El peregrino indiano. Edición, introducción y notas de María José Rodilla León. 9783964564016

Perteneciente al llamado ciclo cortesiano, este poema épico es la primera obra de un criollo que se publicó en España (1

132 18 24MB

Spanish; Castilian Pages 364 Year 2008

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Table of contents :
Índice
Agradecimientos
Introducción
El peregrino indiano
Tabla de los cantos que contiene este libro
Índice del Autor: Los Nombres
Índice de Palabras, Locuciones y Nombres Geográficos Anotados
Índice de versos Anotados
Índice Onomástico General
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El peregrino indiano. Edición, introducción y notas de María José Rodilla León.
 9783964564016

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Antonio de Saavedra Guzmàn El peregrino indiano

teci Textos y estudios coloniales y de la Independencia Editores Karl Kohut (Universidad Católica de Eichstätt) Sonia V. Rose (Université de Paris-Sorbonne)

Vol. 15

Antonio de Saavedra Guzmán

El peregrino indiano Edición, introducción y notas de María José Rodilla León

Iberoamericana - Madrid - Vervuert - Frankfurt

2008

/ / \ V UNIVERSIDAD AUTONOMA METROPOLITANA

CnNmillhiw

Universidad Autónoma Metropolitana Unidad Iztapalapa Av. San Rafael Atlixco No. 186 Col. Vicentina Delegación Iztapalapa C.P. 0 9 3 4 0 México D.F.

Bibliographic information published by Die Deutsche Nationalbibliothek. Die Deutsche Nationalbibliothek lists this publication in the Deutsche Nationalbibliografie; detailed bibliographic data are available on the Internet at http://dnb.ddb.de © Iberoamericana, 2008 Amor de Dios, 1 - E - 2 8 0 1 4 Madrid Tel.: + 3 4 91 429 35 22 Fax: + 3 4 91 429 53 97 info@ iberoamericanalibros .com www.ibero-americana.net © Vervuert, 2008 Elisabethenstr. 3-9 - D-60594 Frankfurt am Main Tel.: + 4 9 69 597 46 17 Fax: + 4 9 69 597 87 43 [email protected] www.ibero-americana.net I S B N 978-84-8489-338-7 (Iberoamericana) I S B N 978-3-86527-360-4 (Vervuert) Depósito Legal: S. 602-2008

Reservados todos los derechos Diseño de cubierta: Fernando de la Jara Realización gráfica de la cubierta: Osvaldo Olivera / A4 Diseños Este libro está impreso íntegramente en papel ecológico blanqueado sin cloro Impreso en Gráficas Varona, S.A.

y

Indice

Agradecimientos

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Introducción I. El género épico colonial y su tópica

9 9

II. El autor: Antonio de Saavedra Guzmán

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III. Análisis de El peregrino indiano (1599) 1. Tópicos épicos en el poema 2. La maquinaria maravillosa 3. Cortés y Moctezuma 4. El autor en el poema

16 16 22 25 28

IV. Composición y recepción de la obra

31

V. El ciclo épico cortesiano

35

VI. Ediciones

42

VII. Criterios de esta edición

43

Abreviaturas en las notas

47

Bibliografía Anexo 1: Genealogía de Antonio de Saavedra Guzmán Anexo 2: Acontecimientos culturales, históricos y sociales de la Nueva España (siglo xvi y principios del xvn)

49 55

El peregrino indiano

59

Canto I Canto II Canto III Canto IV Canto V Canto VI Canto VII Canto VIII Canto IX

57

75 93 107 119 131 147 159 169 183

Canto Canto Canto Canto Canto Canto Canto Canto Canto Canto Canto

X XI XII XIII XIV XV XVI XVII XVIII XIX XX

201 215 227 239 251 267 281 293 307 317 329

Tabla de los cantos que contiene este libro

343

índice del autor: Los nombres

345

índice de palabras, locuciones y nombres geográficos anotados

347

índice de versos anotados

357

índice onomástico general

359

Agradecimientos Quiero recordar aquí, en primer lugar, a Margarita Peña y a José Rubén Romero, quienes me invitaron a homenajear a Saavedra Guzmán en 1999 con motivo de los 400 años de la publicación de El peregrino, y a ellos debo mi primer acercamiento al poema. A mi familia: Juana León y Francisco Rodilla León, y mis dos Alvaros por sus respectivas ayudas en el verano de 2005. A Margo Glantz, siempre entusiasta y animadora de mis proyectos; a Paloma Jiménez y a Esperanza López Parada, colegas de la Complutense, que participaron también con ayuda bibliográfica y moral. A Lillian von der Walde, Mariel Reynoso, María Águeda Méndez y Amaranta Luna porque ellas saben que también me apoyaron. A Karl Kohut y Sonia Rose, editores de esta colección, por sus puntuales y excelentes comentarios y por mantener conmigo un diálogo enriquecedor en el proceso de edición.

Introducción I. El género épico colonial y su tópica Desde que Menéndez y Pelayo (1913, vol. II, 172) señalara la importancia de las tres grandes epopeyas1 compuestas en suelo americano: la histórica en Chile (La Araucana), la sagrada en Perú (La Cristiada) y la novelesca y fantástica en México, Jamaica y Puerto Rico (El Bernardo), abundante es ya la bibliografía y varias y completas han sido las monografías, las fuentes, los trabajos críticos y las clasificaciones de la épica culta en la Colonia. En la década de los sesenta, Máxime Chevalier (1966) dio un gran impulso a los estudios ariostescos con su magnífico libro sobre las influencias del Orlando Furioso en el Siglo de Oro; y Frank Pierce (1968) dedicó un importante estudio monográfico a la historia crítica de la épica y al análisis de los grandes poemas como La Araucana, La Cristiada, El Bernardo o La Jerusalén, además de proporcionar un completo catálogo de poemas épicos escritos entre 1550 y 1700, de suma utilidad para el investigador. Joaquín Arce (1973) realizó una investigación sobre los seguidores de Tasso en la poesía española; Pedro Piñero Ramírez (1982) hizo un acertado resumen de la épica americana tocando los modelos, las fórmulas del estilo, algunos de los tópicos más usuales y las variedades de la forma poética en la que estaban escritos estos poemas, la octava real. La década de los noventa ofreció también su tributo a la épica en las contribuciones de la investigadora mexicana, Margarita Peña (1992,1994, 2006 [1996]). Ante tal cantidad de estudios, habría que preguntarse si se podría seguir aportando algo nuevo, y parece que sí es posible porque hay mucha tela de donde cortar y nunca se dice la última palabra en estos campos. El estudio de la profesora Peña (2006 [1996]), por ejemplo, añadió nuevos títulos al ya clásico de Pierce. Además de una mínima biografía sobre los autores, muchos de ellos desconocidos, documentó y analizó brevemente una veintena de poemas sobre las hazañas de los conquistadores desde las regiones australes hasta las islas del Caribe, sin olvidarse de la épica sagrada y los panegíricos a los héroes a lo divino, tales como san Ignacio de Loyola, san Juan Nepomuceno o san Francisco Javier, a quien Sigüenza y Góngora dedicó su Oriental planeta evangélico.

1 Estas tres epopeyas de Ercilla, Balbuena y Ojeda, respectivamente, ya habían sido agrupadas e incluidas en 1851 por Cayetano Rosell en el vol. 17 de la Biblioteca de Autores Españoles.

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El nuevo siglo sigue produciendo análisis y nuevas ediciones de la materia épica: el controvertido año 2000 nos legó un estudio monográfico del erudito profesor Avalle-Arce, La épica colonial, que, al igual que Pierce, considera los modelos que enriquecieron a los poemas americanos: los clásicos de la epopeya, Homero, Virgilio y el cordobés Lucano; pasa por la épica tradicional y por el Romancero de la Edad Media y se detiene en otro cordobés, Juan de Mena, de quien también bebieron los poetas renacentistas ibéricos, y, finalmente, le hace —como él mismo dice— "un rasguño" a la épica renacentista, de donde rescata no sólo a los famosos Orlandos sino también a Pulci, que remozó la materia épica de Francia en su Mor gante Maggiore, y a Tasso, que proporcionó un nuevo modelo cristiano (2000,17-27). Todas esas influencias además se sumaban a las poéticas neoaristotélicas de López Pinciano (1596) y Cascales (1617), que daban la pauta en lo concerniente a las reglas del poema épico. No es menos valiosa y de gran utilidad la taxonomía que Avalle hace de esta épica americana por ciclos, entre los cuales sobresalen: el de las guerras de Chile y el de la conquista de México, que produjo también una abundante cosecha, aunque, a su juicio, ninguna obra está a la altura de la grandeza de La Araucana: "No hay una verdadera Cortesíada que vertebre toda esta rica poesía. La figura descomunal de Cortés es foco central de muchos de estos poemas, pero ninguno de ellos tiene valor poético como para equipararse (¡Ni soñar!) con la persona histórica del conquistador de México" (ibíd., 45). Este estudio tiene el valor de ser una puesta al día de la épica americana —aunque no considera los poemas dieciochescos, como sí lo hacen Pierce y Margarita Peña, ni tampoco nombra a nuestro poema en estudio— , pero, sobre todo, es una reivindicación de las relaciones y deudas que algunas obras tienen con Ercilla y La Araucana. A su vez, La Araucana está endeudada con La Eneida de Virgilio y, como lo señalara Chevalier (1996, 144-146) con La Farsalía de Lucano, ambas obras consideradas como "the epic of the victors and the epic of the defeated" (Quint 1993, 157), respectivamente, puesto que Ercilla celebra tanto el imperialismo español como la resistencia y la defensa de los indios de su libertad, de tal manera que "for the moment, the narrator becomes an Indian lover" (ibíd., 178). En el sentido triunfalista, Ercilla evoca los tiempos heroicos de Felipe II en las batallas de Lepanto y San Quintín, la guerra con Portugal, como también lo hará Saavedra en el Canto XIV con las mismas batallas más las plazas de Orán, Malta y otras empresas que llevaron a cabo también sus familiares, Juan de Austria o el conde de Egmont; pero, además de la ideología imperial, Ercilla también dejó en herencia a muchos de los poemas americanos que le siguieron la oscilación

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entre vitorear a los vencedores y mostrar piedad con los vencidos, como veremos en el apartado de Cortés y Moctezuma de El peregrino indiano. En general, los estudiosos de la épica coinciden en que el género heroico culto alcanza su apogeo en América, donde, por la empresa española, parecen darse unas circunstancias temporales y un espacio desconocido y abonado para realizar todo tipo de hazañas. Los héroes y capitanes de la reconquista, contagiados también de la ficción caballeresca, parecen continuar sus hazañas en América, donde "la maurofilia se sustituyó por la indiofilia por una simple ecuación (moro = indio) en el ánimo predispuesto de los poetas coloniales" (Avalle-Arce 2000, 31). La épica junto con la crónica son las dos "manifestaciones literarias de la cultura colonial" porque son las primeras que se apropian del referente histórico y, por tanto, ambas coinciden en la hibridez de su carácter, entre literario e historiográfico (Kohut 2003, 1). La épica no sólo es un género heroico y guerrero, desde los poemas épicos de la antigüedad, también es un género político que narra victorias, conquistas y expansión de imperios. Como apunta E. B. Davis, "la ficción cultural de la predestinación o preordenación frecuentemente autoriza una situación de sometimiento en la cual un "yo" europeo triunfa sobre un indígena 'bárbaro'" (2002,131). Es un género panegírico, podría decirse, del poder imperial y del destino histórico de las naciones, que, en el caso de España y su expansión en América, se transforma en un destino providencial: es la nación católica que debe sacar de la gentilidad y la barbarie a los pueblos sin evangelizar, por eso algunos poemas se regodean en describir los sacrificios de los mexicas (El peregrino) o la ingesta de carne humana (El Bernardo), por poner sólo dos ejemplos, con el fin de denunciar las atrocidades y hacer la apología de los que lograron aniquilarlas. Se suele dar cuenta de noticias geográficas y científicas curiosas, como en La Farsalia, que Ercilla sabe aprovechar, a través de su mago Fitón, presentando un mapamundi en el que están actualizadas las noticias de los Descubrimientos del continente americano; y Balbuena, en El Bernardo, a través de su mago Tlascalan, en cuyas predicciones sobre el destino de España habla de la conquista mexicana y, gracias a un vuelo mágico, se muestra la geografía de las tierras americanas que le tiene "el cielo" reservadas a la nación española. Casi todos los poemas coloniales épicos hacen proselitismo de las ideas imperiales, porque se escriben en épocas gloriosas o bien evocan un pasado heroico, pero muchos de los escritos en la Nueva España, los de autores criollos, se valen además del prestigioso género épico para abrir en sus versos un diálogo con el rey o algún mecenas y dar cauce a sus peticiones

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y quejas, entonces la finalidad de estos poemas "es utilitaria, pragmática" (Peña 2000, 54). Los poetas épicos suelen exponer su teoría épica o hablar de la composición de su poema en los prólogos, basándose generalmente en los presupuestos aristotélicos contenidos en la Retórica y la Poética. Los obras épicas van dirigidas a un lector privilegiado que puede ser el rey o un mecenas importante, con el que fingen mantener un diálogo, colmándolo de alabanzas y al que se le solicita continuamente la benevolencia para descansar, invocar a su musa o para que se le perdonen sus faltas o su inspiración poética, tópicos que, en ocasiones rayan en lo rastrero. Debido a la excesiva longitud de los poemas, se dividen en Cantos o Libros (caso de El Bernardo). La forma estrófica utilizada es la octava real, conformada por ocho versos endecasílabos que riman ABABABCC. Las historias suelen ser sencillas y cronológicas en torno a un héroe, pero, a veces, se mezclan varios hilos en la acción principal, siguiendo el precepto de conferir variedad a la unidad, como lo hiciera Ariosto. Lo usual es que se interrumpa de vez en cuando la acción principal a través de cortes narrativos, con lo que se logra aumentar el deseo y la expectativa en el lector. Respecto a su temática, las armas ocupan el lugar preponderante, pero el amor entre algunos de los personajes es otro de los tópicos importantes. Usualmente los poetas piden permiso retóricamente para abandonar el tema bélico y dedicarse a narrar los amores, que, en la épica renacentista, suelen ser entre paganos, así como en Ercilla lo son entre los naturales del Arauco, pero con Gabriel Lobo Lasso de la Vega comienzan los amores entre español e india2 y Antonio de Saavedra lo imita. La alegoría es otro elemento importante de la épica, ya sea como recurso estructural anticipatorio de lo porvenir, ya sea en forma de sueño, que le descubre verdades morales al poeta. Lo maravilloso también ocupa un lugar preeminente en este género; sean magos, hechiceras o demonios, las fuerzas del más allá intervienen en las acciones, bien en ayuda de los héroes o para obstaculizar sus empresas.

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Véase la introducción de Nidia Pullés-Linares a su edición De Cortés valeroso y Mexicana sobre los amores de Gualca y Pedro de Alvarado (2005, 28). Avalle cita del Canto XII de la Gerusalemme Liberata (1581) de Tasso, los amores entre "el caballero cruzado Tancredi y la guerrera doncella sarracena Clorinda", que sirvieron de inspiración a Lasso de la Vega para los amores de Texguaya, otra doncella guerrera, y Gonzalo de Sandoval (Avalle 2000, 38-39).

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II. El autor: Antonio de Saavedra Guzmán De la vida de Antonio de Saavedra Guzmán se conocen pocos detalles y todos ellos por tres fuentes: por su única obra, El peregrino indiano-, por una aparente probanza de méritos de Jorge de Alvarado3,que data de 1566, y que, en realidad, es una solicitud de Saavedra de 1592; y por algunas noticias que da Baltasar Dorantes de Carranza de sus antepasados. Era bisnieto, por parte del abuelo paterno, del primer Conde de Castellar, don Hernán Darías de Saavedra, como él mismo se presenta en los preliminares de su obra; también fue bisnieto del "bachiller Pedro Díaz de Sotomayor, vecino de Oaxaca y conquistador. Vino a Tepeaca estando Cortés para venir sobre México. Sirvió a caballo en la guerra, que era calidad. Fue letrado, de cuyo consejo en las cosas de justicia se aprovechaba el marqués conquistador" (Dorantes 1987,195). Por parte de su abuela paterna, era bisnieto de Alonso de Estrada, tesorero, gobernador y capitán general de la Nueva España, quien, a su vez, era "nieto del conquistador Francisco Franco y yerno del conquistador Juan Limpias Carvajal" (ibíd., 162). Además este gobernador tuvo varias hijas, de las cuales algunas emparentaron con conquistadores: doña Luisa de Estrada, que se casó con Jorge de Alvarado, hermano de Pedro de Alvarado; doña Beatriz de Estrada con Francisco Vázquez Coronado, que hizo la jornada de Cíbola. Otra hija de Alonso de Estrada, doña Marina de Estrada, es la abuela de nuestro poeta, quien se casó con don Luis de Guzmán Saavedra, hijo legítimo y el segundo de Hernán Arias de Saavedra, conde del Castellar, nieto del duque de Medina Sidonia. Este caballero pasó a esta tierra el año de 1529: fue vecino de México y casado con hija del gobernador y tesorero Alonso de Estrada. Fue señor de Tilantongo. Tuvo por sus hijos legítimos a don Juan de Saavedra y a don Alonso de Guzmán. De don Alonso no quedó sucesión y de don Juan, su hermano, sí (ibíd., 258). Don Juan de Saavedra es entonces el padre de nuestro poeta, Antonio, y de su hermano, Juan, quien le dedica uno de los sonetos preliminares. Tenemos otras noticias de su familia, que documenta Francisco A. de

3 Este memorial, Patronato, legajo 67, doc. R2 ms., fue encontrado por J. Amor y Vázquez en el Archivo de Indias de Sevilla, del cual nos da noticia en su artículo "El peregrino indiano: hacia su fiel histórico y literario" (1965-1966, 25-46).

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Icaza, sobre su bisabuela doña Marina de Estrada que da todos los cargos de su marido, don Alonso de Estrada: fue almirante en Málaga, corregidor en Cáceres, tesorero y gobernador en la Nueva España, a donde llegó el año veintitrés, y enumera sus méritos de buen gobernante: dio buena cuenta de la Real Hacienda y buena residencia, hizo conquistar las provincias de Chiapa y los hipotecas; por todo lo que sirvió su marido, pide remuneración para ella y sus cuatro hijas y dos hijos (DAC y P, 1923, 420). En otra ocasión, su bisabuela aboga también por su nieto, "Don Alonso de Estrada (Guzmán), hijo legítimo de Don Luis de Saavedra y de Doña Marina Destrada, su hija; y quel dicho Don Luis falleció en esta cibdad, y dexó dos hijos varones y una hija legítima, sus nyetos, entre ellos al dicho Alonso, el qual tiene el pueblo de Tilantongo, el qual es tan poca cosa que no le basta a sustentar" (ibíd., 421). Por otro lado, su tío abuelo, Hernán Darías de Saavedra, en una petición que hace para traer de España a un hijo, nos proporciona noticias de la época: dice que llegó a la Nueva España "y traxo quatro criados y dos negros, y ciertos debdos y quatro mugeres españolas [...] y fue con el Marqués a la Ysla Californya; y después estouo en Culiacán [...] e a tenydo cargos de justicia en esta Nueva España" (ibíd., 1264) En cuanto a la vida de nuestro poeta, como queda asentado en las primeras estrofas del Canto XV, estuvo casado con una nieta de Jorge de Alvarado, que también sería algo pariente suyo, puesto que dicho conquistador se había casado con una hermana de su abuela: [...] sabed que soy casado con nieta del segundo, sin segundo, que ganó con Cortés el Nuevo Mundo. Por Jorge de Alvarado, el invencible lo digo, que es de mi muger, abuelo, [...] Hermano es de don Pedro, aquel terrible de quien temblava el mexicano suelo, y ambos hermanos de otros tres, que fueron los que la Nueva España reduxeron 4 .

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Canto XV, estrofas 5-6. En adelante, cito en el texto entre paréntesis con el Canto en números romanos y las estrofas en arábigos.

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Otra de las fuentes que tenemos para reconstruir su vida es el documento de la probanza en el que se solicita el corregimiento de Zacatecas, en donde, efectivamente, fue Corregidor, pero por intrigas fue cesado en el cargo5. También fue miembro de la Real Audiencia de México, desde donde luchó en defensa de los indios de Texcoco, explotados desde temprana edad, "probablemente en 1577, año de la epidemia de matlatzáhuatl a la que parece referirse cuando afirma que en ese lugar estuvo por 'una mortandad y gran dolencia'" (Peña 2000, 51). Fue despojado de su hacienda, por lo que desde su poema le hace una petición al rey para que restaure los privilegios de su grupo, los criollos, descendientes de los conquistadores, que perdieron las encomiendas. Estudió retórica y poética y conocía la lengua mexicana, de la cual hay algunos vocablos en su poema que explica al final en un glosario, además de jactarse en el Canto XI de ser el primer historiador nacido en México. Viajó a España, como consta en su prólogo, y por los sonetos laudatorios a su obra, se ve que estaba bien relacionado en la Corte y entre los mismos poetas, "Vicente Espinel y Lope de Vega no se desdeñaron de emplear sus plumas en elogio del Peregrino Indiano" (Beristáin 1980, 144). Igualmente su Aprobación se debe al cronista de Indias, Antonio de Herrera. De otro de los autores de los sonetos, Miguel Iranzo de Castillo, "criado de S. M, andante en Corte", sabemos que fue su fiador, pues nuestro poeta, en su estancia en España, contrajo una deuda, según Pérez Pastor, quien aduce un documento en el que se habla de una obligación que tiene don Antonio de Saavedra, vecino de México, "de pagar a Toribio Esteban, platero, andante en Corte, 1060 reales de plata, precio de una cadena de oro de dos vueltas, una taza y un cubilete de plata dorada" 6 . Aquí perdemos su rastro y no tenemos más noticias de su vida ni de su muerte. Tampoco sabemos si la publicación de su poema le valió para mejorar su situación.

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Esta etapa de su vida fue novelada por el escritor mexicano Severino Salazar en Llorar ante el espejo, (1989), en cuya obra las hijas de Saavedra, conocidas como las Brillosas, son sometidas a un proceso inquisitorial en Zacatecas. 6 Baltasar de Jos (24 de diciembre de 1598, fol. 1288), citado por Pérez Pastor (1907).

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III. Análisis de El peregrino indiano (1599) 1. Tópicos épicos en el poema Uno de los temas que más se reiteran en la obra es el de la "verdad poética", no sólo presente desde el prólogo, sino que suele interrumpir la acción de vez en cuando para justificar su poema sin colores retóricos que la adornen sino simplemente inspirada en la verdad (I, 49), tal y como prescribía Aristóteles que debía ser la tarea del historiador y no la del poeta, quien podía contar los hechos como pudieron haber pasado; entonces en nombre de la verdad, Saavedra prefiere la llaneza, la sencillez del estilo y el llamar a las cosas por su nombre, se confiesa ignorante y trata de prescindir de las alusiones mitológicas: No lleva el ornamento de invenciones, de Ninfas, Cabalinas, ni Parnaso, de Náyades, Planetas, ni Triones, que yo tengo por dar el primer passo; no sé quién son los fuertes Mirmidones, ni aun el Peloponeso ni el Ocaso, porque me han dicho, cierto, que es lo fino, el dezir pan por pan, vino por vino. (X, 28) Aunque no siempre logra sus propósitos, y cae en las tentaciones eruditas y enciclopédicas de muchos poetas épicos, sin embargo, estructuralmente, sí consigue la sencillez, pues no mezcla otras historias que se engarcen con la acción principal, y apenas provoca suspenso en el lector, excepto cuando va a acabar un canto, que anuncia que contará tal suceso en el siguiente. La alegoría, inherente a todo poema épico, aparece en el sueño del canto XIV; tal recurso le permite al poeta introducirse en el poema y ser conducido por una ninfa que lo lleva por un locus amoenus, en donde tiene el privilegio de oír el lenguaje de los pájaros y deleitarse con los arroyos y jardines para atravesar inmediatamente unos parajes propios de la literatura de visiones: valles de espinas, cavernas tenebrosas de las que sale humo sulfuroso, que no son más que un descenso a los infiernos, como lo hicieran Eneas, Dante o el Marqués de Santillana, pero donde no hay personajes históricos o famosos enamorados, sino los pecados capitales en forma de fieras o monstruos horribles; después, el poeta sube al Monte Parnaso, donde sostiene un diálogo con la diosa Sapiencia y ve la rueda de la Fortuna y las siete virtudes rodeando a un niño hermoso, una lucha entre

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la Envidia y la Fama, en cuya boca pone un panegírico a Felipe II, a quien seguramente iba a dedicar el poema, pero murió un año antes de su publicación y lo dedicó entonces a su sucesor, del que, de todos modos, por llevar tan poco tiempo en el poder, no podía alabar mucho sus virtudes. No falta la dosis de moralización y didactismo en las primeras estrofas de cada canto, que son sentencias sobre vicios y virtudes, sobre la Fortuna, o bien desarrollan una moraleja del canto anterior; hay otras estrofas, que podríamos llamar de enlace, en las que se invoca continuamente a la inspiración, a la ayuda divina, o se interrumpe la acción para hablar de la materia poética. Asimismo, los dos endecasílabos finales de cada canto suspenden la narración, pero permiten seguir la función de contacto con el lector, que no es otro sino el rey, a quien se dirige con vocativos como "Señor", "Sacro Señor", "Señor Supremo", "Señor engrandecido", ya sea invitándolo a pasar al canto siguiente, pidiendo que le dé ánimo para proseguir su tarea, solicitándole un breve descanso o hablando con su musa. Salvo estas mínimas interrupciones, la historia es sencilla, lineal, contada por un solo narrador que, a veces, concede la palabra a algunos de sus personajes: Cortés, Aguilar, Alvarado, Moctezuma y otros reyes indígenas o caciques. El relato es cronológico sobre las hazañas de Cortés desde que se embarca en Cuba y desembarca en las costas de Cozumel hasta las batallas en México-Tenochtitlán, la ciudad sitiada y la prisión de Cuauhtémoc. En el último canto promete una segunda parte, que no dice de qué tratará, pero los veinte cantos abarcan un segmento de la historia, un corte en el tiempo de la conquista de la Nueva España, que detalla con sumo cuidado desde su voz de narrador único, pues no hay multitud de narradores ni miles de historias que se entretejan o enriquezcan la acción principal, como sucede en otros poemas épicos, El Bernardo, por ejemplo, que heredó dicha técnica del Ariosto. Saavedra logra ceñirse con rigor a la verdad histórica hasta en los mínimos detalles: la anécdota de la pérdida del timón de una nave que obliga a Cortés a volver a Cozumel; la lebrela que se había quedado desde la expedición de Grijalva y la rescatan los soldados; los caciques tlaxcaltecas aliados y otros personajes mexicanos, como Malinali, Moctezuma, Cuitláhuac, Cuauhtémoc, los tlaxcaltecas, Maxixcatzín y ambos Xicoténcatl, que se ajustan rigurosamente a la historia; las batallas más importantes: Potonchán, Cholula, Otumba, la Noche Triste, etc. Registra hechos puntuales como las cartas que envía Cortés a Narváez para que se alien; las celadas que les tienden en el camino los cholultecas a los españoles; la huida en la Noche Triste con el oro; la persecución y captura de Cuauhtémoc. El maravilloso encuentro entre Cortés y Moctezuma es notablemente recreado con la misma pompa

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de la que hacen gala otros historiadores y cronistas. Se fija en los atuendos de los diferentes caciques, en el atavío de Moctezuma, en las ceremonias de recibimiento. No obstante, comete incorrecciones cronológicas al nombrar los apellidos de los soldados, por ejemplo, en el Canto V, incluye a Juan Justes o Yuste en la batalla contra los potonchanos, y en el IX a Montaño en la batalla contra los tlaxcaltecas, cuando que eran capitanes que vinieron con Narváez mucho después de ambas batallas. Y es que, al igual que su predecesor, Lobo Lasso de la Vega, el poeta parece entusiasmarse en el fragor de las diferentes luchas, y se extiende en largas enumeraciones de todos los conquistadores para dejar constancia de sus apellidos y de sus hechos sin reparar en las sucesivas adhesiones de soldados que llegaron a México con otros capitanes, adelantados o tesoreros, con diferentes misiones y en diversas etapas, tales como Francisco de Saucedo el Pulido, quien llegó a la Nueva España ya fundada Veracruz; Narváez, que fue a la Nueva España por encargo de Velázquez a apresar a Cortés; Garay, gobernador de Jamaica, que quería conquistar la zona de Pánuco en el Golfo de México y manda en varias ocasiones navios; Ramírez el viejo, a cuyos soldados los nombran, según Bernal, "los de las albardillas" porque traían armas de algodón tan gruesas que no las podrían penetrar las flechas; Juan de Burgos, un mercader que trajo armas y pólvora de Castilla, cuando el ejército de Cortés estaba asentado en Texcoco; y el tesorero Julián de Alderete, que llegó con navios y nuevos hombres como refuerzos para Cortés en la toma de Tenochtitlan en el segundo intento. Al autor le interesa sobremanera el tema de Marte y obedeciendo a las leyes épicas pasa revista en varias ocasiones a los soldados que hicieron la conquista, sin importar con quién hayan llegado a la Nueva España, pero también es consciente de que el tema bélico puede cansar al lector, y le concede un respiro: así como Homero había recreado la historia de Héctor y Andrómaca; Virgilio, la de Dido y Eneas; Ercilla, los amores de Lauca, Glaura y Tegualda, Saavedra esboza también el tema amoroso en el lamento de Cabalacán, el desdichado, por su esposa Ricarchel, sacrificada en un cenote; en la historia de Curaca, la desventurada, por la muerte de su esposo Chamabato, ambas del Canto V; pero también, siguiendo el poema De Cortés valeroso (1588) de Lobo Lasso de la Vega, emula los amores de Gualca y Pedro de Al varado, que en el poema de Saavedra se transforman en los de Xúchitl y Jorge de Al varado del Canto X, en el que Xúchitl, como lo hiciera Gualca, le descubre a su amante la emboscada de la que los españoles van a ser víctimas; y la más trágica de todas, la de Juan Cansino y Culhúa del Canto XVIII, de cuyo extraordinario caso nos

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da noticia también Baltasar Dorantes de Carranza (1987, 177), el hijo del conquistador Andrés Dorantes, el compañero de naufragios e infortunios de Cabeza de Vaca. El escritor Dorantes, entre los múltiples datos y genealogías de descendientes de conquistadores, de los que hemos podido extraer algunos de nuestro poeta y de otros consignados en el poema, cuenta que Cansino se permitió herrar en la cara a la india Culhúa, y ella se dejó por el amor que le tenía a Cansino, pero el padre de Culhúa se quejó a Cortés, quien prendió a los dos amantes, y Cansino fue desterrado, aunque salvado de una muerte segura, en pago por haber ayudado a Cortés en una ocasión en la isla La Española. La versión de Dorantes no difiere, como puede leerse en el poema, de la de Saavedra. Sobre estos particulares de la esclavitud y los herrajes, que, en nuestro poema aparecen ampliamente ilustrados, aunque sea en una historia amorosa, podría haber una intención de denuncia por parte de Saavedra, quien, por el tono ideológico general de la obra, podría perfectamente haber eludido este episodio vergonzoso de herrar a los indios en el rostro y, sin embargo, lo poetiza. José Luis Martínez nos ilustra a este respecto con una cita de Sahagún, quien afirma que los españoles "llegaron a herrar en la cara a algunos mancebos y mujeres de buena disposición", pero que en cuanto lo supo Cortés, "luego proveyó para que aquellos malhechores fuesen impedidos y presos" (1990, 333). De influencia ariostesca son algunos comienzos de capítulos donde anuncia la materia que va a cantar (1,1) y la interpelación a las damas con la que se comienza el Canto VI. Ariosto, desde el primer canto, anuncia que cantará a las damas y al amor, al igual que a las armas y a las empresas; entonces en el Canto XIX junta ambos temas enalteciendo las "admirables cosas" de las damas antiguas que fueron famosas doncellas guerreras. Saavedra acude al tópico de la falsa modestia para disculparse por la incapacidad de su lengua y de su pluma para celebrar la belleza femenina y la historia de tantas damas famosas, pero no habla de ellas, apenas las describe en unos cuantos versos y sólo en las estrofas finales del Canto XVII, con la intención de introducir la historia de Cansino y Culhúa del canto siguiente, se atreve a pisar el terreno amoroso, hablando en primera persona de tal sentimiento como si fuera una plaga, una prisión, un martirio y una red enemiga para los que caen en ella: ¡O, yra embravecida, y tan maldita quando ensañada a un pobre pecho viene, que sin que pueda nadie contrastarle no dexa un corazón hasta acabarle! (XVII, 98)

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De ecos petrarquistas son las primeras estrofas de este canto, donde continúa los lamentos amorosos que enmarcan la historia de Culhúa y Cansino, en cuya boca pone el tan manido verso de Garcilaso: ¡Oh, dulces prendas por mi mal halladas!, pero el modelo de imitación para la poesía española. La afectada modestia le lleva a disculparse una y otra vez por la incapacidad para desarrollar el tema de Venus y preferir el de Marte. La historia de estos amantes es la más extensa, se desarrolla a lo largo del Canto XVIII, a través de descripciones y diálogos amorosos, logrando mantener la atención del lector hasta el desenlace de los hechos: la sentencia y el castigo. Dicha historia queda bien enmarcada entre estrofas de disculpas por la incapacidad en el tratamiento de semejantes temas y otras de experiencias personales, que se corresponden a las estrofas finales del Canto XVII, que, como se dijo antes, servían para ilustrar con el ejemplo de estos dos amantes los males que produce el amor a quienes son víctimas de tal sentimiento, como otrora lo fuera el poeta, cuya experiencia, ficticia o no, esboza apenas. Mas ya no me consiente el fiero Marte, que me divierta en casos amorosos, hallado en mi caudal muy poca parte para efetos tan graves y escabrosos, que aunque natura industrie y obre el arte, son incultos a mí y embara50sos, mas para otros divinos escritores, por lo poco que sé de ley de amores. (XVIII, 78) Como poeta y no como el historiador que pretende ser, Saavedra Guzmán es conocedor de otros muchos recursos retóricos del género épico: la comparación de los hechos bélicos y de los soldados y de Cortés con héroes y reyes de la antigüedad: Saúl, Tolomeo, Nerón, Tántalo, Midas, Yugurta, Aníbal, Amílcar Barca, César; la abundancia de símiles tomados del mundo animal, como el de las ovejas y el pastor, la liebre y el cazador; la comparación con hormigas, galgos (I), aves, ovejas (IV), toros, tórtolas, abejas, grullas (VIII), águilas y serpientes (XVIII), perros perdigueros y perdices (XIX), lobo y ovejas, lobo y corza (XX); las enumeraciones en la descripción de la vajilla y la comida (II), o de las partes de un navio (VIII), que toma probablemente de la famosa tormenta del final del Canto XV de la primera parte de La Araucana, en la que naufragó el propio poeta en la expedición de don García Hurtado de Mendoza; los nombres de los conquistadores que acompañaron a Cortés; el lenguaje altisonante en las batallas o las arengas de Cortés a su ejército; el manejo del suspenso que va ra-

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cionando en cada canto: en el segundo, por ejemplo, introduce el signo de la cruz y la incertidumbre sobre los hombres barbados que se encuentran en poder del cacique Canabato, para dar paso al relato en primera persona de Jerónimo de Aguilar, que aclara todo; en el tercero, la anécdota de la lebrela que los proveía de caza anima el relato antes del consejo de guerra que se celebra entre los caciques potonchanos y que dejará al lector en la incertidumbre de la posible guerra que se avecina y que se extenderá hasta el Canto IV. Sin embargo, también adolece de muchos defectos, tales como repeticiones: no vacila en acudir a la misma palabra para lograr la rima, aunque tenga significados distintos: "comentó el gran ruydo de las pie5as, (cañones) / que parecía caerse el mundo a piezas" (pedazos); también recurre a idénticos adjetivos para referirse tanto a españoles como a mexicanos en las descripciones de personajes; las mismas enumeraciones de armas y las mismas técnicas guerreras de una y otra tribu; las partes de los navios se repiten en diversos cantos, y suele usar parecidas imágenes reiteradamente, por ejemplo, en los amaneceres mitológicos, en los que varias veces se alude a la "divina diosa" o a la esposa de Titón; todo lo cual indica una gran pobreza estilística o una premura por terminar el poema durante el trayecto marítimo en el que dice haberlo compuesto, sin una revisión final que enmendara tantos errores y carencias, y llegar a la corte para publicarlo. Una excepción serían las continuas iteraciones de apellidos de conquistadores, que, como veremos más adelante, obedecen a sus propósitos reivindicativos, y lo hacen igualmente otros poetas épicos anteriores a él, tales como Francisco de Terrazas y Gabriel Lobo Lasso de la Vega. Pero lo que sigue fielmente Saavedra es, sobre todo, la tópica del exordio: empieza su poema con las partes retóricas del Ars poética de Horacio (Goi'c 1988, 227), aunque con el orden innovado por la poética renacentista, que ya habían usado en sus poemas Virgilio, Lucano y luego, Ariosto y Ercilla: la propositio, por medio de la cual anuncia el asunto grave y heroico que va a tratar y desde el que ya se empieza a enaltecer la grandeza de España y la defensa de la fe católica; la invocado, o la petición de ayuda, no a las musas ni a los dioses, sino al cielo y al mismo monarca, a quien va dedicado el poema; y la narratio sobre las hazañas de Cortés, y todo ello salpicado de alabanzas a Felipe III, a su padre y a su abuelo, y de la afectada modestia de su: "débil pluma", "ánimo ofuscado", "frágil espíritu" o "estilo rústico". También para metaforizar su poema o su quehacer poético, usa el tópico de la navecilla a merced de las olas, en el Canto I, y desea que se dirija a buen puerto, que no es otro que el resguardo, el amparo y la protección que le brindará el monarca para eternizarse y consa-

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grarse como poeta. La metáfora náutica es también usada en el Orlando furioso (XLVI), en La Araucana (XVI) y en El Bernardo (IV), que dedica también una serie de octavas a este tópico retórico en donde su intento de narrar empresas tan importantes se compara con la pobre barquilla y le pide a los dioses un buen viento para guiarla.

2. La maquinaria maravillosa La épica, en opinión de Pierce, es un vehículo típico de una civilización que está segura de sí misma y que posee creencias firmes, por tanto, presenta un mundo de estructura estable en que el héroe siempre es ayudado por fuerzas sobrenaturales al realizar sus empresas (1968,18). En El peregrino indiano la maquinaria maravillosa, propia de los poemas heroicos, surge varias veces en la obra: con la magia de la hechicera tlaxcalteca que profetiza hazañas futuras; en el sueño, puerta de acceso que conduce al poeta al inframundo, donde ve a los pecados capitales y a las virtudes en lucha; y en lo que llamamos maravilloso cristiano, o sea, la intervención de fuerzas sobrenaturales, no paganas sino cristianas, en el destino de los humanos, que los poetas americanos rescatan de Tasso. Al igual que los dioses en la poesía heroica tomaban partido por uno u otro bando, por ejemplo, Palas Atenea por Ulises, Venus, por Eneas o Juno, en contra de los troyanos, Tasso cristianiza la máquina sobrenatural y divide los bandos en celestial e infernal. Según Joaquín Arce, el episodio más imitado de la Jerusalén es el concilio de demonios "que justifica la presencia y la intervención de las fuerzas del mal como opuestas a los designios heroicos" (1973, 64). En nuestro poema se convocan dos concilios infernales: en el Canto I, Lucifer trata de entorpecer el curso de los navios de Cortés y conjura a su legión y a los vientos, que inmediatamente acuden a su llamada y se introducen entre las olas bramando. El tópico del conciliábulo demoníaco se une así con el de la tormenta, que tampoco podía faltar en todo poema épico que se preciara, donde había ocasión para lucir un amplio vocabulario náutico, los más espantables adjetivos y pintar las escenas más tempestuosas, de mayor angustia y movimiento que, sin duda, contribuían a dar realce a la historia, y a violentar los ánimos de los lectores. Los poetas épicos "echaban todo el resto", como diría Saavedra, en recrear tormentas, naufragios, batallas cruentas y, en nuestro poema, además, las descripciones de los adoratorios inmundos, llenos de calaveras e inundados de la sangre putrefacta de los sacrificados. Dentro de este maravilloso, que podríamos calificar de prodigioso, cabe también el tópico de los agüeros, presagios funestos antes de la batalla que tienden a infundir temor y a su-

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blimar la lid por cuanto la naturaleza se transforma ante los ojos de los que van a combatir: El ayre y plantas veo sossegadas sin ser del manso Zéfiro movidas, y las nocturnas aves veo turbadas, y con funestas muestras impelidas. Las frutas y las yervas regaladas se ven marchitas, lacias y encogidas, el Sol se eclipsa, y todo se enmudece, y el ánimo en nosotros desfallece. (III, 98) O en el mismo instante de la batalla, la naturaleza parece contagiarse de la furia guerrera: Los cristalinos cielos se rasgavan de los golpes y bozes que se oían, los cóncavos secretos penetravan, y los duros peñascos se encogían, los esparzidos ayres se turbavan, y las aves también enmudecían, piensan los animales de la tierra, que el suelo, cielo y mar travavan guerra. (IV, 79) El otro conciliábulo es convocado por una agorera tlaxcalteca, Tlantepuzylama, cuya fuente podemos rastrear en las prácticas necrománticas de la maga Tesalia de IM Farsalia, cuando la va a buscar Sexto, el descendiente de Pompeyo (Lucano 1967, vs. 669 y ss.). Algunos de los animales que usa Tlantepuzylama para sus hechizos son reminiscencia de los que mezclaba Tesalia para sus augurios, usados también por el mago Fitón de La Araucana, que, a su vez, es el antecedente inmediato del mago Tlascalan de El Bernardo, también tlaxcalteca. De acuerdo a las doctrinas estéticas de los Siglos de Oro, los modelos clásicos no sólo podían imitarse sino que debían imitarse. Pues bien, Saavedra se afilia con esta agorera tlaxcalteca a la tradición épica, pero también aporta su originalidad, pues al lado del bestiario medieval y de las maravillosas propiedades de animales como scítolas, cerastas, salamanquesas, anfisbenas, los ponzoñosos o los de mal agüero, convive un herbolario autóctono: el caquiztli, el piciete, el tabaco, el axí, la závila o el quauhnenepil\ usa el tezontle negro como sahumerio o toma peyote para inquirir al mundo y provocar la profecía; además hace una suerte de mixturas celestinescas que, insertadas en medio del lenguaje terrorífico del

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conjuro, parecen una parodia de la hechicería y mueven a la risa: "Hombligo de mujer brava y bermeja", "las uñas de hombre zurdo", "Menstruo de muger baxa y muy usada/ el vello de la gorda, y el más gruesso/ y de la flaca, el más pegado al huesso", "caspa de moga flaca, y verdinegra/ lágrimas de muger que tiene suegra". Todo el infierno clásico es convocado por la bruja, a la cual muestran el pasado de los enemigos de España sufriendo las penas del infierno y el porvenir de la nación elegida para sujetar a su patria. La alucinación que sufre Tlantepuzylama está cargada de elementos que contribuyen al proselitismo político imperialista y religioso de la nación española. En los poemas épicos americanos llega a convertirse en un tópico el que en boca de los personajes maravillosos recaigan los discursos apologéticos de las virtudes de los héroes que le dan fama a España y los encomiásticos de gloria para el Imperio español. Como vemos, Saavedra no puede prescindir de la maquinaria maravillosa, ingrediente básico de la épica, pero en aras de su tarea de historiador en busca de la verdad, prefiere curarse en salud y racionalizar lo maravilloso de su poema; así, después del conjuro infernal de la bruja tlaxcalteca repite de nuevo su fervor por la verdad y no por la ficción y hace pasar el hechizo por verdadero, pues en Tlaxcala [...] oy no hay en el mundo adonde se use más la hechizería, y algún indio en el arte, sin segundo, que habla con el diablo noche y día. (IX, 128) Los Cantos XIII y XIV están cuajados de elementos enraizados en ese sobrenatural milagroso o maravilloso cristiano y que también aparecen relatados por López de Gomara y Bernal Díaz: las consabidas ayudas de Santiago en la batalla (VI, 51), el hombre en su caballo blanco con la espada en la mano derecha (XIII, 62), el agua milagrosa que brota del suelo, el episodio en el que a los indios se les quedan pegadas las manos a la estatua de la virgen, cuando tratan de destruirla, que tiene añejos resabios de los Milagros de Nuestra Señora, de Gonzalo de Berceo, cuando a los ladrones de la leyenda recreada por el riojano se les quedaron pegadas al manto. Pero lo que más le interesa al autor destacar, y que contribuye así mismo al proselitismo religioso, es el hecho de encumbrar a los soldados a la altura de lo que Jacques Le Goff denomina "las milicias cristianas de lo maravilloso" (1986,13 y ss.). Saavedra llama a los soldados "capitanes del cielo" y "mártires", porque convierte el episodio americano en una nueva cruzada, como atinadamente ha apuntado José Rubén Romero

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(1989, 17-62) en el estudio introductorio a su edición. Como en los Cantares de Gesta medievales, en la épica americana también la función de lo sobrenatural era empujar a los cristianos a la lucha contra los infieles y su muerte en la batalla merecía el paraíso (Dickman 1974,108-109); se glorificaban por la muerte y creían firmemente que Dios los socorría, a través de los milagros y de los mensajeros celestiales. Así, Saavedra, encumbra a los soldados muertos por la sangre vertida y porque han alcanzado el mismo paraíso: ¡O, soldados valientes y animosos, que el triunfo verdadero conseguistes, capitanes del cielo tan dichosos, que assí al eterno fruto os ofrecistes! ¡O, mártires, que estáis tan vitoriosos, con más imperio del que pretendistes [...] (XIV, 34) 3. Cortés y Moctezuma El personaje que Saavedra presenta de Cortés también contribuye a cargar el poema de propaganda eclesiástica, porque, además de guerrero y estratega, Cortés es un gran evangelizador, al que Vicente Espinel, en un soneto de los que preceden la obra, lo llama "precursor Bautista" y nuestro poeta lo bautiza como "alférez de Cristo". La arenga del primer canto, en la que instruye a sus propios hombres en la fe y el evangelio, parece más apropiada para la boca de un fraile; así, Saavedra lo presenta como el primer difusor de la doctrina cristiana, además de que en el primer encuentro con los indios de Cozumel los convierte al cristianismo en unas cuantas estrofas, al igual que a Moctezuma en el Canto XII, quien inmediatamente se arrodilla después del sermón cortesiano y reconoce al Dios de los españoles. Hugh Thomas dice que en Cozumel empezó Cortés esta importante actividad: "Quizá lo asesoró Fray Olmedo, pero es posible también que durante sus años de monaguillo en la iglesia de San Martín hubiese aprendido el arte de la predicación y que recordara los temas de los sermones" (2005, 232). Sin embargo, en las crónicas de López de Gomara y de Díaz del Castillo se dice que Moctezuma muere sin ser bautizado. Cortes es además retratado como una persona generosa y compasiva, capaz de llorar por la muerte de Moctezuma y de lamentar la pérdida de la ciudad, siente "curiosidad y amor por la tierra conquistada y su pueblo, con los que acaba por identificarse" (Martínez 1990, 145), pero también es capaz de ser implacable a la hora de mandar ejecutar un castigo, tanto de los señores indi-

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genas, Xicoténcatl o Cuauhtémoc, como para aleccionar a los soldados, sobre todo, a los guardias de Moctezuma, que al intimar "con el señor cautivo, algunos le faltaban al respeto aunque la mayoría lo acataba y compadecía" (ibíd., 253). Se recrea un episodio en el Canto XI en el que Moctezuma se molesta al ver escupir a un soldado, Cortés lo manda ahorcar, pero Moctezuma le solicita el perdón y el cambio de la muerte por el destierro. Es superior a su tropa intelectualmente, no sólo por sus dotes de mando, sino también porque es un buen orador y adulador, cuando conviene, y un audaz y hábil estratega para ordenar los avances y las velas nocturnas. Sabe evaluar las circunstancias de cada situación y tomar decisiones rápidas, domina a sus hombres con severidad, tolerancia y objetividad (ibíd., 145). Winston A. Reynolds ha contado las palabras más frecuentes que usan los poemas cortesianos para calificarlo: prudente, sagaz, industria, mañas, astucia, cuerdo, entendido y destaca que "los epítetos del tipo prudente-, de buen seso-, y agudo ingenio- coincidieron con aquellos aplicados al tradicionalmente noble cortesano por los escritores antiguos inspirados en la ética Aristotélica y por los escritores españoles medievales que expusieron los cánones de las virtudes caballerescas" (1978, 128). Cortés aparece como uno de los héroes que han enaltecido a España, porque, además de la propaganda religiosa inherente en el poema, la propaganda política de difusión de las ideas imperialistas no es menos importante, por eso hay que tener en cuenta también las omisiones y la tergiversación de la historia, por ejemplo, Saavedra no concede mucha importancia a la codicia de los conquistadores, es más, en el poema, el extremeño les prohibe a sus soldados que se apropien de los bienes de los indios, hecho del cual también da constancia Bernal Díaz en su Historia cuando, a la llegada a Cozumel, Cortés recrimina a Alvarado por haberse adueñado de cuarenta gallinas, alegando que si robaban a los naturales no se podrían apaciguar aquellas tierras; el encuentro con Moctezuma, ficcionalizado también por el mismo Cortés y por Bernal en sus respectivas relaciones, aparece aquí recreado convenientemente para los fines de Saavedra. Por poner sólo dos ejemplos: los regalos de Cortés a Moctezuma no son de vidrio ni otras baratijas de poco valor, como las que usualmente servían para rescatar, sino "de rubís y diamantes y oro fino", cuando que, según Bernal Díaz, le dio un collar de piedras de vidrio llamadas "margajitas"; la matanza que los hombres de Alvarado, en ausencia de Cortés, perpetran en el Templo Mayor, Saavedra la considera "el más honrado hecho que tuvo el mundo" y "caso notable y diño de escribillo", puesto que plantea la situación como una defensa de los españoles ante la traición que los indios planeaban hacerles.

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Además de los conquistadores, los aliados tlaxcaltecas y el enemigo tenochca están idealizados y engrandecidos con calificativos altisonantes que no son más que un medio para enaltecer a los propios españoles, por haber tenido que combatir contra ellos (VI, 52), aunque no faltan escenas en que presenta a los indios apocados y atemorizados por los simulacros que frecuentemente Cortés mandaba hacer a los suyos. El temor de los indios ante las armas insólitas de los españoles es patente en uno de los Cantos tristes de la conquista, el icnocuícatl nombrado "La ruina de tenochcas y tlatelolcas"; el Códice Florentino también da cuenta del miedo y los efectos devastadores y apocalípticos de las armas de fuego, el rayo, el ruido de los cañones y el humo. Saavedra recrea uno de estos pavorosos espectáculos "cortesianos" cuando se encuentra en una reunión con Teutlille y cuando más descuidada estaba su gente, no acostumbrada a juegos de cañas ni a torneos y menos a "aquellos crueles rayos infernales" (VII, 26-38). Moctezuma aparece en el poema desde el Canto VI, en el que a través de los tributos que se recogían en su imperio, se nos presenta como un rey temido y de gran poder y grandeza. Este temor de sus subditos hace que se presente como un rey despótico, con lo cual "se acentúa el carácter de liberador de aquel que lo derroca" (Rose 1997, 91), y se justifica plenamente la conquista. Sin embargo, en el poema, de ser un rey temido pasa, en los siguientes cantos, a traslucir su temor ante la llegada de los españoles por las diversas embajadas que recibe de Teutlille y sobre todo, al ver en el lienzo pintados a estos nuevos hombres y sus armas. A partir de este momento, todo su poder persuasivo es usado para tratar de impedir a Cortés su viaje a Tenochtitlán con miles de pretextos, aparentemente bondadosos de protección, por lo peligroso de las tierras que han de atravesar o por los enemigos no sometidos a su imperio que pueden hacerles guerra. Ante la insistencia de Cortés en las diversas embajadas de visitarlo, Moctezuma convoca un consejo en el que se vierten diversas opiniones, pero su ánimo queda "confuso, rezeloso y afligido" porque vislumbra el fin de su imperio. No obstante, le envía regalos al por mayor, donde demuestra su liberalidad y magnanimidad y, sobre todo, conocer las leyes hospitalarias, pero también su miedo, el cual le lleva a tenderle celadas en todo su camino. Entre opulentos y generosos presentes y traiciones, llega Cortés frente a Moctezuma en el Canto XI, una suerte de remanso narrativo en el que el poeta logra transmitir la misma fascinación y admiración que tuvieron los conquistadores y los cronistas que reprodujeron el encuentro: la magnificencia de la ciudad, el tráfago de canoas en los canales, la riqueza y el bullicio de sus mercados, la comitiva de acompañamiento

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con sus atavíos y las ceremonias de intercambio entre ambos personajes. Este primer encuentro en el poema, como en todo texto que trate la conquista de México, es un lugar común y se detiene minuciosamente en el ceremonial de recibimiento (ibíd., 89). La descripción de su palacio, sirvientes, comidas y costumbres ocupa otras cuantas estrofas hasta que logra romperse lo que hemos llamado el remanso narrativo para crear de nuevo la tensión con la noticia de la muerte de unos españoles a manos de Qualpopoca. Este hecho será el pretexto de Cortés para encarcelar a Moctezuma en su propio palacio, quien se muestra afligido, temeroso, e incluso llora. En estos diálogos en los que se individualiza a Moctezuma, el poeta parece sentir piedad y solidaridad por él, como lo hiciera Ercilla por los líderes araucanos, pero sobre todo, dramatiza su muerte a causa de unas pedradas arrojadas por sus mismos hombres. Respecto a la muerte de Moctezuma, hay versiones encontradas en las diferentes crónicas: en las Cartas de relación de Cortés, por ejemplo, no se entierra a Moctezuma, pero se llora su muerte porque lo ve siempre como un aliado, y "escribe que desconoce lo que los indios hicieron con su cadáver" (Kohut 2004, 180); en la obra de Bernal, a quien se le nota una gran veneración por este rey, se lamenta que no se haya vuelto cristiano antes de morir, mientras que en el poema ya está bautizado. En el Libro XII del Códice florentino, los funerales de Moctezuma dan lugar a una rebelión popular. Cuando se intenta quemar el cadáver, el pueblo grita y se levanta como señal de protesta porque el rey ha traicionado al pueblo, en oposición al rey de Tlatelolco, muerto en el mismo momento y quemado con grandes muestras de sentimiento y respeto. En cambio, el Códice Aubin describe a un indio que recoge el cadáver de Moctezuma y va a todos los pueblos de la laguna pidiendo que quemen el cadáver del rey que lleva a cuestas, pero nadie quiere hacerle honras fúnebres, hasta que Cuauhtémoc ordena que lo quemen para liberar al indio de su carga. En el Códice Ramírez, el cuerpo de Moctezuma es quemado, por lástima, por un mayordomo suyo que entierra luego sus cenizas en una olla (ibíd., 185). La versión de Saavedra en la que se entrega el cuerpo a dos caciques, lo embalsaman y lo llevan a enterrar a Chapultepec, obedece a la de Gomara. 4. El autor en el poema A pesar de la prescripción aristotélica de que el poeta debe hablar lo menos posible de sí mismo, suele entrometerse en el poema como autor o como poeta en el acto de escribir o esperando la inspiración, pero, a veces, interviene también como personaje en el propio poema, como muchos otros

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poetas épicos americanos o peninsulares, porque en el género épico "la vida del autor y su obra están íntimamente entremezclados al punto de ser casi uno y lo mismo" (Peña 1994,292), de tal manera que podría considerarse una "literatura con perfiles autobiográficos", en la que se introducen "los avatares particulares de sus autores" (Peña 2000, 56). Saavedra desliza detalles de su vida aquí y allá. Las digresiones más importantes, que acaso confieren un mínimo de variedad a la fábula, son tal vez las biográficas y es que el mismo título de la obra puede darnos la clave: El peregrino indiano puede ser Cortés por su peregrinar guerrero y evangelizador en tierras de la Nueva España, pero también es el propio autor por su peregrinar administrativo en ciudades de la Nueva España hasta acabar en un viaje marítimo que lo conducirá al buen puerto de la metrópoli donde tiene puestas sus esperanzas de fama. Ambos son peregrinos de esta historia: uno con su espada y otro con su pluma, como dice Lope de Vega en el poema laudatorio contenido en los preliminares: Un gran Cortés, y un grande cortesano autores son desta famosa historia si Cortés con la espada alcanza gloria, vos con la pluma, ingenio soberano. Y Vicente Espinel en otro: Un Peregrino tal, que no es visible quál deve al otro de los dos más gloria, vos por su espada o él por vuestra pluma. Saavedra se introduce también en el poema como si él mismo fuera un personaje conquistador, testigo de los hechos y combatiente del bando de Cortés. El abuso de la primera persona del plural: "A los nuestros continuo retirava", "Nos yvan con p u j a b a dando alcance", "A assolar nuestra triste compañía" y muchos otros ejemplos, nos indican, además de la imitación de López de Gomara, su fuente historiográfica, la intención de reivindicación de este criollo, descendiente de conquistadores, que en la ficción él mismo se incluye en el plural y se reencarna en un conquistador para dar cuenta de los servicios y de las batallas que libraron sus lejanos antepasados, además de que, como autor, dirige su poema al rey y lo invoca como musa y protector continuamente, en el presente en el que escribe el libro, donde da cuenta de su último cargo de Corregidor, y da rienda suelta a sus quejas, pues se ha visto mancillada su honra por intrigas en la administración novohispana:

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Que no es justo, Señor, que lo padezca mi honor, mi calidad y mi persona, ni aya quien se anime ni se ofrezca a informar falso a vuestra real corona; [...] [...] se dé castigo a relación fingida, que sabe Dios, Señor, si os he servido mejor que de quien fue tan ofendida mi honra, por passiones conocidas, que de fuerga han de seros referidas. (XI, 22 y 23) El climax de sus reivindicaciones son los Cantos XI, que recoge sus quejas, y el XV, en el que evoca un pasado heroico, primero, y después de paz, mantenida gracias a sus abuelos, primeros pobladores de estas tierras; y un presente desdichado, en el que tanto los descendientes de la realeza india: "los hijos, sobrinos, nietos y parientes" de Netzahualpiltzintli, como los de los conquistadores, se ven desposeídos; por eso, aunque pretende siempre ceñirse a la verdad, se permite algunas licencias e incluye entre los conquistadores a algunos de sus descendientes, que se encuentran en la misma situación que él, como son los casos de Ontiveros, Nava, Martel, Tejadillo y algunos otros que no participaron en la conquista. Saavedra no es el único que aboga por los descendientes de los reyes texcocanos, el I o de enero de 1583, Fray Juan Salmerón le dirige una carta a Felipe II en la que denuncia que Los descendientes de aquellos reyes y señores, [en especial que antes ayudaron a los españoles a la conversión a la fe y la destruición de la idolatría y de el sacrificio de sangre humana, como fue Moctezuma y el Rey de Tescuco y otros], grande obligación hay que ya que no eran capaces de el reino y señorío, no vivan, empero, en la miseria, pobreza y abatimiento que muchos dellos viven, hechos criados y siervos de los mismos indios que lo eran de sus antepasados (García 1907, 323). Como hemos visto en los escasos datos que tenemos de la vida de Saavedra, aunque emparentado por todos los costados con conquistadores, en realidad, era bisnieto de conquistador y las encomiendas sólo se daban por tres generaciones, de ahí la petición reiterativa de tantos criollos por que fueran perpetuas. La quejas eternas del criollo despojado de sus cargos por el chapetón advenedizo aflora en estas estrofas cargadas con tintes lastimeros y de rencor por las injusticias de algunos virreyes, agobiados por tantos memoriales impertinentes y relaciones de servicios y de méritos de unos deseen-

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dientes orgullosos que se jactaban de su abolengo, y, a la vez, prejuiciados respecto al trabajo, pero envidiosos de los nuevos españoles que llegaban a algún puesto de la administración o a vivir del comercio o de la tierra (Icazbalceta 1962, 60). Nuestro poeta, aunque sigue la línea de estas peticiones criollas, no solicita una encomienda sino que se le restituya en su cargo de Corregidor en Zacatecas o que se le haga justicia.

IV. Composición y recepción de la obra El peregrino indiano fue compuesto, según nos informa en su prólogo el autor, en setenta días que duró su navegación a España, y según el verso de la estrofa 108 del Canto nono: "que es cosa que no ay acá en Castilla", refiriéndose al peyote, debió de terminarla en España, pero pasó siete años reuniendo los materiales históricos que le permitirían llenar los veinte cantos y las 2036 octavas reales en las que está compuesto. Además de la información sobre el tiempo de la composición de la obra, el prólogo, muy breve, cumple con el tópico "de la dedicatoria" al rey Felipe III, y con el de "la falsa modestia" (Curtius 1955, 131-133), por el que explica cómo se llevó a cabo la redacción de la obra en alta mar, pidiendo disculpas por los vaivenes de la nao y algunas tormentas, y calificando su obra afectadamente de "humilde estilo"; insiste también en el tema de la verdad al que se refiere con una metáfora gastronómica "manjar de verdad, sazonado en el mayor punto que puede imaginarse", semejante a la que usara Cervantes para describir sus Novelas ejemplares (1612) como si se tratara de un guiso: "pies, ni cabeza, ni entrañas ni cosa que les parezca, no se podrá con ellas hacer pepitoria". Pero Saavedra no está hablando del tópico de los prólogos renacentistas, el de "la verdad poética" (Porqueras 1965), o sea, el imitar las cosas no tal como fueron sino como pudieron ser, con verosimilitud, sino que califica su poema de "historia", y se refiere a "la verdad histórica", corroborada por el historiador Antonio de Herrera en la aprobación y por Vicente Espinel en el soneto de los preliminares, tema que, como hemos visto, el propio Saavedra deja caer en algunas de sus estrofas. El prólogo es también el espacio que abre el libro y, por lo tanto, debe aparecer en él su personaje, Hernán Cortés, pero también los demás que ganaron la Nueva España, porque forman parte importante de su finalidad reivindicativa, y entre ellos se incluye el autor al usar la primera persona del plural, como vimos, dando muestras de un patriotismo, apoyado, entre otras cosas, por el uso de indigenismos en su poema y su explicación en el glosario. Todo ello lo acerca al famoso criollo del virreinato vecino, el Inca

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Garcilaso, quien también se jacta en su prólogo a los Comentarios reales (1609-1616) de pertenecer a la tierra que se trata y de hablar y conocer la lengua mejor que otros que le han precedido. La obra abarca más tiempo que otros poemas cortesianos, desde la salida de Cortés de la Isla de Cuba, la tempestad que sufrió su armada, la arenga a sus soldados, y la consabida reseña de los capitanes, tópico de la poesía épica, que conforman las octavas del Canto I, hasta la prisión de Cuauhtémoc, en el Canto XX. En medio se desarrollan pasajes interesantes: fiestas de indios, con sus mitotes o danzas, comidas en Yucatán, el episodio de la hechicera de Tlaxcala, la matanza de Cholula, la batalla de Otumba, la descripción de la Ciudad de México, un sueño alegórico, quejas al rey, y amores entre españoles e indias. Contiene, como todas las obras áureas, unos preliminares en los que se incluyen diecisiete sonetos laudatorios, que son prueba de amistad, entre los que sobresalen, el de Lope de Vega, que lo llama el "Lucano de Cortés", el de Alonso de Guevara, que lo compara con Homero, Virgilio, Ariosto y Petrarca y lo bautiza como el "nuevo Apolo de la Nueva España", y el de Vicente Espinel, que califica su obra como "pura, cendrada y verdadera historia", adjetivos que obtiene del propio poema de Saavedra (I, 50). Entre algunos poetas españoles que Balbuena incluye en su Compendio apologético en alabanza de la poesía, porque son "dignos de veneración y respeto" (1610,135) hay dos de ellos que le compusieron sonetos a Saavedra, don Felipe de Albornoz, que perteneció a la orden de Santiago y "fue gobernador de Quito en el Perú" (Vignau, 1901, 10); y Juan de Tarsis y Peralta, el conde de Villamediana, quien en 1599, a la edad de 17 años fue nombrado "gentilhombre de casa y boca" de Felipe III, y publicó sus dos primeros sonetos, uno en en un libro de Bernardo Vargas Machuca y el otro en el de Saavedra. Fue un poeta con dos etapas claras en su poesía: una bajo la influencia de Garcilaso, Boscán, Herrera y Petrarca, y otra, bajo el signo gongorino (Rozas 1967, ix-xxvii). Otros caballeros, cortesanos y militares dedican también múltiples alabanzas al autor, al personaje conquistador y al rey. Dos sonetos del propio autor, uno al archiduque Alberto de Austria y otro a la marquesa de Tarifa, completan el requisito y tópico de los preliminares en el Siglo de Oro, de los que tanto se burlará Cervantes en sus prólogos al Quijote y en los propios poemas laudatorios que fabrica él mismo para su obra. En general, la obra El peregrino indiano fue bien recibida por sus contemporáneos: Bernardo de Balbuena consideraba a Saavedra Guzmán un gran cortesano y uno de los excelentes poetas de las Indias Occidentales

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(1610, 135v). Dorantes de Carranza lo ensalza como "el primero que ha arrojado algo de las grandezas de la conquista deste nuevo mundo y así se le debe mucho y el todo por haber sido el primero que ha sacado a luz lo questaba tan sepultado" (1987,178). Además de que le alaba la pintura que hace en su poema de la historia de amor entre el español Cansino y la india Culhúa, de la que se habló más arriba. Los historiadores de la literatura coinciden en que se trata de una crónica rimada. M. G.Ticknor la compara con la de Lasso de la Vega y dice que la de Saavedra "tiene más poesía y más verdad, como trabajo de un autor que conocía familiarmente las escenas que describe y los hábitos de aquella raza desgraciada, cuyo fin desastroso refiere" (1854, vol. III, 147). Prescott la calificó de crónica histórica por su fidelidad a la verdad de los hechos, y a su autor de más cronista que poeta (1957 [1909], 244n); de hecho, como hemos venido diciendo, el mismo Saavedra insiste en su apego y conocimiento de la verdad en varios cantos de su poema: Es relación muy cierta y verdadera, que por no salir della, apenas oso apartarme del hecho verdadero desde el primero punto hasta el postrero. (XI, 68) Los hay que opinan que su obra es "historia verdadera con algunos adornos poéticos, y en lenguaje generalmente castizo; pero con mala versificación y estilo prosaico, vulgar y aún bajo en ocasiones" (Pimentel 1883, 99). Menéndez Pelayo sólo le reconoce el mérito de ser "el primer libro impreso de poeta nacido en Nueva España", pero su lectura le parece "árida e indigesta" y sus veinte cantos "mortales"; además de que la hizo "con el propósito poco disimulado de que le sirviese como de memorial en las pretensiones que a España traía, al igual de otros descendientes de conquistadores reducidos por entonces a suma pobreza, en nombre y representación de los cuales exhala amargas quejas al principio del canto XV" (1893, vol. I, xxxv). Beristáin de Souza califica El peregrino como un "libro tan apreciable como raro, y en que se encuentra más naturalidad y exactitud que en el Poema en prosa de D. Antonio Solís. Acaso por eso escribió el Abate Clavijero que no es Poema sino Historia el de nuestro Saavedra, en el qual [añade] solo se encuentra de Poesía el metro" (1980,144). Entre otros detractores de Saavedra, se encuentra el bibliógrafo Joaquín García Icazbalceta, quien se refiere al tiempo que desperdició Saavedra en recopilar materiales para su poema: "A decir lo que pienso, no veo la necesidad de gastar siete años en acopiar materiales para escribirle, mejor habría sido alargar los setenta días empleados en la composición y pasarle un algo

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más la lima"7. Cuestiona, además, el género, no sólo por el aparato maravilloso y mitológico, ingredientes, no obstante, indispensables en todo poema épico, sino que también le parece inadecuado el molde del verso para contar la historia: Penoso, pero necesario, es confesar que la obra no da idea muy ventajosa de las dotes poéticas de Saavedra. El mal estaba ya en el género, porque esas historias en verso, nunca son historias ni poemas; mas ni siquiera tuvo nuestro autor el mérito de la buena versificación, que aun en ese mal terreno podía huir, y su Peregrino sólo es tolerable si se le compara con la Historia de la Nueva México del capitán Gaspar de Villagrá. Prosaico casi siempre, incorrecto, flojo, desmayado, pobre en las rimas, el poema de Saavedra apenas si merece tal nombre. Ya que quiso escribir historia hiciérala en prosa y estimáramosla más, como producción de quien pudo recoger noticias de boca de los descendientes inmediatos de los conquistadores (ibíd., 5). Su crítica despiadada se contradice, sin embargo, con su voluntad de rescatar semejante poema para su publicación, el cual reimprimió en 1880: "sálvese Saavedra: que no es indigno de prensas mexicanas reproducir un libro mexicano rarísimo donde a vueltas de mucho malo no falta algo bueno, y será muy útil a los que quieran estudiar nuestra historia" (ibíd.). Por último, entre los juicios más favorables, destaca el de Alfonso Méndez Planearte (1991, xxxv-xxxvi), quien lo ha considerado en su justo medio, a la luz de Ercilla, y le ha asignado varias virtudes: momentos líricos, cuadros bélicos, comparaciones homéricas, aciertos musicales y suave llaneza. En nuestros días, la obra no ha sido tan estudiada; los historiadores de la literatura la han incluido en los capítulos dedicados a la épica americana: Frank Pierce (1968), Piñero Ramírez (1982), Margarita Peña (1992, 2000, 2006 [1996]); se le ha dedicado una tesis en la Nettie Lee Benson Latinamerican Collection de la Universidad de Austin, Texas8, que no

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Véase su prólogo (manuscrito por él y datado el 31 de diciembre de 1879, p. 4) a una edición basada en la de Madrid, de Pedro Madrigal (1559), que se conserva en la Biblioteca Nettie Lee Benson Latinamerican Collection de la Universidad de Austin, Texas (Signatura PQ 7296 S3 P3 1880). 8 Dolores Dora Lozano, "El peregrino indiano y algunas relaciones del siglo xvi de la conquista de México", 1929 (L 959, Rare Books).

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pude consultar; Winston A. Reynolds (1959) ve algunas de las fuentes de los poemas épicos y encuentra la de López de Gomara para muchos de ellos, además de que analiza la figura de Cortés en varios géneros del Siglo de Oro y dedica algunas consideraciones a nuestro poema; José Antonio Mazzotti (2000) y Margarita Peña (2000) la han visto a la luz de las reivindicaciones y resentimientos de los criollos; aunque Peña también ha apuntado las etapas de configuración del héroe mítico, Cortés, en el poema, tales como: "la ayuda sobrenatural", "el cruce del primer umbral", "la apoteosis", "la gracia última", etc., señaladas por Joseph Campbell (2000,54-55). Bajo esta óptica de reivindicación de unos antepasados considerados como héroes épicos, hay otro artículo (aún en prensa, Études Medievales) de Pedro Cebollero, que toca brevemente el poema de Saavedra, y analiza el discurso religioso de estos poemas criollos abundantes en términos como "cruzada", "peregrino", "tierra prometida", "caballeros cristianos", y su relación con algunos episodios bíblicos.

V. El ciclo épico cortesiano Varios son los poemas épicos que, siguiendo la tradición verista de la literatura, propuesta por Ercilla de que el poema sea cierto y verdadero, tratan de la conquista de México y de la figura de Cortés: Primera parte de Cortés valeroso (1588) y Mexicana (1594) de Gabriel Lobo Lasso de la Vega; Nuevo Mundo y Conquista de Francisco de Terrazas, incompleto, y cuya fecha de composición se desconoce, aunque se tiene noticia de que la acabaría el clérigo Juan González9; Las Cortesiadas (ca. 1665) de Juan Cortés Osorio, inédito10, que recoge los hechos de la conquista y presenta

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Alonso de Zorita cuenta que el nieto del que se casó con la hija de Moctezuma, Juan Cano, lo visitó en una ocasión en Granada y le dijo que Francisco de Terrazas estaba escribiendo la conquista de la Nueva España en octava rima y que como murió antes de acabarla, la estaba terminando un clérigo capellán de la iglesia mayor, Juan González, que escribe con el mismo estilo que Terrazas (1909, 23). Georges Baudot, da a conocer un documento de 1596 encontrado en el Archivo de Indias, en el que el Consejo de Indias le propone una terna a Felipe II para ocupar el cargo de cosmógrafo y cronista de la Nueva España y para que acabe el poema inconcluso de Terrazas. En la terna destacaban dos nombres conocidos: el del poeta aragonés Lupercio Leonardo de Argensola y el del cronista, Antonio de Herrera. Como quedó este último en el cargo, Argensola no pudo acabar el poema de Terrazas (1988, 1089-1091). 10

Es el manuscrito 3887 de la Biblioteca Nacional de Madrid y está contenido en una miscelánea de Poesías varías, vol. IV (microfilm 8992).

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una visión de la Ciudad de México en el lago y los "cien pueblos tan murados" contemplados por Cortés desde un peñasco, ante cuya visión teme el poder de Moctezuma (fols. 198v-199v), hecho que lo aleja de los otros poemas, en los que Moctezuma es el que se muestra temeroso ante la llegada de los españoles; La Hernandía (1755) de Francisco Ruiz de León, del que dice Pimentel que "el efecto dominante en el poema es el gongorismo, mezclado con algunas locuciones prosaicas" (1883, 274), y cuyo Canto V lo dedica a la descripción de la ciudad de México y a la genealogía de los reyes hasta llegar a Moctezuma, además de los ritos, costumbres y ceremonias de la época pehispánica; lo curioso es que omite toda referencia a doña Marina; y el último, México conquistada (1798) de Juan Escóiquiz. En otros tantos poemas la conquista aparece de modo tangencial y su objetivo no es narrar las hazañas de Cortés, pero la empresa americana, la fauna, la flora, la geografía y las riquezas por explotar se insertan en ellos, aunque sea en unas cuantas estrofas: Cario famoso (1565)11 de Luis Zapata, de cuyas 5611 octavas, repartidas en cincuenta cantos, sólo 240 de cinco cantos se dedican a Cortés (Reynolds 1959, 21); Elegías de varones ilustres de Indias (I a parte, 1589) de Juan de Castellanos, cuyas Elegías VII y VIII de la primera parte están dedicadas a la figura del conquistador extremeño, además de reservarle un espacio también en las de Velázquez, Francisco de Garay y Pánfilo de Narváez; el Canto intitulado Mercurio (1623) de Arias de Villalobos, que recoge desde las "leyendas indígenas de la fundación de México en una isla en un lago" hasta la descripción de "la ciudad colonial y la llegada del décimo virrey", pasando por los hechos más sobresalientes de Cortés (Davis 2002, 139); Dorantes de Carranza salva otras estrofas cortesianas de dos poetas: José de Arrázola, hijo de un conquistador y amigo de Terrazas, y Salvador de Cuenca, probablemente hijo de Simón de Cuenca, un mayordomo de Cortés, según García Icazbalceta (Dorantes 1987, 32-33). Por último, entre los poemas que tocan apenas la conquista en algunas estrofas, yo incluiría también El Bernardo (1624) de Bernardo de Balbuena, porque desarrolla en los libros XV al XVIII un viaje en el que unos tripulantes europeos recorren la geografía americana y llegan en la nave aérea de Malgesí a una cueva del Popocatépetl, donde los recibe el mago Tlaxcalan y les narra las proezas de Cortés, el origen del pueblo az-

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Sobre la fecha del Cario famoso, Ticknor (1854, 136 n.3) dice que Nicolás Antonio en la Biblioteca Nova (Vol. I, 323) menciona que se publicó en Valencia, en 1585.

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teca, la destrucción de las naves, las luchas de Tenochtitlán contra los pueblos vecinos y las batallas navales contra los españoles en las zonas lacustres y pantanosas. Lo original de estas estrofas es que sirve a los propósitos imperialistas alabando a los aliados tlaxcaltecas, además de la elección del nombre del mago y de su discurso en el que se derraman adjetivos encomiásticos sobre la ayuda que los "invictos" tlaxcaltecas proporcionaron a los españoles y el amparo que estos le brindaron contra el "tirano" pueblo vecino (Rodilla 1999). Podríamos considerar, por la cronología aquí expuesta, que Lobo Lasso de la Vega, Luis Zapata y Terrazas pudieron haber sido también fuentes para nuestro autor, además de la común a todos ellos, el biógrafo de Cortés, Francisco López de Gomara. Respecto a Terrazas, Reynolds opina: Varios puntos de similaridad entre el poema de Terrazas y el de Saavedra, al desviarse de los detalles históricos, indican la influencia de uno sobre el otro; ya fuera porque Saavedra vio el manuscrito de Terrazas antes de 1599, o que Terrazas, si aún estaba vivo, leyera el poema de Saavedra impreso después de 1599. Por otra parte, Nuevo Mundo y Conquista concuerda fielmente con la información histórica que se encuentra en Gomara, pero en contraste con el poema de Saavedra, a menudo desarrolla esa información de un modo más imaginativo (1959,31). En cuanto al posible conocimiento mutuo de las dos obras de ambos poetas, Georges Baudot (1988,1086) aduce un documento interesante del Archivo de Indias que concierne al poeta Terrazas. Se trata de una carta de la Audiencia de México al rey del 16 de diciembre de 1580 donde se dice que Terrazas estaba componiendo en verso las noticias del descubrimiento y conquista, pero que falleció dejando viuda e hijos, por lo que se solicita que se les favorezca, con lo cual esa misma fecha sería la de su muerte. De acuerdo con esto, no es posible que Terrazas leyera el poema de Saavedra, como supone Reynolds, ni que supiera que estaba recopilando materiales para escribir su historia siete años antes de su publicación, hacia 1590 o 1592. Es cierto que Saavedra se acerca en ocasiones a dichos poemas: a Lobo Lasso de la Vega le imita, como se dijo más arriba, los amores entre indias y españoles, pero Saavedra abarca muchos más hechos en el tiempo que Lobo Lasso, ya que éste acaba su poema con la prisión de Moctezuma. Tampoco sigue Saavedra a Zapata ni a Terrazas en la amenaza de animales marinos, ya sean ballenas o tiburones, a la tripulación de Cortes, y prefiere dejar a los barcos a merced de los vientos conjurados por los demonios.

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En lo que sí coinciden casi todos estos poetas del género heroico, al menos los de autores criollos, es en el uso del vehículo épico "para ensalzar a sus propios antepasados, acompañantes de Cortés, y al mismo tiempo infiltrar sus reclamos por los antiguos méritos familiares" (Mazzotti 2000,143-160). Se recurre a Cortés como el "baluarte que amparaba a una generación criolla deseosa de 'alzarse con la tierra', y a la cual su hijo Martín pretendió acaudillar durante su estancia en la Nueva España mediante una conjura fallida" (Peña 1992, 220). Y hablando de conspiraciones, no hay que olvidar aquí la degollación de los hermanos Avila en 1566, el triste y brutal caso que, en forma de romance, compuso Sandoval y Zapata con el nombre de Relación fúnebre y que José Pascual Buxó ha calificado acertadamente de "alegato lírico-emotivo a favor de la causa criolla" y de "verdadera protesta política", en la que además de referirse a las hazañas de los conquistadores y capitanes, padres de las víctimas, se pone en evidencia la nobleza de los criollos en contra de la villanía de los gobernantes (1975,47-48). Todos ellos llevan a cabo en el proceso de su escritura una reivindicación criolla, un afán de cobrar servicios, aunque no en todos es tan evidente, por ejemplo, en el Cortés valeroso, se enumeran 113 conquistadores de los que acompañaron a Cortés y 170 en la Mexicana; sin embargo, Lobo Lasso no se explaya "en el reclamo por el despojamiento de encomiendas y privilegios sufrido por los descendientes de los otros conquistadores" (Mazzotti 2000, 143-160), como era habitual entre ellos cuando se les acababan las encomiendas y agobiaban al virrey y a otros cargos políticos. Dice Francisco de Terrazas Siquiera ya que sólo encomendados las encomiendas que perpetuas fueran, y no que ya las más han fenecido y los hijos de hambre perecido. (Dorantes 1987, 33) Algunos viajaban a la corte con memoriales y relaciones de méritos y servicios, como Antonio de Saavedra Guzmán o como Baltasar Dorantes de Carranza, que heredó una encomienda de su padre, de la cual dice que, al quitársela, quedó "tan desnudo en cueros como lo salió mi padre de la Florida" (Icazbalceta 1962,9). Dorantes también escribió, como se dijo más arriba, una relación en la que daba cuenta de las genealogías de los conquistadores para pretender compensaciones por los servicios de sus padres. Relación que, según el acertado juicio de Margarita Peña, es un "receptáculo en el que se vierte el resentimiento criollo ante la prepotencia del peninsular venido a Indias posteriormente, detentador de privilegios y mercedes

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que se escatiman a los hijos de los españoles" (2000, 48). Otro criollo, Gaspar de Villagrá, se dirige al rey Felipe III, en el Canto XX, utilizando la figura del soldado viejo, enfermo, roto, cansado, que vuelve de las guerras y no puede [...] valerse y socorrerse de una migaja de los muchos panes que con tan liberal y franca mano mandáis que se les den sin escaseza [...] pero se tropiezan con insensibles Gobernadores y Virreyes, quienes lejos de satisfacer esta mísera demanda y causa justa, primero es fuerza sufran y padezcan una eternidad de años, arrimados por aquellas paredes de Palacio, muertos de hambre, cansados y afligidos adorando a los pajes y porteros (Méndez Planearte 1991, 155). Los tiempos no han cambiado demasiado porque en los versos de Villagrá parecen oírse los ecos medievales del Rimado de Palacio de Pero López de Ayala, en el que los caballeros vasallos solicitan audiencia con el rey y han de sobornar primero a los porteros para lograr pasar el primer umbral y encontrarse después con más obstáculos, aunque también se deja ver que tampoco los príncipes y reyes pueden tener solaz porque son mil veces importunados por estos servidores. Estas reivindicaciones criollas sobre la perpetuidad de las encomiendas se llevan a cabo desde múltiples instancias, tanto religiosas como políticas: En 1570, el arzobispo de México, Fray Alonso de Montúfar envía al rey, Felipe II, una "Minuta de los pareceres sobre asuntos de buen gobierno" con varios puntos, de los cuales el 25 dice: "Descontento en los sucesores de los conquistadores, acabada la sucesión, pobres y necesitados" (García 1907, 291). El antecedente de las quejas habría que rastrearlo en las de los mismos conquistadores: Bernal Díaz del Castillo compara sus hazañas con las de los grandes caballeros medievales, quienes sí tuvieron blasones, villas, tierras y castillos por sus servicios a los reyes y gozaron de privilegios que heredaron sus descendientes, de igual modo los conquistadores tendrían que ser dignos y, en cambio, se queja de las pocas recompensas y la falta de gloria que recibieron. Sus memorias contenidas en la Historia verdadera son "un memorial de agravios y reclamaciones, una porfiada petición de

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recompensas [...] la culminación inevitable de los memoriales de un soldado que se siente injustamente tratado" (Rico 1989,15-16). Saavedra está igualmente en esta misma línea reivindicativa de Bernal Díaz porque desde el prólogo anuncia que no sólo cantará las hazañas de Cortés sino también las de "los demás que ganaron la Nueva España". Igual que las encomiendas, las quejas también se heredan de padres a hijos, quienes reclaman en los dos virreinatos: en Perú, el Inca Garcilaso de la Vega, autor también de una Relación de la descendencia de Garci Pérez de Vargas, o en la Nueva España, Francisco de Terrazas, quien pena por la situación general de los criollos de la "llorosa Nueva España, que deshecha/ te vas en llanto y duelo consumiendo" (Dorantes 1987, 30). A modo de glosa de las Coplas de Jorge Manrique, y con el clásico tema del ubi sunt, Terrazas nos entrega unas lamentaciones llenas de sentimiento: "¿Qué es de aquellos varones excelentes/ que con su propia sangre te regaron [...] ¿Dó están los siglos de oro? [...] ¿Qué tiempo es éste tan adverso y triste?" (Dorantes 1987, 30-31), en las que reivindica el pasado esplendoroso al que su padre, de su mismo nombre y mayordomo de Cortés, contribuyó, desde un presente en el que todo es para los advenedizos y para los descendientes no queda más que la despedida: Madrastra nos has sido rigurosa, y dulce madre pía a los extraños; con ellos de tus bienes generosa, con nosotros repartes de tus daños. Ingrata Patria, adiós, vive dichosa con hijos adoptivos largos años. (Dorantes 1987, 31) Antonio de Saavedra, quien probablemente conoció el poema de Terrazas, llena de lamentos su Canto XV usando la misma imagen de la madrastra que prefiere a los que llegan de España y desprecia a los verdaderos hijos de la tierra: Son los bastardos hijos aburridos, de la mala madrastra castigados, que son con asperezas impelidos, como de pelo ageno mal colgados. O como los que en pueblos no sabidos, andan acá y allá descarriados, y el madero arrojado es su consuelo, y en él albergan su desdicha y duelo. (XV, 11)

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Con palabras semejantes a estos versos de Terrazas y Saavedra se quejaba también Dorantes de Carranza con una letanía de invectivas, que, más tarde, glosará Cervantes en "El celoso extremeño" y que, a pesar de ser extensas, merece la pena transcribir: ¡Oh Indias! Oh conquistadores llenos de trabajos y en aquella simplicidad de aquellos tiempos donde no sacastes mas que un nombre excelente y una fama eterna, y en tiempos que en mejores servicios y mejores sujetos erades despojados de vuestras propias haciendas y de los frutos de vuestros servicios y hazañas, dando los que gobernaban en los primeros años vuestros sudores a gente advenediza y que no mereció nada en la conquista, ahora es ya llegada la sagon donde luce mas el engaño y la mentira, y la ociosidad y el perjuicio del próximo, con que vendiendo vino, o especias, o sinabafas, o hierro viejo se hacen grandes mayorazgos, e hinchen este mundo con milagros fingidos, sin ser agradecidos a Dios ni a los que los crecieron en su desnudez del polvo de la tierra, para llegarlos a tan poderosos. ¡Oh Indias! vuelvo a decir: confusión de tropiezos, alcahuete de araganes, carta executoria de los que os habitan, banco donde todos quiebran, depósito de mentiras y engaños, hinchazón de necios, burdel de los buenos, locura de los cuerdos, fin y remate de la nobleza, destrucción de la virtud, confusión de los sabios y discretos; devaneo y fantasía de los simples y que no se conocen. Oh Indias, anzuelo de flacos, casa de locos, compendio de malicias, hinchazón de ricos, presunción de soberbios [...] Oh, Indias, madrastra de vuestros hijos y destierro de vuestros naturales, azote de los propios, cuchillo de los vuestros" (1987, 104-105). Antonio de Saavedra reivindica, como el Inca Garcilaso, su autoridad de historiador nacido en la patria mexicana y el ser conocedor de la lengua náhuatl, por lo que al final de su poema anota en un glosario algunos de los vocablos utilizados, a imitación de Ercilla en La Araucana. Recrea igualmente algunos rituales y ceremonias indígenas, costumbres y danzas, como la de los voladores o la del palo, de las que parece ser conocedor, así como algunos nombres de caciques y de los parientes de Moctezuma que conforman el consejo o ayuntamiento al que consulta el rey azteca antes de la batalla; conoce también los de los señores tlaxcaltecas y los de los

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reyes de Texcoco. Esta reivindicación de lo autóctono le permite situarse en un punto de vista privilegiado para llevar a cabo el recuento de las proezas, los méritos y servicios de los conquistadores, y abrir el camino a sus solicitudes de criollo.

VI. Ediciones De la edición de Madrid de 1599, por el editor Pedro Madrigal, hay tres ejemplares que se conservan en la Biblioteca Nacional de Madrid, sección de Libros raros y curiosos (Signaturas: R 1099, R 8775 y R 11597). De esta edición, en octavo, que tiene 16 hojas preliminares, 347 folios y 5 hojas finales, según Palau y Dulcet (1966, tomo XVIII, entrada 283537) existe otro ejemplar en el Museo Británico. Gallardo (1889, entrada 3747) describe también esta edición con todos los preliminares, sonetos, autores y el retrato del autor. Pérez Pastor se detiene, además de en los preliminares, en el retrato del autor, con la leyenda a su alrededor: OMNES INVISI. VULNERAT HASTA NISI, el escudo de armas en la parte superior izquierda y en la parte superior derecha, "un monograma que, suponemos, será la cifra del grabador" (1891, entrada 648). Otro bibliófilo, Salvá y Mallén, dice no haber visto nunca un ejemplar de este poema, excepto el de su biblioteca, que "tiene la singularidad de estar encuadernado en tafilete y cortes dorados, por el célebre Roger Payne" (1872). Además existen otros 4 ejemplares, según Yolanda Clemente: en la Biblioteca Pública de Évora, Portugal (Séc. XVI, 184, Gusmao, no 654); otro en la Nacional de Lisboa (3798 P); otro en la Nacional de París (Yg.552) y otro en la Hispanic Society de Nueva York (Penney, 487) ( 1992, entrada 895). Margarita Peña menciona otro ejemplar "de este libro raro" en la Biblioteca Pública de Nueva York (2006 [1996], 259). De los tres ejemplares de la Biblioteca Nacional de Madrid, que son los que he podido consultar, el que tiene la signatura R1099 es, sin duda, el mejor conservado. El ejemplar R 8775 está incompleto y la portada ha sido copiada a mano con tinta marrón; carece de los preliminares: Tasa, Privilegio, Aprobación, Dedicatoria, Prólogo y Erratas, y faltan también algunos de los sonetos laudatorios: el primero de Vicente Espinel, el primero de Sánchez Arias, el del autor al Archiduque Alberto de Austria, el de Gonzalo de Berrio, y el segundo de Sánchez Arias. Además del retrato del autor, se incluye otro a lápiz de Hernán Cortés, en el que consta: "Hernán Cortes Ex pictura Titian in Aedib. P. A. Alzedo P". Los Cantos están foliados hasta el 344, pero los 4 siguientes, rectos y vueltos, están manuscritos con tinta negra y sin numerar. Sólo tiene un folio del glosario

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y otro de la Tabla de Cantos. El ejemplar R 11597 está completo y en la portada lleva un sello con el nombre de Pascual de Gayangos, con lo cual pudo haber pertenecido a su biblioteca. Estos tres ejemplares de la Biblioteca Nacional de Madrid pertenecen a la misma edición, pues los tres tienen los mismos defectos de foliación: el 36 está numerado como 39, el 149 aparece como 143, el 320 está numerado como 310, el 333 como 321, el 335 está numerado como 324; no existe el folio 176 y el 177 aparece numerado dos veces, no existe el 211 y el 212 está numerado 2 veces. En el siglo xix, Joaquín García Icazbalceta publicó una edición facsímil y seriada en el periódico El Sistema Postal de la República Mexicana, núms. 132-178 (del 24 de abril de 1880 al 12 de marzo de 1881); en la colección Genaro García, sección de Rare Books de la Nettie Lee Benson latin American Collection, de la Universidad de Austin, Texas, hay un ejemplar manuscrito con letras diferentes basado en la edición de Madrid, de Pedro Madrigal (1599) y con un prólogo de García Icazbalceta (Signatura PQ 7296 S3 P3 1880); el bibliógrafo Juan Hernández y Dávalos (1827-1893) la mandó reimprimir también en el siglo xix, y la última, una edición de divulgación, sin anotar, que reproduce la edición de García Icazbalceta, es la que el historiador mexicano José Rubén Romero preparó para la SEP en 1989, para la colección de Quinto Centenario, del Consejo Nacional Para la Cultura y las Artes.

VII. Criterios de esta edición La presente edición se basa en la de Madrid de 1599, conservada en la Biblioteca Nacional. Se ha respetado la grafía original y se han desarrollado las abreviaturas, pero se ha modernizado tanto la acentuación como la puntuación, así como la u con valor consonántico, que se ha convertido en v. Se recurre al paréntesis cuadrado [ ] para añadir algo que falta y al paréntesis redondo ( ) para eliminar algo que sobra. Se han corregido las erratas, según la lista copiada por Jorge Vázquez Mármol en la edición princeps. En los casos de diptongo: uy como ruyna, ui como ruidos, ia como variable o ataviado, ua como baluarte, etc, se acentúa la y o se coloca diéresis i', ü para el conteo de la sílaba y con el objeto de no afectar a la métrica. Se ha preferido acentuar las palabras en náhuatl y en muchos casos he puesto en nota las variantes, sobre todo, de lugares geográficos de México, que usan los diferentes cronistas que consulté.

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La anotación es, principalmente, léxica, de palabras difíciles o en desuso, de topónimos, de nombres propios tanto de los conquistadores como de los reyes y jefes mexicanos, en general, que están documentados históricamente. Los casos de nombres de guerreros de Potonchán, tlaxcaltecas y tenochcas ficticios no se han anotado. Se han explicado también los referentes culturales, históricos, mitológicos y legendarios, según diversas fuentes que no he consignado por no ser citas textuales. En la anotación de los conquistadores he seguido, principalmente, a Bernal Díaz del Castillo, porque nuestro poeta, aunque no conociera la Historia verdadera, persigue un mismo propósito: la reivindicación de la tropa que apoyó a Cortés y a los demás capitanes en la conquista, entonces, los fascinantes retazos de vida que cuenta Bernal permiten conocer los oficios —artilleros, portaestandartes, ballesteros, piqueros— de los soldados, la proveniencia y algunos detalles específicos de su vida y su muerte, con lo que logra individualizarlos. También he recurrido a Dorantes de Carranza, cuya obra Sumaria relación de las cosas de la Nueva España lleva como subtítulo Noticia individual de los conquistadores y primeros pobladores españoles, además de contener un valioso apéndice de Manuel Orozco y Berra de los primeros conquistadores y los refuerzos que llegaron con Narváez, Garay, Salceda, Ponce de León y Alderete, aunque, en ocasiones, repite nombres y apellidos de un mismo soldado como si hubiera llegado con dos o más de los arriba nombrados. La conquista de México de Hugh Thomas me ayudó a apuntalar algunos cabos sueltos, porque su obra está basada en testimonios directos de la conquista, como pleitos, memoriales, probanzas, declaraciones en juicios de residencia, que aportan valiosos datos. Igualmente Francisco López de Gomara que fue, sin duda, la fuente historiográfica de Saavedra, me permite seguir algunos hechos de la conquista y, sobre todo, los itinerarios de los españoles por la Nueva España. Son demasiadas las estrofas calcadas de la prosa de López de Gomara, por lo que he señalado en nota algunos versos y la prosa de la que provienen, pero no todas, porque sería un trabajo interminable y, acaso, inútil, que sólo redundaría en la deuda del poeta con el cronista. Baste con una pequeña muestra para ver que, en muchos lugares, Saavedra se ciñe estrictamente a esta fuente. Se ha conservado el glosario de mexicanismos que anotó el autor al final de su obra, y que yo he señalado en las notas como (Glosario de Saavedra). Hay además un índice de palabras, locuciones y nombres geográficos anotados, otro de versos anotados y un índice onomástico general. Algunas palabras que no llevan abreviatura al final entre paréntesis han sido consultadas, por lo regular, en el Diccionario de la RAE, pero se ha

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preferido no poner tal abreviatura por no ser textual la definición sino explicada y adaptada al contexto del poema. La bibliografía contiene tanto las referencias bibliográficas de la introducción como las de las notas al texto.

Abreviaturas AdeZ Aut. BDC

DACyP DCELC D del C L de C L de G O y B sin año

O y B con año RAE Tesoro

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