Visigodos y omeyas: El territorio [1 ed.] 8400094573, 9788400094577

Se recogen en este anejo de Archivo Español de Arqueología las contribuciones que se presentaron a la reunión científica

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SUMARIO
DE «ARISTOCRAZIE E CAMPAGNE» A UNA ARQUEOLOGÍA DE LOS PAISAJES MEDIEVALES
UN MUNDO EN TRANSFORMACIÓN: LOS ESPACIOS RURALES EN LA HISPANIA POST-ROMANA (SIGLOS V-VII)*
EL MUNDO RURAL TARDOANTIGUO EN LUSITANIA1
ARQUEOLOGÍA DE LOS PAISAJES RURALES ALTOMEDIEVALES EN EL NOROESTE PENINSULAR
LA CONSTRUCCIÓN DE IGLESIAS COMO HERRAMIENTA PARA EL CONOCIMIENTO DEL TERRITORIO TARDOANTIGUO Y ALTOMEDIEVAL EN LA MESETA NORTE*
PATRONES DE OCUPACIÓN RURAL EN EL TERRITORIO DE SALAMANCA. ANTIGÜEDAD TARDÍA Y ALTA EDAD MEDIA*
EL TERRITORIO EMERITENSE DURANTE LA ANTIGÜEDAD TARDÍA Y LA ALTA EDAD MEDIA
EL TERRITORIO TARDOANTIGUO Y ALTOMEDIEVAL EN EL SURESTE DE HISPANIA: EIO – IYYUH COMO CASO DE ESTUDIO
EL POBLAMIENTO RURAL EN LAS CAMPIÑAS AL SUR DEL GUADALQUIVIR DURANTE LA ANTIGÜEDAD TARDÍA (SIGLOS IV-VI D. C.)
LA ARTICULACIÓN DEL TERRITORIO TOLEDANO ENTRE LA ANTIGÜEDAD TARDÍA Y LA ALTA EDAD MEDIA (SS. IV AL VIII D.C.)
O TERRITÓRIO DE BEJA ENTRE A ANTIGUIDADE TARDIA E A ISLAMIZAÇÃO
POBLAMIENTO RURAL DE ÉPOCA TARDÍA EN EL ENTORNO DE MURCIA
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Visigodos y omeyas: El territorio [1 ed.]
 8400094573, 9788400094577

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ANEJOS AESPA

LXI 2012

Luis Caballero Zoreda Pedro Mateos Cruz Tomás Cordero Ruiz (eds.)

ANEJOS DE

AESPA LXI

EL TERRITORIO

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VISIGODOS Y OMEYAS

Portada Arq..MF:M

VISIGODOS Y OMEYAS EL TERRITORIO ISBN 978-84-00-09457-7

ARCHIVO ESPAÑOL DE

JUNTA DE EXTREMADURA Consejería de Empleo, Empresa e Innovación

CSIC

ARQVEOLOGÍA

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ANEJOS DE AESPA

Director: Francisco Pina Polo, Universidad de Zaragoza, España. Secretario: Carlos Jesús Morán Sánchez, Instituto de Arqueología, CSIC-Junta de Extremadura-CCMM, Mérida, España. Comité Editorial: José Beltrán Fortes, Universidad de Sevilla, España; Manuel Bendala, Universidad Autónoma de Madrid, España; Rui Manuel Sobral Centeno, Universidade de Porto, Portugal; Adolfo J. Domínguez Monedero, Universidad Autónoma, Madrid, España; Sonia Gutiérrez Lloret, Universidad de Alicante, España; Pedro Mateos, Instituto de Arqueología, CSIC-Junta de Extremadura-CCMM, Mérida, España; Manuel Molinos, Universidad de Jaén, España; Ángel Morillo, Universidad Complutense, Madrid, España; Inés Sastre Prats, Instituto de Historia, CSIC, Madrid, España; Ricardo Olmos Romera, Escuela Española de Historia y Arqueología, CSIC, Roma, Italia; Almudena Orejas, Instituto de Historia, CSIC, Madrid, España; Isabel Rodà de Llanza, ICAC-Universidad Autónoma de Barcelona, España; Ángel Ventura Villanueva, Universidad de Córdoba, España. Consejo Asesor: Luis Caballero Zoreda, Instituto de Historia, CSIC, Madrid, España; María Paz García-Bellido, Instituto de Historia, CSIC, España; Juan Manuel Abascal, Universidad de Alicante, España; Filippo Coarelli, Universitá degli Studi di Perugia, Italia; Pierre Gros, Université Aix-Marseille, Francia; Simon Keay, University od Southampton, Reino Unido; Pilar León, Universidad de Sevilla, España; Giuliano Volpe, Universitá degli Studi di Foggia, Italia; Carmen García Merino, Universidad de Valladolid, España; Javier Arce, Université Lille, Francia; Michel Amandry, Bibliothèque Nationale de France, Paris, Francia; Xavier Aquilué, Museu d'Arqueologia de Catalunya, Empúries, España; Pietro Brogiolo, Università di Padova, Italia; Francisco Burillo, Universidad de Zaragoza, España; Monique Clavel-Lévêque, Université Franche-Comté, Besançon, Francia; Teresa Chapa, Universidad Complutense de Madrid, España; Carlos Fabião, Universidade de Lisboa, Portugal; Carmen Fernández Ochoa, Universidad Autónoma de Madrid, España; Pierre Moret, Universidad de Toulouse, Francia; Sebastián Ramallo, Universidad de Murcia, España; Domingo Plácido, Universidad Complutense de Madrid, España; Thomas Schattner, Instituto Arqueológico Alemán, Madrid, España; Armin Stylow, München Universität, Alemania.

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LUIS CABALLERO ZOREDA PEDRO MATEOS CRUZ TOMÁS CORDERO RUIZ (eds.)

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CONSEJO SUPERIOR DE INVESTIGACIONES CIENTÍFICAS JUNTA DE EXTREMADURA - CONSORCIO DE MÉRIDA INSTITUTO DE ARQUEOLOGÍA - MÉRIDA MÉRIDA, 2012

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Reservados todos los derechos por la legislación en materia de Propiedad Intelectual. Ni la totalidad ni parte de este libro, incluido el diseño de la cubierta, puede reproducirse, almacenarse o transmitirse en manera alguna por ningún medio ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, informático, de grabación o de fotocopia, sin permiso previo por escrito de la editorial. Las noticias, los asertos y las opiniones contenidos en esta obra son de la exclusiva responsabilidad del autor o autores. La editorial, por su parte, solo se hace responsable del interés científico de sus publicaciones.

Esta publicación se enmarca dentro de la realización del Simposio Interncional Visigodos y Omeyas: el territorio, que se benefició de las siguientes ayudas: - Acción Especial HAR2008-02116-E, del Ministerio de Ciencia y Tecnología. - Acción Especial CON08017, del Plan Regional de Investigación y Desarrollo Tecnológico de la Junta de Extremadura.

Imagen cubierta: Vista aérea de la villa de La Cocosa (foto: cortesía de P. Mateos Cruz). Imagen de contracubierta: El final de la villa (dibujo: Aquilino Hernández).

Catálogo general de publicaciones oficiales: http://publicacionesoficiales.boe.es/

JUNTA DE EXTREMADURA Consejería de Empleo, Empresa e Innovación

© CSIC © De cada texto, su autor ISBN: 978-84-00-09457-7 e-ISBN: 978-84-00-09458-4 NIPO: 723-12-035-2 e-NIPO: 723-12-036-8 Depósito Legal: BA-118-2012 Impreso en España. Printed in Spain En esta edición se ha utilizado papel ecológico sometido a un proceso de blanqueado ECF, cuya fibra procede de bosques gestionados de forma sostenible.

Imprenta: Artes Gráficas Rejas, Mérida

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SUMARIO De «Aristocrazie e Campagne» a una Arqueología de los paisajes medievales. Gian Pietro Brogiolo ...............................................................................................................................................................................................................................9 Campos, tierras y villae en Hispania (siglos IV-VI). Javier Arce ......................................................................................................................................................................................................................................................21 Un mundo en transformación: los espacios rurales en la Hispania post-romana (siglos V-VII). Iñaki Martín Viso .....................................................................................................................................................................................................................................31 El mundo rural tardoantiguo en Lusitania. Enrique Cerrillo Martín de Cáceres ....................................................................................................................................................................................65 Arqueología de los paisajes rurales altomedievales en el noroeste peninsular. Alfonso Vigil-Escalera Guirado y Juan Antonio Quirós Castillo ...........................................................................................................79 La construcción de iglesias como herramienta para el conocimiento del territorio tardoantiguo y altomedieval en la Meseta Norte. Fernando Arce Sainz y Francisco J. Moreno Martín..........................................................................................................................................97 Patrones de ocupación rural en el territorio de Salamanca. Antigüedad Tardía y Alta Edad Media. Enrique Ariño, Sarah Dahí y Elvira Sánchez ..........................................................................................................................................................123 El territorio emeritense durante la Antigüedad Tardía y la Alta Edad Media Tomás Cordero Ruiz y Bruno Franco Moreno ........................................................................................................................................................147 El territorio tardoantiguo y altomedieval en el sureste de Hispania: Eio – Iyyuh como caso de estudio. Sonia Gutiérrez Lloret e Ignasi Grau Mira ...............................................................................................................................................................171 La ciudad de Madinat Ilbira. Antonio Malpica ....................................................................................................................................................................................................................................199 El poblamiento rural en las campiñas al sur del Guadalquivir durante la Antigüedad Tardía (siglos IV-VI d. C.) Enrique García Vargas y Jacobo Vázquez Paz ......................................................................................................................................................235 La articulación del territorio toledano entre la Antigüedad Tardía y la Alta Edad Media (siglos IV al VIII d. C.) Rafael Barroso Cabrera, Jesús Carrobles Santos y Jorge Morín de Pablos ...........................................................................263 O território de Beja entre a Antigüedade Tardia e a islamizaçao Santiago Macias y Maria da Conceição Lopes ...................................................................................................................................................305 Poblamiento rural de época tardía en el entorno de Murcia Sebastián F. Ramallo Asensio, Luis A. García Blánquez y Jaime Vizcaíno Sánchez

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DE «ARISTOCRAZIE E CAMPAGNE» A UNA ARQUEOLOGÍA DE LOS PAISAJES MEDIEVALES POR

GIAN PIETRO BROGIOLO Università degli Studi di Padova

RIASSUNTO Il titolo del mio intervento riprende volutamente quello del volume pubblicato nel 2005 con Alexandra Chavarria, non per riproporne le conclusioni, quanto piuttosto come punto di partenza di un percorso che ci sta ora portando ad esplorare nuove prospettive di ricerca sulla trasformazione delle campagne tra tarda antichità e altomedioevo. Quel lavoro teneva conto, oltre che di specifiche indagini, dei risultati di cinque convegni/seminari tenuti in Italia tra 2002 e 2004 (a Garlate, Nonantola, Foggia, Gavi e Poggibonsi), nonché di alcuni volumi di sintesi, tra i quali ricordo quelli di Riccardo Francovich e Richard Hodges (2003) e Marco Valenti (2004) e i contributi raccolti da Neil Christie (2004). PAROLE CHIAVE: Tarda Antichità, Alto Medioevo, mondo rurale, LIDAR. RESUMEN El título de este trabajo retoma expresamente el del libro publicado en 2005 junto a Alexandra Chavarría, no se trata de volver a proponer las conclusiones, sino más bien como punto de partida de un camino que ahora permite explorar nuevas pespectivas de investigación sobre la transformación del campo entre finales de la Antigüedad y la Alta Edad Media. Ese trabajo tuvo en cuenta además de investigaciones específicas, los resultados de cinco conferencias y seminarios celebrados en Italia entre 2002 y 2004 (en Garlate, Nonantola, Foggia, Gavi y Poggibonsi), así como varios volúmenes de síntesis entre los que recuerdo los de Riccardo Francovich y Richard Hodges, (2003) y Marco Valente (2004) y los artículos publicados por Neil Christie (2004). PALABRAS CLAVE: Antigüedad Tardía, Alta Edad Media, mundo rural, LIDAR

1. INTRODUCCIÓN El título de este trabajo retoma voluntariamente el del volumen publicado en el 2005 con Alexandra Chavarría Arnau,1 no para reproponer nuevamente las conclusiones a las que llegamos en aquel trabajo, sino más bien como punto de partida de un nueva línea de investigación que nos está llevando

1

Brogiolo, Chavarría Arnau, 2005.

ahora a explorar nuevas perspectivas sobre la transformación del territorio entre la Antigüedad tardía y la Alta Edad Media: de una arqueología de los yacimientos a una arqueología de los paisajes. Nuestro trabajo se basaba en el uso cruzado de fuentes escritas y de documentación arqueológica referidos a diversos tipos de estructuras: hábitats en materiales perecederos construidos sobre ruinas de villas y mansiones romanas, asentamientos de altura fortificados construidos a partir del siglo V (que llamaré en adelante castella), las aldeas (fundadas en epoca romana o de nueva creación), las iglesias y las necrópolis. Un planteamiento teórico-metodológico distinto inspiró en cambio a Riccardo Francovich, quien reivindicaba en primer lugar la independencia de la arqueología respecto a otras disciplinas, en particular a la histórica, y centraba su investigación en las prospecciones de grandes superficies y la excavación extensiva de aldeas altomedievales identificadas bajo las estructuras de los castillos de segunda generación, es decir, aquellos construidos entre los siglos X y XII.2 Estas distintas posiciones, presentadas en varios congresos celebrados entre el 2002 y el 2003,3 se fueron contraponiendo en los seminarios de Gavi (mayo 2004) y de Poggibonsi (diciembre 2004)4 y nuestro volumen del 2005 constituía en cierto modo una respuesta al trabajo publicado por Francovich y Hodges en el 2003. Distintas orientaciones no podían sino llevar a interpretaciones contradictorias. En nuestra propuesta, un sistema complejo de asentamientos (castella, aldeas, asentamienos dispersos, iglesias), más o menos jerarquizado (por la superposición de las 2 3 4

Francovich, Hodges 2003; Valenti 2004. Publicados como Brogiolo 2003a y Gelichi 2005. Gavi en el mes de mayo de 2004 (Brogiolo, Chavarría Arnau, Valenti 2005); Poggibonsi en dicembre de 2004 http://archeologiamedievale.unisi.it/NewPages/INSEGNAMENTO/nov/nov56.htlm).

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redes eclesiástica, administrativa y judicial que unían el territorio y la ciudad); en la de Francovich una progresiva desaparición de las jerarquías y de los vínculos, que habría permitido a grupos de campesinos libres reunirse en aldeas, de las que, solo entre los siglos VIII e IX, emergió una nueva sociedad rural jerarquizada. Creo que, al menos en Italia, estas posiciones forman ya parte de la historia de la arqueología medieval y que ha llegado el momento de dar un paso adelante en la perspectiva de una investigación territorial articulada diversamente que reconstruya las relaciones entre las distintas estructuras e infraestructuras de un territorio. Propuesta que no es nueva, pero que en este momento se puede desarrollar enormemente gracias a las nuevas tecnologías de teledetección, en particulare del LIDAR. En la primera parte de mi articulo revisaré criticamente nuestras conclusiones del 2005, reflexionando sobre el grado de jerarquización de la sociedad en conexión con la relación entre el campo y otros lugares centrales (central places). En la segunda me concentraré en algunas nuevas tendencias teóricas y metodológicas relativas al análisis arqueológico de un territorio, en particular a partir de varios proyectos de investigación que llevo a cabo desde hace un decenio en territorios de montaña, considerados hasta hace poco tiempo marginales por su escasa visibilidad pero que, en realidad, poseen una gran potencialidad informativa. 2. LA INVESTIGACIÓN TRADICIONAL Las líneas de investigación basadas en el uso promiscuo de las fuentes escritas y de la investigación arqueológica han propuesto una lectura paralela en Italia, Francia meridional y España de las transformaciones que experimenta el territorio entre los siglos IV y IX. El objetivo principal de estos trabajos, a partir de las excavaciones de las fases finales de las villas, de castella y de las necrópolis, era confrontar la evolución de las estructuras de hábitat con el modo en que las aristocracias invirtieron el excedente obtenido de la explotación de sus tierras. Un tema, el de las aristocracias, del que se ocupa el monumental volumen de Chris Wickham (2005), no solo por los distintos sistemas con que éstas se aseguraron el reconocimiento de su rango y posición social, sino sobretodo por su capacidad direccional, que habría determinado un distinto grado de organización del territorio: muy bajo (o incluso inexistente) en los modelos propuestos para

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la Toscana meridional5 o para la Hispania sudoriental,6 más alto en los territorios donde florecieron los castella (en el norte de Italia por ejemplo) o donde se conservaron territorios organizados en grandes propiedades como en la Gallia septentrional o en áreas del norte de la Península ibérica.7 Las distintas interpretaciones dependen, en cierto modo, de las estrategias de investigación y de los parámetros utilizados. 2.1. EL FINAL DE LAS VILLAS En Italia, las fases fnales de las villas romanas han sido documentadas sistemáticamente solo a partir de los años 80 y afrontadas con espíritu crítico en los seminarios celebrados en 1993 y 1995,8 dando lugar sucesivamente a un decenio de discusiones concluido en Italia con el seminario de Gavi (Dopo la fine delle ville) en el 2004. Para la Gallia, el tema fue analizado por Paul Van Ossel en 1992 y retomado en varias ocasiones con Ouzoulias.9 En España, el problema ha sido afrontado principalmente en algunos trabajos de síntesis como el que publicaron Agustín Azkarate y Juan Antonio Quirós en 2001,10 o en las publicaciones de Alexandra Chavarría.11 Por último, no se puede olvidar el volumen de Tamara Lewit quien en el lejano 1991, en su tesis sobre la economía rural del siglo III, recogía en modo sistematico, por primera vez, numerosos ejemplos de transformaciones funcionales documentados en las villas del Occidente europeo.12 En conclusión, se puede afirmar que el final de las villas oscila entre: (a) abandonos precoces entre los siglos III y IV debidos a una tendencia hacia la concentración de propiedad rural de la que son testimonio las lujosas villas construidas en el curso del siglo IV y (b) una continuidad de ocupación con estructuras más pobres, generalmente en madera, dificilmente describibles como algo más que simples cabañas, de las cuales tenemos numerosos ejemplos en toda Europa. Es por lo tanto un hecho que, salvo rarísimas excepciones (como, en el caso de la Península Ibérica, el edificio de Pla de Nadal) los asentamientos que

5 Francovich, Hodges 2003; Francovich 2004, Valenti 2004. 6 Gutiérrez 1996. 7 Chavarría Arnau, 2005. 8 Respectivamente Brogiolo 1994 e 1996. 9 Van Ossel 1992; Van Ossel, Ouzoulias 2000 y 2001. 10 Azkarate,Quirós 2001. 11 Chavarría Arnau, 2001, 2004a y b, 2007. 12 Lewit 1991 reeditado en 2004.

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substituyen a las villas son de una calidad arquitectónica muy inferior. Sin embargo, la interpretación que se ha dado a estas cabañas no es unívoca. El debate europeo se ha centrado, desde hace décadas en el norte de Europa y más recientemente en el territorio mediterráneo, en el problema de las cabañas semienterradas. A mi juicio, se debe descartar la hipótesis de que fuesen habitadas por los descendientes de los possessores romanos deseosos de vivir de un modo más sobrio respecto a sus padres o abuelos como algunos investigadores han propuesto.13 Creo que se trata de individuos distintos, cuya condición social (campesinos libres, colonos o siervos dependientes de un propietario que vive en otro lugar) es difícilmente precisable a causa del bajo nivel de la cultura material que se encuentra en estos yacimientos. Algunos estudiosos las consideran testimonio de una presencia alóctona: no solo quien, como yo mismo o investigadores como W. Liebeschuetz, B. Ward Perkins y P. Heather,14 creemos que los bárbaros fueron determinantes en la caida y final del Imperio romano, sino también aquellos que, como G. Halsall,15 piensan que los bárbaros constituyan solo una parte poco relevante del problema. Uno de los objetivos de la investigación futura debe ser por tanto el de poner a prueba instrumentos conceptuales e indicadores arqueológicos específicos para reconocer en los datos materiales los distintos niveles sociales, más allá de las interpretaciones etnico-culturales barajadas hasta ahora. 2.2. LAS NECRÓPOLIS El problema de las sepulturas aloctonas se pone de manifiesto, con mayor fuerza, para las sepulturas de los cementerios «en filas», provistas de ajuares que testimonian la afirmación de nuevos rituales. De una interpretación tradicional etnicocultural desarrollada durante la segunda posguerra por parte de la escuela de Munich, se ha passado ahora a una consideración más neutra de los inhu-

13 Augenti 2003, p. 289 citando G. Halsall 1996 considera plausible que «Risiedere nelle ville, o comunque occuparle anche dopo la fase di abbandono, sarebbe innanzitutto una scelta delle élites, che già a partire dal V secolo inoltrato tentano con sforzi notevoli di legittimare il possesso della terra in un'epoca segnata da un notevole tasso di competizione sociale nonché dalla necessità di asserzione del potere a livello locale presso le comunità rurali». Las ruinas de las villas serían «dei fondamentali caposaldi nelle mappe mentali e nella memoria sociale degli abitanti delle campagne» (Augenti 2003, p. 289). 14 Liebeschuetz 2001, Ward Perkins 2005 y Heather 2005. 15 Halsall 2007.

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mados como testimonio de la alimentación, de las enfermedades, de la demografía, del rango social y de la ideología de los distintos grupos prescindiendo (o incluso negando) la identificación de los grupos alóctonos que se establecieron en las regiones del Imperio entre los siglos IV y el VI. Una elección cómoda (políticamente correcta según la definición de Liebeschuetz16), pero sobre la cual se podrá volver pronto, gracias a los nuevos análisis isotópicos que revelan en los restos oseos las percentuales de minerales asimilados en las distintas regiones en las que un determinado individuo ha vivido. Está clara la necesidad de renunciar a posiciones predeterminadas y la convicción de que será dificil llegar, en muchos casos, a resultados concluyentes. Sin embargo muchas veces es realmente difícil rechazar la presencia alóctona, como en muchos yacimientos recientemente excavados en la región del Piemonte donde la tipología de habitat (cabañas semienterradas), de cementerios (en filas con tumbas monumentales que reproducen cabañas de madera), de rituales (sacrificios de caballos), de ajuares (armas y objetos pertenecientes al vestido) y de restos humanos, ofrecen una distinción acorde de los estilos de vida y de muerte respecto a los contextos «romanos».17 2.3. LOS CASTELLA TARDOANTIGUOS Los juicios contrapuestos sobre el papel de los bárbaros en este periodo han llevado evidentemente ha interpretaciones distintas sobre la función y el significado de los castella que entre los siglos V y VII fueron construidos en numerosas regiones desde el Danubio a la costa dálmata, del arco alpino a los Pirineos. Es indudable que las investigaciones llevadas a cabo en este tipo de asentamientos tenían, al menos durante los años '50-'70 el mismo objetivo que aquellas sobre las necrópolis: identificar aquellos lugares donde los Romanos organizaron la defensa del Imperio y donde más tarde los bárbaros se establecieron con fines militares.18 Pero las dos excavaciones promovidas con tal finalidad por parte de

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Liebeschuetz 2001. Pejrani Baricco 2004 (Collegno), Pejrani Baricco 2007 (yacimientos del Piemonte) . 18 Iniciadas por estudiosos de la ‘Culture History’, a partir de las excavaciones de Castelseprio promovidas entre 1949 y 1963, por Giampiero Bognetti quien siguiendo a Feodor Schneider (1924) consideraba este castillo como el típico modelo de asentamiento de los Longobardos en Italia.

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la Escuela de Munich llevaron a rechazar esta hipótesis. En 1968 la excavación de Invillino, un asentamiento de altura en la región del Friuli y, algunos años más tarde la de la sede episcopal de Sabiona en el Alto Adige llevaron al director de las excavaciones, Volker Bierbrauer, a concluir que las numerosas fortificaciones tardoantiguas construidas en el arco alpino no tenían una función militar sino que fueron construidas por la población local.19 En realidad, tal conclusión esta viciada por el hecho de que, Invillino, un asentamiento de época romana ubicado sobre una colina, fue erroneamente identificado por Bierbrauer con la fortificación longobarda de Ibligo (recordada por Paolo Diacono), castillo que probablemente se encuentra en otra parte, y que en Sabiona solo han sido investigadas las iglesias y no el hábitat o, sobretodo, las fortificaciones. Una interpretación más articulada ha sido propuesta por L. Schneider para las fortificaciones construidas en Provenza y Languedoc:20 Las construcciones de tipo militar habrían sido edificadas solo en areas de frontera o en vías de comunicación importantes como aquellas que conducían a los pasos pirenaicos.21 Otros asentamientos, en altura, protegidos con fortificaciones y dotados de areas de habitación y edificios de poder (iglesias y residencias de prestigio), como Roc de Pampelune y Larina,22 serían, en analogía con la idea de Bierbrauer, aglomeraciones de hábitat controlados por una élite, quizás los possessores tardoantiguos que abandonaron las villas. Han llegado a conclusiones distintas los arqueólogos italianos que retomaron las excaciones en el yacimiento de Castelseprio en 1977 y sucesivamente en la década de los años '80 de algunas fortificaciones fundadas en el siglo V y más tarde por parte de godos y bizantinos.23 Los castella más antiguos pertenecerían a los sistemas defensivos descritos en la famosa viñeta de la Notitia Dignitatum, es decir, compuestos de ciudades fortificadas, castella y muros continuos con puertas en conexión

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con las vías de comunicación. Habrían sido edificados por iniciativa del Estado, por parte de grupos de artesanos especializados en base a modelos que preveían fortificaciones, edificios de prestigio con función residencial y de culto, y grandes almacenes para la conservación de cereales. Castella de este tipo han sido identificados y excavados en los Balcanes (recientemente en Dichin24), en el norte de Italia y también en los Pirineos (San Julià de Ramis al norte de la ciudad de Girona, donde fueron construidas dos fortificaciones que protegían una importante vía de comunicación).25 Las características constructivas y la función de los distintos edificios identificados en el interior son generalmente muy similares en todos los castella y son radicalmente distintos a los asentamientos que contemporaneamente se establecen sobre las villas. Ademas de las características arquitectónicas (edificios en piedra, bien construidos, a veces con varios pisos), la cultura material documentada que refleja un comercio interregional (cerámica y ánforas africanas y orientales en Italia, «pietra ollare» en los yacimientos de la Provenza y la Illiria) y la presencia de abundante moneda, indican la presencia de una élite civil o militar y religiosa. En Italia muchas de estas fortificaciones fueron el centro de las operaciones militares que se desarrollaron entre los siglos V y VI y acabaron luego siendo reocupadas por longobardos. Una función por tanto estratégica que parece dar razón a la hipótesis de Gian Piero Bognetti.26 No hay que disminuir sin embargo el papel de estos asentamientos como centros de recogida del surplus agrícola, testimoniado por los horrea que se documentan en las fortificaciones existentes del Danubio (Dichin) a Italia septentrional (Monte Barro), a la Provenza (Lombren) y la Península Ibérica, si la interpretación recientemente propuesta por Javier Arce para el palacio de Recopolis27 es, como creo, correcta. Si por tanto los castella, además de lugares defensivos servían también para almacenar el surplus agrícola, es difíl imaginar que estas operaciones se desarrollasen al margen de un control institucional. Es por tanto lícito concluir que este tipo de asenta-

19 Bierbrauer 1986. 10 Schneider 2001, 2004. 21 Como los castra Pirenaica existentes en los límites de la

Septimania y mencionados en el 673 in en relación con la expedición del rey Wamba HGL, I, 178. 22 Además de Saint Blaise, Constantine, Saint Peyre o Château-Porcher (Schneider 2004). 23 Del siglo V en relación al lago de Como (Monte Barro y Madonna della Rocchetta) o en torno al lago de Garda (Sirmione, Garda, Campi di Riva, Sant’Andrea di Loppio, Lundo); Monselice (a sur de Padua) y Sant’Antonino di Perti (en Liguria) entre los del siglo VI.

24 25 26

Dinchev 2007. Burch et al. 2006. Bognetti 1949. Recientemente se han iniciado en Italia del sur numerosas excavaciones de castella bizantino-longobardos. De nuevo se llega a la conclusion de que tuviesen una función principalmente strategico-militar en conexión con los cambios de las fronteras entre el imperio y el ducado de Benevento. 27 Arce e.p.

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mientos sean un testimonio en primer lugar de un sistema de defensa del territorio proyectado por el Estado y por las aristocracias romanas y luego por parte de las aristocracias laicas y eclesiasticas en colaboración con el poder, más o menos fragmentario, de los nuevos estados romano-barbáros. Es necesario construir una arqueologia de los centros de poder: sedes fiscales, administrativas y judiciales en las que los funcionarios públicos ejercían sus prerogativas: recaudación de impuestos, gestión de bienes públicos, prácticas judiciales. Además de en las ciudades, tales funciones se llevaban a cabo en los castella. Por Procopio sabemos que, durante la guerra greco-gotica, los castella della zona occidental de los Alpes (Alpi Cozie) eran gobernados por una autoridad que probablemente acumulaba poder militar y prerrogativas de tipo civil. En época longobarda, en los castella de mayor importancia residía un iudex, con responsabilidad sobre un territorio dependiente que se definía como iudiciaria. El término fue substituido en epoca carolingia, por el de comitatus, de nuevo a partir del nombre del funcionario público, el comes, que lo gobernaba. Magistraturas menores tenían sus sedes en otros centros, quizás en las cortes regias y ducales, pero de estos lugares la arqueología, por el momento, no nos dice nada. Faltan excavaciones y una atención particular hacia los indicadores de poder, por ejemplo las sepulturas de los condenados a muerte como las analizadas en Inglaterra ubicadas en lugares de frontera para subrayar el significado simbólico del ejercicio mas alto del poder judicial.28 2.4. LAS ALDEAS La investigación sistemática sobre las aldeas altomedievales ha tenido un gran desarrollo en las últimas décadas. Se trata de lugares de habitación frecuentemente ignorados por las fuentes escritas, privados en muchos casos de edificios de culto, en ocasiones construidos sobre asentamientos precedentes (en general villas), en otros fundados en lugares sin ocupación previa. Son muy distintos por lo que se refiere a las técnicas y materiales usados en su construcción (principalmente madera) respecto a castella, iglesias y a otros centros de poder que continuan siendo construidos (o en el caso de un origen antiguo al menos conservados) en piedra.

28 Lucy, Reynolds 2002; Cessford et al. 2007 y ahora sobretodo Reynolds 2009.

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Sobre las aldeas altomedievales se discutió a finales de 2008 en un coloquio celebrado en Vitoria y de allí emergió una sorprendente convergencia de interpretaciones por parte de los distintos participantes respecto a su evolución: nacen como asentamientos carentes de una organización formal en el espacio y se van estructurando hasta transformarse en asentamientos jerarquizados con edificios de distintas características en torno a un espacio central.29 Esta organización se hace todavía más compleja a partir del siglo VIII y IX cuando se observa una planificación de los asentamientos a mayor escala: se circundan con fosos o empalizadas, aumenta la producción agrícola según revela el creciente número de silos y crece el volumen de la producción ganadera.30 Sin embargo esta convergencia de opiniones debe ser ulteriormente matizada no solo a escala regional, incrementado los proyectos de investigación, sino sobretodo integrándolos con la excavación de otros tipos de estructuras existentes en los mismos territorios. Si bien parece que el crecimiento demográfico conllevó un progresivo desarrollo de las aldeas y de la complejidad de su estructura interna, se trata ahora de colocar esta evolución dentro del sistema politico-social de un determinado territorio lo que significa reconstruir la evolución de los otros centros de poder civil, administrativo y eclesiástico. Nos hemos ya pronunciado sobre el poco conocimiento arqueológico que se tiene de los primeros (cortes ducales y regias, sedes administrativas y judiciales) aunque podemos siempre referirnos a las fuentes escritas, observando como por ejemplo en Italia, entre los siglos VIII y IX, se asiste a la afirmación de la aristocracia media, de origen longobarda o carolingia, que adquiere poder y propiedades gracias a sus fuertes lazos con los ambientes imperiales y eclesiásticos. Sobre estos últimos no solo las fuentes escritas, sino también la arqueología ofrecen una documentación muy rica siempre que las investigaciones se reorienten con nuevas prioridades. 29 Esta evolución ha sido interpretada por Reynolds en relación con la situación anglosajona, como consecuencia de la formación y consolidacion del poder regio entre los siglos VI y VII. La reocupación de los lugares de altura se habría llevado a cabo en cambio por parte de las aristocracias. Esta interpretación podría ser válida también para aquellos territorios como la Toscana meridional, donde se puede hipotizar una fuerte disgregación del poblamiento romano. 30 La riconstrucción de este proceso, que parece haberse desarrollado en tiempos y modos muy similares en las distintas regiones europeas, hace necesaria una interpretación de las relaciones interculturales entre los distintos estados romanobarbaricos que las fuentes escritas recuerdan como particularmente intensos gracias a la unidad de religión y lengua oficial (el latín).

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2.5. LOS LUGARES DE CULTO

critas, epigráficas o de elementos pertenecientes a su decoración). Solo el dato cuantitativo permite de hecho, al menos para algunas areas, asumir las iglesias como un elemento de la estructura organizativa del paisaje altomedieval. De este modo se supera el caso aislado para reconstruir la jerarquía de la red eclesiástica local de los distintos tipos de lugares de culto y su relación con los distintos asentamientos. Las fuentes escritas nos permiten luego delinear las peculiares condiciones políticas, económicas y sociales a las que deben su fundación y evolución en el tiempo: elección de un individuo o de un grupo con finalidades no siempre exclusivamente religiosas, sino también económicas y sobretodo de promoción social. Sin reconstruir el contexto del que formaban parte se pierden las relaciones entre las iglesias y los grupos sociales que las fundaron y utilizaron. En definitiva, los arqueólogos deben preparar y utilizar instrumentos que permitan reconstruir las jerarquías sociales y su complejidad incluso para aquellos periodos en los que no se dispone de fuentes escritas. Pero para obtener resultados es necesario un radical cambio de rumbo.

Las fuentes escritas se refieren a distintos tipos de asentamientos religiosos: (1) la red eclesiástica promovida por los obispos con la construcción de iglesias bautismales en aldeas, castella a veces junto a las villas y en conexión con las vías de comunicación;31 (2) iglesias funerarias privadas en relación a una propiedad o a una autoridad laica con intereses locales;32 (3) los monasterios, de fundación privada (frecuentemente por parte de propietarios) o pública (por iniciativa de quien ejercía una autoridad) y eclesiástica (obra del obispo); (4) santuarios martiriales y centros de peregrinaje;33 (5) asentamientos eremíticos, generalmente integrados en una escala social, como demuestra en la Península Ibérica el caso de San Emiliano estudiado por Santiago Castellanos, o el de San Colombano entre la Gallia y la Italia longobarda.34 Esta distinción debe sin embargo tener en cuenta la posibilidad del intercambio de funciones como confirma por ejemplo la asunción de funciones bautismales por parte de iglesias originalmente fundadas como privadas o por parte de los monasterios. Las iglesias constituyen no solamente un indicador arquitectónico muy importante en un periodo en el que otros edificios de prestigio conservados son muy escasos sino también un reflejo de la jerarquización social de un territorio.35 De hecho, en contraposición con el poder civil expresado a través de lo público o de la gran aristocracia, la red local esta ligada por relaciones de dependencia con otros centros religiosos de ámbito provincial, en el caso de los complejos episcopales, e incluso de ámbito interregional en el caso de los grandes monasterios. Como primer acercamiento al conocimiento de la red de iglesias de un territorio se debe pasar por fuerza por los inventarios de edificios,36 aunque en el caso de iglesias y castella deberían comprender los analisis estrátigraficos de sus muros. Es este, por ejemplo, el objetivo del Corpus de las iglesias altomedievales europeas:37 un inventario con fichas descriptivas de todas las iglesias que todavía se conservan y de aquellas, todavía más numerosas, documentadas indirectamente por otras fuentes (es31

Pergola 1999; Fiocchi Nicolai, Gelichi 2001; Delaplace 2005; Chavarria e.p. 32 Brogiolo 2002, Chavarria 2007b. 33 Cantino Wataghin, Pani Ermini 1995; Caroli 2000. 34 Cantino Wataghin, De Stefanis, Uggé 2000; Cantino Wataghin 2000; Brogiolo, Gheroldi, Ibsen 2002. 35 Sobre estas cuestiones cfr. Brogiolo, Chavarria 2008. 36 Contro Bowes 2008. 37 Brogiolo, Ibsen 2009.

3. NUEVAS ESTRATEGIAS DE INVESTIGACIÓN Las estrategias selectivas y sectoriales fundadas a partir de especificas tipologias de objetos más o menos visibles arqueológicamente (castella, villas, iglesias, necrópolis, aldeas) han sido condicionadas no solo, como ya he subrayado, por el peso atribuido a las fuentes escritas, sino también por las estrategías adoptadas en las investigaciones arqueológicas. Estrategias basadas, además de en las excavaciones de yacimientos precisos, en prospecciones a escala más o menos amplia introducidas por la British School en Roma con el proyecto sobre la Etruria meridional dirigido por John Ward Perkins en los años 50,38 y adoptadas luego en numerosos contextos territoriales durante los años 70

38 Revisto con nuevas investigaciones por Patterson, Di Giuseppe, Witcher 2004. Otras investigaciones de este tipo han sido llevadas a cabo en muchas regiones italianas: en Toscana (ager Cosanus y Senese), en Italia meridional (Biferno Valley Project en el Molise, Foggiano, Brindisino, Salento, Segesta), en las regiones septentrionales (Garda occidental y oriental, Bassa veronese, Cesenate, Nonatolano, Ravennate, Riminese). En la Gallia se han experimentado sistemas más articulados que preveen no solo prospecciones sino tambiéen estudio del parcelario, toponomástica, ecc.

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e 80.39 Proyectos más recientes,40 al menos en Italia y salvo algunas excepciones (como el que actualmente se lleva a cabo en Poggibonsi41), no se alejan de una una teoría del asentamiento como yacimiento. El método oscila entre la «carta arqueológica» en la cual introducir una clasificación de yacimientos por cronologías prefijadas y calcular luego su continuidad o abandono y la ‘carta del rischio’42, que se limita a registrar la exposición y destrucción como consecuencia de prácticas agrícolas o del desarrollo urbanístico: menos sujetas a riesgo resultan obviamente las estratificaciones más profundas, a veces enterradas bajo metros de depositos aluvionales pero por tal motivo son también menos reconocibles en superficie. Aunque los procedimientos de prospección han sido afinados con criterios sistemáticos, repetidos más veces y en distintas condiciones en los últimos años, nos hemos dado cuenta de las enormes distorsiones producidas por la escasa visibilidad, sobretodo por lo que respecta a las fases altomedievales.43 El motivo es doble: la cultura material pobre de las construcciones y objetos en madera y el hecho de que muchos yacimientos se encuentran bajo asentamientos posteriores. En la arqueología por temas, redefinida en la última década, estan ausentes elementos fundamentales del paisaje, en particular las infraestructuras territoriales como la viabilidad, los sistemas de drenaje y de irrigación (como los trabajos pioneros de Miquel Barceló sobre la irrigación en el mundo árabe de los años ‘8044) ecc. De los recursos nos hemos limitado a estudiar aquellas fuentes relacionadas con la metalurgia y las estructuras de producción y transformación. También sobre estos aspectos han sido fundamentales los proyectos de la Escuela de Siena, si bien no anteriores al siglo X, mientras que para la Península Ibérica cabe recordar los recientes trabajos de J.M. Martín Civantos.45 Una dicotomia que puede ser recompuesta en una arqueología de los paisajes llevada a cabo con

39 Fundamental el seminario de Pontignano (Siena) del 1991 (Bernardi 1992). Relevantes desde el punto de vista teorico-metodologico los trabajos de G. Leonardi, pp. 25-66 y A. Fleming, pp. 67-88, así como los artículos sobre los aspectos paleoambientales. 40 Y más complejos como el del Cesenate (Gelichi, Negrelli 2008). 41 Valenti 2006. 42 Archeologia. Rischio o valore aggiunto?, «Bollettino di Archeologia», pp. 53-54, Roma 2001; Guermandi 2001; Gelichi, Negrelli 2008, pp. 269-275. 43 Terrenato 2003. 44 Bintliff 1992.

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nuevos instrumentos y privilegiando aquellos territorios donde infraestructuras y recursos tienen una buena visibilidad como las áreas de montaña. 3.1. EN UN ACERCAMIENTO GENERAL AL ESTUDIO DE UN TERRITORIO AL REMOTE SENSING BASADO EN LA TRADICIONAL AEROFOTOINTERPRETACIÓN DE IMÁGENES AEREAS Y DE SATÉLITE QUE CONTINUA SIENDO MUY UTIL PARA LAS ÁREAS CARENTES DE VEGETACIÓN SE SUMAN AHORA EL LASER SCANER DESDE PLATAFORMA AEREA (LIDAR) Y LAS PROSPECCIONES GEOFÍSICAS A GRAN ESCALA

Sobretodo el LIDAR consiente un decisivo salto cualitativo.46 Permite de hecho eliminar la vegetación de las fotos (si no es excesivamente densa), reconocer sitios y relacionarlos con elementos de paisaje que en las áreas de montaña se conservan generalmente mucho mejor respecto a las zonas de llanura. Me limito a presentar dos ejemplos relativos a dos proyecos que dirijo en la región del Trentino (en el norte de Italia) que permiten estudiar una completa tipología de estructuras e infraestructuras que estamos catalogando de manera sistemática y que comporta una serie de elementos estratificados: viabilidad, sistemas hidraúlicos, parcelización agrícola, lugares de hábitat, edificios de culto, infraestructuras para la transhumancia, minas, etc. Cada uno de estos elementos tiene un momento de fundación puntual pero una duración distinta: sistemas construidos para el cría de ovicaprinos en la edad del bronce que han sido utilizados hasta la mitad del siglo pasado, parcelarios agrícolas prerromanos y romanos mantenidos en uso hasta que se abandonó la aradura con medio animal en favor de la mecánica. He escogido estos ejemplos porque muestran una distinta jerarquización del territorio. En el castellum de Sant'Andrea, construido entre el siglo V y el VI en una isla del lago de Loppio y actualmente en curso de excavación arqueológica,47 el LIDAR, ademas de restituir la forma de la fortificación que todavía no había sido documentada arqueológicamente, confirma la función exclusivamente militar de este asentamiento que servía para cerrar la vía que del valle del río Adige

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Martin Civantos 2007. En las prospecciones geofísicas se ha pasado de los trabajos en áreas puntuales a escala de un yacimiento a las de magnetometría de un amplio territorio (véase Campana, Piro 2008). 47 Maurina 2005.

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llevaba al lago de Garda. El castellum se encuentra a algunos kilómetros de distancia de otros asentamientos de la zona y no se relaciona con ningún tipo de paisaje agrario. Su aprovisionamiento alimenticio dependía, como ha revelado la arqueología, de recursos externos. Se puede deducir una directa relación con el poder que lo construyó y explicar su rápido abandono, una vez finalizada su función militar, a causa de la ausencia de recursos en el territorio circunstante. Un significado completamente distinto tiene un segundo castrum, el de Frassine, ubicado en la vecina valle di Gresta, identificado gracias al remote sensing, las prospecciones y a hallazgos casuales. Se construyó sobre una colina en la que han sido hallados materiales de época romana y, a diferencia de Loppio, es el punto de referencia de un paisaje rural caracterizado por una red de vías y por una organización agrícola compleja: amplias parcelas en áreas llanas, más pequeñas sobre espacios altos, densos aterrazamientos en las laderas. 3.2. EL USO DEL LIDAR Constituye por otro lado la primera fase de un proyecto que prevee un estudio de mayor detalle sobre el micropaisaje y sobre las arquitecturas. Del micropaisaje se identificarán las parcelaciones con una estrategia de mínimo impacto que incluye testigos de sondeos, limpieza de secciones expuestas, excavacion, y analisis geomorfologicos. Estas estrategias de investigación a escala territorial requieren establecer una base teórica interpretativa de todo el sistema infraestructural como cultura material y organización del espacio. Es necesario pasar de la arqueología del yacimiento aislado (individualizados mediante prospecciones o excavaciones) a una arqueología48 que se proponga como principal objetivo la reconstrucción de la secuencia de los paisajes entendidos como una suma de ambientes naturales y antrópicos (redes de parcelarios, yacimientos y recursos) y de relaciones económicas basadas en indicadores de producción y de intercambios para obtener luego las relaciones jerarquicas, sociales e institucionales. Con la advertencia de que los diversos paisajes (del pastoralismo a la transhumancia, a la agricultura extensiva o intensiva, a la explotación de recursos naturales) corresponden a segmentos de duración y relieve

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Brogiolo 2007.

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distintos en el curso del tiempo y que para cada fase se deben reconstruir sus particularidades y sus relaciones. Solo en algunas áreas no sujetas a profundas transformaciones es posible individulizar todavía hoy indicios de estos segmentos, porque han permanizo activos hasta la época contemporánea. En Italia podemos encontrarlos en algunas áreas de montaña que se han matenido al margen de las transformaciones experimentadas durante los últimos cincuenta años. En Dalmacia e Istria han sobrevivido en pequeñas islas como Premuda o Rab, donde también hemos iniciado proyectos de investigación. En España se conservan solo en aquellas regiones donde no se ha desarrollado todavía la moderna agricultura intensiva. 3.3. EL OBJETIVO FINAL El objetivo final es recuperar, a partir del dato material, las relaciones de jerarquía, para preguntarse luego quien las dirigía, lo que significa volver, desde una nueva perspectiva no dominada por la óptica de las fuentes escritas, al problema, con el que he iniciado este texto de las aristocracias y de su visibilidad en el territorio. Si bien los textos (actas de donación, de compraventa o a las descripciones de bienes immobiliarios) permiten intuir la riqueza de las personas o de los entes a los que se refieren, mucho más difícil es individualizarla a partir de los datos materiales. Los grandes propietarios tardoromanos utilizaban un escenario de autorrepresentación bien reconocible arqueológicamente en las lujosas residencias (villae y domus urbanas) que reflejaba (o pretendía reflejar) sobretodo su riqueza immobiliaria y su cultura clásica. En una fase histórica como la Alta Edad Media que ve el final de aquel sistema y el nacimiento de un nuevo orden en el que dominan las jerarquías político-militares y eclesiásticas no resulta fácil reconocer a las élites. No es difícil si para señalar o negociar su propia posición adoptaron instrumentos ideológicos no demasiado distintos de aquellos tradicionales: residencias de prestigio como las que encontramos en algunos castella o en contextos urbanos, iglesias privadas, ajuares funerarios, o inscripiones relativas a individuos o a un grupo dirigente entero.49

49 Un análisis de estas evidencias en Brogiolo, Chavarria 2005. Sobre las iglesias funerarias privadas como elemento de representación de las élites altomedievales cfr. Brogiolo 2002 (Italia), Chavarria 2008 (España).

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El esfuerzo de los arqueólogos en las últimas décadas se ha dirigido a la experimentación de nuevos parámetros que permitiesen individulizar a las élites en asentamientos no monumentales como las aldeas, teniendo en cuenta las caracteristicas de los distintos tipos de habitaciones, el diferente accesso a los recursos alimenticios, o la dimensión de los silos o de los almacenes.50 Pero no todos los arqueólogos están deacuerdo y son distintas las opiniones que existen sobre la interpretación de las longhouses o sobre la alimentación por ejemplo. Aspectos sobre los cuales, por tanto, debemos continuar reflexionando. En esta arqueología de lo social, al final de estas líneas de investigación, podría encontrar una correcta colocación el paisaje psicológico, tan querido por los arquólogos postprocesualistas, en el qual se entrelazan prácticas e identidad (religiosas, de género, edad, estatus, rango, etnicidad, poder, patronato/clientelas) en la perspectiva de la vida (en la construcción y conservación de una memoria intergeneracional).51 Un tema indispensable si se quiere reconstruir no solo a través de las fuentes escritas (en primer lugar con testimonios judiciales y testamentos), sino tambien con el dato arqueológico uno de los aspectos centrales en la evolución del territorio altomedieval: la progresiva socialización de individuos de etnia y cultura diversa ocupados en construir, dentro de nuevos sistemas de producción, identidad y redes jerárquicas locales, fundadas sobre comunidades aldeanas, un modo de vida que ha caracterizado el territorio rural europeo de los últimos 1500 años. Aspectos que sin embargo manifiestan solo un sentido pleno si se afrontan depues de haber reconstruido la estructura económica y con la consciencia de que se trata de una reconstrucción en buena medida especulativa, en la que no solo las interpretaciones, sino también las comparaciones de tipo antropológico con otros contextos, corren el riesgo de despistarnos. Al nivel más alto, podremos finalmente proponer una reconstrucción de la trama institucional y relacional que incluyó, a diferente escala (local, regional, internacional), mercancias y hombres, instituciones y administraciones (civiles, militares, religiosas). Desde este punto de vista los cambios en el paisaje rural podrán encontrar una justificación en las transformaciones económicas, sociales y de

50 Ejemplares en este sentido los estudios de M. Valenti sobre el yacimiento de Poggibonsi. 51 Gutteridge, Machado 2007, pp. XXII-XXIII.

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las jerarquías a una escla más amplia: de la dicotomia ciudad-campo prevalente en época romana a aquella más articulada del periodo sucesivo en el que a la ciudad se suman, como centros direccionales, los castella, los grandes monasterios y los grandes propietarios. El final del mundo antiguo podrá ser leido desde esta perspectiva también como cambio de un sistema económico y social de la gricultura intensiva y especializada gestionada por una aristocracia de propietarios cuyo escenario de representación era interregional o incluso internacional, a un sistema económico integrado entre agricultura, ganadería y bosque, más adecuado para las comunidades aldeanas. En una redefinición teórico-metodológica de los estudios sobre el territorio rural, es indispensable también una reflexión sobre el uso crítico, por parte del arqueólogo, de otras fuentes, ya sean aquellas utilizadas en el pasado pero hoy no de moda, como la toponimia, o la documentación textual, que no puede ser examinada singularmente, como ha subrayado Chris Wickham,52 evitando sin embargo, como sostenía Riccardo Francovich un «asservimento dell’archeologia alle tesi storiografiche dominanti (che) rappresenta soltanto un ostacolo per una seria riflessione sulla costruzione del documento archeologico e un costoso spreco di risorse».53 En conclusion, me parece que el desafío que nos espera en los próximos años, gracias a la aplicación de nuevos intrumentos de investigación, será una arqueologia del paisaje capaz de reconstruir la historia no solo de los yacimientos individualmente, sino también del ambiente geomorfológico y pedológico, de los recursos y de las infraestructuras, de las jerarquías sociales y de las instituciones. Un paisaje en el que se mueven hombres que tienen, efectivamente, una propia individualidad psicológica y cultural y que mantienen relaciones en un cuadro institucional y jerárquico en transformación, pero que, sobretodo, tienen como principal objetivo la supervivencia económica en un sistema en el que la producción de surplus está condicionada por las continuas crisis alimentarias, pestilencias y trend demográficos fluctuantes. Es este último un tema poco tratado en esta ocasión pero que se encuentra en el centro de atención de otros estudiosos con los quales debemos también confrontarnos.

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Wickham 2005, p. 353. Francovich 2005, p. 349.

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Gian Pietro Brogiolo

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CAMPOS, TIERRAS Y VILLAE EN HISPANIA (SIGLOS IV-VI) POR

JAVIER ARCE Universidad Charles-de-Gaulle Lille 3

RESUMEN En la exposición se estudian una serie de documentos pertenecientes a los siglos IV y V que no han sido suficientemente tratados por los historiadores del periodo, como, por ejemplo, la presencia de un peraequator en Hispania a comienzos del siglo IV encargado de hacer el censo en Gallaecia, la noticia en el Concilio de Elvira (c. 19), que menciona la existencia de nundinae, los textos de Olympiodoro de Tebas que se refieren a la producción y venta de trigo a los godos durante sus años de estancia en Barcino, y otros textos varios que se refieren a catástrofes naturales que afectaron al territorio y concretamente a la agricultura. Siendo la villa el componente más visible de la ocupación del territorio se estudia con detenimiento el episodio de los parientes de Honorio a comienzos del siglo V como modelo paradigmático de los tipos de propiedad, abandono de las villae y utilización de mano de obra en las explotaciones. PALABRAS CLAVE: villae, mundo rural, fuentes clásicas, horrea. ABSTACT The present contribution examines a series of documents belonging to the IVth and Vth centuries not sufficiently addressed by the historians of the period, but that are relevant for the study of the territory and rural life in Late Antique Spain. Among them the references in inscriptions to a peraequator charged to carry on the census in Gallaecia in the early IVth century, the mention of existence of nundinae in the canon 19 of the Council of Elbira, Olympiodorus fragments in which is mention the production of wheat for the goths established in Barcino in 414 and other texts relating to various natural disasters affecting the territory of the Iberian Peninsula. As the villa was the most visible component of the occupation of the territory, the article discusses the story of the relatives of Honorius in the early Vth century as a paradigmatic model of the types of property and the abandonment of villae. KEYWORDS: Villae, land, Late Antique Spain.

El historiador griego Olympiodoro de Tebas, escribiendo a mediados del siglo V, dice en uno de sus fragmentos conservados: «Cuando el poder de Constantino (III) fracasó, vándalos, suevos y alanos se reagruparon y rápidamente alcanzaron las montañas pirenaicas y, habiendo oído que la tierra allí era

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Olymp. Frag 15 (Blockley).

fértil y muy rica, entraron en Hispania».1 La riqueza y fertilidad de las tierras de Hispania era un tópico que en la antigüedad se remonta a Estrabón (e incluso antes) y que encontramos en todos los panegiristas, desde Plinio hasta Drepanius Pacatus e Isidoro. Unos cien años antes que Olympiodoro, el autor de la Expositio Totius Mundi, haciendo una enumeración de los recursos y riquezas de cada una de las regiones del Imperio, había dicho que Hispania, a pesar de que poseía toda clase de bienes (omnia bona possidens), sin embargo, concluye, «es considerada por muchos como una provincia pobre».2 Aunque los vándalos seguramente no pasaron a Hispania atraídos por su abundancia, no hay que minusvalorar la afirmación del historiador cuando dice que «habían oído» que era un territorio rico. La riqueza de Hispania, de África, de las provincias del Imperio occidental, es un espejismo en el imaginario de estas gentes derivado de estereotipos que abundaban entre la opinión común. Y no se puede olvidar que, aunque entre las razones del establecimiento de los pueblos «bárbaros» en Occidente estaban los acuerdos y los pactos con los romanos para sus fines políticos o militares, había una razón de fondo: los llamados invasores no fueron de hecho sino «la inmigración controlada de pueblos agricultores que buscaban mezclarse con sus semejantes del otro lado de la frontera».3 Ahora bien, ¿cómo podemos comprobar, explicar o evidenciar mediante los textos o la arqueología, los recursos, la producción, la explotación del territorio, los excedentes de la Península Ibérica en época tardía, grosso modo entre los siglos IV al VI? Puesto que la economía antigua estaba basada fundamentalmente en la agricultura ¿cómo podemos trazar un panorama del paisaje rural en este periodo? No es necesario, pienso, presentar toda la evidencia, aunque sea escasa, pero sí es imprescindible reorganizarla, interpretar lo significativo de la misma. 2 Apud multos autem debilis esse videtur: Exp. LIX, (Rougé). 3 Brown, P., The Rise of Christendom, Oxford, 1996, p. 12.

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EL CENSO Creo que es necesario comenzar hablando del censo llevado a cabo en Hispania a fines del siglo III y comienzos del IV. Porque en una serie de inscripciones de Roma se menciona la carrera de un gran personaje de la época de Constantino, Lucius Aradius Valerius Proculus, signo Populonius, que desempeñó , registra la inscripción, el cargo de peraequator census provinciae Gallaeciae en el año 321 d.C.4 Este es un texto que por lo que yo sé no ha sido utilizado nunca por los historiadores de la Hispania tardía. ¿Cuál fue la función de Proculus en la Gallaecia? La peraequatio se define como «la repartición de tierras estériles entre los que poseían tierras fértiles».5 Las tierras estériles o sin dueño debían ser repartidas entre los contribuyentes para que entrasen también en el ciclo de la tasación. La presencia de Proculus corresponde al encargo de realizar un census general que haga recuento de las tierras, bienes y personas en la provincia (censo, por otro lado, llevado a cabo en todo Occidente por el Emperador Licinio).6 Si la misión del peraequator era la de asignar tierras baldías a los propietarios de buenas tierras, tenemos aquí una prueba indirecta de la existencia en la Gallaecia de agri deserti. Todos los campos debían ser rentables y de ahí la actuación de los peraequatores. ¿A quiénes fueron asignadas? ¿Fueron de nuevo cultivadas? ¿Cuál fue su extensión? En la Galia había sucedido algo parecido recordado en el Panegírico pronunciado en Autun dedicado a Constantino en el 311: «Todo lo que en otro tiempo-dice el panegirista- había sido un suelo aceptable ha quedado sepultado bajo las lagunas o ha sido invadido por la maleza; en fin, estas mismas viñas están tan acabadas por la vejez que apenas se aprovecha nada y tú mismo, Emperador, has podido ver una tierra totalmente devastada, acabada, tenebrosa. Un campo que nunca os indemniza vuestros gastos queda necesariamente abandonado»- termina el panegirista.7 Y por ello la necesidad de la presencia de los peraequatores y su actuación de redistribución de las tierras para que vuelvan a ser cultivadas. ¿Cuantas tierras de este tipo existían en Hispania y que fueron asignadas

4 Chastagnol, A., Les Fastes de la Préfecture de Rome au Bas-Empire, Paris, 1962, pp. 96-102. 5 Deléage, A., La capitation du Bas-Empire, Annales de l'Est, 1945, p. 34. 6 Eusebio, VC, 1, 55; HE, 10.8.12 y Barnes, The New Empire of Diocletian and Constantine, Harvard, 1982, p. 233. 7 Pan Lat. 8, 6-7.

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por los peraequatores a propietarios que poseían grandes extensiones de cultivo? Imposible de saber, aunque algunos historiadores aceptan la existencia de estos agri deserti y señalan que fueron los lugares de asentamiento de los pueblos venidos a la Península a partir del siglo V, incluidos los visigodos,8 hecho que, por otro lado, está por demostrar. La inutilidad de los campos, como señala el Panegirista de Autun, puede estar en relación con catástrofes naturales, abandono, inclemencias del tiempo. A veces no tenemos en cuenta suficientemente el impacto que debieron tener los fenómenos meteorológicos, inundaciones o catástrofes naturales a la hora de considerar las fluctuaciones de las cosechas y de la producción. Para la época tardía en Hispania tenemos algunos datos, dispersos y aleatorios en el tiempo, pero que pueden dar una idea de los problemas que se pudieron presentar en el curso del tiempo y que permiten evitar presentar un panorama uniforme, idílico o inmutable. CATÁSTROFES, CAMBIOS CLIMÁTICOS Una famosa inscripción que testimonia la intervención administrativa del usurpador Magno Máximo en 385 creando una nueva Provincia- dentro de la Tarraconense- la Nova Provincia Maxima, informa de los daños sufridos en una vía de comunicación esencial para el tráfico Hispania-Sur de la Galia, la que comunicaba Caesaraugusta con Beneharno (actual puerto de Somport en el Pirineo oscense). La vía se había inundado y el curso del río alterado -hibernalibus aquis pervastatam averso flumine. Los trabajos fueron enormes y costosos, dignos de ser conmemorados en piedra y constituyeron quizás uno de las primeras ocupaciones del nuevo consularis (gobernador) de la provincia recién creada, Antonius Maximinus.9 Otras inscripciones de otros lugares, de Italia, Galia, recuerdan emergencias y reparaciones semejantes.10 Estas mismas dificultades, que afectaban directamente al

8 Chavarría, A., El final de las villae en Hispania (siglos IVd.C.), Brepols, Tournhout, 2007, pp. 71-75. 9 Inscripción de Siresa: Chastagnol, A., Les espagnols dans l'aristocratie gouvernmentalle à l'époque de Théodose, in Les Empereurs romains d'Espagne, Paris, 1965, pp. 284 ss; Arce, J., Epigrafía de la Hispania Tardorromana de Diocleciano a Teodosio: problemas de historia y de cultura, in La terza età dell'epigrafia. Coll. AIEGL-Borghesi, Faenza, 1988, pp. 216-219; Lostal, J. Los miliarios de la provincia tarraconense, Zaragoza, 1992, pp. 225-227. 10 Viam inundatus interrumptam; vias vi torrentium eversas etc. Cfr. ILS, 5859, 5868, 5864. VII

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transporte de mercancías, las tuvo que afrontar el senador Símaco cuando trataba de traer caballos de la Península para que participasen en los juegos de la inauguración de la pretura de su hijo en Roma (año 400). En repetidas ocasiones solicita a su amigo Bassus, residente y propietario en Hispania, que retenga a los caballos en sus establos para que pasen allí los meses de invierno porque el mal tiempo impedía el traslado (stabulari in agris tuis nostro paucibus mensibus).11 La preocupación de las autoridades por el mantenimiento del cursus publicus fue permanente en este periodo, como demuestran las leyes del Código Teodosiano, y las viae principales - o viae militares- debieron de estar disponibles como demuestra el trasiego de embajadas y ejércitos durante todo el siglo V, lo que implica todo un sistema de mantenimiento, stationes, mansiones para descanso, cambio de caballos, arreglos de carromatos etc. Solamente en la Chronica de Hydacio se cuentan no menos de 42 embajadas para establecer negociaciones de diverso tipo entre romanos y suevos, o vándalos y romanos o godos y suevos con un trasiego de viajes e idas y venidas de Galia a Gallaecia, o de Italia a Gallaecia, inusitado y desconocido hasta entonces.12 Sin embargo, solo muy recientemente empiezan a aparecer y a ser identificados estos enclaves en el panorama del paisaje de las provincias de Hispania. Las dificultades de los caminos y traslados siguieron siendo un problema: en la epistula de Consencio a Agustín (420) se habla de que el obispo Syagrio de Osca emprende el viaje a pie hasta Tarraco, un viaje se nos dice: verum etiam longissimum et difficillissimum insidiosissimumque iter pedibus arripiens (largo, difícil y muy peligroso). Cuando llega a Tarraco, el monje Frontón se entera de que el obispo ha hecho un viaje tan duro y corre a saludarlo postquam pedibus tam longum et laboriosum iter.13 El mismo Frontón emprenderá una viaje a Arles que consideraba largísimo y trabajoso: ut longissimi itineris labore suscepto.14 Las dificultades subsistieron en el siglo VI y aún después, como demuestran algunos cánones de concilios en los que los obispos se ven obligados a cambiar las fechas de celebración o incluso a renunciar a la reunión en Toledo a causa del mal estado de las vías o simplemente por las inclemencias del tiempo. El mantenimiento del Symm. Ep. IX, 24 y IX, 20. Sobre las embajadas ver Gillet,A., Envoys and Political Communication in Late Antique West, 411-533, Cambridge, 2003. 13 Ep. 11*, 15. 14 Ibid.

cursus supone un gasto enorme que corría cargo de los provinciales y concretamente de los habitantes y curias de las ciudades por donde pasaba la vía teniéndose que ocupar del tramo que recorría su territorio. ¿Quién y cómo se pagaba este trabajo? ¿de donde salían los recursos? ¿quién ejercía el poder de obligar a llevarlo a cabo? Hydacio es un experto en señalar y recordar catástrofes. La llegada de los suevos, vándalos y alanos a la Península fue acompañada de una peste, que en palabras del cronista recuerda a los 4 Jinetes del Apocalipsis.15 Al margen de exageraciones o de que la noticia corresponda a la realidad, estas pestes podían ser devastadoras en todos los ámbitos (recuérdese solamente la peste de época de Justiniano). Una referencia de Hydacio correspondiente al año 468 indica un periodo de meteorología desbocada y cambiante de forma que ello afectó a las cosechas: «el tiempo y todos los productos de invierno, primavera, verano y otoño sufrieron alteraciones». ¿Estamos ante un fenómeno de cambio climático?16 Y en junio de 462, en Gallaecia, un tormenta acompañada de gran aparto eléctrico destruyó villae y mató a los animales que se guardaban en ellas: coruscatione villae exuste et greges ovium concremati.17 Para el siglo VI las VPE recuerdan las inundaciones devastadoras que afectaron a monasterios y villae de las riberas del Anas.18 Y la lista se podría aumentar. En qué medida afectó todo esto a la economía, al paisaje, cómo se reconstruyeron edificios o ciudades o villae o quedaron simplemente abandonadas, es algo que a lo que no podemos responder. EL TRIGO DE LOS VÁNDALOS Sin embargo, tenemos testimonios de que otros campos eran productivos. Una vez repartidas las tierras en 411, suevos vándalos y alanos se dedicaron a la agricultura, principalmente. «Dejadas las armas, se dedicaron al arado», dice Orosio.19 Habían venido, se habían desplazado para eso: «en vez de querer solamente saquear las villas romanas e incendiarlas, tenían una ambición distinta: querían vivir en ellas como propietarios a la manera romana... en vez de querer eliminar el Imperio ro-

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Hyd. Chr. 40 (a.410) (Burgess). Hyd. Chr. 246 (a.468) (Burgess). Hyd. 213b (Burgess). VPE, 2 (Maya). Or. 7. 42. 12.

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mano deseaban formar parte de él».20 El fragmento 29 de Olympiodoro, otra vez, es testimonio de esta actividad agrícola de los vándalos. Los vándalos, dice el historiador, llaman a los godos «trulli» porque cuando estos estaban oprimidos por el hambre, tuvieron que comprar trigo a los vándalos a 1 solidus por «trulla», siendo una «trulla» menos que un tercio de un sextario. El texto se refiere al periodo en el que los godos de Ataúlfo residían en Barcino y estaban bloqueados para su abastecimiento por la flota del patricio Constancio en el 415. Durante este periodo (que duró tres años) no tuvieron más remedio que recurrir a los vándalos, establecidos en Baetica, para que les aprovisionasen de trigo. Los vándalos aprovecharon la coyuntura vendiéndoselo a un precio desorbitado. La vándalos sabían que los godos poseían un inmenso botín procedente del saqueo de Roma, especialmente en solidi. El precio exigido por los vándalos resulta ser de 48 solidi por modius, cuando la norma era de 40 modii por 1 solidus o 10 modii por un solidus en tiempos de escasez.21 Esto quiere decir que los godos o no se dedicaban a trabajar sus campos o que estos eran insuficientes para mantenerles, y por otro que los vándalos que habitaban la Bética tenían subsistencias y un surplus porque pudieron vender trigo al menos durante dos años para alimentar a unos 15000 godos. ¿Eran los vándalos quienes trabajaban los campos o este trigo era el producto de las rentas o las tasas en especie que hacían pagar a los hispanoromanos? La mención de la producción agrícola nos lleva a hablar de las villae como elemento quizás el más visible del paisaje rural de la Península en este periodo. Pero antes quisiera referirme a otro componente de este paisaje en el que no se ha valorado ni insistido suficientemente. Me refiero a los mercados rurales o nundinae. MERCADOS RURALES Una corrección a una mala lectura e interpretación de un canon del Concilio de Elbira permite constatar que en el panorama rural de Hispania del siglo IV existían nundinae, esto es, mercados rurales. En efecto, el canon 19 prohíbe a 20 Thompson, E.A., Romans and Barbarians, Wisconsin, 1982, p.17. 21 Siendo una trulla una medida de capacidad equivalente a menos de un tercio de un sextario de modio: Blockley, R.C., The Fragmentary Classicising Historians of the Later Roman Empire, II, Cairns, Liverpool, 1983, p. 218, n. 62.

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los obispos, presbíteros y diáconos que vayan por las provincias buscando desenfrenadamente los pingües mercados (nundinae quaestuosas). El problema reside en no frecuentar las nundinae, opulentas, que no eran recomendables para el decoro eclesiástico. Yo creo que ésta es la única mención de la existencia de nundinae en la Península Ibérica. Ya desde el siglo I d.C. un propietario podía establecer nundinae en sus propiedades. Es famoso el texto de Plinio en el que recuerda al senador Tiberius Claudius Sollers que solicitó al Senado (año 105) el ius nundinarum para sus tierras, suscitando la enfurecida reacción entre los habitantes de la vecina ciudad de Vicetia que veían en la concesión una posible fuerte competencia de intereses. Estos mercados, atestiguados en todo el Imperio, en Oriente, en África, se celebraban una o dos veces al mes y constituían puestos de venta de animales, tejidos, esclavos y toda clase de productos. Brent Shaw, que ha estudiado detalladamente los del norte de África, 22 señala que eran puntos de reunión que preocupaban a las autoridades romanas justamente por su carácter asambleario y multitudinario que podía desembocar en tumultos, revueltas y alteraciones del orden; y por ello su concesión y funcionamiento estaban controlados por los gobernadores. En algunos casos, como en África, el recuerdo de estas aglomeraciones periódicas se ha convertido en el nombre de la localidad, Cassae, y la presencia militar era casi obligada en ellos. Tal y como precisa la noticia de Plinio las nundinae no se situaban lejos de las ciudades (de ahí la preocupación de los habitantes de Vicetia) y estaban ubicados en los dominios de un propietario: ius nundinarum in privata praedia a consulibus petit23 y Plinio detalla que Sollers solicitió instituere nundinas in agris suis permitteretur.24 Las nundinae solían estar unidas a santuarios religiosos populares, en Italia, por ejemplo, en Fregellae, en Lucus Feroniae (y, digamos de paso, lucus esconde a veces la designación del lugar donde se desarrollaban las nundinae). El ansia y la preocupación de los obispos reunidos en Elbira tratando de evitar que sus clérigos frecuentaran las nundinae se explica

22 Shaw, B., Rural Markets in North Africa and the Political Economy of the Roman Empire, Antiquités Africaines, 17, 1981, pp. 37-83. 23 Suet. Claud. 22. 24 Plin. Ep. 5, 4 y 5.13.

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también por este carácter pagano y festivo así como por la misma peligrosidad subversiva que ofrecían las concentraciones populares en las mismas.25 Yo creo que este es otro dato histórico nuevo en el panorama rural de la Hispania tardía que habrá que tener en cuenta en el futuro. En otro lugar he manifestado mi opinión de que el conjunto de Valdetorres de Jarama se corresponde a uno de estos mercados rurales en su expresión arquitectónica.26 UN EJÉRCITO PRIVADO Y EL ABANDONO DE LAS VILLAE Como he señalado antes, el componente más visible del paisaje rural son las villae, pero su presencia misma, decoración, formas arquitectónicas en el estado actual de nuestros conocimientos, deja en la sombra muchos aspectos históricos: su extensión, sus propietarios, su producción, su ocupación posterior.27 Para abordar este tema de las villae quisiera en esta ocasión fijarme detenidamente en un episodio bien conocido de comienzos del siglo V, recordado en las fuentes con cierto detalle pero que me parece paradigmático y ejemplar para entender el tipo de propiedad y el abandono de las villae en Hispania en la Antigüedad Tardía. Me refiero al episodio de los familiares de Honorio en Hispania entre los años 408-410. Orosio, Sozomeno y Olympiodoro nos informan que hacia el 407 vivían en Hispania 4 hermanos (fratres) que eran familiares (syngeneis) de Honorio, el emperador de Occidente, que residía en Ravena. Dos de ellos eran nacidos en Hispania (patria sua), los otros dos probablemente también. Sus nombres Dídimo, Veriniano, Lagodio y Theodosiolo. Aparentemente no ostentaban cargo alguno en la administración, eran, como observó ya E. Gibbon, «príncipes de sangre», miembros de la familia im-

25 Arce, J., Mercados rurales (nundinae) en Hispania en el siglo IV, in Homenatge a Miquel Tarradell (eds. J. Padró-Marta Prevosti-Mercé Roca-J. Sanmartí, Barcelona, Estudis Universitaris Catalans, col. XXIX, 1993, pp. 867-871. 26 Arce, J., Mercados rurales (cit. n. 25) p. 870-1 y Brogiolo, G.P. y Chavarría A., Aristocrazie e Campagne nell'Occidente de Costantinio a Carlo Magno, All'Insegna del Giglio, 2007, p. 30. 27 Bibliografía reciente sobre las villae en Hispania: Chavarría, A., El final (cit. en n. 8), Chavarría, A.-Arce, J.-Brogiolo, G.P. (eds.) Villas tardoantiguas en el Mediterráneo Occidental, Anejos de AEspA, XXXIX, Madrid, 2006 y C. FernándezOchoa- V. Garcia Entero-F. Gil Sendino eds., Las villae tardorromanas en el Occidente del Imperio. Arquitectura y función, ed. Trea, Gijón, 2008.

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perial.28 Ese era su único título. Eran, pues, nobles (nobiles) y ricos (locupletes). Tenían grandes propiedades en la Península. ¿Dónde? Al parecer en varias provincias de la dioecesis, y seguro algunas en Lusitania, eso es lo que nos permiten deducir las fuentes. Tenemos aquí el esquema característico de la propiedad de la tierra en este periodo que es también el esquema del siglo IV: grandes domini que acumulan tierras y villae y atesoran grandes cantidades de solidi. En este caso la pertenencia a la familia imperial les ha permitido acumular su riqueza, por herencia, por privilegios. A este tipo de propietarios corresponden las villae de Pedrosa, Cucufate, la Malena, Carranque etc. Melania tenía también propiedades en Hispania así como una serie de amigos de Símmaco. La geografía de estas propiedades era muy diversa, pero no se concentra por fuerza en una sola provincia. A diferencia de algunos senadores de Roma que visitaban de vez en cuando sus propiedades fuera de Italia, estos cuatro personajes habitaban en sus villae gozando de sus privilegios y de sus relaciones con la corte y defendían sus intereses y los de su patria. Estos propietarios, ante el peligro de ver sus tierras confiscadas por el usurpador Constantino III, que decide apoderarse de las provincias hispánicas en el año 408, a fin de completar su dominio de Occidente frente al emperador Honorio, se preparan a defenderse. Ante el hecho de la inexistencia de un ejército en Hispania que se oponga a las tropas del usurpador, deciden reclutar ellos mismos una tropa para enfrentarse al usurpador y defender sus propios intereses y los del emperador legítimo, Honorio. No tienen otra alternativa que reclutarla entre sus propios agricultores y esclavos. Orosio habla solo de servi (esclavos) (servulos tantum suos) pertenecientes a sus propiedades (ex propiis praediiis colligentes).29 El historiador Zósimo30 se refiere a que reclutaron una gran cantidad de oiketon kai georgon, esto es, esclavos y agricultores y Sozomeno poco más tarde, dice prácticamente lo mismo en su Historia Eclesiástica, refiriéndose a esclavos y campesinos.31

28 El episodio se encuentra en Or. 7, 40.5; Soz., HE, IX, 12; Zos. 6, 4, 3 (Paschoud). La observacioón de Gibbon en History of the Decline and Fall of the Roman Empire (edicion de J.B.Bury, de 1909), vol. 3, p.289. 29 Oro. 7.40.6; cfr. Chavarría, A., El final (citado en n.8), p. 57 (que se confunde). 30 6.4.3 31 Soz. 9.11. 4 Olymp. frag. 13.2 (Blockley).

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En este episodio tenemos la composición de la población que explotaba y vivía en las villae. El propietario, los esclavos y los agricultores que hemos de interpretar como personas libres. No se mencionan coloni. Constituir un ejercito significa pagar a sus componentes. Incluidos los esclavos. Y Dídimo y Veriniano lo hicieron vernaculis sumptis (utilizando sus propios recursos).32 El resultado fue el rustic army de los parientes de Honorio como lo llamó E. Gibbon, que fue capaz de oponerse a las tropas regulares y oficiales del usurpador Constantino III. Pero a un ejército hay que armarlo aunque sea mínimamente. Desde tiempos de Julio César existía la lex Iulia de vi publica que prohibía llevar armas a los ciudadanos o a los particulares.33 Se prohibía igualmente almacenar armas o armar a los esclavos.34 Solo a partir de 440, como recuerda la Novella Valentiniani 9, se restituye a los ciudadanos el derecho a usar armas en caso de peligro.35 ¿Cómo se armó a este ejército improvisado? Sabemos que en Hispania no había fabricae armorum.36 Pero tenemos, al menos, una descripción de un proceso idéntico en las cartas de Synesio de Cyrene. En el año 405, ante los ataques y razzias de los pueblos Mazetes y Ausanios a su territorio en Lybia, y ante la inanición e incompetencia del ejército romano oficial de la provincia de Cyrenaica, Sinesio nos describe en una serie de cartas cómo tuvo que recurrir a armar un ejército por su cuenta y a sus expensas. En una dirigida a su hermano Eutropio dice: «¿No vamos a ser razonables, no vamos a reunir a los campesinos (georgoi) a fin de salvaguardar a nuestras mujeres e hijos y a nuestro país e incluso a los soldados? Yo, por mi parte, ya he preparado las secciones de combate y he nombrado jefes...una gran cantidad de tropas, pagadas por mi, ya se concentran en Asousamas».37 En otra carta explica cómo van fabricando las armas ellos mismos: «Tengo ya 300 lanzas y otras tantas espadas. Tenía ya 10, pero las que fabricamos nosotros no son tan largas como las oficiales. Se han procurado también mazas (hechas de madera de olivo) y ha32 33

Orosio, ibid. Cf. Dig. XLVIII, 6: Lege Iulia de vi publica tenetur qui arma tela domi suae agrove inve villa praeter usum venationis veel itineris vel navigationibus coegerit. 34 Dig. XLVIII, 3 Cf. G. Rotondi, Leges publicae populi romani, Olms, Darmstadt1990, p. 450-1 con referencias y comentarios. 35 Novellae Valentiniani (in Codex Theodosianus II, (Mommsen-Meyer), reimpres. Hildesheim 1990, p. 90. 36 Al menos no aparecen registradas en la Notitia Dignitatum. 37 Ep. 125.

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chas».38 La fabricación local de armas no fue suficiente y en otra carta Synesio solicita arcos, flechas, caballos, frenos de caballo e incluso habla de la preparación de máquinas de guerra.39 No es una exageración pensar en un proceso semejante para el ejército de Dídimo y Veriniano. Pero, como era de esperar, este ejército fue derrotado. La consecuencia fue que Dídimo, Veriniano y sus familias fueron apresados y decapitados.40 Los otros dos, que parece que no intervinieron en el reclutamiento de tropas, ante la derrota de sus hermanos, huyeron de Hispania; Theodosiolo se refugio en Rávena en la corte de Honorio y Lagodio huyó a Constantinopla. Estos hechos implican que a partir de 408/9 muchas villae, muchos grandes dominios que pertenecían a los cuatro familiares de Honorio, quedaron abandonados. Tenemos aquí un primer y seguro conocimiento del abandono de grandes propiedades que quedaron vacías para su reocupación por parte de la población local o por los mismos siervos, agricultores o gestores de las propiedades cuando todavía estaban sus patrones. Este abandono no se dio como resultado de la llegada de los suevos, vándalos y alanos- que llegaron después, en el 409- sino antes, como consecuencia de la usurpación de Constantino III. ¿Cuántos otros mas possesores abandonaron sus tierras y villae en ocasión de este episodio? Probablemente muchos. Estamos en una situación semejante a la que sucedió en la Península en época de Septimio Severo como consecuencia de la usurpación de Clodius Albinus. Sabemos que entonces muchas de las tierras pertenecientes a las élites que apoyaron al usurpador fueron confiscadas como represalia.41 Constantino III hizo probablemente lo mismo con aquellos que no aceptaron su rebelión. El temor de los familiares de Honorio lo demuestra. El problema es saber si estos dominios pasaron a pertenecer a la res privata imperial o si los encomendó a otros partidarios suyos o si pasaron a ser ocupados por campesinos y esclavos.42 Pienso que estos nuevos inquilinos no utilizaron ya las residencias con los mismos fines y

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Ep. 108. Ep. 133. Olymp. Frag. 17 (Blockley) y Soz. 9.11.2 y 12.3; Zos. 6.1.1 (Paschoud). 41 HA, VSeveri, 12.1.3. 42 El senatus consultum de Cneo Pisone patre recuerda como Augusto había regalado a colaboradores suyos en las guerras en Dalmatia saltus y otros terrenos de explotación en recompensa por sus servicios: cf. Eck, W.,-Caballos, A., -Fernandez, F., Das senatum consultum de Cn. Pisone patre, Vestigia, 48, München, 1996, p. 44 l. 84 y ss.

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uso que sus antiguos dueños. Es en este momento cuando comienza realmente la transformación de las villae ( o al menos de algunas villae). El otium no formaba parte del ideal de vida de estos nuevos inquilinos. Ni tampoco la cultura aristocrática del recibimiento y cena con los amici y clientes.43 Los espacios de la villa se reutilizan, a partir de entonces, para otras funciones más prácticas, más concretas y sobretodo mas productivas. Este cambio de actitud se evidencia de modo claro en el uso de las termas. Son las termas los espacios que generalmente se reutilizan para otras funciones. Ello significa que el placer del balneum, íntimamente ligado a la cultura romana, no es ya el horizonte cultural de los nuevos inquilinos. Los nuevos usuarios de las villae pueden y de hecho siguen utilizando sus instalaciones como residencias y habitación, mientras otras partes de la villa se utilizan para otros menesteres. No importa convivir con animales, depósitos u hornos de cerámica. El concepto de la domus romana se ha desintegrado porque tampoco existía para ellos el mismo concepto de familia que determinó la organización de los espacios y reguló las funciones de las residencias romanas.44 Estos nuevos inquilinos no son poseedores de grandes fortunas y necesitan subsistir, subsistir y almacenar en previsión de los avatares de los tiempos inseguros en los que tendrán que seguir pagando las tasas. Estos nuevos inquilinos no son los suevos, vándalos o alanos. Son hispanorromanos. LA VILLA LUGAR DE OTIUM, PERO TAMBIÉN DE EXPLOTACIÓN Y PRODUCCIÓN La transformación de las villae da lugar al abandono las antiguas estructuras arquitectónicas, la reutilización de diversos materiales, a la rotura de los pavimentos. Algunos historiadores y arqueólogos han mantenido que la «infraestructura para la explotación de la tierra es en cierto modo secundaria en las villae frente a la espectacular pars urbana».45 Yo no lo creo así. Disponemos de muchos textos que

43 Cfr. P. Ellis, Power, Architecture and Decor: How the Late Roman Aristocrat Appeared to his Guests? in E. K. Gadza (ed.), Roman Art in Private Sphere, Michigan, 1991, p. 117-134. 44 A. Wallace Hadrill, The Social Structure of the Roman House, PBSR, 1988, pp. 43-97. 45 Ariño, E., y Diaz, Pablo C., El campo: propiedad y explotación de la tierra, in Teja, R., (ed.) La Hispania del siglo IV, Edipuglia, Bari, 2002, pp. 59-96 (p. 64).

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indican justamente lo contrario. De las cartas de Simmaco se deduce que él administraba directamente sus propiedades para mejorar la producción -una preocupación manifestada en las Epist. 1, 2, 3, 6, 7 etc.46 Y si no lo podía hacer él personalmente eran los conductores los encargados de hacerlo, con los que mantenía frecuente relación. La descripción de la villa de Ausonio en Aquitania- que se encuentra en su pequeño poema de Herediolono solo es un canto al retiro y a los placeres del otium -bien merecidos como el mismo dice post multos annos honoratissimus in palatio- sino que muestra un interés extremo por sus cultivos: 200 iugera cultivables, 10 utilizadas como viña, 200 para pastos, de un total de 264 hectáreas.47 El tratado de Palladio, encaminado a ilustrar a los terratenientes sobre la explotación y los métodos más rentables de producción agrícola, muestra igualmente que la villa de la antigüedad tardía es un centro de producción esencialmente, aunque sirva para otros menesteres como la representación y el ocio.48 D. Vera considera que hay que combatir con «extrema decisión la idea difundida entre los estudiosos de que las propiedades de la aristocracia tardorromana estaban destinadas a hacer disfrutar a sus propietarios y que sus funciones productivas eran algo secundario o prácticamente inexistente».49 Al contrario, ciertamente, la villa es un verdadero centro de producción. Para el caso de Hispania las investigaciones están progresando de forma rápida demostrando cada vez más claramente este aspecto y su función productiva. Los ejemplos son múltiples: Milreu, Sao Cucufate, El Saucedo, Vilauba, la Cocosa y tantas otras.50 Diversos estudios han mostrado, con base arqueológica, las actividades económicas de las villae (agricultura, ganadería, textil, metalúrgica etc.).51 El cuadro resultante es relativamente satisfactorio en cuanto a la producción: aceite, vino, trigo, legumbres, cerezas, ciruelas, manzanas y un notable papel de

46 Symm. Epist. 1, 3, 2-10; 2, 60; 3, 23; 6, 66; 7, 18. Cfr. para el tema Sfameni, C., Ville residenziali nell'Italia tardoantica, Edipuglia, Bari, 2006. 47 Aus. de Herediolo, 3.1, 29-32. 48 Giardina A., Palladio, il latifondo italico e l'occultazione della società rurale, apéndice a Giardina, A, Le due Italie, in Società romana e impero tardoantico, I, pp. 31-36, Roma-Bari, 1986. 49 Vera, D., Simaco e le sue proprietà: structture e funzionamento di un patrimonio aristocratico del quarto secolo d.C., in Paschoud, F., Colloque genèvois sur Symmaque, Paris, 1986, pp. 235. 50 Bien estudiadas ahora por Chavarría (cit. n. 8). 51 Chavarría, (cit. 8), p. 79 y ss.

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la ganadería, la caza y la pesca.52 Otro problema es cuantificar esta producción. Las industrias encontradas en las excavaciones, los talleres, no parecen preparados para una producción en gran escala, sino simplemente de autoabastecimiento. Tampoco conocemos bien los depósitos de almacenaje que están mucho mejor identificados como asociados a los establecimientos en las regiones del norte de la Galia o en Bélgica o Germania. Los trabajos de Javier Salido sobre graneros y depósitos en las villae aclararan algunos de estos aspectos.53 HORREA Una inscripción de Numidia, de época de Valentiniano I y Valente, se refiere a los horrea como el edificio imprescindible y necesario para la seguridad del pueblo romano y los provinciales: horrea ad securitatem populi romani pariter ac provincialium constructa.54 De estos edificios tan esenciales para el almacenamiento destinado al consumo, a pagar las tasas en especie, no hay, en ámbito urbano tampoco, casi ninguna evidencia clara en Hispania. Probablemente el edificio alargado del yacimiento del Cerro de la Oliva, identificado como Recópolis, es un horreum (y no un conjunto palatino) lo que, combinado con otros elementos del yacimiento, permiten identificar la ciudad como una ciudad fiscal (sea o no sea Recópolis), lugar que no necesitamos identificar como una sedes regia del hijo de Leovigildo o destinada a él.55 Una reciente propuesta de Fdz. Ochoa y Morillo, repetida insistentemente en varias publicaciones,56 propone que el amurallamiento de las ciudad del noroeste en época tardía obedece a la necesidad de proteger y preservar el transporte annonario. No obstante esta tesis, y sin entrar aquí en todos los problemas que conlleva, encuentra el obstáculo principal para ser verosímil en el hecho de que en ninguna de esas ciudades se han identificado horrea destinados a tales menesteres. Sin embargo, sí tenemos una ins-

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Chavarría, ibid. Salido, J., Los sistemas de almacenamiento y conservación del grano en las villae hispanorromanas, in Las villae tardorromanas... (cit. n. 27 ), pp. 693-706. 54 Rickman, G., Roman Granaries and Store Buildings, Cambridge, 1971, p.184. 55 Arce, J., Recópolis, la ciudad fantasma (Homenaje al Prof. L. Garcia Iglesias, en prensa). 56 Fernández-Ochoa, C. y Morillo, A., Walls in the Urban Landscape of Late Roman Spain, : Defense and Imperial Strategy, in M. Kulikowski-K. Bowes (eds.), Hispania in Late Antiquity, Leiden, 2005, pp. 299-340.

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cripción muy poco conocida y divulgada, del año 387, en época de Valentiniano II, que testimonia la construcción de un horreum en la localidad de Oretum (prov. Ciudad Real, actual Granátula).57 Oretum es un municipium de la Cartaginiensis (cuyo topónimo actual significa «el pequeño granero»). La inscripción dice: «De la officina de Homonio, que lo uses bien en Cristo, Vascón (uetere felix Vasconi in Christo (crismón)». La inscripción dice después que la obra se hizo a instancias de Tiberiano (procurante Tiberiano) durante el tercer consulado de Valentiniano y de Eutropio, siendo escriba Elefanto y magistri Vitaliano y Nebridio. No sabemos donde se encontró exactamente (hoy se encuentra empotrada en los muros de la Iglesia de Santa Ana de la localidad, donde yo la he visto y leído). Es una placa de mármol de unos 50 cm de alto por 80 de ancho. Podría perfectamente haber estado a la entrada del horreum, al lado de la puerta. Dejando de lado los varios problemas que plantea este texto, hay que señalar la fórmula utere felix Vasconi in Christo. Sin duda Vascón es el dominus, el dueño privado, el propietario del hórreo o su administrador principal. Pero la frase «que lo uses felizmente en Cristo» alude al carácter cristiano del propietario o al del hórreo mismo. Es posible que el hórreo estuviese destinado a la distribución de trigo para los necesitados y pobres de la población. Es conocida la existencia de horrea eclesiastica u horrea ecclesiae, administrados por los obispos en época tardía. ¿Era el de Oretum uno de ellos y por eso se refiere a Cristo y a su buen uso in Christo y de ahí la presencia del crismón? La inscripción nos informa igualmente de la presencia de tres funcionarios ocupados del horreum y de su administración. Los tres están relacionados con las operaciones de la collatio o recolección de impuestos. Conocemos con detalle, gracias a los rescriptos del Codex Theodosianus, la diversas operaciones que implicada la recolección de impuestos. El grano recogido era almacenado en horrea o granaria pertenecientes al propietario (dominus) de las tierras (dominus qui fructum capit, tributa exigi iustum est).58 Cuando el trigo era llevado a los horrea de cada ciudad debía ser inmediatamente registrado (frumenta quae horreis infertur, illico apocharum cautionibus annotentur59). Estos adnotatores, o scribae, registraban las cantidades bajo supervisión de los sus-

57 Estudiada en Arce, J., Epigrafía de la Hispania Tardorormana, (cit. n. 9). 58 CTh 11.3.4. 59 CTh 12.6.16.

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ceptores. El cargo de scriba solía durar un año fiscal. Estos registros eran luego presentados al gobernador en sus visitas anuales como explica con precisión la tabula de Trinitapoli, de época de Valentiniano I.60 En la inscripción de Oretum tenemos atestiguada la presencia del scriba Elefanto y de los magistri, encargados de los scrinia, o archivos, Nebridio y Vitaliano. Aunque el horreum fuera destinado a la administración de la Iglesia, las operaciones de control eran imprescindibles. La inscripción demuestra que los horrea eran edificios comunes incluso en localidades pequeñas como Oretum, situada en un territorio abundante en trigo, y demuestra igualmente que la organización ciudadana aún a fines del siglo IV seguía vigente, especialmente por lo que se refería a la administración y recolección de impuestos. Si se acepta que el horreum de Oretum es un horreum ecclesiae, sería el primer y único caso atestiguado en Hispania. LA ALIMENTACIÓN Y LA DESPENSA (CELLARIA) DE LAS VILLAE Puesto que hablamos de almacenes y depósitos de conservación podemos preguntarnos ahora si es posible saber cuál era la despensa (cellaria) de estas villae, de qué se nutría esta población. Ya hemos aludido a la producción de trigo, vino, aceite, hortalizas, caza (jabalíes, conejos), pesca evidenciada en las excavaciones de algunas villae. Un texto de época de Ausonio -los Hermeneumata- que es un vocabulario para niños que deben aprender en la escuela el latín y el griego, ofrece una útil descripción de la despensa de una casa. Una de las escenas se desarrolla a la hora de comer. La madre encarga al joven poner la mesa y traer todo lo necesario para la comida familiar. El joven nos desvela la despensa: trae vasa vinaria, vino y aceite y liquamen y cerveza. Además muchos condimentos: pimienta, laser, comino, sal, cepam y ajo y otros vegetales: caules, y puerros, betas y malvas, huevos y espárragos, nueces y faselia, ciruelas y peras, manzanas y lupinos, cardos y cebollas, raíces y nabos, vinagre y salsas, oryzia y tysana, alicam y pisum, habas. Pescados, calabazas y algo de porcino (porcinae aliquid) y porcellinae y carne salada, lardum, absinto y ajos.61 Esta es una comida

60 Giardina, A.-F. Grelle, La tavola de Trinitapoli: una nuova costituzione di Valentiniano I, MEFR, 95, 1983, pp. 249-303. 61 Dionisotti, C., From Ausonius Schooldays? A Schoolbook and its Relatives, JRS, 72, 1982, pp. 83-105.

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fundamentalmente compuesta de vegetales, aunque se trata de una domus rica y con medios. Destaca la ausencia de la carne (excepto el cerdo y el lardo). Es evidente que debió de haber grandes diferencias regionales en lo que se refiere a la alimentación. Los escritos de Galeno, aunque referidos a las condiciones de vida de las regiones de Asia Menor, son una mina de información para conocer la dieta de los habitantes de ciertas regiones de la pars Orientis. Un hecho básico emerge de sus textos que estamos autorizados a hacer extensivo a nuestra época tardía y a Occidente: que la alimentación en la ciudad y en el campo eran radicalmente diferentes. Muy inferior y simple en el campo, y mucho más refinada en la ciudad a la que se transportaba lo mejor. Si la villa residencial, su pars urbana, es un transplante de una domus ciudadana, dentro de la villa misma debieron de existir diferencias entre la alimentación de los possessores y los esclavos y agricultores que trabajaban las tierras. La diferencia entre alimentación ciudadana y alimentación rural era tal que los habitantes de la ciudad cuando se encontraban en el campo no podían soportar la comida de los campesino o agricultores y Galeno pode muchos ejemplos de ello.62 Galeno llega a afirmar que «el pan y el ajo son la dieta usual de las gentes del campo».63 A través de sus descripciones sabemos que la alimentación básica eran raíces, frutos silvestres y algunas extravagancias, como lagartos en vinagre.64 La carne era un lujo raro y el cerdo, como hemos visto, era el animal las común (muy recomendado para atletas, soldados y gladiadores). Los estudios de Joan M. Frayn sobre la dieta en las provincias occidentales, y específicamente en Italia, llegan a la misma conclusión:65 una gran parte de la alimentación estaba basada en herbae sponte nascentes, según la expresión de Plinio.66 TERMINOLOGÍA Pero en este panorama del ámbito rural de época tardía faltan muchas cosas, porque no es la villa el único componente del paisaje. El espacio rural esta salpicado de muy diversas aglomeracio-

62 Mitchell, St., Anatolia. Land, Men and Gods in Asia Minor, vol. I, Oxford, 1993, p. 168. 63 Mitchell, ibid., p. 169. 64 Mitchell, ibid. 65 Frayn, Joan M., Wild and Cultivated Plants: A Note on Peasant Economy of Roman Italy, JRS, 65, 1975, pp. 32-39. 66 Plinio, NH, 21, 50 (86).

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nes que generalmente no se han identificado.67 Ya en época alto imperial se habla de ellos: la lex Antonia de Termessibus se refiere a res, loci, agri, aedificia como los lugares del hábitat rural.68 No voy a entrar aquí en la discusión de términos como castrum, castellum, villula.69 Isidoro nos dice que vici et castella et pagi hi sunt qui nulla dignitate civitatis ornantur («las aldeas, los castella, los villorios están desprovistos de toda dignidad propia de la ciudad»), añadiendo que son meras aglomeraciones de personas que, por su tamaño, dependen (adtribuuntur) de las ciudades.70 Isidoro no menciona expresamente las villae (o las villulae) y me pregunto si el término no esta incluido, en este caso, en castella. En cualquier caso lo interesante del texto es que Isidoro demuestra que todos estos centros rurales (a los que debemos añadir, las stationes, mansiones, diversoria a lo largo de los caminos) dependían de las ciudades para su administración, economía, y defensa y otros me-

67 Ver discusión en Arce, J., Villae en el paisaje rural de Hispania romana durante la Antigüedad Tardía, in Villas tardoantiguas... (cit. n. 27). pp. 9-15. 68 ILS, 38. 69 Chavarría, El final (cit. n. 8), pp. 153-56 y Amancio Isla, Villa, villula, castellum. Problemas de terminología rural en época visigoda, Arqueología y territorio medieval, 8, 2001, pp. 9-19. 70 Ety. XV, 1,2.

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nesteres. El autor de las Etimologías continua diciendo que los vici están constituidos solamente por casas o son solamente calles y no poseen murallas y concluye señalando que castra era un término usado por los antiguos para designar una ciudad (oppidum) situada en lugares elevados mientras que castella es un diminutivo de castrum. En fin, los pagi, señala, son los lugares apropiados para las viviendas de quienes habitan en los campos.71 Toda esta disquisición terminológica, que no es exhaustiva, demuestra por un lado la gran variedad de establecimientos rurales que la arqueología debe detectar y que no forzosamente merecen el calificativo de villa, y por otro, la necesidad de la prospección arqueológica sistemática como único método para poder identificar la dinámica y la interdependencia de los establecimientos dentro de paisaje rural. Pero demuestra además que toda esta terminología conocida a través de los textos es ambigua, ambivalente y polisémica.

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Ety. XV, 2, 12.

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UN MUNDO EN TRANSFORMACIÓN: LOS ESPACIOS RURALES EN LA HISPANIA POST-ROMANA (SIGLOS V-VII)* POR

IÑAKI MARTÍN VISO Universidad de Salamanca Grupo de Investigación ATAEMHIS

RESUMEN Este trabajo se basa en una revisión crítica de los últimos avances sobre la organización del territorio rural hispano en época post-romana. Se lleva a cabo un estudio en torno a cuatro puntos fundamentales: la desarticulación del paisaje romano, la creación de nuevos «lugares de poder» (centros eclesiásticos, sitios de altura) vinculados a una nueva definición de las élitess, la formación de una red de asentamientos con un creciente papel de las aldeas como patrón fundamental, aunque convive con el hábitat disperso, y la reordenación de los espacios de producción, con una intensificación de la ganadería y con un protagonismo de áreas consideradas «marginales» en el sistema romano. Estos cambios son vistos como una profunda transformación de la organización territorial y social y con una mayor capacidad de agencia de los campesinos. PALABRAS CLAVE: Territorio. Paisaje. Patrones de asentamiento. Espacios agrarios. Espacios ganaderos. Hispania. Siglos V-VII. SUMMARY This paper is a critical review of the recent research about the organization of the post-Roman Hispanic rural territory. The four main aspects are: the disintegration of the Roman landscape, the creation of new «places of power» (ecclesiastical centres, hilltop sites) linked to a new definition of the élites, the shaping of new patterns of nucleated settlement, focused on the villages, although there was areas where the dispersed settlement was predominant, and the re-organization of the productive spaces, with the intensification of livestock practices and with the importance of some areas, which were «marginal» from the point of view of the Roman system. These changes were explained as a transformation of the territorial and social organization which involved an increasing peasant agency. KEY WORDS: Territory. Landscape. Settlement patterns. Agrarian spaces. Livestock spaces. Hispania. 5th-7th centuries.

1. ALGUNAS CUESTIONES PRELIMINARES R. Hodges (1989) diferenciaba el trabajo de historiadores y arqueólogos calificándolos como paracaidistas y buscadores de trufas respectivamente.

Se trata de una divergencia de miradas que no necesariamente implica una oposición cerrada entre ambas posturas, sino dos formas de ver el pasado que pueden y deben traspasarse a pesar de las dificultades. El objetivo de este trabajo me obliga a ser un paracaidista o más bien un especialista en caída libre. La dificultad estriba no solo en un objeto de estudio esquivo, pues al fin y al cabo sería necesario definir qué es el territorio rural, sino sobre todo porque los avances en este sentido han sido muy numerosos en los últimos años y sintetizarlos exige una capacidad analítica que los organizadores, a juzgar por el encargo, me suponen. En las últimas décadas se ha asistido a un despegue de la arqueología sobre los espacios rurales post-romanos, en buena medida propiciado por el urbanismo salvaje al que se ha visto sometido el territorio español. Ahora bien, los datos son todavía inseguros y en muchos casos poseen una calidad desigual que dificulta la integración en una explicación común. A ello se añade un rasgo que emerge con claridad a partir de los distintos estudios: la pluralidad de situaciones regionales. En realidad, puede verse Hispania como un gran mosaico, con evoluciones muy diferentes, ya que no es lo mismo la costa mediterránea que el interior de la meseta o que el valle del Ebro; e incluso cada una de estas regiones admite en su interior numerosas situaciones, en ocasiones muy dispares. Ninguna síntesis debe descuidar esa abigarrada «biodiversidad». Por otra parte, los avances en el registro arqueológico han ido reduciendo la importancia de los datos procedentes de los textos escritos como fuente primaria para el conocimiento del territorio rural. Si lo que se pretende es estudiar las formas del poblamiento y el paisaje, no cabe duda de que * Este trabajo se ha realizado dentro del proyecto de investigación HUM2006-03038/Hist. La redacción del presente estudio se finalizó en abril de 2009, por lo que no se han podido aportar los datos y reflexiones de trabajos publicados más allá de la fecha.

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la información que produce la arqueología ofrece una mayor potencialidad, no exenta por supuesto de debate (Barceló, 1988). En tal sentido, la capacidad que tienen las fuentes escritas es menor, aunque no debe en absoluto descuidarse, porque nos dan la imagen socialmente construida de los espacios rurales, tan importante como la constatación física de los mismos. Y, sobre todo, nos proporcionan una información relevante sobre la organización socioeconómica. Por tales razones, conviene tener en cuenta la, por otro lado, parca información sobre el espacio rural proveniente de leyes, hagiografías, crónicas u otro tipo de textos, aunque su pretensión jamás sea la de describir fielmente el territorio. Estas consideraciones se hallan en la base de la visión general que aquí presento. He optado deliberadamente por no realizar un estudio sustentado en la división regional, porque buena parte de las contribuciones aquí reunidas recogen los resultados de sus investigaciones sobre áreas geográficas concretas. Parecería no solo redundante sino también osado por mi parte realizar un abordaje de ese tipo. En consecuencia, he preferido enfocar mi exposición en una serie de líneas más o menos generales. Mi acercamiento no pretende eludir el carácter problemático que el estudio de los espacios rurales en este periodo posee todavía, ya que algunos de los aspectos que aquí se presentan son objeto de debate entre los especialistas. Por otro lado, a pesar de la deliberada opción por eludir una explicación basada en las diferencias regionales, estas no pueden obviarse y desde luego son un factor clave en la comprensión de la evolución general. Todo ello debe entenderse dentro del contexto de la Europa post-romana, donde cobran plenamente sentido algunos fenómenos que aquí se van a aludir. 2. EL FINAL DEL PAISAJE ROMANO Uno de los aspectos que la arqueología de los últimos años ha puesto de manifiesto es la clara diferenciación entre el paisaje rural romano y el post-romano. Es cierto que ese planteamiento estaba ya explícito en las teorías que observaban la dinámica de este periodo en clave de «decadencia y caída». La idea de una transformación −que en algunos casos llega a considerarse como una ‘acomodación de los bárbaros’− se ha convertido en paradigma a partir del seminal trabajo de P. Brown (1989). Sin embargo, lo que se ha modifi-

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cado es la comprensión de ese fenómeno, en el que convergieron distintos factores y realidades, que funcionaban con ritmos diferenciados en el tiempo y el espacio. No obstante, el reciente estudio de Ward-Perkins (2005) recoge ampliamente datos procedentes de todo el antiguo espacio romano para integrarlos en una explicación que pretende identificar ese proceso como una ruptura y una degradación socioeconómica. Aunque sus llamadas de atención respecto a la visión casi apacible que se ha dado de este periodo resultan necesarias, parece, en cambio, excesivo su énfasis en una especie de desastre absoluto que trajo consigo el final del sistema político romano. En el caso hispano, J. Arce (2005) ha revelado, en mi opinión acertadamente, que el supuesto caos que emerge de las fuentes escritas corresponde a una percepción parcial de los cronistas, cuyas opciones sociopolíticas no triunfaron, siendo más acertada una imagen de acciones militares y destrucciones con carácter puntual. La nueva situación aceleró algunos procesos previos y permitió la eclosión de otros nuevos. Un ejemplo es el papel de la uilla, que había ocupado un lugar principal, en un contexto de poblamiento disperso que se detecta en todo el Mediterráneo occidental. A pesar de que el paisaje rural tardorromano no estaba compuesto exclusivamente por uillae, que la densidad del sistema vilicario era muy desigual (no es lo mismo la meseta norte que la costa de la Tarraconense) y que había una fuerte diversidad entre los lugares que los arqueólogos han identificado como uillae, estos matices −en mi opinión necesarios y no siempre suficientemente valorados− no desbancan la centralidad de la uilla, debido a que en ella se hacían patentes las redes sociales, económicas y culturales que animaban la ecumene romana. Las investigaciones de los últimos años han permitido avanzar en el conocimiento de los procesos de transformación de las uillae. Un fenómeno destacable es la amortización de espacios residenciales y monumentales en beneficio de estructuras de carácter productivo, a veces ya en el siglo IV y en otras ocasiones más tardíamente. Este cambio de funciones puede venir asociado a la construcción de estructuras de hábitat en materiales perecederos y también es frecuente la transformación de algunas partes residenciales de la uilla en áreas funerarias, con una amplia cronología. Incluso se ha podido observar en algunos casos, como en la Villa Fortunatus, en São Cucufate o en La Cocosa, la presencia de centros de culto. Por supuesto, otros muchos lugares parecen ha-

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berse abandonado sin que aparezcan fases de este tipo.1 Alexandra Chavarría (2004b, 2006a, 2007) ha relacionado las transformaciones productivas con los cambios en la estructura de la propiedad, a favor de una mayor concentración en manos de la Iglesia y de las élitess bárbaras, aunque el proceso ya se habría iniciado en los siglos III y IV . Los

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grandes propietarios dejarían de vivir en las áreas rurales, por lo que los espacios residenciales de las uillae se reutilizaron para nuevos fines. Sin embargo, no es descartable que existiera una reordenación de las actividades productivas, como un fenómeno igualmente actuante en la nueva configuración física de las uillae. La presencia de necrópolis se relacionaría con los campesinos que

Fig. 1. Un ejemplo de las transformaciones en las uillae: Tinto Juan de la Cruz (Pinto, Madrid). De: Barroso Cabrera y otros, 2001.

1 Sobre estos aspectos, véanse los trabajos de Arce y Ripoll, 2001; Chavarría Arnau, 2004a, 2006a, 2007; López Quiroga, 2006. El caso de la uilla de Veranes (Gijón), ejemplifica per-

fectamente esas transformaciones, sobre todo con usos funerarios y una larga perduración de la ocupación del espacio de la uilla (Fernández Ochoa y otros, 1997 y 2005-2006).

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habitaban y trabajaban esas grandes propiedades, que ahora disponían de un nuevo lugar de enterramiento, prestigiado por la memoria social.2 De todos modos, si bien hay constancia de la permanencia de la gestión indirecta de los patrimonios fundiarios y la dispersión de los bienes, aspectos típicos de la gran propiedad tardorromana,3 no resulta tan evidente que hubiera una concentración de la propiedad más acusada que en periodos anteriores, al menos en Hispania. En tal sentido, otra explicación posible es que se hubiera llevado a cabo un incremento de la autonomía de los campesinos.4 Esto no quiere decir que estemos ante una suerte de «liberación» campesina, pero sí que quizá en determinadas áreas, allí donde el peso de lo vilicario era menos fuerte, como en el suroeste de la meseta del Duero, estas transformaciones serían el resultado de un aumento de la capacidad de agencia de los campesinos, sin que implique en absoluto una sociedad igualitaria o una vuelta a principios comunales prerromanos de base tribal. También se han enlazado estos cambios con el nuevo ethos social y cultural de las aristocracias. Se habría implementado un cambio cultural que promocionó a la Iglesia y a la actividad militar frente al ethos cívico, del que era una muestra arquitectónica la pars urbana de la uilla (Lewitt, 2003). Esta potenciación del evergetismo cristiano como vía de estatus no conllevó, sin embargo, la construcción inmediata de centros religiosos en las uillae. A pesar de que algunos estudios consideran que se trataría de un fenómeno atestiguado en el siglo V (López Quiroga y Rodríguez Martín, 2000-2001), A. Chavarría (2006b) ha demostrado acertadamente que se trata de amortizaciones más tardías, del siglo VI o posteriores –época en la que las élites reorientaron definitivamente sus horizontes hacia el mundo cristiano– y en algunos casos las pruebas de la construcción de tales lugares es endeble. La prioridad por la inversión religiosa –mucho más evidente en ámbitos urbanos– explicaría algunos cambios y abandonos, pero también debe destacarse que la riqueza material de las aristocracias post-romanas parece haber sido menor a la de la aristocracia senatorial tardo-

2 Algo similar a lo que sucede en la Galia merovingia; Effros, 2001. 3 Vera, 1998. Un buen ejemplo de ello es el patrimonio de Vicente de Asán, analizado por Díaz, 1998 y Ariño Gil y Díaz, 2003. 4 Hipótesis defendida para la Toscana italiana; Valenti, 2004.

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rromana (Wickham, 1989; La Rocca, 1998a). Sin duda los límites impuestos por los nuevos reinos impedían que existiese una propiedad extendida por todo el arco mediterráneo y, por el contrario, se potenció el desarrollo de propiedades dentro de cada uno de los regna. Por otro lado, la desaparición progresiva de las redes de producción y comercialización apoyadas por el sistema romano debió generar un cambio en las prioridades productivas. Cabe pensar que todos estos factores actuaron en los cambios que se constatan en el ámbito de las uillae. Es factible que algunas de las uillae dieran lugar a asentamientos de tipo aldeano, como se ha observado en el sur de Francia (Schneider, 2005). La existencia de necrópolis o de estructuras de hábitat en un estrato superior a los espacios residenciales podría ser un síntoma de ese proceso, así como la reutilización de materiales procedentes de la pars urbana para la construcción de cier-

Fig. 2. La implementación de edificios religiosos sobre uillae: el caso de São Cucufate (Vila de Frades, Vidigueira). De: Ripoll y Arce, 2001.

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tos asentamientos.5 El problema estriba en la poca densidad de nuestros datos, pues aún sabemos muy poco de la pars rustica de muchas de las uillae, cuya evolución hacia asentamientos campesinos resultaría más sencilla que en el caso de la pars urbana. De todos modos, no creo que este proceso fuese tan generalizado, pues los datos que tenemos tanto de prospecciones como de excavaciones en diferentes puntos de la Península Ibérica revelan que la mayoría de los asentamientos post-romanos son una creación nueva, sin relación con el periodo previo.6 En definitiva, se asiste a unos cambios complejos, que no deben entenderse como una catástrofe provocada por los bárbaros sino como la adaptación a las nuevas condiciones impuestas tras el pe-

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riodo post-romano. La supervivencia del sistema vilicario no superaría el siglo V, a pesar de la posible construcción de algún nuevo establecimiento, como Plá de Nadal (Juan y Vicent Lerma, 1989), que podría ser simplemente una suerte de palacio. La uilla tenía su sentido dentro del sistema romano y la desaparición, o cuando menos transformación, de éste conllevó cambios en la estructura vilicaria. Un reflejo de ello es la propia terminología, ya que la uilla dio paso a la uillula (Isla Frez, 2001; Arce, 2006).7 Otro elemento fundamental en el paisaje romano era la ciuitas, cuya proyección alcanzaba a amplios territorios del ámbito rural. Los estudios realizados han puesto de manifiesto que el mundo urbano tardorromano sufrió una considerable alte-

Fig. 3. El edificio de Plá de Nadal (Riba-Roja de Túria, Valencia). De: Juan y Vicent Lerma, 1989.

5 Como ocurre con La Vega, que utiliza materiales de La Pingarrosa, aunque no está clara en mi opinión su identificación con una aldea; Alfaro Arregui y Martín Bañón, 2006. Otro caso es la uilla de Saelices el Chico (Salamanca), aunque aún no pueda asegurarse si hay una secuencia de ocupación continua o un hiato; Ariño Gil, 2006: 325. 6 Este dato debe manejarse con cuidado, pues bien pudiera tratarse de una distorsión provocada por el tipo de yacimientos que se han excavado.

7 Hay algunos ejemplos en las fuentes narrativas de la época. En las Vitas Sanctorum Patrum Emeritensium, se indica cómo una inundación del Guadiana arrasó las uillulas aledañas al curso del río (VSPE, II, 96-99). Por otro lado, la Historia Wambae, 3 nos informa de la muerte de Recesvinto en la uillula de Gérticos, en el territorio de Salamanca.

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ración, que también dejó su huella en el caso hispano. Algunas urbes desaparecieron, mientras en otras la población se redujo considerablemente y se modificó sustancialmente la topografía a favor de ciertos focos eclesiásticos, especialmente episcopales. Estos cambios han sido objeto de un debate entre partidarios de la existencia de una profunda crisis del sistema urbano y quienes consideran estos cambios como producto de una transformación que se adapta a las nuevas condiciones sociales y política (La Rocca, 1986; Carver, 1993; Christie y Loseby, 1996; Brogiolo y Gelichi, 1998). En algún caso, la reordenación de los horizontes sociopolíticos de las élites, con una presencia más notoria de la Iglesia como poder social, dirigiría el antiguo evergetismo hacia la construcción de edificios religiosos y la donación de tierras, todo ello unido a la eclosión de un grupo de poder urbano menos formal que la curia (Wickham, 2005: 594-602); el ejemplo emeritense resulta paradigmático al respecto (Mateos, 1999). De todos modos, como acertadamente ha observado Brian Ward-Perkins (2005: 148-151), las iglesias conservadas de este periodo presentan unas dimensiones reducidas y parecen vincularse con la pérdida de capacidad económica de las propias élites. El reino visigodo mantuvo a la ciuitas como nódulo básico de su poder, donde residía el obispo, herencia indudable del pasado tardorromano. Se observa incluso la formación de alguna nueva ciudad, como Recópolis y El Tolmo de Minateda, que posiblemente corresponda a la sede de Elo (Olmo Enciso, 1998 y 2000; Gutiérrez Lloret, 2000), aunque se trata de fenómenos puntuales, vinculados a decisiones políticas concretas. De hecho, la proyección de la ciudad sobre el campo en este periodo parece haberse deteriorado en buena parte de Hispania. En el territorio surgen por doquier nuevos focos de poder, tal y como dejan entrever aquellos textos que ponen en un mismo nivel a las ciuitates y a los castra y castella, tanto en la organización del territorio8 como a la hora de recaudar tributos.9 Tampoco la acción episcopal se proyectaba homogéneamente sobre

8 Así, Hidacio dice en un pasaje de su crónica de que los hispanos que sobrevivieron en ciudades y castella a las plagas, quedaron sometidos a los bárbaros (Hyd., 41). También el Biclarense, al narrar la conquista de la Oróspeda por Leovigildo señala: et ciuitates atque castella eiusdem prouinciae occupant (Bicl., IX, 2). 9 Una antiqua, recopilada en época de Ervigio (680-687), vinculaba la organización de la annona al castellum en pie de igualdad con la ciuitas. LV, IX, 2, 6.

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el territorio que teóricamente estaba bajo su control. Ejemplos de ello no faltan, sobre todo en la zona centro y norte de la Península Ibérica, como demostraría la segregación de obispados o la ausencia casi total –salvo excepciones como Mijangos– de datos directos acerca de la intervención concreta de los obispos en ámbitos locales. Esto explicaría que fuera el obispo de Turiasso y no el de Calagurris, a la sazón la sede más próxima, quien encomendase a san Millán como presbítero del cuidado de la iglesia de Berceo (VSE, V-VI). Por tanto, la relación entre ciuitas y territorio rural, a pesar de la implementación de nuevos canales de tipo eclesiástico, se debilitó en el periodo post-romano (Díaz, 2000), lo que facilitó la eclosión de nuevos focos de poder que generan escenarios sociopolíticos propios.10 Todos estos cambios hunden sus raíces en el periodo tardorromano. Las invasiones bárbaras, aunque tuvieron una enorme influencia al modificar sustancialmente la arena sociopolítica, no deben considerarse como el precipitante de fenómenos que ya existían con anterioridad, aunque sí los aceleraron. El supuesto reparto de tierras o de impuestos −si se sigue las teorías de Goffart (1980)− en beneficio de los visigodos no tuvo por qué dejar una huella en la ordenación del territorio rural, ni provocar cambios sustanciales en el mismo. La presencia de necrópolis sobre antiguas uillae, con vestigios de cultura material supuestamente visigoda y militar (Palol, 1966; Ripoll, 1989; Barroso Cabrera, López Quiroga y Morín de Pablos, 2006), que se ha considerado la huella palpable de un asentamiento visigodo «popular», indicaría simplemente la presencia de una élite que imita formas culturales prestigiosas y que adopta un ethos militar, sobre todo como referencia simbólica. 11 Esta afirmación se basa en la constatación de que no puede hablarse de regis-

10 Se trata de una tendencia que admite variantes, como puede verse en el caso de El Tolmo de Minateda, que parece ejercer una cierta jerarquización espacial. Véase al respecto la contribución en este mismo volumen de Sonia Gutiérrez Lloret, Ignacio Grau y Blanca Gamo. 11 Un buen punto de comparación es el estudio de las reihengräberfelder de la Galia septentrional realizado por Halsall, 1995. Véase también La Rocca, 1998a. Llama la atención la reivindicación del carácter militar y visigodo de estas necrópolis al calor de los hallazgos de Azután (Barroso Cabrera y Morín de Pablos, 2007: 13-53), donde se llega a afirmar que: «nadie, fuera de nuestras fronteras, pone en duda el carácter étnico de tales piezas de adorno personal» (ibídem: 19), una afirmación a todas luces excesiva y que demuestra un desconocimiento de la bibliografía más reciente.

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tros arqueológicos étnicos (Brather, 2002) y que la presencia de broches de cinturón o de pequeños objetos de adorno indicarían la difusión de modas y no de una población visigoda. De hecho, las mal llamadas necrópolis visigodas tienen muchas similitudes con las «necrópolis del Duero» teóricamente anteriores y no asociadas a los visigodos (Domínguez Monedero, 1986; Fuentes Domínguez, 1989), y podrían corresponder a una población campesina, no necesariamente de origen exógeno, como prueban sus similitudes con las halladas en las aldeas madrileñas del periodo visigodo (Quirós Castillo, 2006a: 199-209). La cuestión está en saber si se puede hablar de un poblamiento visigodo diferente del poblamiento hispano-romano, lo que nos lleva también a plantearnos qué es ser visigodo, que en definitiva es una opción sociopolítica multiforme y dinámica, no estática, es decir una realidad «situacional» (Geary, 1983) que puede modificarse sin mayores complicaciones y que afecta sobre todo a la representación del estatus sociopolítico de las élites (Gasparri, 1997; Gillet, 2002; Pohl, 2003, Heather, 2008). 12 El registro supuestamente étnico sería más bien la expresión de identidades políticas variables e incluso solapables en la misma vida de un individuo con otras identidades (Jones, 1997). 13 En definitiva, no se puede rastrear un poblamiento visigodo «popular» −diferente del aristocrático− en el territorio rural, ya que la etnia es una cuestión sociopolítica que afecta a los grupos dominantes.14 Los supuestos campesinos visigodos no tendrían una cultura material distinta de los campesinos hispanorromanos y no hay constancia de que formasen grupos aparte aislados.15 Profundizar en su posible identidad étnica no creo que nos conduzca a resolver ninguno de los problemas que plantea el análisis del territorio rural.

12 De hecho, algunas de las mayores necrópolis estudiadas para este periodo, como El Carpio del Tajo o Cacera de las Ranas, corresponderían a una población mixta, lo que quizá debe interpretarse no en términos étnicos sino como muestra de diferencias sociales, plasmadas en aspectos culturales. Ripoll, 1999. 13 No debe obviarse además el componente creativo de la etnia por parte de discursos contemporáneos y mediante visiones estereotipadas del pasado, como ha demostrado Geary, 2002. 14 Véanse al respecto las interesantes reflexiones de Martin, 2008 sobre la gens como término que identifica fundamentalmente a la aristocracia y con los súbditos del rey godo. 15 Algunos investigadores –con los que concuerdo– defienden que las incursiones visigodas desde mediados del V hasta comienzos del VI tendrían que ver sobre todo con una política orientada al control de las principales ciudades. Domínguez Monedero, 1986; Escalona Monge, 2002: 59.

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Fig. 4. Mapa de las necrópolis ‘visigodas’. De: Palol, 1966.

3. LOS LUGARES DEL PODER EN EL ÁMBITO RURAL El declive de la hegemonía urbana sobre el territorio –que de todos modos no debía admitir intensidades zonales muy diferentes– provocó la configuración de nuevos centros de poder en el ámbito rural. La presencia de estos ejes no puede desligarse de las opciones económicas, sociales, políticas y culturales tomadas por las élites, que son las que dan significado a estos nuevos espacios. El problema se sitúa en la visibilidad de tales élites, para las que únicamente disponemos de algunos signos endebles que las reconozcan en el registro arqueológico (Zanini, 2007). Esto puede ser debido a que su capital económico era menor que el de las aristocracias del periodo romano, lo que nos llevaría a una debilidad del poder aristocrático en el periodo post-romano, pero también podría ser la consecuencia de un cambio sociocultural, al desaparecer la ostentación y dirigirse el prestigio social hacia la Iglesia o la actividad militar (Wickham, 1989; La Rocca, 1998b). Ambos factores no son excluyentes y podrían estar funcionando al mismo tiempo: la aristocracia postromana es menos rica y además invierte en otros campos de la arena social. La hipótesis de unas élites propietarias de tierras absentistas que habitarían en las ciudades debe matizarse. La Vita Sancti Æmiliani nos informa de cómo el senator Honorio vivía en una domus en Parpalines (VSE, XVII, 24; Castellanos, 1999: 34-35). Este lugar ha sido identificado con un paraje cerca de Pipaona, en el municipio de Ocón (La Rioja), en un ámbito plenamente rural. La prospección de superficie realizada ha puesto al descubierto un conjun-

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to de unidades de habitación separadas entre sí, a lo que se añadiría un hábitat aristocrático, asociado todo ello a una actividad productiva (Espinosa Ruiz, 2003). Parpalines demuestra que las élites propietarias no habían abandonado el campo. Es posible que la denominada uilla aulica de Plá de Nadal responda a esas mismas características (Juan y Vicent Lerma, 1989; Chavarría Arnau, 2006a: 35). Esta hipótesis de la residencia rural de las elusivas aristocracias postromanas podría reafirmarse de ser cierta la hipótesis recientemente planteada por Manuel Acién (2008) sobre la posibilidad de que ciertas torres, conocidas sobre todo a través de la documentación toponímica posterior, pero asociadas a vestigios altomedievales y en muchas ocasiones a antiguas uillae, que continuarían ejerciendo un papel simbólico en el paisaje, pudieran haber servido como patrón de asentamiento de estas élites. Aunque faltan datos se-

guros que permitan asegurar la vigencia de esta explicación y su generalización en el espacio hispano, me parece que se trata de una línea de trabajo que abre nuevas e interesantes perspectivas. Uno de los expedientes a través de los cuales se invertía en prestigio era la Iglesia y, más concretamente, la construcción de edificios eclesiásticos en el ámbito rural. Los concilios toledanos nos informan en reiteradas ocasiones de la participación de élites laicas en la construcción y gestión de las «iglesias propias». Se trataba de un instrumento muy útil para las aristocracias, que conseguían consolidar un patrimonio en torno a tales centros eclesiásticos y, lo que quizá fuese más trascendental, obtener parte del prestigio social y cultural de la Iglesia en su propio beneficio. Algunas de estas iglesias se erigieron sobre antiguas uillae,16 espacios dotados previamente de un especial contenido

Fig. 5. El enclave de Parpalines. De: Espinosa Ruiz, 2003.

16 Así sucede en el entorno de Emerita; Sastre de Diego, Cordero Ruiz y Mateos Cruz, 2007.

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simbólico, lo que representaba en cierta manera el devenir de los tiempos: se había pasado de la imitación de las formas urbanas vinculadas al imperio a la creación de pequeñas sucursales, controladas por los propietarios, del imperio celestial. De todos modos, la mayoría de ellas se construyeron en nuevos espacios (Chavarría Arnau, 2006b). Dentro del fenómeno de fundación de centros eclesiásticos ocupó un papel relevante el monacato y, en concreto, los monasterios familiares. Con ellos se perseguía la creación de bloques patrimoniales perdurables, que poseían además un potencial dinamismo expansivo en tal sentido, así como la obtención de un sólido estatus, auspiciado en el prestigio de la vida cenobítica (Díaz, 1987). Su creación respondería fundamentalmente a impulsos aristocráticos, aunque algunos testimonios hablen de comunidades campesinas que podrían estar detrás de estas iniciativas. En mi opinión, más que de campesinos se estaría hablando de élites locales, probablemente de riqueza y estatus muy inferior a la aristocracia de índole regional conectada con el poder regio; pero no serían simples labriegos, sino familias de grupos dominantes dentro de las comunidades, que utilizaron los monasterios como ejes de poder en el territorio rural. La dificultad estriba

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en diferenciar monasterios de simples iglesias, ya que los vestigios arqueológicos de unos y otros no tienen grandes divergencias, probablemente porque en la práctica tampoco las había (Chavarría Arnau, 2004c; Sastre de Diego, Cordero Ruiz y Mateos Cruz, 2007). De todos modos, hay algún ejemplo en el que las referencias escritas y los datos arqueológicos coinciden para afirmar que se trataba de un monasterio. Así ocurre en Punta de l’Illa (Cullera), donde se han encontrado los restos arquitectónicos de un conjunto monástico mandado construir por el obispo Justiniano de Valencia en el siglo VI, según reza un epitafio conservado (Rosselló, 2000b). Algunos epígrafes, destinados a conmemorar la acción desinteresada de los fundadores, atestiguan la creación de centros religiosos por parte de aristócratas (Chavarría Arnau, 2007: 51-52). Uno de los más significativos es la consagración en 607 de la iglesia de San Esteban in locum Nativola, erigida por Gundiliva a su costa, un importante personaje que se autotitula como illustris, quien anteriormente había construido otras dos iglesias más que ahora consagra el obispo de Acci (Duval, 1991). Se nos informa de una acción emprendida por un miembro de la más alta aristocracia, que invirtió en

Fig. 6. El monasterio de Punta de l’Illa (Cullera, Valencia). De: Rosselló, 2000b.

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la creación de iglesias posiblemente dentro de sus propiedades –aunque no es del todo evidente que Nativola fuese un mero predio de su patrimonio y no un lugar como tal en el que tuviese bienes–; pero además Gundiliva consiguió generar una vinculación con el poder episcopal que sancionó a posteriori la construcción de estas iglesias. Existen otros casos que ejemplifican esa actividad, por ejemplo, en el área del Bierzo17 o en el entorno regional de Emerita (Mateos y Caballero, 2003).

Fig. 7. El epígrafe de las iglesias de Nativota. De: Duval, 1991.

Iglesias y monasterios sirvieron como ejes de explotaciones económicas, ordenadas y gestionadas desde tales centros rectores. Un caso evidente es Melque, un posible monasterio en torno al cual se construyó un sistema hidráulico que permitía la utilización del entorno en su beneficio, si bien su datación es insegura y podría tratarse de un complejo erigido en el siglo VIII (Caballero Zoreda y Fernández Mier, 1999). Otro ejemplo procede de Santa Cruz de Valdezate (Burgos), una posible iglesia de los siglos VI-VII asociada a un conjunto de silos, destinados al almacenamiento de semillas y cosechas (Reyes Téllez, 1986). Se ha planteado que fuera una suerte de reserva de la comunidad, pero reflejaría más bien el control de la producción en el entorno inmediato a través de relaciones de dominio sobre los campesinos locales. Algunas excavaciones ponen de relieve la existencia de estas iglesias y monasterios, como sucede con El Bovalar, donde se erigió un edificio re-

17 Es el caso de la iglesia de los Santos emplazada en un predio de Ricimero; Ord. Querm., 4.

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ligioso, al que se asociaron en una fase posterior otras estructuras (Palol, 1989; Gurt i Esparraguera, 2007: 209). Más dudas ofrece el edificio sacado a la luz en El Cuarto de Enmedio (Pelayos, Salamanca), una estructura de carácter eclesiástico, quizá con un papel jerarquizador en la zona, a tenor de su posición topográfica dominante, pero del que se han ofrecido cronologías dispares (visigoda o altomedieval) (Storch de Gracia y Asensio, 1998: 153-154; Velázquez Soriano, 1993: 432-434). Otro caso es el de Santa María de Mijangos (Burgos), una estructura eclesiástica, posiblemente un mausoleo con una iglesia, que recibió el apoyo del obispo de Auca a finales del VI; se trata de un espacio integrado en un conjunto, el de Tedeja, que conformaba probablemente el principal punto de control visigodo en este sector norteño, a través del cual se proyectaría el dominio toledano sobre el territorio adyacente (Lecanda, 2000a y 2000b; Martín Viso, 2006: 176). También son conocidas algunas iglesias tradicionalmente datadas en época visigoda situadas en la meseta, como Quintanilla de las Viñas, San Pedro de la Nave o San Juan de Baños. Carecemos hasta el momento de análisis que vayan más allá de los edificios monumentalizados, por lo que no podemos saber con certeza si ordenaban algún tipo de territorio. Además estos edificios han sido precisamente analizados desde una nueva perspectiva que ha retrasado su construcción, al menos tal y como se han conservado, a los siglos posteriores a la conquista musulmana, por lo que quedarían al margen del periodo de estudio.18

Fig. 8. El conjunto de El Bovalar (Seròs, Lérida). De: Palol, 1989. 18 Se trata de la hipótesis planteada por Caballero Zoreda (1994-95) y aplicada a algunos de los casos aquí expuestos: Caballero Zoreda y Arce, 1997; Rodríguez Trobajo, Alonso Matthias y Caballero Zoreda, 1998; Caballero Zoreda y Feijoo Martínez, 1998. Aunque el debate ha servido para revisar críticamente algunas falsas certezas, la explicación post-visigoda no ha convencido a todos los especialistas, por lo que parece prudente de momento mantener la datación visigoda de estas iglesias, a la espera de datos más seguros sobre su cronología.

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De todas formas, disponemos de algunos ejemplares indudables de época post-romana, como sucede con la iglesia de El Gatillo de Arriba (Cáceres), posiblemente erigida en el siglo VI y con una continuidad hasta la época emiral (Caballero Zoreda, 2003). Sin embargo, es muy probable que no todos los centros eclesiásticos rurales dispusieran de ese grado de monumentalización y que deban generarse estrategias adaptadas a un tipo de vestigio menos visible. Esta hipótesis tiene la desventaja de que parte de la suposición de que existían esas iglesias, sin que tengamos de momento datos positivos sobre ellas; de hecho solo conocemos, aquí y en todo el Mediterráneo occidental, iglesias monumentalizadas. Por esa razón, se convierten indicios muy endebles en datos inequívocos que demostrarían que una determinada estructura era un lugar de uso religioso. Un buen ejemplo de ello es el yacimiento de Quinta da Ervamoira (Muixagata, c. Vila Nova de Foz Côa, Portugal), donde la presencia de un crismón cruzado en una tégula gravada con el dedo, lleva a considerar que la estructura en la que se halló sería una «basílica paleocristiana» (Guimarães, 2000). Se trata de un caso entre otros muchos que demuestra los límites de esta búsqueda, en muchas ocasiones dominada por un acusado apriorismo. En definitiva, lo que

Fig. 9. Iglesia de El Gatillo de Arriba (Cáceres). De: Caballero Zoreda, 2003.

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late es la idea de que todo el paisaje rural postromano estaba intensamente cristianizado, una hipótesis de momento no demostrada sobre el terreno, fuera de algunas áreas muy concretas, como el entorno emeritense. La construcción de iglesias propias y de monasterios no fue un expediente universal sino una opción más para las élites. Su elección dependerá de las condiciones locales en las que se muevan esas élites, que no son similares en todo el territorio peninsular. Uno de los factores que entrarían en juego para optar o no por la inversión eclesiástica serían las relaciones con poderes eclesiásticos superiores, en especial obispos, y la fortaleza de éstos. Si los prelados disponían de una posición sólida como líderes locales y principales agentes del poder central, y tenían un alto grado de penetración en el territorio, la creación de iglesias podría facilitar a los propietarios una herramienta para negociar con esos poderes y, llegada la ocasión, integrarse de manera bastante laxa en la red sociopolítica encabezada por el obispo de turno (Castellanos y Martín Viso, 2005). Pero no todos los prelados poseían una influencia similar y en ciertas zonas podría ser poco relevante esta opción, como sucedería en buena parte de la meseta o en el norte cantábrico. Otro factor sería el mayor o menor control de resortes de poder local: si el poder local estaba abierto y en discusión, sería más sencillo acudir al expediente eclesiástico para adquirir un plus de prestigio, asociado incluso a la monarquía. Por último, otros dos factores debieron actuar como variables de considerable importancia: la capacidad económica de las élites para invertir en estos monumentos y el grado de penetración de las prácticas religiosas cristianas en el ámbito rural. Ambos aspectos no eran desde luego homogéneos en todo el territorio e implicaban diferencias notables que explicarían las opciones tomadas por las élites. Creo que, antes de realizar explicaciones generales a un proceso complejo, plural y no necesariamente uniforme en el espacio y el tiempo, convendría analizar de manera local esos factores para poder ofrecer una interpretación más adecuada de este fenómeno. Junto con los centros eclesiásticos, aparecen como elementos de un paisaje relacionado con el poder dentro del ámbito rural los castra y castella. Se trata de lugares situados en altura, dotados de murallas, generalmente pétreas. La hipótesis de que fuesen uillae fortificadas podría ajustarse a algunos contextos concretos y no parece que pueda generalizarse, a tenor de los datos arqueológicos que demuestran contundentemente la ocupación de dichos

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espacios de altura.19 Los testimonios escritos coetáneos reiteran la importancia de estos castra y castella. Así, Hidacio relata cómo solo se libró de los saqueos de Teodorico, tras la batalla del río Órbigo, el Coviacense castrum (Valencia de Don Juan, León).20 También san Millán acudió de joven al castellum Bilibium, cerca de Las Conchas de Haro para instruirse en las vías del ascetismo por parte de Felices, que vivía allí.21 Por su parte, el Biclarense narra la campaña de Leovigildo contra la Oróspeda en la que conquistó ciuitates atque castella.22 Por último, una curiosa pizarra procedente de Cuarto de las Hoyas de la dehesa del Cañal (Pelayos, Salamanca) repite el sintagma suscepimus per castros, que parece identificar la existencia de un entramado de lugares de este tipo en la zona (Velázquez Soriano, 2004: nº 20; Revuelta Carbajo, 1997: 122; Martín Viso, 2008a: 229-230). La creciente importancia de estos sitios de altura se ha observado en otras zonas del Mediterráneo occidental. Se trata de un proceso plural, en el que se engloban distintas iniciativas y objetivos, por lo que resulta difícil dar una explicación unitaria. Algunos de estos núcleos responderían a la organización administrativa de los estados post-romanos (Brogiolo y Gelichi, 1996), pero también se ha planteado la interpretación de una creación obra de campesinos liberados del marco de la gran propiedad (Francovich y Hodges, 2003; Valenti, 2004), así como la existencia de élites que habrían utilizado estos lugares fortificados como centros de un poder regional o comarcal, en diálogo directo con las comunidades y con el poder central (Schneider, 2005; Brogiolo y Chavarría Arnau, 2005: 76-77). Esa pluralidad de situaciones también ha sido resaltada en el caso hispano (López Quiroga, 2001), aunque, dentro de esa heterogeneidad, parece que muchos casos deben relacionarse con la efervescencia de nuevos poderes locales (Castellanos y Martín Viso, 2005; Chavarría Arnau, 2005; Martín Viso, 2008a).

19 La identificación de los castella con villae fortificadas al menos en el siglo V, es defendida por Arce, 2005: 234-243. Para este investigador, más adelante se trataría, al menos en el caso del Biclarense, de un término para designar el mundo rural, que no debe tomarse al pie de la letra, y, siguiendo a Isidoro de Sevilla, los castella, al igual que los vici y pagi, serían dependientes de las ciudades; Arce, 2006: 11. Pero esto podría ser más una percepción teórica del sabio hispalense, ya que el imaginario político visigodo veía la administración del regnum a partir de las ciuitates. 20 Hyd., 179. 21 VSE, II, 9. 22 Bicl., IX, 2.

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Existen algunas ocupaciones de lugares de altura que no responden a la presencia de poderes aristocráticos empeñados en su creación. En el sudeste peninsular, se conocen una serie de asentamientos emplazados en lugares de altitud extrema, con unas dimensiones reducidas, que carecen de elementos fortificados. Este poblamiento «encaramado» se vincularía con una iniciativa campesina, provocada por la crisis del sistema esclavista romano. Volveré sobre este fenómeno más adelante, pero resulta evidente que no se trata de centros de poder en el ámbito rural. Por otro lado, en el noroeste peninsular se han detectado ocupaciones temporales de castros, que obedecerían a una coyuntura muy concreta, que no superaría el siglo V (López Quiroga, 2004: 218-219; Rodríguez Resino, 2005: 164-170). Serían la expresión arqueológica de los castella tutiora mencionados por Hidacio, a los que acudió la población hispanorromana para defenderse de los ataques de los bárbaros, aunque también se han encontrado en espacios como el alto valle del Paiva (Portugal), con una cronología algo posterior (Vieira, 2004: 59-60).23 Contrastarían con otros castros, situados en áreas de montaña, cuya ocupación más tardía –del siglo VII– estaría marcada por la presencia de tumbas excavadas en la roca, los cuales corresponderían a iniciativas campesinas similares al «encaramamiento» del sudeste. Por tanto, hay un amplio haz de de posibilidades, que implica una fuerte heterogeneidad que se observa igualmente en la cronología (Chavarría Arnau, 2004-05: 190-191). Ahora me interesa un modelo que puede relacionarse con la presencia de élites locales. Se trata de ocupaciones que combinan la existencia de un hábitat con la fortificación y con el emplazamiento en posiciones de altura relativa, sin condiciones geográficas extremas. La presencia de este tipo de sitios de altura, que podemos identificar con los castra o castella de las fuentes escritas está documentada en numerosos sectores de la Península Ibérica, tales como la meseta del Duero, la Rioja, la costa levantina, los Pirineos, el valle del Ebro o zonas del interior de Andalucía. Por supuesto, la intensidad de este proceso no es similar en todas partes, ni se puede hablar de un fenómeno general, ya que determinadas zonas, como el Cantábrico, no poseen vestigios ciertos de este patrón de asentamientos. El origen de estas ocupaciones se encuentra todavía en discusión. Aunque el papel de estos luga-

23 Una situación similar se ha defendido para Navarra; Larrea, 1998: 74-77.

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res se incrementó a partir del siglo V, pudieron haber estado ocupados con anterioridad, es decir al margen de la actividad bélica de los bárbaros y de la inseguridad política provocada por ella, ya que se conservan materiales cerámicos tardorromanos (Gonzalo González, 2006; Vigil-Escalera Guirado, 2007: 247-248). En cualquier caso, no deben verse como una consecuencia del embate de los pueblos germánicos, cuya violencia ha sido exagerada por las fuentes –aunque sin duda la hubo–, sino del declive del papel de las ciuitates como entes eficaces en el control del territorio rural. A medida que la nueva articulación sociopolítica fue madurando y, por tanto, las transformaciones se fueron consolidando, estos centros alcanzaron una mayor importancia. Por el contrario, allí donde la ciuitas mantuvo una posición central como «lugar de poder», estos castella no se documentan; así se explica que en las VSPE no se cite ninguno de estos sitios de altura, que son, en cambio, escenarios habituales en otras fuentes hagiográficas. No disponemos de muchos datos específicos sobre estos lugares, ya que la mayoría de ellos no han sido objeto de excavaciones.24 Sin embargo, pueden rastrearse algunos datos a partir de casos específicos. Un elemento importante es que estos castra poseen una función habitacional permanente: no eran el asentamiento temporal de una guarnición y su pervivencia a lo largo del tiempo implica que se mantuvieron más allá de la supuesta inseguridad política. Así conocemos la presencia de estructuras de habitación, realizadas con zócalos de piedra en lugares como: Cabeza de Navasangil (Solosancho, Ávila), El Cerro del Castillo (Bernardos, Segovia), Puig Rom (Roses, Gerona) –donde además de han localizado numerosos silos que indicarían una actividad de carácter agrario– o Roc d’Enclar (Andorra) (Larrén Izquierdo, 1989, Palol, 2004: 15-16, Gonzalo González, 2006: 32-37; Bosch, 1997). Incluso El Cristo de San Esteban (Muelas del Pan, Zamora), al que se ha dado una finalidad exclusivamente militar, presenta algunas estructuras de habitación, así como silos que podrían corresponder a un almacenamiento de carácter familiar (Domínguez Bolaños y Nuño González, 2001). Estos lugares se encuentran fortificados mediante murallas en piedra, normalmente de gran grosor y considerable altura, incluyendo en ocasiones torres defensivas. A pesar de esta apariencia, se 24 O han sido objeto de intervenciones que no han abordado cuidadosamente este tipo de ocupaciones, por lo que los datos son inseguros. Véase, para el caso de Salamanca, Ariño Gil, 2006: 330-333.

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Fig. 10. Un ejemplo de sitio de altura: Cabeza de Navasangil (Solosancho, Ávila)

Fig. 11. Reconstrucción de la fortificación de Puig Rom (Roses, Gerona). De: Palol, 2004.

utilizan materiales locales reaprovechados y técnicas relativamente sencillas, alejadas de la poliorcética de las ciudades, que a veces pretenden imitar (García Guinea, González Echegaray y San Miguel Ruiz, 1966: 24; Rosselló, 2000a; Palol, 2004: 5152; Fuentes Domínguez y Barrio Martín, 1999; Gonzalo González, 2006: 26-28). Así, en la depresión de Vera (Almería) los lugares de altura amurallados, como Los Orives y Cerro de Montroy, fueron construidos con una técnica calificada «de segundo orden», con una ejecución escasamente planificada en la que se utilizó mano de obra local (Menasanch de Tobaruela, 2003: 255). En El Cristo de San Esteban, se han definido las obras de la muralla, en especial el reforzamiento de la segunda fase, como una operación ejecutada con «apresuramiento e impericia» (Domínguez Bolaños y Nuño González, 2001: 109). La relativa sencillez de las técnicas empleadas y la reutilización de materiales cercanos se vincularía a una empresa local ordenada por una élite interesada en la creación de tales

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lugares, en principio alejados de los intereses de los campesinos. Los restos materiales recuperados en estos sitios de altura evidencian un consumo relacionado con la existencia de individuos dotados de cierto poder económico. En el valle del Vinalopó (Alicante), los sitios de altura concentran en el siglo V la mayoría de los restos de cerámicas de importación, concretamente ARS y ánforas, que documentarían una circulación de mercancías. Aunque estos lugares continuaron ocupados en los siglos posteriores, las cerámicas de importación desaparecieron a favor de producciones locales a torno lento o a mano, lo que sería consecuencia de la limitada capacidad de obtención de estas piezas y no de una caída en la demanda (Reynolds, 1993: 36-37). Los lugares con una ocupación más tardía no ofrecen ese tipo de materiales. Este cambio se advierte más claramente en Roc d’Enclar, donde la población dejó progresivamente de consumir productos cerámicos provenientes de la Narbonense y aumentaron las producciones locales (Bosch, 1997: 107). En la meseta del Duero, los materiales de importación son mucho más escasos, pero predominan producciones locales, inferiores en calidad a las tardorromanas, aunque de mayor nivel técnico que las de otros yacimientos coetáneos de la región (Bohigas Roldán y Ruiz Gutiérrez, 1989: 42-49; Larrén y otros, 2003; Gonzalo González, 2006: 4041). Por otra parte, en algunas zonas del interior de Lusitania, se ha podido establecer una conexión entre sitios de altura y hallazgos de tremisses visigodos, un signo visibilizador de las élites, las únicas capaces de tener ese numerario y de atesorarlo (Martín Viso, 2008b). La posición topográficamente dominante de estos sitios de altura ha permitido su identificación con partes de un entramado defensivo en profundidad. Pero, aún siendo evidente la condición geoestratégica de algunos lugares, parece que el emplazamiento estaba en relación con el control socioeconómico del espacio circundante, como ocurre con los castros del interior asturiano (Fernández Mier, 1999: 176-181) o con los situados en la parte occidental de la meseta del Duero (Gutiérrez González, 2001; Martín Viso, 2008a). En la depresión de Vera (Almería), los asentamientos de este tipo se encuentran en espacios relativamente marginales con respecto a las áreas de cultivo que habían sido densamente ocupadas en época romana. Pero disfrutaban de un emplazamiento desde el cual se controlaba un territorio con diversidad de producciones, incluyendo áreas de costa y zonas de minería, sin que pueda esta-

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blecerse con claridad una organización de tipo militar que explique su ocupación (Menasanch de Tobaruela, 2003: 254-255). La importancia adquirida por estos centros como ejes territoriales es corroborada por las fuentes escritas, como la referencia que hace Valerio del Bierzo al castrum Petrense, en cuyo territorio se hallaba el predio de Ebronanto.25

Fig. 12. El emplazamiento de los sitios de altura en la depresión de Vera (Almería). De: Menasanch de Tobaruela, 2003.

Como resultado de los datos expuestos, se desprende que la mayoría de estos castra pueden interpretarse como el resultado de la eclosión de nuevas formas de poder en el espacio rural. Serían consecuencia no tanto de la inseguridad política (Carr, 2002) como de la eclosión de nuevas formas de poder en el espacio rural, que buscaban el dominio sobre áreas comarcales, pero con una dimensión básicamente socioeconómica (Martín Viso, 2008a). El hecho de que se fortificasen podría responder a la necesidad de marcar una autonomía relativa de estos notables locales con respecto a otros poderes, con los cuales emprenderían una negociación (Castellanos, 2008). Pero no pueden descartarse iniciativas de carácter estatal, patrocinadas por los reyes, con la pretensión de do-

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minar determinados espacios. Así parece ocurrir con Tedeja (Mijangos, Burgos), donde la condición geoestratégica del lugar (dominando la hoz del río Ebro), la calidad de las técnicas poliorcéticas y la asociación con importantes elementos cultuales y con el obispo de Auca, serían indicios de esa relación con el poder estatal (Lecanda 2000a; Bohigas, Lecanda y Ruiz Vélez, 2000; Bohigas, Lecanda y Ruiz Vélez, 2001). También se ha planteado que en los Pirineos existiera un conjunto de fortificaciones de tipo clausurae, a las que pertenecerían ciertos castra citados en la Historia Wambae (HW, 11). Sin negar la existencia de un entramado defensivo, podría haberse tratado de castra vinculados a valles, una infraestructura reaprovechada por el poder central, posiblemente con la colaboración de las élites locales, para implantar ese sistema defensivo. Esta hipótesis exigiría más información para ser demostrada, pero también podría servir para la frontera visigodo-bizantina. De todos modos, y a la espera de un registro arqueológico más denso y fiable sobre estos castra, parece que la intervención del poder central en su formación fue en general bastante escasa (Constant, 2008). La presencia e importancia de estos castella es indudable para amplias zonas de la Península Ibérica y se les ha otorgado el papel de principales patrones de poblamiento para áreas concretas (Martín Viso, 2000; Alarcão, 1996). Sin embargo, la ocupación de este tipo de lugares no se detecta en todas partes. Así sucede con las áreas cercanas a las más importantes ciudades, e incluso de algunas no tan relevantes. En el entorno de Gijón no se aprecia esa ocupación de sitios de altura durante este periodo; el estudio realizado sobre Peñaferruz demuestra su origen en la época del reino astur como centro relacionado con la aristocracia local (Gutiérrez González, 2003). Pero también en ámbitos relativamente periféricos, como la zona de la actual Vizcaya, se observa esa ausencia casi total (García Camino, 2002: 259). Por tanto, la presencia de castella obedecería a opciones orientadas por las condiciones en las que se movían las élites y/o el estado. Habría dos variables principales. La primera es la existencia o no de expedientes que permitiesen a las élites vincularse con la autoridad central, como eran las ciuitates. La segunda se referiría al tipo de dominio que las élites habían conseguido sobre las comunidades: si era laxo, lo que impedía el control de las actividades productivas, o se basaba en otros aspectos, como la religiosidad o el ejercicio de las armas, no se planteaba la necesidad de erigir estos sitios de altura.

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Villas, iglesias, monasterios y castra representan expedientes diversos para el ejercicio de un control sobre los espacios rurales. Son «lugares de poder» que responden a las nuevas condiciones de la época post-romana. La diversidad obedecería a opciones de tipo local que deberán ser estudiadas, pero refleja una situación constatada por otros investigadores para zonas diferentes: la proliferación de lugares centrales y de espacios cada vez menos jerarquizados y mal definidos, que sustituyen a los modelos, altamente centralizados, de origen romano (La Rocca, 1998b; Schneider, 2007: 19). 4. LOS ASENTAMIENTOS CAMPESINOS Hasta este punto los ejes jerarquizadores del territorio rural han centrado el análisis. Pero no puede explicarse el poder social sin atender a la población campesina. De hecho la mayor parte del paisaje rural estaba ocupado por los campesinos, por los campos que trabajaban y por los asentamientos en los que vivían. Mi foco de atención se ceñirá ahora a los poblados campesinos, cuya visibilidad es muy inferior a la que poseen los «lugares de poder», debido al uso de una edilicia ejecutada en materiales perecederos, pero también causada por el hecho de que los emplazamientos son menos llamativos, a lo que se une la ausencia de evidencias en las fuentes escritas. A todo ello se añade el poco interés que ha habido hasta momentos recientes sobre este tipo de hábitat. Sin embargo, en los últimos años han comenzado a atraer la atención de los investigadores, gracias al incremento de datos sobre estos yacimientos. El punto de partida es la profunda renovación que ha sufrido la investigación del poblamiento altomedieval. Frente a la imagen de un hábitat disperso e inestable (Chapelot y Fossier, 1980), se defiende ahora su estabilidad, no exenta de cambios provocados por el uso de materiales perecederos, y la existencia de redes de aldeas consolidadas. Los estudios llevados a cabo en el norte de Europa, en Francia o en Italia han demostrado que la formación de asentamientos concentrados y estables fue muy anterior al año mil y a la eclosión del feudalismo (Hamerow, 2002; Francovich y Hodges, 2003; Périn, 2004; Lorren, 2006). Este proceso de descubrimiento de una realidad hasta ahora obliterada, por su nula monumentalidad, ha puesto de relieve la divergencia de historiadores y arqueólogos sobre el concepto de aldea (Zadora-Rio, 1995; Quirós Castillo, 2007).

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En el caso de la Península Ibérica, la investigación sobre el hábitat campesino post-romano ha tenido un importante desarrollo y ofrece nuevas perspectivas, impulsadas en buena medida por las informaciones procedentes de intervenciones de urgencia.26 Uno de los datos que parece evidenciarse es la escasa conexión que tiene el poblamiento post-romano con el romano: aparecen nuevos lugares de habitación, emplazados en áreas hasta entonces «marginales», mientras que se asiste al abandono de espacios residenciales de época tardorromana. Este poblamiento rural responde, por tanto, a nuevos parámetros, aunque también se ha defendido, al menos para algunas zonas, la posibilidad de una evolución a partir del poblamiento romano (Sánchez Pardo, 2006). En cualquier caso, la mayoría de los investigadores opina que se produjo un cambio sustancial con respecto al paisaje previo, que algunos llegan a calificar como una ruptura (Pastor Díaz de Garayo, 1996: 38-41; Alarcão, 1996; Martín Viso, 2000; García Camino, 2002: 291; Ariño Gil, Riera i Mora y Rodríguez Hernández, 2002; Laliena y Ortega, 2005: 61). Hay divergencias, sin embargo, a la hora de definir esta nueva red. Algunas investigaciones revelan la existencia de un hábitat mayoritariamente disperso, que habría dejado su huella en las fuentes escritas. En la comarca salmantina de La Armuña, prospectada en fechas recientes, se ha observado la formación de pequeños asentamientos dispersos, diferentes tanto de la red tardorromana como de la plenomedieval (Ariño Gil, Riera i Mora y Rodríguez Hernández, 2002), algo similar a lo que sucede en el también salmantino el valle del Alagón (Ariño, Barbero y Díaz, 2004-05). Pero no es un fenómeno exclusivo de esta zona de la meseta, ya que en la depresión de Vera, en el sudeste peninsular, también se reconoce la presencia de un poblamiento disperso (Menasanch de Toberuela, 2003: 247), así como en el interior de Cataluña (Martí, 2006). En otros casos, se ha planteado la existencia de un hábitat disperso mediante vías diferentes, como la existencia de tumbas excavadas en roca aisladas o formando pequeños conjuntos.27 Se han relacionado estas inhumaciones con pequeños asentamientos de carácter familiar y dispersos, formados durante este periodo en zonas próximas a los

antiguos asentamientos romanos o de nueva ocupación (Barroca, 1987: 134; López Quiroga y Rodríguez Lovelle, 1999; Marques, 2000: 216-218; Vieira, 2004; López Quiroga, 2004: 154-162; Tente, 2007). Sin embargo, la presencia de estas tumbas no tiene por qué obedecer a un patrón disperso: nos indicarían la ausencia de un patrón de necrópolis concentradas, es decir de un control del rito de la inhumación. Además algunas de estas tumbas, situadas en lugares destacados, podrían estar funcionando como marcadores de propiedad (Laliena y Ortega, 2005: 182-183; Martín Viso, 2007a: 34-35). En cambio, cuando tales tumbas se encuentran en las cercanías de áreas donde se han recogido en superficie fragmentos de cerámica común y de construcción, podríamos encontrarnos con pequeños asentamientos dispersos (Marques, 1996; Laliena y Ortega, 2005: 77-103). De todos modos, convendría señalar que las áreas de dispersión de estos materiales necesitan ser relativamente amplias y con abundantes vestigios para que podamos estar relativamente seguros de su condición de asentamientos y que no sean producto de procesos postdeposicionales o incluso de tumbas realizadas con esos materiales. Es muy significativo que el poblamiento disperso sea todo visible a través de la prospección. Sin embargo, algunas campañas de excavación han puesto de relieve la existencia de asentamien-

26 El mejor ejemplo es el congreso celebrado en Vitoria en 2008 sobre las aldeas altomedievales. Quirós Castillo, 2009. 27 Aunque tradicionalmente se ha asignado a este tipo de inhumaciones una cronología más tardía, en torno a los siglos IXX (Castillo, 1970), existen datos que permiten datar las primeras

fases de uso de estas tumbas en época tardoantigua, en los siglos VI-VII. Bolós y Pagés, 1982; Fabián y otros, 1986; Barroca, 1987; Sáenz de Urturi, 1990; Jiménez, 1999; Marques, 2000; Gutiérrez Dohijo, 2001; Vieira, 2004; Benavente Serrano, Paz Peralta y Ortiz Palomar, 2006.

Fig. 13. Situación de las tumbas aisladas ocupando el glacis en torno a la ribeira de Aguiar (Figueira de Castelo Rodrigo).

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tos concentrados que pueden identificarse con aldeas. Quizá el ejemplo más destacado proceda de Madrid, donde los estudios de A. Vigil-Escalera (2006 y 2007) han sacado a la luz la existencia de una densa red de aldeas existente ya en el siglo VI. El caso mejor conocido es Gózquez de Arriba, donde se encontró una serie de estructuras de habitación semiexcavadas en el suelo, asociado a una importante necrópolis (Vigil-Escalera Guirado, 2000), un modelo de asentamiento que se revela frecuentemente en dicha región. A partir de estos datos, se ha llevado a cabo una relectura de otros yacimientos, en especial en las áreas meridionales de la meseta del Duero (Azkarate GaraiOlaun y Quirós Castillo, 2001; Quirós Castillo y Vigil-Escalera Guirado, 2006: 105-106). Una de esas posibles aldeas es la del Cañal de las Hoyas (Pelayos, Salamanca), donde se han observado estructuras de habitación, asociadas a posibles corrales, construidas sobre zócalos de piedra y dispuestas sin que se pueda advertir una ordenación urbanística clara, y todo ello cerrado con una cerca exterior (Fabián y otros, 1986; Storch de Gracia, 1998). Otra posible aldea es el yacimiento de Vilaclara (Castellfollit del Boix, Barcelona), donde se excavaron tres unidades de habitación, construidas con zócalo de mampostería, que estarían integradas en un núcleo de hábitat escasamente ordenado (Enrich, Enrich y Pedraza, 1995). También se ha planteado como una

Fig. 14. La aldea de Gózquez (Madrid). De: Vigil-Escalera Guirado, 2006.

Fig. 15. El poblado de Cañal de las Hoyas (Pelayos, Salamanca). De: Storch de Gracia, 1998.

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posible aldea el caso de El Bovalar (Palol, 1994). Este lugar destaca por la clara ordenación del urbanismo y por la presencia de una iglesia (Gurt i Esparraguera, 2007: 209-210), por lo que podría tratarse en origen de un centro religioso, al que se añadieron posteriormente una serie de estructuras, que bien podrían ser talleres o anexos del edificio principal. A todo ello se añade la recogida de un importante conjunto de monedas de oro, un signo, como ya he señalado, de la presencia de élites y al mismo tiempo un indicio que nos aleja de una aldea campesina. La existencia de redes de aldeas necesita de una mayor investigación en otras áreas, aunque nada hace sospechar que la región madrileña fuese una excepción o un caso muy particular. Ahora bien, este fenómeno no fue sincrónico, por lo que la eclosión de las aldeas pudo ser posterior en algunas otras zonas (Quirós Castillo, 2006b; Quirós Castillo y Vigil-Escalera Guirado, 2006). Por otro lado, la implementación de una red aldeana no elimina completamente otro tipo de patrones, e incluso en la región madrileña se observa la existencia de un poblamiento posiblemente disperso, más nítido en las áreas serranas septentrionales

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(Abad Castro, 2006; Vigil-Escalera Guirado, 2006: 89-91 y 97). Por tanto, estaríamos en una fase de creación de estas aldeas que no eran el único patrón de asentamientos; pero su existencia me parece indiscutible, pues las fuentes escritas las mencionan.28 La opción por la dispersión o por la concentración respondería de nuevo a imperativos locales. A pesar de que pueda existir un fuerte sentimiento comunitario en un ambiente de dispersión, los asentamientos concentrados tuvieron que reforzar la cohesión de las comunidades, cuyos miembros estaban obligados a gestionar espacios residenciales, de cultivo y también de enterramiento (Wickham, 2002). El análisis de estos asentamientos campesinos arroja algunos datos de interés. Los materiales cerámicos que se recogen son casi en su totalidad producciones de tipo local, de escasa calidad técnica, generalmente a torneta o torno lento, cuando no elaboradas a mano, de cocción reductora, con desgrasantes muy poco decantados y generalmente se trata de utensilios de cocina. Es una cerámica doméstica, con una demanda que se sirve de la oferta local, reveladora de una economía relativamente autárquica, que no está en conexión con redes más

Fig. 16. Estructuras del poblado de Vilaclara (Castellfollit del Boix, Barcelona). De: Enrich, Enrich y Pedraza, 1995 28 Es muy probable que la uilla de Uergegio, citada en VSE (III, 10; V, 12) e identificada con el actual pueblo de Berceo (La Rioja), sea otro de estos asentamientos concentrados, quizá ori-

ginado a partir de una uilla (Castellanos, 1999: 33). También es bastante posible que los escasos loca citados en las pizarras visigodas respondan a este patrón; Martín Viso, 2007b: 181.

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extensas. Reflejaría una economía campesina que demanda y produce una cerámica para usos domésticos y que no necesita una compleja elaboración, frente algunas producciones que aparecen en los «lugares de poder». En cuanto a la edilicia, los asentamientos madrileños estaban integrados por unidades de habitación construidas en madera, en forma de cabañas semi-excavadas (grubenhäuser). A raíz de este caso, se ha realizado una relectura de otros registros, que ha permitido conocer la existencia de numerosos asentamientos que disponían este tipo de unidades de habitación; también aparecen viviendas construidas con una base en forma de zócalo de piedra, sobre el que se levantaba una estructura probablemente en madera o en adobe. Aunque se ha considerado tradicionalmente este patrón constructivo como una novedad traída por los bárbaros, existen evidencias de que ya se utilizaba en época romana (Fuentes Domínguez, 2000; Lorren, 2006). La preferencia por la edilicia en madera se debería a la adaptación a un contexto en el que la especialización artesanal disminuye considerablemente y la estructura de la producción, con el final de las redes interregionales sustentadas por el poder imperial, cambia (Azkarate Garai-Olaun y Quirós Castillo, 2001). Se produjo un ajuste a la realidad económica campesina, con una escasa especialización y sin recursos para una construcción masiva en piedra. Resulta relevante observar cómo los yacimientos excavados no disponen de un centro religioso.29

Fig. 17. Estructuras semi-excavadas encontradas en La Huesa (Cañizal, Zamora). De: Nuño, 1997-98. 29 En cambio, las fuentes escritas señalan la presencia de iglesias en algunas aldeas, como ocurre en el caso ya citado de Uergegio. Ahora bien, no es seguro que esto fuera una situación común y parece que dicha iglesia ejercía un papel eclesiástico para una zona comarcal.

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De hecho, las aldeas madrileñas poseen espacios de inhumación extensos, utilizados a lo largo del tiempo, que debían actuar con un elemento fundamental de identidad comunitaria, pero que no se vinculan a ninguna estructura religiosa. Lo mismo se puede decir de las tumbas excavadas en la roca, ya que recientes análisis realizados revelan que su asociación con lugares eclesiásticos coetáneos es escasa o nula (Marques, 2000: 210; Vieira, 2004: 74; Laliena y Ortega, 2005: 96, 180; Martín Viso, 2007a: 32-33). No obstante, se ha defendido que las iglesias locales habrían ejercido un papel central en la consolidación del poblamiento rural post-romano y altomedieval (Alarcão, 1998; López Quiroga y Bango García, 2005-06; Martí, 2006). Sin embargo, la imagen predominante es que la iglesia es posterior al asentamiento y además los centros religiosos no tienden a crear núcleos de población en este periodo, aunque pueden existir excepciones. Esta idea viene a reforzar la hipótesis de que el paisaje rural tardoantiguo en Hispania estaba menos cristianizado –o «eclesiastizado»– de lo que se ha supuesto. Dado que la presencia de un centro de culto, sobre todo si está monumentalizado, sería un indicio de un poder superior al grupo campesino, y a tenor de la ausencia de estas estructuras en las aldeas y granjas tardorromanas hispanas, es lícito preguntarse por el papel que desempeñaron los domini en estos asentamientos. La cuestión es si estos asentamientos estaban habitados por campesinos liberados de todo control dominical o si había cauces a través de los cuales se expresaba el poder de los potentes. Los datos referidos a los asentamientos estarían mostrando una sociedad y una economía campesinas, en el sentido que recientemente Chris Wickham (2005: 520-598) ha defendido para otros ámbitos europeos (Laliena y Ortega, 2005; Quirós Castillo y Vigil-Escalera Guirado, 2006: 79). Pero otras informaciones invitan a pensar en la presencia de las élites en estos asentamientos, lo que se ajustaría a los numerosos testimonios que poseemos sobre la existencia de una gran propiedad en esta época. Así, el patrimonio de Vicente de Asán, distribuido por una amplia región entre los Pirineos y el valle del Ebro, estaría emplazado en asentamientos que han podido identificarse (Ariño Gil y Díaz, 2003). Otro testimonio procede de una pizarra recuperada en El Barrado (Cáceres), donde se recogen las órdenes dadas por un propietario a un domno Paulo −tal vez un conductor− para que unos mancipios –posiblemente dependientes y no esclavos– realicen las tareas de recolección de la aceituna en Teliata, es decir la localidad de Tejeda,

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mente la élite propietaria.31 Dado que la gran propiedad tardoantigua se caracteriza como una constelación de propiedades dispersas por amplios territorios, su influencia sobre un determinado lugar es puntual y parcial. Muchas comunidades debían estar compuestas mayoritariamente por campesinos libres, que podrían convivir con dependientes, reflejadas en la legislación visigoda en esos conuenti publici uicinorum. Por supuesto, en determinadas zonas la intensidad del dominio de las élites propietarias pudo ser más fuerte, e incluso se llegaron a segregar espacios productivos asociados a un control de los potentes. Sin embargo, en términos generales el balance dentro de los asentamientos no tuvo por qué inclinarse necesariamente a favor de los grandes propietarios, sin que eso suponga una completa liberación de las fuerzas productivas. 5. ESPACIOS DE PRODUCCIÓN Y ASENTAMIENTOS Fig. 18. Localización de los bienes del testamento de Vicente de Asán. De: Ariño Gil y Díaz, 2003.

próxima a El Barrado (Velázquez Soriano, 2004: nº 103; Martín Viso, 2007b: 174). No se trata únicamente de datos escritos, ya que en Gózquez se observa un alto número de restos de équidos, superior a los estándares habituales, así como presas para el aceite, lo que estaría señalando la existencia de esos propietarios (Vigil-Escalera, 2007: 273). Quizá no deba plantearse la interpretación en términos de una oposición entre una supuesta «edad de oro del campesinado» y un encuadramiento general en torno a grandes propiedades. Ambas propuestas probablemente sean excesivamente radicales. Por supuesto que hay élites propietarias que actúan en estos lugares, aunque su influencia no es similar en todas partes, pues dependerá del patrimonio que disfruten. Pero los asentamientos no son simples fundi con casas: surgen de la propia iniciativa campesina, que ocupa nuevas zonas de cultivo.30 La mayoría de los asentamientos rurales fueron creados por iniciativas campesinas, sobre las cuales actuó parcial-

30 Discrepo con la idea expresada por Wickham (2002), para quien la identidad de los campesinos en Occidente derivaba más de las haciendas o fundi que de las aldeas. Posiblemente esto se deba a una distorsión provocada por las fuentes escritas que manejamos, todas ellas procedentes de las élites propietarias, que interpretan el paisaje en términos de propiedad.

Buena parte de las investigaciones sobre el poblamiento rural tardoantiguo han descuidado el estudio de los espacios de producción, probablemente por la gran dificultad para visibilizar dichos espacios. Esta situación distorsiona nuestra imagen, ya que son las áreas de producción las que determinan la selección de las áreas residenciales, situadas en sus proximidades, pero eludiendo la instalación dentro de aquéllas. Si queremos entender la ordenación del territorio en la Hispania post-romana, resulta indispensable reflexionar sobre las redes de producción y de distribución de bienes. Numerosos estudios se han hecho eco del profundo cambio socioeconómico que supuso el fin del dominio romano en la pars occidentis. Las visiones más habituales enfatizan el lado catastrofista y plantean un retroceso de las áreas cultivadas (el ager) frente al avance del saltus. Se ha identificado esta situación como una suerte de «barbarización» del paisaje, partiendo del supuesto de que los bárbaros tenían una preferencia productiva por el saltus. G. Duby (1989: 7-38) no dudaba en caracterizar a la economía campesina altomedieval como extremadamente pobre, con unos rendimientos casi de subsistencia generados 31 Como bien ha señalado Vigil-Escalera (2007: 275), el paisaje rural altomedieval se caracteriza por la multiplicación de enclaves, lo que podría interpretarse como una fragmentación del territorio de explotación estándar, acorde con criterios de racionalidad inspirados por lógicas productivas campesinas.

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por la escasez de mano de obra y la nula innovación tecnológica, lo que le permite caracterizarla como primitiva.32 Una lectura semejante es la que recientemente ha propuesto Ward-Perkins (2005), quien sostiene un fuerte retroceso económico como consecuencia de la ruptura violenta del sistema romano. Esta perspectiva «catastrofista» se basa en una interpretación de los datos arqueológicos que mostrarían el abandono de las antiguas redes económicas y la aparición de otras calificadas como más simples y rudimentarias. Sin duda el impacto de la desaparición del sistema romano tuvo que dejar una impronta de destrucción y no puede entenderse el cambio como una suave acomodación. Otra cosa bien distinta es aceptar los tintes sombríos con los que se nos presenta ese cambio, pues bien podría tratarse de un duro golpe a algunas aristocracias, las más vinculadas al sistema o las más frágiles, lo que no supondría el final del poder aristocrático como tal. En realidad, la mayoría de las investigaciones apuestan por una interpretación menos catastrofista de esta nueva situación. Wickham (2005: 825-831) ha defendido que los campesinos, como fuerza de trabajo independiente, debieron adquirir en este periodo un mayor protagonismo. Dado que la visibilidad de este grupo en las fuentes escritas y arqueológicas es inferior al de las élites y que los procesos de trabajo campesinos se basan en una lógica propia, en la que es innecesaria la existencia de redes extensas de producción y comercialización, se ha creado la imagen de un retroceso a niveles de mera subsistencia. El problema estriba en conocer mejor las estrategias campesinas para el aprovechamiento de los recursos, diferentes de las auspiciadas por las élites, para poder entender mejor el proceso de adaptación a las nuevas condiciones sociales y económicas. Un primer aspecto destacable es el final de las redes de producción y comercialización internacionales, que habían surgido gracias a la implantación del Imperio Romano. Éste había fomentado esas redes a través de dos factores principales: la existencia de grupos aristocráticos vinculados al estado con intereses en diversas regiones, y la exigencia de tributo, en especial la annona, que generaba un considerable movimiento de mercancías. Se crearon economías complementarias que se basaban en el intercambio y en la especializa-

ción productiva, sostenida por élites propietarias, que tenía una orientación claramente especulativa (Garnsey y Saller, 1991). Todo esto cambió con la desaparición del entramado político romano, sostenedor de estas redes, y su sustitución por reinos de menor escala. Como ya observó en su momento Pirenne, el cambio en las redes económicas no fue inmediato y los datos nos informan de que perduró en buena parte del Mediterráneo hasta bien entrado el siglo VI (Hodges y Bowden, 1998).33 Este fenómeno puede rastrearse a través de los hallazgos de cerámicas de importación. En el caso hispano, se ha podido identificar la pervivencia de estas redes en la zona levantina hasta la segunda mitad del VI, cuando las producciones africanas desaparecen del horizonte cerámico (Reynolds, 1993: 16-25; Gutiérrez Lloret, 1996). Más al norte, en Cataluña, las importaciones procedían de Francia o de la Narbonense, pero la cronología de su desaparición es similar (González López, 2007). En ambos casos, serán sustituidas por producciones locales de calidad inferior. En otras regiones, como la costa atlántica galaicoportuguesa, parece que las importaciones cesaron algunos decenios antes (Rodríguez Resino, 2005: 164-168), mientras que en el interior de la meseta la desaparición de tales producciones se remonta al siglo V, siendo sustituidas por imitaciones y por TSHT, y más tarde por la cerámica común de ámbito local (Larrén y otros, 2003). Se trata de indicios del final de un tipo de producción especulativa destinada a un mercado suprarregional. Esta situación coincidiría con una segunda fase de cambios en las uillae hispanas, con la presencia de necrópolis, de estructuras de hábitat y de algunos edificios de culto, cuando no se llega a su abandono definitivo. Tales transformaciones deben relacionarse con la ruptura del modelo productivo anterior y con una reorientación de la actividad económica. El reverso de esta situación es el desarrollo de áreas que hasta entonces habían tenido un papel «marginal» dentro de la producción: espacios no explotados hasta entonces, como áreas de montaña y también zonas alejadas de los fondos de los valles, son ahora objeto de una atención preferente (Gutiérrez Lloret, 1996: 308-309; López Quiroga, 2004). La intensidad de ocupación en las áreas más vinculadas a la producción orientada a las redes internacionales, que estaba probablemente en manos

32 Esta visión ‘minimalista’, apegada a la vieja idea de la economía natural de la Alta Edad Media, ha sido completamente revisada por trabajos como los de Toubert, 1990; Verhulst, 2002 o Devroey, 2003.

33 Sin embargo, Carr, 2002 construye su explicación a partir de un colapso económico en el valle del Guadalquivir provocado por la llegada de los vándalos.

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de élites propietarias, disminuyó frente a un creciente protagonismo de nuevos espacios, asociados a una lógica productiva campesina, basada en unidades productivas familiares, en las que no se busca una acumulación notoria de excedente (Wickham, 2005: 536539). Un ejemplo de ello parece ser la localización de numerosas tumbas excavadas en roca, buena parte de las cuales se encuentran en posición dominante sobre el terreno, lo que tendría una explicación por su función como marcadores y legitimadores de propiedad. Allí donde se ha planteado esta hipótesis, se comprueba que desde las tumbas se controlaban espacios agro-ganaderos cercanos a cursos fluviales, como sucede con las ribeiras en Riba Côa (Martín Viso, 2007a) o con ciertos meandros del valle del río Martín aragonés (Laliena y Ortega, 2005:157-162). Tales áreas debían corresponder a los espacios de pro-

Fig. 19. La relación entre tumbas excavadas en roca y espacios agrarios: el caso de la Codoñera en la cuenca del río Martín (Teruel). De Laliena y Ortega, 2005.

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ducción de las comunidades asentadas en un hábitat cercano. Quizá el aspecto sobre el que más noticias se han dado a conocer en los últimos años se refiera a la ocupación de áreas de montaña. López Quiroga (2004: 162-163, 191-192) ha enfatizado la ocupación en este periodo de dichas zonas, hasta entonces periféricas, por iniciativa de comunidades campesinas de organización «fructuosiana». Se constata así la intensificación en la ocupación de áreas «marginales», aunque la explicación plantea serias dudas, pues parece más plausible que se tratase de un fenómeno relacionado con el auge de la ganadería (Quirós Castillo, 2006b: 60-61). En tal sentido, en el entorno de Barcelona se ha observado un incremento de la deforestación de áreas de montaña, unido a un aumento de los materiales de sedimentación en los deltas de los ríos, reconfigurando la geografía del litoral. Este cambio se ha interpretado como una potenciación de la ganadería, que vendría acompañada de la formación de una red vial que conectaba los llanos con las sierras, en lo que podría ser un conjunto de rutas de trastermitancia (Palet Martínez, 1997; Gurt i Esparraguera y Palet i Martínez, 2000). Una situación semejante se habría vivido en Salamanca, donde las columnas de polen procedentes de la comarca de La Armuña revelan un avance de la deforestación asociada a la ganadería (Ariño Gil, Riera i Mora y Rodríguez Hernández, 2002). E igualmente datos recientes procedentes de las serranías abulenses refuerzan la idea de un incremento de la actividad ganadera y una fuerte antropización de las áreas de montaña, gracias a la deforestación y la creación de áreas de pasto (Blanco González, López Sáez, López Merino, 2009). El impulso de la ganadería tiene su reflejo en la propia legislación visigoda, que demuestra el considerable interés que mostraron los legisladores por esta actividad (García Moreno, 1983). Era una actividad que precisaba de poca mano de obra y tenía garantizada una demanda local de carne y de otros productos, además de poseer una notable tradición. Servía tanto a campesinos como a terratenientes para adaptarse a las nuevas condiciones económicas. Ahora bien, los datos todavía no permiten afirmar que se tratase de un fenómeno generalizado, ni tuvo por qué ser sincrónico en todas las zonas. La mayor parte de la producción agraria debió de reorientarse hacia un mercado más local y hacia la lógica campesina, que se basaba en la noción de utilidad marginal, es decir en la existencia de un umbral de producción necesario para subsistir, pagar las rentas e impuestos y obtener

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Fig. 20. La reorganización de la red vial en torno a Barcino. De: Palet Martínez, 1997.

ciertos bienes, una vez conseguido el cual los campesinos no buscaban generar más excedente (Wolf, 1975). Todo ello se plasmaría en un modelo productivo de escala local, marcado por la noción de utilidad marginal y por el hecho de que la fuerza de trabajo se reducía a la familia, así como por las limitaciones de una aristocracia menos rica, aunque sin duda aún muy influyente, en especial en algunos sitios concretos. Esto no suponía ni igualitarismo ni libertad absoluta, pero sí un amplio margen de actuación autónoma de los campesinos, un grupo que no era en absoluto homogéneo. No obstante, la producción de aceite o de vino reflejaría la presencia de élites propietarias, al tratarse de bienes comercializables en redes extensas, que no superarían empero el espacio regional, y que convivirían en cada lugar con propiedades campesinas libres con una producción distinta. La cerámica nos sirve como signo de estos cambios. Frente a las cerámicas industriales y de importación, una abrumadora mayoría del material conservado, que llega a ser la totalidad en el siglo VII, está conformado por producciones de carácter local, con una acusada regionalización (Reynolds, 1993: 36-37; Gutiérrez Lloret, 1996: 172). Estas cerámicas comunes pueden identificarse con un tipo doméstico, debido al uso de técnicas sencillas, al predominio de formas cerradas asociadas a una cerámica de cocina y por la ausencia de una estandarización de tipo industrial (Caballero, Mateos y Retuerce, 2003; Alba Calzado, 2003; Menasanch de Tobaruela, 2003: 247-248; Laliena y Ortega, 2005: 37-38; 77-91). Son producciones que se ajustan a las necesidades y a los ciclos de trabajo de las poblaciones campesinas (Gutiérrez Lloret, 1996: 173), que no necesitan cerámicas finas ni grandes

recipientes de almacenamiento –función reservada parcialmente a los silos excavados–, sino recipientes para usos cotidianos, como la cocina (Azkarate, Núñez y Solaun, 2003: 360). No se trata de un empobrecimiento sino de la constatación de que las necesidades se han modificado. Algunos datos indicarían un dinamismo de las áreas rurales, que niega la imagen de decadencia y primitivismo. Es el caso de las roturaciones recientes que aparecen en el patrimonio de Vicente de Asán (Ariño Gil y Díaz, 2003: 233) o de la colonización del Páramo leonés (Gutiérrez González, 1996). En Galicia, en las proximidades de Santiago de Compostela, se ha podido comprobar la formación de terrazas agrarias en este periodo, probablemente creada por comunidades campesinas (Ballesteros, Criado y Andrade, 2006). Estos cambios afectaron a las transformaciones en los patrones de asentamiento. En algunas zonas, el poblamiento disperso que habría surgido en estos siglos se situaría en relación con las áreas hasta entonces marginales desde el punto de vista productivo, que no desocupadas ni abandonadas. Esta evidencia es más clara en las aldeas que se han podido excavar, ya que se trata de asentamientos que surgen ex novo, sin relación con el pasado romano. En cambio, estarían vinculadas a nuevos espacios agrarios y a una nueva ordenación del terrazgo, controlando áreas de producción cercanas, en los que se han creado estructuras estables, frente a la idea de un poblamiento inorgánico (Vigil-Escalera Guirado, 2007: 250-251 y 256-257). Son terrazgos estables, adaptados a una pequeña producción familiar con, a lo sumo, una sobreimposición dominical. Esta adaptación explicaría ciertos patrones de asentamiento, cuya alta visibilidad les ha convertido en paradigmas de los cambios que se operan

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Fig. 21. Espacios roturados en época post-romana: el caso de Lacuna Rupta. De: Ariño Gil y Díaz, 2003.

en este tiempo. Uno de ellos es la ocupación de sitios «encaramados» en el sur y sudeste de la Península Ibérica. Se ha interpretado su existencia como consecuencia de la huída de las poblaciones campesinas hacia zonas donde el poder del Estado y de los propietarios no podía llegar, para vivir en áreas marginales en el marco de una economía de autosuficiencia (Quesada, 1991: 166-167; Gutiérrez Lloret, 1996: 276). Esta explicación tiene como referencia el conocido pasaje de Salviano sobre la huída de los campesinos a los bárbaros por la presión fiscal, un texto impregnado de una ideo-

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logía cristiana que intenta comprender los acontecimientos políticos como un castigo contra la corrupción y el desorden romanos (Innes, 2007: 110). Lo cierto es que no hay referencias, más allá de ese relato, a una huída general de la población. Por otro lado, las poblaciones que supuestamente habían escapado se verían ante una profunda transformación en la organización social y económica, y se dedicarían a actividades como la ganadería, la caza o la minería, aunque, dado el carácter autárquico de estos asentamientos, no tendrían posibilidades de realizar intercambios (Cara Barrionuevo y Rodríguez López, 1998: 171-173). En realidad, como se ha observado en Loja o en el valle del Vinalopó, a pesar de que el emplazamiento de estos lugares podía ser periférico, muchos de ellos controlaban redes de comunicación y estaban conectados con el resto de la región en la que se encontraban (Jiménez Puertas, 2002: 93; Reynolds, 1993: 10). Esto ha llevado también a plantear que su ocupación fue el resultado de la inestabilidad política, que habría obligado a las poblaciones a acudir a refugios (Gómez Becerra, 1998: 468-470; Jiménez Puertas, 2002: 92-93; Martín Civantos, 2007: 641-642). Puede que en algún caso así sucediera, pero las perspectivas más recientes ponen de relieve que la supuesta inestabilidad fue puntual y afectó al vértice del poder y no a los campesinos. Este tipo de asentamientos puede entenderse como un fenómeno relacionado con los cambios en las redes productivas, con un mayor énfasis en la ganadería y en actividades asociadas al monte.34 Quizá la clave sea no ver a estos asentamientos aisladamente sino dentro de un territorio más amplio con el que estarían imbricados; representarían una potenciación económica de los espacios de montaña, complementarios a otros paisajes. La importancia que se les ha concedido posiblemente deba reducirse, ya que se han beneficiado de una mayor visibilidad, pero no tenían por qué ser un patrón dominante, ni responder a un tipo de aprovechamiento idéntico en todas partes (Martín Civantos, 2007: 643-644 y 650-651). Otro patrón muy llamativo es el hábitat rupestre. La presencia de cuevas artificiales ha sido un fenómeno que ha centrado la atención de los investigadores, sobre todo en algunas regiones donde aparecen numerosos casos, tales como Cantabria, Álava o el interior de Málaga. Aunque la funcionalidad de estas estructuras no es única (Azkarate

34 Una interpretación ya ofrecida en su momento por Gutiérrez Lloret, 1996: 276.

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Fig. 22. Los poblados ‘encaramados’ en la comarca de Loja (Granada). De: Jiménez Puertas, 2002.

Garai-Olaun, 1991), se les ha otorgado tradicionalmente un carácter religioso, como eremitorios o pequeñas iglesias. No obstante, para que exista una identificación de tipo religioso deben darse algunos indicios inequívocos, relacionados con la simbología cristiana y la organización de los espacios eclesiásticos (Azkarate Garai-Olaun, 1988: 62111). Así sucede en varios casos alaveses para esta época, relacionados con una religiosidad alejada del poder episcopal (Azkarate Garai-Olaun, 1988: 488491), pero en Cantabria (Bohigas Roldán, 1986) o en Málaga (Puertas Tricas, 1987) las dataciones nos llevan a los siglos IX-X. Además la ocupación de cuevas encubre otras posibilidades; algunas de ellas han podido funcionar simplemente como abrigos de uso temporal asociados a labores ganaderas y otras fueron probablemente pequeños núcleos, generados al calor de nuevos espacios agrarios. Algunos estudios sobre las cuevas del área alavesa revelan una ocupación post-romana desvinculada de la existencia o no de ermitorios o centros eclesiástico y asociada, en cambio a áreas de cultivo de nuevo cuño (Quirós Castillo, 2007-08; Azkarate Garai-Olaun y Solaun Bustinza, 2008). La presencia de poblados encaramados y de un hábitat rupestre reflejaría la potenciación de formas de asentamiento nuevas y, en cierta manera, extra-

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vagantes desde el punto de vista del modelo romano, que solo se explican por la implementación de un sistema productivo que privilegiaba la complementariedad y la formación de paisajes agrarios en zonas hasta entonces marginales. En este mismo sentido se moverían las aldeas y el poblamiento disperso, pero también los «lugares de poder». Tales núcleos formarían parte del sistema y se buscaba el control de los espacios productivos. Los castra estarían dominando territorios en los que se mezclaría el dominio político y el control de los recursos agroganaderos, de ahí su preferencia por los espacios de valle (Menasanch de Tobaruela, 2003: 253254). Por su parte, los centros eclesiásticos podrían estar integrando de forma jerárquica los nuevos espacios de trabajo, sin que se formasen núcleos de hábitat. La eclosión de estos «lugares de poder» estaría, por tanto, en relación con los nuevos paisajes rurales, que pretendían controlar. Esa intención se basaba además en los profundos cambios sociopolíticos: desaparición de una estructura rígida de poder y de la legitimidad procedente del imperio, auge del cristianismo como mecanismo de obtención de estatus y prestigio y formación de entes políticos, los reinos post-romanos, con una menor intervención directa en la escala local. Todo ello favoreció la implementación de esta multiplicidad de «lugares de poder», desde los cuales se ejercía un dominio que no precisaba el control de una gran propiedad, aunque pudiese existir. En definitiva, surgió un paisaje orgánico, adaptado a las nuevas condiciones y, por tanto, transformado respecto al romano, pero forzosamente heterogéneo, ya que las opciones variaron según regiones e incluso dentro de cada región. BIBLIOGRAFÍA ABAD CASTRO, C. 2006: «El poblado de Navalvillar Colmenar Viejo», J. Morín de Pablos (ed.), La investigación arqueológica de la época visigoda en la comunidad de Madrid, vol. II, 389399. ACIÉN ALMANSA, M. 2008: «Un posible origen de la torre residencial en al-Andalus», R. Martí (ed.), Fars de l’islam. Antigues alimares d’al-Andalus, Barcelona, 57-88. ALARCÃO, J. de 1996: «As origens do povoamento da região de Viseu», Conimbriga XXXV, 5-35. ALARCÃO, J. de 1998: «A paisagem rural e alto-medieval em Portugal», Conimbriga 37, 89-119.

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RESUMEN En esta aportación se trata de observar el fenómeno de la génesis, evolución de los patrones del asentamiento rural en época romana en la Lusitania meridional española. Al mismo tiempo se intentan observar a través de qué operadores puede medirse su final o su transformación en los siglos de la Tardoantigüedad. PALABRAS CLAVE:Arqueología. Asentamiento rural romano. Transformaciones. SUMMARY This contribution is to observe the phenomenon of the genesis, evolution of the patterns of rural settlement in Roman times in the southern Spanish Lusitania. At the same time trying to look through which operators can be measured by his or her final transformation into the centuries of Tardoantigüedad. KEYWORDS: Archaeology. Rural roman settlement. Transformations.

No pretendo en modo alguno arrogarme la solución de los dificultades que tiene planteadas el estudio del mundo rural en ciertas zonas de la Península Ibérica, y más concretamente en la provincia de Lusitania en la que he centrado mi investigación. Todo lo contrario. Se trata más bien de entonar un listado de problemas que me han suscitado a lo largo del tiempo que llevo trabajando sobre este tema a partir de la constante reflexión sobre los datos existentes y a los que poco a poco se van añadiendo al complejo entramado que compone el asentamiento rural en la Tardoantigüedad en la antigua Lusitania. Es posible que desde las dudas constantes se puedan responder a una evolución de ese asentamiento desde los primeros momentos en que se establece en torno al cambio de era, hasta los momentos finales de la Antigüedad.

1 Muchas de las conclusiones vertidas en esta aportación formaron parte del Proyecto 2PR02A031 «Arqueología de los paisajes agrarios antiguos en Extremadura».

EL ESPACIO: LUSITANIA (UNA PROVINCIA CON VARIEDAD DE PAISAJES) La antigua provincia romana de Lusitania en sus límites originales de su creación ofrece una enorme variedad de paisajes. Una importante parte de ella corresponde a una zona que se orienta abiertamente hacia el Atlántico, que participa de unas características matizadas por unas condiciones y peculiaridades específicas propias de los paisajes marítimos. A la franja costera le sigue otra igualmente peculiar por el peso específico que en sus comunicaciones poseen los ríos, tal como ha sido puesto de manifiesto. Pero la mayor parte de ella constituye la Lusitania interior que es preciso matizar de N a S. La situada más al N. en torno a la orilla izquierda del Duero. A éste le sigue otra meseteña separada de la inmediata meridional a través de las estribaciones más occidentales del Sistema Central. Aún más al S se halla la mesopotamia entre Tajo y Guadiana y finalmente la rica zona situada al S. del último de los ríos. Pero incluso dentro de cada una de ellas puede observarse una infinidad de pequeños nichos ecológicos de los que se obtuvo una amplia variedad de respuestas culturales. Esa diversidad es la que obliga desde el punto de vista de la investigación a parcelar las áreas de estudio y la imposibilidad de crear una respuesta única al tema propuesto. La propuesta conllevaría a crear una serie de áreas en las que se combinaran criterios geográficos y culturales, con el fin de crear una auténtica comarcalización. Ésta es la que permitiría realizar cualquier síntesis sobre la ocupación del territorio y su posterior evolución, porque tratar de extrapolar las informaciones obtenidas de diversos puntos más o menos aislados de toda la provincia romana y aplicarlos a modo de un modelo general de funcionamiento del sistema de asentamiento y del proceso de cambio, no tendría demasiados visos de coherencia.

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Cómo comarcalizar constituye todo un reto, pues si en los análisis de la ordenación del territorio en la actualidad pueden aplicarse diversidad de puntos de vista, poseyendo un buen número de variables, buscar unos delimitadores que actúen como elementos de identidad en territorios de la Antigüedad, aún es más complicado. Las áreas geográficas con elementos físicos homogéneos, las áreas periurbanas, los criterios de reparto del asentamiento, cuando previamente han sido bien prospectados, o acaso otros fenómenos de tipo histórico, como pudieran ser los de reparto de tipo onomástico. Este aspecto ha de pertenecer a las fórmulas de libre elección del arqueólogo. Ensayos de este tipo se realizaron hace años, destinados a poner de relieve la ocupación del suelo en diferentes zonas de Extremadura, como los trabajos de C. Montano, J. Suárez de Venegas para la zona de Alcántara o de las Vegas Altas del Guadiana; de L. A.Rubio Muñoz para las Vegas Bajas del mismo valle, así como otras para la Serena por P. Ortiz, el entorno de Jerez de los Caballeros por o la de V. Rodrigo para el territorio urbano de Cáparra. El trabajo realizado en Cova da Beira incide en la necesidad de enfoques reducidos para poder captar la diversidad formal y la evolución de los sitios (Carvalho, 2007). Precisamente, ante la imposibilidad metodológica de asumir toda la provincia de Lusitania y su variedad de paisajes, he considerado oportuno referirme en esta aportación a las áreas en las que habitualmente trabajo, las situadas entre el Tajo y Guadiana, en donde que he querido ver ciertos rasgos unitarios desde el punto de vista del paisaje y de la evolución del poblamiento (Cerrillo, 2005). VARIAS DÉCADAS DE TRABAJO El estudio de las zonas rurales tardoantiguas, lo mismo que las de los momentos anteriores y posteriores responde a una enorme complejidad informativa que no debe de entenderse solo en términos de la cultura material obtenida de la prospección o de la excavación de los yacimientos, del elevado o reducido número de éstos, de la calidad o exotismo de elementos según procedan de zonas alejadas en función del comercio. Se trata de un problema no solo arqueológico, sino también histórico, dotado de una enorme duración temporal cuya base radica única y exclusivamente en la producción de bienes agrícolas y ganaderos. Por tal razón, la definición que establece Rodríguez Hernández de villa como centro de producción agraria, supone enlazar la

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base de ambos problemas, el arqueológico y el histórico (Rodríguez Hernández, 1975). No hace demasiadas décadas el campo en época romana apenas tenía repercusión en el panorama de la investigación arqueológica. Los sitios rurales, de las periferias urbanas lusitanas solo eran valorables porque proporcionaban una abundante información de tipo epigráfico y con menos frecuencia, algún que otro mosaico. Pero faltaba una visión integradora que definiera el auténtico significado individual de cada uno de esos sitios hallados y de forma global su pertenencia a un sistema de asentamiento más amplio. Muchos epigrafistas cayeron en la trampa de creer que el universo de la muestra de inscripciones halladas con cierta homogeneidad onomástica y formal de algunos términos municipales podría considerarse como sinónimo de ciudades romanas, sin tener en cuenta la verdadera procedencia real de la diversidad de sitios en los que fueron hallados. La comparación entre los hallazgos epigráficos de Cáceres y los de Ibahernando, por ejemplo, llevó en alguna ocasión a tratar de concederle rango urbano a la última por el hecho de su elevado número de epígrafes, cuando en realidad pertenecen cuando menos a 6 asentamientos dispersos por todo su término municipal. La Arqueología urbana de época romana, por otra parte, seguía creando una mayor tasa de atracción a los investigadores. Las ciudades ofrecían además, una mayor seguridad al investigador porque prevalecían las informaciones que transmitirían las fuentes literarias, a lo que se añadían las características pautadas, modélicas y redundantes propias de las estructuras urbanas de cualquier ciudad del mundo romano. Por otra parte, la presencia en las zonas rurales de productos manufacturados procedentes de los mercados urbanos en ellas y se convertían en los mejores informadores que contribuían a explicar de ese modo las sucesivas fases, así como las transformaciones y ampliaciones consiguientes en la arquitectura. La consideración de estos sitios como villae fue más tardía dentro de ese proceso historiográfico y significó una aproximación para comprender el fenómeno rural romano. Precisamente algunas consideraciones de Serra Rafols cuando trabajó en la villa romana de La Cocosa fueron las que permitieron aproximar el verdadero significado de este tipo de ruinas (Serra Ráfols, 1945, 1947, 1952). Desde entonces se ha ampliado el conocimiento del número de ellas de manera considerable. Sucesivas puestas al día del catálogo permiten establecer nuevas fórmulas explicativas y dejar atrás otras que parecían ser las modélicas y definitivas. La tesis

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doctoral de J. G. Gorges sobre las villas hispanorromanas incluía para Lusitania un reducido número de ellas (Gorges, 1977). Tras la de J. M. Fernández Corrales el número de las reseñadas como tales en Extremadura aumentó aún más (Fernández Corrales, 1988) y una puesta al día, 25 años después elaborada por el primero ha confirmado la tendencia alcista promovida por nuevos descubrimientos y sobre todo por una predilección historiográfica dedicada al estudio de los territorios urbanos de ciertas zonas peninsulares, dentro de distintas corrientes metodológicas surgidas o desarrolladas en los años setenta y ochenta (Gorges, 1992). En la actualidad este tipo de trabajos parece haber sufrido un frenazo. Las nuevas villae que son producto de excavación sistemática no se realizan dentro de programas de investigación, sino de la Arqueología de Gestión, destinados a evaluación del patrimonio Arqueológico en función de las numerosas obras públicas de carácter lineal (Drake, 2006: 223; Jurado-Tripau, 2006; Vargas, 2006; Sauceda, 2006), por embalses (Aguilar, 19992; Aguilar, Guichard y Alexandropulos, 1993) o debido a instancias de investigación (Rodríguez Martín, 1988). El conocimiento numérico de estos yacimientos efectivamente, no ha hecho, como no podía ser menos, sino crecer. PROBLEMAS DE PERCEPCIÓN Y PROSPECCIÓN ¿Qué se debe entender por una villa? Gorges (1977:11-19) planteaba una serie de elementos que con carácter acumulativo permitían aplicar unos atributos que compartían el significado de villa desde el punto de vista arqueológico. La presencia masiva de materiales constructivos derramados por una zona más o menos amplia; la constante presencia de tegula, -convertida en fósil director junto a cerámicas comunes o sigillatas- y a la presencia de epigrafía funeraria poseen ya por sí solos suficiente entidad para decidir que nos hallamos ante un asentamiento rural romano. La consideración como villa vendrá determinada por la existencia de las diversas partes tradicionalmente consideradas a partir de la lectura de los clásicos: urbana, rustica y fructuaria. Aparte existen otros datos que pueden guiar la prospección y contribuir a su certificación como tales. Se trata de la elección de los lugares en los que se implantó el asentamiento, como si se cumplieran algunas de los consejos de los agrónomos

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latinos: La altura que crea un cierto dominio visual sobre la propiedad circundante; la proximidad a un curso de agua más o menos caudaloso, o simplemente de carácter intermitente sobre el que situar alguna presa que permita conservarla durante la estación estival y finalmente, un elemento que no puede faltar: el abastecimiento de agua potable. Estos atributos suelen ser constantes, pero en la elección de los sitios existen otras pautas que permiten observar cierta homogeneidad. En este caso se trata de una elección muy meditada para instalar las estructuras arquitectónicas. Se trata de hacer coincidir siempre que sea posible la tangencia de dos litologías, generalmente en esta zona de Lusitania de granitos y pizarras, o granitos y cuarcitas. Entre ellas se consigue una dualidad de tipos de suelos resultantes de ambas litologías. Del primero se obtendrá un abastecimiento cómodo del material constructivo destinado al complejo de la villa de cercano y fácil acceso al mismo, al mismo tiempo que los suelos que soporta este tipo de geología, arenosos, de menor profundidad y de más difícil drenaje, permite una cabaña estante en las zonas más pulverizadas. Las zonas de litología de pizarras y grawacas suelen poseer unas fases de mayor profundidad y ser más adecuadas a los cultivos destinados a los cereales. Pero pese a esa potencial especialización entre ambos tipos de suelos con vocaciones bien diferentes, existe otra razón fundamental que explica la elección de esta doble litología: la presencia constante de agua que surge o circula entre ambas. Esta observación empírica puede emplearse como criterio predictivo a la hora de iniciar una prospección, en la mayoría de los casos con resultados positivos. Pese a que pudiera pensarse que la prospección a través de la toponimia constituya una fórmula anticuada y poco segura, la presencia de ciertos nombres de lugar lleva consigo la seguridad de la existencia de un yacimiento de este tipo, a lo que habría que añadir un conocimiento de toda la toponimia menor no siempre reflejada en la cartografía oficial al uso. No todas las zonas permiten una prospección a través de los fotogramas aéreos, ya sean los de tipo convencional de visión cenital o los vuelos de visión oblicua realizados con fines estrictamente arqueológicos. No siempre, en la zona extremeña ofrecen resultados de cierta fiabilidad, incluso interponiendo filtros sobre el ordenador. La diversidad topográfica y los usos ganaderos impiden obtener unos resultados correctos. Para ello se impone la necesidad de aplicar técnicas recientes más

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depuradas que permitan la detección de los sitios que no impliquen necesariamente la excavación, aunque sí combinar con resultados de prospección intensiva sobre este tipo de sitios. No hace demasiadas décadas la prospección específica de los asentamientos rurales romanos en algunas zonas de Extremadura ofrecía enorme facilidad. La evidencia de los mismos se manifestaba a través de la misma coloración del terreno recién arado en los primeros días de otoño. Incluso tanto en años lluviosos como en los secos era fácil observar la presencia de montones de piedra acumulada a lo largo del tiempo, los majanos, así como las consiguientes tegulas que emergían del terreno removidas por las labores agrícolas. En la actualidad la PAC (Política Agraria Comunitaria) ha reducido la mayor parte de aquellos terrenos dedicados a cultivos cerealísticos a pastizales de para uso ganadero, de manera que en estas zonas es prácticamente imposible visualizar la presencia de materiales o del color característico que los hacía evidentes antes. El endurecimiento del terreno, así como el pastizal formado impide observarlo sea cual sea la estación del año elegida para ello. Tampoco conviene olvidar ciertas pautas observadas en el paisaje que podrían equivocarse a priori con parcelarios antiguos, cuando se refieren solo a pocas décadas de antigüedad. Solo en zonas en las que se mantienen los cultivos anuales agrícolas permiten la comprobación a través de la metodología y las técnicas de prospección actuales que ofrecen interesantes resultados. SITIOS Y CONJUNTOS DE SITIOS ¿Todos los sitios observables a partir de un cúmulo de atributos son susceptibles de ser interpretados como villae? Pienso que es preciso realizar un ejercicio selectivo y jerarquizador del sistema de asentamiento. Acaso se trate de una visión excesivamente simplista que arranca de considerar como tales cualquier punto sometido a una prospección en la que se hayan observado solo algunos de los elementos de los que comúnmente se consideran característicos y definidores de este tipo de asentamientos. Uno de los principales problemas que plantea la observación del sistema de asentamiento es el ángulo de visión que se haya de emplear. A veces asalta la duda de si es más operativa la contemplación de conjuntos de sitios que posean un número elevado de componentes homogéneos similares, es decir empleando un ángulo de visión más abierto y

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alejándonos de cualquier posibilidad de detalle, aplicarlo a circunscripciones antiguas o modernas de gran amplitud. En otras ocasiones impera la necesidad de un conocimiento próximo de las estructuras que componen uno o varios de estos sitios. ¿Todas las villae son iguales? Existe un tópico relacionado con la gestión de la Arqueología que trata de evitar la excavación de nuevos yacimientos cuyas tipologías están bien conocidas. Entre ellas se encuentran las villae romanas. Pero no deja de ser más que un tópico y como tan considerarlo dentro de la gestión administrativa, pero nunca de la investigación. No se trata de conocer una a una todas las plantas de estos yacimientos, ya sea con la intención investigadora, o para atraer el flujo de visitantes dentro del llamado turismo cultural que reclaman para sí todos los municipios como un recurso de atracción. Una villa romana solo se representa a sí misma. Funcionalmente existe unidad, pero morfológicamente no. Sería interesante poder parcelar un territorio y ensayar la creación de tipologías dentro de la diversidad morfológica exhibida en un determinado marco geográfico por reducido que resulte. Entonces podrían comprenderse las similitudes funcionales y las divergencias formales y ponerlas en relación con otras variables, ya fuesen físicas o acerca de su peculiar modo de tomar posición en ese marco territorial Sea cual fuere la opción elegida siempre provocará no pocas controversias desde el punto de vista metodológico. En principio el estudio de las estructuras rurales de una cultura como la romana en la que oposición estructural entre ambas entidades de localización del hábitat se hallan perfectamente delimitadas, como dos tipos de comportamientos o modos de vida opuestos a la vez que complementarios, a la vez que constituye un continuum poblacional más allá de los límites de los recintos amurallados de las ciudades urbanos y constituyen las periferias rurales de éstos. La elección de un tipo u otro de análisis no deberá depender únicamente de la intensidad observada a primera vista del poblamiento, o haciendo una reducción a términos cartográficos, del número y de la proximidad de los «puntos» situados sobre el mapa de distribución. En relación directa con el sistema de asentamiento existen numerosos problemas con los que es preciso contar. Se trata de observar la existencia o no de pautas que ofrezcan cierta regularidad. No quiero referirme tanto a la existencia de un esquema reticular y ordenado de los puntos situados sobre el mapa, algo que excedería a los límites de

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cualquier puesta en valor de un territorio, y solo válido en los momentos de repartos catastrales que hayan quedado fosilizados. Me refiero mejor a la «ordenación» de los asentamientos, ahora convertidos en sitios arqueológicos, en función con algún recurso económico. Es decir, elección a partir de la selección dentro determinado tipo de suelos, de la proximidad o lejanía de un centro urbano, con independencia de su jerarquía, de la proximidad o lejanía a los caminos más importantes de la red viaria

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tendida sobre el territorio, o de cualquier otro tipo de recurso. ¿A qué distancia se hallan unos asentamientos de otros? Esta cuestión deriva de la anterior. Un asentamiento no pautado debe de ofrecer una variedad de tamaños y formas de los fundi. Es posible que no sea demasiado real el resultado de aplicar, por ejemplo, los polígonos de Thiessen, pero constituye una aproximación teórica al problema (fig. 1).

Fig. 1. Distribución de asentamiento rurales romanos entre el S del Tajo y N de la Sierra de S. Pedro. (Cerrillo, 2005).

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EL TIEMPO. FASES Y PERIODOS Tras varias décadas de estudios de sitios y de áreas más o menos amplias es posible una aproximación a la comprensión del asentamiento romano y tardoantiguo en diversas zonas de la antigua provincia de Lusitania. Es verdad que ciertas pautas observadas en nada se distinguen de otras áreas peninsulares y extrapensinsulares que en aquellos momentos pertenecieron a una amplia estructura administrativa que conocemos como Imperio Romano. a) Implantación La fase de implantación resulta difícil determinarla. No solo deben de ser analizados aquellos paisajes agrarios establecidos mediante pautas a partir de repartos centuriados en los momentos iniciales de las fundaciones de colonias en el s. I a. C., sino también están por conocer aquellos paisajes rurales iniciados en la II Edad de Hierro que tenían como centros nucleares los poblados fortificados de esa etapa que aún no han sido debidamente reconocidos como pertenecientes a esa etapa (Ariño, Gurt y Palet 2004; Gurt y Ariño, 1992-93; Gorges, 1983; Corzo, 1976; Silliéres 1982; Cerrillo, Fernández y Herrera, 1990). b) Máximo desarrollo Tratar de analizar los momentos posteriores, las fases tardoantiguas, sin una rápida ojeada a las previas crearía una cierta incomprensión del fenómeno, sobre todo porque la excavación de cualquiera de los sitios del ámbito rural ofrece situaciones similares y de difícil análisis por fases. La Arqueología rural pese al elevado número de sitios conocidos, sigue ofreciendo una problemática muy alejada a la de las ciudades, donde esa denominación lata de «romano» se ha atomizado en diferentes fases, periodos y subperiodos. La rural, en cambio, puede reconocer ciertas reformas internas llevadas a cabo en un momento álgido de estos asentamientos, a lo largo de todo el siglo IV, en la que casi todos los sitios se amplían o se les añaden elementos que poseen una buena datación estilística o, mejor dicho, modal con las adiciones de constantes espacios absidiados con que rematar los tablina o los oeci situados en torno a las galerías que envuelven los peristilos. Es también es esta época cuando esos mismos espacios se pavimentan con mosaicos que llevan la

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firma estilística y modal de esa fecha: la diversidad de decoración de estilo geométrico, a la vez que cierta temática específica de la época en aquellos que adoptan el estilo figurativo: los temas de las cacerías, tan extendidos por la cuenca mediterránea, ya sea siguiendo los modelos clásicos o aquellas otras «escuelas» que generan tipos más locales. Otro aspecto sobre el que deseo llamar la atención es sobre la extensión de estos asentamientos rurales. Con carácter previo a cualquier excavación los restos arqueológicos de superficie poseen una considerable extensión. Unas veces como reveladores de la propia latitud que en su día poseyeron las construcciones rurales, mientras que otras veces se debe al propio proceso arqueológico de modificaciones locales de los materiales, diseminados por un área mayor que la que inicialmente poseyeron. La localización o concentración de esos materiales lleva en ocasiones a considerar la presencia de varios puntos relativamente cercanos y a individualizaros en el momento de contabilizarlos. Sin embargo, tras la excavación el resultado es muy diferente, ya que se trata de una unidad de producción que se halla dispersa a lo largo de varias hectáreas de extensión. Esta dispersión no es otra que una disposición especializada de índole funcional de los edificios de la villa. Las partes rustica y fructuaria de los agrónomos latinos se sitúan fuera de los límites de la pars urbana y a veces en las orlas periféricas del fundus. Frente a esos criterios que ofrecen una morfología propia a las construcciones de los campos y a la decoración de sus interiores –a lo que habría que añadir la decoración pictórica de las estancias, generalmente perdida por el propio proceso postdeposicional- figura otro elemento que contribuye a generalizar, a modo de fósil director y que está más extendido. Se trata, como no, de las últimas series de las cerámicas sigillatas africanas. Esta serie, en constante revisión, proporciona un nexo con el mundo exterior, por tratarse de uno de los últimos elementos de fabricación de carácter industrial que proporciona unas cronologías más o menos homogéneas en los mercados de todas las zonas próximas al Mediterráneo. Su presencia marca la última etapa de esos mercados uniformes hasta que sean en algunos casos sustituidos por producciones de carácter local de imitación, cuando ello pueda observarse con nitidez. Pero el modelo morfológico de la villa, que a simple vista parece estable en estos momentos de máxima difusión del sistema de ocupación del suelo, plantea, no pocas interrogantes que van más allá de la misma morfología de los ámbitos espa-

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ciales que la conforman. Se conoce aún poco del funcionamiento interno de estos sitios y de planteamientos de carácter histórico, de capacidades de producción de cada uno de ellos y de la comparación entre sí. Smith sugirió hace años un debate que en las Islas Británicas, el de la oposición entre villae ricas/villae pobres (Smith, 1978, 1997). ¿Qué debemos entender por tales? ¿Existen mecanismos arqueológicos capaces de traducir en términos cuantificables de producción o de inversión? Es evidente que esta escala de valores debe analizarse a partir de la información que provenga de la arqueología en los momentos en que realizamos en estudio, es decir, desprovistas ya de una buena parte de la información original. Pero la consecuencia extraída de esta información solo será excesivamente parcial, porque la verdadera riqueza deberá ser medida en los términos de la eficiencia productiva de la villa. Acaso los parámetros elegidos respondan a ello, pero no necesariamente. La exhibición de mosaicos, de paramentos pintados, de la extensión y de los volúmenes de la construcción pueda evidenciar una mayor riqueza productiva obtenida del fundus. c) El proceso de transformación. La necesidad de un conocimiento de la fase de máximo esplendor de las villae es fundamental para poder iniciar la comparación en la fase siguiente. Lo primero que pudiera analizarse son los mapas de reparto de hallazgos de estos asentamientos. Pero éstos envejecen con cierta rapidez debido a los continuos hallazgos que tienen lugar. En cambio sí es interesante señalar la abundancia de restos en la zona de la «mesopotamia» del Tajo y Guadiana. El planteamiento, como indiqué antes, deberá realizarse en una doble dirección: en términos históricos y en el de la cultura material. Una parte de la investigación debiera plantearse en términos cuantitativos, es decir, si puede observarse el mantenimiento del número de sitios de esta tipología, o si por el contrario existe una reducción del mismo en momentos inmediatos posteriores. Si esto fuese así podría concluirse que efectivamente el sistema de ocupación del espacio rural ha iniciado una crisis que habría que enmarcarse dentro de un fenómeno amplio de tipo económico, porque acaso los mercados urbanos no son capaces de absorber la producción agropecuaria. Esta sería una de las cuestiones a solventar además, del establecimiento de cronologías correctas en la casi totalidad de los lugares anali-

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zados para determinar la época en la que se produjo la transformación o del fin de ellos. Pero es muy posible que los lugares conocidos, fruto de la transformación, sufrieran una reducción de los espacios construidos en los momentos de máximo esplendor, hacia el siglo IV, y se realizaran readaptaciones internas sin aquellos otros elementos constructivos que actuaban también como sello cronológico. ¿Existen transformaciones formales en la arquitectura de las antiguas villae? ¿Se amplían o restringen las áreas de residencia? ¿Qué incidencia tuvo la presencia de una población diferente a la hispanorromana, es decir, la visigoda? ¿Significó la expropiación de las propiedades rurales de los viejos propietarios hispanos ante la llegada de las poblaciones islámicas? En primer lugar debiera comprobarse si todos los lugares ocupados en el siglo IV, época, al parecer, de máximo florecimiento cuantitativo de estos asentamientos, se mantienen en épocas posteriores y llegan a los primeros momentos de la Edad Media, o si existe un escalonamiento progresivo de los mismos en el cese de las funciones para los que fueron creados inicialmente. En realidad, desde el punto de vista arqueológico se trata de establecer una escala de diferencias y similitudes en el sistema de asentamiento y determinar aquellos que abortaron en la evolución temporal y aquellos otros cuya vida funcional se mantuvo en los siglos siguientes. Pero esa tarea no es fácil, porque la creación de una escala de desarrollo temporal resulta complicada, sobre todo tras la ausencia de los fósiles directores tradicionales, las cerámicas sigillatas y otros elementos característicos de las épocas previas. Las conclusiones obtenidas a partir de las cronologías absolutas por medios químicos producen no pocas alteraciones en épocas demasiado próximas. En segundo término debiera observarse en qué consistió el proceso de transformación de las viejas estructuras romanas a las altomedievales. Ello sugiere plantearse varias cuestiones. La primera a si se mantienen las tipologías funcionales dentro de los mismos esquemas económicos y sociales. La segunda a la alteración morfológica de esas mismas unidades residenciales, es decir, si se han producido innovaciones por adición o por reducción de las áreas ocupadas en los siglos precedentes. Hasta ahora se ha seguido un criterio a partir de las técnicas arqueológicas es la evidencia de edificios cultuales en las proximidades, lo cual podría situar el mantenimiento de las actividades del sitio a lo largo de los siglo V en adelante, siempre que la

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tipología de estos edificios permitan obtener una cronología de ellos certera y adecuada, algo que no siempre ocurre, y en la que sería preciso significar el momento de la implantación, las fases intermedias y el final. Es posible que los primeros cambios se deban a la aparición de enterramientos de carácter singular en los asentamientos, una característica del siglo IV evidenciada también en otras áreas del ámbito mediterráneo, en torno a los cuales se genera una necrópolis, sin necesidad de edificio cultual cristiano. Una segunda fase corresponde a la existencia de edificios de culto que repiten ciertas pautas constructivas, acaso como reflejo de los de carácter urbano o de cierta canonicidad emanada de la jerarquía episcopal, cuya cronología oscila desde el siglo V en adelante, pero que revelan también diferencias morfológicas dentro de una relativa unidad tipológica. Muchas de estas iglesias rurales parecen responder a la tipología canónica conocida en la Historia del Derecho como iglesias propias y a categoría funcional de parroquias destinadas a la atención pastoral de las áreas rurales. En no todas ocasiones se ha podido comprobar la relación entre estos edificios de culto con el edificio de la villa, pues en unos casos ha primado más el interés por el conocimiento de las estructuras de la villa y en otros la de las iglesias, cuando entre unas y otras existe una notable proximidad espacial. Es el caso de La Cocosa, Alconétar, Magasquilla, La Aldehuela, Portera, y ahora, gracias a la prospección, Casa Herrera y otras muchas más (Serra, 1949; Caballero y Arribas, 1971; Caballero y Ulbert, 1975; Caballero, 2009; Cerrillo, 1983, 1979-81). En definitiva, la cuestión habrá que plantearla del siguiente modo: ¿Cual es la duración de los antiguos asentamientos rurales romanos? El hecho de que hubiesen desaparecido algunas de las morfologías propias de los siglos anteriores, no implica el final de un sistema de ocupación del suelo. Si anteriormente se ha acudido a la definición de los elementos que componen este tipo de sitios, será necesario realizar una nueva recolecta de aquellos elementos formales que han desaparecido o que han sustituido a los anteriores. Pero el modo de vida agrario sigue vigente y seguirá durante siglos (Brogiolo, 1995; Brogiolo y Chavarria, 2008; Chavarria, 2004; 2006 y 2007; Christie, 2004; Teichner, 1997 y 2006). Está claro que la fecha del 711 significó poco en las áreas rurales. La rápida expansión hasta el valle del Tajo y la llegada de los primeros contingentes a Toledo no significó, como suele ser lo ha-

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bitual en cualquier proceso de expansión basada en conquista militar, una total ocupación del territorio, y menos de las áreas rurales. Es posible que algunos de estos establecimientos sufrieran los conflictos de un modo más próximo, en especial aquellos situados en las cercanías de las vías de comunicación o de las ciudades. Pero existen otros alejados de esas zonas de expansión que debieron de mantenerse en una situación similar a los momentos iniciales, cercados y ajenos a la nueva situación. Resulta difícil aplicarles la denominación de mozárabes, pero en realidad les cabe la etiqueta de subculturas residuales (Cerrillo, 1979-81), a los que apenas fueron abastecidos por elementos de la cultura material nueva, precisamente la que resulta tan escasa en el análisis arqueológico, o la que apenas posee potencial evolutivo, esa cerámica que la incluimos dentro del grupo de la común, a falta de los criterios de evolución suficientes para incluirla en la nueva etapa. Queda otra cuestión por plantear, relativa al significado de la toponimia después del siglo XIII. Algunos de los topónimos de clara raigambre tardoantigua, en especial aquellos de tipo hagiográfico, aparecen ya en los primeros momentos de la conquista del territorio por los reinos castellanoleonés. ¿Significa el mantenimiento de una población residual? La transformación en todos los órdenes puede observarse desde diferentes puntos de vista. La primera el mantenimiento de las antiguas funciones agropecuarias de las villae, que siguen presentes en las inmediaciones o bajo los nuevos edificios destinados a cumplir con tal función. En muchos casos con una evidente transformación ya en la Baja Edad Media. Es el caso de Bencáliz (Cerrillo, 1982), donde la villa se abandona y el nuevo establecimiento se desplaza a buscar una ligera altura con la presencia de un torreón defensivo y donde se hallaron cerámicas islámicas constituye un caso muy particular por hallarse en las inmediaciones del antiguo camino romano y podría haberse ocupado en los primeros momentos. En otros casos la transformación se realiza, como ocurre en las Mezquitas o de Torralba, donde la villa se transforma en un edificio de culto rural, tipo ermita, y en cuyas inmediaciones se observan restos abundantes de haber pertenecido a esa tipología. Pero esa transformación suele operarse, como en Bencáliz en la adición de funciones de culto a uno de los oeci de la antigua villa. En otros casos la transformación se ha realizado sobre un edificio de culto previamente establecido

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en época tardoantigua, es el caso de de Santa Olalla en las inmediaciones de Cáceres, donde claramente se han mantenido las funciones agropecuarias (la Aldehuela) con las religiosas (iglesia propia convertida en ermita de culto a santa Olalla) (Bueno 1989, Cerrillo, 2003). En ambos existe una clara presencia de una arquitectura que fue transformándose a lo largo de las Edades Media y Moderna, manteniéndose hasta el siglo XIX que suelen sucumbir por el proceso desamortizador. Durante todos esos siglos están presentes multitud de refacciones que impiden leer correctamente su pertenencia al periodo inicial sin proceder antes a un correcto tratamiento arqueológico. En otros casos se produjo la ruina total y la desaparición de cualquier rastro de la evidencia de restos de ese periodo y de cualquier otro debido al proceso arqueológico. Solo la sutileza de la toponimia, de hallazgos de superficie o de pautas del paisaje elegido, permiten asignarle su pertenencia a esa fase cultural y cronológica. Un ejemplo puede ser el de Los Alijares (Cerrillo, 2005), asentamiento situado en valle cerrado que puede relacionarse con la posición de otros de estos conocidos y por la presencia de sarcófagos monolíticos, como si se prefiriese un nuevo entorno físico para la continuidad de los asentamientos que han de continuar. El hecho de plasmar a modo de resumen la dispersión de los hallazgos que pueden incluirse entre los siglos IV en adelante, caracterizados por una clara presencia del cristianismo en las áreas rurales no implica que responda a la universalidad de la muestra. En la figura 2 se incluyen tanto los edificios de carácter cultual, como arquitectura decorativa, del mobiliario litúrgico, las necrópolis de claro uso cristiano y otros que de algún modo denoten la presencia de comunidades cristianas. Tampoco se puede olvidar otro hecho, como es el de que la aparición del cristianismo en las áreas rurales no ha de poseer un inmediato reflejo en la cultura material y no obliga a la realización de cambios o añadidos en las construcciones hasta algunos siglos más tarde. Pero ¿Cuál ha sido y cómo se ha desarrollado el fin de la nebulosa de puntos observable en otros puntos de la zona, presentes en la época, sensu lato, romana? Para poder responder a esta cuestión será precisa la creación de precisos programas de prospección y de excavación de sitios diferentes. Hasta ahora se han excavado siempre –salvo muy escasas excepciones- villas o edificios cultuales, pero en muy contadas ocasiones se han realizado intervenciones en las que puedan ponerse de relieve ambos ámbitos constructivos y la correlación que

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existe entre las áreas simbólicas (religiosas y funerarias) con las funcionales y de representación. Al mismo tiempo habrá que tener muy en cuenta otros aspectos de la cultura material que sustituye a la anterior y que ofrecía a los arqueólogos una elevada tasa de garantía de estilo y cronología que en los momentos de la Tardoantigüedad va desapareciendo progresivamente. La cuestión sigue siendo el problema de la transición hacia la Alta Edad Media y cuántos de esos sitios llegaron a superar esa barrera y alcanzar a los siglos XII y XIII cuando este territorio es conquistado por los las tropas de reinos castellano-leoneses y con la posterior instalación de poblaciones de esa procedencia prácticamente en los mismo lugares en que los que existieron restos de ocupaciones anteriores. El valor que ofrece el análisis de la toponimia que se aplica a los antiguos sitios y a los nuevos adehesamientos anuncia claramente la presencia de ruinas que se adscriben siempre a época romana o tardoantigua. La cuestión sigue planteada casi en los mismos términos que ya lo hiciera Sánchez Albornoz (1966) para el área del valle del Duero: ¿existió población o despoblación de las áreas rurales durante los siglos de la Alta Edad Media? Desde la hipótesis de trabajo siempre he mantenido acerca de la existencia de una población residual que compartiría la propiedad y el uso del territorio entre los siglos VIII al XII-XIII, sería el modo de explicar la pervivencia de lugares poblados en el ámbito rural. Acaso el problema estribe en la incapacidad de correcta lectura de esa cultura material poco seriada o de las casi imperceptibles modificaciones arquitectónicas que sufrieron las antiguas villae. Acaso haya que pensar también en cambios de los materiales de construcción más perecederos. Pero al igual que en las propuestas anteriores habría que matizarla convenientemente en función de la comarcalización, pues la diferencia que ofrecen las áreas naturales y la lejanía o proximidad de núcleos urbanos o fortificaciones contribuiría a modificar las condiciones. BIBLIOGRAFÍA ARBEITER, J. 1995: «Construcciones con sillares. El paulatino resurgimiento de una técnica edilicia en la Lusitania visigoda», IV Reunió d’Arqueologia Cristiana Hispànica, Barcelona, 217-237. ARBEITER, J. 2003: «Iglesia de Portera», L. Caballero y P. Mateos (eds.), Repertorio de arquitectura cristiana en Extremadura: época tardoantigua y altomedieval, Mérida, 53-56.

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Fig. 2. Distribución de elementos arqueológicos relacionados con la difusión del cristianismo en Extremadura (siglos V-VIII). (Cerrillo, 2008a).

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ALFONSO VIGIL-ESCALERA GUIRADO1 JUAN ANTONIO QUIRÓS CASTILLO

RESUMEN El objetivo de este trabajo es doble. Por un lado se pretende realizar una breve síntesis crítica de los principales hallazgos realizados en los últimos años en el noroeste de la Península Ibérica, señalando las diferencias regionales y la heterogeneidad de la muestra disponible. En segundo lugar se realiza una propuesta de análisis sintética y sistémica de los paisajes altomedievales del noroeste Peninsular a la luz de los hallazgos arqueológicos realizados en los últimos años. En particular se sostiene la importancia de analizar la geografía del poder tomando en consideración las relaciones contextuales que se establecen entre los distintos registros arqueológicos analizados (asentamientos campesinos, centros de poder, ciudades) desde una perspectiva holística. De forma preliminar se realizan algunas reflexiones de carácter general sobre la naturaleza de los hallazgos realizados, las metodologías de intervención y los planteamientos teóricos con los que se han analizado estos yacimientos. PALABRAS CLAVE: Aldea, Paisajes, Alta Edad Media, cerámica común, campesinado ABSTRACT The aim of this paper is double. On one hand it seeks to make a brief critical overview of the main findings made in recent years in the northwest of the Iberian Peninsula, indicating regional differences and the heterogeneity of the available sample.Secondly, a proposal of synthetic and systemic analysis of early medieval landscape of northwestern Peninsular in the light of the archaeological discoveries made in recent years. In particular, it argues the importance of analyzing the geography of power taking into account the contextual relationships established between the various archaeological records analyzed (rural settlements, power centers, cities) from a holistic perspective. Preliminarily makes some general reflections on the nature of the findings, methods of intervention and the theory with which these deposits have been analyzed. KEYWORDS: Village, Landscapes, Middle Ages, common ware, peasants

1 Grupo de Investigación en Patrimonio y Paisajes Culturales IT315-10 financiado por el Gobierno Vasco. Este trabajo se ha realizado en el marco del proyecto de investigación “La formación de los paisajes medievales en el Norte Peninsular y en Europa. Agricultura y ganadería en los siglos V al XII” (HUM 2009-07079).

Hace muy pocos años la celebración de un Seminario como el actual hubiera sido impensable, o más bien, habría estado plagado de sugerentes propuestas interpretativas realizadas a partir de testimonios escritos y de un escaso registro material de carácter monumental (algunos cementerios e iglesias). De hecho, el coloquio celebrado a finales de los 90 en la Casa de Velázquez que no llegó a ser publicado, podría ser un antecedente del actual en ese sentido. Pero en estos años han cambiado bastantes cosas. En primer lugar el aparato metodológico y el instrumental con el que trabajan los arqueólogos ha sufrido una profunda renovación. Un papel muy destacado lo ha tenido la reciente sistematización de la denominada «cerámica común», que ha contribuido decisivamente a asentar los indicadores básicos para datar y comprender aspectos de la estructura económica de las ocupaciones rurales. El seminario celebrado en Mérida en el 2001 (Caballero, Mateos, Retuerce 2003) fue decisivo a la hora de promover este tipo de instrumentos de análisis, y aunque todavía hoy en día hay diferencias tanto metodológicas como regionales significativas en el tratamiento de estos materiales, contamos con una base de partida fundamental para los espacios que estudiamos. Pero igualmente otros aspectos, sobre los que se volverá más adelante, como son las estrategias de intervención, el desarrollo de estrategias de datación cada vez más depuradas y la construcción de registros bioarqueológicos forman parte de esta renovación. Un segundo fenómeno que ha tenido lugar en los últimos tiempos ha sido que, frente al papel protagonista que ha tenido la intervención arqueológica en las ciudades hispanas a la hora de arrojar luz sobre los siglos altomedievales durante los años 90 (p.e. Valencia, Tarragona, Mérida, Barcelona, y más recientemente Cartagena, Córdoba, El Tolmo de Minateda o Vitoria-Gasteiz entre otros) como resultado de las importantes rehabilitaciones realizadas en cascos históricos durante esos años, a partir de finales

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de la década pasada ha sido el paisaje rural tradicional el que se ha visto afectado de forma masiva por estas intervenciones. En muy pocos años la expansión urbanística en suburbios o zonas rurales, las grandes obras públicas y las nuevas infraestructuras han tenido un efecto destructivo de gran calado comparable al sufrido por los cascos urbanos en los últimos treinta años. Este fenómeno no ha afectado por igual a todos los territorios, pero sobre todo no ha tenido en todas partes la misma traducción en términos de detección de los yacimientos arqueológicos y desarrollo de estrategias de intervención. Como consecuencia de todo esto y en un plazo muy breve de tiempo hemos empezado a conocer elementos básicos de la organización de los paisajes hispanos durante la Alta Edad Media y a construir registros arqueológicos cada vez más sólidos. Aldeas, granjas, espacios productivos, iglesias, castillos y central places han empezado a identificarse en la Meseta, el reborde cantábrico o Cataluña, presentando sorprendentemente analogías muy estrechas con lo que se ha hallado en otros sectores europeos. Y aunque aún estamos muy lejos de poder contar con síntesis territoriales adecuadas, resulta evidente que hay cuestiones nucleares de las sociedades altomedievales que han de ser replanteadas a la luz de estos hallazgos. Por otro lado, a la luz de estas experiencias y su veloz desarrollo, creemos que resulta imprescindible realizar algunas reflexiones de carácter general sobre la naturaleza de los hallazgos, la metodología de intervención y los planteamientos teóricos con los que estamos interpretando estos yacimientos. Corremos el riesgo, en el momento actual, únicamente de ir ampliando la muestra dentro de categorías cerradas que agrupen realidades que no son homogéneas, o de sufrir una «crisis de crecimiento», en el sentido de que el enorme volumen de datos generados termine por demostrarse redundante e inútil, tal y como ha ocurrido a veces con la Arqueología Urbana (Brogiolo 2003). Por todos estos motivos, y a la luz de las experiencias acumuladas durante los últimos años en el País Vasco y en la Meseta querríamos analizar en esta ocasión las siguientes temáticas: 1) los problemas de lectura que presenta el registro arqueológico de las granjas y aldeas campesinas altomedievales; 2) la necesidad de desarrollar propuestas sistémicas de análisis social del «territorio»; y 3) el impulso de la arqueología del paisaje y de los espacios de producción campesina desde esta nueva perspectiva. De forma previa será necesario discutir muy brevemente la naturaleza de los materiales con que contamos en la actualidad.

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1. CÓMO SE HA LLEGADO A LA SITUACIÓN ACTUAL Tal y como hemos señalado, la arqueología rural de la Alta Edad Media en el NO peninsular se ha desarrollado, fundamentalmente como resultado de la «gestión de la destrucción» del patrimonio arqueológico. Tras una primera fase, de incertidumbre y caracterización de registros arqueológicos hasta entonces «invisibles» tanto en términos materiales como conceptuales, a partir de finales de los años 90 se han empezado a detectar aldeas primero y granjas después en Madrid, amplios sectores de Castilla y León, y más recientemente en el País Vasco, Galicia o Cataluña (Quirós Castillo 2009a; 2010b). Salvo excepciones puntuales, la densificación del mapa de yacimientos encuentra su contrapunto en una masiva destrucción patrimonial pareja a la de los paisajes tradicionales y en la fallida adecuación de una parte relevante de los actores implicados en la gestión de estos recursos para asumir los retos que se plantean hoy en día. Aunque están en marcha algunos proyectos de investigación que tienen como fin sistematizar estos registros y promover la socialización de los resultados de estas intervenciones, hay que señalar que la mayor parte de las excavaciones han sido y seguirán siendo realizadas por profesionales y empresas que trabajan con frecuencia al margen de la academia, bajo la única supervisión de una administración burocratizada siempre escasa de medios humanos y materiales. Desde un punto de vista estrictamente operativo y conceptual, nuestros trabajos nos han obligado a crear nuevos protocolos de intervención y a recorrer toda una serie de temáticas y de aspectos que merecen la pena subrayarse. Un elemento básico, al que ya se ha hecho previamente referencia, ha sido sistematizar a nivel subregional los más indispensables indicadores cronológicos, en primer lugar la cerámica «común» (Vigil-Escalera Guirado 2003). Es preciso desarrollar estrategias de construcción de herramientas para la datación de estos conjuntos altomedievales basadas en los elementos materiales más inmediatos, apoyándose en otros indicadores como las dataciones radiocarbónicas, y no al revés (es decir, utilizando el radiocarbono o el hallazgo numismático como guías únicas y principales). Por otro lado, a través del estudio de estos materiales se ha podido reconocer la existencia de culturas productivas de ámbito subregional mucho más amplias y complejas de lo que se podría plantear a priori, tanto en la Meseta como en el valle del Ebro.

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Un segundo aspecto que merece la pena señalar es que las dataciones radiocarbónicas aplicadas a los siglos analizados presentan numerosos problemas si no se analizan críticamente los resultados de los laboratorios y se comprenden los procesos formativos de los depósitos arqueológicos a la hora de realizar la toma de muestras. Llevar al límite las posibilidades de las dataciones radiocarbónicas, buscando errores inferiores al medio siglo especialmente en momentos claves como son el siglo V o el siglo VIII presenta graves problemas. Si queremos afinar las dataciones en estos periodos hay que tener en cuenta las características de la curva de calibración y los grados de aproximación de este instrumento presentan, en el momento actual, límites que no son siempre fáciles de superar (McCormac et al. 2004, 2008; Quirós Castillo 2009b). Un tercer aspecto reseñable es que únicamente a través de excavaciones en grandes extensiones realizadas con determinadas protocolos es posible construir registros arqueológicos de calidad adecuada para afrontar los problemas que plantean los yacimientos rurales altomedievales (Fernández Ugalde 2005; Peytremann 2010). Más aún cuando nos enfrentamos a proyectos que comportarán la destrucción masiva de este tipo de registros es necesario poder verificar la representatividad de lo que se excava mediante la apertura previa de áreas extensas. De hecho, ninguna aldea o granja altomedieval ocupa menos de una hectárea de espacio construido, siendo a menudo inseparables los sectores residencial y productivo, por lo que para reconocer y delimitar ambos suele ser necesario abrir espacios muy amplios. Por otro lado es necesario subrayar que no es suficiente abrir grandes extensiones para comprender estos yacimientos. Es una condición necesaria, pero no suficiente. En cuarto lugar la comprensión de los procesos formativos de la estratigrafía de estos yacimientos es básica para hacer una correcta interpretación de los mismos. A diferencia de los contextos urbanos pluriestratificados, predominan las estructuras negativas carentes de relaciones estratigráficas verticales. En el mejor de los casos tratamos con estratigrafías horizontales y casi siempre con rellenos formados por depósitos desplazados desde basureros; es decir, tratamos con depósitos secundarios. De hecho, algunos autores han caracterizado yacimientos de esta naturaleza, como «yacimientos sin estratigrafía». Aunque en rigor esta caracterización es imprecisa o errónea, subraya la escasa importancia de las estratigrafías verticales y la particularidad de los procesos formativos (Aboal et alii 2005).

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En quinto lugar, la lectura de estos registros, con frecuencia monótonos y reiterativos, no es simple ni en términos funcionales ni sociales. Uno de los grandes problemas que tenemos planteados en la actualidad en la arqueología de la Alta Edad Media es, paradójicamente, la identificación material de los grupos dominantes. Si hasta hace poco tiempo las síntesis sobre este periodo hacían referencia únicamente a estos grupos, su presencia no siempre es tangible o fácilmente definible en el seno de los enclaves rurales.2 En sexto lugar, y como consecuencia de todo lo anterior, nuestro cuadro arqueológico sobre la sociedad altomedieval es aún parcial y problemático. Concretamente, uno de los principales problemas que tenemos aún planteado –como trataremos a continuación- es la excavación sistemática y en extensión de los centros de altura que se fundan a partir del siglo V en la Meseta y en amplios sectores peninsulares, con frecuencia en los márgenes de los antiguos territorios urbanos. Como se ha señalado en otra ocasión (Quirós Castillo 2010a; Vigil-Escalera Guirado 2009), éstos constituyen un indicador evidente de la presencia de poderes locales radicados en un determinado territorio, y están asociados a la presencia de redes de aldeas y de territorialidades sólidas. Su ausencia o escasez en ciertas comarcas puede estar apuntando la existencia de formas de ordenación social del paisaje menos jerarquizadas y, en otras, a la vez, la vigencia de sólidas formas hegemónicas sobre extensos territorios. En séptimo lugar, a la luz no tanto de los hallazgos de las aldeas, sino de las propuestas de análisis social que se están desarrollando a partir del estudio de estos registros materiales, es necesario proceder a releer y reformular algunas de las temáticas que han tenido un mayor desarrollo en los últimos decenios en el ámbito de la arqueología de la Alta Edad Media. Señalaremos únicamente dos. Por un lado, creemos que las ocupaciones rupestres y, en general, los «espacios marginales» requieren una profunda revisión tanto en lo que se refiere a los aspectos interpretativos como a los criterios de estudio. Como hemos señalado recientemente (Quirós Castillo, Alonso 2008), los registros disponibles excluyen la validez de lecturas universalistas (inestabilidad política, eremitismo, etc) y abren nuevas perspectivas de gran interés para la comprensión de este tipo de ocupaciones. 2 Sobre la dificultad de la lectura social de los registros arqueológicos campesinos en la Alta Edad Media, ver Wickham 2008, p. 658-659.

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En segundo lugar, y quizás sobre esta cuestión aún no hemos insistido bastante, todos los aspectos vinculados con el ritual funerario han de ser analizados en el marco de sus específicos contextos sociales (sean o no aldeanos), sobre todo en ausencia de iglesias y centros de culto. En aldeas como las de Gózquez en Madrid o Cárcava de la Peladera en Segovia se ha podido constatar sin ningún género de dudas que los cementerios «visigodos» no son más que, cementerios aldeanos (Quirós Castillo, Vigil-Escalera 2011). Cualquier intento de localizar en estos lugares élites regionales, identidades étnicas o discursos sobre la representación del poder a escala local debe confrontarse con esa realidad aldeana y con sistemas sociales bastante diferentes a los que hemos estado manejando hasta hace pocos años. Pero es preciso, para avanzar, que nos detengamos brevemente a discutir sobre qué bases teóricas estamos trabajando en la actualidad a la hora de hacer una caracterización social de nuestro territorio a partir del registro arqueológico disponible. 2. LOS PAISAJES MEDIEVALES COMO SISTEMAS Durante los últimos años de trabajo en torno a las aldeas altomedievales en varios sectores peninsulares nos hemos preguntado en más de una ocasión cómo definir estos yacimientos, si podía ser lo mismo o algo similar una aldea del siglo VI y otra del IX o del XII, qué significado podía tener el hecho de que las redes de aldeas no se documentasen (aparentemente) en todos los territorios y cómo debíamos interpretar los registros que generan las comunidades campesinas. Con el tiempo nos hemos dado cuenta que para comprender estos yacimientos era necesario ampliar la perspectiva de análisis introduciendo sujetos y relaciones que superasen el mismo ámbito de los asentamientos campesinos. Y aunque por nuestra parte no se ha trabajado más que en asentamientos de carácter campesino (esto es, granjas, aldeas y cuevas) e incluso –como veremos despuésen nuestro territorio siguen siendo a día de hoy los yacimientos mejor conocidos, hemos llegado a la conclusión de que paradójicamente no se pueden explicar las aldeas sino desde fuera de las mismas. La existencia (o la ausencia) de redes de aldeas no es sino un indicador de procesos más complejos y de fenómenos globalizantes. Las aldeas son únicamente una parte de la ecuación, de tal manera que serían inexplicables si no se logra explicitar su re-

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lación con los mecanismos de gobierno y ordenación del territorio. Sabemos que la definición en términos conceptuales de las estructuras de poder en la Alta Edad Media y su reconocimiento arqueológico plantea numerosos problemas. Si se acude al testimonio escrito nos daremos cuenta que el cuadrante Noroeste peninsular se puede caracterizar por la presencia de poderes de ámbito subregional o local durante prácticamente toda la Alta Edad Media. En cambio, estos poderes no se traducen más que de forma muy puntual en indiciadores arqueológicos bien reconocibles. Si tuviésemos que hablar de residencias aristocráticas altomedievales en la Meseta durante la Alta Edad Media no encontraremos (de momento) nada similar a Pla de Nadal (Gutiérrez Lloret 2000). Solamente algunas iglesias, ciudades muy mal conocidas y algunos centros de altura fortificados parecen constituir los lugares en los que poder situar estos poderes. Por otro lado, en estos lugares será más fácil, a priori, hallar la representación del poder que explicar la estructura y las formas de dominio social ejercidas durante este periodo. Teniendo en cuenta todos estos elementos, resulta necesario recurrir a propuestas de análisis territorial de carácter sistémico que identifiquen los sujetos sociales, las interrelaciones causales básicas y evidencien las dinámicas del sistema en su conjunto. Es decir, debemos analizar los mecanismos de penetración de los poderes en las comunidades campesinas, que son cambiantes territorial y diacrónicamente, para poder realizar verdaderas geografías del poder. Aldeas y granjas dejan de ser de esta manera escenarios en los que buscar o reconocer diferencias sociales para convertirse en elementos activos en el territorio. Por otro lado, la atención puesta en el origen y abandono de las aldeas debiera desplazarse al análisis de los procesos de estabilidad y cambio en términos comparativos. Para ello sería necesario analizar las relaciones que se crean en términos de producción y circulación de bienes y servicios entre las diversas partes de la red, tanto a nivel vertical, como horizontal. Adoptando esta perspectiva se diluyen o reperfilan algunas de las categorías universales o las definiciones estancas. El concepto mismo de aldea o de granja adquiere así contenidos diferentes en función de su específico contexto. De la misma forma que una alquería no representa un modelo social similar en época califal o nazarí, tampoco una aldea de los primeros siglos medievales se pueden comparar de forma automática más que en aspectos formales y externos con una aldea plenomedieval.

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Teniendo en cuenta estas perspectivas, analizaremos a continuación algunos de los registros con que contamos en el cuadrante Noroeste peninsular, analizando desde una perspectiva comparada la heterogeneidad territorial documentada, que proporciona claves de lectura imprescindibles en la categorización de los sujetos sociales. En nuestro análisis diferenciaremos dos fases cronológicas principales, teniendo en cuenta la cesura que los registros arqueológicos manifiestan en torno al periodo comprendido en el 700-750 ca. 2.1. SIGLOS VI-VII A partir de mediados de la quinta centuria se produce una profunda desarticulación de las jerarquías de poblamiento vigentes en época imperial, que en lugares como la Meseta se traducirá en el abandono o en la transformación de las cabeceras territoriales. Aunque conocemos muy mal las fases más recientes de las ciudades romanas de la Meseta (desde Clunia hasta Iruña, de Complutum a Tiermes), sí podemos afirmar que este sector peninsular fue el que sufrió un mayor índice de abandonos urbanos durante la Alta Edad Media. Y aunque tenemos indicios significativos de que muchas de estas ciudades siguieron estando ocupadas durante estos siglos (normalmente a través de testimonios como cementerios, en ocasiones iglesias o construcciones realizadas sobre postes, como en el caso de las termas de Los Arcos en Clunia), parece evidente que su papel debió de redimensionarse notablemente (Escalona 2005). Son pocas (media docena) las ciudades de la Meseta que tienen obispados y que además aparecen representadas en los concilios visigodos (Díaz 2008: 139). Asimismo, y a partir del 500 se observa igualmente el fin de la circulación regional o interregional de cerámicas producidas de forma serial en talleres nucleados a favor de modelos productivos mucho más fragmentados, lo que no excluye por otro lado la existencia de culturas productivas de ámbito subregional. Al lado de los centros urbanos, se ha detectado la fundación a partir del siglo V de toda una serie de castillos o centros de altura fortificados, de los que aún no tenemos una cuantificación detallada. Por otro lado, son muy raros los casos en los que se han realizado excavaciones extensivas, y normalmente conocemos mejor las murallas que el interior de estos recintos. La mayor parte de los investigadores piensa que estos centros han tenido un papel fundamental como cabeceras territoriales y como sede de poderes de ámbito local y/o subregional. Algu-

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nos testimonios escritos, el hallazgo de pizarras de posible carácter fiscal y la naturaleza de los recintos amurallados avalan esta interpretación social (Castellanos, Martín Viso 2005; Martín Viso 2006). Sabemos, por otro lado, que estos centros (que en ocasiones tienen dimensiones y entidad similares a las urbanas) no son todos iguales, y existen jerarquías y relaciones complejas entre ellas. Pero en realidad son muchas las sombras que se ciernen aún sobre este tipo de yacimientos. En cierta manera tanto las ciudades como estos núcleos serían entidades políticas alternativas y complementarias. De hecho, muchos castillos se han fundado en la periferia de los centros urbanos, denotando que la capacidad de dominio de las viejas ciudades sobre su territorium se relaja notablemente durante el siglo V y VI. Es desde esta perspectiva desde la que hemos de situar el análisis de la creación de nuevos asentamientos de carácter campesino a partir de la segunda mitad del siglo V. Las aldeas, en el sentido de asentamientos campesinos estables con una estructura social formalizada, no son evidentemente una invención del periodo medieval. Pero sí es cierto que a partir del 500 ca. se detectan transformaciones muy significativas en los ámbitos rurales, en los que este tipo de yacimientos van adquiriendo un papel protagonista. En el territorio de la ciudad de Toledo, capital del reino visigodo, contamos con un registro excepcional para comprender estos procesos (VigilEscalera 2007). Más concretamente en el sector meridional de la Comunidad de Madrid sería posible detectar dos de los posibles patrones extremos por cuanto concierne a la emergencia de los primeros asentamientos campesinos postimperiales. El primero de ellos, ejemplificado en el yacimiento de El Pelícano, demuestra la constitución de una forma de asentamiento aldeano a partir de la progresiva pero rápida desestructuración de una antigua hacienda bajoimperial (Vigil-Escalera, Vírseda 2009) (fig. 1). Durante los cuatro siglos que permanece en activo el enclave campesino (ca. 425-850) el único polo estable de referencia para la comunidad será el cementerio. Este se configura en torno a un monumental mausoleo que alberga una doble cámara subterránea bajo la que se entierra presumiblemente el dominus en un gran sarcófago de plomo. Se ubica a unos 50 m al Este de los edificios de la villa. Ya durante el segundo tercio del siglo V, las instalaciones de la antigua villa son ocupadas por familias que instalan hogares sobre los suelos de las estancias y practican formas de gestión de sus

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Fig. 1. Planta general del yacimiento de El Pelícano (Madrid)

residuos domésticos alternativas a las de la época imperial. La primera fase de actividad aldeana, hasta mediados del siglo VI, conoce el establecimiento agregado de la comunidad al Este del cementerio. Las sucesivas reconstrucciones de los edificios y sus instalaciones auxiliares generan más de un metro de potencia estratigráfica en el denominado sector P09. Entre mediados del siglo VI y mediados del VII, el antiguo enclave de construcciones yuxtapuestas se abandona a favor de la dispersión de las unidades domésticas singulares a lo largo de la orilla Norte del arroyo de Los Combos hasta cubrir una extensión próxima a los dos kilómetros. Las sucesivas reconstrucciones del área residencial de cada unidad doméstica, probablemente siguiendo ciclos de relevo generacional, conllevan de forma habitual ligeros desplazamientos rotacionales en torno a eventuales parcelas de uso agrario intensivo (huertos). Pero es también cierto que, contemporáneamente, algunas de esas unidades (P02) desarrollan complejos edificados estables que denotan una cierta planificación (Vigil-Escalera 2009c, 209-215, fig. 6).

El segundo patrón observado se correspondería con las fundaciones ex novo, siendo el caso de Gózquez su representante extremo (fig. 2). La aldea se distribuye en dos barrios con el cementerio en el centro, probablemente dentro de un espacio físicamente acotado. En el barrio oriental de este yacimiento, la distribución ordenada de parcelas de uso residencial y agrario respondiendo a una clara planificación se mantiene durante toda la secuencia de ocupación. Este modelo ilustra hasta qué punto resulta difícil concebir la intervención arqueológica en asentamientos altomedievales de acuerdo a unos criterios de delimitación tradicionales de lo que es un yacimiento, adquiriendo los espacios vacíos o libres de estructuras una clara funcionalidad productiva. Incluso en sus respectivas áreas funerarias es posible documentar esta clase de comportamiento dual, siendo esporádicos los casos de intersecciones o la superposición de estructuras funerarias en el caso de Gózquez y relativamente frecuentes en El Pelícano (Vigil-Escalera, Vírseda 2009). La resolución cronológica obtenida a partir de la caracterización secuencial de la cerámica común

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Fig. 2. Planta general de la aldea de Gózquez (Madrid)

en Madrid permite establecer los rasgos de la diacronía en la ocupación, con reconstrucciones según ciclos generacionales de muchas unidades domésticas (así se ha reconocido en los sectores P4-P5P6 de El Pelícano o en el enclave de Prado Viejo). En todo caso, parece definirse a partir del 500 un nuevo paisaje densamente poblado por redes de aldeas que parcelan completamente el territorio del sur de Madrid. En un espacio de algo más de 800 km2 se han reconocido aproximadamente (y por defecto) unos sesenta enclaves (Vigil-Escalera 2007). Desde nuestro punto de vista, esta estructura de organización y explotación agraria ha de explicarse como resultado de una reconfiguración social del territorio dominado por élites residentes en centros urbanos y en castillos que, probablemente a diferentes niveles, ejercen el papel de cabeceras territoriales. La plasmación en forma de redes de aldeas de estas formas de dominio responde, fundamentalmente, a criterios de mejor adaptación al entorno de unas estrategias productivas simplificadas resultantes de la transferencia a las comunidades campesinas de la gestión de la explotación agraria. Pero por otra parte, estos yacimientos muestran en ocasiones la existencia de formas parciales de especialización productiva: en el caso de Gózquez se ha excavado una prensa de aceite y se detectan patrones de cría ganadera posiblemente orientados a una producción externa. De igual modo, parecen generalizadas formas estables de relación con los mercados urbanos (cerámica importada, vajilla de vidrio, metales, etc.). A un nivel interno, se han detectado estructuras ar-

tesanales en algunas aldeas (especialmente son visibles los hornos de producción de cerámica), de uso intermitente y adaptado a las necesidades de las propias comunidades rurales, que deberían achacarse a la actividad de artesanos itinerantes de alguna forma patrocinados por las élites regionales (Vigil-Escalera 2009c, 215-218). Esto explicaría la homogeneidad a nivel subregional a la que antes hacíamos referencia. Aunque tenemos indicios para pensar que en amplias zonas de la cuenca del Duero la situación es muy similar a la detectada en el entorno de Madrid (redes de aldeas, sistemas castrales muy densos, ciudades redimensionadas pero no abandonadas), únicamente la documentación de los procesos de destrucción del patrimonio en el marco de las obras públicas realizadas en los últimos años nos permite ir detectando este tipo de procesos. Por otro lado, las dificultades que están surgiendo en la caracterización subregional del registro cerámico impiden o dificultan llegar a establecer con precisión los límites cronológicos de estos enclaves,3 aunque la documentación arqueológica más reciente esta contribuyendo a rellenar con esporádicos puntos aislados comarcas hasta ahora vírgenes, como en el caso de la provincia de León (González Fernández 2009). 3 Entre los trabajos más recientes habría que mencionar los de Enrique Ariño y S. Dahi (Ariño, Dahi 2008) o la síntesis realizada por varios investigadores en el coloquio de Mérida del año 2001 (Larren et alii 2003).

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Distinto es el panorama que nos ofrecen otros sectores más septentrionales. Concretamente en el caso del valle del Ebro empezamos a tener las primeras informaciones en el territorio alavés. La ciudad de Iruña sigue en uso al menos durante estos siglos, pero en el margen meridional de su espacio urbano se levanta el, hasta el momento, único probable castillo de este periodo documentado: el castrum de Bilibio mencionado en la Vita Sancti Aemiliani redactada en el siglo VII. De hecho, la presencia de centros de poder y de una estructura jerárquica tan desarrollada como en el valle del Tajo o del Duero no tiene hasta el momento un reflejo arqueológico (Quirós Castillo et alii 2009). Este fenómeno debe relacionarse directamente con la ausencia de evidencias respecto a redes aldeanas durante los siglos VI-VII en el País Vasco. Es cierto que en los últimos años estamos empezando a conocer las primeras aldeas y granjas atribuibles a este periodo, y en la llanada alavesa destacarían los conjuntos de Zaballa, Aistra, Zornoztegi o Gasteiz, entre otros. Uno de los casos más recientemente conocidos es el de Aistra, donde se ha podido fechar entre el siglo V-VI la formación de una aldea en proximidad

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de un asentamiento romano aún no localizado. Se han fechado en este momento una serie de terrazas agrarias, una serie de estructuras de carácter doméstico asociadas probablemente a un cementerio (fig. 3). Aunque los datos son aún parciales, parece que son aldeas o granjas de pequeña entidad que se localizan en proximidad de ocupaciones romanas y que evolucionarán posteriormente hacia aldeas más compactas y densas. Al lado de estas aldeas, conocemos la existencia de granjas de distinta entidad, ocupaciones rupestres (Azkarate, Solaún 2008) y de altura que nos permiten pensar que en Álava las aldeas son únicamente una de las formas de ocupación del espacio y no podemos hablar de redes en un sentido similar al madrileño. El registro cerámico conocido hasta el momento denota la existencia de una cultura productiva subregional, que quizás funcionaría de una manera similar a la madrileña o a la castellana, si bien dentro de unos parámetros de menor dinamismo e innovación artesanal. En cambio, resulta significativo que el único indicador disponible hasta el momento de relaciones verticales (entre

Fig. 3. Vista general del yacimiento de Aistra (Zalduondo, Álava). Foto realizada por F. Didierjean, Instituto Ausonius, de la Universidad Michel de Montaigne- Bordeaux III, y de la ANR (Agence Nationale pour la Recherche).

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campo y ámbitos jerárquicos superiores) nos lleve a relacionarnos con el área aquitana más que con ámbitos de identificación cultural peninsular (Azkarate 2004). Nos referimos concretamente a los elementos de adorno personal y al armamento recuperado en algunos cementerios aldeanos (Aldaieta) o de otros enclaves de más arriesgada caracterización (Santimamiñe, Finaga, Zarautz, San Pelayo), en los que se ha sugerido la importancia de «influencias culturales francas» (Azkarate 2004). Curiosamente este tipo de objetos no han aparecido en otros centros de poder, y su presencia en Iruña es solo testimonial hasta el momento. Todo hace pensar, más aún teniendo en cuenta la notable extensión territorial en la distribución de este tipo de elementos (desde Cantabria hasta Navarra), que pudieran ser fruto de un sistema de relaciones comerciales y políticas más complejo que la relación directa entre campo y ciudad (Quirós Castillo et alii 2009). 2.2. LA CESURA DEL SIGLO VIII En el siglo VIII se detectan cambios profundos en estos sistemas, resultado de dinámicas muy distintas en cada territorio. En el caso de Madrid, y probablemente también en buena parte de la cuenca del Duero, resulta sorprendente constatar como hacia mediados del siglo VIII se produce el abandono de la mayor parte de los enclaves aldeanos. Y aunque se observan perduraciones hasta el siglo IX en un reducido lote de yacimientos (Fuente de la Mora, El Soto, Pelícano), la clave de lectura fundamental es la desarticulación de la red de aldeas y de granjas. Parece claro que la conquista islámica supuso una cesura (no inmediata, en cualquier caso) en las pautas del poblamiento rural. En el caso de Madrid todo apunta al desarrollo rápido de procesos de nucleación que comportan una reducción significativa del número de centros en activo parejos a la densificación demográfica de los mismos, origen de las futuras pequeñas ciudades y villas medievales. Pero es también cierto que la evidencia arqueológica permite sostener que ya estaban en marcha con anterioridad procesos de transformación evidentes: un mayor tamaño de ciertas unidades domésticas dentro de las aldeas, edificaciones con plantas de mayor complejidad y estabilidad, la asociación de éstas a silos de mayor capacidad, la adquisición por parte de ciertos individuos de una preeminencia dentro de las comunidades (los inhumados con hebillas lirifor-

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mes), e incluso el auge de ciertos enclaves centrales, caso de Madrid y su primera iglesia (VigilEscalera 2009c, 223-225). En el norte peninsular observamos transformaciones igualmente significativas, aunque es probable que tengan lugar un par de generaciones antes que en el centro peninsular. En primer lugar hay que señalar que en los últimos años se está empezando a detectar la fundación de nuevos castillos y sistemas militares en torno al 700. En el caso de Asturias, el Muro de la Mesa o el Homón de Faro (Camino, Estrada, Viniegra 2007), y en La Rioja el castillo de los Monjes se fechan en este periodo (Tejado, 2010). También en este momento parece que se produce la fundación de nuevas cabeceras territoriales o el redimensionamiento de las anteriores que van a tener un ámbito de influencia mucho más reducido que los castillos de la fase anterior. Este proceso, que se acompaña de procesos de calado a todos los niveles, como es la redefinición de la red episcopal y la fundación a partir de finales del VIII y durante el siglo IX de numerosos centros eclesiásticos a nivel local, se explica por una profunda transformación estructural del sistema. Precisamente es a partir del 700 cuando se produce la emergencia en los territorios del norte de redes aldeanas. Concretamente en la llanada alavesa vemos cómo aldeas ya existentes en el periodo anterior (como Zornoztegi, Zaballa o Aistra), se densifican y alcanzan una notable extensión, y probablemente se fundan otras nuevas (p.e. La Llana, en Labastida). Pero quizás el aspecto más importante en el caso alavés es que en un periodo muy breve de tiempo se consolida una red de aldeas destinadas a tener una larga duración. Además, las aldeas se convierten en la única forma de ocupación densa del paisaje rural, parcelizando y reordenando el territorio. En términos estructurales hay que señalar que esta cesura ha tenido consecuencias muy profundas, debido a que estas redes aldeanas son las que van a perdurar casi hasta nuestros días, por lo que no resulta extraño que algunos hayan querido caracterizar este cambio en términos de inicios de la Edad Media. Todas estas transformaciones internas encuentran un referente inexcusable y muy próximo en procesos que se documentan coetáneamente durante el siglo VIII en otras regiones europeas (p.e. Klapste, Jaubert 2007, 80; Peytremann 2003, 335), pero que frecuentemente resultan opacas en la península Ibérica a consecuencia de la conquista islámica.

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2.3. LOS SIGLOS VIII-X Aún no estamos en condiciones de establecer generalizaciones válidas para todos los territorios, pero al norte del Duero los paisajes rurales a partir del año 700 están caracterizados por conocer la implantación de un nuevo sistema de núcleos rurales de carácter aldeano. Muchos de estos casos son conocidos mejor por sus espacios funerarios que por los domésticos. Ello comporta que los cementerios, formados por enterramientos frecuentemente carentes de objetos rituales o de vestido, sean difíciles de fechar al no poder relacionarse con los espacios habitados. Es frecuente que a través del método tipológico y de alguna datación radiocarbónica se puedan fechar algunas tumbas, pero raramente se logra establecer una fecha inicial y final de estos conjuntos funerarios. En Galicia contamos con espacios agrarios construidos colectivamente a partir del siglo VII y algunos yacimientos aldeanos fechables igualmente en este periodo como Montenegro o A Pousada (Ballesteros 2009). En Asturias contamos con algunos contextos domésticos, pero sobre todo con espacios funerarios como el del Chao Sanmartín que se fechan a partir de este momento (Villa Valdés et alii 2008). Es una situación similar a la de Cantabria, donde se ha excavado amplios cementerios como el de Respalacios (Morlote et alii 2005), Vizcaya, donde I. García Camino ha estudiado más de un centenar de cementerios de estos siglos (García Camino 2002) o el de Navarra donde se han excavado en los últimos años amplios cementerios rurales, como el de San Esteban (Faro et alii 2007) o Arizkoa (Faro et alii 2008). También en Castilla y León se han excavado en varios sectores de la cuenca del Duero amplios cementerios parroquiales en los últimos años, como los de Villaoreja in Terradillos de los Templarios (Palencia) o San Roque (Las Quintanillas, (Burgos), que se sumarían de esta manera a los cementerios formados por tumbas «olerdolanas» excavados en su día por A. del Castillo tanto en la cuenca del Duero como en la del Ebro4 (Del Castillo 1972; Martín Carbajo et alii 2003; Misiego Tejeda et alii 2001; Reglero 1983, 34). Solamente en lugares como Fuenteungrillo (Valladolid) o La Huesa (Zamora) contamos con elementos para poder fechar elementos domésticos en la Alta Edad

4 Un listado completo de los cementerios excavados por Alberto del Castillo se puede consultar en RIU RIU 1995.

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Media (Reglero 1983, 34; Nuño 1998). En el sector portugués de la cuenca del Duero cabe mencionar igualmente los recientes trabajos de C. Tente (2007) o I. Martín Viso (2008) en torno a las tumbas excavadas en roca, que vuelven a plantear el problema de la datación aislada de las manifestaciones funerarias, pero que en todo caso ilustran la activa iniciativa de comunidades campesinas en estos siglos. En el momento actual, por lo tanto, el cuadro es bastante heterogéneo y complejo y no estamos en condiciones de definir procesos universales. Éste será el camino que deberemos seguir en los próximos años, tratando de definir en detalle las eventuales variantes microterritoriales. Solamente en el País Vasco contamos con una serie significativa de yacimientos aldeanos excavados en extensión que han permitido comprender su transformación durante los siglos VIII y X. En términos estructurales es en el seno de las redes de aldeas creadas a partir del 700 donde se construyen las relaciones sociales medievales y se gestan las bases de los poderes señoriales. Aunque los registros arqueológicos del País Vasco parecen confirmar que fue a partir del siglo X cuando se detectan formas de especialización de la producción en las aldeas, o sistemas de almacenamiento masivo de carácter señorial, con anterioridad se detecta el proceso de influencia progresiva de los poderes a nivel local y subregional. Uno de los yacimientos mejor analizados hasta la actualidad es el de Gasteiz (fig. 4). Durante los trabajos de seguimiento de varias obras realizadas en el sector septentrional de la colina donde se ubica el yacimiento, se ha podido obtener una secuencia ocupacional significativa. Como otros casos, Gasteiz, que ya estaba ocupada al menos en el siglo VII, se densifica y se articula en forma de aldea densa a partir del siglo VIII. Ya desde el inicio esta aldea cuenta con una estructura económica sofisticada y compleja. En los siglos VIII y IX es un centro metalúrgico significativo en el que se realiza el ciclo del hierro de forma completa, se accede a cerámica importada y se cuenta con indicadores de intercambio interregionales, como es el hallazgo de un dirham omeya oriental procedente de la actual Firuzabad. A partir del siglo X la reducción del hierro ya tiene lugar en otro centro, y son visibles indicadores arqueológicos de líderes aldeanos que dominan la aldea (Azkarate, Solaun 2009). Debieron de ser en cambio, mucho más frecuentes aldeas como la de Zornoztegi (fig. 5). Fundada igualmente como resultado de la nucleación

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Fig. 4. Excavaciones en la aldea medieval de Gasteiz (Vitoria-Gasteiz, Álava), según A. Azkarate.

y densificación de una ocupación anterior, hacia el 700 ocupa una extensión estimada superior a los 12.000 m2. Aquí carecemos de indicadores arqueológicos de actividades artesanales, y la estructura económica de la aldea está conformada por familias de agricultores que cuentan con una cabaña ganadera poco especializada. Aunque carecemos de algunos materiales cerámicos de calidad importados hallados en Gasteiz, Zornoztegi está integrada en una red de intercambios a escala subregional relevante, en lo que se refiere al consumo de cerámica. En toda la historia de la aldea no contamos con indicadores arqueológicos de élites aldeanas tan evidentes a las existentes en Gasteiz. Ello no implica que no existiesen, pero seguramente operaban a una escala más local. Las iglesias altomedievales son uno de los mejores indicadores arqueológicos de los que disponemos para detectar la existencia de estas élites. Aparentemente las iglesias «prerrománicas» del País Vasco parece que se han fundado dentro de aldeas ya existentes, y la fundación y su posterior dominio por parte de las aristocracias externas o

internas a las aldeas ha permitido acentuar las diferencias sociales existentes. Esta discusión nos pone frente al problema de la definición de los instrumentos operativos para reconocer las formas de poder en el seno de las comunidades campesinas. 3. LEGIBILIDAD Y NATURALEZA DE LOS REGISTROS Las formas sociales campesinas que caracterizan los paisajes rurales tras la desaparición del Imperio romano, tanto por su voluntaria autorregulación con el entorno como por el escaso nivel de desarrollo técnico que requieren para asegurar su umbral de supervivencia, producen una clase de registro material en el que resulta difícil a priori distinguir pautas de transformación interna a lo largo del tiempo y del espacio. A primera vista, por tanto, resultan muy similares los rasgos de comunidades rurales de lugares lejanos inmersos en medios naturales semejantes, y el

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Fig. 5. Vista general del yacimiento de Zornoztegi (Salvatierra-Agurain, Álava)

transcurso de los siglos parece no provocar transformaciones evidentes o significativas en su cultura material. A este respecto cabe preguntarse si los instrumentos que confiadamente hemos implementado hasta ahora son lo suficientemente eficaces y qué pasaría de disponer de registros bioarqueológicos más completos, por ejemplo. Desde una perspectiva antropológica, Eric Wolf (1955: 454) expuso la dificultad de entender las culturas campesinas por sí mismas subrayando su esencial subalternidad respecto a las formas culturales de las clases dominantes en que quedan englobadas. Hoy por hoy, los rasgos de las comunidades rurales campesinas altomedievales en las distintas regiones de la península Ibérica son sustancialmente muy similares a no ser que empleemos en su análisis un determinado grado de resolución discriminatorio. Desde la distancia o hablando en términos generales, todos los yacimientos son homólogos, y todas las unidades domésticas que las componen resultan bastante similares. Así por ejemplo se puede constatar que determinadas formas de cabañas rehundidas son prácticamente idénticas en Cataluña o Madrid (Barajas)

durante los siglos VI-VIII (Roig 2009; Vigil-Escalera 2009b). No obstante, un análisis detallado de los materiales hallados en estos yacimientos nos muestra el acceso a materiales arqueológicos de calidad en el caso catalán que faltan casi completamente en Madrid (anforáceos, importaciones de cerámicas de mesa, etc.). Las diferencias, explicables de acuerdo con la diversa capacidad de interrelación con la actividad de los centros urbanos, nos llevan a pensar en la existencia de niveles variables de condición ante registros externamente muy similares. Igualmente en contextos como la aldea de Gózquez se ha podido constatar la notable divergencia que existe a priori entre el registro doméstico y el funerario. Se trata de una aldea formada por alrededor de una docena de unidades domésticas entre las que no existen diferencias internas significativas; ni la morfología o las dimensiones de las viviendas o la cantidad o calidad de los residuos domésticos nos muestran la existencia de una jerarquía social interna muy desarrollada. En cambio, en las 247 tumbas excavadas (para un total estimado de 450) se ha podido constatar que un 34% de los 369 individuos analizados presenta elementos de adorno personal. Este

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ritual nos remite a la existencia de un marco de competitividad social y de liderazgo de ámbito local aldeano, no de aristocracias de carácter subregional (Contreras, Fernández Ugalde 2006). Otro tipo de indicadores arqueológicos que estamos valorando como criterios de análisis social serían los siguientes: - La estabilidad de las parcelas y el desplazamiento de partes del sistema unidad doméstica como forma de apropiación social del espacio. - Las pautas de consumo cárnico, que hasta el momento y debido a la dificultad de lectura de los procesos tafonómicos, presentan problemas de representatividad. - Las formas de almacenaje del cereal, que son algunos de los registros más visibles en este tipo de aldeas. En los siglos VI-VII es frecuente que cada unidad doméstica utilice dos o tres silos contemporáneamente de carácter familiar (20 Hl), aunque en algunas ocasiones se hayan reconocido silos de mayores dimensiones, que no sabemos aún atribuir a silos de renta o de carácter comunal. En las aldeas de los siglos VIII-X alavesas se reconoce el uso de uno y muy raramente de dos silos de carácter familiar. Solamente a partir del siglo X se han documentado la existencia en yacimientos concretos de grandes silos de renta. 4. NUEVAS DIRECCIONES, POSIBILIDADES DE ACCIÓN Para concluir, resumiremos a continuación algunas ideas acerca de posibles tareas a desarrollar sobre trabajos finalizados y otras de cara al futuro. Es preciso desarrollar proyectos que tengan como fin editar y estudiar las numerosas intervenciones realizadas hasta el momento, especialmente aquéllas hechas en el marco de la arqueología profesional. En prácticamente ninguna Comunidad Autónoma del norte peninsular faltan ejemplos de yacimientos rurales altomedievales por editar. Y en aquéllos lugares en los que faltan, sería preciso reflexionar por las razones por las cuales carecemos de este tipo de informaciones. A través de estos proyectos se podría expurgar una masa formidable de archivos en distintas administraciones autonómicas, al menos para inventariar correctamente los yacimientos adscritos a esta categoría. En términos conceptuales y de estrategias de intervención es absolutamente necesario interrelacionar y cruzar apropiadamente los registros e informaciones relativas a las estructuras de carácter residencial/auxiliar y a las funerarias, hasta el mo-

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mento dispersas. Ello comportaría, además, reorientar completamente las agendas de investigación con las que se realizan los estudios de los restos antropológicos, buscando caracterizar la estructura de las sociedades aldeanas más que identificar etnias, orígenes o repoblaciones. Es preciso, además, establecer protocolos metodológicos para la adecuada caracterización de estos yacimientos a dos niveles: para las actuaciones de campo sobre la clase de información relevante que sería imprescindible de cara al desarrollo de eventuales análisis comparativos y para las labores de laboratorio (tratamiento y procesado del material arqueológico para que éste sea de alguna utilidad). Esta tarea deberá acompañarse del establecimiento de unos criterios mínimos de estandarización en la documentación arqueológica básica. En este mismo sentido, debe reivindicarse de nuevo la inmensa potencialidad de los registros bioarqueológicos en la construcción de cualquier discurso alternativo. Todo lo anterior no parece factible a no ser que desde las instituciones académicas se adopten estrategias activas al respecto, promoviendo grupos de investigación o proyectos encaminados a tal fin, procurando establecer vínculos estables con los actores de la arqueología de gestión que favorezcan la reorientación positiva de derivas propias de la economía de mercado. La colaboración de las administraciones públicas a tal fin sería altamente recomendable, aunque no un requisito insalvable. Una adecuada caracterización del poblamiento rural altomedieval requiere su conceptualización dentro de un modelo sistémico que tenga en cuenta la interrelación entre sus diversos componentes. Un posible corolario para esta asunción sería la dificultad (sino imposibilidad real) de entender el funcionamiento del campo sin integrarlo en un paisaje político en el que las transformaciones de las antiguas ciudades y sus antiguas élites y la emergencia de nuevos centros políticos bajo la forma de emplazamientos en altura forman sus piezas básicas. Este cuadro no excluye la posibilidad de que determinados enclaves con emplazamientos en llano (centros monásticos, como en el caso de Melque, instalaciones palaciales, como la villa áulica de Pla de Nadal) asuman igualmente funciones políticas centrales a un nivel local en determinados contextos. La política y la economía resultan en este sentido y en las precisas coordenadas sociales del periodo, un binomio indisociable si tratamos de entender las claves sobre las que se asienta la creación y el mantenimiento de la hegemonía. El aná-

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lisis riguroso de los flujos de bienes y servicios de carácter vertical (de arriba abajo y viceversa) y los de carácter horizontal (entre enclaves rurales con las mínimas especializaciones de acuerdo a sus condiciones ambientales) se presenta como un campo de exploración preferente. Para terminar señalaremos algunos de los riesgos que se intuyen en el horizonte inmediato. De no tomarse medidas al respecto a corto plazo, nos enfrentamos a una creciente atomización de la información y la consecuente pérdida definitiva de datos relevantes. La destrucción del patrimonio arqueológico en determinadas regiones ha sufrido una aceleración formidable en los últimos diez años, mientras la crisis económica puede relegar a un segundo plano o dejar en opcional algunos de los avances fundamentales conquistados con esfuerzo. A un nivel más conceptual, asistimos a dos tendencias que podrían considerarse hasta cierto punto amenazantes en tanto que son capaces de desvirtuar el sentido último de la investigación sobre los espacios de producción campesinos: las que establecen una clara prioridad en el análisis de los aspectos identitarios en clave del juego o relación entre etnicidades diversas y las que enfatizan la relevancia del componente paleoambiental en la evolución de los procesos históricos. Ambas derivas cuentan con una ventaja política indudable: las administraciones públicas, de acuerdo con prioridades establecidas en función de una cierta ‘rentabilidad social’ inmediata o cortoplacista, suelen mostrarse abiertamente favorables a las inversiones en proyectos de investigación cuyo reclamo tenga relación con los procesos de cambio climático o con las dialécticas de integración identitaria en el marco de una actualidad señalada por las migraciones masivas. Sin despreciar en absoluto ninguna de esas líneas de trabajo cabría preguntarse si son éstas realmente las prioridades de la investigación de cara al futuro. BIBLIOGRAFÍA ABOAL FERNÁNDEZ, R., AYÁN VILA, X., CRIADO BOADO, F., PRIETO MARTÍNEZ, M. P., TABARÉS DOMÍNGUEZ, M. 2005: «Yacimientos sin estratigrafía: Devesa do Rei, ¿un sitio cultual de la Prehistoria Reciente y la Protohistoria de Galicia?», Trabajos de Prehistoria 62 (2) 165180.

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ARQUEOLOGÍA DE LOS PAISAJES RURALES ALTOMEDIEVALES EN EL NO PENINSULAR

VILLA VALDÉS, A., MONTES LÓPEZ, R., HEVIA GONZÁLEZ, S., PASSALACQUA, N. V., WILSON, A. C. «Avance sobre el estudio de la necrópolis medieval del Chao Sanmartín en Castro (Grandas de Salime, Asturias)», Territorio, Sociedad y poder 3, 57-84.

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LA CONSTRUCCIÓN DE IGLESIAS COMO HERRAMIENTA PARA EL CONOCIMIENTO DEL TERRITORIO TARDOANTIGUO Y ALTOMEDIEVAL EN LA MESETA NORTE* POR

FERNANDO ARCE SAINZ (CCHS-CSIC) FRANCISCO J. MORENO MARTÍN (Dpto. Historia del Arte I. Universidad Complutense de Madrid)

RESUMEN En este artículo se exploran las posibilidades que ofrece la construcción de iglesias como herramienta para el conocimiento del territorio peninsular entre la Antigüedad tardía y la alta Edad Media. La presencia o ausencia de estos edificios, muchos de ellos de discutida cronología, puede resultar clarificadora a la hora de vislumbrar la organización social subyacente tras estas empresas edilicias. PALABRAS CLAVE: Península Ibérica, Iglesias, Antigüedad tardía, alta Edad Media. KEY WORDS: Iberian Peninsula, Churches, Late Antiquity, Early Middle Ages. ABSTRACT This article tries to explore the use of the development experimented by the architecture techniques as a way to advance in our knowledge in the social structures over the Iberian Peninsula between the Late Antiquity and the Early Middle Ages. In our opinion, the presence (or absence) of these ancient buildings -many of their chronologies in discussion- can be used as a methodological argument to approach us to this dark society (only in textual terms)

1. ACTIVIDAD CONSTRUCTIVA Y SISTEMAS SOCIALES. EN BUSCA DE UN MODELO TEÓRICO La construcción de un edificio de carácter sacro no es fruto de una decisión arbitraria o coyuntural. Los mecanismos que se activan antes y durante el desarrollo de las tareas involucran a numerosos in-

* Quisiéramos expresar nuestro agradecimiento a todos los miembros del grupo de investigación ArqueoArquit (CCHSCSIC), y muy especialmente a Luis Caballero y M. A. Utrero, por la lectura del texto así como por sus acertados comentarios y recomendaciones.

dividuos. El resultado final será, objetivamente hablando, consecuencia de la interacción de los distintos engranajes sociales de su entorno. La cadena constructiva nace y muere en el seno de la misma comunidad, pero se encuentra sometida durante toda su formación a una serie de estímulos exteriores que condicionarán los aspectos morfológicos y funcionales del producto final. Estos estímulos externos cristalizan en la aceptación de una serie de fórmulas que son la representación formal del contexto sociocultural que rodea a la propia comunidad (lo que podríamos definir como «moda» o «tendencia»). Para la materialización de esta idea se recurre a una mano de obra que, en función de los recursos económicos y el grado de influencia externa, procederá del interior de la propia comunidad o serán grupos especializados capaces de poner en marcha técnicas constructivas acordes con los modelos icnográficos vigentes. Dependiendo de la elección el resultado final variará notablemente en sus características básicas. El edificio concluido debe ser analizado siguiendo tres criterios; características edilicias, morfología y funcionalidad. Tres parámetros interrelacionados y expuestos, aunque en distinto grado, a la fluctuación de los condicionamientos sociales. A la función litúrgica se le unirán otras secundarias (martirial, lugar de enterramiento, de reunión o de iniciación). El tamaño vendrá dado por la cantidad de fieles asistentes a los oficios, mientras que la tipología estará subyugada a factores relacionados con la funcionalidad y la aceptación de modelos preestablecidos. Pero es sin duda el contexto técnico el que se verá particularmente «afectado» por el ambiente externo. Técnicas y materiales son elementos indefectiblemente unidos a las tendencias culturales contemporáneas al momento constructivo, en definitiva, las que dependen en mayor parte del con-

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texto histórico (Quirós, 1998). Función, tipología y aspectos técnicos son variables que interactúan entre sí y que, además, tienden férreos vínculos con el entorno. En definitiva, se insertan en el paisaje social y son reflejo del mismo. Aunque resulte una obviedad, sabemos que la evolución social en el marco cronológico y espacial en el que nos moveremos (la Meseta norte entre los ss. IV y X), supuso la aparición/sustitución de funciones, tipologías y técnicas, si bien aún no es posible ordenar con precisión este puzzle. El paso entre la Antigüedad tardía y la alta Edad Media su-

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pone un aumento en el número de referencias escritas y la desaparición de algunas funciones (como el culto martirial en los suburbia de las ciudades1) en favor de otras relacionadas con la gestación de la sociedad feudal2 (Azkarate y Quirós, 2001: 41) en clara relación con la fragmentación del paisaje en aldeas rurales. Se impone así una diferente forma de análisis del territorio (Wickham, 2002: 20) y de los centros de culto existentes en él. Nuestra aportación a esta reunión pretende, partiendo de los «estímulos externos» -esto es, el contexto religioso, social, político, económico y técnico-, analizar el

Fig. 1. Mapa con la localización de los edificios citados en el texto. 1. Santa Marta de Astorga; 2. Cripta de San Antolín de Palencia; 3. San Juan de los Caballeros; 4. San Pedro de Ávila; 5. Las Vegas de Pedraza; 6. Cabeza de Navasangil; 7. Santa María de Mijangos; 8. Vallejo de Santillán; 9. Santa María de Quintanilla de las Viñas; 10. San Vicente del Valle; 11. San Juan de Baños; 12. San Pedro el Viejo de Arlanza; 13. Santa Cecilia de Barriosuso; 14. San Pedro de la Nave; 15. San Román de Tobillas.

1 En este sentido, resulta sintomático que Alfonso II no incluyese en su programa edilicio ovetense un centro de culto martirial, pese a que las crónicas expresan su deseo por copiar el modelo toledano, donde existía un importante complejo dedicado a santa Leocadia.

2 Sánchez Zufiaurre (2007: 290) establece para el caso alavés la aparición a partir de los siglos IX y X de actividades relacionadas con el almacenamiento de productos y otras con funciones poliorcéticas.

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fenómeno de la construcción de iglesias en el territorio fijado. Pero antes, nos gustaría seguir profundizando en este modelo teórico que propugna el estudio de los templos como forma de acercamiento a la sociedad que los levanta [Fig. 02].

Las iglesias son elementos cuya materialidad permite identificarlas con cierta facilidad dentro del paisaje tardoantiguo y altomedieval, pero la «invisibilidad» de las estructuras que las rodean ha propiciado que su estudio se realice obviando su papel dentro de la cadena social (Gutiérrez, 2003: 13). Conocer la sociedad permite acercarnos a quienes intervienen en la cadena productiva (Borrero, 2000) y, al contrario, el estudio de sus fábricas facilita datos sobre el encuadramiento social (Sánchez Zufiaurre, 2007) y la transmisión en las habilidades constructivas desarrolladas en su seno (Bianchi, 1996). Los materiales utilizados, su preparación y disposición en la fábrica final nos transmiten las capacidades técnicas de quienes la levantaron, pero además informan acerca de las posibilidades económicas del o de los patrocinadores. Las iglesias son edificios con un alto componente simbólico que reflejan la extracción social de quien promueve y dota su construcción. Del mayor

1.1. LAS IGLESIAS COMO REFERENTES RELIGIOSOS, PERO ADEMÁS SOCIOPOLÍTICOS Y ECONÓMICOS

La presencia de una iglesia en un núcleo habitado supone mucho más que la consolidación de una comunidad cristiana (Christie, 2005: 78-79). Son centros de protección, de peregrinación, de recepción y distribución de bienes. A pesar de este potencial como vehículo de conocimiento de la sociedad, aún son escasos los trabajos que traten de relacionar los templos con los asentamientos en los que se inscriben (Quirós, 2007: 80).

Patrocinio exterior

Proyecto comunitario

1

Estímulos exteriores - Religiosos - Económicos y sociales - Formales / simbólicos - Técnicos

Proceso constructivo Equipos de trabajo externos. Mano de obra especializada

Producto final

Características funcionales - Liturgia - Culto martirial - Enterramiento - Sinodales

Características morfológicas - Tamaño Tipología

1 Cadena productiva 2 Análisis de resultado final

Características edilicias - Técnico/constructivas - Formales - Decorativas

3 Factores exteriores Condiciones sociales

Fig. 2. Cuadro-matriz con las relaciones existentes entre el proceso constructivo, las influencias externas y el resultado final.

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3

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o menor grado en la materialidad y monumentalidad del resultado final se pueden deducir ciertos estímulos que sobrepasan los límites del mero patronazgo piadoso.3 La polarización de la sociedad y la aparición de grupos jerárquicos se encuentra, por tanto, en la base de la aparición de una arquitectura eclesiástica «de prestigio» que pueda servir de elemento de distinción social.4 Desde un punto de vista estrictamente técnico, este proceso conllevará la entrada en escena de una mano de obra especializada capaz de cubrir las carencias de los artesanos formados en la comunidad (Bianchi, 1996: 54). En última instancia, los centros de culto nos informan de la organización espacial del territorio donde se implantan (Escalona, 1994: 578), puesto que su edificación supone un punto de atracción para la población del entorno, bien generando un asentamiento ex novo, bien reordenando una realidad preexistente (Quirós y Vigil, 2006: 103). Por último, las dimensiones de la obra acabada, además de constituir un notable elemento simbólico, también es fuente directa para estimar de forma aproximada la magnitud de la población a la que daba servicio (Castro Villalba, 1996: 32). 1.2. COMO REFERENTES TECNOLÓGICOS En el conjunto formado por los factores que nos hablan de una jerarquización social y la monumentalidad edilicia falta el hilo conductor que conforman la técnicas constructivas (Bianchi, 1996; Sánchez Zufiaurre, 2007). Simplificando notablemente los trabajos citados se podría concluir que en los asentamientos de escasa diversificación social las empresas constructivas se desarrollan dentro de un ambiente artesanal, en tanto que el deseo de distinción a través de determinados edificios conlleva recurrir a grupos familiarizados con los ciclos constructivos capaces de superar la barrera marcada por la arquitectura de carácter doméstico y vernacular. La actividad constructiva dentro de un contexto igualitario, esto es, una comunidad escasamente je3 Un acto evergético que tuvo acomodo en la sociedad romana desde el Alto Imperio (Escalona, 2006: 173). Posteriormente algunos aristócratas, convertidos al cristianismo, mostraran su piedad a través de la fundación de iglesias o mediante donaciones regulares (Christie, 2005: 85). 4 Aspecto que debe trasladarse a la arquitectura residencial (Isla, 2007). Así se interpreta el espectacular desarrollo de las villae en la Meseta durante los siglos III y IV, y su relación con las aristocracias provinciales (Chavarría, 2004: 189).

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rarquizada, se caracterizará por la continuidad y la inmovilidad en sus fórmulas (Bianchi, 1996: 54; Sánchez Zufiaurre, 2007: 312). Generalmente se limitan a repetir modelos considerados eficaces en relación a los esfuerzos mecánicos y económicos destinados a esta función (Castro Villalba, 1996: 31). Prima, por tanto, la búsqueda de un rendimiento óptimo de las soluciones conocidas y transmitidas de generación en generación. Muy al contrario, cuando se trata de representar la superioridad de ciertos sectores del grupo (Sánchez Zufiaurre, 2007: 312) se abren las puertas a la participación de cuadrillas de profesionales externos (Bianchi, 1996: 54). Sobra decir que el salto cualitativo es notable debido a la «profesionalidad» de los ejecutores. La movilidad de estos talleres supone la traslación de novedades y la renovación constante que lleva implícita una labor de mercado y competencia con otros trabajadores.5 Estos grupos desarrollan su tarea gracias al conocimiento de los ciclos relacionados con la obtención, transformación y disposición final de los materiales de obra; piedra, cal y madera (Sánchez Zufiaurre, 2007: 288). La construcción en piedra requiere de un mínimo de especialización que garantice su funcionamiento (Manonni, 1997: 15); es preciso encontrar el material (reutilizado, extraído o recogido), transformarlo (también puede ser dispuesto sin esta acción) y situarlo en la fábrica (tratando de generar hiladas de mampuestos, piezas semielaboradas o sillares). De la elección de una u otra posibilidad dependerá la mayor o menor cantidad de mortero utilizado. La sillería ofrece numerosos puntos de contacto entre las piedras, lo que supone la utilización de una fina capa de argamasa, mientras que los muros de mampuesto con superficies irregulares requerirán de abundante argamasa con la que trabarse (Manonni, 1997: 17). El mortero más apreciado es el que tiene como aglutinante la cal y tanto su preparación –cocción y apagado del mineral– como la mezcla con agua y áridos a pie de obra para obtener el preciado mortero de cal es síntoma de la actividad de un grupo de trabajadores altamente especializados y familiarizados con todo el proceso (Sánchez Zufiaurre, 2007: 300 a 303). Atendiendo a todos estos condicionantes, un edificio levantado en sillería escuadrada y aparejado con mortero de cal será incuestionablemente

5 La actividad de canteros especializados también suponía la introducción en la cadena operativa local de un referente a imitar, significando la ascensión de un nuevo peldaño en su evolución (Bianchi, 1996: 56).

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obra de un taller especializado,6 producto final que responde al encargo de un miembro de la comunidad con recursos económicos suficientes y con intención de esgrimir el edificio frente a sus vecinos como reflejo de su superioridad social. 1.3. COMO ELEMENTO REVITALIZADOR DE LA ACTIVIDAD ECONÓMICA

La lógica economía de medios aconseja que los materiales se encuentren disponibles en un radio no excesivamente alejado del lugar elegido para edificar, lo que no supone una merma en la dinamización social que agita al asentamiento cuando se emprende la construcción de un centro de referencia como es la iglesia. Se trate de una obra de taller o resultado de la colaboración de los artesanos de la comunidad, existen una gran cantidad de labores no especializadas que debieron ser asumidas por los propios habitantes del entorno (la extracción de la piedra, su transporte a pie de obra, la tala de la madera para las cubiertas y estructuras de andamiaje, la forja de herramientas, la construcción de hornos para la cocción de la cal, el trabajo en los alfares para realizar las tejas). Otras muchas tareas se veían favorecidas durante el periodo en el que se prolongaban los trabajos de construcción, especialmente todo lo relacionado con la manutención de las cuadrillas de trabajo o de las bestias utilizadas en las faenas de traslado de material, algo que debía suponer una reactivación de los sectores básicos de la economía local, la agricultura y la ganadería [Fig. 03]. Parece lógico pensar que, para facilitar este proceso, la iglesia se realice sobre asentamientos organizados previamente. Por otro lado, la existencia de una estructura social jerarquizada basada en miembros dominantes con una red clientelar repercutirá positivamente en la distribución y organización de todas estas tareas indirectas. 1.4. COMO INDICIO DE LA MOVILIDAD DE GRUPOS

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ticipación de talleres especializados la información obtenida superará inmediatamente el marco local. Desde un punto de vista teórico la circulación de estos grupos debe establecerse a nivel comarcal o supra regional [Fig. 04], lo cual garantiza la existencia de otros núcleos de población con esquemas sociales similares que demandan de su actividad. Para que todo esto se produzca son necesarias ciertas garantías de seguridad y viabilidad en los desplazamientos, yendo en contra de la pura lógica el que se pueda registrar la presencia de estos profesionales en contextos aislados o inseguros. Esta idea sirve para dibujar un paisaje en el que las influencias y modelos arquitectónicos se trasladan a través de una red viaria practicable entre núcleos de población jerárquicamente instituidos [Fig. 05]. En síntesis podríamos decir que los factores que coadyuvan a la presencia de una arquitectura monumental, simbólica y con pretensiones de representatividad social se encuentran íntimamente ligados a la presencia en el lugar de grupos jerárquicos con capacidad económica y la necesidad de establecer la diferencia con aquellos que controlan. Esta superioridad, transformada a través de la gestión de rentas en disponibilidad económica, y la incapacidad de los obreros locales para llevar a cabo una arquitectura programática supondrá recurrir a una mano de obra especializada conocedora de los distintos ciclos que conforman el proceso constructivo. Partiendo de esta convicción el segundo apartado de nuestro estudio tiene como objetivo comprobar la veracidad del axioma arquitectura eclesiástica monumental=jerarquización social en los territorios de la Meseta norte entre los siglos IV y X. 2. PRESENCIA Y NO PRESENCIA DE IGLESIAS EN LA MESETA NORTE EN ÉPOCA TARDOANTIGUA 2.1. CENTROS ESTRUCTURADOS JERÁRQUICAMENTE. CIUDADES, VILLAE Y POBLADOS DE ALTURA

HUMANOS

Si en el análisis de un edificio religioso existen argumentos suficientes como para presumir la par-

6 Manonni (1997: 15) establece entre cuatro y seis horas el tiempo que llevaba a un obrero especializado la talla de un sillar de tamaño medio. Sirva este dato como referencia de la escala a la que nos movemos.

El entramado de ciudades conocido para la Meseta Norte no es tan tupido como en otras regiones de la Hispania tardoantigua, si bien tampoco es desdeñable. Debemos valorar su importancia en el paisaje monumental por cuanto en sus estructuras encontraron acogida los grupos sociales dominantes que, desde el punto de vista cristiano, tienen su representación en la fundación de los conjuntos episcopales y las basílicas martiriales. Por desgra-

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Fig. 3. Huellas del proceso constructivo en el patio monástico de Santa María de Melque (Toledo). Autor foto: L. Caballero.

cia, en ninguna ciudad meseteña moderna se han dado las circunstancias, oportunidades o casualidades que han permitido grandes actuaciones arqueológicas como las de Mérida, Córdoba, Valencia o Barcelona, de tal forma que habremos de contentarnos con una identificación nominal de las sedes como indicio de la construcción de estos centros de culto cristiano. Se observa que algunas ciudades de pasado destacado, como Clunia, Tiermes o León, no llegaron a constituirse en sede episcopal, por el contrario, salvo el caso de Astorga, son centros urbanos de rango menor las que protagonizaron este proceso. Hablamos de lugares como Osma, Palencia, Segovia, Salamanca, Oca y Ávila. Pretender conocer el alcance cuantitativo y cualitativo de la cristianización de estas ciudades, como ya viene dicho, no es posible con los pocos datos disponibles: los documentales empiezan y acaban con la referencia a la existencia de un obispado y los arqueológicos son escasos y fragmentarios. Es inevitable pensar que al menos hubo, en cada caso, un templo, el catedralicio y nada impide pensar que pudo haber más iglesias en cada ciudad más allá de la catedral. Especialmente intrigante resulta la ausencia de noticias referidas a la presencia de basílicas suburbanas de culto martirial, importantes como lugares de

enterramiento y centros de captación de recursos para la diócesis. Ninguna ciudad de la Meseta cuenta con mártires locales sobre cuya memoria levantar un edificio. Lo que más se aproxima es la figura del San Marcelo de León, si bien ésta surge no antes del siglo XI y como consecuencia de una errónea identificación del San Marcelo tingitano (un legionario) con la ciudad de León. ¿Si no hay mártir no habrá iglesia martirial? Lo ignoramos, pero parece ser importante ya que si no hay mártir tampoco hay lugares físicos a los que vincularlos. El registro arqueológico ofrece por ahora pocos restos que puedan relacionarse tajantemente con el parque inmueble cultual de estos lugares para las fechas que nos interesan. En Astorga, la excavación del subsuelo de la actual iglesia de Santa Marta [Fig. 06] sacó a la luz partes arrasadas de un edificio religioso más antiguo para el cual sus excavadores (Sevillano y Vidal, 2001) dejan abierta su datación (VII o IX) como una muestra más de las enormes incertidumbres en las que nos movemos (Utrero, 2006: 514). Las propuestas cronológicas para la cripta de San Antolín en la catedral de Palencia parten de la observación de los elementos constructivos y decorativos, que han llegado hasta la actualidad tras mediar sucesivas modificaciones y restauraciones. Hay dataciones dispares así como

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Fig. 4. Plantas de las iglesias del grupo castellanoriojano (Caballero, Arce y Utrero, 2003).

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Fig. 5. Mapa del territorio alavés con la distribución por comarcas en la que aparecen las iglesias atomedievales con los grupos identificados por Sánchez Zufiaurre (2007).

interpretaciones distintas respecto a su evolución diacrónica: Gómez-Moreno (1966) y Fontaine (1978) ofrecen dataciones altomedievales y protorrománicas, mientras que Agapito (1905) y Schlunk y Hauschild (1978) abogan por la segunda mitad del VII. En Segovia, el subsuelo de la iglesia de San Juan de los Caballeros conserva partes de una fábrica anterior, sin duda una iglesia, que su excavador (Zamora, 1998) adscribe a un momento avanzado del siglo VI y reconoce intervenciones en la iglesia primitiva de finales del IX y comienzos del X. De Salamanca, Osma, Oca y Ávila (Barraca de Ramos, 1999) nada se puede decir por el momento. Las villae son entidades territoriales heredadas del pasado inmediato que representaban el modelo clásico de explotación romana de carácter latifundista, con un área habitacional (parte urbana)

donde reside el posesor de unas tierras trabajadas por un campesinado dependiente repartido por la explotación (parte rústica). Estos mismos escenarios, en ocasiones, serán elegidos para levantar edificios de carácter cristiano hacia las fases finales del uso habitacional de las villae, tal como se constata arqueológicamente en diferentes enclaves peninsulares. La aparición de iglesias en las villae responde a una casuística diversa en cuanto a la ubicación y naturaleza de las fábricas: edificios previos de distinta funcionalidad que son reacondicionados para el nuevo uso cultual (Fraga, El Saucedo, Vegas de Pedraza), en espacios de función original incierta (Troia), edificios de nueva planta con materiales de expolio amortizando estructuras anteriores (Monte da Cegonha o Montinho das Laranjeiras). La Meseta Norte cuenta con un importante elenco de villae, algunas de las

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Fig. 6. Iglesia de Santa Marta de Astorga, Sevillano y Vidal, 2001 (tomada de Utrero, 2006).

cuales provistas de áreas residenciales especialmente monumentales cuyo origen se sitúa a mediados del siglo IV (La Olmeda, Cuevas de Soria, Adaja o Aguilafuente). Tampoco falta algún ejemplo más tardío como el de Baños de Valdearados (Burgos) que aproximaría aún más en el tiempo la fundación de la villa con posibles actuaciones edilicias «cristianizadoras» en fases posteriores. El balance para la Meseta Norte tras la lectura de la literatura científica al respecto arroja un resultado muy discreto en el número de espacios reconocidos como escenarios litúrgicos cristianos. Más allá del caso mencionado de Vegas de Pedraza es poco lo que queda. 7 El que no aparezcan prácticamente iglesias en relación con las villae de la Meseta no significa que hayan permanecido como escenarios inertes a la acción humana, al menos hasta cierto momento (Chavarría, 2004-

7 El reconocimiento aéreo (Regueras y del Olmo, 1997) de una probable iglesia en las inmediaciones de lo que tiene que ser una villa en Renedo de Esgueva (Valladolid). Mientras no se consiga un registro arqueológico del potencial yacimiento es aventurado proponer una fecha de construcción para la iglesia y su relación con la secuencia general de la posible residencia.

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05). La excavación de algunas de ellas ha presentado una interesante secuencia con diversos matices dependiendo del enclave. En Quintanares, La Olmeda o Aldealhama se ha comprobado que en el transcurso del siglo V los espacios habitacionales de representación del poder son objeto de una reocupación que refleja un cambio sustancial en el modo de vida (se compartimentan estancias, se rompen suelos con mosaicos o se instalan sencillos sistemas de producción no industrial). En suma, se pasa de una fase fundacional y de primer uso, de carácter aristocrático y monumental, a otra popular y doméstica que, seguramente, estuvo precedida de un hiato. Esta segunda fase de uso, según los registros arqueológicos, no siempre fue larga, siendo normales situaciones de abandono en el siglo VI. La falta de iglesias en las villae de la Meseta Norte, en primera instancia ha sido interpretada como indicio de la menor penetración en el territorio de las estructuras eclesiásticas en comparación con otros lugares en los que sí encontramos iglesias vinculadas a villae.8 No obstante, la aplicación de nuevos enfoques y metodologías tiende a retrasar cada vez más las fechas de construcción de las iglesias llamadas paleocristianas (Chavarría, 2007), muchas de las cuales podrían irse realmente al siglo VI, poniendo en solfa la temprana aparición de edificios cristianos, ya en el siglo IV. De esta forma, si muchas villae, o lo que queda de ellas, en la Meseta están siendo abandonadas precisamente durante el siglo VI no sería una anormalidad la ausencia de iglesias de los siglos IV y V porque tampoco está claro que las tengamos en otros lugares. Pasamos a continuación a hablar de un tipo de enclaves cuyo descubrimiento y estudio en los últimos años está ofreciendo una nueva perspectiva para la comprensión de los territorios meseteños en la tardoantigüedad. Hablamos de los poblamientos en altura protegidos por defensas artificiales y/o naturales que se identifican con los castra y castella de las fuentes escritas. En ocasiones se trata de antiguos castros de origen prerromano que experimentan una reocupación y, en

8 Esta lectura tradicional encaja y alimenta una visión catastrófica en la Meseta Norte desde los acontecimientos violentos del Bajo Imperio (guerras internas, invasiones bárbaras) que la caída del sistema estatal romano terminará por agravar. Se ha forjado una imagen de desierto interior peninsular en el que el cristianismo no pudo florecer, como en otros sitios, a falta de poblaciones importantes con fuerzas dinámicas capaces de asumirlo y promoverlo.

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otras, de asentamientos de nueva planta.9 Los más significados parecen ser el resultado de la acción, en ocasiones apresurada, de grupos de poder de ámbito local en el contexto de la disolución de las estructuras estatales en el transcurso del siglo V. La quiebra de la explotación latifundista representada por las villae hace que el estamento de medianos y grandes propietarios emprenda una reorganización del sistema desde nuevas bases territoriales: retirándose a las ciudades o levantando castella privados desde los que seguir dirigiendo y controlando unos cambiantes territorios (Vigil-Escalera, 2009). La atribución de su surgimiento, en ocasiones, a empresas capitaneadas por grupos de poder restringidos capaces de imponer sus intereses al conjunto de la población hace pensar en la posible utilización de un discurso ideológico de legitimación en clave cristiana que pasaría por la promoción de edificios religiosos. Tal vez motivada por esta idea se percibe cierta premura o necesidad por identificar iglesias en estos lugares en alto aunque para ello se muestren estructuras con escasa evidencias de que fueron espacios de escenificación religiosa.10 Los pocos ejemplos propuestos (Navasangil, La Yecla en Burgos, Bernardos en Segovia), unidos a su contingencia, tienen que hacernos dejar de lado apriorismos y empezar a preguntarnos si realmente el expediente edilicio de carácter religioso estaba integrado de forma primordial en la acción de poder de las élites que impulsan estos enclaves en las fechas propuestas. Actualmente, con la información recogida, solo es posible hablar de una tendencia que apunta a que la posible construcción de iglesias en estos enclaves no fue un fenómeno generalizado.11

9 En cualquiera de los casos su origen, en opinión de los especialistas, debió responder a distintas variables. Sus diferencias se establecen de acuerdo a su morfología y función: Abásolo (1995: 95) distingue entre ‘poblados amurallados’ (Las Merchanas, Lumbrales, o Suellacabras) y ‘castillos roqueros’ (Tudanca, Siero) con una función eminentemente defensiva; Escalona (2002) diferencia en el este de la provincia de Burgos castra de carácter comunitario (Gormaz, Castillo de Ura), enclaves con funciones militares (La Muela y Peñadobe) y high status sites (La Yecla). 10 Valga de ejemplo el castrum de Cabeza de Navasangil (Ávila), donde se propone como iglesia un edificio en verdad relevante en el conjunto arquitectónico castreño por ahora exhumado pero que carece de argumentos sólidos para apoyar la idea de estar ante un templo más allá de que esté orientado (Fabián García, 199798). Tampoco hay huellas de mobiliario litúrgico (improntas de altares y canceles, fragmentos de unos y otros que pudieran haber sido recuperados en la excavación) [Fig. 07]. 11 Aunque fuera del ámbito meseteño, al pie del Castro de Buradón (Salinillas de Buradón, Álava) se ha descubierto una

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2.2. LAS ALDEAS Y GRANJAS. ARQUEOLOGÍA E IGLESIAS RURALES Conocidos aún de forma parcial para el ámbito espacial que nos ocupa,12 las aldeas y granjas excavadas por A. Vigil-Escalera (2007 y 2009) en la zona centro de la Meseta pueden ser utilizados como referencia, siempre pendiente de confirmación empírica. Tras excavaciones que, a menudo, han afectado a enormes superficies se han exhumado casas, silos, cabañas, necrópolis, etc, así como el territorio inmediato en el que todo esto está englobado, no se han podido reconocer aún edificios cultuales.13 De este dato se desprende que ningún poder exógeno ni endógeno de la comunidad que allí vive, trabaja, muere y se entierra tiene el deseo o la capacidad para impulsar la construcción de un edificio religioso. Si tales poblaciones estuvieron controladas por jerarquías laicas o religiosas, éstas no demostraron interés alguno en establecer un punto de referencia espiritual (Collins, 2009). Por el contrario, si estos lugares fueron testigos de una embrionaria formación de élites dentro de la comunidad, ninguno de quienes las formaron alcanzaron una situación privilegiada desde la que emprender iniciativas constructivas de este tipo. Tampoco podemos descartar que, en aquellas aldeas con sistemas sociales comunitarios de ori-

iglesia prerrománica bajo la cual sus excavadores identifican una serie de restos con otro posible edificio cultual (de triple cabecera recta con espacio bautismal a los pies) levantado en una fase tardoantigua del yacimiento atestiguada por una serie de ámbitos habitacionales que arrojan unos materiales cerámicos y numismáticos de los siglos V-VI (Martínez Salcedo y Cepeda, 1994 y 1997). De todas formas este enclave es un poblamiento en altura peculiar ya que se organiza en terrazas que van ascendiendo por la ladera en vez de ocupar el espacio de forma concentrada y en un lugar prominente, algo imposible aquí dada la naturaleza agreste del farallón rocoso que forma el desfiladero del río Ebro en este punto. Tampoco se ha encontrado por ahora ningún indicio de amurallamiento, elemento que nunca falta en los castra o castella. 12 La Cárcava de la Peraleda (Hontoria, Segovia), Las Escorralizas-Camino de Quiñones (Morales de Toro, Zamora). 13 Está en proceso de excavación y estudio un yacimiento en Ciudad Real, descubierto con motivo de las obras de construcción del aeropuerto, en el que aparece una iglesia en un contexto territorial que parece similar al de las aldeas madrileñas. La parte del edificio religioso parcialmente conservado, con una fecha propuesta del siglo VII por el equipo excavador, tiene un enterramiento privilegiado a los pies y una necrópolis en el exterior, un tipo de área cementerial inédita hasta ahora en el ámbito aldeano madrileño, donde las necrópolis están fuera de la zona habitacional definiendo un espacio más o menos ordenado y sin la presencia de iglesias. Habrá que esperar hasta que se conozcan y estudien los datos arrojados por este interesante yacimiento.

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Fig. 7. Planta y sección de la supuesta iglesia del poblado de Navasangil (Solosancho, Ávila) tras la excavación dirigida por Jesús Caballero.

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gen tardorromano, de existir iglesias fueran levantadas por artesanos locales lo que, insistimos teóricamente, les propiciaría una icnografía difícilmente discernible del resto de los edificios. En lo referido a las iglesias rurales en la Meseta Norte ¿Cuál es el panorama que se desprende de la práctica arqueológica? Mostraremos distintos casos de centros de culto con adscripciones tardoantiguas resultado de intervenciones arqueológicas. La basílica de Marialba (León) [Fig. 08] suele ser fechada a finales del siglo IV en base a la técnica constructiva empleada, una fábrica de mampostería encintada con ladrillo sólidamente cementada en su núcleo con un relleno de piedra y argamasa. Dada la «romanidad» de la fábrica se pensó que se trataba de un edificio vinculado a un establecimiento rural que fue reacondicionado como santuario no mucho tiempo después, momento en el que se transforma en un martyrium con la colocación de trece tumbas, al mismo tiempo, ocupando el área absidal (Hauschild, 1970). A esta fase también pertenecería el vestíbulo adosado a los pies así como la colocación en el interior de unos nichos de fábrica para el apeo de bóvedas. Por último, a finales del VI o comienzos del VII se colocarían canceles y se adosaría un espacio bautismal. Sin embargo, una revisión de los datos todavía observables y de los suministrados por la excavación alemana, lleva a proponer una interpretación distinta de la evolución diacrónica del edificio. En primer lugar, no hay ningún argumento que avale la idea de un edificio previo formando parte de un complejo rural: se construyó de forma aislada y con una función propia. En segundo lugar, la fase que Hauschild señala como de acondicionamiento de la estructura para uso religioso (adosamiento de los nichos que servirían para soportar unas pretendidas y poco probables bóvedas) es constructivamente coherente con el resto de la fábrica, por lo que hay que hablar de coetaneidad. De ser esto así el vestíbulo adosado a los pies, con unas características constructivas netamente distintas a lo anterior, se iría como poco a la fase en la que aparece el baptisterio. En definitiva, contamos con un edificio cuya factura y tecnología es de tipo romano, que fue pensado y ejecutado para albergar los enterramientos contenidos en el ábside. ¿La presencia de las tumbas obliga a pensar necesariamente en un martyrium cristiano? La identificación de los allí enterrados con el San Marcelo antes mencionado es de carácter legendario y tiene su origen no antes del siglo XI, por lo que estamos ante un edificio previo al nacimiento de la leyenda que contribuye a justificarla y no al revés. Que Marialba funcionó como establecimiento religioso cristiano es indudable a par-

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Fig. 8. Marialba, Hauschild, 196 (tomada de Utrero, 2006).

tir de la aparición del baptisterio, lo cual acontece en el transcurso del siglo VI o más tarde, pero no sabemos qué ocurrió entre el momento de fundación y el de aparición del espacio bautismal, largo lapso temporal en el que se tendrá que demostrar que bien ha habido un uso continuado o bien se produjeron soluciones de continuidad. La interpretación de la iglesia de Sta. María de Mijangos (Burgos) [Fig. 09] se ha basado en la imbricación entre restos arquitectónicos/epigráficos y los eventos históricos (Lecanda, 2000). La secuencia se inicia en el siglo V y concluye en el IX, con el dato fundamental extraído del epígrafe descontextualizado que narra la consagración del edificio por el obispo Asterio de Oca durante el reinado de Recaredo, aunque este epígrafe no está exento de problemas ya que ni apareció en el contexto arqueológico del yacimiento ni su paleografía ofrece demasiadas garantías para considerarla de la fecha deducida. Según su excavador, para quien este elemento posee todas las garantías, lo que informa es de la consagración para el culto católico de un templo anteriormente arriano que ya existía, de acuerdo

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Fig. 9. Santa María de Mijangos (Burgos), planta e inscripción (Lecanda, 2000).

con los análisis de C14 de los restos de la primera necrópolis, en el siglo V. Acompaña esta consagración una reforma interior así como la utilización del contraábside como espacio de enterramiento. Entre los siglos VIII y IX, siempre según su excavador, se reforma el muro meridional para ubicar un pórtico lateral y se añaden altares en los ábsides laterales. Igualmente en Burgos, concretamente en el conocido como Vallejo de Santillán (Trespaderne), fueron exhumados un conjunto de sarcófagos, varias sepulturas con muretes así como estructuras arquitectónicas, entre ellas un pequeño mausoleo que contenía cuatro sarcófagos y un edículo identificado como baptisterio al encontrase allí una pileta (Ib.: 2000). La recuperación de un pie de altar, junto al análisis cerámico, lleva a su excavador a catalogar el conjunto como iglesia parroquial, con necrópolis y asociada a un núcleo habitacional próximo relacionado con Tedeja, a pesar de que no hay indicios de un edificio de culto en la superficie excavada. En opinión del arqueólogo la secuencia de ocupación abarcaría desde fines del IV o inicios del V hasta la primera mitad del IX. Tampoco la anteroposterioridad de las distintas estructuras y enterramientos es secuenciada ni jalonada cronológicamente. También se han producido intervenciones arqueológicas en edificios conservados y conocidos de antiguo. En estos casos suele existir un telón de fondo prejuiciado, previo a la intervención, que da como resultado la búsqueda e interpretación de los datos del registro en sintonía con la idea de partida. Así ocu-

rre en Quintanilla de las Viñas (Burgos), donde el hallazgo de un jarrito de bronce de tipología visigoda en la habitación occidental (Iñiguez Almech, 1955) reafirma el visigotismo de la arquitectura y escultura del edificio sin tener en cuenta, por ejemplo, que hay un grupo de estos jarritos visigodos en Asturias (Palol, 1950; VV.AA, 1993: 99-103), territorio en el que las primeras iglesias documentadas son del siglo VIII en adelante. En el templo de la Asunción de San Vicente del Valle (Burgos) [Fig. 10], objeto de sondeos arqueológicos hace unos años (Aparicio y de la Fuente, 1996), la aparición de un fragmento cerámico de tipo tardoantiguo en el revuelto de un enterramiento medieval que reutiliza una tumba perteneciente al momento de fundación sirve a sus descubridores como argumento de peso para llevar la fundación al siglo VI. El edificio más significativo, San Juan de Baños, también ha tenido una intervención arqueológica (Palol, Tusquets y Cortés, 1983), si bien en este caso no era preciso justificar el visigotismo a partir del registro arqueológico ya que el propio edificio (más bien la inscripción) lo hacía antes de hundir el pico en el suelo. Solo hay que leer el título de la publicación [Fig. 11]. Por otro lado, buen número de edificios ha sido estudiado estratigráficamente a partir de la aplicación del método Harris para la lectura de sus muros: San Pedro el Viejo de Arlanza (Caballero, Latorre y Matesanz, 1994), San Vicente del Valle (Arce, inédito), Santa Cecilia de Barriosuso, todas en Burgos; San Pedro de la Nave (Caballero y Arce, 1997), en

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Fig. 10. Reconstrucción de las etapas altomedievales de La Asunción de San Vicente del Valle (Burgos).

Zamora; San Juan de Baños (Caballero y Feijoo, 1998), en Palencia. A través de la aplicación de este método se descubren no pocas situaciones que obligan a corregir explicaciones previas relativas a la comprensión de los edificios en sus dimensiones arquitectónicas y decorativas (Caballero y Arce, 2006). El descubrimiento, por ejemplo, de nuevas fases prerrománicas antes desconocidas o la certificación del uso, en determinados casos, de reutilización de material escultórico en los sistemas decorativos obliga a buscar nuevas interpretaciones independientemente del modelo explicativo en el

que se mueva cada uno. La lectura de paramentos de San Juan de Baños descubre, sin ningún género de dudas, que la mayor parte de la escultura decorativa de la iglesia es reutilizada y por tanto de una fecha distinta (siempre anterior) a la de la arquitectura que la alberga. ¿En qué lugar queda entonces la placa epigráfica, verdadero muro de carga de la tesis tradicional visigotista?14 14 En un estudio realizado hace pocos años, del Hoyo (2006) defiende que la inscripción fue realizada en una fecha altomedieval a partir de una base literaria, en efecto, visigoda.

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Fig. 11. San Juan de Baños (Palencia). Inscripción.

2.3. SITUACIONES FAVORABLES PARA LA APARICIÓN DE IGLESIAS EN EL TERRITORIO: LOS MONASTERIOS Y LAS IGLESIAS PROPIAS

Monasterios e iglesias propias son, a priori, los fenómenos constructivos que mejor encajan dentro de una estructura cristiana jerarquizada dado que, tanto en un caso como en el otro, parten del deseo individual y, en principio, altruista de un personaje por implantar un referente eclesiástico dentro de un territorio dado. Ambas son realidades constatadas en las fuentes de los siglos VI y VII,15 si bien desconocemos su alcance tanto cuantitativo como cuali-

15 Vid. las numerosas referencias en las actas conciliares, en textos hagiográficos y en reglas monásticas. Queda aún pendiente de resolución conceptos muy interesantes como la relación de las iglesias propias y la existencia de una red parroquial, con toda se-

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tativo. Sin embargo presentan mayor número de preguntas que de respuestas más allá de su existencia sobre el papel (Moreno Martín, 2009). Hay, por ejemplo, enormes dificultades a la hora de identificar tanto iglesias propias como monasterios con restos materiales concretos. Por otro lado, los mismos testimonios documentales parecen hablar de realidades multiformes antes que de patrones estandarizados que dan lugar a arquitecturas normativas al estilo. Es cierto que no todo son problemas. Ahí tenemos algunas menciones concretas, en el caso de monasterios, en las que se da nombre y ubicación de las fundaciones pero ¿qué porcentaje constituye en el total de establecimientos de este tipo?; ¿representan siempre el mismo modelo o hay varios? Con la información manejada se observa que la silueta de las ciudades siempre planea sobre el mundo monástico por diferentes razones. La primera de ellas es de carácter disciplinario, pues queda fijado que sea el obispo correspondiente quien garantice la observancia de la regla a la que él mismo encomienda el cenobio. En segundo lugar porque algunos monasterios urbanos y periurbanos establecen una fructífera relación hasta servir de auténticos viveros de determinadas sillas. En última instancia por la presencia de monjes al cuidado de centros de culto martirial y el inicio, constatado desde fines del IV en otros lugares del Mediterráneo, de la vida comunitaria clerical en las domus episcopales. Ajenos a este mundo regularizado parecen estar ciertas fundaciones «díscolas» que conectan a través de los testimonios escritos con las iglesias propias. Parece extenderse en estos siglos la fundación de «pseudo-monasterios» en propiedades particulares con intereses económicos contrarios a los sistemas de recaudación regulados por los obispados, pues se amparan en la autonomía que al respecto de sus bienes materiales queda fijada en la legisla-

guridad muy débil en este momento. Cierto es que los concilios expresan constantemente la obligación de los obispos por visitar las iglesias de ‘su’ diócesis lo que, interpretado desde una óptica plenomedieval equivaldría a pensar en la presencia de una red de pequeñas iglesias dependientes y estrechamente vinculadas con el prelado correspondiente. Sin embargo, un análisis que hemos realizado recientemente (Utrero y Moreno, e.p.) permite establecer que los obispos, lejos de constituirse en principales promotores de la construcción de iglesias, se convierten en muchos casos en los auténticos responsables de su ruina. Son fundamentalmente iniciativas de carácter privado las que hacen aumentar la nómina de templos. Iglesias ‘propias’ en suma que son puestas al servicio de la diócesis correspondiente, permitiendo al obispo recibir parte de las rentas que canónicamente les correspondían.

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ción conciliar. De esta forma, los monasterios e iglesias propias se pueden convertir en canales de evasión de renta por parte de las personas que los impulsan. Ante esta situación, cuyo alcance es imposible de precisar en el marco general de la gestión de cada diócesis, los obispos tratan de poner coto a esta sangría de ingresos. Acusan a los promotores, entre otras cosas, de no preocuparse ni de mantener la observancia de las comunidades ni de velar por el mantenimiento de las fundaciones. Se dice que las iglesias son de una pobreza material manifiesta y que no hay empeño por parte de los propietarios por dotarlas convenientemente para su mantenimiento humano y material. Aquellos lugares que funcionan correctamente, por contraposición a los que no lo hacen, no son objetos de crítica y por tanto pueden estar quedando fuera del retrato general. Pensemos por ejemplo en iniciativas como la protagonizada por un matrimonio toledano que funda a sus expensas un monasterio próximo a la capital en el que tenían cabida una hospedería y un asilo para peregrinos enfermos (García Rodríguez, 1966: 428; Moreno Martín, 2009: 286), una acción piadosa de aparente desinterés por conseguir beneficios fiscales. Debemos en consecuencia estar abiertos a cualquier situación cuyo reflejo en lo material vendrá determinado por circunstancias que no tienen que ser las mismas en todos los casos. El monacato tardoantiguo en la Meseta Norte así como el asunto de las iglesias propias son fenómenos presumibles ya que concurren circunstancias teóricamente similares a las de otras regiones. Más allá de esto es poco lo que podemos decir a la hora de concretar. En el territorio en el que nos estamos moviendo no contamos con movimientos monásticos como el fructuosiano que han dejado tras de sí una huella documental a partir de la cual penetrar en su realidad histórica y material (Díaz Martínez, 1987). Tampoco con la presencia constatada de figuras como San Millán o la más cercana territorialmente de Fructuoso o Valerio del Bierzo, representantes de un tipo de vivencia ascética tendente al anacoretismo pero para la que contamos con abundantes referencias relativas a la fundación de cenobios. La falta de concilios regionales diluye, en el marco general de los concilios toledanos, los asuntos concretos de las distintas diócesis, siendo imposible determinar si los monasterios e iglesias propias que se quieren meter en vereda son un problema en todas partes o en unas más que en otras. En resumidas cuentas lo que priman son las incógnitas antes que las certezas.

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3. LA MESETA NORTE ENTRE LOS SIGLOS VIII Y X. ESTUDIO DE LOS MODELOS TERRITORIALES Y SU POSIBLE APLICACIÓN A LAS FÓRMULAS CONSTRUCTIVAS 3.1. EL REORDENAMIENTO TERRITORIAL Y LOS NUEVOS ESQUEMAS SOCIALES. LAS FUNDACIONES ECLESIÁSTICAS EN EL PROCESO FEUDAL

La irrupción islámica propiciará la fragmentación del territorio lo que, a medio y largo plazo, supondrá una remodelación de las estructuras de poblamiento y la precipitación hacia un imparable proceso de feudalización. Tanto la ciudad como el medio rural verán alterados los principios que rigieron su evolución en época tardoantigua. A partir del siglo VIII se crea una tupida malla de centro eclesiásticos que basan su crecimiento en un modelo aparentemente caótico, sostenido por las aristocracias y ajeno a la debilitada estructura episcopal. Es previsible que todos estos factores geopolíticos y religiosos afecten directamente a la actividad constructiva. A pesar de que desde finales de los años 70 comienzan a superarse las teorías despoblacionistas de la cuenca del Duero, aún existen autores que continúan admitiendo su terminología en relación a los procesos constructivos (Bango, 2007: 76). El colapso del reino visigodo, el fugaz paso de las tropas beréberes y la indiferencia con la que estos territorios fueron observados desde la corte ovetense asegura una continuidad en su poblamiento aderezada con una autonomía de facto que perdurará, dependiendo de las zonas, hasta la segunda mitad del siglo IX (Barbero y Vigil, 1978: 219). Del paisaje dibujado en el siglo VIII por la presencia de aldeas dispersas y poblamientos en altura antaño utilizados como formas de control militar y de rentas se pasará a la presencia nominal de cientos de iglesias que actuarán como células de colonización del territorio al norte del Duero en el siglo X. Todo esto gracias a un proceso de polarización social que se implantará con fuerza sobre estos espacios, la feudalización y la aparición de élites, factores decisivos para la monumentalización de las estructuras eclesiásticas, ahora dotadas de nuevas funciones que tienen que ver con los mecanismos de apropiación de territorios previamente ocupados. La articulación del control territorial hispanovisigodo y la sumisión de los magnates locales a la estructura estatal no parece fomentar su deseo por

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crear núcleos de representación de una autoridad que, teóricamente, emanaba directamente desde la corte toledana. Solamente después de la desaparición de un poder superior al que rendir cuentas, del inicio de la fragmentación territorial y el comienzo de la pugna entre estos antiguos delegados regios, aparece un verdadero interés por consolidar su dominio sobre determinadas zonas, algo que, desde un punto de vista arquitectónico, favorece la aparición de complejos que, como los lugares de culto, están dotados de una fuerte carga simbólica. Para aproximarnos a la capacidad representativa de los mismos basta con echar un vistazo al programa edilicio de Alfonso II en Oviedo. Podemos interrogarnos en qué medida afectó a la fundación y la construcción de edificios cultuales el proceso de formación, pugna y consolidación de los poderes locales en la cuenca del Duero, obligados a reforzar su poder e identidad frente a las aspiraciones de cuantos les rodeaban.16 Tal será su búsqueda de apoyo en la iglesia que el ascenso de los grupos aristocráticos, en el caso castellano, conlleva la institución de una red diocesana nueva y la creación/restauración de sedes episcopales17 –a la postre convertidas en jerarcas eclesiásticos– afines a su ideario político y soporte religioso a unas as16 El espacio castellano posee el mayor número de referencias a fundaciones de iglesias y monasterios entre los siglos IX y XII, con cerca de dos mil menciones (Peña, 1995: 104). Fundar, dotar y proteger una iglesia o cenobio conferiría cierto halo de sacralidad, contribuyendo así al progresivo afianzamiento en el imaginario popular de la idea de un linaje protegido por la divinidad. Uno de los rasgos característicos de la arquitectura templaria altomedieval es la utilización de los espacios de culto como panteón familiar donde perpetuar la memoria de estos grupos (Escalona, 1994: 582). 17 A pesar de que muchas sedes continuaron activas tras el 711 se puede decir que para finales de este mismo siglo se ha consolidado, a través de la disputa adopcionista, el cisma entre la sede toledana y la Iglesia del territorio cristiano septentrional. A partir de ese momento se puede hacer tabula rasa e iniciar la reconstrucción de las estructuras eclesiásticas de acuerdo con los parámetros fijados por el proceso de colonización territorial y la implantación del modelo feudal. La creación de una sede episcopal perseguía, además de satisfacer las necesidades espirituales de su población, la introducción de un elemento a través del cual consolidar el dominio feudal. Bajo esta premisa parece actuar Alfonso III cuando restaura la sede de Zamora entre los años 901 y 986, recuperando así su condición como sede eclesiástica dependiente de Astorga según el Parrochiale Sueuum. La ausencia de restos inmuebles del periodo visigodo impide presentar un panorama concreto, pero en base a la relación con lo sucedido en Astorga, Castellanos (2006: 157) supone que los edificios religiosos se localizarían preferentemente en la zona intra muros, dentro de una tendencia generalizada en las urbes de la zona noroccidental del reino toledano. Esta tendencia contribuye a aumentar las dudas sobre el origen visigodo de la iglesia de San Pedro de La Nave.

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piraciones territoriales claramente independientes con respecto a los monarcas asturianos (Escalona, 2002: 80). La aldea altomedieval ha sido definida por Martín Viso (2000: 179) como una unidad económica, social y territorial en la que, en sus inicios, persiste cierta autonomía con respecto a los linajes aristocráticos que se irá diluyendo a medida que avance la feudalización.18 Pese a todo, desconocemos por completo el papel desempeñado por los centros de culto –iglesias y monasterios– dentro de estas comunidades aldeanas pre-feudales de la meseta norte.19 Hay autores que defienden que la construcción de iglesias sobre –o generando– asentamientos aldeanos ha de ser considerado como un fenómeno de nuevo cuño que solo puede encontrar una explicación a través de la implantación de un sistema sociopolítico que genera un orden igualmente novedoso; el feudalismo, cuya aceleración e introducción en la sociedad rural tiene mucho que ver con la proliferación de centros de culto (Fernández Mier, 1999: 239). Los poderes feudales se caracterizan por generar centros de poder, de control y ordenación de producción y población, a los que unen establecimientos de encuadramiento ideológico-religioso (Gutiérrez, 2003: 11). Iglesias, y sobre todo monasterios, que no se limitan a ejercer un servicio espiritual sino que se muestran como agentes eficaces a la hora de

18 La acumulación de propiedades en manos de algunos individuos es el factor decisivo para el triunfo de la sociedad feudal. El control de las rentas se traducirá también en control del ejército y a la justicia, funcionando en conjunto como mecanismos de retroalimentación de la superioridad en el ámbito local (Larrea, 2008: 197). La posesión de la libertad y de cierto potencial económico garantiza su presencia en el ámbito militar y confiere superioridad en cuestiones de carácter jurídico, aspectos ambos que contribuyen a aumentar las desigualdades con respecto al resto de los miembros de la comunidad. 19 La referencia inmediata sería el mundo rural del periodo hispanovisigodo, lo que no invita al optimismo. Fuentes y arqueología confirman que muchos centros de culto en el siglo VII se convierten en puntos de control socioeconómico dependientes de la curia episcopal, e indirectamente, del estado visigodo. Su ubicación en el territorio responderá fundamentalmente a tales premisas, instalándose sobre puntos estratégicos adecuados a estas funciones. Ante la ruina del estado visigodo y la profunda crisis de las estructuras episcopales tras la conquista islámica estos centros religioso-administrativos tendrán la necesidad de adaptarse a la nueva situación. En todo caso, su continuidad estará condicionada a la vinculación con los poderes locales emergentes. Un ejemplo de la continuidad de estos centros de control del territorio de época visigoda pudiera ser el asentamiento castral de Buradón, en la zona meridional de la provincia de Álava, que contaba con un templo construido en el siglo V y remodelado en época altomedieval (Quirós y Vigil, 2006: 98).

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Fig. 12. San Román de Tobillas. Fase I correspondiente a la fábrica del abad Avito. Primer tercio del siglo IX (Sánchez Zufiaurre, 2007).

controlar rentas y concentrar patrimonio,20 causa que explica su enorme expansión en este momento de reordenamiento y colonización de amplias zonas del norte peninsular.21 Se podría decir que los linajes aristocráticos encuentran en la fundación, donación y mantenimiento de ecclesiae y monasteria22 la fórmula perfecta para consolidar su dominio sobre la población a través de un acto piadoso.23 La difusa presencia de la jerarquía eclesiástica contribuye a esta secularización de los lugares de culto. Hemos visto que, aunque menos desarrollada que en otras provincias, esta zona poseyó en época hispanovisigoda una red de obispados que, al menos teóricamente, garantizarían la ortodoxia en la fundación de iglesias y monasterios (Sotomayor, 1982: 646-647). Hoy existen datos suficientes para

20 Sánchez Zufiaurre (2007: 290) en su análisis de los templos altomedievales alaveses identifica la aparición a partir del siglo X, y sobre todo en el XI, de estancias adosadas con funciones de almacenamiento de excedentes, lo que interpreta como un claro indicio en la consolidación del sistema feudal. 21 ‘Por lo tanto, controlar la iglesia equivalía a dominar la comunidad, pudiéndose transformar el núcleo religioso en un centro receptor de renta o de imposición de prestaciones’ (Martín Viso, 2000: 146). 22 Las actas conciliares de los siglos VI y VII ya nos informaban del hábito por parte de los seglares a fundar iglesias. Esos mismos textos nos advierten de la dejadez por parte de algunos obispos en el cuidado de muchos de esos templos, más preocupados por la recaudación de las rentas. Esto indica, cuando menos, que se llevaba a cabo un control de tipo fiscal. 23 En términos parecidos se ha expresado Larrea (2007: 334) al tratar el primitivo edificio del abad Avito en Tobillas (Álava) como una arquitectura que es reflejo del posicionamiento jerárquico de algunos sectores sociales. ‘Áreas en las que grupos dirigentes controlan realmente mecanismos de gobierno y de concentración de rentas en una escala y con una continuidad suficientes para asegurar una distinción jerárquica bien visible y, entre otras cosas, generar espacios y edificios reconocibles arqueológicamente.’ [Fig. 12]

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rechazar la despoblación de las sedes episcopales tras las campañas de Alfonso I (Martínez Díez, 1984: 505). Que muchos obispados continuaron ocupados no impide pensar que fueran una víctima más del proceso de fragmentación social y político generalizado,24 siendo ésta la principal causa en la merma de su efectividad en el control de sus respectivas diócesis (Pastor, 1996: 141). Recapitulando, lo que se desprende de este nuevo panorama político y social es una ecuación difícilmente comprensible desde un posicionamiento doctrinal: fragmentación territorial y ascenso de clases dominantes sumado a un episcopado débil, da como resultado un aumento notable en la fundación de iglesias y monasterios.25 La respuesta a esta paradójica situación se debe buscar, no en un proceso evangelizador,26 sino en la utilización de estos centros como mecanismos de apropiación del territorio,27 control de renta y concentración de propiedades. Este proceso continuaría, en líneas generales, hasta finales del siglo XI,28 cuando a los estímulos exteriores que suponen la reforma gregoriana y el benedictinismo cluniacense 24 Su actividad se constata, al menos para la zona oriental del espacio que nos ocupa, hasta el último cuarto del siglo VIII. Así interpretan algunos autores (Pastor, 1996: 132 a 141; Escalona, 2002: 76) la participación del obispo Eterio de Osma en la controversia adopcionista, en la cual se posiciona junto a Beato de Liébana contra Elipando de Toledo. 25 Se documentan casos absolutamente desproporcionados como los presentados por López Quiroga y Bango (2005: 37) para las zonas al norte y el sur del río Miño, donde los textos de los siglos IX al XI registran un incremento en la nómina de parroquias que, en algunos casos, es más de diez veces superior a lo conocido para la época sueva. 26 Si bien el aumento de fundaciones religiosas pudo influir en la cristianización de algunas zonas rurales marginadas con respecto a los centros de poder (Fernández Mier, 1999: 239). 27 Merece la pena dejar aquí esbozados algunos puntos para el desarrollo de un debate acerca del uso del término restauratio en muchos de los documentos que reflejan la aprisión por parte de iglesias y monasterios de terrenos que estaban previamente poblados. Si algo ha quedado claro en la controvertida interpretación del término repoblar es que la elección del vocabulario en los scriptoria medievales no era fruto de una decisión arbitraria y es por ello que creemos conveniente ser precavidos a la hora de interpretar la restauración llevada a cabo por monjes y clérigos como reconstrucción de un templo abandonado desde siglos. Cabe la posibilidad de que su utilización se deba, como en otros casos, de un subterfugio para consolidar la posesión sobre edificios y bienes que ellos mismos, en su obra colonizadora, consideraban patrimonio de la Iglesia. [Según el diccionario de la R.A.E: 1. Recuperar o recobrar. 2. Reparar, renovar o volver a poner algo en el estado o estimación que antes tenía 3. Reparar una pintura, escultura, edificio, etc, del deterioro que ha sufrido]. 28 La construcción de la primera iglesia de Santa María en Vitoria-Gasteiz en el siglo XI, además de significar una reestructuración importante del espacio que ocupa, ha sido inter-

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produzca una reestructuración diocesana y la homogeneización de los usos monásticos. La traducción en términos arquitectónicos del punto de llegada de esta evolución será la aparición de un nuevo léxico constructivo, el románico. 3.2. LA REPERCUSIÓN DEL MODELO SOCIAL EN LA TRANSMISIÓN E IMPORTACIÓN DE TÉCNICAS CONSTRUCTIVAS

Regresemos por un instante a los momentos inmediatamente anteriores a la irrupción islámica en la Península. La actividad de grupos jerárquicos en la cuenca del Duero en el siglo VII se ha constatado tradicionalmente, además de por la interpretación en clave étnica de ciertas necrópolis,29 por la presencia de las denominadas iglesias hispanovisigodas (Chavarría, 2004-2005: 195). Para algunos autores, estos edificios serían reflejo de la existencia de una potente aristocracia30 con capacidad constructiva para trasladar las fórmulas arquitectónicas cortesanas a un ámbito rural que, hasta ese momento, se muestra casi como un solar desde el punto de vista de la edilicia cristiana (Ib., 2005). Precisamente en el momento en el que en las fuentes se registra cierto desinterés por la edificación y mantenimiento de iglesias rurales,31 esta zona se

pretada como síntoma de cristalización del poder feudal (Azkarate y Quirós, 2001: 31), dentro de un proceso que afecta a otros núcleos de la zona alavesa (Quirós y Vigil, 2006: 101). 29 Postura criticada, entre otros muchos, por Escalona (2006: 183). En su opinión esta idea está basada en argumentos historiográficos ‘en clara regresión’. 30 La expresión utilizada por los cronistas asturianos del siglo IX para definir a esta zona es la de Campi Gothici. Tal denominación no tiene un significado étnico en el sentido de que estas regiones hubieran sido habitadas por godos de raza o ‘germanos’, sino que indicaban simplemente que habían sido parte integrante del reino visigodo de Toledo. Desde la corte ovetense se interpretó que, una vez desaparecido éste, la población viviría de acuerdo con los usos y tradiciones heredadas de este periodo (Barbero y Vigil, 1978: 221). Por lo tanto, este argumento carece de fuerza para englobar a muchos de los edificios situados en la cuenca del Duero bajo el paraguas cultural hispanovisigodo. A falta de elementos capaces de otorgarles una cronología sólida se antoja necesaria la aplicación de otros métodos de estudio, entre ellos el análisis estratigráfico de sus fábricas, tal y como se viene realizando. 31 De hecho, parece que el mal estado de los templos se debía en muchas ocasiones a la fragilidad con la que eran construidos, dado que se arruinaban en el paso de una misma generación. A los datos de carácter textual se unen algunos recientes estudios arqueológicos que invitan a relativizar y revisar la tradicional concepción del siglo VII como momento de esplendor constructivo en el ámbito religioso, al menos en lo relativo a las zonas rurales. Vid. supra.

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convertiría en un «islote» de monumentalidad arquitectónica sin continuidad en otras zonas de la Península. Desde hace más de un siglo de historiografía, partiendo de la obra de Gómez-Moreno (1919), sucesivas generaciones han querido ver aquí un laboratorio de experimentación artística al que se atribuye una abultada panoplia de objetos monumentales (edificios y escultura). No en balde en esta zona se halla uno de los principales pilares que sustentan el modelo de caracterización artística del periodo visigodo: la iglesia de San Juan de Baños y su inscripción fundacional. Esta conjunción, sumada a la aportación de la iglesia gallega de Bande y el controvertido documento que habla de su restauración, sirven de guía para definir las características técnicas del arte visigodo de la segunda mitad del siglo VII (arco de herradura, fábricas en sillería, soluciones abovedadas y cupuladas para las cubiertas, escultura decorativa y planta central). La conformación de este modelo tipológico y estilístico servirá para, mediante una metodología comparativa, ir aumentando con ejemplos de cronología incierta la nómina de edificios «incontestablemente» visigóticos, muchos de los cuales se levantan precisamente en la zona que centra nuestro estudio. Aunque generalmente ignorada, la aplicación de este modelo posee una importante consecuencia desde el punto de vista de la ocupación del territorio. De hecho el propio Gómez-Moreno apoya parte de su discurso en la teoría despoblacionista que ya había dado sus primeros pasos a principios del siglo pasado, siendo este hecho fundamental a la hora de proponer el visigotismo de ciertos edificios sin cronología segura. Veamos, por ejemplo, el caso de San Pedro de La Nave (Gómez-Moreno, 1906) [Fig. 13]. A pesar de que cuenta con la prueba documental de su existencia activa a principios del siglo X, sus diferencias con la arquitectura mozárabe que él mismo definirá poco después (1919) le obligan a buscar un origen anterior. Convencido de que la región de Zamora se había convertido en un desierto humano antes de la repoblación asturiana del IX, solamente encuentra en el siglo VII los condicionantes históricos necesarios con los que aclarar su existencia. Esta cronología le permite, además, establecer paralelos técnicos y estéticos con los ejemplos considerados con certeza como visigodos (Bande y Baños). De esta forma, el modelo población-despoblación-repoblación tiene su equivalente en la dinámica interna de la iglesia, lo que obliga a pensar en más de doscientos años de abandono y en una posterior recuperación arquitectónica/funcional. Como iglesia monástica de

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Fig. 13. San Pedro de la Nave (Zamora). Reconstrucción axonométrica, según Caballero y Arce, 1997.

época visigoda su diseño serviría también como paradigma de este tipo de arquitectura templaria (Gómez-Moreno, 1943-44; Schlunk, 1971 y 1978). Es indudable que, mientras nadie diga lo contrario, el modelo explicativo visigotista está obligado a admitir que el despoblacionismo forma parte de su ADN discursivo. Por otro lado, el avance en las investigaciones del estudio del territorio de la Meseta entre la tardoantigüedad y el alto medievo obliga a insertar estas iglesias dentro de un panorama que supera notablemente la visión simplificadora de teorías tradicionales y muestra un territorio en el que se mueven nuevos agentes de ocupación y vertebración. ¿Cómo podemos entonces entender las iglesias del VII en el marco del nuevo relato histórico? La Nave, Quintanilla o Baños no parecen, en principio, propias de las aldeas, al menos de las aldeas definidas arqueológicamente hasta el momento en las que la arquitectura religiosa no está presente. Por simple ubicación topográfica no cabe

hablar de iglesias pertenecientes a poblados en altura. Si no se ajustan a los parámetros de ocupación territorial que hoy conocemos ¿hay que admitir la existencia de otros modelos cuya única evidencia por el momento son las propias iglesias cuyas características tecnológicas y estéticas, por cierto, se desmarcan de las tradicionales? Veamos qué sucede cuando trasladamos de forma conceptual la fundación y construcción de estas iglesias a una fecha post 711 y las contextualizamos dentro del proceso de feudalización de la Meseta Norte. Si insertamos este grupo de iglesias en el periodo comprendido entre los siglos VIII y X el primer obstáculo a salvar es comprender cómo se ha producido el enorme salto cualitativo entre éstas y los templos de tradición tardorromana, pues en ellas se ponen en marcha una serie de técnicas y soluciones constructivas y tipológicas que implican una ruptura clara con el pasado inmediato. Para dar respuesta a este interrogante es preciso, en primer

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Fig. 14. Diferentes proyectos basilicales: San Juan de Letrán, Roma, s. IV (Krautheimer, 1982); Parc Central, Tarragona, s. V (López Vilar, 2006); Santa Eulalia de Mérida, s. V (Mateos, 2002) y El Tolmo de Minateda, provincia de Albacete, fin. del siglo VI (Gutiérrez y Cánovas, 2009).

lugar, ver cuáles son las circunstancias que confluyen en la incorporación de nuevas técnicas y tipologias edilicias dentro de un territorio concreto. Como precisábamos unas líneas más arriba, el ambiente técnico de una comunidad, entendido como el conjunto de las habilidades productivas desarrolladas en su seno, tiende a transmitirse de generación en generación y a enriquecerse a través de contactos esporádicos con círculos exteriores (Bianchi, 1996). La evolución de las técnicas constructivas se inserta de forma natural dentro de un paisaje preindustrial que tiende a la continuidad y a la optimización de las mismas basándose con frecuencia en la reutilización de mecanismos de probada eficacia perpetuados de acuerdo a tradiciones comunes (Castro Villalba, 1996: 31). El mismo

planteamiento podría realizarse con respecto a aquellas tipologías constructivas que garantizaban un adecuado cumplimiento de las funciones que se le encomendaban, especialmente en el caso de edificios representativos, dado que solo a través de la insistencia en el modelo es posible su fijación dentro del imaginario colectivo.32 La alteración de este

32 Rasgo especialmente exigido en todas las edificaciones que emanaban y representaban el poder. Un ejemplo de ello es la elección del modelo basilical para la construcción de iglesias desde la época constantiniana -un ejemplo excepcional es la hallada en Ostia que fue fundada por el propio emperador- en tanto que se escogen ocasionalmente otros tipos como el cruciforme o en rotonda para iglesias cuyo principal cometido no es el congregacional, sino conmemorativo o martirial (Christie, 2005: 126) [Fig. 14]

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esquema continuista y reticente a la incorporación de influencias exteriores solo puede responder a un viraje brusco de las condiciones sociopolíticas. Desde este punto de vista, la conquista islámica de la Península significa el arranque de un cambio en el ordenamiento social del territorio y puede considerarse el punto de inflexión entre un pasado tardorromano y la aparición de variantes culturales que, aún teniendo siempre presente conceptos heredados, evolucionan de acuerdo a coordenadas propias de carácter local a las que se suman los contactos con la recién llegada cultura islámica. Resulta difícil considerar que todas estas circunstancias no repercutan directamente en las tradiciones constructivas desarrolladas en el territorio que nos ocupa,33 codiciado por las sucesivas oleadas colonizadoras y encrucijada de caminos culturales entre el sur islámico y el norte cristiano. El teatro de operaciones en el que se ha convertido la cuenca del Duero tras la conquista islámica se presenta ante nosotros como un espacio ocupado por una población de origen cristiano extraordinariamente fragmentada. Desconocemos el alcance real de los vínculos entre estas comunidades y los restos de la estructura central visigoda. En lo referido a la presencia de contingentes islámicos, al menos hasta mediados del siglo VIII, parece segura la ocupación militar y el pago de tributo. No será hasta la revuelta bereber del norte de África cuando el grueso de las tropas musulmanas replieguen posiciones hasta el Sistema Central (Barbero y Vigil, 1978: 220). A pesar de que el corto periodo de tiempo de dominación desaconseja pensar en procesos profundos de aculturización, el uso de la onomástica árabe en muchas zonas y su continuidad tras la retirada de las fuerzas musulmanas, debe ser tomado como un claro síntoma de arabización de ciertos sectores de la población autóctona (Mínguez, 2007: 64). El desarrollo de estos acontecimientos históricos supone que, a partir de mediados del siglo VIII, esta zona sea testigo de un complicado equilibrio entre dos civilizaciones, dos culturas y dos modos de vida, si bien ha sido recientemente definida como «permeable culturalmente».34

33 Este siglo VIII ya ha sido definido como ‘gozne de un cambio en los modos constructivos’ referido a la arquitectura doméstica altomedieval (Azkarate y Quirós, 2001: 38). 34 Las piezas de este puzzle, al menos en lo referido a la zona oriental del Duero, se debaten entre el régimen de semiindependencia con respecto al poder astur y alianzas puntuales con las dinastías muladíes encabezadas por los Banu-Qasi (Escalona, 2002: 77).

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Fig. 15. Mosaico de Ntra. Sra. de los Arcos de Tricio (arriba). Placas de estuco de Sta. Coloma (abajo). Ambos en La Rioja.

La dificultad radica a la hora de aproximarnos a las consecuencias que sobre las técnicas constructivas arraigadas en estas comunidades supone el encontrarse sumido en este universo cultural bipolar. Basándonos en la definición del esquema aldeano aplicado en el estudio de estos núcleos, su escasa estratificación social no debió ser un acicate para el inicio de ambiciosas empresas arquitectónicas, pese a que su condición cristiana implica el mantenimiento o la realización de edificios de reunión (Ib.: 49). Esto significa que no parece probable la activación de los mecanismos receptores de influencias exógenas para los momentos anteriores a la implantación del sistema feudal. Será a partir de ese momento cuando, con la propia monarquía asturiana a la cabeza,35 sea preciso crear un programa edilicio acorde al nuevo orden político, económico y social que supone la aparición de los grupos de poder (Quirós y Fernández Mier, 2001:

35 Especialmente desde mediados del siglo IX, cuando la corte ovetense inicie un programa ideológico que lo lleve a autoproclamarse como heredero de la tradición visigoda. En el plano de la producción arquitectónica será necesario recurrir a maestros de procedencia meridional (Mínguez, 2007: 54).

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375). A lo largo de los siglos IX y X, reyes, condes y altos dignatarios clericales necesitarán de una mano de obra especializada con conocimiento sobre todos los ciclos productivos y los recursos técnicos que garanticen la elevación de unos edificios cuyas fábricas sean un reflejo directo del dominio ejercido sobre las poblaciones en las que se asientan. ¿Dónde hallar estos grupos de constructores cualificados? ¿Es posible encontrar en los ambiente técnicos comunitarios personas formadas en sistemas de cubiertas pétreas, capaces de reutilizar adecuadamente sillería romana,36 de realizar decoraciones musivarias o estucadas (Caballero, Arce y Utrero, 2003)? Parece razonable suponer una procedencia externa de equipos de trabajo formados en un horizonte cultural donde la puesta en práctica de sus habilidades y la competencia directa con otros grupos favoreciera el desarrollo de estas técnicas, y esa zona no puede ser otra que el territorio andalusí (Caballero, 1995: 110 y 112; Caballero y Utrero, 2005) [Fig. 15]. BIBLIOGRAFÍA ABÁSOLO, J. A. 1995: «La ciudad romana en la Meseta Norte durante la antigüedad tardía», L. GARCÍA MORENO y S. RASCÓN MARQUÉS (eds.), Complutum y las ciudades hispanas en la antigüedad tardía, Acta Antiqua Complutensia 1, Alcalá de Henares, 87-99. AGAPITO Y REVILLA, J. 1905: «La cueva de San Antolín», Boletín de la Sociedad castellana de Excursiones I, 156-164. APARICIO, J. A. y DE LA FUENTE, A. 1996: «Estudio arqueológico e intervención arquitectónica en la iglesia de la Asunción en San Vicente del Valle (Burgos)», Numantia 6, 153-171. ARCE SAINZ, F. 1998: «Análisis arqueológico de la arquitectura en la iglesia de la Asunción, San Vicente del Valle (Burgos)», I Congreso de Arqueología de Burgos (inédito).

36 La obra de sillería, de confirmarse la cronología visigoda de estos edificios, sería absolutamente única en el contexto occidental del siglo VII y solamente se puede entender su extensión en territorio peninsular a través de la llegada de los omeyas. En palabras de Manonni (1997:23) ‘È abbastanza chiaro, ad esempio, che gli Omayyadi portarono l’opera quadrata dal Medio Oriente in Spagna nell’VIII secolo, ma è anche altrettanto evidente che gli occidentali ebbero rapporti intensi e prolungati con chi construiva in Palestina nel corso delle Crociate e del Regno di Gerusalemme’.

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PATRONES DE OCUPACIÓN RURAL EN EL TERRITORIO DE SALAMANCA. ANTIGÜEDAD TARDÍA Y ALTA EDAD MEDIA* POR

ENRIQUE ARIÑO SARAH DAHÍ ELVIRA SÁNCHEZ RESUMEN Las prospecciones y excavaciones realizadas en el territorio de Salmantica (Salamanca, España) permiten formular la hipótesis de una desaparición de la villa como residencia aristocrática hacia finales del siglo IV o principios del siglo V. En el periodo visigodo, el solar de la villa se destina a estructuras efímeras de vivienda, zonas de trabajo, basureros y necrópolis. Este tipo de ocupación se registra también en zonas periféricas a la villa, en espacios sin presencia romana previa. Los asentamientos visigodos, salvo posibles excepciones aisladas, no parecen sobrevivir a las primeras décadas del siglo VIII. Aunque el periodo visigodo se caracteriza en general por la ausencia de espacios de hábitat estructurado, en la zona del embalse de Santa Teresa se detectan varios asentamientos que deben interpretarse como parte de un mismo complejo, el cual podría ser tanto un complejo monástico como un centro de poder aristocrático. Este conjunto de yacimientos pertenecerían a un momento avanzado del periodo visigodo. En el valle del río Alagón, el poblamiento visigodo se caracteriza por la existencia de poblados campesinos y de asentamientos de tipo productivo destinados a la transformación de vino y aceite. PALABRAS CLAVE: Prospección arqueológica. Excavación arqueológica. Poblamiento romano. Poblamiento visigodo. Fotografía aérea. Arqueología del paisaje. Salamanca (España). ABSTRACT The surveys and excavations made in the territory of Salmantica (Salamanca, Spain) allow us to formulate the hypothesis of the disappearance of the villa as a place of residence of the aristocracy towards the end of the 4th century or the beginning of the 5th century. In the Visigothic period, the villa was used for ephemeral structures of housing, work areas, rubbish tips and necropolis. This type of occupation is also registered in peripheral areas of the villa, in areas without previous Roman presence. The Visigothic settlements, with some possible exceptions, do not seem to have survived the first decades of the 8th century. Although the Visigothic period is generally characterized by the absence of structured habitats, in the area around the Santa Teresa reservoir several settlements have been detected that should be interpreted as part of the same complex, which could have been a monastic or an aristocratic complex. This set of sites would pertain to an advanced moment in the Visigothic

period. In the Alagón valley the Visigothic settlement is characterized by the existence of peasant villages and productive type settlements devoted to the transformation of wine and oil. KEY WORDS: Archaeological survey. Archaeological excavation. Roman settlement. Visigothic settlement. Aerial photography. Landscape archaeology. Salamanca (Spain).

1. ANTECEDENTES DE LA INVESTIGACIÓN Y MARCO DE ESTUDIO Desde 1992 venimos desarrollando una investigación en el territorio salmanticense orientada al estudio de la evolución de los modelos de poblamiento rural desde el inicio de la colonización romana hasta el periodo altomedieval.1 Esta investigación se ha desarrollado en varias fases. El punto de partida fue una prospección intensiva de cobertura total en la comarca de La Armuña, al norte de Salamanca, que afectó a los términos municipales de Monterrubio de la Armuña, San Cristóbal de la Cuesta, La Vellés, Castellanos de Villiquera y Villares de la ∗ Para la redacción final de este artículo se han tenido en cuenta las cuestiones planteadas por L. Caballero, I. Martín-Viso y A. Vigil-Escalera sobre el texto original presentado en el Coloquio. Agradecemos igualmente a J. González-Tablas, P.C. Díaz, J. Liz e I. Martín-Viso sus sugerencias y aportaciones a la versión definitiva. 1 La investigación desarrollada durante todos estos años ha sido posible gracias a la subvención proporcionada por los programas I+D del Ministerio de Educación y Ciencia: Implantación romana en el territorio de Salmantica (PB91-0419), años 1992-1995 y Territorio y poblamiento en la Hispania tardoantigua: análisis comparativo de fuentes escritas y arqueológicas en áreas del norte hispano (PB95-0940-C03-01), años 19961999. Actualmente contamos con la subvención del Ministerio de Ciencia e Innovación, Plan Nacional I+D 2008-2011, proyecto Poblamiento y cultura material entre la Antigüedad Tardía y la Alta Edad Media en el valle medio del Duero (HAR2008-00096/HIST).

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Reina. Los trabajos realizados incluyeron prospección aérea, interpretación de los procesos geoarqueológicos, análisis polínicos y estudio de la documentación medieval, permitiendo restituir la imagen de la evolución del poblamiento desde la Antigüedad a la Alta Edad Media en una escala microrregional (Ariño y Rodríguez Hernández, 1997; Ariño et alii, 2002). Los resultados obtenidos fueron posteriormente contrastados –a escala regional– con la información procedente de prospecciones extensivas en el entorno de la ciudad de Salmantica y en el valle del río Alagón, al sur de la provincia (Ariño, 2006). Igualmente se integraron en un análisis global los datos procedentes de la excavación de distintos yacimientos rurales romanos o visigodos.2 El estudio del paisaje y su evolución nos ha llevado también a ocuparnos de la red de caminos de la comarca de La Armuña, desde la época romana a la Edad Moderna, analizando la relación del mapa viario de la Edad Media con la malla de yacimientos rurales romanos y visigodos (Ariño, 2007). La necesidad de definir las secuencias de los periodos tardíos ha dirigido nuestras últimas investigaciones al estudio de los contextos cerámicos en la secuencia que va desde el final del Imperio romano –finales del siglo IV– hasta la Alta Edad Media (Ariño y Dahí, 2008). El estudio que aquí presentamos es una síntesis de todos los trabajos anteriores y sigue las líneas marcadas en nuestra publicación sobre el poblamiento romano y visigodo en la provincia de Salamanca al que ya hemos aludido (Ariño, 2006). Posteriormente a la realización de nuestra prospección en la comarca de La Armuña, se han realizado excavaciones preventivas vinculadas al desarrollo urbanístico en la zona. Las excavaciones han afectado a algunos de los yacimientos detectados en nuestro trabajo de campo, concretamente a los asentamientos de Los Melgares y Prado de Abajo, ambos en el término municipal de La Vellés. También el yacimiento de El Palomar, periferia del yacimiento de San Pelayo (Aldealengua), ha sido objeto de excavaciones preventivas. La información proporcionada por estas intervenciones –inédita, pero disponible en los preceptivos informes de excavación– es de gran interés para valorar la vali-

2 Las excavaciones, realizadas en los yacimientos de El Cuquero (Villanueva del Conde, Salamanca, año 2003, con la codirección de P.C. Díaz y L. Barbero) y La Viña de la Iglesia (Sotoserrano, Salamanca, años 2004 y 2005) se realizaron con subvención de la Junta de Castilla y León.

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dez de las hipótesis formuladas a partir de la prospección superficial.3 Por lo que respecta a la delimitación del espacio de estudio hay que advertir que existe un problema de partida a causa de la dificultad de definir el territorio de Salamanca en la Antigüedad. El territorio de Salmantica, como el de la mayoría de las ciudades romanas, no puede delimitarse con exactitud sobre el mapa actual y eso pese a que en este caso disponemos de datos excepcionales para lo que suele ser habitual. En la provincia de Salamanca han sido encontrados cuatro termini agustales, de los cuales dos hacen referencia expresa a las fronteras de Salmantica (Ariño, 2005). El de Ciudad Rodrigo permite asegurar que Salmantica y Mirobriga fueron ciudades fronterizas. El de Ledesma es la prueba de que el territorio de Salmantica limitaba por su parte occidental con Bletissama. Aunque son una importante fuente de información, ninguno de los termini se encuentra en su lugar de emplazamiento original y no hay datos sobre su procedencia. De este modo, no es posible trazar una línea sobre el terreno, marcando la separación entre ciudades. Tampoco existen unidades de relieve significativas que puedan interpretarse como probable frontera natural. En cualquier caso el territorio salmanticense debió extenderse de forma importante por el oeste y el suroeste. Ledesma, identificada de forma generalmente aceptada con Bletissama (T.I.R. Hoja K-29: 32-33), se localiza a 30 km en línea recta de Salamanca. Mirobriga, que suele localizarse en Ciudad Rodrigo (T.I.R. Hoja K-29: 74), se sitúa a 84 km al suroeste de Salamanca. Las fronteras de Salamanca por el norte y el noreste coinciden probablemente con las de Lusitania en su frontera con la Citerior, lo que debería facilitar su reconstrucción. Sin embargo también en este caso la línea a restituir es aproximativa. Es seguro que la ciudad contaba con tierras al norte del Tormes, pero lo más probable es que su territorio no alcanzase la línea del Duero (Alarção et alii, 1990). Es imposible precisar el trazado exacto de la frontera, ya que entre Salamanca y el Duero no

3 Los informes de las excavaciones están disponibles para el investigador en el Museo Provincial de Salamanca (Aguilar, 2004; Sánchez, 2008; Jiménez González y Rupidera, 2007; Paricio y Vinuesa, 2007). Agradecemos a los arqueólogos responsables de las excavaciones las facilidades que nos han brindado para acceder a esta documentación inédita, así como sus aclaraciones personales sobre las intervenciones realizadas.

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existe ningún límite natural y el paisaje se caracteriza por unas tierras llanas sin accidentes notables. Las fronteras sur y suroeste del ager salmanticensis son todavía de más difícil identificación. Ni siquiera sabemos con qué ciudades limitaba. Caelionicco, Ad Lippos y Sentice son mansiones citadas por el Itinerario de Antonino y en el Anónimo de Rávena al sur de Salmantica, sobre la Vía de la Plata (It. Ant. 434, 1-3; Rav. IV 45 [319, 8-10]), pero es dudoso incluso que tuvieran un estatuto urbano. Por el suroeste no existe otra ciudad romana conocida antes de Auela (Ávila), a 86 km en línea recta de Salamanca (T.I.R. Hoja K-30: 163). De este modo el territorio de Salmantica, pese a su indefinición, se dibuja como bastante extenso y podría incluir toda la mitad oriental de la actual provincia y parte de la zona occidental de la provincia de Ávila. Todavía es más problemático determinar la estructura administrativa en época visigoda. Sabemos que la diócesis de Salamanca perdió parte de sus territorios al quedar en zona de influencia sueva y que recibió en compensación tierras pertenecientes a la diócesis de Egiditania. Salamanca conservaba estos territorios de la diócesis igaeditana ochenta

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años después de la anexión del reino suevo por parte de Leovigildo, pese a que ya había recuperado los territorios que anteriormente le pertenecían y que estaban en el origen de la compensación (Díaz, 1995: 55; 1997: 261). En definitiva el marco de estudio queda fijado con una cierta zona de incertidumbre y debe entenderse, ante todo, como un espacio geográfico en el que Salmantica juega un cierto papel central como núcleo urbano principal (Fig. 1). El análisis arqueológico que aquí se aborda trata de forma preferente territorios que, sin duda, pertenecieron en época romana a Salmantica. Este es el caso del conjunto de yacimientos localizados en el entorno inmediato de la ciudad, en ambas márgenes del río Tormes. Muy probablemente el complejo de yacimientos visigodos que se localiza en el entorno del embalse de Santa Teresa estuvo también en la órbita de la ciudad. Más dudoso es otro conjunto de asentamientos, mayoritariamente de época visigoda, situados al sur de la actual provincia, en el valle del río Alagón. En el caso de que Caelionicco hubiese contado con un estatuto urbano y gestionado un territorio propio, este conjunto entraría sin duda en su zona de influencia. Pero esto es algo

Fig. 1. Mapa de la provincia de Salamanca con la localización de las zonas prospectadas y los yacimientos estudiados. 1: prospección intensiva de La Armuña; 2: prospección extensiva del ager salmanticensis; 3: yacimientos del embalse de Santa Teresa; 4: prospección extensiva del valle del río Alagón.

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muy dudoso. De hecho la propia localización de la mansio presenta todavía un cierto grado de incertidumbre aunque en los últimos años han aparecido restos en la finca de Entrecarreras (Puerto de Béjar), que podrían estar relacionados con este antiguo núcleo de población (Ariño y Quevedo, 2007). 2. HIPÓTESIS GENERADAS A PARTIR DE LA PROSPECCIÓN INTENSIVA EN LA ARMUÑA Las prospecciones intensivas realizadas en la comarca de La Armuña, al norte de Salamanca, llevaron en su momento a plantear un modelo de poblamiento antiguo caracterizado por la ausencia de puntos de hábitat anteriores a la época flavia, momento en que aparecen los primeros asentamientos. El modelo de poblamiento romano se basaría en la

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villa, con una parte monumental o residencial en torno a la cual se dispondrían espacios de funcionalidad no determinada, quizá zonas funcionales o productivas. El proceso colonizador se produce de forma repentina, creándose todos los centros detectados en un marco cronológico muy corto. A juzgar por el material cerámico en superficie y por las fotografías aéreas, el modelo de la villa con sus dependencias anexas se mantendría en sus rasgos básicos hasta el periodo bajoimperial, en torno al siglo IV. No obstante, se constata el fracaso de alguno de los asentamientos nacidos en época altoimperial. El asentamiento localizado en La Recorva parece que se desocupa antes del siglo IV. El ejemplo más claro de villa altoimperial, con pervivencia hasta el final del Imperio, lo constituye la villa de Aldealama con sus partes anejas de Las Canteras, Las Encerradas y Aldealama S. El patrón de poblamiento detectado en Aldealama se repite probablemente en el conjunto for-

Fig. 2. Mapa de la zona de la prospección intensiva de La Armuña con la localización de los yacimientos de épocas romana y visigoda. A: Villa de Aldealhama (9) con sus dependencias subordinadas: Aldealhama S (10), Las Encerradas (15) y Las Canteras (16); B: Villa de Prado de Abajo (19) con sus dependencias subordinadas: Pedraza (17) y Los Melgares (18); C: Asentamiento de La Recorva (2) con sus dependencias subordinadas: Mozodiel N-1 (3) y Mozodiel E-1 (7).El resto de los yacimientos son de nueva creación en época visigoda.

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mado por los yacimientos de Pedraza, Los Melgares y Prado de Abajo, en el término municipal de La Vellés. La lectura del material en superficie llevó a formular la hipótesis de que en Prado de Abajo se localizaría una villa romana, con origen probablemente altoimperial (dudosamente anterior a la época flavia). En Los Melgares y en Pedraza los datos apuntan a la existencia de un hábitat tardío, de fecha exacta imposible de determinar, pero que al menos alcanzaría el periodo visigodo, sin que pueda excluirse una ocupación anterior, ya que también se documenta cerámica de cronología altoimperial en el contexto superficial. La creación de nuevos espacios de ocupación, de funcionalidad indeterminada, a partir de finales del siglo IV o principios del siglo V, es otra de las características del poblamiento detectado en La Armuña. El material de superficie no permite fechar la fase final de ocupación de estos sitios, aunque ninguno de ellos llega a desarrollar un hábitat duradero. No existen indicios que permitan detectar puntos de hábitat más allá de una fecha incierta que no puede superar las primeras décadas del siglo VIII (Fig. 2). Los procesos de ocupación humana del territorio tienen correspondencia en la evolución del paisaje vegetal. En el estudio polínico realizado en Prado de la Vega se identificó una fase antigua (VEG-G), en la que existe un paisaje relativamente forestado con débiles indicadores de intervención antrópica. Esta fase correspondería con seguridad al periodo bajoimperial pero es posible que pueda incluir también el periodo altoimperial. A esta fase la sucedería VEG-F en la que se asistiría a una importante deforestación. El límite superior de esta fase se data por radiocarbono hacia los siglos VIIIX, por lo que el inicio de la deforestación se produciría al final del periodo bajoimperial o a comienzos del periodo visigodo (Ariño y Rodríguez Hernández 1997; Ariño et alii, 2002).

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La excavación realizada en Prado de Abajo (Sánchez, 2008) confirma algunas de las hipótesis formuladas, al tiempo que aporta nuevos datos. La existencia de una villa queda documentada por la aparición de un conjunto de estructuras constructivas que constan de pavimentos de opus signinum y restos de muros (Figs. 3 y 4). Las estructuras aparecen dentro del espacio predeterminado por la prospección intensiva como zona central del yacimiento, lo que indica que la cuantificación de cerámica en superficie refleja de un modo real –al menos en cierto grado- las estructuras subyacentes. Las dependencias de la villa aparecen muy destruidas, sepultadas bajo un paquete sedimentario de poca potencia alterado por el arado y con escasos restos cerámicos. Los muros aparecen expoliados de su material constructivo y las estructuras conservadas aparecen muy cerca de la superficie, lo que podría indicar un proceso de destrucción por una acción erosiva. Esto apunta a la hipótesis de que el proceso erosivo –y la sedimentación asociada– son antiguos, aunque de fecha indeterminada. No es posible datar las fechas marco de vida del asentamiento, ya que no aparecen niveles de abandono –han sido eliminados por la erosión y el arado– y no se han excavado los niveles fundacionales. Además, en Prado de Abajo, se detectan otras estructuras que están probablemente relacionadas con la ocupación del periodo visigodo. Sobre las propias estancias de la villa se documentan estructuras que indican la amortización del espacio. Se han detectado un total de cuatro hoyos. Desgraciadamente los hoyos no alcanzan gran profundidad y los estratos que los colmatan no aportan material cerámico significativo. En zonas periféricas de la villa romana se excavaron igualmente estructuras que podrían perte-

3. LAS EXCAVACIONES PREVENTIVAS EN LA ARMUÑA Posteriormente a la realización de esta prospección intensiva se han realizado excavaciones preventivas vinculadas al desarrollo urbanístico en la zona. Estas excavaciones han afectado de forma preferente al complejo formado por Pedraza, Los Melgares y Prado de Abajo, en el término municipal de La Vellés, en la zona oriental del espacio de la prospección intensiva.

Fig. 3. Excavación del yacimiento de Prado de Abajo (La Vellés). Estructuras de la villa romana.

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Fig. 5. Prado de Abajo (La Vellés). Hoyo colmatado con fragmentos de tegula.

Fig. 4. Planimetría de los restos de la villa romana de Prado de Abajo (La Vellés) tras la excavación.

necer a la secuencia de ocupación visigoda. A unos 100 m al noreste de las estructuras de la villa se localizó un depósito excavado, colmatado exclusivamente con fragmentos de tegula. No se encontró ningún fragmento cerámico que permitiera una mayor precisión en la datación. La relación estratigráfica con otros niveles tampoco aporta más datos. Estaba asentado sobre el sustrato de areniscas y cubierto por los niveles de arada (Fig. 5). A 100 m al noroeste de la villa se encontró otra estructura interpretada como un fondo de cabaña, a juzgar por su forma y por la presencia de dos agujeros posiblemente destinados a fijar postes de madera. Este posible fondo de cabaña estaba excavado en el sustrato de areniscas. Su perímetro estaba delimitado por una mancha de cenizas de muy escasa potencia –porque había sido afectada por la intervención del arado– que no proporcionó material cerámico (Fig. 6). Por sus características es probable que ambas estructuras pertenezcan al periodo visigodo, si bien esto no puede ser refrendado por material arqueológico fechable. En el yacimiento de Los Melgares, localizado a unos 500 m al sur de Prado de Abajo, las excavaciones preventivas no detectaron estructuras de habitación (Aguilar, 2004). Se practicaron 16 sondeos. En 10 de ellos apareció una estratigrafía muy sencilla formada por un estrato de composición fundamentalmente arcillosa, localizado entre los niveles alterados por el arado y el sustrato de areniscas. Este estrato se interpreta como un nivel de sedimentación formado por procesos naturales, aunque probablemente causados o favorecidos por la acción antrópica. De este nivel proceden 894 fragmentos cerámicos. La terra sigillata hispánica tardía está representada por 4 fragmentos. Hay 12 fragmentos de cerámica de paredes finas, 39 de cerámica pintada, dos de cerámica de color / gris negro con las superficies bruñidas o alisadas, 69 de

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Fig. 6. Prado de Abajo (La Vellés). Posible fondo de cabaña.

cerámica común (10 de ellos con engobes o formas semejantes a los de la terra sigillata hispánica tardía), 637 de cerámica común de cocina, dos fragmentos de dolia y 129 de cerámica a mano de época calcolítica. La presencia de materiales calcolíticos está justificada porque en las inmediaciones se localiza el yacimiento de Las Canteras, perteneciente a esta secuencia, lo que es prueba de la frecuentación o explotación de este espacio en época protohistórica. La asociación de materiales calcolíticos junto a cerámicas de época romana y visigoda respalda la idea de que el estrato se forma como consecuencia de procesos de erosión y transporte que afectan indiscriminadamente a todo el material arqueológico en superficie (Fig. 7). Aparte de este depósito sedimentario, en Los Melgares solo cabe destacar la detección, en otro sondeo (C), de un hoyo o depresión colmatada por abundantes cenizas. Este depósito apareció bajo los niveles de arada. No es posible determinar la relación de este cenizal con el nivel de sedimentación detectado en los otros sondeos ya que éste no aparece aquí. Es posible que el cenizal detectado en el Sondeo Tsht

1.4 -

6 1

7 -

8 1

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sondeo C tenga un origen parecido y sea también fruto de la interacción de procesos naturales y antrópicos –aparece cerámica a mano de época calcolítica-, pero no puede descartarse que se trate de una acumulación exclusivamente antrópica, un lugar de vertido de desechos domésticos que incorpora materiales anteriores de procedencia indeterminada. La técnica de excavación utilizada, mediante sondeos, no permite interpretaciones más detalladas. El cenizal proporcionó un total de 210 fragmentos que, excepción hecha de la cerámica a mano del periodo calcolítico, indican una cronología visigoda. El contexto estaba formado por 5 fragmentos de cerámica de color gris / negro con las superficies bruñidas o alisadas, 8 de cerámica común (dos de ellos con engobes que imitan los de terra sigillata hispánica tardía), 157 de cerámica común de cocina y 40 de cerámica a mano (Ariño y Dahí, 2008). En cualquier caso, la ocupación del periodo visigodo en Los Melgares parece responder al modelo que se observa también en Prado de Abajo, es decir, más a una frecuentación o uso del espacio para actividades varias que un espacio de vivienda estructurado. En el caso de que algunas de los vestigios detectados pudieran interpretarse como zonas asociadas a puntos de hábitat, éste debe verse como un hábitat de estructuras poco duraderas. El tipo de ocupación del suelo en época visigoda y los procesos erosivos que parecen haber afectado a los yacimientos, explicarían además el reparto de material off site en la zona al sur del conjunto y la existencia de dos áreas, interpretadas en su momento como yacimientos –Francos / El Franco 1 y Francos /El Franco 2- al norte de Prado de Abajo. Es muy posible que los otros asentamientos de época visigoda detectados en la prospección intensiva respondan a fenómenos semejantes a los de9 2

10 -

11 -

T70 -

TB4 -

TB6 -

Total 4

C. paredes finas

-

-

-

1

11

-

-

-

-

-

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C. pintada

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6

-

1

32

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-

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-

39

C. de color gris/negro

-

-

1

-

-

-

-

-

1

-

2

C. común

-

17

-

3

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1

-

-

1

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59

C. común (imit. de tsht

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1

-

-

5

3

1

-

-

-

10

C. común de cocina

-

291

26

100

155

29

7

8

9

12

637

Dolium

-

1

-

1

-

-

-

-

-

-

2

11

-

48

-

2

6

-

36

18

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C. a mano (calcolítica)

Fig. 7. Los Melgares (La Vellés). Reparto del material cerámico en los sondeos arqueológicos

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tectados en Prado de Abajo y Los Melgares. Especialmente hay que referirse al conjunto formado por los yacimientos de Corcovados, Picón de la Encina / Las Abuelas 1, Picón de la Encina / Las Abuelas 2 y el Arroíto, los cuales fueron definidos como sites por presentar una mayor concentración de restos en una zona de material off site, pero es muy probable que el reparto del material en superficie refleje más una frecuentación del espacio, o un tipo de ocupación no densa y con estructuras efímeras, que la existencia de una gran complejo de habitación (Ariño y Rodríguez Hernández, 1997; Ariño et alii, 2002). 4. INTERPRETACIÓN DE LOS MODELOS DE POBLAMIENTO DE LA ARMUÑA EN EL CONTEXTO DEL AGER SALMANTICENSIS En el entorno de Salamanca se conoce un buen número de yacimientos de época romana y visigoda gracias al Inventario Arqueológico Provincial. Para comprobar la validez de estos datos, entre 1992 y 2002 realizamos una prospección extensiva complementada con prospecciones aéreas sobre el espacio definido por las hojas 452, 453, 478 y 479 del Mapa Topográfico Nacional.4 El espacio así delimitado tiene la forma de un gran rectángulo de 55,8 por 36,9 km y está jerarquizado en torno al río Tormes, con la ciudad de Salamanca localizada prácticamente en su centro. La prospección extensiva –por su propia naturaleza- no permite detectar asociaciones de los asentamientos en conjuntos o complejos, así que el modelo de villa polinuclear detectado en La Armuña y la explosión de puntos de ocupación de época visigoda no son perceptibles. Además, la cronología de los asentamientos presenta un cierto grado de incertidumbre, dado que el examen se limita a la comprobación de la existencia de restos significativos en el punto de observación marcado, pero no se realiza una recogida sistemática de material sobre la superficie total del yacimiento. Pese a todas estas reservas es posible proponer la hipó4 Remitimos a nuestro informe, del que hay una copia en el

Museo Provincial de Salamanca, para todos los datos de los yacimientos estudiados en esta prospección: localización, cartografía, ficha de hallazgos e interpretación (Ariño, 2002). Los vuelos se realizaron en primavera, en dos campañas de tres años: 1995-1997 y 2001-2003. La campaña de los años 2001-2003 se hizo en colaboración con F. Didierjean y J. Liz en el marco del proyecto Romanisation et occupation du sol dans la vallée du Douro à l’époque romaine (Programme International de Coopération Scientifique –PICS-), dirigido por J.-M. Roddaz.

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tesis de que el modelo de poblamiento detectado en La Armuña tiene validez para este espacio mayor. Un total de once yacimientos presentan indicios suficientes como para ser clasificados como villas (Ariño, 2006: 319-324). San Julián de la Valmuza (Doñinos de Salamanca) (García Morales y Serrano Piedecasas, 1996), La Vega (Villoruela) (Regueras y Pérez Olmedo, 1997: 51-60) y Campilmojado (El Pino de Tormes) (Regueras y Pérez Olmedo, 1997: 47-50) cuentan con excavaciones que han revelado la existencia de estructuras arquitectónicas suficientemente significativas. En los otros ocho casos la existencia de una villa está probada por indicadores cualitativos en la prospección superficial o aérea. La fotografía aérea detecta estructuras constructivas en La Mina (El Pedroso de la Armuña), Los Villares (Forfoleda) y Alquería de Azán (Miranda de Azán).5 Los yacimientos de Huelmos de Cañedo 1 (Valdunciel), Los Lavaderos (La Orbada), Castañeda (Villagonzalo de Tormes), Los Villares (Carbajosa de la Sagrada) y San Pelayo (Aldealengua) se clasifican como villas porque proporcionaron restos de material suntuario (estucos pintados, mosaicos...) que apunta a esa tipología (Regueras y Pérez Olmedo, 1997: 13-16; Dahí, 2007). Respecto a la ocupación del periodo visigodo, la interpretación de los datos debe hacer frente al problema de que los contextos cerámicos superficiales del periodo visigodo no son perceptibles cuando la ocupación visigoda se superpone a una ocupación anterior romana, ya que el contexto visigodo queda enmascarado por el material cerámico de las fases anteriores. Sin embargo es posible identificar los asentamientos de época visigoda cuando el contexto cerámico característico aparece como secuencia única. Por otro lado, la presencia de pizarras inscritas es otro indicador fiable para detectar la secuencia visigoda en un yacimiento. En total se detectan 18 asentamientos con indicios de ocupación en el periodo visigodo, de los cuales 12 se definen por su contexto superficial y 6 por la presencia de pizarras inscritas.6 Dos de los yaci5 Sobre Forfoleda vid. Jiménez González y Arias González, 1983). Sobre Alquería de Azán, Morán, 1946: 58. 6 El Cenizal: Velázquez, 2000, Vol. II: 13. El Soto: Velázquez, 2000, Vol. II: 12. Los Bebederos: Velázquez 2000, Vol. I: nº 35-37 y nº 141-144; Velázquez 2004, nº 35-37, nº 141-144 y nº 159-162. La Aceña de la Fuente: Velázquez 2000, Vol. I: nº 145; Velázquez 2004, nº 145. San Pelayo: Velázquez 2000, Vol. I: nº 34, Vol. II: 12; Velázquez 2004, nº 34; Dahí, 2007. Alquería de Azán: Velázquez 2000, Vol. I: nº 146, Vol. II: 14; Velázquez 2004, nº 146. Sobre estos yacimientos vid. también Velázquez, 2005.

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Fig. 8. Mapa del territorio de Salmantica (Hojas 452, 453, 478 y 479) con la localización de los yacimientos. A: Zona de Los Villares (Forfoleda); B: Zona de Torreperales 1 (Tardáguila); C: Zona de Alquería de Azán (Miranda de Azán); D: Zona de la prospección intensiva de La Armuña (donde solo se consignan las villas).

mientos con pizarras inscritas -San Pelayo (Aldealengua) y Alquería de Azán (Miranda de Azán)- los hemos incluido previamente entre las villas puesto que presentan elementos suntuarios característicos. Los cuatro restantes –El Cenizal (San Morales), El Soto (Calvarrasa de Abajo), Los Bebederos (Huerta) y La Aceña de la Fuente (San Morales)– presentan en superficie un contexto arqueológico que no permite precisiones cronológicas por lo que la presencia de pizarras inscritas es el indicador decisivo (Figs. 8 y 9). Pese a su carácter incompleto, la información disponible para el espacio analizado en el valle del Tormes, en el entorno de la ciudad de Salamanca, presenta fuertes paralelismos con los datos obtenidos en la zona de prospección intensiva. En primer lugar se observa que la localización de los puntos de ocupación del periodo visigodo está condicionada –al menos en varios casos– por la existencia

previa de una villa romana tardía, estableciéndose la ocupación del periodo visigodo sobre el solar de la misma villa o en zonas periféricas. En segundo lugar –aunque contamos con pocos datos obtenidos en excavación– se comprueba que el abandono de las villas se produce en torno a finales del siglo IV o principios del siglo V. La ocupación del periodo visigodo parece caracterizarse por una reutilización de espacio para funciones varias y sin que aparentemente lleve aparejado el desarrollo un hábitat estructurado. Respecto a la primera característica, la dependencia que presentan los asentamientos visigodos respecto a una villa preexistente se aprecia en varias asociaciones o conjuntos de yacimientos. El primero de estos conjuntos tiene su centro en el yacimiento de Los Villares (Forfoleda), donde la fotografía aérea y los hallazgos de superficie indican la existencia de una villa romana. En la periferia de

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Castros de la II Edad del Hierro. 1. Cuesta de Santa Ana (Garcihernández). Villas romanas. 2. Prado de Abajo (La Vellés). 3. Aldealhama (La Vellés). 4. La Recorva (Monterrubio de La Armuña). 5. Campilmojado (Pino de Tormes). 6. Los Villares (Forfoleda). 7. Huelmos de Cañedo 1 (Valdunciel). 9. Los Lavaderos (La Orbada). 10. La Mina (El Pedroso de la Armuña). 11. La Vega (Villoruela). 12. Castañeda (Villagonzalo de Tormes). 13. San Pelayo (Aldealengua). 14. Los Villares (Carbajosa de la Sagrada). 15. Alquería de Azán (Miranda de Azán). 16. San Julián de la Valmuza (Doñinos de Salamanca).

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27. Los Bebederos (Huerta). 28. La Santidad (Cordovilla). 29. San Vicente del Río Almar (Alconada). 30. Gemingómez (Garcihernández). 40. El Cenizal (San Morales). 50. El Soto (Calvarrasa de Abajo). Yacimientos romanos de tipología indeterminada.

8. Torreperales 1 (Negrilla de Palencia. 31. La Orbadilla (La Orbada). 32. Nava Grande (Pitiegua). 33. El Cortijo (Espino de la Orbada). 34. El Arenal (Vallesa de Guareña, Zamora). 35. Las Guadañas (Vallesa de Guareña, Zamora). 36. La Gavia (Vallesa de la Guareña, Zamora). 37. El Egido (Vallesa de la Guareña, Zamora). 38. Cerro del Cotorrillo (Cantalpino). 39. La Rinconada (Villoria). 41. La Piñuela (Huerta). 42. El Sotillo (Encinas de Abajo). Yacimientos romanos tardíos / visigodos. 43. La Vega de Santa Bárbara (Alconada). 44. Paredón (Nava de Sotrobal). 17. El Calero (Tardáguila). 45. El Fresnillo (Macotera). 18. Raya Espino /Torreperales (Tardáguila / Negrilla de Palencia). 46. Los Hornos (Coca de Alba). 19. Torreperales 2 (Negrilla de Palencia). 47. El Portezuelo / Los Cardadales (Garcihernández). 20. Valdelaiglesia /Los Villares (Torresmenudas). 48. Salmoral (Garcihernández). 21. Los Villares (Aldearrodrigo). 49. La Serna (Garcihernández). 22. Villiquera / La Mina (Castellanos de Villiquera). 51. La Vega (Carbajosa de la Sagrada). 23. Las Laderas de Mozodiel (Castellanos de Villiquera). 52. La Atalaya (Miranda de Azán). 24. San Miguel (Villamayor). 53. Centenero / Las Ñoras 1 (Miranda de Azán). 25. El Castillo (Villares de la Reina). 54. La Torrecilla (Miranda de Azán). 26. Aceña de la Fuente (San Morales). 55. La Vega /Santibáñez del Río (Doñinos de Salamanca). Fig. 9. Listado de yacimientos de las hojas 452, 453, 478 y 479. La numeración se corresponde con la figura 8.

este asentamiento se localizan dos yacimientos, Valdelaiglesia / Los Villares (Torresmenudas) y Los Villares (Aldearrodrigo) que presentan un contexto cerámico que corresponde al del periodo visigodo. En Torresmenudas la fotografía aérea (Fig. 10) revela unas estructuras regulares que pueden ser interpretadas como zonas productivas o como espacios de hábitat no aristocrático, siendo destacable el parecido que presentan con las estructuras aparecidas en los yacimientos de Agneaux y Cormelles-le-Royal en Normandía (Hanusse, 2005: 319 y Fig. 5). En Aldearrodrigo tanto el contexto cerámico superficial, como los datos de la fotografía aérea, apuntan a la existencia de una necrópolis del periodo visigodo. El fenómeno se repite en torno al yacimiento de Torreperales 1 (Negrilla de Palencia). Aunque no existen indicadores cualitati-

Fig. 10. Fotografía aérea del 24 de mayo de 2003 del yacimiento Valdelaiglesia / Los Villares (Torresmenudas).

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vos en superficie y la fotografía aérea no ha dado resultados positivos, es muy probable que este asentamiento sea también una villa, a juzgar por el contexto cerámico superficial. En su entorno se localizan los asentamientos de Torreperales 2, Raya Espino y El Calero, con un contexto cerámico superficial representativo de la facies visigoda (Ariño, 2006). En Alquería de Azán (Miranda de Azán) los indicios superficiales –contexto cerámico característico, hallazgo de teselas y estucos murales– apuntan a la existencia de una villa romana. La fotografía aérea por su parte revela la presencia de al menos dos conjuntos construidos, próximos entre sí (Fig. 11). El localizado más al sur, una zona donde se produce el hallazgo de fragmentos de estuco mural, podría corresponder a la zona residencial de la villa, aunque la imagen aérea no es concluyente. El situado en la parte norte del yacimiento presenta una

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planta que no se corresponde con una vivienda aristocrática, sino que parece reflejar la planta de un poblado con un cierto grado de estructuración. Con los datos disponibles no es posible datar este posible poblado –el contexto superficial recoge todas las secuencias, desde la época altoimperial hasta una posible secuencia visigoda poco visible– pero si se tratase de una poblado de época visigoda estaríamos ante un fenómeno hasta ahora no documentado en el entorno inmediato de la ciudad (Ariño, 2006). Algunas excavaciones aportan algo más de información sobre el proceso de degradación de la villa tras su abandono como residencia aristocrática. En San Julián de la Valmuza las excavaciones realizadas en los años 1984 y 1985 (García Morales y Serrano Piedecasas, 1996; Regueras y Pérez Olmedo, 1997) revelaron la existencia de una villa de peristilo con probable datación en el siglo IV.

Fig. 11. Plano de las estructuras de Alquería de Azán (Miranda de Azán a partir de las fotografías aéreas del 24 de mayo de 2003. A: Zona de dispersión de cerámica; B: Zona de hallazgo de teselas; C: Zona de hallazgo de estucos pintados; D: ¿Estructuras de un poblado? E: ¿Estructuras de una villa?

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Posteriormente se instaló sobre el solar una necrópolis de la que se excavaron ocho sepulturas completas. Aunque los restos de ajuar fueron muy escasos todo apunta a una datación de los enterramientos en época visigoda.7 En San Pelayo (Aldealengua), las excavaciones preventivas practicadas, aunque no detectaron las estructuras de la villa, si permitieron constatar la existencia de un cenizal con niveles de basura doméstica en los que se incluyen materiales latericios y restos de estucos murales que parecen indicar que la parte monumental de la villa está ya abandonada a finales del siglo IV, a juzgar por el contexto cerámico asociado. A favor de la tesis de que el estrato se forme en un momento en que la villa está ya abandonada argumenta también el análisis de los carbones, los cuales se forman por la combustión de vigas de gran tamaño, en madera de encina y roble. El hallazgo de grandes clavos de hierro en el cenizal podría explicarse también en este sentido, ya que procederían de las vigas del techo de la vivienda y aparecerían entre las cenizas tras la combustión (Dahí, 2007). Recientemente se han llevado a cabo nuevas excavaciones preventivas en El Palomar, un espacio inventariado separadamente del yacimiento de San Pelayo, pero en realidad localizado en la periferia del mismo, con contigüidad en la dispersión del material en superficie. El Palomar se encuentra a unos 650 m al este del cenizal previamente excavado, separado de lo que presumiblemente es la zona nuclear de la villa por el arroyo de La Ciega, un pequeño curso de agua tributario del Tormes (Fig. 12). Las excavaciones preventivas fueron realizadas por dos empresas diferentes, utilizando el método de sondeos con el fin de determinar la extensión y entidad de los restos del subsuelo con vistas a la recalificación urbanística. Se practicaron 56 sondeos en la zona al norte del camino de Aldealengua a Aldearrubia (Paricio y Vinuesa, 2007) y otros 53 en la zona al sur de este camino (Jiménez González y Rupidera, 2007). La información más importante apareció en la zona sur, donde tres sondeos contiguos revelaron niveles estratigráficos que se asocian a una ocupación medieval. Los resultados más interesantes se obtuvieron en el sondeo 12, presumiblemente una zona de basurero o vertidos. Bajo el nivel de arado apareció un estrato de c. 0,80 m de potencia (U.E. 3) que proporcionó una gran

7 Solo se menciona la existencia de una hebilla en una tumba y una jarrita en otra (García Morales y Serrano Piedecasas, 1996: 37, Fig. 50).

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cantidad de teja curva, aunque también fragmentos aislados de tegula. El contexto cerámico estaba formado exclusivamente por cerámica común (61 fragmentos) y cerámica común de cocina (31 fragmentos), contabilizándose además otros 6 fragmentos más con una factura intermedia entre ambos grupos (pastas de granulometría más fina que la cerámica común de cocina pero con desgrasantes minerales aislados visibles a simple vista). Entre las decoraciones de la cerámica común se encuentra la decoración con líneas bruñidas exteriores, horizontales, verticales u oblicuas y hay que destacar la presencia de dos grandes recipientes (representados por 13 y 32 fragmentos respectivamente) con decoraciones de cordones con digitaciones. La decoración de líneas bruñidas se registra también en la cerámica común de cocina, junto a otras modalidades como estriados y acanaladuras. Los criterios para datar esta U.E. son poco seguros. Destacamos el hallazgo de una cazuela baja con mamelón en forma de media luna semejante a una pieza de Bayyana fechada en época emiral (Alba Calzado y Gutiérrez Lloret, 2008: 599 y Fig. 9: 2). Hay que referirse también a dos bases con reborde. Estas piezas aparecen en Conimbriga (Alarção, 1974, nº 739-761, 788, 801-805) y son semejantes a las registradas en el yacimiento zamorano de El Cristo de San Esteban. Aunque se ha sugerido una cronología anterior al año 500 (Larrén et alii, 2003: 280 y Fig. 5.14: 2), en nuestra opinión esta forma sería posterior al periodo visigodo, ya que no aparece documentada en ningún contexto de época visigoda en nuestra zona de estudio y aparece aquí asociada a piezas de clara cronología altomedieval. Bajo la U.E. 3 se extendía un cenizal de c. 1,30 m (U.E. 4). Aquí se recuperaron algunos fragmentos del periodo romano o romano tardío (un fragmento de cerámica pintada, un fragmento de terra sigillata hispánica, otro de de terra sigillata hispánica tardía y un posible fragmento de terra nigra), pero el contexto estaba dominado por la cerámica común (4 fragmentos) y la cerámica común de cocina (34 fragmentos). En la cerámica común de cocina hay que destacar el recurso a decoraciones de líneas bruñidas o acanaladuras. Al igual que ocurría con la U.E. 3, el escaso número y la fragmentación de las piezas del contexto cerámico dificulta la propuesta de una datación. Como indicador cronológico hay que referirse a la presencia en la U.E. 4 de una jarrita –forma T20.2 de Gutiérrez Lloret; forma C 12 de Retuerce– que aparece en los contextos desde época emiral (Gutiérrez Lloret, 1996: 114; Alba Calzado y Gutiérrez Lloret, 2008: 602; Retuerce, 1998, I: 189-194). De este modo en El

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Fig. 12. Los yacimientos de San Pelayo (A) y El Palomar (B) en Aldealengua (C). Zonas de mayor concentración de cerámica en superficie, localización de los sondeos y materiales significativos.

Palomar se documentaría por primera vez una secuencia que podría ser posterior al siglo VIII, asociada al solar donde se localizó una villa romana. Desgraciadamente la técnica de excavación basada en sondeos solo permite formular esta hipótesis. En definitiva, los datos disponibles hasta ahora indican que, en la zona prospectada en torno a Salmantica, los asentamientos del periodo visigodo no pueden calificarse propiamente de poblados, sino más bien de espacios en los que coexisten estructuras efímeras de vivienda, con zonas de trabajo, basureros y necrópolis. Hay que hacer una posible excepción con las estructuras detectadas en Alquería de Azán, donde la posibilidad de un poblado más estable queda abierta. También hay que señalar que ninguno de los asentamientos que nacen en el periodo visigodo parece sobrevivir al siglo VIII. La excepción podría estar en el yacimiento de El Palomar, el cual podría ser un espacio de habitación de época altomedieval derivado de la degradación de una villa romana. Sin embargo en otras zonas no muy alejadas se documentan otros modos de ocupación y organiza-

ción del espacio. Dos zonas son lo suficientemente significativas como para requerir un análisis detallado: los asentamientos localizados en torno al embalse de Santa Teresa, a unos 26 km al sur de Salamanca y el valle del río Alagón, al sur de la provincia, el cual presenta un conjunto de yacimientos con unos rasgos específicos y propios. 5. OTROS MODELOS. LOS ASENTAMIENTOS VISIGODOS DEL ENTORNO DEL EMBALSE DE SANTA TERESA En la zona que hoy ocupa el embalse de Santa Teresa, en el río Tormes, se localiza un conjunto de asentamientos de gran interés para conocer los modelos de poblamiento de época visigoda en el espacio de influencia de la ciudad de Salamanca. La mayoría de ellos han sido objeto de investigaciones anteriores y son un referente en la historiografía sobre poblamiento visigodo. Sin embargo su estudio debe enfrentar graves obstáculos. El principal es que la mayoría de ellos se localizan dentro

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del vaso del pantano, lo que dificulta gravemente los trabajos de prospección o excavación. Por otra parte, la acción de las aguas ha provocado graves procesos de erosión, lo que hace que buena parte de la información más importante pueda considerarse irremediablemente perdida. Los yacimientos más conocidos son El Canal de las Hoyas, El Cuarto de Enmedio y El Cortinal de San Juan. El Canal de las Hoyas es un poblado formado por viviendas de planta rectangular a las que se asociaban espacios mayores de planta trapezoidal o pentagonal que fueron interpretados como corrales para el ganado (Fabián et alii 1986a y 1986b; Storch, 1998; Velázquez, 2000, Vol. II: 15; Velázquez 2005: 98). Aunque se practicaron excavaciones, la datación del asentamiento se basa sobre todo en los hallazgos de superficie, materiales sacados a la luz por la acción erosiva de las aguas. Se recuperaron pizarras numerales, con dibujos y con textos (Velázquez, 2000, Vol. I: nº 18-21; Velázquez, 2004 nº 18-21) y un contexto cerámico superficial en el que estaban presentes las cerámicas estampilladas, la cerámica común y la cerámica común de cocina, con algunos ejemplares decorados con líneas bruñidas. El yacimiento conocido como El Cuarto de Enmedio se localiza a unos 2 km al oeste del anterior. Aunque fue objeto de excavaciones en 1987, 1991 y 1993, la mayoría de la información obtenida permanece inédita (Velázquez, 2005: 95), no obstante consta la existencia de una estructura de planta basilical de tres naves, asociada a una necrópolis con tumbas de cistas de pizarra con orientación esteoeste (Storch, 1998; Velázquez, 2000, Vol. II: 15; Velázquez, 2005: 98). De la zona del yacimiento proceden además materiales constructivos así como dos cimacios decorados (Barroso y Morín de Pablos, 1992: 47-49; Morín de Pablos, 2005). El yacimiento solo ha proporcionado cerámica común y cerámica común de cocina y la datación de las estructuras se basa sobre todo en la recuperación de pizarras con fecha posterior a finales del siglo VI.8 Según Velázquez el conjunto tendría una primera secuencia de ocupación de finales del siglo VI, con una pervivencia que podría alcanzar el siglo XII (Velázquez 2005: 95), pero la datación de las estructuras está por confirmar. El yacimiento denominado en la bibliografía como El Cortinal de San Juan, en Salvatierra de

8 Velázquez, 2000, Vol. I: nº 22-24 y nº 127-134; Velázquez, 2004, nº 22-24, nº 127-134 y nº 156-158. La número 128 concretamente contiene menciones al reinado de Recaredo.

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Tormes, se conoce desde los inicios de la investigación arqueológica en la provincia (Maluquer, 1956: 104-106). Su importancia puede juzgarse por el número de pizarras que ha proporcionado (Velázquez, 2000, Vol. I: nº 6, 7 y nº 117-120; Vol. II: 16; Velázquez, 2004, nº 6-7 y nº 117-120). Una excavación arqueológica realizada por Cerrillo (1976; 1977) documentó un nivel de ocupación con cerámicas estampilladas asociadas a cerámicas comunes de cocina y una moneda de Magno Máximo. Recientemente hemos podido acceder a un importante lote de cerámicas y pizarras numerales, procedentes del yacimiento, pertenecientes a una colección particular, recogido en prospección en los años 1965 y 1975. En el contexto cerámico domina la presencia de material de época visigoda: 2 fragmentos de terra sigillata hispánica tardía, 32 de cerámica estampillada (o TSHip),9 41 de cerámica común, 77 de cerámica común de cocina, 5 –que debido a la granulometría de la pasta– podrían adscribirse tanto a la cerámica común como a la cerámica común de cocina, 2 fragmentos de cerámica gris / negra con las superficies bruñidas o alisadas y 2 fragmentos de dolium.10 No obstante, entre el material de la colección, se documentan igualmente 7 fragmentos de cerámica pintada del tipo característico de la II Edad del Hierro –aunque podrían pertenecer al periodo romano– y 2 fragmentos de loza. En la colección procedente de este yacimiento, 44 de los 77 fragmentos de cerámica común de cocina presentan algún tipo de decoración: impresiones, acanaladuras, acanaladuras a peine, incisiones y bruñidos parciales verticales u oblicuos, algo que caracteriza a los contextos cerámicos más tardíos en la región (Ariño y Dahí, 2008). El dato, aunque significativo, no es concluyente, ya que es muy probable que las piezas decoradas estén sobrerrepresentadas en la muestra, al haber sido seleccionadas precisamente por la presencia de algún tipo de decoración. Es posible además que algunas de estas piezas sean de cronología postvisigoda, puesto que el contexto incluye también materiales del periodo medieval pleno. Hay que destacar también que de Salvatierra proceden dos importantes piezas arquitectónicas con decoración: un cancel y un relieve (Barroso y Morín de Pablos, 1992: 58-65), así como otras pie-

9 Sobre estas producciones véase: Caballero, 1989; Juan Tovar y Blanco García, 1997; Larrén et alii, 2003. 10 La colección es propiedad de Luís Benito y entre ella se encuentran algunos de los materiales que fueron estudiados en su momento por Cerrillo (1976).

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zas arquitectónicas.11 Junto a El Cortinal de San Juan, y posiblemente en relación con ese asentamiento, se ha detectado una zona de necrópolis, registrada como dos yacimientos distintos: Regato de la Silla I y II (Salvatierra de Tormes). Se trata de dos conjuntos muy próximos de tumbas de lajas con materiales recuperados por particulares que remiten a una cronología visigoda (Maluquer, 1956: 104; Benito del Rey y Cerrillo, 1983; Velázquez 2005: 99). De Salvatierra de Tormes –o de El Regato de la Silla– podría proceder también una inscripción funeraria romana (Hernández Guerra, 2001 nº 105 [pp. 100-101]). Aunque estos son los yacimientos más conocidos en el entorno del embalse de Santa Teresa, la bibliografía recoge otros más, aunque con pocas precisiones en cuanto a localización y contexto superficial característico, con el agravante de que la mayoría de los yacimientos son inaccesibles a una prospección, por encontrarse la mayor parte del año cubiertos por las aguas del pantano. Por ello, con el fin de conocer el contexto arqueológico que los caracteriza, los datos de la bibliografía se han complementado con la información disponible en el Inventario Arqueológico Provincial. Con todo, de este conjunto de yacimientos los mejor documentados son aquellos que han proporcionado pizarras inscritas. En El Cuarto del Remoludo (Pelayos) el contexto superficial solo aporta cerámica común y común de cocina, pero se han recuperado pizarras inscritas que permiten proponer su ocupación en el periodo visigodo. La pieza número 126 lleva datación del año 691 (Velázquez, 2000, Vol. I: nº 2526, Vol. II: 15; Velázquez, 2004, nº 25-26; Velázquez 2005: 98). El yacimiento de El Colmenar (Galinduste) se conoce desde los primeros momentos de la investigación arqueológica en la provincia (Maluquer, 1956: 65-66). El Colmenar no ha proporcionado un material superficial característico, pero sí cuatro pizarras inscritas, dos de ellas con datación: la número 18 se fecha en el año 586 y la número 19 entre el año 649 y el 652 (Velázquez, 2000, Vol. I: nº 811; Velázquez, 2004, nº 8-11; Velázquez 2005: 97). El Inventario Arqueológico Provincial consigna en la zona ocupada por el embalse o, en sus zonas más inmediatas, otros 11 yacimientos con materiales significativos. Un total de 6 yacimientos han pro-

11 En la ficha del Inventario Arqueológico de Castilla y León se adjuntan fotografías en las que se aprecian fustes de columnas.

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porcionado terra sigillata hispánica o hispánica tardía en asociación con tegula, lo que podría estar indicando una cronología de finales del periodo romano o principios del periodo visigodo. Estos yacimientos son El Bañadero (Montejo), Los Casetones II (Montejo), Anguas I (Salvatierra de Tormes), Las Casas del Medrano / Prado de la Nava (Salvatierra de Tormes) y La Dehesa de la Torrecilla I y II (Cespedosa de Tormes). Con un contexto superficial con la asociación tegula, cerámica común y cerámica común de cocina se documentan 4 yacimientos: Prado Morán (Salvatierra de Tormes), Los Muladares (La Tala), Prado de los Hoyos (Salvatierra de Tormes) y Los Molinos (Aldeavieja de Tormes). Hay que referirse además a un yacimiento –Regato Calderón (Salvatierra de Tormes)– en el que se documenta una necrópolis de tumbas de lajas de pizarra sin contexto arqueológico asociado, pero que probablemente pertenece al mismo periodo. De todos ellos, revisten especial interés los asentamientos de La Dehesa de la Torrecilla I y II. En el primero de ellos se documenta la existencia de una necrópolis de tumbas de lajas de pizarras y tres hornos cerámicos, que fueron objeto de excavación (Benet y García Figuerola, 1989; Benet y Santonja, 1990: 283-284). El segundo, un yacimiento de gran entidad, cuenta con restos de edificios, tumbas de lajas de pizarra y hornos. El conjunto de asentamientos de época visigoda del embalse de Santa Teresa carece de paralelos en la provincia y se desmarca del modelo detectado en La Armuña y en la zona del valle del Tormes cercana a Salamanca. Es destacable que la tipología de los asentamientos de Santa Teresa, se aleja del modelo de construcción efímera o de simple frecuentación del espacio que se observa asociado a las villas bajoimperiales de La Armuña. La iglesia de El Cuarto de Enmedio, con su necrópolis asociada, es por el momento un unicum a escala regional, si bien subsiste el problema de su datación. Hay que señalar además el importante volumen de piezas arquitectónicas decoradas procedentes de la zona o de pueblos cercanos, si bien algunas de ellas aparecieron fuera de su contexto original. A los ejemplares ya mencionados de El Cortinal de San Juan y El Cuarto de Enmedio hay que añadir la pila de Navahombela (Armenteros), procedente del yacimiento de Los Linares, el relieve encontrado en La Tala y el cancel de Santibáñez de Béjar. Para valorar en su justa medida estos hallazgos hay que tener en cuenta que en toda la provincia, exceptuadas las piezas del entorno del embalse de Santa Teresa, solo se documentan otros dos relieves de época visigoda: el relieve procedente de Paradinas de San Juan y la placa-nicho de Salamanca, apare-

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Fig. 13. Mapa de dispersión de las pizarras textuales, con número de ejemplares por yacimiento (elaborado a partir de Velázquez, 2004).

cida en el palacio arzobispal (Barroso y Morín de Pablos, 1992; Barroso y Morín de Pablos, 1994). Un rasgo que caracteriza a los yacimientos del embalse de Santa Teresa es el haber proporcionado uno de los mayores conjuntos de pizarras textuales. A los yacimientos a los que ya hemos hecho referencia hay que añadir otros que se encuentran en puntos muy cercanos. Del lugar conocido como Dehesa de Martín Pérez, en el término municipal de Galinduste, proceden un total de once documentos (Velázquez, 2000, Vol. I: nº 12-17 y nº 121126; Vol. II: 12-13; Velázquez, 2004, nº 12-17 y nº 122-126; Velázquez 2005: 97). En el yacimiento de Los Linares (Navahombela, Armenteros) han aparecido ocho pizarras inscritas (Velázquez, 2000, Vol. I: nº 29-33 y nº 135-137, Vol. II: 15; Velázquez, 2004, nº 30-33 y nº 135-137; Velázquez 2005: 98). El mayor conjunto de pizarras textuales procede de Diego Álvaro (Ávila) tan solo a unos 16 km de distancia del yacimiento de Los Linares.12 El 12 De Diego Álvaro proceden con seguridad las pizarras nº 39 a 91, pero la nº 92, las nº 95-99 y la nº 101, aunque de procedencia dudosa, también podrían ser de allí. Además la nº 93 procede de Mercadillo y la nº 94 de Martínez, ambas localida-

mapa de dispersión de las pizarras textuales incluye la casi totalidad de la provincia de Salamanca y la parte occidental del Ávila, pero la gran concentración de documentos se produce solo en unos pocos yacimientos localizados en un polígono muy reducido en cuyos vértices se localizarían La Dehesa de Martín Pérez, El Cortinal de San Juan, Los Linares y La Dehesa del Castillo en Diego Álvaro y que incluiría en su interior El Colmenar, El Cuarto del Remoludo, El Cuarto de Enmedio y El Canal de las Hoyas. La densidad de hallazgos disminuye conforme nos alejamos de este espacio central (Fig. 13). La cronología de las pizarras, así como los contextos arqueológicos de los yacimientos también acotan el fenómeno de las pizarras de texto a fechas muy precisas, desde finales del siglo VI hasta finales del siglo VII, siendo destacable que la mayoría de los yacimientos que proporcionan pizarras carecen de un antecedente de ocupación del periodo romano. Solo el Cortinal de San Juan presenta terra

des cercanas a Diego Álvaro. Vid. Velázquez, 2000, Vol. I: nº 39-99; Velázquez, 2004, nº 39-99 y 101.

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sigillata hispánica tardía pero cabe la posibilidad de que sea material relicto. Esta singular epigrafía en pizarra quizá podría encontrar una explicación si se interpretara como una documentación generada por una oficina vinculada a un centro de poder localizado en los pequeños límites definidos por este espacio. No es posible determinar la naturaleza de ese centro, pudiendo postularse tanto un asentamiento aristocrático como un centro monástico. El contenido de las pizarras parece obedecer a motivaciones muy diferentes y aunque sería coherente con el tipo de documentación que generaría un monasterio –documentos de contenido jurídico, textos religiosos, ejercicios de escritura...–, la opción de que estemos ante un centro de poder aristocrático no puede excluirse, ya que en caso de que se tratase de un monasterio hubiera sido esperable que éste apareciese mencionado expresamente en alguna de ellas, algo que no ocurre, pese a que algunas conservan un texto bastante extenso. Por otra parte, tanto un dominio monástico como un fundus podrían muy bien tener la estructura y extensión que dibuja sobre el mapa la dispersión de las pizarras. Cuál pueda ser este centro es otra cuestión difícil de determinar. A favor de El Cortinal de San Juan argumenta el que aparentemente es el asentamiento con más entidad de todos los conocidos. Sin embargo, Diego Álvaro es el lugar que más piezas ha proporcionado. En cualquier caso, el que exista una oficina central no significa que deba radicarse en un único punto. Tampoco pueden excluirse fenómenos imitativos locales realizados por otras entidades o personas jurídicas, ni que alguno de los documentos redactados por la oficina sea consecuencia de actividades sin relación directa con la administración de la oficina que las genera. 6. PROCESOS DE COLONIZACIÓN AGRÍCOLA EN ÉPOCA VISIGODA. EL VALLE DEL RÍO ALAGÓN Al sur de la provincia de Salamanca, en el valle del río Alagón, se localiza otro importante conjunto de asentamientos de época visigoda (Fig. 14). La singularidad del conjunto nos lleva a ocuparnos de ellos, si bien no es posible determinar cuál fue el centro administrativo al que pertenecieron en la Antigüedad. Es probable que este espacio formase parte también del territorio salmanticense pero no puede descartarse su pertenencia a Mirobriga, Capera o incluso Caelionicco, en el caso de que este centro hubiese alcanzado un estatuto urbano.

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En el valle del Alagón las prospecciones extensivas realizadas por L. Barbero detectaron un total de 26 puntos con ocupación antigua (Ariño et alii, 2004-2005; Ariño 2006). Lo más significativo del complejo de asentamientos de nuestra prospección en la zona del valle del río Alagón es la escasa representación de la secuencia romana. Solo tres yacimientos La Viña de la Iglesia (Sotoserrano), El Manto (Sotoserrano) y La Peral (Cepeda) presentan en superficie un contexto cerámico que permite pensar al menos en su existencia en época bajoimperial. Posteriores excavaciones en La Viña de la Iglesia han permitido confirmar este supuesto, al detectar estructuras que podrían corresponder al área termal de una villa cuya fecha fundacional no ha sido posible definir todavía. La construcción presenta además testimonios de una ocupación tardía, documentándose en la esquina de una de las habitaciones excavadas un hogar construido con ladrillos de bóveda reutilizados y tegulae que estuvo en uso hasta finales del siglo IV o principios del siglo V, a juzgar por la presencia de dos fragmentos de un mismo recipiente de terra sigillata hispánica tardía a molde de la forma Drag. 37t, así como de vidrio de tradición romana fechable en el mismo periodo (Dahí, 2010). Los 23 yacimientos restantes presentan en superficie únicamente contextos cerámicos del periodo visigodo con la característica asociación de tegula, cerámica común de cocina y ocasionales fragmentos de terra sigillata hispánica y, en menor medida, africana. Pizarras inscritas han aparecido en los asentamientos de Los Casaretones (Sotoserrano) (Velázquez, 2000, Vol. I: nº 116; Velázquez, 2004: nº 116; Velázquez 2005: 99), Los Huertos Nuevos / Los Malvanes (Velázquez, 2000, Vol. I: nº 109-115; Velázquez, 2004: nº 109-115; Velázquez 2005: 98) y La Legoriza / El Corral de los Mulos (Velázquez, 2000, Vol. I: nº 107-108, Vol. II: 16; Velázquez, 2004: nº 108; Gómez Gandullo, 2006). La excavación de uno de estos yacimientos, El Cuquero (Villanueva del Conde), puso al descubierto un asentamiento de clara vocación productiva, al detectarse una almazara que conservaba los puntos de apoyo para la prensa, contrapesos y un depósito de yeso para la recogida del aceite. El material cerámico procedente de los niveles fundacionales y los análisis de radiocarbono permiten atribuirle una cronología en torno al siglo VI (Ariño et alii, 2004-2005). La prensa del El Cuquero está lejos de ser un unicum en la microrregión. Los yacimientos de El Manto y de La Viña de la Iglesia también han pro-

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Fig. 14. Mapa de dispersión de yacimientos romanos y visigodos del valle del Alagón. 1: Llano Molinero; 2: Regajo Maíllo; 3: Linares de Valdecabras; 4: Las Dehesillas II; 5: Las Filas; 6: Los Casaretones; 7: El Servón; 8: El Conejino; 9: El Manto; 10: La Viña de la Iglesia; 11 Las Dehesillas I; 12: Dehesa de Abajo; 13: El Espolón; 14: El Endrinal; 15: La Peral; 16: La Mata de la Sepultura; 17: Los Llaneros; 18: El Cuquero; 19: Santa Marina; 20: Las Cabezas; 21: Pelomojado; 22: El Cerro; 23: La Pared Nueva; 24: Los Lucillos; 25 Los Huertos Nuevos / Los Malvanes; 26 La Legoriza / El Corral de los Mulos.

porcionado contrapesos de prensa fabricados en granito, si bien son asentamientos en que se documenta una secuencia de ocupación de época altoimperial, pero en otros dos casos Regajo Maíllo y Las Dehesillas II –en el término municipal de Pi-

nedas– los contrapesos de prensa aparecen asociados a contextos superficiales exclusivos del periodo visigodo. Entre los asentamientos del valle del río Alagón hay que hacer una mención especial al yacimiento

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de La Legoriza, también conocido en la bibliografía como el Corral de los Mulos (San Martín de Castañar). El lugar es conocido por haber proporcionado pizarras inscritas y en los últimos años las excavaciones ha permitido definir su tipología y la secuencia de ocupación (Gómez Gandullo, 2006). Se trata de un poblado con una estructura poco planificada, con viviendas de planta generalmente rectangular, si bien existe algún ejemplar de planta circular. Aunque el yacimiento presenta una escasa potencia estratigráfica se documenta una secuencia de abandono definida por la presencia de cerámica de color gris / negro con las superficies bruñidas o alisadas, cerámica común y cerámica común de cocina, siendo destacable que algunos de los ejemplares de esta producción aparezcan decorados con incisiones y acanaladuras a peine. Es significativa la ausencia de tegula, así como la casi total ausencia de terra sigillata, apenas unos pocos fragmentos. Con los datos disponibles es difícil proponer una datación para la secuencia de final, pero la fecha de abandono del poblado podría situarse en torno a los siglos VII-VIII. En el Monte El Alcaide (Monleón), en una zona cercana al espacio prospectado, las excavaciones realizadas en el año 2006 han puesto al descubierto estructuras que habría que identificar con un asentamiento campesino, aunque probablemente no alcanza la entidad de un poblado. El asentamiento se emplaza sobre una elevación de 935 m de altitud en la margen izquierda el río Alagón y en su entorno se localizan varios conjuntos de tumbas excavadas en la roca. Pese a que la superficie excavada es limitada, se han descubierto al menos tres estancias de una misma estructura de hábitat. Los muros son de mampostería de granito y, aunque definen espacios de forma sensiblemente rectangular o cuadrada, no son estrictamente ortogonales. La potencia estratigráfica es muy débil, documentándose una gran secuencia de abandono. El material cerámico es muy escaso, en total 430 fragmentos. El contexto está compuesto fundamente por cerámica común de cocina, documentándose en algunos vasos decoraciones a hechas peine o mediante incisión. El yacimiento ha proporcionado también un importante número de pizarras inscritas, estando representadas las piezas con textos, con dibujo y las numerales. A juzgar por el contexto cerámico, la cronología del asentamiento debe ser semejante a la de La Legoriza (Vinuesa y Paricio, 2006). Como ocurría en el conjunto de asentamientos del embalse de Santa Teresa, un rasgo que hay que

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destacar en la microrregión del valle del Alagón es –salvo en los tres casos referidos– la desvinculación de la ocupación visigoda respecto a un precedente romano. Lo asentamientos parecen de nueva creación en el periodo visigodo, sin que por el momento pueda precisarse una cronología. A juzgar por los datos hasta ahora disponibles el Cuquero podría fundarse hacia el siglo VI y La Legoriza y el Monte El Alcaide en un momento algo posterior. En definitiva el modelo de ocupación que se documenta en el valle del Alagón en el periodo visigodo, parece indicar la colonización del espacio agrícola con asentamientos de poca extensión, preferentemente emplazados en pequeñas lomas o a media ladera y con una vocación agrícola, que incluye cultivos de rendimientos aplazados como el olivar. Modelos semejantes se han detectado por ejemplo en la cuenca del río Martín, en las provincias de Zaragoza y Teruel (Laliena y Ortega, 2005). 7. CONCLUSIONES La desaparición de la villa como hábitat aristocrático y su sustitución por estructuras productivas, zonas de vivienda degradada o necrópolis es un fenómeno bien documentado, al menos en la mitad occidental del Imperio (Francovich y Hodges, 2003; Brogiolo y Chavarría, 2005; Brogiolo et alii, 2005). En el espacio de nuestro estudio, sin embargo, se aprecian fenómenos que marcan una cierta diferencia. El conjunto de yacimientos del embalse de Santa Teresa es una anomalía solo si se observa a nivel local o regional. Contextualizado en un espacio geográfico mayor, el complejo encuentra sus paralelos formales en la arquitectura religiosa monumental habitualmente fechada en la fase madura del estado visigodo y actualmente sujeta a discusión en cuanto a su cronología (Caballero, 2000; Arbeiter, 2000; Caballero y Arce Sainz, 2007). A juzgar por los contextos cerámicos disponibles y por la ausencia de antecedentes de ocupación romana, los asentamientos del embalse de Santa Teresa serían algo posteriores a los procesos de abandono de la mayoría de las villas y a la ocupación degradada consiguiente. De acuerdo con esta tesis, la ocupación visigoda en el territorio salmanticense se extinguiría en el momento en que estaba madurando hacia formas más estructuradas y estables. Respecto al modelo de poblamiento que se constata en el valle del río Alagón se trata de un fenómeno que, aunque no carece de paralelos, podría explicarse por un proceso de colonización interior sobre un espacio poco explotado en el

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momento en que se están produciendo desplazamientos de población. Desde el punto de vista metodológico hay que decir que la estructura de los yacimientos con secuencias de ocupación pertenecientes a la Antigüedad Tardía y la Alta Edad Media debe llevar a replantear la estrategia de las excavaciones preventivas. Las excavaciones han revelado que es normal que los asentamientos de este periodo se organicen mediante una ocupación poco densa sobre un espacio de gran extensión –con frecuencia varias hectáreas–, yuxtaponiéndose los espacios de hábitat, los silos, las necrópolis y los espacios productivos. Es igualmente frecuente que las estructuras arqueológicas sean muy modestas –pozos o silos, simples agujeros para postes, muros de mampostería de mala calidad– lo que dificulta su visibilidad y detección mediante la habitual técnica de excavación por medio de sondeos, dándose con frecuencia el agravante de que aparecen muy arrasadas por procesos erosivos. Igualmente es necesario incluir en el estudio los «espacios libres» dentro del asentamiento, ya que en ellos es posible detectar procesos de erosión o sedimentación asociados a roturaciones, deforestaciones y drenajes con vistas a su puesta en cultivo. El hecho de que las estructuras de ocupación de estos periodos sean además poco duraderas –incluso en el caso de los silos, de un solo uso– obliga a considerar ese espacio de frecuentación como un único conjunto y ensayar técnicas de excavación más adecuadas. En Dinamarca, Alemania y Países Bajos se han ensayado con éxito técnicas de excavación en área abierta sobre grandes superficies, mediante la retirada previa de los niveles de alteración con maquinaría y una posterior planimetría, limpieza y excavación selectiva de las estructuras detectadas (Hamerow, 2002: 9-11). Técnicas semejantes han sido ensayadas en los yacimientos de la Comunidad de Madrid con éxito (Morín de Pablos, 2006). BIBLIOGRAFÍA AGUILAR, J.C. 2004: Excavación de «Los Melgares», La Vellés (Salamanca), Salamanca, (informe inédito, Biblioteca del Museo de Salamanca). ALARÇÃO, J. de 1974: Cerãmica comun local e regional de Conimbriga, Coimbra. ALARÇÃO, J. de ET AL. 1990: «Appendice. Proposition pour un nouveau tracé des limites anciennes de la Lusitanie romaine», Les villes de la Lusitanie romaine. Hiérarchies et territoires, Paris, 318-329.

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PATRONES DE OCUPACIÓN RURAL EN EL TERRITORIO DE SALAMANCA

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EL TERRITORIO EMERITENSE DURANTE LA ANTIGÜEDAD TARDÍA Y LA ALTA EDAD MEDIA

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TOMÁS CORDERO RUIZ Instituto de Arqueología-Mérida (CSIC-J.Ext.-CC.MM) BRUNO FRANCO MORENO Consorcio de la Ciudad Monumental Histórico Artística y Arqueológica de Mérida

RESUMEN El presente trabajo pretende dar a conocer las principales pautas de evolución del poblamiento rural emeritense durante la Antigüedad Tardía y el periodo Omeya de al-Andalus. Esto es, durante el último siglo del Imperio Romano y las dos centurias de presencia goda hasta alcanzar los tres primeros siglos del Estado andalusí; a la luz de las últimas novedades que las fuentes historiográficas y los trabajos arqueológicos nos han ido deparando. PALABRAS CLAVE: Antigüedad Tardía, Alta Edad Media, Ager Emeritensis, Kūra de Mārida. ABSTRACT This paper seeks to highlight the main patterns of changes in rural settlement Mérida during Late Antiquity and the Umayyad period of al-Andalus.That is, during the last century the Roman Empire and the two centuries of Gothic presence up to the first three centuries of Andalusian state, in light of recent developments that the historical sources and archaeological work we have been hold. KEY WORDS: Late Antiquity, Early Medieval Age, Ager Emeritensis, Kūra of Mārida.

1. DELIMITACIÓN DEL ESPACIO ESTUDIADO. La definición espacial del territorio de Augusta Emerita ha sido y es una de las cuestiones casi omnipresentes en la historiografía centrada en el estudio del mundo rural de la colonia lusitana. Esta corriente de interés se liga, posiblemente, a la gran cantidad de información disponible sobre la articulación del campo emeritense durante el periodo romano, esencialmente para la etapa altoimperial, en comparación con el resto de la Península Ibérica. En nuestro caso de estudio la delimitación del te-

rritorio dependiente de Mérida durante esta etapa adquiere una importancia capital, por cuanto pensamos que serán las fronteras delimitadas en este momento las vigentes durante la Antigüedad Tardía (Cordero Ruiz 2010: 160-162). El límite austral del ager es localizado por la mayor parte de la comunidad científica en las cercanías de la actual localidad pacense de Los Santos de Maimona, donde las sierras de Hornachos, Los Santos y María Andrés forman una auténtica barrera natural (Sillieres 1982: 81; Fernández Corrales 1988: 132). Al oeste de la última sierra la divisoria seguiría el curso del río Olivenza, frontera entre las ciudades de Augusta Emerita y Seria Fama Iulia (Cerrillo et al. 1990: 56), hasta su desembocadura en el río Guadiana. A partir de aquí la demarcación occidental del territorio probablemente se ciña, en sentido suroeste-nordeste, a los cauces de los ríos Guadiana, Gévora y Zapatón hasta su nacimiento en el extremo oeste de la sierra de San Pedro, que actuaría junto a la sierra de Montánchez como frontera septentrional (Alonso Sánchez et al. 1994: 73). El límite oriental estaría señalado al sur del Guadiana por el curso del Matachel y las sierras de Hornachos y Peñas Blancas. Mientras que al norte de este río parece correcta la delimitación propuesta por S. Haba Quirós (1998: 290-293). Ésta permite enlazar con la línea formada por los ríos Ruecas y Gargáligas, y finalizaría en las proximidades del municipio de Valdecaballeros, donde fueron descubiertos dos hitos terminales emeritenses (Álvarez Martínez 1988: 180). Así pues, pensamos que el territorio de la ciudad se extendería hasta este punto de manera continuada y delimitado al norte por la línea de las sierras de Montánchez y Guadalupe (Cordero Ruiz 2010: 159).

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La definición de estos límites durante la Antigüedad Tardía supone una problemática diferente a la anterior. A este hecho se le suma la escasez de información, que se traduce en la obtención de unos resultados que no pueden ser considerados totalmente absolutos aunque sí, esperamos, muy aproximados a la realidad tardoantigua emeritense. En primer lugar, hay que destacar la falta de pruebas que indiquen que la reforma provincial realizada por el emperador Diocleciano y el nombramiento de Emerita como capital de la Diocesis Hispaniarum redujo o amplió el ager trazado anteriormente. Además, estos cambios no rompieron el esquema de Provincia-Convento-Ciudad propio de la administración territorial altoimperial (Revuelta Carbajo 1997: 19). Así pues, es imposible asegurar ante la falte de documentación una lógica expansión de la administración territorial emeritense en relación con las reformas de Diocleciano (Cordero Ruiz 2010: 161). En el siglo V se produce la descomposición del Estado romano en la península debido a la crisis del imperio occidental y a la entrada de suevos, vándalos y alanos en el año 409. La división de la península en el año 411 entre los distintos pueblos bárbaros y, posiblemente, el usurpador Máximo pudo suponer un cambio de sede en la residencia del vicario. Hipótesis avalada por la presencia en Tarraco de un uicarius hispaniarum en el año 420 (Arce 1999: 79-80). No obstante, a pesar de la reducción del poder romano a la Tarraconense seguramente las antiguas circunscripciones provinciales siguieron existiendo durante esta centuria (Arce 2005: 189-197). El único cambio que afectaría directamente a Emerita sería la pérdida de la capitalidad de la Diocesis Hispaniarum. La instauración del Estado visigodo conllevó un renovado interés por el mantenimiento del antiguo sistema provincial romano como fundamento de su administración y gestión territorial (Revuelta Carbajo 1997: 28). Realidad ya señalada por P. Barnwell como recoge J. Arce (2005: 196): «Las tradiciones romanas formaron parte de la base de una gran parte del aparato del gobierno visigodo en los siglos VI y VII en Hispania y, aunque muchos elementos los pudieron haber tomado durante su larga estancia en la Gallia durante el siglo V, es difícil que pudieran imponer un sistema romano en Hispania durante el siglo VI si no hubieran estado presentes los elementos de ese mismo sistema localmente, y menos si la población nativa hubiera abandonado dicho sistema un siglo antes.» Los monarcas visigodos, no obstante, tuvieron que imponer su restauración tras la inestabilidad del siglo V

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a medida que fueron apoderándose de los diferentes territorios peninsulares (García Moreno 1989: 325). Lo cierto es que Emerita sigue siendo durante el periodo visigodo un espacio dinámico controlado tanto por la iglesia como por las aristocracias laicas y el núcleo fundamental de articulación territorial. Circunstancia nada excepcional ya que los centros urbanos mantendrán sus territorium en los que se incluirán otros asentamientos de menor entidad como uici, castra, castella o pagi, que a su vez poseerán su propia administración territorial (Revuelta Carbajo 1997: 57-64). Así pues, parece que algunas ciuitas mantuvieron sus antiguos límites municipales. Sin embargo, la tendencia a hacer coincidir las cabezas de cada territorio con una sede episcopal pudo provocar variaciones espaciales en algunos casos (García Moreno 1989: 325-332). En el caso emeritense hay varios elementos que permiten pensar en un mantenimiento de los antiguos límites (Cordero Ruiz 2010: 161-162). En primer lugar, el pasaje de la passio Eulaliae que referencia la huída de la mártir al denominado pago Promptiano a treinta y ocho millas de Mérida –in finibus prouinciae Baetica– parece esconder un problema de límites territoriales. Esta mención se relaciona con la creación de una fictio iuris en defensa de unos derechos fronterizos amenazados por los intentos de expansión territorial de Mérida (Bueno Rocha 1976: 107). La zona en litigio se situaría en las cercanías del actual municipio de Los Santos de Maimona. Distancia que confirmaría el límite bético-lusitano trazado durante el periodo romano en la Antigüedad Tardía y, asimismo, del territorio de Mérida en esta etapa histórica (Arias Bonet 1987: 317). En segundo lugar, el epígrafe hallado en la basílica de Ibahernando (Cáceres). Esta inscripción menciona la consagración de esta iglesia rural en el año 635 (673 de la era hispánica) por el obispo emeritense Horoncio (Cerrillo 2003); acto que puede interpretarse como la confirmación de unos límites en un momento en que su definición crea importantes tensiones entre las diferentes circunscripciones eclesiásticas lusitanas (Bueno Rocha 1976: 106). Esta idea cobra fuerza si tenemos en cuenta la propuesta de E. Cerrillo (1990: 56) que señala al río Tamuja como frontera entre la praefectura regiones Turgalliensis, dependiente de Mérida, y el territorium de Norba Caesarina. De esta manera, el área circundante a Ibahernando se incuiría en la órbita emeritense. Otro punto a favor de esta hipótesis es la predisposición por parte de los diferentes metropolitanos lusitanos por reordenar y conservar los antiguos límites de sus diócesis.

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Así se desprende de la importante extensión que ocupa el canon VIII en las actas del concilio provincial lusitano del año 666, dedicado al mantenimiento de la unidad patrimonial de las antiguas jurisdicciones eclesiásticas (Díaz Martínez 1995: 55-56). Algunos autores han planteado como posibilidad la reconstrucción del territorio emeritense durante el periodo visigodo en función a la demarcación que F. Hernández Giménez (1960) realizó sobre la Kūra de la ciudad en el siglo X (Álvarez Martínez 1988: 189). Este planteamiento se fundamenta en la idea del mantenimiento de las antiguas divisiones territoriales romana y visigoda por parte del Estado omeya. Sin embargo, como afirma E. Manzano (2006: 425): «El marco territorial que impusieron los Omeyas en al-Andalus no tenía nada que ver con las antiguas divisiones romanas y visigodas. El país estaba dividido en un número de kūras o provincias que se configuraron de forma original.» (Fig. 1) (Cordero Ruiz 2010: 162). Será durante el periodo Omeya de al-Andalus (756-1031/138-422) y especialmente tras el fortalecimiento del poder emiral impuesto desde Cór-

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doba, cuando los cambios administrativos tengan su reflejo en el territorio emeritense, aunque se muestren de manera intermitente durante todo este periodo, siendo con la proclamación del califato en el 929 d.C./316 h. cuando se consiga una perdurabilidad verdaderamente efectiva. Los últimos trabajos realizados sobre al-Andalus en esta etapa han profundizado en estas y otras cuestiones (Bosch Vilá 1962: 23-33; Pacheco 1991; Pérez 1992). Así pues, sabemos que el territorio estuvo formado por jurisdicciones que variaron según las épocas. En referencia al territorio dependiente de Mārida somos de la opinión, ya puesta de manifiesto por otros autores (Bosch Vilá 1962: 23-33; Manzano 1991), que formó parte en una gran extensión de la Frontera Próxima o Inferior de al-Andalus ―Tagr al-adnà o Tagr al-ŷawf― aunque sin perder su categoría de provincia o kūra. La circunscripción que dependía de Mārida, según han reflejado en sus textos numerosos geógrafos e historiadores musulmanes, era gobernada por un walí, que en ocasiones sería auxiliado por un ‛āmil con atribuciones fiscales. Esta administración de carácter civil se mantendría entre finales

Fig. 1. Límites del territorio emeritense durante el periodo romano y tardoantiguo.

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Fig. 2. Límites de la kūra de Mérida durante el periodo omeya.

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del siglo VIII y el primer tercio del siglo IX. Sin embargo, esta particularidad no tenía por qué resultar incompatible con la militar, como se pondrá de manifiesto, posteriormente, durante el periodo califal. Los grandes geógrafos musulmanes de los siglos X y XIII señalaban que la división generalizada en época omeya venía a fijarse en Coras (kuwār), y estas a su vez en distritos (aqālim) y comarcas (Yūz). Así, para el geógrafo del siglo X Ahmad alRāzī, la kūra de Mārida «parte el término de Mérida con el término de Allaris (Firrīs.h) ―Sierra norte de Sevilla―, e yaze contra el poniente e el septentrion de Cordoua (Oeste de Córdoua, Cora de Fah.s. al-Ballūt.)» (Catalán 1975: 71-77). Por tanto, cabe destacar que una kūra sería una demarcación jurídico-administrativa de una apreciable extensión constituida por varios a‘mal o aqālīm, que a su vez comprenderían mudūn, castillos y aldeas. Para el historiador de origen oriental Yāqūt (s. XII-XIII) un claro ejemplo de lo expuesto lo representó la Cora de Mérida, la cual era «una amplia kūra de los nawāhī de al-Andalus, que comprende cierto número de alquerías y tiene alcazaba» (‘Abd Al-karīm 1974). Después de haber introducido la problemática que suscita esta cuestión, indicaremos brevemente el marco geográfico que comprendía el territorio durante época omeya. Éste hubo de abarcar una extensión aproximada a los 40.000 kilómetros cuadrados (Vallvé 1986: 269-280) configurándose como una de las kuwār más extensas de al-Andalus (Franco Moreno 2009) (Fig. 2). 2. EL TERRITORIO EMERITENSE DURANTE LA ANTIGÜEDAD TARDÍA El número total de yacimientos de cronología tardoantigua documentados y estudiados en este análisis asciende a ochenta y cinco, presentado la mayor parte de ellos, esencialmente las uillae, una fase de ocupación romana altoimperial. La identificación de éstos se fundamenta en el estudio de su registro material y, también, en la información proporcionada por la documentación textual de este periodo. Así pues, la conjugación de ambos aspectos ha permitido realizar una catalogación de los diferentes tipos de yacimientos. El asentamiento rural más representativo de todos los analizados es la uilla. En este caso se han tenido en cuenta todas aquellas que presentan una fase de ocupación a lo largo de todo el siglo IV y la segunda mitad del siglo V. Tiempo, este último, en que éstas dejan de actuar como eje principal del pa-

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trón de ocupación del campo (Chavarría Arnau 2007: 16) y las fuentes documentales abandonan las antiguas definiciones clásicas –uillae, pagi, tuguriae, etc– a favor de un nuevo vocabulario adaptado a una realidad diferente (Gutiérrez Lloret 1996: 279; Isla Frez 2000). Las uillae de cronología tardoantigua documentadas dentro del territorio emeritense son: Araya, Bótoa, Calderón, Cortijo Pesquerito, Don Tello, El Carrascal, El Carrascalejo, El Fresnillo, El Hinojal, El Pesquero, La Atalaya, La Cocosa, La Orden, La Vega, Las Clavellinas, Las Termas, Las Tomas, Las Torrecillas, Las Viñas, Leoncillo, Los Cotitos, Las Torrecillas, Los Lomos, Los Molinos, Panes Perdidos, Peña de la Mora, Torre Águila y Villagordo (Fig. 3). Sin embargo, solo se conocen a través de excavación arqueológica: Araya, Bótoa, El Carrascal, El Carrascalejo, El Hinojal, El Pesquero, La Atalaya, La Cocosa, La Vega, Las Clavellinas, Las Tomas, Las Torrecillas, Los Cotitos, Panes Perdidos y Torre Águila. 2.1. LA TRANSFORMACIÓN DE LAS UILLAE Entre los siglos III y IV el principal proceso de cambio documentado en estos yacimientos son las significativas reformas acaecidas en sus sectores residenciales, destacando la atención concedida a los lugares de representación del propietario: oecus, triclinium o balneum. Estos espacios son dotados tanto de ricos programas decorativos como de una arquitectura monumental (Chavarría Arnau 2006). En el caso emeritense, este proceso ha podido constatarse en uillae tan representativas como: La Cocosa, El Pesquero, El Hinojal o Torre Águila.1 En el primer caso, la monumentalización de la pars urbana se realizó durante el siglo IV, en coincidencia con la edificación de un mausoleo a escasos doscientos cincuenta metros (Serra i Rafols 1952). En el segundo caso, en la segunda mitad del siglo IV se reestructuró la zona residencial con mosaicos polícromos –destacando el que contiene una representación de Orfeo– (Fig. 4), un balneum y, posiblemente, también, un mausoleo anexo pueda adscribirse a esta etapa (Rubio Muñoz 1988). En el tercer caso, la edificación de la parte residencial se data en el siglo IV (Álvarez Martínez 1976). En el cuarto caso, la transformación de las estancias de 1 Aunque es posible rastrear este proceso en diferentes yacimientos de este tipo, hemos decidido por las lógicas limitaciones de este trabajo centrar el análisis en aquellas que presentan un mayor volumen de información.

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Fig. 3.1 Cortijo Pesquerito, 2 Leoncillo, 3 La Atalaya, 4 Los Cotitos, 5 Los Molinos, 6 Panes Perdidos, 7 Villagordo, 8 Bótoa, 9 El Carrascal, 10 La Cocosa, 11 El Pesquero, 12 Las Tomas, 13 Valdelobos, 14 La Alcazaba, 15 Araya, 16 Calderón, 17 El Carrascalejo, 18 Las Clavellinas, 19 Don Tello, 20 El Hinojal, 21 Los Lomos, 22 La Orden, 23 Peña de la Mora, 24 El Prado, 25 Las Termas, 26 Torre Águila, 27 Las Torrecillas, 28 La Vega y 29 Las Viñas.

representación y la zona termal se produjo en el siglo IV tras una etapa de abandono (Rodríguez Martín 1988). Estos cambios responden a la nueva función adquirida por este tipo de establecimientos durante el periodo tardorromano, convertidos en los lugares de residencia de las aristocracias propietarias. En la uilla se desplegará todo el otium idealizado por esta clase social, convirtiéndose en el lugar donde disfrutar de una arquitectura que emula a los palacios imperiales y celebrar sus selectas costumbres junto a sus amici y clientes (Arce 1997). Por otro lado, las uillae emeritenses, probablemente, no solo fueron el lugar de representación de la tradicional aristocracia emeritense. En este sentido, J. Arce (2002: 19) relaciona el proceso de enriquecimiento de estos establecimientos con la llegada a la ciudad de funcionarios agregados a la administración de la diocesis Hispaniarum, considerándolos propietarios de algunas lujosas uillae. Sin embargo, esta hipótesis, aunque acertada, no

puede considerarse como un argumento definitivo que explique por sí solo la transformación del sistema de uillae durante el siglo IV. La identificación de los propietarios de las uillae hispanas, salvo casos excepcionales, es un tema todavía muy discutido por la comunidad investigadora (Chavarría Arnau 2007: 27-33). En el caso emeritense no es posible identificar a los propietarios. No obstante, disponemos de algunos ejemplos que nos informan sobre el alto estatus de algunos de ellos: i) el Disco de Teodosio (Fig. 5), probablemente enviado al uicarius Hispaniarum por el emperador Teodosio I para conmemorar su decennalia (Arce 1998), ii) la fíbula cruciforme tipo Keller 6 hallada en El Pesquero, característica de los altos mandos del ejército romano (Chavarría Arnau 2007: 31). La aristocracia lusitana tardorromana, sin embargo, no es una clase social desconocida. Las fuentes escritas que describen la guerra mantenida entre las fuerzas del usurpador Constantino III, coman-

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Fig. 4. Mosaico de Orfeo hallado en la uilla de El Pesquero.

dadas por su hijo Constante y su general Gerontius, y el llamado clan teodosiano fiel al emperador Honorio, liderado por los hermanos Dídimo, Veriniano, Lagodio y Teodosiolo; muestran a unos dominus (éstos últimos) capaces de mantener una guerra abierta contra un ejército profesional romano con un contingente militar improvisado y formado por sus siervos y colonos (Arce 2005: 36-41). Esta información permite vislumbrar un mundo rural igual al resto del imperio, donde importantes masas campesinas eran dominadas por los grandes propietarios a través del patrocinium (Pérez Sánchez 1994; Arce 2005: 45; Chavarría Arnau 2007: 39-41). Algunos autores han defendido que las posesiones del clan teodosiano en Hispania se concentrarían en

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la Meseta. J. Arce (2005: 37), no obstante, afirma que tal localización carece de fundamento ante la escasez de documentación existente en esta área y sostiene que, posiblemente, las grandes posesiones de la familia imperial se situasen en Lusitania. Además, no parece descabellado pensar que algunas de sus propiedades se localizarían no demasiado distantes de Emerita, corazón de la administración romana y uno de los objetivos principales de la campaña militar de Constante y Gerontius. El proceso de transformación y enriquecimientos de las uillae emeritense es paralelo al gasto realizado en crear o mejorar las estructuras de producción agrícola al igual que en otras partes de la península, fruto de la estabilidad política y económica hispana en el siglo IV (Chavarría Arnau 2001). Ejemplo de esta inversión en el territorio emeritense se documentan en El Carrascalejo (Enríquez Navascués y Drake 2007), Las Clavellinas (Jurado Fresnadillo y Tirapu Canora 2006) o Torre Águila (Rodríguez Martín 1999) (Fig. 6), donde los sectores productivos son ampliados coincidiendo con el aumento de las actividades agropecuarias y sus necesidades de almacenamiento. Este proceso también se correspondería con la construcción de grandes presas rurales2 en relación con asentamientos tipo uilla (Fig. 7). No contamos con documentación suficiente para datar estas estructuras de forma absoluta, aunque han sido encuadradas genéricamente entre los siglos III-IV (Álvarez Martínez et al. 2001). Esta importante transformación del medio rural basada en la fuerte inversión de las aristocracias en

Fig. 6. Almacén y lagar hallados en Torre Águila. Planta realizada sobre plano de F. G. Rodríguez Martín (1999).

Fig. 5. Disco de Teodosio.

2 No tenemos en cuenta los ejemplos de Proserpina y Cornalvo, presas más relacionadas con la ciudad que con el campo.

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Fig. 7. Presas documentadas en el territorio emeritense.

su residencias rurales no supuso en el caso emeritense, al igual que en el resto de la península (Arce 1997; Chavarría Arnau 2006), una decadencia del mundo urbano. La ciudad, coincidiendo con su nombramiento como capital de diócesis, se implica en el desarrollo de diferentes reformas urbanísticas entre finales del siglo III y la primera mitad del IV. Durante este periodo se produce la restauración de los tres grandes edificios de espectáculos –teatro, anfiteatro y circo– y la reforma parcial del foro de la colonia. Además, el paisaje urbano también cambiara su fisonomía debido a la privatización de los pórticos de las vías, el adosamiento de las casas a las murallas y a la construcción de lujosas viviendas dotadas de ricos programas decorativos y balnea privados (Mateos Cruz 2000: 494-496; Alba Calzado 1997). 2.2. EL FIN DEL SISTEMA DE UILLAE La continuidad de ocupación de muchas uillae hispanas durante el siglo V, al menos en su primera

mitad, es la base donde se sustenta gran parte de la comunidad investigadora para negar o matizar el tradicional modelo catastrofista ligado a la entrada de suevos, vándalos y alanos en la península. Actualmente, la revisión del antiguo registro material y la realización de nuevas excavaciones con una estratigrafía más fiable permiten alargar su función residencial a casi toda esta centuria; al igual que en Francia o Italia (Chavarría Arnau 2007: 103). En Lusitania la documentación arqueológica no es demasiado precisa para datar y constatar con seguridad esta continuidad. No obstante, tampoco existe un registro material que permita indicar que esta zona presente una evolución diferente. La pérdida de la función residencial de las uillae hispanas se constata genéricamente a nivel peninsular entre la segunda mitad del siglo V e inicios del VI, aunque solo en algunos yacimientos como Cal.lípolis, Torre de Palma o Santiesteban del Puerto se puede inferir una continuidad de ocupación de las zonas residenciales tardorromanas durante este periodo de tiempo (Chavarría Arnau 2007: 104).

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El abandono de las pars urbana de las uillae del territorio emeritense se ha datado tradicionalmente a principios del siglo V (Gorges 1979: 56-57). Sin embargo, la perdida de la función con la que fueron diseñadas durante el periodo tardorromano no significa la desaparición de la ocupación humana sino el inicio de un proceso de transformación del poblamiento rural adaptado a las nuevas condiciones políticas, económicas y sociales derivadas de la desaparición del Estado romano, de la concentración de la propiedad rural, de las nuevas formas de explotación agropecuaria y de la nueva realidad social de la clase campesina. En este nuevo marco el patrón de ocupación, derivado directamente de la realidad tardorromana, es producto de la continuidad y de la transformación del vigente durante los siglos III y IV (Cerrillo 2003: 245). El mejor ejemplo de ello se documenta en las antiguas uillae que, en este momento, ya no pueden ser entendidas en base a las antiguas definiciones clásicas. Asentamientos en los que se detecta generalmente fases de ocupación superpuestas a las tardorromanas tras la revisión de los datos arqueológicos conocidos y por las nuevas propuestas sobre la cronología de la cerámica tardoantigua. En El Pesquero, entre finales del siglo IV e inicios del V se edifican muros directamente sobre los pavimentos musivos. La información sobre esta reforma es muy vaga, aunque parece que puede relacionarse con una continuidad del hábitat en la pars urbana por una población campesina que adapta la antigua zona residencial a sus necesidades. No es posible apuntar la condición jurídica de estos residentes, si bien considerarla dependiente del antiguo dominus no parece una opción descabellada. Esta posibilidad ya fue apuntada por el excavador de El Pesquero, quien considera la posibilidad de localizar aquí un vicus (Rubio Muñoz 1991). Asimismo, la presencia de T. S. africana C y D permitiría alargar la ocupación por lo menos hasta los siglos V-VI (Aquilué Abadías 2003: 16; Beltrán Lloris 1990: 135-136). En La Cocosa, posiblemente el mejor yacimiento para conocer el proceso de cambio del mundo rural emeritense tras el final del sistema de uillae, no hay motivos para suponer que la ocupación de la zona residencial se alargue más allá del siglo V. Consecuentemente, parece lógico pensar que sea en esta centuria cuando se produzca la transformación de la fisonomía del asentamiento. La pars urbana sufre algunas modificaciones, como la reutilización del oecus como zona de habitación campesina o corral de ganado (Serra i Rafols 1952: 56). No obstante, dos edificaciones destacan por su singularidad en esta área

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(Serra i Rafols 1952: 61-72). La primera, localizada en la parte posterior del oecus, es identificada con un mausoleo construido tras al abandono de la villa. La segunda, situada al sureste del peristilo, es considerada un edificio cultural cristiano. Esta construcción, sin embargo, genera dudas en la comunidad científica debido a que la presencia de salas absidiadas y un fragmento de mango de una pátera de bronce no parecen elementos definitorios suficientes como para asegurar aquí la presencia de una basílica (Mateos Cruz 2003: 24). Así pues, el significado de este edificio está pendiente de la realización de nuevas excavaciones que ayuden a esclarecer su función. Estas dudas no se ligan al mausoleo del siglo IV situado a doscientos cincuenta metros de la pars urbana, cuya conversión en centro de culto cristiano con baptisterio no presenta dudas (Fig. 8). Entre esta basílica y la antigua zona residencial se documentaron varios espacios de producción, entre ellos uno oleícola, edificados con material reutilizado (Serra i Rafols 1952: 106-110). Anexas a estas estructuras se hallaron otras de más pobre factura en cuya construcción se emplearon fragmentos de pavimentos tardíos (Fig. 9). Así pues, solo cabe coincidir con la interpretación de J. de C. Serra i Rafols (1952: 143-146), quien señaló la transformación de la uilla en un vicus organizado alrededor de un edificio cultual cristiano. Por último, el abandono del asentamiento se data en el siglo VII ante la ausencia de material cerámico islámico. Sin embargo, esta afirmación no es muy precisa y habría que ser prudente en tal aseveración. En los ejemplos presentados se observa la transformación entre los siglos V y VI de grandes uillae en realidades aldeanas que, siguiendo las definiciones de las fuentes tardoantiguas, pueden ser clasificadas como uicus (García Moreno 1989: 205-206). Sin embargo, no existe documentación

Fig. 8. Mausoleo y posterior edificio cristiano de La Cocosa según J. de C. Serra i Rafols (1952).

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Fig. 9. Vista aérea de La Cocosa, en negro la zona donde localizaron las estructuras mencionadas (Fotografía: P. Mateos Cruz).

suficiente para asegurar este proceso como un hecho generalizado. La principal dificultad reside en definir el tipo de hábitat de la mayoría de los yacimientos. Actualmente, conocemos un número cercano a la treintena descubiertos o por medio de una prospección o una excavación arqueológica que pueden ser encuadrados dentro del periodo tardoantiguo, pero que no pueden ser clasificados dentro de una categoría definida de asentamiento. El mejor ejemplo de esta indefinición se plasma en el desconocimiento existente sobre las uillulas destruidas por un desbordamiento del río Guadiana durante el siglo VI (VPE. II, 21). El uso de este término, uillula, comienza a generalizarse en paralelo a la paulatina desaparición de uillae a partir del siglo V (Isla Frez 2000: 12). En el caso emeritense, este tipo de de hábitat puede ser entendido como la ilustración de una propiedad agraria con un centro

construido, indicativo de una realidad más pobre con respecto a la uilla pero que no puede ser entendida genéricamente como su predecesora (Isla Frez 2000: 13-14). Por lo tanto, parece probable que en el siglo VI los antiguos patrones de ocupación rural se habían transformado en otra realidad que, por ahora, solo podemos intuir a nivel general. Consecuentemente, hay que abandonar definitivamente el uso del concepto ruptura y hablar de cambio y continuidad (Cerrillo 2003; Chavarría Arnau 2007). Un discurso que encuentra buenos ejemplos en algunos yacimientos situados en los alrededores de Mérida como Royanejos (Olmedo Grajera-Vargas Calderón 2007) o Terrón Blanco (Chamizo Castro 2007). En los que ha sido posible documentar secuencias de ocupación ininterrumpidas desde el periodo romano (siglo I) hasta época emiral (siglo IX).

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A favor a esta consideración se le sumaría el conocimiento de diferentes áreas funerarias, exceptuando los conocidos mausoleos de los siglos III-IV anexos a las grandes uillae, localizadas mayoritariamente en la cuenca media del Guadiana. Los ejemplos más significativos son los de Granja Céspedes, La Picuriña, Santa Engracia, Torrebaja, Cerca de los Hidalgos, El Cuartillo y Cubillana. En estos casos no se ha podido establecer con seguridad una relación espacio-temporal segura con un lugar de habitación; salvo en los ejemplos de Torrebaja y Cubillana, que podrían relacionarse, respectivamente, con la cercana villa de La Vega o con el actual cortijo de Cubillana, donde la investigación ha situado tradicionalmente la ubicación del monasterio visigodo de Cauliana (Sastre de Diego et al. 2007: 147-148). La información aportada por estos yacimientos permite inferir algunos comportamientos generales del mundo funerario. Por un lado, la epigrafía nos informa de la paulatina introducción del cristianismo entre los siglos IV y V. Por otro lado, se observa tanto la sustitución de la onomástica latina, predominante en un primer momento, por la cristiana como la austeridad de las lápidas (Ramírez Sádaba 1994: 141-142). Además, cabe destacar el aumento de los nombres de raíz griega a partir del siglo V mientras que los de raigambre germánica se reflejan escasamente durante el siglo VII (Cerrillo 1985: 204). Por último, es posible detectar dentro de este campo del registro experiencias de vida ascética como en el caso de Pascentius, relacionadas con el proceso de cristianización del campo a finales del siglo IV e inicios del V (Sastre de Diego et al. 2007: 144-145). 2.3. LA CRISTIANIZACIÓN DEL CAMPO EMERITENSE La cristianización del campo emeritense es un proceso posterior a su aparición en la ciudad, donde sabemos gracias a una carta de Cipriano de Cartago en relación con los obispos libeláticos de Mérida y Astorga que existía una comunidad ya en el siglo III (Teja 1990), aunque no séra hasta los siglos V y VI cuando aparezcan los primeros edificios cristianos en la ciudad (Mateos Cruz 2000: 502-512). En el campo el registro material cristiano aunque abundante es difícil de interpretar tanto en su cronología como en su función. La construcción de basílicas en el territorio es un claro indicador de la cristianización de la sociedad rural; al constituirse en centros desde los que se organizará la evangelización, se combatiran las herejías y las pervivencias paganas y se reforzaran las fronteras entre las

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diócesis. Por otro lado, actuaran como puntos de recaudación de sus obispos ya que aquí se recibirían parte de las donaciones realizadas por los fieles y propietarios. Ejemplo de este proceso se ha documentado en la cristianización del mausoleo de La Cocosa (Fig. 8). El registro material disponible no permite datar con seguridad el momento de cambio de función del edificio, aunque la datación del mobiliario litúrgico aproxima la cronología a los siglos VI y VII (Sastre 2005: 105-106). Al este de la basílica se adosó, posteriormente, una crujía de tres habitaciones localizándose en la central una piscina bautismal, mientras que al oeste se identificaron diferentes estancias interpretadas en conjunto como un área de habitación. Esta segunda fase es interpretada por J. de C. Serra i Rafols (1949: 115) como prueba de la conversión de este espació de privado a público debido a un aumento de la veneración de un posible mártir o santo enterrado aquí. La transformación de la uilla de Torre Águila es datada por su excavador entre el final del siglo V e inicios del VI, quien no asocia este cambio a nuevas funciones de residencia o de producción agropecuaria sino a la construcción de un lugar de culto y a la instauración de un área funeraria. F. G. Rodríguez Martín (1988: 218-219) identifica en la pars urbana un edificio unitario formado por dos estancias contrapuestas coronadas por ábsides y que interpreta como edificio cultual cristiano. Idea que considera reforzada por la presencia de la necrópolis anexa que divide en dos fases diferentes: i) datada en el siglo VI y ii) datada en el siglo VII . Esta propuesta es puesta en duda, actualmente, por parte de la comunidad científica, ya que no hay elementos definitorios que permitan identificar una basílica rural sobre la antigua zona residencial (Mateos Cruz 2003: 117; Chavarría Arnau 2007: 262). Por otro lado, la datación del edificio cultual en el siglo IV (Rodríguez Martín et al 2000: 400-401) no tiene ningún fundamento material que permita asegurar tal propuesta. Por último, la fase final de Torre Águila se corresponde con su reconversión en una alquería en el siglo VII hasta su abandono definitivo en el siglo IX (Rodríguez Martín 1988: 219). Edificios de carácter cultual han sido documentados sin relación con uillae, aunque en estos casos poseemos poca información sobre el tipo de poblamiento al que estaban ligados. A pesar de esto, es posible en el caso de la basílica de Casa Herrera interpretar este edificio como el centro de una comunidad laica, descartada ya su interpretación como monasterio (Ulbert 2003: 72). Esta idea toma

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fuerza a la luz de los resultados obtenidos en las diferentes excavaciones practicadas en el entorno inmediato a la iglesia en 1987 (Ulbert 1991) y 20073 (Fig. 10) (Cordero Ruiz y Sastre de Diego 2010).

Fig. 10. Estructuras documentadas en la excavación realizada en Casa Herrera durante al año 2007.

La cercana basílica de San Pedro de Mérida presenta un ejemplo similar al anterior una vez desechada su clasificación como monasterio (Arbeiter 2003: 76). La interpretación como centro religioso de una comunidad rural asentada en las cercanías no parece descabellada, especialmente si tenemos en cuenta que el edificio representa la continuidad con el poblamiento de época romana tal y como se infiere de los numerosos restos de esta etapa localizados en sus cercanías (Almagro Basch y Marcos Pous 1958). La iglesia de Valdecebadar, probablemente, también, podría considerarse dentro de esta categoría. En las recientes excavaciones al sur del edificio se han descubierto los restos de dos posibles casas (Ulbert y Egger 2006: 234-235). La falta de una estratigrafía clara impide, por ahora, definir su función y su cronología, aunque cabe destacar que éstas son similares a las estructuras tardoantiguas documentadas en el entorno inmediato de Casa Hererra (Ulbert y Egger 2006: 236).T. Ulbert y C. Egger (2006: 252) consideran a la basílica como el centro religioso de los asentamientos rurales de los alrededores entre los siglos VI y VII. Por otro lado, no ha sido posible establecer el momento de abandono del edificio. La basílica de Ibahernando presenta unas características similares, aunque,

3 En este año se ha llevado a cabo una nueva excavación arqueológica bajo la dirección de Tomás Cordero e Isaac Sastre cuyos resultados, todavía en fase de estudio, presentan claras similitudes con los datos obtenidos por el Dr. T. Ulbert en 1987.

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en este caso, ha sido posible matizar tanto su carácter privado como su función como foco religioso de una pequeña comunidad (Cerrillo 1983: 137). De todas las iglesias analizadas y excavadas del espacio estudiado solo Santa Lucía del Trampal posee los elementos suficientes para ser considerada un monasterio; algunos de los elementos que según sus excavadores definen tal categoría son la ausencia de un baptisterio en el interior del edificio y un crucero y un coro bien delimitados. Los monjes, alojados en el espacio existente entre el aula y el santuario, se ocuparían de la explotación de los recursos naturales de la zona (Caballero y Arce 1999). La cronología de construcción de estos edificios se data mayoritariamente en el siglo VI (Casa Herrera, San Pedro de Mérida, Valdecebadar) y solo Ibahernando (siglo VII) y Santa Lucía del Trampal (segunda mitad del siglo VIII) presentan una datación posterior. Así pues, es plausible considerar el campo emeritense ya fuertemente cristianizado en el siglo VI. Una apreciación que coincide con la datación de la mayor parte de las piezas escultóricas y epigráficas halladas en el territorio (Cruz Villalón 2003: 265-267; Ramírez Sádaba 2003: 288). No obstante, aunque estos materiales aportan una valiosa información casi todas carecen de un contexto arqueológico claro que permita sacar más conclusiones. Aunque la concentración en la cuenca media del Guadiana podría relacionarse con una mayor presencia de edificios de culto en este espacio que todavía no han sido detectados. 3. EL TERRITORIO EMERITENSE DURANTE EL PERIODO OMEYA La instauración del emirato Omeya por ‘Abd alrah.mān I en el año 756/138 da inicio a toda una serie de reformas que afectaran a la administración territorial de al-Andalus y, también, a la emeritense. Sin embargo, no poseemos datos concretos de este periodo y solo tras la proclamación del Califato (929/316) empezamos a disponer de noticias referidas a la kūra de Mārida. Sin embargo, probablemente, ésta ya había sido configurada durante el siglo anterior. Al inicio de la presencia islámica las demarcaciones administrativas van a ser un reflejo del periodo anterior, donde las ciudades (mudūn) seguirán actuando como principales ejes vertebradores. En el tránsito del siglo VIII al IX se agudiza la progresiva islamización y arabización de la sociedad instalada en el territorio maridí, coincidiendo

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con un nuevo modelo de asentamiento rural basado en la reutilización de las antiguas instalaciones agropecuarias. Estas pequeñas alquerías están en relación con los antiguos núcleos urbanos (Mérida, Medellín) y asentamientos en altura (Santa Cruz de la Sierra, Benquerencia de la Serena). La mayoría de los yacimientos expuestos en este análisis se sitúan próximos a Mārida o en lugares estratégicos de su kūra. Estas alquerías parecen que guardan una estrecha relación económico-social con el poder establecido, según indica el estudio de los materiales cerámicos y los hallazgos numismáticos. No obstante, por el contrario, se considera que los asentamientos en altura, los h.us.ūn de las fuentes árabes, se desarrollan de espaldas a la administración territorial omeya durante buena parte del siglo IX (Guichard y Mischin 2002: 177-187). Las fuentes islámicas no ofrecen dudas sobre el elevado número de tribus procedentes del norte de África (bereberes) repartidas por buena parte del actual territorio extremeño, asentadas en las confluencias de las vías de comunicación, ríos y afluentes (Franco Moreno 2005: 39-50), especialmente en la zona septentrional y meridional de la actual comunidad extremeña (Fig. 11). Mientras que el espacio más occidental parece corresponderse con población mayoritariamente muladí (muwallādun). Los escasos estudios arqueológicos llevados a cabo en los asentamientos conocidos son insuficientes para encontrar diferencias que permitan adscribirlos a un grupo social determinado. Así pues, no podemos conciliar las fuentes documentales, que nos informan sobre la localización de las diferentes tribus bereberes asentadas en la Kūra de Mārida, con yacimientos concretos. 3.1. EVOLUCIÓN DE LOS ASENTAMIENTOS RURALES EN LA KŪRĀ DE MĀRIDA EN EL TRÁNSITO DE LOS SIGLOS VII AL IX

En este análisis nos centramos en seis asentamientos rurales concretos, donde contamos con un registro material completo a pesar de que su conocimiento procede de intervenciones de urgencia, relacionados con centros de mayor entidad como h.us.ūn y mudūn. Los yacimientos presentados son las alquerías de Terrón Blanco (Mérida), Dehesa de Royanejos-Los Baldíos (Mérida), Pozo de la Cañada (Guareña), Cerro de las Baterías (La Albuera), y los h.us.ūn de Santa Cruz de la Sierra, Medellín y Benquerencia de la Serena (Badajoz).

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Terrón Blanco Los restos más antiguos documentados se corresponden con parte de una instalación rural altoimperial, espacio que tras su abandono y amortización fue utilizado como área funeraria que ha podido ser datada a caballo entre los siglos VII y VIII. Las inhumaciones más significativas de este periodo, con orientación noroeste-sureste, son un enterramiento en cista, donde se documentó una ollita como deposito fechada en el siglo VIII, y una sepultura infantil, en la que se hallaron dos pendientes de aro con un aplique troncocónico de bronce también del siglo VIII (Chamizo de Castro 2007: 69). En las cercanías de esta área funeraria se documentan restos adscritos al periodo central del emirato (s. IX), en los que podemos apreciar una cierta organización urbanística en la zona residencial. El yacimiento está dividido en las zonas 1, 3, y 4 (Fig. 12). En la número 3 se disponen más estancias dedicadas a vivienda, mientras que la número 1 parece más indicada al uso como almacén y zona industrial ya que consta con dos hornos cerámicos. En uno de ellos aparecen numerosos fragmentos de ollas, tinajas, cangilones, barreños, fuentes, etc, datados en el siglo IX. La ocupación emiral continua si no de manera continuada al menos en etapas alternas hasta el siglo X, momento en que se fecha su abandono definitivo en época califal (Chamizo de Castro 2007: 73). Dehesa Royanejos-Los Baldíos Estos restos se localizan junto al trazado de la antigua N-630 en su tramo Mérida-Cáceres. Los vestigios más antiguos se corresponden con una serie de estancias dispuestas en batería e identificadas con los restos de la pars urbana de una villa datada entre los siglos III y IV. A esta fase también se adscribe un estanque construido con opus caementicium. No existe constancia de hábitat en época visigoda, únicamente se pueden adscribir a este etapa un horreum y cuatro inhumaciones de cista correspondientes a los siglos VII y VIII (Olmedo y Vargas 2007: 40-41). En el siglo IX la ocupación de este asentamiento, convertido en una qarya, está constituida por un reducido número de viviendas y dependencias –normalmente de una deficiente calidad constructiva– en las que debían habitar familias vinculadas por lazos tribales de tipo clánico, dedi-

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Fig. 11. Mapa de los diferentes asentamientos y tribus bereberes distribuidos en la kūra (siglos IX-X).

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distintas dependencias presentan suelos similares compuestos por fragmentos de material latericio o bien consistentes en placas circulares de arcilla. Puede que con anterioridad a la construcción de estas viviendas se asistiera a la nivelación del terreno en bancales o terrazas, debido a que algunos muros presentan una mayor consistencia que otros tanto en fábrica como en aparejo. El estudio cerámico permite datar el abandono de este asentamiento en el tránsito del siglo IX al X (Olmedo y Vargas 2007: 43). (Fig. 14)

Fig. 12. Planta de los restos de época emiral documentados en el yacimiento de Terrón Blanco.

cadas a la explotación de un espacio agrícola sin depender social ni económicamente de un señor. La planta de las viviendas presentan formas irregulares, tanto trapezoidales como rectangulares, con unas dimensiones que oscilan entre los 12.90/7.90 m de largo y los 5/3 m de anchura (Fig. 13). Los paramentos se apoyan sobre las margas arcillosas y no presentan fosa de cimentación. Las

Fig. 13. Zona de habitación documentada en el yacimiento de Royanejos-Los Baldíos (fotografía: CC.MM).

Fig. 14. Cerámica emiral documentada en el yacimiento de Royanejos-Los Baldíos según A. Olmedo y J. Vargas (2007: 43).

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Pozo de la Cañada En este punto se localiza una uilla romana con una cronología datada entre los siglos I y V, con una posterior fase de ocupación datada entre los siglos VI y VII, pasando a conformarse definitivamente como una qarya entre los siglos VIII y IX (Heras y Gilotte 2008: 51-72). Los vestigios más importantes documentados para época emiral se corresponden con una estancia de 8 x 4.5 m, con una cimentación de doble paramento de bloques unidos por tierra, que no pudo ser definida en su totalidad. En esta estancia se conservan dos silos en el que se hallaron una gran cantidad de diferentes materiales de carácter doméstico (Fig. 15). Este establecimiento se localiza en un área densamente poblada en época tardorromana (Heras y Gilotte 2008: 52-53). Además, también, el hallazgo de piezas escultóricas de carácter litúrgico de la etapa visigoda permite plantear la probable existencia de una basílica rural en las proximidades del yacimiento (Cerrillo y Heras 2007:43). El aban-

Fig. 15. Cerámica tardorromana y emiral hallada en el Pozo de la Cañada según F. J. Heras y S. Gilotte (2008: 72).

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dono definitivo del sitio se produce en la segunda mitad del siglo IX. Cerro de las Baterías4 Con motivo de la obras de infraestructura viaria desarrollada en la población pacense de La Albuera, a escasos 25 km de Badajoz, se ha documentado un poblado altomedieval datado entre el siglo VIII y el último tercio del siglo IX. La intervención se dividió en dos zonas diferentes: Zona 1 y Zona 2, separas artificialmente por el desmonte del vial (Fig. 16). Zona 1 En esta área se han documentado 26 silos excavados en el caleño, reutilizados todos ellos como basureros una vez perdida su función original. También aparecen subestructuras excavadas en el caleño cuya función no ha podido ser definida debido su mal estado de conservación. En relación con estas construcciones se halló una tumba de inhumación de culto cristiano En la cota más elevada se han podido documentar cimentaciones a base de muros de cantos rodados trabados con tierra. Éstos han sido interpretados como pertenecientes a un edificio con dos ambientes separados y sin puestas que lo comunicaran. Cabe señalar que una vez arruinada esta edificación –en el derrumbe se constata un gran porcentaje de tegulae– se escavan 3 silos sobre sus ruinas. El material cerámico recuperado en los silos es de buena factura y presenta las siguientes características: a) elevada presencia de cerámicas realizadas a torneta o a mano, b) predominio de cocciones irregulares en ambientes reductor, c) abundancia de desgrasantes poco decantados, d) ausencia total de vidriados, e) bordes almendrados y biselados, f) bandas pintadas en blanco, g) escasa presencia de decoraciones y formas propias del periodo «paleoandalusí». La cronología de estos materiales se retrotrae a los siglos VIII y IX, abundando los cántaros, cantarillos y ollitas globulares abiertas con carena (Fig. 17). Todos ellos similares a los estudiados en 4 Agradecemos al arqueólogo D. José Manuel Márquez Gallardo, responsable de la excavación de este yacimiento, la información puesta a nuestra disposición de manera desinteresada. El informe para su consulta se encuentra depositado en la Dirección General de Patrimonio de la Consejería de Educación y Cultura de la Junta de Extremadura.

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Fig. 16. Planta de los restos hallados en el Cerro de las Baterías.

Mérida (Alba y Feijoo 2001: 329-375) y Santa Lucía del Trampal (Caballero y Sáez 1999). Zona 2 En esta zona se excavaron un total de 56 silos, sus características son similares a los de la zona 1 aunque con una tipología diferente, en vez de formas globulares presentan sección en «V». Éstos últimos han sido asociados con la última fase de ocupación del yacimiento. También aparecen numerosos agujeros de poste, en algunos casos se pueden relacionar con soportes techumbres y en otros forman alineaciones identificadas con los restos de vallas, posiblemente entrelazadas con material vegetal.

A diferencia de la Zona 1 aparecen cimentaciones de dos tipos: a) de cantos rodados como los descritos en la zona 1, b) de piedras de mayor tamaño, fábrica documentada también en algunas cimentaciones de edificios excavados en Mérida y datados en los siglos VIII-IX (Alba y Mateos 2006: 372-379). Todos los muros tienen zócalo de piedra y debían presentar un alzado de tapial. El mortero utilizado tanto para los tapiales como para los enlucidos debió ser de tierra y, también, debió utilizarse en el enjalbegado final de las fachadas. La colocación central de agujeros de poste, al menos en una de las estancias, indicaría la utilización de cubiertas a dos aguas rematadas, a su vez, por una techumbre de tegulae. La aparición en la Zona 2 de elementos de tradición tardorromana nos lleva a pensar que o bien

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Fig. 17. Pieza cerámica datada en la segunda mitad del siglo IX procedente del Cerro de las Baterías. (Foto M.A.P.B.)

contamos con dos fases continuadas de ocupación desde época tardovisigoda hasta época emiral o bien se da una pervivencia durante la novena centuria de elementos de tradición visigoda. El momento de mayor ocupación del poblado se desarrolla durante el siglo IX, centuria en la que se fecha la mayor parte del material cerámico que, además, presenta clara similitud con el documentado en Córdoba para este periodo (Fuertes Santos e Hidalgo Prieto 2003). Este hecho nos lleva a pensar en el mantenimiento de contactos comerciales con la capital del emirato hasta el mismo momento de la desaparición del asentamiento, propiciado por su proximidad a la vía que unía a esta ciudad con el oeste peninsular y que cobrará especial protagonismo tras la fundación de Badajoz. Otros asentamientos que nos trasmiten información sobre este periodo son las alquerías asociadas a las fortificaciones situadas en altura, de los que destacamos los h.us.ūn de Santa Cruz de la Sierra, Benquerencia de la Serena y Medellín (Madalīn). De los ejemplos propuestos, tanto el de Santa Cruz de la Sierra (h.is.n Sant Aqrūŷ), bien recogido por la historiografía árabe, como el de Benqueren-

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cia de la Serena están relacionados con alquerías o espacios domésticos agrícolas y sus correspondientes área funerarias (maqābir). Los restos cerámicos analizados vienen a confirmar que ambos asentamientos se encontraban habitados desde el primer tercio del siglo IX, llegando su fase de ocupación hasta la conquista cristiana acaecida a mediados del siglo XIII. En Santa Cruz de la Sierra las labores de prospección arqueológica han podido contabilizar varias plataformas adaptadas a la escarpada orografía del sitio y ocupadas por estructuras, posiblemente, de carácter doméstico. Destaca, también, la presencia de un aljibe excavado en la roca, estructura habitual en este tipo de asentamientos fortificados. En la cima del cerro debió de hallarse el núcleo mejor fortificado del recinto, en esta área se detectan vestigios de construcción de carácter poliorcético. Este h.is.n tendría desde época romana una función de control y vigilancia de la cercana calzada que unía Toledo con Mérida. La ocupación del periodo andalusí se desarrolla a partir de la cota de los 700 m, nunca más abajo, siempre buscando apoyos en lo más enriscado del terreno y la solana del cerro (Piedecasas et al. 2005: 189-201). El registro cerámico hallado en superficie abarca desde época romana altoimperial hasta el periodo almohade (Gilotte 2010: 231-242). En la zona intermedia del cerro se localiza una maqbara que consta de unas decenas de enterramientos claramente identificados con sus cipos, al igual que los empleados en las maqābir de la madīna de Vascos y sobresaliendo por su número los infantiles y algunos dobles. Otro espacio funerario más extenso que el anterior se dispone tras atravesar un pequeño valle cerrado, en este lugar se pueden observar diferentes tumbas en número de decenas. Una tercera maqbara de menores dimensiones se localiza al este del cerro, en las cercanías del sitio donde posiblemente se concentrara la mayor parte de la población (Piedecasas et al. 2005: 190). El cerro de Santa Cruz presenta unas condiciones visuales inmejorables, contactando con otros h.us.ūn y burūŷ de Cáceres, Montánchez, Magacela, Medellín y algún otro intermedio que no ha llegado hasta nuestros días. Pero sin duda el mejor enlace visual lo tiene con el Turğāluh de las fuentes árabes, de Trujillo, que durante el tránsito de los siglos IX al X debió representar también un núcleo de población insumisa al poder cordobés. M. Acién (1989: 140) considera que este tipo de asentamientos pueden definirse como un ma‘quil, lugar fortificado de forma natural que aprovecha la configuración que ofrece el terreno y

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Fig. 18. Planta de los restos documentados en Benquerencia de la Serena.

que comparte rasgos con los denominados h.us.ūn refugio. Por otro lado, E. Manzano (1991) recoge algunos de estos asentamientos para el periodo emiral en el espacio de frontera conocido como Tagr al-ŷawf o al-adnà. Estas zonas estaban habitadas por grupos muladíes y bereberes insumisos al poder cordobés, que con toda probabilidad ya se habían encastillado debido a las razzias dirigidas por los ejércitos emirales durante la segunda mitad del siglo VIII (Manzano 1991: 192-204). En Benquerencia de la Serena se ha constatado un espacio reservado a una maqbara y restos de carácter doméstico asociados a la fortaleza en altura (Franco y Palma 2006). En las excavaciones de urgencia realizada en el año 1994, próxima a la carretera que enlaza Castuera con Cabeza del Buey, se documentó parte de un área funeraria de época emiral (zona B). Las características principales se definen por las posición de los cuerpos en decúbito lateral y orientados hacia oriente. Cabe destacar que estos enterramientos fueron posteriormente amortizados por estructuras de carácter doméstico ―habitaciones o salones― datadas en época califal (Zona A) (Franco y Palma 2006: 589-605). Esta área funeraria y las estructuras posteriores documentadas se relacionan con el inmediato castillo de Benquerencia de la Serena, fortificación que controlaría la ruta que unía Mérida con la llanura cas-

tellano-manchega y Córdoba en relación con los cercanos h.us.ūn de ‘Umm-Gazzala (Magacela), Aŝbarraguzza Al-Ars (Esparragosa de Lares), Mada’īn o Madalīn (Medellín) (Hernández 1960: 313). Este emplazamiento se situaría en los límites de la Kūra de Mārida con otras circunscripciones administrativas omeyas, Fah.s. al-Ballūt. –en la actualidad la Comarca de los Pedroches– y Firrīs.h –sierra norte de Sevilla– (Valencia 1988). Durante las recientes excavaciones en el teatro romano de Medellín se ha constatado una importante ocupación humana datada entre los siglos VIII y X. La nueva documentación material permite enlazar esta ocupación con la fortaleza que corona el cerro de Medellín, cuya fábrica destaca por la importante cantidad de materiales reutilizados procedentes del edificio de espectáculos romano, especialmente en el frente septentrional de la muralla (Gurriarán y Márquez 2005: 55-61). Además la técnica constructiva es prácticamente igual a las documentadas en las fortificaciones de Vascos, Toledo y Talavera (Martínez y Piedecasas 1998: 71115). De otro lado, la cerca que delimitaría todo el cerro está constituida por un potente lienzo de tapial y adobe que datamos entre los siglos IX y X y al que se le conecta la muralla bajomedieval. En los silos excavados en el frente escénico del teatro, una vez que éste fue amortizado, se

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ha documentado una importante cantidad de cerámica emiral y califal. Éstos, además, han podido relacionarse con diferentes estructuras de carácter doméstico y que interpretamos como parte de un conjunto de alquerías que debieron levantarse en toda la ladera meridional del cerro. En el repertorio cerámico recuperado destacan las piezas de cocina y los contenedores de agua, con múltiples marcas paralelas de torneado en el interior y relativamente ligeras de peso. En la tipología relacionada con el agua las superficies aparecen tratadas con almagra en su interior, predominando las secciones o perfiles en «S» en ollas, jarras y cántaros, mientras que los bordes engrosados se observan en baños, lebrillos y barreños al igual que en los tipos documentados en Mérida (Alba y Feijoo 2001: 328-375) (Fig. 19). Otro conjunto importante de periodo emiral es el representado por el menaje cerámico para la preparación y consumo de alimentos, seguidos por los utilizados para su uso en el fuego. Además, cabe destacar que las características tecnológicas de estos tipos cerámicos coinciden plenamente con las documentadas en Mérida (Alba y Feijoo 2003: 483-504). En conclusión, cabe destacar la constatación de una continuidad de ocupación entre el altoimperio y el periodo emiral de al-Andalus en la mayor parte de los establecimientos analizados. No obstante, por ahora, es difícil determinar con exactitud la densidad de poblamiento de los mismos y el grado de continuidad en el tiempo. Fuentes consultadas al-Bakrī, Kitāb al masālik wa-l-mamālik. trad. notas Vidal, I. Zaragoza, 1982.

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EL TERRITORIO TARDOANTIGUO Y ALTOMEDIEVAL EN EL SURESTE DE HISPANIA: EIO – IYYUH COMO CASO DE ESTUDIO POR

SONIA GUTIÉRREZ LLORET1 IGNASI GRAU MIRA1 Sin duda, una de las asignaturas pendientes del estudio de la Alta Edad Media en el Tolmo de Minateda pasa por salir de sus murallas y estudiar su territorio urbano y, como tal, constituye una de las perspectivas futuras de investigación ABAD, GUTIÉRREZ, GAMO Y CÁNOVAS, 2008: 334

RESUMEN Estudiamos las evidencias de la ocupación tardoantigua y altomedieval en el entorno de la ciudad de Eio-Iyyu (El Tolmo de Minateda, Hellín, Albacete). Mediante el reconocimiento superficial del terreno y la revisión de los materiales arqueológicos se propone la caracterización del poblamiento entre los ss. VII d.C. y IX d.C. El análisis ofrece una ocupación densa en la que empiezan a reconocerse espacios campesinos agregados que podría corresponder a aldeas campesinas. ABSTRACT In this paper we study the evidences of the Late Antiquity and Early Medieval settlement corresponding to the ancient town of Eio-Iyyu (El Tolmo de Minateda, Hellín, Albacete Province, Spain). We propose a characterization of the settlement pattern in the study area between 7th to 9th AD cents. on the basis of archeological surveys and archaeological record. The analysis shows a dense occupation, in which is possible to observe the emergence of early peasant villages.

1. EL TOLMO DE MINATEDA: DE LA CIUDAD AL TERRITORIO2 Las palabras que preceden este trabajo, entresacadas de una reciente reflexión colectiva sobre el pa-

1 Àrea d’Arqueologia. Universitat d’Alacant. Ap. Correus 99. 03080. Alacant. 2 Este artículo se ha realizado en el marco del proyecto de investigación HAR2009-11441 (Lectura arqueológica del uso social del espacio. Análisis transversal de la protohistoria al Medievo en el Mediterráneo occidental) del MICINN. Queremos agradecer los datos y aportaciones proporcionados por Blanca Gamo Pa-

sado y futuro del proyecto arqueológico desarrollado en El Tolmo de Minateda, reflejan nuestra intención al acometerlo. Dos décadas de investigación arqueológica sistemática han permitido materializar una ciudad altomedieval –identificada con la visigoda Eio y la musulmana Iyyuh– de magnitud insospechada e inusitada importancia en el marco de la geopolítica y la historia del sudeste de Hispania entre los siglos VII y IX. El trabajo de estos años se ha centrado preferentemente en el corazón urbano y urbanizado de la ciuitas episcopal eiotana –en su centro de representación ideológica, en sus murallas, en sus barrios o en sus cementerios– pero durante este tiempo los invisibles caminos de ese laberinto que es la investigación, nos han empujado en numerosas ocasiones a asomarnos al territorio que la define. Las secuencias estratigráficas han permitido documentar los contextos materiales de los siglos VII, VIII y IX, y han proporcionado instrumentos de reconocimiento cronológico relativamente fiables para abordar el estudio de los numerosos indicios de poblamiento rural correspondientes a la Alta rras, directora del Museo de Albacete; Javier López Precioso, director del Museo Comarcal de Hellín; Pablo Cánovas, Director del Parque Arqueológico del Tolmo de Minateda y Maria Teresa Rico, Jefa de Servicio de la delegación de Educación, Ciencia y Cultura de Albacete. Algunos datos concernientes a la localización, cronología y materiales de los yacimientos estudiados proceden del Documento de Protección del Patrimonio Arqueológico del municipio de Hellín, de la Consejería de Educación y Cultura de la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha, realizada por la empresa Largadata. El proyecto Tolmo de Minateda está autorizado y financiado por la Dirección General de Patrimonio, Turismo y Museos, de la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha.

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Edad Media. Materiales y asentamientos de imposible adscripción hace apenas unas décadas resultan ahora reconocibles como visigodos o emirales, permitiendo la comprensión de las estrategias de ocupación y explotación del territorio rural. No obstante, queremos dejar constancia de que nuestra reflexión debe mucho a los trabajos pioneros de reconocimiento superficial y catalogación de restos abordados en el marco de las primeras «cartas arqueológicas» y prospecciones realizadas en la década de los años ochenta y los primeros noventa,3 que han localizado y dado a conocer muchos de los asentamientos aquí tratados. En segundo lugar es necesario advertir que nuestro trabajo es una primera aproximación a la problemática del poblamiento rural y que, en rigor, está lejos de constituir un verdadero estudio del dominio territorial tardoantiguo y altomedieval de la ciudad de Eio-Iyyuh. Somos conscientes, en la línea de lo señalado por Alfonso Vigil-Escalera (2007: 226-7), de que cualquier intento de caracterización del poblamiento y los territorios rurales que abordemos no cuenta con repertorios arqueológicos lo suficientemente explícitos que lo sustenten, puesto que con excepción de los datos procedentes del centro urbano del Tolmo, la información gestionada procede exclusivamente de reconocimientos superficiales o, a lo sumo, de intervenciones arqueológicas puntuales y de «salvamento». En previsión de este handicap hemos intentado centrar nuestro análisis sobre unidades geográficas concretas, cuyas características permitían observar secuencias largas de ocupación y proponer eventuales explicaciones aplicables a territorios rurales semejantes. Por último, queremos recordar que la instalación de una entidad urbana visigoda –la ciuitas de Eio– de orden estratégico y administrativo se puede entender como perduración de una entidad jurídica previa: el municipium romano que había adquirido tal condición en época augustea, pero no como continuidad física y real –más allá del obvio solapamiento topográfico– ya que dicha entidad urbana había decaído, hasta casi desaparecer, en época bajoimperial. Esta peculiar cesura y la caracterización de la comarca natural del Tolmo como un espacio geográ3 En especial y sin ánimo de ser exhaustivos queremos destacar la primera prospección sistemática de la comarca realizada por J. F. Jordán Montes en su memoria de licenciatura sobre La Prehistoria en la Comarca de Hellín-Tobarra (1981) y los trabajos sucesivos de J. F. Jordán, S. Ramallo y A. Selva (1984); J. López Precioso, J. F. Jordán y J. C. Martínez Cano (1984); J. F. Jordan (1992); J. López Precioso (1993); Mª T. Rico, J. López Precioso y B. Gamo, 1993 o Mª T. Rico (1996), entre otros.

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fico heterogéneo y fragmentado, impide reconocer, si es que alguna vez lo hubo, un territorium romano cohesionado; al tiempo que permite, en contrapartida, una visibilidad inusitada de las formas de ocupación altomedievales, inaprehensible en otros espacios rurales intensamente «romanizados». Nuestra intención es lograr que ciertas formas de poblamiento rural, en su mayoría novedosas respecto al poblamiento rural de origen altoimperial, dejen de ser opacas, a fin de comenzar a diseñar estrategias de investigación arqueológica capaces de explicar la construcción de los nuevos paisajes rurales tardoantiguos y medievales, planteando en último lugar los temas de una futura discusión. 2. CARACTERIZACIÓN DE LA COMARCA DE HELLÍN-TOBARRA El dominio territorial de la ciudad de Eio se extendería por la comarca albaceteña de Hellín-Tobarra, situada en el sector suroriental de la provincia de Albacete y en contacto con la región de Murcia (Fig. 1). Esta unidad geográfica se halla en el límite meridional de la Mancha y las cadenas Prebéticas, abriendo paso hacia la llanura murciana, con la que enlaza principalmente por el valle del Segura. Su ubicación a caballo entre la Submeseta Sur y las costas orientales de la Península Ibérica, de un lado, y entre los altiplanos murcianos y las serranías de Segura y Alcaraz, de otro, le confiere un carácter de espacio charnela entre dominios geográficos diversos. Por consiguiente, el carácter transicional de la región de estudio se traduce en dos elementos básicos, que tendrán especial incidencia en la estructuración territorial antigua: por una parte encontramos una gran variedad de paisajes derivados de la zonificación de los dominios descritos; por otra, destaca la importancia de los corredores de comunicaciones que enlazan las distintas unidades geográficas en el ámbito regional. En lo que respecta al dominio geomorfológico variado, se evidencia principalmente en la diversidad de las alturas medias, que oscilan entre los niveles mínimos de aproximadamente 300 m del sector meridional, en la confluencia de los cursos fluviales del Mundo y Segura, y los aproximadamente 600 m de la zona norte. Esta basculación norte- sur se complementa con una variación entre zonas de llanura y lomas onduladas en los sectores centrales de la comarca hasta los relieves periféricos. De esta forma, desde el corredor central del arroyo de Tobarra los terrenos ascienden hasta for-

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Fig. 1. Área de Estudio con los asentamientos citados en el texto y los principales rasgos geográficos.

mar relieves suavizados como la sierra de Cabeza Llana, o sierras abruptas como la de los Donceles. En lo relativo a los corredores viarios, cabe destacar las posibilidades de comunicación en sentido norte-sur, facilitadas por el eje del Segura que permite la comunicación fluida desde la costa del sud-

este peninsular hasta la zona de Hellín. Una vez en el interior de la comarca, el mismo sentido surnorte sigue el valle de Tobarra lo que permite la continuidad de los corredores de comunicación hacia tierras interiores/centrales. Los desplazamientos en sentido este-oeste se ven condicionados

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por la existencia de una serie de relieves montañosos, entre los que se abren los valles del Segura y el Mundo hacia las serranías del Alto Guadalquivir. Por el Este se encuentran algunos corredores que permiten el tránsito hacia la planicie de Jumilla por la rambla del Judío o hacia el noreste por el valle de Vilches. En definitiva, la región de estudio se define como un espacio geográfico heterogéneo y fragmentado, en el que tanto nichos cerrados como corredores de comunicación tuvieron una gran importancia en la estructuración de las ocupaciones humanas pretéritas. 3. EL ESPACIO GEOPOLÍTICO La definición del espacio geopolítico del Tolmo tiene mucho que ver con su refundación urbana a fines del s. VI d.C., en el marco del conflicto grecogótico, y está condicionada por el avance visigodo y el retraimiento bizantino hacia el entorno de la capital Carthago Spartaria (Cartagena). La importancia estratégica del Tolmo, enclavado precisamente en el principal eje de comunicación entre Toletum, sede regia visigoda, y la propia Carthago Spartaria, unida a la necesidad de administrar los territorios paulatinamente incorporados en su avance, explican en buena medida su reviviscencia urbana. Esta reorganización de los territorios conquistados tuvo como consecuencia la erección a principios del siglo VII de dos nuevas diócesis en el sudeste peninsular: Eio, creada para administrar la parte de la diócesis de Ilici (La Alcudia, Elche) que estaba en manos visigodas, y Begastri, que suplantó a Carthago Spartaria en la administración de sus territorios más occidentales (Vives, 1961).4 Esta in-

4 Las sedes episcopales de Begastri y Eio (o Elo, según las distintas versiones de las signaturas conciliares) se atestiguan por vez primera en un concilio provincial de la Cartaginense celebrado en Toledo el 23 de octubre del 610 –la Constitutio Carthaginensium sacerdotum– que supuestamente refrenda el Decretum de Gundemaro dado en confirmación de los derechos metropolitanos de la sede toledana sobre la provincia cartaginenese; este controvertido Sínodo de Gundemaro contiene la primera mención de obispos de ambas sedes: Vicentius, consagrado como obispo de Begastri entre los años 609 y más probablemente el 610, y Sanabilis consagrado como obispo de Eio antes del 23 de octubre del 610, fecha de la Constitutio. Esta última sede vuelve a mencionarse a lo largo del siglo VII con ocasión de varios concilios toledanos –el VII (646), el XI (675) y posiblemente el XV (688), siempre asociada al obispado de Ilici (Abad, Gutiérrez et alii, 2008: 325).

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usual decisión5 puede explicarse precisamente por la gran extensión territorial de las diócesis de Ilici y Carthago Spartaria, que debían penetrar profundamente en el interior de la provincia Carthaginensis, limitando por el norte con, al menos, las diócesis de Dianium, Saetabis, Valeria y quizá Segobriga, y por el sudeste con Basti y probablemente con Biatia o Castulo y Oretum. (Fig. 2). Los territorios más occidentales de ambas diócesis, precisamente aquellos conquistados por los visigodos, quedaban igualmente alejados de todas las sedes episcopales circundantes y en ocasiones separados físicamente por significativos accidentes topográficos que dificultarían la comunicación, como ocurre por ejemplo con las sedes de Castulo, Biatia, Mentesa y Acci, situadas al otro lado de la montuosa Orospeda.6 Aún siendo Saetabis y Basti probablemente las más cercanas y mejor comunicadas con respecto a Ilici y a Carthago Spartaria respectivamente, las diócesis resultantes de la incorporación del territorio segregado serían demasiado extensas e incómodas de administrar, desde cualquiera de las antedichas cátedras. Desde esta perspectiva, la decisión de crear dos nuevas sedes, limítrofes y cercanas a las antiguas, respondía a una lógica geopolítica dirigida a racionalizar la administración de un territorio extenso y los emplazamientos elegidos debían reunir las condiciones estratégicas y de viabilidad requeridas (Gutiérrez, Abad y Gamo, 2005: 363 ss.). Ambas cabezas diocesanas se ubicaron en la periferia oriental de la Orospeda, ya plenamente incorporada al dominio visigodo, controlando desde sus emplazamientos importantes vías de penetración y en su caso hostigamiento, hacia el territorio de Cartagena. Para ello se eligieron dos centros urbanos con un gran valor estratégico: Begastri, el Cabezo Roenas en Cehegín (Murcia), una ciudad romana todavía habitada junto al río Quipar, y Eio, el Tolmo de Minateda en Hellín (Albacete), un antiguo municipio abandonado en plena ruta hacia Cartagena y que probablemente recuperó de esta manera una condición urbana ya difuminada; así, mientras el primero dominaba el camino a Cartagena desde Andalucía oriental, el segundo lo hacía desde la

5 Más frecuente que la erección de nuevas sedes por segregación territorial, fue la adscripción de los territorios conquistados a diócesis limítrofes ya existentes, como ocurrió en el caso de Málaga, repartida entre las vecinas iglesias de Écija, Elvira y Cabra. 6 Denominación de la región montañosa situada entre las actuales provincias de Albacete, Jaén y Granada,

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Fig. 2. Diócesis en el sudeste peninsular a principios del siglo VII d.C.

Meseta al tiempo que controlaba la comunicación con el valle del Vinalopó, donde estaba la antigua sede Ilicicitana en plena vía Augusta. La implantación de un centro urbano y episcopal acorde con los intereses toledanos en el viejo municipio del Tolmo explica, de un lado, la singular reviviscencia de la yerma ciudad y la espectacularidad de su proyecto urbano, concebido prácticamente ex nouo y seguramente ejecutado en sus directrices maestras en plena época visigoda; de otro, justifica el mantenimiento de su importan-

cia estratégica en el momento de la conquista islámica, como una de las ciudades sobre las que el noble visigodo Teodomiro cimenta su poder al pactar con los conquistadores, perpetuando su carácter urbano hasta al menos el siglo IX (Gutiérrez, Abad y Gamo, 2005: 361). El segundo argumento depende del primero y ambos se construyen precisamente sobre el significado territorial de la ciudad altomedieval. La condición de sede episcopal se vincula ineludiblemente a una conceptuación jurídica

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Fig. 3. Vista aérea del complejo episcopal de El Tolmo de Minateda.

urbana, que el asentamiento del Tolmo adquirió en el momento de su erección, fuera cual fuese el estatus jurídico y la realidad topográfica que tuviera con anterioridad. La voluntad de dotar al abandonado y ruinoso asentamiento romano de una materialidad digna del rango administrativo de una ciuitas episcopal ha sido puesta en evidencia por la arqueología y se materializa nítidamente en la arquitectura monumental, en concreto en la fortificación del acceso principal de la ciudad, situado en la única vaguada que permite la ascensión del tráfico rodado a la meseta (Gutiérrez y Abad, 2001), y en la creación de un área monumental de carácter religioso en la parte alta de la misma, a más de la urbanización del conjunto del cerro (Abad, Gutiérrez, Gamo y Cánovas, 2008: 325) (Fig, 3); pero no conviene olvidar que una ciuitas episcopal es igualmente un centro jerárquicamente representado, la cabeza administrativa de un territorio fiscal, que ha de tener su reflejo en las formas de control del poblamiento rural y de la producción campesina del territorio que administra. Es precisamente en ese contexto social y territorial en el que cobra sentido el reconocimiento y la visibilización de los asentamientos rurales de época visigoda que presentamos en este trabajo, y en el que se explica el temprano interés de los conquistadores musulmanes por adaptar la estructura administrativa municipal romana, todavía vigente en época visigoda bajo la organización eclesiástica, a la nueva fiscalidad musulmana. Esto se realizaría con la connivencia de ciertos personajes de la aristocracia indígena que, como Teodomiro, gozaban de una capacidad efectiva de

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control territorial independiente de la del Estado visigodo, cuyo aparato político ya había sido sometido con anterioridad a la firma del tratado de capitulación suscrito con ‘Abd al-‘Azīz Ibn Mūsā, hijo del conquistador Mūsā, en abril del año 713 (Acién, 1994: 111). La autoridad fiscal reconocida al noble Teodomiro emanaba posiblemente de su condición de dux de la región levantina en el momento anterior y coetáneo a la conquista árabe y le convertía en garante de la recaudación del nuevo impuesto de capitación en dinero y especie que debía pagar el grupo social al que representaba en el Tratado, así como sus siervos, en su nueva condición de dimmies o protegidos del Islam, garantizando de esa manera vidas, haciendas y libertad de culto (Gutiérrez Lloret, 2008). La mención expresa en dicha capitulación de siete ciudades– Auryūla, Mūla, Lūrqa, B.l.nt.la, Laqant, Ilš o Buq.sr.h según versiones, y nuestra Iyyuh, forma arabizada de Eio7— se convierte en el refrendo del ámbito territorial sobre el que se extiende la autoridad fiscal de Teodomiro, ya que el término mudūn –plural de madīna, ciudad en árabe— cobra aquí el sentido clásico de área de jurisdicción (Lewis, 1990: 64), designando los centros administrativos, en rigor sus territoria, que con el tiempo devinieron en una unidad administrativa integrada en el Estado islámico, la Cora de Tudmīr, nombre arabizado del propio Teodomiro. La instalación de los ŷundíes de origen egipcio –contingentes militares encargados de la recaudación de tributos– en Tudmīr hacia el año 743-4 pone en evidencia la inoperancia del anterior sistema de control territorial basado en la ciudad preislámica, explicando su definitivo periclitar, al tiempo que indica un cambio de estatuto jurídico de la región. Ni la ciudad ni la mayoría de los asentamientos rurales de origen visigodo sobrevivirán a la fitna del siglo IX , generalizándose otros modelos de organización territorial.

7 En la actualidad se han consensuado las identificaciones de Auryūla con Orihuela, Mūla con el Cerro de La Almagra (despoblado próximo a Mula), Lūrqa con Lorca, Laqant con Alicante, Iyyuh con el despoblado de El Tolmo de Minateda en Hellín (Albacete), Ilš con la Colonia romana Iulia Ilici Augusta, posterior Sede episcopal visigoda, situada en las próximades de Elche y Buq.sr.h con la ciudad romana de Begastri en Cehegín, mientras que la localización de B.l.nt.la sigue siendo incierta aunque se han propuesto localizaciones muy alejadas del territorio del Pacto, como Valencia.

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4. LA OCUPACIÓN RURAL TARDOANTIGUA Y ALTOMEDIEVAL Una de las principales problemáticas históricas del área de estudio para el periodo que nos ocupa es el reconocimiento del grado de continuidad de las estructuras territoriales respecto a la realidad romana anterior. La condición jurídica de municipio alcanzada por el asentamiento ibérico del Tolmo de Minateda en torno al cambio de Era, a más de traer consigo una importante serie de transformaciones urbanísticas, debió facilitar la creación de un paisaje agrario romanizado en su territorium, al que corresponden numerosas explotaciones agrícolas; en el entorno inmediato de la ciudad destacan la de Zama en la misma margen del Arroyo de Tobarra que ocupa el Tolmo, con una gran balsa de mortero hidráulico y abundantes estructuras y la de La Horca, en la margen opuesta; algo más alejadas se encuentran la Villa de Hellín y los enclaves rústicos de El Transformador, El Saltador, Los Canales y Vilches (Jordán, Ramallo y Selva, 1984; López, Jordán y Martínez, 1984; Abad, 1987). En apariencia, la evolución de estos asentamientos periurbanos constituye a lo largo del Alto Imperio el reverso de la historia urbana del propio Tolmo, que no cumplió con las expectativas urbanísticas suscitadas por el espectacular proyecto de municipalización. Los trabajos arqueológicos sugieren la involución de la ciudad romana a partir del siglo II d.C, en beneficio de los asentamientos rústicos del valle circundante, donde se localizan en abundancia los vestigios materiales de época romana que escasean en el cerro. Partimos en consecuencia de la fundación de una ciudad visigoda –la ciudad de Eio– sobre la base de una entidad urbana que había dejado de funcionar como tal, pero que quizá mantenía su configuración jurídica municipal, aunque solo fuera de forma nominal (Abad, 1996). En lo relativo al territorio sería de interés acreditar si las estructuras rurales de tipo señorial que articulaban el espacio de la ciudad romana tuvieron alguna continuidad o la refundación de la ciudad conllevó una disolución de las formas de propiedad anteriores y la gestación de un nuevo modelo de paisaje. Por ese motivo, las evidencias de ocupación rural las presentamos en función de esa pauta de continuidad o cambio, definida en la siguiente tipología de enclaves: 4.1. Asentamientos señoriales sin perduración 4.2. Asentamientos señoriales con perduración

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4.3. Perduración en el espacio, no del asentamiento 4.4. Nuevas formas de poblamiento en nuevos lugares 4.1. ASENTAMIENTOS SEÑORIALES SIN PERDURACIÓN El territorio de la ciudad romana se articuló a través de una serie de establecimientos rurales, la mayor parte de tipo villa,8 que pervivieron tras el declive de la ciudad al menos durante época bajoimperial. Algunos de estos asentamientos de origen romano fueron declinando y abandonándose con el paso del tiempo, de lo que se podría deducir una realidad territorial eclipsada cuando se refundó la ciudad altomedieval. Veamos algún ejemplo de estos enclaves. 4.1.1. Villa de Hellín La villa de Hellín es un extenso asentamiento de tamaño superior a una hectárea que se ubica en la parte más elevada de la actual población de Hellín, junto a la Fuente de Hellín.9 Domina el amplio entorno cultivable a la derecha del arroyo de Tobarra, que constituye la vega tradicional de Hellín (Ramallo y Jordán, 1985: 6-11) y al menos desde época medieval, la redonda del concejo de la villa, dedicada al cultivo de regadío y al uso exclusivo de los ganados de la carnicería (Rodríguez Llopis, 1984: 159). Se trata de un asentamiento con áreas de residencia señorial e instalaciones de carácter productivo, conocido parcialmente desde finales del siglo XVIII cuando el canónigo Lozano, en su Bastetania y Contestania del Reyno de Murcia, se refiere al hallazgo de lienzos y monedas romanas en las inmediaciones de la Fuente (1794, dis. III, X: 478) Por lo que respecta al núcleo de habitación, se trataría de una villa con un grado de riqueza destacado, a juzgar por la aparición muros de mam-

8 Entendiendo por tal, sensu stricto, el “conjunto de edificios que constituía el centro productivo, administrativo y residencial de una propiedad rural” (A. Chavarria, 2007: 32), que se define como “lugar de representación aristocrática y centro haciendal con organización jerárquica y centralizada” (A. Vigil-Escalera, 2009: 334). 9 Citada por Pascual Madoz en su Diccionario GeográficoEstadístico-Histórico de España y sus posesiones de ultramar (s.v. Hellín),vol. IX, como el origen de la vega que circunda la población (1850, IX, 165).

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Fig. 4. Hornos (A) y Mosaicos (B): evidencias de la parte productiva y residencial de la Villa de Hellín.

postería revocada y otros materiales como estucos, ladrillos, sillares, tegulae y vestigios de signinum liso de época republicana. Destacan, así mismo, los dos mosaicos descubiertos de forma casual en 1925 y 1939 y que en la actualidad se conservan en el Museo Arqueológico Nacional y en el Museo de Albacete (Fig. 4). Recientemente se han excavado instalaciones que parecen corresponder a un área termal de la villa.10 Junto a los restos del hábitat, una excavación de urgencia realizada en los años 80 permitió docu10 Más allá de las noticias del hallazgo de los mosaicos, los trabajos modernos sobre la villa se remontan al trabajo de S. Ramallo y J.F. Jordán (1985), que incluye el estudio de materiales cerámicos superficiales datados entre los siglo I y II, llegando al III. En 1986 y ante la destrucción de parte del yacimiento, se realizó una campaña de urgencias a cargo de L. A. García Blánquez, cuyos niveles más tempranos han sido estudiados por R. Sanz (1997: 38-42), a partir de los informes conservados en el Museo de Albacete. En 2008 se ha excavado el complejo termal de la villa, actualmente en estudio por M. Zarzalejos, J. López Precioso y Rocío Noval.

mentar la existencia de dos hornos cerámicos, uno de pequeñas dimensiones y forma circular y otro de forma rectangular con un pilar central de adobes dispuestos a soga y tizón. Estos hornos corresponderían a la parte rústica de la primera fase de la villa, cuya cronología ocuparía el s. I d. C. y que compondrían instalaciones productivas junto con otros restos como molinos de molturación, dolia para almacenaje, depósito con ánforas vinarias, etc. (Sanz Gamo, 1998: 38). El repertorio material esta formado por cerámicas comunes, grises y sigillatas aretinas, sudgálicas, hispánicas y claras que proporcionan una datación que se puede situar entre los siglos I y III d. C., coincidiendo con la cronología propuesta para los mosaicos.11 Podemos caracterizar este sitio como una villa romana que controlaría un fundo del sector septen11 La datación estilística de los mosaicos se fija en el último cuarto del siglo II o primer cuarto del III (S. Ramallo y J.F Jordán, 1985: 23), o más concretamente a mediados del siglo III (Abad, 1997: 54).

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Fig. 5. Construcciones (A) y Balsa (B) de la Villa de Zama.

trional de la comarca y que se pondría en funcionamiento, como otros enclaves similares, en época altoimperial, posiblemente con la estructuración del territorium de la ciudad romana del Tolmo. Se dota de espacios de hábitat que delatan la residencia señorial e instalaciones para concentrar y transformar la producción agrícola de su fundo, en el esquema propio de una villa romana que acaba en época bajoimperial.12 4.2. ASENTAMIENTOS SEÑORIALES CON PERDURACIÓN Junto a los enclaves de origen romano que fueron abandonándose, existen otros tipos de enclaves rurales 12 Al menos en su sentido clásico de centro residencial y productivo; no obstante, en la excavación de 1986 se documentó sobre el solar de la villa un uso funerario más tardío, correspondiente al parecer a una necrópolis de época visigoda sobre la que no se han publicado más que un par de escuetas referencias (Sanz, 1997: 38; Abad, 1997: 54), que podría sugerír no tanto la continuidad de la propia villa cuanto la presencia de población en el entorno de la fuente.

que presentan una aparente continuidad entre la realidad romana y aquella que se construye con la refundación de la ciudad, es decir, la Alta Edad Media. 4.2.1. Zama El área de Zama es un sector geográfico que se localiza junto a la vía de comunicación que discurre en dirección norte-sur por el valle de MinatedaAgramón, es decir, la vía de Cartago-Nova a Complutum de la red itineraria romana (López Precioso, 1993). Se trata de un amplio sector del valle que ha concentrado un buen número de hallazgos arqueológicos de época antigua, especialmente romana, que tradicionalmente han sido identificados como una villa13 (Fig. 5). 13 Si bien la dispersión y extensión de los restos ha permitido sugerir su caracterización como un centro habitado de mayor magnitud (Jordán, Ramallo y Selva, 1984: 220-21); la primera referencia a esta amplitud procede de la correspondencia entre Federico Motos y Henri Breuil del 17.05.1915 (Ripoll Perelló, 1988 : 63). Cfr. López Precioso, 1993: 104.

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La villa de Zama fue excavada parcialmente entre 1985 y 1987 por M.ª José Caja y José Espadalé, si bien los trabajos de excavación quedaron inéditos a excepción del informe preceptivo; según éste, el asentamiento se inicia a comienzos del siglo I a.C. y continúa hasta el V, aunque en la actualidad se proponga una perduración o frecuentación hasta al menos el siglo VIII, en base a ciertos materiales cerámicos y numismáticos.14 En el marco del Proyecto Tolmo se topografiaron las estructuras visibles de la villa. Podemos atribuir a la época romana altoimperial el momento de mayor importancia de los vestigios arqueológicos, a juzgar por su entidad y extensión. En este periodo el asentamiento se ubica en la llanura de la margen izquierda del arroyo de Tobarra, entre el propio Tolmo de Minateda y la sierra de Pedro Pastor, a 530 m de altitud, cubriendo una extensión cercana a las 2’5 ha. Domina un amplio espacio cultivable en su entorno, especialmente al norte. Los restos arquitectónicos son abundantes y por toda la superficie aparecen dispersos tanto cerámicas como elementos de decoración arquitectónica,15 sillares y tegulae, etc. Entre las construcciones debemos destacar una estructura hidráulica rectangular de 12 x 8'5 m, identificada como una balsa de riego (Jordán Montes et al. 1984, 220). La balsa fue objeto de trabajos de excavación que permitieron conocer su fábrica y cronología. Se trata de una obra de opus caementicium con revoco de signinum que empezó a colmatarse a partir de fines del s. I d.C.16 Junto a la balsa se excavaron canalizaciones y otras estructuras de almacenamiento asociadas a la obra hidráulica. 14 Los únicos datos de dicha intervención (una somera secuencia estratigráfica y algunos materiales) fueron dados a conocer por R. Sanz (1997: 30), mientras que B. Gamo estudió los indicios de ocupación tardía (1998: 157-60). 15 Una pieza singular, hallada en el paraje de Zama, es el capitel corintio fechado entre fines del siglo I d. C. y principios del II (A. Selva y A. Martínez, 1990: 193; 1991:111). Cfr. A. Martínez Rodríguez, Capiteles Romanos y Tardoantiguos de la Región de Murcia, memoria de licenciatura (Junio de 1986), http://www.patrimur.com/publicaciones/tesis/tesisandres.php. consultada en junio de 2010. 16 Este temprano inicio de la colmatación de la estructura, fechado por los fragmentos de terra sigillata Hispanica, Sudgalica y Africana A que contenía el estrato hallado sobre su fondo, contrasta con la supuesta conclusión de su uso como cisterna y su abandono entre los siglos III y IV (Sanz, 1998: 30); hay que recordar que aunque parte de los materiales se recuperaron y fueron depositados en el Museo de Albacete, acompañados de un somero informe, el estudio estratigráfico de la intervención nunca fue realizado, con lo que la contextualización de estructuras y materiales resulta muy compleja.

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En el sector occidental del yacimiento se excavó un conjunto de varias habitaciones en torno a un espacio central pavimentado con mortero y aparentemente porticado, donde los excavadores constataron al menos cuatro fases constructivas con pavimentaciones sucesivas, entre las que creyeron reconocer la cimentación de un templo de opus caementicium (fase II), hasta la última (fase IV) formada por diversos ámbitos en los que se constató la reutilización de materiales (Sanz Gamo, 1998: 30). No obstante, la documentación planimétrica de los restos visibles de la excavación, realizada al albur del proyecto sistemático Tolmo de Minateda, puso en evidencia que buena parte de las estructuras de opus caementicium interpretadas como un lugar de culto, deben corresponder en realidad a una instalación agrícola de prensado, tipo torcularium (Abad, 1997: 49). El repertorio cerámico procedente de prospecciones superficiales otorgó un amplio arco cronológico comprendido entre el siglo I y VI d.C., con un manifiesto predominio de producciones fechables entre los siglos I-II y en menor medida III (terra sigillata aretina, entre cuyas formas encontramos un posible plato Drag. 15/17 o Drag. 17 y dos fragmentos de pátera Goudineau 39; entre la terra sigillata sudgálica, se documentan dos fragmentos de plato Drag. 15/17, un cuenco Drag. 27 y las formas decoradas Drag. 30, Drag. 37 y un fondo con sello SENICIO?; terra sigillata hispánica, formas Drag. 24/25, Drag. 33, Drag. 18 y Drag. 36 y dos fragmentos decorados de vasos Drag. 37; terra sigillata Clara A, formas Hayes 9, 3, 14 y 23?, terra sigillata Clara C, forma Hayes 50), a las que se unen ciertos ejemplares de terra sigillata Clara D (formas Hayes 59, 91 y 99) de cronología avanzada (Jordán Montes et al. 1984: 220-221). Posteriormente, R. Sanz estudió algunas de las unidades estratigráficas correspondientes a la fase II, fechadas en el siglo I, constatando la presencia de cerámicas ibéricas y romanas, ánforas Dressel 9 y Beltrán I, cerámicas de cocina y abundantes sigillatas itálicas e hispánicas (Sanz Gamo, 1997: 32). Por fin, en fecha reciente B. Gamo (1998: 159-60) estudió a su vez algunos materiales de cronología tardorromana y visigoda entre los que destaca, a más de los fragmentos de ARS africana del tipo D ya conocidos, un contexto que asocia un ánfora del tipo Almagro 51 C con una marmita del tipo Gutiérrez M2.1.2, con paralelos en los horizontes I y II del Tolmo de Minateda, que corresponden respectivamente a la segunda mitad del siglo VII y el primer cuarto del VIII, el primero, y a la parte central y final del siglo VIII, el segundo (Gutiérrez, Gamo y Amorós, 2003).

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Se trata de un amplio asentamiento con restos arquitectónicos destacados, lo que permite identificarlo con una gran villa de datación clara entre los ss. I y V d. C. Con posterioridad se puede proponer una perduración en época tardoantigua hasta época emiral, sin que podamos determinar su naturaleza o intensidad. En este sentido destaca por su significación cronológica, el hallazgo de un felus carente de fecha y ceca pero tipológicamente emiral, 17 que ahora encuentra completo parangón con los hallazgos monetales de época emiral (feluses y dirhames) procedentes de las excavaciones sistemáticas del Tolmo de Minateda (Doménech y Gutiérrez, 2004). En cualquier caso, parece que con independencia del hallazgo del antedicho felus, el asentamiento de Zama no debió continuar ocupado con posterioridad al siglo VIII, ya que no se han encontrado, a fecha de hoy, materiales plenamente emirales, equiparables a los del horizonte III del Tolmo de Minateda, en sus repertorios.18

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otros lugares de la zona, que es a la postre la que mantiene el topónimo en sentido genérico. En consecuencia incluimos este tipo de enclaves en el grupo de sitios que ocupan los mismos espacios físicos pero en lugares distintos, lo que aconseja no dar por supuesta la perduración en términos de continuidad topográfica, por más que se trate de zonas habitadas hasta hoy.19 4.3.1. Torre Uchea (Figs. 6 y 7) El entorno de la pedanía de Torre Uchea20 constituye el mejor ejemplo de ocupación continuada de un espacio de excepcionales condiciones agrícolas; en él se suceden distintas evidencias de poblamiento, que describiremos de norte a sur, en el sentido de las agujas del reloj (Fig. 6). Conjunto Villa de Torre Uchea-El pozo de la nieve Al norte de la citada pedanía y en sus inmediaciones, se encuentra uno de los complejos arqueo-

4.3. PERDURACIÓN EN EL ESPACIO, NO DEL ASENTAMIENTO

Existe una serie de asentamientos en los que se podría proponer una continuidad de las ocupaciones de época romana durante época tardoantigua, a juzgar por las evidencias materiales que permiten datar el poblamiento de estas zonas en un lapso dilatado de tiempo, perdurando incluso hasta nuestros días como aldeas o caseríos. Sin embargo, un análisis detenido de estos restos pone de evidencia una perspectiva ligeramente distinta, pues se trata de una ocupación anclada en la misma área pero desplazada desde los espacios originarios hacia

17 La moneda se halló en 1940 en el paraje de Zama, y se depositó en el Museo de Albacete con el nº 2689 (J. Sánchez Jiménez, 1945: 208). Presenta leyendas exclusivamente religiosas y carece de fecha y ceca; p.: 2,84 g., Mód: 17,8 mm., Gr.: 1,3 mm, Ref. Lavoix 1333-1339 (Catalogue des Monnaies Musulmanes de la Biblioteque National, t. II, París, 1887-91). Cfr. C. Domenech Belda (1994: 285). 18 No obstante, Zama es mencionada en 1406 en la Escritura de sentencia otorgada por Alonso Martínez de Carrión, alcalde de mestas, al concejo de Hellín, confirmándoles los límites de la dehesa, redonda y cañadas de su término como una de las alquerías de la redonda de Hellín (cfr. A. Real Chancillería de Granada, Cab. 3, leg. 418, nº 1. Traslado del siglo XVI apud M. Rodríguez Llopis, 1984: 175). El topónimo Zama designa en la actualidad el paraje donde se localizaron los restos de la “balsa de los moros” y las ruinas que conforman el yacimiento identificado desde principios del siglo XX con ese nombre (J. F. Jordán, S. Ramallo y A. Selva, 1984: 220, n. 34).

19 El mismo esquema de permanencia en el emplazamiento, no necesariamente en el sitio, se mantiene en el Bajo Medievo fosilizando, ahora sí, el emplazamiento de los lugares habitados hasta nuestros días. De hecho, el origen de muchas alquerías y pedanías actuales de Hellín se encuentra en estos núcleos que aparecen ya mencionados como alquerías entre finales del siglo XIII y principios del XIV; así la “alcaria de Agra” aparece citada expresamente en la Escritura de concordia entre las villas de Chinchilla y Hellín, estableciendo comunidad de pastos y exenciones mutuas de algunos derechos de 1399 (A. Real Chancillería de Granada, Cab. 3, leg. 418, nº 1. Traslado del siglo XVI) y en la Escritura de sentencia otorgada por Alfonso Martínez de Carrión, alcalde de las mestas, al concejo de Hellín, confirmándoles los límites de la dehesa, redonda y cañadas de su término de 1406, junto con las alquerías de Uchea, Medinateda, Bilches, Agramón y Zama (Ibid .). La fonética deformada del nombre árabe de la ciudad –Madīnat Iyyuh—se mantuvo como denominación de la muela del Tolmo y sus aledaños, incluidos la fuente y el puente del mismo nombre, tal y como se indica en la citada documentación, y terminó por designar la heredad y alquería que surgió al pie de la muela de Medinatea o Medinateda ya en 1244, fijando el recuerdo del nombre de la vieja ciudad y permitiendo de paso la identificación histórica del despoblado. Cfr. transcripción completa de la documentación bajomedieval en M. Rodríguez Llopis (1984: 171 y 175) y A. Pretel (1986: 155). Las alquerías de Agra, Uchea y Minateda, bajo la forma corrupta de Vinateda, son igualmente citadas como caseríos o cortijos del término de Hellín en el Diccionario Geográfico-Estadístico-Histórico de España y sus posesiones de ultramar de Pascual Madoz (1850), y de hecho permanecen habitados en la actualidad junto con Agramón. 20 La pedanía actual recibe el nombre de Torre Uchea, siendo éste el topónimo que se ha difundido arqueológicamente, con algún error en el uso de la forma corrupta “Ochea” (Sillières, 1982: fig. 102), si bien en la documentación bajomedieval aparece mencionada simplemente como Uchea.

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Fig. 6. Esquema interpretativo de las evidencias arqueológicas en el entorno de Torre Uchea.

lógicos más interesantes del territorio del Tolmo: la llamada Villa de Torre Uchea, un asentamiento romano que cubre una extensión aproximada de 3000 m2 y se sitúa sobre una loma a 485 m de altitud, dominando un amplio espacio agrícola regado por la rambla de la Sierra.21

21 La rambla de la Sierra es el origen del arroyo de Tobarra y mantiene este nombre hasta su confluencia con el barranco de Fuente García, que a su vez recoge las aguas de los arroyos de Aljubé y Ojuelo. Por el este recoge las aguas del arroyo de la Manga. A partir de dicha confluencia, que se produce muy cerca del Tolmo, aguas arriba del puente de Minateda, el cauce pasa a conocerse como arroyo de Tobarra hasta unirse al río Mundo. El eje rambla de la Sierra-arroyo de Tobarra marca, además, el corredor vial por el que discurre la vía romana hacia Saltigi, en el que se suceden de Sur a Norte los asentamientos de El Tolmo, Torre Uchea, Loma Lencina y Castellar de Sierra.

El sitio se extiende por las laderas sur y suroeste hasta entrar en contacto con el llano donde se localiza el trazado de la calzada romana que, viniendo de Cartagena, atraviesa la comarca en dirección a Saltigi. Esta vía de comunicación está atestiguada por la localización de un miliario de Maximino el Tracio fechado el año 237 d. C.22 y posiblemente se ha fosilizado en un camino hondo tradicional al que se adapta el parcelario existente. Así mismo, hay evidencias de la localización de unas estructuras junto al camino, en las inmediaciones del lugar del hallazgo del miliario, correspondientes quizá a una mutatio en la propia vía, y de una necrópolis adyacente al hábitat. Los materiales ma-

22 Sobre la vía y el miliario puede verse P. Sillières, 1982: 250 y ss.; J. M. Abascal, 1990: 87 y 88; J. López Precioso, 1993: 10).

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Fig. 7. Repertorios cerámicos, sepulcros y ajuares funerarios de Torre Uchea.

yoritarios recuperados en la villa son vajillas finas romanas, entre los que cabe mencionar la presencia de terra sigillata hispánica, y cerámica común y gris romana.23 Este repertorio permite una datación en época altoimperial que a juzgar por la extensión del sitio arqueológico, pudiera caracterizarse como un asentamiento de tipo uilla. Sin embargo, los restos documentados son muy escasos y el espacio se encuentra actualmente muy transformado con la existencia de una casa de labor en lo alto de la loma –quizá sobrepuesta al hábitat romano si atendemos que es éste el espacio de mayor habitabilidad– y de una balsa de regadío que afectó a la necrópolis adyacente, caracterizada por una larga secuencia de ocupación ibérica (siglos V-III a. C.), en cuyo estrato de colmatación se hallaron también incineraciones altoimperiales y al menos una sepultura de inhumación tardorromana o visigoda (López Precioso, 1995). Es precisamente en este paraje contiguo, conocido como el Pozo de la nieve, donde se documen-

23 Información de Javier López Precioso, Director del Museo de Hellín, y datos del Documento de Protección del Patrimonio Arqueológico del municipio de Hellín, cfr. N. 2.

tó un interesante lote de materiales datados en época tardoantigua (Gamo Parras, 1999: 175-7), que podría ser evidencia de una perduración de la ocupación rural, aunque no sepamos con certeza a qué tipo de instalación corresponden. Dichos materiales proceden de un basurero –o más probablemente un silo amortizado– de época visigoda, hallado en los niveles superiores de la necrópolis ibérica, sin una relación estratigráfica clara con ella por hallarse en su extrarradio. El conjunto 215 era una estructura rectangular con las esquinas redondeadas, de mampostería trabada con argamasa de cal, que sobresalía de la superficie de uso y apareció colmatada con estratos que contenían en su fondo materiales de época visigoda;24 en concreto, aparecieron dos marmitas de la serie Gutiérrez M2, aunque de bordes reentrantes, una olla y una tapadera de cronología visigoda, con paralelos genéricos entre los materiales de los horizontes I y, en mayor medida, II del Tolmo de Minateda (Gutiérrez, 24 Por su orientación y características, los excavadores la interpretaron como una estructura funeraria anterior reutilizada “…como un basurero del asentamiento de esa época que tuvo que verificarse en la ladera este de la loma” (López Precioso, 1995: 270-1).

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Gamo y Amorós, 2003). Es posible que este silobasurero se relacione con el área funeraria vecina, en un fenómeno paralelizable con el observado en otras necrópolis próximas como la del Bancal del Estanco Viejo, situada frente al Tolmo al otro lado del arroyo de Tobarra,25 al tiempo que se vincula a la actividad agrícola de un eventual caserío similar a los documentados en otras zonas. Conjunto de la pedanía de Torre Uchea Sin embargo, no son estos los únicos vestigios de ocupación tardoantigua en el lugar. Unos trescientos metros al este de la pedanía de Torre Uchea y en el lado opuesto del arroyo de Tobarra se constata la aparición de unos posibles silos de época visigoda y restos de una necrópolis de esta misma época.26 Estas evidencias quedan enmascaradas por las construcciones actuales del caserío, como también lo están algunos sillares localizados junto al cruce de caminos que da paso a la pedanía. Conjunto Loma de los coches-Bancal grande Una tercera concentración de evidencias se localiza a unos cuatrocientos metros al sur de la villa romana de Torre Uchea, siguiendo el posible trazado de la vía antigua en dirección al Tolmo. En este punto se localizan dos lomas actualmente muy transformadas por actuaciones antrópicas, cultivos, actividad industrial, etc.27 A pesar de las dificultades de identificación de vestigios antiguos, se localizan dispersiones cerámicas de época tardoantigua-altomedieval, en especial ollas toscas a

25 En el caso de la necrópolis del Bancal del Estanco Viejo –una necrópolis ibérica plena, fechada entre los siglos V a III a. C. con algunas intrusiones altoimperiales (López Precioso y Sala Sellés, 1988-89)–, los datos de H. Breuil y R. Lantier (1945:214) y los trabajos de A. García y Bellido permiten reconocer una fase funeraria posterior y parcialmente superpuesta a la ibérica, caracterizada por inhumaciones en cista, en la que se documentaron varios “silos”, “vertederos” o pozos, de los que al menos el excavado por A. García y Bellido apareció relleno con materia orgánica, huesos, pleita de esparto y “fragmentos de cerámica tosca de aspecto medieval” (Sánchez Jiménez, 1947: 59-60). 26 Información de Javier López Precioso, Director del Museo de Hellín, y datos del Documento de Protección del Patrimonio Arqueológico del municipio de Hellín, cfr. N. 2. 27 De hecho, ambos yacimientos han sido registrados en el inventario de yacimientos del Museo de Hellín como Loma de los Coches I y II, por la existencia de un almacén de vehículos desguazados.

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mano, así como un broche de cinturón liriforme de placa rígida, que fue donado al Museo Comarcal de Hellín.28 Inmediatamente al noreste de estas lomas de los Coches, en el denominado Bancal Grande, se constata la presencia de un área de enterramiento con algunos sarcófagos que sería coetánea a las ocupaciones tardoantiguas. En este lugar unas labores de desfonde efectuadas en 1997 exhumaron de forma fortuita unas sepulturas con cistas de lajas y al menos dos sarcófagos monolíticos de arenisca, en uno de los cuales apareció, a modo de ajuar, un anillo de oro de sección laminar ensanchada en el punto donde se grabó la inscripción “Io (annes?) u(i)u(at) Christus in te” (Velázquez, 1988; Selva y Martínez, 1991: 119; Gamo, 1998, 177-9). Estos indicios, aunque endebles, sugieren una ocupación rural tardoantigua más o menos dispersa. 4.3.2. Agra-Loma Eugenia (Fig. 8 y 9) Un caso semejante de pervivencia de ocupaciones en un mismo nicho geográfico desde época romana se documenta en el entorno de la pedanía de Agra. Villa romana de Agra La primera ocupación corresponde a la villa romana de Agra, un amplio asentamiento de aproximadamente 10000 m2 que se ubica sobre una loma suave destacada unos diez metros de los llanos circundantes, al norte del actual caserío. Controla una buena zona de terrenos aptos para el cultivo de tipo intensivo, regados por la rambla de Agra. Una inusual noticia arqueológica dio a conocer este asentamiento romano a mediados del siglo XIX; en 1861 Carlos María Perier y Gallego,

28 Este hallazgo se inscribe en el tipo clásico liriforme, nivel V de G. Ripoll, con un perfil muy similar a una de las placas halladas en la necrópolis de Loma Eugenia (LE 2; Gamo, 1999: 162); se diferencia de ésta en no ser articulada (conserva el arranque de la hebilla y la perforación de la aguja) y en el propio esquema decorativo del campo superior, dividido en dos secundarios de forma arriñonada; el campo distal es circular con un motivo aviforme muy esquematizado. En el reverso conserva los tres apéndices perforados de sujección. A tenor del conjunto de hebillas halladas en las sepulturas del asentamiento rural de Loma Eugenia y dada su proximidad al Bancal Grande no conviene descartar una eventual procedencia funeraria para esta pieza carente de contexto preciso.

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Fig. 8. Esquema interpretativo de las evidencias arqueológicas en el entorno de Agra.

jurista y parlamentario hellinero recoge en su opúsculo «Antigüedades de Hellín»29 el descubrimiento en Agra de dos mosaicos policromos con motivos geométricos, correspondientes a otras tantas estancias de las que se hallaron restos del arranque las paredes, así como numerosos fragmentos de imbrices y tegulae en superficie. En la actualidad no se aprecian estructuras en superfi-

29 Fechado el 12 de octubre de 1861 y publicado en el Boletín Oficial de la Provincia de Albacete de 24 de marzo de 1862. El hallazgo se produjo a unos cien metros de la casa de campo de D. Fernando Fernández Falcó, en el partido rural de Agra, durante unas labores de roturación agrícola, “a dos o tres palmos de la superficie del terreno, que forma una ladera bastante pendiente”. Cfr. el texto original en F. Fuster Ruiz (1988: 57-58).

cie, pero un amplio y variado repertorio de materiales cerámicos aporta cierta información de carácter funcional y cronológico sobre la ocupación. Entre los materiales provenientes de este sitio cabe citar la existencia de cerámicas romanas de cocina, comunes, ánforas, dolia y terra sigillata hispánica que sugieren usos domésticos y de almacenaje que se datarían hacia época altoimperial entre los siglos I-II . d. C. A juzgar por la existencia de algunos materiales constructivos de embellecimiento, en particular restos de estucos que añadir a las noticias del hallazgo de restos de mosaicos en el siglo XIX, se podría deducir la existencia de vestigios edificados con acabados cuidados, lo que unido a su amplia extensión

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Fig. 9. Materiales, estructuras y emplazamiento de Loma Eugenia.

sugiere que estaríamos ante un asentamiento de tipo villa. Loma Eugenia Hacia el sur, en la otra orilla de la rambla de Agra y situada sobre una loma a unos seiscientos metros al sureste de la villa de Agra y del actual caserío, se ubica la ocupación altomedieval que conocemos como la Loma Eugenia. Sobre la mitad septentrional de la loma y con una extensión hacia el suroeste se localizan restos superficiales de construcciones cuadrangulares y dispersiones cerámicas.30 Entre las cerámicas se identi-

30 En los trabajos que dieron a conocer el asentamiento se indica la presencia de jambas y adarajas verticales similares a las documentadas en las sistemas constructivos altomedievales del Tolmo de Minateda, así como el uso de un sillar reempleado en una esquina (B. Gamo, 1998: 160-1. Cfr. S. Gutiérrez y P. Cánovas, 2009).

fican fundamentalmente ollas de cocina de aspecto tosco, cazuelas de pan con paralelos en las producciones bizantinas de Cartagena, tapaderas y cerámicas comunes con función de almacenaje, a más de algunos fragmentos de contenedores de importación: en concreto un fragmento de borde de ánfora africana Keay LXI y quizá otro de spateion. No existen vajillas finas de tradición romana ni tampoco cerámicas plenamente emirales, por lo que cabría situar este repertorio entre los ss. VII y VIII d.C. (Rico, López y Gamo, 1993; Gamo Parras, 1998: 165-71). Junto al espacio de hábitat y en el flanco noreste de loma aparece el cementerio del asentamiento, compuesto por una serie de enterramientos, de orientación este-oeste que ofrecen una datación contemporánea al hábitat. En 1995 la necrópolis fue objeto de una intervención de urgencia en la que se exhumaron casi una treintena de cistas con ajuares metálicos, entre los que destacan dos anillos de bronce, un podón de hierro y tres broches de cinturón (uno

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Fig. 10. Materiales y emplazamiento de Albojarico.

de placa rígida y dos articulados, fechables respectivamente entre fines del s. VI y principios del VII o ya en pleno siglo VII).31 Las evidencias registradas permiten caracterizar Loma Eugenia como un asentamiento campesino agregado de extensión imprecisa, pero que sin duda agruparía a varias unidades domésticas de morfología desconocida y que debió contar con su propia necrópolis. 4.3.3. Conjunto de Alborajico (Fig. 10) El conjunto de Alborajico comprende diferentes vestigios de cronologías diversas que se extienden por el valle de Alboraj, al norte de la comarca, donde se ubica una laguna del mismo nombre. El núcleo principal es la Muela de Alborajico, en la confluencia de los arroyos de Aljubé y Ojuelo, donde ha sido documentado un

31 La excavación fue dirigida por María Teresa Rico y en la actualidad permanece inédita, con excepción de algunas piezas metálicas de los ajuares funerarios. Los broches de cinturón LE 1 y 2 proceden respectivamente de las sepulturas 6 y 25, mientras que la del broche LE 3 no se especifica; de la sepultura 27 proceden un anillo (LE 4) y una cuenta de pasta vítrea; el anillo LE 5 apareció en la sepultura 5 y el podón en la sepultura 9 (Gamo Parras, 1998: 162-4).

interesante complejo rupestre excavado en los frentes de una antigua cantera; el complejo está formado por tres estancias de las cuales la I ha sido identificada como una iglesia, mientras que las dos restantes se interpretan como lugares de habitación propios de una comunidad monástica altomedieval.32 Al parecer, en los alrededores del supuesto eremitorio se localizan los restos de un asentamiento romano al que se superpone una alquería islámica, así como los vestigios de un pequeño establecimiento altomedieval, junto a la laguna de Alboraj, conocido por ese nombre. A todo ello se unen los restos todavía visibles de un

32 La hipótesis monástica ha sido defendida por sus descubridores en diversos trabajos (Jordán Montes y González Blanco, 1985; Jordán Montes y Matilla Séiquer, 1995; Monge Llor y Jordán Montes, 1997), pero presenta dificultades ya que ni la planta ni las características del complejo, en particular de la supuesta iglesia, permiten asegurar su uso litúrgico o monacal; algunos expertos en arquitectura rupestre, como la prematuramente desaparecida Maryelle Bertrán, sugirieron posibles funcionalidades alternativas de hábitat o de uso ganadero (rediles y refugios de pastores), a las que podría añadirse su posible utilización como espacio de almacenamiento comunitario, en especial en el caso del espectacular silo de la estancia III, acorde con las interpretaciones recientes de ciertos complejos rupestres valencianos excavados en época medieval en cortados rocosos como los de Bocairent o Alfafara.

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caserío contemporáneo, abandonado en la actualidad.33 Al igual que en los casos precedentes, en las inmediaciones de este asentamiento existen evidencias de ocupación romana que pueden valorarse como posible vinculación con la ocupación tardoantigua. En el caso de Alborajico se trata de restos de muros y algunas canalizaciones asociadas a dispersiones de cerámicas y materiales constructivos, que han sido identificados con una villa romana, enmascarada por los vestigios de la alquería musulmana superpuesta (Jordán Montes y Matilla Séiquer, 1995: 327). La interpretación clásica sitúa allí un asentamiento iberorromano, que pudo prolongarse durante el alto imperio (Sánchez Jiménez, 1947: 19; Sanz Gamo, 1998: 28), con el que podrían relacionarse los materiales tardoibéricos y republicanos más antiguos documentados en las prospecciones (algunos contenedores de cerámica ibérica y al menos un plato de campaniense A, Lamb. 6-Morel 1443 M, de mediados del s. II a.C.), así como un fragmento de Terra sigillata Hispánica de mediados del siglo I d.C. (Jordán Montes y Matilla Séiquer, 1995: 328). No obstante, la mayoría de la vajilla de importación romana documentada en superficie (ARS de las formas Hayes 50, 81 A, 82, 91, 99, 101 y 109) sugiere un abanico cronológico mucho más tardío, comprendido entre los siglos IV y VII d.C. (López Precioso, 1993: 110), bien representado en su fase final por las últimas importaciones africanas que caracterizan el pleno siglo VII (Hayes 109). Este horizonte de cronología visigoda se refuerza con la aparición de materiales comunes, tanto en las inmediaciones de la muela de Alborajico donde se indica

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la frecuencia de cuencos y cazuelas de fondo plano adscribibles a la tardoantigüedad o al periodo islámico (Jordán Montes y Matilla Séiquer, 1995: 327-8), como en la pequeña aldea de Alboraj donde se documentan ollas comunes paralelizables con las de otros asentamientos rurales de cronología visigoda, como Loma Eugenia o Loma Lencina, a la que nos referiremos con posterioridad (Gamo Parras, 1998: 174; Rico Sánchez, 1996: 288). Por fin, se alude a material cerámico común de los siglos X-XI y vidriados del XII, correspondiente a la alquería islámica (Jordán Montes y González Blanco, 1985: 357; Rico Sánchez, 1997: 83). En este sentido, es posible que las prospecciones superficiales, atendiendo a la visibilidad de los fragmentos importados romanos, hayan enfatizado la caracterización romana del sitio, atribuyendo la mayoría de los vestigios constructivos ampliamente diseminados por el entorno a una uilla clásica de origen republicano o altoimperial, cuando bien pueden corresponder a asentamientos de diversa naturaleza y cronología (uicus o pagus tardoantiguos, aldea visigoda o alquería islámica).34 En cualquier caso y con independencia de los matices cronológicos, parece evidente que en el valle existen vestigios de ocupación romana previa de naturaleza y extensión indeterminadas, así como indiscutibles evidencias de una ocupación rural propiamente altomedieval, con independencia del eventual carácter religioso del conjunto, que se consolida en época islámica –lo cual es inusual en el resto de los enclaves estudiados– y se mantiene en un caserío habitado hasta hace pocos años (Gamo Parras, 1998: 197).

4.4. NUEVAS FORMAS DE POBLAMIENTO 33

Se aprecia una cierta indefinición a la hora de identificar y localizar los distintos núcleos habitados en torno del supuesto eremitorio de Alborajico. En la primera noticia publicada, J. F. Jordán Montes y A. González Blanco (1985: 357 ss) aluden claramente a la existencia de una alquería islámica con numerosos vestigios y materiales fechables entre los siglos X y XII, situada en la ladera sur de la muela, que vinculan con el significado “torre” del topónimo árabe “Alboraj”; mientras que únicamente en un anexo redactado al final del trabajo se da cuenta del descubrimiento de una “villa romana muy tardía” en las inmediaciones de la estancia III. No obstante, en un trabajo posterior se alude a la superposición de ambos asentamientos, atribuyendo ya a época romana o visigoda la mayoría de los vestigios superficiales (Jordán Montes y Matilla Séiquer, 1995: 327). Por fin, B. Gamo Parras (1998: 174) distingue claramente el conjunto de Alborajico (eremitorio, villa romana y alquería superpuesta) de un asentamiento visigodo que designa Alboraj para diferenciarlo del conocido Alborajico. Sobre el topónimo cfr. C. Navarro 1998: 223.

EN NUEVOS LUGARES

Por último, debemos citar algunos ejemplos de sitios que aparecen en la Alta Edad Media sin que puedan asociarse directamente a ocupaciones

34 A diferencia de otros ejemplos estudiados con anterioridad, los indicios publicados (en concreto, unos escasos fragmentos de cerámicas importadas en las que predomina claramente la cronología tardoantigua) impiden caracterizar con certeza este asentamiento como una uilla romana, al tiempo que la inicial identificación del complejo rupestre como eremitorio visigodo parece condicionar aprioristicamente la interpretación de los vestigios circundantes. Este enclave reclama con urgencia una intervención arqueológica en extensión que explique la interesante secuencia de poblamiento del valle de Alboraj.

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Fig. 11. Materiales y estructuras de Loma Lencina.

precedentes. En apariencia constituyen evidencias de nuevas formas de poblamiento o quizá mejor de explotación de espacios agrícolas no ocupados previamente, si bien reproducen patrones de asentamiento rural agregado que se están ensayando igualmente en otros espacios agrícolas ocupados desde época romana. 4.4.1. Loma Lencina (Fig. 11) El ejemplo más significativo es el de Loma Lencina,35 un asentamiento localizado en lo alto de un pequeño montículo de aproximadamente 500 m de altura, situado junto a la rambla de la Sierra, en la confluencia de los valles de Uchea con el de Cordovilla-Sierra, dominando el trazado del antiguo eje viario de origen romano que procedente del Tolmo de Minateda y Torre Uchea se dirigía al valle de Cordovilla-Sierra, frente a la Venta del Vidrio, donde todavía se conservan restos de carriladas antiguas. Los restos constructivos se extienden por una superficie de unos 10.000 m sobre la loma, que tiene una altura relativa de 7-8 m respecto al terreno circundante (Rico Sánchez, 1996: 286), aunque según nuestras impresiones la superficie habitada sería sensiblemente menor, en torno a 5.000-6000 m2.

35 Descubierto en 1992 por Rafael Lencina Morales y dado a conocer por M.ª Teresa Rico Sánchez (1996) y B. Gamo Parras (1998: 171 ss).

Según M.ª T. Rico se observan vestigios de muros rectilíneos que conforman tres estructuras de habitación tendencia cuadrangular y al menos un edificio rectangular de planta compleja con subdivisiones interiores,36 realizados en mampostería con lajas y adarajas verticales, en una técnica constructiva similar a la atestiguada en la fase altomedieval del Tolmo y en algunos otros asentamientos rurales de similar cronología, como Loma Eugenia o Alboraj. La homogeneidad constructiva y material del conjunto parece sugerir que se trata de un asentamiento con una única fase constructiva plenamente altomedieval (visigoda) sin pervivencia prolongada en época islámica. Entre sus materiales destacan cerámicas comunes hechas a torno, con pastas bastas, entre las que predominan las ollas similares a las documentadas en Loma Eugenia y Alboraj (Rico Sánchez, 1996; Gamo parras, 1998: 171-75). Aunque las evidencias de este sitio son mucho menos claras que las de Loma Eugenia, permiten asimilarlos como ejemplos de asentamiento campesino de tipo agregado.

36 Aunque en la publicación de M.ª T. Rico se resalta la complejidad de esta estructura subdividida en relación a las eventuales casas unicelulares, los trabajos del Tolmo han demostrado que muchos de esos compartimentos rectangulares son, en rigor, estancias agrupadas que forman parte de unidades domésticas más complejas, formadas por varias estancias rectangulares agregadas en torno a un espacio abierto que hace las veces de patio o corral, y que podría intuirse igualmente en los asentamientos rurales. Cfr. S. Gutiérrez y V. Cañavate, (2010).

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Fig. 12. Castellar de Sierra.

4.4.2. Castellar de Sierra (Fig. 12) Al norte de Loma Lencina, en el mismo eje viario que comunica el valle de Uchea con los de Sierra-Cordovilla y Alboraj, se encuentra el Castellar de Sierra sobre un elevado cerro que domina las pedanías de Sierra, en sus faldas, y de Cordovilla. El emplazamiento adquiere la morfología de un asentamiento de altura fortificado, un h. is. n islámico, caracterizado por un recinto defensivo de mampostería con cubos salientes y restos de diversas estructuras; en los extremos del recinto se sitúan dos torres encofradas en tapial –una de las cuales se conserva en alzado– y un aljibe (Rico Sánchez, 1997: 88). En ausencia de excavaciones resulta difícil datar el asentamiento, si bien la morfología del recinto y su técnica constructiva parecen corresponder a un contexto temprano, fechable entre los siglos x y XI, con intervenciones de época almohade que podrían relacionarse con la importancia que tuvo el lugar de Sierra en el marco de las luchas fronterizas de mediados del siglo XIII. Las características de este emplazamiento pueden vincularse con las de un distrito castral clásico, que integrara varias alquerías, como las mismas Sierra y Cordovilla, y los espacios hidráulicos de ellas dependientes37 (Bazzana,

37 En este sentido M.ª T. Rico Sánchez (1997: 83-5) señala que las alquerías localizadas en los actuales pueblos de Sierra, Cordovilla, Santiago de Mora y Mora de Santa Quiteria podrían depender del Castellar de Sierra, sugiriendo relacionar uno de los distritos agrícolas de la Cora de Tudmir mencionados por alUdri –el iqlim Mawra– con el topónimo Mora, vinculado a dos de esas pedanías.

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Cressier y Guichard, 1988); desde esta perspectiva, el sitio representaría una fractura evidente en un sentido cronológico y espacial con el poblamiento anterior, ya que se relacionaría con la implantación de un nuevo patrón territorial plenamente islamizado. No obstante y a tenor especialmente de los restos de una eventual población,38 no podemos descartar definitivamente un origen anterior para esta ocupación de altura, vinculada al fenómeno de huida social de ciertas poblaciones que, ante la presión los nuevos poderes, optan por ocupar espacios marginales, en un proceso atestiguado desde época visigoda y reforzado en el marco de los conflictos provocados tras la conquista islámica. Algunos materiales procedentes de Sierra y del entorno del Castellar sugieren la existencia de un posible asentamiento de época visigoda o emiral en dicho emplazamiento (Rico Sánchez, 1996: 286),39 que de confirmarse esta datación sería comparable a asentamientos emirales de altura, bien caracterizados cronológica y materialmente, como los de El Zambo en Novelda o El Forat en Crevillente, ambos en Alicante (Gutiérrez Lloret, 1996). 5. VALORACIÓN GENERAL DEL POBLAMIENTO 5.1. EL MODELO DE POBLAMIENTO ¿CONTINUIDAD O CAMBIO?

TARDOANTIGUO:

La interpretación general del territorio en el entorno del Tolmo permitiría proponer que tras el declive de la ciudad romana a partir del s. II d.C, la ocupación se basaría en una serie de enclaves rurales de tipo señorial, las uillae, y otros asentamientos rurales menores, posiblemente incorporados a los fundi de los propietarios rurales. Estos asentamientos rurales parece que perduraron hasta la refundación de la ciudad en época tardoantigua, lo que podía leerse como una

38 Sobre las referencias a un extenso caserío en ambas laderas puede verse J. F. Jordán Montes y A. González Blanco (1985: 363, n. 38). 39 Entre estos materiales son dignos de mención una estela decorada con dos ruedas incisas, procedente de Sierra, que recuerda a ciertas placas decorativas altomedievales del Tolmo de Minateda, y un fragmento de tannūr hallado en las laderas del Castellar, con paralelos en contextos de finales del siglo Ix- siglo X en la Rábita de Guardamar (Gutiérrez Lloret, 1991: 165, fig. 3-4).

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continuidad de las estructuras rurales. Las evidencias constatadas de pervivencia cronológica en los sitios de las villas de Zama, Agra, Torre Uchea y quizá Alborajico permitirían abogar por este modelo continuista. De ésta forma, la refundación de la ciudad no significaría una reestructuración completa en el plano territorial, sino que se anclaría sobre un modelo precedente. Sin embargo, frente a esta interpretación continuista, el análisis en detalle de las evidencias de ocupación, aun con la prudencia de tratarse de un registro superficial y proveniente de actuaciones dispersas y poco sistemáticas, nos permite proponer interpretaciones alternativas. En primer lugar, la continuidad del modelo señorial romano instalado en el campo no parece que pueda defenderse como la norma sino como la excepción. Únicamente la villa de Zama –y quizá Alborajico, si se interpretan como tal villa los vestigios romanos que allí aparecen– parece representar la continuidad del asentamiento, lo que con precaución podría significar la continuidad de una propiedad señorial.40 En los restantes casos, el desplazamiento topográfico nos advierte de una fractura en la continuidad de los asentamientos y una nueva estrategia de ocupación del espacio, aunque en las mismas unidades geográficas. La problemática se centraría en caracterizar la modalidad de poblamiento que surge al final de la Antigüedad, su estructura espacial y la relación con la ciudad que se refunda en este momento; en otras palabras, comprender y explicar esta nueva configuración de los territorios rurales característica de la Alta Edad Media. 5.2. CONTINUIDAD SOLO APARENTE Y UNA NUEVA REALIDAD POBLACIONAL: ¿ALDEAS?, ¿TURRIS? En esta nueva configuración de los territorios rurales destaca la caracterización de una nueva modalidad de asentamiento, propia de la época

40 Si bien hasta este particular es discutible, porque incluso en los casos de aparente continuidad habitativa de las uillae los contextos de ocupación constatados en sus partes residenciales (humildes reocupaciones domésticas realizadas con arquitecturas perecederas, cantera de materiales de construcción, usos funerarios o agropecuarios, etc) sugieren una reocupación de muy distinto signo (Vigil-Escalera, 2006: 95), indicando claramente que dichos espacios ya no son residencias aristocráticas. Si como señala A. Chavarria (2005: 269) “la fine delle ville non significò l’abbandono definitivo di questi complessi”, su frecuentación no implica necesariamente la pervivencia del sistema fundiario basado en la uilla.

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visigoda avanzada y coetánea en su proliferación a la reviviscencia urbana del Tolmo de Minateda como cabeza administrativa y episcopal de la región. Se trata de un conjunto de asentamientos rústicos de pequeñas dimensiones, con sus correspondientes necrópolis, que ocupan colinas en zonas muy fértiles, cerca de arroyos o manantiales, con características edilicias comparables a las de la ciudad del Tolmo (muros de mampostería con grandes adarajas) y materiales (cerámica y toréutica) correspondientes a un horizonte plenamente visigodo, fechable en el siglo VII. Esto nuevos núcleos de población reproducen un esquema espacial semejante que podemos resumir en los siguientes puntos: - Se extienden sobre suaves colinas o laderas destacadas levemente del entorno llano (Loma de los Coches-Torre Uchea, Loma Eugenia, Loma Lencina, Muela de Albojarico, en las inmediaciones de un curso de agua, generalmente un arroyo o rambla, una surgencia, y en ocasiones una laguna, como en el caso de Alboraj. - Dominan entornos potencialmente aptos para la agricultura por la existencia de esos puntos o cursos de agua. Ello permite un aprovechamiento óptimo de los entornos en rendimientos constantes y variados con lo que asegurar las necesidades de las poblaciones asentadas en el lugar. Otras zonas de la comarca se ven afectadas por la aridez y ofrecen posibilidades de explotación considerablemente menores. - La extensión no es demasiado amplia, en torno a 3000-6000 m2, y en los casos en que disponemos de indicios superficiales sobre las formas del hábitat (Loma Eugenia y Loma Lencina) sugieren la existencia de un agregado poco orgánico de unidades de habitación sin orientaciones definidas, ni casas adyacentes, si bien este es un aspecto que requiere contrastación arqueológica mediante excavación en extensión. No parece que posean estructuras o cerramientos defensivos, lo que refuerza el carácter abierto y agrario de los asentamientos. - En algunos casos (Loma Eugenia y la Loma de los Coches-Torre Uchea) se documentan enterramientos junto a las zonas de hábitat lo que supondría la voluntad de fijación a la tierra en ciclos plurigeneracionales y por tanto la naturaleza estable de estas aldeas. Por otra parte se reforzaría la autonomía de los establecimientos rurales que no parecen depender de un centro religioso inmediato para atender las prácticas funerarias, concebidas no obstante como una de las

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principales manifestaciones sociales de carácter comunitario.41 En definitiva, parece que nos encontramos ante la emergencia de una nueva modalidad de poblamiento que puede parangonarse con ciertas categorías de poblamiento rural agregado, definidas como aldeas42 y caracterizadas por A. Vigil-Escalera como una forma comunitaria de asentamiento que agrupa varias unidades domésticas bajo un determinado ordenamiento social compartido (2007: 256); un territorio habitado y explotado con ciertas dimensiones capaces de generar determinadas dinámicas sociales, y dotado de una cierta estabilidad (Quirós, 2009: 387). Este reconocimiento de patrones poblacionales comunes es operativo en un nivel general pero plantea interesantes problemas históricos, que en el estado actual de las investigaciones y con la documentación disponible, no somos capaces de responder, pero no podemos dejar de plantear. El primero afecta a los problemas que genera el empleo de la categoría historiográfica de aldea, no solo por ser un concepto connotado historiográficamente a partir de los textos escritos, como expone el propio Quirós (2009: 399), sino también por la connotación arqueológica establecida a partir de los contextos altomedievales del centro y norte peninsular pre y proto feudales, al hilo del debate europeo, donde se percibe un significativo grado de autonomía campesina en los procesos de apropia41 Conviene extremar la prudencia en este aspecto, porque la ausencia de excavaciones en los asentamientos rurales impide conocer con certeza si existieron en ellos pequeñas parroquias rurales. De hecho, con la excepción única y singular del poblado y basílica de Bovalar, no existe una contrastación arqueológica fiable ni en Cataluña ni en la Meseta madrileña –como ejemplos territoriales bien documentados– que permita suponer su existencia generalizada en los asentamientos rurales (Vigil-Escalera, 2006: 91; Roig Buxó, 2009: 212). En el estado actual de nuestros conocimientos parece más probable suponer la centralización de las funciones religiosas en la ciuitas del Tolmo de Minateda, donde ha sido identificado un complejo religioso probablemente episcopal, compuesto por la tríada basílica-baptisterio-palatium, (Gutiérrez, Abad, Gamo, 2004; 2005) y donde podría existir al menos una pequeña iglesia extraurbana con su cementerio en el cerro frontero del Lagarto, situado al otro lado del arroyo de Tobarra frente al Tolmo, que ya intuyeron H. Breuil y R. Lantier al describir «…une construction de dimensiones plus considérables, dont un des angles demeure en place» (1945: 224). 42 Sobre las categorías arqueológicas básicas del poblamiento altomedieval –asentamiento disperso (granjas), agregado (aldea) y concentrado (castellum y ciuitas)– pueden verse los trabajos de A. Vigil-Escalera (2006, 2007) y J. A. Quirós (2007 y 2010), así como el estado de la cuestión The Archaeology of Early Medieval Villages in Europe, recientemente editado (Quirós, 2009).

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ción y gestión de los espacios agrícolas. Las aldeas del territorio de Eio parecen ser asentamientos campesinos agregados que surgen ex nouo en un contexto cronológico comparable al que permite el surgimiento de las redes aldeanas en el área toledana y vasca, pero desconocemos su grado de subordinación. Así por ejemplo, en el caso toledano se ha trabajado con asentamientos aldeanos distantes de cualquier centro urbano (Vigil-Escalera, 2007: 276), mientras que en el entorno de Eio debieron existir formas de poblamiento rural más directamente ligadas a la ciudad, en la que el dominio de las élites propietarias ha de ser más hegemónico y coercitivo de lo que se constata, por ejemplo, en la llanada alavesa (Quirós, 2009: 399). Como el propio Vigil-Escalera (2007: 252) señala: «de los centros urbanos se esperaría el intento de restaurar de la manera más completa posible el control sobre sus antiguos territorios (y especialmente de sus pobladores)». Quedan por explicar los mecanismos de esa restauración en el caso de una ciudad redefinida territorialmente como cabeza de la administración episcopal y su capacidad de planificación o ingerencia en las nuevas aldeas de su territorio.43 Un segundo tema de interés emana de la visibilidad de dichas élites en el ámbito rural; en general se propone un abandono generalizado del medio rural en beneficio de ciuitates y castella, que revierte en la antedicha autonomía de gestión de la comunidad campesina. La superficialidad de los indicios impide reconocer indicadores precisos de jerarquía en los asentamientos rurales (espacios residenciales significados, depósitos de alimentos, control de medios de producción, etc), excepción hecha de los ajuares funerarios documentados en al menos dos de estos asentamientos: Loma Eugenia y Loma de los Coches-Torre Uchea. En ambos ejemplos aparecen con presencia significativa elementos de vestuario que pueden denotar cierto rango y que, significativamente, han sido «amortizados» después de ser portados en vida, con ocasión de la muerte de su propietario, lo que debe entrañar un profundo significado social que trasciende a lo funerario; es el caso de los tres broches de cinturón característicos del siglo VII, el podón de hierro y los dos anillos de bronce hallados en Loma Eugenia y el anillo de oro con inscripción cristiana

43 En este sentido es interesante traer a colación la hipótesis formulada por Jordi Roig (2009: 225) acerca de la existencia de un red de poblados en el territorio de Barcino-Egara, que constituirían la base productiva del obispado y del fisco durante los siglos VI y VII.

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de Torre Uchea, a más de otro broche de cinturón sin contexto claro. No deja de ser interesante comparar esta significativa «amortización» funeraria de elementos de vestuario en los cementerios rurales, con su escasez en los cementerios urbanos del Tolmo donde solo han aparecido dos broches de cinturón en la amplia necrópolis ad sanctos y ninguno en los cementerios extraurbanos, cuando sería previsible una mayor visibilidad de estos marcadores jerárquicos, si es que lo fueron,44 en la ciudad que supuestamente acogía a la élites, a no ser que estos objetos adquieran una significación especial exclusivamente en el medio rural. Moviéndonos con las mismas cautelas, podríamos intuir esta presencia jerárquica en ciertos enclaves rurales que podrían corresponder a una caracterización distinta, en este caso del tipo turris. Este topónimo, según Acién (2008: 82), podría esconder un concepto residencial vinculado a las aristocracias; un modelo de casa fuerte, más o menos vinculado a uno o varios asentamientos campesinos agregados, que podría plantearse en Torre Uchea, habida cuenta de que las evidencias tardoantiguas parecen concentrarse en un enclave sobre la loma del cerro, dominando el entorno circundante y con evidencias de enterramientos de élites rurales, como probarían los sarcófagos y el anillo áureo localizado en una de las sepulturas. En este sentido no conviene olvidar las posibilidades que plantea el sugerente topónimo Alboraj, la torre, en otro ejemplo de asentamiento altomedieval de la comarca (Navarro, 1989:223). Un tercer problema histórico que conviene discutir emana de la difícil correlación de las categorías arqueológicas del poblamiento rural con la terminología de las fuentes escritas, tanto visigodas como árabes. Las primeras refieren distintas modalidades de asentamientos concentrados, enfatizando tanto su dimensión urbana (ciuitas) como residencial-fortificada (oppidum, castrum, castellum); asentamientos agregados (uicus y pagus), quizá apli-

44 Por el contrario, y al igual que se constata en la aldea de Gózquez (Vigil-Escalera, 2009: 329), la mayoría de broches del Tolmo proceden de contextos de amortización de estructuras con fechas claramente postvisigodas (Gamo Parras 2002, llegando en el caso más significativo –pero no el único, puesto que al menos otras dos piezas proceden de contextos claramente islámicos– a aparecer en buen estado de conservación en los estratos de abandono de una vivienda islámica, fechados a mediados del siglo IX (Gutiérrez Lloret, 2007). Este dato introduce un interesante matiz sobre la circulación y el atesoramiento de mercancias de “valor”, material o simbólico, en la reflexión sobre el el eventual significado social de estos objetos.

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cables a la materialidad de las aldeas arqueológicas, y asentamientos dispersos de naturaleza puramente rústica (uilla y uillula). Las fuentes árabes se refieren igualmente a la realidad urbana (madīna), a los asentamientos fortificados (qasr, h.is.n, turrus o burŷ), y a la forma de poblamiento agregado rural por excelencia, la qarya o alquería, la única que puede traducir la realidad material de estas aldeas. No obstante, se debe recordar que a diferencia de lo que se constata en las redes aldeanas septentrionales, que se densifican a partir del siglo VIII y se convierten en una norma hegemónica de ocupación y parcelación del espacio (Quirós, 2009: 387), ninguno de estos asentamientos rústicos de pequeñas dimensiones, dispuestos con sus necrópolis sobre suaves colinas, parece –hoy por hoy y sin haber sido excavados– convertirse en una alquería islámica, ni en ellos aparecen los materiales típicamente emirales de mediados del siglo IX que tan bien caracterizan el abandono de la Madīnat Iyyuh del Tolmo.45 Esta aparente deserción es la que nos llevo a aventurar que sus habitantes pasaran a engrosar paulatinamente las filas de los «encastillados», escapando al control de los propietarios fundiarios (Gutiérrez Lloret, 1996: 280), puesto que la vida urbana del Tolmo tampoco les sobrevivirá en gran medida. 5.3. UNA INTERPRETACIÓN ESPACIAL DE LA PROXIMIDAD DE LA OCUPACIÓN ROMANA Y LA TARDOANTIGUA

La proximidad de algunos de los asentamientos rurales descritos a las villae que articulaban el poblamiento romano requiere alguna explicación una vez descartada la continuidad de los centros romanos. En nuestra opinión, el nuevo poblamiento rural aprovecha los espacios agrícolas anteriores pero no las áreas residenciales que se ubican a centenares de metros y en ocasiones separadas por elementos de demarcación física, como el curso de un to-

45 En el único caso en que se atestigua arqueológicamente una alquería islámica, el de Alborajico, parece existir un hiato cronológico e incluso una cesura topografía entre ambas realidades, que impide toda lectura continuista. En el caso de Zama se constata el hallazgo de un felus en superficie, pero no se reconocen contextos materiales emirales, siendo muy significativo que en el cementerio de Loma Eugenia no se detectasen enterramientos de ritual musulmán, al contrario de lo que ocurre en la necrópolis septentrional del Tolmo, donde coexisten y se suceden ambos ritos funerarios en un mismo espacio. Da la sensación de que los asentamientos islámicos, si los hubo en esas zonas, buscaron nuevos modelos de implantación, que podrían haber quedado enmascarados por las pedanías actuales, atestiguadas desde al menos la Baja Edad Media.

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Fig. 13. Localización de los sitios en relación con los suelos agrícola según su capacidad. A: Suelos de aprovechamiento agrícola intensivo. B: Suelos de aprovechamiento agrícola extensivo. C: Entorno de monte sin aprovechamiento agrícola. Elaboración propia a partir de información del Project Corine Land Cover.

rrente, en lo que parece una decisión intencionada por parte de la nueva comunidad de emplazarse en localizaciones distintas. Los nuevos emplazamientos escogidos son promontorios ligeramente destacados sobre el llano agrícola circundante donde se extiende el espacio productivo de la comunidad, quizá en una voluntad de dominio visual sobre estos campos. La selección de áreas próximas a los antiguos campos romanos puede estar condicionada por la existencia de escasos nichos de óptimo aprovechamiento agrícola en la comarca dominada por un entorno semiárido. De ese modo, la presencia de puntos y cursos de agua que fertilizasen el suelo y terrenos roturados con anterioridad las convertiría en áreas especialmente atractivas para la implantación de estas aldeas (Fig. 13). Por último, la mayor parte de estos enclaves se ubican en pequeñas cubetas perfectamente delimitadas

espacialmente por pequeños relieves circundantes, que confieren una intensa estabilidad al terrazgo. Esta compartimentación del espacio facilitaría la adscripción de los pequeños territorios de cada aldea y la identificación de las poblaciones campesinas con las unidades de paisaje que ocupan y explotan, que se convierten así en el corazón de un espacio geográfico propio; es decir y en palabras de Laurent Schneider (2005: 309), «d’espace géographique associé à un habitat et non plus â la propiété foncière comme l’était le monde rural des uillae de l’époque impériale romaine». Puede, no obstante, hacerse una lectura social opuesta a este planteamiento, buscando en la permanencia en dichos espacios un mantenimiento de la propiedad y una subordinación a un estamento propietario, posiblemente absentista, pero capaz de exigir renta y servicios.

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6. HACIA UNA LECTURA SOCIAL DE LAS FORMAS DE POBLAMIENTO A modo de conclusión queremos únicamente plantear algunos temas para una futura discusión sobre el problema del territorio tardoantiguo y altomedieval de Eio/Iyyuh, retomando nuestro objetivo inicial de lograr la visibilidad de ciertas formas de poblamiento rural que caracterizan el paisaje agrario altomedieval y su interpretación en clave histórica. En primer lugar será necesario empezar a construir repertorios arqueológicos explícitos sobre el territorio rural, convirtiéndolo en un objeto de estudio per se y logrando registros arqueológicos contextuales, extensos y complejos. En segundo lugar, la lectura social de las formas de poblamiento pasa por explicar la significativa visibilidad del asentamiento agregado en las lomas suaves, invisible por el momento en otras zonas del sudeste peninsular, frente a la opacidad del patrón dominante en esas mismas regiones: la ocupación de la altura y de los territorios marginales. Aspectos igualmente importantes son la definición del grado de autonomía o subordinación de las comunidades campesinas, su relación con el centro urbano, el reconocimiento de la presencia/ausencia de la aristocracia en el medio rural y de sus elementos de diferenciación jerárquica en el ámbito edilicio y funerario y, por fin, en la medida que la intervenciones en extensión lo permitan, caracterizar social y funcionalmente los espacios residenciales, productivos y simbólicos del ámbito rural. Como el lector podrá observar, de nuestro estudio surgen en la actualidad más preguntas que respuestas, pues en esta primera aproximación al análisis territorial precisamente nuestro objetivo no era otro que la caracterización de las ocupaciones y la identificación de las principales problemáticas para su estudio. En el estado actual de la investigación puede afirmarse que la ciuitas del Tolmo contaba con un entorno rústico densamente habitado, posiblemente dependiente de ella, sin poder precisar si esta área de influencia constituía un verdadero territorium económico y fiscal urbano en el sentido clásico. Tampoco estamos en condiciones de afirmar la capacidad de control económico real de la ciudad visigoda sobre el medio rural. No obstante, la movilización de recursos que entraña la planificación casi «ex nouo» de la ciuitas visigoda sugiere que ese proyecto urbano nació con la voluntad de erigirse en la cabeza administrativa y religiosa de un territorio; la vinculación económica y sobre todo

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fiscal de éste a la ciudad parece una consecuencia lógica. El territorio administrativo de la ciuitas del Tolmo debió ser muy amplio, puesto que debía organizar parte de los territorios eclesiásticos de la antigua diócesis ilicitana; pero la base real de su riqueza dependería de un ámbito mucho más inmediato y es en este marco donde cobran sentido histórico estos asentamientos rurales próximos al Tolmo y que, con excepción de Zama, no parecen tener un origen romano. La condición jurídica de esas aldeas se nos escapa –¿sus habitantes eran propietarios libres o, por el contrario, campesinos dependientes de grandes propietarios fundiarios?– y su vinculación con la ciuitas del cerro también, pero creemos que su aparición en pleno siglo VII en el entorno del Tolmo no puede ser ajena al proyecto urbano y a las implicaciones fiscales que su rango episcopal requiere. Futuros trabajos deberán caracterizar histórica y socialmente estos espacios que solo ahora empezamos a reconocer. BIBLIOGRAFIA ABAD CASAL, L. 1996: «La epigrafía del Tolmo de Minateda (Hellín, Albacete) y un nuevo municipio romano del Conventos Carthaginensis», Archivo Español de Arqueología 69, 77-108. ABAD CASAL, L. 1997: «El Campo de Hellín en época romana», Macanaz Divulgación. Historia de la Comarca de Hellín 2, Hellín, 39-56. ABAD CASAL, L. y GUTIÉRREZ LLORET, S. 1997: «Iyih (El Tolmo de Minateda, Hellín, Albacete). Una ciuitas en el limes visigodo-bizantino», Antigüedad y Cristianismo XIV, 591-600. ABAD CASAL, L., GUTIÉRREZ LLORET, S. y GAMO PARRAS, B. 2000 a: «La ciudad visigoda del Tolmo de Minateda (Hellín, Albacete) y la sede episcopal de Eio», Los orígenes del cristianismo en Valencia y su entorno (Grandes temas arqueológicos II), Valencia, 101-12. ABAD CASAL, L., GUTIÉRREZ LLORET, S. y GAMO PARRAS, B. 2000 b: «La basílica y el baptisterio del Tolmo de Minateda (Hellín, Albacete)», Archivo Español de Arqueología 73, 193-221. ABAD CASAL, L., GUTIÉRREZ LLORET, S., GAMO PARRAS, B. y CANOVAS GUILLÉN, P. 2008: «Una ciudad en el camino: pasado y futuro de El Tolmo de Minateda (Hellín, Albacete)», Zona Arqueológica 9, 323-36. ABASCAL PALAZON, J. M. 1990: Inscripciones romanas de la provincia de Albacete, Instituto de

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LA CIUDAD DE MADINAT ILBIRA POR

ANTONIO MALPICA Universidad de Granada

RESUMEN La ciudad de Madinat Ilbira se implanta a partir del siglo IX en un territorio seguramente ocupado desde fechas anteriores. Significó una modificación en la organización del poblamiento del mismo. Hasta que punto esa modificación estaba implícita en las primeras formas de organización del espacio o no es una cuestión a dilucidar a partir del proyecto de investigación sobre la ciudad titulado «La ciudad de Madinat Ilbira (Atarfe-Pinos Puente, Granada)». PALABRAS CLAVE:Arqueología, asentamientos, urbanismo, al-Andalus, Medina Elvira SUMMARY The city of Madinat Ilbira has emerged since the ninth century in a territory occupied probably earlier on times. It meant a change in the organization of the settlement thereof. Whether this change was implicit in the earliest spatial organization or not is a matter to be clarified. An attempt to understand this problem is taken from the research project entitled «La ciudad de Madinat Ilbira (Atarfe-Pinos Puente, Granada)». KEYWORDS: Archaeology, settlement, urbanism, al-Andalus, Medina Elvira

INTRODUCCIÓN El análisis de las ciudades, de su acción sobre los asentamientos rurales, y, por tanto, de su evolución, desde el mundo tardoantiguo hasta la consolidación de la dinastía omeya a partir de la proclamación del califato, exige un esfuerzo intelectual significativo. En él no entra solo el trabajo de campo, con una serie de dificultades que no son fáciles de salvar, sino que exige un debate teórico acerca de la especificidad o no de la sociedad resultante en Hispania de la crisis final del Mundo Antiguo y su sustitución por una formación social, que por lo común ha sido calificada como tributario mercantil. En Historia, se utilicen las fuentes escritas en exclusiva o de manera prevalente, o se atienda al registro arqueológico de forma principal, siempre hay una cuestión de base: la necesidad de combinar

las discusiones teóricas con el proceso de obtención de datos y su organización. No es nada nuevo, pero no está de más recordarlo. Más que enfrascarse en una discusión acerca del mayor valor de unos datos que los otros, los planteamientos deben de conducir a la necesidad de definir las sociedades que se estudian. Lejos de nuestras intención es señalar una categorización absoluta, porque, aunque nos movamos en un marco que consideramos más o menos establecido, es imposible hacerlo. Más bien es necesario conocer en espacios concretos, cómo eran los asentamientos y de qué manera evolucionaron a lo largo de un periodo extenso durante el cual se supone –y está bien dicho se supone, porque aún no se ha cualificado más allá de algunas generalidades– hubo cambios de entidad. Dejando a un lado otras cuestiones, podríamos decir que tales cambios parece que se anclan en una transformación en principio más radical de lo que cabría pensar. Significaron ante todo una modificación del medio físico, además de la sociedad y del espacio territorial en que se desenvolvían los grupos humanos. En honor a la verdad hay que decir que esa transformación está por determinar con ejemplos concretos y que estén suficientemente extendidos para poder tomarlos en consideración. Hablamos de la implantación de un agricultura irrigada que es, aunque puedan existir discrepancias, la base de la economía agraria andalusí y la que ha movido un tráfico comercial importante. Este planteamiento es, desde luego, arriesgado, porque ante todo habría que tener la certeza, no ya escrita, pues no existen referencias de entidad antes del siglo X, cuando el control del territorio por parte de los omeyas es un hecho incuestionable y la configuración de al-Andalus está plenamente realizada, sino sobre todo de carácter arqueológico. A veces se puede pensar que el debate, formulado con frecuencia de manera poco clara y muy contaminado por muy diferentes factores, adquiere el mismo carácter que ha tenido, por ejemplo, en

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Italia el referente al «incastellamento».1 Pero en realidad no es así. Hay posiblemente dos aspectos que determinan que la diferencia sea sustancial. El primero es que el volumen de fuentes escritas andalusíes es cuantitativa y cualitativamente distinto. Sin entrar a analizar esta cuestión a fondo, hay que señalar que las referencias que encontramos tienen unas características que se han convertido en una suerte de lugar común: los documentos son escasos y se refieren de manera muy parca a cuestiones económicas y sociales; hacen que la historia política, dinástica y militar sea preeminente, y, por último, emanan directamente de un círculo restringido del poder.2 Es evidente que tales opiniones no eliminan la necesidad de organizar un sistema de conocimientos que permita el acceso a un análisis de mayor entidad, porque, entre otras cosas, las fuentes escritas suelen ser precisamente y de forma habitual emanaciones de los grupos del poder. El segundo aspecto a reseñar es que el trabajo arqueológico no ha conseguido el nivel de desarrollo que en sus inicios, por lo demás recientes, cabía esperar. Se debe a la inexistencia de una arqueología medieval conformada y organizada intelectualmente, muy débil a niveles académicos y sobrepasada por la realidad social.3 En suma, las intervenciones, porque no podemos hablar de proyectos de largo alcance,4 se han ido reduciendo a las necesidades impuestas por instancias ajenas a la propia investigación científica, proliferando las excavaciones de urgencia, sobre todo en ámbitos urbanos o en espacios afectados por las grandes obras públicas. Sin embargo, se han logrado articular estrategias lo suficientemente inteligentes como para establecer unos parámetros de conocimiento que permitan una aproximación a la realidad. 1 La bibliografía es abundante, pero reduciremos las citas a la más general y reciente: Barceló, Miquel y Toubert, Pierre: L’Incastellamento: Actas de las reuniones de Girona (26-27 noviembre 1992) y de Roma (5-7 mayo 1994), Roma, 1998, Francovich, Riccardo y Hodges, Richard, Villa to village: the transformation of the Roman countryside in Italy c. 400-1000, Londres, 2003, y Valenti, Marco, L’insediamento altomedievale nelle campagne toscane: paesaggi, popolamento e villaggi tra VI e X secolo, Florencia, 2004. 2 Viguera, Mª Jesús, «Cronistas de al-Andalus», en Maíllo Salgado, Felipe (ed.), España. Al-Andalus. Sefarad. Síntesis y nuevas perspectivas, Salamanca, 1988, pp. 85-98, espec. 85. 3 Algunas de estas reflexiones por extenso están planteadas en Malpica Cuello, Antonio, «La arqueología medieval entre el debate científico y social», en Molina Molina, Ángel Luis y Eiroa Rofríguez, Jorge A. (eds.), Tendencias actuales en Arqueología Medieval, Murcia, 2007, pp. 9-22. 4 Son apenas unos cuantos los que podrían considerarse de ese modo en toda la arqueología medieval y menos aún los referentes a al-Andalus.

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Con frecuencia, las opciones que se han tomado se pueden considerar contrapuestas. De un lado, se ha insistido en la dinámica del poder, no solo a partir de las fuentes escritas, aunque prioritariamente partiendo de ellas, en tanto que, de otro, se ha ido concentrando en realidades más materiales a partir de una arqueología extensiva que de forma vacilante ha sido cualificada,5 pero sin poder determinar si cuando se habla de ella, es de la arqueología del paisaje,6 y qué diferencias conceptuales o sencillamente técnicas existen entre ambas.7 No entramos tampoco en definir lo que se ha dado en llamar arqueología hidráulica,8 que ganó un amplio terreno en años precedentes y que ahora parece deslizarse hacia el campo de la arqueología del paisaje o, por mejor decirlo, la arqueología agraria.9 Su concurso ha sido estimulante para el tema que nos ocupa, generando, como desgraciadamente es habitual en

5 La llamada arqueología extensiva ha sido más o menos determinada por la llamada escuela francesa: Bazzana, André y Guichard, Pierre, «Pour une “archéologie extensive”», en Bazzana, André y Poisson, Jean-Michel (eds.), Histoire et archéologie de l’habitat médiéval. Cinq ans de recherche dans le domaine méditerranéen et la France du Centre-Est, Lyon, 1986, pp. 175-184. 6 A propósito de la numerosa bibliografía sobre este tema de la arqueología del paisaje, podemos señalar algunos títulos: Barker, Graeme, «L’archeologia del paesaggio italiano: nuovi orientamenti e recente esperienze», Archeologia Medievale, XIII (1986), pp. 7-30; Roberts, B. K., «Landscape Archaeology», en Wagstaff, J. M. (ed.), Landscape & Culture. Geographical & Archaeological Perspectives, Oxford-New York, 1987, pp. 7795; Bernardi, Manuela (ed.), Archeologia del paesaggio, Florencia, 1992; Rippon, Stephen, Historical Landscape Analisys. Deciphering the countryside, York, 2004. No hay que olvidar la revista Archaeologia polona, en sus números 37 (1999), dedicado a Archaeology and ecology, y 38 (2000), referido a Archaeological heritage management. También se puede considerar Arqueología espacial, editada en Teruel, que dedicó un monográfico a la arqueología del paisaje, en concreto el volumen 19-20 (1998). Estas referencias dan idea del trabajo realizado, como de la enorme confusión teórica que sigue imperando. 7 Es muy interesante la reflexión que hace al respecto Ortega Ortega, Julián, «De la arqueología espacial a la arqueología del paisaje: ¿es Anales la solución?», Arqueología espacial, 19-20 (1998), pp. 33-52. 8 Son varias las publicaciones en donde se plantea su formulación de manera global. Muchas de ellas han sido recogidas en el libro de Barceló, Miquel, Kirchner, Helena y Navarro, Carmen: El agua que no duerme: fundamentos de la arqueología hidráulica andalusí, Granada, 1996. 9 Así parece demostrarlo la reunión celebrada en Barcelona, los días 27 y 28 de noviembre de 2008: Para una Arqueología agraria. Perspectivas de investigación sobre espacios de cultivo en las sociedades medievales hispánicas. Parece inspirarse, de acuerdo con el programa presentado, en la obra de Guilaine, Jean (ed.), Pour une archéologie agraire: à la croisée des sciences de l’homme et de la nature, París, 1991.

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nuestro medio científico, una serie de críticas muchas veces no explícitas. En síntesis, los puntos de los trabajos sobre el tema que nos ocupan hunden sus raíces en unas interpretaciones con frecuencia contrapuestas. De una parte, encontramos los estudios de quienes atienden muy especialmente al papel del Estado como motor de las transformaciones que sin duda hubo en al-Andalus, apoyándose bastante en las fuentes escritas. De otra, existe un grupo que trabaja sobre todo con la realidad material y que se ha instalado en el análisis del mundo campesino. Es cierto que este esquema puede pecar de reduccionista, pero no es menos verdad que ambas posturas se apoyan en la configuración de las llamadas formaciones sociales tributarias. La enorme discusión que se generó en su momento,10 debe recobrar impulso a partir de la publicación del libro de Chris Wickham sobre la Alta Edad Media11 y el de Eduardo Manzano sobre la formación de al-Andalus.12 Planteamientos teóricos y del desarrollo mismo de la investigación tienen que estar presentes en cualquier discusión, y en el presente caso no debe ser menos. Ahora bien, sea como fuere, es evidente que la conformación de la sociedad de al-Andalus, dentro de las tributarias, debe partir de la agricultura. En este punto hay un acuerdo manifiesto en tanto que se trata de una formación social precapitalista, en la que el peso de la vida agrícola es básico, pero adquiere un especial relieve si logramos demostrar que la irrigación es un elemento sustancial que trajo consigo una evidente transformación incluso del medio físico. Esta cuestión no resuelve nada más que una parte del problema, ya que habría que pensar que ese cambio, en el caso de que lo hubiese, tuvo que tener un fin y unos agentes que necesariamente son sociales, pero que no es lo mismo que sea un minoría destacada en una sociedad jerarquizada que una comunidad campesina. 10 Haldon, John, The State and the Tributary Mode of Production, Londres-Nueva York, 1993. Con posterioridad se editó un número monográfico coordinado por el propio John Haldon en la revista Hispania, vol. 58/3, núm. 200 (1998), con artículos del propio Haldon, Vicent, Manzano y Acién. Lleva por título: «El modo de producción tributario: una discusión interdisciplinaria». 11 Wickham, Chris, Framing the early Middle Ages: Europe and the Mediterranean 400-800, Oxford, 2005. Traducción española: Una historia nueva de la Alta Edad Media. Europa y el mundo mediterráneo. 400-800, Barcelona, 2009. 12 Manzano Moreno, Eduardo, Conquistadores, emires y califas: los omeyas y la formación de al-Andalus, Barcelona, 2006.

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Quizás con un ejemplo, por lo demás ampliamente usado, se pueda entender mejor lo que venimos diciendo. Leemos en un trabajo de Hugh Kennedy: There is considerable literary evidence to show that the Umayyads attached very considerable importance to their agricultural estates and were prepared to spend large sums improving them. Even before the coming of Islam, the Umayyad family had an estate in the Balqa’ at Qubbash (not now identifiable) and that is remained in the posession of the family until after the ‘Abbasid revolution when it was confiscated. The policy of bullding up landed estates was continued by Mu‘awiyah. In his article on the background to the Battle of Harra (683) at which the forces of Yazid b. Mu‘awiyah defeated the people of Madinah, Kister shows how much of the opposition to the Umayyads was a resultad of their ruthless policies of buying up or confiscating landed properties in and around the oasis. The evidence shows Mu‘awiyah imploying a special agent or factor as we would say in Scotland (wakil is the Arabic Word) to run these estates and organise the irrigation and the collection of the produce. A number of points emerge. These estates were nor residencial in the sense that Mu‘awiyah intended to live there but were brought as sources of supplies of grain and dates which were brought to him in Syria. They were cultivated by Ummayyad freedmen (mawali), probably prisioners taken in the wars of conquest, who were settled in the area and whose activities, especially in diverting precious water onto their master’s fields, gave rise to violent clashes with the local people.13 Lo que surge de esta lectura de las fuentes hechas por Kennedy parece ser controvertido. A ese respecto, Ch. Wickham no ha dudado en plantear lo que sigue: En realidad, Kennedy ha propuesto que el bien comprobado interés de los Omeyas del siglo VIII por el desarrollo de proyectos de irrigación sistemática del desierto de Siria y Palestina se debía en parte a la necesidad de paliar esta debilidad fiscal —ya que en este caso la posesión de tierras vendría a igualar en términos

13 Kennedy, Hugh, «The impact of muslim rule on the pattern of rural settlement in Syria»,en Canivet, P. y Rey-Coquais, J.-P. (eds.), La Syrie de Byzance à l’Islam VIIe-VIIIe siècles, Damascus, 1992, pp. 291-297, espec. pp. 291-292.

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de remuneración al sistema tributario. Esto me parece ir demasiado lejos. Los más notables proyectos de construcción que, ideados a principios del siglo VIII, han llegado hasta nosotros (al menos al margen de los de China, Japón y el Yucatán), se encuentran en Siria y Palestina, y la mayor parte de ellos son obra de los califas. Difícilmente habría sido esto posible a no ser que la riqueza del califato hubiese tenido una dimensión por completo diferente, y muy superior, a la que indicarían los proyectos de irrigación, Damasco debió de habérselas arreglado perfectamente bien gracias a los impuestos de Siria y Palestina, completados de hecho por ocasionales beneficios imprevistos llegados de otros lugares.14 Dejando a un lado la magnitud de las obras de irrigación emprendidas, éstas se han comprobado y ponen de manifiesto, según cualquier interpretación, algunas cuestiones dignas de consideración. Ante todo, la discusión se ha conducido por la autoría y, por consiguiente, capacidad financiera y de otro tipo, del poder para crear esta forma de agricultura. No es volver desde luego a las viejas teorías de Wittfogel,15 pero deja muchos problemas abiertos, algunos de ellos no fáciles de resolver en el estado actual de la investigación. Ante todo, la capacidad de coerción para emprender tales obras y el mantenimiento de las tierras cultivadas y sus sistemas hidráulicos. Avancemos, sin embargo, por otra senda. Sería importante señalar dos cuestiones sustanciales. La primera es la existencia de una agricultura irrigada capaz de generar más riqueza –al menos es lo que se puede presumir– que otro tipo de cultivos. En cualquier caso, se aprecia que hay una práctica agrícola, comprobada desde antiguo en otras partes, que supone la irrigación de zonas desérticas y, en definitiva, la creación de oasis.16 Este tema nos llevaría a planteamientos muy distintos, ya que parece ser una práctica de determinadas poblaciones desde fechas muy tempranas,17 más que el resultado de una acción del poder. El grado de desarrollo de tales poblaciones y de su organización social está por determinar. Cuestión distinta es que tal acción pueda, una vez constituido el agroecosistema de oasis, ex-

14 Wickham, Chris, Una historia nueva…, pp. 213-214. 15 Wittfogel, Karl A., Despotismo oriental: estudio compa-

rativo del poder totalitario, Madrid, 1966. 16 Barker, Graeme et alii, Farming the desert, Trípoli, 1996, 2 vols. 17 Laureano, Pietro, Atlas de agua: los conocimientos tradicionales para combatir la desertificación, Barcelona, 2005.

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pandirse por acción de grupos humanos más o menos articulados en comunidades o en sociedades complejas con aristocracias bien determinadas, o por el propio Estado. Lo es porque sería determinar la generación de excedente y su regularización para permitir ser captado. Y he aquí el segundo problema a considerar: cuál es el agente de transmisión de esta agricultura en el mundo islámico y, más concretamente, para lo que nos importa a nosotros, en al-Andalus. La discusión que hemos esbozado desemboca en algo que M. Jiménez Puertas ha planteado recientemente. Se trata de la puesta en cultivo por parte de clientes omeyas de tierras en la zona de Loja, en concreto los Banū Jãlid. Ha escrito: Así vemos cómo la instalación de los Banū Jãlid en al-Funtin en el siglo VIII, procedentes de una zona con una tradición de agricultura irrigada como es Siria, nos puede hacer entender algo sobre los mecanismos de creación de los sistemas de regadío.18 Es evidente que esta afirmación la apoya en el texto ya citado de Kennedy, que él mismo incluye traducido al español,19 pero no lo es menos que aplica esta idea a la construcción del regadío de la alquería de al-Funtin.20 Merece la pena recoger sus conclusiones al respecto, porque, pese al intento que hace, el contenido no está exento de cierta ambigüedad: Por otra parte, es cierto que los Banū Jãlid eran los propietarios de al-Funtin, pero no sabemos si acaparaban la propiedad o también había otros propietarios ajenos al linaje. El hecho de tomar la iniciativa en la creación del sistema de regadío puede significar que tienen la fuerza y la autoridad suficiente para ello, o tal vez la influencia y el liderazgo necesarios, no necesariamente que controlan directamente todas las tierras. En definitiva, pensamos que las tendencias a la jerarquización de la sociedad eran contenidas por toda una serie de circunstancias, lo que debía dificultar la polarización de la sociedad en torno a un grupo aristocrático rico y poderoso, acaparador de la propiedad de la tierra, y

18 Jiménez Puertas, Miguel, Linajes de poder en la Loja islámica. De los Banū Jãlid a los Alatares (siglos viii-xv), Loja, 2009, p. 59. 19 Jiménez Puertas, Miguel, Linajes de poder…, p. 66. 20 Jiménez Puertas, Miguel, Linajes de poder…, pp. 78-82, y Los regadíos tradicionales del territorio de Loja. Historia de unos paisajes agrarios de origen medieval, Granada, 2007, pp. 221-241.

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una mayoría de dependientes, sometidos a duras cargas en el ámbito rural. Esta advertencia es necesaria para situar en su justa medida el poder de los Banū Jãlid y entender la formación del espacio rural vinculado a su asentamiento de alFuntin.21 Todo lo que venimos debatiendo se centra en una cuestión crítica a nuestro entender: los agentes que hicieron posible esta agricultura podrán explicarnos qué tipo de asentamientos hubo —y viceversa—, porque su generación tiene que estar relacionada con la organización espacial del área cultivada y del conjunto habitado. Dicho de una manera más directa: si fueron los elementos sociales aristocratizantes, o un grupo como el de los baladíes superpuesto a poblaciones anteriores, o incluso directamente el propio centro del poder político, o bien los campesinos organizados en comunidades, el tipo de asentamiento resultante ha de ser explicado de manera muy distinta. Y he aquí donde la arqueología ha de intervenir de forma inmediata y directa. No solo partiendo de las diferencias culturales (islamización, arabización, etc), sino desde la perspectiva de la organización del trabajo. Esta última cuestión suele ser descuidada por la misma arqueología, y no resulta fácil establecer parámetros que permitan entrar en un debate de este tipo. El inicio pueden ser los asentamientos humanos. La constelación de yacimientos que se va identificando permite un primer análisis, absolutamente imprescindible, que no se puede obviar, pero que tampoco es el punto final de la investigación. Tratar de fijar unos parámetros de actuación no es tarea fácil, porque aunque la arqueología medieval tiene una vida corta entre nosotros, las actuaciones arqueológicas han empezado antes de que surgiera y, una vez formalizada al menos de manera pública, que no académicamente, han continuado siendo a veces muy diferentes las intervenciones. Como es imposible en esta ocasión trazar una panorámica del poblamiento de época tardoantigua hasta el periodo califal, nos centraremos en el proyecto que desarrollamos actualmente, que se refiere a la ciudad de Ilbira y que también debería referirse a su espacio más o menos próximo. Eso nos obliga a estudiar, teniendo en cuenta naturalmente el estado actual de nuestros conocimientos, no solo los orígenes y desarrollo de la ciudad en un medio que parece eminentemente rural, sino su capacidad de influir en el conjunto de los núcleos más cercanos.

21

Jiménez Puertas, Miguel, Linajes de poder…, p. 82.

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LOS ORÍGENES Y DESARROLLO DE MADINAT ILBIRA Fuentes escritas han permitido tener conocimiento de la ciudad, porque los resultados de las actuaciones arqueológicas están por llegar. Es verdad que hace más de un siglo Gómez Moreno recogió en un pequeño libro los hallazgos habidos en el ochocientos, pero no lo es menos que hasta comienzos del dos mil no se han planteado trabajos arqueológicos con cierta intensidad y regularidad.

Fig. 1. Situación de Madīnat Ilbīra en la provincia de Granada.

Las descripciones más extensas que tenemos sobre Ilbira y han llegado hasta nosotros, se hicieron después de su final en el siglo XI. Nos sirven para aproximarnos a cómo era, por mucho que las referencias sean genéricas y se detengan en aspectos alejados de su propia configuración urbana. Hemos elegido una de las más extensas, la que nos ofrece al-H.imyarī, en la que se habla de la kūra, pero también da noticias de gran importancia sobre la misma Madīnat Ilbīra: Es una de las coras de al-Andalus, de gran extensión. Entre los árabes que se asentaron ^ en ella estaban los del yund de Damasco y muchos clientes (mawāli, pl. de mawlà) del imām ‘Abd al-Rah. mān b. Mu‘āwiyya ya que él fue quien la fundó y la pobló con sus mawāli, y después los árabes se mezclaron con ellos. Su mezquita aljama la construyó el imām Muh. ammad [I] sobre la fundada por H.anaš b. al-S.an‘āi. Alrededor de ella había abundantes ríos. La capital de Elvira fue una de las sedes más excelentes de al-Andalus y de las ciudades más nobles pero fue devastada durante la fitna y su población se trasladó a

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Madīnat Garnāt.a, y ésta es hoy la capital de su cora. Entre Ilbīra y Garnāt.a hay seis millas. Entre las curiosidades destaca que hubo en los alrededores de Madīnat Ilbīra un caballo antiguo esculpido de piedra dura, del que allí mismo se desconocía su existencia hasta que unos jóvenes se montaron en él y jugando a su alrededor se rompió uno de sus miembros. La gente de Elvira decía que este año en el que se produjo su rotura los beréberes se apoderaron de Madīnat Ilbīra y fue el comienzo de su ruina. Madīnat Ilbīra está al sudeste de Córdoba, de ella era Ibrāhim b. Jālid, que oyó [lecciones de h.adit] de Yah.yà b. Yah.yà, de Sa‘id b. H.assān y también de Sah.nūn. [De hecho] Él fue uno de los siete transmisores de h.adit (rāwiyya) de S.ah.nūn que se reunieron en Ilbīra a la vez. De ella [Ilbīra] era [también] Abū Ish.āq b. Masūq al-Ilbdīrī. El autor del poema ascético cuyo comienzo es: [sigue el poema]. Y fue en la costa de Elvira donde se produjo el desembarco del emir imān ‘Abd al-Rah.mān b. Mu‘āwiyya b. Hišām b. ‘Abd al-Malik el Inmigrado (al-Dājil) cuando hizo su travesía hacia al-Andalus.22 La relación que se establece entre un animal protector, procedente al parecer de otra cultura, y la ciudad andalusí en un futuro tendrá que investigarse. Quizás proceda de una creencia de tipo totémico muy ancestral. Interesa mucho más recordar otro párrafo en el que recoge la fundación (o refundación) de la mezquita mayor: «Su mezquita aljama la construyó el imām Muh.ammad [I] sobre la fundada por H.anaš al-flan‘āni». Se dice en primer lugar que la aljama fue creada en tiempos de ‘Abd al-Raæmãn I en el siglo VIII por la acción de un compañero del Profeta. Pero esta noticia está probablemente contaminada por el deseo de establecer unos orígenes prístinos al lugar

22 Literalmente: «Y en la costa de Elvira fue el desembarco hacia al-Andalus de imām ‘Abd Rah.mān b. Mu‘āwiyya b. Hišām b. ‘Abd al-Malik al-Dājil cuando hizo su travesía hacia él [al-Andalus]». Todo texto se ha tomado de al-h . imyarī, Rawd. al-Mi‘t.ār, ed. Hišām ‘Abbās, Beirut, 1970, pp. 27-28. La traducción es de Sarr Marroco, Bilal, La Granada zirí. Análisis de una madina de al-Andalus del siglo xi, Granada, 2009. Tesis doctoral inédita. Nuestro agradecimiento al autor por habernos permitido su consulta. 23 Molina López, Emilio, «Noticias sobre Ba^ y^yāna (Pechina-Almería) en el Iqtibās al-anwār de al-Rušāt.i», Revista del Centro de Estudios Históricos de Granada y su Reino, 1 (segunda época), 1987, pp. 117-131, espec. p. 119.

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de culto. Tal vez por ello se habla de reconstrucción de la aljama. Pueden darse muchas explicaciones, pero nos inclinamos por una concreta. Para ello nos apoyaremos en una serie de textos de diferentes autores árabes, referentes a Pechina y la creación de esa ciudad. Al-Rušāt.i señala lo que sigue: ^ [1] Bay^ yāna es [una ciudad] perteneciente a la cora de Ilbīra en al-Andalus. [2] Se dice que ^ la ciudad (madīna) Bay^ yāna la componían dos ^ alquerías (qaryatayn): una de ellas es Bay^ yāna y la otra Mūra, ambas dependientes de Urš alYaman, llamado así porque Urš al- Yaman es una dotación asignada a los yemeníes.23 Por su parte al-‘Udrī, geógrafo almeriense del siglo XI, llega a escribir: La ciudad de Pechina posee tan gran cantidad de árboles frutales, que quien se dirige a ella no la ve hasta que entra (en la misma ciudad). En tiempos pasados fue la alquería más importante de Guadix, en ella estaba la mezquita mayor y era sede de la autoridad. Esta localidad se componía de barrios dispersos hasta que fue ocupada por los «marinos» (al-bah.riyyūn).24 El mismo al-H.imyarī puso de manifiesto: «Cerca de Pechina se encontraba la mezquita grande del distrito; esta localidad se componía en efecto de barrios dispersos».25 No hay que forzar mucho los textos para sacar unas conclusiones claras. La aglomeración urbana se hizo partiendo de asentamientos rurales previos, que luego fueron considerados «barrios dispersos», según al-H.imyarī. Uno de ellos, la que es llamada ^ qaryat Bay^ yāna por al-Rušāt.i, se eligió como centro del poder público. Y fue en ella en donde se erigió la mezquita mayor, siendo «sede de la autoridad», en palabras de al-‘Udrī, reproducidas anteriormente. Quizás el proceso fuese similar en Ilbīra sucediera lo mismo, aunque por otros agentes, no por la acción de los bah.riyyūn. Llegados a este punto, sería preciso ante todo determinar si Madīnat Ilbīra surgió a partir de núcleos rurales precedentes. Sin duda la arqueología podrá ponerlo de manifiesto, pero por ahora no es posible afirmarlo. Nos limita24 Sánchez Martínez, Manuel, «La cora de Ilbira (Granada y Almería) en los siglos x y xi, según al-‘Udrī (1003-1085), Cuadernos de Historia del Islam, 7 (1975-1976), pp. 5-82, espec. p. 48. 25 Lévi-ProvenÇal, É., La Péninsule Ibérique au Moyen Âge d’après le «Kitāb al-rawd al-Mi‘t.ār f ī ahbār al-Aktār», Leyden, 1938, p. 38 del texto árabe y p. 47 de la traducción francesa.

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remos a señalar algunos indicios en las fuentes escritas que parecen ir en esa línea. Así, Ibn al-Jat.īb, del siglo XIV recoge en su Ih.āt.a, entre otras noticias de épocas anteriores del reino de Granada la que sigue: [‘Abd al-Mayid b.Musà b.‘Afan al-Balawi al-Ilbiri] Se instaló su abuelo en la alquería (qarya) de Afiluh(?), que es conocida como alquería (qarya) de Qastila, capital de Ilbira (h.ādirat Ilbīra), y su barrio (h.ārat) es conocido hoy por barrio de Balawi (h.ārat Balawi).26 Este texto no puede interpretarse en rigor que la alquería pasase a ser un barrio de Ilbīra, que podría haber sido, sino que el habitante de ese núcleo vivió posteriormente en un barrio que pasó a denominarse con su nisba. Por ahora no se puede identificar por el momento el asentamiento rural mencionado ni tampoco si hubo estructuras rurales que luego se integraron en barrios en la nueva ciudad. Sin embargo, cabe afirmar que hubo un trasvase del campo a la ciudad. Si ese trasvase supuso asimismo un cambio de qarya a h.āra es algo a dilucidar, pero en cualquier caso se puede hablar de una absorción por parte de la madina de gentes venidas del mundo rural próximo. La investigación en esa línea ha de continuar. Como se verá con más detalle, la prospección que se realizó en 2003 parece mostrar la existencia de espacios vacíos y de otros ocupados. Eso podría confirmar la posibilidad de que hubiese un habitat disperso anterior que fijó unas áreas de habitación, más a tono con una previa organización rural.27 Ahora bien, la ciudad no sería desde el principio un espacio totalmente definido, sino que se crearon segmentos que pudieron extenderse ocupando espacios antes vacíos. Para resolver estas cuestiones habría que determinar desde planteamientos basados en la Arqueología los ritmos de esa ocupación. Eso quiere decir que hay que establecer cómo se fueron poblando las áreas de la ciudad y determinar si estaban habitadas y de qué modo antes de la fundación urbana. Para ello hemos de acudir a la cerámica, que consideramos no solo fósil guía privilegiado, sino ma26 Martínez Enamorado, Virgilio, Al-Andalus desde la periferia. La formación de una sociedad musulmana en tierras malagueñas (siglos viii-x), Málaga, 2003, p. 325. 27 Malpica Cuello, Antonio; Álvarez García, José Javier; Martín Civantos, José María, y Carvajal López, José Cristóbal, Prospección arqueológica en el conjunto de Madinat Ilbira (Atarfe, provincia de Granada), Granada, 2004. Está disponible en formato digital: http://www.medinaelvira.org/doc/MALPICAetalii2004ProspeccionarqueologicaenelconjuntodeMadinatIlbiraAtarfeProvinciadeGranada.pdf

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terial que permite conocer la formación de los depósitos arqueológicos, y, por tanto, la evolución de ellos y, en consecuencia, de cada parte del asentamiento.28 Hasta ahora se han llevado a cabo cuatro campañas de excavación conducidas, estando la quinta, en el momento de escribir estas páginas, en marcha. Tenemos, pues, un punto de partida. Ahora bien, el balance, todavía provisional, de los trabajos hasta ahora llevados a cabo, tiene que estar precedido de lo que se conocía antes de comenzar el proyecto de investigación «La ciudad de Madīnat Ilbīra», cuya fecha de inicio es el año 2005.29 Podemos distinguir dos periodos bien diferenciados: el primero es el que corresponde a los trabajos realizados del siglo XIX, resumidos en el libro de Gómez Moreno sobre esta ciudad andalusí;30 el otro es el que se desarrolla de manera vacilante a finales del siglo XX y al principio del siglo XXI, hasta la puesta en marcha del mencionado proyecto sistemático. Los trabajos conducidos en el siglo XIX se pueden considerar dentro de una cultura de anticuarios más que propiamente arqueológicos. Nos acercaremos a ellos a través de una imagen elaborada a partir de una ortofo, en la que aparecen las áreas de las que se nos informa, con una descripción somera y una pequeña valoración de lo encontrado. Previamente consideramos necesario señalar algunos puntos. Las actividades que se realizaron fueron motivadas por actuaciones externas a la investigación propiamente dicha, ya que en esa época no era habitual planificar intervenciones arqueológicas, sino recuperar los hallazgos casuales y fortuitos que se hacían. Así, las obras realizadas para construir la carretera de Córdoba supusieron enfrentarse al problema. Es así, junto con las excavaciones llevadas a cabo por gente que buscaba obtener beneficios de los objetos recuperados, como fueron llegando noticias de la aparición de restos arquitectónicos y materiales cerámicos y de metal. Se encontraron en espacios situados en torno a los Baños de Sierra El-

28 Un análisis sobre un espacio concreto de Madīnat Ilbīra, en esa línea, en Malpica Cuello, Antonio; Jiménez Puertas, Miguel, y Carvajal López, Alberto, «La cerámica de Madīnat Ilbīra. El pago de la Mezquita», en García Porras, Alberto (ed.), II Taller de cerámica. Cerámica medieval e historia económica y social: problemas de método y casos de estudio, Granada, 2009 (en prensa). 29 Este proyecto ha sido aprobado y financiad por la Dirección General de Bienes Culturales de la Junta de Andalucía. Cuenta con la colaboración del Ayuntamiento de Atarfe (Granada) y de la Universidad de Granada. 30 Gómez Moreno, Manuel, Medina Elvira, Granada, 1888.

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vira, en el llamado Secano de la Mezquita, en el cortijo de las Monjas, en las cercanías del núcleo de Atarfe y por debajo del cortijo del Marugán, en la parte derecha de la cañada del Tesorillo. Ni que decir tiene que esta forma de proceder dejó amplias zonas sin documentar, aunque los trabajos que hemos llevado a cabo hasta el presente han revelado que no era difícil hacerse una idea de la amplitud y densidad del yacimiento. Un caso lo tenemos en el del cerro de El Sombrerete. No se menciona en la investigación decimonónica, aunque en él se halla la alcazaba de Madīnat Ilbīra, como mos-

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tró la excavación realizada en 2001,31 y la campaña de 2005. Lógicamente no se hizo un análisis territorial mínimo, pues en aquellas fechas era algo impensable. La atención se dirigió exclusivamente a los vestigios muebles, sobre todo los cerámicos y los de metal. Era el modelo seguido por los anticuarios decimonónicos. Las áreas que menciona M. Gómez Moreno en su libro aparecen con una letra mayúscula. La leyenda que hemos puesto al lado de la ortofoto explica de forma resumida lo que se encontró en el siglo XIX. Ya nos hemos referido a ellos en otra ocasión,32 por

Fig. 2. Foto aérea de Madīnat Ilbīra, con especificación de las áreas en que se produjeron hallazgos. 31 Malpica Cuello, Antonio; Gómez Becerra, Antonio; García Porras, Alberto, y Cañavate Toribio, Juan, Intervención arqueológica de urgencia en el Cerro de El Sombrerete, Granada, 2001, en formato digital en http://www.medinaelvira.org/doc/Informe2001.pdf

32 Malpica Cuello, Antonio, «La formación de una ciudad islámica: Madīnat Ilbīra», en Malpica Cuello, Antonio (ed.), Ciudad medieval y arqueología medieval, Granada, 2006, pp. 65-85, especialmente pp. 76-80.

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lo que dejamos a un lado la mención concreta de los hallazgos que se recogen. En el conjunto que se describe como la ciudad de Ilbīra hay claramente vestigios de dos periodos bien documentados, el romano y el árabe, si bien se puede ver cómo una población mozárabe, confirmada por las fuentes escritas y recientemente por la arqueología, continuó viviendo tras la llegada de éstos. Se pueden confirmar esos extremos tras la prospección que hemos realizado, aunque queda por excavar una gran área que nos confirme esos datos con más certeza. Es factible que la presencia romana fuese importante, pero no se puede precisar. Para algunos investigadores que han retomado la cuestión en los últimos tiempos, el problema está en la diferencia que se percibe entre los espacios funerarios y los asentamientos propiamente dichos. Hay una evidente desproporción que ha pretendido ser solucionada por Manuel Ramos Lizana.33 Para él, habría dos villae, «una en los Baños de Sierra Elvira, y otra en el Cortijo de las Monjas. Esta última evolucionará hasta convertirse en el vicus de Castela».34 El argumento que le hace pensar que fuesen simples villae, al menos en época imperial, es que la población era escasa. Lo ponen de manifiesto en su opinión: las pocas sepulturas de este tiempo, la ausencia –al menos falta de documentación– de edificaciones de envergadura y de inscripciones propiamente urbanas, ya que las aparecidas son precisamente un miliario y un mojón de separación de propiedades rurales (o de una cañada) de la época de Domiciano.35 El problema está en la necrópolis que apareció en el siglo XIX. Se calcula que había no menos de 1.700 sepulturas. Si todas fueran de época preislámica, el número en los 300 años de existencia del núcleo (o núcleos) anterior(es) a los árabes sería muy elevado para considerar que se trataba de asentamientos de tipo rural, como los que se han indicado. La solución que esboza M. Ramos es que se trata de una necrópolis usada en tiempos preárabes y seguramente con los árabes, pero, desde luego, por población cristiana. Es cierto que quedaban muchas cuestiones por dilucidar e incluso plantear, pero no lo es menos que 33

Ramos Lizana, Manuel, «Los antecendentes de Medina Elvira. Poblamiento y territorio en la Vega de Granada durante la antigüedad tardía», en Vílchez Vílchez, Carlos (ed.): La lámparas de Medina Elvira, Granada, 2003, pp. 14-47. 34 Ramos Lizana, Manuel, «Los antecendentes...», p. 25. 35 Ramos Lizana, Manuel, «Los antecendentes...», p. 25.

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los eruditos del Ochocientos sacaron a la luz Madīnat Ilbīra. Solo en fechas muy recientes el yacimiento volvió a cobrar vida y fue emergiendo de la penumbra a que había sido sometido desde la segundad mitad del siglo XIX, tema sobre el que habría que reflexionar, más allá de la polémica que enfrentó a los llamados «alcazabistas», o partidarios de situar la ciudad ibero-romana en la Alcazaba de Granada y los «elviristas», que defendían la ubicación en donde estuvo más tarde la ciudad de Ilbīra. El segundo periodo, vacilante como queda ya dicho, comienza con una pequeña intervención de Rodríguez Aguilera36 en el extremo este del yacimiento, antes de llegar a Atarfe. Allí se hallaron, en palabras del arqueólogo que hizo la intervención de urgencia —no sabemos por qué se la calificó de tal, pues no había peligro inminente de alteración—, lo que sigue: los restos de varias viviendas y de un posible espacio de calle..., identificando un espacio de cocina y los restos de otras estancias cuya cronología se centra en el siglo IX y perdura hasta finales del X.37 Es un interpretación de la planta que él mismo nos presenta.38 Nos dice asimismo que estamos ante viviendas de una parte extrema de la ciudad fundada por el emir cordobés. No es totalmente cierto porque el conjunto se configuró como una verdadera madīna bajo poder estatal cordobés, pero también por un impulso propio. Nada sabemos, pues, del núcleo anterior, que es tan importante para poder precisar tantas y tantas cuestiones de enorme interés. Y se ha podido comprobar que en las proximidades de donde excavó, había restos significativos de la población cristiana, tanto en fechas anteriores a la fundación de la ciudad árabe, como después de ella. El proyecto que estamos llevando a cabo vino precedido de una intervención, esta vez claramente de urgencia por los destrozos que unos desaprensivos habían llevado a cabo en «El Sombrerete», en el año 2001. Esta actuación, junto con lo que se conocía de la tradición erudita del siglo XIX, han condicionado la investigación sistemática. La excavación de 2001 no dejó lugar a dudas, y por si hubiera alguna quedó resuelta en la campaña de 2005.

36 Rodríguez Aguilera, Ángel, «El yacimiento arqueológico de Madina Ilbira (Atarfe). Granada», Bibataubín, 2 (2001), pp. 63-69 37 Rodríguez Aguilera, Ángel, «El yacimiento arqueológico…», p. 67. 38 Rodríguez Aguilera, Ángel, «El yacimiento arqueológico...», p. 68.

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Se trazaron en 2001 dos sondeos en el área 1000, debajo de la coronación del cerro, y otro en el área 2000, en la cumbre. Ambos se integran en la zona I. Sondeo 1100, área 1000.— Se situó en donde mayores destrozos se habían hecho, o sea, en la parte inmediatamente debajo de la cumbre de «El Sombrerete». A consecuencia de la acción de los furtivos, la estratigrafía estaba muy alterada, al menos hasta un determinado nivel. La remoción de tierras había ocasionado un gran destrozo. El sondeo tuvo unas dimensiones de 10 m x 6,50 m, en dirección norte-sur/este-oeste, con una ampliación de 1,40 m en el suroeste. Únicamente se pudo realizar allí porque en los demás puntos se hallaba la roca madre sin mayores posibilidades arqueológicas. Tal ampliación vino dada por la afectación de la estructura mural que recorría en su tercio occidental el sondeo y que era necesario documentar. Por eso mismo, el extremo suroeste solo fue limpiado, pues ya había salido a la luz por las labores de los clandestinos, y aparecían restos de interés para la comprensión global de la estructura en cuestión. Todo el conjunto está inclinado de norte a sur, con una diferencia de cota, tras la excavación de 6,03 m. Por eso, las labores realizadas fueron muy dificultosas y, además, esto explica que los furtivos hiciesen terrazas para su actuación. Tras retirar la tierra que había sido removida, en la que había abundante material cerámico, muchos fragmentos de teja, metal y vidrio, se pudo alcanzar el nivel no tocado por los excavadores clandestinos. En la parte situada en el extremo norte se pudo identificar una UE, la 007, que procedía claramente de la caída de los rellenos arqueológicos de la cumbre, que es donde se pudieron documentar, como se verá, estructuras de habitación. Estaba muy condicionado por la fuerte pendiente existente. De esta manera es fácilmente identificable en la zona más septentrional y va adelgazándose y llega a desaparecer en la zona baja. Es un estrato depuesto secundariamente y contiene gran cantidad de elementos constructivos de la parte superior del yacimiento, y abundante cerámica, que se puede fechar en torno al siglo IX, alcanzando incluso el siglo X. La tierra es normalmente suelta, de un color pardo, con manchas debido a los materiales que contenía (cal, posibles restos de tapial de color rojizo, y manchas oscuras, debido a la descomposición de materia orgánica...). Su grosor máximo en la parte superior, que es la mayor, es de 0,70 m. Va desciendo hasta desaparecer en la zona inferior del

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sondeo, la sur. No lo hace regularmente, porque la roca madre, según se ha visto anteriormente, forma escalones. Así pues, a mitad del sondeo, se percibe precisamente un salto, que repercute en toda la estratigrafía, aparte de las alteraciones de los furtivos, que afectaron a los niveles más en superficie. Es posible que la alteración fuese sobre todo del nivel que venimos describiendo, aunque no en su totalidad. Por debajo de este estrato se pudieron descubrir sobre la roca manchas de tierra gris, con restos de carbón y cenizas (UE 015), que de ningún modo, se pueden interpretar como un incendio, sino más bien se trata de fuegos muy concretos y poco extendidos por el área excavada. Inmediatamente después se ve la roca madre, aunque, en determinados puntos, para crear un nivel homogéneo se encuentran rellenos de tierra de color rojizo, prácticamente estéril, con abundante zahorra. Ahora bien, como el sondeo comprendía el espacio interior, el que se halla hacia el este, y menos de un 1/5 del mismo, en el oeste, se puede considerar exterior, hay un ligero cambio estratigráfico. Se debe a la existencia del muro, que luego describiremos con detalle. Al apoyar directamente sobre la roca, sin cimentación en gran parte de su conjunto, y teniendo en cuenta el escalonamiento que aquélla hace, se pudieron identificar en la parte exterior niveles concretos de relleno, formados también por una tierra de color rojizo y abundante piedra y zahorra, sin materiales asociados. El muro en cuestión (UEC 008), que podemos llamar sin problemas muralla, atravesaba de norte a sur la totalidad del sondeo en su parte más occidental. Está hecho de mampostería irregular, con piedras de gran y mediano tamaño, aunque a veces en puntos determinados aparecen más pequeñas, haciendo las funciones de cuñas para ajustar las hiladas. Estos mampuestos están trabados con una argamasa muy terrosa, hasta el extremo que apenas tiene cal. Se han podido documentar fragmentos de tejas y de tinajas. La cara interior estaba algo más cuidada que la exterior. La longitud de este muro es de 14,92 m, siendo su grosor máximo de 0,82 m y el mínimo de 0,64 m, si bien debe señalarse que la tendencia general se aproxima a la primera. Su altura conservada es menor a medida que se desciende, pasando de 1,14 m en el extremo noroeste a solo 0,37 m en la parte inferior. Se observa asimismo que en algunos puntos tiene un desplome apreciable. No parece que se deba a la construcción misma, sino a un movimiento posterior, tal vez sísmico,

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como se vio en otros muros del sondeo 2100, del área 2000. No fue posible en la muralla porque la remoción hecha por los clandestinos no permitió ver la forma en que cayó parte de ella. A 5,40 m del sondeo, hacia el sur, se engruesa apreciablemente, porque se le añade otra estructura mural que refuerza la precedente. Es también de mampostería, con características muy similares a la otra. Lo único destacable es que interiormente apoya no sobre la roca, sino una buena parte de él sobre un relleno que sirve asimismo para igualar el nivel. Pueden diferenciarse dos partes. La primera que es una especie de plataforma (UEC 011), tiene una longitud máxima de 1,42 m y una anchura de 1,22 m en la parte norte y 1,12 m en la sur. La base era más ancha que el resto, formando, pues, un pequeño talud en su alzado. Las piedras son más grandes de lo habitual, especialmente en la cara este. Al excavar se identificó una capa específica ante esta estructura y la anterior en la parte norte. Allí apareció un nivel de tejas importante, como si hubiese tenido una techumbre, y fragmentos significativos de cerámica, sobre todo de una tinaja. A partir de ella, coincidiendo con la parte superior de esta estructura, se identificó otro nivel, de color gris con abundantes manchas de cal y ceniza, con una mayor proporción de cerámica y un significativo descenso de los fragmentos de tejas. Contactaba directamente con la roca en sus límites, y con un posible pavimento de cal en el punto de unión entre las estructuras descritas. La segunda (UEC 013) es un pequeño muro de un grosor máximo de 0,54 m y mínimo de 0,41 m. Su longitud es de 1,80 m. Está construido en mampostería con piedras pequeñas, especialmente las dos que sirven de base y que apoyan sobre el relleno ya mencionado. Está apoyada en la plataforma que ya hemos descrito. Como se habrá advertido, las únicas estructuras presentes son las que se pueden asimilar a una muralla. Es la misma que recorre todo el cerro hasta una altitud de 570 m aproximadamente. Para conectar precisamente con ella se aprecia una desviación hacia el este en el tramo final del sondeo por el sur. La única estructura presente es la muralla con su añadido. Éste es posible que cumpliera la función de refuerzo del control y vigilancia. Los restos arqueológicos que se le asocian abundan en esa línea, pues las tejas que se han encontrado y la cerámica permiten hablar de una ocupación en esa área. En el resto, más parece una zona de paso hacia viviendas o estructuras de habitats que otra cosa. En el sondeo 2100 se pudo comprobar precisa-

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mente que allí había al menos una vivienda de importantes dimensiones, Una buena parte del material recogido, sin embargo, del sondeo 1100 procede de la parte superior, que puede interpretarse como una alcazaba que controlaba todo el amplio conjunto de Madīnat Ilbīra, Sondeo 2100, área 2000.— Se situó, como queda dicho, en la plataforma más elevada y Dominante del cerro. Desde ella se ve toda la Vega, las colinas de los alrededores de Granada y en las que se sitúa la ciudad, así como las cumbres de la Sierra Harana. El sondeo se ubicó en un extremo de dicha plataforma, en donde los furtivos sacaron a la luz algunas estructuras. Además estaba cerca del posible acceso desde la parte baja ya excavada. En su totalidad alcanzó una extensión de 40 m2 (8 m x 5 m, de este-oeste/norte-sur). Había una pendiente en superficie apreciable (1,4 m de oeste a este). La primera UE, la 001, excavada era el suelo vegetal, pues salvo la alteración que había sufrido esta área en la esquina sureste, el resto estaba sin modificar. Esta UE de carácter arenoso y escasa potencia, alrededor de 0,20 m, ocupaba todo el sondeo. Estaba compuesta esencialmente por arena compactada con escasas inclusiones, algunas de las cuales atestiguaban la existencia de estructuras soterradas (fragmentos de teja y piedras de mediano tamaño). Bajo este nivel superficial, la estratigrafía presentaba ya una clara diferenciación entre la mitad este y la oeste. Una estructura levantada con mampostería (UEC 009) parecía ser el origen de esta diversificación estratigráfica. A oeste de la citada estructura, hallamos un estrato (UE 002) que puede ser un derrumbe. Estaba compuesto por cal y arena, todo él compactado, con material de construcción y cerámico. Tenía unos 0,20 m de potencia. La diferenciación que se hizo a un lado y otro de la UEC 009 obligó a excavar al sur de ella, identificando un nivel (UE 003) con características muy específicas. Se trataba fundamentalmente de un gran derrumbe de piedras de gran y mediano tamaño, procedentes de la estructura mencionada. En efecto, el muro, que luego describiremos, había caído parcialmente hacia el sur, en un movimiento exterior, que puede explicarse por un temblor de tierra más que por otras causas. Por eso, los mampuestos se concentraron en este zona, cayendo casi a plomo. En este estrato había abundante material cerámico, vidrio, fauna y metal, destacando un dedal posiblemente usado para coser cueros. El estrato en cuestión tenía 0,50 m de grosor por término medio. Este nivel terminaba en un pavimento de lajas apenas cubierto por una delgada capa de tierra. El

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Fig. 3. Planta del sondeo 1100, área 1000, zona I.

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origen de esta capa podría se de origen eólico, y documenta claramente la existencia de un periodo de tiempo, aún por determinar, aunque quizás no muy largo, de abandono anterior al citado derrumbe. Al otro lado de la UEC 09, es decir, al norte, la estratigrafía presentaba una mayor complejidad. Bajo la UE 002, se identificó otra (UE 004) de unos 0,10 m de espesor. Tenía un color blanco y menos piedras. Probablemente procediera de las estructuras más débiles, quizás de un techo o cubierta. Contenía fragmentos de tejas y alguna cerámica y fauna. Al final de ella se identificaba la cabeza de un posible pilar, cubierto por la siguiente (UE 005). Su grosor era de 0,20 m. Este nivel tenía igualmente elementos de derrumbe, pero siempre de menor tamaño, como nódulos de cal. Asimismo apareció una mancha de carbón, con abundantísimo material cerámico, fauna y metal. Apoyaba directamente sobre un hueco de la roca, que, en principio, parecía preparado, pero que finalmente se demostró que era un escalonamiento de la roca, aunque no se descarta del todo que en algunos puntos se adecuase, quizás para asegurar el apoyo de un muro. La UE 006, de igual potencia que el estrato anterior (0,20 m), tiene unas características muy similares a la unidad anteriormente descrita. Tan solo un elemento de su composición, la existencia de cenizas que aportaba al estrato una coloración grisácea, nos permitió hacer una clara distinción. Los materiales hallados en su interior fueron igualmente abundantes. En su mayor parte se trataba de fragmentos cerámicos, aunque no faltaron ni los restos de fauna, ni las piezas de metal y vidrio. Una vez excavado este nivel, la disposición de las distintas estructuras existentes, comenzó a quedar más evidente, pues se percibían distintos muros. En la parte suroeste se identifica la UE 007. Está formada por una tierra arcillosa muy compacta, de color rojizo a marrón, con pocas intrusiones, sin restos de cerámica. Puede interpretarse como un relleno para nivelar entre la roca. Su grosor es de 0,11 m. Otra UE, la 008, se encuentra cerca de la anterior, entre dos muros. Es un derrumbe de piedras con algunas tejas. Su color es gris con manchas blancas de cal. Tiene un espesor de entre 0,30 m y 0,40 m. Finalmente, se encuentra la roca madre sobre la que se levantan normalmente, salvo excepciones, los muros que conforman esta estructura. En efecto, se puede apreciar en estos 40 m2 una parte de una habitación, en el extremo sur del sondeo y el resto parece ser un patio. Entre la citada

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habitación y el posible patio hay un muro que va en dirección suroeste-noreste, que ocupa el tercio del sondeo (UEC 09). Es una obra de mampostería, que conserva un máximo de tres hiladas, con una longitud de 2,76 m, siendo su grosor máximo de 0,72 m y el mínimo de 0,67 m. Su altura máxima es de 0,68 m. La argamasa que une los mampuestos es muy terrosa, con apenas cal. Apoya directamente sobre la roca, salvo en algunos puntos concretos, en que lo hace en una serie de piedras. En el extremo este del sondeo se aprecia la existencia de una serie de muros que debieron de conectar con el precedente. Especialmente nos referimos al que va en dirección sur-norte (UEC 019). No quedan restos de la unión de ambos, si bien debió de existir. Es igualmente de mampostería con similares características al anteriormente descrito. Tiene una longitud de 1,63 m; su grosor está entre 0,70 m y 0,52 m; con una altura máxima conservada de 0,47 m. Forma un ángulo de más de 90º con respecto al otro. El muro denominado UEC 020 está al interior del UEC 009, porque delimita el espacio de la habitación. Es en realidad casi un pilar de mampostería con argamasa terrosa sin apenas cal. Su longitud es de 0,85 m y su anchura de 0,66 m, con una altura máxima conservada de 0,20 m. Esta estructura mural se prolonga un poco más hacia el este a través de otra (UEC 029) con la que apenas conecta, pues aquí hubo alteraciones por parte de los clandestinos y, sobre todo, al estar en superficie ha debido de verse afectada por la erosión. Téngase en cuenta que está muy cerca del corte natural de la roca y, además, hay una fuerte pendiente. La UEC 029 está prácticamente enrasada, pues conserva un máximo de dos hiladas y en algunos puntos solo una. Mide 0,70 m de longitud y 0,55 de ancho, aunque su cara norte está muy destruida. En una de sus esquinas aparece un sillar. Finalmente, encontramos en esta área otro muro de iguales características a los anteriores, que, sin embargo, parece que se construyó una vez definida la habitación lateral, puesto que apoya sobre las lajas que sirven de pavimento. Se trata de la UEC 021. Tiene una dirección noroeste-sureste, con una longitud de 1,10 m, si bien debe de continuar en la parte no excavada. Es perpendicular a la UEC 020, en la que se apoya. Su anchura máxima es de 0,64 m. La altura máxima conservada es de 0,35 m. Presenta como característica una disposición de las piedras en espina por la cara oeste. Así pues, se puede definir una habitación de grandes dimensiones, con una solería de lajas de piedra que seguramente cumplía las funciones de alcoba.

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En su interior apenas se encontraron fragmentos cerámicos o de otros materiales. La UEC 019 puede entenderse como un muro que delimita el acceso a un patio, asimismo definido por el que denominamos UEC 009 y otras construcciones que se encuentran al oeste (la UEC 028 y UEC 024). De la primera solo quedan dos hiladas de piedras, con una longitud de 1 m, mientras que la segunda se puede considerar un pilar de 0,63 m por el lado este, y 0,70 m por el sur. A ella se le añade el muro UEC 028 por la cara oeste. El citado pilar fue reformado y se le adjunta la UEC 023 por el sur. Esta última sirve para delimitar un vano que tiene el otro punto en el muro UEC 009. Su medida es de 0,60 m. El muro añadido tiene 0,59 m hacia el E, y 0,77 al S. Tiene una máximo de tres hiladas y muchos fragmentos de teja en su construcción. Se aprecia en torno al exterior del vano una serie de piedras dispuestas como solería que sirven para salvar el desnivel existente, hasta alcanzar la cota del área interior al citado vano. Es la UEC 022, que apoya directamente en la roca madre y que entre ellas a veces aparecen algunos chinos. El añadido del pilar, o sea la UEC 023 se levanta sobre la UEC 022. El mencionado vano da paso a un ámbito que parece ser distinto al patio, aunque tenga funciones que se le asimilan. Se trata de un área en la que se distingue un espacio con un pavimento de cal sobre la roca, en donde se pudo documentar abundante cerámica. Contiguo a él se aprecian una serie de lajas que bien pudiera ser un suelo de un ámbito contiguo. Tal vez fuese un espacio dedicado a cocina y una despensa aneja. Pero este extremo no se puede comprobar por el momento, porque solo se puede documentar parcialmente la vivienda que se exhumó. En todo caso, se puede decir que sus dimensiones serían muy importantes. Seguramente estarían en conexión con las estructuras que afloran en la plataforma superior. Sin duda este conjunto es más complejo y tendría una organización urbanística. Cumple, como queda dicho la función de Alcazaba que controlaba y vigilaba no solo el poblado próximo, sino la totalidad de la ciudad de Ilbīra. Por otro lado, la primera inspección, como se verá, muestra que el Cerro de «El Sombrerete» sigue un trazado urbanístico claro, con presencia de numerosas casas, las cuales no se pudieron excavar en el transcurso de esta primera intervención, pero sí algunas de ellas en la campaña de 2005. Es posible que dichas viviendas se relacionen con la alcazaba o que al menos estuviesen protegidas por ella.

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Fig. 4. Planta del sondeo 2100, área 2000, zona I.

Los materiales de esta segunda zona pusieron de manifiesto la gran importancia del yacimiento, en especial la cerámica,39 de gran variedad y riqueza, tanto de lujo como de uso común, la mayoría realizada a torno. De las piezas exhumadas destaca la cerámica de cocina, almacenaje y transporte y vajilla de mesa, así como molinos de mano, vidrios y metales. Este material cerámico se adscribe a los siglos IX y X, aunque hay algunos elementos que permiten pensar en una cronología anterior, incluso tardoantigua (siglos VI y VII), y demuestra la importancia del Cerro de «El Sombrerete», una de las más importantes de la ciudad en la época más antigua del asentamiento.

39 Un análisis de la cerámica de esta área del yacimiento en Carvajal López, José Cristóbal, «La cerámica islámica del sombrerete (Madinat Ilbira, Granada). Primera aproximación», Arqueología y Territorio Medieval, 12-1, (2005), pp. 133-173.

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La mencionada intervención puso de manifiesto la necesidad de establecer unas pautas mínimas para que se desarrollara la investigación de Madīnat Ilbīra y, lo que era realmente muy urgente, su preservación, dada la situación en que se hallaba por avance de las construcciones urbanas del núcleo de Atarfe.

Fig. 5. Avance de la población de Atarfe y presión urbanística sobre Madinat Ilbira.

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La primera medida que se adoptó fue el reconocimiento del territorio en el que se situaba la ciudad andalusí. De ese modo, se llevó a cabo una prospección, cuyos resultados resumimos. Se trazaron un total de 41 áreas (desde la 002 a la 041, y el área 2002). Cada una estaba definida por sus características geormorfológicas, de vegetación, uso del suelo, ocupación, etc, tal como se definen una por una en la memoria que se presentó en su día a la Dirección General de Bienes Culturales.40 El material cerámico y de construcción estaba concentrado en gran número en cuatro espacios diferenciados, apareciendo en su entorno una menor cantidad o bien alteraciones importantes de origen antrópico. Los cuatro eran: Cerro de «El Sombrerete», parcialmente excavado, como se ha visto en 2001 (Área de prospección 029); el espacio llano, o sea el pago de los Pozos, de los Tejoletes, entre las áreas 017 y 018, al este del Cortijo de las Mon-

Fig. 6. Áreas de prospección de Madinat Ilbira. 40 Malpica Cuello, Antonio; Álvarez García, José Javier; Martín Civantos, José María, y Carvajal López, José Cristóbal, Prospección arqueológica en el conjunto de Madinat Ilbira (Atarfe, provincia de Granada), Granada, 2004. Está disponible en for-

mato digital: http://www.medinaelvira.org/doc/MALPICAetalii2004ProspeccionarqueologicaenelconjuntodeMadinatIlbiraAtarfeProvinciadeGranada.pdf

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jas (Área 33), y su prolongación hacia el sureste, en dirección a Atarfe (Área 32); Cerro del Almirez y proximidades (Áreas 009, 023, 034 y 025), y, finalmente, aquellas otras áreas que bajan con una pendiente más o menos suave del norte al este del conjunto (Áreas 004 y 011). En la parte septentrional del conjunto, hacia la Sierra Elvira propiamente dicha disminuye la concentración de materiales, pero hay algunas estructuras que nos permiten establecer unos parámetros de ocupación. Son importantes las que se identificaron en el Área 003 y en la 012. En la primera se halló una construcción de forma cuadrangular que no ha podido ser definida al estar muy enrasada, aunque hay restos de materiales cerámicos asociados. En el Área 012 se identificó una estructura defensiva. Se trata de los vestigios que hay en la cima del Tajo Colorao, orientados hacia el este, en donde se evidenció una muralla de piedra seca y en la misma cumbre aparecieron por obra de furtivos, materiales de distinta entidad. En el espacio que se prospectó aparecieron tejas y abundante cerámica que ponen de manifiesto la existencia de un habitat más o menos permanente. En la zona nororiental se descubrieron varias estructuras hidráulicas que ponen de relieve que se trata de unas áreas en las que es posible el aprovisionamiento de agua, siendo desde aquí de donde partía la precisa para el aprovisionamiento del actual pueblo de Atarfe y en donde se creyó identificar un acueducto en 1842, según veremos más adelante. Aparte de los restos documentados en El Sombrerete y al pie del Cerro de los Cigarrones, que ya hemos explicado en el primer caso y veremos en el segundo, aparecieron numerosos pozos que han ido identificándose durante la marcha del proyecto de investigación. Posiblemente se tratasen de qanat/s, que no se han inspeccionado hasta el momento. Abundan en la parte llana. Por lo demás, las áreas que se documentaron en el siglo XIX se han visto muy alteradas por la acción humana, como se pudo comprobar en la campaña de 2007. La lectura que nos ofrece la prospección indica una concentración de la población en áreas, a veces separadas entre sí, lo que daría una ocupación discontinua. Es más, conforme se ha ido excavando en la zona llana se ha podido identificar la existencia de cambios en el uso del espacio, pasando de ser áreas de uso agrícola a otro habitacional, como se pudo comprobar en el Área 5000 (Sondeos 5100 y 5200) en la campaña de

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2005 y en el pago de los Tejoletes, en la excavación de urgencia de 2006.41 Esta ocupación discontinua permitió señalar como hipótesis de partida que la ciudad se formó a partir de núcleos de menores dimensiones, quizás alquerías, que fueron conformados como madina propiamente dicha a partir de la creación de la alcazaba y de su mezquita mayor, ya en el siglo IX. Las fuentes escritas parecen apuntar esa posibilidad, como demuestra un texto de Ibn al-Jat.īb, traducido por V. Martínez Enamorado, que se ha reproducido más arriba.42 Una vez que se llevaron a cabo todas estas actuaciones por parte de nuestro grupo de investigación, se procedió a plantear un proyecto general de investigación sobre la ciudad de Madīnat Ilbīra. En él, aparte de los datos extraídos de las fuentes escritas, se tenían en cuenta las intervenciones realizadas en el siglo XIX y aquellas otras más recientes de las que ya hemos hablado, como de las primeras. Como se puede ver, la mejor solución posible para plantear el proyecto era la de confirmar la ocupación y la densidad de las áreas señaladas realizando intervenciones arqueológicas en ellas. Por eso, atendiendo a la normativa vigente, se decidió confirmar la existencia de viviendas en El Sombrerete, como se entrevió en 2001, y para ello se planificó en 2005, año inicial del mencionado proyecto de investigación, excavar en él. El resultado fue concluyente. Existían espacios habitados. Se puede ver en los resultados de esa campaña. Como están en prensa todavía nos vemos obligados a recogerlos aquí, como haremos con las intervenciones sucesivas. La zona de El Sombrerete se dividió en diferentes áreas. Las Áreas 1000 y 2000 corresponden con las partes altas del cerro, en las que se intervino en el año 2001, según ya se he visto. El Área 3000 es la que se encuentra en el inicio de la ladera en su parte norte, que es muy escarpada con una pendiente a veces superior al 50%. El Área 4000 es la ubicada en las proximidades de la muralla exterior, al sur de Área 3000 y en una especie de llanada. El Área 5000 se ubica al pie del cerro del 41 Esta excavación, por decisión de la Delegación Provincial de Cultura de la Junta de Andalucía, no fue dirigida por el responsable del proyecto de investigación sistemática, sino por uno de los miembros del grupo de trabajo, aunque bajo el control de aquél. La memoria de esa excavación está sin publicar (Martín Civantos, José M.ª Actuación arqueológica de urgencia en el Pago de los Tejoletes, Madinat Ilbira (Atarfe, Granada), Granada, 2006. 42 Martínez Enamorado, Virgilio, Al-Andalus desde la periferia…, p. 325.

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Sombrerete en el contacto entre la montaña y la zona llana, que es el espacio de relación entre la alcazaba y la estructura propiamente urbana. Según todos los indicios, en esta área se encontraría la mezquita mayor y la parte artesanal y comercial de esta parte de la ciudad. Por último el área 6000 es la que está más al norte y que servía como eje de comunicación entre la ciudad y la alcazaba. Atendiendo a las características de cada una de ellas se diseñó una estrategia de intervención definida individualmente, pero siempre se decidió realizar la excavación en áreas acumulativas, de manera que el resultado fuese un espacio extenso que diera una lectura no solo de la estratigrafía, sino de las relaciones espaciales. Así, además de las estructuras habitacionales se pueden establecer los ejes de comunicación entre ellas, significando la importancia de no considerar una sola célula, sino un conjunto más extenso y amplio. En total se han realizado siete sondeos que suponen un total de 967 m2. A continuación resumimos cada uno de ellos: Sondeo 3100: A pesar de las dificultades provocadas por la pendiente y la erosión, nos ha permitido conocer un espacio de grandes dimensiones en el que se relacionan tres complejos estructurales. Dos están situados a la misma altura y son contiguos. El tercero, que no ha sido excavado por hallarse en su mayor parte fuera del trazado del sondeo, se encuentra a una cota mucho más baja. Entre ellos la relación se establece a través de una escalera tallada en la roca (E 5) que desciende desde la parte alta de El Sombrerete; un camino que atraviesa en sentido horizontal (E 10) y un pequeño adarve sin salida, también horizontal, en parte alta del sondeo. Como acabamos de decir, la escalera proviene de la zona más elevada del cerro y desciende, labrada en la roca, hasta aparecer en la esquina noroeste del sondeo. Aquí hay un descansillo que da paso hacia el adarve, en dirección sur. Tanto el descansillo como el adarve están pavimentados con una tierra roja apisonada con grava (UEC/s 004 y 016), que es la que comúnmente se usa para los rellenos. Es posible que el resto de la escalera también hubiera tenido este tipo de pavimento y relleno para acondicionar la roca (UEC 017). El adarve propiamente dicho debía de ocupar solamente una parte del que denominamos Sector A, discurriendo entre la roca y el muro occidental del CE 1. Al terminar este complejo, aparece un pavimento (UEC 052) de mortero de cal que se superpone al de tierra roja (UEC 004), lo que confirma una vez más que ésta se emplea para rellenar y homogeneizar.

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Creemos que éste podría ser el inicio y lugar de acceso al siguiente complejo estructural (CE 2) y, por tanto, el final del callejón sin salida. La escalera continúa descendiendo hacia el este junto al lateral septentrional del CE 1, en cuya esquina inferior parece comenzar a ensancharse y rodear la esquina de la casa, seguramente para facilitar el acceso a través del tranco documentado en la parte inferior de la misma (UEC 055). Pero, además, esta zona se configura como un espacio abierto, probablemente de relación entre los tres complejos estructurales que se han definido. Así, la escalera desemboca en el camino (E 10) que discurre de nuevo en sentido horizontal (es decir, paralelo al adarve de la parte alta). El camino viene desde el norte, desde fuera del sondeo, concretamente desde la parte alta del lugar donde se encuentra el tercer complejo estructural (CE 3) y parece terminar a mitad del área excavada, más o menos en el límite entre los complejos estructurales superiores (CE/s 1 y 2), al igual que sucedía con el adarve. Sin embargo, no podemos asegurar con certeza plena este extremo dadas las condiciones de conservación de las estructuras en las zonas de máxima pendiente. De ser así, supondría que el espacio de relación se restringe a las estructuras localizadas en esta área, que formarían un conjunto separado de las demás. Los dos complejos estructurales (el situado al norte o CE 1 y el que está al sur, el CE 2), han sido construidos con la misma técnica, que es también igual a la documentada en los sondeos del Área 4000. En los dos casos hubo que adaptar el terreno a la fuerte pendiente realizando una plataforma de nivelación contenida por los muros perimetrales, especialmente por los muros orientales. Estos muros no tienen cara interna, sino que traban con los rellenos, hasta el punto en el que se llega al nivel del suelo. En los dos casos los rellenos son de tierra con abundantes piedras, generalmente de mediano tamaño. En el CE 1, la tierra es roja y homogénea; en el CE 2 es más clara y seguramente contiene cal, pero en su interior hay algunas vetas más rojizas y manchas de limo verdoso. Los muros conservados son de mampostería no concertada, por lo general con piedras irregulares de mediano tamaño, aunque en el caso de CE 2 encontramos algunos mampuestos de grandes dimensiones en el muro que sirve de contención del relleno y algunas tejas reutilizadas en el muro occidental. En el CE 1 las piedras están unidas con tierra o mortero pobre en cal. La mampostería de CE 2 está realizada con un mortero más rico de tierra con algunas manchas de limo verdoso.

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Esta mampostería es la base para un alzado en tapial, que en el caso de CE 1 era de tierra y de color rojo. De él se han rescatado dos bloques en el derrumbe (UEN 023), uno de los cuales tenía cara. La proporción de cal era escasa, pero aún así el material parece consistente. El tapial del CE 2 debía de ser más rico en cal, aunque es posible que siguiera siendo de tierra y no hormigonado ni de ningún otro tipo. En cualquier caso, también la tierra empleada para su construcción era diferente, de color más claro, aunque con algunas vetas rojizas y verdosas. Los pavimentos de los dos complejos estructurales eran blandos. El del CE 1 es de tierra apisonada (UEC/s 011 y 013), aunque en medio de la habitación aflora la roca madre con una superficie plana que es aprovechada como suelo. Los del CE 2 son de un rico mortero de cal. En su caso hemos documentado hasta tres pavimentos distintos (UEC/s 047, 051 y 052), todos más o menos de las mismas características. El más importante de ellos es el denominado UEC 047, que pavimenta la habitación principal (Sector D). Tiene varios niveles para adaptarse a la roca que aflora en la parte occidental, en el punto más alto. Se observan al menos tres alturas, de las cuales la más elevada seguramente no sirvió como suelo sino más bien como poyete ya que se trata de un largo y estrecho afloramiento rocoso cuyas grietas son rellenadas por esta misma unidad. Como podemos apreciar, la roca es en parte utilizada por las estructuras, quedara vista o no; sea como poyete, para crear niveles diferentes dentro de las habitaciones, sea como parte del alzado de los muros, principalmente los occidentales, los de la parte más elevada. La cubierta de los dos complejos podría haber sido a dos aguas, ya que se han encontrado tejas tanto en su interior (Sectores B y D), como a ambos lados de la parte externa (Sectores A y E). El estudio de la parte alta del Área 3000, fuera del sondeo, nos permite afirmar que las tejas encontradas en el Sector A (UEN/s 009, 024 y 044), no son producto del arrastre. Deberían, por tanto, provenir de las mismas techumbres de las casas excavadas que habrían podido tener un agua hacia el oeste. Aparentemente la planta de los dos complejos estructurales es muy similar: un rectángulo sin divisiones internas, es decir, con una única célula de habitación. Pero, tras su excavación completa, se nos presentan algunas diferencias de interés. Además de las que se observan en el tipo de tapial y en el pavimento, el acceso en cada una de ellas parece que se realizaba de forma diferente. Mientras en el

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CE 1 la estructura cuadrangular adosada al muro oriental ha sido interpretada como tranco de acceso desde la parte baja, la entrada al CE 2 se debía de realizar desde el adarve, es decir, por la parte alta. Este hecho supondría que la casa situada al sur tendría en realidad una planta algo más compleja tal y como adelantábamos al describir las unidades del Sector D. En efecto, el CE 2 ocuparía todo este Sector D además de toda la parte meridional del A, cuando éste se estrecha hasta desaparecer. Esto explicaría la configuración de este espacio y la secuencia estratigráfica. En primer lugar, explicaría por qué la mitad sur del sector A, se encuentra pavimentada con un mortero de cal (UEC/s 051 y 052) mientras la norte solo tiene tierra apisonada. Este mortero se encuentra solo a partir del punto en el que comienza del complejo, es decir, a partir del muro que denominamos UEC 050, que lo cierra por el norte, y coincide con un estrechamiento del sector por un quiebro en la roca. En este quiebro se localiza un pequeño murete (UEC 053), junto al cual se encontraron algunos de los pocos restos de cerámica del sondeo. De no estar incluida en el CE 2, esta estructura quedaría descontextualizada. También explicaría el hecho de que el muro de cierre occidental (UEC 033) no llegue a contactar con el septentrional (UEC 050), sino que queda un espacio en medio donde aflora parcialmente la roca y en el que encontramos un machón o murete (UEC 046) que tiene contacto con el UEC 033 y que es transversal a éste. Si el acceso al CE 2 se realizaba desde el adarve, el espacio que media entre el muro UEC 033 y el UEC 050 quedaría como lugar de paso hacia el nivel bajo y principal (Sector D). Así, el machón (UEC 047) podría haber realizado funciones tanto de caja de escalera como de poyete para separar un posible zaguán. Esto explicaría además el hecho de que entre la UEC 047 y el muro norte (UEC 050), el relleno de nivelación de la casa (UEC 035) se encuentre más alto que el pavimento (UEC 047), ya que este sería un espacio sobre elevado para salvar la diferencia de altura entre el Sector A y el D. El resto del espacio del Sector A que hay entre el muro occidental (UEC 033) y la roca, quedaría seguramente como una zona de servicio, ya que su estrechez no permite la realización de muchas funciones. Es un ambiente pavimentado (UEC 051) y seguramente estuvo techado. Esto de nuevo explicaría la acumulación de tejas y piedras de tamaño mediano encontradas aquí como parte del derrumbe (UEN 044) y, en particular aplastadas contra el pa-

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vimento (UEC 051). La posibilidad de que estuviera cubierta supondría que tendría que haber habido algún tipo de cierre sobre la roca que sirve de límite occidental del sondeo y que está más elevada. En realidad, en este punto sería suficiente con haber levantado un pequeño muro de mampostería, del cual quizás provengan las piedras de la UEN 044, que elevara un poco la altura y creara una superficie horizontal sobre la que montar la techumbre. Las diferencias entre los dos complejos estructurales podrían tener un sentido funcional o cronológico aún por determinar. Resulta interesante que en ninguno de los dos ambientes se haya localizado cerámica, excepto algunos fragmentos del todo insuficientes para hablar de funcionalidades o ajuares. En cualquier caso, para comprender este espacio es necesario hacerlo en relación con el resto de estructuras presentes en el área (CE 3). La posibilidad de que la UEC 066 sea un hogar situado al aire libre, así como la escalera y el camino documentados, son importantes para interpretar el uso de espacios comunes. Por último, es interesante destacar el proceso de formación del propio yacimiento una vez abandonado. Aunque no tenemos indicios que nos hablen de la duración del proceso de abandono y deterioro de las estructuras, parece claro que el primero de los complejos estructurales en derrumbarse fue el CE 2. A pesar de que su obra fuera sólida y el mortero blanco de su tapial parezca, en principio, más consistente, el derrumbe (UEN 032) se encuentra debajo del correspondiente al CE 1, de color rojo y, en teoría, menos rico en cal. A juzgar por el estado de los depósitos, este hecho es posible que se debiera a la situación del CE 2 y a una erosión diferencial. Efectivamente, aunque los dos se encuentran muy afectados, la casa más meridional ha sufrido aún más las consecuencias de los agentes atmosféricos. Al menos en dos puntos las estructuras han desaparecido casi por completo: al sur el muro de cierre prácticamente no existe (UEC 054) y al norte, junto al muro de cierre, por la parte que proponemos como zaguán sucede lo prácticamente lo mismo (UEC/s 035, 036 y 050). En ambos casos parece que se debió a la presencia de zonas de escorrentía naturales que posiblemente fueron desviadas para la evacuación de las aguas. En la parte septentrional del sector puede verse con una claridad meridiana, ya que se formó una pequeña vaguada ocupada por dos estratos de arrastre de la escorrentía (UEN 028 en el Sector D y UEN 030 en el Sector E). Aquí, con la construcción del CE 2, las aguas fueron desviadas por el espacio que que-

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daba entre los dos complejos estructurales, donde se construyó una pequeña rampa (UEC 064), para que el agua corriera ladera abajo. Precisamente en este punto encontramos parte del derrumbe del CE 1 (UEN 023), que cayó hacia el exterior, al sur, sobre esta rampa y sobre el muro septentrional del CE 2 (UEC 050) entrando en el interior de la habitación. Los muros de las dos casas cayeron, como es lógico, siguiendo la pendiente. La mayor parte lo hizo hacia el este, es decir, ladera abajo, pero también ligeramente hacia el sur. Por este motivo podemos encontrar parte del derrumbe del CE 2 (UEN 023), sobre la rampa y dentro del CE 2 tal y como acabamos de explicar. Sin embargo, el mismo CE 1 no cayó sobre la escalera que se encuentra situada inmediatamente al norte. Primero se derrumbó el tejado (UEN/s 009, 010 y 044), tanto dentro como fuera de las dos casas. Los muros occidentales y septentrionales cayeron hacia el interior (UEN/s 003, 024, 025, 026 y 044) y los orientales y meridionales hacia el exterior (UEN/s 022, 023, 029 y 032). En el momento de la caída del muro este del CE 1 (UEC 007) es posible que quedara también destruido el tranco de acceso al mismo (UEC 055) y el camino horizontal situado más abajo (UEC/s 058 y 059). En un momento determinado, los zócalos de mampostería de los muros meridionales de los dos complejos estructurales (UEC/s 007 y 036), que hacían la función de contención de los rellenos de nivelación (UEC/s 012 y 035), cedieron por efecto de la presión ejercida por la fuerte pendiente. Se produjo así un segundo derrumbe con los materiales provenientes del mismo muro de mampostería, los rellenos de nivelación y los depósitos creados en el interior de las casas como consecuencia de la caída del techo y los muros de tapial de la parte alta. En el caso del CE 1 hemos podido distinguirlo (UEN 031), pero en el del CE 2, los depósitos se encontraban muy mezclados por los procesos postdeposicionales, haciendo imposible su diferenciación. Los estratos del interior de las dos casas quedaron así seccionados en un plano inclinado que ha dificultado aún más las tareas de excavación. Sondeo 4100: En el sondeo 4100 se ha documentado un único complejo estructural (CE 1), formado por una única habitación de forma rectangular, con una orientación norte-sur. En torno a él es posible que se desarrollara un espacio abierto, posiblemente pavimentado. Tal vez tuviera un carácter público. El estado de conservación del CE 1 es malo, presentando una potencia arqueológica máxima de

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0,60 m. El deterioro puede deberse al abandono del conjunto de la ciudad y a la posterior erosión, muy fuerte por la acusada pendiente existente en el Cerro de «El Sombrerete», si bien en el Área 4000 no es tan grande como en la 3000. No parece, sin embargo, haberse producido un expolio de los materiales de construcción para su reutilización, pues se han identificado los derrumbes en una buena parte, incluido prácticamente todo el tejado, cuyos elementos podrían haber sido los más susceptibles de recuperación. En cambio se documentó un expolio de reducidas dimensiones de época contemporánea realizado seguramente para buscar de material arqueológico, aunque el destrozo no fue demasiado importante. La habitación se construyó a partir de un eje norte-sur, siguiendo las curvas de nivel, o sea, perpendicular a la línea de máxima pendiente. Aún así, la más aguda se encuentra en la dirección noroestesureste, con un desnivel máximo de 2,87 m. Esta diferencia condiciona la construcción de la estructura, que, en parte, se adapta al terreno, pero que también lo transforma y lo aprovecha. Así, los

muros se apoyan directamente sobre la roca o su degradación, que en la parte oeste y norte es más alta que en la este y sur. De hecho, en los laterales oeste y norte se aprovecha la roca como parte de los muros o de la estructura del hogar situado en el ángulo noroeste. Junto a éste, en el mismo lado oeste, parte de la roca quedaba vista a modo de poyete, seguramente de forma intencionada. En la parte opuesta, por el contrario, los muros sirven de contención para un relleno (UEC 016) que nivela y homogeniza en parte el suelo hasta la altura de la roca que se encuentra dentro de la habitación. En esta zona la roca se encuentra a tres niveles que podrían ser tres escalones, sobre los que se extiende un nuevo estrato de relleno y preparación (UEC 008) y, por último, un pavimento de cal (UEC 009). La entrada se encuentra en el muro oriental, o sea, en sentido contrario al de la pendiente, en la parte más baja. Para salvar la diferencia se construyó un tranco exterior (UEC 025), y puede que otro escalón en el interior de la habitación para alcanzar la altura del pavimento (UEC 009).

Fig. 7. Planta del sondeo 3100, área 3000, zona I.

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Los restos visibles de los muros son de mampostería no concertada, que forman un zócalo sobre el que se levantaría un tapial de tierra, cuyos derrumbes han sido documentados en los estratos mezclados con los restos de la techumbre (UEN/s 002, 012 y 019) o prácticamente sin tejas (UEN 004 y 018). El tapial posiblemente era de un color rojo y pobre en tierra por lo que puede deducirse de un primer análisis ocular. La techumbre era de tejas, en general de grandes dimensiones e incluso algunas de extraordinarias. Estaban unidas por un mortero, del que han quedado restos en uno de los derrumbes (UEN 013). Al encontrarlas a ambos lados del complejo estructural (UEN/s 002, 018 y 019), podría pensarse que la cubierta era a dos aguas, pero tampoco hay que desechar la posibilidad de que fuera a una sola. En apoyo de esta segunda opción hay que señalar que un número menor de tejas se halla en algunos puntos, pudiendo estar allí acumuladas por la erosión de estructuras situadas más arriba. La mayor parte de las tejas se encontraron dentro de la habitación (UEN/s 004, 012 y 013), por lo que el derrumbe se produjo hacia el interior. Sobre la techumbre cayeron los muros (UEN/s 012 y 004), aunque una parte de la estructura vence a favor de la pendiente, sea en el mismo momento de la caída o posteriormente, por efecto de la erosión. Por ello podemos encontrar los mismos tipos de estratos en la parte exterior, hacia el este y el sur, pero no al norte, por estar más alto. Aquí, en cambio, documentamos un derrumbe de características diferentes (UEN 017), seguramente procedente de la estructura situada inmediatamente por encima, al noroeste. En la zona del tranco de la entrada se identifica además su derrumbe (UEN 027), que se encuentra solo justo delante de él, por encima del pavimento (UEC 020) y bajo el derrumbe de tierra y tejas (UEN 019). Pero en el interior del derrumbe de dicho escalón ya hay tejas que apoyaban sobre el pavimento, lo cual indica que algunas de ellas ya habían comenzado a caer a favor de la pendiente antes de la definitiva ruina de la casa. Sondeo 4200: En el sondeo 4200 se han documentado parte de dos complejos estructurales (CE/s 1 y 2) que sobrepasaban los límites del área excavada. El primero de ellos es parte de una casa compleja, organizada en torno a un patio. El segundo es la muralla de la alcazaba que desciende desde la parte alta del cerro de El Sombrerete y continúa al sur del sondeo hasta el punto en el que las canteras modernas han roto por completo los depósitos. La casa tenía al menos tres crujías, de las cuales, la septentrional y más de la mitad del patio, en

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el centro, no se han excavado, aunque se reconocen porque en superficie se ven las cabezas de sus muros. Las tres crujías se organizan de este a oeste. Dicho patio cerraba por el oeste, donde se encuentran el camino de ronda y la muralla, con un muro. Pero hacia el este no se ha localizado ningún tipo de cierre, por lo que el patio podría haber quedado abierto, como un espacio de relación con las estructuras próximas. A pesar de que su planta sea diferente y más compleja, la técnica constructiva del CE 1 es similar al resto de las documentadas en el Área 4000 y en la 3000. Las estructuras se levantan directamente sobre la roca o bien sobre un relleno de tierra roja con grava y piedras de pequeño tamaño que es parte de la propia matriz geológica adaptada y modificada para homogeneizar el espacio entre la roca madre. Así ocurre bajo los pavimentos que apoyan en parte sobre la roca (UEC/s 035 y 037 en el patio y UEC 056 en la crujía meridional). Los muros de la casa eran de tapial. A juzgar por los derrumbes (UEN/s 010, 012, 033 y 052) seguramente se tratara de un tapial de tierra rico en cal y de color amarillento claro. El tapial montaba sobre un zócalo de mampostería cuya altura variaba en función de la disposición de la roca, que a veces formaba parte del alzado del propio muro, y de la diferencia de altura. La altura máxima conservada se encuentra en el muro meridional donde se superan los 0,45 m. La mampostería es siempre no concertada, formada por piedras irregulares, generalmente de mediano tamaño, unidas con tierra o un mortero pobre en cal. Todos los muros traban entre sí, por lo que no puede hablarse de distintas fases constructivas o ampliaciones. Aunque el desnivel no es tan importante como en otras áreas de El Sombrerete, también aquí hubo de hacerse una elevación de parte del suelo de la crujía meridional para salvar la diferencia de altura. En total este relleno no parece llegar a superar los 0,50 m de espesor, pero supone que los muros perimetrales (UEC/s 020, 021 y 064) han funcionado en su parte más baja como muros de contención de estos rellenos (UEC/s 032, 049, 050 y 051 en C 1, y UEC 042 en C 2) y que hasta el nivel más bajo del pavimento no comenzaría a construirse en tapial. En el caso del patio en cambio, este relleno es bastante más delgado (UEC/s 035, 037 y 062) y sobre él se dispone de forma inmediata el pavimento. A diferencia de las casas excavadas en el Área 3000, estos muros tienen cara interna, es decir, el relleno no traba con ellos, sino que primero se construyó el perímetro y luego se niveló. Esto mismo sucede en el complejo estructural excavado en el Sondeo 4100.

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Los pavimentos son de mortero tanto en el patio como en la crujía. El del primero parece tener un color más blanco, por lo que es posible que fuera más rico en cal, algo normal si consideramos que debía de encontrarse a la intemperie. El de la nave meridional en cambio es algo más amarillento pero igualmente compacto. En ninguno de los dos ámbitos, ni el considerado como patio, ni en la crujía meridional, se ha encontrado un volumen de tejas significativo. No obstante, creemos que debe de seguir distinguiéndose entre ambos espacios, considerando el primero, al norte, como abierto, y el segundo, al sur, como una nave cubierta. En el primero, el Sector A, tan solo se documentaron delgados estratos de arrastre y acumulación (UEN/s 002, 016, 017 y 018), no de derrumbe, cuyos materiales se encontraban además apoyados contra el muro septentrional de la crujía (E 2, sector C). Aquí se desarrollaban también las funciones de cocina en un hogar situado en el ángulo suroeste del patio (E 7). En cambio, en la crujía meridional y en su inmediato entorno se documentó un importante nivel de derrumbe (UEN/s 010, 012, 033 y 052) de los muros que debieron de sujetar una techumbre de tejas que seguramente fue expoliada en el momento del abandono. El interior de la crujía queda dividida en dos habitaciones, la oriental (C 1), y la occidental (C 2), de dimensiones más o menos similares. El vano (UEC 038) desde el patio se abre a la segunda habitación, por lo que el paso hasta C 1 debería de hacerse a través de C 2. La división de ambas estancias se realiza mediante un muro (E 6), que discurre en sentido transversal, es decir, de sur a norte. Traba con el muro meridional de la nave, por lo que el paso desde C 2 a C 1 debía realizarse por la parte alta, la norte, donde se pierde precisamente el muro de división y aparece directamente la roca (UEN 1000) o el relleno de nivelación (UEC 056). Aquí, junto al muro septentrional de la crujía (UEC 040), habría debido de localizarse, por tanto, un nuevo vano. El interior de ambas habitaciones se organiza al menos en dos niveles. En la parte central de la crujía la roca se eleva y seguramente fuera aprovechada. Hacia los extremos de las dos estancias el pavimento es más bajo y es aquí donde se produce el relleno para crear una superficie homogénea. En las dos habitaciones se ha recogido abundante cerámica, en parte revuelta por los expolios, siempre en posición secundaria, pero normalmente no de arrastre, sino localizada en el derrumbe o fundamentalmente bajo el (UEN 012). Especialmente significativo resulta el ángulo suroeste del C 1, que

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no fue alterado por los expolios. En el se excavó lo que se interpreta como el hueco dejado por una tinaja encastrada en el pavimento de la habitación. En realidad se trata de dos interfacies: la primera (UEC 047) sería de forma circular y se habría hecho rompiendo el pavimento y los rellenos de la habitación (UEC/s 048, 050 y 051). Posteriormente se introdujo un nuevo relleno de mortero de cal (UEC 049) para sujetar la tinaja. Por último, una vez abandonado el edificio, se realizó un nuevo corte de forma alargada para sacar el contenedor y llevárselo. En el relleno de dichas interfacies se recogieron numerosos fragmentos cerámicos, la mayor parte pertenecientes a piezas de cocina y contenedores. Muchos se encontraban bajo el único resto de ladrillo hallado en el sondeo. Este hecho nos lleva a plantear la hipótesis de que pueda tratarse del derrumbe de una repisa situada en la roca inmediatamente superior y destinada al almacenaje. La presencia de un abundante ajuar cerámico y del hogar del patio (UEC/s 060, 061) hace que este complejo estructural se interprete como un lugar con funciones de almacenaje y cocina que podrían haber tenido un carácter comunitario, ya que en otras partes del Área no se ha podido identificar ninguno similar. Hacia el exterior, por el sur y el oeste de la casa, se abren dos espacios que podrían tener un carácter público: el camino de ronda que discurre paralelo a la muralla y una zona abierta, a modo de pequeña plaza, que se sitúa entre este complejo y la siguiente estructura visible algo más al sur. Los dos ámbitos están pavimentados con un mortero de cal apisonado (UEC/s 053 y 055); se crearon sobre un relleno de tierra roja con grava procedente de la matriz geológica (UEC/s 057 y 058), como es habitual en esta zona de la ciudad. En algunas partes aflora la roca madre. En la muralla llama la atención el hecho de que su técnica constructiva sea diferente a la documentada en el área 6000, como se verá más adelante, donde la base de mampostería estaba realizada a encofrado perdido o «a saco». Es igualmente llamativo el que no se halla localizado ninguna torre ni quiebro con un carácter defensivo en este sondeo ni en el resto de la muralla visible en el Área 4000. Queda demostrado que se trataba de una estructura defensiva construida en tapial. Casi con toda seguridad se trataba de un tapial de tierra rico en cal. No podemos determinar su altura ya que, aunque se han documentado sus derrumbes, no es posible realizar un cálculo del volumen de material debido a que la pendiente ha favorecido el arrastre de una parte importante del mortero caído.

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Fig. 8. Planta del sondeo 4100, área 4000, zona I.

Fig. 9. Planta del sondeo 4200, área 4000, zona I.

Sondeos 5100 y 5200: Los dos sondeos que se han realizado en el Área 5000 (5100 y 5200) han servido para mostrar la posible funcionalidad que tuvo el espacio en el que se localizan. Si en el Área 6000 se ha localizado parte del complejo defensivo (muralla y entrada), y en las Áreas 3000 y 4000 ámbitos domésticos de la alcazaba y también existencia del trazado de la muralla de la alcazaba, en el

Área 5000 todo parece indicar que nos encontramos en un entorno destinado a la actividad artesanal de Madīnat Ilbīra. Su localización espacial dentro del conjunto así lo avala, como ocurre en otros entornos urbanos islámicos. El Área 5000 se encuentra en un espacio de piedemonte intermedio entre el espacio militar (alcazaba), el religioso (Pago de la Mezquita) y el

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propiamente urbano, es decir, en un espacio apropiado para el intercambio. Los restos estructurales de Sondeo 5200 asociados a pozos de captación de agua, junto a los escasos restos materiales exhumados, entre los que destacan escorias metálicas y vítreas, así como la recuperación de objetos como un dedal de talabartero en el sondeo 5100 no hacen sino avalar esta hipótesis. El sondeo 5100, aunque de forma parcial, ha puesto al descubierto parte de un complejo estructural conformado en torno a un patio central descubierto en el que se localiza un hogar cuyas dimensiones exceden de las propiamente domésticas y en cuyas cenizas se han recuperado escorias metálicas vinculadas a alguna actividad artesanal. No obstante, este complejo ha sido excavado de forma parcial y, por tanto, no se ha hecho una intervención que pudiera completar su documentación total. Pese a situarse en un espacio en el que la actividad agrícola en tiempos actuales es la dominante, los depósitos erosivos que cubren la mayor parte de las estructuras han garantizado su preservación. Por su parte el Sondeo 5200 muestra una estructura más compleja. La roca trabajada ha servido para configurar la articulación espacial del mismo. Así, mediante grandes rebajes en la misma, y en sentido sur-norte se han creado plataformas en las que se han ubicado diferentes espacios, bien bajo cubierta (taller), bien abiertos en los que se han localizado una gran concentración (teniendo en cuenta la superficie excavada) de pozos de captación de agua, por lo que se plantea que la actividad artesanal desarrollada requiere de este elemento en abundancia. De todas formas, este extremo también cabe ponerlo en relación con un anterior uso agrícola y una dedicación posterior de tipo artesanal. El taller se ubica en un espacio cubierto a la izquierda del sondeo delimitado por muros resultantes de la excavación de la roca y compartimentación interna de muros de mampostería. El suelo al exterior de la estancia es directamente la roca, mientras que en interior es un pavimento de mortero de cal y árido sobre el que posiblemente se ubicase una solera de ladrillo. El resto del complejo es un espacio abierto en el que precisamente se localizan los pozos. Aunque no se encontraban bajo techo cubierto, estaban al menos en un espacio protegido por muros de mampostería. A diferencia del Sondeo 5100, que se encontraba protegido por depósitos erosivos que han amortizado a las estructuras, en este

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caso, su proximidad a la ladera de El Sombrerete y una pendiente más acentuada, han impedido la acumulación de depósitos erosivos. encontrándose las estructuras y los niveles arqueológicos prácticamente en superficie y muy dañados tanto por la erosión como por la acción antrópica. Sondeos 6100 y 6200: Los dos sondeos que se han realizado en esta Área 6000, que son el 6100 y el 6200, han servido para mostrar la existencia del trazado de la muralla de la alcazaba de Madīnat Ilbīra y la puerta de entrada desde la ciudad propiamente dicha. Se impone, pues, una somera descripción de todas las estructuras descubiertas. La muralla aparecida en el Sondeo 6100 lo recorre en toda su longitud, o sea, 20 m. Su anchura máxima es de 1,80 m y mínima de 1,40 m en aquellos tramos en donde se ha perdido al menos una de sus caras. Esta falta es debida a la capacidad destructiva de las raíces de los pinos que se encuentran en su entorno. La altura máxima conservada de esta estructura es de 0,50 m y la mínima está entre los 0,15 m y 0,20 m. Su técnica constructiva es la de muro a saco, es decir, se trazan dos hiladas de grandes piedras y se rellena su interior con un ripio, que parece unido en el presente caso por un mortero con poca cal. Seguramente servía de base para un desarrollo en vertical de la muralla de tapial. El estado de conservación de esta estructura, la E 1 del Sondeo 6100 es, en general, bueno, quedando visible el trazado de la muralla en todo el sondeo, e incluso continúa en los tramos no excavados, como se observa al meterse en los perfiles que se han realizado. Ciertamente solo queda la primera hilada de piedras y parte del relleno interior, es decir, el arranque de la muralla, que cimenta sobre una capa de zahorra, que, a su vez, apoya sobre una plataforma de mortero. Ésta tiene una altura aproximada en el sector intramuros de 0,20 m en las cotas superiores (sur) y de 0,30 m en las inferiores (norte); en el sector extramuros la altura media es de unos 0,30 m, si bien en algunos puntos llega a alcanzar los 0,60 m. Sirve para conseguir una nivelación sin tener necesidad de buscar la roca madre. En caso de haberlo hecho, hubiera sido mucho más difícil la construcción, dado que hay un desnivel acusado. Por lo general, hay grandes bloques de piedras que definen ambas caras de la muralla. Cuando no existen, se observan hasta tres hiladas que los sustituyen. Algunos de aquéllos son de un tamaño considerable. Uno llega a tener 1,25 m de longitud, 0,80 m de ancho y 0,30 m de altura. Otro es de 1,20 m x 0,60 m x 0,65 m de alto.

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Fig. 10. Planta de los sondeos 5100 y 5200, área 5000, zona I.

La continuación de la muralla hacia el norte obligó a trazar un nuevo sondeo, el Sondeo 6200. Está situado a 18 m del final por el este del Sondeo 6100. Gracias a la excavación que se llevó a cabo en él, se pudo constatar la continuación de la muralla (E 1). Este paño tiene una longitud de 9,70 m y una anchura máxima de 1,75 m y una mínima de 1,50 m. Su cara interna, situada al este, se conservaba en buen estado, con algunos bloques de piedra de un tamaño considerable; las dimensiones de uno de ellos son de 0,70 m de alto x 1,70 m de largo x 1 m de ancho. Por el contrario, en la parte exterior estaba muy afectada, seguramente por alteraciones posteriores al abandono.

La altura máxima conservada intramuros es de 0,75 m, en el norte de la E-1; la mínima en el mismo frente interno es de 0,10 m, mientras que extramuros es, respectivamente, de 0,40 m, en el extremo sur, y 0,30 m junto a la torre (E 4), punto exacto en el que la muralla tiene una importante rotura de 0,70 m x 0,75 m. Intramuros se conservan en algunos puntos hasta dos hiladas. Sobresale en la parte exterior y en dirección oeste una estructura (E 4) de planta rectangular e incompleta, que ha sido identificada como otra torre que servía para proteger la puerta de entrada a la alcazaba. Sus medidas son: 2,10 m de longitud; 2,65 de anchura máxima y 1,10 m de mínima. Solo

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se conserva una hilada de piedras de pequeño tamaño, a excepción de las que definen la cara norte y asimismo las huellas de la jamba de esta parte de la puerta. En efecto, esta cara de la E 4, o torre sur de la puerta, nos muestra una extensión de 1,95 m de longitud y 0,40 m de anchura, que se desarrolla en ángulo recto, a modo de forro de la mencionada torre. Serviría seguramente para desarrollar la bóveda y el arco de la entrada. Parece que se trata de calcarenita, piedra que permite trazar los vanos y que abunda en construcciones granadinas, sobre todo del siglo XI en la capital. Incluso hay una cantera reconocible en el entorno de la Vega de Granada, en La Malaha, que tradicionalmente ha abastecido numerosas obras de este conjunto territorial. La citada E 4 se levanta sobre una plataforma, como la muralla en algunos puntos, que está hecha de un mortero muy rico en cal, con ciertas diferencias con respecto al que aparece en el sondeo 6100. Esta torre flanqueaba un hueco (E 3) de 2,80 m, que eran 3,60 m si añadimos el grosor de las dos jambas. Parece que el pavimento de esta entrada (UEC 018) estaba formado por un mortero con menos cal que en el resto de la plataforma de base. Monta sobre un relleno de tierra roja, que procede de la matriz geológica (UEN 017) y que ha sido utilizada para igualar los desniveles que hay entre la roca madre, como en todo el conjunto de la alcazaba. Dicho pavimento estaba afectado seriamente por el paso de los vehículos que hasta hace poco han transitado por allí. Antes de entrar a este vano, en el exterior, por tanto, hallamos cómo la plataforma no cubre nada más que una parte y en el resto aparece la roca desnuda o ligeramente cubierta por la ya señalada matriz geológica acumulada para adecuar la zona. Cabe la posibilidad de que alguna de estas piedras, de considerable tamaño, esté puesta de manera intencionada y no formen parte de la roca madre. Pero este extremo no se ha podido comprobar nada más que un caso. Pasada la entrada en dirección hacia el Tajo Colorao continúa el paño de muralla (E 2). En este punto da un cambio de orientación, buscando, al parecer, la cima del promontorio en cuyas faldas se sitúa la cantera, de la que ya se extrajeron piedras para su construcción, y que queda extramuros de la alcazaba de Madīnat Ilbīra. La estructura tiene una longitud de 4,60 m y las anchuras máximas y mínimas constatadas de 1,90 y 1,20 m, respectivamente. La máxima altura conservada es de 0,33 m y la mínima de 0,12 m. Solo se ha identificado su cara exterior, mientras que la interior, queda fuera del área excavada.

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Se observa cómo la cara exterior de la muralla en este punto está muy bien conservada, al menos en comparación con el mismo frente del otro paño. La técnica de construcción es la misma que la del conjunto entero. A veces se utilizan piedras de tamaño considerable y en otros casos varias hiladas, conformando un alzado de indudable monumentalidad, que no podemos visualizar salvo que imaginemos que sobre este zócalo montaba unos paños levantados en tapial. Este tramo de la defensa se ve que reposa sobre una plataforma hecha de hormigón (UEC 019), que es un tanto diferente al resto. Tiene un color amarillento, que tal vez se pueda explicar por una alteración de tipo químico que ha debido sufrir el mortero. La torre E 5, a diferencia de la opuesta, fue construida con piedras de mediano tamaño. Su estado de conservación es muy deficiente. De tal modo es así que sus dimensiones no pueden ser calculadas con exactitud. Aun así podemos decir que medía de longitud 2,25 m y 1,60 m de ancho aproximadamente. Se ha edificado sobre la ya citada plataforma de mortero. Sobre la misma aparecen una serie de piedras que deben de proceder de la E 5, a causa de su derrumbe. Extramuros y no muy lejos de la línea de muralla, se ha identificado una serie de tejas. Bien pudieran pertenecer a una techumbre de alguna estructura anexa que sirviera como tenderete o algo similar. Se puede explicar por la necesidad de intercambios entre la parte superior, claramente amurallada, y la exterior, también urbana, pero que, por lo que hasta ahora sabemos, no tenía un sistema defensivo tan significativo. En suma, esta campaña de 2005 sirvió para identificar la estructura interna y la muralla de la alcazaba. En realidad se han documentado conjuntos de cédulas rectangulares, que parecen relacionado entre sí en espacios abiertos, como el patio del sondeo 4200, y que tienen una configuración similar a otros conjuntos de esa misma época a caballo entre el siglo IX y el siglo X.43 Los materiales cerámicos recuperados en esta campaña como en la de 2001 ponen de manifiesto que la alcazaba se construyó y ocupó en el siglo IX, permaneciendo como tal durante el siglo siguiente. Descrito en sus trazos generales el espacio defensivo y parte del comercial, se decidió posterior-

43 Es el caso, por ejemplo, que se ve en Vascos (Toledo), en donde la estructura de las casas de la madīna es muy diferente de la que tienen esos espacios de la alcazaba.

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Fig. 11. Planta de los sondeos 6100 y 6200, área 6000, zona I.

mente actuar en la denominada Zona II, propiamente urbana. Pero antes de analizar lo que dio de sí la última campaña, la del 2007, merece la pena señalar que el año anterior, con motivo de la excavación de una zanja para instalar gomas de riego para el olivar, se produjo una alteración sensible en el Pago de los Tejoletes. La excavación, que tenía la consideración de urgencia, fue dirigida por un miembro del grupo, José M.ª Martín Civantos, y se llevó a cabo en 2006. Se sitúa el mencionado pago al sur del Tajo Colorao. Es un área en la que se había documentado ya en el siglo XIX la existencia de pozos, como efectivamente es así, y materiales de construcción. La excavación de urgencia se realizó en un único sondeo en el que se acumularon consecutivamente dos áreas para la mejor comprensión de las estructuras aparecidas. La selección del lugar en el que intervenir se realizó atendiendo a los restos visibles en los perfiles de la zanja y a los materiales presentes en el montón de tierra que la excava-

dora había ido extrayendo. Dado que a lo largo de toda la zanja eran visibles numerosos restos, especialmente llamativos en algunos puntos, puesto que se veían hasta cuatro muros cortados y algunos niveles de tejas entre ellos, algunos muy potentes, se optó por actuar aquí. Además, en el montón de tierra había un gran número de piedras de mediano y gran tamaño y de tejas, además de algo de cerámica. De forma casi inmediata, teniendo en cuenta la poca profundidad del relleno que había, salieron a la luz restos arqueológicos de una estructura compleja con varios ámbitos, todos ellos cubiertos por techumbres de teja curva, y un patio. El conjunto está organizado a partir de dos grandes muros paralelos a los que se adosan otros divisorios transversales que forman al menos siete espacios distintos, aunque posiblemente fuesen más, ya que el conjunto no se pudo excavar por completo. Como es habitual de los muros solo se ha conservado su base, realizada en mampostería irregular.

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El alzado, seguramente hecho en tapial, se ha perdido por completo; solo han aparecido parte de sus restos fruto de su derrumbe. Los suelos se hicieron simplemente mediante tierra apisonada, con una mayor o menor proporción de cal. Por el extremo este del sondeo transcurría una calle con restos de empedrado. En la zona noroeste había otro espacio abierto; en el se identificaron un pozo a unos 2,5 m de otro situado ya en la parte cubierta de la construcción. Ambos pozos estaban colmatados, pero la cercanía entre ellos, y la existencia de líneas de pozos en el olivar sugiere que se trate de las bocas de ventilación de un qanāt. Se documentaron asimismo los restos de un horno y una fosa circular excavada en la roca. Todo ello, junto con el abundante material que apareció, nos sugiere que se tratase de un alfar instalado en un espacio que antes era agrícola posiblemente. Por primera vez tenemos pruebas de un cambio de uso en la estructura que se generó a causa de la creación de la madina. El análisis detenido de la cerámica44 prueba esta hipótesis. Así es, la cerámica procedente de la excavación, indica una cronología más tardía que la alcazaba del cerro de El Sombrerete, que se abandonaría a comienzos del siglo X. Concretamente las piezas estudiadas se han fechado en la segunda mitad del siglo X. Esta zona por tanto habría experimentado su desarrollo en un periodo más tardío de la ciudad. Destaca la introducción de ataifores vidriados, especialmente melados con trazos de manganeso. Esta intervención puso de relieve la presencia de estructuras de corte similar a las encontradas en el Área 5000, en el piedemonte de «El Sombrerete», en un punto algo alejado, por lo que cabría pensar que habría un área comercial muy extensa al pie del cerro en donde se ubica la alcazaba, fuera de ella, en consonancia con lo que es habitual en una ciudad andalusí en particular e islámica en general, y que se extendió por la zona llana. En la campaña de 2007 se plantearon tres sondeos. Uno en la conocida propiamente como Haza del Secano de la Mezquita y dos en la situada más al este, separadas por un pequeño barranco de época reciente realizado para facilitar la evacuación de aguas y evitar que la zona se anegue. El trazado de las tres áreas de intervención se organizó de tal 44 Jiménez Puertas, Miguel y Carvajal López, José Cristóbal, «La cerámica del Pago de los Tejoletes 2006 (Madinat Ilbira, Atarfe, Granada)», disponible por el momento únicamente en versión digital: http://www.arqueologiamedieval.com/articulos/articulos.asp?ref=100

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manera que estuviesen en línea, con el objeto de poder comprobar, caso de estar en el espacio que ocupó la aljama de Ilbīra, si seguía la organización de ésta, que, como es obligado, tendría su qibla o muro principal en donde está el mih.rāb, o nicho de oración, orientado hacia La Meca, es decir, al sureste. Se partía, por tanto, de la idea de que la mezquita se creó en un área no ocupada antes de su erección en el siglo IX, aunque se haya pretendido decir por algunos autores árabes que es anterior, precisamente para justificar que se levantara. Por tanto, debió ser ella la que organizó todo el conjunto espacial, creando así ejes urbanísticos claros. Los tres sondeos así trazados fueron; El 1200, situado en la haza contigua a la de la Mezquita y cerca de la citada carretera de Atarfe a los Baños de Sierra Elvira por el interior; a 20 m al norte, el 1300; paralelo al límite meridional de este último, en la haza de la Mezquita, el 1400. Todos ellos se trazaron con unas medidas iniciales de 4 m x 4 m, si bien en los dos situados en la parte oriental se procedió a una ampliación posterior. A continuación detallamos los resultados obtenidos en cada uno de los sondeos. Sondeo 1200: Antes de excavar se calculó que habría unos rellenos en él de no menos de 2 m hasta que apareciesen estructuras arquitectónicas. En efecto, se detectó en este sondeo 1200 unos rellenos modernos de como mínimo 1,80 m (UE/s 001 a 021), si bien los muros de un edificio aparecieron a más de 2,5 m de profundidad. El resultado obligó a una ampliación hasta conseguir un sondeo de 6 m x 8 m. Los rellenos mostraban como toda la zona ha sido históricamente una zona de sedimentación de los distintos depósitos de arrastre provocados por diferentes momentos de lluvias (UEN/s 004, 005, 006 y 008), así como por la acción humana, que ha vertido en este entorno escombros provenientes de distintas construcciones o ha utilizado el espacio con fines claramente agrícolas (UE/s 002, 003, 007, 011, 012 y 013). Entre estos rellenos hay que destacar las UEN/s 009 y 010, capas arcillosa completamente agrietadas debido a una rápida deshidratación, en la que se localizaron carcasas de proyectiles de época contemporánea, probablemente de la Guerra Civil, y huellas de suelas de goma y pisadas de perro y otras improntas similares. En cuanto a las UEN/s 018, 019 y 020, contenían material de construcción y cerámica muy fragmentada, de ésta destacan varios fragmentos de ataifores, melados con trazos de manganeso e incluso un fragmento de cuerda seca, que se pueden adscribir al siglo XI. Su cota era de – 2,38 m. Su composición parece corresponder a un

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derrumbe mezclado con arrastres procedentes no tanto de las estructuras descubiertas en el sondeo, sino de los edificios cercanos, que se situarían en una cota ligeramente superior. En el sondeo se ha podido identificar una estructura que supera el límite sur del mismo que está formada por un muro perimetral de mampostería, base de otro de tapial seguramente, de una anchura de entre 65 y 70 cm (UEC 025), que definía un espacio compartimentado por dos tabiques de en torno 45 cm de grosor (UEC/s 031 y 060). Junto a estos muros se documentaron los correspondientes niveles de derrumbe de tapiales (UE/s 033, 034, 035, 045 y 046) y tejas (UE/s 038, 042, 047 y 054), bajo los cuales se hallaron los niveles originales de suelo de tierra batida y un hogar (UEC/s 056 y 057). Apareció la cabeza del muro principal a una cota de – 2,53 m en el extremo norte descendiendo hasta – 2,64 m en el sur, alcanzando los 3 m al final de la excavación. Quedan así tres espacios diferenciados en su interior, que da al este. No se ha podido determinar el límite oriental del conjunto, por lo que solo podemos hacer un cálculo muy aproximado de la superficie del edificio. No se han observado huecos en ninguno de los ámbitos señalados, como tampoco al exterior, por lo que pensamos que la puerta de acceso estuviera al este, y, consecuentemente todas las habitaciones que se han descubierto abrirían a ese eje, ya que no lo hacen en ninguna de las otras tres direcciones. Al oeste cierran los tabiques con el muro de carga; al norte no se ha encontrado en todo el trayecto, desde luego incompleto, como tampoco al sur. Si que resulta de interés señalar que en este edificio se ha podido documentar al menos dos fases, evidenciadas por la superposición de uno de los muros (UEC 031) sobre otro anterior (UEC 068) que tiene además una orientación algo distinta. El espacio situado más al norte de los tres evidenciados se utilizó sin ningún género de dudas como cocina, porque quedaban materiales de cocina, con huellas de fuego por su uso, así como en el suelo (UEC 056) se identificaron trazas de cenizas y se llegó a documentar una marmita situada en un hogar (UEC 057). Los otros dos ámbitos estaban techados, porque han quedado restos abundantes de tejas que formaron su techumbre (UEC/s 038 y 054), pero no se ha podido determinar su función. Seguramente el central deba de considerarse como un espacio de almacén de dimensiones reducidas, en tanto que del que se halla más al sur no se conocen sus dimensiones completas. Una calle (UEC 066) a base de mortero muy compacto y rico en cal, en la que se vieron restos de

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materia orgánica descompuesta que habían hecho elevar el nivel (UEC 027), se sitúa al oeste del muro de cierre del citado edificio. Esta calle queda definida por otra estructura que solo se documenta por su muro de cierre oriental, y no de forma completa, ya que se mete en el perfil (UEC 048). En general, toda la cerámica que se ha encontrado se fecha en los siglos X y XI, es decir, en el periodo final de la ciudad de Ilbīra, con solo algunos materiales de época tardoantigua en determinados puntos, pero sin estar asociados a ninguna estructura constructiva. También hay que llamar la atención sobre un paquete de cerámica fechada en torno al siglo IX, que está en posición secundaria, y que, aunque aún está en periodo de estudio, parece responder a la tipología de cangilones de noria, lo que revelaría un posible uso agrícola del espacio anterior al desarrollo urbanístico, o al menos coetáneo a un primer momento de éste. Sondeo 1300: El sondeo 1300 situado a 20 m al norte del anterior, comenzó asimismo con unas dimensiones de 4 m x 4 m. Luego se amplió hasta alcanzar una superficie de 6 m x 5,5 m. Bajo el primer nivel de cultivo, se identificaron rellenos, procedentes principalmente de avenidas del vecino barranco hasta alcanzar en torno los 1,40 m de profundidad media (UEN/s 002 a 010) y distintos niveles de cultivo (UE/s 011 a 014). Posteriormente se identificaron muros a partir de los 1,50 m en el perfil norte y de los 1,70 en el sur de una construcción que definía al menos dos espacios interiores separados por tabiques, en dirección oeste. Los cuatro muros son de mampostería y sobre ellos se alzaba el tapial, que solo se ha documentado en nivel de derrumbe tanto de tapiales y tejas (UE/s 017 a 021 y 029), como de restos de madera que debieron formar la cubierta (UE/s 033, 034, 035, 037 y 045). De éstos, destaca el muro maestro (UEC 015) en el que se apoyan los dos muros menores que configuran las distintas estancias y vertebran el espacio (UEC 025 y 026). Los tres muros conforman una estancia de casi 10 m2, pues sus lados miden 3,90 m-3,70 m de norte a sur y 2,75 m-2,10 m, al menos, de este a oeste. En la habitación central se ha documentado un pavimento de tierra y cal (UEC 038) que está en un estado de conservación muy deficiente, con alguna evidencia de destrucción más o menos intencionada del mismo (UE 040) Hacia el este parece existir un espacio público, cuyo nivel de uso ha sido encontrado, consistiendo en una capa de tierra apisonada (UEC 043) que consta de varios rellenos de preparación y nivelación (UEC/s 023, 049 y 051). Todo el conjunto interior, organizado, como queda dicho, a occidente,

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estaba cubierto por una capa de derrumbe de tejas, lo que hace pensar que eran ámbitos techados, sin que podamos precisar su función claramente. Quizás el situado más al sur sirviese de zaguán de entrada, pues ha aparecido un vano en el ángulo sureste del muro perimetral. El grosor de los muros es de 50 cm en todos los casos, si bien el de carga tiene una mayor profundidad, al menos cinco hiladas de mampuestos, mientras que de los interiores que compartimentan los espacios solo se identifican una hilada como máximo. Al exterior hay una especie de parapeto en el extremo sureste del muro maestro, que mide aquí 60 cm de anchura y 1,05 m de largo, conservando solo una hilada de mampuestos. Se pude pensar que se trataría de una defensa para una calle interior que daba entrada al edificio descubierto en el sondeo 1300, si bien apareció en el sondeo 1500 A, que se trazó, como se verá, contiguo a aquél. En ese muro perimetral (UEC 015) apareció una quicialera y una jamba (UEC 054) posiblemente in situ que nos permite pensar en la existencia de una puerta en este punto, con lo cual existirían, como sucede en otras viviendas de yacimientos coetáneos, por ejemplo el de la Plá de Almatá en Lérida, de dos entradas diferenciadas.45 Una llegaba directamente al patio, mientras que la otra pasaba por un zaguán. Esa posibilidad no se ha podido confirmar, ya que la segunda, situada más al norte, no queda bien definida al estar casi en el perfil septentrional. Como en el caso anterior, la cerámica identificada, dejando a un lado las que proceden de arrastres de los procesos de acumulación de las avenidas del barranco, es fundamentalmente de los siglos X y XI. Algunos rellenos contienen cerámicas tardorromanas, pero están claramente en posición secundaria. En cuanto a los niveles que hay encima de las estructuras de habitación, una vez abandonadas y amortizadas, se aprecia la existencia de cerámicas de época almohade y nazarí. Pueden que estén en relación a la función agrícola. Sondeo 1400: Es el que mayores expectativas ha levantado, en parte por su emplazamiento en el llamado «Secano de la Mezquita», trazándose a 40 m de distancia hacia el oeste respecto al sondeo 1300. Ha conservado en todo momento sus medidas iniciales de 4 m x 4 m. Se han distinguido ocho fases en este sondeo, incluyendo los rellenos contemporáneos. De éstas, cuatro pueden adscribirse al periodo 45 Alós Trepat, Carme, Camats Malet, Anna, Monjo, Marta y Solanes, Eva, «Las cases andalusines de Pla d´Almatà (Balaguer, Noguera)» Tribuna d´arqueologia, 2006 (2007), pp. 273290.

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altomedieval, una a la Edad Moderna y las tres últimas, en las que se alternan niveles de cultivo y niveles de escombrera, a la época contemporánea. Las tres primeras fases corresponden a rellenos modernos y niveles de cultivo (UE/s 001 a 19) que muestran la historia más reciente del yacimiento, en la que el terreno se colmató aproximadamente 1,75 m. Bajo estos rellenos, antes de llegar a los niveles arqueológicos de época andalusí, se documentó una cabaña construida a partir de un doble anillo excavado en la tierra (UEC/s 031 y 032) y una estructura que parece que era de madera por los huecos de postes que se han documentado (UEC/s 035, 037, 039, 041, 043, 045, 047, 049, 051, 053, 055, 057, 059, 061, 063 y 066), junto a un horno circular a base de piedras no trabajadas alineadas y unidas entre sí con un mortero pobre en cal (UEC/s 025, 027 028 y 029). El horno probablemente fuera de metal, ya que ha aparecido asociado a niveles con contenidos metálicos y escorias (UE/s 024 y 034) e incluso moldes en yeso para hacer clavos gruesos. Bajo esta estructura se documentó la cuarta fase, correspondiente al nivel de derrumbe y colmatación, general a todos los sondeos, lo que hizo preludiar las estructuras arquitectónicas que se han evidenciado. Todo parece apuntar a que se produjo un abandono no violento, teniendo tiempo quienes marchaban de llevarse consigo cuantas posesiones pudieran habernos dado testigo de su ocupación, tales como cerámicas y objetos metálicos, dejando abandonada la construcción. Todo el volumen de cerámicas, tejas y piezas metálicas que se han recuperado de este sondeo provienen de los niveles de relleno o derrumbe de tapial, y no de un nivel claramente de uso. Un abandono progresivo y lento, o al menos planificado, explicaría no solo la ausencia de materiales en posición primaria, sino también el posible pavimento de piedras, del cual no nos quedaría más vestigio que las huellas en negativo en la UEC 082. El proceso de erosión y derrumbe de las estructuras debió ser el habitual para este tipo de construcciones: un primer momento en el que los muros de tapial se van erosionando, así como los pilares y otros elementos sustentantes que pudiera tener la construcción (UEN/s 083, 084, 080), hasta hacer perder su estabilidad a la cubierta (UEN/s 081 y 085), produciéndose la caída del tejado hacia el interior de la estancia, lo que explicaría el alto volumen de tejas (UEN 065). Posteriormente se produciría el paulatino derrumbe de los alzados de tapial, así como la deposición de sedimentos de origen natural (UEN/s 033, 073, 074, 075, 076, 077, 078). En este momento de-

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bemos incluir también algunas remociones de tierra que se han detectado (interfaz UEC 072). Este movimiento de tierras, la existencia de una fosa que abarca aproximadamente las mismas dimensiones del muro que ya hemos citado, y algunas piedras de medianas dimensiones que se han encontrado en el nivel que rellena a la fosa, en la UEN 076, nos llevan a plantear la posibilidad de que, tras el proceso de abandono y derrumbe, se recuperaran algunas de las piedras del muro realizando para ello una pequeña excavación, lo que provocaría tanto el interfaz, como los distintos estratos que lo rellenan (UEN/s 073 y 076). La extracción de estas piedras se llevaría a cabo allí donde quedaran a la vista, en la esquina noroeste del sondeo, y probablemente más al norte de los límites del mismo, ya que estas piedras quedaban a la vista, metiéndose por el perfil norte. En la parte más al sur del muro esta remoción no debió llevarse a cabo, ya que el nivel de tejas (UEN 065) cubría directamente al muro sin que se haya identificado ningún movimiento de tierras que afecte a la cabecera del muro en este sector. Finalmente, y con posterioridad a estas remociones, una riada de tierras con componentes orgánicos, probablemente resultado de un momento de lluvias torrenciales, sellaría este espacio que ya presentaría un estado considerable de ruina, según hemos señalado. Es ésta la interpretación que le hemos dado al potente estrato de tierra oscura que forma la UEN 069, sobre el que se excavaría parte de la cabaña de la siguiente fase que ya se ha descrito. Bajo el derrumbe de tejas se documentó un muro en dirección noroeste-suroeste, hecho en mampostería, como los demás, que serviría de base para un alzado de tapial (UEC 079). La longitud total identificada supera los 2,19 m. Su ancho no se puede precisar, porque se mete en el perfil oeste. Junto a él aparece una estructura más baja (UEC/s 088 y 109) sobre la que se apoya parcialmente, constituida por una serie de piedras dispuestas de manera horizontal, de forma que la parte más plana daba cara constituyendo parte del suelo (UEC 082), que en su totalidad no era sino una capa de tierra batida con cal. Estas piedras, que en esta fase forman parte del suelo, corresponden a la cabeza de un pilar que pertenece a una fase más antigua, documentada bajo esta construcción. Entre esta fase más antigua, que ahora describiremos, y la edificación del muro de mampostería se interponen una serie de rellenos para nivelar, cubrir y colmatar a los anteriores (UEC/s 089 a 092, 099, 102 y 106). A una fase más antigua que aquella del muro corresponden otras dos estructuras. Una de ellas

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está configurada por grandes lajas de piedras, siete en total (UEC 123) y una octava que cierra por el lado este (UEC 096), que son grandes ortostatos de yeso geológico tallados de forma rectangular. Son de la siguientes dimensiones: 88 cm x 32 cm x 16 cm. Están dispuestas a asta y tomadas por un mortero de cal muy duro (UEC 095, 120 y 122). Apoyados en esta estructura de piedra quedaría el pilar que, como ya hemos visto, se asocia a la fase superior (UEC/ 088 y 109) A su lado hay un círculo excavado en parte en depósitos con material cerámico (UE/s 110 y 141) y en parte en niveles geológicos y relleno con piedras unidas por un mortero con mucha cal (UEC 115). Al levantar estas dos estructuras se documentó la existencia de dos tumbas: la de un adulto bajo las piedras (UEC 121) y la de un enterramiento infantil (UEC 132) en la esquina noreste, cubierta parcialmente por el círculo de piedras y mortero en la parte del cráneo, aunque el resto del cuerpo quedaba perfectamente incluido dentro de una tumba delimitada por mampuestos y con cubierta de tejas (UEC 131 y 134 respectivamente). Ambas tumbas estaban excavadas en depósitos naturales, quedando tan solo una fina capa con algo de material cerámico apoyada sobre el nivel geológico (UE 119 en el caso de la tumba adulta y UE 129 para el enterramiento infantil). En lo que se refiere a la tumba del adulto, se ha documentado además un primer enterramiento con cubierta de tejas (UEC 125 y 126) que posteriormente es reformado y monumentalizado con las lajas de piedra. Esta tumba de tejas originaria, junto con la propia tumba del niño, corresponden a la fase más antigua documentada, que se apoya y corta directamente en niveles geológicos y estériles de material. Entre esta fase, la más antigua, y la fase del muro de mampostería y el pavimento de tierra batida se interpondría una fase de difícil interpretación que corresponde a la reforma y monumentalización de la tumba del adulto y a la realización del cono de piedras y mortero de cal. La explicación de todo el conjunto está por dar, pero las hipótesis que se han ido formulando han sido corroboradas en el transcurso de la excavación. La cerámica parece responder a similar cronología que la recuperada en toda el área que se ha excavado si bien hay alguna de fechas anteriores, concretamente del siglo IX, correspondiendo con los niveles en los que se excavaron las tumbas. En cuanto a la cronología del edificio que se documenta por encima de los enterramientos, se ha detectado una cierta perduración en el tiempo, llegando más allá del siglo XI, quizás hasta el siglo XII.

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Sondeo 1500: Para poder explicar la posible relación entre el sondeo 1200 y el sondeo 1300, se trazó una zanja de 19 m x 2 m. Ante la imposibilidad de excavarla en su totalidad se optó por una doble estrategia: primero se realizó una prospección geofísica para averiguar la disposición y densidad de eventuales restos arqueológicos, y por otro se optó por la intervención en tres sectores concretos (A, B y C), susceptibles de dar respuesta a ciertas dudas surgidas a raíz de la intervención en los dos sondeos principales. El primero de estos sectores, el A, tuvo unas dimensiones de 2,5 m x 2 m, y estaba contiguo al sondeo 1300. Puso de manifiesto la continuidad del muro perimetral del edificio hallado en este último sondeo, en este caso denominado UEC 004, y una posible entrada, imposible de definir con claridad, ya que gran parte del probable vano quedaba dentro del perfil oeste, pero sí quedó definido el final de la estructura mural. El segundo, el B, en medio de la longitud de la zanja alcanzó los 5 m x 2 m. Aparecieron estructuras arquitecturas, consistente en un tramo de muro en el sentido longitudinal de dicha zanja, y unas piedras que bien podrían identificarse como el inicio de otro transversal a la misma, que tal vez continuara más allá del perfil occidental. El tercero, el C, con unas dimensiones de 4,5 m x 2 m, dio como fruto, a partir de los 2,5 m de profundidad, la aparición de la continuidad del muro perimetral que apareció en la parte este del sondeo 1200 y su cierre (UEC 007). Junto a él se ha podido identificar una estructura que bien podría ser un colector de aguas sucias, con la boca un pozo ciego (UEC 023), rodeado por una serie de estructuras de mampostería de muy difícil interpretación dadas las dimensiones de la cata (UEC/s 013, 014, 015, 016 y 021). Esta posibilidad es factible, pues es habitual que en las viviendas de cierta entidad aparezcan juntos a ellas en la calle, teniendo asignada cada una de ellas una estructura de saneamiento de tales características. Las primeras observaciones efectuadas sobre la cerámica en el transcurso de la intervención se han hecho a partir del desarrollo de la excavación arqueológica, sin que haya habido tiempo de refinarlos en lo más mínimo, algo que corresponde a la siguiente fase de ejecución del proyecto desarrollada durante el año 2008.46 Se ha considerado, sin embargo, que era necesario ofrecer una panorámica muy general de las expectativas que se han puesto en la cerámica y de su papel en la 46 Malpica Cuello, Antonio (dir.), Informe de la IVº fase, 2º campaña de estudio de materiales «La ciudad de Madinat Il-

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datación de los niveles extraídos durante la reciente actuación. Ante todo, es necesario tener en cuenta que la cerámica extraída tiene esencialmente una datación distinta a la aparecida durante la campaña de 2005. La diferencia en datación se debe, según la teoría que manejamos y que había acertadamente previsto esta distinción, a momentos distintos de desarrollo urbano de la ciudad islámica. También hay que tener en cuenta que esta contingencia pudo comprobarse parcialmente gracias a la excavación de urgencia llevada a cabo en el año 2006 en el Pago de los Tejoletes , aunque quedaba abierta la puerta a otras posibilidades debido a la situación limítrofe de la ciudad en la que parecía situarse este sondeo. No obstante, en comparación con la extraída en esta actuación, la cerámica de esta nueva excavación tiene unos valores equivalentes en las variables que hemos establecido como determinantes para la datación seriada de las producciones cerámicas: rasgos tecnológicos, conjunto de formas y abundancia de los materiales vidriados. Hay sin duda diferencias, y será del mayor interés su estudio, pero por el momento debemos considerar la equivalencia entre los dos conjuntos. Volviendo al conjunto de la cerámica del 2005, en éste se percibía una menor variedad de formas, una mayor gama de soluciones tecnológicas (que implicaba menos especialización) y una restricción de los vidriados tanto en números totales como en su difusión social. La explicación de estos cambios, como ya se ha dicho,47 básicamente consiste en una bira», 2008. Informe depositado en la Delegación de Cultura de la Junta de Andalucía de Granada. No publicado. Los primeros resultados del estudio cerámico han sido presentados. Malpica Cuello, Antonio, Jiménez Puertas, Miguel y Carvajal López, José Cristóbal, «La cerámica de Madinat Ilbira. El pago de la Mezquita», en Actas del II Taller de cerámica: cerámica medieval e historia económica y social: problemas de método y casos de estudio. Granada, 2009 (en prensa). Malpica Cuello, Antonio (dir.), Informe arqueológico de la primera campaña de intervención (2005). Proyecto: La ciudad de Madinat Ilbira, Granada,2005. No publicado. También Malpica Cuello, Antonio, Jiménez Puertas, Miguel y Carvajal López, José Cristóbal, Informe general de la cerámica extraída en la campaña de 2005 en Madinat Ilbira. 2007. No publicado. Martín Civantos, José María, Actuación arqueológica de urgencia en el Pago de los Tejoletes, Madinat Ilbira (Atarfe, Granada). Informe no publicado, 2006. 47 Estos planteamientos fueron expuestos en la tesis doctoral de Carvajal López, José Cristóbal, El poblamiento altomedieval de la Vega de Granada a través de su cerámica (ss. VIII-XI). Tesis doctoral dirigida por Antonio Malpica Cuello, Universidad de Granada, 2003. Hay publicación de la misma: Carvajal López, José Cristóbal, La cerámica de Madinat Ilbira (Atarfe) y el poblamiento altomedieval de la vega de Granada, Granada, 2008.

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transformación social producida a lo largo del siglo X, con la entrada de los diferentes grupos sociales de la Vega de Granada bajo la órbita del estado omeya cordobés. Hasta entonces, se mantenía una diferenciación hasta cierto punto visible entre los diferentes elementos pertenecientes a la sociedad andalusí: árabes, muladíes, mozárabes (aunque no tan claramente en el registro arqueológico, y desde luego sin que ello impidiera una estructuración de la población en «clases» que atravesaban transversalmente a los otros grupos sociales y que se definirían por su poder económico y por su mayor o menor cercanía con respecto al estado omeya). La transformación del siglo X iba a diluir las diferencias de orden étnico y cultural en una mezcla que pasaría a ser lo andalusí y que se reflejaría en el registro arqueológico mediante una gran homogeneización. Sin embargo, existe otra diferencia fundamental entre la cerámica de la campaña del 2007 y las anteriores actividades arqueológicas llevadas a cabo por el grupo de investigación. La gran profundidad alcanzada en los sondeos ha revelado niveles de interés arqueológico que no habían sido apenas alterados por procesos posdeposicionales destructivos, por lo que nos enfrentamos por primera vez a una secuencia que podríamos denominar «completa» de la historia de Madīnat Ilbīra. En esta seriación debemos destacar las siguientes fases esenciales: 1. Fase de rellenos de época moderna-contemporánea: Con esta fase hacemos referencia a prácticamente la mayor parte de los rellenos posdeposicionales desde la superficie hasta la aparición de los primeros niveles nazaríes. Hay que tener en cuenta que la mayor parte de ellos deben datarse en el siglo XX, ya que es en este momento cuando se produce la gran alteración natural del entorno de la Sierra de Elvira: la construcción de la carretera de Córdoba a mediados del siglo XIX (hoy Camino de las Monjas) iba a permitir que todos los materiales sobrantes de la cantera se apretaran en el espacio en el que se han desarrollado las excavaciones, generando inmensos rellenos debidos principalmente a arrastre de limos y arenas. El sondeo que ofrece más variedad es el 1400, donde incluso se han documentado restos de estructuras de poca entidad. Todos los materiales de este sondeo parecen ser principalmente desechos de las fábricas de cemento, azucarera y metales del entorno, elementos de abandono de los cortijos de alrededor y cerámica y tejas de las estructuras arqueológicas de la parte más alta del llano, que por procesos de arrastre han venido a parar a estos niveles. Esta cerámica ofrecerá sin duda una analogía interesante

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con la del conjunto extraído en el 2006, que se encuentra en la zona alta, y también con la de la prospección arqueológica del 2003, que debe tener el mismo orden en la consideración de los procesos posdeposicionales. 2. Fase de rellenos agrícolas de épocas tardomedieval y moderna: Ya a poca distancia de las estructuras arqueológicas aparecían unidades estratigráficas caracterizadas por una composición con abundantes inclusiones de materiales cerámicos, tanto tejas como cerámica vidriada y de gran variedad. Se dataron en época nazarí, aunque su uso pudo extenderse perfectamente hasta después de la conquista castellana de la zona, extremo que habrá que precisas con un estudio más detenido. Esta fase se aprecia claramente en el conjunto de los sondeos 1200, 1300 y 1500, aunque resulta más confusa en el 1400. ¿Podría deberse a una utilización diferencial del espacio? 3. Fase de abandono y ocupación: Por el momento resulta difícil distinguir entre ambas, ya que el límite superior de la cronología no parece nada claro por el momento. Hablamos de un momento que debe ser claramente posterior al siglo IX, donde la homogeneización de la cerámica ya ha tenido lugar. Sin embargo, el momento de cierre de esta secuencia es difícil; si las fuentes escritas nos hablan del siglo XI, la cerámica arroja rasgos que no se pensaba que iban a aparecer hasta los siglos XI e incluso XIII, por lo que no podemos descartar una continuidad en la ocupación del espacio. Lo que sí parece claro es que las estructuras documentadas pertenecen a la última fase de esta secuencia estratigráfica, ya que en sus niveles constructivos pueden apreciarse elementos tardíos. 4. Fase de ocupación y construcción: Hemos solapado convenientemente esta fase con la anterior, para expresar la necesidad de un estudio más detenido antes de alcanzar conclusiones definitivas. Como ya hemos señalado en el párrafo anterior, a pesar de algunas inclusiones de cerámicas tardoantiguas y tégulas, los niveles constructivos arrojan una cronología tardía según su cerámica, lo que parece indicar reformas de cierta importancia. Resulta curioso, sin embargo, que en la estructura estratigráficamente más reciente, correspondiente a una reforma ocurrida en el muro del sondeo 1200, el relleno arrojó cerámica que a primera vista tiene una cronología tardoantigua (siglos VI-VIII), lo que confirma la aparición de monedas visigóticas en su interior. La explicación más probable de este hecho es que en el tapial se utilizaran cargas de tierra procedentes de alguna escombrera cercana. De nuevo se registra la necesidad de un estudio más detenido del conjunto.

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5. Fase de primera ocupación: Esta fase se ha documentado exclusivamente en el sondeo 1400 y no está asociada a ninguna fase constructiva. Nos referimos a los restos de cerámica, escasos y muy fragmentados, que se han encontrado en torno a las dos tumbas excavadas, en lo que parecen ser niveles de suelo en que las fosas se abrieron. Aunque necesitamos una comprobación más exhaustiva, las primera impresiones de estas producciones son las de elementos vidriados de carácter tosco y experimental que deben adscribirse a los siglos VIII y IX, es decir, a una fase de ocupación equivalente a la de El Sombrerete (que es más concretamente del siglo IX). De confirmarse este extremo, podríamos hallarnos en el suelo relativamente virgen en el que tuvo lugar la fundación de la mezquita de Ilbīra en el año 864. Estas son las conclusiones preliminares que arroja una primera visión de la cerámica de Ilbīra. Como puede comprobarse, el interés del proyecto es muy alto, aunque se tratara tan solo por la datación de los niveles arqueológicos implicados. No es el caso, sin embargo, porque un estudio detenido de la estructuración horizontal y vertical de este conjunto de cerámica permitirá la elaboración de hipótesis y explicaciones a comportamientos sociales y económicos observados en general en el registro arqueológico. Como resumen de toda la campaña cabe hacer ciertas consideraciones. Ante todo, hay que pensar que estamos ante un barrio de viviendas de cierta importancia, con casas de no menos de 100 m2 de extensión, con muros perimetrales de cierta envergadura, con suelos de tierra por lo que hemos podido ver hasta el presente, con una división en ámbitos marcada, en la que se percibe la presencia de cocina apartada del patio, sin techumbre (sondeo 1200), y con un zaguán de entrada (sondeos 1200 y 1300). Todas las viviendas tienen una cubierta de tejas de cierta importancia, dado el número de ellas que han aparecido tras el derrumbe del techo. Los tabiques que compartimentan el interior son de menores dimensiones a lo ancho y en cuanto a las hiladas de mampuestos que los correspondientes a los muros perimetrales. La cerámica y otros objetos encontrados ponen de manifiesto que se trata de casas con propietarios de un cierto nivel económico. Asimismo se encuentran organizadas con espacios anejos en las calles y/o pequeñas plazoletas, lo que permite pensar que más que vías propiamente públicas son de uso particular, del tipo adarve o similar, con pozos ciegos y defensas para evitar el paso de aguas de lluvia y de escorrentía que las destruya.

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La organización del edificio tipo vivienda del sondeo 1300 y la de la estructura mural del sondeo 1400, pese a la separación entre ambos, parece estar relacionada por una misma orientación (noreste-suroeste), que no se cumple en la de los muros del sondeo 1200. Con todo, es posible pensar que fueron planteados siguiendo ese eje principal, aunque con la variación anotada, obedeciendo a unas reglas urbanísticas planteadas quizás por un primer edificio que bien pudo ser la mezquita aljama. Desde luego es uno de los barrios más «modernos» de Madīnat Ilbīra, de acuerdo también con la cerámica, posterior a la fundación de la propia ciudad y a la creación de la misma mezquita. Quedarían por estudiar y definir correctamente el papel que juegan los enterramientos encontrados en el sondeo 1400, y el comportamiento de este espacio de la ciudad, así como su transformación coincidiendo con la configuración del moderno barrio en torno al siglo X. Estas campañas de excavación, junto a la prospección, a algunos trabajos de inspección realizados en zonas concretas del yacimiento y al análisis de intervenciones anteriores, ha permitido establecer una distribución de áreas de la ciudad andalusí. Ante todo, la alcazaba o parte defendida de la madina (zona I), pues no ha aparecido hasta ahora ninguna evidencia de amurallamiento de otra parte, responde a una concepción muy extendida, con células rectangulares separadas normalmente las unas de otras, si bien hay edificios con crujías paralelas, y una vivienda en la cumbre de mayor porte, de la que se pudo recoger un material cerámico abundante y variado, con fragmentos de vidrio de gran calidad. Parece que estas viviendas, por lo común unicelulares, son las propias de un conjunto ocupado por una población dedicada a la defensa del núcleo y del territorio. La aparición de otras estructuras más complejas por su planta puede explicarse por la necesidad de dotar a aquéllas de unos servicios mínimos. La parte llana (zona II) se puede dividir en varios sectores, al menos en una primera interpretación. El área más cercana a la alcazaba, al pie de ella o un poco más alejada, parece dedicada a actividades artesanales y comerciales. En la que se encontraría la aljama se han hallado vestigios de viviendas de una extensión importante y de una complejidad ya conocida para las casas andalusíes, articuladas a partir de un patio y con habitaciones y cocina. Por debajo de esta parte de la ciudad se ha podido identificar la gran necrópolis de Ilbīra. Sin excavar aún, se ha evidenciado luego de una inspección realizada por encargo de los propietarios

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Fig. 12. Planta del Sondeo 1200, área 1000, zona II.

Fig. 13. Planta del Sondeo 1300, área 1000, zona II.

del solar, en donde se apreciaron restos de tumbas que salieron a la luz hace años, sin que nunca fueran declarados, al excavar para hacer unas balsas de alpechín en donde depositar los restos del prensado de la aceituna en la fábrica cercana. Por otra parte, en el extremo más oriental del yacimiento, en las colinas de la denominada zona III y en el llano que hay debajo de ellas, se ha apreciado la existencia de un habitat tardoantiguo que continuó en tiempos ya andalusíes, manteniendo su entidad. Hasta ahora todo indica que la ciudad se pudo formar a partir de la existencia de asentamientos de corte rural, de tradición tardoantigua y andalusí, que se configuraron posteriormente como barrios de la ciudad, a partir de la creación de la alcazaba y la elección de la mezquita mayor. Para ello debió darse un acuerdo entre el Estado omeya y los grupos familiares extensos, claramente jerarquizados en su interior y partiendo del dominio de uno de ellos sobre los demás. El papel de la ciudad en el territorio no lo conocemos aún, pero podemos trazar unas líneas ge-

nerales sobre algunos yacimientos del mismo periodo que se han podido investigar. EL PAPEL DE LA CIUDAD EN EL ESPACIO TERRITORIAL Aunque sea someramente, hay que trazar una panorámica sobre los asentamientos antes de la misma fundación de la ciudad.48 Los anteriores a la llegada de los árabes y aquellos otros que se crearon cuando éstos se establecieron convivieron durante un largo periodo, hasta integrarse todos ellos en una nueva organización territorial en la que la madīna tuvo un papel determinante. Ese extenso proceso alcanza su punto álgido, en lo político, con la fitna.

48 Malpica Cuello, Antonio y Jiménez Puertas, Miguel, «Campo y ciudad en el mundo andalusí: Madinat Ilbira y su territorio», en Ciudad y mundo rural en época medieval, Granada, 2009 (en prensa)

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Fig. 14. Planta del sondeo 1400, área 1000, zona II.

Gracias a los trabajos arqueológicos, se puede señalar que los establecimientos humanos que continuaron tras el 711 y que ocupaban un lugar dominante en el terreno, que no son propiamente de altura, aunque por comodidad a veces se han denominado así, tuvieron una evolución distinta, pero que es posible esquematizar. A partir del siglo VIII estos asentamientos entraron en crisis, quizás por la importancia adquirida por otros de nueva fundación. Es lo que se percibe, por ejemplo, en la Vega de Loja, como ha puesto de relieve M. Jiménez, al referirse a la Solana de la Verdeja y a la alquería árabe de al-Funtin.49 Aquéllos que bien pudieran ser calificados como puntos defensivos (Cerro del Molino del Tercio y El Castillón de Montefrío), tendrán un papel nuevamente importante en la revuelta generalizada que se denomina fitna. Por último encontramos un asentamiento como el de Nívar, que estaba en un entorno tal vez menos arabizado que el territorio lojeño, en el que se aprecia un abandono para volver a utilizarse a partir del siglo X o incluso XI como un lugar importante, siendo abandonado definitivamente en el siglo XII. Puede explicarse su fin por la transformación del poblamiento y de las estructuras agrarias en el sector del piedemonte de la sierra de la Alfaguara, como ha explicado M. Jiménez.50 Es posible que las diferencias marcadas en los ritmos evolutivos se pueda explicar por la acción de los árabes. Los Banū Jālid sin duda tuvieron un 49 Jiménez Puertas, Miguel, Linajes de poder…, pp. 61-87 y passim. 50 Jiménez Puertas, Miguel, «El poblamiento y la formación de los paisajes agrarios medievales en el piedemonte de la sierra de la Alfaguara», en Malpica Cuello, Antonio (ed.), Aná-

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papel significativo en la organización de la zona lojeña,51 la más occidental de la cora de Ilbīra, mientras que en la parte central, en lo que conocemos como Vega de Granada, probablemente el desarrollo urbano, primero de Madīnat Ilbīra y luego de Granada, va a ser el responsable final de la implantación de unos nuevos patrones de poblamiento y de aprovechamiento agrícola. Los otros asentamientos que se detectan situados en zonas llanas y en laderas, por tanto sin una clara posición dominante, no nos han permitido por ahora conocer el impacto de la llegada de los árabes. Estos pequeños y medianos establecimientos humanos parecen tener un destino diferenciado. De un lado, muchos de ellos fueron abandonados probablemente precisamente en esas fechas, en el siglo VIII. Se explica con frecuencia por un cambio en el espacio agrícola, con la instalación del regadío. De otro lado, los hay que perviven hasta los siglos XI o incluso XII. Ahora bien, se encuentran dos realidades distintas. En unos casos se trata de los que están en un área que no parece modificarse a niveles agrícolas o ganaderos con respecto al periodo tardoantiguo. En otros el cambio viene dado por una transformación de amplio calado como fue la generación de una agricultura irrigada. Las modificaciones van a culminar con la capacidad de control que crecientemente fueron teniendo los escasos núcleos urbanos existentes en la cora. Ahora bien, encontramos asentamientos que surgieron en época emiral. En ellos encontramos dos tipos distintos. Los que se desarrollan en un sistema productivo basado en la agricultura de secano y en la ganadería, y aquellos otros que aparecen claramente vinculados a la agricultura irrigadas. Mientras que éstos tienen una larga perduración, los otros parece que acaban como muy tarde en el siglo XII. Está por discernir el papel de la ciudad en esa organización del territorio y de la vida económica, pero hay que contar con el hecho de que la generación de una agricultura irrigada fue un punto muy importante para el desarrollo de la nueva economía de al-Andalus, y que la madīna la dinamizó, pues era el punto fundamental para gestionar y demandar un excedente cada vez mayor, realizado a través del comercio. La ciudad no fue la única responsable de la desaparición de asentamientos y de la consolidación de otros, pero tuvo un papel destacado que habrá que seguir discutiendo e investigando. lisis de los paisajes históricos: de al-Andalus a la sociedad feudal, Granada, 2009, pp. 57-80. 51 Jiménez Puertas, Miguel, Linajes de poder…, pp. 61-87 y passim.

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EL POBLAMIENTO RURAL EN LAS CAMPIÑAS AL SUR DEL GUADALQUIVIR DURANTE LA ANTIGÜEDAD TARDÍA (SIGLOS IV-VI D. C.) POR

ENRIQUE GARCÍA VARGAS JACOBO VÁZQUEZ PAZ Universidad de Sevilla RESUMEN Los trabajos de prospección de Michel Ponsich en las décadas de los setenta y los ochenta del siglo XX pusieron las bases para una comprensión adecuada de los patrones de asentamiento romano en el valle bajo del Guadalquivir. Sin embargo, el estado inicial entonces del conocimiento de las cerámicas finas africanas y orientales y de los ritmos de su recepción en la Bética occidental hacía imposible disponer en la mayoría de los yacimientos de un rango de fechas lo suficientemente ajustado como para que los perfiles del poblamiento tardoantiguo pudiesen dibujarse de forma adecuada. La propuesta que K. E. Carr realizó en 2002, revisando el trabajo de Ponsich sobre bases tipológicas más sólidas, presenta, a nuestro juicio, algunos problemas de datación que hacen cuestionables algunas de sus conclusiones. Con objeto de contrastarlas, hemos emprendido la tarea de reunir en un solo trabajo los resultados de prospecciones y excavaciones dispersas, algunas aún inéditas, en las campiñas al sur del Guadalquivir cuyos repertorios cerámicos permiten asignar cronologías ajustadas a los lugares arqueológicos prospectados y arrojar algo de luz sobre la dinámica interna y el contexto arqueológico de los pocos sitios excavados. El resultado es una propuesta de interpretación diferente a las planteadas hasta el presente. Queda por valorar en el futuro, si las discordancias son debidas a cuestiones metodológicas, a dinámicas microrregionales diferenciadas o a ambas cosas. PALABRAS CLAVE: Bética, Antigüedad Tardía, Valle del Guadalquivir, patrones de poblamiento, prospecciones, excavaciones, ARS, LRC, comunicaciones ABSTRACT Survey work carried out by Michel Ponsich in the 1970's and 80's established the foundations for a better understanding of Roman settlement patterns in the lower Guadalquivir valley. Most sites, however, could not be precisely dated at the time due to insufficient knowledge of African and Eastern fine wares and their imports to the Baetican province. This severely undermined all attempts to adequately draw Late Antiquity settlement patterns. In 2002, K. E. Carr reviewed Ponsich's work from a more solid typological basis, but his works suffers from a number of dating problems which jeopardise some of his conclusions. Aiming at a fresh examination of the available evidence, this work amalgamates the results of disperse excavations and surveys carried out throughout the farmlands to the south of the Guadalquivir, the ceramic repertoires of which allow for precise

chronological characterisations and some clarification of the internal dynamics of the few excavated sites. The resulting proposal contradicts some of the earlier suggestions. The future will tell if these discrepancies are due to methodological questions, different micro-regional dynamics, or both. KEY WORDS: Bética, Late Antiquity, Guadalquivir valley, settlements patterns, surveys, excavations, ARS, LRC, communications

INTRODUCCIÓN La base documental para el estudio del los rasgos generales del poblamiento tardoantiguo en la región del Bajo Guadalquivir ha sido publicada de forma parcial y dispersa. A los trabajos pioneros de M. Ponsich acerca de la implantación rural antigua en el valle del gran río Bético (Ponsich 1974, 1979, 1987, 1988, 1991) hay que unir un conjunto heterogéneo de trabajos de prospección realizados en los últimos quince años, a veces con criterios más administrativos que estrictamente arqueológicos. Estos últimos cubren de forma parcial el bajo valle bético hasta la desembocadura del Guadalquivir (Amores Carredano 1982, Ruiz Delgado 1985, Oria Segura et al. 1990, Buero Martínez y Florido Navarro 1999, Domínguez Berengeno 2007). Es decir, inciden a grandes rasgos sobre el área cubierta por los trabajos de M. Ponsich, sin que ello suponga, sin embargo, en la mayor parte de los casos, la posibilidad de contrastar de manera directa los datos publicados en su día por el autor francés. Las razones son de carácter diverso: Están en primer lugar las limitaciones impuestas por la propia técnica empleada: la prospección arqueológica superficial. Las dificultades para definir territorios homogéneos de prospección, para cubrirlos de forma sistemática, para asignar categorías arqueológicas o funcionales a las concentra-

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ciones de materiales documentadas, para establecer los tamaños de las áreas ocupadas en cada periodo de vida de los «yacimientos», etc, son bien conocidas (cf. recientemente (Domínguez Berengeno 2007). Y aunque existen diversas técnicas arqueológicas para afrontar esta problemática, lo cierto es que el tipo de prospección que se sigue haciendo en Andalucía es lo suficientemente limitado desde los puntos de vista conceptual y material como para que a las mismas puedan aplicarse con éxito las novedades metodológicas de la arqueología off site (Foley 1981, Bintliff y Snodgrass 1988). Persisten en alguna medida las dificultades de datación de un cierto número de sitios arqueológicos localizados en prospección. La cronología de los mismos sigue dependiendo de la vajilla fina de mesa, especialmente de la llamada sigillata clara, sigillata africana o African Red Slip Wares (ARS) y, en menor medida, pues es menos frecuente, de la sigillata focea o Late Roman C Ware (LRC). En el estado actual del conocimiento sobre los repertorios africanos y orientales de vajilla fina, las dataciones de los conjuntos documentados en excavación o en prospección son tan ajustadas como los que se consiguen con las sigillatas altoimperiales. Ello no soluciona completamente, sin embargo, la cuestión de las fechas de los yacimientos tardíos. No siempre se cuenta, en efecto, con este indicador temporal. En áreas de escasa representación de esta clase cerámica, los sitios tardíos son, simplemente «invisibles». Incluso en lugares, como el valle del Guadalquivir en los que su presencia en zonas rurales es casi ubicua, hay yacimientos tardíos en los que no se recoge en prospección. Afortunadamente, los estudios de cerámica común en algunos lugares del valle (Amores Carredano et al. 2007, Maestre Borge et al. 2009, Maestre Borge 2010) están empezando a remediar esta situación. La aplicación de estos estudios a la datación de sitios rurales está, sin embargo, aún escasamente desarrollada. Cuestión aparte es el descuido con el que generalmente se emplean las tipologías básicas de la cerámica tardoantigua en la edición de las prospecciones. La supuesta identificación de un fragmento cerámico como «africano», de mesa o cocina, se traduce inmediatamente en una datación tardoantigua para el lugar en que fue hallado. Pero sabemos con certeza que la recepción de ciertas clases de cerámica africana se hace en la región desde época flavia y que los repertorios iniciales de ARS de la variante «A» son frecuentes ya en los contextos de época antonina, con lo que muchas «pervivencias» de supuestas villae hasta el siglo V d. C. pueden, como poco, ser puestas en reserva.

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Fig. 1. Repertorio de ARS documentado en las prospecciones de M. Ponsich en el valle del Guadalquivir (según Carr 2002).

Finalmente, está el hecho, y no es el menos importante, de que la «visibilidad» arqueológica de muchos lugares tardoantiguos es, descontados los problemas señalados hasta ahora, prácticamente nula debido a la cuestión simple de que se trata de aldeas o aglomeraciones más o menos dispersas de cabañas sin estructuras constructivas importantes y sin apenas materiales cerámicos datantes. Por poner un ejemplo de la costa bética, relativamente lejos de la zona que nos ocupa en este trabajo, pueden mencionarse los silos del siglo VI d. C. (ARS, Hayes 103) superpuestos a la villa romana de Arroyo Vaquero (Estepona) tras la desaparición de ésta última (Navarro e.p.), lo que sugiere que no se trata de una característica exclusiva de regiones «marginales» o poco urbanizadas, sino de una realidad especialmente problemática para los momentos más tardíos del periodo. Ello explica en parte que en estos periodos se documenten exclusivamente a partir de un conjunto heterogéneo de localizaciones caracterizadas como «iglesias» o cementerios.

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BASE DOCUMENTAL El único trabajo que, sobre una base territorial amplia, trata de aprovechar la información territorial disponible y de analizarla con dataciones cerámicas contrastadas es el de K. E. Carr (Carr 2002), el cual se basa totalmente en las prospecciones realizadas entre 1974 y 1991 por M. Ponsich en el bajo Guadalquivir (supra). Este trabajo tiene la ventaja de que su autora conoce y valora lo suficiente las tipologías básicas de ARS (fig. 1) como para ensayar un esquema cronológico coherente; se resiente, no obstante, de la indefinición de M. Ponsich al respecto de las tipologías cerámicas tardoantiguas. Éstas son reinterpretadas por la Carr (2002: 48) en una tabla (fig. 2) que trata de dar cuenta de las formas más frecuentes de sigillata africana de la clase D reconocidas por M. Ponsich y que ofrece las dataciones más admitidas. Sobre esta base, K. E. Carr asigna fechas a los yacimientos del Bajo Guadalquivir, lo que le sirve para proponer un desarrollo cronológico del poblamiento rural (fig. 3) que, en resumen, vendría a seguir las líneas siguientes: continuidad en el siglo IV, reestructuración a lo largo de casi todo el V, con una crisis poblacional importante, y un cierto «renacimiento» de la actividad en el VI d. C., momento en el que la ocupación rural recuperaría parte la vitalidad perdida durante la centuria anterior.

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El esquema tipo-cronológico de K. E. Carr contiene, sin embargo, limitaciones importantes que pueden alterar sustancialmente las conclusiones obtenidas a partir de él. Las más importantes derivan directamente de la fiabilidad de las atribuciones de los tipos de sigillata africana1 realizadas por M. Ponsich. Tampoco carece de consecuencias el hecho de que éste casi nunca señale variantes de las formas que cataloga, lo cual resulta especialmente delicado para el caso de la Hayes 91, cuya variante 91A se fecha en la primera mitad del siglo V, mientras que las variantes 91B y 91C son ya del VI d. C. A pesar de señalar este hecho, K. E. Carr se inclina por datar en el siglo VI el grueso de los yacimientos en los que Ponsich señala la presencia de Hayes 91 sin más precisiones, lo que a nuestro juicio es la causa de la nutrida presencia de sitios del siglo VI en sus mapas de distribución. Este hecho es suficiente para proponer una revisión de las conclusiones de K. E. Carr al respecto del poblamiento tardoantiguo del valle del Guadalquivir, revisión que entendemos debe hacerse a partir de los mismos elementos que emplea la investigadora norteamericana: los fragmentos de sigillata africana documentados en prospección, aunque resulta evidente que no podemos usar al efecto los datos contenidos en las prospecciones de Ponsich. Para contrastar las conclusiones de K. E. Carr hemos empleado la información proporcionada por

Table 1. Pottery Form Correspondences and Dates Lamboglia Form TSC D 1

Hayes Form

Suggested Date

99B

530-80

TSC D 24/25

91

400-650

TSC D 34/35

61

325-475

TSC D 38

91

400-650

TSC D 41

67

360-475

TSC D 42

67

360-475

TSC D 51-54

58

290/300-375

TSC D 51-54

59

320-425

TSC D 57

73

400-450?

TSC D 60

103

500-600

TSC D 35

52

280/300-410

Fig. 2. ARS. Tabla de correspondencias entre las tipologías de N. Lamboglia y J. Hayes (según Carr 2002). 1 F. Amores (Amores Carredano 1982), al revisar las prospecciones del autor francés en la zona de los Alcores, en torno a Carmona (Sevilla), considera con cierto escepticismo las atribuciones tipo-cronológicas de Ponsich. Especialmente dudosas le parecen en el caso de aquellos yacimientos en los que se indican como elemento de datación solo las formas Lamboglia

10A (= Hayes 23A) y/o Lamboglia 34/35 (= Hayes 61), que equivalen para Ponsich a fechas de los siglos III y IV d. C. respectivamente. Una vez reprospectados, Amores observa que la mayoría de estos sitios carecen de material tardoantiguo y, no pocas veces, incluso absolutamente de material romano.

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Fig. 3. Número de yacimientos tardoantiguos por siglos en el valle del Guadalquivir (según Carr 2002).

diversos trabajos de cobertura local que se han venido realizando a lo largo de los últimos decenios en las mismas áreas trabajadas por Ponsich y en otras muy cercanas del valle del Guadalquivir. En ellos, se hace una asignación que entendemos más fiable de los fragmentos de ARS y LRC documentados. Las áreas para las que podemos contar con esta información, para contrastarla con la trabajada por K. E. Carr, son las siguientes: El Término Municipal de Dos Hermanas (Sevilla), en el que F. J. García Fernández ha realizado muy recientemente la actualización del inventario de yacimientos (García Fernández 2005, 2009,García Fernández y Ferrer Albelda 2003). Los Términos de Carmona y Alcalá de Guadaíra, entre los Alcores y la Vega del Corbones, para los que contamos con la carta pionera de los Alcores (Amores Carredano 1982), la del Término de Alcalá de Guadaíra (Buero Martínez y Florido Navarro 1999) y la relativamente reciente Actualización del Catálogo de yacimientos arqueológicos de Carmona (Amores Carredano 1996) del que se han publicado algunos avances (Amores Carredano et alii 2001). El Término Municipal de Marchena (Sevilla), para el que se ha publicado recientemente la actualización de yacimientos realizada por el equipo de la Universidad de Sevilla del que formamos parte (Oria Segura y García Vargas 2007, Domínguez Berengeno 2007). El Término Municipal de Fuentes de Andalucía, al noreste de Marchena, cuya carta arqueológica (Fernández Caro 1992) abarca parcialmente áreas del río Corbones pertenecientes a los actuales términos de Marchena y Carmona, así como una pequeña porción de los de La Luisiana (sur), Écija (suroeste) y La Campana (sureste).

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Estas prospecciones afectan al «corazón» de la Bética occidental, comprendida en el eje OrippoHispalis- Carmo-Astigi. En ellas, ha sido ya posible tratar separadamente los yacimientos del siglo IV, V y VI a partir de una datación y caracterización más detallada del material cerámico, lo que arroja tendencias generales y peculiaridades locales bien perfiladas. Las áreas estudiadas, que, debido a imponderables de tipo administrativo, coinciden en lo sustancial con términos municipales actuales,2 (mapa 1) no se superponen exactamente a las trabajadas por M. Ponsich. Las prospectadas por el autor francés abarcan las áreas ribereñas de ambas orillas del Guadalquivir, mientras que nuestro trabajo tratará con algún detalle solo las zonas pobladas en las campiñas meridionales del gran río bético, a veces sin conexión directa con el cauce del mismo, aunque sí con las cuencas de los afluentes que aportan caudal al Guadalquivir por su margen izquierda: el Corbones con su cuenca de recepción (que incluye el río Salado) y el Guadaíra. Aunque en principio cabe esperar que la evolución del poblamiento sea similar en todo el ámbito del valle bético, lo cierto es que la ausencia de trabajos de prospección recientes, o mejor, de publicaciones recientes adecuadas acerca de estos

Fig. 4. Repertorio de formas en ARS del siglo III d. C. (a partir de Hayes 1970). 2 La cobertura territorial es total en el caso de los términos de Dos Hermanas, Alcalá de Guadaíra, Carmona, Marchena y Fuentes de Andalucía, y parcial en los de Sevilla. Mairena del Alcor, El Viso del Alcor, La Campana y Écija (incluidas parcialmente en la Carta Arqueológica de Fuentes).

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tardoantiguos desde el punto de vista de su repertorio material y su funcionalidad. BASES CRONOLÓGICAS: LA SECUENCIA TIPOLÓGICA DE LA ARS Y LA LRC

Fig. 5. Repertorio de formas en ARS del siglo IV d. C. (a partir de Hayes 1970).

trabajos, en las áreas inmediatamente ribereñas al Guadalquivir impide trazar una panorámica actualizada del poblamiento rural tardoantiguo en el entorno inmediato del río. Ello dejará de momento en el aire la solución de cuestiones tan importantes para el tema que nos ocupa como el mantenimiento de la navegabilidad del río o la importancia del uso de las vías terrestres paralelas o perpendiculares al mismo en los últimos siglos de la Antigüedad, temas que nos parece que solo pueden abordarse con perspectivas de solución si el análisis que aquí ensayamos se hace extensible al estudio de las zonas más directamente relacionadas con el Guadalquivir. Junto a los resultados de las prospecciones, la documentación generada por intervenciones más o menos recientes Alcalá de Guadaíra (Sevilla: yacimiento Las Canteras), Dos Hermanas (Sevilla: yacimiento de Fuente Quintillo), Gerena (Sevilla: yacimiento Sevilla A), Bollullos de la Mitación (Sevilla: yacimiento Alto de Valdeparrilla), y Jerez de la Frontera (Cádiz: yacimiento Los Villares), aún inéditas, nos permitirán contrastar la información superficial de los sitios arqueológicos de la región con las estructuras enterradas correspondientes a instalaciones productivas (villáticas o no) de los siglos IV a VI d. C. Aunque no todos estos enclaves se encuentran situados en las áreas de prospección analizadas, creemos que en general aportan información del mayor interés para caracterizar los emplazamientos rurales

La datación ajustada de la ARS (African Red Slip Wares) y la LRC (Late Roman C or Focaean Red Slip Wares) documentada en las prospecciones y excavaciones de los yacimientos rurales del bajo Guadalquivir tiene como referencia estratigráfica más cercana las intervenciones arqueológicas con niveles tardoantiguos realizadas recientemente en Sevilla. Son básicamente dos los lugares de la ciudad en los que la secuencia estratigráfica es lo suficientemente expresiva y ha sido estudiada en algún detalle: la plaza de la Encarnación (Amores Carredano y González Acuña 2006) y la plaza de la Pescadería (Maestre Borge et al. 2010, Vázquez Paz y García Vargas e.p.). Las excavaciones en el barrio tardío de la plaza de la Encarnación ha ofrecido una secuencia cronotipológica amplia en la que los niveles tardoantiguos (siglos III-VI d. C.) presentan abundantes sigillatas (ARS) de las variantes A, C y D. junto a otras clases de cerámica fina de mesa, tanto occidental (DSP, «lucente»), como oriental (vajilla de mesa chipriota, Late Roman C wares - LRC- de origen foceo). Las protagonistas absolutas son, no obstante, las cerámicas africanas (ARS) fabricadas en los talleres del Túnez actual. Las excavaciones en la plaza de la Pescadería ofrecen un retrato del estado de las importaciones cerámicas en Hispalis en torno al tercio central del siglo VI d. C., fecha de deposición de los niveles tardoantiguos que colmatan una gran cisterna altoimperial, donde además de ánforas y cerámicas comunes y de cocina se documentan las variantes C y E de la forma 3 de Hayes en LRC, así como un amplio repertorio de formas tardías de ARS de la variante D procedente de los alfares de Oudna, El Mahrine y Taller X. El análisis de la vajilla fina tardía de ambas excavaciones nos pone ante un repertorio cerámico muy amplio y diversificado que ofrece claves para determinar las formas más frecuentes de ARS y LRC y las asociaciones de éstas en cada momento. Como síntesis de los contextos de ambos lugares de Sevilla Sevilla, proponemos el siguiente esquema: Siglo III: Hayes 6C, Hayes 9B, Hayes 14, Hayes 26, Hayes 27, Hayes 31, Hayes 45A y B, Hayes 48B, Hayes 50 A

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mitad del VI d. C. son fácilmente distinguibles sobre la base de unas cuantas formas cerámicas. Es por ello que, en lo que sigue, emplearemos estas formas en ARS como guía3 para la datación de los yacimientos documentados en las prospecciones superficiales que hemos elegido como base para la contrastación de las conclusiones de K. E. Carr. EVOLUCIÓN DE LOS NÚCLEOS HABITADOS ENTRE LOS SIGLO IV Y VI D. C. PRIMEROS RESULTADOS CUANTITATIVOS Y PROBLEMAS DE INTERPRETACIÓN

Fig. 6. Repertorio de formas en ARS del siglo V d. C. (a partir de Hayes 1970).

320 ca-. 400 d. C. ca.: Hayes 26, Hayes 27, Hayes 45A y B, Hayes 50A y B, Hayes 58, Hayes 59A y B, Hayes 60, Hayes 61A 400 ca. - 475/480 ca.: Hayes 59B, Hayes 61A y B, Hayes 67, Hayes 70, Hayes 73, Hayes 76, Hayes 80 A y B, Hayes 87A, Hayes 91A. 475/480 ca. – 520/540 ca.: Hayes 81B, Hayes 87C, Hayes 91 B-C, Hayes 94, Hayes 96, Hayes 97, Hayes 99A-B, Hayes 102, Hayes 103A-B, Hayes 104A y 110. En LRC se documentas las variantes B, C y E de la forma Hayes 3. Que, descontada la residualidad, quedaría, en lo referido a las formas diagnósticas de cada periodo, como sigue: Siglo III: Hayes 6C, Hayes 9B, Hayes 14, Hayes 26, Hayes 27, Hayes 31, Hayes 45A y B, Hayes 48B, Hayes 50 A. (Fig. 4) 320 ca-. 400 d. C. ca: Hayes 50 B, Hayes 58, Hayes 59A y B, Hayes 60, Hayes 61A. (Fif. 5) 400 ca. - 475/480 ca.: Hayes 61 B, Hayes 67, Hayes 70, Hayes 73, Hayes 76, Hayes 80A y B, Hayes 87A, Hayes 91A. (Fig. 6) 475/480 ca. – 520/540 ca.: Hayes 81B, Hayes 91 B, Hayes 96, Hayes 97, Hayes 99A y B, Hayes 102, Hayes 103A y B, Hayes 104A y 110, así como Hayes 3C y E en LRC, siendo las formas de ARS Hayes 94, Hayes 99B, Hayes 102, Hayes 103B y Hayes 110 las características de momentos avanzados de la primera mitad del siglo VI. (Fig. 7) Creemos que éstas son las bases cerámicas más sólidas de cuantas podemos emplear para la datación de los yacimientos rurales, ya que parece evidente que los repertorios de los siglos III, IV, V y primera

La fig. 8 recoge en un gráfico sencillo el número total de yacimientos detectados para cada uno de los periodos considerados, fechados sobre la base del estudio cerámico precedente. La primera columna que, por comodidad, se ha rotulado como correspondiente al siglo III d. C., recoge en realidad el número de yacimientos que puede datarse entre mediados del siglo II y comienzos del IV d. C. A la segunda (siglo IV), corresponden los yacimientos fechados entre ca. 320 y ca. 400 d. C. La tercera (siglo V), incluye los enclaves fechados entre comienzos del siglo V y el 475/480 ca., años a partir de los cuales la introducción en los «mercados» occidentales de nuevas formas de vajilla fina africana y focea permite definir una nueva época, la reflejada en la cuarta columna (siglo VI), que se extiende entre ca. 475/480 y ca. 520/540. El gráfico parece suficientemente expresivo acerca de un proceso concreto: la reducción progresiva del número de enclaves rurales a lo largo del tiempo, de acuerdo a las siguientes cifras: - Siglo III: 104 yacimientos - Siglo IV: 101 yacimientos - Siglo v: 77 yacimientos - Siglo VI: 28 yacimientos. Esto supondría una pérdida en el siglo V de en torno a un cuarto de los sitios rurales existentes en el IV (que, sorprendentemente, no indican un descenso notable frente a los del III a. C) y en el VI de algo menos de dos tercios de los del V. En el siglo VI hubo aproximadamente cuatro veces menos establecimientos rurales que en los siglos III y IV. Desde luego, esto no es sino una simplificación que no tiene

3 Con muy pocas excepciones que están justificadas por la presencia de ánforas, cerámicas comunes o ladrillos decorados propios de los repertorios del siglo VI d. C. en la Bética occidental. Cuando se ha documentado cerámicas de cocina africana (Hayes 197, Ostia I.164) no asociadas a ARS ni a comunes tardías, el yacimiento ha sido atribuido a los siglo II-III d.C.

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Fig. 7. Repertorio de formas en ARS del siglo VI d. C. (a partir de Hayes 1970).

en cuenta el tamaño de los sitios ni considera las nuevas fundaciones en cada momento, pero plantea una tendencia, creemos que significativa, hacia la reducción de los enclaves rurales habitados iniciada en el siglo V y culminada en el VI d. C. en lo que parece una organización del territorio y unas formas de poblamiento radicalmente distintas a las de épocas medio y bajoimperial. La revisión cronológica realizada ofrece, pues, un importante contraste con las conclusiones avanzadas por K. E. Karr (Carr 2002) para el conjunto de los territorios próximos a los cursos medio y bajo del Guadalquivir, pero también a veces con respecto a las obtenidas en estudios de términos municipales concretos (Oria Segura, García Vargas 2007), si bien en este último caso se trata de matizaciones y cambios menores derivados de un mejor conocimiento actual de las vajillas dotantes (incluyendo las comunes: cf. Maestre Borge 2009, Maestre Borge et al., e.p.). La información disponible es sin embargo menos expresiva si se pretende ir más allá de un

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simple estudio de distribución espacial en clave cronológica, pues el carácter de la misma hace casi insalvables de momento los problemas de interpretación presentes, referidos sobre todo al carácter de los establecimientos desde el punto de vista de su función. La mayoría de los lugares que continúan en funcionamiento durante el siglo V d. C. han sido considerados por los editores de las prospecciones disponibles como grandes villae o, en algún caso, como aglomeraciones rurales (Buero Martínez, Florido Navarro 1999), lo que prolongaría para esta clase de establecimientos, tras las invasiones germanas, el estado de cosas de la época anterior, incluso con una tendencia al crecimiento de los núcleos que continúan habitados. Muy pocos de estos enclaves del siglo V son, en efecto, de nueva fundación. Parecería que puede proponerse, por tanto, para los términos municipales del área que se estudia aquí una evolución general que supondría no solo el descenso en el número total de núcleos rurales habitados, sino también el carácter de grandes explotaciones rurales de los que sobreviven. En la mayoría de los casos, nada autoriza a pensar, sin embargo, que los yacimientos con cronologías del siglo V d. C. herederos de grandes establecimientos rurales alto y bajoimperiales de tipo villae hayan seguido manteniendo necesariamente el carácter Villático. Ni tampoco lo contrario. De hecho, y con notables excepciones (Garrido González 2010), las prospecciones superficiales realizadas hasta la fecha en Andalucía Occidental no suelen incluir muestreos de detalle que permitan proponer un modelo de comportamiento espacial en diacronía de cada yacimiento. El carácter de «gran villa» que a menudo se atribuye a los yacimientos en función de su extensión y de la cantidad y calidad de los materiales en ellos documentados se aplica como categoría a todas y cada una de las fases que la muestra cerámica permite proponer, sin considerar que un mismo lugar puede haber experimentado formas distintas de implantación rural en cada periodo. Suele aceptarse simplemente que así ha sido, sin argumentarlo convenientemente o sobre la base de que ésta parece la tónica general en áreas geográficas próximas hasta al menos la desaparición de la villa como forma de ordenación del territorio de las ciudades hacia mediados del siglo V d. C. (Chavarría 2007). Esto plantea un segundo problema: ¿cómo interpretar el carácter de algunas, pocas, de estas supuestas «grandes villae» cuya cerámica superficial parece indicar que se mantuvieron habitadas hasta mediados del siglo VI al menos, es decir, en un momento

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DISTRIBUCIÓN GEOGRÁFICA DEL POBLAMIENTO RURAL EN EL ÁREA DE ESTUDIO ENTRE LOS SIGLOS IV Y VI D. C.

Fig. 8. Número de yacimientos por siglos en el área de estudio (elaboración propia).

en el sabemos que las formas villaticas de organización del espacio rural ya no se encuentran actuando en regiones en las que se conocen villae suntuosas de los siglos IV y V d. C. (Vigil-Escalera Guirado 2007)? O bien hemos de suponer que el sistema villático continuó actuando durante más tiempo en la Bética como elemento vertebrador del poblamiento o bien hemos de admitir que estamos ante realidades diferentes cuyo carácter no es posible determinar con una prospección superficial convencional. Para hacer frente a los problemas de caracterización de la realidad del poblamiento rural en estos dos siglos que son fundamentales en la transformación de las estructuras rurales del valle inferior del Guadalquivir solo podemos, a falta de excavaciones generalizadas, recurrir de momento a la reconstrucción topográfica del poblamiento en el siglo V d. C. y a las escasas excavaciones de núcleos rurales de los siglos IV al VI en el área que estudiamos o en otras muy próximas. Estableceremos con estos elementos, que son los únicos con los que contamos a día de hoy,4 una propuesta de evolución de las estructuras del poblamiento rural tardoantiguo que no pretende ser más que una hipótesis de trabajo para el fututo en un marco cronológico que no podemos extender más allá de mediados del siglo VI d. C. al no contar después de este momento ni con la presencia frecuente de cerámicas finas de importación ni con el auxilio de tipologías cerámicas bien establecidas para las vajillas locales y regionales. 4 La excavación que dirigimos actualmente junto al Prof. Fernando Amores Carredano en el lugar de “Lagunillas” (Sanlúcar la Mayor), en el Aljarafe Sevillano, comienza a ofrecer datos interesantes al respecto de la transición en un mismo yacimiento desde tiempos tardoantiguos a época emiral-califal. La excavación parece confirmar, además, las cronologías asignadas en la prospección previa a las diversas fases del asentamiento a partir del análisis de las vajillas finas de mesa.

Aunque es cierto que no se ha investigado aún qué cambia y que continúa igual entre el siglo IV y el VI d. C., en el interior de la inmensa mayoría de los establecimientos rurales no excavados, no lo es menos que existen ciertos cambios en la distribución geográfica de los mismos con respecto a momentos anteriores que pueden ser explorados tentativamente como vía de conocimiento disponible acerca de las transformaciones experimentadas en el mundo rural en el tránsito de uno a otro siglo. En el entorno del Término de Fuentes de Andalucía (Sevilla) (fig. 9), por comenzar de Noreste a Suroeste, la documentación arqueológica resultado de prospecciones pedestres es muy rica. La Carta Arqueológica publicada por J. J. Fernández Caro (Fernández Caro 1992) incluye un buen número de localizaciones de los siglos iV, V y VI d. C Descontadas las que se recogen en la carta del Término de Marchena, que se tratará más adelante;5 las cifras por centurias son como siguen: al siglo IV d. C. corresponden 24 localizaciones, al V d. C., 22 y al VI d. C., 9. Las formas de ARS en todos estos lugares son numerosas, denotando una muy intensiva prospección, mientras que el conocimiento por parte del autor de las tipologías de las diversas variantes de vajilla de mesa africana parece cabal a la vista de los ejemplares ilustrados. El resultado es relativamente sorprendente para el siglo V d. C.: el mantenimiento de casi todos los núcleos rurales de la

Fig. 9. Número de yacimientos por términos municipales y siglos (elaboración propia). 5 La Carta de Fuentes incluye además algunas localizaciones pertenecientes a los términos vecinos de Écija y La Campana que hemos procesado como pertenecientes a Fuentes.

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centuria anterior (con excepción de 2), mientras que para el VI d. C., se constata, a pesar de un descenso notable, en la línea de lo señalado en otros lugares, un poblamiento relativamente denso, con 9 yacimientos, algo más de un tercio de los habitados en los siglos IV y V d. C. El poblamiento en el siglo V se concentra a lo largo de las vías principales: la Augusta, que es el límite por el Norte de la Carta de Fuentes en el tramo comprendido entre los territorios de Carmo y Obulcula-Astigi, y la del Estrecho, que unía Córdoba con Carteia-Traducta a través de las serranías béticas. Esta vía del Estrecho coincidía con la Augusta en el tramo Corduba-Astigi, dirigiéndose a partir de esta última ciudad hacia el Suroeste, en un trazado que coincide en lo sustancial con el de la actual carretera A364 (Córdoba-Jerez) entre Écija y Marchena. Los yacimientos localizados a lo largo de la primera ruta son: Tinajuela II (nº 130), N IV PK. 487,400800 (nº 132-134) y El Mermejo (nº 135), mientras que en la del Estrecho se sitúan: La Platosa V (nº 121), Rancho I (nº 126), Pavía (nº 127), El Alcaparral (nº 128) y Arenales Bajo (nº 129). El resto de los establecimientos que sobreviven al siglo IV se sitúa sobre una conexión entre la vía Augusta y el camino del Estrecho que correría paralela a la primera a lo largo del camino de la Fuente de la Reina, desviándose luego para vadear primero el arroyo de la Puerca a la altura de la villa de Cerro Rubio (nº 119), con restos de pars urbana, y luego, por el camino de Palos, el arroyo Madre de Fuentes en dirección a otra villa rústica, la de Valdebuey I (nº 142). Sorprende en esta zona nororiental de la carta de Fuentes, que debió pertenecer al territorio de Astigi, la densidad de yacimientos que aparentemente continúan su vida hasta el siglo V y más allá a lo largo de ambas orillas del Madre de Fuentes: el ya citado Cerro Rubio (nº 119) y Añoreta (nº 120) en la margen derecha, y los de Malaver (nº 140), Venta del Palmar (nº 141), Valdebuey I (nº 142), El Garrotal I (nº 143) y Chiclana I (nº 145) en la márgen izquierda. Finalmente, una clara alineación de yacimientos se observa, con dirección meridiana, al sur del área prospectada, entre la actual población de Fuentes y el arroyo Salado y a lo largo de la margen izquierda del arroyo de La Raspa; Cerro Barrero (nº 115), Donadío II (nº 116), Casilla de Chipé (nº 117) y Los Camorros (nº 91). Durante el siglo VI perviven núcleos habitados en todas y cada unas de estas áreas: PK N.IV 487, 400 en la vía Augusta, El Alcaparral y Arenales Bajo en el camino del Estrecho, Los paredones (nº 138) en la vereda de la Fuente de la Reina, Cerro

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Rubio y Añoreta en la orilla derecha del Madre de Fuentes y Cerro Barrero y Los Camorros en la margen derecha de del arroyo de La Raspa. Casilla de Chipé, La Platosa V y Donadío II corresponden ya al Término Municipal de Marchena, (fig. 9) donde los yacimientos del siglo V inventariados (18), incluidos los citados, suponen más de dos tercios de los documentados en el siglo IV (24 sitios). Los más numerosos, se ubican en el cuadrante nororiental del actual Término: Los Medianos (nº 94) y Repetidor II (nº 102) o el ya citado de La Platosa V se hallan sobre el ya citado camino del Estrecho que sirve en esta zona de enlace entre la vía Augusta y la de Anticaria (actual A 92) con derivación en Astigi. Algo más al norte de dicho camino, y en las proximidades del río Corbones se sitúan Rancho Luna (nº 99) y el Grullo Grande I (nº 86), sobre el Salado se ubica Salado II (nº 103), próximos a este último río, Tarajal (nº 105) y Puntal de la Jarda (nº 98) y entre el Salado y el arroyo Madre de Fuentes, Cerro Motilla (nº 81) y Los Camorros (nº 91). Se trata de un conjunto de establecimientos que aprovechan las fértiles tierras de la margen derecha del Corbones, cuyo tributario por esta zona, el río Salado, conserva un caudal considerable aportado por un conjunto nutrido de arroyos. Un segundo grupo, menos numeroso, está compuesto por Santa Iglesia III (nº 104) y La Barragua II (nº 78) y se sitúa en la vega de Carmona y junto a la vía que unía Carmo con Urso (Osuna). En el siglo VI se mantienen solo Rancho Luna, El Grullo Grande II y Donadío (nº 82), sobre el Corbones y Los Camorros, en la margen izquierda del arroyo de La Raspa, cuatro yacimientos que supone menos de la cuarta parte de los conocidos para el siglo V d. C. Con todas las precauciones impuestas por la ausencia de datos fiables en la Vega, lo que hace que la situación en los Alcores deba tomarse como paradigmática para el área de influencia de la ciudad de Carmona, (fig. 9) parece que la contracción en su entorno de Carmona6 es incluso mayor a la observada en Marchena. Aquí se pasa de 26 yacimientos en el siglo IV a 14 en el V d. C., lo que supone una contracción de casi un 50%. Más allá de estos datos, se observa que los enclaves que continúan activos se sitúan en tres áreas prioritarias, que, de Norte a Sur son: las campiñas situadas entre los Alcores y el Guadalquivir, en la margen izquierda del Corbones (Cortijo de Domínguez, nº 6 En el que incluimos para su análisis las localizaciones de los Alcores situadas entre Carmona y Alcalá de Guadaíra y pertenecientes a los términos actuales de Mairena del Alcor y El Viso del Alcor.

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31, Cortijo de Usera, nº 33, y Harinera II, nº 41); el entorno inmediato de Carmona (La Era, nº 45, al norte y El Almendral, nº 34, al sur), y el paso de Alcaudete que comunica el Alcor con la Vega (Camino de Alcaudete, nº 29 y El Moscoso, nº 38). Se trata de áreas importantes para el control de las comunicaciones que ponen en conexión los Alcores con el resto del valle del Guadalquivir y sus salidas naturales. Así, el curso bajo del Corbones y los arroyos que se vinculan con su cuenca de recepción conectan al norte con el Guadalquivir en Guadajoz, un importante puerto fluvial en época imperial con numerosas alfarerías de ánforas olearias Dressel 20; Carmona controla la vía Augusta que conectaba Corduba con Gades a través de Astigi (Écija), Obulcula (La Monclova, Fuentes de Andaucía) y la propia Carmo, y, finalmente, el conjunto de yacimientos de Alcaudete, a los que se vincula El Moscoso, se relacionan con un paso que salva el escarpe de los Alcores y penetra en la Vega en dirección a la vía Hispalis-Anticaria a través de Basilippo (Cerro del Cincho, en el Término de Arahal, Sevilla: García Fernández, Pliego Vázquez 2004). Los yacimientos del siglo VI (solo 2, un quinto de los del siglo anterior), controlarán el paso de la Vía Augusta inmediatamente al norte de Carmona (La Era), y la conexión de ésta con la de Anticaria a través del camino que procede de Carmona y que salva el escarpe de los Alcores en Alcaudete (Camino de Alcaudete). Alcalá de Guadaíra, (fig. 9) cuyo término ocupa tierras tanto del Alcor como de las Vega de Carmona y de las Terrazas del Guadalquivir, presenta en estos siglos una contracción poblacional menos acusada. Se pasa aquí en efecto, de 22 sitios arqueológicos en el siglo IV a 16 en el V d. C., lo que viene a suponer una reducción de solo 1/3 del total en el paso de una centuria a otra. La mayor parte de los yacimientos del siglo V del Término se concentran junto a las rutas terrestres o a los arroyos. Una ruta relativamente importante debió ser la que conectaba directamente Orippo, en las Marismas del Guadalquivir, con el Gandul, sobre los Alcores. Se trata de una derivación de la vía Augusta que evitaba las proximidades de Sevilla, y con ello el Guadaira, y que ha quedado en parte fosilizada por el cordel de Matalajena-Benagila en cuyas inmediaciones se sitúan los importantes yacimientos de Cortijo la Chaparra (nº 9), Benagila (nº 3) y Hacienda de Mateo Pablo (nº 14). Este camino atraviesa el término de suroeste a noreste hasta enlazar con la Cañada Real de Morón, desde donde, en dirección norte, se alcanza fácilmente la zona de Marchenilla-Gandul. A partir de aquí, podían tomarse

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dos caminos diferentes: hacia el Norte, en dirección a Carmona, donde se conecta de nuevo con el trazado principal de la vía Augusta, abandonada en Orippo para seguir esta ruta, o hacia el Este, por Basilippo en la vía entre Hispalis y Anticaria. El yacimiento de Gandul era, pues, el gozne en el que confluían los caminos que procedían de Sevilla, por el Oeste, y de Orippo, por el Suroeste mediante el trazado alternativo de la vía Augusta. El de Sevilla, paralelo al Guadaira por su izquierda, tras atravesarlo por el vado en el que andando el tiempo se construyó la Puente Horadada (situado en torno al hipódromo de Pineda y mojón en tiempos modernos entre los términos de Sevilla, Dos Hermanas y Alcalá) continuaba hasta la actual barriada sevillana de Torre Blanca de los Caños y alcanzaba el Gandul por Santa Lucía, cruzando luego el Salado. En el tramo anterior a Santa Lucía y Gandul se ubica un yacimiento de importancia que estuvo ocupado hasta el siglo VI: la Casilla Guadaira (nº 5), mientras que las evidencias epigráficas y funerarias hacen pensar en un establecimiento tardoantiguo en Santa Lucía (nº 21) del que no se conocen materiales del siglo VI d. C. En la parte sur del actual Término, el poblamiento parece estructurarse en el siglo V d. C. en torno al eje que marca el arroyo de Guadairilla a cuyas orillas se sitúan los establecimientos de Hacienda la Armada (Los Manantiales: nº 16) y Haza de las Piedras (nº 18) y, más al Sur, los de Cortijo Bucaré (nº 7), Santa María del Sorvito (nº 25), San Jorge de Algarvejo (nº 8) y Arroyo San Julián (nº 2), que se emparejan prácticamente de dos en dos en dirección a la Sierra Sur sevillana y el Estrecho. Por lo que hace al siglo VI, solo 6 yacimientos permanecen, tres de ellos en las inmediaciones de la derivación que abandonaba la vía Augusta al suroeste del Término actual y volvía a alcanzarla en Carmona vía Gandul, son: Cortijo de la Chaparra (nº 9), Benagila (nº 3), Hacienda Mateo Pablo (nº 14), San José de Buena Vista I (nº 24) y Las Canteras I (nº 28). Más al norte, en la vía Sevilla - Anticaria solo se documenta cerámica del siglo VI en la citada Casilla Guadaira (nº 5). En Dos Hermanas,7 como en Sevilla, el fuerte crecimiento urbano de los últimos decenios ha en7 Las cifras para Dos Hermanas y el área de Sevilla colindante al No son: S. IV: 6 yacimientos, s. V: 8; s. VI: 7. Las cifras se justifican porque del término de Sevilla se ha prestado atención a recoger solo los yacimientos del siglo VI que jalonan las vías. Se incluyen en las tablas las ciudades de Hispalis y Orippo, donde se ha definido el repertorio básico de ARS con dataciones significativas. Sin embargo, ambas localidades no forman parte, evidentemente, del recuento de emplazamientos rurales.

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mascarado, cuando no destruido, las evidencias arqueológicas del término, incluido en el área metropolitana de Sevilla. Aquí, el yacimiento de la Torre de los Herberos (nº 111), solar de la antigua ciudad de Orippo, presenta un repertorio de sigillatas africanas que incluye (Sierra Fernández, J.A. de la 1997) casi todas las formas importadas entre los siglos III y VI d. C. (Hayes 44, 45, 49, 50, 52B, 53 en producción C; 58B, 59, 60, 61 A y B, 62, 63, 65, 67, 76, 87 A, 94, 91 a-c 99, 103, 104, en producción D). En el término municipal, sin embargo, la presencia de las vajillas finas es difícil de valorar debido a las destrucciones citadas. Un núcleo de gran importancia como Bujalmoro (García Fernández, Sánchez Velasco 2011), con epigrafía de pleno siglo VII carece de plasmación en nuestro catálogo debido a que en no se registra en él la vajilla datante cuya presencia es la premisa metodológica para incluir en él un lugar; otro yacimiento de gran extensión; Quintos VII (nº 64), citado en las fuentes literarias de la conquista islámica, debemos suponer que continuó habitado a lo largo de los siglos VI y VII, pero no ha podido ser incluido en los mapas de estos años por la misma razón. Ambos se sitúan sobre vías importantes, como se deduce del segundo de ellos por su topónimo: Bujalmoro sobre la Augusta, antes de alcanzar Orippo, y Quintos en el camino que partiendo de Sevilla se dirige hacia el Sureste hasta llegar a Hasta Regia (Mesas de Asta, Jerez de la Frontera). De las cercanías de Bujalmoro pudo partir la vía que se separaba del trazado principal de la vía Augusta y, evitando la proximidad de Sevilla, se internaba hacia el actual Término de Alcalá de Guadaíra por Benagila y el Cortijo de La Chaparra, como se ha visto, para alcanzarla de nuevo a partir de Carmona, pasando por Gandul. Por su parte, yacimientos del Término actual de Sevilla como Instituto Tecnológico del Tabaco (nº 108) y Fuente Quintillo/Villanueva del Pítamo (nº 106) marcarían la ruta E-O desde Sevilla en Dirección a Anticaria-Málaga través del Término actual de Alcalá de Guadaíra (Casilla de Guadaíra, Santa Lucía…), cuyos vados, como se ha dicho, serían los de Pineda o de La puente Horadada (nº 109) sobre el Guadaíra y El Gandul, sobre el Salado. Todos estos yacimientos, a los que hay que añadir La Cabreriza II (nº 58), en Dos Hermanas sobre la actual Marisma del Guadalquivir, tienen materiales del siglo VI d. C., lo que indica una concentración especial de los lugares habitados en torno a las vías de comunicación que parecen en este momento, al menos en esta zona, ejes de con-

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centración del poblamiento más importantes que la tradicional (s. IV-V) atracción de los valles de arroyos como el Galapagar de Dos Hermanas (García Fernández 2009). FACTORES DE ATRACCIÓN DEL POBLAMIENTO RURAL ENTRE LOS SIGLOS IV Y VI D. C. Las áreas geográficas analizadas se ubican todas al sur del gran río bético y pertenecen a unidades estructurales diferentes de la actual provincia de Sevilla: las marismas del Guadalquivir, las terrazas de este río, la vega del río Corbones y las campiñas orientales de la provincia, situadas entre el curso del Corbones y el del Genil. En estas zonas, el poblamiento romano parece haberse distribuido tradicionalmente en función de dos factores de atracción fundamentales: los cursos de agua, mayores o menores, y las vías de comunicación, principales o secundarias. Un factor de atracción evidente está constituido por la Vía Augusta y sus ramales o desviaciones secundarias, entre las que destaca el camino que atraviesa en dirección Suroeste-Noreste los términos municipales actuales de Dos Hermanas y Alcalá de Guadaíra hasta el Gandul, desde donde se dirige sobre los Alcores hasta Carmona. Una segunda vía, la que unía Hispalis con Anticaria, se dirigía hacia el Este desde Sevilla atravesando primero el Guadaíra y luego el Salado de Gandul, coincidiendo en su trazado, aunque no totalmente, con la actual autovía A 92. Pasado El Gandul, la vía recibía desde Carmona un camino que descendía el Alcor por el paso de Alcaudete, atravesaba la porción occidental de la Vega del Corbones y conectaba con ella en Basilippo. A la altura de la salida 49B de la autovía actual, se hallaba el cruce con el camino del Estrecho que, procedente de Astigi, se dirigía hacia las serranias béticas a través de la villa actual de Morón, donde se constata poblamiento en el siglo VI d. C. (Vera Reina 1999). Desde Morón es fácil la comunicación de nuevo en dirección Noroeste con El Gandul que aparece así como un importante nudo de comunicaciones. No es difícil encontrar yacimientos arqueológicos a lo largo de los ejes citados, a los que habría que unir la vía Carmo-Urso que, a lo largo de la Vega del Corbones y en dirección NE-SO, conectaba de nuevo una mansio de la Vía Augusta con otra de la vía Hispalis-Antequera. Pero no eran los citados los únicos ejes que concentraban el poblamiento. Aparte del Guadalquivir y del Genil, que

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en sí pueden considerarse vías de transporte, y quizás las más importantes de todas, aunque, por las razones expuestas más arriba, queda fuera de nuestro análisis, otros cursos de agua suponían importantes ejes de articulación territorial, ya fueran secundarios, como el Corbones o el Guadaíra, o incluso terciarios. Entre estos últimos deben señalarse por su importancia en la articulación territorial los arroyos de Las Culebras (Dos Hermanas-Alcalá de Guadaíra), Guadairilla (Alcalá de Guadaíra), Salado (Marchena), La Raspa (Fuentes de Andalucía) o Madre de Fuentes (Fuentes de Andalucía). Durante los años de la expansión agrícola altoimperial, estos arroyos parecen haber funcionado como atractores del poblamiento en las áreas de las Terrazas del Guadalquivir (García Fernández 2009), la Vega de Carmona (Buero Martínez y Florido Navarro 1999) o la Campiña oriental (García Vargas et alii 2002, Fernández Caro 1992). Un sinnúmero de establecimientos secundarios, a veces denominados granjas, pero entre cuya nómina deben seguramente incluirse sitios con funcionalidad diversa, incluida la funeraria, se unen en estos momentos a las villae en la ocupación intensiva del territorio, de manera que éste aparece organizado por una red de establecimientos rurales que, sin considerar la jerarquía de los mismos, parece bastante densa. A partir del siglo IV, algunos de estos centros menores ha desaparecido. El proceso se agudiza en el siglo V d. C. y coincide con el abandono aparente de un buen número de yacimientos catalogados como villae e incluso de algunas aglomeraciones rurales (García Vargas et alii 2002). El primer fenómeno, la desaparición de las «granjas», creemos que debe relacionarse con la integración de las diversas instalaciones de la villa en un solo núcleo, fenómeno característico de la realidad física y jurídica de la villa tardoantigua (Sáez Fernández 2001); para el segundo, el abandono de villae y otros centros de poblamiento, se argumenta habitualmente en el sentido de una concentración de la propiedad (cf. Ariño Gil, Díaz 1999). Resulta significativo que este descenso de núcleos de primer orden (villae), patente ya en el siglo V d. C. no supusiera un abandono de las líneas generales del poblamiento bajoimperial, gobernadas como hemos visto por los caminos y los ejes fluviales e hídricos en general, sino solo una cierta debilitación de la “densidad” del mismo. Ya durante los últimos años de esta centuria y en la primera mitad del siglo VI se observa, sin embargo, una tendencia generalizada a concentrar el poblamiento en los ejes viarios y a abandonar la colonización de los

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cauces de los arroyos. Así, en Sevilla, el escaso poblamiento se alinea con la vía de Antequera, especialmente en los vados del Guadaíra cercanos a la ciudad; en Dos Hermanas, la ocupación rural parece reducida en el siglo VI d. C. a los yacimientos de la vía Augusta (Las Cabrerizas, ¿Bujalmoro?) y tal vez del camino en dirección a Jerez-Hasta (¿Quintos?), hacia el que bascula la antigua ocupación de la cuenca del arroyo de La Culebra, tras el abandono aparente de la Hacienda Doña María II a favor del más septentrional Doña María VI-VII; en Alcalá de Guadaíra el poblamiento del siglo VI d. C. se localiza en la vía de Anticaria y en el camino que conectaba el tramo al sur de Orippo de la vía Augusta con El Gandul, desapareciendo las evidencias del antiguo poblamiento de los siglos IV y V a lo largo del arroyo Guadairilla; en Carmona la reducción es drástica en el Alcor, donde se mantiene la población en los pasos hacia la Vega (Alcaudete) y a lo largo de la vía Augusta entre las mansiones de Carmo y Obulcula; finalmente, en el área de Fuentes de Andalucía, se mantienen establecimientos en el sur, a lo largo del camino del Estrecho y en las derivaciones secundarias de la vía Augusta que transcurren al norte de la población actual de Fuentes, siendo el único sector de los estudiados sonde se documenta la continuidad del poblamiento, aunque muy mermado, en las cuencas de los arroyos Madre de Fuentes (márgen izquierda) y La Jarda (márgen izquierda). Sin una adscripción funcional de todos los lugares ligados a vías y caminos en estos momentos se hace difícil, por no decir imposible, una interpretación integral del poblamiento rural que vaya más allá de la simple constatación del debilitamiento de las estructuras de la ocupación rural a partir del siglo V y del reforzamiento del papel de las vías en la estructuración de la misma. Trataremos, por ello, de arrojar algo más de luz (nos tememos que no mucha) analizando el diverso carácter de los yacimientos del siglo V y siglo VI d. C. en aquellos lugares del Bajo Guadalquivir donde recientemente se hayan excavado estructuras tardoantiguas. LA VILLA DE LAS CANTERAS (ALCALÁ DE GUADAIRA). UN ESTABLECIMIENTO RURAL BAJOIMPERIAL PARCIALMENTE REOCUPADO POR SEPULTURAS Ubicada en el área que analizamos, a poco más de 1 km del yacimiento de Gandul, la villa de Las Canteras fue parcialmente excavada en los años

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Fig. 10. Villa romana de Las Canteras (según Cuenda Durán y Ruiz Delgado 1989).

ochenta del siglo XX (Cuenda Durán y Ruiz Delgado 1989), documentándose como consecuencia de estos trabajos (fig. 10) un conjunto de hasta ocho habitaciones correspondientes al extremo N. de un edificio que quizás contó con un peristilo central. La tipología constructiva es variada (desde sillares a tapiales pasando por mampuesto de piedra y tégula), estando algunas habitaciones pavimentadas con ladrillo (hab. nos. 1, 2 y 3) y contando con canalizaciones y piletas recubiertas de signinum (habs. nos. 1 y 2). La construcción del conjunto parece datarse en el siglo I, perdurando en uso hasta el V d. C., aunque con modificaciones en la estructura general-

realizadas en el siglo III d. C. Las habitaciones 1, 3 y 4 fueron ocupadas con inhumaciones dobles tras su abandono que se pueden datar en el siglo VI d. C., si es que los enterramientos son contemporáneos de los materiales más recientes ilustrados.8 Sin embargo, la reutilización de sectores de edificios rurales como área de sepultura no implica necesariamente el abandono previo de la actividad productiva o residencial en todo el edificio en el que se realizan las inhumaciones (Chavarría 2007).

8 Fig. 4, nº 37 (H 99 A) y 36 (Hayes 104 A), que no obstante, proceden de la habitación 5.

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FUENTE QUINTILLOS (SEVILLA-DOS HERMANAS), INSTALACIÓN AGRÍCOLA BAJOIMPERIAL CON EVIDENCIAS DE OCUPACIÓN MARGINAL EN EL VI D. C.

En la segunda fase, se detectan estructuras de clara funcionalidad agrícola cuya cronología inicial puede situarse en la segunda mitad del siglo III d. C. y cuya vida útil se prolonga hasta el V d. El conjunto se compondría de una prensa de aceite, de la que se documenta la plataforma o pie, junto a la que se documentan una serie muy arrasada de piletas de signinum. Finalmente, algunos muros de aparejo irregular de sillarejo con enlucido y fosas rellenas de material cerámico tardío, común y de mesa (H 103, H 104 en ARS) testimonian una ocupación esporádica durante el siglo VI. En estos momentos, las estructuras agrícolas, prensa y piletas, se hallan abandonadas, pues los rellenos del siglo VI d. C. amortizan algunas de las piletas de signinum de la fase 2.

Se trata (fig. 11) de un amplio yacimiento9 de 20 Ha situado al este del caserío de Fuentequintillos, en un cerrete de 36 metros de altura ubicado en las proximidades del camino antiguo de Quintos que constituye el límite del término municipal de Dos Hermanas con el de Sevilla. El periodo de ocupación del asentamiento rural romano se extiende desde el siglo I al VI d. C., a lo largo de tres fases cronológicas: La primera está apenas representada por algún muro asilado y restos muy arrasados de un par de pequeños hornos de producción cerámica.

Fig. 11. Fuente Quintillos. Vista aérea (cortesía de Arqueología y Gestión SA). 9 Todos los datos que se citan se han extraído de (Pajuelo Pando, Rodríguez Azogue & Fernández Flores 2008) Hemos podido consultar esta documentación gracias a la amabilidad de

Araceli Rodríguez, Ana Pajuelo, y Álvaro Fernández, a quién queremos dar las gracias.

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EL YACIMIENTO SE-A (SALTERAS, SEVILLA). UN EJEMPLO DE ESTABLECIMIENTO AGRÍCOLA ABANDONADO HACIA MEDIADOS DEL SIGLO V D. C. El yacimiento SE-A (fig. 12) pertenece al término municipal de Salteras (Sevilla) y se localizó sobre una loma situada en la margen izquierda del arroyo «Los Almendrillos». El enclave fue identificado mediante prospección y caracterizado a partir del registro material visualizado en superficie, dictaminándose la existencia de un yacimiento romano «tardío» (s. II-IV d. C.) e islámico califal (s. XXI d. C.), según se dedujo del hallazgo de «cerámica común romana, fragmentos de ánfora, dolios, Terra Sigillata Hispánica y ARS así como «ladrillos y tégulas» y «algunos fragmentos de cerámica de época medieval». Posteriormente, con la puesta en marcha de la Corta minera «Cobre las Cruces», y ante la po-

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sibilidad de que el yacimiento conservara estructuras soterradas que se vieran afectadas por la actividad extractiva a cielo abierto, se realizó una intervención arqueológica (Hunt Ortiz 2006) consistente en la retirada del suelo vegetal (entre 30 y 50 centímetros de potencia según zonas), documentándose una serie de estructuras constructivas pertenecientes a una edificación rural de época romana. La edificación, de al menos dieciséis estancias, se encontraba conservada a nivel de cimentación con la excepción de un pequeño espacio pavimentado en opus figlinum al interior de una de las estancias, y otro de ladrillos que solaba un espacio exterior.10 Las cimentaciones exhumadas presentaban fábricas realizadas principalmente con mampostería (fase antigua) y fragmentos de ladrillos y tégulas (fase final), que conformaban para la última fase una edificación distribuida a partir de un patio central rodeado por tres pasillos, desde los cuales se articula una serie de dependencias laterales.

Fig. 12. SE-A Salteras (elaboración propia) 10 La zona oeste y suroeste del yacimiento son las que se encontraban peor conservadas. El límite oeste coincidía con una linde a partir de la cual se observaba un rebaje generalizado del terreno con el objeto de marcar el límite de propiedades, por lo

que el edificio estaba completamente perdido; al suroeste, se documentó bajo el manto vegetal la existencia de los niveles geológicos que indicaban que en esta zona el edificio estaba también destruido.

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Los materiales que permiten realizar una aproximación cronológica a los momentos de uso y abandono del edificio presentan una arco cronológico centrado entre el siglo I d. C. avanzado y el siglo V d. C. Para los momentos más recientes (siglos IV-V d. C.), se han identificado materiales de importación africana de mesa y cocina con un repertorio tipológico que abarca producciones en ARSW C y D de las formas Hayes 50A, 59, 61A, y 73, y decoraciones estampilladas pertenecientes al Estilo A (ii y iii)11, junto a formas Ostia I.261, Ostia III.267, Hayes 23A y B, y Lamb. 9A, que permiten datar el fin de la edificación en el siglo V d. C. avanzado (425-475 d. C.), no evidenciándose indicios de ocupación en el lugar en momentos posteriores.

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ALTOS DE VALDEPARRILLOS (BOLLULLOS DE LA MITACIÓN, SEVILLA): UNA ENCLAVE RURAL EN EL ALJARAFE SEVILLANO ABANDONADO EN EL SIGLO V D. C. Y CON NIVELES DE “HABITACIÓN” DEL SIGLO VI D. C. El yacimiento de Altos de Valdeparrillos (fig. 13) se localiza en el término sevillano de Bollullos de la Mitación, en un terreno caracterizado por lomas suaves de escasa clinometría y cotas que rondan los 95-110 m.s.n.m. Los trabajos de prospección superficial dirigidos por el Dr. Hunt entre los meses de diciembre de 2004 y enero de 2005 documentaron sobre una suave elevación amesetada este sitio arqueológico, interpretándose como pequeño asenta-

Fig. 13. Altos de Valdeparrillos (según López Torres y otros 2008).

11 Atlante Tav. LVIII(b),65 Stampo n. 183 Estilo A(ii); Atlante Tav. LVIII(a),16-18 Stampo n. 140 y Tav. LVI(b),50

Stampo n. 31 Estilo A(ii-iii); y Atlante Tav. LVII(b),50 Stampo n. 109 y Tav. LVI(a),22-24 Stampo n. 12 Estilo A(ii).

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Fig. 14. Altos de Valdeparrillos. Materiales cerámicos de la fase III: s. VI d. C. (según López Torres y otros 2008).

miento rural enfocado a las tareas agrícolas (Hunt, 2005). Los materiales cerámicos identificados durante la prospección, aún siendo escasos, eran significativos para poder enmarcar grosso modo la ocupación temporal del yacimiento, ya que aparte de fragmentos de opus signinum, tégulas, laterculi, ladrillos de módulo romano y cerámicas comunes, se localizó un fragmento de ARS tipo A, y dos fragmentos de ARS tipo D, estando uno de ellos decorado con guillots al interior (López y otros).12 Con estos datos se planteó la posibilidad de que el yacimiento presentara al menos dos fases de ocupación centradas entre los siglos II y VI d. C. En 2008 la empresa Arqueo-Pro bajo la dirección de la arqueóloga Pina López (López Torres y de Dios Pérez 2008) desarrolló una Actividad Arqueológica Preventiva que ha permitido mediante excavación arqueológica, contrastar los datos e in12 Durante las prospecciones arqueológicas de 2004 se identificó muy próximo al yacimiento de Altos de Valdeparrillos, una pequeña área de dispersión de materiales arqueológicos (Valdeparrillos-I) en los que se identificó la forma Hayes 23B y la forma Hayes 196 (Ostia I, fig. 261) en cerámica Africana de Cocina (López, De Dios y Hunt. 2008).

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terpretaciones que sobre el yacimiento de Altos de Valdeparrillos se habían realizado a partir de las prospecciones de 2004. La intervención se llevó a cabo en dos fases de trabajo en las que se detectaron cuatro conjuntos edilicios, dos hornos y varias negativas con rellenos antrópicos que se adscribieron a tres fases distintas (Fase I: 50-150+ d. C.; Fase II: 200-400 d. C.; Fase III: 400-550+ d. C.). El yacimiento presentaba un pésimo estado de conservación documentándose en el caso de los edificios exclusivamente las cimentaciones o sus zanjas excavadas en el firme natural. - La Fase I se vincula al Edificio 1, escasamente definido. Entre los materiales (Vázquez Paz 2008) pertenecientes a la ocupación más antigua (Fase I), se registran producciones en Terra Sigillata Itálica (Conspectus 17.1) y paredes finas (vaso/cubilete Mayet II) pudiéndose datar ambas formas en época de Augusto o dinastía Julio-Claudia. También de momentos altoimperiales se han recogido, asociados a uno de los cimientos del Edificio 1, dos fragmentos de una misma copa en Terra Sigillata Hispánica de Andujar pertenecientes a una forma indeterminada que se puede datar por sus características entre mediados/segunda mitad del siglo I d. C. - La Fase II, bajoimperial es la mejor conservada a nivel estructural, registrándose estratigráficamente la amortización del Edificio 1 al que se superpone ahora el 2, contemporáneos de los edificios 2, 3 y 4, y de dos hornos. Los escasos materiales cerámicos documentados en la Fase II se han recogido en los niveles de anulación y el expolio de las edificaciones 2, 3 y 4 y en el relleno de una cubeta de opus signinum asociada el Edificio 3, por lo que corresponde a un momento en el que las edificaciones estarían ya abandonadas y ampliamente expoliadas: un borde de jarra, una cazuela y un jarro en cerámica común (inv. 187, 145 y 146) y varios fragmentos en ARS tipo D, de los que dos de ellos pertenecen a bases de platos/cuenco con pies desarrollados propios de las formas Hayes 99, 103 ó 104 de fines del siglo V o principios del VI d. C. - La Fase III se encuentra también escasamente representada, siendo significativa la documentación de una estructura circular excavada en el firme natural en cuyo interior se han recuperado evidencias de ocupación durante el siglo VI d. C. La estructura ha sido interpretada como lugar de habitación en cabaña, mostrando una continuidad en el uso y poblamiento del yacimiento hasta al menos mediados-segunda mitad del siglo VI d. C. Se documentan en estos contextos (figs. 14 y 15) fragmentos de borde jarras, en cerámica común que tipológicamente se relaciona con la forma Jarro

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textos del siglo V d. C. Igualmente se ha recuperado un fragmento de base de plato (inv. 230) en Terra Sigillata Clara D con pie desarrollado que se fecha de manera genérica entre el siglo V y el VI d. C. El abandono del yacimiento se corresponde con la unidad estratigráfica 2, estrato que amortiza por igual a todas las estructuras y unidades deposicionales romanas y tardoantiguas. A esta unidad se le superponía directamente la tierra vegetal revuelta. Entre los materiales de este contexto de abandono, destacan, desde el punto de vista de su datación las cerámicas finas en ARS tipo D: se registra un borde (inv. 12) de Hayes 87B, generalmente datada en el siglo VI d. C., y en LRC o cerámica focea un borde de Hayes 3, datado de manera genérica entre fines del siglo V d. C. y el siglo VI d. C. Resulta evidente, por tanto, que a la anulación hacia mediados del siglo V d. C. de los edificios bajoimperiales, de imprecisa fecha de construcción, sucede un horizonte fechado entre los decenios finales de esta centuria y los inicales del VI d. C. definido por un una estructura de habitación de tipo «fondo de cabaña». En este momento, se produce el saqueo generalizado de los materiales constructivos de la fase bajoimperial previa. Fig. 15. Altos de Valdeparrillos. Materiales cerámicos de la fase III: siglo VI d. C. (según López Torres y otros 2008).

5 de la Plaza de la Encarnación de Sevilla (Amores y otros 2007: 149-150, Fig. 2), fechado en Hispalis entre la 2ª mitad del siglo V d. C. y el primer tercio del siglo VI d. C. Igualmente, se han recuperado fragmentos de olla de factura tosca relacionables con la forma Olla 17 de la Plaza de la Encarnación de Sevilla (Amores y otros 2007: 149-150, Fig. 2) que se datan entre en La Encarnación en momentos de la primera mitad del siglo VI d. C. el 500 y el 530 d. C., así como de Cazuela 3 LRCW 2 (2007) con cordón digitado, presente en Sevilla en contextos de la primera mitad del siglo VI d. C., tanto de la Encarnación como de la Plaza de la Pescadería. De igual manera, los bordes con mamelón horizontal de sección triangular de la UE 46 (Zona 2 Fase III) muestran paralelos en la Plaza de la Pescadería (Sevilla) con una datación del tercio central del siglo VI d. C. (Vázquez Paz, García Vargas e.p.). Entre el resto del material exhumado en la Fase III, cabe destacar a efectos cronológicos un borde de tapadera (inv. 227) que recuerda a las imitaciones de modelos africanos vinculados a la forma Hayes 196Ostia I.261 y un fragmento de borde (inv. 229) biselado similar tipológicamente a otros de la plaza de la Encarnación de Sevilla, donde se fechan en con-

LOS VILLARES (JEREZ DE LA FRONTERA, CÁDIZ). UN YACIMIENTO JUNTO A LA VÍA AUGUSTA CON RESTOS PROTOHISTÓRICOS, ALFARERÍA ALTOIMPERIAL Y NIVELES DE OCUPACIÓN DEL SIGLO VI D. C. El yacimiento de Los Villares (López Rosendo 2007) se localiza al noroeste de la ciudad de Jerez, entre las bodegas Garvey y las instalaciones de la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir y estuvo en su día al pie de la vía Augusta. De hecho, hoy se accede a él a la altura de la intersección entre la Nacional IV y la carretera a Trebujena y Mesas de Asta. En el yacimiento se distinguen dos zonas diferentes, una baja al suroeste, denominada propiamente Los Villares y un pequeño cerro de 90 m de cota, al noreste, llamado cerro de Montealto, en cuya ladera meridional, conocida como «Pago de Rabatún», se encuentra un alfar romano en funcionamiento entre el cambio de Era y mediados del siglo II d. C. al menos. El topónimo Rabatún parece derivar del árabe ribat-al-Yun y que haría referencia a la existencia en las cercanías de un puesto de vigilancia y defensa medieval, asociado a un camino de acceso a la ciudad islámica de Xeret. La zona de Los Villares corresponde a una llanura en la que se documentan espacios de habita-

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ción de épocas calcolítica, protohistórica y tardorromana (López Rosendo 2007), destacando nueve «fondos de cabaña» y diversos «silos» fechados en el siglo VI a. C. que parecen constituir una «aldea» de época Orientalizante tardía, así como estructuras similares fechadas mil doscientos años más tarde, en el siglo VI d. C. Se trata de un conjunto, aún inédito, de fosas que han sido interpretadas como silos de cereal y cuyos rellenos de amortización incluían cerámicas comunes y de cocina muy similares en su morfología a las producciones emirales del área de Jerez de la frontera, así como sigillatas claras de la variante D y las formas Hayes 99 y 103, lo que fecharía la ocupación tardoantigua del yacimiento en el siglo VI d. C. VÍAS, CIVITATES Y CASTELLA. UNA HIPÓTESIS GENERAL DE ORDENACIÓN TERRITORIAL ENTRE LOS SIGLOS IV Y VII D. C. En la amplia zona geográfica al sur del Baetis que hemos analizado y que incluye las campiñas occidentales del Genil, las vegas del Corbones y el Guadaira y las terrazas del Bajo Guadalquivir, la impresión general acerca de la evolución del poblamiento rural entre los siglos IV y VI d. C. es la de una cierta continuidad, aunque, cómo se ha señalado (supra), parece haberse producido un descenso sostenido del número de enclaves rurales y un agrupamiento de los que perduraron a lo largo de las corrientes fluviales importantes y de los caminos. El mantenimiento de la red viaria, incluso del cursus publicus (García Moreno 1993), es síntoma de un fenómeno que a efectos de la estructuración del territorio parece haber sido decisivo en la región: la supervivencia de la red urbana fundamental. A pesar de la decadencia de ciudades de la importancia de Itálica, lo cierto es que las grandes urbes del Suroeste de la Provincia siguieron cumpliendo su papel de residencia de las élites, de centros de representación y de organización del territorio (García Moreno 2007). Hispalis, Carmo, la ciudad ignota que ocupó el solar de la Mesa de Gandul, Astigi, Urso, Obulcula…, siguieron funcionando, por tanto, como nodos importantes en la red de caminos que las conectaban. Entre éstos, sobresalían especialmente dos ejes: la vía de Hispalis a Anticaria y la que conectaba la primera ciudad con Corduba a través de Astigi, la vieja Vía Augusta. Las conexiones entre ambas fueron también importantes. Fue el caso de la vía del Estrecho, que unía Corduba y Carteia y que recorría un

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trayecto con resonancias de viejas gestas republicanas (fue por aquí por donde huyó Sexto Pompeyo hacia Carteia tras la derrota de Munda). Tan antiguas como ésta eran otras que conectaban viejos oppida de fundación turdetana en las campiñas: la de Carmo a Basilippo y, especialmente, la que se dirigía, atravesando el Guadairilla y el Salado de Gandul, desde Orippo al oppidum de la Mesa de Gandul y, ya en los Alcores, desde aquí hasta Carmona. Se diría que la red viaria prerromana o, al menos preaugustea, reclamaba de nuevo sus derechos. De no ser porque la situación en las márgenes inmediatas del Guadalquivir nos es sustancialmente desconocida, podía pensarse en un cierto desplazamiento hacia el sur de los grandes ejes de comunicación, tal vez como consecuencia de la pérdida de la navegabilidad general del gran río por el abandono de las obras de regulación de su cauce, un abandono que provoca en el puerto terminal del gran eje fluvial, el de Hispalis, no pocos problemas de inundaciones a partir del siglo IV d. C. (Borja Barrera y Borja Barrera 2007, Borja Barrera y Barral Muñoz 2007, Baena Escudero y Amador 2009). Un cierto número de los enclaves, urbanos o no, que perduraron hasta el siglo VI debieron entonces recuperar su antiguo carácter de lugares fortificados. Desde luego fue así en el caso de las plazas fuertes de Carmona (García Moreno 2001) y Mesa de Gandul (Ordóñez Agulla et al. 2002) que, encaramadas en el escalón oriental de los Alcores y con amplia visibilidad sobre la Vega (Keay y Wheatley 2002), defendían los accesos a Hispalis por las vías principales. Debió ser similar el caso de Obulcula, entre Carmona y Écija, en la vía Augusta, cuyo control se extendía sobre las campiñas septentrionales entre el Corbones y el Genil. Una importante función como centro fortificado menor fue tal vez desempeñada por Alcaudete, en el centro de los Alcores, controlando la bajada a la Vega en dirección a Basilippo (Amores Carredano et alii 2001). Lo anterior puede considerarse parte de un proceso general de «encastillamiento» que arranca del siglo VI d. C. y que en el valle del Guadalquivir pudo estar representado por las mismas ciudades que históricamente habían articulado el territorio. No son, por tanto, éstas (a menos que supongamos una retracción poblacional importante en urbes como Carmona) los castra o castella que nuestras fuentes (Bicl. a.a. 572, 579, 584) mencionan a fines del siglo VI d. C., por ejemplo en el contexto de las campañas de Leovigildo contra su hijo rebelde, Hermenegildo, y que se suponen estuvieron en competencia jurisdiccional con las ciudades. Estos fortines o castella debieron alzarse en áreas menos

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urbanizadas y marginales con respecto al territorio que consideramos. Es el caso, muy poco al sureste de los Alcores, de la fortaleza de Maurur (Morón de la Frontera) cuya importancia la hizo centro desde muy temprano en época islámica de una cora importante ubicada en el paso entre las campiñas sevillanas y las serranías béticas. También debió de ser éste el caso del viejo oppidum (luego qsr, lo que tal vez indique la pérdida de su condición urbana) de Salpensa (Torre del Águila, Utrera), cuyas conexiones visuales (Garrido González 2005) con las ciudades de los Alcores (Carmona y Gandul) hacían de este emplazamiento una pieza fundamental en la defensa de los accesos al valle por el tramo meridional de la vieja Vía Agusta (Garrido González 2005, Keay et alii 2001). Los testimonios más antiguos del poblamiento en el castillo de Morón proceden del siglo VI d. C. y coinciden con restos arqueológicos de una iglesia construida en la segunda mitad del mismo (Vera Reina 1999). Los de Salpensa se remontan a la Protohistoria, pero, tras un periodo importante como municipio romano en época imperial, el enclave no parece haber superado el siglo V d. C. (Garrido González 2005) como núcleo importante de población, quedando reducido con posterioridad a un establecimiento fundamentalmente defensivo. M. Vera Reina (Vera Reina 1998) ha supuesto, con acertado criterio a nuestro entender, que Maurur y Salpensa constituyeron una barrera defensiva importante para el control de los pasos serranos desde la costa atlántica al valle del Guadalquivir. Este papel defensivo se hizo especialmente evidente tras el desembarco de los imperiales en las costa del Estrecho a mediados del siglo VI d. C. Una función similar debieron ejercer como «primera línea de defensa» de este «limes bético» las fortalezas de Zahara y Bornos, la vieja Carissa Aurelia, ya en las serranías de la actual provincia de Cádiz. Todos estos lugares debieron constituir núcleos de poblamiento reorganizados con nuevos métodos, incluyendo seguramente los soldados campesinos al estilo de los limitáneos imperiales, cuya «sanción religiosa» fue más tarde (siglo VII) proporcionada por los obispados de Hispalis, Astigi y Medina Sidonia mediante la fundación en ellos de basílicas martiriales. Así, el obispo Pimenio de Assidona emprendió en las décadas centrales del siglo VII, una vez expulsados los bizantinos, un amplio programa de fundaciones de martiria, entre los que destacaron las de las propia Salpensa, y Zahara (Vera Reina 1998). En

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el mismo contexto debe suponerse la construcción de la basílica de Morón aún en el siglo VI. En las campiñas que nos interesan fueron, sin embargo, establecimientos abiertos los que sustituyeron a las villae en un proceso de transformación del paisaje que debe haber comenzado al menos cien años antes, en las décadas finales del siglo V d. C. La cristianización del paisaje se documenta, sin embargo, en este sector también a partir de mediados del siglo VI, momento de la creación de basílicas rurales como las que jalonaron la vía de Anticaria (Arahal, Ostippo, La Roda…). Cae con ello, parafraseandoa Alexandra Cahavarría (Chavarría 2006), otro mito historiográfico cual es el de la cristianización del campo a partir de las villae privadas, pues parece evidente que la iniciativa de creación de iglesias rurales y de monasterios, como el que ha sido propuesto a partir de la lápida sepulcral hallada en Arahal del monachus Fulgencio, muerto en 543 d. C. (CILA 912), no es anterior a mediados del siglo VI d. C., un momento en el que la mayoría de las villae parecen estar ya abandonadas como lugar de residencia dominical. ¿DE LA VILLA A LA ALDEA? LA RED DE ESTABLECIMIENTOS RURALES ENTRE LOS SIGLOS IV Y VI D. C. La espina dorsal de los Alcores, orientada de NE a SO, parece haber constituido entre el siglo V y VI d. C., además de un importante borne de defensa, el eje del nuevo sistema de ordenación del poblamiento que se dibuja en estos momentos en los territorios del futuro alfoz de Sevilla. Sobre el mismo Alcor, los testimonios de desaparición de las villae rurales a lo largo del siglo V d. C. son en apariencia concluyentes: las estructuras de uso agrícola y la pequeña necrópolis del establecimiento de Santa Lucía (Cervera Pozo, Domínguez Berengeno 2006), al sur de la población de Alcalá de Guadaíra, parecen abandonarse hacia mediados del siglo V, no existiendo desde entonces más testimonio de ocupación en la zona que el dintel reutilizado en un edificio moderno (ICERV 564) cuya inscripción lamenta la suerte de Hermengildo.13 Al norte de la Mesa de Gandul, pero aún sobre el Alcor, las habitaciones de uso agrícola 13 Que no consideramos falso, como se ha pensado. Como en Bujalmoro, la falta de cerámicas datantes nos impide constatar un poblamiento evidente en el siglo VI, muy posible, puesto que en el yacimiento se localiza el surgente que abasteció de agua a Sevilla desde la Antigüedad a la Edad Moderna.

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de la llamada villa de Las Canteras (Cuenda Durán, Ruiz Delgado 1989) son amortizadas por algunos enterramientos dobles en una fecha que la ausencia de una estratigrafía clara hace imposible determinar, si bien los elementos datantes más recientes (ARS de las formas Hayes 99 A y 104) remiten a momentos muy finales del siglo V o muy iniciales del VI d. C. Villae ya abandonadas a inicios del VI d. C. se documentan igualmente en el entorno de la vega del Guadaira, al norte de Dos Hermanas, donde en el establecimiento de Fuente Quintillos, ya en Término de Sevilla, se testimonia la amortización de las piletas de signinum con cerámicas de importación de las formas 103 y 104 de Hayes, mientras que, más al sur, las instalaciones agrícolas de la villa de Santa Ana II (Vargas Jiménez, Romo Salas 2001) parecen haber quedado sin uso a lo largo del siglo iv d. C. El modelo parece similar a lo documentado (supra) para los edificios agrícolas de SE 30, en Salteras y junto al trazado de la vía de Sevilla a Mérida. En general, sin que se conozcan las partes urbanae de estos establecimientos, ni siquiera si las tuvieron de tipo monumental, se observa un abandono generalizado del instrumentum domesticum villático lo que tal vez abogue por nuevas formas de ocupación rural y de gestión de infraestructuras cuyo carácter no puede en el estado actual de los conocimientos precisarse. Determinados establecimientos a lo largo de caminos importantes como la vía de Antequera, la Augusta o algunas de sus derivaciones debieron pervivir hasta el siglo VI, pero la ausencia de excavaciones no permite saber en qué condiciones y con arreglo a qué esquemas organizativos. Un modelo diverso al del eje Hispalis-Carmo parecen seguir las campiñas orientales del Corbones, entre este río, el Salado y la margen izquierda del Genil. Se trata del territorio más occidental de los controlados por Écija, a cuya jurisdicción eclesiástica sabemos, por una disputa territorial con el obispado cordobés resuelta a favor de la sede astigitana en el II Concilio de Sevilla (619 d. C., cap. II), que perteneció Celti (Peñaflor, Sevilla), situada en la margen derecha del río Guadalquivir. Aquí, el poblamiento del siglo VI no parece tan mermado con respecto al del siglo anterior como el de los Alcores, las terrazas del Guadalquivir o la vega del Guadaíra. Especialmente frecuentes son en el área de Fuentes de Andalucía los establecimientos del siglo VI que no solo jalonan los caminos, sino también ocupan las cuencas de los arroyos o las proximidades de los manantiales, en una «colonización

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agrícola» algo más densa en las inmediaciones de los arroyos Salado y Madre de Fuentes (supra). Aquí, la reciente excavación de la villa de Los Pinos (Fuentes de Andalucía), testimonia la ruina de las instalaciones agrarias del siglo V d. C. y su amortización por silos excavados en el terreno y estructuras deperibles ya en el siglo VI d. C. Por analogía con los ejemplos analizados más arriba en Valdeparrillas (Bollullos de la Mitación, Sevilla) y Los Villares (Jerez de la Frontera, Cádiz), puede comenzar a proponerse que al menos una parte de las instalaciones correspondiente al mundo productivo de las villae (no se constatan partes urbanas hasta el momento en ninguna de ellas) fueron amortizadas en esta zona por estructuras similares a las que muestran las aldeas y las granjas que se han ido conociendo en los últimos años en la Submeseta Sur (Vigil-Escalera Guirado 2007, Vigil-Escalera Guirado 2000), si bien el proceso parece recurrente en muchas áreas urbanas del Occiente del Imperio (Brogiolo y Chavarría 2008). La exigua geografía de las aldeas y/o granjas tardoantiguas se reduce por ahora a las campiñas altas del Corbones-Genil, el Aljarafe oriental sevillano y la campiña jerezana, ámbitos especialmente ricos en surgentes de agua (en los Villares se situó durante mucho tiempo el origen del abastecimiento hidráulico de la ciudad de Jerez), donde una agricultura ¿más intensiva? permitió tal vez una mayor densidad de explotaciones agrícolas que, de cualquier modo, como documenta la contigüidad de Los Villares a la Vía Augusta, no se distanciaron mucho de los ejes de comunicación fundamentales.14 Esto puede ser, desde luego, un espejismo de la investigación, muy escasa en general en datos procedentes de excavación, pero también cabe preguntarse, y este es un trabajo para el futuro, si la regionalización o fragmentación en lo referido a la organización agraria de la zona no refleja en el fondo la complejidad y variabilidad del espacio rural (Brogiolo y Chavarría 2008), en nuestro caso sometido a alternativas políticas, a veces traumáticas, y cualquier caso complejas, a lo largo de los últimos años del siglo V y los primeros del VI d. C. ¿Fue el triángulo Sevilla-Carmona-Morón un ámbito de encastillamiento relativamente tempra-

14 Es exactamente el modelo de Lagunillas (Sanlúcar la Mayor), citado supra y aún en curso de excavación, un establecimiento rural de gran tamaño (12 Ha) que parece pervivir hasta el califato gracias a la accesibilidad a los recursos hídricos y a la cercanía de la vía entre Sevilla y Huelva.

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no ubicado en el cruce de los principales vías de acceso desde la costa al interior, con la consiguiente despoblación o concentración poblacional derivadas de la inseguridad permanente? ¿Siguió en esta misma área al proceso de fortificación otro de cristianización del paisaje acelerado desde mediados del VI con la consagración de iglesias martiriales en las plazas fuertes y de pequeñas basílicas rurales en las zonas llanas bien comunicadas? ¿Fueron las campiñas del ager Astigitanus un área de población más densa y dispersa, volcada a una agricultura más especializada organizada en granjas y aldeas cuya dependencia de las élites locales son evanescentes en el estado actual de la investigación? Debe recordarse que es en esta área

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entre el Genil y las Subbéticas donde se documentan las villae más ricas del sur Peninsular en el Bajo Imperio15 y donde la epigrafía parece señalar una concentración especial de grandes familias aristocráticas a partir del siglo III d. C. (Jacques 1990, García Vargas 2007). En cualquier caso, son estudios regionales del mismo tipo del que presentamos en esta ocasión, los que, a nuestro juicio, están llamados a responder a estos interrogantes o a crear otros más matizados y certeros. Y ello, más allá de la pertinencia o no de estudios macrorregionales, como el magnífico de K. E. Carr, cuya validez general parece lo suficientemente matizables como para que nos veamos impelidos a revisar sus conclusiones. En ello reside seguramente su aspecto más valioso.

Mapa 1. Términos municipales de la provincia de Sevilla incluidos total o parcialmente en el área de estudio.

15 Fuentidueñas (Hernández Díaz, et alii 1951), Almedinilla (Vaquerizo Gil, Noguera Celdrán 1997).

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Mapa 2. Distribución del poblamiento en el siglo III d. C.

Mapa 3. Distribución del poblamiento en el siglo IV d. C. (320 ca. – 400 d. C.).

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Mapa 4. Distribución del poblamiento en el siglo V d. C. (400 – 475/480 d. C.).

Mapa 5. Distribución del poblamiento en el siglo VI d. C. (475/480 – 520/540 d. C.).

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LA ARTICULACIÓN DEL TERRITORIO TOLEDANO ENTRE LA ANTIGÜEDAD TARDÍA Y LA ALTA EDAD MEDIA (SS. IV AL VIII D.C.) POR

RAFAEL BARROSO CABRERA1 JESÚS CARROBLES SANTOS2 JORGE MORÍN DE PABLOS3

RESUMEN Se analiza aquí el modelo de poblamiento del territorio toledano a partir de la dispersión y tipología de los hallazgos de escultura decorativa correspondiente a época visigoda (siglos VIcom. VIII), siguiendo una metodología previamente ensayada en un estudio dedicado a la ciudad de Toledo y que parte de conceder un valor histórico y topográfico a cada una de las piezas decoradas conocidas y su posible relación con los datos que proporcionan las fuentes literarias. Este método ha servido para identificar diferentes complejos arquitectónicos en la antigua sede regia, permitiendo así un acercamiento al urbanismo de la antigua capital del reino visigodo. Del mismo modo, en el territorio toledano, la desaparición de la estructura estatal que proporcionaba el Imperio, la desarticulación de una manera concreta de ejercer el poder por parte de las aristocracias y las nuevas situaciones económicas y políticas surgidas al amparo del colapso imperial, terminaron por generar un modelo completamente nuevo que parece consolidarse hacia comienzos del siglo VI. Con el nuevo modelo territorial se inicia una nueva manera de entender el espacio y el paisaje que es posible conocer hoy día gracias a diferentes estudios arqueológicos y de legislación. Ambos muestran la existencia de una realidad rural coherente plenamente organizada y, por lo tanto, muy alejada de aquellas propuestas que tenían como punto de partida la proclamación de la ineficacia e incapacidad del reino visigodo para generar su propia ordenación territorial. PALABRAS CLAVE: Toledo, visigodo, escultura decorativa, territorio, poblamiento. ABSTRACT We analyze here the model of settlement of Toledo territory from the spread and type of decorative sculpture findings for Visigothic period (VI-VIII centuries), following a methodology previously tested in a study on the city of Toledo and that part of granting a historical and topographical value to each piece decorated known and their possible relationship to the data provided by literary sources. This method has been used to identify different architectural complexes in ancient royal seat, allowing an approach to the planning of the ancient capital of the Visigoth kingdom. Similarly, in the Toledo area, the disappearance of the state structure that gave the empire, the dismantling of a particular way of exercising power by the aristocracy and the new economic and

political situations arising under the imperial collapse, ended to generate a completely new model that seems to be consolidating around the beginning of the sixth century. With the new territorial model starts a new understanding of space and landscape that is impossible to know today because of different archaeological studies and legislation. Both show the existence of a fully organized coherent rural reality and, therefore, far removed from those proposals that had as its starting point the proclamation of the inefficiency and inability of the Visigoth kingdom to generate their own planning. KEY WORDS: Toledo, Visigothic, decorative sculpture, territory, population.

I. INTRODUCCIÓN En los últimos años se ha venido produciendo un importante desarrollo en los estudios dedicados a analizar diferentes aspectos de la ciudad de Toledo en época visigoda, al menos en temas concretos como son los dedicados a la topografía de sus principales centros de poder o la evolución política de algunas de sus instituciones más representativas (Velázquez-Ripoll, 2000; Valverde, 2000; Martín, 2003; Barroso-Morín, 2007a; 2007b; Barroso-Carrobles-Morín, 2009 y 2011). Esta situación ha tenido un cierto reflejo en el estudio del territorio toledano, donde por primera vez se han empezado a publicar trabajos que tratan aspectos relacionados con la evolución del poblamiento en diferentes sectores de los alrededores de la antigua capital (Jiménez, 2000; Fuentes, 2006: 237-250). A ellos hay que sumar los que se han centrado en el estudio de 1 Departamento de Arqueología, Paleontología y Recursos Culturales de AUDEMA Avda. Alfonso XIII, 72 – 28002 MADRID www.audema.com; [email protected] 2 Diputación Provincial de Toledo [email protected] 3 Dpto. Arq., Pal. y RR.CC de AUDEMA.

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las importantes series de elementos arquitectónicos decorados que proceden del mismo espacio (Balmaseda, 1998; 2006a) y los que hacen referencia a un amplio número de yacimientos localizados en el Sur de la Comunidad de Madrid pero que históricamente cabe incluir en el hinterland de Toledo (Morín, 2006; Vigil-Escalera, 2006a; 2006b; 2007a; 2007b; 2009; López-Quiroga, 2006). Todos estos estudios han permitido documentar la existencia de un modelo de poblamiento rural perfectamente definido en el ámbito territorial toledano, que es el resultado del desarrollo de nuevas formas políticas y sociales en estas tierras del interior de la Península Ibérica a partir del siglo V. Una situación completamente nueva ligada aún al mantenimiento de una fuerte relación entre campo y ciudad que, hasta no hace muchos años, parecía haber sufrido el mismo colapso que las principales instituciones políticas del Imperio Romano. Gracias a todas estas aportaciones creemos llegado el momento de abordar el estudio del modelo territorial generado por la capital del antiguo reino visigodo que, sin duda alguna, debió configurar una realidad tan original y diferenciada como fue la propia urbs regia (Valverde, 2000: 184-189; Martín, 2003: 205-261). Para llevarlo a cabo estamos realizando un proyecto de investigación sobre algunos aspectos relacionados con el conjunto de hallazgos que se producen en el territorio de la ciudad, en especial de los elementos arquitectónicos decorados de época visigoda procedentes de diferentes localidades de la actual provincia de Toledo.4 Su importancia, calidad y variedad permiten plantear una serie de propuestas sobre la evolución sufrida por el territorio de esta zona central del valle del Tajo como consecuencia de la actuación de las élites aristocráticas con las que este tipo de piezas están directamente relacionadas. Unas clases dirigentes que se concentraron en Toledo y de las que se conocen algunos datos a partir del estudio de las fuentes históricas (García Moreno, 1974) pero rara vez de las arqueológicas. Este trabajo continúa el modelo utilizado previamente en el estudio de la ciudad de Toledo, que parte de conceder un valor histórico y topográfico a cada una de las piezas decoradas conocidas y su posible relación con los datos que proporcionan las 4 Se trata del proyecto «Regia Sedes Toletana» patrocinado y dirigido por la Real Fundación de Toledo y la Excma. Diputación Provincial de Toledo. En la actualidad se han publicado los dos primeros volúmenes de estudios dedicados a la ciudad y en los próximos meses está prevista la aparición del primero dedicado al territorio.

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fuentes literarias. La dispersión y tipología de esta escultura monumental han servido para identificar diferentes complejos arquitectónicos en la antigua sede regia e iniciar un acercamiento al urbanismo de la antigua capital del reino visigodo desde planteamientos muy diferentes de los utilizados hasta este momento (Fig. 1). Las conclusiones de este estudio permitirían reconocer en Toledo un núcleo palatino en el entorno que posteriormente ocuparía el alcázar y el puente (Figs. 2 y 3a-b), en relación con el control del paso del río; otro catedralicio, formado por la sede y el baptisterio adjunto en el área de la actual catedral (Fig. 4 y 5), y un tercer núcleo extramuros, localizado en la Vega Baja, que estaría en relación con la supuesta basílica martirial de Santa Leocadia (Fig. 6 y 7). Esta interpretación se aleja, por tanto, de las recientes hipótesis que suponen la ubicación del pretorio visigodo en el área extramuros de la Vega Baja, en relación con el circo romano, para corroborar la visión tradicional basada en la evolución del urbanismo de la ciudad a través de los siglos que intuía una superposición de conjuntos de similar funcionalidad: (pretorio romano)/pretorio visigodo/alcázar musulmán y cristiano; catedral visigoda/mezquita aljama/catedral gótica; necrópolis bajoimperial/basílica martirial y necrópolis visigoda/maqâbir islámicas (Barroso-Morín, 2007a; 2007b). Partiendo de premisas similares, aunque adaptadas a un marco geográfico mucho más amplio como es la provincia de Toledo, que engloba territorios inicialmente distintos pero relativamente homogéneos, queremos plantear unas primeras propuestas sobre el modelo territorial que hizo posible la existencia de tantos edificios de prestigio dotados de decoraciones más o menos complejas, pero de los que por desgracia todavía conocemos muy pocos datos. Sin embargo, ellos son la mejor evidencia que disponemos para comprobar la existencia de un modelo coherente de organización del poblamiento rural en el entorno de la ciudad de Toledo que finaliza con una monumentalización puntual en sus principales unidades de población e, incluso, con la fundación de importantes complejos arquitectónicos ex novo en lugares hasta entonces no habitados (Fig. 8). Los datos obtenidos hasta la fecha muestran que el inicio de estos cambios tuvo lugar a partir del colapso sufrido por el modelo territorial generado en el Bajo Imperio (Carrobles, 2007: 68-74). La desaparición de la estructura estatal que proporcionaba el Imperio, la desarticulación de una manera concreta de ejercer el poder por parte de las aristocracias y las nuevas situaciones econó-

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Fig. 1. Dispersión de la escultura monumental en la ciudad de Toledo «Proyecto Regia Sedes Toletana».

micas y políticas surgidas al amparo del colapso imperial, terminaron por generar un modelo completamente nuevo que se consolida en los comienzos del siglo VI y se convierte en la nueva referencia para la organización del paisaje. Con él aparece una nueva manera de entender el espacio que estamos empezando a conocer gracias a la realización de algunos de los estudios arqueológicos que hemos citado en la Comunidad de Madrid (Morín, 2006) o de aquéllos que parten del análisis de diferentes aspectos de la legislación visigoda (Ariño et al., 2004: 186). Ambos muestran la existencia de una realidad rural coherente plenamente organizada y, por lo tanto, muy alejada de aquellas propuestas que tenían como punto de partida la proclamación de la ineficacia e incapacidad del reino visigodo para generar su propia ordenación territorial.

El escaso interés que habían despertado estos modelos territoriales posteriores a la desaparición del Imperio romano tiene mucho que ver con la vigencia de una serie de planteamientos tradicionales que tienden a minusvalorar cualquier manifestación de este momento al considerarla el resultado de una transición entre focos mucho más destacados e interesantes. A esta situación, fruto de la herencia recibida desde las corrientes históricas más tradicionales, hay que añadir otro tipo de planteamientos más recientes que han venido a complicar el panorama en el que estamos trabajando. Nos referimos a la tendencia desarrollada en los últimos años que niega la capacidad de las gentes que vivieron en el reino visigodo de Toledo para realizar las arquitecturas de prestigio con las que organizar su propio espacio. Así, a un periodo tradicionalmente oscuro, con numerosos

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Fig. 2. Spolia de clípeos procedentes del pretorio visigodo en la Puerta de Acántara «Proyecto Regia Sedes Toletana».

Fig. 4. Inscripción con la consagración in catolico de la iglesia de Santa María en el año 587, durante el reinado de Recaredo –Catedral de Toledo– «Proyecto Regia Sedes Toletana».

Fig. 3 a. Detalle. Spolia de clípeo gallonado procedentes del pretorio visigodo en la Puerta de Alcántara «Proyecto Regia Sedes Toletana».

problemas de identificación de algunas de sus manifestaciones por los problemas ocasionados por la utilización de metodologías poco apropiadas, se ha añadido la complejidad propia de toda polémica que siempre dificulta la realización de cualquier mínimo avance. Sin embargo, el debate nunca es malo en sí mismo y hay que reconocer que todas estas aportaciones y controversias han hecho posible la renovación de estudios y publicaciones sobre un momento tan concreto e interesante de nuestro pasado que parecía quedar al margen de los intereses de la investigación. Gracias a unos y otros, los siglos que antes se reconocían como oscuros comienzan ahora a encontrar la luz que merecen. II. EL TERRITORIO DE TOLEDO EN EL SIGLO V. EL PUNTO DE PARTIDA

Fig. 3 b. Clípeo gallonado procedente de la Puerta de Alcántara. Actualmente en el Museo de Santa Cruz, Toledo «Proyecto Regia Sedes Toletana».

En pocas décadas se ha producido un importante avance en la valoración de diferentes aspectos

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Fig. 6. Placa-nicho del Cristo de la Vega, Vega Baja «Proyecto Regia Sedes Toletana».

Fig. 5. Nicho procedente de San Pedro Mártir, Toledo «Proyecto Regia Sedes Toletana».

ligados a la organización del valle del Tajo en época tardorromana, gracias a la existencia de diferentes proyectos de excavación y estudio que están permitiendo conocer un buen número de grandes villae de carácter monumental. Es el caso de los descubrimientos que comenzaron en la década de los años 70 con las excavaciones realizadas en Las Vegas de Pueblanueva y que tuvieron continuidad en los trabajos que se emprendieron desde los años 80 en las villas de El Saucedo, Carranque o Cabañas de la Sagra. Todos ellos han provocado un importante cambio en la visión tradicional que consideraba a la Meseta sur y centro peninsular como un lugar aislado y retardatario, en el que no era posible encontrar innovaciones y menos aún liderazgos con anterioridad a la llegada de los visigodos y a su elección de Toledo como capital. Sin embargo, y a pesar del innegable avance que estos descubrimientos supusieron, este tipo de yacimientos dotados de un innegable protagonismo visual han ocultado una realidad mucho más rica y variada que también empieza a conocerse gracias a aportaciones mucho más puntuales pero no por ello menos interesantes. Nos referimos a los diferentes

Fig. 7. Propuesta de restitución del Credo epigráfico de Toledo «Proyecto Regia Sedes Toletana».

estudios basados en la prospección de algunas comarcas, en especial de la denominada Mesa de Ocaña (Urbina, 2000: 237-242; Urquijo et al. 2001: 147-166), que han mostrado la existencia de un modelo territorial más complejo del supuesto hasta ahora, cuya base se encuentra en una serie de grandes poblaciones próximas a lo urbano y prácticamente desconocidas, que surgen en el siglo I a.C. y se mantienen activas al menos hasta el siglo IV d.C. Tal y como ya hemos planteado en anteriores trabajos (Carrobles, 2007:69), este tipo de asentamientos que en ocasiones llegan a superar las 30 Ha de extensión, son un ejemplo de lo que las fuentes históricas y jurídicas denominan vici. Su exis-

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Fig. 8. Dispersión de la escultura monumental en la provincia de Toledo «Proyecto Regia Sedes Toletana».

tencia parece no limitarse a la zona en la que se han encontrado los mejores ejemplos, según demuestran otros hallazgos realizados en la comarca de La Mancha, en concreto en yacimientos como El Calaminar (Villacañas) o en algunas llanuras dispuestas al pie de los Montes de Toledo, en este caso en el valle del arroyo de Alpuébrega, que podemos relacionar con la antigua Alpobriga (Mangas–Carrobles, 1998: 243-253). Todos ellos actuaron como células básicas de explotación y gestión del territorio desde la romanización efectiva del medio rural en la zona y a pesar de carecer de evidencias mínimamente seguras, parece que se mantendrían activos en la época en la que empezaron a crecer las grandes villae que los relegaron a un segundo plano, al menos en nuestros días. Junto a estas novedades, también hay que destacar las que proceden de otros hallazgos realizados en el sector más occidental de la provincia y que parecen estar presentes en lugares relativamente cercanos a la capital toledana. Se trata de una serie de pequeños hábitats dispersos que, al contrario de lo que ocurre con los grandes asentamientos antes citados, tienen un origen tardío, nunca anterior al siglo IV, y ocupan una serie de espacios re-

lacionados con la práctica de la ganadería y la explotación de zonas boscosas (Rodríguez et al, 1992; Carrobles, 2007: 72-74). El estudio conjunto de todas estas aportaciones evidencia que en lo que hoy es la provincia de Toledo, hubo un modelo territorial liderado por ciudades que adquieren rango municipal en el siglo I d.C. Es el caso de Consabura, Caesarobriga y sobre todo Toletum, que empieza a cobrar importancia como foco regional e incluso nacional a partir del siglo IV d.C. (Carrobles–Rodríguez, 1988; Carrobles, 1997, 1999, 2007). En un segundo nivel se encontrarían los vici, que por su gran extensión hay que considerar como realidades plenamente urbanas al margen de su estatus jurídico. Estas poblaciones se situarían a la cabeza de unos territorios en los que se documentan tipos de poblamiento muy diferentes en función de la orografía y de la calidad de las tierras existentes en cada uno de ellos. En las más productivas y bien comunicadas se tendería a la formación de los grandes fundus explotados desde las villae, que se monumentalizarán a partir de los años finales del siglo III d.C. para adquirir una importante función de representación del nuevo poder social que detentan sus propietarios.

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En las zonas marginales o menos productivas, más ligadas a la explotación de recursos forestales y ganaderos, el modelo de poblamiento básico parece ser el pequeño asentamiento aislado, en ocasiones con estructuras perecederas ligadas a un régimen de escasa permanencia, incluso itinerante, que podría estar vinculado al auge de la ganadería extensiva y al crecimiento que experimentan ciudades como Toledo, que son capaces de reordenar y poner en explotación amplios territorios que habían quedado completamente al margen de cualquier aprovechamiento que no fuera estrictamente marginal en épocas anteriores. Este modelo es, como hemos podido comprobar, el resultado de varios siglos de evolución y se orientaba a ofrecer unas producciones y beneficios que solo podemos entender dentro de una economía prácticamente global, completamente ligada al mantenimiento de las estructuras políticas del Imperio romano. Su caída provocó fuertes cambios y reajustes que se saldaron con una serie de continuidades y rupturas que son las que ahora nos interesan. A ellas vamos a dedicar esta primera parte de nuestro trabajo mediante el estudio del registro

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arqueológico dado a conocer en los yacimientos toledanos en los últimos años. a) Las ciudades.- A pesar de las carencias y de la falta de estudios de cierta entidad en el marco de nuestras principales ciudades en época romana, todo parece indicar que nos encontramos ante un panorama caracterizado por situaciones muy diferentes. La isostasia que ha servido para definir el desigual comportamiento de los antiguos municipios romanos a partir del siglo IV, parece adquirir aún mayor protagonismo con los acontecimientos que ocurren a lo largo del siglo V (Fuentes, 1997:488-489). Ciudades como Caesarobriga o Consabura parecen perder buena parte de su anterior importancia jurídica, económica y poblacional y solo Toledo muestra un comportamiento radicalmente distinto. Éste se pone de manifiesto en el importante crecimiento que experimenta la ciudad y en el destacado papel que van a desempeñar algunos de sus poderes más representativos, fundamentalmente el episcopal, que inicia un proceso de consolidación como referente nacional a través de la organización de eventos como el I Concilio de Toledo (Vilella, 2003; Carrobles, 2007: 78-79; Sánchez Gamero, 2007). (Fig. 9)

Fig. 9. Sedes episcopales de Hispania «Proyecto Regia Sedes Toletana».

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La continuidad de Toledo contrasta con la ruptura que parece producirse en el resto de las ciudades que habían conseguido el rango municipal en la zona a lo largo del siglo I d.C. Un hecho directamente ligado a situaciones relacionadas con la concentración del poder en lugares y manos cada vez más concretos, que son los únicos que pudieron garantizar cierta estabilidad en los complicados años centrales del siglo V (Arce, 2005). b) Los núcleos urbanos de segundo orden.- Por desgracia, y a pesar de la importancia que tienen este tipo de asentamientos en la gestión y explotación del territorio, tan solo han sido objeto de alguna pequeña excavación arqueológica consecuencia del seguimiento de obras y nunca de actuaciones incluidas en un proyecto de investigación mínimamente ambicioso (Urquijo et al. 2001). En el trabajo que antes citábamos, en el que se localizaron algunos ejemplos plenamente característicos de este nivel de poblamiento, se plantea que su desaparición se produciría en el siglo IV (Urbina, 2000: 237-242). Se trata de una propuesta que parte de valorar la aparición de algunos fragmentos de TSHt que marcarían el final de la utilización de estos grandes asentamientos. El problema de interpretación de este hecho reside en que la desaparición de esas cerámicas coincide con la de muchos de los fósiles directores más utilizados, que impiden valorar correctamente si estamos ante el fin de un determinado hábitat o tan solo de algunos aspectos de su cultura material. No obstante, de acuerdo con lo que parece ocurrir en un buen número de ciudades, tanto en las dotadas de estatuto municipal como en las de rango no privilegiado como eran éstas, todo parece indicar que en su mayor parte entran en un acusado proceso de desestructuración (Martínez, 2006). La desaparición de la estructura política del Imperio que daba sentido a estas poblaciones las afectaría de manera destacada al carecer de poderes estables y fuertes con los que salvar los periodos de incertidumbre que se abren con la desaparición del Estado romano. Su final pudo ocurrir por la paulatina pérdida de una parte importante de la población que serviría para conocer el origen de las gentes que provocaron el crecimiento de ciudades como Toledo o la aparición de los pequeños asentamientos rurales que, como vimos, se fundan de nueva planta en estos mismos momentos. La única certeza que tenemos sobre el comportamiento de estos núcleos urbanos secundarios es que desaparecen como elemento intermedio entre el campo y la ciudad. Su función será asumida en algunas zonas por nuevas formas de poblamiento

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de tipo castral de las que luego hablaremos (Martín Viso, 2000; Vigil-Escalera, 2007). c) Las villas.- Son, como decíamos, el tipo de yacimiento mejor conocido en estas tierras del valle del Tajo. Su estudio ha permitido conocer la importancia que adquiere el interior de la Península en el siglo IV como consecuencia del inusitado auge que experimentan las élites aristocráticas que surgen de sus principales poblaciones. Para la realización de nuestro estudio vamos a dejar de lado el comportamiento que experimentan algunas de las grandes villae suburbanas de Toledo (Carrobles, 2007: 59-68), caso de la que se localizó en los terrenos de la Fábrica de Armas a comienzos del siglo XX o de la que más recientemente se ha detectado en algunas de las excavaciones realizadas en la Vega Baja de Toledo, al entrar dentro del análisis de lo urbano y no de lo rural que es el medio que ahora nos interesa. Los datos sobre las trasformaciones que sufren estos complejos han sido objeto de algunas aportaciones recientes a las que complementamos con alguna nueva aportación (Tsiolis, 2007: 117-126; García-Entero-Castelo, 2008: 345-368). Las grandes villae que ofrecen datos de interés son: 1. El Saucedo (Talavera la Nueva).- Las excavaciones que se vienen realizando en las últimas décadas han permitido localizar diferentes elementos pertenecientes a una gran villa monumental que se ubicaba en las cercanías del núcleo urbano de Caesarobriga, en pleno valle del Tajo (Figs. 10 a 13). Todos estos trabajos han hecho posible conocer las características iniciales del inmueble y lo que siempre es más difícil y complicado, su evolución hasta el siglo VIII en que finalizaría la utilización de las antiguas estructuras (Castelo et al., 2006).

Fig. 10. El Saucedo, Talavera la Nueva, Toledo. Planta (según Castelo et alii).

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Fig. 11. El Saucedo, Talavera la Nueva, Toledo. Desarrollo de la planta (según Castelo et alii).

Fig. 12. El Saucedo, Talavera la Nueva, Toledo. Fotografía aérea (según Castelo et alii).

De acuerdo con los datos publicados hasta este momento, en el yacimiento se documentan un total de tres fases de ocupación. Una primera fechada entre la segunda mitad del siglo I y el último cuarto del II de la que solo se conocen algunos materiales y un basurero. Una segunda directamente relacionada con la construcción y uso del gran complejo monumental que tendría su inicio a finales del siglo III o en los comienzos del IV y una tercera y última considerada como un bloque mínimamente homogéneo fechada entre los siglos VI y VIII que es la que ahora nos interesa. Según indican los responsables de la investigación, a finales del siglo V o en los comienzos del VI, se produciría el inicio de esta tercera fase con la construcción de una basílica para el culto cristiano aprovechando los restos del distribuidor principal del complejo termal fechado a comienzos del IV (Ramos-Castelo, 1992: 118-123; Castelo et al., 2000; Castelo et al., 2006: 191-195). Para ello se realizaron diferentes modificaciones que dieron como resultado un templo de planta rectangular, nave única y ábside cuadrangular, al que se añadió una piscina bautismal de planta cruciforme (Ramos, 1992: 105-110) y el necesario mobiliario litúrgico del que solo se ha conservado un altar de granito. La mera existencia de estas evidencias ha servido para atribuir los restos conservados a una iglesia parroquial que formaría parte de los primeros ejemplos de este tipo de complejos cultuales cristianos en el medio rural. Su aspecto vendría condicionado por las necesidades litúrgicas que tendría que cubrir la edificación en una comunidad relativamente amplia, imitando los modelos surgidos en las iglesias episcopales urbanas En esta misma fase, caracterizada por la utilización como iglesia del sector más representativo

de la antigua construcción áulica, se incluyen otra serie de reformas y aprovechamientos documentados en el resto de los espacios más representativos de la antigua villa. Todos ellos, incluida la basílica, se han explicado como consecuencia de la continuidad de la explotación de la finca, tal y como ocurre con un horreum que aparece ocupando una parte significativa del antiguo atrio (Castelo et al., 2006: 195) y de diferentes talleres de carpintería y establos para el ganado. Sin embargo, la aparición de almacenes y otras dependencias auxiliares podrían indicar todo lo contrario, es decir, que nos encontramos ante las infraestructuras necesarias para el funcionamiento del templo cristiano y la gestión de sus rentas percibidas en especie. El final de esta fase tendría lugar a comienzos del siglo VIII y vendría marcado por un importante incendio e indicios de actuaciones violentas que provocaron la muerte de alguna de las personas que aún residían en las estructuras de la antigua villa, así como el abandono definitivo de las instalaciones (López et al., 2008: 652-655). 2. Las Vegas de Pueblanueva (La Pueblanueva).- En las cercanías de Caesarobriga y también junto al curso fluvial del Tajo, aunque aguas arriba de la ciudad, se localizan los restos de una nueva villa que fue objeto de diferentes campañas de excavaciones arqueológicas por iniciativa del Instituto Arqueológico Alemán de Madrid, en las décadas de los años 60 y 70 del pasado siglo (Hauschild, 1971, 1978). Los trabajos se centraron en el estudio de un impresionante mausoleo octogonal diseñado en el interior de un círculo de 24 metros de diámetro (Figs. 14 y 15). Su estructura se trazó a partir de la combinación de dos cuerpos arquitectónicos concéntricos diferenciados por su altura. En su interior

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Fig. 13. El Saucedo, Talavera la Nueva, Toledo. Reconstrucción (según Castelo et alii).

Fig. 14. Mausoleo de Las Vegas de Pueblanueva, La Pueblanueva, Toledo (fot. IAA).

apareció a finales del siglo XIX el gran sarcófago de los apóstoles que se vincula con talleres de Constantinopla y se conserva en el Museo Arqueológico Nacional (Fita, 1882; Schlunk, 1966). El edificio documentado es uno de los mayores mausoleos tardorromanos que se conocen en Hispania y fue construido como un inmueble completamente independiente y con fines exclusivamente funerarios, en las inmediaciones de las dependencias residenciales. Con posterioridad, mucho tiempo después de su construcción y aprovechando un habitáculo existente frente a la fachada principal, se realizaron una serie de reformas que han sido datadas en época visigoda, de acuerdo con los elementos arquitectónicos decorados aparecidos durante la excavación (Hauschild, 1978: fig. 13) y la cronología que ofrecen algunos elementos de adorno personal localizados en las tumbas que se vinculan a la utilización tardía del complejo (Hauschild, 1978: fig. 9). Las modificaciones están realizadas con paramentos mucho más pobres que los utilizados en la construcción del mausoleo y su finalidad parece ser la de convertir el antiguo edificio funerario en un templo cristiano, al que se dotó de nuevos accesos y divisiones litúrgicas internas, tal y como ponen de manifiesto las huellas de cancel que se localizan en dos de los pilares del octógono interno. El resultado fue una iglesia de planta central dotada de un destacado presbiterio que se proyectaba hacia el exterior de la antigua edificación, dando como resultado una tipología única en el registro arqueológico de época visigoda (Hauschild, 1978: fig. 17). La fecha propuesta para estos cambios y la utilización del espacio como necrópolis, estaría comprendida entre finales del siglo VI y los comienzos del VII. Su uso podría haberse mantenido hasta momentos bastante tar-

díos según parece desprenderse del hallazgo de una pequeña construcción de mampostería que se abre en el muro sur y que podría identificarse con un mihrab (Hauschild, 1978: 338-339). Todos estos datos han sido valorados como argumento para proponer una cierta continuidad entre los templos y las villae en las que se construyen, de las que constituirían un último estadio de evolución (Schlunk-Hauschild, 1978). 3. Las Tamujas (Malpica de Tajo).- En la vega aluvial del Tajo que forma parte del término municipal de esta localidad y a escasa distancia de los

Fig. 15. Mausoleo de Las Vegas de Pueblanueva, La Pueblanueva, Toledo. Alzado (según Th. Hauschild).

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restos descritos en La Pueblanueva, se localizaron estructuras pertenecientes a otra villa romana dotada de nuevos elementos de carácter monumental (Palomeque, 1955, 1959, 1963) (Figs. 16 y 17). El hallazgo se produjo al final de los años 50 del pasado siglo y solo se acometieron pequeños trabajos de excavación y limpieza de las edificaciones que aún destacaban sobre el nivel del suelo. A pesar de la escasa entidad de la intervención, se pudieron identificar los restos de un balneum dotado con una rica decoración de mosaicos y de una basílica cristiana. Ésta se encontraba situada a unos 250 metros del conjunto termal y se estudió de forma muy superficial (Palomeque, 1959: 336-345; 1963: 204-205). Aún así, las labores de limpieza pusieron de manifiesto que se trataba de dependencias pertenecientes en origen al mismo complejo residencial tardorromano, aunque con posterioridad habían sufrido importantes reformas mediante la construcción de nuevos muros que se identificaban por su menor entidad y calidad de ejecución. La cronología de estos cambios se atribuyó a un momento indeterminado de lo que se denominó como época visigoda, en función del hallazgo de algunos elementos arquitectónicos decorados característicos de estos momentos que procedían del entorno de la edificación. Desgraciadamente solo se procedió a realizar la limpieza de los muros más visibles y a seguir alguno de ellos mediante trincheras. La utilización de este método dirigido a definir la planta del inmueble de la manera más rápida posible, provocó la imposibilidad de obtener un registro arqueológico mínimamente coherente. De hecho y como consecuencia del método utilizado, en pocos años se publicaron propuestas muy diferentes de interpretación que siguen planteando numerosos problemas en nuestros días, hasta el punto de que algunos autores ponen en duda la existencia de la basílica cristiana de la que estamos hablando (Tsiolis, 2007: 119). De acuerdo con los datos disponibles, su descubridor planteó la existencia de una construcción relativamente simple, dotada de planta rectangular orientada hacia el este, cuyo cuerpo central pudo contar con tres naves que finalizaban en el mismo número de capillas y por lo tanto con un planteamiento similar al que se conoce en San Juan de Baños. A pesar de las críticas que ha recibido esta propuesta y de los problemas tipológicos y cronológicos que se derivan de la escasa atención que recibieron los restos, es evidente que éstos pertenecieron a un templo cristiano de acuerdo con lo

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Fig. 16. Las Tamujas, Malpica de Tajo, Toledo. Planta (según Palomeque).

que indican diferentes hallazgos. Es el caso de las piezas escultóricas a las que antes hacíamos referencia, entre las que destaca una placa nicho con decoración figurada de clara función litúrgica (Barroso-Morín, 1994), así como de un sarcófago de granito que formó parte del espacio sacro funerario que se vincula normalmente a este tipo de iglesias rurales a partir de los últimos años del siglo VI. En la totalidad de los estudios realizados por su descubridor, el templo se interpretó como evidencia de la continuidad de la villa, aunque fuera en manos de algún gran propietario germano. Su final se produciría como consecuencia de la conquista islámica que sería la que marcaría la verdadera y definitiva ruptura con la herencia recibida de la Antigüedad. 4. El Solao (Rielves).- Dentro del territorio perteneciente a la antigua ciudad de Toledo, en el límite geológico que separa el valle del Tajo de las campiñas de las comarcas de La Sagra-Torrijos, se localizaron en el siglo XVIII importantes restos de otra villa romana que desde entonces ha venido proporcionando algunos hallazgos puntuales que permiten conocer algún aspecto de la evolución de la construcción y ratificar algunas de las propuestas más antiguas (Fig. 18).

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Fig. 17. Las Tamujas, Malpica de Tajo, Toledo. Cancel con la representación del bautismo de Cristo.

Fig. 18. El Solao, Rielves, Toledo. Planta (según Fernández Castro).

Gracias a la publicación realizada tras su descubrimiento (Arnal, 1788) y a los datos aportados por algunas excavaciones muy puntuales realizadas en diferentes momentos del siglo XX (San Román, 1923; Fernández Castro, 1978), se ha podido reconstruir el aspecto que presentaba el cuerpo principal del antiguo complejo monumental fechado también en el siglo IV. Se trata de un nuevo balneum dotado de la tradicional decoración de mosaicos que, en este caso concreto, destacan por la calidad de sus principales emblemas. Algunos de los hallazgos realizados en el siglo XVIII muestran una cierta continuidad del asentamiento a partir del siglo V. Es el caso de una inscripción fechada por Vives en ese mismo siglo (Vives, 1969: 27-28) que habría que vincular con el mantenimiento en uso del complejo aristocrático y de un triente de Wamba que ha sido interpretado como evidencia de la pervivencia del mismo sistema fundiario en la segunda mitad del siglo VII. A estos datos hay que añadir la necrópolis aparecida, tanto en las primeras excavaciones como en las que se llevaron a cabo en 1968, que permitieron documentar el aprovechamiento funerario de algunas dependencias del antiguo balneum.

La antigüedad de las primeras y principales intervenciones y el escaso interés despertado por los restos en las últimas décadas, impiden realizar ninguna valoración más concreta, al no disponer de datos suficientes sobre los enterramientos que nos permita atribuirlos a los diferentes tipos de necrópolis que conocemos a partir del siglo V y que obedecen a planteamientos y situaciones muy distintas. Su disposición en torno a arquitecturas destacadas y las pocas referencias existentes sobre hallazgos de adorno personal, podrían relacionarse con la existencia de un templo cristiano, aunque nada seguro podemos decir sobre el particular dado el grado de destrucción con el que han llegado los restos a nuestros días. 5. Santa María de Abajo (Carranque).- Es, sin duda, la villa romana más conocida de las existentes en la provincia de Toledo tras haber sido elegida para la creación de un Parque Arqueológico que permite la visita del público a la mayor parte de las dependencias descubiertas hasta este momento. Sus restos se localizan sobre una terraza fluvial del río Guadarrama por la que también discurre el camino aún llamado de la Calzadilla que en la Antigüedad comunicaba a Toledo con Segovia, en una zona en

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la que se documenta una importante concentración de hallazgos de época tardorromana (FernándezGaliano, 2001; Rodríguez-Barrio, 2003: 267-275). (Fig. 19) A pesar de los años transcurridos desde su descubrimiento y de los medios de los que se ha dispuesto para su estudio, apenas se han publicado datos concretos sobre los resultados de las excavaciones que, en todo caso, se han centrado como viene siendo habitual en la identificación de los sectores más monumentales (Fernández-Galiano, 1989, 2001). Este panorama parece que está cambiando (Arce, 2003; Fernández Ochoa et al. 2007) y gracias a los datos disponibles se están planteando nuevas líneas de interpretación del conjunto de los inmuebles que forman la antigua villa, que, en algún caso concreto, han pasado de ser «la más antigua basílica cristiana de Hispania» (FernándezGaliano et al., 2001: 69-80) a un ejemplo de la pervivencia de los programas paganos en este tipo de construcciones áulicas (Chavarría, 2006a). El origen del asentamiento se ha fijado con cierta precisión en época altoimperial, aunque es nuevamente en el siglo IV cuando la zona residencial sufre un importante proceso de monumentalización. Éste se llevó a cabo mediante la construcción de una serie de edificaciones aisladas, de imponente presencia pero con escasa inversión, que se relacionaron entre sí a través de pórticos y otras estructuras menores que permitían dotar de cierta unidad al conjunto.

Fig. 19. Santa María de Abajo, Carranque, Toledo. Reconstrucción del conjunto (Parque Arqueológico de Carranque).

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Los datos relacionados con la utilización tardía de algunas de sus dependencias más significativas se reducen al ahora denominado Edificio A, que hasta no hace muchos años era considerado como una gran basílica cristiana (Figs. 20 y 21). Parece fuera de toda duda que su origen no está relacionado con ningún tipo de función cultual cristiana y que solo se podrían encontrar datos relacionados con la construcción en las inmediaciones de algún mausoleo que acabaría creando el germen que permitiría su posterior conversión en iglesia, ya en un momento mucho más tardío del que se ha venido defendiendo hasta ahora. Por los pocos materiales que se conocen de este edificio, parece seguro que el cambio ocurrió en un momento bastante avanzado, probablemente en el siglo VII, según parecen

Fig. 20. Santa María de Abajo, Carranque, Toledo. Fotografía aérea del Edificio A (Parque Arqueológico de Carranque).

Fig. 21. Santa María de Abajo, Carranque, Toledo. Planta del Edificio A (Según Fernández Galiano).

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indicar los escasos restos del mobiliario litúrgico aparecidos en las excavaciones (Fernández-Galiano, 2001: 165-179; García-Entero-Vidal, 2008: 590). Con esta iglesia habría que vincular el origen de la extensa necrópolis excavada en sus inmediaciones durante los últimos años. De sus enterramientos proceden algunos broches y otros pequeños objetos de adorno personal fechados en momentos avanzados del siglo VII, que coinciden plenamente con la fecha que se ha propuesto para la utilización tardía del edificio como templo cristiano (Fernández-Galiano, 2001: 169). Es probable que tanto por la entidad que tuvieron los restos de la construcción como por su situación estratégica en la red viaria que tenía a Toledo como centro, la primitiva iglesia evolucionara hacia fórmulas más complejas, que tendrían su continuidad en el monasterio cluniacense de Santa María de Batres, del que se conoce una importante actividad desde el reinado de Alfonso VI (Bishko, 1987). 6. Los Castillejos (Cabañas de la Sagra).- Los restos localizados de esta nueva villa se encuentran ubicados en pleno casco urbano de la localidad de Cabañas de la Sagra, dominando las llanuras arcillosas que se extienden al Norte de la antigua capital, a escasa distancia de otra serie de complejos dotados de características muy similares (Tsiolis, 2004). Se trata de un asentamiento con un comportamiento similar a los descritos hasta ahora, al tener su origen en el siglo I y sufrir transformaciones en los siglos II y III con el fin de construir un primer balneum (Fig. 22). Los cambios más importantes se producen nuevamente a partir del siglo IV en que se lleva a cabo la reconstrucción completa de la edificación y se procede a su monumentalización. A este momento pertenecen los diferentes pavimentos de mosaicos descubiertos hasta ahora que ofrecen un panorama muy similar al documentado en otros puntos del resto de la provincia. De acuerdo con los datos dados a conocer, la gran edificación tardorromana se mantendría en uso hasta los primeros momentos del siglo V, tal y como parece deducirse del hallazgo de ciertas cerámicas y de la documentación de diferentes reparaciones en los pavimentos de mosaicos, que muestran la existencia de una cierta preocupación por el mantenimiento de la función representativa de la antigua edificación. En ese mismo siglo se fecha el abandono de algunos sectores del inmueble, en especial de las dependencias secundarias de las termas. Sobre

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Fig. 22. Los Castillejos, Cabañas de La Sagra, Toledo. Planta (según Tsiolis).

ellas se construirían algunos pavimentos, pequeñas estructuras de piedra y algunos silos, que muestran el carácter más o menos ocasional de las reocupaciones que ahora nos interesan. Su inicio se fecha como decíamos en el siglo V y se ha propuesto que tendrían continuidad a lo largo de los siglos VI y VII, al relacionarse con la necrópolis visigoda documentada en las inmediaciones de la localidad (García Zamorano, 2001), de la que luego hablaremos. Del estudio del conjunto de las villas romanas que han sido objeto de excavaciones en el territorio de la actual provincia de Toledo, parece claro que nos encontramos ante una serie de yacimientos que muestra un comportamiento y evolución relativamente común. En todas ellas se documentan huellas de un poblamiento tardío que ha sido interpretado como muestra del mantenimiento de las grandes fincas por parte de sus propietarios. La visión tradicional viene haciendo hincapié en que la desaparición de los grandes complejos arquitectónicos de representación ocurrida en el siglo V no implica necesariamente la de un modelo de propiedad que iba a reafirmarse gracias a la construcción de las iglesias que hemos descrito (Schlunk–Hauschild, 1978; Fuentes 2006; Gamo, 2006). Ellas serían las encargadas de mostrar el poder detentado por unas élites locales que, de acuerdo con este planteamiento, seguían gestionando las zonas más productivas del territorio toledano.

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Desde nuestro punto de vista y coincidiendo con otra serie de opiniones dadas a conocer en los últimos años (Chavarría, 2001, 2006a, 2006b, 2007; Brogiolo–Chavarría, 2008; Vigil-Escalera, 2006), estamos ante una versión que se ha ido consolidando como consecuencia del déficit teórico que ha dominado en la investigación sobre esta etapa de nuestro pasado en la provincia de Toledo. En ella ha primado el estudio de yacimientos aislados e incluso tan solo de las partes más monumentales de éstos, olvidando que en su momento formaban parte de una red de poblamiento compleja de la que apenas se conocen datos. El resultado de esta manera de actuar es la obtención de una serie de visiones similares y restringidas, que dotan a cada villa de un protagonismo exagerado más allá del siglo V, al carecer de información sobre lo que realmente ocurría en sus alrededores. Los estudios que se están empezando a realizar en función de planteamientos basados en el análisis del paisaje y de modelos territoriales mucho más amplios, parecen demostrar que lo que ocurre en las villae es en realidad el reflejo de una situación mucho más general y que el poblamiento residual que en ellas se documenta es un fenómeno marginal, relacionado con el que aparece de forma mucho más nítida en su mismo entorno a partir del siglo VI, como consecuencia de la aparición y consolidación de otras formas de poblamiento que pasarán a ser las características de estos momentos. Los complejos monumentales del siglo IV y las iglesias de finales del VI o comienzos del VII sobre las que tanto se ha especulado, parecen coincidir pero solo en el espacio (Chavarría, 2006a). Su aparición en el interior de las zonas más monumentales de los grandes complejos termales que se habían convertido en la principal seña de identidad de las antiguas villae, se debe al simple aprovechamiento de las antiguas construcciones y, en todo caso, al intento de reivindicar el prestigio del que éstas disfrutaron. Es posible que en determinados casos estas estructuras arquitectónicas fueran reutilizadas en la séptima centuria como base de nuevas fundaciones monásticas siguiendo un modelo no muy diferente del que conocemos para la repoblación del territorio astur-leonés entre los siglos IX al XI. El ejemplo más evidente de esta evolución, pero sin duda no el único, estaría representado por la villa de El Saucedo. De este modo, las nuevas fundaciones servirían no solo como referente ideológico de la comunidad, sino además como elemento de articulación de un territorio y como base de explotación económica del mismo. En cualquier caso, ambos tipos de edificios son la mejor evidencia de la que

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disponemos para interpretar los comportamientos de unas élites que pertenecen a momentos muy distintos y que carecen de cualquier tipo de relación entre sí. Eso al menos es lo que se deduce del tiempo que las separa y de su desigual significado territorial, económico y social. d) Otros asentamientos rurales.- Tal y como hemos dicho con anterioridad, los pequeños asentamientos que se localizan en áreas montañosas y en lugares alejados de la principales vías de comunicación son una de las principales novedades que ofrece la investigación realizada en los últimos años en el sector central del valle del Tajo para los siglos IV y V. Un caso especial y por ahora problemático es el yacimiento del Chorrito (Ventas con Peña Aguilera). En un ambiente muy cercano a algunas de las principales elevaciones de los Montes de Toledo se han documentado los restos de una construcción que se ha identificado como una basílica cristiana (Cunha, 1999: 53-57). Los materiales asociados parecen de cronología antigua y en ningún momento se encontraron restos que puedan atribuirse a ninguna villa. En caso de confirmarse esta atribución, estaríamos ante un asentamiento rural que muestra un comportamiento excepcional. Sin embargo, dada la ausencia clara de contextos y la naturaleza de la investigación en la que apareció la estructura, creemos que es necesario proceder con todo tipo de cautelas (Tsiolis, 2007: 125-126). El resto de los datos dados a conocer proceden de diferentes trabajos de prospección y solo puntualmente se ha realizado la excavación de algunas de las estructuras documentadas en el poblado del Rondal (Oropesa) (Rodríguez et al. 1992: 142144). Los restos allí localizados muestran que nos encontramos ante asentamientos de tamaño reducido que se disponen en zonas que podíamos considerar como marginales, en los que se documenta una clara tendencia a la movilidad e, incluso, a la estacionalidad (Fig. 23). Aún así y a pesar de este aislamiento, hasta ellos llegan piezas procedentes del comercio como son las sigillatas tardías. A este tipo de poblamiento habría que vincular el inicio de la ocupación de algunos valles cerrados y alturas destacadas que evolucionarían para dar lugar a modelos de explotación del territorio muy distintos. Este parece ser el caso de una serie de yacimientos que se localizan en el extremo occidental del antiguo territorio de Toledo y que también están presentes en la zona de la antigua Caesarobriga. En Riscal de Velasco (Villarejo de Montalbán) (Rodríguez et al., 1992: 146, nº 41), un cerro destacado al pie de los Montes de Toledo, se documenta un

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1992; 146, nº 33). En todos los casos conocidos el principal problema reside en la escasa entidad y significación de los restos materiales documentados en superficie, que no permiten realizar ningún tipo de precisión sobre su posible evolución. Todos ellos parecen ser ejemplos de un nuevo tipo de poblamiento que no había sido valorado por la investigación en estas tierras del sector central del valle del Tajo y que, sin embargo, promete interesantes novedades en un futuro próximo al homologar nuestro registro arqueológico al de otras zonas mejor conocidas tanto en el interior de la Península Ibérica como en el resto de Europa (Wickham, 2005). Aun así y a pesar de todo, también parece claro que su comportamiento es diferente en unos u otros territorios, incluso en lo que hoy es la provincia de Toledo, tanto por depender de la existencia de un medio orográfico concreto, como por la peculiar relación que debieron mantener con núcleos urbanos como la antigua capital, que parecen haber actuado como barrera para su implantación. Fig. 23. El Rondal, Oropesa, Toledo. Planta (según Rodríguez et alii).

asentamiento en altura del que solo se conocen algunos materiales recogidos en superficie que parecen indicar la existencia de una continuidad en el poblamiento a partir de la segunda mitad del siglo V. Algo parecido parece ocurrir en Malamoneda (Hontanar), aunque en este caso el lugar elegido sea un valle relativamente aislado en un ambiente de montaña. En él, los hallazgos epigráficos muestran la existencia de un poblamiento romano que pudo continuar activo en época tardorromana y visigoda, según parece indicar el hallazgo de un friso decorado con motivos característicos de este último momento. Ambientes parecidos se documentan en las zonas altas del término municipal de Castillo de Bayuela, en concreto en la zona de Valdelazada, en la que se han encontrado diferentes yacimientos tardorromanos y una sepultura de la que luego hablaremos, que refleja la presencia de un poblamiento relacionado con los modelos que imponen las nuevas élites visigodas en el siglo VI (Martín Viso, 2000; Vigil-Escalera, 2007a). Otros poblados en altura que parecen haber crecido a partir del final del mundo romano, en los que aparecen estructuras que se podrían identificar con cierres e incluso fortificaciones, son El Castrejón (Aldeanueva de San Bartolomé) (Rodríguez et al., 1992: 146, nº 3) y Los Castrejones (Valdeverdeja) (Rodríguez et al.,

III. EL NUEVO MODELO TERRITORIAL. EL SISTEMA ALDEANO DE ÉPOCA VISIGODA EN EL TERRITORIO DE TOLEDO Frente al panorama de continuidades que dominaba la investigación hasta hace unos años, nos encontramos ante una nueva fase en la que empiezan a valorarse las innovaciones y con ellas los nuevos modelos territoriales que surgen tras la caída definitiva del mundo romano en el interior de la Península Ibérica (Brogiolo–Chavarría, 2008). Si con anterioridad solo se conocían algunos registros funerarios que parecían surgir de la nada, en la actualidad, la investigación arqueológica realizada en algunas localidades del sur de la Comunidad de Madrid ha servido para poner de manifiesto la existencia de distintas categorías de poblamiento que venían pasando completamente desapercibidas. En ellas se encuadran una amplia serie de asentamientos que explican los antiguos hallazgos funerarios y les convierte en los auténticos centros de las nuevas comunidades, dotándolos de una nueva significación (Vigil-Escalera, 2009: 220-223). Su invisibilidad arqueológica se debe en buena medida a la propia naturaleza de los restos, generalmente de escasa entidad constructiva, por la utilización mayoritaria de materiales perecederos que dificultan su detección (Vigil-Escalera, 2003, 2006). Una situación que cobra su verdadera dimensión cuando consideramos la cronología de

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estas estructuras, comprendida entre los grandes complejos monumentales tardorromanos e islámicos que cuentan con un protagonismo mucho más evidente en el paisaje y requieren técnicas mucho menos depuradas para su localización. La documentación de estos asentamientos ha sido posible por la utilización de nuevas metodologías arqueológicas que han superado nuestro viejo interés por los sondeos y las secuencias. La vinculación de los hallazgos con el desarrollo de nuevas maneras de actuar en la gestión de nuestro patrimonio arqueológico, se pone de manifiesto en la localización de la mayor parte de los nuevos ejemplos en lugares concretos de la Comunidad de Madrid, en los que las grandes obras públicas y el crecimiento de los núcleos urbanos han hecho necesaria la excavación cuidada y en área de grandes superficies. La menor presión constructiva y, sobre todo, la utilización de técnicas de investigación menos ambiciosas, parecen ser las causas de que los hallazgos carezcan de continuidad hacia el Sur y, por lo tanto, de su actual ausencia en el territorio más cercano a la ciudad de Toledo. En líneas generales, el nuevo modelo territorial parte de que la práctica totalidad del espacio rural más productivo, el que antes concentraba el mayor número de villae, pasó a ser explotado mediante una red de aldeas y granjas (Vigil-Escalera, 2007a) que serían el resultado del desarrollo de una sociedad completamente nueva, que fue capaz de generar un nuevo modelo de aprovechamiento del territorio adaptado a las nuevas condiciones surgidas tras el fin del Imperio y la llegada de gentes procedentes de lugares muy distintos. Debido al poco tiempo transcurrido desde la valoración de los primeros hallazgos, todavía se desconocen los mecanismos que hicieron posible la implantación de las nuevas entidades de las que venimos hablando a finales del siglo V. Un momento complejo condicionado por la llegada y asentamiento del pueblo visigodo en estas tierras del interior peninsular, en el que se han empezado a detectar la implantación de estos nuevos asentamientos (Ripoll, 2007: 6364; Barroso-Morín 2008). Su consolidación se produciría a lo largo del siglo VI y luego, por los motivos que trataremos de explicar, sufrirían ciertos cambios y adaptaciones antes de desaparecer en los siglos VIII y IX, como consecuencia de la implantación del nuevo modelo islámico, en el que primó la construcción de nuevas ciudades secundarias en diferentes puntos del antiguo territorio de Toledo. La célula básica de explotación en este momento pasará a ser la aldea (Wickham, 2005; Qui-

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rós-Vigil- Escalera, 2006; Quirós, 2007; Vigil-Escalera, 2007a), una población integrada por la unión de una serie de grupos familiares que desarrollan una conciencia de pertenencia al grupo y se identifican con un territorio concreto perfectamente delimitado que es explotado de forma individual en los sectores más inmediatos a las viviendas y de manera colectiva en el resto del espacio disponible. Se trata de asentamientos caracterizados por una baja densidad de ocupación que resulta del adosamiento de propiedades que intercalan la residencia familiar con zonas dedicadas al cultivo intensivo, a explotaciones de secano o a la cría de ganado. El resultado es la formación de unos asentamientos muy amplios (en algunos casos se ha calculado su extensión en 12 ha) que parecen caracterizarse por una cierta tendencia a la movilidad interna debido a la constante reconstrucción y cambio en la disposición de las cabañas, aunque siempre en torno a un gran cementerio que es estable y se convierte en su gran seña de identidad. La separación entre aldeas se ha fijado entre 4 y 9 km y varía en función de la calidad del suelo en el que se encuentren, al ser el resultado de una clara ordenación del medio rural realizado desde la ciudad y, por lo tanto, de un reparto del suelo que atiende tanto a las necesidades de la población como a los recursos disponibles. La práctica totalidad de las construcciones documentadas están realizadas con materiales perecederos y solo en momentos avanzados del siglo VII parecen empezar a tomar cierto protagonismo algunos inmuebles que se dotan de cubiertas de teja y se ejecutan con paramentos más cuidados y duraderos (Marcos-Galindo, 2006: 471-476; Vigil-Escalera, 2009: 209-215). Junto a ellos y como consecuencia de los usos y transformaciones que se producen en el espacio, se encuentran grandes fosas que podrían identificarse con auténticos fondos de cabaña, pozos, silos, hornos, zanjas de delimitación, amontonamientos de tierra, y toda una serie de evidencias de escasa entidad, que recuerdan a las que se generaron en los poblados de la Prehistoria reciente en esta misma zona. El núcleo central de estas nuevas categorías de poblamiento es la necrópolis que actúa como el único espacio simbólico y definidor de la identidad del grupo (Azkárate, 2002; Vigil-Escalera, 2009: 220223). En Gózquez (Contreras, 2006; Contreras-Fernández, 2006), uno de los yacimientos más característicos del modelo aldeano documentado en Madrid, el cementerio estaba formado por más de 450 enterramientos y se ubicaba en el centro de la población, dentro de unos límites perfectamente esta-

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blecidos desde el momento en el que se produjo la fundación de la aldea (Fig. 24). Su destacado protagonismo visual y el cuidado puesto en la conservación de todas y cada una de las fosas funerarias muestra que ésta y otras necrópolis jugaron un importante papel en la definición y cohesión social de los grupos humanos aquí asentados, al ligarse a un territorio y reflejarlo a través de la presencia más que evidente de sus antepasados. Todos los enterramientos documentados son característicos de las denominadas necrópolis visigodas (Ripoll, 1989, 2007) que se fechan a lo largo del siglo VI y en conjunto pueden servir para marcar la extensión del sistema de organización territorial que estamos analizando. Junto a estas poblaciones identificadas con aldeas, en las que priman los comportamientos comunitarios y las identidades de grupo, también se ha señalado la presencia de otras unidades menores que han sido consideradas como granjas (Fig. 25). La documentación arqueológica muestra que también nos encontramos ante asentamientos dotados de su propia personalidad expresada en la ausencia de verdaderas necrópolis, en una menor identificación de sus habitantes con el espacio habitado y en el nulo papel jugado por la estirpe y los lazos comunitarios (Vigil-Escalera, 2009). En la provincia de Toledo no se han estudiado casos representativos de ninguno de ambos tipos de yacimientos. Sin embargo, existen numerosos hallazgos que hay que vincular necesariamente con ellos. Es el caso de la mayor parte de las necrópolis visigodas que se conocen y de algunos hallazgos que proceden de contextos residenciales aún inéditos, que permiten asegurar la lógica presencia del sistema aldeano en puntos muy alejados del valle del Tajo y muy especialmente en la comarca de La Sagra-Torrijos. Se trata en la mayor parte de los casos de hallazgos antiguos que habían sido valorados en sí mismos, es decir, al margen de su relación con cualquier categoría de poblamiento y de su función en la definición y organización de un modelo territorial concreto. En ninguna de las excavaciones realizadas se hizo el más mínimo análisis del entorno en el que se encontraron y, a lo sumo, se tendió a vincularlos con las villae tardorromanas que hubiese en las inmediaciones o incluso en zonas relativamente alejadas, como consecuencia del papel protagonista que algunos investigadores les habían adjudicado. Los hallazgos más destacados relacionados con este tipo de necrópolis «visigodas» que adquieren su máximo desarrollo en el siglo VI son: 1. Cerro de las Sepulturas (Azután).- Se localiza en el extremo occidental de la provincia de To-

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Fig. 24. Gózquez, San Martín de la Vega, Madrid. Poblado y necrópolis (según Vigil-Escalera).

Fig. 25. El Pelicano, Arroyomolinos, Madrid. Granja (según Vigil-Escalera).

ledo, en plena vega aluvial del Tajo y muy cerca del antiguo vado de Puente Pinos, en las inmediaciones de la localidad de Puente del Arzobispo. En esta necrópolis se han realizado diferentes actuaciones como consecuencia de la realización de distintas obras, la mayor parte de ellas muy puntuales, en diferentes momentos del siglo XX (Barroso-Morín, 2008). Los restos conocidos proceden de una pequeña elevación que ha perdido buena parte de su antiguo protagonismo por la realización de desmontes relacionados con la ampliación de una carretera y la utilización agrícola del suelo (Fig. 26). Del con-

Fig. 26. Cerro de las Sepulturas, Azután, Toledo. Excavaciones de 1988.

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junto de sepulturas localizadas hasta ahora se desprende que éstas estuvieron claramente ordenadas y que parecen detectarse agrupaciones definidas por la cercanía y por la mayor o menor presencia de cistas realizadas con lajas de piedra. La cronología de todas ellas parece fijarse en diferentes momentos del siglo VI, según se desprende del estudio de algún broche de cinturón de placa rectangular y decoración de celdillas, de otro pisciforme y de varios de placa rígida calada que fechan el final de la utilización funeraria del espacio (Fig. 27).

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Gracias a estos trabajos se localizaron diferentes restos de época romana entre los que destacan una presa y lo que podrían ser algunas villae u otro tipo de asentamientos rurales. En la única de las tumbas que conocemos, se localizó un importante lote de objetos de adorno personal en el que destacaban dos fíbulas aquiliformes que presentaban decoración de celdillas con relleno de pasta vítrea, un broche de cinturón de placa rectangular con el mismo tipo de decoración, diferentes cuentas de vidrio y un anillo de plata (Fig. 28).

Fig. 27. Cerro de las Sepulturas, Azután, Toledo. Broche pisciforme (fot. AUDEMA).

Del conjunto de los hallazgos se desprende que nos encontramos ante una de las características necrópolis «visigodas» que, como ocurre con el resto de las documentadas hasta hace unos años, se suponía aislada y separada de cualquier evidencia de poblamiento. Sin embargo, los hallazgos realizados recientemente, han puesto de manifiesto que en el entorno inmediato al cementerio se desarrolló un asentamiento del que solo se conocen algunos silos que han sido fechados por los materiales cerámicos aparecidos en época emiral (Barroso-Morín, 2008: 83-108). Su ubicación y características podrían indicar que nos encontramos ante un asentamiento más antiguo, en el que se documentan las características que se asocian con el grupo de aldeas que estamos analizando, que se mantuvo activo hasta finales del siglo VIII o los comienzos del IX, en que se fechan los materiales cerámicos a los que acabamos de hacer referencia. 2. Valdelazada (Castillo de Bayuela).- Del conjunto de la necrópolis tan solo se conoce el contenido de un enterramiento que fue localizado al pie de la Sierra de San Vicente, en una zona de tránsito entre el ambiente de montaña y los primeros relieves pertenecientes a la cuenca sedimentaria del Tajo. Se trata de un hallazgo casual aunque realizado en una zona en la que se conocía la existencia de otros enterramientos, que dio lugar a la realización de una excavación puntual del lugar en el que aparecieron las piezas y a la prospección de sus alrededores (Caballero y Sánchez-Palencia, 1987).

Fig. 28. Valdelazada, Castillo de Bayuela, Toledo. Broche de cinturón y fíbulas aquiliformes (según Caballero y Sánchez- Palencia).

De acuerdo con lo que muestra el estudio de lo hallado, nos encontramos ante una sepultura característica de los considerados como enterramientos visigodos de comienzos del siglo VI. La riqueza de los adornos con los que fue enterrado el difunto, nos remite a las ceremonias realizadas en función de los comportamientos comunitarios que solo se desarrollan en las nuevas aldeas de las que venimos hablando. 3. Vega de Santa María (Mesegar).- En plena vega del Tajo se localiza una nueva necrópolis que ha proporcionado diferentes hallazgos a lo largo del siglo XX, incluyendo los producidos en una campaña de excavaciones arqueológicas realizada con motivo de la ampliación de la carretera que divide al yacimiento, que aún permanece inédita. En las

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inmediaciones se documentan restos de una gran villa romana y evidencias de poblamiento desde el final de la Edad del Bronce. En el conjunto de piezas dadas a conocer, procedentes tan solo de los hallazgos más antiguos (Jiménez de Gregorio, 1966: 181-184), destacan algunos broches de cinturón con placa rígida, hebillas con aguja de base escutiforme, cuentas de pasta vítrea, anillos y otros elementos de adorno personal de menor tamaño (Fig. 29). Su estudio muestra que nos encontramos ante un yacimiento que se mantuvo activo durante un periodo de tiempo bastante amplio, al menos a lo largo de los siglos VI y VII. Sin embargo la falta de cualquier contexto impide saber si estamos ante una necrópolis dotada de una larga y excepcional pervivencia o lo que parece más probable, que las piezas procedan de diferentes agrupaciones funerarias surgidas en el seno del mismo asentamiento con características y cronología muy diferentes.

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solo 90 contarían con objetos de adorno personal. Las tumbas se disponían de forma regular siguiendo unas líneas perfectamente orientadas, aunque con una clara tendencia apreciada en otros yacimientos de la misma época a formar grupos que siempre se han asociado a la existencia de lazos familiares entre los individuos allí enterrados (Fig. 30). El estudio de la posible evolución de la necrópolis muestra que su inicio se produjo a finales del siglo V y que pronto empezaría a crecer en extensión, hasta las primeras décadas del siglo VII en que se produce la disminución drástica en el número de nuevas inhumaciones aunque no finaliza del todo el uso del espacio funerario. Los objetos de adorno personal documentados presentan una amplia variedad y riqueza y han protagonizado un buen número de discusiones sobre el carácter visigodo o hispanorromano de las gentes que los utilizaron. Un aspecto relacionado con

Fig. 29. Vega de Santa María, Mesegar, Toledo. Broches de cinturón liriformes (según Jiménez de Gregorio).

4. Travilla (Carpio de Tajo).- Es sin duda alguna la más conocida de nuestras necrópolis «visigodas» tanto por el número de enterramientos documentados, como por haber sido una de las primeras en estudiarse a comienzos del siglo XX (Ripoll, 1985; Sasse, 2000). Los importantes materiales entonces recuperados se han convertido en una referencia para el estudio de la metalistería de época visigoda en la Península Ibérica, al permitir la ordenación y clasificación de otros materiales y yacimientos de la misma época (Ripoll, 1998; Balmaseda, 2006b: 261-264). De acuerdo con los últimos estudios realizados, que siempre han tenido que sortear la dificultad que presenta trabajar con materiales procedentes de excavaciones antiguas que quedaron inéditas, se localizaron un total de 285 enterramientos de los que

Fig. 30. Travilla, Carpio de Tajo, Toledo. Necrópolis (según Sasse).

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la naturaleza étnica y cultural de las poblaciones de esta zona de la Meseta, que ha monopolizado buena parte de los estudios sobre estos hallazgos en los últimos años (Sasse, 2000; Ripoll, 2007). A pesar de haberse considerado tradicionalmente como un yacimiento aislado con fines exclusivamente funerarios, todo parece indicar que no fue así. Las características que aún podemos conocer son similares a las que se documentan en otros grandes cementerios rurales del valle del Tajo (Morín, 2006), caso de Gózquez, Cacera de las Ranas o Tinto Juan de la Cruz (Figs. 31, 32 y 33), por citar algunas de las más conocidas y cercanas al ámbito toledano. Todos ellos, tal y como se ha podido comprobar, están relacionados con la implantación del modelo territorial aldeano en el que jugaban una destacada función como espacio identificador y definidor de cada grupo. En su conjunto, estamos ante el mejor ejemplo del que disponemos para conocer la evolución de este tipo de cementerios en la zona toledana. Su decadencia comienza a producirse en los inicios del siglo VII y todo parece indicar que se debió a la pérdida del papel simbólico que jugaban los antepasados en la cohesión de la comunidad allí asentada. Si hasta entonces el espacio funerario era el lugar en el que se mostraba la vinculación de unas gentes con un determinado territorio y de las dependencias establecidas entre ellos y el resto de la sociedad, plasmadas en este caso en el desigual adorno de los cadáveres, a partir de esa fecha este sistema de relaciones deja de funcionar como tal y se implanta un nuevo modelo. En él, la nueva iglesia rural, documentada por la existencia en las cercanías de una amplia serie de elementos arquitectónicos decorados de uso litúrgico (Jiménez de Gregorio, 1966: 176-178), pasaría a detentar la misma función identificadora

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Fig. 32. Cacera de las Ranas, Aranjuez, Madrid (según Ardanaz).

Fig. 33. Tinto Juan de la Cruz, Pinto, Madrid (según Barroso et alii).

Fig. 31. Gózquez, San Martín de Valdeiglesias, Madrid (según Contreras).

y simbólica (Ripoll–Arce, 2001: 35). En su entorno crecería una nueva necrópolis muy distinta de la anterior, al obedecer a nuevos planteamientos claramente diferenciados. 5. Los Pozuelos (Cabañas de la Sagra).- Su hallazgo tuvo lugar en una explotación de áridos ubicada en las afueras de esta localidad (García Zamorano, 2001). En los cortes de la cantera en la que se realizó el descubrimiento, se localizaron una serie de enterramientos de los que solo se pudieron estudiar 3 estructuras completas. Todas ellas mos-

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traron que éstas se disponían siguiendo una clara ordenación lineal y que existía una organización del espacio funerario similar al descrito en otros casos mejor conocidos. En los pocos conjuntos estudiados, se ha señalado su frecuente reutilización y la presencia de algunos objetos de adorno personal, en concreto dos hebillas de placa rígida y un anillo que fechan las tumbas a finales del siglo VI o como mucho, en los primeros años del siglo VII. Desde que se produjo el hallazgo, los restos se han vinculado con el poblamiento de la villa romana a la que hemos hecho referencia con anterioridad, que se localizan a una distancia cercana al kilómetro. Sin embargo, y de acuerdo con la descripción realizada de las reutilizaciones que sufrió el inmueble, no creemos que las inhumaciones tengan nada que ver con el mantenimiento del complejo fechado en el siglo IV, sino con el establecimiento de un poblamiento completamente nuevo que sería el responsable del uso ocasional de las ruinas tardorromanas con carácter claramente marginal. En este sentido hay que valorar toda una serie de estructuras documentadas en la misma excavación de la necrópolis que no han recibido la atención que merecían. Nos referimos al hallazgo de una serie de fosas de tamaño muy diferente que fueron interpretadas como basureros y que muy probablemente son el resultado de la evolución de la arquitectura residencial de un asentamiento similar a los documentados en la zona madrileña en el siglo VI (García Zamorano, 2001: 190-191). Su forma varía desde los hemisféricos y piriformes hasta los más grandes de paredes rectas que podrían pertenecer a cabañas semienterradas. En su interior aparecieron materiales tan significativos como algunos fragmentos de vidrio, un atifle de alfar y piedras de molino que también aparecen en los contextos residenciales de las aldeas localizadas en la comunidad vecina. 6. La Arboleda- Arroyo de Bobadilla (Illescas).Al norte de la localidad, cerca del límite provincial y regional, se han localizado diferentes restos que pertenecen a un importante yacimiento en el que por desgracia se ha excavado mucho y se ha publicado poco. Un problema que también tiene su parte de culpa la invisibilidad de los yacimientos de época visigoda en el medio rural toledano. El hallazgo de tumbas en las que aparecían destacados objetos de adorno personal, en concreto algunos grandes broches de placa rectangular y decoración con celdillas rellenas de pasta vítrea y cabujones, es bastante antiguo. Desde finales del siglo XIX (Maroto, 1991: 65-68, fig. 6) se vienen

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produciendo importantes hallazgos que han tenido continuidad en diferentes momentos del siglo XX. Es el caso de una tumba que parece haber formado parte de una necrópolis extensa que permanece inédita y que por la importancia y calidad de los objetos de adorno personal encontrados en ella se encuentra expuesta en las instalaciones del Museo de los Concilios y de la Cultura Visigoda. También de otro enterramiento mucho menos visual pero mejor estudiado, que se localizó gracias al seguimiento de las obras necesarias para la realización de una canalización (Hernando-Iguacel, 1994) (Fig. 34-35). La escasa capacidad de maniobra de la que dispusieron los arqueólogos responsables del hallazgo impidió la documentación de cualquier posible relación de los restos con las zonas de hábitat que podrían estar asociadas. Tanto los hallazgos antiguos como los realizados en los momentos más recientes vuelven a ofrecer una cronología de origen y desarrollo de la necrópolis a lo largo del siglo VI. Su importancia

Fig. 34. La Arboleda-Arroyo de Bobadilla, Illescas, Toledo. Tumba (según Hernando-Iguacel).

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Fig. 35. La Arboleda-Arroyo de Bobadilla, Toledo. Pendientes (según Hernando-Iguacel).

para nuestro estudio radica en que en otras intervenciones cercanas han aparecido algunas estructuras como un horno que nuevamente permanece inédito y que confirmaría la existencia de la zona residencial asociada al núcleo funerario. 7. Otros.- La lista de hallazgos que permite valorar el alcance real de la implantación de los yacimientos de tipo aldeano que estamos analizando en el territorio toledano desde finales del siglo V debe completarse con una serie de hallazgos hoy aislados pero que sin duda alguna formaron parte de contextos similares a los descritos hasta ahora. En su totalidad proceden de yacimientos poco conocidos de los que apenas tenemos referencias. Es el caso del que se localizó a finales de los años 50 en las cercanías de la localidad de Belvís de la Jara (Jiménez de Gregorio, 1961: 216-217). En él se documentó una cista realizada con lajas de piedra que contenía en su interior los restos de un único individuo, un broche de placa rectangular con decoración geométrica con celdillas y cabujones y dos pendientes de plata, que permitían fechar el conjunto en los años centrales del siglo VI . En un hallazgo parecido tiene su origen un nuevo broche de cinturón procedente de la finca La Capitana, en la localidad de La Torre de Esteban Hambrán, que ha sido dado a conocer recientemente (García Serrano, 2007: 465). Su aspecto es similar al descrito en el caso anterior y también se fecha a mediados del siglo VI. Algo más tardíos parecen ser los hallazgos realizados en El Guerrero (Escalonilla). Éstos consisten en dos broches de cinturón de placa rígida que habría que fechar a finales del siglo VI (López Muñoz, J, 2005: 20). El hecho de que estas últimas piezas aparezcan

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junto a elementos arquitectónicos decorados podría indicar la vinculación del cementerio con algún pequeño templo rural, siguiendo el modelo al que ya hemos hecho referencia que comienza a finales del siglo VI y se acaba imponiendo en el VII. En conjunto, y a falta de yacimientos excavados en época reciente y sobre todo en extensión que permitan equiparar nuestro registro con el que se conoce en la cercana zona madrileña, tenemos que conformarnos con los datos que hemos expuesto y confiar en la relación existente entre este tipo de necrópolis y las estructuras residenciales que han servido para definir el modelo aldeano. Sin embargo, al margen de las lógicas cautelas, todo parece indicar que esta misma realidad es la que debería documentarse en los yacimientos que ocupan las zonas más productivas del territorio de Toledo desde los últimos años del siglo V. Su implantación marcará el definitivo final del modelo territorial basado en las grandes villae, que quedarán relegadas a un uso marginal hasta que de nuevo se vuelvan a construir en ellas edificaciones de prestigio vinculadas al culto cristiano que tenderán a realizarse, por estricta economía de medios, en algunas de sus mejores dependencias mucho tiempo después de haber quedado abandonadas. El nuevo modelo basado en aldeas y granjas pasará a dominar el paisaje que empieza a gestarse con la llegada del pueblo visigodo, equiparándolo al que se documenta en otras zonas del occidente de Europa (Wickham, 2002, 2005). Su implantación implica la existencia de una sociedad nueva que impone un sistema territorial muy distinto del existente con anterioridad (Martín Viso, 2000), pero que se sigue articulando y dirigiendo desde ciudades como Toledo, que, no conviene olvidar, adquiere la condición de sede regia en los años centrales del siglo VI en los que se produce su consolidación. Su evolución parecer ser rápida y, de acuerdo con lo que se conoce por el estudio de las necrópolis y de las transformaciones que sufren algunas construcciones residenciales, en los años finales del siglo VI se registran importantes innovaciones y cambios que coinciden con los que también se producen en el propio Estado tras la celebración del III Concilio de Toledo (Olmo, 2007). A pesar de todo ello, las aldeas seguirán siendo la base del poblamiento rural, pero sus valores y aspecto cambiarían notablemente al documentarse una evolución en las jerarquías internas del grupo y, sobre todo, en la manera en que las élites propietarias externas se hacen presentes en ellas.

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IV. LA EVOLUCIÓN DEL MODELO DE POBLAMIENTO EN EL ÚLTIMO SIGLO DEL REINO VISIGODO DE TOLEDO A finales del siglo VI el registro arqueológico que conocemos revela el inicio de un profundo cambio que va a afectar a aspectos básicos de la cultura material y espiritual de las gentes que habitaban las zonas rurales. Nos referimos a temas tan complejos y arraigados como son las costumbres funerarias o la manera de vivir la religión. Todas estas transformaciones son el reflejo de la nueva situación política inaugurada con la conversión al catolicismo de Recaredo que sienta las bases de un nuevo Estado. En él van a tender a desaparecer los aspectos ligados al comportamiento comunitario germánico y se va a confirmar la creciente capacidad de la Iglesia católica para intervenir en numerosos asuntos de la nación. Hasta hace pocos años se seguía defendiendo el papel de las antiguas aristocracias romanas en la cristianización de la población rural desde la segunda mitad del siglo IV (Díaz, 2007; FernándezGaliano, 2001). En la actualidad se ha iniciado el cuestionamiento de esta afirmación al no encontrarse más manifestaciones cristianas en ese ámbito que las estrictamente funerarias y, por lo tanto, dentro del ámbito de lo que podemos considerar como comportamientos privados (Chavarría, 2006a). Ninguna de las iglesias que se documentan en las villae, incluidas las de la provincia de Toledo, parecen tener relación con este primer cristianismo que es estrictamente urbano. La religiosidad rural de los siglos V y VI se mantendría por lo tanto a un nivel muy distinto del existente en las ciudades y fue necesario que se iniciara una serie de actuaciones constantes y decididas para hacer presente a la nueva religión en cada uno de los rincones del territorio (Sotomayor, 2004; Cerrillo, 2008). Un fenómeno ligado necesariamente el ejercicio del poder de las élites, que encontraron en la cristianización un importante aliado para conseguir sus propósitos. Todos estos cambios ocurridos en su mayor parte a lo largo del siglo VII son también el resultado de la reorganización de un Estado que surgió del pacto con todos aquellos que encontraron en él los mecanismos necesarios para asegurar y acrecentar su poder territorial (Martín, 2003). Por primera vez desde la desaparición del Imperio romano se volvía a generar un núcleo central fuerte que necesitaba del desarrollo de nuevas élites que de esa manera iban a adquirir un nuevo e importante protagonismo. Su destacado papel político debió estar

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relacionado con un crecimiento de su capacidad para atraer nuevas rentas procedentes del aumento de la presión ejercida sobre las comunidades rurales o también de la puesta en funcionamiento de nuevos sistemas de explotación basados en el aprovechamiento de recursos que habían tenido menos importancia como era la ganadería a gran escala (Martín Viso, 2000, 2007). La consecuencia fundamental para el registro arqueológico de todo este proceso es que las élites van a volver a hacerse visibles en el medio rural, al favorecer procesos como la cristianización, que posibilitaba la sustitución de los antiguos elementos comunitarios que primaban en las poblaciones rurales por nuevos templos privados o propios (Rodríguez, 1999), que pasaron a ser los verdaderos protagonistas de los cambios que se iban a producir. El control de las nuevas iglesias a través de figuras como el patronato y la colaboración con las élites eclesiásticas, tan interesadas como las civiles en la fundación de los centros de culto, acabaría por consolidar los cambios de los que venimos hablando (Martín Viso, 2000; Vigil-Escalera, 2009: 223-225). Un hecho significativo en la mayor parte del territorio pero especialmente relevante en el entorno de la ciudad de Toledo, pues no en vano aquí se concentraban las aristocracias más destacadas del reino (Martín, 2003). Una vez iniciado el proceso de cristianización del ámbito rural, la fundación de iglesias en comunidades dejó de ser suficiente y se desarrollaron nuevas formas de intervención basadas en la implantación de nuevos complejos cada vez más presentes en el paisaje como eran los monasterios y algunas villas áulicas, que deben ser consideradas como el último eslabón de una misma cadena (Martín Viso, 2007). Su destacado papel en el control del movimiento de ganados, como ocurre en Santa María de Melque, podría explicar el origen de este nuevo modelo que se implanta en zonas en las que se carece de datos sobre hallazgos que podamos vincular a los modelos de poblamiento previos más tradicionales. Los complejos con estas características que han sido estudiados en la zona objeto de nuestro estudio son: 1. Guarrazar.- Situado a 12 km de la capital, en el término municipal de Guadamur, Guarrazar es mundialmente célebre por haberse encontrado allí el tesoro de coronas votivas que constituyen las joyas más preciadas del Museo Arqueológico Nacional de Madrid. Las primeras intervenciones sobre este yacimiento se iniciaron en 1859, motivadas en parte por

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el escándalo que supuso la venta de algunas de las piezas en Francia. Las excavaciones fueron llevadas a cabo por una Comisión de la Real Academia de la Historia dirigida por José Amador de los Ríos y documentaron, aparte de los hoyos donde se escondieron las coronas, una necrópolis y restos de una edificación, así como diversos fragmentos arquitectónicos y de escultura decorativa. La necrópolis contaba además con una sepultura privilegiada donde fue enterrado el presbítero Crispín, fechada, según inscripción, en el año 693 de la era cristiana. Nuevos descubrimientos y adquisiciones, catalogados por Luis Balmaseda, elevaron el número de fragmentos hasta un total de 63, incluidos aquéllos custodiados en instituciones públicas y los que se conservan en diversas colecciones particulares. En la actualidad, desde hace ya unos años, el yacimiento es objeto de nuevas intervenciones por parte del Instituto Arqueológico Alemán bajo la dirección del doctor C. Eger (Balmaseda, 1998). Casi la mitad del catálogo de piezas documentadas en Guarrazar lo constituyen fragmentos de frisos, lo que da una cierta idea de la importancia que tenía este tipo de elementos en la decoración del edificio. Balmaseda pudo clasificarlos en seis tipos diferentes en función de su decoración y tamaño, correspondiendo a otras tantas variantes del tema de roleo vegetal de doble tallo con nudo que encierran trifolios y palmetas (Fig 36). El origen de este tipo de decoración puede rastrearse en el arte toledano de la séptima centuria, en concordancia con la fecha ante quem que proporciona la inscripción del presbítero Crispín, si bien los prototipos originales hay que buscarlos sin duda en el arte paleobizantino contemporáneo (Garen, 1997). Esta cronología puede servir para fechar el tipo I, un conjunto de piezas homogéneo hallado en las excavaciones del siglo XIX junto a las ruinas del edificio fechado por la lápida de Crispín. El resto de las piezas puede llevarse a una fecha semejante por analogía con otras encontradas en la propia Toledo. Muy acertadamente Balmaseda, basándose en la calidad, cantidad y variedad decorativa, postula la existencia de una edificación de cierta entidad en el lugar (Balmaseda, 2006a: 282-286). 2. San Pedro de la Mata.- Esta iglesia descubierta en 1903 por el conde de Cedillo se halla situada a unos 30 km al sur de Toledo, en las proximidades de Casalgordo, villa perteneciente en la actualidad a Sonseca. Se trata de una iglesia de planta cruciforme de ábside rectangular con tres cámaras añadidas: dos flanqueando la cabecera y otra alargada hacia el suroeste (Fig. 37). El primitivo

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Fig. 36. Guarrazar, Guadamur, Toledo. Frisos (según Balmaseda).

conjunto sufrió una fuerte destrucción siendo posteriormente reconstruido en dos ocasiones. En el momento de ser descubierta esta iglesia aún conservaba 16 fragmentos de imposta decorada empotrados en el crucero. Años más tarde, también H. Schlunk pudo ver algunos restos de frisos decorados con motivos de palmetas y racimos en el interior de la cabecera. El edificio muestra además huellas de las ranuras donde iban encajados los canceles que dividían el espacio litúrgico. Schlunk y Hauschild (1978: fig. 132) publicaron un fragmento de mármol decorado con una cruz patada que parece corresponderse con el tenante de altar de la iglesia. Caballero, que estudió el edificio con motivo de su tesis doctoral, observó la presencia de una hilada regularizadora a una altura entre 1,40 y 1,60, indicio de una posible faja decorativa perdida. En el trabajo de Caballero se inventariaron cerca de un centenar de piezas con decoración, de las cuales casi un 80% correspondían a frisos que fueron clasificados en cinco tipos diferentes siguiendo los mismos criterios que se han descrito para Guarra-

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Fig. 37. San Pedro de la Mata, Casalgordo, Toledo. Iglesia «Proyecto Regia Sedes Toletana».

zar. Volvemos a encontrar algunos de los temas presentes en Guarrazar y otros que serán característicos de otros yacimientos toledanos como Los Hitos y Arisgotas (Caballero-Latorre, 1980). De nuevo se ha planteado el problema de la datación de todos estos elementos debido a la diferencia de calidad en la ejecución de los relieves. Balmaseda plantea dos opciones: el trabajo de diferentes artesanos de habilidad dispar o reconstrucción en época islámica con copia de los motivos originales, posibilidad que es factible en algunos casos y más aún en un Toledo endémicamente rebelde al poder cordobés (Balmaseda, 2006a: 287291). (Figs. 38 y 39). Sin embargo, creemos que esta incertidumbre acerca de la sincronía de estos relieves proviene de las dudas planteadas en diversos trabajos por Caballero y sus colaboradores a lo largo de los últimos años en relación con la cronología de las iglesias tradicionalmente fechadas en época visigoda. La copia de motivos originales en época islámica no necesariamente implicaría una diferencia sustancial con respecto a la decoración original, pues esto solo sucedería en caso de una hipotética decadencia de los talleres escultóricos, que habría que demostrar, con lo cual estaríamos de nuevo en el punto de partida, a saber, la imposibilidad de reconocer si son o no coetáneas. Pensamos más bien que los arqueólogos e historiadores, en su afán de mostrarse como científicos, han impuesto una clasificación demasiado racionalista de los motivos decorativos. Esto a su vez compone un stemma de vínculos entre ellos demasiado rígido, sin dar lugar a factores tales como la pericia del artista o el lugar donde iban alojados estos relieves. Tanto en San Pedro de la Nave como en Quintanilla de las Viñas se pueden

Fig. 38. San Pedro de la Mata, Casalgordo, Toledo. Frisos (según Balmaseda).

apreciar diferentes labores escultóricas dentro de un programa iconográfico unitario. Por tanto, pensamos que a la hora de imaginar la forma de trabajar de estos canteros y escultores, habría que pensar en que aquéllos actuarían más bien como podría hacerlo un músico de jazz, escogiendo motivos de aquí y allá, variando sobre un tema principal, pero manteniéndose fiel a la esencia de la partitura –que en nuestro caso bien puede ser el roleo vegetal o los círculos enfilados–, siempre en función de determinados intereses: posición del relieve dentro de la arquitectura, importancia litúrgica del espacio que se pretende decorar, etc. Esto explicaría no solo la diferencia de calidades en una misma edificación –algo que se documenta en Los Hitos (Balmaseda, 2006a: 295) o en las citadas Nave y Quintanilla–, sino también en la más que evidente relación que se observa entre los temas que decoraban este grupo de iglesias toledanas entre sí, así como con respecto a las construcciones del área de la Vega Baja toledana (Barroso-Morín, 2007b: 775). 3. Los Hitos.- Situado a 2,5 km al sur de Arisgotas, próximo a Orgaz, se encuentra el yacimiento de Los Hitos. Varias campañas de excavación rea-

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Fig. 39. San Pedro de la Mata, Casalgordo, Toledo. Frisos (según Balmaseda).

lizadas entre los años 1975 y 1982, dirigidas por L. J. Balmaseda, han puesto al descubierto los restos de un edificio construido en mampostería y sillarejo con contrafuertes externos dividido en tres ámbitos, con el central de mayor amplitud que los laterales. En este ámbito central se encontró bajo el pavimento de opus signinum un sarcófago de mármol rodeado de sepulturas cubiertas con lajas de piedra (Fig. 40). Como elemento de depósito funerario solo se documentó una jarra cerámica depositada en una de las sepulturas a modo de ofrenda funeraria. En uno de los recintos se halló además una inscripción métrica que ha sido interpretada en clave monástica y en cuyos últimos versos se alude a la erección de una iglesia por parte de un desconocido personaje (Fig. 41). Por sus características epigráficas, la inscripción se puede fechar entre los siglos VI y comienzos del VIII, con mayor probabilidad en la segunda mitad del siglo VII (Balmaseda, 2006a: 291-295; Velázquez-Balmaseda, 2005: 137149; Velázquez-del Hoyo, 2005: 233-234). No obstante, la extraña planimetría del edificio en relación con el desarrollo de la liturgia, que la hace poco adecuada para la misma, así como la

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Fig. 40. Los Hitos, Arisgotas, Toledo. Reconstrucción (según Maquedano).

Fig. 41. Los Hitos, Arisgotas, Toledo. Inscripción «Proyecto Regia Sedes Toletana».

total ausencia de mobiliario litúrgico, han suscitado una comprensible reserva acerca de la funcionalidad eclesial de este conjunto. En realidad, el carácter monástico del mismo se basa en cuatro argumentos que no son en absoluto concluyentes: inscripción métrica (encontrada fragmentada y como material de relleno, no in situ), elementos decorativos, orientación del edificio y necrópolis

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(Moreno, 2008). Merece la pena, por tanto, detenerse para realizar una revisión parcial de este yacimiento con los datos que poseemos hasta la fecha. La escultura decorativa hallada en el mismo forma un conjunto de treinta y nueve piezas entre cimacios, frisos, impostas y columnitas. Los frisos son de tres clases, dos de ellos decorados con tema geométrico y el tercero con roleo vegetal y tallos bifurcados terminados en roleos (Figs. 42 y 43). Este último es semejante a uno de los tipos de Mata, presente también en el ámbito toledano, y probablemente decorara el exterior de la construcción (Balmaseda, 2006a: 295). Las placas de cancel (¿?) o relieves parietales presentan su paralelo más inmediato en placas decoradas encontradas en Valencia y Córdoba (Vicent, 1958), pero también en algunas piezas de Toledo y Cabeza de Griego (Schlunk, 1945: 314ss). Más interesante resulta el estudio de la planta del edificio. Moreno Martín ha puesto en evidencia la escasa adaptación al uso litúrgico de esta construcción. El edificio, en efecto, no se acomoda en absoluto a lo que conocemos de una iglesia monástica al uso, si acaso podría recordar la disposición de un martyrium, pero incluso así resultaría poco convincente dada la disposición de las sepulturas en el aula central. Precisamente L. J. BalmaFig. 43. Los Hitos, Arisgotas, Toledo. Frisos (según Balmaseda).

Fig. 42. Los Hitos, Arisgotas, Toledo. Frisos (según Balmaseda).

seda ha puesto en relación la disposición de estos enterramientos en torno a una sepultura privilegiada con una hipotética «liturgia de difuntos», hipótesis que ha sido contestada por Moreno (2008: 36-38). La distribución de las sepulturas tampoco apunta en ese sentido, y más bien parece como si el edificio hubiese sido utilizado como panteón después de abandonarse su función original. A la hora de fijar cuál pudo ser ésta, conviene volver detenidamente sobre la singular planimetría del edificio. Decimos esto porque existe toda una serie de edificios que pueden parangonarse a lo que se ha podido documentar en Los Hitos. Nos referimos a conjuntos monumentales relacionados con grupos privilegiados de los que la arqueología viene dando noticia cada vez con mayor asiduidad; edificaciones ligadas a grupos de prestigio como los conjuntos de Recópolis (Olmo, 1987) y Falperra (Real, 2000: 26), los complejos episcopales de Barcino y Minateda (Gutiérrez-Cánovas, 2009: 91132), la villa áulica de Plá de Nadal (Pastor, 1989) o el llamado edificio A de Morerías (Alba, 2004), en Mérida (Figs. 44 a 48). La presencia de contra-

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Fig. 44. Recópolis, Zorita de los Canes, Guadalajara (según Olmo).

Fig. 46. Barcino (según Beltrán).

Fig. 45. Falperra (según M. Luis Real).

Fig. 47. Tolmo de Minateda, Albacete (según Gutiérrez)

fuertes (probablemente para aumentar la altura parietal del edificio, tal como sucede en la arquitectura prerrománica asturiana), la doble nave longitudinal y la tendencia a marcar espacios tripartitos, son características todas que acercan este yacimiento de Los Hitos a varios de los ejemplos antes citados. Las semejanzas con Morerías y Plá de Nadal nos parecen más que evidentes –siempre dentro de la parcialidad de los datos con que nos movemos– y sirven para establecer la comparación con otro gran complejo altomedieval: el conjunto formado por Santa María del Naranco y San Miguel de Lillo en Oviedo. Quizá Los Hitos sirviera como palacio o pabellón de prestigio de algún miembro de la alta nobleza toledana dentro de un conjunto más amplio que, al estilo de lo que vemos

en Naranco, contara también con un centro religioso de importancia (¿San Pedro de la Mata?), lo que explicaría la presencia de la inscripción métrica y la adscripción a este yacimiento de un ara pagana custodiada en la iglesia de Arisgotas como pila benditera que, por la presencia de loculus, permite intuir su reaprovechamiento como tenante de altar cristiano (Maquedano, 2002: 46). (Fig. 49) Alguna luz más podría arrojar el estudio de los motivos ornamentales de las piezas documentadas. En este sentido, la decoración que presentan algunos de los elementos documentados en Los Hitos, como los dos tondos gallonados del cementerio de la localidad (Maquedano, 2002: 47) (Fig. 50), remite a piezas halladas en el entorno del puente y puerta de Alcántara, que hemos relacionado con la

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Fig. 48. Plá de Nadal, Ribarroja de Turia, Valencia (según Pastor).

ubicación en este área del antiguo complejo palatino visigodo, y en San Bartolomé de Toledo (Barroso-Morín, 2007b: nº 12-14 y 218-219). Si bien procedente de la iconografía de los foros imperiales, es cierto que el motivo del tondo gallonado no es exclusivo de la arquitectura civil (se encuentra presente por ejemplo en la iglesia siria de Qirqbize: Arbeiter, 2000: 258), pero por su origen y por su amplia difusión dentro de contextos civiles como el que presumimos para el área de Alcántara en Toledo o como se muestra en el vestíbulo de los baños de Hirbat al-Mafyar (Ib. loc. cit.), y al igual que sucede con las veneras, el tondo gallonado o estrellado debió ser un elemento decorativo habitual en toda arquitectura de prestigio que se preciara. Por su frecuente aparición formando parte de un mismo friso, este tema aparece en Toledo relacionado con el de cruces o rosetas inscritas entre estrellas (Barroso-Morín, 2007b: nº 186-194 y 429), cuyo origen puede rastrearse asimismo desde Siria hasta la Bética (Arbeiter, 2000: fig. 12; Cruz, 2000: fig. 11). 4. Arisgotas.- Procedentes de varios yacimientos de los alrededores de esta pedanía de Orgaz se conserva un número significativo de fragmentos decorativos tallados en mármol. Algunos proceden de Los Hitos, pero una treintena de ellos proviene de diversos yacimientos situados en los alrededores de la villa: el prado de Santa Bárbara, Casalgordo y La Vega. Un fragmento de placa de mármol procedente de La Vega (Maquedano, 2002: 67, nº 66) podría ser el único elemento decorado con seguridad con un motivo cristiano de todo este conjunto si, como pensamos, se puede reconocer en el motivo central parte de la xi de un crismón bajo arco con moldura de contario.

Fig. 49. Los Hitos, Arisgotas, Toledo. Ara pagana reutilizada como altar cristiano (fot. Maquedano).

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Fig. 50. Los Hitos, Arisgotas, Toledo. Tondo gallonado (fot. Maquedano).

Tanto Schlunk como Balmaseda vieron evidente la relación de algunos de estos fragmentos con la decoración de San Pedro de la Mata. Sin duda, es apreciable la similitud entre ambos, con la elección incluso de temas comunes, como se observa en los frisos decorados con roleos que encierran doble tallo rematado en volutas y doble trenza con botón central, presentes tanto en Mata como en Los Hitos y Arisgotas. Los tallos rematados en doble voluta habría que ponerlos en relación con la simplificación de la decoración vegetal de los capiteles corintios que se observa en el arte toledano de la séptima centuria, tanto en los capiteles propiamente dichos (especialmente en los del entorno de la Vega Baja) como en los relieves de nichos y canceles. Otros temas, como el de las series de círculos formando tetrapétalas, tan caro a la escultura decorativa toledana de época visigoda, se repiten igualmente en Los Hitos y Arisgotas. Es un tema que veremos repetido a menudo en la arquitectura siria (Arbeiter, 2000: 256-257), con algún paralelo hispano bien fechado por epigrafía (Gil-González, 1977). Por otra parte, el motivo de doble tallo rematado en un brote u hoja, está presente también en el repertorio de la regia sedes, nuevo indicio de la relación de estas fundaciones del ámbito rural con el arte de la capital del reino. El motivo se puede encontrar en la esquematización de los capiteles corintios y pilastras –tanto en los ejemplares en bulto redondo como en los que aparecen decorando las placas-nicho– antes comentada. Entra

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dentro de lo posible que este tipo de frisos estuviera en relación precisamente con columnas o pilastras de tipo corintio esquematizado (Barroso-Morín, 2007b: nº 1-5 y 280, 285-287, 303-305, 341, 359, 372-374). La situación de Arisgotas, distante apenas dos jornadas de Toledo, en el piedemonte de la sierra de los Yébenes –zona proverbialmente rica en caza mayor–, junto a la vía que comunica Toletum con Corduba, dos de las más importantes ciudades de la península a finales del siglo VII, convertiría a este lugar en un emplazamiento perfecto para un complejo residencial de tipo aristocrático. Algunas noticias transmitidas por las fuentes literarias de la época inciden además en el papel cada vez más trascendente de Córdoba en detrimento de la otrora dinámica ciudad de Emerita. En Corduba aparece refugiado el rey Égica cuando un usurpador se hace con el control de Toledo (L.V. IX 1 21 a. 702; cfr. Cont. Hisp. 62) y fue en esa misma urbe, a instancias de su «senado», donde fue elegido Rodrigo rey de los godos (Cont. Hisp. 68; García Moreno, 1975: 50). Por otra parte debemos reparar una vez más en la reducción del monasterio Deibensis al topónimo de Yébenes propugnada por García Moreno. Julián de Toledo afirma en su biografía de Ildefonso, que este obispo fundó in Deibensi uillula un monasterio para vírgenes sobre una propiedad de su familia. Ildefonso era un godo de noble estirpe, a quien García Moreno supone emparentado con el uir inluster Fonsa (¿abuelo del obispo?) suscriptor del III Concilio de Toledo y quizá también con el comes Toleti Froga, que podría ser su padre (García Moreno, 1974: nº 59 y 61; 2007: 243-245). Lo realmente importante es que el grupo de yacimientos del área de Arisgotas-Casalgordo presenta una serie de características que podrían relacionarse con los entornos de poder del reino: un posible palatium quizá reconvertido para una función religiosa (Los Hitos), un monasterio (cuya iglesia bien pudiera ser San Pedro de la Mata) y unos materiales –entre los que figura una nada desdeñable inscripción métrica– vinculados al arte toledano de la segunda mitad del siglo VII. Precisamente estas menciones a este monasterio Deibense y al monasterio de San Félix quod est Cabensi in uillula dedicatum se entienden dentro de un contexto de reforma de realidades constructivas preexistentes que debieron ser remodeladas para hacer frente a su nueva función (Isla, 2001: 13). 5. Melque.- Situado en San Martín de Montalbán, a poco más de 40 km de Toledo, la iglesia de Melque ha sido objeto de numerosas intervencio-

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nes y estudios dirigidos por L. Caballero, quien llega a distinguir hasta tres fases diferentes en la vida del edificio: una primera de construcción del monasterio e iglesia y una segunda fase de reforma anterior a su abandono y transformación en un poblado islámico. El monasterio se sitúa en las proximidades de una cañada que, en dirección norte-sur, se dirigía desde Ávila a Córdoba, siendo el camino más corto (aunque no el más confortable) para ir desde Toledo a la capital andaluza. El monasterio ocupa una parcela rectangular de unas 25 ha y se encontraba rodeado por una cerca de mampostería que delimitaba las dependencias monásticas. Además, contaba con un complejo sistema de cinco presas supuestamente destinado a embalsar agua, pero más probablemente realizado con el fin de colmatar de tierra algunas zonas del valle y permitir así la puesta en labor de los huertos que necesitaba la comunidad (Figs. 51 y 52).

Fig. 52. Santa María de Melque, San Martín de Montalbán, Toledo. Iglesia y dependencias monásticas (según Caballero).

Fig. 51. Santa María de Melque, San Martín de Montalbán, Toledo. Monasterio (según Caballero).

La iglesia, construida en sillares irregulares de granito, estaba situada en el patio del recinto central, tiene planta cruciforme, con cabecera de testero recto al exterior y en forma de arco de herradura en la cara interna, así como un pórtico a los pies (Figs. 53). Cuenta también con dos habitaciones a los lados, a la altura del recinto anterior al ábside, comunicadas con éste y con los brazos del crucero. En el brazo sur de este último se colocó un arcosolio para alojar el sarcófago de un enterramiento privilegiado, lo que permite inferir que se trata de una iglesia edificada con finalidad funeraria, probablemente destinada a panteón de su promotor. Dada la magnificencia de la obra arquitectónica,

Fig. 53. Santa María de Melque, San Martín de Montalbán, Toledo. Iglesia «Proyecto Regia Sedes Toletana».

parece indudable que éste debió ser algún personaje importante de la ciudad de Toledo. En un momento posterior se añadió otro recinto conformado con nichos ocupando el lado occidental del brazo norte del crucero (Caballero, 2007). En el año 1992 esta iglesia fue objeto de un importante estudio por parte de S. Garen (1992) que estaría llamado a ser polémico. Esta investigadora norteamericana, volviendo sobre una idea expresada a comienzos del siglo XX por el conde de Cedillo (1907) y matizando la opinión de Gómez

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Moreno (1919), consideró que algunos rasgos definitorios de la arquitectura de Melque remitían a la arquitectura omeya de comienzos del siglo VIII y que por tanto, la cronología de esta iglesia debía retrasarse a un momento cercano al año 900. Aunque no parece haber sido esa su intención original, el estudio de Garen fue el detonante de una serie de trabajos que ha venido a socavar los cimientos de la historiografía tradicional sobre el periodo visigodo. El pistoletazo de salida lo dio ese mismo año L. Caballero al publicar un artículo en el que revisaba sus anteriores interpretaciones sobre Melque (1992), reafirmándose poco después en numerosos trabajos (Caballero, 1994; 2000) que le obligaron a remover todo el edificio sobre el que se sustentaba la interpretación tradicional. Como más adelante reconocerá el propio autor, fue la reflexión de Garen lo que le obligó a seguir hasta sus últimas consecuencias la lógica que el planteamiento que esta autora le ofrecía: «…si la escultura decorativa de Melque forma conjunto con otras manifestaciones, es lógico que la iglesia a que pertenecen se empareje a ellas. Y este emparejamiento obliga a todo el contexto conformado: o todo él es visigodo del siglo VII o todo él es ‘mozárabe’ del siglo VIII» (Caballero, 2000: 93). Melque se había convertido en la cabeza de puente de una tesis que pretendía revolucionar todo el planteamiento historiográfico anterior. La contestación a la tesis de Caballero no se hizo esperar (Arbeiter, 2000: 249-263; BarrosoMorín, 2000: 265-278). Ciñéndonos al caso de Melque, ese mismo año A. Arbeiter postulaba para la iglesia toledana que podría tratarse de una construcción del siglo VIII, pero en la que perdurarían todavía la técnica y el arte hispanogodos (algo que, por otro lado, ni Gómez Moreno ni Garen pusieron nunca en entredicho). Para ello, el investigador alemán niega la premisa mayor del planteamiento hecho por Caballero: las peculiaridades observadas en Melque seguirían siendo discordes por mucho que se mueva la cronología del resto de las iglesias consideradas visigodas a un momento posterior a 711. Además, en su contestación a S. Garen, Arbeiter advierte que los elementos señalados por la autora norteamericana como procedentes del pretendido influjo islámico (dintel con arco de descarga, esquinas redondeadas) estaban ya presentes en la arquitectura paleobizantina siria anterior al periodo omeya y de una forma que se asemeja más a lo que encontramos en Melque (Arbeiter, 2000: 251-253). Hay, sin embargo, dos argumentos de tipo histórico utilizados por Garen que pasaron más

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desapercibidos –dado que la contestación se centró en los aspectos artísticos y arquitectónicos– y sobre los que quizá merecería la pena volver. El primero es el de la posibilidad de los cristianos de construir iglesias bajo el dominio islámico (Garen, 1992: 301-305). El segundo, la colocación de un enterramiento en el interior de la iglesia, algo que estaba prohibido por la legislación conciliar (Ibid. 299-300) (Fig. 54).

Fig. 54. Santa María de Melque, San Martín de Montalbán, Toledo. Enterramiento «Proyecto Regia Sedes Toletana».

Que los cristianos llegaron a construir templos durante la dominación islámica es un hecho indiscutible. Ahora bien, esto sucedió de forma excepcional y en modo alguno puede explicar la erección de un templo de la monumentalidad de Melque. La afirmación de que la legislación en pro de la destrucción de los templos recientemente construidos ordenada por Muhammad I (852/853) es un mero reflejo de la del califa Muttawakkil (847-861) no es aceptable porque, incluso en tal caso, lo cierto es que la prohibición fue establecida y los testimonios, bien sean éstos literarios o arqueológicos, en contra de tal afirmación son excepcionales. Ni si-

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quiera pueden alegarse los ejemplos de los cenobios cordobeses de Tábanos y Peña Melaria como se ha defendido desde filas revisionistas (Arce, 1992) pues, como reconoce, con una honradez poco común en nuestra profesión, la propia Garen, las fuentes literarias hablan siempre en este caso de comunidades cenobíticas (coenobium) y significativamente nunca lo hacen de basilica o ecclesia, lo cual debe entenderse dentro del fenómeno de comunidades familiares que abrazan una vida de retiro monacal que ya era conocido en época visigoda (Garen, 1992: 304, nt. 89). Otros ejemplos a menudo traídos a colación, como puede ser el caso de la iglesia rupestre de Bobastro, se enmarcan dentro de un territorio rebelde a la autoridad de los emires cordobeses, lo que invalida su carácter pretendidamente ejemplar. La erección hacia finales del siglo VIII o comienzos del IX de un monasterio de la envergadura de Melque, a escasa distancia de Toledo y en pleno camino hacia Córdoba, es un acto del todo insólito dentro del clima de creciente intolerancia hacia la minoría cristiana, sobre todo teniendo en cuenta que fueron precisamente las comunidades monásticas, como detentadoras de la tradición y cultura godas, las que más sufrieron los embates tanto de islámicos en el sur como de carolingios en el noreste (Barroso-Morín, 2004: 6-65). Otra cuestión a debate es la prohibición de realizar enterramientos en el interior de iglesias que permita explicar la presencia de un arcosolio para enterramiento en el muro sur del transepto. Puesto que el canon 18 del I Concilio bracarense (a. 561) instó a la prohibición de esta práctica (Vives, 1963: 75), Garen interpretó la aparición de este arcosolio como un argumento más a favor de la tesis de una datación en época emiral coincidiendo con un relajamiento de la normativa conciliar (1992: 299300). Sin embargo, sabemos que esta prohibición no siempre se respetó, sobre todo tratándose de personajes ilustres (Orlandis, 1950; Fernández, 1955: 583; Bango, 1992: 94-95 nt. 59). Por citar tan solo dos ejemplos donde se incumplió la norma y referidos a personalidades que ocuparon la sede toledana, sabemos que Eugenio II post lucis mundialis occasum in basilica Sanctae Leocadiae tenet habitatione sepulchrum (Hild. Vir. Illustr. XIII) y su sucesor, Ildefonso de Toledo, fue in ecclesiae beatae Leocadiae tumulatur (Iul. Vit. Hild.). Por todas las razones expuestas, estamos persuadidos de que Melque «sigue» siendo una iglesia visigoda de la segunda mitad del siglo VII. No solo porque los datos arqueológicos apoyan tal cronología (en los niveles de relleno de la pileta se halló

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una moneda de Égica-Witiza acuñada ca. 700 y se encontró también una fuente de las últimas producciones de sigillata de Cartago; tampoco parece justificada la sucesión de pavimentos de opus signinum en un periodo tan corto de tiempo como el propuesto por Caballero) y porque así lo dicta la propia lógica de la coyuntura histórica (que ya en su día llevó a Gómez Moreno a retrasar la fundación del templo hasta el periodo de 862-930 y que obligó a Garen a replantear la posibilidad legal de construir iglesias bajo dominio islámico de forma no muy convincente como hemos dicho), sino porque, como bien argumentó Arbeiter, las pretendidas influencias omeyas pueden explicarse sin problemas a través de la influencia del arte paleobizantino anterior, que a su vez sirvieron de germen al primer arte islámico (Arbeiter, 2000: 253-254). A la hora de valorar ese influjo paleobizantino en la cultura hispanogoda de la segunda mitad del siglo VII hemos de reparar de nuevo en una noticia ofrecida por una bien informada crónica asturiana (Crón. Alfonso III ad Sebastianum, 2) a la que no se le ha hecho, a nuestro modo de ver, justa estimación en lo que se refiere a su relación con el tema que aquí se trata. Nos referimos a la noticia de la llegada a la corte visigoda de Chindasvinto de un noble de origen griego. La llegada de Ardabasto, sin duda acompañado de un séquito notable, debió suponer –al estilo de la llegada de Ziryab a la corte omeya de Abd al-Rahman II– un nuevo hito en la recepción de las influencias culturales y artísticas paleobizantinas en la corte toledana. Para calibrar la verdadera importancia de esta noticia cabe recordar que, tras quedar emparentado con Chindasvinto, su hijo Ervigio llegaría a ser entronizado en el solio toledano (Barroso-Morín, 2000: 289-290). Como no podía ser de otra manera, la ornamentación conservada procedente de Melque apunta también hacia una cronología visigoda dada la similitud con respecto a las piezas toledanas de la séptima centuria (Gómez Moreno, 1919: 26). El conjunto de piezas decoradas de Melque es ciertamente reducido, hasta el punto que el desconocimiento del mismo fue una de las razones que motivaron las dudas acerca del visigotismo de la iglesia y su inclusión en el catálogo de edificios mozárabes, ya que se procedió a su comparación con otros ejemplos como San Pedro de la Nave o Quintanilla de las Viñas que por aquel entonces se consideraban paradigmas de la arquitectura del siglo VII. Sin embargo, el progresivo conocimiento de parte de la decoración de la iglesia permite revisar de nuevo este postulado. Después de las intervenciones en la iglesia, se conserva una barrotera

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de cancel decorada con una cruz y tallos palmiformes y otra con red de cuadrifolias, así como otros restos decorados con cruces, redes de círculos formando tetrafolias, una placa avenerada y algunos fragmentos de relieves con marcos perlados. Un conjunto bastante pobre teniendo en cuenta la entidad de la construcción, si bien explicable por la prolongada ocupación del mismo en época islámica (Balmaseda, 2006a: 296), así como por el protagonismo que adquirió aquí la decoración estucada. Dejando aparte los elementos decorados con filas de círculos imbricados, comunes en el arte toledano del siglo VII, es interesante señalar que la decoración de la barrotera de cancel admite comparación con la que presenta una de las caras de la pilastra de la Fábrica de Armas de Toledo (Barroso-Morín, 2007b: nº 261). También las trenzas de doble tallo encerrando rosetas con botón central se hallan presentes en el catálogo de la ciudad (Ibid. nº 432-433). Otro tanto cabe decir de las trifolias alargadas de una de las columnillas de Melque cuyo paralelo se puede ver en una pieza conservada en el Museo de los Concilios y recuerda a otra, reutilizada como quicialera, del convento de Santo Domingo (Ibid. nº 267 y 240). En cierto modo pueden parangonarse con otros ejemplares toledanos de barroteras de cancel decorados con este mismo motivo en forma seriada (Ibid. nº 49-50). Las decoraciones de trenzado encerrando círculos rellenos con perlas probablemente deriven de motivos más elaborados, a base de roleos que encierran medallones rellenos de perlas, presentes también en el arte toledano (Ibid. nº 224-226), así como en la ventana del ábside de San Juan de Baños, fundación cuyo arte tradicionalmente se relaciona con el de la capital goda (Schlunk-Hauschild, 1978: Fig. 117). El friso de molduras rectas se documenta también en Toledo (Barroso-Morín, 2007b: nº 212) y, en forma con cierta semejanza a lo que se observa en Melque, aparece también en las iglesias núm. 1, 32 y 33 de Binbirkilise (Krautheimer, 1981: Fig. 125-127). Caso diferente es el de la decoración en estuco. Aparte de algunos fragmentos documentados en Cabeza de Griego no bien estudiados, el caso de Melque parece ser del todo singular dentro del arte hispano del siglo VII. Se conocen decoraciones al estuco en el área sirio-palestina (gran mezquita de Damasco) que entran dentro de la tradición paleobizantina. No obstante, la tradición de la decoración de estuco no era del todo desconocida en el occidente latino mediado el siglo VI como demuestran los intradoses de las arcadas de San Vital de Rávena y de la basílica eufrasiana de Parenzo

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(Poreč), iglesia que muestra reflejos de la arquitectura siria del momento (Krautheimer, 1981: 321327; Arbeiter-Noack-Haley, 1999: 89-94). En fin, todo este conjunto de elementos decorativos apunta a un marco cronológico de finales del siglo VII o todo lo más primera mitad del siglo VIII. Por lo demás, su implantación en la zona previa a los Montes de Toledo, en un sector en el que no existen evidencias de poblamiento aldeano, al menos con la misma intensidad que se documenta en el valle del Tajo o en las campiñas de La Sagra, muestra que nos encontramos ante una realidad distinta de la iglesia rural que se desarrolla en relación con una determinada población preexistente. La aparición tardía de estos complejos levantados de nueva planta en lugares relativamente aislados por voluntad de personajes concretos, como parece indicar el enterramiento fundacional localizado en el arcosolio de Santa María de Melque, pone de manifiesto que su finalidad no es la de convertirse en el centro de ningún poblamiento previo, sino la de generar nuevas rentas mediante la explotación de zonas que hasta entonces se habían mantenido al margen de los modelos de aprovechamiento del suelo más generalizados. Una situación directamente relacionada con el auge de la ganadería y con el establecimiento de nuevas redes de cañadas que permitieron el crecimiento de la trashumancia, convertida a lo largo del siglo VII en una de las fuentes de financiación que explica el éxito obtenido por las élites del reino visigodo. V CONCLUSIONES. Del estudio del registro arqueológico documentado en la provincia de Toledo entre los siglos V y VIII, se desprende que nos encontramos ante un territorio activo, perfectamente articulado, en el que se produjeron importantes cambios e innovaciones que no pueden explicarse como el resultado de una mera transición entre el modelo tardorromano y el islámico. En concreto, en el entorno de la capital se documenta la aparición de un modelo similar al que se conoce en otras zonas del interior de la Península Ibérica, aunque también adquiere rasgos específicos que son producto de su relación con la urbs regia. El inicio de los cambios comienza con la desestructuración del modelo tardorromano, que en sus diferentes categorías de poblamiento parece quedar definitivamente obsoleto. Sobre él se superpone un modelo completamente nuevo, basado en la aldea que empieza a estar presente en la Meseta desde fi-

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nales del siglo V. Con él se impone una visión del territorio y de su explotación completamente opuesta a la anterior. Se trata de un tipo de asentamiento que parece hundir sus raíces en las tradiciones germanas aunque no sea exclusivo de estas gentes. Su importancia radica en que en pocos años acabó convirtiéndose en la célula que permitió la articulación del territorio que todavía dependía y se gestionaba desde la ciudad, independientemente del mayor o menor grado de autonomía alcanzada por la población campesina. Su evolución iba a propiciar un crecimiento de las desigualdades internas del grupo, en principio inexistentes, que darían lugar a la presencia de notables locales que dejarán su huella en algunas residencias que se fechan en momentos avanzados de la vida de estas poblaciones. A estos cambios, fruto de la jerarquización sufrida por estas comunidades desde el interior, habrá que sumar los que se producen como consecuencia de las actuaciones que iban a promover las élites laicas y eclesiásticas desde el exterior con el fin de afirmar su control sobre estas poblaciones. La manera elegida por unos y otros para hacerse presentes e incrementar su dominio sobre las comunidades rurales será la construcción de diferentes arquitecturas de prestigio que acabaron convirtiéndose en los centros simbólicos de cada grupo de vida, sustituyendo a los espacios comunitarios de carácter funerario que hasta entonces les habían definido. Éstas tomaron como modelo las corrientes artísticas que todavía eran comunes en la cuenca del Mediterráneo y son las responsables de la aparición de los numerosos elementos arquitectónicos decorativos que estamos documentando, que se convierten en los mejores indicadores para mostrar la profundidad de los cambios que se produjeron en la sociedad rural del reino visigodo de Toledo a lo largo del siglo VII. La importancia de la monarquía, del obispado toledano y de las élites con ellos relacionadas, permite explicar el auge que experimenta la arquitectura de prestigio en el entorno de la capital, primero con la construcción de iglesias rurales y luego, en fechas algo más tardías, mediante la fundación de grandes monasterios y villas áulicas que se convirtieron en el arquetipo del paisaje de un territorio cortesano en la Alta Edad Media. El estudio de estos complejos en su mayor parte identificados como monasterios, muestra la importancia que alcanzaron en relación con el resto de los hallazgos producidos hasta ahora y la existencia de diferentes modelos de intervención de las élites en el territorio de Toledo. La concentración de este conjunto de arquitecturas de prestigio, religiosas o

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laicas, en un espacio concreto comprendido entre la antigua capital y los montes que llevan su nombre, ha llamado la atención de algunos investigadores con anterioridad (Fuentes, 2006: 237-250). Su destacada presencia debe relacionarse necesariamente con el desarrollo de la capitalidad toledana que permitió la construcción de una auténtica urbs regia y la articulación de un paisaje tan excepcional como pudo ser el de la propia ciudad (Valverde, 2000: 184-189; Martín, 2003: 205-261). La figura más característica de este sistema «toledano» es el monasterio, elemento que parece alcanzar su máximo desarrollo en momentos avanzados del siglo VII con modelos muy diferentes de los desarrollados en los cenobios más antiguos (Tejera, 2007). Éste aparece en ocasiones directamente relacionado con lo que podrían ser complejos palaciales o villulas de las que nos hablan las fuentes, configurando un modelo cultural y territorial que será imitado en diferentes momentos y ámbitos (Díaz, 2007). Es el caso como decíamos del palacio de Plá de Nadal y sobre todo de los complejos que promovieron las monarquías altomedievales del Norte de la Península Ibérica en lugares tan emblemáticos como Oviedo. Precisamente, la presencia del monasterio como factor de articulación del territorio es un claro antecedente de las repoblaciones monásticas efectuadas por la corte asturleonesa durante los siglos IX al XI, con la diferencia de que las antiguas construcciones de prestigio que les sirvieron de referencia no fueron aquí tanto las villae tardorromanas (con la excepción, por supuesto, de Veranes) como los antiguos monasterios visigodos. BIBLIOGRAFÍA ALBA, M. 2004: «Apuntes sobre el urbanismo y la vivienda de la ciudad islámica de Mérida», Mérida. Excavaciones arqueológicas 7, 417438. ARBEITER, A. 1994: «Die Aufänge der Quaderarchitektur im westgotenzeitlichen Hispanien», Innovation in der Spätantike, 11-44. ARBEITER, A. 2000: «Alegato por la riqueza del inventario monumental hispanovisigodo», L. CABALLERO y P. MATEOS (eds.), Visigodos y Omeyas. Un debate entre la Antigüedad tardía y la alta Edad Media, Anejos de AEspA XXIII, Madrid, 249-263. ARBEITER, A. y NOACK-HALEY, S. 1999: Christliche Denkmäler des frühen Mittelalters vom 8. bis ins 11. Jahrhunder, Mainz am Rhein.

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SANTIAGO MACIAS (Investigador do Programa Ciência 2008 da FCT - Universidade de Coimbra - CEAUCP/CAM) MARIA DA CONCEIÇÃO LOPES (Professora da Universidade de Coimbra – CEAUCP/CAM)

INTRODUÇÃO O território de Beja estendia-se por uma grande parte do actual Baixo Alentejo e prolongava-se mesmo para leste da actual fronteira portuguesa, até aos Picos de Aroche e à Sierra Morena.1 A antiga cidade de Pax Iulia manteve intacto (de forma nítida no século VIII, de modo mais mitigado até ao advento do califado) um poder e uma capacidade de polarização que embora se ateste bem evidente desde o início do periodo imperial é comprovadamente anterior à chegada dos romanos. Por esse motivo as fronteiras do Conventus Pacensis se mantêm durante muito tempo, havendo a registar pequenas alterações no limite norte (Fig. 1). A perduração da ideia dos limites conventuais levou, por exemplo, a que em meados do século X se dissesse explicitamente que «en seu termho jaz hûa villa que os antigos chamavam Ebris e ora he chamada Evora, com seus termhos».2 Embora David Lopes sugira, a partir da interpretação que fez de al-Razi, a inclusão do Algarve no território de Beja, tal ideia só poderá ser tomada à luz da presunção de uma continuidade entre os limites conventuais e a kura de Beja, que não tem efectiva correspondência histórica.3 A memória da Lusitânia permaneceu como um reflexo no tempo. O persistente prestígio da cidade levou a que, até ao periodo califal, se mencionasse Beja como cidade importante, utilizada como ponto de referência no território. Isso é, em particular, visível nos textos de carácter geográfico. Não foi certamente por acaso que o autor oriental al1 Torres, 1992b: 369. 2 Al-Razi in Cintra, 1954: 65. 3 V. Lopes, 1911: 46. A mesma ideia está presente num autor

do século XIV, Ibn Fadl Allah al-Umari, que talvez tenha servido de inspiração a David Lopes – Fagnan, 1924: 84.

Muqaddasi na descrição que fez do Ocidente Muçulmano (segunda metade do século X) referiu no ocidente apenas Santarém, Beja e Ossonoba.4 Do mesmo modo, al-Bakrı, no Kitab al-masalik wa l-mamalik (século XI), mencionou, a sul do Tejo, somente as cidades de Beja e Ossonoba.5 Diferente lógica patenteia o texto de al-Idrisi, que apresenta três divisões no ocidente peninsular: a de Santa Maria, Silves e Mértola; a de Qasr Abi Danis, com Évora, Badajoz e Mérida; a de Balata, com Lisboa e Santarém. Estas divisões coincidiam quase completamente, como fez notar David Lopes, com o território da Lusitânia, incluindo o seu prolongamento para oriente.6 O POVOAMENTO NO TERRITÓRIO DE BEJA É verdade que a arqueologia ilumina ainda hoje de forma insuficiente a evolução do Conventus Pacensis ao longo da Antiguidade Tardia. Os materiais são escassos e reportam-se, no caso das peças de arquitectura, quase sempre ao contexto religioso. Pode dizer-se sem grande exagero que as escavações referentes a este periodo se limitaram às villæ, às basílicas e às estruturas associadas à élite romana. 7 Devemos acrescentar as necrópoles, apesar da insuficiência de trabalhos sistemáticos no sudoeste peninsular.

4 Al-Muqaddasi, 1950: 11. Esse mesmo autor marca várias distâncias a partir de Beja, designadamente em direcção a Coria, Niebla e Carmona, o que dá a ideia de ser um ponto central ou, pelo menos, de alguma importância a nível regional - al-Muqaddasi, 1950: 47. 5 al-Bakri, 1982: 18. 6 Lopes, 1911: 53-54. Ver a breve descrição em al-Idrisi, 1969: 211. 7 Boone, 2001: 115.

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Fig. 1. O Conventus Pacensis e o território de Beja.

Quando olhamos o mapa de distribuição dos vestígios arqueológicos surgidos a sul do Tejo não podemos deixar de notar duas linhas de força: O carácter urbano desses achados, o que parece contrariar a perspectiva radical de uma ruralização da sociedade; A importância das vias de comunicação nos circuitos de produção e de distribuição; Em relação ao primero aspecto chame-se a atenção para os vestígios de Beja, Mértola ou Sines, que atestam uma continuidade de ocupação dos respectivos espaços urbanos e/ou periurbanos. É difícil saber com rigor se era a área intra-muros herdada do mundo romano que era ocupada ou se uma parte da população habitaria perto dos povoados, naquilo que restava das villæ ou em zonas apalaçadas semelhantes às munyas do mundo islâmico. Pode assinalar-se que dos cerca de 200 fragmentos de decoração arquitectónica registados no território de Beja quase 72% pertencem aquelas três sítios urbanos.

Quanto ao segundo, sublinhe-se a ligação entre os principais espaços, urbanos ou rurais, da Antiguidade Tardia, e as grandes vias de comunicação. Uma delas ligava a foz do Sado a Mérida, cruzando o Alto Alentejo e passando por Évora; outra punha em contacto o litoral alentejano e a Bética, através de Beja. Um antigo caminho assegurava, no sentido nortesul, o contacto entre Évora, Beja e Mértola (Fig. 2). Era esta cidade portuária que, através do rio Guadiana, estabelecia o contacto com o mar Mediterrâneo. A importância dos meios urbanos é uma constante e marca a geografia do território. A cidade de Beja herda um importante legado da época romana, sendo constantes, ao longo dos séculos VI e VII, as referências ao seu bispado, abundando no espaço intra-muros os elementos arquitectónicos que desmentem qualquer declínio (Fig. 3). Registe-se, porém, que algumas das peças apareceram nas imediações da cidade de Beja. Este facto, porém, deve entender-se como a manutenção de um processo de continuidade do funcionamento da cidade . Na rea-

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Fig. 2. O território de Beja – limites e vias.

lidade, em época romana, o núcleo urbano continuava-se pelas villae localizadas «à sombra» das muralhas nas quais a estatuária, por exemplo, apresentava um carácter monumental mais próprio das arquitecturas públicas urbanas do que das estruturas privadas e domésticas. A tradição da cidade enquanto centro importante e lugar de difusão do conhecimento continuou na época islâmica: uma élite religiosa de ulemas de origem local assegurará uma prestigiosa transmissão de saberes.8 Sines, por seu turno, apresenta um importante conjunto de materiais da Alta Idade Média, a ponto de justificar, já em pleno periodo islâmico, uma descrição um pouco mais detalhada de al-Himyari, que refere explicitamente os monumentos herdados, segundo a tradição, do tempo de «Diocleciano», mas que sabemos, pelo espólio conservado

8

Marín, 2001.

no Museu Municipal, serem oriundos de uma grande basílica em uso entre, pelo menos, os séculos V e VIII. Permanecem na penumbra as razões da presença de um tal edifício, mas as condições do porto local – um dos raros pontos de abrigo na costa ocidental a sul do Sado – terão construído e reforçado lendas como a do misterioso S. Torpes, cujas relíquias teriam chegado por mar. Ainda no século XVIII se celebrava a grandeza da sua basílica, nem mais nem menos que «a primeira da Europa e a segunda da Cristandade». Quanto a Mértola conhece na Antiguidade Tardia um momento de particular fulgor, que pode ser associado à apropriação do rendimento das minas do seu território pela burguesia local. As construções com que a cidade se renova ao longo dos séculos V e VI (muralhas, basílicas, baptistério) são bem testemunho de uma capacidade de investimento sem precedentes. A urbe assume nessa época o papel de um sítio distante, de difícil acesso e que é escolhido como

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Fig. 4. Mértola – vista aérea.

Fig. 3. Fragmento arquitectónico – séc. VII.

local de refúgio («le comte Censorius, qui aurait été chargé d’une mission auprès des Suèves, au retour, fut cerné par Réchila à Mértola et dut se rendre» – 440 d.C.9). Essa característica de fortaleza de rectaguarda é-nos confirmada pelos fontes árabes em mais duas ocasiões: quando Ibn al-Jawwad ali se fortifica no século IX e na altura em Ibn Qasi escolhe Mértola como local de refúgio em meados do século XII. São também esse isolamento face ao interior da kura, as excepcionais condições de defesa do sítio (Fig. 4) e a abertura às rotas mediterrânicas que justificam a excepcionalidade do espólio de Mértola (mosaicos bizantinos, cerâmicas tunisinas etc.). Mesmo sítios de menor importância, como Moura e Serpa constituiram pequenas zonas «palatinas» dos respectivos povoados em época romana. A concentração de materiais de construção de sofisticada feitura (frisos, capitéis, impostas etc) aponta para a existência nesses espaços de um con-

junto de edifícios ligados ao aparelho do poder. A persistência de ocupação dos sítios – e de uma ocupação certamente importante – entre os séculos V e VIII está perfeitamente atestada pela presença de fragmentos arquitectónicos recolhidos quase sempre de forma descontextualizada.10 Estas peças, pertencentes a tipologias bem conhecidas em todo o Sudoeste Peninsular,11 demonstram também a manutenção de uma intensa rede de contactos ao nível regional ao longo de toda a Alta Idade Média. No Castro da Cola a situação é idêntica e pode ser testemunhada pelos materiais dos séculos VIII-IX ali recolhidos.12 Mesmo um sítio como Noudar apresenta, a despeito do seu isolamento geográfico, elementos ligados a um possível sítio religioso. O fragmento de imposta ali recolhido, datável dos séculos V-VI, confirma a continuidade de ocupação do sítio.13 Se foi assim ao longo dos séculos VI/VII num sítio tão remoto dificilmente parece admissível qualquer tipo de abandono destes povoados com o início da islamização. Não se estranha, assim, que os principais vestígios sejam os de antigos locais de culto como a hipotética basílica de Sines14 (que pertence ao povoado hoje identificado com a Marsa Hasim das fontes islâmicas15), a de Mértola,16 a igrejinha de Vera Cruz de Marmelar17 ou a importante colecção

10 Macias, 1990: 85-92. 11 Para o estabelecimento de paralelos para os materiais ar9 Idácio, 1974a: 137. Segundo a explicação de Alain Tranoy, “Censorius, après avoir négocié avec les Suèves, pensait donc rejoindre les forces d’ Andevotus qui venaneint de se faire écraser par Réchila. Mais Réchila, installé à Mérida, put contrôler les régions proches et dut envoyer des détachements pour s’ assurer le soutien des cités reliées à Mérida par les principaux axes routiers: ainsi s’ explique la capture de Censorius à Mértola” (Idácio, 1974b: 77-78).

quitectónicos da Alta Idade Média é de indispensável consulta Villalón, 1985. 12 Correia, 1993: 50 e 59. 13 Rego, 2003. 14 Almeida, 1968-1970: 17-29. 15 Torres, 1992b: 391-392. 16 Macias 1993a: 31-62. 17 Almeida, 1954.

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recolhida em Beja ou nos seus arredores.18 Outras peças identificadas, de modo mais fortuito, confirmam a ocupação na Antiguidade Tardia de sítios como Moura,19 Serpa20 ou Noudar,21 estando ainda por definir em que termos se processou a permanência no conjunto do território. A importância costeira da Antiguidade Tardia no sul ganha uma expressão evidente quando olhamos a mancha de difusão das cerâmicas de origem africana ou oriental (em particular a terra sigillata clara D ou a Late Roman C). Destacam-se, no Algarve, quatro sítios do litoral: Torre de Ares, Marim, Loulé Velho e Cerro da Vila. Na costa alentejana, a importância da basílica de Sines e a ocupação tardia de Miróbriga reflectem-se nos achados da Ilha do Pessegueiro e da Courela dos Chãos, perto de Sines. Tróia, na foz do Sado, conhece importantes modificações ao longo dos séculos V e VI, mas o carácter parcelar dos trabalhos ali empreendidos não permite ainda uma leitura global do sítio. A polaridade de Beja e o papel das vias torna-se, mais uma vez, evidente quando registamos os locais onde se recolheram cerâmicas: para além da cidade portuária de Mértola (e no Montinho das Laranjeiras, a caminho de Mértola), estão presentes em Beja e nas importantes villæ de S. Cucufate, do Monte da Cegonha, da Cidade das Rosas e da Horta de D. Maria, na Torre da Cardeira, no Monte dos Alfares, nas Represas e em tantas outras villae ou seja, em volta do velho caminho romano MértolaSerpa-Beja. Uma parte substancial destas cerâmicas têm origem na zona da actual Tunísia e foram produzidas entre os séculos I e V da nossa era. Peças mais tardias foram registadas, em algumas villae das quais se releva o Monte da Cegonha, onde se recolheram ânforas africanas de que se destacam a Africana XXXVB e a Late Roman Amphora 1 tipo B, esta última de produção, muito provável, no Mediterrâneo Oriental datada entre o século V e VII,22 e, por exemplo, no Teatro Romano de Lisboa, onde se recolheram restos de ânforas produzidas nas costas norte e sul da Turquia, em Rodes e em Chipre, entre o século V e inícios do VII.23 Nos campos de Beja há lacunas a preencher. O estudo da continuidade da ocupação das villæ até

18 Correia, 1993. 19 Macias, 1990: figs. 33, 35, 36, 37 e 38. 20 Cerâmicas dos séculos VI-VII depositadas no Museu Ar-

queológico de Serpa. 21 Rego, 1994: 43 e fig. 5. 22 Lopes, 2006. 23 Diogo, 2000b: 164.

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ao periodo islâmico é um dos tópicos sobre o qual as maiores dúvidas persistem. Nas regiões do Sul, a maior parte de antigas villæ continuam a ser habitadas pelo menos até ao século XI, embora com uma dinâmica funcional bem diferente. Embora a importância mantida por cidades como Beja ao longo de toda a Idade Média seja um facto incontestado, a isso não corresponde um conjunto significativo de edifícios da mesma época. Numa perspectiva quase «ecológica» a reciclagem dos imóveis e dos materiais herdados do mundo romano foi norma. Refaz-se e reutiliza-se mas, ao contrário de épocas anteriores, é raro que se construa de raíz. A mesma observação se pode fazer para o seu espaço rural, onde as grandes explorações são retomadas, mas de acordo com modelos de utilização mais modestos que anteriormente. Em Beja «a mancha semi-vazia nas proximidades imediatas do núcleo urbano (um raio de c. 3,5 km) deverá retratar com grande aproximação a realidade. A prospecção intensiva do terreno apenas nos permitiu identificar um pequeno sítio em Fonte de Figueira 2».24 Em volta da cidade nunca terá existido uma malha tão densa como na área de S. Cucufate, em torno da Cidade das Rosas – Serpa, nas imediações do Monte da Cegonha – Vidigueira ou da Corte Negra.25 A cronologia das villae em torno de Beja obedece a um padrão comum: datam de finais do século I a.C. ou inícios do século I d.C. e são, quase todas, ocupadas até meados do século V. Algumas dessas villae viram a sua ocupação prolongada até à época islâmica – Pisões, Apolinárias, Romeirã, Carrascozinha, Monte da Cegonha, Paço do Conde e Marianas 2 integram esse grupo.26 Não parece ter havido um modelo de ocupação único: a continuidade de ocupação das villae não está relacionada com a sua distância em relação à cidade (surgem indistintamente em sítios distantes ou próximos), nem com a dimensão das villae (há unidades de grande dimensão, como Pisões, que continuaram a ter vida própria,27 do mesmo modo que sítios mais pequenos como o Monte da Cegonha conheceram uma utilização intensa – Fig. 5). Não se trata, contudo, de um modelo único e que possamos tomar como padrão a aplicar a todo

24 25 26

Lopes, 2000: 218. Lopes, 2000: 218. Lopes, 2000: 246. Para o Monte da Cegonha ver Lopes, 1994: 499 e para o Monte do Paço do Conde ver Mestre, 1986: 228. 27 Para S. Cucufate subsistem dúvidas – sublinhe-se, contudo o achado de fragmentos de corda-seca.

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o território. Constata-se também que idênticos fenómenos de continuidade entre os periodos romano e islâmico se verificaram em regiões mais a sul, como o comprovam a evolução sofrida em sítios tão importantes como Montinho das Laranjeiras (Alcoutim-Faro),28 Milreu (Faro)29 e Cerro da Vila (Loulé-Faro).30 Os terrenos agrestes da serra algarvia parecem ter conhecido também uma evidente fase de transição, embora a sua dinâmica seja moldada por circunstâncias diversas.31 Nas villae de maiores dimensões a regra comum é a da contracção e reestruturação da área ocupada na pars urbana, que embora não tenha conhecido uma efectiva recuperação não foi também abandonada. É verdade que houve mutações de funções, mas tais áreas permaneceram habitadas, ainda que com evidentes condicionantes ou novas formas de entender os espaços e, sobretudo, uma forma nova de exploração da propriedade. As áreas outrora existentes são repensadas e criados novos compartimentos, de dimensões mais modestas (ou, pura e simplesmente alteradas as funções dos que aí existiam), o que a arqueologia se encarregou de demonstrar em sítios como o Montinho das Laranjeiras,32 o Cerro da Vila33 ou o Monte da Cegonha.34 Não se trata de uma reocupação do espaço no sentido de serem retomados os edifícios tal como tinham existido no Baixo Império e de cumprirem as funções que antes desempenhavam. Quem reocupa os espaços serão, com frequência, simples camponeses e não os senhores de outrora. Quem ali passa a viver já não tinha sequer memória das funções da villa ou da forma como ela se organizava. Mais importante que os espaços habitacionais em si eram as estruturas económicas do que restava da villa e por isso são criados novos compartimentos no interior dos antigos edifícios. São pequenas casas, frequentemente construídas com pedra solta, das quais nos chegaram apenas ténues vestígios. É, sem excepção, uma ocupação mais pobre de parte do que ficara de pé ou do que se reaproveitara, e que se restringe ainda mais em época islâmica, a ponto dos testemunhos desses periodos se circunscreverem, quase sempre, a silos ou fossas de saneamento.35

28 Coutinho, 1993: 39. 29 Teichner, 1995: 97. 30 Matos, 1983: 377; Matos, 1986: 149. 31 Catarino, 1997-1998: 548-549 e 852-853. 32 Maciel, 1996: 99; Maciel, 1999a: 8. 33 Matos, 1983. 34 Alfenim, 1995: 391. 35 Matos, 1991: 429; Lopes, 1994: 489-490, 499

e fig. 1.

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Fig. 5. Monte da Cegonha – a basílica construída no interior da villa.

No caso de S. Cucufate, parece bastante possível que a população rural se tenha mantido no local e que a mudança de quadro político não tenha levado a qualquer migração. O sítio não forneceu qualquer fragmento de cerâmica suevo-visigótica,36 propondo-se como data possível para o seu abandono (não definitivo) uma data pouco posterior a 450 d.C.37 A ocupação de S. Cucufae está, contudo, atestada em época califal. Do ponto de vista religioso há também importantes modificações. Os antigos santuários pagãos das villae foram cristianizados, criando-se à sua volta pequenas zonas mortuárias ou mudando-se para aí as áreas de inumação anteriormente situadas noutros terrenos. Em sítios como Torre de Palma (Monforte-Évora),38 S. Cucufate39 ou Milreu40 esse espaço religioso anterior já existia e tinha uma certa dimensão, bastando apenas trabalhos de adaptação. Noutros locais, como o Montinho das Laranjeiras, que perde, em grande parte, funções habitacionis, que dão lugar a outras, religiosas e funerárias, a intervenção arqueológica mostrou que a nova zona religiosa se veio impôr, de modo claro, às estruturas anteriores41 (Fig. 6). Desconhece-se ainda o modo como estas zonas evoluiram ao longo do periodo islâmico, se continuaram a ser ocupadas por populações autóctones islamizadas, se o culto cristão se manteve ou se, a partir do século VIII, se assistiu a uma nova mutação de espaços e

36 Alarcão, 1990: 265 e 268. 37 Alarcão, 1995: 383. 38 Maloney, 1995: 392. 39 Alarcão, 1990: 259; J. Alarcão, 1995: 383-387. 40 Maciel, 1996: 91-100; Maciel, 1999b: 269-270. 41 Maciel, 1996: 91-100; Maciel, 1999b: 269-270.

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das respectivas funções. Para S. Cucufate propõese a edificação da igreja monástica em época visigótica ou, inclusivamente, islâmica.42

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No caso de Milreu especula-se ainda com a possibilidade da transformação (ou utilização temporária) da igreja paleocristã em mesquita.43 Essa

Fig. 6. Montinho das Laranjeiras (seg. Coutinho) – o desenho de Estácio da Veiga e a proposta de releitura do local.

42 Alarcão,

1995: 385.

43

Boissellier, 1999: 189.

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ideia é sustentada pela presença de inscrições corânicas em diversas colunas da antiga villa,44 (Fig. 7) embora o carácter destas aponte antes para uma utilização funerária deste espaço, com limite cro-

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nológico, evidenciado pela cerâmica, no século X.45

Dificilmente se pode resumir o processo de utilização das villae ao esquema, um pouco mecanicista e redutor: ocupação até ao século V / abandono da pars urbana e mutação das funções desta ao longo da Alta Idade Média / continuidade de ocupação ao longo do periodo islâmico / abandono no século XI. É um modelo que se tem constatado nas maiores villae do território, mas que não se aplica a todo o tipo de explorações agrícolas romanas,46 nem pode ser estendido a todos os sistemas de povoamento. No que se refere à islamização dos campos, a continuidade é inegável, tanto pela informação fornecida por alguns achados arqueológicos, infelizmente demasiado dispersos como pelos testemunhos escritos, onde se salienta a atribuição de terras ao jund, um pouco antes de meados do século VIII. Não se pode, contudo, postular uma continuidade em termos globais. Só alguns sítios parecem, comprovadamente, ter conhecido ocupação permanente. Noutros constata-se um efectivo abandono após o periodo romano. Mais evidente nos parece o abandono de todos estes sítios durante os séculos XII e XIII. Não se tratará do seu abandono enquanto locais de trabalho e de produção (pelo menos no que reporta aos sítios mais próximos dos aglomerados urbanos) mas sim de um efectivo e definitivo esquecimento a que foram votados enquanto habitat. O Monte da Cegonha, comprovadamente, só foi abandonado após a conquista de Beja, poucos anos antes da entrega de S, Cucufate aos frades de S. Vicente de Fora. Manifestamente, o repovoamento e a reocupação de algumas villae, eventualmente até por «gente de fora», como em S. Cucufate já nada tem que ver com o processo anterior de reconstituição progressiva dos espaços de habitação e das estruturas económicas em que se sustentavam. AS MINAS NO TERRITÓRIO PACENSE: EXPLORAÇÃO DE UM RECURSO INTEMPORAL Para além de uma agricultura com fortes raízes na região e que justificou um denso povoamento de villæ na época romana foi nos metais que a região

Fig. 7. Milreu – inscrições em árabe numa colun (seg. Sidarus e Teichner). 44

Sidarus, 1997: 183 e 185.

45 46

Teichner, 1995: 97; Sidarus, 1997: 183 e 185. Comparem-se as diferentes densidades no concelho de Serpa – Lopes, 1997: cartas 2 e 3.

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do Baixo Alentejo encontrou um dos seus principais recursos e uma fama que tocou ainda o periodo islâmico.47 Diziam os poetas da Antiguidade que o Sol, ao pôr-se a Ocidente, mergulhava em torrentes de ouro líquido, causando aquelas incandescências de final do dia. A riqueza metalífera da Ibéria era, porém, mais forte que o mito. Sabemos hoje que nas mais inóspitas serranias do Baixo Alentejo interior se exploraram, durante muitos séculos, importantes filões de minério.48 Estes afloramentos metálicos perdiam os minérios ferrosos por efeitos de oxidação natural e ofereciam em estado puro os metais preciosos que eram colhidos com grande facilidade e sem grande revolvimento de terras. O rápido esgotamento destas bolsas de metais nobre concorreu, segundo se pensa, para o povoamento pré-histórico precário e disperso característico da região serrana do Baixo Alentejo. Pequenos grupos humanos, impulsionados por um mercado cujo centro de exportação deve ter sido, graças à sua posição, o porto interior de Mértola, dedicaram-se a trabalhos de mineração e metalurgia, que serviam de complemento à sua economia pastoril de subsistência. À cidade do Guadiana, ponto de partida das mais importantes vias terrestres para o interior, chegaram os primeiros comerciantes e soldados vindos do Mediterrâneo. 49 A pobreza dos solos e a medíocre romanização do território de Mértola foram contrabalançadas pelo papel que Mértola assumiu de cidade-armazém das minas de S. Domingos e de Aljustrel. É a essa característica, bem como ao seu papel de porto fluvial, que se deve a composição social da cidade na época romana. A julgar pela epigrafia conservada, os liberti e os imigrantes parecem ter sido numerosos, e dois de entre eles indicam claramente a sua origem itálica e africana. Não sabemos em que medida a élite de Mértola explorava as minas da região explorava as minas da região, problema para o qual a epigrafia não traz grande contributo.50 Em toda esta região, apenas S. Domingos e Aljustrel estiveram dependentes de um poder centralizador externo, tendo funcionado somente

47

Nos séculos XI e XII fazia-se referência, no comércio entre o Mediterrâneo Oriental e Ocidental, ao cobre e ao chumbo, mas sobretudo à prata, metais abundantes em Espanha mas raros no Egipto – Goitein, 1973: 26 e 52-54. 48 Ver a densidade do povoamento nesta zona de montanha em Silva, 1998: figs. 250 e 264. 49 Torres, 1992b: 388-389. 50 Alarcão, 1985: 102.

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enquanto os exércitos do Império Romano puderam alimentar as suas máquinas administrativas, vigiar os processos de extracção e controlar os percursos de escoamento. Os castella poderão ter feito parte de um programa oficial de colonização, representando um dos mais antigos programas de distribuição de terras a colonos vindos de fora, cujas formas de exploração têm sido estudadas com detalhe desde o século passado e sobre os quais se produziu extensa bibliografia.51 O fim da intervenção romana, traduzida no abandonado das complexas instalações de escoamento de água e as grandes lavras do mundo romano marca uma nova etapa na exploração das minas. As grandes explorações imperiais dão lugar a outras de menor dimensão, por vezes de carácter apenas residual. Estas actividades mineiras terão ficado sob o controle de comunidades locais, facto que justifica o programa de construções levado a cabo em Mértola ao longo dos séculos V e VI. A actividade complementar das comunidades autóctones de camponeses-pastores, embora já residual em época islâmica, pode ter sido a mineração, não só pela disposição do seu habitat em locais visivelmente inóspitos, como pela área geográfica abrangida, coincidente com a faixa piritosa. Esta área geográfica do sul do território, entre o Alentejo e o Algarve, inclui também as principais zonas de povoamento proto-histórico. Aos abundantes dados existentes para o periodo romano contrapõe-se, para o território de Beja (e mesmo para a Andaluzia Ocidental), um quase completo silêncio no que respeita à época islâmica. A única referência escrita relativa à exploração mineira na kura reporta-se ao século X e diz respeito à exploração de minas de prata na região de Tutaliqa,52 que «os pobradores têm emcuberta e se ajudam della», ou seja, onde o minério era extraído em segredo e num local desconhecido pelos habitantes, que pareciam, assim, ter o controle da mineração ali praticada.53 Esta referência justifica e parece definir um tipo de actividade mineira ainda viva em época califal, controlada por pequenas comunidades que escondiam o local ou locais de ex-

51 São de consulta indispensável as sínteses sobre a região em Domergue, 1987: 193-197, 212-213, 224-234, 495-508 e 1990: 49-62; Alarcão, 1990: 413-415 (e bibliografia citada); Pérez Macias, 1998. 52 al-Razi, 1953: 88. Informação repetida em textos mais tardios - Yaqut, 1974: 247. Al-Maqqari , menos preciso, refere apenas as minas de prata da região de Beja – al-Maqqari , 1840: 60. 53 al-Razi, 1953: 88; Cintra, 1954: 65.

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tracção e deteriam ainda a comercialização do metal nos mercados urbanos. Embora possamos especular sobre a antiguidade deste sistema, que poderá remontar a periodos pré-islâmicos, nada nos permite afirmá-lo. A ideia de uma relativa autonomia nesta região parece ser reforçada pela constatação de várias acções militares conduzidas por líderes muwallad como al-Tutaliqi e Bakr b. Maslama e desencadeadas a partir de Tutaliqa durante os séculos IX e X.54 Às movimentações não foi, certamente, alheia a riqueza das minas de prata. A ligação entre o controle das minas, a metalurgia indispensável à cunhagem de moeda e o controle dos fluxos monetários justifica bem a atenção que o território desde sempre mereceu. A zona das minas de Tutaliqa foi localizado na Serra da Adiça, entre as povoações de Sobral, Ficalho e Santo Aleixo, perto da ribeira da Toutalga.55 É sabido que as serras de Ficalho, Adiça e Preguiça são constituídas por várias ocorrências minerais, compreendendo galenas argentíferas, as quais terão sido objecto de exploração desde a época proto-histórica e que poderão ter constituído a matéria-prima extractiva da metalurgia da prata que se praticou no Castelo Velho de Safara (menos de vinte quilómetros a norte da ribeira de Toutalga) até ao século I d.C.56 A continuação da actividade na época islâmica não foi, contudo, arqueologicamente provada nestes sítios. De acordo com uma hipótese recentemente formulada, o nome de Tutaliqa poderá designar toda a região em volta da ribeira e não um sítio específico.57 O sítio de Santo Aleixo, cuja ocupação em época islâmica é provável (mas não foi ainda atestada arqueologicamente), poderia corresponder assim a uma pequena fortificação, local de refúgio das populações em ocasiões de assédio. Ainda nesse contexto, e com eventual ligação à actividade mineira, terão conhecido uma ocupação prolongada antigas villae como S. Pedro da Adiça. A localização de vários fragmentos arquitectónicos de grande porte estará associada à permanência de um local de culto que poderá ter sobrevivido até à época islâmica. As duas impostas recolhidas há anos em S. Pedro da Adiça58 têm uma datação que se poderá situar nos séculos VI/VII,59 não sendo de excluir uma

54 55 56 57 58 59

Picard, 1993: 55-56. Torres, 1992a: 194. Soares, 1985: 87 e 93. Rego, no prelo. Lima, 1963. v. Macias, 1990. Correcção de cronologia proposta por Real, 1998: 47 e revista por Rego, 2003: 71.

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cronologia posterior (até ao periodo califal, se se aceitar a proposta de Manuel Real) para a sobrevivência do povoado. Repetimos que a todas estas referências não correspondeu, até hoje, uma única intervenção arqueológica que nos permita conhecer as formas de mineração ou de metalurgia ou, nas zonas onde ainda seja possível chegar a tal informação, conhecer o tipo de povoamento ou as formas de habitat que estiveram associadas às minas. Sabemos apenas que a transformação da prata ocorria em sítios como Mértola, onde foram encontrados (em contextos dos séculos XI-XII da respectiva alcáçova) vários cadinhos de fundição utilizados para trabalhar aquele metal e que terão pertencido a um ourives que ali tinha a sua oficina.60 No Castelo Velho de Alcoutim e na fortificação de Relíquias, por exemplo, não foram encontrados vestígios de fundição no interior do recinto amuralhado.61 A defesa de uma continuidade na exploração dos recursos mineiros do Garb, e em particular na kura de Beja, tem sido sustentada ao longo da última década, através da existência de uma mineração artesanal, praticada por comunidades locais cuja principal actividade seria a pastorícia. A sedutora hipótese da exploração à superfície de pequenas bolsas de metais preciosos, avançada por Cláudio Torres,62 mas que nunca chegou a ser testada no terreno, tem sido vigorosamente contestada com base numa argumentação que privilegia a inexistência de dados sobre mineração extractiva medieval, tanto do lado hoje espanhol, como em S. Domingos, Aljustrel ou noutros locais, o que se teria ficado a dever ao esgotamento dos níveis jarosíticos, causa da recessão das explorações mineiras do Baixo Império. Contudo, e embora se diga insistentemente que em sítios como Aljustrel existem apenas vestígios de época romana (Algares não teria conhecido ocupação depois da segunda metade do século III; a Mangancha não ultrapassou o final do século I a.C.63) a verdade é que se conhecem no Poço 1 de Algares vestígios de um habitat cuja ocupação se pode ter prolongado entre os séculos IV e X.64 A cerâmica (sigillata africana dos séculos IV/V) e a madeira carbonizada65 ali recolhidos abrem a hipótese de, ainda que de for-

60 Silva, 1992: 35-37. 61 Catarino, 1997-1998: 701. 62 Torres, 1992b: 388. 63 Domergue, 1971: 104-107. 64 Cauuet, 2002: 79-83. 65 Amostras com datação entre 400/584 d.C. e 680/925 d.C.

– Cauuet, 2002.

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ma esporádica, ter havido alguns trabalhos no que restava da velha mina imperial. A ideia de uma continuidade de muito longo prazo da exploração mineira em Aljustrel é-nos confirmada por um documento de 1254, duas décadas volvidas sobre a passagem do castelo para mãos cristãs. O rei doa então o castelo à Ordem de Santiago, com os terrenos e o direito real, estabelecendo, contudo, uma importante excepção, a das «minas e balacione», das quais concede apenas a décima parte, reservando para si próprio o restante.66 A importância do que aí, ainda nessa altura, se explorava é justificação mais que suficiente para que o rei conservasse o controle sobre as minas. Uma eventual produção de ouro é descartada pelos baixos valores desse metal – 2 gramas por tonelada de mineral –, o que impedia o seu aproveitamento, carecendo então as referências a uma mineração aurífera de argumentos arqueológicos, metalúrgicos e geológicos.67 A ocupação de sítios antigos justificar-se-ia, e no que respeita aos povoados mineiros do Andévalo, apenas pelo aproveitamento de «caparrosa», um resíduo utilizado, pela sua cor vermelha, como corante na tinturaria. Seria esse, sustenta-se, o uso dado a outras minas da região no periodo islâmico.68 A questão está, contudo, longe de ser pacífica, e uma vez que noutros estudos, embora se sublinhe o abandono ocorrido após o século V69 refere-se também a exploração de recursos mineiros em época islâmica, ainda que sem deixar vestígios apreciáveis, em vários locais da Andaluzia Ocidental, como Rio Tinto, Quebrantahuesos, Los Cabezos Colorados, La Venta del Quico, Aracena e El Güerro. Salvo para este último, onde se explorava ferro, nos outros casos estamos perante a mineração do cobre e da prata.70 Em Saltés, onde os metais para transformação chegavam facilmente por via fluvial, descendo o Odiel,71 eram trabalhados o ferro (cujos restos são visíveis nos escoriais na zona nordeste da ilha), o cobre, o ouro e a prata (estes dois últimos em condições consideradas normais, o que significa que a sua exploração devia ser corrente). A mineração era realizada no interior do Andévalo, sendo depois os produtos alvo de uma primeira transformação redutora em Saltés, para

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Dias, 1992: 76. Pérez Macias, 1999: 31. Pérez Macias, 1999: 31-32. Blanco-Freijeiro, 1981: 20. Blanco-Freijeiro, 1981: 24, 94-95, 100-103, 117, 128136 e 156. 71 Bazzana, 1989: 48-49.

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posterior exportação para centros metalúrgicos especializados.72 As aldeias mineiras desta região do Garb estão ainda por localizar e estudar de forma sistemática. Para o Algarve Oriental afirma-se que «embora nenhum estabelecimento mineiro tenha sido escavado, parece existir uma certa coincidência entre as minas e os lugares de habitat onde se recolheram numerosos fragmentos de escórias, de telhas e de cerâmica».73 É provável que muitas deles tenham sido destruídas pelos trabalhos modernos operados a céu aberto74 e que, pela sua dimensão e profundidade, eliminaram por completo antigos níveis de ocupação. A ausência de um trabalho sistemático de prospecção de povoados mineiros no lado português tem contribuído para a ausência de uma cartografagem desses sítios – por poucos que sejam – na kura de Beja. ÁREAS URBANAS ENTRE A ANTIGUIDADE TARDIA E A ISLAMIZAÇÃO: TOPOGRAFIA, PERMANÊNCIAS E MUTAÇÕES Os dados são frequentemente parcelares, havendo poucos locais onde os trabalhos arqueológicos efectuados forneçam «séries» de elementos que permitam grandes ousadias interpretativas. Continuam por clarificar tópicos como o dos materiais utilizados/comercializados na Alta Idade Média ou na primeira fase da islamização. Para o periodo islâmico, as cerâmicas mais antigas são apenas datáveis do século IX, ao passo que a epigrafia em árabe não surge antes de meados do século X, generalizando-se apenas no século XII. Característica essencial é, também, a persistência de povoamento de sítios urbanos. A norma mais corrente é que os locais romanizados de maiores dimensões tenham uma continuidade de ocupação, normalmente prolongada até ao século XI e, depois, até à Reconquista. Do ponto de vista arqueológico tal permanência tem sido constatada pela recolha – raramente contextualizada e quase sempre fruto de recolhas acidentais ou de escavações só parcialmente publicadas – de espólio cerâmico enquadrável entre os séculos VIII/IX e os inícios do século XI. Temos notícia de peças précalifais e califais em sítios tão importantes como 72 Bazzana, 1997: 70-71. 73 Catarino, 1997-1998: 698. 74 Bazzana, 1989: 49. 75 Materiais inéditos das escavações conduzidas por Susana

Correia (Rua do Sembrano) e Conceição Lopes (Praça da República e Castelo). 76 Torres, 1987; ver sobretudo Gómez Martínez, 2002.

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Beja,75 Mértola,76 Moura,77 Castro da Cola78 ou Aljustrel, 79 sem que saibamos a que momentos precisos da ocupação dos sítios pertencem, num panorama que é agravado pelas evidentes lacunas no conhecimento da evolução cerâmica entre os séculos VI e IX. Mesmo partindo da presunção que a tradição paleoislâmica segue os padrões da Antiguidade Tardia (tanto ao nível da morfologia das peças como dos seus processos de fabrico), falta demonstrar para o Garb al-Ândalus quais os mecanismos que justificam essa continuidade. O tema não merece a unanimeidade dos investigadores. A. Bazzana, por exemplo, contesta o prolongamento da arte antiga na arte hispano-muçulmana, que considera como verdadeiramente oriental.80 As dúvidas sobre a evolução das cidades são numerosas: «la vie survit-elle au début du VIIIe siècle? Il est bien souvent impossible, dans l’état actuel de nos connaissances, de savoir s’il y a eu juxtaposition par rapport au centre ancien ou appropriation de celle-ci». 81 Há questões que devem ser colocadas: até que ponto as muralhas antigas foram reutilizadas e os espaços intramuros realmente ocupados? Em que medida as cidades andaluzas recebem a herança da Antiguidade? No Levante Peninsular assinala-se um enfraquecimento da vida económica no começo do século V e um renascimento nos séculos X-XI, com uma ruptura clara com a Antiguidade Tardia, que se constata qunado falamos da cerâmica.82 No ocidente, contudo, a situação parece ter sido diferente. Continuam também por clarificar detalhes sobre a evolução específica de cada sítio, em particular no que se refere ao maior ou menor relevo que cada um deles teve em cada periodo. Parece-nos demasiado arriscado afirmar que todos estes sítios conheceram um prolongado periodo de semi-abandono e que só a partir do final do século IX se começam lentamente a fortificar.83 O carácter tardio da maior parte das fortalezas não é argumento suficiente para justificar uma ocupação apenas em época tardia desses sítios. Muitos amuralhamentos foram edificados sobre antigos sistemas de defesa e contribuiram, eles mesmos, para ocultarem ocupações anteriores. À excepção do sítio de Aroche, da qual se afirma ter

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Macias, 1993b. Mestre, 1992. Ramos, 1993. Bazzana, 1992: 31. Mazzoli-Guintard, 1996: 159. Bazzana, 1992: 37 e 55. Picard, 2002: 37-38.

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«conquistado» a actual implantação apenas a partir do século XI84 (ideia um pouco contrariada pela existência no Museu Arqueológico daquela cidade de um fragmento arquitectónico dos séculos VI-VII recolhido junto às muralhas do castelo), todos os outros principais sítios do território ocupam antigos pontos fortificados da Idade do Ferro. Mas mesmo quando há essa continuidade de ocupação os limites dos sítios são diferentes entre o periodo romano e as épocas seguintes. Contudo, nada nos permite afirmar que tenham sido abandonados na Alta Idade Média. Podmos, por exemplo, notar que para muitos sítios de ocupação antiga (Serpa, Moura, Beja, Fernão Vaz, Garvão, Mesas do Castelinho85), a islamização, no sentido de uma inclusão nas rotas mediterrânicas, faz-se sentir de forma evidente. Um processo semelhante foi notado no Lácio, onde os grandes recintos do Neolítico foram reocupados nos séculos X-XI.86 O que acima dissemos sobre os materiais «visigóticos» de Beja, Moura, Sines, Noudar ou Mértola confirma essa permanência, à qual a islamização deu evidente seguimento, muito antes de se começarem a fazer sentir necessidades de defesa, que farão destes sítios importantes pontos de resistência ao avanço da Reconquista a partir de meados do século XII. É verdade que a falta de trabalhos arqueológicos generalizados e os levantamentos ainda demasiado incipientes para o periodo islâmico tornam um tanto especulativas quaisquer tentativas de respostas definitivas sobre a cronologia dos sítios mas não é menos verdade que a antinomia campo/cidade encontra outro tipo de dificuldade. Ao admitir-se um despovoamento dos espaços urbanos posterior aos séculos VII – a presença de materiais importantes desse periodo anula a hipótese de terem sido abandonados antes dessa época – seria de esperar que encontrássemos testemunho vigoroso sobre a ocupação dos espaços rurais entre os século VII e X. Ora a essa suposta decadência urbana, que seria mais marcante no que toca a Beja, não se nos depara um correspondente florescimento dos campos. Trabalhos recentes e exaustivos visando o periodo romano e a Antiguidade Tardia no território de Pax Iulia demonstram claramente que as velhas estruturas agrárias romanas são apenas parcialmente ocupadas na Alta Idade Média (e até

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Pérez Macias, 2001: 52-53. Nos principais pontos do território abundam os dados sobre o periodo proto-histórico – Arruda, 1997: 92-95. 86 Toubert, 1973: 330-338.

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aos séculos X-XI).87 Até ao presente, era ponto assente este mecanismo da abandono das cidades até ao século XI, época que marca o relançamento dos sítios urbanos. Se é certo que que não há uma continuidade em sentido estrito «la société islamique des premiers siècles de l’époque musulmane vit encore sur la permanence des structures anciennes, telles qu’elles sont mises en place, en Espagne comme en Afrique du Nord, à partir du IVe siècle. L’acculturation définitive à l’Islam et aux valeurs d’une société orientale ne semble s’affirmer, à l’examen des vestiges de la culture matérielle des IX-Xe siècles, qu’à partir du Xe siècle seulement (califat, systèmes d’irrigation, reprise démographique, réseau de qura)».88 Ao longo do periodo islâmico, a constante presença de Beja nos textos escritos – e a escassez de elementos para outras localidades e regiões da kura – dificultam uma aproximação mais rigorosa ao território. Os resultados apresentados no decorrer de tempos mais recentes acabam por ser influenciados por variáveis tão aleatórias (e, por vezes, contraditórias) como os achados ocasionais ou as intervenções arqueológicas realizadas em locais que não eram, no periodo islâmico, os mais importantes da região. Isso tem motivado óbvias assimetrias. São dignas de registo discrepâncias informativas difíceis de explicar entre sítios de pequena dimensão, como o hisn de Moura, para o qual temos uma informação epigráfica importante,89 em contraste com uma grande cidade como Santarém, onde essa informação está praticamente ausente. O mesmo poderemos dizer da colecção de cerâmica do Castro da Cola (um notável conjunto, fruto dos trabalhos ali realizados por Abel Viana nos finais da década de 50 do século XX90), de dimensão superior há que até há pouco se conhecia para Évora, por exemplo. Se tivermos em conta o conjunto de informações proporcionado pelos elementos arqueológicos e pela informação escrita temos uma singular ausência de informação para os primeiros séculos da islamização. A única excepção terá sido a cidade de Beja. A persistência de referências ao papel desempenhado, em particular ao longo do século VIII, e a capacidade defensiva que ainda demonstrava nos inícios do século X pressupõem que o núcleo urbano em si não teria decaído por completo e que pelo menos em parte as defesas da cidade eram

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C. Lopes, 2000. Bazzana, 1992: 391. Borges, 1992: 67-69. Viana, 1961: est. XXVIII e Mestre, 1992.

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mantidas. Para o resto do território a continuidade de ocupação dos sítios é uma regra que apenas encontra um hiato em regiões mais remotas do sul do território. Quanto às villæ, repete-se o que já foi dito: algumas foram parcialmente ocupadas. De um modo geral, aos testemunhos da Antiguidade Tardia (traduzidos quase sempre nas impostas, frisos e pilastras que integravam edifícios religiosos) sucedem-se os testemunhos mais discretos da islamização. Mesmo do ponto de vista das defesas urbanas, e com as excepções já referidas, só a partir do periodo califal se começam a reconstruir os amuralhamentos. A implantação dos sítios pré-romanos e dos sítios islâmicos oferece ao nível da região coincidências notáveis nos principais locais conhecidos: Mesas do Castelinho foi construído sobre um sítio da Idade do Ferro ocupado até ao século III a.C.,91 Aljustrel sobre um sítio calcolítico,92 o Castro da Cola sobre um castro da Idade do Ferro.93 Em Moura94 e em Serpa95 há também vestígios da Idade do Ferro, o mesmo se passando em Mértola.96 Beja, durante muitos anos tida como fundação romana só viu o seu passado proto-histórico desvendado depois de recentes campanhas de trabalhos arqueológicos.97 Parece-nos, contudo, arriscado elaborar um raciocínio do género ocupação dos sítios no periodo pré-romano /abandono ou mutação de funções ao longo de toda a época romana e mesmo na Alta Idade Média / recuperação da topografia mais antiga a partir do século XI. Devemos considerar dois tipos de situações, completamente distintas. Em primeiro lugar, o dos sítios com uma muito longa ocupação, de origem pré ou proto-histórica e cuja evolução se prolonga até à islamização sem interrupções visíveis. Idêntica longevidade, sem se negar a datação tardia (normalmente almóada) dos vestígios arquitectónicos, foi constatada noutras áreas geográficas do al-Andalus.98 Não se pode, portanto dizer simplesmente que em época islâmica tardia há a tendência de fortificar com novas muralhas um habitat pré-existente, como acontece em

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Guerra, 1993: 88. Ramos, 1994: 48. Viana, 1959: 10. Trabalhos arqueológicos inéditos de Jorge Pinho Monteiro (vários exemplares de cerâmica ibérica depositados no Museu Municipal). 95 Braga, 1981: 116, 120 e 126. 96 Ver Luís, 2000 e, um especial, os resultados des escavações recentes de David Hourcade – Hourcade, 2001. 97 Ver a síntese dos trabalhos em Lopes, 2000. 98 Bazzana, 1988: 35-36.

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Moura, Serpa ou Aljustrel.99 Outra situação completamente distinta e que tem a ver uma «recuperação» tardia, com toda a probabilidade como zonas de refúgio temporário, de antigos sítios abandonados é a que constatamos num certo número de castros da Idade do Ferro do sul do território. O ELEMENTO RELIGIOSOS: BASÍLICAS, BAPTISTÉRIOS E NECRÓPOLES A fragmentação de poderes e a sua «regionalização» teve reflexos no surgimento de ateliers locais e no desenvolvimento de tendências artísticas que têm como foco as antigas capitais conventuais e provinciais. O peso simbólico de Mérida ganha um reforçado protagonismo e, ao longo dos séculos V, VI e VII, a cidade torna-se um pólo difusor de referências culturais e artísticas, exportando os seus modelos para todo o sul. É sobretudo nas peças de escultura (capitéis, frisos, impostas, pilastras etc) que podemos seguir esse percurso. A presença na cidade de bispos de origem oriental contribuiu para a chegada de influências dessas áreas durante o chamado «periodo visigótico». Encontramos reflexos da difusão do foco emeritense em Elvas, Juromenha, Vera Cruz de Marmelar, Serpa, Moura, Beja e até em locais mais distantes como Mértola e Sines. Dominam este núcleo escultórico a tradição anti-icónica e uma gradual tendência para a geometrização e para o esquematismo em detrimento das representações vegetalistas, que quase se perdem ao longo do século VII. A difusão de modelos artísticos à escala regional não impediu o contacto com horizontes mais longínquos. São disso exemplo as basílicas de dupla ábside de Casa Herrera (Mérida), de Torre de Palma (Monforte) e de Mértola, datáveis dos séculos V-VI e claramente inspiradas em modelos norteafricanos, com particular expressão nas actuais Argélia e Tunísia. Só uma delas, a de Mértola (Fig. 8), surgiu em contexto urbano, estando as outras duas associadas a ricas explorações agrícolas lusitanas. As funções desempenhadas por estes espaços parecem ter sido um tanto diferentes: exclusivamente funerárias no caso de Mértola, associadas a um baptistério em Casa Herrera e em Torre de Palma. Em nenhuma delas está comprovada a presença de relíquias de mártires, as quais foram, com frequência, pretexto mais que suficiente para a construção destes templos. Sabemos, 99

Boissellier, 1999: 61.

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aliás, da importância que isto tinha: eram alvo de cobiça e motivo de um curioso comércio que se desenvolveu, de Oriente para Ocidente, ao longo da Idade Média. Não são muito frequentes os exemplos de edificações religiosas construídas de raíz no território português a sul do Tejo. Podemos supôr, mas não provar, que terá sido o caso das desaparecidas basílicas de Sines e de Sto. Amaro (Beja), dada a importância dos vestígios encontrados nesses locais. No caso de Sto. Amaro admite-se mesmo a realização de obras em épocas muito tardias (séculos IXX), quando a cidade estava há longos anos sob domínio muçulmano. A igreja de Vera Cruz de Marmelar, com as suas três ábsides rectangulares, foi muito modificada nos séculos XVI-XVII, mas data do século VII. A prática mais corrente foi a adaptação de edifícios a novas funções. Isso constata-se num sítio como Tróia, onde se identificaram duas importantes estruturas de características religiosas. Na realidade tanto o chamado baptistério como a basílica correspondem a campanhas de obras, realizadas durante os séculos IV-V, em imóveis previamente existentes (Fig. 9). O mesmo espírito esteve presente nas novas funções cristãs atribuídas ao santuário aquático de Milreu (Faro) ou ao templo pagão da villa de S. Cucufate. Por vezes, e quando os espaços dedicados às divindades pagãs não tinham a magnificência dos de Milreu ou de S. Cucufate, era regra a modificação do espaço interno da villa, de forma a criar locais de culto com a devida dignidade. Foi esse o caso do Montinho das Laranjeiras (Alcoutim) e do Monte da Cegonha (Vidigueira), sendo de assinalar neste último a presença de um relicário, forma inequívoca de santificação do lugar. Alguns destes edifícios dispunham de baptistério, o que lhes conferia a categoria de ecclesia ou igreja paroquial. A variedade de soluções é norma nos exemplares de piscinas baptismais existente no território português. Em Torre de Palma encontra-se um baptistério que forma um complexo autónomo, dotado de várias salas e com uma piscina em forma de cruz, onde aparentemente o espaço maior estaria reservado aos adultos e o mais pequeno às crianças. Tróia corresponde, como já se disse, à reutilização de um edifício já existente, ao passo que a piscina baptismal de Milreu foi construída sobre uma sepultura paleocristã, situada ao lado do ninfeu transformado em igreja (Fig. 10). Na basílica do Monte da Cegonha, o local do baptismo é uma simples cuba monolítica em mármore, que parece ter sido reutilizada de um bocal de poço ou de cisterna.

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Fig. 8. Mértola – planta da basílica do Rossio do Carmo.

O baptistério de Mértola, por seu turno, integrase numa estrutura mais elaborada. O extremo norte da área intra-muros é marcado pela presença de uma vasta plataforma aplanada que mede sensivelmente 50 por 35 metros, ou seja cerca de 1750 m2. Zona áulica por excelência foi ali que, ao longo dos séculos V e VI, se instalou um complexo religioso constituído por um baptistério e pelos respectivos

anexos (Fig. 11). Merece destaque uma piscina baptismal de planta octogonal (Fig. 12), elemento que sublinha, uma vez mais, as ligações de Mértola ao Mediterrâneo: as piscinas octogonais e com cronologia próxima da de Mértola (séculos V-VI) encontram-se em Barcelona, na Provença e ao longo do Vale do Ródano, no norte de Itália e na costa da Dalmácia.

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Fig. 9. Tróia – planta da basílica (seg. Maciel).

O facto mais relevante no baptistério de Mértola é, contudo, a magnificência dos seus mosaicos, cuja iconografia nos remete para um horizonte cultural mediterrânico, com paralelos nas margens norte e sul do grande mar interior. Belerofonte matando a Quimera, leões afrontados, um falcoeiro, lebres, avestruzes e leopardos (Fig. 13 a 15). Muitos dos animais dos mosaicos de Mértola são estranhos à fauna local. Artistas africanos ou orientais terão vindo nessa época (séculos V-VI) dar um importante contributo para a renovação da zona áulica da cidade. Os paralelos para estes mosaicos estão longe, algures na Grécia, na Líbia ou na Jordânia. As relações de Mértola com o mundo bizantino terão facilitado esses contactos e contribuiram para a incluir no circuito de produção artística daquele tempo. A riqueza mineira da região terá, segundo se pensa, financiado as obras de renovação. Ou seja, a regionalização dos poderes e a concentração da riqueza nas mãos das oligarquias locais desempenharam decerto um papel de destaque em programas de embelezamento como este.

Sobre es espaços mortuários temos menos informações, apesar da extensa lista de necrópoles da Alta Idade Média no sul de Portugal, das quais merecem particular destaque as de Mértola (séculos VVIII), em contexto urbano, e de Silveirona (1a metade do século VI), numa área rural, embora as lacunas de registo tornem difícil a interpretação desta última. A chegada a qualquer povoado nos mundos romano e paleocristão obrigava ao atravessamento dos cemitérios, que a muralha urbana separava do mundo dos vivos, ficando estes protegidos da ameaça das trevas e também do caos exterior. Foi também esse temor que levou os enterramentos cristãos da Alta Idade Média a apertarem-se junto aos muros das basílicas funerárias. Os altos dignitários religiosos e os poderosos das cidades faziam-se inumar dentro do espaço protegido, de preferência bem perto do altar. Do lado de fora ficavam todos os que não podiam pagar um troço do chão sagrado. Essa prática é bem visível na basílica funerária de Mértola, onde a persistência de inuma-

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Fig. 10. Milreu – o santuário, o mausoléu e o baptistério (seg. Teichner).

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Fig. 11. Mértola – complexo religioso.

Fig. 12. Mértola – piscina baptismal.

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ções no seu interior ao longo dos séculos V, VI e VII pode, de alguma forma, fazer supôr uma intensa procura de um espaço privilegiado, e longe dos efeitos maléficos, para a inumação dos corpos. As proibições conciliares de realizar enterramentos no interior das igrejas não terá tido grandes efeitos práticos: no século VII Julião de Toledo fala da persistência deste costume, ao afirmar o desejo dos fiéis em fazer-se sepultar apud memorias martyrum. Refira-se ainda que a celebração de missas pelos defuntos só era per-

mitida dentro das basílicas ou junto às relíquias dos mártires e não fora daí (cânone LXVIII do concílio de Braga II – 572). Os textos referem vários mártires nos territórios a sul do Tejo: recordem-se Engrácia e Sisenando, em Beja; Liberata e Mâncio, em Évora. Estão, contudo, por provar as relações entre estes mártires e eventuais locais de culto. As formas de protecção dos defuntos eram variadas, sendo frequente o recurso a tradições pagãs: eram habituais tanto o pagamento do óbolo a Caronte (através da colocação de uma moeda na mão ou na boca de defunto), como a prática do banquete ritual, tradição que a Igreja condenou através do cânone LXXIX do concílio de Braga II de 572 - não era permitido levar alimentos aos túmulos dos defuntos nem oferecer sacrifícios em honra dos mortos. As inumações paleocristãs, além de conterem por vezes algum espólio cultual de tradição pagã lacrimários e pequenos recipientes para alimentos ou perfumes - dispunham o corpo com a cabeça a poente de forma a que este pudesse olhar o Sol nascente no dia do Juízo Final. As jarrinhas, independentemente do seu conteúdo, traduziam a necessidade de ajudar o defunto no seu percurso além-túmulo.

Fig. 14. Mértola – mosaico do séc. VI.

Fig. 15. Mértola – mosaico do séc. VI.

Fig. 13. Mértola – mosaico do séc. VI.

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Outras formas de homenagem aceites pela Igreja tornaram-se prática universal e subsistiram até aos nossos dias. A ligação entre o ritmo das orações que se seguem à morte, no 3°, 7°, 9°, 30° e 40° dia, e uma visão da morte transmitida pela medicina antiga era dada da seguinte forma: «Quando um homem está morto, ao 3° dia transforma-se e toma a sua forma reconhecível; ao 9° dia, o corpo dissolve-se por inteiro, salvo o coração que se conserva; no 40° dia este desaparece com o resto.» É por este motivo que se celebra a liturgia dos mortos no 3°, 9° e 40° dia. Uma antropologia da morte dissimular-se-ia então detrás dos usos em uso tanto na tradição cristã como no Islão, onde a oração do 40° dia permaneceu importante. A ideia de um combate ou de provações que a alma tem de suportar no Além desde a partida é comum ao Oriente e ao Ocidente. A preservação da memória do defunto era sempre complementada pela presença de lápides funerárias. Na maior parte delas os nomes registados (Donata, Faustianus, Rufina etc) apontam o carácter autóctone da população. É, contudo, de sublinhar a presença em Mértola de comunidades gregas, originárias do Mediterrâneo Oriental. Estamos certos que foram esses grupos de mercadores a desempenhar um papel crucial na transmissão dos modelos artísticos levantinos. CONCLUSÃO À medida que a Idade Média avança, duas realidades se tornam evidentes no sudoeste peninsular. Por um lado, a da permanência, em termos de ocupação do território, de um fio condutor que mergulha as suas raízes nos processos de construção do mundo romano; por outro, a de uma progressiva e cada vez mais vincada abertura a Oriente. Não temos, na região, o abandono de qualquer dos sítios «urbanos» ao longo da Alta Idade Média nem nos primeiros tempos da islamização. Pode argumentar-se que os sítios terão sofrido mutações entre os séculos V e X e que não é lícito postular uma continuidade strictu sensu de espaços urbanos cuja função em grande medida já se perdera. Aceite-se essa ideia sem excluir outras hipóteses. Nomeadamente a probabilidade da classe terra-tenente ter abandonado essas cidades em favor das suas quintas ou munya-s que existiam em torno de sítios como Beja, Évora ou Faro. No que se refere à ocupação do espaço rural, a ideia que fica, e apesar de uma ainda muito insufi-

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ciente abordagem arqueológica, é a da continuidade de ocupação das áreas agrícolas ocupadas na Antiguidade Tardia e na Alta Idade Média, embora com evidentes mudanças de funções. Desaparecem as antigas villæ, de modo mais evidente a partir do final do século VI, que dão lugar a explorações de menores dimensões e com um tipo de ocupação nitidamente mais modesto. Sublinhe-se, por outro lado, que as relações com o Mediterrâneo conheceram um novo impulso entre os séculos V e VIII. Numa epígrafe paleocristã de Mértola - incompleta e não datada - são identificáveis duas aves do paraíso com cauda de pavão. Este motivo decorativo de origem oriental virá a ter larga difusão na arte islâmica. Os motivos vegetalistas da lápide, registados com algum realismo (a ponto de pensarmos que estamos perante representações de ramos de roseira em botão), foram muito comuns na decoração musiva de Ravena e tiveram grande divulgação por toda a bacia do Mediterrâneo. O uso desta ornamêntica prolongou-se até ao periodo islâmico, durante o qual foi empregue de forma generalizada. Numa espécie de recuperação de uma geografia de movimentos praticada anteriormente aos romanos e diluída na «mundialização» que estes implementaram, o espaço sul do velho território do Conventus Pacensis, os caminhos trilhados desde a Antiguidade continuavam, de algum modo, abertos e uma orientalização avant la lettre era já então bem visível. Os modelos importados do Médio Oriente e do Norte de África eram familiares às populações meridionais de então, pressupondo-se que a islamização terá representado mais que uma ruptura brusca a adaptação a novos caminhos e a novas atitudes. FONTES AL-BAKRI, 1982. Geografia de España (int., trad., notas e índices por Eliseo Vidal Beltrán), Zaragoza, Anubar Ediciones. AL-HIMYARI, 1938. La Péninsule Ibérique d’ après le «Kitab al-rawd al-mitar d’ al-Himyari» (ed. Évariste Lévi-Provençal), Leiden, EJ. Brill. AL-IDRISI, 1969. Description de l’ Afrique et de l’ Espagne (ed. por Reinhardt Dozy e Michaël de Goeje), Amsterdam, Oriental Press. AL-MAQQARI, 1840. The History of the Mohammedan Dynasties in Spain (trad. Pascual de Gayangos), vol. I, London, Oriental Translation Fund of Great Britain and Ireland.

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SEBASTIÁN F. RAMALLO ASENSIO (Universidad De Murcia) LUIS A. GARCÍA BLÁNQUEZ (Arqueotec) JAIME VIZCAÍNO SÁNCHEZ (Universidad de Murcia – Fundación Cajamurcia)

1. INTRODUCCIÓN Las intervenciones arqueológicas que se han venido desarrollando en el curso de la última década en el término municipal de Murcia, han permitido conocer de forma más acertada la ocupación de este territorio previa a la fundación de Mursiya por Abd al Rahman II entre el 825 y el 831. A la luz de estos datos empiezan a adquirir significado toda una serie de edificios de época tardía, excavados de antiguo, que hasta el momento se documentaban prácticamente aislados. Es así como hoy la basílica de Algezares, el mausoleo de la Alberca o el castillo de Los Garres, se comprenden ya como expresiones monumentales de un poblamiento que progresivamente se nos presenta con mayor entidad, si bien, en función de su dispersión así como otra serie de factores que iremos analizando, sin conformar aglomeraciones que se puedan tildar de urbanas o suburbanas. De hecho, su misma génesis se puede situar en la continuidad respecto al previo poblamiento rural de época romana, que tras un paréntesis debido a la coyuntura involutiva que atraviesa buena parte del sureste desde finales del siglo II d.C., volverá a reactivarse bajo parámetros distintos a partir de los siglos IV-V d.C., beneficiado por el nuevo dinamismo que experimenta el conjunto de la Cartaginense meridional, y de forma especial, por su situación estratégica en el nuevo mapa geopolítico. En efecto, parece imposible desligar la reviviscencia de esta ocupación, y de forma amplia la que experimentan otras urbes como Begastri o el Cerro de la Almagra, de su vinculación a la comunicación de la capital provincial, Carthago Spartaria, con el interior peninsular, una vez que la red viaria litoral, la Via Augusta, se ve progresivamente desplazada por aquella (fig.1).1

En este sentido, no en vano, al menos una de las dos grandes zonas de ocupación de época tardía que se documentan en el término municipal murciano, situadas en sus flancos centrales meridional y septentrional, respectivamente, se aglutinan en las proximidades de la via Carthago Spartaria-Saltigi, como iremos viendo (fig.2). El mismo territorio destaca por ser una encrucijada de caminos, en donde, junto a la mencionada vía, encontraríamos otros actus del tipo del que unía Ilici y Eliocroca.2 Por otro lado, la razón para tal agrupamiento en dichos flancos, a los que habría unir algún otro punto,3 viene dictada por el propio medio físico, que hace de la vega central más inmediata al cauce del Segura, solar de la ciudad actual, un espacio poco propicio para el asentamiento, que no se dará con envergadura hasta época islámica, muy pronto implicando toda una serie de obras destinadas a disminuir el impacto de tales condicionantes.4 A este respecto, dado que la ocupación en ese flanco septentrional está pendiente de perfilarse en una mayor amplitud –hasta que los trabajos de excavación y estudio de los restos del yacimiento de Senda de Granada no finalicen–, nos ocuparemos

1 Acerca de la importancia de la vía Carthago Spartaria – Saltigi y su papel dinamizador para todo el entorno, especialmente durante los siglos VI-VII d.C., vid. Gutiérrez Lloret, 1999: 109 y 113-117. En torno a la sustitución de los ejes, Gozalbes Cravioto, 1996, p. 88-91. 2 Brotons Yagüe y Ramallo Asensio, 1989: 116. 3 Es el caso así de la zona oriental, en torno a Cañadas de San Pedro, donde también es posible documentar cierta ocupación, quizá vinculada a la explotación de cercanas menas de hierro, y sobre todo beneficiada tanto por los relativamente abundantes recursos hídricos como por su estratégica situación en la comunicación entre la costa y el interior, evitando los pasos de los puertos de La Cadena y El Garruchal (Bellón Aguilera, 2005: 519-528) 4 Martínez López y Ramírez Águila, 1999: 127-128; Lillo Carpio, 1999a.

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Fig. 1. Localización de los yacimientos en el contexto del sureste tardoantiguo.

sobre todo del otro flanco meridional, y en especial, del yacimiento de Los Villares, en buena parte modelo de dicha ocupación. 2. POBLAMIENTO TARDÍO EN LA ZONA MERIDIONAL Ya desde finales del siglo XIX esta zona se ha mostrado pródiga en hallazgos de época tardía. Así, en

aquel momento se pudieron localizar restos arquitectónicos que se adscribieron al mausoleo de La Alberca, luego objeto de excavación, al igual que el castillo de Los Garres o la basílica de Algezares, a principios de la siguiente centuria.5 Salvo el primero, los 5 La actuación, en cualquier caso, fue más limitada en el caso del Castillo, donde sólo se realizaron unas catas en 1933 por parte del entonces director del Museo Arqueológico de Murcia, A. Fernández Avilés (Fernández Avilés, 1947).

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Fig. 2. Poblamiento de época tardía en el término municipal murciano.

otros dos aparecían como edificios aislados, no vinculados a ninguna otra estructura significativa. Todos se encuentran en un área de reducida extensión, situada, excepto el castillo, a los pies de la vertiente noroccidental de la Sierra de la Cresta del Gallo, continuación de la Sierra de Carrascoy, separación natural entre la huerta de Murcia y el campo de Cartagena. Precisamente, en este otro lado meridional, limitado por la vertiente sur de la Sierra de los Villares, continuación también de la mencionada de Carrascoy, encontramos otro yacimiento que ha de incluirse en este mismo sector de ocupación, los Villares, excavado recientemente. A este respecto, también todos, salvo el castillo, surgen inmediatos a villae abandonadas en momentos diversos, y al parecer ya nunca objeto de reactivación,6 que sólo tendrá lugar bajo la forma 6 Sólo en el edificio que surge junto a la basílica de Algezares, que consideramos perteneciente a una de estas villae, se experimenta una segunda fase de remodelación, comportando la compartimentación de ambientes y la merma de monumentalidad. Vid. infra.

de los núcleos enumerados, en algún caso partícipes de su desmantelamiento mediante la reutilización de sus elementos constructivos. En este sentido, tal secuencia de poblamiento sintetiza continuidad y ruptura, en tanto los nuevos núcleos se seguirán ubicando con alguna variación en las mismas zonas, perpetuando así el antiguo patrón de población, mas cambiando por completo su carácter y entidad. Por otra parte, tal densidad de ocupación en este flanco meridional del término municipal murciano no hace sino continuar un intenso poblamiento que se retrotrae hasta el Eneolítico y que destaca sobre todo para época ibérica.7 Junto a otras virtudes, como la feracidad del terreno, la razón estriba en su carácter de encrucijada, cruce de los pasos naturales de los valles fluviales del Segura y del Guadalentín, vía hacia la Andalucía oriental, así como

7 Mergelina, 1926; Nieto, 1947; Ros Sala, 1991; García Cano, 1993; Lillo Carpio, 1999b; Robles Fernández y Navarro Santa-Cruz, 2008.

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acceso a las tierras alicantinas del Bajo Segura y llanuras del Mar Menor, e igualmente, remontando el cauce del Segura, comunicación con el altiplano y Levante, o hacia el Noroeste, con la Alta Andalucía. De forma concreta, el desarrollo que se va detectando para época romana, como en el caso de la aledaña Alcantarilla.8 parece explicarse por su situación en las cercanías de la vía Carthago Nova – Saltigi.9 así como de las ramificaciones de ésta hacia la costa marmeronense, donde se constata un poblamiento de cierta intensidad pivotando sobre una serie de villae, en algún caso también de época tardía.10 A este respecto, el trazado de la mencionada vía por esta zona se ha prestado a discusión, de tal forma que frente a la hipótesis tradicional de situar su paso por el Puerto de la Cadena,11 en cuyo entorno surgen nuestros yacimientos, se ha defendido un desplazamiento hacia el oeste, evitando atravesar la Sierra de Carrascoy, por donde –según esta propuesta– sólo discurriría un vial no carretero.12 No obstante, la misma densidad de ocupación que estamos viendo en esta zona, o el mismo hecho que

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el paso del Puerto de la Cadena y también sus proximidades sean objeto de fortificación en época islámica,13 quizá incluso sucediendo a enclaves tardíos,14 llevan a seguir apostando por el trazado tradicional. No en vano, la presencia de material tardío en el denominado Cabezo del Puerto, que domina este paso natural, parece indicar que este mismo actuara sobre atalaya sobre el vial que habría de cruzarlo.15 No extraña así tampoco que en el entorno, también junto a nuestros yacimientos, se documente una frecuentación para esta etapa.16 Todas estas características, en suma, explican la existencia de villae en este flanco meridional del término municipal murciano, en tanto además de los mencionadas, reúne algunos de los factores considerados óptimos para la ubicación de estos enclaves, como su ubicación al pie de un monte (Col. Rei rus. I.4.10; Paladio, Opus agr. I.8.2), la proximidad de agua (Paladio, Opus agr. I.4), o la cercanía respecto a una vía de comunicación que garantice la llegada y salida de productos (Columela, Rei rus. I.3.3). 2.1. LA ALBERCA

8 En la localidad sigue documentándose un poblamiento tardío hasta al menos el siglo V d.C, tal y como dejan ver yacimientos del tipo del Cabezo del Agua Salada o de la Rueda, que proporcionan tipos de la vajilla fina africana, lucernas de esta misma procedencia o también spatheia de producción regional. Vid. al respecto, López Campuzano, 1993: 125-132; García Cano e Iniesta Sanmartín, 1987: 151, fig.10-12 9 Ésta sigue experimentando reformas hasta época avanzada, teniendo noticia de la efectuada en época de Maximino Tracio, ca. 238 (Sillières, 1990, 587-594, n.8). Del mismo modo, yacimientos de altura tardíos, como el del Salto de la Novia (Ulea), cuyos materiales llegan hasta el siglo V d.C. (Ramallo Asensio, 1987: 1359-1369), se han puesto en relación con esta vía, que sobre todo alcanzará un especial protagonismo en el marco del enfrentamiento entre visigodos y bizantinos, convirtiéndose en motor de dinamización del territorio que recorre (Gutiérrez Lloret, 1999). 10 Samper: 1996; Porrúa, 2008. En especial es necesario destacar la villa de Los Alcázares, cuya ubicación precisa hoy se desconoce, si bien resta su planta y algunos elementos ornamentales conservados en el Museo de Murcia. El análisis de los capiteles de este edificio (Martínez Rodríguez, 1988: 207, lám.VIb) y la mención para el mismo de mosaicos figurados (Ramallo, 1985: 68-69) lleva a establecer una primera fase datada en los siglos IV-V d.C., a la que habría que unir otra posterior, fechada en el siglo XII, como hace sospechar la planta que conocemos (Ramallo, 2000: 383-384, fig.4) 11 Sillières, 1979; e Idem, 1982. 12 Así se argumenta que la documentación medieval parece indicar que nunca había existido un camino carretero por el Puerto de la Cadena, señalando también que quizá los entalles que se observan en algunos tramos del lecho de la Rambla del Puerto sean no ya roderas como se venía considerando, sino canales hídricos de origen medieval, Brotons Yagüe, 1999: 269-280.

Remociones y excavaciones antiguas alentadas por los hallazgos que proporcionaba la zona, dificultan la comprensión de este yacimiento, conocido sobre todo por el célebre mausoleo que en él se enclava.17 No obstante, éste es tan sólo un hito de un conjunto más amplio, formado también por una villa documentada en los trabajos de excavación llevados a cabo en 1892, que supusieron igualmente el hallazgo del mencionado mausoleo (figura 3).18 Dicho establecimiento contaba con una zona termal, localizada en una intervención realizada en 1894. Lamentablemente, las estructuras son conocidas prácticamente sólo a partir de la documenta13

Pozo, 1995; Manzano, 1996: 446-471. González Blanco, 1996, p.125-136. 15 Así aquí se dan cita desde alguna forma de Terra Sigillata Africana D, caso del tipo 104, a cerámicas toscas tardías y un ejemplar del ánfora africana Keay LVII B. Murcia Muñoz, 2000: 380. 16 Es el caso así de Santa Catalina del Monte, donde se hallan lucernas norteafricanas (Amante, 1993: nº115, fig.28; 120, fig. 29). 17 Éste ha generado una profusa bibliografía a partir de la excavación realizada por C. de Mergelina en 1935 (Mergelina, 1947) y las precisiones aportadas por H. Schlunk (1947). Así, cabe destacar los estudios de Palol (1967: 106-116) y Hauschild (1971). 18 Sobre los avatares del yacimiento, vid. Mergelina, 1947 y Ramallo, 1985: 104-105. 14

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Fig. 3. Planta de las construcciones de la Alberca, Murcia (según Hauschild)

ción escrita que generaron tales trabajos. Así, sabemos de la existencia de una serie de habitaciones y una gran balsa de c. 25 m de lado, recubierta de mortero hidráulico, en torno a la cual se distribuían de forma regular pequeñas estancias. Una de estas habitaciones, con unas dimensiones de 6,30 x 3,20 m, contaba con un mosaico polícromo que representaba a Orfeo rodeado de animales. Éste, u otro mosaico polícromo de carácter geométrico, con varias cenefas y quizá con círculos secantes determinando flores cuadripétalas, ha llevado a datar la villa en torno al siglo IV d.C., cronología acorde a la proporcionada por los exiguos hallazgos numismáticos, consistentes en una moneda de Constante I (337) hallada fuera de contexto en la habitación más próxima al mausoleo.19 Precisamente, también este último, conocido tradicionalmente como martyrium dada su analogía con el edificio de esta tipología construido a San Anastasio en Salona, se puede fechar igual19

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mente en la primera mitad del siglo IV d.C., en virtud de sus paralelos tipológicos –que revelan una influencia de los modelos empleados en las regiones adriático-dálmatas cristianizadas–, técnica constructiva o análisis estilístico de su pavimentación musiva (lám.1).20 Así las cosas, en ausencia de fuentes documentales o datos arqueológicos que prueben el discutido carácter martirial, el edificio, por sus características, su enclave y su data compartida con la villa, se presenta como mausoleo de carácter privado y familiar, ligado al possesor de este enclave rural. De hecho, posiblemente a este tipo de propietarios de ricos fundi radicados en esta zona, hay que vincular alguna otra manifestación

20 El edificio, de 12,35 m por 7,60 m, de planta rectangular con ábside en la fachada posterior, tiene una orientación E-W. Constaba de dos pisos superpuestos: un cubiculum inferius que contiene cuatro formae cerradas mediante lajas pétreas y que originalmente se cubría mediante una bóveda de cañón soporte del suelo de la perdida cella superius. Sobre el edificio, vid. Hauschild, 1971. Acerca del opus tessellatum que cubría las formae, Ramallo Asensio, 1985: 106, lám. XLVIIIa.

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funeraria de indudable rango, sea el caso del empleo de sarcófagos marmóreos, de los que aquí resta al menos uno.21 En cualquier caso, ya sea por razones cultuales –si en realidad se tratase de un martyrium y como tal moviera a la inhumatio ad sanctos–, o simplemente por su carácter inaugural, lo cierto es que el mausoleo ejerce cierta fuerza centrípeta en el cementerio que surge por todo su entorno, lamentablemente también afectado por las remociones antiguas practicadas en el terreno. Así, al menos tres tumbas se asocian íntimamente a él, ya una infantil que se sitúa junto al ábside, o sobre todo otras dos, que en un caso se une al edificio mediante un murete que crea un pequeño recinto y en otro se intercala directamente entre el segundo y tercer resalte del basamento (fig.3). Obviamente, tal disposición ilustra acerca de la secuencia de este espacio cementerial, si bien de nuevo, la moderada densidad de enterramientos o el hecho de que al parecer éstos no se superpongan ni llegue a darse una reutilización de los mismos, parece insistir en el carácter profano del mausoleo, que en caso contrario habría motivado un aprovechamiento más intensivo del espacio, por el deseo de la tumulatio junto a hipotéticos restos martiriales. De un modo u otro, prueba del período de uso de este espacio cementerial, también se pudo constatar el reempleo del material latericio de la villa en las sepulturas, en algún caso informando incluso 19

Ramallo Asensio, 1985: 107-108. El edificio, de 12,35 m por 7,60 m, de planta rectangular con ábside en la fachada posterior, tiene una orientación E-W. Constaba de dos pisos superpuestos: un cubiculum inferius que contiene cuatro formae cerradas mediante lajas pétreas y que originalmente se cubría mediante una bóveda de cañón soporte del suelo de la perdida cella superius. Sobre el edificio, vid. Hauschild, 1971. Acerca del opus tessellatum que cubría las formae, Ramallo Asensio, 1985: 106, lám. XLVIIIa. 21 Lamentablemente del mismo sólo se conserva un fragmento, reempleado en el muro de una vivienda islámica documentada en la calle Alejandro Séiquer nº7, que se reforma en un momento indeterminado entre los siglos XI y XII. La pieza, que se adscribe a la serie de sarcófagos estrigilados con filósofo y musa y para la que se señala su posible producción hispana, se ha datado en el período tetrárquico tardío-constantiniano temprano. Por lo demás, en la excavación también se recogieron otros restos cerámicos de cronología romana, sea el caso de la cazuela norteafricana Hayes 23B (Noguera y Pujante, 1999). En la misma dirección, también se ha defendido la posibilidad de que los dos sarcófagos de época tetrárquica reempleados en la Catedral de Murcia, ambos con una temática similar, también pudieran proceder de este mismo entorno, hipótesis que gana peso por el mencionado hallazgo de época islámica, mas, en este caso, la cronología del reempleo, que tiene lugar en el siglo XVI, no descarta su importación desde cualquier otro punto, quizá desde la misma Roma, como apunta Noguera, 2001: 240-244. 20

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acerca de la configuración constructiva de ésta, como ocurre con los ladrillos-dovela con escotadura, pertenecientes en origen a la bóveda de un ámbito calefactado (lám.2).22 A este respecto, si bien tales evidencias ilustran acerca del abandono y desmantelamiento de esta estructura residencial, por otra parte revelan unos usos funerarios no excesivamente distantes de su fecha de construcción. En efecto, el abundante empleo de latericio para las sepulturas, a veces como simple cubierta plana de tegulae, otras recubriendo toda la fosa o bien disponiéndose a doble vertiente y rematándose mediante imbrices (lám.3), así como el empleo de estos últimos para enterramientos infantiles o las estructuras de mampostería, muestran que el conjunto cementerial ha de datarse a partir de mediados del siglo IV d.C. y a lo largo de la siguiente centuria, quizá sin llegar hasta el siglo VI d.C. Hay que valorar para este último extremo, tanto la ausencia de los tipos de enterramiento que se van popularizando a partir de esta fecha, los sepulcros de lajas, como también la nula presencia de ajuar, igualmente propio de esta última etapa, en la que si bien moderadamente, éste se documenta con elementos de indumentaria y adorno personal, o en menor medida, recipientes de uso simbólico. No obstante, lo cierto es que no faltan para el entorno más próximo restos que se pueden adscribir a un momento más avanzado. Es el caso así de los fustes decorados y los capiteles que se citan procedentes de esta zona, para los que las mismas referencias dadas en 1894 acerca de su hallazgo en 1871, dejan ver una ubicación, aun próxima, no del todo coincidente con la de las restantes estructuras.23 Excluida por esta y otras razones, como las propias características del mausoleo, la posibilidad de que los restos pertenezcan a una remodelación tardía del mismo, es necesario contemplar por tanto, la existencia en el entorno de otro edificio, probablemente una basílica.24

22 Torrecilla Aznar, 1999: 407, fig. 5.5 y 6.1, quien los incluye en su tipo 5, señalando su empleo característico desde fines del siglo II al siglo IV d.C., inclusive, cronología acorde a la de nuestra villa. Por lo demás, encontramos idéntico proceder en la necrópolis albaceteña de Las Eras de Ontur, que también reaprovecha ladrillos procedentes de las termas de una villa cercana (Sánchez Jiménez, 1947: 115, láms.LXXI y LXII). 23 Así en el borrador que sirvió al informe del Sr. J. Fuentes en 1894 aludiendo a los restos del yacimiento, se menciona «como quiera que más arriba fue donde se hallaron en 1871 los trozos de columnas, de capiteles y algunos otros objetos de cerámica» (Schlunk, 1947: 375, n.99). 24 Hauschild, 1971: 194.

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En cuanto a los fustes, de configuración monolítica y en uno de los casos conservado prácticamente en su integridad (lám.4), presentan su superficie decorada mediante círculos secantes generadores de cuadripétalas,25 motivo característico del taller o talleres de escultura decorativa del sureste, que probablemente ha de datarse a finales del siglo VI d.C. o ya en la siguiente centuria.26 Por otra parte, los capiteles (lám.4), de una única y doble folia de acanto imbricada, respectivamente, resultan similares a los hallados en los

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yacimientos de la Toscana o Ercávica, desprendiéndose similar cronología.27 A este respecto, existe aún otro tercer capitel –hoy depositado en el Museo Arqueológico de Murcia, a donde llegó reutilizado en el convento de MM. Mercedarias–, para el que se señala su procedencia original de algún lugar indeterminado de la Sierra de la Fuensanta, quizá este mismo yacimiento o el vecino de Algezares.28 La pieza, de tipo corintizante con doble corona de acanto espinoso, ha sido datada ampliamente desde la segunda mitad del siglo V d.C. hasta finales del siglo VI d.C.29

Fig. 4. Conjunto arqueológico de Algezares

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Mergelina, 1947: lám.XC; Ramallo Asensio, 1986: 139. Así, a la problemática cronología de esta popular serie ha añadido la luz su presencia en uno de los canceles de la basílica del Tolmo, para el que, aparte de consideraciones estilísticas, la datación puede darse a partir de la estratigrafía, vid. Gutiérrez Lloret y Sarabia Bautista, 2007: 336-337. Para otros ejemplares mediterráneos que repiten el mismo esquema, como los fustes de San Nicolo di Calamizzi, hoy depositados en el Museo Nazionale de Reggio Calabria, se señalan aún fechas más avanzadas (Farioli Campanati, 1982: nº112, fig.194-195). Por lo demás, el motivo, junto en otra serie de soportes, se da en el sureste tam26

bién en fustes, como uno procedente de Segóbriga (Gutiérrez Lloret y Sarabia Bautista, 2007: 306-307). 27 Sobre los ejemplares murcianos, vid. Ramallo Asensio, 1986: 139 y Martínez Rodríguez,1989: 189-191, este último acotando su cronología a finales del siglo V o inicios del siglo VI d.C. Acerca de los ejemplares de Jaén y Ercávica, respectivamente, Corchado Soriano, 1967: 157, quien ya defendió su salida de un mismo taller; y Gutiérrez Lloret y Sarabia Bautista, 2007: 306. 28 Ramallo Asensio, 1986: 139-140. 29 Martínez Rodríguez, 1989: 193-194.

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Quizá una cronología similar, también tardía, puedan tener las antefijas procedentes de esta misma zona,30 a tenor de cierta similitud con piezas datadas en el siglo VI d.C. (lám.5).31 De un modo u otro, los siguientes restos se pueden adscribir ya a época emiral.32 Así las cosas, la secuencia de ocupación de este yacimiento tiene como punto de partida una villa bajoimperial con un mausoleo familiar, que se convertirá en eje de una necrópolis en activo al menos una centuria más. Poco más tarde, en el entorno surgirá un edificio de culto al que pertenecen los materiales escultóricos ya mencionados. Por el momento, lamentablemente, desconocemos el núcleo de poblamiento al que hemos de vincular tanto el espacio cementerial como el edificio más tardío. 2.2. ALGEZARES Si en el caso de La Alberca existía constancia de que el mausoleo surgía en los alrededores de una villa y acompañado de un núcleo cementerial, en el de Algezares, por el contrario, la célebre basílica excavada aquí aparecía completamente aislada. Hoy, en cambio, la sucesión de intervenciones arqueológicas en este paraje conocido como Llano del Olivar, ha permitido localizar toda una serie de estructuras y reconstruir la secuencia de este otro núcleo de poblamiento (fig.4).33 A este respecto, la documentación material arranca a partir de época republicana y altoimperial, momento en el que escasos restos cerámicos prueban la frecuentación de este espacio.34 A continuación, el siglo II d.C. se presenta como punto de partida para un conjunto cementerial de poco más del medio centenar de enterramientos, ubicado en el entorno de la basílica (fig.4).35 Para éste, se han podido individualizar dos fases en las que, curiosamente, es la cremación la que sucede a la más temprana inhumación. En efecto, en la primera de estas fases (lám.6), el rito exclusivo es la inhumación, practicada en fosas simples sin revestimiento, 30

Mergelina, 1947: lám.LXXXIX. Coden, 2008: 510, cat.V.36 32 Así por ejemplo en la zona se documenta una marmita tipo Gutiérrez M.4.1.2 (Zapata Parra, 2006: 77) 33 García Blánquez y Vizcaíno Sánchez, 2008a e Idem, e.p.(1) 34 Así entre un depósito cerámico en su mayoría tardío, también se pudo recoger un guttus de Campaniense A o un plato de Terra Sigillata Hispánica, Dragendorf 18. Vid. Ramallo Asensio, 1991: 304. 35 Yus Cecilia, 2008 31

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que excepcionalmente emplean ataúdes y sólo en un caso cubierta de tegulae. Las fosas, mayoritariamente orientadas NE-SO, suelen presentar un ajuar cerámico (copas, cuencos, fuentes, cazos, cubiletes, cazuelas y ollas) en ocasiones situado junto a la cabeza, y en un caso incluso sobre ésta y sostenido por los brazos.36 En la siguiente fase, datada a mediados del siglo III d.C.,37 sólo encontramos en cambio cremaciones e incineraciones, depositadas en tumbas de mayor envergadura constructiva, entre las que sobresalen cupae con orificios para libaciones, rito que complementa los banquetes rituales, aquí documentados mediante abundantes restos óseos de animales y algún hogar (lám.7). La documentación arqueológica nos lleva luego al siglo IV d.C., a cuyos tres primeros cuartos pertenecen las monedas halladas en una ocultación situada a menos de cien metros de la basílica (fig.4).38 Por otra parte, a unos 130 metros al este de la iglesia se ha podido excavar un gran edificio que comparte con aquella no sólo similar orientación, con cabecera al suroeste y pies al noreste, sino también semejante técnica constructiva (fig.5).39 El edificio presenta planta rectangular de 18,86 m de anchura por 53,42 m de longitud constatada, que, quizá, dado que su regularidad hace sospechar una cuidada modulación, podría en realidad alcanzar los 56,70 m, triplicando así la anchura. En cualquier caso, dicha longitud comprende dos niveles, siguiendo el declive del terreno, que se separan entre sí por dos muros de contención. El diseño originario, datado en el siglo V d.C. y modificado en la siguiente centuria, en cuyo momento final el edificio se abandona, consta de un conjunto de estancias delimitadas al norte por un posible pórtico o corredor, previsiblemente abierto a un amplio espacio inferior descubierto. Comunica ambos niveles una escalinata monumental (8,5 m de anchura por 5,35 m de profundidad), que en su parte superior se encuentra flanqueada por sendos conjuntos de piletas

36 Prácticamente todas son formas de cerámica común con una amplia cronología que hemos de situar entre los siglos I-III d.C. No obstante, en uno de los enterramientos del sector más tardío de esta primera fase, también apareció una fuente en Terra Sigillata Africana C datada en torno al 230-300 d.C. (Yus Cecilia, 2008: 103) 37 Cabe destacar para la datación el hallazgo en el interior de una tumba de un sestercio de Volusiano (251-253 d.C.), Yus Cecilia, 2008: 111, lám.10 38 Así, las últimas monedas pertenecen al reinado de Valentiniano I, con lo que la ocultación debió realizarse poco antes de su fin en el 375. Sobre el hallazgo, Beltrán, 1947; y Lechuga Galindo, 1985: 196-201 39 Al respecto vid García Blanquez, 2006: 113-132

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Fig. 5. Edificio porticado documentado en el entorno de Algezares

(lám.8). Cerrando el conjunto, al pie de la escalinata se desarrolla un atrio porticado con al menos ocho tramos paralelos generados a partir de zapatas heterogéneas, de las que en algún caso se documenta basa o plinto, y que articulan un amplio ámbito central de 8,36 m de anchura y sendos laterales de 4,62 m y 4,68 m. Todo este lenguaje arquitectónico de carácter aúlico nos sitúa ante un inmueble de carácter re-

presentativo, bien perteneciente al ámbito civil o bien en cambio, al eclesiástico.40 Con todo, a pesar de que los nuevos hallazgos, a los que hay que

40 A este respecto, la presencia de estas áreas abiertas porticadas y ambientes de representación va a ser una de las notas características del nuevo modelo de residencia de la aristocracia tardía (Rosselló Mesquida, 2005: 289).

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sumar otro edificio de envergadura documentado en prospección41 configuran junto a la basílica un conjunto arqueológico de gran interés, es difícil determinar hasta que punto guardan relación entre sí. En efecto, en el estado actual de nuestros conocimientos no parece clara la sincronía entre la basílica y la fase inicial del edificio porticado, único momento en el que éste presenta el marcado carácter de representación que en primer momento llevó a identificarlo como atrium conectado a aquella. Pesan a este respecto las dificultades para fechar esta última estructura, dada la ausencia de contextos arqueológicos sellados y la escasez del depósito cerámico, así como especialmente, la discutida datación de la basílica, en tanto ésta fue excavada de antiguo, encontrándose igualmente ya expoliada, y por tanto, privándonos de datos esenciales que posteriores intervenciones no han podido suplir. No obstante, toda una serie de reflexiones ha llevado a considerarla algo más tardía de lo que ya propuso Mergelina, quien la databa durante el período de presencia bizantina, y concretamente durante el reinado de Recaredo. Así, desde los mismos datos que se extraen de la valoración de su secuencia conocida, al análisis de algunas de las partes del edificio como el baptisterio, o de forma conjunta, la icnografía del edificio y especialmente su rico conjunto ornamental, parece posible una datación avanzado el siglo VI y quizá más bien, en la siguiente centuria, como también de hecho, si bien no apoya de forma expresa, al menos tampoco descarta el registro cerámico.42 En este sentido, la evidencia más sólida procede precisamente de la consideración de su sistema decorativo, en donde es posible individualizar un léxico ornamental cuyas características generales se dan en otros puntos del sureste, hasta tal punto que forman una especie de koiné iconográfica que deja ver la actuación de un taller o talleres por todo este entorno geográfico. Afortunadamente, la reciente excavación de la basílica del Tolmo de Minateda, que a diferencia de otras de esta zona muestra una secuencia estratigráfica que fija su construcción a finales del siglo VI o ya en el siglo VII d.C., aporta referencias cronológicas a estos esquemas decorativos o tipos morfológicos.43 Siguiendo estas argumentos y asumiendo que la cronología del aparato decorativo coincida o sea cercana a la construcción de la iglesia –supuesto

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García Blánquez, 2006: 114. Ramallo Asensio, Vizcaíno Sánchez y García Vidal, 2007. 43 Gutiérrez Lloret y Sarabia Bautista, 2007. 42

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sobre el que hemos de ser cautos dado su carácter mobiliar–, la basílica de Algezares parece datarse justo en el momento en el que edificio porticado descubierto en su entorno se abandona, descartando así, a priori, una correlación, siempre y cuando las problemáticas dataciones que manejamos para ambos edificios sean ciertas. Sólo parece posible, si bien tampoco claro, defender una cronología coetánea a la fase en la que el edificio porticado es objeto de reocupación, ya en el siglo VI d.C., conformando quizá un conjunto como el de El Bovalar,44 mas no creemos, en cambio, con aquella otra originaria, en la que sólo estuvo dotado de su carácter representativo. Así las cosas, el edificio porticado podría ser la parte representativa de una residencia, cuya extensión y verdadero carácter están aún por determinar. En este sentido, la estructura se asemeja al conjunto formado por el nuevo oecus cuadrangular y el pasillo construidos en la última etapa (fase III) de la villa asturiana de Veranes, datada a mediados del siglo IV d.C.45 Igualmente, su planteamiento es similar al denominado edificio A de Carranque, del que aquí faltan, no obstante, las soluciones absidadas.46 En nuestro caso, de esta hipotética pars urbana sólo podemos sospechar también la existencia de un posible ambiente termal, habida cuenta de la reutilización en la basílica de material latericio presumiblemente perteneciente a un hypocaustum.47 No obstante, una de las cuestiones que no deja de intrigar es la relativa proximidad entre esta villa y la cercana de La Alberca, en el caso de pudieran haber sido contemporáneas, pues, si bien esta última está abandonada para la fecha en la que se construye el edificio porticado, queda la duda de si este es sólo resultado de una remodelación del complejo en el que hay que enmarcarlo.48 De ser así,

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Palol, 1989. Así encontramos un mismo esquema icnográfico determinado por la existencia de una marcada axialidad, a la que contribuye la disposición de escalinata monumental para salvar el desnivel, aspectos todos vinculados que materializan y escenifican la potestas del dominus (Fernández Ochoa y Gil Sendino, 2008: 445-446). En Veranes la habitación rectangular cuenta con 23 m de longitud; en el caso de Algezares, el espacio porticado presenta una longitud atestiguada de 35,38 m. En cualquier caso, las diferencias entre ambos ejemplos también son notables. Vid. Fernández Ochoa, Gil Sendino, Orejas Saco del Valle, 2004: 206-208, fig.6. 46 García-Entero y Castelo Ruano, 2008: 348-352, fig.3, recogiendo la profusa bibliografía generada por el yacimiento. 47 Mergelina, 1940: 17. 48 Remodelaciones o construcciones ex novo que en esta quinta centuria son ya minoría, como recogen Brogiolo y Chavarría, 2008: 198. 45

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habiendo coincidido en el tiempo ambos enclaves frente a la posibilidad de que se hubieran sucedido,49 llama la atención que pese a cuanto la envergadura de su pars urbana podría sugerir, sus correspondientes fundi tengan una extensión limitada. De este modo, quizá en ese mismo hecho debemos ver la existencia de factores económicos, de cierta presión o especulación, motivada por los indudables atractivos de este territorio; o bien que la extensión de esos fundi no fuera determinante, si estas villae son no ya la residencia de domini que basan su poder en la explotación agropecuaria, sino de otros miembros de la élite bajoimperial cuyo poder descansa en otros cometidos. De un modo u otro, como dijimos, el edificio experimenta una última fase que comportó la transformación funcional de los espacios, la merma de su monumentalidad y, en suma, la pérdida de su carácter de representación (fig.6).50 De forma concreta, se llevó a cabo la división de los antiguos grandes ámbitos en estancias menores, la transformación de los elementos articuladores (corredor, escalinata) y la creación de unidades domésticas dentro del inmueble, que fueron construidas en mampostería irregular y material reutilizado, con enfoscado externo de argamasa. Junto a la compartimentación del ámbito superior, queremos destacar la que experimenta el espacio porticado, donde se efectuó un relleno para elevar el nivel que supuso la amortización de parte de la escalinata. Ahora, los flancos de esta última fueron empleados para sustentar los respectivos paramentos laterales de cierre de dos habitaciones. Acompañaron a éstas otras estancias, siendo difícil la individualización de las correspondientes unidades habitativas. En cualquier caso, para dos de estos ambientes, situados en la esquina suroeste del pórtico, cabe destacar un hogar adosado a la pared, construido con dos muretes de tierra que comprenden un solado reali-

49 Como de hecho ocurre en la misma costa levantina en casos como en el de la villa aúlica de Pla de Nadal, construida junto a una villa altoimperial abandonada en los siglos II-III d.C. (Rosselló Mesquida, 2005: 288) 50 Sobre este proceso general, experimentado en similares fechas por gran número de villae, vid. Chavarría Arnau, 2004, quien plantea diversas hipótesis, como el deseo de los domini de vivir de forma más austera, si tenemos en cuenta el testimonio de fuentes del tipo de Sidonio Apolinar; o la ocupación por parte de las comunidades campesinas. El abandono estaría planteado por la desarticulación del sistema tradicional, en el que intervienen distintos factores, como la concentración de la propiedad en manos de la Iglesia, la irrupción de los pueblos bárbaros o toda una serie de cambios económicos más generales. Vid. a este respecto, Arce, 2005: 240-243.

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zado con trozos de ladrillo, así como un molino, indicativos ambos de los cambios en la concepción del espacio doméstico y la inclusión en éste de actividades productivas ligadas al autoabastecimiento. Es en esta etapa de reocupación del edificio porticado o ya en la posterior de abandono, cuando se construye la basílica de Algezares. Se repite así una secuencia característica dentro de las transforma-

Fig. 6. Fase de reutilización del edificio porticado

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ciones experimentadas en el medio rural, de la que dan cuenta numerosos ejemplos hispanos como Villa Fortunatus o la mencionada villa romana de Veranes.51 El edificio basilical está dividido en tres naves, rematado con ábside semicircular peraltado y presenta un baptisterio de planta central adosado a su cabecera, que, con piscina octogonal, comunica con una estancia cuadrangular, presumible antesala para catecúmenos (fig.7). Extraña, con todo, dentro de esta condición de eclesia parrocialis emplazada en el medio rural,52 la riqueza del planteamiento icnográfico y especialmente del aparato decorativo de la basílica, aspectos que llevarían a plantear una especial preocupación episcopal, un fuerte evergetismo privado –tal vez manifiesto en la misma cesión del terreno antes perteneciente a una hipotética villa– o quizá, la vinculación a un monasterio, que no debieron faltar en la Cartaginense, como dan cuenta el célebre monasterium Servitanum o el de San Martín.53 En este sentido, nada sabemos acerca de ninguna de estas iniciativas, objeto de reglamentación en los concilios hispano-romanos y visigodos,54 si bien parece sugerente la segunda de ellas, habida cuenta de los casos de grandes propietarios, seniores loci o priores que, residentes en villulae, construyen o restauran iglesias que atienden a aglomeraciones, y ejercen de polo de atracción en su entorno.55 Quizá tampoco del todo desacertado es suponer su vinculación a alguna instalación monástica, un coenobium si seguimos la terminología isidoriana (Etym., XV,4,6) del tipo de los que, ya presentes desde principios del siglo V d.C. en entornos suburbanos, para el momento también se van conociendo en Punta de la Illa de Cullera o la Partida de Mura, en la antigua Edeta, en este último caso emplazado también en un complejo precedente.56 No en vano, la modestia de las estructuras

51 Vid. respectivamente, Ripoll y Velázquez, 1999; Ripoll y Arce, 2000; y Fernández Ochoa, Gil Sendino, Orejas Saco del Valle, 2004: 208. En cualquier caso, como decimos, son múltiples los ejemplos, destacando entre otros muchos los de Torre de Palma, Milreu-Estoi o La Cocosa. 52 Al menos en virtud de la documentación de la que vamos disponiendo para otras zonas hispanas (Járrega, 2003), no ya de otros ámbitos foráneos donde sí se registran similares cotas de monumentalización (Pergola, 1999; Baccache, 1979; Naccache, 1992). 53 Vallejo, 2003. 54 Sotomayor, 2004. 55 Isla, 2007. 56 Vid. respectivamente, Rosselló, 1995; y Escrivá, Martínez y Vidal, 2005.

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que se conocen para las mismas, hace pensar si quizá la misma reocupación doméstica del edificio porticado cercano a la basílica de Algezares, en el caso de que hayan podido ser contemporáneas, no pudiera ser asociada a estancias de una instalación de este tipo, y que se enmarcaría así en los casos de terratenientes piadosos que ceden sus propiedades para usos religiosos, tal y como se legisla ya en época de Teodosio.57 No obstante, insistimos, ni la misma sincronía es clara, ni tampoco aun existiendo ha de asociarse a tal modelo, siendo quizá simplemente un establecimiento rural al modo del ilerdense de El Bovalar, cuya basílica, de hecho, proporciona un mobiliario litúrgico de cierta pretensión.58 De un modo u otro, como vemos, la secuencia experimentada por el yacimiento resulta similar al próximo de La Alberca y tampoco muy alejada del yacimiento de Los Villares, en donde, si bien no encontramos ninguna expresión monumental de época tardía como en estos casos, también se puede seguir la transformación de una villa precedente a un conjunto poblacional posterior, con su correspondiente área funeraria. 2.3. LOS GARRES Situado en las cercanías de la basílica de Algezares, en concreto a tan sólo 1,5 km, se trata de una fortificación emplazada en la falda septentrional de la sierra de la Cresta del Gallo, perteneciente a la de Carrascoy.59 El conjunto se articula en torno a una zona baja y una acrópolis. En la primera, se conservan dos torreones, un posible lienzo de muralla y unos entalles labrados en la roca. Una de las torres está realizada con piedra mediana trabada con otra más pequeña, no conservándose restos de argamasa, pero sí, al igual que ocurre en la otra torre, lo que parece ser una banqueta de fundación. Con todo, a pesar de la mencionada particularidad, ésta torre presenta un aparejo más cuidado, de tal forma que se ha apuntado la posibilidad de que respondan a momentos constructivos diversos. Por cuanto se refiere a la acrópolis, se ha documentado una muralla de tipo ciclópeo asentada di-

57 Fernández Ardanaz, 1992: 306. Acerca de la implantación de edificios monásticos sobre los antiguos establecimientos rurales, vid. García Moreno, 1991. 58 Palol, 1999a y b; Guardia Pons y Lorés, 2007: 202-203. 59 Matilla Seiquer, 1997.

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Fig. 7. Planta de la basílica de Algezares (Ramallo, 1991)

rectamente sobre la roca, en la que se han realizado entalles. En ésta es posible distinguir diferentes tramos, uno de labra muy tosca o simplemente careado, sin argamasa, y utilizando piedras pequeñas para trabar unos bloques con otros, así como otro tramo, realizado a partir de sillares y piedras careadas unidas con cal, con un interior con relleno de cal y piedra. De igual modo, como ocurre en Baria, Begastri o El Monastil, existe un ingreso acodado. También integran el conjunto diversas cisternas –que dada la inserción en uno de los casos de un fragmento de TSA-D, hay que suponer construidas

a partir del siglo IV– así como también un edificio rectangular de 5 x 20 m, realizado con sillares y piedras de menor tamaño, de donde se cree procedería un fragmento de cancel. Precisamente, el hecho de que una de las mencionadas cisternas sea destruida para disponer la puerta de la acrópolis, así como la secuencia cerámica, prueba la existencia de diversas fases constructivas, que a partir de los restos citados o del mencionado ingreso acodado, similar al existente en Begastri, llevan a sugerir la datación de la muralla de la acrópolis en el siglo VI, quizás en época

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bizantina, tras un primer momento de los siglos IVV d.C.60 En cualquier caso, si bien un fragmento de cancel con imbricaciones que repite el esquema ya dado en una de las celosías de Algezares, o algunas formas en TSA-D (Hayes 110, 103, 104 o posible 108) muestran una perduración en época avanzada, lo cierto es que el grueso del depósito cerámico, nutrido sobre todo por formas del siglo V d.C., o de la documentación numismática, integrada por monedas datadas en la segunda mitad del siglo IV d.C., aconsejan fechar la construcción del conjunto en época tardorromana. Por lo demás, un fondo de ataifor decorado con franjas de color verde y manganeso, abriría la posibilidad de una continuidad de poblamiento durante época islámica, hipótesis que ha sido defendida queriendo ver en el conjunto de edificaciones de La Alberca, Algezares y Los Garres, no ya la Ello representada en los concilios visigodos, pero sí la ciudad que con el mismo nombre aparecerá en el Pacto entre Teodomiro y Abd alAziz.61 Cabe preguntarse si la fortificación, próxima a distintas comunicaciones mas no inmediata a las mismas, podría indicar con esa situación más enfocada al control del poblamiento que el de las vías, no ya sólo un carácter defensivo, sino también –como se ha puesto de manifiesto para otras zonas como el norte de África bizantino62– su protagonismo en la regulación de la actividad productiva generada por el entorno rural. 2.4. LOS VILLARES También esta zona presenta un poblamiento intenso en épocas anteriores, de tal forma que el primer enclave se remonta a la etapa final de la Edad del Bronce.63 En cualquier caso, se aprecia una intensificación del mismo en época altoimperial, momento en el que hemos de situar la villa de San Esteban de Mendigo y los yacimientos de Cañada

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Matilla Seiquer, 1997, p.24-25. Matilla Seiquer, 1997: 24-29. 62 Mas y Cau, 2006: 81, citando el trabajo inédito de S. Polla. 63 Al oeste se localiza así un emplazamiento prerromano (García Blánquez y Martínez Sánchez, 2001: 108). Destaca igualmente el poblamiento en época medieval, momento en que se documentan seis posibles alquerías en un tramo de 1.700 m de longitud. 61

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Honda, Rincón del Canal y algún otro punto en el entorno del Caserío de Los Villares.64 Su distribución espacial parece estar relacionada con una antigua vía de comunicación, pues los distintos yacimientos se encuentran jalonando la carretera actual entre el Puerto de la Cadena y el Mar Menor, sin duda heredera del antiguo camino secundario que partiendo desde la vía romana de Carthago Nova a Saltigi,65 en el citado puerto, conducía a la población de Los Alcázares, donde existía otro importante emplazamiento romano.66 Este trazado vendría a intersectar en Balsicas con el que, proveniente del Puerto de San Pedro, conducía de norte a sur a Cartagena.67 Todos los establecimientos parecen registrar su período de máxima actividad entre los siglos II y III d.C., desapareciendo en los albores de la quinta centuria.68 Sin embargo, esto no trajo consigo el despoblamiento total de la zona sino, más bien, un desplazamiento y, quizá, un reagrupamiento de los antiguos pobladores en otros emplazamientos un poco más elevados, menos accesibles y ocultos entre pequeñas elevaciones montañosas. Este es el caso de un nuevo establecimiento rural, integrado por un probable núcleo de habitación, un área productiva y de almacenamiento, así como una necrópolis (fig.8).69 Los restos arqueológicos de este enclave ocupan mayoritariamente el fondo y parte de la ladera occidental de un corto y angosto valle delimitado a levante y poniente por

64 García Blánquez y Martínez Sánchez, 2001b. Sobre la villa, dentro de las denominadas de bloque simple, vid. López Campuzano y Sánchez González, 2004, quienes señalan el precario estado de conservación del área de 100m2 documentada. Por lo demás, dichos autores inciden en la profusión de topónimos de origen mozárabe documentados en este sector, sea el caso de Villares, Columbares, Tortosa o Tiñosa. 65 Sillières, 1982 : 247-257. 66 Ramallo, 2000: 383-384, fig.4 67 García, 1988: 120. 68 Las pautas son por tanto idénticas a las registradas en otros territorios de la costa levantina, como el valenciano (Rosselló Mesquida, 2005: 290). 69 El mismo fue localizado en el marco de la ejecución entre enero de 2004 y febrero de 2005 de un Programa de Corrección de Impacto Arqueológico dentro del proyecto urbanístico del Plan Parcial El Valle (Baños y Mendigo, Murcia), promovido por la mercantil HILLS VALLEY GOLF & RESORT S.L. (GRUPO POLARIS WORLD S.A.). La superficie final excavada fue de 1388 m2, a los que habríamos de sumar 72 m2 de los sondeos aislados realizados fuera de estos sectores: 1460 m2 (22,81 % de la superficie del yacimiento). Vid. un pequeño avance del conjunto, que incluye también una ocupación islámica, en García Blánquez y Bellón Aguilera, 2005: 359-361.

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Fig. 8. Situación del yacimiento de Los Villares, Murcia

sendas sierrecillas de poca altura, que permanece abierto por el norte y el sur. Sus características, como veremos, inciden en su entidad modesta, puesta igualmente de manifiesto en el carácter limitado de la necrópolis, teniendo en cuenta la vigencia del yacimiento. 2.4.1. Áreas de habitación/producción/ almacenaje En el yacimiento se documenta un conjunto muy numeroso de estructuras relacionadas con los procesos de preparación de determinados alimentos y su almacenamiento. A pesar del arrasamiento causado por la antigua roturación agrícola de esta zona, se han localizado 75 silos/basureros, 10 zonas con restos de combustión identificados como posibles hornos/hogares, así como los restos de algunas estructuras constructivas, con agujeros de poste (fig.9-10). Dentro del campo de silos es especialmente significativa la presencia de los hornos/hogares. Su hallazgo nos ha permitido verificar y constatar el desarrollo de una actividad que hubo de ser frecuente en el medio rural, relacionada con la conservación de los excedentes agrícolas de estas comunidades. Nos referimos en concreto al proceso

de tostación y torrefactado al que eran sometidos algunos productos como los cereales, para evitar su deterioro antes de su acopio en los almacenes subterráneos.70 La zona de almacenaje disponía también de dos sectores que interpretamos como zonas permanentes de habitación y/o trabajo. Una situada en el valle sólo conserva un suelo preparado con tierra apisonada, dos hornos próximos asociados a ella y un molino. El otro sector ocupa la ladera occidental, donde hallamos dos estancias rectangulares excavadas en la roca y adosadas entre sí, en las que se localizan también tres hornos y restos de combustión. Tal estructuración muestran la humilde escala del enclave, su configuración como establecimiento rural de dimensiones modestas,71 compartiendo rasgos si bien al parecer menor entidad que otros establecimientos del tipo de Vilaclara (Castellfollit

70 Agrónomos andalusíes describen el uso del sahumado con fines conservantes y repulsivos. El humo de algunos tipos de madera aporta a los productos compuestos fenólicos (ácidos de acción desinfectante muy enérgica) dotados de antioxidantes (García Sánchez, 1994: 251-293). 71 La intervención arqueológica limitada a algunos sectores de muestreo, nos impide evaluar realmente la entidad real del establecimiento rural.

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Fig. 9. Planta de los sectores I-II de Los Villares

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del Boix) o Bovalar (Seròs).72 En el caso del sureste, tales similitudes y diferencias se dan respecto a poblados como el lorquino de Peña María.73 El importante lote de material cerámico recuperado en la zona productiva nos ayuda a fijar la cronología del yacimiento. Así, la terra sigillata africana se encuentra presente con tipos que cubren desde el siglo V y la primera mitad del VI d.C.-H. 94 y H. 97- hasta otros que llegan hasta finales de esta centuria y comienzos de la siguiente –H. 99 B/Cencontrándose en estos últimos materiales (H. 103 B/104 A) motivos iconográficos cristianos (Estilo E-2 de Hayes). Además se ha identificado un grupo cerámico caracterizado por la presencia de mica dorada muy fina en su arcilla y un acabado esmerado de la superficie, del que se han registrado tipos asimilables al cuenco Vegas 21.4, la jarra de borde moldurado Vegas 38, y un gran vaso similar al tipo 12 de Vegas, que en conjunto ofrecen una cronología similar a la fase de abandono del Teatro de Cartagena (fase 10.3.1) datada c. 590-620.74 También hallamos cerámicas ibicencas del grupo RE-314b (similar a la forma 42 de Vegas), que aparecen en el Teatro de Cartagena a mediados del s. V, si bien son más frecuentes en la segunda mitad del VI y en los niveles de abandono y destrucción del primer cuarto del VII d.C.75 Las ánforas aportan una cronología acorde. Además de los contenedores africanos de pasta anaranjada y superficie amarillenta (sin tipos identificados), se ha encontrado un ejemplar oriental completo asimilable al tipo Riley Late Amphora 2 (Kuzmanov XIX, Scorpan VIIA), originario de la región del mar Negro Bizancio, cuya datación según los contextos comienza en la cuarta centuria, aunque algunos autores sugieren el siglo VI, estando probado un mantenimiento residual hasta el s. VII.76 Las producciones de fabricación local constituyen el grupo que nos ofrece finalmente una proyección cronológica superior a los anteriormente estudiados, apoyando una hipotética pervivencia

del enclave rural tras la caída de Cartagena a manos de Suintila. Si las cerámicas hechas a torno (C. 1.4 y C. 4.2) se encuadran en el contexto cronológico general, las producidas a mano (Gutiérrez M1.3 Y M.2.1.1), perviven hasta el s. VIII. Así las cosas, dado que este depósito cerámico se puede situar grosso modo entre finales del siglo V y el siglo VII d.C., y que el mismo se recupera en un segundo momento de vida de los silos, ya transformados en basureros, la actividad en el yacimiento comenzaría a comienzos de la primera centuria. A este respecto, hay que considerar que si bien en este terreno cualquier generalización se presta a equívoco, en tanto hay una marcada diversidad en función de las condiciones del terreno, se estima que este tipo de depósitos puede mantener su función original durante varias décadas.77 De esta forma, a pesar de que resulta difícil datar la construcción de estas estructuras, en algunos de los yacimientos donde se ha hecho, sorprende el dilatado período de uso, como ocurre con los silos hallados en la intervención de Carreró 49, en Mataró, donde la estratigrafía permitió fechar su construcción con posterioridad al segundo/tercer cuarto del siglo VI d.C., en tanto que la amortización de algunos de éstos se sitúa a finales del siglo VI/primer tercio del siglo VII d.C.78 En la misma línea, también hay que considerar las referencias de las fuentes acerca del dilatado período de uso de estos almacenes subterráneos.79 En el caso de Los Villares tampoco hay que perder de vista que la profusión de silos documentados, aunque en cierto número hubieron de ser sincrónicos, expresan además una dilatada secuencia de uso, factores todos que en un principio llevan a considerar una cronología de fundación/uso bastante más temprana respecto a la del depósito cerámico recuperado en su obliteración.

77

Francès i Farrè, 2007: 104. Cela Espín y Revilla Calvo, 2004: 171 79 Así, Ibn Hayyan argumentaba la capacidad de los toledanos para su resistencia en «las muchas provisiones que les llegaban de sus extensos alfoces, que daban alas a su arrogancia contra la fortuna, almacenadas en silos y garantizadas contra el deterioro por muchos años, de manera que bastaban incluso al longevo para toda la vida, pudiendo en todo momento recurrir a su depósito» (Muqtabis II, trad. de Mahmud Ali Makki y F. Corriente, 2001: 34). En la misma línea, debemos citar un anónimo musulmán de los siglos XIV-XV, quien refiere que «..las cosechas se pueden almacenar bajo tierra durante cien años sin que se alteren, se pudran, se corrompan ni se produzcan en ellas el más mínimo cambio, a pesar del cambio de los años y la alternancia de las estaciones.» (Penedo et alii, 2007: 678). 78

72 En estos casos constituidos por viviendas dispuestas alineadas o en batería, compartiendo muro de fondo y un espacio abierto de uso comunitario, así como compuestas de unas tres habitaciones, en las que hay que incluir un pequeño patio donde se suelen situar hogares y silos. En el caso de Puig Rom, el establecimiento llega incluso a estar fortificado, configurado a modo de castro. Vid. Navarro Sáez, 2005: 533. 73 Martínez Rodríguez, 1989. 74 Murcia y Guillermo, 2003: 170-191. 75 Murcia y Guillermo, 2003: 176-178. 76 Fulford, 1984: 119, Fig. 34-3.

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Fig. 10. Planta de los sectores III-IV de Los Villares

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Por lo que se refiere a su momento final, algunas producciones toscas a mano (Gutiérrez M1.3 Y M.2.1.1), como dijimos, podrían indicar la posible perduración de la ocupación avanzado el siglo VII d.C. 2.4.1.1. Estructuras de habitación / trabajo Dentro de este grupo de estructuras debemos distinguir por su ubicación y rasgos constructivos la situada en el fondo del valle de aquellas localizadas en la ladera occidental (fig.11). En el valle sólo se ha localizado una de estas estructuras, tomada como nº 1. De ella se conserva los restos de un suelo de tierra batida y apisonada, que define un espacio irregular de forma alargada, cuyas dimensiones máximas son: 5,35 m de longitud (dirección NE-SO) por 3,26 m de anchura (dirección NO-SE). Por el NE presenta un lado más rectilíneo con las esquinas redondeadas. Por el SE el perímetro del suelo se desarrolla también de forma rectilínea pero hacia la mitad se pierde tomando una curvatura muy acentuada hacia el norte. El flanco noroeste se conserva en peor estado; el suelo tiene un contorno irregular desapareciendo totalmente en la mitad occidental. No obstante, en el centro de este flanco se conserva los restos de una posible estructura formada con dos piedras alineadas a las que se adosa por el este una mancha de yeso. Otro resto de yeso aparece en la parte que formaría el límite occidental de suelo. Y finalmente, en el ángulo noroccidental de esta posible estancia, se hallan unas manchas irregulares de color rojoanaranjado. El suelo está hecho con las arcillas tomadas del mismo entorno (margas blanquecinas y amarillentas), aunque aquí presentan una tonalidad anaranjada con un pequeño sector teñido de gris. Esta mancha grisácea, situada junto al margen SE del suelo, pudo originarse con un hogar, aunque carecemos de cualquier otro indicio o resto de la posible estructura de combustión que la propia coloración cenicienta del suelo. En el perímetro del suelo no se han hallado indicios claros de ningún tipo de estructura que nos permita suponer que este espacio estaba cerrado, ni con paramentos de fábrica, de tierra o tan siquiera con alguna empalizada hincada en el terreno. Sólo en el lado norte, la presencia de dos piedras calizas (de origen alóctono) unidas entre sí con barro, nos invita a considerar la posible existencia de un pequeño zócalo o encintado perimetral. No obstante, la presencia de un suelo en un espacio determinado,

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cuya textura y composición no permiten confundir con la superficie del entorno, nos hace pensar que este solado dispuso de un techo y, muy probablemente, de una estructura delimitadora, quizás, de escaso porte. La consistencia probablemente exigua de los materiales constructivos, en función de su naturaleza perecedera, la propia liviandad de estas estructuras, y las alteraciones ocasionadas por la roturación del terreno y el posterior laboreo agrícola, han debido borrar y eliminar cualquier indicio. Por otra parte no consideramos descabellado, teniendo en cuenta el contexto funcional del área con estructuras para elaborar, envasar y almacenar alimentos, la existencia de estructuras tipo cobertizo, donde se acopiara y almacenara temporalmente los excedentes agrícolas hasta su envasado o ensilado, e incluso como refugio o zona de trabajo protegida de las inclemencias climatológicas. Tampoco podemos descartar que el suelo identificado corresponda a una cabaña de habitación humana, pues este tipo de solado está presente, de forma generalizada, en la mayor parte de las estructuras de habitación familiar de esta etapa histórica (ss. VI-VII), tanto en cabañas localizadas en el medio rural como en las casas de organización más compleja situadas en algunos núcleos urbanos y en zonas bajo dominio visigodo o bizantino.80 Sin embargo, su aislamiento, sin otras unidades de habitación formando un conjunto rural, y su ubicación, inmersa en un área de marcado carácter productivo –formada por silos, hornos y hogares– señala que esta estructura tuvo probablemente una función meramente económica. Indicios de la actividad que se desarrolló aquí son cuatro zonas de combustión y un fragmento de molino hallado muy cerca de la posible cabaña, sin duda, asociados a ella. Al norte se localizan dos hogares (H-11 y 12), de los que se conservan una superficie irregular calcinada delimitada, en ambos casos, por su parte occidental con un arco hecho de piedra menuda y mediana. También cerca del ángulo noroccidental quedan dos pequeños sectores con restos de cenizas, pero sin ninguna estructura de piedra asociada. Sobre una de estas manchas se halló una molineta casi completa.

80 Esta estructura guarda grandes similitudes formales con el tipo A2 (planta ovalada alargada de grandes dimensiones) de las cabañas visigodas localizadas al sur de Madrid (Vigil-Escalera, 2000: 223-252); y de forma concreta, dimensiones y configuración constructiva son semejantes a las de cabañas como las del asentamiento rural de Els Mallols (Francès i Farré, 2007: 7679).

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Fig. 11. Planta de las estructuras de habitación/trabajo de Los Villares

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En la ladera occidental del valle, se han documentado dos estancias o áreas de trabajo/habitación excavadas en la roca. Ambas estructuras se construyeron de modo independiente y separadas entre sí, por una banda de terreno sin ocupar de 2,55 m de anchura, que remonta la ladera. Probablemente estas estancias no son las únicas de la ladera, pues las acumulaciones de piedra y los recortes de la roca que se aprecian en la cornisa de la cima, son indicios que señalan la presencia de posibles derrumbes de otras estructuras arquitectónicas que, en su conjunto, formarían una pequeña aglomeración. Desconocemos si estas estructuras que permanecen ocultas son de habitación o desempeñaron la probable doble función (habitacional y artesanal) que las dos que hemos tenido oportunidad de excavar. La estructura de habitación/trabajo 2 es un espacio alargado excavado en la parte baja de la ladera. Tiene planta rectangular orientada en sentido norte-sur. Sus lados norte y oeste están tallados en la roca, el meridional no ha sido localizado dentro de la zona estudiada y el flanco oriental, ha desaparecido a causa de los desmontes agrícolas. Las medidas conservadas son las siguientes: 6,5 m de longitud máxima (N-S) por 3,08 m de anchura (EO). Para construir esta estancia se excavó el substrato rocoso de arenisca hasta conseguir una amplia superficie llana rodeada por tres zócalos pétreos (norte, oeste y sur). Probablemente la parte frontal (este) estuvo cerrada con un paramento exento, aunque también pudo permanecer abierta hacia el valle. El zócalo más alto era el interior, donde alcanza 60 cm de altura respecto del suelo. Los flancos tienen perfil de cuña (sólo visible en el norte) siguiendo la pendiente de la ladera. Del alzado de sus paramentos sólo nos quedan algunos restos en el tramo norte, donde permanecen algunos bloques desmontados junto al hueco que los albergaba en la parte interior del zócalo. El tramo oeste se ha perdido totalmente por efecto de la erosión, documentándose parcialmente su derrumbe dentro de la estancia. Sabemos por el tramo conservado en la parte norte de la estructura de habitación/trabajo 3, que los paramentos de estas estancias tenían un espesor de unos 45 cm y estaban levantados con mampostería de poca calidad de piedra arenisca cogida con barro. La roca de base, excavada para formar un nivel llano y liso, constituyó el suelo de la estancia. En él se perforaron varios agujeros circulares distribuidos de forma aparentemente irregular y se instalaron tres zonas distintas de combustión y una

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mancha de cenizas. Respecto a los primeros, Se trata de pequeños hoyos circulares regulares de diámetros variables (desde un mínimo de 8 cm hasta un máximo de 30 cm). Desconocemos a ciencia cierta la función que desempeñaron estos hoyuelos, pero su ubicación en el interior de este espacio nos induce a pensar que se emplearon para encastrar en ellos algún tipo de poste utilizado para sostener la techumbre de la estancia. No obstante, no hallamos en su disposición una organización o distribución que permita aseverar esta hipótesis. Podemos pensar que una sencilla techumbre hecha con troncos irregulares y ramas solo necesita apoyos «aleatorios», es decir, allí donde lo requiera la estructura montada en cada ocasión; y por otra parte, de hecho, tampoco es seguro que todos ellos sean sincrónicos debido, quizás, al continuo reemplazo que exigiría este tipo de cubiertas. En cuanto a las zonas de combustión, ningún resto delimita su perímetro irregular, por lo que no podemos determinar cual era su forma y dimensiones reales; no obstante, por otros elementos mejor conservados sabemos que son de tendencia circular y que sus diámetros (muy variables) oscilan entre 30 (H-8) y 119 cm (H-6). La estructura de habitación/trabajo nº 3 se encuentra al norte de la habitación de trabajo 2, en la misma terraza tallada en la ladera. De ella, apenas quedan restos apreciables. De su estructura solo se conserva visible el muro de mampostería que podría haber formado el cierre norte. En el lado contrario no quedan indicios del sistema de cierre, mientras que el oeste no ha sido localizado en el área de excavación abierta, por lo que no descartamos que se halle oculto bajo el terreno. El suelo, formado por la roca tallada, no está rehundido respecto de los muros perimetrales. Sobre él no quedan más huellas que unas manchas de ceniza. Entre ambas estancias de trabajo (2 y 3), resultaba una especie de pasillo sin ocupar, aunque adosado a la parte septentrional de 2 se abrió una fosa cuadrada Ya por último, en la parte oriental del valle se abre una gran cueva excavada artificialmente en la pared rocosa, cuya entrada se localiza en la parte central de la loma, frente a las habitaciones de trabajo nº 2 y 3, situadas al otro lado del valle. Para ésta, objeto de ocupación en época moderna, no se constatan restos de época tardía, si bien su ubicación y características hacen intuir que pudo utilizarse como almacén temporal, como zona de laboreo de los alimentos antes de proceder a su «ensilado», e incluso, de habitación aunque la ausencia de registro estratigráfico y estructural nos ha impedido verificarlo.

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Así las cosas, las estructuras excavadas se caracterizan por una factura sumaria, ajena a cualquier tipo de complejidad constructiva y revelando una economía de medios que hace prescindir de materiales sólidos. La ausencia de tejas, a diferencia de otros enclaves rurales del momento,81 y la escasa entidad de los muros, hacen suponer la existencia de cubiertas lígneas, soportadas por los mencionados postes. Del mismo modo, también las plantas revelan similar simplicidad, existiendo únicamente estructuras de un único ambiente (independientemente de una hipotética compartimentación en material perecedero), sin atisbos de trabazón, y para las que priman las formas ovaladas alargadas y rectangulares. No obstante el escaso número de casos documentados, su tipología se asemeja a los modelos registrados en la zona central de la meseta: fondos de cabaña ovalados alargados (tipo A) y rectangulares (tipo B). Aunque en los Villares los suelos rehundidos (habitación nº 2 y 3), tienen más que ver con el acondicionamiento de la ladera rocosa que con los tipos de cabañas semienterradas, cuyos prototipos se vincula a poblaciones alóctonas,82 hecho que induce a pensar que el hábitat pertenece a una comunidad rural de la zona, impresión que viene reforzada en Los Villares por la adscripción cultural de los ajuares de su necrópolis. 2.4.1.2. Estructuras de combustión: hornos y hogares Las estructuras de combustión se localizan cerca de los espacios de trabajo/habitación, no descartando que puedan ser éstas las únicas evidencias conservadas de posibles fondos de cabaña desaparecidos. Podemos distinguir en razón de su morfología y estado conservación entre posibles hornos y hogares. 2.4.1.2.1. Hornos Se caracterizan por dejar sobre la roca una importante huella de combustión, señal de un uso prolongado y la elevada temperatura de trabajo. Suelen construirse directamente sobre la roca (H 2 y 3), formando ésta la propia base interior sin que se ad-

81 Es así el caso de algunos del área madrileña como el de Arroyo Culebro, vid. Penedo Cobo et alii, 2007: 676. 82 Chavarría Arnau, 2007: 128-130.

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vierta ninguna preparación especial salvo su alisado; excavado un sector para encastrarlo parcialmente en la pendiente (H-1); o bien con el fondo rehundido 20 cm en la roca (H-4), hallándose en esta ocasión en su interior numerosos carbones (fig.12). Su planta es de tendencia circular y el arranque del cuerpo en la base es cilíndrico (H-1 y 4). No se ha documentado ningún indicio que nos permita reconstruir la superestructura, ni siquiera de la situación o forma de la boca de alimentación y carga. No obstante, pensamos que ésta se encontraba al oeste, pues junto a esta parte del horno 1 se acumula gran cantidad de ceniza que suponemos procede la limpieza de su interior. En el horno 4 hemos podido documentar una pequeña entalladura excavada al sureste en la roca de base. Se trata de un estrecho canal de escasa profundidad, de 22 cm de ancho por 26 cm de largo, que pudo funcionar como orificio de ventilación. Respecto de la cubierta creemos que el sistema abovedado es el más plausible si tenemos en cuenta la planta circular de la estructura. Probablemente presentaba una pequeña cúpula hemisférica, hecho con barro o adobe. Su configuración, como vemos, es bastante primaria, a diferencia de la cierta preocupación que se advierte en estructuras similares como las de Els Mallols, en un caso incluso con superficie de apoyo realizada mediante cantos, favoreciendo la conservación del calor.83 Desde el punto de vista funcional, teniendo en cuenta la mínima complicación estructural –que supone la ausencia de cualquier tipo de parrilla– para el yacimiento catalán se propone que en primer lugar se calentara el interior y posteriormente, retiradas las brasas, los elementos a cocer, razón por la que allí se recurre a mecanismos que garantizaran la conservación de la temperatura, como los mencionados cantos. En cualquier caso, al igual que allí, nada lleva a pensar en Los Villares que los hornos pudieran superar los 400-450º de temperatura, razón por la que hay que descartar que sirvieran para otros usos más que para la cocción o preparación de alimentos (torrefactado o sahumado). De este modo, los datos disponibles no permiten hablar de diversificación funcional alguna, de tal forma que, en unión a los datos proporcionados por las estructuras y el registro mobiliar (ausencia de escorias, etc.), el yaci-

83

Francès i Farrè, 2007: 82-90.

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miento se nos muestra volcado a una única actividad productiva, que hemos de suponer de tipo agropecuario.84 2.4.1.2.2. Hogares Se encuentran relacionados generalmente con las zonas de trabajo y/o habitación. Junto al área 1 se localiza sobre el pavimento del posible cobertizo una mancha de ceniza (H-14) y fuera dos sectores, uno al norte con dos restos de combustión (H-11 y 12) y otro a poniente, con otros tantas manchas de ceniza (H-15 y 16). Los dos hogares situados al norte conservan ambos parte de una estructura semicircular hecha con piedra mediana, que pueden ser los restos de un cerco o estructura de fábrica de un posible componente productivo estable como podría ser un doble fogón. Al oeste del cobertizo aparece asociado a una de las manchas (H-15) un fragmento de molino de mano, lo que viene a confirmar la existencia de una zona de trabajo en la cual se desarrollaban labores de desecado (tostado y/o torrefactado) de determinados alimentos y de molturación. También en el área de trabajo 2, hallamos restos de combustión que en este caso solamente corresponden a tres manchas irregulares de ceniza (H-7, 9 y 10) localizadas directamente sobre la roca sin ningún otro resto. Otras dos estructuras de combustión aparecen al este del valle (H-6 y 8) que, a pesar de la distancia, podríamos asociar con las debidas reservas al área de trabajo 4. De un modo u otro, la tipología diverge de la conocida para ciudades como el Tolmo de Minateda, en donde estos hogares, a pesar de las diferencias de tamaño, siempre tienen en común tanto su forma, circular u oval, como su técnica de construcción, consistente en una pella de arcilla realzada sobre el pavimento, ocasionalmente acompañada de un posible entramado de madera con la función hipotética de sujeción de los útiles de cocina durante la cocción.85 Como dijimos, cabe pensar que una posible función para los hogares sea la de preparar el grano

Fig. 12. Tipología de los silos, cubetas y hornos de Los Villares

84 En este sentido, en los yacimientos de este tipo, si bien es una constante la citada especialización, también se documentan actividades paralelas dentro de la concepción autárquica del enclave. Así, tal y como prueban yacimientos como Arroyo Culebro, es frecuente el registro de estructuras vinculadas a la refundición de objetos, vid. Penedo et alii, 2007: 676. 85 Gutiérrez Lloret, 2000: 159.

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para su conservación. De esta forma, podrían ser la formulación en un establecimiento rural de rango modesto, de los hornos para el tratamiento de cereales (four de séchage o corndryer) que aparecen en las fases finales de transformación de algunas villae.86 Del mismo modo, las fuentes nos informan de determinadas prácticas agrícolas a los que podríamos asociarlos, sea el caso de Isidoro (Etym., XVII, 3, 18) quien señala que «una vez recolectada la mies, la stipula se quema para que sirva de abono al campo». 2.4.1.3. Silos / basurero El mal estado de conservación del yacimiento debido a la escasa consistencia de la roca y, sobre todo, a las agresiones sufridas por la maquinaria agrícola no nos ha permitido documentar ninguna de estas estructuras de almacenaje completa. Generalmente presentan el tercio superior destruido, aunque las alteraciones alcanzan tales proporciones que en muchos casos sólo han llegado hasta nosotros el tercio inferior. A pesar de ello, contamos con abundantes datos para estas estructuras. Así, por un lado, todas son individuales, no dándose aquí las modalidades dobles y geminadas registradas en villae como la de Can Cortada, que perdura hasta el siglo VI d.C.87 Sabemos que disponían de una boca de acceso de tendencia circular, un cuerpo piriforme, globular o cilíndrico y un fondo plano o cóncavo (fig.12). Como decimos, la entrada o boca, situada teóricamente a ras del suelo, suele ser predominantemente de forma circular, aunque también son frecuentes las irregulares y algunas de tendencia cuadrada. Su diámetro tiene una media de 70 cm, aunque sospechamos que incluso fuera menor. En cuanto a su sistema de oclusión, no se observa en esta parte ningún tipo de residuo que nos permita suponer que disponía de algún tipo de fábrica de cierre. Los únicos elementos que podemos asociar a este dispositivo son algunas lajas de arenisca halladas caídas dentro, quizá originariamente trabadas con arcilla o excrementos de animales, como ponen de relieve algunos estudios88 e, incluso, rodeadas de arena.89

86

Chavarría Arnau, 2004: 10 Navarro Sáez, 2005: 552. 88 Francès i Farré, 2007: 104. 89 García Sánchez, 1994: 272 87

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Aunque los silos bien conservados son muy escasos, podemos distinguir cuatro grupos. El mayoritario es el de forma globular (57 unidades) con cierta tendencia periforme. De una manera muy minoritaria le siguen los de forma cilíndrica (8) y hemisférico (7) y, de manera testimonial, los lenticulares (2). No obstante, esta clasificación queda relativizada debido a que gran parte de los mismos se conservan en precario con una porción de los mismos que no alcanza el tercio de su estructura completa. Estudiando los silos más completos podemos considerar que al menos tuvieron una profundidad máxima que oscilaba entre 150 cm (S-04) y 137 cm (S-21). Actualmente el 89,6 % conservan menos de 100 cm de alzado, por lo que hemos de sospechar, junto con el amplio diámetro de su boca, que se conservan incompletos. Estas características llevan a pensar que en su mayoría se trata de depósitos de capacidad media, con un volumen que oscilaría en su mayoría entre los 1000 y 1500 l. La homogeneidad morfológica, a diferencia de cuanto ocurre en otros lugares, no permite intuir aquí una especialización de las estructuras en función del alimento contenido.90 La parte basal es mayoritariamente plana 59,7 % frente a la de forma cóncava restante. No recibe ningún tratamiento, posiblemente porque en origen no estarían recubiertos más que por paja, como describen Varrón (Res Rusticae, I, 57, 2) o Plinio el Viejo (Naturalis Historia, XVIII, 606-607).91 Con todo, en otros yacimientos de esta etapa que cuentan con este tipo de estructura, el fondo se recubre con una clara finalidad aislante, ya mediante fragmentos de tejas y cerámicas, ya mediante un preparado de piedras.92 En Los Villares, los silos presentan sus paredes normalmente alisadas, existiendo también un escaso número de casos que dejan ver las huellas del trabajo de excavación. No se documentan así prácticas que favorezcan la profilaxis, del tipo del revestimiento mediante arcilla cocida o el incendio

90

Penedo Cobo et alii, 2007: 679. El uso del silo como método de almacenar y conservar cereales y otros alimentos siguió vigente en la etapa medieval. Los agrónomos andalusíes, herederos directos de los latinos, nos transmiten multitud de estrategias para garantizar la supervivencia de los productos, recomendando el uso de juncos, esteras de paja y arena para aislar los silos, o el empleo de productos de origen animal (estiércol) vegetal (ceniza, ciprés, acelga, etc.) y mineral (tierra blanca) para combatir y prevenir las plagas. Vid. García Sánchez, 1994. 92 Penedo Cobo et alii, 2007: 678. 91

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de la estructura con la finalidad de endurecer las paredes e incrementar su capacidad aislante.93 Alguno de los silos estudiados (S-27, 59, 65 y 70) parecen estar relacionados con otras estructuras, también circulares pero de menor tamaño y profundidad que la estructura mayor. Así, aparentemente el silo mayor parece intersectar a otro menor construido anteriormente. En cualquier caso, no existe ningún patrón de distribución, una especial agrupación, a diferencia de cuanto se observa en otros yacimientos del tipo del madrileño de Arroyo Culebro, donde se detecta una concentración semicircular probablemente asociada a una estructura no conservada, o su alineamiento en hileras orientadas N-S.94 De un modo u otro, se trata de un tipo de almacenaje que, difundido en el conjunto de la Península durante la Antigüedad Tardía, también gozó de éxito en este ámbito geográfico, donde se pueden citar el caso del barrio de época bizantina de Carthago Spartaria, ejemplo de su uso en ámbito urbano, también documentado en otras ciudades como Valentia.95 De forma concreta, la preferente asociación de los silos al almacenaje de grano, que en algunos casos se guarda junto a las leguminosas,96 materializa la importancia con la que debió contar su cultivo en el sureste durante la Antigüedad Tardía, puesta de manifiesto por el conocido pacto entre Teodomiro y Abd al-‘Aziz (713).97 Por lo demás, siguiendo la secuencia típica de este tipo de estructuras, los silos acabaron convirtiéndose en fosas de vertido, no conociendo otros usos como ocurre en Els Mallols, donde algunos llegan a emplearse como enterramientos; o en Arroyo Culebro, en este caso con uno reaprovechado para facilitar la carga de un horno anexo.98

93 La primera práctica se documenta en el establecimiento rural del Poble Sec (Sant Quirze del Vallès) en uno de los silos de los siglos IV-V d.C., donde la capa de arcilla alcanza un grosor de 10 cm. (Navarro Sáez, 2005: 552). El siguiente procedimiento se ha podido registrar en Arroyo Culebro para época romana (Penedo Cobo et alii, 2007: 679). 94 Penedo Cobo et alii, 2007: 678-679. 95 Ribera i Lacomba y Rosselló Mesquida, 2000: 163. 96 Así por ejemplo ocurre en Roc d’Enclar, vid. Navarro Sáez, 2005: 535 97 Así, de hecho, la versión de al-Himyari cita dentro del tributo anual «cuatro almudes de trigo y cuatro de cebada» (Llobregat Conesa, 1973: 20). Por lo demás, dicha expansión se puede generalizar al territorio hispano, teniendo en cuenta la información aportada por documentos como el De fisco Barcinonensi del 592 (Vives, 1963: 54). 98 Francès i Farré, 2007: 110-113; Penedo Cobo et alii, 2007: 679.

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Del mismo modo, cabe destacar la relativa homogeneidad de estos depósitos de amortización, que únicamente incluyen cerámicas y en una proporción mucho menor restos de vidrio, metal o de fauna. Dicha composición, además de insistir en la humildad de este establecimiento, en unión a ese exclusivo destino funcional, también deja ver la inexistencia de una presión demográfica o de remodelaciones de entidad en este enclave, de las que restarían los restos amortizados, como vemos en otros muchos yacimientos.99 2.4.1.3. Fosas o cubetas Se documenta también otro tipo de estructura, quizá igualmente empleada para almacenar alimentos. No en vano, durante este momento se multiplican los depósitos subterráneos e igualmente las funciones para las que se emplean, como señala Isidoro (Etym. XX, 9, 3), quien habla del loculus como «un depósito realizado en tierra para colocar en él algún objeto, o bien para guardar ricos vestidos o dinero». En nuestro caso, a diferencia de los silos, se trata de una especie de fosa o cubeta alargada de planta rectangular con los vértices redondeados (fig.12). Las dos que se han identificado (C-1/S-41 y C-2/S-52) tienen unos 100 cm de longitud por 50 y 35 cm de anchura respectivamente, y una profundidad que oscila entre 16 y 21 cm. Estas fosas alargadas de escaso calado guardan gran similitud con aquellas que presentan forma de sepultura y rellenas de arena, que describen los agrónomos andalusíes empleadas para guardar granadas.100 En yacimientos como Els Mallols alguna de estas estructuras, las de dimensiones menores, se identifican como superficies para el encastre de dolia.101 En otros lugares, alguna de estas cubetas circulares se han documentado rodeadas de agujeros de poste, como ocurre en Mas de Catxorro (Benifallet), ya en el siglo VIII d.C.102 En nuestro caso, de presentar usos alternativos, nada se ha conservado respecto a su sistema de cie-

99 Es esa presión la que lleva a dar uso funerario a algunos de los silos de Els Mallols. En cuanto a la amortización mediante restos constructivos, tenemos los casos de Arroyo Culebro (Penedo Cobo et alii, 2007: 678-679) o La Poliseda, este último con una inscripción vertida a uno de estos silos (Berzosa del Campo, Casado Lozano, García Valero, 2008). 100 García Sánchez, 1994: 265. 101 Francès i Farré, 2007: 109. 102 Folch Iglesias, 2005: 240.

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rre, aunque por similitud con los silos podemos pensar que dispusieron de una cubierta hecha con lajas de piedra. 2.4.2. La necrópolis Se asienta sobre una ladera estrecha y alargada, ocupando un área irregular de c. 580 m2 Durante la intervención fue posible documentar 104 enterramientos (fig.13). Éstos son bastante similares, orientados mayoritariamente hacia el Este, y conteniendo una o dos inhumaciones dispuestas en decúbito supino, que en ocasiones fueron depositadas en féretros o parihuelas. La tipología constructiva de estas sepulturas no es en exceso variada, tratándose sobre todo de fosas de planta rectangular o trapezoidal, a veces revestidas de lajas y cubiertas por simples túmulos de tierra, encachados de piedra, también lajas, o en un único caso, un cierre de signino.103 Precisamente, esta marcada homogeneidad constructiva no permite individualizar sepultura alguna que actúe como polo generador, o al menos, eje centrípeto del conjunto. En este sentido, por cuanto se refiere a la organización del espacio funerario, únicamente parece quedar claro el carácter fundacional del sector septentrional, habida cuenta de la alta densidad de enterramientos que registra, a veces incluso provocando la superposición de sepulturas. Cerca del 30% de las tumbas cuenta con ajuar, en concreto, 30 de las 104 excavadas. A este respecto, éste se compone de elementos de adorno personal (alfileres, pendientes, collares, brazaletes, anillos) y en menor medida, de indumentaria (hebilla, aplique de cinturón) (fig.14).104 El elemento de ajuar más representado es el alfiler, en tanto lo hallamos en un mayor número de tumbas (17) e igualmente con una cantidad de ejemplares (circa 79) que lo distancia de las restantes piezas. La razón de tal abundancia es que se trata de un elemento en su mayoría representado por más de un ejemplar, normalmente 3 o 5. Se documentan alfileres de remate macizo esférico y cilíndrico, así como de remate hueco, sobre todo con forma de cono invertido, destinado a la inserción de un cabujón cristalino. Del mismo modo, también hallamos cierres para estos alfileres, igualmente dotados de cabujón cristalino. En ambos

103

García Blánquez y Vizcaíno Sánchez, e.p.(2) Vid. un detallado análisis de los mismos en García Blánquez y Vizcaíno Sánchez, 2008b. 104

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casos, se trata de piezas que integran el ajuar característico que Zeiss definió como «Andalusische Gruppe», cuyo registro se concentra sobre todo en las áreas más romanizadas de Hispania, como la Bética Oriental y Levante, quizá no más allá de inicios del siglo VI d.C. 105 Tras los alfileres, los objetos de ajuar que cuentan con mayor representación son los pendientes, documentados en 14 sepulturas, con un total de 31 ejemplares. Para éstos, elaborados en su práctica totalidad en bronce y sólo en contadas ocasiones en plomo o plata, podemos diferenciar hasta nueve tipos en función de si su aro no presenta un acabado particular, se encuentra rematado con una forma geométrica o dotado de bucle, a su vez con distintos remates, o éste y algún complemento ya bajo la forma de de esfera o lágrima. Para este último tipo, contamos con paralelos en las necrópolis de Madrona y Duratón, datados entre finales del siglo V y la primera mitad del siglo VI d.C., marco cronológico al que también se adscriben los restantes tipos.106 Respecto a los collares, a pesar de que en otros conjuntos este tipo de piezas se encuentra entre las más representadas, su registro en Los Villares es escaso, circunscrito únicamente a dos tumbas (22, 44), a las que hay que unir también otra sepultura (56) en cuyo interior se halló una sola cuenta. Éstas están realizadas en pasta vítrea, ámbar, resinas de inferior calidad, cornalina o cuarzo, este último hialino o ahumado, con una interesante morfología poliédrica. Por otro lado, un total de ocho tumbas cuenta con brazaletes/pulseras, elaborados en bronce o hierro, que siguen tipos sencillos en función de la sección de su aro, ya mayoritariamente circular, como ocurre hasta en cinco ocasiones, o por el contrario rectangular, variantes que parecen tener además, una correspondencia en el sistema de cierre, bien simplemente con los extremos aguzados, o por el contrario, yuxtapuestos. Ambos cuentan con una presencia abundante en los conjuntos del momento, de tal forma que los primeros se documentan en cementerios como el 105

Ramallo, 1986: 144, citando a Zeiss, 1934: 160-161. En el primer caso, se trata del pendiente documentado en la sepultura 337, con una lágrima algo más recta, en este caso junto a un broche de cinturón de placa rectangular sin celdillas propio del denominado nivel II (480/90-c.525 d.C.). Vid. Molinero, 1971: lám.XCIII,fig.1, quien incluye el pendiente en su grupo I.B, en tanto que el broche en el grupo I.A (p.120 y 124). Respecto al ejemplar de Duratón, se acompaña de una fíbula discoidal de mosaico de celdillas, característica del nivel III (525-560/80 d.C.) Vid. Molinero, 1971: lám. XXXVI.fig.2. 737, 130, 135, 153 y 155. 106

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Fig. 13. Necrópolis de Los Villares

de Abujarda, 107 en tanto que los segundos se registran en necrópolis como la de Brácana. 108 107 108

Zeiss, 1934: taf.23.25. Zeiss, 1934: taf.23.23.

Igualmente, ambos también se localizan en el sector occidental de la necrópolis urbana de Cartagena, faltando por el contrario en el sector oriental más tardío, como muestra de un empleo preferente durante el siglo v d.C. y primera mitad

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Fig. 14. Tipología de los ajuares de la necrópolis de Los Villares (García Blánquez y Vizcaíno Sánchez, 2008)

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de la siguiente centuria.109 En cualquier caso, en Los Villares es necesario destacar dos ejemplares singulares, uno de ellos decorado mediante el enrollamiento de un fino hilo de bronce, que acaba formando cilindros; en tanto otro con el esquema tan difundido durante los siglos IV- VI d.C. de extremos aplanados en forma de cola de milano, simulando cabezas de ofidio. No faltan tampoco en Los Villares anillos, presentes en tres enterramientos. Realizados en cobre y bronce, su tipología, por lo demás, es bastante simple, reduciéndose a un aro bien de sección circular o aplanada, dominado en esta última modalidad por un ensanchamiento frontal a modo de chatón. Este último, ya lanceolado o circular, en ambos casos se acompaña de una pletina con la misma morfología y escaso grosor con restos de un material adherido, lo que lleva a suponer la presencia de algún engaste realizado en pasta.110 Las piezas de ajuar pertenecientes a la indumentaria tienen una representación mínima, limitada a solo dos ejemplares, si bien de gran valor cronológico. Así, en el sector meridional más tardío, en la tumba 103, se documentó una hebilla de hierro y un aplique de cinturón en bronce. En el caso de la primera, se configura mediante anillo oval alargado, de sección semicircular y grosor constante, contando con aguja cuya base presenta ligero engrosamiento rectangular con remate distal oval, sección semicircular y punta arqueada. Estas características muestran su relación con uno de los tipos de hebilla más temprano, que en conjuntos como el de Carpio de Tajo, se data a lo largo de la segunda mitad del siglo V d.C.111 Respecto al aplique, cuenta con remate hemisférico achatado sobre base discoidal, también apoyo de un apéndice de sujeción de perforación circular en su zona distal, rasgos que lo adscriben al Grupo I, subgrupo A, variante C, de la tipología de Molinero, datado desde finales del siglo V d.C. a la primera mitad de la siguiente centuria.112 Así las cosas, el relativamente alto porcentaje de ajuar, la ausencia de los recipientes de tipo simbólico, o como hemos visto, tanto la tipología de

109 Madrid y Vizcaíno, 2007: 61-60, fig.3; p.68, fig.5; p.7677, lám.30, fig.6 110 Encontramos anillos similares, con el aro perforado para permitir el engaste, en necrópolis como la de Pamplona, datada grosso modo en el siglo VI d.C. por la documentación, entre otras piezas de ajuar, de broches de placa rígida.Vid. Mezquíriz, 1965: lám.XI.14. 111 Sasse, 2000: abb.44 112 Molinero, 1971: 144-145.

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las sepulturas como de las piezas halladas, sitúan la cronología del conjunto cementerial entre los siglos V-VI d.C., en sintonía con los datos extraídos del análisis del depósito cerámico obtenido en los silos/vertederos. 3. POBLAMIENTO TARDÍO EN LA ZONA SEPTENTRIONAL Las intervenciones realizadas en este sector también están poniendo de manifiesto para época romana una densidad de ocupación bastante alta. En este caso, los yacimientos principales son Monteagudo y Senda de Granada, ambos de gran singularidad. En efecto, el primero sorprende en tanto, junto a las menciones antiguas que refieren restos de época romana y el propio registro disperso de éstos,113 ha documentado para época altoimperial un asentamiento de cierto nivel urbano (fig.15). Éste cuenta con dos calzadas perpendiculares entre sí, pavimentadas con ortostatos de pizarra local, y cuya configuración denota cierta pretensión, si atendemos a las características del vial que discurre en sentido Este-Oeste, con una anchura de tres metros, aceras de sillares de arenisca y canal de desagüe adosado. Dicho eje se encuentra flanqueado por un conjunto de habitaciones dispuestas en batería, de posible finalidad artesanal o comercial, donde se pudo recuperar más de una decena de pondera, todo lo que parece indicar que podría tratarse de un mercado. No en vano, los restos se encuentran próximos al paso de la vía Carthago Nova – Fortuna.114 En cualquier caso, a diferencia de los otros yacimientos que estamos comentando, aquí la vida del complejo se ciñe únicamente a época tardoaugustea o Julio-Claudia., sin que por el momento se pueda aventurar una continuidad de ocupación para época tardía.115 Por otro lado, en esta zona ocupa un lugar especial el yacimiento de Senda de Granada, cuya excavación se ha acometido ya en gran parte.116 Dado que en la actualidad se sigue trabajando en el estudio de las estructuras y materiales recuperados, tan sólo señalamos una serie de notas preliminares. 113

Medina Ruiz, 2002a Belmonte, 1988. 115 Medina Ruiz, 2000: 42-43; e Idem: 2002b: 49-50. 116 La misma tiene lugar en el marco de la promoción urbanística de viviendas protegidas por parte de la cooperativa Joven Futura. 114

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Fig. 15. Estructuras de época altoimperial documentadas en la Plaza de la Iglesia de Monteagudo, Murcia (Medina, 2002b)

Así, remitiendo a un panorama similar al que hemos estado viendo, también encontramos un establecimiento rural romano, que, como llevaban a pensar algunos indicios,117 en época tardía experimenta una nueva fase de desarrollo, en este caso con una marcada voluntad artesanal.118 Si bien, insistimos, es necesario esperar a la finalización de los estudios en curso para poder ofrecer una visión ponderada del conjunto, algunos restos recuperados si añaden elementos nuevos para el panorama que hemos ido trazando. En efecto, ciertas piezas dejan ver una presencia visigoda en el sureste para época temprana, que hasta el momento no había llegado a detectarse. De este modo, junto a algunos elementos de ajuar en la actualidad objeto de restauración y análisis,119 destaca sobre todo un remate aquiliforme, con la característica técnica de cloisonee (lám.9).120 Respecto

117 Así en el entorno no falta algún topónimo al que se atribuye un posible origen mozárabe, sea el caso de Churra (Pocklington, 1990: 213-216). 118 El yacimiento, por lo demás, cuenta con una secuencia más amplia, en la que hay que destacar la etapa islámica, momento en que el terreno vuelve a ser intensamente explotado. Así, ha sido posible documentar las primeras aceñas islámicas que se conocen en esta parte oriental del territorio andalusí, vid. García Blánquez y Cerdá Mondéjar, 2007: 343-362. 119 García Blánquez y Vizcaíno Sánchez, e.p. (3). 120 Una aproximación preliminar en García Blánquez y Vizcaíno Sánchez, 2008c. La pieza vuelve a ser objeto de estudio en

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a su identificación funcional –compleja dada la conservación fragmentaria del ejemplar– es necesario apuntar la presencia de dos pletinas de mínimo grosor, que, dispuestas en ambas caras del sector central, comprendiendo su grosor, mediante sendas tachuelas prenderían otra parte de la pieza. Dicha articulación, unida a las dimensiones –si bien deja abierta otra serie de posibilidades121– parece indicar su pertenencia a una fíbula, de la que pudo haber sido la pertinente placa de resorte que, mediante las pletinas mencionadas, sujetaría el puente, enlace con la placa de enganche. En lo esencial, por tanto, repetiría el esquema de las fíbulas de arco y placas de técnica trilaminar. Con todo, desconocemos ejemplares similares, pues el mencionado tipo presenta una morfología diversa, estando confinados los módulos aquiliformes a fíbulas que adoptan la forma general del cuerpo del ave, y no solo su cabeza.122 Fuera del tipo trilaminar, sí registramos un esquema prácticamente idéntico al nuestro, igualmente empleado como fíbula, si bien en este caso en contextos centroeuropeos previos a la etapa de movimientos migratorios hacia Occidente, todo lo que hace retenerla como posible prototipo temprano del que derivarán ejemplares más tardíos como este mismo.123 No faltan tampoco piezas muy similares si bien con funciones completamente diversas, sea el caso de cierres de limosneras como la hallada en el denominado Tesoro de Lavoye, datado de forma similar a la pieza murciana c.500 d.C., y diferenciada de ésta en la presencia de una pequeña hebilla.124

el trabajo mencionado anteriormente, García Blánquez y Vizcaíno Sánchez, e.p. (3). 121 No en vano, es algo variado el repertorio de piezas que recurre a motivos aquiliformes bicéfalos, si bien ninguno de ellos con las mencionadas pletinas. Entre aquellas de difusión más habitual, destacan los apliques de spathae, también con la característica técnica de mosaico de celdillas (Böhner, 1989: 421-452). Los remates bicéfalos se emplean igualmente para broches de cinturón, no faltando algún ejemplar hispano, si bien este caso sin la citada técnica (Schulze-Dörrlamm, 2002: 571-594). 122 No obstante, conviene no olvidar que también en ámbito ostrogodo encontramos fíbulas que adoptan como motivo decorativo únicamente la cabeza del águila, si bien con cuatro de éstas, dos en los extremos de la base de la placa de resorte, y otras dos en su remate distal (Aimone, 2008: 379, lám.b). Igualmente, existen otras modalidades, aunque en composición continua rodeando núcleo discoidal, todos ellos también con la técnica de cloisonne. Vid. así Brogiolo, 2008: 372, cat.IV.33. 123 La pieza se conserva en el Kunnsthistorisches Musem de Viena, datándose en el siglo III d.C. (Aillagon, 2008: 646647, lám.2) 124 Menghin, 2008: 441, cat.V.9. En el caso de la pieza de Senda de Granada no sabemos hasta que punto las pletinas de mínimo grosor podrían prender una hebilla, de aceptar la interpretación de la pieza como limosnera.

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En cualquier caso, dichos prototipos de fíbulas aquiliformes, y en concreto, las composiciones de celdillas que emplean, sí pueden utilizarse como referente para la datación de la pieza murciana. En este sentido, el esquema de ésta es asimilable al que presentan las fíbulas aquiliformes de tipo A, incluidas en el nivel II de la sistematización realizada para este tipo de elementos, que se fecha entre los años 480-490 hasta c. 525. Este remate aquiliforme se podría incluir en la nómina de piezas utilizadas por la población goda en un momento temprano, de la que hasta ahora apenas había noticia en el sureste, dominado por los elementos hispanorromanos. 125 A este respecto, a pesar de que aún la documentación es parca y es prematuro plantear cualquier hipótesis, no deja de ser sugerente que la cronología de dicha pieza y de otras en estudio,126 coincida con la mayor preocupación que la administración visigoda, tras la llegada de nuevos contingentes en este período de supremacía ostrogoda, muestra por el control del Mediodía, paralela a la conquista bizantina del norte de África y el comienzo de la de Italia. Se trata de iniciativas no ya sólo destinadas a frenar las veleidades independentistas de la aristocracia hispanorromana, sino a prevenir incluso que el territorio hispano también se viera envuelto en la Renovatio Imperii justinianea. No en vano, sabemos que dicha motivación llevó a actuar en frentes diversos, sobre todo bajo el reinado de Teudis (531-548), de quien conocemos su interés por controlar el área del Estrecho o la zona levantina, a donde envía al obispo Justiniano. Cabe preguntarse si en el caso del sureste, a las mismas motivaciones también pudo unirse las tenden-

125 Por cuanto se refiere a las fíbulas aquiliformes, insiste en su restricción a la moda germanico-oriental y gótica durante el siglo V y primera mitad del siglo VI d.C., Bierbrauer, 1995: 34-47. En la misma dirección, vid. Ripoll, 1998: 50 y 52, señalando que fueron llevadas por visigodos y ostrogodos, estando marcadas las halladas en la Península Ibérica por una personalidad propia. Este tipo de piezas y de forma amplia aquellas que integran los denominados nivel II (480/490-c.525) y III (c.525560/580 d.C.), algunas de las cuales se documentan ahora en Senda de Granada, están prácticamente ausentes en la Bética, razón por la que se señala la perduración de una población romana impermeable a la presencia de la nueva población visigoda, concentrada en un primer momento en la Meseta (Ripoll, 1998: 54-56). Acerca de los problemas de la etnicidad del registro arqueológico y la debatida implantación visigoda en la Península Ibérica, vid. Koch, 2006 126 García Blánquez y Vizcaíno Sánchez, e.p. (3).

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cias autonomistas que al menos desde el plano eclesiástico parecen insinuarse.127 En cualquier caso, insistimos, sigue siendo necesario mantener la cautela en la interpretación de tan exiguos datos materiales y similar silencio en los textos, pues, tampoco éstos, en relación a esa presencia visigoda en el sureste, señalan poco más que noticias someras e indirectas como el hecho de que en el año 519 se entreguen poderes de representación papal ante el reino visigodo al obispo Juan de Elche.128 4. CONCLUSIONES A pesar de la densidad de ocupación documentada en el entorno de la ciudad de Murcia, nada lleva a pensar por ahora que ésta misma hubiera existido como núcleo urbano previamente a su fundación en el 825. En efecto, aunque dichos orígenes, alentados por una serie de datos sugerentes, constituyen un recurrente topos historiográfico,129 lo cierto es que la evidencia arqueológica es prácticamente nula, limitada a exiguos restos hallados descontextualizados en las intervenciones practicadas en el solar de

127 Sobre los acontecimientos, vid. Vallejo Girvés, 1993 y García Moreno, 1996. En cuanto al proceso de asentamiento visigodo, los datos para el Mediodía son escasos. A este respecto, aunque la tradición historiográfica tiende a retrotraer los primeros asentamientos visigodos en la península a la campaña que dirige Teodorico en 456, la falta de respaldo documental lleva a situar el proceso a partir del 469, fecha de la ocupación de Emerita Augusta por el ejército de Eurico. Después de este hito, comenzará ya la ocupación de la Tarraconense y las regiones interiores de la Cartaginense, incrementándose posteriormente la presencia visigoda a finales de siglo, cuando la Chronica Caesaraugustana menciona la entrada en 494 y 497 de gothi, tomados ya por contigentes de población civil o militar. En cualquier caso, para el sureste, documentalmente debemos esperar a principios del siglo VI, y sobre todo al reinado de Teudis, para encontrar alguna noticia (Loring, Pérez, Fuentes, 2007: 119-145). De forma amplia, el panorama es de hecho compartido por el conjunto del Mediodía. Así, la expedición que en el 458 envía Teodorico a la Bética al mando del dux Cyrila, no dejó de ser un ejército móvil, cuya base pudo radicar en la zona occidental cerca de la frontera con Lusitania. La ocupación de cierta entidad de esta zona no se produjo, al parecer, hasta el siglo VI d.C. (Arce, 142-149). 128 García Moreno, 1998: 87-100. 129 Torres Fontes, 1962: 89-99; González Blanco, 1981: 310; Idem, 1989: 75-84; Carmona González, 1984: 9-65; Pocklington, 1989a: 63-74; Idem, 1989b: 55-62; Idem, 1990; Gutiérrez Lloret, 1996: 271-274; Fernández Nieto y Molina Gómez, 2006: 133-158.

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la ciudad actual.130 En este sentido, a pesar de las bondades del emplazamiento –como su situación estratégica, la fertilidad del terreno y el abastecimiento hídrico– no hay que perder de vista importantes condicionantes físicos. Así, la vega inmediata al cauce del río Segura, emplazamiento histórico de Murcia, contaba con serios inconvenientes para el desarrollo urbano, tales como la presencia de amplios marjales, que repercutirían en la salubridad, y sobre todo, su ubicación respecto a la desembocadura del río Sangonera, que desaguaba la mayor parte de su caudal en esta zona. Si a esto unimos su misma situación en la confluencia de las ramblas de Espinardo, Churra y del Puerto, se comprenden las dificultades para el emplazamiento de un enclave urbano en este lugar (fig.2 y 16).131 A este respecto, la fundación de la ciudad islámica por Abd al Rahman II se debe a motivaciones políticas que determinaron la elección concreta del lugar. Su mismo desarrollo y crecimiento será de hecho también posible gracias a la puesta en marcha de una infraestructura capaz de amortiguar los condicionantes impuestos por este medio físico, y revertirlos para propiciar una eficiente explotación agrícola. En este marco, se inserta la creación de un Azud Mayor en la entrada del Segura, la Contraparada, y un complejo sistema de irrigación en función de dos grandes arterias paralelas al río, la Aljufía y la Alquibla.132 De esta forma, documentación textual y arqueológica coinciden en señalar la cronología islámica de toda esta infraestructura.133 De hecho, en yacimientos ocupados en época romana, como es el caso de Senda de Granada, es posible constatar como las aceñas ligadas

130 Es el caso por ejemplo, entre otros solares que proporcionan materiales rodados, de la calle Desamparados, donde se documentan varios fragmentos de Terra Sigillata Africana tardías (Pujante Martínez, 2003: 130). Por otro lado, restos como el sarcófago reempleado en la casa islámica de la calle Alejandro Séiquer (Noguera y Pujante, 1999, parecen proceder claramente de los enclaves rurales del entorno que hemos analizado, no implicando, por tanto, la existencia de un enclave urbano. Quizá sea este también el caso de los otros dos sarcófagos reutilizados en la Catedral (Noguera Celdrán, 2001 y 2006), o de inscripciones citadas de antiguo (Lillo Carpio, 1999a: 124-126), si bien a este respecto, la naturaleza de las piezas hace pensar en su llegada a la ciudad en época moderna desde cualquier otro punto de la geografía regional, o en el caso de los sarcófagos de Musas, aun de la misma Roma. Ilustrativo de tal práctica es el caso del ara de la salud, procedente de Cartagena y regalada al Marqués de Espinardo en el siglo XVI (Noguera Celdrán, 1991: 74-75, nº14). 131 Martínez López y Ramírez Águila, 1999: 127-128. 132 Lillo Carpio, 1999a. 133 Manzano Martínez, 1999.

Fig. 16. Croquis de la Huerta de Murcia. Partidos en que está dividida. Superficie ocupada por la inundación del 15 de octubre de 1879. D. Juan Belando y Menéndez (agrimensor)

a tal sistema no arrancan de dicho momento previo, sino se deben ya a época medieval.134 Así las cosas, la densidad de ocupación documentada en el entorno de la ciudad de Murcia para época romana y tardoantigua, no ha de tenerse como suburbana, en tanto no gravita en torno a un supuesto núcleo urbano. Por el contrario, refleja una red de asentamientos rurales, cuya razón de ser estriba en la fertilidad del terreno y su situación estratégica en la red de comunicaciones del sureste. Su mismo carácter limitado, con una restricción to-

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pográfica a los mencionados flancos meridional y septentrional, se encuentra motivada por los citados condicionantes físicos, que pesaron para que no germinara el hecho urbano de forma previa a la fundación de Abd al Rahman II. Aclaradas estas cuestiones, cabe detenerse en la secuencia de estos enclaves rurales. En efecto, como hemos visto, en su mayoría se trata de establecimientos romanos, villae, tanto de cronología altoimperial como bajoimperial, que ya sobre su mismo solar pero sobre todo en su entorno, siguen registrando ocupación para época tardía tras un breve período de abandono. Con todo, debe quedar claro que la continuidad en la ocupación, sólo lo es tal desde el punto de vista topográfico, y, como vemos, también matizada, en tanto no se trata de una reocupación directa de las estructuras –no hay superposición como ocurre en otros territorios como el baleárico135– sino sólo nueva ocupación de un espacio geográfico que ya previamente había estado poblado. Dicho de otro modo, se trataría de una reocupación de la zona y no de una perduración.136 En este sentido, es patente también la distancia entre cada uno de estos episodios, de tal forma que no se registra en modo alguno la reviviscencia de la antigua red de villae, sino simplemente el establecimiento de un nuevo patrón de asentamiento, que descansa en una red de enclaves de diferente entidad y funcionalidad. Tal modelo, obviamente, resulta diverso al experimentado en entornos suburbanos como el de Carthago Nova, cuyo hinterland sí registra en este caso la continuidad de las antiguas villae, si bien redimensionadas y transformadas merced a las nuevas pautas impuestas por el cambio de la estructura socioeconómica de la ciudad en época tardía.137 Esclarecedor es así para el panorama murciano el caso del enclave rústico de Los Villares, en el entorno de una antigua villa, mas tan lejana de ésta en su configuración, que claramente podemos tildarla de fundación ex novo, no ya sólo por cuanto supone de erección de nuevas estructuras, de tipología desconocida en el sureste, sino también del cambio del patrón de ocupación del territorio, determinado por el abandono de los métodos de producción extensivos.

135 Mas y Cau, 2006: 77, señalando que las fundaciones tardías de nueva planta son bastante escasas. 136 La secuencia evolutiva es, por lo demás, compartida por toda otra serie de establecimientos, vid. Fernández Ochoa, Gil Sendino, Orejas Saco del Valle, 2004: 212. 137 Murcia Muñoz, 2000; Soler Huertas y Egea Vivancos, 2000.

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El yacimiento, que a diferencia de otros del entorno de Murcia se conoce en su conjunto, con sus diferentes ámbitos funcionales, refleja fielmente uno de los tipos de asentamiento generados por la transformación en época tardía de la estructura socioeconómica y su pareja red de poblamiento, con ejemplos como el de Els Mallols.138 En nuestro caso, la variación tipológica de las estructuras documentadas –silos clásicos (cilíndricos o globulares), silos poco profundos, cubetas rectangulares, hogares, hornos, etc.– cada una de ellas destinadas a la preparación y conservación específica de un alimento, nos permite suponer la existencia una estrategia de subsistencia abundante y diversificada y, por ende, no especializada en la producción de un solo producto comercializable, como el aceite, el vino, o los cereales.139 Todo parece indicar que la producción se orienta hacia el autoabastecimiento y, en menor medida, a la comercialización de una parte en mercados de ámbito local, como Carthago Spartaria. No en vano, síntoma del carácter limitado que debió tener ese flujo comercial, son los mismos contextos cerámicos de la urbe, para los que el protagonismo que ostenta la importación desde las regiones africana y oriental, entre otras, parece ser la evidencia más clara de su dependencia de mercados externos, sólo completada con un estrecho porcentaje salido de su ámbito más inmediato.140 De forma pareja, también la escasa presencia de material alóctono en los contextos cerámicos del yacimiento rural murciano, insiste en la debilidad de esa comunicación. De este modo, enclaves como el de Los Villares reflejan claramente la desarticulación de los lazos entre ciudad y territorio. Desaparecidos los estímulos de consumo de aquella, también correrán la 138 Podríamos catalogarlo como uno de los «asentamientos rústicos de reducidas dimensiones que repiten un patrón característico: ocupan siempre pequeñas lomas en los llanos, próximos a manantiales de agua y que carecen de valor defensivo, topográfico o constructivo» (Gutiérrez Lloret, 2000: 101). Sobre Els Mallols, vid. Francès i Farré, 2007. Por lo demás, materialmente la transformación no dista de la experimentada en el poblamiento rural del interior peninsular (Vigil-Escalera Guirado, 2006). 139 En cualquier caso, por cuanto se refiere a los silos, si bien se encuentran destinados preferentemente a la contención de grano, no hay que olvidar que para algunos se menciona la existencia de subdivisiones en su interior. Es así el caso por ejemplo de la villa valenciana de Cornelius, donde se pudieron documentar en dos silos, sendas piedras circulares planas en el centro del fondo, colocadas en vertical y trabadas mediante pequeñas piedras y otros materiales de construcción (Albiach y De Madaria, 2006: 129). 140 Ramallo Asensio, Ruiz Valderas y Berrocal Caparrós, 1996 y 1997.

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misma suerte los enclaves que habrían de darle respuesta, que ya sólo pervivirán acomodados a sus propias necesidades, con zonas de preparación y almacenamiento de excedentes agrícolas de carácter comunal. Así también, se experimentará un cambio en la estrategia de preservación de los excedentes, de tal forma que los grandes sistemas de almacenamiento clásicos de las villae rurales (horrea, cella vinaria, ollearia, etc), dejarán paso a la profusión de micro-bodegas subterráneas, silos, cuyo uso es ancestral en esta zona.141 Por otro lado, el entorno rural murciano ha permitido documentar también estructuras monumentales. Así, si bien el mausoleo de La Alberca pertenece a un período previo, la basílica de Algezares informa acerca de la materialización de los nuevos intereses edilicios de este tipo de comunidades, que en su vertiente monumental parece restringirse únicamente al terreno religioso. El edificio responde a la demanda pastoral en la vega del Segura, completando la red de cristianización del territorio, pero a diferencia de otros muchos ejemplos no parece ejercer de forma simultánea un estímulo para el poblamiento, actuando como germen de una aglomeración mayor que aquella que le ve nacer, sino únicamente como aglutinante de un hábitat disperso al modo de basílicas como la de Casa Herrera.142 Interesa detenerse, por lo demás, en la cronología de la basílica, y de forma amplia en la del todo el conjunto monumental que integra. Así, si una parte de este último parece deberse a la etapa de desarrollo que vive todo este entorno rural durante los siglos IV-V y primera mitad del siglo VI d.C., aquella en cambio se data muy a finales de esa centuria o comienzos de la siguiente. A este respecto, como decimos, todos los yacimien-

141 Así, en época romana Varrón cita que el uso de pozos subterráneos es una tradición muy extendida en «in agro cartaginense» (57,2). El nuevo sistema de almacenamiento de los excedentes en silos parece tener la intención –además de la optimización de su conservación- de esconder su existencia, tanto desde el punto de vista estratégico «militar», como para evitar su recuento tributario. Por lo demás, a veces la sucesión de estructuras se da sobre el mismo espacio. Podemos verlo así en villae como la de Cornelius (L’Ènova, Valencia) o Aiguacït (Terrasa, Barcelona) en cuya última fase, también se excavan silos (Albiach y De Madaria, 2006: 128-129; Folch Iglesias, 2005: 240). No hay que olvidar tampoco, en cualquier caso, que estas nuevas formas de almacenamiento se darán tanto en el medio rural, como hemos visto, pero también en contextos urbanos, sea el caso por ejemplo de Iluro (Cela Espín y Revilla Calvo, 2004). 142 Caballero y Ulbert, 1976.

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tos del área parecen seguir la misma secuencia. En el caso de uno, el de Senda de Granada, como vimos, ese desarrollo inicial incluso podría vincularse a un poblamiento godo temprano, vinculado a los acontecimientos políticos. Sugerentemente, también el declinar que parecen registrar casi todos los yacimientos a partir de mediados del siglo VI d.C., sólo interrumpido en alguno de ellos, como Algezares, a finales de esa centuria o comienzos de la siguiente, podría vincularse a esos mismos acontecimientos políticos. En efecto, siempre y cuando las dataciones que manejamos sean correctas, se aprecia una coincidencia temporal de dicho declive con la ocupación bizantina de la costa sureste,143 que, como vamos conociendo poco a poco, pronto dejó su inicial voluntad de ocupación extensiva en una suerte de acantonamiento litoral, por lo demás reducido a escasos núcleos de categoría urbana.144 En este sentido, a tenor de la documentación material disponible, episodios como el de la huída del Dux Severiano y su familia rumbo a Sevilla, coincidiendo con el desembarco de los milites Romani en Carthago Spartaria, pudo no ser un episodio aislado, sino reflejo de un temor secundado por parte

43 Así, para La Alberca no poseemos más datos a partir de este momento. En el caso de Algezares, como hemos visto, también el edificio porticado abandona para este período su uso original, siendo sólo objeto de una reocupación parcial. Del mismo modo, Los Villares, teniendo en cuenta la cronología aportada por su conjunto cementerial o la que indica el material cerámico que amortiza sus silos, tiene su principal fase de ocupación durante el siglo V y primera mitad de la siguiente centuria. Los estudios de Senda de Granada nos ayudarán también a completar o matizar ese cuadro. 144 No hay que perder de vista que los dominios hispanos son los últimos en incorporarse a la Renovatio Imperii, en un momento además, en el que no sólo empiezan a recrudecerse las hostilidades en el frente oriental, cuyo anterior apaciguamiento había permitido la puesta en marcha del citado proyecto expansivo, sino incluso a padecerse los síntomas de la extenuante guerra gótica en Italia o los cada vez más frecuentes problemas en la reconquistada África. Si a ello unimos los efectos demográficos de la epidemia de peste o la merma de los recursos económicos, se comprende el escaso margen de maniobra de los milites Romani en Spania, máximo cuando desaparezca Justiniano, principal valedor de la renovación del antiguo imperio. En este sentido, parece ser que no más de cinco mil hombres integrarían los efectivos militares desplazados a la provincia hispana (Treadgold, 1995: 63), razón por la que buena parte de la defensa quedó confiada a las protecciones naturales dadas por el relieve (Ripoll, 1996), quedando una efectiva «tierra de nadie» o «tierra de todos» intermedia (Díaz, 2004). Acerca de los acontecimientos, vid. Vallejo Girvés, 1993; sobre el patrón material de la presencia imperial, Ramallo Asensio y Vizcaíno Sánchez, 2002; Vizcaíno Sánchez, e.p.

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de la población, deseosa de escapar del escenario de las hostilidades. No en vano, el hecho de que la zona murciana fuese lugar de cierta presencia visigoda y especialmente que se encontrara en el estratégico eje de comunicación entre Toletum y Carthago Spartaria, le habría hecho vivir de cerca el conflicto. En este orden de cosas, la documentación material en el entorno, tras ese breve paréntesis, nos llevará luego a finales del siglo VI d.C., con la basílica de Algezares, el edificio que existiría en La Alberca, y quizá también alguna reforma realizada en el castillo de Los Garres, de la que daría cuenta un cancel recuperado, similar a las celosías del primer edificio. La cronología y especialmente las similitudes del programa decorativo de estos edificios respecto al de la basílica del Tolmo de Minateda, convertida en la sede episcopal de Eio dentro de la estrategia de lucha visigoda frente a los últimos dominios imperiales, quizá indicarían la adscripción de los edificios murcianos a esta nueva fase del conflicto grecogótico, en la que el avance de las tropas toledanas promueve la reviviscencia del interior y zonas centrales del Sureste, sobre todo en torno a la vía Carthago Spartaria-Complutum, en cuyos alrededores, como hemos visto, gravitan estos mismos yacimientos. De un modo u otro, por cuanto aquí nos interesa, el poblamiento rural en el entorno de Murcia durante época tardía experimenta, como hemos visto, una especial transformación, resultado tanto de los cambios en la estructura socioeconómica como del acontecer político durante estos siglos, factores que acabarán provocando una especial conjunción entre continuidad y ruptura. Es así como por un lado, la zona no experimentará una reducción de asentamientos, frente a cuanto ocurre en el conjunto del sureste, mas por otro, éstos serán completamente diversos a aquellos propios del período precedente.145

145 En efecto, si para el conjunto del sureste se ha mencionado la citada reducción (Gutiérrez Lloret, 1996), puesta de manifiesto en el estudio de ámbitos concretos, como la depresión de Vera (Menasanch, 2003) o el valle del Vinalopó (Reynolds, 1993), aquí la tónica parece ir en sintonía a la que experimentan otras zonas, como la isla de Menorca o el entorno de Dougga (Mas y Cau, 2006: 78), de acuerdo a los factores que hemos ido comentando.

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Lám. 1. El mausoleo de la Alberca en la actualidad.

Lám. 2. Material latericio de la antigua villa reutilizado en las tumbas de la Alberca (Mergelina, 1947)

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Lám. 3. Sepultura tardía del conjunto de la Alberca (Mergelina, 1947)

Lám. 4. Fuste y capitel procedentes de la Alberca. Museo Arqueológico de Murcia.

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Lám. 5. Antefijas de la Alberca (Mergelina, 1947)

Lám. 6. : Fase 1 de la necrópolis de Algezares (Yus, 2008)

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Lám. 7. Particular de la fase 2 de la necrópolis de Algezares (Yus, 2008)

Lám. 8. Escalinata del edificio porticado

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Lám. 9. Remate aquiliforme hallado en Senda de Granada

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ARCHIVO ESPAÑOL DE ARQUEOLOGÍA (AEspA) NORMAS PARA LA PRESENTACIÓN DE MANUSCRITOS

Normas de redacción Dirección.— Redacción de la Revista: calle Albasanz 26-28, E-28037 Madrid; Teléfono: +34 91 6022300; Fax: +34 913045710; correo electrónico: [email protected] Contenido.— Archivo Español de Arqueología es una revista científica de periodicidad anual que publica trabajos de Arqueología, con atención a sus fuentes materiales, literarias, epigráficas o numismáticas. Tiene como campo de interés las culturas del ámbito mediterráneo y europeo desde la Protohistoria a la Alta Edad Media, flexiblemente abierto a realidades culturales próximas y tiempos fronterizos. Se divide en dos secciones: Artículos, dentro de los que tendrán cabida tanto reflexiones de carácter general sobre temas concretos como contribuciones más breves sobre novedades en la investigación arqueológica; y Recensiones. Además, edita la serie Anejos de Archivo Español de Arqueología, que publica de forma monográfica libros concernientes a las materias mencionadas. Los trabajos serán originales e inéditos y no estarán aprobados para su edición en otra publicación o revista. . Formulario de autoría.— Al enviar el artículo, los autores deben incluir una declaración específica de que el artículo no se ha sometido a presentación para su evaluación y publicación en otras revistas simultáneamente o con anterioridad. En el momento en que el artículo sea aceptado, al enviar el texto y figuras definitivas, deberán rellenar un formulario específico donde constarán las condiciones de copyright de las publicaciones del CSIC. Normas editoriales 1.

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6.

El texto estará precedido de una hoja con el título del trabajo y los datos del autor o autores (nombre y apellidos, institución, dirección postal, teléfono, correo electrónico, situación académica) y fecha de entrega. Cada original deberá venir acompañado por la traducción del Titulo al inglés, acompañado de un Resumen y Palabras Claves en español, con los respectivos Summary y Key Words en inglés. De no estar escrito el texto en español, los breves resúmenes y palabras clave vendrán traducidos al español e inglés. Las palabras clave no deben incluir los términos empleados en el título, pues ambos se publican siempre conjuntamente. Se entregará una copia impresa y completa, incluyendo toda la parte gráfica. Se adjuntará asimismo una versión en soporte informático, preferentemente en MS Word para Windows o Mac y en PDF, con imágenes incluidas. El texto no deberá exceder las 11000 palabras. Solo en casos excepcionales se admitirán textos más extensos. Los márgenes del trabajo serán los habituales (superior e inferior de 2 cm; izquierdo y derecho de 2, 5 cm). El tipo de letra empleado será Times New Roman de 12 puntos a un espacio, con la caja de texto justificada. Aparecerá la paginación correlativa en el ángulo inferior derecho. Se empleará a comienzo de párrafo el sangrado estándar (1, 25). Salvo la separación lógica entre diferentes apartados, no se dejarán líneas en blanco entre párrafos. En ningún caso se utilizarán negritas. Se cuidará la exacta ordenación jerárquica de los distintos epígrafes, numerándolos indistintamente mediante guarismos romanos y árabes, e incluso sin numeración. Cuando se empleen citas textuales en el texto o en notas a pie de página se entrecomillarán, evitando la letra cursiva. Dicha letra se acepta para topónimos o nombres en latín. En estos casos, se preferirán las grafías con “v” en lugar de “u”, tanto para mayúsculas como para minúsculas (conventus mejor que conuentus). Por lo que se refiere al sistema de cita, deberá emplearse el sistema “americano” de citas en el texto, con nombre de autor en minúscula y no se pondrá coma entre autor y año (apellido o apellidos del autor año: páginas). Si los autores son dos se incluirá la conjunción “y” entre ambos. Si los autores fueran más de dos se indicará el apellido del primero seguido por la locución et alii. Se incluirá una bibliografía completa al final del trabajo. En la bibliografía final, los títulos de monografías irán en cursiva, mientras que en los artículos el título se colocará entrecomillado. Los nombres de los autores, ordenados alfabéticamente por apellidos, en la bibliografía final irán en letra redonda, seguidos por el año de publicación entre paréntesis y dos puntos. Si los autores son dos, irán unidos por la conjunción “y”. Si son varios los autores, sus nombres vendrán separados por comas, introduciendo la conjunción “y” entre los dos últimos. En el caso de que un mismo autor tenga varias obras, la ordenación se hará por la fecha de publicación, de la más antigua a la más reciente. Si en el mismo año coinciden dos o más obras de un mismo autor o autores, serán distinguidas con letras minúsculas (a, b, c...). En el caso de las monografías se indicará el lugar de edición tal y como aparece citado en la edición original (p. e. London, en lugar de Londres), separado del título de la obra por una coma. En el caso de artículos o contribuciones a obras conjuntas, se indicarán al final las páginas correspondientes, también separadas por comas. Los nombres de revistas se incluirán sin abreviar. Las referencia a las consultas realizadas en línea (Internet), deberán indicar la dirección Web y entre paréntesis la fecha en la que se ha realizado la consulta. Las notas a pie de página, siempre en letra Times New Roman de 10 puntos, se emplearán únicamente para aclaraciones o referencias generales.

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Ejemplos de citas en la bibliografía final: Monografías: Arce, J. 1982: El último siglo de la España romana: 284409, Madrid. Artículos en revistas: García y Bellido, A. 1976: “El ejército romano en Hispania”, Archivo Español de Arqueología 49, 59-101. Contribuciones a congresos y obras conjuntas: Noguera Celdrán, J. M. 2000: “Una aproximación a los programas decorativos de las villae béticas. El conjunto escultórico de El Ruedo (Almedinilla, Córdoba)”, P. León y T. Nogales (coords.), Actas III Reunión sobre Escultura Romana en Hispania, Madrid, 111-147 Trabajos dentro de una serie monográfica: Alföldy, G. 1973: Flamines Provinciae Hispaniae Citerioris, Anejos Archivo Español de Arqueología VI, Madrid. Toda la documentación gráfica se considerará como Figura (ya sea fotografía, mapa, plano, tabla o cuadro), ordenándola correlativamente. Se debe indicar en el texto el lugar ideal donde se desea que se incluya, con la referencia (Fig. 1), y así sucesivamente. Asimismo debe incluirse un listado de figuras con los pies correspondientes a cada una al final del artículo. El formato de caja de la Revista es de 15 x 21 cm; el de la columna, de 7,1x21 cm. La documentación gráfica debe ser de calidad, de modo que su reducción no impida identificar correctamente las leyendas o desdibuje los contornos de la figura. Los dibujos no vendrán enmarcados para poder ganar espacio al ampliarlos. Toda la documentación gráfica se publica en blanco y negro; sin embargo, si se enviara a color, puede salir así en la versión digital. Los dibujos, planos y cualquier tipo de registro (como las monedas o recipientes cerámicos) irán acompañados de escala gráfica, y las fotografías potestativamente. Todo ello debe de prepararse para su publicación ajustada a la caja y de modo que se reduzcan a una escala entera (1/2, 1/3… 1/2000, 1/20.000, etc.). En cualquier caso, se puede sugerir el tamaño de publicación de cada figura (a caja, a columna, a 10 cm de anchura, etc.). Las Figuras se deben enviar en soporte digital, preferentemente en fichero de imagen TIFF o JPEG con al menos 300 DPI y con resolución para un tamaño de 16x10 cm. No se aceptan dibujos en formato DWG o similar y se debe procurar no enviarlos en CAD a no ser que presenten formatos adecuados para su publicación en imprenta.

Aceptación.— Todos los textos son seleccionados por el Consejo de Redacción según su interés científico y su adaptación a las normas de edición, por riguroso orden de llegada a la Redacción de la Revista, y posteriormente informados por el sistema de doble ciego, según las normas de publicación del CSIC, por al menos dos evaluadores externos al CSIC y a la institución o entidad a la que pertenezca el autor y, tras ello, aceptados definitivamente por el Consejo de Redacción. Correcciones y texto definitivo 1.

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3.

Una vez aceptado, el Consejo de Redacción podrá sugerir correcciones del original previo (incluso su reducción significativa) y de la parte gráfica, de acuerdo con las normas de edición y las correspondientes evaluaciones. El Consejo de Redacción se compromete a comunicar la aceptación o no del original en un plazo máximo de seis meses. El texto definitivo se deberá entregar cuidadosamente corregido y homologado con las normas de edición de Archivo Español de Arqueología para evitar cambios en las primeras pruebas. El texto, incluyendo resúmenes, palabras clave, bibliografía y pies de figuras, se entregará en CD, así como la parte gráfica digitalizada, acompañado de una copia impresa que incluya las figuras sugiriendo el tamaño al que deben reproducirse las mismas. El texto definitivo se podrá enviar también por correo electrónico. Los autores podrán corregir primeras pruebas, aunque no se admitirá ningún cambio sustancial en el texto.

DOI El DOI (Digital Object Identifier) es una secuencia alfanumérica estandarizada que se utiliza para identificar un documento de forma unívoca con el objeto de identificar su localización en Internet. La revista Archivo Español de Arqueología asignará a todos sus artículos un DOI que posibilitará la correcta localización del mismo, así como la indización en las bases de datos de CrossRef. de todas las referencias bibliográficas comprendidas en el volumen de Archivo Español de Arqueología. Varia 1.

Entrega de volúmenes: los evaluadores recibirán gratuitamente un ejemplar del volumen en el que hayan intervenido; los autores, el volumen correspondiente y el PDF de su artículo.

2.

Devolución de originales: los originales no se devolverán salvo expresa petición del autor.

3.

Derechos: la publicación de artículos en las revistas del CSIC no da derecho a remuneración alguna; los derechos de edición son del CSIC. El autor se hará responsable de los derechos de propiedad intelectual del texto y de las figuras.

4.

Los originales de la revista Archivo Español de Arqueología, publicados en papel y en versión electrónica, son propiedad del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, siendo necesario citar la procedencia en cualquier reproducción parcial o total. Es necesario su permiso para efectuar cualquier reproducción.

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ANEJOS DE «ARCHIVO ESPAÑOL DE ARQVEOLOGÍA» ISSN 09561-3663 I II III IV V VI VII VIII IX X XI XII XIII XIV XV XVI XVII XVIII XIX XX XXI XXII XXIII

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F. LÓPEZ CUEVILLAS: Las joyas castreñas. Madrid, 1951, 124 págs., 66 figs.—ISBN 84-00-01391-3 (agotado). A. BALIL: Las murallas romanas de Barcelona. Madrid, 1961, 140 págs., 75 figs.—ISBN 84-00-01489-8 (agotado). A. GARCÍA Y BELLIDO y J. MENÉNDEZ PIDAL: El distylo sepulcral romano de Iulipa (Zalamea). Madrid, 1963, 88 págs., 42 figs.—ISBN 84-00-01392-1. A. GARCÍA Y BELLIDO: Excavaciones y exploraciones arqueológicas en Cantabria. Madrid, 1970, 72 págs., 88 figs.— ISBN 84-00-01950-4. A. GARCÍA Y BELLIDO: Los hallazgos cerámicos del área del templo romano de Córdoba. Madrid, 1970, 84 págs., 92 figs. —ISBN 84-00-01947-4. G. ALFÖLDY: Flamines Provinciae Hispaniae Citerioris. Madrid, 1973, 114 págs., más 2 encartes.—ISBN 84-00-03876-2. Homenaje a D. Pío Beltrán Villagrasa. Madrid, 1974, 160 págs., 32 figs.—ISBN 84-7078-377-7 (agotado). J. ARCE: Estudios sobre el Emperador FL. CL. Juliano (Fuentes Literarias. Epigrafía. Numismática). Madrid, 1984, 258 págs.—ISBN 84-00-05667-1. Estudios sobre la Tabula Siarensis (eds. J. GONZÁLEZ y J. ARCE). Madrid, 1988, 332 págs.—ISBN 84-00-06876-9. G. LÓPEZ MONTEAGUDO: Esculturas zoomorfas celtas de la Península Ibérica. Madrid, 1989, 203 págs., 6 mapas y 88 láminas.—ISBN 84-00-06994-3. R. JÁRREGA DOMÍNGUEZ: Cerámicas finas tardorromanas africanas y del Mediterráneo oriental en España. Estado de la cuestión. Madrid, 1991.—ISBN 84-00-07152-2. Teseo y la copa de Aison (coord. R. OLMOS ROMERA), Actas del Coloquio celebrado en Madrid en octubre de 1990. Madrid, 1992, 226 págs.—ISBN 84-00-07254-5. A. GARCÍA Y BELLIDO (edit.): Álbum de dibujos de la colección de bronces antiguos de Antonio Vives Escudero (M. P. GARCÍA-BELLIDO, texto). Madrid, 1993, 300 págs., 190 láminas.—ISBN 84-00-07364-9. M. P. G ARCÍA -B ELLIDO y R. M. S OBRAL C ENTENO (eds.): La moneda hispánica. Ciudad y territorio. Actas del I Encuentro Peninsular de Numismática Antigua. Madrid, 1995, XVI + 428 págs., 210 ilustr.—ISBN 84-00-07538-2. A. OREJAS SACO DEL VALLE: Estructura social y territorio. El impacto romano en la cuenca Noroccidental del Duero. Madrid, 1996, 255 págs., 75 figs., 11 láms.—ISBN 84-00-07606-0. A. N ÜNNERICH -A SMUS : El arco cuadrifronte de Cáparra (Cáceres). Madrid, 1997 (en coedición con el Instituto Arqueológico Alemán de Madrid), 116 págs., 73 figs.—ISBN 84-00-07625-7. A. CEPAS PALANCA: Crisis y continuidad en la Hispania del s. III. Madrid, 1997, 328 págs.—ISBN 84-00-07703-2. G. MORA: Historias de mármol. La arqueología clásica española en el siglo XVIII. Madrid, 1998 (en coedición con Ed. Polifemo), 176 págs., 16 figs.—ISBN 84-00-07762-8. P. MATEOS CRUZ: La basílica de Santa Eulalia de Mérida: Arqueología y Urbanismo. Madrid, 1999 (en coedición con el Consorcio Monumental de la Ciudad de Mérida), 253 págs., 75 figs., 22 láms. y 1 plano.—ISBN 84-00-07807-1. R. M. S. CENTENO, M.a P. GARCÍA-BELLIDO y G. MORA (eds.): Rutas, ciudades y moneda en Hispania. Actas del II EPNA (Oporto, 1998). Madrid, 1999 (en coedición con la Universidade do Porto), 476 págs., figs.—ISBN 84-00-07838-1. J. C. S AQUETE : Las vírgenes vestales. Un sacerdocio femenino en la religión pública romana. Madrid, 2000 (en coedición con la Fundación de Estudios Romanos), 165 págs.—ISBN 84-00-07986-8. M.a P. GARCÍA-BELLIDO y L. CALLEGARIN (coords.): Los cartagineses y la monetización del Mediterráneo occidental. Madrid, 2000 (en coedición con la Casa de Velázquez). 192 pp. y figs.—ISBN: 84-00-07888-8. L. CABALLERO ZOREDA y P. MATEOS CRUZ (coords.): Visigodos y Omeyas. Un debate entre la Antigüedad tardía y la alta Edad Media. Madrid, 2000 (en coedición con el Consorcio de la Ciudad Monumental de Mérida). 480 pp. y figs.— ISBN 84-00-07915-9. M.a MARINÉ ISIDRO: Fíbulas romanas en Hispania: la Meseta. Madrid, 2001. 508 págs. + 37 figs. + 187 láms.—ISBN 84-00-07941-8. I. SASTRE PRATS: Onomástica y relaciones políticas en la epigrafía del Conventus Asturum durante el Alto Imperio. Madrid, 2002.—ISBN 84-00-08030-0. C. FERNÁNDEZ, M. ZARZALEJOS, C. BURKHALTER, P. HEVIA y G. ESTEBAN: Arqueominería del sector central de Sierra Morena. Introducción al estudio del Área Sisaponense. Madrid, 2002. 125 págs. + figs. en texto y fuera de texto.—ISBN 84-00-08109-9. P. PAVÓN TORREJÓN: La cárcel y el encarcelamiento en la antigua Roma. Madrid, 2003. 299 págs. + 18 figs. En texto, apéndices e índices.—ISBN: 84-00-08186-2. L. CABALLERO, P. MATEOS y M. RETUERCE (eds.): Cerámicas Tardorromanas y Altomedievales en la Península Ibérica. Instituto de Historia e Instituto de Arqueología de Mérida. Madrid, 2003. 553 págs. + 277 figs.—ISBN 84-00-08202-8. P. MATEOS, L. CABALLERO (eds.): Repertorio de arquitectura cristiana: época tardoantigua y altomedieval. Mérida, 2003. 348 págs. + figs en texto.—ISBN 84-00-08179-X. T. TORTOSA ROCAMORA (coord.): El yacimiento de la Alcudia: pasado y presente de un enclave ibérico. Instituto de Historia. Madrid, 2004., 264 págs. + figs. en texto.—ISBN 84-00-08265-6. V. MAYORAL HERRERA: Paisajes agrarios y cambio social en Andalucía Oriental entre los periodos ibérico y romano. Instituto de Arqueología de Mérida, 2004, 340 págs. + figs. en texto.—ISBN 84-00-08289-3. A. P EREA, I. MONTERO Y O. GARCÍA-VUELTA (eds.): Tecnología del oro antiguo: Europa y América. Ancient Gold Technology: America and Europe. Instituto de Historia. Madrid, 2004. 440 págs. + figs. en texto.—ISBN: 84-00-08293-1. F. CHAVES Y F. J. GARCÍA (eds.): Moneta Qua Scripta. La Moneda como Soporte de Escritura. Instituto de Historia. Sevilla, 2004. 431 págs. + figs., láms. y mapas en texto.—ISBN: 84-00-08296-6. M. BENDALA, C. FERNÁNDEZ OCHOA, R. DURÁN CABELLO Y Á. MORILLO (EDS.): La arqueología clásica peninsular ante el tercer milenio. En el centenario de A. García y Bellido (1903-1972). Instituto de Historia. Madrid, 2005. 217 págs. + figs. En texto.—ISBN 84-00-08386-5.

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ANEJOS DE «ARCHIVO ESPAÑOL DE ARQVEOLOGÍA» (Continuación) S. CELESTINO PÉREZ Y J. JIMÉNEZ ÁVILA (eds.): El Periodo Orientalizante. Actas del III Simposio Internacional de Mérida: Protohistoria del Mediterráneo Occidental. Mérida 2005, dos volúmenes, 1440 págs. + figs., láms., gráficos y mapas en texto.—ISBN 84-00-08345-8. XXXVI M.ª RUIZ DEL ÁRBOL MORO: La Arqueología de los espacios cultivados. Terrazas y explotación agraria romana en un área de montaña: la Sierra de Francia. Instituto de Historia. Madrid, 2005. 123 págs. + 30 figs. en texto.—ISBN 84-0008413-6. XXXVII V. GARCÍA-ENTERO: Los balnea domésticos -ámbito rural y urbano- en la Hispania romana. Instituto de Historia. Madrid, 2005. 931 págs. + 236 figs. en texto.—ISBN 84-00-08431-4. XXXVIII T. TORTOSA ROCAMORA: Los estilos y grupos pictóricos de la cerámica ibérica figurada de la Contestania. Instituto de Arqueología de Mérida. Mérida. 2006. 280 págs.—ISBN 84-00-08435-1. XXXIX A. CHAVARRÍA, J. ARCE Y G. P. BROGIOLO (eds.): Villas Tardoantiguas en el Mediterráneo Occidental. Instituto de Historia. Madrid. 2006. 273 págs. + figs. en texto.—ISBN 84-00-08466-7. XL M.ª ÁNGELES UTRERO AGUDO: Iglesias tardoantiguas y altomedievales en la Península Ibérica. Análisis arqueológico y sistemas de abovedamiento. Instituto de Historia. Madrid. 2006. 646 págs. + figs. en texto + 290 láms.—ISBN 978-8400-8510-0. XLI L. CABALLERO Y P. MATEOS (eds.): Escultura decorativa tardo romana y alto medieval en la Península Ibérica. Actas de la Reunión Científica «Visigodos y Omeyas» III, 2004. Instituto de Arqueología de Mérida. Mérida. 2007. 422 págs. + figs. en texto.—ISBN 978-84-00-08543-8. XLII P. MATEOS CRUZ: El «Foro Provincial» de Augusta Emerita: un conjunto monumental de culto imperial. Instituto de Arqueología de Mérida. Mérida. 2006. 439 págs. + figs. en texto.—ISBN 978-84-00-08525-4. XLIII A. JIMÉNEZ DÍEZ: Imagines Hibridae. Instituto de Historia. Madrid. 2008. 409 págs. + 150 figs. en texto.—ISBN 978-8400-08617-6. XLIV F. PRADOS MARTÍNEZ: Arquitectura púnica, Instituto de Historia. Madrid. 2008. 332 págs. + 328 figs. en texto.—ISBN 978-84-00-08619-0. XLV SEBASTIÁN CELESTINO, PEDRO MATEOS, ANTONIO PIZZO y TRINIDAD TORTOSA (eds.): Santuarios, oppida y ciudades: arquitectura sacra en el origen y desarrollo urbano del Mediterráneo Occidental. Instituto de Arqueología de Mérida. Mérida. 2009. 464 págs. + figs. en texto. ISBN: 978-84-00-08827-3. XLVI J. JIMÉNEZ ÁVILA (ed.): Sidereum Ana I. El río Guadiana en época postorientalizante. Instituto de Arqueología de Mérida. Mérida. 2008, 480 págs. + 230 figs. en texto. ISBN 978-84-00-08646-6. XLVII M. ª PAZ G ARCÍA -B ELLIDO . A. M OSTALAC y A. J IMÉNEZ . Del imperium de Pompeyo a la auctoritas de Augusto. Homenajea Michael Grant. 320 págs. + figs. en texto. ISBN 978-84-00-08740-1. XLVIII Homenaje al doctor Armin U. Stylow. Espacios, usos y formas de la epigrafía hispana en épocas antigua y tardoantigua. Instituto de Arqueología de Mérida. Mérida. 2009, 406 págs. + figs. en texto. ISBN 978-84-00-08798-2. XLIX L. ARIAS PÁRAMO: Geometría y proporción en la Arquitectura Prerrománica Asturiana. Madrid 2008. 382 págs. + 234 figs. + 57 fotos + 24 cuadros. ISBN 978-84-00-08728-9. L STEFANO CAMPOREALE, HÉLÈNE DESSALES, ANTONIO PIZZO (eds.): Arqueología de la Construcción I. Los procesos constructivos en Italia y en las provincias romanas. I. Italia y las provincias occidentales. Instituto de Arqueología de Mérida. Mérida. 2008. 360 págs. + figs. en texto. ISBN 978-84-00-08789-0. LI L. CABALLERO, P. MATEOS y M.ª A. UTRERO: El siglo VII contra el s. VII. Arquitectura (Visigodos y Omeyas IV. Mérida 2006). 348 págs. + figs. en texto. ISBN 978-84-00-08805-7. LII A. GORGUES: Économie et société dans le Nord-Est du domaine ibérique (IIIe-Ier s. av. J.C.), Instituto de Historia, Madrid. 2010. 504 págs. + 143 figs. en texto. ISBN 978-84-00-08936-8. LIII R. AYERBE , T. B ARRIENTOS y F. PALMA (eds.): El Foro de Augusta Emerita. Génesis y Evolución de sus Recintos Monumentales VII. Instituto de Arqueología de Mérida. Mérida. 2009. 868 págs. + figs. en texto + cd. ISBN 978-84-0008934-4. LIV LUIS CABALLERO ZOREDA (coord.) Las iglesias asturianas de Pravia y Tuñón. Arqueología de la arquitectura. Instituto de Historia. Madrid. 2010. 232 págs. + figs. en texto y láminas en color. ISBN 978-84-00-09128-6. LV T. TORTOSA ROCAMORA, S. CELESTINO PÉREZ (eds.) y R. CAZORLA MARTÍN (coord.): Debate en torno a la religiosidad protohistórica. Instituto de Arqueología de Mérida. Mérida. 2010. 309 págs. + figs. en texto. ISBN 978-84-00-09177-4. LVI A. PIZZO: Las técnicas constructivas de la arquitectura pública de Augusta Emerita. Instituto de Arqueología de Mérida. Mérida. 2010. 614 pags. + figs. en texto. ISBN: 978-84-00-09181-1. LVII A. PIZZO, S. CAMPOREALE, H. DESALES (eds.): Arqueología de la Construcción II. Los procesos constructivos en el mundo romano: Italia y provincias orientales. Instituto de Arqueología de Mérida. Mérida, 2010. 646 págs. + figs. en texto. ISBN: 978-84-00-09279-5. LVIII M. P. G ARCÍA -B ELLIDO , L. C ALLEGARIN , A. J IMÉNEZ D ÍEZ (eds.): Barter, money and coinage in the Ancient Mediterranean (10th-1st centuries BC). Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Instituto de Historia. Madrid. 2011. 396 págs. + figs. en texto. ISBN: 978-84-00-09326-6. LIX V. MAYORAL HERRERA, S. CELESTINO PÉREZ (eds.): Tecnologías de información geográfica y análisis arqueológico del territorio. Actas del V Simposio Internacional de Arqueología de Mérida. Instituto de Arqueología de Mérida. CSIC. Junta de Extremadura. Consorcio de Mérida. Mérida 2011. 832 págs. + figs en texto (ed. electrónica; en prensa). LX J.A. R EMOLÀ VALLVERDÚ , J. A CERO P ÉREZ (eds.): La gestión de los residuos urbanos en Hispania. Xavier Dupré Raventós (1956-2006). In memorian. Instituto de Arqueología de Mérida. CSIC. Junta de Extremadura. Consorcio de Mérida. Mérida 2011. 418 págs. + figs. en texto. ISBN: 978-84-00-09345-7. XXXV

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L. CABALLERO, P. MATEOS Y T. CORDERO (eds.): Visigodos y omeyas. El territorio. Instituto de Arqueología de Mérida. Mérida. 2012. 384 págs. + figs. en texto. ISBN 978-84-00-09457-7. J. JIMÉNEZ ÁVILA (ed.): Sidereum Ana II. El río Guadiana en el Bronce Final. Instituto de Arqueología de Mérida. Mérida. 2012. 572 págs. + 365 figs. y tablas en el texto. ISBN 978-84-00-09434-8. L. CABALLERO, P. MATEOS CRUZ Y C. GARCÍA DE CASTRO VALDÉS (eds.): Asturias entre visigodos y mozárabes. Instituto de Historia. Madrid. 2012. 488 págs. + figs. en el texto. ISBN 978-84-00-09471-3. S. CAMPOREALE, H. DESSALES Y A. PIZZO (eds.): Arqueología de la construcción III. Los procesos constructivos en el mundo romano: la economía de las obras. Instituto de Arqueología de Mérida. Mérida (en prensa).

HISPANIA ANTIQVA EPIGRAPHICA (HispAntEpigr.) Fascículos 1-3 (1950-1952), 4-5 (1953-1954), 6-7 (1955-1956), 8-11 (1957-1960) y 12-16 (1961-1965).

ITALICA Cuadernos de Trabajos de la Escuela Española de Historia y Arqueología de Roma (18 vols.). Monografías de la Escuela (22 vols.).

CORPVS VASORVM HISPANORVM J. CABRÉ AGUILÓ: Cerámica de Azaila. Madrid, 1944.—Instituto Español de Arqueología del C.S.I.C. XI + 101 págs. con 83 figs. + 63 láms., 32 × 26 cm. (agotado). I. BALLESTER, D. FLETCHER, E. PLA, F. JORDÁ y J. ALCACER. Prólogo de L. PERICOT: Cerámica del Cerro de San Miguel, Liria. Madrid, 1954.—Instituto Español de Arqueología del C.S.I.C. y Diputación Provincial de Valencia.—XXXV + 148 págs., 704 figs., LXXV láms., 32 × 26 cm. ISBN 84-00-01394-8 (agotado).

ANEJOS DE GLADIUS CSIC y Ediciones Polifemo M.ª Paz García-Bellido: Las legiones hispánicas en Germania. Moneda y ejército. Instituto de Historia. 2004. 354 págs. + 120 figs. ISBN 84-00-08230-3. M.ª Paz García-Bellido (coord.): Los campamentos romanos en Hispania (27 a.C.-192d.C.). El abastecimiento de moneda. Instituto Histórico Hoffmeyer. Instituto de Historia. Ediciones Polifemo. 2006. 2 vols. + CD Rom. ISBN (10) 84-00-08440-3; (13) 978-8400-08440-0.

TABVLA IMPERII ROMANI (TIR) Unión Académica Internacional Editada por el C.S.I.C., Instituto Geográfico Nacional y Ministerio de Cultura. Hoja K-29: Porto. CONIMBRIGA, BRACCARA, LVCVS, ASTVRICA, edits. A. BALIL ILLANA, G. PEREIRA MENAUT y F. J. SÁNCHEZ-PALENCIA. Madrid, 1991. ISBN 84-7819-034-1. Hoja K-30: Madrid. CAESARAVGVSTA, CLVNIA, edits. G. FATÁS CABEZA, L. CABALLERO ZOREDA, C. GARCÍA MERINO y A. CEPAS. Madrid, 1993. ISBN 84-7819-047-3. Hoja J-29: Lisboa. EMERITA, SCALLABIS, PAX IVLIA, GADES, edits. J. DE ALARCÃO, J. M. ÁLVAREZ, A. CEPAS, R. CORZO. Madrid, 1995. ISBN 84-7819-065-1. Hoja K-J31: Pyrénées Orientales-Baleares. TARRACO, BALEARES, edits. A. CEPAS PALANCA, J. GUITART I DURÁN. G. FATÁS CABEZA. Madrid, 1997. ISBN 84-7819-080-5. Fall K-J31: Pyrénées Orientales-Baleares (edición en catalán). ISBN 89-7819-081-3.

VARIA A. GARCÍA Y BELLIDO: Esculturas romanas de España y Portugal. Madrid, 1949, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 2 volúmenes de 28 × 20 cm.: I, Texto, XXVII + 494 págs.—II, Láminas, 352 láms. (agotado). _____________________ C. PEMÁN: El pasaje tartéssico de Avieno. Madrid, 1941, 115 págs., 26 × 18 cm. (agotado). _____________________ A. SCHULTEN: Geografía y Etnografía de la Península Ibérica. Vol. I. Madrid, 1959. Instituto Español de Arqueología (C.S.I.C.), 412 págs., 22 × 16 cm.—Contenido: Las fuentes antiguas. Bibliografía moderna y mapas. Orografía de la meseta y tierras bajas. Las costas (agotado).

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Vol. II. Madrid, 1963, 546 págs., 22 × 16 cm.—Contenido: Hdrografía. Mares limítrofes. El estrecho de Gibraltar. El clima. Minerología. Metales. Plantas. Animales (agotado). _____________________ M. PONSICH: Implantation rurale antique sur le Bas-Guadalquivir (II) (Publications de la Casa de Velázquez, série «Archéologie»: fasc. III).—Publié avec le concours de l’Instituto Español de Arqueología (C.S.I.C.) et du Conseil Oléicole International.—París, 1979 (27,5 × 21,5 cm.), 247 págs. con 85 figs. + LXXXI láms.—ISBN 84-600-1300-6. _____________________ HOMENAJE A A. GARCÍA Y BELLIDO Vol. I Madrid, 1976. Revista de la Universidad Complutense de Madrid, XXV, 101. Vol. II Madrid, 1976. Revista de la Universidad Complutense de Madrid, XXV, 104. Vol. III Madrid, 1977. Revista de la Universidad Complutense de Madrid, XXVI, 109. Vol. IV Madrid, 1979. Revista de la Universidad Complutense de Madrid, XXVIII, 118. _____________________ VV.AA.: Producción y Comercio del Aceite en la Antigüedad. Primer Congreso Internacional.—Universidad Complutense.— Madrid, 1980 (24 × 17 cm.), 322 págs.—ISBN 84-7491-025-0. VV.AA.: La Religión Romana en Hispania. Simposio organizado por el Instituto de Arqueología «Rodrigo Caro» del C.S.I.C. (1719 diciembre 1979).—Subdirección General de Arqueología del Ministerio de Cultura.—Madrid, 1981 (28,5 × 21 cm.), 446 págs.—ISBN 84-7483-238-1. VV.AA.: Homenaje a Sáenz de Buruaga.—Diputación Provincial de Badajoz: Institución Cultural «Pedro de Valencia».—Madrid, 1982 (28 × 19,5 cm.), 438 págs.—ISBN 84-500-7836-9. VV.AA.: Producción y Comercio del Aceite en la Antigüedad. Segundo Congreso Internacional.—Universidad Complutense.— Madrid, 1983 (24 × 17 cm.), 616 págs.—ISBN 84-7491-107-9. VV.AA.: Actas del Congreso Internacional de Historiografía de la Arqueología y de la Historia Antigua en España (siglos XVIIIXX), 13-16 de diciembre de 1988, C.S.I.C., Ministerio de Cultura, 1991.—ISBN 84-7483-758-8. VV.AA.: Ciudad y comunidad cívica en Hispania (siglos II y III d.C.). Cité et communauté civique en Hispania. Actes du Colloque organisé par la Casa de Velázquez et par le Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Madrid, 25-27 janvier 1990. Collection de la Casa de Velázquez, 38. Serie Rencontres. Madrid, 1992, 220 pp.—ISBN 84-86839-46-7.

BIBLIOTHECA ARCHAEOLOGICA ISSN 0519-9603 I II III IV V VI VII

A. B LANCO F REIJEIRO : Arte griego. Madrid, 1982, 396 págs., 238 figs., 19 × 13 cm. (8. a edición, corregida y aumentada).—ISBN 84-00-04227-1. Cf. en Textos Universitarios. A. GARCÍA Y BELLIDO: Colonia Aelia Augusta Italica. Madrid, 1960, 168 págs., 64 figuras en el texto y 48 láms., y un plano, 19 × 13 cm.—ISBN 84-00-01393-X (agotado). A. BALIL: Pintura helenística y romana. Madrid, 1962, 334 págs:, 104 figs. y 2 lám. 19 × 13 cm.—ISBN 84-00-00573-2 (agotado). A. BALIL: Colonia Julia Augusta Paterna Faventia Barcino. Madrid, 1964, 180 págs., 69 figs. y un plano, 19 × 13 cm.— ISBN 84-00-01454-5. 2.a ed. 84-00-01431-6 (agotado). A. GARCÍA Y BELLIDO: Urbanística de las grandes ciudades del mundo antiguo. Madrid, 1985, XXVIII + 384 págs., 194 figs. en el texto, XXII láms. y 2 cartas, 19 × 13 cm. (2.a ed. acrecida).—ISBN 84-00-05908-5. A. M. DE GUADÁN: Numismática ibérica e iberorromana. Madrid, 1969, XX + 288 págs., 24 figs. y varios mapas en el texto y 56 láms., 19 × 13 cm.—ISBN 84-00-01981-4 (agotado). M. VIGIL: El vidrio en el mundo antiguo. Madrid, 1969, XII + 182 págs., 160 figs., 19 × 13 cm.—ISBN 84-00-01982-2. 2.a ed. 84-00-01432-4 (agotado).

TEXTOS UNIVERSITARIOS 1. 2. 35. 36.

A. GARCÍA Y BELLIDO: Arte romano.—C.S.I.C. (8.a ed.).—Madrid, 1990 (28 × 20 cm.), XX + 836 págs. con 1.409 figs.— ISBN 84-00-070777-1. A. BLANCO FREIJEIRO: Arte griego.—C.S.I.C. (8.a ed.).—Madrid, 1990 (21 × 15 cm.), IX + 396 págs. con 238 figs.— ISBN 84-00-07055-0. M.P. GARCÍA-BELLIDO y C. BLÁZQUEZ: Diccionario de cecas y pueblos hispánicos. Vol. I: Introducción. Madrid, 2001, 234 pp. y figs. ISBN: 84-00-08016-5. M.P. GARCÍA-BELLIDO y C. BLÁZQUEZ: Diccionario de cecas y pueblos hispánicos. Vol. II: Catálogo de cecas y pueblos. Madrid, 2001, 404 pp. y figs. ISBN: 84-00-08017-3.

CORPVS DE MOSAICOS DE ESPAÑA I

A. BLANCO FREIJEIRO: Mosaicos romanos de Mérida.—Instituto Español de Arqueología del C.S.I.C.—Madrid, 1978 (28 × 21 cm.), 66 págs. con 12 figs. + 108 láms.—ISBN 84-00-04303-0 (agotado).

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A. BLANCO FREIJEIRO: Mosaicos romanos de Itálica (I).—Instituto Español de Arqueología del C.S.I.C.—Madrid, 1978 (28 × 21 cm.), 66 págs. con 11 figs. + 77 láms.—ISBN 84-00-04361-8. J. M. BLÁZQUEZ MARTÍNEZ: Mosaicos romanos de Córdoba, Jaén y Málaga.—Instituto Español de Arqueología del C.S.I.C.—Madrid, 1981 (28 × 21 cm.), 236 págs. con 32 figs. + 95 láms.—ISBN 84-00-04937-3. J. M. BLÁZQUEZ MARTÍNEZ: Mosaicos romanos de Sevilla, Granada, Cádiz y Murcia.—Instituto Español de Arqueología del C.S.I.C.—Madrid, 1982 (28 × 21 cm.), 106 págs. con 25 figs. + 47 láms.—ISBN 84-00-05243-9. J. M. BLÁZQUEZ MARTÍNEZ: Mosaicos romanos de la Real Academia de la Historia, Ciudad Real, Toledo, Madrid y Cuenca.—Instituto Español de Arqueología del C.S.I.C.—Madrid, 1982 (28 × 21 cm.), 108 págs. con 42 figs. + 50 láms.—ISBN 84-00-05232-40. J. M. BLÁZQUEZ MARTÍNEZ y T. ORTEGO: Mosaicos romanos de Soria.—Instituto Español de Arqueología del C.S.I.C.— Madrid, 1983 (28 × 21 cm.), 150 págs., con 22 figs. + 38 láms.—ISBN 84-00-05448-2. J. M. BLÁZQUEZ y M. A. MEZQUÍRIZ (con la colaboración de M. L. NEIRA y M. NIETO): Mosaicos romanos de Navarra.— Instituto Español de Arqueología del C.S.I.C. Madrid, 1985 (28 × 21 cm.), 198 págs. con 31 figs. + 62 láms.—ISBN 8400-06114-4. J. M. BLÁZQUEZ, G. LÓPEZ MONTEAGUDO, M. L. NEIRA y M. P. SAN NICOLÁS: Mosaicos romanos de Lérida y Albacete. Madrid, 1989. Departamento de Historia Antigua y Arqueología del C.S.I.C. (28 × 21 cm.), 60 págs., 19 figs. y 44 láms.—ISBN 84-00-06983-8. J. M. B LÁZQUEZ , G. L ÓPEZ M ONTEAGUDO , M. L. N EIRA y M. P. S AN N ICOLÁS : Mosaicos romanos del Museo Arqueológico Nacional. Madrid, 1989. Departamento de Historia Antigua y Arqueología del C.S.I.C. (28 × 21 cm.), 70 págs., 18 figs. y 48 láms.—ISBN 84-00-06991-9. J. M. BLÁZQUEZ, G. LÓPEZ MONTEAGUDO, T. MAÑANES y C. FERNÁNDEZ OCHOA: Mosaicos romanos de León y Asturias. Madrid, 1993. Departamento de Historia Antigua y Arqueología del C.S.I.C. (28 × 21 cm), 116 págs., 19 figs. y 35 láms.—ISBN 84-00-05219-6. M. L. NEIRA y T. MAÑANES: Mosaicos romanos de Valladolid. Madrid, 1998. Departamento de Historia Antigua y Arqueología del C.S.I.C. (28 × 21 cm), 128 págs., 10 figs. y 40 láms.—ISBN 84-00-07716-4. G. LÓPEZ MONTEAGUDO, R. NAVARRO SÁEZ y P. DE PALOL SALELLAS: Mosaicos romanos de Burgos. Madrid, 1998. Departamento de Historia Antigua y Arqueología del C.S.I.C. (28 × 21 cm), 170 págs., 26 figs. y 168 láms.—ISBN 84-00-07721-0.

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Luis Caballero Zoreda Pedro Mateos Cruz Tomás Cordero Ruiz (eds.)

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AESPA LXI

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VISIGODOS Y OMEYAS

Portada Arq..MF:M

VISIGODOS Y OMEYAS EL TERRITORIO ISBN 978-84-00-09457-7

ARCHIVO ESPAÑOL DE

JUNTA DE EXTREMADURA Consejería de Empleo, Empresa e Innovación

CSIC

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