El siglo VII frente al siglo VII : arquitectura : (Visigodos y Omeyas, 4, Mérida 2006) 8400088050, 9788400088057

¿Es el siglo VII el mismo siglo VII que conocíamos hace unos años?, ¿cómo ha cambiado?, ¿quién lo ha cambiado? Las revis

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SUMARIO
OBJETIVOS Y AGRADECIMIENTOS
LA DIMENSIÓN EDIFICANTE DEL ESPACIO SAGRADO: LA ARQUITECTURA DE CULTO CRISTIANO EN LAS FUENTES ESCRITAS HISPANO-VISIGODAS DEL SI
EL HÁBITO EPIGRÁFICO EN EL CONTEXTO ARQUITECTÓNICO HISPÁNICO DEL SIGLO VII
INTERVENCIÓN ARQUEOLÓGICA EN LA VEGA BAJA DE TOLEDO. CARACTERÍSTICAS DEL CENTRO POLÍTICO Y RELIGIOSO DEL REINO VISIGODO
CONSTRUYENDO EL SIGLO VII: ARQUITECTURAS Y SISTEMAS CONSTRUCTIVOS EN EL TOLMO DE MINATEDA1
LAS IGLESIAS CRUCIFORMES DEL SIGLO VII EN LA PENÍNSULA IBÉRICA. NOVEDADES Y PROBLEMAS CRONOLÓGICOS Y MORFOLÓGICOS DE UN TIPO ARQ
LA IGLESIA DE EL GATILLO DE ARRIBA (CÁCERES). APUNTES SOBRE UNA IGLESIA RURAL EN LOS SIGLOS VI AL VIII
EN EL SIGLO VII, DE SUINTHILA A TEODOMIRO
EL POBLAMIENTO RURAL DEL SUR DE MADRID Y LAS ARQUITECTURAS DEL SIGLO VII1
METODOLOGÍA. LAS IGLESIAS DE ÁLAVA DE LOS SIGLOS IX-XI Y LAS CONSIDERADAS IGLESIAS DEL SIGLO VII
ESPLENDOR OU DECLÍNIO? A ARQUITECTURA DO SÉCULO VII NO TERRITÓRIO «PORTUGUÊS»
ARQUITECTURA Y USOS MONÁSTICOS EN EL SIGLO VII. DE LA RECREACIÓN TEXTUAL A LA INVISIBILIDAD MATERIAL
EL ALTAR HISPANO EN EL SIGLO VII. PROBLEMAS DE LAS TIPOLOGÍAS TRADICIONALES Y NUEVAS PERSPECTIVAS
CONCLUSIONS
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El siglo VII frente al siglo VII : arquitectura : (Visigodos y Omeyas, 4, Mérida 2006)
 8400088050, 9788400088057

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Cubierta Siglo VII (2)

3/4/09 10:02

Página 1

ANEJOS AESPA

SUMARIO LUIS CABALLERO, PEDRO MATEOS yM.ª Á NGELES UTRERO. Objetivos y agradecimientos ...................................................................................................................

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RAÚL GONZÁLEZ SALINERO. La dimensión edificante del espacio sagrado: la arquitectura de culto cristiano en las fuentes escritas hispano-visigodas del siglo VII ........

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HELENA GIMENO PASCUAL. El hábito epigráfico en el contexto arquitectónico hispánico del siglo VII .....................................................................................................

31

JUAN MANUEL ROJAS RODRÍGUEZ-MALO y ANTONIO J. GÓMEZ LAGUNA.Intervención arqueológica en la Vega Baja de Toledo. Características del centro político y religioso del reino visigodo .......................................................................................

45

SONIA GUTIÉRREZ LLORET y PABLO CÁNOVAS GUILLÉN. Construyendo el siglo VII: arquitecturas y sistemas constructivos en El Tolmo de Minateda .............................

91

M.ª DELOS ÁNGELES UTRERO AGUDO. Las iglesias cruciformes del siglo VII en la Península Ibérica. Novedades y problemas cronológicos y morfológicos de un tipo arquitectónico ........................................................................................................

133

LUIS CABALLERO ZOREDA y FERNANDO SÁEZ LARA. La iglesia de El Gatillo de Arriba (Cáceres). Apuntes sobre una iglesia rural en los siglos VI al VIII .........................

155

ALBERT VICENT RIBERAI LACOMBA y MIQUEL ROSELLÓ MESQUIDA.Valentia en el siglo VII, de Suinthila a Teodomiro ...........................................................................

185

ALFONSO VIGIL-ESCALERA GUIRADO. El poblamiento rural del sur de Madrid y las arquitecturas del siglo VII .......................................................................................

205

LEANDRO SÁNCHEZ ZUFIAURRE. Metodología. Las iglesias de Álava de los siglos IX-XI y las consideradas iglesias del siglo VII .................................................................

231

PAULO ALMEIDA FERNANDES. Esplendor ou declínio? Aarquitectura do século VII no território «português» ............................................................................................

241

FRANCISCO J. MORENO MARTÍN. Arquitectura y usos monásticos en el siglo VII. De la recreación textual a la invisibilidad material ........................................................

275

ISAAC SASTREDE DIEGO. El altar hispano en el siglo VII. Problemas de las tipologías tradicionales y nuevas perspectivas .......................................................................

309

ROGER COLLINS. Conclusions .......................................................................................

331

EL SIGLO VII FRENTE AL SIGLO VII: ARQUITECTURA

LI 2009

CSIC CSIC

Luis Caballero Zoreda Pedro Mateos Cruz Mª Ángeles Utrero Agudo (editores)

ANEJOS DE

AE SP A LI

EL SIGLO VII FRENTE AL SIGLO VII: ARQUITECTURA

ANEJOS DE ARCHIVO ESPAÑOL DE ARQUEOLOGÍA LI

EL SIGLO VII FRENTE AL SIGLO VII. ARQUITECTURA

ANEJOS DE AESPA SERIE PUBLICADA POR EL INSTITUTO DE HISTORIA Directora: Dra. M.ª Paz García-Bellido, Instituto de Historia, CSIC. Madrid Consejo de r edacción: Prof. Dr. Manuel Bendala, Universidad Autónoma de Madrid; Dr . Xavier Dupré †, Esc. Esp. Historia y Arqueología, CSIC, Roma; Dra. Guadalupe López Monteagudo, Instituto de Historia, CSIC, Madrid; Dr. Pedro Mateos, Instituto de Arqueología de Mérida, J. Ext., CCMM. y CSIC; Prof. Dr. Manuel Molinos, Universidad de Jaén; Prof. Dr . Ángel Morillo, Universidad de León; Dra. Almudena Orejas, Instituto de Historia, CSIC, Madrid; Prof. Dr . Francisco Pina Polo, Universidad de Zaragoza; Prof. Dr. Joaquín Ruiz de Arbulo, Universidad de Tarragona. Consejo asesor: Dr. Michel Amandry, Bibliotèque Nationale de France, Paris; Dr. Xavier Aquilué, Conjunto Monumental de Ampurias, Girona; Prof. Dr. Javier Arce, Université de Lille; Prof. Dr. Gian Pietro Brogiolo, Università di Padova; Prof. Dr. Francisco Burillo, Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales de Teruel; Prof. Dr . Monique Clavel-Lévêque, Université Franche-Comté, Besançon; Profa. Dra. Teresa Chapa, Universidad Complutense de Madrid; Prof. Dr. Adolfo Domínguez Monedero, Universidad Autónoma de Madrid; Prof. Dr . Carlos Fabião, Universidade de Lisboa; Profa. Dra. Carmen Fernández Ochoa, Universidad Autónoma de Madrid; Dr. Pierre Moret, Casa de Velázquez, Madrid; Prof. Dr. Domingo Plácido, Universidad Complutense de Madrid; Prof. Dr. Sebastián Ramallo, Universidad de Murcia; Profa. Dra. Isabel Rodà, Universitat Autónoma de Barcelona; Dr. Th. G. Schattner, Instituto Arqueológico Alemán, Madrid; Dr. Armin Stylow, emerito München Universität. Secretario: Dr. Luis Caballero. Instituto de Historia. CSIC. Madrid.

LUIS CABALLERO ZOREDA PEDRO MATEOS CRUZ Mª ÁNGELES UTRERO AGUDO (editores)

EL SIGLO VII FRENTE AL SIGLO VII. ARQUITECTURA (Visigodos y Omeyas, 4, Mérida 2006)

CONSEJO SUPERIOR DE INVESTIGACIONES CIENTÍFICAS Instituto de Arqueología de Mérida (Junta de Extremadura, Consorcio de Mérida, CSIC) Instituto de Historia; CCHS MADRID, 2009

Reservados todos los derechos por la legislación en materia de Propiedad Intelectual. Ni la totalidad ni parte de este libro, incluido el diseño de la cubierta, puede reproducirse, almacenarse o transmitirse en manera alguna por ningún medio ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, informático, de grabación o de fotocopia, sin permiso previo por escrito de la editorial. Las noticias, asertos y opiniones contenidos en esta obra son de la exclusiva responsabilidad del autor o autores. La editorial, por su parte, sólo se hace responsable del interés científico de sus publicaciones.

Portada: San Juan de Baños (Palencia). Grabado antiguo

Catálogo general de publicaciones oficiales http:⁄⁄www.060.es

© CSIC © Luis Caballero Zoreda, Pedro Mateos Cruz y Mª Ángeles Utrero Agudo (editores) NIPO: 472-08-083-8 ISBN: 978-84-00-08805-7 Depósito legal: M. 14.938-2009 Impreso en R.B. Servicios Editoriales, S.A. Impreso en España. Printed in Spain

SUMARIO LUIS CABALLERO, PEDRO MATEOS y M.ª ÁNGELES UTRERO. Objetivos y agradecimientos ...................................................................................................................

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RAÚL GONZÁLEZ SALINERO. La dimensión edificante del espacio sagrado: la arquitectura de culto cristiano en las fuentes escritas hispano-visigodas del siglo VII ........

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HELENA GIMENO PASCUAL. El hábito epigráfico en el contexto ar quitectónico hispánico del siglo VII .....................................................................................................

31

JUAN MANUEL ROJAS RODRÍGUEZ-MALO y ANTONIO J. GÓMEZ LAGUNA. Intervención arqueológica en la Vega Baja de Toledo. Características del centro político y religioso del reino visigodo .......................................................................................

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SONIA GUTIÉRREZ LLORET y PABLO CÁNOVAS GUILLÉN. Construyendo el siglo VII: arquitecturas y sistemas constructivos en El Tolmo de Minateda .............................

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M.ª DE LOS ÁNGELES UTRERO AGUDO. Las iglesias cruciformes del siglo VII en la Península Ibérica. Novedades y problemas cronológicos y morfológicos de un tipo arquitectónico ........................................................................................................

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LUIS CABALLERO ZOREDA y FERNANDO SÁEZ LARA. La iglesia de El Gatillo de Arriba (Cáceres). Apuntes sobre una iglesia rural en los siglos VI al VIII .........................

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ALBERT VICENT RIBERA I LACOMBA y MIQUEL ROSELLÓ MESQUIDA. Valentia en el siglo VII, de Suinthila a Teodomiro ...........................................................................

185

ALFONSO VIGIL-ESCALERA GUIRADO. El poblamiento rural del sur de Madrid y las arquitecturas del siglo VII .......................................................................................

205

LEANDRO SÁNCHEZ ZUFIAURRE. Metodología. Las iglesias de Álava de los siglos IX-XI y las consideradas iglesias del siglo VII .................................................................

231

PAULO ALMEIDA FERNANDES. Esplendor ou declínio? A arquitectura do século VII no território «português» ............................................................................................

241

FRANCISCO J. MORENO MARTÍN. Arquitectura y usos monásticos en el siglo VII. De la recreación textual a la invisibilidad material ........................................................

275

ISAAC SASTRE DE DIEGO. El altar hispano en el siglo VII. Problemas de las tipologías tradicionales y nuevas perspectivas .......................................................................

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ROGER COLLINS. Conclusions .......................................................................................

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OBJETIVOS Y AGRADECIMIENTOS La serie de Visigodos y Omeyas nació con la intención de ofrecer un marco de discusión en torno a la Tardoantigüedad y el Altomedievo. Tras una primera reunión de carácter abierto y planteada como una puesta en común de los modelos explicativos vigentes en la actualidad y sujetos a una profunda revisión, las siguientes reuniones pasaron a ser cerradas, con el objetivo de adquirir un formato de grupo de trabajo, y se ajustaron a un planteamiento de bloques temáticos, cerámica y escultura decorativa, sucesivamente. La presente monografía se adapta en un inicio a esos bloques, tocando ahora el turno a la arquitectura, pero introduce una cuestión a responder que condiciona el contenido. El motivo para poner sobre la mesa la pregunta del siglo VII frente al siglo VII responde a la necesidad de revisar este periodo como consecuencia del planteamiento de las distintas propuestas explicativas mencionadas y la sucesión de numerosas novedades materiales que inevitablemente modifican la percepción de la cultura arquitectónica de esa centuria. Esta pregunta encierra en realidad otras tantas: ¿es el siglo VII el mismo siglo VII que conocíamos hace unos años?, ¿cómo ha cambiado?, ¿quién lo ha cambiado?; es más, ¿ha cambiado o permanece igual? Para responder a estas cuestiones se encar gó a los autores la confección de trabajos que complementariamente cubriesen los aspectos materiales referidos al estudio de la arquitectura del siglo VII. Por un lado, se planteó la revisión de las fuentes escritas, la epigrafía, el urbanismo, el poblamiento rural, la arquitectura cruciforme, basilical y monasterial, contenidos que se acompañaron de una visión general de la arquitectura datada en el siglo VII en Portugal. Este panorama se completó con la presentación de los resultados y novedades que han tenido lugar en las excavaciones de yacimientos como la Vega Baja de Toledo y El Tolmo de Minateda, en la renovación metodológica del análisis de las técnicas constructivas, como es el caso de la iglesias de Álava, y de los elementos singulares, como el de los altares. La confrontación y puesta en

común de todos ellos no deja lugar a dudas de que algo está cambiando y de que nuestra idea de un siglo VII definido no se ajusta a una realidad en constante modificación. Las tipologías y cronologías tradicionales dan paso a un nuevo siglo VII en proceso «de construcción». De esta manera, el siglo VII concebido años atrás se enfrenta al siglo VII redibujado por las nuevas investigaciones. Como en los casos anteriores, hemos buscado la opinión de un especialista en la materia que pudiese aportar una visión externa de conjunto. Debemos agradecer a Roger Collins, profesor de la Universidad de Edimburgo (Escocia), el esfuerzo realizado en la lectura de los manuscritos en castellano y su interés no sólo por aportar unas conclusiones al conjunto sino por enriquecer algunos de los textos con valiosas aportaciones y observaciones que han influido sin duda en el resultado final de la publicación. Por último, quisiéramos agradecer especialmente a las instituciones y personas que han hecho posible la realización de esta publicación colectiva, financiada gracias a las ayudas aportadas por el Consejo Superior de Investigaciones Científicas, a través de su programa de ayudas a la organización de reuniones científicas, y al apoyo de la Consejería de Cultura de la Junta de Extremadura, la Consejería de Infraestructuras y Desa rrollo Tecnológico, la Asamblea de Extremadura, la Obra Social de Caja Badajoz y el Consorcio de la Ciudad Monumental de Mérida. La or ganización contó además con el impecable trabajo de Isaac Sastre de Diego y Tomás Cordero Ruiz, becarios del IAM, quienes llevaron a cabo con eficacia la secretaría de la reunión del grupo de trabajo y facilitaron la elaboración de sus borradores previos. LUIS CABALLERO ZOREDA PEDRO MATEOS CRUZ MARÍA DE LOS ÁNGELES UTRERO AGUDO Instituto de Historia (CCHS-CSIC) e Instituto de Arqueología de Mérida (CSIC-Junta de Extremadura-Consorcio de Mérida)

LA DIMENSIÓN EDIFICANTE DEL ESPACIO SAGRADO: LA ARQUITECTURA DE CULTO CRISTIANO EN LAS FUENTES ESCRITAS HISPANO-VISIGODAS DEL SIGLO VII POR

RAÚL GONZÁLEZ SALINERO* (CSIC-Roma) RESUMEN Aunque la información que proporcionan las fuentes escritas del siglo VII es ciertamente reducida, algunos textos literarios y canónicos hispano-visigodos reflejan, si bien en muchos casos de forma tangencial, la realidad arquitectónica de la época. En este sentido, podrían citarse ciertos pasajes procedentes de las obras de Isidoro de Sevilla, Julián de Toledo, Redempto, Braulio de Zaragoza, Valerio del Bierzo, así como de las actas de los concilios visigodos, de la litur gia visigóticomozárabe y de los relatos hagiográficos. A partir de estas fuentes, se examina la terminología latina aplicada al edificio de culto cristiano, y también su simbología a lo largo del siglo VII. De igual forma, esta «peculiar» documentación permite estudiar la relación existente entre la or ganización del espacio sagrado y la liturgia visigoda e indagar en el contenido ideológico y devocional que, en determinados textos (sobre todo de carácter hagiográfico), emana del edificio arquitectónico cristiano destinado especialmente al culto martirial. SUMMARY Although the information provided by written documentation dated to the seventh century is very scarce, some literary and canonical Visigothic texts show, tangentially though, the architectonic reality. Some chapters from the works of Isidoro de Sevilla, Julián de Toledo, Redempto, Braulio de Zaragoza and Valerio del Bierzo, together with the records of the Visigothic councils, the Visigothic-Mozarabic liturgy and the hagiographic accounts are good examples of this fact. Latin terminology applied to the Christian building and its symbology all throughout the seventh century are analysed taking into account all these sources. This «peculiar» documentation enables to study the relationship between the sacral space or ganization and the Visigothic liturgy and to analyse the ideological and devotional content that, in some texts (mainly hagiographic), comes from the Christian building specially linked with a martyrial worship. PALABRAS CLAVE: Fuentes hispano visigodas. Liturgia, terminología arquitectónica, simbología arquitectónica. Isidoro de Sevilla, Julián de Toledo, Redempto, Braulio de Zaragoza, Pasio Mantii. KEY WORDS: Hispanic Visigothic sources. Liturgy, architectonic terminology, architectonic symbology. Isidoro de Sevilla, Julián de Toledo, Redempto, Braulio de Zaragoza, Pasio Mantii.

VALIDEZ Y LÍMITES DE LAS FUENTES ESCRITAS Es cierto que tanto las fuentes literarias como jurídicas, especialmente de carácter canónico, de época visigoda apenas prestan atención a cuestiones relacionadas con la arquitectura, ya fuese ésta de carácter civil o religioso, y que la información que podemos extraer de las mismas es, en la mayoría de los casos, indirecta. Sin embar go, la regulación del culto cristiano exigía unas «pautas rituales» que, reconocidas y respetadas escrupulosamente por la comunidad, se hallaban íntimamente vinculadas con el espacio sagrado en el que tenían lugar . Así es como la litur gia, reflejada eventualmente en las obras de los padres visigodos, regulada o corregida por los concilios y descrita en las fórmulas y usos litúrgicos que aparecen recogidos en los textos de la llamada liturgia visigótico-mozárabe o liturgia hispana, contribuye de manera extraordinaria al conocimiento del significado y función de los diversos espacios arquitectónicos que aparecen perfectamente definidos en los edificios de culto cristiano de la época. En sus Etimologías, Isidoro dedica un capítulo específico a los edificios sagrados (XV, 4: De aedificiis sacris),1 y en su obra De ecclesiasticis officiis , hace * Deseo expresar mi agradecimiento al Prof. Roger Collins por sus valiosas indicaciones en la fase de corrección del presente estudio. 1 En el capítulo octavo del libro XV, que aparece en los manuscritos bajo el epígrafe De partibus aedificiorum , así como en algunos otros lugares de esta misma obra (por ejemplo, XIX, 13, 8-19), Isidoro ofrece también información sobre la terminología relativa a ciertos elementos arquitectónicos: fundamentum (cimiento), caementum (argamasa), paries (pared), angulus (rincón), culmina (tejado), camerae (bóvedas), laquearia (artesonados), testudo (bóveda oblicua del templo), arcus o fornices (arcos), pavimenta (pavimentos), lithostrota (pavimentos de

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El siglo VII frente al siglo VII. Arquitectura

referencia al lugar de culto cristiano y a la relación que guardan las diferentes partes sagradas en que éste se divide con la ubicación espacial de los clérigos celebrantes y de la jerarquía eclesiástica, y , sobre todo, con las celebraciones litúr gicas (I, 1-27) (Pérez González, 2003, pp. 261-264). De hecho, este tratado adquiere gran relevancia si, como defiende M. dels S. Gros (1976, pp. 144-145), consideramos que nos encontramos ante uno de los libelli officiales que, según el canon 26 del Concilio IV de Toledo (633), debían entregarse a los presbíteros en el momento de su ordenación. Estos libelli debían de contener los esquemas de celebración para el conferimiento de los sacramentos, es decir, habrían de servir, en realidad, como una especie de manual litúr gico. Según este investigador, el tratado De ecclesiasticis officiis, que, redactado hacia el año 615, respondía a las consultas que el obispo Fulgencio había hecho llegar a Isidoro sobre el correcto modo de oficiar y administrar los sacramentos, sería, pues, un libellus officialis. De cierto interés para este tema son los datos que el diácono hispalense Redempto desvela acerca de los últimos seis meses de vida y la muerte del obispo sevillano (Obitus beatissimi Isidori Hispalensis episcopi, opúsculo también conocido como De transitu sancti Isidori). Contamos además con la información indirecta que se desprende de los escritos de Braulio de Zaragoza ( Epistulae, Vita Sancti Emiliani ), especialmente en lo que se refiere a ciertos aspectos terminológicos. En relación con el ritual del bautismo, Ildefonso proporciona en su Liber de cognitione baptismi valiosos datos sobre el lugar en el que se celebraba dicho sacramento. Lástima que no hayan llegado hasta nosotros otras obras suyas relacionadas con el oficio diario ( Adnotationes actionis diurnae ), los sacramentos ( Adnotationes in sacramentis ) y los objetos sagrados ( Adnotationes in sacris ) que Julián menciona en su Elogium a Ildefonso (PL 96, cols. 4344), ya que, por su indudable carácter litúr gico, estos tratados habrían podido resultar muy útiles para profundizar en nuestro conocimiento de los espacios arquitectónicos en relación con el desarrollo del culto cristiano hacia mediados del siglo VII. Fructuoso de Braga y especialmente Valerio del Bierzo pueden suplir, sin embar go, esta carencia, aunque sólo sea de manera parcial. Menos significativos para el tema que nos ocupa, salvo en unos pocos pasajes, resultan otros

mosaico), tessellae (baldosas y piezas de mosaico), bases (basas de las columnas), columnae (columnas), epistylia (arquitrabes), capitela (capiteles de las columnas), tegulae o imbrices (tejas), lateres y laterculi (ladrillos), fistulae (gárgolas), crustae (placas de mármol), etc.

Anejos de AEspA LI

escritos de autores como Tajón de Zaragoza o Julián de Toledo.2 De los cánones conciliares que, desde finales del siglo VI y a lo largo de todo el siglo VII, tratan de regular la doctrina por la que habría de regirse la comunidad y los usos y costumbres que habrían de conferir unidad a la litur gia cristiana, obtenemos noticias de gran relevancia en relación con la arquitectura religiosa de la época. Sobre este particular , resultan de especial utilidad las actas de los concilios de Braga (de los años 561 y 572), del Concilio II de Sevilla (619), de los Concilios IV (633), VII (646), XII (687), XVI (693) de Toledo y del celebrado en Mérida en el año 666. Salvo el paradigmático caso de las Vitas Sanctorum Patrum Emeritensium (VSPE), apenas se ha explorado la literatura hagiográfica visigoda del siglo VII. Es cierto que, en general, la información que pueden aportar las narraciones hagiográficas recogidas en el llamado Pasionario hispánico3 resulta en extremo exigua, pero existen excepciones de gran relevancia que han sido ignoradas por la historiografía hasta fechas muy recientes o que aún no han sido estudiadas adecuadamente. Para el estudio de la arquitectura cristiana revisten cierto interés algunos datos dispersos contenidos en relatos hagiográficos como la Passio Vicentii, Sabinae et Christetae o la Vita Fructuosi, y, por la riqueza y transcendencia de las descripciones de carácter arquitectónico, destaca especialmente la Passio Mantii, texto que, compuesto en las postrimerías del siglo VII, representa el punto culminante de la «teología de la magnificencia martirial» reflejada a la perfección en la plasmación de una arquitectura cristiana edificante, simbólica y conceptualmente «sublime». Por su inigualable valor para el conocimiento del significado y desarrollo espacial de la arquitectura de culto cristiano en época visigoda (y posterior), los textos de la llamada litur gia visigótico-mozárabe constituyen una fuente de información privilegiada, aunque no exenta de ciertos inconvenientes, pues, según algunos historiadores, su exclusiva e indiscriminada utilización podría inducir a la configuración de una imagen distorsionada y anacrónica de los escenarios litúrgicos que se sitúan en plena época visigoda. Aunque su análisis no constituirá el objetivo primordial del presente estudio, debido a que mi principal cometido será dirigir el enfoque analítico hacia las

2 Sobre la literatura patrística hispano-visigoda del siglo vid. La patrología toledano-visigoda, 1970; Domínguez del Val, 1998-2002, esp. vols. II-IV; Díaz y Díaz, 2000, pp. 95-145. 3 Edición y traducción en Riesco Chueca, 1995.

VII,

Anejos de AEspA LI

LA DIMENSIÓN EDIFICANTE DEL ESPACIO SAGRADO: LA ARQUITECTURA…

fuentes extra-litúrgicas del siglo VII, desatendidas a menudo por la historiografía actual, resulta imprescindible valorar el alcance y los límites que presentan los textos litúrgicos en relación con la arquitectura religiosa visigoda. Es innegable que, desde el punto de vista de la transmisión textual, los códices en los que se han conservado los libros de la litur gia hispana corresponden ya a época medieval (en su mayoría a los siglos X y XI), excepción hecha del Oracional Festivo de Verona, cuyo manuscrito se sitúa en torno al año 700 (Díaz y Díaz, 1997; Vivancos Gómez, 2006). Aunque esta circunstancia no impide aceptar que tales libros recogiesen ritos y textos más antiguos, de origen plenamente visigodo e incluso anterior (Pérez González, 2003, p. 259), existe una corriente historiográfica, representada fundamentalmente por C. Godoy Fernández, que considera que la identificación e individualización de esas formas litúr gicas antiguas supone una ardua tarea que requiere ante todo «un minucioso desgajamiento por la comparación con fuentes escritas de época paleocristiana y visigoda, mejor datadas, que aseguren la celebración de un ordo en época anterior a la que viene determinada por los códices» (1995, p. 38). Esta investigadora se muestra extremadamente cautelosa en la utilización de las rúbricas de estos textos litúrgicos por considerar que, en su mayoría, «responden a un escenario del culto de época medieval, que, en modo alguno, puede cotejarse directamente con las iglesias hispánicas de los siglos IV al VII, por ser anacrónicas. Dicho de otra manera —concluye C. Godoy—, la litur gia hispana no puede ser utilizada para interpretar la funcionalidad de los edificios de culto eucarístico de época paleocristiana y visigoda» (1995, p. 39). Ahora bien, tal y como ha sostenido recientemente A. Arbeiter, no existe ninguna prueba definitiva que impida creer que los textos conservados de la litur gia hispana constituyan, en realidad, «reflejos de razonable fidelidad —también diacrónica— de las usanzas y de los formularios litúr gicos tradicionales que se remontan en la Hispania cristiana por lo menos al tan fecundo siglo VII» (2003, p. 179). Así pues, tanto el Liber ordinum como el Antifonario de León, por citar sólo dos ejemplos paradigmáticos, han de utilizarse igualmente para valorar la litur gia que se encontraba en vigor al menos desde principios del siglo VII, especialmente porque, en primer lugar , la continuidad de la cultura eclesiástica en los edificios religiosos (si bien con la incorporación de algunas innovaciones) no parece sufrir ninguna interrupción hasta bien entrado el siglo XI y porque, en segundo lugar, las rúbricas —en opinión de A. Arbeiter— no tienen por qué

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haber sido renovadas ante cualquier eventual variación en el cuadro arquitectónico. Es precisamente su adaptabilidad la que otor ga larga vida a las fórmulas litúrgicas, de tal modo que la gran mayoría de ellas, aplicables en el siglo VII, continuaban teniendo vigencia todavía en el siglo XI. En este sentido, no habría que ignorar que el «lenguaje litúr gico» se caracteriza primordialmente por su conservadurismo y que el cuerpo central de los usos y costumbres rituales que conforman dicho lenguaje permanece inalterable hasta que, en un momento determinado, se produce una reforma radical y traumática, lo que en el caso de Hispania (aun con significativos residuos) no acontecerá hasta una época posterior a la datación de los principales manuscritos que contienen los textos litúrgicos visigótico-mozárabes. A este respecto, A. Arbeiter aporta una prueba de peso al constatar que, a pesar de haberse producido (probablemente ya en el siglo VII) un cambio significativo en el ritual del bautismo, digno sin duda de repercutir en el Liber ordinum, las rúbricas que, en teoría, tendrían que haber sido afectadas, permanecieron inalterables: en efecto, mucho tiempo después de la caída en desuso de las piscinas bautismales, el citado Liber ordinum seguía ocupándose de ellas como si respondiesen a una realidad de su tiempo. Así, por ejemplo, en el Ordo die Sabbato in vigilia par che,4 nos encontramos con la descripción de diáconos que descienden literalmente al agua de la piscina bautismal, acto que, sin duda, nada tenía que ver con las costumbres del siglo XI (Arbeiter, 2003, p. 179, n. 5). Esto no significa, sin embar go, que sea legítimo utilizar de manera indiscriminada los textos de la liturgia hispana para describir una fórmula o un espacio ritual de época visigoda. Es indudable que, siempre que sea posible, sería deseable su comparación (o corroboración) con otras fuentes de carácter literario o jurídico que, para el caso que nos ocupa, procedan, sin lugar a dudas, del siglo VII (sobre toda esta problemática, vid. Collins, 2002). EL EDIFICIO DE CULTO CRISTIANO: TERMINOLOGÍA Según se desprende de las fuentes escritas, la palabra ecclesia designaba de forma predominante, al menos hasta el siglo VII, al edificio de culto cristiano. A partir de entonces, compartiría su significado con el 4 Liber ordinum, col. 218 = Liber ordinum episcopalis, p. 191: Et descendentes ad fontem, stantes diacones in cir cuita fontis […] exurgit episcopus […].

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El siglo VII frente al siglo VII. Arquitectura

vocablo basilica, aunque, con el tiempo, ambos términos acabarán por diferenciar dos campos semánticos diversos. En el canon 7 del Concilio IV de Toledo, ambos vocablos aparecen juntos, pero resulta ya evidente que ecclesia aludía en este contexto canónico al concepto jurídico mediante el que se expresaba la idea de circunscripción eclesiástica, mientras que basilica hacía referencia claramente a la realidad material que representaba el edificio de culto propiamente dicho. En el canon 33 de este mismo concilio, el primer término alude sin lugar a dudas a la «iglesia» como ente jurídico, razón por la que se reafirmaría aún más la consideración de que el edificio de culto, en su sentido arquitectónico, vendría designado por el segundo término (vid. Puertas Tricas, 1975, pp. 91-92 y 120). La «iglesia» titular del obispo recibía el nombre de ecclesia cathedralis y se hallaba siempre dedicada a la Virgen. También era frecuente que recibiese el nombre de ecclesia principalis, ecclesia senior y, posiblemente en la mayoría de los casos, también ecclesia Ierusalem.5 Según apuntó J. Fernández Alonso (1955, p. 194), apoyándose principalmente en el testimonio del Liber ordinum,6 las demás iglesias surgidas en torno a la catedral, estuviesen o no localizadas dentro del recinto urbano, eran designadas con el nombre de tituli («títulos»). Algunos concilios hispanos del siglo VI denominan «casa de la iglesia» ( domus ecclesiae) al lugar, cercano a la catedral, que estaba destinado a la instrucción eclesiástica, es decir , la escuela episcopal.7 El Concilio de Valencia (549) confirma la dependencia directa de esta domus ecclesiae de la autoridad del obispo, puesto que, una vez muerto éste, se prohíbe a los fieles apoderarse de cualquiera de las propiedades pertenecientes a la misma.8 En los concilios hispanos del siglo VI, la palabra basilica aparece empleada ya, de manera inequívo ca, con el significado de edificio de culto cristiano.

5 Braulio de Zaragoza, Epist., 42, 132-133; VSPE, V, 8, 86; Conc. II Sevilla (619), c. 1; Conc. Mérida (666), praef. Vid. Fernández Alonso, 1955, pp. 39-40, 192 y 202-203. 6 Liber ordinum, col. 204: Si necessitas exegerit, ante Vigiliae sollemnitatem, per titulos infra ecclesiam principalem constitutos, seu per eclessias in conuicinitate principalis ecclesie sitas […]. Cfr. Liber ordinum, col. 187, n. 2: […] quod dicendum est in Cena Domini ante missam principalem per titulos, siue longe positas ecclesias […]. 7 Conc. II Toledo (527), c. 1: […] in domo ecclesiae sub episcopali praesentia a praeposito sibi debeant erudiri […]. 8 Conc. Valencia (540), c. 2: Hoc etiam placuit, ut episcopum ab hoc saeculo, iubente Domino, arcessito clerici ab omni omnino supellectili uel quaecumque in domo ecclesiae uel episcopi in libris, in speciebus, utensilibus, uasculis, frugibus, gr egibus, animalibus, uel omni omnino re, rapaces manus abstineant […]. Vid. Fernández Alonso, 1955, pp. 77-79 y 107-108.

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Incluso las iglesias de fundación privada recibían también el nombre de «basílicas». 9 En este sentido, es significativo que el Concilio I de Braga (561) prohibiese ofrecer sepultura a los difuntos cristianos dentro de la basilica sanctorum, lo que induciría a pensar que, al menos hasta esa fecha, existía la cos tumbre de enterrar a los fieles cristianos en el interior de los edificios de culto y que, a partir de esta dispo sición canónica, comenzaría a hacerse fuera de los muros de la «basílica». 10 No cabe duda que, a este respecto, la realidad arqueológica puede aportar sig nificativos datos respecto al grado de observancia de esta costumbre a partir de la fecha de celebración de este concilio bracarense.11 Según Isidoro de Sevilla, el término basilica designaba antiguamente al palacio real y , sobre su paso a la denominación del templo cristiano, ofrecía la siguiente explicación: Inicialmente se llamaban basílicas a los palacios de los reyes, y de ahí tomaron su nombre, pues basileús significa «rey», y basilicae, «palacios reales». Hoy día se aplica el nombre de basílicas a los templos, porque en ellos se rinde culto y se ofrecen sacrificios a Dios, rey de todos.12 Parece evidente, pues, que el empleo del término basilica para denominar al edificio de culto cristiano, es decir, al lugar de plegaria y oración en el que se celebraban los sagrados misterios de la fe cristiana, estaba ya muy extendido en época de Isidoro (Godoy Fernández, 1995, p. 71). De hecho, por los mismos años, el Concilio II de Sevilla (619) hace mención de la discusión mantenida por los obispos Fulgencio y Honorio a causa de la jurisdicción sobre ciertos territorios eclesiásticos ( propter parrochiam basilicae).13

9 Conc. Lérida (546), c. 3: […] Si autem ex laicis quisquam a se factam basilicam consecrari desiderat […]. 10 Conc. I Braga (561), c. 18: Item placuit, ut corpora defunctorum nullo modo intra basilicam sanctorum speliantur , sed si necesse est de foris cir ca murum baselicae usque adeo non abhorret. Nam si firmissimum hoc brebilegium usque nunc retinent ciuitates, ut nullo modo intra ambitus mur orum cuiuslibet defuncti corpus humetur, quanto magis hoc venerabilium martyrum debet reuerentia obtinere. 11 Puertas Tricas, 1975, p. 90. 12 Isidoro, Etym., XV, 4, 11: Basilicae prius vocabantur regum habitacula, unde et nomen habent; nam basileu;~ rex et basilicae regiae habitationes. Nunc autem ideo divina templa basilicae nominantur, quia ibi regi omnium Deo cultus et sacrificia offeruntur. 13 Conc. II Sevilla (619), c. 2: Secundo examine inter memoratos fratres nostros Fulgentium Astigitanum et Honorium Cordobensem episcopos discussio agitata est pr opter parrochiam baselicae, quam horum alter Celtisensem alter Reginensem adseruit […].

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LA DIMENSIÓN EDIFICANTE DEL ESPACIO SAGRADO: LA ARQUITECTURA…

En este contexto no hay duda de que basilica hacía referencia al edificio de culto, mientras que la palabra parrochia señalaba su jurisdicción (Puertas Tricas, 1975, p. 91); y también queda clara esta misma acepción en un relato recogido en el Pasionario hispánico sobre un judío que, librado milagrosamente del abrazo mortal de una serpiente, erigió una basílica en honor a los santos Vicente, Sabina y Cristeta.14 Lo cierto es que, como se desprende de la mayoría de nuestras fuentes escritas, 15 este término se generalizó en la Península Ibérica a partir del siglo VI y se difundió aún más ampliamente durante el siglo siguiente. Este proceso fue curiosamente inverso en el resto del Occidente cristiano, donde a partir del año 600 aproximadamente comenzó a predominar en la documentación escrita el término ecclesia para hacer referencia a los edificios de culto cristiano.16 Resulta, por otro lado, muy significativo que Valerio del Bierzo denomine, a finales del siglo VII, aula sanctorum a la iglesia de Ebronanto (Castro Petrense), a la que poco después aplica también el nombre de basilica.17 Es evidente que para este autor ambos términos poseían un significado semejante o equivalente. Isidoro de Sevilla nada aporta acerca del origen de esta aparente ambivalencia semántica, pues en sus Etimologías sólo recoge la acepción primitiva de aula, es decir , sinónimo de palacio real definido como «una morada espaciosa flanqueada por cuatro pórticos».18 Sin embargo, la utilización de este vocablo para hacer referencia al lugar de culto cristiano (y, por tanto, su evidente identificación con la palabra basilica), aparece ya en una composición poética atribuida a Martín de Braga (segunda mitad del si-

Passio Vicentii, Sabinae et Christetae , 11: […] Et, Deo inspirante, oculos sursum erigens hec uerba producit: ‘Christe, tuorum defensor seruorum, liuera me ab hac maligna bestia, ut in te credens signaculum accipiam tuum et corpora dominorum meorum, amicorum tuorum, honorifice sepeliam ac baselicam nomini eorum sumtu meo efficiam’ […]. 15 Vid., por ejemplo, Conc. Tarragona (516), cc. 7 y 8; Conc. I Braga (561), c. 3; Conc. II Braga (572), cc. 5, 6, 68; Martín de Braga, In Basilicam (ed. Barlow, 1950, p. 282); Conc. IV Toledo (633), cc. 7, 33, 35; Conc. V Toledo (636), praef.; Conc. VII Toledo (646), c. 4; Conc. VIII Toledo (653), praef.; Conc. IX Toledo (655), praef., c. 2; Conc. XII Toledo (687), praef.; Conc. XVI Toledo (693), praef., c. 5; Isidoro de Sevilla, Etym., XV, 4, 11; Hist. goth., 27; Félix de Toledo, Vit. Iuliani, cols. 451-452; Redempto, Obitus beati Isidori , 2, 2025; VSPE, I, 123; III, 7; III, 15; IV , 2, 40; IV, 4, 36; IV, 6, 30; IV, 9, 14-16; IV, 10, 2; IV, 10, 20; V, 3, 5; V, 3, 37; V, 5, 33; V, 5, 51; V, 5, 101; V, 8, 78; V, 11, 12; V, 13, 42; Vita Fructuosi, 13; Passio Mantii, 9-10; etc. 16 Downey, 1937; Puertas Tricas, 1975, pp. 95-96. 17 Valerio de Bierzo, Ordo querimoniae prefati discriminis, 4. 18 Isidoro, Etym., XV, 3, 3: Aula domus est regia, sive spatiosum habitaculum porticibus quattuor conclusum. 14

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glo VI)19 y, de nuevo, en el segundo canon de un concilio celebrado en Toledo en el año 597, en el que se prescribía que cada prelado debía inspeccionar regularmente los templos de Dios pertenecientes a su diócesis.20 En la literatura hagiográfica se constata también la aparición de este término referido al lugar de culto cristiano: el autor anónimo de las Vidas de los Santos Padres de Mérida aplica en cierta ocasión la palabra aula al templo de Santa Eulalia, 21 y el de la Passio o Acta martyrum Caesaraugustanorum (probablemente Eugenio de Toledo) aporta la noticia de que en Zaragoza se levantó, en honor a los mártires de esta ciudad, una iglesia a la que designa como aula.22 En una etapa ciertamente tardía (en ningún caso anterior a finales del siglo VI) aparece también en la documentación escrita el término oratorium. En palabras de Isidoro de Sevilla, «es un lugar dedicado sólo a la oración», añadiendo a continuación que «en él nadie debe hacer otra cosa sino aquello para lo que está destinado».23 Si bien es cierto que el obispo hispalense recoge en esta definición (como en tantas otras ocasiones) la autorizada opinión de Agustín de Hipona (Regula sancti Augustini, 2, 11), y que por ello cabría pensar que la explicación propuesta no responde a la realidad de su tiempo, no puede ignorarse que esta misma palabra está presente igualmente en otras fuentes escritas de su propia época. 24 Se trataba, pues, de un lugar originariamente destinado sólo a la oración y en el que no se podía celebrar misa. Con el tiempo, muchos de estos oratoria acabaron por convertirse en iglesias parroquiales, 25 lo que, sin duda, implicaba importantes reformas arquitectónicas en la

19 Martín de Braga, Epitaphium eiusdem (ed. Barlow, 1950, p. 283). 20 Conc. Toledo (597), c. 2: Id etiam placuit sacer dotibus, ut quisquis antistes infra suam parrochiam Dei aulam inquirat […]. 21 VSPE, V, 12, 25-29: Denique prostratis consternatisque uniuersis fidei catholice inimicis, sanctus Masona episcopus cum omni plebe sua psalmodie canticum exorsus misticas laudes Domino cecinit atque ad aulam alme uir ginis Eolalie cum omni plebe plaudentes manibus ymnizantesque uenerunt […]. 22 Acta martyrum Caesar. (PL 80, cols. 719-720): […] Aulam denique ob sanctorum honorem omipotenti Deo consecravimus, ut quibus tua saevities nomen funditus maluit stirpar e, Christianorum populus tripudiando non sinat eorum festis gaudiis associari […]. 23 Isidoro, Etym., XV, 4, 4: […] Oratorium orationi tantum est consecratum, in quo nemo aliquid agere debet nisi ad quod est factum; unde et nomen accepit. 24 Conc. II Braga (572), c. 6; Braulio, Vita Sancti Emiliani, 13 y 38; Vita Fructuosi, 13; Valerio del Bierzo, Replicatio sermonum a prima conuersione, 15. 25 Según Puertas Tricas (1975, p. 131), «un oratorio debió de ser en esta época una iglesia pequeña y pobre, bien de fundación privada, bien levantada a instancias de santos –como se ve en las citadas fuentes– que hicieron vida eremítica».

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estructura de dichos edificios y en la disposición de sus espacios litúrgicos (vid., por ejemplo, Castellanos, 1998, pp. 155-164). En este sentido, «cabe suponer — como afirma Godoy Fernández— que muchos de los escenarios de culto en manos privadas tuvieron que consagrar un altar, para la celebración de la sinaxis, y disponer un baptisterio para cubrir las necesidades de una iglesia parroquial» (1995, p. 79). Especialmente en medios rurales, comenzaron también a proliferar en esta época martyria, es decir, lugares en los que se rendía culto a los mártires con el propósito de recordar su «gloriosa victoria» en el día de su natalicio.26 Según la definición que propone Isidoro de Sevilla, Martyrium, palabra de origen griego, significa «lugar de los mártires» porque se ha erigido en memoria de los mártires, o porque en él se encuentra el sepulcro de santos mártires.27 En este sentido, es innegable que la difusión del culto martirial, realmente notable a lo lar go del siglo VII, favoreció extraordinariamente la cristianización de amplias zonas rurales. En palabras de M. Sotomayor, «el culto a los mártires, ligado a sus sepulcros o al menos a la presencia de reliquias, es uno de los elementos que más contribuyen a la visible transformación del ambiente, operada por la creciente influencia del cristianismo» (2003, p. 96). Es evidente que la presencia de iglesias en el ámbito rural, e incluso en villae rústicas, presupone la existencia de una comunidad cristiana y de una serie de benefactores (muchos de ellos, grandes propietarios) que, por diversas razones, promovían su construcción. Este fenómeno es bien conocido a lo lar go de todo el siglo VII, especialmente a partir de las disposiciones aprobadas en el Concilio II de Braga (572). A este respecto, el canon 19 del sínodo celebrado en Mérida en el año 666 ofrece un testimonio de primera mano sobre la promoción eclesiástica de este tipo de iniciativas privadas. En opinión de P. C. Díaz, «es indudable que la construcción de un templo, o la contribución parcial a dicha construcción, era entendida por el donante como una ofrenda que espera ser recompensada en el más allá, a la vez que como elemento de prestigio» (2003, p. 137). Los concilios confirman la existencia de fieles devotos que «por amor a Cristo y a los

García Rodríguez, 1966, pp. 359-360; Puertas Tricas, 1975, p. 124; Godoy Fernández, 1995, p. 71. 27 Etym., XV, 4, 12: Martyrium locus martyrum Graeca derivatione, eo quod in memoria martyris sit constructum, vel quod sepulchra sanctorum ibi sint martyrum. 26

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mártires, construían iglesias en las diócesis de los obispos y las dotaban con sus oblaciones», 28 esperando con ello alcanzar el perdón de sus pecados o lucrarse al reservarse la mitad de cuanto se recogía en la oblación del pueblo. A pesar de ello, a finales del siglo VII, el rey Egica se lamentaba del abandono que sufrían muchas iglesias rurales en todas las diócesis, que se encontraban a veces sin culto e incluso sin techo, en peligro de caer en un estado de ruina total. En el tomus regio del Concilio XVI de Toledo, el monarca llegó a afirmar que tal situación propiciaba que los propios judíos ridiculizasen a los cristianos afirmando que de nada les había servido a éstos la prohibición y destrucción de las sinagogas si sus propias iglesias se encontraban en un estado tan lamentable. 29 Según ha señalado Sotomayor , los propios concilios nos ofrecen las dos causas principales de dichos abandonos: «por una parte, explican que muchas iglesias se construían y se consagraban sin que previamente se les proveyese de la necesaria dotación para su mantenimiento y el del clero que debía atenderlas; por otra parte, y con un ejercicio de autocrítica que les honra, reprochan reiteradamente a los mismos obispos los despojos y atropellos cometidos por avaricia, con los cuales esquilmaban las diversas iglesias de sus diócesis, dejándolas sin medios materiales para su mantenimiento» (2003, p. 96). EL EDIFICIO DE CULTO CRISTIANO: SIMBOLOGÍA Desde un punto de vista ideológico, el edificio cul tual era interpretado como una representación alegórica que contenía en sí misma un alto significado simbólico para la comunidad «reunida en Cristo». Lothar Kits chelt sostuvo que la basílica cristiana, en cuanto alego ría de la Jerusalén celestial, reproducía en miniatura el modelo de ciudad helenística en la que se distinguían una serie de elementos básicos que conferían al edificio cristiano una perfecta unidad: la puerta de la iglesia como puerta de la ciudad celestial, la nave principal como via sacra porticada o camino procesional y la cabecera como palacio real. 30 Aunque dichos elementos ya estaban presentes en el modelo primitivo de la basílica pagana, que había sur gido al margen de cualquier conexión con esta concepción espacial de origen 28 Conc. IV Toledo, c. 33: […] multi enim fidelium in amore Christi et martyrum in parr ochiis episcoporum basilicas construunt, oblationes conscribunt […]. 29 Conc. XVI Toledo (693), tomus regius (ed. Vives, pp. 484-485). 30 Kitschelt, 1938, pp. 9ss. Cfr. Deichmann, 1950.

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LA DIMENSIÓN EDIFICANTE DEL ESPACIO SAGRADO: LA ARQUITECTURA…

exclusivamente cristiano, lo cierto es que la transfor mación del significado de dicho edificio, considerado ahora como lugar de culto, cobra especial importancia al someterse a una nueva e inaudita interpretación simbólica (Bandmann, 2005, pp. 87 y 118). Paulatinamente, el edificio que servía de reunión para el culto cristiano se fue convirtiendo en una alegoría de la Ciudad Celestial y del Reino de Dios en la tierra. Los fieles mismos constituían una parte esencial de la iglesia, al portar también ellos el nombre de ecclesia, un término que inicialmente hacía referencia a una estructura puramente espiritual y que adquiriría después una dimensión primordialmente institucional (Sauer, 1924, p. 4). Según observó en su día Günter Bandmann, existe un factor común a todas las interpretaciones de los elementos arquitectónicos individuales que conforman el lugar sagrado del culto cristiano: el concepto de iglesia como reino de Dios y , a la vez, Nueva Jerusalén (variante específica del antiguo concepto de casa de Dios), cuya realidad mantiene estrechos vínculos con la imagen figurada de la presencia divina en el Sacramento y en la veneración de los santos a través de sus reliquias.31 En la teología de Agustín de Hipona (de la que tan frecuentemente se nutre el pensamiento de Isidoro de Sevilla y, a través de éste, el de la inmensa mayoría de los padres visigodos), la construcción del Arca de Noé constituye una evidente alegoría de la Iglesia, tanto en su sentido institucional y comunitario, como en su dimensión arquitectónica. Los preceptos que, según la interpretación agustiniana, guiaron a Noé en su trascendental cometido obedecían a determinadas reglas basadas en la proporción humana, evocación misma de la divinidad hecha carne en la figura de Cristo. En este sentido, la entrada lateral de los edificios de culto cristianos sería interpretada como la herida en el costado del Hijo, de la que manaron agua y sangre, símbolos de los principales sacramentos en el cristianismo (el bautismo y la eucaristía). 32 Como muy bien

Sauer, 1924, p. 103; Bandmann, 2005, p. 61. Agustín de Hipona, De civ. Dei, XV, 26: Iam uero quod Noe homini iusto […] imperat Deus, ut ar cam faciat, in qua cum suis, id est, uxor e, filiis, et nuribus, et cum animalibus, quae ad illum ex Dei praecepto in arcam ingressa sunt, liberaretur a diluuii uastitate: pr ocul dubio figura est per egrinantis in hoc saeculo ciuitatis Dei, hoc est Ecclesia, quae sit salua per lignum, in quo pependit mediator Dei et hominum homo Christus Iesus. Nam et mensurae ipsae longitudinis et altitudinis et latitudinis eius significant corpus humanum, in cuius ueritate ad homines praenuntiatus est uenturus et uenit […] Et quod ostium in latere accepit, profecto illud est uulnus, quando latus crucifixi lancea perforatum est; hac quippe ad illum uenientes ingrediuntur, quia inde sacramenta manarunt, quibus credentes initiantur. Et quod de lignis quadratis fieri iubetur, undique stabilem uitam sanctorum significat; quacumque enim uerteris 31 32

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ha puesto de manifiesto Godoy Fernández (1995, p. 48), «Agustín juega aquí con el doble sentido del término ecclesia para designar tanto a la comunidad de los escogidos de su ciuitas Dei, como al edificio que tiene que acoger sus plegarias», interpretación ésta que dos siglos después recogerá el propio Isidoro de Sevilla en su teología política, al considerar que la comunidad cristiana constituía un cuerpo humano cuya cabeza era el rey.33 Es muy probable que los arquitectos encar gados de diseñar los edificios de culto cristiano se guiasen por un determinado sistema de proporciones, basado en los complejos cómputos matemáticos de tradición pitagó rica y adaptado, ante todo, a la exégesis alegórica que caracterizaba al pensamiento cristiano, el cual aplica rían en la construcción de las iglesias con el fin de exaltar al máximo su carácter sagrado. Los efectos de la «perfección» conseguida en los edificios de culto se rían apreciables, por ejemplo, en su calidad acústica, cualidad indispensable para un lugar en donde la mayor parte de los oficios litúr gicos eran cantados ( vid. J. C. Asensio Palacios, 2007). En este sentido, no sería nada extraño que los obispos fuesen también conocedores de este complicado lenguaje de «perfección arquitectó nica». No habría que olvidar que los conocimientos de la antigua tradición greco-romana habían sufrido un paulatino proceso de cristianización gracias a la labor intelectual de destacados pensadores cristianos. 34 En el ámbito de la arquitectura, tales conocimientos no tardaron en servir a los propósitos que perseguía la jerarquía eclesiástica en la construcción de los edificios destina dos al culto cristiano. En palabras de Godoy Fernán dez, «la iglesia debía reflejar la magnificencia de Dios y su creación. El Génesis nos cuenta cómo el hombre fue creado por Dios, el día sexto de la Creación, a su imagen y semejanza ( Gn 2, 1-3). Por esta razón, la construcción del edificio debía guardar proporciones humanas: al ser la obra más perfecta creada por Dios, era lo más próximo a la divinidad que la mente de un hombre podía concebir» (1995, p. 47). De igual forma, la orientación topográfica de las iglesias respondía, en teoría, a determinadas «coordenadas teológicas». Isidoro de Sevilla ofrece en sus Etimologías una explicación muy elocuente: Pero también se denominaba templo el lu gar dispuesto en dirección al oriente, derivando quadratum, stabit; et cetera, quae in eiusdem ar cae constructione dicuntur, ecclesiasticarum signa sunt rerum. 33 Sobre el pensamiento político isidoriano, desarrollado principalmente en sus Sententiae, vid. Cazier, 1986 y 1994, passim. 34 Sobre el particular, vid. O’Meara, 1989.

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entonces su nombre de la «contemplación». Sus partes eran cuatro: la frontal, orientada al levante; la posterior, mirando al ocaso; la izquierda con vista al norte; y la derecha dirigida al sur. Por eso, cuando iban a erigir un templo, miraban al oriente equinoccial de manera que pudiera trazarse una línea desde el oriente al occidente que dividiera el cielo a derecha e izquierda en dos partes; se hacía así con el fin de que quienes meditaran e hicieran oración pudieran mirar hacia oriente.35 En uno de sus sermones, Agustín de Hipona había ya señalado que los fieles debían dirigir sus oraciones hacia el Señor ( conversi ad Dominum or emus),36 lo que a menudo se ha interpretado como una indicación acerca de la dirección oriental que habría de adoptar el emplazamiento del altar y, por tanto, la cabecera de la iglesia. Es curioso, sin embargo, que, al contrario de lo que se observa en Hispania, una gran parte de las iglesias del norte de África no respetó, a pesar de estas palabras de Agustín, dicha orientación (Duval, 2000, p. 16). Desconocemos los motivos que dieron lugar a estas peculiares excepciones, pero lo cierto es que, desde un punto de vista exclusivamente teológico, la literatura patrística ofrece numerosos testimonios so bre la necesidad de orar de cara a Oriente, razón por la que los edificios de culto eucarístico debían cons truirse preferentemente orientados hacia la salida del sol (Voguel, 1960 y 1964). Algunas ceremonias conocidas y contempladas en la liturgia hispánica de época visigoda, prescriben esta necesidad de la orientación del culto. Así, por ejemplo, sabemos que los exorcis mos realizados sobre los competentes (candidatos al bautismo) y los penitentes, se llevaban a cabo de cara a Occidente (donde la antigua tradición señalaba que se encontraba el reino del mal, de la oscuridad y las tinieblas).37 De igual forma, la renuncia a Satanás se pro nunciaba en dirección a la puesta de sol, mientras que la profesión de fe debía recitarse siempre de cara a Oriente (Godoy Fernández, 1995, p. 51). Ahora bien, esta orientación por razones teológicas o litúr gicas no siempre aparece corroborada por Isidoro, Etym., XV, 4, 7: […] Sed et locus designatus ad orientem a contemplatione templum dicebatur . Cuius partes quattuor erant: antica ad ortum, postica ad occasum, sinistra ad septentrionem, dextra ad meridiem spectans. Vnde et quando templum construebant, orientem spectabant aequinoctialem, ita ut lineae ab ortu ad occidentem missae fierent partes caeli dextra sinistra aequales; ut qui consuleret atque precaretur rectum aspiceret orientem. 36 Agustín, Sermones Dolbeau (ed. Dolbeau, 1996, pp. 171175). 37 Liber ordinum, XXVI (col. 73): Inprimis, constituunt uirum siue mulierem qui hoc patitur ad partem occidentis, ita ut contra altare faciem teneat […]. 35

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los restos arqueológicos conservados. Existen casos en que el error de variación del eje de la iglesia respecto al Este se muestra inapreciable, consecuencia, sin duda, de un error de cálculo. Sin embargo, en otras ocasiones, se constata que el edificio no fue construido de acuerdo con esta norma. Según Cristina Godoy Fernández, la razón estribaría en que las construcciones que no guardaban esta observancia no pueden considerarse como edificios de culto eucarístico en su origen, sino como memoriae o martyria que, erigidos primitivamente como escenarios de culto martirial, fueron transformados o adaptados posteriormente para la celebración de la eucaristía. Esto explicaría en muchos casos el crecimiento or gánico del edificio mediante añadidos a partir de una estructura originariamente martirial (1995, pp. 51 y 71-74). En este sentido, el citado testimonio isidoriano adquiriría gran relevancia como apoyo indirecto a la tesis defendida por esta investigadora, pues de él se deduce que la orientación del edificio de culto hacia el Este obedecía al hecho de que la plegaria debía dirigirse hacia el punto de donde procedía la luz salvadora y en el que habría de aparecer el Salvador el día de la parusía. Las observaciones del obispo hispalense responden, sin duda, a la disposición topográfica que seguían los edificios construidos para la celebración de los misterios cristianos, pero nada indica que los lugares de culto martirial tuviesen que respetar necesariamente esta costumbre. Según concluye Godoy Fernández, «si tomamos la justificación que hace Isidoro para orientar las basílicas o iglesias, nos damos cuenta de que la razón está íntimamente relacionada con la eucaristía. Por lo tanto, si las memoriae no están construidas, como parece, con este objetivo, podemos deducir que la orientación es una condición de segundo orden en este tipo de edificios» (1995, p. 73). LA ORGANIZACIÓN DEL ESPACIO SAGRADO Y LA LITURGIA VISIGODA Según prescribe el Concilio IV de Toledo (633), «se sumirá el sacramento del cuerpo y sangre del Señor observando este orden: que el obispo y el levita comulguen delante del altar , el clero en el coro, y el pueblo fuera del coro». 38 Este canon describe clara38 Conc. IV Toledo, c. 18: […] et tunc demum corporis et sanguinis Domini sacramentum sumatur, eo uidelicet ordine ut sacerdos et Leuita ante altar e communicent, in chor o clerus, extra chorum populus. Sobre la importancia del Concilio IV de Toledo para la regulación de la litur gia visigoda, vid. González Ruiz, 2007.

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mente el sistema tripartito en que se dividía el espacio sagrado de las iglesias hispanas, cuya vigencia pervivirá cuando menos hasta el siglo XI. En todas ellas nos encontramos con una zona expresamente asignada al oficiante y su ayudante (que correspondería al «santuario del altar» en el ábside), con un segundo ambiente destinado al resto del clero (que ocupaba un espacio interpuesto conocido con el nombre de coro) y , finalmente, con un último espacio de ubicación para los fieles, situado en la parte más occidental del edificio. Esta articulación del espacio obedecía a un principio litúrgico conforme al cual el grado de sacralidad del escenario cultual disminuía en virtud del alejamiento respecto de la zona reservada al altar . Sin duda, esta disposición tripartita que reflejan las iglesias visigodas procedía de una época anterior , pues, como ha señalado Achim Arbeiter (2003, p. 188), es muy posible que, con este canon, el concilio toledano del 633 tratase de corregir posibles negligencias o prácticas desiguales que estarían desvirtuando la estricta separación de los diferentes ambientes sagrados que debían dividir jerárquicamente el interior de las iglesias. De hecho, el Concilio I de Braga (561) ya había descrito el modo correcto en que se debía recibir la comunión: También se tuvo por bien que no se permita a los seglares entrar dentro del santuario del altar para recibir la comunión, ni a los hombres ni a las mujeres, sino solamente a los clérigos, conforme está establecido en los antiguos cánones.39 Diversos canceles y cortinas servían para establecer y visualizar cada uno de los ámbitos litúr gicos en que se dividía el espacio sagrado dentro de la iglesia. Pero este tipo de barreras no sólo separaba el altar del coro, o la zona destinada únicamente al clero de la que estaba reservada al pueblo, sino también los diferentes lugares que, en virtud de su posición jerárquica, debían ocupar los clérigos pertenecientes a dicha iglesia (Dodds, 1990, pp. 21-23). De ahí que el Concilio IV de Toledo (633) denuncie una práctica que alteraba el orden jerárquico en el que debía situarse el clero durante las celebraciones litúrgicas: Algunos diáconos llegan a tal soberbia que se anteponen a los presbíteros e intentan colocarse delante en el primer coro, dejando para los presbí-

39 Conc. I Braga (561), c. 13: Item placuit, ut intra sanctuarium altaris ingredi ad conmunicandum non liceat laicis, viris vel mulieribus, nisi tantum clericis, sicut et in antiquis canonibus statutum est. Sobre el particular, vid. Dodds, 1990, p. 21.

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teros el segundo coro: por lo tanto, para que reconozcan que los presbíteros son superiores a ellos, tanto los unos como los otros, pertenezcan a uno y a otro coro.40 Según Redempto, el cadáver del obispo Isidoro fue trasladado a la basílica sevillana de San Vicente mártir y allí iuxta altaris cancellum inmedio poner etur choro, lo que significa que el espacio del altar estaba totalmente separado del resto de la iglesia por un cancel.41 Puesto que en esta ocasión el término no aparece en plural, habría que interpretar que se trataba de una especie de barandilla corrida (Puertas Tricas, 1975, p. 97). El Liber ordinum menciona, a su vez, la existencia de cancelli que separaban de forma inequívoca la zona de celebración del sacrificio de aquella otra destinada al pueblo. 42 En otros textos litúr gicos podemos leer, por ejemplo, que, durante la vigilia pascual, los presbíteros se sentaban junto a los «canceles» mientras que los diáconos bendecían la lucerna 43 y que el día de Jueves Santo, los niños que habrían de recibir el bautismo días después eran colocados «junto a los canceles del altar» ( quoram cancellos altaris).44 Es indudable que, como ha afirmado A. Arbeiter (haciéndose eco de las palabras de Godoy Fernández, 1995, pp. 47 y 49), el altar constituía «el punto focal» del edificio de culto cristiano. El espacio sagrado en el que, según nuestras fuentes escritas, se ubicaba, recibía el significativo nombre de sanctuarium altaris.45 El citado canon décimo tercero del Concilio I de Braga (561) prohibía a los fieles (fuesen varones o mujeres) penetrar directamente en esta zona, reservada únicamente a los miembros del clero que, en su condición de celebrantes, actuaban como mediadores entre la comunidad de creyentes en Cristo y la divinidad (Arbeiter, 2003, pp. 177-178). El Liber ordinum 40 Conc. IV Toledo, c. 39: Nonnulli diacones in tantam erumpunt superbiam ut sese pr esbyteris anteponant atque in primo choro ipsi priores stare praesumant, presbyteris in secundo choro constitutis. Er go ut sublimior es sibi pr esbyteros agnoscant, tam hi quam illi in utroque choro consistant. 41 Redempto, Obitus beati Isidori, 2, 25-26. 42 Liber ordinum, XII (col. 43): Quum uenerit is qui barbam benedicere desiderat, explicita secundum mor em missa, antequam absoluat diaconus, accedit ad sacerdotem iuxta cancellos […]. 43 Liber ordinum, LXXXVI: Ordo die sabbato in vigilia Pasche (col. 216). 44 Antifonario de León: Ordo die V feria in Coena Domini ad nonam (ed. Brou y Vives, pp. 264-265): Quumque signus restiterit, infantes omnes, qui ad sanctum pascha baptizandi sunt, pronuntur in ordine loco conpetenti quoram cancellos altaris […]. 45 Conc. I Braga (561), c. 13; Conc. II Braga (572), c. 55. Vid. además Ferrer Grenesche, 2007, p. 260.

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episcopalis contiene una rubrica (directriz) sobre el modo correcto en que debían actuar los fieles comunes en el momento en que, después de haber pronunciado una oración, recibían la correspondiente bendición como premio por la entrega de sus diezmos a la iglesia.46 Durante aquellas breves ocasiones, los laicos tenían licencia para penetrar en el chorus, que era el ámbito precedente al sanctuarium altaris. Entonces y sólo entonces «se podían adentrar —comenta Arbeiter— en un recinto que de forma casi permanente les estaba vedado y disfrutar de la cercanía del lugar más íntimamente asociado a la salvación» (2003, p. 222). Ahora bien, el derecho canónico también fue regu lando las ocasiones solemnes y el modo ceremonial en que el alto clero debía aproximarse al sanctuarium altaris. El Concilio IV de Toledo establecía que la cere monia por la que se volvía a ordenar a aquellos obispos (y también presbíteros, diáconos y subdiáconos) que anteriormente habían sido depuestos injustamente, de bía tener lugar coram altario.47 El Concilio de Mérida (666) ordenaba a los presbíteros que estuviesen al frente de una iglesia por mandato del obispo, que reci tasen «ante el altar durante la misa los nombres de aquellos que consta han construido dichas basílicas o han aportado o aportan algo a estas santas iglesias». 48 Era tal el respeto que debía inspirar el altar, que el Concilio IX de Toledo trató de evitar que los obispos que se acercasen al mismo para ser ordenados lo hicieran a cambio de dinero. 49 Y en el preámbulo del Concilio XVII de Toledo (694), se prohibía a los obispos oficiar misas de difuntos por quienes aún vivían ante sacrosanctum altare Dei 50 (Puertas Tricas, 1975, p. 81). 46 Liber ordinum, col. 170 = Liber ordinum episcopalis, p. 160. 47 Conc. IV Toledo (633), c. 28: Episcopus, presbyter aut si a gradu suo iniuste deiectus, in secunda synodo innocens reperiatur, non potest esse quod fuerat nisi gradus amissos recipiat; ut si episcopus fuit, r ecipiat coram altario de manu episcoporum orarium, anulum et baculum; si pr esbyter, orarium et planetam; si diaconus, orarium et albam; si subdiaconus, patenam et calicem; sic et r eliqui gradus ea in r eparationem sui recipiant quae cum ordinarentur perceperant. 48 Conc. Mérida (666), c. 19: […] Proinde salubri deliberatione censemus, ut pr o singulis quibusque ecclesiis, in quibus presbyter iussus fuerit per sui episcopi or denationem praeese, pro singulis diebus dominicis sacrificium Deo procuret offerre, et eorum nomina, a quibus eas ecclesias constat esse constructas vel qui aliquid his sanctis ecclesiis videntur aut visi sunt contulisse, si videntes in corpor e sunt, ante altar e recitentur tempore missae […]. 49 Conc. XI Toledo (675): […] ut quum quisque pontificale culmen ante Domini altare percepturus accesserit, sacramenti se taxatione adstringat, quod pro conferenda sibi consecratione honoris nulli personae cuiuslibet praemii conlationem […]. 50 Conc. XVII Toledo (694), p. 525: […] Nam et quorundam sacerdotum non sinit veritas siler e insaniam, qui ante sacrosanctum altare Dei pro superstibus hominibus missas audeant dicere de defunctis […].

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Isidoro define al altar como el lugar sagrado «más alto» dentro de la iglesia: «es evidente que la palabra altare deriva de altitudo, es decir, alta ara».51 El altar era realmente el corazón mismo del edificio de culto eucarístico, el lugar de celebración de los misterios que rememoraban y actualizaban la pasión redentora.52 A partir de este punto se articulaba todo el espacio interior del edificio de culto cristiano. De hecho, Valerio del Bierzo afirma que, ampliando el espacio, llegó a convertir el altar de un eremitorio en una pequeña iglesia. 53 Por esta razón, su ubicación se solía subrayar, tal y como se deduce también de las palabras de Isidoro, mediante la sobreelevación de una plataforma que le servía de base, delimitada (en la mayoría de los casos) por una barrera de canceles. Los programas decorativos e iconográficos que acompañaban a su espacio litúr gico no tendrían, por tanto, otro cometido que el de subrayar su sacralidad (Godoy Fernández, 1995, p. 49). En otros lugares, el obispo hispalense hace mención de la presencia de altares consagrados en todo el mundo por la fe (De eccl. off., I, 29) y de altares en sitios donde se hallaban enterrados los mártires ( De eccl. off., II, 15: De ostiariis). En este mismo sentido, Braulio de Zaragoza aseguraba que al «altar» de San Emiliano (después conocido como San Millán) acudieron los parientes de una niña enferma en busca de curación (Vita S. Emiliani , 38). Incluso podía existir la posibilidad de que, además del altar principal, la misma iglesia tuviese otros altares consagrados a los mártires y santos, sobre los cuales, en un primer momento, no se celebraba la sinaxis. Según Noël Duval, la distinción entre la consagración del altar y la dedicación de la iglesia induce a pensar que estos altares dotados de reliquias pudieron ser altares secundarios. En cualquier caso, como advierte este investigador , no existe ningún ejemplo evidente en las excavaciones arqueológicas actuales en el que haya aparecido un doble altar en la misma sala o espacio cultual (2000, p. 23). Ya hemos mencionado que, debido al fervor especial que había sur gido en Hispania (y África) por los mártires, proliferaron las fundaciones de altares en memoriae, muchas de las cuales respondían, no obstante, a comportamientos fraudulentos a

51 Etym., XV, 4, 14: Altare autem ab altitudine constat esse nominatum, quasi alta ara. 52 Sobre el particular, vid. Iñiguez Herrero, 1978. 53 Replicatio sermonum a prima conuersione, 16: Interdum iuxta sancto apostolorum ego indignus inconvulde demum praesidens altario, cunque praetenso montis anullus planitiae congruus pateret sinus, nostra fragilitatis paulisper opitulante manu Dei, brevis hic, sed aptus atriunculi locus opificum labore, versus est in planum.

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LA DIMENSIÓN EDIFICANTE DEL ESPACIO SAGRADO: LA ARQUITECTURA…

juzgar por la legislación canónica destinada a corregir tales abusos y engaños. Según Isidoro de Sevilla, existía una íntima relación entre el martyrium y el sacramento de la iniciación cristiana, puesto que, a imitación de Cristo, el elemento santificador era la sangre. Ésta es la razón por la que la construcción de un baptisterio sobre la tumba de un mártir, al igual que la deposición de sus reliquias en el interior del mismo, llegaron a constituir fenómenos muy corrientes en esta época (Ortega Andrade, 1998, p. 368). Aunque la existencia de otras mensae en relación con el culto martirial no parece que pueda vincularse con la celebración de los misterios, 54 lo cierto es que, con el tiempo, la Iglesia terminaría por canalizar esta fervorosa veneración hacia la celebración de la eucaristía sobre estos altares consagrados inicialmente sólo para el culto martirial. De hecho, el Concilio II de Braga reconocía que, aun siendo los únicos escenarios permitidos para la celebración de los misterios, las ecclesiae y basilicae se habían convertido también en lugares en los que se custodiaban las reliquias de los mártires. Por esta razón, Isidoro de Sevilla se hace eco de las palabras de Agustín (De civ. Dei, VIII, 27, 7) respecto a la celebración de la eucaristía sobre el altar que contiene un depósito de reliquias martiriales, cuando advierte que tal sacrificio no se realizaba como ofrenda a los mártires, sino a Dios, que es quien, en realidad, los había coronado con la palma del martirio.55 Sin embargo, y a pesar de la opinión del obispo hispalense (o precisamente gracias a ella), Godoy Fernández afirma con acierto que «tanto en el caso de la consagración de altares en las memoriae o en los martyria, como en la deposición de reliquias para la consagración del altar en la iglesia, de lo que se trata es de la combinación de dos escenarios litúrgicos, de dos manifestaciones importantísimas dentro del cristianismo: la eucarística y el culto martirial. Esta conjunción es tan inextricable, que hace muy di fícil diferenciar, en ocasiones, el origen conmemorativo-martirial del genuinamente eucarístico» (1995, p. 52). Tal y como ha señalado N. Duval (2000, p. 20), en todos los casos (aunque sean ciertamente poco numerosos) se ha podido establecer arqueológicamente el emplazamiento del altar en el ábside. A pesar de que

54 Nussbaum, 1965, pp. 269-270; Godoy Fernández, 1989, p. 633. 55 De eccl. off., 35, 1: Festivitates apostolorum seu in honore mertyrum solemnitates antiqui patres in uenerationis mysterio celebrari sancxerunt, uel ad excitandam imitationem, uel ut meritis eorum consociemur atque orationibus adiuuemur; ita tamen ut nulli martyrum sed ipsi deo martyrum, quamuis in memoriis martyrum, constituamus altaria.

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con anterioridad al siglo X no existen textos que lo confirmen de manera explícita (Puertas Tricas, 1975, p. 84), contamos con algunos indicios de carácter textual que permiten suponer que el altar habría estado situado con toda probabilidad en la cabecera de la estructura basilical del edificio. Isidoro de Sevilla duda sobre si debía llamarse «ábsida» o «ábside», pero en cualquier caso recoge su significado afirmando que se trataba de una palabra de origen griego que «en latín se traduce por lucida, porque resplandece al recibir la luz a través del arco». 56 Sin duda alguna, ese resplandor, que procedería de la luz directa del exterior , sólo podía proyectarse en el lugar más sagrado de la iglesia, es decir, el altar. Sería lógico pensar, pues, que en el ábside se abriese un vano en forma de arco con esa finalidad. Es muy significativo, a este respecto, que Valerio del Bierzo hiciese referencia a una cierta «ventana del altar» cuando narra un episodio en el que un monje que no podía asistir a los oficios decidió asomarse ad fenestram altaris para protestar a los santos.57 Por otra parte, según el Liber ordinum, es precisamente en el lugar más sagrado, justo detrás del altar, donde se situaba la silla episcopal. 58 Y es precisamente cerca del sanctuarium altaris de la iglesia monacal rufianense donde San Fructuoso mandó construir un ergastulum que le permitiera estar en todo momento al lado de la presencia divina. Valerio del Bierzo pasó también algún tiempo en un ergastulum que existía en la iglesia del Castro Petrense, el cual estaba situado curiosamente erga sancta altaria.59 No es casualidad tampoco que el autor de las Vitas Sanctorum Patrum Emeritensium asegurase que los cuerpos de los obispos emeritenses fallecidos descansaban en una cellula situada no lejos del altar de la iglesia de Santa Eulalia.60 El término chorus se utiliza normalmente para indicar el lugar reservado al clero. El canon 18 del Concilio IV de Toledo no deja lugar a dudas: in choro 56 Etym., XV, 8, 7: Absida Graeco sermone, Latine interpretatur lucida, eo quod lumine accepto per arcum resplendeat. Sed utrum absidam an absidem dicere debeamus, hoc verbi genus ambiguum quidam doctorum existimant. 57 Replicatio sermonum a prima conuersione , 18: Demum quum matutino tempor e celebrandum adfuisset officium et claustra ingressi ita essent prepedita, ut ea reserare non posset, conmotus animo ueniens ad fenestram altaris clamauit dicens: Bene hoc est, domini sancti, ut ueniam ad officium uestrum et ingredi me non permittatis […]. 58 Liber ordinum, LXXXVI (col. 212): […] Post hec uadit episcopus post altar e et sedet in sella, pr esbyteri uero iuxta eum stantes […]. Vid. Puertas Tricas, 1975, p. 138. 59 Ordo querimoniae prefati discriminis, 8. Más adelante utiliza la expresión super altarium (18). 60 VSPE, V, 15: Horum igitur supradictorum sanctorum corpora in una eademque cellula aud procul ab altario sanctissime uirginis Eolalie honorifice tumulata quiescunt.

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clerus. Un canon posterior de esta misma reunión conciliar establecía incluso el lugar que debían ocupar los presbíteros y los diáconos en la iglesia: los primeros en el primer coro y los segundos en el segundo ( tam hii quam illi in utr oque choro consistant), lo que no significa que existiesen dos coros distintos, sino más bien dos zonas o departamentos dentro del mismo coro (Puertas Tricas, 1975, pp. 100 y 102). Ahora bien, la definición que propone Isidoro del término chorus no se ajusta expresamente a la realidad reflejada en los citados cánones conciliares, ya que, a primera vista, pa rece no tener connotaciones espaciales: Coro es una multitud congregada en una celebración religiosa. Se llama «coro» porque, en un principio, permanecían en pie en torno al altar a modo de «corona» y así entonaban los salmos. Hay quien ha dicho que «coro» deriva de «concordia», que consiste en la caridad, puesto que si no posee caridad, es incapaz de dar una respuesta conveniente. Cuando es uno solo el que canta, se emplea la denominación griega de «monodia», sicinium en latín; si los que cantan son dos, se dice bicinium; y cuando son muchos, coro […].61 Es evidente que, según este texto isidoriano, la palabra chorus define claramente a un grupo de cantores que intervenía de forma perfectamente coordinada en las ceremonias religiosas. El único dato de carácter espacial que se desprende de este pasaje es que, originariamente, dicho grupo de salmistas se situaba circum aras. En su De ecclesiasticiis officiis (obra fechada en torno al 615), Isidoro acude simplemente a la tradición veterotestamentaria (especialmente al libro del Eclesiastés) para fortalecer la autoridad de la institución coral dentro del cristianismo, pero no añade ninguna otra observación que pudiese completar de alguna manera la definición de dicho término propuesta en sus Etimologías.62 Ambos textos recogen únicamente la acepción de chorus como parte integrante del oficio litúr gico, pero tal hecho no excluye la posibilidad de que, junto con la información procedente de otras fuentes paralelas, la misma pala-

61 Etym., VI, 19, 5-6: Chorus est multitudo in sacris collecta; et dictus chorus quod initio in modum cor onae circum aras starent et ita psallerent. Alii chorum dixerunt a concordia, quae in caritate consistit; quia, si caritatem non habeat, r espondere convenienter non potest. Cum autem unus canit, Graece monodia, Latine sicinium dicitur; cum vero duo canunt, bicinium appellatur, cum multi, chorus […]. 62 Isidoro, De eccl. off., 1, 3 ( chorus proprie multitudo canentium est).

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bra pueda hacer referencia igualmente a una zona espacial perfectamente delimitada en el interior de la basílica cristiana. El pasaje en el que Redempto indica el lugar al que fue trasladado el cadáver de Isidoro, no dejaría lugar a dudas: in medio choro.63 La legislación conciliar parece obviar que los componentes de los chori eran siempre miembros del clero, ya que en la liturgia hispánica, tanto en sus formas de oficio como de misa, el pueblo apenas encontraba cauces de participación. Sólo los clérigos estaban capacitados para recitar las antífonas (pequeñas piezas de canto que parafraseaban el salmo que las precedía) y los responsorios (oraciones conclusivas con alusiones al salmo y a la propia antífona). Estas fórmulas litúrgicas se cantaban en coros alternos, procedimiento al que parece estar haciendo referencia Isidoro cuando afirma que debía existir «concordia» entre los coristas para «dar una respuesta conveniente». Así pues, según afirma Godoy Fernández, «podemos entender que, siendo el propio clero el integrante habitual del chorus, se le dé este nombre al lugar que ocupa generalmente dentro de la basílica» (1995, p. 60). Las Vitas Sanctorum Patrum Emeritensium registran ambos significados: por un lado, hacen referencia con este término al grupo de cantores del oficio litúrgico64 y, al mismo tiempo y por extensión, al lugar que ocupaba normalmente durante las sagradas celebraciones.65 Las fuentes litúrgicas confirman igualmente ambas acepciones.66 Dentro del esquema arquitectónico tripartito que, según nuestras fuentes escritas, definía básicamente al edificio de culto cristiano, resulta realmente difícil determinar la funcionalidad de las cámaras adyacentes al ábside que han sido descubiertas por la arqueología. En algunos casos, podrían utilizarse como celdas para los obispos residentes o eremitas (o eventualmente para uso de los propietarios de la iglesia). Ahora bien, todo parece indicar que el sacrarium,

Redempto, Obitus beatissimi Isidori, 2, 25-26. VSPE, IV, 9, 7-10: […] At ubi ingr essus est eclesiam sancte Marie, que sancta Iherusalem nunc usque uocatur , audiuit uoces mire modum modulationis canentium respiciensque ad corum uidit stantem multitudinem sanctorum. 65 VSPE, IV, 7, 1-4: Hic namque uir beatus in corpore positus crebo eum cum sanctorum cateruas in cor o eclesie stans et psallens uisus fuisse peribetur […]. VSPE, V, 13, 67-69: Quumque uespertinum cepissent implere officium, statim supradictus diaconus grauissimo dolore ibidem in coro psallentium persussus ad domum suam cum graui egritudine remeabit […]. 66 Vid. Antifonario de León: Ordo VI feria in Parascephe ad nonam (ed. Brou y Vives, pp. 273-274); Officium de Mediante Festo (ed. Brou y Vives, p. 203); Ordo Sabbato in Vigilia Paschae (ed. Grou y Vives, pp. 280-281 y 286). Liber ordinum, IV (cols. 40-41); XXIII (cols. 66-67); XLVIII (col. 150). Vid. Puertas Tricas, 1975, p. 101; Godoy Fernández, 1995, pp. 61-63. 63 64

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espacio determinado que resultaba imprescindible para la liturgia, podría identificarse precisamente con alguna de estas dependencias, siempre que admitamos su probable cercanía y accesibilidad con respecto al sanctuarium altaris (Godoy Fernández, 1995, pp. 94 y 103). Sabemos por Isidoro que el sacrarium era el lugar del templo en el que se depositaban los objetos sagrados (Etym., XV, 5, 1). Aunque el obispo de Sevilla no indique su situación dentro de la iglesia, es evidente que debía de estar próximo al altar , pues se trataba de un espacio destinado al servicio de los miembros del clero que actuaban como oficiantes en las ceremonias religiosas. El autor de las Vitas Sanctorum Patrum Emeritensium utiliza el término thesaurum para referirse al lugar de la iglesia donde se guardaban los objetos de mayor valor.67 Con el mismo significado, aparece también en Julián de Toledo68 y en el Antifonario de León. 69 En la supuesta epístola que Isidoro dirige al obispo Laudefredo, se hace también mención de este término con un significado similar al de sacrarium: lugar en el que se custodiaban las cosas necesarias para la liturgia.70 Es muy posible que en algunas iglesias se utilizase el mismo espacio como sacrarium y thesaurum, pero ambos términos no pueden considerarse sinónimos. De hecho, según las fuentes hispanas, el segundo constituye un espacio excepcional que no estaba vinculado necesariamente con las ceremonias religiosas, mientras que el primero formaba parte integrante e imprescindible de los ámbitos espaciales relacionados con la liturgia. Todas las iglesias debían disponer de un sacrarium, pero no todas ellas contaban con un thesaurum (Godoy Fernández, 1995, p. 101). A su vez, el Liber ordinum71 denominaba preparatorium a la dependencia situada fuera del área del altar en la que se guardaban (como en una especie de sacristía) los ornamentos y objetos para el culto (Puertas Tricas, 1975, p. 134).

67 VSPE, V, 6, 57-62: Hec profanus tirannus audiens in furore uesanie uersus festinanter celeriter que ad Emer etensem urbem misit, qui ubique ipsam sanctam tunicam sollicite r equirerent et tam in tesaurum eclesie sancte Eolalie quam etiam in tesaurum eclesie senioris, que uocatur sancta Iherusalem, sagaciter scrutantes eousque per quirerent, quousque r eppertam ad eum deferrent. 68 Julián de Toledo, Liber historiae Wambae, 26. 69 Antifonario de León: Ordo ad expoliandum altar e (ed. Brou y Vives, p. 267); Ordo VI feria in Parascephe ad tertia (Ibidem, pp. 271-272); Ordo Mediante die Festo (Ibidem, p. 203); Ordo sabbato in V igilia Paschae (Ibidem, pp. 280281). 70 Epistola ad Leudefredum episcopum Cordobensem (atribuida a Isidoro de Sevilla), 14 (PL 83, col. 897). Vid. Fernández Alonso, 1955, p. 199; Godoy Fernández, 1995, pp. 98. 71 Liber ordinum, X (cols. 42, 43); XI (col. 43); XVIII (col. 56); LXXXII (cols. 190-191); LXXXIV (cols. 199-200).

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Así mismo, conocemos algunos otros espacios accesorios que adquirían un significado especial en determinados momentos litúrgicos. Aunque sin precisar su ubicación exacta dentro de la iglesia, Isidoro nos los describe en sus Etimologías indicando que, en virtud de su similitud funcional, compartían la característica de ser lugares elevados: […] Llámase púlpito al lugar donde se coloca el lector o el salmista con el fin de que, durante la lectura pública, pueda ser visto por el pueblo, para que se le oiga más fácilmente. El tribunal tiene este nombre debido a que desde él el sacerdote dicta las normas de la vida. Es un lugar colocado en alto para que toda la gente pueda oírle bien […] Analogium se denomina así porque desde él se predica el sermón; logos, en griego, significa «palabra». También está situado en lugar alto [para que en él el lector o el salmista, durante la lectura pública, pueda ser visto por el pueblo, a fin de que se le oiga mejor].72 Según prescribía el Concilio IV de Toledo (633), el «himno de los tres niños» debía ser cantado en todas las misas desde el púlpito, 73 lo que indicaría que todas las iglesias de la época debían contar con una estructura que tuviese la función asignada a este lugar (Puertas Tricas, 1975, pp. 134-135). Si prestamos atención a las rúbricas de la litur gia hispana, podremos observar que, al igual que Isidoro, el Liber ordinum utiliza el término pulpitum como lugar reservado a las lecturas. En concreto, se nos dice que el obispo pronunciaba siempre su sermón desde el púlpito para después «bajar» y dirigir la oración desde el altar.74 El Antifonario de León emplea pulpitum con el mismo significado, aunque algunas veces se usa también el término tribunal como sinónimo. En estas obras litúrgicas no aparece, sin embar go, el nombre de analogium en relación con la celebración de las lecturas o la predicación (Godoy Fernández, 1995, p. 83). Las fuentes escritas hacen mención también de otros ámbitos espaciales que formaban parte de las

72 Isidoro, Etym., XV, 4, 15-17: Pulpitum, quod in eo lector vel psalmista positus in publico conspici a sacerdote tribuantur praecepta vivendi. Est enim locus in sublimi constitutus, unde universi exaudire possint […] Analogium dictum quod sermo inde praedicetur;nam lovgo» Graece sermo dicitur; quod et ipsud altius situm est [ut in eo lector vel psalmista positus in publico conspici a populo possit, quo liberius audiatur]. 73 Conc. IV Toledo, c. 14: […] Proinde hoc sanctum concilium instituit ut per omnes ecclesias Spaniae uel Galliae in omnium missarum sollemnitate idem [hymnum trium puerorum] in pulpito decantetur […]. 74 Liber ordinum, LXXXIV (cols. 199-200).

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construcciones destinadas al culto cristiano. Aparte de su acepción más corriente, relacionada con los monas terios, Valerio del Bierzo emplea la palabra claustrum para referirse a la puerta de la iglesia. 75 Ya en el exte rior, aunque formando parte integral del edificio ecle sial, se situaban las «torres». Así, por ejemplo, sabemos por el autor de las Vitas Sanctorum Patrum Emeritensium, que el obispo Fidel reparó y elevó de manera majestuosa las cúpulas que remataban las torres de la iglesia de Santa Eulalia en Mérida. 76 A su vez, la misma fuente relata que el citado obispo se encontraba en el atrium cuando fue requerido por los miembros del clero para dirigirse en procesión a la iglesia y celebrar la misa. Cuenta entonces el autor anónimo de esta obra hagiográfica que, apenas se habían alejado diez pasos de la puerta, cuando el edificio se vino abajo desde sus cimientos.77 Así pues, según este testimonio, el atrio sería un espacio cubierto (al menos en parte), con puertas de acceso y situado cerca de la iglesia, si bien sufi cientemente separado de la misma como para permitir , en este caso, el despliegue de una procesión encabe zada por el obispo en determinadas festividades solemnes como, por ejemplo, la Pascua (Godoy Fernández, 1995, p. 134). Es muy significativo que el Concilio IV de Toledo (633) ordenase a los clérigos jóvenes que, para su mejor formación, habitasen in uno conclavi atrii,78 señal de que debía de tratarse de una construc ción de cierta entidad. De hecho, Isidoro de Sevilla aseguraba que el atrio era un edificio grande que contaba con tres pórticos exteriores: […] El atrio es una edificación grande, bastante amplia y espaciosa. Se denomina atrium porque tiene adosados por el exterior tres pórticos. Otros autores opinan que atrium deriva de atrum (negro), color que tomaba por el humo del hogar y de las lámparas.79 Igualmente, los baptisterios estaban en general separados, aunque al lado de la iglesia, y solían situarse Valerio del Bierzo, Replicatio sermonum a prima conuersione, 18. 76 VSPE, IV, 6, 30-32: Tum deinde mirum dispositionis modum baselicam sanctissime uir ginis Eulalie restaurans in melius in ipso sacratissimo templo celsa turrium fastigia sublimi produxit in arce. 77 VSPE, IV, 6, 4-29. 78 Conc. IV Toledo, c. 24: […] Ob hoc constituendum oportuit ut si qui in clero puberes aut adulescentes exsistunt, omnes in uno conclaui atrii commorentur […]. 79 Etym., XV, 3, 4: […] Atrium magna aedes est, sive amplior et spatiosa domus; et dictum atrium [eo] quod addantur ei tres porticus extrinsecus. Alii atrium quasi ab igne et lychno atrum dixerunt; atrum enim fit ex fumo […]. Cfr. Puertas Tricas, 1975, p. 86. 75

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bajo la advocación de Sanctus Iohannes. El Concilio II de Sevilla da a entender que se trataba de un edificio que contaba con una personalidad arquitectónica bien definida. Al menos esto es lo que se deduce de su canon séptimo, por medio del cual se prohibía a los presbíteros entrar en el baptisterio en presencia del obispo.80 En cualquier caso, es evidente que era un espacio que podía cerrarse, pues el Concilio XVII de Toledo (en su segundo canon) menciona que las puertas del baptisterio solían abrirse durante la celebración de la cena del Señor .81 En este sentido, disponemos de algunos detalles sobre la ubicación del baptisterium correspondiente a la catedral emeritense: […] Terminado el oficio, un poco antes del canto del gallo, se dirigieron entonando laudes desde la iglesia de Santa María a la pequeña basílica de San Juan, donde está el baptisterio, que, en efecto, está muy cerca de la basílica antes citada, separada sólo por una pared, y ambas cubiertas por un único techado.82 La piscina bautismal recibía el nombre de fons (y, por extensión, también el mismo baptisterio). Tanto Isidoro como Ildefonso (aunque este último siguiendo muy de cerca al primero) afirman que se bajaba a ella por tres escalones y que el catecúmeno debía entonces permanecer de pie sobre el pavimento que estaba cubierto por el agua. El obispo hispalense ofrece la siguiente interpretación: En los delubra, la fuente es el lugar de los regenerados. En ella se forman siete gradas en el misterio del Espíritu Santo: tres de bajada y tres de subida; el séptimo grado —que es el cuarto escalón— equivale al Hijo del hombre, el cual extingue el horno del fuego, sirve de apoyo estable a los pies y da fundamento al agua; en él habita corporalmente la plenitud de la divinidad.83

80 Conc. II Sevilla (año 619), c. 7: […] Sed neque coram episcopo licere presbyteris in babtisterium introire […]. 81 Conc. XVII Toledo (año 694), c. 2: […] necesse est ut ostia baptisterii in eodem die pontificali manu et anulo signata claudantur, et usque in Coenae Domini sollemnitate nullatenus reserentur […]. 82 VSPE, IV, 9, 13-17: […] Quo expleto, paulo ad huc ante gallorum cantu cum laudibus peruenerunt ad eclesiam sacte Marie ad basilicam sancte Iohannis, in qua babtisterium est; que nimium contigua antefate basilice, pariete tantum interposito, utreque unius tecti regmine conteguntur. Traducción de I. Velázquez, 2008, p. 79. 83 Etym., XV, 4, 10: Fons autem in delubris locus regeneratiorum est, in quo septem gradus in Spiritus sancti mysterio formantur; tres in descensu et tres in ascensu; septimus uero is est qui et quartus, id est similis Filio hominis, extinguens fornacem

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LA DIMENSIÓN EDIFICANTE DEL ESPACIO SAGRADO: LA ARQUITECTURA…

El lugar contiguo en el que se agrupaban los neófitos para ir recibiendo sucesivamente el bautismo se conocía con el nombre de agnile84 (Fernández Alonso, 1955, pp. 285-286). Según el Liber ordinum, en la vigilia pascual, todos los clérigos con el obispo a la cabeza se dirigían al baptisterio, el cual, como ya ha sido mencionado, solía contar con un altar.85 EL COMPLEJO BASILICAL DE LA PASSIO MANTII: DEVOCIÓN Y MAGNIFICENCIA ARQUITECTÓNICA EN UNA FUENTE HAGIOGRÁFICA DE FINALES DEL SIGLO VII La historia en la que nos sumer ge la Passio Mantii, un relato hagiográfico redactado en la Hispania visigoda a finales del siglo VII,86 gira en torno al martirio y posterior santificación de un esclavo cristiano llamado Mancio. Sus perversos dueños judíos, miembros todos ellos de una misma familia que había decidido trasladarse desde Roma al territorio de Évora, en Lusitania, donde poseían una finca llamada «Miliana», situada quizás entre Beja (ex Pace) y la misma Évora, sometieron al santo mártir a crueles tormentos con el inútil propósito de convertirlo por la fuerza a su religión. Debido a las numerosas y graves heridas recibidas, Mancio perdió la vida y su cuerpo inerte fue arrastrado y mal enterrado bajo estiércol en un lugar desconocido por la comunidad cristiana local. Tras narrar estos episodios, el autor anónimo introduce en el relato una serie de visiones y de acciones milagrosas por medio de las cuales se dan a conocer los hechos ocurridos y se descubren los restos del mártir . A partir de este momento, la narración nos ofrece algunos datos que resultan de gran interés para el tema que nos ocupa. En efecto, el autor nos indica que, tras ser encontrados, los restos del mártir fueron enterrados en un sarcófago de fino mármol, alrededor del cual se construyó rápidamente una pequeña capilla. 87 Nos encontraríamos, pues, ante un primer edificio ignis, stabilimentum pedum, fundamentum aquae; in quo plenitudo divinitatis habitat corporaliter. Cfr. Isidoro de Sevilla, De eccl. off., II, 25; Ildefonso de Toledo, De cogn. bapt., 110. 84 Liber ordinum, LXXXVI, col. 218. 85 Liber ordinum, LXXXVI, col. 217. 86 González Salinero, 1998, pp. 443-446; González Salinero, 2006, pp. 242-244; Castellanos, 2004, pp. 159-161; Castillo Maldonado, 2006, pp. 194-199. 87 Passio Mantii (ed. Riesco Chueca, 1995, p. 328), 7: […] Pretioso lapide felicia membra conduntur, que delicati marmoris in cristalli facturam ornabat aspectus. Templum non magni operis pro celeritate construitur. Statim deuulgatio per quirit; deuotas aures pernex fama conpleuit. Fit conuentus omnium ibi, crescunt desideria penitentum et uota inuicem pr omittentum […]. Cfr. ed. Fernández Catón, 1983, p. 161.

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martirial de modestas proporciones, que, no obstante, pronto se transformaría en un complejo basilical de enorme relevancia ( vid. Fernández Catón, 1983, p. 174). De hecho, después de que el fundo hubiese pasado a las cristianas manos de una piadosa anciana llamada Julia, un tal Juliano, noble varón a quien la intervención sobrenatural del santo mártir había favorecido en un pleito mantenido ante el comes, logró que ésta consintiese la construcción en aquel lugar exacto de un baptisterio y de sendas basílicas, una para los fieles y otra para los catecúmenos. El autor ofrece una elocuente y significativa descripción de estos edificios: La propiedad pasó a manos de una anciana llamada Julia, de piadosos sentimientos y vida recta. Al proyectar él [Juliano] la construcción de una basílica de grandes proporciones, invitada la anciana a colaborar en la obra, acepta con piadosa disposición. Se construye la basílica de los fieles, se levanta adosado el baptisterio de forma octogonal sobre columnas de magnífica factura. Por la parte de atrás se le añade además una basílica para los catecúmenos. El cuerpo del santo mártir es enterrado solemnemente bajo el altar . Allí nada se construye con tierra, sino que a lo lar go y a lo ancho los espacios del inmenso templo se cubren con techos elevados. Los preciosos atrios están apoyados sobre columnas ornamentales. Todas las paredes se revisten de mármoles. El suelo se decora con mosaicos de vivos colores; los techos se construyen con admirables artesonados, y para que nadie creyera la madera material impropio en la construcción de tan precioso altar , incluso la bóveda se recubre hasta lo alto de oro y plata. No es posible describir qué ofrendas de vasos sagrados, joyas de piedras preciosas, cuántos cálices y patenas para el servicio del altar se acumularon allí, porque tampoco pueden contarse los favores y dones recibidos. Por si fuera poco, levantan muros alrededor de las basílicas, construyendo torres en los flancos, de modo que todo el que las contemplara desde lejos, creyera que se había levantado una espléndida ciudad […].88 88 Passio Mantii, (ed. Riesco Chueca, 1995, p. 330), 9-10: Ad aliam uero senem, nomine Iuliam, r eligiose mentis et professionis bone deuoluta possessio est. Disponens ille ingenti opere baselicam, supra memorata sene in parte operis ambiente, deuota mente consentit. Construitur baselica fidelium, iunguntur beati fontis edificia, per hoctagonum columnarum admirabili opere disponuntur; caticuminum quoque basilicam subter adiungitur. Sancti martiris corpus sub beato altario consecratur. Non illic terr enum formatur aliquid, sed infinite edis longe lateque spatia celsis culminibus educuntur. Pretiosa

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Según ha resaltado J. M.ª Fernández Catón (1983, p. 174), estas tres construcciones religiosas aparecen descritas por el hagiógrafo en virtud de su finalidad, de acuerdo con la tradición arquitectónica de la época: la basílica catecumenal, destinada a la instrucción religiosa que habría de servir como paso previo al ingreso definitivo en la ecclesia; el baptisterio, edificio de culto específico en el que se desarrollaba la ceremonia de iniciación en la fe en Cristo; y la basílica cultual, lugar de reunión de los fieles de la comunidad cristiana. La descripción arquitectónica adquiere dentro de la narración hagiográfica un valor extraordiario, tanto por su singular detallismo, como por su reflejo de un simbolismo que transciende la propia realidad constructiva. La preocupación misma del narrador por describir el lugar exacto donde se encontraba el sepulcro del mártir denota un especial interés en la exaltación de un espacio sagrado que, por haberse convertido en un atrayente foco de peregrinación y veneración, 89 había sido dignificado con la construcción de un complejo basilical acorde con la importancia de la devoción que su santo titular había despertado en la comunidad cristiana local. Resulta muy significativo el paralelismo existente entre la descripción de estos magníficos edificios religiosos dedicados a Mancio y la imagen que el autor de las Vitas Sanctorum Patrum Emeritensium presenta, en la misma época, de la reconstrucción del palacio episcopal y de la iglesia de Santa Eulalia en Mérida. De su artífice, el venerado obispo Fidel, dice el texto que, al donar todo su patrimonio a la iglesia emeritense, «la enriqueció tanto que ninguna iglesia era más rica que ella en los confines de España».90 Un atria columnarum suspenduntur hornatibus; parietes cuncti marmoribus uestiuntur; solum musiuo ridenti decoratur; mirandis cratibus tecta texuntur; et ne inonorum in tam pr etiosi altaris fabricam quisque crederet ligna, camara ipsa metallis auri et argenti in sublime decoratur. Nam que illic in uasis dona, gemarum pretiosa munilia, quid in ministeriis per pocula, pateras diuersa uideantur esse conlata, scribi inde non expedit, quia nec beneficia possunt numerari nec munera. Ne parum esset, cir ca baselicas muri, in latum dispositis turribus, instruuntur, ut quisque de longe conspexerit, splendidam iudicet super cr euisse ciuitatem […]. Cfr. Fernández Catón, 1983, pp. 162-163. 89 Passio Mantii (ed. Riesco Chueca, 1995, p. 328), 7: «Se propaga al punto la noticia; veloz la fama llena los oídos piadosos. Todos se reúnen allí, crecen los deseos de someterse a penitencia y los votos de los que a su vez hacen promesas» ( Statim deuulgatio perquirit; deuotas aures pernex fama conpleuit. Fit conuentus omnium ibi, cr escunt desideria penitentum et uota inuicem promittentum). 90 VSPE, IV, 5, 10-14: Quibus ille non usquequaque repugnans prebuit adsensum, ut et curam regiminis gereret et in postmodum omne patrimonium suum eclesie der elinqueret. Quod ita factum est ut eo tempore tantum eclesia illa locupletata est, ut illi in Spanie finibus nulla eclesia esset opulentior. Sobre los indicios arqueológicos de estas reformas emprendidas por el obispo Fidel, vid. Mateos, 1999, esp. pp. 96 y 156-160.

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poco más adelante, el narrador nos ofrece una descripción deslumbrante de su obra constructiva91: No mucho tiempo después restauró el edificio de la sede destruida y , con la ayuda de Dios, lo hizo más hermoso. Así, alzando los espacios del mismo edificio a lo lar go y ancho con altas techumbres y sosteniendo los preciosos atrios mediante columnas ornamentadas, revistiendo todo el suelo y las paredes con mármoles blancos, cubrió la admirable morada de arriba abajo. Luego, restaurando la basílica de la santísima vir gen Eulalia de forma admirable en su disposición, en su sagrado templo hizo levantar unas elevadas torres que se erguían en lo más alto del edificio.92 Más allá de la supuesta rivalidad existente entre Mérida y Évora, reflejada en buena medida en la exaltación de la ferviente veneración hacia sus respectivos santos (Mancio y Eulalia), 93 estos dos textos reflejarían un mismo lenguaje simbólico que, mediante determinados recursos estilísticos, no perseguía otro fin que la implantación en la comunidad cristiana de una devoción estrechamente vinculada a la magnificencia del espacio consagrado al culto martirial. La iglesia, lugar en el que se entraba en contacto con la divinidad y se rememoraba el ejemplo aleccionador de los mártires que se habían mantenido firmes en la fe, debía ser fiel reflejo de una realidad sublime que expresase la distancia existente entre la perfección divina y el despreciable mundo terrenal. Por esta razón, habría que pensar que, en el caso de la Passio Mantii, las descripciones de un baptisterio octogonal con columnas ornamentales y de un mosaico basilical («de vivos colores»), junto con las de una bóveda del altar recu91 Según P. C. Díaz (2003, p. 135), «el texto nos aproxima, a la vez, a la morfología de estas construcciones religiosas de la ciudad, unas construcciones grandiosas, con materiales de lujo, acordes con una de las ciudades hispanas más prósperas del periodo». Cfr. E. Cerrillo Martín, 2004, para quien no hay duda que las reformas llevadas a cabo por Fidel «ampliaron sin llegar a destruir el anterior ámbito martirial y sirvieron para desarrollarlo y monumentalizarlo siguiendo las modas constructivas del momento» (p. 83). 92 VSPE, IV, 6, 24-32: Post non multum uero temporis interuallo sedis dirute fabricam restaurauit ac pulcrius Deo opitulante patrauit. Ita nimirum ipsius edificii spatia longe lateque altis culminibus erigens pretiosaque atria columnarum ornatibus suspendens ac pauimentum omne uel parietes cunctos nitidis marmoribus uestiens miranda desuper tecta contexuit. Tum deinde mirum dispositionis modum baselicam sanctissime uirginis Eulalie restaurans in melius in ipso sacratissimo templo celsa tuttium fastigia sublimi produxit in arce. Traducción de I. Velázquez, 2008, p. 77. 93 Díaz y Díaz, 1982, notas 17 y 18. Cfr. Gaiffier, 1962, p. 412 (para quien cabe la posibilidad de que este paralelismo esconda una cierta interdependencia de ambas fuentes).

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bierta de oro y plata, de «preciosos atrios», de «paredes de mármoles», de «admirables artesonados», no eran más que recursos literarios por medio de los cuales se pretendía ensalzar el fausto y la magnificencia de las construcciones dedicadas al mártir (González Salinero, 1998, p. 445; 2006, p. 244). Es muy posible que estas representaciones partiesen de una realidad alterada por cierta imagen de misterio y sagrada suntuosidad que, por lo general, solía acompañar a las construcciones religiosas, una imagen que resultaría deformada por una hipérbole de carácter devocional que, a su vez, daría lugar en nuestras fuentes escritas al reflejo de una arquitectura cristiana edificante y evocadoramente sublime. FUENTES AGUSTÍN DE HIPONA, De civitate Dei: ed. bilingüe S. Santamarta del Río y M. Fuertes Lanero, Obras de San Agustín, XVI-XVII. La Ciudad de Dios , BAC, Madrid, 1977-19783 (2 vols.). — Semones Dolbeau: ed. F . Dolbeau, Augustin d’Hippone. Vingt-Six sermons au peuple d’Afrique , Études Augustinienes, Paris, 1996 (trad. caste llana de una selección de estos nuevos sermones por J. Anoz, San Agustín. Sermones nuevos, Editorial Revista Agustiniana, Madrid, 2001). BRAULIO DE ZARAGOZA, Epistulae: ed. L. Riesco Terrero, Epistolario de san Braulio. Intr oducción, edición crítica y traducción, Universidad de Sevilla, Sevilla, 1975. — Vita sancti Emiliani : ed. L. Vázquez de Par ga, Sancti Braulionis Caesaraugustani Episcopi V ita sancti Emiliani, Instituto Jerónimo Zurita (CSIC), Madrid, 1943. BROU, L. y VIVES, J., Antifonario visigótico mozárabe de la catedral de León , CSIC, Barcelona/Madrid, 1959. FÁBREGA GRAU, A., Pasionario Hispánico (siglos VIIXI), CSIC, Madrid/Barcelona, 1953 (2 vols.). FÉLIX DE TOLEDO, Vita Iuliani: ed. PL 96, cols. 445452. FÉROTIN, M., Le Liber or dinum en usage dans l’É glise wisigothique et mozarabe d’Espagne du cinquième au onzième siècle , Firmin-Didot et Cie., Paris, 1904 (reimpresión A. Ward y C. Johnson, C.L.V.-Edizioni Liturgiche, Roma, 1996). ILDEFONSO DE TOLEDO, De cognitione baptismo : ed. V. Yarza Urquiola, Ildefonsi Toletani episcopi, CCL, 114 A (2007); ed. bilingüe J. Campos Ruiz, Santos Padres Españoles, I. Ildefonso de T oledo, BAC, Madrid, 1971, pp. 236-378.

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EL HÁBITO EPIGRÁFICO EN EL CONTEXTO ARQUITECTÓNICO HISPÁNICO DEL SIGLO VII POR

HELENA GIMENO PASCUAL* Centro CIL II-Universidad de Alcalá

RESUMEN Las inscripciones relacionadas con la arquitectura, que se producen en el siglo VII en la Península Ibérica, son una buena muestra de la recuperación del hábito epigráfico y de la conti nuidad del uso de la escritura expuesta como vehículo de propaganda incluso a través de mensajes programáticos y religiosos que invaden los edificios sagrados. SUMMARY The Iberian epigraphy dated to the seventh century and related to the architecture shows the revival of the epigraphic custom and the continuity of use of this type of writing as an advertising way through the programmatic and religious messages that can be found in the ecclesiastical buildings. PALABRAS CLAVE: Epigrafía, arquitectura, inscripciones, Hispania. San Juan de Baños (Palencia); Santa María de la Alhambra (Granada); Marchena, Morón, El Casar (Sevilla); Mérida (Badajoz); Toledo; Martos (Jaén). KEY WORDS: Epigraphy, architecture, inscriptions, Hispania. San Juan de Baños (Palencia); Santa María de la Alhambra (Granada); Marchena, Morón, El Casar (Seville); Mérida (Badajoz); Toledo; Martos (Jaén).

Como en otros ámbitos de la tardo-antigüedad, los cambios sociales, territoriales, administrativos, políticos, y, principalmente religiosos provocaron una transformación del hábito epigráfico que respondía a una nueva ideología que heredó, sin embar go, de la antigüedad romana la misión de la escritura como manifestación de la memoria privada, de la memoria pública y su función como vehículo de propaganda. 1 Si

* Este artículo se enmarca en el proyecto de investigación HUM 2006-04596 del Ministerio de Educación y Ciencia. Agradezco a L. Caballero Zoreda e I. Sastre de Diego las discusiones sobre la forma y función de algunas piezas que han enriquecido notablemente este trabajo. 1 Sobre este tema véase Zaccaría, C. (2001): La «trasformazione» del mesaggio epigrafico tra II e IVsecolo d. C.: a proposito di un palinsesto rinvenuto nel foro di Aquileia, en Angeli Bertinelli, G y Donati, A. (eds.), Varia Epigraphica. Atti del

bien en las principales ciudades hispanas no habían dejado de erigirse pedestales honoríficos o de conmemorar reparaciones de edificios, con la clara inten ción de reafirmar el poder de la Administración imperial y de sus representantes, 2 como todo Occidente —y por múltiples causas— la Península Ibérica su frió un estancamiento en el hábito epigráfico en la primera mitad del siglo IV. Fue a partir de la segunda mitad del siglo V cuando ese hábito se fue recupe rando, transformado y adaptado a las necesidades políticas y religiosas impuestas por la nueva sociedad cristiana en las distintas partes del territorio peninsu lar y experimentó un gran desarrollo a lo largo del siglo VI, particularmente en la epigrafía funeraria, 3 en la que la fecha de la muerte —uno de los momentos más trascendentales del cristiano—, pasó a ser la gran protagonista; su indicación en las lápidas no se destacó, sin embargo, con la misma intensidad en todas las zonas pues se constata, sobre todo, en la parte occidental del territorio y apenas en la oriental. Por el contrario, en este siglo son más bien escasas las ins cripciones con datos referidos a arquitectura y tam poco abundan inscripciones grabadas en elementos arquitectónicos —que se hayan conservado materialcolloquio Internazionale di Epigrafia. Bertinoro 2000, Faenza, 475-494; Id. (2000): Permanenza dell’ideale civico romano in epoca tardoantica: nuove evidenze da Aquileia, en Aquileia romana e cristiana fra II e V secolo (Antichità Altoadriatiche 47), Trieste, 91-113. 2 Para estos aspectos véase, en general, Krause, J. W. y Witschel, Ch., eds., (2006): Die Stadt in der Spätantike – Niedergang oder Wandel?, Akten des Internationalen Kolloquiums in München am 30. und 31, mai 2003, (Historia Einzelschriften 190), Stuttgart; véase también Bauer , F. A. y Witschel, Ch., eds., (2007): Statuen in der Spätantike – Frühes Christentum – Byzanz. Kunst im ersten Jahrtausend (Reihe B23), Wiesbaden. 3 Para la comprensión del cambio ideológico en los usos funerarios en época tardo-antigua véase Galvao-Sobrinho, C. R. (1995): Funerary Epigraphy and the spread of Christianity in the West, Athenaeum 83, 431 ss., Rebillard 2003 y , en particular, para la epigrafía hispana Muñoz García de Iturrospe, Mª T. (1996): Tradición formular y literaria en los epitafios latinos de la Hispania Cristiana, Bilbao.

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mente— con crono logía absolutamente clara. 4 Esto continúa en el siglo VII pero lo que llama la atención es que a partir de entonces y, comparando en términos relativos con la situación de la centuria precedente, 5 se produce una eclosión epigráfica: la escritura invade con gran fuerza en el espacio público por antonomasia, el edificio sagrado, tanto en el ámbito urbano como rural6 y este hábito epigráfico con sus mensajes doctrinales y programáticos arraigará con gran fuerza en los nuevos reinos cristianos peninsulares sur gidos con posterioridad al 711, que asumen la herencia política del reino visigodo, la defensa y propagación de la religión cristiana. En esta coyuntura, la epigrafía monumental tiene un importante papel a desarrollar: se producen tituli al más puro estilo del siglo VII en sus características extrínsecas e intrínsecas y se utiliza el mismo escenario para los mismos. Pero no sólo en los reinos cristianos, donde naturalmente, se refundan o edifican iglesias, también en las zonas bajo dominio musulmán la tolerancia se prolonga más o menos en función de los acontecimientos políticos y permite que el hábito epigráfico no se interrumpa. En Al-Andalus incluso se encuentran inscripciones funerarias bilingües.7 Para ese renacimiento de la epigrafía monumental —y, en menor medida, funeraria— al más puro estilo visigodo, los reinos cristianos recurren o toman como modelo textos transmitidos en códices que se atribuyen a poetas hispanos preferentemente de la corte to-

4 Así, la columna con la inscripción de la iglesia de Santa María de Jerez de los Caballeros (ICER V 301), para Duval (1993, 184 nota 116, 196 nota 210. 179. 210) no se trata de un texto que anuncia una fecha, seguida de la mención de la dedicación de la iglesia, lo que le recuerda es una página de un calendario litúrgico local; yo creo que, efectivamente, no es el titulus de consagración de la iglesia sino una inscripción conmemorativa de la dedicación de la basílica, añadida en un momento distinto al de la consagración y en este caso aprovechando una columna de la iglesia. Otra inscripción problemática es ICERV 302 que conmemora la consagración de la iglesia de Santa María de Toledo. Tampoco se menciona al obispo y se fecha en época de Recaredo. Ya el propio Vives indicó en ICERV (p. 176), que posiblemente fuese una falsificación; en el mismo sentido se expresa Duval 1993, p. 184 y 193. Véase ahora Velázquez y Ripoll 2000, 543-544 y 553 nota 79 donde abogan por la autenticidad de la misma. 5 Basta echar una ojeada a ICERV, pp. 100-130, con los textos correspondientes a este tipo de inscripciones, para tener una idea somera de la desproporción. Prácticamente todas se han fechado en el siglo VII o posteriores. 6 De todos modos hay que ir con cautela con el ar gumento ex silentio puesto que el hecho de que apenas haya testimonios en piedra no significa que a partir del siglo IV no hubieran sido sustituidos, por ejemplo, por tituli picti. 7 Cf. González Fernández, J. (2002): La Epigrafía mozárabe: testimonio de una minoría religiosa, en Actas del III Congreso Hispánico de Latín Medieval. León 26-29 de septiembr e de 2001, León, 741-752.

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ledana. Estos carmina epigraphico more como recientemente han sido denominados, 8 compuestos, según parece, en la segunda mitad del siglo VII si bien interesan mucho a la literatura, cuando han sido materializados, son una fuente de contradicciones para la epigrafía y afectan aún más a la arquitectura, pues en vez de resultar en apoyo de la cronología de los edificios añaden aún más dudas sobre ella ya que no sólo desconocemos las diferencias entre el texto receptus y el texto original en el momento de la elaboración material del epígrafe, sino también si la redacción del texto original puede ser o no contemporánea de los sucesos que relata. De hecho muchos de estos textos contienen contradicciones cronológicas que resultan sorprendentes. En cualquier caso, la escritura expuesta, entre los siglos VII y X, por su función como vehículo de normalización religiosa, de cohesión y propaganda política crea un nuevo lenguaje que, combinado con las imágenes puebla los muros de los edificios; para el siglo VII sus mejores exponentes habrían sido la iglesia de S. Pedro de la Nave 9 y la de Quintanilla de las Viñas10 si no fuera porque ambas iglesias no están exentas de problemas de cronología y sus epígrafes no contribuyen a clarificarlos. EPIGRAFÍA Y ARQUITECTURA En Hispania se pueden establecer distintos tipos de inscripciones relacionadas con la arquitectura que se hayan fechado en el siglo VII: Bauinschriften o, inscripciones grabadas en elementos arquitectónicos, en los que incluimos también los decorativos con función arquitectónica secundaria como los frisos; elementos del mobiliario sagrado, es decir , elementos que no están integrados en los muros del edificio, como los pies de 8 Velázquez, I. (2006): Carmina more epigraphico. El códice de Azagra (Madrid BN ms. 10029) y la práctica del ‘género literario epigráfico’, Temptanda viast. Nuevos estudios sobre la poesía epigráfica latina, Fernández Martínez, C. y Gómez Pallarés, J. (eds.), Bellaterra (Cerdanyola del Vallés) (CDROM). 9 Para un estudio integral sobre este edificio y sus problemas consúltese Caballero Zoreda, L., coord., (2004): La iglesia de San Pedro de la Nave. Zamora, Zamora; para las inscripciones ibid., el capítulo de H. Gimeno Pascual donde, además, se plantea la problemática de la cronología de las inscripciones hispanas entre los siglos VII y X. 10 Véase al respecto, Cruz Villalón, M. (2002-2003): Quintanilla de las Viñas y el arte cordobés, Norba-Arte 22-23, 341-349; Ead. (2004): Quintanilla de las Viñas en el contexto del arte altomedieval: una revisión de su escultura, Sacralidad y arqueología: homenaje al pr of. Thilo Ulbert al cumplir 65 años. Blázquez, J. M. y González Blanco, A. (coord.), 101-136.

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altar11 y las mensae sobre las que se realiza el sacrificio y de cuya evolución se ocupa Isaac Sastre en este Coloquio, así como los canceles y otros objetos litúr gicos como las cruces de metal que hacen referencia al término ecclesia con la advocación pertinente y un to pónimo que indica el lugar en el que se ubica; inscrip ciones funerarias en las que hay referencias a la arqui tectura, especialmente cuando se trata de fundadores o donadores de edificios y que, habría que situar en la vecindad del edificio al que aluden. Es imposible en este espacio pretender hacer un estudio integral y exhaus tivo del material que, por otra parte, podría ser objeto de una tesis doctoral, así nos limitaremos a utilizar una muestra selectiva lo más significativa posible centrán donos en algunas piezas integradas en los muros.12 11 Duval 1993, 176 ss. sugiere que en Hispania, a principios del siglo VII, se introdujo una moda —quizá a ejemplo del obispo Pimenius— que consiste en conmemorar conjuntamente, por una inscripción común próxima de las reliquias, las dos ceremonias: la de la deposición de reliquias y la de la dedicación de una iglesia. Sin embargo, I. Sastre de Diego (véase su contribución en estas Actas) ha constatado que ese fenómeno se limita a la Bética Occidental y parece haber sido algo restringido al radio de acción del obispo Pimenius, un obispo de Asido que parece haber tenido intereses más allá de su jurisdicción (cf. al respecto Vallejo Girvés 2000/2001, 23 ss.) puesto que una de sus consagraciones se produjo cerca de Utrera (Sevilla); pero sería interesante determinar con seguridad el hallazgo de esta inscripción pues la noticia más antigua que se conoce sobre el mismo es anónima y está entre los papeles de F . de Bruna en un manuscrito de la Academia de la Historia (sign. CAISE 9/3940/8.[4]), según la cual se halló en 1790 en Utrera „frente del cortijo que llaman de la Higuera, a una legua lar ga de esta villa entr e las excavaciones que hacian para sacar piedra, a 62 pasos a la izquierda del Arrecife». Según otro documento del mismo expediente (sign. CAISE 9/3940/8.[3]) el hallazgo se produjo haciendo una excavación en el cortijo del Pinganillo; en otro (sign. CAISE 9/3940/8.[5]) sitúan dicho cortijo en Carmona; debe de ser un error . El Pinganillo se sitúa en la carretera que va de Utrera al Palmar, a unos 6 km al SO de Utrera. Aunque los informadores locales sitúan el Cortijo de la Higuera más al sur hacia Las Peñuelas a 11 km de Utrera en la misma dirección. Más alejado se encuentra un Cortijo de la Higuera que se sitúa en la carretera SE 445 que une Las Cabezas de San Juan y Montellano, todavía justo en el límite entre las provincias de Cádiz y Sevilla que estaría a unos 12 km al N de Villamartín, de donde procede la inscripción de Zerezindo, dux de las tropas de Leovigildo, muerto en el 578 (cf. Vallejo Girvés, ibid. 24). 12 El estudio más específico sobre epigrafía hispana relacionada con arquitectura es el de Ramírez Sádaba 2003, pero se limita a la región extremeña. Fundamental es el trabajo Duval, Y. y Pietri, L. (1997): Évér getisme et épigraphie dans l’Occident chrétien (IVe-VIe s.), Actes du Xe Congrès internacional d’épigraphie grecque et latine. Nimes 4-9 octobre 1992, Christol, M. y Masson, O. (eds.), Paris, 371-393, así como Duval 2002 donde, sin embargo, más que de textos propiamente litúr gicos, trata de inscripciones relacionadas con los actos litúrgicos tales como consagraciones y dedicaciones de iglesias, deposición de reliquias o el culto de los mártires. Fundamental es también el trabajo de Arbeiter, A. (2003): Los edificios de culto cristiano escenarios de la litur gia, Repertorio de arquitectura cristiana en Extremadura: época tar doantigua y altomedieval , Mateos Cruz, P. y Caballero Zoreda, L. (coord.), Mérida, 177-230.

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Los elementos arquitectónicos del siglo VII utilizados con mayor frecuencia como soporte escripturario son placas, sillares, dinteles, jambas, capiteles, ci macios o columnas. Las placas 13 de piedra —muchas veces reutilizadas y generalmente de mármol o mate riales locales susceptibles de ser pulidos— están desti nadas a ser incrustadas en los muros del edificio; en función del texto que contienen ocuparán uno u otro lugar del mismo, pero siempre como un elemento no constructivo que se incrusta en un lugar predestinado y ocupa un lugar diferenciado en el muro. Los textos que contienen son diversos: 14 conmemoran actos y hechos fundamentales para la categoría religiosa del edificio como la consagración o dedicación del mismo;15 perpetúan la memoria de la función que poseían determina das estancias o partes; 16 dejan constancia de reparaciones o reedificaciones;17 mencionan a los benefactores y a los santos bajo cuya advocación se encomienda el edificio o alguna de sus partes. A diferencia del tipo anterior, otras placas, de arcilla, con nombres personales18 o textos litúr gicos19 estaban destinadas a revestir te chos, suelos o muros. Nombres personales —a veces los mismos que en las placas—, con las letras para ser leídas de izquierda a derecha y viceversa, también se encuentran en los cantos de algunos ladrillos.20 Una de las escasas placas que se ha conservado embutida en las paredes del edificio es la de San Juan de Baños. Reproduce un carmen que se halla 13 Definimos así elementos cuyo grosor, en general, no supere los 30 cm. 14 Para la parte oriental del Imperio, vid. Haensch, R. (2007): Der Bezug zwischen Inschriften und architektonischem Kontext im Falle der Kirchen der östlichen Reichshälfte, Acta XII Congressus Internationalis Epigraphiae Graecae et Latinae. Provinciae Imperii Romani inscriptionibus descriptae . Barcelona 3-8 Septembris 2002, ed. Mayer Olive, M., Baratta, G. y Guzmán Almagro, A., Barcelona, 695-706. 15 Así, por ejemplo, la baselica (sic) de Ibahernando consagrada por un pontifex (Ramírez Sádaba 2003, 274, IV). 16 Como los accesos por los que entraban y salían los fieles tal y como da entender , entre otras, el texto de una placa fragmentada hallada en «Las Arguijuelas» cerca de Alange (Ramírez Sádaba 2003, 274, V) en la que se desea la paz a los que salen. 17 Como la bien conocida placa de Mérida de Eugenia (ICERV 158), que conmemora la construcción nueva de una puerta en una ianua (Ramírez Sádaba 2003, 279, III). 18 Particularmente en la Bética ejemplos en CIL II2/5, 469471 o CIL II2/5, 472; se han fechado en el siglo VI o en el VII. 19 Placas de barro con textos litúrgicos grabados antes de la cocción, parecen haberse utilizado bastante temprano en la Bética, si es correcta la fecha en el siglo IV propuesta para una de ellas inspirada en el Psalmo 95, 1 1, hallada en Cabeza Aguda, un promontorio del Coto de las Palomas 12 km al SO de Villaviciosa de Córdoba, entre las ruinas de un edificio antiguo, cf. CIL II2/7, 700. 20 De momento sus hallazgos se reducen también a la Bética; de este tipo son CIL II2/5, 922, 980, 992e, 1131, por poner algunos ejemplos.

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también en el Códice de Azagra y ha sido atribuida, recientemente, al siglo IX o X por J. del Hoyo,21 por tanto, no es contemporánea de los acontecimientos que conmemora.22 Es importante destacar, a favor de la hipótesis del autor, la inconveniencia de la dimensión de las letras para la altura a la que se sitúa, —5 cm es un tamaño habitual para las letras en inscripciones que deben ser leídas por el espectador a una altura que no rebase los 3 m— y los elementos que, a modo de ménsulas, se han añadido para sujetarla pero, sobre todo, para atraer la atención del espectador y que la placa no pase desapercibida. En el caso de San Juan de Baños, por ejemplo, al margen de los añadidos decorativos y de las peculiaridades propias que llevan a del Hoyo a fechar el titulus con posterioridad a la fecha que tiene grabada y cuyos argumentos compartimos, tampoco es extraño que se haya defendido una fecha en el siglo VII pues tanto la letra como el tipo de soporte no son ajenos a otros de dicho siglo. De hecho, Navascués 23 veía en ella grandes similitudes con la placa de Eulalia de Mérida24 hasta el punto de que aquélla le sirvió para fechar esta en el siglo VII, fecha que fue aceptada sin paliativos por los que han utilizado, con posterioridad, este documento. Sin embargo, las similitudes que veía Navascués entre ambas placas no nos parecen tales, salvo que coinciden algo en la estructura y la terminología (posside sedem/posside domum; la utilización de ius en ambas), pero tanto por la ordinatio, como por la letra y por el tipo de hederae preferimos con Hübner y Fita una fecha anterior 25 (Fig. 1). El argumento, para esta placa emeritense, a favor de una fecha en el siglo VII —esgrimido por la mayoría de los autores— según el cual AMEN se difunde en la Península Ibérica a partir del siglo VII26 disminuye de valor frente a los otros argumentos y, además, AMEN se encuentra ya en inscripciones cuya fecha no es segura: una bilingüe de Tortosa,27

Hoyo 2006, 18. Esto es un fenómeno bien conocido véase, por ejemplo, Rebillard 2003, 44, a propósito de la donación de un recinto funerario a la iglesia de Caesarea mencionada en una inscripción de Cherchel (CIL VIII 958). 23 Navascués 1948, 239. 24 ICERV 348 cf. Ramírez Sádaba 2003, 280, IV y, sobre todo, el reciente y sugerente artículo, con la bibliografía puesta al día, de Trillmich (2004). 25 También la considera Trillmich (2004, 155) del siglo VI por los acontecimientos que, según él, refiere la placa y que la relacionan con el relato de las Vitae Sanctorum Patrum Emeritensium, de los sucesos acaecidos en Emerita, durante la fase final de la guerra civil entre católicos y arrianos. 26 Cf. Ramírez Sádaba 2003, 280. 27 CIL II2/14, 806 para la que, sus editores – G. Fabre, M. Mayer, e I. Rodá- sugieren una cronología en los siglos VI o VII. 21 22

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Fig. 1. Placa de Santa Eulalia de Mérida.

otra judía en Tarragona28 que bien puede fecharse en el siglo VI, así como otra inscripción de Martos; 29 con seguridad se encuentra AMEN en el 634 en una inscripción de la Bética. 30 La función de esta placa, por el texto que contiene, tradicionalmente ha sido considerada apotropaica; según esa interpretación la domus, con los que la habitan, se pone bajo la protección31 de Eulalia, la cual la posee de iure,32 para que ahuyente de ella al inimicus33 y para que los que la RIT 1074. CIL II2/5, 156. 30 Stylow, A. U. y Gimeno, H. (2002): Epigraphia Baetica, Habis 33, 341. 31 Cf. Castillo Maldonado 1999, 188. 32 Aunque no hay paralelos en epigrafía que permitan aplicar aquí el concepto jurídico de possesio iuris, no deja de resultar paradójico que se haya utilizado un concepto bien definido jurídicamente entre personas, a una santa, la cual, según interpretación de Trillmich (2004, 154), habría sido la propietaria legítima del edificio antes de que, placata, lo hubiera recuperado otra vez del enemigo (cf. nota siguiente) que se lo había arrebatado, para el autor esta idea se refuerza por la utilización del imperativo posside (id., ibid., 157), que tendría el sentido de «quédate con ella». Otra expresión de tenor jurídico podría ser la del texto de San Juan de Baños en la que el rey proprio de iure, dedica la sede edificada para que el mártir Juan Bautista la posea in eterno munere, otra vez se usa aquí el imperativo posside-; en este caso la propiedad del edificio habría sido del rey. 33 Interpretado por la mayoría de sus editores –entre ellos Vives– como el diablo, rechaza este significado Trillmich (2004, 152) una vez cotejado el sentido de dicho término en las Vitae Patrum Emeritensium, donde se refiere a los enemigos de la fe católica, es decir a la « pars arriana de ciudadanos y clero de Emerita». Ciertamente con muy poca frecuencia se utiliza el término inimicus para designar al diablo (pero cf. IRC IV nº 310 = AE 1998, 805). En textos sagrados lo hemos encontrado en Mateo 13, 37-39: Qui seminat bonum semen, est Filius hominis; 38 ager autem est mundus; bonum vero semen, hi sunt filii regni; zizania autem filii sunt Mali; 39 inimicus autem, qui seminavit ea, est Diabolus; messis ver o consummatio saeculi est; messor es 28 29

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habitan, gracias a su intervención, florezcan. Para el edificio, la domus,34 que la albergaba se ha propuesto autem angeli sunt y en el mismo sentido en Lucas 10, 17-19: Reversi sunt autem septuaginta duo cum gaudio dicentes: «Domine, etiam daemonia subiciuntur nobis in nomine tuo! 18 Et ait illis: « V idebam Satanam sicut fulgur de caelo cadentem. 19 Ecce dedi vobis potestatem calcandi supra serpentes et scorpiones et supra omnem virtutem inimici ; et nihil vobis nocebit . La expresión referida al demonio se encuentra en distintos sacramentarios, y exactamente como en la placa emeritense –« inimicus confusus abscedat»– consta en el Fuldense (siglo X), en el texto del exorcismo utilizado la víspera del día de la Epifanía en el ritual en que se purifica el agua cf. Richter, G. – Schönfelder, A., edd. (1912): Sacramentarium Fuldense saeculi X Cod. Theol. 231 der K. Univeristätsbibliothek zu Göttingen. Text und Bilderkreis, Fulda, (Quellen und Abhandlungen zur Geschichte der Abtei und der Diözese Fulda 9), 2854: Omnipotens sempiterne deus a cuius facie caeli distillant montes sicut caera liquescunt terra tremit cui patent abyssi quem infernus pavescit quem omnia irarum motus aspiciens humiliatur te supplex deprecor dominator domine ut per invocationem nominis tui ab huius famuli tui vexatione inimicus confusus abscedat et ab huius possessione anima liberata ad auctorem suae salutis recurrat liberatoremque suum diabolico fur ore depulso et odor e suavissimo spiritus sancti per ceptio consequatur per in unitate eiusdem [Super energumenum catecumenum maioris aetatis ]. También en el mismo ritual en el Sacramentario Gelasiano (Vat. Lat. Reg. 316), aunque aquí al demonio se le califica como spiritus inmundus: Procul ergo hinc, iubente te, Domine, omnis spiritus immundus abscedat… ut omnes hoc lavacr o salutífero diluendi… perfectas pur gationis indulgentiam consequantur . Asimismo en el Sacramentarium Gallicarum en el Exorcimus ad salis sparsum faciendum (siglo VII-VIII?; ed. Migne, PL LXXII, col. 569B): Domine deus omnipotens, institutor omnium elementorum, te per Dominum nostrum Jesum Christum, filium tuum, supplices exoramus ut has cr eaturas satis et aquae benedicere et santificar e digneris, ut ubicumque aspersae fuerint omnis spiritus immundus, ab eo loco confusus abscedat atque recedat, nec ulterius in eo loco commorandi habeat potestatem, per virtutem Domini Nostri Jesu Christi, qui tecum, Deus pater omnipotens, et cum Spiritu Sancto aequalis semper vivit et r egnat, in saecula saeculorum . Es posible pus que se haya producido una extensión de una fórmula bien establecida y referida al demonio a un sentido completamente distinto como es el de enemigo político. De hecho Agustin (In evangelium Iohannis tractatus 37. 6) aplica también la fórmula confusus abscedat a los herejes sabelianos y arrianos: In errore Sabellianorum unus est solus, ipse est Pater qui Filius: in err ore Arianorum, alius est quidem Pater, alius Filius; sed ipse Filius non solum alius, sed etiam aliud est: tu in medio quid? Exclusisti sabellianum, exclude et arianum. Pater, Pater est; Filius, Filius est: alius, non aliud; quia ego et Pater , inquit, unum sumus, sicut etiam hesterno die, quantum potui, commendavi. Cum audit, sumus, abscedat confusus sabellianus; cum audit, unum, abscedat confusus arianus: gubernet catholicus inter utrumque fidei suae navigium…y en Idacio (Crónica, 466.232 ed. de X. Bernárdez Villar, Cadernos Ramon Piñeiro VI, 2004, p. 138) Aiax, natione Galata, effectus apostata et senior Arrianus, inter Sueuos regis sui auxilio hostis catholicae fidei et diuinae trinitatis emergit. A Gallicana Gothorum habitatione hoc pestiferum inimici hominis virus aduectum. De todos modos, no deja de ser llamativo que se utilice en la placa de Mérida un lenguaje tan críptico, sin mención explícita de ninguno de los acontecimientos que subyacen en ella, pues lo que se esperaría es que la memoria de los mismos pudiera entenderse más allá del momento en que se produjeron. 34 En epigrafía cristiana domus –como en la no cristiana– también se utiliza en monumentos funerarios y el verbo habitare

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el hospital de Masona (Fita 1894: 79), la puerta de una iglesia (ICER V 348; Duval 1993, p. 183 nota 107), o el monasterio 35 que estaba junto a la basílica donde no sólo vivían monjes sino que se educaba a niños (Mateos 2000: 70). Lo que parece claro es que esa placa, por su calidad, debió presidir un espacio relevante del edificio —más bien en el interior que en el exterior— y estar colocada a una cierta altura puesto que el tamaño de las letras (5 cm) lo permitían. Un problema distinto plantea otra placa hallada en Granada en el siglo XVI, en los cimientos de Santa María de la Alhambra.36 El texto dice: [In nomi]ne D(e)i n (o)s(tr)i I1es2u 1Christ2i consacrata es7t8 [e]clesia S(an)c(t)i Stefani primi martyris k in locum Nativola (!) a S(an)c(t)o Paulo Accitano pont(i)f(i)c(e) d(ie) k k an(no) d(omi)ni n(o)s(tr)i gl(oriosissimi)VVittirici reg(i)s 5 er(a) k DCXLV 1hedera2 item consacrata est eclesia S(an)c(t)i Iohann(is) Babtist(a)e

item consacrata est eclesia S(an)c(t)i Vincentii martyris Valentin(i) a S(an)c(t)o Lilliolo Accitano pont(i)f(i)c(e) [d(ie)-1-2-] Kal(endas) k Febr(uarias) k an(no) k VIII k gl(oriosissimi) d(omi)ni Reccaredi reg(i)s era k DCXXXII 10 h(a)ec s(an)c(t)a tria tabernacula in gloriam Trinitatis [s(an)c(t)]i(ssi)mae cohoperantib(us) (!) k s(an)c(t)is k aedificata sunt k ab inl(ustri) k Gudiliv[-8?-] cum operarios vernolos (!) k et k sumptu proprio [-8?-]

para los santos o para Dios. Así, por ejemplo, en una tabula de Roma (ILCV 1464): hic quiescit ancilla dei, (q)ue de / sua omnia possedit domum ista…; o en una inscripción de Iulia Concordia en la región de Venetia/Histria cuyo texto dice: [rogo per Deu]m omnipoten/[tem et corpo]ra sanctorum / [qui in hac ba]silica habi/[tant ne quis]qua[m] (h)unc sepu/[lcru]m inferendo alium / [cor]pus violare tem(p)te (AE 1954, 74); cerca de Theveste hic deus a(crismón)bitat (ILCV 1902B). 35 Cf. Cordero Ruiz, T., Sastre de Diego, I., Mateos Cruz, P., Territorio y monacato emeritense durante la antigüedad tardía en: Monasteria et territoria. Elites, edilicia y territorio en el Mediterráneo medieval (siglo V-XI): Actas del III Encuentr o Internacional e Interdisciplinar sobre la alta Edad Media en la Península Ibérica, coord. J. López Quiroga - A. M. Martínez Tejera - J. Morín de Pablos, Madrid 2007, 141-162. 36 CIL II2/5, 652. No sería imposible que la inscripción proviniese de otro lugar y se hubiera inventado el hallazgo en Santa María de la Alhambra para reivindicar su antigua fundación.

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El siglo VII frente al siglo VII. Arquitectura

La inscripción, ya con una abundante bibliografía,37 menciona tres consagraciones de iglesias: la de San Esteban, construida en el reinado de Witerico en el año 607, en un lugar indeterminado denominado Nativola y consagrada por un obispo sanctus de Acci; de esta diócesis es también el obispo, asimismo, sanctus, que consagra otra de las iglesias, la de San Vicente, mártir de Valencia. La tercera iglesia consagrada es la de San Juan, seguramente un baptisterio. Al final, se menciona la edificación de tres edificios, tria tabernacula, por el inllustris Gudiliv[- - -], el cual con sus operarios y a sus expensas los habría construido. Se verificaría aquí la diferenciación frecuente en las inscripciones de Hispania, constatada por Duval,38 entre la edificación y la consagración de los edificios. Evidentemente estamos ante un título conmemorativo (lo corrobora también el calificativo sanctus aplicado a los obispos) del que ni siquiera podemos saber si es contemporáneo a alguno de los actos que relata o no. El primer acto es la edificación de los tabernacula in gloriam Trinitatis sanctissimae y las respectivas consecrationes se celebrarían con ocasión de la deposición de las reliquias, es decir, cuando se consagraron los altares. Conscientes de todos los problemas que encierra este texto39 y que han sido tratados por los diversos autores que se han ocupado de ella prescindimos de ellos en este lugar puesto que aquí lo que nos interesa es la comparecencia del término tabernaculum para designar un edificio. Así, haec sancta tria tabernacula se referiría a las tres iglesias mencionadas 40 pues, en principio, habría que entender tabernaculum como sinónimo de iglesia como indica Duval: 41 «… mentionne un en semble d’églises, trois, édifiées en un même lieu par un même donateur», una de las cuales, la de San Juan ha bría sido un baptisterio. Dichos tabernacula sólo ha-

37 A la recogida en CIL II2/5 hay que añadir los comentarios de I. Velázquez en HEp 4, 1994, 462 y HEp 5, 1995, 587. 38 Duval 2002, 23. 39 Véase al respecto y en último lugar el comentario de Velázquez 2005, 439. 40 A la mención de un área con más de un edificio sagrado y a sus sucesivas consagraciones parece aludir otra placa lamentablemente muy fragmentada (CIL II2/5, 227): [S(an)c(to)rum Apost]olorum ++[---] / [---]o Kal(en)d(a)s Iulias [---] / [--- se]xto Kal(en)d(a)s Ianu[arias ---] / [---] ec(c)lesiarum ---] / [---]to Idus Febru[arias ---]/ ------? . Agradezco la indicación de este texto a J. Carbonell. 41 Duval 1991 (2), p. 815. Sin embar go no descartamos totalmente la posibilidad de que lo que hubiera edificado Guidiliuva fueran sólo tres edificios o parte de ellos, dentro de las tres ecclesiae o exentos en relación con ellas. Nos ocupamos con J. Carbonell de esta problemática en un artículo más amplio que será publicado en las Actas del Seminario «Tu qui legis ave qui perlegisti vale» celebrado en el centro de Estudos Classicos de la Universidad de Lisboa en octubre de 2008.

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brían sido sancta después de que en ellos se hubieran depositado las reliquias y hubieran sido consagrados. El término, tabernaculum llama la atención por su escasísimo uso, en epigrafía, para designar un edifi cio.42 En Hispania, no conocemos ninguna otra men ción en epígrafes y fuera de ella está atestiguado dos veces, una en Mauritania Caesariensis y otra en el Véneto, en Iulia Concordia. 43 Además en el caso de la inscripción granadina la pregunta clave como ya han formulado distintos autores es ¿dónde estaría colocada físicamente la placa que menciona los tres tabernacula, ¿en las iglesias mencionadas? o ¿no necesaria mente? Para Duval la placa, descubierta en Santa Ma ría de la Alhambra,44 no ocupaba su lugar original y habría sido desplazada allí entre los siglos VII a XVI — incluso si hubiera estado destinada a uno de los edifi cios con sede en Iliberri— para conmemorar ofrendas hechas en el obispado vecino; 45 también propone que hubiera podido estar colocada en una propiedad del donante lejos del lugar de las iglesias. 46 Defiende que el lugar de hallazgo es el antiguo A.M. Canto, cuya habilidad para mover piezas en el tablero conduce a in geniosas conclusiones pero tampoco a una solución segura ya que aquéllas pasan por aceptar la conjuga ción de elementos en una constelación de aconteci mientos y noticias diacrónicas, que además son de fiabilidad diversa.47 Entre otras cosas, creemos que no 42 Tampoco en los diccionarios de latín medieval al uso se encuentra el significado de tabernaculum como «templo». 43 CIL VIII 21496 = ILCV 2064: Postulantibus a creatore deo et christo memoria sanctorum Petri et Pauli. Desiderante Onesta matre cum Gratia (sorore?) Petronianus Cassius et Patricius cum suis in hoc tabernaculo pr o sua prece posuerunt; AE 1951, 91: Faustiniana c(larissima) f(emina) fa/mula Christi se suam/que sepulturam vivens Chris(ti) s(ancto) tabernaculo ac / sanctorum memoriae / commendavit. 44 La noticia más antigua del hallazgo es la que publico Fernando de Mendoza en su edición del Concilio Iliberritano del año 1594 «como existente en la Real Fuerza de La Alhambra»; después, Luis de la Cueva, en sus Diálogos de las cosas notables de Granada (1601) dice que fue «encontrada en unas excavaciones hechas en la misma Casa Real de dicha fortaleza»; el que indica que se halló «cavando los cimientos de la iglesia parroquial de Santa María» es Peraza (cf. todas estas noticias apud Rodríguez de Berlanga, M. (1899): Estudios Epigráficos (continuación), Revista de la Asociación Artístico-Arqueológica Barcelonesa, II, nº 14, 1899, 199-202). Una revisión de todas las fuentes se realiza en el artículo citado de Carbonell-Gimeno en nota 41. 45 Duval 1991, 817. 46 Duval 1991, 815. 47 Canto, A. M. (1995): Inscripción conmemorativa de tres iglesias, Arte Islámico en Granada . Propuesta para un Museo de la Alhambra (Catálogo de la Exposición, 1 de abril al 30 de septiembre de 1995), Granada, 343–350 n. 121: como relacionar la construcción de tres edificios dedicados a la Santísima Trinidad con la conversión de Recaredo; la posible adscripción del donante a la corte regia; la preferencia de la autora por ubicar los edificios en la capital de una diócesis como Iliberri, donde

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EL HÁBITO EPIGRÁFICO EN EL CONTEXTO ARQUITECTÓNICO HISPÁNICO…

carece de sentido que en la inscripción se mencione que el donante de los tres edificios, Gudiliv[- - -], «lo hubiese hecho de su propio peculio y con sus obreros, ni siquiera pensando en un afán de protagonismo del propio personaje» —como se ha comentado por Canto y Velázquez—48 si el texto se hubiera generado como consecuencia de la reivindicación de los derechos propios y de los herederos sobre las iglesias de la propie dad de un fundus frente al poder de la Iglesia.49 En este contexto podría tener sentido la grabación en piedra de un documento, que hubiera avalado esos derechos; pero esta sugerencia tampoco resuelve los problemas concretos de la inscripción ni ayuda a responder la pregunta sobre el lugar de su ubicación, sin duda, en algún lugar del conjunto de edificios. En la inscripción de Iulia Concordia, de la cual se conoce bien el contexto arqueológico, tabernaculum hace referencia a la capilla de la trichora que albergaba los restos de los mártires y que con posterioridad se convertiría en el ábside de una pequeña basílica. 50 Aunque su sentido principal en las denominaciones bíblicas es tienda51 se utilizó con el significado de caencuentra sentido a la indicación de la asunción de gastos y de los obreros propios mientras que no lo tendría en un fundus privado de Acci y una vez descartada otra ubicación ysituada la iglesia en Iliberri, el recurso a una noticia de una crónica árabe del siglo XII, según la cual en Granada, cerca de la Puerta de Elvira, había una iglesia, que fue construida por un general que comandaba un gran ejército por voluntad de su príncipe y derruida en el año 1099 por los árabes le da pie a identificar a este militar con el donante de la inscripción para a continuación traer a colación una segunda noticia, también de una crónica árabe del siglo X, según la cual en el mismo cerro de la Alhambra había un «fuerte de San Esteban», lo que le sirve como prueba de que allí estuvo la iglesia de San Esteban donde ubica la inscripción; allí estuvo después la mezquita de Muhammad III y por eso cuando se construyó en 1580 la iglesia de Santa María la placa se halló allí. 48 Cf. Velázquez en HEp 5 cit. 49 Agradezco a L. Caballero y a J. Carbonell sus sugerencias y objeciones sobre este punto. 50 En Iulia Concordia dentro del edificio basilical se encuentran tres recintos funerarios, uno de ellos es el de Faustiniana, una capilla funeraria en la que se sitúa el sarcófago, do tada de altar. La trichora cuya función había sido alber gar las reliquias de los mártires, a fines del siglo V, se convierte en el ábside de una pequeña basílica y aquí también se realizó un loculus para las reliquias y se sitúo un altar. Delante se construyó un cuerpo de tres naves (simulacraromae.or g/venecia/concordia/04_annia81-85.pdf). 51 Cf. Haag, H., van der Born, A., Ausejo, S. de (1987): Diccionario de la Biblia (ed. castellana S. de Ausejo), Barcelona, col. 1897-1898. En la Roma republicana era en el tabernaculum donde el magistrado cum imperio asumía la función de intérprete de los auspicia en ocasión de los comitia que por él eran presididos, electorales, legislativos o judiciales. A propósito de la única representación de un tabernaculum destinado a los auspicia comiciales véase Coarelli, F. (2001): Tabernaculum. L’imagine degli auspicia consolari nella monetazione romana, Rome et ses provinces. Genèse et diffusion d’une image du pouvoir. Hommages à Jean-Charles Balty (textes rassemblés par Evers, C. et Tsingarida, A.), Bruxelles, 89-101.

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pilla o edícula en la baja latinidad. 52 En Iulia Concordia, al tabernáculo de Cristo y a la memoria de los Santos, se encomendó Faustiniana —una mujer de rango senatorial— estando viva, junto con su sarcófago. Así preparó su capilla funeraria, en la que se instaló una mesa de altar a la derecha de la cual se colocó el sarcófago. La otra mención de un tabernaculum, la de Mauritania Caesariensis, está también en una placa53 con una fórmula de dedicación en la que se evoca la memoria de los santos Petrus y Paulus, pero tanto puede hacer referencia a las reliquias que habrían estado depositadas cerca de la placa como simplemente evocar el nombre de los mismos. El texto con todos sus problemas, sin embar go, indica que la madre Onesta, en vida, realizó un voto, y Petronianus, y dos personas más con los suyos, in hoc tabernaculo pro sua prece posuerunt. ¿Pero qué pusieron? Desde luego algo o alguien en relación a la inscripción. ¿La propia mensa? o ¿cabría pensar que, como en Iulia Concordia, lo que depositaran sua prece, fuera a la difunta cuando había muerto y la colocaran junto al tabernaculum, la capilla consagrada a los Santos Apóstoles, invocando su memoria con o sin reliquias? A la vista de los ejemplos no descartamos tampoco contemplar la posibilidad de que la placa iliberritana, con sus dos memorias, la de la consagración, una vez depositadas las reliquias de los santos, de tres capillas, los tres tabernacula en honor de la Santísima Trinidad, costeados por el inllustris vir y edificados por sus propios operarios, sea el único testimonio de un conjunto 52 Véase al respecto Zovato, P. L. (1949): Tabernaculum in una epígrafe sepolcrale, Epigraphica 11, 64-67 e Id. (1952): «Christi Tabernaculum» in un iscrizione Concordiese, Epigraphica 14, 94-97 para quien tabernáculo «indica anche capella funeraria, piccolo vano rettangolare a celle, la cui apertura era inquadrata da colonnine a guisa di prolijo e nicchie, a tre a tre, allineate sullo sfondo a perímetro esterno retangolare… e provissio di altare con reliquie, posto dinanzi alla tomba…» La tumba de Faustiniana proclama la voluntad que ella tenía aún viva encomendándose ella y su tumba al tabernáculo de Cristo y a la memoria de los Santos (ibid., 97). Así la interpretación más plausible para este autor de Christi tabernaculum sería la pequeña capilla funeraria que Faustiniana mandó erigir (a ini cios del siglo V o, según otros, a fines del siglo V o inicios del VI, para la discusión de la fecha véase Witschel 2006, 390) y donde ella dispuso su sarcófago y un altar dedicado a Cristo y los mártires y santos que invoca son aquéllos cuyas reliquias están debajo de ese mismo altar (id. 99). 53 Duval 1991, 390 dice «il s’agit semble t-il d’une table en sigma», pero después ella misma se extraña de que el formulario no corresponda al de un altar . La placa fue hallada en una capilla entre Oppidum Novum y Tigava, junto con una clave de arco con un monograma constantiniano. Pero la foto que se conserva de la misma publicada por Duval, no permite garantizar la lectura: la pieza está partida en dos y el final de los renglones que cae en la parte de la derecha se desvían tanto de la caja de la parte izquierda que da la impresión de que han sido o retocados o añadidos.

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El siglo VII frente al siglo VII. Arquitectura

de edificios sagrados —quizá en los praedia del benefactor como sugería Duval— en el que , como en Iulia Concordia, hubiera estado la tumba del evergeta Gudiliu[---], quizá también las de su familia, y no lejos de ella el testimonio escrito de ese acto evergético. Las otras placas a las que nos hemos referido, las de arcilla, a diferencia del tipo anterior, contienen textos muy escuetos, en los que se combinan un no minativo con un ablativo absoluto: uno o dos nom bres, a veces uno de ellos seguido de episcopus, así como del término salvo.54 El otro nombre suele ir acompañado de una expresión de deseo como felix o vivas.55 Las placas suelen rondar los 30/40 cm de alto por unos 20 cm de ancho y entre 3 y 5 cm de grueso y su uso puede haber sido para revestimiento de pare des o techos.56 La propuesta de Stylow de que uno de los dos aludidos pueda ser un episcopus es muy verosímil;57 así, en el fondo tendríamos un esquema parecido al de las placas: el obispo que consagraba el edificio, y quizá en el otro nombre el benefactor, probablemente possessores locales que habrían co rrido con los gastos; esta distinción no vendría mal tampoco con las expresiones de saludo o deseo: salvo

54 La mayoría se encuentran en la Bética; de este tipo son, por ejemplo, CIL II2/5, 469-471, CIL II2/5, 472, que se han fechado en el siglo VI o en el VII. Algunos de los personajes que aparecen mencionados son obispos como en las placas, decoradas con un arco, encontradas en Morón de la Frontera (Sevilla) (CILA Sevilla, 1217), en Osuna (CIL II2/5, 1110), en Gilena CIL II2/5, 1019. Para un estado de la cuestión sobre el signifi cado, la simbología y las distintas interpretaciones véase Castelo Ruano 1996, 467-536. 55 En una placa de Puente Genil CIL II2/5, 907, sin embargo, aparece felix Optata vivas Isidore; ya Stylow (1997, 24) consideraba este ejemplo como ilustración de la variedad de fórmulas con las que hay que contar. Optata sería la dedicante e Isidorus el personaje de rango superior , para el que Stylow sugería que incluso pudiera tratarse del metropolitano de la sede Hispalense. Sin embargo, no tiene que tratarse necesariamente de un obispo y tampoco sabemos el edificio al que estaba destinada esta placa. Quizá habría que sobreentender vivas (in Christo) como suele ser normal en otras placas y mosaicos. Así en Ramacastañas (AE 1991, 1066) Fortunate vivas in Chr(isto) ex of(f)icinia Iliodori // Felix Fort[unate] ; o en una placa de Bujalance en la que se menciona un personaje Marciane seguido de vivas y debajo un crismón (CIL II2/7, 195) o los ladrillos de Bracarius ( Bracari vivas cum tuis crismón, IHC 123). En una de las dos inscripciones del mosaico de la villa de Tossa de Mar fechada a finales del IV o principios del V también se encuentra utilizado el binomio salvo/felix: salvo Vitalis felix Turissa. Se ha interpretado que Vitalis, es el dueño y Turissa la localidad en que está la villa que es quien haría votos para su sa lud. Tanto el vestido como la ubicación del personaje, en el arco central de una arquería de tres arcos, apuntan a un perso naje de rango superior ¿por qué no un obispo?. 56 Cf. Castelo Ruano 1996, 482, 485, 488, 532. 57 Stylow 1997, 24; Velázquez (2005, 443) advierte que dicha hipótesis debe ser utilizada con cautela. Si realmente los mencionados fueran obispos, también habría sido una forma de dejar fuera de dudas a qué diócesis pertenecían esos edificios.

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Fig. 2. Ladrillo de Marchena.

Fig. 3. Ladrillo de Morón (foto J. González).

para los obispos, vivas, felix etc. para los benefacto res.58 Así, serían una prueba, aunque indirecta, de esa dúplice intervención en los edificios de culto, parti cularmente en los de ámbito rural. Convendrían a esta interpretación las placas de barro conservadas en el museo de Córdoba59 con la representación de un jinete con escudero acompañada de la inscripción (a)edificat (Christo), en las que A. U. Stylow ya sugería que estuviera representado el noble o el obispo que mandó construir el edificio. De barro son también dos placas prácticamente idénticas halladas una en Marchena (a; fig. 2) y otra en Morón (b; fig. 3) algo menoscabadas en su perímetro. Mide la de Marchena 21 cm de alto, 19,5 cm de ancho y 5 cm de grueso y la de Morón 22 cm de alto, 20 cm de ancho y 4,7 cm de grueso. El texto, incompleto, debía formar parte de un friso compuesto de varias plaquitas en el que había una línea de texto cuyas 58 Una rica propietaria considera Stylow (1997, 30) a Asella, la mujer mencionada en una placa de Puente Genil (CILII2/ 5, 905) que habría hecho construir una iglesia en el paraje de los Arroyos. 59 CIL II2/7, 812.

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letras, escritas de izquierda a derecha 60 y en sentido inverso, miden unos 5 cm y por encima de él se disponía una moldura doble en zig zag. El texto conservado en ambas es:61 a) [- - -]atorum [- - -] b) [- - -]+ torum [- - -] En a) Ordóñez leyó [---] ntorum y en b) González pensaba que el resto de letra que representamos con una cruz delante de la T podría corresponder a una N, pero es un remate inferior de A o M como, además, corrobora la placa de Marchena. Una posible restitución sería [remissio pecc]atorum [- - -]. Pero lo importante es que estas inscripciones, a primera vista, tan insignificantes revelan la utilización de plaquitas de barro para programas epigráficos con textos litúrgicos en los edificios de culto ya que los mismos textos se han encontrados en puntos dispares y, por tanto, se repiten en edificios distintos. Si la restitución anterior es correcta tendríamos, en Mérida, una prueba más de la existencia de programas epigráficos basados en la liturgia para espacios determinados de las iglesias pues de allí procede un fragmento de una pieza de mármol 62 —fabricada quizá a partir de un ¿pedestal o ara romana?—, que mide 9,5 cm de alto, 39,5 cm de ancho y 13 cm de grueso (Fig. 4). Las letras, sin embar go, en esta ocasión miden sólo 3 cm por lo que, para leerse no habrían estado excesivamente altas. Un crismón en el lado izquierdo marca el inicio del texto. Por el derecho, el bloque, está roto, pero el nexo -RVM y la disminución del tamaño de las letras podrían indicar que quizá, en ese punto al lapicida no le quedó más remedio que acomodar el texto al espacio que le permitía el soporte, aunque no hay que olvidar la tendencia abusiva al uso de nexos en esta época. El texto dice:

Fig. 4. Placa de Mérida (foto Ramírez Sádaba).

vieran destinados a edificios o espacios de edificios relacionados con dicho sacramento al que hacen alusión diferentes pasajes de las sagradas escrituras como el de los Hechos de los Apóstoles en el que Pedro contesta Pœnitentiam, inquit, agite, et baptizetur unusquisque vestrum in nomine Jesu Christi in r emissionem peccatorum vestrorum: et accipietis donum Spiritus Sancti,63 aunque no habría que descartar la resurrección: notum igitur sit vobis, viri fratres, quia per hunc vobis r emissio peccatorum annuntiatur, et ab omnibus quibus non potuistis in lege Moysi iustificari.64 También procede de Mérida una pieza rota por el lado derecho, de mármol veteado en gris, fabricada a partir de un antiguo cancel (Fig. 5). Mide 16 cm de alto, 25 de ancho y 7 de grueso. El texto con letras de 2,5 cm se grabó, entre dos líneas en el canto del cancel, el cual estaba decorado con roleos como muestra el resto de una de sus hojas65 y es como sigue: ORATIO MEA ❤ La clave para la interpretación está precisamente en esa hedera final, la cual nos indica que ahí se interrumpe una frase o un verso puesto que no hay otra interpunción entre oratio y mea. Con razón ya Ramí-

[Re]missio peccatorum Tendríamos aquí quizás conservado más completo el texto de los ladrillos de Morón y Marchena. Como uno de los aspectos religiosos más relevantes del cristianismo es el bautismo, es fácil que estos textos estu No tenemos una explicación, como tampoco para los ladrillos con nombres en sus cantos, de por qué, también estos frisos, mostraban textos para ser leídos de derecha izquierda y además con las letras invertidas (por tanto en el sentido correcto en la forma); que se equivocasen en la dirección al poner las matrices en los moldes no nos convence. Obsérvese, además, que las letras tienen los 5 cm que ya hemos comentado suelen ser frecuentes en inscripciones que se sitúan a cierta altura en los muros. 61 a: González 1996, nº 1218 con foto; b: Ordóñez 1996a, 45 con foto. 62 Ramírez – Mateos 2000, n. 8. 60

Fig. 5. Placa de Mérida (foto Ramírez Sádaba).

63 Actas

Apostolorum 2:38. 13:38. A la remissio peccatorum alude también San Agustín en uno de sus sermones: remissio peccatorum «in Ecclesia si non esset, nulla spes esset : remissio peccatorum si in Ecclesia non esset, nulla futurae vitae et liberationis aeternae spes esset. Gratias agimus Deo, qui Ecclesiae suae dedit hoc donum (Augustinus, Sermo 213.8.8: ed. Morin, G., Sancti Augustini sermones post Maurinos reperti [Guelferbytanus 1, 9] (Romae 1930) p. 448 (PL 38, 1064). 65 Ramírez – Mateos 2000, n. 166; Mateos 1999, 140, 168 nº 43: sugería [- - - conse]cratio mea, luego corregido en Ramírez Sádaba 2003, 283-284. 64 Ibid.

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El siglo VII frente al siglo VII. Arquitectura

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rez y Mateos rechazaron la posibilidad de que fuera funeraria; más bien debió de formar parte de un texto probablemente relacionado con la litur gia. En efecto, en un psalmo (87 (88), 3) se hallan dos versos relacionados con la oración de un afligido que dicen: Intret in conspectu tuo oratio mea • inclina aurem tuam ad precem meam (Llegue mi oración a tu presencia, inclina tu oído a mi clamor) El número de letras del verso antes de la hedera es de 29 y después de la hedera 28. Como las letras que se conservan en la inscripción emeritense más la hedera ocupan 25 cm, si hubiera estado el verso completo, éste ocuparía unos 80 cm. Si a esa cantidad le sumamos la misma cifra por la derecha ya que en este verso hay solo una letra menos, resultaría que la pieza original — o sea el cancel— habría medido aproximadamente 1,60 m si no era algo más lar go porque hubiera dejado algo de espacio al principio y al final. Esta medida cuadra con la de un cancel; además tenemos un paralelo con una plegaria similar en un mosaico de una basílica de Thelepte (Byzacena),66 por tanto no sería extraño pen sar que en la pieza emeritense hubiera estado grabado el salmo 87(88). Por el grosor, solo 7 cm, nos encontramos probablemente con un texto que, también a modo de friso, estaría situado en un espacio en que los fieles realizaban la oración y , por el tamaño de las letras (2,5 cm) en un lugar desde luego no muy alto. Si bien la inscripción de Thelepte —fechada por Duval en el siglo V— ocupaba uno de los sitios más relevantes del edificio, la parte central del pavimento del ábside (le tras 10 cm) de la basílica VII, carecemos de indicios para ubicar el friso emeritense. Mientras que, por las medidas del grosor, imaginamos que las piezas anteriores emeritenses son crustae, en Toledo, la capital del reino, 67 encontramos parallelepipeda cuyo grosor indica que se utilizaron como sillares constructivos. Así, ocurre con un bloque de caliza clara (Fig. 6) que mide 20 cm de alto, por 55 cm de ancho y 44 cm de grueso con el texto si guiente en una línea:68

Fig. 6. Paralelepípedo de Toledo (ICERV 554).

Debió estar alto porque sus letras oscilan entre 4 y 4,5 cm, es decir, cerca de los 5 cm, el tamaño que con frecuencia se utiliza para alturas hasta los 3 m. El campo epigráfico, si lo comparamos con el de otro bloque parecido también de Toledo69 (Fig. 7), es evi dente que ha sido rebajado y gr abado quizá donde y a pudo haber habido una inscripción anterior. La inscripción debe de ser contemporánea de la cruz que parte la moldura y contiene la famosa frase del Evangelio se gún San Juan (3: 18) «quién cree en él no será j uzgado», qui credit in eum non iudicatur qui autem non credit iam iudicatus est quia non cr edidit in nomine unigeniti filii Dei. El bloque tiene decoración a la derecha pero no a la izquierda, lo que podría ser un indicio más de la r eutilización de la pie za para grabar la ins cripción que, por el tipo de letra puede ser del siglo VII, pero también posterior . Las mismas dudas cronoló gicas nos ofrece la placa de caliza (26) × (19) × 15, con letras de unos 2,5 cm, que reproduce parte del Credo70 que ha sido fechada en el siglo VI pero por la paleografía, y sin otros elementos del contexto arqueológico, nada impediría una fecha posterior . Por

Qui credit in eum non iudicabitur

66 exaudi Deus orationem meam; auribus percipe berba (¡) oris mei. Santi? orate? [---] (escucha Señor mi oración; escucha con tus oídos las palabras de mi boca; Salmo 54 V. 53). Cf. Duval, I. (1982): Loca Sanctorum Africae. Le culte des martyrs en Afrique du IVe au VIIe siècle, Rome, n. 38-39. 67 Sobre la renovación edilicia a partir del 589 véase Velázquez – Ripoll 2000, 546 ss. 68 ICERV 554.

Fig. 7. Paralelepípedo de Toledo (ICERV 554b).

ICERV 554b. ICERV 552; según Velázquez – Ripoll 2000, 546 habría pertenecido a la basílica de Santa Leocadia pues se encontraron a unos 80 m del Cristo de la Vega. 69 70

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EL HÁBITO EPIGRÁFICO EN EL CONTEXTO ARQUITECTÓNICO HISPÁNICO…

otra parte, llama la atención la ordinatio tan poco hábil que resulta de la restitución del Credo 71 propuesta y editada en Vives según la recensión de la Litur gia hispánica, que concuerda con la del Liber Ordinum, resultando una longitud de líneas desproporcionada entre unas y otras algo que en principio no se compadece bien con la ejecución esmerada del epígrafe. Si hasta ahora hemos comentado piezas cuya función arquitectónica y el posible espacio en el que se ubicaba el mensaje epigráfico quedaban más o menos claros, no ocurre lo mismo con una inscripción de Martos (Jaén)72 hallada en 1893, en el Molino del Rey (entrando a la ciudad por el SE), una zona de necrópolis romana que se utiliza hasta el siglo VII, en la que también se encontraron fragmentos decorativos y tres sarcófagos paleocristianos, uno de ellos, ricamente decorado, enterrado y amortizado para otro enterramiento. P. de Palol sospechaba que el conjunto fuera un grupo cementerial quizá alrededor de un templo, 73 hipótesis que, según M. Sotomayor, vendría a ratificar la inscripción que nos ocupa, 74 cuya ubicación, o en una basílica, o en un baptisterio, ha sido materia de disputa ya desde su publicación por Hübner.75 El texto, según la edición más reciente de M. G. Schmidt, dice y se restituye de la siguiente manera:76 Panditur introitus sacrata limina C(h)r[isti] currite certatim gentes populiq(ue) · ve[nite] et donante Deo sitientes sumite vi[num] Hübner si bien había contemplado la posibilidad de restituir vi[num] en l. 3, en el exemplum prefirió vi[tam], como casi todos los que lo editaron después, pero tanto Gómez Moreno 77 como M. G. Schmidt aceptaron, con razón, vi[num], término que relacionaría el texto con la eucaristía, por tanto, el paralelepípedo más que en un baptisterio —opción por la que se habían decantado otros autores, entre ellos J. Vives78

71 Cf. la reconstrucción en Schlunk, H. – Hauschild, Th., (1978): Hispania Antiqua: Die Denkmäler der frühchristlicher und westgotischen Zeit, Mainz, repetida en Velázquez – Ripoll 2000, 547, fig. 3. 72 CIL II2/5, 155. 73 Palol, P. (1967): Arqueología cristiana de la España r omana, Madrid-Valladolid, 177. 74 Sotomayor, M., (1973): Datos históricos sobre los sarcófagos romano-cristianos de España, Granada, 88-90 y 97-98. 75 IHC Suppl. 371. 76 Schmidt (1996): Kirche oder Baptisterium? Zur metrischen Inschrift aus Martos/Prov . Jaén (IHC Suppl. 371), ZPE 112, 245-247; esta lectura es la que acepta CIL II2/5, 155. Velázquez (2005, 439) insiste en que la inscripción estaría a la entrada de un baptisterio. 77 Gómez Moreno 1949, 407-408. 78 ICERV 338.

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Fig. 8. Inscripción de Martos referente al vino eucarístico (foto CILII2/5).

Fig. 9. Propuesta de reconstrucción referente al pan eucarístico.

pero particularmente A. Recio—,79 debería de haber estado en una iglesia (Fig. 8). Ahora bien, al aceptar la restitución vinum y que es un texto eucarístico, el texto exige una alusión al pan pues si no queda incompleto el sacrificio. Como está claro que la referencia al pan es imposible que estuviera en esta pieza, habría que pensar en un bloque parejo, como ya sugirió Gómez Moreno, 80 con el mismo texto con una alteración mínima en línea 3 que sustituiría a los sedientos por los hambrientos y al vino por el pan, esto es: et donante Deo esurientes sumite panem (Fig. 9). Si lo anterior es correcto ¿dónde se situarían estas dos inscripciones? La pieza conservada tiene por detrás, un rebaje en forma de escalón y suponiendo que es de la pieza original, y no producto de una reutilización, pudo servir para recibir una pieza que se acoplara a ella. No sabemos cómo remataba el bloque por la derecha pues ahí está roto; por la izquierda, debajo del campo epigráfico tiene una moldura cóncava seguida de dos filetes escalonados, según Gómez Moreno81 «como imposta de arco». A pesar de las ingeniosas soluciones propuestas por Recio 82 —capitel de

79 Recio 1989, 837-857; cf. HEp 4, 1994, 483 donde I. Velázquez rechaza esta propuesta. 80 Gómez Moreno 1949, 407-408: «… de su contexto claramente se desprende que es un poemita cristiano, erigido en el atrio de una basílica y formando quizá pareja con otro, todavía perdido». 81 Ibidem. 82 Véase Recio 1989, 837-857, con figuras.

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una pilastra (de donde lo toma CIL II2, capitulum pilae), que habría formado parte de una esquina de un baldaquino en un baptisterio, o habría estado situado sobre una columna en un pórtico—, lo cierto es que la función de esta pieza sigue siendo poco clara, aunque sí está claro que no formaba parte de un baptisterio. La solución podría estar más bien en la línea de Gómez Moreno, dos impostas de un arco, situadas no muy altas por el tamaño de las letras (3/2,5 cm), que por sus dimensiones (casi 80 cm de lar go cada una) corresponderían quizá al de un ábside y en función de los textos, probablemente al del santuario de la iglesia. En este caso ¿para qué habría servido el rebaje posterior en forma de escalón? ¿una viga de madera sirviendo de dintel? En cuanto a la cronología las opiniones 83 son muy dispares: siglo IV o V, finales del IV o principios del siglo V, finales del siglo V o comienzos del VI84 y siglo VI o VII. El tipo de letra es la razón que aducen todos para justificar su fecha, lo que prueba que dicho argumento no sirve. Lo que, sin embar go, sí es cierto es que hay más testimonios de estos textos litúr gicos en la arquitectura en edificios del siglo VII o posteriores, lo que favorecería más una fecha tardía para este texto, fecha que tampoco desdice la decoración. Al mismo edificio tuccitano que albergase la anterior se ha adscrito una pieza 85 perdida transmitida por eruditos del siglo XVII, según los cuales tenía 30 cm de alto por unos 85 cm de ancho, medidas que van bien con un dintel. El texto dice: [- - -] Cepriano episcupo ordinante edificat [- - -] Hübner por la decoración que mostraban los dibujos que flanqueaban la inscripción por encima y por debajo la fechó en el siglo VI, fecha que nadie se ha replanteado después. Ya E. Flórez 86 propuso que este obispo «goberno aquella Iglesia en tiempo del cautiverio de los saracenos» aducía para ello que, además de no constar un episcopus con ese nombre 87 en el «catalogo de los obispos tuccitanos del tiempo de los Godos, publica lo inculto de las letras, que era tiempo de Muzarabes, por lo que pusieron Cepriano y Episcupo: y aun lo material de las labores de la piedra…».

Véase CIL II2/5, 155. Así I. Velázquez en HEp 4, 1994, 483; la que aceptan los editores de CIL II2. 85 CIL II2/5, 154. 86 ES 40, 404-405, 84. 87 Curiosamente se da la circunstancia de que el nombre del obispo coincide con el de un mártir que aparece mencionado en otra inscripción de Martos (CIL II2/5, 156). 83 84

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Ciertamente la decoración podría ser del siglo VI, pero de la misma forma podría ser del siglo VIII o IX88 y ciertamente si la sede de Tucci siguió existiendo hasta el siglo IX no tendría nada de extraño que la inscripción proceda de ese momento. Una pieza distinta, inédita, se halló en El Casar (Sevilla),89 donde se ubica el oppidum antiguo de Salpensa. Mientras que por el texto es evidente mente un titulus sacer, una consagración de una iglesia, es difícil determinar su función arquitectó nica (Fig. 10, 11, y 12). Es de caliza y mide (39) cm de alto, 31 cm de ancho y 16 cm de grueso. Está rota por arriba, por abajo y , aunque muy menoscabada por detrás, en varios puntos el grosor se conserva completo como también la decoración de los latera les, y si el grosor está completo, su dimensión no conviene a la existencia de un loculus en el coronamiento. Sin embar go, aparentemente, la pieza en tronca con la más pura tradición romana de un ara con su coronamiento, fuste y, quizá, zócalo. Presenta dos áreas diferenciadas: en la superior una flor octo pétala inscrita en un círculo doble? con perlas entre las hojas y sobre ella, arriba a la derecha, hay vesti gios de una decoración en zigzag probablemente partes inferiores de rombos, y en la inferior el campo epigráfico rebajado y enmarcado por una moldura. En los laterales, la decoración consistente en la misma flor que en el frente y, a continuación, un motivo con círculos paralelos con rombos con perla en el centro en su lado derecho. Las letras miden 4,5 en línea; 2,8/3,5 en línea 2. El texto empieza detrás de una cruz y dice: Sacrata est EC E++++ [-3-4?-]++ -----El final de la línea 2 y el comienzo de la 3 plantean problemas para los que proponemos dos soluciones: la primera entender ec por (ha)ec y en la siguiente lí-

88 Véase por ejemplo la tardía inscripción del año 980 conservada en la fachada norte de la iglesia de San Adrián de Boñar (IHC 244), donde aparece la misma decoración en la cara frontal a la izquierda en el margen inferior. 89 Queremos resaltar que en la zona situada en el territorio de los antiguos municipios romanos de Siarum y Salpensa, ambos situados en el término actual de Utrera (Sevilla), donde se conserva la pieza, se produce una de las mayores concentraciones de testimonios epigráficos de los siglos VI y VII, naturalmente la mayoría funerarios. Agradecemos a la Sra. Morales, hija del cronista de Utrera M. Morales, habernos facilitado el acceso a la pieza. Descripción de H. Gimeno y A. U. Stylow en el año 2005; foto H. Gimeno.

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nea ecl++, ya que en las consagraciones de iglesias no falta nunca el pronombre, por lo que nos parece más oportuna, o entender ec(c)/[l]esia, para lo cual hay que suponer que hubiera un nexo LE e interpretar el trazo curvo siguiente como una S, lo que favorecería la segunda interpretación que nos parece menos factible porque hay que suponer el nexo de la LE, que además habría estado al revés. ¿Qué elemento pudo ser? Como en el lateral derecho tenemos probablemente arriba la octopétala como motivo central de la decoración, como mínimo habría que calcular la misma decoración a la izquierda de la flor que a la derecha, por tanto otros 39 cm como mínimo, con lo que alcanzaríamos casi unos 80 por la parte superior y no sabemos cuánto por la inferior porque tampoco podemos estar seguros de si estaban indicados todos los datos que faltan tales como a quién estaba dedicada la iglesia, el nombre del obispo y la fecha de consagración. Por el tamaño de las letras 4,5-2,8 cm por la ubicación de la inscripción en la pieza, debajo de una superficie decorada de algo más de 60 cm, así como por la anchura y grosor de la pieza y que tiene decoración por ambos lados sugeriríamos que estuviera colocada como jamba de una puerta en la que las últimas líneas del texto pudieran haber quedado, más o menos a la altura de los ojos. Por el tipo de letra la fecharíamos en el siglo VII, época que coincide con las consagra-

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Fig. 10-12. Inscripción de El Casar (Utrera, Sevilla).

ciones del obispo Pimenius en la zona de influencia de la sede asidonense ya comentadas. Por supuesto queda mucho camino por explorar, en la Península Ibérica, en el terreno de la epigrafía y la arquitectura en la tardo-antigüedad. Nuestro objetivo ha sido intentar un acercamiento a la función que cumplieron las inscripciones en el contexto arquitectónico y el mensaje que querían transmitir al espectador a través de ellas en el siglo VII, un siglo en el que los tituli invadieron con gran fuerza los edificios sagrados con mensajes litúrgicos como vehículo de normalización ideológica, de cohesión social. No era un fenómeno nuevo sino la herencia de la más pura tradición romana, del papel que Augusto había concedió a la escritura monumental en la romanización del Imperio. Le había llegado el turno a la cristianización.

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INTERVENCIÓN ARQUEOLÓGICA EN LA VEGA BAJA DE TOLEDO. CARACTERÍSTICAS DEL CENTRO POLÍTICO Y RELIGIOSO DEL REINO VISIGODO POR

JUAN MANUEL ROJAS RODRÍGUEZ-MALO y ANTONIO J. GÓMEZ LAGUNA1 J. M. Rojas-Arqueología S. L.

«…no ai duda pues, que en la Vega todo estuvo sembrado de edificios en lo antiguo» Cardenal Lorenzana (siglo XVIII)

RESUMEN La intervención arqueológica asociada al proyecto de urbanización de 1.300 viviendas en la Vega Baja (Toledo), ha permitido localizar los restos del «suburbium» de la capital del reino visigodo. De él, hasta el momento, sólo se conocía su existencia por las fuentes escritas. Los recientes descubrimientos de parte del Complejo Palatino (Basílica de San Pedro y San Pablo), unidos a los edificios monumentales de la zona: circo romano, Cristo de la Vega (antigua basílica de Santa Leocadia), indican que el yacimiento excede, en cuanto a su superficie, el propio proyecto urbanístico, y se extiende por toda la Vega Baja hasta el casco histórico de la ciudad. La cronología de las estructuras localizadas se han situado entre los siglos IV y IX d. C. La presencia de niveles de ocupación islámicos (Emirato Dependiente) en la ocupación final de múltiples recintos, permite asegurar, que es el yacimiento clave para analizar el surgimiento, desarrollo y caída del reino visigodo, y tras el 711, el surgimiento del poder islámico en la Península.

test stratigraphical levels, which enables to ensure that this is a key site to analyse the origin, development and fall of the Visigothic kingdom and, after the 711, the beginning of the Islamic power in the Iberian peninsula. PALABRAS CLAVE: Suburbium, sedes regia, urbanismo, tardorromano, visigodo, emiral. KEY WORDS: Suburb, sedes regia, urbanism, Late Roman, Visigothic, Emiral.

1. INTRODUCCIÓN

Linked to the housing development that included new 1300 buildings in Vega Baja (Toledo), the archaeological excavation of this area allowed locating the remains of the Visigothic capital’s «suburbium», which was hitherto known thanks to the written sources. The recent discovery of the Basilica of Saint Peter and Saint Paul, part of the Palatine Complex, together with other monumental buildings in the area, such as the roman circus and Cristo de la Vega (former basilica of Santa Leocadia), show that the archaeological site goes beyond the limits of the housing development area and ranges from Vega Baja to the historic centre of the city . The structures found out there are thought to date from the fourth to the ninth centuries. The Arabic occupation (Dependent Emirate) can be identified in the la-

La excavación en extensión del yacimiento de la Vega Baja comenzó en marzo del 2005 y se extendió en el tiempo hasta mayo de 2006, momento en el que se dio por finalizada. 2 Con anterioridad, se ejecutaron varias actuaciones previas: fase de sondeo (2001) y la excavación parcial de 400 m2 en la intersección de los Viales 5 y 10 (2004). Ambas mostraron y, especialmente, la fase de sondeo la enorme extensión del yacimiento que alber gaba la zona elegida para el proyecto urbanístico. De forma simultánea, y no menos importante, en una parcela anexa al proyecto, se localizó en el 2001, los cimientos de un gran edificio que ha sido identificado, sin género de dudas, como parte del Complejo Palatino Visigodo (Fig. 1) De esta forma, la arqueología parecía haber demostrado que

1 Directores de los trabajos arqueológicos desarrollados para el Proyecto de Urbanización de la Unidad Urbanística Vega Baja 1 de Toledo y de las parcelas R1, R2, R8 y C1. Mail: [email protected].

2 Promoción realizada por la Empresa Municipal Vega Baja, que financió la intervención arqueológica en la zona de urbanización, con una inversión directa de más 3,5 millones de euros.

SUMMARY

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El siglo VII frente al siglo VII. Arquitectura

Fig. 1. Vista general de la ubicación de la

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Vega Baja y situación de los hallazgos conocidos antes de comenzar los trabajos de excavación

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INTERVENCIÓN ARQUEOLÓGICA EN LA VEGA BAJA DE TOLEDO…

en la Vega Baja de Toledo se levantó el suburbium de la capital visigoda, tal y como las diferentes fuentes bibliográficas indicaban. En esta zona se encontraban algunos de los edificios públicos más importantes de la Toletum romana (Circo, Teatro) y, por ende, de la Toleto visigoda (Palacio Real, Basílicas, Monasterios). En época emiral, continuó siendo una importante área habitada, aunque la instauración del Emirato independiente, parece haber sido el inicio de un lento proceso de abandono que culminó, muy probablemente, a principios del siglo IX, desapareciendo por completo con el Califato de Córdoba en el siglo X. El yacimiento parece seguir un proceso similar al documentado en yacimientos análogos, como Recópolis (Zorita de los Canes, Guadalajara), la Rex-polis o «Ciudad del Rey» (Collins, 2004: 53) que levantó Leovigildo y en donde, tras una ocupación no muy prolongada, los nuevos invasores prefieren encastillarse en una zona cercana (Olmo, 1995: 214). En Toledo, esta zona a los pies de la ciudad se continuó utilizando, aunque con fines productivos (huertas, cantera de materiales, etc.) y rituales (maqbaras), como las localizadas en el circo y su entorno (De Juan, 1987) o en el Vial 12 del proyecto de la Vega Baja (Fig. 3). Este uso como cementerio se mantuvo en la Baja Edad Media, tal y como han mostrado varias excavaciones desarrolladas en los últimos años (Maquedano et alii, 2002: 34) La importancia arqueológica e histórica que tiene el yacimiento es enorme (Gómez y Rojas, en prensa; García Lerga et alii, 2007: 1 15-139). Su estudio abre la posibilidad de empezar a conocer la capital de uno de los reinos más poderosos nacidos de la descomposición del Imperio Romano de Occidente. A pesar de lo cual, es uno de los períodos más desconocidos de la historia de España (siglos V-VIII). Tal ha llegado a ser ese desconocimiento de la que fuera capital del reino visigodo, que alguno de los más destacados medievalistas de Toledo ha llegado a afirmar que « a pesar de la importancia que T oledo llegó a alcanzar durante los dos siglos lar gos que duró el llamado Reino de Toledo, apenas se sabe nada de la ciudad en aquella época» (Izquierdo, 1997: 117-121 y 2002: 43) o más recientemente, que «… son muy pocos los datos con los que contamos sobre la Toletum visigoda.» (Gamo, 2006: 229). De hecho, hasta este momento, había más datos arqueológicos sobre el hinterland toledano a partir de varios yacimientos visigodos que rodean la ciudad, que sobre la capital del reino (Caballero, 1980, 1989, 2003). Desde el punto de vista de la arqueología, la his toria de estos cuatro siglos ( V-IX) se ha venido com pletando con los estudios de algunos yacimientos, sin

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duda, importantes e interesantes pero alejados del centro de poder , como el ya citado de Recópolis (Olmo, 1995: 214), el Tolmo de Minateda (Gutiérrez et alii, 2003: 119-168), Mérida (Alba y Feijoo, 2003: 483-504) o las ciudades de Cartagena (Murcia y Guillermo, 2003: 169-223), Complutum-Alcalá de Henares (Méndez y Rascón, 1985: 179-181), Córdoba (Camino e Hidalgo, 2003: 505-539), Barcino (Bon net y Beltrán de Heredia, 2001: 74-96); Valencia (Pascual Pacheco y Soriano Sánchez, 1993: 67-74; Pascual et alii 2003: 67-118), etc.; además del sin fin de yacimientos rurales entre los que podemos citar el de El Bovalar (Palol, 1986: 513-525; Manzano, 2006: 43; Collins, 2004: 224), Pla de Nadal (Juan Navarro y Pastor Cubillo, 1989a: 357-373), Fuente la Mora, Gózquez (Leganés) o La Indiana (Pinto) en el entorno de Madrid (V igil-Escalera, 1997: 205-21 1; 2003: 371-387), complejos religiosos como Melque (Caballero et alii, 2003: 225-272) o necrópolis como la de El Carpio de Tajo (Ripoll 1985: 31, 49, 53). Frente a ellos, Vega Baja aporta por fin, una parte fundamental de la urbs regia, un asentamiento ur bano, denso y complejo, que ayudará a conocer a través del escenario creado por la monarquía visigoda, cómo se desarrolló el poder político, económico y religioso del reino (Fig. 3). 2. SITUACIÓN DE LA VEGA BAJA La Vega Baja de Toledo comienza a poco más cien metros al nor-noroeste de las murallas del casco histórico y se extiende a lo largo de más de cuarenta hectáreas. Es una zona relativamente llana, formada por aportes de rellenos detríticos del río (llanura aluvial) durante el Cuaternario o la última fase del Holoceno. Esta llanura está bien definida al oeste por la orilla del río Tajo y al norte y este por las laderas de los cerros erosionados del Mioceno que rodean la ciudad por este lado. Es la salida natural de la ciudad por su lado oeste y noreste, y parece probable que, a través de la Vega, saliese la antigua vía romana que conducía hacia Emérita Augusta. Hacia la Vega Baja está orientada la puerta del Cambrón, que conduce directamente a los pies del circo romano y a la Basílica de Santa Leocadia (actual Cristo de la Vega). La zona en la que se asienta la parte del yacimiento en la que se ha actuado está atravesaba en sentido no roeste-sureste por la «Terraza + 1» del río. A esto hay que añadir la presencia de pequeñas barras laterales, ligeramente elevadas, por entre las cuales, en algún momento ha discurrido algún ramal del río. En la zona se localizan arcillas carbonatadas y decantadas, ideales

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Fig. 2. Orografía de la llanura. Terraza +1 del Tajo.

para la fabricación de tapia l, adobes y cerámicas (Fig. 2). En la actualidad, el río está situado a unos 5 m por debajo de la cota de la llanura. Aún así, en la úl tima gran crecida (1947), llegó a inundar una parte de la Vega (Parcelas R8 y R9. Díez-Herrero, 2006). A pesar de este factor , se trata de una zona muy atractiva para el asentamiento humano. Cercana al cerro en el que se asienta la ciudad y bien comunicada, tanto por tierra como por el río (puerto fluvial). Con el conocimiento que tenemos del yacimiento en la actualidad, era la única zona en la que se puede desarrollar un asentamiento de esta magnitud fuera del recinto amurallado, tanto en época romana, como visigoda. 3. EL CONOCIMIENTO DEL SUBURBIUM DE LA SEDES REGIA ANTES DE LA INTERVENCIÓN: FUENTES ARQUEOLÓGICAS Y BIBLIOGRÁFICAS El entorno del yacimiento de la Vega Baja, reunía los edificios arqueológicos más representativos de la ciudad de época romana y visigoda. El Circo Romano

(Sánchez Palencia y Sainz Pascual, 2001: 97-1 16), la Villa de la Fábrica de Armas (Rojas, 2002: 48), la Basílica de Santa Leocadía (Palol, 1991: 788) y , por último, el Complejo Palatino, en el que se encontraría la Basílica de San Pedro y San Pablo. Sobre ella se levantó la ermita de San Pedro Verde3 (Fig. 1 y 3). Sin embargo, con anterioridad a la excavación de la Vega, sólo se tenían noticias dispersas de la riqueza arqueológica de esta zona de Toledo, a pesar de que una gran parte de la colección de piedras labradas que alber ga el Museo de los Concilios de Toledo, entre la que se encontraba el famoso Credo Epigráfico (Cristo de la Vega), procedían de su entorno (Aragoneses 1957). Las excavaciones arqueológicas modernas en el ámbito de la Vega, no se iniciaron hasta finales del siglo XX (Maquedano et alii, 2002: 32). Podemos citar

3 Los datos referentes a la ubicación concreta de esta ermita eran prácticamente inexistentes, aunque todos daban como seguro su ubicación en las cercanías de la Fábrica de Armas, en su lado septentrional. En esta zona, concretamente en el nº 25 de la calle De San Pedro Verde, fue donde se localizaron en el 2001 los cimientos del gran edificio.

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Fig. 3. Planta general de los restos localizados en la zona de intervención. Viales y Parcelas R1, R2, R8 y C1.

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las desarrolladas en el solar del Colegio de Carlos III, frente al camping y el Circo romano (Fig. 1); el aulario de la Universidad, junto a la rotonda de entrada de la Fábrica de Armas, actual sede de la Universidad de Castilla La Mancha (Fig. 1) o la intervención en la Consejería de Obras Públicas (Fig. 3). En todas se documentaron, fundamentalmente, restos de época romana y visigoda, tanto de hábitat, como de necrópolis (Maquedano et alii, 2002: 12; Parro, 1978: 268-270). No deja de ser lamentable que varias de ellas se produjeran tras una denuncia previa de las obras.4 En época romana, destacaba el complejo de edificios formado por el circo y el teatro, de los que sólo se conserva el primero. Éste es uno de los pocos ejemplos que quedan en la Península, junto con los de Emerita Augusta, similar al de Toledo, y el de Tarraco. No se trataría de un edificio aislado, junto a él, hoy completamente desaparecido bajo el solar de un colegio anexo, se encontraría otro gran edificio público que, en los siglos XVIII y XIX, se le identificaba con un templo romano (Martín Gamero, 1979), aunque, recientes estudios, han concluido que se trataría de un teatro de esa misma época (Carrobles, 2001. Fig. 1). El Circo 5 tenía unas medidas de 423,10 m de longitud por 100,80 m de anchura (48.000 m 2) y estaba orientado en sentido noreste-suroeste. El lado NE se cierra en forma de he miciclo, mientras que en el extremo opuesto, con el radio más abierto, estarían las doce carceres de salida. Este extremo sería el más cercano a la basílica de Santa Leocadia (Sainz Pascual, 1991: 49-55). Una parte del circo está reutilizado por la «… la construcción del convento de los frailes mínimos o de Los Bar tolos…» en el siglo XVI. En su fábrica debieron emplear abundante material expoliado del circo o de edificios posteriores tal vez la propia Basílica de Santa Leocadia (Sánchez Palencia y Sainz Pascual, 2001: 02). La cronología del edificio es alto imperial, segunda mitad del siglo I d. C, dinastía Julio-Claudia y

4 Todavía, en los dos últimos años, en plena fase de excavación de la Vega Baja, se han realizado distintas obras, con vaciado del terreno, sin que hubiera ningún tipo de control arqueológico del proceso. 5 Entre las intervenciones recientes desarrolladas en él, podemos citar las efectuadas por Marcelo Vigil (1963-1964) y Ricardo Izquierdo (1972). Las primeras que buscan analizar por completo el edificio y aplican, por fin, una metodología moderna son las efectuadas por Sánchez Palencia, Sainz Pascual, Martínez Lillo, A. de Juan García, Pereira y Ricardo Izquierdo, autorizadas por el Ministerio de Cultura. Otras intervenciones modernas desarrolladas en las proximidades del circo son las de la Consejería de Presidencia (1985) y la desarrollada con motivo de la construcción del colegio de E.G.B. en la Avda. de Carlos III (1988). La última intervención se llevó a cabo los años 1998-1999 por Sainz y Rojas y se centró en la zona ajardinada, pero sólo en las fases medievales.

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comienzos de la Flavia (Sánchez Palencia y Sainz Pascual, 1988) y permaneció en uso hasta finales del si glo IV o principios del V (Sánchez Palencia, 1989: 377401). Una vez perdida su función original, comienza a servir de cantera para la construcción de otros edifi cios. De época visigoda no se ha atestiguado la exis tencia de ningún tipo de contexto o actividad, además del posible expolio de sillares y otros elementos cons tructivos. Esta ausencia de uso resulta extraña debido a que la monarquía visigoda, a imitación de lo realizado por Constantino en Bizancio, eligen la zona anexa al Circo Romano como el área en la que situar los edifi cios más importantes y simbólicos de su poder y pres tigio, en la nueva Capital del Reino (Ripoll, 2000: 371-401; Palol, 1991: 790). Además, estos edificios fueron reutilizados de forma efectiva como lugares fuertes y encastillados en momentos de crisis en otras ciudades, como, por ejemplo, la célebre arena de Ni mes en el enfrentamiento entre Paulo y Wamba en el 673 (Orlandis, 1999: 242; Collins, 2004: 212). Durante la ocupación islámica de la ciudad, además de cómo cantera al continuar el expolio de los elementos constructivos, en su interior se situó una zona de producción de cerámica (Martínez Lillo, 1987: 73-93). El principal uso que tuvo fue como «maqbara» durante los mismos siglos X y XI, fecha que Antonio de Juan, retrae hasta el siglo VIII (De Juan, 1987). Son tumbas del tipo fosas simples en alcaén, que se extienden fuera del perímetro del edificio, hacia la puerta de Bisagra (Sainz Pascual, 1991: 49-55). En el cerco de la ciudad, por parte de Abderramán III, debió sufrir alguna demolición para evitar posibles emboscadas por parte de los sitiados (Porres 1985: 42-44). El otro tipo de hábitat romano que se conocía en la zona era el de las villas romanas de recreo. La descubierta dentro del recinto de la Fábrica de Armas, a escasos 100 m del edificio de la Consejería de Obras Públicas, apareció oculta bajo más de 2 m de sedi mento, aunque todavía se puede acceder a ella (Rojas, 2001: 41-47). Es la villa más cercana a la ciudad; las demás se han detectado en distintos puntos de La Vega Alta (Rojas y Villa, 1996a: 67-81; Carrobles y Rodríguez, 1988). De la localizada en la Fábrica de Armas, se han encontrado dos partes del edificio, posiblemente, relacionadas entre sí. Su vinculación al río parece evidente «… tanto desde el punto de vista lúdico, como de apr ovechamiento de sus r ecursos» (Rojas, 2001: 42). La parte noble se localizó a comienzos del siglo pasado durante unas obras realizadas en esta zona de la Fábrica. Se trataba de parte de un salón y una fuente de planta octogonal «impluvium» construidos mediante «opus caementicium»,

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ambos decorados con mosaicos con escenas relacionadas con el mar y la actividad portuaria 6 (Balil, 196162: 123-137). Se han fechado entre los siglos III y IV. Asociada al edificio romano se detectó en el año 1993, durante las obras de construcción de la Consejería de Obras públicas, un estanque de grandes dimensiones, de planta rectangular, cuya función podría ser almacenar y regular ciertas cantidades de agua que necesitaría la villa cercana (Rojas y Villa, 1996b: 225-237). En las cercanías, diferentes intervenciones urbanas han permitido detectar una zona de necrópolis del mismo período. Podemos citar las localizadas en el Bloque Nº 2 de la Vega Baja (Rojas y Villa, 1996b: 236) y una tumba romana con sarcófago de plomo descubierta en el edificio de Telefónica (Palol, 1972: 133-146), ambas en la avenida de la Reconquista junto al circo romano (Fig. 1). Por último, dentro del perímetro de la Fábrica de Armas se localizó un conjunto de tumbas infantiles, en las obras del pabellón polideportivo del campus universitario (Maquedano et alii, 2002: 36), aunque este tipo de enterramiento se puede asociar de forma habitual a un área de hábitat. Además de todos estos elementos, la Vega estaba atravesada por la vía que comunicaba Toletum con Caesarobriga (Talavera de la Reina) y Emerita Augusta, por un lado, y con Complutum y Caesaraugusta, por otro. Los datos parecen confirmar que la Toletum de inicios del siglo V gozaba de una cierta pujanza. Como el resto de las ciudades de esta época no estaba forzosamente arruinada o decadente (Arce, 2005: 149). Presentaba una élite social capaz de construirse una serie de villas en esta fase tardía (Izquierdo, 2002: 23). Desde el punto de vista económico y comercial, además de una riqueza agrícola, estaba bien comunicada tanto por vía terrestre, como fluvial (Collins, 1989: 210). Socialmente, entre su población aparecía asentada una comunidad judía estable (Izquierdo, 2002: 23). Su circo estaba todavía en uso, lo mismo que gran parte del complejo sistema de abastecimiento de agua y tenía un suburbium relativamente desarrollado (Ripoll, 2000: 388-390; Carrobles, 1997: 91 y ss). Además sus defensas naturales y murallas es probable que la salvasen de los ataques de los diferentes pueblos bárbaros que entraban en Hispania. Las murallas constituían un elemento disuasorio que no parecen tener respuesta militar, frente a lo que sucede en Emerita Augusta con el rey visigodo Teodorico (Arce, 2005: 214).

6 La posición de este edificio respecto al río y la temática del mosaico, tal vez indiquen la existencia de un puerto fluvial en el Tajo, en esta zona concreta de la urbe.

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Esta fue la ciudad que conocieron los visigodos cuando arribaron a ella a finales del siglo V o principios del VI. Tras un período de itinerancia de la corte, Toletum, por diversos factores, fue elegida capital del Reino Visigodo («urbs regia») entre todas las ciudades romanas de la Península. Aparece con este rango tal vez desde Teudis, en la denominada fase ostrogoda del reino (546), aunque quien la consolida es Atanagildo que muere en Toletum de muerte natural (Velázquez y Ripoll, 2000: 528-529) y, definitivamente, Leovilgido hacia el año 567 (Ripoll, 2000: 394). La capitalidad quedó asentada a partir de la celebración del III Concilio de Toledo (589) con Recadero en el poder (Ripoll, 2000: 394 y ss; Orlandis, 2006: 65 y ss; Palol, 1991: 787-832). A partir de entonces toda la administración del reino visigodo se centraliza en ella. Los nuevos edificios se basaban en el esfuerzo realizado por Leovigildo y, sobre todo, por su hijo Recadero para crear una litur gia cortesana y urbana imperial, de fuerte mimetismo con Roma y Constantinopla (Palol, 1991: 787; Velázquez y Ripoll, 2000: 559; Cortés, 2007: 42). Leovigildo comienza a adoptar símbolos reales y derechos como el de regalia en la acuñación de moneda, convocatoria de los Concilios como «Vicarius Dei» a la manera como llamaba Eusebio de Cesarea a Constantino. También religiosos, como la consagración de la Catedral a la Virgen María, de forma simultánea al culto de la Theotokos en Bizancio, como protectora de la ciudad e importante elemento propiciatorio de un Sistema de Gobierno Teocrático (Palol 1991: 788). Una vez integrada la aristocracia romana en los centros de decisión visigodos, las ciudades romanas, entre las que Toletum no fue una excepción, pasaron de ser centros de la administración civil del Imperio a transformarse en los centros del poder real y eclesiástico del reino visigodo. Estos cambios fueron de gran calado al ser elegida como urbs regia y debieron provocar que la vida de la ciudad fuera mucho más pródiga en acontecimientos sociales que en las demás ciudades de Hispania. En ella se instaló la aristocracia visigoda que debió exigir recintos y edificios acordes a su importancia (Orlandis, 2006: 141-149). Para la mentalidad de los visigodos, la ciudad constituía la continuidad e identificación con el pasado romano del que se apropian y reutilizan de acuerdo con sus modos de vidas y, en muchas ocasiones, tienden a imitar: sistemas constructivos, uso de complejos termales, ocupación de las domus o villas y establecimiento en los espacios públicos o en el suburbium (Arce, 2005: 148 y 149). La iglesia se acomodó a la or ganización administrativa nueva nombrando en cada capital obispos bajo la primacía del metropolitano de Toledo.

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Este proceso también se debió producir en el clero arrianista y en la iglesia católica, a partir del siglo VI, tras la elección de Toledo como sede del metropolitano. Todos estos factores provocaron una gran actividad constructiva durante el siglo siguiente (siglo VII. Velázquez y Ripoll, 2000: 546 y ss). La monarquía visigoda parece que dotó a la ciu dad y al suburbium de un sistema defensivo, construyendo nuevas murallas (W amba) o rehaciendo las murallas anteriores (Gamo, 2006: 229). Aunque, de momento, no se han localizado evidencias que permitan confirmarlo, a partir del Codex Vigilanus se cita la existencia de, al menos, dos puertas y dos sistemas de murallas. Una que rodearía la urbs y otra, posible mente, asociada al conjunto palatino o, tal vez, al suburbium (Velázquez y Ripoll, 2000: 562). En la excavación, el único resto que se ha localizado en rela ción con una actividad defensiva, entendiéndola como un elemento que limita el acceso a un espacio restringido, está situado en el supuesto entorno del conjunto palatino (Fig. 3-nº 4). Se trata de un muro y una puerta de dimensiones apreciables: 1,20 m de anchura el muro y 2,7 m de luz la puerta, construidos mediante sillares trabados con mortero de cal, aunque el expolio al que fueron sometidos sólo ha dejado la cimentación con la que se reconstruye su traza (Fig. 3 nº 5 y 6; fig 18). Desde mediados del VI, como ha mostrado la excavación de la Vega Baja, el suburbium debió empezar su lenta transformación urbanística para acoger a la Corte. Se trataba de una zona fácilmente defendi ble de enemigos internos y externos y su amplio es pacio permitía construir los edificios para albergar a todos los representantes de la jerarquía eclesiástica, civil y militar. En él se levantaron los edificios prin cipales del reino y, asociados a ellos, otros edificios de menor importancia y porte. Los historiadores lo cales recogieron abundantes noticias sobre estos edificios. Entre otros, Francisco de Pisa (Pisa, 1976: 120 y 121), Martín Gamero (Martín Gamero, 1979: 345), Sixto Ramón Parro (Parro, 1978: 268-270) y Madoz (Madoz, 1987: 377) indicaban la presencia en la Vega Baja de grandes edificios de cronología visigoda. Son de sobra conocidas las relaciones de edificios que debieron crearse de nueva planta o re habilitarse para asumir las funciones administrati vas, militares, religiosas o de ocio (circo y teatro) que necesitaba el reino. Por encima de todos destacaba uno, el Aula Regia-Palatium Regis o Senatus. Este complejo, sede del Oficcium Palatinum era el centro de poder de la monarquía visigoda y el principal edificio del reino. Se construyó en el suburbium junto al circo, de igual

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forma que Constantino lo or ganiza en Bizancio (Velázquez y Ripoll, 2000: 548). Como sede del Oficcium Palatinum, en él estarían, entre otras, las dependencias del Conde del tesoro (jefe de los tesoreros regios), del Conde del Patrimonio (jefe de la admi nistración del fisco público y el patrimonio de la co rona), del Conde de los notarios (jefe de la cancillería donde se inscribían los documentos reales), del Conde de los espatarios (comandante de los porta espadas de la guardia del rey), etc. Era además la sede del tribunal superior de justicia, el tribunal real o Audiencia regis y albergaba la biblioteca del Rey (Or landis, 2006: 143). La Basílica Pretoriense (San Pedro y San Pablo), el segundo edificio en importancia del reino (Palol 1991: 790), estaba construida asociada al Palacio Real (Figs. 3 y 4). En esta basílica, se celebraron, al menos, cinco de los concilios toledanos: VIII (653), XII (681), XV (688), XVI (693 o 696) y posiblemente el XVIII (703. Parro, 1857; Velázquez y Ripoll, 2000: 553-556; Puertas, 1975: 31; Balmaseda, 2007: 204205). Cumple además una función de defensa espiritual de la ciudad. Fue sede de la diócesis creada por Wamba y en él, entre otros rituales, se entronizaba y ungía al nuevo rey, entre ellos el propio Wamba tras la muerte de Recesvinto: «at ubi est quo Sanctae untionis susciperet signum in pretoriensium eclesia sanctorum scilicet Petri et Pauli» (Palol, 1991: 790; Puertas Tricas, 1975: 32). También era el sitio elegido para la ceremonia de partida del rey a la guerra (Collins, 2004: 101; Balmaseda, 2007: 205-206). En las cercanías y dentro del suburbium se encontraba el tercer edificio en importancia del reino, la basílica martirial de Santa Leocadia (actual Cristo de la Vega. Palol, 1991: 787-832). Las fuentes escritas, indican la presencia de otros edificios (Velázquez-Ripoll, 2000: 569), como el edificio del tesoro, hospitales, iglesias y conventos, de los cuales, el más importante era el monasterio Agaliense (¿San Cosme y San Damián?). En los monasterios también se cita la existencia de escuelas monásticas, en las que se formaron los obispos Heladio, Justo, Eugenio I o San Ildefonso y bibliotecas o scriptoria, etc. (Orlandis, 2006). Las escuelas episcopales ( domus ecclesiae) se instalaron junto a alguna basílica de importancia, mientras que las escuelas destinadas a la formación de los jóvenes de la aristocracia estaban en el Palatium. El elemento militar tenía los cuarteles del Comitatus Real, etc. (Orlandis, 2006: 142 y ss). Esta actividad constructiva debió generar una presencia masiva de comerciantes, artesanos, profesionales de la administración, etc. que cubrieran las necesidades de la corte, entre ellas, una próspera colonia judía. El

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Fig. 4. Hipótesis del edificio detectado en San Pedro el Verde, nº 25 con la distribución de las habitaciones documentadas y vi sta general de la intervención de 2002/2003

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Fig. 5. Edificio de San Pedro el Verde. Cata 4-2001 - Habitaciones 1, 2 y 3; y Área de excavación 2003.

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siglo VII frente a otras ciudades de Hispania, Toleto debió experimentar un aumento de la población y , en consecuencia, un notable crecimiento urbano, motivados, fundamentalmente, por la consolidación de la capital (Velázquez y Ripoll, 2000: 533, 546 y 547; Orlandis 1999: 200). De esa relación, aparentemente precisa, de edificios o recintos construidos en el suburbium, tal y como citan las fuentes, 7 desde el punto de vista arqueológico, sólo se conocían la Basílica de Santa Leocadia, identificada en el lado sur del Cristo de la Vega en los años 1972-1975 (Palol, 1991: 788) y parte de un edificio localizado el año 2001 en el solar nº 25, de la calle San Pedro Verde,8 junto al perímetro occidental de los terrenos de la urbanización de Vega Baja.9 Esta última intervención permitió analizar los restos de un gran edificio que, muy probablemente, formaba parte del complejo arquitectónico del palacio real, tal vez, la propia Basílica de San Pedro y San Pablo (Rojas, 2001: 41-47. Figs. 3 y 4). Ambos edificios, levantados según las fuentes en el primer tercio del siglo VII, presentan sistemas constructivos similares que muestran la capacidad técnica y poder económico de la monarquía visigoda. Los restos localizados en San Pedro el Verde, nº 25, correspondían a un edificio integrado por grandes muros dispuestos en retícula que ocupaban un solar de más de 900 m cuadrados y se introducían de forma evidente en las parcelas colindantes. 10 Los res7 Al situar todos estos edificios fuera de la ciudad, las fuentes escritas cobran sentido. Las investigaciones que tratan de encajar en el casco histórico la relación de edificios visigodos suelen llegar a conclusiones algo forzadas (ver Olmo 1987 y Balmaseda 2007: 205). Un dato que parece confirmarlo es que en ninguna de las intervenciones desarrolladas en el casco histórico de la ciudad, en los últimos 20 años y que suman varios centenares incluyendo espacios tan significativos como el Alcázar y algunas de las iglesias que se suponen de fundación visigoda como San Sebastián o Santa Eulalia, se han detectado, de momento, contextos arqueológicos que se puedan encuadrar entre los siglos VI al VIII. 8 La intervención se produjo como consecuencia de una denuncia de las obras que se estaban llevando a cabo sin control arqueológico. Para cuando se iniciaron los trabajos arqueológicos sólo se pudieron analizar los perfiles/taludes dejados por el vaciado (agosto-octubre de 2001). 9 La primera intervención en el solar , a finales del verano de 2001, se limitó a la documentación y análisis de las estratigrafías y la excavación de pequeños sondeos en los taludes dejados por el vaciado en el lado norte del solar . En la segunda fase de intervención se pudo excavar una pequeña zona de unos 200 m2, situada en la zona de acceso a la clínica. En ambos casos se emplearon cotas absolutas, lo que permitió poder comparar los restos localizados en esta intervención con los hallados en la urbanización de la Vega. 10 En el 2006, la excavación de la Zona 2 del Vial 1 documentó la existencia de parte de unas termas asociadas a este complejo y grandes áreas de expolios asociadas a la construcción de la Fábrica de Armas de Carlos III.

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tos documentados entre los años 2001 y 2003 mostraban un edificio de nueva planta que parecía reutilizar un espacio con construcciones anteriores, dada la presencia de algunos muros de mampostería cortados por los nuevos cimientos (Fig. 5). Para su construcción se niveló por completo todo el terreno natural en el que se iba a levantar el edificio, en torno a la cota 445,00. En el nivel de limos arcillosos se excavaron pequeñas fosas de cimentación, de 0,40 m de profundidad y 1,60 m de anchura, rellenadas con cimientos de piedra y argamasa y sobre los que se levantaron muros de 1,25 m de anchura, de tongadas de mampostería y ar gamasa y sillares de granito en esquinas y entronques, trabados también con argamasa de buena calidad. 11 Se llegaron a documentar los residuos y el nivel de la obra, con amplias rebabas de mortero a los pies de los muros y sobre la nivelación del terreno (Figs. 4, 5 y 6). Los recintos resultantes eran espacios rectangulares y cuadrados, orientados en sentido norte-sur y este-oeste, e interconectados formando una posible planta en forma de cruz. Los recintos cuadrados presentaban unas dimensiones de 6,20 m de lado y los rectangulares variaban entre los 6,20 m de longitud por 2,92 m de anchura, y los 4,92 m de longitud por 2,92 m de anchura. Los niveles inferiores de algunos recintos aparecieron colmatados con niveles superpuestos de cantos y arcillas.12 En este relleno no se localizó ningún tipo de material arqueológico. Suponemos que sobre él se situó el primer nivel de suelo ya que no se documentó ninguna puerta en los muros localizados. Por este motivo creemos que el nivel de hábitat de una parte del edificio se levantó sobre esta plataforma artificial. En los recintos del ángulo noreste, los suelos conservados de la fase de uso visigoda eran de mortero de cal y cantos (Fig. 8). De los doce espacios documentados, en tres de los situados en el lado nordeste, nº 1, 5 y 6 y 2, se pudieron detectar evidencias de cuatro momentos cultura les: visigodo (siglos VII-VIII), emiral (siglos VIII-IX), bajomedieval (siglos XIII-XIV) y Edad Moderna (si glo XVIII). La excavación permitió constatar que, al menos, dos de las habitaciones fueron utilizadas

11 En algunos casos sólo se conservaba la mampostería de la fosa de cimentación. Pero en la zona noreste del solar de FREMAP, bajo el sótano del almacén de una tienda de ali mentación anexa al solar , los muros conservaban 1,60 m de altura. Estos muros son visibles todavía en los sótanos de la clínica. 12 En los trabajos de excavación de la Vega, en especial en la excavación de los grandes recintos del Vial 5 y de la Parcela C1, se documentaron rellenos similares, mezclados con los materiales procedentes del derrumbe de las cubiertas.

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Fig. 6. Intervención en San Pedro el Verde-2001. Vista general del solar tras el vaciado sin control arqueológico y el estudio de los perfiles de las Catas 2 y 3 (Habitación 5) y 4 (Habitación 1)

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Figura 7. San Pedro el Verde 25. Habitación 5. Muro, suelo de cantos y recipientes reutilizado como anafe. Nivel de ocupación posterior al 711.

como áreas de enterramiento. Se localizaron dos tipos de tumbas. La de mayor importancia se localizó bajo un gran número de niveles de suelo. Se trataba de una gran tumba excavada en el terreno natural, con capacidad para depositar dos cuerpos superpuestos. En el fondo de la fosa se localizaron restos de dos individuos removidos. En la misma habitación se documentó una tumba infantil y varias de adultos. Éstas últimas aparecieron excavadas también en el nivel de base de arcillas y delimitadas por piedras, con cubierta de lajas. Al igual que la anterior, se encontraban dispuestas en sentido este- oeste y ortogonales respecto a los cimientos (Fig. 8). La fase de expolio del edificio comenzó casi de forma inmediata al abandono, posiblemente, en el siglo VIII, tras la invasión musulmana. Los restos de este expolio inicial eran niveles superpuestos de cal, procedentes, tal vez, de retirar los enlucidos de las paredes. Sobre esta fase de abandono-expolio, que cubren las tumbas de la fase anterior, se localizaron varios niveles de ocupación formados por suelos de

arcillas y cantos de pequeño tamaño, similares a los detectados en otros edificios de Vega Baja. Una parte del edificio se amortizó y otra parte se reutilizó con un cambio de función, pasando a ser una zona de vivienda. Los recintos se subdividieron mediante muros de mampostería trabados con barro y unas dimensiones de dos pies de ancho (0.50 m; cata 1). Sobre uno de ellos se localizó un recipiente reutilizado como anafe (Fig. 8). En estas fases de uso no se detectaron cerámicas vidriadas ni otros materiales de cronología califal, o posteriores. Tras esta fase de reaprovechamiento, se documentó el abandono definitivo de esta parte del edificio, con el derrumbe de los muros de varias habitaciones. Sobre los niveles de abandono de la fase anterior, en dos de las habitaciones se localizaron tumbas de fosa simple dispuestas de forma ortogonal a los recintos (Figs. 5 y 6). Estas inhumaciones debían estar relacionadas con la construcción de la ermita de San Pedro el Verde que se levantó sobre los restos de la Basílica de San Pedro y San Pablo tras la toma de la ciu-

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Fig. 8. San Pedro el Verde 25. Cata 2-Habitación 5. Inicio/sección de la tumba de grandes dimensiones y enterramiento infantil.

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dad por parte de Alfonso VI, en 1085. Esta ermita13 era la que citaba Francisco de Pisa (Pisa, 1976: 120-121) y cuyas noticias recogen otros historiadores (Martin Gamero, 1979: 400-405). Pisa lo identifica como el lugar «adonde al pr esente es la ermita de San Pedr o el Verde, que se reedificó en memoria de aquella antigua (basílica Pretoriense de San Pedro y San Pablo)». Respecto a la denominación de « pretoriense», este historiador indica que era «por estar fundada esta iglesia no lejos del pretorio, que se entiende del alcázar o casa real». En el siglo XVIII, es posible que todavía fueran visibles algunos restos del edificio visigodo integrados en el edificio medieval. Las labores de expolio desa rrolladas hasta ese momento y en los siglos precedentes parece que todavía no habían afectado a una parte de los muros. Pero sería con motivo de la construcción de la Real Fábrica de Armas, que Carlos III manda construir en un solar anexo, cuando se realizó la última gran fase de su expolio. De la extracción de sillares y mampostería da cuenta el propio Cardenal Lorenzana, y los restos de dicho expolio se han documentado, tanto en la excavación de San Pedro el Verde 25, como en el Vial 1 de la Vega Baja. El edificio visigodo terminó de ser expoliado, al igual que la ermita, en el si glo XIX. Sobre el solar se levantó una vaquería en el siglo XX, aunque sin llegar a destruir los cimentos que todavía se conservaban14 (Fig. 6). Respecto al edificio localizado por Palol en el Cristo de la Vega, son varios los datos que coinciden en poder identificarlo con la Basílica de Santa Leoca dia15 (Aragoneses, 1957; Palol, 1991: 787-832). Las fuentes documentales indican que se trataba de un edificio situado extramuros de la ciudad «apud urben Toletanam, quae est in suburbio Toletano», asociado a un núcleo cementerial (García Sánchez de Pedro, 1996: 143-157) o a las reliquias de Santa Leocadia. 16 Vincu-

13 Los datos referentes a su ubicación concreta son prácticamente inexistentes, aunque todos dan como segura su ubicación en las cercanías de la Fábrica de Armas, en su lado septentrional. 14 Por último, a principios de la última década del siglo XX, sobre una parte de él se levantó, sin ningún tipo de control arqueológico, una urbanización que debió arrasar una gran parte del complejo palaciego. 15 Está situada a los pies de la salida de la ciudad por la Puerta del Cambrón, al inicio del suburbium y al lado suroeste del Circo. Sería el tercer edificio religioso en importancia de la Capital, detrás de la Catedral de Santa María y la Basílica del Pretorio. 16 La definición de esta santa toledana cambia entre los con cilios VI y XVII. En el Concilio VI (638), es citada como mártir, mientras que en el Concilio XVII (694), aparece como «… virginis et confesiones Christi…», pero no como mártir. Esta diferencia tal vez se deba a un intento por aumentar su importancia en el resto de Hispania por ser Toledo la capital del reino, ya que Santa Leocadia, frente a Santa Eulalia de Mérida, no generó peregrinajes ni literatura hagiográfica abundante (Palol 1991: 791).

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lado a él debió existir un monasterio (Puertas Tricas 1975: 20). Algunos textos sitúan la fundación de la Basílica el día 29 de octubre17 del año 618 por el Rey Sisebuto (Apologeticus de San Eulogio) «tempore Heraclii imperatoris anno imperio eius septimo, currente era DCL VI…/…Toleto quoque beatae Leocadiae aula mir o opere, iubente pr eadicto Principe culmine alto extenditur» (Palol, 1991: 791). Fue sede posible de los concilios II (531), IV (634-Sisenando), V (636- Chintila), VI (638- Chintila) y , tal vez, del VII (638) y XVII (694-Egica). Además, panteón de los reyes Suintila, Sisenando, Wamba y Witiza y lugar de enterramiento de obispos como San Ildefonso y Eugenio II (Velázquez y Ripoll, 2002: 557; Palol, 1991: 791). Aparece confundida en los concilios VI y VII con la basílica Pretoriense. Tras la caída del Reino, en tiempos de Cixila, arzobispo de la ciudad en el siglo VIII (745-754), el sepulcro de la Santa se mantenía aún en la Basílica, ya que poco después se trasladaron sus restos a Oviedo, durante el emirato de Abderraman I (756-788). Posiblemente, en este momento comenzó su declive y, tal vez, su expolio. Las excavaciones desarrolladas por Pere de Palol en la zona del Cristo de la Vega, entre los años 1975 y 1977, permitieron determinar tres fases de uso del espacio analizado. La más moderna era eclesiástica (siglo XIII), la intermedia de necrópolis mozárabe, mientras que la inferior correspondía a un gran edifi cio asentado sobre los niveles geológicos. 18 A esta última pertenecían dos muros de 2 m de anchura, algo más gruesos que los localizados en San Pedro el Verde, separados entre sí por 2 m. Al igual que en el edificio de San Pedro Verde, se trata de muros fabricados mediante sillares de granito, trabados con mortero de cal y orientados en el mismo sentido que el cercano edificio del circo. Se apreciaban los restos del nivel de obra así como el relleno de fragmentos de cal con pie-

17 Existen discrepancias sobre la interpretación de esta fecha y su significado. Una línea de investigación indica que esta fecha recoge solo la reforma de un edifico anterior , tal vez una pequeña basílica construida o sobre la tumba de la Santa o en la que se guardaban algunas reliquias. Sobre ella el rey Sisebuto, o bien construye un edificio de nueva planta sobre el anterior , de ahí su nueva consagración, o bien remodela el edificio original. Otros consideran que es la primera y que no hay ningún edificio anterior, como parece indicar la excavación desarrollada por Palol. También podría haber estado vinculada a un complejo monacal del mismo nombre como aparece en el XI Concilio (675). Para más información Ripoll 2000, Velázquez y Ripoll 2000, Palol 1991 y Balmaseda 2007. 18 Este espacio arqueológico se mantuvo abierto y abandonado hasta el año 2001, momento en el que se tapó tras ser limpiadas y documentadas sus estructuras. Estos trabajos se realizaron en dos fases, bajo la dirección de Soledad SánchezChiquito, la primera, y de Elena. I. Sánchez, la segunda.

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dra menuda entre los dos muros. De ambos, el situado más al norte reforzaba su esquina noreste con un murete informe de piedra y cal. Uno de ellos conservaba «contrafuertes exteriores» cada 3,50 m, también realizados a base de sillares de granito. El situado al sur era similar, pero sin contrafuertes. Todo ello apareció cubierto por un potente nivel de arenas limpias que, según el arqueólogo, se trataba de « una espesa capa de arenas de aluvión fluvial limpias sin r estos de cerámicos o de otr o tipo ar queológico» (Palol, 1991: 793), similar al localizado en algunos de los espacios del edificio de FREMAP. Al no tener ningún paralelo cercano, Palol lo identifica con « una gran obra r omana más que obra de tiempos de los visigodos », entre otras cosas porque se trata de un edificio de gran tamaño con «la precisión de la técnica y el uso abundante de la cal entr e la mampostería de los bloques de granito, está más afín a fórmulas de r omanas que no visigodas». Aunque se extraña por la presencia de contrafuertes, relacionados con los sistemas constructivos visigodos y ausentes de la arquitectura romana salvo, en construcciones asociadas a la contención de terrazas. Por ese motivo, lo relaciona con el cercano circo y no con la construcción de la basílica de Santa Leocadia. Según él, sería parte de un edifico áulico relacionado con un conjunto palaciego tardorromano, similar a los palacios del Bajo Imperio como aparecen en Roma, Milán, Tréveris o al descubierto a principios de los años noventa en Cercadilla, Córdoba (Fuertes y González, 1994: 771-778). En la planimetría realizada por Palol sobre las estructuras descubiertas en la excavación del Cristo de la Vega, aparece un recinto asociado a este edificio (no descrito en el texto) que muestra una serie de muros de mampostería ordinaria trabada con mortero de tierra y orientados en sentido noreste-suroeste, diferente al gran edificio y bajo la fase de enterramiento situada inmediatamente por encima. Estas construcciones conforman, al menos, 4 o 5 recintos diferentes, aunque desconocemos cómo están relacionados con el gran edificio y su cronología. Las demás noticias del posible yacimiento visi godo en la Vega, antes del inicio de los trabajos de sondeo en el 2001, además de las ya citadas, como las del Colegio Carlos III y el solar que iba a ser destinado a aulario universitario, indicaban la presencia de áreas de necrópolis. Estaban situadas en el lado sur de la llanura y en la zona más cercana a Toledo, entre el circo y las puertas del Cambrón y Bisagra. Se trata de una de las zonas de enterramiento de épocas romana, islámica y bajomedieval. Así lo han puesto de manifiesto casi todas las intervenciones arqueoló gicas desarrolladas en la zona (de Juan, 1987; Ma -

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quedano et alii, 2002: 19-51). De cronología visi goda, se puede situar una zona de necrópolis en el entorno de Santa Leocadia, como demuestra la tumba de carácter más o menos monumental descubierta en el antiguo vivero, en 1918-1921, por J. Moraleda y Esteban. De esta época son también las tumbas que aparecieron en el control arqueológico de las obra de construcción del edificio de la Consejería de Obras Públicas, en 1993 (Rojas y Villa, 1996b: 225-237). Destaca la fase de enterramiento de esta cronología descubierta en 1992, entre la antigua ermita de San Ildefonso y el actual edificio del Cristo de la Vega (García Sánchez de Pedro, 1996: 143-157).19 4. LA INTERVENCIÓN ARQUEOLÓGICA ADSCRITA AL PROYECTO URBANÍSTICO DE LA VEGA BAJA La excavación adscrita al proyecto urbanístico de la Vega Baja permitió determinar que todos estos edificios descritos (circo, basílicas de Santa Leocadia y San Pedro y Pablo) no se encontraban aislados, sino integrados dentro de un amplio y complejo espacio urbano, desarrollado en la llanura, que, posiblemente, reutilizó parte de un suburbium tardorromano. La intervención se dividió en cuatro grandes fases, comenzó en el año 2001 y finalizó en mayo de 2006. Estas fases han sido: sondeos (2001), excavación parcial en los viales 5 y 10 (2004) y , por último, la intervención general desarrollada en gran parte de los viales y en algunas parcelas de la urbanización proyectada (C1, R-1, R-8, etc. Fig. 9). Fase de sondeos (verano de 2001). Esta intervención sirvió para confirmar la presencia de vestigios arqueológicos en el subsuelo de la mayor parte de los terrenos de la Vega Baja. En total, se realizaron 242 sondeos distribuidos en cuatro sectores: A (145), B (40), C (44) y D (13), éste último en la orilla suroeste del río Tajo, único en el que se produjo un resultado negativo. Las conclusiones que se obtuvieron indicaban una homogeneidad constructiva y cronológica de los restos, la mayoría se encuadraban entre los siglos VI y VIII, que aparecían a escasos centímetros de la superficie, entre 0,20 y 0,30 m.

19 Aunque los hallazgos visigodos han sido relativamente numerosos, no han provocado una ingente bibliografía, análisis o reuniones que analicen los hallazgos. Basta citar que en la obra Historia de la Ciudad de T oledo, de las 621 paginas que tiene el libro, apenas se dedican cinco páginas a la fase visigoda de la ciudad (Izquierdo 1997: 117-121).

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Fig. 9. Cuadros con los metros cuadrados abiertos en las diferentes fases de la intervención.

Fase de excavación parcial en los viales 5 y 10 (noviembre de 2004). Esta fase sirvió para confirmar que los restos localizados en la fase de sondeos formaban parte de recintos de hábitat (casas), con contextos ar queológicos relativamente bien conservados. Se localizaron varias fases constructivas asociadas a un marco cronológico-cultural visigodo. Fase de desbroce. Se llevó a cabo en marzo-abril de 2005 y consistió en la retirada, por medios mecánicos, de la capa de tierra vegetal que cubría los viales 1, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 12 y 14. La superficie desbrozada con control arqueológico alcanzó, aproximadamente, unos 70.000 m2. En total se localizaron 415 hallazgos de todo tipo, cimientos, suelos, enterramientos, estructuras, etc. Además de una ficha individualizada de cada uno de ellos se realizó un levantamiento topográfico de los hallazgos, para obtener la primera planimetría general del asentamiento. Fase de excavación en ár ea. Se inició en junio de 2005 y duró hasta mayo del 2006. 20 La intervención 20 Después de que se detuvieran los trabajos arqueológicos en mayo de 2006, el presidente de Castilla-La Mancha anunciaba, el 26 de julio, la «creación de un yacimiento arqueológico en la Vega Baja de Toledo», con lo que se paralizó el proceso de urbanización. A partir de ese momento, se ha incoado expediente para declaración de BIC, aunque, curiosamente, el ámbito declarado abarca, tan sólo, el espacio del Proyecto de Urbanización. Deja fuera los terrenos de la antigua Fábrica

consistió primero en la excavación manual de los restos del nivel superficial dejado tras el desbroce. A esta excavación se la denominó, de forma genérica, Nivel I. Alcanzaron un total de 53.270 m2, de los que 24.606 m2 correspondían sólo al Vial 1.21 Para realizarla se trazó un doble sistema de retícula con diferente orientación, formada por cuadrículas de 25 × 25 m que cubrían por completo toda la zona de la intervención y que podía ser ampliada a otras zonas anexas22 (Fig. 3). Por su parte, los trabajos de excavación, entre los diferentes viales y parcelas, de los recintos y unidades estratigráficas se desarrollaron hasta alcanzar los de Armas y de las urbanizaciones de la calle San Pedro el Verde donde, además de los restos arqueológicos de una villa romana, se encuentran las estructuras del palacio real y de la basílica de San Pedro y San Pablo. En la actualidad hay un nuevo proyecto arqueológico auspiciado por la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha. 21 Los 24.626 m2 que se han excavado del Nivel I en el Vial 1 se realizaron de forma simultánea a la excavación por UU.EE en el Vial 6 y las diferentes zonas de los Viales 1, 5 y 12. También, se llevaron a cabo los seguimientos de obra, entre los que cabe destacar, la ejecución de la zanja del colector en los viales 1 y 6, autorizada por la Dirección General de Patrimonio y Museos de la Consejería de Cultura. 22 En total, se han replanteado 325 en la zona septentrional y 263 en la meridional. Cada estaca que delimita las cuadrículas se numeró de forma correlativa, además de obtener sus coordenadas UTM. De igual forma, a cada cuadrícula se identificó mediante un número, también correlativo. Este sistema sirvió sólo en la fase del Nivel I para controlar el avance de la excavación y, en la fase siguiente, para establecer los ejes de dibujo y permitir orientar , de forma similar , los hallazgos de todas las zonas intervenidas (parcelas y viales).

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22.789 m2. Sólo se completaron en el Vial 6 (3.540 m2) ya que el resto se abandonaron en pleno proceso de excavación: Vial 5, 2.252 m 2; Vial 12, 2.279 m 2; y Vial 1, 15.000 m 2, éste último distribuido en diferentes áreas. En ésta fase se excavaron, de forma individualizada, cada una de las unidades estratigráficas que colmatan los espacios identificados: recintos, habitaciones, zonas de paso, agujeros de expolio, tumbas, etc. (Harris, 1991; Carandini, 1997). Para llevarlo a cabo, se tuvo que crear un sistema de registro de campo similar para todas las áreas de excavación (viales o parcelas). Se emplearon dos listados y una ficha de excavación individualizada por U.E. En cada zona se aplicó una numeración independiente, pero correlativa entre sí, tanto para las UU.EE. (listados de unidades constructivas y sedimentarias), bolsas, números de inventario, 23 recintos, etc. Ejemplo: Vial 1 (0-9.999), Parcela C1 (10.000 a 10.999), etc. Este sistema impidió duplicar los números de cada una de ellas.24 En los listados de bolsas, se registraron, de forma correlativa, las bolsas del material, incluyendo el número, la unidad o nivel de procedencia, cota, día, etc. En los listados de unidades estratigráficas se identificaban las unidades localizadas en el transcurso de la excavación. Se recogía de cada una el número, tipo, cota inicial y final, posición, correlación estratigráfica, plano de dibujo de referencia y día. Por último, se desarrollaron varias fichas de excavación individual para las unidades estratigráficas sedimentarias, enterramientos, estructuras de tipo Hoya, etc., que eran la base del registro. Lejos de ser fichas cerradas, se incorporaron nuevos apartados a medida que avanzó la intervención, aunque manteniendo los establecidos con anterioridad. Estos planteamientos metodológicos trataron de abordar y respetar la secuencia integral del yacimiento, sin despreciar ninguna de las fases de ocupación, como pedían diversos investigadores para yacimientos de este tipo (Alba, 2003: 298). Una de las más ingentes tareas que exigió esta fase fue la realización de la documentación gráfica (dibujo y fotografía) de la superficie excavada. Se realizaron unos 4.500 planos A3 a escala 1/40, que fueron digitalizados tanto en Corel Draw-12 como en Autocad 2006, mientras que las fotografías digitales superan las 60.000. La excavación manual del Nivel I general sirvió para retirar por completo el nivel de tierra vegetal y

cualquier intrusión moderno-contemporánea (siglos XIX y XX), hasta alcanzar los derrumbes del último nivel de ocupación. Las plantas obtenidas de los edificios en esta fase mostraban todas las estructuras sin clarificar su cronología, debido a que la sucesión de suelos y reformas ocultaban su traza original sin permitir observarla. Esta fase de la intervención sólo permitió analizar la orientación de los recintos y determinar la existencia de diferencias de orientación apreciables entre ellos. A partir de esta cota y una vez dibujados, numera dos y descritos todos los restos y unidades sedimenta rias y constructivas, se procedió a excavar por UU.EE25 cada uno de los recintos, calles, basureros, etc., hasta alcanzar el primer nivel de suelo de cada espacio identificado. Una vez aislado el primer nivel de suelo de una habitación se trató de localizar esa misma fase de ocupación en los recintos adyacentes. El obje tivo básico de este proceso de excavación fue aislar en cada espacio (habitación-recinto, etc.) delimitado por más de un muro, cada una de las fases de ocupación, sin contaminar con el material procedente de otras fa ses. Por este motivo, en muchos recintos sólo se al canzó el nivel de ocupación perteneciente a una fase emiral. Este sistema garantizó documentar el proceso de abandono de los edificios. Se observó que muchos de ellos dejaban de utilizar habitaciones mediante el tapiado de las puertas y la subida consecuente del ni vel de suelo en las todavía utilizadas, lo que propició, casi con total seguridad, un cambio de funcionalidad de los espacios analizados. Podemos asegurar que cada edificio y, dentro de ellos, cada recinto tuvo una evolución diferente entre los siglos VII y IX. Gracias a este método, se observó que el asentamiento no se abandonó de forma brusca, ni fue arrasado tras el 71 1. Al contrario, mostraba que se abandonó de forma paulatina, sin «ninguna ruptura topográfica o estratigrá fica» como sucede en el Tolmo de Minateda (Gutiérrez et alii, 2003: 121). Este proceso se ha sido interpretado como una continuidad de los espacios urbanos tras la invasión (Manzano, 2006: 43 -44), bien por pactos como parece suceder con Teodomiro (Collins, 1989: 44) o por conquista, como parece ocurrir en las ciuda des más importantes del reino, como Mérida, Cór doba, Sevilla, Cartagena y , obviamente, en la capital. Este proceso de excavación permitió también identifi car la configuración final de los edificios antes del

23 Material que por su importancia requiere un análisis individualizado: monedas, capiteles, columnas, etc. 24 En la actualidad se ha informatizado toda esta información mediante listados desarrollados en Excel como paso previo a la creación de una base de datos.

25 En un primer momento se vaciaron las zanjas de las canalizaciones realizadas en las décadas de los 50-60. Su vaciado permitió acceder a la estratigrafía completa de amplias zonas del asentamiento y observar los múltiples niveles de uso de los edificios, en concreto los situados en el Vial 5.

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abandono del asentamiento, pero no acceder a las fases más antiguas. Por este motivo, a excepción de algunos casos como en las termas, no se ha logrado determinar todavía la funcionalidad de la mayor parte de los edificios detectados. Respecto a la cronología, en algún edificio aislado, como en el situado en el Vial 5 abandonado desde un momento muy antiguo, se ha logrado alcanzar, de forma parcial, los niveles originales del edificio (nº 11, fig. 3). Gracias al estudio del material recuperado se ha determinado que tiene un origen claramente visigodo (siglos VII-VIII. Fig. 23). La reutilización en época emiral de algunas de las habitaciones de este edificio ha permitido situar el arco cronológico de gran parte de los edificios de la Vega, entre el siglo VI y el inicio del IX (Fig. 24). A ambos habría que añadir la fase tardorromana detectada en varios recintos: como en las termas 2 (siglos IV-V) de la parcela C1 o en el horno de la zona de producción (siglo III. Fig. 3). Ésta secuencia se intentó aislar con métodos de datación absoluta, con fechas de C-14 aportadas por el Laboratorio BETA26 y arqueomagnetismo.27 Con ambos sistemas se han datado el citado edificio del Vial 5, las dos termas y un horno localizado en el área de producción. Fase de estudio de materiales. Los trabajos se ini ciaron en agosto de 2005, aunque, se iniciaron de forma sistemática a lo lar go de 2006. 28 Para desarrollarlo se crearon fichas de catalogación de los dife rentes materiales analizados. Entre los resultados de estos análisis, aún en proceso, se puede avanzar la clasificación completa de la colección numismática recuperada y de una parte interesante de la cerámica emiral (Gómez y Rojas, en prensa; García Ler ga et alii, 2007: 115-138). 5. EL YACIMIENTO DE LA VEGA BAJA La llanura de la Vega Baja, junto al conjunto lúdico del circo romano, fue elegida por la monarquía visigoda para erigir un gran complejo real, tras la elección de Toletum como la sede regia a mediados del siglo VI. Sin embargo esta zona de la ciudad no es-

Dirigido por el Dr. Darden Hood (Miami, U.S.A.). Realizado por parte de Gianluca Catanzariti, dentro del proyecto AARCH (Archeological Aplication for de Rescue the Cultural Heritage), dirigido por Mª Luisa Fonsete López (Facultad de Ciencias Físicas. Laboratorio de Palomagnetismo y Arqueomagnetismo. Universidad Complutense de Madrid). 28 Estos trabajos se llevaron a cabo bajo la dirección del Dr. Manuel Retuerce. 26 27

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taba vacía de construcciones, pues contenía elementos de la ocupación romana. Hemos llegado a estas conclusiones tras el descu brimiento de cerámicas altoimperiales (siglo I d. C.) y de construcciones de los siglos III al V, que, lejos de pertenecer a un grupo de villas dispersas 29 (Velázquez y Ripoll, 2000: 534), parecen mostrar que el suburbium romano tenía unas características urbanas muy desarrolladas, que fueron parcialmente reutilizadas en el asentamiento visigodo. El resultado, tal y como muestran las planimetrías realizadas, es un yacimiento urbano, denso y complejo, or ganizado a partir de una serie de calles, en el que existen áreas con funciones específicas. Se han identificado áreas de producción 30 y necrópolis, bien diferenciadas de las zonas residen ciales, en las diferentes fases que tuvo (Figs. 3 y 10). El área de producción está integrada por un gran número de áreas de extracción de arcillas de cronología romana, visigoda y emiral, lo que parece indicar que era una zona en explotación desde época romana (Fig. 3 y 14). En ella se documentó el fondo de una pila o balsa, fabricada en opus camenticium, con un cuarto bocel en los laterales, junto a un horno (UC 30023-nº 1, fig. 3) fechado por arqueomagnetismo entre el 115 y el 415.31 Otra zona específica detectada es un área de necrópolis islámica, con hasta ahora 68 tumbas identificadas, localizada en el Vial 12. Está situada entre los caminos 17, 18 y 23, en un espacio en el que los edificios de cronología visigoda aparecen muy desmontados (Figs. 3 y 11). Podría estar relacionada con el hábitat islámico emiral de la Vega, al estar muy alejada del núcleo de la maqbara principal situada en los alrededores de la puerta de Bisagra y el circo. Ambas tienen una tipología de tumbas similares, por lo que podría fecharse en torno a los siglos VIII al XI (de Juan, 1987; Maquedano et alii, 2002: 19-51). De momento, no se ha localizado una zona simi lar para los enterramientos cristianos (visigodos o tardorromanos). Estas, un total de 29, aparecen por toda la zona excavada sin una localización específica

29 Al ser sólo el inicio de los trabajos en el yacimiento, las conclusiones que podemos indicar son preliminares. Podrían evolucionar a medida que la excavación del asentamiento se desarrolle en mayor profundidad. 30 La existencia de agujeros de extracción de arcillas bajo algunos de los edificios de cronología visigoda (campaña de 2004, Vial 6-2006) parece indicar que la llanura se utilizó de forma generalizada como zona de acopio de este material en un momento anterior a la construcción de los edificios. 31 Gianluca Catanzariti, Universidad Complutense de Madrid. Proyecto AARCH (Archeological Aplication for de Rescue the Cultural Heritage), dirigida por Mª Luisa Fonsete López.

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Fig. 10. Superposición de calles y zonas de paso detectadas en la intervención.

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Fig. 11. Vial 6. Trazado de calles superpuestas. Nº 22-Vado (izquierda) y nº 28 camino (derecha).

(Figs. 21 y 22). Son tumbas aisladas o en pequeños agrupaciones de no más de tres (nº 30 y 32-Fig. 21), dispuestas en fosa simple, 32 delimitadas por tejas, piedras o ladrillos, y con orientaciones variadas. En algún caso se conserva parte de la cubierta de lajas. Aunque generalmente aparecen en áreas no destina das a servir de hábitat, se han detectado varias agru paciones en el interior de algunos edificios. Además de las del solar de la clínica FREMAP , en la calle S. Pedro el Verde (nº 35-Fig. 21), también se locali zaron cuatro dispuestas alrededor a una habitación en el Vial 5 (nº 38-Fig. 21). Destacan los ocho enterra mientos infantiles (nº 32, 34, 37, 41, 42, 43, 44 y 46, fig. 21) localizados en el interior de las habitaciones y asociados a niveles de suelo. Generalmente son tumbas de ladrillos paralelos al muro, cerca de los rincones y señaladas por ladrillos o tejas. Todas son individuales, menos una que contenía dos individuos enterrados en dos momentos diferentes. De cronoló gica bajomedieval en fosa simple, se han localizado sólo en el entorno del gran edificio detectado en San

Pedro Verde 25 y en una habitación del mismo, asociado a la ermita medieval (Figs. 5, 6 y 21). Las calles o zonas de paso parecen ser los ejes de ordenación del espacio y distribución de los edificios. La excavación ha localizado trece de estas vías, 33 organizadas en tres retículas diacrónicas, aunque en algunos casos parece que llega a haber coexistencias (Figs. 3 y 10). Un elemento destacado e s que muchas presentan reparaciones y nuevos lechos superpuesto s, lo que parece evidenciar la existencia de un poder po lítico interesado en mantener las vías públicas en buen estado. Los dos momentos más antiguos tienen un sistema constructivo similar y muestran una selección en la materia prima empleada. Son vías d elimitadas por grandes calzos laterales (cantos de cuarcita), entre los que se dispone un suelo de cantos y gravas de cuarcita de pequeño tamaño y bien trabadas entre sí. La retícula más antigua tiene una orientación noreste-suroeste, prácticamente similar a la mantenida por el circo romano. A partir de esta retícula de calles, formada por las vías nº 17, 18, 19, 20, 21 y 22

32 Se han localizado fragmentos de sarcófagos decorados con figuras antropomorfas, reutilizados en los muros.

33 El más moderno es el nº 29, un camino de tierra que va hacia la Fábrica de Armas de Carlos III (fig.10).

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Fig. 12. Vial 12 - Parcela C 1. Calle nº 23 y edificios construidos de forma contemporánea.

(Fig. 10), aparecen grandes edificios construidos de forma ortogonal (Figs. 3 y 13). Podría haber una cierta jerarquía entre ellas. Destaca la gran calzada nº 17 (UC 20001-20002) con una anchura de 6 m, la mayor de todas las detectadas hasta el momento. La importancia de la vía parece atestiguarlo el gran tamaño de los calzos laterales. Su orientación parece indicar que comunicaba el complejo palatino con la basílica de Santa Leocadia y con la urbs. La posición estratigráfica del extremo noroeste (nº 26) muestra que su trazado se extendió y se mantuvo en uso muy reformado hasta un momento muy posterior al año 711. La calle nº 18 (UC 20057), perpendicular a la anterior y de tan sólo 3 m de anchura, presentaba las marcas dejadas por las ruedas de los carros. La única que tiene un sistema constructivo diferente es la nº 22 (UC 3079) localizada en el Vial 6 (Figs. 3 y 11). Tiene una anchura de entre 3 y 4 m, con una curva pronunciada, y está construida mediante un cajeado excavado en las arcillas de casi un metro de profundidad que se rellenó con cantos de cuarcita de un tamaño medio de entre 15 y 25 cm. Al igual que las demás, en el lateral

noreste presentaba una serie de calzos laterales bien asentados. La ejecución, con esa potente cimentación de cantos rodados, parece responder a la finalidad de tener un buen drenaje en esa zona de vaguada para salvar la pequeña corriente de agua localizada en este sector del asentamiento (Fig. 2). La segunda retícula detectada está formada por las vías nº 23 (UC 121), 24 (US 10031) y 25 (UC 724). Están orientadas en sentido norte-sur o esteoeste aunque este nuevo trazado conecta y reaprovecha las calles anteriores mediante intersecciones como los detectadas entre la calles nº 23, 18 y 19. Destaca la calle nº 25 que presenta un buzamiento de más de 2 m hacia el río, como el que todavía mantienen las calles actuales. Este nuevo trazado conserva la misma orientación que el gran edificio detectado en San Pedro Verde, 25 (Basílica de San Pedro y San Pablo. Figs. 3 y 10), por lo que no se puede descartar que, en la primera mitad del siglo VII, se produjera una reurbanización de forma paralela a la construcción de los grandes edificios de la sedes regia (Figs. 10, 12 y 13).

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Fig. 13. Diferencia de orientación entre los edificios detectados en las Zonas B-T1 Inferior y C-T1 Superior. (Viales 5, 12 y la Parcela C1)

De un momento claramente posterior son las vías nº 26 (UC 121), 27 (UC 614) y 28 (UC 3009), debido a la superposición que presentan sobre los muros y rellenos de la ocupación visigoda. En el momento de su construcción, el asentamiento debía encontrarse en una fase de abandono y expolio muy avanzado. Esta situación parece dar a entender que son caminos que conectan distintos puntos de un hábitat más disperso que el de las otras fases precedentes. Tienen un sistema constructivo diferente a las anteriores vías. En el caso de la nº 26, se construye mediante ripio de tejas y piedras, no seleccionadas y amontonadas sin orden, entre dos filas de pequeños calzos sobreelevados respecto a los ci mientos (Fig. 10 y 18, nº 26). Las nº 28 y 29 apenas tienen unos centímetros de espesor y están realizadas mediante cantos y piedras de pequeño tamaño. Ninguna presenta reparaciones o niveles de pavimento super puestos. Otra característica que comparten es que parecen mantener o reaprovechar parte del trazado de algunas de las calles anteriores, como la nº 26 respecto a la nº 17, o la nº 28 respecto al vado nº 22 (Figs. 10 y 1 1). Sólo el camino nº 27 parece corresponder a un trazado de nueva construcción. Las edificaciones asociadas a estos caminos, son de una entidad inferior a las de los

dos momentos anteriores. Es interesante destacar la posición estratigráfica del nº 26, posterior al gran agujero de expolio asociado al complejo del pretorio y de S. Pedro y S. Pablo (Figs. 3, 10 y 18). Este dato parece indicar que puede tener una cronología tardía, posible mente bajomedieval, asociado, tal vez, al uso de la ermita de San Pedro el Verde. Respecto a los sistemas constructivos, debido a lo inicial de los trabajos,34 todavía no se pueden determinar las características específicas de cada una de las fases culturales existentes en el yacimiento. De forma general, se puede indicar que la mayoría de los muros de carga aparecen levantados a partir de fosas de fun34 Los resultados obtenidos en el Nivel I sólo han servido para localizar en extensión los restos estructurales que integran el asentamiento. Es una extensa estratigrafía horizontal en la que se perciben las estructuras arqueológicas de todas las fases constructivas y culturales que tenido el asentamiento en un solo plano. Por esta razón sólo la excavación por UU.EE, pudo determinar que la potencia del asentamiento supera en muchos puntos el metro y medio. El grado de arrasamiento del asentamiento es mucho menor del que se suponía en un principio. En algunos puntos, especialmente entre el Vial 1 y el Vial 12, pasando por el Vial 5, se han detectado recintos que superan ampliamente el 1,50-2,00 m de potencia.

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Fig. 14. Hipótesis con las diferentes zonas edificadas.

dación más o menos profundas. Se trata de zócalos de mampostería ordinaria careada, procedentes o no de canteras, organizada en doble paramento, con ripio de tejas o piedras y trabado con barro (Figs. 15 y 16). No aparecen ordenados en cajones y tienen una anchura de entre 0,50 y 0,80 m, aunque los muros de gran tamaño se reservan para los edificios de mayor porte.

Parece existir un estrechamiento de los mismos en las fases más tardías (emiral). 35 Los muros asociados a las reformas, como tabiques, en muchos casos se le35 Este tipo de muro se observa en edificios construidos en áreas marginales o en la reutilización de edificios de cronología visigoda.

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vantan directamente sobre los niveles de suelo, sin ejecución de fosas de cimentación. Sobre los zócalos de mampostería se disponían cuerpos de tapial. Aunque no se han conservado muchos ejemplos, podemos indicar que algunas de las paredes interiores se cubrían con revocos de cal de mejor o peor calidad, aplicados sobre una capa-base de limos decantados. Las puertas de las habitaciones aparecen en cualquiera de los lados de los recintos y varían en tamaño. Algunos umbrales están realizados con tejas (completas o fragmentadas), ladrillos o pequeñas piedras, que, en algunos casos, muestran la existencia de una o dos quicialeras. No se han identificado, de momento, huecos de ventanas, o arranques de escaleras, pero sí hay indicios de la existencia de segundos pisos. Gran parte de los recintos de las Zonas B, C y E (Fig. 14) se han construido de esta forma. Un elemento interesante para identificar la adscripción cronológica de algunos edificios es la presencia, en los zócalos, de materiales procedentes del expolio de edificios romanos o visigodos, o ambos, según la cronología del recinto. Se han documentado

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sillares, dinteles, bloques de caliza, fragmentos de columnas, cimacios, etc., en los cimientos. Otro elemento que parece servir como referencia cronológica, es la existencia en los muros más tardíos (tardovisigodos-emirales) de una mayor cantidad de ripios: fragmentos de teja y ladrillos, e incluso cerámica. Sólo en algunos edificios o recintos específicos se han podido apreciar diferencias constructivas entre las diversas fases culturales. Los de cronología romana, como un gran edificio detectado en el extremo norte de la excavación (Fig. 3, nº 3), están formados por grandes muros y recintos de planta rectangular o cuadrada. Los muros están construidos mediante mampostería careada, de bloques de gneis procedente de una misma cantera, sin apenas ripio interior, muy bien trabada con barro y una anchura de 0,85 m. Otros muros de esta cronología están construidos mediante tapial, con una doble fila de cantos de río en la base de ambos paramentos. También de cronología romana, se han detectado sillares alineados y suelos de « opus caementicium», aunque muy arrasados.

Fig. 15. Zona B3. Recintos rectangulares de tres edificios diferentes, organizados a partir de un área abierta o patio. A la derecha aparece la gran alberca construida con opus caementicium.

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Fig. 16. Zona B4. Nave rectangular con múltiples sistemas constructivos y fases de ocupación superpuestas.

Los muros trabados con mortero de cal, de cronología visigoda, parecen estar reservados a edificios de cierta importancia, como las basílicas de Santa Leocadia y San Pedro y San Pablo (Fig. 3 y 14, nº 4), ambas fechadas en el VII (Palol, 1990: 787-832). En ambos casos los muros superan el metro de anchura y presentan sillares en las esquinas, como es característico de la edilicia paleocristiana y visigoda. Los contrafuertes sólo aparecen en Santa Leocadia. En la excavación sólo se han detectado muros de este tipo en el

entorno del complejo palatino, incluidas las termas 1, fechado su abandono por arqueomagnetismo entre el 488-63236 y en un edificio hallado en el Vial 5 e integrado dentro de un complejo de edificios de grandes dimensiones (Fig. 3 y 17, nº 1 1). Por último, destaca

36 Gianluca Catanzariti, U.niversidad Complutense de Madrid. Facultad de Físicas. Proyecto AARCH (Archeological Aplication for de Rescue the Cultural Heritage), dirigido por Mª Luisa Fonsete López.

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una pequeña muralla o muro de 1,10 m de anchura, con una puerta de casi 3 m en su extremo noreste (Fig. 3 y 18, nº 5 y 6), construida mediante sillares dispuestos de forma vertical trabados con cal, quizás, muralla y puerta, asociadas al complejo palatino, aunque ambas aparecieron muy expoliadas. En los edificios que responden a una finalidad específica, como puede ser el almacenamiento o transporte de agua, se emplea opus camenticium y signinum, con el empleo de fragmentos de teja de color muy rojizo. En el rincón de una zona abierta o patio se ha documentado una balsa de elaboración de este opus de época visigoda (Figs. 13 y 15). Los edificios hidráulicos están construidos de esta forma: cisternas/albercas (Fig. 3, 14 y 15, nº 12), canalizaciones, piscinas de las termas 1 y 2 (Fig. 3, nº 2 y 7). Las cubiertas son de tejas curvas de gran tamaño con digitaciones en la cara convexa. En bastantes recintos se han documentado un gran número de derrumbes con este material. El volumen de tégulas documentadas en ellos, de momento, es insignificante. Los suelos son muy variados: mortero de cal, empedrados, de arcilla compactada, de opus caementicium,37 de baldosas, etc. Además de estos suelos artificiales, se han identificado numerosos niveles de uso, formados por el «pisoteo» continuado de un determinado espa cio. El suelo de cada habitación parece responder al tipo de actividad al que está destinado el recinto y la importancia del edificio. Los suelos más complejos (lechadas de cal, etc.), parecen predominar en las fases iniciales y en los edificios más importantes como su cede en el edificio de San Pedro Verde 25 (Fig. 8) o en los recintos de los grandes edificios localizados en la Zonas B y C (Fig. 4). Los suelos de cantos parecen asociados a espacios abiertos, como patios, calles, zonas de paso, etc., mientras que los de arcilla compactada son los más abundantes. Se han identificado en nume rosos recintos, incluso en aquellas habitaciones de las grandes naves rectangulares asociadas a edificios de cierto porte. No se han detectado indicios que permitan determinar que sobre la arcilla se hubiesen colocado algún tipo de baldosa. Los suelos de baldosas o tejas se han identificado en recintos tardíos, al reaprovechar ladrillos para construir pequeños suelos irregulares que, en cualquier caso, no llegan a desarrollarse por toda la superficie del recinto, por lo que parece probable que se reservaran a sitios destinados a actividades que re quirieran una superficie de este tipo.

Otras estructuras que configuran la vida cotidiana del asentamiento son hogares, silos y bancos o posi bles alacenas. Los primeros son muy variados, se si túan en el centro de las habitaciones o adosados a las paredes y, en menor medida, en los rincones. Los más sencillos son de una sola lechada de arcilla dispuesta sobre el nivel de suelo, con un pequeño paravientos de trozos de teja o ladrillo. Los más complejos están for mados por elementos artificiales, que usan como material refractario ladrillos y/o tejas. Se han documentado dispuestos en plantas circulares, rectangulares o cua dradas, colocados directamente sobre el suelo. Los más complejos aparecen delimitados por ladrillos de adobe y en plataformas ligeramente elevadas sobre el piso (Fig. 25, Fase III). Los silos/hoyas se han identificado asociados a momentos tardíos excavados en cualquier zona de los recintos. Se han localizado, en mayor número, en la zona norte del Vial 1, donde, en alguna habitación, existen hasta cinco estructuras de este tipo (Fig. 16). Respecto a las alacenas o poyos son estruc turas de planta cuadrada o semicircular dispuesta en los rincones de los recintos. También se ha documen tado algún horno de pequeñas dimensiones en el inte rior de las habitaciones (Fig. 16). La cercanía del Tajo podría hacer pensar que la mayor parte del agua que se consumía en esta parte de la ciudad provendría del río, si bien, todavía no se ha encontrado ninguna evidencia que confirme esta posibilidad. Se han localizado varios pozos y una alberca o cisterna (Figs. 12 y 15). Respecto a las aguas sucias, se han documentado algunas atarjeas o cana lizaciones, aunque de momento no han aparecido integradas en una red de alcantarillado general. El único sistema de vaciado documentado es el de las termas 1, formado por una pieza de cerámica cilín drica integrada de obra, en el muro de la bañera y que da a un canal de desagüe. El grado de expolio del recinto impidió determinar cómo funcionaba el resto del sistema (Fig. 25). Un aspecto interesante que se ha documentado son los procesos de expolio, similares a los ya detectados en el edificio de San Pedro Verde, en 2001. Es una práctica habitual y común desde la antigüedad tardía. En la Vega Baja se han detectado dos grandes fases de expolio, una practicada por la población visigoda y otra, más evidente, desde época tardovisigoda hasta el siglo XVIII. En esta última, la Vega ha servido de cantera de elementos constructivos: 38 mampostería/silla-

37 Se han identificado suelos de argamasa de cronología romana. Al igual que los zócalos de mampostería, se observa que fueron expoliados en fases posteriores. No se han documentado, hasta el momento, en ningún recinto tardío.

38 Además de estos expolios que nos dejan una evidencia arqueológica en forma de fosas de expolio, es obvio que con anterioridad se expoliarían otros elementos que no dejan rastro: vigas de madera, puertas, ventanas, etc.

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Fig. 17. Zona B3-Vial 5. Recinto de planta cuadrada, construido con grandes mampuestos y sillares trabados con mortero de cal. Similares a los cimientos de San Pedro el Verde, nº 25.

res, tejas, dinteles, columnas, pies derechos, piezas labradas,39 etc. para la ciudad de Toledo. Respecto a la primera y más antigua, en diferentes puntos se han detectado materiales arquitectónicos romanos reaprovechados en recintos de cronología visigoda o tardorromana, como grandes fragmentos de «opus caementicium», fustes de columnas, sillares, molduras, incluso algún elemento escultórico-antropomorfo, etc. El empleo de material recuperado de épocas anteriores aparece incluso mencionado en el Codex Theodosianus en una ley del año 397, en la que se recoge la autorización imperial de utilizar materiales constructivos procedentes del derribo de templos paganos (15-1-36), para la construcción o renovación de murallas (Roselló, 1996: 444; Arce, 1982: 74-94; Abad et alii, 2007: 173).

39 En este sentido hay que tener en cuenta que una gran parte de los relieves y piezas que se encuentran en el Museo de Santa Cruz parecen provenir de la Vega Baja (Aragoneses, 1958: 75-87).

A partir de la decadencia o abandono gradual de los edificios de cronología visigoda, este proceso de expolio se debió generalizar. En un primer momento, debió estar limitado a determinados elementos constructivos como tejas, vigas, puertas, columnas, pies derechos, etc. De esta fase se han detectado diversos acopios de tejas almacenados en algunas habitaciones. Es probable que se iniciase antes del 71 1, debido a la decadencia originada por la crisis social, política y demográfica que vive el reino entre el último cuarto del siglo VII y el inicio del siglo VIII (Zozaya, 2007: 120), si bien, es probable que este proceso se intensificara con la caída del reino. Los expolios masivos que hemos documentado en la Vega se llevaron a cabo cuando los edificios ya habían sufrido un lar go período de abandono. En muchos casos la cota de inicio de las fosas de expolio comenzaba por encima de los grandes niveles de derrumbe de los recintos que, por estar construidos en su mayoría con muros de adobes o tapial, terminaban por ocultar los zócalos y cimientos de mampostería. Gracias a esto, el expolio de pie-

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Fig. 18. Zona A3. Camino 26 superpuesto a la puerta y posible cerca o muralla y demás edificios de la Zona B4.

dras no solía afectar a los suelos y otros elementos situados junto a ellos (alacenas, hogares, recipientes, etc.), que no hubieran sido destruidos o expoliados antes de que se produjera el derrumbamiento definitivo del edificio. Los expolios más numerosos son los parciales, limitados a zonas puntuales del cimiento, mientras que los que afectan a grandes espacios de los edificios son escasos. En varios casos el expolio fue selectivo, como ocurre en la posible muralla (UC 155), en la que se dejó el ripio de la cimentación y sólo se retiraron los sillares (Fig. 18). Gran parte de estos expolios se produjeron entre los siglos VIII y IX, aunque hemos localizado algunos agujeros de tamaño medio de cronología islámica o bajomedieval cristiana (siglos XII-XV). Sólo en el entorno del Pretorio y la Basílica y en edificios determinados como el de las termas se han documentado grandes agujeros de varios centenares de metros cuadrados que han eliminado todo rastro de los edificios (Fig. 14 y 20). Lo mismo sucede en el edificio de del Vial 5 (Figs. 3, 4 y 17, nº 11) posiblemente relacionado con la búsqueda de materiales - « sillares grandes de buen edificio » (Pisa, 1976: 121) para la Real Fábrica de Armas de Carlos III (siglo XVIII), efectuada junto a la Ermita de San Pedro el Verde.

A pesar de estos expolios, desde las fases iniciales de la intervención (2001, 2004 y 2005) se observó que el grado de conservación de los edificios que integran el yacimiento era sorprendentemente bueno. En las planimetrías obtenidas, los recintos parecen agrupados entre sí, conformando edificios, y estos, a su vez, organizados en entidades superiores o complejos. En un primer momento identificamos varios de ellos: A, Palacio; B, complejos de edificios asociados pero divergentes, con habitaciones del mismo edificio que se presentaban ortogonales pero que diferían de las de los edificios colindantes; C, complejos de edificios asociados y ortogonales; D, área de producción (Figs. 3, 13 y 14). Aunque no se ha logrado acceder a los niveles fundacionales (visigodos) o anteriores (¿tardorromanos?), parece muy probable que la diferencia de orientación está motivada por fases culturales/constructivas diferentes: romana-tardorromana (siglos IIIV), visigoda (siglos VI-VIII) y emiral (siglos VIII-IX). En esta hipótesis sobre las diferentes fases culturales, los edificios más antiguos detectados parecen corresponderse con la retícula noreste-suroeste del primer momento de las calzadas (Figs. 10 y 13). Están situados sobre la plataforma T1, aunque parece que se extienden en algunos puntos por la zona inferior

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Fig. 19. Zona B1. Edificio con el gran recinto rectangular con pies derechos centrales. En primer plano sondeo, con la puerta tapiada en la fase final de uso y un nivel de suelo anterior.

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(Figs. 2 y 14). Son edificios de grandes dimensiones, con habitaciones ortogonales y distribuidas en torno a grandes espacios abiertos (¿patios?) con suelos de cantos y/o grava. La potencia de los rellenos arqueológicos asociados a este grupo de edificios es, sensiblemente, inferior al resto de las zonas. Está entre 0,50 y 1,00 m, con apenas tres suelos superpuestos por habitación, frente a los diez que se han llegado a documentar en las zonas B y E. Entre los recintos que los integran destacan grandes habitaciones rectangulares de 4 m de anchura y más de 30 m de longitud (Complejo C; figs. 10, 13 y 14). De estos edificios sólo se han excavado una nave rectangular, denominada Recintos 1 y 2 (Fig. 14, C.1) y unas pequeñas termas, posiblemente domésticas (Fig. 13, 14 y 20, Termas 2). En los primeros, la excavación no se pudo completar y sólo alcanzó el suelo más moderno. El material recuperado fue demasiado escaso como para poder obtener una adscripción cultural segura, aunque parece de filiación visigoda. La excavación de las Termas 2 ofreció unos datos más definitivos, a pesar del expolio que ha sufrido. 40 De ella, se conservaba la planta de las habitaciones y las fosas del cajeado de los muros, además de varios restos en posición primaria. Está situada a los pies de la llamada «Plataforma superior », junto a los grandes complejos con una orientación similar (Fig. 13 y 20). Se trata de un pequeño establecimiento termal doméstico, con unas dimensiones conservadas de 15,90 por 8,00 m de anchura. En su construcción se han empleado materiales latericios romanos reutilizados. Se pudo identificar la funcionalidad de seis de los recintos de las zonas caliente y fría (Fig. 20). De sur a norte, se ha identificado el prognigea, el praefurnium, el caldarium de planta cuadrada y unos 20 m 2, con una bañera por su lado oeste en un alveus absidado, el tepidarium, en el que se conservaban restos de un total de diez pilae del hipocaustum, construidas mediante ladrillos de diferente tamaño y procedencia, dispuestos en cuatro filas paralelas separadas por , tan sólo, 0,16 m. Por último, el lugar del frigidarium/apodyterium, que aparentaba haber sido una gran habitación de planta cuadrada o rectangular, unida a una estructura absidada, identificada como el sitio que debió ocupar una pequeña piscina. Esta disposición de los recintos de estas termas correspondería a un plan lineal simple, según García Entero (García-Entero, 2005: 748), en el que el bañista tiene que volver sobre sus pasos para finalizar el recorrido balneario. 40 El grado de expolio que presentaba el edificio, impidió determinar las posibles fases de reutilización y/o ampliación del complejo.

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Respecto a su cronología, este tipo de balnea experimenta un notable aumento en el siglo IV, en ambientes urbanos o periurbanos (García-Entero, 2005: 740). La posición estratigráfica del conjunto y los materiales reutilizados, mostraban también la antigüedad del complejo. Para confirmarlo, se ha empleado C-14 (Laboratorio Beta-Doctor Dr. Darden Hood), a partir de una muestra de carbón procedente de restos arbustivos, obtenida junto a las pilae en el tepidarium (UE 10.586B). Este método dio un resultado de 1620±40 BP (calibrado a 1 σ, 400 a 440 d. C.)41 que sitúa el uso todavía del edificio en un ambiente bajoimperial-tardorromano (siglo V). La cronología de los edificios con esta orientación y distribución (Zona C) presenta todavía muchas dudas, debido a que apenas se ha iniciado la excavación de los mismos. En ninguno de los recintos se han alcanzado los suelos originales y el único recinto excavado (C1-Fig. 14) presentaba un material de clara filiación visigoda (aún en estudio). Los datos extraídos de la excavación, hasta ahora, sólo nos han permitido intuir que este conjunto de edificios pudieran formar parte de una urbanización ¿anterior al siglo VII e, incluso, al VI? Los edificios están integrados en la primera orientación de la red de calles y los muros con esta orientación son reutilizados en los recintos construidos en el Complejo B, como ha demostrado la excavación del edificio B1 (Fig. 14). La antigüedad de las Termas 1 parece demostrar la existencia de una ocupación tardorromana en la zona, con un tipo de urbanismo en el que existen edificios que llegan a albergar pequeñas termas en los siglos IV y V. Como hipótesis, abierta a los resultados que ofrezcan la excavación en curso y la revisión del material recuperado hasta ahora, consideramos que es muy probable que el suburbium tardorromano, lejos de estar formado por edificios aislados y dispersos, como se pensaba hasta ahora, estuviera integrado por un espacio ordenado por diferentes vías o calles que se extendería por la Vega desde el complejo lúdico formado por el circo y el teatro. Esta ordenación del espacio, de época tardorromana, pudo ser reutilizada por la ocupación visigoda, tras ser elegida Toletum como sedes regia. A partir de ese momento, cabe pensar que se produjera un urbanismo «programado» y

41 Termas 2. MUESTRA BETA-232276. UE 10454. Edad convencional por radiocarbono: 1620+ 40 BP. Resultado 2 Sigma calibrado (95% probabilidades): 350 a 540 (Cal BP 1600-1410). Resultado 1 Sigma calibrado (68% probabilidades): 400 a 440 (Cal BP 1550-1510) y 490 a 520 (Cal BP 14601430). Intercepción de la edad por radiocarbono con la curva de calibración: 420 (Cal PB 1530). IntC a104: Calibration sigue of Radiocarbon (Volume 46, nr 2004).

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Fig. 20. Zona C. Termas Nº 2. Complejo muy arrasado y expoliado. Fotografía del caldarium, planta original e interpretación de los recintos.

dirigido por los monarcas visigodos, entre los que es posible que se encontraran algunos edificios de la Zona C. Las dudas son menores respecto a los edificios de los Complejos B y E. Presentan apreciables similitudes entre ellos, se hallan en torno al complejo pala tino y parecen organizados a partir del segundo mo mento de las calles (Figs. 10, 13 y 14). El modelo reticular de la fase anterior parece abandonarse por

otro menos ordenado pero igual de efectivo. En el nuevo modelo, los edificios aparecen como una suma de recintos, con amplios espacios abiertos o patios, agrupados pero con diver gencias apreciables entre ellos, como se ha observado en Barcino o en el Tolmo de Minateda (Bonnet y Beltrán de Heredia, 2001: 74-96; Abad Casal et alii 2007: 171-185). Aun así, perviven y se mantienen en uso las calles y edificios de la fase anterior.

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Respecto a los edificios del Complejo C, las diferencias son apreciables. Los edificios parecen aprovechar parte del trazado de algunos de los muros del momento anterior. Se trata de recintos con múltiples niveles de uso/suelo y reformas sucesivas dentro de la misma fase cultural (visigoda o emiral): puertas tapiadas, división de los espacios mediante tabiques, etc. que indican una lar ga pervivencia de los recintos, hasta su abandono definitivo. La potencia de los rellenos arqueológicos supera el metro y medio, llegando a alcanzar los dos metros. En algunos recintos se han identificado hasta diez suelos superpuestos, con claras evidencias de cambios en la funcionalidad de los es pacios (Fig. 14, E1-B1, B3). En ellos ha sido donde se han localizado las ocupaciones del emirato dependiente (Gómez y Rojas: en prensa). Aunque se han excavado diferentes áreas de este grupo de edificios, destacan los resultados obtenidos en las zonas B1, B3 y E1. En ellas se ha logrado determinar la cronología visigoda de los edificios y su reutilización en un momento emiral, cuando otros estaban ya en un proceso avanzado de abandonado. El área B1 es el rincón oriental de un edificio anexo al grupo de recintos localizados en 2004 (Figura 14, B5), con el que muy probablemente esté relacionado. Está formado por dieciséis habitaciones de planta cuadrada o rectangular comunicadas entre sí, dispuestas en la esquina sureste de un patio. Todas llegan a funcionar de forma sincrónica. 42 La presencia de una gran puerta tapiada en uno de los muros peri metrales, implica que sólo se ha localizado una parte del edificio (Fig. 19). La importancia que tiene radica en que, para su construcción, se reutilizaron muros con la misma orientación que los recintos de la Plataforma T1-Zona C, lo que evidencia que se levantó sobre edificios de una fase anterior (Fig. 13). El sistema de excavación permitió documentar el primer suelo conservado de cada uno de los recintos, aunque impidió alcanzar la fase inicial. 43 También se pudo documentar la última fase de ocupación y el proceso gradual de abandono, hasta su colapso definitivo. Hasta ahora, se han detectado tres momentos su cesivos de abandono, identificados por el tapiado de las puertas y la consecuente subida del nivel de suelo de las habitaciones que todavía funcionan y conti núan interconectadas entre si. En este abandono gra42 Recintos: 10.016, 10.017, 10.019, 10.020, 10.021, 10.022, 10.023, 10.026, 10.034 (A y B), 10.039, 10.040, 10.041, 10.042, 10.046. 43 El vaciado de las fosas de expolio de los muros permitió observar que la potencia arqueológica superaba los 2 m, con hasta seis suelos superpuestos, de los cuales sólo se ha excavado el primero de ellos.

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dual llegan a convivir , de forma sincrónica, habita ciones todavía en uso con otras ya cerradas y sometidas a acciones de expolio de los materiales constructivos (tejas, pilares, maderas, etc.). En los tres momentos el patio desde el que accede al edificio se mantiene abierto hasta la última fase como área de distribución de las habitaciones que la rodean. El inicio del abandono, por el material detectado en el suelo más antiguo documentado, se debe producir a finales del siglo VII o principios del VIII. Desde el punto de vista estratigráfico, la presencia de un ba surero de época emiral que corta todos los rellenos procedentes del colapso y derrumbe definitivo de las habitaciones y las fosas de expolio, implica que el edificio estaba completamente abandonado a finales del siglo VIII o principios del IX (Gómez y Rojas: en prensa). Entre las habitaciones destaca una gran nave rec tangular (R-10134A-B) de 7,2 m de anchura por 18 m de longitud, dividida en dos recintos en un mo mento posterior (Figs. 14 y 19). A ella se accedía desde el patio a través de varias puertas alineadas en sentido noreste suroeste. La puerta del patio, de más de dos metros, daba paso a un zaguán en el que se han documentado la cimentación de dos pilares ado sados al muro noroeste. Desde el zaguán, por una puerta de 1,40 m de anchura, alineada con la anterior, se accedía a una nueva habitación interpuesta, que actuaba como distribuidor , ya que en ella se abren otras dos puertas. Por la situada en el lado noreste, también de 1,40 m de luz, se accedía a la gran nave rectangular. Su configuración en el último momento de ocupación, presentaba cinco pies derechos centrales y varios pilares laterales, cuya función sería so portar las vigas de jácena de un posible forjado sobre el que se levantaría una planta superior (Figs. 14 y 19). En su interior debía haber alguna estructura construida mediante ladrillos trabados con mortero de cal. Su configuración invita a pensar que en esta última fase de uso pudo ser un recinto destinado a alguna actividad pública. No podemos determinar la función original y distribución, debido a que no se ha finalizado la excavación de los recintos. Como re ferencia, sólo podemos indicar que un edificio exca vado en el Tolmo de Minateda (Hellín, Albacete), con una configuración similar y asociado a la basí lica, se ha interpretado como parte del palatium episcopal (Gamo, 2006: 232; Abad et alii 2007: 173). Estos últimos relacionan el palatium de Eio con otros conjuntos similares localizados en Barcino, Falperra y los existentes en Emerita Augusta, como el edificio central de Morería, aunque situado en un momento emiral, y el templo de Diana.

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Fig. 22. Vial 6. Enterramiento nº 30 (mujer y recién nacido).

Fig. 21. Enterramientos detectados en la Vega Baja.

El segundo grupo de recintos que se excavaron del Complejo de Edificios B, fue la zona denominada como B3 en el Vial 5. En esta zona se intervino en un total de 27 recintos integrados en tres edificios diferentes, relacionados con un espacio abierto (patio). En el rincón noroeste de este posible patio se localizó el edificio de grandes muros de mampostería y sillares, trabados con argamasa (Figs. 13 y 17). La excavación de cinco de los recintos: R-1, 1A, 2A, 18 y 22, permitió situar la fase de ocupación más antigua (visigoda) y más moderna (emiral), localizadas en un mismo edificio (Figs. 14, 15, 23 y 24). Las tres primeras habitaciones (1, 1A, 2A) eran en origen una sola estancia rectangular de 25 m de longitud por 3,80 m de anchura, denominada Recinto 2. A ella se accedía desde una puerta situada en el lateral sureste. Estaba comunicada con diferentes habitaciones del lado sureste, pero no con las existentes al noroeste (Figs. 13 y 15). Antes de sufrir un aparatoso incendio, tuvo diferentes

reformas ya que se identificaron tres suelos superpuestos, el inferior y de mejor calidad de mortero de cal. Sobre este suelo se localizó el nivel de incendio/madera carbonizada. La muestra de carbón recogida de este nivel aportó una fecha por C-14 (BET A232275-UE 464), de 1550V40 BP (calibrado 1σ: 430 a 560 d. C.), 44 que indicaba la probable construcción del edificio (momento en el que se había cortado la madera) entre la segunda mitad del siglo V y la primera del VI. Tras este incendio, la habitación original sufrió una reforma muy apreciable, subdividiéndose en tres habitaciones, Recintos 1, 1A y 2A, dos comunicadas entre sí, R-1A y R-2A, y una separada, denominada R-1, con acceso independiente al exterior por el lado oriental. Después de la división sólo se documentó un nivel de suelo, sobre el que se produjo el derrumbe de la nave. El material localizado sobre el suelo creado tras la división, parece indicar que se trata de recintos

44 VIAL 5. MUESTRA BETA-232275. UE464. Edad convencional por radiocarbono: 1550+ 40 BP. Resultado 2 Sigma calibrado (95% probabilidades): 420 a 600 (Cal BP 16001410). Resultado 1 Sigma calibrado (68% probabilidades): 430 a 560 (Cal BP 1520-1390). Intercepción de la edad por radiocarbono con la curva de calibración: 540 (Cal PB 1410). IntC a104: Calibration sigue of Radiocarbon (Volume 46, nr 2004).

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Fig. 23. Zona B3-Vial 5. Cerámica de cronología visigoda (US 476-Vial 5).

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Fig. 24. Zona B3. Cerámica de cronología emiral y «felus» (US 495 Y 371).

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de hábitat privados. Se han localizado varios hogares y una alacena (R-1). Entre el material aportado destaca una llave de bronce, un molino, fauna, una cornamenta de ciervo, cerámica de cocina, una jarra trilobulada, jarritos, cántaros decorados, orzas, etc. (Fig. 23). Se trata de un material similar en manufac tura y decoración, en especial los cantaros,45 al localizado en niveles de hábitat urbanos visigodos de Mérida, fechados entre los siglos VI-VIII (Alba, 2003: 489) y que no se han detectado en las series recuperadas en sitios cercanos a Toledo como Melque (Caballero et alii, 2003: 225 y ss). En el proceso de ocupación del mismo edificio, los recintos que rodean las habitaciones R1 y 2A, por el lado sureste, ya abandonados, fueron reutilizados de forma continua hasta época emiral (R-22 y 18). Se han detectado cuatro suelos superpuestos desde el nivel de incendio. El más moderno presentaba una ocupación emiral islámica: varios jarros in situ (R-18) y cerámica similar junto a un « felus» del Emirato Dependiente, en el R-22, fechado entre los años 711-750 (García Lerga et alii, 2007: 1 15-138; Frochoso 2001: 334). Este parece ser el tramo más moderno de la ocupación islámica del suburbium que comienza a declinar a mediados del siglo VIII. La ocupación emiral parece reutilizar el hábitat preexistente, por lo que no debió desarrollar ningún nuevo modelo de urbanismo. Sólo se ha detectado la construcción de nuevos edificios superpuestos a los anteriores en áreas mar ginales, como al norte de la zona de producción (Fig. 3). Los recintos que forman estas nuevas casas son de menor porte, apenas tienen potencia y conservan sólo una o dos hiladas. Están construidos mediante muros de 0,50 m, con piedras reutilizadas/expoliadas de otros edificios. No aparecen tan organizados y bien estructurados como la fase anterior, aunque parecen disponer de espacios abiertos, en torno a los cuales se articulan las habitaciones de planta cuadrada o rectangular. Parecen asociados a los caminos empedrados nº 26, 27 y 28, el tercer mo mento de las vías detectadas. En los demás recintos analizados de las zonas E1, B1 y B3 (Fig. 14) se producen ocupaciones similares. La ausencia de cerámica califal en todas las series analizadas, tal y como se ha indicado en otras publicaciones, indica que durante el siglo XI, con el fin del Emirato, el yacimiento debía estar en un proceso de expolio y abandono muy avanzado (Gómez y Rojas, en prensa). Parece que la llanura de la Vega comienza 45 En este caso, su posición estratigráfica y la relación con las habitaciones reutilizadas en época emiral se pueden fechar en el siglo VII.

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a tener nuevas funciones a partir del siglo IX. Además de mantener la zona de extracción de arcillas, todavía en explotación, algunas zonas se transformaron en un uso agrario (huertas), según se deduce de los pozos y norias documentadas junto a los caminos. De igual forma otros espacios de hábitat pasaron a ser áreas de enterramiento (Fig. 13, maqbara-vial 12), a la vez que se generalizarían los procesos de expolio de los materiales constructivos. 6. CONCLUSIONES. TOLETUM, TOLETO Y TULAYTULA EN LA VEGA BAJA Aunque todavía queda una gran parte del trabajo por desarrollar, debido a que apenas se han iniciado los trabajos de excavación, los resultados muestran que los restos hallados en la Vega Baja forman parte del suburbium de la capital del reino Visigodo (siglos VI-VIII). Tal y como las fuentes escritas indicaban, es taba situado «… apud urben Toletanam…», en la llanura de más de 40 hectáreas existente al norte del casco histórico, entre las grandes construcciones ro manas (Circo y Teatro) y el río Tajo. Se ha descubierto y documentado un ingente número de elementos mue bles e inmuebles adscritos a cuatro fases culturales: romana, visigoda, islámica (emiral) y bajomedieval. De momento, no se han detectado estructuras o contextos de cronología prehistórica y los elementos de cronología califal son escasos y limitados a materiales descontextualizados (nivel superficial) y tal vez a la maqbara del vial 12. De cronología bajomedieval sí hay locali zados recintos y diferentes contextos. Sobre las carac terísticas de cada una de estas fases de ocupación, el estado tan inicial de la investigación sólo permite indicar algunos rasgos de la distribución de los edificios, sistemas constructivos, tipos de materiales empleados, cronología, etc. Sin embar go, el nulo conocimiento que se tiene de la capital del reino visigodo nos ha animado a plantear algunas hipótesis que, sin duda, se ajustarán a medida que la intervención se desarrolle en los próximos años. Uno de los datos más destacados que ha aportado la intervención es la identificación de dos grandes trazados urbanos superpuestos. Los primeros análisis apuntan a que el más antiguo podría pertenecer a la reutilización por parte de la monarquía visigoda del suburbium tardorromano, mientras que el segundo estaría relacionado con un momento avanzado de la fase constructiva visigoda de la civitas regia. Tras el 711, sólo una parte de estos edificios serían reaprovechados por parte de una población cuyo repertorio material presenta elementos con claras diferencias con res-

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Fig. 25. Zona A2. Superposición de fases constructivas en torno al Complejo Termal. Nº 1

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pecto a la fase precedente y que se pueden situar en el emirato (siglos VIII-IX). Este parece ser el momento final de la ocupación de los edificios, aunque no de la utilización con otros fines del asentamiento. Toletum en la Vega Baja. Los datos parecían sugerir que, en época romana, en La Vega Baja debía existir un hábitat disperso con apenas dos o tres villas de mayor o menor importancia y con algunas necrópolis asociadas a las vías de acceso a la ciudad. El extremo sur de la llanura estaba ocupado por un gran complejo lúdico formado por el circo y el teatro (Carrobles, 2001). Sin embargo, los datos obtenidos en la excavación parecen sugerir una realidad diferente. Los elementos más antiguos detectados son diferentes tipos de fragmentos de vasijas de cerámica (T.S.H y T.S.SG) junto a alguna moneda que abarcan desde un momento altoimperial hasta el bajoimperio (García Lerga et alii, 2007: 1 15-138). Aparecen localizadas preferentemente en torno a la zona de producción y el área que se extiende al norte de la misma, aunque también aparecen en otras zonas de la excavación, como junto a la muralla (Fig. 3 y 14, nº 6). Las únicas estructuras asociadas a este material son un horno46 (Fig. 3, nº 1), una serie de piletas de opus caementicium y algunas áreas de extracción de arcillas, reutilizadas como basureros. Todas las estructuras aparecen muy arrasadas por las diferentes ocupaciones posteriores. Al norte de la zona de producción se localizó un edificio construido mediante muros de grandes dimensiones, con una técnica y orientación diferentes a las del resto de los recintos que le rodean. A pesar de que no se pudo completar la excavación, la posición estratigráfica respecto a los muros de las fases siguientes y la localización en su entorno de T.S.H, parecen sugerir que se trata de un recinto de cronología romana. La presencia de restos romanos tan antiguos en esta zona concreta del yacimiento (área de producción Zona D. Figs. 3 y 14) parece deberse a que es la única zona libre de edificios de las fases constructivas siguientes. Como hemos comentado anteriormente, las calzadas y edificios localizados sobre la Terraza + 1 del Tajo (zona C) muestran la existencia de uno de los primeros momentos que se extiende por gran parte de la Vega Baja (Figs. 2, 3 y 13). Se trata de edificios organizados en recintos ortogonales, de mayores dimensiones que

46 Esta estructura se ha fechado por arqueomagnetismo en el 261 d. C. (+154 años) por parte de Gianluca Catanzariti (Laboratorio de Paleomagnetismo y Arqueomagnetismo, Universidad Complutense de Madrid, Facultad de Ciencias Físicas).

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los de las otras zonas, con un escaso número de suelos superpuestos. Su orientación es similar a la del circo romano y parte de estos muros son reutilizados en fa ses constructivas posteriores. A esto hay que añadir la presencia de un edifico termal doméstico que podría estar relacionado con alguna de estas construcciones, fechado47 en el siglo V (1620V40 BP; calibrado a 1 σ, 400 a 440 d. C.). Otro dato que parece reforzar esta hipótesis es la reutilización de muros con esta orienta ción en la construcción de edificios de la que hemos denominado «fase visigoda» (edificio nº 9-figs. 3 y 13). En una organización urbana de este tipo, la cono cida como «villa de la Fábrica de Armas», tendría más sentido como parte de una gran « domus» integrada en este espacio urbano que como una villa aislada. La ausencia de materiales de clara filiación islámica parece indicar que no fue reutilizado tras la instauración del Emirato Dependiente, en el VIII. Estos datos sugieren que se trata del modelo urbano más antiguo, tal vez vinculado al modelo desarrollado por el suburbium de cronología tardorromana, pero edificado en la primera fase de ocupación visigoda (siglo VI). De confirmarse esta hipótesis en un futuro, el yacimiento de la Vega no sólo sería un sitio excepcional para analizar el modelo de ciudad del reino visigodo y las primeras fases de ocupación islámica de la Península, sino también para conocer estos aspectos en la transición del Mundo Antiguo a la Alta Edad Media. Toleto. Urbe Regia del Reino Visigodo. La ausencia, hasta ahora, de cualquier referencia arqueológica de los edificios que formaron la Capital del Reino, hacen del asentamiento de la Vega Baja un sitio excepcional para el conocimiento del mundo visigodo en la Península. Los datos obtenidos han permitido confirmar la creación ex novo de grandes edificios de carácter áulico en la zona más cercana al río: el Palacio Real, las basílicas de Santa Eulalia y San Pedro y San Pablo, etc., pero dentro de un nuevo modelo urbanístico que reaprovecha, parcialmente, las construcciones anteriores, en especial en lo que respecta a las vías de comunicación (diferencias entre la primera y la segunda orientación; fig. 10). El resultado es una serie de grandes complejos de edificios relacionados entre sí, pero en los que desaparece el modelo ortogonal de los es47 Las dimensiones reducidas del establecimiento, de unos 150 m2 y el sistema de itinerario retrógrado, en el que el bañista debe volver sobre sus pasos para completar el circuito, son dos características de los balnea urbanos o periurbanos. Respecto a la cronología del edificio y su abandono a principios del siglo V, encajaría dentro del proceso general observado para Hispania (García-Entero 2005: 740 y ss).

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pacios a medida que se avanza en el siglo VII. ¿Se trata, realmente del nacimiento de un modelo de ciudad medieval y del final del modelo reticular romano impuesto en desde el siglo I a. C? En este nuevo modelo, los edificios urbanos parecen presentar una clara tendencia a concentrarse en torno al espacio ocupado por el Pretorio y las basílicas, con lo que ello puede significar como modelo de organización urbana. Lejos de ser una fase «homogénea», la excavación ha permitido determinar un número apreciable de fases constructivas en todos los edificios de las Zonas A, B y E (Fig. 14). Este dato parece confirmar la existencia de pulsaciones constructivas en la capital del reino, asociadas, probablemente, a diferentes reyes. Se consideran seguras las desarrolladas por Leovigildo y Recadero, en la segunda mitad del siglo VI, o Wamba, en el VII, entre otros monarcas. A estas habría que sumar las realizadas por parte de la Iglesia católica a lo largo del siglo VII tras la conversión de Recadero (589-III Concilio de Toledo. Velázquez y Ripoll 2000: 548 y ss.). De todos los complejos, en el que se ha documentado este proceso de forma más exacta es en el del extremo noreste de la zona del Pretorio. Los datos obtenidos en las excavaciones de los años 2001 y 2003 (Fig. 4) y 2005 (V ial 1, A1 y A3; fig. 14 y 25) 48 han permitido obtener una imagen más completa de su evolución entre los siglos VI y VIII, a partir de la identificación de tres grandes fases en las que se puede ejemplificar la evolución del asentamiento en época visigoda. Una primera que abarca hasta la segunda mitad del siglo VI («hispano-visigodo inicial»), una segunda que se desarrolla hasta mediados del siglo VII («hispano-visigodo clásico») y una tercera que podría sobrepasar el 711, hasta llegar a mediados del siglo IX («hispano-visigodo final o tardo visigodo»). Fase I. Es la fase más antigua detectada (siglo VI). El complejo palaciego parece tener una pequeña área termal (Termas 1-UC 55, 75, 83, 84 y 122), de la que se conservaba parte del praefurnium, la mitad del caldarium, incluidas algunas de las pilae de la suspensura todavía in situ, los restos de una posible bañera y parte del sistema de evacuación de las aguas (Fig. 3 y Fig. 25, nº 7). Estaba excavada en el nivel de arcillas de base (445,00) y construida mediante muros de mampostería careada y sillares en las esquinas, todo

48 La excavación de esta zona, desarrollada en julio-agosto de 2005, fue una de las más complejas efectuadas en la inter vención debido al gran número de agujeros de expolio masivos existentes en la zona. Una vez aislados los rellenos intactos y vaciados, se pudo excavar por UU.EE una parte de los recintos.

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trabado con argamasa. El empleo de opus signinum, de muy buena calidad, aparecía en las áreas para contener o transportar agua. Su orientación era norestesuroeste, similar a la muralla/muro de grandes dimensiones que rodeaba el complejo por su lado sureste (Fig. 3, nº 5 y 6) y a gran parte de los muros de los complejos B y E (Fig. 14). Las termas de cronología visigoda ya se han comenzado a diferenciar , como la de la calle de Nerja, en Mérida, asociada a una residencia visigoda (¿siglo VI?) y otra posible relacionada con el palacio episcopal de Barcino (García-Entero, 2005: 741; Bonnet y Beltrán de Heredia 2001: 79 y ss). No es de extrañar que la élite política, religiosa y militar visigoda y, más aún, sus reyes, dispusieran de establecimientos de este tipo. La orientación del edificio y el tipo de sistema constructivo podrían indicar que el Pretorio debía estar construido de forma similar y con la misma orientación. Su construcción, al estar en la base de la secuencia, se tendría que situar en la segunda mitad del siglo VI, asociado al primer momento constructivo visigodo. Fase II. En esta fase el edificio termal deja de funcionar, pero el espacio que la rodea se reutiliza para levantar una serie de edificios. En concreto en la zona noreste, en la que se encontraba el agujero excavado en las arcillas (prognigea), situado junto a la boca del praefurnium y en el que se encontraban los restos de cenizas procedentes de la combustión. Las termas, aunque amortizada su función original, en ese momento se mantendrían en pie rigiendo la orientación de los nuevos edificios (noreste-suroeste). Las fechas obtenidas por arqueomagnetismo, sitúan la última actividad del horno en un período comprendido entre el 488 y 63249 (siglo VI o VII). Los nuevos muros eran de mampostería de mediano tamaño, trabados con tierra y cuerpos de tapial. Estos recintos tuvieron una lar ga duración, como prueban los cinco suelos superpuestos documentados en los recintos localizados. En algunas de estas fases, la cara interna de los muros estaba cubierta con revocos de cal de buena calidad. Fase III. Supone una gran reforma de esta zona del complejo palatino. Para la construcción del edificio detectado en San Pedro el Verde, nº 25, se debieron derribar un número indeterminado de recintos y edificios, entre ellos el complejo termal. Los grandes ci-

49 Gianluca Catanzariti, Universidad Complutense de Madrid. Proyecto AARCH (Archeological Aplication for de Rescue the Cultural Heritage), dirigida por Mª Luisa Fonsete López.

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mientos del edificio de la basílica cortan y destruyen zócalos de mampostería, con la misma orientación y sistema constructivo que los de la Fase II. La orientación que tiene este gran edificio cambia de forma radical. Pasa a ser norte-sur, frente a la noreste-suroeste de los recintos anteriores. Esta nueva orientación parece convivir con las anteriores en las zonas cercanas al palacio y, en concreto, al sur de la zona E (Fig. 14, A2). Las fuentes escritas sitúan la construcción de la basílica de S. Pedro y S. Pablo, asociada al Pretorio, en la primera mitad del siglo VII (VIII Concilio, año 658. Velázquez y Ripoll 2000: 558). En el área de las termas, situada al este de la basílica, esta gran reforma supone que todos los edificios construidos hasta entonces, incluido el complejo termal, son derribados y arrasados hasta los cimientos. A partir de la superficie nivelada o nivel de obra obtenido, se levantaron nuevos recintos con la misma orientación que el gran edificio basilical y una orien tación diametralmente diferente respecto a los edificios precedentes. Las fosas de fundación de los nuevos muros llegaron a cortar los restos del complejo termal. Los nuevos recintos están construidos mediante cimientos de mampostería trabados con barro, con sillares en las esquinas y en las jambas de las puertas. Estos sillares y los utilizados para las basas de pies derechos, con los que se levantó un porche anexo, procedían del derribo de los edificios anteriores (Fig. 25). En las nuevas habitaciones se detectaron tres suelos superpuestos (arcilla compactada y gravascantos de río), con varios hogares, algunos muy complejos, sobreelevados respecto al suelo. El edificio basilical y estas habitaciones construidas en su lado oriental eran los edificios que estaban en uso en el 711. Las nuevas habitaciones, como en el resto de los recintos analizados en la Vega Baja, no han ofrecido materiales de época califal asociados a los suelos conservados, por lo que se debieron abandonar entre los siglos VIII y IX. Tras la caída del reino, la basílica se debió mantener en pie, aunque debió ir en clara decadencia a lo lar go de los siglos posteriores. Es posible que alguna de sus estructuras sirviera para construir la ermita de San Pedro el Verde, en el siglo XII. De este edificio religioso no se ha localizado ningún muro, a excepción de los enterramientos excavados en 2001 (Fig. 6). Por último, el expolio sistemático de la zona comenzó cuando todavía estaban en pie las habitaciones de este complejo. El análisis de la estratigrafía indica que, en un primer momento, la basílica y los recintos asociados no sufrieron los expolios masivos que se documentaron al sur de las termas. Hay referencias de la obtención de materiales constructivos en el si-

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glo XVI50 (Pisa, 1976: 120-121) y, sobre todo, asociados a la construcción de la Fábrica de Espadas de Carlos III, en el siglo XVIII, en el entorno de San Pedro el Verde, como las excavaciones del 2001 y 2005 se han encargado de documentar (Fig. 25). De Toleto a Tulaytula. Según la documentación analizada hasta ahora, la ocupación emiral de la ciudad parece que no llega a generar un modelo urbanístico nuevo o alternativo al anterior. Es posible que se debiera a que el suburbio entrara en una lenta decadencia a lo largo del siglo VIII que culminara con su casi total desaparición a medidos del IX o en los albores del X. En el conjunto de las zonas excavadas se per cibe una clara continuidad en el hábitat del siglo VII, en el que se llevan a cabo notables reformas de los edificios (clausura de puertas originales con apertura de otras nuevas, erección de muros y tabiques que dividen y subdividen estancias, etc.). En definitiva, se reutilizaron una parte de los edificios ya exis tentes, a la vez que se comenzó un proceso de expo lio de los materiales constructivos de otras edifica ciones de las fases anteriores, que ya habían sido abandonadas. Los distintos enterramientos cristianos que se han encontrado dispersos por diferentes puntos del asenta miento, además de algunos elementos muebles correspondientes a esta fase, dan a entender que un alto por centaje de la población seguía siendo cristiana en el siglo VIII y que gran parte de los edificios eran ocupa dos por altos estamentos. Las cerámicas y otros ele mentos asociados a estas fases constructivas son de tradición hispano-visigoda. A este registro se incorporan nuevos elementos muy característicos (Gómez y Rojas, en prensa), incluidos los monetarios, en con creto felusses norte-africanos51 de la primera época de dominio islámico (siglo VIII). No se han detectado to davía, en las series de materiales recuperados, cerámi cas vidriadas y las formas tipo clásicas como ataifores, redomas, cazuelas, candiles y ollas de escotadura, aso-

Nos referimos a las «excavaciones» desarrolladas, en el por el canónigo de la catedral, Tomás de Borja, de nuevo «en el circuito de la ermita de San Pedr o el Verde…», donde «…se hallaron ruinas y cimientos fijos de vara y media en an cho, piedras sillar es, mármoles blancos, y debajo de tierra conductos por donde viene el agua a este sitio, y otras muchas cosas, por donde los buenos maestr os de obras han dicho ser edificios de en tiempo de los Romanos». 51 Según A. Beltrán, la moneda árabe «… se extendió por la Península de la misma vertiginosa manera que las armas del pequeño ejército musulmán, a partir de la victoria del Guadalete, el 711» y, al menos, durante una gran parte del siglo VIII, en plena ocupación islámica, conviven en el sistema económico monedas romanas, visigodas, bizantinas y árabes. 50

XVI,

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ciadas a un momento islámico más avanzado (si glos X-XI. Gómez y Rojas, en prensa). Las causas y factores que provocan el abandono definitivo del suburbium parecen ser varias e interconectadas. Estarían asociadas tanto a procesos generales que inciden en toda la Península, como a otras debidas a la particularidad de ser la capital visigoda. Un factor es el cambio de patrón de asentamiento detectado a partir de mediados del siglo VIII, al trasladarse los núcleos de población a hábitats encastillados de fácil defensa. El ejemplo más cercano en el tiempo es el de la ciudad de Recópolis y su traslado al cerro de Zorita de los Canes (Olmo, 1995: 214). Otra posible causa del abandono del suburbium es la serie de conflictos civiles (continuas revueltas o levantamientos contra el Califa o sus representantes) iniciados a partir de la segunda mitad del siglo VIII que, o bien tienen a Toledo como origen, o en las que se ve involucrado por su relevancia (Collins, 1989: 93 y ss). Tras estas guerras tribales, la dinastía Omeya «favorece una creciente islamización de la sociedad andalusí, que se refleja…en la proyección de la medina como un espacio esencialmente musulmán » (Aparicio, 1993: 31), frente al suburbium del modelo urbano anterior. El resultado final de este proceso es el abandono gradual del hábitat en la llanura y la creación de Tulaytula, a partir del siglo IX, sobre el cerro que rodea el río Tajo. Es curioso indicar que los edificios visigodos de la Vega no fueron reutilizados en los siglos siguientes, ni llamaron la atención de los cronistas árabes, pasando a ser borrosas leyendas sin ubicación fija. 7. VALORACIÓN FINAL Las hipótesis de trabajo que se han planteado en este trabajo han de ser consideradas como un punto de inicio para establecer líneas de investigación, actuación y discusión en los próximos años, no como un fin en sí mismas. Reiteramos que el conjunto de los trabajos está aún en una fase embrionaria. La excavación de los diferentes recintos y habitaciones no ha sobrepasado en muchos casos el primer nivel de suelo y en grandes zonas ni tan siquiera se han llegado a delimitar los edificios, cuyas dimensiones, además, superan cualquiera de las conocidas para edificios de este período. Por ejemplo, sólo el Complejo B sobrepasa los 20.000 m2 y es una parte ínfima del yacimiento (Fig. 14). Debido a la complejidad del asentamiento, por las continuas transformaciones y reutilizaciones que muestran las habitaciones hasta su clausura o derribo final, sólo la continuación de la excavación sistemática y ordenada de los rellenos permitirá, a lar go

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plazo, establecer las características particulares de cada una de las fases culturales que integran el asentamiento. El estudio sistemático del material recuperado en cada suelo de ocupación, junto con el empleo de métodos de datación absoluta y el análisis estratigráfico podrán permitir enlazar y relacionar las diferentes fases de ocupación y su evolución. Una vez determinada la funcionalidad de los edificios, se estará en condiciones de poder relacionarlos con los acontecimientos históricos del reino y crear un discurso histórico en el que se entrecrucen las fuentes escritas con los datos procedentes de la excavación. Es probable que, a la vista de los resultados que presentamos en este primer avance de la documentación obtenida en las excavaciones de la Vega Baja, sorprendan tanto las dimensiones del hábitat, como su organización urbanística, pero, queremos volver incidir en que todo ese espacio representa un pequeño porcentaje de lo que, en su día, debió ser el suburbium de la urbs regia visigoda.52 En este sentido, creemos que existen indicios suficientes para pensar que la mayor parte de los edificios áulicos, así como las basílicas de San Pedro y Pablo, y Santa Leocadia, ocuparían la mayor parte de la franja que corre paralela al río.53 Situación que no deja lugar a dudas sobre el importante papel que jugó esta zona de las riberas del Tajo al elegirla como ubicación de los principales edificios del reino visigodo, razón por la cual la comprensión de este período histórico hace ineludible su estudio en íntima relación con el río. Por último, indicamos que la localización y el descubrimiento del asentamiento visigodo que hemos realizado tras la fase de sondeos del año 2001 y su posterior identificación como el suburbium de época visigoda y tardorromana (Rojas, 2001: 43), ha permitido ubicar, por fin, la parte más representativa de la urbs regia visigoda en el paisaje de la ciudad de To-

52 Aún queda por analizar, desde el punto de vista arqueológico, una gran franja de terreno sin edificaciones denominada como Actuación Urbanística Vega Baja II, al noreste del área de la excavación que llega hasta el circo romano y el P AU del circo, ocupado hasta el momento por los terrenos de un antiguo camping de la ciudad (fig. 1, nº 13 y 14). 53 Dentro de esta franja se hallan las ruinas descubiertas por Palol en el Cristo de la Vega, la villa romana de la Fábrica de Armas, las grandes cimentaciones de la clínica FREMAP , etc. (fig. 1), si bien, la mayor parte de este terreno se encuentra bajo construcciones del siglo XX. En la Vega Baja, a ambas orillas del Tajo, durante las últimas décadas del siglo XX y primeros años del XXI, se han ejecutado proyectos de construcción sin ningún tipo de control arqueológico. Esta actividad ha supuesto la desaparición de un gran números de estructuras y otros elementos arqueológicos relacionados con el complejo formado por los palacios reales y la basílica de S. Pedro y S. Pablo, entre otros (fig. 14, Zona A).

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ledo. Los descubrimientos de San Pedro el Verde, nº 25 (FREMAP), y la excavación desarrollada hasta el momento han de considerase como una vía directa para el conocimiento del mundo visigodo de la sedes regia Toletanam, basado hasta ahora, en una relectura de las fuentes escritas y en restos materiales descontextualizados. BIBLIOGRAFÍA ABAD CASAL, L.; G AMO PARRAS, B.; C ÁNOVAS GUILLÉN, P. Y GUTIÉRREZ LLORET, S., 2007: El complejo episcopal de Eio (El Tolmo de Minateda, Albacete). Últimas aportaciones arqueológicas, I Jornadas de Arqueología de Castilla-La Mancha , Cuenca, 171-185. ALBA CALZADO, M., 2003: «Apuntes sobre la cerámica de época tardoantigua (visigoda) y altomedieval (emiral) en Extremadura a partir del registro arqueológico emeritense». Repertorio de arquitectura cristiana en Extr emadura: Épocas tardoantigua y altomedieval , AEspA XXIX, pp 293-332. ALBA CALZADO, M. y FEIJOO, S., 2001: Cerámica emiral de Mérida, GARB, Sitios Islámicos del Sur Peninsular, 329-376. APARICIO BASTARDO, J. A., 1993: Evolución de la topografía religiosa cristiana en la urbe toledana: las iglesias mozárabes, IV Congreso de Arqueología Medieval Española, Tomo II, 31-37. ARAGONESES, J., 1957: El primer credo epigráfico visigodo y otros restos coetáneos descubiertos en Toledo, AEA, nº 120, Madrid. — 1958: Museo arqueológico de Toledo, Guías de los Museos de España , VIII, Dirección General de Bellas Artes, 75-87. ARCE, J., 2005: Bárbaros y r omanos en Hispania , 400-507 A. D., ed. Marcial Pons, Madrid. BALIL, A., 1961-62: Mosaico con escenas portuarias halladas en Toledo, Homenaje al Profesor Cayetano de Mergelina, Murcia, 123-137. BALMASEDA MUCHARAD, L. J., 2007: En busca de las Iglesias toledanas de época visigoda, Hispania Gothorum, San Ildefonso y el r eino visigodo de Toledo, Catálogo de la exposición, Ed. Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha, 197-214. BELTRÁN, A., 1983: Historia de la moneda española , Madrid. BONNET, CH. Y BELTRÁN DE HEREDIA BECERRO, J., 2001: Origen y evolución del conjunto episcopal de Barcino: de los primeros tiempo cristianos a la época visigótica, De Barcino a Bar cinona (si-

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CONSTRUYENDO EL SIGLO VII: ARQUITECTURAS Y SISTEMAS CONSTRUCTIVOS EN EL TOLMO DE MINATEDA1 POR

SONIA GUTIÉRREZ LLORET (Universidad de Alicante)

PABLO CÁNOVAS GUILLÉN (Parque Arqueológico Tolmo de Minateda)

De Dispositione Aedificiorum partes sunt tres: dispositio, constructio, venustas. Dispositio est aereae vel solii et fundamentorum discriptio. Sobre la planificación La construcción de los edificios consta de tres momentos: la planificación, la construcción y el embellecimiento. La planificación es la delimitación del terreno, o del suelo y los cimientos» Isidoro de Sevilla Etymologiarum (XIX,9)2 RESUMEN Las distintas manifestaciones de la arquitectura del siglo VII en el Tolmo de Minateda (Hellín, Albacete) —tanto la construcción pública de naturaleza simbólica y jerárquica, como la privada de carácter doméstico— evidencian un distinto dominio de los recursos técnicos por parte de los artesanos que las realizan. De esta forma es posible establecer variantes técnicas con significado social en las «arquitecturas» del Tolmo de MiEste artículo se ha realizado en el marco del proyecto de investigación BHA 2002-02028, De Elo a Ilici. Un pr oceso de transformación cultural en el sur este de la Península Ibérica, de la DGICYT del Ministerio de Ciencia y Tecnología. Queremos dejar constancia de que este trabajo no hubiera podido desarrollarse sin la colaboración fundamental de Julia Sarabia Bautista y de Víctor Cañavate Castejón, miembros del equipo de investigación del «Proyecto Tolmo de Minateda», y a quienes debemos más de lo que permite reconocer esta escueta nota, tanto en la elaboración del soporte gráfico como en el análisis estratigráfico y estructural en que se apoya nuestra discusión. Agradecemos igualmente a Luis Caballero Zoreda la completa revisión de este manuscrito y en particular sus pertinentes observaciones al problema estructural de los pilares adosados en relación a un eventual segundo piso, y a Ignacio Grau Mira sus indicaciones sobre las posibilidades y metodología del análisis espacial aplicado a estructuras arquitectónicas. A todos ellos nuestro reconocimiento. 2 San Isidoro de Sevilla, Etimologías. Edición bilingüe, José Oroz Reta y Manuel A. Marcos Casquero, 1983, Biblioteca de Autores Cristianos. 1

nateda, por más que tengan idéntica cronología y participen del mismo ambiente técnico. Para ello, una vez caracterizadas las manifestaciones arquitectónicas, se estudian las formas de organización de los procesos productivos arquitectónicos, y se propone una interpretación espacial del complejo monumental —basílica, baptisterio y palacio— que ayude a comprender mejor la significación histórica de su construcción. SUMMARY The symbolic and hierarchic public construction together with the private domestic architecture of Tolmo de Minateda (Hellín, Albacete) dated to the seventh century prove the craftsmen’s differential knowledge of the technological resources. It is therefore possible to distinguish technical variations with a social meaning in the «architectures» of Tolmo de Minateda, chronologically and technically the same though. Once the architectonic products are featured, the or ganization of the architectonic productive processes are analysed and a spatial interpretation of the monumental complex (basilica, baptistery and palace) is given in order to better explain the historical meaning of the construction. PALABRAS CLAVE: Hellín, provincia de Albacete. Sede episcopal Eiotana. Arquitectura visigoda. Planificación constructiva, arquitectura rupestre, técnicas constructivas, escultura decorativa. Edificios domésticos, basílica, palacio. KEY WORDS: Hellín, Albacete. Episcopal see Eiotana. Visigothic Architecture. Building planning, cave architecture, building techniques, decorative sculpture. Domestic buildings, basilica, palace.

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El siglo VII frente al siglo VII. Arquitectura

1. EL RECONOCIMIENTO ARQUEOLÓGICO DE LA ARQUITECTURA DEL SIGLO VII El sugerente título que vertebra este volumen —El siglo VII frente al siglo VII. Arquitectura— nos obliga a plantear y responder en la medida de lo posible preguntas que no son en absoluto baladíes, comenzando por aquella que atañe a la propia materialidad de la arquitectura de dicha centuria: ¿cómo es esa arquitectura? Seguramente no existe una única respuesta a esta cuestión, ya que la caracterización que entraña depende de distintas consideraciones según sea su naturaleza urbana o rural, monumental o doméstica, rupestre o edificada, alzada o derruida… En nuestro caso la vamos a formular desde una realidad material de confusos contornos —la del Tolmo de Minateda (Hellín, Albacete)— aparentemente urbana y monumental, pero cuyo arrasamiento no siempre permite hallar en lo conservado soluciones adecuadas a los problemas planteados por la edificación. El proyecto sistemático de investigación arqueológica que viene desarrollándose en el Tolmo de Minateda ha sacado a la luz espectaculares vestigios urbanos de época visigoda sobre los restos de un abandonado municipio romano. La toponimia histórica y las fuentes materiales han permitido localizar en este asentamiento la ciudad musulmana de Iyyuh o Iyih, mencionada en el Pacto de Teodomiro de 713, así como proponer su identificación con la sede episcopal Eiotana o Elotana, fundada por el estado visigodo entre finales del siglo VI y principios del VII para ser la cabeza de un nuevo obispado que habría de administrar los territorios pertenecientes a la diócesis ilicitana recién conquistados a los bizantinos, de la misma forma que el obispado de Begastri haría lo propio con parte de la diócesis de Carthago Noua (Vives, 1961).3 3 Dicha identificación se apoya en la argumentación toponímica del arabista A. Carmona que defendía la perduración del topónimo Madinat Iyyah en la denominación de la aldea actual que da nombre al cerro, Minateda, con el paso intermedio de Medina Tea, atestiguado en diversos documentos medievales, a más de las referencias geográficas implícitas en las fuentes que la mencionan. La reflexión de A. Carmona fue incluida como apéndice en un texto de A. Selva y J. F. Jordán (1988: 89), divulgada por R. Pocklington (1987) y posteriormente desarrollada por el propio Carmona (1989: 157), que en la actualidad prepara un trabajo extenso sobre el mismo argumento. La identificación ha sido aceptada también en la reciente traducción del Almuqtabis II-1 de M. A. Makk¯ı y F. Corriente (2001: 284, n. 590). En un principio el equipo científico del Proyecto Tolmo se inclinó por transcribir el nombre árabe de la ciudad de acuerdo con la versión del autor más antiguo, al-‘Udr¯ı, que vocalizaba el topónimo con kasra. («Iyih»); no obstante, la preferencia por Iyyuh en la reciente traducción del Almuqtabis II-1 (Makk¯ı y Corriente, 2001: 284), acorde con la transcripción

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Los datos arqueológicos, procedentes de una intervención dilatada en el tiempo, han ido poniendo en evidencia —o al menos así lo parece a día de hoy— que el planeamiento edilicio altomedieval, lejos de improvisarse, fue consecuencia de un diseño unitario, cuidadosamente concebido y seguramente ejecutado en sus directrices maestras en plena época visigoda, lo que lo convierte, junto con contados ejemplos como el de Recópolis, en uno de los escasos proyectos urbanísticos ex nouo de dicho periodo. Esta cuidadosa planificación se materializa nítidamente en la arquitectura monumental del asentamiento, en concreto en la fortificación del acceso principal de la ciudad, situado en la única vaguada que permite la ascensión del tráfico rodado a la meseta (Gutiérrez Lloret y Abad Casal, 2001) y especialmente en la creación de un área representativa de carácter religioso en la parte alta de la misma, compuesta por una iglesia con baptisterio anejo —el primer edificio que fue exhumado—, un cementerio ad sanctos en torno a la cabecera y los pies del edificio religioso y un complejo edificio frontero, en el que se han centrado los trabajos recientes, y que ha sido identificado como un espacio de representación, administración y residencia —¿ palatium?—, vinculado a la basílica no sólo desde una perspectiva topográfica sino también cronológica y funcional. Estas manifestaciones monumentales, junto a los vestigios domésticos de naturaleza más humilde documentados en la ciudad, nos permiten configurar el abanico de técnicas y procedimientos constructivos del siglo VII que pretendemos discutir aquí (Fig. 1). 1.1. EL COMPLEJO MONUMENTAL El punto de partida será, por su carácter novedoso, el análisis del edificio anejo a la ya conocida basílica que define con ésta el complejo monumental más significativo de toda la ciudad, articulado en torno a un espacio abierto, presidido por un pórtico y flanqueado por un área funeraria restringida y ad sanctos en torno a la cabecera y los pies del edificio religioso. La sola ubicación del complejo, canónicamente orientado de Este a Oeste, en el centro de la meseta, visible desde todos los puntos del entorno urbano y únicamente dominado por el recinto fortificado de la acrópolis, da idea de la intencionalidad de la obra y su significado simbólico, comparable al del propio diseño regio de Recópolis. A esto se suma la magnitud de la intervenclásica del propio traductor de al-‘Udr¯ı (Molina, 1972), nos ha llevado a reconsiderarla. La ar gumentación sobre la identificación de la ciudad islámica con la sede episcopal puede seguirse en S. Gutiérrez Lloret, L. Abad Casal y B. Gamo Parras (2005).

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Fig. 1. Situación general del Tolmo de Minateda.

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Fig. 2. Planta restituida del Complejo monumental. Espacios comunes —1: pórtico, 2: espacio abierto—; palacio —3: vestíbulo, 4: cámara axial, 5: antecámara axial, 7: aula, 6 y 8: espacios indeterminados, 9: cámara lateral (¿escalera?), 10 y 1 1: estancias meridionales—; iglesia —12: vestíbulo, 13: sanctuarium, 14: aula; 15: contra-coro; 16: baptisterio, 17: cámara aneja al baptisterio, 18: entrada, 19: espacio indeterminado (¿porche?), 20: sacrarium—; 21: ¿espacio de uso funerario?

ción, cuyo diseño se hizo a fundamentis ignorando cualquier eventual subsistencia de vestigios anteriores, y cuya ejecución implicó la destrucción de los mismos a más de producir la completa transformación de la topografía urbana en este sector de la ciudad, como luego veremos (Fig. 2).

El edificio principal, la iglesia, es una construcción basilical de grandes dimensiones con disposición interna tripartita, a cuyos pies se adosa un baptisterio retro sanctos alineado en el mismo eje longitudinal y litúrgico del edificio cultual, en un esquema frecuente en las Islas Baleares y en la provincia Tarraconense

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(Godoy, 1996: 341), pero también documentado en la Bética y ahora en la Cartaginense. 4 Las naves están separadas por columnas en la iglesia y por pilares en el baptisterio, que seguramente sostenían una cubierta a dos aguas, sobreelevada en la nave central con respecto a las laterales e iluminada por una serie de ventanas cuyos ajimeces monolíticos fueron reempleados en construcciones posteriores. Cuenta con un ábside de medio punto, peraltado y exento, cubierto con una bóveda de cuarto de esfera de ladrillo, ante el cual, en el primer intercolumnio de la nave central, se localiza el santuario, algo más alto que el suelo de la iglesia y delimitado por canceles (Fig. 2, 13). En las fachadas laterales sobresalen cuatro estancias: dos en la cabecera, a modo de brazo transversal, y dos colindantes en el extremo occidental de la nave meridional. Las dos primeras se interpretan respectivamente como un vestíbulo de representación (Fig. 2, 12) y una cámara funeraria que pudo hacer las veces de sacrarium (Fig. 2, 20), ambas comunicadas con el exterior, aunque con carácter restringido y privilegiado. Otros dos accesos se abren en el centro de cada fachada lateral del edificio basilical, permitiendo el ingreso tanto desde el norte como desde el sur, si bien el meridional parece ser el único acceso público claramente constatado de la iglesia (Fig. 2, 18). A pesar de la morfología tardorromana de esta planta, la intervención arqueológica ha descartado completamente un hipotético origen paleocristiano, demostrando la vigencia de dichos modelos icnográficos en pleno siglo VII. El baptisterio conforma una unidad constructiva con la iglesia, con la que se comunica por el interior a través de sendos vanos laterales, aunque se desvía ligeramente respecto a su eje principal. Por el momento constituye entre los baptisterios hispanos tripartitos el único ejemplo en el que se ha constatado la existencia de una estricta separación de ambientes mediante canceles, que establecen una circulación lineal durante la celebración del sacramento. Tanto la cabecera de la iglesia como el propio baptisterio sufrieron a lo lar go del tiempo diversas remodelaciones que conllevaron, entre otras cosas, la reestructuración de la zona del sanctuarium, la construcción de un contracoro en el 4 Su planta es ligeramente trapezoidal, ya que la anchura máxima interna disminuye de los 12,5 m de la cabecera a los 11,5 m de los pies, siendo su longitud de 37,5 m (de los cuales 6,5 corresponden al baptisterio). La nave central tiene una anchura regular de 5 m, mientras que las laterales se van reduciendo hacia los pies, contribuyendo a crear la tendencia trapezoidal antedicha: la nave septentrional se estrecha de 3,85 a 3,10 m, mientras la meridional lo hace de 3,75 a 3,50 m, siempre en medida interior (Gutiérrez Lloret, Abad y Gamo, 2004: 138-40).

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último intercolumnio de la nave central (Fig. 2,15) y las sucesivas transformaciones de la piscina bautismal, siempre tendentes a disminuir su tamaño y profundidad, desde el diseño cruciforme original a la pequeña cubeta que caracteriza la última fase (Abad et alii, 2000 b). Alrededor de la iglesia, en especial en torno a su ábside y en menor medida en su interior y a sus pies, han aparecido numerosas sepulturas de hombres, mujeres y niños, que se enterraron en el interior de fosas excavadas en la tierra o en la roca y cubiertas por losas de piedra.5 Se trata de cementerios ad sanctos que proliferaron al amparo de la creencia de que la proximidad a las santas reliquias guardadas en el altar transmitía parte de ese estado de santidad. Estos lugares de enterramiento eran privilegiados por definición y estaban reservados a las élites laicas y religiosas, frente a los cementerios comunes distribuidos en el entorno del cerro, que conforman un paisaje funerario vinculado a los ejes de comunicación, sin aparente solución de continuidad con los espacios funerarios anteriores. La extensión de las excavaciones hacia el norte ha puesto en evidencia que la basílica, aun siendo una construcción independiente, formó parte de un programa arquitectónico más complejo, que incluía un gran edificio dispuesto en paralelo a su eje mayor, cerrando por el norte un espacio abierto de contornos irregulares que separa ambas fábricas. Este edificio frontero, al que llamaremos palacio para enfatizar su naturaleza administrativa, residencial y representativa, es una obra de planta compleja, formada por diversas estancias comunicadas entre sí y amplios espacios que, por sus dimensiones, bien pudieron funcionar como patios. 6 En el extremo oeste, en paralelo a la vía principal, se encuentra la primera de estas estancias y quizá la más moderna del conjunto, un amplio vestíbulo de forma rectangular (Fig. 2, 3) que comunica por el Norte con uno de los espacios abiertos, mientras que por el Este conduce al ambiente arquitectónico más destacado del edificio a través de un eje de dependencias alineadas (Fig. 2, 4 y 5). La primera,

5 En el caso de las dos primeras zonas, las tumbas combinan inhumaciones infantiles con enterramientos de adultos o incluso de ambos juntos, sin embargo la última, delimitada además por muros (fig. 2, 21), contenía únicamente enterramientos infantiles, por lo que podría tratarse de un espacio separado, diferenciado y reservado a los niños que morían muy pequeños. 6 La descripción del edificio frontero o palatium que se desarrolla a continuación, sigue la expuesta en un trabajo reciente destinado a dar a conocer las últimas aportaciones al estudio del complejo episcopal de la ciudad, en el marco de las Jornadas de Arqueología de Castilla-La Mancha (Abad et alli, 2007: 173-6).

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dividida en dos ambientes por un murete lateral, comunica con una pequeña dependencia ciega paralela al vestíbulo que debió tener un segundo piso, a juzgar por los bloques de opus signinum caídos del suelo superior y el probable arranque de una escalera que aún se conserva; podría tratarse de un acceso puntual a las cubiertas del inmueble, ya que en el resto de lugares no hay evidencias explícitas de segundas plantas, o bien el arranque de un cuerpo elevado en esa zona a modo de torre o campanario, que explicaría quizá los contrafuertes que refuerzan la pared occidental de esa estancia (Fig. 2, 9). 7 La segunda habitación alineada, que actúa como antecámara del aula basilical, conserva en su pared meridional los apoyos tallados en la roca de semicolumnas adosadas, que debieron contribuir a realzar el espacio (Fig. 2, 5); se da además la circunstancia de que en la pared opuesta se abre una puerta tapiada muy tempranamente, que en origen permitiría el tránsito a un espacio de difícil concreción del que únicamente se conserva un muro aislado (Fig. 2, 6). La estancia principal parece configurar un aula basilical de grandes dimensiones con machones interiores, perpendicular al eje mayor de la iglesia —esto es, dispuesta de norte a sur— y dividida en dos naves separadas por una columnata central de la que se conservan las huellas de las basas talladas en la roca con la misma técnica que el pequeño zócalo corrido que delinea el perímetro septentrional del aula (Fig. 2, 7). En paralelo a esta sala hacia el Este se dispone otro espacio muy arrasado, que conserva al menos otros dos machones interiores en el extremo meridional (Fig. 2.8) y un hipotético acceso tallado en la roca en el testero opuesto, flanqueado por la calle oriental que limita el complejo y circunvala igualmente el ábside de la iglesia. Finalmente el edificio tiene otras dos dependencias, situadas al Este rodeando la de la hipotética escalera, con entrada independiente desde el espacio abierto situado entre la iglesia y el palacio y sin comunicación directa con el resto del conjunto (Fig. 2, 10 y 11). Otro de los espacios más significativos de este conjunto es el pórtico de acceso situado entre el vestíbulo del palacio y la esquina noroccidental del baptisterio. Se trata de una entrada principal que conduce directamente a un patio o plaza interior entre ambos edificios y que está definida por la existencia de nueve pilares de grandes dimensiones, alineados en grupos de tres (Fig. 2, 1). Ocho de ellos son de forma rectangular mientras que el noveno, el adosado a la

pared del baptisterio, es en realidad una columna; todos estaban enlucidos y en el caso de la columna se completó el revestimiento para darle la misma apariencia rectangular, en una fórmula también ensayada en la propia iglesia que alterna en su columnata fustes con basas, otros sin ellas, diferentes tamaños e incluso un pilar rectangular en un caso, todo ello homogenei zado en tamaño y enlucido posteriormente para intentar darle apariencia uniforme. 8 No sabemos cómo sería la cubierta de este porticado —plana con dinteles, con arquerías o abovedada— aunque por los restos encontrados parece tratarse de una construcción de relativa importancia, revocada en su interior con un mortero cuyos restos han sido documentados sobre el suelo. Tampoco puede descartarse que en origen se tratara de una edificación exenta cuyos tres pilares septentrionales terminaron por quedar englobados en el muro de cierre meridional del vestíbulo, que en tal caso podría ser un añadido posterior. La comunicación entre el pórtico y la plaza estaba delimitada por una puerta interior de la que se ha con servado el umbral, del que arranca un canal de desagüe que atraviesa el pórtico, y una quicialera tallada ado sada al muro exterior del baptisterio. De dicho pórtico monumental debían proceder dos cruces patadas para hincar, que se exhumaron una junto al umbral en con texto estratigráfico y otra en el desmonte de una te rrera antigua, de fines del siglo XIX o principios del XX, que se formó con el vaciado parcial de la habitación septentrional del baptisterio, y que hemos interpretado como remates arquitectónicos de las cumbreras de esta entrada monumentalizada o de sus inmediaciones (Gutiérrez Lloret y Sarabia, 2007: 321).

7 Sobre torres y campanarios altomedievales cfr . Arbeiter (2004).

8 En el caso de una de las basas áticas reempleadas en la iglesia vid. infra, fig. 21, 5.

1.2. LA ARQUITECTURA DOMÉSTICA Los restos de ambientes domésticos que podrían ser coetáneos a la erección del complejo religioso únicamente se han podido documentar en la parte baja de la ciudad, junto a la puerta. Se trata de un conjunto de dependencias, construido sobre la terraza que forma el baluarte defensivo, al que se accedía por una calle lateral desde la vía principal de entrada a la ciudad. Dicho conjunto se or ganiza en torno a un espacio abierto cuya forma y dimensiones totales desconocemos, flanqueado por varias estancias en sus lados norte y este, que parece haber experimentado diversas remodelaciones a lo largo de su uso (Fig. 3).

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Fig. 3. Fase I y II de las unidades domésticas situadas en la puerta de la ciudad, sobre el baluarte.

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En un primer momento parece definirse como un amplio espacio abierto flanqueado en su lado septentrional por dos estancias cuadrangulares que debieron apoyarse en la torre expoliada de la puerta. La estancia más reducida, que perdió su cierre septentrional con el expolio de la torre, conservaba restos de su pavimentación en tierra batida y un hogar externo, junto a la puerta, asociado a un murete de piedra que bien pudo ser un banco o la base de un porche, mientras que la estancia contigua, más amplia, se definía como un espacio semiabierto con restos de cuatro hogares o áreas de combustión y un canal de desagüe excavado en la pavimentación, que evacuaba a la calle a través de una atarjea. El amplio espacio al que se abren ambas estancias parece funcionar como patio o corral con estructuras de combustión dispersas y diversas pavimentaciones parciales, consecuencia de la práctica habitual del apisonamiento de suelos sobre los que se acumulan nuevos sedimentos y en los que se excavan periódicamente fosas, que acaban a su vez colmatándose con nuevos desechos. Las características de estos depósitos —desechos or gánicos, en especial restos óseos y deposiciones de animales, a más de basura doméstica con fragmentos de cerámica, vidrio y algunas piezas metálicas—9 sugieren la presencia continuada de animales domésticos en este espacio próximo a la puerta. En una segunda fase de uso de este sector , se reestructura la estancia semiabierta del frente septentrio nal, que ahora se transforma en una habitación propiamente dicha, de forma rectangular —5 m por 7,70 m aproximadamente— y rehundida respecto al patio ex terior, con una única entrada escalonada de doble ba tiente, en la que se construyó un nuevo hogar circular de arcilla anaranjada, adosado a la pared occidental, y otro canal de trazado sinuoso desde la puerta a la anti gua atarjea. Al mismo tiempo en el sector oriental del patio se construye una nueva dependencia, cuya planta completa desconocemos, que conservaba a más de la quicialera en el acceso, una pavimentación somera que alternaba cenizas con capas de cal, con la huella de al menos un poste y restos de diversas estructuras, tales como un hogar de ladrillo y teja trabado con barro na ranja, un basar y un probable pesebre; estructura esta última relacionada posiblemente con otra construida en el exterior, en correspondencia al cercado del ac ceso a dicho patio. No podemos descartar que este conjunto de estructuras cercano a la puerta pudiera

9 Es el caso de un broche de cinturón liriforme de tipo C (Gutiérrez Lloret, 1996: 21 1, fig. 91.1; Gamo Parras, 2002: 302) o de un colgante de pasta vítrea (Gutiérrez Lloret, 1996 a: 209-10, fig. 90,4).

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formar parte de su cuerpo de guardia, puesto que no conviene olvidar que el habitáculo interno de la torre, si lo hubo, o el acceso a su cuerpo superior debió de hacerse necesariamente desde este ambiente; en con creto y probablemente desde cualquiera de las dos es tancias septentrionales o desde sus cubiertas. No obs tante, los hogares y el abundante material doméstico hallado en relación con ambas estancias, así como los indicios de uso ganadero del conjunto, parecen confir mar su carácter doméstico, entendiendo por tal su función residencial y productiva.10 La escasez de documentación sobre la edilicia privada en el Tolmo de Minateda impide desarrollar aquí la problemática específica de la arquitectura doméstica del siglo VII, pero los restos conservados y sobre todo su análisis diacrónico y comparativo con las estructuras domésticas de los siglos VIII y IX, documentadas en extensión en otras áreas de la ciudad, sí permiten extraer algunas conclusiones parciales y sugieren perspectivas de investigación, teniendo en cuenta que nos hallamos ante un medio caracterizado mayoritariamente por construcciones «a nivel de suelo» y realizadas con técnicas mixtas, en las que la piedra juega un papel fundamental frente a aquellas otras realizadas en materiales efímeros (Azkarate y Quirós, 2001: 27-8), y que muestran unos patrones de residencia cohesionados y estables propios de los asentamientos concentrados.11 Parece vislumbrarse ya 10 El análisis pormenorizado de las fases y características constructivas de estas estancias domésticas excede el marco de este trabajo. Una primera aproximación al conjunto en el estado de la investigación a mediados de los años noventa se publicó en S. Gutiérrez Lloret (2000 b), mientras que la comparación con las estructuras domésticas islámicas ha sido tratada en un trabajo todavía en prensa (Gutiérrez Lloret, e. p., 2002). No obstante, en ninguno de estos trabajos se incluye o se ilustra la estancia oriental documentada durante la ampliación de la excavación de este sector, realizada en la campaña de 2004 y actualmente en estudio. Por fin, el análisis pormenorizado de los hogares y estructuras domésticas en general puede verse en V. Cañavate Castejón (2008). 11 Resulta particularmente interesante en esta discusión la categorización arqueológica del poblamiento rural propuesta recientemente por A. Vigil-Escalera (2006 a y b), en especial la relativa al asentamiento disperso y agregado. Mas compleja por imprecisa resulta la de asentamiento concentrado donde confluyen y, en consecuencia, se diluyen realidades materiales muy diferentes que comparten como características comunes la significativa yuxtaposición de sus estructuras residenciales y la paralela segregación de los territorios económicos. En una categorización tan genérica pueden terminar por perder visibilidad las implicaciones sociales y económicas de ciertos procesos específicos de agregación —entendiendo por tal yuxtaposición y cohesionamiento diacrónico— observados en las unidades domésticas de los asentamientos altomedievales concentrados (Gutiérrez Lloret, e. p., 2002), tanto urbanos como rurales, o los matices que esa segregación del territorio económico pueda tener en dichos asentamientos concentrados; en este sentido es cierto que en los asentamientos concentrados los espacios

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una preferencia, posteriormente materializada en las construcciones emirales, por la or ganización de estructuras domésticas de tendencia rectangular o trapezoidal en torno a espacios abiertos de funcionalidad productiva, resueltas con unas técnicas constructivas sencillas que pueden resumirse en las siguientes características edilicias: muros alzados o zócalos de mampostería irregular trabada con tierra y anchura variable, que en los muros perimetrales puede alcanzar los 70 u 80 cm, aprovechando en ocasiones grandes bloques como refuerzo de las esquinas y con recurso ocasional a los alzados de tierra; constatación de cimentaciones excavadas en ciertos muros perimetrales; uso de grandes lajas sin apenas transformar en las jambas; suelos de tierra batida, con cal o ceniza, en ocasiones rehundidos respecto al exterior , con hogares de arcilla y ladrillos o tejas ligeramente realzados, en número variado, que pueden estar dentro o fuera de las estancias. No existen claras evidencias de las cubiertas en los niveles de destrucción, por lo que no podemos descartar el empleo de ímbrices, cuya producción y uso se atestigua en el complejo monumental, ni el recurso a otros sistemas de cubrición al ternativos con materiales perecederos. Uno de los aspectos más interesantes que puede desprenderse del análisis de estas características edilicias —materiales, formas de construcción y morfología funcional— es precisamente que pueden encontrar parangón tanto en la variada morfología del poblamiento rural —asentamientos dispersos tipo granja, agregados correspondientes a aldeas o concentrados como oppida o castella (Vigil-Escalera, 2006a)—, cuanto en los asentamientos concentrados de rango urbano reconocido, como es nuestro caso. Entre esta variada casuística de asentamientos rurales encontramos ejemplos que van desde los recintos fortificados como el castrum del Puig de les Muralles (Puig Rom) en Gerona (Palol, 2004), hasta los poblados rurales con parroquia tipo El Bovalar en Lérida (Palol, 1989), pasando por las aldeas abiertas con mayor o menor grado de yuxtaposición de las estructuras residenciales y laxitud en sus confines donde cabrían ejemplos como Vilaclara de Castellfollit del Boix en Barcelona (Enrich et alii, 1995), el Cuarto de las Hoproductivos suelen estar físicamente segregados de las zonas residenciales, fuera de los límites «simbólicos» o físicos del asentamiento, pero no lo es menos que ciertas actividades productivas de naturaleza agropecuaria, definitorias del ámbito rural, intrusan en el ámbito urbano altomedieval de una manera inconcebible en contextos urbanos anteriores, como pone en evidencia el espacio doméstico situado en el interior de la fortificación urbana del Tolmo de Minateda, donde por otro lado las estructuras jerárquicas son patentes y arquitectónicamente reconocibles, o el no menos significativo de Mérida (Alba, 2007:177).

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yas en Salamanca (Francisco Fabián et alii, 1986; Storch de Gracia, 1998) e incluso las últimas fases del yacimiento de Gózquez de Arriba caracterizadas por la aparición de casas con cimientos de piedra (V igilEscalera, 2000: 250; 2003: 288), a los que se suman los pequeños asentamientos que parecen corresponder al modelo de granja aislada, donde podrían encuadrarse los madrileños de La Vega (Alfaro y Martín, 2007) y Navalvillar (Abad Castro, 2007). Con la prevención que exige el tratamiento de los confusos registros de excavaciones antiguas o mal publicadas, la mayoría de estos casos reproduce con diferencias un modelo estructural formado por grandes estancias cuadrangulares o trapezoidales, agrupadas en torno a un espacio abierto de grandes dimensiones en el que residencia y ambientes productivos difuminan sus contornos.12 De otro lado, la arquitectura doméstica en los ámbitos urbanos de similares cronologías como Recópolis (Olmo, 2006: 88-9) parece responder a parámetros morfológicos y constructivos semejantes, si bien se observan morfologías condicionadas por la cohesión y permanencia de la trama urbana previa, como ocurre en Mérida (Alba, 1999, 2005 y 2007) y Cartagena (Ramallo, 2000). Las diferencias observadas en las plantas domésticas de algunos conjuntos urbanos se deben al condicionante que supone la preexistencia de sólidos vestigios constructivos; pero donde no los 12 A. Vigil-Escalera ha planteado la coexistencia de dos modelos principales que se repiten de forma regular en diferentes yacimientos: la unidad de edificación de planta rectangular (EPR), a veces con división interna y con frecuente recurso a la yuxtaposición, con la que propone relacionar las unidades do mésticas de los siglos VII a IX del Tolmo entre otros muchos yacimientos, y la de planta compleja (EPC) con tres o cuatro ambientes diferenciados y una posible especialización funcional de los mismos (2003: 288). No obstante, la realidad puede ser aún más compleja en el caso de las ocupaciones continuadas de asentamientos concentrados, que sugieren la posible transformación diacrónica de unas en otras (cfr. supra, n. 11). Así ocurre en el Tolmo donde se reconoce estratigráficamente un paulatino proceso de agregación espacial, con yuxtaposición y/o asociación de varias unidades rectangulares sencillas, que culmina con la demarcación física de los espacios abiertos semiprivados, concebidos ya como patios. Dicho proceso puede evidenciar no sólo la especialización funcional de los diversos ambientes –residencia, almacenaje, transformación, actividad ganadera, etc.— sino también una relativa separación nuclear al reconocerse dentro de cada unidad doméstica —entendiendo por tal el conjunto de varias estructuras rectangulares agrupadas en torno al espacio abierto común— más de un «hogar» residencial nuclear —estructuras con área de combustión in terna— correspondientes a otras tantas unidades familiares reducidas —por ejemplo abuelos, padres con hijos solteros e hijos casados a su vez con descendencia propia— dentro del grupo familiar extenso al que corresponde la unidad doméstica compleja en su conjunto. Un ejemplo gráfico de este proceso actualmente en estudio puede verse en S. Gutiérrez Lloret, 2007: 311, fig. 2.

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hay, o aun habiéndolos se construyen de nueva planta, como se aprecia en los casos del Tolmo y Recópolis o en el edificio del extremo norte de la manzana II de Morería (Mérida), colindante con la puerta de la muralla, éstos no son muy diferentes y en cualquier caso su resolución es constructivamente comparable: edificios de una única planta con estancias cuadrangulares de funciones múltiples, incluidas la cocina formada por un simple hogar sobre el suelo, y espacios abiertos igualmente multifuncionales —actividades agropecuarias, artesanales y domésticas—, zócalos de mampostería con alzados de tierra y a lo sumo enfoscados ligeros, pavimentos de tierra batida y cubiertas de teja o materiales perecederos. Este mimetismo impide en cierto modo establecer la caracterización urbana o rural del asentamiento a partir exclusivamente de la morfología de las propias estructuras domésticas. La discusión está por tanto en el análisis de la edilicia monumental, documentada en el caso del Tolmo en la parte alta de la ciudad. 1.3. LA ARQUITECTURA DATADA La caracterización material de la arquitectura del siglo VII depende en última instancia de la argumentación que permite datar en dicha centuria los ejemplos de arquitectura pública y privada que traemos a colación. En ambos casos resulta difícil establecer el momento preciso de la erección de dichas construcciones, si bien todos los datos estratigráficos y la propia secuencia de ocupación del yacimiento sugieren una datación visigoda avanzada, nunca anterior a finales del siglo VI y con toda probabilidad ya del VII. Tanto las estructuras domésticas de la parte baja de la ciudad como la propia torre meridional del baluarte en la que se apoyaron, hoy expoliada, se construyeron directamente sobre la superficie de la fortificación visigoda, un baluarte macizo que englobó en su interior las fortificaciones más antiguas, creando una gran terraza artificial con un forro de sillares de reempleo y un gran relleno a base de aportes de tierra e hiladas de ar gamasa y piedras, en los que es frecuente la cerámica ibérica en deposición secundaria, acompañada de un porcentaje escaso pero significativo de cerámica común visigoda de cronología imprecisa (Gutiérrez Lloret y Abad, 2001). La construcción inicial de las estructuras domésticas afectó a la muralla ibérica englobada en la fortificación altomedieval, cuyo relleno fue sustraído en parte para usarlo en su edificación; los huecos provocados por el expolio se convirtieron en basureros sellados por los pavimentos de las propias viviendas visigodas, cuyos ma-

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teriales, semejantes a los hallados en el interior de la fortificación y no muy diferentes a los procedentes de las estancias, refuerzan la impresión de coetaneidad estructural de éstas con respecto al propio baluarte. Por otro lado, tanto los contextos cerámicos de di chas estancias domésticas —procedentes en su totalidad de su abandono, sellado por la nivelación cons tructiva de la fortificación terrera superpuesta de cronología emiral— como los coetáneos basureros formados extramuros, contra el lienzo exterior del baluarte, nos remiten al horizonte cronotipológico I del Tolmo de Minateda, considerado visigodo y fe chable entre la segunda mitad del siglo VII y quizá el primer cuarto del VIII,13 lo que centra cronológica mente el limite ante quem de las edificaciones que los contienen. La fecha de construcción del complejo religioso de la parte alta es igualmente imprecisa y más cuando se dan las circunstancias de no haber aparecido hasta el momento materiales significativos en los niveles de construcción, ni haberse conservado vestigios estratigráficos previos que pudieran constituir un límite post quem concreto para la obra, puesto que su edificación transformó, como luego veremos, la topografía original del terreno. En este caso los registros cerámicos no son demasiado ilustrativos, porque los ajuares domésticos visigodos del horizonte I no aparecen, como es lógico, en los niveles de uso del edificio religioso, mientras que los objetos litúr gicos, de los que disponemos de varios ejemplares metálicos —fragmentos de lámparas y elementos de suspensión, una cuchara o fragmentos de vajilla litúr gica, etc.— no proporcionan una cronología precisa. No obstante, la escultura decorativa —cruces de remate, capiteles y canceles fundamentalmente (Gutiérrez Lloret y Sarabia, 2007)— así como los graffiti en letra cursiva visigoda hallados sobre los enlucidos14 (Fig. 4, 3) o la datación absoluta de uno de los enterramientos del interior de la iglesia,15 contemporáneo a su uso litúrgico, nos de-

13 Dichos contextos y otros contemporáneos han sido estudiados en S. Gutiérrez Lloret, B. Gamo y V. Amorós, 2003: 144 ss. para el análisis tipológico de las producciones y 157 ss. para las implicaciones cronológicas. 14 Los testimonios de enlucidos con graffiti se documentaron en la basílica y son abundantes en algunos ambientes del palatium. E. Gil Hernández ha catalogado un amplio y variado repertorio de motivos geométricos y figurativos, a más de los epigráficos que están siendo estudiados por I. Velázquez, quien ya dio a conocer una pequeña oración incisa en escritura cursiva sobre el revoco de una columna de la iglesia, datada en las postrimerías del siglo VII (Gutiérrez Lloret y Sarabia, 2007: 329). 15 1400+30 años BP/cal AD 602-674, CSIC-1559; programa CALIB 4.1.2, método B y 2 sigma, de la Universidad de Washington.

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Fig. 4. Alzado del muro meridional de la habitación 4 del palacio con restos de enlucido in situ. Fragmentos de enlucido con graffiti procedentes de los niveles de destrucción de la habitación 11 con motivos zoomorfos —aves y cérvidos— y epigráficos.

muestran que el complejo fue utilizado y reformado a lo largo del siglo VII;16 datación que se ve reforzada por el hallazgo de un tremís de Ervigio —680-687 16 Entre las remodelaciones principales cabe destacar la remodelación del santuario y el contracoro (Gutiérrez Lloret et alii, 2004), a más de las reformas sucesivas de la piscina bautismal (Abad et alii, 2000 b).

d. C.— de la ceca de Sevilla, que proporciona el límite post quem para la reforma de una repavimentación del pórtico. El complejo debía estar en uso litúr gico todavía a principios del siglo VIII, si bien en un momento indeterminado de dicha centuria debió iniciarse un proceso de desafectación y desacralización que condujo a la readaptación doméstica de ciertos ambientes del

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Fig. 5. Pavimentos de tierra anaranjada correspondientes a la readaptación doméstica del conjunto monumental con posterioridada su uso litúrgico. Restitución de la fase del siglo VIII según V. Cañavate.

mismo, tanto en la basílica como en el palacio, y que se reconoce en su repavimentación con estratos arcillosos anaranjados (Fig. 5). El hallazgo de un felús de aspecto tosco y estilo que recuerda a tipos norteafricanos en una de las pavimentaciones 17 ha permitido Nº 3 del catálogo: Felús. Siglo VIII. Peso: 6,2 g. Módulo: 19,2 mm. Grosor: 3,3 mm. Posición de cuños: 7. Número de inventario: 62.475/90, procedente del GU 61 del palatium (Doménech y Gutiérrez Lloret, 2006: 356 y 372). 17

datar en el siglo VIII —del segundo cuarto en adelante— los contextos cerámicos procedentes de las fases de abandono y destrucción situadas sobre dichos suelos.18 Este cambio de uso debe corresponder a una 18 Se trata de conjuntos de marcado carácter culinario y doméstico, correspondientes al horizonte II. Las formas procedentes de los contextos de la basílica, así como las características generales de dicho horizonte, pueden verse en S. Gutiérrez Lloret, B. Gamo y V. Amorós, 2003: 140-48; nuevas

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fase en que el edificio, ya abandonado para el culto, comienza a padecer los primeros signos de deterioro, aunque todavía mantenga su estructura esencial en pie. Poco después comenzará el expolio sistemático de alzados y elementos sustentantes, transformándose en la principal cantera de materiales de construcción del arrabal emiral que se comenzó a formar sobre sus ruinas avanzado el siglo VIII y que permanecerá habitado durante el siglo IX. En conclusión, los ar gumentos estratigráficos y los indicadores cronológicos nos permiten afirmar que tanto el complejo monumental de la parte alta de la ciudad como las unidades domésticas de su entrada fortificada, se enmarcan en un proyecto urbanístico propio del siglo VII, que se irá desfigurando hasta desaparecer a mediados de la siguiente centuria.

2. LA ARQUITECTURA DEL SIGLO VII COMO PROCESO PRODUCTIVO A la luz de estos indicios, bien estratificados y datados, pretendemos analizar las características de la arquitectura del siglo VII en el Tolmo, discutiendo aspectos relativos a la organización del ciclo productivo edilicio altomedieval —abastecimiento de materias primas, recurso al reempleo y producción directa, especialización de los ciclos productivos, técnicas y procedimientos constructivos—, así como de su dimensión funcional y simbólica —diseños y modelos icnográficos—. En el oportuno texto que encabeza estas páginas, extraído del libro XIX de las Etimologías, Isidoro de Sevilla señala que la construcción de los edificios consta de tres momentos distintos y hemos de supo ner sucesivos: la planificación de la obra, su cons trucción en alzado y por fin su ornamentación. Generalmente, cuando trabajamos sobre arquitec tura altomedieval, nuestra atención se focaliza en la dimensión constructiva y decorativa de la misma, donde suponemos implícita de alguna manera su planificación; sin embargo, ésta a menudo se diluye en la obviedad de lo conservado. En este sentido el Tolmo de Minateda y en particular su conjunto monumental, supone una excepcionalidad, conse cuencia paradójicamente de aquello que a priori más dificulta la lectura arquitectónica de los restos con servados.

formas modeladas a mano con bases convexas procedentes de la reutilización de los ambientes palatinos han sido ilustradas en S. Gutiérrez Lloret, 2007: 316, fig. 7).

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Se trata de un conjunto de edificios muy afectado por procesos postdeposicionales destructivos, que han tenido como consecuencia el arrasamiento de buena parte de sus alzados. Entre esos procesos cabe destacar, en el caso de la iglesia, la desaparición íntegra, hasta prácticamente la cimentación, de varios de los muros perimetrales del aula, el sacrarium y la cabecera, excepción hecha de un tramo del ábside, y el expolio de las arquerías que separaban las naves; con algunas eventuales excepciones más modernas como quizá algún tramo del cierre septentrional del aula que pudo servir de linde en época islámica antes de ser robado. La mayoría de esas acciones sustractivas corresponden a un momento indeterminado del trán sito de los siglos VIII a IX y se relacionan con la aparición y paulatina densificación de la trama urbana emiral que se extiende por toda la zona. Esa misma cronología tiene el arrasamiento del sector septen trional del palacio, mucho más intenso, que hizo de saparecer al menos dos tercios de la planta del aula principal y del ambiente anejo, con las consiguientes consecuencias interpretativas. El barrio islámico, al igual que había ocurrido con el urbanismo visigodo, se dispuso en dos terrazas constructivas niveladas; en consecuencia, mientras el extremo meridional del palacio quedó sellado en el interior de la más alta por las viviendas islámicas construidas encima, su sector septentrional fue explanado y vaciado hasta la propia roca tallada que constituía el suelo visigodo, para construir las viviendas islámicas directamente sobre él (Fig. 6). No obstante, esta aparente destrucción ha permitido enfatizar el estudio de los restos de planificación de la obra que, como afirma el propio Isidoro, consisten en «la delimitación del terreno, o del suelo y los cimientos». 2.1. DE DISPOSITIONE El primer rasgo destacable es precisamente la constatación de que el complejo arquitectónico visigodo fue construido ex nouo, de acuerdo a una planificación previa unitaria que afectó incluso a la topografía original del terreno. El primer paso fue la adecuación de la pendiente natural del suelo rocoso, para crear tres amplias plataformas escalonadas en las que ubicar ambos edificios: la terraza central acoge el espacio abierto con los aljibes y la mayoría de la basílica, a excepción de las cámaras que sobresalen de la fachada meridional, que están situadas sobre la plataforma más alta, mientras que el palacio frontero se extiende por la terraza septentrional, a una cota inferior (Fig. 7). El recorte y nivelación de la superficie ro-

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Fig. 6. Planta de los restos conservados del complejo monumental donde se representa la línea de desmonte estratigráfico realizada en época islámica, con el consecuente arrasamiento de las estructuras visigodas. En la sección se aprecia el mismo corte de la estratificación visigoda y la fase constructiva emiral superpuesta —en blanco, el muro correspondiente al palacio asentado sobre la roca; en gris, los muros correspondientes al barrio islámico construidos sobre el abandono y colmatación del palacio a la izquierda y sobre el desmonte de dicha estratigrafía, a una cota más baja, a la derecha.

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Fig. 7. Sección y restitución gráfica de las terrazas constructivas talladas en la roca para edificar el complejo monumental visigodo.

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cosa tiene varias implicaciones que merecen ser destacadas y que ponen en evidencia la magnitud y complejidad de la intervención programada. 1. La nivelación de los suelos de roca afecta a una extensa superficie y no parece estar condicio nada en principio por la topografía original. De he cho, dicha acción conllevó la desaparición de las eventuales estructuras previsigodas de la zona, cuyas trazas se intuyen, como si de un palimpsesto se tra tase, en la existencia de recortes y fosas que «caen irreversiblemente en el apartado siempre incómodo de las estructuras indefinidas o de interpretación in determinada», a consecuencia del arrasamiento de su primitiva cota de circulación superficial (Vígil-Escalera, 2006: 369). En este apartado se incluye algún resto constructivo muy deteriorado, alineado con di versos frentes de cantera y recortes estructurales que presentan una orientación NE-SO, diferente a la del complejo arquitectónico (E-O) y alineada con las fracturas del relieve natural, a más de una variada morfología de cubetas de diferente profundidad que podrían interpretarse como los fondos de un amplio repertorio de estructuras negativas —silos, aljibes, ambientes productivos, etc.—, 19 cortadas por la ni velación constructiva visigoda y rellenas segura mente en la misma época con parte del sedimento extraído. 2. La adecuación del plano inclinado original no entraña exclusivamente su nivelación sino que in cluye también la icnografía rupestre de los edificios, excavando los contornos de algunas habitaciones y tallando en la roca significativos elementos arquitectónicos como bancos, escaleras, basas de columnas y pilares, basamentos de muros o abriendo en algún caso trincheras de cimentación (Fig. 8). La planta del edificio basilical fue delineada íntegramente en la roca, incluido el contorno del ábside y de algunas cámaras meridionales del edificio —la cámara afrontada al santuario, el vestíbulo y la estancia aneja al baptisterio— excavadas en la plataforma superior del complejo. La comunicación de dichos ambientes meridionales, situados a una cota de circu lación más alta que la del resto de la iglesia, tallada en la terraza media, se resolvió mediante vanos escalonados labrados en la propia roca, lo que permitió aprovechar el desnivel existente entre ambas plata formas como basamento de la fachada sur con alza -

19 Es el caso de una amplia cubeta circular documentada en el interior del aula palatina y, quizá, de algunas estructuras de la iglesia, como una descentrada impronta circular con poceta central situada en el ábside que, lejos de poder interpretarse en clave litúrgica, parecen remitir más bien a ambientes productivos.

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dos superiores en algunos puntos al metro de altura. En el suelo de la basílica fueron excavadas igual mente las cajas de cimentación de las filas de arca das, permitiendo su restitución en planta cuando el elemento sustentante ha sido expoliado (Gutierrez Lloret et alii, 2004: 140), el contorno de la primitiva piscina cruciforme (Abad et alii, 2000 b: 205 ss.) y , al menos, una fistulae o canal de drenaje de aguas con decantador que, partiendo de la puerta meridio nal de entrada, discurre sinuosamente bordeando el contracoro hasta la nave septentrional del baptiste rio, donde existe un desagüe al exterior. En este caso no puede descartarse que se trate de una acción pos terior al diseño prístino del edificio, 20 como de hecho ocurre en el caso de las escasas tumbas excava das en el interior de la basílica, que corresponden lógicamente a momentos posteriores de uso. En el edificio palatino, la delineación de su planta es parcial y se limita únicamente al aula basi lical y su antecámara. En el aula se ha conservado, a más de un recorte de medio metro de altura que se aprovecha en el alzado de la testera sur , un rebaje suave —entre 10 y 15 cm de altura por otros tantos de anchura— que dibuja a modo de zócalo corrido el contorno de los machones interiores seriados a lo largo de los muros oriental —con las huellas de al menos cinco de ellos— y meridional —con otros tres—; en el centro de la nave, alineadas longitudi nalmente, se conservan cuatro basas labradas en la roca, que permiten reconstruir un espacio basilical dividido en dos naves (Fig. 9). La testera meridional de la antecámara aneja presenta igualmente un zó calo tallado, en el que se delinean los apoyos de una semicolumna adosada central acompañada de sendos cuartos de columnas igualmente adosados en las es quinas. En rigor, la envergadura que esta delineación rupestre alcanza en ciertos puntos del complejo, en especial en la iglesia, la convierte en una auténtica «arquitectura en negativo», 21 muy próxima desde una perspectiva conceptual al fenómeno del «trogloditismo» (Bertrand, 1990) o de la llamada «edilicia»

20 La discusión se plantea en razón de la supuesta cronología más tardía del contracoro (Gutiérrez Lloret et alii, 2004: 149), cuyo contorno parece respetar el canal; en sentido opuesto, la existencia de un desagüe al exterior en la pared septentrional del baptisterio podría probar su contemporaneidad con el edificio original, si bien tampoco conviene olvidar que dicho desaguadero es en realidad un drenaje del estrato que rellena la estancia y que no existe conexión física entre canal y desaguadero. 21 «Edifici in negativo», concepto atribuido a R. Parenti por G. P. Brogiolo (1994: 9); cfr. también R. Parenti (1994).

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Fig. 8. Recortes rupestres. Delineada en trazo grueso, la icnografía rupestre del edificio; en trazo más fino, los vestigios estructurales más antiguos y las fracturas naturales del terreno con cuya orientación parecen relacionarse.

o arquitectura rupestre (Brogiolo, 1994: 1 12; Azkarate y Sánchez, 2005: 209), 22 con las implicaciones técnicas, morfológicas y funcionales que esta ma -

22 De la que El Tolmo ofrece en realidad una versión «blanda» o semirrupestre, entendiendo por tal aquella que no produce cavidades completamente subterráneas ni elabora cubiertas de estas características.

nera de «construir» tiene respecto a l as técnicas de albañilería dominantes y a las que luego nos refe riremos. 3. El carácter semirrupestre del complejo condiciona en buena medida los sistemas de estribado empleados, al convertir en cimiento todo el terreno rocoso sobre el que descansan los edificios. Esto significa que, salvo contadas excepciones que discuti-

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Fig. 9. Testera meridional del aula palatina (Fig. 2.7) con señalización de la icnografía rupestre.

remos a continuación, no abundan los cimientos o fundamentos subterráneos construidos, y que en caso de expolio de los alzados el único indicio de su trazado emana de su eventual delineación rupestre. De hecho, los «cimientos» rupestres de muchos elementos estructurales son en realidad testigos rocosos de la cota original del terreno, dejados en realce como fundamentos de los edificios construidos, y muy raramente se constatan zanjas de cimentación excavadas en el sustrato rocoso; los escasos ejemplos rupestres de esta práctica extractiva se limitan, como ya hemos señalado, a los recortes cuadrangulares rellenos de argamasa que hacen las veces de caja de cimentación de las columnas, en una técnica que se documenta en otros edificios de similar cronología, 23 y a zanjeos puntuales destinados a reforzar elementos estructurales concretos como el esquinal suroriental de la estancia 8 del palacio (Fig. 10). Cimentaciones construidas de cierta envergadura se han atestiguado únicamente en el sector occidental del complejo, afectando a la esquina noroccidental del baptisterio, las habitaciones abiertas a la plaza del palacio y el vestíbulo24 donde los desniveles naturales de la roca obligaron a buscar el sustrato a una cota más profunda y rellenar los desniveles con tierras aportadas. La secuencia constructiva de este sector demues tra que, aun siendo unitario en su diseño y contempo ráneo en su planificación, el complejo fue construido a

23 Es el caso de las basílicas del Germo, Gerena y quizá El Bovalar. Gutiérrez Lloret et alii, 2004:140, con la ar gumentación y bibliografía pertinente. 24 Ángulo noroccidental de la estancia 16 norte; esquina suroriental de la habitación 11 y lienzos norte y oeste de la habitación 3 (fig. 2).

partir de la basílica, siendo el palacio estratigráfica mente posterior, como se deduce del hecho de que una de sus zanjas de cimentación —estancia 1 1— recorte parcialmente el estrato aportado de nivelación, que a su vez apoyaba en las cimentaciones de la esquina del baptisterio. Este mismo fenómeno se consta ta igualmente en el vestíbulo occidental del palacio, donde las zanjas de cimentación de los muros se excavan en los aportes constructivos de nivelación depositados previamente sobre la roca (Fig. 1 1) y en las unidades domésticas de la puerta de la ciudad, dond e se han po dido documentar algunas zanjas de cimentación de los muros excavadas en los estratos infrapuestos. 4. En edificios que han sufr ido un profundo pro ceso de arrasamiento y expolio, como ocurre con el supuesto palacio, la icnografía rupestre puede devenir en el único instrumento de interpretación de lo que podríamos considerar una construcción cr íptica, pero es también una herramienta que ha de ser manejada con suma cautela porque la trascripción de esa «arquitec tura en negativo», no es obvia ni automát ica. A primera vista, la complejidad del palimpsesto rupestre del complejo monumental del Tolmo de Minateda sugiere una cuidadosa planificación previa de la obra, pero no conviene olvidar que en ningún caso determina su ejecución, como pudimos comprobar en la basílica. El análisis metrológico de la misma, realizado por P. Cánovas (2005: 63 ss.) constató la existencia de un esquema compositivo, modulado y proporcional, basado en un pie estandarizado de unos 30 cm, ligeramente mayor del propiamente romano,25 pero también

25 Esta medida se sitúa entre el pie romano de 29,6 cm y el el griego/ptolemaico o bizantino de 30,81 cm, que según

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Fig. 10. Zanja de cimentación del esquinal suroriental del palacio tallada en la roca.

puso en evidencia algunas irregularidades de ejecución tales como la desviación del baptisterio respecto al modelo geométrico general y el desajuste observado entre la icnografía rupestre y el trazado de los muros en el extremo suroriental del complejo. La torsión forzada del baptisterio y el estrechamiento de su nave septentrional podría explicarse como un replanteamiento de obra condicionado por los problemas de cimentación de su esquina, cayente en una fractura natural de la roca, y justificaría en parte el notorio desajuste entre planta rupestre y trazado constructivo de la nave opuesta. No obstante, la observación atenta permite constatar que la mayoría de la fachada meridional, allí donde se conservan los alzados, sufre este desajuste de trazado, que transforma los recortes rupestres —que en algunos puntos de esta testera superan el metro de altura— en auténticas bancadas corridas de entre 25 y 60 cm de anchura y trazado irregular (Figs. 12 y 15). Los tramos donde ambas obras —construida y tallada— se han conservado ponen en evidencia irregularidades, desviaciones, desajustes y eventuales replanteos, difíciles de entender y en consecuencia de justificar, como ocurre salvando las distancias cronológicas y monumentales, en otros edificios públicos de carácter religioso (López Villar, 2006: 127). En consecuencia, la icnografía rupestre permite restituir las partes de la planta desaparecidas pero no necesariamente su trazado fiel, como vere-

J. López se aplica en ciertas construcciones religiosas a partir de Constantino (2006: 130). Sobre el cálculo de dicho patrón en El Tolmo de Minateda y sobre el cálculo de metrología y proporciones de basílicas cristianas del Levante peninsular y las Baleares pueden verse P . Cánovas (2005: 65 ss.) y J. M. Gurt y J. Bruxeda (1996) respectivamente.

Fig. 11. Zanja de cimentación de muro occidental del ambiente 3 del palacio.

mos al intentar hacerlo en el aula palatina expoliada, donde se conserva apenas un tercio de su obra de fábrica original y restos de su icnografía rupestre a lo largo de la fachada septentrional. La yuxtaposición de ambas informaciones permite completar un espacio basilical de dos naves de anchura desigual, separadas longitudinalmente por una fila de columnas, de las que se conservan al menos los basamentos rupestres de cuatro alineadas con el machón central de la testera meridional, y bordeado en todo su perímetro por machones interiores afrontados en paralelo, al menos en el sector conservado. La anchura exterior de dicha estancia en su parte construida es de 8,7 m —29 pies de 30 cm—, lo que teniendo en cuenta los 60 cm de sus muros perimetrales, define un espacio interior de 7,5 metros; la longitud aproximada de unos 18,5 m se obtiene a partir de algunos fragmentos de muro perimetral conservados y sobre todo de seis sillares irregularmente alineados que podrían formar parte del zócalo de cimentación de su cerramiento septentrional. En este punto comienzan a vislumbrarse los problemas, ya que la planta definida a partir de las alineaciones de sus muros, lejos de inscribirse en una

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Fig. 12. Composición y simetría de la basílica (según P . Cánovas, 2005).

figura geométrica regular, define un espacio trapezoidal, de tendencia rectangular, con una marcada torsión hacia el Oeste. Parece indudable que su espacio interior se organiza axialmente en dos naves paralelas a partir del eje que marca el machón central conservado en la testera meridional, la fila de columnas y un machón frontero cuya existencia suponemos en razón de la seriación de los elementos y la aparente axialidad antedicha. El segundo problema emana de las diferentes luces tanto de los vanos que forman dicho eje axial, sólo coincidentes en los dos extremos,26 cuanto de las naves longitudinales resultando más ancha la occidental —circa 4 m— que la oriental —circa 3,5 m—.

Las luces de Sur a Norte son las siguientes: 4,3 m de la cara interna del muro al eje de la 1ª columna, incluido el pilar (desde el centro del pilar a la columna, 3,8 m), 3 m de la 1ª a la 2ª, 2,7 m de la 2ª a la 3ª, 3,5 m hasta la 4ª y otra vez 4,3 m hasta el muro septentrional. 26

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El problema más complejo afecta a la distribu ción interna y funcionalidad de los machones o pilares de fábrica adosados a los muros, de los que úni camente se conservan en obra cinco en la testera meridional del aula —cuatro afrontados dos a dos en las paredes laterales y uno axial alineado con las columnas— y quizá parte del que debió ocupar la es quina nordoccidental. Se trata de pilastrones maci zos de mampostería, con inclusión ocasional de una laja vertical,27 que se suelen adosar al muro por su cara interna y que aparecen delineados en la icno grafía rupestre de la sala a mayor escala, de forma que una vez construido el pilar , su recorte termina por dibujar un zócalo resaltado. Este peculiar deli neado rupestre, al que nos hemos referido con anterioridad, permite suponer la existencia en la pared septentrional de al menos cinco machones seriados a intervalos variables —de 3,2 a 3,7 m—, a los que se debe añadir el último en la esquina, cuyo par afron tado sí se ha conservado parcialmente, y que de esta forma coinciden aproximadamente con los elemen tos portantes —machones y columnas— del eje axial; sin embargo, este delineado rupestre se desvía significativamente del trazado del muro que se ha restituido a partir de los restos de obra conservados, lo que nos lleva a suponer un replanteamiento de obra similar al constatado en la fachada meridional de la basílica. Llegados a e ste punto, y habida cuenta de que nos movemos en el campo de la especulación, nos ha parecido oportuno presentar dos hipótesis restitutivas distintas de la planta del aula que contemplan, jerarquizados, los argumentos significativos que las sostienen, en la certeza de que ambas soluciones son discutibles. La primera, y en nuestra opinión más verosímil, adosa los seis machones al trazado reconstruido del cierre oriental, situándolos aproximadamente en sus recortes correspondientes, y los duplica simétricamente en la pared frontera a partir del eje axial. De esta forma, se obtiene una planta relativamente coherente, organizada en dos naves, con cinco crujías transversales correspondientes a cada sección entre pilares. No obstante, esta propuesta no toma en consideración como eventual machón los restos de obra de un recorte tallado en la roca, próximo al muro occidental, que a la luz de la planta resultante

27 Esta técnica sólo se constata en la esquina suroriental del aula; en el segundo machón de la habitación contigua por el norte (8), si bien en este caso en un lateral y no en el frente, y en los tres contrafuertes del vestíbulo palatino, donde se enca denan estas lajas a soga y tizón, forrando y trabando alternativamente la cara vista de los machones.

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Fig. 13. Hipótesis restitutivas del aula basical.

no nos parece adecuado interpretar en este sentido. Por el contrario, la segunda hipótesis enfatiza este resto, dándole el valor de pilar, lo que obliga a redistribuir el ritmo de los machones en la pared occidental, reducidos ahora a cinco, con el resultado una planta disimétrica que pierde la distribución pareada de los machones. Creemos que esta segunda solución no es arquitectónicamente factible y carece de sentido estructural, por lo que nos parece, en el estado actual de los conocimientos, más probable la primera (Fig. 13, A). Por último, es necesario dedicar unas líneas a la función y el sentido estructural de estos pilastrones macizos interiores; hemos obviado conscientemente el término contrafuerte para referirnos a ellos, por entender que un contrafuerte es un refuerzo estruc tural que contrarresta los empujes laterales desde el exterior. En este sentido sí son contrafuertes los tres que refuerzan el flanco de la estancia interpretada como caja de escalera, puesto que lo contrarrestan desde el exterior , por más que queden englobados desde el principio o posteriormente en el vestíbulo de entrada al palacio. A más, la disposición genera-

lizada de lajas trabadas a soga y tizón forrando su frente, que únicamente se documenta en un machón del aula, refuerza la funcionalidad estructural de estos pilares de obra, explicada en nuestra opinión por el desarrollo de un volumen en altura en dicho punto. Si descartamos la función de contrafuertes para los machones que se disponen tanto en el aula palatina como en las estancias anejas —dos en la antecámara, donde se aprecian también las bases de semicolumnas talladas en la roca, y al menos otros dos en la estancia más oriental—, hemos de discutir otras eventuales alternativas de carácter tectónico, a la par que ornamental, que expliquen la existencia de pilares adosados por el interior en otros edificios altomedievales con diversas solucio nes de cubrición. El llamado edificio A de Morería, interpretado como residencia señorial islámica, 28 presenta macho28 Utilizamos como referencia la planta más reciente publicada en Alba, 2004: 433, lám. 20; 2007: fig. 18, con ligeras variaciones respecto a las anteriores. Sobre la cronología e interpretación de estas estructuras emirales cfr. p. 179 ss.

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nes interiores pareados en dos de sus salas, si bien al menos en la central, donde se conserva también una alineación de dos columnas, están aparentemente contrarrestados por verdaderos contrafuertes (Fig. 24, 1). En este caso y salvando las obvias diferencias de planta y monumentalidad, se sugiere que los pilares pudieron estar «coronados por arcos ciegos unidos entre sí, creando unas galerías ciegas y paralelas con un sentido más estético —y acaso emblemático- que funcional» (Mateos y Alba, 2000: 158); esta función decorativa podría explicar la desviación de los pilares respecto a los elementos portantes del eje axial que caracteriza nuestro edificio, pero deja abiertos numerosos interrogantes estructurales. Rematadas igualmente por arcos ciegos se supone que estuvieron las pilastras adosadas de la nave de la llamada «Cárcel de San Vicente» en Valencia (AA.VV,1998: 44; Utrero, 206: 635) y las de las cámaras laterales de Santa Lucía del Trampal, si bien en este caso y probablemente en el anterior su presencia se justifica estructuralmente por la necesidad de absorber los empujes de una cubierta abovedada (Caballero y Saez, 1999: 83 y 100 ss.; Utrero, 2006: 578), de la que no parecen existir evidencias en los ejemplos de Morería y del Tolmo. Por fin, la inclusión de pilastras adosadas en las esquinas y en el centro de las estancias laterales en la fase II del castellum de Sant Julià de Ramis, se explica por la necesidad de sostener de un piso superior de opus signinum (Burch et alii, 2006, 57-60), equiparable a los constatados en Recópolis y Monte Barro. Los edificios palatinos de Recópolis, que flanquean la iglesia formando una gran plaza de representación, presentan una fila de soportes —un muro corrido central en el edificio sur o una fila de pilares internos en el edificio norte—, y contrafuertes exteriores en algunos tramos, destinados a sostener un segundo piso de opus signinum donde se constata también decoración arquitectónica (Olmo, 2000: 390). De otro lado el palacio de Monte Barro en Lombardía se presenta como un edificio de dos plantas, sostenidas por pilares — uno en la habitación de representación del ala norte y siete alineados en el ala Este— en las que la pobreza técnica de la planta baja se compensa con un primer piso cualitativamente superior.29 La posible existencia de un segundo piso en el edificio palatino del Tolmo es un tema que se ha plan-

29 Se trata de un edificio en tres cuerpos dispuestos en torno a un patio, que ha sido interpretado como residencia representativa a tenor del hallazgo de una corona pensil de bronce (Bro giolo, 1994: 104) y fechado entre el segundo cuarto del siglo V y la mitad del VI (Brogiolo y Castelletti, 1991: 49).

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teado recurrentemente en la estrategia de investigación y más después del hallazgo de bloques de opus signinum con la cara superior aplanada en una cámara lateral (Fig. 2, 9), que permiten defender la existencia de una torre o un acceso a las cubiertas en este punto, reforzada por lo que interpretamos como el arranque de la escalera. No obstante y aun sin descartar por completo esta hipótesis, que sin duda podría explicar estructuralmente columnas y machones interiores del aula principal y de su antecámara, no hemos encontrado ningún indicio claro que permita apoyarla. Aunque estamos lejos de poder proponer una reconstrucción fiable del alzado y cubrición del aula, todo apunta a imaginar un único piso cubierto por una armadura a dos aguas, sostenida longitudinalmente por la arquería o dintel central y apoyada directamente en los pilares o bien en las eventuales arquerías ciegas trazadas entre ellos, que soportarían las vigas transversales de dicha armadura. Sin embar go, creemos que la presencia de estos refuerzos interiores sí puede sugerir un mayor desarrollo en altura de este único piso, acorde con el carácter representativo de la sala, que haría necesario aumentar la absorción de los empujes fortaleciendo estructuralmente los apoyos de la armadura. En tal caso, el desarrollo vertical de la sala en relación al conjunto del edificio podría permitir el acceso desde las cubiertas adyacentes a una tribuna o galería lígnea, situada sobre la testera meridional. 2.2. DE CONSTRUCTIONE El complejo monumental responde, como hemos señalado ya en varias ocasiones, a una planificación unitaria, pero su ejecución es sumamente heterogénea en cuanto a técnicas edilicias y formas de abasteci miento de materiales de construcción. El reempleo de materiales —especialmente sillares, lateres de entalle y tegulae mammatae—,30 elementos constructivos en las arquerías, procedentes de las anteriores edificaciones romanas —como basas, fustes y capiteles, de diversas características pétreas y tamaños—, sillares y escultura decorativa en los muros o estelas funerarias en bancos, escalones y cimentaciones se constata abundantemente en la basílica y en menor medida en el palacio. La heterogeneidad es igualmente patente en los diversos aparejos constructivos que se emplean, sobre todo en la basílica donde se documenta opus africa-

30 Los tipos 7 C-D y 9 engloban materiales cerámicos de construcción de uso específico en ambientes termales romanos, que fueron reempleados como material constructivo en época visigoda (Cánovas, 2005: 164-8).

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Fig. 14. Alzados exteriores de los muros 60 069 y 60 110 —cierres septentrional y occidental del baptisterio respectivamente— y alzado interior del vano occidental del aula palatina, flanqueado por dos machones, donde se aprecian el reempleo de sillares en zócalos y esquinales encadenados en la testera del baptisterio y las cadenas dentadas con bloques trabajados en las jambas del palacio.

num con paños de mampostería intercalada en las estancias anejas y algunos puntos de las naves; mam postería careada con sillares de reempleo en zócalos y esquinales encadenados en el baptisterio (Fig. 14, 1 y 2); lienzos de grandes lajas verticales corridas en la unión del baptisterio con las naves laterales (Fig. 15); muros de doble paramento de sillería de reempleo con relleno interior de opus incertum en el ábside; muretes de barro y piedra, más próximos a la técnica del tapial que a la de la propia mampostería, en el contracoro; y empleo del ladrillo en algunos tramos murarios. Las jambas de entrada a los espacios están formadas por grandes sillares verticales, tanto en los portales de acceso desde el exterior como en los vanos de paso al baptisterio, aunque la jamba derecha del acceso meridional a dicho ámbito fue realizada en ladrillo. Por el contrario, en el palacio domina la mampostería irregular, sin concertar , reforzada con bloques trabajados en las esquinas y sobre todo en los contra-

fuertes y jambas, donde se disponen en cadena dentada alternando la disposición vertical con el trabado horizontal (Fig. 14, 3). Una diferencia fundamental

Fig. 15. Aparejo de grandes lajas verticales corridas sobre el basamento recortado en la roca a modo de banco, correspondiente a la unión del baptisterio con la nave lateral sur del aula eclesial.

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entre ambos ambientes radica en el uso de los morteros de cal como elemento de trabazón, que únicamente se constata en la iglesia, frente a la tierra de color castaño o anaranjado, bastante arcillosa y homogénea que se utiliza en la mampostería del palacio. Los modos de construir se simplifican aún más en los ambientes privados y domésticos, donde se constata la existencia de zócalos de mampostería combinada con alzados de tapia. En lo que respecta a las pavimentaciones, conviven los suelos tallados en la roca con los pavimentos de tierra apisonada o mezclada con cal; los primeros dominan en la iglesia, donde se regularizaron parcialmente con un mortero de cal compuesto con la misma roca arenisca machacada, y los espacios representativos del palacio. Los pavimentos de composición arcillosa se documentaron en el pórtico monumental, donde al menos una de sus reformas puede fecharse a partir del tremís de Ervigio que contenía, en ciertas estancias del palacio y en la mayoría de los ambientes domésticos y productivos del área de la puerta de la ciudad. En el caso de las cubiertas de la iglesia, parece probable que existiera una armadura a dos aguas so bre el aula, apoyada en los muros maestros perime trales y en las arquerías de las naves, con un proba ble alzamiento de la nave central; por el contrario, el ábside se resolvió con una bóveda de cuarto de es fera de ladrillos, fabricados seguramente para la ocasión, mientras que el baptisterio y las estancias ane jas debieron tener cubiertas independientes a una o dos aguas. El aula del palacio pudo cubrirse, a ma yor altura como hemos señalado con anterioridad, por otra armadura a dos aguas sostenida por la co lumnata central, mientras que la compleja planta del resto de las estancias sugiere la existencia de varias cubiertas independientes, así como un volumen de sarrollado en altura en la zona occidental. No obs tante, en los tejados de ambos edificios se emplearon exclusivamente imbrices, de los que aparecen numerosos fragmentos en los derrumbes, siendo testimo nial el hallazgo de tegulae (Cánovas, 2002: 297. Fig. 17.7-8). El complejo debió tener numerosas ventanas, ya que en la excavación se han exhumado, reempleadas en construcciones posteriores, más de una docena de piezas monolíticas entre dobles y sencillas, que responden a dicha función, si bien ignoramos su ubicación en los alzados y no podemos precisar si se abrían en las fachadas perimetrales de los edificios o si, en el caso de la iglesia, se situaban en el realce de la nave central, al modo de las cubriciones basilicales clásicas (Gutiérrez Lloret y Sarabia, 2007: 324-27).

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2.3. DE VENUSTATE La última mirada sobre la arquitectura del siglo VII ha de ser epidérmica y no debe excluir los acabados ornamentales que caracterizaron el edificio en su momento de uso, condicionando su percepción social. Diversos vestigios han demostrado que basílica y palacio estuvieron enfoscados con un mortero de cal y que dicho tratamiento se aplicó tanto en las fachadas exteriores como en las paredes interiores, regularizando la disparidad constructiva de muchos de sus aparejos y sirviendo de soporte a un interesante conjunto de testimonios gráficos y epigráficos —los graffiti— de gran valor social (Fig. 4.1-3). Enlucidos, estucos, pintura, escultura decorativa y ornamentación litúrgica en general se unen para recrear una imagen «vestida» de la arquitectura del siglo VII, que trasciende los prejuicios esteticistas derivados de la contemplación de sus ruinas desnudas. Esta perspectiva favorece una mejor comprensión de la función social y el significado ideológico de los edificios, al tiempo que permite redimensionar en clave productiva fenómenos como el del reempleo. 2.4. IMPLICACIONES PRODUCTIVAS: CICLOS Y PROCESOS CONSTRUCTIVOS

En este punto resulta necesario plantear brevemente algunos aspectos relativos a las formas de organización de los procesos productivos arquitectónicos, que pueden conducirnos a comprender la dimensión económica y social que comporta la realización de las arquitecturas del Tolmo de Minateda. Debemos advertir, no obstante, que esta perspectiva de análisis de las técnicas constructivas es aún incipiente y supera el marco de un trabajo como el que nos ocupa, en el que únicamente queremos señalar las líneas y problemas que deben organizar nuestra investigación futura. Hemos presentado aquí un conjunto de «arquitecturas» diversas que abarcan desde el ámbito de la construcción pública, con una importante dimensión simbólica y representativa —iglesia y palacio—, hasta el dominio privado, pero que en alguna medida se desarrollan en un mismo ambiente técnico. 31 Se trata siempre de arquitectura en piedra en la que el material de construcción tiene procedencias diversas —reempleado, 31 Sobre este y otros conceptos que utilizaremos a continuación, resultan particularmente interesantes los trabajos de G. Bianchi (1995, 1996, y 2005 entre otros), A. Azkárate y L. Sánchez Zufiaurre (2005), J. A. Quirós (2002, 2005 y 2007), L. Caballero y M.ª Á. Utrero (2005) y las reflexiones de T. Mannoni (1997 y 2005).

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Fig. 16. Aparejos de mampostería irregular con disposición de bloques gruesos en los zócalos y «opera a pilastri».

recogido y obtenido en cantera—, ejecutada con técnicas de albañilería caracterizadas por el recurso a una mampostería heterogénea (Fig. 16.1) —sin olvidar la construcción en negativo—, que no denota una especialización alta en el tratamiento del material, ni una excesiva preocupación por la regularidad en la disposición del aparejo externo; pero que, como ya señaló T. Mannoni (1997: 20), no está reñida con la homogeneidad tridimensional que denota la distribución ajustada de los bloques más gruesos buscando el careo externo, la disposición longitudinal de bloques y la inclusión frecuente de elementos verticales reempleados —sillares y bloques escuadrados—, extraídos en cantera —lajas— u obtenidos de forma natural —roca utilizada como esquinal en una de las unidades domésticas—, que actúan como nervaduras verticales de los paramentos. 32 En oca-

32 En una técnica próxima a lo que que T. Mannoni denomina «opera a pilastri» (2005: 18).

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siones este sistema de puesta en obra «ad occhio», como definía Mannoni, muestra inequívocos indicios de selección intencionada, buscando la disposición de los bloques más grandes —tanto sillares romanos reempleados como bloques irregulares— en las partes bajas de los muros, constituyendo un zócalo de fundación (Fig. 16.2). La recuperación de componentes constructivos procedentes de edificaciones anteriores es no toria en el caso de los elementos estructurales, que se seleccionan para ejercer nuevamente su función prístina —en especial basas y fustes de columnas reempleados en la iglesia— o de aquellos otros que son buscados por sus dimensiones y morfología —generalmente bloques escuadrados como sillares, pilastras, inscripciones y es telas funerarias, etc.— para integrarse como refuer zos constructivos en esquinales o muros de carga. Lo ex tendido de esta práctica, que incluye también produc ciones latericias de procedencia termal, permite sospechar que mucho del material irregular empleado en la mampostería altomedieval puede proceder igualmente del reciclaje de los derribos de construcciones más antiguas. Resulta innegable que tanto la heterogeneidad de las técnicas constructivas como el recurso al reem pleo entrañan una disminución intrínseca de la espe cialización artesanal —entendiendo por tal el n úmero de operaciones que realiza cada individuo (Brogiolo, 1996: 12)— re specto a los est ándares constructivos previos y denotan una simplificación del ciclo productivo de la piedra (Azkarate y Quirós, 2001: 52-3), pero conviene confrontar estos datos con los indicios de producción directa y actividad de cantera antes de extraer ninguna conclusión definitiva. Encontramos indicios de producción directa entre los materiales cerámicos y en ciertas actividades vinculadas al ciclo de la piedra. En el primer caso se ha podido constatar la fabricación ex profeso en época visigoda de al menos tres tipos de ladrillos macizos rectangulares, que fueron empleados en la construcción del santuario de la iglesia; la especial morfología de las piezas pertenecientes al primero de los grupos identificados —lateres cuneati de sección trapezoidal y canto biselado (Fig. 17.5-6)—, 33 así como su concreta dispersión en el derrumbe, indican que en origen serían las dovelas de un arco de fábrica ubicado entre el santuario y el ábside, mientras que los otros dos tipos son utilizados indistintamente en el pavimento primitivo del coro y en la cúpula de cuarto de esfera

33 El tipo 6 de P. Cánovas (2005: 163) tiene unas dimensiones de 2921 × 7-3 cm, mostrando uno de sus cantos cortado en un ángulo que oscila entre los 60 y los 80 grados (Gutiérrez Lloret et alii, 2003: 136).

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Fig. 17. Material cerámico de construcción de producción visigoda. Restitución de la pavimentación del sanctuarium y tipos de lateres —1-2: semilater pedalis, 3-4: semilater pes-dodrans, 5-6: later cuneatus, 7-8: imbrices incisos—.

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que cubría el ábside (Figs. 17.1-2 y 3-4).34 Por fin, resulta sugerente el hallazgo de un fragmento de ímbrice con un grafito inciso en caracteres propios de la caligrafía cursiva visigoda, que Isabel Velázquez propone interpretar como el final de un nombre propio antepuesto al inicio de la palabra fecit, que podría indicar la presencia de una producción significativamente diferenciada (Fig. 17.7). En el caso del ciclo de la piedra destaca en primer lugar la fabricación inversa de los volúmenes —vaciando en lugar de edificar— que a más de permitir un aprovechamiento constructivo paralelo de sus desechos, lleva implícita una cierta pericia tecnológica35 cuyo significado productivo en un medio técnico dominado por la albañilería está por explicar , aun cuando en contextos cronológicos posteriores puede llegar a alcanzar una visibilidad considerable en combinación con técnicas de cantería, como parece ocurrir en Bobastro. 36 A este indicio se suma el testimonio concreto de una cantera documentada algunos metros al Este del conjunto religioso. Se trata de un gran recorte de planta rectangular practicado en la roca, con una profundidad máxima de 1,20 m que no ha podido ser excavada aún en su totalidad. En su fondo ha quedado marcado el negativo de la última actividad extractiva correspondiente a unos bloques irregulares, entre los que se repite un patrón cuadrangular cuyas dimensiones oscilan entre 100 y 80 cm de longitud por 90/60 cm de anchura. Los bloques empleados en la construcción de la rampa de acceso a la cantera permiten fijar en 20 cm la tercera dimensión de ciertas unidades extractivas, lo que nos remite a un módulo relativamente estrecho, más emparentado con una losa que con un sillar propiamente dicho, en el que encajan las cadenas dentadas de jambas, esquinas y contrafuertes del palacio, así como las losas que cubren algunas tumbas del cementerio situado en torno al ábside (Figs. 18 y 19). La constatación de esta actividad extractiva nos lleva a plantear el problema del tratamiento del material obtenido directamente de la cantera; los indicios 34 Tipos 8 B ( semilater pedalis de 29 × 16 × 3 cm) y 8 C (semilater pes-dodrans de 29 × 21 × 4 cm); Cánovas, 2005: 163-7; Gutiérrez Lloret et alii, 2003: 136). En ambas producciones es común la aparición de marcas productivas. 35 Que puede llegar a ser significativa en el caso de zonas de tradición troglodítica. Cfr. el caso de los «maestros de pico», especialistas en la excavación de cuevas de hábitat actuales en Guadix (Bertrand, 1990: 49). 36 En Bobastro se han hallado dos iglesias semirrupestres atribuidas al tránsito de los siglos IX a X: la iglesia de Las Mesas de Villaverde (Mergelina y Luna, 1925; Puertas Tricas, 2006; y Utrero, 2006: 439- 40, con todas las referencias previas) y la de la Ciudad, donde la técnica rupestre se asocia a la sillería (Martínez Enamorado, 2004).

Fig. 18. Planta de la cantera e improntas de su última extracción.

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Fig. 19. Vista de la cantera con restos de una posible rampa extractiva.

de labra rupestre y las características de los bloques empleados en la puesta en obra sugieren un tratamiento mínimo, que podría basar su relativa regularidad en el aprovechamiento extractivo de las diaclasas naturales, combinado con el escuadrado somero en ciertas piezas de módulo menor , usadas exclusivamente en jambas y contrafuertes (Fig. 14.3). No creemos que se emplee la técnica de cantería en sentido estricto —producción especializada de bloques escuadrados— en la arquitectura del siglo VII del Tolmo de Minateda, si bien las técnicas de albañilería utilizadas reciclan y seleccionan sillares antiguos —generalmente romanos— como refuerzo de esquinales y zócalos (Fig. 14.1 y 2). El ejemplo más claro del diferente empleo de las técnicas de cantería y albañilería y su distinto significado social y económico se obtiene de la comparación de la obra de fortificación augustea —opera quadrata con zócalo almohadillado, perfectamente escuadrada, dispuesta en seco, con grapas de cola de milano y encajes tallados en la roca; fig. 20.1— con la fortificación visigoda que la reaprovecha; aunque ésta última se caracteriza por presentar un forro exterior en sillares, el recurso al reempleo de los mismos condiciona un aparejo irregular, que mezcla sillares con bloques someramente escuadrados, trabados con gruesas llagas de argamasa (Fig. 20.2). Por el contrario, el único indicio de la existencia de artesanos especializados y ciclos productivos de relativa complejidad, lo proporciona la escultura decorativa que formó parte de las fábricas originales. En relación al edificio religioso se han documentado unos programas ornamentales sencillos en piedra local, adaptados a un variado repertorio de soportes, tales como capiteles, fustes, barroteras, frisos y especialmente placas decorativas o canceles, cuya similitud iconográfica y técnica con otros ámbitos del sudeste de Hispania no ha pasado desapercibida y ha

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permitido plantear la discusión sobre la eventual existencia de «talleres» o, lo que es más preciso, unidades productivas especializadas (Fig. 21). De existir dichas unidades productivas, sus actores —artesanos o grupos de artesanos—, no sólo elaborarían piezas especializadas por encargo, como los capiteles, sino que de alguna manera or ganizarían la producción —concepción, aprovisionamiento de material y ejecución técnica— y la distribución de la decoración arquitectónica, respondiendo a una demanda determinada funcionalmente por el soporte arquitectónico —canceles, frisos, capiteles, columnas, tenantes, pilastras, etc.— e iconográficamente por su sentido litúrgico. El reconocimiento de unidades productivas especializadas plantea también el problema de la variada casuística que se establece en las relaciones entre productores y receptores, desde la producción por encargo al trabajo a pie de obra; el esbozo del capitel sin esculpir procedente de Algezares ilustra de hecho una de las posibilidades intermedias: la comercialización de un producto semielaborado que se termina in situ, mientras que la similitud de una de las piezas del Tolmo (Fig. 21.3) con otro capitel algezareño hace pensar en la eventualidad de un reempleo de sobrantes de obra. La heterogeneidad de los capiteles conservados en el Tolmo y los reajustes que sufren algunas de sus placas decoradas en el momento de la puesta en obra no sugieren la existencia de una íntima relación entre albañiles y escultores, ni la intervención directa de estos últimos en el proceso constructivo, sino más bien una cadena operativa sencilla, dominada por las técnicas de albañilería, que se encar ga de adaptar un trabajo escultórico raramente elaborado in situ (Gutiérrez Lloret y Sarabia, 2007, 334-36). Por último, creemos que las distintas manifesta ciones estudiadas —la construcción pública de natu raleza simbólica y jerárquica, de un lado, y la cons trucción privada de carácter doméstico, de otro— evidencian un distinto dominio de los recursos técni cos por parte de los artesanos que las realizan, lo que permite establecer variantes técnicas con significado social en las «arquitecturas» del Tolmo de Minateda, por más que tengan idéntica cronología y participen del mismo ambiente técnico. El complejo monumental en su conjunto evidencia un mayor grado de especialización constructiva, con cadenas operativas más complejas, que contemplan, por ejemplo, una impor tante inversión técnica en los sistemas de adecuación constructiva previa a la obra —tallado de las plata formas de nivelación y eventual aprovechamiento de los materiales resultantes—, diversificación de las fuentes de material constructivo, que incluyen no sólo el reempleo sino también la producción directa

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Fig. 20. Técnicas de cantería y albañilería. 1. Planta y alzado de la muralla augustea de cantería con restos del último expoli o in situ —cuatro sillares removidos en la derecha de la ultima hilada—, 2. Sillares romanos reempleados en el forro interior de la forti ficación visigoda, realizada con técnicas de albañilería.

de material cerámico o la extracción en cantera, y una significativa selección de morfologías constructivas complejas —técnicas de albañilería con esquina les y vanos reforzados, vanos y soportes monolíticos, enlucidos de mortero, sistemas de cubrición con ar maduras a dos aguas y techumbre de teja, etc.—, en relación a las constatadas en el ámbito doméstico — zócalos de piedra con alzados y pavimentos de tierra y sistemas de cubrición a un agua, sin negar el recurso eventual a confeccionar techumbres de mate riales perecederos—. No obstante, el hecho que despierta nuestro interés no es tanto el previsible significado social diferente

del fenómeno arquitectónico en ambientes domésticos o monumentales, cuanto la eventual jerarquización de estos últimos. El análisis de las técnicas constructivas del complejo monumental confirma las impresiones estratigráficas que enfatizaban, aun dentro de su contemporaneidad conceptual, el edificio religioso respecto al «civil» anejo. Es obvio que una vez nivelado el terreno y planificada la obra en su conjunto, la ejecución comenzó por el edificio religioso, en el que se emplearon recursos constructivos específicos, que denotan su prelación simbólica y estructural. A ella se destinaron la cantería de reempleo, utilizada como refuerzo de la mampostería, y los elementos estructura-

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Fig. 21. Escultura decorativa de producción visigoda —1. cancel, 2. ajimez, 3 y 4. capiteles— y 5. reempleo de basa ática enfoscada.

les reutilizados, y en ella únicamente se empleó el mortero de cal como sistema de trabazón de la mampostería y las producciones cerámicas arquitectónicas. En la basílica existe, por fin, una distribución razonada de la decoración, que selecciona los espacios donde se hace visible el programa decorativo labrado ex profeso —capiteles del aula, canceles del santuario y baptisterio, altares, etc.—, mientras que lo reempleado se estuca y se oculta —basas y fustes, sillares de corados, etc. Fig. 21, 5—.

El palacio, aun compartiendo la monumentalidad del diseño, muestra unas significativas variantes técnicas que subrayan su subordinación en proyecto y significado: su delineación icnográfica denota desajustes e irregularidades de ejecución más notorios que los constatados en la basílica; los aparejos se limitan a la mampostería con ocasionales refuerzos encadenados en los vanos, pero desaparecen los encadenados de esquina; no se documenta el reempleo de cantería, que es aquí sustituida por bloques de cantera tratados

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Fig. 22. Viabilidad y articulación espacial del complejo arquitectónico con propuesta restitutiva de relación entre ambientes cubiertos y espacios abiertos.

con técnicas de albañilería, al tiempo que la tierra reemplaza a la cal como sistema de trabazón, bajo los enlucidos. Aunque muchos de estos rasgos no serían patentes en el resultado final de la obra, creemos que sus implicaciones productivas no son baladíes y con-

tribuyen, en palabras de J. A. Quirós (2007: 44), a recomponer en su complejidad el significado social del fenómeno arquitectónico, incluso —y esto debería de llamar a la reflexión— en el seno de un mismo ambiente técnico y cronológico.

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3. LA ARQUITECTURA EXPLICADA: FUNCIONALIDAD, VIABILIDAD Y SIGNIFICADO HISTÓRICO La discusión que precede estas páginas permite proponer una interpretación arquitectónica del complejo monumental que ayude a comprender su significado histórico. Aunque forman parte de un mismo conjunto, basílica y palacio son en realidad dos edificios independientes y estructuralmente autónomos, dispuestos en torno a un espacio común central. La basílica se nos presenta como un edificio aislado de claro significado religioso, mientras el palacio parece constituir una manzana extensa de funcionalidad menos obvia, aunque claramente vinculada a la del propio edificio religioso. Ambos tienen entradas independientes desde el exterior: la iglesia desde el Norte, Sur y Este, por sus fachadas laterales y la cabecera; el palacio, desde las calles que lo flanquean por el Oeste y posiblemente también al Noreste (Fig. 22). Los espacios de la iglesia son sobradamente conocidos y no plantean problemas especiales de reconocimiento litúrgico: el sanctuarium, segregado por un cerramiento de canceles, se sitúa en su cabecera, ocupando el ábside y el primer intercolumnio; frente a él, en el extremo opuesto de la nave central, se dispone el contracoro, que funciona igualmente como un espacio litúrgico reservado. A ambos lados del sanctuarium sobresalen en la planta dos habitaciones simétricamente contrapuestas, que se interpretan respectivamente como un vestíbulo destacado, la de la izquierda, y como el sacrarium la de la derecha, que constituye también un espacio funerario privilegiado, al igual que el cementerio ad sanctos que rodea el ábside. El baptisterio se sitúa a los pies de la basílica, en relación con una estancia que debió participar en la liturgia preparatoria del bautismo. La puerta principal de la basílica se abre en el centro de su fachada meridional y está afrontada a otra, de la que se conservan in situ las mochetas talladas en un sillar , a la que se accede desde el espacio común central que vincula iglesia y palacio. Se trata de una or ganización axial clásica basada en el principio de simetría bilateral, 37 marcado por el eje litúr gico que contrapone jerárquicamente los espacios de la litur gia eucarística y bautismal (eje sanctuarium- contracoro-baptisterio), en un esquema monumental propio de los edificios de culto cristiano altomedievales (Fig. 23). En este es-

37 Según modos y sistemas de análisis formal del espacio formulados por P. Mañana, R. Blanco y X. Ayán (2002: 36), citando categorías de análisis de G. H. Baker (1989) y F . D. R. Ching (1995).

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quema de ordenamiento espacial se refuerza igualmente la centralidad del aula como espacio distribuidor que permite el acceso a todos los espacios dependientes de la misma, al tiempo que enfatiza con su mayor inaccesibilidad el carácter angular y mistérico del ábside y la piscina bautismal (Figs. 23, 2C y 24). El edificio contiguo a la basílica formó parte indis cutible del complejo eclesiástico, si bien nada sugiere un uso estrictamente litúr gico del mismo. El arrasa miento de buena parte de su estructura original, que pudo incluir también ambientes abiertos, dificulta enormemente la interpretación funcional de algunos espa cios, pero no impide reconocer un uso jerarquizado de los mismos ni intuir la lógica social del espacio en su conjunto. El acceso al edificio se realizaba a través de un amplio vestíbulo sobresaliente respecto a la fachada oriental de la iglesia, que permitía el tránsito tanto a su interior como al espacio abierto, posiblemente cercado, que lo flanquea por occidente. Las dos estancias alineadas en paralelo al eje litúr gico de la iglesia marcan, en su condición de espacios transitables, el itinerario sim bólico hacia el aula palatina, que constituye el espacio de representación por excelencia e indudablemente el de mayor rango jerárquico del conjunto (Fig. 23. 1). Podría decirse que estamos ante una organización espacial de tipo lineal, dispuesta a lo lar go de un eje, en el que la «transitabilidad» se impone a través de ambien tes sucesivos y vanos alineados (Fig. 23. 2A), que ade más de actuar como distribuidores laterales, enfatizan la dirección principal del movimiento hacia el que, por fuerza, ha de ser el espacio importante de esta or ganización (Mañana et alii, 2002: 36). La superior jerarquía espacial del aula basilical se reconoce por la peculiar relación sintáctica que se es tablece respecto al resto de los espacios: su situación estratégica al final del eje lineal, su mayor amplitud y diferente orientación —se dispone en posición perpendicular al eje de circulación que conduce hacia ella y al propio eje litúr gico de la iglesia contigua—, su es tructura única y diferenciada —basilical, dividida en dos naves longitudinales y posiblemente desarrollada en altura— y, por fin, el recurso a elementos singula res como son los machones internos, cuyas eventuales implicaciones decorativas o representativas van más allá de su valor puramente estructural. La singularidad de este espacio preeminente en el esquema general de circulación y de visibilidad espacial se aprecia tanto en los diagramas de permeabilidad derivados del análisis gamma de Hillier y Hanson, 38 que enfatizan el grado 38 Sobre el análisis gamma de Hillier y Hanson (1984) y los análisis de percepción visual cfr . P. Mañana, R. Blanco y X. Ayán (2002: 38-40); P: Mañana (2003) y X. Ayán (2003).

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Fig. 23. 1. Principales recorridos circulatorios de representación (acceso al aula palatina; accesos a la basílica; ejes litúrgicos eucarístico y bautismal) 2.- Análisis de circulación en el complejo y diagrama de accesos.

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Fig. 24. Diagrama de permeabilidad del complejo arquitectónico derivado del análisis gamma de Hillier y Hanson.

de dependencia de los espacios transitables y su probable dimensión pública y ceremonial (Magrini, 2003: 572), como en los análisis de percepción visual que ponen de manifiesto la visibilidad parcial y gradual que determina la necesaria perspectiva en codo, impuesta por la disposición perpendicular del aula respecto al esquema general de circulación lineal del edificio y por su acceso lateral (Figs. 23 y 24). El arrasamiento de este espacio impide el análisis de su organización jerárquica interna como espacio de representación y congregación, habida cuenta de que su división axial en dos mitades disimétricas sugiere — al contrario que en la iglesia— la prelación visual y espacial de las largas fachadas longitudinales en detrimento de las testeras, cuya visibilidad queda segregada por el alineamiento de los elementos sustentantes centrales. El aula, de acuerdo con nuestra propuesta restitutiva, pudo tener una puerta en el centro de su fachada oriental —situada en relación a la impronta de un posible quicio tallado en la roca y quizá enfrentada al que en apariencia podría ser el especio preeminente del aula—, que permitiría establecer su conexión con el ambiente oriental del edificio. Este

último espacio, que pudo estar parcialmente descubierto, es sin duda uno de los más difíciles de comprender. La existencia de una estructura rupestre escalonada en el extremo septentrional de este ambiente, interpretada como acceso, permite suponer una comunicación directa con el exterior, que dotaría al edificio de una viabilidad coherente con respecto al eje de circulación que conduce a la cabecera de la iglesia (Fig. 23). Entre el vestíbulo del palacio y el baptisterio se sitúa el pórtico monumental que articula la fachada occidental del complejo; esta estructura sostenida sobre nueve pilares señala la entrada simbólica al nexo común de ambos edificios, un espacio abierto intermedio desde el que se accede a un conjunto de dos estancias pertenecientes al cuerpo estructural del palacio, pero físicamente segregadas del mismo, y a la propia basílica a través de una de sus entradas laterales, que muestra huellas de un pequeño porche empedrado a más de las mochetas antedichas. Este espacio abierto central, donde se excavaron un par de aljibes, conserva restos de muros difíciles de interpretar, que pudieron corresponder tanto a estructuras previas arrasadas como a porches y estructuras

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de nivelación.39 La relevancia del pórtico como de marcación simbólica del espacio jerárquicamente sacralizado se refuerza con la aparición de dos posi bles remates arquitectónicos de las cumbreras en forma de cruz patada y por el desarrollo del cuerpo vertical —¿torre?— que sugiere la caja de escalera documentada en la cámara lateral del palacio, con trarrestada estructuralmente por los contrafuertes del vestíbulo. Este hito vertical, unido a la propia estructura porticada, constituye el contrapunto simbólico del ábside de la basílica y del volumen del aula de representación que suponemos, como se recordará, desarrollado en altura. Desde esta perspectiva, resulta obvio que, por más que pertenezcan al cuerpo de fábrica del palacio, las estancias 10 y 1 1 no forman parte de su estructura funcional. Mientras las cámaras axiales del ala septentrional tienen un marcado carácter de tránsito —patente en el alineamiento sucesivo de sus vanos—, estos ambientes se inscriben en una dinámica diferente, en la que no tienen cabida los elementos arquitectónicos de representación y donde la autonomía y relativa privacidad de los mismos queda subrayada por su independencia y accesibilidad directa desde el exterior (Figs. 23 y 24). Quizá estemos ante un espacio administrativo, sin desestimar usos residenciales o de almacenamiento, que podría explicar el significativo volumen de enlucidos cubiertos por incisiones de dibujos y caracteres en cursiva visigoda procedentes de sus paredes. Nada en el análisis arquitectónico ni espacial de este edificio sugiere un uso litúrgico comparable al de la iglesia con la que forma un conjunto planificado unitariamente, al tiempo que su concepto constructivo y funcional lo aleja totalmente de los testimonios domésticos y residenciales privados usuales en los ambientes urbanos del siglo VII. Estamos sin duda ante 39 La interpretación estratigráfica de este espacio resulta especialmente compleja por los afloramientos de la roca y los procesos postdeposicionales, que han alterado y desconectado físicamente partes de la estratificación. En el momento actual varias posibilidades se hallan en discusión: que ambos muros correspondan a dependencias arrasadas en el momento de construcción del porche de la basílica es una de ellas, aunque no hay evidencias claras en este sentido; otra hipótesis es que se trate de un porche o soportal parcialmente resuelto con estructuras lígneas o incluso, en el caso de la estructura más próxima al vestíbulo escalonado de la iglesia cuyo alzado enrasa con la cota superior de la plataforma rocosa, que corresponda a un muro de contención de los aportes de tierra destinados a nivelar una eventual superficie de circulación escalonada en la plaza. Lo que sí parece claro es que al menos el ángulo nor doccidental de este espacio cobijó con posterioridad usos domésticos, posiblemente contemporáneos a los documentados en otros ambientes de la iglesia y el palacio ya en el siglo VIII (vid. supra fig. 5).

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un edificio complejo en el que se representa materialmente la diferenciación social en sus diversas manifestaciones funcionales: vivienda privilegiada individual o comunitaria, centro de representación del poder eclesiástico y/o civil, centro administrativo, espacio fiscal y económico, aunque la parcialidad de los restos excavados y conservados impida aquilatar todavía el reconocimiento material de algunas de dichas funciones. De hecho, las transformaciones funcionales que sufre el edificio a lo largo de su vida constructiva, paralelas a la desacralización de la iglesia, alteraron la composición de los ajuares que podrían habernos permitido analizar en primera instancia las pautas de consumo, comercio y captación en los contextos del siglo VII y aproximarnos a la comprensión de los mecanismos de control social y económico de las élites visigodas. El reaprovechamiento residencial secundario del siglo VIII, materializado en la fragmentación, repavimentación y aparición de estructuras de combustión en ciertos ambientes, supuso la caracterización doméstica de muchos de ellos —cerámicas culinarias y vajilla de servicio y almacenaje del siglo VIII— que pudieron tener orientaciones funcionales diferentes en la centuria precedente —por ejemplo, áreas de almacenamiento—. Sin embargo ciertos indicios arqueológicos abundan en el significado social de este complejo y en su relación con grupos privilegiados. Sin ánimo y espacio para extendernos en un tema que ha de ser tratado por extenso en otro marco, conviene recordar algunas evidencias materiales que marcan la línea de reflexión. El área del complejo monumental ha proporcionado hasta el momento uno de los volúmenes más significativos de moneda visigoda no tesorizada hallados en contextos estratigráficos, 40 así como cada vez son más evidentes los indicios de consumo de ciertos productos de lejana procedencia, distribuidos en contenedores africanos y orientales —ánforas Keay LXI y LXII, ungüentarios tardíos y ciertos testimonios de recipientes atestiguados en Constantinopla—,41 en un repertorio de productos importados 40 Hasta el momento se han hallado el triente de Ervigio (680-687) de la ceca de Sevilla, en una de las refacciones del pavimento del pórtico de acceso, es decir en unos estratos de construcción correspondientes el uso del conjunto; otro de Egica y Witiza (697-701) y cuatro trientes de Witiza (702-11) de las cecas de Tucci, Toletum y Corduba, a más de un pequeño cobre bizantino acuñado en Cartagena durante el periodo de ocupación bizantina, en la segunda mitad del siglo VI, con un peso equivalente a 4 nummi y motivos de cruz/delta (Doménech y Gutiérrez Lloret, 2005, 2006). 41 En concreto nuestras tapaderas articuladas del tipo K, que corresponden a la producción «UWW1 spouted jugs» identificada por J. W. Hayes; se trata de una forma de jarro globular con pitorro y tapadera incorporada, común en el siglo VII,

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—es decir, de comercio— compartido con Recópolis, que nos habla del mantenimiento de un comercio selectivo, posiblemente reducido y puntual, relacionado con la demanda de productos específicos por parte de ciertos grupos sociales privilegiados —¿vino, perfumes, sustancias litúrgicas, aceite?—. Al margen de la arquitectura religiosa, las características de su estructura espacial remiten, nunca de manera mimética, a un conjunto de edificios de carácter similar y cronologías variadas. Son todos ellos edificios que, más allá de la dimensión litúrgica, abarcan funciones residenciales, administrativas o representativas, como las edificaciones palatinas de Recópolis, el complejo episcopal de Barcino, algunos edificios emirales en Mérida o el complejo de Falperra en las proximidades de Braga. Sus características y eventuales relaciones formales ya fueron analizadas en un trabajo previo al que remitimos con la bibliografía pertinente (Gutiérrez Lloret et alii, 2005: 3549-51) y en razón de evitar esa redundancia quisiéramos ahora comentar algunos aspectos concretos de cuatro ejemplos escogidos. A caballo entre los siglos VII y VIII, el edificio del Pla de Nadal —villa áulica visigoda para unos y palacio omeya para otros—, 42 representa un concepto edilicio totalmente diferente del de nuestro edificio, tanto en técnicas como en morfología y cualidad/cantidad de escultura decorativa; sin embar go ciertos elementos como los pórticos con pilares adosados a la fachada o el concepto de axialidad de las estancias alineadas con cámaras laterales plantean algunos criterios de análisis del espacio de representación (Fig. 25, 3). Los ejemplos emeritenses se fechan en un seg mento temporal que va de finales del siglo VIII a la primera mitad del IX y se enmarcan dentro de lo que M. Alba (2007: 179-89) considera «viviendas seño riales islámicas» o «palacetes», generadas en el marco de una más efectiva presencia administrativa del estado cordobés y en el mismo ambiente técnico y social que conduce a la erección de la alcazaba el año 835 (Figs. 24, 1 y 2). Son grandes estructuras

(1992: 38 ss y 160, fig. 39) y presente en contextos orientales donde perduran y evolucionan (Uscatescu, 1996: 1 12, fig. 4, 310; Corvo, 1955), que ha sido igualmente documentada por dos ejemplares en Recópolis y más de una docena de individuos en el Tolmo. Queremos agradecer al equipo de Recópolis la noticia de su aparición en los contextos de la ciudad y los datos de su estudio inédito acometido por M. Bonifay y D. Bernal. 42 El yacimiento fue dado a conocer en varios trabajos de E. Juan y X. Centelles (1986), E. Juan e I. Pastor (1989 a y b) y , por último, E. Juan y J. V. Lerma (2000); se ha discutido su cronología visigoda (Gutiérrez Lloret, 2000 c) o postvisigoda (Caballero, 2000) y recientemente se ha llegado a proponer su vinculación con el propio Teodomiro (Rosselló, 2005: 289).

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heterogéneas de nueva planta, con estructuras regu lares y axiales que evidencian una jerarquización funcional de los espacios, derivadas de su carácter polifuncional —funciones administrativas en los sa lones y residencia de las élites en los espacios más reducidos—. El análisis de algunos ejemplos como la casa de la Alcazaba (Mateos y Alba, 2000: 159) o el edificio A de Morería (Alba, 2004: 433) muestran la tendencia a or ganizar el edificio en torno a gran des salones basilicales de dos naves separadas por columnas y eventuales armaduras a dos aguas, que recuerdan conceptualmente al aula del T olmo; en el caso del edificio A se añade además el recurso a los machones interiores, generalmente contrarrestados por auténticos contrafuertes exteriores, que crean un frente de arimeces decorativos que han sido puestos en relación con el volteo de eventuales arquerías ciegas adosadas. Seguramente el ejemplo más llamativo por su semejanza sea el de Santa Marta de Cortiças en Falperra, cerca de Braga. Este lugar , excavado por J. J. Rigaud de Sousa (1970), fue dado a conocer como monasterio por P. de Palol (1968: 371-3, fig. 97). Recientemente M. L. Real (2000: 26, fig. 1) ha presentado una planimetría restituida en la que interpreta dos edificios áulicos, uno religioso —la basílica— y otro palatino, destinado a alojar la corte sueva, erigidos en la misma disposición que nuestro ejemplo, dejando igualmente entre ambos un espacio abierto ligeramente irregular y con la única variación de que en Falperra la iglesia se dispone al norte. El supuesto edificio palatino conforma una estructura rectangular de más de 30 m de longitud, compartimentada internamente y organizada en torno a un aula palatina con columnata central de siete pilares internos y contrafuertes exteriores. El paralelismo es evidente pero la escasa documentación arqueológica del sitio y la identificación puramente conjetural de la sede regia recomiendan prudencia. En conclusión, parece probable que nuestro edificio tuviese una función de representación, administración y residencia, semejante a la de los complejos palatinos de naturaleza episcopal que conocemos en Barcelona o regia en Falperra, si se confirma su rela ción con la corte sueva durante los siglos V y VI, con paralelos constructivos en algunas residencias representativas de Mérida, ya de época islámica, por citar algunos ejemplos concretos. En nuestra opinión su estrecha vinculación con la basílica sugiere que podría tratarse del palacio episcopal de una nueva sede creada a finales del siglo VI: la Eiotana o Elotana y su proyecto arquitectónico creemos que confirma esta hipótesis.

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Fig. 25. 1: Edificio A de Morería (Mérida), según M. Alba (2004: 433, lám. 20), 2: Edificio de la Alcazaba (Mérida) según P. Mateos y M. Alba (2000: 159); 3: Pla de Nadal (Riba-Roja de Túria, Valencia) según M. Rosselló (2005: 288, fig. 8); Santa Marta de Fal perra (Braga) según M. L. Real (2000: 26, fig. 1).

Por ello, el estudio global de todo el conjunto permite entender el significado histórico de su erección, tanto por lo que supone de planificación arquitectónica, como sobre todo por su dimensión política y simbólica. La disposición or gánica en un espacio urbano privilegiado de lo que hemos identificado como los tres elementos de la tríada episcopal: catedral, baptisterio y episcopio, siendo este último el espacio de representación y residencia de la máxima dignidad eclesiástica, evidencian la voluntad de construir un escenario que dignifica y señala el lugar más impor-

tante de la ciuitas, donde se aúnan todos los poderes, realzado por el pórtico de acceso que or ganiza los espacios y la circulación interna. 43 De acuerdo con esta hipótesis, se trata de un programa constructivo unita43 En estas mismas páginas F . J. Moreno Martín –«Arquitectura y usos monásticos en el siglo VII. De la recreación textual a la invisibilidad material»— ha destacado que la disposición del palacio episcopal en paralelo a uno de los lados mayores de la catedral, cerrando el conjunto, es similar , salvando las distancias técnicas, al de Sbeitla (Duval, 1989: 362-3, figs 10 y 11).

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rio, diseñado y fabricado ex nouo en un momento avanzado del siglo VI, si no ya de principios del VII, a consecuencia de una decisión política que pudo emanar directamente de la autoridad toledana y que ejecutó de acuerdo con el ambiente técnico local.44 BIBLIOGRAFÍA AA.VV., 1998: Cripta arqueológica de la cár cel de san Vicente, Valencia. ABAD CASAL, L., 2001: «El Parque arqueológico del Tolmo de Minateda, elemento dinamizador de la Comarca de Hellín-Tobarra», Cursos sobre el Patrimonio Histórico, 5 (Actas de los XI cursos monográficos sobre el patrimonio histórico, Reinosa, 2000), 285-98, Santander. ABAD CASAL, L.; C ÁNOVAS GUILLÉN, P.; GAMO PARRAS, B. y G UTIÉRREZ LLORET, S., 2007: «El complejo episcopal de Eio (el Tolmo de Minateda, Albacete). Últimas aportaciones arqueológicas», Arqueología de Castilla-La Mancha. Actas de las I Jornadas (Cuenca, 2005), 171-185, Cuenca. ABAD CASAL, L. y G UTIÉRREZ LLORET, S., 1997: «Iyih (El Tolmo de Minateda, Hellín, Albacete). Una ciuitas en el limes visigodo-bizantino», Antigüedad y Cristianismo (Murcia), XIV (1997), 591-600. ABAD CASAL, L.; G UTIÉRREZ LLORET, S. y G AMO PARRAS, B., 2000 a: «La ciudad visigoda del Tolmo de Minateda (Hellín, Albacete) y la sede episcopal de Eio», Los orígenes del cristianismo en Valencia y su entorno (Grandes temas ar queológicos II), Valencia, 101-12.

44 En la discusión suscitada tras la exposición pública de este trabajo se planteó una posibilidad de la que queremos dejar constancia en estas líneas y que se refiere a la posible identifi cación monástica del edificio anejo a la basílica. Es cierto que algunos conjuntos arquitectónicos de cronologías diversas interpretados como monasterios rurales —bien establecidos como Melque en Toledo (Caballero, 2004, 2007) o de interpretación más dudosa como el cenobio del Cuarto de Enmedio en la Dehesa del Cañal de Pelayos (Storch de Gracia, 1998: 151-2) y el restituido de Bobastro (Puertas Tricas, 2006: 45)– presentan cercas vinculadas a las clausuras y edificios longitudinales dispuestos en los ejes de dichos cerramientos con porticados y columnatas. Sin embargo, poco o nada sabemos sobre la materialidad de las estructuras monásticas urbanas y en última instancia los indicios de vida comunitaria religiosa se difuminan en los contornos de las sedes episcopales. En suma, si como concluye F. J. Moreno «basta que un número de clérigos por limitado que sea, decidan seguir un ideal ascético en torno al obispo para poder considerarlo una comunidad canonical, en definitiva, un monasterium», la discusión sobre la eventual naturaleza monástica del complejo del Tolmo no aporta nada significativo al análisis de su materialidad como eventual sede episcopal ni tampoco a la comprensión de sus arquitecturas y ciclos productivos edilicios.

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LAS IGLESIAS CRUCIFORMES DEL SIGLO VII EN LA PENÍNSULA IBÉRICA. NOVEDADES Y PROBLEMAS CRONOLÓGICOS Y MORFOLÓGICOS DE UN TIPO ARQUITECTÓNICO POR

MARÍA DE LOS ÁNGELES UTRERO AGUDO1 CCHS, CSIC. Madrid

«In fact, in the absence of archaeological evidence, sometimes artifacts were initially positioned next to each other in sequences or distributions on the basis of morphological similarity, making possible, by definition alone, a coherent stylistic description with a satisfyingly regular structure». (Davis, 1990: 23)2

RESUMEN Las iglesias de planta cruciforme de la Península Ibérica forman parte de un grupo tradicionalmente adscrito a la segunda mitad de la séptima centuria. Sin embar go, el desarrollo de los planteamientos históricos y metodológicos así como la constatación de nuevos edificios que se ajustan al mismo tipo han planteado nuevos interrogantes que invitan a revisar la coherencia de este conjunto arquitectónico. SUMMARY Cruciform churches of the Iberian peninsula belong to a group traditionally thought to be dated to the second half of the seventh century. However, the development of the historical and methodological models and the discovery of new buildings close to this type have settled new questions which lead to revise the coherence of this architectonical group. PALABRAS CLAVE: Tardoantigüedad, Altomedievo, tipología arquitectónica, influencias arquitectónicas, estratigrafía. KEY WORDS: Late Antiquity, Early Middle Ages, architectural typology, architectural influences, stratigraphy.

1 Grupo de Investigación ArqueoArquit, Instituto de Historia, CSIC. 2 «En realidad, ante la ausencia de evidencia arqueológica, algunas veces los objetos fueron inicialmente agrupados en secuencias o distribuciones de acuerdo a una base morfológica, haciendo posible, sólo por definición, una descripción estilística coherente con una estructura regular satisfactoria», traducción de la autora.

1. RAZONES PARA UNA REVISIÓN Las iglesias de planta cruciforme han jugado y juegan un papel principal en el proceso de caracterización del conjunto de arquitectura eclesiástica tardoantigua y altomedieval de la Península Ibérica, el cual ha sido entendido y , consecuentemente, analizado como un grupo homogéneo con unos atributos arquitectónicos comunes. Características como la técnica de sillería y la presencia de cubiertas abovedadas se han sumado a la planta cruciforme para ar gumentar una cronología avanzada en el siglo VII. Sin embargo, la revisión de la cultura material de estas épocas llevada a cabo durante los últimos años a raíz del planteamiento de un nuevo modelo explicativo, de la implantación de una nueva metodología arqueológica y del incremento del número conocido de edificios de fisonomía cruciforme justifican la revisión de un grupo confeccionado por la investigación de mediados del siglo XX y vigente en la actualidad. El surgimiento de un nuevo marco explicativo ha afectado notablemente al conjunto cruciforme, cuyas peculiares características le eximían de pertenecer tanto a la arquitectura del siglo VI como a la del siglo X, ambas centurias abundantes en modelos basilicales, aunque con soluciones estructurales muy distintas y otras tantas excepciones planimétricas. El modelo tradicional (Palol, 1967 y Schlunk y Haus-

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child, 1978, entre otros) defendía la presencia de una arquitectura de época visigoda (siglos VI-VII) de ascendencia romana, enriquecida notablemente en su última etapa por las aportaciones bizantino-orientales3 y cuyos caracteres principales llegarían hasta la cultura arquitectónica del siglo X, afectando así a los grupos conocidos como asturiano, mozárabe y andalusí. Las iglesias cruciformes, con su planta, escultura decorativa y soluciones arquitectónicas serían el máximo exponente de esa influencia bizantina, características que las separarían de las formas basilicales del siglo VI y las situarían en la segunda mitad del siglo VII. Frente a esta explicación, el modelo expuesto hace más de una década por otros investigadores (Caballero, 1994/95 y Real, 1995) también apuesta por una arquitectura basilical de época visigoda, cuya cronología se extiende sin embar go a lo lar go de los siglos VI y VII. Al contrario que el anterior , esta propuesta no reconoce las influencias bizantinas como revitalizadoras del último arte adscrito a la segunda mitad del siglo VII, sino que culpa a la ocupación islámica de la Península de los significativos cambios de una cultura arquitectónica que, consecuentemente, retrasa sus cronologías a momentos posteriores al año 711. De nuevo, las características del grupo cruciforme ocupan un lugar singular en esta explicación, siendo el reflejo del cambio cultural acontecido a inicios de la octava centuria. A la vista de lo expuesto, las nuevas propuestas explicativas y consecuentes cronologías son la primera razón para llevar a cabo la revisión de este conjunto arquitectónico. Desde un punto de vista metodológico, la intro ducción de la estratigrafía arqueológica como herra mienta de análisis del suelo y de los alzados construidos ha modificado el conocimiento de la cultura material tardoantigua y altomedieval con la paulatina creación de series cerámicas, fósil director tradicio nal pero mal conocido para estas épocas hasta fechas recientes (Caballero, Mateos y Retuerce, 2003), y de estratigrafías murarias que han ido desplazando y/o enfrentándose a los cuadros tipológico-estilísticos de carácter cronológico prestados de la Historia del Arte. El tradicional hermanamiento entre fuentes do cumentales y epigráficas con los criterios estilísticos como medio para construir una historia de la arqui tectura se somete ahora a una revisión y calibración que parte del registro material. La obtención de secuencias constructivo/destruc tivas ordenadas temporalmente relativiza las clasifi caciones tipológicas tradicionales. La construcción 3 Más bien centro mediterráneas si atendemos a los principales paralelos manejados, los cuales repasamos más adelante.

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se entiende ahora como el resultado final de distintas actividades edilicias y refacciones efectuadas a lo largo del tiempo que pueden ser identificadas e indi vidualizadas gracias a la lectura estratigráfica. Por lo tanto, si la construcción no es resultado de un único momento, tanto sus espacios como sus elementos ar quitectónicos y decorativos tampoco lo son. En otras palabras, las plantas cruciformes que aquí pretende mos estudiar pueden encerrar diversas actuaciones edilicias diacrónicas que sean las verdaderas culpa bles de su forma actual y , al mismo tiempo, de una clasificación tipológica errónea. Sólo una vez identi ficado estratigráficamente el edificio original, podremos elaborar tipologías. Finalmente, el corpus arquitectónico se ha beneficiado de la constatación de otras iglesias que no sólo lo incrementan cuantitativamente, sino que además introducen una serie de variables que dificultan la homogeneidad del grupo cruciforme. Así deben entenderse los resultados de las excavaciones en los edificios portugueses de Mosteiros (Portel; Alfenim y Lima, 1995) y Montinho das Laranjeiras (Alcoutim; Maciel, 1996) o de San Vicente (Valencia; Roselló y Soriano, 1998), entre otros, o las revisiones de las iglesias de Santa María de Melque (Toledo; Caballero y Fernández Mier , 1999), Santa Comba de Bande (Orense; Caballero, Arce y Utrero, 2004) o San Pedro de La Nave (Zamora; Caballero y Arce, 1997). Las características mencionadas más arriba se diluyen debido a la variedad de técnicas paramentales, de soluciones formales y materiales de cubiertas y de plantas, entre otras, que se observan en estas iglesias y que impiden, por tanto, mantener la relación de homogeneidad y considerar , cuando menos, las cronologías de este extenso grupo, bien particularmente, bien de manera conjunta. 2. ¿CÓMO Y CUÁNDO SURGE EL GRUPO CRUCIFORME? La aparente convivencia de edificios de planta basilical y cruciforme no ha escapado al entendimiento de la mayoría de los investigadores que se han ocupado de la arquitectura tardoantigua y altomedieval hispánica desde principios del siglo pasado. Tuvo lugar así desde un inicio una clara separación formal y cronológica entre el «tipo latino», deudor de una tradición romana occidental y al que corresponderían las formas basilicales, y el «tipo bizantino», resultado de la convergencia de elementos bizantinos y orientales y que englobaría las basílicas compartimentadas y las plantas cruciformes, ambos tipos abovedados. Esta

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propuesta se observa ya en Lampérez (1908) y se rastrea posteriormente en Camps Cazorla (1929 y 1940), Torres Balbás (1934) o Camón Aznar (1963). A lo largo de estos años, algunos trabajos se evidencian como claves o especialmente relevantes en la consolidación del grupo iglesias de planta cruciforme. Las Iglesias Mozárabes. Arte Español de los Si glos IX al XI de Gómez Moreno (1919) aportó una clara caracterización de los grupos arquitectónicos altomedievales de la Península. Gómez Moreno aunó la arquitectura mozárabe del siglo X de tradición basilical localizada en el Noroeste peninsular y la tesis despoblacionista, lo que le llevó en consecuencia a un planteamiento de exclusión: el despoblamiento del Noroeste le impedía pensar en una actividad artística durante los siglos VIII y IX, por lo que las prime ras iglesias construidas en esta zona no podían da tarse antes del siglo X y, por el mismo motivo, aquellas que no eran basilicales4 o que no respondían a las influencias islámicas 5 debían ser de época visi goda (siglo VII). Este grupo se componía entonces por San Pedro de La Nave (Zamora 6), Santa Comba de Bande (Orense), San Fructuoso de Montélios (Braga, Portugal) y San Pedro de La Mata (T oledo). Para Gómez Moreno, la planta típicamente hispana era la cruciforme inscrita en un r ectángulo, modelo al que correspondían los ejemplos mencionados de La Nave, Bande y La Mata, y cuya pervivencia úni camente identificó en las iglesias de Sant Perè de les Puelles (Barcelona, crucero atribuido a la consagra ción del 9457) y Santa María de Melque (segunda mitad del siglo IX, 862-930). En su opinión, este tipo inscrito no tendría, sin embargo, continuación y sería relegado por la introducción de plantas centralizadas con un «cerco» bajo, en las que incluye, por ejemplo, a San Miguel de Terrassa (Barcelona), Santa María de Wamba (Valladolid) o Santa María de Lebeña (Santander). Posteriormente, Schlunk (1939) empleó las fuentes escritas y epigráficas como instrumentos crono lógicos para crear una tipología de arquitectura visi -

4 Como la reconocida en San Miguel de Escalada (León) o San Cebrián de Mazote (Valladolid). 5 Como serían las bóvedas de gallones y los motivos decorativos de Santiago de Peñalba (León). 6 Respecto a la cual no deja, sin embar go, de expresar sus dudas (Gómez Moreno, 1919: XVI): « Especialmente el esfuerzo ha sido grande respecto de San Pedro de La Nave, edificio que, por su anticlasicismo, cuadra mejor dentro del periodo de Reconquista; más aún r esuelto así, tendríamos que dejarlo aparte, como supervivencia extraña y sin conexiones con lo mozárabe reconocido». 7 Atribución basada en las fuentes documentales, puesta en duda por Boto (2006: 187).

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goda y asturiana. 8 En el primer grupo, entendido como continuador de lo paleocristiano y lo bizantino y caracterizado por la técnica de sillería, incluyó Baños y La Mata. Aunque manifestó sus dudas a la hora de clasificar Bande y Montélios, su asimilación con las anteriores, con modelos bizantinos de Asia Menor y, en concreto, con «las iglesias» sicilianas de Santa Croce Camerina/Bagno di Mare, le llevaron a incluirlas en el grupo datado entre los años 650 y 680 por el epígrafe de fundación de Baños. Este planteamiento fue desarrollado completamente en trabajos posteriores (1945, 1947 e Id. y Hauschild, 1978), en los cuales La Nave y Quintanilla, omitidas significativamente en su primer intento de clasifica ción (Schlunk, 1939), se dan ya como visigodas. Bande, La Mata y La Nave se unifican además por una función conventual que sería la determinante de la ubicación de los vanos de acceso (Schlunk, 1947: 289). Palol (1956: 96) reconoce que el grupo de arquitectura adscrito a la segunda mitad del siglo VII «es el único núcleo del Mediterráneo que conserva la pr esencia del crucero». En su opinión, este tipo «desaparece en la ar quitectura paleocristiana desde el siglo VI y es característico de las formas r enacientes carolingias desde el siglo IX, existiendo una solución de continuidad que comprendería los siglos VII y VIII». Pero en su Arqueología Cristiana de la España Romana (Palol, 1967) identifica un grupo de iglesias «de transición», pieza clave para entender la evolución de la arquitectura de los siglos V al VII. Este conjunto se entiende como un amplio campo tipológico de experimentación que explicaría la significativa transformación durante este periodo de la arquitectura al reunir plantas basilicales, cruciformes, centrales (funerarias) y contraabsidiadas, todas ellas modelos intermedios entre lo paleocristiano del siglo V y lo visigodo de la segunda mitad del siglo VII. Durante este proceso, los resultados de los traba jos efectuados en el mausoleo cruciforme de La Cocosa (Badajoz), datado por Serra (1953) en los siglos VI-VII,9 y Valdecebadar (Badajoz), adscrita por Ulbert (1973) a mediados del siglo VII, se suman a la lista y suponen un nuevo argumento para extender el bizantinismo hasta la costa occidental al unirse al

8 Planteamiento similar al de Frischauer (1930), quien distinguió tipos basilicales, centrales (cruciformes y radiales) y mixtos. Melque y La Nave se incluyen en los cruciformes, ambas con dudas de una fecha anterior al 71 1 o posterior a la victoria cristiana del siglo IX (1930: 39 y 48), y Bande, en la que todavía no se conocen las habitaciones occidentales. 9 De una fecha notablemente anterior para Palol (1967: 143), quien la fecha en la primera mitad del V.

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ejemplo ya conocido de Montélios. La síntesis de Gómez Moreno (1966: 136) reafirma el empleo de la sillería, la planta cruciforme y los abovedamientos de la «arquitectura goda», frente a los mampuestos, plantas basilicales de épocas previas y el aboveda miento «perfecto» del prerrománico asturiano. La publicación de las primeras excavaciones de Santa María de Melque (T oledo) por Caballero Zo reda (1980) supuso un afianzamiento de este modelo al recuperar la iglesia toledana para el «bando visi godo». El análisis comparativo establecido con Bande y La Mata fue un importante ar gumento de cohesión para el grupo arquitectónico de la segunda mitad del siglo VII, el cual desarrolla ahora una tipo logía basada en una estratigrafía arqueológica. El descubrimiento de escultura decorativa, desconocida por Gómez Moreno (1919), y su consideración visi goda son, sin embargo, determinantes en la adscrip ción final a esta época del conjunto y de los edificios análogos comparados. A diferencia de Gómez Mo reno, Caballero clasifica este grupo de Bande, La Mata y Melque como plantas cruciformes exentas, grupo que reserva exclusivamente para La Nave y Quintanilla (1986). La iglesia extremeña de Valdecebadar se agrupa con las portuguesas de Montélios y Nazaré por la supuesta presencia de arquerías de se paración en el transepto. La tipología cruciforme empieza así a tener sus variantes. Por lo tanto, Caballero crea un grupo uniforme y modifica además su carácter . Estas iglesias, hasta entonces definidas por plantas cruciformes inscritas, pasan a ser exentas. Al mismo tiempo, propone una tipología de ábside en herradura al interior , siguiendo el modelo de Melque, que fuerza a identifi car fases previas en La Mata y Bande, las cuales se habrían caracterizado por una misma cabecera. Montélios encaja perfectamente en este grupo: se trata de una cruz exenta con brazos rematados al in terior en forma de herradura. Para Caballero (1981: 79), Bande, La Mata y Melque « Forman un gr upo bastante claro de plantas cr uciformes libres con Montelios, bien fechada, aunque muy mal cono cida». Esta propuesta reflejaría igualmente la inten ción de crear grupos homogéneos cronológicos de acuerdo a su fisonomía: si Bande y La Mata, ambas carentes de trabajos arqueológicos, son iguales a Melque, todas ellas deben pertenecer a un mismo momento cultural. La decoración, que no la estrati grafía, las lleva a la segunda mitad del VII. En mayor o menor medida, todos estos trabajos fueron decisivos para definir y plantear una evolu ción tipológica y genealógica. El planteamiento ge neral era el siguiente. De la planta puramente cruci -

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forme exenta de Montélios se evolucionaría a la cruciforme rodeada por habitaciones de Bande y de La Mata. De ésta se pasaría a La Nave y , finalmente, a Quintanilla. El carácter intermedio o mixto de planta cruciforme basilical de La Nave sería el resultado del cierre de las habitaciones laterales orientales y de la interpretación de las naves del aula separadas por medio de arquerías como evolución de las habitaciones laterales occidentales de los ejemplos anteriores de Bande y La Mata. En Quintanilla, al menos las naves laterales se abovedarían, lo que justifica su posición como última de la evolución. El grupo de transición definido por Palol (1967, cruciformes encerradas en un rectángulo) introducía un subcon junto de templos con transepto (Segóbriga, 10 Cuenca; Recópolis, Guadalajara; Fraga, 11 Huesca, y San Pedro de Mérida, Badajoz) adscritos a un amplio periodo comprendido entre inicios del siglo V (segunda fase de Fraga, primera como iglesia, Palol, 1991: 297-298) hasta la segunda mitad del VI (Recópolis) y que allana el camino hacia la arquitectura de la se gunda mitad del siglo VII. Pero el protagonismo del grupo de iglesias con planta cruciforme no sólo ha residido en su particu lar forma, sino también en las relaciones estableci das con la arquitectura bizantina a partir de las simi litudes planimétricas. Como veremos más adelante, esta vinculación se potenció mediante el reconoci miento de algunas iglesias situadas en el Mediterrá neo central como los eslabones que unían la arqui tectura bizantina oriental y la cruciforme de la segunda mitad del siglo VII de la Península, siendo Schlunk (1945) el principal creador de esta pro puesta. La influencia bizantina se manifestaría espe cialmente en este tipo de planta, argumento que ad quiere fuerza ante la ausencia de los alzados y/o de los abovedamiento en algunos ejemplos. La aparición de nuevas iglesias con plantas cru ciformes, como las que revisamos a continuación, no ha provocado alteración alguna en este plantea miento, es más, ha venido a afianzarlo, como de muestran las reflexiones de Maciel (1998), quien se adhiere a la propuesta inicial de Schlunk (1945) a raíz de sus trabajos en Montinho, o los paralelos propuestos en cada caso, como veremos más ade lante.

10 Cuya reciente lectura de paramentos pone en tela de juicio la forma y cronología tradicionalmente aceptadas (Utrero, 2007). 11 Recópolis y Fraga, con diferentes propuestas de evolución, sintetizadas en Utrero (2006: 524-526 y 450-451, respectivamente).

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3. IGLESIAS CRUCIFORMES EN LA PENÍNSULA Considerando este marco, se hace necesario el análisis de los edificios que formaron inicialmente este conjunto y de aquellos que lo han ampliado a lo largo de estos años. La síntesis que exponemos no pretende ser un examen exhaustivo de cada uno de los ejemplos, para lo que remetimos a las monografías correspondientes, sino un intento de reconocer su problemática morfológica, lo que afecta principalmente a su concepción original y posterior , y cronológica, para proceder así a su entendimiento dentro del estudio del conjunto de iglesias cruciformes. 3.1. EL GRUPO TRADICIONAL A REVISIÓN Llamamos grupo tradicional cruciforme (Fig. 1) al compuesto por algunos edificios considerados visigodos y por otros que, como consecuencia de la supuesta evolución de los primeros, se adscriben ya a época mozárabe. Más de dos siglos separan a ambos conjuntos de acuerdo al modelo explicativo tradicional, que situaba a los primeros en la segunda mitad del siglo VII. La propuesta mozarabista pretende eliminar este espacio de tiempo desplazando los primeros al siglo IX y acercándolos así al mozárabe clásico de la décima centuria. La iglesia de Santa Comba de Bande (Santa Comba, Orense, fig. 1) fue una de las primeras en en trar en escena y convertirse, por ese motivo, en prototipo de las iglesias cruciformes que irán apareciendo posteriormente. Si primero la conocimos como una iglesia de planta de cruz exenta (Lampérez, 1908), los trabajos de excavación superficial efectuados bajo el mando de Gómez Moreno (1943/44) descubrieron una serie de muros que la convirtieron en una cruz inscrita, planta que fue aceptada mayoritariamente (reproducida por Schlunk y Hauschild, 1978: 219, Abb. 128). Con la intención de entender el carácter asturiano de los elementos decorativos y dentro del sistema creado junto a Melque y La Mata, Caballero (1980: 561) defendió la originalidad visigoda de los muros norte y sur del anteábside y de la nave y de las naves y los ángulos del crucero, llevando a una fase ulterior, ya asturiana, el ábside, el pórtico y las habitaciones de los ángulos. La iglesia original sería enton ces una cruz exenta. Sin embargo, la posterior lectura de paramentos (Caballero, Arce y Utrero, 2004) modificó de nuevo su aspecto al reconocer un edificio original cruciforme exento, pero que, a diferencia de la propuesta anterior (Caballero, 1980), consideró ori-

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ginales el ábside recto y el pórtico. La estratigrafía demuestra que la planta actual es el resultado de, al menos, dos obras. Primero, se construyó una iglesia cruciforme exenta con un ábside rectangular y , poco después, se le añadió una cámara en el ángulo noreste. Los restos de los muros exhumados por Gómez Moreno (1943/44) pertenecieron a unas estancias añadidas en un momento posterior , las cuales, a diferencia de la iglesia original abovedada, estaban cubiertas en madera. Por lo tanto, la Bande primitiva poseía una planta cruciforme exenta que corresponde, con excepción de la sacristía noreste, al edificio actual. Las propuestas en torno a su cronología son ya de sobra conocidas. De acuerdo a la interpretación del documento de época de Alfonso III (866-910) fechado en el 872, en el que se menciona la restauración de una iglesia de más de doscientos años de antigüedad,12 Schlunk (1947; y Hauschild, 1978: 218-220) y Gómez Moreno (1966), entre otros, defendieron una cronología de la segunda mitad del VII y sumaron a la argumentación características como la fábrica de sillería, la planta cruciforme y el abovedamiento completo, elementos que compararon con la cercana Montélios. Otro sector propuso una datación bastante más tardía, de la segunda mitad del IX, según la lectura del mismo documento (Puig, 1961: 137), los motivos decorativos (Camón, 1963: 214) y los paralelos con Montélios y Lourosa (Ferreira, 1986: 1 15). Una última hipótesis defendía una fundación en época visigoda y una fuerte restauración en el siglo IX, momento al que pertenecería o el ábside (Sales, 1900: 248 y Kingsley, 1980: 186) o los muros y las bóvedas (Núñez, 1978: 320 y Palol, 1991: 386). La constatación de la unidad de la iglesia desde los cimientos hasta las bóvedas y desde el ábside al pórtico fuerza a descartar la tercera propuesta. La originalidad de los elementos decorativos, entre ellos una pareja de capiteles de «tipología asturiana» que fecharían el edi ficio primitivo en el siglo IX, se enfrenta a la termolu miniscencia de los ladrillos, con resultados circunscri tos al siglo VII (Caballero, Arce y Utrero, 2004). Aunque la imagen tradicional de São Fructuoso de Montélios (Braga, Portugal) dibuja una planta cruciforme con brazos ultrasemicirculares al interior y rectos al exterior , con excepción del brazo occidental, recto al interior y al exterior, las reformas históricas y las reconstrucciones efectuadas a finales del siglo XIX y en los años 30 de la siguiente centuria impiden tanto identificar su forma original con certeza como esta12 Al análisis sobre la naturaleza de este documento (Caballero y otros, 2004: 305-308) se pueden sumar las recientes referencias de D’Emilio (2005), con bibliografía al respecto.

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Fig. 1. Santa Comba de Bande (Caballero, Arce y Utrero, 2004), San Fructuoso de Montélios (Moura, 1955), San Pedro de La Mata (Schlunk y Hauschild, 1978), Santa María de Melque (Caballero, 1980), Santiago de Peñalba (Gómez Moreno, 1919) y Palaz del Rey (Miguel, 1996)

blecer una posible secuencia de fases constructivas y cronológicas. Como ha demostrado la revisión historiográfica elaborada por Brito (2001), el modelo interpretativo que defendía una iglesia visigoda determinó notablemente su reconstrucción. Ya en el siglo XVIII, las obras de acceso al coro alto de la nueva iglesia alzada al oeste implicaron la destrucción de su brazo sur. En las restauraciones iniciadas en los años 30 a cargo de S. J. Moura y, posteriormente, por A. Azevedo, tuvo lugar

el desmonte de los muros adosados y de los paramentos originales, la eliminación de unos elementos y la recomposición de otros de acuerdo a algunas partes constatadas y consideradas como originales y a unos principios arquitectónicos idealizados.13 La documentación gráfica de los trabajos permite confirmar la in-

13 Como demuestran las continuas referencias a Viollet-leDuc (Brito, 2001: 230).

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troducción del arcosolio en el paramento norte de la capilla oriental por Moura (Brito, 2001: 244), de acuerdo con la idea de un mausoleo funerario de carácter martirial (San Fructuoso). Este elemento no está representado en las plantas previas del edificio realizadas por Aguiar (1919) o por J. Vilaça (reproducida por Camps, 1940: 660, fig. 431). Como ya mencionaron Schlunk y Hauschild (1978: 211) y como demuestran las fotografías publicadas por Camps (1940: 662, figs. 433-435) y Brito (2001: 238, fot. 1), tampoco existía entonces ninguna arquería triple de entrada al brazo este. Para Montélios, las cronologías se han movido en los mismos márgenes que en Bande. Las referencias documentales del obispo San Fructuoso (656-665), las características constructivas, la planta cruciforme, la decoración muraria de arcos ciegos y los paralelos bizantinos de tradición romana de estos elementos han llevado a un gran número de investigadores (Aguiar, 1919; Lacerda, 1942; Schlunk, 1947; Almeida, 1962 y 1967 y Gómez Moreno, 1966) a defender la cronología visigoda para un edificio interpretado como mausoleo funerario. Por el contrario, han sido excepcionales las propuestas de una cronología mozárabe (Monteiro, 1939, siglo XI; Ferreira, 1986, finales del siglo IX y comienzos del X). Un tercer grupo de autores propuso una fundación en época visigoda y una restauración en el siglo XI, con posterioridad a las campañas de Almanzor en la zona (997). Da Silva (1958-59, fundación en la segunda mitad del siglo VII, reconstrucción en el siglo XI), Azevedo (1965, primitiva construcción visigoda con uso bautismal, transformada en el siglo XI en un mausoleo con un túmulo interior), Kingsley (1980, forma básica del VII, restauración a finales del XI o principios del XII), Dodds (1990) y Real (1995) formarían parte de este grupo. Por lo tanto, la ausencia de trabajos arqueológicos y el peso de las referencias documentales a San Fructuoso han condicionado la comprensión y cronología de Montélios. San Pedro de La Mata (Casalgordo, Toledo), situada en las proximidades de Melque, corresponde a una iglesia cruciforme con un ábside exento rectan gular. Su planta se complica por la presencia de unas cámaras en los ángulos orientales y una nave lateral meridional, sin correspondiente septentrional. Ca rente de intervenciones arqueológicas y en avanzado estado de ruina, es difícil concluir una reconstruc ción de su posible forma original. Es evidente la pertenencia a sucesivos esfuerzos constructivos de los distintos espacios. Entre ellos, cabe destacar la adic ción en un momento posterior indeterminado del ábside (Caballero, 1980), así como de las cámaras an -

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gulares y de la nave sur . La transformación del sec tor occidental hace dudar de la originalidad de los muros conservados en esta zona y de su fidelidad con los primitivos. De nuevo, planta cruciforme (Schlunk y Haus child, 1978: 221-223 y Caballero, 1980), tipología decorativa (Palol, 1991: 385) y la noticia sobre sus orígenes en época de Wamba (672-681), según una inscripción perdida, transmitida en una descripción del siglo XVII (Schlunk, 1947: 285), se reunieron para ofrecer una fecha del siglo VII. Sólo Puig (1961: 137), como en los casos anteriores, situó La Mata a finales del siglo IX y principios del X. Aquí, la propuesta intermedia fue de Caballero (1980: 501-503). En su opinión, la iglesia del siglo VII sufriría una fuerte destrucción y sería reconstruida con un ábside rectangular y una cubierta de madera. Gran parte de los muros actuales serían de este momento. En una tercera fase, se añadirían las tres habitaciones de los ángulos. Esta propuesta sustituiría de nuevo la idea de una iglesia cruciforme inscrita por una exenta, aunque, a diferencia de Bande, su forma original está aún por confirmar. Caracterizada por una discusión similar en torno a su fecha, Santa María de Melque (San Martín de Montalbán, Toledo) es una iglesia cruciforme con ábside de herradura al interior y recto al exterior . Su eje principal se prolonga gracias a un pórtico occidental y los ángulos exteriores, a excepción del sur occidental, se completan con unas estancias rectangulares que, a pesar de mostrar relaciones de adosamiento en los muros, son coetáneas al núcleo cruciforme, como confirma la continuidad de los cimientos exhumados durante las labores de excavación (Caballero, 2004: 350). Muros y cimientos de la habitación sureste mencionada se adosan a los de la iglesia, lo que la haría pertenecer a un momento posterior, bien cronológico, bien como etapa de obra, como Caballero (2004) tiende a suponer. Este planteamiento cambia la propuesta inicial de Caballero (1980) en torno a una iglesia primitiva cruciforme de planta exenta y muestra una planta parcialmente inscrita. A diferencia de los ejemplos previos, Melque comenzó siendo una iglesia de la segunda mitad del siglo IX (862-930) en base a los argumentos tipológicos (ausencia escultura decorativa) e históricos (independencia frente a Toledo) aportados por Gómez Moreno (1919). Schlunk (1947), Kingsley (1980) y Palol (1991) respetaron esta explicación. Las excavaciones de la iglesia dieron pie a Caballero (1980) a defender una fecha de la segunda mitad del siglo VII basada en la tipología escultórica y su analogía estructural con La Mata y Bande. La propuesta de Garen (1992), ba-

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sada en los paralelos orientales de la escultura y de los pilares en los ángulos interiores del crucero, situó a Melque en el siglo VIII, fecha asumida por Caba llero en su propuesta mozarabista (1994/95). Los úl timos datos derivados de las analíticas de C 14, los cuales ofrecen una fecha de construcción compren dida entre los años 680 y 770 (Caballero y Fernán dez Mier, 1999), termoluminiscencia y por las últi mas excavaciones (cerámicas, Caballero, Retuerce y Sáez, 2003) parecen consolidar una fecha de cons trucción de mediados del siglo VIII. El grupo tradicional de iglesias cruciformes se completa con otros ejemplos adscritos al mozárabe clásico del siglo X. Entendidos como resultado de la evolución de los edificios hasta ahora revisados datados en la segunda mitad del siglo VII, su lista se reduce a Santiago de Peñalba y San Salvador de Palaz del Rey, ambos en la provincia de León. En Santiago de Peñalba, las recientes excavaciones (Escudero y otros, 2004) no revelan datos significativos para la comprensión del edificio original ni para su cronología, situada en los primeros decenios del siglo X de acuerdo a la coincidencia de distintas fuentes documentales. La planta cruciforme se forma gracias a una nave rematada con ábsides rec tos al exterior, el oriental en forma de herradura al interior y el occidental en medio punto peraltado. La nave se divide en dos tramos. El oriental actúa como un crucero flanqueado por dos capillas laterales más bajas, cuyas cimentaciones son comunes a las de la nave, siendo por ello originales. Se documentan además dos pórticos simétricos en los lados norte y sur de la nave central, los cuales debieron construirse en un momento próximo a la iglesia original y en los que se hallaron las tumbas más antiguas (Escudero y otros, 2004: 27-28). En San Salvador de Palaz del Rey (León), los resultados de las excavaciones (Miguel, 1996) 14 modifican su imagen tradicional. Si la planta típica (Gómez Moreno, 1919) reproducía un edificio cruciforme con un ábside occidental, dos brazos (norte y sur) en herradura inscrita en un cuerpo cuadrado y un crucero de la misma forma, las últimas excava ciones documentan un espacio oriental inédito aná logo al ábside occidental. De esta forma, la idea de una cruz latina original con un ábside atípico orien tado a Occidente, motivo por el que Gómez Moreno había sugerido ya intuitivamente la posibilidad de una estructura de contraábside similar a las citadas Las excavaciones realizadas por el arquitecto Torbado en el año 1910 permanecieron inéditas, a excepción de las notas recogidas por Gómez Moreno (1919: 254-256). 14

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de Mazote o Peñalba (1919: 256), queda desesti mada por la confirmación de una planta de cruz griega fruto, además, de dos momentos constructi vos. El edificio primitivo se compondría de un áb side oriental con bóveda de gallones y dos cámaras laterales y un cierre occidental desconocido. En un segundo momento, se ejecuta un crucero con bóveda de gallones y se introduce el brazo occidental cono cido hasta ahora. Tratamos con una cruz griega con el ábside y el contraábside en herradura interior , pero con los brazos norte y sur rectos, como sucede en la cercana Peñalba (aunque aparentemente sin contrafuertes). A diferencia de la anterior , su hallazgo a nivel de cimientos, no permite confirmar si la comunicación entre crucero y capillas laterales se efectuaba por arcos o vanos, elementos que diferen cian los brazos de las habitaciones en este tipo de plantas, tema al que más adelante volveremos. Gómez Moreno (1919: 253) atribuyó esta iglesia a la obra del rey asturiano Ramiro II (931-951) de acuerdo a la información contenida en la Crónica de Sampiro (982). Las últimas excavaciones parten de esta adscripción tradicional, pero Miguel (1996: 139) identifica dos fases como resultado del análisis de los restos arquitectónicos conservados. El ábside oriental y los brazos datarían de la época de Ramiro II (931951), mientras el contraábside (o ábside occidental) y la bóveda gallonada del crucero pertenecerían a la obra de su hija Elvira (966-975). El edificio final es, por lo tanto, el resultado de dos obras, una ejecutada en la primera mitad del siglo X y otra en la segunda mitad de la misma centuria. Las dudas ofrecidas por el mismo arqueólogo (Miguel, 1996: 139) hacen ser , sin embargo, cautos ante esta evolución. La analogía con Santiago de Peñalba parece también buscarse en el intento de ver en la segunda obra una adecuación al uso funerario con la construcción de un nuevo contraábside, como Bango sugiere (1994: 208)15 para el ejemplo anterior. Arqueológicamente, la continuidad de las cimentaciones podría ser un firme argumento para considerar todos los espacios del edificio de un único momento, pero la disposición fuera de la línea de contrarresto, originada por las capillas o brazos laterales, del arco de acceso al ábside oeste y de sus cimientos podría interpretarse como un dato de posterioridad, aunque la primera característica también se puede observar en el ábside oriental ahora descubierto.

15 Basada en la adscripción del ábside oeste a un segundo momento, posterior a la muerte del fundador del monasterio, el monje Genadio, en el 937. Hecho que, sin embar go, no se constata en la fábrica.

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3.2. NUEVOS COMPAÑEROS DE VIAJE A este grupo que hemos denominado como tradicional y cuyas revisiones actuales revelan en algunos casos contradicciones formales y cronológicas, hemos de sumar una serie de edificios excavados a lo lar go de los últimos años y cuyo acoplamiento dentro de ese grupo inicial requiere cierta atención (Fig. 2). Si el modelo visigotista ha asumido estos edificios sin problemas en el conjunto cruciforme del siglo VII, con leves matices cronológicos, el mozarabista se ha mostrado más crítico en su interpretación. La iglesia de Valdecebadar (Olivenza, Badajoz) fue una de las primeras en ampliar el grupo. Las habitaciones situadas en los ángulos exteriores se hallan separadas del cuerpo principal de la iglesia por unos estrechos pasillos de función desconocida. A pesar de esta anómala planta, la originalidad de los vanos (el espacio noreste con acceso al tramo norte del brazo del crucero y el sureste a la nave central) confirma que estas estancias fueron concebidas en la obra inicial. El adosamiento de los muros del ábside, de forma semicircular ultrapasada, a los longitudinales de la nave central y la diferencia de grosor de sus muros hicieron pensar que la cabecera perteneciese a un segundo momento (Schlunk y Hauschild, 1978: 88). Sin embargo, como afirman Ulbert y Egger (2006: 224), la identidad de la fábrica parece unificar ábside y cuerpo de la iglesia. La fecha de mediados del siglo VII propuesta por Ulbert (1973: 212-213) era fruto de la comparación tipológica de la planta. Sin embar go, según la propuesta de Schlunk (1947) sobre las iglesias conventuales, la presencia de baptisterio 16 la distanciaba de Bande, La Mata o Melque, carentes de este espacio (Ulbert, 1973: 214). Este dato le llevó probablemente a adelantar la cronología a finales del siglo VI o comienzos del VII (Ulbert, 1978: 148).17 Los últimos trabajos no suman argumentos arqueológicos a la cronología, afirmando su construcción en el siglo VI y su uso a lo largo del siglo VII (Ulbert y Egger, 2006). En Mosteiros (Portel, Portugal), las excavaciones de Alfenim y Lima (1995) han identificado una iglesia de planta cruciforme con un ábside en herradura. Los trabajos clandestinos en los años 80 alteraron notablemente el yacimiento, el cual se encontraba ya fuertemente arrasado. A pesar de estas circunstancias, parece confirmarse la posterioridad del narthex, en

16 Con una segunda pila documentada en las últimas excavaciones (Ulbert y Egger 2006: 229). 17 Palol y Ripoll (1988: 147) defendieron esta misma fecha de acuerdo a la analogía con Montélios.

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base a la diferencia de cota y de tipo de pavimento (Eid, 1995: 466). Los mausoleos se adosan a los lados este y oeste del brazo sur, el cual también desempeña una función sepulcral. Los pavimentos de ladrillo de los mausoleos y del narthex ar gumentarían su pertenencia conjunta a un segundo momento. Alfenim y Lima (1995: 467) fechan la construcción original en el siglo VI, aunque subrayan la ausencia de ar gumentos arqueológicos para esta datación. La comparación tipológica con la planta de la iglesia de Recópolis (segunda mitad del VI) es una razón añadida para sostener esta fecha. En su opinión, es un modelo sencillo que difícilmente se puede comparar con ejemplos como Bande y Melque. Aunque Valdecebadar y Mosteiros puedan asemejarse por su planta, argumento principal de cronología en ambos casos, debemos subrayar que mientras la iglesia extremeña parece responder a un único momento constructivo inicial, Mosteiros es el resultado de dos obras sucesivas. En Montinho das Laranjeiras (Alcoutim, Portugal), las primeras excavaciones de finales del XIX, las labores agrícolas y su situación inmediata en la orilla del río Guadiana han alterado por completo la estratigrafía del yacimiento, del cual se han perdido algunas zonas. Los nuevos trabajos dirigidos por Maciel (1996 y 1998) identifican una iglesia cruciforme con un ábside cuadrado al que se le añade, en una segunda etapa, otro menor de planta trapezoidal. La tipología de la planta es el ar gumento manejado por Hauschild (1986: 169) y Maciel (1998: 747) para datar la primera obra con pila bautismal a finales del siglo VI o principios del VII. Como subrayaron Real (1995: 50) y el mismo Maciel (1996: 93), la ausencia de una estratigrafía original impide establecer una cronología fiable. Los paralelos tipológicos de la arquitectura, los elementos decorativos y la musivaria son los únicos ar gumentos cronológicos. La segunda etapa (ábside menor y sepulturas del interior) se sitúa en época mozárabe por el hallazgo de cerámica califal (Coutinho, 1993 y Catarino 2005-06: 123). Por los mismos criterios, Bowes (2001: 327-328) adscribe la iglesia a los siglos IV-V, de acuerdo a la probable pertenencia de algunos de sus muros a la villa, a los paralelos de los mosaicos constatados en la cámara funeraria (tumbas de la fase 2 de Maciel), a los hallazgos numismáticos en una de sus tumbas, a la fecha de la cerámica sigillata y a su posible interpretación como edificio en uso por la comunidad de la villa. Por lo tanto, aunque la forma y evolución de la planta parece clara, las hipótesis cronológicas se mueven en un amplio abanico que va desde el siglo IV al VII, repitiéndose el modelo de adscripción de un se-

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Fig. 2. Valdecebadar (Ulbert, 1973), Mosteiros (Alfenim y Lima, 1995), Montinho das Laranjeiras (fase II, Maciel, 1996), San Vicente de Valencia (Roselló y Soriano, 1998), Barcelona (Bonnet y Beltrán, 2000a) y Santa Clara de Córdoba (Marfil, 1996)

gundo momento al periodo de reconquista. En este caso, la interpretación del yacimiento, villa romana (Maciel, 1992 y Bowes, 2001), monasterio (Hauschild, 1986: 165 y Maciel, 2000) o asentamiento califal o post califal (Real 1995: 51, siglos X-XI18 y Cata-

18 El asentamiento perduraría y respetaría la existencia de la iglesia previa.

rino 2005-06: 122-124, segundo ábside como mihrab) repercute notablemente en la adscripción cronológica del edificio cruciforme. Aunque el hallazgo de un cancel en el entorno en 1925 (Vicent, 1954: 330) indicaba la posible existencia de un conjunto eclesiástico en el lugar , San Vicente de Valencia no fue excavada hasta finales de los ochenta. Se trata de un edificio cruciforme de ábside recto cubierto con una bóveda de medio cañón de

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toba al igual que los brazos (sólo se conserva la norte). Los pilares interiores de la nave igualan el es pacio a cubrir con el del ábside, apuntando por ello a una misma solución de cubierta. Aunque el crucero también carece de cubierta, parece lógica la construcción de una estructura abovedada contrarrestada por brazos abovedados. Identificada con la legendaria Cárcel de San Vicente, Soriano (1995: 135) propuso en un principio varias fases. El edificio se habría fundado en el siglo V, dado que su zanja de cimentación corta un muro de opus africanum tardoantiguo. En época visigoda, ha bría tenido lugar la elevación del pavimento y la inserción de las tumbas monumentales en los ángulos exteriores. Sin embar go, Roselló y Soriano (1998: 46) afirmaron, como resultado del estudio del material procedente de la zanja y del nivel bajo el pavimento, que se construyó con posterioridad a la mitad del siglo VI, a lo que se sumaron los análisis de C14 de la tumba hallada en el crucero, los cuales ofrecen una fecha de mediados de la misma centuria (Eid., 1998: 49). Posteriormente, Albiach (y otros, 2000: 78) fecharon el edificio, junto a otras construcciones, en el siglo VII. Más recientemente, Ribera (2005: 224) lo ha devuelto al siglo VI, de acuerdo con los análisis de C14, y lo ha enmarcado en un modo de hacer común en todo el Mediterráneo tardoantiguo, en el que destaca el Mausoleo de Gala Placidia (segunda mitad del siglo V). La conversión del edificio en un baño mediante la instalación de un horno junto al testero tendría lugar, según Roselló y Soriano (1998), en los siglos IX-X o, según Ribera (2005: 223), en un momento anterior dentro de la se gunda mitad del VIII. Por lo tanto, nos encontramos ante un abanico de cronologías que se mueven entre los siglos V y VII. La zanja de cimentación fija el límite inferior y la transformación islámica, en la segunda mitad del VIII o ya en el siglo IX, el superior. Los resultados de la reexcavación del conjunto hoy conservado bajo el Museo de Historia de la Ciudad de Barcelona han llevado a proponer la existencia de una iglesia cruciforme con una cabecera rectangular perte neciente a un amplio conjunto episcopal. Lourenço, Roca y Alves (2000), de acuerdo al estudio de cargas, proponen o un abovedamiento completo con bóvedas de cañón en piedra y arcos diafragmas o, por el contrario, un abovedamiento parcial con el crucero cubierto con un tejado de madera y los brazos con bóvedas de crucería. La presencia de grandes sillares en los ci mientos, de zapatas corridas, de columnas incluidas en los muros y de otras ubicadas como apoyos interme dios (unas constatadas y otras planteadas por simetría), reforzaría la primera hipótesis, dando lugar a un edifi cio que podría llegar a los 19 m de altura.

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Esta reconstrucción, aceptada por Bonnet y Beltrán (2000a: 136), encierra, a nuestro parecer , ciertos problemas. La propuesta se basa en una estructura obtenida mediante el empleo de arcos diafragmas que unen los soportes independientes y los muros continuos. Este elemento arquitectónico no parece constatarse en fechas tardoantiguas y, de hecho, los arquitectos aportan paralelos del siglo X (San Philibert de Tournus, Francia, 950-1120), convirtiendo al ejemplo catalán en un precedente.19 A ello hay que sumar la improbable altura de 19 metros y la incertidumbre sobre la disposición de algunos de los muros planteados por simetría. Bonnet y Beltrán (2000b: 222) datan el edificio a finales del siglo VI,20 cuando parece tener lugar la monumentalización del conjunto episcopal con la construcción conjunta de un nuevo palacio episcopal (ambos afines de acuerdo a los niveles de uso y la técnica constructiva, Eid., 2000c: 481) y la remodelación del baptisterio. La fecha ha sido reforzada por el estudio detallado de los materiales arqueológicos, la cronología de las estructuras anteriores y los análisis de C14 en los morteros de cal (Eid., 2001: 80). Otro edificio de cuya funcionalidad como iglesia dudamos corresponde a los restos conservados en la iglesia de Santa Catalina del Convento de Santa Clara de Córdoba. Marfil (1996: 35 y 2000: 130-134) describe una iglesia de planta cruciforme inscrita en un rectángulo con tres ábsides semicirculares. En su opinión (1996: 41), el edificio se habría construido durante el periodo de ocupación bizantina de Córdoba, concretamente entre los años 554 y 572. La iconografía de los mosaicos y sus paralelos han sido los argumentos adicionales. El estudio de la cerámica proveniente del estrato de demolición de los muros con alzado de tapial confirmaría esta cronología de segunda mitad del siglo VI (Penco, 2000). De los tres ábsides mencionados, los cuales se orientarían hacia el Suroeste, no se halló ningún vestigio. Los mosaicos han sido cortados por los muros adscritos a la iglesia, lo que es difícil de entender si ambos elementos fueron coetáneos. Sus orientaciones son además distintas, como muestra el plano publicado (Marfil, 1996: fig. 6). Los pilares identificados en el espacio central no pudieron ser los soportes de unas arquerías triples, como Marfil (2000: 132) sugiere, porque no están alineados. Por último, a excepción de los muros sur orientales, los únicos hallados

19 Hay que sumar la discutida interpretación del fragmento de fuste como pie de altar (Duval, 1998: 408). 20 Entre la cabecera y el brazo norte, se halla la necrópolis excavada en los años 30 con cronología de finales del VI y primera mitad del VII.

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en excavación, los restantes fueron reconstruidos de acuerdo a un criterio simétrico. Por lo tanto, no hay argumentos ni para defender una planta de tipo cruciforme ni una función eclesiástica del lugar , para la cual carecemos además de elementos litúr gicos. Sumándonos a las opiniones de Ramallo (2000: 176, quien afirma que sería «el primer y único ejemplo que tenemos de una arquitectura monumental durante los 75 años de pr esencia bizantina»)21 o Hidalgo (2005: 407-408) y retomando la propuesta de Olmo, 22 responsable de las primeras excavaciones arqueológicas en el lugar, creemos que se puede tratar de un conjunto doméstico del siglo VI, cuyas anomalías sólo pueden explicarse considerando la posible reutilización continua de varias estructuras pertenecientes a distintos momentos histórico constructivos. Tanto en Barcelona como en Santa Clara, no estamos ante un problema de fechas, sino de reconstrucción debido a la pobreza de los vestigios arqueológicos conservados. En ambos yacimientos, hay motivos fundados para ar güir una importante ocupación en época tardoantigua, pero este hecho no fuerza la necesaria existencia de una iglesia cruciforme, cuya identificación crearía además dos tipos inéditos o únicos.

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Junto a estos ejemplos, tradicionales y nuevos, debemos mencionar brevemente un conjunto de iglesias que o bien han sido incluidas en la explicación de manera secundaria o han pasado desapercibidas (Fig. 3). Los motivos pueden residir en un mayor desconoci miento de estos ejemplos (Ampurias), en la constata ción de varios momentos edilicios (Obiols, Marquet) o en su datación en momentos ya del siglo VIII en adelante. En algunos de ellos, enlazando con el plantea miento tradicional, se ha querido ver una etapa vi sigoda del siglo VII identificada con una planta cruciforme. Este es el caso de la iglesia de Sant Vicenç de Obiols (Obiols, Barcelona), formada por una única nave, un ábside rectangular y unos brazos lige ramente salientes, cuyo adosamiento a unos arcos 23

previos en el lado este, de los que conservamos los arranques, implica la existencia de una fase intermedia entre el ábside original y la anexión de los brazos y la nave. Pallás (1962: 63, hallazgo de una moneda de Egica, 687-702) y Fontaine (1978: 281-282), entre otros, afirmaron la existencia de una iglesia visigoda transformada en una basílica mediante la adicción de naves laterales y la introducción de los arcos de he rradura en el siglo X (documento 977). Sin embargo, no hay vestigios materiales que permitan confirmar este tipo de edificio. Pallás considera que la primera iglesia sería de única nave y ábside trapezoidal. Fontaine, por el contrario y sin aportar argumentos, la identifica como un tipo cruciforme. Aunque la secuencia está aún por descifrar , se evidencia que la iglesia actual es el resultado final al menos de dos actuaciones. Lo mismo se puede afirmar de Santa María de Marquet 24 (Pont de Vilomara i Rocafort, Barcelona), en la que los recientes trabajos de lectura de paramentos y de excavación (López Mullor y otros, 2007) confirman la secuencia tradicionalmente intuida y las cronologías propuestas para sus fases. 25 Entre finales del IX y comienzos del X (documento del 955), se construiría el edificio basilical, del cual se conserva el ábside cuadrado exento y el crucero flanqueado por dos capillas (la norte completa, vestigios de la sur). El aula26 basilical fue sustituida en el siglo XI por una nave, como delata la relación de adosamiento y el hecho de que esté fuera de eje. De este modo, la forma actual de la iglesia es el fruto de dos obras distintas. Por el mismo motivo, la planta resultante no es cruciforme en tanto y cuanto el edificio contaba originalmente con un aula cuyas capillas pasaron a ser los brazos del «nuevo transepto». La planta cruciforme de la iglesia de Santa Magdalena de Ampurias (Gerona) es también, como Mar quet, el resultado de distintas empresas edilicias y no un conjunto unitario (Barral, 1981: 202, segunda mi tad del siglo X). La revisión de Nolla (y otros, 1996) distingue varias etapas constructivas y cronológicas. Un primer mausoleo del siglo V, incluido en un recinto

Opinión recogida en la primera mesa redonda de Visigodos y Omeyas, Un debate entr e la Antigüedad Tardía y la Alta Edad Media, L. Caballero y P. Mateos (eds.), Madrid, 2000. 22 Olmo Enciso, L. 1981: Informe preliminar de las excavaciones realizadas en el antiguo. Convento de Santa Clara en Córdoba. Id. (1993): Informe actualizado de la excavación arqueológica en la antigua iglesia de Santa Clara de Cór doba. Ambos manuscritos inéditos citados por Marfil (1996: 35). 23 Estos arcos podrían ser los accesos de unas capillas laterales al ábside, aunque la ausencia de sus enjarjes implicaría

una relación de adosamiento forzada para explicar los arcos como tales. 24 También mencionada como Santa María de Matadars. 25 Camón (1963: 213) la incluyó en su grupo de repoblación de la primera mitad del siglo X. Puig (1928: 14), Barral (1981: 230) y Junyent (1983: 125) dataron la nave actual en los siglos XI-XII. 26 De la cual se documentaron en unas excavaciones de los años 30 los cimientos y los pilares cuadrados internos, según Junyent (1983: 125), y el muro norte, según López Mullor (y otros, 2007: 682).

3.3. ¿IGLESIAS CRUCIFORMES?

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Fig. 3. Sant Vicenç de Obiols (Barral, 1981), Santa Maria de Marquet (Barral, 1981), Santa Magdalena de Ampurias (fase III, Nolla y otros, 1996), Santa María de Ventas Blancas (Schlunk y Hauschild, 1978) y San Felices de Oca (Uranga e Iñiguez, 1971)

funerario cerrado aproximadamente cuadrado, es amortizado en el siglo VI por la construcción de una iglesia rectangular de nave única con un ábside orien tal diferenciado por un muro interior y una habitación o sacristía en su lado meridional. En época altomedieval, se añade un nuevo ábside oriental que r ompe el perímetro del recinto original y una cámara funeraria norte, misma función que adopta la cámara meridional previa. En el siglo X, se refuerzan los muros del espa cio correspondiente al ábside de la segunda fase (tran septo de la tercera) para alzar sobre él una torre cam panario. A mediados o finales de este siglo, se amplían los espacios anexos funerarios en torno a la iglesia. De acuerdo a esta evolución, la iglesia cruciforme surge en la etapa III o periodo altomedieval (sin concretar fecha), como resultado de la adición de varios espacios y pervive en la siguiente. Los brazos son, en realidad, capillas o habitaciones única-

mente comunicadas con la nave central por pequeños vanos de acceso. Excavada en los años 70, los resultados obtenidos en Santa María de Ventas Blancas (Logroño) fueron publicados en una breve nota (Martín Bueno, 1973) y , de hecho, la primera planta se debe a Schlunk y Haus child (1978: 228, Abb. 134). El edificio estaba formado por un ábside cuadrado y una nave rectangular a la que se abrían dos capillas laterales. Un pórtico occidental y otro meridional completan su planta. Únicamente He ras y Núñez (1983: 27) 27 y Palol (1991: 377) 28 han intentado entender los distintos espacios que la forman. 27 Atribuye el ábside, la nave, las capillas y el atrio a una fase original y considera las naves laterales como adiciones posteriores al siglo XIII. 28 Defiende que todos los espacios con coetáneos, califica las capillas como transepto saliente y otorga a las cámaras oeste y sur una función funeraria.

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La iglesia de San Felices de Oca (Villafranca de Montes de Oca, Bur gos), según testimonio recogido por Uranga e Íñiguez (1971: 37, nave conservada en 1925) y las últimas excavaciones (Sacristán, 1994: 256, algunas notas, pero inéditas), poseería una nave, de la cual se ha identificado el muro oeste, y cuyos enjarjes en las esquinas oeste del ábside prueban que era más amplia que éste. Independientemente de la secuencia de sus espacios, el tipo de abovedamiento propuesto para la nave y la existencia de cámaras laterales29 darían lugar de nuevo a estancias independientes que no originan un crucero diferenciado ni en planta ni en alzado, del mismo modo que sucede en Ventas Blancas, de confirmarse su originalidad, y en Santa Magdalena de Ampurias. Junto con las restantes iglesias pertenecientes al grupo riojano/burgalés definido por Caballero (2001), Ventas Blancas y Oca se hallan en el punto de mira de la revisión cronológica que apuesta por una datación de finales del siglo IX y comienzos del X30 para un conjunto homogéneo formal y tecnológicamente y que desestima la tradicional fecha de la segunda mitad del siglo VII.31 En ambos ejemplos, carecemos de datos arqueológicos para el suelo y sus alzados, por lo que ignoramos la forma de la obra primitiva y las modificaciones posteriores. Como en otros ejemplos, la planta original y su evolución están aún por definir. Recapitulando hasta ahora, podemos decir que Oca, Ventas Blancas y Ampurias (III) se caracterizarían por poseer una nave rematada en un ábside recto flanqueada por capillas laterales individuales comunicadas únicamente con vanos. En ninguna de ellas, se desarrolla el concepto de transepto. Esta misma forma se percibe en Santiago de Peñalba, aunque con soluciones de abovedamiento distintas, y no sabemos si en Palaz, cuyo hallazgo a nivel de cimentación impide confirmar si el crucero se rodeaba de arcos o de vanos de comunicación con los brazos. Tanto Obiols como 29 Según testimonio de P. Anguiano recogido por Uranga e Íñiguez (1971: 37), la nave estaría abovedada en toba. Los mismos autores (1971: 38) afirman que «Las cámaras laterales tenían huellas de arranque de sus bóvedas de cañón del mismo material, y no quedaba el menor r esto de la cornisa ». No se han documentado restos de estas estancias. 30 Con la excepción previa de Huidobro (1928-29: 367), quien había identificado San Felices con el monasterio fundado en el lugar en la segunda mitad del siglo IX. 31 Para Ventas Blancas, fecha defendida por Martín Bueno (1973: 199, sin ar gumentar), Schlunk y Hauschild (1978: 228, afinidad con Quintanilla, modelo bizantino de la cúpula) y Heras y Núñez (1983: 27, planta similar a Las Tapias, La Rioja). Para San Felices, la identificación del vocablo Oca con la sede episcopal visigoda de Auca (Sacristán, 1994: 256), la técnica de sillería, la afinidad de la planta con Recópolis y de la cúpula con las de Quintanilla y Ventas Blancas (Uranga e Íñiguez, 1971: 39).

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Marquet son productos más tardíos, ya entrados en época románica, y su morfología anterior no parece responder al tipo cruciforme, aunque se haya intentado ver de este modo. 32 Por lo tanto, a diferencia del grupo tradicional de iglesias de fisonomía cruciforme, sea exenta o inscrita, estos edificios responden a una «falsa» planta cruciforme, resultado en realidad de una concepción ajena cuya forma final es fruto de la adicción de distintos espacios a un núcleo construido primitivo distinto, en ningún caso de tipología cruciforme. 4. RESULTADOS DE LA REVISIÓN DE LOS PRIMEROS, ACOPLAMIENTO DE LOS SEGUNDOS La revisión desde una perspectiva arqueológica de los ejemplos comparados y los consecuentes cambios en la tipología arquitectónica rompen la serie evolutiva trazada por la historiografía tradicional: Montélios → Bande y La Mata → La Nave → Quintanilla.33 La lectura de los alzados de Bande demuestra que ni las habitaciones occidentales ni las orientales pertenecen al proyecto original, sino que son añadidas en fases posteriores (Caballero, Arce y Utrero, 2004). Por ello, estas habitaciones no pueden ser consideradas como «precedentes» de las naves del aula de San Pedro de La Nave, a la cual debemos también sumar la aparición de un espacio occidental al aula en las últimas excavaciones (Caballero y otros, 1997). 34 Esta

32 Propuesta de Fontaine (1978: 281-282) para Obiols. Caballero (1981: 79) incluye, con sus dudas, a Santa María de Terrassa (Barcelona) en el grupo de cruciformes del siglo VII. Formada actualmente por un ábside semicircular ultrapasado al interior y recto al exterior , la nave, como la de su compañera Sant Perè, pertenecerían a las reformas románicas efectuadas en el conjunto de Terrassa (Moro, 1987). 33 Junto a este grupo estrictamente definido como cruciforme, se debe hacer una breve mención a San Juan de Baños (Palencia), datada en la segunda mitad del siglo VII de acuerdo al epígrafe fundacional, y Santa Lucía del Trampal (Cáceres), asimilada con la anterior (Palol y Ripoll, 1988: 145-146 y Caballero, 1989: 115) por la cabecera tripartita, el transepto y el aula basilical. Sin embargo, la lectura de paramentos de Baños confirma que el transepto no existió como un espacio definido, sino que dos habitaciones laterales unirían los ábsides correspondientes con el aula (Caballero y Feijoo, 1998: 219 y 232233). Trampal, por el contrario, desarrolla un transepto continuo articulado en tramos para facilitar su cubierta y acompaña el aula con una serie de habitaciones anexas que contribuyen a su estabilidad (Caballero y Sáez, 1999). Ambos edificios se datan ahora, en base a distintos argumentos en un momento posterior al 711 (Caballero y Feijoo, 1988 y Caballero y Sáez, 1999, respectivamente). 34 Interpretaciones y nuevos datos sobre San Pedro de La Nave recogidos en Caballero (coord. 2004).

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En el siglo X, de acuerdo principalmente a la documentación escrita y al formato gallonado de sus bóvedas, entre otros elementos, se situarían Palaz del Rey y Santiago de Peñalba, en la cual se prescinde de un crucero abierto a los brazos por arcos y se opta por una nave flanqueada por capillas de reducida altura comunicadas con pequeños vanos. El crucero se destaca en alzado, pero no en planta. Santa Magdalena de Ampurias (III), Ventas Blancas y San Felices de Oca responderían a un modelo similar, aunque las distintas soluciones de cubiertas introducen una nueva variable tipológica.

estancia y un posible baptisterio adosado a su lado noroeste no aparecen en ninguna de las iglesias mencionadas. Lo mismo parece suceder en La Mata, en la que todas las habitaciones pertenecen a momentos posteriores, sin que podamos siquiera definir su forma original y su secuencia. Melque sufre el proceso in verso: de una planta exenta pasamos a una planta «parcialmente» inscrita, al considerarse las habitaciones de los ángulos coetáneas a la iglesia primitiva. La última iglesia de la cadena, Quintanilla, tampoco es ajena a los problemas de definición de su forma original como consecuencia de las excavaciones y reconstrucciones de su planta por Íñiguez (1955), las cuales han dado pie a una lista de propuestas al respecto aún sin conciliar.35 Aunque la estratigrafía invalida la secuencia evolutiva, los nuevos edificios no han variado notablemente el grupo tradicional, el cual ha permanecido intacto y ha funcionado como referencia cronológica y tipológica de los primeros. El fuerte nivel de arrasamiento de los ejemplos de Mosteiros, Montinho o Valdecebadar ha condicionado la consecución de escasos datos estratigráficos fiables y se han situado, grosso modo, en el inicio de esta evolución debido a su sencillez planimétrica respecto al grupo tradicional. Refuerzan así el grupo transicional y rellenan, sin olvidar las distintas propuestas en la mayoría de ellos, el siglo VI: Valencia, siglo VI; Mosteiros, segunda mitad del VI; Valdecebadar, Montinho, Barcelona, Sta. Clara, finales del siglo VI comienzos del VII. En Santa Clara, la preconcepción de una «iglesia bizantina cruciforme» ha obviado la incoherencia de los vestigios materiales documentados en las excavaciones. En Barcelona, la combinación de los datos pertenecientes a excavaciones anteriores con las actuales ha dado como resultado la identificación de un edificio que se enfrenta con numerosos problemas estructurales y morfológicos y cuya forma, en nuestra opinión, sería inaudita. Del mismo modo, la tipología se vuelve ahora más compleja al introducirse nuevas variaciones de los distintos elementos arquitectónicos. Por ejemplo, la presencia de ábsides de distinta forma: en herradura al interior y al exterior (Mosteiros, Valdecebadar); de herradura al interior y rectos al exterior (Melque, Montélios, Peñalba, Palaz); rectos al interior y al exterior (Bande, Montinho, Valencia).

El estudio de la arquitectura tardoantigua y altomedieval mediterránea nos revela cómo la forma de analizar y comprender las iglesias de planta cruciforme hispánicas no revierte ninguna singularidad en el panorama científico. Como evidencian los trabajos sobre la arquitectura bizantina de Lange (1986) y Schmuck (1995a), la elección de un tipo arquitectónico primitivo ha determinado las distintas propuestas de evolución sobre las iglesias cruciformes, todas ellas elaboradas de acuerdo a un método formal 36 y comparativo que ha fosilizado un problema que permanece abierto.37 A diferencia del caso hispano, la historiografía bizantina cuenta a sus espaldas con un amplio número de trabajos sobre la definición y evolución de este tipo arquitectónico. De ellos se concluye que la iglesia cruciforme bizantina se desarrolla principalmente en el siglo IX38 y que se reduce al edificio de planta de cruz inscrita en un rectángulo (Schmuck, 1995a: 356),39 en la que una cúpula soportada por pilares y cuatro bóvedas de cañones radiales cubren la cruz interior, mientras que las habitaciones angulares, originadas por la combinación de la cruz interior y el rectángulo exterior, se cierran con bóvedas menores equivalentes a la central, de aristas o de cañón. La concentración de los empujes gracias al empleo de elementos de transición como las pechinas o las aristas y la ordenación de los soportes permite crear un esquema estructural en el que los muros funcionan en realidad como pantallas de división de los espacios

Habitaciones laterales cerradas e independientes de la nave central (Caballero y Arce, 1997: 263) o arquerías de división del aula en tres naves (Íñiguez, 1955: 80; Gómez Moreno, 1966: 172 y Arbeiter, 2001: 76), con cimentaciones continuas según Camps (1940: 664, n. 4). Hipótesis sobre sus posibles cubiertas sintetizadas en Utrero (2006: 511-512).

36 Referencias en Lange (1986) y Schmuck (1995a y b), comentadas por Utrero (2006: 228). 37 Como subrayan Mango (1991: 43) y Rodley (1994: 66) para la arquitectura bizantina. 38 Rumpler-Schlachter, 1947; Krautheimer , 1965; Buchwald, 1984 o Schmuck, 1995b, entre otros. 39 Con bibliografía anterior al respecto.

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5. ¿QUÉ ES UNA IGLESIA CRUCIFORME?

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internos. Por lo tanto, el modelo bizantino se muestra al exterior como una basílica con un crucero pronunciado en altura. De esta manera, cuesta asimilar este tipo tanto formal como cronológicamente a las iglesias de planta cruciforme de la Península. El aula tripartita, articulada en naves en San Pedro de La Nave o en habitaciones cerradas en Quintanilla, la disposición radial del tramo oriental en torno a una cúpula y el empleo de la bóveda de cañón no permite asemejarlas al modelo bizantino. Tampoco puede relacionarse, como ya sugirió Gómez Moreno (1919), con las plantas basilicales de Santa María de Wamba (Valladolid) o Santa María de Lebeña (Cantabria). El empleo de bóvedas de cañón y la omisión de cúpulas determinan la ejecución de apoyos continuos o muros trabados para combatir los empujes perpendiculares ocasionados por las bóvedas transversales. El tipo de iglesia con planta cruciforme exenta ha pasado más desapercibido a los ojos de la investigación. Los ejemplos conocidos se relacionan con una finalidad funeraria y se ajustan a un planteamiento evolutivo similar al descrito para el modelo anterior.40 De reducido tamaño, con ábside único de medio punto o recto, sin anteábside y normalmente abovedados, estos edificios se sitúan entre los siglos V y VI41 y conviven, mejor dicho, son normalmente anexos de conjuntos basilicales.42 La explicación de la arquitectura cruciforme hispana ha mirado al Mediterráneo para justificar la presencia de un grupo arquitectónico en la segunda mitad del siglo VII. El grupo transicional con transepto definido por Palol (1967) y la influencia bizantina han sido, en nuestra opinión, su base. Sin embar go, esta influencia bizantina ha contado con un escaso repertorio comparativo en el campo arquitectónico, pero muy rico, por el contrario, en el decorativo. Los ejemplos se reducen a los siguientes. Para Bande y La 40 Guyer (1945) identifica el origen de este tipo en Anatolia. En su opinión, en su peregrinar hacia Occidente, los escasos ejemplos documentados reflejarían una pérdida de calidad técnica al adoptar cubiertas de madera, con algunas excepciones (Armenia, siglo VII; y algunos edificios aislados como Gala Placidia), y llegarían hasta época carolingia. Sobre la particularidad de las iglesias armenias del siglo VII y su contextualización histórica, ver Maranci (2006). 41 Guyer (1945: 78) no descarta su aparición ya en el siglo IV. 42 A pesar de su planta cruciforme, algunos ejemplos están abovedados (por ejemplo, Sta. Maria de Formosa, Pola, siglo VI, Cuscito, 2003: 42-43), mientras que otros estuvieron cubiertos con estructuras de madera (respectivos mausoleos de la Basílica Oeste y Basílica Este, Chersonesos, Crimea, siglo VI, Pülz, 1998: 68, n. 134; y memoria a las afueras de la misma ciudad, con dudas sobre una posible cúpula central, Pülz, 1998: 70, n. 148).

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Nave, Gómez Moreno (1906: 367) propuso el paralelo de Santa Cruz de Nona (Istria), ejemplo, sin embargo, atribuido al siglo IX en adelante.43 Las diferencias cronológica, formal y estructural dificultan la asimilación de esta iglesia con los ejemplos citados. 44 El modelo cruciforme de Santa Croce Camerina/Bagno di Mare (Sicilia) 45 fue ensalzado por Schlunk (1945: 198) como un importante transmisor de las formas bizantinas a la Península, concretamente a las iglesias de La Mata y Bande, en un momento en el que, en su opinión, el influjo bizantino recorrería el Mediterráneo desde Asia Menor a la Península. Maciel (1998) se acogió a esta hipótesis y asumió como prototipos de los edificios portugueses de Dume, Montinho y Montélios los ejemplos de Sicilia y el Norte de África. En este caso, las iglesias sicilianas son, según Caballero (2000: 76), un mismo edificio que forma parte de un complejo termal, por lo que el paralelo es más que incierto tanto en términos cronológicos como formales. Mención especial merece Gala Placidia (Rávena, mediados del siglo V),46 cuya planta cruciforme, la serie de arcos ciegos exteriores y el abovedamiento completo lo aproximarían a Bande, La Mata y, principalmente, Montélios. Ribera (2005: 224) mantiene el ejemplo ravenático para contextualizar San Vicente de Valencia y menciona la popularidad de este tipo en todo el Mediterráneo tardoantiguo. 47 En nuestra opinión, Gala Placidia no constituye un paralelo por motivos de anterioridad cronológica, lo que la convertiría en todo caso en un precedente, y de distancia formal y 43 Marasovi´ c (1962: 347) defiende el influjo de la arquitectura ravenática en la zona dálmata, pero adscribe a los siglos IXXI el conjunto de iglesias cruciforme. En Nona, adopta los arcos ciegos de la fachada y la cúpula como indicadores cronológicos. Opinión similar de Goss (1987: 103-104). 44 Su crucero, sin arcos torales, se cubre con una cúpula hemisférica sobre trompas y los brazos, uno de ellos corresponde al ábside flanqueado por dos menores análogos, con cuartos de esfera peraltados. 45 Según Schlunk (1940: 169), la iglesia siciliana tendría sus precedentes en Asia Menor, retornando así a Bizancio. A pesar de la ausencia de tumbas, Carra (1999: 176) otorga al edificio una función martirial. 46 Adscrita a un segundo periodo de la construcción y sucesivas reformas de la iglesia de Santa Croce, a cuyos pies se ubica (Gelichi y Piolanti, 1995). El cambio de técnica constructiva y la variación en la cota de pavimento son los ar gumentos, junto al clásico de la iconografía de los mosaicos, para sugerir un segundo momento y mantener la cronología tradicional. 47 De acuerdo a trabajos como los de Pülz (1998) y Cuscito (2003), quienes recogen la existencia de mausoleos cruciformes adjuntos a edificios basilicales datados en los siglos V y VI. Ver nota 42. Harris (2003: 123) hace hincapié en esta relación, asumiendo los 200 años de diferencia entre ambos conjuntos y entendiendo Montélios como un « revival of cruciform mausolea» en el siglo VII, reflejo del deseo de adoptar formas arquitectónicas relacionadas con otras poblaciones cristianas.

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tecnológica.48 Harris (2003: 128) intenta solucionar precisamente esta distancia cronológica con una propuesta común del siglo VI para todos los ejemplos cruciformes peninsulares, de acuerdo al clásico ar gumento de la presencia bizantina en el sudeste pe ninsular.49 Los escasos ejemplos recopilados para justificar el bizantinismo de la planta cruciforme han sido reforzados por argumentos adicionales. Los prototipos bizantinos de los relieves decorativos de La Nave atribuidos al segundo maestro y de Quintanilla o el empleo del ladrillo en las bóvedas de Bande y Montélios son algunos de ellos. Sin embargo, la conservación a nivel de cimientos de los últimos conjuntos cruciformes documentados50 se escapa de estas comparativas, por lo que la planta vuelve a ser fundamental en su contex tualización. 6. CONCLUSIONES: LA EVOLUCIÓN DE LOS TIPOS COMO CUESTIÓN DE MÉTODO A la vista de lo expuesto, se puede concluir que el grupo de iglesias cruciformes de la Península Ibérica fue creado de acuerdo a unos postulados de carácter continuista que partían de la base de que los métodos arquitectónicos siguen una progresión tipológica y tecnológica nítida.51 Por lo tanto, no estaríamos ante el problema de la identificación de un tipo arquitectónico, en este caso el cruciforme, sino ante un pro blema metodológico, la evolución como argumento. Las secuencias estratigráficas afectan notablemente a este método evolutivo. Primero, modifican las series de tipología arquitectónica al identificar los distintos edificios encerrados en una construcción otorgando sentido a sus espacios y, en último término, cambiando su explicación funcional al situarlos en el tiempo. De este modo, tanto Mosteiros como Montinho adquieren una función sepulcral en un segundo momento, mientras que Peñalba, por el contrario, la posee desde un inicio. Santa Magdalena de Ampurias

48 Creemos que se trata de un edificio «romano» en térmi nos constructivos, como delata el uso de la cúpula vaída del crucero en ladrillo dispuesto en hiladas concéntricas aligerado por ánforas en el trasdós. 49 Recupera las referencias de Thompson (1969: 320-323) sobre la presencia e influencia bizantina en la segunda mitad del siglo VI en esta zona. Hipótesis y notas actualizadas por Collins (2004: 48-49). Tema revisado por Utrero (2008, en prensa). 50 Epígrafe 3.2. 51 Como evidencian también las propuestas de Hauschild (1982) sobre la evolución de la técnica paramental o de Cerrillo (1994) sobre la de las plantas de las cabeceras.

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es cruciforme únicamente en su tercera fase, Obiols en un momento incierto, mientras que otras lo son originalmente. Del mismo modo, hay tipos cruciformes exentos que se transforman con la adicción de cámaras en sus ángulos exteriores (Bande, La Mata, Mosteiros), otros que no se modifican (o lo hacen de otra manera, adicción de nuevo ábside en Montinho) y otros que desde un inicio están inscritos «parcialmente» (Melque). En segundo lugar , las secuencias estratigráficas afectan a las cronologías. No sólo los edificios afectados directamente por la propuesta de un nuevo modelo explicativo han sufrido una variación cronológica, sino también todos aquellos que han sido excavados y/o reexcavados recientemente y sometidos al escrutinio de la estratigrafía y de las comparaciones. El tipo planimétrico fue el ar gumento inicial para establecer una cronología basada principalmente en una serie de paralelos más o menos definidos. Este proceso de datación se benefició de diferentes circunstancias. La ausencia de trabajos arqueológicos combinada con la existencia de la documentación escrita en el núcleo cruciforme inicial (Bande, La Mata, Montélios) fue la fórmula para situarlo cronológicamente. Las iglesias exhumadas posteriormente se han acogido a este guión debido a la pobre cantidad de los datos arqueológicos, como los propios excavadores reconocen en algunos de los casos 52 y, como novedad frente al primer grupo, a la carencia absoluta de documentación escrita. Fuera del grupo tradicional, tanto Obiols, como Marquet y Santa Magdalena de Ampurias son el resultado de varias obras y la etapa cruciforme parece atribuirse siempre a un momento ya entrado en el siglo X en adelante, al menos confirmado en los trabajos de Ampurias. La ausencia de fuentes documentales y la obtención de datos arqueológicos facilitaron la adscripción cronológica de Melque en un primer momento, introduciendo nuevos ar gumentos que Gómez Moreno no pudo tener en cuenta (aparición de decoración, Caballero, 1980), y en un segundo, con la introducción de una estratigrafía y de una analítica (Caballero y Fernández Mier, 1999). Todos estos elementos la diferencian del grupo inicial mencionado y la convierten en un ejemplo destacado lleno de singularidades. El método comparativo no favorece ni al modelo visigotista ni al mozarabista. El primero se ha visto condicionado por el peso de la historiografía y a menudo ha intentado resolver sus contradicciones me52 Ulbert, 1973: 212-213 en Valdecebadar; Maciel, 1996: 93 en Montinho das Laranjeiras; o Alfenim y Lima, 1995: 467 en Mosteiros.

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diante la formulación de propuestas intermedias: iglesias visigodas cruciformes restauradas o reconstruidas en época de reconquista. 53 El modelo mozarabista ha optado, por su lado, por introducir un método estratigráfico con la intención de obtener nuevos datos, especialmente importante en ejemplos que han sido ya excavados. La secuencia de Bande (Caballero, Arce y Utrero, 2004) ha de entenderse en esta renovación, aunque los resultados siguen enfrentándose al documento escrito, a la tipología (bóvedas, planta, decoración) y a las analíticas. El modelo visigotista acudió a precedentes locales y a paralelos bizantinos para explicar sus iglesias cruciformes y su evolución. La adopción de la planta como base comparativa condujo a la obtención de una reducida (y dudosa) lista que tuvo que ser reforzada con la entrada en juego de la decoración, sujeta a un juego comparativo más rico. El modelo mozarabista no puede acudir a este tipo de comparación de plantas, pues su postura rupturista prescinde de los antecedentes locales y acude al influjo musulmán como paralelo, donde los paralelos planimétricos son inviables. La comparación sólo puede darse sobre la base del análisis de los elementos constructivos y estructurales. Aunque la decoración sigue siendo un ar gumento importante, se trata ahora de una decoración «estratificada». Por lo tanto, el método comparativo también distancia a ambos modelos. Por último, este método es difícil de sostener ante la ampliación del listado de edificios y, en consecuencia, de los tipos. La tipología comienza a llenarse de singularidades que la invalidan como tal. Del mismo modo, las comparaciones se hacen más complejas al introducirse una serie de variables, las cuales, al mismo tiempo, a menudo ignoramos en el ejemplo elegido como referencia comparativa. Los cambios de cronología, como sucede en Nona, o de interpretación funcional, como en Bagno di Mare, ponen de manifiesto este hecho. Considerando estos datos, la defensa de un tipo cruciforme característico de la segunda mitad del siglo VII ofrece, en nuestra opinión, numerosos problemas. Además de las dudas cronológicas y morfológicas evidenciadas, se trataría de una serie de iglesias de difícil conexión con las basílicas denominadas paleocristianas (siglo VI) y visigodas (primera mitad del VII), pero también con la arquitectura asturiana del si53 Junto a los citados en texto, misma propuesta de Gómez Moreno (1966) para Quintanilla. Ejemplo destacado de la pervivencia de este tipo de explicación, es la propuesta de Arbeiter y Noack (1999: 91) sobre Melque: atribuyen la iglesia al siglo VII o comienzos del VIII, pero datan, con interrogación, la decoración estucada de los arcos torales en los siglos VIII-IX.

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glo IX o mozárabe (basilical del X). Tampoco encontramos símiles en el contexto mediterráneo, motivo por el que sus paralelos se han circunscrito principalmente a la propia Península y a los mausoleos mencionados del siglo VI. Por lo tanto, no tendrían precedentes, pero tampoco consecuentes en términos planimétricos. Del mismo modo, es ciertamente difícil encajar es tos edificios entre los modelos bizantinos, para los que los trabajos de Mango (1974) y Lange (1986) ofrecen unas conclusiones similares a las nuestras. Primero, el riesgo de confiar las cronologías a las tipologías sin contar con el análisis arqueológico ha supuesto modificaciones posteriores en las dataciones y formas origi nales de ejemplos que fueron modelos y , al mismo tiempo, paralelos fiables para otros. Segundo, el si glo VI se caracteriza por la erección de conjuntos basilicales, en los cuales los edificios cruciformes constitu yen anexos funerarios, pero no iglesias independientes. Y tercero, el modelo cruciforme inscrito se caracteriza por el uso de cúpulas menores y se desarrolla principalmente a partir del siglo IX. Por lo tanto, ni forma ni cronología avalarían al conjunto hispano. En definitiva, la historiografía muestra un método de estudio que, aunque válido en su momento, ahora no ofrece soluciones. La arquitectura no es capaz de influir ni generar modelos por sí misma (Bloom, 1988: 35-37), este papel le corresponde a sus constructores, los cuales manejan y experimentan con soluciones constructivas cuya combinación resulta en los distin tos tipos arquitectónicos, que no planimétricos. De hecho, la planta se ha obviado para explicar , por ejemplo, edificios tan dispares como Escalada y Peñalba, cuya relación se ha establecido gracias a la documen tación y a la forma de sus bóvedas. Ejemplos como éste confirman la convivencia de planimetrías distintas y, por el contrario, de un mismo repertorio de elemen tos y soluciones arquitectónicas. Por todo ello, el «tipo cruciforme» no puede ser una referencia tipológica, porque entonces el intento de enmarcarlo en un pro ceso histórico y cronológico seguirá siendo imposible. BIBLIOGRAFÍA AGUIAR, C. M., 1919: A Capella de S. Fructuoso em S. Jeronymo de Real, Braga, Porto. ALBIACH, R.; B ADÍA, À.; C ALVO, M.; M ARÍN, C.; P IÁ, J. y RIBERA, A., 2000: Las últimas excavaciones (1992-98) del solar de L’Almoina: nuevos datos de la zona episcopal de Valentia, V Reunió d’Arqueologia Cristiana Hispànica (Cartagena, 1998), Barcelona, 63-86.

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LA IGLESIA DE EL GATILLO DE ARRIBA (CÁCERES). APUNTES SOBRE UNA IGLESIA RURAL EN LOS SIGLOS VI AL VIII POR

LUIS CABALLERO ZOREDA (Instituto de Historia, CSIC. Madrid)

FERNANDO SÁEZ LARA (Museo Nacional de Artes Decorativas. Madrid)1

RESUMEN Se repasa, de acuerdo con criterios metodológicos actualizados, la estratigrafía de la antigua excavación de la iglesia tardorromana de El Gatillo para, a continuación, analizar sus indicios cronológicos y estudiar su evolución desde una sencilla iglesia funeraria a su condición de iglesia parroquial al añadirse un baptisterio. Se discute si esta transformación tuvo lugar en el siglo VII o, más correctamente, en el siglo VIII y las repercusiones que ello conlleva. SUMMARY According to current methodological principles, the stratigraphy of the old excavation of the Late Antique church of Gatillo is revised. Their chronological evidences and development from a simple funerary church to a parish church with a baptistery are analysed. This transformation might have taken place in the seventh century or , more likely, in the eighth century , which implies further effects. PALABRAS CLAVE: Iglesia funeraria, mausoleos, enterramientos. Baptisterio, altar bautismal. Abovedamiento. Liturgia. KEY WORDS: Funerary church, mausoleum, graves. Baptistery, baptismal altar. Vaulting. Liturgy.

Las excavaciones de iglesias tardorromanas rurales en la península Ibérica suelen presentarse vinculadas a una serie de problemas que dificultan, a nuestro parecer, su perfecta comprensión. Salvo excepciones, suelen ser excavaciones efectuadas con métodos de registro antiguos que ofrecen una información restringida y además falta de rigor en las relaciones que ofrecen sus partes. Hemos de suponer que el aspecto actual corresponde a su etapa final, 1 Agradecemos la ayuda prestada por M.ª Ángeles Utrero Agudo, Helena Gimeno Pascual, Inés Monteira Arias, Francisco Moreno Martín e Isaac Sastre de Diego.

aunque solemos considerar a través de él cuál era el de su momento originario que, en realidad, ha llegado a nosotros profundamente transformado. De acuerdo con la lógica estratigráfica, será más lo que ha desaparecido que lo que se nos ha conservado. Sin embargo, el interés que se muestra por estos edificios es justamente por el primer edificio, por datar en qué momento se construyó. Además son edificios de difícil datación. Si aparecen, los elementos de cronología están en posición secundaria formando parte de los contextos más modernos. La excavación suele ofrecer una estratigrafía difícil provocada por el expolio de las tumbas y la consiguiente alteración de la estratigrafía natural. En nuestro caso, apenas existen superposiciones de estratos y en cambio todas las tumbas están abiertas y expoliadas subvirtiendo lo que se consideraría orden lógico de los hallazgos. Sin embar go, es en la cronología relativa de la estratigrafía en la que nos tenemos que basar para acercarnos a una datación aceptable. Se trata pues de intentar ordenar los datos ofrecidos por una iglesia rural para ver cómo fue su proceso de transformación y si nos sirve para saber lo que ocurre en ella hacia el año 700 d. C., pues es esta fecha la que creemos de más interés en el proceso de vida de este edificio. La iglesia de El Gatillo fue descubierta por el hallazgo casual de un ajuar de bronces litúrgicos que pasaron al circuito comercial, antes de recuperarse, y provocaron una intervención clandestina previa a la excavación arqueológica que tuvo lugar entre los años 1985 y 1987, financiada por la Junta de Extremadura (Caballero y otros, 1991; Caballero, 2003). La presentación que ahora hacemos parte de una traducción del registro original de la excavación seudo «wheeleriana» a un registro «harrisiano» que ordena

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Fig. 1. Diagrama estratigráfico de Actividades.

los datos y las relaciones de la excavación en un dia grama de modo que no sea la intuición la que se haga con la interpretación de la secuencia del edificio. Señalaremos las contradicciones entre la lectura actual y la primitiva interpretación (Fig. 1). 1. ESTRATIGRAFÍA Y CARACTERÍSTICAS DE LA CONSTRUCCIÓN Frente a las cuatro etapas diferenciadas en el estu dio primitivo (Caballero y otros, 1991), ahora distin guimos en su evolución seis, de las que la sexta corresponde al abandono del edificio y a su expolio posterior. Quedan en realidad cinco etapas que corresponden al uso del edificio. De ellas dos son con seguridad tardo antiguas y dos son con seguridad islámicas. La etapa intermedia se convierte así en la clave de la evolución del edificio y de su comprensión y cronología. ETAPA I. AULA ABSIDADA La iglesia de El Gatillo comenzó siendo un aula rectangular de nave única y rematada en un ábside de planta trapezoidal exterior y herradura interior (Fig. 2 [101]).2 Sus medidas son de 11,95 m de longitud por 6 2 Entre corchetes cuadrados [ ] colocamos los números de las Actividades estratigráficas.

de ancho (24 × 12 codos de 0,50 m), con muros de 0,60 m de grosor los laterales y 0,50 m los testeros. El ábside estaba cubierto con una bóveda de ladrillos (Fig. 8) y su embocadura ofrecía un arco, también de ladrillo, sostenido por columnas adosadas a las jambas que reutilizaban capiteles tardorromanos (Caballero y otros, 1991: Fig. 5, 1 y 2). De la observación de su ruina se deduce que los ladrillos estaban colocados girando en abanico, apoyados sobre el arco de la embocadura, cogidos con barro. La cubierta del resto del edificio hubo de ser una armadura a dos aguas. Tenía sólo dos puertas, una situada en la zona delantera de su muro norte y otra centrada en el testero occidental que sería la principal e imprescindible. Por ello podemos preguntarnos si la del lado norte, abocinada, que además da paso directamente a la embocadura del ábside, tuvo una finalidad litúr gica en relación con la existencia de una zona diferenciada delante del ábside, teniendo en cuenta el aparente retranqueo de las sepulturas centrales delante del arco de triunfo. Esta aparente reserva de espacio delante del ábside no se corresponde con indicio alguno de elementos separadores, ni en el momento inicial ni en las siguientes etapas. Sólo cabría apuntar la posibilidad de que se tratara de una estructura precaria realizada con materiales perecederos. Los restos posteriores [178], etapa III, de lo que aparenta un cancel entre la cabecera y el resto del aula se sitúan dos metros más al oeste y pertenecen a una reordenación general

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número en los pies de los muros laterales y, sobre todo, en el hastial, colocadas de canto, solución que recuerda a la empleada en el porche y en la habitación norte. En el ábside, el aparejo está mejor trabajado, sin tramos, con mampostería casi exclusivamente de pizarra de forma alargada y canto cuadrado, colocada radialmente para trazar con perfección la superficie del cilindro interior. Todas las esquinas, y las jambas, se refuerzan con sillería de granito reutilizada que formarían cadenas de dos caras rellenas de mampostería. Han quedado escasos restos de enlucido que cubría, a lo que hemos documentado, sólo los paramentos interiores. Mezclados con la arena del suelo del ábside, aparecieron algunos fragmentos sueltos de enlucido con restos de pintura amarilla de fondo y trazos rojos. No ha aparecido más resto de suelo que la arena limpia, especialmente en el ábside, debajo del derrumbe de su bóveda que se encontraba directamente caída sobre él, y en algún zona aislada del aula donde se pudo salvar de la apertura de las tumbas y , por lo tanto, hemos de pensar que sólo tuvo este suelo de arena nunca renovado. Nada más podemos adscribir a esta primera etapa, aunque debemos considerar que las primeras sepulturas debieron abrirse antes de que la basílica se ampliara con otros espacios laterales. Una iglesia sencilla, pequeña, pobre y sin ningún signo de ostentación, aunque, dentro de su misma sencillez, regular y ordenada. Fig. 2. Planta de la iglesia originaria (etapa I).

del santuario que afecta también a la habitación SE, sin que de ello se pueda colegir una relación de continuidad con elementos anteriores, antes al contrario. En el centro del ábside todavía al final de la vida del edificio se conservaba en pie el ara del altar (del tipo mal llamado «de soporte único», fig. 8) que hemos de considerar la pieza original; un sencillo sillar paralelepípedo de granito colocado directamente sobre la roca del terreno y con un pequeño hueco en su cara superior que actuaría de loculus. El aparejo de los muros unifica todo el edificio. A la vez, todas las habitaciones laterales posteriores se adosan a sus muros o los cortan, igual que las demás puertas, asegurando por lo tanto la forma del edificio originario. Los muros se construyen a pequeños tramos de perfil escalonado para salvar el desnivel de su asiento, escalones que se homogeneizan en el segundo banco gracias a hiladas de regularización de lajas de pizarra. El aparejo es de mampuestos de pizarra, no de lajas, que alternan con otros de cuarcita y alguno de granito, con relleno de cuñas de pizarra y ladrillo y mortero de barro. Las cuarcitas aumentan en

ETAPA II. PORCHE OCCIDENTAL, CERCA DE DELIMITACIÓN Y HABITACIÓN SUDESTE

En un segundo momento se le añadieron dos espa cios, un porche funerario a los pies [108] y una habita ción a su SE con cabecera resaltada [131], de finalidad desconocida o dudosa (Fig. 3). Ninguna relación estra tigráfica entre ellas ni diferencias tipológicas entre sus tumbas permiten asegurar la prelación de una sobre la otra. Sólo razones de tipo técnico y espacial abogan porque el porche sea anterior a la habitación, lo que ha hecho que diferenciemos dos fases en esta etapa. Para construir el porche, fase IIA, se desmontó la fachada de la iglesia y sus esquinas prolongando sus muros laterales y abriendo junto a la prolongación sendas puertas laterales. Se trata de una modificación notable desde el punto de vista constructivo, pues no se optó por la solución más sencilla del simple adosa miento. La intención sería trabar íntimamente ambas estructuras como si la primera no hubiera estado completa sin la segunda. Este porche se construyó para al bergar una tumba privilegiada [109], excavada en la

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función debió ser de delimitación de propiedad. En un segundo momento, fase IIB, se adosa otra habitación al lado meridional de la iglesia, habitación SE, de modo que su muro norte prolonga hacia el Este el muro sur de la iglesia logrando de este modo una cabecera resaltada paralela al ábside original y separada de él por un estrecho espacio. En cambio, por sus pies no se alarga hasta alinearse con la antigua fachada del aula, ni mucho me nos con la del porche. No podemos asegurar su posterioridad al porche, aunque la proponemos teniendo en cuenta pri mero que su aparejo de mampostería se diferencia claramente de los del aula y el porche y en cambio se asemeja al de la siguiente habitación SO que le prolongó a continuación (etapa III) y que el por che se relaciona estrechamente con el aula subrayando su forma y enjarjando con ella sus muros. Para comunicarla con el aula se abrió una puerta hacia el Norte, la más oriental de las dos que hoy existen allí, lo que obligó a restaurar el muro original. La posterior apertura, en la etapa III, de la segunda puerta [167], algo más estrecha, cortó la restauración ahora efectuada. En cambio no estamos seguros de si ya existía la puerta occi Fig. 3. Planta con el porche, la habitación SE y la actividad funeraria (etapa II). dental pues el muro de este testero posee unas características distintas, de grandes roca y forrada como una tumba de muretes cuya pro sillares colocados a soga, a las del resto de sus muros fundidad podría abogar por una segunda cubierta por debido a haber sido reformado para abrir la actual debajo de la que formaba el suelo del porche. El mau puerta cuando se le adosó la habitación SO. La habita soleo quedaba como el porche de acceso a la basílica, ción estuvo enfoscada, al menos en su cabecera antes aunque la apertura de puertas laterales permitía entrar de forrarse en la etapa III. en la iglesia sin necesidad de tener que pisar la tumba Consideramos originaria de esta habitación la exprivilegiada. La tumba estaba recubierta de un enfos cepcional sepultura de muretes de ladrillos 17 [132], cado coloreado con ladrillo que recuerda el opus signique antes suponíamos una piscina bautismal, y que es num, sistema que se repite de modo similar en las sep. un indicio de la finalidad del espacio. Desconocemos 12 [102] y 10 [129] situadas a los pies del aula y que, cualquier otro elemento de esta habitación, como suede modo genérico, han de ser coetáneas al porche. los y mobiliario litúr gico. La reforma posterior de la A siete metros al norte de la iglesia y paralelo a etapa III deja la duda de si provocó la desaparición de ella al menos en una longitud de veinte metros, otros anteriores (altar, cancel y sepulturas) que sí perexiste una cerca [139] cuyo aparejo es similar al del tenecen a la reforma, como parece más lógico; o si alporche, diferente al de la iglesia original y al de las guno de ellos (como el altar o los sarcófagos) puede demás habitaciones adosadas, con lajas de pizarra ser anterior. Si pensamos en la dificultad de introducir hincadas en el suelo de roca. Sin relación estratigrálos sarcófagos dentro de la habitación, podemos supofica anterior y pudiendo ser por tanto previa al porner que el cancel es posterior a su colocación. Por otra che y a la iglesia misma, sin embargo la consideraparte, el cancel y la puerta oeste de paso al aula y un mos coetánea al porche por su similar aparejo. Su cancel situado en el aula a parecida altura que el de

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esta habitación [178] deben formar una unidad de funcionamiento (etapa III), pues no serían lógicas dos puertas juntas, mientras que la presencia de los canceles segrega dos espacios, a Este y Oeste, cada uno con su respectiva puerta. Obtenemos así dos conclusiones: — la habitación SO, baptisterio, tiene que ser posterior a la colocación de los sarcófagos en la SE pues sería imposible pasar los sarcófagos por encima de la piscina con su reborde (etapa III). Además, no son simultáneas la función funeraria y la bautismal. — la puerta occidental del muro longitudinal entre el aula y la habitación y los dos canceles son coetáneos y pertenecen a un momento posterior al original de esta habitación SE. OBSERVACIONES SOBRE LAS SEPULTURAS Las sepulturas del porche y la habitación SE se pueden secuenciar gracias a que se relacionan con sus ele mentos constructivos. No ocurre así con las del aula. Las conclusiones de más interés son las siguientes: — las sepulturas de murete y de sarcófago se dieron de modo simultáneo, sumándose los dos tipos al proceso de habilitación de nuevos espacios funerarios, porche y habitación SE; — la sepultura 28 ([129] en el centro del cuerpo norte) es anterior a la construcción de la ampliación norte; — lo más probable es que ni sepulturas de murete ni sarcófagos se extiendan a la etapa III, no así sus reutilizaciones que se extienden desde la etapa II hasta la etapa IV, cuando se documentan cipos; — las sepulturas de cista y de fosa se colocan alrededor de la iglesia en la etapa III, cuando ya se ha ocupado la mayor parte de la superficie construida. ETAPA III. CONSTRUCCIÓN DEL BAPTISTERIO (HABITACIÓN SO) Y REFORMAS EN LA HABITACIÓN SE Y EL AULA

En el ángulo SO se construye una nueva habitación, con función de baptisterio, entre el porche y la habitación SE, que se reforma. En este momento se desarrolla la necrópolis exterior (Fig. 4). La etapa termina con la amortización de la piscina bautismal. La habitación SO [168] se adosa a los muros del aula y del porche, mientras que con su construcción se debe reformar el muro que lo separa de la habitación

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SE. Posee tres puertas, una en el testero O al exterior y las que dan al aula y a la habitación SE. La puerta occidental resaltaba gracias a grandes jambas formadas por machones de sillares de granito que sostenían un arco también de sillería que remataba con una cruz con laurea calada que apareció rota a sus pies ([186] etapa V). La piscina bautismal es rectangular , estrecha, con escaleras afrontadas de cuatro escalones, ligeramente desviada 12º a Sur con respecto a la orientación original del edificio y con dos piletas laterales, rectangulares; todo coetáneo, de ladrillo y forrado con opus signinum igual que el suelo de toda la habitación (Fig. 11).3 No se ha encontrado ninguna acometida ni evacuación de agua. Todo el conjunto adoptaba una forma seudo cruciforme gracias al reborde que se elevaba ligeramente sobre el suelo de la habitación, rodeando la piscina y las piletas laterales. Se observaron también los bordes de adosamiento de lo que parecen por su forma sendas placas de cancel de 66 cm de longitud, empotradas en el suelo de opus signinum a la vez que se vertía éste y colocadas a Oeste de la pis cina, entre ella y la puerta de fachada. A la vez que se hacía esta obra, se reformó la habi tación SE, empotrándole en su cabecera resaltada un nuevo ábside de sillería de granito que suponemos de bía sostener una bóveda y solando su suelo con opus signinum (Fig. 10 [167]). Ambas características asimilan esta obra con la del baptisterio. Flanqueaban la embocadura del nuevo espacio dos fustes cilíndricos y un escalón o umbral, perdidos. El nuevo espacio creado, de 2 × 1,5 m de superficie, sirvió de santuario como demuestran las huellas de un altar en el suelo, de ara central y cuatro stipites o pies de mesa, con basas cúbicas y fustes cilíndricos, restos de los cuales fueron donados por los halladores y otro apareció en el muro [221] de la etapa VB. Su función de santuario es seguro en este momento pero no podemos desechar que ya pertene ciera al momento anterior . También debe pertenecer a este momento el cancel que atraviesa la habitación SE y la apertura de la puerta de occidental del muro norte a que ya hicimos referencia. De las dos piezas de granito que forman la base del cancel, una es una estela funeraria romana fechada a mediados del siglo I,4 con su texto reservado y situado hacia arriba en el paso central. En el aula de la iglesia aparecieron los restos de otro cancel [178] que situamos en esta etapa aunque 3 Sobre la desviación de las piscinas bautismales con respecto a la orientación del edificio en que se incluyen, debemos añadir a las de Bovalar y Casa Herrera, ya citadas, las de La Cocosa y El Germo. Este dato puede significar la posterioridad de todas ellas con respecto al edificio principal. 4 Datación propuesta por Helena Gimeno, CIL2, a quien se la agradecemos.

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cista de ladrillos o pizarra, siguió funcionado fuera del edificio de la iglesia, a su Norte y Oeste. Al Norte son anteriores a la construc ción de la habitación norte y al Oeste unas son posteriores al por che, otras posteriores o coe táneas a la habitación SO y otras anterio res a la habitación norte. ETAPA IV. HABITACIONES SEPTENTRIONALES, AMORTIZACIÓN DEL BAPTISTERIO Y OSARIO

Durante esta etapa se reforma el cuerpo meridional, amortizando la piscina bautismal, abr iendo un osario, tendiendo un nuevo suelo y colocando un «nicho» en la es quina SE de la habitación SO; y se añade una habitación a lo largo del lado norte del aula y el porche (Fig. 5). Estos datos nos dicen que en esta etapa, a pesar de la amorti zación del baptisterio, no se perdió la función eclesiástica del edificio. La habitación SO presenta etapas de obra bien ordenadas. Se abrió a lo largo de su muro norte, en la roca, un osario [182], sepul tura 21, no una fosa común, pues Fig. 4. Planta con la habitación SO (baptisterio) y la reforma de la habitación SE (etapa III). los cuerpos fueron inhumados como paquetes (Fig. 1 1). Aunque tiene su propia cubierta que es coetánea a la amortiza podría retrasarse a la IV ; una huella de cal, situada ción de la piscina bautismal que se rellenó, se cortó su prácticamente en línea con el cancel de la habitación reborde afectando a la pileta norte y se arrancaron sus SE y entre las dos puertas del muro norte, que se placas de cancel, cubriéndose toda la habitación con separa hasta 1,50 m de la pared y monta sobre las cuun suelo de lajas de pizarra y abundante cal que se exbiertas de las sepulturas 5 [141] y 9 [144] y sus reuti tendía por el exterior de la puerta oeste con grandes lalizaciones [142 y 145]. Los escasos restos conservajas de pizarra. Coincidiendo con el lugar que ocupaba dos aseguraban su existencia, pero impiden que la placa de cancel del lado sur se colocó un objeto ciopinemos sobre su materia, quizás de fábrica. No líndrico de 25 cm de diá metro y en la esquina SE se existe indicio alguno de la presencia de canceles en construyó un macizo de mampostería que aparenta las etapas anteriores, pero existieran o no, es en este abrirse en forma de «nicho» y que conserva restos del momento cuando la presencia de sendos canceles alienfoscado que se aplicó a las paredes en este momento neados en el aula y la habitación SE y su relación con (Fig. 11 [185]). El suelo se extendió también por la halas puertas de paso entre ellas indican que se consobitación SE, quizás cubriendo las sepulturas, y rema lida una segregación de espacios sagrados y la reserva tando en el cancel, sin cubrir por tanto el suelo del áb litúrgica de los más orientales. side perteneciente a la etapa anterior. Se deduce que, a La actividad funeraria continúa durante esta etapa, pesar de la amortización de la piscina bautismal, contiquizás incluso en el aula, aunque en ella dos sepulturas nuó el uso litúrgico de los espacios, y en concreto el de (5 y 9) quedaron selladas por el cancel a que acabamos esta habitación como suelo sagrado, cristiano, al mede referirnos. La necrópolis, con sepulturas de caja o

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La habitación norte [180] se adosa a todo lo lar go del aula y su porche, con sus muros mon tando sobre las sepulturas 33 a 35 [156,155,152] que eran exterio res. Su puerta, situada en su mitad oriental, no está centrada con el espacio y su extremo oeste está tan mal conservado que ambas observaciones forzaron a pensar que se podría haber prolongado al Oeste en otro momento, pero la ausencia de huellas del hipotético testero y una observación más minuciosa nos hace considerarla uniforme en toda su longit ud. Posteriormente se adosó un murete [201] a su es quina Oeste, superpuesto tambié n a sepulturas, probablemente co rrespondiente a un pórtico. También consideramos de este momento una habitación adosada a la cerca exterior [183], separada de la habitación norte por un pasi llo y con un aparejo similar al de ella y al de la habitación SE, de mampostería de pizarra en pequeñas lajas horizontales con cuar cita en la base, sin apenas cimiento. Otro muro [181], del que apenas tenemos información, se adosa a la esquina SE del antiguo baptisterio. Fig. 5. Planta con las habitaciones septentrionales y los nuevos pavimentos en el porche y En esta etapa se sigue ente las habitaciones meridionales (etapa IV). rrando en la iglesia. Es caracterís nos excepcionalmente como consecuencia de una obra tico de este momento la reutilización de sepulturas que en otro lugar desconocido, que obligó a trasladar los presentan «cipos» en relación con su cubierta . Una de enterramientos. Ningún dato c onfirma que la mesa li ellas es el osario, sep. 21, pero además los presentan el túrgica y el cancel de la habitación SE fueran desmonsarcófago 11, del aula; y las sep. 25 de murete, ¿26? de tados en este momento; al contrario, ni el cancel ni el fosa, 28 de murete y 32 de fosa, de la habitación norte; ábside se cubrieron por el nuevo suelo de lajas de pizay 46 de cista, de la habitación adosada a la cerca norte. rra y el desmonte del altar se produjo en la etapa VA, Los cipos aparecen caídos o removidos por el expolio cuando se abandonaron en el suelo, inservibles, la cruz de la etapa VA o bajo los muros de las divisiones docalada de mármol y los objetos litúrgicos. Por lo tanto, mésticas de la VB, lo que explica que varíe el lugar de es seguro que este momento mantiene la función litúrla cubierta donde aparecen, tanto en la cabecera (1 1) gica cristiana. Consecuentemente el «nicho» no puede como en el centro (21, 25, 26) o a los pies (28, 32, 46). explicarse como un mihrab. No podemos asegurar la existe ncia de tumbas nuevas, El porche también fue reformado con otro suelo salvo, además del osario, una tumba orientada N-S en [179] de ladrillos sin cal, colocado sobre el que debía la habitación norte (29), enfrentada a la puerta más ocser el suelo original de arena limpia, probablemente cidental y quizás algunas de las sepulturas de cistas de sobre la cubierta de la sepultura privilegiada 14 (no se lajas de pizarra, más estrechas y excéntricas (sep. 43, puede asegurar por haberla encontrado ya abierta) y 46 y 48) que también pudieron pertenecer a la fase adosado a sendos poyetes laterales [148,149], el del VB. Mientras, las sepul turas exteriores del lado occi lado norte colocado sobre una sepultura [150]. dental quedaron selladas en esta etapa por una capa de

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Fig. 6. Planta de la «alquería» (etapa V).

tierra, excepto las citadas 43 y 48 cuyas cubiertas fue ron robadas al haberse colocado por encima de ella. En resumen, a pesar de la contradicción que pueda repre sentar que se siguiera enterrando a la vez que se superponen muros y suelos sobre otras sepulturas, es evi dente la actividad funeraria durante esta etapa. ETAPA V. UTILIZACIÓN DOMÉSTICA Y EXPOLIO DE LAS SEPULTURAS

En la quinta etapa distinguimos tres fases sucesivas. Tras un abandono momentáneo y expolio controlado de la iglesia, inmediatamente se transforma en una casa de campo, en una alquería cuyas habitaciones se orde nan alrededor de una habitación principal que ocupa la mayor parte de la antigua aula (Fig. 6). A continuación se producen los expolios de las sepulturas.

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A un momento de abandono, fase VA, pertenece una ligera capa de tierra con restos de tejas depositada sobre el suelo de la iglesia, cuya distribución no cubre uniformemente todo el edificio, cortada por los expolios posteriores de las tumbas, pero que está documentada perfectamente bajo los muros y cierres que transforman el espacio en vivienda en la fase VB. En este nivel se encontraron, como ya hemos citado, tirados y abandonados hallazgos como la cruz y la excéntrica, en el fondo del aula, y los hierros de la puerta de la habitación SO. A la misma acción ha de corresponder, al inicio de esta etapa V, el expolio de la cruz con laurea [186] tirada delante de la puerta de la habitación SO y después de la acumulación de niveles. En este momento se desmontó el altar del ábside meridional, cuyo ara y cuatro pies fueron degollados al nivel del suelo: fragmento de uno se encuentra in situ, fragmentos de tres nos fueron entregados, un fragmento de otro quinto se encontró formando parte del murete transversal de la habitación norte [221] construido en la fase VB y otro fragmento de éste se encontró en los niveles de derrumbe del mismo muro. Mientras que el ábside sur , pues, se prepara para utilizarse como habitación, no ocurre así con el ábside principal, donde no se encuentra nivel de ocupación y el ara del altar no se remueve (aunque el tablero no se ha encontrado); por la razón que sea, este espacio se reservó. El expolio dirigido y controlado se extendió al cancel del aula y probablemente al cancel de la habitación SE y a las columnas de la embocadura de su ábside. La fase VB de ocupación convirtió el espacio de la iglesia en una alquería, construyendo un muro transversal a la altura de las dos puertas de paso a la habitación SE que atraviesa el aula, dejando una puerta centrada y terminando en la habitación norte. Probablemente se iniciaba en la habitación SE dado que las puertas de paso no se cegaron (la habitación SE fue vaciada pre viamente a nuestra intervención por los expoliadores). Estos muros tienen un aparejo muy irregular de mam -

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postería de pizarra y fragmentos de sillería de granito. En resumen, se segrega un amplio espacio común en la parte occidental del aula, quizás un patio o una estancia distribuidora a la que se debía acceder por la habitación norte (donde se encontraron restos de un hogar), con sus puertas en recodo, y desde donde se accedería a las habitaciones menores que conformaban el porche (también con restos de un hogar), la mitad oeste de la habi tación SE y tres habitaciones orientales, en los extre mos correspondientes de la habitación norte (restos de hogar), del aula y de la habitación SE. Sólo la habita ción SO quedaba aislada, con entrada única desde el exterior y un nivel de tierra que aboga por su uso como establo y que obligó a desmontar el nicho, hasta la al tura del nuevo suelo, y a arrancar la columna o similar clavada en su antiguo suelo. Se tuvieron que tumbar los cipos de las sepulturas y también se expolió para robo de materiales la cerca exterior norte, indicio de la pér dida de la unidad social y sagrada que experimentó el área en este momento. No hay indicio seguro de actividad funeraria. Posteriormente a la ocupación se dio un sistemático episodio de expolio, fase VC, que afectó tanto a las tumbas como aún a ciertos elementos constructivos. Se abrieron la mayoría de las tumbas del interior de la iglesia (al menos catorce) mezclándose en su interior el material procedente del suelo de uso de la fase anterior, con sus cerámicas, los restos de las cubiertas y los escombros de la ruina. ETAPA VI. ABANDONO DEFINITIVO La cronología final del edificio, la etapa sexta, se prolonga en el tiempo de modo indeterminado desde el abandono de la alquería, en un momento anterior a época califal, hasta el hallazgo y el expolio contemporáneo. Una jarrita con una gota de vidriado indica el momento, moderno, del robo de los sillares de la bóveda de sillería de la habitación SE que pudo llegar en pie hasta este momento, quizás el de la definitiva repoblación de la zona entre los siglos XV y XVI. Las huellas de arado [263] se aprecian de forma regular sobre una superficie homogénea encima del nivel de destrucción. Sobre el solar y en época moderna tienen lugar actividades rurales como la colocación de una choza o corral siguiendo en parte los muros de la habitación SE. También se extrae un sarcófago de granito para utilizarlo como comedero (sep. 23 [261]). Quizás como consecuencia de la actividad en el corral se dio la actividad de «expolio arqueológico» excavándose de modo desordenado el porche y la habitación SE y puntualmente el centro del ábside.

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CONTRADICCIONES CON LAS PRIMERAS INTERPRETACIONES (CABALLERO, 2003: 35 Y 36) — Supuesto cancel delante de la embocadura del ábside en el aula. Ningún dato lo avala, ni siquiera el retranqueo de las sepulturas cuya situación puede considerarse normal. — Primer baptisterio supuesto. Según nuestra primera interpretación, el primer espacio meridional (Habitación SE, fase IIB) sería un primer baptisterio, cuya piscina bautismal era la que hoy consideramos una sepultura de muretes de ladrillo, número 17. El expolio previo a la excavación ha provocado la pérdida de información en este punto y además ha transformado su aspecto, haciendo que convirtiéramos la rotura del muro oriental en restos de dos escalones de acceso. Elementos para pensar que no se trató de una piscina bautismal son la absoluta ausencia de elementos de recubrimiento, bien de tipo de hormigón o de placas de mármol; su situación descentrada; la ausencia de escaleras, pues el supuesto escalón del lado oriental debe explicarse como parte del murete de ladrillo a medio desmontar; y la presencia de sepulturas incompatibles con el baptisterio. Los lados sur y oeste estaban destruidos respectivamente por la colocación de un sarcófago y del cancel lo que impide suponer , primero, que su uso pertenece a un momento anterior a los enterramientos en este lugar (como habría ocurrido mientras fuera baptisterio) y , segundo, que este elemento y el cancel son coetáneos y que el cancel pertenecería a la or ganización del supuesto primer baptisterio (como querría Arbeiter 2003). — Placa de cancel en la embocadura del ábside reformado de la habitación SE (etapa III) . Un fragmento de placa de cancel decorada por una cara con cuadrifolios (Caballero y otros, 1991: Fig. 6, 12, ábside de la habitación SE) que presenta huellas inequívocas de haber sido empotrado en un suelo de opus signinum para sujetarlo y que considerábamos que ese lugar era el escalón de acceso al ábside reformado. Hoy consideramos más plausible que proceda de uno de los lados del cancel de la sala de la piscina bautismal. — Osario coetáneo a la piscina bautismal . También consideramos, por un error en la lectura estratigráfica, que el osario [182] de la habitación SO (etapa IV) era coetáneo a la piscina bautismal y que los inhumados en él procedían de unas supuestas sepulturas que existirían en la zona donde se amplía para colocar el baptisterio. — Cancel en el paso de la habitación SO a la SE . Umbral descontextualizado, colocado allí, cerrando la puerta, por coincidir con su tamaño pero no es posible

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que perteneciera a ese punto porque la puerta tenía restos de un umbral. — Posible mihrab y coetaneidad de oratorios cris tiano y musulmán. El «nicho» adosado a la esquina SE de la habitación SO tras la amortización de la piscina bautismal (etapa IV) es compatible con el uso aún cristiano del edificio, luego no se puede aceptar la función de mihrab. La amortización de la piscina bautismal no significa el fin del uso cristiano de la iglesia. Además, el muro que divide transversalmente el aula, la habita ción norte y quizás la sudeste pertenece a un momento posterior como indica la revisión estratigráfica. — Dos habitaciones, añadidas consecutivamente, en el cuerpo norte. El desconcierto del tramo occidental del cuerpo norte (etapa IV [180]) hizo pensar en su diferencia en dos momentos, pero no existe indicio ninguno de un testero o muro divisorio intermedio. 2. CRONOLOGÍA Como hemos sugerido, esta iglesia apenas ofrece restos de cultura material que permitan una cronología absoluta segura. Sin embar go se han encontrado algunas piezas de ajuares en las sepulturas del aula, especialmente en las delanteras que deben ser las más antiguas (Caballero, 2003: 36).5 — Sendos mangos de escalpelos quirúr gicos romanos, sep. 10 (Caballero y otros, 1991: Fig. 9, 21 y 22). Reutilización. — Broche de cinturón calado, relleno sep. 35 (Caballero y otros, 1991: Fig. 9, 33). No hemos conseguido encontrarle paralelo exacto. Supuesto del siglo V.6 — Una fíbula de arco y dos pendientes de aro de plata, sep. 28 y paquete de la 4 (Id.: Fig. 9, 40, 25 y 26). Nivel II de Ripoll (1987), fines del siglo V, inicios del VI. — Fíbula de chapa imitando las de puente y una hebilla, paquete de la sep. 4 y paquete de la 1 (Caballero y otros, 1991: Fig. 9, 41 y 38). Nivel III de Ripoll, siglo VI. — Dos broches de cinturón de placa rígida y placa trapezoidal, sobre la sep. 35 y paquete 47 (Id.: Fig. 9, 34 y 35). Nivel IV de Ripoll, fines del siglo VI, inicios del siglo VII.

5 La iglesia ha sido ya datada en Caballero y otros 1991: 487 con paralelos más precisos de los ajuares funerarios y parecido resultado. No comprendemos por tanto el rechazo que Godoy (1995: 318) hace de nuestra cronología por basarnos, según dice equivocadamente, en la tipología de las técnicas constructivas y de los baptisterios. 6 Agradecemos a Joaquín Aurrecoechea Fernández la ayuda prestada en su infructuosa búsqueda.

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— Dos broches de placa liriforme, sep. 5 y 19/20 (Id.: Fig. 9, 36 y 37). Nivel V de Ripoll, siglo VII e inicios del VIII. — Una hebilla cuadrada de hierro, sep. 39 (Id.: Fig. 9, 39). Medieval. A estas piezas hay que añadir otras de cronología más genérica (Id.: Figs. 6 a 9): — Una caja de bronce y otra de hueso, probablemente procedentes de ajuar funerario y que pudieron servir para contener reliquias. — Dos piezas litúrgicas, una cruz de colgar y una excéntrica, probablemente de un incensario, encontradas en excavación, abandonadas sobre el suelo de la iglesia junto al muro oeste de la iglesia.7 — Sendas parejas de jarritas y patenas de bronce, una de estas decorada en el umbo con cuatro flores de lis y en el mango con una cabeza de serpiente, una columna con capitel de pencas con cruz y un arco acogiendo una cabeza humana. Desconocemos las circunstancias del hallazgo que en 1991 suponíamos un ajuar funerario. Confirman la observación de Palol de que no hay dos piezas iguales lo que hace que, al agruparse como un conjunto, pueda suponerse que proceden de un ocultamiento, posiblemente en una tumba de las excavadas por los expoliadores, la 14 del porche o las de la habitación SE, lo que reforzaría la idea de la ocultación efectuada a finales de la etapa IV. Su fecha, en la segunda mitad del siglo VII o posterior (Palol, 1990: 149-151. Balmaseda y Papí 1997: 158-159, núms. 5-88). — Escultura decorativa. Fragmentos de un cimacio de capitelillo y una placa de cancel decorados con cuadrifolios. Dos columnillas (ábside SE y habitación SE) decoradas una con capitel de roleos y la otra de pencas (Caballero y otros, 1991: Fig. 6, 8 y 9). Mientras que el primer capitel se data genéricamente

7 Una pieza parecida se encontró en la basílica del Tolmo de Minateda, información que agradecemos a Sonia Gutiérrez Lloret. 8 Balmaseda considera que los juegos son aguamaniles y que los jarritos se usaron para la ofrenda del vino; frente a la opinión de Palol que, aunque propone la diversificación de usos, se inclina por el uso eucarístico. Palol con respecto a la cronología dice: «… dentro de un contexto cultural muy uniforme de la segunda mitad del siglo VII y más adelante […] Manzanares señaló la posibilidad de un taller en Asturias… trabajando incluso en tiempos de la monarquía asturiana. La per duración post-visigoda de estos tipos la defendimos, también, para el vaso de Ávila». Los resultados del análisis de las piezas efectuado por Salvador Rovira, MAN, a quien se lo agradecemos, concluye que son bronces ternarios de buena calidad, procedentes quizás del reciclado de bronces con algún latón lo que explicaría la presencia en ellos de porcentajes de zinc en torno al 1%. Las aleaciones, genéricamente similares, probablemente no pertenecen a las mismas coladas, aunque ello no invalida que puedan proceder de un mismo taller.

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en el siglo VII, Domingo (2006: 208-209 9) señala la semejanza del capitel de pencas con otro de El Trampal (Caballero y Sáez, 1999: 133, fig. 69, 54 y lám. 117) y con los cuatro de las habitaciones de La Nave, fechándolos entre los siglos VII/VIII y IX/X.10 Se puede asegurar, por el diámetro de sus fustes, que la columnilla de pencas perteneció a la mesa del baptisterio, pero no la de roleos. — En El Gatillo aparece una sola cruz calada, con laurea y pie para hincar , caída delante del portal del baptisterio al que debió coronar; es cierto que encima de la sep. 42, pero no puede relacionarse con su señalización pues entorpecería el paso al baptisterio. Su existencia es para nosotros un indicio de cronología tardía (Caballero y Sáez, 1999: 213-21511). El tercer grupo de fósiles de El Gatillo son las ce rámicas, ya estudiadas (Caballero; Retuerce y Sáez, 2003: Fig. 1-3). Se dividen en tres grupos (Caballero, 1989a: Fig. 11-13; Caballero y otros 1991: Fig. 10): — ajuares funerarios preislámicos. Cronológicamente, se tienen que distribuir en las etapas consideradas preislámicas, I a II. (Caballero y otros, 2003: Fig. 1, 42, sep. 27, engobada; 44, sep. 29, engobada; 46, sep. 3, engobada; 47, sep. 6, alisada; 48, relleno sep. 1, alisada. Las dos o las tres últimas son, proba blemente, de la etapa más avanzada, siglo VII). — ajuares funerarios mozárabes o de cronología islámica. Tienen que pertenecer obligadamente a las etapas III y IV a las que fechan, al mar gen de que hallan aparecido en el interior de sepulturas o en los niveles de habitación (de «destrucción» en el diario de excavaciones), acarreadas por sus expolios. Las consideramos islámicas por sus caracteres formales y morfológicos, lo que hace que daten como tales las etapas en que se en cuadren. (Caballero y otros, 2003, fig. 1, 1 y 2, sobre sepulturas del aula, tramo E; 43, relleno de sep. 9, con engobe y restos de pintura negra; 45, relleno de sep. 38,12 engobe rojo y con anagrama; 49, sobre sepulturas de la nave N, tramo O, engobe rojo)13.

9 Agradecemos al autor conocer su tesis antes de la publicación. 10 Pero en la iglesia de El Trampal ha aparecido, posteriormente a la publicación de su memoria, en el hueco de la imposta de la bóveda del ábside central, una nueva columnilla con capitel de roleos (Caballero y Sáez 1999: 348). Al contrario, ver los paralelos de Córdoba (Vicent 1998) tanto para el de roleos (grupo Bb2b, que fecha en el siglo VII) como para el de pencas (Bb2c, en el s. VI o VII). 11 Discrepamos con Bango (1992: 96, n.14) en que las cruces similares de Casa Herrera sirvieran para marcar las cercas de los cementerios que confunde con las sagreras. 12 No de la sepultura 32 como aparece por error en Caballero y otros 1991. 13 Flörchinger (1998: 8-30 y 62-63) data las cerámicas de las sepulturas en los siglos VI y VII. -Fase I, s. VI, tipo 14A,

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— cerámicas domésticas islámicas. Son las aparecidas en la fase VB, que corresponde a la transformación de la iglesia en una alquería, aunque muchas de ellas han aparecido en el interior de las sepulturas, arrastradas por las acciones de expolio de la fase VC. (Caballero y otros, 2003: figs. 2 y 3). En el estudio de las cerámicas ya señalamos la cro nología islámica de la mayoría de ellas, aunque propo níamos cierta prelación temporal para el grupo de El Gatillo con respecto a los de El Trampal y Melque. Los barros de El Gatillo y El Trampal presentan semejanzas apreciables. Un grupo A de cerámicas cuarcíticas, densas, sin decantar, con formas torneadas a mano, fondos pegados y cocción incompleta, corresponde a las for mas que hemos denominado de ajuar preislámicas y que consideramos tardorromanas. Algunas de ajuar doméstico ofrecen el mismo tipo de barro, pero con for mas más evolucionadas que han de considerarse coetáneas al resto mayoritario de piezas domésticas con las que aparecieron. Todas ellas se situaban por encima del nivel de suelo de la iglesia lo que indica que han de fe charse en un momento posterior al abandono del uso litúrgico, momento que no puede ser nada más que el islámico en que ya no hay una comunidad cristiana que le interese mantener la iglesia como tal. A este grupo pertenecen otros grupos de barro, especialmente el que denominamos B, con intrusiones negras (mica o feldespato), cocidos a temperatura alta, duros y no rayables a la uña, siendo muy características de El Gatillo las piezas con un engobe rojo denso que cubre el aspecto del barro. Las piezas que denominamos de ajuar mozárabe o de cronología islámica, entre ellas una botella con monograma que citamos a continuación, poseen este tipo de barro que se diferencia completamente del de nominado grupo A. El tercer grupo es el D sin intrusiones negras y con mica dorada. El monograma, inciso antes del engobe y cocido, de una botella del grupo de ajuar mozárabe (Fig. 7. Caballero y otros 1991: Fig. 10,45, sep. 38 revuelto) y su posible función han sido estudiados por Gimeno y Sastre (en prensa). Nos dicen que las letras que lo componen (O, L, S, N, A, E, C, T, que sólo se pueden

tumba 32, Caballero y otros 2003: fig. 1,45, que nosotros consideramos islámica (mozárabe). -Fase Ib, segunda mitad del s. VI, tipos 1A, 1B y 9A, tumbas 6, 3, 1 y 27, Id.: fig. 1, 47, 46, 48 y 42. -Fase II, s. VII, forma 5C, tumba 29, Id.: fig. 1,44. -Fase IIa, primera mitad del s. VII, tipo 4A, tumba 9, Id.: fig. 1,43, que nosotros consideramos islámica. Las fíbulas de la tumba 4 las data como de transición entre los siglos V y VI (p. 44). Las contradicciones son achacables al diferente método de estudio, el análisis formal de las piezas frente al estratigráfico del yacimiento y al tipológico de las cerámicas. La misma autora recomienda contrastar sus resultados con el estudio morfológico de las cerámicas.

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Fig. 7. Botella con anagrama.

fechar genéricamente en los siglos VII u VIII o aún más tarde) y su composición son similares a los de otro grabado en un ladrillo aparecido en la iglesia de S. Pedro de Mérida que Marcos Pous (1962: 115, n. 13) supuso se leería como SANCTE EVLALIE. Otra jarrita de Mérida, descubierta en la tumba de Florentia y Marcella (fechada en los años 465 y 553), conserva parte de un grafito pintado que desarrollan como [S(ANC)T]VS y que se completaría con su nombre perdido; y otra jarra, de forma e inscripción muy parecida, que procede de Sila (Numidia, Anastasio II, fin siglo VI) en la que se lee S(anc)t(u)s Donatus. De estos datos y sus análisis deducen que estas piezas deben entenderse como contenedores de reliquias, (o su

«cartela» indicadora en el caso del ladrillo) de función funeraria, sustitutos del enterramiento ad sanctos. Esta conclusión refuerza los datos que nosotros habíamos aportado al hacer el estudio de la pieza cerámica y plantear su posible uso como «relicario» de acuerdo con otro paralelo de San Antonino grabado con un monograma griego (Liguria, Justiniano II, fin siglo VII o inicios VIII. Caballero y otros 2003: 258). Proponíamos su posible función pre-funeraria como contenedor dedicado al transporte y comercio de «vino, aceite, líquidos litúr gicos o reliquias». No todas las cerámicas tendrían la misma función; para determinarla creemos que se debe tener en cuenta la forma real de la pieza, de ollita, jarra o botella. La

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cronología del tipo se coloca entre los siglos VI al VIII, aunque las fechas más antiguas se presentarían en la costa levantina y las modernas, como la de nuestra pieza, en el interior de la Península. ACERCAMIENTO A LA CRONOLOGÍA DE LAS ETAPAS Sobre una decena escasa de piezas de ajuar funerario descansa la cronología que podemos proponer con mayor certeza si no queremos utilizar como método válido la cronología tipológica de las estructuras arquitectónicas y litúrgicas. En El Gatillo se han distinguido restos de 58 individuos seguros presentes en 23 sepulturas. Por una simple operación matemática calculamos la existencia posible de 111 individuos sobre las 44 sepulturas descubiertas. 14 Esta cifra es relativa, por una parte exagerada pues se reutilizarían especialmente las sepulturas de mayor prestigio por su situación, condición familiar y antigüedad y por otra parte es corta pues la necrópolis se extiende fuera de la iglesia en un volumen que se nos escapa. Rematemos, sin embargo, esta ar gumentación observando que a los 111 individuos calculados o a los 79 seguros (58 contrastados en 23 sepulturas, más 21 sepulturas sin individuo) corresponden veintinueve objetos de ajuar funerario, incluyendo las cerámicas, que se distribuyen cronológicamente, individuos y piezas, desde c. 500 a c. 800, en tres siglos. Esto supone un porcentaje de un 26% de ajuar/individuo, excepcionalmente alto para lo que se suele observar en necrópolis de este tipo y cronología (datos recogidos por Gimeno y Sastre, en prensa). Pero un cálculo similar sobre los hallazgos de Casa Herrera (Caballero y Ulbert, 1976) da un porcentaje de un 54%, lo que indica que este tipo de ajuares, en ciertos casos, no son tan raros. En la diferencia entre Casa Herrera y El Gatillo puede influir que la primera sólo se ha excavado en el interior del edificio donde se concentrarían las sepulturas más privilegiadas y antiguas y consecuentemente con mayor número de ajuares. Dos piezas de fines del siglo V son las más antiguas con seguridad datadas, teniendo en cuenta que el bro che calado de la sep. 35 no tiene cronología. Si acepta mos este escaso indicio, debemos considerar que la iglesia comenzó su andadura coincidiendo con el fin del siglo V, de un modo genérico sobre el año 500. La iglesia de El Gatillo tiene de positivo la presencia de una rica secuencia de etapas y relaciones, pero

14 44 porque de las 48 numeradas hay que restar el salto de la 15, la pila 22, la dudosa 45 y el paquete 47.

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ésta conllevó el expolio de las sepulturas lo que impide concretar la situación de sus ajuares en la secuencia. Por ello, las fechas de los ajuares metálicos funerarios (fines del siglo V a inicios del siglo VIII) datan genéricamente las etapas cristianas, I a III , sin posibilidad de más concreción. La etapa IV significa un cambio en la utilización litúrgica de la iglesia (reflejo de otro social), al presentar la amortización de uno de sus elementos litúrgicos mas representativos, la piscina bautismal. Sin embargo continúa la utilización litúr gica de la iglesia y su empleo como recinto funerario, aunque con costumbres nuevas como son la utilización de cipos (que suponemos los reiterados fragmentos de columnas que se relacionan con las sepulturas), la presencia de una tumba con orientación perpendicular a la orientación ortodoxa y las tumbas de forma estrecha, que suponemos de in fluencia islámica. Igual que en las etapas anteriores, no podemos concretar las relaciones de ajuares con sepul turas, pero nos parece evidente que, si se sigue ente rrando, será a esta etapa, o a la III dependiendo de la cronología que le otorguemos, a la que pertenezcan los ajuares de cronología islámica como específicamente algunas cerámicas funerarias. Su fecha, por tanto, debe colocarse a partir de mediados del siglo VIII. A la etapa V han de pertenecer las cerámicas do mésticas, como hemos dicho, en un momento en que no se considera el edificio nada más que como un lugar de residencia y no un centro religioso y donde ya no se entierra, sino que, al contrario, quizás se inicia su expolio. Este momento creemos que hay que llevarlo a fe cha inmediata al 800 d. C. El conjunto cerámico no ofrece piezas de tipología califal que le puedan llevar al siglo siguiente ni a finales del IX. Quedaría por tanto adscrito genéricamente a la primera mitad de este siglo. 3. IGLESIA FUNERARIA Y BAPTISTERIO La sencillez de la iglesia dificulta incluirla en una tipología constructiva. El rasgo trapezoidal exterior de su ábside puede inducirnos a considerarla un unicum. Efectivamente, sólo el ábside central de la iglesia de Sta. Mar garida de Rocafort, fechada entre los siglos V y VI, es también trapezoidal aunque se distingue por encontrarse embutido en una cabecera triple. Pero no es necesario buscar semejanzas exactas, el ábside de El Gatillo se debe considerar una variante del tipo circular interior (más o menos cerrado) y rectangular exterior, presente por ejemplo en las iglesias rurales de Falperra, Villa Fortunatus, S. Cugat del Vallés, Son Bou y Es Cap des Port, fechadas entre los siglos V y VI; e incluso del tipo más abundante circular

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ble rosca de ladrillos a panderete. Utrero propone además que los ladrillos vitrificados descubiertos en el ábside principal de la iglesia de ábsides contrapuestos de S. Pedro de Alcántara (Pérez de Barradas, 1934: 7, segunda mitad del siglo VI. Utrero, 2006: 446) pudieran pertenecer también a una bóveda de la que desconocemos su técnica constructiva. Este tipo de aula con armadura y ábside con bóveda de cuarto de esfera de ladrillo podría repetirse en los paralelos aducidos para el ábside, incluso en aquellos casos en que el cuerpo fuera cruciforme como en Valdecebadar y Mosteiros. Fig. 8. Ábside originario, con el pie del altar in situ y los ladrillos de la bóveda caída.

(más o menos peraltado) interna y externamente, de parecida fecha que, por ejemplo, encontramos en la zona occidental en las iglesias de ábsides contrapuestos de Casa Herrera, Torre de Palma y Mértola y en las cruciformes de Valdecebadar y Mosteiros. El tipo más homogéneo de herradura interior y rectangular exterior, de los siglos IX y X (incluyendo el intermedio de Melque, de la segunda mitad del siglo VIII15) pertenece a una corriente constructiva diferente. En relación con la forma yuxtapuesta de ábside circular y aula rectangular está el sistema de cubrición, también independiente, abovedado en el primero y de armadura en el segundo. La excavación del ábside ofreció un nivel de ladrillos reutilizados, con mortero de barro y colocados «en abanico» (Fig. 8). Utrero (2006: 191-192) analiza estos restos y los de otros dos paralelos. En El Gatillo, los anillos radiales de la bóveda se apoyan en la construcción previa del arco, también de colocación radial. En El Tolmo de Minateda (fines del siglo VI o inicios del VII. Cánovas 2005: 171-180 16), los datos indican una técnica distinta, un arco de ladrillos cuneati sobre el que apoya una bóveda tabicada doble, esto es de do15 No incluimos Los Fresnos por considerar muy dudosa su cronología tardo antigua y alto medieval. No damos bibliografía de las citas genéricas: de interesarse por ella se puede con sultar el catálogo que ofrece Utrero 2006. 16 Con paralelos según el autor en Centcelles, Las Vegas de Pueblanueva y La Alberca. Pero según Utrero (2006: 1 13114), los dos primeros en realidad presentan bóveda de opus caementicium soportada por una rosca de ladrillo que la cimbra. También se contradicen Utrero y Cánovas en la técnica constructiva, más compleja en el caso de El Tolmo para Utrero y al contrario para Cánovas.

IGLESIA FUNERARIA, MAUSOLEOS Y ENTERRAMIENTOS Tras la etapa I, cuando se levanta la iglesia, en la etapa II, cuando se comienza a utilizar , se construyen dos mausoleos de los que no podemos discernir su orden de prelación y que plantean una problemática distinta. El porche-mausoleo occidental, cuya funcionalidad es segura y que consideramos previo, y la primera habitación SE, que en su momento consideramos equivocadamente un primer baptisterio. El enterramiento singular y privilegiado del porche-mausoleo occidental (vestíbulo-mausoleo, Arbeiter 2003: 205-206), añadido a los pies del aula de modo que hubiera que hollar la sepultura al entrar en la iglesia, pero abriendo dos puertas laterales para su reserva de paso, marca desde su principio el carácter de la iglesia. 17 Además se puede asegurar que su presencia supone la ausencia en El Gatillo tanto de un ábside como de un coro occidental. Consideramos este mausoleo privado, de un notable que pudo haber sido el fundador de la iglesia, ya fuera civil o eclesiástico. No se trata del culto a un santo o un mártir, como se ha propuesto para los ábsides contrapuestos o los coros occidentales según la propuesta de Godoy (1995: 341: «el lugar de conmemoración martirial en el polo occidental»). Es muy corriente el añadido de mausoleos, en forma de habitaciones, a las aulas de las iglesias ya fueran funerarias o no, como ocurre en S. Cugat del 17 Un atrayente resumen sobre la arqueología funeraria en Azkarate 2002 y un modelo de estudio de una iglesia funeraria en Antonini 2002.

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Vallés, Las Vegas de Pedraza (Izquierdo, 1992, reutilizado, dudoso), Gerena o la cruciforme de Mosteiros. Más tarde, el mausoleo se puede construir a la vez que la iglesia condicionando incluso su forma como en la también cruciforme de Valdecebadar.18 El caso del Gatillo es una variante concreta, un mausoleo en forma de porche situado a los pies de la iglesia. En 1991 consideramos que este porche-mausoleo sería un precedente de ciertas iglesias con mausoleos a sus pies, de cronología a nuestro parecer ya alto medieval, como Las Tapias de Albelda (privada), Ventas Blancas (parroquia) y S. Juan, luego S. Isidoro de León (regia). Bango (1992: 104-105, n. 30) corrigió nuestra interpretación de pórtico-mausoleo para la basílica de León, en realidad un mausoleo occidental como el de Santa María del Rey Casto de Oviedo (primera mitad del siglo IX, Alfonso II). Hoy se debe considerar que esta serie de mausoleos occidentales se inicia con los de las basílicas martirial meridional (mausoleo núm. 17, c. 400) y funeraria septentrional (ámbito 6, primera mitad del siglo V) del suburbio occidental de Tarragona, como expone López Vilar (2006: 113-114, 212-214, 266-267), aunque disenti mos de él en que estas piezas deban considerarse «contra-ábsides» dada la inequívoca presencia en ellas de enterramientos privilegiados. Son mausoleos como los otros casos citados. La opinión de Godoy (1995: 68-69 y 341), confusa, que cita este autor, se refiere al «lugar de conmemoración martirial en el polo occi dental» de las iglesias hispanas, ábsides contrapuestos o contra-coros según los casos, que, a nuestro parecer , se deben diferenciar de estos mausoleos. Pero ninguno de estos casos se puede comparar con el de El Gatillo donde no se añade un mausoleo cerrado e íntimo, sino un vestíbulo intencionadamente abierto y público. En este sentido, con las prevenciones con que se deben tomar estas semejanzas, están más cercanos, por una parte, la habitación meridional de la cabecera de la basílica de El Tolmo (sacrarium y quizás lugar de entierro de Sanabalis, primer obispo eitano, fin del siglo VI o inicio del VII, según Gutiérrez Lloret y otros 2004: 141 y 156-158), el pórtico de Santianes de Pravia, lugar de entierro de Silo (año 774. Fernández Conde y Santos del Valle 198719) y la

18 Esta es la opinión de sus editores (Ulbert y Eger 2006: 224), pero la habitación SE debió ser la sacristía que, a la vez o con posterioridad a su construcción, se utilizó también como mausoleo. 19 Citado por Martínez Tejera, 1993: 182-183, quien añade además «el pórtico de la iglesia de Recópolis», como supuesto lugar de entierro de Leovigildo, según la autoridad de GómezMoreno que en realidad se refiere al acortamiento de la nave de la iglesia, por lo que no debe considerarse.

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parte central del porche de la iglesia monástica de Inden (817, Aquisgrán, construida por Benito de Aniano, enterramiento de Luis el Calvo, sino era en realidad un verdadero mausoleo cerrado. Heitz 1980: 131-133; propuesto por Bango 1992: 98, n. 25). Y, por otra, los enterramientos colocados en los umbrales de las puertas de iglesias, como los alineados delante del porche septentrional del mismo Tolmo; otro de Melque, en la de su pórtico que da paso al cementerio monástico, privilegiada con un baldaquino (segunda mitad del siglo VIII. Caballero 2007: 14, fig. 26); el del abad Sabarico, en la puerta que mandó abrir en S. Miguel de Escalada (1059; propuesto por Bango 1992: n. 25); el de Domingo Manso, Santo Domingo, en Silos (ante portas ecclesie, 1073. Vivancos 2003: 254); y el del abad Esteban, en Santiago de Peñalba (Martínez Tejera, 1993: 185, fig. 10a, según la autoridad de Flórez). También hemos de aceptar (a causa de variar el hueco 17 de pila bautismal a sepultura) que en El Gatillo se añadió otro mausoleo a su esquina SE, con una sepultura privilegiada construida con muretes de ladrillo, en un momento cercano a la construcción del vestíbulo-mausoleo. Las características de este primer cuerpo meridional, cuando se construye en la etapa IIB, son su apariencia de cabecera resaltada y la posterior presencia de enterramientos similares y coetáneos a los del aula. Por lo tanto, si la función funeraria es incompatible con la bautismal (Ulbert, 1978: 168, como ocurre en los casos españoles de Casa Herrera y El Germo20) debemos rechazar la posibilidad de que primero fuera baptisterio para, tras un intermedio funerario en que se amortizara su pis cina, volver a retomar la función bautismal en la etapa III. El baptisterio sur gió en este último mo mento aprovechando un espacio anterior de función distinta.21 Es evidente, por tanto, la función funeraria de esta habitación SE, pero ella sólo no justifica su forma y posición relevante. Pudo compartir esta función con la litúrgica de sacristía o sacrarium que explique su cabecera resaltada como lugar para colocar

20 Las sepulturas del baptisterio de Casa Herrera son posteriores a su amortización. El caso de La Cocosa es distinto y se refiere a la admitida relación baptisterio/martyrium. 21 Ya en 1991, Caballero y otros: 474, dudábamos de la interpretación bautismal y suponíamos una primera funcionalidad distinta, abogando, genéricamente, por la de sacristía. En este punto lógicamente nos diferenciamos de la interpretación de Arbeiter (2003: 203-205), siendo uno de los coautores, Caballero, responsable, en parte, de su falsa interpretación y de la necesaria rectificación. No hubo dos baptisterios, sino sólo el que Arbeiter denomina II; ni tampoco existieron las segunda y cuarta línea de canceles, sino solo las otras dos.

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una mesa auxiliar, en evidente paralelo con el ábside del santuario. Así lo propone Godoy (1995: 321, única opinión con la que estamos de acuerdo), considerando que el altar y su espacio restringido se dedicara al culto martirial. También se postula en El Tolmo para la habitación SE, acceso, sacristía y mausoleo, a la que ya nos hemos referido, donde se documenta un hueco en el centro de su suelo que se supone para un altar o un mueble (Gutiérrez Lloret y otros, 2004: 156 22). Doble función, sacristía y mau soleo, que debió tener también la habitación SE de Valdecebadar. Mientras que al porche le podemos asignar una función de mausoleo privado, vemos que a la habitación SE le podemos suponer una mayor relevancia que incluso podría haber llegado a ser un martyrium además de sacristía. Pero, a pesar de desconocer el grado de importancia que tuvo y su efectiva prelación con respecto al porche, podemos asegurar que ambos espacios fueron claves a la hora de determinar la función funeraria de la iglesia. Por lo tanto, la iglesia, al margen de si en algún momento tuvo la categoría de martyrium, en cualquier caso fue el «mausoleo» de una comunidad que sólo posteriormente asumiría la función de cura de almas o «parroquia»23 sin perder la funeraria. Los dos mausoleos se construirían poco después que la iglesia y con ellos se inició la primera función. La ausencia de coros, tanto oriental como occidental, apoyaría esta explicación. Nos preguntamos si también la sencillez de su altar, con el único soporte de su simple ara, podría ser indicio de que inicialmente su función propia no era el culto ordinario. Tradicionalmente se ha venido considerando el altar típico hispánico y «visigodo» el de «tenante o soporte único», mientras que el de cuatro o cinco soportes sería el más primitivo «paleocristiano». Pero, como demuestra Sastre (en este mismo volumen), en realidad el llamado «tenante» decorado visigodo es el ara central de un tipo de altar de cinco soportes que es el corriente y mayoritario. El altar de un solo soporte (su ara) era mucho más raro aunque existía y podía ser coetáneo de ellos como demuestran el de El Gatillo y

22 López Vilar, 2006: 115, cita una piedra irregular más o menos centrada en la sacristía 7 de la basílica septentrional del suburbio occidental de Tarragona, que podía haber sido basamento de algún elemento desconocido. También se documenta una mesa auxiliar de soporte cilíndrico en la sacristía norte de El Trampal, Caballero y Sáez 1999: lám. 62 y 63. 23 «Parroquial» con el significado de «diocesana» en este momento, pero pudo mantener su carácter de iglesia privada integrada en la red parroquial. Riu y Valdepeñas 1994: 58y60. Ripoll y Velázquez 1999: 108-113 y 123; en p. 137 señalan la dificultad de diferenciar arqueológicamente si los edificios de culto se originaron en un martyrium o en un mausoleo privado.

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el de la iglesia también rural de Mosteiros (Alfenim y Lima, 1995: 46624). Consecuentemente, la superficie de El Gatillo se va a llenar de sepulturas cuyas cubiertas darían a su suelo un aspecto abigarrado y desigual (Fig. 9). Se distingue por tanto de otras iglesias que aparentan asemejarse por otras razones pero que, sin embar go, no poseen sepulturas en su interior como Alconétar y Torre de Palma (que poseen recintos funerarios separados; para la segunda, Hale 1995, pl. en Maloney 1995: 450), El Saucedo (que por ello Ripoll y Chavarría consideran «parroquia» de fundación eclesiástica, 2003: 104), San Pedro de Mérida o la basílica episcopal de El Tolmo. Otras, en cambio, tienen la función funeraria y otra doble, coetánea o posterior , parroquial o episcopal, como el martyrium de Marialba (Godoy, 1995: 336-337 25), Casa Herrera, El Bovalar , Gerena (que debió adquirirlo en un momento muy tardío, en contra de la opinión de sus excavadores, Fernández Gómez y otros, 1987), Alcalá de los Gazules o la basílica martirial de Sta. Eulalia de Mérida. Durante la que hemos considerado etapa II, la iglesia y su habitación SE, supuesto mausoleo, se macizaron de sarcófagos y sepulturas de murete, apareciendo incluso alguna aislada en su exterior . Estas sepulturas son de carácter familiar y , por lo tanto, se siguieron utilizando, manteniendo su prestigio y su situación privilegiada durante toda la vida de la iglesia. Ello explica la inexistencia de un suelo que las cubriese y que, de haber existido, no hubiera podido mantenerse inalterable. También la presencia de alguna cubierta singular , como las de granito tumbadas de las sepulturas 19 y 20, situadas en la habitación SE, y de la 12 que luego se cubre con otra cubierta de opus signinum que mantiene la forma tumbada (similar a otra de Gerena, que no es suelo de la iglesia. Fernández Gómez y otros, 1987: 109, sep y Fig. 5). A la vez que la construcción del porche, ocurre otro hecho singular, la construcción de una cerca que suponemos rodearía la iglesia, aunque sólo la cono cemos a siete metros de su lado norte. Esta cerca puede explicarse con la que encierra en una parcela cuadrada la iglesia de Torre de Palma, de unos 65 m de lado y separada 12 metros del lado norte, el más cercano (Maloney, 1995: Fig. 1 y 2, citada como «external walls of the basílica» por Hale 1995: 460).

24 Que por ello Ulbert y Eger , 2006: 231, lo consideran un «tenante», esto es, probablemente, único, decorado y visigodo. 25 No, en cambio, la de Villa Fortunatus estimada martyrium por esta autora (pp. 234-237) gracias a su supuesta cripta, hoy desechada al considerarse resto reutilizado de la villa previa.

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Fig. 9. Actividad funeraria en el aula.

Pero desconocemos la superficie que encerraría la extremeña. Ambos casos podrían abogar por el su puesto precedente de época visigoda de las sagreras medievales (Concilio XII de Toledo, año 681, cir cuito de 30 pasos de radio. Riu y Valdepeñas, 1994: 5826), aunque sin relación directa con sus cemente rios que en El Gatillo se aglutinan en y alrededor de la iglesia y en Torre de Palma en conjuntos externos a la cerca (Maloney, 1995). No son cercas de cementerio (como las que se suponen para este fin en la basí lica meridional del suburbio O de Tarragona, Valencia o Melque), sino de delimitación de la propiedad inmueble de la iglesia y sus derechos inherentes. Mas difícil sería entenderla como una cerca monástica (por ejemplo como la exterior de Melque), según el modelo del monasterio isidoriano, una tipología dis tinta en cuyo caso encerraría la «residencia de los monjes, formada por un huerto y un cúmulo de construcciones dispersas» (Díaz, 1994: 306) y por la iglesia y nos plantearía la pregunta de si el asentamiento en cierto momento asumió la función de monasterio. Efectivamente, en relación con esta cerca deberíamos tratar el tipo de poblado que le correspondería y al que la iglesia serviría, en un proceso de atracción común, para desarrollar el «proceso de fijación de la población». En los alrededores hay indicios evidentes de asentamiento tardorromano y medieval (Caballero y otros, 1991: 471), pero ninguno de ellos coincide, ni topográfica ni temporalmente, con la iglesia lo que significa que el poblado fue «invisible» para nuestra 26 La dimensión de Torre de Palma equivale a 56 pasos medievales de 1,15 m; 44 pasos de 1,48 m de la serie del pie ro mano; o 40 pasos de 1,66 m de la serie del pie de 0,33 m.

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prospección, mejor que suponer que la iglesia se separara de su ubicación. Este es un problema no resuelto en estas iglesias del que depende «conocer la estructura social» (Azkarate, 2002: 135 y 141).27 Posteriormente (etapa III) se comenzó a enterrar en el exterior de la iglesia, en los laterales norte y oeste, con sepulturas de cista y de fosa, aunque no sabemos cuál fue la expansión real de esta nueva zona de enterramientos que se seguían considerando familiares. Además parece que aún no se había terminado de cubrir por completo el interior del aula (aunque alguno de sus huecos debe pertenecer al expolio de sarcófagos como ocurre con el 23, aparecido removido y abandonado), lo que podría considerarse una reserva de suelo de carácter jerárquico. Pero no se puede asegurar que las diferencias de técnica en la construcción de las sepulturas (por ejemplo, sarcófago/fosa) o de ubicación (dentro/fuera de la iglesia) correspondan al distinto rango de los inhumados. Sólo podemos asegurar que responden a momentos distintos y a una evolución en las modas y las producciones funerarias que se adecuan a su situación económica. 28 Los sarcófagos con refuerzos de esquina y tapas tumbadas se extienden más a Norte durante el siglo VII (Ibahernando, Cáceres; Postoloboso y Solosancho, Ávila; Los Ataúles o la Ermita en Fuentespreadas, Zamora; y Los Cotarros, Medina del Campo, Valladolid. Caballero, 1989b: 127). En la etapa IV se aceptó una nueva costumbre, la de los cipos, para señalizar algunas sepulturas, las 1 1, 21, 25, 28 y 32. Aunque se utilizan cipos en las sepulturas de Valencia que se fechan en el siglo VII (Calvo, 2000: 19929), en nuestro caso estas señales las consideramos 27 Ulbert ha encontrado indicios de habitaciones en las cer canías de las iglesias de Casa Herrera y de Valdecebadar, aunque no conoce su función, cronología ni relación con ellas. Ulbert 1991: 188-190. Ulbert y Eger 2006: 234-236. No debemos olvidar el poblado de El Bovalar (Lérida), Palol 1986. 28 No creemos acertada la explicación «clasista» que da Bango (1992: 97) a la prohibición de enterrar del canon VI del concilio de Nantes, año 648. 29 Sepulturas familiares con cubierta, mejor que «pavimento», de signinum en que se graban cruces, ¿por qué necesitaban diferenciarse como cristianas?, ¿acaso las cubiertas y los cipos o las mismas sepulturas pertenecen a un momento post-visigodo? No podemos asegurar si los huecos «modelados» en la cubierta de signinum de las sepulturas 12 y 13 de la basílica de Son Fradinet, pertenecieron también a cipos, donde

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se debe corregir también por las pérdidas y robos antiguos y contemporáneos. La distribución topográfica de los ajuares indica que en todos los momentos hubo individuos significados por un ajuar , como ya indicaba su cronología. El que un tercio de los ajuares (10) se concentren en la primera fila de sepulturas del aula, no se debió a que eran las más antiguas, sino las más señaladas o pretendidas. El mayor número de «ajuares» pertenec e a piezas de vestuario, indicio directo del rango y sexo del ente rrado, mayoritariamente masculino. A ellos se pueden incorporar los escalpelos (de los que sólo se deposita ron los mangos). Como ya hemos dicho, consideramos que el conjunto de recipientes de bronce comp onían una ocultación y por lo tanto no le incluimos en este recuento.31 Los recipientes cerámicos son nueve, de los que las botellas se pueden incorporar al grupo de relicarios, si la forma determina la función que es se gura en la que conserva el m onograma, y también las jarritas, atendiendo a los paralelos ya aducidos, y las cajitas de bronce y hueso.32 Las ollas, y en su caso las jarritas, pudieron contener ofrendas funerarias, el bá lsamo para la unción del difunto o el agua bendita o el perfume para la profilaxis de la tumba (V izcaíno y Madrid, 2006: 452; Gimeno y Sastre de Diego e/p). Aparte de su simbología, estas piezas evidencian las actividades comerciales de la comunidad que, en el caso de los relicarios, no se reduce al de los contene dores sino también al de la reliquia que contuvieran.

del siglo VIII coincidiendo con la apertura de otras de nueva tipología que abandonan las formas tradiciona les, bien por su orientación transversal Este-Oeste como la 29 (también en Casa Herrera s. 33, 38, 45 y 47 y Gerena s. 6), o por su forma estrecha y profunda, como las excéntricas 43, 46 y 48, que parece indicar la colocación del cuerpo de medio lado según un rito in flujo del islámico, pero en un momento en que creemos que aún se mantenía el culto cristiano en la iglesia. Estaríamos, por tanto, en un momento de transición en que se equilibran las tensiones de continuidad y de ruptura. Una de las primeras sepulturas, la 21, es un osario al que se trasladaron de otro lugar al menos siete cuer pos, índice del compromiso adquirido en conservar y cuidar los enterramientos de la iglesia (Fig. 11). Sólo la llegada en la etapa V de nuevas gentes o de una nueva cultura religiosa y funeraria (Fierro, 2000: 155-156) permite que el espacio funerario se convierta en vivienda y que, como consecuencia, se expolien las sepulturas y centro de culto y cementerio cambien a un nuevo lugar que desconocemos. En este momento se produce una interrupción brusca del statu quo social y del proceso de concentración de población y de los efectos que fuera a acarrear . La ruptura se produce en dos fases, la primera reutilizando el espacio al que se le cambia radicalmente su función; la segunda abando nándolo y cambiando el lugar de residencia, que pudo ser cercano si aceptamos la «continuidad» con el ve cino poblado feudal cristiano (torre del Casujón). Sepulturas

Individuos

Hembras

Varones

Jóvenes

Adultos

58 (en 23 seps.)

17; 66%

9; 34%

12; 57%

9; 43%

44

(111)

(73)

Ajuares 29

De los datos reales se puede extrapolar la cantidad de 111 individuos, aunque tuvieron que ser más atendiendo al escaso porcentaje de restos conservados y a la zona sin excavar. Las proporciones por sexo y edad son adecuadas a pesar también del escaso valor de los datos.30 La cantidad de los ajuares debe acercarse a la real: si la aceptamos, sólo uno de cada cuatro inhumados iba acompañado de algún tipo de ajuar , proporción que sería menor ya que a algunos individuos corresponderían varias piezas de ajuar , aunque la cifra

aparecen También otras sepulturas con cruces grabadas. Ulbert y Orfila 2002: fig. 6. 30 El análisis antropológico fue completado por José Luis Gómez Pérez, bajo la dirección de M.ª Dolores Garralda, Univ. Complutense, a quienes se lo agradecemos.

(38)

(63)

(48)

(26%)

EL BAPTISTERIO MERIDIONAL Durante la Etapa III, la iglesia de El Gatillo añadió a su función funeraria la bautismal. Para ello se desarrolló el cuerpo SE, alargándose hasta la fachada O. 33

31 Contradiciendo nuestra primera opinión de que pertenecieran a un ajuar: Caballero y otros 1991: 483. También pertenece a una ocultación el conjunto de Las Pesqueras (Segovia), Balmaseda 1997: 157. 32 Un «boite-reliquaire (?)» similar al de hueso, con su tapa aún atada, en la iglesia de Saint-Lubin en Rosny-sur-Seine (Îlede-France), siglo VII-VIII, Dufaÿ y Bourgeois 1998: 230. 33 La forma del edificio de El Gatillo en la etapa III ofrece, según Mateos 1997, cierta semejanza con la planta de un edifi cio grabado en una pizarra de Mérida. Aparecida en 1983 en una excavación de Los Columbarios, en un nivel de relleno posterior al siglo IV, es, de acuerdo con la descripción ofrecida,

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Vestuario, 16

29 ajuares

7 broches 3 anillos 2 fíbulas singulares 2 cuentas 1 pareja pendientes 1 brazalete

173

Recipiente, 9

Relicario, 3

Profesión, 1

3 jarritas 3 ollas 3 botellas

1 caja bronce 1 caja hueso 1 botella

1 pareja escalpelos

Probablemente pasó así de ser iglesia privada a parroquial, pues, como advierten Ripoll y Velázquez (1999: 123), no se puede asegurar que cualquier iglesia rural con baptisterio fuera una parroquia. Son varias las características que llaman la atención de este baptisterio: — el acceso directo desde el exterior a la piscina bautismal, sin habitación intermedia o dispositivo, salvo la puerta, que salvaguardara la intimidad del acto; — la ausencia de reformas en la piscina bautismal, contra lo que suele ser corriente en la mayoría de las piscinas conservadas; — que las piletas laterales no estén añadidas en un momento posterior, sino que sean coetáneas a la construcción de la piscina y del suelo; — la construcción de una bóveda en la cabecera resaltada y la presencia en ella de un altar; — el similar abovedamiento de la puerta de entrada;

una pieza recortada con herramienta por sus lados, excepto por uno de los cortos donde lo desconocemos por estar roto, para formar un rectángulo de (37)x25 cm. A lo largo y junto al lado superior se conservan dos líneas dibujadas con regla que han de corresponder al replanteo de la placa antes de recortarla. También se han alisado sus caras superior e inferior logrando una «lámina» de un centímetro. Esta pizarra se diferencia de las llamadas «visigodas» que presentan textos y dibujos, tanto por su forma de preparación como porque parece un tablero de trabajo dadas las abundantes huellas de uso que presentan sus superficies. En su cara superior se grabaron circunstancialmente pequeños dibujos de una paloma enfrentada a una palma; una cratera; y un posible monograma cristiano, en forma de aspa cerrada lateralmente, con un trazo en su eje y la posible curva de la rho. Las características comunes de estos dibujos son las que la hacen suponer de cronología tardorromana (aunque el monograma recuerda los de las congregaciones marianas que superponen el de María al Crismón). Además se grabó la planta, repetida dos veces, de un edificio religioso que se puede suponer que fue ampliado de modo que, primero, pasó de una a dos naves absidadas separadas por su antiguo muro lateral; luego, se añadió un porche a los pies, común a las dos naves; y finalmente, una torre lateral en la zona del porche, mejor que una caja de escaleras para un coro alto. La supuesta ampliación lateral es la que recuerda formalmente la planta del Gatillo y también la de Alcalá de los Gazules. Agradecemos a Agustín Velázquez del MNAR haber podido estudiar la pieza en compañía de Pedro Mateos.

— la posterior amortización de la piscina bautismal y la colocación de un osario y de un «nicho» mientras se mantiene la cabecera con el altar. A pesar del desarrollo del baptisterio, la sala de la piscina se encuentra en una situación extrema, sin las habitaciones previas que se consideran necesarias en el rito del bautismo, esto es una zona de entrada, una sala de espera, un catecumeneo o agnile en la terminología hispánica y un vestuario dispuesto de modo que facilite la intimidad del acto. Al menos debía haber una habitación donde se celebraran los ritos previos antes de acceder a la piscina (Itur gaiz, 1969: 5159). Normalmente los baptisterios con tripartitos, distribuidos en tres espacios diferenciados que corresponden a las tres etapas de la ceremonia (Ulbert, 1978: 168; Falla, 1980: 16-17). Frente a esta idea, en El Gatillo existe una relación inmediata y directa entre la entrada exterior y la propia piscina bautismal, separadas apenas un metro; y se amplía el número de espacios entre ella y el santuario; todas, incluso la de la piscina, comunicadas entre sí y con el aula (tres entradas). Se podría llegar a pensar que esta or ganización provocaba una circulación compleja con sucesivas entradas y salidas de los actores entre el aula y las salas e incluso con retrocesos, en vez de facilitar una progresión sucesiva donde la arquitectura reflejara la secuencia litúrgica. Es evidente que su or ganización se diferencia de la de otros baptisterios hispánicos. En Casa Herrera y El Germo, existen los espacios previos y la sala de la piscina es inmediata a la cabecera; en Son Fradinet existe un claro esquema lineal de habitaciones, con la de la piscina en el centro, que se cierra con un pasillo paralelo para iniciar o finalizar el proceso y no tener que retroceder por ellas mismas; en otros son espacios, organizados en tres salas, cerrados e independizados al pie de las iglesias (El Camí, Son Peretó, villa Fortunatus, El Bovalar , Gerena y El Tolmo); o bien la sala de la piscina es una habitación en fondo de saco y aislada (S. Pedro de Alcántara, Torre de Palma, Es Cap des Port y Valdecebadar). Arbeiter es ambivalente en su apreciación de la semejanza/diferencia entre El Gatillo y Casa Herrera (2003: 204). Efectivamente, a nuestro parecer , no existe una «semejanza asombrosa» entre los baptiste-

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rios de El Gatillo y de Casa Herrera (la semejanza es sólo aparente), sino una «diferencia profunda»: el distanciamiento de la habitación de la piscina con respecto al santuario (como advierte el propio Arbeiter, id.: 205), la desaparición de las habitaciones previas y la inclusión de otros espacios intermedios. En este sentido, el baptisterio de El Gatillo es un caso excepcional que demuestra su evolución y diferente funcionalidad. Se podría proponer que la reutilización de un espacio de finalidad funeraria (el mausoleo SE), que no se quería desmontar, pudo ser la causa para distanciar el altar del baptisterio cuando éste se construyó en la etapa III. Pero es más probable que sean otras causas de carácter litúrgico, como las que propone Arbeiter (2003: 203-205), las que finalmente hayan decidido la estructura del baptisterio de El Gatillo, en cuyo caso las aparentes irregularidades dejan de ser tales: El portal crea un entrada cubierta que podría cumplir la suficiente función de acogida y resguardo físico y visual.34 Ingresados en la sala de la piscina y cerradas las puertas, el primer cancel define un pequeño espacio en que se habrían convertido las habitaciones previas de los que se consideran típicos baptisterios, lo que podría estar indicando que en este momento ya no eran necesarias, lo que hace pensar en el servicio infantil. Al margen de la función concreta de las piletas, si la ceremonia era mayoritariamente infantil, podrían haber caído en desuso tanto el agnile o catecumeneo como el vestuario. La puerta lateral permite el acceso directo del sacerdote y sus acólitos desde la iglesia a la sala de la piscina. La amplia segunda sala, rematada por el ábside y dividida en dos espacios por un cancel, recuerda la or ganización de una iglesia: el santuario con el altar, el coro dedicado a los sacerdotes y bautizados y el aula a los fieles, ambos con entradas directas y separadas desde el aula.35 En esta estructura encaja perfectamente el rito descrito por Arbeiter. El esquema litúrgico-arquitectónico es coherente y podría definir una «pequeña basílica de San Juan» 36 con su altar, como la citada por las Vitas Patrum Emeretensium, aneja a la catedral de Santa María de Mérida y cubierta por su mismo tejado (anterior o entre 560-572. Iturgaiz 1969: 228-230, 257-258 y 264, en

34 Un portal añadido, formalmente similar, en Sion, primera mitad del siglo V. Antonini 2002: 165,166y168. 35 Un paralelo de un baptisterio rematado en un aula distribuida en espacios por canceles y tres ábsides con altares en Abu Mina basílica N, posterior al siglo VI. Grossman 1981: 167, fig. 6. 36 Otra baselicula, iglesia con presbítero, citada por Valerio, Puertas 1975: 96, nº 21.

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la Vitas y en el ordo37). Ulbert supone que estos espacios bautismales laterales debían imitar a los de Mérida incluso en su situación en el lado izquierdo, norte, como en Casa Herrera (1978: 166). Pero el de El Germo, similar al de Casa Herrera pero situado al S, y las profundas diferencias del de El Gatillo nos hacen ser precavidos. No podemos formar un tipo bautismal uniforme con estos anejos laterales. El esquema de iglesia y baptisterio adosado efectivamente pudo ser imitado de la catedral metropolitana pero, según su estadio de evolución, repitiéndose con libertad de forma y organización, manteniendo la duda sobre cómo era el prototipo. Lo mismo ocurre con su titulación pues no debemos olvidar lo que ya señala Fèvrier (1986: 126-127), que no todos los baptisterios se denominaban de San Juan y , al contrario, que este título se utilizaba para otros edificios de culto que no eran baptisterios. El ábside y su altar El extremo resaltado nunca tuvo ni una piscina bautismal ni sepulturas pues tanto en su borde como en su zona central, inmediatamente bajo el suelo de opus signinum de la etapa III, aparece la roca. 38 Tampoco sabemos si la habitación tuvo antes algún sistema para separar su extremo como «cabecera». Con respecto al altar sólo podemos asegurar que existía en la etapa III, etapa a la que pertenece el suelo de opus signinum que rodeaba su ara central y sus cuatro pies (Fig. 10). No podemos afirmar, aunque no sea imposible, que en el momento de la construcción de esta habitación resaltada, etapa IIB, se colocara allí una mesa auxiliar o un altar. El espacio libre existente en el extremo de la habitación y su carácter significativo de resaltado pueden avalarlo. Como ya hemos dicho, en esta etapa II hemos desechado la función bautismal, lo que permite que, con cierto reparo, nos preguntemos si estamos ante un mausoleo presidido por un santuario. Pero, repetimos, nada se puede asegurar sobre la existencia de un altar entonces.39

37 Este tipo «adosado» no es sólo típico hispano: en Italia se considera como uno de los modelos típicos urbanos el de cuerpo de fábrica individualizado, junto al de cuerpo independiente (Wataghin y otros 2001). 38 El baptisterio de Es Cap des Port (Fornells, Menorca; c. 500 d. C.; Palol 1994: fig. 10) tiene cabecera resaltada, aunque no para ubicar allí un altar , sino la piscina bautismal. Este tipo de baptisterio que ubica la piscina en un ábside es típico, entre otros lugares, de «Tierra Santa» (Ben Pechat 1989). 39 Habíamos considerado (Caballero y otros 1991: 483) que las dos columnitas con capiteles diferentes eran pies de la mesa de altar e indicio de su doble cronología, pero, como ya hemos

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bautismales de la unción y de la exposición y reparto de la Eucaristía. A estos y a los descubiertos después41 se podrían añadir parte de los baptisterios que rematan en un áb side libre aunque en ellos no se haya llegado a documentar .42 Fèvrier (1986: 118, 127, 138) añade algún ejemplar más, pero sobr e todo analiza las fuentes escritas y ter mina relacionándolos con la reorganización tardía del espacio bautis mal y con el simbolismo y el desarrollo del culto a las re liquias, sintiéndose «tentado» por la tam bién tardía multiplicación de los altares. Tenemos, por tanto, la doble propuesta de su relación con el rito Fig. 10. Ábside y altar introducidos en el extremo de la habitación SE durante la etapa III. bautismal o con el simbolismo de la reliquias. Godoy (1989: 632-633) Al altar del baptisterio hispano de Casa Herrera, discrepa de Ulbert en que sean altares eucarísticos, Ulbert (1978: 161) añadió el probable de El Germo; tanto para celebrar la Eucaristía (algo nunca propuesto después Fèvrier (1986: 1 14) el dudoso de Fraga, un por Ulbert) como para repartirla. Para ella son mensa ara romana invertida sin loculus pero con las molduconsignatoria (soporte de la Eucaristía) y mensa ras recortadas (Duval y Fontaine, 1979: 284); nosomartyrum (dedicada a los santos. Id. 1995: 54). En un tros el del Gatillo, que confirma para Casa Herrera el línea cercana se colocan Fiochi y Gelic hi (2001: 317) tipo de ara central y cuatro columnillas; Sastre el popara quienes un altar con reliquias es plenamente comsible del mausoleo/baptisterio de La Cocosa (Badapatible con el bautismo para potenciarlo en r elación joz, 2005: 106); y, finalmente, proponemos el probacon el culto a los mártires, pero, por más que «el desable de Los Gazules (Cádiz, hacia 600. Corzo rrollo de l as funciones litúr gicas» sea una hipótesis 1983-84) cuyo cuerpo meridional, pese a que no se plausible, no es demostrable de modo indudable hasta conoce en él piscina bautismal, permite suponerlo época posterior. baptisterio por la ausencia de sepulturas, que sí aparePero otros autores no dejan de presentar indicios cen en el aula. De haber sido así, pudo tener altar. de su posible función eucarística. Falla (1980: 12), a Recordando a Fèvrier (1986: 109) nos pr eguntapesar de que su opinión básica es la de que los altares mos ahora por qué un altar presidiendo un baptisterio. de los baptisterios sirvieron para la ceremonia postEl descubrimiento y estudio del altar de Casa Herrera bautismal de la crismación, al tratar el caso del baptispor Ulbert actuó de catalizador para el análisis de los terio de Qalat Siman (471-491 d. C.), supone que en altares en los baptisterios. Este autor (1978: 161, 180el tercer espacio meridional, de forma basilical ( basi181) señala la indudable presencia de altares de reli quias en baptisterios40 que servirían para los ritos post-

dicho, la columnita de roleos no le perteneció por lo que rechazamos esta posibilidad. Se conoce que los cinco fustes de las columnitas que soportaban el altar eran similares. La supuesta cabeza de columnita con loculus (Id.: fig. 6, 10) no es tal, como demuestra la huella que conserva de la superficie del suelo de opus; en realidad es una basa (similar a Id.: fig. 6, 11) probablemente la de la esquina NE. El altar , pues, se sostenía por cinco columnitas similares de la que la central actuaría como ara con reliquias. 40 Alahar Monastir, Dodecaneso, Philipos B, Dermech I de Cartago, Hippona, Tipasa, Sbeitla I y III, Iunca, Henchir Deheb, Sabratha, Salona, Carnuntum, Grado y Vranje; y los tardíos de Agaune y Nocera.

41 Otros altares en baptisterios. Saint-Hermentaire, Var, siglos V-VI (Codou 1995). Pratola, Campania (D’Antonio 2001). Mediliano, Lu, segunda mitad siglo VII (Demeglio 2001). Rescamone, aula absidada adosada a iglesia, Córcega, siglo VI (Duval 1995. Citado por Frondoni 2001 como paralelo del de Noli, Liguria, y otros similares de Piamonte, Francia y Croacia). Catacumba de S. Genaro en Nápoles, supuesto altar de nicho, 762766; cita Tharros, Cerdeña (Francesco 2001). Invillino, primera mitad siglo V; Mergozzo, fin siglo V; Erba-Incino, 970-1020 carolingio (Fiocchi y Gelichi 2001). Mergozzo, ¿fin siglo V?; Cureggio, anterior siglo VI; S. Ponso Canavese, siglo VII (Pejrani 2001). San Giusto, Lucera, dudoso, segunda mitad siglo VI-inicios siglo VII (Volpe y otros 2001). 42 Como indican Fiochi y Geliche (2001: 317, para la confirmatio), Bonnet (1989: 1412) o Godlewski (1979: 36). Pero los ábsides pueden acoger también la cátedra episcopal.

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licula según la autora), se celebraría la Eucaristía. Podría pensarse, por tanto, que a partir de estos baptisterios, aislados y alejados de la basílica principal y de típica distribución tripartita, se extendiera la idea de celebrar la eucaristía en el mismo baptisterio. 43 En el mismo caso podrían estar otros baptisterios como los de Dongola y Faras (segunda mitad siglo VII y 707), anejos a las basílicas episcopales y donde Godlewski (1979: 56) supone que se celebraría el rito completo, incluida la celebración eucarística. Duval (2000: 441442), frente a la opinión de Godoy y partiendo de las fuentes litúrgicas, cree que el carácter de pequeñas basílicas de nuestros baptisterios hacen plausible la hipótesis de una ceremonia eucarística reservada a los neófitos. Además Duval, recuerda que el acto de consagración de un altar litúrgico y del edificio mismo se confunde con la deposición de reliquias en el altar (Id.: 449). Efectivamente, en el ámbito hispánico, los altares con reliquias son altares eucarísticos, son lo mismo: si nos viéramos obligados a diferenciar como excepcionales los altares bautismales, caeríamos en una contradicción. Por otra parte, a pesar de lo que él mismo dice, Ulbert (1978: 164 y 171) utiliza el término basilicula más como arquitectónico que como equivalente de edificio de culto o iglesia, necesitado por tanto de un altar . Si con esta visión releemos las citas del altar del baptisterio tanto de nuestro ordo piscinas largo × ancho × profundo S.P. Alcántara Valdecebadar Alconétar Casa Herrera

150 × 60 × 100 185 × 40 × 65 115 × 55 × 80 340 × 50 × 150

El Gatillo

250 × 50 × (70)

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caristía, sino también para efectuar la propia misa consagratoria (la prosphora en la «mesa de las eucaristías» del rito etiope, Id.: 24, 25, 55, 60-62). Así se explicaría el término de basílica otor gado al baptisterio, la distribución eclesiástica que adopta en El Gatillo y la presencia de un altar con ara y reliquias. Arbeiter asegura lo primero, que este «altar eucarístico» servía para «administrar la comunión», pero no queda del todo claro si también acepta que en él se desarrollaba el rito completo de la eucaristía (2003: 197, 198 n. 44 y 205). Lo realmente importante de El Gatillo es que nos enseña que existe una evolución en la estructura del baptisterio. No se pueden comparar entre sí, como si pertenecieran a un mismo tiempo evolutivo, los baptisterios de San Pedro de Alcántara, que utiliza la iglesia para completar el rito; de Casa Herrera que ya presenta un altar; y de El Gatillo que desarrolla la «pequeña basílica». Este es a nuestro parecer el principal problema de la interpretación de Godoy, cuya corrección inicia Arbeiter. La piscina y las piletas La piscina de El Gatillo es de escaleras enfrentadas y planta rectangular y estrecha, sin espacio central diferenciado (Fig. 11). Las piscinas rectangulares más con piletas largo × ancho × profundo 57-35* × 53 × 50 Ø 53 × 30 30 × 30 × 40 45 × 30 × 20 100-55* × 40 × 65 70-45* × 35 × 55 60 × 25 × (49) 60 × 20 × (50)

añadida, 1 escalón coetánea, circular añadida, s/escalón añadida, s/escalón añadida, 2 escalones añadida, 1 escalón coetánea, s/escalón coetánea, s/escalón

N S N S N S

(Dimensiones, en cm, según Ulbert, 1978: 148, completado. * Longitud del suelo de la pileta. Entre paréntesis, dimensiones aproximadas)

como de otros, por ejemplo el, desde luego lejano pero probablemente el más antiguo ritual, el etiope (Salles, 1958), y a pesar de su concisión y confusión, se puede deducir que el altar no sólo servía para depositar el bálsamo, el pan y otros artículos (como la leche y la miel en el etiope) y para «administrar» la eu-

43 Podría cumplirse esto mismo en S. Juan de Éfeso, su planta en Falla 2001: fig. 4.

anchas parecen de cronología más antigua y su distribución es más amplia (Idanha a Velha norte, circa 400; Barcelona primera dudosa, a partir de 450; Francolí de Tarragona, antes de 469 d. C.; Bovalar, circa 500; villa Fortunatus, ¿siglo VI?; Milreu, siglo VI; El Germo, circa 600). Las más estrechas prácticamente se circunscriben a la Lusitania y las cronologías que se proponen para ellas son tardías, del siglo VII (La Cocosa, después de 550 d. C.; Alconétar, dos piscinas respectivamente de los siglos VI y VII; S. Pedro de Mé-

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0,53 y 0,20 de ancho y 0,65 y 0,20 de profundidad (Ulbert, 1978: 148). Valdecebadar tiene una única pileta de planta circular (Ulbert y Eger, 2006: 231). Ulbert (1978: 158 ss., 176-178) planteó paralelos foráneos a las piletas,45 supuso que servirían para el bautismo infantil, basándose en su forma y en las fuentes litúr gicas, y propuso una evolución cronológica. Una reforma en el siglo VI daría lugar a la presencia de las piscinas estrechas y profundas, como la de Casa Herrera, dedicadas a adultos; a mediados de siglo se añadirían las piletas para el bautismo simultáneo de niños; y , en el siglo VII, quizás un nuevo cambio en el rito daría lugar a que el bautismo fuera exclusivo infantil, usándose para ello las artesas decoradas propuestas por Palol (1967: 177-182). Godoy (1986 y 1989) rechaza categóricamente que las piletas se usaran para esta y otras funciones que Fig. 11. Baptisterio: piscina de la etapa III y osario y reforma con nicho de la etapa IV. se habían propuesto y de las que rida, alrededor del 600; Valdecebadar, circa 600; Casa hace resumen. El lavatorio de pies sólo estaba estaHerrera, segunda mitad siglo VII; Montinho das Latuido en Milán y Aquileya y estaba expresamente ranjeiras). La del Tolmo de Minateda 3 (siglo VII, prohibido en Hispania por el concilio de Elvira, algo Abad, Guitérrez y Sanz 2000) puede entenderse como en que parece haber consenso. Es evidente que las piuna reforma de las piscinas anteriores que reduce letas no podían servir para contener el óleo y tampoco cada vez más el vano central acercándose al ancho de son apropiadas para acoger los recipientes que lo conlas escaleras enfrentadas. tuvieran que, además, en el rito hispano se depositaA estos datos hay que añadir los de las piletas ban en el altar. Se le olvida otra función (recogida por junto a una piscina principal, siempre añadidas en un Ulbert, 1978: 179), que contuvieran el agua para el segundo momento salvo las de El Gatillo y Valdecerito de la infusión, quizás por considerar que entre nobadar, construidas coetáneamente. Son pequeñas y sesotros se mantuvo inalterable el rito de la inmersión. paradas de la piscina principal lo que, a nuestro pareContra el bautismo infantil se basa, entre otras razocer, las distingue de los vanos de tamaño mayor que nes, en que no se explica que las piletas aparezcan se forman en las piscinas con ensanchamientos en el emparejadas y, sobre todo, en la molestia que suponía vano central de forma cruciforme (Marialba, Aljezares, Son Peretó, El Germo, S. Pedro de Alcántara) o con vanos separados de la piscina central (Idanha a 45 Ialysos en Rodas, Sfax, Iunca, Bulla Regia, Cornus en Cerdeña, Gerasa y Emmaús. Además, Ben Pechat, 1989, de Velha S., Torre de Palma y Las Vegas de Pedraza 44). Tierra Santa: Emmaús, Magen II, S. Teodoro de Gerasa, Estas piletas se dan con escalones en S. Pedro de AlMonte Nebo I, Kurnub, Ovdat, Shivta N y S y ¿Mádaba? y los cántara y Casa Herrera y sin escalones en Alconétar y paralelos de Asia Menor, Rodas y Cos y el posible prototipo de Salamis en Chipre. Godlewski 1979: 43, la iglesia de las El Gatillo. Varían entre 1,00 y 0,30 m de longitud,

44 El vano N se diferencia del S por separarse de la piscina por un murete y tener «escalones» en los lados N y O. Es el vano que se aproxima formalmente más a las piletas. Izquierdo 1992: lám. I, 1.

columnas de granito de Dongola y Kassr el Wizz. También tiene tres piletas San Juan de Éfeso (Falla 1980: p. 1 1 n. 35 y p. 32; su planta en Falla 2001: fig. 4). Otros de Cerdeña (Falla, 2001: 281; p. 289 no en relación con el bautismo infantil, sino con el lavatorio de pies). Martorelli 2001: 508 ss., cita los de Aquileya, Florencia y Albenga como posibles para el lavatorio de pies.

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inmergir a los niños en las piscinas por lo que desde el siglo II se había previsto que un acólito los bajara a la piscina. Al introducirse las piscinas estrechas, sin ampliación en su centro para esta función, las piletas facilitaron resolver el problema de la diferencia de altura entre el catecúmeno, en la piscina, y el oficiante, en el suelo. El grupo que hemos segregado de piscinas hispanas no tiene instalaciones hidráulicas, 46 lo que significa que tendrían que llenarse y vaciarse a mano. En El Gatillo, el agua se acarrearía con esfuerzo desde el arroyo Magasca, cercano pero profundo. Podemos suponer que esta fue una razón más para el cambio de rito de la inmersión a la infusión o aspersión, o a un rito intermedio. Además, las piscinas tienden a reducir su profundidad (a pesar de que se tiene por lugar común que las pilas de escaleras contrapuestas lusitanas son las más profundas) reduciéndose hasta los 65 cm en el caso de una de las de Alconétar. Lo mismo pasa con su ancho que es de 60 cm o menos en la mayoría de los casos. Un adulto tendría problemas de accesibilidad a pilas con estas condiciones y más para efectuar el rito de la inmersión completa, por lo que tendría que acuclillarse o arrodillarse en el fondo (como ocurría en Oriente, Ben Pechat 1989: 17518447). Para estas circunstancias se entienden los vanos laterales de las piscinas que se supone anteriores y que además facilitarían la actuación de los sacerdotes y sus auxiliares. Entonces, ¿por qué en los baptisterios lusitanos se evolucionó aparentemente en dirección contraria, suprimiéndose los vanos de las piscinas, estrechándolas y, en bastantes casos, reduciendo su profundidad, dificultando su uso en vez de facilitarlo? Parece que una cosa es lo que afirmaban las fuentes escritas y otra lo que indican los restos que nos han llegado. Las piscinas mantenían su valor simbólico pero el rito ya no podía ser el de inmersión. Además, con respecto a las piletas, las de El Gatillo son tan pequeñas y profundas que es imposible, como pretende Godoy, que se utilizaran por los diáconos y sus ayudantes con comodidad, pues es difícil entrar y salir de ellas sin escalones, donde apenas caben los pies y donde uno no se puede mover sin trastabillar. Y todas están forradas de mortero hidráulico, lo que indica que sirvieron para contener agua, apoyando la hipótesis de Ulbert y Ben Pechat de que se utilizaran para el bautismo infantil, pero también la de que contuvieran el agua necesaria para la infusión. En realidad no sabemos cuál era la finalidad de los vanos y Torre de Palma disponía de aljibe. Ver también Gutiérrez Lloret y otros 2004: 155; Godlewski 1979: 41 y 54. 46 47

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las piletas auxiliares, ni si todos, de distintas fechas y formas variables, tuvieron la misma. En el caso concreto de El Gatillo (al que se puede añadir Valdecebadar), los valores reducidos de sus dimensiones, la coetaneidad de la piscina y sus piletas y la ausencia de reformas, dejando de lado la ausencia de conducciones de agua por parecer una circunstancia común a las instalaciones hispánicas, supone un indicio de cronología final, cuando el cambio en el rito ya se había efectuado y cuando ya no había tiempo suficiente para que las instalaciones con piscinas siguieran variando.48 En la etapa IV se amortiza la piscina bautismal y sus piletas pero, a nuestro parecer actual, se man tiene la función litúr gica del espacio meridional. Y, en este momento, se coloca lo que aparenta un nicho en la esquina de la antigua sala de la piscina (Fig. 11). Por lo tanto, desechada la suposición de estar ante un mihrab que apoyábamos en su forma de ni cho, su orientación al Sur y la existencia en este momento de enterramientos de rito islámico, podríamos pensar que sirviera de soporte de una pila bautismal similar a las que se consideran tales, en forma de ar tesa y decoradas, diferenciadas y datadas por Palol en el siglo VII (1967: 177-182) y que aceptan con tal función tanto Ulbert (1978: 178) como Godoy (1986: 132) y Arbeiter (2003: 210, añadiendo nuevas piezas).49 LA SINGULARIDAD DE LA ETAPA III Y EL PROBLEMA DE SU CRONOLOGÍA, ¿SIGLO VII U VIII?

En buena lógica deberíamos haber iniciado el análisis del baptisterio por su arquitectura, en vez de por los problemas de su funcionalidad. Pero así hemos podido ir viendo cómo su organización (que intercambia la desaparición de los espacios de la litur gia prebautismal por el desarrollo de la postbautismal en forma de iglesia, con su altar) y las características de su piscina y sus piletas son indicios de una cronología muy avanzada, que podemos considerar final en tanto que apenas permiten un desarrollo ulterior. Así, ahora, 48 Bonnet, 1989: 1408, 1413, supone para los casos de Ginebra, Lyon y Aosta, con estas circunstancias, una fecha entre los siglos VII y VIII. Para Robles, 1970: 276-277, el tratado sobre el bautismo de San Ildefonso (entre 657 y 667) demuestra la existencia normalizada del bautismo infantil junto al de adultos. 49 Una parecida en la catedral de Ventimiglia, dada como de segura importación griega y datada en el paso entre los siglos V y VI, Fusconi y otros 2001: 801-802, fig. 13. En la sala vecina a la de la piscina de Son Fradinet hay unos muros añadidos y posteriores que recuerdan de alguna manera el «nicho» de El Gatillo.

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nos podemos preguntar hasta qué punto la etapa III, a la que pertenece, se puede fechar hacia 700 d. C. o se debe llevar más adelante. La explicación inmediata de los datos aportados para esta etapa la sitúa como la última tardorromana y, por lo tanto, en la segunda mitad del siglo VII, prolongada en los primeros decenios del siglo VIII. Sin embargo, el cuerpo meridional de El Gatillo ofrece unas características muy particulares que pueden va riar esta datación. Junto a la «tipología» final del baptisterio sin posible evolución consecuente (repetimos, por su or ganización, que sustituye la distribu ción tripartita, por la de iglesia con coro y santuario, por la coetaneidad de piscina y piletas y por la ausencia de reformas) se encuentran los rasgos del ábside y portal abovedados en sillería, la lápida funeraria reu tilizada para umbral del cancel, la utilización de sue los de tipo opus signinum, la posible colocación de una cruz calada como remate del frontón del portal, la presencia de una columnita de tipología muy tardía perteneciente al altar y la jarrita/relicario funeraria con grafito. Tanto la transformación de la cabecera SE en un ábside con bóveda de sillería como la colocación de un arco de sillería sobre machones en la puerta principal del baptisterio son hechos en sí excepcionales y únicos, a pesar de su modestia, y para los que no tenemos paralelos (para la transformación, no para la supuesta bóveda). ¿Por qué se introdujeron estas innovaciones? Frente a la opinión de Arbeiter (1996), que pretende ver una evolución continua en la producción arquitectónica, desde los aparejos de mampostería con encadenados, presentes en el mismo edificio, hasta estas bóvedas de sillería, nosotros opinamos que el «ambiente» productivo de los primeros aparejos impedía que se reprodujeran en los nuevos abovedamientos a no ser que mediara entre ambos un impulso formativo externo y revolucionario (Caballero, 2000: 216-217). El modelo regional de este nuevo «ambiente» productivo lo tenemos en la iglesia de Santa Lucía del Trampal, tanto en la or ganización espacial como en las estructuras y técnicas constructivas pues, lógicamente, ambas están interrelacionadas. La datación del Trampal arrastra la de estos elementos de El Gatillo a la segunda mitad del siglo VIII (Caballero y Sáez, 1999). Suponemos que el portal «abovedado» del baptisterio se remató con una cruz con laurea calada dado el lugar de su hallazgo. A nuestro parecer estas cruces también evidencian una cronología muy tardía para la cual argumentamos que dos de ellas están recortadas en piezas cristianas amortizadas, una inscripción en Alconétar y una placa de cancel en el mismo Trampal

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(Caballero y Sáez, 1999: 213-214). Resulta llamativo, y significativo, que se hiciera imprescindible señalar algo que parece evidente, que una iglesia es cristiana. Como en El Trampal, consideramos que esta cruz es otro indicio de la comunidad mozárabe a la que se debe la reforma del baptisterio, aunque la colocación de la cruz sería posterior, por lo tanto de la etapa IV, a la vez que se señalaban con cipos las sepulturas. Antes decíamos que ya no era posible la evolu ción formal del baptisterio, pero eso puede ser rela tivo si fue cierto que la piscina se sustituyó por otro sistema bautismal, una artesa sobre el «nicho» ya en la etapa IV, algo que sólo podemos suponer apoyán donos en una cuestión de pervivencia sustitutiva. En realidad este último modo bautismal, si resiste una comprobación futura, supone también una innova ción profunda, que se escapa a la mera línea evolu tiva y que coincide con las demás variaciones que hemos visto. Otros elementos más relacionan la manera de hacer de esta etapa con el nuevo «ambiente» produc tivo de El Trampal. Uno es la presencia de una ins cripción funeraria romana, 50 con el texto situado a propósito visible en su umbral de paso, con paralelos en esa iglesia y en la iglesita de Ibahernando (Caba llero y Sáez, 1999: 323). Lamentablemente no han llegado a nosotros restos de las placas que pudieron decorarlo. Otro, la utilización del suelo de mortero hidráulico de tipo opus signinum hasta entonces ausente en la iglesia. 51 Además, la aparición por pri mera vez de escultura decorativa y entre ella la co lumnita con capitel de pencas que pudo formar parte de la mesa litúrgica. La jarrita/relicario con grafito, que por su morfología consideramos de cronología islámica, debió pertenecer a la etapa III. La sepultura 38, en que apareció con el revuelto de su interior indicando que correspondería a la primera inhumación, pertenece a esta etapa. Según estos argumentos, la etapa III habría que retrasarla para colocarla, con la IV , a partir de un momento ya avanzado del siglo VIII y hasta las primeras décadas o mediados del siglo IX. Las etapas I y II ocuparían en exclusividad los siglos VI y VII.

50 Estela funeraria de Attia Quieta, datada en la primera mitad del siglo I. Agradecemos los datos a Helena Gimeno, CIL2. 51 Al segundo momento del baptisterio de Casa Herrera, con el adosamiento de las piletas a la piscina y posiblemente la colocación de un ciborio, debe pertenecer la colocación del suelo de opus signinum pues no se observa en él ni corte ni reparación. Esta observación podría datar como tardío este tipo de suelo.

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4. IGLESIA, NECRÓPOLIS, BAPTISTERIO. CRISTIANIZACIÓN Y CONTROL SOCIAL Podemos comprender la iglesia de El Gatillo como la representación de un primer proceso de cristianización que quedó inacabado e incompleto (Sotomayor , 1982: 655 y 665). Un proceso lento en el que lo que realmente interesa es mantener la cohesión del grupo a través de la memoria de los individuos del núcleo familiar representados en una necrópolis comunitaria, que es lo que realmente es la iglesia. Sólo al final del proceso y en un momento de cambio (en El Gatillo, no tiene por qué ser similar en otros casos), un proceso de autodefensa obliga a reafirmar los caracteres del proceso de cristianización; en realidad, a reafirmar los caracteres culturales autóctonos representados por la religión, aunque sin éxito. Si consecuentemente nos preguntamos por lo que representa este proceso de cristianización, no es difícil comprender el sistema iglesia como la punta visible de una organización destinada a estabilizar y controlar las relaciones entre una aristocracia y un campesinado dependiente relacionados por el control de las rentas, los derechos y la gestión de los recursos (Díaz, 1994; Vigil en este volumen). No sabemos exactamente a qué tipo de propiedad pertenecía ni cuáles eran sus titulares. O si, más probablemente, evolucionó de una propiedad o titularidad fiscal o señorial a otra episcopal o eclesiástica. La adición del baptisterio significaría la conversión de la iglesia/mausoleo privada en una parroquia, signo de un posible cambio de manos de la propiedad a la vez que del reforzamiento del proceso cultural de la cristianización. Coincide con ello la colocación en la iglesia de un coro delante del santuario, del que hasta entonces había carecido. Todo ello tratando con la debida cautela estos indicios materiales y también teniendo en cuenta, en este sentido, la cronología avanzada que proponemos para esta conversión y que podría significar un cambio muy profundo en las causas que la provocaron. Antes, la presencia de la cerca también podría significar la individualidad social y religiosa de la iglesia, reafirmando, como en las sagreras, la independencia eclesiástica, su carácter de isla y de intrusión en la propiedad aristocrática. A pesar de desconocer el tipo de poblamiento al que correspondía la iglesia, es adecuado pensar que la población, organizada familiarmente, era campesina, aunque con ella se mezclase, mejor diferenciada en el arranque del proceso, cierta «nobleza» local después subsumida o desaparecida. Según el modelo de Vigil, la fuerte estabilidad del cementerio de El Gatillo correspondería a la fijación de la población bajo la

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forma de la aldea. Sería una manera de comprender que la «fase antigua de aldeanización» se corresponde con el proceso de la primera cristianización o de la cristianización incompleta. En nuestro caso, incluso, la estabilidad se prolonga también durante el siglo VII en que se mantienen los ajuares, manifestación de la representación cultural, del poder y de sus relaciones. Desconocemos qué importancia tiene que este asentamiento, que suponemos razonablemente una aldea y no una villa, esté subrayado por la presencia de una iglesia. Es posible que en su arranque corresponda a una residencia privilegiada e «intercalada» entre otras que en el territorio que le corresponde son por ahora «invisibles» a nuestros estudios. En este sentido no podemos compararlo con el proceso de aldeanización del territorio meridional madrileño donde no han aparecido edificios de culto que se pudieran comparar con el de El Gatillo. Aunque esta diferencia se mantiene sin explicación, no parece tener una significación profunda en el desarrollo del proceso y quizás solamente en su arranque (como tal espacio residencial privilegiado) probablemente manteniendo su jerarquía a lo largo del tiempo o confundiéndose poco a poco con los demás asentamientos aldeanos, si presumimos su existencia en el campo cacereño de un modo parecido a como lo hacen en el madrileño, algo que resta por demostrar. El Gatillo, tanto su edificio como su dotación, supone también un indicio de la capacidad y de la calidad productiva y comercial de su sociedad rural, pretendiente de unos modelos que repite o que consigue por medio de una cultura material humilde. Los recursos puestos a su disposición son pobres y escasos a pesar de lo cual es capaz de mantenerlos y de ampliarlos en la medida de sus posibilidades. Sin embargo, llega un momento en que da un salto cualitativo, en la etapa III cuando hace gala de innovaciones arquitectónicas (también de algunas cerámicas de ajuar, si están bien datadas) que suponen una riqueza de inversiones, dentro de una lógica economía de medios, inimaginables desde su origen, similares a otras producciones arquitectónicas mozárabes o muladíes (Mérida, Mateos y Alba, 2000), unido al reforzamiento del proceso de cristianización, y que recuerdan o preludian las que van a ser típicas del segundo proceso de aldeanización (la segunda y definitiva cristianización) iniciada en la Meseta Norte. Así se rompe la estabilidad mantenida hasta entonces, justamente a nuestro parecer en la segunda mitad del siglo VIII, cuando se han subvertido las relaciones sociales de poder con la imposición del estado islámico. Un fogonazo fugaz que primero inestabiliza el asentamiento e inmediatamente provoca su desaparición.

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VALENTIA EN EL SIGLO VII, DE SUINTHILA A TEODOMIRO POR

ALBERT VICENT RIBERA I LACOMBA1 y MIQUEL ROSSELLÓ MESQUIDA (SIAM, Ayuntamiento de Valencia)

RESUMEN El complejo episcopal de Valencia se construyó en el segundo cuarto del siglo VI por el obispo Justiniano. Se conoce bien la evolución urbana de este barrio privilegiado. En el siglo VII se han registrado: grandes fosas en el interior del horreum, de la segunda mitad del siglo VI; el expolio de una de la curias; la urbanización del circo; el cambio tipológico de las tumbas; la construcción de un gran edificio poligonal, de difícil adscripción, y la construcción de una noria. El siglo VII vio la actividad de la ceca, con dos periodos, Suinthila y sus inmediatos sucesores, y el de fines del siglo VIIinicios del VIII. A fines del siglo VII la actividad constructiva se encuentra en el entorno rural, en el palacio de Pla de Nadal, vinculado a Teodomiro. SUMMARY The Episcopal complex of Valencia was built by bishop Justinian in the second quarter of the sixth century . The urban evolution of this privileged area is well known. Dated to the seventh century, the following structures have been found out: graves inside the horreum dated to the second half of the sixth century, the pillaging of one of the curias; the urbanization of the circus; the typological change of the burials; the building of a great polygonal building hardly to be dated and the construc tion of a big waterwheel. The working period of the mint in the seventh century can be divided in two phases. It was firstly in use by Suinthila and its immediate successors and, secondly , at the end of the seventh century and beginning of the eight century. By the end of the seventh century, the building activity is in the rural environment, in the palace of Pla de Nadal, related to Teodomiro. PALABRAS CLAVE: Arqueología. Numismática. Escultura decorativa. Cerámicas. Siglos VI-VIII. Urbanismo. Grupo episcopal. Necrópolis. Obispo Justiniano. KEY WORDS: Archaeology. Numismatic. Decorative sculpture. Pottery. Seventh and eighth centuries. Urbanism. Episcopal group. Necropolis. Bishop Justinian.

El siglo VI representó para Valencia una época de gran vitalidad. Superadas las incertidumbres de la centuria anterior, surgió una figura clave en su silla epis 1 SIAM. Ajuntament de Valencia. C/ Traginers s/n. 46014 Valencia. [email protected].

copal a mediados del siglo VI: el obispo Justiniano, ejemplo de «obispo constructor» 2. Su singular veneración por San Vicente le movería a poner sus bienes a disposición del mártir. Fue el principal promotor de las grandes reformas urbanas del núcleo episcopal, tales como el tapiado del pórtico del Foro, convertido en un potente muro, tal vez del recinto de la ciudad o del grupo episcopal, con lo que ello supuso de cambio en la organización urbana. Pero sobre todo destacó en la construcción o reforma de diferentes edificios cúlticos, entre ellos la catedral, que acogió un concilio provin cial en el año 546 bajo el reinado de Teudis, al que asistieron únicamente obispos de sedes litorales de la Cartaginense,3 señal de la amplia autonomía de la sede respecto al poder central. 4 La parte central de la sexta centuria será testigo de la conquista de parte de Hispania por los ejércitos imperiales. Si bien algunos han incluido a Valencia dentro de la provincia imperial de Spania, no hay ninguna prueba que lo demuestre. El límite septentrional de las posesiones imperiales no iría más allá del río Júcar y Dianium (Dénia).5 Valencia quedaría integrada en el reino visigodo, coincidiendo con la conquista del sur y sudeste peninsular. La arqueología está poniendo en evidencia la actividad militar y el interés de Leovigildo por controlar el territorio de Valentia y consolidar sus posi2 J.C. Picard, «Les évêques bâtisseurs (IVe – VIIe siècle)», Naissances des arts chrétiens. Atlas des monuments paléochrétiens de la France, París, 1991, 44-49. 3 D. Ramos-Lissón, «Los concilios hispánicos antes de la conversión de Recaredo», Historia de los Concilios de la España Romana y Visigótica, Pamplona, 1986, 23-159, p. 131-135. 4 A. Ribera y M. Rosselló, «La ciudad de Valencia en época visigoda», Los orígenes del cristianismo en V alencia y su entorno. Grandes T emas Arqueológicos 2, València, 2000,151164. M. Rosselló, «El territorium de Valentia a l’Antiguitat Tardana», VI Congrés d’Ar queologia Cristiana Hispànica (València, 2003), 2005, 279-304. 5 M. Vallejo, Bizancio y la España tardo-antigua (siglos VVIII). Un capitulo de historia mediterránea , Memorias del Seminario de Historia Antigua, IV. Universidad de Alcalá de Henares, Alcalá de Henares, 1993.

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ciones en el Levante peninsular frente a los imperiales. La construcción del castrum de València la Vella, a 15 km al oeste de Valencia, se ha puesto en relación con este proceso de control y reorganización del territorio.6 Los abundantes hallazgos de tremisses visigodos, de imitación de monedas de Justiniano y Justino II, semejantes a las del tesoro de Recópolis, en la partida de la Senda de l’Horteta, en Alcàsser,7 a 15 km de Valencia, junto a la Vía Augusta, en lo que parece ser un contexto funerario especial de tumbas de cámara excavadas en la roca, es otro indicio de la militarización/visigotización del entorno de Valencia a partir de la segunda mitad del siglo VI. Llama la atención que bastantes de estas piezas se hallaran dentro de jarritas relacionadas con contextos funerarios, fenómeno no habitual pero de ninguna manera exclusivo, como atestiguan las ofrendas de monedas en las necrópolis visigodas de Duratón (Segovia) 8 y Sant Julià de Ramis (Girona). 9 En Alcàsser son tumbas un tanto especiales, excavadas en la roca, formando una especie de cámara subterránea, tipología funeraria un tanto peculiar para esta época, pero que precisamente se ha registrado en este periodo en poblaciones muy cercanas a Alcàsser, como el Romaní o Montserrat, o algo más alejadas como Beneixida o Anna, siempre al sur de Valencia10 y en las proximidades de la vía Augusta, además de Requena, a 70 km al oeste. La ocupación del circo, abandonado desde el si glo V, también se relaciona con este momento, que coincidiría con la llegada de contingentes visigodos y la imposición de un obispo arriano, Ubiligisclo, en la sede valenciana, que la compartiría con otro católico.11

6 M. Rosselló, «El yacimiento de València la Vella (Ribaroja de Túria): Algunas consideraciones para su atribución cronológica y cultural», Quaderns de Prehistòria i Arqueologia de Castelló 17, Castelló de la Plana, 1996, 435-454. M. Rosselló, «El recinto fortificado de «V alència la Vella» en Riba-roja de Túria», Los orígenes del cristianismo en Valencia y su entorno. Grandes Temas Arqueológicos 2, Valencia, 2000, 127-133. 7 L. Alapont y F. Tormo, «La necrópolis i les troballes monetàries del jaciment visigòtic de la Senda de l’Horteta a Alcàsser (València)», VI Reunió d’Arqueologia Cristiana Hispànica (València, 2003), Barcelona, 2005, 317-322. A. Ribera, «El contexto histórico y arqueológico de las monedas visigodas del País Valenciano», Gaceta Numismática 157, 2005, 45-61. 8 Molinero, A., «La necrópolis visigoda de Duratón (Segovia). Materiales de tipo bizantino», IV Congreso Arqueológico del Sudeste Español, Cartagena, 1949, 502-504. 9 Lopez, J. «Aportació a la numismática visigoda: nous trients de Suíntila i Khindasvint», Acta Numismática 32, Barcelona, 2002, 45-47. 10 Alapont y Tormo, op. cit. 11 M. Rosselló, «La politique d’unification de Léovigild et son impact à Valence (Espagne): évidences littéraires et archéologiques», XIII Congressus Internationalis Archaeologiae Christianae, Città del Vaticano-Split, 1998, 735-744. M. Rosselló 2005, op. cit.

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LA FORMACIÓN DEL GRUPO EPISCOPAL DE VALENCIA Como ya hemos expuesto en otros lugares, 12 los orígenes del núcleo episcopal de Valencia estarían en relación directa con el lugar que acogió el episodio martirial de san Vicente, habida cuenta la temprana gran reputación exterior del mártir.13 Esta explicación ideológica enlaza con una abundante y creciente evidencia arqueológica, cuya reiteración y monumentalidad ha superado cualquier previsión. En la ubicación del núcleo episcopal de Valencia se conjugaría un lugar martirial con su cercanía al foro. La sacralización de los lugares del martirio, además de los mucho más comunes sepulcros de los santos, es un fenómeno que sería más corriente de lo que parece y que, al mismo tiempo, serviría como garantía de autentificación del episodio martirial en sí. En la mayor parte de las ocasiones, estos espacios donde corrió la sangre del mártir, ubi sanguinem fundit, 14 se han localizado en la periferia de las ciudades, como en Arles con san Ginés.15 Esta particularidad permitiría que el conjunto episcopal de Valencia se instalara en una zona privilegiada, al sudeste del foro, entre la basílica romana, la curia, el macellum, el ninfeo y el cardo y el decumanus maximus, ocupando en algunos casos antiguos edificios y, en otros, proyectando nuevos. La existencia de un gran espacio público, desafectado de su función original, ya sea libre de construcciones o en ruinas, unido a la disponibilidad de los materiales de los antiguos edificios cívicos y paganos, debió acelerar , desde fechas muy tempranas, la ubicación aquí del centro episcopal. La vinculación con san Vicente no

12 A. Ribera, «Valentia: del foro al área episcopal«, Acta Antiqua Complutensis III. Santos, obispos y r eliquias, Alcalá de Henares, 2005, 45-84. A. Ribera y M. Rosselló, L’Almoina: el nacimiento de la Valentia cristiana, Quaderns de Difusió Arqueòlògica 5, 1999, Valencia. A. Ribera y M. Rosselló, «El primer grupo episcopal de Valencia», Los orígenes del cristianismo en Valencia y su entorno. Grandes Temas Arqueológicos 2, Valencia, 2000b, 165-186. 13 V. Saxer, «Le culte de Saint Vincent en Italie avant l´an mil», Studi di Anchitá Cristiana P.I.A.C. XL, Ciudad del Vaticano, 1989, 745-761. Id. «Lieux de culte de Saint Vincent en France avant l´an mil », Bulletin de la societé des monuments historiques de L´Yonne 7, Meaux, 1990, 1-12. Id., «Le Culte de S. Vincent dans la peninsule hispanique avant l’an mil », IV Reunió d’Arqueologia Cristiana Hispànica (Lisboa 1992), Barcelona, 1995, 141-150. 14 P. Castillo, Los mártires hispanorromanos y su culto en la Hispania de la Antigüedad Tardía, Biblioteca de Estudios Clásicos, Granada, 1999. 15 M. Heijmans, Arles durant l’Antiquité tardive. De la Duplex Arelas à l’urbs Genesii, Collection de l’École Française de Rome 324, 2004.

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haría más que facilitar y acelerar este proceso general a las ciudades tardoantiguas. Esta área episcopal sería un gran barrio donde residían las jerarquías eclesiásticas. Ocuparía una superficie mínima de unos 150 por 100 m, probablemente muchos más. La vamos conociendo gracias a la investigación arqueológica de los últimos años, pero también por el análisis de la escasa epigrafía y las fuentes escritas, con el célebre epitafio del obispo Justiniano,16 donde se resalta que al hacerse car go de la sede, tuvo que restaurar antiguos templos y construir otros nuevos, lo que habla de varias iglesias en el territorio de Valencia en la primera mitad del siglo VI.17 La catedral de Valentia (Fig. 1), situada al norte de la actual plaza de l’Almoina, además de una gran ba sílica, comprendía otros dos edificios anexos de planta cruciforme, un mausoleo y el baptisterio, instalados a uno y otro extremo de la cabecera y conectados con ella18 a través del crucero, lo que recordaría a iglesias del norte de Italia y la zona adriática, 19 lugares en donde hay que buscar los antecedentes arquitectónicos de este tipo de cabeceras y anexos de plan cruciforme. La devoción a San Vicente movería al prelado a construir un mausoleo para enterrarse junto a su venerado mártir, a quien dejó heredero de sus bienes, cuyos restos o reliquias habría trasladado Justiniano desde la basílica extramuros de la Roqueta a la catedral.20 Era normal que la sepultura de los obispos se realizara en una iglesia. 21 La construcción de sepulcros o iglesias-mausoleos por los obispos, en las proximidades de las tumbas de los mártires o sus reliquias era habitual en los siglos VI y VII, como hicieron los obispos de Mérida en Santa Eulalia 22 o san Fructuoso en Montelios (Braga). 16 J. Vives, Inscripciones cristianas de la España romana y visigoda, Barcelona, 1969. 17 A. Linage, «Tras las huellas de Justiniano de Valencia», Hispania Antiqua, II, 1972, 203-216. 18 A. Ribera. y M. Rosselló, 2000b, op. cit. G. Pascual Berlanga, A. Ribera y M. Rosselló, «La catedral de Valentia (Hispania) en época visigoda», Hortus Artium Medievalium 9, Zagreb-Motovun, 2003, 127-143. 19 G. Cuscito, «Gli edifici di culto in area altoadriatica tra VI e VIII secolo», Hortus Artium Medievalium 9, Zagreb – Motovum, 2003, 33-54. 20 C. García Rodríguez, El culto de los santos en la España romana y visigoda, Madrid, 1966, p. 260-261. Saxer, 1995, op. cit., p. 142. 21 Ordo obseruandum in functione episcopi del Liber Ordinum o canon 5 del Concilio IX de Toledo, donde especifica que si el obispo quería construirse una iglesia para su sepultura solo podrá dotarla con una centésima parte de las rentas de la iglesia. R. Puertas, 1975, Iglesias hispánicas (siglos IV al VIII). Testimonios literarios, Ministerio de Educación y Ciencia, Madrid. p. 140. 22 P. Mateos, Sta. Eulalia de Mérida. Arqueología y Urbanismo, Anejos de AEA XIX, Madrid, 1999.

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En este edificio funerario habría alguna reliquia importante o el cuerpo del mártir, que estaría en el ábside, en un sarcófago, a la vista de todo el mundo. El obispo se enterraría allí por la gran atracción que presentaba y porque era mucho más razonable y justificable construir un sepulcro monumental para un mártir que para un obispo. Sin embar go, algunos obispos fueron objeto de especial veneración, como los prelados emeritenses sepultados en la iglesia de Santa Eulalia23 y no hay que descartar que algo similar aconteciera con Justiniano. Este edificio anexo es uno de los más tempranos ejemplos de arquitectura de planta cruciforme de la Península ibérica, cuyos antecedentes hay que bus car en el norte de Italia, especialmente en el mauso leo de Galla Placidia, y que tuvieron una cierta difu sión desde el Mediterráneo Oriental 24 al interior de Hispania.25 Al norte de la cabecera de la catedral se encontraba otro edificio anexo, sensiblemente mayor que el mausoleo del sur, un baptisterio (Fig. 2) cruciforme. 26 Su sólida construcción externa se mantuvo durante el período islámico, pero por dentro fue totalmente alterada en la primera mitad del siglo X, vaciada hasta sus cimientos y despojada de todos aquellos elementos ornamentales que pudiera presentar , pero siguió en uso, como atestiguan nuevos pavimentos del periodo islámico que aparecen a una cota inferior de la del piso original. Tal vez a él haga referencia una inscripción (CIL II2/14,90) fragmentada que en 1904 se encontró en su interior, aunque siempre se había relacionado con la catedral. Al norte de la catedral se extendió, a lo lar go del siglo VI, o quizás ya en el V, una necrópolis cristiana de aspecto hispanorromana, cuyas tumbas, muy sencillas y principalmente de tejas planas y en ánfora, se aglutinaban fundamentalmente sobre el espacio de un antiguo edificio bajoimperial, destruido en el segundo cuarto del siglo V.27 La fecha temprana de este cementerio se explicaría por su asociación con un lugar marPuertas, 1975, op. cit., p. 139. A. Pülz, «Die Frühchristlichen Kirchen des Taurischen Chersonesos/Krim», Mitteilungen zur Christlichen Archäologie 4, Viena, 1998, 45-78. 25 J. Maciel, «Trois églises de plan cruciforme au Portugal et les trajets méditerranéens des VIe et VIIe siècles», XIII Congressus Internationalis Archaeologiae Christianae, Città del Vaticano/Split, 1998, 745-756. 26 G. Pascual Berlanga, A. Ribera y M. Rosselló, 2003, op. cit. 27 N. Álvarez, C. Ballester , G. Pascual, G. Pérez y A. Ribera, «L’àrea productiva d’un edifici del fòrum de Valentia al Baix imperi (siglo IV-V)», VI Reunió d’Arqueologia Cristiana Hispànica, València (2003), Valencia, 2005, 251-260. Ribera y Rosselló 1999, op. cit. 23 24

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Fig. 1. El grupo episcopal en el siglo VI.

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Fig. 2. El baptisterio.

Fig. 3. Valencia en el siglo VII.

tirial, que serviría de atracción, ad sanctos, a las tumbas que rodean este espacio sacralizado.28 VALENTIA EN EL SIGLO VII Poco después del reinado de Leovigildo empezarían a funcionar cecas visigodas en el País Valen28 A. Ribera y R. Soriano, «Los cementerios de época visigoda», Saetabi 46, Valencia, 1996, 195-230. L. Alapont y A. Ribera, «Los cementerios tardoantiguos de Valentia: arqueología y antropología», Anales de Arqueología Cordobesa 17. Espacios y usos funerarios en la ciudad histórica, Córdoba, 2006, 161-194.

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ciano. Las dos únicas que se conocen, Saguntum y Valentia, están, al tiempo, muy cerca entre sí y muy alejadas de los otros centros emisores. Los más cercanos serían Dertosa, que solo acuñó en tiempos de Recaredo, y Tarraco, al norte, y Recopolis y Toletum al oeste. Tipológicamente, estas escasas primeras emisiones visigodas de la zona valenciana se encuadrarían entre los tipos de la Tarraconense.29 Las cecas valencianas emitieron en dos momentos muy concretos. Uno, el primer tercio del siglo VII, que coincide con el conflicto bizantino y con las campañas que consiguieron la expulsión de los imperiales. La otra etapa emisora, también en Valentia y Saguntum, se reduce a fines del siglo VII, también coincidiendo con actividades militares.30 En un primer momento, Saguntum acuñó con Gundemaro y Sisebuto y la ceca de Valentia empezó durante el reinado de Suinthila (621-631).31 De esta serie solo se conoce un ejemplar, cuyo hallazgo, en el edificio de la Universidad, en 1844, en contra de lo que suele ser habitual en estos casos, fue bien documentado, a pesar de su carácter fortuito.32 El otro ejemplar que se conoce es de Chintila (636-639), con el tipo propio de la Carthaginense, lo que se correspondería mejor con la adscripción territorial de la ciu dad, que ahora se podría regularizar por la expulsión de los bizantinos. Esta rareza numérica, ya que las piezas conocidas son prácticamente únicas, procedentes de hallazgos

29 F. Mateu i Llopis, «Sobre el numerario visigodo de la Tarraconense. Las cecas de Sagunto y Valencia en el primer tercio del siglo VII». Ampurias III, Barcelona, 1941, 85-95. 30 Ribera, 2005, op. cit. 31 R. Arroyo, Les monedes valencianes,2, Cultura Universitaria Popular 3, Valencia, 1984. 32 M. C. Cabeza, «El entorno del triente de Suintila de la Biblioteca Universitaria de Valencia», Saitabi XXXIX, Valencia, 1989, 73-80.

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Fig. 4. El grupo episcopal de Valencia en el siglo VII.

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aislados y nunca se encuentran en los tesoros de esta época, y su acuñación en muy pocos reinados, hace de ellas unas series muy minoritarias, diferentes de las grandes urbes acuñadoras, que lo hacen en cantidad y en quince o más reinados: Toletum, Tarraco, Hispalis, Emerita, Caesaraugusta, Corduba. EL GRUPO EPISCOPAL EN EL SIGLO VII A partir de fines del siglo VI, la zona al norte de la catedral, y al oeste del antiguo cardo maximus cambió (Fig. 4). Parte de la actividad se centró alrededor de la antiEdificio poligonal sobre el cruce entre cardo gua curia, con el desmantelamiento Fig 5. Excavaciones de l’Almoina. y decumanus maximus. del edificio gemelo, situado justo al del siglo VII, o del VIII. Fue arrasado por construccionorte, la construcción de un gran pozo de sillares, al nes del siglo X. El ancho de los 2 muros conservados oeste, y de una pequeña memoria martirial, al sur . es el mismo, 0,82 m. El ángulo que forman estos dos También cambiaron los modos, pero no los lugares muros al unirse parecería indicar una posible planta funerarios, al sudeste y este. La curia aun se mantenía poligonal. En concreto, la medición de los grados del en pie, notándose, a partir del siglo VII, una notable diángulo sería la propia de un heptágono. Sin embargo, ferencia funcional entre lo que sucedía al norte, que tal vez no estemos ante un edificio propiamente di seguramente se transformó en un área productiva, y el cho sino ante una especie de recinto que delimitaba sur, donde permaneció el uso religioso y se intensificó este espacio abierto. Así, uno de los muros, en direc la utilización funeraria. ción sur-norte, aun mantenía la ortogonalidad de la Un amplio espacio, inmediatamen te al norte de la época romana y, de hecho, iba paralelo al cardo macuria, se llenó de grandes fosas de expolio colmadas, ximus, por lo que podría ser el límite de esta zona ya en el siglo VII, con desechos de todo tipo y restos de abierta con lo que aun quedaba de esa calle, que materiales constructivos. En algún momento se pudo ahora estaría reducida a un corredor de 2,5 m de an usar como zona de acopio y de trabajo de los canteros cho. El otro muro parecía colocado para cortar el y finalmente se convertiría en un huerto o jar dín, delipaso del decumanus maximus hacia el oeste. De esta mitado por el muro del pórtico foro, al oeste, la mura manera, el emblemático punto donde, desde la fundalla urbana al norte, un nuevo y extraño edificio ¿heptación de la ciudad, se unían las dos vías principales, gonal? al este y la curia y los muros que la enlazan con perdió gran parte de su valor simbólico y funcional, ella, al sur . Estos grandes espacios abiertos son fre aunque no en su totalidad, porqué por allí aun se tencuentes en otros grupos episcopales, como e l de dría que pasar para acceder al baptisterio y a la ne Priene, que cuenta con uno de 32 × 36 m.33 crópolis situada al norte de la catedral. En estos mo Sobre el lugar donde se cruzaban el cardo y el dementos, estos tramos del antiguo viario público ya se cumanus maximus, se ha localizado un problemático habrían convertido en calles interiores del grupo o hipotético edificio (Fig. 5), de grandes dimensiones episcopal. Otro de los indicios que nos hacen dudar pero muy deteriorado, hecho con piedras medianas, que se trate de un edificio es la misma endeblez de la alguna grande y algún ladrillo dispuesto en hileras técnica constructiva, con sus piedras solo trabadas horizontales y trabadas con tierra. Se asentaba sobre con tierra. En su interior ha aparecido un basamento las repavimentaciones del cardo maximus, lo que exento que indicaría la existencia de elementos de permite fecharlo en una etapa ya avanzada, dentro sustentación, tal vez de un pórtico. Una profunda noria (Fig. 6), con un lado absidado 33 J. P. Sodini, «Les groupes episcopaux de Turquie (à l’exde mampostería, al norte, y el resto construido con siception de la Cilicie)», XI Congreso Internacional de Arqueollares de buen tamaño, estaría dentro de este espacio, logía Cristiana, Roma, 1989, 405-427, p. 417.

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Fig. 6. Excavaciones de l’Almoina. Noria monumental.

que también encerraba una tumba de cistas, que sería de una fase anterior. Al norte de la ciudad, a lo largo de la calle del Salvador, había una vasta área de almacenamiento de cereales (silos), situado en el extremo norte de una gran plaza en cuyo límite sur se ubicaba el Ninfeo. Es muy probable que en esos momentos la plaza se convirtiera en un mercatum, situado en el mismo eje norte de la Vía Augusta, acceso a las ricas comarcas septentrionales de l’Horta Nord y conexión con el ramal de acceso a la fértil llanura del Túria. El Ninfeo o Asklepieion,34 perdido su carácter pagano, no habría abandonado su función pública de abastecedor de agua, erigiéndose en estos momentos delante de su frente norte un pórtico en el decumano que comunica con la plaza. En esta calle porticada había construcciones más endebles que parecen apuntar a pequeñas tiendas o puntos de venta. Todo esto, unido a la documentación antes apuntada del almacén de granos, cuyo carácter público es indudable, y la presencia de un edificio poligonal, seguramente con 34 R. Albiach, I. Espí, y A. Ribera, «El agua sacra y su vinculación con el origen y el desarrollo urbano de una fundación romana. El santuario (¿Asklepieion?) de Valentia (Hispania)», Anejos del Archivo Español de Arqueología, en prensa.

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funciones económicas y de control comercial, ilustran tanto la preocupación de los poderes públicos por el aprovisionamiento de alimentos (principalmente cereales), como de las actividades económicas y comerciales de la urbe episcopal, especialmente en lo que se refiere a centro de recaudación de impuestos, lugar de intercambio y circulación de productos y dinero. Actividades estimuladas por un importante centro de peregrinación (san Vicente mártir) y por la necesidad de aprovisionamiento del ejército visigodo, cuyos gastos militares debían ser cuantiosos.35 Delante de la curia meridional y junto al ángulo sudeste del Forum, se construyó un monumental pozo (Fig. 7) para la extracción de agua de planta cuadrangular, con un ancho interior de 0,86 × 0,86 metros, y exterior de 2,20 × 2,30 metros. Está construido con enormes sillares de piedra, obtenidos de edificios romanos. Conserva una profundidad de 5,14 m, pudiéndose suponer que le faltan entre 2 y 1 m de su parte superior, brocal aparte, que debieron ser expoliados cuando toda la zona que se extiende por delante de la curia, en la primera fase islámica, sufrió un claro y potente saqueo. Los materiales recuperados en la trinchera de fundación son de la segunda mitad del siglo VI. La presencia de un gran pozo es algo normal en los centros episcopales, donde suelen aparecer en el atrio o en relación con el baptisterio, como sucede en Ginebra, que se encuentra a 40 m del edificio bautismal, al que alimenta por una cañería de troncos de abeto.36 Pero también son habituales en los lugares asociados a mártires, cuyas aguas se suponía tenían alguna propiedad gracias a esta vecindad.37 El edificio más representativo del siglo VII es una singular construcción presidida por un ábside de herradura (Fig. 8), delimitado con canceles y , tal vez, con una pequeña nave porticada. No debe ser ninguna casualidad, sino un acto muy intencionado, que se superpusiera con exactitud a una de las estancias del antiguo edificio bajoimperial relacionado con el lugar martirial38 y alrededor de la que giran las sepulturas 35 M. Rosselló, «Economía y comercio de Valencia en época visigoda», Los orígenes del cristianismo en Valencia y su entorno. Grandes T emas Arqueológicos 2, València, 2000b, 207-218. 36 C. Bonnet, Les fouilles de l’ancien gr oupe épiscopal de Genève (1976-1993), Cahiers d’Archéologie Genevoise I, Ginebra, 1993, p. 41-42. 37 C. Godoy y J.M. Gurt, «Un itinerario de peregrinaje para el culto martirial y veneración del agua bautismal en el com plejo episcopal de Barcino», Madrider Mitteilungen 39, Mainz, 1998, 323-335. 38 A. Ribera y M. Rosselló, «El grupo episcopal de Valentia en el siglo VII, un ejemplo del desarrollo del culto martirial», El siglo VII en España y su contexto mediterráneo. Acta Antiqua Complutensia 5, Alcalá de Henares, 2005, 123-153, 2005.

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peregrinos y enterramientos. El deficiente estado de conservación de esta pequeña y modesta construcción, que en su parte occidental está casi totalmente arrasada, impide proponer con seguridad su imagen arquitectónica integral y la de su entorno. La parte mejor representada es el propio ábside de herradura, del que prácticamente lo que ha perdurado son sus mínimos cimientos, algo del muro, la solera de cal del pavimento y una línea de cimiento de piedras que delimita su cierre occidental, en la que simétricamente destacan 3 grandes piedras hincadas, que debían sustentar un doble arco de acceso al ábside. La Fig. 7. Excavaciones de l’Almoina. Pozo monumental. endeblez y pobre técnica constructiva de este modesto conjunto conde tradición romana del siglo V-VI. Este pequeño ábtrasta con la gran solidez y monumentalidad de la caside de herradura en el siglo VII, cumpliría la función tedral y sus edificios anexos, situados a unos pocos de una memoria y serviría como punto de atracción de metros hacia el sur. La construcción de este pequeño edificio tuvo lugar varias décadas después de la del núcleo del gran complejo episcopal, como indican los materiales que aparecieron en un profundo pozo excavado en la tierra, que se descubrió por debajo del piso del ábside y que, obviamente, quedó sellado cuando éste se construyó. La mayor parte del relleno del pozo lo formaban ánforas de fines del siglo VI o ya del VII, lo que precisa la fecha de construcción.39 El mejor paralelo formal, y funcional, a este ábside de l’Almoina, es la pequeña basílica del anfiteatro de Tarragona, que conmemora el lugar del martirio de san Fructuoso, Augurio y Eulogio. Al igual que en Valencia, en sus alrededores, pero no en su interior, se alzó una necrópolis.40 En la parte oriental del ábside, en su trasera, en lo que seria un amplio espacio al aire libre, se ha conservado un extenso y sólido pavimento de mortero y cantos rodados, que fue constantemente perforado para instalar las nuevas y grandes tumbas de cista, que se agolpan en su parte posterior . La existencia de esta

Fig. 8. Excavaciones de l’Almoina. Ábside sobre supuesto espacio martirial.

39 Albiach et alii, «Las últimas excavaciones (1992-1997) del solar de l’Almoina: nuevos datos de la zona episcopal de Valentia», V Reunió d’Arqueologia Cristiana Hispànica (Cartagena 1998), Barcelona, 2000, 63-86. P. Pascual, A. Ribera y M. Rosselló, «Cerámicas de la ciudad de Valencia entre la época visigoda y omeya (siglos VI-X)», Cerámicas tardorromanas y altomedievales en la Península Ibérica . Anejos del Archivo Español de Arqueología XXVIII, Madrid, 2003, 67-118. 40 TED’A, L’amfiteatre romà de Tarragona. La basílica visigòtica i l’església romànica, Memòries d’Excavació 3, Tarragona, 1990.

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área pavimentada podría significar que todo este espacio estuviera cerrado, al menos en su perímetro, y que el ábside pudiera estar exento. Los datos topográficos nos indican que el muro septentrional de la catedral estaría a unos 12 metros hacia el sur , lo que nos daría un límite claro. Hacia el norte, a unos escasos 2 m del ábside, estaba la antigua curia, que se mantuvo en pie durante todo el período visigodo y parte del islámico. El nuevo pozo también se encontraba a no menos de 2 m de la nave porticada central, por lo que estaría funcionalmente integrado en este conjunto que debieron formar la curia, el ábside y su nave central y el pozo. En su conjunto, pues, en una amplia zona al norte de los pies de catedral, entre fines del siglo VI o inicios del VII, se produjo una profunda remodelación del espacio, pero no de los usos. La erección del pe queño ábside de herradura, con su entorno delimi tado por canceles, supuso la anulación de un pozo, y coincidiría con la construcción de otro pozo, ahora mucho más monumental, y con el arrasamiento de la curia septentrional, mientras se mantenía la meridional. A este mismo proyecto constructivo pueden pertenecer los restos de 2 grandes basamentos ubicados muy cerca del gran pozo de sillares. Desgraciada mente, toda la parte occidental de esta nueva área, justo alrededor del gran pozo, fue desmantelada con extraordinaria intensidad en los inicios del periodo islámico, dejando como prueba una gran y regular fosa, de modo y manera que sólo se han podido conservar algunos restos de las estructuras más profun das, caso del pozo y los cimientos de los 2 grandes basamentos. Se ha recuperado una mínima parte del mobiliario litúrgico de la sede episcopal valentina, que debe pertenecer al siglo VII. De entre ellos cabe destacar , por su magnífico estado de conservación, una placa de cancel y una mesa de altar.41 El cancel apareció en varios fragmentos reutilizados en la cubierta de tumbas mozárabes de época emiral (siglo VIII) localizadas al este de la catedral. Es de piedra toba calcárea, porosa y ligera, fácil de trabajar, procedente de canteras próximas a la ciudad, por lo que seria una manufactura local.

41 M. Rosselló, «Cancel visigodo», Cripta Arqueológica de la Cárcel de San Vicente. Ayuntamiento de Valencia, Valencia, 1998, 63-65. V. Escrivá, M. Rosselló y R. Soriano, «Altar paleocristiano del área episcopal de Valencia», Cuadernos de Prehistoria y Arqueología Castellonenses 13, Castellón, 19871988, 333-343. A. Ribera y M. Rosselló, «Escultura decorativa de época tardoantigua en Valencia y su entorno», Anejos del Archivo Español de Arqueología, Madrid, en prensa.

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La placa de cancel muestra un relieve ornamental en las dos caras, de tipo geométrico y vegetal, tallado a bisel con dos únicos planos de talla. Una de las caras ofrece un tema central enmarcado por dos cenefas, una superior y otra inferior , con decoración vegetal a base de tallos ondulados de acanto estilizado de los que nacen pequeñas trifolias y frutos cordiformes. Estas dos cenefas enmarcan un cuadrángulo de cuyos ángulos nacen otras tantas trifolias. En el centro, inscrito en un círculo con decoración sogueada, un rosetón de ocho pétalos radiales o crismón estrellado, de bordes externos cóncavos y extremos rematados por trifolias. La otra cara también aparece enmarcada por una cenefa superior y otra inferior con decoración de tallos ondulados de acanto y pequeñas trifolias. Esta vez el tema central está compuesto por un gran rombo, inscrito en un cuadrángulo, cortado por segmentos de círculo en el interior de los cuales aparecen trifolias que nacen de tallos de acanto con frutos cordiformes situados al exterior del rombo. Cuatro palmas encerradas en círculos enlazan, también por el exterior, los segmentos. Este cancel, por sus grandes dimensiones debió pertenecer a la catedral. En 1905, cerca de las excavaciones de l’Almoina, apareció otro fragmento de cancel, con decoración semejante,42 pero cuyas dimensiones eran menores, aunque, en todo caso, formaría parte del mismo con junto. Su decoración remite a modelos de inspiración bizantina de finales del siglo VI y VII y estilísticamente se ha relacionado con otras piezas de Segobriga y Toledo, con las que formaría una especie de región artística.43 LOS CEMENTERIOS DEL BARRIO EPISCOPAL A PARTIR DE FINES DEL SIGLO VI

En estrecha relación con esta remodelación, a partir de la segunda mitad del siglo VI y, sobre todo, a lo largo del siglo VII, hubo una transformación casi total de las costumbres funerarias de tradición romana, sustituidas por otras de origen germánico, sustitución plasmada por la tipología funeraria, los ritos de enterramiento y los rasgos étnicos de los esqueletos. 44

42 A.M. Vicent, «Restos arqueológicos de la Valencia visigótica», Ampurias XIX-XX, Barcelona, 1957-1958, 217-226, p. 217. 43 P. de Palol, Arqueología cristiana de la España Romana. Siglos IV-VI. I. Monumentos, Madrid-Valladolid, 1967, p. 96. 44 Ribera y Soriano 1996, op. cit. M. Calvo, «El cementerio del área episcopal de Valencia en la época visigoda», Los orígenes del cristianismo en Valencia y su entorno , Grandes Temas

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Este gran cambio en las costumbres funerarias tendría más que ver con la mutación del origen de los sujetos que se sepultaban, que con otra cosa, ya que los mismos lugares se mantuvieron en todo su esplendor como polos de atracción. El gran conjunto monumental, de fuerte contenido martirial, que se había construido en Valencia a mediados del siglo VI, no haría más que aumentar la impor tancia de la ciudad a todos los niveles, como solía ocurrir en estos casos 45 y atraería peregrinos de todas partes.46 De cara al interior, como una civitas que aglutinaba y controlaba un amplio territorio, cuyos mora dores tenían el privilegio de contar con la presencia física de un santo personaje, cuya santidad les debía proteger de los mil avatares perniciosos de esta época.47 Pero en esa sociedad tan jerarquizada, unos ten drían mayor cota de protección e intercesión ante la divinidad que otros. Se sabe que en los cementerios era normal subastar los lugares cercanos a las tum bas de los santos, 48 por lo que estas necrópolis ad sanctos hay que asociarlas con las que acogerían a los personajes relevantes del momento, habitual mente eclesiásticos o fieles de las clases altas. 49 En Valencia, este fenómeno clasista se intuye fácil mente de la misma jerarquización topográfica de los diversos cementerios que en poco tiempo surgieron alrededor de los dos focos principales de devoción: el más antiguo, alrededor del lugar martirial, tal vez ya activo como necrópolis desde la segunda mitad del siglo V, al que no se le negaría cierta espontaneidad en sus orígenes, y el nuevo, que surgiría con el

Arqueológicos 2, Valencia, 2000, 193-206. L. Alapont, «La necròpolis de l´àrea episcopal de València. noves aportacions antropològiques», VI Reunió d’Arqueologia Cristiana Hispànica (València 2003), Barcelona, 2005, 245-250. L. Alapont y A. Ribera, op. cit. 45 S. Pricoco, «Culto dei santi e delle reliquie nell’età di Teodosio: Martino di Tours, Ambrogio di Milano e Paolino di Nola», Santos, obispos y reliquias, Acta Antiqua Complutensia 3, Alcalá de Henares, 2003, 35-44. 46 C. Buenacasa, «La instrumentalización económica del culto a las reliquias: una importante fuente de ingresos para las iglesias tardoantiguas occidentales (siglos IV-VIII)», Santos, obispos y r eliquias, Acta Antiqua Complutensia 3, Alcalá de Henares, 2003, 123-140. p. 126-127. 47 J. Vilella, «Advocati et patroni. Los santos y la coexistencia de romanos y barbaros en Hispania (siglos V-VI)», III Reunió d’Arqueologia Cristiana Hispánica (Maó 1988), Barcelona, 1994, 501-507. 48 J. Guyon, «La vente des tombes à travers l’epigraphie de la Rome chrétienne ( IVe-VIIe siècles): le rôle des fossores, mansionarii, praepositi et prêtres», Mélanges de l’Ècole Française a Rome 86/1, 1974, 549-596. 49 P.A. Fevrier, «Tombes privilegiées en Maurétanie et Numidie», L’inhumation privilegiée du IVe au VIIIe siecle en Occident, Paris, 1986, 13-23.

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mausoleo cruciforme a mediados del siglo VI, donde se reuniría en un mismo espacio la tumba y/o las re liquias de un gran mártir con el sepulcro de un gran obispo, que revalorizaría, aun más si cabe, la gran potencialidad de atracción de este edificio y en donde ya se percibe un or ganización más estricta y socialmente segregacionista de los espacios funera rios, ahora férreamente controlados por la autoridad religiosa, que siempre canalizó en su provecho el inicialmente espontáneo fervor popular surgido alrededor del culto a los mártires.50 En síntesis, de mayor a menor categoría, podríamos proponer el escalafón de las diversas zonas funerarias que se han podido diferenciar en el grupo episcopal de Valencia entre mediados del siglo VI e inicios del siglo VIII: — la tumba principal sería la del mártir , que, siguiendo las tendencias de esta época, se trasladó a la catedral en el siglo VI51 y que ya hemos propuesto que se encontraría en el ábside del mausoleo cruciforme. — le seguiría la del crucero, atribuida al obispo Justiniano. — tras estas sepulturas santificadas estaría la necrópolis episcopal de los obispos posteriores a Justiniano, que se instalarían dentro de sarcófagos, en los arcosolios del corredor que comunicaba la catedral con el mausoleo. — también de especial privilegio serían las tres, o cuatro, tumbas individuales monumentales encajadas en los ángulos de las esquinas del mausoleo. Estos dos últimos grupos de enterramientos serían muy especialmente privilegiados y estarían en función de la presencia muy cercana de los cuerpos de dos santos personajes, serían las típicas sepulturas ad sanctos. — a otro nivel, socialmente inferior , pertenecerían los más numerosos y modestos sepulcros que se agolpan al este y sudeste del ábside de herradura, o, lo que es lo mismo, los que buscaban la cercanía del lugar martirial. También un cementerio privilegiado, pero menos que los anteriores, aunque más que los de la mayoría de la ciudad en las zonas más periféricas. Esta nueva necrópolis, relacionada con la plena fase visigoda, se extiende más allá del primitivo núcleo cementerial, reba sando por primera vez el límite del antiguo decumanus máximo, aunque éste parece que ya había

50 51

Buenacasa, op. cit. p. 128. Saxer, 1995, op. cit.

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vio sometida, al menos, la población que residía y se enterraba en el grupo episcopal de Valencia. Esta metamorfosis, más o menos relativa, de la clase dirigente, sin embargo, no llevó aparejada cambios a la hora de manifestar sus preferencias devocionales, ya que no sólo se mantendrían sino que se acentuaría el interés por el culto de los famosos personajes a los que desde los inicios del cristianismo, se rendía especial veneración, san Vicente y, probablemente, pero en menor medida, Justiniano. La llegada de los visigodos no supondría la sustitución de los santos y mártires locales, sino que, al contrario, los ya muy cristianos recién llegados, siempre acentuaron las devociones ya existentes, cuando no, durante la más conflictiva fase arriana, intentaron apropiárselos, como intentaron hacer en Mérida con Santa Eulalia.53 EL RESTO DE LA CIUDAD (FIG. 11)

Fig. 9. Excavaciones de l’Almoina. Interior de una tumba de cista.

perdido su función, pero respetando el cardo maximus, que aun estaba en uso, y que fue el límite este del área funeraria. Esta nueva necrópolis, formada por no menos de 30 tumbas, con más de 300 esqueletos, es muy explícita de lo que fue la evolución de la ciudad entre el siglo VI y VII o, al menos, de cómo cambió la población que residi ría en el barrio episcopal, ya que se superpone a la anterior, con la que presenta no pocas diferen cias: se pasa de enterramientos individuales a colectivos (Fig. 9), de ausencia a presencia de ajuares y de fosas cubiertas con tegulas o ánforas, a grandes cistas de losas (Fig. 10), que serían au ténticos mausoleos familiares.52 Estos cambios se relacionan con la llegada de cierta cantidad de gente con una tradición funeraria diversa a la romana y en la que también se han detectado diferencias notables de tipo antropológico. En suma, supondría una prueba evidente de la profunda «visigotización» a la que, desde fines del siglo VI, se 52 Calvo 2000, op. cit. Ribera y Soriano 1996, op. cit. Alapont y Ribera op. Cit.

Fuera del núcleo episcopal, la documentación ar queológica de esta época se nutre de estructuras cons tructivas de planta incompleta y de elevación mínima, de muros dispersos más que de edificios concretos, construcciones difíciles de separar de las de la etapa bajoimperial y que se suelen encontrar muy arrasadas por la gran actividad de la etapa islámica de los siglos XI y XII, lo que dibuja un panorama nada fácil de abordar . En comparación con el grupo episcopal, muy poco sa bemos del resto de la ciudad, incluso de algunos de sus elementos básicos, como la muralla, esencial para cualquier ciudad,54 más aun con la importancia estratégica de Valencia a partir de la segunda mitad del siglo VI.55 Las mejores construcciones de época visigoda se han encontrado en la arena del circo, en relación con la reforma, para darle otro uso, de este gran recinto, 56 desafectado de su función original, como ocurrió en otros edificios de este género en la Hispania del siglo V.57 Por su solidez, ubicación periférica, cubriendo todo el lado oriental de la ciudad, y topográfica, por

53 J. Arce, «Augusta Emerita en las Vitas Patrum Emeritensium», Mérida Tardorromana (300-580 d. C., Cuadernos Emeritenses 22, Mérida, 2002, 195-214. 54 L. Garcia Moreno, «La ciudad en la Antigüedad Tardía (siglos V a VII)», Acta Antiqua Complutensia I, Complutum y las ciudades hispanas en la antigüedad tardía, Alcalá de Henares, 1999, pp. 7-24. 55 Rosselló, 1998, op. cit. 56 A. Ribera, «The discovery of a monumental circus at Valentia (Hispania Tarraconensis», Journal of Roman Archaeology 11, Ann Arbor, 1998, 318-337. 57 R. Grosse, Las fuentes de la época visigoda y bizantinas, Fontes Hispaniae Antiquae IX, Barcelona, 1947, p. 65.

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hacia atrás, en dirección norte. Otros pocos metros hacia el sur , se encontró una coetánea fosa alar gada, que llevaba una dirección pa ralela a la del muro. La zona al sur del muro y de la fosa no se urbanizó hasta bien entrada la época islámica, siendo un área más baja surcada por canales fluviales, determinantes a la hora de delimitar la ciudad romana por el sudoeste y sur, algo que continuaría en la etapa tardoantigua. En el viario romano, la escasa evidencia nos enseña, al tiempo, casos de perduración junto a otros de ruptura de la trama urbana anterior. Las calles romanas sufrieron los tí picos procesos de estrechamiento, Fig. 10. Excavaciones de l’Almoina. Entrada lateral de una tumba de cista. tan comunes durante la antigüedad tardía y que consistían en la privatiencima de un área más baja surcada por un ramal del zación de pórticos y aceras, reduciéndose las calles a río Turia, que en el periodo islámico sirvió de foso a estrechos pasillos, precedentes de las angostas calles la muralla, su muro oriental, de más de 4 metros de medievales, tanto del ámbito cristiano como musul ancho, seguramente fue utilizado como recinto amumán.63 En Valencia, además del cardo maximus, en el rallado. En el periodo musulmán, un largo tramo de la barrio episcopal, conocemos un decumanus de la excanueva cerca del siglo XII se adosó al exterior del muro vación de Banys de l’Almirall, donde la mitad de una del circo,58 superponiéndose en este flanco oriental pequeña calle y toda su acera septentrional se invadie los recintos visigodo e islámico. La continuidad, ron por la línea de fachada de una vivienda. Al sur se desde época romana, de este límite urbano oriental, se extendía un área de silos, amortizados con escombros a explica por causas topográficas, relacionadas con el fines del siglo VI o ya en el siglo VII.64 La anulación de cercano ramal fluvial, 59 que dificultaba la expansión un pequeño eje viario y su integración en un espacio de de la ciudad por este lado. El uso de edificios romanos viviendas y actividades económicas, se asemeja a Méde espectáculos como fortificaciones es un lugar corida, donde los peristilos se convierten en los patios común, especialmente los anfiteatros,60 pero no faltan la munales de las pequeñas viviendas de las unidades fa integración de los hipódromos en los recintos tardíos miliares que se asentaban sobre las casas romanas, que y medievales de ciudades como Aquileia, Milán y Saahora acogen actividades económicas, tanto agrícolas lónica61 o en la cercana Tarragona.62 como artesanales, lo que implica una cierta ruralización El único hallazgo de otra fortificación visigoda se de la vida urbana, 65 esquema que encajaría con la más encontró en la calle Tapinería, en la zona sudoeste. Era fragmentaria evidencia arqueológica de Valencia. un muro de opus africanum, de 65 cm. de ancho y 4 m En la ciudad visigoda y en sus alr ededores existide largo, que atravesaba más allá de la zona excavada, rían varias iglesias. La más notoria sería l a Roqueta, en dirección este-oeste, paralelo a la antigua muralla romana, que se encontraría a solo unos pocos metros 63 58 A. Badía y J. Pascual, Las murallas árabes de Valencia, Quaderns de Difusió Arqueològica 2, Valencia, 1991. 59 Ribera y Rosselló 2000, op. cit. 60 A.M. Capoferro, «Gli organismi anfiteatrali in Italia nella loro variabile funciónale», Inarcos 393, Bolonia, 1978, 336-340. 61 J.H. Humphrey, Roman circuses: arenas for chariot racing, Londres, 1986; p. 410. 62 J. Giralt y F . Tuset,»Modelos de transformación del mundo urbano en el nordeste peninsular. Siglos V-XI», IV Congreso de Arqueología Medieval Española (Alicante, 1993), 1994, 37-46.

T.W. Potter, Towns in Late Antiquity: Iol Caesarea and its context, Ian Sanders Memorial Fund, Occasional Publications 2, Exeter, 1995. M. Alba, «Evolución final de los espacios romanos emeritenses a la luz de los datos arqueológicos (pautas de trans formación de la ciudad tardoantigua y altomedieval)», Augusta Emerita. Territorios, Espacios, Imágenes y Gentes en Lusitania Romana. Monografías Emeritenses 8, Mérida, 2004, 207-256. 64 A. Ribera, V. Escrivà et alii, «La intervenció arqueológica», Palau de l’Almirall, Generalitat Valenciana, Valencia, 1991, 173-192. 65 M. Alba, «La vivienda en Emerita durante la antigüedad tardía: propuesta de un modelo para Hispania», VI Reunió d’Arqueologia Cristiana Hispànica (València 2003), Barcelona, 2005, 121-152.

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Fig. 11. Valencia durante la Antigüedad tardía.

demolida en el siglo XIII para erigir en el mismo lugar la iglesia románica. Alrededor de este núcleo martirial, como era habitual, surgiría una comunidad monástica, de la que se tienen noticias intermitentes hasta el siglo XII.66 Otra iglesia estaría en la c alle del Mar, en 66 A. Garcia Oms, «L´enigma històric de san Vicent de la Roqueta, L´Espill 9, Valencia, 1984, 1 13-126. L. García

relación con un cementerio intramuros. 67 En la plaza del Negrito, ya en las afueras, hacia el oeste, se recuperaron los restos fragmentados de pies de altar y otras

Moreno, «Los monjes y monasterios en las ciudades de las Españas tardorromanas y visigodas», Habis 24, 1993, 179-192. 67 A. Ribera y R. Soriano, «Enterramientos de la Antigüedad Tardía en Valentia», Lucentum VI, Alicante, 1987, 139-164.

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piezas sueltas de arquitectura litúr gica, tal vez de al guna iglesia cercana, situada extramuros o en su límite occidental, como el edificio romano templiforme ro deado de tumbas, situado más hacia el oeste, que se convertiría en una pequeña basílica funeraria.68 Junto a él surgió una mezquita sobre la que se erigió la iglesia medieval que aun se conserva. Tampoco se pueden olvidar las iglesias actuales del área urbana visigoda, que ocuparon el mismo lugar que sendas mezquitas, aunque la falta de datos arqueológicos impide pasar de las meras suposiciones. Además de las necrópolis de la zona episcopal, poco más conocemos de las áreas funerarias de la ciu dad. Una gran tumba de losas con un enterramiento colectivo, muy semejante a las grandes sepulturas de l’Almoina, apareció en la calle del Mar , en plena área urbana, donde también aparecieron 3 inhumaciones individuales.69 Curiosamente, se encuentran cerca de uno de los lugares que la tradición relaciona con la fi gura de San Vicente: la Cárcel de la calle del Mar.70 Ya fuera del recinto urbano, hacia el oeste, se encuentra el cementerio de la plaza del Marqués de Busianos, formado alrededor de un edificio pagano, un templo o mausoleo. 71 Algunas de las tumbas individuales de la Roqueta, también podrían ser de los siglo VI-VII. Otro hecho funerario es la esporádica presencia de cadáveres aislados, que se han recuperado en por lo menos 8 lugares, de un extremo a otro de la ciudad, tanto dentro como fuera del recinto. Aparecen lejos de cementerios conocidos y sobre grandes fosas, coloca dos sin ningún cuidado ni orientación que delate la más mínima intención sepulcral, sino que, al contrario, pa recen estar lanzados en los vertederos. Incluso, en una ocasión, en la calle Cabillers, apareció un esqueleto ti rado de cabeza en una pequeña fosa. Siempre se fechan en un momento avanzado de la etapa visigoda, entre fines del siglo VI o ya en el VII. Esqueletos aislados, in cluso lanzados en pozos, también se han detectado en la Mérida de este periodo.72 68 B. Arnau et alii, «Nuevo datos sobre la necrópolis occidental de la antigüedad tardía (Valencia)», VI Reunió d’Arqueologia Cristiana Hispànica (València 2003), Barcelona, 2005, 261-266. 69 Ribera y Soriano,1987, op. cit. 70 R. Soriano y F.J. Soriano, «Los lugares vicentinos de la ciudad de Valencia», Grandes Temas Arqueológicos 2. Los orígenes del cristianismo en V alencia y su entorno , Valencia, 2000, 187-192. 71 Arnau et alii,, op. cit. A. Ribera, «La primera topografía cristiana de Valencia», Historia de la ciudad IV . Memoria urbana, Valencia, 2005, 35-52. 72 M. Alba, «Consideraciones arqueológicas en torno al siglo V en Mérida: repercusiones en las viviendas y en la muralla, en Mérida», Excavaciones arqueológicas 1996. Memoria, Mérida, 1998, 361-385.

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Al igual que en la fase bajoimperial, los restos de viviendas de este momento se concentran entre el circo y el sudeste de la antigua zona forense. Destacan los de la calle Avellanas 26 (Fig. 11), asentados sobre un edificio destruido por un incendio en la primera mitad del siglo V, con muros de sillares y otros elementos arquitectónicos reutilizados y pisos de mortero de cal de solo 2 cm de espesor . Su derrumbe con vigas y tegulas planas habla de un edificio sólido e importante. Se delimitó una habitación de 10 × 3,20 m y otra incompleta con un umbral de acceso. Por su cercanía a la catedral, solo unos 60 m, incluso podría formar parte del barrio episcopal. Sobre la arena del circo, abandonada a lo largo del siglo V, tuvo lugar la urbanización de este gran espacio público, que se extendía por una zona de 350 × 60 m, 2 hectáreas. Sobre un gran relleno artificial de nivelación, rico en materiales de mediados del siglo VI,73 se instalaron muros de grandes sillares reutilizados y piedras menores, unidas con ar gamasa y mortero de cal (Fig. 12). Los pavimentos también son de argamasa. Los numerosos materiales, procedentes de hogares, fosas y pequeños basureros de los usuarios de las nuevas construcciones, indican una intensa actividad entre la segunda mitad del siglo VI y los inicios del VII. A mediados del siglo VII otras fosas de vertidos y basureros ya cubrían los muros. Se produciría una ocupación general de todo este gran espacio entre mediados del siglo VI y buena parte del VII, así como su posterior abandono. De similares características son los muros de las habitaciones de la excavación Banys de l’Almirall, al exterior pero a pocos metros del circo, que se asientan sobre los restos de casas romanas, 74 formando varias habitaciones rectangulares que mantenían aun la orientación de los muros romanos y con una técnica constructiva simple y descuidada, pero no exenta de solidez. En relación con estos lugares domésticos aparecen silos, que también se encuentran en otras zonas de la ciudad, tanto fuera como dentro del hipotético recinto. Se inutilizaron con escombros tras un corto periodo de utilización. En una época tan castigada por las hambrunas, no sería extraña esta proliferación de lugares para guardar el grano, sin olvidar el papel centralizador y fiscalizador de la autoridad, en este caso el obispo, que controlaba la actividad económica y los suministros de su diócesis.75

Pascual et alii 1997 y 2003, op. cit. Ribera, Escrivà et alii, op. cit. 75 F. Retamero, «El temps de les monedes. Concilis, porcs, collites i tremisses en època visigoda», Gaceta Numismática 133, Barcelona, 1999, 69-76. 73 74

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de este siglo se mantuvieron abiertos los contactos con el mundo mediterráneo, especialmente con el exarcado africano, del que no sólo continuaron llegando una amplia gama de productos alimenticios, especialmente aceite, sino que también arribaron una buena parte de la vajilla que se utilizaba. Llegaron las últimas producciones africanas de Clara D y destaca la abundancia de ánforas de grandes dimensiones, de origen tunecino, que probablemente transportaron aceite y de las también africanas pequeñas ánforas tipo spatheion. Del mismo origen africano son las abundantes y vaFig. 12. Construcciones del interior del circo. riadas ánforas de pequeñas dimensiones, fondo cóncavo-convexo y Característico de este paisaje urbano son las grandecoración a peine, algunas de ellas probablemente des y pequeñas fosas usadas como vertederos y que vinarias, similares a las halladas en Castrum Perti también se pudieron formar por el expolio de materia(Liguria) y en la Crypta Balbi (Roma). También con les de construcción. En algunos casos, sus dimensiofondo cóncavo-convexo y decoración a peine y/o imnes fueron considerables, especialmente las detectapresa son otras pequeñas ánforas de la isla de Ibiza. das en la zona norte, ya fuera del recinto urbano, pero De los momentos finales del siglo VII son otras ánfoincluso se han señalado en plena zona episcopal. Foras globulares, de borde más o menos bífido, con pasas más pequeñas, de planta circular u oblonga, se coralelos en la Crypta Balbi de Roma y en Tarragona. nocen por toda el área urbana y su periferia, ya muy Los contactos con el Mediterráneo Oriental aun se lejos del recinto, relacionadas con cabañas de madera, mantuvieron, como evidencian algunas ánforas vinaconstrucciones difíciles pero no imposibles de detecrias de los tipos LRA 1, 4 y 5, los pequeños ungüentatar, que ahora surgen hasta en los centros de los antirios (Late Roman Unguentarium) de Palestina o Panguos núcleos urbanos, en muchos casos ocupados por filia, las ollas de Constantinopla y un raro ejemplar de los agujeros de los postes de las cabañas, fenómeno jarro «incised gashes» de la zona de Palestina. El vomás propio de la Europa nórdica, 76 que también apalumen del trafico oriental siempre fue mucho menor recen desde Italia 77 al norte de África. 78 En Valencia que él de la más cercana África. Llama la atención el heterogéneo panorama de la los encontramos sobre el pavimento del ninfeo, del cerámica común, siendo especialmente abundantes periodo visigodo o un poco posterior. las importaciones del norte de África e Ibiza y, en menor medida, del Mediterráneo oriental, así como otras LAS CERÁMICAS producciones todavía por determinar su origen. A nivel formal se usaron ollas, cazuelas, tapaderas, cuenLas cerámicas del siglo VII de Valencia y de su encos o copas carenadas, morteros de visera corta, cuentorno geográfico demuestran que durante buena parte cos y orzas con tubo vertedor , etc. Un conjunto de piezas extrañas o poco habituales lo constituyen una 76 C. Bonnet, «Les églises en bois du haut Moyen-Age serie de jarras y jarros importados, algunas con rica d’après les recherches archéologiques», Gregoire de Tours et decoración pintada, aparecidas en ambientes funeral’espace Gaulois, 1997, 217-236. rios o eclesiásticos. 77 G. Cantino, «Urbanistica tardoantica e topografia cristiana. Termini di un problema», Felix Temporis Reparatio, La fijación de este esquema cerámico (Fig. 13), Milano capitale dell’Imperio Romano, Milan, 1992, 171-192. que llenará el vacío que hasta hace poco significaba el I. Gianfranceschi y E. Lucchesi, L’area di Santa Giulia: un siglo VII, ayudará a completar la evolución de las ceitinerario nella storia. La domus, le capanne longobar de, il monastero, il tesor o, Comune di Brescia, Brescia, 1996. B. rámicas de tradición romana y pondrá las bases para Ward-Perkins, «Two byzantine houses at Luni», Publications conocer la especialmente oscura centuria posterior, lo of the British School at Rome XLIX, 1981, 91-98. que, a la postre, permitirá evaluar la importancia de la 78 Potter, op. cit.

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Fig. 13. Cerámicas del siglo VII.

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tradición tardoantigua en la creación del repertorio cerámico de Al-Andalus, tanto a nivel general como a escala local y regional.79 EL FINAL DE LA PRIMERA CIUDAD CRISTIANA (SIGLO VIII) El repentino colapso del Reino visigodo, provocado en el 71 1 por la invasión árabe, no supuso una rápida ruptura de la sociedad ya que la inevitable islamización fue un proceso tan continuo como lento, que en lugares tan emblemáticos como Córdoba solo culminará en el siglo X. En buena parte del País Valenciano, además, a través del pacto suscrito por Teodomiro80 con los recién llegados, el modo de vida permaneció bastante inalterado hasta mediados del siglo VIII, cuando la instalación organizada de abundantes contingentes árabes, que en parte se unieron a la antigua elite hispano-goda, acabó con esta perduración visigodo-cristiana. Las fuentes históricas señalan que en el 778-779 Valentia fue destruida en el trascurso de una guerra civil, momento que teóricamente pondría ponerse como el final de la ciudad tardoantigua y el inicio de la islámica. Sin embargo, la arqueología ha sido muy parca para estos momentos de transición, tanto para el siglo VIII como para el IX. La escasa evidencia sugeriría cierta perduración del núcleo cristiano hasta mediados del siglo VIII. Aunque no se puede descartar que algunas de las grandes tum bas colectivas también llegara a este momento, con este 79 A. Ribera y M. Rosselló «Las cerámicas del siglo VII en Valentia (Hispania)», Rei Cretariae Romanae Fautorum, Acta 39, 2005, 155-164. 80 Este personaje ya en su juventud formaba parte de la guardia y del círculo próximo al rey Egica (687-702). Posteriormente mandó una flota que derrotó una incursión naval bizantina y cuando los árabes llegaron al sur del País Valenciano, les hizo frente con suerte adversa, aunque consiguió negociar un pacto por el que, a cambio de tributos, le mantuvo como el señor de 7 ciudades y de un amplio territorio del sudeste de la península ibérica. Tal vez en época visigoda fuera el gobernador de la provincia Carthaginense marítima. Seis de estas ciudades se concentran en las actuales provincias de Alicante, Albacete y Murcia y la ultima, Balantala, aun no se ha identificado con certeza. Nosotros creemos que muy bien podría ser Valentia, por la semejanza toponímica y la no excesiva distan cia con las restantes, que siempre tienen en común su pertenencia a la antigua provincia Carthaginensis. Esta asimilación nos permitiría relacionar con este personaje el palacio del «Plá de Nadal», a 14 Km. de Valencia, donde se ha encontrado un anagrama y un grafito que aluden a un antropónimo muy seme jante a Teodomiro. Muchos más detalles sobre su vida y este yacimiento se pueden consultar en: E. Llobregat, Teodomiro de Oriola. Su vida y su obra, Alicante, 1973. E. Juan y J.V. Lerma, «La villa aúlica del «Plá de Nadal» (Riba-roja de Túria)», Grandes Temas Arqueológicos 2. Los orígenes del cristianismo en Valencia y su entorno , Valencia, 2000, 135-142. Ribera y Rosselló, en prensa, op. cit.

Fig. 14. Tumbas de época mozárabe del área episcopal.

periodo final se relaciona la tercera fase de la necrópo lis, que podríamos denominar mozárabe, de la que nos han llegado unas pocas sepulturas (Fig. 14), siempre situadas alrededor de los dos centros de atracción funeraria: la memoria martirial y el mausoleo cruciforme. Se volvió a los sepulcros individuales dentro de fosas delimitadas por piedras de pequeño y mediano tamaño. 81 Aunque estas tumbas suponen la perduración innegable del carácter cristiano de la zona, además del cambio ti pológico funerario, también se detectan otros indicios de la nueva situación, al encontrarse entre estas piedras que formaban las nuevas tumbas elementos del mobi liario litúrgico, como fragmentos de canceles y de altares, lo que supondría los primeros pasos de la desafección del culto cristiano. Hasta el siglo X no se aprecia nueva actividad constructiva en la zona episcopal, momento en que surgió un barrio artesanal sobre la memoria martirial y la antigua curia, que fueron arrasadas, mientras que de la fase constructiva visigoda aun se utilizaron, hasta el siglo XI, las estructuras de abasteci-

81

Ribera y Soriano, 1996, op. cit. Alapont y Ribera, op. cit.

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VALENTIA EN EL SIGLO VII, DE SUINTHILA A TEODOMIRO

miento hidráulico: el pozo y la noria. El baptisterio fue muy remozado en su interior y en el siglo XI y XIII fue integrado en las fortificaciones del Alcázar mientras el mausoleo cruciforme se transformó en

82 X. Martí y P. Pascual, «El desarrollo urbano de Madina Balansiya hasta el final del califato», Coloquio sobre la ciudad en Al-Andalus. Berja, 2000, pp. 500-536.

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unos baños y la catedral en mezquita. La topografía islámica se impuso con rotundidad en el siglo XI cancelándose en estos momentos lo poco que pudiera subsistir de la ciudad cristiana.82

EL POBLAMIENTO RURAL DEL SUR DE MADRID Y LAS ARQUITECTURAS DEL SIGLO VII1 POR

ALFONSO VIGIL-ESCALERA GUIRADO ÁREA, S.C.M.

RESUMEN Hemos reunido a lo lar go del trabajo distintos tipos de evidencias e indicios arqueológicos dispersos que nos hablan del siglo VII d. C. Diferentes clases de ‘arquitecturas’ (doméstica, funeraria, social, ideológica…) podrían testimoniar que algo estaba ocurriendo desde finales de esa centuria bajo la superficie. Se trata, en cierto sentido, de identificar hasta qué punto ciertas corrientes de fondo reconocidas en la actualidad a una escala europea, concernientes a lo que se ha denominado el ‘lar go siglo VIII’ (Hansen, Wickham, 2000), pueden pasar desapercibidas en la Península a causa de la formidable relevancia transformadora (coartada de algunos particularismos ibéricos) de la conquista islámica del 711. SUMMARY Dispersed archaeological evidences and indications concerning the seventh century are collected in this paper. Various types of ‘architectures’ (residential, funerary, social, ideological…) could testify that someting was happening under ground since the end of this century . The target is to identify how certain common phenomena, recently recognised at European scale concerning the so called ‘long eighth century’ (Hansen, Wickham, 2000), may rest invisible in the Iberian peninsula because of the long-standing changes implied by the Arab conquest of 711. These changes should be partly identified as alibi of some Iberian peculiarity. PALABRAS CLAVE: Arqueología altomedieval, arquitectura doméstica, arquitectura funeraria, construcciones ideológicas, jerarquización social, iglesias. KEY WORDS: Early Medieval archaeology , domestic architecture, burials, ideological constructions, social hierarchy , churches.

Ceñirse al propósito de este simposio, esto es, abordar el tema de la arquitectura del siglo VII, constituye al mismo tiempo un reto y una apuesta arriesgada cuando el objeto de análisis se aparta de cual-

1 Trabajo realizado en el marco del proyecto de investigación HUM2006-02556/HIST financiado por el Ministerio de Educación y Ciencia en el ámbito del Plan Nacional de I+D+I titulado «La génesis del paisaje medieval en el Norte Peninsular: Arqueología de las aldeas de los siglos V al XII».

quiera de las vertientes más monumentales del registro arqueológico. Para intentar traer esas aguas hasta nuestro molino (el poblamiento rural altomedieval en general y más concretamente las evidencias del sector meridional de la Comunidad de Madrid) abordaremos algunos casos relacionados con la arquitectura doméstica y exploraremos de manera sucinta otras posibles acepciones de la arquitectura como puedan ser la del entorno construido (el paisaje o la conformación del territorio) y otras construcciones de naturaleza más inmaterial, ideológica o social. La caracterización arqueológica de los registros materiales de esta centuria aún presenta evidentes lagunas y ciertos problemas de indefinición en el privilegiado ámbito de estudio para el que disponemos un mayor volumen de datos, las campiñas del Sur de Madrid. Los análisis desarrollados recientemente sobre la evolución de los conjuntos cerámicos (Vigil-Escalera, 2003, 2007b) parecen indicar que a partir de la segunda mitad del siglo VI d. C. se entra en una etapa de notable estabilidad por lo que atañe a esos repertorios de materiales. En lo concerniente al análisis de la arquitectura doméstica2 tampoco cabe reseñar variaciones especialmente llamativas (o cualitativas) de los registros de la séptima centuria respecto a la documentación manejada para los periodos inmediatamente anterior y posterior. El siglo VII no ofrece en el Sur de Madrid procesos reseñables en forma de nuevas fundaciones rurales ni abandono de enclaves. El panorama inicial no parecería, pues, registrar cambios significativos o fácilmente detectables en lo concerniente a la evolución de las producciones cerámicas, la arquitectura doméstica o el patrón general de asentamiento al menos hasta mediados del siglo VIII d. C. Desde una perspectiva de larga duración resulta problemático, por tanto, distinguir esa clase de ‘variaciones sobre el mismo tema’ en los repertorios

2

Véase una síntesis reciente en Azkarate, Quirós, 2001.

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arqueológicos que permita esclarecer pautas y ritmos en la evolución diacrónica de los mismos, discriminar entre procesos de reproducción o transformación en la cultura material y en la manipulación de sus significados (Dobres, Robb, 2005). Tratar de apurar en exceso las posibilidades de la información disponible sin caer en un simple ‘derroche especulativo’ (Criado, 1999: 9) comporta, pues, obvios riesgos. A pesar de todo lo anterior , nos hemos propuesto aquí el objetivo de caracterizar un elenco de evidencias adscritas con un mar gen de confianza aceptable al siglo VII para, a partir de ellas, proponer desde una aproximación de tipo holístico un modelo abierto de lectura de este repertorio de datos dentro de la secuencia general del poblamiento rural altomedieval del interior peninsular. El objetivo será comprobar hasta qué punto pueden reconocerse en estos registros arqueológicos procesos de reproducción o transformación estructural (continuidad o innovación) y signos de crecimiento o retracción económica relacionados con el desarrollo global del entramado social aldeano de época altomedieval y si éstos pueden considerarse o no constitutivos (parte integrante) de una secuencia o construcción histórica de lar ga duración a una escala mayor, no sólo en términos espaciales sino (sobre todo) tratando de abarcar las dos orillas separadas por el momento pivotante (aparente o real) que encontramos en el siglo VIII d. C. En resumidas cuentas, averiguar si aparecen indicios, o cuando menos síntomas, de procesos de diferenciación interna que podrían estar actuando desde estas fechas en el seno de las comunidades rurales. Estos favorecerían el sur gimiento desde abajo de nuevas y elementales formas de acción social y de poder de ámbito estrictamente comunitario o local.3 De igual modo se podrían rastrear las consecuencias de un eventual aumento de la intervención externa (por parte del estamento propietario o de instancias de carácter público o estatal) sobre estas comunidades y sus territorios. O delimitar el alcance de las formas de especialización artesanal y productiva detectadas en un medio desmonetizado y sin mercados y comprender su trascendencia a la escala de un ámbito comarcal o regional. Aún estamos lejos, por otra parte, de entender los desencadenantes y las pautas precisas del proceso que conduce a la implantación de iglesias en los asentamientos rurales y las principales consecuencias e implicaciones que real3 Sólo de esta manera llegaría a explicarse, por otra parte, la complejidad y madurez de un paisaje rural como el descrito en documentos escritos de fechas tan tempranas como inicios del siglo IX (Larrea 2007). Sobre el proceso de articulación política local véanse Castellanos, Martín Viso 2005, o Martín Viso 2006.

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mente conllevó este fenómeno sobre el devenir cotidiano de las comunidades. A partir de los registros arqueológicos altomedievales del Sur de Madrid (extensión natural hacia el Norte de la comarca toledana de La Sagra) y la amplia y valiosa documentación que nos ofrecen, el siglo VII parecería desde la distancia una centuria de calma chicha frente a los convulsos momentos previos y posteriores.4 En un territorio de muestra de aproximadamente 800 km 2, delimitado a Este y Oeste por los ríos Jarama y Guadarrama, al Norte por el término municipal de Madrid y al Sur por la divisoria provincial y autonómica, más de sesenta asentamientos rurales surgen entre mediados del siglo V y mediados del VI d. C. para desaparecer casi por completo (o transformarse en algo bien diferente) a mediados de la octava centuria (Vigil-Escalera, 2007a). Hasta qué punto en el siglo VII afloran ciertas tensiones o se encuentran en marcha (o no) los procesos de cambio que se desencadenarán a continuación en buena parte del cuadrante Noroccidental peninsular durante los siglos VIII y IX depende de la valoración puntual que hagamos del impacto de la conquista islámica en este preciso territorio, cuando toda una serie de transformaciones sociales profundas (de carácter estructural) se precipitan en una determinada dirección. Nos movemos al tratar estos aspectos en una situación que podría definirse en cierto sentido como paradójica. Los registros más abundantes y mejor conocidos de las aldeas de Madrid se sitúan en un arco temporal comprendido entre finales del siglo V y mediados del VIII d. C. pero no se advierten en el lote indicios de ningún tipo acerca de la posible presencia de edificios eclesiásticos. Por el contrario, las numerosas aldeas que comienzan a revelarse entre los siglos VIII y IX en el tercio Norte peninsular (Quirós, 2006, 2007b) verán al cabo de muy pocas generaciones la instalación en su seno de una tupida malla de peque ñas iglesias rurales, con todo lo que ello conlleva. 5

4 Con los lógicos matices, estos segmentos temporales ‘referenciales’ por cuanto respecta a los principales momentos de cambio estructural se reconocerían también a una escala europea (Hodges, 1998: 5). 5 En términos de afirmación social y política y de competición entre diversas emergentes facciones locales, por ejemplo, o incluso de la implantación de nuevos dispositivos de coerción y dominio ideológico y material desde dentro. Sólo en un momento avanzado, desde inicios del siglo IX, estas comunidades con sus iglesias serán objeto de pugna por un tipo de poderes con aspiraciones y ámbitos de actuación algo más amplios y ambiciosos, como el representado por el abad Avito de Tobillas (Larrea 2007). Desde ese momento que podría caracterizarse como el del empujón inicial, su inclusión en aparatos políticos de escala cada vez más amplia sería el de un recorrido imparable (en paralelo a su revelación masiva en la documentación textual).

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EL POBLAMIENTO RURAL DEL SUR DE MADRID Y LAS ARQUITECTURAS…

Unas aldeas desaparecen de escena cuando otras hacen su aparición, y un incómodo fundido en negro ocupa el instante transicional y el espacio entre medias. ¿Se encaminaban las formas de sociabilidad y territorialidad aldeanas más antiguas del Sur de Madrid hacia ese panorama que será propio del Norte peninsular hacia el siglo IX?, ¿tuvo su inclusión en el ámbito de dominación cordobés el significado o carácter de una ruptura en un proceso histórico encaminado originalmente en otra dirección?6 La rápida islamización de los grupos campesinos madrileños que permanecieron radicados en el medio rural, completada en la primera mitad del siglo IX,7 ¿formó parte (como contraparte o imagen especular) de un proceso más amplio y general de faccionalismo, 8 de polarización social, cultural y religiosa?, ¿pasó algo parecido por esas mismas fechas en los territorios del Noroeste peninsular con la implantación radicular de una trama de iglesias rurales? En definitiva, las cuestiones planteadas nos ayudarán a determinar si la que podría definirse como ‘fase antigua de aldeanización’, no circunscrita espacialmente al ámbito meridional madrileño, sino reconocible en un espacio geográfico cada vez más amplio y matizado (Quirós, Vigil-Escalera, 2006), es susceptible de ser leída como la fase constitutiva de la aldea medieval de los historiadores (Quirós, 2007a) o si, entre ambas, el siglo VIII supone una rearticulación más o menos completa de las estructuras sociales desde sus cimientos. Tras la ruptura sin paliativos del sistema antiguo ocurrida en la quinta centuria y la completa redefinición que se consuma en la primera mitad del siglo VI, nuestra capacidad para conceptuar las transformaciones producidas durante la séptima centuria será la responsable de determinar en qué medida ese siglo VIII (y en especial su segunda mitad) debe entenderse como un nuevo periodo de ruptura o solamente como el escenario de importantes reajustes del sistema que desembocarán en una rearticulación estructural.

6 «Es difícil saber si la nueva configuración del territorio andalusí con respecto a la antigua Hispania fue consecuencia de la conquista árabe o de un proceso que venía gestándose con anterioridad. Lo más probable es que se dieran ambas circunstancias» (Manzano, 2006: 242). 7 O al menos la de aquellas comunidades que se mantuvieron sobre el territorio tras la primera mitad de la octava centu ria, como demuestran los enclaves de El Soto (Barajas, Madrid) o Fuente de la Mora (Leganés, Madrid), entre otros. Véase la documentación arqueológica más reciente sobre este fenómeno, por ejemplo, en los siguientes trabajos: Vigil-Escalera 2004, 2007a; Martín et al. 2007; Morín et al. 2007: Fotos 7-8; Rodríguez, Domingo 2007: 433. 8 Manzano, 2006: 146-50.

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1. CONTEXTUALIZACIÓN La quiebra del Estado romano afectó trascendentalmente desde inicios del siglo V d. C. a la mayor parte del interior y Noroeste peninsular . En todas estas regiones, el sistema de explotación rural encarnado en las villae finalizó de forma abrupta en menos de una generación dando paso a una nueva geografía política en la que cobraron forma distintas entidades sociales y territoriales en buena medida levantadas desde abajo. Si una parte del sistema antiguo pudo quedar en pie en el interior de la provincia Tarraconense, las revueltas campesinas de mediados del siglo V d. C. borraron sus últimas huellas.9 El estamento de grandes y medianos propietarios se retiró a la seguridad de las ciudades o procedió a levantar apresuradamente castella privados desde donde dirigir y condicionar la explotación de unos menguados ámbitos territoriales mientras procuraba recomponer 10 el imprescindible aparato de coerción, político e ideológico que asegurase la imposición efectiva de su dominio sobre la propiedad de la tierra, en sustancia, que permitiera mantener la exacción de rentas. Lo que en tiempos no lejanos había sido formal y administrativamente una diócesis dentro del Imperio, un espacio ordenado y legible, periódicamente visitado por funcionarios con las listas del censo a cuestas, pasó a tener ahora el aspecto de un conglomerado heterogéneo y caótico de ciudades y castella que en condiciones más o menos precarias parecían mucho más distantes entre sí que medio siglo antes.11 La ciudad de Toledo fue uno de los centros afortunadas tras la crisis. La rápida recomposición de su territorio rural es la prueba fehaciente de la capacidad del estamento propietario, los domini y la Iglesia, de retomar las riendas de la situación. Es cierto que no sabemos gran cosa sobre lo que sucede en la urbe y su entorno más inmediato durante casi todo el siglo V, pero a entre 40 y 60 km de distancia al Norte de ésta, la fundación de un elevado número de asentamientos rurales con una marcada estabilidad sería la demostración de que un pujante proceso de reconstitución polí-

9 Esta consideración recibirían los levantamientos de los bacaudae de la Tarraconense interior según Wickham (2005: 530-2) o Thompson (1982). Otras opiniones en Arce (2005: 166). 10 En realidad no deberíamos hablar de recomposición, ya que se trataría de una creación ex novo. Ésta sería la que colmase el vacío dejado por la desaparición del paraguas imperial, en todos sus sentidos. 11 Un cuadro al que conviene la metáfora del archipiélago, con islas (reductos de poder y legitimidad de tipo antiguo sobre la tierra) en medio de un mar de contestación social y política, más profundo, eso sí, en unas comarcas que en otras.

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tica había tenido lugar con éxito (Quirós, Vigil-Escalera 2006). En este enjambre de nuevos yacimientos rurales puede apreciarse una serie de rasgos diferenciadores que nos ha permitido clasificar el tipo de poblamiento rural en dos categorías diferentes: granjas y aldeas (Vigil-Escalera, 2007a), cada una de ellas con connotaciones específicas por lo que se refiere a formas inherentes de sociabilidad expresadas materialmente en la definición de actitudes ante la muerte, organización del trabajo y relaciones con el mundo exterior a la comunidad. El repertorio de enclaves esta compuesto en su totalidad de asentamientos abiertos, en llano, cerca de cursos de agua, con una vocación claramente agrícola, en los que la ganadería juega un papel complementario e íntimamente ligado a la producción agraria y cuya estrecha vinculación a espacios de cultivo intensivo, mejorados tras una inversión de trabajo plurigeneracional, parece determinante. Lo que define su inclusión definitiva dentro del universo altomedieval es la transferencia de la gestión directa de la mayor parte de la producción (y otras decisiones correspondientes a la agenda cotidiana) al campesinado (W ickham, 2005: 539). Esa sustancial autonomía, sin embargo, quedaría condicionada ulteriormente por una negociación continuada con el estamento propietario y los poderes políticos urbanos en torno a la percepción de la renta y la prestación de servicios.12 La diferencia categórica que establecemos entre granjas y aldeas se basa en el ordenamiento social que subyace tras cada una de esas categorías, una cohesión comunitaria que en el caso de las aldeas tiene una de sus más claras expresiones materiales en la configuración de un cementerio estable utilizado por todos los miembros de la comunidad. Es allí donde adquieren una manifestación arqueológica más evidente los comportamientos comunitarios, donde se representan materialmente los valores sociales e identitarios asumidos como propios por los integrantes de la aldea y sus relaciones con el estamento dirigente a través de la amortización de elementos con obvias connotaciones de prestigio o estatus ante el resto de la comunidad (v. gr. la toréutica). Una lectura semejante tendría el uso de una rudimentaria vajilla de vidrio (cuya presencia es posible rastrear en la mayor parte de los asentamientos) con ocasión de prácticas extracotidia-

12 Es posible, además, que estos últimos actuaran como garantes de la estabilidad geopolítica requerida para que el sistema territorial de la red de asentamientos pudiera desenvolverse en equilibrio, resolviendo las tensiones (internas o procedentes de fuera) que podrían llegar a provocar su desintegración (Quirós, Vigil-Escalera 2006).

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nas circunscritas probablemente no sólo al ámbito doméstico. Por lo que conocemos hasta el momento, las prácticas funerarias asociadas a los asentamientos catalogados como granjas no comportan la manifestación de esa clase de objetos que vinculan a sus residentes con el universo de representación ideológica de las aristocracias. Es más, en ninguna de ellas puede hablarse de un espacio cementerial estable, mudando el área de enterramiento su ubicación al compás de las sucesivas reconstrucciones y desplazamientos de corto radio del área residencial. 13 Las inhumaciones características de las granjas aparecen aisladas o formando pequeñas agrupaciones familiares de menos de media docena de estructuras. Se disponen éstas informalmente en el entorno de los espacios agrarios, tal vez al borde de senderos que llegan o salen de las casas. Aunque el índice de reducciones o uso múltiple de una misma tumba pueda llegar a ser significativo en algunos casos, no parece que sea posible argumentar un uso continuado plurisecular de esas sepulturas, como ocurre con los cementerios aldeanos. La discriminación entre estas trascendentales categorías de poblamiento rural depende, sin embargo, de contar con una documentación arqueológica precisa y de alta resolución, que abarque además una extensión suficiente como para comprender la relación entre el área residencial y la funeraria. Hasta la fecha han podido incluirse dentro de esas dos categorías un puñado de yacimientos del Sur de Madrid (V igil-Escalera, 2007a, fig. 4). En principio podría plantearse como hipótesis que cada una de esas categorías contiene a su vez un reflejo de la heterogénea composición jurídico-social del primitivo campesinado altomedieval. La redefinición y probable subversión de roles sociales acaecida en torno a mediados del siglo V d. C. (dentro de un contexto de alta competitividad faccional en el seno del estamento privilegiado y del pulso iniciado entre un campesinado que cobra conciencia de su papel como agente político y la elite de grandes propietarios) llevó implícita probablemente, junto a una recurrente reinvención de la tradición, una estricta discriminación de categorías jurídicas en la base de la pirámide social a través del uso restringido de ciertos objetos y vestimenta. Determinados ajuares personales metálicos de las necrópolis rurales tradicionalmente analizados desde una perspectiva etnicista ofrecerían, en este sentido, un marcador extremadamente valioso en términos de su uso

13 La pieza más estable y determinante que permanece invariable a lo lar go de la ocupación la conforman las parcelas agrarias de trabajo intensivo, en torno a las cuales puede rotar el resto.

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contingente en el seno de la comunidad y plasmación al mismo tiempo de las relaciones mantenidas entre algunos de sus miembros y las elites de fuera de la comunidad y sus específicas formas de representación cultural o identitaria.14 Este cuadro varía significativa mente en el siglo VII por lo que respecta a las formas de enterramiento. Las tradicionales sepulturas ‘ve stidas’ desaparecen casi por comple to y la manifestación pública de algu nos de esos rasgos diferenciales, hasta entonces relativamente co mún, desaparece o deviene arqueológicamente opaca. El supuesto impacto de la cristianización de las comunidades rurales en todo este proceso es una cuestió n compleja de valorar, aunque nada tendría que ver con la sustitución de unos tipos de broches o hebillas de cinturón por otros (Azkarate, 2002: 136). Sin duda existen transformaciones so ciales implicadas de mayor peso y tanto o más difíciles de ra strear en términos arqueológicos. 2. ARQUITECTURAS DEL SIGLO VII

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Fig. 1. Situación de los yacimientos citados en el texto: 1 Pontón de la Oliva (Patones), 2 La Cabeza (La Cabrera), 3 Cancho del Confesionario (Manzanares el Real), 4Talamanca del Jarama, 5 Navalvillar (Colmenar Viejo), 6 Frontera de Portugal (Barajas), 7 El Soto (Barajas), 8 Madrid, 9 La Vega (Boadilla del Monte), 10 Monte de la Villa (Villaviciosa de Odón), 11 Fuente de la Mora (Leganés), 12 La Recomba (Leganés), 13 El Pelícano (Arroyomolinos), 14 La Indiana (Pinto), 15 Gózquez (S. Martín de la Vega), 16 SAU 9, Griñón, 17 Prado Viejo (Torrejón de la Calzada), 18 Arroyo Culebro (Leganés).

Dentro de una acepción amplia del término arquitectura, revisare mos a continuación algunas de las evidencias arqueo lógicas que nos permitan indagar en la dirección seña lada al comienzo de este trabajo. Recurriremos para ello a los casos en que pueden ser significativas algu nas transformaciones entrevistas esencialmente en el ámbito de la arquitectura doméstica (indicios sobre un eventual aumento de la complejidad o de la diferen ciación social en el seno de las aldeas), y posteriormente, en la arquitectura del entorno o del paisaje (nuevos asentamientos periféricos, cambios o reajustes en el patrón existente de territorialidad a escala comarcal) o en la ‘arquitectura ideológica’ (formas de repre-

Algunos registros arqueológicos bastante recientes (caso de las aldeas de Gózquez y El Pelícano)15 ofrecen ejemplos de unidades domésticas que durante el siglo VII parecen adquirir un cierto grado de preemi-

14 De este modo podrían adquirir nuevos significados (siendo susceptibles de relectura) las variantes observadas entre la clase de ajuares metálicos del interior de la Meseta y los del entorno circumpirenaico occidental (Azkarate, 1999; Halsall, 1995a, 1995b; Härke, 1990, 1998).

15 La memoria de las excavaciones desarrolladas en Gózquez se verá próximamente editada en versión digital (V igilEscalera, 2000b, e.p.), mientras que la de Pelícano se comple tará en breve plazo. En ambos casos véanse las referencias bi bliográficas en Vigil-Escalera 2007a.

sentación social, actitudes ante la muerte o religiosas y cuestiones de género) (Figura 1). 2.1. ARQUITECTURA DOMÉSTICA: SIGNOS DE ASCENSIÓN DE GRUPOS FAMILIARES EN EL SENO DE LA COMUNIDAD RURAL

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Fig. 2. Planta del edificio E.15 de la aldea de Gózquez (San Martín de la Vega, Madrid) con las secciones de los silos asociados.

nencia por cuanto atañe a la clase de arquitectura doméstica desplegada usando como escala de referencia el marco estricto del asentamiento. Esto es así tanto por el número de estancias asociadas al espacio residencial principal, como por la or ganización unitaria de un conjunto de estructuras asociadas que llega a adquirir notables dimensiones y complejidad respecto a las previas fases de ocupación. La aldea de Gózquez (San Martín de la Vega) se levanta sobre una suave ladera orientada a Norte a orillas de un arroyo tributario por el Oeste del Jarama. Dista 56 km en línea recta de Toledo (33 de la sede complutense) y estuvo ocupado entre el segundo cuarto del siglo VI y mediados del VIII d. C. Algunos de los más sobresalientes rasgos del yacimiento y los detalles acerca de su periodización han sido tratados en trabajos anteriores (V igil-Escalera, 2007a, 2003, 2000; Quirós, Vigil-Escalera, 2006). En Gózquez, la construcción de la casa E.15, levantada en la parte más elevada de la loma de Los Es-

partales,16 constituye una de esas unidades domésticas que podríamos elevar a la categoría de conjunto significativo (Figura 2). La edificación no se aparta en sus rasgos técnicos del panorama general del yacimiento: un zócalo de mampostería de yeso apenas desbastada, casi sin zanja de cimentación, alzados de adobe, cubierta de teja curva y suelos de tierra apisonada. Una estancia larga y estrecha (A.IV), interpretada como almacén o establo, conforma el ala Norte. Mide interiormente 14,30 m de lar go por 2,20 de ancho, tiene por tanto unos 31,4 m 2 útiles. Desde una especie de pequeño patio o distribuidor (A.II-N) con un silo de excepcionales dimensiones en su centro 17 se accede a 16 Este edificio ya ha merecido la atención de un breve tra bajo previo (Vigil-Escalera, 2003b). 17 Este silo (UE 6360) tiene una capacidad estimada de unos 5600 litros. Sólo otra estructura del yacimiento alcanza este volumen (UE 6430, asociada probablemente también a la misma unidad doméstica). La media registrada en el yacimiento para todas las estructuras de tipo silo (excluidas las dos citadas) es de 1630 litros.

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Fig. 3. Estructura de perfil rehundido UE 5740, con planta compleja (Gózquez). En gris intermedio se representa el ambiente pri ncipal desde el que se manipulan los hornos. Con trama gris oscura se distingue el último horno en activo.

tres espacios de uso doméstico dispuestos en sus flancos Oeste (A.III) y Sur (A.II-S, A.I, éste con un pequeño hogar circular UE 5833). La repavimentación con estratos de yeso batido de alguno de los ambientes avalaría un uso prolongado del edificio. A unos cinco metros al Este de esta casa se levanta el edificio del lagar (E.6), una sólida construcción de planta rectangular de 7.60 por 4.20 metros (medidas interiores) y casi 32 m2 de superficie interior útil (Vigil-Escalera, 2006: Fig. 7). La adscripción a una fase de ocupación avanzada de los dos edificios queda demostrada por su superposición parcial a estructuras de perfil rehundido amortizadas con anterioridad (UUEE 6421 y 6396, con materiales cerámicos en sus estratos de amortización adscritos al último tercio del siglo VI o primero del VII d. C.). Entre ambos edificios se localizan otros cuatro si los pertenecientes a la misma fase de ocupación tardía. Uno de ellos se documentó completo y vacío (UE 6353, de unos 3140 litros), con su tapadera de piedra in situ. Los otros tres, de menores dimensiones, se disponen alineados en batería paralelos al tramo de muro noroeste (UE 6220, 6230, 6240 con una capacidad res-

pectiva de 900, 1460 y 950 litros). Bajo el ‘alero ’ del muro perimetral Sur de E.15 se ubica el silo UE 5831, de unos 3100 litros de capacidad. Unos 15 metros al Sur de la casa se dispone la cocina UE 5740 (Figura 3), una amplia estructura de sue lo rehundido con planta compleja (dividida interiormente en tres am bientes) en la que se conservan huellas de haber tenido en funcionamiento sucesivos hornos durante un cierto periodo de tiempo,18 además de varios silos. Al Oeste del lagar se levanta otro conjunto de edificaciones diferenciado y de rasgos sobresalientes: es la casa denominada E7/8. El acceso a la estancia principal (semirrupestre aprovechando la ladera, con unos modestos 29 m 2 de superficie interior útil) se salva mediante varios escalones. La casa esta rodeada por una tapia de planta casi cuadrangular, que engloba no menos de 900 m2 de superficie. En sus alas septentrional, Este y Oeste se levantan otros edificios posible18 En la fase de ocupación inmediatamente precedente (segunda mitad del siglo VI), la unidad doméstica adscrita a esta parcela contaba ya con un alto número de fuegos, como demuestra el conjunto de cuatro cabañas (todas con horno ado sado) documentado 20 metros al Norte del edificio principal.

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Fig. 4. Conjunto de edificaciones adscritas a las dos unidades domésticas emplazadas en la parte más elevada del sector oriental de la aldea de Gózquez. Las estructuras correspondientes a las últimas fases de ocupación del yacimiento aparecen resaltadas en gris oscuro (sin trama o el gris claro las anteriores).

mente subsidiarios (E.1, E.5, E.10) (Figura 4). El abandono de la construcción principal, que incluyó el posible tapiado de la puerta de acceso, parece haber tenido lugar en algún momento de la segunda mitad del siglo VII d. C.19 mientras el edificio E.15, su co19 Según se desprende del análisis del repertorio cerámico recuperado y de una datación (lamentablemente poco precisa) de material óseo procedente de uno de los estratos de abandono. Beta 135022, UE 6664. 1390±60 B.P ., calibrado a un sigma entre 595-690 d. C. (OxCal v. 3.10).

cina y el lagar seguirían probablemente en activo hasta mediados del siglo siguiente.20 20 Se cuenta con una datación radiocarbónica bastante precisa para la última car ga de combustible de uno de los hornos (UE 6535). CSIC-1597, 1266±32 B.P., calibrada a un sigma entre 690 y 780 d. C. (OxCal v. 3.10). También para uno de los estratos de relleno del silo 5183 (UE 6150) se dispone de un par de dataciones absolutas: Beta 135021, 1210±50 B.P . y CSIC 1561, 1309±36 B.P., que calibradas a un sigma dan respectivamente los siguientes rangos de fechas calendáricas: 730-880 y 670-760 d. C. (OxCal v. 3.10).

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Fig. 5. Cuerpo principal (E.3) de la unidad doméstica emplazada en el sector SL2 de la aldea de El Pelícano (Arroyomolinos, Madrid). En gris oscuro aparecen tramadas las manchas de fuego correspondientes a hogares.

La aldea de El Pelícano (Arroyomolinos) se asienta sobre la orilla Norte del arroyo de Los Combos, un afluente del río Guadarrama por su margen oriental. Su evolución entre finales del siglo V (con un área residencial agregada en las proximidades de un antiguo establecimiento bajoimperial), mediados del VI (cuando diferentes unidades domésticas se distribuyen a lo largo de la orilla Norte del cauce en dirección Este formando un asentamiento lineal) y su completo abandono, a mediados del VIII d. C., han recibido atención en un trabajo anterior ( Vigil-Esca-

lera, 2007a), donde también se reseñan algunos de sus aspectos más destacables. Dista 47 km en línea recta de Toledo y unos 52 de la antigua ciudad romana de Complutum. Durante el siglo VII se documenta la construcción de varias casas que destacan por las dimensiones del espacio edificado y complejidad arquitectónica del resto de las unidades domésticas del asentamiento. Una de las más notables se emplaza en el sector de nominado S.L2, en la parte oriental de la aldea. Las excavaciones han permitido documentar en esta

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Fig. 6. Planimetría de los sectores SL2 y SL3 de la aldea de El Pelícano. En trama gris aparece señalada la reconstrucción hipo tica del espacio edificado correspondiente a la unidad doméstica central (1450 m2).

zona una secuencia de ocupación que se remonta a mediados del siglo VI, conformada por un número no excesivamente elevado de estructuras de almacenamiento y alguna cabaña. El nuevo complejo le vantado en el siglo VII esta formado por un edificio principal pareado (E3) con estancias auxiliares compartimentadas en su lado Sur y un amplio corral o patio en la trasera (al Norte) (Figura 5). Se abre a mediodía a un espacio amplio y despejado a modo de patio con construcciones que flanquean sus lados Este y Oeste de manera similar a la observada en el complejo E7/8 de Gózquez. La presencia de hogares en algunas de las habitaciones del ala oriental determinaría la funcionalidad residencial de esos espa cios. Otros ambientes, tanto en el ala oriental como en la occidental, podrían interpretarse como almacenes o lugares de trabajo. Ciertas habitaciones pre sentan varios silos en su interior . Se desconoce, lamentablemente, la configuración exacta del cierre de este complejo por su lado Sur, aunque la superficie ocupada por el conjunto asciende a unos 1450 m2 (Figura 6). Un grupo de silos de grandes dimen siones se ubica al Suroeste de este complejo (UE 3240, de más de 3600 litros de capacidad, UE 3235

té-

de 3500 litros, UE 3425 con 2770 o UE 3245, de 2720 litros).21 La entidad sobresaliente de esta unidad doméstica queda de manifiesto si la comparamos con el conjunto identificado en el sector S.01A, de mediados del si glo VI, sito a unos 200 metros al Este del descrito previamente. Esta compuesto por una cabaña de planta tripartita con cubierta vegetal y media docena de estructuras auxiliares (cuatro silos y dos estructuras de suelo rehundido de función indeterminada) sobre una superficie aproximada de 950 m2 (Figura 7). Podría decirse, en resumen, que durante el siglo VII determinadas unidades domésticas levantan en algunas de las aldeas del Sur de Madrid conjuntos edificados de mayores dimensiones y más complejidad funcional que los identificados para las fases de ocupación del siglo VI. Los espacios residenciales privilegiados dentro de estos complejos suelen contar

21 El valor obtenido a partir del cálculo de capacidad de 110 silos del yacimiento de El Pelícano (el lote de estructuras con unas secciones diametrales mejor conservadas) ofrece una media de 960 litros, significativamente inferior a la registrada en Gózquez (vid. supra, nota 15).

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Fig. 7. Planimetría de los sectores S1, S1A, SL1 y SL5 de El Pelícano. En gris se señalan los límites del ámbito edificado corr pondiente a una unidad doméstica de mediados del siglo VI (950 m2).

con cubiertas de teja curva cuya procedencia, a juzgar por la cantidad de material empleado, difícilmente puede adjudicarse a la expoliación de material constructivo. A pesar de los problemas interpretativos inherentes a un estado de conservación global que privilegia las últimas fases constructivas respecto de las precedentes, puede concluirse que existen indicios que apuntan a la aparición de unidades domésticas que destacan y se diferencian por su arquitectura doméstica de las de su entorno a la escala del yacimiento. Un enjuiciamiento estricto de este fenómeno como indicador del desarrollo de procesos inequívocos de jerarquización social no es posible, sin embargo, sin ciertas matizaciones. El análisis espacial de la distribución de restos materiales señala escasas diferencias observables en la representación de una unidad doméstica a otra (por lo que respecta a la aparición de vasos de vidrio, útiles metálicos o eventual consumo diferencial de proteínas cárnicas). Algo similar ocurre por cuanto atañe a la capacidad potencial de almacenamiento de grano. 22 Queda, en cualquier 22 Dentro de la escala social manejada, un silo de grandes dimensiones podría servir a una familia con mayor número de miembros, y no necesariamente a una unidad doméstica más rica (si ambos aspectos no van en cierta forma relacionados).

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es-

caso, mucho trabajo por hacer al respecto del esclarecimiento de estas cuestiones. 2.2. ARQUITECTURA Y HORNOS DE CERÁMICA: FORMAS DE ESPECIALIZACIÓN ECONÓMICA DENTRO DEL MARCO ALDEANO

En la actualidad son ya varios los enclaves altomedievales del Sur de Madrid en los que se ha documentado la presencia de estructuras de combustión relacionables con la producción de cerámica (Figura 1, nº 12, 15, 16, 17 y 18): Gózquez (dos unidades), Arroyo Culebro (Yacimiento B, sector B, al menos uno),23 La Recomba (Penedo, Sanguino 2006: 61 1, Figs. 8-9) y Prado Viejo (cuatro unidades, cfr . Sanguino 2006).24 La interpretación de los dos hornos de Gózquez, fechables en la segunda mitad del siglo VI, con planta en ojo de cerradura y sin evidencias materiales suficientes que permitan una reconstrucción fi-

Penedo et al. 2001: 148. En Julio de 2007 se ha documentado un nuevo asentamiento rural en Griñón con hornos verticales de parrilla gruesa, de unos 4 m2 en planta (com. pers. Inmaculada Rus). 23 24

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de las ollas del siglo VI de Tiermes (Soria) de las de ciertos asentamientos del Sur de Madrid, y el conjunto de la vajilla del siglo VII de Prado Viejo o de El Pelícano podría confundirse con la de Gózquez (a una distancia de casi 30 km). Y no hablamos solamente de los formatos más simples de ollas a torno lento de mediados del siglo VI, sino del variado repertorio vascular de la séptima centuria, que sugiere un apreciable nivel de destreza en unos artesanos que desarrollarían unas cadenas operativas relativamente estandarizadas.27 La presencia de edificaciones con zócalo perimetral de piedra, alzados de tierra (adobe) y cubiertas de teja curva (Figuras 9 y 10) es, a Fig. 8. Parrilla de uno de los hornos documentados en Prado Viejo pesar del deficiente estado de con(foto de J. Sanguino). servación de muchos enclaves, una dedigna, podría presentar algunas dudas 25 (Vigil-Esconstante en casi todos los yacimientos de la región.28 calera, 2000b). En los casos de La Recomba y Prado Existen pruebas suficientes hoy por hoy que apuntan Viejo (Figura 8) las estructuras se datarían en la sépa un incremento de su representación porcentual a tima centuria,26 siendo claramente hornos verticales o partir de la segunda mitad del siglo VI y especialmente de doble cámara, con parrillas de gran grosor y cámade la primera del VII d. C. a costa de las construccioras de cocción de dimensiones reducidas (entre 1,60 y nes de perfil rehundido. La simplicidad estructural de 3,80 m2). Su aparición en escaso número, pero en un éstas (al menos en las reconocidas hasta la fecha), lelote de enclaves bastante próximos entre sí, podría esvantadas con materiales perecederos y con postes de tar indicando que se construyeron bajo demanda para madera como elementos estructurales básicos, sugiere satisfacer necesidades coyunturales, probablemente que a duras penas podrían soportar cubiertas que no de teja. No puede excluirse, no obstante, que los de fueran de materia vegetal. Los edificios con zócalo menores dimensiones hayan sido empleados para coperimetral de piedra cubren además una parte sustancer los tipos de cerámica doméstica más característicial, cuando no mayoritaria, de las estructuras de pocos de la región en estos momentos, producciones a sible función residencial reconocidas como tales entre torno lento extraordinariamente homogéneas en mediados del siglo V y la segunda mitad del VI. cuanto a morfología, pautas y procesos tecnológicos En todos los yacimientos con hornos de cerámica implicados y particularidades físicas. se ha podido comprobar que esta clase de actividad no Desde hace algún tiempo, el análisis de la cerádeja la clase de residuos asociados a una producción mica común de los yacimientos del Sur de Madrid revela la repetición en la vajilla de uso doméstico de se27 Obteniendo así una vajilla de escaso peso, resistente a ries morfológicas relativamente estandarizadas entre pesar de la esbeltez de sus paredes, de formatos bastante gran mediados del siglo VI y el VIII en una extensa codes y variada funcionalidad. 28 En algunos casos, sin embar go, su no reconocimiento es marca. Este dato concuerda con la muy escasa variasimplemente resultado de procedimientos poco rigurosos de bilidad observable en las pastas y una marcada homodesbroce durante las labores arqueológicas de campo, especialgeneidad en cuanto a las técnicas empleadas en su mente a consecuencia de una labor mecánica apresurada. Otras veces, la ausencia de referencias explícitas a este tipo de consmanufactura. Resultan así casi indistinguibles algunas

25 En ciertos casos, estructuras similares han sido interpretadas como hornos de secado o tueste de cereal. 26 Al menos, podría deducirse del material cerámico presente en los estratos de amortización de las fosas.

trucciones podría explicarse por una deficiente interpretación de la evidencia preservada, caso del yacimiento de Frontera de Portugal, entre otros (Sánchez; Galindo, 2006). En Arroyo Culebro (Leganés), se han documentado los derrumbes de teja en el interior de las habitaciones, aunque la mampostería del zócalo perimetral haya sido posiblemente expoliada o removida por el arado (Penedo et al., 2001).

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cidos por determinada coyuntura (en esencia el acceso a la materia prima básica, la arcilla) se produce teja y cerámica para cubrir las necesidades coyunturales del asentamiento o de un pequeño grupo de ellos. El trueque de servicios y bienes y el traslado de los especialistas (mejor que el costoso acarreo de productos) sería la norma en un paisaje económico absolutamente desmonetizado como el que se advierte en la comarca. Según nuestra propuesta de interpretación, la actividad de estos tejeros-alfareros sería propia de Fig. 9. Derrumbe de la cubierta de tejas al interior del ambiente A3 del edificio principal unos especialistas a tiempo parcial, (E.3) del sector SL2 de El Pelícano. dedicados a la producción agropecuaria buena parte del año. 29 En la estación de menor actividad, recorrerían la comarca ofreciendo sus servicios ‘profesionales’ a cambio de productos agrarios, pecuarios o de otra clase (artesanía doméstica). Dentro del flujo de bienes y servicios que parece poder intuirse a una escala regional durante todo este periodo, estos alfareros podrían representar la punta del iceberg de un sistema circulatorio hasta ahora en sombra. Ese trasiego de bienes y personas garantizaría, por ejemplo, el suministro de los molinos manuales de granito, extraídos y labrados cerca de sus lugares de origen en la sierra, 30 que por otra parte aparecen de forma abundante en todos los yacimientos Fig. 10. Ala occidental (E.5) de la misma unidad doméstica desde el Sur , con los edifi- de las campiñas. Un sistema de cios principales al fondo, en la parte más alta de la ladera. producción cerámica de este género explicaría la repetición de forartesanal estable de tipo comercial: ni piezas defecmatos estandarizados de vajilla con pastas y caractetuosas ni descartes o material roto. Al contrario, en rísticas técnicas en la que se aprecian sólo muy ligeras Prado Viejo, el yacimiento con mayor número de horvariaciones a lo largo de un extenso territorio. La manos documentados, la cantidad bruta de cerámica conteria prima se renueva con cada lugar de producción, sumida es más baja que en otros yacimientos de la misma comarca, fenómeno que tal vez pudiera rela29 En una ocasión anterior (V igil-Escalera, 2007a) hemos cionarse con el carácter del propio enclave o el de sus propuesto la posibilidad de que procedieran del piedemonte semoradores (una granja o pequeño grupo de ellas). A rrano. Tal vez sea más lógico considerarlos adscritos de alguna este respecto, se advierte un consumo bastante más forma a explotaciones del ámbito periurbano, de modo que pudieran surtir la demanda de la capital y estacionalmente la de conspicuo de cerámica de uso doméstico en los asenun ámbito rural ciertamente más amplio. tamientos categorizados formalmente como aldeas 30 Llevando consigo otra clase de productos como cuero, (Vigil-Escalera, 2007a). En algunos enclaves favoreconservas lácteas o miel.

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aunque se perseguiría preferentemente la mayor similitud a ciertos patrones predeterminados y calidades relativamente homogéneas y específicas. 31 Los hornos se construyen con esmero adaptados a un uso y función específicamente restringidos en términos temporales y espaciales. Algunos de estos rasgos de la producción de teja y cerámica resultan similares a los documentados en algunas regiones italianas para la época postmedieval (Quirós, 1993: 140). Esta clase de producción lograría cubrir la mayor parte de las necesidades de teja, cerámica de cocina y mesa de las comunidades rurales de las campiñas, aunque es cierto que, en porcentajes reducidos, nunca dejan de aparecer series torneadas de pastas depuradas y origen por el momento desconocido, normalmente jarritos y botellas altamente estandarizados procedentes de algún taller o talleres de carácter industrial, probablemente foráneo y cuyo ámbito de distribución queda condicionada por el entramado urbano y sus intermediarios. Esta versión del modelo de producción, consumo y distribución de diversos productos cerámicos resultaría bastante coherente con una red de asentamientos que ha logrado en la séptima centuria un notable grado de complementariedad económica a escala regional: campiñas, vegas y valles del piedemonte serrano con especializaciones adaptadas a las especificidades propias de cada medio, geográficas, sociales y políticas. La única alternativa para la interpretación del sistema propuesto a partir del análisis de conjunto de las evidencias arqueológicas a nuestra disposición debería implicar la existencia de comunidades o grupos mucho más especializados en determinadas producciones artesanales y redes de distribución y comercialización para las que no constan correlatos en otros aspectos de la cultura material fuera del estricto ámbito urbano. 2.3. ARQUITECTURA DEL TERRITORIO (EL ENTORNO CONSTRUIDO) El territorio sobre el que se ha centrado nuestro análisis hasta ahora, las campiñas del extremo Norte de la circunscripción toledana, son a partir de mediados del siglo VI un espacio cerrado, totalmente ocupado por enclaves de distinta entidad en una densa malla (Quirós, Vigil-Escalera, 2006), donde no cabe

31 Vid. Costin 2001. Por otra parte, las pastas pueden resultar indistinguibles de las de algunas cerámicas a mano de yacimientos próximos datados en la prehistoria reciente, como en el caso del yacimiento de Los Combos (Arroyomolinos).

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siquiera plantearse la posible inserción de un eventual poblamiento intercalar. Los nichos ecológicos más favorables para una explotación agraria de tipo tradicional han sido cooptados, advirtiéndose al mismo tiempo signos de una interrelación económica a nivel comarcal de cierta complejidad. Cualquier forma de expansión o crecimiento, endógena o promovida por el estamento propietario, que no suponga un aumento cualitativo de la intensificación productiva (más allá de los límites tecnológicos, de cultígenos o de inversión de fuerza de trabajo, hasta entonces vigentes) nos llevaría a buscar vacantes fuera, a tratar de reconocer nuevas fundaciones en otros espacios que pudieran funcionar, bajo la clase de parámetros anteriormente descrita, como periferia. Es sabido que la división del parcelario agrario correspondiente a una unidad doméstica original entre varios herederos tiene un grado de elasticidad determinado. De traspasarse ciertos límites se desencadenaría posiblemente una merma en los estándares tradicionales de sostenibilidad, desequilibrando la situación (relación entre población y recursos) y sobrepasando el umbral aceptable de riesgos ante la eventualidad estructural de las malas cosechas (Halstead, 1989; Forbes, 1989). Los análisis arqueológicos más recientes sobre la base documental de todo el nuevo elenco de yacimientos disponible apuntan a que estos procesos de estabilización de las comunidades rurales (lo que podría denominarse como ‘aldeanización’) se manifiestan a la vez que tiende a ocuparse por completo y de forma rápida el territorio disponible, y que esto ocurre en diferentes regiones con ritmos y rasgos peculiares32 (Quirós, Vigil-Escalera, 2006). Es también cierto que los datos serían aún insuficientes para determinar si esta primera aceleración temprana (en el interior peninsular) y la de los siglos VII-VIII (en algunas regiones del Norte) son parte o los extremos de un mismo movimiento o fuerza inercial. A partir de los datos ahora accesibles, parecen abrirse nuevas posibilidades para entender la verdadera complejidad de lo que se ha denominado como ‘crecimiento agrario altomedieval’. La historiografía española, basándose en la documentación textual disponible, ha subrayado sin matices la trascendencia de los cambios acaecidos en el medio rural entre los siglos VIII y X. En algunos casos, estas posiciones han viciado las líneas de investigación de campo de la arqueología e incluso la interpretación de unos registros materiales difíciles de encuadrar históricamente (Quirós, 2007a). De acuerdo a los primeros resultados de 32 Véase también el caso recientemente expuesto de una comarca portuguesa (Martín Viso, 2007).

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líneas de trabajo emprendidas recientemente, esas posiciones tradicionales podrían criticarse abiertamente como el resultado de una clara minusvaloración de procesos análogos acontecidos con anterioridad al siglo VIII, tal y como se desprendería, por ejemplo, del análisis de la evidencia del territorio toledano. Es más que probable, por otro lado, que esos ciclos expansivos no sigan una curva ascendente continua, sino que lleguen a dibujar episódicas puntas y valles. En un trabajo reciente (Azkarate, Zapata, 2006), los factores que determinan el «espectacular crecimiento económico» de los siglos VIII al X se explican en parte dentro de un ar gumento que adolece probablemente de circularidad, resultando a la postre autoexplicativo: el proceso de expansión y colonización agraria advertido durante esos siglos en ciertos territorios del Norte peninsular se manifiesta en la formación de aldeas (y viceversa). Al mismo tiempo, la evolución de las estructuras de poder que ‘acompañan’ a este proceso se fundamentaría en la extracción de rentas procedentes de una producción agrícola «progresivamente más intensiva y políticamente controlada». El crecimiento demográfico iría acompañado desde el siglo VIII de nuevas roturaciones e innovaciones tecnológicas (Pastor, 2004: 207-12). El problema, a nuestro juicio, se localiza en que se obvia la necesaria identificación y caracterización del punto de ruptura del equilibrio tradicionalmente mantenido a salvo hasta ese preciso momento. Sólo es posible un crecimiento demográfico que permita a su vez una expansión cuantitativa o cualitativa del territorio explotado a costa de una rearticulación estructural, y la adecuada comprensión de los detalles esa verdadera mutación social aún se nos escapa.33 Lo conocido sobre yacimientos altomedievales del centro y Norte de la Comunidad de Madrid, un paisaje dominado por formaciones adehesadas y de monte casi hasta nuestros días, indica recurrentemente que una parte sustancial de esos enclaves ostenta secuen cias de ocupación posteriores a los de las campiñas del Norte de La Sagra, el Sur de la región. Este sería el caso de los complejos de yacimientos de La Vega-San Babilés, entre Boadilla y Villaviciosa de Odón (Alfaro, 33 Esa rearticulación sería la responsable de encontrar huecos en unos territorios que nunca antes han estado deshabitados, y debería implicar forzosamente, bien un crecimiento vegetativo basado en un aumento significativo en la tasa de reproducción (número de hijos por familia) o en la de supervivencia, bien en un saldo migratorio positivo. Ese crecimiento (basado en continuados saldos demográficos positivos) derivaría en una efectiva colonización de espacios anteriormente subexplotados (desde una óptica que podría calificarse como ‘colonialista’) o en el aprovechamiento cualitativamente más intensivo del territorio a disposición.

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Martín, 2007; Vega, 2005), el de Monte de la Villa, en Villaviciosa de Odón, 34 el entramado de yacimientos (Navalvillar, Los Remedios, Grajal, Fuente del Moro) del término de Colmenar Viejo (Colmenarejo 2007; Abad 2007; Caballero 1989), el yacimiento de La Ca beza en La Cabrera (Yáñez et al., 1994) y algunos otros documentados únicamente de forma parcial o circunstancial. De la información disponible se des prende que sólo en una muy restringida selección de enclaves de este amplio territorio 35 se documentan secuencias de ocupación que puedan fecharse en el si glo VI d. C. (Vigil-Escalera, 2005b). Este dato invitaría a reflexionar sobre cómo y en qué dirección pudo tener lugar esa eventual expansión que se traduciría materialmente en la fundación de nuevos establecimientos rurales durante el siglo VII.36 Tal vez se podría ver en la constitución de nuevas granjas y algunos monasterios el expediente por el que se resolvieran en estos territo rios (hasta entonces relativamente periféricos) dos fenómenos convergentes. Tendría el primero un carácter mixto (endógeno aunque inducido desde fuera): el desequilibrio de la masa demográfica campesina respecto al potencial productivo o de recursos de un específico territorio que había sido hasta entonces aprovechado de acuerdo a unos determinados parámetros económicos y sociopolíticos. 37 El origen del segundo, la implantación de monasterios, tendría un componente externo. A través de ambos se plasmaría la determinación de las elites propietarias a ver incrementada su cuota de participación en los resultados de la explotación agraria ante una situación de práctico estancamiento de las rentas percibidas. Este sería precisa mente el contexto social heredado del siglo anterior , caracterizado por unos territorios ocupados por completo en los que regirían unas condiciones ‘contractuales’ de explotación consuetudinariamente consolidadas

34 Excavado parcialmente en varias ocasiones (Vega, 2005, yacimientos 3-4, y recientemente otro sector por G.I Yáñez, a quien agradecemos la información inédita proporcionada). 35 Mención aparte merecerían los enclaves de carácter posiblemente jerárquico, en emplazamientos elevados o con obras de fortificación. Tanto en Cancho del Confesionario (Caballero; Megías, 1977) como en Pontón de la Oliva (Patones), las secuencias de ocupación son aún algo imprecisas. 36 Una expansión entendida en cualquier caso como un proceso complejo y no lineal, en el que la presión del estamento propietario o señorial por nuevas fuentes de ingresos sería determinante, al margen de un aumento cíclico o en cualquier caso poco significativo de la masa demográfica campesina y la roturación de nuevos espacios a cargo de grupos escindidos por fisión de antiguos enclaves con unos territorios explotados hasta el límite de sus recursos. 37 En esa forma de aprovechamiento tradicional ahora en quiebra sería dominante una explotación extensiva y altamente diversificada de los recursos, con muy escasa o nula presión ‘señorial’.

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que harían gravosa (en términos de conflictividad so cial) cualquier eventual modificación de su estructura (Wickham, 2005: 535, 571-2). En un cuadro como el descrito, con un control político consolidado del territorio de cada centro urbano o decisional por sus estamentos aristocráticos, la fundación de nuevas granjas sería el recurso adecuado a la ‘colonización’ de espacios hasta entonces baldíos, poco poblados38 o explotados de una forma predominantemente extensiva, como los del piedemonte serrano, mientras que la implantación de monasterios ofrecería un respaldo institucional añadido para vencer la resistencia de las comunidades que hasta entonces habían ocupado con patrones económicos e ideológicos no por completo subalternos esos espacios económicos ahora objeto de litigio o reclamación. 39 La fundación tardía de aldeas, por su parte, delataría el intento de colonización estable de territorios en los que el dominio aristocrático o señorial sobre el espacio sería aún incompleto o incipiente, o estaría sujeto a una negociación más equilibrada entre los sectores sociales antagónicos implicados de una forma u otra en esa iniciativa.40 De igual modo que la fundación de un buen número de aldeas entre finales del siglo V e inicios del VI d. C. en el interior peninsular puede entenderse inmersa en una situación sociopolítica en cierta medida favorable a los intereses de las comunidades campesinas, la ruptura del equilibrio a partir de la segunda mitad del siglo VII favorecería de forma significativa a unas estructuras jerárquicas y de poder sólidamente consolidadas. La política de la monarquía visigoda durante todo este periodo puede leerse como una recurrente aspiración a cerrar el espacio político peninsular eliminando (o en el mejor de los casos subyugando temporalmente) la insolencia de los entramados políticos marginales.41 Por una vía confluyente, pero a una escala 38 La escala de intensidad admitida de poblamiento o explotación de un territorio la marcaría como es lógico, la parte victoriosa en su reclamación. El grado de cohesión comunitaria de los grupos candidatos a la absorción determinaría también la clase posible de estrategias a adoptar al efecto. 39 Véanse a este respecto algunas sugestivas apreciaciones de Squatriti (2002) sobre la sobreinversión de recursos constructivos en zonas de frontera como estrategia de dominación y legitimación política. 40 La creciente complejidad del proceso haría aparecer en el siglo VII nuevos actores políticos emergentes, líderes de sus comunidades aldeanas, supra-aldeanas o locales, que buscarían por su cuenta consolidar y aumentar su posición de preeminencia social interviniendo en este juego en el que la coartada religiosa y los comportamientos de tipo mafioso serían habituales. 41 Poco interesados en la magra participación ofrecida por una estructura estatal vacía y poco flexible. Es posible que, hablando tanto en términos socioculturales como de la forma de

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espacial de acción más reducida, los estamentos rectores de las ciudades del núcleo duro del reino (laicos y eclesiásticos) buscaron aumentar sus ingresos mediante la conquista progresiva de los espacios intersticiales que habían quedado fuera del primer gran proceso de recomposición política y territorial acometido unas generaciones antes (480-530 d. C.). Durante buena parte del siglo VII e inicios del VIII, la alternativa más parsimoniosa para ubicar un eventual proceso de expansión en ese núcleo sería la orientada a erosionar o liquidar la autonomía de facto de estos territorios intersticiales distantes de los centros políticos promoviendo la instalación estable de campesinos en nuevos enclaves.42 2.4. ARQUITECTURA DEL UNIVERSO IDEOLÓGICO: EL DISCURSO DE LOS CEMENTERIOS

La investigación asume tradicionalmente que los cementerios del siglo VII presentan rasgos que permiten su diferenciación neta de los del siglo anterior. La historia del análisis tipológico del material metálico procedente de sepulturas y su cronología tiene casi un siglo de recorrido. 43 Frente a un siglo sexto en el que una parte de los cementerios de carácter aldeano ofrecieron discursos étnicos, políticos, culturales o identitarios de variado signo a través del ritual de las inhumaciones vestidas, la séptima centuria se caracteriza globalmente por una mayoritaria representación de sepulturas sin ninguna clase de depósito o ajuar .44 Y cuando éstos aparecen, el repertorio suele limitarse a una serie de hebillas de cinturón de tipo liriforme. La cronología de los contextos con esa clase de material se correspondería esencialmente con la segunda mitad del siglo VII y al menos la primera mitad del VIII.45

estructuración del poder político, se hubiera abierto una brecha de consideración entre los estamentos dirigentes de los diversos territorios y sus respectivas aristocracias tendrían objetivos políticos divergentes. 42 El proceso completo de integración de algunas de las comunidades afectadas no se vería culminado en determinadas zonas de montaña hasta bien entrada la Edad Moderna (Martín Viso, 2002; Wickham, 1997). 43 Desde los pioneros trabajos de Aberg (1922) o Zeiss (1933). Véase la ingente producción bibliográfica de Gisela Ripoll, por ejemplo (Ripoll, 2007, 2001). 44 Por ejemplo, la necrópolis de Les Goges, en S. Juliá de Ramis, Gerona (Casellas et al., 1995). 45 Merece la pena formular a este respecto un par de consideraciones de carácter crítico. La primera concierne a la fecha de cierre de los cementerios de rito supuestamente cristiano. Fijada tradicionalmente (de forma apriorística) en coincidencia con la conquista islámica de 71 1, la evidencia arqueológica de los despoblados rurales permitiría por sí sola cuestionar este extremo. Su corolario es que desconocemos en qué podrían

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Esta clase de ajuar personal se asocia además a un número relativamente alto de pequeños cementerios con una dispersión geográfica ampliada a buena parte de la península Ibérica en el que aparece como único material, sólo en ocasiones sustituido por depósitos de vasos cerámicos o de vidrio o de alguna moneda. Estas trasformaciones no son exclusivas de los re gistros de la península Ibérica (LaRocca, 1997, 1998) e implican cambios importantes en la clase de discurso oficiado con ocasión del sepelio del siglo VII en adelante. Contra las formas más mecánicas de interpreta ción de la evidencia arqueológica y apoyándose en al gunos textos, La Rocca ha demostrado de manera convincente cómo incluso los signos más obvios de ‘pobreza’ pueden ser utilizados de forma voluntaria para enfatizar una posición social de preeminencia que busca distinguirse del común. 46 Los cambios observables en el ceremonial fúnebre son, pues, susceptibles de varios niveles de lectura arqueológica, aunque en el ámbito de este trabajo nos centraremos únicamente en uno de ellos, posiblemente simplista, pero revelador . Objetivamente, una disminución del número de difun tos sepultados con signos de distinción personal dentro de un contexto campesino de relativa modestia, cuya audiencia eventual apenas desbordaría el propio ámbito comunitario, no debería de forma automática derivar en una interpretación del fenómeno como un aumento del nivel de riqueza de ese segmento demográfico es pecífico. También podría leerse como el resultado de restricciones sociales en la manipulación de determinados objetos o materiales con explícitas connotaciones de carácter extracomunitario o público. La amortiza ción de esas hebillas de cinturón liriformes en las cere monias fúnebres a partir de mediados del siglo VII (siempre en escaso número) podría representar la manifestación de un incremento en curso de las diferencias sociales o de rango existentes entre los residentes de los enclaves rurales. Frente al grupo de familias e individuos de los dos sexos con una cierta posición dentro de la comunidad rural (panorama en apariencia resultante de la lectura de las necrópolis más y mejor estudiadas del siglo VI) pasamos al individuo varón que obtiene y se arroga esa posición de privilegio frente al conjunto del cuerpo social. No sólo desaparece la mujer del dis distinguirse (de existir tal diferencia) las sepulturas del siglo VII de las de la octava centuria. La segunda se refiere al papel jugado por los cementerios que no proporcionan materiales de raigambre germánica y su interpretación, toda esa parte del registro funerario altomedieval que ha permanecido relegada y opaca entre la segunda mitad del siglo V y el VIII. 46 Véanse, por ejemplo, los comentarios de I. Velázquez (2006: 773-4) en relación al calificativo de indigno que hace recaer sobre su persona el presbítero supuestamente enterrado en Madrid.

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curso de los funerales (rasgo destacable que no ha me recido aún una atención específica), sino que también se barren las huellas de un relativo equilibrio entre dis tintos grupos o familias en el seno de la aldea. Si, como parece poder comprobarse, los cementerios de carácter aldeano, estables y comunitarios, 47 son sólo una parte (y puede que no mayoritaria) de los registros funerarios a lo lar go del periodo comprendido entre finales del siglo V y el VIII, la disposición relativamente informal de sepulturas, aisladas o en pequeños grupos, sería el rasgo más característico reconocido en un alto número de establecimientos incluidos en la categoría de granjas. 48 Este panorama parece, sin embargo, sufrir cambios a partir de un momento avanzado del siglo VII. Teniendo en cuenta los límites de la información disponible, lo más revelador de este fenómeno (por cuanto implica de transformación de pautas tradicionales de conducta) sería la formalización de un espacio cementerial fijo y estable también para el grupo o grupos domésticos que constituyen estas unidades mínimas de explotación. En el yacimiento de El Soto, en el madrileño distrito de Barajas y a orillas del Jarama, ha sido posible documentar arqueológicamente algunos de los rasgos que ejemplificarían este proceso (V igil-Escalera, 2007a). La instalación de una primera granja al borde del río (entre inicios del siglo VI y mediados del VII) no ofrece testimonios reconocibles de carácter funerario. Sólo cuando hacia esa última fecha el asentamiento se traslada unos 150 metros al Sur arranca el uso de un espacio determinado como área cementerial durante un periodo plurigeneracional (Figura 11). Las primeras dos sepulturas (UUEE 30800 y 30805) se disponen en paralelo con orientación Norte-Sur y dan cabida al menos a tres individuos. 49 Las tres sepulturas instaladas a continuación, también en paralelo, lo hacen con orientación Este-Oeste, y tan próximas a 47 Cementerios «de carácter público» en palabras de A. Azkarate (2002: 134). 48 Este tipo de enterramientos, dispuestos informalmente en intersticios del espacio agrario de uso intensivo, cerca de las casas, es común incluso entre las comunidades rurales no cristianizadas de diversas partes del continente europeo e Islandia. Hemos insistido anteriormente (V igil-Escalera, 2007a) en no confundirlos con la inhumación coyuntural de difuntos en otra clase de estructuras no construidas originalmente con esta función (silos o cualquier otra fosa aprovechable) salvo que resulte obvia la presencia de un ritual formalizado de disposición del cadáver. Creemos que la mayor parte de los contextos en que los cadáveres son inhumados en fosas no específicamente abiertas a tal fin deben interpretarse como resultado de medidas de urgencia (higiene pública) ante situaciones críticas coyunturales. 49 Una de ellas (UE 30805) resultó afectada por otra sepul tura posterior (UE 30810), de modo que es posible que se va ciara su contenido y pasara a integrar parte de otra reducción.

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Figura 11. Planta de localización y general de la necrópolis de rito cristiano (las cinco tumbas a la izquierda) e islámico documentada en el yacimiento de El Soto (Barajas, Madrid). Campaña 2005.

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las anteriores que la más septentrional de ellas (UE 30810) destruye la zona de los pies de una de las antiguas. A los pies de ésta se identifica un paquete de huesos correspondiente a la reducción de al menos cuatro individuos aparte de la inhumación doble y simultánea que selló el contexto, mientras que en la central (UE 30110) se reconocieron restos adscritos a un número mínimo de tres individuos. En un momento que cabría situar provisionalmente en el último tercio del siglo VIII,50 la comunidad pasa a enterrarse de manera exclusiva según el rito coránico, practicándose en las inmediaciones de las anteriores otras 28 inhumaciones individuales que conocen una gradual evolución arquitectónica: desde la cista de lajas de piedra a la sepultura con amplia prefosa y covacha central o lateral estrecha.51 Resulta una tarea ardua tratar de extraer información significativa a este respecto de otros yacimientos coetáneos de la región. Se intuyen estas discordancias en la parca documentación de utilidad procedente de algunas intervenciones arqueológicas publicadas, en especial de la necrópolis de época avanzada (siglos VII-VIII d. C.) de La Indiana, en Pinto (Morín et al., 2007). De allí proceden dos hebillas de tipo liriforme y podría volverse a repetir la asociación entre inhumaciones de ambos ritos.52

2.5. ARQUITECTURA E IGLESIAS: LA ARTICULACIÓN DEL PODER Durante los debates suscitados a finales de 2006 en el seno del seminario de Mérida, afloró la cues tión de si tras las numerosas intervenciones realiza das en los últimos años sobre asentamientos rurales 50 Se encuentran pendientes los resultados finales del análisis de diez muestras de hueso de otros tantos individuos enviadas para su datación radiocarbónica por AMS al laboratorio Circe, de Caserta (Italia). 51 Los análisis de ADN mitocondrial efectuados corroboran presumiblemente la existencia de vínculos familiares entre individuos con ritos de enterramiento diferenciados (Barrio 2007). 52 Otro posible caso sería el de Fuente de la Mora (Leganés), con una posible datación a caballo entre el siglo VIII y el IX d. C. (Martín et al., 2007). Un panorama de estas necrópolis mixtas en el ámbito peninsular y su discusión en Manzano 2006: 268-72. Dos de las aldeas madrileñas citadas anteriormente (Gózquez y El Pelícano, excavadas ambas en extensión y susceptibles de proporcionar datos precisos), han restituido también hebillas de cinturón de tipo liriforme, aunque sólo en contextos de amortización de estructuras domésticas adscritas a las últimas fases de ocupación. Curiosamente no se recuperó ninguna en el cementerio de Gózquez (el de El Pelícano sólo ha sido objeto hasta el momento de una campaña de sondeos).

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del Sur de Madrid no se había llegado a documentar ninguna estructura o edificio que fuera posible interpretar como iglesia. En realidad, detrás estaban las dudas sobre si el fenómeno de la implantación de iglesias en el medio rural podía limitarse sólo a de terminados contextos territoriales, sociales o crono lógicos y hasta qué punto la arqueología menos mo numental, la del campesinado, podía o no llegar a terciar en el debate acerca de su cronología, visigoda o mozárabe.53 Por el momento, ninguno de los asentamientos rurales excavados en el Sur de Madrid ha ofrecido indicios que permitan sospechar su existencia, a pesar de las grandes superficies involucradas en esas intervenciones.54 Sospechamos que la construcción de esa clase de edificios podría circunscribirse en determinadas comarcas a un tipo de enclaves de cierta consideración jerárquica y que sólo a partir de un momento avanzado del siglo VII o ya en pleno siglo VIII podía comenzar a insertarse en una trama de poblamiento rural en trámites de una sustancial reformulación social interna. La última (y por el momento definitiva) lectura de la desaparecida lápida del presbítero Bokatus (V elázquez, 2007), hallada en el entorno del más antiguo templo de la ciudad de Madrid (Santa María de la Almudena), y su datación a caballo entre los siglos VII y VIII, resulta a día de hoy una de las escasas posibles referencias arqueológicas a la existencia de iglesias altomedievales en la región. Otro probable emplazamiento sería, a juzgar por algunos elementos de decoración arquitectónica descontextualizados, Talamanca del Jarama. Resulta más dudosa la adscripción concreta de los fragmentos procedentes de un enclave rural cercano a Móstoles (Morín, Barroso, 2007), y también el de otro sitio del municipio de Villaviciosa de Odón, de donde procede una pieza decorativa similar a las de Talamanca55 (Figura 12). El incipiente centro (hasta ahora de carácter indeterminado) de Madrid sería, pues, el más firme candidato de la región donde podría postularse la eventual localización de un edificio de culto anterior a la conquista islámica del 71 1. La datación de los fragmentos decorados del resto y su exacta interpretación albergarían más dudas. Tanto

53 Véase a este respecto el conjunto de trabajos (y especialmente los debates tras cada sesión) en Caballero; Mateos, 2000. 54 Vigil-Escalera, 2006: Tabla 1. 55 Fragmento decorado con una venera del yacimiento de Monte de la Villa (Gregorio I. Yáñez, com. pers.). El escaso material cerámico asociado al estrato de amortización de la fosa en la que se recuperó esta pieza parece poder datarse a partir de en un momento avanzado del siglo VIII o en la primera mitad del IX d. C.

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Figura 12. Fragmento de elemento decorado procedente del yacimiento de Monte de la Villa (Villaviciosa de Odón, Madrid, por cortesía de G.I. Yáñez).

Madrid como Talamanca llegarán a conformar con seguridad entidades urbanas, con recintos amurallados acentuando su papel jerárquico, a partir del siglo IX. Los raquíticos datos arqueológicos disponibles para las secuencias altomedievales de ambos centros dificultan en cualquier caso conocer hasta qué punto su desarrollo como tales podría remontarse a finales del siglo VII (dato que sería avalado por la fecha de la lápida de Madrid) o debería adscribirse ya plenamente al VIII, independientemente de la circunstancia de la conquista. Si aceptáramos la existencia en el solar más antiguo de Madrid de una iglesia a fines del siglo VII, estaríamos asumiendo a la vez la existencia de alguna clase de centro decisional en ese emplazamiento en alto un siglo y medio antes de la supuesta fundación de la fortaleza por el emir Muhammad. Esto supondría un vuelco en la configuración hasta hoy conocida del paisaje sociopolítico del territorio madrileño: la introducción de un nivel intermedio de centros estratégicos de articulación política entre la ciudad (T oledo) y la densa trama de asentamientos abiertos de las campiñas, a orillas de los cursos fluviales. Las profundas transformaciones desencadenadas en ese sistema a lo largo del siglo octavo podrían concebirse tal vez como resultado de un aumento del nivel de inestabilidad sociopolítica, aunque sería oportuno tener en consideración otras motivaciones o factores con un carácter bastante más generalizado a escala peninsular. La emigración de un volumen sustancial de población rural a las ciudades originaría un crecimiento brusco y notable de sus arrabales, tal y como

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parece observarse en la Vega Baja de Toledo.56 Pero también sería esta emigración de corto radio la res ponsable de que algunos de los anteriores centros intermedios elevaran cualitativamente su categoría. Se crearían así las condiciones para que enclaves como Madrid o Talamanca vieran oficialmente reconocido su estatus en el siglo IX. Lo que ocurre a este respecto a partir del siglo VIII en el tercio Norte peninsular (Quirós, Vigil-Escalera, 2006: 111-4) podría no ser sino un vertiginoso proceso de popularización de un fenómeno originalmente adscrito en exclusiva a enclaves caracterizados por la presencia de estamentos de rango, la más obvia manifestación de hacia dónde se canalizarían las inversiones de emer gentes elites locales: la construcción de discursos legitimadores que sustentaran las cambiantes formas de dominación vigentes. La implantación de iglesias en las aldeas a partir de los siglos VII y VIII funcionaría, en nuestra opi nión, como respuesta a una situación de relativa in definición política en la que determinados agentes o grupos (de muy heterogénea condición) pugnan en tre sí y contra unas comunidades con moderados ín dices de resistencia por una situación de preeminen cia de cara al control efectivo del cobro de rentas, la reserva de derechos sobre espacios productivos y la gestión de los recursos clave para dar el salto a unas formas más completas de apropiación del trabajo campesino. Cabría sospechar que este proceso pudo iniciarse antes en los espacios periféricos de los te rritorios mejor controlados del interior del reino (ámbitos intersticiales entre ciudades) para incrimi nar posteriormente a los territorios del tercio Norte peninsular. En éstos el fenómeno cobraría un nuevo sentido tras la quiebra del poder central en 71 1 y la necesaria redefinición y reequilibrio de poderes en tre estamentos dirigentes con ámbitos de acción a una escala más reducida. Frente a un planteamiento que podría tender , sin embargo, a enfrentar en términos dicotómicos y simplistas un modelo de iglesias ‘antiguas’ promovidas por el estamento más poderoso a otro posterior en el que éstas sur gen como iniciativa de comunidades campesinas, nos inclinaríamos hacia una lectura del fenómeno que no margine la centralidad de las lógi cas sociales implicadas. Como dispositivos de en cuadramiento social, las iglesias sólo podrían sur gir

56 Rojas, Gomez 2006, y en este mismo volumen. Una situación semejante se repite en otros centros como Córdoba o El Tolmo de Minateda (Albacete), como se ha apuntado en un trabajo anterior, con la bibliografía pertinente (V igil-Escalera 2007a). Vid. Gutiérrez Lloret 2007.

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aparentemente de manera endógena en las comuni dades rurales cuando en éstas se ha superado un cierto umbral de estratificación y jerarquización so cial interna, bien por el encumbramiento de ciertos individuos o familias, bien por la sujeción a formas más o menos estables de dependencia de unos gru pos respecto a otros. Representarían así el meca nismo por el que ciertas familias, grupos o indivi duos que desde dentro están en disposición de abandonar un viejo concepto de comunidad (esen cialmente tendente al equilibrio y proclive a formas de autorregulación comunitaria, tanto en el plano económico como en el social) se decantan a favor de nuevas reglas de juego que sancionan conductas so ciales mucho más individualistas. A la hora de plantear el análisis histórico de la implantación de iglesias en relación con el poblamiento rural sería necesario preguntarse, en primer lugar, qué significado tiene ese proceso en un determinado tiempo y lugar, qué papel desempeña en relación a todos los actores sociales implicados, quién o qué gru pos son sus eventuales promotores, que repercusiones tiene (beneficiarios y damnificados) y en qué medida se desencadenan en el medio rural otras transformaciones derivadas de ese hecho. Parece necesario e igualmente evidente deslindar este proceso del de la cristianización de los campesinos. Desde nuestro punto de vista, y en términos globales, la implantación de iglesias en el medio rural formaría parte de una tendencia de carácter general encaminada al progresivo encuadramiento social del campesinado dentro de estructuras sociopolíticas e ideológicas de dominación, existentes o en construcción. El animado debate sobre las iglesias se enreda además con frecuencia en un evidente problema de polisemia. Se mezclan en el mismo paquete mauso leos familiares, iglesias propias e iglesias ‘parroquiales’ de distintas épocas y momentos históricos con claves de significación propias y diferenciadas. Para rematar, las indefiniciones e inexactitudes por cuanto atañe a la datación de estructuras y contextos a partir de una documentación arqueológica manejada con frecuencia sin la instrumentación de los imprescindi bles filtros críticos añaden un punto insoportable al cóctel ya de por sí heterogéneo. Subyace en la pro ducción historiográfica una formidable masa de ruido en torno a estas cuestiones relacionadas con el poblamiento rural y las iglesias. Desde las perspectivas más tradicionales y apegadas a la exégesis de los textos del medievalismo europeo, esencialmente fran cés, la importancia de la iglesia en el medio rural de terminaría incluso el rechazo a hablar propiamente de aldeas en tanto que los asentamientos no contaran

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con un edifico de culto. 57 Recientemente, sin em bargo, algunos autores (Larrea 2007) han comenzado a tirar del hilo interrogándose acerca de la lógica so cial implícita en el desarrollo de estos procesos. 58 La evidencia arqueológica más reciente contribuiría, desde nuestro punto de vista, a desenmascarar algu nos de estos excesos. Corresponde pues, ir por partes, separar en la medida posible la construcción de igle sias del fenómeno de la cristianización del medio ru ral, rebajar la tensión por situar las evidencias ar queológicas a un lado u otro de una determinada fecha de calendario y sistematizar y ordenar cronológicamente de forma rigurosa la evidencia arqueoló gica disponible a partir de una revisión crítica de los datos a nuestra disposición. 3 ¿EL SIGLO VII FRENTE AL SIGLO VII? Como si fueran las manos de Robert Mitchum en La noche del cazador , dos visiones opuestas del siglo VII luchan por salir triunfantes del debate sobre la interpretación de las evidencias arqueológicas del poblamiento rural del interior peninsular , sus heterogéneas arquitecturas y las varias temporalidades sociales que se entrecruzan y solapan. La que nos muestra una centuria de inercia y marcado estancamiento, abocada pasivamente a un episodio o coyuntura traumática que fuerce un cambio estructural y la que cree reconocer en esta época el surgimiento de unos poderes nuevos, con su propio entramado económico, ideológico y cultural, dispuestos a transformar o subvertir el orden heredado. Resulta complicado enjuiciar críticamente las evidencias arqueológicas del siglo VII sin caer en posiciones teleológicas o dejarse arrastrar por modelos historiográficos construidos a partir de otra clase de documentos. Ese ha sido nuestro propósito, con mayor o menor fortuna. La red de aldeas y granjas documentada en la comarca meridional de Madrid entre los siglos VI y VIII puede no encontrar por ahora un equivalente estricto en toda la geografía peninsular, aunque se intuyen sistemas de poblamiento rural bastante similares por su configuración espacial en sectores menos trillados por la investigación de la meseta Norte, por ejemplo. El análisis de la evidencia arqueológica disponible re-

57 Ver Quirós (2007a) para un desarrollo de estos aspectos historiográficos. 58 El trabajo citado de Larrea constituye la culminación de otros anteriores de carácter arqueológico que han contribuido a desbrozar esta vía (Azkarate, 1995; Azkarate; Sánchez, 2003, entre otros).

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vela la presencia de una sociedad rural dinámica y en evolución, tanto por lo que respecta a la arquitectura doméstica como por las transformaciones del registro funerario, inmersa en un diálogo más o menos fluido con la esfera urbana y en un marco de estabilidad de la gran propiedad fundiaria que perdura sin sobresaltos derivados de la coyuntura política a lo lar go de todo el periodo. Precisamente aquí, en la pujanza de los grandes centros políticos urbanos, radicarían algunas de las más ostensibles diferencias existentes entre los registros arqueológicos del centro peninsular y los de determinados territorios del tercio Norte. Partiendo de esta nueva clase de premisas, podría argumentarse que el mítico proceso de crecimiento agrario de los siglos VIII-X se fundamenta básicamente en una minusvaloración del tejido económico vigente en los siglos anteriores. 59 La quiebra o modificación en profundidad de las formas previas de articulación política (acaecida en diferentes sectores geográficos en torno a mediados del siglo VIII) desencadenaría importantes cambios en esas redes de poblamiento campesino, que se comportan previsiblemente de forma dispar dependiendo de su específico encuadre en las nuevas geografías políticas emer gentes. Se comprueba a partir de la información arqueológica disponible que urge matizar cada afirmación a partir de un replanteamiento riguroso en las formas de articular el proceso de generación del discurso interpretativo y el establecimiento de patrones. A través de un análisis del registro arqueológico como el emprendido procuramos ser conscientes de nuestra perspectiva y escala observacional y reflexivos acerca de los distintos agentes que están tomando decisiones de toda índole: desde la unidad doméstica (con sus diferentes integrantes individuales) a la comunidad rural (aldeana o no) y al referente externo, las comunidades vecinas de una parte y el entramado político urbano o el estamento propietario por otra. El desarrollo de modelos interpretativos y la elaboración de hipótesis de trabajo de un carácter más o menos teórico no debería impedirnos desarrollar una clase de discursos de carácter más narrativo y descriptivo que, con todas sus limitaciones, nos permitan una aproximación a la arqueología de este periodo con planteamientos renovados, sin necesidad de transitar las mismas vías por las que ha discurrido la arqueología heredera de la tradición clasicista. En las páginas anteriores hemos intentado reunir una serie de evidencias arqueológicas que, tomadas aisladamente, care-

59 Debo a los debates con J. A. Quirós la elaboración de este punto en concreto.

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cerían de un peso específico suficiente para inclinar la balanza hacia cualquier extremo. Hemos jugado además con varias escalas de observación. Introduciendo nuevas variables esperamos que las cartas de la partida repartan un nuevo juego. En conjunto pueden contribuir, eso esperamos, no sólo a generar algunas respuestas, sino también al planteamiento de nuevos interrogantes (Dobres, Robb, 2005: 161-2). BIBLIOGRAFÍA ABAD CASTRO, C., 2007: «El poblado de Navalvillar (Colmenar Viejo)», en J. M ORÍN (ed.), La investigación arqueológica de la época visigoda en la Comunidad de Madrid, Zona Arqueológica 6 Vol. II (2006). Alcalá de Henares, pp. 388-99. ALFARO ARREGUI, M.; M ARTÍN BAÑÓN, A., 2007: «La Vega: un modelo de asentamiento rural visigodo en la provincia de Madrid», en J. M ORÍN (ed.), La investigación arqueológica de la época visigoda en la Comunidad de Madrid, Zona Arqueológica 6 Vol. II (2006). Alcalá de Henares, pp. 402-17. ARCE, J., 2005: Bárbaros y r omanos en Hispania. 400-507 A.D. Madrid, Marcial Pons. AZKARATE GARAI-OLAUN, A., 1995: «Aportaciones al debate sobre la arquitectura prerrománica pe ninsular: la iglesia de San Román de T obillas (Álava)», Archivo Español de Arqueología 68, pp. 189-214. AZKARATE GARAI-OLAUN, A., 1999: Necrópolis tardoantigua de Aldaieta (Nanclares de Gamboa, Álava). Volumen I. Memorias de Yacimientos Alaveses, 6. Vitoria-Gasteiz. Departamento de Cultura, DFA. AZKARATE GARAI-OLAUN, A., 2002: «De la tardoantigüedad al medievo cristiano. Una mirada a los estudios arqueológicos sobre el mundo funerario», en D. VAQUERIZO (ed.), Espacios y usos funerarios en el Occidente romano. Córdoba, pp. 115-40. AZKARATE GARAI-OLAUN, A., 2007: «Sobre las huellas iniciales de un asentamiento altomedieval en el País Vasco», Veleia, 24-25, pp. 1283-99. AZKARATE, A. y Q UIRÓS, J. A., 2001: «Arquitectura doméstica altomedieval en la península Ibérica», Archeologia Medievale, XXVIII, pp. 25-60. AZKARATE, A. y S ÁNCHEZ ZUFIAURRE, L., 2003: «Las iglesias prefeudales en Álava. Cronotipología y articulación espacial», Arqueología de la Arquitectura 2, pp. 25-36. AZKARATE, A. y Z APATA, L., 2006: «Agricultura altomedieval en Vitoria-Gasteiz: la aportación de la arqueobotánica», Jornades sobre Sistemas Agra-

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METODOLOGÍA. LAS IGLESIAS DE ÁLAVA DE LOS SIGLOS IX-XI Y LAS CONSIDERADAS IGLESIAS DEL SIGLO VII POR

LEANDRO SÁNCHEZ ZUFIAURRE QARK. Arqueología y Gestión Integral del Patrimonio Construido

RESUMEN La Arqueología de la Arquitectura se ha revelado, en los últimos años, como un motor de cambio de los modelos explicativos que regían el estudio de la arquitectura altomedieval. En el territorio alavés se ha realizado un estudio a escala territorial que saca a la luz un nuevo elenco de edificios prerrománicos desconocidos hasta la fecha, algo que tiene unas connotaciones históricas relevantes. En este trabajo se presenta el modelo seguido para dicho estudio, estableciendo una comparación preliminar con la situación de territorios vecinos. Los resultados, aún preliminares, nos indican que la aplicación de este modelo de análisis puede servir de ayuda en la controversia científica actual sobre la adscripción cronológica de determinados ejemplares peninsulares. SUMMARY The Archaeology of Architecture has recently become the driving force to revise the historical models traditionally employed to study the Early Medieval architecture. A territorial analysis has been carried out throughout the province of Álava in order to identify Pre-romanesque buildings hitherto unknown, which have important effects on those historical models. This paper explains the analytical method used for this work and compares the results with others obtained in the nearby territories. The results, though preliminary, show that this method may help to solve the current scientific discussion about the ch ronology of some peninsular architectonic examples. PALABRAS CLAVE: Arqueología de la Arquitectura, cluster de variables. Alta Edad Media. Arquitectura prerrománica. Técnicas constructivas altomedievales. KEY WORDS: Archaeology of Architecture, cluster. Early Medieval Age. Pre-romanesque Architecture. Early Medieval Building Techniques.

EL CONTEXTO Este trabajo se origina en una situación algo atípica, ya que toda su concepción se basa en la ausencia casi absoluta de datos para el estudio de un tema determinado. En nuestro caso se trataba de estudiar las

técnicas constructivas altomedievales en el territorio de Álava (País Vasco); sin embargo, se daba el caso de que prácticamente no existía arquitectura de la época, habiéndose llegado incluso a publicar que no la había habido. Algunos estudios en edificios románicos por parte del GIAA (Grupo de Investigación en Arqueología de la Arquitectura de la Universidad del País Vasco) permitieron descubrir la presencia de fases altomedievales en algunas iglesias alavesas, lo que nos llevó a replantearnos el tema. Creíamos que esas iglesias no podían ser casos aislados, sino los primeros ejemplos de una serie muchos más larga. Para detectar esas iglesias altomedievales inexistentes diseñamos un modelo de prospección del territorio que permitió sacar a la luz un total de 24 templos que conservan en mayor o menor medida restos altomedievales en sus alzados (Sánchez Zufiaurre, 2007). A partir de esta constatación se realizó un estudio cronotipológico que tenía en cuenta una serie de variables tecno-tipológicas de las construcciones, estableciendo la presencia de seis grupos de edificios que podían datarse entre los siglos IX y XI. Con estos datos se pudo por fin realizar el estudio de las formas de construir en Álava durante la Alta Edad Media. Es decir: de un no-tema historiográfico se pasó a conocer de manera muy detallada muchos aspectos relevantes desde el punto de vista histórico. Nuestro ámbito de trabajo, sin embar go, estaba acotado por delimitaciones territoriales actuales (la diócesis de Vitoria) que poco tienen que ver con la configuración del espacio de la época objeto de estudio. Por ello, creemos que es imprescindible contrastar nuestros datos con los espacios aledaños. Esta contrastación tiene dos vertientes: 1. Por un lado está la opción más inmediata, que es el verificar la validez de los criterios empleados en Álava para otros espacios.

232

El siglo VII frente al siglo VII. Arquitectura

2. Por otro lado, el contar con una serie de edificios bien fechados y con características muy definidas puede ayudar a establecer los criterios que sirvan para arbitrar en la polémica sobre la cronología de una serie de edificios de territorios vecinos, que aún carecen de una adscripción clara. Nos referimos, evidentemente, al visigotismo o no de algunas iglesias prerrománicas que se encuentran en proceso de revisión desde hace algunos años, a raíz de las propuestas de L. Caballero (Caballero, 1994/1995; Caballero; Utrero, 20051). Por ello, articularemos este texto en dos partes. En la primera presentamos la metodología que creemos puede ayudar a reconocer más ejemplares prerrománicos, aumentando la muestra conocida y permitiendo trabajar con mayores datos. En la segunda parte comparamos los datos de las tablas cronotipológicas conseguidas en Álava con las características técnicas y tipológicas de las iglesias en conflicto, para intentar aportar ar gumentos que ayuden en su adscripción a uno u otro momento. Lo que exponemos aquí debe ser tomado como un ejercicio preliminar, que tendría que complementarse con un trabajo sobre el terreno que permita una definición más clara de las características de las fábricas. LA METODOLOGÍA La muestra de iglesias prerrománicas existente en la mayoría de nuestras provincias es ciertamente escasa, a pesar de que en algunas de ellas hay una lista más o menos amplia. Sin embargo, la desigualdad entre la documentación altomedieval que registra la existencia de iglesias y núcleos habitados (que, en principio, contarían con su centro de culto) y las evidencias materiales de la época es muy grande. Tal como se demostró en Álava, una prospección sistemática del territorio permite recoger una muestra amplia aún allí donde se suponía que no debía haber nada. Por ello, somos optimistas respecto a la posibili dad de descubrir nuevas evidencias de construcción de los siglos anteriores al cambio de milenio y su entorno. Nuestro método de trabajo se basa en analizar materialmente las edificaciones que puedan ser datadas en fechas inmediatamente posteriores a nuestro objeto de estudio. Para ello es preciso contar con una muestra bien visible, que permita definir con claridad la presencia o ausencia de evidencias anteriores.

1 Hay abundante bibliografía sobre este tema y es bien co nocida. Indicamos dos referencias que permiten seguir en líneas generales los inicios del planteamiento y algunos de sus desarrollos actuales.

Anejos de AEspA LI

Dicha muestra visible afortunadamente existe, y es la arquitectura románica. Sus características técnicas y tipológicas tienen un cierto consenso que nos permite reconocerla de manera muy accesible. E incluso contamos, para el área castellano-leonesa, con gran cantidad de estudios sobre la materia, incluyendo grandes obras monográficas con intención de exhaustividad. El estudio de las iglesias que cuentan con obra románica debe basarse en el análisis estratigráfico de sus fábricas, con el objetivo de determinar la presencia o ausencia de obras anteriores a la considerada como románica. Esto, al menos en el sentido filológico, nos sitúa ante construcciones prerrománicas. Su cronología y adscripción a un grupo constructivo u otro se determinará por medio del análisis de las variables que los conforman. En este punto creemos interesante responder a una pregunta que algunos se han hecho: ¿es necesaria la búsqueda de más elementos cuando aún no tene mos clara la adscripción de los ya conocidos? La respuesta es claramente un sí, ya que la mayoría de las iglesias conocidas son en mayor o menor medida de una cierta relevancia, sesgando la muestra de una manera clara. El caso alavés es muy claro: salvo contadas excepciones, las iglesias reconocidas son edifi cios de poca prestancia desde el punto de vista arquitectónico, construidas según las técnicas más simples y con los medios más cercanos. Si no se hubiera establecido su anterioridad respecto a una obra románica en el mismo edificio, no se hubiera reconocido en ellos ningún rasgo «típicamente» prerrománico. Por ello, ampliar la muestra nos servirá para aportar datos relevantes para reconocer la manera de trabajar a nivel local y territorial, que es donde se aprecian de manera clara las convergencias. Estamos, en primer lugar, ante un trabajo estratigráfico; la estratigrafía es la base de la labor del arqueó logo, y debe ser siempre la que lo guíe. Por ello, la comprobación de que los elementos a ser estudiados son estratigráficamente anteriores a la obra románica es básico en este trabajo. Debe prescindirse de los apriorismos heredados, al menos en una primera fase, ya que pueden dificultar la elaboración de la muestra. La segunda parte, una vez establecida la estratigrafía, es la descripción. No se trata, en este caso, de una descripción literaria sino sintética, otor gando un número a cada variable detectada, or ganizando esa información en tablas. Distinguimos variables de dos tipos: continuas y discretas. Las continuas son aquellas que pueden tener más de un valor (anchura, altura, longitud) y las discretas aquellas que se definen por la presencia o ausencia de determinado elemento.

Anejos de AEspA LI

METODOLOGÍA. LAS IGLESIAS DE ÁLAVA DE LOS SIGLOS IX-XI…

La cantidad de variables compartidas entre diferentes iglesias determinará su inclusión en uno u otro grupo de los que puedan defini rse. Se trata de un a labor estadística, basada en el conocido como análisis cluster (Sánchez Zufiaurre, 2007: 73). En algunos ca sos, sin embargo, habrá edificios con una cantidad de variables muy escasa como para que el anál isis permita resultados estadísticamente significativos. Por ello será importante intentar contar con variables diagnóstico, que serán aquellas que por sí mismas o en conjunción con otras nos permitan incluir un edificio en un grupo o en otro. Se trata de un procedimiento muy usado en medicina y taxonomía, que funciona muy bien con los datos arqueológicos como hemos podido comprobar a lo largo de nuestro trabajo. EL ANÁLISIS DE LA MUESTRA Disponemos de una zona, Álava, en la que la muestra puede considerarse como suficientemente significativa, gracias a que ya contamos con una prospección exhaustiva y el análisis de los edificios detectados (Ibidem). Gracias a esta muestra estamos en condiciones de intentar poner en contexto las iglesias altomedievales del entorno, para procurar establecer la pertenencia o no de algunas de ellas a alguno de los grupos ya reconocidos. Esta pertenencia nos permitirá establecer una Grupo

Iglesia

propuesta de cronología que, dadas las fechas que conocemos para Álava, se enmarcará entre los siglos IX y XI. En caso de que detectáramos edificios que se salen de los grupos ya definidos, será difícil asignar una cronología ya que las variaciones locales pueden ser importantes, pudiendo haber grupos de las mismas cronologías con diferentes variables como hemos podido comprobar. Pero pudiera darse el caso, evidentemente, de iglesias pertenecientes a grupos técnicos desarrollados en fechas anteriores a las estudiadas para el caso alavés. En cualquier caso, este estudio debe ser tomado necesariamente como una propuesta sujeta a una revisión basada en el establecimiento de las características locales de cada ejemplar, ya que los hay que están separados notablemente en el espacio. Para este análisis nos centraremos en una selección de las variables, de un total de 1 12 verificadas en el caso alavés. Algunas de ellas son de uso estrictamente local, y otras sólo son visibles por medio de analíticas específicas no realizadas en los casos no alaveses. TABLA DE GRUPOS. ÁLAVA Esta primera tabla es una versión resumida de la que se realizó para el estudio sobre Álava, en cuya versión completa se analizaban como se ha dicho 1 12 variables (Sánchez Zufiaurre, 2007: 262-263).

Aparejo muro

Aparejo esquinal

Aparejo ventanas

1

San Miguel. Montoria San Román. Tobillas (1)

1 1

10

20

2

San Pedro. Urbina de Basabe La Asunción. Samiano San Miguel. Corro La Asunción. Valluerca*

4 3 5 3

12 12 12 14, 12

22 22

San Román. Tobillas (2) Andra Mari. Ullíbarri-Arana San Julián de Aistra. Zalduondo

2 2 2

11 11 11

21

4

San Pedro de Gorostiza.Zestafe San Martín. Eribe San Vicente. Hueto Abajo

4 4 4

13 13 13

24 24

4 4 4 4 4 4 4

14 15 15

5

San Andrés. Tortura Santiago. Goiuri San Bartolomé. Olano La Natividad. Hueto Arriba San Juan ante Portam Latinam. Marinda San Martín. Jugo San Martín. Luko

3

233

15

22

21

Técnica Instrumento Tipologías constructiva de labra ventanas 31 31

40, 43 40

30 (31) 30 (31) 30 (31) 30 (31)

40 40 40 40

50 50

31 31 31

40 40 42, 43

51, 53

30 30 30 30 30 30 30 30 30 30 (31)

50

55

50 52 52

41, 42 41 41 44

* En el trabajo original, la iglesia de Valluerca se había incluido en el grupo 5. Un estudio más detallado posterior (Sánchez Zufiaurre, e. p.) permitió reconocer nuevos datos para cambiarlo al grupo 2.

234

Grupo

6

El siglo VII frente al siglo VII. Arquitectura

Iglesia San Juan Bautista. Acilu La Asunción. Gopegui San Lorenzo. Ondategi San Martín. Otazu San Martín. Gáceta San Esteban. Zuazo de Vitoria

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Aparejo muro

Aparejo esquinal

Aparejo ventanas

5 4, 5 4 5 4 4

14 14 14 14 14 14

23 23 23 22 22 22

Técnica Instrumento Tipologías constructiva de labra ventanas 30 30 30 30 (31) 30 (31) 30 (31)

42 42 42, 44 42, 44 42, 44

54 54 54 54 54 54

Tabla 1. Grupos de iglesias altomedievales o prerrománicas diferenciados en Álava, or ganizadas en grupos según sus característi cas técnicas y tipológicas compartidas.

LISTADO DE VARIABLES La comprensión de la tabla anterior supone conocer qué significa cada una de las variables implicadas en el estudio, por lo que presentamos el listado de las variables que aparecen en ella. Nº 1 2 3 4 5 10 11 12 13 14 15 20 21 22 23 24 30 31 40 41 42 43 44 50 51 52 53 54 55

Tipo Aparejos presentes en los muros Aparejos presentes en los muros Aparejos presentes en los muros Aparejos presentes en los muros Aparejos presentes en los muros Aparejos presentes en los esquinales Aparejos presentes en los esquinales Aparejos presentes en los esquinales Aparejos presentes en los esquinales Aparejos presentes en los esquinales Aparejos presentes en los esquinales Aparejos de las ventanas Aparejos de las ventanas Aparejos de las ventanas Aparejos de las ventanas Aparejos de las ventanas Técnicas constructivas Técnicas constructivas Instrumentos de labra Instrumentos de labra Instrumentos de labra Instrumentos de labra Instrumentos de labra Tipologías de las ventanas Tipologías de las ventanas Tipologías de las ventanas Tipologías de las ventanas Tipologías de las ventanas Tipologías de las ventanas

namos aquellas más cercanas a la provincia de Álava, dado que a medida que nos alejamos las comparaciones van perdiendo efectividad. Como se trata de una tabla realizada a partir de datos publicados y no se ha llevado a cabo un trabajo de campo específico, creemos que estos datos deben ser Nombre

Sillería reutilizada Sillería ex novo Mampostería/material recogido (raccolto) Mampostería a base de material nuevo extraído por capas naturales (spaccatura) Mampostería a base de material semielaborado (Bozze) Sillería reutilizada Sillería ex novo Sillarejo Sepulcros reutilizados Mampostería a base de material semielaborado (Bozze) Piezas escuadradas Sillería reutilizada Sillería ex novo Sillarejo o piezas escuadradas Mampostería/material semielaborado (Bozze) Sepulcros reutilizados Técnica de albañil Técnica de cantero Cincel de filo cóncavo Cincel Picón Hacha Tallante Saetera/arco de herradura Saetera lateral sur Ventanas con doble abocinamiento Arco de medio punto lateral sur Saeteras a los pies Saetera en arco de medio punto sobre la cabecera

Tabla 2. Selección de algunas de las variables diferenciadas en las iglesias altomedievales de Álava.

Ahora es el momento de analizar, según estos mismos criterios, las iglesias que están fuera del territorio alavés y que se conocen por la bibliografía. Seleccio-

tomados con cautela. Ocurre en muchos casos que los criterios para definir qué se considera sillería, un tipo determinado de mampostería o cualquier otro aspecto

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METODOLOGÍA. LAS IGLESIAS DE ÁLAVA DE LOS SIGLOS IX-XI…

técnico, no son compartidos por diferentes investigadores. Por ello sería necesaria una unificación de cri terios mediante la puesta en común o u trabajo de campo ad hoc. Otro de los problemas con el que nos hallamos es la distancia; este tipo de análisis tiene una validez mayor cuanto más cercanos sean los ejemplares, ya que a nivel local o regional es más fácil distinguir un tipo de trabajo respecto a los demás. Al aumentar la distancia aumenta la posibilidad de que la variación esté en re lación con factores que pueden no tener que ver con cambios técnicos. Presentamos la Tabla 3 con las iglesias seleccionadas, donde se incluye la mayoría de los datos que se tuvieron en cuenta, abarcando los datos métricos. Los datos para la elaboración de la tabla proceden en su mayor parte de las fichas publicadas para cada edificio por parte de M. A. Utrero (2007); en algunos casos en los que hubiera dudas respecto a alguna variable, se ha recurrido a la bibliografía específica sobre el edificio. Y a continuación, en la Tabla 4, proponemos una ordenación de estos edificios de acuerdo a las variables seleccionadas previamente. PERTENENCIA A GRUPOS La cantidad de variables compartidas entre sí, y respecto a los grupos alaveses, nos permiten establecer algunas relaciones y marcar algunas líneas generales que pueden servir para repensar las estrategias de estudio. Vemos tres grandes grupos de iglesias en función de sus características técnicas. Debe tenerse en cuenta que no hemos considerado la fecha propuesta para cada una de las iglesias, ni las condiciones pre vias que impone el debate que hay en torno a ellas. Esto puede llevar a quienes están familiarizados con el debate a pensar que estos grupos carecen de coherencia. Sin embar go, hemos querido prescindir de los conocimientos previos a la hora de establecer estos grupos, simulando una situación de tabula rasa historiográfica. Es en función de esta premisa que se hacen las reflexiones que siguen, en gran medida para probar la validez de los criterios desarrollados durante el trabajo llevado a cabo en el territorio alavés. Los tres grupos que se ven en la tabla se pueden resumir como sigue: I. Iglesias con aparejo de sillería ex novo tanto en muros como en esquinales, ejecutadas siempre con técnicas de cantero.

235

II. Iglesias en las que pueden aparecer técnicas de cantero o de albañil, pero que coinciden en la reutilización de sillares en el muro o en los esquinales. III. Iglesias realizadas con técnicas de albañil, en mampostería, aunque pueden tener esquinales de sillares reutilizados, sillarejo o en algún caso sillares nuevos. Cada uno de los grupos cuenta con seis ejemplares, siendo el tercer grupo el más heterogéneo; esto es normal, tratándose de técnicas que procuran utilizar al máximo los recursos más inmediatos, lo que conlleva una gran variabilidad en función de las características del terreno y los materiales disponibles. CONCLUSIONES Los elementos analizados nos permiten hacer , aunque no sea más que de manera provisional, algunas reflexiones en torno a la aplicación de nuestro sistema de análisis a las iglesias ya conocidas fuera del ámbito en el que fue diseñado. En primer lugar, sobre las iglesias que pueden asociarse a algunos de los grupos. — Iglesias relacionadas con el Grupo 1 alavés . Son las iglesias del grupo II no alavés. La homogeneidad técnica entre ambos grupos es bastante clara, a pesar de la variedad formal del grupo II. — Iglesias relacionadas con el Grupo 3 alavés. Se trata del grupo I no alavés, cuya técnica constructiva refleja la aparición de constructores con una gran especialización, recuperando formas de construir desaparecidas de nuestro espacio durante mucho tiempo. — Iglesias relacionadas con los Grupos 4, 5 y 6 alaveses. Llama la atención la escasa representación de estas técnicas en los grupos analizados. Son las iglesias pertenecientes al grupo III no alavés, que suponen un tercio de la muestra, frente al 68 % en el caso alavés. Esta cifra alavesa, creemos, es más cercana a la realidad de la época. El hecho de que aparezcan relativamente tan pocas iglesias ejecutadas con técnicas de albañil resulta particularmente llamativo. Se trata, sin lugar a dudas, del tipo de técnicas más extendidas en la época (y seguramente en casi cualquier época), por lo que necesariamente deberán aparecer con mayor frecuencia. El hecho de que su proporción sea tan baja fuera del espacio en el que se ha realizado una prospección sistemática y exhaustiva nos lleva a una conclusión: las iglesias que conocemos como altomedievales de-

10, 11

10

1, 5

1

2

2

2

1

3

3

3

1, 2

1, 4

1, 2

1

2

2, 5

4

Santa María de los Arcos de Tricio

Santa Coloma

Ventas Blancas

San Millán de la Cogolla de Suso 1

San Millán de la Cogolla de Suso 2

San Juan Bautista de Baños

Hérmedes de Cerrato

Santas Elena y Céntola de Siero

Santa María de Mijangos

San Felices de Oca

La Asunción de San Vicente del Valle

Quintanilla de las Viñas

San Pedro de Arlanza

Barbadillo del Mercado

Santa Cecilia de Barriosuso

San Miguel de Gormaz

22

30

30

31

31

31

30

41

40

41

Tabla 3. Variables diferenciadas en las iglesias seleccionadas no alavesas.

15

12

21

21

31

30

30

30

30

31

31

31

31

30,31

31

30

50

55

56

86

81

81

81

81

81, 86

86

86

81

86

89

81

81

86

86

101

101

101

101

101

101

101

103

101

101

101

101

101

101

101

101

103

8,34

6,25

7,5

20,95

8,7

8

8,5

5,02

5,73

16,8

11,6

14

22,7

17,8

18,5

10,5

6,37

10,85

7,65

3,35

2,85

5,15

3,4

4,1

4,36

4,75

2,9

6,07

2,6

5,2

3,98

6,38

4,5

5,7

7,45

6,5

7

3,94

10-11,4

4,8

5,4

4

4,42

4,06

2,05

2,45

4,05

5

2,3

4,72

3,8

2,4

4,36

0,3-0,47 /0,95

0,93

0,5

0,8-1

0,6-0,7

0,550.65

0,6

0,8

0,8

0,8

0,8

0,66

0,6-0,8

0,6-0,9

4,24

2,1

2,4

4,24

5,2

2

5

4,4

2,8

3,4

14,8

8,5

12.8

15,6

5,07

11

8,6

4,5

6,3

87

88

87

87

87

87

87

87, 88

Arcos El siglo VII frente al siglo VII. Arquitectura

11

10, 12

10, 11

10

10

15

10

11

11

11

10

11, 12

11

2

San Román de Moroso

11

4

Santa María de Lebeña

Aparejo Aparejo Aparejo Técnica Instru- Tipo- Bóvedas Tipo Anchura Longitud Anchura Longitud Anchura Anchura Anchura Longitud Longitud esqui- ventanas construc- mento logía o contrade ext. ext. int. ext. int. int. int. int. muro muros nal tiva de labra ventanas fuertes cabecera nave nave cabecera cabecera nave cabecera cabecera nave

236 Anejos de AEspA LI

2 2 2 2 1, 2

Barbadillo del Mercado

Ventas Blancas

San Millán de la Cogolla de Suso 1

San Millán de la Cogolla de Suso 2

Quintanilla de las Viñas

1 1, 4 1, 5 1, 2 1

Santa Coloma

La Asunción de San Vicente del Valle

Santa María de los Arcos de Tricio

San Felices de Oca

San Juan Bautista de Baños

2, 5 4 3 3 3

Santa Cecilia de Barriosuso

Santa María de Lebeña

Hérmedes de Cerrato

Santas Elena y Céntola de Siero

Santa María de Mijangos

10

10

15

11

12

15

10

10, 11

11, 12

10, 12

10

10

10, 11

11

11

11

11

11

Aparejo esquinal

22

21

21

Aparejos ventanas

30

30

30

30

30

30

30

31

30,31

30

31

31

31

31

31

31

31

31

41

40

41

Técnica Instrumento constructiva de labra

50

56

55

86

86

81

86

81

86

86

81, 86

81

81

81

81

81

89

86

Tipología Bóvedas o ventanas contrafuertes

103

101

101

103

101

101

101

101

101

101

101

101

101

101

101

101

101

Tipo de cabecera

87

87

87, 88

87

88

87

87

87

Arcos

METODOLOGÍA. LAS IGLESIAS DE ÁLAVA DE LOS SIGLOS IX-XI…

Tabla 4. Propuesta de ordenación de iglesias no alavesas de acuerdo a las variables seleccionadas.

4

San Miguel de Gormaz

III

1

San Pedro de Arlanza

II

2

San Román de Moroso

I

Aparejo muro

Anejos de AEspA LI 237

238

El siglo VII frente al siglo VII. Arquitectura

Anejos de AEspA LI

Fig. 1. Algunas variables compartidas entre las iglesias alavesas y las no alavesas. En la parte superior , marcas del cincel de filo cóncavo de las iglesias de Tobillas (izquierda) y San Millán de Suso 2. Abajo, el aparejo de sillería de Andra Mari de Ullíbarri Arana (izquierda) y Quintanilla de las Viñas (derecha). Tal como se indica en el texto, resulta curioso que la mayoría de las variables compartidas tengan origen en técnicas de cantero o en elementos singulares; esto nos lleva a pensar que en aquellas zonas en las q ue se carece de una prospección sistemática la muestra no refleja la realidad del momento y faltan los ejemplares más comunes realizados con técnicas de albañil y con los medios más cercanos. Imágenes: Caballero; Utrero, 2006, Sánchez Zufiaurre, 2007.

ben su reconocimiento a contar con algún elemento singular que ha llamado la atención de los estudiosos. Epígrafes, elementos decorativos, aparejos singulares o de calidad, bóvedas, ventanas, hacen que prestemos atención al resto del edificio. La aparición de esos elementos singulares nos sitúa ante edificios que pueden tener una cierta relevancia para la época, templos relacionados con comitentes con un cierto nivel (social y económico). Pero carecemos de las iglesias construidas por las propias comunidades o por comitentes de menores recursos, que se constru yen según las técnicas que se encuentran al nivel del ambiente técnico local. Es el caso de los grupos 4 y 5, que para Álava son las más numerosas.

La escasa aparición de este tipo de iglesias, que todos los indicios nos llevan a pensar que eran las más numerosas, nos sitúa ante la necesidad de llevar a cabo un estudio sistemático del territorio, centrado en cada espacio particular y que tenga en cuenta las particularidades de la zona. EL PROBLEMA DE LOS TALLERES En un trabajo relativamente reciente (Caballero; Utrero, 2006), los autores mencionaban que uno de los temas importantes era comprobar la existencia o no de talleres de construcción para estas fechas. Esta-

Anejos de AEspA LI

METODOLOGÍA. LAS IGLESIAS DE ÁLAVA DE LOS SIGLOS IX-XI…

mos de acuerdo en la importancia del tema, y es algo que gracias a los nuevos desarrollos estamos en condiciones de resolver. Como se ha podido constatar en Álava, hay zonas en las que se detectan talleres de construcción en diferentes momentos (Sánchez Zufiaurre, 2007: 329 ss.). Para lograr este grado de definición, sin embargo, se hace necesario contar con un nivel de análisis más detallado de la muestra, con una toma de datos lo más coordinada posible. El conoci miento de los morteros, por ejemplo, es una pieza clave en este tema. La definición de las zonas de extracción de áridos fue fundamental en el caso alavés. En dicho caso, la ubicación de talleres estuvo en relación con la aparición de monasterios en el territorio o la creciente influencia de monasterios de otros espacios (como el caso de Leyre en el siglo XI). Como ya advertíamos en otro trabajo (Azkarate; Sánchez, 2006), es importante el estudio de las instituciones monásticas para comprender la expansión de determinadas innovaciones o tradiciones en lo constructivo. Esta es una de las pocas vías, por el momento, de obviar los problemas que sur gen a la hora de encarar un estudio de este tipo que quiera trascender lo local o regional. Las diferencias que se derivan de las características locales, tanto en lo natural (rocas de construcción utilizadas) como en lo humano (las tradiciones constructivas locales), hacen difícil determinar similitudes en ámbitos espaciales amplios. Los medios para llevar a cabo este tipo de análisis los tenemos; es el momento de aplicarlos. BIBLIOGRAFÍA AZKARATE GARAI-OLAUN, A., 2002: Intereses cognoscitivos y praxis social en Arqueología de la Arquitectura, Arqueología de la Arquitectura 1, pp. 55-71. AZKARATE GARAI-OLAUN, A.; SÁNCHEZ ZUFIAURRE, L, 2006: Aportaciones al conocimiento de las técnicas constructivas altomedievales en Álava, Guipúzcoa y Vizcaya, Arqueología de la Arquitectura 4, 193216. AZKARATE GARAI-OLAUN, A.; SÁNCHEZ ZUFIAURRE, L., 2003: Las iglesias prefeudales en Álava. Cronotipología y articulación espacial, Arqueología de la Arquitectura 2, pp. 25-36.

239

CABALLERO ZOREDA, L., 1994-1995: Un canal de transmisión de lo clásico en la Alta Edad Media española. Arquitectura y escultura de influjo omeya en la Península Ibérica entre mediados del siglo VIII e inicios del X, Al-Qantara 15-16, pp. 15: 321-348; 16: 107-124. CABALLERO ZOREDA, L., 2000: Paleocristiano y Prerrománico. Continuidad e innovación en la arquitectura cristiana hispánica, en Santos, J.; Teja, R. (eds.), El Cristianismo. Aspectos históricos de su origen y difusión en Hispania. Revisiones de Historia Antigua III, pp. 91-132. CABALLERO ZOREDA, L., 2001: Aportación a la arquitectura medieval española. Definición de un grupo de iglesias castellanas, riojanas y vascas, Actas del V Congreso de Arqueología Medieval Española Vol. 1, pp. 221-233. CABALLERO ZOREDA, L., 2002: Sobre límites y posibi lidades de la investigación arqueológica de la ar quitectura. De la estratigrafía a un modelo histó rico, Arqueología de la Arquitectura 1, pp. 83-100. CABALLERO ZOREDA, L., 2004: Arqueología de la arquitectura de la iglesia de la Nave, en La iglesia de San Pedro de la Nave (Zamora), Zamora, pp. 115197. CABALLERO ZOREDA, L.; U TRERO AGUDO, M. A., 2006: Una aproximación a las técnicas constructivas de la Alta Edad Media en la Península Ibérica: entre visigodos y omeya s, Arqueología de la Arquitectura 4, 169-192. SÁNCHEZ ZUFIAURRE, L., 2004: Un método de prospección en Arqueología de la Arquitectura: la arquitectura medieval «invisible», Arqueología de la Arquitectura 3, 185-197. SÁNCHEZ ZUFIAURRE, L., 2007: Técnicas constructivas medievales. Nuevos documentos ar queológicos para el conocimiento de la Alta Edad Media en Álava, Vitoria-Gasteiz. SÁNCHEZ ZUFIAURRE, L., (e. p.): La iglesia prerrománica de Valluerca (Álava). Un nuevo ejemplo de campanario altomedieval, Arqueología de la Arquitectura 5. UTRERO, M. A., 2007: Iglesias tardoantiguas y altomedievales en la Península Ibérica. Análisis arqueológico y sistemas de abovedamiento , «Anejos de AEspA», XL, Madrid.

ESPLENDOR OU DECLÍNIO? A ARQUITECTURA DO SÉCULO VII NO TERRITÓRIO «PORTUGUÊS»1 POR

PAULO ALMEIDA FERNANDES «apareceu assim, pelos meados do século VII, uma arte amadurecida nos conceitos e plasticização, com fortes tendências para entrar numa fase de estabilidade, infelizmente cortada cerce pela invasão árabe» (Almeida, 1962: 71) «O século VII não deixa de ser um grande enigma, parecendo forçadas as tentativas da corrente tradicionalista em o impor como um período brilhante no plano arquitectónico» (Real, 1999: 34) RESUMO Caracterizar a arquitectura do século VII em território «português» transformou-se numa tarefa impossível face aos dados da investigação científica actual. Os tradicionais monumentos atribuídos a esse período, ao abrigo de um marco historiográfico que consagrava ao último século de domínio visigótico um notável esplendor artístico, revelaram-se, afinal, produtos arquitectónicos posteriores à invasão islâmica de 71 1. E ao contrário do que sucede para os séculos V e VI, notoriamente enriquecidos em anos recentes por descobertas arqueológicas, não têm surgido novos e inequívocos dados que se possam atribuir ao século VII. A prudência e a relativização científica necessárias às nossas tão incompletas incursões pela História impõem uma abordagem distinta: em vez de atribuir a cada período um número significativo de monumentos emblemáticos —processo, para o qual, de resto, escasseiam indicadores cronológicos precisos—, há que voltar a interrogar o território e, por essa via, tentar resgatar os elementos materiais caracterizadores da época visigótica. Só com um amplo esforço de investigação territorial, de aproximação às dinâmicas regionais e de reconhecimento das especificidades materiais, poderemos, a seu tempo, voltar a

Agradeço o convite / desafio que me foi dirigido por Luís Caballero Zoreda e Maria Ángeles Utrero para participar neste quarto encontro Visigodos y Omeyas . Inicialmente pensei em abordar todo o período entre os séculos V e VII, mas a grande dispersão que daí resultaria (na prática triplicando os monumentos a mencionar) fez-me recuar nessa pretensão. Optei, então, por concentrar-me no século VII e no problema historiográfico que hoje enfrentam todos quantos se dedicam ao estudo da Alta Idade Média peninsular. Fi-lo tendo por ponto de partida e de chegada a historiografia produzida em Portugal. 1

efectuar sistematizações cronológicas entre os séculos no Ocidente peninsular.

V

a

VII

SUMMARY Considering the current scientific context, it is not a simple task to feature the architecture dated to the seventh century in Portugal. The monuments traditionally ascribed to this period according with a historiographic context that defended an important artistic life in the seventh century seem now to be later than the Islamic invasion occurred in 71 1. While the recent archaeological works have enlarged the group of buildings dated to the fifth and sixth centuries, there are not enough certain facts dated to the seventh century. Caution and scientific context are necessary to of fer a new vision. Instead of ascribing some monuments to each period, considering the scarce of chronological evidences, it could be more helpful to research the territory as a dif ferent way of getting new material elements in order to feature the Visigothic period. Only trough the territorial research, the study of the regional dynamics and the knowledge of the materials it will be possible to systemize the chronology of the period between the fifth and seventh centuries in the western of the Iberian peninsula. PALAVRAS-CHAVE: Arquitectura; Visigótico; Pré-Românico; Historiografia; Território. KEY WORDS: Architecture, Visigothic, Pre-romanesque, Historiography, Territory.

As duas passagens com que inicio este trabalho correspondem a momentos marcantes no discurso historiográfico, produzido em Portugal, acerca do que

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El siglo VII frente al siglo VII. Arquitectura

terá sido o século VII no ocidente peninsular. Ilustram dois antagónicos ciclos de entendimento sobre uma mesma realidade histórica, duas visões em confronto sobre um mesmo tabuleiro conceptual. Uma e outra não se restringem, evidentemente, ao debate sobre o último século de domínio nominal visi gótico, e muito menos ao território hoje português; elas abrangem um campo diacrónico muito mais dilatado, que se inicia com a entrada do Cristianismo na Hispania e só termina com a acção de D. Fernando, o Magno, em meados do século XI, e a «natural» adesão da religiosidade peninsular às determinantes cluniacenses e romanas no Concílio de Bur gos de 1080. Neste complexo panorama, o século VII ocupa um lugar ci meiro no debate, pela contradição óbvia entre a pre tensa realização de uma arte visigótica de excepcional qualidade num período que é, reconhecidamente, de franca decadência da instituição política que suportava o regime. Nas últimas décadas, esta contradição foi agravada em três vectores essenciais: os dados fornecidos pela arqueologia; a reavaliação de inúmeras peças resgatadas nos séculos XIX e XX e descontextualizadas dos seus locais originais em museus ou colecções pri vadas; e, finalmente, os progressos verificados na his toriografia que, à luz de novas descobertas, continua mente evidencia contradições e insuficiências nos processos de caracterização histórica. No reduzido panorama científico português dedicado a este complexo período, a primeira corrente corresponde a uma interpretação tradicional, estabilizada em alguns meios universitários e consagrada em múltiplas obras de síntese, cujos autores não ponderaram suficientemente dados fornecidos por investigações mais recentes, porque normalmente apresentadas em congressos ou publicações muito específicas. A segunda corrente enferma da natural dificuldade de implantação de qualquer ideia nova, porque necessariamente encontra resistências por parte do ciclo historiográfico anterior. Há muito, todavia, deveríamos todos saber que a «certeza», no que diz respeito à Alta Idade Média peninsular , é um valor tão efémero quanto discutível. PARTE I - (DES)CONSTRUINDO 1. INSUFICIÊNCIAS DO PARADIGMA VISIGÓTICO Em meados do século XX, Fernando de Almeida reuniu num largo capítulo estilístico tudo o que não pertencia ao Romano e ao Românico. De fora fica ram apenas alguns monumentos considerados de pre-

Anejos de AEspA LI

tensa menor valia artística —com a igreja de São Pedro de Lourosa a encabeçar essa lista—, por perten cerem ao ciclo moçárabe. Não se falava ainda do avanço da monarquia asturiano-leonesa pelo entreTejo-e-Douro e os séculos VIII a XI correspondiam a uma época mal estudada, genericamente caracteri zada como de intensa luta militar: «A entrada dos Árabes e as lutas da Reconquista, só deixaram de pé um ou outro monumento em locais afastados dos centros ou das grandes vias de comunicação; edifí cios pequenos, esquecidos, a isso devem o ter podido persistir» (Almeida, 1962: 8). No pensamento de Fernando de Almeida (fortemente influenciado por Camps Cazorla, Helmut Schlunk e, principalmente, Pere de Palol), os séculos da presença islâmica e da luta pelo território a partir do Norte não tinham motivado qualquer impulso construtivo relevante e, a ter -se verificado uma ou outra realização, ela estaria ainda na dependência de valores estéticos atingidos na época visigótica. O caso das peças escultóricas procedentes do an tigo Mosteiro de Chelas e actualmente no Museu Arqueológico do Carmo (Lisboa) é exemplar para se perceber o que Fernando de Almeida pensava a respeito do sucesso da arte de época visigótica. Em 1958, quando revelou a coerência estilística deste grupo, o autor admitiu serem produto do século IX, na dependência de modelos bizantinos contemporâneos da viagem que o conde asturiano Servando empreendeu ao Mediterrâneo Oriental para resgatar as relíquias de Santo Adrião e seus companheiros de martírio (Al meida, 1958: 12; numa perspectiva comparativa, o autor publicou reproduções de tecidos bizantinos que datou dos séculos VIII e X). Mais tarde, recuou as propostas cronológicas deste núcleo até ao século VII, mas o facto de equacionar uma realização em plena época de domínio nominal islâmico, não inviabilizava a integração das peças lisboetas num largo capítulo civilizacional da «arte de época visigótica»: por um lado, porque o contributo do povo visigodo foi siste maticamente secundarizado nas abordagens historio gráficas, valorizando-se muito mais os fenómenos de continuidade em relação à época romana e os de pre tenso impacto do mundo bizantino, únicas realidades a garantir a qualidade e monumentalidade das reali zações cronologicamente situadas entre os séculos V e VII; por outro lado, porque o Islão, e a vaga destruidora que então se lhe associava, não teria sido suficiente para parar por completo uma dinâmica civilizacional continuada, em linhas muito gerais, pelo reduto astu riano. Uma atitude idêntica em relação aos pilares de Chelas foi adoptada por Fernando de Almeida acerca igreja de San Pedro de la Nave, «uma das mais notá -

Anejos de AEspA LI

ESPLENDOR OU DECLÍNIO? A ARQUITECTURA DO SÉCULO VII…

veis do período visigótico e também uma das mais tardias (século VIII? IX?)» (Almeida, 1962: 101). O que está subjacente a esta perspectiva é o facto de a arte de época visigótica ser uma continuidade natural da romana, ao abrigo de uma progressiva degeneração artística pela Alta Idade Média. Para Fernando de Almeida, quanto mais afastadas cronologicamente estavam as realizações do Império, menor relevância qualitativa teriam (Fernandes, 2003: 208209), mas tal não impedia que resquícios de visigotismo sobrevivente no período islâmico pudessem ter continuado a seguir um partido estético tremendamente activo nos séculos VI e VII. Neste processo de progressiva decadência, teria existido, todavia, uma excepção: precisamente o século VII. Nesta centúria, a pretensa estabilização do reino visigótico sob o signo do Catolicismo e o excessivo brilhantismo de alguns monarcas, entre os quais o egitanense Wamba, teria motivado um feliz contacto com o renovado império romano, agora bizantino, cujas tropas ocuparam uma extensa parcela do Sul da Península por essa altura. Teria sido este contacto, vincadamente marítimo (também sugerido por muitos outros autores), a possibilitar a construção do «monumento mais belo deste período, a capela de S. Fru tuoso de Montélios (…) bizantina e [onde] a influência peninsular (…) não é marcante no conjunto» (Almeida, 1962: 107). O bizantinismo do século VII representava, assim, uma inflexão pontual mas efectiva na sequência degenerativa que, com a conquista islâmica inevitavelmente se acentuaria. As peças de Chelas, produzidas em época de nominal domínio muçulmano, seriam a mais evidente excepção à regra, pelo claro contacto com Bizâncio proporcionado pela viagem do Conde Servando. Estas são algumas das linhas marcantes do pensamento de Fernando de Almeida a respeito do período aqui analisado. Outros investigadores, por vias algo distintas mas genericamente coincidentes, reforçaram o essencial do que aquele autor deixou escrito. Theodor Hauschild, reconhecendo a escassez de testemunhos dos séculos V e VI (1986: 156), vislumbrou um século VII pleno de qualidade artística, plasmado em «novas formas» arquitectónicas, «de excelente e cuidadosa execução técnica» (1986: 165). Como muitos outros autores, separando os períodos ariano e católico, Hauschild pressupôs um processo de renovação artística cujo arranque se pode situar na época de transferência da capital para Toledo, mas que só se inicia «em muitos locais na segunda metade do século VII» (ibidem). Para este facto, os contactos com Ravena e com Bizâncio teriam sido determinantes, apesar de o autor equacionar a existência de uma evo-

243

lução estritamente hispânica para explicar o produto final de Montélios, evolução essa que paradoxalmente não teria passado por Toledo, pois não identifica qualquer analogia entre a obra que atribui ao tempo de São Frutuoso e a fábrica da igreja de San Juan de Baños (1986: 167). A influência bizantina, todavia, estaria presente nas peças de Chelas / Lisboa, nos frisos de Quintanilla de las Viñas, etc., produtos artísticos cuja «qualidade» e «execução» derivam «de modelos da região bizantina» (1986: 169). Ainda dentro do paradigma visigotista, mas representando já uma assinalável ruptura, devem colocar se os trabalhos de Carlos Alberto Ferreira de Almeida. Este autor contrariou algumas propostas de integração cronológico-cultural (como se verá adiante no ponto 2), mas atribuiu também algumas realizações —hoje consideradas pelo menos duvidosas— ao período visigótico, em concreto ao século VII. Confontado com a dificuldade em coincidir os grandes monumentos no período católico do reino de Toledo —à excepção de Vera Cruz de Marmelar , que situou nos «meados do século VII» (1986: 48)— Ferreira de Almeida referiu-se bastante mais aos vestígios escultóricos dispersos um pouco por todo o país, por si considerados como testemunhos de uma compartimentação espacial dos templos, generalizada somente no último século de domínio visigótico (1986: 64). Foi desta forma que catalogou muitas peças descontextualizadas como pertencentes ao século VII, com especial destaque para os núcleos de Sines, Elvas e Beja, embora o texto onde enumera estas realizações nem sempre seja claro quanto a uma datação precisa, porque privilegia o agrupamento de peças a partir de uma base geográfica (1986: 48-61), metodologia que seguiu também para a sistematização da arte românica do centro e norte do país. 1.1. VELHAS E NOVAS TEORIAS ACERCA DA INFLUÊNCIA BIZANTINA NA ARTE PENINSULAR ALTIMEDIEVAL

O bizantinismo como factor diferenciador de qualidade artística, superior à que pretensamente a Península havia gerado na Alta Idade Média, é um assunto recorrente na produção de investigadores que continuaram as linhas de interpretação deixadas por Fernando de Almeida. Em boa verdade, o problema da influência bizantina no ocidente peninsular é uma constante historiográfica que percorre todo o século XX, desde a síntese de Vergílio Correia, em 1928, até às mais recentes propostas de Manuel Justino Maciel a respeito da origem e filiação de algumas igrejas cruciformes altimedievais, ou à suposta trajectória

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El siglo VII frente al siglo VII. Arquitectura

qualitativa do foco decorativo emeritense nos séculos VI e VII em território hoje português, sustentada por Torres, Correia, Macias e Lopes, 2007: 186. O efectivo reconhecimento de uma via «bizantina» tem-se revelado uma questão com implicações directas sobre o século VII, período em que o Sul da península esteve politicamente vinculado ao Império Romano do Oriente. Para Maciel, só os derradeiros tempos de domínio visigótico teriam garantido a paz e a prosperidade imprescindíveis ao desenvolvimento de uma arte excepcional. Insiste na unidade religiosa e política da Hispania como aspectos basilares do sucesso artístico (1995: 131), um progresso assente em mudanças de orientação estética e planimétrica, materializado no aparecimento das igrejas cruciformes (1995: 133) e cujo primeiro momento se verifica na Gallaecia sueva, em plena actividade de São Martinho de Dume (1995: 135). Neste contexto, a influência bizantina, por via ravenática, é a característica marcante do grupo de igrejas cruciformes que data do século VII (Montinho das Laranjeiras, São Frutuoso de Montélios), a que se juntam os templos de São Gião da Nazaré, a basílica de Recópolis e as igrejas de El Trampal, Quintanilla, Baños, Melque, Bande e La Mata (Maciel, 1995: 133-136; Maciel, 1996: 99). Para além desta perspectiva, o autor defende o alegado apogeu verificado no século VII, ao incluir no mesmo impulso construtivo que aquelas igrejas outros monumentos peninsulares como San Pedro de la Nave, Quintanilla de las Viñas, etc. Ora, sabe-se hoje que alguns destes monumentos pertecem a contextos posteriores, designadamente moçárabes e asturiano-leoneses, realidades civilizacionais que, do ponto de vista da maioria dos investigadores situados no que chamamos de «visigotismo», apenas residualmente manifestariam aquela pretensa influência bizantina dos século VI e VII. Mas por que razão algumas realizações moçárabes, e outras pré-românicas, revelam reflexos do mundo bizantino? A resposta a esta questão não está suficientemente debatida, nem será este o local para aprofundar o problema, até pelas implicações mais vastas do assunto ao nível dos «classicismos» na arte pré-românica (veja-se o que se diz a este propósito em Real, 2000 e Fernandes, 2005). Importa esclarecer que, na actualidade, equacionam-se várias vagas de influência vindas do Mediterrâneo Oriental durante a época islâmica, a começar, evidentemente, pelo próprio mundo omíada, transplantado do Próximo Oriente para a finisterra ocidental. Não obstante as tentativas omíadas para enfraquecer as chamadas ilhas bizantinas, verificadas logo na

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segunda metade do século VII, a História provou que o Mediterrâneo se manteve aberto à navegação extraislâmica, e, evidentemente, os produtos oriundos do Império bizantino que continuamente atravessaram aquela estrada-mar não se circunscreveram à época coincidente com o reino visigótico. Em meados do século VIII, com a subida ao poder dos abássidas, a intolerância do Islão para com Bizâncio afroxou e, nos tempos seguintes, as relações comerciais entre ambos os impérios foi uma evidência. Quanto aos omíadas, instalados na Península, os primeiros tempos de luta no Mediterrâneo Oriental deram lugar a uma atitude cordial e de relativa proximidade entre Bizâncio e a Península, sendo conhecida a resposta de Abd al-Rahmann II à carta de Teófilo, em que o Imperador havia reconhecido os omíadas como única dinastia legítima do Islão. O problema da influência artística bizantina na Península tem sido explorado por alguns investigadores, concretamente Maria Cruz Villalón para o caso de Mérida, pelo carácter mais abrangente das per guntas que formula a este respeito: «nos encontramos ante el problema de concretar el momento de transmisión de un elemento iconográfico que está entroncado con las tradiciones orientales, sasánidas, y que tiene la posibilidad desta doble vía, la bizantina de los siglos VI y VII bien establecida en la cultura de tiempos visigodos, o la posterior islámica» (Cruz Villalón, 1995: 172). A verdade, porém, é que são já assinaláveis os ecos de influência bizantina no tempo da monarquia asturiano-leonesa que provam uma continuada relação entre os dois extremos da Cristandade medieval muito para cá do fim do reino visigótico. Os medalhões do palácio / igreja de Naranco (Noack-Haley, 1992: 176; Arias Páramo, 1994: 25-29), os capitéis bizantino-leoneses do século X na zona de León (Corzo, 1989: 8284) ou a integração de motivos aparentemente sassânidas em iluminuras leonesas (Millán Crespo, 1999: 73-110) são algumas das realizações onde se identifi cou a influência bizantina e muitas outras há a explo rar, designadamente em contextos moçárabes. É mais uma vez o núcleo moçárabe de Lisboa que parece dar respostas mais fundamentadas. Quer Fernando de Almeida (1958), quer Carlos Alberto Ferreira de Almeida (1986), em dois dos mais importantes momen tos de codificação da «arte de época visigótica» no Ocidente Peninsular, manifestaram a sua inclinação para considerar este conjunto como obra posterior a 711. Alguns autores circunscreveram as analogias ar tísticas deste núcleo a fenómenos estritamente islâmi cos, mas os trabalhos mais recentes têm acentuado uma gama de influências mais vasta, partindo da tra dição sassânida e, do meu ponto de vista, repetindo,

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com extrema fidelidade, modelos de tecidos bizantinos (Fernandes, 2005: 274-275, reforçando alguma bibliografia anterior no mesmo sentido). A questão é, necessariamente, mais complexa do que aqui deixo expresso. Por um lado, pela clara insuficiência de conhecimentos a respeito da evolução artística peninsular da esfera cristã ao longo de quase oito séculos. Por outro, pelas múltiplas rupturas civilizacionais verificadas no Mediterrâneo Oriental, em particular a transferência de centros de produção para locais anteriormente considerados periféricos, como Real, 2000 sugere a respeito da criação de tecidos arménios a partir de modelos bizantinos. Finalmente, pela possibilidade de existir um carácter anti-bizantino (certamente político-ideológico) em algumas realizações construtivas, como parece deduzir -se pelas campanhas arquitectónicas verificadas nos templos de Elo e Ilici na transição para o século VII (Márquez Villora, 1996: 394), ainda que com propostas cronológicas não inteiramente consensuais. Procurei, neste ponto, evidenciar que a pretensa influência bizantina, considerada por alguns como vector diferenciador da arte produzida no século VII, está longe de se restringir ao período de vigência do reino visigótico e foi efectiva o suficiente para deixar a sua marca em realizações posteriores bem mais emblemáticas para o poder político que aquelas invocadas para o período anterior à invasão de 71 1 (incluindo-se também as peças de Lisboa nesse vínculo simbólico à monarquia ovetense). 1.2. O QUE NOS DIZ A ESCULTURA? A esmagadora maioria da escultura que chegou até hoje está descontextualizada de qualquer realidade arqueológica concreta, fruto de sucessivas recolhas destituídas de planos científicos de investigação. Esta evidência, no entanto, não impediu que, ao longo do século XX, esse mesmo espólio tenha servido para catalogar cronologicamente inúmeras obras, por aproximação estilístico-tipológica para com outros exemplares escultóricos igualmente descontextualizados ou integrados em monumentos considerados de época visigótica. O método comparativo, quando única proposta metodológica aplicada ao universo altimedieval peninsular, tem conduzido a conclusões necessariamente abusivas. Bastará lembrar a repetida alusão ao modelo do santuário de Gala Placídia como fonte única da obra de Montélios para perceber isso mesmo. A realidade é que a Alta Idade Média peninsular se apresenta bem mais complexa nas suas dinâmicas de

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mudança e de permanência, do que há duas ou três décadas poderíamos supor, e há muito que a linear relação de causa-efeito aplicada aos fenómenos artísticos situáveis entre os séculos IV e XI deixou de ser uma resposta satisfatória aos nossos problemas de caracterização desse largo período. Em Portugal, são ainda bem recentes alguns trabalhos que admitem, por princípio, uma especificidade própria da escultura de época visigótica como eixo indicador de cronologia (Almeida, 1986; Torres e Correia, 1993). Mas neste cada vez mais complexo panorama, qual é o verdadeiro valor da escultura em matéria de atribuição cronológica? A resposta a esta pergunta tem vindo a ser sucessivamente reduzida, numa relação inversamente proporcional à progressiva exigência científica colocada nas abordagens historiográficas. À medida que os sítios vão sendo investigados sob uma perspectiva de entendimento global, cada vez mais a escultura dispersa em museus nos diz menos sobre o período específico de edificação de monumentos desaparecidos. Em Mérida, onde as séries decorativas apresentam maior homogeneidade e estão já estudadas sob o ponto de vista formal, há motivos que percorrem toda a cronologia de época visigótica e, inclusivamente, penetram nos tempos de domínio islâmico. As múltiplas variantes de uma mesma composição pouco aportam em matéria cronológica, tendo presente a natural longa duração de oficinas e os também naturais ritmos lentos de recepção e de assimilação de novas fórmulas, e posterior dispersão por um vasto território de influência, ele próprio a várias velocidades culturais. É por isso que os autores que privilegiam o método comparativo são continuamente «surpreendidos» pelo aparecimento de motivos escultóricos e iconográficos de origem distante, no tempo e no espaço, alguns de codificação pré-romana, outros frequentes no Mediterrâneo Oriental pós-visigótico. Neste capítulo específico do processo científico, há que tentar separar claramente o que parece ser a filiação temática dos motivos decorativos e o paralelo estilístico-tipológico formal imediato, mais próximo no tempo e no espaço, de determinada solução. Só desta forma poderemos conceber que esquemas decorativos aparentemente dominantes na época visigótica (como os cachos de uvas ou os círculos secantes) apareçam em materiais cujos indícios mais fortes apontam para períodos mais tardios. As pilastras de Conimbriga (Fig. 1) e de Lorvão (Fig. 2) e a placa do castelo de Soure (Fig. 3), repetidas vezes atribuídas à época visigótica, porque partindo do princípio que a peça conimbrigense se encontrava bem datada em contextos arqueológicos específicos (veja-se o que se

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Fig. 1. Conímbriga. Museu Monográfico de Conímbriga. Pilastra altimedieval (séculos IX-X?).

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Fig. 2. Mosteiro do Fig. 3. Castelo de Soure. Possível placa de altar reaproveitada como aximez Lorvão, Penacova. Ponuma porta da torre de menagem (século IX?). rmenor do friso q ue decora a torre sineira (século IX?).

diz em Fernandes, 2002), passam a dispor de novos dados de caracterização em contextos pré-românico e moçárabe, até há pouco insuspeitos, mas que se coadunam com um todo regional bem mais vasto em redor da Coimbra asturiano-leonesa dos séculos VIII a X. Mas se a maior parte da escultura decorativa está arqueologicamente descontextualizada, alguma foi incorporada em monumentos. E essa, como veremos de seguida, é de uma utilidade extrema na hora de atribuir datações a algumas fases construtivas dos «monumentos da discórdia». 2. MONUMENTOS DA DISCÓRDIA Os autores que seguiram uma caracterização «visigotista» não representam uma corrente inteiramente unitária, fruto dos avanços e recuos próprios de um processo historiográfico demasiado frágil para assegurar a efectiva datação da maioria dos monumentos. Sobre o actual território português, as discordâncias de atribuição cronológica são mais efectivas que as sintonias, permanecendo apenas consensualmente atribuído ao século VII o templo de São Frutuoso de Montélios (o único que, em boa verdade, podia ser relacionado com dados históricos concretos - os últimos anos de vida do santo). Importa, por isso, perceber que monumentos foram atribuídos pela corrente tradicional à centúria final de domínio visigótico e quais as razões encontradas pelos autores para esse posicionamento. Fernando de Almeida, apesar de reconhecer um período áureo a essa época, incluiu apenas 5 monumentos no sécu-

lo VII: Montélios; Balsemão; Santo Amaro de Beja; São Torcato de Guimarães e três torres da cerca velha de Évora. Theodor Hauschild (1986: 165) foi o autor que mais fielmente seguiu as linhas de caracterização do paradigma visigotista. Segundo a sua opinião, os grandes monumentos de silharia do actual território português pertencem integralmente ao século VII, eventualmente às suas décadas finais: Montélios; Balsemão; Marmelar e, um tanto paradoxalmente, São Gião da Nazaré (cuja tipologia de aparelho contrasta evidentemente com os restantes edifícios). Manuel Justino Maciel manteve Montélios no século VII e acrescentou a igreja cruciforme do Montinho das Laranjeiras (1995: 133-136). Implícito no seu pensamento está, porém, o século VII como período áureo da arte de época visigótica, porque dinamizada pela influência bizantina, o que faz com que grande parte dos monumentos não mencionados directamente por si, se incluam nesse período. A propósito da Passio de São Manços, conclui pela existência de uma arquitectura esplendorosa nos finais do século VII (1995: 136138), infelizmente desaparecida sob as vagas civilizacionais posteriores. Carlos Alberto Ferreira de Almeida teceu várias críticas ao modelo até então seguido, colocando, por exemplo, São Gião da Nazaré no século X, Santo Amaro de Beja num contexto moçárabe e o templo de Odrinhas numa linha evolutiva próxima da Recon quista definitiva da região de Lisboa, ocorrida apenas no século XII. Atribuiu também São Pedro de Balsemão a um impulso asturiano-leonês. Manteve, todavia, al guns monumentos no século VII, como a igreja de Vera

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A pequena capela de Montélios deve a sua existência a São Frutuoso, bispo de Dume e de Braga durante a época visigótica, que aqui escolheu ser sepultado, na década de 60 do século VII. À sua volta existiu um conjunto monástico bem maior (o texto da vida de S. Frutuoso fala em ecclesiae - Maciel, 1996: 90), centro religioso da região neste período, mas que terá sucumbido, muito provavelmente no início do século XVI, quando se procederam às obras de reedificação do Mosteiro por parte dos franciscanos. A capela, de planta centralizada, de quatro ábsides iguais articuladas em redor de um cruzeiro quadrangu lar (Figs. 4-5), é o único elemento do complexo monás-

tico altimedieval que chegou até hoje. Ela constitui um testemunho ímpar em território nacional, sem aparentes semelhanças com outras obras contemporâneas próxi mas, facto que tem levado a interpretações e datações antagónicas para o monumento. Com efeito, se durante algum tempo se pensou estar diante da capela-mauso léu de São Frutuoso, hoje são mais fortes os ar gumentos que apontam para uma cronologia a rondar os iní cios do século X, quando o culto do bispo foi renovado, no âmbito do repovoamento de Afonso III. Esta é a apreciação geral sobre o monumento. A verdade, porém, é que ainda não se conseguiu identificar que parcelas correspondem à época visigótica (se existem) e quais as que são fruto da reconstrução pré-românica. Sem escavações arqueológicas, sem o conhecimento e análise de todos os registos fotográficos realizados aquando do restauro (uma primeira abordagem encontra-se em Brito, 2001) e praticamente sem a possibilidade de se recorrer à Arqueologia da Arquitectura (pela generealizada adulteração dos alçados), a interpretação actual do monumento privilegia duas abordagens cronológicas distintas, embora a complementariedade entre ambas crie outros problemas de interpretação. Deve-se a Manuel Luís Real, 1995: 65 a primeira tentativa de caracterização das partes pré-românicas, reconhecendo vestí-

Fig. 4. S. Frutuoso de Montélios, Braga. Pormenor das arcadas interiores (séculos IX-X).

Fig. 5. S. Frutuoso de Montélios, Braga. Vista parcial do exterior (séculos VII e IX-X).

Cruz de Marmelar, preferindo caracterizar os últimos tempos de domínio visigótico à luz da escultura de Si nes, Beja ou Lisboa. Na avaliação historiográfica da Alta Idade Média, devemos a Ferreira de Almeida um dos momentos de ruptura (ainda que parcial) em re lação às dominantes visigotistas com que se vinham encarando alguns emblemáticos monumentos desde os trabalhos de Vergílio Correia, Abel Viana, João de Moura Coutinho e Fernando de Almeida. 2.1. SÃO FRUTUOSO DE MONTÉLIOS

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Fig. 6. S. Frutuoso de Montélios, Braga. Fragmento de aximez encontrado durante o restauro (séculos IX-X).

Fig. 7. S. Frutuoso de Montélios, Braga. Fragmento de pilastra de época visigótica encontrado durante o restauro (século VII).

gios de mudança a partir da primeira fiada na parede Sul do braço recto, no aparelho da torre central, na evidência de o cruzeiro ter sido abobadado pelo menos duas vezes, etc. Estes indícios implicam que o projecto do tempo de São Frutuoso era, planimetricamente, muito semelhante ao que o pré-românico edificou, diferindo pontualmente na or ganização em altura, nos focos de iluminação e, eventualmente, na organização interna do conjunto. Assim, a p rimitiva edificação terá seguido um modelo planimétrico orientalizante (ravenaico-bizantino, pela relação de modelo-cópia que existe entre a obra bracarense e o mausoléu da Gala Placídia): planta em cruz grega; exterior decorado com arcos cegos, alternadamente de volta perfeita e em mitra; cruzeiro abobadado. No século X, reconquistada a região e i niciado o repovoamento, a capela foi objecto de uma reconstrução, que lhe conferiu o aspecto geral que hoje possui. As ábsides, que eram de planta interna quadrangular, passaram a ter a forma semicircular e, à entrada de cada uma, construiu-se uma tripla arcada de arco em ferradura. A torre-cruzeira terá sido a parcela mais modificada, com inclusão de novo abobadamento (Caballero e Arce, 1995: 202 salientam a semelhança desta abóbada para com outras influenciadas pelo mundo omíada) e, especialmente, com um friso de arcos cegos rasgados, ao centro, por aximez. No restauro identificou-se um segundo aximez, cuja terminação em dupla água admite pensar tratar-se de uma peça para incor-

porar no exterior das ábsides, ao nível dos frontões classicizantes (Fig. 6) (Barroca, 1990: 111). Desta forma, não restam dúvidas de que terá existido uma fase visigótica. Se ainda se poderá discutir a forma da planta original, sobreviveram alguns fragmentos escultóricos que provam essa etapa. No mini-museu ali instalado observa-se parte de uma cancela com decoração catalogável dentro do marco visigótico (Fig. 7), assim como um «duplo capitel», deco-

Fig. 8. S. Frutuoso de Montélios, Braga. Capitel com duas fases de utilização (séculos VII e IX-X).

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rado nas duas faces em épocas distintas, cuja feitura mais antiga se pode estilisticamente situar na Alta Idade Média pré-islâmica (Fig. 8) (Real, 1965: 65). De um ponto de vista historio gráfico, o debate entre «visigotis tas» e «moçarabistas» abriu-se aquando do restauro, na viragem para a década de 30 do século XX. Numa primeira fase, e sob o co mando de João de Moura Coutinho, o monumento foi intervencionado tendo como modelo as construções tardo-antigas de Ravena. Para isso, chegaram a reproduzir -se elementos decorativos, iguais a outros aparecidos aquando da desmontagem de numerosas construções adjacen tes. No entanto, o arrastamento do Fig. 9. S. Frutuoso de Montélios, Braga. Pormenor da decoração interior e do estado inacabado em que ficou o restauro, interrompendo-se o friso do interior das ábsides. processo por parte da DGEMN e, especialmente, o aparecimento de confirmar-se, algum dia, a relação desta uilla com o um aximez (Monteiro, 1949), determinou a parali templo, teremos mais um exemplo da continuidade sação dos trabalhos e o consequente abandono do prode ocupação que caracteriza já um considerável nú jecto. Apesar das posteriores tentativas, o restauro mero de sítios altimedievais no país. Esta cir nunca foi concluído, ficando a obra inacabada ao nível cunstância poderá, também, trazer novos dados so das coberturas e de alguns enchimentos das p aredes, bre a época de construção dos seus capitéis, facto ainda hoje bem visível para quem visita a capela reconhecidamente reutilizados na edificação, por se (Fig. 9). Este inconclusivo restauro prova que, desde adaptarem mal às colunas que encimam e por serem pelo menos a década de 30 do século XX, parece ser significativamente distintos do restante material es evidente uma fase pré-românica (longamente considecultórico empregue (Fig. 11). rada moçárabe). Tal evidência, todavia, não impediu O reaproveitamento de materiais romanos não que Montélios fosse sistematicamente classificada deve estranhar-se quer se equacione uma edificação como visigótica, perspectiva que, comprovadamente, em contexto visigótico, quer pré-românico. Mas peca por redutora. quando se terá edificado a capela? Para os defensores de uma cronologia de época visigótica, assume especial importância uma lápide datada de 588 e aparecida 2.2. SÃO PEDRO DE BALSEMÃO na cidade (Correia, 1928, p. 373; Barroca, 2000, vol. III: 27 esclarece que esta lápide se presta a alguns A capela de São Pedro de Balsemão (Fig. 10) é equívocos, admitindo como mais provável a sua proum monumento tão relevante cientificamente quanto cedência de Moimenta da Beira, concretamente da problemática é a sua cronologia e forma original. Capela de Nossa Senhora de Seixas). Outros ar guNos últimos cem anos, a historiografia divide-se em mentos, invocados por Lampérez y Romea, foram a duas propostas cronológicas antagónicas: a época viforma ultrapassada do arco triunfal e o plano basilical sigótica (séculos VI-VII) e a expansão do reino astuadoptado. A partir daqui, e de outros contributos muiriano (séculos IX-X). Até ao momento, não foi possítas vezes indirectos acerca do que teria sido a arte de vel confirmar rigorosamente qualquer destas época visigótica, a ideia de uma igreja dos séculos VIsugestões. -VII ganhou forma e foi sucessivamente repetida por No local onde o templo se implanta, ou muito nomes marcantes como Schlunk, Fernando de Alpróximo, parece ter existido uma uilla romana, meida, Hauschild, etc. como o atestam algumas inscrições, um terminus auNos últimos anos, todavia, ganhou maior relevo a gustalis do tempo de Cláudio e as aras reaproveitahipótese de o templo datar de finais do século IX ou das como altares (Alarcão, 1990, vol.1, p. 377). A

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Fig. 10. S. Pedro de Balsemão, Lamego. Fachada lateral (actualmente a principal) de acesso à igreja (século XVII).

inícios do seguinte. O primeiro autor a propor esta ideia foi Joaquim de Vasconcelos, há quase cem anos (Vasconcelos, 1911, p. 79), por analogia com a igreja de São Pedro de Lourosa, epigraficamente datada de 912. No entanto, o sucesso do modelo «visigotista», proposto pelos autores anteriormente citados, praticamente inviabilizou esta proposta, que só muito recentemente foi retomada por Manuel Real, Carlos Alberto Ferreira de Almeida, Mário Barroca e Ricardo Teixeira, entre outros. Com efeito, a identificação de um clípeo (medalhão), de um pé de altar decorado com a tradicional cruz asturiana, de um fragmento de aximez moldurado e a utilização de impostas de rolo decoradas com motivos cordiformes (Fig. 12), são indicadores de uma cronologia avançada, a que o classicismo das formas (tão demonstrado na reutilização de capitéis coríntios tardo-antigos) confere verdadeiro valor estilístico, aproximando-o de construções como São Pedro de Lourosa (onde também aparece um medalhão circular), a controversa Mesquita-Catedral de Idanha-a-Velha ou a basílica do Prazo (Real, 1999, p. 268). A chegada a um consenso da cronologia de Balsemão está, assim, longe de esgotar todos os proble-

mas, como a sugestão de uma ábside única rectangular, aparentemente mais característica da época visigótica, ou o aparecimento, num silhar , do símbolo dos condes de Portucale, na viragem para o século XII. Os trabalhos de Manuel Luís Real apontam para a possibilidade de existirem, pelo menos, três fases construtivas, todas em época pré-românica: o clípeo foi entendido como obra aparentada com os medalhões de San Miguel de Lillo (1999: 268); no século X, eventualmente no reinado de Ramiro II, poder-se-á ter realizado uma empreitada de «melhoramentos arquitectónicos» (Ibid.); e, finalmente, no século XI, após a conquista da cidade por Fernando, o Magno, e muito possivelmente já na vigência do Condado Portucalense, ter-se-á registado nova campanha. Até que se efectue uma escavação arqueoló gica no local, que logre identificar novos materiais contextualizáveis com os já conhecidos, o mais prudente é referirmo-nos a Balsemão como uma capela do século XVII que incorporou materiais altimedie vais, situáveis tipologicamente em diferentes fases pré-românica mas não em qualquer etapa visigótica. Por outro lado, a única parcela original aparentemente preservada é a constituída pelas duas faces da parede do arco triunfal (Fig. 13), cuja melhor aná-

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Fig. 12. S. Pedro de Balsemão, Lamego. Imposta de rolos do arco triunfal (séculos IX-X).

Fig. 11. S. Pedro de Balsemão, Lamego. Capitel tardo-antigo reaproveitado no corpo da igreja (séculos IV-V?).

bispo egitanense. Partindo dos dados documentais desse período, Fernando de Almeida desenvolveu as suas teses acerca deste edifício à luz de um ideal esti lístico visigótico, que assumiu como perfeitamente definido pelos anos 60 do século XX. O amplo interior de três naves (a que faltava apenas a cabeceira), a proxi midade para com materiais provenientes de basílicas então consideradas de época visigótica (designada -

lise, de acordo com as metodolo gias da Arqueologia da Arquitectura, se impõe. 2.3. A «CATEDRAL» DE IDANHA-AVELHA Meio século depois do início das escavações arqueológicas no edifício e na sua área envolvente não existem ainda suficientes dados que confirmem absolutamente a cronologia e a funcionalidade deste conjunto arquitectónico. A uma primeira fase de catalogação visigotista, relacionada com o estatuto diocesano da Egitânia, sucederam-se novas pistas de análise e de interpretação, cujos ar gumentos não foram igualmente aceites por toda a comunidade científica. Aparentemente vinculada ao reino suevo, data dos meados do século VI a primeira r eferência a um

Fig. 13. S. Pedro de Balsemão, Lamego. Arco triunfal (séculos IX-X).

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mente San Juan de Baños) e a documentação acerca da actividade dio cesana egitanense dos séculos VI e VII, levaram este investigador a ca talogar o edifício como visigótico, sugestão reforçada, em 1962, com a descoberta do primeiro baptistério. Em vão Fernando de Almeida tentou identificar a cabeceira. Do lado Sul, o baptistério impedia a existência dessa monumental estrutura e, a Norte, a área de escavação não foi alargada (Figs. 14-15). Tal facto, contudo, não impediu que a inter pretação de que se estava perante a antiga Catedral dos Bispos visigóticos da E gitânia, fosse assumida pelo seu autor e constantemente re - Fig. 14. Monumento de Idanha-a-Velha. Vista geral da nave central, no sentido Sul-Norte (séculos VIII-X). petida nas décadas seguintes. O pri-

Fig. 15. Monumento de Idanha-a-Velha. Planta, seg. Alexandre Alves Costa, 2002 (séculos VIII-X).

meiro restauro a que o edifício foi sujeito, na década de 50, revela bem essa sujeição a um estilo entendido como visigótico (Fernandes, 2000). Foi preciso esperar pelo ano de 1992 para que uma nova teoria tivesse relativo sucesso na historiografia nacional. Nesse ano, Cláudio Torres propôs que o monumental edifício fosse uma mesquita, construída provavelmente no consulado de Ibn Marwan, um dissidente islâmico que, pelos finais do século IX, co-

mandou algumas revoltas contra o emirato de Córdova. Por um lado, a inexistência de uma cabeceira levava a que a orientação espacial do interior pudesse ser outra, diferente da que caracteriza os templos cristãos. Por outro, as analogias estilísticas que o autor encontrou reforçavam uma datação tardia, já pelo século X, dado o mesmo «ar de família» que se sentia em Idanha e em São Pedro de Lourosa (Figs. 16-17). Esta nova visão significou um enorme passo adiante

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nas linhas com que se vinha caracterizando a Alta Idade Média em Portugal. No entanto, foram várias as resistências, próprias de uma argumentação que deixava, ainda, grandes questões por responder . A sensação de proximidade estilística para com monumentos asturianoleoneses, como é o caso de Lourosa, a par de outros dados documentais, levou à manutenção de uma prevalência cristã (Real, 2000). E a pretensa acção de Ibn Marwan em Idanha-a-V elha não está, ainda, confirmada (Fernandes, 2001; 2006). Em recentes escavações, José Fig. 16. Monumento de Idanha-a-Velha, 1998. Pormenor da arcaria que separa as naves central e ocidental (séculos VIII-X). Cristóvão identificou um segundo baptistério (que não tem aparentes relações com o primeiro, nem com o actual edifício) (Fig. 18), bem como numerosas outras estruturas, que fazem com que o monumento que hoje subsiste possa ser apenas uma parte de um conjunto bem maior (Cristóvão, 2002). Poste riormente, o estudo de Arqueologia da Arquitectura (Caballero, 2006) veio trazer algumas respos tas sobre problemas que se arrastavam há décadas: a contemporanei dade dos aparelhos de silhares e de silharia (o que contraria frontal mente aquela sistematização da arte de época visigótica em duas Fig. 17. S. Pedro de Lourosa, Oliveira do Hospital. Pormenor da arcaria que separa as fases com base nas características naves central e lateral Norte (século X). do aparelho); a concepção unitária tos.2 Mais uma vez, o edifício monumental que se condo monumento, segundo um projecto original; a serva dificilmente se incluirá na etapa visigótica, mas evidência de pisos superiores, ainda que não total tal não invalida a existência anterior de um edifício, por mente explicados devido à «invisibilidade» de muitas parcelas constituintes; etc. 2 Fernandes, 2006: 67, nota 17: «Almeida, 1962: 248-249 Apesar de todos estes avanços, Idanha-a-Velha conmenciona o aparecimento de «três pequenas pilastras em mártinua a ser um enigma e as questões que suscita na ac more branco» e uma «placa rectangular», concebida como tualidade são demasiadas para incluir nesta pequena mesa de altar, igualmente dotada de cavidade para lipsanoteca. Segundo a descrição do autor (confrontada com o que diz na abordagem crítica. O mais interessante para o que aqui p. 175), estes elementos apareceram no exterior do edifício, se debate é a existência segura de uma construção de pelo lado Sul, onde Fernando de Almeida procurava encontrar a época visigótica, contemporânea do baptistério do lado suposta ábside da catedral e, sintomaticamente, onde apareceu, pouco depois, o primeiro baptistério, podendo aqueles elemenSul, criticamente datado do século VI (Fig. 19). Ao tos escultóricos estar em relação com esta estrutura religiosa. longo dos anos tem aparecido abundante material de Em Idanha-a-Velha, no depósito de materiais em que se enconconteúdo litúrgico, como pilastras e fragmentos de cantra transformado o palheiro de São Dâmaso, conserva-se um pequeno pilar, aparentemente de decoração visigótica e, mais celas, cuja decoração é catalogável no universo visigó recentemente, temos notícia de novas descobertas que aguartico (Fig. 20), se bem que atribuí-lo ao século VII será dam publicação, em princípio identificadas no exterior do condemasiado ousado pela ausência de referentes concre junto (secção nascente)».

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invariavelmente contrariam a atri buição tradicional. Carlos Alberto Ferreira de Almeida, 1986: 137-140, entre outros argumentos, evidenciou o recurso a uma entrada de lintel recto sobrepujada por arco de descarga de volta perfeita (Fig. 21), como em Lourosa, e a existência de uma tribuna ocidental, característica das igrejas asturianas (cf. também Almeida, 2001: 30-31). Manuel Luís Real, 1995: 61-62 referiu-se ao estatuto do templo como «um posto avançado na progressão da influência galaico-asturiana», retomando os argumentos de Ferreira de Almeida e aduzindo outros como o da Fig. 18. Monumento de Idanha-a-Velha, 2006. 2º baptistério (lado Norte). Cronologia indeterminada.

Fig. 19. Monumento de Idanha-a-Velha, 2006. 1º baptistério (lado Sul) (séculos V-VII).

enquanto completamente desconhecido, er guido em conexão com o baptistério meridional. 2.4. SÃO GIÃO DA NAZARÉ Desde a sua descoberta, nos anos 60 do século XX, que a pequena igreja da orla costeira da Nazaré tem sido catalogada como visigótica. Esta «certeza» levou, mesmo, Helmut Schlunk, 1971, a propor uma leitura da arquitectura da litur gia de época visigótica, tendo por base este monumento. Os trabalhos mais recentes de escavação e, princi palmente, de Arqueologia da Arquitectura trouxeram novos dados para a caracterização do monumento, que

Fig. 20. Monumento de Idanha-a-Velha. Fragmento de pequeno pilar de época visigótica (séculos V-VII). Palheiro de São Dâmaso.

reutilização de material anterior, presumivelmente visigótico. Finalmente, o estudo de Arqueologia da Arquitectura (Caballero, Arce e Utrero, 2003), esclareceu algumas das anteriores suspeitas e acrescentou novas evidências. A primeira —e possivelmente a mais im portante para afastar a recorrente atribuição visigó tica— é o facto de os muros integrarem fragmentos escultóricos que podemos catalogar como de época visigótica (Fig. 22), facto que pressupõe uma cons trução posterior à perda de simbolismo desses mate riais. Paralelamente, as próprias características arqui tectónicas do conjunto afastam-no do universo visigótico e aproximam-no extraordinariamente do restrito número de templos asturianos, conforme se com prova pela existência de tribuna ocidental e câmara su-

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Fig. 21. S. Gião da Nazaré, 2005. Portal principal: vão de lintel recto sobrepujado por arco de descarga de volta perfeita (séculos IX-X?).

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época final visigótica, ar gumento que mereceu grande aceitação em outros autores, formando uma co rrente muito homogénea no marco historiográfico de pendor visigotista, que viu na diferença de aparelhos (de silharia para silhares) um dos vectores diferenciadores entre a arquitectura dos séculos V-VI e a do VII. Segundo este autor, partindo de um pressuposto claramente subjec tivo face às evidências materiais do monumento, Nazaré é «probable mente el templo cristiano más anti guo que se nos conserva en restos sustanciales en todo el territorio pe ninsular».

2.5. VERA CRUZ DE MARMELAR

Fig. 22 - S. Gião da Nazaré, 2003. Fragmento de friso de época visigótica reutilizado como material de enchimento dos muros do templo (séculos V-VII).

pra-absidal (Fig. 23). A juntar a estas evidências, há que aprofundar o estudo estilístico dos capitéis da eikonosthasis (Fig. 24), cujo vegetalismo e organização em andares aponta também, ainda que com tratamento menos saliente do campo escultórico, para os característi cos capitéis vegetalistas asturianos. Em São Gião entronca grande parte das contra dições de variantes interpretativas geradas no seio do modelo visigotista. Enquanto que Fernando de Almeida, 1968: 5 equacionou uma influência bizantina (portanto, situada no século VII) e Jacques Fontaine, 1992: 453 referiu que uma parte significativa das ca racterísticas do edifício se encontram em realizações asturianas e moçárabes, outros autores apontam para uma cronologia muito mais recuada. Arbeiter, 1989: 164 e 168, nota 52 (retomado em 2003) realça o apa relho destituído de silhares como característica da

Os vestígios arquitectónicos e escultóricos de Vera Cruz de Marmelar têm sido objecto de catalogação díspar por parte dos autores que se dedicaram ao estudo deste monumento. Almeida, 1954, Hauschild, 1986: 168 e Almeida, 1986: 48 consideraram-nos visigóticos (da segunda metade do século VII para este último), enquanto que Real, 1995: 44 e Caballero e Arce, 1995: 201 entenderam estar-se perante elementos mais tardios, já de época moçárabe. O conjunto nunca foi arqueologicamente intervencionado, pelo que, naturalmente, têm-se privilegiado as aproximações estilístico-tipológicas como meio de datação. De ambos os lados da remodelada capela-mor (Fig. 25) existem dois pequenos absidíolos, d e planta rec tangular, cobertos com abóbada em ferradura e não de volta perfeita. Ao nível do arranque das abó badas existe um friso composto por elementos decorativos reaproveitados, uma vez que são visíveis cortes, rupturas e diferenças de tamanho entr e eles. Ao centro do absidíolo Sul, na sua face nascente, existe uma janela concheada (Fig. 26) que se encontr a também reapro veitada, pois a moldura vegetalista que a enquadra foi parcialmente cortada para se adaptar ao restante apa relho que forma o conjunto. 3 A capela-mor não parece

3 Não parecem restar grandes dúvidas a respeito da condição de reaproveitamento dos elementos decorativos das ábsides de Marmelar. Eles foram, ainda, sujeitos a posteriores intervenções, como se comprova pela integral supressão do relevo numa das secções da ábside Sul. A moldura ornamental que enquadra a janela-nicho compõe-se de dois registos com preenchimento heterogéneo (no inferior sucessões de hastes de videira com cachos de uvas nos espaços internos e no superior

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ter sido assim tão remodelada em épocas recentes, pois apresenta ainda parte d o aparelho original e vestígios de orifícios de ambos os lados do que seria o arco triunfal, que sugerem a existência de uma cancela. No exterior da cabeceira, na sua face voltada a nascente e acima do limite conservado do aparelho de grandes silhares, foram reaproveitadas outras peças, concretamente dois pequenos frontões triangulares com moldura exterior relevada e preenchimento interior com motivos geométricos e vegetalistas, de disposição radial, or ganizados em dois registos (Fig. 27). A disposição equidistante destes frontões e a repetição aparente da sua decoração supõe que exista, pelo menos, mais um, ocultado pela torre medieval adossada à face posterior da capela-mor. Fig. 23. S. Gião da Nazaré. Proposta de reconstituição do templo altimedieval, segundo O que acabamos de descrever Luís Caballero Zoreda, que inclui uma tribuna ocidental e um possível espaço superior corresponde a dois momentos dis sobre a nave transversal, restando a dúvida sobre a existência de uma câmara supra-absidal. tintos de construção do monumento: a escultura, que pode ser de época visigótica (embora as abordagens mais recentes realcem influências omíadas - cf. Hoppe, 2000: 253), e a arquitectura, que é poste rior, de época moçárabe. Quando se edificou a cabeceira de Marmelar , reaproveitaram-se anteriores ele mentos decorativos como forma de monumentalizar o conjunto. A integração da janela-nicho entre molduras e frisos simetricamente dispostos e a preocupação pela equidistância dos frontões do exterior são valores que provam a efectiva cenografia da obra arquitectónica, reforçada pela inclusão de contrafortes em relação axial com os frontões (pelo menos, assim o sugere a posição entre o contraforte e o frontão visível do lado Sudeste). Estas considerações pressupõem uma outra: a de que, no momento de se realizar a obra de arquitectura, os elementos decorativos não detinham já valor simbólico que lhes permitisse manter a mesma localização rela tiva no interior do templo, funcionando presumivel mente como evocadores de um passado cristão. É um Fig. 24. S. Gião da Nazaré. Capitel da eikonostasis do templo facto que se desconhece a sua função primitiva, mas (séculos IX-X?). não pode deixar de se equacionar a realização daqueles elementos escultóricos como possíveis peças de conteúdo litúrgico, em eikonosthakis, altares, cancelas, etc. elementos vegetalistas a sugerir planos sobrepostos or ganizados de forma verticalizante); paralelamente, o registo superior Dito isto, qual a cronologia possível a atribuir aos possui uma linha de cachos de uvas de diferente dimensão que múltiplos fragmentos escultóricos dispersos pelo local? as do registo inferior , outra evidência que comprova a reutiliA resposta não é, evidentemente, decisiva. No estudo zação destas peças.

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Fig. 25. Vera Cruz de Marmelar. Vista geral da cabeceira.

Fig. 26. Vera Cruz de Marmelar. Janela concheada do absidíolo Sul (séculos VIII-X).

Fig. 27. Vera Cruz de Marmelar . Cabeceira. Integração de elementos escultóricos na cabeceira. Cronologia indeterminada.

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do monumento existem ainda demasiados constrangimentos para que se possa, em rigor , sugerir uma da tação para os elementos escultóri cos. Em primeiro lugar, o local nunca foi intervencionado arqueologicamente, faltando a informação e o espólio que uma escavação certa mente trará. Em segundo lugar, a cabeceira da igreja não é inteira mente conhecida, quer no exterior , ao qual se adossa o paço, quer no interior, onde grandes parcelas permanecem invisíveis. Finalmente, não há um inventário rigoroso dos frag mentos escultóricos, que permita avaliar o conjunto e reconhecer paralelos estilísticos imediatos. Neste panorama, o que a seguir se diz carece de prova arqueoló gica. Não é certo que todo o espó lio escultórico pertença a uma mesma época. Se existem peças catalogáveis à luz das dominantes estilísticas de Mérida (onde, como vimos, também existem impasses de datação) (Fig. 28), outras pare cem apontar para contextos posteriores, conforme sugere a maior complexificação compositiva. A correcta classificação da janela-nicho não é inteiramente consensual, uma vez que a recorrente analogia para com a janela da igreja de San Pedro de La Nave não impõe uma cronologia em pleno século VII.4 Jean Marie Hoppe, 200: 353 refe riu-se ao «espírito evoluído da arte omíada» para caracterizar este elemento e, tendo em conta que as suas partes constituintes se encontram reutilizadas, o mais natural é estar-se a falar de dois momentos construtivos em contextos moçárabes.

4 A abordagem à janela-nicho de Marmelar não pode deixar de ter em conta o que muito se tem escrito ultimamente a respeito do templo de la Nave (cf. as posições que relacionam este templo com contextos moçárabes e pré-românicos em Caballero, 1997; Real, 1995: 45, Hoppe, 2000; Real, 2000: 62-63, etc.).

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Fig. 28. Vera Cruz de Marmelar , 1956. Pormenor de reutilização de um fragmento de pilastra como degrau de uma esca daria do antigo paço (séculos VI-VII).

2.6. O SISTEMA DEFENSIVO DE ÉVORA A tradição cristalizou a denominação de «Torre de Sisebuto» a uma das torres poligonais da cerca velha de Évora5 (Fig. 29). Fernando de Almeida referiu-se escassamente à possibilidade de parte da muralha ter sido intervencionada no século VII, precisando que se tratam de três torres, «duas (…) da cerca romana e uma terceira metida no convento do Salvador» (Almeida, 1962: 190). A cronologia apontada pelo autor é a segunda metade do século VI, «quando os Bizantinos ocuparam o Algarve e pretendiam alargar as suas conquistas para o Norte» (Idem, 1962: 191). Há, evidentemente, uma contradição na passagem com que o autor se refere a estes três monumentos: erguidos para defesa do sistema militar de origem romana contra as tropas bizantinas mas, paradoxalmente, seguindo um mesmo esquema planimétrico e volumétrico «de algumas torres da segunda cintura de muralhas de Constantinopla, mandada er guer por Teodósio» (Idem, 1962: 191).

5 Desconhecemos quando se terá formado a ideia de associar a torre ao monarca visigótico Sisebuto. No denso caminho do eruditismo eborense, que percorreu toda a Idade Moderna e dispôs ainda de importantes vultos no século XX, decerto não faltarão momentos de cristalização do glorioso passado da cidade. Enquanto aguardamos por novos dados fornecidos pela reavaliação de inúmero material disperso pela herança histórica da cidade, não deixa de ser motivo de interesse o facto de o rei visigótico mencionado ser Sisebuto, um dos principais agentes da derrota bizantina no Sul da Península mas, também, um dos monarcas altimedievais mais radicalmente católicos, cuja acção se pautou por uma clara intolerância perante outras perspectivas religiosas.

Fig. 29. Évora. Torre de Sisebuto.

Abordagens posteriores não confirmaram esta teoria. Manuel Justino Maciel (1997) coloca o discurso historiográfico a um nível mais cultural e menos arqueológico (pelo menos no que respeita a Évora), reflectindo sobre os fenómenos de aculturação entre uma sociedade visigótica plena de debilidades e um mundo bizantino civilizacionalmente superior.6 Túlio Espanca (1993: 1 15-116) refere-se à muralha «romano-islâmica», sem diferenciar etapas construtivas e sectores, embora em trabalho muito anterior (1945), adopte o termo «muralha romano-goda»; desconhece-se, todavia, se estas diferenças apontam para uma evolução do pensamento do autor que mais estudou esta cidade, ou se, como pensamos, são antes o re flexo subconsciente dos distintos tempos historiográficos. Carmen Balesteros e Élia Mira (1994) realçaram as transformações ocorridas na Baixa Idade Média, em particular no século XIV, deixando contudo aberta a perspectiva de a torre de Sisebuto ser de origem romana. Miguel Lima (2004: 14) refere-se à «cerca romano-goda» mas, nas páginas seguintes, não

6 Maciel, 1997: 35: «Muitos dos monumentos, obras de arte e fortificações reportados à época de ocupação, tanto poderiam, à partida, ter a marca de bizantinos como de visigodos, pois a aculturação existiu dos dois lados, embora com preponderância da cultura bizantina».

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menciona um único vestígio deixado pelo poder toledano. Os dados da arqueologia estão longe de provar qualquer campanha construtiva em época visigótica ou, sequer, bizantina. A parcela da muralha melhor investigada, se bem que escassamente publicada, lo caliza-se sob a Casa nobre da Rua de Bur gos (Fig. 30), tendo os trabalhos identificado os alicerces da muralha tardo-romana, implantados sobre um nível de aterro que destruiu estruturas habitacionais e urbanas de cronologia romana plena. A Alta Idade Média encontra-se mal documentada, não sendo possível perceber a partir de que altura se começam a adossar edifícios à cerca, sobrepondo-se estruturas habitacio nais de difícil interpretação. Na Rua da Alcárcova de Cima, as escavações revelaram a existência de um fosso de aparente origem romana, paulatinamente entulhado ao longo dos tempos (Ballesteros e Gonçalves, 2007: 159). 7 No Largo da Misericórdia, onde a cerca também passa, as escavações realizadas em 2000 colocaram a descoberto estruturas do que poderá ter sido uma torre da cerca tardo-romana, mas são omissas no que diz respeito à possível evolução do sistema defensivo nos séculos imediatamente se guintes. E os vestígios da Torre de Caroucho, identificados em 2002, aparentemente não revelaram níveis de ocupação coincidentes com o período visigótico. Por outro lado, a seguir ao circuito tardo-romano, defendido por torres quadrangulares, tem-se valorizado a época islâmica, em particular o século X (pouco depois de a cidade ter sido saqueada por Ordonho II em 913) (Vilar e Fernandes, 2007: 7-9), e os tempos finais de domínio almorávida e almóade. Finalmente, chama-se a atenção para o facto de as torres octogonais não serem uma marca inequívoca da arquitectura militar bizantina. Algum tempo depois do fim do reino visigótico, o território meridional ocidental começou a pontuar-se de fortalezas islâmicas, algumas das quais evidenciando torres de secção poligonal, como Silves ou Tavira (Catarino, 1997: 455). O debate acerca do bizantinismo de parte da cerca velha de Évora perdeu fulgor nos últimos anos mas, em rigor, não se pode negar absolutamente que o século VII não tenha deixado qualquer marca nos muros da ci dade. O troço de muralha posto a descoberto na Casa de Burgos, por exemplo, evidencia múltiplos sinais de transformações e até agora não se efectuou uma leitura de arqueologia da ar quitectura dessa parcela. Assim como, até ao momento, não houve um projecto de es7 Ao que foi possível apurar , a muralha tardo-romana foi alvo de derrube parcial, mas já no período moderno.

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Fig. 30. Évora. Troço de muralha da cerca romana conservada no piso inferior da Casa de Bur gos (século IV com transformações posteriores).

tudo especificamente dirigido para as dominantes construtivas da velha muralha, que expusesse, por exemplo, algo tão fundamental como as características do seu aparelho e as possíveis linhas de ruptura provocadas por campanhas posteriores. As investigações mais recentes desenvolvidas no centro histórico não têm revelado grandes dados sobre outros contextos construtivos, desde logo religiosos. Ao contrário do que seria de supor numa cidade que foi sede episcopal desde, pelo menos, o Concílio de Elvira, os vestígios altimedievais encontrados em Évora têm sido pouco mais que decepcionantes. Resumem-se a um pequeno elemento arquitectónico de mármore (30 cm × 13 cm × 11 cm), aparecido no entulho de um silo escavado em 1995 junto ao Templo de Diana (Hauschild, 1996). O depósito encontrava-se cheio de mate riais tardios, datáveis dos derradeiros tempos da pre sença islâmica e dos inícios do domínio português sobre o território, sendo este cimácio o único elemento altimedieval. Trata-se, assim, de um vestígio dupla mente descontextualizado, integrado num recheio de entulho e sem a companhia de outros elementos situá veis no mesmo período. Theodor Hauschild situou esta pequena peça nos séculos VI-VII (com maior pendor para este último) e

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em contexto litúrgico cristão, podendo tratar -se quer de um capitel, quer de um ponto de apoio a uma mesa. As únicas parcelas decoradas são as inferiores, em plano inclinado, que apresentam um característico trifoliado, frequente no espólio de Mérida, com recurso a escultura através de bisel. Datar um elemento arquitectónico altimedieval descontextualizado de qualquer realiadade arqueológica é, em si mesmo, um processo que comporta o inevitável risco de erro. Os conjuntos emeritenses deste tipo foram colocados tanto no século VI, como no século VII, ao abrigo de uma influência artística bizantina (Cruz Villalón, 1985: 388-392). Infelizmente, os exemplares «portugueses», por serem mais dispersos e apresentarem maior grau de descontextualização, não permitem qualquer aproximação à questão cronológica, sendo preferível equacionar -se uma longa duração de influência emeritense, já que as peças do lado ocidental localizam-se maioritariamente, em pontos de contacto com a capital da Lusitânia (Idanha-a-Velha, onde existem três peças aparentadas, Beja, Mértola e Silveirona, no distrito de Évora). Mais uma vez, a pretensa influência bizantina directa no território meridional merece ser reequacionada, à luz da recepção de modelos por parte de Mérida e respectiva difusão a partir da capital lusitana. Quanto à funcionalidade, não parecem restar grandes dúvidas acerca da sua inclusão num projecto arquitectónico de conteúdo cristão, ainda que não seja clara a proveniência da acrópole eborense. Lembramos que, por exemplo, uma das pilastras de Chelas foi encontrada na Casa dos Bicos, quando estava prestes a ser transferida de local, pelo que a maior mobilidade destes elementos arquitectónicos deve ser um valor a ter em conta em futuras abordagens a materiais descontextualizados. 2.7. ALGUMAS CONCLUSÕES A RESPEITO DESTE NÚCLEO 2.7.1. Os «argumentos tipológicos» invalidam os «argumentos tipológicos» A sumária análise aos monumentos integrados pela corrente visigotista no século VII prova que os argumentos de natureza estilístico-tipológica são demasiado frágeis para continuarem a sustentar uma atribuição segura à época de domínio visigótico. Acontece, até, o inverso: uma mais cuidada argumentação nesse sentido revela, afinal, uma muito maior coerência cronológica para com contextos posteriores, vinculados à autoridade asturiano-leonesa ou aos grupos culturais moçárabes.

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Outra das grandes conquistas dos recentes processos revisionistas é a identificação de várias fases construtivas, ou, pelo menos, a possibilidade deixada em aberto pela análise dos elementos visíveis. Mesmo tendo em conta os múltiplos limites de investigação (ausência de escavações arqueológicas; inexistência de leituras de paramentos; deficiente documentação gráfica dos monumentos; etc.), algumas abordagens estritamente estilísticas apontam já para a materialização de diferentes momentos de construção. Balsemão é um caso emblemático, pela notória inclusão de diversos elementos de épocas aparentemente distintas, mas Montélios é também um sítio a explorar e os próprios capitéis da igreja de Santo Amaro de Beja evidenciam diferentes épocas. Se se acrescentar a este facto as distintas fases construtivas identificadas em Idanha-a-Velha e São Gião da Nazaré (nestes dois edifícios com recurso a métodos bastante mais fiáveis que o permitido pelo método comparativo), deixar-se-á de encarar estes grandes monumentos como obras cristalizadas de um só impulso construtivo, passando a reconhecer neles uma história que deixou diversas marcas, incomparavelmente mais diversificada do que à partida se poderia supor. Mesmo por via estilística, os monumentos são decididamente mais do que aquilo que parecem. 2.7.2. A reutilização de materiais escultóricos. Uma dominante comum. Nos dois únicos monumentos intervencionados arqueologicamente (São Gião da Nazaré e Idanha-a-Velha), os dados sur gidos inviabilizam uma inequívoca atribuição ao século VII, sugerindo, com bases mais sólidas, contextos construtivos posteriores, ainda que não totalmente individualizados. Uma circunstância, todavia, percorre a esmagadora maioria destes monumentos: a inclusão de elementos escultóricos anteriores, passíveis de datarem de época visigótica. Tratam-se de materiais maioritariamente litúr gicos, presumivelmente associados a altares, cancelas e eikonosthakis, reutilizados fora dos seus contextos originais, umas vezes servindo como elementos diferenciadores colocados em locais emblemáticos (como em Marmelar, na mesquita-catedral de Idanha-a-Velha ou nos arcos triunfais de Balsemão e Nazaré), outras vezes incorporados deliberadamente nos muros, como material de enchimento, sem qualquer valor simbólico para os novos construtores (como aparece também em São Gião da Nazaré). A este facto junta-se um outro: o de que os monumentos escondem, no sub-solo, outros elementos não incorporados.

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Referimo-nos às peças encontradas no interior do monumento de Idanha-a-Velha e ao fragmento do Museu de Montélios. Tudo isto prova que houve, pelo menos uma etapa construtiva anterior aos actuais edifícios, presumivelmente de época visigótica, mas cujos vestígios de arquitectura, infelizmente, nos faltam. Evidentemente, não podemos assegurar que esses vestígios correspondem ao século VII. A valorização que aqui fazemos da escultura decorativa não tem um carácter absoluto em termos cronológicos, como foi tão frequente ao longo da historio grafia do século XX. Ela é mais um dado (em alguns casos, o «único» dado) para melhor contextualizar os edifícios que chegaram até hoje e, como vemos, com resultados surpreendentes sobre a totalidade dos «monumentos da discórdia», diferenciando, claramente, duas fases ocupacionais dos locais e uma constante opção pela reutilização de materiais. PARTE II - (RE)CONSTRUINDO 1. OS DADOS DA INVESTIGAÇÃO. UM TERRITÓRIO «EM DESMONUMENTALIZAÇÃO»? Estudar hoje o século VII implica reconhecer quer as insuficiências dos modelos visigotistas, quer os avanços e recuos próprios da investigação arqueológica nas últimas décadas. Em duas importantes cidades para o mundo visigótico —Recópolis e Mérida—, as investigações mais recentes provaram uma progressiva debilidade urbana e construtiva precisamente no século VII (Olmo Enciso, 2000: 390-392; Alba Calzado, 1997). Os resultados obtidos por estes investigadores são de primeira importância, tendo em conta o imenso desconhecimento sentido pela investigação científica no estudo específico das cidades tardo-antigas. É conhecido o estatudo da cidade como centro das estruturas real e religiosa (Olmo Enciso, 1998: 261), mas, nestes centros, a maior sobreposição de eras, dificulta o reconhecimento da fase de época visigótica.8 No território português, só Conímbriga e, 8 Existem, todavia, algumas constantes que importa salientar: a mais importante é a que atribui as principais codificações urbanísticas ao período entre os séculos IV e VI, estando nesta última centúria já perfeitamente implantados os edifícios que definem a nova ordem cristã e visigótica (as basílicas e os conjuntos palatinos). Valência parece ser um desses casos, decaíndo de importância no século VII (Olmo Enciso, 1998: 264), período em que é possível verificar uma relativa redução do perímetro urbano, com avanço claro dos espaços de enterramento em zonas anteriormente habitadas. Em Cartagena, no mais

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mais recentemente, Mértola têm fornecido dados de alguma relevância. Naquela, o registo arqueológico tem sido praticamente omisso para o século VII, preferindo os autores referir-se aos materiais escultóricos e a fragmentos de placas de cinturão (Man, 2006: 45 e 72) que, como se sabe, não são cronologicamente decisivos. Nesta, a reavaliação funcional da chamada Torre do Rio fez com que, pela primeira vez, se admitisse ter a cidade sido objecto de obras durante a ocupação bizantina (T orres, Correia, Macias e Lopes, 2007: 183).9 A grande distância de conhecimento entre os séculos VI e VII, contudo, é uma incontornável evidência para a caracterização da cidade do Guadiana, sendo flagrante o dinamismo cultural das primeiras décadas do século VI (atestado pelo notável conjunto epigráfico da Basílica do Carmo) e as duvidosas atribuições à centúria seguinte de vestígios materiais que, em boa verdade, estão descontextualizados de qualquer realidade arqueológica. Este panorama sobre duas das mais importantes cidades do território ocidental não difere substancialmente do que atrás se disse sobre os monumentos da discórdia. Assiste-se, assim, à falência da tradicional tentativa para fazer coincidir os dados documentais (em particular as referências às cidades episcopais) com os monumentos evocadores dessa realidade de afirmação do Cristianismo. E, também por essa via, chega-se a uma abordagem nova e distinta do território. Enquanto que os meios urbanos se tornam cada vez mais mudos em relação a um capítulo da História a que se sobrepuseram outros momentos de muito maior impacto estratigráfico, a investigação em con-

importante sector urbano da cidade pós-romana, detectou-se um nível de abandono no primeiro quartel do século VII, ao mesmo tempo que a cultura material aparenta decair de qualidade (Ramallo Asensio, Laiz Reverte e Berrocal Caparrós, 1998: 464) coincidindo precisamente com a retoma da cidade para o domínio visigótico, depois de algumas décadas de vínculo ao Império Bizantino. Na antiga cidade de Ilici (Elche), as escavações identificaram mutações urbanas importantes numa fase avançada do domínio visigótico, situáveis no século VII por datação estilística de algumas peças escultóricas identificadas na basílica altimedieval. Tratam-se de alterações em edifícios com existência segura desde os séculos IV e V, efectuadas com recurso a aparelho construtivo de pior qualidade (Llobregat, 1996: 73), o que pressupõe uma progressiva decadência na arte construtiva da cidade. E a lista poderia continuar abarcando outros sectores da Península. 9 Macias, 2006: 195 e 199, situa a torre do rio (assim como o criptopórtico-cisterna) em altura posterior ao século V, possivelmente no período de apogeu da cidade, já durante a primeira metade do século VI. Anteriormente, Lopes, 2003: 86-89 considerou-a obra tardo-antiga (séculos III-IV), por analogias construtivas com alguns dispositivos do sistema defensivo de Lugo. E não faltam opiniões sobre a sua possível construção em época romana ou islâmica. Mais uma vez, faltam os dados proporcionados pela arqueologia.

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textos rurais (decididamente menos intervencionados pela mão humana no último milénio) tem revelado dados muito interessantes a respeito da evolução do povoamento peninsular entre a Antiguidade Tardia e a época islâmica. Quer isto dizer que, ao se esvaziar progressivamente a última etapa de domínio visigótico de alguns dos seus tradicionais monumentos emblemáticos, não se está a negar a existência de actividade construtiva e artística nesse período; nem, evidentemente, o poderia fazer, pois tenho, sobretudo, tentado valorizar os fenómenos de continuidade e de complexidade numa Alta Idade Média hispânica diversificada e, muito possivelmente, a várias velocidades, faltando ainda uma abordagem às distintas e/ou complementares dinâmicas regionais. A crítica simplista de que uma nova corrente de in vestigadores «esvazia» o derradeiro capítulo visigótico de monumentos, não pode ser encarada de forma ver dadeiramente séria: não só não se pretende «esvaziar» um contexto civilizacional (como outros o fizeram, e alguns ainda fazem, em relação ao moçarabismo), como é certo que a época visigótica está repleta de no vidades trazidas a luz nos últimos anos. O que se passa é que os resultados da investigação arqueológica na Alta Idade Média estão a modificar o nosso entendi mento acerca dos fenómenos de povoamento durante a época visigótica e o panorama é, reconhecidamente, bem mais vasto que aquele que o paradigma visigotista estabeleceu durante décadas, através de obras de sín tese e, muito em particular para o século VII. Até há poucos anos, a etapa visigótica surgia como um período de ténues vestígios, cujo «silêncio» era ultrapassado pontualmente por necrópoles dispersas e por monumentos de qualidade ímpar , de difícil contextualização com o que se sabia acerca da progressiva decadência do reino visigótico. O influxo exterior à Península, com clara preponderância para uma recorrente vaga de influência bizantina, sur giu, desta forma, como a resposta óbvia aos problemas de caracterização estilística desses monumentos. Ora, o panorama parece ser, decididamente, outro. 2. O ALGARVE: UM CASO DE ESTUDO10 «no Algarve aparecem-nos peças visigóticas um pouco por toda a parte» (Almeida, 1962) O Algarve apresenta um quadro mais complexo que o restante território hoje português, porque esteve sob 10 Este capítulo foi escrito em Novembro de 2006 e representa o ponto de situação nessa altura. Não foi possível integrar

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nominal dependência bizantina durante as primeiras décadas do século VII. A distinção, nesta região, do que corresponde a um contexto visigótico e o que pertence a outro, bizantino, tem sido um problema suplementar colocado aos investigadores que se debruçaram sobre a Alta Idade Média. Por outro lado, alguns autores sobrevalorizam o século VII na evolução artística peninsular, o que secundariza eventuais realizações anteriores, concretamente dos séculos V e VI (Gomes, 2002: 384, por exemplo, reduz a presença visigótica ao lapso temporal que medeia entre a expulsão bizantina, ocorrida em 624, e a invasão islâmica de 711). Apesar destas condicionantes, o Algarve tem revelado abundantes vestígios de povoamento altime dieval, fruto de um notável avanço da arqueologia na região. Com efeito, nas últimas três décadas multi plicaram-se os projectos de investigação e a publi cação de resultados tem sido constante. Nesse processo, importa realçar a actividade de alguns ar queólogos, como Helena Catarino, Rosa V arela Gomes e Mário Varela Gomes, Teresa Júdice Gamito, José Luís de Matos, Manuel Justino Maciel, Hélder Coutinho, Isabel Inácio, Ana Gonçalves, Janine Lancha, Sandra Cavaco, para além das investigações la terais de Félix Teichner, Maria Maia e Manuel Maia, Ana Arruda ou João Pedro Bernardes. É graças a este crescente grupo de investigadores que podemos, hoje, compreender um pouco melhor como se pro cessaram as dinâmicas de povoamento, de continui dade e de ruptura, durante a Alta Idade Média na zona mais meridional do território hoje português. Não existem grandes monumentos que engrossam as páginas de debate historiográfico, mas a investi gação arqueológica continuada revela um panorama bem mais complexo que a linear redução da etapa altimedieval a um ou dois monumentos emblemáticos, visíveis acima de um «deserto» de povoamento. 2.1. AS MURALHAS DA CIDADE DE FARO Se houve cidade dominada pelo Império romano do Oriente foi Ossónoba, constituindo mesmo a última praça-forte das tropas bizantinas a resistir à investida visigótica da década de 20 do século VII. Um dado já referido por vários autores, desde Goubert,

entretanto alguns contributos recentes, como os constantes da dissertação de mestrado de Isabel Inácio ou os resultantes de projectos arqueológicos de alguma importância para a época visigótica, como o que tem vindo a ser desenvolvido no Castelo de Alferce, conduzido por Johny Meulemeeste, Mathieu Granjé e Joke Dewulf.

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1950: 281, dá conta da ausência do seu bispo nos concílios toledanos de 597 e 633. Se a ausência na primeira data pode significar a integração do bispo ossonobense numa estrutura eclesiástica vinculada à autoridade bizantina, a não participação em 633 é de mais difícil entendimento, uma vez que a cidade estaria já em poder dos Visigodos há quase uma década. Deve-se a Teresa Gamito a sugestão de parte da cerca velha de origem tardo-romana ter sido re forçada em época bizantina. Segundo a autora, os vestígios desse empreendimento encontram-se no sector nascente, concretamente no «súbito arranque, a meia altura dos torreões, que, de arredondados passam a facetados em heptágono» (Gamito, 1997: 349) (Figs. 31-32). O tipo de aparelho aí utilizado, à base de silharia miúda, contrasta com os silhares regulares de encaixe perfeito entre si que caracterizam a obra romana, mas também não se contextualizam com as parcelas islâmicas do sistema defensivo, facto que permite atribuí-lo a um terceiro período, neste caso intermédio. Tipologicamente, a secção poligonal das torres difere dos torreões redondos ou quadrangula res do dispositivo romano e das torres albarrãs quadrangulares de época islâmica, aumentando-se, por isso, as probabilidades de pertencerem à Alta Idade Média, concretamente ao período de domínio bizan tino da cidade.11 Esta perspectiva de caracterização não responde a outras perguntas fundamentais, como a cronologia em que se efectuaram as obras. Pode supor -se que terão sido no século VII, algum tempo antes da conquista da cidade pelos Visigodos. O facto de só se ter reforçado a parcela voltada a nascente (a terra), e de todo o projecto parecer algo apressado, porque privilegiou um sector em detrimento de todos os outros, são elementos indi rectos que vêm em benefício de uma cronologia mais tardia. Mas o contrário permanece igualmente válido, equacionando-se um primeiro reforço estrutural ainda no século VI, logo após a entrada das tropas de Justi niano na principal cidade do Sudoeste peninsular. De local não identificado no interior do recinto medieval procede um capitel que Fernando de Almeida catalogou como visigótico, embora sem atribuir uma cronologia mais precisa (Almeida, 1962). Foi entretanto reaproveitado como pia de água de benta na Igreja da Misericórdia, facto que permitiu a sua sobrevivência até hoje.

11 Recentemente, fizeram-se escavações no sector Nordeste da cidade, cujos resultados aguardam publicação. Falta, ainda, a comprovação arqueológica, ao contrário do que sucedeu com Cartagena, por exemplo, onde as escavações revelaram troços da muralha bizantina da cidade, reconquistada por Sisebuto em 615.

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Fig. 31. Muralha de Faro. Torreão de secção octogonal voltada ao adro de S. Francisco (século IV com transformações posteriores, uma delas nos séculos VI-VII?).

Fig. 32 - Muralha de Faro. Torreão de secção octogonal, conservada junto à antiga fábrica da cerveja (século IV com transformações posteriores, uma delas nos séculos VI-VII?).

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2.2. CAPELA DE NOSSA SENHORA DA ROCHA Subsistem muitas dúvidas acerca das origens da capela de Nossa Senhora da Rocha, bem como do presumível forte que, inicialmente, aqui existiu. A localização privilegiada do promontório onde se situa levou a que, desde cedo, o local fosse fortificado, «dominando toda a costa» entre Ossonoba (Faro) e Lacobriga (Lagos) (Gamito, 1997: 356) e protegendo uma «praia originariamente com acesso apenas por via marítima», «um porto fechado entre amplas falésias» (Maciel, 2003: 119). A actual configuração do templo é de difícil catalogação. Por um lado, reaproveitaram-se capitéis tardo-antigos, o que pressupõe uma construção em Fig. 33. Capela de Nossa Senhora da Rocha, Lagoa. Capitel plena Alta Idade Média (Fig. 33). Por outro, as sucesreaproveitado na colunata da galilé (séculos IV-VII). sivas obras de pintura exterior , a par da inexistência los VI-VII, quer para os séculos IX-XI. Já a localização de escavações arqueológicas, impossibilitam uma num promontório dominante sobre a costa, se, por um mais rigorosa análise do monumento, o que contribui lado, permite equacionar uma possível relação com o para as dificuldades de datação e de contextualização templo moçárabe de Nossa Senhora do Cabo, ou do estilística da obra. Corvo, por outro parece inviabilizar qualquer fixação Nos últimos anos, diferentes autores propuseram cristã em época islâmica, altura em que as condições distintas hipóteses acerca da origem do templo, excepcionais do local certamente determinaram um qualquer delas carecendo de prova material. Teresa aproveitamento militar. Gamito, ao estudar a presença bizantina no Algarve, A capela compõe-se de dois espaços essenciais: viu nesta capela uma evidência da vitalidade e do alum narthex rectangular, aberto ao exterior por uma arcance da (re)conquista bizantina da Península, colocada tripla assente em colunas e dois capitéis coríncando-a a par de um sector das muralhas de Faro, que tios de cronologia altimedieval, lar go período a que situou também neste contexto civilizacional (Gamito, podem corresponder também as bases das colunas; e 1997: 356-357). Para a autora, a configuração do átrio o corpo, quadrangular e coberto por uma cúpula oitae as pretensas analogias com a igreja de São Pedro de vada dominante, sem paralelos aparentes na restante Balsemão eram a prova que confirmava «a origem biarquitectura religiosa regional (Fig. 34). No interior , zantina do templo», cuja tipologia orientalizante se esta cúpula é coberta por tecto de madeira e articulaverificava também no mundo visigótico. Apesar das -se com o retábulo moderno, tripartido, que se ajusta à óbvias reticências aos argumentos de Gamito (que se parede nascente. refere indistintamente a uma época visigótico-bizantina, quando a contaminação entre estes dois blocos opostos não está suficientemente provada, e toma por certa a cronologia visigótica de Balsemão), a sua tese foi recentemente retomada por Manuel Justino Maciel, que sistematizou de forma mais clara estes indícios, mas não acrescentou novos dados (Maciel, 2003: 118-119). Igualmente problemática é a proposta de Cláudio Torres, que viu nesta capela «um centro de peregrinação na época moçárabe» (Torres, 1999: 161). O facto de se reutilizarem capitéis tardo-antigos é um argumento válido quer para os sécuFig. 34. Capela de Nossa Senhora da Rocha, Lagoa. Vista geral do templo.

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A atribuição dos capitéis à época tardo-romana não é pacífica e só uma mais rigorosa avaliação de sentido comparativo pode trazer novos indícios. A este respeito, importa ter em conta as analogias entre estes elementos e um capitel encontrado nas imediações da Sé de Silves, que Gomes, 2003: 106 datou prudente mente dos séculos VI-VIII, mantendo assim em aberto a possibilidade de corresponder aos primeiros tempos do domínio islâmico, realidade que a autora, em outros trabalhos, clara mente sobrevaloriza, face à escassez de dados concretos relativos ao estabelecimento de contigentes islâmi cos no Sul da antiga Lusitânia. 12 Fig. 35. Montinho das Laranjeiras, Alcoutim. Vista parcial da igreja cruciforme Também a contextualização destes (séculos V-IX). elementos com as colunas e com as 2.3. MONTINHO DAS LARANJEIRAS bases onde assentam não pode ser assumida como indicador claro de contemporaneidade, parecendo, de resto, Posta a descoberto por uma cheia do rio Guadiana mais fortes as sugestões que apontam para uma readapem 1876, o sítio arqueológico do Montinho das Latação destes materiais a uma realidade construtiva ranjeiras compõe-se, genericamente, de uma uilla rointeiramente nova. O monumento, todavia, permanece mana, mas revela ocupação que se prolonga por toda por estudar em toda a linha, nunca se tendo colocado à a Alta Idade Média, chegando, mesmo, às vésperas da vista o aparelho construtivo, submerso pelas camadas (re)conquista cristã do território. Na origem, o entrede cal que o revestem. posto romano aqui sediado beneficiou da proximiSe a cronologia da capela é duvidosa, o mesmo dade do rio, servindo de base de apoio ao comércio do acontece com a fortaleza. Só possuímos informações Guadiana para Mértola e Mérida e, destas cidades, seguras para os finais do século XVI, altura em que para o Mediterrâneo. Um porto parece ter estado semTomé Gonçalves é mencionado como governador pre activo, independentemente das vagas civilizacio(Coutinho, 1997, p. 116), mas é certo que desde temnais que se sucederam no domínio pelo território. A pos mais recuados estaria em funcionamento. Em uilla encontra-se ainda longe de estar escavada na sua 1821, encontrava-se já muito destruída, não se identitotalidade, mas é possível reconhecer algumas estruficando grandes parcelas do perímetro original (Idem, turas habitacionais romanas, maioritariamente quap. 116) e, na actualidade, é pouco o que resta, mercê drangulares, por vezes associadas a pátios centrais, das sucessivas derrocadas provocadas pelo mar , que em torno dos quais se dispõem racionalmente os comcomeçam, mesmo, a ameaçar a própria estrutura da partimentos, revelando-se, desta forma, alguma capela. É importante ter em conta que as mais recenmonumentalidade na habitação romana aqui constes abordagens arqueológicas confirmaram a presença truída. de um território islâmico militarizado, contando-se O principal motivo de interesse para este estudo quatro possíveis pontos fortificados nas imediações é a existência de uma igreja cruciforme, ao que tudo —Castelo de Porches; Castelo de Estombar; Alcaria indica «a mais antiga com este tipo de planta que c oda Bemposta e Povoado do Carvoeiro—, todos eles nhecemos na Península Ibérica, assim como aquela que carecendo de investigações mais cuidadas.13 nos surge mais a sul» (Maciel, 2003: 1 19) (Fig. 35). A cronologia exacta a atribuir ao monumento apresenta dificuldades semelhantes às que se verificam na Ca12 É conhecida a tese de que parte das muralhas de Silves popela de Nossa Senhora da Rocha, em Lagoa, se bem dem pertencer ao século VIII, teoria ainda escassamente provada pela arqueologia (Gomes, 1989: 34, entre outros trabalhos). que aqui estejamos melhor informados acerca das rea13 Ainda na costa do actual concelho de Lagoa, conhece-se lidades arqueológicas em presença. Os estudos mais o sítio da Praia da Marinha, estação que, apesar de praticaconcretos devem-se a Manuel Justino Maciel que, ao mente inédita, revelou já abundante espólio islâmico.

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Fig. 36. Montinho das Laranjeiras, Alcoutim. Planta da igreja cruciforme, segundo Manuel Justino Maciel, 1995.

longo da última década e meia, se tem dedicado ao local. De acordo com as suas conclusões, são duas as fases construtivas da ecclesia, reveladoras de distintos momentos civilizacionais. A primeira construção (a que corresponde, genericamente, a planta do templo) verificou-se nos «fins do século VI, princípios do século VII», em pleno período de domínio bizantino do Sul da Península (Maciel, 1996: 94). Ao que tudo indica adaptando-se a um urbanismo pré-existente, determinado pela localização paralela ao rio das anti-

gas estruturas, a igreja é de planta centralizada, de braços praticamente iguais. A cabeceira voltava-se a SE. e articula-se, para Ocidente, com um braço relativamente mais longo e de três compartimentos, contendo o último o baptistério. A entrada principal situava-se, presumivelmente, do lado NE., através de um átrio de dupla entrada, que teria correspondência com o braço oposto, também ele com uma habitação de dupla entrada (Idem: 95 - planta) (Fig. 36). Em termos estilísticos, este edifício integra-se numa corrente

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ravenaico-bizantina de raiz mediterrânica, com decoração rica que poderia integrar motivos ao longo das paredes e da cobertura (Idem: 100). Algum tempo depois, numa cronologia que oscila entre o derradeiro século de domínio visigótico e o advento do moçarabismo, a igreja terá sido objecto de uma reforma. Acrescentou-se uma nova cabeceira à anteriormente existente e refizeram-se os esquemas de acesso e de circulação; paralelamente, uma parte con siderável do interior foi aproveitado para enterramen tos e desta fase parece datar um fragmento de imposta que, «pela pobreza do material, pelas reduzidas di mensões e pela grande imperfeição técnica» da sua decoração, foi considerada uma obra já tardia, «talvez sinal de um abrandamento no calor económico das transacções efectuadas através do Guadiana, posteriormente aos meados do século VII» (Idem: 98 e 100). A arqueologia não resolveu ainda os problemas de transição para a época islâmica. A identificação de cerâmicas califais (Coutinho: 1996; 2003) e, mais recentemente, de alguma almóada, veio colocar numerosas perguntas ainda sem respostas. A opinião mais consensual é a de que o Montinho tenha servido de mosteiro moçárabe, mas, de momento, a «única certeza» é o facto de a igreja ter permanecido «aberta ao culto durante a ocupação islâmica» (Real, 1995: 51; Catarino, 1997/98, vol. I: 100). Perante os dados revelados pela arqueologia po deremos, sem hesitação, atribuir a primeira fase da igreja aos finais do século VI, inícios do VII, como pretende Maciel? São várias as dúvidas que perma necem. A orientação do templo é uma delas, estando a cabeceira demasiado voltada para Sudeste (Real, 1995: 51). Não conhecemos um estudo especifica mente dirigido para este fenómeno, mas importa in vestigar a cronologia de alguns templos duvidosos, cuja cabeceira segue este mesmo modelo, ao contrá rio de outros que, pela mesma altura (ou não?), adoptam orientações mais canónicas. A estratigrafia praticamente desapareceu e a identificação de fases proposta por Maciel, com base na tipologia dos mu ros, está longe de servir como vector de cronologia. Por outro lado, a imposta de mármore com deco ração de época visigótica não foi encontrada asso ciada a nenhum nível ou estrutura coerentes e Ma ciel, 1996: 97-98 pondera que possa pertecer à segunda fase do monumento, a mesma fase que o autor admite que seja do período moçárabe. 14 Final-

14 «Pela pobreza do material, pelas reduzidas dimensões e pela grande imperfeição técnica com que a decoração se encontra talhada, esta imposta datará da 2ª fase do monumento (…) visigótica tardia ou mesmo já moçárabe» (Maciel, 1996: 98).

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mente, os paralelos tipológicos que Maciel encon trou para o pavimento de mosaico são invariavel mente dos séculos V-VI e não VII (Maciel, 1996: 9697; Maciel, 2003: 1 19). Sem pretender inviabilizar uma proposta cronológica situável nos inícios do século VII, parece-nos que, sintomaticamente, é a ausência de referentes concretos para essa centúria um dado a retirar da escavação de Justino Maciel. 2.4. A IGREJA DE CLARINES Em Clarines existiu um templo de época visigó tica, de cronologia ainda duvidosa. A vila foi um ponto de centralidade regional desde a época romana (Catarino, 1997/98, vol. I: 447; vol. II: 544-545) e, até há poucos anos, conservavam-se à vista alguns fragmentos escultóricos integrados aleatoriamente no aparelho da moderna capela. Fernando de Almeida havia já publicado um fragmento de placa (cancela?) (Almeida, 1962: 213; XXVI, fig. 190) (Fig. 37) e outras obras, decoradas com rosetas ins critas em círculos secantes, foram identificadas, concretamente um friso e uma imposta (Maciel, 2003: 120). Uma das pilastras aqui resgatadas foi catalo gada por Cruz Villalón como pertencente ao sécu lo VII ou algo posterior, mas o local aguarda, ainda, por uma investigação mais profunda. O estatuto central de que desfruta na região (alicerçado numa vasta área de dispersão de materiais) é um factor que deve motivar a definição de um plano arqueológico mais ponderado. O que se pode, para já concluir , é que Clarines dispôs de um edifício religioso cristão, de época vi sigótica ou já moçárabe, cujos elementos arquitectó nicos são absolutamente desconhecidos. O povoado continuou a ser ocupado em época islâmica, admi tindo-se que tenha sido sede de uma paróquia de época visigótica e, posteriormente, de uma alcaida ria muçulmana (Catarino, 1997/98, vol. II: 852). 2.5. OUTRAS MARCAS ALTIMEDIEVAIS NO ALGARVE E A MAIOR DIVERSIDADE OCUPACIONAL

2.5.1. Silves, o Barlavento e o centro do território Silves ocupa um capítulo de crescente importância na história do Algarve altimedieval, até há pouco tempo insuspeito. A estruturação romana da cidade tem vindo a ser realçada sob a densa sobreposição islâmica e apareceram algumas peças que provam a vitalidade da cidade durante os períodos de domínios

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Fig. 37. Igreja de Clarines, 1987 (fot. Helena Catarino). Reutilização de fragmento de friso como material de enchimento nos muros da igreja (séculos V-VII).

visigótico e bizantino. Já nos referimos ao capitel surgido nas imediações da Sé, mais um elemento que apareceu descontextualizado e em condições ainda nebulosas. Muito perto, em escavação recente, Gomes e Gomes, 2000 identificaram séries cerâmicas em níveis que dataram dos séculos VI-VII, mas onde não apareceu qualquer elemento estrutural. De um outro local não identificado da área urbana procede um fragmento de imposta de mármore (Gomes, 2003: 106), decorado com característicos losangos inseridos em círculos secantes e ornamentados internamente por circunferências de pendor vegetalista. Trata-se de uma decoração repetida vezes sem conta no período visigótico (que aparece, por exemplo, no Montinho das Laranjeiras e em Clarines), embora a cronologia das suas muitas variantes não permita uma visão diacrónica mais precisa, integrando-se no lar go tempo dos séculos VI-VII e algo mais… A estas evidências há que juntar a reavaliação de numeroso espólio cerâmico, retirado das sucessivas escavações na cidade. Gomes, 2003: 109-110, refere conjuntos exumados dentro do recinto do castelo e, especialmente, junto ao poço-cisterna, entre os quais alguns de conteúdo litúrgico, concretamente uma patera que integraria uma

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representação do Agnus Dei. E é bem conhecida a placa de marfim, hoje depositada no Museu de Silves, decorada com um cordeiro e datada consensualmente do século X. A representação do animal de perfil, em posição heráldica, com uma das patas dianteiras avançada, a marcação dos traços fisionómicos, o baixo-relevo em que foi executado, mas definindo claramente dois panos sobrepostos de representação e, finalmente, a inserção do animal num mundo vegetalista limitado por molduras, são características que aproximam esta peça do crescente número de peças moçárabes da faixa atlântica. O Barlavento algarvio já tinha fornecido outros vestígios de povoamento altimedieval, concretamente nas necrópoles de Caldas de Monchique (escavada em 1990 mas sem grandes resultados devido à erosão do local) e, especialmente, na de Poço dos Mouros, Silves. Esta última, composta por oito sepulturas escavadas na rocha, foi datada dos séculos VI-VII (Gomes, 2002: 386-288), embora o mesmo autor , em alguns passos do texto, refira concretamente a «segunda metade do século VII» (Idem: 387). 15 Ainda no concelho de Monchique, no sítio da Alcaria, foi identificada um troço de antiga via romana a que se associam ruínas de edificações e, possivelmente, de uma muralha de cronologia duvidosa, faltando ainda investigar mais profundamente. E em Bensafrim, a par de algumas necrópoles de cronologia duvidosa, avulta uma placa de cinturão com decoração zoomórfica (Almeida, 1962: 245). No centro do distrito, algumas escavações têm fornecido elementos situáveis na Alta Idade Média, mas destituídos de monumentalidade. É o que acontece na uilla do Cerro da Vila (Loulé), onde os lotes cerâmicos provam uma continuidade de ocupação entre os períodos romano e islâmico, embora nenhum vestígio arquitectónico tenha aparecido. Também em Milreu (Faro) a continuidade de povoamento está confirmada, ainda sem aparentes fases construtivas assinaláveis, e a uilla da Retorta (Loulé), que integra uma necrópole altimedieval, forneceu uma placa de cinturão (Almeida, 1962: 244; Martins, 1988: 181) e outro espólio situável neste período, entre o qual um fragmento de capitel de acantos, que Gomes, 2002: 384 datou do século VII, mas por analogia estilística

15 Gomes, 2002: 387 realça, como factor de provável cronologia, «a relativa escassez e pobreza dos espólios exumados», esclarecendo que é «genérico o empobrecimento verificado nos mobiliários funerários a partir dos finais do século VI e da centúria seguinte». O mesmo investigador identificou, no sítio da Bica Alta (São Bartolomeu de Messines), um «passador litúrgico de bronze» (Gomes, 2002: 385), que aguarda uma catalogação cronológica mais precisa.

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com obras exteriores à Península. De Torre de Apra (Loulé) procedem dois capitéis de acantos e uma mesa de altar, atribuídos à época visigótica (Gomes, 2002: 384; Martins, 1988: 127-131 não refere este material) e na colecção de J. Rosa Madeira, dada a conhecer por Franco e Viana, 1945, constava uma fivela de cobre proveniente da freguesia do Ameixial,16 cuja decoração, apesar de estilizada, é muito sugestiva, compondo-se de dois animais afrontados. Em Loulé Velho, Gomes e Serra, 1996: 48 identificaram o alicerce da ábside de um templo cristão, atribuível aos primeiros tempos de Cristianismo, ainda pelo século IV, cuja vitalidade terá permanecido até aos tempos finais do domínio visigótico, como parece atestar algum espólio cerâmico tardio aí encontrado (Idem: 43). Centieiros é um local ainda escassamente explorado, mas que pode dar , a seu tempo, frutos interessantes. As cerâmicas aqui identificadas, apesar de resultado de escavações pouco pormenorizadas, apontam para horizontes cristãos altimedievais, faltando, todavia, um estudo mais rigoroso. Também o povoado islâmico da Portela 3 (São Bartolomeu de Messines) forneceu uma fase pré-islâmica, ilustrada por uma sepultura provavelmente cristã (orientada canonicamente), parcialmente destruída pela construção de um silo islâmico (Pires e Ferreira, 2003: 283-285 e 303 colocam a hipótese dessa sepultura ser o que resta de uma necrópole mais vasta). 2.5.2. O Sotavento Mas é no leste do território algarvio que mais abundantes indícios da presença de época visigótica têm sido identificados. Já me referi aos casos do Montinho das Laranjeiras e de Clarines e muitos outros locais foram prospectados por Helena Catarino e Manuel Justino Maciel, que confirmam um povoamento bem mais vasto, embora ainda escassamente explorado, cuja característica dominante parece ser o recurso a contingentes populacionais relativamente escassos, porém longamente implantados nos locais, sugerindo ocupações praticamente ininterruptas pela Alta Idade Média (Catarino, 1997/98: 540-549). A necrópole de Vale de Condes, infelizmente pouco publicada, é um dos locais de clara preponderância, pelo aparecimento de estruturas arquitectónicas que parecem configurar um pequeno templo de

16 No território de Benafim há notícia de achados dos derradeiros tempos do Império romano, concretamente uma sepultura datada pelo aparecimento de um tridente de Eudócia (421450) (Martins, 1988: 182).

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época altimedieval, de acordo com as conclusões de Isabel Inácio, arqueóloga responsável pela escavação. Nas imediações existem ainda vestígios de alicerces que formam um edifício, cujo aparelho reaproveitou elementos tardo-romanos e que pode corresponder ao templo altimedieval a que se associou a necrópole (Catarino, 1997/98, vol.2: 547). A hipótese de este habitat ter sido originado a partir de uilla romana, aproveitando as favoráveis condições de proximidade do Guadiana é uma forte possibilidade de caracterização do local. Em São Martinho de Cortes Pereira, no lugar onde existe hoje uma arruinada capela de cronologia tardo-medieval, terá existido um templo de cronolo gia altimedieval, testemunhado pelo aparecimento de um elemento arquitectónico de mármore (Cata rino, 1997/98, vol.2: 545-546), cujo fabrico em época tardo-romana não se deve descartar , pelas evidências de ocupação romana da zona. 17 O sítio das Pedrinhas de São Brás, onde a tradição local cristalizou a existência de uma igreja dedicada a este santo, conserva importantes indícios de uma ocu pação altimedieval em associação com um templo, ao qual pertenceriam diversos fragmentos arquitec tónicos de mármores aparecidos no local (Catarino, 1997/98, vol.2: 548).18 Esta concentração de locais no actual concelho de Alcoutim deve motivar algumas reflexões, em particular pela quase total ausência de sítios com ocupação atribuída à Alta Idade Média visigótico-bizantina nas vizinhas circunscrições de Cachopo (Tavira) e Castro Marim. Do primeiro caso, um vasto território de montanha confinante com o de Alcoutim, apenas há a notícia do aparecimento de um aureus de Justiniano em Alcaria Alta II, habitat de ocupação diacrónica complexa e ainda não explorada arqueologicamente, cuja posição dominante na paisagem sugere a MAIA e MAIA, 2000: 35 um estatuto de torre de vigia. Neste mesmo contexto existe uma necrópole ainda não investigada, sem espólio cronológico-cultural aproximado e, na zona, permanecem importantes vestígios de ocupação islâmica. Do segundo caso, um território

17 Do local foi resgatado uma ara funerária consagrada aos deuses Manes, datada da segunda metade do século II d. C. As prospecções revelaram um povoado de apreciáveis dimensões, «uma villa ou, eventualmente, um grande povoado, mesmo um vicus» (Catarino, 1997/98, vol. 2: 546). 18 Catarino, 1997/98, vol. 2: 541, refere-se anda à possibilidade de o sítio de São Bento Velho ter albergado uma comunidade cristã altimedieval, as prospecções efectuadas não revelaram quaisquer vestígios claros, resumindo-se a fragmentos cerâmicos tardo-romanos. Alvergil é outro dos locais prospectados cujo aprofundamento de investigação poderá trazer dados interessantes sobre este período.

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perto da foz do rio Guadiana e vinculado à antiga ci dade romana de Baeserus, o panorama é desolador no que à época visigótico-bizantina diz respeito. Apenas o Cerro dos Castelhanos parece ter uma ocupação situável entre os séculos IV a VII, embora de contornos muito pouco definidos e certamente suplantados pela presumível importância do local durante a época islâmica, altura em que se terá convertido em recinto defensivo.19 A meio caminho entre a foz do Guadiana e Mér tola, o território do actual concelho de Alcoutim prova uma evidente vitalidade de povoamento alti medieval até há pouco tempo relativamente insus peita. Não se pode, evidentemente, atribuir os vestí gios mencionados a um período tão específico como o século VII (veja-se o que atrás disse a propósito do Montinho das Laranjeiras e de Clarines), mas não devem restar grandes dúvidas sobre a vitalidade da região nessa mesma altura, numa perspectiva de ocupação diacrónica bem mais vasta, iniciada, em moldes gerais, na época romana e continuada, nas suas grandes linhas, no período islâmico. A concentração de locais não pode deixar de merecer uma leitura espacial com o vizinho território de Mértola onde, de resto, os últimos anos foram de grandes descobertas para a Alta Idade Média, evidenciando um território pontuado de pessoas e não o «deserto» com que se vinha caracterizando a região (ideia também efectiva para o período romano, cuja imensa quantidade de sítios revelados pelas prospecções permanecem praticamente inéditos). O leste do território algarvio confirma, de resto, o que se sugere para as cidades de Silves e de Faro / Ossónoba - a continuidade de populações pela cada vez menos traumática invasão de 711. Já me referi à possibilidade de a placa de Silves pertencer a um contexto moçárabe e outros indícios existem no território que provam a vitalidade das comunidades cristãs pela época de domínio muçulmano. Em grande parte dos locais mencionados, a recolha de cerâmicas de fabrico islâmico é uma evidência, com particular destaque para os «isolados» locais do concelho de Alcoutim, em particular Clarines que, pela sua posição interior face ao curso do Guadiana, difi cilmente poderia alber gar uma continuidade assim tão esclarecedora. 19 A orla costeira do Sotavento aparece como uma vasta área praticamente «vazia» de testemunhos. É consensual que a linha de torres defensivas que pontuam o antigo termo oriental de Faro não recua a épocas pré-islâmicas e, por exemplo, no concelho de Olhão, apenas se conhece a necrópole de Sobrados, composta por cerca de 20 sepulturas abertas na rocha, ainda não objecto de intervenção arqueológica.

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ARQUITECTURA Y USOS MONÁSTICOS EN EL SIGLO VII. DE LA RECREACIÓN TEXTUAL A LA INVISIBILIDAD MATERIAL POR

FRANCISCO J. MORENO MARTÍN Universidad Complutense de Madrid

RESUMEN Cualquier investigación en torno al monacato hispano de la séptima centuria deberá tratar de resolver la paradoja nacida tras la confrontación entre restos materiales y evidencias documentales. Mientras éstas últimas nos presentan un estamento en plena efervescencia con notable presencia en los ámbitos de decisión políticos y religiosos del reino visigodo, los trabajos de carácter arqueológico se centran en el estudio de establecimientos rurales que, hasta el momento, apenas han proporcionado datos relevantes para este período concreto. Reivindicamos aquí la existencia de un monacato de carácter urbano, que desarrolla funciones pastorales, asistenciales y formativas. Todo ello en perfecta armonía con los dos principales centros religiosos de la ciudad tardoantigua, la basílica martirial y el conjunto catedralicio. SUMMARY The studies about Spanish monastic architecture of the seventh century should intend to sort out the paradox originated after the confrontation between material remains and written sources. According to the latest, there was by then a very active statement taking part in religious and political meetings at the Toledo’s Visigothic court. However, the archaeological works have focused the attention on rural settlements, which have hardly hitherto offered important facts to draw the exact landscape of this century. The main aim of this paper is to describe and underline the existence of an urban monasticism that develops pastoral, assistant and formative functions, all of them specially linked with the two main churches of every late antique urban centre: the martyrium and the episcopium. PALABRAS CLAVE: Monasterio; fuentes textuales; restos materiales; episcopium; monjes; canónigos. KEY WORDS: Monastery; textual sources; material evidences; episcopium; monks; canons.

1. REFLEXIÓN EPISTEMOLÓGICA La escasez y ambigüedad de las fuentes escritas así como la ausencia de excavaciones arqueológicas son tradicionalmente argüidos como los mayores obstáculos para el conocimiento del monasterio tardoan-

tiguo, pero tal vez no sean los más difíciles de superar. Lo primero que cabe preguntarse es si no estaremos tratando de encontrar un modelo arquitectónico similar al del posterior monasterio románico-benedictino, el monasterio prototípico tan férreamente anclado en el imaginario colectivo. 1 A lo largo de este trabajo pretendemos superar tal consideración para aproximarnos lo más posible a la realidad de los establecimientos cenobíticos creados entre los siglos IV y X, tanto en lo que atañe a su comunidad como a los edificios que lo componen. La práctica total ausencia de estudios arqueológicos específicamente referidos a la actividad monástica pre-benedictina nos hace depender de otros de carácter más general, pero aún así es posible insertar nuestro trabajo dentro de la dinámica historiográfica actual de investigación del mundo tardoantiguo y obtener excelentes resultados. Es necesario hacer partícipe al fenómeno monástico de la «revitalización» urbana que parece desprenderse de las evidencias arqueológicas y la revisión de los textos correspondientes a este momento.2 Sobre ambas ideas trataremos de sustentar la revisión crítica de los ar gumentos utilizados para la identificación de comunidades cenobíticas y, partiendo de ella, superar clichés pre-establecidos que han lastrado el avance en su estudio y atisbar un modelo cuya inserción dentro del tejido urbano ofrezca garantías para un mejor desarrollo, tanto espiritual como práctico, de la vida en comunidad. 1 De tal manera que se invierten los términos en la relación entre precedentes y consecuentes y , de forma errónea, insistamos en adaptar el modelo plenomedieval (rural, sometido a una regla perfectamente establecida y con una estructura arquitectónica polarizada en torno a dos elementos fundamentales, iglesia y claustro) a los cenobios construidos entre los siglos IV y XI. 2 Propuesta ya por García Moreno (1993). Las acertadas indicaciones que hace al respecto en este aclarador artículo son, en buena medida, la base sobre la que se asienta nuestra aportación.

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El origen del fenómeno monástico puede rastrearse en el oriente mediterráneo desde prácticamente el primer siglo de la era cristiana. Nos interesa, no obstante, ver en qué condiciones se traslada hasta la zona occidental del Imperio pues, como ha constatado acertadamente Díaz Martínez (1998: 93), existen diferencias sustanciales que nos llevan a valorar un desarrollo divergente a partir de su aceptación dentro de las más altas esferas de la sociedad romana del siglo IV;3 ascetismo si, pero sin renuncia al mundo, parece ser el lema que distinga a las primeras experiencias monásticas documentadas en la capital del Imperio y en otros territorios como Hispania o la Galia a lo largo del siglo V.4 Por su proximidad al siglo y su origen cercano al mundo urbano, no resulta extraño que el monacato occidental establezca fuertes vínculos con el episcopado correspondiente, relación que irá conformando toda una serie de prescripciones conciliares que desembo carán en la total sumisión de los cenobios a la disci plina de la diócesis a la cual pertenecen, siendo fre cuente la relación entre obispado y monasterio a través de la aparición de una figura constante a lo largo de la Tardoantigüedad y la Alta Edad Media; la del monje que alcanza la dignidad episcopal y que, en algunos casos, llega a compaginar los cargos de obispo y abad (Mundó, 1957: 81). No parece, a tenor de lo expuesto, que la pertenencia a una comunidad monástica esté reñida con la ordenación sacerdotal 5 existiendo clérigos que practican una vida cenobítica que, en muchos ca sos, gira en torno a la figura del propio obispo.6 La ausencia de menciones explícitas a este tipo de congre Desde el año 350 un buen número de mujeres aristócratas de Roma, atraídas por las noticias del monacato egipcio del desierto, comenzaron a abrazar la vida ascética. La muerte del marido o del padre era un evento significativo para la dedicación ascética de estas damas, ya que, en ese momento alcanzaban cierta autonomía legal como viudas o hijas (Dunn, 2000: 46). 4 Entre la aristocracia romana no es rara la costumbre pagana del retiro al campo o secessus in villam (Díaz Martínez, 1991: 133), lo que permite suponer que esta práctica fuera «cristianizada» al igual que otros muchos aspectos culturales del mundo romano, en cuyo caso nos resultaría sumamente di fícil distinguir una estructura de carácter doméstico de otra amortizada para uso monástico. 5 Frecuente en las comunidades de San Ambrosio en Milán o de San Agustín en Tagaste o Hipona. 6 En la Alta Edad Media serán muchos los clérigos que decidan vivir en comunidad bajo la autoridad de uno de ellos que será nombrado abbas y aparecen en las fuentes con el nombre de monasterium García Gallo (1951: 1 11, 118, 119). La consecuencia para nuestro estudio es que de este fenómeno se debieron derivar una serie de tipologías constructivas que resultan imposibles de distinguir de la de los monasterios ortodoxos, en tanto que sus necesidades son básicamente las mismas. Por ello, y hasta que aparezca perfectamente dividida en el panorama hispano –a partir del siglo XI– su consideración material habrá de ser la misma a todos los efectos. El 3

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gaciones podría llevarnos a negar su existencia, pero no hay duda de que el tipo de monacato propuesto por San Agustín (esencialmente compuesto por clérigos dedicados al servicio de la sociedad dentro de contex tos urbanos), permite vislumbrar la posibilidad de que la difusión de este modelo y de su regla (Leclerq, 1961: 8), que a su vez tenía origen en el italiano Ambrosio, llevara asociada una transmisión de estos valores por el occidente del Imperio.7 Uno de los textos hispanos que permiten intuir un tipo de monacato urbano ligado a la figura del obispo titular es la carta escrita por Severo, obispo de Menorca, en el año 417, narrando la conversión de los judíos de la isla gracias a la intercesión de las reliquias de San Esteban (Seguí Vidal, 1937: 40). A lo largo del mismo podemos ver la actividad de un grupo de monjes que viajan desde Iamo (actual Ciudadela), donde pudieron tener su monasterio, a Mago (Mahón) junto al obispo, con quien supuestamente vivían: su actitud allí es dispar, y alterna momentos de piedad con otros de evidente violencia, como cuando contribuyen a la destrucción de la sinagoga (Marcos, 2000: 223-225). El siglo VI resulta enormemente prolijo en lo que a fuentes monásticas se refiere —sobre todo si lo comparamos con los anteriores— y éstas aumentan notablemente a partir de su segunda mitad para alcanzar la extremada precisión en la siguiente centuria. Son abundantes los textos que proporcionan noticias acerca de la actividad monástica en suelo hispano an terior a la conversión de suevos y godos al catolicismo.8 Un ejemplo de ello es la labor evangelizadora propio García Gallo (Id.: 146) reconoce que la legislación visigótica emplea los términos ecclesia y monasterium de forma ambigua y que su distinción podría establecerse en lo referido al grado de dependencia respecto al obispo. Nada permite, por lo tanto, establecer distinciones desde el punto de vista material y arquitectónico. 7 Resulta enormemente complicado proponer la existencia de una vida común del clero para los primeros siglos del cristianismo hispano, más aún cuando los especialistas, en base a las evidencias textuales, no aseguran su nacimiento más allá del siglo IX. Lo que nos empuja a manejar esta posibilidad –que aquí valoramos desde una óptica exclusivamente material– es la constatación de dos acontecimientos que fijan los probables límites para su presencia: por un lado el monacato agustiniano de carácter clerical, urbano y fuertemente vinculado al episcopado, amén de su más que probable difusión por la Península Ibérica, permite establecer el arranque reglado de esta modalidad monástica a principios del siglo V, mientras que los cánones dispuestos en el Concilio de Coyanza (1055) revelan la necesidad de establecer los límites necesarios para la denominación de las comunidades clericales como canónicas, tratando de subsanar el error por el cual recibían la denominación de monasterium (García Gallo, 1951: 130). 8 La recopilación de las referencias textuales fue realizado ya por Pérez de Urbel (1933), Linage Conde (1973), Puertas Tricas (1975), con una interesante reflexión acerca de la materialidad de las mismas por Martínez Tejera (1998).

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de Martín, mencionado por Isidoro 9 como obispo del monasterio de Dumio o la noticia en torno a la llegada de monjes norteafricanos que proporciona Juan de Bíclaro en su chronica (Campos, 1960), autor del que también conocemos su doble naturaleza de abad y obispo gracias a Isidoro de Sevilla (Codoñer , 1964). Igualmente anterior al momento de la unificación religiosa son otros dos centros: el monasterio destruido por Leovigildo en la costa levantina, que conocemos gracias a una referencia de Gregorio de Tours («Liber in gloria confessorum» SS rer. Merov. 1, 2, c. 12) y el eremitorio fundado por San Millán y descrito por Braulio de Zaragoza en el siglo VII (Minguella, 1883). Más revelador, si cabe, es el resultado de interrogarnos sobre quiénes son los autores que nos hablan de estos monjes: Isidoro obispo de Sevilla, Ildefonso obispo de Toledo, Braulio obispo de Zaragoza y el propio Juan obispo de Gerona, en suma, todos ellos ocuparon una silla episcopal entre los siglos VI y VII, siendo estos textos un claro indicio del nivel de concordia alcanzado entre monasterios y sedes episcopales en este período. En qué medida afecta la unificación religiosa del Concilio III de Toledo (589) al monacato hispano resulta difícil de valorar. Desde luego es indudable que la asociación entre Iglesia y Estado hubo de afectar positivamente a todas las estructuras eclesiásticas —incluidos los monasterios—, pero no debemos olvidar que durante el período gótico arriano en ningún momento se impide la fundación, dotación y mantenimiento de monasterios y que éstos, en suma, pueden desarrollar su labor con total libertad.10 Lo que sí aumenta de forma considerable es la literatura producida dentro de los círculos religiosos, fundamentalmente aquéllos más cercanos al poder civil, multiplicándose los datos acerca de la situación que se experimenta en el reino tras la unificación. Podría decirse que la extendida opinión acerca de la «eclosión» del fenómeno monástico en el siglo VII es producto del aumento de documentos escritos, entre ellos, y ocupando un papel importantísimo, las Reglas Monásticas Hispanas; escritas por Leandro, Isidoro, Fructuoso y la denominada Regula Communis (Campos y Roca, 1971). 9 Historia Sueuorum (Edición a car go de Rodríguez Alonso, 1975: 319). 10 Exceptuando los últimos años del reinado de Leovigildo. Pero incluso entonces su actitud con respecto a los monasterios es contradictoria; por un lado tenemos noticias de la destrucción de algunos de ellos (caso del monasterio levantino mencionado por Gregorio de Tours) y, sin embargo, éstas se alternan con otras donde muestra su piedad y generosidad (como en el caso de la historia del abad Nancto narrada en el Liber Vitas Sanctorum Patrum Emeritensium).

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Tras un siglo de experimentaciones y constante formación (Díaz Martínez, 2006: 19), el estamento monástico de siglo VII se presenta ante nosotros como inagotable fuente de la que nacen los más piadosos y eruditos personajes: intervienen en los concilios, ocupan las sillas episcopales, regentan escuelas y, por supuesto, son guías espirituales en la conformación del ideal cristiano fijado por la alianza Iglesia-Estado. ¿Cómo es posible conciliar esta actividad con un fenómeno que permanece arraigado dentro de la historiografía tradicional como eminentemente rural (Díaz Martínez, 1989: 55)? Es preciso comenzar a hacer hincapié en el estudio de las comunidades urbanas, muchas de las cuales son conocidas gracias a la labor de formación de nuevos obispos. Pese a la persistencia de ideas que hunden sus raíces en los primeros tiempos del monacato y son dotadas de cierto aire legendario, de arrebato místico y martirio incruento,11 lo cierto es que lo más característico del monasterio hispanovisigodo es su perfecta adecuación a las estructuras civiles y religiosas, actitud que alcanza su punto culminante con la presencia de abades en los concilios nacionales,12 primero como representantes de obispos ausentes y , más tarde, tomando parte activa en los mismos y situados en un escalón inferior a los obispos congregados pero por encima de los magnates palatinos (Bishko, 1941). El punto de inflexión en la aparición del ordo abbatum en las reuniones, pasando de la mera representación a la participación activa, se producirá en el VIII concilio nacional de Toledo celebrado el año 653.13 Aparte de esta «novedosa» actividad de los abades, poco parecen haber variado las funciones que el monasterio lleva a cabo dentro de la sociedad en la que se inscribe. Continúan siendo lugares de acogida de peregrinos y de enfermos, tal y como aparece perfectamente reflejado en el relato de las Vidas de los Padres de Mérida a propósito de la construcción del xenodochium por el obispo Masona. Obras similares

11 Como en la epístola de Braulio de Zaragoza al abad Frunimiano, a mediados del siglo VII, o la de este mismo autor (XLIV, 49-53) a Fructuoso alabando su actividad evangelizadora en un desierto cuajado de bestias salvajes (Riesco Terrero, 1975). 12 Es conveniente recalcar que, a partir del III Concilio de Toledo, las decisiones adoptadas en los sínodos nacionales superan ampliamente los marcos estrictamente religiosos para al canzar aspectos políticos, económicos y sociales. De ahí la im portancia de la aparición de los abades en dichas reuniones. 13 Se celebró pocos meses después del ascenso al trono de Chindasvinto y el marco elegido fue la iglesia pretoriense de los Santos Pedro y Pablo. Son 14 las rúbricas de abades consignadas: Eumerio, Fugitivo, Eusiquio, Sempronio, Ciríaco, Juan, Marcelino, arcipreste de Toledo, Sirículo, Ildefonso (2), Anatolio, Eumerico, Morario y Secundino (Vives, 1963: 283).

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aparecen registradas también en este siglo, como la que llevan a cabo un matrimonio de nobles toledanos, Eterio y Teudesinda, al fundar un monasterio dedicado a San Félix a unas cuatro millas de la corte, 14 en un lugar denominado Tutanesio, que incluía una hospedería y un asilo para peregrinos enfermos, y así lo recoge un poema de San Eugenio 15 (García Rodríguez, 1966: 428). A finales del siglo VII, existe una disposición conciliar16 que llama la atención acerca del modo en el cual se ejerce esta hospitalidad ya que, según parece, muchas comunidades habían relajado sus costumbres permitiendo la entrada dentro del claustrum monástico a seglares que perturban la vida de los hermanos. El cenobio acoge también una importante actividad pedagógica a través de las escuelas monásticas y así se deduce de la lectura de la Regula Communis, cuando trata de la recepción de oblatos en el monasterio y de su posterior formación (c. VI). Más explícito resulta el texto de las Vidas de los Santos Padr es Emeritenses (II-14), al describir cómo unos niños interrumpían sus estudios en la escuela monástica para mofarse de un monje totalmente ebrio. Con mayor razón debieron existir escuelas en aquellos monasterios que gozaran de una estrecha vinculación con la sede episcopal del lugar donde fueron fundados, en tanto que muchas de ellas son auténticos «semilleros» de candidatos a ocupar el puesto de obispo. Dentro de esta breve relación de las funciones otorgadas a los monasterios del siglo VII y de las cuales se puede deducir algún tipo de característica arquitectónica, aún debemos constatar la utilización del recinto monástico como lugar de reclusión. No se trata de una novedad, en tanto que ya aparece registrada en algunas prescripciones conciliares de la colección hisLa ubicación exacta de este monasterio se encuentra, en la actualidad, en el aire, puesto que existen autores que, basándose en la estancia de Eugenio en Caesaraugusta, lo consideran situado en el entorno de dicha ciudad (García Iglesias, 1979: 89; Aguarod y Mostalac, 1998; 84 y Magallón, 2006: 20). Incluso se ha llegado proponer la identificación de una necrópolis ad sanctos asociados a dicho monasterio (Galvé y Blanco, 2005: 497). Son varios los argumentos que nos llevan a dudar de esta propuesta. Además de que esta iglesia y su correspondiente monasterio pudieron encontrarse en torno a la capital visigoda, de la que Eugenio II fue metropolitano, hemos de añadir que en el Carmen del propio Eugenio se menciona la titularidad compartida con otros santos lo que, en principio, parece contradecir encontrarnos con un martyrium único. Por otro lado se conoce que las reliquias del mártir Félix se debieron venerar en Gerona. 15 Este dato sirve para confirmar la persistencia de iniciativas piadosas de carácter privado por parte de matrimonios pertenecientes a las clases nobiliarias. Esta costumbre, registrada en casos de los siglos IV-VI (casos de Paulino de Nola o la dama Minicea), parece continuar vigente en la séptima centuria hispana. 16 Concilio III de Zaragoza, 691 (c. III). 14

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pana anterior al año 589 (canon I del concilio de Tarragona 516). Lo que sí resulta ciertamente novedoso es el aumento sustancial de las indicaciones que en los sínodos se producen a este respecto, 17 convirtiendo a los monasterios en auténticas prisiones tanto de religiosos como de legos (siervos y nobles), para castigar delitos civiles18 o como retiro de penitentes. El monasterio hispanovisigodo en el momento de su máximo apogeo era, por tanto, lugar de oración, de culto a las reliquias de los mártires, de enseñanza, de penitencia, reclusión, hospitalidad y caridad. Resulta ciertamente complejo imaginar que un cenobio en el campo pueda aglutinar tantas funciones y parece más bien, sin negar la existencia de estos pequeños centros rurales, que hubieron de existir grandes complejos de carácter urbano,19 allí donde la población necesita de sus labores asistenciales y espirituales, donde se llevaron a cabo estas importantes actividades. La trayectoria de las instituciones monacales hispanas, o tal vez el volumen de textos escritos que nos hablen de ellas, parecen sufrir un duro revés con la invasión islámica. De la misma forma que el 589 es interpretado como el acontecimiento clave a partir del cual se presentan las condiciones óptimas para el florecimiento de la vida monástica en el siglo VII, el 711 cercenará de forma dramática su crecimiento y hará que las fundaciones se marchiten para volver a retallar en la zona septentrional de la península coincidiendo con el paulatino resur gir de los reinos cristianos.20 Una vez más, creo que esta postura necesitará ser matizada y lo que se intuye es que, a pesar de los indudables cambios coyunturales, aún queda mucho trabajo por realizar hasta confirmar la defunción de los monasterios hispanos, en todo caso será preciso 17 Narbona, 589 (c. VI y XI); Sevilla II, 619 (c. III); Toledo, IV 633 (c. XXIV y XLV); Toledo VIII, 653 (c. III, V, VI y VII) y Zaragoza III, 691 (c. V). 18 Aún para el siglo IX, en el reino de Asturias –según la crónica de Alfonso III en su versión rotense–, Ramiro I ordena la reclusión del usurpador Nepociano en un monasterio (Gil, Moralejo y Ruiz, 1985: 142). 19 La existencia de estos monasterios urbanos, además de por las constataciones arqueológicas que veremos a continuación, es deducida ya por Díaz y Díaz (1958; 77) de la interpretación de la homilía De monachis perfectis, cuya autoría adjudica a un obispo en cuyo ánimo está ensalzar el modo de vida en los monasterios urbanos de su diócesis. 20 La postura más catastrofista, la que habla de la destrucción y la diáspora que debieron sufrir los monasterios a raíz de la penetración sarracena, fue encabezada por Pérez de Urbel (1933: 521 y 1942: 39). Según este autor, aquéllos que resistieron el empuje islámico fueron los menos, sólo los que disponían de sólida fábrica, mientras que la opción más recurrente fue la de huir hacia las montañas del norte –cuando no rebasar los Pirineos– para desde allí unirse a la tarea repobladora en la que las fundaciones monásticas cobraron un papel verdaderamente protagonista.

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aclarar que es la ausencia de fuentes la que ha llevado a tal aseveración. El escenario que nos proporcionan las actuales investigaciones es hoy más comedida (Acién, 2000: 432), obviándose términos añejos como despoblación o diáspora, apareciendo otros como pacto, capitulación, asimilación y permanencia. En lo referido a la institución monástica contamos, además de con la inestimable información facilitada por la excavación arqueológica de un monasterio con actividad en época emiral,21 con los valiosos testimonios del cordobés Eulogio,22 amén de otros que iremos mencionando. Lo que resulta indudable es que los acontecimientos históricos provocan una «bifurcación» (y no una fractura) en el desarrollo del monacato hispano. Los condicionantes políticos, religiosos y culturales harán que los cenobios fundados en zona cristiana se vayan dotando de funciones derivadas de la particular situación experimentada en ese territorio, mientras que las noticias que poseemos acerca del monacato mozárabe apuntarían hacia una evidente continuidad en los usos monásticos heredados de época visigoda.23 De la situación vivida en territorio cristiano entre los siglos VIII y XI son buena muestra las disposicio nes del concilio de Coyanza. Los obispos reunidos en la ciudad leonesa el año 1055 establecen la vida canonical en todas sus sedes episcopales y aconsejan que éstas adopten una regla, entre ellas la de San Benito o la de Isidoro. 24 Lo que realmente pretendían con esta decisión es dotar de una normativa concreta a un fenómeno extendido por sus diócesis, acabar de forma contundente con la confusión entre ecclesia y monasterium que se había producido en este inter valo de relajación y que ha quedado reflejada en las fuentes escritas. Es un intento por regresar a las nor mas dictadas por los concilios hispanos, a la legisla ción de época visigoda. Sin embar go hemos podido ver que ésta tampoco es excesivamente clarificadora al respecto, lo que nos lleva a proponer que esta confusión entre vida canónica y vida monástica es incluso anterior a la irrupción islámica, algo que po dría confirmar la existencia de comunidades canó -

nicas —episcopales y no episcopales— en el reino hispanovisigodo.

21 Nos referimos al monasterio toledano de Sta. María de Melque, del que trataremos más adelante. 22 Para el análisis de su obra nos hemos servido de la re ciente edición a cargo de Herrera Roldán (2005). 23 Lo que aún no se puede constatar son los aspectos mate riales de esta posible continuidad. Para el estudio de la activi dad constructiva en la sociedad mozárabe, Arce. F. (1992), (2000) y (2003), la relación de monasterios ofrecida por Eulogio es recogida y presentada por Puertas Tricas (1975). 24 En la versión que parece la que auténticamente transcribe los cánones allí dispuestos, es decir , la recogida en el Liuro Preto de Coimbra en Portugal (Martínez Díez, 2006: 84).

25 El número de monasterios correspondientes a los siglos VI y VII identificados por cada autor es de:. — 43. Pérez de Urbel. — 25. Linage Conde. — 22. Puertas Tricas. Datos abrumadores si los comparamos con el número de monasterios conocidos antes de la sexta centuria. Esta compa ración ofrece resultados distintos, por razones lógicas, si la realizamos con los cenobios conocidos a través de la documentación directa entre el año 71 1 y el 1 109 en el Monasticon Hispanum de Linage (quien certifica la mención de 1828 monasterios).

2. REFLEXIÓN HISTORIOGRÁFICA Y METODOLÓGICA Tal y como hemos podido observar a través de este sintético recorrido por las distintas experiencias ascéticas hispanas entre los siglos IV y X, tras la aparición de la vida monástica y de la fijación de modelos arquitectónicos derivados de ella se encierran un buen número de variables (temporales, territoriales, económicas, culturales y sociales) que conforman un panorama extremadamente heterogéneo o, cuando menos, lo suficientemente complejo como para tratar de establecer unos criterios únicos que lo definan. Esta situación es especialmente delicada en la séptima centuria hispana donde, además, entra en juego un factor determinante como es esa supuesta «eclosión monástica» acaecida tras la unificación religiosa y cuya importancia tiene inmediato reflejo en los textos, los cuales nos facilitan nombres de cenobios, de sus fundadores, protectores y abades, así como de referencias acerca de la manera en la que se inserta en el mundo que les rodea. El registro de monasterios anteriores a la conquista islámica mediante la lectura de las fuentes documentales es una labor iniciada ya en la monumental obra del padre Flórez (1773), teniendo continuidad en el siglo pasado en los trabajos realizados por Pérez de Urbel (1933), Antonio Linage (1973) y Rafael Puertas (1975). Textos conciliares, hagiográficos, epigráficos, legendarios, epistolares, crónicas, reglas monásticas y calendarios litúrgicos fueron «exprimidos» a lo lar go de estos estudios ofreciendo grandes resultados 25 y allanando el camino para futuras investigaciones fuera del ámbito estrictamente documental, puesto que en su afán por aproximarse a la realidad monástica acompañan estas listas de posibles cenobios con las ubicaciones deducidas del repaso de los textos. Pasados más de treinta años desde que fuera publicada

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la última de estas obras, la arqueología, sometida a sus propios ritmos, apenas ha podido dar cumplida respuesta a los testimonios literarios conocidos y cualquier intento de aumentar esta nómina de monasterios a través de la relectura de las fuentes resultará desalentador. Esta relación queda necesariamente vacía de contenidos descriptivos, dado que no existe mención alguna en la que se nos ofrezcan características precisas que permitan la recreación de un modelo genérico, algo que, en todo caso, hubiera resultado insuficiente a tenor de la heterogeneidad que del fenómeno monástico se desprende de los documentos. Sin embargo, el uso de algunas fuentes para tratar de establecer las características de la arquitectura monástica hispanovisigoda ha sido la opción más re currente a lo lar go de los últimos años de investiga ción. Por encima de todas ellas destaca el canon I de la regla monástica dictada por Isidoro, 26 por su naturaleza descriptiva y el ofrecimiento por parte del obispo hispalense de un modelo prototípico de distribución de las estancias monásticas —que no de las características arquitectónicas de las mismas— para un mejor desarrollo de la vida en comunidad. Es precisamente por su carácter modélico lo que nos hace plantearnos dudas razonables acerca del alcance del mismo. No se puede negar la difusión de la regla isi doriana, lo que se antoja complicado es que la con cepción arquitectónica del monasterio propuesto pu diera ser llevado a cabo de forma sistemática. Es un caso similar al ofrecido por el famoso plano de San Gall y su utilidad para la comprensión de los componentes básicos que se dan cita en la arquitectura mo -

26 Se trata de un texto extremadamente sugerente que, por la importancia del tema tratado, no nos resistimos a reproducir de forma íntegra:. Es de gran importancia, hermanos carísimos, que vuestr o monasterio tenga extraordinaria diligencia en la clausura, de modo que sus elementos pongan de manifiesto la solidez de su observancia pues nuestro enemigo el diablo r onda en nuestro derredor como león rugiente con las fauces abiertas como queriendo devorar a cada uno de nosotr os. La fábrica del monasterio solamente tendrá en su r ecinto una puerta y un solo postigo para salir al huerto. Es pr eciso que la ciudad, por su parte, quede muy alejada del monasterio, con el fin de que no ocasione penosos peligros o menoscabe su prestigio y dignidad si está situada demasiado cerca. Las celdas de los monjes han de estar emplazadas junto a la iglesia para que les sea posible acudir con presteza al coro. La enfermería, en cambio, estará apartada de la iglesia y de las celdas de los monjes, con objeto de que no les perturbe ninguna clase de ruidos ni voces. La despensa del monasterio debe estar junto al r efectorio, de modo que por su pr oximidad se pr esten los servicios sin demora. El huerto, asimismo, ha de esta incluido dentr o del recinto del monasterio, en cuanto que, mientras trabajan dentr o los monjes, no tengan pr etexto alguno para andar fuera del monasterio. (Campos y Roca, 1971: 91).

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nástica carolingia.27 Ambos documentos, por su temprana cronología y la riqueza de su contenido, constituyen una referencia fundamental en la investigación de aquellas unidades básicas que conformaban los monasterios altomedievales europeos. Nos muestran la preocupación de abades y obispos por encontrar un marco arquitectónico adecuado para el desarrollo es piritual y práctico de la comunidad y el interés de éstos por la difusión de un modelo de articulación de los diferentes espacios monásticos. Si bien es cierto que el canon primero de la regla del hispalense pasa por ser el más explícito de los textos a este respecto, el uso del resto de reglas monásticas hispanas ha sido un medio habitual de aproximación a la realidad material de los cenobios hispanogodos (Maciel, 1998 y Bango, 1999). Esta utilización de las fuentes, y en especial de las reglas, como material indispensable para la identificación de la arquitectura monástica ha sido defendida tradicio nalmente por su indisoluble unión con la realidad constructiva. En palabras de Braunfels (1975: 10) «todo buen monasterio representa un or ganismo a través del cual la vida según la regla primero es posibilitada, luego racionalizada, y por último simboli zada». Sin embargo, resulta clarificador en este sen tido que muchos de los trabajos que aplican de forma exclusiva esta metodología van encabezados de tér minos como «aproximación» (Martínez Tejera, 1998 y Bango 1999), «primera toma de contacto» (Maciel, 1998: 27) o que será necesaria su constatación a tra vés de los hallazgos materiales. En conclusión, las fuentes monásticas nos proporcionan un conoci miento rico pero limitado cuando lo contextualiza mos dentro de una realidad espacial más amplia (Díaz Martínez, 1989: 49) que presenta un sinfín de matices y una casuística para la cual las reglas mo násticas no pueden ofrecer respuesta. Las muestras de este abanico de posibilidades geográficas, temporales y culturales presentadas a lo largo de nuestro estudio confluyen en lo que se denominarían usos y costumbres monásticas (Bango, 2007), en definitiva, a la particular aplicación de la regla en cada momento y lugar bajo condicionantes exclusivos. La arquitectura nacida bajo dichos parámetros será difícilmente explicable si nos limitamos al estudio de normas que nacen con vocación de ser universales. Si acudimos directamente al análisis de los posibles conjuntos conventuales podremos observar que, ante la dificultad para establecer con certeza las carac27 Fue enviado al abad Gozbert (816-836), probablemente por Haito, abad de Reichenau (Braunfels, 1975: 58).

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terísticas de las dependencias residenciales y de servicios que formaron parte de todo monasterio (debido a la ausencia confirmada de restos constructivos asimilables a dichas funciones), éstos se concentran en el estudio de las iglesias que, supuestamente por estar dedicada a la oración de una comunidad monástica, debieron poseer alguna particularidad (Caballero, 1988: 33). Es Gómez-Moreno (1943-1944: 50) quien, en un artículo dedicado a la iglesia gallega de Santa Comba de Bande, se aventura a proponer como elemento característico de determinados templos monásticos de época visigoda —por aquel entonces Bande lo era con total seguridad— la presencia de estancias anejas al espacio cultual de la misma. 28 A dichos espacios no les encuentra una función litúr gica precisa, no dudando entonces en considerarlos aposentos para monjes. La debilidad de la propuesta de Gómez-Moreno, incluso desde el punto de vista funcional, es evidente, y parece más lógico adjudicar a dichas estancias una función auxiliar dentro de la compleja litur gia hispana. Schlunk hace suyo el modelo explicativo propuesto para Bande y lo aplica a la iglesia portuguesa de San Giâo de Nazaré (1971: especialmente 520). En su intento por dotar de mayor complejidad a esta primera aproximación a la arquitectura templaria monástica en la Alta Edad Media hispana, el investigador alemán profundiza en las fuentes litúr gicas tratando de encontrar datos que la avalen. Así, en el canon XVIII del concilio IV de Toledo (633), halla la siguiente prescripción «la bendición al pueblo debe seguir a la oración dominical y a la mezcla del pan y el cáliz, y entonces finalmente se sumirá el sacramento del cuerpo y sangr e del Señor. Observando este orden: que el obispo y el levita comulguen delante del altar, el clero en el cor o, y el pueblo fuera del cor o (extra chorus)». A la compartimentación teórica aquí ofrecida une Schlunk los datos obtenidos del análisis de San Giâo —con una división física entre lo que supone el aula y un transepto que precede al ábside central— para emitir una hipótesis a través de la cual se explicarían como monásticas todas aquellas iglesias 28 En el caso de Santa Comba el hallazgo de estas dependencias a través de excavaciones en el lugar produce una tipología de cruz inscrita. Por ello, el ilustre investigador granadino encuentra paralelos para las mismas en Quintanilla de las Viñas (Burgos) y San Pedro de la Nave (Zamora). Tras una reciente investigación arqueológica de la fábrica constructiva de la ermita orensana (Caballero, Arce y Utrero, 2004: 308), se llega a la conclusión de que las estancias que él considera viviendas para los monjes fueron realizadas en un momento posterior a la etapa inicial, de tal forma que la planta original es de cruz latina exenta.

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con crucero desarrollado 29 (reservado a la comunidad monástica), con accesos directos desde el exterior y separado de la nave para la feligresía por altos canceles que impiden la comunicación visual. En un trabajo posterior (1978) vuelve a reiterar su total acuerdo la idea manejada por Gómez-Moreno en el caso de Bande.30 En un intento, tal vez simplificado, de unificar ambas posturas, propone la planta cruciforme como elemento diferenciador de las iglesias monásticas conventuales del siglo VII hispano, aportando algunos ejemplos concretos que serían, además de Santa Comba, La Mata o San Pedro de la Nave. Efectivamente, el término chorus parece definir al espacio del interior del recinto sagrado reservado para el clero (Puertas, 1967: 210), pero la misma consideración posee el lugar acotado para que el ordo monastico siga los oficios, tal y como se desprende de las menciones que al respecto hacen el anónimo autor de la Regla Común31 y San Isidoro. De esta forma la única manera para diferenciarlos es su tamaño (para las comunidades monásticas este espacio será más grande) y el tipo de cancel que actúa de barrera con respecto a los legos (los canceles serán más bajos en las iglesias parroquiales). Son muchos los investigadores que consideran insuficiente esta apreciación como elemento diferenciador de las iglesias monásticas (Bango, 2001: 538, Caballero, 1988: 41 y 2006: 119), llegando a desestimar por completo la definición de los rasgos comunes de las iglesias monásticas como vía para la identificación de complejos cenobíticos, punto éste para el que nosotros aportaremos los siguientes datos. 1º Resulta altamente improbable establecer la divi sión entre iglesias parroquiales e iglesias monásticas en base a la compartimentación interior de las mismas, más aún si tenemos en cuenta la dificultad para hablar de parroquias en el reino visigótico. Tampoco debemos olvidar que es frecuente en la documentación hispana entre los siglos VIII y XI, la ambigua utilización de los términos ecclesia y monasterium a la hora de referirse al templo. En todo caso existirían comunidades monás-

29 El que el crucero muestre un gran desarrollo sería consecuencia de su función monástica, en tanto que la ausencia de transepto o su pequeña superficie sería indicio de la participación de un número reducido de clérigos, es decir , una iglesia con función parroquial. 30 Agradecemos a la Dra. Utrero la traducción del texto alemán. 31 A las que debemos añadir la inscripción actualmente desaparecida (Corchado 1988: 395) procedente de Bailén (Jaén) y fechada hacia el año 691, que reza: + in nme Dni: Locuber ac si indignnus abba fecit, / et duos coros ic construxit, et sacra / te sun scorum Di eglesie pridie idus Ma / g […] ql, dni nsi Egicani. (Vives, 1942: 105, número 312).

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ticas compuestas por un pequeño número de monjes y , al contrario, iglesias servidas por muchos clérigos. 2º Los textos que recogen los distintas ceremonias celebradas en la litur gia hispana hacen referencia constante a la separación física que implicaba la pertenencia a uno u otro de los grupos que conforman la comunidad cristiana, tanto entre religiosos (lectores, diáconos, presbíteros, acólitos, etc.) como entre legos (catecúmenos, penitentes, competentes, etc.). Canceles y barreras debieron ser frecuentes entre presbiterio y coro, entre coro y naves, pero también dentro de cada una de estas unidades. 3º La diferencia entre una iglesia monástica y otra que no lo era no parece que fuera muy grande, o en todo caso ésta no radicaba en sus estructuras arquitectónicas, lo que permitía a los obispos convertir, según el canon IV del concilio III de Toledo (589), en monasterio una de las iglesias de la diócesis. Dicho esto, consideramos que la vía adecuada de identificación de complejos monásticos ha de centrar sus esfuerzos en conocer mejor los edificios y el entorno próximo que circundaban las iglesias —monásticas o no— con el objetivo de encontrar allí las evidencias que permitan establecer la presencia de una comunidad reglada. Antonio Linage (1973: 13), en su magna obra sobre el proceso de benedictización de la Península Ibérica expresa su convencimiento acerca de las limitaciones del estudio documental en torno al monacato hispano y resulta sintomático que quien ha realizado una labor tan importante en la búsqueda de fuentes documentales deposite finalmente sus esperanzas en trabajos de naturaleza material o, como él mismo dice «a realizar sobre el terreno». Si esta determinación es aplicable a todos los monasterios hispanos hasta el año 1109 ¿cuánto más necesaria será para los monasterios anteriores a la invasión islámica que representan un 1,6% de los reflejados en su estudio?32 Nuestra propuesta, de la que aquí presentamos una mínima parte, pretende aprovechar los resultados de las excavaciones ya realizadas con el objetivo de enfrentarlos a los datos obtenidos a través de las fuentes y así poder recoger las innumerables varia bles constructivas y tipológicas que se debieron pro ducir en el desarrollo de la arquitectura monástica hispana entre los siglos IV y XI. Sólo así será posible afrontar futuras intervenciones con plenas garantías. De la misma forma que se reinterpreta un docu mento, es posible llevar a cabo una «relectura» de las fuentes arqueológicas.

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31 monasterios sobre un total de 1859.

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3. PROPUESTA METODOLÓGICA El monasterio se entiende, desde el punto de vista material, como la unión física entre un espacio de uso litúrgico y otros que poseen funciones relacionadas con la vida y desarrollo de la comunidad. Dadas las dificultades anteriormente expuestas para identificar los templos monásticos, la alternativa lleva a centrarnos en los segundos como vía para el descubrimiento y análisis de posibles complejos conventuales. La imprescindible presencia de edificios residenciales, explotaciones agropecuarias o elementos de delimitación respecto al conjunto de la sociedad laica justifican sobradamente la búsqueda y estudio de los mismos, pues son fruto de la aplicación práctica de la vida en comunidad. La puesta en marcha de un proyecto común de vida dedicado a la oración y a la observancia de los principios cristianos conlleva la necesidad de crear espacios arquitectónicos en los cuales desarrollar una serie de actividades que, en origen, poseen un alto componente de individualidad. No es extraño que las reglas monásticas legislen de una forma precisa acerca de la necesidad de dormir y comer en común, usos que tendrán una inmediata repercusión en la configuración arquitectónica de la zona de clausura. Otro factor a tener en cuenta a la hora de analizar las distintas dependencias claustrales es el de la caridad desempeñada por las comunidades monásticas, puesto que traerá aparejada la construcción de edificios destinados al cuidado de peregrinos, ancianos y enfermos —tanto religiosos como laicos (Isidoro, c. 23 y Fructuoso, c. 9)— que habrán de disfrutar de características propias que los diferencien del resto de dependencias. Queda asumido, por lo tanto, que las prescripciones regulares observan con rigidez la obligación de hospitalidad y caridad para con laicos y religiosos y , en lo referido a las propias comunidades, a trabajar , tomar la refección y a pernoctar bajo un mismo techo. La dificultad radica en identificar de forma precisa estos espacios a través de la actividad arqueológica. A partir del riguroso trabajo de Díaz Martínez (1987) han quedado perfectamente registrados todos los factores económicos que se dan cita en la fundación y mantenimiento económico de un cenobio hispanovisigodo (dotación, acumulación de patrimonio a través de donaciones y explotación de los recursos), estableciendo como punto de partida aquellos rasgos comunes con el sistema de producción y gestión de la propiedad latifundista tardoantigua. Este modelo teórico, justificado a través de un minucioso repaso de las fuentes documentales, vendría a suponer un hito

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más en el método propuesto para la identificación de establecimientos monásticos tardoantiguos. Al templo y a los edificios conventuales se le suma la presencia de unos terrenos colindantes cuya explotación garantice la estabilidad de la comunidad. 33 Para la identificación de esta zona de usufructo económico será preciso tener en cuenta los condicionantes económicos, geográficos, climatológicos y culturales. Aún se puede establecer una consecuencia más de la implantación de sistemas de explotación del territorio en relación a los centros monásticos tardoantiguos. Nos referimos a la presencia necesaria de infraestructuras asociadas a la captación de recursos hídricos, así como de almacenamiento y de transformación de los productos cultivados (hórreos y molinos, fundamentalmente). La existencia de estos elementos, además de responder a una cuestión lógica, está suficientemente atestiguada a través de las reglas monásticas, textos hagiográficos34 y donaciones.35 El estudio del entorno del monasterio toledano de Santa María de Melque (Caballero y Fernández Mier , 1999: 211), cuyos edificios residenciales presentaremos a continuación, se llegó a la conclusión de que el conjunto de presas que se encuentran en el interior del complejo productivo cercado tienen como objetivo principal proporcionar agua a los cultivos que se distribuyen en las terrazas de los valles que por ellas son regados. Los datos obtenidos mediante los análisis de pólenes, frutos y maderas indican una actividad plena de la explotación hasta bien entrado el período emiral. Otro de los factores a tener en cuenta como elemento identificador de los complejos monásticos es el principio de clausura y los elementos constructivos derivados de ella. La relación entre la comunidad y la sociedad en la que ésta se inscribe está sometida a la huída voluntaria del siglo, a la creación de un microcosmos propio para cuyo mantenimiento será preciso establecer unas barreras físicas entre los edificios conventuales y el mundo. Las reglas monásticas extra-hispanas, como la Regla del Maestro o la de San Benito, codifican esta circunstancia de forma clara (Dey, 2005: 362), incluso la dictada por Agustín, que posee un claro componente de inserción en la socie33 Esta idea no es incompatible con la existencia de monasterios urbanos y suburbanos. Hemos de suponer que sus propiedades se concentraran en los campos de labor que con total seguridad circundaban los núcleos de las ciudades. 34 En la Vita Sancti Emiliani , XIX, Braulio de Zaragoza cuenta cómo el santo obró un milagro para alar gar un madero con el que realizar un granero para el cenobio (Minguella, 1883: 266). 35 Donación de Vicente al monasterio de Asán (Díaz Martínez, 1987: 81 y Ariño y Díaz 2003), que incluye sistemas de irrigación de los terrenos donados.

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dad y servicio de ésta, permite suponer la existencia de un tipo de arquitectura tendente a la autoprotección espiritual (Id.; 361). La topografía monástica, por tanto, debió presentar una serie de elementos que tuvieran como fin la salvaguarda del recinto conventual —en su doble vertiente espiritual y material—, lo que permite suponer que puede ser éste un elemento de gran valor a la hora de la identificación de los mismos (Moreno Martín, e.p.), si bien la prolongación de esta característica en el tiempo la dota de un valor genérico incapaz de dictaminar por sí sola la pertenencia a un período temprano del monacato hispano.36 El interés suscitado por la arqueología tardoantigua peninsular, y como consecuencia de ello el aumento en el número de excavaciones, ha permitido el conocimiento de una serie de estructuras de carácter residencial, generalmente vinculados a edificios litúrgicos, cuya cronología se puede situar entre los siglos VI y VIII. Aunque escasos, de ellos podemos extraer unas características generales que nos sirvan de base para establecer de forma primaria algunos posibles rasgos constructivos de las estructuras domésticas de los monasterios hispanos. El Germo (Espiel, Córdoba) [Fig. 1a]. Aproximadamente a unos cien metros a occidente del recinto cultual —la basílica, datada en torno al 600, denominada de forma errónea como Alcaracejos— se descubrió un edificio coetáneo tendente a la planta cuadrada con un espacio central en torno al cual se distribuyen tres crujías que no mantienen una regularidad constructiva clara y alternan estancias de muy variada tipología (Ulbert, 1971: 180) que parecen ofrecernos, de forma desvirtuada y vaga, un modelo que recuerda al de la domus romana en torno a un peristilo. Tal disposición dio pie para su interpretación como monasterio, aunque existen argumentos que más bien hacen pensar en una granja o gran caserío con iglesia propia ( Id: 181), siendo ésta una hipótesis que ha sido aceptada (Godoy, 1995: 272, Caballero, 2006: 111). Falperra (Braga, Portugal) [Fig. 1b] . En un promontorio amurallado y cercano a la antigua capital del reino suevo fueron halladas estructuras edilicias ordenadas en torno a un templo. Su excavador (Rigaud, 1968: 64) describe el monumental edificio anexo como un gran rectángulo (34,20 X 12,60 metros) dividido transversalmente en dos naves, cada una de ellas con compartimentaciones propias, destacando una gran sala alargada dividida en dos espacios 36 Salvo que un estudio arqueológico establezca una cronología absoluta para ella.

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Fig. 1. a) El Germo (Ulbert, 1971); b) Falperra (Rigaud, 1968); c) Pla de Nadal (Juan y Lerma, 2000); d) Sant Julià de Ramis (Burch et alii, 2001); e) Vallejo del Obispo (Barroso y Morín, 1996); f) Santa María de Melque (Caballero, 2004); g) Recopolis (Olmo, 1988).

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longitudinales por la presencia siete pilares cúbicos y con contrafuertes exteriores. Considerado monasterio por Palol (1967: 371 y 1970: 308), una propuesta actual reivindica su catalogación como lugar de residencia regia en el momento de dominación sueva (Real, 2000: 26) Recopolis (Zorita de los Canes, Guadalajara) [Fig. 1g]. No existen dudas razonables, en el estado actual de las investigaciones, que permitan poner en tela de juicio la identificación del yacimiento alcarreño con la ciudad fundada por Leovigildo el año 578 según el texto de Juan de Biclaro. Su mejor aval lo constituye el grandioso edificio que cierra el lado norte de la plaza que sirve de organizador para el conjunto. Se trata de una espectacular construcción rectangular de más de 140 metros de longitud y hasta trece de anchura (Olmo, 1987: 349 y 1988: 159) con todo su espacio interior dividido en dos grandes salas por pilares cúbicos. Al exterior, en su muro sur, se situaron una serie de ocho contrafuertes semicirculares. Para Olmo (2000: 386) debió poseer dos plantas y cumplir una función representativa (el palacio propiamente dicho). En el lado sur de la basílica se comenzó a excavar el año 1986 otro edificio rectangular dividido longitudinalmente en dos naves paralelas que parece servir de límite entre el gran espacio diáfano considerado como plaza y otra serie de construcciones de variada tipología que serían lugares con función administrativa. Pla de Nadal (Ribarr oja de Turia, Valencia) [Fig. 1c]. Precisar su cronología contribuiría al mejor conocimiento tanto de la arquitectura residencial tardoantigua como de la vía de traslación de motivos decorativos de indudable influencia bizantina. 37 Tras un titubeo inicial (Centcelles y Navarro, 1986: 38) en el que se propuso una función religiosa por la aparición de veneras y cruces, se ha consensuado su consideración como edificio residencial vinculado a un grupo 37 Fechado en época visigoda, segunda mitad del siglo VII, por la semejanza estilística de su conjunto decorativo con los edificios «visigodos» de la meseta norte (Centcelles y Navarro, 1986: 25, también Juan y Lerma, 2000: 141), la aparición de un grafito y de un monograma que fueron puestos en relación con Tudmir, protagonista del pacto que afecta a la parte sur del levante tras la invasión islámica, su construcción fue llevada a las primeras décadas del siglo VIII, pero dentro de la tradición visigoda (Gutiérrez, 2000: 105 y Ribera, 2004: 68). Propuesta alternativa es la de Luis Caballero, para quien la temática decorativa que sirve para adjudicar su filiación visigoda demuestra una clara dependencia de motivos orientales aparecidos en las primeras obras islámicas post 711 en suelo hispano así como en residencias omeyas de oriente próximo, lo que retrasaría notablemente su cronología (Caballero, 1994: 337 y 2000: 217).

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de poder civil —visigodo o dimmí— (Caballero, 1994: 337, Gutiérrez, 2000: 105, Juan y Lerma, 2000: 141 y Ribera, 2004: 68). Pese a encontrarse incompleto, desarrolla un tipo de estructura de gran complejidad y articulación arquitectónica. Posee un espacio longitudinal, con una altura estimada de dos pisos, flanqueado por dos estancias menores que, a su vez, forman parte de estructuras que se adelantan perpendicularmente respecto a la primera formando una especie de atrio (esquema que, en menor medida, también se repite en los lados menores y que, en este caso, están precedida por una arquería triple de acceso). Su planta alta estuvo pavimentada con opus signinum mientras que en la inferior, considerada zona de almacenamiento de productos agrícolas, era de tierra batida (Juan y Lerma, 2000: 136). Sant Juliá de Ramis (Gerona) [Fig. 1d]. La montaña de Sant Juliá se encuentra situada al norte de Gerona, la Gerunda romana, en un paso natural aprovechado por la Vía Augusta en su camino hacia la Galia (Nolla et alii, 2003: 255). En su parte más septentrional se construyó entre los siglos IV y V un monumental edificio con función militar y residencial que es denominado castellum.38 Se trata de una construcción ordenada en torno a una gran estructura longitudinal con soportes cúbicos en su espina central para sostener un segundo piso. A cada lado de esta sala, y formando un esquema simétrico, se articula un conjunto de estancias rectangulares, entre ellas una torre. Este primer edificio es datado entre los siglos IV y V, formando parte de las clausurae construidas para defender el camino hacia la Narbonense (Id.: 256 y Burch et alii, 2005: 58). La estructura será mantenida en su perímetro pero su alzado será modificado profundamente en el siglo VI (Nolla et alii, 2003: 258), momento en el que parece documentarse la existencia de un recinto cultual en la zona sur de la cima de la montaña.39 Vallejo del Obispo (Cañaveruelas, Cuenca) [Fig. 1e]. Se trata de un edificio hallado en las proximidades de la ciudad romana de Ercavica y que 38 Este término aparece en algunos textos del siglo V, siendo interpretado como una mansión solitaria y con algunas estructuras defensivas sin llegar a definir de forma exclusiva a los recintos militares. En la Carta de Consencio al obispo Severo se indica que el obispo de Osca, a la sazón un rico propie tario, poseía su propio castellum (Amengual, 1992: 495). 39 Así se desprende de la aparición de una jarrita litúrgica y de las excavaciones bajo la iglesia románica, que dieron como resultado el hallazgo de un edificio sumamente sencillo de planta rectangular con un pie de altar y sillares decorados (Burch et alii, 2001: 121 y 2005: 60).

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algunos autores consideran el famoso monasterio servitano fundado por Donato y del que fue abad Eutropio.40 Aún dando validez a la suposición de que dicho cenobio se encontrara junto a la propia ciudad de Arcavica, los argumentos para tal identificación y la secuencia derivada de la misma pare cen insuficientes.41 Valoraremos aquí esta hipótesis por cuanto quienes defienden dicha identificación creen interpretar algunos espacios del edificio excavado como las celdas para los monjes (Barroso y Morín, 1994: 231), si bien aprovechamos aquí para expresar nuestras dudas acerca de la función conventual de esta construcción, debido a la carencia de excavaciones y , sobre todo, a la ausencia de un espacio claramente identificado como el templo monástico. En cualquier caso es bastante improbable que dichas habitaciones cuadrangulares, de nueve metros cuadrados, puedan ser las celdas para los monjes dado que existe unanimidad entre todas las reglas hispanas en cuanto a la necesidad de construir un dormitorio común para evitar, digámoslo así, actos pecaminosos. Ninguna duda plantea para su consideración como complejo monacal el compuesto por la iglesia de Santa María de Melque (San Martín de Montal40 De forma tradicional se había situado este famoso cenobio en la zona levantina, junto a Valencia, dado que Eutropio ocupó, tras su car go de abad, esta silla episcopal. La nueva ubicación del monasterio servitano junto a la ciudad conquense ya es manejada por Linage (1980: 368), tras exponer las dudas acerca de su tradicional adscripción a la diócesis de Valencia. Las razones para la asociación con la ciudad de Ercavica pasa, en primer lugar, con la identificación de dicha urbe con la Arcavica de época visigoda y, fundamentalmente, con la epístola que Eutropio, siendo abad del servitano, dirige al obispo Petrum episcopus Ircavicensem (Díaz y Díaz, 1958). 41 Tras la propuesta de Linage, la posterior excavación del lugar de Ercavica (actual castro de Santaver) proporciona algunos datos que invitan a buscar por su entorno el famoso monasterio. Osuna (1977: 25) excava un conjunto rupestre con una necrópolis asociada en la misma falda de la ciudad romana considerando este complejo troglodítico como plenomedieval. El estudio de materiales posterior realizado por Moncó (1986: 256) ofrece una cronología de hacia el siglo V, barajando como posibilidad su carácter monástico y sin conjeturar nada en torno al monasterio de Donato y Eutropio. Este autor, sin embargo, ya habla de un edificio cercano a la ciudad (con el nombre «El Ejido») para el que intuye una función religiosa que cabría relacionar con el eremitorio rupestre. Serán Barroso y Morín (1994), quienes propongan definitivamente la completa identificación entre un edificio excavado en el lugar conocido como Vallejo del Obispo –desconocemos si se trata de una variante toponímica de «El Ejido» o realmente es otro el lugar propuesto– y el monasterio servitano. Allí identifican un espacio litúr gico, almacenes e incluso celdas. Esta opinión sigue siendo mantenida hasta nuestros días, incluso por otros autores ( Id: 1996, 2003 y Martínez Tejera, 2006: 78), aunque estos ar gumentos han sido cuestionados (Caballero, 2006: 114).

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bán, Toledo)42 [Fig. 1f] y sus edificios anejos descubiertos durante las excavaciones llevadas a cabo en los años -70 (Caballero y Latorre, 1980). Las campañas que de forma irregular se desarrollaron entre los años 1994 y 2002 permitieron confirmar la existencia de dos grandes edificios que flanqueaban el templo por su lado norte y este (Caballero, 2004: 350), dando lugar así a un modelo de topografía tendente a la centralización del complejo en torno a la iglesia, a la espera de futuras excavaciones que corroboren esta hipótesis en los lados sur y oeste. Los edificios de Melque, son difícilmente expli cables si no se recurre a la figura de un poderoso be nefactor que sufragara tamaño desembolso, puesto que tienen un indudable parecido con los edificios palatinos de Recopolis y Falperra. Pese a todo es, hoy por hoy, prácticamente imposible aplicarles una fun ción determinada dentro de las necesidades básicas que ha de cubrir el monasterio prebenedictino. Sus muros fueron realizados en mampuesto con refuerzos de sillares, y forman grandes estancias longitudinales que facilitan la distribución y el trasiego en torno al templo —se han documentado dos galerías portica das— así como las actividades comunes de los mon jes. Llama poderosamente la atención la estancia central del edificio oriental, tanto por su anchura como por la presencia de basas de pilastras que indi can una posible solución abovedada o la existencia de un segundo piso.43 Del análisis de estos conjuntos podemos extraer las siguientes conclusiones acerca de la arquitectura 42 A pesar de la rigurosa aplicación del método arqueológico de trabajo en extensión y la multiplicación de datos estratigráficos, la cronología absoluta obtenida no logra precisar el momento fundacional del monasterio. El marco temporal ofrecido por la secuencia cerámica y los análisis de carbono 14 nos desplazan a un momento indeterminado del siglo VIII (Caballero, 2004: 357, Id. 2006: 137 e Id. Murillo, 2005: 258). En cualquier caso estamos completamente de acuerdo con su excavador en que una iniciativa constructiva de tal magnitud se ha de identificar, conceptualmente hablando, con la actividad monástica desarrollada en el Toledo del siglo VII pues, además consideramos que da continuidad a una tradición de fundaciones piadosas extraurbanas que hemos venido rastreando desde los primeros tiempos del cristianismo encarnada en figuras como Paulino de Nola (siglo V), Minicea y el monasterio servitano (VI) y la fundación de San Félix de Totanes por parte del matrimonio toledano en el siglo VII. La actividad y fundación de centros monásticos no cesa el año 71 1, tal y como demuestran los estudios de las fuentes correspondientes al siglo IX cordobés. Falta aún por conocer en qué medida este ejemplo puede ser llevado a otros territorios de al Andalus dada la presumible heterogeneidad y los múltiples factores dominantes en la sociedad andalusí previa al califato omeya. 43 Resulta complicado imaginar un edificio de servicio con tal monumentalidad por lo que, con todas las reservas posibles, bien podría haber acogido la residencia del abad o, en todo caso, el refectorio común.

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residencial desarrollada en la transición entre el mundo tardoantiguo y al Alta Edad Media. 1. Se repiten, con mayor o menor precisión, esquemas básicos procedentes de la arquitectura doméstica romana, como las estructuras en torno a un patio o peristilo (casos de El Germo o Vallejo del obispo) o las grandes salas rectangulares con pilares centrales y contrafuertes como solución para el establecimiento de un segundo piso (Recopolis y Falperra). 2. Jerarquías eclesiásticas y civiles, en tanto que herederos del sistema gubernamental romano, son los que mantienen intacto el deseo de construcciones monumentales. Las viviendas de aquellos sectores menos favorecidos, en cambio, se caracterizarían por la extrema sencillez o la amortización y compartimentación de edificios de época anterior. 3. En la gran mayoría de los ejemplos presentados se ha certificado una pervivencia de las estructuras en un momento posterior a la conquista islámica. Trasladadas al ámbito conventual, se pueden sin tetizar en una única; previsiblemente las grandes empresas monásticas nacidas al amparo de poderes superiores (religiosos o civiles) seguirán modelos arquitectónicos tardorromanos y disfrutarán de carac terísticas materiales propias de la arquitectura pala tina mientras que para el resto de cenobios sería habitual la presencia de edificios humildes, de es casa complejidad e, incluso, con un elevado protagonismo de materiales como la madera o el barro. 4. UNA HIPÓTESIS INTERPRETATIVA A lo largo de este trabajo hemos venido insistiendo en el distanciamiento evidente entre el concepto monasterio y el monasterio como realidad constructiva. La ambigüedad de las fuentes y la ausencia de excavaciones aumentaban de manera considerable esta brecha hasta llegar a la paradójica situación de considerar el monacato hispano de la séptima centuria como un fenómeno eminentemente rural y , sin embargo, concederle la extraordinaria virtud de protagonizar los más importantes acontecimientos religiosos, culturales y políticos de aquel siglo. La ciudad tardoantigua es, desde el punto de vista religioso, una realidad bipolar .44 Las grandes urbes tardorromanas e hispanovisigodas disfrutan de dos, o en algunos casos más, focos de atracción devocional y 44 El mismo término utiliza P. Mateos (2005: 59) al exponer cómo esta bipolarización de la ciudad tardoantigua sienta sus bases en la presencia de un poder religioso oficial (episcopado intra muros) frente a uno más popular y devocional (basílica martirial extra muros).

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de sumisión jerárquica; el complejo episcopal y el conjunto funerario, esto es, la catedral y la basílica martirial, éste último como fruto del imparable ascenso del culto a los santos. ¿En qué medida se puede suponer la participación activa de comunidades monásticas dentro de estos centros? Uno de los rasgos más notorios en la topografía cristiana de las ciudades tardoantiguas es la aparición de espacios destinados de forma exclusiva a la venera ción de las reliquias de quienes con su vida pagaron la defensa de la fe cristiana. El héroe clásico encuentra su contrapartida en la figura del mártir , en torno a la cual se generará un complejo de culto y peregrinación cuya organización, difusión y salvaguarda permanecerá, con toda probabilidad, en manos de una comunidad monástica. Lo habitual es que el culto principal se establezca en el lugar en el que el mártir sufrió el castigo o donde éste fue enterrado (los cementerios romanos extraurbanos provocaron el que las basílicas martiriales crecie ran en estos suburbios, convirtiéndose en un importante factor de desarrollo de estas zonas de los alrededores de las grandes ciudades). Tal y como aparece en los textos, fueron construidas monumentales basílicas a modo de inmensos relicarios que sirvieron para acoger grandes cantidades de peregrinos (excepcionales en el caso de celebrar el natalicio del santo). Resulta casi obligada la presencia de un colectivo encar gado de la organización y control de estos importantes centros re ceptores de peregrinos y donaciones ¿quiénes mejor que un grupo de monjes o clérigos? Esta idea es reco gida como parte fundamental de la transformación de las ciudades cristianas (García Moreno, 1977: 319 e Id., 1993: 185), fundamentalmente en lo que respecta a la zona inmediata al trazado murario de la ciudad ro mana, el suburbium (Id., 1999: 10). Es sin lugar a du das en las zonas originalmente ocupadas por las necró polis paganas donde la incidencia del cristianismo tendrá una mayor repercusión, modificándolas sustan cialmente, cambios que se han podido documentar gracias a las recientes intervenciones arqueológicas. García Rodríguez (1966: 391) analiza la estrecha vinculación entre monacato y basílicas martiriales, añadiendo además la peculiar relación entre éstas y los episcopados correspondientes. Se establece así una «interdependencia» a través de la cual el obispo se con vierte en el primer benefactor de tales conjuntos mien tras que este monasterio pasa a ser la «cantera» de la cual se nutre dicha diócesis. 45 Uno de los casos más

45 Para C. Godoy (2005: 65) esta es una señal de la importancia y prestigio que poseen las reliquias pues, según ella, llegaron a ocupar el lugar más importante en la oración de la curia episcopal, por encima de las iglesias principales o catedrales.

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temprano y mejor documentado es el del senador de origen galo Paulino de Nola 46 y el cariño que demues tran sus poemas hacia los restos de los mártires, espe cialmente San Félix en Cimitile (Nola,47 Italia) y las de los mártires de Complutum. En torno al sepulcro de San Félix creará junto a su esposa Terasia, de origen hispano, una comunidad monástica encargada de guardar y or ganizar el inmenso flujo de peregrinos que desde todos los rincones llegaban para adorar las reli quias del santo ( Carmen XIV, 45-55). En Complutum, junto al sarcófago de unos mártires de los que no cita nombre, debió enterrar a su hijo recién nacido 48 (Carmen XXXI, 598-610). Gracias a sus poemas, general mente compuestos para celebrar el natalicio de San Félix, podemos reconstruir la vida cotidiana de su comunidad, los edificios que la componen e incluso su relación con el obispado cercano en el que, finalmente, acabó ocupando la silla el propio Paulino. En el siglo VII el apoyo de las sedes episcopales correspondientes, el crecimiento del fenómeno monástico y la alianza con los poderes civiles traerán aparejada la definitiva implantación e institucionalización de los santos mártires hispanos. 49 Se creará una liturgia de los santos, es decir, un calendario conmemorativo que recoge los natalicios de los mártires y confesores y durante la cual se insertará la lectura de la passio correspondiente durante el oficio nocturno. Se hace necesaria la fijación definitiva de la vida y el sacrificio de los innumerables santos locales, de tal forma que se va generando un gran número de textos que recuerdan la legendaria historia de cada uno de ellos. Hacia finales del siglo VII y, con toda seguridad, para el VIII se ha establecido de forma definitiva el libro litúrgico que recoge todas las actas martiriales, el conocido como Pasionario Hispánico (García Rodríguez, 1966: 74). Tal y como hemos descrito, la instauración del culto martirial en los suburbios de las más importantes ciudades de la tardoantigüedad hispana llevará asociada una modificación del espacio en el que éste se instala. El elemento más evidente, en tanto que sirve como polo de atracción para estos conjuntos, es la basílica funeraria y en torno a ella se crea un complejo destinado a satisfacer , entre otras muchas, dos de las necesidades derivadas de este fenómeno; el

46 Utilizamos para sus textos la traducción de J. J. Cienfuegos (2005). 47 En la región de Campania de la que había sido senador con anterioridad. 48 Posiblemente los Santos Justo y Pastor. Ver infra. 49 Así se deduce de la lectura de algunos textos hagiográficos redactados en el siglo VII, como las Vidas de los Santos Padres de Mérida o la Vida de San Millán.

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flujo constante de peregrinos y el enterramiento ad sanctos. Su desarrollo, en ambos casos, constituye una variación en el desarrollo arquitectónico de iglesia y espacio inmediato, pero también una de las principales fuentes de ingresos de estos centros. Necrópolis ad sanctos y edificios destinados al cuidado de peregrinos serían por tanto indicios de encontrarnos frente a un complejo de culto martirial cuya gestión, de acuerdo con lo expuesto, correspondería a una comunidad monástica o formada por clérigos. Hemos tratado de aplicar este axioma en algunos de los centros de culto martirial durante la tardoantigüedad hispana incidiendo, allí donde se pueda, en las excavaciones llevadas a cabo y detallando los hallazgos que pudieran ser puestos en relación con la presencia de cenobios dentro de sus muros, siendo éste el resultado Santos Justo y Pastor (Complutum/Alcalá de Henares) [Fig. 2a]. Por el poema 31 de Paulino de Nola se conoce la existencia de una necrópolis ad sanctos en la ciudad complutense hacia el año 392 o 393.50 Por el Himno IV del Peristefanon de Prudencio conocemos que allí se veneraba a los santos niños Justo y Pastor , de lo que se deduce que su culto había alcanzado cierta importancia dentro del primitivo cristianismo hispano (Vallejo, 1992: 54). Ningún dato aportan acerca de quien partió la iniciativa de crear y mantener este centro martirial. La respuesta parece encontrarse un texto muy posterior, cuando San Ildefonso en su Viris Illustribus, redactado entre los años 657-667 (Codoñer , 1972: 32), nos habla de cómo el obispo Asturio de Toledo encontró las santas reliquias y decidió darles la «gloria pública» que por su importancia les correspondía (V allejo, 1999: 205) lo que, en términos prácticos, se traduciría en la construcción, cuando menos, de un martyrium y no se debe descartar si de alguna instalación asociada para su cuidado. La abundancia de datos textuales y la continuidad en el culto a las reliquias hacían del todo imposible el 50 En este texto Paulino consuela a Neumancio y Fidela por la muerte de su hijo Celso, de apenas ocho años. Para ello, además de recordarles la gracia de Dios para con los niños, les expone el ejemplo de su propio hijo, quien murió de corta edad y fue enterrado junto a los mártires de Complutum, de quien no da nombres. (Poema, 31, 598-610): « A él lo dejamos en la ciudad de Compluto confiado a los mártir es vecinos, unido a ellos en el vínculo de la sepultura, para que de la vecina sangr e de los santos extraiga con qué rociar nuestras almas cuando estén en aquel fuego». Este texto prueba la existencia de, al menos, una memoria en torno a la cual eran enterrados los miembros de la comuni dad cristiana de la ciudad.

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Fig. 2. a) La catedral magistral de Alcalá de Henarés. Zona excavada (Sánchez y Olmo, 1999); b) topografía cristiana de Mérida (Mateos, 1995); c) El conjunto paleocristiano junto al Francolí. Tarraco (López, 1997); d) Iglesia triconque del conjunto de Cercedilla en Córdoba (Hidalgo, 1992); e) El edificio hallado bajo iglesia de Santa Leocadia de Toledo (Palol, 1991).

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que no se asociara el posible martyrium tardorromano con el edificio que actualmente ocupa la Catedral Ma gistral de la sede alcalaína (Méndez y Rascón, 1989: 179, Id.,: 96, Rascón, 1997: 656, Id., 1999: 61, Id. y Sánchez, 2000: 240). La ubicación de la actual catedral, justo dentro del tejido urbano de Alcalá de Henares, dificulta notablemente las labores de identificación arqueológicas del supuesto martyrium. Son abundantes los hallazgos en su entorno que hablan de la existencia de necrópolis y restos edilicios fechados en época visigoda (Rascón y Sánchez, 2000: 241 y Sánchez y Olmo, 1999: 368), pero la excavación puntual de determinadas zonas del interior de la catedral magistral no ofrecen datos contundentes acerca de la localización del conjunto martirial (Benito et alii, 1999). Santa Eulalia (Emerita Augusta/Mérida). La importancia del culto de la mártir Eulalia tiene como aval las abundantes fuentes textuales, la continuidad del mismo y los importantes restos arqueológicos que pueden ser puestos en relación con su veneración por parte de la ciudadanía emeritense. Es, sin lugar a dudas, el anónimo texto de las Vidas de los Santos Padres de Mérida el que mayor número de referencias, y más jugosas, nos proporciona del conjunto martirial, de su composición y de la devoción que despierta entre los habitantes de la ciudad y los ocupantes de la silla episcopal emeritense. Gracias a esta obra, escrita en la séptima centuria, sabemos la existencia de un monasterio en su entorno (I, 1-2),51 de la construcción de un hospital para peregrinos, enfermos y pobres de la colonia (V, III, 2-5), de la costumbre de sepultar en el interior de la basílica (I-28) y de ser lugar de descanso para los obispos de Mérida (IV, 8), tanto en vida como después de ella. La continuidad en el culto medieval de Eulalia, materializada en el templo actual, no dio pie a las especulaciones o identificaciones erróneas de la basílica tardorromana. Los restos arqueológicos exhumados en las últimas décadas han venido a confirmar, casi de forma modélica, lo que las fuentes exponían (Mateos, 1999)52 e incluso fuera de la propia basílica, pero den-

Utilizamos la traducción de Camacho (1988). En las conclusiones a dicha obra (197-201) se resumen los resultados de las excavaciones y su adecuación con la secuencia histórica propuesta a través de las fuentes escritas. La aplicación del método Harris de excavación en área trajo consigo un registro amplísimo de unidades estratigráficas y actividades, de tal forma que se estableció con precisión la existencia de varias etapas de ocupación y transformación del edificio y su subsuelo. Se pudo constatar la existencia de un martyrium (o memoria) que condiciona la construcción de la gran basílica del siglo V y las reformas registradas en la siguiente centuria bajo el episcopado de Fidel. 51 52

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tro de su área de influencia, han servido para la identificación de un gran edificio excavado como el xenodochium fundado por Masona (Mateos, 1995: 315) [Fig. 2b]. La sorprendente adecuación entre referencias do cumentales y hallazgos arqueológicos sirve para con firmar la existencia de un monumental conjunto de edificios auxiliares dependientes directamente de la basílica martirial, entre ellos al menos, dos monaste rios (Vives, 1942, Camacho, 1988: 205, Mateos, 2000a 510, Id. 2000b: 230, Id. y Alba, 2000: 151). Para llegar a esta conclusión, además de las referen cias mostradas a través de las Vidas, los autores se re miten a la aparición de dos inscripciones que registran la existencia de una Domus Eulaliae (año 638) y la reparación de una puerta durante el gobierno de Eugenia virginum mater (año 661). La prueba más contundente es de naturaleza material y la compone el hallazgo de un espectacular edificio que fue identificado en base a la cronología otor gada, la funcionalidad de su tra zado53 y paralelos extranjeros, como el albergue fundado por el obispo Masona (Mateos, 1995). Innumerables Mártires y Santa Engracia ( Caesaraugusta/Zaragoza). Que existía un monasterio anejo a dicha basílica martirial nos lo confirma Ildefonso de Toledo, quien al incluir entre su catálogo la figura de Eugenio II nos dice en su capítulo XIII que: « Él, aunque era un clérigo destacado de la Iglesia de T oledo, disfrutaba con la vida monacal. Mar chando a la ciu dad de Zaragoza sin ser adver tido, se dedicó al culto de los sepulcros de los már tires y cultivó su entr ega a la sabiduría y a la vida monacal de modo ir reprochable» (Codoñer, 1972: 133). Centro de importantísima vida cultural y religiosa en la ciudad, tiene el honor de ocupar un lugar de referencia para los prelados de di cha sede, como suele ser habitual dentro de esta doble vía entre martyrium y episcopium. Conocemos un do cumento de donación del siglo X que hace suponer su continuidad en época mozárabe (Fatás, 1998: 65), para arribar al pleno medievo, primero como comunidad canonical de clérigos regulares y , finalmente, ser consti tuido un monasterio jerónimo por parte de Juan II. La infructuosa excavación 54 en la cripta de Santa Engracia desanima a pensar que ésta ocupe el lugar

53 De una estancia absidada central parte dos alas laterales rectangulares (40 X 10 metros) con una división tripartita (la parte central un patio abierto) perpendicular al eje central (Mateos, 1995: 311). 54 Desconocemos por completo, al no existir publicación al respecto, las características y desarrollo de dicha intervención arqueológica, limitándose su excavador que ésta se localizó «junto al pozo del supuesto martirio».

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del supuesto martyrium (Beltrán, A. 1991: 108). Pese a todo, hasta no llevarse a cabo una intervención en área que abarque la superficie actual del templo no se debe descartar esta posibilidad. A pesar de la esterilidad de los hallazgos bajo la basílica actual se reproduce aquí el mismo fenómeno que en el caso de Complutum, actuando como «epicentro» con el que se relacionan todos los hallazgos de cronología tardoantigua excavados en sus proximidades. Sucede así con los restos de un edificio con pavimento musivo encontrado al final de la calle Costa (Aguarod y Mostalac, 1998: 52) 55 y con la necrópolis de sarcófagos cubiertos con mosaico halladas en la calle Mosén Pedro Dosset (Galve y Blanco, 2001, Id., 2005). San Félix (Gerunda/Gerona). Aunque relativamente distantes en el tiempo, existen fuentes literarias que confirman la presencia de un edificio martirial dedicado al santo gerundense desde, al menos, finales del siglo VI y, muchas de ellas parecen indicar que, dentro del complejo, se incluyó un monasterio al que se le otorgó su gestión y protección. El sucesor del obispo Juan (el famoso biclarense de la crónica), llamado Nonito, será incluido por Ildefonso en su nómina de varones ilustres (Cap. IX). De él destaca su vocación monacal —virtud ésta posiblemente heredada de su antecesor— así como su dedicación al cuidado del sepulcro de San Félix (Codoñer, 1972: 129). Tras la corta y, presumiblemente, poco intensa presencia islámica en la ciudad, los documentos de época carolingia parecen registrar la continuidad y la reactivación en el culto. Todo parece indicar que, a partir de este momento, la iglesia de San Félix (situada a escasos metros de la puerta septentrional de las murallas, a los mismos pies de la Via Augusta) comienza a perder protagonismo dentro de la comunidad cristiana gerundense 56 debido la creación de un 55 Ante la indefinición del mismo y la proximidad a la ac tual iglesia de Santa Engracia, estos autores indican que: «…con esta basílica tuvo que haber en estrecha relación otra serie de edificios como oratorios, monumentos funerarios, etc., con los que habría que relacionar la estructura arquitectónica pavimentada a diferentes alturas con mosaico teselado policromo hallada al final de la calle Costa, y que bien podría relacionarse con un martyrium» ¿El propio martyrium de Sta. Engracia? ¿El de los Innumerables? ¿T al vez se refieran a una memoria, aunque pudiera ser también pagana?. 56 Nos encontraríamos ante un rara avis dentro de la topografía cristiana de las ciudades hispánicas, el que la basílica martirial extramuros fuera, a su vez, la sede episcopal. Así parece desprenderse de la lectura de la documentación de época carolingia. Año 891 (u 892). Bula del papa Formós para la recuperación de dicha silla por el obispo Servusdei, se lee: «… priuilegio confirmare dignaremus omnes mobiles eiusdem Gerundensis Ecclesiam in honor em Sanctae Dei genitricis et semper

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centro episcopal intramuros en torno a la nueva catedral de Santa María (Nolla y Sagrera, 1999: 78). En un documento del siglo X se menciona la construcción en este espacio —actualmente ocupado por el palacio episcopal— de un xenodochium (se usa específicamente el vocablo de origen griego) en relación con la nueva catedral. La utilización de dicho término, en cierto modo arcaizante, unido a la indudable existencia de peregrinaciones mucho antes del siglo X, hace pensar en la posibilidad de que, junto al martyrium de Félix existiera un albergue que fuera sustituido por el ahora mencionado (Amich y Nolla, 2001: 89), 57 cobrando mayor fortaleza la presunta existencia de un centro monástico a su cargo. Los restos materiales, sin embar go, se encuentran a una distancia notable de lo expuesto a través de las fuentes, puesto que se limitan a algunas piezas decoradas (Amich y Nolla, 1992: 70), un escueto sondeo arqueológico (Nolla y Sureda, 1999: 19, Canal et alii, 2000: 19 y Amich y Nolla, 2001: 78) y el conjunto de sepulcros tardorromanos hoy expuestos en el presbiterio de la iglesia tardorrománica (Nolla y Sureda, 1999: 17) San Fructuoso (Tarraco/Tarragona) [Fig. 2c]. En el año 1914, bajo los terrenos de Tabacalera junto al río Francolí extramuros de la ciudad romana, fue excavado un monumental edificio de planta basilical con recintos funerarios adosados y al que se asocia una espectacular necrópolis de más de un millar de inhumaciones de diverso tipo, entre ellas las de las más relevantes figuras del primitivo cristianismo tarraconense. Los sepulcros cubiertos con mosaico proporcionan una datación entre la segunda mitad del siglo IV y la primera de la siguiente centuria, en tanto que los muros de la basílica cortan algunas inscripciones fechadas ya a principios del V, de tal forma que la cronología resultante supera los límites de esta fecha (Amo, 1999: 173), siendo imposible que pudiera haber sido contemplada por Prudencio. No obstante, siguiendo el ejemplo emeritense, resulta probable que el origen de tan espectacular conjunto fuera un mausoleo anterior (Gurt y Macías, 2002: 94), incluso uno uirginis Mariae Dominae nostrae ubi beatus Felix Christi martir corpore reciescit…» (Amich, 2002: 381). Año 892: «et hodie debent esse ista omnia superius scripta de Sancta Maria quod est infra mur os Gerunda ciuitate et Sancto Felice qui est fundatus ante Gerunda ciuitate uel de isto episcopo, cuius iste Odilanus pr esbiter mandatarius potestate de Sancta Maria et Sancto Felice…» (Canal et alii, 2000: 37). 57 Según estos autores la carta de Braulio de Zaragoza a Pomponia, hermana del obispo Nonito, tras la muerte de éste y donde enumera como su virtud principal la costumbre de acoger peregrinos y enfermos, confirmaría esta hipótesis.

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de los que aparecen relacionados con los muros del edificio basilical. Sea como fuere parece indudable que una necrópolis ad sanctos de tal magnitud sólo puede estar relacionada con las tres figuras más importantes de la persecución del cristianismo en la ciudad; Fructuoso, Agurio y Eulogio.58 Por otro lado, en los años -90 del siglo pasado la construcción de una gran área comercial junto a la basílica del Francolí facilitó el hallazgo de otro edi ficio religioso de planta basilical precedido de un importante atrio, así como un espacio residencial que flanqueaban una de las vías de llegada al martyrium, apuntando sus investigadores (López, 1997: 64), entre otras, la posibilidad de encontrarnos frente a un monasterio 59 que, de resultar cierta, tendría una clara relación con la or ganización del culto, la pere grinación y la hospitalidad del centro martirial de Fructuoso. Tampoco hemos de olvidar las referen cias tempranas a posibles monasterios en la ciudad de Tarraco, entre ellas la epístola de Consencio a Agustín y el epitafio de metropolitano Sergio (Sales, 2000: 38). San Vicente (Valentia/Valencia). Los espacios en los que se desarrolla su juicio, martirio y descubri miento del cuerpo han dado origen a los conocidos como «lugares vicentinos», siendo muchos de ellos susceptibles de haber acogido una memoria, un martyrium o generar un centro monástico e incluso episcopal. La adecuación entre estos lugares y los hallazgos arqueológicos, pese a la intensidad de éstos últimos en la zona de l’Almoina, no acaba de ser perfecta. No obstante, la mayoría de los autores coinci den en señalar el monasterio de San Vicente de la Roqueta como el núcleo original del culto al mártir Vicente. Su situación junto a la Via Augusta y su prolongación cultual y funcional hacen de él un lugar idóneo para ubicar el principal lugar de culto vicen tino en la ciudad del Turia, y así lo han recogido la tradición y la historiografía, ya desde el siglo XIX (García Rodríguez, 1966: 257-278). Pese a todo esto, estamos de acuerdo con Linage (1980: 386) en, cuando menos, establecer que las fuentes son, en este En el himno IV del Peristefanon, Prudencio anuncia la construcción de una basílica en su honor. 59 La reciente publicación de un monográfico (López, 2006) dedicado a este importante conjunto religioso ha permitido matizar la cronología del mismo –ahora trasladada hacia el momento de cambio entre los siglos IV y V (Id.: 218)–, así como la función monástica de la basílica septentrional ( Id:.272). El mismo autor, en cambio, propone la identificación de las estructuras arquitectónicas halladas al sur de la basílica meridional, como un posible cenobio fundado a mediados del siglo VI (Id.: 252). 58

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caso, menores que el peso de la tradición 60 y que, como veremos a continuación, las evidencias arqueológicas tampoco son mucho más explícitas. En el año 1985 se intervino en la zona del claustro hallándose restos fechados en el período tardoantiguo y que se componían de un sepulcro de plomo y restos de tegula y vidrio posiblemente relacionado con éste (Ri bera y Soriano, 1987: 149). Aunque escasa, esta era la prueba definitiva para poder relacionar este lugar con el aquel donde se recogió y fue venerado el cuerpo de Vicente, una necrópolis cristiana asociada a su sepulcro. La bibliografía posterior lo registra de forma unánime (Blasco et alii, 1992: 189, Soriano, 1996, Ribera 2000b; 26, Soriano Gonzalvo y Soriano Sánchez, 2000: 46 y Ribera, 2005: 211). San Acisclo y San Zoilo ( Corduva/Córdoba) [Fig. 2d]. El caso del conjunto suburbano tardoantiguo excavado en el lugar Cercadilla (a unos 700 metros al noroeste de las murallas de la Córdoba romana) no permite, por el momento, establecer una relación clara con alguno de los mártires ejecutados en la época de las grandes persecuciones. Parece totalmente confirmado que algunos de los edificios fueron posteriormente adecuados para su utilización como por parte de la comunidad cristiana. El caso más evidente es el del espacio triconque del cierre norte del criptopórtico. Su aula fue articulada en tres naves y en torno a su cabecera se instala una necrópolis que hubo de tener su origen en la devoción a alguna reliquia, es decir , un cementerio ad sanctos vinculado a un recinto martirial y con una estrecha relación con el episcopado cordobés, puesto que en su entorno fueron encontrados elementos pertenecientes a prelados de dicha diócesis. 61 La primera interpretación fue considerarlo como la basílica dedicada a uno de los antiguos mártires cordobeses mencionado en el Peristefanon de Prudencio, San Acisclo (Hidalgo y Marfil, 1992: 280), de manera que el lugar elegido para levantar el martyrium sería aquel en el que el santo sufrió tormento o el que la tradición cristiana recogía como tal (Hidalgo y Ventura, 1994: 233). Según

60 Otro de los ar gumentos utilizados para identificar el lugar con un monasterio anterior a la conquista islámica es su mantenimiento en época mozárabe, aglutinando un importante núcleo de población cristiana en su entorno. Si bien esto entraría en contradicción con la versión musulmana que nos cuenta cómo sus reliquias fueron trasladadas por un grupo de monjes hasta el cabo del mismo nombre en el sur de Portugal, construyendo la que se conoce como «iglesia de los cuervos» (Pérez de Urbel, 1942: 39). 61 En concreto la lápida sepulcral del obispo Lampadius reutilizada en un enterramiento mozárabe y el anillo del obispo Samson (Hidalgo y Marfil, 1992).

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las fuentes, la basílica de San Acisclo fue protagonista en algunos acontecimientos bélicos de la Córdoba tardoantigua62 (Pérez de Urbel, 1933: 521) lo que conlleva la necesidad de contar con una arquitectura poderosa que, en el estado actual de las investigaciones arqueológicas en la ciudad, sólo puede ser ofrecida por alguno de los edificios aparecidos en el conjunto de Cercadilla (Hidalgo, 2002: 365). Una segunda opción es la presentada por Marfil (2000 a y b), para quien el edificio de Cercadilla sería la basílica paleocristiana de San Félix sobre la que, en tiempo del rey Sisebuto y por orden del obispo Agapio,63 se alzó el martyrium dedicado a otro de los mártires cordobeses, San Zoilo. En lo que a nuestro estudio afecta, cualquiera de las dos versiones apuntadas ofrece la posibilidad de rela cionar las sedes martiriales cordobesas con la actividad monástica, incluso en un momento posterior a la con quista islámica.64 Son los textos de Eulogio de Córdoba los que nos proporcionan datos más precisos. De San Acisclo señala la existencia de una escuela clerical en la que se formó el presbítero Perfecto (Memorial de los Santos, Libro II. Cap. I), mientras que San Zoilo fue el lugar donde él mismo llevó a cabo su aprendizaje eclesiástico y, tal y como se ha mencionado anteriormente, su origen se halla en una congregación monástica esta blecida el año 613 por el obispo Agapio. En nuestra opinión, cualquiera de los múltiples edificios documentados en el imponente conjunto cordobés pudo ejercer , con las adecuadas remodelaciones, como lugar de residencia de una comunidad cenobítica. La imparable penetración del cristianismo dentro del tejido social ha convertido a estos centros martiriales y monásticos en uno de los referentes sobre los que se sustentan los poderes eclesiásticos y civiles durante todo el siglo V y, fundamentalmente, el siglo VI. Para cuando se produce el reencuentro de ambas instituciones en el año 589 es necesario crear esta «escenografía» del poder en la ciudad que acoge la corte visigoda. Si bien Toletum debía contar ya con una importante comunidad cristiana desde el siglo IV (allí se celebró un concilio nacional en el año 400), será necesario acrecentar el prestigio de su sede episcopal así como de su basílica martirial, además de levantar

62 Sus muros fueron utilizados como lugar fuerte en el que resistir las acometidas de los ejércitos enemigos. El caso mejor conocido se produjo durante la conquista islámica de la ciudad. 63 Junto a dicha basílica mandó construir , además, un monasterio para cien monjes (Riesco Chueca, 1995: 246). 64 Esta continuidad también está certificada, en el caso de la necrópolis de Cercadilla, a través del registro arqueológico donde incluso se experimenta un aumento en la densidad de inhumaciones de época emiral (Fuertes e Hidalgo, 2001: 161).

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un complejo palatino capaz de armonizar la unión de los dos grandes poderes de la nueva monarquía católica, en definitiva, dotar a la capital del estado de una topografía similar a la que presentaban las grandes urbes de la cristiandad, Constantinopla y Roma. Santa Leocadia (Toletum/Toledo) [Fig. 2e] será la figura elegida en torno a la cual concentrar el culto martirial en la nueva capital del estado godo y, con éste, la conformación de un conjunto basilical extramuros lo suficientemente importante como para acoger conci lios, dar sepultura a obispos y reyes y , posiblemente, albergar un monasterio. La construcción de la basílica encomendada a guardar sus restos es fruto de una ini ciativa regia, si tomamos como auténtica la mención que hace Eulogio de Córdoba en su Apologético de los Mártires, XVI, escrito hacia el año 857.65 Sea como fuere, lo cierto es que las fuentes escritas registran su existencia a partir del año 633, cuando en sus dependencias se celebre el IV concilio de Toledo en presencia del rey Sisenando —donde, curiosamente, se concede un gran protagonismo los cánones dictados para regular la disciplina de clérigos, monjes y obispos (Vives, 1963: 201)—, inaugurando la serie de reuniones celebradas en la basílica martirial toledana, a saber: concilios V (636), VI (638) y XVII (694). Tal y como nos narra Ildefonso de Toledo, en el capítulo XIII de su Viris Illustribus en su interior se mandó enterrar Eugenio II (Codoñer, 1972: 135). Diversas fuentes nos hablan de la continuidad de dicho espacio como lugar de enterramiento para los prelados toledanos —el propio Ildefonso y su sucesor , Julián— e incluso como panteón real, dado que, según algunas crónicas posteriores al 711, allí recibieron sepultura Suintila, Sisenando, Wamba y Witiza. (Velázquez y Ripoll, 2000: 557). Las posibilidades de que este importante centro fuera atendido por una comunidad monástica parecen 65 «Nació, en efecto, el her esiarca Mahoma en tiempos del Emperador Heraclio, en el séptimo año de su r einado, corriendo el 618. En esta época el obispo de Sevilla Isidoro brilló en la doctrina católica y Sisebuto ocupó el tr ono real en Toledo. En la ciudad de Idulgi se edifica la iglesia de san Eufrasio sobre la tumba del mismo; en Toledo se levanta también por orden del antedicho rey el templo de santa Leocadia, de maravillosa factura y gran altura…» (Eulogio, 2005: 202) Aunque, tal y como apuntan Velázquez y Ripoll (2000: 556), este texto podría hacer referencia a la reconstrucción o ensalzamiento de un templo anterior y no del levantamiento ex novo de una basílica. Resulta lógico pensar esto, dado el «desfase» cronológico entre los acontecimientos capitales que llevaron a Toletum a convertirse en sede del gobierno y el levantamiento de una basílica de estas características. Por otro lado, es presumible que existiera en el lugar una que indicara el lugar de enterramiento de una figura que debería despertar un limitado culto de carác ter local.

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aumentar ante la existencia de un abad de la santa iglesia de Leocadia, llamado Valderedus, cuya rúbrica figura entre los componentes del ordo abbatum que firman el XI Concilio de Toledo (Vives, 1963: 369). Entre los años 1972 y 1975 se llevaron a cabo excavaciones frente a la fachada occidental de la iglesia mudéjar de Santa Leocadia y en el exterior sur de la misma (Palol, 1991). A pesar de que no se pudo certificar la presencia de una necrópolis correspondiente al periodo hispanovisigodo, el resultado de estas intervenciones parciales arrojó como principal fruto la existencia de un extraordinario edificio de monumentales dimensiones del que sólo fue posible documentar un ángulo del mismo. Se trata de una construcción realizada a base de muros de sillería paralelos con el interior relleno de ripio de cal y piedra menuda ( Id.: 797). Sus paramentos exteriores se verían jalonados por la presencia de contrafuertes que son indicio de plantas superiores o cubiertas en piedra. Corresponde ahora el turno de valorar la posibilidad de que también el otro polo de atracción cristiana en la ciudad tardoantigua diese cabida a comunidades cenobíticas encargadas de su organización espiritual y material, esto es, la posibilidad de que los conjuntos catedralicios hispanos contaran entre sus dependencias con algún monasterio. 66 Este enfoque tiene como importantísimo punto de apoyo un mejor conocimiento de la realidad material puesto que, al contrario que los establecimientos eclesiásticos rurales, la actividad arqueológica centrada en el estudio de los conjuntos catedralicios tardoantiguos ha experimentado un enorme desarrollo en los últimos tiempos. Cuando Eusebio de Vercelli, San Martín de Tours o San Agustín de Hipona se rodean de comunidades clericales (Linage, 1973: 460), sometidas a una regla, viviendo en común dentro del recinto episcopal, lo que se está llevando a cabo, dejando a un lado cues66 Realidad ésta suficientemente constatada para épocas posteriores en toda la cristiandad occidental, con importantes noticias al respecto en el mundo carolingio –Regla de Chrodegango de Metz en el 760 y el Concilio de Aquisgrán del 816–, pero especialmente a partir de los siglos XI y XII tras un movimiento de renovación de la vida clerical que ha sido denomi nada «reforma agustiniana». La multiplicidad de variantes que la vida en común adquiere de acuerdo con los textos de San Agustín es fundamental para entender su expansión (Jaspert, 2006: 408). Ningún autor concibe que tal tipo de vida en comunidad comience a experimentarse en plena Edad Media, sino que más bien parece que es entonces cuando alcanza verdadera independencia con respecto a la vida cenobítica «ortodoxa». Partiendo de tal indefinición, y apoyándonos en fuentes escritas, atisbamos la posibilidad de que existan comunidades monásticas que desarrollaran su actividad dentro de los límites fijados por el episcopium tardoantiguo, comunidades que, dada la inexistente distinción terminológica, serían denominadas monasterios.

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tiones de carácter terminológico, es la or ganización de un cenobio con la particularidad de que la gran mayoría de sus miembros han sido ordenados, lo que, sin duda alguna, condicionará sus relaciones con el mundo que les rodea. No resulta baladí registrar cómo son muchos los que se apoyan precisamente en las decisiones conciliares de época hispanovisigoda para confirmar la presencia de vida común del clero en un momento anterior al siglo VIII, pues la literalidad con la que se expresa el Canon XXIV del Concilio IV de Toledo se antoja contundente en este sentido (Esquieu, 1992: 16, Claussen, 2004: 14). Es de justicia reseñar , sin embargo, que salvo estas referencias textuales y otras en las que queda patente el aprecio que los obispos hispanos sentían hacia la institución monástica, no nos ha llegado evidencia alguna acerca de la instauración de un ordo canonicum en tierras del reino visigodo de Toledo. La consecuencia inmediata de este vacío es la utilización de un método deductivo, incompleto si se quiere, que nos llevará a utilizar los datos registrados para otras zonas de la cristiandad occidental como camino para determinar su existencia. Retrotrayéndonos en el tiempo, es la figura de San Agustín, para algunos el padre de la vida canó nica (García Lobo, 1987: 18), la que se constituye en el «nudo gordiano» entre ambas instituciones, y su influencia dentro del ascetismo hispano se nos an toja fundamental para comprender el desarrollo de las mismas en nuestro territorio. El tipo de monaste rio agustiniano posee una indudable raíz cenobítica asimilada a través de su estancia en Milán junto a San Ambrosio, pero también se encuentra impreg nado de la esencia caritativa, asistencial y urbana de los ascetas romanos con los que sin duda convivió durante casi un año (Langa, 1991: 94). El ideal mo nástico que propone Agustín se basa, por tanto, en la pobreza evangélica, la caridad y la cura de ánimas, todo ello dentro de un contexto episcopal y urbano (Beltrán, 1996: 339). La pregunta es la siguiente: ¿es posible establecer de manera cuantitativa el grado de influencia material del monacato agustiniano en los cenobios peninsulares? Isidoro de Sevilla67 da cuenta de la persecución a la que fueron sometidos los miembros de la iglesia de Cartago tras la invasión del territorio por parte de los vándalos, y como el rey Unerico «relegó también al más duro destierro alrededor de cuatro mil monjes y laicos, hizo már tires; cortó las lenguas de los confesores…» 67 Isidoro de Sevilla. Historia Wandalorum (LXXVIII) edición de Rodríguez Alonso (1975: 301).

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Incluso despojando tan dramático texto de la habi tual carga de exacerbado cristianismo, un dato es in contestable: la irrupción del pueblo arriano significó un duro revés para la iglesia católica norteafricana, 68 lo que hubo de conducir a muchos de sus miembros a una peregrinatio forzosa hacia otras regiones próximas, entre las cuales se encontraría sin duda alguna Hispania. Si tomamos las fuentes al pie de la letra podríamos anunciar sin temor a equivocarnos que los principales afectados por este proceso fueron los obispos y los grupos de monjes a éstos vinculados. Recordemos que San Agustín había fundado su primera comunidad en Tagaste el año 388 y que para la irrupción vándala entre los años 439 y 442 este modelo monástico está plena mente instaurado en gran número de las sedes episco pales norteafricanas. Tal éxito es fruto de la actividad «proselitista» de sus muchos discípulos, una actividad que bien pudieron continuar en otras tierras tras la diáspora de la que nos da noticias San Isidoro. No resulta ni mucho menos novedosa la considera ción del monacato norteafricano como una de las prin cipales fuentes de las que bebe el monasticismo his pano. Ya Mundó (1957: 83) se encar ga de apuntar los principales hitos documentales sobre los cuales se sus tenta dicha influencia. En su artículo spoletino recoge los testimonios de Ildefonso de Toledo y el anónimo autor de las Vidas de los Padr es de Mérida acerca de monjes africanos en tierras hispanas (los abades Do nato, éste acompañado de 70 monjes, y Nancto, respectivamente). Nos gustaría, no obstante, hacer hincapié en el texto del obispo toledano Ildefonso al hablar del abad Donato. Según el texto del capítulo III de su Viris Illustribus «él fue el primer o que trajo a Hispania la costumbre de aplicar una regla» (Codoñer, 1972: 121). Si analizamos de forma literal esta frase deberíamos aceptar que las comunidades hispanas no conocían re gla alguna hasta la llegada de este grupo de monjes norteafricanos. Resulta desproporcionado dado lo avanzado de la fecha —segunda mitad del siglo VI—, por lo que algunos autores han sugerido ( Id.: 51; Díaz Martínez, 2006; Martínez Tejera, 2006) que tal nove dad es la aplicación de la regla de San Agustín. A modo de hipótesis se podría plantear que esta excepcionali dad no sería la aplicación de la regla del santo africano en los monasterios hispanos sino, tal vez, la de aplicar una regla dentro de las comunidades de clérigos vinculados al episcopado y tampoco resultaría extraño que 68 Una de las fórmulas utilizadas para acabar con la resistencia cristiana por parte del pueblo vándalo era el «descabezamiento» de las sedes episcopales, dado que con esta acción se conseguía también la desestructuración del sistema municipal y, además, la progresiva desaparición de un estamento monástico que había alcanzado un enorme desarrollo (Beltrán, 1996: 345).

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fuera Ildefonso, obispo metropolitano, quien consi derara tal acontecimiento como el inicio de la vida en común del clero episcopal. Por otro lado, el Liber Ordinum, en su Ordo XVIII, describe la ceremonia de ordenación del abad de un monasterio y parte fundamental del mismo es el mo mento en el que éste recibe de manos del obispo el conocido como Codex Regularum, el conjunto de normas sobre las que habrá de sustentar el gobierno de su monasterio (Freire, 1998: 172). Dentro de esta misce lánea, a las reglas de las grandes figuras del ascetismo oriental y occidental se le hubieron de añadir otras muchas que hoy desconocemos hasta alcanzar la perfecta compilación de las formas de comportamiento que conducían al asceta hacia el perfecto ideal monástico (Mundó, 1957: 94). No resultaría extraño que la regla de San Agustín ocupara un lugar preferente dentro de este codex regularum (Campos y Roca, 1971: 4) dada la influencia de sus escritos patrísticos para toda la Iglesia Occidental. Incluso se pueden intuir algunas influencias del santo hiponense en las reglas hispanas, esencialmente reflejadas en las disposiciones referidas a la vida y el trabajo en común, la labor de hospitali dad y el monacato urbano Otro aspecto fundamental para poder considerar la vida monástica dentro de los conjuntos episcopales, es la predisposición que pudieran tener los prelados hacia este modelo de vida cristiana. Para ello habremos de analizar la relación entre obispos y monasterios de acuerdo con la dualidad que de los textos se desprende: la realidad canónica expresa la sumisión de los monasterios a la diócesis a la que pertenecen, la sensación que transmiten las fuentes documentales es de una elevada consideración hacia la vida cenobítica por parte de los mitrados. Hemos de entender que la relación básica entre monasterios y episcopados se establece en términos de estricta dependencia, lo cual no excluye la exis tencia —recogida a través de las fuentes escritas— de un buen número de obispos con formación ceno bítica o, en su defecto, con un profundo aprecio ha cia la institución monacal. 69 La distancia a recorrer es, en algunos casos concretos, tan estrecha, que se 69 La consideración del ideal monástico como la más alta cota de vida cristiana fue opinión generalizada dentro de los círculos episcopales hispanos. Mundó (1957: 81) ya enumeró a los monjes o fundadores de monasterios que acaban ocupando el cargo de obispo: Juan y Ser gio de Tarragona; Justiniano, Elpidio, Pedro y Justo de Valencia, Huesca, Lérida y Ur gel, respectivamente; Leandro, Isidoro y Fulgencio de Sevilla; Juan de Bíclaro y Nonnito, de Gerona; Braulio de Zaragoza; Martín y Fructuoso de Braga; Liciniano de Cartagena; Eutropio de Valencia; Quirico de Barcelona; Masona de Mérida; Eladio, Justo, Eugenio II e Ildefonso de Toledo.

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El conjunto episcopal de Barcino [Fig. 3a] pudo tener su origen en la donación de unos terrenos —que incluían espacios domésticos y dependencias industriales— por parte de un acaudalado propietario 71 en un acto piadoso para el establecimiento allí de la primera catedral cristiana de la ciudad (Bonnet y Beltrán, 1999: 179). La amortización de las estructuras para su uso religioso incluiría la conversión de la domus en residencia episcopal, la conservación de dependencias de servicio y la construcción de los edificios con unta tipología específicamente litúr gica (basílica y baptisterio), todo ello en un momento indeterminado a finales del siglo IV. En el ocaso de la sexta centuria se llevan a cabo importantes remodelaciones en sus estructuras que harán variar notablemente su configuración arquitectónica y distribución espacial.

Dejando de lado el ignoto edificio basilical y el baptisterio a él adosado, 72 las excavaciones y el estudio de los restos aparecidos bajo la Plaza del Rei, arrojan cuantiosos resultados en lo que a espacios «no litúrgicos» se refiere. Este recinto fue ocupado por un número indeterminado de edificios que guardan una vinculación muy estrecha con la iglesia principal, constituyéndose en el núcleo de la sede catedralicia. Se trata, por tanto, de estancias destinadas al obispo y los clérigos que regían la diócesis. Entre ellos destaca el palacio episcopal construido a finales del siglo VI, que muestra una tipología fundamentada en la construcción de un eje central con dos cuerpos laterales prácticamente simétricos que conecta con la planta de otros edificios cuyo uso doméstico está confirmado pero con cronologías dispares. 73 Las estancias laterales sobreelevadas a modo de torres dotaron a su aspecto exterior de una apariencia cercana a la de una fortaleza (Id., 2000: 224) con un complicado juego de volúmenes en alzado y un probable segundo piso (Id., 2004: 164). Se registran, además, otros espacios dentro del conjunto cuya función nos es aún desconocida, tales como el edificio exento de dos pisos con una planta rectangular dividido en tres estancias longitudinales hallado bajo las estructuras del palacio condal y el denominado como «aula basilical» y sus estructuras asociadas a oriente. El episcopium de Barcino parece haber sobrevivido a los acontecimientos del 711, manteniendo gran parte de su fisonomía durante época carolingia, tal y como parece demostrar la descripción que del palacio episcopal se hace en el siglo XII, pudiendo alguno de sus edificios haber formado parte de la primera residencia para la comunidad canonical de la que se tiene constatación en esta sede, el año 994 (Beltrán y Nicolau, 1999: 104) o del hospital de peregrinos documentado en el siglo XI (Beltrán, 2005: 163). En los terrenos actualmente conocidos como L’Almoina y anteriormente ocupados por el foro de la ciudad romana (Escriva y Soriano, 1992: 103) se acondicionó un espacio cuya extensión está aún por determinar, en el que se levantó la monumental basílica catedralicia de la antigua sede de Valentia de la

70 Un caso modélico, aunque extra hispano, es el del episcopium de Arles, donde gracias a los textos se de Cesáreo se ha podido confirmar la existencia de un monasterio de clérigos y lo que parece ser un xenodochium, junto a la catedral del siglo VI (Guyon, 2005). 71 Siguiendo los ejemplos de los conjuntos episcopales de Aosta, Ginebra, Lyon o Tournai, donde se ha certificado la participación de nobles familias en la edificación de dichos con juntos, Charles Bonnet y Julia Beltrán (2001: 74), consideran más que posible que miembros de la nobleza senatorial actuaran de una forma similar en el caso de Barcelona.

72 Hay pleno consenso en dictaminar que el espacio desorientado e irregular tradicionalmente considerado como basílica (Oriol, 1995) es, en realidad, un espacio de representación que algunos autores denominan «aula episcopal» (Godoy , 1998), suponiéndose entonces que la primitiva basílica se encontraría bajo la actual catedral gótica, siguiendo una orientación canónica. 73 La «cárcel» de San Vicente, el edificio civil de Pla de Nadal o las residencias emirales del barrio de Morerías en Mérida (Bonnet y Beltrán, 2001: 87).

nos antoja complicado no pensar el que muchos de estos obispos decidieran or ganizar una comunidad en torno a su sede, en suma, establecer una vida ca nónica en el interior de su episcopium. A falta de testimonios literales lo suficientemente explícitos 70 será necesario recurrir a la investigación arqueoló gica para poder determinar dicha existencia. Pero aquí son también muchas más las sombras que las luces, dada la dificultad en la excavación de los conjuntos catedralicios tardoantiguos que, en su mayo ría, se encuentran bajo núcleos urbanos actualmente ocupados. Cuando las circunstancia lo permiten — casos de Barcelona, Tarragona o Valencia— o se trata de una ciudad abandonada —El T olmo de Minateda o Segobriga—, las investigaciones se centran en la identificación y estudio de las estructuras de carácter litúrgico (basílica, baptisterio), conmemorativo (memoria o martyrium) o de inhumación (ne crópolis) que conformaban el episcopium, es decir, para aquellas que existen criterios de identificación y paralelos más o menos claros. La dificultad radica en el establecimiento del resto de las dependencias que formaron dichos conjuntos; palacio episcopal, hospedería, residencia de clérigos, edificios de almacenamiento y producción, etc.

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Fig. 3. a) Grupo episcopal de Barcino en el siglo VII (Bonnet y Beltrán, 2000); b) Edificio identificado como parte del grupo episcopal de Tarraco (Aquilué, 1993); c) Basílica y edificio septentrional en El Tolmo de Minateda (Gutiérrez, S. 2007, «La islamización de Tudmir» en Senac, P. (Ed.) Villes et campagnes de Tarraconaise et d’al-Andalus ( VIe-XIe siècles): la transition, Toulouse. 275-318.); d) Topografía cristiana de Oviedo en el siglo IX (tomado de Arias, 2006).

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que, por el momento, tan sólo conocemos con exactitud su gran ábside poligonal.74 En relación con ella se encontraría un edificio cruciforme adosado en su ángulo sureste (tradicionalmente conocido como la cárcel de San Vicente75) y un posible baptisterio en una disposición análoga en el ángulo nororiental (Ribera, 2005: 216). Vinculada a los edificios litúrgicos apareció una necrópolis cristiana cuyo uso fue establecido entre los siglos V y VII (Escrivá y Soriano, 1990). Por último, hemos de señalar la existencia de un conjunto de estructuras que se sitúan al norte de la necrópolis cuyo estado de conservación y tipología no permiten establecer con claridad la función para la que fueron levantadas (Id.,: 227) aunque, teniendo en cuenta lo hallado hasta ahora, es bastante probable que se trate de zonas de residencia o servicio, 76 También en este sector norte se descubrió parte de un edificio de planta poligonal de humilde fábrica y significado desconocido (Ribera, et alii, 2000: 78). La identificación segura de los principales espacios litúrgicos del conjunto catedralicio, permite atisbar la posibilidad de que, bien dentro de las estructuras desconocidas, bien dentro de aquellas que no tienen una función establecida, se hallaran las dependencias de quienes se encar gaban del cuidado espiritual y de la protección física de tan monumental escenario, el obispo y , asociado a él, una comunidad de clérigos y siervos. La identificación de los restos hallados en el Tolmo de Minateda (Hellín, Albacete) [Fig. 3c] con la sede episcopal de Elo (Abad, Gutiérrez y Gamo, 2000) ha permitido estudiar con gran precisión su mo numental conjunto eclesiástico compuesto por una basílica de tradición tardorromana, un baptisterio a sus pies y un edificio que se adosa a éstos por los lados norte y oeste y que, tras los primeros trabajos, podría ser considerado como el palacio episcopal (Gutiérrez, Abad y Gamo, 2005: 351). Los trabajos arqueológicos 74 La realización de prospecciones geofísicas permite suponer la existencia un aula dividida en tres naves con unas medidas aproximadas de 48 X 40 m. (Ribera, 2000 a: 172-174). 75 Anotamos con brevedad las distintas funciones otorgadas a este excepcional edificio; considerado por Soriano (1995: 139) como memoria conmemorativa del martirio de San Vicente se trata, tras las últimas excavaciones en el lugar , de un mausoleo privilegiado (Ribera et alii, 2000: 84) al que incluso se le ha llegado a proponer como lugar de reposo del famoso obispo Justiniano (Id., 2000 a: 175), aunque sin desestimar la posibilidad de que tuviera su origen como lugar de veneración de los restos del santo ( Id., 2005: 220). Respecto a los lugares de culto vicentino ver el apartado correspondiente al posible martyrium del santo. 76 La presencia de silos en la segunda mitad del siglo VII y principios del VIII en la zona septentrional permiten suponer su utilización como lugar de almacenamiento para esos momentos (Ribera, 2005: 237).

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y el análisis documental permiten fechar con total se guridad este grupo en el siglo VII, así como certificar su homogeneidad constructiva. Por variadas razones, nos centraremos en la estructura de reciente excavación considerada como residencia del obispo. Se trata de un edificio que, estratigráficamente, corresponde al mismo período que basílica y baptisterio ( Id.: 350) y que comparte con éstos características constructivas, si bien incorpora una planimetría adecuada para su función residencial y representativa que guarda semejanzas con otros edificios tardoantiguos de naturaleza doméstica, como Pla del Nadal, palacio episcopal de Barcelona o algunas de las residencias emirales del barrio de Morerias en Mérida (Id.: 350). La basílica, pese a su cronología tardía, responde a planteamientos constructivos anclados en la tradición tardorromana, lo que permite insinuar que este ámbito residencial es heredero de estas mismas tradiciones arquitectónicas adaptadas a las condiciones específicas del lugar sobre el que se asienta, de tal forma que se convierte en referente tipológico clave en el estudio del desarrollo de la arquitectura residencial. Se trata de un edificio con una compleja compartimentación y distribución interna fundamentada en la presencia de un eje E-W en torno al cual se alinean estancias y espacios abiertos a modo de patios (uno de ellos actúa de medianero con el muro norte de la basílica). La presencia de contrafuertes adosados jalonando algunos de sus muros y espacios intermedios y el hallazgo de algunos pedazos de opus signinum procedentes del derrumbe han hecho pensar en la presencia de un segundo piso en determinadas zonas ( Id.: 349). A falta de la excavación total del edificio y de los datos procedentes del estudio de los materiales recogidos, sus excavadores consideran complicado establecer la funcionalidad de cada una de las estancias que conforman esta construcción, si bien es claro que en un plano general debió acoger actividades administrativas, de representación y residenciales ( Id.: 351) hasta un momento indeterminado de la segunda mitad del siglo VIII. Resulta interesante destacar que la disposición del palacio episcopal adosado en uno de los lados mayores de la basílica catedralicia y cerrando el conjunto es similar al conocido en la ciudad norteafricana de Sbeitila (Duval, 1989). Este mismo paralelo es el ofrecido por Aquilué (1993) para el edificio que identifica con el episcopium de la antigua Tarraco [Fig. 3b], excavado con motivo de la construcción en el lugar del Colegio de Arquitectos, muy próximo a la actual catedral gótica. Se trata del ángulo meridional de una construcción cuya estructura está compuesta por muros paralelos

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que forman estancias longitudinales (se conocen 2 y el inicio de una tercera). Su potente cimentación de opus caementicium cortaba estratos republicanos, del mismo modo que amortiza algunos muros altoimperiales preexistentes. La obra necesitó la regularización de los espacios exteriores y su adecuación como pavimento, el aporte material necesario para esta operación incluía fragmentos cerámicos 77 que marcan un horizonte cronológico posterior a finales del siglo V y principios del VI. Se trata, por tanto, de un proyecto arquitectónico que arrasa, amortiza y varía el aspecto de edificios oficiales, así como modifica parte del trazado urbano del núcleo original de la capital de la Tarraconense. Para su excavador, una iniciativa de tal enver gadura es sólo posible si se cuenta con la participación efectiva de las máximas autoridades municipales, que, para este momento, se encuentran perfectamente imbricados con las altas jerarquías eclesiásticas. De esta manera se llega a la identificación de los restos estudiados como parte de las estancias no litúr gicas que conformarían el conjunto catedralicio de Tarraco, complejo éste que se situaría, en consecuencia, en la parte alta de la ciudad, en la zona más septentrional del espacio ocupado por el antiguo foro provincial (Id.: 120). Se completaría así la nómina de conjuntos episcopales sobre cuyos espacios domésticos poseemos información arqueológica, si bien aún podría verse incrementada de aceptarse como residencia episcopal el conjunto palatino de Cercadilla. Poco más se puede añadir al respecto salvo que disponemos de información textual para algunas otras sedes —el caso de Mérida78— así como de excavaciones necesitadas de una profunda revisión, como en la basílica de Segobriga.79

Forma Hayes 104. (Aquilué, 1993: 108). La ausencia de excavaciones en el subsuelo y el entorno de la actual catedral, donde la tradición supone el origen de la ecclesia senior emeritense, impide por ahora conocer más datos acerca del episcopium emeritense. Según el autor de las Vidas de los Santos Padres de Mérida , era un mismo conjunto intraurbano el que daba cabida a la basílica catedralicia, el baptisterio y el palacio episcopal, éste último reedificado por el obispo Fidel (Mateos, 1999). 79 La basílica situada en los suburbios de la sede episcopal segobricense (Almagro y Abascal, 1999) fue «excavada» a finales del siglo XVIII. Los obispos allí inhumados, de los que se hallaron varias inscripciones funerarias, debieron elegir este lugar por la presencia de reliquias importantes –de un mártir del que no nos ha llegado noticia o de uno de los personajes rele vantes de la primitiva comunidad cristiana–, pero esto no quiere decir necesariamente que nos encontremos frente a una basílica episcopal, tal y como se ha visto en los casos de Sta. Eulalia de Mérida o Sta. Leocadia de Toledo. La presencia cercana de una gran necrópolis pudiera ser indicio más bien de un importante núcleo martirial. 77 78

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Hasta el momento, los datos textuales parecen tener cierta correspondencia con las evidencias materiales, de tal forma que se confirma que el episcopium tardoantiguo contaba, además de con los edificios específicamente litúrgicos, con zonas anejas destinadas a un uso doméstico. La complejidad de algunos de los casos estudiados (los casos de Barcino y Valentia), y la multiplicidad de funciones asumidas en ellos (pastoral, caritativa, productiva, recaudadora, legislativa, conmemorativa y de enterramiento) impiden comprender su funcionamiento pleno si no es incluyendo la presencia estable de un grupo de clérigos junto al obispo y con capacidad para desarrollar todas estas tareas, en suma, una comunidad canonical que, a falta del término preciso para denominar a este tipo de congregaciones, podemos considerar un monasterium. Si avanzamos en el tiempo hasta la fundación de la sede episcopal de Oviedo [Fig. 3d] en el año 791 por parte de Alfonso II, sobre un asentamiento monástico en el monte Ovetao, vemos que la concepción topográfica del conjunto parece referirse a modelos anteriores y que, aunque materialmente desconocidos en su gran mayoría, poseen edificios claramente vinculados a la actividad cenobítica, como el famoso monasterio de San Juan Bautista y San Pelayo. La reinterpretación de los hallazgos de excavaciones llevadas a cabo en el siglo pasado permite adjudicar a las estructuras halladas en el lado meridional de la actual catedral gótica una alternativa a la tradicional consideración como el palacio de los reyes Fruela I y Alfonso II. Para García de Castro (1995: 369), es precisamente su comparación con ejemplos tardoantiguos la que permite interpretar que los edificios excavados pudieron formar parte de la residencia episcopal. Se podría añadir que la tipología de los edificios hallados sugiere cierta continuidad con respecto a ejemplos de naturaleza residencial de época tardoantigua aquí expuestos, especialmente una sala longitudinal con orientación E-W jalonada de estribos interiores y con pilares rectangulares en su espacio central. La vida canonical aparece documentada en Oviedo el año 1044 (Carrero Santamaría, 2003: 15), es decir, en un momento anterior al concilio de Coyanza, pero todo apunta que el clero ovetense debió desarrollar una vida en común desde un momento temprano y que los edificios donde se desarrolló plenamente la comunidad se encontrarían en el lado sur del conjunto (Id.: 77), donde aparecen los restos altomedievales. Las fuentes escritas y las excavaciones arqueoló gicas en otras zonas del Mediterráneo y el centro de Europa hablan, con mayor o menor intensidad, de una relación directa entre la organización edilicia del

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episcopium y la necesidad de acoger comunidades de clérigos encargadas de su gestión. 80 La complejidad arquitectónica y la multifuncionalidad de las es tancias que componen los conjuntos catedralicios sirven de discriminante a Duval (1989) para distin guir entre éstos y los posibles monasterios en el Norte de África. Entre las características que este autor defiende para los conjuntos episcopales en esta zona del Mediterráneo se encuentra, entre otras, la necesaria presencia de un conjunto de edificios do mésticos no litúrgicos que constituyen la Domus ecclesiae (palacio episcopal, residencia de clérigos y estancias administrativas). En Oriente, un caso espectacular es el de la ciudad jordana de Gerasa, donde un mismo recinto encierra dos basílicas —una martirial y otra catedralicia— servidas por una comunidad de clérigos (Piccirillo, 1989: 501). Con respecto a Italia, donde sin duda existieron comunidades clericales como la de San Ambrosio de Milán, resulta muy interesante observar como los cartularios conservados del siglo VII parecen definir a las congregaciones de clérigos con el término monasterium (Balzaretti, 2000: 243), cuestión que, como hemos tratado de justificar a lo lar go de este estudio, también se puede deducir para el caso hispano. Es en el mundo franco donde se redacta la primera regla conocida destinada exclusivamente a una comunidad canonical, la Regla de San Chrodegango en Metz. Los datos arqueológicos obtenidos de esta sede episcopal son escasos y para su hipotética reconstrucción se recurre a otra fundación del santo, Lorsch, donde aparece por vez primera una distribución de los edificios comunes en torno a un espacio cuadrangular (el claustro carolingio), siendo posible poner en relación ambas sedes (Piva, 2000: 262) y , por extensión, la del desarrollo de este tipo de or ganización constructiva vinculada a la vida comunitaria clerical. Un ejemplo sumamente interesante es el del episcopium de Paderborn en Westfalia (Gai, 2005), en origen un establecimiento regio fortificado que se componía de una sencilla iglesia y un aula rectangular de dos pisos con funciones de representación, residencia y servicios. El año 799, previamente a su nombramiento como sede episcopal, aparece citado como monasterium Paderburnensis, lo que quiere decir que existió una comunidad allí establecida, posiblemente de clérigos, que debieron ser el embrión de la futura canó nica episcopal, utilizando el aula como residencia. 80 Hemos de reconocer que este breve repaso por la geografía cristiana tardoantigua posee un carácter superficial y habrá de ser necesariamente ampliado.

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5. CONCLUSIONES Pretender definir un modelo de desarrollo para la arquitectura monástica tardoantigua es, en el momento actual de la investigación y ante a escasez de evidencias materiales, una labor ineficaz. Antes de la conformación del monasterio románico benedictino el panorama parece estar dominado por la heterogeneidad lógica de un proceso en pleno desarrollo que arranca casi en el mismo momento en el que aparecen las primeras comunidades cristianas. Este abanico de posibilidades vendrá dado por particularismos de diversa índole (cronológicos, geográficos y de interpretación de las reglas) que, a su vez, desembocan en unos usos monásticos que serán los que condicionen la organización y arquitectura del monasterio en cada momento. Sí parece ur gente establecer unos criterios claros a la hora de identificar un asentamiento monástico. Nuestra propuesta puede resultar ingenua pero parte de un presupuesto básico; la condición indispensable es la presencia de espacios litúrgicos en relación a edificaciones domésticas y de producción. La sistematización de la arquitectura del monasterio hispanovisigodo encuentra su principal dificultad en la ausencia de restos constructivos. En cambio, su organización espiritual y práctica es extraordinariamente conocida a través de las fuentes escritas de finales del siglo VI y de la siguiente centuria, lo que parece ser un síntoma claro de la importancia alcanzada por dichas comunidades. Este aumento en el número de referencias y de escritos de carácter monástico ha sido interpretado como una desproporcionada eclosión del fenómeno pero, a nuestro juicio, no demuestra nada en sí mismo salvo la alianza entre iglesia y estado acaecida tras el Concilio III de Toledo, pues la actividad de los monasterios hispanos no parece haber sido limitada antes del año 589, ni tras la penetración de los pueblos germánicos ni durante la época gótica arriana. La impresión obtenida tras la lectura de las fuen tes de época visigoda es que el estamento monástico, con los abades a su cabeza, desempeña un papel capital en la evolución política, cultural y social del reino. El máximo exponente lo compone la partici pación del ordo abbatum en las reuniones concilia res. El monasterio es, además de centro ascético, es cuela, hospital, lugar de enterramiento, de reclusión y de reunión. Por ello resulta insostenible continuar considerando este fenómeno desde una perspectiva exclusivamente rural. En el occidente mediterráneo existen suficientes argumentos para establecer la presencia de un monacato de carácter urbano fuertemente vinculado con la

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aristocracia romana y, derivado de ello, con el estamento jerárquico de la Iglesia. Reunidos en torno a la figura del obispo, algunos clérigos practican la vida común, un cenobitismo que hunde sus raíces en las doctrinas de los Padres de la Iglesia y que, ante la au sencia en las fuentes de un término que lo defina, puede dar origen a los monasteria de carácter urbano que aquí reivindicamos. La ciudad tardoantigua es, desde el punto de vista religioso, una realidad bipolar en la que son dos los centros de atracción para las comunidades cristianas; la basílica martirial y el episcopium. Los textos conservados nos hablan de una estrecha relación entre algunas comunidades monásticas y el culto a las reliquias de los santos, así como de una intensa actividad de otras muchas en torno a la figura del obispo. Por tanto, consideramos que merece la pena acercarnos a las investigaciones arqueológicas llevadas a cabo en estos núcleos con el fin de entablar posibles concordancias entre la realidad material y los aspectos obtenidos en las fuentes documentales. En el caso concreto de las basílicas martiriales podemos establecer varios estados que dependen, en buena medida, de la mayor o menor actividad arqueológica desarrollada en torno a ellas. Por encima de todos destaca el caso de Santa Eulalia de Mérida, donde las fuentes documentales y epigráficas han encontrado su resonancia en las excavaciones de la basílica y el xenodochium asociado a ella que, previsiblemente, formaban parte de un mismo complejo cenobítico. En otros casos la actividad monástica se ve refrendada por la continuidad en el uso del lugar —Santa Engracia de Zaragoza, San Vicente de la Roqueta en Valencia y San Félix de Gerona—, pero ni tan siquiera se ha podido hallar la basílica martirial. El único caso exclusivamente referido a la séptima centuria es el de Santa Leocadia de Toledo, cuya actividad monástica y esplendor se limita, por el momento, al ámbito textual. La vida en común del clero dentro del recinto episcopal tiene, desde el punto de vista de las referencias documentales referidas a nuestro marco cronológico, tres hitos importantes. Las fuentes de finales del siglo IV aseguran su presencia dentro del mundo italiano y norteafricano, mientras que la presencia de comunidades canonicales hispanas aparece en el registro documental a partir del siglo X. Entre ambas fechas, algunas referencias como el canon 24 del IV Concilio de Toledo parecen apuntar la permanencia de esta práctica en época hispanovisigoda. Nuestra propuesta presenta como posible indicio de vida comunitaria aquellos edificios que, con una función residencial y representativa, han sido hallados dentro de los con-

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juntos episcopales tardoantiguos. Pese a no haber constancia explícita, creemos que los datos son ciertamente importantes en los casos de Barcelona y El Tolmo de Minateda, donde se ha podido identificar el palacio episcopal. No hemos de pensar en comunidades compuestas por cientos de monjes, basta que un número de clérigos, por limitado que sea, decidan seguir un ideal ascético en torno al obispo para poder considerarlo una comunidad canonical, en definitiva, un monasterium. 6. BIBLIOGRAFÍA ABAD, L., GUTIÉRREZ, S. y GAMO, B., 2000: «La ciudad visigoda del Tolmo de Minateda (Hellín, Albacete) y la sede episcopal de Elo» en Los orígenes del cristianismo en V alencia y su entorno . Valencia. 101-112. ACIÉN ALMANSA, M., 2000: «La herencia del protofeudalismo visigodo frente a la imposición del estado islámico» en Visigodos y Omeyas. Un debate entre la Antigüedad Tardía y la Alta Edad Media. Anejos de AEspA, XXIII. Madrid. 429-441. AGUAROD OTAL, C. y M OSTALAC CARRILLO, A., 1998: La Arqueología de Zaragoza en la Antigüedad tardía. Historia de Zaragoza. Volumen 4. Zaragoza. ALMAGRO GORBEA y ABASCAL, J. M., 1999: « Segobriga en la Antigüedad Tardía» en Complutum y las ciudades hispanas en la Antigüedad Tardía. Acta Antiqva Complvtensia 1. 143-159. AMENGUAL, J., 1992: «Vestigis d’edilicia a les cartes de Conseci i Sever» en III Reunió d’Arqueologia Cristiana Hispánica (Maó). Barcelona. 489-497. AMICH, N., 2002: Les seus episcopals de Girona i Empúries i le terr es del nord-est de Catalunya a les fonts escrites d’epoca tardoantiga (segles IV-VII). Manuscrito. Tesis doctoral. Universidad de Girona. Girona. — y NOLLA, J. M., 1992: Girona goda i sarraïna. 476-785. Gerona. — y NOLLA, J. M., 2001: «El sarcòfag de Sant Feliu. Una aproximació historico arqueológica» en Annals de l’Institut d’Estudis Gir onins. Vol. XLII. Girona. 77-93. AMO I GUINOVART, M. D., del. 1999: «Basílica de la necrópolis del Francolí» en Del Romá al Románic. História, art i cultura de la Tarraconense Mediterrania entre els segles IV i X. Barcelona. 173-175. AQUILUÉ, X., 1993: La seu del Col legi d’Arquitectes. Una intervenció arqueologica en el centre historic de Tarragona. Una intervención ar queológica en el centro histórico de Tarragona. Tarragona.

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EL ALTAR HISPANO EN EL SIGLO VII. PROBLEMAS DE LAS TIPOLOGÍAS TRADICIONALES Y NUEVAS PERSPECTIVAS POR

ISAAC SASTRE DE DIEGO Instituto de Arqueología-CSIC, Junta de Extremadura, Consorcio de Mérida1

RESUMEN Siendo el altar el elemento fundamental que debe tener una iglesia, necesario para poder ser considerada y funcionar como tal, el estudio de los primeros altares cristianos hispanos, especialmente en el siglo VII, presenta una serie de dificultades de índole cronológica y geográfica que no son sino el resultado de otro problema previo y arrastrado desde hace bastante tiempo: el historiográfico. Tomamos como punto de partida para tratar estos problemas el origen y desarrollo del tipo de altar que se considera, a priori, el tradicional de la Península Ibérica para compararlos, en segundo lugar, con los resultados obtenidos del análisis de los restos conservados. Éstos se han clasificado en grupos de los principales elementos o componentes del altar presentes en Hispania: «tenantes» o aras-soporte, plataformas y aras romanas reutilizadas. Por último, se realiza una reflexión sobre los tipos de tableros existentes en este periodo. SUMMARY The altar is the fundamental element to consider a building as a church. Although this aspect is crucial, the study of the first Christian altars in Spain —especially those dated to the seventh century— is featured by several chronological and geographical problems. These are also the direct result of another previous problem that has persisted for a long period of time: the historiography. The origin and development of the altar traditionally thought to be typical of the Iberian peninsula constitutes the base of this paper . The results of their analysis are later compared with those results of fered by the exam of some preserved remains, which have been classified according to the main elements that form the altars in Spain: «supports» or altarsupports, platforms and reused Roman altars. Lastly , some thoughts about the type of boards from this period are exposed. PALABRAS CLAVE: Historiografía paleocristiana española. Ara romana. Reutilización, cristianización. Ara cristiana, loculus, tenante, stipites, plataforma de altar, tablero de altar, tablero sigmático. Epigrafía cristiana. Obispo Bacauda, obispo Eusebio, obispo Justo, obispo Pimenio. Región de Mérida, región de Toledo. KEY WORDS: Early Christian Spanish Historiography . Roman altar. Reusing, Christianization. Christian altar, loculus, tenant, stipites, altar platform, altar board, sigmatic board. Christian epigraphy. Bishop Bacauda, Bishop Eusebio, Bishop Justo, bishop Pimenio. Mérida region, Toledo region.

EL ALTAR DEL SIGLO VII. ORIGEN Y CONSOLIDACIÓN DE UNA TIPOLOGÍA CON PROBLEMAS Al igual que en otros ámbitos de la investigación arqueológica peninsular, el estudio del altar de las primeras iglesias cristianas ha tardado en arraigar en España y Portugal. Esta situación contrasta con la de otros países europeos donde las obras teológicas y dedicadas a la Historia de la Iglesia, ambiente en el que surge la arqueología cristiana, han tenido un lugar destacado pero similar , o incluso menor , al que ha ocupado en España, de fuerte y lar ga tradición en los estudios sobre los más variados aspectos de la religión católica.2 Ya en el último tercio del siglo XIX y primer cuarto del siglo XX se observa en Italia, 3 Francia y también en Alemania, una preocupación por saber cómo eran los espacios y los objetos de los primeros cristianos, interés materializado en la publicación de numerosos trabajos que incorporan y consolidan el análisis del altar entendido como un objeto arqueológico,4 ya fuera para estudiar los primitivos elementos 1 Deseo agradecer a los Drs. L. Caballero, P . Mateos y H. Gimeno la lectura, correcciones y sugerencias a este trabajo, enriqueciéndolo y mejorándolo. 2 Una síntesis historiográfica en García-V illoslada, 1979, XIX-XXXI. Los estudios de conjunto se inician en la segunda mitad del siglo XVI (J. de Mariana, E. de Garibay , G. de Illescas), ocupándose la mayoría de los primeros siglos de la Iglesia hispana. 3 Principalmente de la mano de la Pontificia Comissione di Archeologia Sacra, instituida en 1852 y antecedente del Pontificio Istituto di Archeologia Cristiana, creado en 1925. Ambas instituciones realizarán una labor capital en el descubrimiento y estudio de las catacumbas y de los primeros espacios cristianos de Roma, siendo fundamentales la labor y publicaciones de G. B. de Rossi, entre las que destaca su Roma Sotterranea Cristiana, 1864-1877. 4 Es la época de los grandes tratados sobre la historia del altar y de sus distintas tipologías que marcarán las directrices a seguir por la mayoría de los investigadores posteriores:

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de la liturgia cristiana o para comprender mejor ésta en las iglesias más antiguas por entonces conocidas. Por los mismos años, en la Península Ibérica y a excepción de noticias puntuales sin mucha repercusión en los estudios de conjunto,5 los trabajos publicados dedicados a la arquitectura y/o escultura cristiana anterior al estilo románico no se ocupan del altar , pese a ser la pieza fundamental de una iglesia, lo que da sentido a la construcción que lo cobija. Esta carencia fue debida en parte a la escasez de excavaciones y de restos conservados que analizar, además de por el desinterés o desconocimiento de muchos de los investigadores. En este Fig. 1. El ara de altar de Loja en la obra de R. de Fleury, 1883, PL. XXXIX. sentido resulta elocuente el comentario de Lampérez y Romea en su dedica numerosos comentarios a los altares hispanos Historia de la Arquitectura Cristiana Española, 6 al dentro de su capítulo sobre los altares que reutilizan e hablar, dentro de la arquitectura asturiana, del altar de imitan antiguas aras o «cippes» romanos paganos daSantianes de Pravia como «el ejemplar más antiguo tados entre los siglos V y VII.8 Destaca el ara de Loja de España».7 Esta diferencia respecto al resto de paí(Granada) (Fig. 1) por ser considerado uno de los cases europeos se agudiza aún más si se compara con la sos más tempranos, del siglo V, convirtiéndose a partir investigación contemporánea de la vecina Francia, en de entonces en uno de los ejemplos más utilizados enla que, por pocos que fueran, los ejemplos de altares tre los investigadores extranjeros como modelo de hispanos formaban parte del discurso general. Así Roeste tipo.9 El autor francés también se ocupó del resto hault de Fleury, el primer investigador que realiza un de aras conocidas por entonces en España y procedenestudio monográfico, en profundidad, sobre el altar, le tes casi todas ellas de Andalucía (como son las aras de Alcalá de los Gazules, Guadix, Cabra y las varias de A. Schmid: Der christliche Altar und sein Schmuck ar chäoloMedina Sidonia10) señalando, a su juicio, las estrechas gisch-liturgisch dargestellt, 1871; Rohault de Fleury , Ch., La Messe. Études archéologiques sur ses monuments, vol. I, 1883; concomitancias en el uso de mármoles antiguos transJ. Braun: Der Christliche Altar in seiner geschichtliche Entformados con el tipo de altares que se daban por la wincklung, 1924; F. Cabrol y H. Leclercq: Dictionnaire d’Armisma época en Francia. Una relación que se podía chéologie chrétienne et de liturgie, I-XV, 1924-1953. 5 Fernández-Guerra 1878, sobre la basílica de Loja, y Marexplicar porque ambas áreas geográficas habían estínez 1898, sobre la de Burguillos del Cerro, trabajos de los que tado bajo dominio visigodo, incluso llegaba a proposí se harán eco los especialistas extranjeros. En el caso de la puner paralelos iconográficos de los altares franceses blicación de Martínez, el descubrimiento de la posible basílica con la escultura arquitectónica hispana considerada de de Burguillos del Cerro con su cruz oferente será recogido por varios autores pasando a ser asiduamente publicada como uno este periodo.11 Otra pieza hispana comentada por de de los primeros ejemplos de edificio cristiano en la Península; Fleury es el tablero de altar de Salpensa (Fig. 2), que sin embargo el posible resto de altar que menciona su descubritambién vincula con ejemplos galos pero sobre todo dor corre peor fortuna y deja de ser mencionado (por ejemplo Lampérez y Romea, 1930, p. 170), a excepción de su inclusión itálicos, como el tablero de Volterra, todos dentro de en el Catálogo Monumental de la provincia de Badajoz (Méun ambiente creativo común.12 lida, 1926 II, pp. 47-49).

6 Publicada en 1908, fue reeditada en 1930. Se trata de una obra de gran repercusión no sólo en España, sino también en Portugal; ver por ejemplo las referencias a su trabajo en el Arte visigótica de Peres, 1928, y en la Historia da Arte em Portugal de Lacerda, 1942. 7 Lampérez y Romea, 1930, p. 334. El autor , sin embargo, le dedica apartados específicos al tipo de vanos o de puertas –elementos singulares- de las iglesias en cada época histórica.

De Fleury, 1883, pp. 117-119, 129-130 y 151-156. Idem, p. 1 18. También recogido en Cabrol y Leclercq, 1924-1953: «autel-cippe», vol. 1, 2, p. 3175, fig. 296. 10 IHC 85, 89, 110 y 111; ICERV 303-310. 11 De Fleury, 1883, p. 151. 12 Idem, p. 156. 8 9

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Fig. 2. El tablero de altar de Salpensa y el ara de altar de Alcalá de los Gazules en la obra de R. de Fleury, 1883, PL. XL.

Por tanto, nos encontramos ya a finales del si glo XIX y principios del XX con los esbozos de una primera tipología para el altar usado entre los siglos V al VII en el que queda incluida Hispania: el ara o cipo romano reutilizado, sumándose a partir del siglo VI el altar que imita esas aras paganas. Una tipología desarrollada principalmente por la investigación francesa, sin mucha fortuna dentro de España y Portugal pro bablemente por desconocimiento de la misma, pero que tiene en algunos restos hispánicos parte de sus fundamentos. Sería injusto ignorar la existencia de algunos trabajos que, si bien muy concretos, demuestran que no todo fueron ausencias. De hecho, no se habrían conocido fuera los altares como el de Loja 13 o el de Salpensa,14 si no hubiesen existido previamente en España publicaciones aisladas donde se daba noticia de esas piezas. Al autor del hallazgo del altar de Loja, Fernández-Guerra, de Fleury se refiere en términos muy elogiosos, considerándolo uno de los arqueólogos cristianos más meritorios del momenFernández-Guerra, 1878. Dado a conocer en el extranjero a partir de Hübner: IHC 80. El trabajo de Hübner se convirtió en uno de los principales medios de difusión de estas piezas en el extranjero. 13 14

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to.15 Por otra parte, del seno de la Iglesia española nacen dos importantes contribuciones al conocimiento del primitivo altar hispano que, sin embargo, serán prácticamente ignoradas por la investigación posterior. Una primera aportación corre a cargo de López Ferreiro, director de las exploraciones arqueológicas realizadas en la catedral de Compostela. Muy probablemente, los resultados de estas labores y la información conseguida cotejada con la consulta de algunos tratados extranjeros de arqueología cristiana le sirvieron a López Ferreiro de acicate para que, unos años después, escribiera un tratado de arqueología sagrada donde se habla del altar, pero sobre todo de lipsanología.16 La segunda es debida al obispo de Málaga Manuel González. Se trata de una breve disertación sin ningún interés arqueológico en la que personifica y confronta las figuras del arte con la del altar y la relación de dependencia existente entre ambas a lo largo de la historia. Desde esta óptica, según González habrían existido tres etapas, siendo la mejor y más pura la primera, entre el siglo I y el XII, en la que cualquier pretensión creativa queda supeditada al valor religioso y sagrado del altar, un «altar desnudo».17 González critica las licencias ar tísticas y el abuso decorativo que desde el siglo XIII, especialmente con la aparición del retablo, se han cometido hasta el punto de hacer casi desaparecer el altar, que pasó a ser un elemento más del conjunto. 18 Esta «degradación» se habría originado por la desaparición de la concelebración y la multiplicación de altares y de iglesias, sobre todo a través de las órdenes mendicantes.19 También debe reconocerse la presencia de información sobre altares concretos procedentes de algunas iglesias (Hornija, Escalada) en los distintos estudios de Gómez Moreno. 20 Sin embargo, todas estas aportaciones no consiguieron provocar una conciencia que asumiera la necesidad de reunir y estudiar más 15 De Fleury, 1883, pp. 118-119. Fernández-Guerra fue uno de los investigadores españoles de la época que más relación tuvo con colegas extranjeros. Mantuvo correspondencia con G. B. de Rossi y una estrecha relación con Hübner. Fue nombrado miembro del Institut für archäologische Correspondenza en 1861 y de la Preussische Akademie der Wissenschaften de Berlín; también miembro honorario del Istituto di Corrispondenza Archeologica di Roma en 1863, y de la Societé Française d’Archeologie en 1867; una síntesis biográfica en Gimeno y Sala manqués: «Anticuarios y epigrafistas», CIL II, www2.uah.es; Abascal, 2004, pp. 293-298. 16 López Ferreiro, 1894. Entendiendo por Lipsanología como la ciencia que estudia todo aquello relacionado con las reliquias. 17 González, 1928, p. 26. 18 Idem, pp. 13-14. 19 Idem, pp. 30-32. 20 Por ejemplo en Gómez Moreno, 1919.

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a fondo todos los restos conocidos para establecer su relación tipológica, funcional y cronológica con las primitivas iglesias hispanas. Será en la década de 1950, gracias fundamentalmente a los trabajos de Iñiguez Almech, especialmente para los altares de las iglesias rupestres, 21 y de Palol,22 cuando se empiece a llenar este vacío en la investigación española. Palol incorporó las formas hispanas de altar al discurso internacional consensuado, generando una cronotipología con una base común a la del resto del Mediterráneo, sobre todo para los siglos IV al VII, pero también con sus propias variantes locales o nacionales. Este modelo fue admitido por la comunidad científica tanto fuera como, principalmente, dentro de nuestro país, siendo desde entonces el referente utilizado a la hora de tratar el tema del altar en la arquitectura peninsular de época tardorromana y visigoda. En esta cronotipología se define muy bien una forma para la séptima centuria que ha tenido un especial éxito: el denominado altar de tenante o tenante-pilastrilla, un tipo que se supone netamente visigodo, diferenciado principalmente por el esquema decorativo de basa, cuerpo y capitel en el que destacan las cruces patadas que decoran por completo el cuerpo en cada uno de los frentes. La forma se desarrollaría a finales del siglo VI en la zona de Mérida y de Toledo y se extendería por toda la Península a lo lar go del siglo VII, siendo los casos de Santes Creus en Cataluña y de Quintanilla de las Viñas en Burgos sus ejemplos más alejados iconográfica y geográficamente pero que certificarían dicha difusión. A pesar de la ausencia de contexto arqueológico, algunos investigadores quisieron ver en este altar de tenante o de soporte único una relación directa con la nueva arquitectura visigoda, que se iría imponiendo por los mismos años, de cabeceras rectangulares con dimensiones más reducidas para poder voltear mejor una cubierta abovedada, y que obligaba por tanto a utilizar un altar más pequeño que el anterior «paleocristiano» de cuatro o cinco pies.23 Se trata, como vemos, de una ar gumentación con una lógica diacrónica donde parece encajar muy bien la siguiente evolución: primero un altar de soporte múltiple, de cuatro o cinco pies, más grande para una arquitectura más clásica común al resto del Mediterráneo, basilical tardorromana de ábsides semicirculares; y después un altar de soporte único, generado por la propia mano visigoda, para una nueva arquitectura que empieza a experimentar con novedosos sistemas

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constructivos. No obstante, quedaban algunas dudas que el propio Palol anunció y que más tarde Cruz Villalón resaltó.24 Por un lado no quedaba claro el momento en que se abandonaba el empleo del altar de soporte múltiple, existiendo la posibilidad de que todavía en el siglo VII se conservara algún caso; por otro lado también resultaba complicado establecer de qué manera, si es que esto era así, el tenante visigodo desplazaba al cipo o ara romana reutilizado como altar cristiano, siendo éste considerado, como se ha señalado, uno de los ejemplos más antiguos de altar , pero muy bien documentado sin embargo en la zona bética también para el siglo VII. En la última década nuevas excavaciones cuestionan todavía más este modelo evolutivo, en concreto el descubrimiento y excavación de la iglesia de Santa Lucía del Trampal (Cáceres) le hizo plantearse a Caballero y Sáez hasta qué punto el altar de soporte múltiple, presente en el ábside central de El Trampal, no tenía una continuidad mayor pudiendo perdurar en los siglos VIII-IX, fecha en la que se data la construcción del edificio, y hasta qué punto alguno o muchos de estos tenantes «visigodos» no eran sino el «soporte central» de este tipo de altares de cinco pies. 25 El «tenante», en el medio, en realidad es el ara, de ahí su loculus, mayor tamaño y diferente decoración respecto a los otros pies, columnillas cuya única misión era la de sostener cada esquina del tablero. Pese a estas observaciones, la cronotipología tradicional se encuentra tan fuertemente asentada que sigue empleando este término de forma habitual.26 Observando las raíces de este sistema «clásico» de la evolución del altar hispano que discurriría paralelo a la evolución de la arquitectura, sur ge de inmediato una primera cuestión o duda. ¿Es válida como ley general una propuesta basada en apenas una decena de ejemplos dispersos? Dicho de otro modo, la dispersión y parcialidad o escasez de los datos con los que se configuró esta cronotipología obliga a hacer un ejercicio crítico en el que, pasados cincuenta años, hay que preguntarse por la validez como modelo de esta evolución o si, por el contrario, es más justo considerarlo una elaboración preliminar, un esquema necesario en el momento de su realización ante la ausencia en España y Portugal de sistemas tipológicos previos, a partir de los cuales se diseñaran las líneas maestras que debían haber sido confirmadas o refutaCruz Villalón, 1985, pp. 219 y 229-230. Caballero y Sáez, 1999, pp. 175-182. 26 Por ejemplo Regueras, 1993, pp. 261-272. Un estado de la cuestión en Ripoll y Chavarría, 2005, pp. 29-48. Una crítica historiográfica para el territorio extremeño en Sastre, 2005, pp. 97-110. 24 25

21 22 23

Íñiguez Almech, 1955. Palol, 1962, 1967. A modo de ejemplo Marcos Pous, 1961; Cerrillo, 1981.

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das con nuevas excavaciones y hallazgos fortuitos. Sin embargo, la investigación española posterior fue sumando ejemplos a cada una de las etapas, especialmente a la visigoda, sin cuestionarse lo que la tradición tan sabiamente había establecido. Intentar resolver la pregunta no resulta fácil por cuanto los elementos conservados muchas veces no tienen un contexto arqueológico o, si lo tienen, no ofrecen dataciones absolutas seguras y, para no caer en los errores de antaño, pasa obligatoriamente por reunir y analizar el mayor número de restos posibles. Además, pese al obstáculo que supone la falta de contexto primario, el análisis de los restos de altares conserva dos en la Península Ibérica y publicados como perte necientes al siglo VII ofrece, sin embargo, otros resultados, otras propuestas que abren nuevas perspectivas. En función de esos vestigios quizás habría que modificar la pregunta inicial heredada de la historiografía tradicional. Así, la cuestión primera no es tanto ¿cuál es el altar propio del siglo VII o de la arquitectura visi goda? o ¿cuándo una tipología es superada por la nueva? Si no ¿qué tipos de altares se documentan con certeza en los edificios tardoantiguos y altomedieva les, cuánto tiempo perduran y existen diferencias re gionales o de empleo entre uno y otro? Partiendo de aquellos restos más seguros, elegidos en función de los discriminantes que nos resultan más fiables como 1, hallazgo in situ, 2, hallazgo que esté contextualizado dentro de un yacimiento, 3, resto con datación epigráfica y 4, resto sin contexto pero con iguales características técnicas y formales que los grupos 1 y 2, obtenemos una primera pauta de comportamiento que puede resultar determinante: Existe una importante variedad geográfica de tipos en la que parecen definirse algunas agrupaciones regionales que vemos a continuación. A. EL LLAMADO TENANTE El llamado «tenante» visigodo (como los conser vados en el Museo de los Concilios de Toledo, en el Museo Visigodo de Mérida, en el Museo Arqueológico de Badajoz (Fig. 3); en Juromenha 27 o en Mértola,28 Portugal) ofrece siempre unas características muy estandarizadas en su ejecución técnica e icono 27 28

Branco, 1995. Torres, 1991.

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gráfica: elaboración en mármol; forma prismática; esquema compositivo fijo, aunque flexible en los detalles, de plinto liso, basa moldurada, cuerpo deco rado con cruces patadas y remate de una o dos filas de hojas de acanto esquematizadas; cara superior con loculus rectangular y escalón; y una altura total de 0,90-1,35 m. Esta repetición constante de todos estos elementos excluye del grupo precisamente a los dos restos geográficamente más alejados y que habitualmente se han puesto como ejemplos, casi únicos, de la difusión de la forma «tenante» hacia el Norte (Quintanilla de las Viñas, Burgos) y hacia el Noreste peninsular (Santes Creus, Tarragona). En el caso de Quintanilla de Las Viñas (Fig. 4), ni su altura total —0,72 m—, ni el supuesto loculus que en realidad parece más un orificio circular de desarrollo cónico —0,07 m de diámetro y 0,08-0,02 de profundidad— pensado para encajar algo en él, ni su composición iconográfica —sólo uno de los frentes presenta cruz patada, los otros tres están decorados con árboles de palmera— le hacen pertenecer al grupo de los «tenantes». Existen más rasgos técnicos que lo diferencia de ese grupo. Los cuerpos de los frentes se encuentran enmarcados por un listel, de los brazos horizontales penden el α y la ω y el brazo inferior es más largo que el superior. Todas estas características no se encuentran entre los llamados «tenantes». En relación al altar de Santes Creus, de nuevo encontramos diferencias compositivas e iconográficas. Al igual que en el soporte de Las Viñas, tres frentes están decorados con árboles de palmeras por uno sólo con la cruz, de la que también cuelgan el α y la ω. La altura —0,68 m— no es un discriminante a tener en cuenta, ya que la pieza está fragmentada, no conociéndose su desarrollo completo. Lo que sí está claro en ambos casos es que las diferencias técnicas y compositivas son tantas frente a un grupo que se caracteriza precisamente por su uniformidad, que permiten establecer una separación real entre unas y otras piezas. Si existe alguna relación entre ellas, indirecta y lejana, no será a causa de una evolución del mismo grupo o de su producción. Más bien lo atribuiríamos a un conocimiento casual de ejemplos de tenantes —una experiencia visual y personal por parte del artesano de la pieza—, lo que otorgaría una cronología relativa siempre posterior para las piezas de Las Viñas y Santes Creus y suficientemente alejada en el tiempo como para que sólo queden ciertos rasgos de semejanza, o sencillamente ésta puede darse por el uso de un lenguaje iconográfico común, presente en la plástica religiosa a lo largo de toda la Antigüedad Tardía y la alta Edad Media mediterránea.

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Fig. 3. Ara de altar de cruces patadas conservado en el Museo de Badajoz.

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Fig. 4. Soporte de altar procedente de Fig. 5. Ara de altar de cruces patadas proceQuintanilla de las Viñas. Museo de Burgos. dente de Wamba. Museo de Valladolid.

En cuanto a su dispersión geográfica, una vez descartados los altares de Las Viñas y de Santes Creus, la forma del llamado «tenante» visigodo aparece únicamente en dos regiones muy bien delimitadas: por un lado en el entorno emeritense y un área de influencia marcada por el curso fluvial del Guadiana y las canteras de mármol portuguesas; y por otro lado en el entorno toledano. Además, no se encuentran o d e momento no aparecen con esas características tan precisas fuera de Hispania. Esto permite asegurar que se trata de una producción propia, original hispana, pero no globalmente hispánica. Su intensa concentración alrededor de Mérida y de Toledo y su ausencia total en el resto de la Península dificultan bastante el que se pueda definir como modelo de altar típico del periodo visigodo para toda Hispania, sea de soporte único o múltiple. Con estas relaciones tan marcadas de presen-

cia-ausencia debe empezar a ser considerado como una producción muy concreta, focalizada en dos de las ciudades más importantes de la Antigüedad Tardía peninsular: Mérida y Toledo. No tuvo difusión para el resto de la Península salvo una sola excep ción: Wamba (Valladolid). El «tenante» de Wamba (Fig. 5), actualmente conservado en el Museo Arqueológico de Valladolid, reúne todas las características de las piezas salidas de los talleres emeritenses y toledanos, incluido el tipo de mármol, blanco con vetas grises, muy similar al material utilizado en Mérida y des conocido en esa zona castellana. Especial similitud en cuanto a sus dimensiones guarda con el conservado en el Museo de Badajoz, también realizado en mármol blanco veteado de gris; ambos destacan por su altura —1,29 m el de Wamba por 1,36 el del Museo de Badajoz—, de la que habría que descontar 0,21 y 0,31 m

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toledano en medio de la meseta castellana es bastante complicado si se carece de todo tipo de contexto arqueológico. El resto de la escultura decorativa procedente de Wamba está labrada en piedra caliza y se puede fechar en los siglos IX-X, incluido otro resto de altar que parece no se llegó a concluir .29 Un fenómeno de expolio de ricos elementos arquitectónicos tallados en mármoles se documenta en otros lugares relativamente próximos a Wamba: las iglesias de San Cebrián de Fig. 6. Izda.: Ara de altar procedente de Santa Lucía del Trampal (dibujo L. Caballero); dcha.: Mazote (Valladolid)) y San Ara de altar procedente de Santa María de Melque (dibujo L. Caballero). Miguel de la Hornija (Valladolid), construcciones que se fechan en el siglo X. Se ha podido definir mejor el dónde. Más difícil resulta responder a la pregunta del cuándo: ¿Es una producción controlada por una elite religiosa —Mérida— o política —Toledo— o por ambas y por tanto encajaría muy bien dentro de un momento histórico en el que estas dos ciudades se encuentran entre las más pujantes de la Península, como es la segunda mitad del siglo VI? ¿O es una producción, localizada sí, pero continuada en el tiempo, no sólo durante todo el siglo VII, sino también en los primeros momentos del dominio andalusí? Los dos únicos restos descubiertos en excavación arqueológica y con contexto arquitectónico no ayudan Fig. 7. Reconstrucción del altar principal de Santa Lucía del Trampal según L. Caballero. precisamente a contestar de manera clara a la pregunta, respectivamente de la parte del plinto, labrada sin pulir, pues se vinculan a arquitecturas cuya cronología ha que iría encastrado en el pavimento para mejor agarre sido cuestionada en las últimas décadas a partir precidel dispositivo. La altura efectiva que quedaría sería samente de la obtención de datos arqueológicos y de prácticamente la misma: 1,08 m para el de Wamba y la lectura de paramentos imposibles de conseguir para 1,05 para el del Museo de Badajoz. Por todo ello, creelas otras piezas del grupo y que permiten proponer su mos que se trata de una pieza importada, no pensada en pertenencia a una etapa postvisigoda. Se trata de los origen para servir en ese lugar y que fue llevada a la Meseta Norte en algún momento difícil de determinar . Averiguar qué hace un «tenante» de tipo emeritense29 Regueras, 1993.

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tral, no sólo confirma la vigencia de esta forma en época muy tardía, sino que echa por tierra definiti vamente el binomio tradicionalmente establecido entre ábside rectangular de pequeñas dimensiones y abovedado = altar de pequeñas dimensiones y soporte único.32 Es más, aunque se pasaran por alto todos aquellos datos que hablan a favor de una cronología altomedieval para este edificio y lo considerásemos una construcción de transición en plena época visigoda, su altar vendría a apoyar la falsedad de la ecuación época visigoda = altar de tenante único de cruces patadas. Una mirada detenida a las que muchos especialistas han considerado las tres iglesias más representativas de la arquitectura visigoda —San Juan de Baños (Palencia), San Pedro de Fig. 8. Grabado antiguo de San Juan de Baños (Palol, 1988, p. 8). La Nave (Zamora) y Santa María de Quintanilla de las Viñas (Burgos)— termina de desmontar esa tesis. En San Juan de Baños no se conserva resto alguno del altar original, siendo el dato más anti guo un grabado del siglo XIX (Fig. 8) en la que se aprecia el edificio en ruinas y, al fondo del ábside adosado a su muro de cierre, un gran altar ma cizo rectangular de obra, cuando menos pertene ciente a época medieval. 33 Por tanto, San Juan de Baños no puede utilizarse a favor de una u otra pos tura. Respecto a los otros edificios, La Nave y Las Viñas, actualmente estamos en condiciones de confirmar la existencia en Fig. 9. Altar de San Pedro de La Nave. ambos de altares de sofragmentos de altares hallados en las iglesias de Santa porte múltiple. En primer lugar , en ninguno de los María de Melque (T oledo)30 y de Santa Lucía del dos hay resto alguno de «tenantes» de cruces pata Trampal (Cáceres)31 (Fig. 6 a-b). Es necesario, por das. En La Nave, el altar original (Fig. 9) estaba tanto, acudir a un estudio más detallado de cada una compuesto por cuatro pilastrillas de sección prismáde las piezas para observar nuevas diferencias y positica y decoración de líneas verticales geométricas, bles evoluciones de estilo y de talla. con una pilastrilla central más ancha e idéntica de Por otro lado, la presencia en El Trampal de un coración que funcionó como ara. 34 En cuanto a Las altar de soporte múltiple (Fig. 7), esto es cuatro stipites o columnillas con un quinto ara-soporte cen 32

30 31

Caballero, 2006. Caballero y Sáez, 1999.

Algo ya observado en la segunda fase de la iglesia de El Gatillo, ver Caballero y Garralda, 1991, pp. 471-97; Caballero y Mateos (ed.), 2003, pp. 33-38. 33 Palol, 1988, p. 8. 34 Documentación de su descubrimiento recopilada y primer estudio completo de la misma en Caballero, 2004.

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Fig. 10 a-b. Fragmento de soporte de altar procedente de Quintanilla de las Viñas conservado en el Museo de Burgos.

Viñas, ya hemos analizado su separación formal y decorativa respecto al grupo emeritense-toledano. Existe además un nuevo dato material que apoya la existencia de un altar de soporte múltiple en esa iglesia. En los almacenes del Museo Arqueológico de Burgos se encuentra depositado un fragmento inédito (Fig. 10 a-b) perteneciente a una segunda pieza idéntica formal y técnicamente al pie de altar conocido y procedente también de Quintanilla de las Viñas.35 La existencia por tanto de dos piezas igua les sugiere la posibilidad de que, como en La Nave, se trate de pilastrillas que actuarían como soportes del altar, junto con dos o tres más que se han per dido. Esto explicaría también el hecho de que el pie que se conserva completo no presente loculus, sino una especie de agujero para sujeción. Sujetaría un tablero grueso que justifica también la poca altura de los soportes. Tenemos por tanto que, indepen dientemente de su cronología en el siglo VII o en el siglo IX-X, los altares de La Nave y Las Viñas son 35 Agradecemos al Museo Arqueológico Provincial de Burgos, especialmente a su restauradora, las facilidades y ayuda prestada en el estudio de esta pieza.

ejemplo de todo lo contrario de lo que tradicional mente se había considerado a sus arquitecturas —en todos los casos se trata de cabeceras rectas y above dadas—, y desde luego nunca paradigma de lo se ha entendido por altar típicamente visigodo. Queda por explicar por qué en ambos altares se ha sustituido los stipites-columnillas por pilastrillas más gruesas y si este cambio obedece a una evolución cr onológica o simplemente a maneras de hacer regionales diversas. B. OTRO GRUPO BIEN DEFINIDO: LAS PLATAFORMAS O BASES DE ALTAR

Entre los elementos que muestran el conocimiento y uso en algunas zonas de Hispania de una tecnología común a la del resto de regiones mediterráneas durante la Antigüedad Tardía (a veces mediante importaciones, como los tableros en sigma y circulares que arriban a la Península al menos desde el siglo V y durante todo el siglo VI a través de las ciudades portuarias que comercian con los productos de Bizancio, otras veces mediante imitaciones locales que reflejan

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tallada en mármol —0,75 m × 1,17 × 0,21—.37 Presenta en los ángulos de su cara superior dos huecos cuadrados —0,16 m × 0,15— para encastrar dos soportes y uno central semicircular que quedaría completado en círculo con la otra mitad perdida. Uno de los huecos cuadrados mantiene un fragmento de la base del pie sujeto con plomo a la plataforma. La forma de las huellas determina un altar elevado de cuatro stipites de columnilla —el fragmento de pie conservado tiene 0,15 m de diámetro— y un soporte cenFig. 11. Plataforma de altar procedente de Vale do Contes (Alcoutín, Portugal). tral más ancho y de sección circular que funcionó también como ara, ese influjo), se documenta la presencia de plataformas pues la plataforma no presenta ningún hueco practide altares también concentradas en las áreas costeras, cado para albergar reliquias y la huella central no es lo permitiendo constatar la existencia de una de las clasuficientemente profunda como para que quedase allí ses de altar más clásicas y difundidas en el Mediterráguardado bajo el soporte.38 Si restituimos la mitad que neo entre los siglos IV al VII: el altar de soporte múltifalta, la plataforma completa, y con ella el altar , tenple sobre plataforma. La forma de soporte múltiple, dría un perímetro mínimo rectangular de 1,50 m por como se ha observado anteriormente, es habitual en la 1,17. Esta pieza se fecha en los siglos V y VII aunque Península Ibérica, incluso durante la alta Edad Media. no apareció en contexto primario ni asociada directaSin embargo, mientras que en la zona lusitana y del mente a algún elemento arqueológico que pudiera dainterior no se conservan plataformas, estando los pies tarse con precisión.39 Parecida a la plataforma de Vale del altar directamente asentados en el pavimento (Valdo Contes es la descubierta durante las excavaciones decebadar, Casa Herrera, San Pedro de Mérida, El de la basílica del anfiteatro de Tarragona —1,50 m Trampal, El Gatillo, La Nave), en estos otros altares por 0,76—, labrada en mármol de Carrara. Al igual de las zonas costeras los soportes quedan encajados que en el resto portugués, sólo se conserva una de las en las huellas a ellos destinadas dentro de la platados mitades de las que se compondría la plataforma, forma.36 que tendría nuevamente cuatro huellas para encajar Como sucede con las aras- soporte de cruces pata los soportes y una quinta central mayor funcionando das, o mejor dicho del grupo emeritense-toledano, la como ara-soporte. presencia del elemento plataf orma o base de altar de Una plataforma que sí está completa es la hallada termina un tipo de altar de soporte múltiple peculiar in situ en el centro del ábside de Es Fornás de Toreque también ofrece una agrupación geográfica defi lló (Menorca) (Fig. 12). Dividida en tres placas de nida con precisión. Los hallazgos de plataforma, aun caliza que conformaban también un perímetro recque todavía escasos, se conc entran en las Islas Balea tangular —de 1,46 m × 1,05— delimitado por el mores y en Tarragona por la parte ori ental, y en el Baxo saico del pavimento, en esta ocasión todas las imAlentejo (Portugal) por la parte occidental. Aquí, en prontas, tanto las cuatro de los ángulos como la Vale do Contes (Alcoutín) apareció en una excavación central, más ancha, son cuadradas. En dos de las de urgencia realizada con motivo de las obras de la carretera entre Alcoutim y Montinho das Laranjeiras, la 37 Interpretada por la historiografía portuguesa como tamitad de una base o plataforma recta ngular (Fig. 11) 36 No incluimos entre las plataformas las bases de Conímbriga, San Juan de los Caballeros (Segovia) o de Mérida, por presentar características diferentes (una de las principales es que no configuran altares de soporte múltiple) que permiten agruparlas en un grupo propio. Éste, junto con los demás grupos definidos, son objeto de estudio en la tesis doctoral que llevamos a cabo.

blero de altar; ver Inácio, 2005, p. 20. 38 La ubicación del loculus en la parte superior de la pieza que actúa como soporte es, como ya hemos visto en el apartado anterior, una característica típicamente hispana. 39 En el museo-centro de interpretación de Alcoutín, donde se conserva, se data entre los siglos VI-VII. I. Inácio la fecha por paralelos con Torelló y la pieza procedente de la basílica del anfiteatro de Tarragona. La excavación de urgencia se efectuó debido a la aparición en las obras de enterramientos datados en época tardorromana.

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Fig. 13. Plataforma de altar procedente de Son Peretó (Alcaide, 2005).

Fig. 12. Plataforma de altar procedente de Es Fornàs de Torelló y recreación del mismo (dibujo Palol, 1967, p. 186, fig. 72).

huellas todavía quedaban restos de las basas de las columnillas y del plomo que, com o en Vale do Contes, servía para su unión. Una junta de plomo también fue hallada en el tablero. 40 La iglesia de Es Fornás, y con ella su altar, se data en la segunda mitad del siglo VI a partir del estilo de los mosaicos de sus pavimentos,41 continuando en uso durante el siglo VII. De Menorca procede otro resto de plataforma, el de Son Peretó (Fig. 13), una basílica datada a finales del siglo V o inicios del siglo VI con una serie de reformas en el siglo VII que afectan a la cabecera y al espacio del baptisterio. 42 Es una placa labrada en arenisca local —1,02 m × 0,86 × 0,27— en la que aparecen dos pequeñas huellas cuadradas en los ángulos y una más grande con cuatro escalones que, suponiendo la existencia de otra mitad, quedaría en el centro. El problema para plantear la existencia de otra placa que complete la plataforma y doble el número de stipites radica en la problemática información conservada del momento de su descu-

Palol, 1967, p. 181; Alcaide, 2005, p. 88. Para el altar, aunque sin explicar los criterios de datación, Quevedo-Chigas, 1995. 42 Palol, 1994, p. 26. 40 41

brimiento. La pieza fue hallada en el centro del ábside en el transcurso de las excavaciones llevadas a cabo a i nicios del siglo XX. De esa intervención queda el dibujo con la planta de la basílica que hizo su excavador, J. Aguiló, donde la plataforma está colocada siguiendo el eje longitudinal del edificio, esto es, con las huellas de los ángulos mirando al fondo del ábside y la grande de escalones hacia la nave central.43 Si ésta es la ubicación original de la pieza, sería imposible colocar una segunda placa con otras dos huellas para stipites, pues éstos quedarían prácticamente en línea con el umbral de entrada al ábside, además de que obtendríamos un altar girado 180º respecto a la posición habitual de esta clase de altares de soporte múltiple. 44 Son pocos los fragmentos de plataformas conservados hasta el momento45 como para poder establecer conclusiones más allá de la constatación de un elemento más de influencia mediterránea en las zonas costeras del Levante y mediodía peninsular , que se Recogido en Alcaide, 2005, p. 83. Hay un altar de cuatro soportes, estrecho y colocado en el sentido longitudinal del edificio en S. Juan Bautista de Éfeso. Agradezco el dato al Dr. L. Caballero. 45 También podría incluirse el dispositivo de Illa del Rey (Mahón) aunque no sabemos si se trata propiamente de una plataforma o de un espacio cuadrangular delimitado por el mosaico en el que se marcan las cuatro huellas de los stipites en las esquinas y dos huecos rectangulares con escalón que parecen señalar un doble espacio de reliquias, algo novedoso en Hispania; ver Serra, 1967; Palol, 1967, p. 23; Alcaide, 2005, pp. 85-87. 43 44

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Fig. 14. Vista de la basílica del anfiteatro de Tarragona (TEDA).

suma a la presencia de otros aspectos como es el uso de pavimentos de mosaico y las composiciones decorativas que éstos presentan, los cuales muestran una proximidad creativa de estas zonas, una recepción de ideas y de formas que sin embargo no va a ir acompañada de la adopción de una liturgia diferente. A diferencia de lo que sucede con los tableros sigmáticos, es muy probable que estas plataformas se elaboraran en los lugares de destino con materiales existentes en la zona (en el caso del material utilizado en la basílica del anfiteatro de Tarragona, cabe señalar que el mármol de Carrara abunda entre los elementos decorativos de la ciudad en época romana). Hay que destacar que en las iglesias baleáricas y de la Tarraconense, caso de Torelló y de Peretó, el altar sigue disponiéndose en el centro del ábside, característica litúr gica propiamente hispana que la distingue de las basílicas norteafricanas tardoantiguas. Los dos casos catalanes de posibles altares ubicados en la nave central, fuera del ábside (basílica del anfiteatro de Tarragona e iglesia cruciforme de Barcelona), son lo suficientemente dudosos como para no sustentar en ellos la existencia de una corriente distinta en la or ganización litúrgico-

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espacial en Hispania. El de la basílica del anfiteatro de Tarragona (Fig. 14) se ha interpretado como el resto de una mensa altaris con pie monolítico típico de época visigoda. 46 Consiste en una huella circular —0,75 m Ø— en la nave central, delante del ábside, que se encuentra rompiendo el mortero del pavimento sin que se pueda establecer el momento de esa rotura. Sin embargo, no existen, o no se conocen, ejemplos en la arquitectura cristiana hispánica de época tardoantigua y altomedieval de altares de columna con un diámetro tan grande, mucho menos adelantados al ábside. La aparición en las excavaciones de los años noventa de la plataforma y de fragmentos de columnillas en mármol de Carrara que pudieron actuar como pies47 permite proponer que éste era el altar eucarístico de la basílica y no la huella circular. La forma de altar de soporte múltiple está asociada al espacio principal de la iglesia, al santuario. Sólo existen dos ejemplos, ambos fuera de la Tarraconense, donde aparecen en estancias diferentes a la del ábside: Casa Herrera (Mérida), en la estancia oriental del conjunto bautismal, y El Gatillo (Cáceres), en el ábside de la cons trucción meridional que se adosa en un segundo momento a la sencilla iglesia original. 48 En ambos casos pertenecen a una segunda fase del edificio donde se produce una remodelación que afecta a la or ganización litúrgico-espacial del mismo. Aunque no está clara la función de estos segundos altares, los dos comparten una serie de similitudes que indican la voluntad consciente de ocupar un lugar destacado en esa nueva organización de carácter litúr gico: se encuentran en espacios privilegiados que sobresalen en planta, culminando un eje axial al igual que los ábsi des principales, acotados por canceles, orientados a E y guardan relación con el rito del bautismo. Por otro lado, los altares con plataforma más próximos al ejemplo de Tarragona, los hallados en Las Baleares, se localizan siempre en el centro del ábside principal. A partir de estas relaciones, es lícito pensar que el altar de plataforma de la basílica del anfiteatro de Tarragona no era un altar secundario dispuesto en alguna estancia aneja,49 sino el altar principal del edificio y que, por tanto, la huella circular de la nave central tuvo alguna otra función o se debe a alguna causa que desconocemos. En cuanto a la llamada iglesia cruciforme del con junto episcopal de Barcelona (Fig. 15), a pesar del meri-

TED’A., 1990, pp. 208-210; 1994, p. 171. TED’A., 1990, pp. 220-221. 48 Sobre El Gatillo, ver en esta misma publicación el trabajo de Caballero y Sáez. 49 Idem, pp. 222-223. 46 47

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Fig. 15. Planta de la llamada basílica de cruciforme de Barcelona (según Beltrán, 2001 p. 82).

torio trabajo de recopilación y reestudio de las excava ciones antiguas por parte de los arqueólogos del Museo de la Ciudad, es complicada su interpretación como iglesia de planta de cruz griega a partir de algunos restos de muros inconexos.50 Se fecha a finales del siglo VI con una serie de reformas en el siglo VII. En la restitución de dicha construcción se coloca un altar en el centro del crucero, ocupando el espacio geométricamente central de todo el edificio. El posible altar (Fig. 16), que correspondería a ese segundo momento de monumentaliza ción, presenta una serie de características bastante peculiares nada frecuentes entre los altares hispánicos de época tardoantigua, en especial el tipo de loculus.51

50 Según Bonet y Beltrán (1999, 181) se conservaría el brazo correspondiente a la cabecera, rectangular , y el brazo N. En un segundo momento se reformaría erigiendo una iglesia más monumental pero manteniendo la planta en cruz. Formaría parte del conjunto episcopal. Utrero manifiesta sus dudas sobre la planimetría del edificio por la presencia de posibles arcos diafragmas, «elemento inexistente en fechas tan tempranas» (2006, 539). 51 De hecho, sus investigadores la comparan con ejemplos tunecinos (capilla de Jucundus en Sbeitla, Haidra) y de El Tirol, ver Beltrán, 2001, p. 84.

Aquí se ubicaría bajo el soporte, un fuste liso romano reutilizado para la ocasión, cuando lo normal es que los soportes hispanos ejerzan a la vez de aras disponiendo del loculus abierto en su cara superior. Lo que se conserva en el caso de Barcelona es una estructura bastante original, una especie de caja hueca por los lados, enlucida en las paredes interiores y con presencia de tegulae que, según sus investigadores, quedaría enterrada bajo el nivel de uso de la iglesia. La caja, o mejor dicho, el hueco prismático, parece estar formando parte de un relleno de piedras y argamasa que también cubre parcialmente el fuste. En este punto es interesante señalar que la fase tardoantigua se encuentra sobre un complejo industrial y domus de época romana, reutilizando parte de sus estructuras. No está clara la función de este hueco abierto por los lados, no conocemos loculi con esta composición, que sin embar go resulta muy si milar a algunas canalizaciones romanas 52 o incluso a

52 Propuesta ya señalada por Ripoll y Chavarría (2005, 32), también sugerida por Utrero (2006, 539).

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que funcionaran como tales en las primeras iglesias, pues ambos ámbitos, el de lo cristiano y el de lo «pagano» tenían sus propios y definidos campos de acción. Los autores cristianos de los primeros siglos se afanan en marcar claras diferencias entre unos y otros, oponiendo y distinguiendo netamente las características y usos propios de sus ritos. Es la época de los apologistas. Tertualino († c. 220), uno de los escritores que más éxito tendrá, escribe en los siguientes términos: «Los cristianos no toman parte en el culto de los dioses paganos porque éstos no son más que hombres Fig. 16. Imagen y reconstrucción del supuesto altar de la basílica cruciforme de Barceya muertos y sus imágenes son malona (según Beltrán, 2001, p. 84, fig. 18). teriales e inanimadas».56 Tras la leyes recogidas en el Codex Theodosianus, se desacralizan los templos y los edificios de agujeros de mechinales presentes en muros de época espectáculos de las ciudades, despojándoles de sus estardorromana.53 tatuas de dioses y de sus altares. 57 Así lo reafirman Honorio y Arcadio en una orden promulgada en 399 por la que se consiente la celebración de entreteniC. LA REUTILIZACIÓN DE ARAS ROMANAS, mientos pero privados de cualquier signo de religiosiUN FENÓMENO GLOBAL, A DIFERENCIA DEL dad, de culto o de sacralización pagana. Una constitu«TENANTE VISIGODO», DE COMPLICADA DATACIÓN ción dictada en ese mismo año prohibía destruir los templos paganos siempre y cuando previamente huTradicionalmente se viene considerando el tipo de bieran sido despojados de sus ídolos y altares. 58 Toda altar que, bien reutiliza, bien imita un ara romana paesta situación produce dos consecuencias: a corto gana, como una de las formas más antiguas de altar plazo la oposición frontal entre defensores de las anticristiano, pudiéndose atestiguar su presencia por todo guas creencias y apologistas de la nueva Fe, traducido el Mediterráneo.54 Así aparece en las clasificaciones en revueltas, destrucciones y desatención fundamende los primeros estudiosos del primitivo altar cristalmente de los antiguos templos y persecución de tiano.55 todo aquello considerado herético. A medio y lar go Uno de los principales problemas relativos a la plazo, una vez que el nuevo status quo de la Iglesia se reutilización de aras paganas como altares cristianos ha estabilizado a lo largo de todo el siglo V, la conseradica en determinar el momento y el grado de cristiacuencia es otra: el intento por parte del cristianismo nización consciente de ese antiguo elemento en oride ir asumiendo cada rincón de la religiosidad pagana, gen «herético». La reutilización, y con ella el prosin más remedio que asimilar y superponerse en mublema de saber su intencionalidad religiosa, no surge chas ocasiones a los antiguos vestigios de paganismo antes del convulso final del siglo IV. Antes de este tan enraizados en buena parte de la sociedad. Es aquí momento es bastante difícil proponer que existieran donde parece cobrar sentido la reutilización de las anconversiones de aras paganas en altares cristianos y tiguas aras paganas y su conversión intencionada en altares cristianos. 53 A modo de ejemplo y sin pretender establecer relaciones de similitud sin más intención que la de ofrecer una alternativa funcional posible, comentamos la existencia de un hueco con parecidas características en un muro aparecido en la excavación de la Travesía Parejos, Mérida, datado en el siglo V. Agradezco la información a R. Ayerbe y al Dr. A. Pizzo, arqueólogos del Consorcio de Mérida. 54 Duval, 2005, p. 13. 55 de Fleury, 1883; Cabrol y Leclerq, 1924; Braun, 1924.

Quasten, J.: Patrología I, 2004, pp. 556-557. Cod. Theod., XVI, 10, 17. 58 Un reciente y amplio estudio en la tesis doctoral de J. A. Jiménez Sánchez: «La secularización de los juegos romanos», Poder imperial y espectáculos en Occidente durante la Antigüedad Tardía (Universidad de Barcelona), 1998, pp. 520-521. 56 57

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Algo parecido sucede con las iglesias que parecen encontrarse superpuestas sobre santuarios de un culto pagano anterior. Es muy probable, hay textos que lo confirman, que muchos templos cristianos estén premeditadamente cristianizando un lugar de fuerte tradición cultual, sagrada, muy arraigada entre las gentes del territorio circundante, y que la Iglesia trata de asimilar reconduciendo su sacralidad. Esta intención queda manifiesta en el comentario de Juan Crisóstomo y en la carta que a finales del siglo VI Gregorio Magno escribe al abad Melitón.59 Para Hispania conocemos la mención que hace Valerio del Bierzo a una iglesia dedicada a San Félix, construida a instancias suya en el emplazamiento de un antiguo templo pagano. Según recoge Isla, la cristianización no cambió el valor sagrado del lugar , pues sus gentes siguieron acudiendo allí para obtener curaciones. 60 Por desgracia, en la Península Ibérica la arqueología ha documentado hasta ahora muy pocos casos de estas cristianizaciones. Se han propuesto para las iglesias de San Miguel de Mota (Portugal) 61 y de San Juan de Postoloboso (Ávila),62 ambos santuarios dedicados al dios indígena Endovélico. También se ha planteado esa posibilidad de cristianización en la iglesia de Santa Lucía del Trampal (Alcuéscar, Cáceres), en este caso sobre un santuario dedicado a Ataecina, otra divinidad indígena asimilada a la Proserpina romana. En todos ellos el motivo principal, ante la ausencia de estructuras superpuestas, ha sido la gran cantidad de aras halladas dedicadas a estas divinidades, siendo muchas de ellas reutilizadas en la construcción cristiana. En el caso de San Miguel de Mota, resulta curioso observar como, de las numerosísimas aras encontradas en el santuario, la elegida para su reconversión en altar cristiano es precisamente la que presenta una mejor y más cuidada decoración con dos genios alados esculpidos en sus frentes laterales 63 (Fig. 17). Si motivo iconográfico y advocación angélica están relacionados es algo sugerente aunque complicado de confirmar. El tipo de loculus practicado en su cara superior —0,11 m × 0,11 × 0,10; escalón: 0,02 m anch.— indica que su uso cristiano corresponde a época tardoantigua o altomedieval. En la iglesia de El Trampal al-

59 Recogida en Iñiguez, 1978, p. 303. También comentado por Caballero y Sánchez, 1990, p. 433. 60 Replicatio, 1, en Isla: «San Pedro del Esla, una iglesia en la historia», en Caballero (coord.): San Pedro de La Nave , 2004, p. 280, nota 21. 61 Peres, 1928, p. 376. 62 Un análisis en Caballero y Sánchez, 1990, pp. 442-448. 63 Tiene unas dimensiones de 0,95 m × 0,48 × 0,38. Actualmente conservado en el Museu Nacional de Arqueología (nº 988.3.4).

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gunas de las estelas funerarias fueron reutilizadas como umbrales de los canceles que delimitaban el paso a la cabecera de la iglesia, la zona más sagrada, mientras que otras fueron empleadas como material constructivo.64 Los fragmentos conservados del altar eucarístico muestran un altar de cinco soportes, siendo el central un ara-soporte de cruz patada, mientras que del posible altar o mesa del ábside Norte lo que se conserva es la basa y parte del soporte, un fuste liso. No hay constatación por tanto del empleo de algún ara dedicada a Ataecina como altar cristiano en la iglesia altomedieval. Estos ejemplos nos están señalando lo compli cado que resulta conocer si estamos ante un empleo práctico de material disponible a pie de obra o en el entorno inmediato o, por el contrario, se trata de una intención premeditada de transformar el signo reli gioso de un lugar y de sus objetos más sagrados. La utilización de materiales romanos asociados a ele mentos de culto cristiano se sucede con continuidad en el tiempo y se manifiesta de varias maneras. En Campanario (Badajoz) se venera la V irgen de Piedraescrita, una imagen mariana del siglo XIII que según la tradición fue hallada sepultada bajo una estela romana funeraria que desde entonces le sirvió de soporte.65 En el lugar del hallazgo se construyó una ermita que data del siglo XV, celebrándose todos los Lunes de Pascua una romería en su honor.66 En la iglesia de Santa Bárbara de Granja (San Miguel de Trasminas, Vila Pouca de Aguiar, Portugal) también se encuentra un ara romana actuando como soporte de una imagen de la Virgen.67 Son ejemplos que demuestran cómo los elementos romanos han adquirido a lo lar go de los siglos diversas funciones en su nuevo contexto cristiano. Entonces, ¿cuándo podemos saber que en la reutilización subyace una intención cristianizadora y cuándo no? Esta cuestión trasladada a nuestro tema de estudio genera otra pregunta, ¿todas las aras romanas reutilizadas posteriormente como parte de altares cristianos lo han sido con esa intención de reconversión?, ¿cuáles son los criterios que permiten la diferenciación entre las que sí y las que no? La epigrafía es uno de los discriminantes que pueden resultar válidos, dado que en este caso no nos ayuda, por ahora, la Arqueología. En Hispania, la reutilización de antiguas aras o cipos romanos, con un sentido consciente de cristianización en los que se

Caballero y Sáez, 1999. CIL II2/7, 958. Actualmente está en el muro Sur de la ermita. Información de H. Gimeno, centro CIL II. 66 Blasco, 2003, pp. 66-68. 67 CIL II 2392; ILER 6569. 64 65

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Fig. 17 a-b. Ara de altar procedente de San Miguel de Mota que reutiliza un ara pagana consagrada a Endovélico (dibujo de Leite de Vasconcellos, 1905, fig. 21 y Lambrino, 1967, nº 105).

produce la damnatio memoriae de su antiguo sentido pagano y una especificación de su nuevo significado mediante la escritura, sólo se documenta con seguridad en la Bética y más concretamente en su zona centro-occidental. En estas aras, la conmemoración del acto de deposición de reliquias por parte del obispo va acompañada de la eliminación de la anterior inscripción pagana, que se borra o se deja invertida en el frente posterior. Destaca la acción del obispo Pimenio (mediados del siglo VII), que plasmó su actividad litúrgica hasta en tres ocasiones, tres aras, distintas: Medina Sidonia —630—,68 Vejer de la Frontera —644—69 y Alcalá de los Gazules —662—70 (Fig. 2). Además de estas tres aras, Pimenio en otra ocasión eligió como lugar para conmemorar una dedicación el

tablero del altar —642 o 648—.71 La pieza fue hallada en Salpensa (Sevilla) (Fig. 2), localidad que quedaría fuera de su jurisdicción. 72 Se encuentra perdida desde hace tiempo pero tuvo gran fortuna entre los investigadores extranjeros. Braun la consideró modelo de los altares precarolingios.73 Doce años después de la úl tima dedicación de Pimenio, otro obispo del territorio gaditano, el obispo Theoderacis, dedicó un ara conser vada en Vejer de la Miel —674— 74 usando para ello también un antigua ara pagana. La moda o afición por la plasmación epigráfica de estos solemnes actos contagió por esos mismos años a otras diócesis cercanas, como la de Egabro (Cabra), de donde procede otra ara ICERV, nº 306. Según Maier (2007, 299-301) el lugar del hallazgo se sitúa en el «Cortijo de la Higuera». Si ese cortijo fuera el mismo que hoy existe cerca de Utrera, en la actualidad se encuentra en el término de Villamartín Cádiz (información de H. Gimeno). 73 Braun, 1924, p. 303. 74 ICERV, nº 310. 71 72

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ICERV, nº 304. ICERV, nº 305. ICERV, nº 309.

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pagana consagrada como altar por parte del obispo Bacauda —660—,75 o la de Acci (Guadix) por el obispo Justo —652—.76 Se trata de una actividad muy concentrada en el tiempo —apenas dos generaciones de obis pos— y en el espacio, originada en la sede de Pimenio y extendida a algunas sedes próximas. Es pues un fenómeno restringido que pertenece a un momento concreto del siglo VII y a unas cuantas sedes del Sur peninsular . Como sucede con las aras-soportes de cruces patadas, éste fenómeno también resulta poco adecuado extrapolarlo al resto de Hispania e incluso considerarlo como una de las formas de altar más antiguas 77 sólo porque existe un caso —Loja, Granada— que se ha datado, con argumentos poco sólidos, en el siglo V. Aunque el ara de Loja fuera de ese momento, mediarían dos siglos entre ese hecho aislado, y otro sin embar go muy bien definido como es la actividad epigráfica de Pimenio y algunos obispos contemporáneos de otras sedes próxi mas. La inscripción de Loja (Fig. 1) no conserva la era y tampoco se menciona el obispo dedicante, elementos que impiden saber con seguridad su fecha y que están siempre presentes en el grupo de las iniciadas con Pi menio. Entonces ¿qué certeza hay de que el epígrafe de Loja pertenezca al siglo V? La cronología propuesta para el altar de Loja la estableció su descubridor a finales del siglo XIX por semejanzas paleográficas. 78 Sin embargo, actualmente se acepta su inclusión en pleno siglo VII,79 por lo que podría formar parte del mismo fenómeno iniciado por Pimenio, siendo una derivación posterior a la primera ara dedicada por éste. Fuera de este ámbito bético, apenas existen ejemplos de aras cristianizadas con mensaje epigráfico, siendo el altar de Játiva (Valencia)80 (Fig. 18) una excepción que se data en el momento de mayor eclosión del grupo bético, a lo lar go del tercer cuarto del siglo VII. Habrá que esperar a la alta Edad Media para volver a encontrar inscripciones cristianas en altares, CIL II2/5, 299 (ICERV nº 308). ICERV, nº 307; CILA 137. Dada como perdida. Se conserva en los almacenes del ayuntamiento de Guadix un bloque de piedra de gran tamaño, según descripción de uno de sus empleados, que no pudimos ver. 77 Aquí nos referimos exclusivamente al fenómeno de la reutilización acompañado de plasmación epigráfica. 78 Fernández-Guerra, 1878. Mantenida por de Fleury, lo que permitió interpretarla como uno de los ejemplos más antiguos. 79 Ya Hübner la fechó en los siglos VI o VII por el tipo de letra (cf. CIL II2/5, 715). Caballero y Sánchez, 1990, p. 472 la incluye en su grupo de época visigoda. Beltrán, 1991, p. 793. Vives (ICERV, p. 99) no se pronunció sobre su cronología aunque sobre este tipo de materiales comentó que las inscripciones consacratorias con mención de reliquias suelen corresponder ya al segundo cuarto del siglo VII. También comentado en Y. Duval, 1993, pp. 178-182, que la localiza erróneamente en la provincia de Córdoba. 80 ICERV, nº 317, Corell, 1994, nº 59. 75 76

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Fig. 18. Ara de altar de Játiva (imagen archivo Museo de Játiva).

pero ésta vez concentrados en la zona septentrional de la Península. Esto no quiere decir que en el resto de la Península Ibérica no se produzca el fenómeno de la reutilización. Todo lo contrario, si hay una unidad tipológica de altar en Hispania al menos desde el siglo VII y durante toda la alta Edad Media esa es el empleo de elementos romanos como parte de altares cristianos. Pero en todos los demás restos conservados sólo podemos hablar de reutilización sin saber si detrás hubo o no una cristianización premeditada. Por otro lado, el uso de aras romanas como aras-soporte cristianos es una costumbre que pervive en el tiempo, con más fuerza en determinadas áreas geográficas como es el Noroeste peninsular, y en cambio con menor densidad curiosamente allí donde se codifica la producción del llamado «tenante visigótico» o ara-soporte de cruces patadas, es decir, en el entorno de Mérida81.

81 Se trata de una de las conclusiones observadas tras una investigación sobre la reutilización de aras romanas en Hispania, en la que se han analizado las aras conocidas en la Penín sula Ibérica (siendo el grueso de ellas las recogidas en el CIL II). Este estudio forma parte de nuestra tesis doctoral, actualmente en curso.

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Fig. 19a. Ara de altar procedente de Idanha-a-Velha (Portugal) que reutiliza un ara romana dedicada a Marte; 19b. Ara de altar procedente de Torrecilla de Cameros (La Rioja) que reutiliza un ara pagana posiblemente dedicada a Ataecina.

Para averiguar cuáles de todas estas aras fueron reutilizadas como altares ya en el siglo VII sólo hemos encontrado dos discriminantes que resulten seguros: el epigráfico, que como ya hemos señalado está muy li mitado geográficamente, y el del tipo de loculus. Mediante su comparación de forma y dimensiones con los loculi de los llamados tenantes o aras-soporte, además de las dimensiones generales del soporte y del hech o de que el lugar de la reliquia se encuentre en esa zona del ara (en la cara superior), obtenem os que aquellos restos que nos ofrecen mayor seguridad para conside rarlos de época tardoantigua son aras con unas dimensiones medias de 0,90-1,10 m de altura en los que el antiguo focus ha sido reconvertido en loculus rectangular de escalón en torno a 0,01/0,02 m de anchura y de caja para las reliquias con unas dimensiones medias de 0,10-0,15 m de lado (Fig. 19 a-b). No obstante, si este dato no va acompañado del epigráfico, resulta igualmente válido para altares de época altomedieval, pues esas características del loculus son las mismas que se observan en restos datados en los siglos IX y X. ALGUNAS INDICACIONES SOBRE LOS TABLEROS DE ALTAR EN EL SIGLO VII

Hemos analizado los altares existentes en Hispania en época tardoantigua desde una óptica que privilegia la parte sustentante, el ara-soporte, que es la parte que también se ha favorecido en los estudios tradicionales del altar. Antes de finalizar queremos hacer algunas reflexiones en torno al tipo de tableros que sustentaban esos soportes. Los tableros circulares y sigmáticos de procedencia oriental hallados hasta ahora en la Península están

muy localizados, hallándose siempre, como ya ha sido señalado, en zonas costeras y portuarias —Menorca, Sevilla, Elche—; núcleos que mantienen las relaciones comerciales mediterráneas con importaciones controladas directamente por la administración bizantina. Estas piezas se datan entre los siglos V y VI y sus contextos de hallazgo no permiten asegurar el tipo de funciones que desempeñaron, cuestionándose incluso su pertenencia a ambientes religiosos. Los dos tableros sigmáticos de mayor certidumbre en cuanto a su sentido religioso son curiosamente producciones hispanas: Casa Herrera (Mérida) 82 y Rubí (Barcelona).83 El tablero en sigma de Casa Herrera (Mérida) (Fig. 20) es además el único por el momento hallado en el interior peninsular y fue labrado en un mármol blanco-amarillento característico de las canteras de Borba-Estremoz (Portugal). Su presencia en un enterramiento tardío de la basílica sirviendo como losa de la cubierta de la tumba indica que la pieza dejo desempeñar servicio litúrgico en algún momento indeterminado del siglo VII o inicios del siglo VIII. Por tanto, la casi totalidad de los tableros del siglo VII utilizados en Hispania fueron rectangulares. Los tableros conservados responden a dos esquemas decorativos: los que mantienen la triple moldura heredada de las placas romanas (Fig. 21), tipo cyma inversa, que algunas veces incluso hace plantearse si no se trata de una reutilización; y los que simplifican su marco a un sencillo borde liso más alto que el plano

Caballero y Ulbert, 1976, pp. 100-103. Datado en el siglo V a partir de la inscripción (V ives, 1949, p. 405; Palol, 1958 y 1967; Quevedo-Chigas, 1995, p. 257). Por tanto, aunque es posible que siguiera en uso du rante el siglo VII, queda fuera de este estudio. 82 83

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Fig. 21. Tablero de altar procedente de la basílica de la Neápolis de Ampurias conservado en el Museo de Gerona.

Fig. 20. Tablero en sigma procedente de la basílica de Casa Herrera conservado en el Museo Visigodo del MNAR.

central. También cerca de la costa han aparecido con decoraciones vegetales y figuradas en relieve en la parte del canto o del borde (como en Loulé, Portugal, o Almonaster la Real, Huelva) (Fig. 22). Este tipo de tableros se encuentra con relativa frecuencia en el Sur de la Galia con una cronología difícil de precisar entre los siglos IV al VII.84 Serían necesarios análisis arqueométricos que determinasen su origen, de importación —¿gálico?— o local. Se conservan casi siempre fragmentados, y los que están completos suelen ser aquellos de menores di mensiones que no alcanzan el metro de longitud (Idanha-a-Velha —0,65 m—,85 Alange —0,69 m—86). Los procedentes de iglesias datadas en los siglos VI y VII, como el fragmento hallado en Valdecebadar (Badajoz),87 o los aparecidos en algunas basílicas baleáricas, nos indican que tenían muy poco grosor, apenas 0,050,08 m,88 medida similar a la de los tableros sigmáticos que se fechan en la misma época o ligeramente anterior. 0,06 m es lo que

Narasawa, 2004. Almeida, 1962, pp. 249-250. 86 Cruz Villalón, 1986 y 1988. 87 Ulbert y Eger, 2006. 88 El tablero de Valdecebadar tiene 0,05 m, los de Es Cap des Port 0,08 m, el de L’Illa d’en Colom 0,05 m; el de Torelló 0,05 m (medidas tomadas en el borde).

Fig. 22. Tablero de altar procedente de Almonaster la Real (imagen M. Alba).

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Fig. 23. Tablero de altar procedente de Baza.

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Fig. 24. Tablero de altar del ábside central de San Miguel de Escalada.

tiene el tablero de altar de Baza (Fig. 23), cuya ins cripción —«(---)BIVS AEPISCOPVS OMNIV(M) (---)»— podría estar refiriéndose al obispo Eusebio de la sede bastetana, asistente a los concilios celebrados en Toledo de los años 633, 636 y 638. 89 Se trata de una diferencia de grosor considerable res pecto a los altares altomedievales, en los que éste se aumenta hasta doblarlo: 0,15-0,19 m como en Santa María del Naranco (siglo IX), o 0,18 m como los ta bleros de los altares de San Miguel de Escalada (si glo X) (Fig. 24). Con un tablero de ese grosor unido a las pilastrillas que se conservan —0,72 m—, el altar de Quintanilla de las Viñas alcanzaría la altura estándar de los altares tardoantiguos y altomedieva les, entre 0,90 y 1,05 m, arrastrando su cronología a un momento post-visigodo. Creemos, por tanto, que el grosor del tablero puede ser considerado un discriminante importante para distinguir una evolución cronológica en los tableros de época tardorromana y altomedieval. no obstante, en esta discriminación habría que considerar el factor de la pervivencia y de la reutilización de un elemento tan sagrado que, si sigue siendo útil, puede perpetuarse en el tiempo formando parte de los altares posteriores.

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Caballero, Gimeno, Ramírez y Sastre, 2006, pp. 287-292.

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CONCLUSIONS POR

ROGER COLLINS (University of Edinburgh)

RESUMEN Las revisiones efectuadas durante los últimos años sobre la arquitectura hispanovisigoda, como demuestran los trabajos recogidos en este volumen, impiden establecer unas conclusiones cerradas. Favorecen, por el contrario, el planteamiento de nuevas preguntas relativas a aspectos tan significativos como la ocupación de los asentamientos urbanos, la identificación de los palacios reales, la islamización de la población, el patrocinio y propiedad de las iglesias rurales o el fenómeno monástico. SUMMARY Recent revisions in scholarship on the architecture of the Visigothic period, not least in the contributions to this book, suggest that we be unwise to draw too firm conclusions on the subject. Otherwise, these works open up discussions about such significant aspects as the occupation of urban centres, the identification of royal palaces, the conversion of the Christian population to Islam, the likely patrons and owners of the rural churches and the monasticism. PALABRAS CLAVE: Visigodo, Islam, Arqueología, Arquitectura, Santa María de Melque, Reccopolis, El Gatillo, El Tolmo de Minateda. KEY WORDS: Visigothic, Islam, Archaeology, Architecture, Santa María de Melque, Reccopolis, El Gatillo, El Tolmo de Minateda.

If it is not too paradoxical, an obvious conclusion to be drawn from the many stimulating contributions to this volume is that it is too early for us to be drawing conclusions. So much is happening, so many new discoveries are being made, so many dif ferent kinds of evidence are being brought into use, so many old certainties are being challenged that the time is not yet right for making hard and fast deductions. On the other hand it is equally clear that most of the long established dating of individual buildings, and the views on the stylistic and technical development of the architecture of the Visigothic kingdom in Spain that were developed in the middle of the twentieth century and were accepted for several decades are al-

most all now entirely discredited. 1 Interestingly, even some of the interpretations that replaced them, based on new investigation and in several cases on intensive archaeological excavation of certain key sites and buildings, have themselves been further revised or even completely changed. Perhaps the best example is that of the church of Santa María de Melque, which was the first Spanish early medieval building of its kind to be the subject not just of a substantial campaign of excavation but to have the results published in detail. 2 This second feature, the full and fast publication of results, was particularly important at a time when comparable work on other major sites dating to the sixth to tenth centuries was going unpublished, in most cases remaining so to the present.3 The striking conclusion that the church and the other structures detected around it should be re-dated from the tenth century to the seventh was revolutionary, in that it added a completely new component to the corpus of buildings upon which the understanding of the architecture of the later Visigothic kingdom was based. This was all the more important when the paradigmatic character of several of the churches hitherto regarded as the exemplars of the period was beginning to be called into question. Thus, the inconvenient fact of the removal from its original site and complete reconstruction of San Pedro de la Nave in 1930/1 tended to be ignored when it came to presenting it as a pure example of the architecture of the late seventh century .4 Comparable ambiguities 1 For the historiography see the article in this volume by María de los Ángeles Utrero Agudo, ‘Las iglesias cruciformes del siglo VII en la Península Ibérica’. 2 Luis Caballero Zoreda and José Ignacio Latorre Macarrón, La Iglesia y el Monasterio visigodo de Santa María de Melque (Toledo): Arqueología y arquitectura (Madrid, 1980). 3 For example the important site of El Bovalar, destroyed in 714: Pere de Palol i Salellas, El Bovalar (Seròs, Segrìa): Conjunt d’época paleocristiana i visigòtica (Lleida, 1989). 4 Miguel Ángel Mateos Rodríguez, San Pedro de la Nave (Zamora, 1980), pp. 18-61 for the history of the move and reconstruction, and the controversy it caused. See the articles

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between the current and presumed original states of San Juan de Baños and São Fructuoso de Montelios, and disagreement over the dating to be assigned to different features of Santa María de Quintañilla de las Viñas and Santa Comba de Bande added to the sense that the long recognised model buildings of the period were less reliable guides to its architecture than once thought.5 Melque cast new light on some of them, and at the same time the number of buildings assigned a Visigothic date was being increased through the excavation of sites where little more than the foundations survived, the detection of sections of early stonework and ornament in churches previously assumed to be of exclusively later date, and even the discovery of entirely unknown ones possibly belonging to this period, such as Santa Lucía del Trampal.6 Local and regional studies were also being carried out on a growing corpus of decorative fragments, inscriptions and other remains long since removed from their original contexts, but which when properly recorded and compared added to the understanding of the artistic and epigraphic traditions of Visigothic Spain.7 collected in Luis Caballero Zoreda (ed.), La Iglesia de San Pedro de la Nave (Zamora, 2004) for the most recent views on the church and its context. 5 See the article in this volume by Paulo Almeida Fernandes, ‘Esplendor ou declinio? A arquitectura do século VII no território portugu?s’ for the story of the rebuilding of São Fructuoso and how it was influenced by the belief that its plan was similar to that of the so-called Mausoleum of Galla Placidia in Ravenna, and also for useful questioning of the extent of Byzantine influence. On Santa Comba see now Luis Caballero Zoreda, Fernando Arce Sainz and María de los Ángeles Utrero Agudo, ‘La iglesia de San Torcuato de Santa Comba de Bande (Orense): arqueología de la arquitectura’, in Archivo Español de Arqueología 77 (2004), pp. 273-318. 6 E.g. Enrique Cerrillo Martín de Cáceres, La Basílica visigoda de Ibahernando (Cáceres, 1983); for the discovery of the basilica of Santa Lucía del Trampal see Salvador Andrés Ordax, ‘La basílica hispanovisigoda de Alcuéscar (Cáceres)’, in Norba vol. 2 (1980), pp. 7-22, and Luis Caballero Zoreda, ‘Una nueva iglesia visigoda: Santa Lucía del Trampal’ in Información Cultural 75 (Diciembre 1989), pp. 12-19. For the search for early medieval features in later churches see the article by Leandro Sánchez Zufiaurre, ‘Metodología. Las iglesias de Álava de los siglos IX-XI y las consideradas iglesias del siglo VII’ in this volume, and also here the article byAlmeida Fernandes, ‘Esplendor ou declinio’ for such discoveries in Portugal. 7 e.g. María Cruz Villalón, Mérida visigoda: La escultura arquitectónica y litúrgica (Badajoz, 1985), and for some interpretations eadem, ‘La escultura visigoda. Mérida, centro creador ’, in Javier Arce and Paolo Delogu (ed.), Visigoti e Longobardi (Florence, 2001), pp. 161-184; There is a valuable catalogue of the architectonic fragments of Visigothic date in the archaeological museum in Córdoba in Jerónimo Sánchez Velasco, Elementos arquitectónicos de época visigoda en el Museo Arqueológico de Córdoba (Córdoba, 2006), pp. 27-97. See also the articles in this volume by Isaac Sastre de Diego, ‘El altar hispano en el sigloVII’ and by Helena Gimeno Pascual, ‘El hábito epigráfico en el contexto arquitectónico hispánico del siglo VII’.

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All of this was exciting in its own right and seemed to open up the prospects of a much better and broader understanding of the art and architecture of that kingdom. Dramatic revisions that have taken place more recently, and which are extended by some of the discussions in this volume, have tempered this expectation by revealing another perspective, which is that some of the buildings and styles that were being assigned to the Visigothic period actually belong in the succeeding opening phases of the Islamic presence in Spain, that is to say in the eighth and early ninth centuries. Again the church at Melque lead the way, after stylistic and structural comparisons were made between it and some buildings in Syria and Jordan, in particular some of the desert palaces of the last Umayyad caliphs, dating from the first half of the eighth century.8 Further study involving both Carbon dating and thermo-luminescence, and mentioned in this volume, has strengthened belief that this church was actually built at about the same time.9 There remain certain dif ficulties. The Umayyad palaces of the Near East are not as well or extensively studied as are Melque and in art historical terms the origin of their decorative and constructional styles remains debatable.10 In other words we know rather more about the copy than the supposed model, and it may be that there are other explanations for the detected similarities than direct borrowing.11 Nor can we compare like with like. It is not easy to see how a mid-eight century monastic church in the centre of the Iberian Peninsula could depend so directly on the architectural traditions of elite rural residences of the Syrian desert. Even if the palace of Rusafa built by ‘Abd al-Rahman (756-788), the first Umayyad ruler of al-Andalus, on the northern fringes of Córdoba was modelled on the residences of his now departed Syrian relatives, it is still not easy to see how this would have been the immediate exemplar for the church at Melque.

8 For the revision of views on the dating of and influences on Melque see Sally Garen, ‘Santa María de Melque and Church Construction under Muslim Rule’, Journal of the Society of Architectural Historians 51 (1992), pp. 288-305, and then Luis Caballero Zoreda, ‘Un canal de transmisión de lo clásico en la alta Edad Media española. Arquitectura y escultura de influjo omeya en la península ibérica entre mediados del siglo VIII e inicios del siglo X’, Al-Qantara 15 (1994), pp. 321348 and 16 (1995), pp. 107-124. 9 See Utrero Agudo, ‘Las iglesias cruciformes’ in this volume. 10 Robert Hillenbrand, Islamic Architecture (Edinburgh, 1994), 377-390. 11 Roger Collins, Visigothic Spain, 409-711 (Malden MA and Oxford, 2004), pp. 190-193; Spanish translation: La España visigoda, 409-711 (Barcelona, 2005), pp. 200-205.

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But even if questions of currents of artistic influence remain open, the re-dating of Santa María de Melque is one of several indicators of the fact that the Arab conquest of 711 was not in itself a defining moment of rupture in terms of material culture or the history of settlement, even if its consequences began to make themselves felt in these areas in the decades that followed. The assumption that Melque and similar churches in the central regions of the Iberian Peninsula had to belong either to the Visigothic period or to the caliphal era, when there was relative religious tolerance and tranquillity in these border areas of al-Andalus has been proved to be ill-founded. Although close to Toledo, which from the literary sources appears often as one of the most unstable and violent cities, and frequent centre of rebellion against the Umayyads, the Christian monastic community at Melque seems to have survived relatively untroubled across the most turbulent centuries in the history of al-Andalus, and was probably founded at an early stage in them.12 We have also become increasingly aware of continuity of occupation of urban centres, even if some were already in a state of decline, across the divide marked by the Arab conquest. The disturbed conditions of the eighth, ninth and early tenth centuries previously referred to explain why some of these towns did then either contract physically or were abandoned in favour of smaller more easily defended sites. An important role has been played here by modern exca vations from the 1980s onwards of what is almost certainly the site of the Visigothic ‘new town’ of Reccopolis founded by Leovigild in 577. 13 Despite the apparent loss of the notes of the original excavator of the site in the 1940s, recent work on parts not touched in the earlier dig has demonstrated continuity of occupation well into the middle of the eighth century , followed by a phase of accelerated decay and abandonment in the later decades of that century .14 That this was a pattern followed elsewhere is indicated by contributions to this book, which refer to the beginning of the abandonment of the important suburb of the former Visigothic royal capital of Toledo in the mideighth century, which culminates in the early part of

12 Julio Porres Martín-Cleto, Historia de T ulaytula (7111085) (Toledo, 1985), pp. 11-45. 13 Iohannis Biclarensis Chronicon, 50, ed. Carmen Cardelle de Hartmann, Corpus Christianorum Series Latina CLXXIIIA (Turnhout, 2001), p. 70. 14 Lauro Olmo Enciso, ‘Proyecto Reccopolis: ciudad y territorio en época visigoda’ in Rodrigo Balbín, Jesus Valiente and María Teresa Mussat (ed.), Arqueología en Guadalajara (Toledo, 1995), pp. 209-223.

CONCLUSIONS

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the ninth, and is certainly complete by the tenth. 15 Similarly, the very significant site of El Tolmo de Minateda, probable site of the Visigothic Elotana, which has revealed so much of its development in that period through successive campaigns of excavation, appears to have been abandoned in the eight century .16 Valencia, while never abandoned, seems to have suffered a comparable decline in the same period, before reviving much later.17 In the case of Reccopolis it is possible to see how settlement transferred itself to the smaller and more easily defended site of Zorita de los Canes, while the turbulent history of Toledo from the mid-eighth to the early tenth century would certainly explain a reduction in the size of its population and a withdrawal of occupation to the more easily defended inner city.18 In the case of both Reccopolis in the 1940s and the recent discoveries in the suburb of Toledo, the excavators found what they thought might be royal pa laces, though with only the foundations surviving in both cases.19 This raises the question of how such identifications can be made. While it is certain in both cases that the structures are very substantial ones for their period, the lack of a clear model for the organisation and ground plan of a palace in a Western European pre-Carolingian context means that caution is required in assessing such claims, and we should not ourselves establish such a model on the basis of buildings whose actual purpose is not clearly and unequivocally demonstrated.20 In the case of Reccopolis, whatever Leovigild’s intentions for it, there is no literary evidence for a royal residence in the town, which did not become the seat of a bishop, and was only intermittently the site of a mint. 21 With the discoveries in Toledo, while the location of a palace in the newly developed suburban area is more probable,

15 See the article in this volume by Juan Manuel Rojas, ‘Nuevos hallazgos en la Vega Baja de Toledo. Basílica Pretoriense y palacios’. 16 See the article by Gutiérrez Lloret, ‘Arquitectura del siglo VII en Eio’ in this volume 17 See Ribera i Lacomba and Roselló Mesquida, ‘V alentia en el siglo VII’ in this volume. 18 See Rojas, ‘Nuevos hallazgos en la Vega Baja de Toledo’ in this volume. 19 ibid. and see Lauro Olmo Enciso, ‘Arquitectura religiosa y organización litúrgica en época visigoda. la basílica de Reccopolis’ in Archivo Español de Arqueología 61 (1988), pp. 157178, and Javier Arce ‘La fundación de nuevas ciudades en el imperio romano tardío: de Diocleciano a Justiniano (siglos IVVI), in Gisela Ripoll and Josep M. Gurt (ed.), Sedes regiae (Barcelona, 2000), pp. 31-62, especially pp. 53-59. 20 Georg Binding, Deutsche Königspfalzen von Karl dem Grossen bis Friederich II (765-1240) (Darmstadt, 1996). 21 George C. Miles, The Coinage of the Visigoths of Spain: Leovigild to Achila II (New York, 1952), pp. 96-99.

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its ecclesiastical importance, as the site of the basi lica of Santa Leocadia and quite possibly of the ‘Praetorian Basilica’ of Sts. Peter and Paul, means that it may also have housed episcopal or other church complexes, and that it is one of these that is at issue. 22 The ambiguity that can exist over the nature of a building is well illustrated by the uncertainty over whether the structure once thought to be the cathedral of Egitania (Idanha-a-Velha) is not actually a mos que.23 A similar issue is raised in this volume in the case of El Gatillo. While the divide between the Visigothic and early Islamic periods is clearly starting to matter much less, some very interesting and relatively recent suggestions, based on archaeological evidence, about the relationship between the conquerors of 71 1 and the indigenous population are now being revised. In the case of the small church of El Gatillo in the province of Cáceres this has been done in this book, with a complete re-examination of its history and use. 24 In particular, the suggestion that a small niche-like indentation built into the SW wall of the church in a secondary phase of restructuring of the whole interior of the building was a mihrab has now been explicitly rejected. Here it is suggested instead that this should be associated with the abandonment of a baptismal pool, which was filled in at this time, and its replacement by a small pedestal font, of which this niche is the only surviving trace. This means that there is now no evidence for a period of either shared use of the building by Christians and Muslims, or , more likely, one in which it was taken over for purely Islamic worship. It may be wondered, therefore, if the interpretation of other sites in which such supposed mihrabs have been detected also needs revision.25 22 Pere de Palol i Salellas, ‘Resultados de las excavaciones junto al Cristo de la Vega, supuesta basílica conciliar de Sta. Leocadia de Toledo. Algunas notas de topografía religiosa de la ciudad’, in XIV Centenario del Concilio III de Toledo 589-1989 (Toledo, 1991), pp. 787-832. 23 See Almeida Fernandes, ‘Esplendor ou declinio’ in this volume, and Luis Caballero Zoreda, ‘Aportaciones de la lectura de paramentos a la polémica sobre la Sé de Idanha-a-Velha’, in Al-Andalus Espaço de Mudança (Mértola, 2006), pp. 266-273, with further references to the controversy. 24 Compare Luis Caballero Zoreda, Virginia Galera and María Dolores Garralda, ‘La iglesia de época paleocristiana y visigoda de ‘El Gatillo de Arriba’ (Cáceres) in Extremadura Arqueológica 2 (1991), pp. 471-492 with the article in this volume by Luis Caballero Zoreda and Fernando Sáez Lara, ‘La iglesia de El Gatillo de Arriba (Cáceres). Apuntes sobre una iglesia rural en los siglos VII y VIII’. 25 For example the mausoleum of Las Vegas de Pueblanueva; on which see Theodor Hauschild, ‘Die Mausoleum bei Las Vegas de Pueblanueva’, in Madrider Mitteilungen 10 (1969), pp. 296-316. For the possible mihrab see note 26 below.

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The other archaeological indicator of possibly close intercommunal relations was the apparent presence of burials following Islamic practices in the Christian cemetery at Segobriga. 26 The latter, although not yet established for certain, is likely to have been one of those settlements, like El Tolmo de Minateda and Reccopolis that was abandoned in the course of the eighth or early ninth centuries. So, a period of shared use of its cemetery but with dif fering rites being followed by two distinct faith communities is credible. Particularly striking, though, is the claim made in this volume that in a number of cemeteries associated with small rural settlements in the region south of Madrid the evidence suggests the complete replacement of Christian by Muslim funerary practices by the late eighth century, implying the mass conversion of the inhabitants from one faith to the other at around this time.27 This contrasts with the deduction based on the study of burials in suburban Toledo that date between the eighth and early tenth centuries that a high percentage of the population of this district was still Chris tian. Taken in conjunction this might suggest a move to the towns by the Christian population, at least in this part of the peninsula. Generally , though, the quantif ying and chronology of the conversion of the indige nous population of al-Andalus to Islam remains deba table. The only graph that has been drawn up on the basis of genealogical information in Arabic biographical dictionaries to suggest the size and speed of the movement from Christianity to Islam explicitly limits itself to the convert body.28 In other words it makes no attempt to claim what percentage of the total popula tion of al-Andalus actually converted. It merely shows that of those that did convert the greater number did so in the tenth century . Al-Andalus could have retained an overall majority Christian population, which is what the Arab traveller Ibn Hawqal claimed to find in the countryside when he visited Spain in 948.29 On the other hand there will certainly have been, at least by the tenth century , settlements of all sizes

26 See Luis Caballero Zoreda, ‘Pervivencia de elementos visigodos en la transición al mundo medieval. Planteamiento del tema’, in Actas del III Congr eso de Arqueología Medieval Española (3 vols., Oviedo, 1989), vol. 1, pp. 1 11-134, especially pp. 122-127. 27 See the article in this volume by Alfonso Vigil-Escalera Guirado, ‘El poblamiento rural del sur de Madrid y las arquitecturas del siglo VII’ in this volume. 28 Richard W. Bulliet, Conversion to Islam in the Medieval Period (Cambridge MA and London, 1979), pp. 1-15 and 1 14127. 29 Ibn Hawqal: see Ibn Hawkal, Configuración del mundo , trans. María José Romani Suay (Valencia, 1971), p. 63.

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that were predominantly Muslim, as Córdoba almost certainly became, or even were exclusively so, as must have been true of the small town known as Los Vascos in the west of the province of Toledo which was founded for Berbers immigrants and abandoned soon after the Castilian conquest of 1085. 30 Los Vascos was the product of a policy of settling incoming Muslims to defend the frontier region, but in the case of the late eighth century rural settlements there is apparently no evidence to suggest the inhabitants were other than part of the long established indigenous population. It may be that we have here an instance of changing rituals rather than beliefs or that what are thought to be distinctively Islamic practices are actually not. Little evidence is available for early Muslim funerary customs in the Near East, where the tra ditions were established. In any event interpretations will depend upon the model adopted for the size and distribution of Islamic settlement in al-Andalus in the eighth century, which in turn will be af fected by evidence such as that provided by these cemeteries. If El Gatillo is no longer evidence of Muslim reuse of a Christian church, it is something perhaps even more extraordinary, an example of a church converted into a secular residence, seemingly for several dif ferent occupants sharing a central space. 31 It is only possible to guess why this happened, and explanations could range from the disappearance of Christianity as a functioning religion in the immediate area at this time to the very small church becoming redundant due to the creation of some other, so far undiscovered, place of Christian worship in the vicinity . The inhabitants of the building, after its transformation into a series of small separate living quarters could similarly range from a community of hermits to seasonal pastoralists. It is unlikely that further evidence will emerge to answer these and similar questions posed by this fascinating site. The subject of function is also important in trying to make sense of the history of buildings in the period prior to the Arab conquest, when there was no complicating clash of religions for us to take account of. There is a danger of assuming that a church is just a church, and that the absence of one may tell us something about the religious proclivities of the inhabitants of a district, or that the presence of one has an equally self-evident message. For one thing the development

30 Ricardo Izquierdo Benito, Excavaciones en la ciudad hispanomusulmana de Vascos (Navalmoralejo, Toledo) Campañas de 1983-1988 (Toledo, 1994). 31 See Caballero Zoreda and Sáez Lara ‘La iglesia de El Gatillo de Arriba’.

CONCLUSIONS

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of the concept of the parish church and the creation of a parochial network, with stipendiary clergy responsible for clearly delineated districts each centred on its own church is a topic that has generated considerable controversy in recent years in British and French historiography, but has not yet been given full recognition in Spain. 32 In both Francia and Anglo-Saxon England the emergence of the parish system is generally dated later than the seventh century , though there are disagreements as to precisely when it was established, and the development of one in Christian Spain is unlikely to be as early as the Visigothic period. While the issue is one that remains to be debated, it is probably safe to assume that seventh century churches do not form part of a parochial organisation. As stone built churches must have been relatively expensive to build and maintain, and as there was no obligation on bishops of the Visigothic period to establish a network of local churches across their dioceses in a period before the emer gence of the parish, it may be asked who was paying for the construction of the various churches that are the subject of several of the articles in this book? The answer in some cases at least must be lay patrons. Another topic that has been attracting scholarly interest elsewhere in Western Europe in recent years is the proprietary church, erected and owned by elite local families. 33 While there is definite evidence, not least in the so-called ‘autobiographical’ writings of Valerius of Bierzo, for the existence of such churches in Visigothic Spain, relatively little no tice has been taken of them. 34 Yet it is likely that the numerous very small churches, traces of which have been uncovered or which are known from foundatio nal inscriptions were privately owned, and passed on by inheritance. What is quite clear, when Spanish documentary evidence, in the form of charters recording gifts, sales and related legal disputes, becomes really substantial, from the ninth century onwards, is that such privately owned churches and also family monasteries were numerous. Very large numbers of them are recorded in such documents, and only gradually do

32 See for example John Blair (ed.), Pastoral Care before the Parish (Leicester, 1992), and Alan Thacker and Richard Sharpe (ed.), Local Saints and Local Churches (Oxford, 2002). 33 Susan Wood, The Proprietary Church in the Medieval West (Oxford, 2006) includes several sections relating to the Spanish evidence. 34 See Roger Collins, ‘The «Autobiographical» Works of Valerius of Bierzo: their Structure and Purpose’ in Antonino González Blanco (ed.), Los Visigodos: Historia y civilización (Murcia, 1986), pp. 425-442; also José Carlos Martín, ‘V alerio en Compludo? Examen crítico de los opúsculos autobiográficos y las Visiones del más allá de Valerio de Bierzo, Veleia 23 (2006), pp. 327-338.

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they disappear, given or sold to lar ger monasteries or to bishops. It is highly unlikely that this phenomenon can not be traced back to the Visigothic centuries, when indeed the majority of rural churches may have been privately owned by elite families. One function of these proprietary churches will have been to provide a place of burial for the succes sive generations of family members. The presence of small baptisteries, either with pools for total immer sion or small fonts of holy water for signing, does not necessarily indicate that a church was not privately owned, as those wealthy enough to build and maintain their own church will also have required it to be the scene of family baptisms as well as funerals. Apart from such urban episcopal complexes as those at Bar celona, El Tolmo de Minateda and Valencia, most of the churches we know of dating to the Visigothic period are small and are found in rural locations. 35 So it might be fair to assume almost all of them are proprietary churches. In consequence the absence of churches from rural settlements is not an indicator of the religiosity or otherwise of the inhabitants, merely that local great landed proprietors have not built any in those particular districts. It is quite possible that such local elite families might build churches for their dependents or have allowed them to use their own private ones for occasional ceremonies, such as baptism, still carried out primarily in Holy Week. It is perhaps unnecessary, though, to assume that church buildings were an essential prerequisite in these centuries for Christian teaching and prea ching, or that the lack of them proves this was not taking place. It is clear from the evidence of other re gions of the West in the pre-Carolingian centuries that churches were primarily required for the consecration and administration of sacraments, which were not re ceived with anything like the frequency and regularity that would later become the norm.36 One feature of the ecclesiastical landscape of the late Visigothic period that has so far been almost invisible is the presence of monasteries. Although it used to be thought that the presence of rooms around the crossing, flanking the chancel, the nave or both, in cruciform churches was a sign that the building was of monastic origin, and that San Pedro de la Nave might therefore be the best example, all such views have now been abandoned. 37 The investigation of the

See note 45 below for references. Blair (ed.), Pastoral Care before the Parish (see note 32). 37 See the article by Francisco J. Moreno Martín, ‘Arquitectura y usos monásticos en el siglo VII. De la recreación textual a la invisibilidad material’ in this volume. 35 36

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question contained in this volume has cast very useful light on the urban contexts in which monastic communities or small groups of monks might be found, but can only identify Santa María de Melque as an almost certain case of a rural monastery , and as we know from the extensive discussions of its dating that was probably constructed in the early Islamic period. So, we have no definite examples of Visigothic monasteries in the countryside, although their existence is certain thanks to the survival of a small number of monastic rules and various hagiographic texts, most notably the Vita Fructuosi. The presence of numerous small monasteries in northern Spain and Portugal is also clearly attested to in the documentary records of the ninth and tenth centuries. Whether the same is true of the seventh is less certain, as the primary impulse for the development of monasticism in the south and centre of Spain in the Visigothic period seems to have come from the influx of monastic communities, along with books, from North Africa in the later sixth century .38 The speed with which such establishments proliferated in the countryside in the later Visigothic period can not be calculated, and it would also not be wise to assume that such institutions were necessarily wealthy or well endowed with land or other property . Some indeed may have been, but the preponderance of small monasteries found in the later documentary record owning very limited possessions would suggest that this was likely to have been the norm in the seventh cen tury too. Thus it would not be wise to posit the presence of monasteries as lar ge and powerful landowners across the kingdom, or that hamlets seemingly to small to be self-suf ficient were necessarily ‘granges’ owned by such communities. The study of literary texts, both normative ones like conciliar acts, law codes, and manuals of litur gical and other practices or others such as theological and hagiographic works that contain a wealth of incidental details, has enormously enhanced our understanding of the form and use of the ecclesiastical buil dings of the Visigothic period. The expanding number of good modern critical editions of many of these texts is vital, but some problems remain, with the existence of pseudepigrapha.39 Another vital contribu-

38 See Collins, Visigothic Spain, pp. 147-161; Spanish translation pp. 151-167. 39 See the article by Raúl González Salinero, ‘La dimensión edificante del espacio sagrado: la arquitectura de culto cristiano en las fuentes escritas hispano-visigodas del siglo VII’ in this volume; for a collection of such sources see Rafael Puertas Tricas, Iglesias hispánicas (siglos IV al VIII) Testimonios literarios (Madrid, 1975).

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tion has come from the study of the inscriptions of the period, especially with the revival of ‘the epigraphic habit’ in the seventh century.40 As well as of the extant buildings themselves, the study of dif ferent discrete parts of them, or of specialised features of their construction, such as their roofs, has been extraordinarily revealing.41 Again certain older certainties have been overturned, and, as shown here in the study of the two primary forms of altar, the detection of regional variation can lead to a better understanding of the subject.42 The publication of corpora of local and regional collections of fragments of architectural and decorative stonework remains of vital importance, and can also help in reconstructing the distribution of buildings in a town or even in visualising something of the design and appearance of individual ones that are otherwise lost.43 While ecclesiastical buildings may be the most numerous and substantial, the recovery of wider urban landscapes has proved possible in certain key sites such as Reccopolis, and El Tolmo de Minateda. 44 It has also been possible to recover a surprising amount

40

lume.

See Gimeno Pascual, ‘El hábito epigráfico’ in this vo-

41 María de los Ángeles Utrero Agudo, Iglesias tardoantiguas y altomedievales en la Península ibérica: análisis arqueológico y sistemas de abovedamiento (Madrid, 2006 = Anejos de Archivo Español de Arqueología XL); also eadem, ‘Reinforcement in Early Medieval Hispanic Architecture’, in Construction History 3 (2007), pp. 3431-3445. 42 See Sastre de Diego, ‘El altar hispano del siglo VII’ in this volume. 43 Sánchez Velasco, Elementos arquitectónicos de época visigoda en el Museo Arqueológico de Cór doba (see note 7), pp. 196-237. 44 On Reccopolis see Olmo Enciso ‘Proyecto Reccopolis’ (note 14 above) and for El Tolmo de Minateda see Gutiérrez Lloret, ‘Arquitectura del siglo VII en Eio’ in this volume.

CONCLUSIONS

337

of detail from excavations from relatively big sites in large modern conurbations, such as Valencia, Barcelona, Cartagena, and Mérida, despite the centuries of continuous occupation and rebuilding that have taken place in them.45 Especially interesting too are the growing body of results from the discovery and excavation of small rural sites, such as hamlets and fortified hill top villages, that is throwing so much more light on rural society and its economy in the late Visigothic kingdom.46 The addition to this of the evidence from the slate documents found in or near a small number of these locations promises to add further to our understanding. Work on all these and other fronts is continuing apace, with the prospect of ever more exciting 47 results to add to the ones described in this book. While firm conclusions should not yet replace working hypotheses in the interpretation of many of the topics discussed here, one definite deduction that can be made from this book is that the archaeology of the later Visigothic and early Islamic periods has become one of the most active and exciting areas of study not only in Spain but in Europe more generally.

45 On Barcelona see Charles Bonnet and Julia Beltrán de Heredia, ‘El primer grupo episcopal de Barcelona’, in Sedes regiae, (see note 19 above), pp. 467-490, and Pedro Mateos Cruz, ‘Augusta Emerita, De capital de la Diocesis Hispaniarum a sede temporal visigoda’, ibid., 491-520 as an introduction to the extensive work that has been carried out in recent years in Mérida; for Valencia and El Tolmo de Minateda see Ribera i Lacomba and Roselló Mesquida, ‘V alentia en el siglo VII’ and Gutiérrez Lloret, ‘Arquitectura del siglo VII en Eio’ in this volume. 46 See the article by Vigil-Escalera Guirado, ‘El poblamiento rural’ in this volume, and for some other examples of similar sites J. Francisco Fabián, M. Santonja Gómez, A. Fernández Moyano and N. Benet, ‘Los poblados hispano-visigodos de ‘Cañal’ Pelayos (Salamanca). Consideraciones sobre el poblamiento entre los siglos V y VIII en el SE de la provincia de Salamanca’, in Actas del I Congreso de Arqueología Medieval Española (5 vols., Zaragoza, 1986), vol. 2, pp. 187-201; also Antonio Bellido Blanco ‘La ocupación de época visigoda en Vega de Duero (Villabañez, Valladolid)’, in Archivo Español de Arqueología 70 (1997), pp. 307-316. 47 Isabel Velázquez Soriano (ed.), Las pizarras visigodas. Edición crítica y estudio (Murcia, 1989), and with additions, eadem, Documentos de época visigoda escritos en pizarra (2 vols, Turnhout, 2000).

ARCHIVO ESPAÑOL DE ARQUEOLOGÍA (AEspA) NORMAS PARA LA PRESENTACIÓN DE MANUSCRITOS Normas de redacción Dirección.—Redacción de la revista: calle Albasanz 26/28 E- 28037 Madrid. Teléfono +34 916 02 2300; F AX +34 913 04 5710. E-mails: [email protected] ó [email protected] Contenido.—AEspA es una revista científica destinada a un público especializado en Arqueología, Epigrafía, Numismática e Historia Antigua y de la alta Edad Media. Los artículos aportarán novedades de carácter documental, fomentarán el debate entre nuevas y viejas teorías y aportarán revisiones generales. Su ámbito cultural abarca el Mediterráneo y Europa. Se divide en tres secciones. Artículos, Noticiario y Recensiones. Además edita la serie “Anejos de AEspA” que publica de forma monográfica libros concernientes a las materias mencionadas. Los trabajos serán originales e inéditos y no estarán aprobados para su edició n en otra publicación o revista. Los textos no tienen que ajustarse, salvo excepciones como números monográficos, a un tamaño determinado, aunque se valorará especialmente la capacidad de síntesis en la exposición y argumentación. Aceptación.—Todos los textos son seleccionados por el Consejo de Redacción y posteriormente informados, según las normas de publicaciones del CSIC, por dos evaluadores externos al CSIC y a la institución o entidad a la que pertenezca el autor ,ytras ello, aceptados definitivamente por el CR. De todos estos trámites se informará a los autores. En el caso de ser aceptado, el tiempo máximo transcurrido entre al llegada del artículo y su publicación será de un año, aunque este periodo puede dilatarse en función de la programación de la revista. Texto previo 1. 2.

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Se presentará en papel, precedido de una hoja con el nombre del trabajo y los datos del autor o autores (nombre, institución, dirección postal, teléfonos, e-mail, situación académica) y fecha de entrega. El texto previo se entregará en soporte informático, preferentemente en MS Word para Windows o Mac y en PDF para enviarlo por e.mail a los informantes; acompañado de dos copias impresas en papel, completas, incluyendo toda la parte gráfica. Las figuras deben de venir numeradas correlativamente. No se utilizarán negritas y para el formato de edición del manuscrito se tomará como modelo AEspA nº 80, 2007. Al inicio del texto se incluirá un Resumen y una lista de Palabras Clave, ambos en español y traducidos al inglés como Summamry y Key words. De no estar escrito el texto en español, los resúmenes y palabras clave vendrán en el idioma original y traducidos al inglés. Las palabras clave no deben de contener los términos incluidos en el título, pues ambos se publican siempre conjuntamente. Las listas bibliográficas (por orden alfabético de autores y siguiendo el modelo de AEspA 2008) y los pies de figuras se incluirán al final del mismo texto, no en archivos separados.

Correcciones y texto definitivo 1. 2. 3.

El Consejo de Redacción podrá sugerir correcciones del original previo (incluso su reducción significativa) y de la parte gráfica, de acuerdo con estas normas y las correspondientes evaluaciones. Por ello, el compromiso de comunicar la aceptación o no del original se efectuará en un plazo máximo de seis meses. El texto definitivo se deberá entregar cuidadosamente corregido y homologado con AEspA para evitar cambios en las primeras pruebas. El texto, incluyendo resúmenes, palabras clave, bibliografía y pies de figuras, en CD recargable; y la parte gráfica en originales o en CD. Acompañado de una copia impresa, que incluya la parte gráfica completa. Los autores podrán corregir primeras pruebas, aunque no se admitirá ningún cambio en el texto.

Citas bibliográficas 1. 2. 3. 4.

Podrán presentarse de acuerdo al sistema tradicional de notas a pie de página, numeradas correlativamente, o por el sistema “americano” de citas incluidas en el texto, indistinta o simultáneamente. Los nombres de los autores constarán siempre en minúscula, tanto en texto como en nota y no se pondrá coma entre autor y año; en versalitas en listado bibliográfico. Los detalles de las citas y referencias bibliográficas pueden variar siempre que su contenido sea completo y uniforme en todo el texto. Siempre que en el sistema de citas a pie de página se vuelva a mencionar un trabajo,se ha de indicar el número de la primera nota en que se ofrece la referencia completa. En las citas bibliográficas, los lugares de edición deben citarse tal como aparecen citados en la edición original.

Documentación gráfica 1. 2. 3. 4.

Toda la documentación gráfica se considera FIGURA(ya sea a línea, fotografía, mapa, plano, tabla o cuadro), llevando una numeración correlativa simple. Se debe indicar el lugar ideal donde se desea que se incluya, siempre mejor dentro del texto. Debe de ser de calidad, de modo que su reducciónno impida identificar correctamente las leyendas o empaste el dibujo. Toda la documentación gráfica se publica en blanco y negro. El formato de caja de la Revista es de 15 × 21 cm; el de columna, de 7,1 × 21 cm.

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6.

Los dibujos, planos y cualquier tipo de registro (como las monedas o las cerámicas) irán acompañados de escala gráfica y las fotografías potestativamente; todo ello debe de prepararse para su publicación ajustada a la caja y de modo que se reduzcan a una escala entera (1/2, 1/3, 1/10, … 1/2.000, 1/20.000, 1/50.000, etc.). En cualquier caso, se debe sugerir el tamañ o de publicación de cada figura (a caja, a columna, a 10 centímetros de ancho, etc.). Se debe enviar en soporte digital, preferentemente en fichero de imagenTIFF o JPEG con más de 300 DPI y con resolución para un tamaño de 16 × 10 cm. No se aceptan dibujos en formato DWG o similar y se debe procurar no enviarlos en CAD a no ser que presenten formatos adecuados para su publicación en imprenta.

Varia 1. 2. 3. 4.

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ANEJOS DE «ARCHIVO ESPAÑOL DE ARQVEOLOGÍA» ISSN 09561-3663 I II III IV V VI VII VIII IX X XI XII XIII XIV XV XVI XVII XVIII XIX XX XXI XXII XXIII XXIV XXV XXVI XXVII XXVIII XXIX XXX XXXI XXXII XXXIII XXXIV

F. LÓPEZ CUEVILLAS: Las joyas castreñas. Madrid, 1951, 124 págs., 66 figs.—ISBN 84-00-01391-3 (agotado). A. BALIL: Las murallas romanas de Barcelona. Madrid, 1961, 140 págs., 75 figs.—ISBN 84-00-01489-8 (agotado). A. GARCÍA Y BELLIDO y J. M ENÉNDEZ PIDAL: El distylo sepulcral romano de Iulipa (Zalamea). Madrid, 1963, 88 págs., 42 figs.—ISBN 84-00-01392-1. A. GARCÍA Y BELLIDO: Excavaciones y exploraciones ar queológicas en Cantabria. Madrid, 1970, 72 págs., 88 figs.— ISBN 84-00-01950-4. A. GARCÍA Y BELLIDO: Los hallazgos cerámicos del ár ea del templo r omano de Cór doba. Madrid, 1970, 84 págs., 92 figs.—ISBN 84-00-01947-4. G. ALFÖLDY: Flamines Provinciae Hispaniae Citerioris. Madrid, 1973, 114 págs., más 2 encartes.—ISBN 84-00-03876-2. Homenaje a D. Pío Beltrán Villagrasa. Madrid, 1974, 160 págs., 32 figs.—ISBN 84-7078-377-7 (agotado). J. ARCE: Estudios sobre el Emperador FL. CL. Juliano (Fuentes Literarias. Epigrafía. Numismática). Madrid, 1984, 258 págs.—ISBN 84-00-05667-1. Estudios sobre la Tabula Siarensis (eds. J. GONZÁLEZ y J. ARCE). Madrid, 1988, 332 págs.—ISBN 84-00-06876-9. G. LÓPEZ MONTEAGUDO: Esculturas zoomorfas celtas de la Península Ibérica. Madrid, 1989, 203 págs., 6 mapas y 88 láminas.—ISBN 84-00-06994-3. R. JÁRREGA DOMÍNGUEZ: Cerámicas finas tardorromanas africanas y del Mediterráneo oriental en España. Estado de la cuestión. Madrid, 1991.—ISBN 84-00-07152-2. Teseo y la copa de Aison (coord. R. O LMOS ROMERA), Actas del Coloquio celebrado en Madrid en octubre de 1990. Madrid, 1992, 226 págs.—ISBN 84-00-07254-5. A. GARCÍA Y BELLIDO (edit.): Álbum de dibujos de la colección de br onces antiguos de Antonio Vives Escudero (M. P. GARCÍA-BELLIDO, texto). Madrid, 1993, 300 págs., 190 láminas.—ISBN 84-00-07364-9. M. P. GARCÍA-BELLIDO y R. M. S OBRAL CENTENO (eds.): La moneda hispánica. Ciudad y territorio. Actas del I Encuentro Peninsular de Numismática Antigua. Madrid, 1995, XVI + 428 págs., 210 ilustr.—ISBN 84-00-07538-2. A. OREJAS SACO DEL VALLE: Estructura social y territorio. El impacto r omano en la cuenca Nor occidental del Duero. Madrid, 1996, 255 págs., 75 figs., 11 láms.—ISBN 84-00-07606-0. A. NÜNNERICH-ASMUS: El arco cuadrifronte de Cáparra (Cácer es). Madrid, 1997 (en coedición con el Instituto Arqueológico Alemán de Madrid), 116 págs., 73 figs.—ISBN 84-00-07625-7. A. CEPAS PALANCA: Crisis y continuidad en la Hispania del s. III. Madrid, 1997, 328 págs.—ISBN 84-00-07703-2. G. MORA: Historias de mármol. La arqueología clásica española en el siglo XVIII. Madrid, 1998 (en coedición con Ed. Polifemo), 176 págs., 16 figs.—ISBN 84-00-07762-8. P. MATEOS CRUZ: La basílica de Santa Eulalia de Mérida: Arqueología y Urbanismo. Madrid, 1999 (en coedición con el Consorcio Monumental de la Ciudad de Mérida), 253 págs., 75 figs., 22 láms. y 1 plano.—ISBN 84-00-07807-1. R. M. S. CENTENO, M.a P. GARCÍA-BELLIDO y G. MORA (eds.): Rutas, ciudades y moneda en Hispania. Actas del II EPNA (Oporto, 1998). 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HISPANIA ANTIQVA EPIGRAPHICA (HispAntEpigr.) Fascículos 1-3 (1950-1952), 4-5 (1953-1954), 6-7 (1955-1956), 8-11 (1957-1960) y 12-16 (1961-1965).

ITALICA Cuadernos de Trabajos de la Escuela Española de Historia y Arqueología de Roma (18 vols.). Monografías de la Escuela (22 vols.).

CORPVS VASORVM HISPANORVM J. CABRÉ AGUILÓ: Cerámica de Azaila. Madrid, 1944.—Instituto Español de Arqueología del C.S.I.C. XI + 101 págs. con 83 figs. + 63 láms., 32 × 26 cm. (agotado). I. BALLESTER, D. FLETCHER, E. PLA, F. JORDÁ y J. ALCACER. Prólogo de L. PERICOT: Cerámica del Cerro de San Miguel, Liria. Madrid, 1954.—Instituto Español de Arqueología del C.S.I.C. y Diputación Provincial de Valencia.—XXXV + 148 págs., 704 figs., LXXV láms., 32 × 26 cm.—ISBN 84-00-01394-8 (agotado).

ANEJOS DE GLADIUS CSIC y Ediciones Polifemo M.ª Paz G ARCÍA-BELLIDO: Las legiones hispánicas en Germania. Moneda y ejér cito. Instituto de Historia. 2004. 354 págs. + 120 figs.—ISBN 84-00-08230-3. M.ª Paz García-Bellido (coord.): Los campamentos romanos en Hispania (27 a.C.-192d.C.). El abastecimiento de moneda. Instituto Histórico Hoffmeyer. Instituto de Historia. Ediciones Polifemo. 2006. 2 vols. + CD Rom.—ISBN (10) 84-00-08440-3; (13) 978-8400-08440-0.

TABVLA IMPERII ROMANI (TIR) Unión Académica Internacional Editada por el C.S.I.C., Instituto Geográfico Nacional y Ministerio de Cultura. Hoja K-29: Porto. CONIMBRIGA, BRACCARA, L VCVS, ASTVRICA, edits. A. BALIL ILLANA, G. P EREIRA MENAUT y F. J. SÁNCHEZ-PALENCIA. Madrid, 1991. ISBN 84-7819-034-1. Hoja K-30: Madrid. CAESARAVGVSTA, CLVNIA, edits. G. FATÁS CABEZA, L. CABALLERO ZOREDA, C. GARCÍA MERINO y A. CEPAS. Madrid, 1993. ISBN 84-7819-047-3. Hoja J-29: Lisboa. EMERIT A, SCALLABIS, PAX IVLIA, GADES, edits. J. DE ALARCÃO, J. M. Á LVAREZ, A. CEPAS, R. C ORZO. Madrid, 1995. ISBN 84-7819-065-1. Hoja K-J31: Pyrénées Orientales-Baleares. TARRACO, BALEARES, edits. A. CEPAS PALANCA, J. G UITART I DURÁN. G. F ATÁS CABEZA. Madrid, 1997. ISBN 84-7819-080-5. Fall K-J31: Pyrénées Orientales-Baleares (edición en catalán). ISBN 89-7819-081-3.

VARIA A. GARCÍA Y BELLIDO: Esculturas romanas de España y Portugal. Madrid, 1949, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 2 volúmenes de 28 × 20 cm.: I, Texto, XXVII + 494 págs.—II, Láminas, 352 láms. (agotado). _____________________ C. PEMÁN: El pasaje tartéssico de Avieno. Madrid, 1941, 115 págs., 26 × 18 cm. (agotado). _____________________ A. SCHULTEN: Geografía y Etnografía de la Península Ibérica. Vol. I. Madrid, 1959. Instituto Español de Arqueología (C.S.I.C.), 412 págs., 22 × 16 cm.—Contenido: Las fuentes antiguas. Bibliografía moderna y mapas. Orografía de la meseta y tierras bajas. Las costas (agotado). Vol. II. Madrid, 1963, 546 págs., 22 × 16 cm.—Contenido: Hidrografía. Mares limítrofes. El estrecho de Gibraltar . El clima. Minerología. Metales. Plantas. Animales (agotado). _____________________ M. PONSICH: Implantation rurale antique sur le Bas-Guadalquivir (II) (Publications de la Casa de Velázquez, série «Archéologie»: fasc. III).—Publié avec le concours de l’Instituto Español de Arqueología (C.S.I.C.) et du Conseil Oléicole International.—París, 197 9 (27,5 × 21,5 cm.), 247 págs. con 85 figs. + LXXXI láms.—ISBN 84-600-1300-6. _____________________ HOMENAJE A A. GARCÍA Y BELLIDO Vol. I Madrid, 1976. Revista de la Universidad Complutense de Madrid, XXV, 101. Vol. II Madrid, 1976. Revista de la Universidad Complutense de Madrid, XXV, 104. Vol. III Madrid, 1977. Revista de la Universidad Complutense de Madrid, XXVI, 109. Vol. IV Madrid, 1979. Revista de la Universidad Complutense de Madrid, XXVIII, 118. _____________________ VV.AA.: Producción y Comercio del Aceite en la Antigüedad. Primer Congreso Internacional.—Universidad Complutense.—Madrid, 1980 (24 × 17 cm.), 322 págs.—ISBN 84-7491-025-0. VV.AA.: La Religión Romana en Hispania. Simposio organizado por el Instituto de Arqueología «Rodrigo Caro» del C.S.I.C. (17-19 diciembre 1979).—Subdirección General de Arqueología del Ministerio de Cultura.—Madrid, 1981 (28,5 × 21 cm.), 446 págs.— ISBN 84-7483-238-1. VV.AA.: Homenaje a Sáenz de Buruaga.—Diputación Provincial de Badajoz: Institución Cultural «Pedro deValencia».—Madrid, 1982 (28 × 19,5 cm.), 438 págs.—ISBN 84-500-7836-9. VV.AA.: Producción y Comer cio del Aceite en la Antigüedad. Segundo Congreso Internacional.—Universidad Complutense.— Madrid, 1983 (24 × 17 cm.), 616 págs.—ISBN 84-7491-107-9. VV.AA.: Actas del Congreso Internacional de Historiografía de la Arqueología y de la Historia Antigua en España (siglos XVIII-XX), 13-16 de diciembre de 1988, C.S.I.C., Ministerio de Cultura, 1991.—ISBN 84-7483-758-8. VV.AA.: Ciudad y comunidad cívica en Hispania (siglos II y III d.C.). Cité et communauté civique en Hispania. Actes du Colloque organisé par la Casa de Velázquez et par le Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Madrid, 25-27 janvier 1990. Collection de la Casa de Velázquez, 38. Serie Rencontres. Madrid, 1992, 220 pp.—ISBN 84-86839-46-7.

BIBLIOTHECA ARCHAEOLOGICA ISSN 0519-9603 I II III IV V VI VII

A. BLANCO FREIJEIRO: Arte griego. Madrid, 1982, 396 págs., 238 figs., 19 × 13 cm. (8.a edición, corregida y aumentada).— ISBN 84-00-04227-1. Cf. en Textos Universitarios. A. GARCÍA Y BELLIDO: Colonia Aelia Augusta Italica. Madrid, 1960, 168 págs., 64 figuras en el texto y 48 láms., y un plano, 19 × 13 cm.—ISBN 84-00-01393-X (agotado). A. BALIL: Pintura helenística y r omana. Madrid, 1962, 334 págs:, 104 figs. y 2 lám. 19 × 13 cm.—ISBN 84-00-00573-2 (agotado). A. BALIL: Colonia Julia Augusta Paterna Faventia Barcino. Madrid, 1964, 180 págs., 69 figs. y un plano, 19× 13 cm.—ISBN 84-00-01454-5. 2.a ed. 84-00-01431-6 (agotado). A. GARCÍA Y BELLIDO: Urbanística de las grandes ciudades del mundo antiguo. Madrid, 1985, XXVIII + 384 págs., 194 figs. en el texto, XXII láms. y 2 cartas, 19 × 13 cm. (2.a ed. acrecida).—ISBN 84-00-05908-5. A. M. DE GUADÁN: Numismática ibérica e iberorromana. Madrid, 1969, XX + 288 págs., 24 figs. y varios mapas en el texto y 56 láms., 19 × 13 cm.—ISBN 84-00-01981-4 (agotado). M. VIGIL: El vidrio en el mundo antiguo. Madrid, 1969, XII + 182 págs., 160 figs., 19× 13 cm.—ISBN 84-00-01982-2. 2.a ed. 84-00-01432-4 (agotado).

TEXTOS UNIVERSITARIOS 1. 2. 35. 36.

A. GARCÍA Y BELLIDO: Arte romano.—C.S.I.C. (8.a ed.).—Madrid, 1990 (28 × 20 cm.), XX + 836 págs. con 1.409 figs.—ISBN 84-00-070777-1. A. BLANCO FREIJEIRO: Arte griego.—C.S.I.C. (8.a ed.).—Madrid, 1990 (21 × 15 cm.), IX + 396 págs. con 238 figs.—ISBN 84-00-07055-0. M. P. GARCÍA-BELLIDO y C. BLÁZQUEZ: Diccionario de cecas y pueblos hispánicos. Vol. I: Introducción. Madrid, 2001, 234 pp. y figs.—ISBN 84-00-08016-5. M. P. GARCÍA-BELLIDO y C. B LÁZQUEZ: Diccionario de cecas y pueblos hispánicos. Vol. II: Catálogo de cecas y pueblos. Madrid, 2001, 404 pp. y figs.—ISBN 84-00-08017-3.

CORPVS DE MOSAICOS DE ESPAÑA I II III IV V VI VII VIII IX X XI XII

A. BLANCO FREIJEIRO: Mosaicos romanos de Mérida.— Instituto Español de Arqueología del C.S.I.C.—Madrid, 1978 (28 × 21 cm.), 66 págs. con 12 figs. + 108 láms.—ISBN 84-00-04303-0 (agotado). A. BLANCO FREIJEIRO: Mosaicos romanos de Itálica (I).—Instituto Español de Arqueología del C.S.I.C.—Madrid, 1978 (28 × 21 cm.), 66 págs. con 11 figs. + 77 láms.—ISBN 84-00-04361-8. J. M. BLÁZQUEZ MARTÍNEZ: Mosaicos romanos de Cór doba, Jaén y Málaga.— Instituto Español de Arqueología del C.S.I.C.—Madrid, 1981 (28 × 21 cm.), 236 págs. con 32 figs. + 95 láms.—ISBN 84-00-04937-3. J. M. BLÁZQUEZ MARTÍNEZ: Mosaicos romanos de Sevilla, Granada, Cádiz y Murcia.—Instituto Español de Arqueología del C.S.I.C.—Madrid, 1982 (28 × 21 cm.), 106 págs. con 25 figs. + 47 láms.—ISBN 84-00-05243-9. J. M. B LÁZQUEZ MARTÍNEZ: Mosaicos romanos de la Real Academia de la Historia, Ciudad Real, T oledo, Madrid y Cuenca.—Instituto Español de Arqueología del C.S.I.C.—Madrid, 1982 (28 × 21 cm.), 108 págs. con 42 figs. + 50 láms.— ISBN 84-00-05232-40. J. M. BLÁZQUEZ MARTÍNEZ y T. ORTEGO: Mosaicos romanos de Soria.— Instituto Español de Arqueología del C.S.I.C.— Madrid, 1983 (28 × 21 cm.), 150 págs., con 22 figs. + 38 láms.—ISBN 84-00-05448-2. J. M. BLÁZQUEZ y M. A. MEZQUÍRIZ (con la colaboración de M. L. N EIRA y M. N IETO): Mosaicos romanos de Navarra.— Instituto Español de Arqueología del C.S.I.C. Madrid, 1985 (28 × 21 cm.), 198 págs. con 31 figs. + 62 láms.—ISBN 84-0006114-4. J. M. BLÁZQUEZ, G. L ÓPEZ MONTEAGUDO, M. L. N EIRA y M. P. SAN NICOLÁS: Mosaicos romanos de Lérida y Albacete. Madrid, 1989. Departamento de Historia Antigua y Arqueología del C.S.I.C. (28 × 21 cm.), 60 págs., 19 figs. y 44 láms.—ISBN 84-00-06983-8. J. M. BLÁZQUEZ, G. L ÓPEZ MONTEAGUDO, M. L. N EIRA y M. P. SAN NICOLÁS: Mosaicos romanos del Museo Arqueológico Nacional. Madrid, 1989. Departamento de Historia Antigua y Arqueología del C.S.I.C. (28 × 21 cm.), 70 págs., 18 figs. y 48 láms.—ISBN 84-00-06991-9. J. M. B LÁZQUEZ, G. L ÓPEZ MONTEAGUDO, T. MAÑANES y C. FERNÁNDEZ OCHOA: Mosaicos romanos de León y Asturias. Madrid, 1993. Departamento de Historia Antigua y Arqueología del C.S.I.C. (28 × 21 cm), 116 págs., 19 figs. y 35 láms.— ISBN 84-00-05219-6. M. L. NEIRA y T. MAÑANES: Mosaicos romanos de V alladolid. Madrid, 1998. Departamento de Historia Antigua y Arqueología del C.S.I.C. (28 × 21 cm), 128 págs., 10 figs. y 40 láms.—ISBN 84-00-07716-4. G. LÓPEZ MONTEAGUDO, R. N AVARRO SÁEZ y P. DE PALOL SALELLAS: Mosaicos romanos de Bur gos. Madrid, 1998. Departamento de Historia Antigua y Arqueología del C.S.I.C. (28 × 21 cm), 170 págs., 26 figs. y 168 láms.—ISBN 84-0007721-0.

Cubierta Siglo VII (2)

3/4/09 10:02

Página 1

ANEJOS AESPA

SUMARIO LUIS CABALLERO, PEDRO MATEOS yM.ª Á NGELES UTRERO. Objetivos y agradecimientos ...................................................................................................................

9

RAÚL GONZÁLEZ SALINERO. La dimensión edificante del espacio sagrado: la arquitectura de culto cristiano en las fuentes escritas hispano-visigodas del siglo VII ........

11

HELENA GIMENO PASCUAL. El hábito epigráfico en el contexto arquitectónico hispánico del siglo VII .....................................................................................................

31

JUAN MANUEL ROJAS RODRÍGUEZ-MALO y ANTONIO J. GÓMEZ LAGUNA.Intervención arqueológica en la Vega Baja de Toledo. Características del centro político y religioso del reino visigodo .......................................................................................

45

SONIA GUTIÉRREZ LLORET y PABLO CÁNOVAS GUILLÉN. Construyendo el siglo VII: arquitecturas y sistemas constructivos en El Tolmo de Minateda .............................

91

M.ª DELOS ÁNGELES UTRERO AGUDO. Las iglesias cruciformes del siglo VII en la Península Ibérica. Novedades y problemas cronológicos y morfológicos de un tipo arquitectónico ........................................................................................................

133

LUIS CABALLERO ZOREDA y FERNANDO SÁEZ LARA. La iglesia de El Gatillo de Arriba (Cáceres). Apuntes sobre una iglesia rural en los siglos VI al VIII .........................

155

ALBERT VICENT RIBERAI LACOMBA y MIQUEL ROSELLÓ MESQUIDA.Valentia en el siglo VII, de Suinthila a Teodomiro ...........................................................................

185

ALFONSO VIGIL-ESCALERA GUIRADO. El poblamiento rural del sur de Madrid y las arquitecturas del siglo VII .......................................................................................

205

LEANDRO SÁNCHEZ ZUFIAURRE. Metodología. Las iglesias de Álava de los siglos IX-XI y las consideradas iglesias del siglo VII .................................................................

231

PAULO ALMEIDA FERNANDES. Esplendor ou declínio? Aarquitectura do século VII no território «português» ............................................................................................

241

FRANCISCO J. MORENO MARTÍN. Arquitectura y usos monásticos en el siglo VII. De la recreación textual a la invisibilidad material ........................................................

275

ISAAC SASTREDE DIEGO. El altar hispano en el siglo VII. Problemas de las tipologías tradicionales y nuevas perspectivas .......................................................................

309

ROGER COLLINS. Conclusions .......................................................................................

331

EL SIGLO VII FRENTE AL SIGLO VII: ARQUITECTURA

LI 2009

CSIC CSIC

Luis Caballero Zoreda Pedro Mateos Cruz Mª Ángeles Utrero Agudo (editores)

ANEJOS DE

AE SP A LI

EL SIGLO VII FRENTE AL SIGLO VII: ARQUITECTURA