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Spanish Pages 177 Year 2000
Triángulos relacionales Triángulos relacionales El a-b-c de la psicoterapia Philip J. Guerin (h) Thomas F. Fogarty Leo F. Fay Judith Gilbert Kautto Amorrortu editores Biblioteca de psicología y psicoanálisis Directores: Jorge Colapinto y David Maldavsky Working with Relationship Triangles. The One-Two-Three of Psychotherapy, Philip J. Guerin (h), Thomas F. Fogarty, Leo F. Fay y Judith Gilbert Kautto ©1996, The Guilford Press, por acuerdo con Mark Paterson Traducción, Ofelia Castillo Unica edición en castellano autorizada por The Guilford Press, Nueva York, y debidamente protegida en todos los países. Queda hecho el depósito que previene la ley n° 11.723. © Todos los derechos de la edición en castellano reservados por Amorrortu editores S. A., Paraguay 1225, 7° piso (1057) Buenos Aires. La reproducción total o parcial de este libro en forma idéntica o modificada por cualquier medio mecánico o electrónico, incluyendo fotocopia, grabación o cualquier sistema de almacenamiento y recuperación de información, no autorizada por los editores, viola derechos reservados. Cualquier utilización debe ser previamente solicitada. Industria argentina. Made in Argentina ISBN 950-518-085-3 ISBN 1-57230-143-0, Nueva York, edición original CEXTRO UPIIV7-'nITARIO DE LA . BIBUO7~ Impreso en los Talleres Gráficos Color Efe, Paso 192, Avellaneda, provincia de Buenos Aires, en mayo de 2000. Indice general 13 Prefacio 17 1. Triángulos relacionales: evolución del concepto 20 Una perspectiva histórica 39 2. Importancia de los triángulos en el contexto clínico 41 Tres tipos de triángulos 49 Importancia clínica de los triángulos 59 3. Cómo encarar los triángulos en la terapia 65 El autoexamen 69 Lo que un triángulo no es 76 4. Estructura de los triángulos relacionales 76 Cómo ver un triángulo 84 Disección de la estructura de un triángulo 105 5. El proceso emocional dentro de la estructura triangular 105 Cómo ver el proceso relacional 112 Preguntas sobre el proceso 116 Proceso emocional y triángulos 126 6. Interacción de la estructura, el proceso y la función 126 La relación entre la estructura y el proceso 128 Mecanismos de activación de los triángulos 132 La %-náón 9 141 7. Introducción de triángulos en terapia individual 252 Triángulos con un niño-objetivo 256 Triángulos con un padre y un hermano
144 Empleo de triángulos en terapia individual 258 Triángulos del subsistema de los hermanos 153 Contextualización de los síntomas del paciente 262 Triángulos trigeneracionales individual 265 Triángulos en la familia de segundo matrimonio 160 Indicaciones para trabajar con triángulos en terapia individual 273 13. Conclusión: cómo llegar a ser un «experto en triángulos» 166 8. Entrenamiento e intervención directa con triángulos en terapia individual 273 Omnipresencia de los triángulos en las relaciones y en la terapia 167 Casos que presentan problemas relacionales 274 Métodos de manejo de los triángulos relacionales 170 Casos con problemas de desarrollo 286 Resumen y conclusión 179 Casos de ansiedad o depresión resistentes 185 El triángulo terapéutico ¡ 289 Referencias bibliográficas 189 9. Triángulos extrafamiliares en el conflicto conyugal 191 El triángulo con la aventura amorosa extramatrimonial 203 Los triángulos de red social 209 Los triángulos ocupacionales 212 10. Triángulos conyugales dentro de la familia 212 La primacía de la vinculación y la jerarquía de la influencia 215 Desplazamiento del conflicto 216 Triángulos con parientes políticos 230 El triángulo parental primario de cada uno de los cónyuges 232 Triángulos con los hijos 236 11. Triángulos con niños y adolescentes 236 Triángulos relacionados con la escuela 241 Triángulos de red social 245 Triángulos con el hijo sintomático 252 12. Triángulos intrafamiliares con niños y adolescentes sintomáticos Prefacio Este libro trata de lo que significa pensar en las tríadas (en nuestra propia familia y en nuestro trabajo clínico), de lo que descubriremos si pensamos en ellas y de la conducta a seguir cuando hayamos hecho esos descubrimientos. Desde los tiempos de Freud se han desarrollado muchos lenguajes ricos y útiles para pensar en el individuo, entre ellos los del psicoanálisis, la teoría de las relaciones objetales y el conductismo. Muchos de estos lenguajes han sido igualmente útiles para pensar en las díadas. Tanto Murray Bowen como otros fundadores de la teoría de los sistemas familiares consideraron significativo que las personas organizaran con frecuencia su vida interior y sus relaciones en tríadas (por ejemplo, mamá, papá y yo; yo, mi mejor amigo y el amigo de mi mejor amigo; yo, mi
cónyuge y mi hijo). Bowen, en especial, trató de desarrollar un nuevo lenguaje, un lenguaje que nos ayudara a pensar en estos triángulos y a hablar de ellos. Como todo lenguaje nuevo, este lenguaje está todavía en sus comienzos y por lo tanto no es tan maduro como otros lenguajes psicológicos y psiquiátricos más antiguos. Esperamos que, en alguna medida, este trabajo haga avanzar más el lenguaje de los triángulos. Eso es precisamente lo que queríamos lograr cuando decidimos escribir este libro. Nuestra experiencia en nuestra vida y con nuestros pacientes nos ha convencido de la utilidad de «pensar en los triángulos» para comprender a las personas, las relaciones, las familias y otros sistemas sociales humanos. Pero al hablar con otros terapeutas acerca de los triángulos, nuestras dificultades para formular las ideas y las diferentes maneras que ellos tenían de abordar el concepto nos llevaron a pensar que la idea de los triángulos no estaba todavía completamente elaborada. Nuestra comprensión de los triángulos, así como la de ellos, era un tanto imprecisa, y a veces los terapeutas, al referirse a los triángulos, parecían estar hablando de cosas diferentes. Pensamos que para la comunidad terapéutica sería beneficioso adoptar un lenguaje común 13 acerca de los triángulos y llegar a una comprensión común de ellos. Esperamos, entonces, que este libro tenga una triple utilidad. En primer lugar, que beneficie a toda la comunidad psicoterapéutica al aumentar su capacidad de advertir la ubicuidad de los triángulos en los problemas emocionales y de relación y de hablar en términos de triángulos y no sólo en términos de individuos y díadas. En segundo lugar, y en relación con quienes ya usan el concepto de triángulo en sus prácticas, esperamos que este trabajo los ayude a afinar y perfeccionar su comprensión de los triángulos y les proporcione nuevas ideas sobre su empleo en sus intervenciones con la gente a la que tratan de ayudar. Y por último, en el caso de quienes no usan el concepto, esperamos que el libro llegue a ser una nueva arma en su arsenal y les resulte útil en muchas oportunidades, pero especialmente cuando se sientan atascados. Pensar en los triángulos puede ser muy útil para superar el estancamiento de la terapia y destrabar un caso que se encuentra en un impasse. Hemos organizado las páginas que siguen en trece capítulos, en los que abundan las referencias a casos clínicos. El primer capítulo cuenta cómo la idea de los tríos y las tríadas, y finalmente la de los triángulos, hicieron su aparición en la terapia familiar y en el pensamiento psicológico en general. Los capítulos 2 y 3 constituyen nuestro intento de explicar y ejemplificar lo importante que es para el trabajo clínico el hecho de pensar en los triángulos. Los capítulos 4 a 6 exploran los triángulos en cuanto a la estructura, el proceso, el movimiento y la función. En los capítulos 7 a 12 entramos en más detalles acerca de las técnicas clínicas. Ofrecemos una tipología de los triángulos que se encuentran más a menudo en la práctica clínica con individuos (capítulos 7-8), parejas (capítulos 9-10) y niños y sus familias (capítulos 11-12), junto con algunos métodos de intervención. Cierra el libro el capítulo 13, con un resumen de los métodos de tratamiento. Este libro es el producto de los más de cien años que suma la experiencia combinada de los autores en la terapia familiar, de parejas y de individuos, como también de las muchas horas empleadas en precisar los conceptos de la teoría de los sistemas familiares y desarrollar planes de tratamiento basados en dicha teoría. A lo largo de los años hemos descubierto lo difícil
que es perfeccionar el concepto de triángulo relacional y traducirlo en métodos de intervención clínica. Las páginas que siguen representan lo que pudimos lograr en tal sentido. No creemos que sean la última palabra en triángulos, pero sí que constituyen un buen comienzo. Durante los últimos veintidós años, el Center for Family Learning, con sede en New Rochelle y posteriormente en Rye Brook, Nueva York, ha sido un lugar donde florecieron la teoría y la terapia familiares. El ambiente del CFL nutrió nuestras ideas, y nuestros colegas, amigos, familias y pacientes fueron nuestros maestros. Agradecemos a todas esas personas su comprensión y sus aportes a nuestro trabajo. Queremos expresar nuestra gratitud al actual cuerpo docente del Centro, en especial a los miembros del Proyecto de Pareja -Nancy Edelman, Barbara Gewirtz, Donna Gundy, Wendy Michel y Katherine Moseley-, cuyo asesoramiento sobre el material clínico usado en este libro fue invalorable. Desde luego, estamos en deuda con Murray Bowen, cuya teoría de los sistemas familiares iluminó el camino que hemos recorrido (aunque no siempre de la misma manera que él). Es con gran respeto y afecto que lo recordamos a él y recordamos su singular manera de pensar sobre las personas y sus problemas. Agradecemos especialmente a Mike Nichols, nuestro editor en Guilford Press. Su generosa contribución de tiempo y sus agudas críticas, envueltas siempre amablemente en su fino humor, fueron un gran estímulo para nuestro trabajo. Su pericia en el campo de los sistemas familiares y su amplio conocimiento de la psicología nos permitieron ampliar el alcance de nuestro pensamiento. En sus largas cartas que proponían cambios se adivinaba siempre su amor por la escritura y el buen estilo. Agradecemos también a James McGee, profesor de trabajo social en el College de New Rochelle, quien leyó nuestro manuscrito en sus etapas intermedias. Su evaluación de la utilidad del texto para los estudiantes de trabajo social clínico y para los terapeutas familiares que recibían entrenamiento fue particularmente útil. Y por último, agradecemos a nuestras familias, que fueron pacientes, solidarias y comprensivas cuando trabajábamos en este proyecto. 14 15 1. Triángulos relacionales: evolución del concepto En el comienzo mismo de su vida, cuando supieron que usted había sido concebido, tal vez su padre, su madre o ambos lo hayan sentido como un intruso. Quizás el hecho de su existencia regocijó a su padre y representó una amenaza para la carrera de su madre, llenándolos a él de entusiasmo y a ella de preocupación. Y es probable que, aun antes de su concepción, su abuela materna haya ejercido presiones para nada sutiles e iniciado una campaña a favor de su futura existencia. Y cuando usted nació, fuera cual fuese el mapa genético dibujado en su rostro, probablemente su apariencia constituyó el estímulo para toda clase de distinciones basadas en las diferentes lealtades de los bienintencionados parientes. «Es idéntico a la madre de George» , dice la hermana de la madre de George. Contemplada desde este punto de vista, la vida, más que una serie de caminos posibles, es un laberinto de bancos de arena y escollos triangulares que es necesario sortear. Y como si eso no fuera ya suficientemente difícil, uno decide ser psicoterapeuta, es decir, instructor profesional de navegación. Cada presentación clínica, cada paciente, enfrenta un gran número de estas contracorrientes triangulares y uno se ofrece a ayudar. La mayoría de los psicoterapeutas sistémicos tienen un registro mental de su propia experiencia de lucha con los triángulos relacionales. Pero siempre-ya sea que se elija una solución de corto plazo o un modelo de crecimiento de largo plazo-los triángulos están allí, afectando los resultados.
Recordamos a Anna K. Era una niña solitaria de ocho años con unos bellos y enormes ojos marrones, destinados a romper algunos corazones en el futuro. Su madre la trajo a terapia por sugerencia de la maestra de tercer grado, según la cual Anna parecía triste, mostraba a veces un cansancio excesivo y en ocasiones permanecía distraída, mirando sin ver. Ánna era la menor de tres hermanas. Sus padres se habían divorciado cuando ella tenía cinco años. La madre tenía un nuevo novio, el padre había dejado Nueva York para establecerse en California, y la vida seguía su curso. En la primera sesión, Anna le pidió a su madre que se quedara en la sala con ella. Respondía con monosílabos pero sus ojos sonreían. La señora K. deseaba recibir ayuda terapéutica, todavía experimentaba culpa por haber «fracasado» como madre y se sentía tironeada entre los sentimientos de responsabilidad por sus hijas y su trabajo y las exigencias de su nueva relación. El terapeuta escuchó, formuló algunas preguntas y en determinado momento se encontró pensando en cuál sería la razón por la que el señor K. se había separado de esa atractiva mujer de 37 años y de la niñita de los bellos ojos pardos. Hacia el final de la sesión le sugirió a la señora K. que tal vez las exigencias de su trabajo y de su nueva relación habían producido un distanciamiento entre ella y su hija. Agregó que, si ella pasaba más tiempo con Ánna, haciendo lo que a Anna le agradara hacer, tal vez mejorase la relación entre ambas. En tal caso Anna dejaría de refugiarse en sus ensueños y se comprometería más activa y alegremente con su maestra y sus compañeros de clase. O, por lo menos, la mejoría en la relación entre ambas podría hacer que Anna se decidiera a compartir con su madre lo que la preocupaba. Al regresar para su entrevista de control, tres semanas más tarde, la señora K. informó que la situación había empeorado. Ella había seguido fielmente las sugerencias del terapeuta, pero no sólo Anna no había mejorado en la escuela, sino que había empezado a tener berrinches en la casa. A esta altura el terapeuta podría haberse sentido responsable y haberse puesto a la defensiva, cayendo así en la trampa de tratar de arreglar algo que, evidentemente, todavía no entendía bien. En cambio, escuchó atentamente el relato de la señora K. y le preguntó qué había hecho y con qué resultados. Le preguntó además si tenía una teoría acerca de lo que había sucedido. Ella dijo que era incapaz de encontrar una explicación a la reacción de Anna y que se sentía desalentada y más preocupada que antes. El terapeuta se dirigió entonces a Anna y le preguntó si su madre podía salir por un rato de la sala, para que ellos conversaran e hicieran algunos dibujos. Anna accedió. Entre los dibu jos que hizo había uno que representaba a su familia. La niña colocó a su padre bien lejos hacia la izquierda de la página; la madre y su nuevo novio estaban juntos en el centro, y sus dos hermanas mayores estaban juntas y más cerca del padre, pero situadas más abajo, erg el ángulo inferior izquierdo de la página. Aun más sorprendente que la distribución de los persona jes era la diferencia de tamaño entre su hermana mayor, Connie, y los demás. El dibujo le recordó al terapeuta aquella línea de Julio César, de Shakespeare, que dice: «domina el estrecho mundo como un coloso». Entonces le preguntó a Anna acerca de Connie. La niña no se mostró muy comunicativa pero dijo que Connie era la que más extrañaba al padre. El terapeuta le dijo a Anna que fuera a buscar a su madre y después se entretuviera un rato con los juguetes en la sala de espera mientras ellos conversaban. Anna aceptó, y cuando volvió acompañada por su madre, el terapeuta le pidió que le mostrara a esta sus dibujos. Cuando Anna salió de la habitación, el terapeuta utilizó el dibujo de la familia para diseñar la intervención siguiente. Explicó a la señora K. que el primer experimento había fracasado porque aumentó la tensión entre Anna y su hermana mayor, Connie, quien veía en Anna a
una niña malcriada. Luego señaló que la información obtenida del primer experimento, sumada a la que proporcionaba el dibujo de la familia hecho por Anna, justificaba la realización de un nuevo ensayo. En este la señora K. dejaría de prestarle una atención especial a Anna y lo haría en cambio con su hija mayor, Connie. La señora K. siguió el consejo del terapeuta y pasó más tiempo con Connie y menos con Anna. Se encontró con una significativa dosis del cinismo propio de los trece años de Connie y esto hizo que la llevase a algunas sesiones. Entonces Connie y su madre tuvieron ocasión de conversar sobre lo mucho que Connie extrañaba a su padre, la pesada carga que representaba para ella el cuidado de sus hermanas y otras responsabilidades domésticas que su madre le había asignado y la forma en que la afectaban las críticas que, para colmo, recibía. Connie confió a su madre que lo que más le dolía era que ella no la apoyara cuando Anna se negaba a cooperar. Y como si todo eso fuera poco, le preguntó «quién le había pedido que introdujera a ese pelmazo en sus vidas». La señora K. y Connie se entendieron muy bien. Connie empezó a hablar más por teléfono con su padre y consiguió que la autorizaran a tomar unas breves vacaciones en la primavera para visitarlo en California. Iría sola. En los siguientes tres meses, la tensión entre Anna y Connie disminuyó notablemente. La maestra de Anna informó que las cosas habían mejorado mucho y Anna empezó a ayudar a Connie en las tareas domésticas. Una perspectiva histórica El conocimiento de los triángulos puede producir resultados sorprendentes, y esto sucede más a menudo de lo que muchos suponen. Pero por otra parte todos sabemos que los «triángulos» tienen que ver principalmente con los problemas de los niños. Freud lo sabía muy bien antes de que Bowen, Fogarty, Haley y Minuchin nos lo recordaran. Freud curó a Juanito de su fobia a los caballos explicándole al padre que, a causa del dilema edípico, un niño puede desplazar hacia un animal su miedo al castigo paterno. «Era una angustia ante el caballo, a consecuencia de la cual el niño se rehusaba a andar por la calle. Exteriorizaba el temor de que el caballo entrara en la habitación y lo mordiera. Se averiguó que sería el castigo por su deseo de que el caballo se cayera (muriera). Después que mediante reaseguramientos se le quitó al muchacho la angustia ante el padre, le ocurrió batallar con deseos cuyo contenido era la ausencia (viaje, muerte) del padre. Según lo dejaba conocer de manera hipernítida, sentía al padre como un competidor en el favor de la madre, a quien se dirigían en oscuras vislumbres sus deseos sexuales en germen. Por tanto, se encontraba en aquella típica actitud del niño varón hacia sus progenitores que hemos designado "complejo de Edipo" y en la cual discernimos el complejo nuclear de las neurosis. Lo nuevo que averiguamos en el análisis del pequeño Hans fue el hecho, importante respecto del totemismo, de que en tales condiciones el niño desplaza una parte de sus sentimientos desde el padre hacia un animal (...) Tan pronto como su angustia se mitiga, él mismo se identifica con el animal temido, galopa como un caballo y ahora es él quien muerde al padre». 1 El grupo de la Child Guidance Clinic de Filadelfia, constituido por Salvador Minuchin, Jay Haley, Braulio Montalvo, Mariano Barragan y otros, nos brindó el famoso caso que ellos llamaron «Un moderno Juanito».2 El caso trata de un niño de ocho años, adoptado, cuyo temor a los perros era tan intenso 1 Freud (1955 [1913]), págs. 128-9). [Tótem y tabú, en Obras completas, Buenos Aires: Amorrortu editores, 24 vols., 1978-85, vol. 13, 1980, págs. 131-2.1 2 Haley (1987, págs. 244-61).
que no se atrevía a salir de su casa. Lo irónico del asunto es que el padre del niño era cartero, es decir, pertenecía a una categoría de trabajadores cuya relación conflictiva con los perros es legendaria. La estrategia de intervención que ideó Haley fue tan exitosa que constituyó la demostración clínica de los aspectos sistémicos de los síntomas de los niños. La trampa clínica de venderles terapia familiar a las familias con un hijo sintomático recibió un duro golpe con la demostración de las técnicas estructurales utilizadas para resolver el problema planteado en este caso. «Un moderno Juanito» muestra de modo muy claro la alteración estructural de una familia centrada en el hijo, inducida clínicamente por medio de una estrategia desarrollada a partir del síntoma. Como resultado de la alteración estructural se aliviaron los síntomas del niño, el proceso se desplazó, y entonces surgieron síntomas en la madre y en las relaciones conyugales. Este desplazamiento redefinió automáticamente el problema, que pasó a ser un problema de la familia y no del niño. El grupo de Filadelfia interpretó del siguiente modo el triángulo central de la familia nuclear constituida por el niño, su padre y su madre. La relación entre los padres era distante pero no abiertamente conflictiva. La relación entre la madre y el hijo era intensa y muy comprometida, y la relación entre el padre y el hijo, sumamente distante. La estrategia del terapeuta combinó dos elementos: 1) una prescripción del síntoma con sus efectos paradójicos, y 2) la introducción de un objeto en torno del cual fuera posible organizar la relación entre el padre y el hijo y superar su distanciamiento. La tarea terapéutica requería que la familia adoptase un perrito como mascota, pero este debía ser asustadizo y sería responsabilidad del niño enseñarle a ser amigable. El padre, que como cartero había tenido experiencias de todo tipo con los perros, lo ayudaría a entrenar al animal. Algún tiempo después, cuando llevaron al perrito a la sesión, el terapeuta pudo apreciar que el niño y su padre jugaban con él y disfrutaban al hacerlo. Un efecto secundario imprevisto fue la visible depresión que afectaba a la madre. En ese momento, los terapeutas definieron el problema del niño como un problema de familia. El caso de Freud ejemplifica el mecanismo de desplazamiento. El caso de Filadelfia muestra no sólo el desplazamiento sino también la absorción por un niño de la ansiedad de un progenitor y de la tensión conyugal. Esto último ya había sido propuesto anteriormente por Murray Bowen en su trabajo con esquizofrénicos, cuando postuló la existencia de un proceso de proyección multigeneracional.3 En su innovador trabajo sobre la esquizofrenia realizado en la Clínica Menninger, Bowen prestó especial atención al vínculo simbiótico que suele existir entre las madres y sus hijos esquizofrénicos. Además de la intensa dependencia mutua, observó una sorprendente pauta de comportamiento, que consistía en ciclos de gran proximidad seguidos por otros de gran distanciamiento. Los ciclos se sucedían en el tiempo de una manera bastante predecible. Bowen pensó que los ciclos de proximidad y distanciamiento eran provocados, respectivamente, por estados internos de ansiedad de separación y de miedo a ser aprisionado, es decir, de ansiedad de incorporación. Más adelante veremos que estos ciclos de proximidad y distanciamiento son muy importantes aunque a veces no se los entienda correctamente. Su formación psicoanalítica llevó a algunos terapeutas de familias a interpretar mal el esfuerzo de Bowen por construir una teoría de los sistemas. El vínculo entre estos ciclos de proximidad y distanciamiento y los triángulos se advierte con claridad cuando nos preguntamos hacia quién (o hacia qué) se dirigen las personas cuando se distancian de alguien con quien habían estado en una relación íntima.
Vicki P. era una licenciada en economía que trabajaba en una gran compañía de fondos de inversión. Cuando acudió a nuestra clínica, por sugerencia de Debbie, su mejor amiga, Vicki tenía 37 años. Debbie había dado un giro muy favorable a su vida y a su matrimonio unos dos años antes, y atribuía a su terapeuta una gran parte del mérito por el éxito logrado. Vicki dijo que ella quería «conseguir por lo menos algo de lo que fuera que Debbie había conseguido». Cuando Vicki y Bob se conocieron, Bob fue el primero en percibir la sintonía entre ambos. Persiguió a Vicki, y a medida que el cortejo avanzaba, ambos se sintieron acunados en el calor de su atracción mutua. Como cada uno de ellos estaba a más de ochocientos kilómetros de distancia de su familia de origen, se envolvieron en su romántico capullo y lo disfrutaron sin interferencias. Después de un año de noviazgo (los dos tenían poco más de treinta años) decidieron casarse. La pareja viajó entonces a la casa de los padres de Vicki en Michigan 3 Kerr y Bowen (1988, cap. 8). para anunciar el compromiso. Durante su infancia, su adolescencia y su primera juventud, Vicki había estado muy unida (algunos dirían que demasiado unida) a su padre, Don. De hecho, se había ido a vivir a Nueva York para poner distancia fisica en esa relación. La maniobra dio buenos frutos, porque Vicki empezó a sentirse mucho menos controlada y presionada por su padre. Vicki había conocido a Bob unos dos años después de haberse trasladado a Nueva York. Durante los preparativos para la boda Bob se sintió un poco intimidado por su futuro suegro, pero lo atribuyó a «cosas de la familia» y le dejó a Vicki la responsabilidad de tratar ese tema. Como habían postergado el casamiento hasta los treinta y tantos años, estos dos exitosos profesionales habían ahorrado dinero suficiente para comprar una casa. A ambos les interesaba la arquitectura y les encantaban las casas antiguas. Don había fomentado ese interés en su hija. Propietario de una casa de venta de artefactos eléctricos, que atendía personalmente, el padre de Vicki era un artesano entusiasta y con frecuencia hacía arreglos en su propia casa. Por lo tanto, cuando Vicki y Bob se mudaron a su nuevo hogar, Don ofreció viajar a Nueva York y ayudarlos a empezar las reformas. Llegó un viernes por la noche y los tres compartieron una agradable cena. Pero en la mañana del sábado Vicki advirtió que el interés de Bob en el proyecto se desvanecía rápidamente. Su falta de participación empeoró a medida que avanzaba el fin de semana, y culminó en un estallido emocional que dio por resultado una pelea con su suegro. Don regresó a Michigan pensando que Bob no lo respetaba. Cada vez que Vicki le pedía a Bob que se disculpara con su padre, él respondía: «De tu familia te ocupas tú, ¿de acuerdo? Don es tu padre; yo no tengo por qué quererlo». Vicki manejó la creciente tensión en el matrimonio dedicando cada vez más tiempo a su trabajo y a su hijo. Algunos domingos la pareja disfrutaba de momentos afectuosos e íntimos con su hijo, pero nunca llegaron a fundir el hielo que se había instalado en la relación. Bob se dejó absorber cada vez más por su trabajo y pasaba cada vez menos tiempo en la casa. Finalmente, Vicki se alarmó por el distanciamiento que se había producido entre ellos y le contó lo que ocurría a su amiga Debbie. Cuando Vicki le propuso a Bob que vieran a un terapeuta, él se limitó a informarle que no estaba seguro de si todavía la quería y que tampoco estaba seguro de que la relación entre ambos tuviera futuro. La estrategia de Vicki para encarar la nueva situación consistió en seguir instando a Bob a acudir a la terapia, pero en el fondo se sentía desesperanzada de que eso sirviera de algo. Entonces adoptó la solución que ya había funcionado con su padre:
habló abiertamente de la posibilidad de llevar adelante un matrimonio en dos ciudades, es decir, de hacer una cura geográfica. Al principio Bob reaccionó con indiferencia, porque pensó que la idea era sólo una más de una larga serie de amenazas vanas. Pero cuando leyó la carta donde le confirmaban a su mujer una entrevista de trabajo en Washington, entró en pánico y le suplicó que reconsiderara su actitud. Prometió iniciar una terapia para tratar de superar las desavenencias. Vicki hizo la cita inicial con la clínica y acudió sola por dos razones. No estaba segura de que tendría la suficiente resistencia emocional para volver a pasar por todo aquello una vez más. Además, tenía miedo de que el hecho de asistir a la terapia con Bob fuera para este una señal de que, por haber realizado un gesto simbólico, podía volver a su actitud permanentemente distante. El terapeuta alentó a Vicki a no cambiar de rumbo y a realizar la entrevista en Washington, pero manteniendo una actitud de apertura hacia los esfuerzos concretos y sostenidos de Bob. Podemos rastrear fácilmente los ciclos alternativos de proximidad y distanciamiento entre Vicki y Bob, desde su encuentro inicial en una fiesta hasta la crisis de su matrimonio ocho años después. Los triángulos presentes en este caso incluyen los triángulos explícitos de Vicki, su padre y Bob, y de Vicki, su hijo y Bob. En un segundo plano (en lo más recóndito de la familia extensa, podría decirse) acechaba la conflictiva relación de Bob con sus padres y hermanos, que él había manejado con distanciamiento físico y desconexión emocional. Estos triángulos silenciosos de la familia de Bob eran parte del cuadro clínico en no menor medida que los triángulos activos y obvios de la familia de Vicki- El terapeuta debe tener conciencia de esta simetría de la disfunción a fin de comprometer a ambas partes en el trabajo de la terapia de un modo que no conduzca a atribuir la culpa a una de ellas ni a criticar a una de las familias de origen en particular. Hoy Vicki y Bob viven en ciudades separadas por una distancia de quinientos kilómetros. El hijo permanece con Vicki y la pareja se reúne los fines de semana, alternadamente en una y otra ciudad. El progreso logrado con la terapia ha sido modesto; el principal obstáculo lo constituyen los triángulos que Vicki integra con su padre y Bob por un lado, y con su hijo y Bob, por el otro. Si buscamos esos mismos ciclos de proximidad y distanciamiento en nuestra relación con nuestros padres, cónyuge, hijos, amigos y colegas, sin duda los encontraremos. Simplemente son menos intensos y menos extremos que los que describe Murray Bowen al referirse a los pares madre-hijo o que los que se observan en la relación entre Vicky y Bob. Algunos son obvios y sus razones son claras, pero otros, al parecer, se producen sin motivo. Ayer usted estaba ansioso por conversar con su amigo sobre algo que sucedió la semana pasada, pero hoy se siente un tanto irritado cuando él interrumpe su trabajo con su charla. El niño que lo volvió loco ayer con sus exigencias le parece hoy una criatura encantadora con quien es delicioso jugar. El amante al que anoche usted no podía dejar de acariciar le resulta desagradable esta mañana por alguna razón que no está clara. Un niño pequeño busca ansiosamente a su madre cuando cree que ella trata de evitarlo o cuando advierte su gesto de alivio al ver que ya llegó el abuelo para hacerse cargo de él durante la tarde. Más tarde ese mismo niño parece necesitar menos a su madre y se muestra indiferente con ella. Y en la adolescencia se vuelve arrogante y sostiene que ella lo necesitaba más de lo que él la necesitaba a ella. Se resiste a compartir actividades con ella y para él es mucho más importante pasar el tiempo con sus amigos. El interés de estas observaciones reside en que
revelan la inestabilidad de las díadas. Es la inestabilidad de las díadas lo que produce los triángulos relacionales. Tom Fogarty tomó las observaciones de Bowen sobre los ciclos de proximidad y distanciamiento y, en vez de concentrarse en la necesidad interna de establecer contacto o en el temor de ser absorbido, se concentró en el movimiento relacional de cada individuo. En toda relación, una persona tiene tres opciones de movimiento: puede acercarse a la otra persona, alejarse de ella o quedarse inmóvil. Este movimiento no es teórico, sino que puede ser observado por los participantes y el terapeuta. Lo que lo causa es el incremento del nivel de excitación emocional del individuo y su respuesta emocional (su reactividad emocional) ante el comportamiento de la otra persona o ante su percepción del estado emocional de la otra persona. La excitación emocional del individuo, junto con el movimiento reactivo que suscita, constituye el combustible que alimenta la activación de los triángulos. La reactividad emocional es la clave para percibir cómo las díadas inestables producen triángulos. El día que supo que sus superiores de la oficina de correos no le habían concedido un ascenso, Fred S. sintió como si alguien hubiese atravesado con una espada su sueño de autoestima. Las horas se le hicieron interminables hasta que, transcurrida la jornada, pudo salir de ese lugar hostil y dirigirse a su hogar para buscar solaz en su valiosa colección de estampillas. Le encantó comprobar que su esposa Gerry y su hijo Sean no estaban aún en casa, y se dirigió directamente a su pequeño estudio. Gerry y Sean llegaron tres horas más tarde y Gerry se dio cuenta de que Fred estaba en casa porque su saco estaba colgado en el ropero de la sala. También se dio cuenta de que algo andaba mal y se dirigió a buscar a su marido. Sean, un adolescente larguirucho y tímido de 14 años, aprovechó la oportunidad para refugiarse en su cuarto con su amado equipo de música. La relación de estas tres personas es fácil de comprender. Todas actuaron con el propósito de calmar su estado emocional y lograr que el medio en que se movían fuera emocionalmente seguro. Todavía no habían activado el triángulo potencial. Gerry se acercó a Fred. Cuando llegó a la pequeña habitación, comprobó que la puerta estaba cerrada con llave. Su excitación emocional aumentó. «Fred, ¿estás ahí?». «Sí, estoy bien», respondió Fred sin abrir la puerta. Después de hacerle a su marido algunas preguntas más, que fueron respondidas con monosílabos, Gerry se dirigió a la cocina para preparar la cena. Puso en el horno de microondas las sobras de una comida que había comprado en su restaurante italiano favorito. Molesta aún por la actitud de Fred, decidió que no iba a permitir que eso la afectara, exhaló un suspiro y se dirigió a la habitación de Sean para ayudarlo con sus tareas escolares. Cuando su madre entró en su habitación, Sean salió quejándose de que tenía hambre. Entonces Gerry perdió el control y empezó a gritarle que tenía que hacer sus tareas y que quería saber inmediatamente cuáles eran esas tareas. Como Fred no podía soportar los ruidos fuertes, salió de su refugio, evaluó la situación y se unió a Gerry para reprender a Sean. Las pautas de movimiento son clarás: estas tres personas activaron el triángulo y es fácil deducir que esa activación se originó en la reactividad emocional. En la investigación sobre la esquizofrenia que llevó a cabo en el Instituto Nacional de Salud Mental, Bowen documentó el papel decisivo que desempeña el padre distante en las familias de esquizofrénicos. Los padres, según pudo observar, reaccionaban intensamente ante la ansiedad de las madres y se comportaban reactivamente cuando percibían un incremento en la inquietud de estas. En algunos casos se unían a sus esposas para criticar a sus hijos esquizofrénicos o para preocuparse por ellos, y en otros se distanciaban cada vez
más para escapar a la creciente tensión; lo que nunca hacían era acercarse a sus hijos esquizofrénicos. Bowen se refería precisamente a este fenómeno cuando comenzó a usar el término tríada y, posteriormente, el término triángulo. «Empecé a elaborar este concepto básico en 1955. En 1956 el grupo de investigación pensaba en términos de "tríadas" y hablaba de ellas. Al evolucionar, el concepto adquirió un significado mucho más amplio que el del término convencional tríada, y por lo tanto teníamos problemas para comunicarnos con personas que daban por sentado que conocían el significado de la palabra "tríada". Entonces elegí triángulo para dar a entender que el concepto tiene un significado específico que no coincide con el de tríada».4 A partir de estas observaciones clínicas, Bowen intentaba trascender el pensamiento de Freud sobre los triángulos. En su opinión, los triángulos no se limitan a los desarrollos edípicos sino que son más genéricos. De hecho, cada vez que existe tensión en una díada empiezan a operar las fuerzas emocionales de un modo tal que se produce un triángulo relacional estabilizador. Por ejemplo, Bowen observó que la tensión existente entre el niño esquizofrénico y su madre era percibida por el padre como enfado de la madre. A su vez, esto incrementaba el nivel de ansiedad en el padre, lo que lo impulsaba a tratar de poner fin al enfado de su esposa, llegando a cualquier extremo para apaciguarla, incluso al de negar el papel de ella en su conflicto con el hijo. Esto hacía que el hijo se sintiera abandonado por ambos padres, excluido, criticado y ubicado en la posición de ser el único con problemas. 4 Bowen (1978, pág. 373). 26 27 Davy N. pasaba mucho tiempo con su madre, más del que podría considerarse razonable, aun para un niño de cinco años. La señora N. se preocupaba especialmente por ayudarlo con sus tareas escolares. Davy tenía una seria discapacidad de aprendizaje y, a pesar de que recibía una enseñanza especializada impartida por profesionales, la señora N. aseguraba que necesitaba también su ayuda. El señor N. discrepaba abiertamente. Consideraba que su esposa estaba convirtiendo a Davy en un «nene de mamá». El señor y la señora N. no se permitían discutir sus diferencias acerca de Davy (en realidad, acerca de nada). La señora N. concentraba sus energías en los problemas de su hijo, mientras que el señor N. se mantenía distante de ambos, concentrado en su trabajo y en su colección de trenes. Bowen advirtió que los problemas clínicos estaban invariablemente incorporados a estas estructuras de tres personas (por ejemplo, el adulto joven esquizofrénico y sus padres). Pero a diferencia de Freud, rechazó la idea de que la energía que impulsa el proceso emocional en ellas es siempre libidinal. Postuló que la fuerza impulsora de los triángulos era un apego ansioso llevado al extremo. A este apego ansioso lo llamó «fusión»: un vínculo simbiótico con desdibujamiento de los límites entre dos personas, en el cual la transmisión de la ansiedad es tan intensa que cada una de ellas llega a convencerse de que no puede sobrevivir sin la otra. Ese vínculo simbiótico, o fusión, tiene su correlato en una conducta cíclica de aproximación y distanciamiento entre la madre y su hijo esquizofrénico, quienes se acercan y se alejan en lo que parece ser una búsqueda interminable de un espacio relacional cómodo. Actúan como un conjunto de imanes que se atraen entre sí cuando están a cierta distancia pero que empiezan a repelerse tan pronto como su proximidad se ha vuelto excesiva. Estos mismos ciclos de aproximación y distanciamiento se producen, aunque quizás en forma menos acentuada, en todas las relaciones diádicas: progenitor e hijo, hermano y hermana, marido y mujer, y hasta amigo y amigo. Estos ciclos de comportamiento son
reacciones a la ansiedad interna: la ansiedad de separación impulsa a realizar intentos de aproximación, mientras que la ansiedad de incorporación impone el distanciamiento. Esta dinámica constituye la clave de la inestabilidad inherente a la relación. diádica. En la terapia, Bowen trabajó con los triángulos de dos maneras. Un enfoque consistía en colocarse, como terapeuta, en la posición de un tercero que podía llegar a formar parte del triángulo. Después hacía lo necesario para permanecer fuera del triángulo, pero mantenía su conexión con ambos miembros de la díada.5 Por cierto, Bowen sostuvo que lo esencial en la terapia de parejas es que el terapeuta se mantenga conectado con ambos cónyuges, pero sin permitir que lo incluyan en un triángulo. En la práctica Bowen se conectaba con cada persona, una por vez, a menudo eligiendo empezar con la parte más motivada. Formulaba preguntas que no suscitaban confrontación, verificaba hechos y escuchaba la expresión de los sentimientos de cada una. Sus preguntas estaban destinadas a estimular la cognición y no a forzar la exteriorización de sentimientos. Su objetivo era desarrollar y escuchar, a través de preguntas y respuestas, las percepciones y opiniones de cada parte, sin tomar emocionalmente partido por ninguna de ellas. Es precisamente el tomar partido lo que mantiene en funcionamiento a los triángulos. Mantenerse fuera de los triángulos parece simple, pero no puede llevarse a cabo diciendo simplemente «No tomaré partido por ninguno de ustedes», o «No voy a formar un triángulo con ustedes». La neutralidad emocional puede ser una trampa si el terapeuta se preocupa demasiado por no dar la impresión de que el conflicto entre las partes lo pone ante una situación diñcil de resolver. De hecho, la ansiedad por permanecer neutrales paradójicamente aprisiona a los terapeutas en una trampa triangular, porque pierden la capacidad de moverse libremente entre las partes y se paralizan. La capacidad del terapeuta para permanecer emocionalmente calmo frente a los sentimientos intensos es fundamental para evitar tanto la trampa de tomar partido como la de la parálisis que provoca la neutralidad. En estos casos resulta muy útil el conocimiento que el terapeuta tenga de lo que provoca sus reacciones emocionales, como también su experiencia en el manejo de invitaciones a entrar en triángulos en su trabajo clínico y en su vida personal. El segundo método de Bowen para resolver los triángulos consistía en trabajar con el individuo que mejor funcionara en un sistema. Bowen enseñaba a ese individuo a destriangular 5 Kerr y Bowen (1988, pág. 145). 28 29 se, es decir, a actuar en función de sus propias creencias y valores sin aislarse de los demás miembros del sistema. El ahora famoso trabajo de Bowen sobre sus esfuerzos para diferenciarse en su familia de origen muestra cómo hacerlo.6 Debemos recordar, sin volvernos por eso paranoides, que cada individuo o pareja con los que tratamos es un problema en busca de un triángulo. Los esfuerzos de los pacientes por resolver sus problemas con los triángulos pueden ser muy estimulantes cuando un terapeuta trabaja con pacientes individuales y les enseña a funcionar mejor y a conectarse mejor en sus sistemas de relación personales y ocupacionales. Un terapeuta que ha aprendido a pensar en los triángulos se mantiene alerta al número e intensidad de los que se ponen en evidencia en la habitación. Esto se aplica incluso en el caso de los pacientes individuales e incluye los triángulos potenciales que involucran al terapeuta. La idea de los triángulos surgió mientras se trabajaba con esquizofrénicos pero su aceptación y empleo en la terapia familiar se produjo en la Child Guidance Clinic de
Filadelfia, en el trabajo con familias centradas en los niños. Allí la idea se centró más en la estructura que en el proceso. En opinión de los terapeutas, los triángulos eran el resultado directo de un desdibujamiento de los límites entre los subsistemas familiares y no el resultado de la reactividad y el proceso emocional. Pensaban que los triángulos no variaban constantemente sino que tenían una forma fija. Creían que un triángulo operaba como una unidad modular única a lo largo de dos generaciones y no que se conectaba con una serie de triángulos entrelazados, algunos de los cuales podían involucrar una o tres generaciones. Thomas Fogarty, influenciado por Bowen pero menos apegado que este al pensamiento psicoanalítico, fue el primero en concentrarse en el movimiento relacional en los triángulos. Fogarty sostuvo que los individuos se acercan y se alejan uno de otro en respuesta a la incomodidad que les produce estar demasiado próximos o demasiado distantes. Puntualizó que el movimiento es lo que crea la estructura del triángulo: un individuo se mueve hacia una tercera persona mientras se aleja del segundo miembro de una díada (por ejemplo, un marido se mueve hacia una aventura amorosa mientras se aleja de su esposa). En otras palabras, para Fogarty los triángulos son un mecanismo de evitación cuyo propósito es eludir la incomodidad, tanto si esta es producida por la intimidad como si lo es por el hecho de tener que enfrentar cuestiones conflictivas. Fogarty observó que la mayoría de las parejas con hijos pequeños que acudían a consultarlo sobre sus problemas conyugales tenían una dinámica similar, subyacente a la diversidad que presentaban sus historias. En los comienzos del matrimonio había suficiente amor y afecto como para satisfacer a ambos cónyuges. Con el nacimiento del primer hijo, advertían que disponían de menos tiempo, menos energía, menos privacidad y menos libertad. La atención del bebé absorbía a la esposa, que se tornaba menos esposa y más madre. Cuando el marido se acercaba a ella y trataba de restablecer el antiguo estado de cosas, fracasaba. El dúo se había convertido en un trío (y, al menos potencialmente, en un triángulo). Por lo general los maridos comprendían que el anterior estado de cosas se había ido para no volver, pero aun así echaban de menos a sus esposas. Muchas veces manejaban la pérdida entregándose más al trabajo y a la carrera y distanciándose cada vez más de la esposa y el hijo. En ese punto el triángulo se había convertido en un problema y formaba parte de la manera de operar de la familia. Destriangular en este caso significaba lograr que el padre se acercara a su hijo y asumiera su paternidad. De la observación de sus pacientes, Fogarty dedujo que en algunas personas predomina la ansiedad de separación y, en otras, la ansiedad de incorporación. Esto da origen a conductas que él denominó «persecución emocional» y «distanciamiento emocional, .7 Los cónyuges de los perseguidores emocionales perciben a estos como una amenaza de incorporación, lo cual activa la ansiedad de los distanciadores e intensifica su conducta de distanciamiento. Los cónyuges de los distanciadores emocionales perciben a estos como una amenaza de abandono (separación), lo cual desencadena la ansiedad de los perseguidores e intensifica su persecución. Cuanto más intensa sea la ansiedad de una u otra de las partes, más probable es que se realicen esfuerzos para estabilizar la díada mediante la activación de un triángulo. El principal método de intervención de Fogarty consistía en cambiar la dirección del movimiento de las personas que inte 6 Bowen (1978, pág: 529 y sigs.). 7 Fogarty (1979). 30 31
graban los triángulos, modificando así la estructura de estos. Modificar la estructura cambiando el movimiento pone al alcance de las personas un modo diferente de actuar en la familia. También descubre los problemas que estaban evitando a través del triángulo y les permite enfrentarlos en la terapia. Por ejemplo, si una madre habitualmente se ocupaba de los detalles de la vida de su hijo mientras su marido se distanciaba de ambos, Fogarty prescribía que la madre se apartara algo del hijo y que el padre se acercara a él y dedicara más tiempo a prodigarle cuidados o a fortalecer la relación. Si los padres hacían esfuerzos sinceros por cumplir la prescripción, invertían la dirección de su movimiento. Mientras lo hacían, Fogarty les enseñaba a controlar sus reacciones emocionales internas ante ese cambio operado en el movimiento. El creía que el movimiento anterior era una manera de mitigar la incomodidad emocional. El nuevo movimiento contrarrestaba las tendencias de sus estados emocionales. También iba en contra de lo que su propia experiencia les había enseñado que aliviaba de sus estados internos incómodos. En este punto, la gente empieza a ponerse en contacto con esos estados internos de incomodidad y es probable que experimente más ansiedad o depresión. Si la familia ha cumplido la prescripción dirigida a la reestructuración, se producirá una alteración estructural en el triángulo con el consiguiente alivio del síntoma que llevó a la terapia. Cuando se produce el alivio de ese síntoma pueden aparecer otros cuya existencia aquel había camuflado. La nueva serie de síntomas podría incluir un conflicto conyugal subyacente, una depresión del marido o el alcoholismo de la esposa. Salvador Minuchin y Jay Haley, con la colaboración de Mariano Barragan, Braulio Montalvo y otros, desarrollaron métodos estructurales y estratégicos para lidiar con los triángulos. Su principal método de intervención consistía en utilizar los síntomas y promover un cambio estructural para aliviar al portador del síntoma de su dificil situación. Minuchin reflexionó detenidamente sobre la estructura de la familia como un todo, incluso sobre el conocido hecho de que las madres están fuertemente involucradas con sus hijos, mientras que los padres se desentienden. Esto hace improbable el éxito de cualquier intento de tratar el mal comportamiento de Johnnie que no tome en cuenta el hecho de que su madre no es estricta con él. Pero no tomar en cuenta que la falta de severidad de la madre es parte de su excesivo com promiso con el hijo, y que esto se relaciona con el escaso compromiso con su marido -y de él con ella-,también conduciría al fracaso. Un caso de Minuchin -el de Sally Brown, una niña de diez años hospitalizada por anorexia nerviosa- ilustra este principio.$ Minuchin provocó una crisis familiar en la sesión dedicada a considerar los hábitos alimentarios de Sally, crisis que reveló la actitud de sobreprotección de los padres de Sally, su falta de compromiso mutuo, el papel periférico del padre en la familia y el intenso compromiso de la madre con el subsistema de la niña. El terapeuta insistió en que los padres le permitieran a Sally, con la guía de su pediatra, elegir por sí misma los alimentos que quería comer. Esto alivió la anorexia de Sally y fue el primer paso en el proceso de reestructuración de la familia. Para reestructurarla fue necesario transformar tanto el subsistema de los cónyuges como el de los hermanos, fijándoles límites apropiados y estableciendo una efectiva comunicación entre los subsistemas y dentro de ellos. Haley, por el contrario, se concentró más estrechamente en lo que él llamó las coaliciones transgeneracionales. Desarrolló una estrategia de tres pasos para tratarlas: 1. Conectar al progenitor distante con el hijo dependiente, a fin de separar a este del progenitor demasiado involucrado. 2. Acercar a los padres.
3. Encarar el síntoma directamente, por lo general con alguna prescripción paradójica. Por ejemplo, en el caso del niño que tenía fobia a los perros, vimos que el niño estaba encerrado en un triángulo en el que él y la madre se hallaban demasiado próximos, en tanto que el padre ocupaba una posición distante. Los terapeutas idearon una estrategia consistente en hacer que el padre enseñara a su hijo cómo tratar a los perros. Así, usaron el síntoma estratégicamente para crear una relación entre el padre y el hijo, cerrando la brecha que los separaba y modificando la estructura del triángulo. El enfoque estructural de Minuchin y el estratégico de Haley llegaron a dominar la terapia familiar. Cuando lo estratégico prevaleció sobre lo estructural, Haley se apartó de los a Minuchin (1974). 32 33 triángulos y comenzó a trabajar con estrategias para individuos, siguiendo las huellas de Milton Erickson. La siguiente etapa en el desarrollo del concepto de triángulo surgió de la conexión entre Philip Guerin y Murray Bowen. Guerin conoció a Bowen mientras cumplía su segundo año de residencia psiquiátrica en Georgetown. El encuentro entre ambos hombres se produjo en 1967, es decir, ocho años después que Bowen dejó el National Institute of Mental Health para trasladarse a Georgetown. Después de escuchar la conferencia de Bowen sobre la esquizofrenia y la familia, Guerin le pidió que supervisara su trabajo en el caso de una joven esquizofrénica de 19 años y su familia. Guerin había estado llevando este caso en el Hospital General del Distrito de Columbia desde las primeras semanas de su primer año de residencia. Creía que su paciente estaba atrapada en una relación sumamente ambivalente con su madre. La madre, por su parte, trataba con frialdad a su hija y la consideraba una carga. El padre, funcionario público en el campo de la salud, estaba ansioso y parecía no tener opinión alguna acerca de su hija o su esposa o de la relación entre ambas. Parecía tener miedo de perder a su esposa y de que su hija no pudiera hacer una vida normal. Guerin le presentó este triángulo a Bowen y le pidió que lo ayudara a desactivarlo, pensando que si esto se lograba la joven mejoraría y podría llevar una vida más normal. Bowen le sugirió que empleara con esta familia una terapia de red. En esa época, Ross Speck y Carolyn Attneave9 estaban desarrollando un método de