nos encontramos con que hay unas 750 unidades de vivienda en el pueblo, de las cuales alrededor de un 20% están vacías o tienen un uso no residencial. Desde 1960 se viene construyendo una media de ocho casas al año, aunque la mayoría de ellas son diseñadas para reemplazar a viviendas más viejas, que se derriban una vez que la nueva casa está completa. Cerca del 90% de las actuales residencias se encuentran ocupadas por sus dueños; poca gente alquila casas. A los maestros y a algunos funcionarios municipales el ayuntamiento les proporciona vivienda como parte de su salario. En el caso de la Guardia Civil, el edificio del cuartel funciona como una combinación de sede de oficinas y condominio de apartamentos. Con la excepción de cuatro casas de tres pisos, la vivienda típica en el pueblo es de una planta; cerca de un 65% de todas las casas son así. El resto son construcciones de dos plantas, aunque el piso superior a veces puede ser utilizado solo como lugar de almacenamiento o despensa. Esta distribución es típica de toda la provincia (REPS, 1963: 55). En general, la casa media de una sola planta tiene unos 80 metros cuadrados en su interior, más el sempiterno corral, cuyas medidas dependen del tamaño del solar. Antes de 1955, las casas se construían de ladrillos de adobe y eran normalmente revocadas al estuco. Las casas más recientes están hechas de ladrillo cerámico de construcción. La arcilla se halla disponible cerca del Río Grande y los adobes eran realizados por el propietario con un coste económico relativamente bajo. El ladrillo de los edificios es ahora manufacturado localmente; Fausto es el responsable de la mayor

Figura 5. Calle típica y torre del reloj.

planta de ladrillos en el pueblo y hay otras dos compañías en el extremo del mismo. Los ladrillos se venden a unos 80 céntimos la pieza. Aunque la construcción de adobe aún se permite, ya nadie utiliza hoy para sus casas otra cosa que ladrillo. Tanto las casas nuevas como las viejas utilizan las tejas curvas tradicionales, típicas de la arquitectura del área mediterránea. Y también estas se hacen aquí. Un compuesto de fibra mineral de reciente introducción,4 que se vende en láminas onduladas para facilitar el escurrimiento del agua de lluvia, se está utilizando en los techos de los casetas de los gallineros, cobertizos para almacenamiento y similares, pero hasta ahora no ha sido adoptado extensivamente para las casas. Los interiores de las casas varían, pero básicamente cada una tiene una cocina, un salón formal y dos o tres habitaciones. El número medio de habitaciones por casa en la provincia es cuatro (REPS, 1966: 57). Este número puede despistar, ya que a menudo una habitación tiene dos alcobas que sirven de dormitorios, pero a las que no se califica como habitaciones separadas. Este resulta ser un rasgo de las casa más viejas; las nuevas no se construyen ya, habitualmente, con tales alcobas. Los baños, cuando existen, son normalmente adiciones a la vieja vivienda y frecuentemente se encuentran en su parte de atrás, «fuera de la casa», es decir, donde solía estar el corral. La calefacción central parece rara en el pueblo. Algunas casas tienen una «gloria», un fuego en una especie de hueco o pozo fuera de la casa dotado de conductos que van por de4

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Se refiere a la uralita (N. de T.).

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bajo del suelo. La parte de arriba de la casa es invariablemente fría en invierno. Mi apartamento, situado en la planta de arriba de una casa nueva y bien construida, se mantenía a unos 10-12° en invierno. El horno de la cocina constituía la principal fuente de calor, aunque algunos residentes comienzan ahora a utilizar estufas de gas butano que pueden fácilmente trasladarse de una habitación a otra. Este sistema, sin embargo, puede resultar algo caro, ya que la bombona de butano, la cual proporciona unas 70 horas de calor, cuesta 122 pesetas, y solo la estufa sale por unas 3000 pesetas. La mayoría de la gente se las arregla por ello con un brasero debajo de la mesa camilla, encerrado por las «faldas» de la misma. Se quema allí suavemente el carbón, y se produce así una importante cantidad de calor, de modo que uno puede calentar sus dedos situando los pies en el marco de madera que sostiene la bandeja metálica del brasero. Las habitaciones para dormir casi nunca llegan a calentarse del todo y son muchos, incluso entre la gente más dura, los que optan por calentar antes la cama, utilizando para ello bolsas de agua caliente o ladrillos calientes a los que se envuelve en paños. En los veranos, las casas tienden a permanecer frías en su interior. Las gruesas paredes y las persianas continuamente bajadas preservan del calor a las habitaciones, e incluso en plena tarde la mayor parte de las casas no resultan demasiado calurosas. El mobiliario tiende a ser de estilo predominantemente mediterráneo y de buena calidad; poca gente se casará hasta que puedan atesorar un buen conjunto de muebles, que han de durarles el resto de sus vidas. Las esposas españolas mantienen sus casas sin una mota de polvo. Las baldosas en el interior de las mismas son frotadas y fregadas casi diariamente por ellas y resultaba raro que yo entrara en una casa sucia. Aunque la fachada sea totalmente plana o sin adornos y la familia pobre, la esposa española en general mantiene su hogar ordenado y muy limpio. Es realmente imposible generalizar sobre un mobiliario y decoración estandarizados, más allá del enunciado obvio y casi tópico de los ingresos y gustos varían y son estos los factores determinantes en cada caso. No es frecuente encontrar alfombras, ni siquiera en los hogares de los mejor situados económicamente. Las decoraciones de la pared resultan escasas y tienden a consistir en estampas religiosas de colores y algunas fotos de miembros de la familia. La mayoría de las habitaciones tienen un crucifijo sobre la cama y, en ciertos casos, una barata imagen de escayola de Cristo o de la Virgen María sobre una estantería o mesa. Los libros y revistas que pueden verse se limitan normalmente a los que hay en las casas de profesionales, como el practicante y los maestros. Aunque el salón sea normalmente la habitación más elegante

del hogar, apenas se le da uso salvo en ocasiones especiales que exijan cierta «formalidad»; buena parte de la vida social en la casa transcurre en la cocina, y las cocinas no están precisamente decoradas con la vista puesta en algo así como el arte o la elegancia. Para un pueblo de su tamaño, El Pinar cuenta sorprendentemente con un amplio número de establecimientos comerciales; y digo sorprendentemente porque es un lugar que no constituye un centro de comercio de la zona o la región. Los establecimientos más numerosos son los bares, trece en total. Además de servir vino y licores, sirven también café y refrescos; algunos ofrecen, previa solicitud, comidas ligeras para los viajeros, y todos funcionan como una especie de centros comunitarios donde la gente puede reunirse a jugar a las cartas y ver la televisión. Hay varias tiendas de alimentación, incluyendo una que es miembro de la cadena «SPAR» de cooperativas, tres grandes carnicerías, cuatro panaderías y una confitería, cuatro tiendas de ropa y artículos del hogar, dos ferreterías, una barbería, una tienda de reparación de calzado, y varias que proveen de grano y pienso a quienes lo precisen. La mayoría de estos negocios son regidos desde pequeñas tiendas situadas en la planta baja de la casa, mientras que la familia suele vivir en las habitaciones del piso de arriba. Algunas de las tiendas exhiben sus escaparates y carteles; pero la mayoría no. A veces, uno tiene que vivir durante un cierto tiempo en el pueblo antes de llegar a saber dónde están verdaderamente estas tiendas. Pocos comerciantes pueden ganar lo suficiente para vivir solo de sus establecimientos y es bastante común encontrar al marido ocupándose de algún otro negocio, mientras que su mujer se queda al frente de la tienda o almacén. Tampoco resultan infrecuentes los intereses empresariales múltiples. Por ejemplo, varios de los dueños de los bares son resineros que dejan la gestión del bar en manos de miembros de su familia. Un carnicero también lleva una tienda de muebles que hay en el mismo edificio, y utiliza su furgoneta DKW como taxi. Otro carnicero es el dueño del puesto de helados que se establece en la Plaza durante el verano. El bar de Pedro sirve de estación de autobús, como almacén o consigna de la línea de transporte de mercancías, y como despacho para la venta de leche y las verduras frescas que produce en su granja. Mientras él está en la misma, su mujer e hijos llevan el negocio. Uno de los panaderos también ejerció como funcionario municipal en otro pueblo hasta su traslado en 1967 a El Pinar; y hay otro vecino que atiende la venta de tabaco del pueblo en el mismo edificio que utiliza de panadería. Un herrero se encarga del herrado de las mulas y de la reparación de los carros de las granjas, así como de todo trabajo que tenga que ver con metal en general, y Paco, el fontanero,

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también tiene una tienda de pequeñas reparaciones de todo tipo y un taxi. La mayoría de los hombres del pueblo prefieren arreglar sus propias máquinas, pero ocasionalmente todos utilizan los servicios de los establecimientos mencionados. Una familia abrió recientemente un negocio de confección de jerséis; compraron un telar y comenzaron a hacer suéteres y otras prendas a medida. Tal negocio ha atraído a numerosos clientes de otros pueblos del área. Hay también el clásico sastre en el pueblo que se ocupa de la manufactura de trajes masculinos. De manera menos formal, varias mujeres cosen o hacen vestidos y al menos una trabaja como peluquera. Dos salas proyectan películas por la tarde de los domingos y días de fiesta. El cine resulta muy popular en las áreas rurales de España, pero los lugares destinados a su proyección en El Pinar tienen a mostrar largometrajes muy viejos, normalmente importados de México o Argentina, en contraste con el cinematógrafo de Villa Román, que ha exhibido varios de los filmes de más reciente éxito, tanto de producción nacional como extranjera. Los servicios bancarios son provistos a través de la Caja de Ahorros y Monte de Piedad (una asociación de ahorros y préstamos) y de una sucursal del Banco Central; las oficinas de ambos están localizadas en Leyes. No hay ninguna oficina de banco como tal en El Pinar, pero el Banco Central que es de carácter nacional mantiene una sub-oficina en el pueblo, y el empleado que la atiende puede gestionar algunos asuntos durante las tardes a aquella la gente que no haya podido desplazarse a Leyes. Cualquier transacción normal, incluyendo el cambio de moneda extranjera, será atendida por Francisco, que así se llama el empleado en cuestión. A menudo, si yo no podía llegar a Leyes por el motivo que fuera, le daba a él mis cheques de viaje o un cheque certificado por un banco americano, y recibía mis pesetas al día siguiente, cuando regresaba a la sucursal. Otro banco nacional está esperando el permiso para abrir una sede en El Pinar y ha alquilado ya local de modo que pueda establecer una oficina en la Plaza. Además de las tiendas y almacenes bien establecidos, cada día llegan al pueblo vendedores ambulantes para vender sus mercancías en la Plaza. Algunos vienen en camión pero la mayor parte es gente de los pueblos vecinos que se traslada en carros tirados por burros o mulas vendiendo verduras, ropas y una desconcertante variedad de artículos. Muchos de los comerciantes de El Pinar también se desplazan a su vez a otros pueblos a ofrecer sus productos. Tras la fruta y verduras, los géneros que más se suelen vender son ropas y utensilios de cocina, platos y alfarería. Las llegadas de estos buhoneros se anuncian por el pregonero (o vocero local), que es contratado por ellos para ir por las calles haciendo sonar su silbato de manera que llame la atención primero y comience luego

a vocear las mercancías a la venta. Cuando hay un anuncio oficial que hacer, el pregonero y/o su mujer, que comparte el trabajo con él, anuncian las noticias con dos pitidos de silbato en lugar del acostumbrado silbido en solitario. Aparte de las industrias de resina y madera y de las labores agrícolas, que serán tratadas en detalle más adelante, los otros grandes negocios al por mayor que hay son las fábricas de ladrillos. La empresa de Fausto da trabajo a varios jóvenes y es —con diferencia— la más importante de su género; produce anualmente un número equivalente de ladrillos al que se necesitaría para construir quince casas enteras. Las otras fábricas son mucho más pequeñas y trabajan esporádicamente, utilizando miembros de la familia como mano de obra gratuita. Los servicios generales del lugar están gestionados por el ayuntamiento y el gobierno nacional. El pueblo se ocupa del agua y la limpieza de las calles. Además, el ayuntamiento aporta el apoyo administrativo ordinario, mantenimiento de registros, etc., que resulta común a todos los pueblos españoles. Los servicios más importantes, sin embargo, provienen directamente del gobierno central. El Estado mantiene el destacamento de cuatro hombres de la Guardia Civil, al igual que los ocho maestros y el programa completo de la escuela. El Secretario Municipal, al tiempo que sirve al pueblo, es miembro del cuerpo nacional de funcionarios y recibe un salario estatal. El Pinar tiene también un veterinario residente, así como un médico y un practicante que se ocupan de cubrir las necesidades médicas. Estos son designados por el Estado pero reciben algún pequeño salario del pueblo, dado que ganan sus ingresos del cobro de honorarios por servicio prestado. Si bien la mayor parte de los vecinos hará las compras más importantes —como las de mobiliario— en Segovia, e irán a la capital para tratamientos médicos relevantes, casi todo lo que se precisa para la vida cotidiana está disponible en el pueblo. Aunque no parezca un funcionario en el estricto sentido de la palabra, el sacerdote del pueblo es, de hecho, en este país oficialmente católico y romano, un empleado del Estado que recibe un subsidio para su mantenimiento. Reside en El Pinar y le ayuda un joven coadjutor que reparte sus servicios entre el pueblo y Leyes. La organización del gobierno español es un tema demasiado complejo para ser tratado en detalle aquí, pero se ofrecerá un rápido bosquejo del sistema político. Aunque técnicamente España es una monarquía, es gobernada por el Jefe de Estado, el Generalísimo Franco, junto con las Cortes (que legislan) y el sistema judicial. Los gobernadores civiles provinciales no tienen el control de muchos de los asuntos de la provincia, que se manejan desde el ministerio correspondiente en Madrid. Y aunque hay una Asamblea Provin-

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cial, en la práctica las órdenes llegan a los gobiernos municipales desde Madrid o a través del gobernador civil. El Pinar es gobernado por el alcalde y su concejo, al igual que el resto de los municipios españoles. El alcalde es elegido por el gobernador civil y sirve en su cargo de manera indefinida. Los concejales sirven por periodos de tres años y pueden ser reelegidos o nombrados nuevamente según sea el caso. Un tercio del consejo es elegido por los Vecinos Cabeza de Familia, los hombres casados responsables de un hogar, así como algunas viudas y personas mayores casadas que cualifican como cabezas de hogar. Otro tercio del concejo es designado por los trabajadores en su organización sindical, el Sindicato. El tercio restante es seleccionado por miembros de «entidades cívicas y profesionales», que alcanzan importancia solo en grandes superficies urbanas. En El Pinar este último grupo es generalmente escogido por el alcalde tras una consulta con los restantes miembros del concejo. El alcalde y sus concejales son todos residentes locales, aunque el gobernador provincial puede, si le parece apropiado, elegir para el puesto a un no residente. Durante muchos años el alcalde y su concejo fueron básicamente los chicos de los recados del cacique del pueblo, el opulento dueño de las refinerías, pero con el ocaso de su poder hacia 1960 las autoridades locales comenzaron a estar más o menos libres de su «caciquismo». El alcalde de El Pinar durante mi estancia era un agricultor, y los concejales eran también agricultores y trabajadores de las refinerías de resina. Los propietarios de negocios locales no dominaban el concejo, ni lo hacía ningún otro grupo ocupacional de control, ni siquiera lo intentaban. Más adelante examinaré en detalle las perspectivas de la gente sobre su gobierno local. Es suficiente decir aquí que casi la totalidad de la gente en El Pinar está abrumadoramente a favor del régimen del General Franco. La efectividad del gobierno local varía en cada pueblo. En contraste con la naturaleza pasiva del alcalde y el concejo de El Pinar, las autoridades locales de Leyes son un grupo muy activo y políticamente sofisticado, al tanto de las políticas provinciales existentes. La generalización no es fácil pero mis observaciones apuntan a que la mayor parte de los órganos de gobierno de los pueblos del área tienden a hacer poca cosa; con todo, y para ser justo, debo señalar que los gobiernos municipales tienen poco poder real, e incluso menos dinero aún con el que funcionar. La comarca El Pinar está bajo la jurisdicción administrativa de un partido dentro de la provincia, como sucede con todos los asentamientos en España. Esta unidad es similar a un con-

dado, pero proporciona pocos servicios y resulta poco importante en la vida cotidiana de la gente. Lo que resulta más relevante es la comarca. He traducido la palabra al inglés como «área» [o zona]; tiene, además, el significado de distrito jurídico, y también alude a un grupo específico de pueblos vinculados entre sí por algún propósito administrativo. Mi uso del término se refiere simplemente a un grupo de pueblos que comparten las mismas características socioculturales y económicas, se encuentran próximos y mantienen cierto grado de interacción entre ellos. El Pinar pertenece, junto con otros catorce pueblos, a una comarca establecida por un organismo de planificación del gobierno para el desarrollo rural y la redistribución de la tierra, pero yo no utilizaré este modelo, ya que El Pinar se encuentra en el límite geográfico de esta zona y tiene poco que ver con muchos de los otros pueblos. La comarca se utiliza aquí para designar las ciudades o pueblos cercanos que tienen importancia social y económica para los habitantes del lugar. Los dos pueblos más importantes de la comarca son Leyes y Villa Román. El primero cuenta con 2300 personas aproximadamente y está localizado al sur de El Pinar; el segundo tiene casi la misma población y está situado al oeste. Leyes es el más rico de los pueblos; tiene ferrocarril y sirve como punto de partida para el envío de mercancías por tren. En Leyes están los principales bancos y estructuras de almacenamiento del Servicio Nacional del Trigo, el organismo gubernamental de compra de trigo. Los agricultores de El Pinar llevan su trigo a este organismo para su venta tras la cosecha. Como Leyes está en el camino de la autopista de Segovia, muchos vecinos pasan cerca. Además, ha habido un intenso intercambio matrimonial entre los pueblos y los lazos de parentesco son bastante fuertes. Frecuentemente me cruzaba con parientes de mi padre en mis frecuentes viajes a Leyes. Para los más jóvenes, Leyes ofrecía una sala de baile mejor que la que había en el pueblo y su fiesta siempre atraía a los vecinos de El Pinar. Los bares en Leyes están mejor equipados y son más atractivos y siempre nos pareció, tanto a mí como a otros adultos de El Pinar, que es un pueblo socialmente más activo. Villa Román es la sede de la Comunidad que incluye tanto a El Pinar como a Leyes, pero también a otros seis pueblos que comparten la propiedad de los pinos. Las autoridades del pueblo han hecho del mismo un centro educacional mediante sus calculadas y agresivas acciones. Cuentan con un Instituto Laboral (una escuela de oficios técnicos) y una escuela para capataces del bosque, siendo el capataz un técnico forestal especializado pero no educado en la universidad. El Servicio de Extensión Agraria (un servicio de desarrollo co-

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operativo) tiene una oficina en Villa Román que sirve al área. Las relaciones entre Villa Román y El Pinar han sido tensas durante los últimos setenta y cinco años, tema que será discutido en el capítulo dedicado al bosque de pinos. Sin embargo, hay lazos familiares muy cercanos entre ambos lugares dados los continuos matrimonios inter-locales. En general pocos vecinos van a Villa Román excepto para visitar familiares. No hay hostilidad evidente entre la gente; simplemente, la mayor parte de los habitantes de El Pinar pasarán a través de Leyes en dirección a Segovia o para negocios, y pararán para tomar un trago allí. Ir a Villa Román significa tomar la sucia carretera que sale del pueblo y, ya que pocos negocios se llevan a cabo allí, y que no es una ruta de viaje importante desde El Pinar, nadie va hasta ese lugar salvo por negocios específicos o visitas a familiares. Hay refinerías de resina tanto en Villa Román como en Leyes, pero son más pequeñas y producen menos volumen que las refinerías de El Pinar. Aun así, Leyes es el líder económico de la comarca y Villa Román ha asumido el liderazgo político en el trato con el gobierno provincial. Los otros pueblos son más pequeños y económicamente menos diversificados. El Puente tiene 1500 habitantes aproximadamente, y se dedica fundamentalmente a la agricultura, aunque también posee una pequeña cantidad de pinos. La mayor parte de su fama viene, de acuerdo con los muchachos de El Pinar, del supuesto hecho de que el pueblo tiene las chicas más hermosas de la comarca. Ramos, El Hayo, San Miguel y un racimo de pequeños pueblos junto a este último, todos se encuentran hacia el sur y el este de El Pinar. Son pequeños pueblos agricultores con

poblaciones menores a los 1000 habitantes y conectados con El Pinar por inmundas carreteras. Los lazos son menos intensos que con Leyes pero, de nuevo, también aquí ha habido matrimonios inter-locales y alguna migración de estos pueblos hacia El Pinar. Si bien algunos pueblos son más prósperos que otros debido a los ingresos de los pinos, y sus poblaciones varían, se puede decir de todos ellos, así como los situados inmediatamente al margen de la comarca, que forman un conjunto sociocultural homogéneo. En lo concerniente a costumbres y modelos de relaciones sociales, cualquiera de ellos es esencialmente similar a todos los demás.

Características demográficas Aunque el último censo nacional fue realizado en 1960, la consulta de los archivos municipales, especialmente el Padrón Municipal, que es el registro municipal civil, mostró que la población de El Pinar era el 1 de enero de 1967 de 2320 personas. De ellos, 1161 eran hombres y 1159 mujeres. La distribución por sexo y edad se muestra en la figura 6. Aunque estas cifras representan a la población oficialmente registrada, la población residente real es algo más baja. Muchos de los residentes ha dejado el pueblo para trabajar en Francia según una base contractual que los mantiene ausentes entre seis y ocho meses al año. Otros cuantos son estudiantes o trabajadores en ciudades más grandes y vuelven al pueblo solo en los periodos vacacionales. Se estima que cerca de 180 hombres y mujeres trabajan fuera.

Figura 6. Pirámide poblacional. Distribución de la población por categorías de edad y sexo para El Pinar el 1 de enero de 1967. Las áreas sombreadas indican la población oficialmente clasificada como de residentes pero que vive fuera del pueblo más de seis meses al año. Fuente: Padrón Municipal de 1965 y Registro Civil de 1966, con registros actualizados suministrados por las autoridades municipales.

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Por otra parte, aunque no estén oficialmente registrados como residentes del pueblo, los miembros del destacamento de la Guardia Civil, los maestros, y algunos funcionarios municipales son, de hecho, residentes temporales. El personal de la Guardia Civil es transferido periódicamente y los maestros pueden ir y venir cada año. En muchos de los pueblos menos «atractivos», lo normal es que un nuevo maestro llegue cada año; sin embargo, El Pinar es considerado un buen pueblo y los maestros tienden a estar más o menos permanentemente. El crecimiento sostenido de la población de El Pinar desde 1900 a 1950 llevó a las autoridades de planificación en Segovia a proyectar un incremento también sostenido hasta el año 2000 (PDO,5 1955). Sin embargo, los cambios en las condiciones económicas y el continuo éxodo de las áreas rurales a las ciudades no pudieron ser previstos en el tiempo en que la proyección fue realizada. El Pinar está perdiendo población, al igual que el resto de pueblos de la comarca y, en general, los pueblos de toda la España rural. Entre 1941 y 1964, la provincia perdió 40 138 personas debido a la emigración (FOESSA, 1966: 57). En El Pinar 125 hombres y 141 mujeres abandonaron el pueblo permanentemente durante la década de 1950-1960. En 1966 seis familias —sobre 25 personas— dejaron la ciudad para trabajar en Madrid y Bilbao. La gran mayoría de estos emigrantes están entre los 18 y los 35 años; en efecto, la juventud del pueblo (cfr. figura 7). Teniendo en cuenta esta emigración, junto con los ausentes de larga duración y los residentes esencialmente transitorios, podemos estimar la población real media diaria residente en El Pinar en unas 1850 personas. Esta cantidad representa la gente que vive durante todo el año en el pueblo y la estimación fue colectivamente aceptada como exacta por las autoridades municipales. La población de El Pinar es homogénea; solo 470 habitantes han nacido fuera del pueblo y la mayoría de ellos nacieron en la provincia. La población es completamente caucásica y católica romana. Una familia de gitanos vive allí, pero están tan bien integrados en la vida del pueblo que no son considerados «diferentes» por la gente. Algunos negros africanos asistieron a las clases del Instituto Laboral localizado en un pueblo cercano, y estos estudiantes venían a El Pinar de vez en cuando a bailes y fiestas. No son recibidos con ningún signo de discriminación. De hecho, no hay en la comarca ningún problema social basado en razones étnicas o religiosas.

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PDO hace referencia al Plan de Desarrollo y Operaciones (N. de T.).

Figura 7. Población actual y población proyectada para El Pinar. Fuentes: (1) Madoz, 1849; (2) Riera y Sanz, 1885; (3) REPS, 1963; (4) PDO, 1955; (5) Padrón Municipal de 1965, Registro Municipal de 1966; (6) Población anual estimada sobre la base de las residencias a tiempo completo.

Los matrimonios tienden a celebrarse con conocidos del pueblo, aunque probablemente cerca del 40% de todos los matrimonios tienen uno de sus miembros de alguno de los pueblos cercanos, y casi invariablemente de Castilla. Los matrimonios con no castellanos son infrecuentes, aunque no desconocidos; durante mi estancia una muchacha se prometió a un chico de Barcelona. A pesar de la cantidad de gente, hombres y mujeres, que han ido a Francia, pocos matrimonios han tenido lugar con extranjeros. Uno de los hombres que vivía en el pueblo tenía una esposa francesa, y una chica se casó con un francés, pero ella y su marido vivían en Francia, y el último matrimonio «internacional» era entre un español y una alemana que volvió a residir en su pueblo natal, Villa Román. En 1960 la tasa de natalidad provincial era de 20,04‰ nacidos vivos, y la tasa de mortalidad era de 8,54‰ (Aguilar, 1961). Estas cantidades se aproximan a la media nacional durante ese periodo. Durante los últimos diez o quince años aparece una disminución en el número de niños por familia, aunque las estadísticas exactas no estaban disponibles para este pueblo (cfr. figura 8). Las medidas para el control de la natalidad son conocidas y en apariencia ampliamente practicadas por los vecinos, aunque la mayoría de la gente se sentía comprensi-

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blemente incómoda hablando de ello. El método del calendario (método Ogino) aprobado por la Iglesia es bien conocido y parece estar reemplazando poco a poco al tradicional coitus interruptus, más común en las áreas rurales. Las píldoras contraconceptivas, conocidas localmente como pastillas «anti-baby» están disponibles bajo prescripción médica, pero su uso es raro en las zonas rurales, al igual que sucede con los anticonceptivos mecánicos.

El partido administrativo en el que el pueblo y la mayor parte de la comarca están ubicados es una de las áreas menos pobladas de toda España. En 1900, la densidad de población era de 19 personas por kilómetro cuadrado y en 1960 era de 34,81 (Tudela y Sainz, 1952). Una de las características más sorprendentes de la provincia es que ha mantenido consistentemente una de las tasas más bajas de analfabetismo de toda España. En 1910 la tasa de 39,40% de analfabetos hacía de la provincia la sexta más alfabetizada en la nación. En 1960, solo el 3% no estaban alfabetizados y la provincia llegó al puesto 11 en alfabetización con solo algunas pequeñas diferencias respecto a las provincias que estaban por delante (Hoyas-Sainz, 1952). En El Pinar había 72 analfabetos mayores de 10 años. Cincuenta y cinco de ellos eran mujeres y 17 eran hombres, todos mayores de 60 años. Las restantes 11 personas eran discapacitados físicos o mentales. Parte de la explicación de este fenómeno es que la región de Castilla la Vieja ha tenido tradicionalmente una alta tasa de alfabetización y, además, los esfuerzos del gobierno en educación de adultos han tenido éxito en la enseñanza de lectura y escritura a los más mayores.

Diferenciación social

Figura 8. Nacimientos y muertes en El Pinar entre 1950 y 1966. Fuente: Registro Civil

El hogar medio está habitado por cuatro personas. Los datos oficiales listan 94 casas con una persona, pero un examen más profundo reveló que la mayoría de estas personas, viudas, viudos y matrimonios de edad avanzada, vivían en la misma casa que su familia como miembros de hecho, y socialmente pertenecían a ese hogar. La inmigración al pueblo ha sido prácticamente inexistente durante los últimos 20 años. Los datos de un estudio inédito llevado a cabo por Cáritas Española, la organización de caridad de la Iglesia española, muestran que no hubo inmigrantes a El Pinar durante la década de 1950-1960. Solo fui capaz de encontrar una única familia de cuatro miembros que había llegado al pueblo después de 1960; esta era una familia procedente de un pueblo cercano que vino a trabajar a uno de los aserraderos. El patrón general de migración en la provincia es del pueblo a la ciudad, con poca movilidad entre los pueblos.

En la provincia como conjunto hay tres clases sociales principales. Un grupo de clase alta comprendido por algunas viejas familias con títulos nobiliarios tales como el conocido historiador provincial, el Marqués de Lozoya. La clase media incluye oficiales militares, funcionarios de alto rango del gobierno, profesionales, industriales y propietarios de grandes negocios, así como algunos educadores y líderes de la Iglesia. Es este un grupo bastante móvil, asentado en la capital y casi exclusivamente urbano, tanto en su residencia como en su visión del mundo. El grupo más numeroso, probablemente más del 75% de la población, es la clase trabajadora que engloba tanto a los agricultores como a los trabajadores empleados. En el lugar más bajo de la escala social está un pequeño grupo de gitanos residentes en la provincia y algunos trabajadores inmigrados. Este último grupo es el menos estable y sus miembros tienden a moverse frecuentemente por todo el país. En El Pinar no hay un sistema de clases como tal, y las diferenciaciones basadas en ingresos y ocupación son mínimas en la mayoría de las ocasiones. El punto más alto de la escala social es ocupado por las dos familias más ricas que poseen las dos mayores refinerías de resina. Ambas familias tienen algo en común: trabajaron prácticamente desde la nada hasta conseguir tener una gran riqueza.

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La vida de Eusebio Moreno se parece a la historia del americano Horatio Alger. Con una formación escolar mínima, trabajó para vivir desde niño en los bosques. De alguna manera fue capaz de juntar el suficiente dinero para construir una pequeña refinería de resina y un aserradero. Aunque su negocio fue quemado varias veces, siempre fue capaz de reconstruirlo y mejorar sus procedimientos, especialmente con el dinero del seguro recibido tras los incendios. Los vecinos tenían sus dudas respecto al origen de estos fuegos, pero ya desde la Guerra Civil Eusebio se había convertido en uno de los hombres más ricos del área, a pesar de sus prácticas en los negocios. Tras un corto periodo de cárcel —al que fue enviado por los grupos falangistas seguidores de Franco— Eusebio emergió de nuevo en buenos términos con el nuevo gobierno y se convirtió en la persona dominante en El Pinar. Tenía dinero y poder y los utilizaba para manejar la ciudad más o menos a su antojo. La leyenda local dice que, cuando abandonó el pueblo durante la guerra, cargó un camión con barriles de los usados normalmente para la resina. El camión tropezó con un bache y un barril se cayó, se abrió, y regó la carretera con monedas. Eusebio obligó a su conductor a seguir sin recoger el dinero. Aunque él mismo solo fue alcalde del pueblo en la década de 1920, los distintos titulares del cargo habían de ceder ante sus deseos, como también hacían los concejos. Construyó con su familia una enorme mansión de tres pisos situada enfrente de la fábrica principal y al lado del cuartel de la Guardia Civil. Poco a poco, y por razones que nunca fueron aclaradas, el poder de Eusebio comenzó a disminuir hacia 1960, y dejó de ser el incuestionable cacique de El Pinar que había sido por tantos años. Los Moreno aún viven en el pueblo y Eusebio trabajó cada día en la oficina de la refinería hasta su muerte en diciembre de 1967, a la edad de 87 años. Sus propiedades estaban repartidas por toda España, y era accionista en una serie de industrias tanto nacionales como extranjeras. Todos sus hijos fueron educados en escuelas privadas fuera del pueblo; algunos de sus hijos y nietos son graduados universitarios. Desde 1960, la familia de Eusebio Moreno ha tendido a permanecer al margen de las actividades del pueblo y raramente se socializa con el resto de sus vecinos. La familia tenía unos pocos amigos pero en realidad era despreciada explícitamente por la mayoría del pueblo. Eusebio fue acusado de haber retrasado el desarrollo del lugar durante su periodo de cacique y el reproche más común era que «nunca había hecho nada por el pueblo». El anciano asistía a la primera misa todos los domingos, evitando así el contacto con la mayoría del pueblo; otros días permanecía en su casa o su oficina. Sus

hijos eran algo más sociables; algunos de ellos pasaban por la Plaza a tomar un trago tras la misa o durante las fiestas, pero normalmente la familia Moreno se mantenía detrás de los muros y cercas de su mansión. La otra familia principal, la de Juan San Miguel, también tenían una gran refinería en El Pinar, así como propiedades en otras provincias, otras industrias y refinerías, y participaciones en diversos negocios. Los San Miguel pasaban gran parte del año viviendo fuera del pueblo, pero siempre había al menos un hijo en su residencia para cuidar de los negocios familiares. Esta familia gozaba de mucha mejor consideración que los Moreno; en general tendían a ser más sociables y permanecer menos al margen. Además, Juan había ayudado a algunos hombres a comenzar sus negocios mediante préstamos de dinero y facilitando asistencia a través de su influencia en la capital. La casa de la familia no era particularmente excepcional u ostentosa. La provincia de Segovia, junto con la mayor parte de Castilla, se encuentra en la categoría descrita por Linz y De Miguel como de «clases medias» —una zona de clase media mayormente preindustrial en las ciudades, con un núcleo de propietarios o agricultores arrendatarios permanentes de terrenos en el campo (1966: 290). Es un área, siguiendo de nuevo a Linz y De Miguel, donde «una ausencia de desigualdades extremas permite un máximo de integración social y un mínimo de conflictos de clase» (1966: 290). Exceptuando las familias de los Moreno y los San Miguel, la diferenciación social que pueda existir en El Pinar está más fundamentada en el prestigio y los factores no económicos. En el nivel superior de la jerarquía social del pueblo están los «don». Cada adulto en España, hombre o mujer, tiene derecho a ser llamado «don» (o «doña» en el caso de las mujeres), pero en la práctica este título es utilizado solo cuando se escribe una carta o en documentos escritos. Así, un agricultor llamado Julio Gil puede ser listado en cualquier documento como don Julio Gil, pero ser llamado en la calle por sus vecinos simplemente Julio; como mucho, será el señor Gil si es una persona más joven o un extranjero quien se dirige a él. Los don son, en su mayor parte, profesionales y altos funcionarios. El médico, el practicante, el sacerdote, el veterinario, los maestros, el secretario municipal y el farmacéutico eran llamados por su nombre precedido del don. El título honorífico no es necesariamente transmisible fuera del pueblo; sacerdotes y médicos mantienen el don no importa donde vayan, mientras que el maestro será don solo en el pueblo en el que trabaje. Lo más significativo es que la riqueza no garantiza el derecho a ser llamado don. Ni Eusebio Moreno ni Juan San Miguel eran llamados don; de hecho, la mayor parte de sus

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trabajadores simplemente se dirigían a ellos por su nombre, sin título alguno. Algunos de los trabajadores más jóvenes les llamaban señor. El uso de títulos honoríficos en el pueblo sigue un vago patrón, siendo el don la categoría más alta reservada solo para aquellos que la merecen por derecho u ocupación. El siguiente en el orden jerárquico es el uso formal de señor seguido del nombre de la persona. Esto se utiliza como signo de respeto a la gente mayor o de cierto estatus. Pocos fueron en El Pinar los que me llamaron don o señor, aunque según su sistema habría merecido el título; sin embargo, fuera del pueblo y en la correspondencia escrita, el don sí es utilizado. Con la excepción del sacerdote (por su estatus eclesiástico) y del médico (por su edad), me trataba de tú a tú con todos los don del pueblo, y era situado socialmente junto a ellos. El sistema completo de títulos honoríficos ha reducido en gran medida su significación en la zona desde la Guerra Civil. Los títulos han dejado de ser representativos dado que la rígida estratificación social ya no existe en los pueblos y que la mayoría de la gente, incluyendo muchos profesionales, tienen un estatus similar en lo que se refiere a ingresos y poder. En un segundo nivel, debajo de los don, están los trabajadores de cuello blanco más educados, pequeños propietarios de negocios y comerciantes, algunos trabajadores especializados y unos pocos agricultores adinerados. Incluidos en este grupo están los guardias civiles con rango menor que oficial. El resto de la población es clase trabajadora, que incluye agricultores y campesinos, pequeños artesanos, resineros y los trabajadores de las fábricas. En el pasado los resineros tendían a considerarse superiores a los agricultores, y de hecho sus salarios tendían a ser más altos. Hoy, sin embargo, hay pocas diferencias significativas entre ambos grupos profesionales. Los españoles tienden a juzgar a los hombres menos por su valor económico que por sus características personales. Un hombre honorable puede desarrollar cualquier ocupación, y si bien un trabajo puede ser considerado mejor que otro, esta comparación no se lleva hasta la persona que realiza el trabajo. A menudo los peores hombres tienen buenos trabajos. A diferencia del pueblo estudiado por Lisón Tolosana (1966), en El Pinar no hay vecindades favoritas o segregación residencial, y este fenómeno se repite en todos los pueblos de la comarca. El consumo exagerado y las elaboradas fachadas en las casas no son frecuentes en el pueblo. El «palacio» de los Moreno es la única excepción a la regla. Por supuesto, la decoración interior es otra cosa, y las familias más ricas se esforzarán para tener sus interiores bien decorados. Aun así, y ya que solo un puñado de gente a excepción de sirvientes

y miembros de la familia entrarán a la casa en algún momento, la decoración no está pensada como una muestra de ostentación pública. Hay una cierta ética igualitaria en la comarca, y tanto el esnobismo como el comportamiento cursi están mal vistos y son abiertamente ridiculizados. Los vecinos conocen a todos y todos conocen el estatus de cada uno, y pobre de la persona que trata de comportarse de una manera inapropiada para su estatus. Las ramificaciones de este igualitarismo serán más ampliamente discutidas más adelante en este estudio, en relación con el sistema de valores de la gente. A pesar de estos sentimientos igualitarios, las diferencias sociales son notables en la rutina diaria de la vida del pueblo. Normalmente se supone que los don han de llevar abrigo y corbata en público y actuar seriamente. Deben ser agradables con el resto del pueblo pero no condescendientes. No deben mezclarse demasiado libremente con la gente de la clase trabajadora, a no ser que sus trabajos lo requieran, como es el caso de los trabajadores de la Extensión Agraria. Aun así, nunca deben mostrar reparos a dar la mano o tomar un trago con otras personas por razones de estatus. Generalmente pasan su tiempo de socialización en la compañía de sus pares, normalmente en alguno de los bares del pueblo. En Villa Román, por ejemplo, los don pueden hacer rondas en algunos bares, pero su favorito para la tertulia de la tarde es el de Enrique. De cualquier manera, Enrique está abierto a, y es apoyado por, todos los sectores de la población de Villa Román, y el observador casual lo tendría difícil para distinguir entre los diferentes grupos presentes en una tarde cualquiera. Los matrimonios se celebran casi siempre dentro de los límites de clase, pero también ha habido excepciones. A nivel de la clase trabajadora, los hijos de agricultores se casan con las hijas de los resineros, las hijas de los tenderos se casan con los hijos de los agricultores, etc. La principal consideración es que la familia del novio o la novia sea honorable. No es que la gente no se dé cuenta de las diferencias socioeconómicas; más bien que estas diferencias tienden a ser mínimas. Los don se casan normalmente dentro de su círculo aunque, de nuevo, hay numerosas excepciones. Los maestros de escuela están aquí en la posición más vulnerable, ya que están en el nivel de prestigio más bajo dentro de los don. Y las maestras también, porque es difícil para ellas casarse por debajo de su nivel. Cuando se rumoreó que Pura salía con Paco, el fontanero y «manitas» del lugar, el pueblo entero lo consideró absurdo. Paco ganaba buen dinero y era un hombre joven y atractivo, e incluso poseía uno de los símbolos últimos de estatus en el pueblo, un coche —pero socialmente no jugaba en la misma liga que Pura—. Los rumores terminaron siendo falsos pero la reacción del pueblo fue más que ilustrativa del

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hecho de que los sentimientos igualitarios se detienen antes de la misa de boda. Estratificación social es un término demasiado fuerte para referirse a la diferenciación en El Pinar. Las diferencias están ahí en cuanto a las variables de los estándares socioeconómicos de ingresos, ocupación y educación se refiere. Hay una cierta segregación entre varios grupos, autoimpuesta y sancionada por el pueblo. En algunos casos se considera necesaria y es parte de las obligaciones del trabajo de uno. Por ejemplo, la Guardia Civil debe mantenerse de alguna manera al margen de la gente si quieren ser objetivos a la hora de llevar a cabo sus obligaciones policiales. El sacerdote no puede correr el riesgo de estar demasiado cercano a un grupo concreto, ya que es el responsable del bienestar de todos. Lamentablemente, el sacerdote de El Pinar, así como algunos otros en la comarca, nunca se mantuvieron a la altura de este re-

querimiento con demasiado éxito, pero incluso su alianza con las familias ricas y poderosas estaba en sintonía con una larga tradición de comportamientos similares por parte del clero. Con la apertura general de oportunidades para los agricultores en España, y las crecientes posibilidades para el hijo de un campesino de llegar a ser maestro de escuela —y por tanto un don— el sistema de títulos honoríficos al completo parece estar perdiendo importancia. En efecto, casi cada don en El Pinar era el hijo o hija de un ordinario campesino. La gente en esta categoría son los más preocupados por el desempeño correcto de su papel; para el resto del pueblo, el problema de la escala social es una de esas cosas que deviene importante solo cuando entra en consideración el matrimonio y hoy incluso esta preocupación va siendo menos intensa.

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CAPÍTULO III LA ECONOMÍA

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XISTE una vasta literatura que trata de la economía de España. La naturaleza general de estos estudios bien podría ser denominada como de ámbito macroeconómico, en la medida en que tiende a tratar la economía nacional como un conjunto, o bien en sectores como el turismo, la agricultura, etc. En algún lugar del pantano de estadísticas está el microcosmos económico de El Pinar. El impacto del desarrollo rural sobre el pueblo y la comarca no puede ser comprendido sin algunas referencias a un horizonte económico más amplio. Aunque el típico vecino del pueblo no tiene experiencia en teoría económica, es consciente de que su sustento depende de fuerzas y condiciones que no siempre controla, y que su destino está inextricablemente ligado con el de su país. Cualquier discusión sobre la economía española debe comenzar con la Guerra Civil española de 1936-1939 que derrocó la República. Al final de la guerra España estaba en un estado de caos económico absoluto. Cerca de 250 000 hogares habían sido destruidos, y existía igual número de casas parcialmente dañadas. Las carreteras y vías de ferrocarril estaban casi totalmente arrasadas, la Marina Mercante perdió 225 000 toneladas de envíos, y las reservas nacionales de oro, enviadas por el gobierno republicano a Rusia para su salvaguarda, nunca retornaron a Madrid. Los datos citados en el Plan de Desarrollo Económico y Social 1964-1967, y que he recogido antes, ilustran la seriedad de la crisis. Utilizando 1929 como el año base con un índice asignado de 100, la producción agrícola en 1935 tenía un índice de 97,3; en 1939, había bajado a 76,7. La producción industrial descendió a un 72,3 en el mismo año. El indicador más significativo fue la caída en la renta anual per cápita de 1033 pesetas en 1935 a 740 en 1939 (PDES, 1963: 17).

Estos datos significaban poco para los agricultores en los pueblos. Para ellos la guerra significó menos faena, menos paga, inseguridad en las condiciones de trabajo y hambre. Una de las principales características de la economía interna española de los años 1940 era la existencia de un «mercado negro» tanto para los productos de primera necesidad como para los de lujo (Tuñón de Lara, 1965: 77). El cartero de El Pinar ganaba 15 pesetas al día en 1949, unos ingresos con los que tenía que mantener a una familia de diez… algo imposible sabiendo que sus honorarios no cubrían siquiera el costo del pan. Como la mayoría de la gente del lugar, él y su familia se ganaban una cantidad extra mediante la realización de tareas agrícolas y otros pequeños trabajos al margen. En 1949 el costo de vivir era 5 veces más alto que en 1939, pero los salarios habían aumentado solo 2,5 veces (Tuñón de Lara, 1965: 77). Los precios agrícolas también estaban en baja durante la década de 1940. El precio fijo para el trigo que establecía el Servicio Nacional del Trigo era de 0,86 pesetas el kilogramo, apenas suficiente para permitir al agricultor recuperar los costes de las semillas y la maquinaria, dejando aparte los costes salariales. Lo que sucedió es sobradamente conocido en España; los agricultores reservaron parte de su trigo para vender en el mercado negro, donde podían obtener un precio más alto, los datos impositivos fueron falsificados, al igual que las cifras de producción, y quién más quién menos, se concentró primero en sus propios intereses (Tuñón de Lara, 1965: 79). La década de los 1950 trajo una considerable mejora de la economía española. Las inversiones extranjeras aumentaron, y el tratado elaborado por el gobierno de Eisenhower estableciendo una base naval en Rota, además de otras bases aéreas en Zaragoza, Torrejón y Morón de la Frontera, trajo

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no solo dólares americanos, sino también un cierto prestigio y reconocimiento internacional al régimen. Aunque el impacto económico de las bases fue grande, la opinión de algún americano de que este tratado salvó tanto a la economía como al gobierno del colapso es vista por los españoles como una enorme exageración. La producción industrial y agrícola creció y, aunque el costo de la vida aumentó de manera constante, cada vez se disponía de más bienes de consumo mientras el mercado negro se quedaba sin existencias. Los salarios también crecieron algo: un minero del carbón en 1954 ganaba una media de 21 pesetas diarias, los trabajadores de la construcción ganaban 17,75 pesetas, y la media nacional para los agricultores era de 28,09 pesetas al día. Sin embargo, estas cifras reflejan solo el salario base; además de este, el trabajador español se beneficia de una serie de «pluses» como extras por tener familia numerosa, por trabajos arriesgados, nocturnos, etc., más la paga «extraordinaria» o prima dada el 18 de julio y en Navidad (Tuñón de Lara, 1965: 86-88). Estas mejoras se vieron contrarrestadas por una tendencia inflacionista persistente, así como por el continuo aumento del coste de la vida. Utilizando 1936 como el año base con un índice de 100, el índice de 1955 de costos de consumo de comida era de 769,5 para España en general y sobre 800 para las ciudades más grandes como Bilbao, Sevilla y San Sebastián. El índice del costo general de la vida era de 607,5 y el del gasto en ropa era de 860,6 (Tuñón de Lara, 1965: 89). En 1959 la peseta se devaluó de 42 por dólar (tasa turística) y 52,50 por dólar (tasa mercantil) a una ratio de 60 a 1. Al menos un economista español, Funes Robert, vio este hecho como una excesiva devaluación basada en un miedo injustificado al déficit de la balanza de pagos. De acuerdo a su análisis, las políticas económicas de los últimos años cincuenta y los sesenta estaban, y están, basadas en «el miedo de deber algo a alguien en algún momento del futuro» (Funes Robert, en LAE,1 15 de diciembre de 1966, p. 27). La visión de Funes Robert del déficit de la balanza de pagos fue minoritaria; la mayoría de los economistas y planificadores españoles estaban orientados a la exportación y veían este déficit como una amenaza al crecimiento económico del país. Gran parte del déficit se recupera por los ingresos que dejan los turistas y el dinero enviado «a casa» por los trabajadores emigrantes empleados en Europa occidental. El gobierno, por su parte, ha intentado recortar el déficit requiriendo a las empresas extranjeras con fábricas en España que garanticen la exportación de una cierta cantidad de su producción. Además del rígido control del gobierno sobre las inversiones extranjeras, estaba en vigor una política de restricción 1

La Actualidad Española, revista de información general (N. de T.).

del crédito y una serie de aranceles proteccionistas y regulaciones aduaneras. Aunque difieren en el alcance real, la mayoría de los interesados en el panorama económico nacional coinciden en que el turismo «salvó» España gracias a la incorporación de moneda extranjera. Además, la emigración a los países de Europa occidental con necesidad de mano de obra, especialmente Francia y Alemania, ayudó a «solucionar» parte del problema del desempleo o sub-empleo mal pagado y trajo capital de fuera. Funes Robert lo describe con exactitud, aunque también con algo de sarcasmo: Hay algo que no debemos olvidar: nuestra inferioridad relativa en desarrollo económico provoca la avalancha de capital foráneo a través del turismo y la emigración (Funes Robert, 1966: 27).

Cualquiera que estuviera en España entre mayo y septiembre de 1966 o 1967 se toparía con el «boom turístico». Las principales zonas que ocupaba ese turismo eran las costas mediterráneas y el área de Madrid, aunque había una extensa corriente menos oficial hacia otras zonas del interior. En Segovia, durante los meses de verano, los bares y monumentos estaban abarrotados de extranjeros, pero también de un número creciente de españoles que ahora empezaban a contar como una importante fuerza de «turismo interno». En la Costa Brava, los carteles en alemán eran comunes, y en la Costa del Sol, cerca de Málaga, había una enorme cantidad de americanos y británicos como residentes. Sin embargo, la mayor parte de los turistas, cerca de un 45% según los datos del Ministerio de Información y Turismo, eran franceses. Aunque los franceses eran los más numerosos de todos los grupos nacionales, no se comportaban como grandes derrochadores. Según el propietario de un gran hotel y una agencia de viajes, el gasto «per cápita» durante sus vacaciones solo alcanzaba los 37 dólares. En contraste, el norteamericano medio deja 500 dólares en España y el latinoamericano, 600 dólares —más aún si el viaje es realizado con un barco español o con la compañía aérea Iberia—. Sin embargo, había algunas señales de que el «boom» estaba comenzando a disminuir, al menos en parte. Según la misma fuente, mientras el turismo de 1966 había aumentado un 33% respecto al de 1965, el incremento del capital extranjero aportado en el mismo periodo fue solo del 10% (El Adelantado de Segovia, 25 de enero de 1967). El hotelero en cuestión estaba básicamente triste por este hecho, y por los efectos de las restricciones británicas en los viajes. Citando a la masa de franceses que gastaban tan poco dinero, anticipaba la suma de ingleses también cicateros en el gasto como una amenaza, ya que estos —según él— solo podían «dañar nuestra buena fama

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como país turístico». «El ideal para nuestro país sería el turismo de calidad», añadió citando a los norteamericanos y latinoamericanos como ejemplo, para terminar: «Ha sido demostrado que el turismo de las masas, en lugar de beneficiar a un país, le causa daño». Los propietarios y gerentes de hoteles de lujo, queda claro, no suelen destacar —precisamente— por sus sentimientos democráticos. A pesar de este pesimismo, 1966 recibió la llegada de más de 17 millones de turistas extranjeros a España, y el Ministerio de Información y Turismo estaba bastante complacido; es más, proclamaba que en 1967 podrían venir 20 millones de turistas y fue erigiendo afanosamente hostales y otras instalaciones para contribuir a acomodar e esas masas tan esperadas. Aunque estén bien contentos de despojar a los turistas de su dinero, la gran mayoría de los hoteleros, restauradores y demás, no ven al turista aquí como a un gran pollo al que desplumar. Los pocos que sí lo hacen se hallan constreñidos en sus acciones de manera muy efectiva por los estrictos controles del gobierno sobre los precios que se aplican a todas las instalaciones turísticas y a todos los turistas, sean extranjeros o españoles. La hospitalidad general y mayormente genuina, más el relativo bajo costo, así como el verano soleado en todo el país y los 340 días de sol al año en las costas mediterráneas, y los tesoros artísticos de España, son potentes atracciones tratadas por el gobierno como recursos naturales importantes para ser desarrollados y protegidos. Las consecuencias económicas del turismo resultan extremadamente importantes; pero los cambios sociales traídos por influencia del turismo también lo son. No debe olvidarse la emigración de españoles desde las áreas rurales a las ciudades, o de los pueblos y ciudades a los países más industrializados de Europa occidental. Estos últimos movimientos, más el turismo, son parte de un fenómeno que ha ido desarrollándose desde 1960 y cuyo origen radica en la debilidad general de la economía española. Desde el punto de vista del consumidor, la economía nacional presenta un panorama básicamente favorable, aunque existan problemas serios. La gente de todos los estratos económicos está de acuerdo en que —en general— viven mejor ahora que en cualquier otro momento del pasado. Hay pobreza en los pueblos y barrios marginales en las ciudades, sí, pero la mayoría de los españoles comen razonablemente bien, visten decentemente, y —de cuando en cuando— pueden adquirir algunos objetos de lujo. Aunque no podemos olvidar a los pobres —un 20% de la población aproximadamente, siguiendo los datos de FOESSA (cfr. FOESSA, 1966: 280 y ss.)—, el restante 80% viven al menos de manera «decente». Las hordas de compradores antes de Navidad en El Corte Inglés y Galerías Preciados, dos de los dos grandes al-

macenes de Madrid, eran inmensas, y las máquinas registradoras funcionaban a tope. Las mismas circunstancias se daban en otras ciudades que visité durante ese periodo. A juzgar por la vestimenta y la manera de hablar, la mayoría de los compradores parecían gente de clase trabajadora de las ciudades, o procedente de las áreas rurales cercanas que se hallaban de visita en la urbe para realizar sus compras. La escena evocaba lo que viene a ser cualquier gran ciudad de Estados Unidos en las mismas fechas, y los comentarios en radios y periódicos sobre la necesidad de «ajustarse el cinturón» en enero, cuando terminaba la fiesta, eran también similares a los que uno escucha en Estados Unidos. Estas observaciones personales, aunque carezcan de rigor científico, confirman la evidencia estadística de que la economía de la nación ha mejorado considerablemente. Uno de los principales problemas en España era la carestía de vivienda, especialmente en las grandes ciudades que habían recibido una fuerte inmigración. De acuerdo con un amigo abogado de Madrid, había entre 15 000 y 20 000 pisos vacíos en la ciudad, sobre todo en edificios de gran altura construidos con propósitos especulativos. Y existía al menos el doble de familias que vivían en chabolas porque no podían acceder a la compra de un piso. Por lo tanto, se daba, al mismo tiempo, escasez de ocupantes y déficit de vivienda. Mientras el Ministerio de la Vivienda trataba de aliviar este problema mediante la construcción de apartamentos de bajo coste o «vivienda social» financiados durante un periodo de 40 años por el gobierno, la construcción no pudo mantenerse al nivel de la demanda. Esta situación no fue exclusiva de Madrid, sino que resultaba bastante general en la mayoría de las ciudades españolas y también en algunas áreas rurales. Es costumbre en España comprar en lugar de alquilar un apartamento o casa, aunque existen alquileres disponibles. Pero, lamentablemente, aquellos que más necesitan un hogar son a menudo los que no pueden juntar el dinero necesario para pagar la entrada, o no ganan lo suficiente para abonar después el resto de su valor. Un apartamento medio en Madrid puede costar unas 500 000 pesetas. Un edificio más o menos corriente, ofrecía pisos de 3 habitaciones con cocina amueblada, baño, armarios empotrados y salón comedor a precios que iban entre las 600 000 y las 820 000 pesetas, con una entrada de 200 000 y el resto a ser pagado en dos o tres años. Si añadimos a tales cifras el coste del mobiliario, la cantidad resultante dejaría a estos apartamentos fuera del alcance de la mayoría de los trabajadores. La sección inmobiliaria del periódico madrileño Ya, el 11 de diciembre de 1966, recoge apartamentos similares al mencionado a 600 000 pesetas; otro piso a 565 000 con una entrada de 200 000 y el resto a ser pagado en 36

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meses; y otro apartamento de 97 metros cuadrados se vende por 700 000 pesetas. Fuera de la ciudad, en San Sebastián de los Reyes, un apartamento de tres habitaciones con salón comedor, cocina y baño es ofrecido por una entrada de 75 000 pesetas y 72 pagos mensuales de 2200 pesetas cada uno. Cuando la prensa entrevistaba a los afortunados que ganaban premios significativos en la lotería de Navidad, muchos de ellos decían que utilizarían parte del premio para comprarse un piso. Y es que para mucha gente ganar una buena cantidad de dinero con los premios de la lotería o de las quinielas constituía la única manera en la que podían permitirse comprar un piso o apartamento en la ciudad. El 1 de enero de 1967 se puso en marcha una nueva escala salarial. El jornal mínimo de un peón de al menos 18 años se fijó en 84 pesetas al día, más alto que el anterior de 60 pesetas. Los trabajadores especializados y «oficiales» recibirían entre 90 y 96 pesetas al día, dependiendo de su clasificación. Asimismo, los trabajadores tenían derecho a los «extras» usuales, a la Seguridad Social y a beneficios médicos a bajo coste. El incremento en el jornal no fue recibido con demasiada alegría por los trabajadores; para ellos la cantidad de 84 pesetas era excesivamente baja, incluso en combinación con las demás prestaciones. Muchos sindicatos exigieron un mínimo de 130 pesetas al día, pero tanto los empresarios como el gobierno se opusieron. La mayoría de los trabajadores ganan de hecho más que este jornal mínimo, especialmente los trabajadores especializados. Sin embargo, el fenómeno del pluriempleo es común en España, especialmente en las ciudades, aunque también resulta frecuente que funcione —solo de una manera algo diferente— en los pueblos. Esta breve mirada a la economía nacional finaliza con la vista puesta en el Plan de Desarrollo Económico y Social 19641967 que estaba en vigor durante el periodo de este estudio. En términos generales, el Plan fue diseñado para producir una gran transformación en la vida social y económica del país. Y la transformación se realizó, aunque los españoles no se ponen de acuerdo si fue gracias a, a pesar de, o independientemente del Plan. Al final de 1966 la renta per cápita de los españoles había alcanzado los 637,80 dólares por año, lo que colocó al país sobre la barrera de los 600 dólares que separa a los países desarrollados de los subdesarrollados (Arriba, 14 de enero de 1967). Las fuentes gubernamentales se apresuraron a señalar que los objetivos del Plan se habían sobrepasado incluso antes del final de 1967. Por ejemplo, en 1965 el incremento del 10,8% en la producción industrial superó las expectativas del Plan, de la misma manera que lo hizo la producción de cemento, de energía eléctrica y la construcción naval. La tasa de crecimiento de las industrias químicas en 1965 fue de

16,8%, muy por encima de las previsiones del Plan (El Adelantado de Segovia, 12 de agosto de 1966). El Plan fue objeto de críticas en el país, siendo uno de los principales reproches que se le harían el que solo desarrolló lo que estaba ya desarrollado o en camino de ello. Por ejemplo, ciudades como Zaragoza, Valladolid y Sevilla fueron designadas como «polos de desarrollo», y les fueron asignadas financiación y empresas. Estas y otras ciudades como Valencia ya estaban, sin embargo, ampliamente industrializadas antes de que el Plan fuera concebido. La ciudad y la provincia de Segovia fueron en buena parte ignoradas por el Plan, aunque alguna financiación llegó a la provincia a través de los proyectos asociados a la cuenca del Río Duero. Objetivamente, la necesidad de industria de Segovia era mucho mayor que en Valladolid, pero ninguna empresa le fue asignada a la provincia. De la misma manera, las necesidades de Andalucía en general y de Galicia fueron dejadas al margen en favor de las provincias ya muy industrializadas del País Vasco, Navarra y Cataluña (en el área de Barcelona). Esta distribución de las inversiones llevó a los segovianos a sentir que la provincia estaba «perdida» u olvidada en lo que se refería a las decisiones oficiales que se tomaban en Madrid. Algunos sintieron —incluso— que este era un trato doblemente injusto dado que la provincia había sido leal a las fuerzas de Franco desde el principio de la Guerra Civil, y que se daba por hecho su lealtad, mientras que el grueso de los fondos se destinaban a antiguas zonas «rojas» o separatistas como las provincias vascas, Madrid y el área catalana, o a Sevilla y otros lugares de la Andalucía anarquista. Debe enfatizarse que estos comentarios no aparecían en la prensa o en publicación alguna, pero se difundieron rápidamente de boca en boca. Una petición más motivada fue establecida por la sede provincial de los sindicatos. Su informe Por la industrialización de Segovia (Vicesecretaría de Ordenación Provincial de Sindicatos, 1966) urgía a que la ciudad fuese considerada como una zona para la planificada descentralización y descongestión del Madrid industrial, y citaba como puntos favorables la historia productiva de la ciudad, su cercanía a la capital, y su abundante suministro de agua. El informe llegaba incluso a mencionar que uno de los pocos proyectos terminados fue la presa y embalse de Linares de Arroyo, que no hizo más que destruir la aldea por las inundaciones para luego utilizar el agua y abastecer los sistemas de riego en la provincia de Burgos, mientras a los agricultores de Segovia no les llegó nada para sus secas tierras. Lo que irritaba a los autores de dicho informe más que ninguna otra cosa era que los encargados de la planificación en el gobierno parecían pensar que la ciudad ya tenía bastante con su Acueducto, las

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iglesias románicas, el castillo del Alcázar y los cochinillos asados al horno. Es verdad que, mientras que la ciudad atraía a numerosos turistas en los meses de verano, este flujo era esencialmente de excursiones de un día procedentes de Madrid, o como mucho una noche de estancia, y los ingresos, aunque resultaran considerables, no bastaban para mejorar las infraestructuras o solucionar los problemas de empleo de la provincia, ni para detener tampoco la persistente emigración de las áreas rurales y la ciudad hacia lugares más industrializados. El Plan 1964-1967 fue realizado siguiendo el plan francés posterior a la Segunda Guerra Mundial que estaba esencialmente fundamentado en ideas tecnocráticas —a pesar de que sus autores defendían su carácter «flexible» (Kindelberger, en Hoffman et al., 1965: 155). Al principio, los técnicos y planificadores españoles querían un documento puramente económico —en el que todo se pudiese equilibrar de manera uniforme y limpia—. Pronto se dieron cuenta de que los cambios económicos traerían también cambios sociales, y el Plan se convirtió en «social» y «económico». Naturalmente, cuando los cambios sociales aparecieron, como estaba previsto, el Plan fue reivindicado, aunque el personal de FOESSA vio esto como «la profecía que se cumple a sí misma». Asimismo señalarían que: … el Plan Económico terminó siendo también social en sus efectos, casi inevitablemente. La cuestión que ahora aparece es: ¿por qué no completar el proceso y que termine también siendo político? Pero ya hemos apuntado que los cambios políticos no son tan fácilmente tolerados como los sociales y requieren compromisos y acuerdos más difíciles de llevar a cabo (FOESSA, 1965: 20).

Las complejidades de la planificación y la economía a nivel nacional escapan a las cabezas de los ciudadanos medios de El Pinar, y —por lo común— a las de sus contrapartidas o correspondientes rurales en cualquier lugar del mundo. Una encuesta realizada por la revista económica 3E mostraba que, en junio de 1966, el 43% de la población de España ni siquiera sabía de la existencia del Plan. La mayoría de esta gente eran mujeres, mayores de 50 años, trabajadores de la agricultura y peones no especializados, con poca formación escolar, aquellos que ganaban menos de 5000 pesetas al mes, y aquellos que vivían en ciudades de 2000 a 10 000 habitantes. De aquellos que conocen el Plan, solo el 31% sabía nombrar la ciudad «polo» más cercana, y solo el 9% sabía cuánto tiempo estaría en vigor el Plan. De este grupo, el 40% sentía que la agricultura había sido menospreciada. No obstante, el español era generalmente optimista con el futuro: el 50% sentían que su nivel de vida mejoraría en 1967, el 28% creían que sería más o menos igual, y solo el 3% pensaba que iría a peor (El Adelantado de Segovia, 28 de julio de 1966). El

mismo optimismo generalizado se ve en la encuesta de FOESSA de 1966, donde se pedía a personas de distintas clases sociales que valorasen su nivel actual de vida comparado con el que tenían hace cinco años. La clase «media rural», que abarca a la mayoría de la gente en El Pinar, sentía que este había mejorado un poco (el 50%), mientras el 10% creía que era mucho más alto y el 36% pensaba que era más o menos igual. El 8% creía que era algo más bajo y el 3% mucho más bajo. El 2% no quiso o no supo contestar (FOESSA, 1966: 246). La muestra no rural dijo en general (el 48%) que su nivel de vida era algo mejor que cinco años antes. La consideración que la gente da al progreso económico refleja su fe en, y su dependencia de, «el Estado». Cuando se les pide que nombren quién o qué institución ha hecho más por los trabajadores en España en los años recientes, la respuesta tipo de todas las clases era «el Estado», con la más alta valoración dada por la clase «media rural»; el 42% sostuvo esta opinión, mientras que la calificación más baja fue del 25%, dada por la clase «alta no rural». Solo el 5% de la gente de aldea y el 7% de los urbanitas citaron el Plan, aunque es posible que simplemente lo incluyeran en la categoría general de «el Estado». La institución que recibió menos crédito fue «la Iglesia» —una media del 3% de la muestra rural y el mismo porcentaje para la muestra urbana (FOESSA, 1963: 297)—. En El Pinar esta distribución se duplicó en las respuestas dadas por el grupo de liderazgo a una cuestión similar. «El Estado», con pocas aclaraciones posteriores, es visto como la fuente principal de beneficios para la gente (Aceves y Bailey, 1967). Hay algo que debemos tener presente; que en la medida que las condiciones económicas mejoraron —en general— y el nivel de vida se elevó, los productos y servicios que una vez fueron considerados como «de lujo» comenzaron a estar tan extendidos que se convirtieron en necesidades. El incremento del consumo de carne en El Pinar es un ejemplo. En 1949 el pollo era un lujo, pero en 1966 constituía un artículo de uso común en la mesa, y los pocos que no se podían permitir su consumo se consideraban a sí mismos, y eran considerados por los demás, como gente más bien pobre. De esta manera, la satisfacción con el nivel de vida es una condición relativa y no siempre directamente relacionada con consideraciones puramente monetarias. Don Marcos me resumió la cuestión muy sucintamente, y sus observaciones son congruentes con las mías: si Fulano y Mengano ganaban 40 000 pesetas cada uno y Mengano de alguna manera llega a ganar 50 000, entonces Fulano se considera a sí mismo en peor situación, incuso si objetivamente no ha perdido nada. Las actitudes de la gente de El Pinar en relación con la economía resultan bastante simples: si tienen más dinero

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ahora que antes, las cosas van bien; si no, las cosas van mal. La expansión industrial en Valencia, o la cosecha en lo que una vez fue un desierto en Badajoz, o el futuro de España en el Mercado Común son irrelevantes. La visión local es esencialmente de corto alcance. Aunque es consciente de que está a merced del mercado internacional en lo que se refiere, por ejemplo, a productos de trigo y resina, el aldeano medio no comprende cómo funcionan estos mercados. Lo que sí comprende es el cúmulo de pesetas que tiene en su bolsillo, en su cuenta de banco, o bien cosido dentro del colchón. Lo demás carece de importancia.

Economía provincial Las condiciones económicas generales de la provincia de Segovia durante y antes del periodo de estudio pueden ser resumidas en una palabra: pobres. Esto no significa que la población estuviera afectada por la pobreza o se encontrara en la miseria; de hecho, poca gente en la provincia caía dentro de esta categoría. Sin embargo, comparada con las otras 49 provincias españolas, Segovia está situada constantemente en la parte inferior de todos los índices económicos. El factor básico que influye en esta situación es la naturaleza abrumadoramente agrícola de la provincia. En 1960 el 47,71% del producto bruto provincial era producido por el sector agrícola (excluyendo la silvicultura) y la mayoría de esta producción estaba compuesta de cereales de secano. En el mismo año, la población agrícola activa en la provincia representaba el 56,76% de la fuerza total de trabajo, y el 21,34% de la población total (SSE,2 1964: 15, 31). Este porcentaje representa esencialmente las mismas condiciones ya reflejadas en 1958, cuando el 60,8% de la población activa de la provincia estaba empleada en agricultura, silvicultura, caza y pesca (a diferencia del porcentaje nacional del 48,8%). En este mismo año solo el 11,7% de la mano de obra se hallaba trabajando activamente en fábricas. Los datos y estimaciones para 1966 indican que, aunque ha habido cierto crecimiento industrial, las proporciones continúan siendo básicamente las mismas. En la agricultura, como en la industria, el problema fundamental es el minifundio (la explotación a pequeña escala). La mayoría de los agricultores son propietarios autoempleados o rentistas que rara vez contratan ayuda para el trabajo; en la industria la situación resulta análoga. El primer Censo Industrial de 1958 muestra que en Segovia, dentro de un total de 5357 operaciones industriales o fabriles, en 4856 de

ellas se empleó a menos de cinco trabajadores, y solo 194 contaban con más de diez (REPS, 1963: 297). Una serie de índices publicados por el Banco Español de Crédito (citado aquí como BANESTO) en su Anuario del Mercado Español 1966 servirá para indicar la posición relativa de Segovia dentro de la nación como conjunto. Si utilizamos la base nacional total de 100 000, el «índice general de riqueza» para la provincia era de 463,1 y su «índice económico» era de 425,0. En los rankings nacionales para las 50 provincias españolas, estos ocupaban los puestos 47 y 46 respectivamente (BANESTO, 1966: 70-71). En la «cuota de riqueza activa», Segovia ocupó el puesto 47, y en el «índice turístico» el 27 —aunque este dato refleja sobre todo la capital, que recibe aproximadamente el 85% de todos los turistas que llegan a la provincia—. En lo que a «nivel de desarrollo» se refiere, el panorama es mucho más brillante, figurando la provincia en el lugar 27 de un total de 50 (BANESTO, 1966: 72-76).3 La relativa capacidad de compra de la población puede ser contemplada desde tres índices que hay que relacionar. El índice primario se refiere a la capacidad de comprar productos de uso corriente con un bajo coste por unidad. Sobre una base nacional de 100, Segovia ocupa el puesto 46 con un índice de 0,38. El índice secundario mide la capacidad de comprar artículos de «grado medio» que no están generalmente en uso. El índice de Segovia de 0,38 representa un ligero incremento respecto a 1965, pero deja la provincia situada en el puesto 46. El índice terciario mide la capacidad de comprar artículos de lujo —incluyendo coches y motos— y el índice provincial de 0,36, aunque más alto que el de 1965, aún deja a la provincia en el puesto 45 (FOESSA, 1966: 93-95). En 1966 Segovia tenía la cantidad más baja de dinero en cuentas de ahorro de las 48 provincias peninsulares; un total de 819 millones de pesetas. Excepto para los casos de Ávila y Cuenca, las otras 45 provincias alcanzaban, todas, un saldo por encima de la línea de los 1000 millones de pesetas. Hablando con los responsables de dos bancos, fui incapaz de conseguir una buena explicación de este fenómeno. Las suposiciones más informadas son que (1) la mayor parte de los ingresos se gastan en productos de consumo o se invierten en la tierra y la casa; (2) el bajo interés de un 2% anual hace las cuentas de ahorros poco atractivas; y (3) mucha gente mayor desconfía de los bancos y prefiere mantener sus ahorros en la casa, en una caja fuerte escondida, o en el lugar más tradicional, bajo el colchón. 3

2

El SSE es el Servicio Sindical de Estadística de Segovia (N. de T.).

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La metodología para la realización de estos índices es presentada en BANESTO, Anuario del Mercado Español 1965, pp. 229 y ss.

LA ECONOMÍA

Economía zonal y regional Aunque la provincia es la unidad de referencia principal en lo estadístico y gubernamental, los datos sobre la base provincial pueden resultar confusos a la hora de explicar la economía rural. La mayoría de las provincias tienen una ciudad importante que representa la mayor proporción de ingresos y gastos. Cuando estos datos son incorporados en los análisis, pueden distorsionar la posición real de las áreas rurales menos prósperas. Además, muchas provincias contienen amplias zonas geográficas muy distintas con situaciones económicas enteramente diferentes. Por ejemplo, en las provincias gallegas, se debe distinguir entre el comercio marítimo en las costas (navegación y pesca), y las operaciones agrícolas del interior. En algunos casos como Madrid, Sevilla, Barcelona y Valencia, el poder industrial y comercial de la capital eclipsa casi totalmente la producción de las áreas rurales.

Economía local De acuerdo con el sistema de clasificación utilizado por el Banco Español de Crédito, El Pinar fue valorado como Clase 4, la menos importante para las localidades de entre 1000 y 3000 habitantes. La Clase 4 es descrita así: … incluye el resto de los municipios que no pueden ser incluidos en las categorías anteriores, y que poseen un valor comercial prácticamente nulo o que está basado en la adquisición de los productos más comunes con un bajo costo por unidad, constituyendo así un importante indicador de la autosuficiencia que caracteriza la mayor parte de las zonas rurales españolas (BANESTO, 1966: 8081).

En realidad, las condiciones comerciales y económicas de El Pinar no son tan lamentables como se infiere de esta clasificación. Por su tamaño, y teniendo en cuenta que no está situado en ninguna autopista nacional o vía ferroviaria, El Pinar ofrece una cantidad sorprendentemente grande de establecimientos comerciales; sorprendente porque el lugar no es un centro de comercio en el área ni en la región. La mayoría de las grandes compras se realizan en Segovia, donde está disponible una más amplia variedad de mercancías. Las cifras tomadas de las declaraciones de impuestos del Ministerio de Hacienda para los años 1964 y 1966 indican un gran aumento neto en el número de negocios no agrícolas. La figura 9 muestra la comparación entre las licencias de negocios en vigor durante estos dos años y el incremento neto de 66 licencias en dicho periodo. Además de estas empresas, hay muchos otros negocios sin licencia que funcionan a tiempo parcial, o industrias caseras que no requieren licen-

cia; un ejemplo es una familia que consigue un dinero extra haciendo suéteres y otras prendas durante las tardes, un trabajo compartido con los hombres de la familia, que manejan el telar mecánico mientras las mujeres cosen a mano. Los establecimientos comerciales más inmediatamente visibles son los trece bares que sirven como centros sociales comunitarios. Hay algunas tiendas de alimentación, incluyendo una cooperativa, dos carnicerías, dos almacenes distribuidores de piensos y cereales, tres panaderías y una confitería, dos ferreterías, dos tiendas «generales», tres tiendas de telas, lana y suministros para la confección, un sastre, un barbero, varios talleres mecánicos y herrerías, más una variedad miscelánea de otros establecimientos. Además, uno de los bares también sirve como pensión, y una viuda junto con sus hijas regenta una pequeña casa de huéspedes. La mayoría de estos negocios están localizados en casas privadas, normalmente en la planta baja, aunque a veces en una única habitación. Una de las características típicas de estos comercios es la variedad de productos a la venta. Por ejemplo, Tomás regenta una carnicería en una habitación, vende muebles en la habitación de al lado, y utiliza su camioneta como taxi. La ferretería más grande también vende ropa, electrodomésticos, artículos para el hogar, y funciona a modo de agencia de Butano S.A. —la compañía suministradora de bombonas de gas butano—. El bar de Pedro también sirve de parada de autobús y estación receptora del servicio de entrega de paquetes que llega en camión desde Segovia, así como de puesto de venta de verduras y despacho de leche, además de servir comidas ligeras a los viajeros y las bebidas usuales en el bar. Figura 9. Licencias comerciales en El Pinar: 1964 y 1966. ACTIVIDAD

1964

1966

12

31

2. Productos textiles

4

6

3. Madera, corcho, papel y artes gráficas

4

13

4. Pieles, calzado y caucho

1

3

5. Industrias químicas (productos de la resina)

2

11

6. Construcción, cristal y cerámica

0

9

7. Metales: producción o transformación

3

10

8. Producción energética: gas, electricidad, agua

1

1

9. Actividades diversas

1

10

28

94

1. Comida y bebida, incluyendo bares

TOTAL

Fuente: Ayuntamiento de El Pinar: informes al Ministerio de Hacienda para 1964 y 1966.

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En realidad la mayoría de los bares son gestionados como ocupación marginal o complementaria de personas que se hallan empleadas en otros campos, principalmente en el negocio de los pinos. Así, el propietario y responsable de «El Taurino» es un resinero (trabajador del pinar), al igual que sucede con el dueño del «Bar Pepita» de la Plaza. El bar de Tinín funciona también como trabajo al margen de la que es su principal ocupación, la de camionero. Y las razones para esta diversidad son simples, ninguna familia puede vivir únicamente de los ingresos de un bar. Aparte de sus ganancias en los comercios, casi todos los pequeños propietarios tienen algunas tierras de cultivo, bien llevadas por miembros de su familia o por quienes se las arriendan. Pueden ser trigales, o un conjunto de unos 300 pinos de los que extraen resina, o un pequeño viñedo. Además de lo conseguido en estos establecimientos fijos, muchos vecinos complementan sus ingresos vendiendo productos agrícolas o de la huerta desde sus corrales o en las calles, puerta a puerta. Pascasio es uno de estos típicos vendedores, un resinero retirado que atiende una pequeña parcela y que, durante los meses de otoño, engancha su vieja mula a su no menos viejo carro y vende sus cebollas y «tomates americanos» (así nombrados en honor a su amigo y vecino, el antropólogo visitante) por las calles del lugar. Un buen número de emprendedores viajan resueltamente a otros pueblos pequeños para vender sus productos u ofrecer sus servicios varios días a la semana. Además de los vendedores locales, diariamente llegan al pueblo varios vendedores ambulantes para ofertar sus productos y servicios. El pregonero recorre entonces las calles soplando su silbato de estaño y anunciando las mercancías a la venta. Generalmente estos viajantes establecen su puesto detrás de la iglesia o en uno de los laterales de la misma. La variedad de productos y servicios es impresionante: verduras, fruta, ropa, ollas, sartenes y platos; estos son los productos más comunes. También vienen afiladores ambulantes de cuchillos y gitanos, chamarileros, castradores de cerdos, o un reparador de relojes y escopetas que reside los fines de semana en el pueblo con sus familiares. Para aquellos que no pueden llegar a Segovia a comprar un décimo de lotería, un agente de viaje de Los Encierros llega en el autobús de la tarde varias veces a la semana con los décimos colgando de su chaqueta. En repetidas ocasiones a lo largo del año, algunos grupos de teatro ambulante se detienen en el pueblo para mostrar su «arte», aunque la asistencia suele ser invariablemente baja en este tipo de eventos. Es rara la persona que necesita un reloj de alarma para despertarse por las mañanas, especialmente en los meses de verano. Las campanas de la iglesia, el estruendo de tractores

y camiones, el ruido de las carretas, los chillidos y balidos del ganado y el silbato de estaño del pregonero, más las voces de las amas de casa que salen a comprar, forman todos y cada uno parte de la cacofonía matutina diaria, lo que no deja de constituir un signo de la actividad comercial del pueblo. Las cifras más difíciles de conseguir fueron las relativas a los sueldos; esto no se debe a la falta de cooperación, sino a que poca gente lleva registros puntuales (si es que mantiene alguno), y a esa variedad de clases de ingresos que se dan en casi cada familia, como queda comentado. Así, un empleado de fábrica puede recibir, además de su jornal, ingresos de una huerta que tenga, de los huevos vendidos por su mujer, de la renta de una casa que posee, y del dinero que le envíe su hija que esté trabajando en Francia. Lo mismo sucede con los agricultores que trabajan por su cuenta, los resineros, y los propietarios de establecimientos comerciales. A pesar de todo, son posibles algunas estimaciones, y tras discutirlas con la gente más informada del pueblo, me encuentro bastante seguro de su validez. En 1963, de acuerdo con los datos no publicados de Cáritas Española, el 37% de las familias del pueblo ganaban menos de 10 000 pesetas al año; el 59,8% ingresaban entre 40 000 y 80 000 y el 3,2% más de 80 000 pesetas al año. La mayoría de la población activa, 290 personas, trabajaba en la agricultura (incluyendo los trabajos relativos al pinar) y ganaba entre 120 y 160 pesetas diarias. Setenta personas estaban empleadas en industria y 156 en servicios. La estimación más razonable es que en 1966 el 29% de las familias ganaban menos de 40 000 pesetas al año, el 65% ingresaba entre 40 000 y 80 000, y el 5% obtenía más de 80 000. Las proporciones mencionadas en los diferentes sectores de la economía no han cambiado prácticamente. De hecho, en lo que se refiere a salarios, nadie gana ya 60 pesetas al día; una cantidad más realista para el trabajador industrial medio sería de entre 110 y 160 pesetas al día. Como grupo, los resineros son lo que están en mejores condiciones, con ingresos anuales estimados en 75 000 pesetas. Sin embargo, los precios de los productos derivados de la resina estaban bajando y su posición comenzaba a ser más precaria en 1967. Los resineros trabajan generalmente nueve meses al año, de marzo a noviembre y, del mismo modo, también los agricultores interrumpen la mayor parte de sus actividades durante los meses más fríos del invierno, de diciembre a febrero. Este parón estacional del trabajo es típico del área de El Pinar. Durante este periodo se realizan algunas obras públicas, como la reparación de carreteras, y se dedican unas pocas semanas al trabajo de podar los pinos y cortar los árboles «condenados a morir». Así pues, excepto por ciertas tareas y ocupaciones ocasionales, la mayor parte de los trabajadores

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LA ECONOMÍA

de la agricultura se encuentran en la situación de «desempleados» al menos tres meses al año. La mayor industria en El Pinar, excluyendo la agricultura, consiste en la producción de resina y otros derivados de la madera, siendo los mayores empresarios Eusebio Moreno y su familia. Entre todos los miembros de la misma poseen pinares, tierras de labranza, fábricas y propiedades por toda España, por lo que son generalmente considerados como una de las familias más ricas del país, con ingresos bastante superiores a varios millones de pesetas al año. La mayor parte de los asalariados de El Pinar trabaja para alguna de las empresas de los Moreno, y suelen estar descontentos con sus bajos salarios. El trabajador medio de la refinería o el aserradero se lleva a casa 4000 pesetas al mes. La paga base es de 90 pesetas al día, más la paga extra que depende del número de personas que aquel tenga a su cargo. La situación de empleo en El Pinar era francamente mala. No había demanda de trabajadores y, según la información de Cáritas Española, tal caída en las oportunidades de empleo se retrotrae al menos a 1963. Debe añadirse —por otra parte— que esta falta de demanda resulta común a todas las zonas rurales de Segovia. Ello no significa que no existan necesidades reales; Florián, por ejemplo, tuvo que limitarse a cultivar menos cantidad de tierra de la que podía disponer, ya que no contaba con ayuda de nadie exceptuando cuando puntualmente su mujer y cuñado le echaban una mano durante la cosecha. Lo que significa que los agricultores no quieren —o no pueden— gastar el dinero en trabajadores temporales. Además, hay poca gente en el pueblo dispuesta a trabajar de manera temporal estrictamente. Hay cerca de quince de esos trabajadores «ocasionales» en el pueblo, y estos son fundamentalmente o bien emigrantes retornados que tienen el suficiente dinero para vivir pero que están interesados en ganarse unas pesetas antes de volver a Francia o Alemania, o jóvenes de veintiún años que, como van a ir al servicio militar, básicamente se dedican a matar el tiempo con trabajillos eventuales hasta que llega el día de su alistamiento. Mucha gente del pueblo criticaba a Eusebio por no «hacer más por el lugar», es decir, por no desarrollar la producción y crear nuevos empleos, así como por no subir los jornales. Pero, para ser justos, ha de reconocerse que pocos hombres españoles de negocios, especialmente en las áreas rurales, están acostumbrados a «hacer algo por sus pueblos», y que la actitud general de trabajadores y empresarios es primordialmente la misma: «mira por ti mismo lo primero» —una actitud que será discutida con algún detalle en otro lugar de este estudio. Hay —ciertamente— trabajo disponible en El Pinar, pero a menudo solo temporal y siempre mal pagado. Por esta

razón, la mayoría de los hombres jóvenes, y bastantes muchachas también, eligen emigrar con carácter permanente a los centros urbanos e industriales, o temporalmente a Francia y Alemania, donde uno puede ganar en cuatro meses lo mismo que percibiría trabajando un año en España. Un caso de alguna manera excepcional fue el de Ramón, quien estuvo 40 días en Alemania, pintando campanarios y chimeneas, y ganó unas 40 000 pesetas limpias por su trabajo. La mayoría de los emigrantes en el extranjero ingresan cantidades menores, pero en general pueden cobrar más que en España. De hecho, es bastante difícil generalizar sobre las condiciones económicas de El Pinar. De un lado, la falta de empleos bien pagados, el bajo rendimiento de los beneficios de productos agrícolas, el valor decreciente de los derivados de la resina y la necesidad de los más jóvenes de emigrar, presentan un panorama bastante sombrío. Por otro lado, la gente está de acuerdo casi en su totalidad en que la vida nunca fue mejor. Más personas ganan más dinero, todos tienen suficiente para comer, los hogares se hallan generalmente en buenas condiciones, y a nadie le faltan unas pesetas de más para ofrecer un trago a sus amigos o ir a ver una película, ni para disfrutar de alguno de los pequeños lujos de la existencia. En lo referente al sector privado de la economía, durante 1966 y 1967, los productores de El Pinar —agricultores, industriales, etc.— estaban en general en una situación que variaba entre razonable y buena, con uno o dos de ellos en muy buenas condiciones, como —por ejemplo— los fabricantes de ladrillos, y con una minoría ligeramente más amplia, de agricultores sobre todo, en un peor estado. El sector público de la economía presentaba una buena apariencia en la superficie; pero en realidad, la condición financiera del pueblo se encontraba en una fase de decadencia, aunque no hubiera alcanzado el estado de crisis. El Pinar ha sido generalmente considerado, tanto por sus vecinos como por gente de otros lugares, como un pueblo «rico». Las calles pavimentadas, la nueva escuela, la red de alcantarillado, etc., son evidencias tangibles de la salud municipal, y hay pocos lugares en esta zona o en la provincia que puedan presumir de iguales o mejores instalaciones. La mayor parte del dinero para la construcción de estos «adelantos» fue suministrado por los gobiernos provincial o nacional, aunque el ayuntamiento tuviera que aportar alguna financiación para el inicio de su construcción, y tenga que pagar ahora casi todos los costes de mantenimiento para que funcionen tales servicios. Los residentes de El Pinar no pagan impuestos municipales por ellos, ni hay registros de que los hayan pagado nunca. Además de las infraestructuras físicas, el gobierno municipal suministra el servicio de limpieza de las calles (esporádico la mayor parte del tiempo), paga a dos serenos (guardas noctur-

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Joseph Buenaventura Aceves • EL PINAR: FACTORES SOCIALES RELACIONADOS CON EL DESARROLLO RURAL EN UN PUEBLO ESPAÑOL

nos), y proporciona los servicios administrativos habituales para el funcionamiento de registros, etc., requiriendo este último a veces el pago de pequeñas tasas —de cinco a diez pesetas— aunque más a menudo se proporcionen de manera gratuita. Los servicios policiales de la Guardia Civil y los guardas forestales son financiados por otros organismos gubernamentales superiores, al igual que los salarios de los maestros y el sacerdote. Los ciudadanos abonan impuestos sobre ganancias y propiedades, pero estos se pagan a los gobiernos provincial o nacional, no al municipio. Las autoridades municipales señalan que el total de impuestos pagados no llega ni de cerca a igualar los costos de las infraestructuras y servicios provistos por estos otros organismos. En ciertas situaciones, algunos servicios son sufragados por los vecinos. Así, el sacerdote debe ser remunerado por bodas, funerales y misas especiales. Y los padres deben pagar cuotas aparte a los maestros por las clases particulares que necesiten sus hijos para conseguir los diplomas de bachiller elemental y el bachiller superior o por sesiones de tutorías. Además, hay tasas específicas para conseguir las licencias de caza, los permisos de circulación de bicicletas y demás; la mayoría de estas tasas van a parar a la provincia o a algún ministerio nacional. Excepto por el caso de la Iglesia, he oído pocos reproches a la gente del pueblo sobre estas tasas. La financiación con la que el gobierno municipal debe hacer frente a los gastos locales proviene del patrimonio local —los pinos y los pastizales—. Cada año, estas tierras son arrendadas en subasta pública a individuos o compañías que deseen explotar los pinares o utilizar los pastizales para el pastoreo de su ganado. Los beneficios obtenidos de estos arriendos constituyen el 97% de los ingresos totales del municipio, excluyendo la financiación de otros organismos, que se cuentan separadamente y no figuran en el presupuesto local anual. El Pinar siempre ha tenido uno de los mayores presupuestos municipales de la provincia; las cifras para los años 1961-1967 se citan a continuación. Con la excepción de un ligero superávit en 1965, los ingresos y gastos están equilibrados: 1961 1 953 491 pesetas 1962 2 141 291 “ 1963 2 226 168 “ 1964 2 792 207 “ 1965 2 758 531 “ 1966 2 954 136 “ 1967 2 824 874 “ El problema económico básico en el sector público de la economía local —en la medida en que concierne al patrimonio municipal— era el continuo descenso en los ingresos procedentes de los pinares debido a la caída del precio de la

resina. Aunque los detalles de esta caída serán tratados de manera separada en la discusión sobre los pinos, la situación en general es debida a la competencia de los sintéticos de menor precio, y también al aumento de los costes de producción, lo que ha reducido sus beneficios. Además, la competencia internacional se ha incrementado, especialmente en el caso de Portugal, donde los costos menores permiten a las refinerías vender a precios más bajos en el mercado internacional. Lo cierto es que la economía municipal de El Pinar es completamente dependiente de los ingresos de las rentas de los pinares, y de los dividendos de los pinos de las dos Comunidades, que son considerados como parte del patrimonio. Los pinos han sido el pilar de la economía durante más de cien años, y la mayoría de la gente del pueblo no concibe la posibilidad de que estos pinares puedan algún día no tener ningún valor. Las únicas alternativas que la gente ve son la subida de los impuestos municipales para pagar los servicios, o un incremento de la ayuda gubernamental en la forma de proyecto de irrigación a gran escala para transformar las tierras de secano en tierras cultivables y con más rendimiento. En cuanto a la primera opción, nadie estaba por la labor de cargar con más impuestos locales, y la predicción general era que ese cambio causaría una emigración a gran escala a las ciudades y, al final, la muerte del pueblo. Los impuestos ya eran suficientemente altos según la gente, y también estaba la cuestión de «¿para qué asuntos se deben pagar tasas?»; una cuestión lógica dado el reducido margen de beneficio de los agricultores. La segunda alternativa fue mayoritariamente abandonada por imposible. Aunque había informes periódicos en la prensa sobre ayudas gubernamentales a gran escala para la agricultura, la mayoría de la gente sentía que el gobierno nacional estaba más interesado en la industria y, más aún, que cualquier ayuda le sería concedida antes a otras provincias; Segovia, como antes se comentó, era considerada como olvidada «en Madrid». La gente de El Pinar descartó completamente la posibilidad de la empresa privada como un medio de atraer mejoras económicas importantes. Solo Eusebio Moreno tenía suficiente dinero para intervenir de esta manera y, de acuerdo a la población general, no tenía ninguna intención de hacerlo. La única esperanza era que «alguien con un montón de dinero» construyera una industria en el pueblo, pero todo el mundo estaba de acuerdo en que esto no era realista y desde la comunidad no se habían hecho esfuerzos para atraer inversiones foráneas de capital. La mayor parte de la gente en el pueblo, aunque consciente de una posible crisis, mantenía un reprimido optimismo. Después de haber vivido durante tanto tiempo de

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LA ECONOMÍA

las ganancias derivadas de los pinares, nadie se podía imaginar que esta fuente de ingresos personales y municipales pudiera desaparecer algún día. Algunos de los agricultores más prósperos se diversificaron de algún modo. Uno equilibró el cultivo del trigo con la cría de un gran rebaño de ganado vacuno. Los San Miguel convirtieron parte de su empresa en un criadero de pollos, e incluso Moreno diversificó la suya con la fabricación de puertas y marcos de ventanas en una de sus plantas. Estos esfuerzos, sin embargo, solo afectaban al sector privado; todo lo que podían hacer las autoridades municipales era unirse con las de Leyes, Villa Román, y otros lugares rodeados de pinares para pedir ayuda al gobernador civil. A largo plazo, pues, la única solución con alguna esperanza de éxito se basaba en pedirle «al Estado» que hiciera algo. A pesar de sus esperanzas y de su bien conocida resistencia para afrontar los tiempos difíciles, la gente de El Pinar no era muy optimista acerca del futuro. Más o menos la mitad del pueblo pronosticaba que El Pinar sobreviviría a la crisis, aunque la población probablemente se reduciría a la gente más mayor y a aquellos agricultores con suficientes tierras para mantener un nivel de vida decente. Quizás un cuarto de la población veía el futuro en tonos más brillantes; esto es, el pueblo sobreviviría a la crisis de cualquier manera y, finalmente, los pinos volverían a ser valiosos. Algo que me recordaría la importancia de este punto de vista fue lo que me sucedió un día mientras estaba sentado en el bar con algunos de los hombres más mayores del lugar. Uno me preguntó cuándo planeaba volver de visita. Contesté que no lo sabía, pero que esperaba poder volver en dos o tres años. «No esperes demasiado» me dijo, «el pueblo puede no estar aquí para entonces». La manera más expresiva de mostrar una opinión era la de la juventud; esta tendía a mostrar su falta de satisfacción yéndose, dirigiéndose a un futuro mejor y más seguro en Madrid o Bilbao, o de una manera menos definitiva en Francia o Alemania. ¿Qué se entiende como salario decente en El Pinar? Es decir, ¿cuánto debe de ganar una familia para ser capaz de tener una casa, vestirse y comer moderadamente bien, y permitirse alguno de los pequeños lujos de la vida? Cuando se les planteó esta cuestión a los jóvenes, menos dispuestos a tolerar las condiciones a las que sus padres estaban acostumbrados, el consenso general era que 50 000 pesetas al año permitirían «vivir bien» en el pueblo. Unos ingresos de 120 000 pesetas les permitirían vivir muy bien, incluso tener un coche y una televisión —dos de los más preciados artículos de lujo en España—. Refiriéndome de nuevo al ingreso medio estimado de entre 40 000 y 80 000 pesetas anuales por familia, puede concluirse que para sus propios estándares

y a pesar de la crisis financiera, la gente de El Pinar estaba «viviendo bien» durante 1966 y 1967.

Gasto en bienes de consumo El «vivir bien» es esencialmente una opinión subjetiva de una persona. Por lo tanto, en El Pinar, mucha gente decía que vivía bien para su punto de vista, aunque objetivamente estaba claro que algunos tenían más pertenencias y mejores que otros. En realidad, la mera posesión de bienes materiales no es el único indicador de cómo una persona vive de bien. Los españoles, al menos los de El Pinar, incluyen en su opinión variables como la salud y la «tranquilidad», las cuáles no son susceptibles de medición precisa. Esto no significa que las posesiones materiales no importen; sí importan. Don Juan, que fue secretario municipal hasta su traslado en octubre de 1966, afirmó llanamente que el objetivo de todo joven español era tener un coche. Los coches y las televisiones, como ya se indicó, adquieren un tipo de valor distinto del meramente utilitario. Encontré pocas evidencias discordantes cuando lo comenté con jóvenes de ambos sexos, aunque el interés de los chicos en poseer un coche era considerablemente superior al de las chicas. El Pinar es un lugar «razonablemente típico» entre la clase de pueblos de 1000-3000 habitantes en España, aunque está en mejores condiciones que la mayoría de la misma clase en la provincia. Una encuesta realizada por el Banco Español de Crédito en 1965 aporta datos comparativos útiles sobre los modelos de consumo estratificados por clase social en España. La muestra nacional fue dividida por grupos socioeconómicos, y luego por edad y sexo. Siete clases socio-económicas parecían existir en España: Clases rurales: A-1: Propietarios agricultores con empleados asalariados fijos. A-2: Propietarios agricultores sin empleados fijos, la típica empresa familiar. A-3: Jornaleros agrícolas. Clases urbanas:

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B-1: Propietarios y directores de grandes negocios, profesionales (doctores, médicos, etc.) y funcionarios de alto rango del estado o la provincia. B-2: Propietarios de pequeños negocios (menos de 5 empleados), y técnicos de «nivel medio». B-3: Empleados de «cuello blanco» en oficinas y tiendas, trabajadores especializados y capataces.

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B-4: Trabajadores de oficina de «nivel bajo», trabajadores domésticos y trabajadores sin especializar. La gente de El Pinar entraría en la clase A-2. Los obreros y comerciantes también se encuentran dentro de esta clase, aunque técnicamente sus ocupaciones sean «urbanas». La razón de ello es que sus modelos de consumo son esencialmente similares a los de agricultores y resineros, y el estilo de vida de El Pinar es —en definitiva— rural. Esta es la opinión de la propia gente, para la cual ningún empleo es considerado socialmente mejor en el pueblo, aunque los profesionales merezcan un respeto especial. Este grupo comprende menos de un 1% de la población y no tiene mucho peso en lo que atañe a modelos generales de consumo. Hay algunas diferenciaciones sociales pero, de nuevo, estas no provocan ningún efecto importante sobre los modelos de consumo más extendidos. En la figura 10 se cita la posesión de siete bienes que van desde los más comunes (cocina) a los más raros (grabadora). Los detalles completos de la encuesta pueden ser consultados en BANESTO (1966: 267-299). Las conclusiones generales que se derivan de esta encuesta no deberían ser motivo de sorpresa. Las clases urbanas tienen en general más cosas que las clases rurales, aunque la clase A-1 tiene más que la B-4, la más baja de las urbanas. Estos datos se aproximan a la situación de El Pinar con una excepción: más del 37,9% de los hogares disponen de una olla a presión; una justa estimación para el pueblo sería del 50%. Las razones para esto tienen menos que ver con consideraciones puramente monetarias que con hábitos de dieta.

Una de las comidas de primera necesidad es el cocido, un guiso que se prepara más fácilmente en la olla a presión u «olla exprés», aunque antes se preparaba en una olla normal, y aún lo hacen así algunas de las mujeres más mayores, que desconfían del aparato en cuestión. Esta desconfianza está basada en varios incidentes, como cuando la Tía Inocencia, de 76 años, trató de utilizar la dichosa olla y le explotó en la cara por una mala regulación en el mecanismo de salida del vapor. Hay un refrán español que dice «el gato escaldado, del agua fría huye», y tales consideraciones pueden afectar también a las compras. La elevación del nivel de vida en España y el cambio de los modelos de consumo se pueden notar en un pequeño segmento de la economía —las tiendas de reparación de calzado—. Desde 1960, el 35% de estos establecimientos han desaparecido en España. Las razones, siguiendo el discurso de un periodista, son bastante simples. El nivel de vida, afortunadamente cada vez más alto en España, es una de las «muertes» del zapatero, yo diría que la principal. Habiendo unos mayores ingresos «per cápita», algunas personas se pueden permitir lujos que hace unos años hubieran sido prohibitivos. Y este negocio de comprar dos pares (de zapatos) al año no es un lujo sino una necesidad elemental. El aumento del nivel de vida ha causado definitivamente una disminución de las reparaciones a la mitad y puso de moda el lema «No arregles tus zapatos. Es más barato comprarse unos nuevos». Hay otro detalle fundamental en este análisis del zapatero. La gente solía llevar los mismos zapatos en invierno y en verano, pero el «nivel de vida» apareció (una nueva frase que en realidad significa «aumento en el nivel de vida») y demandaron más productos, y los zapatos de verano aparecieron… la gente generalmente no repara los zapatos de verano, porque solo duran una temporada. Los zapatos «de invierno» se aparcan en una esquina y, como consecuencia, no necesitan reparaciones (Díaz Manresa, en El Adelantado de Segovia, 3 de enero de 1967).

Figura 10. Posesión de bienes de consumo selectos en España según clase socioeconómica, diciembre de 1965. Porcentaje de propiedad según clase

B-1

B-2

B-3

B-4

A-1

A-2

A-3

Cocina con horno (de gas o madera)

100

99,7

98,2

95,8

93,9

92,6

85,7

Olla a presión

82,8

74,5

65,6

42,4

52,1

37,9

21,4

Máquina de coser

85,2

79,8

78,4

67,4

81,3

76,3

51,4

Calentador de agua

66,6

47,1

30,8

17,5

21,9

6,5

3,3

73

59,4

38,8

21,1

27,6

10,7

2,7

Grabadora

17,2

9,2

5,7

1,8

3,3



0,6

Cámara de fotos

20,2

4,5

3,9

2,1

2,7

1,5

0,9

Batidora eléctrica

Fuente: Banco Español de Crédito, Anuario del Mercado Español (1966: 297).

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LA ECONOMÍA

Figura 11. La pequeña plaza cerca de la ermita del Santo Cristo, en la parte más oriental del pueblo. La foto de la izquierda fue tomada en 1949. En aquel tiempo no había calles pavimentadas y la espita era la única fuente de agua para los habitantes del barrio. La foto de la derecha muestra el mismo lugar en 1966. Las casas tienen agua corriente y las calles están pavimentadas. En el fondo, se ve el «mayo», la tradicional Cruz de Mayo; se movió a este nuevo lugar cuando la plaza principal fue pavimentada, alrededor de 1960.

La mayoría de los hombres de El Pinar tienen al menos dos pares de zapatos de trabajo; las mujeres tienden a disponer de más. Los precios no son particularmente bajos, ya que un buen par de zapatos «de vestir» para mujer pueden costar 600 pesetas y el típico par de botas de trabajo, unas 250. De todas maneras, las tiendas de calzado en Segovia ofertan rebajas y descuentos periódicos, de modo que un comprador avisado puede conseguir —con frecuencia— verdaderos saldos. Antaño, hace cosa de diez años, los zapatos se reparaban constantemente. Hoy, incluso la costumbre de poner medias suelas, la reparación más frecuente junto a los tacones nuevos, ha disminuido el 40% desde el nivel de 1960, según Díaz Manresa. El zapatero local no maneja ninguna estadística, pero él también estaba sintiendo la necesidad de apretarse el cinturón por el efecto de todo ello en su economía. La misma situación existe con la ropa. La gente de El Pinar viste bien en los domingos y las fiestas, o en ocasiones especiales; los hombres con trajes y las mujeres con vestidos y complementos a la moda. Los remiendos en la ropa son raros, aunque no desconocidos, pero la ropa remendada solo es utilizada para el trabajo y no para eventos sociales de cual-

quier tipo. Porque hay un valor social definitivo en «vestir bien» y tanto la calidad como la cantidad de ropa reflejan la nueva prosperidad. Un buen traje hecho a medida con dos pares de pantalones cuesta 3000 pesetas en Segovia; un abrigo, de 1500 a 2300, y una camisa blanca de fibra sintética, 300 pesetas. Las mujeres suelen comprar la tela y coser sus propias prendas o encargarlas a alguna de las modistas locales o a una amiga diestra. A estos precios, hay pocos hombres que no puedan permitirse un nuevo traje o una chaqueta, al menos cada tres años. Como se indicó previamente, y como puede ser inferido de los datos aportados, las generalizaciones acerca de la economía de El Pinar no son fáciles de hacer. Como parte de la economía nacional, el pueblo es absolutamente insignificante. En la provincia, la «participación en el mercado» de El Pinar en relación con los 28 municipios que están en su categoría de población no es más que del 2,2%, un porcentaje menor que la de poblaciones más pequeñas como Sacramenia, Riaza, y Ayllón, y casi siete veces menor que la de Leyes, cuya población es similar, pero que tiene la ventaja del ferrocarril. Sin embargo, El Pinar es «un gigante económico»

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si se le compara con los numerosos pueblos de menos de 1000 habitantes de la provincia o la región. Aunque la mayor fuente de ingresos municipal esté amenazada, los sueldos han subido y más gente tiene más posesiones personales que nunca. Estas valoraciones «de afuera» que hacen economistas, sociólogos, y americanos visitantes no significan mucho para los lugareños —su visión es de una naturaleza más inmediata y a corto plazo—. Saben que la si-

tuación es seria, pero, de nuevo, han pasado por condiciones mucho peores. Si las cosas están «mal» ahora, no puede ser un «mal» absoluto, sino que el nivel económico no es el que debería ser y, en estos momentos, todo el mundo tiene alguna peseta guardada, así que se hallan hasta contentos de disfrutar la novedad de la situación. Quizás la mejor expresión de los sentimientos de la gente me fue dada por uno de los concejales: «Hombre, vamos tirando».

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CAPÍTULO IV LOS PINOS

D

E acuerdo con una repetida y legendaria versión de

la historia, España estuvo cubierta en un tiempo de tantos bosques que una ardilla podía viajar desde Gibraltar a los Pirineos sin tener que tocar el suelo. Hoy, de los 26,8 millones de hectáreas de bosques que aún subsisten, menos de un tercio es bosque denso, y tres quintos consisten en matorrales de páramo y laderas erosionadas (Kernan, 1966: 5). Los bosques de pinos resineros están localizados principalmente en los pobres suelos arenosos de la región norte y también en el sector oriental de la meseta central (IBDR-FAO,1 1966: 190). La provincia de Segovia, especialmente en el área de El Pinar, ha sido uno de los territorios de España que más materia prima han aportado a las industrias navales.2 Cualquiera que fuera la riqueza municipal de las villas de la comarca, la principal fuente de ingresos procedía principalmente de la extracción de resina del pinus pinaster, el pino resinoso que crece en el área. Madoz señala que en los años 1840 el pueblo se hallaba ya produciendo alquitrán, trementina y derivados de la resina en pequeñas refinerías, y la mayor prosperidad del pueblo venía precisamente de sus árboles —aunque buena parte de la población estuviera ocupada aún en la agricultura (Madoz, 1894). El pinus pinaster es un árbol de crecimiento más bien lento. A un árbol medio de esta clase le lleva unos cuarenta años alcanzar el diámetro de 30 centímetros, el mínimo que ha de tener antes de poder ser marcado para la resinación.

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IBDR-FAO, International Bank for Development and Reconstruction Food and Agriculture Organization (N. de T.) Derivados de la resina con usos navales, principalmente trementina y alquitrán (N. de T.).

Una vez que ha adquirido este mínimo legal, el árbol será resinado durante 10 años, quedará en barbecho otros cinco o diez años, y luego entrará en producción por otros diez años más. Si se le trabaja de esta manera, cada árbol puede tener una vida productiva de unos 60 años. Para cuando un árbol alcanza los 100 años, es «condenado a morir», cortado, y la madera es utilizada para la industria maderera o para leña, según sea su calidad. El sistema tradicional de extraer la miera (la resina en crudo) es el llamado sistema en «uve». Utilizando una herramienta cortante curva con un mango de madera, el resinero, previo afeitado de la corteza y marcado donde se hará el corte, efectúa un tajo frontal de aproximadamente 12 centímetros de ancho en la base del árbol. Una luna de metal (canalillo) es insertada en el corte del árbol, debajo de la marca, para guiar la resina líquida a un recipiente cerámico en forma de maceta. Cada árbol se trabaja con un solo corte en una cara, de modo que después de cinco años la madera alcanza normalmente una altura de tres metros sobre la base desde donde se comenzó a «sangrarle». Se hace entonces una nueva marca en la base del árbol. Y los árboles «condenados a muerte» son «sangrados» con dos cortes durante su último año de productividad. El resinero que trabaja con el sistema en uve normalmente visita cada árbol por periodos de cinco días. Entonces hace un corte fresco en la parte superior de la marca en movimiento semicircular. Un resinero experto puede hacer tres o cuatro acertados «arañazos» de este tipo en cuestión de segundos. Es una operación engañosamente simple, pero requiere brazos y hombros fuertes y una gran cantidad de atención por parte de la persona para no dañar el árbol. Según hace sus rondas diarias, el resinero vacía los recipientes

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ya repletos de miera en barriles que, una vez llenos, son recogidos por camiones y llevados a la refinería. El resinero medio viene a trabajar una asignación de 4000 pinos que, contando los árboles «condenados a muerte», dan un total aproximado de 4500 caras de las que ocuparse. De este número de caras se extraen cerca de siete barriles cada veinticinco días. Prácticamente, todos los resineros en el pueblo trabajan los pinos comunales que posee la comarca; algunos tienen también algunos lotes privados de pinos, que rara vez exceden los 500. La temporada de resinación se extiende desde el primero de marzo hasta cerca del final de octubre, de forma que el trabajo de resinero es estacional. Los bosques en España son una empresa férreamente fiscalizada por el rígido control del gobierno. Ningún resinero puede comenzar a trabajar, ni siquiera en lotes privados, hasta la apertura oficial de la temporada, que se decreta por el Distrito Forestal de Segovia. Las marcas no pueden exceder los límites legales de anchura y profundidad, y ningún árbol puede comenzar a ser marcado hasta que se conceda la aprobación de las autoridades competentes. Tampoco puede ser cortado ningún árbol sin aprobación e incluso se regula la leña que recogen los vecinos. En los viejos tiempos —a principios de este siglo— uno de los mayores acontecimientos del pueblo lo constituía la llegada desde Madrid del Real Ingeniero de Bosques. Este personaje era un caballero notable que aparecía a lomos de un elegante caballo y cuyas palabras equivalían a la ley absoluta. Él decidiría qué árboles serían «condenados a muerte», qué nuevas zonas del bosque podían ser abiertas para permitir el corte, y —desde luego— ¡pobre de cualquiera que se atreviera a contradecirle! Mi padre y otros de su generación lo recordaban bien, e incluso hoy en día los viejos resineros me contaban cómo podía dejar helado a un hombre solo con su mirada. La supervisión regular de los bosques corría a cargo del Tío Ventura, el guardia forestal que murió en 1937. Bien conocido y querido en la comarca, tenía la última palabra sobre la utilización del bosque como representante y responsable ante el Ingeniero Real. Hoy, la vigilancia de los bosques corresponde a la Guardia Civil, pero la supervisión directa y el cuidado de los árboles está en manos de Guardias Forestales específicos, que reciben sus órdenes del Distrito Forestal. De hecho, no hay necesidad de un control demasiado rígido desde un punto de vista policial, ya que los lugareños de la comarca son muy conscientes del valor de los pinos y con una mínima vigilancia es suficiente. No hay necesidad de dar aquí una descripción completa de la organización de los bosques de España. Un buen resu-

men puede encontrarse en Kernan (1966), que también trata de los esfuerzos de reforestación por parte del gobierno español.

La Comunidad Excluyendo los lotes de titularidad privada, la gran mayoría de los pinos del entorno son propiedad de nueve pueblos, conocidos en su conjunto como la Comunidad de la Villa y Tierra de Villa Román. Estas comunidades tienen su origen en los feudos medievales que pertenecían a varios nobles. Lo más usual era que consistieran en la Villa, que constituía la sede del señor al mando, y una serie de asentamientos conocidos como lugares. La Comunidad fue una forma de organización muy arraigada en Castilla La Vieja, con sus derechos y privilegios propios. E incluso la misma reina Isabel tuvo que jurar mantener los derechos de varias comunidades de Segovia antes de poder ser coronada como Reina de Castilla en dicha ciudad. A medida que el poder de los señores medievales comenzó a desvanecerse, y que algunos lugares se hicieron más ricos o poderosos, llegaron las inevitables divisiones y rupturas, y algunos de los lugares devinieron en municipios, reclamando una parte de lo que antes había sido la tierra comunal regida por todos y cada uno de ellos. En el caso de Villa Román, sabemos por los registros locales que su más temprano gobierno fue una Alcaldía —alcalde y concejo—. Más adelante, ya en los siglos XV y XVI, la familia Fonseca ejercería su dominio feudal sobre toda la Comunidad. La batalla por la independencia de varios lugares que querían seguir el ejemplo de entidades similares en León, y llegar a ser municipios, se inició en el siglo XVI. Una Orden Real de Felipe II en 1583 estableció los derechos de la Comunidad de Villa Román y rechazó la petición de otros lugares que también pretendían apropiarse de las tierras comunales para su uso privado. Otros decretos se proclamaron en 1585, 1623, 1664, sucediéndose después hasta ya entrado el siglo XIX (González Casanova, 1943). Los diferentes decretos parecen haber tenido, sin embargo, poco efecto, de modo que —gradualmente— los lugares fueron adquiriendo el estatus de municipios, aunque se mantuvieran confederados dentro de una Comunidad para ciertos propósitos. La Comunidad de Villa Román incluye, en la actualidad, El Pinar y Villa Román como los dos mayores núcleos, más otros siete pueblos más pequeños. Cada pueblo es una entidad política separada, pero la Comunidad posee la mayor parte de los pinos, así como algunos pastizales, y el primordial objetivo de su propia existencia es distribuir los ingresos

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LOS PINOS

de las propiedades de la Comunidad entre los municipios miembros de manera proporcional a su número de habitantes, así como acordar las reglas en relación con la explotación de bosques y tierras. Ahora que otros organismos gubernamentales controlan las prácticas de conservación y regulan la utilización de la tierra, la Comunidad parecería —de hecho— haber perdido buena parte de su cometido. Esta es —al menos— la visión desde El Pinar, pero las autoridades de Villa Román están en desacuerdo ya que opinan que, después de todo, su pueblo sigue siendo la sede de la Comunidad. Como bien puede suponerse, la división de tierras y los beneficios producidos por los pinos han sido frecuente fuente de discusiones, peleas y contenciosos entre todos los pueblos involucrados. Los siguientes extractos de la correspondencia del ayuntamiento de El Pinar pueden dar una idea del carácter de sus gentes, así como de los problemas de administración de los pinos. La queja principal era que Villa Román se llevaba una cuota indebida de los ingresos, y no proporcionaba una contabilidad clara de los recibos anuales. En una carta dirigida a la Diputación Provincial y fechada el 12 de diciembre de 1873, los vecinos de El Pinar se quejaban así: … debemos denunciar algunos de los abusos que Villa Román ha estado cometiendo en relación con la distribución de los beneficios a los que tenemos igual derecho —tales como despedir a algunos empleados y designar a otros en su lugar, lo que ha sucedido recientemente con los guardas forestales y sobre a propósito de lo cual ya les hemos escrito. Si Villa Román, Estimado Señor, hubiera cumplido con su palabra y obligación, no hubiéramos tenido que molestarle de nuevo, pero ya ha pasado tiempo más que suficiente para que los de ese pueblo hicieran algo acerca de este asunto.

eran directamente sobornados. Nadie, por supuesto, podía probar esto y los registros de las reuniones no proporcionaban ningún indicio de lo que realmente estaba pasando. El Pinar llevó el asunto a los tribunales y obtuvo juicio en 1906, ordenándose a las autoridades de Villa Román que mostraran las verdaderas cuentas de los beneficios de los pinos. La orden no fue cumplida, y el pueblo de El Pinar continuó dando la batalla. En 1927 se trajo a un abogado de Madrid para llevar el caso de los demandantes, y otros dos fueron contratados en 1929. Las peticiones continuaron: en 1927 El Pinar apeló directamente al Ministerio de Gobernación (Ministerio de Interior) en Madrid: Nosotros somos, todos nosotros, hijos de Villa Román, pero ahora emancipados y con la capacidad y el deber de disponer de nuestras propias vidas y haciendas libremente, sin ninguna tutela por parte de Villa Román. Las leyes de 1583 que gobernaban la Comunidad ya no pueden seguir vigentes. Las leyes de las Comunidades han sido abolidas por la Real Orden del 31 de mayo de 1837 y, más aún, la Comunidad debe avenirse a las disposiciones del Artículo 91 de la Ley Municipal del 20 de agosto de 1870 y la ley similar de 1871. La Comunidad, que genera anualmente más de 300 000 pesetas de ingresos, solo distribuye unas 120 000 y, a pesar de la diferencia que ello supone, únicamente el Ayuntamiento de Villa Román y sus tres interventores, que representan a más de 7000 habitantes, conocen los ingresos reales, lo que hace esta discrepancia tan importante. Los interventores no han prestado atención a esta situación, ni lo ha hecho tampoco el Ayuntamiento; todos se escudan en su completa ignorancia sobre el asunto —conducta que ha sido mantenida durante los últimos cincuenta años o más—, y ello puede comprobarse en razón de la queja ya presentada por San Juan el 25 de diciembre de 1880.

Dado que la animadversión entre El Pinar y Villa Román se remontaba al menos hasta 1872, en otro documento que los peticionarios dirigieron al Ministerio mencionado, se pasaba del insulto a la injuria: Entre los abusos más destacables que creemos que el ayuntamiento de la Villa y Tierra de Villa Román ha cometido está el caso actual de la construcción de la Casa Consistorial (o Alcaldía del Ayuntamiento) —completamente suntuosa— con fondos de la Comunidad.

En diciembre del mismo año, los alcaldes de San Juan y Leyes también registraron una propuesta a la Diputación: Es necesario hacer comprender al Ayuntamiento de Villa Román que hace ya algún tiempo que ha desaparecido el derecho de aprovecharse de sus compañeros de la Comunidad y que, afortunadamente, estos odiosos privilegios no volverán a aparecer de nuevo. Los pueblos se encaminan hacia su regeneración y se mantienen firmemente asentados en sus derechos para que así sea. Los pueblos de la Comunidad de Villa Román tienen derecho a intervenir y estar representados en su administración.

Parte de este problema provenía del hecho de que la Alcaldía de la Comunidad se encontraba bajo el mando del alcalde de Villa Román y su Concejo. En teoría, tres interventores (o representantes) del restante grupo de pueblos estaban autorizados a participar en las decisiones que tuvieran que ver con la distribución de los beneficios, pero o bien se les mantenía al margen de las reuniones, o no asistían, o

La Guerra Civil de 1936-1939 puso fin a las disputas, aunque el malestar continuó. Nunca hubo una lucha abierta o conflicto bélico entre los resineros de los diferentes pueblos en litigio. Hoy en día, los beneficios se dividen de forma aparentemente amistosa y equitativa entre los pueblos miembros de la Comunidad, y los de Villa Román no han sido acusados de cometer alguna nueva triquiñuela. No obstante, Villa Román se beneficia de su posición como sede de la Comunidad y sus autoridades municipales han tendido siempre a valerse del prestigio de esto para sacar partido en beneficio de su pueblo.

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Aunque los pinos son propiedades comunales, cada pueblo tiene una sección asignada para uso de sus resineros. A fin de evitar que alguien tenga que cargar con un lote de pinos improductivos de por vida, cada resinero trabaja una parcela de árboles por un periodo de cinco años, y luego recibe otra nueva. Estas asignaciones se hacen por sorteo. Cualquier residente del pueblo puede solicitar ser resinero, pero el orden de antigüedad garantiza que los resineros más viejos en el escalafón tengan las primeras opciones en el sorteo. Dependiendo del número de árboles en explotación, algunos hombres se quedan sin árboles que explotar durante una temporada; en otras ocasiones, puede darse la escasez de resineros. En general, esto no supone un problema grave, ya que todos los resineros establecidos como tales reciben cada temporada su lote de árboles. No deberá en ningún caso confundirse el mencionado procedimiento de asignación de parcelas de pinos con la «suerte del pino» descrita en detalle por Kenny (1961: 14 y ss.). A diferencia de la situación que él estudia en Ramosierra, los pinos pertenecen a la Comunidad como conjunto y los beneficios van a parar al municipio en cuanto a entidad corporativa. Ningún individuo particular recibe beneficio alguno de su lote de pinos, excepto cuando se esté ganando un jornal por su labor. Cada año, antes de que comience la temporada de resinar, los pueblos de la Comunidad ofrecen sus parcelas de bosques para ser arrendadas en una subasta de ofertas selladas. Las pujas son públicas y competitivas, pero en El Pinar suele ganar la subasta la refinería Moreno, si bien los San Miguel también consiguen algunas áreas. La Resinera en Villa Román normalmente puja por los terrenos de Villa Román y el área de Leyes. Al anunciar la subasta, el pueblo comunica el número de árboles disponibles, su localización, y la oferta mínima aceptable.

La crisis de 1967 Durante la temporada de 1967, la crisis que venía cocinándose hacía tiempo azotó la comarca; los precios de la resina habían caído drásticamente debido al incremento de los costes de producción. Además, España comenzaba a ver difícil competir con otros países, especialmente Estados Unidos y, en menor grado, Portugal —dentro de este campo—. Muchos de los resineros estaban impresionados —aunque algo compungidos— al descubrir que solo el Estado de Georgia producía más de la mitad de los suministros navales del mundo. La crisis causó una fuerte conmoción en todos los pueblos; llevaban siglos dependiendo de los pinos y la gente

no podía asimilar fácilmente que su tesoro más preciado estaba perdiendo valor con tal rapidez. En el periodo de recoger la resina entre 1966-1967 cada resinero recibió tres pesetas por kilo de resina en crudo que extraía. La caída de los precios hizo, sin embargo, inviable para las refinerías pagar ese precio por la resina en crudo ya que, después del procesado y comercialización de sus derivados, el margen de beneficio resultaba ser tan estrecho que hacía que tal trabajo no fuera rentable. En febrero de 1967, el problema fue discutido en los más altos instancias del gobierno y se logró una solución temporal. Un resinero recibiría 3,75 pesetas por kilo de resina en crudo más un solo pago de una peseta por árbol. Este precio estaría subvencionado por el gobierno nacional. Pero cuando se celebraron las primeras subastas de la comarca, no llegó a haber ofertas. Los pueblos implicados bajaron el precio de salida en una segunda vuelta y, de nuevo, apenas aparecieron unas pocas ofertas. En la tercera ronda de subastas, se bajaron los precios aún más y todos los lotes de pinos fueron finalmente adjudicados a las compañías de costumbre. El efecto sobre los pueblos puede ser calculado a partir de las pocas estadísticas incluidas en un informe especial realizado por la gobernación Civil de Segovia. En 1967, se esperaba que los ingresos de la Comunidad generados por los pinos, incluyendo la madera, ascendieran a 4 822 109 pesetas, pero la cantidad necesaria para mantener los bosques era de 5 307 213 pesetas —lo que revelaba un claro déficit de 485 000 pesetas (El Adelantado de Segovia, 11 de febrero de 1957, p. 2)—. Además, los ingresos de los pinos en la provincia habían decrecido de 71,4 millones de pesetas en 1961 a 23,8 millones en 1966. La gravedad de la situación saltó a los titulares —durante febrero y marzo— en El Adelantado de Segovia, el diario específico de la provincia. Así, el periódico señalaba, el 11 de febrero de 1967, al hacerse eco del informe del Gobernador Civil, que habría que esperar las peores consecuencias a menos que no se hiciera algo: ochenta y tres pueblos podrían quedar arruinados económicamente, 19 refinerías se verían forzadas a cerrar, 107 000 hectáreas de tierra, inútil para cualquier otra cosa, tendrían que ser abandonadas, y 2000 trabajadores se irían al paro y sería necesario importar 15 000 toneladas de productos navales a un precio de 3,2 millones de dólares para cubrir las necesidades nacionales de esos productos. Ante esto, se propusieron varias soluciones: los propietarios de refinerías insistían en que los municipios y Comunidades bajaran sus impuestos a las empresas; por ejemplo, la Comunidad bajó un 12,36% los impuestos con que gravaba los beneficios de las refinerías por la cesión de sus pinos.

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LOS PINOS

El problema alcanzó a las familias en sus hogares el 29 de febrero de 1967, día anterior a la apertura oficial de la temporada de resinar. Aunque todos los pinares habían sido arrendados, resultó que 10 resineros se quedarían sin árboles y sin trabajo por la negativa del Distrito Forestal a abrir una nueva zona para obtener la resina. El hecho de que al año siguiente, en 1968, pudiera abrirse esa nueva sección y hubiese sorteo de resineros, no apaciguó a la gente, porque los diez resineros y sus familias tendrían que emigrar si querían sobrevivir. Esa misma mañana, llevé en mi coche al alcalde de El Pinar y al Secretario Municipal en funciones a Villa Román para una reunión con el alcalde de allí. El alcalde de El Pinar era un mero agricultor más bien poco sofisticado políticamente. El alcalde de Villa Román, por contra, era un protegido de un alto cargo en Segovia y un político astuto. Este contaba, además, con la ventaja de conocer algo de la economía de los pinares, pues había sido previamente administrador de una gran refinería. Arturo, el alcalde de Villa Román, había asumido el papel de portavoz de los pueblos de la comarca en la crisis de los pinos, y fue él —de hecho— quien asumió hablar en su nombre en Segovia y quien, a través de la intercesión de su muy bien situado patrón, consiguió las pertinentes concesiones para la Comunidad. Se trataba de un hombre de esos que «dedicaba su vida al bienestar de la Comunidad»; y llevó los problemas de todos los pueblos tan seriamente como si fuera algo propio. Al menos él siempre estaba dispuesto a recordarlo, aunque nadie realmente le creyera. El Pinar producía anualmente más resina que Villa Román, pero ni los Moreno ni los San Miguel eran tan «políticos» como las autoridades de Villa Román. De tal manera que los resineros de El Pinar sentían que habían sido obligados a sufrir tanto por las maquinaciones de los políticos de Villa Román como por la actitud de «me importa un bledo» de los empresarios de su propio pueblo. Indudablemente, el Alcalde de Villa Román se las tenía que ver —ahora— con un grave problema. Tan solo unas noches antes, los resineros de El Pinar se reunieron para —de una manera sin precedentes— comprometerse a que no trabajarían mientras no hubiera lotes de árboles suficientes para todos ellos. Si los diez hombres descartados no obtenían sus pinos, ninguno de ellos trabajaría. Algunos de los resineros de Villa Román dijeron entonces que ellos tomarían el relevo de trabajar los árboles que dejaran sin atender sus vecinos, y los hombres de El Pinar hicieron saber que estaban bien preparados para utilizar sus herramientas cortantes en otras caras que no fueran las de los árboles. El asunto fue discutido por las autoridades de El Pinar y Villa Román, y al final llevado a la atención del Gobernador

Civil. El 9 de marzo, todos los resineros disponían ya de pinos en los que trabajar y la amenaza de parar la producción nunca se llevó a cabo. Una de las claves económicas para entender el bajo porcentaje de beneficio de los pinos era que esta clase de ellos proporcionaba aprovechamientos muy limitados como fuente de madera. El pino pinaster no es un pino demasiado alto y esbelto, de modo que tiene poco valor para que sea empleado como larguero o poste. Además, la serie de incisiones grabadas en las diferentes caras del pino dañan la madera y reducen la porción utilizable de tronco cortado. Así que, a no ser que se encontraran maneras de aumentar la utilidad de la madera y bajar el costo de extracción de la resina por kilogramo, el declive económico de la Comunidad estaba asegurado.

Cambio tecnológico Para estos fines, una variedad de grandes cambios tecnológicos comenzaron a introducirse en las áreas de pinos de la provincia durante el periodo en que realicé mi estudio. El «Pinar Antiguo» —un bosque entre Villa Román y El Pinar— se convirtió en una especie de bosque modelo en que ensayar todas estas nuevas técnicas experimentales. En 1959 se estableció una Escuela de Formación Forestal en Villa Román para entrenar a los capataces (o trabajadores especializados) en la gestión de bosques. Estos hombres seguían cursos de un año en la Escuela y realizaban prácticas de conservación en los bosques de la zona. Durante los veranos, también los estudiantes agrónomos de la Universidad de Madrid llevaban a cabo sus prácticas de campo en la misma zona. En 1949, las masas forestales estaban obstruidas por arbustos bajos y sotobosques que —a menudo— entorpecían el crecimiento de los nuevos plantones. Y los árboles más viejos frecuentemente se amontonaban entre sí buscando algo de espacio y luz, con el resultado de que muchos de ellos se acababan retorciendo y llenando de nudos. Aunque aún siguieran siendo utilizables para resina, su valor como madera resultaba nulo. Durante la década de los 50 una serie de prácticas de conservación fueron puestas a prueba; se limpió el sotobosque y, en ciertas áreas se aró y roturó el terreno. Aunque los riesgos de incendio siempre existieran y los dispositivos de prevención también, con la nueva política de limpieza se redujo incluso más el peligro de fuegos forestales. Se desarrolló, asimismo, un nuevo programa de repoblación y aún se sigue llevando a cabo de forma muy dinámica.

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De otro lado, el mayor cambio tecnológico en la producción de resina se produjo en 1967, con la introducción de un nuevo sistema de extracción llamado de pico a corteza. El novedoso procedimiento incluía el uso de ácido sulfúrico diluido que se aplicaba a una de las caras del árbol. Esto constituyó la más notable innovación que recordaran los más viejos resineros en lo que a pinos se refiere, y la manera en que su producción afectó al área así como su recepción positiva por parte de ellos es un interesante ejemplo de cómo tales innovaciones se abrieron paso entre esta gente, supuestamente tan «tradicional». En enero de 1967, dos jóvenes llegaron a El Pinar. Luis y Manuel eran «monitores» de la agencia de Promoción Profesional Obrera, un organismo del Ministerio de Trabajo, y habían sido asignados a la provincia. La PPO había sido creada en 1964 con el propósito de formar a los trabajadores para los nuevos oficios especializados que serían incorporados al Primer Plan de Desarrollo, y para perfeccionar los conocimientos de quienes estaban empleados en trabajos ya existentes. Los monitores eran casi siempre hombres jóvenes con una formación técnica especializada y unas buenas dosis de celo y entusiasmo por su misión. El equipo de la PPO, de dos o más monitores, se asigna a un pueblo para promover cursos de diferente duración dirigidos a los trabajadores, normalmente en las horas de la tarde cuando los hombres del pueblo han regresado de sus tareas cotidianas. La asistencia es voluntaria y aunque la PPO proporciona el equipo necesario para la enseñanza y las prácticas, los estudiantes no perciben becas ni ninguna otra ayuda para participar en el curso. Hacia finales de noviembre de 1966 se rumoreó en el pueblo que un equipo de monitores de la PPO iba a llegar a El Pinar e impartiría un curso sobre el manejo de la sierra mecánica. Luego llegaron más rumores acerca de que una nueva técnica para resinar sería enseñada por el mismo equipo. De hecho, era el Ayuntamiento el que había solicitado la colaboración de los equipos de la PPO, por lo que los rumores solo eran versiones levemente distorsionadas de la realidad. La extracción de resina por el método del pico a corteza, de otra parte, no era una técnica desconocida en El Pinar. Cayo, uno de los resineros, había aprendido la técnica cuando estuvo trabajando en la provincia de Albacete, y había comenzado a utilizarla en una pequeña parcela de pinos que era propiedad de su familia. Los demás resineros de El Pinar habían observado sus árboles, pero tenían opiniones divididas respecto a la utilidad del nuevo proceso; ninguno de ellos lo adoptó o siquiera experimentó con él, a excepción de un resinero que tenía cerca de 100 pinos propios. Y, efectivamente, la mayor parte de los resineros eran

bastante escépticos respecto al nuevo proceso y temían que el ácido pudiera destruir las caras abiertas del árbol y dañara irremediablemente su madera. Además, el uso de la técnica en pinares públicos requeriría —en todo caso— haber sido aprobada oficialmente por el Distrito Forestal, y tal aprobación nunca antes fue solicitada ni, por lo tanto, concedida. Luis y Manuel aparecieron en el pueblo un día cualquiera con su camioneta de la PPO y alquilaron habitaciones en la fonda (o pensión) regentada por uno de los bares. Durante dos semanas aparentemente poco hicieron, salvo dar vueltas por el pueblo, encontrándose con la gente y entablando conversación de la manera más informal con ella. Ellos dieron a conocer, así, el propósito de su estancia y anunciaron que iban a impartir un nuevo curso sobre la extracción de la resina. En realidad, su despreocupado acercamiento formaba parte de una estrategia perfectamente calculada. Una vez realizadas las necesarias diligencias de cortesía con el alcalde y demás autoridades locales, los monitores simplemente permanecieron allí, jugando a las cartas en los bares, conversando sobre cualquier cosa con los vecinos, y cerciorándose de empezar a conocer a la gente. Sutilmente, despertaron el interés de los resineros, pero no realizaron ningún intento de «venderles» la nueva técnica. Ambos monitores ponían un especial énfasis en un punto: estaban fundamentalmente interesados en cambiar las actitudes de aquellos en primer lugar. Si hubieran comenzado a impartir las clases nada más llegar, probablemente ningún resinero hubiera asistido. Durante este periodo de conocimiento mutuo, Luis y Manuel pasearon por los bosques hablando con los resineros; conocieron las refinerías, y muy rápidamente se integraron en la realidad cotidiana del pueblo. Ninguno de ellos era graduado universitario, pero habían seguido durante dos años un curso técnico especial y tenían una formación específica de la PPO. Para el tiempo en que el curso comenzó, todos los resineros andaban ya hablando de la nueva técnica. Algunos de los más jóvenes, como Mariano Salamanca y Cayo, que habían utilizado la técnica en sus propios pinos, se mostraban entusiasmados. Los resineros más viejos no eran tan entusiastas y algunos de ellos ridiculizaron durante bastante tiempo la innovación. Pero Luis y Manuel se habían familiarizado con «su público»; cuando tuvieron delante para la primera clase a 57 resineros juntos, ya conocían a cada hombre y su talante. La técnica del pico a corteza exige hacer un pequeño corte rectangular en el árbol utilizando un tipo de herramienta diferente que el empleado en el sistema en uve. El conjunto de herramientas nuevas podría costarles a los resineros alrededor de 500 pesetas, un precio bastante asequible para todos ellos

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LOS PINOS

si se tiene en cuenta que, siempre que se las cuide bien, son utensilios que han de durar muchos años. La principal innovación la constituía el uso del ácido. Una vez que la marca en la corteza estaba preparada, una mezcla al 50% de ácido sulfúrico y agua debería aplicarse en la parte superior del corte utilizando una botella de plástico con una cánula a modo de boca que funcionaba por presión manual. En los meses templados la mezcla podía consistir en un 45% de ácido, y en los más cálidos de julio y agosto, de un 50%. Teóricamente habría que emplear agua destilada para ello, pero —en general— se utilizaba agua corriente sin menoscabo apreciable de la eficacia de este método. Usando la nueva técnica, cada cara del árbol que se trabajaba sería tratada cada ocho días en lugar de cada cinco, lo que significaba que un hombre podía ocuparse de más árboles. El ácido costaba 80 pesetas el litro y proporcionaba la solución para unas 40 000 aplicaciones. Los aspectos más técnicos de este proceso pueden leerse perfectamente detallados en el texto de C. D. Dyer, Georgia Agricultural Extension Bulletin, «Naval Stores Production» (1963). Yo tenía un ejemplar de dicho boletín conmigo y ambos monitores estuvieron de acuerdo en que la técnica que se describía allí era, básicamente, la misma que ellos estaban enseñando. En realidad parecía que la técnica del ácido había sido traída a España sobre 1959 desde los Estados Unidos, aunque los monitores no estaban del todo seguros a propósito de este punto. El sistema tenía un inconveniente: el ácido produce calor y esto contribuye, sí, a la extracción de la resina. Pero, sin embargo, con este método el flujo de la misma se vuelve más lento en los meses invernales, cuando precisamente comienza a formarse la resina, y solo más tarde se apreciará un aprovechamiento mayor. Así, el resinero tiene que esperar más tiempo para obtener beneficios, ya que es compensado por las refinerías en función de los barriles que vaya entregando. Esta no es una dificultad insalvable del todo, claro está, ya que la mayoría de los resineros pueden mantenerse e «ir tirando» hasta que llegue el momento de máximo rendimiento. Las principales objeciones por parte de los resineros respondían al temor de que la madera pudiera quedar dañada por el ácido. Habían visto las cicatrices de sus quemaduras en los árboles de Cayo y tenían miedo de dañar permanentemente sus árboles. Los monitores explicaron que Cayo estaba utilizando la técnica incorrectamente —después de todo, nunca había tenido una formación oficial—. Cayo estuvo dispuesto a admitirlo, aunque replicó que ninguno de sus árboles se encontraba dañado, y que su rendimiento no se había visto afectado desfavorablemente. En una situación

delicada, en que podía haber quedado mal ante sus colegas, se las arregló para salvar su orgullo porque, después de todo, él había sido el primero en introducir esta técnica —aunque la suya no fuera la más perfecta versión de sus aplicaciones. Lo que los resineros querían era, fundamentalmente, más dinero y menos trabajo. Los monitores no podían prometer una mayor cantidad de resina; efectivamente, la técnica del ácido no incrementaba normalmente el rendimiento del árbol. Sin embargo, constituía una manera más fácil de trabajar los pinos, y esto sí les convencía a todos ellos. En las clases se ponía un especial énfasis en los aspectos prácticos, si bien esto era siempre salpicado con algo de teoría. Alguno de los resineros sentía cierto «complejo» de mostrar su ignorancia en clase, pero el tacto en el manejo de estas situaciones por parte de los monitores resolvió la mayoría de los problemas. Una vez convencidos de que los árboles no serían dañados y de que el nuevo sistema tenía sus virtudes, los resineros comenzaron a aprender con verdadera avidez. Las clases tenían lugar en una habitación de la vieja escuela dentro del edificio del Ayuntamiento cada tarde durante dos horas. Los hombres, que en muchos casos no habían puesto el pie en un aula a lo largo de cuarenta años, venían en su tiempo libre a aprender y no había ausencias. Al final del curso, los hombres recibieron sus diplomas acreditativos de la PPO, y hubo una gran celebración con cerveza gratis y comida, amén los consabidos discursos del Alcalde y del delegado provincial del Ministerio de Trabajo, quien había venido a Segovia precisamente para la ocasión. Pero, no obstante, los resineros estaban aún evaluando las nuevas técnicas. Cinco o seis se hallaban decididos a utilizarlo inmediatamente; el resto quería pensárselo un poco o probarlo antes de forma experimental en unos pocos árboles. Y, llegados a este punto, yo mismo me convertí en algo así como un «agente de cambio», aunque —eso sí— de una manera muy limitada. El boletín ya mencionado tenía fotos de la recogida de resina en Georgia, así como una gran cantidad de datos estadísticos comparativos, que contrastaban entre sí las distintas técnicas de extracción de la misma. Ya que todo el mundo sabía que yo procedía justamente de Georgia y habían oído (por mí mismo) algunas cosas sobre la producción resinera allí, sentían auténtica curiosidad por saber qué es lo que hacían los americanos. Traduje parte del boletín y convertí los datos en sus equivalentes métricos —de modo que pudieran ser entendidos—, pero de cuando en cuando hablaba, además, sobre esto con algunos de los más viejos resineros, que eran antiguos amigos de mi padre. Muchos de estos «seminarios informales sobre silvicultura comparada» se producían inopinadamente en bares y esquinas. Por supuesto, todo el mundo sabía que yo no era nin-

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Figura 12. Los resineros demuestran sus habilidades recién adquiridas en una operación con sierra mecánica al terminar el curso de formación de la PPO. Esa mañana, mientras el alcalde del pueblo estrecha la mano del gobernador civil de Segovia, Fermín camina sujetando su certificado o reconocimiento por haber terminado un curso de conductor de tractor, también impartido por los agentes de la PPO.

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LOS PINOS

guna autoridad en pinos —casi había derribado algunos árboles tratando de aprender la vieja técnica en uve— pero también se pensaba que mi preocupación por el bienestar del pueblo resultaba genuina, y que yo no sería capaz de conducir a nadie al error de manera deliberada. No sé si ayudé a convencer a alguien, pero el hecho de que la técnica hubiera sido desarrollada con anterioridad en Estados Unidos le daba un toque de prestigio. De hecho, puede comprobar que el español medio tenía un gran aprecio por la tecnología extranjera, creyéndola —casi siempre— muy superior a la propia. Lo que les ponía los pelos de punta, sin embargo, a mis resineros era que sus homólogos americanos —los «turpentiners» del sudeste de Georgia3 — se encontraran casi en el punto más bajo de la escala socioeconómica de Estados Unidos. Aunque el uso extendido de la técnica del ácido significaría menos trabajadores ocupándose de más árboles, esto no era percibido como una ventaja por los resineros del pueblo. Por una cosa: había una cantidad limitada de árboles y cada hombre tenía que tener trabajo. Por lo tanto, hasta que el número de resineros no disminuyera por la jubilación de los más viejos y un número menor de jóvenes ingresara en la profesión, la nación en conjunto no se beneficiaría de una mano de obra reducida y unos exiguos jornales. Sin embargo, los resineros no estaban particularmente preocupados por esto; tenían suficiente con cuidar de sí mismos. El Distrito Forestal no permitió el uso de ácido en los bosques públicos durante la temporada de 1967, que comenzaba justo cuando el curso de la PPO terminó. Esto significaba que los resineros deseosos de probar la nueva técnica no tendrían oportunidad de hacerlo hasta que dispusieran de su propia parcela de pinos. Lo cual pudo haber supuesto un bache definitivo en la aceptación de la innovación, pero afortunadamente no fue así. Bastantes resineros trabajaron en parcelas privadas —propias o arrendadas a otros propietarios— para experimentar con la nueva técnica. Los dueños de la refinería tampoco se oponían al cambio del sistema en uve por el nuevo, ya que así se beneficiarían de obtener tablones más largos de la madera de los árboles cortados. En teoría, y para garantizar una transición sin ruptura de una técnica a la otra, los equipos de la PPO debían permanecer en el área y realizar visitas de seguimiento, comprobando de este modo cómo se producían paulatinamente los cambios y procurando estar a mano por si aparecía algún problema en que se necesitara su consejo. La demanda por los servicios de la PPO pronto sobrepasó el número de equipos a disposición, y por tanto este ideal se tornó en imprac-

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Los turpentiners son los obreros que realizan el proceso de destilación de la trementina (turpentine) a partir de la resina (N. de T.).

ticable. Afortunadamente, el equipo de El Pinar permaneció para impartir dos cursos cortos, cada uno de diez días de duración, sobre el uso de las sierras mecánicas. A los cursos asistieron algunos resineros, pero que en su mayoría eran asalariados del aserradero, guardas forestales u otro personal empleado para el mantenimiento de los bosques. Como Luis y Manuel aún estaban en el pueblo pudieron supervisar la aplicación de la técnica del ácido allí donde se estuviera empezando a probar. El problema básico de los bajos beneficios y los altos costos no estaba resuelto cuando este estudio terminó, ni en la primavera de 1968, cuando el resultado final del mismo estaba siendo redactado. La nueva técnica de aplicación del ácido fue aceptada y estaba siendo utilizada ampliamente durante la temporada de extracción de la resina de 1968 en la Comunidad y los bosques del pueblo. Pero puede que representara un cambio que llegaba demasiado tarde a El Pinar. El informe del Banco Internacional para la Reconstrucción y el Desarrollo, y la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (IBRD-FAO en sus siglas en inglés) daba alguna pista sobre el futuro (1966: 190): los bosques de Segovia y de la meseta central tenían árboles pobres en lo referente a las ganancias obtenidas por su madera. Para una explotación rentable hay que producir tanto madera como resina. En la región española de Galicia, por ejemplo, podían ser trabajados para extraer la resina pinos con un diámetro de 20 centímetros —o sea, cuando han alcanzado unos veinte años de edad—. Y estos pinos producían más beneficios y mejor madera. Los monitores de la PPO habían dejado muy claro que tales bosques resultaban bastante más aprovechables que los castellanos. Y el informe del IBRD-FAO urgía a que se tomara en seria consideración la concentración de explotaciones en Galicia y no en la Meseta. Para los resineros de El Pinar, la sentencia de muerte puede muy bien haber sido dictada ya.

Utilizaciones diversas del bosque Algunos de los propietarios de refinerías habían hecho ya, por su cuenta, ciertos cambios para adaptarse a las nuevas condiciones del mercado. Así, las refinerías Moreno estaban fabricando sus propios envases de metal para la resina y habían comenzado un negocio de fabricación de puertas y marcos. Estas actividades mantenían a los trabajadores empleados durante la temporada baja de invierno y proporcionaban una cierta diversificación en las actividades fabriles. Además, la producción de envases de metal era un mecanismo de ahorro ya que la compañía no necesitaba comprar-

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los a otros suministradores. Los San Miguel convirtieron una de sus refinerías en una planta de cría de cerdos y utilizaban el serrín del aserradero para sus cochiqueras. Uno de los mayores problemas de las refinerías radicaba en que solo se realizaba en ellas el primer procesado de la resina en crudo. De este modo eran obtenidos alquitrán y trementina, pero la mayor parte de la resina, una vez terminada su primera destilación, se enviaba a otros lugares para refinados posteriores. Muchos de los vecinos se quejaban de esto, indicando que una expansión del proceso de refinado podría traer más empleos además de enriquecer a los propietarios de las fábricas. El pueblo, de otro lado, recibía algún que otro pequeño beneficio del bosque. Sus pinos producían madera de no muy buena calidad, como ya se mencionó, pero a la que siempre se encontraba utilidad. La mayor parte de los hogares, por ejemplo, se calienta con estufas y chimeneas de madera y los trozos sobrantes se venden para arder en ellas. Aun así, la mayoría de los vecinos prefieren ir al bosque y recoger directamente ellos las ramas secas antes que pagar por la madera cortada. Además, las cuatro panaderías utilizan ramas de pino como combustible, al igual que los fabricantes de baldosas cerámicas. Pero incluso esta costumbre probablemente desaparecerá con el tiempo, dado que cada vez más gente comienza a utilizar estufas de gas butano como su primera fuente de calor y combustible para la cocina. Dos personas se ganan parte de su sustento con la recogida de las semillas del pino piñonero que crece en unos pocos lugares del bosque. Los derechos de recogida de la piña con fines comerciales son vendidos por el Ayuntamiento; se trata, en su caso, de piñas verdes que aún no han madurado.

Cualquiera puede recoger las otras piñas secas que se utilizan mucho por su utilidad para comenzar la lumbre de chimeneas y estufas. Las piñas verdes se dejan al sol durante el día y los piñones, una vez secos, son recogidos, guardados en sacos y vendidos. Estos frutos constituyen una «delicatesen» y se consigue un buen precio por los mismos en las estaciones turísticas de la Sierra de Guadarrama, entre Segovia y Madrid. Ubaldo es uno de los vendedores de piñones; un nativo del pueblo, que vive en Madrid pero viene a El Pinar cada verano a recoger y secar las piñas verdes. Ricardo es el propietario de uno de los bares más frecuentados y también vende piñones junto con su cuñado. Durante el verano, lleva el camión hasta las estaciones de montaña y ofrece sacos al por mayor a los comerciantes locales y también, a veces, al por menor al margen de ello. Ambos están de acuerdo en que es un negocio circunstancial pero muy rentable. De hecho, Ricardo pagó su nueva casa con los beneficios de cinco años de venta de piñón. Algunos de los obreros de la serrería estaban investigando la posible venta de serrín y virutas a un industrial interesado por esto en Valladolid, pero durante mi estancia allí el serrín y las virutas se repartían gratis a cualquiera que los quisiera para los corrales de pollos, las pocilgas, etc. Este comercio menor seguramente sobreviva a cualquier crisis de la resina, pero el principal aprovechamiento del bosque ha sido siempre, y aún era, la extracción de la miera y su primer procesado para conseguir resina. Sin la continuidad de esta actividad la mayoría de la gente sentía que, con los años, ya no iban a quedar más vecinos en la zona para mantener pollos y cerdos o encender el fuego.

Figura 13. Hombre en un tractor.

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CAPÍTULO V LA AGRICULTURA

Condiciones ecológicas El Pinar se encuentra en una zona geológicamente atípica de la provincia (cfr. figura 14). Es un área formada funda-

mentalmente por «filadio» primario y rodeada de suelos diluviales y vegetales cuaternarios. Los suelos de El Pinar están compuestos esencialmente de un manto arenoso con áreas de base arcillosa; un tipo de suelo que es clasificado oficial-

Figura 14. Estructura geológica de la provincia de Segovia.

Fuente: CES,1 «Perspectivas de desarrollo económico de la provincia de Segovia», Marzo 1962 (copia de pruebas, p. 17). 1

El CES es el Consejo Económico Sindical de la provincia de Segovia (N. de T.).

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mente por los expertos como «mediocre» para propósitos agrícolas. El caudal de lluvia anual resulta escaso; durante los últimos sesenta años la zona ha recibido unas precipitaciones anuales de 700 milímetros, aproximadamente. La mayoría de las lluvias acaecen en los meses de primavera e invierno, si bien las tormentas de finales de primavera y principios de verano a menudo traen granizo que destruye los cultivos —como fue el caso en 1966 en el área de Santa María, donde todas las plantaciones de trigo y cebada de varios pueblos fueron destruidas por completo. El modelo agrícola básico es de secano, con campos que se rotan mediante el sistema de año y vez (en años alternativos). El ciclo estacional queda así bien establecido: la cebada y el trigo invernal se plantan en el otoño y se cosechan en verano. Las uvas se recogen en Octubre y la remolacha azucarera, una nueva recolecta, en invierno. Las principales fuentes de agua son los dos ríos que atraviesan los bordes oeste y noreste del territorio del pueblo y, por supuesto, hay también pozos y manantiales que suministran agua para uso agrícola y doméstico.

Agricultura tradicional Los cultivos tradicionales que se siembran en el área de El Pinar son trigo de invierno, cebada, melones, calabazas, uvas, algarrobas, lentejas y garbanzos. Son obtenidos mediante técnicas agrícolas de secano en los altiplanos, que comprenden la mayor parte de los terrenos agrícolas del pueblo. El labrado se realiza con el tradicional arado romano con punta cincelada. Algunos agricultores utilizan arados de vertedera, pero la punta cincelada es en realidad más eficiente para los suelos de marga arenosa, que se resecan fuertemente con el intenso calor del verano. Los granos se reparten a mano tras el arado y cuando crecen la recogida también se realiza a mano con una hoz durante la temporada correspondiente. El abono tradicional utilizado en la zona antes de la llegada de los fertilizantes químicos era estiércol, normalmente de oveja. En algunas partes de la comarca de Santa María, al sur de El Pinar, las ovejas son mantenidas en los campos baldíos dentro de corrales de portátiles de madera, que son mo-

Figura 15. Los tradicionales bueyes y carro agrícola.

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LA AGRICULTURA

vidos cada tarde a un nuevo lugar. De esta manera, los desechos animales se depositan sobre la tierra y la fertilizan. Algunos agricultores también utilizan el estiércol de ganado como mulas, bueyes y burros, que recogen en pilas en sus corrales y luego transportan a los campos. En el área de El Pinar esta práctica ha ido en descenso desde 1955. Ya que la naturaleza de los minifundios será tratada en el próximo capítulo, adelantaré solo aquí al respecto que la parcela agrícola tradicional consistía en una pequeña porción de terreno, de modo que a menudo el agricultor medio tenía diferentes parcelas repartidas por toda el área. La mayor parte de la tierra será plantada con grano, mientras que las parcelas más pequeñas se dedican a los melones, calabazas, lentejas, garbanzos y uvas. En la medida en que trigo y cebada forman la base tradicional de la producción agrícola, me concentraré en ellos. La cebada se cosecha hacia finales de mayo y la temporada de trigo comienza hacia el 25 de julio, fiesta de Santiago —santo patrón de España—. Los procedimientos para la recogida de ambas cosechas resultan esencialmente similares, de manera que pueden ser descritos —en general— como una repetición de las mismas o muy parecidas técnicas. La forma más antigua de recogida era mediante hoces de mano o guadañas; en el primer caso, el agricultor tomaba un puñado de espigas y las cortaba con la hoz a ras de suelo. Este método aún se utilizaba en El Pinar en 1949, pero ha sido —hoy— casi completamente remplazado por otras técnicas más modernas. Sin embargo, todavía se puede ver a grupos de migrantes gallegos —venidos de las zonas más pobres de Galicia— que trabajan en algunos de los pueblos cerca de Santa María, recogiendo la cosecha a mano. El tipo más común de maquinaria empleada para cosechar es una segadora, tirada por una mula, que se compone de una cuchilla fija y un peine de cuatro maderos; una máquina muy similar a la que se utilizaba en los Estados Unidos hace ya unos cien años. Las espigas son cortadas por la cuchilla y barridas hasta una especie de pala que las deposita sobre el suelo. Los trabajadores van andando detrás de la máquina y recogen las espigas en manojos con unas horcas curvadas o bieldos que les ayudan a formar los haces. Estos haces se atan, a menudo con un cordón hecho de un tipo especial de trigo que se cultiva por sus tallos inusualmente largos, y se dejan en el campo. Una vez que el agricultor ha cosechado y atado las espigas de grano, las transporta en el típico carro agrícola de dos ruedas a la era (el campo de trilla); en El Pinar, las eras están situadas en tres lugares cerca de los límites del pueblo. Los campos de trilla son de barro muy compacto y, al margen de mantenerlos todo lo limpios que se puede, no se requiere para ellos ninguna otra preparación especial.

El trigo o cebada, según sea el caso, se apila en un gran montón, mientras que varios de los haces son desatados y el grano con su espiga queda finalmente depositado en un círculo en la era. El abaleo se lleva a cabo con un trineo de trilla de madera, un artilugio virtualmente idéntico al que introdujeron los romanos hace más de 2000 años aquí. El trineo o trillo se hace de placas de madera amarradas entre sí por tiras de hierro, y su base está incrustada de piedras de sílex afiladas. La mayoría de los trillos pesan aproximadamente 200 libras y tienen unos cinco pies de largo y tres o cuatro de ancho. El trillo va enganchado a un animal de tiro, normalmente una mula, aunque los bueyes fueran utilizados en el pasado y aún se utilicen en los pueblos más pobres. En cuanto al agricultor, este se sube a esa especie de trineo y lo dirige en círculos sobre el grano. Algunos labradores colocan una silla en el trillo y así llevan a cabo la operación mucho más confortablemente. Una de las tareas comunes de la trilla, que es asignada normalmente a uno de los hijos de la familia o trabajadores más jóvenes, consiste en que estos lleven detrás de la mula un cubo o herrada y estén atentos a que el animal levante la cola para, llegado este punto, sostener el recipiente debajo, de manera que se evite la caída de la materia fecal sobre el grano. Si el animal orina, sin embargo, no hay nada que este peón auxiliar pueda hacer. No existe ningún peligro para la salud en ello, ya que los procesos de molido posteriores limpian el grano y la harina, pero algunos de los «bienintencionados aldeanos» atribuyen —no sin sorna— el fino gusto del pan local a su contenido altamente «orgánico». Aunque el agricultor podría esperar hasta que todo su grano hubiera sido trillado, normalmente su familia o ayudantes comienzan la segunda fase de la operación tan pronto como algo de grano está ya listo. Mientras el trillo continúa realizando obsesivamente sus rondas, un ayudante o familiar se ocupará de aventar el grano. Y utilizando una horca de tres o cuatro dientes hecha de madera, lanzará las espigas al aire, de manera que la brisa separe el grano de la paja. El grano limpio es luego recogido y apilado y la paja se coloca formando una pila aparte. Una vez que la mayor parte de la paja ha sido separada por el abaleo, se la coloca en una máquina de limpiar el grano, normalmente operada por una manivela. El grano y la paja quedan así separados, pero normalmente el proceso tiene que ser repetido un par de veces para obtener el grado de limpieza y separación deseado. El grano es entonces depositado en sacos de arpillera y transportado al corral para que luego se le envíe al granero o silo del Servicio Nacional del Trigo en Leyes. Las brozas o tallos desechados y la paja en su conjunto se utilizan en el

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corral como comida o como lechos para los cerdos y ganado en sus establos. Los garbanzos, lentejas, algarrobas y melones se cultivan a mano. En el caso de los tres primeros, la limpieza de las plantas y las vainas es realizada por la esposa e hijas del agricultor o granjero. La mayor parte de estos cultivos son utilizados para consumo propio o ventas muy limitadas en el pueblo; es, decir, se los puede considerar más como cultivos de autosubsistencia que en cuanto a explotación agrícola encaminada a la obtención de ingresos, aunque algunos pocos agricultores sí consigan sacar un cierto provecho de ellos. Las uvas en el área de El Pinar son tanto de la variedad roja como de la verde. Segovia no destaca por ser una zona de gran producción vitivinícola y la producción de uva ha ido disminuyendo, además, considerablemente, a medida que más y más cantidad de terreno era dedicado a la producción exclusiva de grano. No obstante, la mayor parte de los vecinos, incluyendo muchos no agricultores, siguen manteniendo pequeñas parcelas de vides y las uvas se utilizan —en parte— para hacer un vino doméstico, de consumo propio y, en menor escala, para comerlas. La vendimia (o cosecha de la uva) fue, en un tiempo, una de las más importantes fiestas de toda la zona, pero esta costumbre se ha reducido ahora hasta casi desaparecer. Según la tradición local, pero también de acuerdo con la ley, los agricultores contratan a los guardas que han de vigilar las vides y el ayuntamiento les paga. Se sitúan aquellos en sus puestos según comienza a madurar la uva y se supone que así garantizan que nadie comience la cosecha antes de la fecha señalada por las autoridades municipales. Además, también se supone que previenen los posibles robos de racimos. En el pueblo es una broma común decir que son los sordos, tontos, ciegos y preferiblemente lisiados, los que consiguen esos puestos de guarda, pero esto —por supuesto— no es del todo cierto. Cuando las uvas están listas para la recogida, el ayuntamiento anuncia el día y da permiso oficial. Hombres, mujeres y niños salen a las parcelas a recoger las uvas en cestas que luego son vaciadas en los carros. La vieja técnica de pisar las uvas ha desaparecido en favor de la prensa. El vino es hecho por la familia en su corral y almacenado en una bodega en botellas o grandes toneles. A menudo un pellejo de cerdo, cuyo interior está recubierto de pez, se utiliza para almacenar algunos litros de vino; este sistema, efectivo aunque arcaico, es incluso utilizado por las grandes bodegas comerciales en otras regiones de España para transportar el vino a las ciudades y pueblos. Sin embargo, con el vino tinto de Valdepeñas disponible por seis pesetas el litro y los acres y ácidos vinos de Rioja al mismo precio más o menos, hay pocos incentivos económicos para continuar cultivando uvas a una escala co-

mercial en El Pinar. De hecho, muchos agricultores ni siquiera cuidan sus viñas, contentándose con recoger lo que crece cada año hasta que remueven las tierras, extraen las plantas y utilizan el suelo para otros cultivos.

Agricultura de regadío El sistema de regadío es relativamente nuevo en la zona de El Pinar, incluso en aquellas tierras bajas de las riberas de los dos ríos que corren junto al pueblo. Y esto se debe —en parte— a la topografía de la tierra, ya que el río más próximo se encuentra situado en una garganta profunda con una estrecha franja de tierra suficientemente fértil como para no requerirse otro sistema de riego. El Río Chico, el más pequeño de los dos, se encuentra en el límite más extremo de las tierras del pueblo —a unos siete kilómetros— y sus tierras también son fértiles. La extensión actual del sistema de regadío puede medirse por el hecho de que, entre todas las tierras cultivables del pueblo en 1963, unas 1846 hectáreas eran de secano y solo 30 de regadío. Esta proporción no ha cambiado mucho desde entonces —quizás otras 30 hectáreas más hayan pasado a ser irrigadas—. En El Manzanal, hacia el este, el panorama es similar: 2364 hectáreas son de secano y solamente 10,5 se riegan. Villa Román tiene 65 de sus 237 hectáreas irrigadas pero este pueblo dispone de poca agricultura y mucha de la tierra cultivable está en la zona más baja de las márgenes del río. Leyes, aunque lejos de este, posee un nivel freático más alto y es también un pueblo más modernizado; allí 1933 hectáreas son de secano y 400 de regadío, con más canales de irrigación en construcción desde 1967. En El Pinar la agricultura ribereña más intensiva se da en las tierras bajas o vega del Río Grande. Antes de la Guerra Civil, la mayor parte de este tipo de terreno se utilizaba solo para verduras, mientras que en la actualidad se utiliza para el cultivo de una variedad de productos hortícolas como tomates, remolachas, y algo de maíz y tabaco. Los sistemas originales de irrigación parecen haber consistido en pequeños canales excavados desde las orillas del río hasta los campos cercanos, pero incluso tales acequias resultaban escasas. Y es que existen también algunos manantiales en la zona que proporcionaban, de por sí, agua suficiente. En lo que no termina de haber acuerdo es en los pareceres acerca de cuándo se inicia el uso de las norias en la zona de El Pinar; según algunos informantes, estas comenzaron a ser utilizadas de manera general hacia 1912. Y, en efecto, varias de ellas fueron puestas en uso, pero yo solo vi tres o cuatro verdaderamente en acción dentro de la zona de la ribera baja

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durante los años 1966 y 1967. Otra forma de extraer agua de un pozo es por el sistema llamado de cigüeñal. Este consiste en un cubo colgado de un poste largo fijado entre dos vigas verticales que sirven de soporte, con contrapesos en un extremo. Solo unos pocos de ellos siguen ahora en funcionamiento. En el área de Hoyo Paloma, un gran valle cerca de Río Grande, había un pozo artesiano ya en 1949 que proveía a la zona de una buena cantidad de agua para el riego. Hoy, el pozo está «cegado» y en su lugar se ha instalado una pequeña bomba, que facilita un mejor control del volumen de agua. Esta constituye —seguramente— el área más fértil de todo El Pinar, siendo propiedad de dos familias. En un tiempo, allí se cultivaba trigo, pero esto dejó de hacerse de forma continuada en la década de los cuarenta. En las altiplanicies de la zona, que es donde la mayoría de agricultores cultivan sus terrenos, no hay apenas sistemas de riego. Existen algunos pozos y manantiales, especialmente en el cuadrante nordeste del área del pueblo, y unos pocos más repartidos por todo el resto. Algunas antiguas norias aún funcionan y otras solo lo hacen esporádicamente. Hasta la instalación de los modernos sistemas de bombeo en 1962 en Río Grande, el agua potable de El Pinar procedía de una fuente de agua que se halla en las colinas al nordeste, a un kilómetro de distancia del pueblo más o menos. Durante el periodo en que fue realizado este estudio, hubo un importante proyecto de irrigar un terreno agrícola de secano en las tierras más altas. Cinco agricultores se pusieron de acuerdo y agruparon sus tierras para dedicarlas al cultivo de la remolacha azucarera, que había de disponer de bastante agua. Esta era bombeada desde el Río Chico, a tres kilómetros de la parcela en cuestión, por una pequeña bomba de motor de gasolina, situada en su cauce, hasta un estanque que retenía ese caudal. El estanque —o embalse— fue construido con bloques de hormigón. Se utilizó un tractor para obtener la fuerza de succión suficiente para llenar el embalse, y el mismo tractor fue empleado para proporcionar la energía necesaria al sistema de regadío por aspersión que se puso en funcionamiento. Todas las tuberías y los aspersores eran de aluminio ligero y podían trasladarse por el terreno según las necesidades. Hasta aproximadamente 1955, más o menos, había varias lagunas cerca del pueblo. Estas lagunas eran utilizadas para dar de beber al ganado pero no para el regadío, ni como fuentes de agua potable. La mayoría de las lagunas fueron desecadas cuando un médico del pueblo decidió que constituían un riesgo para la salud pública por ser lugares en que se acumulaban mosquitos y otros insectos. En un tiempo, Pozo Malo, uno de estos estanques, estaba lleno de unos pe-

queños peces que su dueño recogía en el otoño cuando la laguna se secaba. Otro estanque se utilizaba para hacer adobes por su proximidad a una fuente de arcilla. Las pocas lagunas restantes tenían escaso uso más allá de servir de bebederos al ganado o como lugares para los cazadores que esperaban apostados para disparar a las palomas u otra clase de aves al levantarse la veda.

Huertos Algunos de los vecinos reservan pequeños terrenos para huerto en las afueras del pueblo o, en ciertos casos, en sus mismos corrales. Tales huertas, que suelen estar dedicadas a la producción de lechuga, tomates, u otros productos similares, son normalmente solo para consumo propio. Unos pocos aldeanos, como Pascasio, que es un resinero ya jubilado, venden sus productos en el pueblo como fuente suplementaria de ingresos. Desde la llegada del agua corriente a todos los hogares, varios de los vecinos decidieron regar los huertos de los corrales con agua de los grifos de sus lavabos. Conozco algún caso de quien se había «enganchado» a la tubería de suministro de agua, antes de que llegara a su casa, para cultivar gratis un huerto muy próspero en el corral. Pero estos casos no pueden ser tomados en serio como auténtica «agricultura».

Nuevos cultivos La mayoría de los agricultores utilizan semillas híbridas, de las que son mejoradas por manipulación genética, para sus trigos y cebadas, así como para las verduras y melones. Pero, en buena medida, los nuevos cultivos vienen siendo de remolacha azucarera y tabaco. La caña de azúcar crece en algunas zonas del sur de España y nunca ha suministrado suficiente azúcar para cubrir la demanda nacional. Las importaciones de azúcar de Cuba desaparecieron cuando el país comenzó a exportar casi la totalidad de su cosecha a la URSS. En parte para cumplir con las necesidades del país, y en parte para dar al agricultor castellano una base de cultivos más diversificada, la remolacha azucarera fue incorporada hacia 1955 en el área. La ventaja de este cultivo reside en su comercialización ya bien establecida y su precio relativamente bajo. Era, además, simple de mantener y requería un equipamiento mínimo, puesto que las refinerías de azúcar suministraban las semillas gratis o a un ínfimo coste.

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La mayor parte de los agricultores que se sumaron a la siembra del nuevo cultivo lo plantaron en parcelas cercanas a las riberas bajas del río, principalmente cerca de Río Chico. Ya he mencionado el primer intento de regadío de las altiplanicies para la producción de remolacha azucarera por parte de una cooperativa de cinco agricultores; un intento —hay que decir— que impresionó favorablemente a otras familias. De acuerdo con lo declarado por la mayor parte de mis informantes, la remolacha azucarera fue rápidamente asumida por los agricultores de la comarca. Y había un par de buenas razones para ello: la primera, que muchos hombres habían trabajado ya en Francia en las áreas dedicadas a su cultivo y estaban muy familiarizados con él; la segunda, que se trataba de un cultivo rentable y proporcionaba una estimable fuente de ingresos durante los meses de invierno, cuando era recogida. A diferencia de las explotaciones francesas, mucho más tecnificadas, hay todavía una escasa mecanización en la producción de remolacha en España. Su sembrado, limpieza y cosechado son tareas que aún se hacen manualmente en su totalidad. El segundo nuevo cultivo que alcanzó cierta implantación en la comarca fue el del tabaco; la llamada variedad «negra», en concreto, que es la más utilizada en los cigarrillos españoles. Si bien el tabaco requiere más cuidados que la remolacha, la rentabilidad económica resulta mucho mayor y, a diferencia de lo que sucede en los Estados Unidos, no existe aquí una limitación de terrenos ni restricciones para su producción. Algunos vecinos del pueblo fueron invitados por agentes de la Extensión Agrícola a visitar, en Talavera de la Reina (Toledo), una granja donde la administración gubernamental experimenta con estos nuevos cultivos. Y allí vieron ellos crecer el tabaco, interesándose por él. Las semillas del mismo eran facilitadas —pues— por el propio gobierno, y varios agricultores las plantaron, consiguiendo el primer año una magnífica cosecha. Se construyeron, entonces, siete secaderos de tabaco en El Pinar; eran construcciones hechas de ladrillo y bastante amplias, para permitir así que el aire libre corriera y pudieran curarse las hojas. El segundo año, la cosecha fue atacada por la plaga del Mosaico Azul2 que destruyó la mayor parte de las plantas. No se encontró un remedio para la enfermedad y, con la excepción de unas pocas parcelas, el tabaco no volvió a cultivarse en la comarca. Los secaderos fueron reconvertidos para otras actividades: algunos se utilizaron como establos para el ganado, otros como almacenes, y solo unos pocos permanecieron vacíos y en desuso.

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La que el autor llama plaga del mosaico azul no se sabe si hace referencia a la plaga del moho azul o la del mosaico del tabaco (N. de T.).

Aunque el cultivo fracasó, no se llegaría a apagar por eso el entusiasmo de los agricultores. El fallo se debía —según ellos— a causas naturales, comprensibles por todos los vecinos, y el sentimiento general era que volverían de buen grado a cultivar tabaco si se encontraba una cura para la plaga del Mosaico Azul.

Agricultura mecanizada A pesar de su supuesto tradicionalismo, el campesino castellano tiene en alta estima la maquinaria agrícola sofisticada, e igual de alto es su deseo de poseerla. Aunque cada vez se utiliza más maquinaria en España, la cantidad de siembras, recogidas, transportes, y las operaciones de procesado son realizadas a mano o con ayuda animal, ya que el alto coste de la misma hace que tanto su compra como su arrendamiento resulten prohibitivos para la mayoría de los agricultores. La sencilla cosechadora tirada por una mula que utilizaban Florián y otros muchos vecinos, le costó a él 15 000 pesetas en 1962 —una suma nada despreciable para alguien cuyos ingresos anuales apenas se acercaban a las 60 000—. Cuando Florián vio por primera vez una de las máquinas no entendió en qué consistía, pero una vez que comprobó las ventajas que podría traerle, tiró para adelante e hizo la compra. La ventaja era bastante simple: no tendría que recoger el grano a mano con una hoz y podría cosechar todos sus campos en una cuarta parte del tiempo que antes necesitaba. La limpiadora de grano por manivela utilizada para separar el grano de la paja ha sido también ampliamente adoptada, ya que la incorporaron a sus tareas cerca de un tercio de los agricultores: y lo hicieron porque, utilizando un pequeño motor de gasolina de un cilindro para girar la manivela, podían ahorrarse un trabajo manual francamente pesado. Todos los tipos imaginables de pequeños motores se emplean para una amplia gama de actividades, y especialmente para el bombeo del agua de regadío en las zonas de la vega del río. La maquina más deseada es sin duda el tractor, pero solo hay cinco tractores en propiedad en El Pinar. Además de su utilidad para arrastrar los carros más pesados, los tractores pueden ser empleados para multitud de tareas, como tirar de los arados, rastrillar, revolver o limpiar la tierra, y también como generador de potencia eléctrica estacionaria para efectuar el bombeo de agua. Sin embargo, es raro el agricultor que puede permitirse gastar 225 000 pesetas por uno de los tractores más baratos, y las ayudas del gobierno para adquirirlos solo se conceden a grupos organizados o cooperativas, y nunca a particulares. Otro factor que juega en contra de

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Figura 16. Arados: 1. Arado básico romano. 2. Arado de vertedera fijo. 3. Arado de vertedera giratorio

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Figura 17.1. Trilladora.

Figura 17.2. Cosechadora sencilla, ampliamente utilizada ahora en la comarca.

Figura 17.3. Cosechadora moderna.

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Figura 18. Exhibición y demostración de la moderna maquinaria agrícola patrocinada por los agentes de la Promoción Profesional Obrera. Agosto 1967.

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tan costosa inversión es que pocos agricultores disponen de tierra suficiente como para que el tractor les resulte económicamente rentable. Algunos de los propietarios arriendan sus tractores cuando terminan sus propias actividades agrícolas, pero —de nuevo— los altos costes del alquiler pueden desanimar a un agricultor que esté interesado en hacerlo. En Leyes hay varias cosechadoras en uso; son propiedad de las cooperativas de producción agrícola pero pueden alquilarse a quienes no sean miembros de las mismas sobre la base de una cantidad estipulada que ha de pagarse por hectárea. Aunque los tractores y cosechadoras son innegablemente más eficaces que el trabajo manual, solo resultan eficaces cuando se cultivan grandes extensiones de terreno. Mientras sigan existiendo las condiciones de minifundio en la zona, la compra de la maquinaria no será provechosa para los agricultores, que trabajan normalmente superficies entre siete y diez hectáreas. Hay otras muestras de modernización de la maquinaria agrícola, que han hecho a aquella más evidente en la zona desde 1960. La tradicional carreta de grandes ruedas con llantas de hierro está siendo remplazada paulatinamente por la de cuatro ruedas neumáticas, que puede ser tirada tanto por mulas como por tractores. Y aunque muchos vecinos aún utilizan el carro de dos ruedas —pues buena parte todavía lo hacen—, las ruedas son ahora de automóvil, montadas sobre un eje de coche en lugar de las ruedas de madera cubiertas con hierro del pasado. Una de las características más destacables de la agricultura en El Pinar es la constante combinación de técnicas que sirven para representar tanto «lo viejo» como «lo nuevo». Mi ejemplo favorito es el uso del tractor para tirar de la rastra de trillar en la era, una visión que dejó de parecer rara ya en 1967. El trillo apenas ha cambiado, en su diseño y construcción, desde que fuera introducido en España por los romanos; y el tractor es, por supuesto, una invención bastante moderna. No obstante, ahí están ambos enganchados y, al margen de lo incongruente de la visión, alcanzando juntos un alto nivel de eficacia en el trabajo de la trilla.

Ganado El ganado que se encuentra en El Pinar puede ser clasificado en dos categorías básicas: animales de tiro y animales para la alimentación. El principal animal de tiro utilizado en toda la comarca es la mula. Hubo un tiempo en que los bueyes constituyeron la fuerza de tiro más común y —ciertamente— en 1949 los bueyes aún superaban en número a las mulas del pueblo.

Hoy, solamente un vecino sigue empleando un par de bueyes. En los pueblos más pobres, como El Manzanal, se veían con más frecuencia. Y, de hecho, podemos valernos de la relativa presencia de los bueyes respecto a las mulas a modo de indicador general de la prosperidad de los pueblos castellanos dedicados a la agricultura. Ello no podría extrapolarse a las regiones madereras de la sierra, donde un importante número de bueyes se emplea todavía para transportar la madera arriba y abajo por pendientes muy empinadas. Algunos burros también se utilizan aún, pero su número parece estar en descenso. El Pinar nunca ha tenido caballos; durante mi estancia vi un único caballo que pertenecía a un vecino —una triste y huesuda criatura propiedad del herrero—. Un guarda forestal en Villa Román también posee una cabalgadura que utiliza para sus tareas de patrulla, pero las bicicletas y motos han reemplazado abrumadoramente a los pocos caballos que antaño pudo haber por aquí. No existen censos recientes de los animales de tiro en el pueblo, si se exceptúa la encuesta llevada a cabo en 1963 por FOESSA, la cual pude consultar. En ese año había 10 caballos, 160 mulas, y 123 burros. No se citan cifras de bueyes pero parece que aún quedarían unos 8. Las ovejas, una vez fuente de riqueza para Castilla, habían disminuido de tal manera que en El Pinar resultaban prácticamente insignificantes. La cifra dada por FOESSA para 1963 era de 1000 ovejas, pero en 1966 solo había ya cuatro rebaños, que hacían un total de 250 cabezas. Esto estaba muy lejos de la situación en que se encontraba el ganado ovino durante el siglo XVIII en Segovia, tal como fue consignado por Trusler. Este señalaba en 1797 la presencia de amplios rebaños de ovejas en la zona que llegaron a alcanzar las 60 000 cabezas, siendo estas agrupadas y conducidas a través de enormes edificios donde se las trasquilaba para la obtención de lana (Trusler, 1797). Las ovejas que ahora existen son también trasquiladas, y se sigue vendiendo algo de su lana, pero se las cría fundamentalmente para la obtención de carne de cordero, que ha devenido en un elemento básico para la dieta de la gente de El Pinar. Los cerdos tuvieron una destacable importancia durante siglos en esta parte de España y casi cada familia todavía mantiene uno o dos cochinos en su corral. Cuando el cerdo es sacrificado, provee la carne para el popular chorizo (una especie de salchicha), siempre presente en la mesa de la familia. Los jamones de la variedad serrano, curados con sal, también son un alimento muy común. Puesto que el cerdo —como suele decirse por aquí— «no tiene desperdicio», constituye uno de los animales más consumidos —en todos sus derivados— por los vecinos. En 1963 FOESSA contaba hasta 650 cerdos en El Pinar, perteneciendo la mayoría de

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ellos a la variedad del cochino doméstico o de corral. La cría comercial de ganado porcino solo comenzó a tener cierto peso en El Pinar hacia mediados de los años 60 y se puede decir que tales explotaciones tenían más que ver con la industria que con la ganadería o la actividad normal de los granjeros. De hecho, muchos de los administradores de las fábricas de resina habrían establecido piaras con fines comerciales y no de autoconsumo como parte de una especie de programa propio de diversificación de ingresos, dado que los precios de la resina estaban ya empezando a caer. Una de las refinerías, incluso, fue convertida en explotación porcina y hay otra que habría empezado a desarrollar este negocio a gran escala desde 1967. La mayoría de estos cochinos eran vendidos a las industrias charcuteras de Segovia. Y —precisamente— uno de los edificios más impresionantes de la capital es una nueva planta envasadora de carne regentada por una familia de Cantimpalos, pueblo muy conocido por su famoso chorizo. La clase de cochinos más corriente en El Pinar parece ser el producto de cruces entre distintas razas. No obstante, algunos grandes ejemplares blancos y Landrace habrían sido importados a España para que de este modo se mejorara constantemente el tipo de porcino a través de la selección genética, así como mediante un sistema de alimentación del ganado mucho más equilibrado. Los conejos fueron en el pasado animales muy comunes en el corral, pero fueron diezmados atrozmente por una epidemia a finales de los cincuenta, y poca gente se toma la molestia de criarlos ahora. En los viejos tiempos, cuando la carne era escasa, el conejo constituía la base de carne fundamental para el cocido (o guiso proverbial) de la familia. Incluso las silvestres liebres habían disminuido notablemente; y ello se debería en parte a la enfermedad, pero también a la caza y a la limpieza del sotobosque —tan frecuente antaño en los bosques de pinos. La presencia de las gallinas, al igual que la de los cerdos, era muy común en cada corral; casi toda familia tiene todavía algunas gallinas que le surten de huevos o le sirven de carne suplementaria. Sin embargo, como sucede con el ganado porcino, la cría de pollos se ha convertido en una pujante industria. La encuesta de FOESSA de 1963 citaba 6400 pollos en El Pinar; hoy, esa cifra se ha —por lo menos— triplicado. Y, de nuevo, resultan ser los industriales más que los granjeros quienes han desarrollado la cría de pollos y su comercialización de manera intensiva y a gran escala. Algunas de las naves avícolas están localizadas en el pueblo, y otras en los viejos edificios de las refinerías. Hay también un mínimo de dos importantes granjas dedicadas a la producción de huevos. Como en el caso anterior, la cría de pollos y la producción de huevos

se comercializan principalmente mediante empresas de Segovia, aunque se realizan —sin duda— algunas ventas locales. Hay un rebaño de vacas lecheras propiedad del dueño del bar, que se mantienen pastando cerca de las riberas de Río Grande. La mayoría de ellas son Holstein de dudoso pedigrí, y algunas Jersey y Brown Swiss. El rebaño pasa exámenes veterinarios periódicos para el control de la tuberculosis y la brucelosis, pero la leche se vende cruda y sin pasteurizar. La leche se utiliza más bien poco en el pueblo, excepto para los niños, la gente enferma y para mezclar con el café. Sin embargo, la mayor parte de las esposas hierven la leche antes de que se consuma, por si acaso. El ordeño se hace manualmente y las ubres de las vacas tienen que ser limpiadas antes de que comience la operación. Y, si bien —en general— se hace un esfuerzo estimable para mantener las condiciones mínimas de higiene, no se dispone ni del equipo ni del personal especializado para llevar a cabo una adecuada manipulación y procesamiento de la leche. Afortunadamente, la fiebre mediterránea o brucelosis, que es transmitida por los productos lácteos en el Levante y las costas andaluzas, está ausente en la zona de El Pinar; es igualmente una suerte que la leche pasteurizada embotellada está disponible para la venta en dos de las tiendas del pueblo, siendo enviada diariamente desde la cooperativa láctea de Segovia. Existe —además— una empresa que se dedica al ganado vacuno a gran escala; comenzó en 1964, utilizando un secadero de tabaco reconvertido en establo. El ganado vacuno es toda una novedad en El Pinar, aunque muchos granjeros han tenido tradicionalmente una o dos cabezas de ganado para la venta a carniceros locales. El gobierno nacional está tratando de introducir la cría de ganado masiva en el área y ha obtenido algún éxito con las cooperativas de ganado en pueblos del este, pero se ha topado con una cierta resistencia en El Pinar. Siempre que el ganado pueda ser dejado pastando en el exterior todo va bien, pero hay relativamente poco terreno destinado a pastizales comunes en El Pinar. Y el ganado vacuno se mantiene —pues— normalmente en el establo con comederos, mientras se le suministra comida preparada (o pienso) en lugar de permitírsele pastar.

El Servicio de Extensión Agraria El organismo que ostenta la mayor responsabilidad en la mejora y desarrollo de toda la agricultura española es el Servicio de Extensión Agraria —un equivalente español al American Cooperative Extension Service (Servicio Americano de Extensión Cooperativa)—. El SEA consiste en una réplica o calco directo del organismo norteamericano y fue establecido

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en España como cosa nueva en el año de 1956. En agosto de 1966 había ya 296 oficinas en funcionamiento y se esperaba que llegaran a 500 a finales de 1967. Estas oficinas o agencias se encuentran ubicadas en las comarcas naturales, que suelen comprender entre 10 y 20 pueblos cada una. En la zona de El Pinar hay cuatro oficinas, a saber: Villa Román, Los Encierros, Carbonero y Santa María. La agencia de Villa Román, que atiende a 14 pueblos, incluido El Pinar, tiene dos empleados; las oficinas en Santa María y Carbonero disponen de más agentes, pero ello se explica porque son estas unas zonas mucho más dependientes de la agricultura que El Pinar, ya que no están en el ámbito del cinturón forestal de pinos y no cuentan con industria resinera. La oficina de Villa Román, en concreto, es la número 190 del SEA en España y fue abierta en 1963. El servicio es administrado directamente a través de la Dirección General de Capacitación Agraria y el director del Servicio de Extensión Agraria, ambos pertenecientes al Ministerio de Agricultura y con sus respectivas sedes en Madrid. A diferencia del sistema norteamericano, no hay relación con las universidades, aunque existen contactos, tanto formales como informales, entre las facultades técnicas o de ingeniería agrícola y los altos funcionarios del SEA. La Delegación Regional actúa como órgano coordinador para áreas de tres o cuatro provincias. Y, en este caso, la Delegación Regional en la que está ubicado El Pinar se halla en Castromonte (Valladolid), donde funciona también la Escuela de Capacitación «San Rafael de la Santa Espina», como escuela regional de formación para empleados y agricultores. Las Agencias de Zona supervisan programas que abarcan una o dos provincias, aunque esto varía en función de las características de la zona y la extensión o tipo de la agricultura practicada. La Agencia de Zona para El Pinar se encuentra ubicada en Medina del Campo (Valladolid). La unidad básica es la Agencia Comarcal u oficina local del SEA. Aunque sigue las políticas nacionales y regionales, ella posee —en realidad— una gran autonomía de funcionamiento. La oficina de Villa Román cuenta con dos habitaciones en el Ayuntamiento; su personal incluye dos agentes comarcales de igual rango, aunque uno se halla nominalmente a cargo de la misma como administrador. Una secretaria mecanógrafa a tiempo completo se ocupa de la burocracia de la oficina. La agencia también tiene una camioneta Citroën 2CV para uso oficial, aunque los agentes a veces utilizan sus propios coches. Siendo una agencia nacional, el personal del SEA recibe sus salarios y presupuestos de Madrid, y no tiene ninguna conexión formal con los gobiernos locales o provinciales, aunque ninguna agencia puede sobrevivir y funcionar sin

una saneada red de relaciones informales entre los funcionarios locales o provinciales y sus líderes. La misión del SEA consiste en proporcionar ayuda técnica en todas las ramas de la agricultura (excluyendo la silvicultura). Su lema es «aprender haciendo». Para convertirse en agente, una persona debe ser primero una de las siguientes cosas: a) Veterinario. b) Perito Agrícola o Perito de Montes, técnicos especialmente formados en agricultura. c) Capataz Agrícola Diplomado, técnicos con algo menos de formación y diploma expedido por el Ministerio de Agricultura. d) Estar en posesión del Bachiller Superior Laboral de Modalidad Agrícola-Ganadera, es decir, un grado secundario en agricultura y/o manejo de ganado. e) Ser un Empresario de Explotación Familiar Protegida, o sea, propietario de una empresa agrícola familiar especialmente subvencionada por el gobierno, lo que normalmente significa que la persona ha adquirido habilidades y conocimientos enfocados a la agricultura. Además de cumplir alguno de los requisitos anteriores, el candidato realiza un concurso-oposición para poder acceder al puesto. Y, en general, la competencia es bastante fuerte. En uno de los exámenes de que tuve noticia, por ejemplo, había 800 candidatos para 40 puestos disponibles. Los finalmente seleccionados asisten entonces a un curso de formación de tres meses en la Estación de Experimentos Agrícolas de Alcalá de Henares (Madrid) y, luego, están dos meses de prácticas en la Agencia Comarcal. Tras finalizar ese periodo de prácticas, el candidato es confirmado como personal apto para el Servicio con el rango básico de Agente Comarcal y enviado a su primera oficina. A los agentes nunca se les manda a su lugar de origen, y —generalmente— tampoco a una agencia que se encuentre a menos de 40 o 50 kilómetros de aquel. Don Manuel —el agente de la oficina de Villa Román— era de un pueblo de la provincia de Guadalajara y don Francisco —el agente a cargo— de otra parte de Segovia. Sin embargo, cuando ello era posible, sí se procuraba que los agentes fueran asignados a su región nativa. Yo pensaba que esto se debía a una intención preconcebida de que el agente estuviese familiarizado con el principal tipo de agricultura de la región, pero don Manuel me lo negó de categóricamente. La razón —según su versión— es que así el agente oriundo conoce mejor el carácter de la gente. Como España tiene una gran variedad de subculturas regionales y sub-regionales, uno no podrá cambiar la agricultura hasta que cambie a los agricultores… y esto no puede ser realizado sin el conocimiento de la idio-

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sincrasia de los pobladores de las distintas regiones. De acuerdo con tal axioma, un castellano habría de ser destinado a Castilla, un gallego a Galicia, un vasco a Vascongadas, etc., siempre —claro está— en la medida que esto sea factible. Los agentes pueden solicitar traslados a otras oficinas y estos serán concedidos si queda allí alguna vacante. Pero, normalmente, el agente habrá de conformarse —más bien— con un destino en el mismo pueblo y comarca casi de por vida. Pues la promoción dentro del Servicio resulta posible hipotéticamente, aunque es difícil en la práctica por la escasez de plazas de supervisores. Los puestos en las oficinas regionales y zonales suelen estar destinados para aquellos con una formación específica en ingeniería, pero rara vez para los agentes comarcales. El agente comarcal recibe formación general en agricultura. Y, una vez asignado a una determinada oficina, se espera de él que se especialice en los cultivos específicos de la zona. Un agente asignado al área de La Rioja, por ejemplo, debe aprender todo lo que pueda sobre uvas, ya que se trata de una región de producción vitivinícola; un agente con destino en El Pinar ha de familiarizarse con los cultivos de trigo, cebada y remolacha azucarera, que son aquí los cultivos principales. De cuando en cuando, los agentes pueden asistir a cursillos en una de las escuelas de formación del Servicio, pero habitualmente aprenden leyendo, por observación directa, y por su propia experiencia. El agente del SEA es normalmente una de las personas más respetadas del pueblo; su profesión le otorga el estatus y tratamiento de don, pero no puede actuar con demasiada arrogancia ya que sus clientes son simples agricultores y debe ser capaz de comunicarse de la manera más eficaz con ellos. Don Manuel resultaba ser un agente bastante típico entre los que yo me encontré —era una de esas raras personas con las que uno no se podía enfadar nunca—. Su superior nominal en la oficina, don Francisco, parecía algo más reservado —con maneras como de maestro de escuela— pero también tenía una comunicación muy directa con los agricultores. Además de trabajar en contacto permanente con ellos, los agentes tenían que tratar con las estructuras de poder locales de cada pueblo en su comarca, conocer de cabo a rabo la circunstancia política concreta, y ser capaces de conversar con los industriales, burócratas, comerciantes, maestros, sacerdotes, y la policía local. Nunca me encontré un agente que no fuera consciente de que las buenas relaciones humanas constituían su herramienta y arma más importantes, y que —en cuestión de importancia relativa— la gente venía antes que las plantas. Mi opinión es que estos agentes no solamente «representaban un papel», sino que lo suyo era vocacional y se hallaban genuinamente preocupados por sus clientes y sus

pueblos. Los agricultores también parecían reconocer esto; tras un curso corto en San Juan, obsequiaron a don Manuel y a don Francisco con una pieza de cordero joven como muestra de agradecimiento. Cuando los rudos granjeros de un humilde pueblo de adobe hacen cosas como estas, hay que tomarlo como un indicador seguro de la efectividad de los agentes del SEA en su cometido. Los agentes utilizan diferentes métodos para hacer llegar todos sus mensajes. Uno de los más comunes es el de impartir un curso breve sobre un tema específico de interés local. Generalmente estos cursos se realizan durante los meses de invierno y alguna vez en las tardes de verano —el tiempo para darlo depende de cuándo pueden estar presentes más agricultores—. Los cursos abarcaban desde técnicas de regadío, nutrición animal, conservación de suelos y demás, hasta aspectos más orientados a la teoría, como el mantenimiento de los registros de la granja o la gestión del negocio. En la mayoría de los casos, el énfasis se coloca en la aplicación práctica más que en la teoría abstracta. A menudo los agentes dan charlas con diapositivas o muestran películas sobre temas agrícolas a grupos de vecinos. La asistencia es normalmente muy buena, aunque en algunos pueblos —y entre ellos El Pinar— a veces solo diez vecinos acudían. El SEA no tiene parcelas de demostración en la comarca, aunque tienen sus granjas de demostración en Vallemonte, Alcalá de Henares, Talavera de la Reina y otras localizaciones en toda España. Si un agricultor o grupo de agricultores está suficientemente interesado en un nuevo cultivo o técnica, los agentes pueden concertar su visita a una de sus granjas modelo. Así fue como se introdujo el tabaco primeramente en la comarca; un agricultor local que atravesaba Talavera de la Reina vio el cultivo, hizo algunas preguntas, y luego se dirigió a los agentes locales del SEA para obtener más información y ayuda. A la hora de incorporar una nueva técnica, los agentes se servirán de demostraciones prácticas en la tierra prestada por algún agricultor local. Los agentes aportan las semillas, las herramientas, el fertilizante y el resto de equipamiento específico bien tomado de su Servicio o de otros organismos gubernamentales, pero el agricultor debe utilizar su propio terreno y realizar él mismo todo el trabajo. Si un vecino desea probar una nueva semilla o requiere algún equipamiento especial, los agentes actuarán como sus intermediarios con el resto de organismos. En un día normal de trabajo don Manuel y don Francisco harán varias visitas a las granjas, algunas veces invitados y otras —simplemente— a modo de visita informal. Los agricultores a menudo telefonean o escriben a la oficina pidiendo

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consejo, o van personalmente a la oficina a preguntar lo que sea, cuando ello les es posible. La jornada media profesional comienza para uno de estos agentes con la salida del sol y puede no terminar hasta bien entrada la noche, trabajan seis días a la semana, y —a veces— también los domingos. Además de concertar estas visitas y organizar cursos, los agentes del SEA también publican diversos trabajos orientados expresamente a los agricultores y se los suministran de manera gratuita. El propósito fundamental de estos agentes es conseguir que los agricultores descubran por sí mismos el valor de una nueva técnica, y la única manera de lograr esto es mediante el ejemplo. Si un granjero descubre que una nueva semilla o fertilizante le da mejores resultados —bien porque produzca mayores beneficios para su cosecha, o bien porque suponga ahorrarse trabajo él mismo— puede muy bien adoptarlos. Uno de los proyectos de demostración en que más se insistió durante 1966 y 1967, por toda la comarca, fue el uso del almacenamiento de ensilaje de trinchera y la utilización de un nuevo tipo de fumigación para las zonas de almacenaje de grano. Todos los agentes del SEA estaban al tanto del programa norteamericano del Club 4-H, y en muchas comarcas se había intentado implantar un programa similar para la juventud de los pueblos. El ensayo pionero en la comarca tuvo lugar en la localidad de San Juan. Allí, los más jóvenes —de ambos sexos— se han planteado proyectos que tendrán que realizar al margen de la tutela de sus padres. Reuniones, excursiones, ceremonias de premios, etc., todas estas actividades forman parte del programa, sin faltar en él una vertiente de intercambio internacional también. Así, en 1967, un joven procedente de una granja de Missouri residió durante un mes en el seno de una familia de agricultores cerca de Peñafiel, en la provincia de Valladolid. Ningún joven segoviano ha ido aún a los Estados Unidos, pero algunos mozos no pierden la esperanza de realizar en el futuro ese viaje. Sin embargo, el valor principal del programa radica en su afán de enseñar a los jóvenes del medio rural cómo convertirse en mejores granjeros y mejores ciudadanos. Durante mi estancia en España estaban siendo formadas algunas Agentes de Demostración de Hogar. Este programa, que funciona bajo la supervisión del SEA, comenzó en España aproximadamente en 1965, y unas pocas graduadas del mismo se encuentran ahora en el campo. Esencialmente, las chicas son reclutadas en las Escuelas Normales, a partir de las recomendaciones de los maestros de escuela, o entre las muchachas que mayor nivel de instrucción han obtenido en comunidades rurales. Pasan por un periodo de formación en uno de los centros del SEA, han de atravesar luego por un aprendizaje o práctica de campo y —entonces— llegan a ser

Agentes Comarcales de Economía Doméstica. Como agentes de Demostración de Hogar de pleno derecho, son asignadas a una oficina de la SEA. No tuve la oportunidad de ver a muchas de estas chicas en acción, pero sí que entrevisté a una agente cuyo lugar de origen era Villa Román. De la descripción que hacía de sus actividades en la provincia de Toledo, y por los comentarios favorables de otros agentes masculinos del SEA al respecto, podría concluirse que estas muchachas están haciendo un buen trabajo en la mejora de las habilidades de las amas de casa, ayudándoles a mejorar la higiene doméstica y proporcionándoles —en general— muy parecidos servicios a lo que provee en USA su contraparte o modelo del que es réplica, la American Home Demonstration. Las reacciones de los agricultores al SEA en su conjunto han sido generalmente favorables, pero las actitudes varían de pueblo en pueblo, incluso dentro de una misma comarca. Los agentes en Villa Román señalan que han conseguido mejores resultados en los pueblos más pobres, del extremo occidental de la comarca, los que obtienen pocos o ningún ingreso de los pinos. Los agricultores de El Pinar son vistos desde fuera como más o menos mediocres; pero dado que la mayoría de ellos llegan a ser relativamente prósperos, tienden más bien a ignorar al Servicio —aunque algunos de los granjeros más progresistas hayan convertido en un hábito el mantenerse al corriente de las últimas innovaciones agrícolas—. Las entrevistas con los agricultores de El Pinar mostraron que —en realidad— una buena parte conocía poco sobre el SEA más allá del hecho de que sus agentes daban cursos cortos y —ocasionalmente— ayudaban a los granjeros a conseguir créditos del banco para su equipamiento. Una de mis intenciones originales era distinguir entre los buenos granjeros y los que no lo eran tanto, pero me encontré con que esta empresa resultaba prácticamente imposible por la falta de un conjunto claro de estándares según los cuáles pudiera medir las diferencias. Don Manuel especificó su propia filosofía al respecto, que creo que merece ser repetida aquí. Un buen granjero puede ser juzgado por la totalidad de sus operaciones —el rendimiento del cultivo, el uso y cuidado de la tierra, los beneficios, las habilidades comerciales y los procedimientos de mantenimiento de la misma, por citar solo algunas variables. Ya que cada uno vende su trigo al Servicio Nacional del Trigo al mismo precio —6,60 pesetas el kilo en 1966— un individuo puede obtener más provecho simplemente mediante la propiedad o arriendo de más tierras. Para don Manuel, el buen granjero utiliza tanto sus manos como su cabeza, y el mediocre nada más utiliza sus manos. El buen agricultor ha de pensar en su trabajo y planificarlo por adelantado, manteniéndose tan informado y al día de las nove-

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dades como sus condiciones financieras se lo permitan; el granjero pobre solo vive de cosecha en cosecha. El orgullo sobre su trabajo constituye en este sentido un aspecto determinante y crucial de la cualidad y elevadas miras de un agricultor. Así, mientras quienes se ocupan de planificar el medio rural desde sus despachos suelen considerar variables cuantificables económicamente, los agentes del SEA tienen en cuenta también los elementos intangibles de un estilo de vida a la hora de emitir sus juicios. No estoy personalmente en posición de evaluar la efectividad del SEA, pero sí creo que lo que ha logrado en su breve periodo de existencia resulta verdaderamente impresionante. Cuando uno habla con estos hombres diariamente, como fue mi caso, y comprueba el celo casi misionero que ponen en su trabajo, te inclinas a pensar que hay —de hecho— esperanza para el agricultor español, a pesar de que haya sido tenido por un caso bastante perdido desde hace muchos siglos. Como señaló don Manuel, ahora es posible subir el nivel de vida de un pueblo de forma significativa en diez años, allí donde antes el mismo tipo de cambio hubiera llevado al menos cien.

La PPO y la agricultura En el capítulo dedicado a los pinos y la industria resinera, ya me ocupé del trabajo de los «monitores» de la agencia de Promoción Profesional Obrera del Ministerio de Trabajo. Aunque su cometido no estaba primariamente orientado hacia la agricultura, tales empleados juegan —a mi parecer— un papel fundamental en la mejora de la tecnología agrícola. Durante el verano de 1967, los equipos de la PPO impartieron por las tardes un curso sobre el manejo y mantenimiento del tractor en El Pinar. Cursos similares a este se dieron también por toda la comarca. Y —además— en algunos pueblos se ofrecían igualmente cursos de fontanería, electricidad y albañilería. Dado que el granjero español debe arreglar a menudo sus propias instalaciones, estas habilidades estaban al menos parcialmente relacionadas con la agricultura. Indudablemente otros cursos, como el centrado en la conducción y cuidado de tractores, se hallaba mucho más directamente relacionado con ella, y fue —por eso— de los más apreciados por los agricultores. Debe señalarse que los agentes de la PPO comparten muchas de las características de los agentes del SEA —son habitualmente jóvenes, están altamente cualificados, valoran las relaciones humanas por encima del dominio técnico, y han de tener un celo casi misionero por lo vocacional de su trabajo—. Pero también saben ser bastante realistas.

Cuando los equipos de la PPO se trasladan a una zona por un determinado periodo de tiempo, se encuentran inevitablemente en contacto con los agentes del SEA que sirven en ese mismo pueblo. Probablemente exista algún organismo formal de comunicación entre ambos a niveles más altos, bien a través de comités oficialmente establecidos, bien a través de otros creados ad hoc para algún problema particular. Pero el caso es que —en el campo— los agentes se ayudan entre sí con toda libertad cuando es posible. No hay disputas jurisdiccionales, cada organismo tiene su trabajo y su propio presupuesto, además de un equipamiento específico. Si un agente del SEA necesita un tractor y el agente de la PPO dispone de uno sin utilizar en ese momento, siempre se puede llegar a acuerdos y los costes de gasolina encontrarán su camino para ser sufragados sin salirse de la legalidad, adjudicándose al presupuesto de alguno de ellos. En resumen, parece haber una hermandad entre los «agentes del cambio» y un espíritu común entre todos aquellos que están trabajando en el mismo campo, de un modo que resulta bastante refrescante; sobre todo, si se tiene en cuenta que unos y otros se mueven entre las complejidades laberínticas y los incómodos legalismos que cualquiera tiende a encontrarse en las más altas instancias administrativas, allí donde uno trata con «cargos» en lugar de «gente».

Modernización: un comentario Como se puede apreciar a la vista del material precedente, los modelos tradicionales de agricultura se hallan sufriendo claras transformaciones. La situación actual representa una suerte de mezcla entre las viejas tecnologías o prácticas tradicionales y las nuevas. El segundo Plan de Desarrollo —que comienza en 1972— hará hincapié en la reforma agraria y la modernización, aunque sus resultados están aún por ver. A su confusa manera, El Pinar es un típico pueblo de la Meseta Central en lo que a agricultura se refiere. Otros pueblos son más modernos en tecnología agrícola, y muchos de ellos bastante más tradicionales. Con todo, en cada pueblo que visité en cada región de España, los cambios más apreciables se estaban produciendo en la agricultura. Este capítulo ha tratado de los aspectos tecnológicos de los cultivos y las técnicas agrícolas. El capítulo siguiente se ocupará de los problemas que presentan las reformas agrarias ante el sistema de minifundio, así como del éxodo de la población rural agrícola que no puede esperar a que los cambios tengan lugar, y quiere una vida mejor ahora.

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CAPÍTULO VI CONCENTRACIÓN PARCELARIA, DESARROLLO RURAL Y EMIGRACIÓN AL EXTERIOR

S

fuera posible convertir cada palabra escrita sobre los problemas de la agricultura española en un penique por unidad, la España rural tendría suficiente dinero para transformarse en el Jardín del Edén, y todavía sobraría lo suficiente para que cada agricultor tuviese un mes pagado de vacaciones en el más lujoso hotel del Mediterráneo. Las palabras son baratas en cierto modo, de manera que la historia de los problemas de la España agrícola está abundantemente documentada. Lo que había faltado —hasta tiempos relativamente recientes— era un esfuerzo serio y sostenido para aliviar la pobreza y la miseria tradicionales de los pueblos campesinos. Un breve informe sobre los problemas de la agricultura española puede encontrarse en el Report of the International Bank for Reconstruction and Development and the Food and Agricultural Organization, de las Naciones Unidas, que se publicó en 1966 en España bajo el título Informe del Banco Mundial y de la FAO sobre el desarrollo de la Agricultura en España. El trabajo de Juan Anlló, Estructura y problemas del campo español (1966), es también un excelente resumen de las estadísticas disponibles sobre la cuestión. Los problemas humanos están mejor documentados en la novela de Julio Escobar Se vende el campo (1966) o en casi cualquiera de los escritos del periodista y escritor español Miguel Delibes. La conclusión general de toda esta literatura es una simple verdad que todo agricultor conoce, incluso aquellos que no saben leer: las cosas están mal; aunque —ciertamente— las cosas están mejorando, todavía están mal. Quiero concentrarme en algunos aspectos del problema del re-desarrollo rural en lo que se refiere a la zona de El Pinar. Estos son: (1) la concentración de las propiedades de minifundio,

(2) los intentos de planificación de la Ordenación Rural sobre la base de la comarca, (3) la formación de cooperativas, y (4) el persistente éxodo de la juventud de los pueblos para buscar una vida mejor en las ciudades o en el extranjero.

I

Concentración parcelaria Los modelos de propiedad en la España central son de naturaleza minifundista; es decir, hay una proliferación de pequeñas parcelas de tierra cultivable, a diferencia de lo que sucede en el sistema de latifundio, caracterizado por grandes extensiones de tierra, común a Andalucía y otras zonas del sur español. La parcela media en El Pinar hasta 1963 tenía un tamaño de 0,3 hectáreas —más o menos 0,7 acres—. El granjero medio poseía o rentaba doce o trece de esas parcelas para tener una superficie total de 3,7 hectáreas. La extensión concreta de las propiedades de minifundio en El Pinar hasta la concentración parcelaria puede ser mostrada con los datos que el Servicio de Concentración Parcelaria proporciona para el pueblo. La extensión de la superficie de tierra de El Pinar —excluyendo al pueblo en sí— es de 6173 hectáreas. De esta área, 3976 hectáreas son de bosque de pinos, 160 de pastizales y 22 de prados no utilizados con fines agrícolas. De las restantes 2115 hectáreas disponibles para el cultivo, 1846 son de secano, 30 de regadío y las 239 restantes permanecen sin ser trabajadas, dado que se trata de terrenos estériles o improductivos.

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Joseph Buenaventura Aceves • EL PINAR: FACTORES SOCIALES RELACIONADOS CON EL DESARROLLO RURAL EN UN PUEBLO ESPAÑOL

Figura 19. Parcelas agrícolas.

En relación con la tierra productiva, se determinó —tras la exclusión de ciertas pequeñas parcelas de cultivo que estaban dedicadas a usos no agrícolas (almacenaje, corrales de ganado, etc.)— que 360 agricultores manejaban 4313 parcelas individuales con un total de 1320,4 hectáreas, pero si incluimos la tierra arrendada, cada uno tenía —en realidad— un total de 7,81 hectáreas. De hecho, si consideramos la rotación de los campos en años alternativos, el labrador medio trabaja como mucho algo menos de 4 hectáreas de tierra. Solo 11 agricultores poseían tierras de más de 50 hectáreas; 69 agricultores tenían parcelas de entre 10 y 49,9 hectáreas; 30 poseían terrenos entre 5 y 9,9 hectáreas; y la gran mayoría —133 agricultores— poseían tierras de 4,9 hectáreas o menos. Estas son las llamadas parcelas «sello», características del sistema de propiedad del minifundio. Las cifras exactas que aquí menciono pueden no sumar totales perfectos. Debido a varias razones, el Servicio de Concentración Parcelaria excluía algunas tierras de la posibilidad de ser concentradas; en ciertos casos se hacía la diferenciación entre propietarios y labradores, y en otros no. El objetivo principal —sin embargo— era bastante claro. La característica básica de los modelos de propiedad de la zona de El Pinar es su tamaño minúsculo, con un granjero medio que posee unas pocas hectáreas y arrienda otras pocas más. La mayor parte de la tierra llegaba a pertenecer a los agricultores por herencia, y son las prácticas hereditarias las que ayudan a entender la última causa de tantas pequeñas propiedades. Lo típico en la zona es que un hombre con, digamos, seis hijos, divida sus propiedades en seis partes iguales

y, a su muerte o jubilación, cada hijo reciba una parte igual a los demás. Hombres y mujeres son iguales aquí; la primogenitura no se practica en el área. Así, el agricultor medio posee algo de tierra heredada de su padre o madre, y algo más proveniente de la herencia de su mujer. A menudo es —incluso— capaz de comprar la parte de alguno de sus hermanos y aumentar sus propiedades. La tierra en El Pinar no tiene ninguna «dimensión sagrada» que resulte significante; se compra y se vende —sin más— y, si hay alguna conexión mística entre el agricultor y su tierra, la gente se las ha arreglado hasta ahora para mantener este sentimiento bien guardado. La tierra representa riqueza de alguna manera, pero comprar y vender tierra no parece un suceso extraordinario y ello cada vez resulta más corriente a medida que la gente joven deja la agricultura como ocupación y se traslada fuera del pueblo. No obstante, la mayor parte de los vecinos prefieren arrendar sus tierras a otros en lugar de venderlas, ya que, como se suele decir, «uno nunca sabe lo que puede traer el futuro». El agricultor prototípico de aquí, además de trabajar sus propiedades, arrienda tierra de otros. Una determinada familia del pueblo, por ejemplo, que vive en otra región de España, posee más de 250 hectáreas de tierra que arrienda a varios labradores de una manera más o menos permanente. Y ciertos tipos de renta están protegidos por ley; es decir, el agricultor posee cierta seguridad de que será capaz de arrendar la misma tierra cada año, salvo circunstancias atenuantes legalmente aceptables. El arrendador normalmente paga al propietario una cierta cantidad de dinero, que se basa en un porcentaje de las ganancias brutas esperables de esa tierra, o una suma fija acordada previamente por ambas partes. Lamentablemente, fui incapaz —sin duda no por casualidad— de conseguir ninguna cifra de las sumas reales que se pagaban. En un gran número de casos el labrador trabaja la tierra de familiares no agricultores y comparte con ellos la producción. Este sería el caso —bastante frecuente— del hermano de alguna viuda, que trabajará sus tierras y compartirá con ella algo del producto y los beneficios. El valor de las tierras varía mucho dentro de los límites del pueblo, dependiendo de su fertilidad relativa, el acceso al agua, la distancia al núcleo urbano y otros múltiples factores. El valor medio de la tierra en 1963 era de 11,50 pesetas por hectárea ($184,17) o 1,11 pesetas por metro cuadrado ($0,019). En realidad, cuando la tierra era vendida, venía a salir invariablemente a un precio mucho más alto; las cifras citadas fueron tomadas de los cálculos oficiales del gobierno, no de los precios de venta reales. El Servicio de Concentración Parcelaria ha sido capaz de dividir la tierra en nueve categorías y valorar el precio por

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CONCENTRACIÓN PARCELARIA, DESARROLLO RURAL Y EMIGRACIÓN AL EXTERIOR

hectárea en cada una de ellas; esto constituía un requerimiento de los procedimientos de re-parcelación establecidos por ley. Las tierras de las riberas bajas estaban excluidas, ya que no se hallaban sujetas a concentración; y así, los precios se refieren fundamentalmente a las penillanuras de secano. Y las clases en cuestión se numeran del 1 al 9 por orden de valor, resultando el cuadro siguiente: Tipo de tierra

Valor por hectárea Valor por hectárea en pesetas en dólares

1

20 000

333,33

2

18 500

308,33

3

16 000

266,66

4

13 000

216,66

5

10 000

166,66

6

8 000

153,33

7 (tierras contiguas a los pinares)

2 500

41,66

8 (suelos de arcilla estériles)

500

8,33

9 (tierras de era)

250

3,33

El Servicio de Concentración Parcelaria fue incapaz, sin embargo, de suministrar cifras específicas sobre el número de hectáreas en cada categoría. No obstante, y como ya se ha indicado, incluso la mejor tierra de las categorías más valoradas no deja de ser la típica marga arenosa propia de la zona, más bien considerada como mediocre para el cultivo. La ley que estableció el Servicio de Concentración Parcelaria y sus objetivos y procedimientos comenzó a funcionar en 1962 (BOE, 1962). Aunque la misma obedeciera a la preocupación por el supuesto progreso y bienestar general del país, los procedimientos para llevarla a cabo tuvieron bastante en cuenta los sentimientos locales, reforzando en cierto modo la iniciativa y participación de los habitantes de cada municipio. Resumiendo, la mayoría de los propietarios de tierras del pueblo debían solicitar la consolidación de sus parcelas mediante petición a su gobierno municipal. Cuando aquella era aprobada por el consejo municipal, la petición se enviaba a instancias superiores y finalmente a Madrid y al Ministerio de Agricultura. El Consejo de Ministros —equivalente al American Cabinet, el Consejo americano— aprueba o no, entonces, la solicitud y declara la concentración parcelaria de la zona del pueblo como un asunto de interés nacional. El asunto vuelve —después— directamente al nivel provincial del Servicio. La tierra —en cualquier caso— debe ser inspeccionada y todos los registros y operaciones objeto de corroboración. Parece algo simple, pero el proceso de revisar los registros y re-

solver disputas puede llevar un año o más, dado que muchos labradores poseen tierras sin títulos de propiedad claros, o cuyos títulos se destruyeron durante la Guerra Civil, cuando muchos de los edificios públicos resultaron quemados. Una vez que se han llevado previamente a cabo los trámites legales y se ha terminado la inspección, son planteadas nuevas ordenaciones y una distinta asignación de las tierras. Ninguna persona recibe más terreno del que tenía originariamente, y si un vecino percibiera algo menos, esa parte habrá de ser compensada de acuerdo al valor de la tierra que en principio poseía. Y lo cierto es que, si bien hay un periodo de tiempo para que los propietarios realicen sus alegaciones ante el Servicio, en realidad, fueron relativamente pocas las discordias que surgieron respecto a los modos de asignación. La mayor parte de las quejas se basaban en la creencia de algunos agricultores de que habían obtenido parcelas de inferior calidad, o que las nuevas tierras estaban más lejos del núcleo del pueblo que las que tenían anteriormente. Varias de las quejas se arreglaron rápidamente y —con todo— solo el 4% de los afectados parecía tener algún tipo de reproche contra la nueva ordenación. Algunos de los vecinos intentaron hacer valer sus servicios prestados al régimen durante la guerra civil como justificación para obtener un tratamiento preferente; en cada pueblo se puede encontrar un pequeño número de «veteranos» que han hecho de serlo una «profesión», y algunos de ellos nunca dejan de quejarse cuando reciben tierras que les parecen pobres, mientras —según sus argumentos—otros que no han ido a la guerra (o son tenidos directamente como «rojos») obtienen un mejor trato. Las políticas y las prácticas del Servicio tienden a ignorar estos requerimientos y juzgan todos los casos estrictamente por su mérito, sin prestar atención a alegatos específicos o políticas y trifulcas locales. Como organismo nacional, el Servicio es independiente de los gobiernos municipales o de los caciques, y es capaz de neutralizar —en gran medida— los intentos de esos poderes para influenciar las asignaciones de parcelas hasta un punto sorprendente. Tras la declaración de la zona de tierras de El Pinar como «de interés nacional» y el establecimiento de la comisión local el 28 de marzo de 1963, el Servicio comenzó sus esfuerzos, que terminaron en 1965. Varias de las parcelas fueron excluidas del programa, algunas áreas ribereñas como ya mencioné, y algunas fincas grandes, que excedían las 7 hectáreas y que estaban siendo optimizadas por sus propietarios o iban a serlo en breve. El objetivo del Servicio era tener parcelas con un mínimo de 3 hectáreas cada una, aunque el cultivo de secano realmente efectivo requería terrenos de al menos 30 hectáreas para un máximo beneficio. Tras las exclusiones de las tierras antes citadas, un total de 3.921 parcelas fueron reducidas a

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544, cada una de cerca de 2,16 hectáreas o ligeramente por debajo de la media. En lugar de que cada labrador tuviera 10 u 11 parcelas, ahora tendría 3 o 4. Al principio, casi todos los propietarios y labradores se quejaron de que habían recibido tierras pobres y demasiado lejos del núcleo del pueblo, que todo el programa había sido perjudicial para ellos, etc., pero hacia 1967 todos estaban bastante entusiasmados con los beneficios que la concentración había traído. El sociólogo rural a cargo de la comarca me comentó que —normalmente— tras la culminación del proceso de concentración parcelaria, lleva cerca de tres años que la gente vea los beneficios reales por sí misma y compruebe que no ha sido estafada, engañada o que no se ha abusado —de alguna manera— de su buena fe. El programa de concentración parcelaria estaba en pleno apogeo en la España central durante mi estancia allí y por mis observaciones —así como por otros informes— puedo constatar que sí fue acogido por la gente con un cierto grado de entusiasmo, y que la resistencia inicial al programa ha disminuido hasta ser prácticamente insignificante. Como precaución final contra la división ulterior de las tierras tras la muerte del propietario, la ley dicta severas restricciones que prácticamente garantizan que la parcela será indivisible excepto en casos muy especiales e, incluso entonces, la partición no podrá realizarse sin la aprobación de las autoridades legales competentes. Planificación a nivel comarcal El programa de concentración parcelaria funcionaba en colaboración con otros programas de cambio, especialmente el conocido como Ordenación Rural. Este programa es esencialmente un sistema de planificación que intenta desarrollar una comarca entera —concebida como una unidad social homogénea con características socioeconómicas similares—. El programa de Ordenación Rural en la zona de El Pinar estaba en sus estadios iniciales durante mi estancia allí y —de hecho— en su fase inicial en toda España. En el área de El Pinar hay tres comarcas distintas reconocidas por el programa. Cada una comprende varios pueblos; en la comarca de El Pinar hay un total de 14 pueblos, siendo Villa Román la sede administrativa en funciones, aunque la oficina del programa y sede del sociólogo rural asignado esté en Leyes. Este confuso arreglo resulta difícil de explicar pero sospecho que los manejos de la política local, y especialmente la viveza del alcalde de Villa Román, habrían influido de algún modo en la decisión. El objetivo principal del programa de Ordenación Rural es mejorar el estatus socioeconómico de los pueblos mediante

la planificación efectiva a largo plazo, y la ayuda en la coordinación de actividades de distintos organismos gubernamentales relacionados a todos los niveles. Quizás el mayor problema al que se enfrentaban los planificadores es el de los pueblos muy pequeños —los llamados mini-pueblos característicos de gran parte de la España central. España es un país de pueblos pequeños; menos del 73,5% de sus municipios incorporados tienen poblaciones de 2000 o más personas. Este modelo es más notable en las dos Castillas, León, el interior de Galicia, y partes de Aragón y Extremadura. La superficie citada comprende el 34,3% de la tierra cultivable y el 25% de la población de España, con el 42% de los municipios. Si incluimos todas las entidades de población no incorporadas, como las pequeñas aldeas, cortijos, caseríos y similares, nos encontramos con más de 40 000 entidades de población en esa área. Lo más sorprendente es que, una vez que excluimos las ciudades más importantes, la población restante de ese vasto territorio no supera el 15% del total nacional. Los demógrafos españoles se refieren a este territorio como una metrópolis (Madrid) rodeada por un desierto. La densidad de población del área rural es de 60,45 personas por kilómetro cuadrado —en lugar de la media nacional de 155,92—. Y el territorio en cuestión está también perdiendo población de manera persistente por la emigración a las costas del Cantábrico y el Mediterráneo. Mini-pueblo es un neologismo para los pequeños pueblos agrícolas con recursos insuficientes para proporcionar un nivel adecuado de servicios tales como electricidad, alcantarillado, recogida de basuras, servicios médicos, etc. El minipueblo se encuentra ubicado en el área de minifundio de España y es un pueblo que no alcanza los 2000 habitantes. Esta cifra de 2000 puede parecer algo arbitraria pero suele ser aceptada de manera habitual como la población mínima que un pueblo debe tener para ser económicamente viable. Con todo, hay casos donde pueblos más pequeños son más que viables y productivos, ya que la economía y el tamaño de la población están subordinados al estilo de vida a la hora de determinar la naturaleza del mini-pueblo. Dado que el problema es muy antiguo en España, daría la impresión de que existe una creencia general según la cual toda persona seriamente interesada en ello, reconocería un mini-pueblo en cuanto lo viera. Y encuentro que esta opinión —aunque no muy científica— resulta más o menos válida. El problema del minifundio ha sido generalmente dividido por los planificadores en tres dimensiones importantes, todas relacionadas entre sí: 1. El pequeño tamaño de los pueblos y sus localizaciones cercanas a otras poblaciones significa una costosa du-

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CONCENTRACIÓN PARCELARIA, DESARROLLO RURAL Y EMIGRACIÓN AL EXTERIOR

plicación de servicios como escuelas, personal administrativo, mantenimiento de edificios, etc. 2. Las pequeñas propiedades impiden la mecanización de la agricultura y el uso de prácticas agrícolas más eficientes. 3. El nivel de vida es tan bajo que a menudo es descrito como «infrahumano», lo que viola los ideales de justicia social y dignidad humana apoyados —al menos aparentemente— por el Estado y la Iglesia. Cada intento de planificación presupone una base ideológica en la que se apoya. Entendiendo la ideología —tal y como yo voy a utilizar aquí el término— como una determinada manera de interpretar los fenómenos. Es decir, según Bell y Kristol señalan, como «una preconcepción de la realidad» (1965: 4). Así que una de las principales causas de discordancia entre planificadores y campesinos, será precisamente que cada uno parte de una preconcepción distinta de la realidad ante una situación dada. Quizás la hipótesis en que se basaba todo el Programa de Ordenación Rural consistía en pensar que las bienintencionadas acciones del gobierno son —y pueden ser— directamente responsables del cambio. Esta era ciertamente la presunción del Primer Plan de Desarrollo Económico y Social que estaba en vigor durante mi estancia, y —sin duda— la idea primordial que inspiraba el resto de los programas de cambio. Así, se asume el razonamiento de que la falta de cambio —de cambio favorable, diría yo— se debe a los esfuerzos equivocados de un mal gobierno o a la falta absoluta de esfuerzos en sí. Sin embargo, los sociólogos españoles se apresuraban a aclarar a este respecto: Lo cierto es que, como hemos visto, en España hemos tenido muchos ritmos diferentes de desarrollo a lo largo de similares gobiernos e, incluso, dentro del mismo con análogos ministros y administradores. Por esta razón, no debe resultar sorprendente que algunos se pregunten si el desarrollo no es hasta cierto punto independiente de uno u otro tipo de medidas políticas (FOESSA, 1966: 18).

La aceptación de este último punto de vista niega —como es obvio— el supuesto valor de la planificación y los esfuerzos gubernamentales y, por tanto, no es aceptado oficialmente en ninguna parte. De modo que, cuando se cometen errores o —sencillamente— no se hace nada por mejorar, debe hallarse un «chivo expiatorio». Y en España las «cabezas de turco» más comunes suelen ser los monopolios, la burocracia, los intermediarios o, en las áreas rurales, esos tercos campesinos que no quieren aceptar el progreso aunque se les ofrezca en bandeja de plata. Una de las ideologías más omnipresentes es la que he oído denominar como Mito de Arcadia. El mismo estaría ejemplificado aquí por los intentos del gobierno de industrializar

España, sí, pero sin que los agricultores tengan que abandonar sus tierras en el campo. En paralelo a esta pretensión, se hallaría el propósito de desarrollar operaciones agrícolas mecanizadas a gran escala, que vengan a sustituir al actual sistema familiar agrícola basado en núcleos de producción minúsculos. Sin embargo, tales planes se traducen en una continua despoblación de las áreas rurales y —por ello— van directamente en contra de esa corriente ideológica. Una muestra reciente de estas contradicciones se encuentra en un libro muy publicitado sobre los problemas agrícolas, y que firma Juan Anlló. Por un lado, el autor pone claramente de manifiesto que las zonas de mayor población agrícola y máxima presión demográfica están entre las que menos producen y en donde la mano de obra está peor pagada. Pero, a continuación, propone un frenazo del éxodo rural para mantener al labrador en la tierra, por miedo a algún tipo de «empobrecimiento» generalizado de las zonas de emigración (Anlló, 1966: 99). Los argumentos empleados para sustentar el Mito de Arcadia son muchos y variados, pero la principal razón subyacente —si el término [razón] puede aplicarse aquí— es que los pueblos pequeños, los mini-pueblos, constituyen una suerte de «reserva moral» de la nación, y sus habitantes una especie de Nobles Salvajes viviendo en un entorno idílico, lejos del vicio y la corrupción de la urbe. Y —como gran paradoja— he oído, figurada y literalmente en la misma frase, a algunos planificadores y agentes del cambio con un cierto nivel administrativo referirse a los agricultores como un montón de patanes estúpidos, más testarudos que una mula castellana, que viven en la suciedad y están permanentemente implicados en reyertas familiares, además de no limpiarse casi nunca las orejas. Y es cierto que bastante gente se da cuenta de la inconsistencia de ambos puntos de vista, pero no recuerdo a nadie que se plantee seriamente resolver el conflicto. «Los campesinos son así», me decían, aunque mis observaciones nunca confirmaran nada que se aproximara a tal estereotipo. Hay dos clases de soluciones posibles para el problema del mini-pueblo. La primera es —ni más ni menos— mover la gente a otros lugares tras comprarles la tierra y luego traer las excavadoras. Esto se hizo en ciertas áreas de montaña de la provincia de Soria, donde la tierra fue expropiada por el Patrimonio Forestal del Estado con propósitos de repoblación y conservación forestales. La segunda solución, que parece ser la que el gobierno más favorece, es eliminar los mini-pueblos como unidades políticas y hacer que una parte de ellos se agrupen con algún otro pueblo cercano más grande que, por serlo, resultaría más sostenible u ofrecería mayores perspectivas de desarrollo (también, se trataría de reunificarse en un municipio cuya estructura de poder local goce de sufi-

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ciente «tirón político», un factor que rara vez es comentado actualmente en la bibliografía española al respecto). En la práctica, el gobierno utiliza el segundo acercamiento de modo persuasivo tanto como resulta posible. El primer acercamiento coercitivo mencionado es el último recurso y, de hecho, ha sido utilizado solo una vez en Segovia, cuando un pueblo iba a ser inundado para construir un nuevo embalse y su consabida presa hidroeléctrica. Una vez que la concentración parcelaria es llevada a cabo, o está muy avanzada, la siguiente fase es la de Ordenación Rural, que significa literalmente la estructuración ordenada de un área rural, y es sinónimo aquí del esquema de desarrollo rural ligado a un programa comarcal más amplio. El objetivo es lograr el máximo impulso cooperativo entre los agricultores y sus vecinos. Se intenta que los labradores reagrupen sus parcelas y cooperen en proyectos comunes mediante subvenciones del gobierno para comprar maquinaria agrícola. Los equipos del Ministerio de Trabajo imparten clases de formación técnica en el manejo de esta maquinaria y temas relacionados con ella, mientras los agentes del Servicio de Extensión Agraria de la comarca también suministran simultáneamente documentación, lecturas, y otros tipos de ayuda a los agricultores. A menudo se introducen nuevos cultivos, como el ya citado del tabaco en la comarca de El Pinar que, aunque fue bien aceptado, resultó lamentablemente barrido por la plaga del Mosaico Azul. Dado que el gobierno está empeñado en convertir las planicies segovianas en una zona productora de ganado, se ofrecen incentivos especiales a los ganaderos existentes o futuros. El programa ha tenido bastante éxito si uno lo juzga, como hacen los planificadores, por estadísticas cuantificables. En la comarca del Río Pirón el 50% de la tierra cultivable es propiedad de, y trabajada por, la comunidad. En la zona de Santa María se formaron 51 agrupaciones o cooperativas de agricultores, mientras en la comarca de Villa Román se organizaron 61 grupos de tal clase. El éxito aparente del programa, desde sus inicios en 1954 hasta julio de 1967, llevó a las autoridades provinciales a la conclusión de que el programa debería ser intensificado hasta extenderse por toda la provincia. En la lista de objetivos fijados por el nuevo programa, comprobamos que se decreta —como principal prioridad— la sentencia de muerte para el mini-pueblo. Puesto en terminología oficial: Prestar una decidida atención a los núcleos rurales para optimizar sus dimensiones, de manera que se alcance en ellos el estándar de vida —basado en el confort y los servicios— deseable hoy en día (El Adelantado de Segovia, 15 de julio de 1967, p. 2).

Los pasos en la eliminación de los mini-pueblos son bastante variados y no siguen necesariamente ningún orden es-

pecífico, sino que dependen de las condiciones locales, incluyendo la influencia política de la industria local, los grandes propietarios, y los políticos. Aunque los agricultores pertenecen a la Hermandad —una especie de sindicato y fraternidad al tiempo— los más altos puestos a nivel provincial y nacional están totalmente controlados por el gobierno y el pequeño agricultor tiene, en realidad, muy poco que decir en las decisiones importantes. En las tres comarcas que estudié, uno de los pasos que se estaban dando en este sentido fue la concentración de servicios municipales y escuelas. Varios pueblos «decidieron» compartir un secretario municipal, cuya oficina estaría en uno de los núcleos mayores. En los pueblos más pequeños se cerraron algunas escuelas y una escuela central se estableció en la comarca de Santa María, haciéndose planes para que una concentración similar en Villa Román fuera implementada en 1968. Puesto que la escuela en la España rural no es precisamente un símbolo de identidad de la comunidad, como sucede en los Estados Unidos, la gente no se opuso a estos traslados con demasiado vigor, aunque hubo algún que otro gruñido sobre las distancias que los niños tendrían que recorrer. No obstante, los buses escolares, el programa de comida en la escuela y la perspectiva de una mejor educación para los niños, fueron suficientes para eliminar las objeciones más serias. Otro paso de este proceso fue la eliminación de muchos tribunales locales o jueces de paz en los pueblos —tribunales más o menos como los nuestros de la Justice of the Peace. En algunos de los pueblos más pequeños ya no hay un sacerdote residente. Hay solo un cura itinerante que viene al pueblo a decir misa cada domingo y está de guardia en caso de emergencia. Aunque los curas son remunerados por el Estado, la presencia de uno en cada aldea era una merma importante para la economía. La emigración es incitada —pues— tácita y explícitamente por el gobierno, aunque con algunos recelos. Los trabajadores agrícolas que emigran a Francia reciben cursos especiales y hay un acuerdo franco-español sobre el tratamiento a los trabajadores migrantes, pensado para proteger a los españoles de cualquier posible abuso. Aunque la mayoría de españoles planean volver a sus pueblos con ahorros, la mayoría de los más jóvenes se van eventualmente a las ciudades, donde un futuro más brillante les aguarda. Los cursos de formación patrocinados por el gobierno en los pueblos parecen tener la función soterrada de animar a esa emigración. La mayor parte de estos cursos están directamente relacionados con las habilidades agrícolas locales —conducción y mantenimiento del tractor, técnicas de regadío, y similares—. Aun así, se ofrecen varios cursos sobre albañilería, fontanería e instalaciones eléctricas, y puede decirse que el

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CONCENTRACIÓN PARCELARIA, DESARROLLO RURAL Y EMIGRACIÓN AL EXTERIOR

número de graduados excede —por lo normal— con mucho la demanda real que existe en los pueblos para tales oficios. El curso de reparación de radio y TV que fue impartido en un pueblo de 600 habitantes constituye un buen ejemplo: no hay probablemente 600 aparatos de televisión juntando las tres comarcas limítrofes e incluso en un pueblo «grande», como El Pinar, tampoco persistiría un negocio de reparación de radio y TV, ya que estas no dejan de ser un lujo. Sin embargo, se abre —sin duda— un prometedor futuro para los técnicos electrónicos en las ciudades. En cierta manera, estos cursos aumentan —por lo tanto— las expectativas hasta niveles disparatados; es una cosa importante ser un buen conductor de tractor, pero esto se convierte en un dudoso mérito cuando las posibilidades de tener realmente un tractor siguen percibiéndose como algo más bien remoto. Mucha gente se va del pueblo —así— con disgusto, sintiendo que no puede esperar a ese futuro anunciado en el que la agricultura esté ya totalmente mecanizada. La cuestión que cabe discutir aquí es que la planificación de cualquier tipo debe proponerse objetivos a largo plazo, que es lo que le corresponde hacer, mientras que la población rural —muy lógicamente también— se preocupa tan solo de su presente más inmediato. Por lo que la incongruencia de la situación es obvia: ambos, agricultores y planificadores, se dan cuenta de que todos los cambios llevan su tiempo; pero donde difieren es en la estimación que unos y otros efectúan de los costes sociales que comporta el esperar a que llegue ese futuro prometido. Un ejemplo local es el del muy discutido sistema de regadío, que —según los planificadores de turno— entrará en vigor en 1980 y que —indudablemente— habrá de mejorar el rendimiento del cultivo en la zona de El Pinar. Con todo, pocos agricultores pueden permitirse esperar hasta 1980, y especialmente los más jóvenes, que ahora mismo ven oportunidades más inmediatas en cualquier otro lugar. En varias ocasiones me fue señalado desde instancias oficiales que los planificadores que realizan los proyectos de desarrollo rural no tienen que actuar preocupándose por sus consecuencias, incluso si estas se traducen en esos cultivos fallidos que afectarán a lo que encuentren en sus platos para la cena. En la actualidad —1967— la planificación de la comarca con respecto a los mini-pueblos se hallaba en lo que yo llamo la fase persuasiva. Las técnicas de cambio se orientan hacia la educación, la mejora de las habilidades profesionales a través de cursos de especialización, y la concentración de tierras y servicios municipales, así como el estímulo latente a la emigración en toda el área. Es muy poco probable que solo con esto se vaya a solucionar el «problema del mini-pueblo». Dos factores impedi-

rán la eliminación a gran escala de estos pequeños pueblos, a menos que haya un drástico e inesperado cambio en la estructura social y política de España. Para empezar, el Mito de Arcadia cobra fuerza a medida que continúa la despoblación rural y las ciudades se vuelven crecientemente superpobladas. Cada semana los periódicos informan del abandono de pueblos enteros —Arriba publicó una serie entera sobre este tema durante el verano de 1967— con un tono de justa indignación respecto a que tal cosa hubiera llegado a pasar. Las condiciones de masificación en Madrid y la mejora de los transportes, incluyendo el aumento del número de coches privados, conduce al éxodo de fin de semana al campo en busca de la tranquilidad de los pueblos. La mayoría de los residentes en la ciudad tienen lazos familiares con algún pueblo donde disfrutan de sus vacaciones de verano en un entorno plácidamente rústico y a bajo precio, por lo que «irse» del campo a la ciudad ya no resulta tan traumático. Además, con el incremento de la criminalidad urbana, de la delincuencia juvenil, la promiscuidad sexual y la disminución del fervor religioso en algunas zonas de la ciudad donde vive la clase trabajadora, el mito del pueblo como la «reserva moral de la nación» se propaga, especialmente a través de los intelectuales que, en un efecto de retorno, influyen algo en las ideas preconcebidas de los planificadores, pero no tanto como para que, unos y otros, se aventuren a abandonar la comodidad de las ciudades. La segunda fuerza es la bien conocida «testarudez del campesino castellano», que preferiría las incomodidades de su pueblo y soportar allí peores condiciones de vida (siempre según el estándar urbano), que mudarse a una ciudad llena de gente donde se encontraría mucho más a disgusto. No es que haya —necesariamente— una especie de dimensión «sagrada» en el mini-pueblo; la mayoría de los residentes en el campo admiten fácilmente que las condiciones de vida son terribles, la actividad agrícola un desastre y la vida a menudo resulta dura y brutal. Hay relativamente poca propaganda del pueblo —ningún cartel en la carretera anuncia que este mini-pueblo es «el pequeño lugar más agradable del país»—. Para aquellos que eligen quedarse es simplemente su pueblo, donde nacieron y donde esperan morir, incluso si la gente está dividida por los celos y las disputas reprimidas, sigue siendo su pueblo y si a los del gobierno eso no le gusta, pues peor para ellos. De nuevo, vemos la divergencia entre las concepciones de los planificadores y la gente. Para los planificadores los mini-pueblos son unidades en un complejo más amplio y diverso, generalmente un complejo económico. Se cree que cuesta más mantenerlos de lo que producen; que su nivel de vida no alcanza un mínimo nacional «aceptable», y represen-

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tan una carga social y económica para la nación. Los vecinos —sin embargo— no piensan en sí mismos como «unidades de nada», más allá de la realidad de su familia. Para ellos el pueblo no es parte de una estructura compleja, sino más bien un mundo independiente en sí mismo, con algunos lazos con otros pequeños mundos alrededor de él, y lazos más tenues aún con algo que sí es conocido —y más bien mirado con recelo— como «el gobierno de Madrid». Si la resistencia a la eliminación se tornara demasiado seria, y el gobierno interpretara que sí vale la pena arrostrar el coste social, la eliminación será directamente hecha por coerción. Y el modelo para una acción semejante ya figura en un informe de 1962 referido a la provincia de Segovia que fue preparado por el Consejo Económico de la Organización Sindical. El borrador de este documento cita las razones tradicionales por las que el cambio ha sido lento en la zona: campesinos desconfiados, individualismo feroz, falta de ganas de abandonar las viejas prácticas, ignorancia y demás... Y los planificadores proponían allí una estrangulación gradual de los mini-pueblos. Los 275 pueblos serían reducidos a un total de 85. Para acelerar la marcha de los residentes de los pueblos «condenados», se prohibirá que se levanten nuevos edificios públicos o realizar ninguna reparación que no sea absolutamente indispensable a los ya existentes. Las carreteras no serán arregladas a cargo de la administración provincial y solo los mínimos gastos para el suministro de agua corriente serán permitidos. Todos los empleados municipales pagados por el gobierno nacional tendrán que irse, las escuelas serán cerradas, y las funciones del gobierno trasladadas a uno de los pueblos principales. En los 85 pueblos seleccionados para su desarrollo, eso sí, se dispondrán nuevas áreas de viviendas para la reubicación de los vecinos desplazados desde los mini-pueblos. En lo que fallan los planificadores es en no reconocer que la movilidad entre pueblos resulta rara excepto en los casos de matrimonio. El modelo más usual es que el emigrante se vaya a una ciudad, no a otro pueblo. Los planificadores cometieron el error de asumir que la comunidad era una entidad meramente física y política, y pasaron por alto la red de interacciones sociales que forma realmente el corazón de la vida de cada pueblo. La planificación del desarrollo rural español está basada —fundamentalmente— en variables económicas estructurales. Es dirigida desde arriba, con poca participación de las bases en las sesiones de planificación; un fenómeno que no hace sino contribuir a que se amplíe la brecha existente entre las percepciones de la situación por parte de agricultores y de planificadores. Aunque hay sociólogos rurales en los or-

ganismos de planificación, a nivel práctico la mayoría de ellos son —en realidad— personas con poca formación en sociología empírica y parecen tener muy poca influencia en los planes y procedimientos que se llevan a cabo. El mini-pueblo probablemente sobrevivirá a los planificadores, pero el panorama general de la España rural central es que continúe la tendencia hacia las consolidaciones de pueblos reagrupados, y que el empleo de la coerción no resulte preciso para la reconstrucción de las zonas rurales.

Cooperativas La formación de cooperativas no ha tenido demasiado éxito en El Pinar, aunque algunos de los otros pueblos de la comarca hayan organizado cooperativas tanto para la producción de grano como para la cría de ganado. El programa se encuentra todavía un poco «en pañales» en España por lo que —pese a los esfuerzos del gobierno— no ha logrado implantarse igual en todas las zonas. Ya he citado su éxito parcial en localidades de áreas al sureste del pueblo, pero El Pinar es un pueblo relativamente próspero y aquellos otros núcleos de población resultan más pequeños y pobres. Cinco agricultores se han agrupado para trabajar sus tierras en común en El Pinar, y se han beneficiado de las subvenciones que el gobierno destina a la compra de equipamiento agrícola. Todos estos hombres eran familia entre sí; algo muy importante que ampliaré más adelante, cuando desarrolle el marco teórico que —en mi opinión— ayuda a comprender el porqué de la resistencia a la formación de cooperativas. Cuando me preparaba para dejar El Pinar y volver a Estados Unidos, una cooperativa inter-local de panadería estaba en proceso de formación. Las cuatro panaderías de El Pinar se unirían con panaderos de Leyes, Villa Román y otros dos pueblos más pequeños para construir una moderna panadería automatizada. Habían recibido un gran préstamo del gobierno para la compra de maquinaria y la construcción de su edificio comenzó en septiembre de 1967. La panadería central se ubicará —presumiblemente— en la carretera entre Leyes y Villa Román, y el pan será traído por cada uno de los pueblos en camión y vendido desde un despacho (u oficina). Cada panadero compartirá proporcionalmente los beneficios según la cantidad invertida. La motivación de los distintos panaderos de El Pinar para unirse a la cooperativa era difícil de determinar. No obstante, uno de los panaderos era también funcionario del gobierno y estaba a punto de tener que trasladarse a un destino en una ciudad de otra provincia, por lo que no quería dejar tras de

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sí a su familia sola manejando la panadería. Otro era un hombre enfermo al que le costaba mantenerse al día con su trabajo. Un tercero había sufrido una pequeña operación, pero se estaba volviendo cansado y viejo por momentos. El cuarto panadero se resistía a la idea de la cooperativa, pero se unió finalmente al caer en la cuenta de que no podría él solo competir contra ese proyecto de tres. La idea de la cooperativa no se originó en El Pinar; por lo que pude averiguar, fue creación de un joven y agresivo hombre de negocios de Villa Román, que tenía muchas otras empresas —además de la panadería familiar— y que era un ardiente defensor de la modernización. Sin embargo, las cooperativas de producción agrícola y las agrupaciones (un grupo de agricultores comparte el uso de las tierras) no eran nada populares en El Pinar. La gente de allí había conocido algunas de las primeras cooperativas en pueblos, como Rosenda, y se había percatado también del alto nivel de disensión entre sus miembros y, en definitiva, intuía que los costes sociales de unirse resultarían —quizá— demasiado altos para las posibles ganancias que pudieran obtenerse. Un análisis de esta respuesta se da en un capítulo posterior, dado que se encuentra directamente relacionado con el sistema de valores de la comunidad.

Emigración al exterior Como puede verse en la pirámide de población de la figura 6, un número destacable de vecinos se hallan ausentes de El Pinar seis meses o más al año. La mayoría de ellos trabajan en grandes ciudades como Madrid o Bilbao, o tienen contratos a largo plazo como mano de obra agrícola en Francia. Cada año, quizás entre 50 y 75 jóvenes, hombres y mujeres, se van a tierras francesas por cortos periodos de tiempo a trabajar como jornaleros en el campo. Van normalmente por espacios de dos o tres meses, aunque algunos marcharan a vendimiar con contratos de seis semanas. Esta emigración al exterior ha existido siempre en Castilla la Vieja; diferentes documentos históricos indican que la despoblación ha constituido un problema desde el siglo XI. La ola actual se inició hacia 1960, cuando muchos de los países europeos industrializados —especialmente Francia y Alemania— comenzaron a demandar mano de obra. Los españoles prefieren trabajar en Francia, ya que la cultura es relativamente similar y el idioma no es demasiado difícil de aprender. Algunos han ido a Alemania y Holanda a trabajar en fábricas y —aunque satisfechos con los altos salarios— no se encontraban nada felices a causa de lo que juzgaban «fría naturaleza» de los oriundos de esos países. Me topé en nume-

rosas ocasiones en Suiza, Alemania, Holanda y Francia a españoles como sirvientes de hoteles y tuve oportunidad de entrevistarlos brevemente. En general, la mayoría estaban contentos con la oportunidad de ganar mejores salarios y poder enviar una parte de sus ahorros a sus familias. Pero también anhelaban que llegara el día en el que pudieran volver con suficiente dinero para establecer un pequeño negocio de su propiedad en su tierra natal. El grado exacto de influencia ejercido por los trabajadores migrantes cuando volvían es difícil de determinar. Muchos, aunque estuvieran en una nación extranjera, vivían en grupos con otros españoles y no intentaban aprender nada sobre el país de destino. A algunas de las chicas —aquellas entre 19 y 25 años— que habían trabajado en Francia les gustaba la libertad de que disfrutaban las mujeres allí, pero pocas contaban a su vuelta con el valor suficiente para exigir el mismo grado de libertad en sus pueblos de origen. Los hombres jóvenes también parecían estar encantados con las mujeres francesas, pero casi todos decían que no se casarían con una, ya que a la hora de la verdad preferían unirse a las mucho «más morales» señoritas españolas. En lo que correspondía a la tecnología, los españoles que trabajaban en las granjas francesas fueron capaces de aprender nuevas técnicas, especialmente en relación con la mecanización de la producción de la remolacha azucarera. Con todo, tenían dudas de que estos métodos pudiesen ser utilizados en España debido a la insuficiente capitalización de la típica explotación agrícola de minifundio. Y por lo que pude ver, ninguna innovación agrícola importante en El Pinar se debió a los esfuerzos de alguno de los emigrantes retornados que habían pasado tiempo en otros países. Lo que las experiencias en el extranjero hicieron por los jóvenes fue mostrarles que existía un mejor modo de vida y que había cosas sin las que habían vivido previamente que ahora —sin embargo— anhelaban tener. No obstante, la mayoría eran bastante realistas en su valoración de que, para conseguir una vida mejor, uno tenía que dejar el pueblo e ir a áreas más industrializadas en las que existían mejores trabajos y podían encontrarse sueldos más elevados. La reacción del gobierno español a la emigración al exterior ha estado dividida por varias razones. Por un lado, parece que se favorece la emigración, ya que los emigrantes normalmente envían dinero y así ayudan a la nación a conseguir una cantidad importante de divisa extranjera. Los emigrantes también alivian la presión de la superpoblación de las ciudades, que disponen de más personas que empleos. Por otro lado, hay un temor de que los emigrantes regresen con «nuevas y peligrosas ideas» sobre la naturaleza del poder ejercido por gobierno e Iglesia. Aquellos que asisten a los cursillos

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dados a los futuros emigrantes, son —de hecho— advertidos sobre estos peligros. Leyendo el cuaderno de un muchacho que había atendido al cursillo en Segovia, me fijé en un discurso impreso del director del curso advirtiendo a los hombres de los peligros de perder la fe y de quedar atrapados en «falsas democracias», es decir, de quedar seducidos por ideologías de gobierno en conflicto con la del régimen franquista. Sin embargo, por lo que pude ver, aquellos que volvían con poca fe eran básicamente los mismos que ya se habían ido con muy poca. Asimismo, los colectivos con los sentimientos anti-gobierno más articulados eran los intelectuales y grupos urbanos, no los agricultores, aunque estos no estuvieran necesariamente encantados con todas las medidas de este régimen —en realidad no habían estado encantados nunca con ningún régimen. La profundidad de ese deseo por una vida mejor se refleja en una encuesta hecha por la Organización Sindical de Segovia. Se seleccionó una muestra de pueblos al azar y todos los agricultores que podrían ser tenidos como «emprendedores» en ellos fueron entrevistados —así que el ejemplo es bastante representativo de la población rural agrícola de la provincia (SSE, 164: 49-50). Dos conjuntos de cifras tienen relevancia aquí: (1) Los siguientes porcentajes, divididos por grupos de edad, corresponden a individuos que desean cambiar la agricultura por otra ocupación. Menos de 15 años 26,63% Entre 15 y 24 años 39,98% Entre 25 y 64 años 14,27% Más de 64 años 0,00% Total de individuos 19,52% (2) Los siguientes porcentajes, divididos también por grupos de edad, pertenecen a los individuos que desean emigrar de los pueblos. Menos de 15 años 74,87% Entre 15 y 24 años 69,35% Entre 25 y 64 años 21,65% Más de 64 años 0,00% Total de individuos 31,43% Si una subdivisión ulterior fuese realizada en el grupo de edad de 25 a 64 años para establecer un grupo de 25 a 40, creo que el porcentaje de este grupo sería equivalente al

grupo de 15 a 24 años. De cualquier manera, el significado de tales cifras resulta claro y contundente: la juventud se quiere ir. A pesar de que parecería razonable esperar que los emigrantes que retornan fueran unos agentes de cambio dinámicos (o al menos más activos que otros), lo que sucede es que la mayoría de ellos solo vienen al pueblo para volver a marchar y, luego, quedarse lejos. En efecto, lo que los emigrantes —permanentes y temporales— traen a El Pinar no son tanto nuevas formas de vida, como el mensaje de que nuevas y mejores maneras de vivir existen pero que, para conseguirlas, hay que abandonar el pueblo. Y la juventud lo deja buscando una vida mejor y la gente mayor se queda porque no hay otro lugar que conozcan y están ya resignados a su destino. Incluso los agricultores prósperos quieren irse, pero muchos están atrapados por la falta de preparación o por obligaciones familiares y permanecen labrando la tierra y con la esperanza de que lleguen mejores tiempos. Cuando ello es posible, muchos de los emigrantes vuelven al pueblo en agosto —el mes habitual para las vacaciones— y durante la semana en que se desarrolla la fiesta del lugar durante el mes de junio. En estos breves periodos de estancia alardean de sus nuevas ropas y, en algunos casos, de sus coches, todo lo cual no sirve sino para estimular a la juventud a que —cada vez en mayor número— quiera dejar el pueblo. El Pinar se llena de gente por entonces y una gran cantidad de comerciantes hacen buena parte de sus ganancias anuales en estos periodos relativamente cortos. La comida —a veces— es difícil de obtener en esas fechas y los precios suben según los comerciantes ven la menor oportunidad para hacerlo. Muchos de los retornados gastarán alegremente en los bares, y esto ayuda a la economía local de alguna manera. Pero El Pinar no tiene habitaciones de hotel más allá de una pequeña fonda y una casa de huéspedes, y consigue pocos turistas, con la excepción de los residentes en la ciudad que vienen a pasar la tarde del domingo junto al río. Villa Román sí que atrae algunos turistas, y se puede decir que tiene un hotel, al igual que Leyes. Sin embargo, estos turistas de interior son españoles con bajos presupuestos para sus viajes y realmente contribuyen más bien poco —tanto en lo que se refiere a la difusión de ideas innovadoras como en mejoras económicas— a un verdadero desarrollo de los pueblos.

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CAPÍTULO VII SERVICIOS COMUNITARIOS Y LIDERAZGO

Cambio planificado en España Enfrentada como estaba con la enorme tarea de reconstruir el país tras la Guerra Civil de 1936-1939, España parecía ser a mediados del siglo XX uno de los países europeos más atrasados. Dividido por el regionalismo, coartado por una tradición de conservadurismo intelectual y tecnológico, y obligado a enfrentarse a la necesidad de conciliar a unas gentes con heridas aún sin cicatrizar, el país tenía pocos recursos y poco podía hacer salvo lamerse las heridas y preocuparse por lo más inmediato: alimentar y alojar a su población. Aislado física y psicológicamente por los Montes Pirineos, la lucha por la reconstrucción continuaba. La pérdida de las reservas de oro durante la Guerra Civil y la falta de ayuda exterior —y mucho más de inversiones extranjeras hasta el periodo posterior a la Segunda Guerra Mundial— significaron que el país no estaba en condiciones de llevar a cabo los masivos planes de saneamiento que tan urgentemente necesitaba. Y no es que se ignorara dónde estaban los problemas, sino más bien que los medios para solucionarlos resultaban económicamente inalcanzables. Mientras las inversiones extranjeras y la industrialización crecían en la década de los años 50, fue —sin embargo— el «boom» turístico lo que proporcionó, y aún proporciona, una de las mayores fuentes de ingresos nacionales. Gente de todo el mundo acudía entonces a España, esa tierra bendecida con un paisaje espectacular, playas soleadas, y tesoros artísticos —e incluso, desde el punto de vista de los turistas, con bajos precios—. La necesidad de proporcionar instalaciones con la higiene ambiental adecuada para los turistas confluyó perfectamente con la propia urgencia de suministrar esos mismos servicios a los españoles. En cuanto el capi-

tal para trabajar estuvo disponible, y la peseta se estabilizó, comenzaron —pues— a llevarse a cabo los anhelados planes de recuperación a corto y largo plazo. El 28 de diciembre de 1963, el Generalísimo Franco firmó la legislación pertinente para poner en marcha el Plan de Desarrollo Económico y Social 1964-67 —un plan destinado a renovar muchos aspectos de la vida económica y social de España—. El Plan preveía una serie masiva de mejoras financiadas por el gobierno en casi todos los sectores de la economía. En línea con la ideología política del régimen franquista, se hicieron algunos esfuerzos para reducir la distancia entre los muy ricos y las masas de gente corriente, mediante una distribución más equitativa de los ingresos, sin que por ello hubiera que destruir el espíritu de la libre empresa y la iniciativa privada. Las regiones deberían desarrollarse —por lo tanto— de modo que explotaran sus principales recursos naturales —incluyendo al turismo como tal—. Más bienes de consumo se proporcionarían a precios razonables, se mejorarían las carreteras y las comunicaciones, se iniciarían nuevos programas educacionales, etc. Además de impulsar las mejoras internas, el Plan tenía como objetivo incorporar a España dentro de la vida comercial del mundo como un jugador más —a todos los efectos— en el mercado internacional. Casi coincidiendo con la llegada del turista 11 millones de 1966, en agosto de este año la renta per cápita anual del español alcanzó los $600. En dos años, el Plan junto con las crecientes inversiones extranjeras había sacado al país de la categoría de «subdesarrollado» y se había logrado, así, una meta muy anhelada por los ciudadanos de España. El efecto inmediato ha sido un impulso psicológico para la gente que,

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a pesar de su fiero orgullo por su tierra, sigue albergando una especie de complejo de inferioridad sobre su posición económica y tecnológica con respecto al resto de Europa y los Estados Unidos. Aunque la planificación en España es impulsada y dirigida generalmente desde «arriba» hacia abajo, las necesidades de la gente son bien conocidas por aquellos que están a cargo de resolverlas. Y, a pesar de la falta de «democracia de base» —según los estándares americanos—, hay que reconocer que los esfuerzos gubernamentales han obtenido una aprobación pública bastante generalizada. Este hecho debe ser tenido en cuenta por el lector, ya que —de otra manera— la comprensión de lo que ocurre en El Pinar resultaría casi imposible. Las asociaciones cívicas y los grupos de acción comunitarios, que son tan comunes en los Estados Unidos, parecen virtualmente inexistentes en España, y los pocos que hay en las grandes ciudades dependen —en realidad— de las ayudas del gobierno. Así que aunque los esfuerzos de planificación tal como se practican en España podrían encontrar un rechazo violento en los Estados Unidos, debe recordarse que —quizá— los métodos americanos serían también muy criticados aquí por considerárselos innecesariamente caros y complejos. Los planes no son un mero asunto de diseño de ingeniería basado en cálculos ideales de eficiencia y utilidad, sino esquemas que deben atraer —y coincidir con— los valores y tradiciones de la gente implicada. Desde el momento en que cada pueblo tiene una ligera autonomía local, ningún plan puede tener éxito en España sin el apoyo de —al menos— la mayoría de la gente, y ha habido casos donde los pueblos han apelado a las Cortes y se han confirmado intentos para detener algún plan del gobierno provincial o nacional. Dado que las opiniones de los ciudadanos americanos y españoles sobre el papel del gobierno en el cambio planificado tienden a diferir ampliamente en muchas cuestiones, es no solo inútil —sino incluso ridículo— ofrecer un sistema u otro como modelo ideal. Lo que en definitiva importa es que la gente implicada esté satisfecha tanto con el proceso de cambio como con los resultados que este proceso genere. A pesar de que la planificación actual está ahora básicamente relacionada con el plan nacional de desarrollo, otros planes menos ambiciosos han existido regional y localmente durante muchos años. Las reclamaciones de tierras y los intentos de repoblación del «Plan Badajoz» en el suroeste español constituyen un ejemplo importante. Es significativo que casi todos los grandes proyectos de saneamiento realizados en El Pinar estuviesen planificados y ejecutados antes de la existencia del plan nacional.

El Pinar es uno de los municipios más ricos en la provincia y, debido a los ingresos de los arrendamientos de pinares, los ciudadanos no pagan impuestos locales. Las arcas municipales tenían una cantidad relativamente grande de dinero sin presupuestar y sin invertir debido a las políticas de gasto extremadamente conservadoras de la administración local hasta —aproximadamente— 1955. Por ejemplo, los ingresos anuales proyectados para 1957 eran de 1 154 000 pesetas ($19 235,00) —ingresos que van directamente destinados a financiar proyectos benéficos o para el ahorro, puesto que los salarios de policías, profesores, etc., ya eran pagados por otros organismos del Estado—. Para los estándares españoles era una cantidad de dinero bastante grande, y pocos pueblos en la provincia se acercaban siquiera a esa cifra de ingresos. En 1955, a través de los esfuerzos de la Diputación Provincial, se trazó un plan de desarrollo a 50 años para el pueblo. La planificación fue realizada por un organismo especializado del gobierno provincial, e incluía un conjunto de análisis demográficos y ciertas presunciones a propósito del crecimiento de la población (figura 7). El Plan de Ordenación estableció, basándose en estos supuestos que —en aquel momento— parecían razonables en lo que se refiere a crecimiento sostenido, un modelo proyectado para el crecimiento y desarrollo urbano en dos partes principales. La primera de ellas consistiría en la modernización general y la «urbanización» de las instalaciones físicas del pueblo. Las carreteras y calles serían pavimentadas y alineadas, una carretera de circunvalación alrededor de El Pinar se construiría más adelante, y se efectuaría un «lavado de cara» integral de las principales rutas de comunicación. En lo que respecta a la segunda parte, se establecería un plan general por zonas. La futura expansión industrial estaba limitada a áreas, ahora ya ocupadas por la industria, que aún tenían algo de espacio para crecer. Se reservaron las futuras zonas residenciales y se inició el derribo de las viejas unidades habitables por debajo de un estándar aceptable de vivienda y su remplazo con casas modernas de bajo coste. Con las inversiones de las arcas municipales, y otras mucho más pingües de organismos provinciales y nacionales relacionados, se iniciaron y completaron de forma masiva un conjunto de proyectos bajo el liderazgo del ayuntamiento. El médico del pueblo tiene —en general— el crédito de ser el principal líder en este sentido, y es que en aquel tiempo estaba desempeñando uno de sus varios mandatos como alcalde. De acuerdo con el sentido general del Plan de Ordenación, el ayuntamiento ejecutó —en coordinación con ins-

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SERVICIOS COMUNITARIOS Y LIDERAZGO

tancias gubernamentales más altas— una serie de mejoras que han hecho del pueblo la envidia de gran parte de su zona. Aproximadamente entre 1955 y 1965 se completaron las siguientes instalaciones: 1. El suministro de agua corriente con agua potable se instaló en las casas, remplazando a la mayoría de fuentes y manantiales. 2. El sistema de alcantarillado sirve a la mayor parte del pueblo, excepto por una pequeña zona de baja altitud que aún debe ser incluida en el sistema. Los inodoros con cisterna en los interiores son ahora comunes donde antes el corral adyacente servía como único inodoro de la casa. 3. El control de los insectos ha sido logrado a través del uso de sistemas de alcantarillado moderno. Los modernos insecticidas se utilizan para eliminar las moscas dentro de las casas. La eliminación gradual de cerdos y conejos del corral casero, y la tendencia a mantener los animales de tiro en corrales a las afueras del pueblo, también han tenido un efecto saludable. Un área de marismas en un extremo del pueblo fue desecada y cegada luego para eliminar así una de las zonas más propicias para la proliferación de insectos. Y —en general— se encuentran pocas moscas y mosquitos ahora en El Pinar. 4. Nuevas leyes de construcción y urbanización están siendo aplicadas vigorosamente, y las casas hechas de ladrillo resultan ahora ya frecuentes donde antes la construcción de adobe y madera era la norma. Las casas deben estar situadas por lotes, de manera que se mantenga una alineación en la calle para lograr la forma de bloque deseada por el ayuntamiento. Las viejas viviendas abandonadas han sido derribadas y, en algunos casos, las casas más viejas se adquieren por el ayuntamiento para su demolición con el fin de ir re-alineando las distintas manzanas. 5. Las calles del pueblo han sido pavimentadas, generalmente con hormigón sobre piedra, y se han construido aceras a los lados. 6. Todas ellas —salvo unas pocas— están bien iluminadas con farolas durante la noche. 7. La Plaza principal —centro de la vida social y ceremonial del pueblo— ha sido rehecha completamente. La vieja cancha de pelota vasca en el centro fue demolida y se instaló allí una fuente decorativa; también fueron plantados pequeños árboles para dar sombra, y se colocaron bancos de hormigón y aceras pavimentadas.

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8. Con un médico residente, un practicante y un farmacéutico, el pueblo disponía ya de unos excelentes servicios médicos. Además, en 1963 se abrió una clínica nueva y bien equipada. 9. Como parte de la operación en dos fases —ya mencionada— se reformó el interior del Ayuntamiento, reorganizándolo con nuevas oficinas y situando una nueva Cámara del Concejo o Salón de Plenos en el piso superior. 10. Se construyó también un moderno edificio para la escuela en 1966, que fue inaugurado en la primavera de 1967. Este remplazaba a las viejas aulas en el piso principal del edificio del ayuntamiento. Igualmente, y dado que cada pueblo debe proporcionar alojamiento a sus propios maestros, se levantó hace varios años una nueva casa —tipo apartamento de dos pisos— para los maestros y sus familias. 11. Las ventas de comida y droguería están reguladas por el gobierno nacional mediante un conjunto de ordenanzas, que ahora está siendo relaborado. Un matadero municipal funciona en un extremo del pueblo bajo supervisión veterinaria, y el médico residente también mantiene un ojo avizor sobre las prácticas sanitarias relacionadas con la comida. Durante 1966 se requería que los maestros en esta zona atendieran a un cursillo sobre la adecuada nutrición, con la intención de mejorar los hábitos dietéticos de los alumnos mediante un futuro programa de «comedor escolar». 12. Aunque las refinerías de resina y las fábricas de ladrillo emiten —inevitablemente— humo para su funcionamiento, no hay problemas de contaminación del aire en El Pinar. Al contrario, se cree de manera generalizada que el aire fresco de los pinos ejerce un efecto saludable en la zona y los residentes se sienten bastante orgullosos de la limpia atmósfera del lugar. 13. Una nueva promoción de modernos edificios financiados a bajo interés o «viviendas de protección oficial» —es decir, con hipotecas financiadas por el gobierno a 40 años— ha sido construida en un lateral del pueblo con espacio reservado para el futuro desarrollo del área. Árboles y jardines bordean las calles rectas y amplias de esta zona. En la misma zona del pueblo se encuentran —tras haber sido trasladadas allí desde el centro— una nueva cancha de pelota vasca y las instalaciones de la OJE (Organización de Juventudes Españolas).

Joseph Buenaventura Aceves • EL PINAR: FACTORES SOCIALES RELACIONADOS CON EL DESARROLLO RURAL EN UN PUEBLO ESPAÑOL

Como puede esperarse, la gente de El Pinar se sentía muy ufana con la «modernización» de su pueblo. Al mismo tiempo, ahora tenían una imagen mucho más clara de aquello que deseaban y les había faltado. Los líderes de la comunidad entrevistados con una agenda formal previa (vid. Apéndice I) fueron seleccionados según las técnicas posicional y reputacional; les pregunté a todos cuestiones sobre sus respectivas áreas de interés o competencia —además de la entrevista pactada—. Al menos 100 vecinos proporcionaron información directamente utilizada en el estudio sobre estos 11 líderes. Así —sobre la base de un muestreo razonado— fue posible obtener las opiniones de una muestra representativa de los habitantes del pueblo. La cooperación entre funcionarios y ciudadanos privados resultó sobresaliente. Los registros municipales se me ofrecieron de manera gratuita y todos los contactados por mí estuvieron más que dispuestos a servir de ayuda. La gente de El Pinar ha tenido poca experiencia —si es que alguna— con encuestas comunitarias, de modo que todos —salvo algunos de entre la gente con «más estudios»— ignoraban de qué se trataba y para ellos la prueba fue toda una novedad. Para la muestra de liderazgo se pedía valorar trece condiciones y servicios existentes en el pueblo con una escala hasta el 5, desde «muy malo» a «excelente» con la posibilidad de la respuesta «no sabe». Las valoraciones fueron promediadas y están presentadas en orden de mayor a menor en la figura 20. De manera general, tanto en la muestra de liderazgo como en la de población general de El Pinar, todos parecían satisfechos con el nivel de instalaciones y servicios en el pueblo. Las dos áreas que recibieron puntuaciones más consistentemente negativas fueron: falta de oportunidades de empleo y las malas carreteras locales. Los servicios e instalaciones médicas, las calles del pueblo, y las condiciones sanitarias en general fueron las tres áreas que recibieron la más alta valoración por ambas, la muestra de liderazgo y la de población común. Es significativo que las instalaciones sanitarias fueran calificadas en lo más alto de la escala por los ciudadanos; una valoración que, en opinión del autor, está bien merecida. La relativa baja calificación del ayuntamiento debe ser interpretada no como una queja de los servicios de la ciudad, sino como un sentimiento de que aún pueden hacerse más mejoras. Los planes para la extensión y remate de la red de alcantarillado, la multiplicación por dos del suministro de agua disponible, y el pavimentado de algunas calles que aún se encontraban sin él, ya están hechos y

Figura 20. Valoración de los servicios comunitarios, condiciones e instalaciones en El Pinar, Agosto de 1966.

Servicios, condiciones e instalaciones

Valoración media

Servicios e instalaciones médicas

4,56

Calles del pueblo

4,45

Condiciones sanitarias generales

4,27

Servicios encargados de hacer cumplir la ley

4,00

Oportunidades en educación

3,91

Servicios del gobierno provincial

3,75

Condiciones morales

3,73

Tiendas

3,64

Servicios del ayuntamiento

3,50

Esfuerzos para mejorar la ciudad

3,30

Instalaciones recreativas

3,27

Oportunidades de empleo

2,64

Carreteras locales del área

2,36

Excelente—5; Bueno—4; Satisfactorio*—3; Malo—2; Muy malo—1. *

El término utilizado en español fue «regular» que significa, más o menos, «ni realmente malo, ni realmente bueno» o, aproximadamente, satisfactorio.

serán ejecutados tan pronto como la financiación se halle disponible. Aunque generalmente satisfechos con las instalaciones actuales del pueblo, los líderes y vecinos de El Pinar eran muy conscientes de los problemas a los que se enfrentaban. Había un alto grado de unanimidad sobre los problemas reconocidos como más serios. Un conjunto de complicaciones económicas interrelacionadas despuntaba claramente en la lista de los problemas reconocidos. Debido a la competencia del mercado internacional y el creciente uso de productos de resina sintética, los precios de los elementos derivados del pino decrecieron sustancialmente en 1966. Los ingresos municipales por los contratos de explotación de las parcelas de pinos bajaron en torno a un 50% y el precio pagado a cada trabajador por árbol también se redujo a la mitad. La falta de trabajos bien pagados en el pueblo estaba, sin duda, muy relacionada con todo ello. La incapacidad de expandir las fábricas ha conducido a una emigración general por parte de los trabajadores jóvenes a otras ciudades españolas, así como a países con falta de mano de obra, fenómeno que ya he tratado aquí.

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SERVICIOS COMUNITARIOS Y LIDERAZGO

La agricultura es la fuente del siguiente conjunto de problemas más frecuentemente citado. La agricultura de secano de cereales es una propuesta de riesgo y que además no se paga bien. Los precios de los productos agrícolas no han subido, la agricultura en sí es un trabajo duro y sucio, muy poco apreciado por la gente joven, y aún hay un escaso desarrollo del regadío en las tierras. Cuando se les pregunta sobre los problemas del área del pueblo como conjunto, la mayoría tienden a contestar lo mismo: los problemas económicos relacionados con la agricultura y la producción de resina eran reconocidos como los problemas más importantes a los que se enfrentaban también las comunidades vecinas. Y, en este sentido, la propia gente de los pueblos de alrededor estaba de acuerdo, conforme a lo que muchos de ellos me comentaron en las ocasiones en que los visité. La figura 21 proporciona el número de menciones de cada uno de los problemas tal como son citados en el muestreo formal de liderazgo, ya que estos problemas se encuentran relacionados específicamente con El Pinar. A pesar de que los problemas más frecuentemente citados son económicos, la gente es consciente de la relación entre estos y los proyectos de saneamiento medioambiental. Los planes para completar el sistema de alcantarillado y duplicar la cantidad disponible de agua, por ejemplo, dependen de los ingresos municipales —los cuales están directamente relacionados con los precios de la resina—. Y los presupuestos de mantenimiento para las instalaciones existentes, que ya son de por sí escasos, se hallan amenazados por la pérdida de ganancias, al igual que los planes para mejorar las instalaciones de recreo de la comunidad, ahora aún en la fase de «primeras conversaciones» o cambios de impresiones al respecto. La naturaleza de los problemas es tal que, dado que tanto los ciudadanos como la municipalidad en cuanto a entidad corporativa están afectados directamente por los precios en caída, existe un alto grado de consenso en la identificación de los problemas. Hay también un consenso general respecto a que se necesitan soluciones con cierta urgencia si el pueblo no quiere caer en un estado de inevitable postración. El progreso alcanzado en los últimos 15 años —que resulta considerable— ha llegado por los esfuerzos concertados del Ayuntamiento en su conjunto con las autoridades pertinentes de las más altas instancias. En lo fundamental, los logros dependen enormemente del celo y efectividad de los líderes del gobierno local. A su vez, lo que pueden hacer está siempre limitado por las políticas de más alto nivel y —lo que es más importante— por los recursos de las arcas municipales.

Figura 21. Problemas más importantes tomados del muestreo de liderazgo.

Problema

Número de menciones

Falta de oportunidades de empleo

7

Emigración de la gente del pueblo

6

Bajada de los precios de la resina

5

Pobreza de la tierra y de los beneficios agrarios

5

Falta de esfuerzos cooperativos

3

Falta de suficientes regadíos

2

Abandono escolar

1

Necesidad de inmigrantes nuevos en el pueblo

1

La economía en general está mal

1

A diferencia de la experiencia de muchas comunidades norteamericanas, no se ven aquí lemas o eslóganes fijando los esfuerzos de mejora. No hay réplicas que recuerden frases tales como Advancing Athens o Macon on the move en el área de El Pinar. Como los ciudadanos de este pueblo están convencidos de que los modernos programas de saneamiento medioambiental resultan tan deseados como necesarios, no se precisa «publicidad agresiva» alguna para conseguir el apoyo público. En un cierto sentido, los grupos cívicos sobre asuntos específicos serían algo fútil en El Pinar. El alcalde es un personaje local bien conocido por todos, al igual que los concejales y demás funcionarios. Aunque cualquier ciudadano puede hablar en las reuniones mensuales del concejo, el sistema de comunicación informal de un pequeño pueblo asegura que los líderes conozcan lo que la gente está pensando en cada momento; el consenso o la división de opinión sobre cualquier cuestión que se plantee es inmediatamente reconocida en el pueblo, sin aparente necesidad de grupos especializados para conseguir consenso u oposición como sucede en los Estados Unidos. Como parecerá ya evidente por lo expuesto en las páginas anteriores, es el gobierno —nacional, provincial y local— el que carga con el peso de la responsabilidad de buscar soluciones a los problemas. Aquellos que ocupan cargos están automáticamente en un estatus de poder por virtud de su puesto. No obstante, ya ha sido señalado repetidamente aquí que aquellos que disponen de mayor riqueza se encuentran igualmente en posición de influir sobre la vida

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Joseph Buenaventura Aceves • EL PINAR: FACTORES SOCIALES RELACIONADOS CON EL DESARROLLO RURAL EN UN PUEBLO ESPAÑOL

comunitaria y —a decir verdad— en algunas decisiones gubernamentales. Cuando se les pidió a los vecinos que nombraran las dos personas más influyentes de El Pinar, tanto el muestreo de liderazgo como el de la población general coincidían. Los más frecuentemente nombrados fueron Eusebio Moreno y el sacerdote. Había evidencias que indicaban que no toda la gente estaba contenta o de acuerdo con el grado de influencia de estos dos hombres, pero ninguno negó esa realidad. Cuando se les pidió que nombraran a seis personas influyentes más, la mayoría de los informantes tuvieron problemas para contestar. Muchos indicaron autoridades civiles en general, y especialmente el comandante de la Guardia Civil, en la actualidad un cabo primero. En todos estos casos era el puesto y no la persona lo que se citaba; la influencia y la posición de poder son —a menudo— en El Pinar una cuestión que está en función del puesto. También se citó a la familia de Juan San Miguel, pero dado que sus miembros viven fuera del pueblo la mayor parte del año, no fueron reconocidos como tan influyentes. La falta de cooperación ya aludida se halla directamente relacionada con los modelos de influencia. Cada vecino, al margen de su riqueza u ocupación, se siente socialmente igual a cualquier otro hombre. Cada persona prefiere ir por su propio camino para sus asuntos —en pocas palabras, el español es individualista. Este individualismo, bien reconocido por otros informantes, conduce a una situación en la que ningún grupo de ciudadanos privados puede llegar a ser muy influyente ya que —prácticamente— nadie les prestará ninguna atención. Habiéndose rechazado el «liderazgo focalizado» de los caciques en el pasado, y garantizado ya el espíritu independiente de la gente, así como su incapacidad para organizarse en grupos cooperativos, la influencia y el poder se dejan, efectivamente, en las manos de los funcionarios. El concepto público del líder ideal difiere bastante en El Pinar del concepto que tienen la mayoría de los norteamericanos. El ideal puede ser resumido con la observación de que los españoles —aquí— preferían una persona fuerte y enérgica que se hiciera cargo de la gestión correspondiente y diera las órdenes de tal manera que fueran llevadas a cabo de forma rápida y eficaz. El líder que no puede dar órdenes, y hacer que se ciñan a ellas, no es un auténtico «líder» según los estándares del pueblo. Este concepto no implica que los vecinos prefieran un dictador en su entorno; el «líder fuerte» debe tener —como principal requisito— ciertas cualidades que susciten el respeto de la gente. Sin estas cualidades, incluso los más volun-

tariosos o decididos líderes levantarán en torno a ellos un muro insuperable de oposición pública. La figura 23 muestra las características más importantes de un líder tal como son vistas en el muestreo de liderazgo. Por lo común, la población como conjunto comparte las mismas opiniones sobre estas cualidades ideales. Las tres cualidades más importantes que la gente busca en un líder son: primero, buen carácter moral; segundo, una educación «decente»; y tercero, la competencia necesaria para realizar bien el trabajo. También se preguntó a los informantes del muestreo de liderazgo que juzgaran la importancia de ciertas características, en la medida en que estuvieran relacionadas con la capacidad de la persona para ocupar una posición de liderazgo importante. Cada característica se valoraba como sigue: (1) muy importante; (2) bastante importante; (3) sin importancia. La figura 22 indica el orden de importancia según la valoración de 10 líderes. Las características juzgadas en la figura 23 están relacionadas con las cualidades ideales, con dos excepciones. La influencia política y los amigos influyentes eran asuntos de importancia real e ideal. El muestreo de liderazgo señaló, repetidamente, que todo líder debe siempre tener «buenos contactos» para que su jefatura funcione bien, y que ningún líder podría esperar resolver los problemas de su pueblo sin algún grado de influencia política. Además, dada la situación de

Figura 22. Importancia relativa de las características individuales relacionadas con la ocupación de un puesto importante.

Características

Valoración media

Buen carácter moral

3,00

Buena educación

2,89

«Influencia política»

2,86

Ser amigable con la gente

2,67

Honorabilidad del nombre familiar

2,44

Tener amistades influyentes en la ciudad

2,38

Tener habilidades personales extraordinarias

2,22

Ser un hombre de negocios próspero

2,11

Tiempo de residencia en el pueblo

2,00

Servicios a la comunidad

1,78

Ocupación

1.67

Tenencia de propiedades o riquezas

1,67

Muy importante—3; Bastante importante—2; Sin importancia —1.

– 120 –

SERVICIOS COMUNITARIOS Y LIDERAZGO

Figura 23. Cualidades ideales de los líderes: muestreo de liderazgo.

Cualidad

Número de menciones

Tener buen carácter moral

9

Tener una educación «decente»

7

Ser competente para hacer el trabajo

6

Colocar el bienestar común antes que sus intereses privados

3

Respetar a las personas y ser respetado por ellas

2

Ser serio y amar su trabajo

2

designación de puestos en España, incluso el líder potencialmente más deseable no tendría oportunidad de liderar sin tener un «puesto» relevante —y para obtener ese cargo se requiere cierta influencia política. El Pinar comparte con la mayoría de las comunidades norteamericanas el ideal de alto carácter moral como el primer requisito de un líder. La diferencia más radical entre este pueblo español y los norteamericanos está en la baja valoración dada en España a los «servicios de la comunidad». En El Pinar, el servicio a la comunidad no es necesariamente un trampolín para obtener un puesto, aunque tampoco es algo que deba ser pasado por alto completamente. Lo que los españoles tenían más dificultad para entender era el significado del término «servicio»; un líder señaló que —simplemente— ser un buen ciudadano y vecino era en sí mismo un servicio que todos podían apreciar. Dada la falta de instalaciones organizadas, o clubs cívicos y grupos similares, no hay realmente ninguna oportunidad para los ciudadanos de El Pinar de participar en programas de acción cívica. Considerando también el supuesto individualismo rampante de su carácter como españoles, el «servicio a la comunidad» —según lo entienden los norteamericanos— no tendría significado alguno aquí. En El Pinar el liderazgo ha sido tradicionalmente asignado a través de una posición oficial (normalmente una designación gubernamental) o una posición de similar poder y de naturaleza casi legal ha sido ejercida por el cacique a través de la dominación económica del pueblo. No hay una tradición de liderazgo popular en la zona. Con el declive del poder del cacique en El Pinar en torno a 1960, el poder coercitivo es ahora adjudicado solo a los cargos de alcalde, sacerdote y comandante de la Guardia Civil. De ellos, únicamente el sacerdote ha intentado realmente ejercer poder abiertamente, y se ha ganado la aversión general del pueblo por sus esfuerzos. El alcalde y los ocho hombres del Concejo tienen algún

poder sobre los asuntos locales pero rara vez intentan utilizarlo. Ninguno en el pueblo, incluyéndolos a ellos, se toma estos puestos de líder con demasiada solemnidad. Un cabo primero dirige el destacamento de la Guardia Civil y tiende a actuar más como un pacificador informal, si es que debe actuar en absoluto. Los miembros del destacamento son apreciados y respetados, sin que la gente llegue a tenerles miedo ya que, según el punto de vista local, los ciudadanos que respetan la ley, no deben sentir miedo en circunstancias normales. Equiparo el liderazgo con el poder coercitivo porque creo que así es como lo ve también el ciudadano; y, en efecto, mi investigación parece confirmar la pretendida tendencia hacia el «caudillismo» que a menudo ha sido señalada entre los españoles. Como ya quedó dicho antes, esto no equivale a que un dictador constituya la figura ideal, o siquiera aceptable: el líder debe tener ciertas cualidades humanas que susciten el respeto de la gente. Y ya he señalado también cuáles son esas virtudes, pero —además— el líder ha de ser también amigable con la gente, respetarla, y ser respetado por ella. Debe ser un hombre serio. Se espera también que el «líder ideal» tenga un buen grupo de contactos útiles y «enchufe» con los organismos del gobierno, al menos a nivel provincial. Ningún «líder ideal» existe en el pueblo o en ningún otro de los pueblos de la comarca. Si existiera, es dudoso que pudiese triunfar en el medio social local. «Este pueblo», dijo un informante conocedor, «es enemigo de la cooperación» —una máxima que se podría generalizar para cubrir la mayoría de los pueblos de la comarca.

Resumen del liderazgo en la comunidad

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1. El liderazgo es otorgado colectivamente a aquellos que ocupan cargos oficiales, y que son, en su mayor parte, nombrados por instancias más altas del gobierno. 2. Con la excepción del sacerdote y el industrial más importante del pueblo, hay poco consenso sobre quiénes serían los líderes más importantes. Debido al carácter independiente de la gente, la influencia es difusa y no está concentrada en las manos de unos pocos líderes sin cargos oficiales. 3. El líder comparte los mismos puntos de vista sobre las necesidades y problemas comunitarios que la población general. 4. Con la excepción del alcalde y los concejales, que ocupan cargos desempeñados a tiempo parcial, los líderes tienden a ser especialistas en su área de dominio.

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5. La planificación del saneamiento medioambiental es una función de organismos gubernamentales —relacionados a todos los niveles entre sí— y para la que apenas se cuenta con participación ciudadana. 6. La edad y el tiempo de residencia no son importantes en la selección de los líderes. La media de edad de aquellos que tienen puestos de liderazgo es de aproximadamente 50 años. Los conocimientos técnicos y el

buen carácter moral resultan más importantes que la edad en El Pinar. 7. Los que ocupan estos puestos son generalmente especialistas en sus áreas administrativas, a quienes — según los estándares norteamericanos— se podría considerar «profesionales». También según los mismos estándares, los hombres de negocios estarían infravalorados y gozarían de escasa representación en los grupos de liderazgo.

Figura 24. Agricultores con sus capas tradicionales.

– 122 –

CAPÍTULO VIII EL SISTEMA DE VALORES DE EL PINAR

L

A relación entre el cambio social y los valores está bas-

tante bien establecida por la literatura existente al respecto. Para comprender mejor la naturaleza de las gentes y sus razones para aceptar o rechazar cambios, es necesario discutir al menos algunos de los valores más cruciales de las orientaciones predominantes entre ellas. Como apunta Doob: La gente es más propensa a aceptar el cambio propuesto cuando no está en conflicto con las creencias y valores tradicionales que han sido probados como satisfactorios (1968: 47).

Hay una variedad de definiciones del término «valores», de las cuales yo prefiero aquella que ofrece Kenny y según la cual son definidos como: … una serie de concepciones de las cuales evoluciona un tipo preferido de conducta que es impuesto por el sistema social; que pueden ser abstraídas mediante análisis pero que no pueden ser conscientemente reconocidas o verbalizadas por cada uno de los miembros de la sociedad (1962-1963: 280).

Debe añadirse que las declaraciones de valores abstraídas por el investigador en su análisis han de resultar, cuando sean presentadas a los lugareños, reconocibles por ellos. Es decir, tiene que haber una congruencia básica entre lo que el antropólogo y la gente piensan que está pasando.

Honor y vergüenza Dos de los aspectos más ampliamente conocidos del «carácter español» son los valores relacionados con honor y vergüenza. De acuerdo con Peristiany (1966: 11), el honor y la vergüenza son preocupaciones constantes en sociedades pe-

queñas y exclusivas donde las relaciones primarias resultan más importantes que las secundarias y donde la personalidad de un hombre es tan significante como la posición social que ocupa. El pueblo español constituiría —precisamente— este tipo de entorno. Es un contexto donde, como Pitt-Rivers ha señalado, el Honor es tanto la estimación de la persona sobre su propio valor y su prerrogativa al orgullo, como el reconocimiento de sus colegas de su derecho a esa autoconcepción y a ese orgullo (1966: 21). El campo entero del honor en España ha sido bien revisado por Pitt-Rivers en varios trabajos, todos ellos citados en la Bibliografía del presente estudio. Además, otros escritores como Kenny y Caro Baroja se han ocupado repetidamente del tema. Un resumen de la naturaleza básica del honor en España se ofrece en Honor y Vergüenza (1966), editado por Peristiany. El asunto ha sido también extensamente tratado por autores españoles durante al menos varios siglos, tanto en la literatura popular como en la científica. Puesto que la naturaleza del honor en El Pinar corresponde en todo lo esencial a lo que ha sido ya descrito por otros, no hay necesidad aquí de profundizar en el concepto más allá de citar algunas de las formas en las que el honor es expresado públicamente por los lugareños. En El Pinar, como en todos los pueblos españoles, la reputación de una persona en la comunidad está basada en su honor y en el de su familia. Una buena reputación es esencial si la persona quiere sobrevivir socialmente en el pueblo. Un hombre honorable exhibe ciertos rasgos. Es serio y formal en su trato con otros, al tiempo que es simpático. Kenny ve el ser simpático como un rasgo comunicativo. Es tener «… el arte de conocer cómo estar en contacto con otra persona pero también saber que uno está en contacto con ella» (1964: 80). La esencia de la expresión

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pública del honor se refleja en el aplomo personal —el hombre honorable es un hombre equilibrado en su trato con otros al margen de su clase o posición social. Otro aspecto importante del honor consiste en el sentimiento de que uno es, en el sentido moral, tan bueno como cualquier otra persona —dentro de una ética igualitaria que rechaza el estatus socio-económico en cuanto a determinante de, o una condición necesaria para, la obtención y posesión de honor—. Así, cada hombre del pueblo se siente al menos igual a cualquier otro lugareño en lo que concierne al honor, al margen de sus ingresos, educación u ocupación. El honor, para el hombre, está relacionado con el concepto de hombría, que no debe ser confundido con el bien conocido fenómeno del machismo encontrado en Latinoamérica. En España, la hombría no es juzgada por una inequívoca inclinación heterosexual y las muchas conquistas del macho, como a menudo sí sucede en Latinoamérica. Más bien, para demostrar hombría, se debe exhibir coraje ante el enfrentamiento al peligro y la adversidad y, al mismo tiempo, debe hacerse con aplomo. Uno de los ideales de este tipo de valentía se encuentra en el torero, que se enfrenta a la muerte con una contención tranquila, e incluso con una sonrisa. La bravura de un hombre se alaba a menudo con la vulgar expresión de que tiene cojones («bolas» o «huevos»). Al yuxtaponer los rasgos de comportamiento con las partes del cuerpo, se evidencia que, del mismo modo que la pasión viene del corazón, la bravura procedería de los testículos, pero sin que ello tenga apenas una verdadera connotación sexual. A diferencia de la gente de Andalucía estudiada por PittRivers (1954), más expresivos verbalmente, el campesino castellano no habla frecuentemente del honor a no ser que, por supuesto, sea retado por otro. Entonces el ofendido puede decidir cómo vindicar ese honor si siente —de hecho— que el desafío es digno de respuesta. El reto más serio para el honor de un hombre consiste en insinuar que es un cornudo, refiriéndose a él como cabrón. El término significa literalmente macho cabrío y es tan odioso que incluso se utiliza el término cabritos para referirse a los machos de cuatro patas, diminutivo del nombre propio de cabra. Este insulto no resulta extraño en España ni es exclusivo de ella; más bien parece ser un fenómeno muy extendido en las áreas del Mediterráneo de Europa, desde Portugal a Grecia. En una ocasión en que Paco, nuestro fontanero del pueblo, apañado y manitas en general, continuaba aplazando la realización de ciertas reparaciones prometidas en mi casa, recurrí a un ataque a su honor como método para conseguir alguna reacción. Le recordé, delante de varios hombres reu-

nidos en su tienda, sus promesas incumplidas y le dije, llanamente, que en mi país los hombres mantenían su palabra. Este asalto a su sentido del honor funcionó; los hombres se rieron y Paco —no teniendo una respuesta lista para mi desafío— vino directamente a la casa y realizó el trabajo.

Vergüenza Directamente relacionado con el honor está el concepto de vergüenza, que puede ser descrito como la falta de honor procedente de una pérdida de él. El término sinvergüenza significa desvergonzado, descarado y es utilizado para referirse a los deshonestos, los inmorales, y perezosos en general. Ser un sinvergüenza en la comunidad significa estar más allá de la esfera de la vida y la gente decentes. La persona sin vergüenza no puede recibir confianza, y puede ser insultada casi con libertad plena, según las propias normas del pueblo, como en una especie de castigo o represalia; porque, además, sus palabras de contrataque no tendrán demasiado efecto, ya que nadie presta atención a lo que diga una persona indecente. La vergüenza resulta de importancia crítica para las mujeres; como la mujer del César, se espera de ellas que estén por encima de cualquier posible reproche, especialmente en lo que concierne a actividades sexuales. El modelo ideal para las mujeres es la Virgen María —la Inmaculada—. El sexo prematrimonial es un tabú absoluto y, si la mujer consiente tal comportamiento y ello se conoce, ambas, ella y su familia, quedan deshonradas. El honor familiar puede ser restaurado desheredando a la chica; esto puede mitigar el baldón sufrido cara a la comunidad, pero el tipo de vergüenza sentido por los padres y familiares cercanos durará —en todo caso— muchos años. Incluso cierta impresión de inmoralidad o promiscuidad causada en los otros resulta suficiente motivo para que una chica sea conocida por su falta de vergüenza, aunque de hecho no haya hecho nada «malo». Uno de los casos más trágicos fue el de una chica joven, de veintitantos años, conocida localmente como «la francesita». Hija del, una vez, duro trabajador que se convirtió, por oscuras razones, en el borracho del pueblo, la «francesita» fue a Francia como trabajadora migrante en varias ocasiones y adoptó una serie de «modernismos» o usos nuevos totalmente inaceptables para el pueblo. Se tiñó el cabello de rubio y normalmente utilizaba vestidos demasiado cortos para la aprobación de las lugareñas. En un memorable día de verano, fue a nadar al río llevando un bikini —indumentaria que solo muy recientemente ha sido aceptado como moda en España por las chicas de clase media y

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EL SISTEMA DE VALORES DE EL PINAR

alta y solo en lugares turísticos de playa—. Cuando la «francesita» caminó de vuelta al pueblo embutida en su bikini, las lenguas de todas las mujeres del pueblo no dejaron de cuchichear maldades durante horas, y los comentarios de los hombres tampoco fueron nada amables. Durante una tarde de baile de domingo, la «francesita» apareció por su cuenta —un acto no tan inusual, ya que solo las parejas prometidas formalmente iban juntas y la mayor parte de los hombres y mujeres acudían también individualmente—. Pero ninguno de los hombres jóvenes bailó con ella. Yo había asistido con un grupo de cinco o seis hombres jóvenes y les seguí en el proceso habitual de «examinar» a las chicas presentes. Todos ellos contaban ya con alguna experiencia sexual propia —beneficio colateral de sus estancias previas como trabajadores emigrantes en Francia— y se habían permitido hacer perversos comentarios sobre las posibles habilidades de la «francesita» en ese ámbito de actividad. Esto en sí mismo resultaba poco corriente, puesto que los chicos del pueblo eran reticentes a hacer groseros comentarios de naturaleza sexual acerca de las chicas locales, ya que estas mismas chicas eran probablemente familiares de sus amigos y no se insulta el honor de un amigo —al menos mientras el amigo está cerca—. Habiendo más hombres que mujeres presentes, sugerí a algunos de los hombres que bailaran con la «francesita», pero rehusaron, manifestando que no podían dejarse ver públicamente junto a ella. Yo me empezaba a encontrar algo molesto por la aparente hipocresía de los hombres y anuncié que si ninguno bailaba con ella lo haría yo. Fui —entonces— rápidamente informado de que mis «ideas americanas» sobre ser caballeroso estaban fuera de lugar aquí y que, para que nadie imputara depravadas intenciones a mi comportamiento, haría mejor escogiendo otra compañía. Y así lo hice. Ambos, honor y vergüenza, son conceptos que están íntimamente ligados con ideas sobre moralidad y estas ideas resultan legitimadas por normas a la vez sacras (por ejemplo, la Iglesia) y seculares, así como por la naturaleza de lo que es apropiado o no en lo tocante al comportamiento. En general, el código parece muy estricto: el negro es negro y el blanco es blanco, y el gris será difícilmente reconocido. Aun así, hay una cierta evidencia de que las costumbres —en alguna medida— están cambiando ya en El Pinar. El modelo de noviazgo descrito por los Price para un pueblo andaluz (1966) es esencialmente el mismo modelo seguido en el pueblo. Ninguna de las chicas por debajo de los 30 recuerdan tener que llevar chaperones (acompañantes adultos) y, por lo que pude averiguar, aquella venerable institución española de la dueña que custodiaba a las jovencitas, entró en desuso —al menos— hace 40 años por aquí. Métodos menos formales

de control social sirven para mantener las divergencias entre modelo y realidad reducidas a un mínimo de casos, aunque tales excepciones sí se producen. Una mujer casada me contó que no era infrecuente que las chicas se quedasen embarazadas deliberadamente por sus novios, de manera que se tuvieran que casar; esto se hacía normalmente como solución final para superar unas fuertes objeciones de los padres al matrimonio entre sus respectivos hijos. Tal tipo de comportamiento fue señalado como bastante frecuente durante los años 40, pero ya es mucho más raro hoy en día. En materia sexual la joven española resulta totalmente moral, aunque también hay un viejo proverbio que reza: «Entraron en el bosque dos y salieron tres». La pérdida de vergüenza no está estrictamente limitada a irregularidades sexuales. Una persona sin vergüenza, hombre o mujer, puede conseguir ese estatus mintiendo, engañando, robando, rehusando vivir de acuerdo con obligaciones familiares razonables, o por cualquier presentación impropia de sí mismo ante los demás. La mayor institución de control social no es la ley, sino el —aparentemente— omnipresente grupo que es conocido en América como «ellos». Y que en España responde al fraseo del ¿qué dirán? Incluso cuando mucha gente dice que no se preocupa de lo que otros puedan decir o pensar, de hecho lo hacen, porque una persona sin honor no puede esperar vivir una buena vida en el pueblo —y una buena vida es otro de los valores cruciales de El Pinar.

La buena vida Vivir una buena vida implica disponer de ciertos beneficios materiales y unos ingresos suficientes, así como disfrutar de la posesión de otras cosas menos tangibles. En lo que concierne a los beneficios materiales, hay una creciente ola de expectación en toda la comarca como también existe, de hecho, en toda España. La vestimenta buena es muy cara; el español típico viste tan bien como puede y la elegancia de la ropa hecha a medida es altamente valorada. Un buen traje y un nuevo corte de pelo tienen el mismo efecto sobre las mujeres. Pero estas cosas cuestan dinero, al igual que la televisión y los coches —los dos artículos de lujo más deseables de acuerdo con lo que dicen mis informantes. Para los agricultores es esencial obtener suficientes beneficios para poder lograr una buena vida. A pesar de la aseveración de Eric Wolf de que los campesinos ansían la subsistencia y no el beneficio (1955: 457), creo que los agricultores que yo he conocido se encontraban definitivamente orientados hacia los beneficios y me atrevería a refutar —en

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Joseph Buenaventura Aceves • EL PINAR: FACTORES SOCIALES RELACIONADOS CON EL DESARROLLO RURAL EN UN PUEBLO ESPAÑOL

este sentido— la afirmación de Wolf como del todo inadecuada, al menos en lo que concierne a España, y es muy probable que también errónea para el campesinado europeo en general. La buena vida también incluye buena salud. La enfermedad constituye un lugar común en las sociedades campesinas debido a lo frecuente que resultan en ellas la malnutrición y la falta de cuidados médicos. En la región de El Pinar, la gente goza —por lo general— de buena salud y los servicios médicos son bastante buenos. Es verdad que las dietas no están bien equilibradas desde el punto de vista de un dietista, y que la gente se queja de las altas tasas o «igualas» pagadas por consultar con el médico del pueblo, pero en general la mayor parte de la gente resulta saludable y ahora está empezando a comer mejor. Las condiciones de salud medioambiental, como se mencionó en el capítulo anterior, han mejorado drásticamente desde 1955 y esto se ve como muy importante, dado que la gente reconoce que no se puede llevar una buena vida en un entorno insalubre y deteriorado. El ardiente deseo de los granjeros, resineros, comerciantes, artesanos, y todos los otros vecinos del pueblo es ganar más dinero y trabajar menos. Y esta afirmación resume la esencia de lo que, en términos materiales, los lugareños piensan sobre la buena vida.

Familia La unidad social mayor a la cual cada individuo pertenece es la familia nuclear, y los parientes cercanos asociados a ella. Mientras que la familia nuclear es la unidad base, se mantienen lazos cercanos con hermanos y hermanas que viven en el pueblo, así como con tías y tíos y parientes políticos. En efecto, cada persona está implicada en un grupo familiar muy similar al de la familia extendida, pero con las unidades nucleares siendo —en gran medida— independientes unas de otras. Para el habitante del pueblo, la familia es la fuente principal de identidad y a menudo los grupos familiares funcionan como grupos de producción, especialmente en lo que se refiere a los agricultores. Las mujeres en El Pinar rara vez trabajan en los campos, excepto en la época de cosechar el grano, e incluso entonces solo si el labrador no tiene hijos u otras personas para ayudarle. Sin embargo, la esposa campesina tiene sus propias tareas —las del hogar—, que exigen suficiente dedicación como para mantenerla ocupada todo el día y parte de la noche. El parentesco constituye el lazo más relevante que un hombre puede tener respecto a otros y frecuentemente una

persona es identificada esencialmente como miembro de algún grupo de parentesco. A menudo le pregunto a alguien quién es esa persona, esperando obtener como respuesta un nombre y unos apellidos. Y con mucha más frecuencia me dirán que Fulano es el hijo de bla-bla-bla, que es el primo de la mujer que vive en la esquina, quien es —a su vez— la hermana de la esposa del carnicero. Raramente me contestará alguien —simplemente— que esa persona en concreto se llama, por ejemplo, José López; la genealogía casi siempre sobreviene lo primero y —habitualmente— ello ocurre porque el apellido de la persona resulta desconocido para mi informante. Uno de los fenómenos comunes en El Pinar es que pocas personas conocen los apellidos de otras personas. La mayoría de la gente tiene motes, o son llamados por sus nombres de pila o por los títulos, en el caso de los que merecen el tratamiento de Don. El ideal es que las relaciones más cercanas se den entre padres e hijos y entre hermanos. También existen estas relaciones cercanas entre los abuelos y los nietos y entre tíos, tías y sus sobrinas y sobrinos. Las relaciones resultan normalmente cercanas, pero ello no significa que sean siempre y necesariamente amistosas. Los primos también se tienen en cuenta, siendo los primos carnales (primos primeros) los más próximos y aquellos con los que usualmente las relaciones son más cercanas. Los primos segundos y terceros son gente con la cual uno puede tener una relación cercana o no, dependiendo de los individuos y las circunstancias. Es interesante resaltar que el término primo, además de su significado familiar, tiene un segundo significado como «tonto» en español, y a veces es necesario comprobar el contexto en el cual se utiliza el término de parentesco para determinar —incluso— aquello de lo que el informante está realmente hablando. El término pariente es utilizado como denominación genérica para incluir a todos los familiares, aunque en la práctica normalmente se refiere a aquellos que están más allá del nivel de primo o de los familiares más inmediatos. La bondad del término estriba en que los parientes pueden usar el informal tú en las conversaciones entre ellos, en lugar del usted, forma reservada para extranjeros y superiores; pero —no obstante— el criterio para determinar quiénes son los parientes de uno es más bien vago. En un caso particular, uno de mis parientes reclamaba la relación sobre la base de que el marido de la hermana de mi abuela por parte paterna, era casi como un primo para la familia de su mujer. La utilidad del término reside en que es de lo más flexible y no vincula a nadie a ningún deber específico, como puedan ser las obligaciones de un padre con su hijo. Dado que la endogamia en el pueblo resulta común, y que casi todo hijo de vecino es pariente del

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EL SISTEMA DE VALORES DE EL PINAR

resto del pueblo, el término en sí, así como las normas de comportamiento que uno asume que debe llevar implícito este, han ido perdiendo su significado. La familia constituye el primer agente de socialización y la identidad resulta obviamente crucial, de modo que en El Pinar ese dicho de que «la sangre es más espesa que el agua» ha tenido una gran relevancia social y la lealtad hacia la propia familia está considerada como de gran valor. Desafortunadamente, la norma de la lealtad es a menudo traicionada y las discusiones dentro de las familias son de lo más común, especialmente cuando están en juego asuntos relacionados con propiedades y herencias. Sin embargo, en los buenos tiempos y en los malos, el individuo debe acudir a la familia. El sentido de una fuerte solidaridad familiar que varios escritores han descrito en el sur de Italia no existe en el mismo grado en El Pinar y los pueblos de la comarca. Aunque presente hasta cierto punto, el énfasis en el honor de la familia como entidad corporativa parece haber disminuido desde la Guerra Civil y la mayor parte de la gente siente que la emigración seguirá mermando la intensidad de los lazos familiares. Uno de los elementos habituales en la mayoría de las casas es el viejo abuelo o abuela, ya que a menudo se trata de una mujer ya viuda. Los asilos y residencias para mayores apenas existen todavía en España y la mayoría de la gente con la que hablé no podía concebir la práctica americana de abandonar a los padres mayores en una institución para la «tercera edad». Incluso, como es a menudo el caso, cuando el padre mayor llega a convertirse ya en una molestia debido a la senilidad o enfermedad, o simplemente a la pura obcecación, no se piensa —ni por un momento— en «desembarazarse» de esa persona —ya que tal idea es completamente extraña a la estructura de valores del país—. Pero volveré a la familia y a las obligaciones familiares y sus lazos más adelante, cuando discuta ciertos aspectos de resistencia al cambio social.

Tranquilidad Honor, vergüenza, y familia han sido extensamente discutidos en la literatura antropológica sobre la Europa mediterránea en general, y sobre la de España en particular. Se ha prestado poca atención, sin embargo, al alto valor concedido a la tranquilidad. Todas las clases, grupos de edad y personas de ambos sexos parecen estar de acuerdo unánimemente en la necesidad de paz y orden y en no querer problemas. La tranquilidad se consigue mediante un comportamiento escapista o de «evitación»; es decir, uno está tranquilo si evita los problemas. La frase meterse en líos significa literalmente «ponerse uno dentro del problema». El problema

es visto como algo que se encuentra siempre presente y latente en cada situación social; que es inherente al sistema social. Así, uno consigue tranquilidad asumiendo un rol de comportamiento concebido para evitar relaciones problemáticas. Uno consigue tranquilidad con sus colegas evitando los comportamientos que puedan activar los problemas siempre latentes en las interacciones humanas. La formalidad, el porte digno, y a menudo el lenguaje elaborado que emplea la gente pueden ser comprendidos en parte como un conjunto de rasgos designados para minimizar conflictos potenciales. El agricultor castellano no responde al estereotipo del latino voluble; es un hombre muy racional, cauteloso y prudente.

Individualismo El individualismo es expresado con frecuencia por la siguiente frase: «Hago lo que me da la gana». Así, se asume el derecho inalienable del individuo de hacer lo que quiera pero con la obligación implícita de que sus acciones no interfieran seriamente con los derechos de sus colegas o vecinos a hacer lo mismo. Egoísmo y personalismo no son sino aspectos concretos del valor general del individualismo y —en su conjunto— esta orientación general de valores ha sido aceptada por escritores tanto españoles como extranjeros en cuanto a parte integral de lo que sería la estructura del «carácter español». Cuando un informante me contó «este pueblo es enemigo de la cooperación», se refería al señalado individualismo de los lugareños, el cual impedía cualquier esfuerzo cooperativo a largo plazo. Mis observaciones en la comarca, sin embargo, vienen a revelar que esta faceta del carácter castellano ha sido groseramente exagerada en la literatura y por parte de la misma gente a la que se le aplica. La expresión real del comportamiento altamente individualista e idiosincrático en el pueblo se limita a actos más bien inconsecuentes, tales como cantar a toda voz en la Plaza a las dos de la mañana solo porque a uno le apetezca cantar. En los asuntos relativos a la familia y las relaciones con otros, el lugareño se halla restringido en sus acciones por las normas locales y por un conjunto bastante rígido de controles sociales que funcionan en el pueblo. El «individualista rampante» corre el riesgo de toparse con acciones punitivas por parte de la familia y asociados, y cargar con la sanción ulterior de no ser considerado ya serio y, por tanto, no recibir la confianza en los asuntos de importancia que han de discutir los adultos. La gente misma reconoce que buena parte de esa tan acariciada libertad de la acción individual puede ser expresada

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y llevada a cabo solo dentro de unos límites muy estrechos. Una persona es libre de expresar su alegría cantando en la Plaza —hasta un cierto punto—. Se pueden discutir acaloradamente los méritos de un torero o futbolista dados — hasta un cierto punto también—. El punto en cuestión se alcanza cuando la persona infringe los presuntos derechos de los demás o se convierte en una molestia tal que otros pueden exigir que se calme. Las expresiones individuales sobre los asuntos más serios de religión, política o temas comunitarios, son generalmente evitadas en público. Esto no es tanto —o únicamente— por el miedo a represalias por parte de las autoridades, sino quizá más un reflejo de que la persona es consciente de que sus ideas y expresiones pueden activar los problemas siempre latentes en el medio social. Los valores del individualismo y la tranquilidad son en gran medida mutuamente exclusivos en un pueblo pequeño. Uno no puede ser individualista y tener tranquilidad al mismo tiempo. Creo que el lugareño se da perfecta cuenta de que gran parte de su individualismo es solo un potencial ilusorio y altamente problemático que nunca puede ser llevado a cabo enteramente como conducta pública. Cualquier acción individualista, desenfrenada o indecorosa donde otros estén implicados levanta el fantasma de los líos y la consecuente amenaza de pérdida de la tranquilidad.

Figura 25. La iglesia en El Pinar.

Religión En cualquier trabajo que trate de un pueblo español parecería casi impensable no incluir —al menos— una breve referencia a los sentimientos religiosos de la gente. Castilla la Vieja es considerada como una de las áreas más conservadoras de un país religiosamente conservador. Iglesias, altares, sacerdotes, procesiones y otras manifestaciones externas del catolicismo romano abundan en España y El Pinar no es ninguna excepción. Aun así, resulta creciente la evidencia de que el fervor de los fieles empieza a declinar lentamente, en especial dentro de las áreas urbanas, y mis propias observaciones muestran que esto puede estar sucediendo también en los pequeños pueblos. Se dice que el español o es católico o no es nada —menos del uno por ciento de la población pertenece a la minoría judía y protestante y pocos españoles se han convertido al protestantismo. La mayor parte de la gente de El Pinar —de hecho, la inmensa mayoría— asiste regularmente a misa los domingos y las fiestas de guardar. La religión se enseña en los colegios y es apoyada por el Estado en multitud de formas. Con todo, hay una curiosa indiferencia entre muchos de los lugareños hacia gran parte del catolicismo tradicional y ello se hace más patente entre los jóvenes. El sacerdote del pueblo expresaba su complacencia porque la religiosidad en El Pinar tenía un nivel satisfactorio, aunque con frecuencia dedicaba sus sermones a censurar a la gente por sus pecados. No intenté ningún estudio sistemático de los valores religiosos y por tanto mis comentarios aquí son un tanto impresionistas, pero siento —aún así— que pueden ser válidos. La gente va a la iglesia porque siempre ha ido a la iglesia; es católica porque siempre ha sido católica. Esto es lo que me contaron y se confirma desde mis propias observaciones. El poder de los sacerdotes en los pueblos ha disminuido y la aparición de un clero joven y militante, con ideas modernas sobre la justicia social para todos, está teniendo un profundo efecto en la sociedad. La liberalización de la Iglesia en los recientes Concilios Vaticanos y el papado de Juan XXIII han sido bien acogidos por la mayor parte de la gente de los pueblos. De hecho, una buena cantidad de ellos son partidarios (en privado) de la separación de la Iglesia y el Estado, y la Ley de Libertades Religiosas de 1967, que garantizaba también los privilegios a los no católicos fue un reflejo de lo que mucha gente sentía desde hacía tiempo. Con la excepción de un puñado de beatas —las ancianas que «viven en la iglesia»— y algunos «católicos profesionales» entre el laicado, la gente es en su mayoría bastante tolerante con los no católicos; en realidad, probablemente más que los miem-

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Figura 26. Es costumbre que, en la fiesta del Santo Patrón de los pueblos de la comarca, su imagen se lleve en solemne procesión por las calles y que los hombres bailen la «jota» tradicional como signo de alegría y agradecimiento por las bendiciones que él les haya otorgado.

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bros de la jerarquía eclesial, quienes son —por lo general— «ancianos y muy conservadores». Dios está verdaderamente siempre presente en el pueblo pero de alguna manera se tiende a dar por sentada su presencia, excepto en tiempos de crisis tales como la muerte o los desastres. Un buen análisis científico del catolicismo español se encuentra en el libro de Rogelio Duocastella Análisis sociológico del Catolicismo español (1967). Kenny, en su estudio de Ramosierra (1961) resaltó las funciones integradoras de las Cofradías —la organización de hermandad de seglares devotos de un santo particular—. Fui afortunado al poder visitar Ramosierra con Kenny durante el verano de 1967 ya que estaba muy interesado en comprobar cómo esta función integradora iba declinando a medida que el pueblo se había ido modernizando y convirtiendo en una pequeña atracción turística para otros españoles. En El Pinar hay cofradías, así como otras agrupaciones similares para mujeres, tales como las Hijas de María. Pero la función integradora que cumplen es mínima. Los miembros normalmente se encuentran una sola vez al año, en el día de su Santo patrón, para la ceremonia religiosa y la procesión, y apenas tienen otros objetivos o actividades. En efecto, cuando uno estudia fenómenos tales como la fiesta en honor del Santo patrón puede ver que —en realidad— eventos así constituyen poco más que excusas para una celebración secular, digan lo que digan los sacerdotes y los más devotos del pueblo. Con todo, uno no puede ignorar el papel de la Iglesia como factor integrador en los pueblos, aunque el grado de integración dependa en gran medida de la personalidad del sacerdote residente. Algunos de los clérigos más jóvenes han tenido mucho éxito en el contacto con la juventud descontenta del medio rural. En Ramosierra, un joven sacerdote fue asignado para ayudar al párroco, que estaba envejeciendo y, aunque muy querido por sus fieles, era incapaz de llevar a cabo todo el trabajo. El viejo sacerdote prácticamente ignoró al joven y le dio poca tarea que hacer. El sacerdote joven aprovechó su tiempo libre y comenzó a visitar bares y cafés y a hablar con los jóvenes para interesarse por sus problemas. Hizo algo de lo más inusual —fue a la gente en lugar de esperar a que la gente viniera—. Algo similar sucedió en Santa María, donde un grupo de sacerdotes, incluyendo a tres americanos, estableció una escuela para chicos. Siendo una orden religiosa que no dependía del obispado de Segovia, tenían un mayor grado de autonomía que los sacerdotes locales y algunos de sus métodos levantaron más de una ceja de sorpresa en la región. La idea de una discotequera noche ye-yé en el auditorio de la escuela fue, cuando menos, un poco diferente de las activi-

dades parroquiales habituales en la zona. Además, en más de una ocasión, estos sacerdotes llevaron a grupos de jóvenes a fiestas en la región y se vistieron de traje en lugar de portar su sotana de cada día. Estas aberraciones eran despreciadas por los laicos más conservadores como rarezas que uno podría esperar de los americanos y otros extranjeros. De todos modos, ello no impidió a la gente continuar enviando a sus niños a la escuela, porque reconocían que estos sacerdotes eran capaces de ofrecer a sus hijos una educación mucho mejor que la existente en las escuelas del pueblo. El papel del párroco del pueblo depende tanto del individuo que lo ocupe, que el estatus o las generalizaciones no pueden aplicarse. No obstante, un sacerdote que conoce a su gente y es capaz de reunirla en torno a él, constituirá una poderosa fuerza en la comunidad. Cuando discutía la resistencia a las cooperativas con un grupo de Agentes Comarcales que habían venido a El Pinar para encontrarse con algunos agentes locales del SEA, les pregunté: «¿Qué se puede hacer para mejorar la agricultura en El Pinar?» La respuesta que obtuve fue sorprendente y de lo más reveladora —un agente de una oficina cercana comentó: «Consigue un nuevo sacerdote».

Educación Durante el periodo de estudio en El Pinar, las escuelas estaban sufriendo una serie de cambios destinados a actualizar el currículo y las instalaciones, y mejorar la calidad de los maestros. La escuela del pueblo nunca ha sido el tipo de centro comunitario que son las escuelas norteamericanas en los pueblos pequeños, y la educación —más allá del nivel elemental— ha constituido siempre un lujo que el agricultor no se podía permitir. Hoy en día, la gente le da un gran valor a la educación de sus hijos. La educación elemental resulta disponible para todos, y es posible conseguir el Bachiller Elemental, un diploma que certifica que se han completado los estudios hasta el noveno grado de acuerdo con el sistema norteamericano. Las tutorías privadas hay que pagarlas y son realizadas por los maestros, de manera que algunos de los jóvenes pueden llegar hasta el cuarto curso y conseguir el Bachiller Superior —que sería equivalente a nuestro diploma de Escuela Secundaria. La educación es la esperanza principal para el ascenso social; una persona que no tenga al menos alguna educación formal está condenada a una vida de trabajo manual en una sociedad crecientemente mecanizada. Algunos de los padres han sacado a sus hijos de la escuela antes de conseguir el Ba-

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chiller Elemental porque necesitan su ayuda en el campo. A excepción del practicante y algunos otros adultos interesados, pocos en el pueblo objetan o reconvienen a los padres que animan a sus hijos a abandonar los estudios —el padre tiene derecho a controlar las vidas de sus hijos y ¡ay del que interfiera! Puedo resumir la situación brevemente exponiendo que España en general, y El Pinar en particular, otorgan gran valor a la educación de la juventud, y las autoridades parecen

estar intentando —seriamente— actualizar y mejorar el sistema educativo en su conjunto. Está claro y es conocido por todos, además de aceptado por la mayoría, que hoy no hay futuro en España para la gente sin la instrucción adecuada. Por lo tanto, el agricultor valora la educación no por alguna pretensión de esclarecimiento intelectual, sino porque piensa que le compensa económicamente conseguir que sus hijos «hagan una carrera».

Figura 27. Los «rostros» del pueblo.

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CAPÍTULO IX FAMILISMO AMORAL Y BIENES LIMITADOS

H

AY un acuerdo general entre los estudiosos de las sociedades campesinas acerca de que la vida social de un pueblo se desarrolla en un contexto de envidia, desconfianza mutua y conflicto. Una gran proporción de la vida cotidiana y de la interacción social se caracterizan, abiertamente o no, por las sospechas respectivas y la perspectiva común de tener que desenvolverse en un mundo de quebradizas relaciones sociales. El conflicto al que aquí me refiero sucede dentro del pueblo; y es un conflicto que se extiende por las relaciones sociales entre grupos e individuos dentro de la comunidad. Foster (1960-1961: 174-176) cita numerosos ejemplos de situaciones de conflicto en muchas comunidades campesinas, e intenta demostrar que este fenómeno resulta más o menos típico entre las sociedades rurales en general. Lopreato estudió un pueblo del sur de Italia y afirmó que «los campesinos de Stefanaconi son dados a la suspicacia, las peleas, el vituperación, el abuso, la violencia, y los antagonismos de todo tipo» (1966: 561). Foster encontraría la misma clase de situación en Tzintzuntzan, México (1948). Y Lewis también señaló, en su trabajo de Tepoztlán (1949), la presencia del conflicto y demás fenómenos relacionados. Los más importantes estudios sobre España como los de Pitt-Rivers (1954), Kenny (1961) y Lisón Tolosana (1966) no enfatizan —sin embargo— el conflicto, pero Pitt-Rivers señala la desconfianza de los agricultores hacia los forasteros, el resentimiento hacia los ricos, y la importancia del cotilleo en la comunidad. No obstante, mis comunicaciones personales con Pitt-Rivers y especialmente con Kenny me vinieron a confirmar que ellos eran totalmente conscientes de la naturaleza conflictiva de esa vida social del pueblo, aunque hubieran preferido no subrayarlo en sus estudios. Ambos son

«funcionalistas» hasta cierto punto y parecen más preocupados por resaltar los aspectos integradores del comportamiento institucional, evitando incidir en la teoría del conflicto cuando tratan con el cambio social. El trabajo de Lisón Tolosana está más orientado históricamente, pero la naturaleza del conflicto se encuentra claramente expresada en él, sobre todo en lo que atañe a los conflictos intra-familiares. Claudio Esteva Fabregat, un etnólogo español que se hizo cargo de la cátedra de antropología en la Universidad de Barcelona en 1968, conversó conmigo sobre este tipo de conflicto en un par de ocasiones y se mostraba —en general— de acuerdo en que existe y es parte integral de la vida del pueblo. Mi problema —pues— no es probar la existencia de situaciones de conflicto, sino más bien ver su efecto sobre el desarrollo rural y los programas de cambio, así como sus relaciones con los sistemas de valores del campesinado.

Familismo amoral E. C. Banfield describe en su libro The Moral Basis of a Backward Society (1958) la vida en Montegrano, un pueblo del sur de Italia golpeado por la pobreza. Cita la envidia y la hostilidad allí presentes y señala que los intentos de actividades cooperativas —incluyendo las actividades políticas— diseñadas para promover el bienestar de la comunidad nunca tuvieron éxito, ni siquiera llegaron a tener un buen comienzo. Silverman (1965), Friedman (1953) y el novelista Barzini (1964) mencionan evidencias similares en otros pueblos italianos. En un intento por explicar el fenómeno, Banfield acuñó el término «familismo amoral» para describir una manera de

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ver el mundo que los lugareños parecen estar siguiendo. El postulado básico del familismo amoral es: Maximiza las ventajas materiales de la familia nuclear a corto plazo; asume que los demás harán lo mismo (1958: 85).

El postulado es una hipotética visión del mundo que refleja el hecho de que la familia constituye el grupo primario de referencia para el agricultor. Partiendo de esta declaración básica, Banfield dibuja un corolario que indica: En una sociedad de familistas amorales nadie promoverá los intereses del grupo o comunidad, excepto para su propio beneficio (1958: 83).

El valor de estas hipótesis, como señala Banfield, no depende de la posibilidad de mostrar que alguno o todos siguen conscientemente la norma, sino que se manifiesta en que la gente actúa como si la siguieran. Sin embargo, cualquier afirmación sobre valores abstraída por un antropólogo debería ser inteligible para la gente. Mientras encontraba evidencias de familismo amoral en El Pinar, cité algunos de los conceptos de Banfield a varias personas sin citar cuál era mi fuente. Y en casi todos los casos me contaron que mis afirmaciones eran correctas, que la gente, de hecho, sí pensaba de esta manera. Es más, en ocasiones se producían discusiones en las que la gente decía cosas que me hicieron preguntarme si no estarían citando directamente a Banfield, tras haber conseguido una copia de su libro de algún modo. No lo habían hecho, por supuesto, pero la pretendida visión del mundo que Banfield expone no solo tenía sentido para mí, sino que fue empíricamente verificada por las afirmaciones y acciones de los lugareños con los que vivía; esto es, al menos en la medida en que esa hipotética visión del mundo permaneciera como una explicación viable de su comportamiento. El criterio de como si indicado anteriormente es defendible sobre la base de que la gente no siempre resulta consciente de por qué hace ciertas cosas, o por qué tiende a seguir ciertas vías de actuación. Ello plantea la cuestión de que la visión del mundo es algo prácticamente imposible de medir directamente; como mucho podemos llegar a una aproximación de lo que la persona está pensando mediante el análisis post hoc de su comportamiento. Las ideas de Banfield no han carecido de crítica. Cancian le atacó con fundamentos lógicos (1961); y dos estudiosos italianos, Pizzorno (1966) y Marselli (1963), lo hicieron con fundamentos que van de lo «histórico» a lo casi «histérico». Un académico holandés, Wichers (1963), refutó los argumentos de Pizzorno y Marselli, y aseguró poseer evidencias que respaldaban esta hipotética visión del mundo partiendo de estudios del sector rural de Holanda. El hecho de que

Banfield fuera un politólogo y no un antropólogo, y de que no hablara italiano, sino que confiaba para las traducciones en su esposa italiana, parece haber posicionado a algunos antropólogos en contra de su trabajo. En 1966 fui informado de que podía comprometer mi carrera si intentaba publicar cualquier cosa que respaldara el «familismo amoral». El antropólogo que me dio este aviso amistoso cambió más tarde su opinión cuando vio mis datos. El concepto de familismo amoral parece ser ahora más aceptable para los antropólogos sociales de lo que era hace tres años; no obstante, por lo que yo sé, mi estudio fue el primero que intentó poner a prueba algunas de las hipótesis ofrecidas por Banfield. Por supuesto, el valor último de cualquier sistema teórico depende de su valor explicativo, y esto solo puede ser decidido mediante pruebas de campo reales. Banfield propuso varias hipótesis predictivas derivadas de su enunciación básica del familismo amoral. Varias de ellas no eran directamente relevantes para El Pinar, ya que los sistemas políticos de España e Italia resultan diferentes pero, con todo, la mayoría de ellas fueron aplicables y comprobables sobre el terreno. La primera hipótesis es la proposición-corolario de que nadie promoverá los intereses de la comunidad a no ser que sea para su propia ventaja. Esto fue comprobado en El Pinar y en otros pueblos de la comarca. Una de las mayores críticas realizadas por la gente contra la familia Moreno fue que no hicieran nada para ayudar a la comunidad. A pesar de todo, durante los años en que Eusebio Moreno fue el «cacique del pueblo», patrocinó varios proyectos de mejora de carreteras y servicios. Esto fue interpretado por la gente como acciones guiadas para beneficiar ante todo al propio Moreno —las carreteras mejores facilitaban el trabajo de sus camiones, etc. Cuando el médico del pueblo sirvió como alcalde, construyó una casa para él mismo financiada con fondos públicos. Esto era completamente legal ya que cada pueblo debe proporcionar alojamiento a su médico residente. Sin embargo, fue duramente criticado por sus acciones, igual que lo fue por promover la desecación de algunos estanques que servían como criaderos de insectos. La construcción de la nueva clínica fue criticada también porque muchos sentían que existía —básicamente— para provecho del doctor y el practicante. En ningún caso aceptó la gente que todo ello se hiciera por altruismo o el deseo de mejora. Esto demuestra la segunda hipótesis establecida por Banfield: «Cualquier reivindicación motivada por el celo por el bien público en lugar de por las ganancias privadas es considerada un fraude». Aunque el pueblo de Villa Román tiene un alcalde ambicioso y un Ayuntamiento igualmente ambicioso, los hombres que lo forman están constantemente bajo sospecha.

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Resulta innegable que el pueblo ha sido transformado virtualmente desde las ruinas en que quedó en 1949 hasta ser un lugar bonito y bien desarrollado en 1966, pero los medios por los que algunos de los funcionarios públicos han prosperado también hacen que la gente se pregunte cuánto celo por lo público ha habido realmente en las acciones del Ayuntamiento y de su alcalde. Casos similares han sido relatados por otros pueblos en la comarca. Uno de los más interesantes ocurrió en San Juan. Una adinerada mujer nacida allí, pero que vivía en otro lugar, se ofreció a construir una piscina para el pueblo libre de todo coste si las autoridades del pueblo proporcionaban una parcela para la misma. La tierra en cuestión era suelo arcilloso, tan inservible como de nulo valor para la agricultura. La propiedad de la tierra continuaría siendo del pueblo, y la titularidad de la piscina también revertiría a este una vez terminada. Los lugareños estaban divididos en su opinión sobre el proyecto y al final negaron el permiso para construir la piscina. Sintieron que nadie haría tal oferta a no ser que hubiera algún tipo de truco. No quisieron aceptar la explicación de la mujer de que ella actuaba solo por motivos caritativos —realmente era pedirles demasiado que aceptaran como válida tamaña declaración. Banfield ofrece siete hipótesis relativas a las reacciones de los campesinos a los cargos políticos y otros cargos funcionariales. Son estas: 1. Los funcionarios solo se preocupan por los asuntos públicos por los que son pagados. El interés de los ciudadanos privados por los asuntos públicos es calificado como extraño, incluso impropio. 2. La gente realiza pocos controles sobre los funcionarios; solo otros funcionarios realizan los controles. 3. Los funcionarios realizan solo el trabajo mínimo necesario para mantenerse en el cargo o ser promocionados. La gente profesional y educada carece normalmente de un sentido de misión y de la vocación de servicio. Los más altos cargos son considerados por quienes los ocupan como armas para ser usadas contra otros o un trampolín para su propio provecho. 4. Los funcionarios aceptan sobornos cuando es posible y la gente asume que lo hacen siempre, incluso cuando no sea así. 5. No hay correspondencia entre los abstractos principios políticos y el comportamiento concreto de la vida cotidiana. 6. El voto se utiliza para obtener el mayor beneficio a corto plazo. 7. Se asume que los políticos y los elegidos para cualquier cargo son por definición corruptos; esta presunción

se hace patente tan pronto como el funcionario toma posesión del cargo. La tendencia al elegirlos, pues, es más votar contra alguno que intentar favorecer directamente a alguien. Podemos hacer frente a estas hipótesis en un marco más global. En general, los funcionarios se restringen solamente a sus áreas de competencia y no actuarán si sienten que sus acciones infringen los límites de las labores de otro funcionario. En parte, este es un comportamiento normal, en lo que se refiere al uso de la propia jurisdicción. También es una manera de evitar decisiones o de «escurrir el bulto». Este comportamiento resulta más evidente a nivel provincial, donde parece que las decisiones sobre cualquier asunto tardan siempre una eternidad. Un refrán español lo expresa así: «Las cosas de palacio van despacio». Pocos representantes del público —en general— asisten a la mayor parte de reuniones del ayuntamiento; con la excepción de la crisis de los resineros de 1967, yo era normalmente el único visitante asiduo de las mismas, incluso cuando las reuniones estaban abiertas al público general. Las gentes se interesaban por las actividades del ayuntamiento, sí, pero generalmente solo si estas les afectaban directamente. Si un ciudadano se vuelve muy inquisitivo o se inmiscuye mucho en asuntos municipales, se piensa que su comportamiento es inadecuado no solo por parte de las autoridades, sino también por parte de todo el público, ya que su interés será motivado con toda probabilidad por un deseo de beneficio personal. Como puede verse en la historia de la controversia entre El Pinar y Villa Román sobre los beneficios de la Comunidad, los funcionarios solo son controlados por otros funcionarios. Nada más que en los casos de gran escándalo público la gente osará pedir un informe sobre la conducta del funcionario. Tratar de comprobarlo de otra manera es correr el riesgo de provocar la ira de algún alto cargo y eso, por supuesto, se traduciría en líos y en la pérdida de la tan anhelada tranquilidad. Es verdad que la mayoría de los funcionarios trabajan el mínimo necesario para mantener sus trabajos o conseguir un discreto ascenso, pero ciertos grupos de funcionarios han de quedar exentos de esta afirmación, y así los sitúa la gente. Lo mismo se mantiene para muchos de los profesionales y de la gente educada. Claramente, en El Pinar, la mayoría de los maestros de escuela estaban altamente motivados para realizar un buen trabajo. Los trabajadores de la Extensión Agrícola y de la PPO eran, como ya quedó dicho, casi «misioneros» en sus labores —y los suyos eran, además, puestos donde las promociones llegan con lentitud y se basan normalmente en la

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antigüedad del escalafón en lugar de las habilidades personales. El practicante de El Pinar era uno de los hombres más dedicados a su oficio que he visto en mi vida; era uno de los pocos genuinamente preocupados por la mejora de la vida de los más jóvenes del pueblo. En este caso, la gente reconocía su celo y fue elegido para sentarse en el Concejo del Ayuntamiento tras obtener el doble de votos que los conseguidos por el resto de sus contrincantes juntos. Por otra parte, el sacerdote del lugar era tenido como alguien que hacía siempre lo menos posible y a la gente en general no le gustaba por sus cercanas conexiones con la familia Moreno y sus intentos anteriores de hacer las cosas a su manera en el pueblo. No pude detectar ninguna evidencia directa de que los funcionarios utilizasen sus puestos como armas contra otros en El Pinar, aunque algo de esto sucedió en Villa Román. En realidad, los funcionarios del pueblo tienen poco poder y es en los niveles provincial y nacional donde un funcionario puede utilizar su puesto para derrotar a un enemigo de manera más efectiva —y de forma menos visible. El soborno es un tema difícil de tratar en general; los funcionarios de El Pinar eran honestos y no corruptos. A pesar de ello, hubo algunas decisiones dudosas sobre usos de la tierra y permisos de construcción que hicieron sospechar que algunos habían tenido su parte, más que amplia, de «errores administrativos». Soborno es un término demasiado duro para ser utilizado; lo que sucede es que a menudo un funcionario le hará un favor a alguien que no le haría a otra persona, pero esto no significa necesariamente un intercambio de dinero a cambio de alguna cosa o acción. Mi valoración de los funcionarios de El Pinar coincide con la de la gente —es decir, eran hombres honestos—. Mi opinión de los funcionarios de Villa Román también coincide con la de la gente de su pueblo —es decir, eran menos honestos de alguna manera—. Uno se pregunta cómo fue capaz el alcalde de juntar el dinero suficiente para construir un bloque de viviendas en el pueblo con su pequeño salario y sin una gran herencia. Uno se pregunta también cómo el hijo de cierto empleado municipal consiguió una beca para una escuela tras rellenar la solicitud, especialmente cuando otros padres fueron incapaces de conseguir las solicitudes que estaban supuestamente disponibles en el Ayuntamiento. Tales cosas fomentan las dudas, y ya que el agricultor se inclina siempre a pensar lo peor de sus compañeros, las dudas llevan a acusaciones privadas de fechorías que, por supuesto, se mantienen igualmente en privado y se comparten solo con los más cercanos. El uso del voto en España se encuentra bastante limitado. Los alcaldes son nombrados por el Gobernador Provincial, que a su vez es propuesto por el Jefe de Estado. Los únicos

cargos electos son los concejales. A estos se les elige sobre las bases de su personalidad y popularidad, aunque un gran número de votantes considera también otros méritos. El mérito significa normalmente que la persona defenderá al votante y sus intereses. Se supone que quien desempeña ese cargo en cuestión cuidará de sus propios y especiales intereses o de aquellos de su jefe o patrón, pero tan pronto como el hombre de la calle ve una oportunidad de conseguir algo para sí mismo, no le preocupará demasiado la corrupción, ya que tiene perfectamente asumido que sus funcionarios no sean demasiado honestos. Curiosamente, mucha gente me comentó que si ellos fueran elegidos o nominados, harían probablemente las mismas cosas por las que critican a otros, tanto real como supuestamente. La conexión entre la ideología política abstracta y la práctica cotidiana real se ve como remota. Las promesas del Partido Falangista, de la Iglesia, y de los izquierdistas críticos con el régimen son consideradas por la mayoría de los lugareños como «palabrería hueca». Todos están de acuerdo en que las ideas que expresan son muy buenas; simplemente se preguntan cuándo las pondrán en práctica. Esta no es una crítica dirigida solo al régimen de Franco —la mayor parte de la comarca está a favor de Franco en general—; es respetado, aunque no querido universalmente. Los lugareños desconfían de cualquier gobierno —República, Monarquía, o lo que tienen, ya que se sienten dejados al margen del cuadro político nacional—. Debe señalarse que las actividades del SEA, la PPO e instituciones similares han dado al agricultor algo de esperanza para el futuro y alguna evidencia tangible de que «Madrid» se preocupa —de hecho— por su bienestar. Una de las hipótesis de Banfield resultaba inconclusa; es la que sostiene que las leyes no serán respetadas cuando desaparezca el miedo a las medidas que la hacen cumplir. En mi opinión, el lugareño obedece la ley y la respeta, y no necesariamente por el miedo a las autoridades. Las leyes garantizan orden y el orden es un medio para asegurar la tranquilidad, la cual es altamente valorada. Las leyes son aplicadas por la Guardia Civil, una fuerza policial a nivel estatal y de carácter militar con destacamentos en la mayor parte de los pueblos de España. En la zona de El Pinar estos policías eran queridos y respetados. La gente estaba de acuerdo unánimemente en que solo los criminales necesitan temer a la policía. El crimen prácticamente no ha existido en El Pinar, excepto quizás por algunos robos menores de sandías y similares. Los crímenes violentos no se conocen prácticamente en el área. Hace algunos años dos pastores se enzarzaron en una pelea a cuchilladas y uno de ellos fue enviado a la cárcel, pero se trataba de hombres de otros pueblos que casualmente se hallaban en El Pinar con

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FAMILISMO AMORAL Y BIENES LIMITADOS

sus rebaños. Una semana antes de mi retorno a los Estados Unidos, el coche del veterinario fue robado por un joven que estaba de paso por el pueblo. Este constituyó el primer crimen en el área en —al menos— diez años, a excepción del caso de los pastores. Las infracciones civiles tales como disputas por tierras resultan muy comunes, pero no son asuntos de los que se llegue a ocupar la Guardia Civil. Con la excepción de los «delitos políticos» contra el régimen, en general el ciudadano medio está contento con el sistema de juzgados existente como conjunto, y también con la Guardia Civil. Debo añadir que esta fuerza tiene jurisdicción en las áreas rurales; la mayoría de las grandes ciudades tienen policía municipal que normalmente no se encuentra bien entrenada y a menudo presenta dudosas habilidades. La Guardia Civil está bien entrenada y es disciplinada, además de muy eficiente. Son conocidos por mirar de vez en cuando hacia otro lado cuando se producen casos de pequeñas transgresiones por gente conocida, como cuando yo mismo fui «pillado» pescando durante la noche. Arponear peces a la luz de las antorchas resulta de lo más divertido, pero también ilegal, así que tuvimos que colarnos río abajo una tarde para hacerlo. Evidentemente, todo el pueblo supo sobre ello al día siguiente, pero no había habido patrullas en esa parte del bosque y, oficialmente, la Guardia Civil no supo nada… aunque —algunos días después— un Guardia me preguntó casualmente qué tal corrían los peces en el río en los últimos tiempos. Mientras los funcionarios en general pueden ser concebidos como fácilmente corruptibles, la Guardia Civil es una excepción. Por una vez, lo que se cuenta y los hechos coinciden: son incorruptibles y, cuando te atrapan, ¡estás pillado! Hay otra hipótesis, en relación con la precedente, que sostiene que los débiles favorecen un régimen que mantenga el orden con mano dura. Encuentro que es bastante certera en la zona de El Pinar. El régimen de Franco ha tenido sus críticas tanto dentro como fuera de España. Tras la Guerra Civil, el orden fue restaurado con mano de hierro; hubo prisioneros políticos encarcelados y muchos fueron ejecutados. Todo parece mucho más abierto y liberal hoy, aunque las tentativas políticas contra el régimen son normalmente aplastadas con rápida eficiencia por la policía. Y los periódicos y revistas siguen siendo censurados, aunque no de manera tan descarada como lo eran antes. Los partidos políticos diferentes a la Falange están prohibidos, así como los mítines políticos que no se encuentren patrocinados por el régimen. Sea lo que sea lo que el norteamericano medio piense de esto, aquí es irrelevante; lo que cuenta es la opinión del español y, en este caso, los españoles de El Pinar y su área. Hay una vieja historia que ilustra adecuadamente su actitud hacia

el gobierno —una historia anterior tanto a la malograda República como al régimen presente—. Parece que Dios se encontró con un pobre pastor que era conocido por haber vivido una buena vida. Dios deseaba mostrar su generosidad al joven español y así le concedió tres deseos. «Deseo», decía el chico, «un bonito país». «Hecho», dijo Dios. «Además, deseo gente fuerte y guapa para que lo habite», dijo el muchacho. «Hecho», dijo Dios. Entonces el joven pensó por un momento y dijo. «Señor, da a nuestro país y a nuestra gente un buen gobierno». Dios miró con algo de compasión al muchacho y le replicó, «Hijo mío, ni siquiera Yo puedo hacer eso». Los lugareños —tanto agricultores como profesionales— están de acuerdo en que son «gente dura de gobernar». Y ven la necesidad de un gobierno suficientemente fuerte como para obligarles a estar unidos. Dicen que el español medio es como una mula; no se moverá hasta que le amenacen con un palo. Personalmente, encuentro esta afirmación difícil de aceptar, y por largo tiempo dudé de la sinceridad de la gente que la expresaba. Pero después de dieciséis meses estaba totalmente convencido de que el agricultor medio espera un régimen autoritario, e incluso desea uno, aunque nunca tolerará una dictadura o una tiranía represivas en exceso. Los agricultores son la parte débil de España, al igual que los vecinos del Montegrano de Banfield representaban la parte débil de Italia. Su hipótesis seguiría confirmándose, en principio, como puede comprobarse a la vista de lo que he expuesto anteriormente, y de lo ya comentado en el capítulo VII a propósito de las concepciones de la gente del pueblo sobre el «líder ideal» La última de las hipótesis relevantes de Banfield sostiene que toda plusvalía o avance de la comunidad es valorada por la persona solamente si él o su familia se benefician directamente de ella. Las medidas para mejorar la comunidad serán rechazadas si no se obtiene un provecho personal porque la persona se considerará en peor situación si las posiciones de sus vecinos mejoran mientras ella no gana nada —incluso aunque tampoco pierda nada—. Ningún familista amoral considera jamás que recibe lo que es justo. Esta afirmación de Banfield ha sido desarrollada en profundidad por Foster en su artículo de 1965 «Peasant Society and the Image of Limited Good», que merecerá a continuación algo más de atención por mi parte.

El Bien Limitado El concepto de Bien Limitado consiste en que —simplemente— el agricultor ve su mundo (reducido al pueblo y sus recursos naturales) como el lugar que contiene una cantidad

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finita de «bienes». Esta cantidad no puede ser aumentada y es siempre repartida entre los lugareños. Los bienes pueden traducirse en propiedades tangibles como tierras, o intangibles como un conjunto de derechos o la posesión de gracia (vid. Kenny, 1964). Un hombre solo puede mejorar su posición desproveyendo a otro de algo, ya que la cantidad de bienes es finita y limitada. Esta visión parece implicar un tipo de concepto de privación relativa, y no está limitado a España, Italia o el área mediterránea. Foster comenta el fenómeno en México (1961) y Honigmann (1960) lo describe en Pakistán occidental, mientras Mandelbaum (1963) lo explica en India. Foster no limita tampoco exclusivamente a las sociedades campesinas la presencia de esta actitud; también es común en países en vías de desarrollo, y bien puede hacer su aparición —en cierta medida— dentro de las sociedades industrializadas. El único modo en que un agricultor puede mejorar sin levantar sospechas de que esté perjudicando a sus vecinos es que tenga suerte. Y suerte podría ser que ganara las quinielas,

o que tuviera un número premiado de la lotería. Si la fuente de la ganancia viene de fuera del pueblo a través de, por ejemplo, la ayuda de un patrón que consigue a una persona un trabajo bien pagado, esto también resulta permisible, ya que los «bienes» proceden de lo que se concibe como otro «mundo». Las ideas de Foster se hallan directamente ligadas a las de Banfield y —en mi opinión— los dos modelos teóricos llegan a solaparse en muchos aspectos. Lo que yo me he encontrado —por ejemplo— es que la gente de El Pinar actuaba como si hubiera una cantidad de bienes definida, especialmente en lo que respecta a las tierras. Allí donde se realizaron intentos cooperativos, la gente actuó según el patrón de los familistas amorales. Y en el siguiente capítulo vincularé los dos marcos conceptuales de dichos autores cara a discutir su relevancia para la comprensión de por qué la gente de El Pinar ha escogido resistirse a formar ciertas asociaciones cooperativas a largo plazo, incluso admitiendo ellos mismos que pueden ser necesarias para que el desarrollo rural tenga éxito y les ayude a conseguir una vida mejor.

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CAPÍTULO X CONCLUSIÓN: LA COSMOVISIÓN CAMPESINA Y EL CAMBIO RURAL

E

S sin duda un arte difícil y a menudo frustrante pretender analizar los sistemas de valores y la visión del mundo mediante lo que se pueda extraer de la observación y la discusión con la gente. Lo más complicado para ella es verbalizar sentimientos, actitudes y valores que existen a un nivel muy a menudo situado bajo el nivel de la consciencia. Ivo Andri en su novela The Bridge on the Drina (1959) trata del relato histórico de un pueblo yugoslavo y anota:

La gente común recuerda y cuenta aquello que comprenden y aquello que pueden transformar en leyenda. Cualquier otra cosa pasa a su lado sin dejar ni rastro, con la estúpida indiferencia de los fenómenos naturales innominados, que no tocan la imaginación o permanecen en la memoria (1959: 28-29).

El encapsulamiento de la historia que se da en sociedades consideradas como «simples» conduce a que la gente solo recuerde ciertas cosas, y también produce bastante confusión respecto al sentido del tiempo, de manera que resulta arduo, y a veces imposible, saber por cuánto tiempo viene existiendo en una pueblo o región una creencia dada. De manera que no puedo —ni debo— especular sobre los orígenes de la actual cosmovisión de El Pinar. Careciendo de una etnohistoria precisa de la vida del pueblo (a diferencia de las historias de reyes y batallas, de las cuáles hay numerosos relatos), solo seré capaz, en el mejor de los casos, de describir las cosas de forma sincrónica. Un problema planteado en este estudio es abordar por qué los agricultores se resisten a los esfuerzos cooperativos y el modo en que esta resistencia se vincula con sus valores más frecuentes. El problema no está restringido a los pueblos campesinos. En un estudio de los indios Algonquian del norte, Hickerson

(1967) describe situaciones parecidas a aquellas encontradas en sociedades rurales. Rubel (1966) describe el mismo fenómeno en una comunidad méxico-americana. Ambos escritores señalan la naturaleza particularista o «atomística» de las estructuras sociales, y ambos observan que la familia es la unidad principal en la cual la cooperación puede acontecer a largo plazo. Aunque Hickerson explora los aspectos psicológicos del atomismo, ninguno de los dos escritores presenta un modelo tan claro como los presentados por Banfield y Foster. El problema de comparar cosmovisiones de diferentes sociedades puede ser dividido en dos aspectos. El primero es simplemente determinar cuáles son los valores básicos, las creencias y las visiones del mundo de la gente. El segundo aspecto está relacionado directamente con la categorización de los tipos de sociedades que serán comparadas. Y esto se aplicará tanto a sociedades diferentes como a diferentes segmentos (subculturas) de la misma sociedad. Aquí los conceptos de industrial y preindustrial se mezclan con variables económicas que quizá no sean directamente relevantes; por ejemplo, la cosmovisión puede no estar siempre causalmente vinculada al estatus socioeconómico de la gente. El uso de los conceptos de sociedades «abiertas» y «cerradas» esbozado por Robin Horton (1967) resultará muy útil en este sentido ya que no depende enteramente de variables económicas. La presencia o ausencia de modos alternativos de explicación en una sociedad, o la fuerza o debilidad relativas de estos, cuando están presentes, proporciona una concepción más clara para distinguir el lugar de la sociedad dentro de un continuum. Asimismo, el marco conceptual de Horton permite un análisis de la perspectiva de la gente sobre su historia, mientras que las tipologías de Redfield y Tönnies

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no lo permiten. Horton no trata de familismo amoral o bienes limitados, pero proporciona un buen marco de comparación de sociedades que muestran, en grados diferentes, rasgos amoralmente familistas.

Resistencia al cambio Las explicaciones sobre la resistencia al cambio han tendido a menudo a concentrarse en la apatía como una variable causal, llevando así a muchos investigadores a indagar sobre los motivos originales de tal apatía. Se asume que los campesinos son supuestamente apáticos porque son pobres, porque son ignorantes y/o analfabetos, porque desconfían de la autoridad, que no ha hecho más que explotarlos, por el antagonismo entre clases, o por la adhesión acrítica a las creencias que dimanan de códigos religiosos como el Islam o, en el caso de España, el tradicional Catolicismo romano (cfr. Niehoff y Anderson, 1966). Rechazo la apatía como una explicación para la resistencia al cambio o como causa necesaria del fracaso al adoptar una innovación. De hecho, veo el uso de la explicación de la apatía como un sesgo bastante etnocéntrico de algunos foráneos. Si a un agricultor del pueblo no le importa en absoluto el programa de cambio que se le «vende», también puede ser porque prefiere otros modos de acción, incluido el que había venido utilizando tradicionalmente. Y, si uno debe tratar al fin con la apatía, concibámosla como una respuesta —a una situación X— que es propiciada por los valores y creencias imperantes en la sociedad. De esta manera, consideraremos que la apatía —por sí— no está provocando nada; más bien representa una elección entre diferentes alternativas que, dada su particular visión del mundo, resulta perfectamente lógica para el campesino. Cuando los planificadores se refieren a los agricultores como apáticos, en la mayor parte de las ocasiones quieren decir que aquellos no se muestran interesados en algo en lo que el planificador cree que sí deberían estar, como si fuera lo más importante del mundo. Y hay en ello un juicio de valor implícito de que la acción —a menudo cualquier acción— es buena y que la inacción siempre es mala. Esto no solo representa una visión parcial de las cosas, sino también bastante estúpida. Los campesinos de la comarca de El Pinar han aceptado algunos de los cambios planeados con ganas, a menudo incluso con ansiedad. Concretamente, aceptaron nuevas semillas de harina y cebada, tabaco, remolacha azucarera, o nuevas técnicas de regadío y equipos agrícolas mecanizados. Los resineros aceptaron las nuevas medidas de conservación y el uso del proceso de resinación de pico de corteza. Los cur-

sos técnicos impartidos por la PPO y el SEA han sido igualmente recibidos con entusiasmo general. Sin embargo, el programa de consolidación de la tierra, dirigido por el Servicio de Concentración Parcelaria, generó una buena dosis de resistencia, aunque esta ya se ha disipado en buena medida ahora que en otros pueblos se ha comprobado el éxito de los proyectos-piloto iniciales. La auténtica resistencia se manifestó —sobre todo— contra el establecimiento de cooperativas de producción agrícola en las que los miembros tendrían que mancomunar sus tierras y esfuerzos para poder, así, comprar maquinaria subsidiada por el gobierno con la que poder cultivar y recoger las cosechas más eficientemente. Aunque varias de estas ya estaban operativas en los pueblos de la comarca, todas se caracterizaban por un alto grado de disensión y la mayoría de sus miembros querían irse de ellas, aunque lo tenían prohibido por ley. Parece que los cambios que más rápidamente se aceptan son aquellos que benefician directamente al individuo y su familia. Los cambios más rechazados o que generan mayor resistencia, por otro lado, resultan ser los que le fuerzan a una relación contractual a largo plazo con sus colegas. El lector debe recordar de nuevo, aquí, que «largo plazo» en El Pinar significa cualquier cosa que vaya más allá de diez días o dos semanas. Los objetivos de los esfuerzos cooperativos no son necesariamente objeto de rechazo. Lo que se rechaza son los medios para conseguir tales objetivos. El beneficio económico, aunque muy deseable, se subordina a consideraciones de tipo social. En términos de la teoría de intercambio social, los costes sociales implicados harían la cooperación demasiado cara. Y es que —como ya se ha apuntado— las lealtades primeras y los lazos más cercanos de los campesinos castellanos son con la familia y no con el pueblo. No debería sorprender a nadie que sus esfuerzos estén principalmente dirigidos hacia el bienestar en el ámbito familiar. Esto no quiere decir que el campesino no sea consciente o esté despreocupado por el bienestar comunitario; en realidad, ve el bienestar comunitario como una preocupación propia de los funcionarios del pueblo. De forma que, excepto en los periodos de crisis más calamitosos, dicho campesino no se involucrará con la burocracia porque entiende que esa es la mejor manera de meterse en líos, y los líos se encuentran en la base de los roles sociales y del comportamiento interactivo del pueblo. He subrayado ya el alto valor que se le da aquí a la tranquilidad, es decir, a la ausencia de problemas. Gran parte de la resistencia a las innovaciones sociales puede ser comprendida, pues, como una contestación a situaciones que amenazarían la tranquilidad. En una comunidad donde el conflicto

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CONCLUSIÓN: LA COSMOVISIÓN CAMPESINA Y EL CAMBIO RURAL

inter-familiar es lo más normal, donde la ganancia de un hombre supone automáticamente la pérdida para otro, y donde se supone que cada uno cuida primero de los intereses de su propia familia, el individuo tiene todos los problemas fundamentales sin necesidad de prestarse voluntario a ninguno más. Las organizaciones formales con las que los lugareños se encuentran familiarizados tienden a hallarse controladas desde «afuera», es decir, desde la Iglesia o el Estado. Aunque se respeten estas instituciones, el campesino sabe también que en el pasado una y otro han tendido a explotarle y puede ser que aún estén haciéndolo. Así que, cuando estas organizaciones tratan de captarlo para cooperar y compartir con otros, no se dan cuenta de que el campesino ve el mundo de una manera diferente y, mientras el concepto del «bien limitado» sea predominantemente inspirador de su conducta, resistirá por miedo a ser despojado de lo poco que posee o por miedo a que algún vecino gane algunos bienes y altere el delicado equilibrio en la distribución existente. Como apuntó Banfield, y se ha señalado antes, ningún familista amoral piensa nunca que ha conseguido una participación en el reparto que no le perjudique. Si añadimos a este complejo panorama el valor otorgado a la individualidad, vemos que los conflictos de valor están a menudo en el origen de la resistencia. Para el habitante urbano y para los planificadores y demás agentes del desarrollo rural, que se encuentran orientados intelectualmente hacia el progreso, esta resistencia aparece poco menos que como una necedad y se atribuye bien a la apatía, a la estupidez, o al tan extendido egoísmo de los rústicos. Ya que se supone que los campesinos actúan así —de acuerdo con lo que piensan de ellos los sabidillos de las ciudades— nadie se sorprenderá cuando los planes de desarrollo fallen, ni se buscará alguna otra explicación de por qué pueden haber fallado. Debería ser ya totalmente evidente que los programas de cambio planificado traídos por instituciones «de fuera» han sido considerados como amenazas por los agricultores. Si fuera simplemente un asunto de nuevas tecnologías, la resistencia habría sido superada sin demasiada dificultad. Sin embargo, cuando los cambios que se implantan dependen de la creación de nuevas formas de relaciones sociales como condición necesaria para el cambio, entonces aparece la resistencia. Pedir al agricultor que se una a una cooperativa es visto por los planificadores como un paso lógico en la modernización de la productividad agrícola que eventualmente proporcionará beneficios a ambos, al agricultor y al Estado como conjunto. Para el agricultor, sin embargo, el ingreso en una cooperativa a largo plazo como asociación formal es visto como la negación de la pequeña libertad de acción individual que aún le queda, así como una especie de invitación a los

problemas. Él se ve a sí mismo involucrado en los problemas de los demás y a los demás implicados en los suyos. Esto es más cierto aún porque estará formalmente ligado a individuos en los que no puede confiar para asuntos serios, y puede que tenga que obedecer órdenes de alguno de ellos que asuma el liderazgo en la jerarquía de la cooperativa. Dadas la estructura social y los valores del pueblo, es poco razonable asumir que este lugareño —que se ve a sí mismo como individualista— delegará parte del control de su sustento y propiedades en otros individuos en quienes puede que no confíe a la hora de hacer lo que él haría. He sugerido ya que el campesino medio se da cuenta de que mucho de su individualismo no es más que un potencial ilusorio y altamente problemático que nunca será abiertamente realizado. Sin embargo, el ingreso en una cooperativa constituiría una forma de capitulación de una parte de esa tan querida ilusión —la habilidad de hacer lo que uno quiere con sus propias cosas—. Si esta hipotética orientación cognitiva existe, y yo creo que sí, entonces podemos tener un buen modelo que explique al menos parte de la resistencia a la formación de cooperativas. Ser individualista significa que el lugareño puede mostrar comportamientos de un tipo tal como para verse envuelto en más de una controversia con otros, y eso, por supuesto, le conduciría a un lío. El conflicto de las orientaciones de valor es evidente: a causa de la inevitable materialización o intento de materialización de este potencial para hacer lo que a uno le plazca, cada cual debe asumir el riesgo de involucrarse en un conflicto desagradable. Los derroteros que se siguen —de hecho— en la comarca parecen estar dirigidos hacia el mantenimiento de la armonía evitando aquellas acciones que —necesariamente— implicarían a otros en los asuntos de uno, y viceversa. Sugiero que este es un enfoque más fructífero que la tediosa y estéril explicación historicista de que los hombres del campo castellano son de la manera que son por inercia o ignorancia, o por falta de oportunidades. Estas últimas explicaciones no se sostienen precisamente bien para Castilla en los últimos quince años, ni se corresponden con la realidad incontestable de que El Pinar y otros ochenta y cinco pueblos segovianos dependientes de los bosques de pinos han alcanzado un alto nivel de alfabetización y un estándar de vida relativamente bueno desde al menos 1900. Creo que unirse a una cooperativa supone para las gentes de aquí correr el riesgo de perder la tranquilidad. Es situarse en una relación gesellschaftlich con otros con quienes uno solo tiene relaciones gemeinschaftlich.1 Y la estructura social del

1

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Se refiere a tener que comenzar relaciones sociales con otras personas con quienes uno solo comparte situaciones comunes (N. de T.).

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pueblo no tiene una normativa de base adecuada para esta situación, ni idea alguna sobre los requisitos de conducta como miembro de una asociación formal, compleja y orientada hacia las tareas agrícolas. A diferencia de la situación de Andalucía, donde la cooperación y asociación se encuentra en relación con los derechos sobre el agua, no existe tal tradición en la zona de El Pinar. El pueblo y su comarca —y sospecho que también una gran parte de las zonas cerealistas de Castilla la Vieja— simplemente sienten que los costes sociales de unirse en una cooperativa sobrepasan a las ventajas económicas. El conflicto de orientaciones de valor que he descrito aquí adquiere mucho más sentido cuando miramos al pueblo como una categoría residual cuya «función» es controlar el conflicto y normalizar las unidades que lo comprenden —siendo las unidades en este caso las familias—. Cualquier ejemplo de estudios rurales confirma el hecho de que las situaciones nuevas traen consigo sospechas, desconfianza y miedo. Es más, el grado de hostilidad inter-personal e interfamiliar en la España rural resulta ser enorme, como sabe bien cualquiera que conozca estas tierras. Pero este —además— parece ser un fenómeno universal en las sociedades campesinas. Examinado a la luz del sistema de valores que he proporcionado, da la impresión de que incluso el mejor de los «líderes ideales» tendría que sufrir para poder gobernar de manera efectiva. En primer lugar, es difícil ver cómo podría trabajar para desarrollar un pueblo donde no existen las oportunidades de desarrollo. La gente no se toma en serio a los cargos elegidos en el concejo del pueblo, como ya he indicado. La socialización del niño le proporciona algunas experiencias para elegir líderes —la estructura de la Iglesia y de las escuelas es jerárquica y altamente autoritaria en la actualidad, y siempre ha sido así—. Si un «líder ideal» pudiera ser encontrado, tendría que venir de «afuera», es decir, de la ciudad, y esto crearía otros problemas. Si la afiliación a un programa cooperativo a largo plazo implica, como yo así lo creo, un alto grado de participación personal por parte del lugareño y el miedo a la pérdida de dos de las cosas que más valora, la tranquilidad y la individualidad, entonces es lógico e incluso esperable la resistencia a unirse. Cuando un agricultor es finalmente convencido para que se una a un programa de esta clase, cualquier debilidad en la operación interna de la cooperativa le provocará reacciones emocionales violentas, viendo así sus peores temores confirmados. En los casos que he examinado y observado, el agricultor molesto y angustiado se culpa inmediatamente a sí mismo por haberse unido al lío, y a sus compañeros por

haber causado el problema en el que el grupo está. La organización legal de la mayor parte de las cooperativas está diseñada para mantener a los miembros en ellas durante un cierto número de años, normalmente seis, en especial cuando la cooperativa debe amortizar deudas y saldar cuentas respecto a las subvenciones del gobierno. Ahora ya, cuando el individuo se encuentra irremediablemente ligado al grupo, la tranquilidad deja de existir y la vida se transforma en un gran lío. En este punto, no se puede confiar en ningún líder. Si el líder es un vecino, será maltratado por su estupidez, ineptitud, etc. Si viene de «afuera», esto refuerza la posición de los vecinos de que el gobierno —cualquier gobierno— se interesa en los agricultores solo para explotarlos. Así, incluso las órdenes de un «líder ideal», si es que diera alguna, serían falsamente seguidas, pero en el fondo ignoradas, o como se dice en la famosa frase española: «obedecidas pero no cumplidas». En estas situaciones el «líder ideal» es casi inútil y puede incluso terminar siendo el cabeza de turco a no ser que las condiciones mejoren rápidamente. Una de las características sociales significantes de la zona de El Pinar es la importancia decreciente de ciertos modelos integradores tradicionales. La relación patrón-cliente descrita en España por Kenny (1959) y aún fuerte en Latinoamérica, apenas existe ya en El Pinar. La Iglesia ha perdido mucho de su poder para controlar a la gente, e incluso los grandes eventos religiosos tradicionales, que todo el pueblo celebraba antes, carecen de buena parte de su antiguo significado. Las Cofradías (hermandades religiosas) no poseen demasiada importancia y sus actividades están limitadas a las de sesgo puramente ritual. La inscripción en la Hermandad del pueblo, o en uno de los sindicatos controlados por el gobierno, se da por supuesta, y estas instituciones juntan aparentemente a la gente, pero —en realidad— no la hacen sentirse más unida. Cuando los lugareños dicen que no saben cómo cooperar unos con otros, tienen toda la razón. Lo que falta en El Pinar es un conjunto de normas que definan esas relaciones contractuales a largo plazo entre grupos grandes de gente, desde siete u ocho personas en adelante. El único grupo duradero a largo plazo que la gente conoce es su familia. En periodos de crisis o necesidad la familia puede ser movilizada rápidamente para producir resultados inmediatos y beneficios, incluso si estos son, como apunta Banfield, cortoplacistas. Dada la fragilidad empíricamente demostrable de las relaciones sociales inter-personales e inter-familiares en los pueblos —cualesquiera que sean sus orígenes históricos o psicológicos— la hipotética cosmovisión de Banfield parece la más razonable. Foster ha señalado que la percepción de los «bienes limitados» no está restringida solo a las sociedades campesinas.

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CONCLUSIÓN: LA COSMOVISIÓN CAMPESINA Y EL CAMBIO RURAL

Creo que lo mismo sucede con el «familismo amoral», aunque Banfield no lo explicita en ningún lugar. El Pinar es en estos momentos un lugar relativamente próspero, como lo son la mayor parte de los pueblos de la comarca; la zona está sufriendo un proceso de «descampesinización» que lleva en marcha al menos diez años. Si, como Banfield parece dar por sentado, el «familismo amoral» es característico de las áreas muy deprimidas, entonces debemos esperar ver el desarrollo de un nuevo conjunto de normas para facilitar la cooperación grupal según el pueblo crece y prospera. Alguna evidencia de esto se encuentra ya presente en El Pinar, pero por el momento, tanto los jóvenes como los mayores se comportan como familistas amorales. En efecto, la introducción de innovaciones sociales e incluso tecnológicas depende en gran medida de los sistemas nativos de control social, cercanamente interrelacionados y que se refuerzan mutuamente. La cooperación inter-familiar e inter-personal no es despreciada por la gente, que más bien se ve a sí misma incapaz de conseguirla. En El Pinar contemporáneo el «familismo amoral» parece ser un estado transicional diseñado para permitir a la gente mantener la tranquilidad, la apariencia de individualismo y autonomía personal, y también el orden público —todo al mismo tiempo—. Hasta que las nuevas normas y roles hayan evolucionado permitiendo la creación de asociaciones contractuales e instrumentales, más allá de la esfera familiar, y que puedan operar de manera efectiva, los esquemas de reforma agraria y desarrollo rural mínimamente significativos estarán bloqueados. Solo puedo decir que soy optimista respecto a que esto —al fin— ocurra, aunque no puedo decir cuándo lo hará. Mi optimismo está basado en el hecho de que los planificadores están empezando a ser conscientes de la importancia de la cosmovisión campesina y tratando de desarrollar maneras de inducir a la cooperación para conseguir los objetivos que, después de todo, son deseados por las dos partes implicadas.

desde hace tiempo el gobierno nacional. Hay una especie de «fiebre del desarrollo» —o desarrollismo— ahora en España y los diversos ministerios implicados se esfuerzan en rectificar los males que han durado siglos en periodos de tiempo muy cortos. No les ha faltado cierto éxito; por ejemplo, en la comarca de Santa María, bordeando la de El Pinar, el 55% de la tierra de labor está siendo trabajada —hoy— de manera cooperativa; un pueblo en otra comarca vecina tiene cinco cooperativas, incluyendo tres de ganado, toda una novedad en esta zona. De cualquier manera, detrás de las estadísticas se encuentra el problema real del creciente conflicto inter-personal. Los planificadores gubernamentales hacen hincapié en la estructura académica de la agricultura: número de tractores por hectárea, etc. Por mi parte, sugiero que los factores sociales deben ser tratados primero si no se quiere que el plan completo fracase y se venga abajo —y a nivel local he visto poca evidencia de que ello se esté haciendo de manera efectiva—. Sugiero también que el tipo de conflicto de los modelos de interacción de los lugareños, y las orientaciones de valor sugeridas en este estudio, habrían de proporcionar —si fueran oídos— un esquema fructífero para el análisis y la comprensión de los campesinos castellanos, y que esta comprensión sería útil en la planificación de los futuros cambios.

Comentario final: el futuro del cambio planificado Concluyo con unas breves palabras sobre la utilidad práctica de lo que he discutido aquí. España se halla ahora en un periodo de rápido cambio social. Tras siglos de dejadez, las zonas rurales están siendo ahora objetos de desarrollo y el campesino comienza a conseguir la atención que le debía

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Figura 28. La ermita.

APÉNDICE I ENTREVISTAS SOBRE LIDERAZGO

2. Además de estas dos, ¿puede nombrar a otras seis personas de las que piense que tienen una gran influencia aquí? 3. ¿Qué le gusta más del pueblo y de la zona en general? 4. ¿Cuáles son los cambios más importantes —de cualquier tipo— que han sucedido en El Pinar en los últimos cinco años? 5. ¿Cuáles son los cambios más importantes que están teniendo lugar en la actualidad?

A 1. 2. 3. 4.

Nombre Puesto oficial, título u ocupación Lugar de nacimiento ¿Cuánto tiempo ha vivido en El Pinar?

B 1. ¿Cuáles son en su opinión los problemas más importantes del pueblo? 2. ¿Cuáles considera que son los problemas más importantes del área en general, es decir, de la comarca de El Pinar? 3. De todos esos problemas, ¿cuál es el más importante para el bienestar de El Pinar? 4. Si quisiera remediar este problema, ¿a quién iría para buscar una solución? Por favor, sea tan específico como le sea posible: a) personas privadas; b) grupos o asociaciones. 5. ¿Puede nombrar las organizaciones, grupos o instituciones que más están haciendo por el bienestar del pueblo? Estas pueden ser: (1) grupos civiles, (2) instituciones gubernamentales, (3) grupos industriales, comerciales o privados, (4) etc. Pueden ser grupos del pueblo o del exterior. 6. ¿Puede decir cuál de estas instituciones está trabajando más por mejorar la situación del pueblo?

D

C 1. ¿Quiénes cree que son las dos personas con más influencia en el pueblo?

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1. Considerando los servicios y condiciones que considera apropiados para una comunidad de este tamaño, ¿me daría su opinión o idea general de cómo valoraría los siguientes servicios y condiciones en El Pinar tal como están ahora? Clasifíquelos como: Excelente, Bueno, Satisfactorio, Pobre o Malo, Muy pobre o muy malo. a. Disponibilidad de empleo b. Instalaciones recreativas c. Esfuerzos en la mejora del pueblo d. Condiciones morales e. Oportunidades para la educación f. Aplicación de la ley g. Servicios provistos por el Gobierno Provincial h. Servicios provistos por el Gobierno Local i. Carreteras locales y calles en la zona j. Servicios e instalaciones médicas k. Instalaciones comerciales, es decir, tiendas, almacenes, etc. l. Condiciones sanitarias e instalaciones en general

Joseph Buenaventura Aceves • EL PINAR: FACTORES SOCIALES RELACIONADOS CON EL DESARROLLO RURAL EN UN PUEBLO ESPAÑOL

E 1. Es importante que sepamos sobre las cualidades de la gente que ocupa cargos de importancia en los pueblos —en general, no solo en este pueblo—. ¿Cuáles son las cualidades más importantes que una persona debería tener para acceder a un puesto de importancia tal como alcalde, juez, etc.? 2. En relación con esto, ¿qué importancia le da a las siguientes características? Clasifíquelas como: Muy importante, De alguna importancia, No importante. a. Ser amable, amigable como persona, etc.

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b. c. d. e. f. g. h. i. j. k. l.

Tener una buena educación Tener un buen nombre de familia Ocupación o profesión Cantidad de propiedades o riqueza que tenga Carácter moral Duración de su residencia en el pueblo Servicios prestados a la comunidad Influencia política Habilidades personales extraordinarias Tener amigos influyentes en la comunidad Ser un hombre de negocios exitoso

BIBLIOGRAFÍA1

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1

En la bibliografía se han completado todas las entradas ausentes o incompletas en la versión original de Aceves y se han corregido las erratas en los nombres y títulos que aparecían en español. N. de T.

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CURRICULUM VITAE de JOSEPH BUENAVENTURA ACEVES (1988)*

*

Incluimos copia del original del CV mecanografiado y revisado en 1988 por el propio Joseph Aceves con vistas a adquirir un visado para regresar como profesor visitante a la Universidad de Keele en Inglaterra donde ya había impartido clases durante un año y permanecer allí con su familia hasta 1996. Motivos de salud desaconsejaron que el profesor Aceves volviera a Keele cuando ya todo estaba preparado para ello y siguiera viviendo en North Carolina, a donde se había trasladado con los suyos precisamente en ese mismo año de 1988.

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CURRICULUM VITAE

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CURRICULUM VITAE

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CURRICULUM VITAE

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CURRICULUM VITAE

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CURRICULUM VITAE

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CURRICULUM VITAE

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CURRICULUM VITAE

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CURRICULUM VITAE

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CURRICULUM VITAE

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EL PINAR EN IMÁGENES*

LUGARES

Imágenes de la Cuesta de la Bodega en 1949.

Calle de entrada al pueblo en 1966. *

Cartel de entrada al pueblo en 1967.

Fotos realizadas durante las diferentes estancias del autor en el pueblo, tanto para su trabajo de campo (1966-1967), como en estancias familiares y vacacionales entre 1949 y 1989.

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IMÁGENES

El pueblo visto desde la torre en 1949.

El pueblo visto desde la torre en 1966.

– 164 –

IMÁGENES

Tres rincones de la plaza del pueblo en 1966.

– 165 –

IMÁGENES

Dos imágenes de la plaza del pueblo en 1967.

Calle del pueblo en 1966.

– 166 –

IMÁGENES

Distintas calles del pueblo en 1967.

– 167 –

IMÁGENES

Casas de La Orceña en 1967.

Depósito de agua en 1967.

Ermita en 1967.

Las Escarpias en 1967.

Río Eresma en 1966.

– 168 –

IMÁGENES

Río Pirón en 1966.

Río en 1967.

Coche en El Pinar en 1969.

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IMÁGENES

CONSTRUCCIONES

El ayuntamiento durante la fiesta taurina en 1966.

Torre del pueblo en 1966.

La ermita en 1966.

El cuartel de la Guardia Civil en 1966.

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IMÁGENES

Chimenea de la fábrica de resina en 1966.

Colegio de El Pinar en 1969.

Casa de Basilio Mesa en 1966.

Casa de los antiguos vecinos de Eugenia en 1967.

Casa de Florián y Benita en 1967.

– 171 –

IMÁGENES

POBLACIÓN

Pablo Aceves en 1949.

Pablo Aceves, padre de Joe, en 1934.

Joe y un primo trillando en 1949.

Joe Aceves en 1949.

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IMÁGENES

Benita, Florián, Joe Aceves y su tío Nico, en 1949.

Mary Aceves, madre de Joe, en 1966.

Pablo/Paul y Mary Aceves, padres de Joe, tía Cayetana e Isidra en 1966.

Mary Aceves, la mujer de Genaro y Fe, en 1966.

Genaro y familia en 1966.

Isidra e hijos en 1966.

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IMÁGENES

Pilar, sus hijos y otros primos (incluida Kathryn Aceves), en 1981.

Florián y Benita con su hijo en 1967.

José y Rafaela, panaderos, en 1967.

Comunión de María Teresa de la Flor en 1966.

Niño tras su comunión en 1967.

Conchi y Kathryn Aceves en 1981.

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IMÁGENES

Niños jugando en 1966. Niña pequeña paseando con sus padres en 1966.

Jóvenes del pueblo durante las fiestas de San Antonio en 1966.

Mariano y Marcos en el río Pirón en 1966.

Demostración del cursillo de motosierra impartido por el PPO en 1967.

Profesores del PPO en 1967.

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IMÁGENES

Un pastor en 1967.

El silletero en 1967.

Tejar de Félix en 1967.

Serrería en 1966.

Tejar de Félix en 1986.

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IMÁGENES

Construcción del bar Central en 1969.

Bar de Leoncia en 1967.

Coche de línea, 1967.

Ambiente en el bar Central en 1969.

«A por piñotas», 1967.

Chapas de quintos en 1985.

Volviendo a casa después del trabajo, 1966.

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IMÁGENES

FIESTAS Fiesta del Corpus

Procesión del Corpus, 1967.

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IMÁGENES

Procesión del Corpus, 1967.

Fiesta de san Antonio

Gigantes y cabezudos, 1949.

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IMÁGENES

Gigantes y cabezudos, 1966.

Gigantes y cabezudos, 1969.

Baile de la jota, 1966.

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IMÁGENES

Baile de la jota, 1966.

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IMÁGENES

Baile de la jota, 1969.

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IMÁGENES

Baile de la jota, 1969.

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IMÁGENES

Música en la plaza, hacia 1960.

Música en la plaza, 1966.

Procesión, 1966.

Entrada de la procesión, 1966.

Procesión y banda, 1966.

Pancarta de la fiesta, 1969.

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IMÁGENES

Procesión y banda de música, 1969.

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IMÁGENES

Procesión y banda de música, 1969.

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IMÁGENES

Carrozas, 1969.

Corrida de toros de la fiesta, 1966.

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IMÁGENES

Corrida de toros de la fiesta, 1966.

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IMÁGENES

Corrida de toros de la fiesta, 1966.

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IMÁGENES

Corrida de toros de la fiesta, 1966.

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IMÁGENES

Corrida de toros de la fiesta, 1966.

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IMÁGENES

Corrida de toros de la fiesta, 1966.

Fiesta de la Virgen del Rosario

Procesión de la Virgen del Pilar, 1949.

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IMÁGENES

UN ACTO OFICIAL

Acto oficial en el Ayuntamiento en 1967.

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IMÁGENES

Acto oficial en el Ayuntamiento en 1967.

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IMÁGENES

Acto oficial en el Ayuntamiento en 1967.

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IMÁGENES

Acto oficial en el Ayuntamiento en 1967.

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IMÁGENES

UNA REPRESENTACIÓN

Representación en la escuela en 1969.

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IMÁGENES

Representación en la escuela en 1969.

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IMÁGENES

AGRICULTURA Y GANADERÍA

Campos de agricultura de secano en 1949.

– 199 –

IMÁGENES

Arando los campos en 1966.

Balsa de riego en 1966.

Trillando en la era en 1966.

Florián segando con la segadora mecánica 1966.

Saturnino Aceves y Benita segando con hoz en 1966.

– 200 –

IMÁGENES

Almacenamiento de la cosecha en el pajar en 1966.

Primeros tractores del pueblo en 1966.

Arado de vertedera en 1967.

Vista de las eras desde el pinar en 1967.

En la era con los bueyes en 1967.

En la era con el tractor en 1967.

– 201 –

IMÁGENES

Campos arados (en haces y surcos) en 1967.

Huertas en 1967.

Remolacha en el Pirón en 1967.

Máquina de limpiar el grano en 1967.

– 202 –

IMÁGENES

Trigo y viñas en 1967.

Trilla antigua en 1967.

Ganado comiendo en el corral exterior en 1967.

Nave cerrada para el ganado en 1967.

Trillando en Santa María de Nieva en 1967.

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IMÁGENES

Vista del pueblo desde los campos cercanos en 1967.

Campo de amapolas en 1967.

PINARES

Vista del pinar en 1966.

Resinero en 1966.

Pino con corte en uve para la extracción en 1966.

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IMÁGENES

Cayo trabajando en uno de sus pinos en 1966.

Casetón-refugio del pinar hacia 1980.

Resinería en 1967.

Imágenes del pinar en 1967.

– 205 –

IMÁGENES

Imágenes del pinar en 1967.

– 206 –

FUENTES ETNOGRáFICAS

FUENTES ETNOGRáFICAS

12

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El Pinar

Factores sociales relacionados con el desarrollo rural en un pueblo español

Factores sociales relacionados con el desarrollo rural en un pueblo español

Edición de Luis Díaz Viana y Susana Asensio Llamas Edición de Luis Díaz Viana y Susana Asensio Llamas

L

A historia que cuenta la antropología de las comunidades o pueblos en un momento determinado de su existencia resulta, con el tiempo, inestimable. Una buena —o solo competente— monografía antropológica constituye el mejor relato (y retrato) posible de una comunidad, entendida esta como una realidad en movimiento y constante cambio. Y tal es el caso del trabajo etnográfico llevado a cabo por Joseph Aceves en los años sesenta sobre el municipio segoviano de Navas de Oro, que constituye además un magnífico y pionero trabajo antropológico.

En la tesis hasta ahora inédita que aquí se presenta, traducida especificamente para esta edición y completada por una gran variedad de materiales gráficos y textuales, Aceves habla de un mundo que habría de ser radicalmente transformado por el desarrollo, así como de la adaptación o resistencia a este proceso desde las comunidades rurales de la España de aquella época. Es por ello por lo que una investigación antropológica como la suya puede mantener plena vigencia —todavía hoy— al ayudarnos a reflexionar sobre las equivocaciones desarrollistas del pasado y contribuir a planificar un futuro diferente y más equilibrado para el medio rural español.

11. María Tausiet (ed.), Alegorías. Imagen y discurso en la España Moderna, 2014.

ISBN: 978-84 00-09973-2

Joseph Buenaventura Aceves Factores sociales relacionados con el desarrollo rural en un pueblo español

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El Pinar

Joseph Buenaventura Aceves

El Pinar.

TíTulos Publicados

Joseph Buenaventura Aceves

CSIC

LUIS DÍAZ VIANA ha sido investigador asociado y profesor invitado en el Departamento de Antropología de la Universidad de California en Berkeley. Profesor titular de Antropología Social en la Universidad de Salamanca, desempeñó la labor de jefe del Departamento de Antropología de España y América del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y es profesor de investigación de dicho organismo en el Instituto de Lengua, Literatura y Antropología del Centro de Ciencias Humanas y Sociales. Desarrolla actualmente su trabajo en el Instituto de Estudios Europeos-Centro de Excelencia Jean Monnet de la Universidad de Valladolid. Ha obtenido por su dedicación científica diversas distinciones académicas y ocupa la Presidencia de la Asociación de Antropología de Castilla y León. Entre otros trabajos de investigación y ensayo ha escrito o coordinado: Aproximación Antropológica a Castilla y León (1988), Los guardianes de la tradición. Ensayos sobre la «invención» de la cultura popular (1999), Palabras para el pueblo. Aproximación general a la Literatura de Cordel, 2 vols. (2000-2001), El regreso de los lobos. La respuesta de las culturas populares a la era de la globalización (2003), El nuevo orden del caos. Consecuencias socioculturales de la globalización (2004) y ¿Dónde mejor que aquí? Dinámicas y estrategias de los retornados al campo en Castilla y León (2014).

SUSANA ASENSIO LLAMAS es licenciada en Ciencias Musicales por la Universidad de Oviedo y doctora en Antropología de la Música por la Universidad de Barcelona. Ha sido investigadora invitada y profesora en Columbia University, New York University, Cornell University, City University of New York y Yeshiva University (Honors Program), todas ellas en Nueva York, y en la actualidad trabaja en el CSIC. Con numerosos trabajos dedicados a los estudios de las culturas populares emigradas e híbridas, ha publicado obras de carácter pionero en España —Música y emigración (1997), Música y políticas, ed. (2011)—, así como otras sobre fronteras disciplinares —Música en España y música española: identidades y procesos transculturales, ed. con Josep Martí Pérez (2004)— y sobre fuentes para el estudio —Cuentos populares recogidos de la tradición oral de España, ed. con Luis Díaz Viana (2009), Fuentes para el estudio de la música popular asturiana (2010), premio UNE 2011—. En 2012 recibió el Premio Nacional de Folklore «Eduardo Martínez Torner».