El Historicismo y Su Génesis
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Prim era edición alemana, 1936 Prim era edición española, 1943

Queda hecho ;1 depósito que m arca k ley. Copyright by

.

Fo?ido de Cultura Económica

L a traducción del Libro I de esta obra, "L os precursores y la historiografía de k Ilustración” , 3a hizo José M ingarro y San M artín; y la del L ib ro II, ‘"El movimiento histcricista alem án” , T om ás M uñoz Molina.

Im preso y hecho en México P rinted and m ade in México

FRIEDRICH MEINECKE

EL HISTORICISMO Y SU GENESIS V ersión española de

José Mingarro y San Martín

y Tomás Muñoz Molina

FONDO DE CULTURA ECONOMICA Panuco, 63 - M éxico

A la memoria de la Univer­ sidad de Estrasburgo de la preguerra.

A D V E R T E N C IA P R E L IM IN A R

Escribir con intento constructivo una historia del origen del historicismo puede parecer temeridad cuando, desde hace años, resuena el clamor de que el historicismo debe ser superado. Pero una vez consumadas las revoluciones espirituales, no pueden considerarse ni como inexistentes ni como inoperantes. Cada una de ellas fermenta en lo profundo, aun cuando, como ahora ocurre, una nueva revolución esté en trance de suplantarla. Y la aparición del histo­ ricismo fué, como se tratará de demostrar en este libro, una de las revoluciones espirituales más grandes acaecidas en el pensar de los pueblos de Occidente. Cuando se haya leído mi libro, se reconocerá acaso la realidad de esta revolución. Pero no se aceptará de buen grado la palabra historicismo para designar su contenido, pues es reciente, un siglo exactamente más nueva de lo que bajo ella comprendemos, y muy pronto adquirió un sentido censurable, bien por exageración bien por degeneración de su sentido corriente. La veo empleada por primera vez, en su justo sentido, en el libro de K. Werner sobre Vico, 1879', al hablar del " historicismo filosófico de Vico” (xi y 283). Luegoi pero ya no en sentido adecuado, la emplea Carlos Menger en su libro polé­ mico contra Schmoller "Los errores del historicismo en la economía nacional alemana” (Die Irrtümer des Historismus in der deutschen Nationalókonomie), 1884. Menger identifica estos errores con la exagerada valoración de la historia, de la que culpa a Schmoller. Quien aspire a más datos sobre la his­ toria de esta palabra consulte el libro de Carlos Heussi f:La crisis del histori­ cismo” (Die Krisis des Historismus), 1932. Con ello aconteció que, pre­ cisamente por la inexactitud con que fué usada la palabra en un principio por la mayor parte, se despertó la conciencia de que, tras sus impugna­ dos excesos o flaquezas, se escondía un fenómeno de la historia del espíritu grande y poderoso que requería un nombre y todavía no lo tenía. Se acepta que aquello contra lo que se combatía considerándolo nocivo, había crecido en el suelo del nuevo florecimiento general de las ciencias del espíritu que se inicia en los comienzos del siglo xix. Los adjetivos peyorativos se convierten con frecuencia en honrosas calificaciones cuando el censurado se las apropia pensando que lo mejor que puede dar de sí depende de lo que en él se cen.su-

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ADVERTENCIA PRELIMINAR ra. Las censuras justas deben tomarse en consideración pero afirmando ló mejor de sí mismo. Así procedio, poco más o menos, Ernesto Troeltscb. En el año de i&$7, Troeltscb se lamentaba todavía de que en la Ciencia hubiera surgido un rrhistoricismo” cuyo problema se cifra en comprender la realidad, no en recrearla {Obras, 4, 374). En el año de 1922, poco antes de su muerte, publicó su gran obra sobre el historicismo y sus problemas, en la que, a la crí­ tica concienzuda sobre sus flaquezas, se unía una fundamentación profunda de su inmanente necesidad y fecundidad. Ante todo, historicismo no es más que la aplicación a la vida histórica de los nuevos principios vitales descubiertos por el gran movimiento alemán que va desde Leibniz a la muerte de Goethe. Este movimiento es la prosecución de una tendencia general en los pueblos de Occidente, cuya corona ciñó tai sienes del espíritu alemán. Con su culminación éste ha llevado a cabo la segunda de sus grandes aportaciones después de la Reforma. Pero, como lo que descubrió fué, en general, nuevos principios vitales, eso significa también que el historicismo es algo más que un método de las ciencias del espíritu. Mundo y vida parecen otros y revelan yacimientos profundos cuando se está habituado a contemplarlos a través de sus ojos. Digamos ahora sumariamente lo que en el libro se habrá de desarrollar después más ampliamente. La médula del historicismo radica en la sustitución de una consideración generalizadora de las fuerzas humanas históricas por una consideración individualizadora. Esto no quiere decir que el historicismo excluya en general Id busca de regularidades y tipos universales de la vida humana. Necesita, emplearlas y fundirlas con su sentido por lo individual. Por eso despertó un nuevo sentido. No se quiere con ello decir que lo in­ dividual en los hombres y en los productos sociales y culturales creados por él permaneciera hasta entonces ignorado del todo. Pero, precisamente, las fuerzas más íntimas de las impulsoras de la historia, el alma y el espíritu de los hombres, se mantuvieron confinadas en el ámbito de unos juicios generalizadores. Se pensaba que el hombre, con su razón y sus pasiones, con sus vicios y virtudes había sido en todos los tiempos que conocemos el mismo funda­ mentalmente, Esta opinión contiene un fondo de verdad, pero desconoce las pro­ fundas transformaciones y la diversidad de las configuraciones que experimentan la vida anímica y espiritual del individuo y de las comunidades, no obstante el estado de permanencia de las cualidades fundamentales humanas. La con­ cepción iusnaturalista imperante desde la antigüedad fué especialmente la que inculcó la fe en la estabilidad de la naturaleza humana y, ante todo, de la razón del hombre. Por consiguiente, los enunciados de la razón, como así se dijo después, pueden ciertamente enturbiarse por las pasiones y la ignorancia,

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pero cuando ella se libera de estas turbiedades, dice en todas partes lo mismo y es apta para encontrar verdades absolutamente verdaderas, independientes del tiempo, que concuerdan con el dominio absoluto de Id razón en el mundo. Esta fe iusnaturalista puede también vincularse al cristianismo con las adaptaciones que enseña Ernesto Troeltsch. No cabe imaginar lo que ha sig­ nificado este derecho natural para la humanidad de los pueblos de Occidente durante casi dos mil años, ya en su forma cristiana, ya en la nueva ruptura profana adoptada desde el Renacimiento. Fué como una estrella polar incon­ movible en medio de las tempestades de la historia del mundo. Dió al pensa­ miento de los hombres un apoyo absoluto, un apoyo tanto más fuerte si lo realzaba la fe cristiana revelada. Podían emplearle las ideologías más diver­ sas y más incompatibles entre sí. La razón humana, considerada como eterna e independiente del tiempo, podía legitimarlo todo, sin que se advirtiera que así perdía su carácter intemporal y se nos revelaba como ella es: una fuerza que se individualiza sin cesar. Con inclinaciones románticas se puede bendecir esta ilusión y diputarla como ingenuidad feliz y creadora de la juventud, pues de ella depende la apacible seguridad de las formas de la vida, frecuentemen­ te alabada, y la fe incondicionada de los siglos pasados. Se dirá que la reli­ gión tuvo más parte en ello que el derecho natural. Pero derecho nattiral y religión estuvieron precisamente fusionados durante largo tiempo, y esta fu­ sión influía de hecho en los hombres. Aquí no vamos a abordar el derecha natural en 1odas sus fases, sino tan sólo la que antecedió inmediatamente al historicismo. Todavía menos vamos a resolver el problema de si, a pesar de Ledo, el derecho natural contiene el germen sin cesar renaciente de necesidades humanas eternas y en qué grado lo contiene. Es sabido que ha actuado y sigue 'actuando hasta hoy como idea y fuerza histórica aun después de la irrupción de la nueva manera individualizadora de pensar. Así vino a ser el siglo xix el crisol de estas dos concepciones. A él nos conduce derechamente la génesis del historicismo en la segunda mitad del siglo xviii, que vamos a exponer en sus mezclas y roturas, en los residuos de lo antiguo junto con la irrupción de lo nuevo. A partir de entonces, el historicismo ha llegado a ser de tal manera parte integrante del pensar moderno, que sus huellas son visibles para una mirada atenta en casi todo juicio sustancial sobre las formaciones humanas. Pues casi siempre aflora, clara o confusa, la representación de que la particularidad de estas formaciones depende, no sólo de condiciones externas, sino de condiciones íntimamente individuales. Pero el historidsmo sólo en muy contados casos ha desarrollado cabalmente la integridad de su fuerza y de su profundidad. Los peligros que hasta hoy le acompañan son la relajadón propia o intrusión

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de elementos extraños y groseros en su mundo conceptual. Sabemos que su cultivo incumbe hoy a los menos, no a los más. Pero en él vemos el más alto grado conseguido hasta ahora para la compresión de las cosas humanas, y le creemos con suficiente flexibilidad evolutiva para poder afrontar los pro­ blemas que la historia del mundo plantea ante nosotros. Le creemos capaz de restañar las heridas que ha infligido el relativismo de los valores, suponiendo que encuentre hombres que transformen este ismo en vida auténtica. Por lo tanto, vamos a exponer las circunstancias de su origen como una etapa de la revolución del espíritu de los pueblos occidentales. Pues la forma de pensar evolutiva y la individualizado! a van unidas indisolublemente. Ra­ dica en el ser de la individualidad, lo mismo de los individuos humanos que de las formaciones ideales y reales de la colectividad, que sólo puede manifes­ tarse a través de la evolución. Cierto es que hay diferentes conceptos de evo­ lución. Rickert ha distinguido en alguna ocasión hasta siete. Nosotros mos­ traremos que también en la génesis del historicismo-se interfieren varios. No queremos anticipar nada, tan sólo señalar, para una primera orientación, que distinguimos nuestro concepto historicista de la evolución, con sus finalidades puramente históricas, con su gran elemento de espontaneidad, de aptitud plástica para el cambio y de imprevisibilidad, de la idea, más angosta, de un pu­ ro desenvolvimiento de gérmenes dados, y también de lo que llamamos " idea de perfección” de la Ilustración, que, después, se convirtió en la idea vulgar o sublimada del progreso. Mediante la idea de evolución se llegó a superar la forma hasta entonces dominante de tratar los cambios históricos, que se denomina pragmática. Esta aparece indisolublemente unida a la- concepción iusnaturalista; utiliza la his­ toria, por la admisión de la identidad de la naturaleza humana, como mues­ trario pedagógicamente aprovechable, y explica sus cambios por causas de pri­ mer plano, ya de naturaleza personal, ya real. Por eso distinguimos un sentir pragmático personalista y otro objetivo. También abandonamos a la exposición misma que nos presente el conocimiento intuitivo de nuestro objeto de estudio. Pues no se trata de rasgos del pensamiento que hay que abarcar tan sólo con­ ceptualmente y reducirlos sumariamente a cualquier ísmo, sino, ante todo, de conjuntos vitales, de totalidades psíquicas vivientes, tanto de los individuos como de las comunidades y de las generaciones, tal como el historicismo nos ha enseñado a verlas. Este conocimiento decide también la forma de la exposición y la elección y clasificación de los materiales. Para ello había dos caminos. Se podía, por un lado, situar en primer término los problemas generales abarcables concep­ tualmente, entretejiendo la participación de cada pensador en una pura ffhisto-

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ria ée los problemas y de las idea/1. Es el camino que eligen los filósofos y los pensadores acostumbrados al cultivo sistemático de una ciencia particular. Aclara en toda su inmediatez las conexiones ideales, pero no conduce a una visión orgánica deí fondo individual, vivo y profundo, de las ideas, y corre el peligro de convertir la vida histórica en hipástasis de conceptos, T ambim el camino adoptado por el puro historiador, camino que conduce al hombre vivo para estudiar en él el cambio de las ideas,, tiene su justificación. Habrá de escoger si llevará a la escena histórica el número mayor posible de actores o el menor. Los cambios espirituales, y especialmente los del siglo xviii, se puedenperseguir en multitud de medianos y pequeños espíritus. Tampoco hay que subestimar su participación efectiva en estos cambios y, con ello, tendremos abundante material para monografías útiles. Pero si se quiere trabar de mane* ra efectiva lo general del proceso y lo individual de sus orígenes, no hay más remedio que emprender una subida a pico de la montaña y, desde una de las cimas, remontar a las otras, con lo cual alcanzamos perspectivas laterales so­ bre montes y valles todavía no explorados. Este camino, emprendido ya por mí en otras obras de "Historia del espíritu” , es también por el que me decido ahora. Por esta razón selecciono para et estudio a los tres grandes pensadores alemanes en los cuales hace irrupción, con la mayor fuerza, el historicismo temprano del siglo xviii y cuyas obras constituyeron, a la sazón, el suelo pro­ picio para el desarrollo ulterior de la idea. Los tres deben ser estudiados en su estructura individual. Y , para comprender ésta, necesitamos mostrar sus antecedentes más importantes desde los comienzos de ese siglo, presentándolos también en esta forma individual, y señalando, además, las conexiones más importantes con la historia universal del espíritu, que se remontan a la anti­ güedad. Derecho natural, neoplatonismo, cristianismo, protestantismo, pietismo, ciencia natural y afán curioso de viajes de los siglos xvii y xviii, los primeros brotes de un sentimiento nacional y de libertad en los pueblos, y finalmente, y no lo menos importante, el florecimiento poético del siglo xviii, todo ello refe­ rido a su trasfondo político y social. Todas estas fuerzas generales, de cuya acción conjunta surgió el historicismo en las almas de los hombres geniales¡ serán por consiguiente presentadas por mí de modo intuitivo, pero sólo en aque­ llos efectos y transformaciones con que se manifiestan en los creadores y en sus predecesores. E l número de los predecesores de los tres grandes pensadores citados po­ drid, sin dificultad, aumentarse, pero sin que aportara nada esencial e im­ prescindible. Junto a los grandes historiadores de la Ilustración francesa e inglesa, hemos también de ocupamos de los brotes prerrománticos de ambos países, hasta ahora poco estudiados, en razón de su condición de predecesores,

ADVERTENCIA PRELIMINAR sobre todo de Herder, sin excluir tampoco a Burke, aunque la importancia de éste se hace sentir más bien en la evolución posterior a los tres grandes represen­ tantes del historicismo. Mi designio primitivo era exponer también esta última evolución, termi­ nando con la historia de la formación espiritual del joven Ranke. Pero sólo puedo ofrecer, como apéndice de este libro, el ” Discurso en memoria de Ranke” pronunciado por mí el 23 de enero de 1936 con motivo del aniversario de la fundación de la Academia prusiana de Ciencias. Los años se dejan sentir y yo puedo solamente confiar en manejar éstos o aquellos hilos del copioso tejido de los comienzos del siglo xix en Alemania, pero ya no me es posible dominar todo el material. Espero que manos más jóvenes den cima alguna vez. a este empeño. De estos primeros años del siglo xix se destaca en mi libro tan sólo la figura de Goethe en la época de su madurez. No ignoro que la plenitud de su pensar histórico, como yo trato de exponerlo, se produce en la atmósfera de los comien­ zos del siglo xix, y que el romanticismo que entonces rompe, el impulso filo­ sofico-histórico del idealismo alemán, representado con la mayar fuerza por Hegel, y, sobre todo, las formidables experiencias históricas de estos años, co­ laboran en la madurez del espíritu de Goethe, que supo absorber todos los jugos de su tiempo con una capacidad única y apropiada a ellos. Pero, el tron­ co del que pendían ahora estos frutos hincaba sus raíces en el siglo xvüi y por eso su pensamiento histórico postrero, que en lo esencial no podía ser dis­ tinto, sino sólo más honda y ampliamente desarrollado que el de su juventud y el de sus tiempos medios, debe valernos como la más alta y definitiva reali­ zación del pensamiento histórico del siglo xvüi. E l espíritu de los siglos y sus realizaciones específicas se entrelazan unos con otros como los altos miradores en las calles estrechas se rozan casi y podrían con facilidad juntarse. He ahí por qué este mirador de Goethe del siglo xix puede tener también su dsiento en un plano que sólo abarca el siglo xvüi. Mi tema no ha sido jamás tratado hasta ahora en forma unitaria. E l mag­ nífico bosquejo de Dilthey sobre el siglo xviii y el mundo histórico (Obras, t. 3) ha sido ciertamente el trabajo preparatorio más importante en que he po­ dido apoyarme. Pero Dilthey se detiene al llegar a Herder, es decir, no quiere exponer en su inmediatez el origen del historicismo, sino la obra de la Ilustra­ ción que prepara el historicismo. Tampoco hago yo Historia de la historiografía, tal como Fueter y Mauricio Ritter la han hecho últimamente, sino Historia de los principios estructurales y de los criterios de valoración sobre (oí que descansan la historiografía y el pensar histórico en general. Reciente­ mente, dos trabajos de gran valor inquieren mi mismo objeto, y en la elección

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de los pensadores del siglo xviii coinciden en gran medida con mi propia elec­ ción: U disertación de Trude Benz, Bonn, 1932, sobre la antropología en la historiografía del siglo xviii y el libro dé Kurt Breysig publicado poco des­ pués de terminado mi trabajo:" Los maestros de la investigación histórica evo­ lutiva” (Die Meister der entwickelnden Geschichtsforschung, 1936). Pero su problema especial responde a una inspiración completamente distinta de la mía. El ideal de la ciencia, especialmente para Breysig, es el de un positivismo refinado en el que complica a las grandes mentalidades históricas del siglo xviii, lo que es muy distinto de los patrones historkistas que yo aplico. Claro que me he tenido que servir para mi investigación de una serie de trabajos particulares, tanto de monografías sobre determinados historiadores y pensadores de temas históricos, como de aquellos que investigan el cambio de concepción sobre determinados objetos y problemas históricos singulares, y lo explican en el plano de la historia espiritual, tropezando así con los mis­ inos problemas que a nosotros nos embargan. Spranger ha tratado magistral­ mente la Historia de la teoría de los ciclos culturales y el problema de la de­ cadencia de la cultura'. "Actas de la Academia prusiana de Ciencias” , 1926 (Sitzungsberichte d. Preusz. Akad. d. Wiss). Para el mismo problema de la decadencia de la cultura y el cambio de apreciaciones sobre aquélla sirve tam­ bién la investigación de Walther Rehm: "La decadencia de Roma en el pensa­ miento occidental” (Der Untergang Roms im abendlandischen Denken, 1930) • Stadelmann, a quien ya le debemos una excelente monografía sobre el sentido histórico de Herder (1928), ha tratado sobre "Formas fudamen tales de la concepción de la Edad Media desde Herder hasta Ranke” (Grundformen der Mittelalterauffassung von. Herder bis Ranke) en la Deutsche Vierteljahrschr. £ Literaturwiss, 1931). Para el mismo tema sirven los trabajos de Bertha Moeller "Redescu&rimiento del medioevo” (Die Wiederentdeckung des Mittelalters) Colonia, 1932, y el libro de Gíorgio Flaco, La polémica sul Medioevo I, 1933 y también et de W. Schiebltch "f La concepción del imperio medieval, en la historiografía alemana, desde Leibniz hasta Giesebrech” (Die Auffassung des mittelalterlidien Kaisertmns in der deutschen Geschichtsschreibung von Leibniz bis Giesebrecht, 1932). Yo mismo me di cuenta, hace ya veinte años, de la fecundidad de semejantes investigaciones monográficas y he tratado sobre el espíritu germánico y románico en el decurso de la con­ cepción alemana de la Historia (Histor. Zeitschr. 115 ; Preussen und Deutschíand im m . und xx. Jahrhundert 1918), e, incitado por mí, apoyado en ese trabajo, Erwin Hoelzle investigó la "Idea de una libertad germano-antigua anterior a Montesquieu” (Idee einer altergermamschen Freiheit vor Montesquieu, 1925). Tuve que considerar ahora hasta qué punto en mis ao

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tuales investigaciones podría plantear y tratar de resolver problemas tales. Decidí no omitirlos completamente ni dejarme dominar por ellos hasta el ■punto que me impusiera la elección y disposición del material. Pues mi propó­ sito se cifra en llegar a la capa profunda de la vida psíquica-espiritual de la que proceden las variaáones del pensamiento sobre problemas históricos par­ ticulares. Y a ella se llega tan sólo sumergiéndose en Las grandes individualidades. Debía articular la materia en función de estas individualidades, no de problemas históricos particulares, por muy vastos que estos fueran. He ahí por qué precisaba interpolar lo que encontrara de estos problemas en la visión orgánica, estructural, de los pensadores individualmente considerados. Finalmente me permito remitir, para completar lo que, en ocasiones, apa­ rece en este libro como referencia pasajera, a mis obras anteriores " Cosmopo­ litismo y estado nacional” Weítbuergertum und National-staat) 1908 (•f ed., 1928) e " Idea de la razón de estado en la historia modern