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Spanish Pages [122] Year 2020
Territorios andinos: reto y memoria Olivier Dollfus (†)
DOI: 10.4000/books.ifea.1836 Editor: Institut français d’études andines, Instituto de Estudios Peruanos Año de edición: 1991 Publicación en OpenEdition Books: 27 junio 2014 Colección: Travaux de l'IFEA ISBN electrónico: 9782821845084
http://books.openedition.org Edición impresa ISBN: 9788489302006 Número de páginas: 221 Referencia electrónica DOLLFUS (†), Olivier. Territorios andinos: reto y memoria. Nueva edición [en línea]. Lima: Institut français d’études andines, 1991 (generado el 30 mars 2020). Disponible en Internet: . ISBN: 9782821845084. DOI: https://doi.org/10.4000/books.ifea. 1836.
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A finales del siglo XX, los Andes continúan siendo la gran cadena de montañas más poblada del mundo. En ninguna otra parte se encuentra, como en Perú y Bolivia, a millones de hombres establecidos a más de 3,500 m.s.n.m. En los Andes, a diferencia de los Alpes -que perdieron sus campesinos durante los siglos XIX y XX- hay siempre campesinos y probablemente nunca ha habido tantos, pero éstos son ahora minoría en las sociedades nacionales; lo son tanto en número, en países en los que la mayoría está formada por población urbana, como por sus recursos bastante inferiores en términos de ingresos. ¿En qué medida está ligada a la naturaleza andina esta situación tan triste? ¿Las virtudes de la naturaleza andina se habrían transformado en defectos? y, en caso afirmativo, ¿de cuándo data este vuelco? Virtudes y defectos aparecen entonces como singularmente relativos a una época y a una población determinada. ¿Virtudes antaño, defectos hoy?
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ÍNDICE Capitulo 1. Del reto del espacio andino a los Andes como lugares de memoria El reto cuestionado Montañas tropicales favorables a los peatones Dificultades contemporáneas en las montañas campesinas Los Andes: montañas pobladas en países pobres y urbanizados Los procesos técnicos acentúan las dificultades de las montañas: la modernidad contra la montaña No causalidades convergentes sino situaciones interactivas; el “determinismo geográfico” cuestionado; la naturaleza no explica, es Memorias y sistemas en geografía A cada uno sus informaciones: los lugares están cargados de información Los Andes como varios “espacios producidos”
Capitulo 2. Naturaleza de los “Andes tropicales” Sus límites La arquitectura de la cadena El dispositivo estructural El dispositivo climático El Niño o la oscilación austral: un sistema alternativo Climas y paleoclimas El clima, sus efectos y la toma de conciencia de las sociedades sobre estos aspectos
Capitulo 3. Los medios naturales como soporte de las actividades humanas Algunas combinaciones de variables que intervienen en la definición de los medios naturales El papel mayor de la gradiente térmica en la cordillera y por consiguiente del escalonamiento Adaptación y adaptabilidad de los organismos vivientes a la altura Clasificación de los medios naturales andinos Ejemplos de clasificaciones de los medios naturales La localización y la determinación de los límites
Capitulo 4. Los medios naturales en su escalonamiento Capitulo 5. Riesgos naturales y limitaciones físicas Riesgos, condiciones generales y planteamiento de los problemas Previsiones y prevenciones de los riesgos El riesgo volcánico El riesgo sísmico Deslizamientos de terreno, derrumbes, lavas torrenciales
Capitulo 6. Riesgos naturales y agricultura Riesgos de erosión de las tierras agrícolas Andenes, erosión e irrigación Localización de las regiones sensibles a la erosión Riesgos climáticos: de las heladas a las sequías en los altos Andes tropicales Estrategias campesinas frente a los riesgos Algunas limitaciones naturales Limitaciones superadas Observaciones a manera de conclusión
Capitulo 7. Distribución y localización de las poblaciones andinas Montañas pobladas, sobre todo en “manchas” Relieves, climas y densidades poblacionales Vacíos y extensiones poco pobladas Historia y estructuras de producción, factores que explican las densidades poblacionales Migraciones y urbanizaciones contemporáneas
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Capitulo 8. Espacios andinos Espacios “producidos” Campesinos andinos e historia Tipos de espacios rurales campesinos
Capitulo 9. Mercados y espacios Espacios campesinos y mercados Mercado mundial y espacios andinos Los archipiélagos mineros
Capitulo 10. Los Andes en los estados andinos Antecedentes Pesos que cambian Fronteras de los estados andinos Las cargas de soberanía Una red administrativa sin rol decisivo y que no tiene sino parcialmente en cuenta a los Andes Lugar y posición de los Andes en los estados Los Andes en el Perú y Bolivia de hoy Los Andes en Ecuador y Colombia Esquemas de organización en los estados andinos en la época contemporánea
Capitulo 11. Inseguridad, disturbios y violencia en los Andes La violencia en la historia Motines, conflictos sociales, batallas políticas Desprecio y violencia: historia de un racismo latente La violencia y la política Violencia y conflictos en los estados andinos en la actualidad Situaciones de “caos limitado”
Conclusion Imágenes y perspectivas
Bibliografia
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Capitulo 1. Del reto del espacio andino a los Andes como lugares de memoria
El reto cuestionado 1
En 1980 publiqué un libro, El reto del espacio andino. Este título me plantea ahora una serie de interrogantes, algunas de las cuales eran ya evocadas en la primera frase del texto: “¿cuál reto y para quién; cuándo aparece? Este título no es paradójico ni equívoco...”
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Al mirar los Andes un observador del siglo XV notaría la alta densidad de la ocupación humana, quizás una docena de millones de habitantes o más. El Estado incaico, en los Andes tropicales al sur del Ecuador, enmarcaba vastos territorios, de varias centenas de millares de kilómetros cuadrados. En un mapa de América del Sur habrían resaltado las zonas densamente pobladas, más intensa en la zona andina, propiamente dicha, que en la selva y las sabanas de las llanuras del este o que en las cuencas del Amazonas y el Orinoco. Este observador no habría tenido que interrogarse para saber si el dominio del espacio de esas grandes montañas intertropicales presentaba aquí mayores dificultades que en otros sitios. Si le hubieran hecho la pregunta, probablemente habría respondido de manera negativa; en esc momento el reto no había sido lanzado por el espacio andino. Lo que aparecía en ese entonces era la concurrencia de un conjunto de condiciones favorables a poblaciones que trabajaban con herramientas y que caminaban a pie.
escribía en ese entonces. ¿Puede un espacio geográfico plantear un reto?
Montañas tropicales favorables a los peatones 4
En distancias cortas el escalonamiento geoecológico multiplica las posibilidades de diferentes producciones agrícolas, lo que es importante cuando el transporte se hace a “lomo de hombre”; pasar en algunas decenas de kilómetros de cálidas zonas tropicales
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a frías zonas de altura es siempre algo excepcional en el mundo. En los Andes tropicales del sur del Ecuador, las grandes extensiones planas y descubiertas de las punas, entre 3,600 y 4,500 m.s.n.m., facilitan la circulación durante todo el año: son los recorridos de pastoreo de las llamas —los únicos grandes mamíferos domesticados del continente, que sirven como animales de carga, y de los que se aprovecha su carne y lana, pero que no se ensillan ni proporcionan leche—. Por otro lado, los cultivos de tubérculos son siempre posibles a más de 4,000 m.s.n.m. En las cuencas y valles ensanchados, situados a lo largo de las sierras que van de la actual Bolivia a Colombia, entre los 2,500 y 3,000 m.s.n.m., se cultiva sobre todo el maíz. En los Andes del norte, cubiertos en su mayor parte por selva, los claros pueden ser desbrozados por agricultores que sepan practicar la chamicera. 5
En los Andes tropicales no existe el problema de la nieve y el frío del invierno de las sierras de las latitudes medias. Nieve y frío bloquean las actividades agrícolas, obligan a ensilar el forraje para alimentar a los animales domésticos, a menos que se les haga transhumar fuera de la sierra; la nieve, además, dificulta el tránsito. La gente de la sierra debe encontrar soluciones como la emigración temporal hacia las regiones bajas; tiene que hacer grandes construcciones para almacenar el forraje, el combustible y alojar hombres y animales. Es el verano la época de máximo trabajo en la sierra, cuando largas jornadas se dedican a la búsqueda de ocupaciones y mantenimiento. Contrariamente, durante las largas noches de invierno, hay que buscar el modo de ocupar el tiempo.
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La limitación de una estación seca, aunque acentuada por heladas nocturnas y matinales en los altos Andes tropicales del sur del Ecuador, es menos temible que la de la nieve; los animales pueden permanecer fuera durante todo el año, sin que sea necesario prever establos ni graneros para el forraje. La irrigación permite prolongar la estación agrícola y paliar, en parte, la variabilidad de las precipitaciones. En distancias cortas se puede sacar partido a producciones de climas cálidos, templados, o de fríos, sin olvidar los recursos de las riberas del Pacífico o de los lagos. La presencia de yacimientos metalíferos de cobre, plata y oro —escaso este último, pero a la vez bien repartido en toda la cadena —, permite extraer minerales, tratarlos para producir metales y, claro está, fabricar objetos.
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Los campesinos andinos tenían condiciones de vida probablemente mejores y seguramente menos difíciles que las de los campesinos de los Alpes o de las de los pastores tibetanos de la misma época. Si en el siglo XV, incluso hasta la primera mitad del siglo XIX, algunos geógrafos andinos hubieran ido a estudiar los modos de vida de la gente de la sierra en Europa occidental, se habrían sorprendido muchísimo de ver que pudieran subsistir en número tan elevado, aunque miserable, en sierras con un clima invernal tan riguroso.
Dificultades contemporáneas en las montañas campesinas 8
A fines del siglo XX, ya casi no hay campesinos en los Alpes, y los que subsisten practican generalmente varias actividades; las producciones y prácticas agrícolas están, de una u otra forma, bastante bien subvencionadas y sostenidas por los distintos estados. Las comunidades rurales en las que el relevo de las actividades agrícolas,
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pastoriles o artesanales no ha sido tomada por el turismo o la industria han perdido 3/4, incluso los 4/5 de sus habitantes, y los que quedan son generalmente ancianos. Ahí, a falta de combatientes, no existe ya el reto del espacio alpino, planteado a una agricultura débilmente productiva e incierta. En otros lugares hubo una mutación de actividades y a veces inversión o transformación de los problemas; la cobertura nevada, en su duración, extensión y continuidad, incluso su espesor, se transformó en fuente de ganancias con la práctica de los deportes de invierno. Es el “oro blanco” de los promotores de las estaciones de esquí, los que para valorizarlos recurren a capitales venidos de la ciudad y que están destinados a clientelas urbanas. Por otro lado, la montaña nevada es una extensión de la ciudad; como podemos ver, todo esto difiere mucho de la situación andina.
Los Andes: montañas pobladas en países pobres y urbanizados 9
A finales del siglo XX, los Andes continúan siendo aún la gran cadena de montañas más poblada del mundo. En ninguna otra parte se encuentra como en Perú y Bolivia a millones de hombres establecidos a más de 3,500 m.s.n.m. La baja densidad de la población de las mesetas y valles del Tibet no es comparable a la que se encuentra en el altiplano, o al borde del Titicaca, donde pueden sobrepasar el número de 100 habitantes por Km2., a más de 3,800 m.s.n.m. Es cierto que la cebada y aun el trigo se cosechan en el Tibet en alturas similares a las de los altos Andes secos, y en situaciones latitudinales más elevadas, pero las producciones son más limitadas y mantienen a poblaciones agropecuarias menos numerosas. En las mesetas volcánicas de Etiopía, se encuentra una densidad poblacional análoga a la de las regiones andinas, pero generalmente no se sitúa en altitudes por debajo de los 3,000 m.s.n.m. Finalmente, en ninguna parte del mundo hay tantas ciudades a más de 2,500 m.s.n.m. y, además, superpobladas como el caso de los seis millones de habitantes en Bogotá y un millón en la aglomeración de La Paz-El Alto, escalonadas entre los 3,200 y 4,100 m.s.n.m. En esas grandes montañas, la altura no ha impedido nunca el poblamiento, por lo menos hasta el límite superior de la vegetación.
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En los Andes, a diferencia de los Alpes —que perdieron sus campesinos durante los siglos XIX y XX— hay siempre campesinos y probablemente nunca ha habido tantos, pero éstos son ahora minoría en las sociedades nacionales; lo son tanto en número en países en los que la mayoría está formada por población urbana como por sus recursos bastante inferiores en términos de ingresos. Al final de los años 80, la población rural no representa más del tercio de la población total de los cuatro países andinos, Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia —o sea 25 millones sobre 67 millones —. Las mesetas, que ocupan la mayor parte de los territorios, están cada vez más pobladas. La mitad de la población — 33 a 34 millones— vive todavía en los Andes; en Colombia es urbana en su mayoría, gracias a la presencia de Bogotá. Respecto a esto podemos decir que el lugar de los Andes en los países es diferente cuando la sede de la capital está situada al pie de ellos, como en el caso del Perú. En 1990 en el Perú, menos del tercio de la población habitaba en los Andes; la proporción era inversa en 1940, pero el país no contaba en ese entonces sino con 6 millones de habitantes, actualmente se calcula en más de veinte millones. En el Perú, hay más pobladores andinos y aún más rurales en los Andes en 1990 que en 1940, sin embargo son minoría en el país.
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Desde hace por lo menos dos milenios, los Andes tropicales han sido regiones pobladas del continente americano. En el momento de la Conquista tenían por lo menos doce millones de habitantes, de los cuales ocho a diez estaban reunidos en el imperio inca. La caída demográfica, posterior a la llegada de los españoles, aunque severa en la sierra, llegó a ser menos brutal que en las regiones bajas, que prácticamente se quedaron vacías. El incremento demográfico, iniciado dos siglos antes, se acelera durante el siglo XX. En los Andes ecuatoriales, la mayoría de los que fueron pobladores andinos son ahora urbanos. No son raras las densidades rurales superiores a 100 habitantes por Km2., como lo son en las regiones cafetaleras o en las cuencas intraandinas. En los Andes tropicales del sur, hay menos ciudades importantes, salvo La Paz, pero ahí también, las cuencas están muy pobladas.
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En Perú y Bolivia, los habitantes de los Andes se sitúan dentro de cuatro círculos de pobreza. Son pobres porque siguen siendo campesinos en su mayoría y porque en todas partes del mundo los campesinos tienen ingresos muy inferiores a los de otras categorías de la población. A escala mundial, los recursos de los agricultores, contabilizados y contabilizables per cápita, son el tercio de los de otras categorías socio-profesionales y, entre los agricultores, los de los campesinos-minifundistas que viven de explotaciones de pequeña dimensión, son aún menores. Son pobres porque los ingresos en los Andes —y sobre todo en el Perú— son inferiores a los de las regiones bajas. La renta producida en los Andes representa probablemente el 14% de la renta nacional oficial e informal —lícita o ilícita—; la parte de la producción agrícola andina no representa sino el 4% del PBI. Los pobladores andinos son pobres porque muchos de ellos, sobre todo los que viven en el Ecuador, Perú y Bolivia, son todavía “indios”, los vencidos de la Conquista, los siervos de la Colonia, los despreciados de la República. Los andinos son pobres porque son los pobres de los países pobres; el producto medio per cápita en los cuatro países es del orden de 1,000 dólares en 1988; cifra algo superior en Colombia, e inferior en Bolivia. Además, son pobres porque la mayor parte son campesinos. Sin embargo, se debe hacer la distinción entre los Andes colombianos, con una población urbana en su mayoría, y los Andes de los otros tres países; las diferencias en las rentas regionales son por lo menos del orden de 6 a 1, lo que corresponde, en la Europa de la CEE, a la distancia entre las regiones más ricas y las más pobres. Los problemas de desarrollo no son los mismos en los Andes colombianos que en los del Perú.
Los procesos técnicos acentúan las dificultades de las montañas: la modernidad contra la montaña 13
¿En qué medida está ligada a la naturaleza andina esta situación tan triste? ¿Las virtudes de la naturaleza andina se habrían transformado en defectos? y, en caso afirmativo, ¿de cuándo data este vuelco? Virtudes y defectos aparecen entonces como singularmente relativos a una época y a una población determinada. ¿Virtudes antaño, defectos hoy?
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Por cierto, cuando las ventajas comparativas emergen y se precisan, cuando la productividad del trabajo se torna más elevada en la llanura cálida donde las economías de escala son posibles por la mecanización, que es facilitada por las extensiones planas, y en la que los rendimientos son más elevados gracias al calor, las montañas se muestran desfavorecidas. Lo son tanto más cuanto las investigaciones y los progresos
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tecnológicos han incidido e inciden en la producción agrícola así como sobre el material agrícola y de transporte utilizado en las llanuras y las regiones cálidas. Las regiones frías de altura, consideradas como difíciles, están marginadas. De todos modos, la mecanización agrícola es difícil y por lo tanto costosa en los terrenos de fuerte pendiente. El rendimiento de los cultivos como el de los motores disminuye con la altura pero por razones diferentes. La duración de los cultivos, para una misma planta, es más larga en un clima frío que en un clima cálido y los rendimientos son inferiores en la altura que en zonas más bajas. La potencia de los motores se reduce al bajar la presión atmosférica: a 4,000 m.s.n.m., es 40% inferior a la del nivel del mar. En conclusión, las vías de comunicación terrestre son más difíciles de construir y mantener en la montaña que en la llanura, aunque en los países andinos, de manera particular en el Perú, a la facilidad de la construcción en el desierto costero se opone la dificultad de la construcción y el mantenimiento de las rutas en los climas de selvas cálidas y húmedas, a los suelos de alteración profunda, y en los que los grandes ríos son más obstáculos por franquear. Sin embargo, y más o menos por todos lados, el relieve se transforma en otra traba que hay que vencer con los criterios de una sociedad que utiliza el motor y el eje, en el seno de una sociedad que emplea herramientas, usa caminos y se desplaza a pie. Por esta razón, las dificultades de la montana se presentan como mayores en la época contemporánea; ésta es una de las razones del abandono progresivo de las montañas que antiguamente eran pobladas por el campesinado, que ha migrado de los Alpes al contorno del mediterráneo. El progreso técnico, orientado de determinado modo, refuerza y acentúa los problemas de la montaña, a ello se agrega el progresivo saneamiento de las llanuras cálidas, con la disminución del paludismo y la casi desaparición de la fiebre amarilla. La oposición “montaña sana-llanura malsana” se atenúa, aun si complejos patógenos ocasionen estragos en las regiones cálidas. 15
Sin embargo, los “recursos naturales” de las montañas son explotados, pero sobre todo en provecho de las regiones bajas o del extranjero. El recurso agua, que permite la vida en la costa peruana proviene de los Andes, y son numerosas las corrientes de agua que se explotan para proporcionar electricidad; los Andes tropicales conforman una región con un importante potencial hidroeléctrico, aun cuando los terremotos y los huaycos imponen la toma de precauciones específicas. Finalmente, las minas permiten, particularmente en el Perú, equilibrar la balanza comercial. Las ventajas obtenidas las usufructúan otros y no los andinos, que son los que prestan la mano de obra, trabajando en condiciones muy difíciles. Las ventajas que la economía moderna puede sacar de los Andes no concierne sino muy parcialmente a los que allí residen. Especialmente en el Perú, los Andes constituyen una “periferia”, “tierras adentro”. En este sentido, en Colombia la situación es muy diferente.
No causalidades convergentes sino situaciones interactivas; el “determinismo geográfico” cuestionado; la naturaleza no explica, es 16
Plantear basar la explicación y la comprensión de las situaciones en causalidades convergentes, sin otra forma de juicio, sería terminar superficialmente este trabajo y además admitir sin verificación, como postulado, que la naturaleza es siempre la que gobierna — en todos los lugares y circunstancias —, que los factores naturales priman y permiten explicar la distribución geográfica de los hombres, sus densidades
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poblacionales y riquezas. La pregunta que se haría entonces el geógrafo y que regiría su respuesta sería, dime de dónde vienes, y cuál es la naturaleza de tu país y yo te diré quién eres y lo que eres. Pero, hace tiempo que sabemos que no es la naturaleza la que hace la riqueza de las naciones y de sus habitantes, y que las densidades humanas no están relacionadas directamente con las propiedades de los medios en los que se despliegan. 17
El delta del Ganges tiene densidades superiores a 1,000 habitantes por Km 2., el del Orinoco, en muchos aspectos comparable en el plano físico, no tiene sino unos cuantos; la riqueza de los habitantes del delta del Rin en los Países Bajos es 50 veces superior per cápita a la de los del delta del Ganges. Las exiguas llanuras del archipiélago japonés concentran a 120 millones de habitantes, pero las del archipiélago neozelandés, con propiedades naturales y dimensiones comparables, no tienen sino tres millones. Se podría dar múltiples ejemplos; su enumeración no adelantaría en absoluto la explicación, simplemente muestran que los factores naturales no rigen la distribución geográfica del hombre. Asimismo, en el mundo contemporáneo aparece cada vez de manera más nítida que no es la disponibilidad de los recursos naturales en el territorio de un estado lo que constituye su riqueza y su potencia. Suiza y Bolivia tenían en 1988, más o menos la misma población: 6.5 y 6.8 millones de habitantes y ambos países se encuentran al centro de un continente. La superficie de Bolivia — 1.1 millón de Km2.— que es 28 veces superior a la de Suiza — 40,000 Km2.— encierra más “recursos” que la de Suiza: minas, oro, petróleo, gas, buenas tierras agrícolas, abundante hidroelectricidad, etc. Suiza no posee tantos “recursos naturales” y ningún planificador tendría la idea de hacer a ese respecto un “inventario” inútil. En 1986, la estimación hecha por el Banco Mundial del PBN por habitante en Bolivia era de US$ 600, el de Suiza 17,600, es decir una relación de 1 a 30. En el mundo contemporáneo, es la sociedad en su historia, con su coherencia y sus ambiciones, la que hace la riqueza de sus miembros y no la disponibilidad de los recursos naturales. Sin embargo, negar la existencia, si no de causalidades determinantes y convergentes, por lo menos de interacciones dinámicas cuyos valores pueden invertirse, equivaldría a no tomar en cuenta uno de los campos específicos del análisis geográfico, que es el estudio de las relaciones entre los hombres y su medio. Si bien el análisis geográfico no podría limitarse sólo a esto, tampoco podría excluirlo. Sin embargo, en todas partes, estas relaciones entre hombres y medios pasan por redes de mediaciones, luego, de sistemas, en los que entran en juego las técnicas y las elecciones de las sociedades en el curso de su historia, así como una cierta visión del mundo.
Memorias y sistemas en geografía 18
Todo grupo humano, toda sociedad, forma conjuntos organizados cuyos elementos se encuentran en interacción, por lo tanto, constituyen sistemas. Son “conjuntos de conjuntos” que son sistemas “abiertos” en relación con su medio ambiente; es de este medio ambiente que provienen los flujos que son “las entradas” del sistema y permiten su funcionamiento.
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En geografía, todo sistema recibe flujos en forma de informaciones, de energía y de materia, que fluyen de dos grandes “memorias”. El término “memoria” se ha tomado aquí por analogía con la memoria de las computadoras y la memoria cerebral, sin la cual no hay vida consciente. La energía y la materia provienen de la naturaleza, son
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extraídas del planeta Tierra y de sus capas litosférica, acuática, atmosférica, de la biósfera compuesta por poblaciones vivas, vegetales y animales. Las otras informaciones provienen de las acciones y creaciones del hombre en el curso de la historia, nacidas de la “memoria del tiempo de los hombres”: precisan de la lengua que permite la comunicación, la escritura, las prácticas sociales que fundamentan la vida en común, el conocimiento de las técnicas, el saber, todo lo que se transmite por la formación, pero también las herencias como el habitat, los bienes raíces, las infraestructuras. Esta “memoria del tiempo de los hombres” es enriquecida continuamente por las creaciones humanas, pero también una parte de estas informaciones se pierde, cae en el olvido, se desvanece. Secuencias de memoria están enterradas, algunas ciencias como la historia y la arqueología tienen como tarea hacerlas revivir. 20
Hay igualmente, por lo menos en parte, interacción entre estas dos grandes “memorias”. Una sociedad puede extraer ciertos elementos de la “memoria de la naturaleza” sólo porque ella conoce el valor de su utilización y posee los conocimientos, producidos por el saber técnico que permite extraerla de la naturaleza. Estos elementos se vuelven entonces “recursos naturales”, algunos de los cuales, transformados por el trabajo, se convierten en bienes. Por la acción humana, la naturaleza es transformada, desaparecen algunos de sus elementos —por ejemplo, las especies animales —, otros — como animales y plantas domésticas— se modifican. La naturaleza “domesticada” encierra informaciones diferentes de las de la naturaleza “salvaje”. Estas dos “memorias” funcionan quizá como las de una computadora. Aquí, la analogía se encuentra en la base de la descripción, los elementos que pertenecen a una “memoria muerta”, pueden ser leídos, se hace lo que se puede, se pueden utilizar a partir del momento en que se les conoce, se les soporta, pero no se les transforma pues no se puede actuar sobre ellos —como en la naturaleza, la gravedad, los movimientos tectónicos, como el surgimiento de las montañas, los sismos o hasta los mecanismos que comandan los climas—. Otros elementos dependen de la “memoria viviente”, que es enriquecida o por lo menos transformada, como cuando, a partir de una especie vegetal o animal —por selección genética —, se crean nuevas variedades o cuando el suelo de una estepa es transformado en suelo óptimo para los trabajos agrícolas.
A cada uno sus informaciones: los lugares están cargados de información 21
“Memoria del tiempo de los hombres” y “memoria de la naturaleza” están siempre presentes. Sin embargo, en un momento dado, un individuo o un grupo no obtienen o no pueden obtener sino una parte, con frecuencia muy limitada, de las informaciones que ellas encierran. En cierta medida, se puede caracterizar una sociedad por la cantidad y los tipos de informaciones que es capaz de extraer de cada una de sus memorias. También hay informaciones que se pierden o elementos que pierden su valor de empleo: el citadino conoce ahora apenas las prácticas culturales; los gasterópodos de las lomas de la costa peruana, que eran un plato de lujo para los recolectores del V milenio antes de nuestra era, casi no se utilizan en la alimentación de las poblaciones costeras.
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Una población de cazadores-recolectores detecta, en la naturaleza, las plantas comestibles, así como también aprende a conocer las costumbres de los animales que
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caza. Puede “extraer” de la naturaleza los elementos que le permiten vivir gracias a las experiencias adquiridas y a los aprendizajes transmitidos de generación en generación. Una población de agricultores, en el mismo medio natural, conoce la calidad de los suelos, los ritmos y características del clima, las propiedades de las plantas domesticadas que cultiva, en función de las técnicas cuyo empleo domina. El vocabulario en su riqueza y sus matices, traduce el interés y la importancia otorgada a ciertas cosas, mientras que otras no son ni siquiera nombradas, o lo son únicamente por agrupaciones donde desaparece hasta la identidad del objeto, de la planta o del animal. Es así que, fuera de los recursos naturales indispensables a toda vida terrestre, como el aire que respiramos y el agua que bebemos, cada sociedad extrae de la naturaleza un cierto número de informaciones que le permite producir, realizar sus objetivos. La visión y la percepción de las punas no son las mismas para el cazador de los primeros milenios antes de la era cristiana que para el hacendado del siglo XIX o el revolucionario de “Sendero Luminoso”. 23
La “memoria del tiempo de los hombres” es alimentada por la historia. Nadie puede hacer tabla rasa del pasado; vivimos de herencias ya sea materiales o inmateriales. Herencias materiales como las chacras con sus diseños, ciudades, redes de infraestructura que permiten el transporte de los hombres, productos e informaciones, los Estados con sus fronteras y sus divisiones administrativas que los zonifican. Estas herencias son como palimpsestos en los que se descifra, por trozos, los testimonios del pasado; pero estas herencias se modifican permanentemente por la acción humana y por el desgaste relacionado con el paso del tiempo. Estando siempre presentes, pesan en las decisiones. Las localizaciones se explican prácticamente siempre por el encuentro de las elecciones resultantes del pasado con las del presente. En la América española, el empuje urbano contemporáneo se hace en gran parte sobre aquellas ciudades fundadas por los colonizadores en los siglos XVI y XVII. Las selecciones vegetales y animales contemporáneas se ejercen, en su mayoría, a partir de especies domesticadas, en otras condiciones, por los primeros agricultores del quinto al tercer milenio antes de nuestra era.
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Por lo menos en parte, los paisajes son historia sedimentada en el suelo; proporcionan informaciones que provienen de dos memorias, unas provienen de la “memoria de la naturaleza”, otras de la “memoria del tiempo de los hombres”; esos paisajes son tanto una marca de la acción humana como una matriz en la que se generan. Hay ahí también una relación dialéctica entre las dos memorias. Lo que hace asimismo que los lugares, elementos de los sistemas geográficos, estén cargados de informaciones para los que saben leerlas. Por ejemplo, cuando se evoca el Cusco, se sabe inmediatamente que este lugar está situado en la zona intertropical, a 15° de latitud sur, lo que hace que el ritmo de las estaciones esté regido por la alternancia de estación húmeda-estación seca y que las temperaturas medias mensuales casi no varíen. Estar en los Andes implica estar en un sector de inestabilidad de la corteza terrestre, de ahí las posibilidades de un terremoto. Estar a 3,300 m.s.n.m., en la zona intertropical, es estar en una región al límite de las posibilidades de hielo nocturno, pero con temperaturas suaves durante el día. Cusco, ciudad capital del Imperio incaico, ciudad colonial que se superpone sobre las edificaciones precolombinas, por su número de habitantes es ahora una ciudad media, una capital regional, una ciudad turística por su pasado arquitectónico y por la belleza de sus paisajes. Por tanto, al solo nombrarse un lugar se le otorgan atributos vinculados a diferentes informaciones extraídas de cada una de las memorias.
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Los Andes como varios “espacios producidos” 25
El objetivo de este libro es diferente al del Reto del espacio andino. Ya no se trata de interrogarse al inicio para saber si el “espacio andino” constituye un desafío y cuál es el contenido de éste para los que lo ocupan y viven en él. Tratamos de ver, a partir de las propiedades de los diferentes medios naturales andinos, cómo son utilizados y percibidos por las poblaciones, pero también cómo hacen frente a las dificultades que se les presentan, que pueden ser vencidas —por un esfuerzo suplementario, a un costo más elevado—, o evitadas. Otras se revelan cuando un elemento de la naturaleza se transforma en objeto de conocimiento; así la profundidad de un yacimiento minero puede constituir una dificultad para la empresa que lo explota y ser un factor de costo suplementario en comparación a un yacimiento menos profundo. Esta dificultad no se presentaba antes, pues este yacimiento no existía para los cazadores-recolectores o aun para los mineros de las épocas inca o colonial que no poseían los medios técnicos de investigación que hubiesen permitido su localización. La perspectiva es menos la de retratar la manera en la que la naturaleza andina ha sido utilizada en el curso de la historia (lo que fue en parte el objeto de El reto del espacio andino), que el analizar las formas actuales de organización de los espacios.
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Para vivir juntos, cada grupo “produce” una “sociedad” caracterizada por reglas de funcionamiento, pero al mismo tiempo que “se produce la sociedad”, ésta “produce su espacio”. “La actividad humana crea espacios condicionando relaciones, que se establecen en una determinada extensión, escogiendo lugares determinados, utilizados distantes unos de otros, caracterizados cada uno de ellos por una serie de atributos”, decía R. Brunet. Entonces, producto y dimensión de las sociedades humanas, el espacio geográfico es un conjunto apropiado, explotado, recorrido, habitado, y administrado. Se trata, pues, de intentar comprender, a partir de los Andes, cómo han sido creados sus espacios, cuáles han sido y son los autores y, aún más, los actores.
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En los Andes hay un gran número de espacios geográficos. Si nos limitamos a la época contemporánea, existe el limitado por los Estados, divididos en circunscripciones administrativas para poder encuadrar a las poblaciones y ejercer sus atribuciones de soberanía; también existe el espacio de las ciudades y comunidades que tiene como finalidad ser — por lo menos en parte — el soporte de las actividades agrícolas; por otro lado, recordemos los espacios organizados y gobernados por las ciudades en las que dominan las relaciones “centro-periferia” y los flujos que los alimentan. Existe el espacio de la empresa en la que desarrollan sus actividades los productores, trátese de mineros, agricultores, ganaderos o industriales. También, no olvidemos el espacio de la clandestinidad, desde el ocupado por los guerrilleros hasta el ocupado por los traficantes.
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Estos no son sino algunos ejemplos, todos responden a un modo de organización que se ciñe a las finalidades perseguidas. Pero los espacios se superponen, coinciden y los mismos lugares pueden transformarse en causas de conflicto y competencia: son los eternos conflictos por el espacio. Finalmente, existen los espacios que se deshacen por la disgregación de los grupos y de las sociedades que los animaban, mientras que, en su lugar, nacen otros. Por sus intervenciones en la superficie terrestre, los espacios geográficos, producto de grupos y sociedades, no son inmutables, duran tanto como las sociedades y las intervenciones humanas.
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NOTAS FINALES 1. N.E. En la edición de 1981, publicada por el IEP, la versión textual de la cita es ”El título de este libro ¿es pedagógico o equívoco? ¿Qué reto y para quién? ¿Cuándo aparece?”.
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Capitulo 2. Naturaleza de los “Andes tropicales”
Sus límites 1
Los Andes tropicales, es decir, la parte de las cordilleras que va desde Venezuela hasta el norte de Chile, se extienden de los 10° de latitud N a los 23° S. Es un segmento de las cordilleras circumpacíficas, en el borde occidental de un continente donde al este alternan llanuras y mesetas. Cubre los 5/6 de la superficie total de la cadena y concentra a más de los 9/10 de la población que vive en los Andes. Es ahí donde en el transcurso de milenios, el campesinado ha contribuido a modelar paisajes humanizados. Es de este modo que España practicó un molde urbano, después de que los Incas habían constituido su Imperio en los Andes tropicales, al sur del Ecuador. Tres de las cuatro repúblicas andinas tienen ahí su capital: Bogotá, Quito y La Paz. Venezuela, aunque atravesada por el extremo de la cadena, es apenas andina; en la actualidad el porcentaje de población de sierra es muy bajo y el peso de los Andes en la economía contemporánea es aún más limitado. Si en la descripción de los medios naturales, que no conocen las fronteras políticas, y en las evocaciones de la historia humana antes del establecimiento de los Estados territoriales en el siglo XIX, no se incorpora los Andes de Venezuela como parte andina o a los del norte de la Argentina y de Chile (cuando se evoca los problemas contemporáneos), es por una simple razón, nos limitamos a las cuatro repúblicas de los Andes tropicales. Tanto en Colombia, Ecuador, Perú como en Bolivia, las actividades y los recursos de las montañas andinas desempeñan un papel importante para sus poblaciones. Pero, en cada república, tienen un lugar diferente, tanto en lo real como en lo imaginario. Por el contrario, el Chile humanizado vive al pie de la montaña. Lo mismo sucede en Argentina como en Venezuela: ahí las regiones de montaña ocupan un lugar relativamente secundario en la vida humana y en la economía de sus naciones.
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El ámbito montañoso tomado en cuenta es muy amplio; alrededor de 1’300,000 Km 2, para un volumen en relieve, por encima de las llanuras que representan unos cuatro millones de Km3. Distribuidos en unos 35° de latitud. Se extiende a lo largo de 5,000 Km. y al fin de la década de los años 80 está poblado por unos treinta millones de habitantes,
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si no se toma en cuenta las poblaciones de los piemontes situados más abajo, que ahora reúnen globalmente a la mayoría de las poblaciones de las cuatro Repúblicas. Las relaciones “regiones bajas-regiones altas” serán descritas porque la articulación entre el alto y el bajo es indispensable para la comprensión de la organización de esos espacios de montaña. 3
Cuando se evoca el término de “Andes tropicales” todo un conjunto de informaciones, que son otro tanto de atributos de esos lugares, afloran a la memoria. Aquí evocamos algunos de ellos, relacionados unos a la historia natural (limitándose a los que son importantes para la ocupación y las actividades humanas) y los otros a las historias humanas.
La arquitectura de la cadena 4
El dispositivo orográfico puede dividirse en tres conjuntos:
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1. Al sur, los Andes tropicales entre los 8° y 23° S se caracterizan por su altura y la masividad de sus relieves. Ocupan una gran parte del espacio estudiado en esta obra: alrededor de 700,000 Km2. Todo cruce de la sierra es imposible a menos de 4,000 m.s.n.m., las cimas más altas sobrepasan los 6,000 m.s.n.m., trátese de las de la Cordillera Blanca, de la Cordillera Real, de las del Cusco o de los grandes volcanes que se encuentran sobre la línea divisoria por encima del Pacífico, del norte de Chile al sur del Perú. Es en Bolivia donde los Andes son más anchos (500 a 600 Km.), la parte central de la montaña está ocupada por altas mesetas, a más de 4,200 m.s.n.m., superficies suavemente onduladas, originadas por planicies de erosión del Terciario o derramamientos volcánicos que las moldean. Estas mesetas están abiertas por cuencas, ya sea ensanchamientos de valles como en Huancayo, Ayacucho o en la región del Cusco (los fondos de los valles se mantienen alrededor de los 3,000 m.s.n.m.) o en las altas planicies o altiplanos, menos encajonados en las planicies como el altiplano de Junín, a 4,100 m., o sobre todo el gran altiplano peruano-boliviano, de suave pendiente hacia el sur y donde se ubican los lagos Titicaca o Poopo y los “salars” en el árido sur. Estos son los Andes de amplios horizontes de las herbosas estepas de la puna, realzados por las cimas de las cordilleras; al sur, un alineamiento de volcanes dominando el largo flanco occidental, seco y disecado por profundos valles que desembocan en el árido litoral del Pacífico. Más abajo de las cordilleras, la vertiente oriental, más corta, de encajonados valles, y colinas y cuencas hacen la transición con las llanuras amazónicas. Esta gran vertiente verde oscuro, nublada con frecuencia, se opone a la vertiente amarillo cobre, soleada por encima del Pacífico.
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2. En Colombia, al norte de Pasto, los Andes cubren alrededor de 320,000 Km 2, y se dividen en tres cordilleras, separadas por grandes valles de dirección meridiana, los más importantes de los cuales son drenados por el río Magdalena, entre la Cordillera Oriental (130,000 Km2.) y la Cordillera Central (110,000 Km2.) y por el Cauca, entre ésta última y la Cordillera Occidental (70,000 Km2.). Las altas superficies planas desaparecen o se reducen a antiguos fondos de lago como en la sabana de Bogotá. La mayor parte de la superficie la ocupan las pendientes, con frecuencia cubiertas por árboles o pastizales y entre los 1,000 y 1,800 m.s.n.m., por cafetales. Las diferentes tonalidades de verde son los colores que dominan el paisaje durante todo el año. Al interior de las montañas, algunos corredores, como en el Boyacá, facilitan la circulación. Las alturas superiores a los 3,200 m.s.n.m. representan sólo un bajo porcentaje de la sierra y forman conjuntos
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discontinuos, archipiélagos de altura. Son raras las cimas superiores a los 5,000 m.s.n.m.: volcanes de la Cordillera Central, nevados del Cocuy en la Cordillera Oriental, y, en Venezuela, el Cerro Bolívar, por encima de Mérida. El alto triángulo de la Sierra Nevada de Santa Marta cuyas cumbres se yerguen a más de 5,500 m.s.n.m., por encima del mar del Caribe, no pertenece a los Andes. 7
3. Entre los Andes tropicales del sur y los Andes colombianos del norte, un segmento central cubre aproximadamente 200,000 Km2., la Cordillera es más estrecha, de 150 a 250 Km. En la parte norte, las cuencas se sitúan como un rosario de dirección meridiana, y los fondos comprendidos entre 2,000 y 2,500 m.s.n.m. están dominados por grandes volcanes, entre ellos el Chimborazo que es el más elevado, pues culmina a más de 6,000 m.s.n.m. Más al sur, la regularidad del dispositivo desaparece poco a poco: las cuencas en posición de abrigo alternan con un relieve de ramales que sobrepasan apenas los 3,000 ó 3,500 m.s.n.m., y con restos de mesetas secas. Aparece la oposición entre una vertiente de montaña oriental húmeda y una vertiente del Pacífico más seca.
El dispositivo estructural 8
En la estructura geológica se toma en cuenta únicamente lo que desempeña un papel en la ocupación humana. Los Andes, como la mayor parte de las cadenas orientadas, son una cadena joven que se edificó entre el Cretáceo superior y la época actual. Sin embargo, en los Andes intertropicales, se diferencian dos segmentos por su estructura.
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En el Perú y Bolivia, los Andes centrales son una cadena liminar construida en el borde siálico del continente y bajo dependencia de la subducción, marcado por el hundimiento de la placa del Pacífico, llamada de Nazca, bajo la placa de América del Sur. Los Andes septentrionales, en Ecuador y Colombia, están formados por elementos de sustrato oceánico, pegados al continente. Sin embargo, a partir del período Cretáceo, esas evoluciones fundamentalmente diferentes se terminaron; el levantamiento del Terciario y el Cuaternario retomaron el conducto y dieron nacimiento a los actuales relieves.
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Tres características específicas de los Andes permiten distinguirlos, por lo menos en parte, de una cadena como la de los Alpes. Los fenómenos intrusivos, comandados por la subducción, son acompañados por la instalación de batolitos graníticos y por la mineralización de los magmas y rocas volcánicas; de ahí los yacimientos de minerales como cobre, zinc, plomo y plata, por lo menos ahí donde los instrusivos no han sido recubiertos por recientes desparramamientos volcánicos. En las cuencas eugeosinclinales del Secundario, donde los depósitos sedimentarios se efectuaban a poca profundidad, se instalaron carbones cuyos yacimientos se encuentran desde los Andes del norte del Perú hasta la Cordillera Oriental de Colombia (Boyacá). En los Andes tropicales coexisten yacimientos sedimentarios como los de carbón, yacimientos intrusivos como los de minerales no ferrosos. En las rocas más antiguas, se encuentra oro repartido en poca cantidad, asociado a otros minerales, pero puede concentrarse en los aluviones después de la erosión de las rocas-madres. Finalmente, en los plegamientos y fallas de las series sedimentarias de los piemontes, se ha acumulado el petróleo de Venezuela a Argentina. Se encuentran yacimientos discontinuos.
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El origen de numerosos sismos y del volcanismo activo se encuentra en la subducción. Una parte del epicentro de los sismos se sitúa bajo la placa en proceso de subducción, mientras que otras se localizan al contacto de dos placas, como a lo largo de la costa del
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Pacífico de Colombia (región de Tumaco). Los más violentos de ellos están relacionados a las grandes fallas actualmente activas, como la que bordea el flanco oriental de la Cordillera Blanca o la falla que atraviesa el norte de los Andes orientales de Colombia (falla de Bucaramanga). 12
El volcanismo activo reciente marca diversos puntos de las cordilleras entre los 5° de latitud norte y los 45° de latitud sur; la placa oceánica, fría, se sume en una astenósfera caliente, lo que la calienta progresivamente hasta que se produce la expulsión de fluidos, de agua en particular, lo que ocasiona la fusión de diversos productos en la base de la corteza. Estos últimos, más ligeros, suben a través de la corteza terrestre y construyen volcanes andesíticos en las dioritas que permanecieron en profundidad. Los volcanes actualmente activos se encuentran en la Cordillera Central de Colombia como el Nevado Ruiz; en Ecuador el Chimborazo, el Sangay y el Cotopaxi; al sur del Perú, al oeste de Bolivia y al norte de Chile como el Sajama; volcanes potencialmente activos, pero sin explosiones ni manifestaciones violentas entre largas fases; de ahí el riesgo volcánico al pie de volcanes, pacíficos durante décadas, incluso siglos, pero susceptibles de brutales despertares.
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Mineralización, volcanismo y sismos marcan los Andes, que son siempre una montaña en resurrección y cuyo levantamiento está contrabalanceado por una erosión particularmente vigorosa.
El dispositivo climático 14
Está regido por: 1. la situación en latitud entre los 10° N y los 23° S, es decir en la zona intertropical, en la que los ritmos anuales se marcan mucho más por las temporadas de precipitaciones que por las diferencias en los promedios de temperaturas estacionales entre el mes más caliente y el más frío; estas diferencias, muy pequeñas, del orden de 1° a 3°C en las cercanías del Ecuador, no sobrepasan 10°C en el trópico. La duración del día y la noche varía muy poco durante todo el año; 2. la posición en el litoral oeste de un continente y al borde del Pacífico que es el más vasto océano mundial; 3. la importancia de la masa montañosa modifica la circulación de las masas de aire, debiendo alternar las posiciones de frente de montaña húmedo y de vertiente más seca en posición de abrigo, y regula los pisos térmicos regidos por la disminución de la temperatura con la altura.
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La circulación de las masas de aire se organiza entre las grandes células anticiclonales de las latitudes subtropicales, de donde soplan los alisios. Los que vienen del Atlántico y que han atravesado la cuenca amazónica, se cargan progresivamente de humedad, mientras que los que resultan del anticiclón del SE del Pacífico, empujan hacia el NO, paralela u oblicuamente en relación al trazado de la costa, masas de agua fresca constantemente alimentadas por las aguas profundas (“up welling”).
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La zona de convergencia intertropical (ZCIT), en la que coinciden los alisios nacidos en las grandes células anticiclonales subtropicales, es una zona de ascendencia del aire húmedo. De ahí la importancia de las precipitaciones sobre su trazado. Sigue el balanceamiento aparente del sol entre los trópicos y se localiza ahí donde existe el máximo de radiación solar. Sin embargo, como el continente sudamericano es particularmente ancho hacia el sur del Ecuador y que, en posición central, bajo la línea ecuatorial se extiende la cuenca amazónica, la ZCIT, que está sobre Colombia durante el verano boreal (de junio a agosto), dibuja una bolsa hacia el sur durante el verano
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austral (de diciembre a marzo). El prolongado estacionamiento entre el Ecuador y los primeros grados de latitud al norte, provoca una pluviosidad particularmente fuerte y continua a lo largo de la costa colombiana del Pacífico. Los Andes colombianos son climáticamente más ecuatoriales que lo que haría suponer su posición en latitud, y por lo tanto están marcados por una fuerte pluviosidad repartida generalmente entre una estación de lluvias grande y otra pequeña, separadas por breves estaciones secas. Por el contrario, los Andes en el Perú y en Bolivia tienen un verdadero régimen tropical, con una sola estación de lluvias desigualmente larga y una seca, y dos cortas estaciones de transición. Sin embargo, todo el flanco intertropical de los Andes orientales, de Venezuela a Bolivia, constituye un frente montañoso húmedo, al mismo tiempo por la situación de la ZCIT y por las ascendencias orográficas de aire húmedo proveniente de las cuencas del Amazonas y del Orinoco; de ello resulta una unidad bioclimática estrecha, pero de excepcional longitud (más de 4,000 Km.). 17
En Ecuador la transición entre un clima caliente y húmedo y uno más fresco y seco, es muy rápida, sólo de algunos grados. En ninguna parte del mundo existe en una misma costa, y a la misma latitud (el grado 6), simétricamente entre cada hemisferio, una oposición tan fuerte como entre Buenaventura que recibe más de 6 m. de agua por año con una temperatura media de 25° y Trujillo que no recibe sino unos milímetros y cuya temperatura promedio anual es del orden de los 20°.
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Sin embargo, estas grandes regularidades que permiten definir los climas regionales, combinan parámetros climáticos cuyas características y promedios se definen a partir de un período de treinta años (la “normal” de los meteorólogos), son marcados, con periodicidad variable, por oscilaciones que perturban el desarrollo habitual de los ritmos estacionales. No obstante, por sus frecuencias, se inscriben en la caracterización de climas de larga duración, así como la oscilación austral, llamada a veces del Niño.
El Niño o la oscilación austral: un sistema alternativo 19
Las aguas frías que circulan a lo largo de la costa y se dirigen luego hacia el oeste, bajo el Ecuador, se calientan progresivamente. También al oeste del Pacífico, las presiones son bajas, el calor se acumula, la evaporación es fuerte en el océano y de ahí vienen las importantes precipitaciones, mientras que al este, en la misma latitud, las presiones son más fuertes, el aire subsidente es más seco y a la vez más frío. La diferencia de presión genera una circulación atmosférica marcada por la ascendencia del aire caliente y húmedo al oeste y la subsidencia al este; es lo que los meteorólogos llaman una “célula Walker”. Hay varias en los grandes océanos tropicales, que determinan la alternancia de regiones pluviosas y regiones secas, separadas por varios millares de kilómetros. La acumulación de las aguas calientes, al oeste, empujadas por los vientos, termina por crear una desnivelación en el nivel oceánico; invirtiendo la circulación cuando es muy fuerte. La “célula Walker” se deprime, el anticiclón del SE del Pacífico pierde su fuerza, de ahí la desaparición de la inversión térmica, desaparición temporal de los alisios; luego del flujo de aguas frías de la corriente de Humboldt, los vientos soplan del oeste desplazando aguas calientes hacia las aguas americanas algo al sur del Ecuador. Más arriba de las aguas más calientes, el aire ascendente húmedo provoca lluvias sobre el desierto costero y en el flanco del lado del Pacífico de los Andes. Es el fenómeno del Niño, llamado así pues generalmente aparece alrededor de Navidad y se manifiesta por una anomalía positiva de las temperaturas del aire y del agua hacia el
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este, mientras que las regiones habitualmente regadas del oeste del Pacífico o las de la Amazonia están secas. Durante la fase del Niño, hay frecuentes lluvias torrenciales en la vertiente occidental de los Andes del Ecuador y del Perú septentrional, así como en la costa, pero una sequía relativa al este de los Andes. Durante el fenómeno, en Bolivia y en el sur del Perú hay igualmente una menor pluviosidad que se explica por la disminución de la ascendencia de aire húmedo procedente de la Amazonia. Por el contrario, el sur de Bolivia es más regado que lo normal; el Jet subtropical del oeste, corriente rápida de altura, bloquea los frentes fríos en sus desplazamientos hacia el norte, originando acrecentadas precipitaciones, con el estacionamiento de los frentes fríos en el sur de Bolivia. 20
Por el contrario, cuando la célula Walker retoma fuerza, el anticiclón recupera toda su potencia con los alisios y la corriente de Humboldt que le son asociados; la costa peruana se hace más fresca. Estas aguas frías al norte del Ecuador bloquean las masas de aire calientes y húmedas, ocasionando precipitaciones excepcionalmente fuertes en Colombia. Jamás es tan fuerte la oposición entre costa seca al sur y costa regada al norte. La subsiciencia atmosférica ligada al reforzamiento del anticiclón se extiende entonces al sur del Perú y una parte de Bolivia, impide la llegada de las masas de aire frías y húmedas que generalmente vienen acompañadas de lluvias. Es así que en el altiplano, se genera una anomalía positiva de las temperaturas en un aire estancado, en el que se mantiene el polvo, sobre todo el que tiene relación con los fuegos de la estación seca (situación ocurrida, por ejemplo, en la segunda quincena de agosto de 1988).
Climas y paleoclimas 21
De este modo, la regularidad de los ciclos estacionales puede ser interferida temporalmente por oscilaciones pasajeras, las que a escala plurianual, se inscriben, sin embargo, en las características del clima, y deben por lo tanto ser tomadas en cuenta por la agricultura y las instalaciones humanas. Por un lado se manifiestan en forma de lluvias que caen en regiones habitualmente secas, por el otro, en sequías en regiones húmedas inscritas en los climas a escala de la década. Se distinguen a la vez modificaciones cuyo paso por el tiempo es del orden de un millar de años, como las glaciaciones que afectaron durante el Cuaternario a diferentes regiones —entre ellas los Andes—, y movimientos de masas de aire a escala del decenio, es decir de la decena de días, que introducen otros tipos de perturbaciones, a la vez mucho más frecuentes y más breves.
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Así, en esta escala de tiempo de diez días, en la parte meridional de los Andes tropicales así como en las llanuras orientales situadas en la parte baja, se observa descensos de algunos grados de temperatura en relación a los promedios estacionales; son provocados por el desplazamiento del aire polar, que circula de sur a norte, a lo largo de los Andes. Estos “Surazos” pueden ocasionar a veces caídas de nieve en el altiplano durante la estación seca; es por eso que en agosto de 1974, el aeropuerto de La Paz estuvo cerrado durante varios días consecutivos y los terneros recién nacidos murieron de frío.
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Las glaciaciones mundiales y los fenómenos que les son asociados se sitúan en la escala del milenario. Es así que un corte mayor se establece durante el final, en los Andes, de la última glaciación, que terminó hace 12,000 u 11,000 años. Esa última glaciación
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estuvo marcada por varias fases, la más antigua de las cuales se remonta a un poco más de 30,000 años, mientras que dos últimos avances importantes se registraron a 14,000 y 11,000 B.P. (léase Before Present) en los Andes centrales. Teniendo en cuenta las fechas que se conocen en la actualidad de los inicios de la presencia humana en los Andes, es inútil interrogarse sobre la cronología de las glaciaciones anteriores al Cuaternario Medio y al Cuaternario Antiguo, que dejaron sus depósitos en forma de morrenas y estratos aluviónicos y torrenciales, tanto en los Andes del Mantaro como en los bolivianos y los del sur del Perú. 24
La última gran glaciación andina tuvo movimientos de menor duración que los registrados en los glaciares alpinos, y a fortiori en los grandes casquetes glaciares continentales del Cuaternario, tomando en cuenta el número más limitado de glaciares de los Andes tropicales. La disminución de las nieves, por el deshielo de los inlandsis, se tradujo en un alza del nivel medio de los océanos del orden de 70 a 100 m. La subida del nivel marino se acelera entre 13,000 y 7,000 B.P.; el nivel actual ha sido ligeramente sobrepasado en el momento de la transgresión de Flandes (3,000 B.P.) y durante la transgresión de Dunkerque, a principios de nuestra era. Las consecuencias de las variaciones eustáticas son importantes en la costa del Pacífico; la subida del nivel marino está acompañada por el desplazamiento hacia el este de la línea de las riberas, que van desde unos centenares de metros hasta varios kilómetros; los conos de deyecciones torrenciales, como el del Rímac, edificados durante las fases glaciares del Cuaternario son atacados y crean acantilados por encima del Pacífico. La transgresión destruye todos los emplazamientos humanos de pescadores recolectores en la proximidad de la orilla, por lo menos en lo que se refiere a los anteriores a 7,000 años. Así pues, la ausencia de emplazamientos litorales más antiguos no se explica necesariamente por la inexistencia de instalaciones humanas, sino que es más probable que se deba a su destrucción vinculada con la subida del nivel de los océanos. Es posible que la baja de los niveles marinos, consecutiva a las glaciaciones mundiales del Cuaternario, haya contribuido al ensanchamiento de los istmos de América Central, facilitando así el paso de los primeros americanos. Además nos interrogamos sobre las posibilidades de franqueamiento a pie seco, del estrecho de Behring, en el momento de los períodos de regresión marina.
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En los Andes los problemas aparecen de modo diferente. Durante el último período glaciar, las temperaturas medias debían ser inferiores de 5° a 7°C en comparación a las actuales. Pero aun en el momento de las mayores crecidas glaciares, los glaciares no constituían una dificultad para la circulación en el interior de la cordillera o para su paso, salvo quizás en la Cordillera Occidental, en la latitud de Lima. La diferencia entre una estación húmeda y una seca debía estar muy atenuada, la mayoría de los páramos tenían en esa época una vegetación de punas, y las punas —actualmente húmedas (“punas bravas”) —, tenían una apariencia de puna seca. Las cuencas interandinas, secas en la actualidad, estaban probablemente mejor alimentadas en agua que ahora, por las aguas de deshielo provenientes de las partes altas de las montañas. En ese entonces la montaña era recorrida solamente por unas cuantas hordas, compuestas de un número limitado de cazadores recolectores. La gran fauna, abundante de mamíferos, algunos de los cuales han desaparecido hoy en día como el hipparion (caballo americano), el mylodon y el mastodonte debió proporcionar bastante carne de cacería. ¿Su desaparición es o no relacionada a un exceso de cacería? La hipótesis está siempre latente, aun si parece poco plausible teniendo en cuenta el escaso número de cazadores.
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Por el contrario, para comprender la historia de la ocupación de los Andes, hay que tomar en cuenta los acontecimientos que siguieron al deshielo de los glaciares y las fluctuaciones climáticas del Holoceno, es decir el período que comienza hace 11,000 años, después del retroceso glaciar.
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El deshielo de los glaciares en las montañas, más arriba del altiplano se acompaña de la extensión de capas lacustres, es así que el lago “Tauca” forma una sola unidad en el sur del altiplano, extendiéndose sobre 43,000 Km2, con una profundidad máxima de 60 m. (Servant 1978). Sus depósitos más elevados, de calcáreos lacustres y de conchas, datan de entre 12,360 y 10,600 B.P.; su desecamiento se sitúa hacia 10,000 B.P. La alimentación de los grandes lagos, cuya duración de vida ha sido breve, considerando su extensión, estaba ligada probablemente a un desequilibrio positivo, provocado por la fusión de las masas glaciares en un ambiente marcado por un recalentamiento, pero en una atmósfera relativamente húmeda que limitaba la evaporación. Sin embargo, Mercer y Palacios fechan en la misma época un pequeño repunte glaciar, el del Tardiglacial. En los Andes ecuatoriales, en la actual región de Bogotá, el fin del período seco y frío está fechado 13,000 B.P. (Van der Hammen), le sucede un estadio tibio, marcado por un ascenso de las capas lacustres, la reconquista de los suelos por plantas pioneras (myrica, dodonea) que preceden a la instalación de los robles. Las temperaturas eran cercanas a las actuales.
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Con algunas diferencias en las fechas, se observa un nuevo incremento del frío de una duración de un poco menos de un milenio que, en los Andes del norte, se data entre 10,800 a 9,500 B.P. y que se marca por el rebajamiento de los límites forestales, mientras que el encinar se mantiene en los sectores en posición de abrigo. En los Andes centrales, en Milloc, a 4,800 m.s.n.m., Francou observa a partir de una turbera que el clima era netamente más seco y apenas menos frío.
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El Holoceno comenzaría en los Andes centrales, hacia 11,000 B.P. y los climas de aquel período no han sido casi modificados durante estos diez últimos milenios y son muy semejantes a los climas actuales. Quizás entre 10,500 y 3,000 B.P. se observa en la montaña un ligero calentamiento registrado en los Andes tropicales así como en los ecuatoriales, donde Van der Hammen observa, cerca de una extensión lacustre entre 9,500 B.P. y 7,500 B.P., un suavizamiento del clima, con la llegada de “Cecropia” que desaparece a partir de 3,000 B.P.; en Venezuela, en el páramo de Culeta a 3,800 m.s.n.m., las variaciones climáticas se limitan al período comprendido entre los siete últimos milenios, fuera de un breve descenso de la temperatura hacia 6,000 B.P.(Van der Hammen y otros 1973). En la región del Titicaca, las precipitaciones más fuertes manifestadas por un escu-rrimiento pluvial más marcado se habrían registrado hacia 7,000 B.P.
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Para un mejor conocimiento de los climas, lo que se debe retener de estas referencias es que en el curso del Holoceno las variaciones han sido limitadas. Por lo tanto, es en el transcurso de los diez últimos milenios, y dentro de contextos climáticos semejantes al actual, que se llevó a cabo la progresiva ocupación humana de los Andes. Sin embargo, esto no significa que las oscilaciones climáticas, es decir las modificaciones climáticas de corta duración, de menos de una treintena de años, no hayan podido ejercer una cierta influencia en las sociedades, sobre todo cuando éstas explotan un medio al límite de sus posibilidades ecológicas. Es posible que un ligero suavizamiento de las temperaturas en altitud hacia el X milenio de nuestra era haya podido facilitar la instalación, en altura, de los campesinos cultivadores de tubérculos y criadores de
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llamas, y que por el contrario pequeñas recrudescencias del frío en el siglo XVI contribuyeran al reagru-pamiento emprendido por las autoridades españolas más abajo de las punas. Pero la pequeña ola glaciar, registrada en los Andes centrales tropicales en el siglo XIX con el neto decrecimiento entre 1920 y 1950, no impidió la “colonización de las punas” (H. Favre) en el siglo XIX y la instalación de las vías férreas que atraviesan los altos pasos en los Andes tropicales, como Ticlio. 31
En el curso del Holoceno, las grandes modificaciones en los paisajes son ante todo producto de la acción humana, y hay que tener mucha cautela y no atribuir a modificaciones climáticas la causa principal de los cambios en las condiciones de utilización del espacio y localización del habitat. Lo que tampoco significa, por ello, que una perturbación en las regularidades climáticas previstas no pueda intervenir, sobre todo si la sociedad motivo de la discusión está por una u otra razón “fragilizada”.
El clima, sus efectos y la toma de conciencia de las sociedades sobre estos aspectos 32
Las acciones y efectos de los climas en los diferentes elementos de los ecosistemas, como las sociedades humanas, deben ser captadas dentro de sus dimensiones temporales, en su duración, así como en su mayor o menor regularidad.
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Para producir un suelo es necesario que haya interacción entre el sustrato geológico, la vegetación y un clima dado durante varios millares de años; la unidad de tiempo pertinente es el millar de años. También para la formación de los glaciares de valles, en una montaña, la unidad de tiempo pertinente sigue siendo el millar de años, pero para la construcción y evolución de los grandes casquetes glaciares continentales la unidad de tiempo es la decena, incluso la centena de millares de años. En la actualidad las principales variaciones y fluctuaciones en los Andes tropicales datan de los 40,000 últimos años en el curso del Cuaternario reciente (algunos cuadros lo presentarán en otro capítulo y pueden ayudar a comprender mejor ciertas modalidades de la ocupación de los primeros hombres en los Andes).
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A escala humana como a la de ciertos procesos geomorfológicos y biológicos intervienen, para una buena comprensión del clima, sus valores medios anuales, sus valores medios en sus diferencias de meses, de decenas de días y diarias, así como las desigualdades en comparación a su promedio. Finalmente, cada variable, dentro de sus modificaciones, puede tener en determinado lugar una significación decisiva y no tener mayor importancia en otro. Como lo demuestran algunos ajemplos, algunos datos promedio semejantes pueden tener significados diferentes.
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París y Puno tienen precipitaciones promedio anuales y una temperatura media anual similar, sin embargo, su clima no es el mismo. Si en Puno (o en otro clima parecido) las lluvias estuvieran repartidas igualmente cada día del año, a razón de 1.6 mm. por día, este medio, sin ser seco (la agricultura bajo la lluvia podría practicarse ahí), carecería de desagüe, de río; el agua, en forma de lluvia, caería débilmente cada día, humectando el suelo, pero sin discurrir en su superficie y sin infiltrarse en profundidad. Este país, aunque regado, se vería privado de agua captable si no hubiese ningún aporte externo, “alógeno”. Es la concentración de las lluvias en ciertos períodos del año lo que permite, en numerosas regiones del mundo, tener capas profundas, ríos, así como erosión hídrica.
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La mayor parte de las actividades agrícolas, a escala de una o muchas generaciones, se “instalan” generalmente en los promedios térmicos y pluviométricos estacionales. El cultivador, por conocimientos empíricos, prevé con frecuencia dentro de su calendario agrícola el tiempo que hará. Incorpora más o menos ciertas oscilaciones probables o posibles pero no cadenciadas regularmente; por ejemplo, las lluvias, a principios de la temporada de invierno, pueden llegar más o menos temprano. En altitud, las heladas, a fines de la temporada de invierno y a principios de la estación seca, pueden sobrevenir con menor o mayor rigor.
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Sin embargo, en los Andes, los riesgos climáticos no son de la misma naturaleza según los pisos bioclimáticos o de la posición en la cadena de los Andes. Como en todas partes actúan con efecto de umbrales. Un momentáneo enfriamiento de la temperatura en 5°C, no tiene el mismo efecto si baja de 10° a 5°C que si baja de 2° a -3°C. En el primer caso, la mayor parte de las plantas no sufrirán, pero en el segundo, si es el período de salida de las plántulas de la papa o en el momento de la floración, la cosecha correría el riesgo de perderse.
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Un crecimiento de la pluviosidad en una región al límite de sus posibilidades agrícolas, como consecuencia de la aridez, permitirá obtener una buena cosecha; si durante la estación agrícola las precipitaciones pasan de un promedio de 300 mm. a 500 mm., tampoco habrá ninguna consecuencia si afecta a una región en la que el promedio es de 1,000 mm., pero si en otro lugar este acrecentamiento se traduce en aguaceros de gran intensidad, podría provocar fenómenos torrenciales, deslizamientos de terreno, etc. Las lluvias, más fuertes que lo normal, pueden provocar inundaciones, por ejemplo, en el altiplano, en la desembocadura de los ríos en el lago Titicaca. Esta es la razón de las pérdidas sufridas por los agricultores, cuyas cosechas inundadas son destruidas. Sin embargo, en la zona vecina, esas mismas lluvias podrían favorecer mejores cosechas que las habituales. Con frecuencia en el mundo tropical, los períodos de gran pluviosidad que son acompañados por inundaciones son, también, períodos de buenas cosechas, pero ahí también tienen efectos de umbrales. Las catastróficas lluvias de 1983 que acompañaron al Niño en Piura, aunque contribuyeron a recargar las capas freáticas, tuvieron un efecto más devastador que benéfico, pues el medio seco está acondicionado en función a la sequía y no en función de las lluvias torrenciales. Una lluvia de 50 mm. por día no tendrá el mismo efecto en el Choco que en Piura.
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A esto se agrega las interacciones entre los procesos que hacen que un clima sea un sistema; en el altiplano, una fuerte sequía se acompaña generalmente de fuertes heladas. El enfriamiento nocturno por radiación es más marcado cuando el aire es más seco.
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Sin embargo, estas presiones, accidentes y paroxismos climáticos tienen efectos sobre los sistemas de producción y de acondicionamiento del territorio que debe someterse a ellos.
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Capitulo 3. Los medios naturales como soporte de las actividades humanas
Algunas combinaciones de variables que intervienen en la definición de los medios naturales 1
Las diferencias entre las grandes unidades naturales se rigen por: 1. Su pertenencia a determinada zona climática; 2. Sus temperaturas, ligadas a su localización en la zona climática y a su escalonamiento altitudinal; 3. El valor de la humedad en el aire y en el suelo, que está en función del lugar en la zona climática, de la disposición del volumen montañoso, de la altitud y de los factores topoclimáticos. Pero este valor de la humedad en el aire y sobre todo en el suelo está en función de los ritmos y frecuencias pluviométricas, anuales, y de sus variables interanuales; 4. El sustrato geológico: las herencias paleogeográficas se expresan en forma de depósitos y suelos; 5. La cubierta vegetal, que depende a la vez de factores precedentes y de los stocks biológicos autóctonos e importados, así como de los efectos de la intervención y acondicionamiento de los hombres; 6. Las acciones humanas, que pueden ser más o menos antiguas, más o menos potentes, desigualmente repartidas y constantes tanto en el espacio como en el tiempo.
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Cada grupo de variables se combina con todas las otras para formar unidades sistemáticas, reconocibles por su fisonomía.
El papel mayor de la gradiente térmica en la cordillera y por consiguiente del escalonamiento 3
En todas las cordilleras, una vez definidos los caracteres ligados a su situación dentro de una zona climática (por ejemplo montaña tropical, montaña de latitudes medias), interviene el escalonamiento regido por la baja de las temperaturas promedio en función de la altitud. La baja de la presión atmosférica con la altitud (a 3,000 m.s.n.m. la
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presión atmosférica equivale a los dos tercios de la presión a nivel del mar y a 5,000 m.s.n.m. a la mitad) actúa directamente sobre las otras variables físico-químicas, la disminución del número de moléculas de aire limita las posibilidades de calentamiento, y en consecuencia disminuye el calor específico de la atmósfera; la disminución es aún más rápida por la tensión en el vapor de agua (a 2,000 m. esta tensión es la mitad de lo que es a nivel del mar, y a 4,000 m. equivale a un cuarto, lo que posibilita el rápido paso de la saturación a situaciones de aire seco); ello permite también un aumento de la intensidad de las radiaciones solares, sobre todo en las azules, violeta y ultravioleta. 4
La disminución de las temperaturas es la variable mayor que rige los elementos bióticos el escalonamiento en la cordillera. A principios del siglo XIX, Humboldt vuelve a emplear en su Geografía de las Plantas los términos españoles utilizados en las cordilleras americanas de “tierra caliente, tierra templada, tierra fría y tierra helada”. Como las temperaturas de base son elevadas en las cordilleras tropicales (del orden de 24° a 26°C) y que el promedio de las bajas de temperatura varían entre 0.5° y 0.7°C por franjas de 100 m., las posibilidades de actividad biológica, por lo menos en las plantas, se desarrollan en una vasta gama de altitudes. Si el 0°C de temperaturas medias anuales (isotermo de 0°) en las regiones trópico-ecuatoriales se mantiene generalmente entre 4,800 y 5,000 m., el isotermo de 6°C se encuentra en promedio entre 4,100-4,200 m., lo que constituye un límite para los cultivos sin abrigo de diferentes plantas cultivadas, tubérculos en especial.
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Es así que en esta gran cordillera intertropical en la que se tienen todas las transiciones del frío al calor, de la aridez extrema a la hiperhumedad, del suelo desnudo, mineral, a la densa selva, de las paredes verticales a las superficies horizontales, el número de las combinaciones geosistemáticas es muy superior al de una cordillera de las latitudes medias como los Alpes, y a fortiori, de una cordillera de las altas latitudes donde el hielo permanente “homogeneiza” los medios naturales.
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Por otro lado, en las combinaciones de geosistemas, un factor puede pesar mucho más que los otros. Acabamos de ver que con el frío la aridez impone también su marca. En las transiciones de los desiertos tibios a los desiertos fríos, como en el sur del Perú o el norte de Chile, una parte de los caracteres del escalonamiento desaparece con la presión de la aridez, que marca los paisajes de una manera determinante. Del mismo modo, pero esta vez gracias a una humedad constante y abundante durante todo el año, en las laderas orientales húmedas de los Andes se pasa sin solución de continuidad de la selva ombrófila caliente a la selva fresca de altura, “selva nublada”.
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Rara vez en el mundo se agrupan tantas posibilidades de explotación, ligadas a medios naturales diferentes y en tan cortas distancias. En un centenar de kilómetros se puede pasar de zonas cálidas a zonas frías, con toda la gama intermedia de zonas templadas, más o menos húmedas. Rara vez también una gran cordillera presenta tantas zonas utilizables por la agricultura, desde el nivel del mar a 4,000 m.s.n.m. y más. La ganadería es posible hasta el límite superior de la vegetación, entre 4,600 y 4,800 m., y se abre minas a más de 5,000 m.s.n.m.
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La extensión de las superficies planas, con frecuencia vecinas de las horizontales, entre 3,500 y 4,500 m.s.n.m. constituye en los Andes tropicales del sur otro elemento favorable en la utilización de la cordillera. De este modo los Andes presentan una gran “habitabilidad” potencial. En este aspecto la diferencia es sensible con las grandes cordilleras de Asia central o aun del macizo alpino donde, a más de 2,400 m.s.n.m., la
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cordillera casi no es habitable de manera permanente, a causa del frío invernal y la nieve.
Adaptación y adaptabilidad de los organismos vivientes a la altura 9
Las adaptaciones vinculadas a la altura no son debidas a las mismas variables cuando se trata de las plantas o de los mamíferos.
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En las plantas interviene la baja de la temperatura, ligada aquí a la altura, y a la cantidad y distribución anual de las precipitaciones; también intervienen el aumento de las radiaciones solares (las luces del azul al ultravioleta son menos favorables a la fotosíntesis), el viento y la rapidez de las variaciones hídricas y térmicas, particularmente acentuada en altitud. En cambio, en los vegetales no interviene la disminución del oxígeno del aire. Las plantas deben encontrar respuestas fisiológicas adaptando su aparato aéreo al stress vinculado al frío y a la sequía así como a las radiaciones UV; de ahí provienen las hojas de cutícula gruesa, con pelos y espinas, con estomas reducidas, mientras que el sistema raciniano, en las zonas frías como en los medios secos, es desarrollado, profundo, y con frecuencia pivotante. Esto permite evitar en la altura las consecuencias de las variaciones diurnas de temperatura, no sentidas en la profundidad, y sacar el agua de la profundidad en las zonas secas o en la estación seca gracias a fuertes presiones osmóticas. Las plantas están ligadas a su lugar de implantación y por lo tanto dependen estrechamente de las condiciones mesológicas.
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En los hombres como en los animales de sangre caliente, que conservan una temperatura constante gracias a su metabolismo, el parámetro mayor es la presión parcial del oxígeno. La temperatura no es sino un factor secundario, que en el hombre puede ser modificado por prácticas y técnicas culturales (vestidos, habitat, etc.). Sería conveniente hacer la distinción entre la adaptabilidad de un individuo y la de una población a las condiciones del medio.
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La adaptabilidad es la posibilidad de un organismo de responder a ciertas presiones del medio y cambiar sus reacciones en función de medios diferentes. En la alta cordillera, la hipoxia, es decir la falta de oxígeno, es el problema mayor. No se manifiesta en los sujetos que viven a nivel del mar, en buenas condiciones físicas, sino a partir de los 3,000-3,500 m.s.n.m. La primera reacción del organismo es acelerar el ritmo cardíaco y las respiraciones pulmonares, para mantener en la sangre el mismo abastecimiento de oxígeno por medio de una respiración pulmonar mejor y un ritmo cardíaco más acelerado. Esta reacción es rápida, lo cual no impide que el individuo colocado bruscamente a 6,000 m.s.n.m. pierda el conocimiento. La segunda reacción toma más tiempo (varios días): es la fabricación de glóbulos rojos de menores dimensiones, que permiten tener mejores intercambios gaseosos (es la policitemia de altura, con un número de glóbulos rojos por mm3 que pasan de 4.5 millones a 6 millones). La ausencia de “reacción” provoca dolores de cabeza, vómitos: es el soroche, el mal de las montañas (mal de altura). Algunos individuos, afectados por el soroche, se acostumbran a la altura después de algunas horas o de algunos días, otros no, pero recuperan su estado normal bajando de altura. En algunos casos, esas malas adaptaciones se transforman y conducen a complicaciones mayores, pudiendo acarrear la muerte; son los edemas pulmonares o edemas en el cerebro, caracterizados por una infiltración anormal de agua dentro de esos órganos. Las formas más graves del mal de las montañas están
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siempre vinculadas a tres tipos de circunstancias generalmente asociadas: la persona sube demasiado rápido, demasiado alto, se ha aclimatado a una altura insuficiente, o ha permanecido demasiado tiempo a demasiada altura. 13
Con frecuencia se observa dificultades de reproducción en la altura en los mamíferos nacidos en la planicie; esto se ha observado en los hombres así como en los bovinos y ovinos. Finalmente, casi no hay nacimientos viables posibles por encima de 4,800-5,000 m.s.n.m.; lo que no constituye un mayor freno; sólo algunas minas, en los Andes, se encuentran a alturas superiores. Sin embargo, en todos los lugares en los que la agricultura y la ganadería son posibles, la reproducción humana ha estado asegurada en el transcurso de la historia.
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Dentro de una perspectiva neodarwiniana, la adaptación resulta de las transformaciones por selección genética de una población a lo largo de varias generaciones, algunos caracteres se conservan y otros desaparecen. En el curso de siglos y milenios, se seleccionan rasgos, actitudes, de este modo las poblaciones aymara del altiplano que viven desde hace milenios a más de 3,500 m.s.n.m. se caracterizan por tener una fuerte capacidad respiratoria, un potente músculo cardíaco, elementos favorables a los esfuerzos en altitud. Las llamas tienen hematíes de pequeña magnitud, lo que favorece los intercambios de oxígeno.
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En los Andes la adaptación no se da sino en las poblaciones de la puna y del altiplano, mientras que casi no actúa en los grupos que viven por debajo de 3,500 m.s.n.m. Debemos, además, observar que en los Andes, desde el inicio de la ocupación humana, por lo menos hasta el límite superior de la vegetación, la altura no ha frenado mucho la presencia humana; las limitaciones están mucho más ligadas a las posibilidades de ejercer actividades productivas. Por el contrario, las zonas de altura protegen, en alguna medida, a las poblaciones de ciertas actividades bacterianas y virales nocivas; lo que origina una acrecentada sensibilidad, debido a una disminución de defensas inmunitarias a las agresiones bacterianas y virales de las zonas cálidas. Las poblaciones que migran de las alturas hacia las partes bajas pueden ser más sensibles que otras, sin embargo, esta sensibilidad puede también estar vinculada a deficiencias y carencias alimentarias; encontramos entonces que los problemas son mucho más de pobreza que de altura. No se migra siempre impunemente de la altura hacia abajo ni tampoco en sentido inverso. En conclusión, se debe señalar algo importante: hasta los 4,600-4,800 m.s.n.m. la altitud no ha constituido un freno para los desplazamientos, migraciones y ciertas actividades humanas. Luego, las sociedades han estado siempre en capacidad de explotar las posibilidades nacidas de un escalonamiento bioecológico desarrollado en los Andes sobre los 4,500-5,000 m.s.n.m. Es por eso que es importante hacer el análisis de los diferentes ecosistemas en función de su escalonamiento.
Clasificación de los medios naturales andinos 16
Como lo recuerda J.C. Thouret, “el escalonamiento de los paisajes vegetales de los ecologistas corresponde a un corte climático altitudinal basado en criterios fisionómicos y pluviométricos relativamente estáticos a escala regional y apoyándose en la descripción de agrupamientos vegetales caracterizados por uno o dos fanerófitos. Se puede enriquecer el modelo tomando en cuenta variables físicas como la posición en relación a los flujos atmosféricos que regulan la humedad y la sequía, el declive de la pendiente y la exposición, la topografía y el sustrato edáfico”.
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La importancia de los frentes montañosos, expuestos a las masas de aire húmedo, que al enfriarse provocan precipitaciones, es conocida y caracteriza especialmente la ceja de montaña. Así como las localizaciones en posición de abrigo respecto a la circulación del aire, que descendiendo por las laderas de la montaña se comprime y al calentarse se torna más seco, son características de las cuencas internas, aun en la ladera oriental de los Andes, como en Huánuco en el Perú central, en las unidades regionales, como en la ladera del lado del Pacífico de los Andes peruanos.
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La exposición interviene menos en las latitudes intertropicales que en las medias, donde la oposición entre las vertientes sur y norte es bien marcada. No obstante, se puede distinguir las pendientes al este, que reciben el sol en la mañana y se calientan más rápidamente que las orientadas hacia el oeste, que no lo reciben sino en la tarde, cuando está velado por las nubes. El modelado y la topografía intervienen: en el fondo de los valles, en altitud, el aire frío más pesado se acumula (lo que ocasiona una inversión de la temperatura) sobre todo en tiempo calmo, al final de la noche y muy temprano en la mañana, cuando la radiación nocturna del suelo provoca temperaturas más bajas en aire estable. Las heladas son más frecuentes o intensas, por encima de los 3,000 m.s.n.m., en las cuencas que en las pendientes. La amplitud térmica en los valles pequeños es menor, la humedad es más constante que en las crestas a la misma altura, lo que ocasiona que en el límite de la selva los árboles remonten hasta ellas. Las condiciones del sustrato edáfico (formación superficial y suelo) intervienen igualmente: textura que rige la permeabilidad y la porosidad, composición química y capacidad de intercambio del complejo absorbente, descomposición de la materia orgánica y calidad del humus. La acumulación del humus pasa por un máximo en el piso del nebelwald (en Colombia y Ecuador).
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Cierto es que en función de los criterios asumidos, los que varían según las disciplinas, las clasificaciones no serán las mismas, ya que no hay una clasificación universal, válida y aceptable para todos. Para los botanistas, los límites de los ecosistemas reposan sobre los criterios térmicos acumulados que rigen la fenología de las especies vegetales. En las montañas tropicales, en las que la temporalidad térmica es limitada, los límites son más claros que en las latitudes medias en las que se puede utilizar la suma acumulada de las temperaturas estivales. Es también sabido que aun en lo concerniente a las plantas de los medios fríos, la vegetación no crece sino cuando las temperaturas son superiores a cinco grados, sobre todo en el suelo a nivel de las raíces: éste es más o menos el límite de la vegetación en los Andes. Para los pedólogos, los límites entre pisos ecológicos son graduales y basados en el tipo de evolución de la materia orgánica que mejor integra las variables mesoclimáticas y bióticas. Pero si para la investigación pedológica el escalonamiento debe ser tomado en cuenta, la unidad de referencia es la toposecuencia, que integra los procesos de erosión y acumulación superficiales como el lavado, la lixiviación en los suelos y sustratos. Para la explicación de los fenómenos son fundamentales las modalidades de la circulación del agua en la vertiente.
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Lo que le interesa al agrónomo es el límite de ciertos cultivos con los sectores que aparecen como óptimos para las producciones agrícolas. En este caso intervienen las prácticas y técnicas agrícolas, las modificaciones varietales y las decisiones económicas.
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Se deben hacer varias observaciones: las plantas cultivadas y los animales domésticos tienen una gran gama de posibilidades altitudinales: las papas pueden ser cultivadas en los oasis de la costa peruana y también hasta más de 4,100 m.s.n.m., el maíz puede cultivarse tanto en la selva amazónica como en las vertientes andinas hasta los 3,500
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m.s.n.m., y aun a 3,800 m.s.n.m. (en condiciones de abrigo excepcionales, como en la isla Taquile, al centro del lago Titicaca), los bovinos pacen en los pastos de la amazonia y en las punas a 4,400 m.s.n.m. Otras plantas y animales tienen menos posibilidades ecológicas; el camote como el algodón o el café no son cosechables por encima de los 2,000 m.s.n.m., mientras que las alpacas viven con dificultad en los Andes tropicales por debajo de 3,500 m.s.n.m. Decir que en los Andes tropicales existe un “piso de la papa y de los tubérculos andinos (oca y olluco) ” como también el “piso del maíz”, alrededor de los 2,000-2,500 m.s.n.m., es una realidad, pero es también una generalización un poco abusiva. 22
Los límites varían. Si se pone aparte las condiciones edá-ficas y los topoclimas particulares, por ejemplo, en una vertiente bien expuesta y abrigada al mismo tiempo, los límites varían, en una misma especie, en función de las variedades y de los objetivos de producción o de la rentabilidad requerida. Por razones rituales, se cultivaba maíz en la isla Taquile, lo cual no quiere decir que éste se encuentre en buenas condiciones en el altiplano. Los bovinos “chuscos” o de raza criolla, es decir animales de gran rusticidad, livianos (150 kgs. en las vacas adultas, 250 kgs. en los toros), pacen en las faldas, con inclinaciones de 30 grados, de mediocre producción forrajera (sería imposible que las charolesas que pesan 600 kgs. pudieran vivir en las mismas condiciones). La duración del período vegetativo del maíz es 2 veces más largo en los Andes a 3,000 m.s.n.m. que en las regiones bajas más cálidas. También, con insumos semejantes, los rendimientos de una misma planta son generalmente inferiores en altitud y los cultivos ocupan el suelo durante más tiempo. Pero algunas seleciones varietales pueden modificar los límites de los cultivos, tanto hacia la parte baja como a la alta, hacia la parte seca como a la húmeda; un maíz crece en el Choco donde cae 10 m. de lluvia por año y donde la temperatura oscila entre 22° y 30°C y otras variedades hasta a 3,500 m.s.n.m. Finalmente observamos durante los años 80, tanto en Ecuador como en Colombia, un desarrollo del cultivo de la papa en los páramos, los rendimientos son generalmente buenos pues la materia orgánica es abundante, y los parásitos, en particular los nemátodos no abundan. Pero esto es sólo una etapa provisoria, a veces se trata de preparar el terreno para, después de dos o tres cosechas, sembrar los pastos de especies forrajeras para alimentar el ganado fino. De este modo las clasificaciones de pisos hechas por los agrónomos son muy dependientes de una sociedad o de un momento dado. Un agrónomo que hubiese trabajado en los Alpes en la mitad del siglo XIX, habría indicado que el límite del trigo se encontraba entre los 2,000 y 2,200 m.s.n.m. Este límite carece de significado en los Alpes de fines del siglo XX, pues ya no se cultiva trigo.
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Si para el agrónomo la significación de límites es relativa, hay algunos umbrales importantes, pero éstos no son los mismos en los diferentes sistemas agropecuarios; en el altiplano, donde la producción agrícola reposa en gran parte en la papa, los momentos importantes del año son las fechas de las primeras lluvias que permiten la siembra; la ausencia de heladas en el momento de los primeros brotes y de la floración, y también tener suficiente cantidad de agua en el suelo durante el período vegetativo.
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Por el contrario, los grandes fríos, durante la estación seca, no tienen ninguna consecuencia cuando no hay cultivos, pero si este campesino fuera también agricultor y si cayera en julio-agosto un “surazo” acompañado de nieve, éste podría acarrear la muerte de los corderos recién nacidos. De este modo los umbrales son a la vez espaciales y temporales, relativos a una situación específica. El estudio de riesgos, que se hará en el capítulo siguiente, responde a la misma lógica. Estos se dan solamente en
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función de una situación determinada, pero de esta observación resulta consecuentemente otra; en la “memoria de la naturaleza” de los Andes, cada uno se esfuerza por extraer la información que le es útil. En un mismo clima, en una misma secuencia anual, los elementos que aparecen como importantes para unos no lo son para los otros. Por ejemplo, en el mes de noviembre, en el Cusco, el turista tratará de conocer la posibilidad que tiene de contar con días bellos, soleados, con un cielo despejado, mientras que el campesino se preocupará por la importancia de las precipitaciones que le permitirán sembrar o levantar las plántulas y mirará con temor el tiempo despejado susceptible de originar heladas nocturnas. 25
Algunos medios pueden adquirir importancia con el tiempo; en el Virreynato de Nueva Granada, en Santa Fe de Bogotá, el nivel tibio y húmedo entre los 1,000 y 2,000 m.s.n.m. no tenía importancia estratégica; además, estaba muy poco poblado y casi completamente cubierto de selva. A mediados del siglo XX, juega un rol central en la economía colombiana; el nivel de sus cafetales aseguraban la mayor parte de las exportaciones colombianas y actualmente es allí donde viven varios millones de colombianos; por ello el interés hacia el clima, a sus suelos y a las erosiones a las que pueden ser susceptibles.
Ejemplos de clasificaciones de los medios naturales 26
Cuando uno se esfuerza en clasificar a los medios conviene también saber cuáles son los objetivos perseguidos. Cuando Javier Pulgar Vidal, durante la década de los años 40, trató de definir una regionalización basada en los nombres dados por las poblaciones de lengua quechua a los grandes medios naturales, tomando la clasificación hecha por el padre Cobo hacia el siglo XVII, quiso demostrar que la sabiduría popular es viable para una regionalización andina. Pulgar Vidal nos muestra así que los Andes peruanos pueden ser divididos en regiones naturales, ampliamente regidas por el escalonamiento. Las “yungas”, piso tibio, con las “yungas húmedas” del este, las “yungas secas” al oeste; el piso “quechua”, templado, sede de una gran parte de los pueblos andinos y cuya planta cultivada preferida sería el maíz; la “región suni”, ya fría pero en la que se cultivan tubérculos andinos y quinua; las “punas”, estepas frías de altura, camino de rebaños, de camélidos andinos, llamas y alpacas, de carneros venidos con la colonización; la “jalca”, tierra ya muy fría, con una vegetación rala antes de los nevados. Esta clasificación contiene sus límites en sí misma. Los términos no son aceptables sino en los Andes ocupados por poblaciones de lengua quechua y son difícilmente utilizables en los Andes ecuatoriales; definen a grandes medios en función de una utilización campesina, en un momento dado de la historia.
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Para los Andes colombianos, Guhl escoge las terminologías coloniales señaladas anteriormente por Humboldt y basadas en características térmicas (pisos caliente, tibio, frío, páramo). Aquí sabemos que puede haber correspondencia con una formación vegetal, un cultivo privilegiado, en el piso tibio, el café. Y en las mismas montañas húmedas, el botanista J. Cuatrecasas se basa en la naturaleza de las selvas (selva neotropical hasta 1,000 m.s.n.m., selva subandina entre los 1,000 y 2,300-2,400 m.s.n.m.; selva andina hasta los 3,600-3,800 m.s.n.m.; páramo entre la selva andina y el nivel de las nieves, sin vegetación por encima de los 4,800 m.s.n.m.: aquí no hay presencia humana). La clasificación con pretensiones ecológicas, efectuada durante los años 50 por Holdridge y vuelta a usar después en los mapas ecológicos en pequeña escala, toma
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en cuenta algunos criterios térmicos y pluvio-métricos cuya combinación debe proporcionar la clave de las formaciones vegetales. El método que debía ser utilizable en todos los Andes se basa en promedios, lo cual puede ser aceptable en la zona intertropical para las temperaturas, pero estos promedios son medidos rara vez, por falta de equipos. Con frecuencia se trata de formaciones vegetales imaginadas o inventadas, más que de reales; con frecuencia también se hace figurar formaciones que no existen ni han existido en los lugares en los que son localizadas en los mapas.
La localización y la determinación de los límites 28
Cualquiera que sea el criterio elegido, la dificultad real es siempre la determinación de los medios naturales asumidos. Algunos aparecen claramente en los paisajes, ya sea porque corresponden a una variable dominante que imprime su marca sobre uno de los componentes del medio, como por ejemplo las cotidianas heladas nocturnas y la temperatura media inferior a 4°C que impide el crecimiento de la vegetación; esto ocasiona el límite entre el suelo desnudo, cotidianamente afectado por la gelifracción superficial y un suelo cubierto (de lo que resultan procesos geomorfológicos diferentes, y por lo tanto sistemas diferentes para ambos lados del límite), o cuando el límite es fabricado por la acción humana, como la de un perímetro irrigado en un desierto. Asimismo, la homogeneización del paisaje está ligada con frecuencia a una presión particularmente fuerte; lo hemos visto en el hielo cotidiano o en la temperatura media anual de 0°C; otras son la aridez así como la fuerte humedad. En el norte de Chile el escalonamiento térmico desaparece en parte en los paisajes del flanco occidental de los Andes como consecuencia de la aridez que impone su marca. Igualmente, cuando la humedad y la aridez son continuas contribuyen a la homogeneización de algunos segmentos del flanco oriental de los Andes; ciertamente que las especies y asociaciones florísticas que cambian de 500 a 3,000 m.s.n.m., ya no son las mismas selvas, sino que son selvas densas, siempre verdes y sumamente húmedas. Aquí todo está en transición: los límites netos no son discernibles al interior de los ecosistemas forestales.
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Capitulo 4. Los medios naturales en su escalonamiento
Los geosistemas fríos: páramos y punas 1
La temperatura media en estas zonas es inferior a 10°C y las heladas nocturnas ocurren con frecuencia. El límite superior corresponde al paso hacia el piso nivoglaciar o periglaciar, en el que la frecuencia y la intensidad de la helada y un equilibrio térmico demasiado débil ya no permiten la existencia de un tapiz vegetal. El límite inferior corresponde al paso hacia el piso del bosque montañoso superior. Es entonces un geosistema que se extiende entre los isotermos de 5° y de 10°C. Como consecuencia del frío, la productividad biológica es siempre muy pequeña y los ciclos de nitrógeno y de materia orgánica en el suelo son más lentos. Los suelos actuales se desarrollan a partir de un material heredado de las glaciaciones o de las formaciones periglaciares del Cuaternario, los relieves llevan las huellas de los períodos fríos.
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En todas partes estos geosistemas se sitúan a alturas superiores a 3,400 m.s.n.m. y con mucha frecuencia a 3,600-3,800 m.s.n.m. y 4,600-4,800 m.s.n.m. La mayor parte de la superficie la ocupan ahí las praderas, las estepas y los montes. En ese caso, estamos entonces por encima del bosque.
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Las diferencias entre los geosistemas de los Andes ecuatoriales y de los tropicales son a la vez topográficas e hídricas. En los primeros, los niveles fríos de los páramos no ocupan sino el 4 ó 5% de la superficie de la cordillera, con forma de anillos en la parte baja de los volcanes y de ramales de las cordilleras o aun de porciones de mesetas. Por lo tanto esos son geosistemas discontinuos, que forman archipiélagos fríos y húmedos, inmersos en la niebla durante una gran parte del año. En los Andes tropicales, las estepas herbosas y praderas de altura cubren de 500,000 a 600,000 Km 2., es decir, la mitad de la cordillera. Se pueden recorrer permaneciendo siempre entre los 9° S y 26° S, a 16° de latitud. Pero se atraviesa todas las transiciones desde las punas húmedas, las punas bravas (muy semejantes a los páramos por su vegetación), a las punas áridas que son casi desiertos de altitud como en el Lípez en la frontera de la Argentina, Bolivia y Chile. Hay diferencias también entre los páramos y las punas, las primeras casi no están habitadas y las colonizaciones agrícolas en curso no agrupan sino algunas decenas de
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miles de individuos, mientras que 5 millones de pobladores andinos viven en las punas recorridas por varias decenas de millones de ovinos y auquénidos. 4
Debe señalarse una diferencia geográfica importante. En los Andes del norte, el paso de los páramos bajos, landas de leñosos, a los páramos altos se hace en función del escalonamiento mientras que en los Andes, la distribución de los diferentes tipos de puna, de las húmedas a las áridas, responde a una lógica zonal o regional; existe una gradiente general, norte-sur, de las punas húmedas a las secas al cual se puede agregar a veces una transición regional entre el este y el oeste.
Los páramos 5
En los diferentes tipos de páramos, la distinción debe ser hecha entre los páramos altos, por encima de los 4,000 m.s.n.m., y los bajos que hacen la transición con los bosques de altura.
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Respecto a los primeros, las temperaturas medias son inferiores a los 7°C, las amplitudes térmicas cotidianas son limitadas por la fuerte humedad del aire, las heladas nocturnas son frecuentes (más de 150 por año) pero de poca intensidad. Las máximas son poco elevadas (una docena de grados para las máximas promedio), las temperaturas en el suelo y dentro de él son relativamente constantes como consecuencia de la humedad, cercana a la saturación y al tapiz de la vegetación. En todas partes, las precipitaciones anuales sobrepasan los 1,000 mm. y pueden alcanzar hasta 2,000 mm. en el páramo de Sumapaz, al sur de Bogotá. Están bien repartidas durante todo el año, a pesar de la existencia de dos pequeñas estaciones más secas. Caen en forma de granizo menudo y garúa; la neblina es frecuente, pero en los flancos de los volcanes de la Cordillera Central de Colombia los vientos son a veces violentos. La topografía está constituida por pendientes cóncavas en los flancos de los volcanes, alternados con hondonadas llenas de turberas y de protuberancias morrénicas o de barras rocosas ralladas por los glaciares cuaternarios. En las morrenas y en los sustratos filtrantes, como los de las cenizas volcánicas, los suelos son rankers que pasan a podzols. En los fondos, gleys y suelos de turberas nacen de la hidromorfía. En el borde superior, de donde pasa a praderas discontinuas, la cubierta vegetal es densa. Algunas plantas en roseta como la espeletia (frailejones) caracterizan el piso así como las plantas en almohadilla, todas tienen raíces bien desarrolladas, el tapiz vegetal está garantizado por un tapiz de musgo y liquen, lo que limita los efectos de la erosión. En las pendientes bien drenadas de los volcanes, praderas de ¡estuca, stipa y calamagrostis son los pastizales más apetecidos por algunos animales domésticos. Estos páramos húmedos, en los que la evaporación es muy reducida, funcionan como esponjas y son reservorios de agua para los niveles más bajos.
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Frecuentemente el páramo bajo está formado por leñosos bajos que crecen en suelos húmedos profundos. Las temperaturas medias que predominan oscilan entre 7 y 10 grados, las heladas matinales son más cortas y sobrevienen en tiempo despejado. Pueden tener entonces un efecto nefasto, en particular sobre las plantas de papa, en el momento en que salen los brotes o en el de la floración. Según la exposición las precipitaciones varían entre 800 y 2,000 mm. La vegetación, que ha podido ser transformada por el recorrido de los animales o la roturación hecha para la agricultura (papa), seguida del sembrío de forraje para un ganado bovino, está constituida por varios estratos; árboles bajos, de tronco nudoso cubiertos de liquen y de epífitos como
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el romerillo (hyperium laricifolium gultiferae), de las rosáceas como los polylepis, de ericáceas. Las espeletias a veces de gran dimensión forman una vegetación secundaria después de la roturación y el pastoreo. A veces, cuando la cubierta coluvial se presta a ello y las arcillas expansivas son abundantes, se percibe solifluxión y deslizamientos en las pendientes. 8
Con frecuencia se roturan los páramos bajos para transformarlos en campos de papa– cultivada en camellones–, campos de col o de avena que utilizan la materia orgánica acumulada; a veces se deja que crezca la hierba para el ganado lechero, antes de cultivar éstos. En el curso de la historia estos páramos bajos han sido alternativamente medios pioneros explotados y luego abandonados. Actualmente, tanto en Colombia como en Ecuador, se está en una etapa de valorización de la conquista de los páramos.
Las punas 9
Las punas constituyen un conjunto profundamente original de los Andes tropicales al sur del Ecuador, por su continuidad y extensión simultánea, por las topografías planas u onduladas en su mayoría. Las punas, que a más de 3,800 m.s.n.m. en el norte y a 3,500 en el sur, están cubiertas por estepas y praderas. Praderas con matas continuas de las punas húmedas, estepas con manchas discontinuas de plantas resinosas y con espinas de las punas áridas del suroeste. Son paisajes abiertos, en los que, en la estación seca, la vista se extiende en lontananza. Por algunos lugares, como en los pequeños valles rocosos abrigados, subsisten restos de selva rala con polylepis y buddleia. Desde hace milenios, las punas son recorridas y explotadas por los hombres; han sido territorios de caza y luego lugares de domesticación de los auquénidos, de los tubérculos como la papa, los ollucos y la oca; desde la Conquista, las punas son recorridas por carneros y bovinos, y son centros de explotación basados en la ganadería. Es probable que la utilización pastoril, como la búsqueda de combustible y de madera para las minas, haya contribuido a reducir las selvas ralas de polylepis que debieron ocupar en el pasado extensiones más vastas.
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A diferencia de los páramos, las punas están marcadas por la alternancia estacional de una estación húmeda y una seca; estación húmeda de seis meses de duración, que recibe alrededor de un metro de agua en las punas húmedas, estación húmeda breve, con precipitaciones irregulares y aleatorias, que varían de algunas decenas a algunas centenas de mm. en las punas secas. En todas partes las heladas llegan en tiempo despejado y también las temperaturas medias anuales son inferiores a la decena de grados. El límite superior, hacia los 4,600-4,800 m.s.n.m., está regido por el frío, con temperaturas medias anuales comprendidas entre 3° y 4°C, y con heladas nocturnas casi cotidianas, que impiden el crecimiento de la vegetación. El límite inferior es el de las formaciones de matorrales y forestales que se encuentran entre los 3,700 y 3,800 m.s.n.m. al norte y 3,300-3,500 al sur. Las diferencias internas entre las punas están determinadas por la importancia y la regularidad de las precipitaciones y, en menor medida, por las diferencias térmicas estacionales. Estas últimas en el norte se limitan a 2° ó 3°C y alcanzan una decena de grados en el trópico. El paso de las punas húmedas a las punas secas se hace por una doble gradiente: norte-sur y este-oeste.
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El sustrato geológico de las punas es variado: mesetas sedimentarias truncadas por los achatamientos terciarios o esparcimientos volcánicos que los moldean, formaciones lacustres y desprendimientos glaciares y fluvioglaciares heredados del Cuaternario.
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Las punas húmedas se caracterizan por lo contiguo de las matas: gramíneas (stipa bromes y festuca), poas, calamagrostis. La mayoría de estas especies tienen hojas angostas, duras y celulósicas. Las especies de estación que crecen durante el período de las lluvias son las más apetecidas por el ganado. Pero cuando hay un exceso de pastoreo, el recorrido es invadido por astrágalos, opuntia flocosa y plantas en almohadilla con espinas. El desarrollado sistema de raíces de las plantas de la puna permite sacar el agua almacenada durante la temporada de lluvias y aprovechar las temperaturas constantes, sin heladas, mientras que el aparato aéreo está adaptado a las variaciones térmicas e hídricas violentas, por lo que siempre son capaces de aprovechar los efectos del rocío durante la estación seca. Cuando la pradera es densa y alta, las variaciones térmicas cotidianas son parcialmente introducidas en el suelo por la vegetación, mientras que el tapiz húmico ejerce una protección eficaz contra el escurrimiento de las lluvias de las temporadas que rara vez son violentas. Los suelos varían en función del sustrato de la pendiente; con mucha frecuencia moderadamente ácidos, son rendzines en las formaciones periglaciares calcáreas de pendiente suave; una tendencia a la podzolización se marca en las punas más húmedas de sustrato bien drenado, mientras que los suelos marrones con horizonte B gris naranja y mulls suaves se encuentran en la franja altitudinal inferior. Por todos lados el tapiz húmico es importante; el ciclo del nitrógeno es lento por el frío y en consecuencia se realiza deficientemente la mineralización de la materia orgánica; esta es la causa de la lentitud de la reconstitución de la fertilidad de los suelos después de las cosechas.
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Estas punas húmedas son medios bastante estables, pero sensibles al exceso de pastoreo –sobre todo en los límites altitudinales superiores– y a la erosión hídrica ligada a las maneras de cultivar en las pendientes. Las transiciones estacionales son rápidas, pero no tanto como en los sectores más secos; durante la estación de lluvias, las lluvias y neblina que humectan los suelos, contribuyen a la inundación de las hondonadas; la vegetación y las actividades biológicas comienzan con la tibieza de las temperaturas. Algunas semanas después del fin de las lluvias, cuando empiezan nuevamente los grandes contrastes térmicos cotidianos como las heladas nocturnas en una atmósfera seca, la alfombra vegetal se seca y se pone amarilla. Las granizadas que caen durante la estación seca sólo humectan la superficie.
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Las punas secas tienen temperaturas promedio análogas a las de las punas húmedas, pero los contrastes térmicos cotidianos son más marcados, sobre todo durante la estación húmeda que se caracteriza por la variabilidad interanual de las precipitaciones, generalmente inferiores a los 500-600 mm. Los litosuelos son extensos, la evolución de la materia orgánica, menos abundante que en la puna húmeda, es más lenta por el efecto conjugado del frío y la sequía. La vegetación es estépica, con una tasa de cobertura comprendida entre el 15% y 70% de la vegetación leñosa baja, las tolas (lepidophyllum quadrangulare), son una de las plantas más características. En los sectores más secos que anuncian la puna árida, las bolas de yareta (azotella yareta), plantas verdes resinosas, forman almohadillas muy duras y su crecimiento es extremadamente lento (varias décadas), proporcionando un apreciado combustible. En los sectores más regados se encuentra el cortejo de las gramíneas (festuca, poas, bromes), que constituyen el forraje de los animales. Dichas gramíneas no crecen sino en el momento de las lluvias y desaparecen desde el inicio de la estación seca. Aquí la vegetación húmeda de las depresiones hidromorfas –los bofedales– es particularmente apreciada por los camélidos durante la larga estación seca. Además, los bofedales son creados y
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mantenidos por los pastores que los alimentan por medio de pequeños trabajos de irrigación, reteniendo el agua con embalses de tierra y turba. Al borde de las depresiones aparecen afloramientos salinos como testimonio de la sequedad del medio. La erosión se marca por una acción epidérmica del hielo entre las matas de vegetación y los bordes de las turberas. Los elementos más finos son redistribuidos por el viento, mientras que el escurrimiento, excepcional durante los chubascos de las temporadas de lluvias, puede ser eficaz en los suelos desnudos. 15
Estas punas secas ocupan una gran parte de los altiplanos y de las mesetas de los Andes del sur del Perú y de la Bolivia central y occidental. Son medios de baja productividad biológica, de los cuales sólo una fracción (de unas cuantas decenas a una centena de unidades forrajeras UF) puede ser utilizada por el ganado, principalmente en la estación de lluvias. Las pendientes mejor expuestas pueden ser trabajadas para la agricultura, a veces hasta los 4,300 m. Las cargas animales son extremadamente variables, de un ovino por hectárea a un ovino por diez hectáreas. Las modalidades de consumo varían según las especies animales; las alpacas se concentran con frecuencia en los bofedales, mientras que los carneros pacen hasta el límite de la vegetación. El enriquecimiento en materia orgánica de los suelos está limitado, por un lado porque la descomposición de las deyecciones animales es extremadamente lenta, pero también porque como son recogidas en corrales donde los animales pasan la noche, sirven como combustible y a veces como abono. En esos medios, poco productivos, la presión humana produce desequilibrios que conducen a su degradación; así, el uso de la yareta y la tola como combustible y el exceso de pastoreo en los recorridos son causa de que la restitución de la fertilidad sea escasa.
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Las punas áridas constituyen una transición hacia los desiertos de altura, particularmente frío como en el Lípez donde la altitud media es superior a los 4,200 m.s.n.m. Casi en todos los lugares la cubierta vegetal es inferior al 20%, y se limita a algunos de los biotopos más favorecidos, mesas volcánicas, pendientes bajas de los volcanes. Los contrastes térmicos estacionales sobrepasan los 7°C y las diferencias térmicas cotidianas sobrepasan 15° a la sombra y 25°C en el suelo. La humedad relativa puede bajar durante el día a menos del 15%. Las precipitaciones varían según los años de algunas decenas de mm. a 150 mm. Los suelos salinos ocupan el fondo de las depresiones, que luego conforman capas sólidas, por ejemplo, los salars en el sur de Bolivia, en los que el albedo es particularmente intenso, lo que ocasiona un déficit de radiación como en el salar de Uyuni. La yareta es muy explotada como combustible. En los pantanos, a los que siempre se les da mantenimiento, crecen rizomas que son consumidos por los puercos, como en Chipaya, en Bolivia. El viento barre los elementos finos y forma dunas.
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La utilización de esos medios difíciles por el hombre se hace puntualmente; de este modo en Chipaya, al borde del lago de Coipasa, los campos son desalinizados cada año antes del cultivo de la quinua, mientras que los pantanos son inundados para permitir la cría de puercos. Las áreas posteriores a la formación de dunas son pequeños campos de cultivo, que aprovechan la humedad acumulada por las dunas. En el Lípez, las minas de azufre que son explotadas se ubican en el cráter de los volcanes. Los flamencos rosados que se alimentan de las diatomeas de los lagos salados, tinamous y niandous de las estepas, vizcachas de los bíotopos rocosos pueden constituirse asimismo como animales de caza. Estos altos desiertos, convertidos en estepas, no estuvieron nunca
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totalmente vacíos, aunque las densidades humanas han sido siempre extremadamente bajas.
Los “geosistemas suni” 18
Se trata de medios que se localizan en el límite inferior de los geosistemas fríos, pero que encontramos particularmente en los Andes tropicales del Perú y Bolivia. Están en una posición intermedia, próximos a la línea media que separa el taypi de los Aymara, que pertenece a la vez a la geografía simbólica y al espacio natural. Presentan muchos aspectos propios de las punas, pero, por sus temperaturas promedio, comprendidas entre los 8° y 11°C, ofrecen algunas posibilidades agrícolas; aquí también las heladas son siempre moderadas en la estación seca, las temperaturas mínimas bajan rara vez a menos de 5°C bajo cero. Las precipitaciones, de variabilidad relativa, se mantienen entre los 500 y 1,000 mm. En los Andes tropicales, esta franja inferior de los medios fríos se encuentra dentro de dos grandes situaciones topográficas, que marca bien las diferencias: el suni de las altas mesetas y el de las vertientes.
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El suni de las altas mesetas se localiza sobre todo en los bordes del lago Titicaca, a un poco más de 3,800 m.s.n.m. El borde del Titicaca cambia en función de las oscilaciones del nivel lacustre que son de orden métrico. Pero, contrariamente a ciertas afirmaciones, la temperatura de las aguas del lago en la superficie, que es de 1 ó 2 grados superior a la de la tierra, no contribuye en nada al suavizamiento del clima. Aquí las planicies tapizadas por depósitos lacustres y esparcimientos aluvionales son barridas, a veces, por las inundaciones de la estación de las lluvias –las inundaciones traen limo, pero también destruyen casas y campos– o afectadas por las variaciones del nivel lacustre a escala del año o de la década. Las temperaturas promedio del orden de la decena de grados permiten, en posiciones abrigadas, el crecimiento de árboles como el polylepis y la buddleia, y también el eucalipto importado en la segunda mitad del siglo XIX. Las posibilidades agrícolas están relativamente abiertas: se cultiva papas, oca, olluco, quinua en lo que se refiere a cultivos precolombinos; trigo, cebada, avena, pero también cebolla, ajos y variados forrajes que son cultivos importados a partir de la Conquista. Los riesgos están relacionados con las posibilidades de que se produzcan heladas en las estaciones intermedias. Estas franjas situadas en la ribera del lago son el centro de una antigua y densa ocupación humana (a veces más de cien habitantes por Km2.). Las orillas lacustres también son explotadas: por un lado la totora que sirve para las construcciones y como paja para dormir, y por otro, las algas llacho, mejoradas con pequeños crustáceos, sirven para el engorde de bovinos.
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El suni de la vertiente es la franja que une las punas a los niveles templados, donde es posible cultivar maíz. Es también el paso de la estepa herbosa al monte arbustivo, formación secundaria ligada al pastizal por los rebaños y a los debrozamientos periódicos para los cultivos. En los suelos que con frecuencia son regosoles en las pendientes más fuertes, más abajo de los escarpamientos rocosos –que pasan a rankers o a suelos oscuros cuando la erosión no es muy intensa–, el lavado oblicuo de elementos como la circulación hipodérmica del agua es importante. En la temporada de lluvias, la humedad favorece el desarrollo de musgo en el suelo y de una alfombra herbácea que protege contra un empapamiento demasiado agresivo del suelo, mientras que en la estación seca, el rápido resecamiento de las vertientes contribuye al desecamiento de los sustratos superficiales. Sin embargo, las avenidas de agua, que hinchan los
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elementos finos, la entalladura de los caminos, y el hundimiento de los muros de contención de los campos, pueden ocasionar barrancos. Aquí la erosión hídrica es una realidad que puede contribuir a la disminución del potencial ecológico. El agua no está menos mal repartida en el espacio que en el tiempo; pequeñas fuentes y biotopos húmedos en las hondonadas alternan con crecientes e interfluvios secos; al agua chorreando por todos lados en la temporada de lluvias, sucede la relativa sequía de los meses de junio a setiembre. 21
Entre las diferencias registradas con el suni de altiplano, además de los procesos erosivos diferentes, se nota un riesgo mucho más limitado de heladas en las interestaciones –el aire frío resbala sobre las pendientes sin estancarse–; una humedad media más elevada facilita el desarrollo de hongos (como el mildiou) y otros agresores de los cultivos. Finalmente, este nivel de transición es, en los altos valles del flanco oriental de los Andes, un nivel de transiciones térmicas y pluviométricas rápidas; la gradiente térmica alcanza a veces un grado, mientras que la gradiente pluviométrica puede sobrepasar 100 mm. por franjas de 100 m.
Geosistemas templados de altitud 22
Dentro de este subconjunto, conviene hacer la distinción entre los que se encuentran a ambos lados del isotermo de 15°C de temperatura, promedio anual, y los que reciben más de 1,000 a 1,200 mm. por año. Por encima de 14°C la producción de maíz es buena. Cuando las precipitaciones están sobre los 1,200 mm., relativamente bien distribuidas en el año, con una humedad bastante constante, la selva de altura se extiende. En los geosistemas templados la distinción se efectúa según el valor de la humedad y de las precipitaciones y, a escala local, entre los sectores en pendiente y los que están al abrigo en las cuencas y fondos de valle. Sin embargo, es siempre importante hacer esta distinción en función de los climas ecuatoriales y tropicales, es decir entre los de los Andes del norte y los de los Andes centrales.
La selva nublada 23
En los Andes del norte, la selva de altura, húmeda, la “selva nublada” cubre todos los frentes montañosos, los flancos occidentales y orientales como también el flanco oriental de los Andes tropicales del sur. Es un medio extenso, pero con frecuencia en forma de fajas en la ladera del sur de las montañas; es un medio que se atraviesa cuando se circula de arriba hacia abajo. En la selva nublada, la nebulosidad y por lo tanto la humedad son casi constantes; no hay prácticamente mes sin lluvia y el total anual, superior a 1,000 mm. en todas partes, puede alcanzar los 4 m. Las temperaturas medias, en la parte superior del nivel son del orden de 10° y alcanzan 17°C hacia los 2,000 m.s.n.m. Las transiciones en la cubierta forestal son progresivas, las especies del páramo bajo dejan lugar, en la parte baja, a las de la selva tibia ombrófila. La cubierta forestal es prácticamente continua. La copa de la vegetación leñosa de altura (polylepis y buddleia) se mezcla con los bambús (chusquea chusquea) y con los helechos de grandes dimensiones. Podocareus y Weinmannia, de troncos alargados, delicados, marcan la parte baja del nivel. Por doquier, musgos y epífitas se adhieren a los árboles o cubren el suelo. Estos bosques, de un verde oscuro, cubren las pendientes largas y empinadas, modeladas en poderosas formaciones de esquisto atravesadas de granito.
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La selva atenúa los efectos topoclimáticos y regulariza los flujos de humedad en el suelo. Un lavado poderoso y oblicuo contribuye a la elaboración de podzoles, bajo una cobertura húmica de materias orgánicas en descomposición. La cubierta coluvial, nacida de la desagregación y de la alteración de las rocas fracturadas por la tectónica, no es de gran espesor ni uniforme por lo que las raíces se amarran en las fisuras y diaclasas del sustrato.
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Las vertientes de la selva nublada proveen de agua, pero también son fuentes de aluviones para las regiones situadas más abajo; deslizamientos y desenraizamientos de los bosques son muy frecuentes, pero el material es recuperado por los torrentes, bien alimentados y de fuertes pendientes.
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Este cinturón de selva de altura ha constituido y constituye todavía un límite importante de las montañas andinas. Es a pesar de todo un paso obligado en las relaciones entre el alto y el bajo. De ahí su importancia estratégica en el pasado y su papel como obstáculo a las comunicaciones modernas. Efectivamente las carreteras pueden optar por deslizarse al fondo de las quebradas o establecerse a la mitad de la pendiente, pero, en todas partes, los deslizamientos y derrumbes comprometen la permanencia de la circulación y exigen un constante mantenimiento. También se debe agregar que, en vista de la fuerte inclinación de los ríos, bien alimentados durante el año, son numerosos los lugares en los que se puede establecer centrales eléctricas, pero con problemas de relleno de las represas por la carga sólida y los riesgos de sismicidad.
La selva de altura mesófila de los Andes del norte y sus transformaciones 27
Las precipitaciones y sobre todo la nebulosidad son menos permanentes que en la selva nublada. Estas características climáticas permiten el desarrollo de una agricultura sin irrigación. Este “piso frío” de los ecólogos colombianos está profundamente modificado por la acción humana. El bosque climático ha sido prácticamente destruido en las vertientes y sólo subsiste en las quebradas. El paisaje es el de los pastos donde pacen los bovinos, alternado con campos de papa, trigo, avena y legumbres; en la parte inferior de este piso, el maíz se transforma en el elemento de base en las rotaciones de cultivo, cuando la temperatura promedio anual sobrepasa los 14°C. En las altas llanuras y en las mesetas onduladas son varias las situaciones posibles; en la sabana de Bogotá, a 2,700 m.s.n.m., antiguo lago cuaternario, los sedimentos lacustres son hidromorfos y se necesitaría un drenaje para que pudieran ser utilizados. En la meseta granítica del oriente antioqueño, entre 2,200 y 2,500 m.s.n.m., el modelado en pequeñas colinas y cubetas genera un mosaico pedológico caracterizado por la potencia de las alteraciones fersialíticas.
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En el fondo de las cuencas volcánicas, como en el Nariño y en el norte del Ecuador, las cenizas producen andosoles (suelos alófanos) fértiles y tenaces, mientras que el fondo de las cuencas está ocupado por gleys que hay que drenar. De ello resulta con frecuencia una disposición en aureolas; agricultura intensiva de papas, habas, cereales y alfalfa en las pendientes bajas y ganadería en los fondos húmedos, trabajados a veces en camellones. Es lo que hace la transición con el piso quechua, al que pertenecen algunos de esos cultivos. Es difícil conocer su vegetación climácica, en vista de la antigüedad de la ocupación humana. Se debe agregar que tanto en Colombia como en Ecuador es un
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piso en el que se desarrollan grandes ciudades; basta con mencionar Bogotá en Colombia y las principales ciudades del Boyacá, y Quito en Ecuador.
Los geosistemas templados tropicales 29
Corresponden al piso quechua de Pulgar Vidal y en los mapas de Tosi, basados en la clasificación de Holdridge, a las formaciones “estepa montaña” y “bosque húmedo montañoso”. Se sitúan en la faja de altitud comprendida entre los 2,200 y 3,000-3,500 m.s.n.m. y las temperaturas medias anuales están comprendidas entre 11° y 17°C, en la parte superior e inferior del piso respectivamente. Las variaciones térmicas estacionales son siempre pequeñas, a lo sumo de algunos grados. Es por lo tanto conveniente hacer la distinción, como en los Andes del norte, entre los pisos situados a uno y otro lado del isotermo de 14°-15°C, no solamente por su valor promedio sino también porque corresponde a altitudes (3,200-3,000 m.s.n.m.), por encima de las cuales la helada es excepcional y sin importancia, mientras que puede producirse, sobre todo en las hondonadas, a alturas superiores. Las 4/5 partes de las precipitaciones, que son de 400 a 1,000 mm., caen entre noviembre y abril. Las lluvias pueden sobrepasar el metro en las vertientes y caer durante las tormentas cuando las convecciones son potentes; las gotas o el granizo pueden ser de gran tamaño, es la razón de los efectos morfológicos de splash que no son desdeñables.
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En los Andes Centrales, este medio, que soporta una gran densidad demográfica campesina, ha sido moldeado desde hace milenios por el trabajo de los campesinos. En él se alternan chacras de cultivos y lomas de pastoreo, a veces desbrozadas para la agricultura. Los criterios topográficos permiten la clasificación del piso en vertientes y fondos de valles y cuencas, donde se sitúa la mayor parte de las ciudades, como el Cusco y Huancayo en el Perú, o Sucre y Cochabamba en Bolivia.
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En las vertientes, la pendiente es generalmente muy fuerte, comprendida entre 15° y 30°, de ahí el rol de la gravedad en la circulación del agua y en el proceso de erosión. También aquí el agua está mal distribuida en el año, las precipitaciones se concentran durante 4 a 6 meses y se caracterizan por una gran variabilidad interanual. Es por eso que al inicio de la temporada de lluvias, cuando la vegetación cubre mal el suelo, ocurren los escurrimientos areolares que decapan las superficies, y en el momento de las grandes lluvias, cuando la cobertura coluvial está saturada de agua, ocurren los grandes deslizamientos y las lavas torrenciales. Este piso es con frecuencia el punto de partida de los huaicos que devastan la parte baja. En los coluviones heredados, de fases más secas y frías del Cuaternario, la granulometría es heterogénea, la pedogenesis es limitada por la debilidad de la alimentación hídrica en la estación seca y por el decapaje, ya señalado por el escurrimiento de las primeras lluvias. Cuando la erosión no es demasiado importante se tiene una evolución hacia suelos pardos, arenosos y limoarenosos, cuya estabilidad estructural es precaria y donde la proporción de materia orgánica es débil y con frecuencia traduce un agotamiento relativo de tierras agrícolas mal abonadas. En los suelos volcánicos, los andosoles tienen una mejor estructura y una buena capacidad de intercambios. Hacia abajo, se da tendencias a la fersialización y a la rubefacción por migración del fierro y por precipitaciones de los óxidos férricos que colorean las vertientes en rojo u ocre. Los efectos topoclimáticos no son desdeñables: corrientes de aire frío venidas de las punas, pendientes orientales expuestas al sol naciente, pendientes occidentales que conservan la humedad más tiempo.
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En los Andes tropicales, una parte de esas pendientes ha sido arreglada en andenes, y las chacras pueden ser irrigadas a partir de la derivación de las aguas de los torrentes y de los lagos de altitud. La irrigación de los campos se desarrolla sobre todo por debajo de los 3,400 m.s.n.m. donde disminuyen los riesgos de las heladas. Esto permite alargar el período vegetativo de los cultivos y mitigar, por lo menos en parte, algunas irregularidades pluviométricas. El mosaico de los paisajes humanizados comprende los montes arbustivos, que es donde incursiona el ganado, y los sectores de cultivo secos (“secanos”) –con largos períodos de descanso dedicados al pastoreo– que deben ser cercados para protegerlos de los animales. El renuevo de cultivos es acompañado por la roza de los matorrales leñosos bajos que son quemados. Los matorrales leñosos de los montes tienen raíces profundas, hojas duras y puntiagudas resultantes de su adaptación a la sequía. En la temporada de lluvias crecen las gramíneas mientras que los musgos reverdecen. A las plantas autóctonas como los lupinus, caesaleinia tinctoria y berberos se agregan ahora los agaves y las retamas a lo largo de los caminos, mientras que los eucaliptos señalan las viviendas y las fuentes o reservorios.
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En este piso, habría que interrogarse si actualmente los fenómenos de erosión se han incrementado más que antes del aumento de las densidades de las poblaciones humanas y de animales, y por una peor gestión de las chacras, debido quizás a la disminución de presiones colectivas. Pero también asistimos, desde los años 60, a fenómenos de abandono de las tierras que aparecen ahora como marginales.
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En los fondos de las cuencas, con mucha frecuencia cubiertas por depósitos aluviónicos (cenizas en las regiones volcánicas), los suelos pardos tienen tendencia a enrojecerse y los suelos hidromorfos señalan lo malo del drenaje. Ahí, la pluviosidad es generalmente inferior a la de las vertientes, pero las tempestades pueden ser provocadas como consecuencia del recalentamiento durante el día, mientras que el aire frío puede contribuir a las heladas matinales, en tiempo calmo durante la estación seca, a más de 3,000 m.s.n.m. El mejoramiento es aquí más o menos permanente, frecuentemente asociado a una irrigación completada por drenajes. Son los sectores con una gran densidad de la población campesina, donde se desarrollan caseríos y pueblos que contribuyen a la organización de las producciones agrícolas.
Geosistemas tibios en zonas cálidas 35
Las temperaturas medias anuales varían entre 17° y 23°C, lo que corresponde en los Andes intertropicales a altitudes comprendidas entre los 2,000 y 800 m.s.n.m. Es el piso “templado” de los ecólogos colombianos, el piso “yunga” de Pulgar Vidal en los Andes tropicales. La gran división se hace entre los que son húmedos y los secos; en los Andes ecuatoriales, la sequía es sólo relativa y acompañada de grandes lluvias intermitentes, provocadas por una atmósfera con frecuencia recalentada, mientras que en la ladera del Pacífico de los Andes peruanos, la sequía es mucho más marcada y las temperaturas menos elevadas, como consecuencia de las brisas alternas que los barren. En los geosistemas húmedos, hay que hacer la distinción entre los frentes montañosos externos, que reciben precipitaciones de más de 2,500 mm. y que es el dominio de la selva densa ombrófila, y las vertientes con menos lluvias, ubicadas al interior de las cordilleras.
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Geosistemas tibios y húmedos 36
La humedad y el calor relativo favorecen, dentro y sobre el suelo, la aceleración del ciclo del nitrógeno y la fermentación bacteriana que contribuye a la descomposición del humus y a su rápida mineralización. El lavado oblicuo origina las bases, pero también los elementos ferromagnésicos y los silicatos, lo que provoca la fersialización de los suelos y la formación de arcillas caolínicas. Estas últimas fijan una cierta cantidad de hidróxidos de fierro y forman conglomerados, que permiten una relativa permeabilidad del sustrato superficial. A pesar de la pendiente, con frecuencia los suelos están saturados y las capas de la vertiente alimentan a numerosos manantiales pequeños, originando un escurrimiento importante sobre el lecho. Solifluxión, golpes de cuchara y derrumbes rasgan el manto forestal y contribuyen a proporcionar carga sólida a los ríos.
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En Colombia, cuando las lluvias disminuyen y caen a menos de 2,000 m.s.n.m., es el piso de los cafetales, el “cinturón cafetalero”, ubicado en las laderas de las cordilleras entre 800 y 2,000 m.s.n.m., donde las temperaturas varían entre 17° y 23°C, las precipitaciones entre 1,000 y 2,500 mm., sin que ningún mes reciba menos de 50 mm., observándose dos picos más pluviosos en abril-mayo y octubre-noviembre. Aquí el bosque original era más claro, caducifolia, pero, donde se extienden las plantaciones de café, ha desaparecido prácticamente, debido a la densidad demográfica que éstas originan: 50 a 100 habitantes por Km2. Los suelos ligeramente ácidos tienen una textura franca. La materia orgánica se mineraliza rápidamente. El horizonte B, gris o marrón rojo, marca a la vez una tendencia al lavado y a la fersialización. En las pendientes más inclinadas, los suclos jóvenes que no han perdido todavía sus bases intercambiables por el relave mantienen una fertilidad precaria, condicionada a que el relave no elimine rápidamente sus capas por el escurrimiento. Se trata entonces de mantener un equilibrio dinámico entre una tendencia a la fersialización y una erosión demasiado rápida de las parcelas cultivadas, que puede acabar poniendo al descubierto la roca madre. Entre las dos posibilidades el margen es muy estrecho.
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En Colombia, estas vertientes han sido muy deforestadas para plantar en ellas café. Entre 1850 y 1930, un millón de hectáreas fueron plantadas. Pero el café que crece en cultivo asociado y bajo la sombra de los árboles leguminosos, que fijan en los suelos el nitrógeno, deja el sitio a plantaciones monoespecíficas de café “caturra” que crecen sin sombra forestal. En estas vertientes también se han desarrollado pequeñas plantaciones de caña de azúcar para la fabricación de azúcar rubia y ron para el consumo local; a estas plantaciones se les ha añadido cultivos de panllevar, maíz, bananas, llantén, camote, yuca. Sin embargo, por todos lados se extienden criaderos de bovinos en pastizales sembrados de gramíneas y leguminosas. La utilización del medio puede cambiar rápidamente, en algunos años, y pasar por ejemplo de cafetales bajo la sombra, a la pradera sembrada, luego a cultivos de panllevar para regresar al barbecho arbustivo. A cada sistema agrícola corresponde una evolución diferente de los suelos y formas específicas de erosión. Es un medio en el que las posibilidades de mejoramiento son múltiples, pero es un medio frágil.
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Las “yungas húmedas”, en la ladera oriental de los Andes centrales, ofrecen una similitud de paisajes y condiciones de aprovechamiento. Sin embargo, la estación seca es generalmente mucho más marcada ahí. El aprovechamiento agrícola, aunque basado en gran parte sobre un mismo stock de plantas, es algo diferente con muchos más
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cultivos de frutales (cítricos y paltas), menos café en general –sobre todo el “caturra”–, pero también muchos más campos de coca (exythroxylon coca) cuyos surcos dispuesitos con frecuencia en el sentido de la pendiente contribuyen a la erosión le las tierras. Las “yungas húmedas” fueron los lugares tradicionales del cultivo de la coca, que han sido trasladados a regiones de acceso más difícil y a menor altura. En las cuencas más secas, en posición de abrigo, el bosque seco, de espinosos y cactus, se desbroza para plantar gramíneas (gramalote, imperata) que servirán de pasto a los bovinos. Estos terrenos necesitan mantenimiento para evitar que sean invadidos por matorrales y espinosos, como berberos, no consumibles por el ganado. Las “yungas húmedas” son zonas bastante malsanas, en ellas se puede contraer el mal de Chagas, la leishmaniasis y el paludismo, que han vuelto a reaparecer. 40
Las “yungas secas” de la ladera del Pacífico ocupan el fondo, generalmente estrecho, de los valles ubicados entre los 800 y 1,600 m.s.n.m. En esta zona hay muchos días de sol, por lo menos 300 al año, el aire es agitado por brisas alternas que limitan el calentamiento durante el día, pero que contribuyen a acrecentar su sequedad y la evapotranspiración, que sobrepasa los 1,500 mm. Las precipitaciones, que son escasas, permiten, fuera de los perímetros irrigados, a los cactus, a los oreopanax y a las acacias adherirse a las vertientes donde aflora la roca, ferruginosa en la superficie y con depósitos de gruesos desprendimientos de roca.
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Algunas grietas torrenciales horadan la superficie de las pendientes y muestran aguaceros poco frecuentes. Algunos rebaños de cabras pueden recorrer estas vertientes. Los fondos de los valles son irrigados, lo que permite una vegetación que semeja largas fajas verdes que contrastan con los tonos cobrizos de las vertientes desnudas. En vista de las temperaturas (entre 20° y 24°C) y del agua de regadío generalmente abundante la elección de los cultivos es muy amplia: algodón, caña de azúcar, ají, yuca, pero también alfalfa, maíz, y entre los árboles: cítricos, paltas (aguacates), además de duraznos y manzanos. Esta zona soleada, con un clima que no es nunca excesivo, es a pesar de ello malsano; son las tierras de la leishmaniasis, de la verruga y de la uta.
Zonas de piemonte 42
Se debe mencionar particularmente los fondos de los grandes valles, encajonados profundamente en las cordilleras, como en Colombia el del Cauca y del Patía. Su situación es la de las cuencas, cubiertas por los despósitos de torrentes bajados de las montañas. El calor es fuerte, con frecuencia superior a 30°C durante el día, son raras las lluvias y elevada la evaporación. La vegetación natural es la de una estepa con cactus y acacias que crecen sobre suelos pedregosos, rubeficados por la fersialización. Estos fondos, calientes y secos, se distinguen de los piemontes externos. Aunque situados fuera de la cordillera, están ligados a la vez por las formaciones detríticas que provienen de los Andes. Se oponen claramente al piemonte amazónico húmedo, el de los Andes septentrionales igualmente bien regado y el desértico del Perú del Pacífico. Por un lado es el reino de la selva densa, ombrófila –pudiendo pasar a selvas más secas, con cactus en los sectores en posición de abrigo, es la tierra del calor, más o menos constante, superior a 23°-24°C de temperatura media–, por el otro, es el desierto. Desierto soleado a partir de las primeras pendientes andinas, desierto tibio, gris y húmedo a lo largo de la costa, desierto atravesado por una treintena de oasis cuyos
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perímetros irrigados cubren un millón de hectáreas, que albergan una población que en su mayoría es urbana.
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Capitulo 5. Riesgos naturales y limitaciones físicas
Riesgos, condiciones generales y planteamiento de los problemas 1
Un riesgo natural es la probabilidad de que un fenómeno natural pueda provocar pérdidas en vidas humanas y daños a los bienes. No siempre tienen que existir riesgos, sólo existen en función de la presencia humana, de la densidad demográfica, de sus niveles técnicos que se traducen en las redes de comunicaciones e infraestructuras. No había riesgos ni limitaciones para los hombres en los Andes, allá por el trigésimo milenio antes de nuestra era, pues probablemente no había nadie ahí.
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Evocar los riesgos naturales, a los que está expuesta una población, no significa que los lugares, en los que son susceptibles de producirse, deban ser inutilizados o desocupados. Si así fuera, el Japón debería ser un archipiélago desierto, California una región vacía, así como Java y las pequeñas Antillas, islas con una escasísima población. Algunas de las grandes ciudades del mundo se encuentran en regiones de gran sismicidad: Los Angeles, San Francisco, México y Tokio son ejemplos muy significativo de esto. Tres de estas ciudades han soportado terremotos particularmente violentos en el siglo XX. Ahora bien, una vez conocidos los riesgos, éstos deben ser medidos y tomados en cuenta, pues la previsión y prevención permiten limitar los daños.
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El conocimiento del fenómeno, de su naturaleza y de su frecuencia, puede permitir limitar sus efectos, utilizando medidas preventivas, como construcciones asísmicas en las ciudades en las que medidas específicas, como las alertas, pueden permitir tomar precauciones a tiempo. Es por esta razón que el sistema de alerta de los ciclones tropicales ha mejorado notablemente gracias a su detectamiento mediante el satélite.
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La importancia de los daños, sobre todo de los materiales y pérdidas humanas, está ligado a la localización de los equipos y de las poblaciones, a sus densidades y formas y tipos de actividades desplegadas: un ciclón de igual fuerza no tendrá las mismas consecuencias en el poco poblado delta del Orinoco que en el de Bengala, que tiene una densidad superior a 1,000 h/Km2. Un ciclón equivalente no ocasionará las mismas
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pérdidas humanas en el delta de Bengala —con sus poblaciones miserables de país pobre— que en el delta del Mississipi, donde se anunciará por medio de un sistema de alerta y en el que el riesgo es tomado en cuenta tanto en las construcciones como en los equipos, previendo su llegada. Finalmente, las consecuencias de un cataclismo no son las mismas cuando afecta a una sociedad o a una actividad en crisis (entonces el cataclismo es tratado como un factor acelerador del declive), o cuando afecta a una actividad dinámica que tiene una rápida capacidad de recuperación. 5
He aquí un ejemplo, fuera de los Andes, que muestra los efectos de un reto vinculado al franqueamiento limitado de un umbral climático crítico para las producciones agrícolas y que sobrevino en una situación demográfica y social particularmente tirante, catástrofe para unos, retorno a la “normalidad” para otros, fase de un ciclo malthusiano para los adeptos del pastor. En 1841 en Irlanda había 8’200,000 habitantes, diez años más tarde quedaba menos de la mitad; un millón de irlandeses habían muerto de hambre, tres millones emigraron a los Estados Unidos, donde algunos tuvieron una brillante descendencia, o a Inglaterra donde proporcionaron mano de obra barata a las manufacturas. ¿Este desastre estuvo ligado a circunstancias climáticas excepcionales? no. La tierra irlandesa solía ser una posesión de lords terratenientes ingleses que no residían ahí, pero que exigían a sus precarios colonos el pago de elevados arriendos en trigo y a los que expulsaban de sus tierras cuando los alquileres no eran pagados. La población campesina se alimentaba de papa, lo que constituía la base de la alimentación. El trigo, que permitía el pago del arrendamiento, era cultivado en ese clima oceánico, suave y húmedo, al límite de sus posibilidades de madurez. El sol del mes de agosto era decisivo, pues permitía que el trigo madurara y fuera cosechado en buenas condiciones. La pluviosidad media de agosto entre 1836 y 1876 fue de 75 mm. Entre 1845 y 1840 se eleva a 86 mm., es decir 11 milímetros más que la media, ¡una bagatela! Pues bien, esos 11 mm. suplementarios impidieron segar el trigo, que se pudrió. Ese ligero exceso de humedad, en relación a lo normal, provocó los ataques de mildiu, que comprometió las cosechas de papas. Entonces, los colonos, incapaces de pagar sus arriendos, fueron expulsados de sus explotaciones y la alimentación de todos se vio afectada por la enfermedad que ataca a la papa; toda la población padeció hambre y el éxodo de los irlandeses se produjo en espantosas condiciones. Luego de que pasó el hambre, la pequeña minoría que permaneció en la isla pudo, a partir de 1850, volver a cultivar, para los lords terratenientes, mucho más trigo en extensiones más amplias, y sin dedicar tanto tiempo a la papa, debido a la disminución de la población. El ciclo malthusiano fue muy eficaz en esta isla de Europa a mediados del siglo XIX. Como lo decía el Sub-Secretario de Estado del Tesoro de su Majestad la Reina Victoria: “el hambre ha sido una intervención directa de la Providencia para resolver las plagas de Irlanda” (análisis de J.P. Marchand y citas en Jeux et enjeux du climat de Che. P. Péguy, Masson 1988).
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Un “surazo, ” que afecta las plantaciones de café cuando están en plena floración en el sur del Brasil, puede hacer pasar las temperaturas a algo menos de 0°C, a partir de lo cual la cosecha se verá comprometida. Otra llegada de aire frío, pero sin bajar de 0°C, no tendrá consecuencias. Sin embargo, dos grados más o menos, durante algunas horas, pondrían en peligro centenas de millones de dólares que están en juego. En el mismo continente, Colombia, exportadora de café, aprovecha las heladas que en el Brasil afectan la producción de café, provocando el alza de los precios, de los que se benefician los cafetaleros colombianos.
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Hay “sistemas de riesgos”, es decir que la intensidad o la amplitud de los daños causados no están necesariamente en función de un solo fenómeno ni de un solo proceso sino que son provocados por la relación de dos fenómenos naturales diferentes. El terremoto ocurrido el 30 de mayo de 1970, en Ancash, tuvo efectos desastrosos en Yungay, pequeña ciudad del Callejón de Huaylas. El terremoto ocasionó el desprendimiento de una parte del glaciar del Huascarán, que se desplazó en forma de avalancha de hielo, transformándose en una lava torrencial cuya liquidez se aunó al rápido deshielo debido al frotamiento, y a la carga automantenida por el levantamiento del material de las laderas del valle. La velocidad del huayco —del orden de 400 Km/h— era operada por la pendiente en una veintena de kilómetros, que separa el Huascarán (a 6,600 m.s.m.n.) de Yungay (a 2,400 m.s.n.m.). Fue la lava glacio-torrencial la que sepultó a Yungay, matando a todos sus habitantes; no fue el terremoto, el mismo que a unas decenas de kilómetros mataba al mismo tiempo a más de 10,000 personas en Huaraz, enterradas bajo los escombros de sus casas derrumbadas por el sismo. El drama de Armero, el 13 de noviembre de 1985, con 20,000 muertos bajo el río de lodo, fue debido a la explosión volcánica del Ruiz que provocó el deshielo de las cumbres de los glaciares que alimentan el “lahar”. Si no hubieran existido glaciares en el Ruiz, el desastre habría sido mucho menor.
Previsiones y prevenciones de los riesgos 8
Los procesos naturales que provocan los daños y ocasionan pérdidas son, unos, rápidos y otros lentos y progresivos. Un terremoto dura algunos segundos; una sequía puede extenderse durante varios meses, incluso años. La erosión de ciertas tierras agrícolas puede producirse durante décadas o siglos y ser, por este hecho, difícilmente perceptible por el observador.
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Para el conocimiento y determinación de la mayoría de los riesgos, el pasado es la clave del futuro. Al conocimiento del pasado, necesario para conocer el tiempo de retorno del fenómeno, que es la inversa de su probabilidad de manifestación, es necesario agregar el conocimiento del mecanismo del fenómeno que activa el proceso de la catástrofe.
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La prevención demanda el conocimiento de las probabilidades de ocurrencia del fenómeno, que se basa en el conocimiento de la historia y en el reconocimiento de los signos precursores que lo anuncian. Este reconocimiento se funda en la experiencia extraída del pasado, como también en la interpretación de los mecanismos que lo activan. La prevención es la toma de medidas destinadas a limitar los daños; puede ser estática (mecanismos de construcciones antisísmicas), dinámica y de cálculo del fenómeno (disposiciones que se toman cuando se anuncia un ciclón o cierre de compuertas en la parte de arriba de una central hidroeléctrica cuando se espera lavas torrenciales).
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MAPA DE LA REGION DEL RUIZ1
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Aun antes de la fase inicial de la previsión y de la prevención, hay que tomar en cuenta el riesgo, su naturaleza y su manifestación. Los fenómenos pueden ser raros o excepcionales; si una helada, que afectara una cuenca andina a 2,000 m.s.n.m., sobreviniera todos los siglos sería un fenómeno excepcional; si fuese cada diez años, sería un fenómeno raro; un terremoto cuya manifestación es cada siglo, es un fenómeno raro; será excepcional si su probabilidad es del orden del milenio. Ya no hay “riesgo” cuando una actividad no es posible como consecuencia de la frecuencia o la permanencia de un fenómeno. No se siembra más en las pendientes de un volcán, permanentemente rociado por cenizas y barrido por ríos de lava, del mismo modo que en un piso bioclimático en el que no sería posible cultivar sino uno de cada cuatro o cinco años, como resultado de condiciones ex-cepcionalmente favorables en ese momento. Pero la necesidad de tomar conciencia del riesgo desaparece cuando al interrogar a la memoria de los lugares, incluso de un tiempo remoto, no proporciona ninguna información sobre la posibilidad de la existencia del riesgo que podría existir en ese sitio. Este tomar en cuenta los riesgos se sitúa en algún lugar entre esos dos extremos como resultado de un cálculo de probabilidades.
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Una vez conocido el riesgo hay que asumirlo. Tanto Lima como Arequipa son lugares donde los sismos son frecuentes; la historia de esas dos ciudades conserva el recuerdo. Los sismos no han impedido su desarrollo, como tampoco impidieron el crecimiento de San Francisco, Lisboa o Tokio. Se plantea una interrogante, ¿ha sido razonable la reconstrucción de Huaraz, destruida en el terremoto de 1970, desde el momento en que se sabe que la ciudad está situada precisamente en el cruce de fallas activas y que la historia nos enseña que la ciudad ha sido destruida seis veces en cuatro siglos? ¿Es aceptable que una ciudad soporte terremotos destructores con una probabilidad de destrucción de una vez cada siglo o cuando existen posibilidades de construcción, con mucho menores riesgos, en lugares muy cercanos? La elección de implantaciones y acondicionamientos deben tomar en cuenta los riesgos, su probabilidad e intensidad. Es inútil construir en un corredor de aluvión cuando se puede hacerlo en otro lugar. La cuestión se torna más difícil de resolver cuando no hay ninguna otra posibilidad que la
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de enfrentar el riesgo. Una población puede estar obligada a correr riesgos cuando no puede hacer otra cosa. Los campesinos de Bangladesh, cuyo número se duplica cada 30 años, para poder sobrevivir, se ven obligados a instalarse y cultivar tierras, propensas a frecuentes y catastróficas inundaciones, porque no pueden instalarse en otro sitio. A mediados del siglo XIX, los campesinos irlandeses sabían que el trigo no era un cultivo bien adaptado a su clima; sin embargo, tenían que hacerlo, pues eran obligados por los propietarios ingleses. 13
Los pobres, es decir aquéllos que no tienen elección y que están mal equipados, soportan mucho más los efectos de los riesgos naturales que los más afortunados; hay desigualdad ante los riesgos naturales. Aquí se construirá sobre terrenos estables y tomando medidas antisísmicas, allá se instalará en terrenos sensibles a los temblores, con construcciones de morrillos y adobe que se derrumbarán fácilmente. Sin lugar a dudas el terremoto de México muestra que a veces los inmuebles modernos y costosos no tienen protección antisísmica; aquí se trata no de olvidos, sino de constructores que prefirieron economizar en los gastos para incrementar sus beneficios.
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Tomar conciencia de los riesgos, en función de su naturaleza, puede ser la decisión de una familia (la elección de los cultivos por el jefe de una explotación agrícola), de un grupo (una comunidad que decide adoptar tal o cual estrategia frente a un riesgo de sequía), de una empresa (una compañía ferroviaria que escoge tal o cual trazado para la vía férrea, conociendo las posibilidades de deslizamientos de terreno, de derrumbres), del Estado que puede dictar normas para la construcción o para la localización de las actividades y que organiza las evacuaciones o los socorros (servicios de defensa civil).
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Aquí evocamos cinco riesgos naturales: el riesgo volcánico, el riesgo sísmico, el riesgo torrencial y de deslizamiento de terreno, el riesgo de erosión de las tierras, el riesgo climático (sequía, heladas o lluvias excesivas). Dos o tres pueden conjugar sus efectos: volcanismo y sismicidad, riesgo torrencial y sismicidad, por ejemplo.
El riesgo volcánico 16
Es mucho más fácil de localizar: se conocen los volcanes, y también su grado de actividad. Pero cada volcán tiene su propio comportamiento, aun cuando pertenezca a un mismo conjunto de volcanes: el Cotopaxi no tiene el mismo comportamiento que el Pichincha en la región de Quito, aunque los magmas, producidos en la vertical de esos volcanes, tengan orígenes muy semejantes. Pero esos magmas van a sufrir modificaciones independientes de una estructura a otra (contactos entre la capa de agua subterránea y el magma, morfología del volcán, etc.); de ello resulta estilos eruptivos muy particulares en cada volcán. Esto es lo que exige un conocimiento de la historia reciente de los volcanes todavía activos o susceptibles de estarlo, a través de estudios y da-taciones de las manifestaciones recientes, de su estilo y de sus ritmos, a la vez por el análisis del material volcánico (dataciones por medidas radiométricas), por las crónicas que describen sus acciones perniciosas (por ejemplo, la erupción del Cotopaxi en 1876 provocó un lahar que pasó junto a Latacunga). Aun así, dichos riesgos son con frecuencia muy difíciles de medir.
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La primera vez, las erupciones se producen en formas y lugares en los que jamás se habían manifestado antes, como en el Saint Helens (USA) en 1980. ¿Hay que tomar en cuenta, en las disposiciones que limitan la implantación humana, sectores volcánicos
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con manifestaciones de milenios? Partiendo de la carta de identidad del volcán (incluyendo su morfología, historia, posición geográfica en relación a los vientos dominantes, el conocimiento de la duración de los períodos de reposo, los signos precursores y el cálculo de las probabilidades de manifestación), se logra “zonificar el riesgo”. Pero la memoria humana es a veces corta y quiere ignorar lo adquirido por la memoria larga para beneficiarse con las ventajas del presente (por ejemplo la presencia de los terrenos disponibles, fértiles — fertilizables—, a veces mucho más baratos puesto que están amenazados). Teniendo en cuenta los problemas y la elección de acondicionamiento del espacio, ¿a qué memoria se debe recurrir? 18
Tomar en cuenta un riesgo volcánico, como también un riesgo sísmico, es mucho más intenso cuando se acaba de producir un drama, luego, progresivamente, con el tiempo se olvida el miedo y la posibilidad de tomar en cuenta el riesgo se esfuma. El drama del nevado del Ruiz, el 13 de noviembre de 1985, es un ejemplo de ese aspecto: 20,000 muertos, decenas de millares de damnificados, una ciudad destruida, Armero, y una buena cobertura de los medios de comunicación a escala mundial. Las imágenes de Armero, con toda su carga de horror, fueron proyectadas en la mayoría de las pantallas de televisión del planeta. Se sabía que el Ruiz presentaba recientemente una actividad eruptiva de tipo explosivo, con emisión de piroclastos, deslizamiento de rocas y lluvia de cenizas, pero, sobre todo, ese volcán estaba cubierto por un casquete de hielo entre 4,800 y 5,200 m., que al recalentarse podía liberar masas de agua. Alrededor del volcán se observa la presencia de esos lahars (un reguero de lodo ligado a la explosión de un volcán) y las dos últimas erupciones conocidas, las de 1595 y 1845 habían dejado sus huellas. En 1845, un río de lodo había arrasado el valle del río Lagunilla, donde se encuentra Armero, y ocasionado la muerte de 1,000 personas en condiciones muy similares a las de 1985. Así, la previsión general ponía en primer plano el riesgo de ríos de lodo en el momento de la erupción. En noviembre-diciembre de 1984, y luego en setiembre de 1985, se había descubierto actividad sísmica acompañada de fumarolas en el cráter. En setiembre, explosiones freáticas habían rociado de cenizas la región de Manizales a unos treinta Kms. de la cima. Pero, ¿se trataba de fenómenos precursores de la erupción, como en 1595 o de una actividad freática como en 1845? El diagnóstico no era muy seguro de establecer, ahora bien, según el diagnóstico, las medidas que se debían tomar eran muy diferentes.
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Las responsabilidades de los científicos como la de las autoridades administrativas y políticas son difíciles de asumir. O bien se toma el máximo de precauciones, lo cual puede consistir en “helar” durante siglos las tierras, con frecuencia de buena calidad, explotables por la agricultura, construibles, o bien, como en América Central, se corre el riesgo de cultivar bajo el volcán. ¿Cuando la amenaza se hace latente, cuándo, cómo y dónde evacuar a la gente amenazada? Si una primera alerta no se traduce en una explosión y tampoco una segunda, a la tercera la gente no se mueve, la explosión se produce y ocurre el drama. En 1977, las amenazas de la Soufriere, en Guadalupe, un volcán seguido de manera bastante especial, son un ejemplo de las querellas de expertos competentes en su campo y sus consecuencias sobre la toma de decisiones; Haroun Tarzieff, analizando el gas, no veía mayores riesgos, mientras que otros investigadores del Instituto de Física del Globo preveían una explosión que no tuvo lugar. La población de la zona fue evacuada, a un costo social y económico muy elevado (550 millones de francos). Las cenizas, que cayeron sobre las plantaciones de banano, hicieron caer la producción de ese año... y como la producción estaba en baja, el puerto
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de embarque de Saint Claude estaba en crisis; el reguero de cenizas y la amenaza de explosión aceleraron el declive del puerto y de la producción bananera. 20
En los Andes volcánicos, el riesgo volcánico se limita a algunos lugares en la cordillera central de Colombia, a la región de Quito en Ecuador, a la de Arequipa donde la explosión del Huaynaputina en 1600 fue una de las más grandes de la historia mundial, y marcó la imaginación andina tanto como la española hasta algunas décadas después de la Conquista. En consecuencia: el riesgo volcánico limitado en superficie es algo raro o generalmente excepcional, pero marca la imaginación. Pero, ¿es prudente construir en la región de Quito sobre un trayecto de lahars por el que éstos se desplazaron hace poco más de un siglo? Con frecuencia, la “memoria” de las administraciones es corta: poco después del drama de Armero había que tomar medidas para proteger los puntos sensibles de la región de Quito, de catástrofes similares; pero con el tiempo todo se olvida, aparecen otras prioridades y no se toman las precauciones y medidas necesarias.
El riesgo sísmico 21
El área de extensión de los riesgos sísmicos en los Andes es más vasta que la de los riesgos volcánicos. En un mapa del mundo, toda la región andina, con sus piemontes, presenta riesgos de terremotos. Sin embargo, ciertos sectores presentan más riesgos que otros; así, de manera no limitada, podemos mencionar el norte de Colombia, a lo largo de la falla de Bucaramanga; Tumaco, en la costa del Pacífico al sur de Colombia, lugar de encuentro de dos placas; el departamento de Ancash, a ambos lados de la cordillera Blanca; la franja de la costa del Pacífico del Perú central y meridional, la vertiente oriental de los Andes.
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Unos están ligados a un bloqueo de la subducción, que se efectúa a una velocidad media de 5 a 6 cm. por año —con acumulación de la energía hasta el punto de ruptura que la libera reajustando de manera brutal el deslizamiento de la placa oceánica bajo la placa americana — , otros son debidos a las colisiones entre dos placas. Unos tienen un foco profundo, hasta 700 Kms. de profundidad —éstos son muy violentos y localizados, como el de Cusco de 1960; son los que se producen en la ladera oriental de los Andes — , otros, al oeste de los Andes, tienen su foco situado a menor profundidad (50 a 250 Kms.) pero conciernen a una vasta superficie como los de Ancash en 1970 o de Tumaco en 1985. Los terremotos en los Andes son diferentes a los que afectan por ejemplo a las regiones mediterráneas y que están ligados a las estructuras falladas de la cobertura, como los que destruyeron Lisboa y Messina. En las regiones sísmicas, hay lugares particularmente vulnerables, situados en los campos de fallas o en el cruce del sistema de fallas; por ejemplo Huaraz, en el Callejón de Huaylas, que ha sido destruido seis veces desde su fundación a fines del siglo XVI... lo que es demasiado para una ciudad y no aboga en favor de la seguridad de su emplazamiento. Así pues, al interior de una región sísmica, hay lugares que son más peligrosos que otros y son aquéllos en los que se debería evitar la implantación de ciudades u obras importantes.
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Los terremotos están muy presentes en la conciencia andina; en las iglesias, el “Señor de los Temblores” de sombríos colores, marca la importancia concedida a los riesgos de sismos y a la protección que debía dar frente a los terremotos. Temores justificados, pues muy pocas iglesias coloniales, sobre todo en el Perú y el Ecuador, han
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permanecido intactas desde su construcción; la mayoría, especialmente en Arequipa, han tenido que ser reconstruidas o han sido rehechas, en parte, luego de los sismos. 24
Otros fenómenos contribuyen a acentuar los daños ocasionados por los terremotos; en las altas cordilleras, desprendimientos de glaciares que provocan aludes como el que destruyó la ciudad de Yungay, durante el último terremoto de Ancash (50,000 muertos en mayo de 1970), ruptura de represas morrénicas, que provocan el rebalse de los lagos en los valles de la parte baja, los deslizamientos de terreno y el desprendimiento de paredes rocosas acompañan a los sismos en las montañas. La amplitud de los deslizamientos en las vertientes puede ser acrecentada en la estación de las lluvias; el terremoto que afectó la ladera oriental de los Andes del Ecuador en 1987 causó enormes daños en las infraestructuras (rutas, construcciones y el oleoducto), así como en los valles de las vertientes escarpadas, que sobrevino también durante ese período.
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En la costa, los terremotos pueden venir acompañados de maremotos, uno de los más importantes devastó el Callao en 1746, arrastrando a los barcos a varios centenares de metros al interior de las tierras. A veces se observa también hundimientos del litoral, en Tumaco, como en Chile central, en la región de Chiloé en el último gran terremoto de 1960.
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Los terremotos, con sus efectos derivados son pues muy frecuentes en esos Andes que pertenecen al “cinturón de fuego del Pacífico”. Los daños causados son más importantes cuando la sociedad está mejor equipada en redes de infraestructura, con numerosos habitantes y una elevada densidad humana.
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Para los primeros cazadores y recolectores, como para los primeros ganaderos y agricultores de los Andes, los terremotos y las erupciones volcánicas eran manifestaciones de las cóleras divinas con efectos limitados, fuera del momentáneo espanto que podían provocar. Los efectos comenzaron a volverse más incómodos cuando los agricultores inventaron y utilizaron la irrigación; los canales podían ser cortados por una falla y las habitaciones destruidas por los temblores. ¿Los grandes conjuntos de piedras ensambladas de las construcciones incaicas, eran una respuesta técnica a posibles terremotos? Las construcciones de adobe, sobre morrillos, de las iglesias o monumentos de la época colonial resisten mal los temblores, y sus pesados techos de tejas romanas son particularmente peligrosas para los habitantes de las casas. En Huaraz, en mayo de 1970, una gran parte de la población fue golpeada y enterrada por la caída de los techos de tejas que se alineaban en los patios de las casas y en las estrechas calles del cuadrilátero urbano. Ladrillos y morrillos es algo que se debe evitar en las casas de más de dos pisos; los elementos estructurales deben de ser solidarios entre ellos y los cimientos compatibles con el terreno de base.
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Se sabe por experiencia, y ha sido confirmado científicamente por los ingenieros, que en una región de gran sismicidad es peligroso construir en terrenos pantanosos, húmedos, los terremotos contribuyen a licuar las arcillas, y el suelo, saturado de agua, amplifica los sacudones. Entonces hay que evitar las fallas activas y los aluviones recientes, las tierras impregnadas de agua, así como los terrenos heterogéneos (zanjas) en pendiente fuerte. En Chimbote, durante el terremoto de 1970, las barriadas del pantano fueron destruidas; estaban instaladas ahí porque eran terrenos vacíos o sin valor comercial; como en otros sitios los pueblos marginales, edificados en cerros bajos o en el lecho mayor de los ríos, son los primeros en ser destruidos por las inundaciones.
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La ingeniería ha establecido normas de construcción asísmica. Su utilización encarece el costo de los edificios de buena calidad de 3 a 5%. A veces esas normas, obligatorias en
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las grandes ciudades y para ciertos tipos de construcción, no son respetadas, pues el constructor prefiere ganar a expensas de la seguridad. Hemos visto las consecuencias del terremoto de 1985 en México. Por lo menos hasta una determinada intensidad, la prevención es posible por medio de técnicas de construcción. Igualmente en lo que atañe a las obras de gran envergadura (puentes, represas, rutas). Por el contrario, la previsión exacta no es nunca segura, permite definir probabilidades de ocurrencia de temblores, pero con frecuencia en un lapso bastante amplio y no proporciona sino aproximaciones a la intensidad de los mismos. En la etapa en que se encuentra la previsión, no es operativa para otros fenómenos naturales, como por ejemplo los ciclones, observables por satélite, que pueden ser seguidos y su trayectoria más o menos prevista. 30
Ya que en los países andinos los dos tercios de la población viven ahora en las ciudades (cada vez más pobladas y extensas, dependiendo de las redes de agua, electricidad, transportes y telecomunicación), el riesgo de los estragos causados por los terremotos es infinitamente más importante que lo que era en los siglos precedentes, en los que la gran mayoría de la población era rural y vivía en pequeñas casas, fáciles de evacuar en cuanto se sentían los primeros temblores. Los efectos secundarios de los terremotos no son desdeñables: incendios provocados por rupturas de los ductos de gas (que deben tener empalmes muy bien hechos para resistir el paso de la onda sísmica), o por las brasas de los fogones domésticos, inundaciones por ruptura de canales, postes eléctricos arrancados, etc. En las ciudades de los pobres, con construcciones mal hechas y redes muy deficientes, un temblor de la misma intensidad provocará probablemente más daños y muertos que en una ciudad rica donde se habrá tomado precauciones.
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La repercusión de un terremoto es diferente según las circunstancias en las que sobreviene. El del norte del Ecuador en 1987, que cortó el oleoducto, privó al país, en un momento de dificultades económicas, de las divisas esperadas por la venta del petróleo, ligadas en parte a la baja del precio del crudo. Unos años antes, estas consecuencias financieras habrían sido mucho peores para la economía. Todavía existe el valor premonitorio de grandes acontecimientos que pueden tener los terremotos en la imaginación de los pueblos. El gran terremoto de 1976, año del Dragón, que afectó al norte de la China, ocasionando la muerte a más o menos 600,000 ó un millón de personas, anunciaba a los chinos la desaparición, poco tiempo después, de Tchou En Lai y Mao Tsé Tung.
Deslizamientos de terreno, derrumbes, lavas torrenciales 32
En una gran montaña, de escarpadas vertientes, de sustrato geológico fracturado por la tectónica, las formaciones de pendiente, como elementos de paredes rocosas, están en equilibrio precario: un temblor o fuertes precipitaciones que recargan las formaciones coluviales y que, transformando la plasticidad de las arcillas en liquidez, basta para provocar la ruptura y el desequilibrio que arrastra hacia abajo rocas y coluviones. Deslizamientos de terreno, derrumbes y lavas torrenciales que, bajando de las cuencas de recepción, extienden su mezcla de lodo y bloques en el valle, son fenómenos normales de la erosión en montaña, donde la dinámica gravitacional es particularmente fuerte. El riesgo unido a los movimientos de masas en las vertientes es inherente a la naturaleza montañosa de los Andes y hay que tenerlo en cuenta en
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numerosos tramos de la carretera, en la construcción de obras de fábrica, así como en la construcción de casas. Es el riesgo más común en los Andes, el más constante, sobre todo en la estación de lluvias y que, estando presente en numerosos lugares, se acepta generalmente dentro de las tareas de los servicios de las carreteras y obras públicas. 33
Una parte de estos movimientos es accionada por la sismicidad, otros por lluvias fuertes o por el desprendimiento de glaciares. También algunas obras pueden contribuir a fragilizar las pendientes. Los andenes mal cuidados, con pérdidas de agua en los canales de irrigación, que se desploman por la sobrecarga hídrica, las zanjas de una carretera en el flanco de la vertiente, que modifican el equilibrio de la pendiente creando una pared por debajo de la plataforma de la carretera; he aquí algunos de los elementos que incrementan la torrencialidad y los movimientos de masa. Prácticamente, todas las carreteras que unen los altos Andes a las llanuras orientales son, por lo menos en una parte de su itinerario, sensibles a desprendimientos, y muchas veces, en cada estación, los grandes itinerarios son cortados por deslizamientos y caídas de bloques. Por el contrario, en la zona seca, esos fenómenos están relacionados ya sea a precipitaciones excepcionales (por ejemplo los años del fenómeno del Niño) o a temblores. Es entonces un factor de encarecimiento de la construcción y, sobre todo, de la conservación y el mantenimiento de la red de carreteras. Sin embargo, aun en las vertientes extremadamente empinadas, en los medios muy húmedos, se han construido carreteras cuando se sentía la necesidad de ellas. Si ha habido un reto bien recogido en los Andes, ése ha sido el de la construcción, a fines del siglo XIX y en el XX, de vías férreas, bajo excepcionales condiciones de dificultad técnica (como la vía férrea del valle del Rímac en las alturas de Lima o en el Ecuador la de Guayaquil a Quito), también la multiplicación de carreteras y pistas transitables construidas en empinadas e inestables pendientes, pero que, no obstante, se cuidan y son transitables durante la mayor parte del año, aun durante la temporada de lluvias. Pocas montañas, con relieve tan fuerte, con vertientes tan empinadas, tienen una red transitable tan densa. Ahora bien, esta red ha sido implementada por países pobres, sin grandes medios técnicos y a un costo excepcionalmente bajo..., resultado de la utilización de una mano de obra tan barata como experta. Sin embargo, las carreteras son objeto de una vigilancia permanente y de trabajos de protección y mantenimiento constantes; se puede citar, entre muchos otros, la carretera de Lima a Ticlio, la de Bogotá hacia Villavicencio, la de La Paz a las “yungas”. Cuántos esfuerzos y mantenimiento tienen que restringirse por falta de medios financieros o por la dificultad para obtener materiales para obras públicas, como consecuencia de una seguridad mal sostenida, lo que posibilita que en muy poco tiempo estas carreteras se vuelvan inutilizables. Si la dirección del Estado flaquea o desaparece en las regiones riesgosas, las infraestructuras se tornan inutilizables; desde los años 80, la presencia de Sendero Luminoso en los Andes de Ayacucho y Apurímac acompaña el deterioro de la red vial secundaria.
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Deslizamientos de terreno, derrumbes, se producen en todos los niveles, tanto los moderados en los andenes como los grandes deslizamientos, de escala kilométrica, que afectan al conjunto de una gran vertiente. Uno de los más notables por su amplitud se produjo en los años 70 en el valle del Mantaro, en las quebradas bajas de Huancayo. Aparentemente, todo se reunió para que la catástrofe se produjera; un inmenso deslizamiento por rotación efectuóse a lo largo de una falla con desgarre, por encima del río Mantaro, cuando se terminaba la construcción de una represa y una central hidroeléctrica, destinada a aprovisionar a Lima y a la costa de electricidad. El lento
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deslizamiento de una masa de varias decenas de millones de metros cúbicos bloqueó el curso del río y provocó en el curso superior una retención de las aguas. El riesgo de que se rompiese el embalse natural, que se creaba con bloques y arcilla, bajo la presión de arriba, era considerable. Los trabajos de excavación de un canal para contribuir a vaciarlo habían comenzado, pero eran algo irrisorios ante la amplitud del fenómeno. Pues bien, el embalse no se rompió y el lago se vació de manera natural y progresiva; la catástrofe no tuvo lugar. No siempre lo peor sucede en los Andes.
NOTAS FINALES 1. El croquis muestra el Ruiz y el trazado de los flujos de barro (huaicos) más peligrosos, así como los sectores de aspersión de las cenizas.
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Capitulo 6. Riesgos naturales y agricultura
Riesgos de erosión de las tierras agrícolas 1
El tema de la erosión es particularmente complejo y plantea el problema del riesgo en términos que no son nada comparables a los de los riesgos sísmicos o volcánicos. Hay que hacer la distinción, no siempre fácil, entre la erosión gravitacional hídrica, por deslizamiento o solifiuxión, el escurrimiento o los deslizamientos que afectan a cualquier vertiente y que son procesos “normales” de evolución de una pendiente, y los fenómenos que son acelerados o activados por el acondicionamiento agrícola y las prácticas de trabajo de la parcela. Al contrario de otras, éstos son morigerados o detenidos por las técnicas agrícolas. No hay que tener una visión negativa del efecto de estos trabajos sobre la erosión. Muchas de estas técnicas contribuyen a una disminución de la erosión y a la estabilización de las pendientes.
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En un capítulo dedicado a los riesgos en los Andes, no se trata de describir todos los fenómenos de erosión en la montaña andina, sino de tomar en cuenta los que afectan a la agricultura y a la ganadería, que estén o no ligados a prácticas agropecuarias y que, si no se les pone fin, pueden disminuir la fertilidad de las tierras o reducir la superficie cultivable.
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El punto de partida de la reflexión no es la erosión de los Andes en sí sino la de las tierras en cuanto esta erosión es riesgo y limitación para el agricultor. Partimos de la constatación que han habido, y seguirán habiendo, agricultores en los Andes y que, consecuentemente, hay que procurar que el riesgo de erosión de las tierras sea lo más limitado posible a fin de garantizar, a largo plazo, el mantenimiento del potencial agrícola en las montañas. Sin embargo, como en todas las erosiones que afectan a escala regional a una montaña, hay que tener en cuenta los daños causados en la zona de partida y, en la parte baja, en la zona de llegada de los sedimentos. La erosión de las tierras en Boyacá, Colombia, lleva a desarrollar los terrenos en los piemontes a ambos lados de la cordillera oriental, ya que el acrecentamiento de la carga de los ríos modifica su lecho, aumentando sus desviaciones, de ahí las dificultades de explotación de las llanuras barridas por las crecidas de los ríos que elevan su curso. Estas
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situaciones son frecuentes en los llanos del Orinoco y también en el valle bajo del Magdalena. 4
A escala de los Andes tropicales es muy difícil hacer un balance global y preciso de la erosión como riesgo agrícola. Dicha erosión se ejerce a escala de la parcela, del campo, de la chacra, así como de la región y a determinadas escalas de tiempo que pueden ir desde una lluvia durante una tormenta hasta una duración de milenios. Para medir los efectos de la erosión de las tierras hay que evitar ceder a la comodidad de una rápida observación así como a tener en cuenta sólo los fenómenos espectaculares. Un barranco activo, que corta un andén, es visible; la progresión de la supresión de los elementos finos o de la materia húmica de un conjunto de campos es menos perceptible inmediatamente, pero sus consecuencias se harán sentir más en las producciones agrícolas. Además lo “espectacular” se limita a veces sólo a la superficie. Un abarrancamiento, por ejemplo, que después de un gran chubasco dividide en dos una parcela cultivada; pero, al lado, una chacra en andenes conservará sus tierras, tanto gracias al freno aportado por éstos al escurrimiento como a la cobertura del suelo por los cultivos. En el piso de los “yungas” la acumulación de elementos finos, en la parte baja de un campo en pendiente, testimonia la erosión areolar. Pero si la descomposición de la roca madre, en un clima húmedo y tibio, se hace rápidamente y proporciona bases intercambiables, esta erosión, al equilibrarse con la descomposición del sustrato, evita la fersialización y mantiene la fertilidad. En otros sitios la erosión no es visible, pero el lavado lleva al empobrecimiento de las tierras, en materias orgánicas y en bases intercambiables. La sola observación visual no es capaz de dar cuenta del fenómeno en la diversidad de sus procesos.
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Sin embargo, es claro que cuando se practica la agricultura o el pastoreo en las vertientes de la montaña, se introduce riesgos de aceleración de la erosión. La toma de conciencia de estos problemas por los campesinos, se ha manifestado en las técnicas apropiadas de trabajo de la tierra y del acondicionamiento de las parcelas.
Andenes, erosión e irrigación 6
La construcción de andenes en los Andes incaicos contribuye a romper las pendientes, segmentando las superficies más o menos próximas a la horizontal con muros de contención, lo que da como resultado la posibilidad de retener la tierra arable, sobre todo en la parte baja de la parcela. Los andenes de cultivo facilitan la evacuación del agua excedente por drenaje, a través de las piedras de los muros de contención, facilitando al mismo tiempo la acumulación de la reserva de agua útil en el suelo fabricado por la construcción de andenes. Estos permiten también ser los soportes de una red de irrigación por gravedad y acequias a escala del campo y de la chacra. En las mismas regiones andinas, el arado de las tierras con la chakitaklla, largo azadón andino (el roturado se practica entre dos lo que permite revolver las motas de tierra, que durante años ha permanecido eriaza y ha servido como pastizal, y de arar los campos), acrecienta la rugosidad de la tierra cuando está desnuda, lo cual contribuye mucho a limitar la erosión.
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En otras regiones andinas, en particular en los Andes septentrionales, no se practica el cultivo en andenes. Se hacen surcos paralelos o perpendiculares a la pendiente, que con frecuencia es muy empinada. El riesgo de los surcos horizontales es el de que se llenen de agua en la estación húmeda y que luego se puedan vaciar hacia abajo, ahondando el
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precipicio; dispuestos en el sentido de la pendiente, los surcos sirven de acequia para el vaciado del agua. En una misma pendiente y en un mismo clima hay que distinguir entre suelos de alofán, tenaces sobre todo cuando la materia orgánica es abundante, con una gran capacidad de retención del agua, y tierras margosas o arcillosas que serán fácilmente horadadas. Las prácticas agrícolas deben ajustarse a la naturaleza de las tierras, ya que, además, éstas contribuyen a modificarla y a estabilizarla por la constitución de conglomerados a partir del humus; las prácticas agrícolas, no son felizmente destructoras de suelos: fabrican tierras agrícolas, elementos del patrimonio campesino.
Localización de las regiones sensibles a la erosión 8
La erosión de las tierras es más perceptible en los Andes septentrionales que en los Andes tropicales del sur. Es también fuerte en los Andes chilenos templados, en la latitud de Concepción, donde el desbrozo para un monocultivo de trigo en el siglo XX ha provocado un decapaje irreversible de los suelos, lo que muestra que la erosión está ligada frecuentemente a una forma de explotación agrícola y a las prácticas que se le relacionan y que un capital pedológico, cuya formación se hizo en un millón de años o más, puede ser dilapidado en una decena (Laugénie).
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Hay dos regiones en los Andes tropicales que se muestran más sensibles a los procesos de erosión de las tierras: Las cuencas, relativamente secas por su posición de abrigo, en la cordillera oriental de Colombia, y algunos de los corredores andinos del Ecuador; los cultivos de cereales dejan las tierras desnudas; los suelos en los que el humus es escaso, como consecuencia de la poca restitución de materia orgánica, son fácilmente desestructurados y los conglomerados se disgregan con el choque de las gotas de lluvia, de lo que resultan las posibilidades de escurri-miento areolar, concentrándose en “rills luego en avenida” con un decapaje superficial de la parte superior del campo, haciendo aparecer los horizontes B del suelo, o la roca. En el Boyacá, en Colombia, como en las hoyas del norte del Ecuador o en la de Cuenca, esas formas de erosión de las tierras de los pisos templados y fríos son particularmente visibles. En el “cinturón cafetalero”, la disminución de los cafetales bajo sombra (con tapiz de hojas a nivel del suelo) y la extensión de las plantaciones mo-noespecíficas de café “caturra”, como localmente el desarrollo de campos de yuca en el piso tibio, multiplican los riesgos de erosión de las tierras, canalizando el escurrimiento en las acequias entre los arbustos o las plantas de yuca. La erosión de las tierras, por debajo del piso de los páramos, es siempre una gran realidad en los Andes ecuatoriales del norte.
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En los Andes tropicales del sur, sobre todo en las cuencas interiores del piso “quechua”, existen igualmente los riesgos de erosión. A veces también en las vertientes trabajadas en andenes, cuando se descuida el mantenimiento: una acequia mal reparada que deja salir el agua, piedras despegadas de un muro de contención y que no son vueltas a colocar en su lugar pueden ocasionar que el conjunto de andenes se deslice, constituyendo una grieta de erosión, inicio de una cuenca de abarrancamiento. Estas erosiones son el testimonio de una cierta forma de abandono agrícola. Inmediatamente después de la reforma agraria en Bolivia, sucedió que desaparecieron las tareas de mantenimiento de los canales, los muros y los caminos, antes garantizadas, pues eran faenas impuestas a los colonos por los propietarios de las haciendas. Esto trajo como consecuencia el acrecentamiento de la erosión de las tierras. Observaciones hechas en
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el curso de varios años muestran que no existe un incremento sensible de la erosión, pero hay erosión un año aquí, cicatrización allá, y otro año, allí donde había erosión, se produce la cicatrización. Por otro lado, mientras que las huellas de la erosión aparecen en otro lugar hay simultaneidad en el tiempo y el espacio (fase de bios-tasis que acompaña la reconstitución del capital pedológico, y fase de rexistasis marcada por la erosión de las tierras). 11
En los Andes, como en otros lugares, la erosión de las tierras es una realidad cuya amplitud es variable según los sitios. Sin embargo, en montañas acondicionadas y explotadas desde hace milenios por sociedades campesinas, los Andes han conservado un capital de suelos agrícolas que es siempre muy importante. No es la erosión de las tierras la responsable de las crisis de las agriculturas andinas (por lo menos en los Andes intertropicales...), como lo fue para la agricultura griega en tiempos de Pericles, en el siglo V antes de nuestra era, más conocido por ser el apogeo del arte y del pensamiento griego, que por el período de máxima erosión de las tierras.
Riesgos climáticos: de las heladas a las sequías en los altos Andes tropicales 12
Entre los riesgos naturales, los climáticos son, al mismo tiempo, los más relativos, ya sea en una región, un medio, un cultivo, en un momento dado del calendario agrícola, y esas relatividades combinadas hacen de ello uno de los problemas importantes de la mayoría de las agriculturas en el mundo, y por lo tanto de la agricultura andina. Estos problemas nacen de las “irregularidades” de los climas. Jamás las sucesiones de los tipos de tiempos se hacen de una manera estrictamente idéntica durante varios años ni rigen los mismos acontecimientos pluviométricos y térmicos. Hay probabilidades de tener tal tipo de tiempo en tal o cual período del año: es a partir de la conciencia empírica de esas probabilidades y, en muchos casos, de promedios previstos que el agricultor decide su calendario agrícola, ajustado a la vez a las limitaciones climáticas, a los ritmos fenológicos, a las posibilidades de las especies cultivadas, y a la cantidad de trabajo disponible. La elección de las plantas se basa en el stock disponible de los productos cultivables, su empleo en la alimentación y para los trueques o venta en los mercados.
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El tiempo de retorno de un fenómeno (que es, lo hemos visto, inverso a su probabilidad de manifestación) es un dato fundamental en el momento de tomar en cuenta esos riesgos, los que, aunque conocidos y repertoriados, son asumidos porque, para los que los corren, no hay posibilidad de hacer otra cosa o de ir a otro lugar; a mediados del siglo XIX, cuando los campesinos del Perú vuelven a empezar a cultivar en las punas, al límite de las posibilidades agrícolas de los tubérculos, lo hacen porque no pueden ir a ningún otro sitio, puesto que las “tierras buenas”, de los pisos inferiores, son acaparadas por los hacendados; ahora bien, esta “reconquista de las punas” se efectúa durante una fase climática más fría y húmeda, por lo que se supone que el clima ahí era más riguroso que actualmente o de lo que era en el siglo X de nuestra era. Pero esos “conquistadores agrícolas” de las punas no tenían ninguna otra opción.
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Los riesgos climáticos, nacidos de las heladas y sequías, pesan sobre todo en las situaciones límites; eso es un hecho general. En el siglo XIX, en los Alpes, cuando el crecimiento demográfico obligaba a utilizar todas las posibilidades productivas de los
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medios, los cultivos de cereales en altitud, entre 1,800 y 2,000 m.s.n.m., eran particularmente sensibles a las limitaciones climáticas: si no había nieve durante el invierno en las pendientes expuestas al sol, ahí donde se encontraban los campos de cebada y trigo, las heladas en tiempo calmado “quemaban” los brotes tiernos; si el verano era lluvioso, la maduración de los granos era incierta; así pues, los riesgos climáticos eran mucho más considerables que cuando los cultivos se mantenían dentro de su óptima ecología. Evidentemente, en los Andes ocurre lo mismo. 15
En la gran montaña tropical no hay hielo por debajo de los 2,800 m.s.n.m. y no interviene de manera sensible sino a partir de los 3,000 m.s.n.m. En los Andes ecuatoriales, donde las precipitaciones se reparten bien durante todo el año, la variabilidad interanual de las lluvias es menor que en los Andes tropicales secos y una variación de 30 a 40% de la cantidad de agua no tiene mayor consecuencia. Aquí, los riesgos están mucho más ligados a las enfermedades, que afectan a las plantas y a los animales, que se desarrollan en la humedad y la tibieza de las temperaturas: micosis, agresiones bacterianas o virales, proliferación de insectos o arrasadores de los cultivos. Aun en altitud, existen estos ataques; las largas rotaciones de las parcelas de los lugares de cultivo seco (las “aynocas” de los campos aymara) están ligadas a la vez a las necesidades de la restitución de la materia orgánica por el largo barbecho cubierto de pastos, y a la preocupación por evitar la proliferación de nemátodos en un campo cultivado varios años seguidos. Es así que, en los Andes bolivianos, a altitudes similares, pero con climas locales diferentes, a algunos kilómetros de distancia, los riesgos no son los mismos; en las cabezas de valle de la ladera oriental de los Andes, entre 3,500 y 3,400 m.s.n.m., en vertientes muy inclinadas, inmersas en la niebla durante una gran parte del año, los riesgos para la agricultura están ante todo ligados a las enfermedades inherentes a la humedad, en segundo término a la erosión de las tierras y en muy menor medida a las consecuencias, mínimas, de las heladas o de la sequía; por el contrario, en el altiplano vecino, los riesgos son: heladas y sequías, a las que se agregan, a orillas del lago Titicaca, los relacionados con la subida de las aguas que ocasiona, en los años húmedos, las inundaciones de los campos.
Estrategias campesinas frente a los riesgos 16
Para la mayoría de los campesinos andinos, los riesgos climáticos están siempre presentes; hay que actuar con astucia dentro del territorio. El libro colectivo, publicado bajo la responsabilidad de Pierre Morlon sobre Las prácticas y técnicas campesinas en los Andes centrales analiza con precisión y sutileza las diferentes estrategias campesinas, los acondicionamientos y las prácticas que permiten paliar, por lo menos parcialmente, los riesgos de heladas.
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En las regiones del altiplano, y de la puna del Perú y Bolivia, son implementadas simultáneamente varias estrategias. En las comunidades, la que se utiliza con más frecuencia es un reparto de los riesgos mediante la dispersión de las parcelas, a la vez entre chacras y dentro de las zonas rurales. En el seno de las pequeñas explotaciones agrícolas, la regla es la dispersión de parcelas, a menudo de pequeñas dimensiones. Esta fragmentación ocasiona un incremento del tiempo dedicado al transporte: de la casa a los campos; pero el trabajar con herramientas, la pequeña dimensión del campo, no limita la productividad del trabajo (la economía de escala no entra en juego). Aquí, un campo en una vertiente bien expuesta estará al abrigo de heladas matinales, allá, una
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parcela en una zona muy baja podrá ser sensible a las heladas pero conservará la humedad en períodos de sequía. 18
Otra estrategia, que se cruza con la precedente, se esfuerza por gozar de un relativo dominio del tiempo, utilizando un calendario agrícola que toma en cuenta las probabilidades de heladas en períodos sensibles para las plantas (en el momento que los plantones prenden durante la estación de lluvias, y el período de floración en las plantas de papa), sembrándose especies precoces y otras tardías.
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Finalmente, hay pequeños trabajos que permiten evacuar por drenaje el exceso de humedad, acumular agua por medio de pequeñas presas de contención hechas con tierra y piedras que conservan el agua en las hoyas de altitud, la que puede mantener los bofedales para los rebaños de alpacas o servir para irrigar algunos campos más bajos. Los andenes favorecen la circulación del aire y por lo tanto disminuyen la posibilidad de enfriamiento de un aire estancado. Pequeños muros de piedra, hileras de árboles y arbustos de la foresta modifican los microclimas, limitando durante las noches las pérdidas de energía por irradiación, permitiendo efectos de abrigo, mientras que durante el día disminuye la radiación solar y sus consecuencias excesivas (demasiada radiación hace cerrar los estomas de las plantas y reduce su actividad de fotosíntesis); los camellones que cubrían vastas extensiones alrededor del lago Titicaca en la época incaica, y en algunas pequeñas cuencas del Ecuador, como en Otavalo, tenían un efecto regulador de la humedad; facilitaban la alimentación hídrica de la planta en pequeño período seco, limitando, quizás, el riesgo de heladas gracias a una humedad más fuerte a nivel de la superficie del suelo. De este modo, diversos microacondicionamientos, implementados por las agriculturas campesinas del pasado, permitían limitar los efectos de algunas heladas y de sequías limitadas; traducían a la vez un buen conocimiento empírico de los medios naturales y una conciencia de las situaciones; la estrategia de estas prácticas y técnicas tenía como finalidad asegurar la regularidad de las producciones, indispensable tanto para la supervivencia como para la búsqueda de una máxima producción en los años favorables. Esto resulta inútil ante los fenómenos catastróficos excepcionales: grandes heladas, sequías que se prolongan durante varios años, pueden conducir al abandono de los cultivos en los sectores más afectados.
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Las reacciones frente a un fenómeno catastrófico no son necesariamente las mismas en pueblos vecinos y con territorios semejantes. Entre 1977 y 1979, la vertiente occidental de los Andes fue afectada por la sequía, que disminuyó las potencialidades forrajeras, ya restringidas de los pastizales, y la cantidad de agua disponible para las irrigaciones. Tres comunidades vecinas pueden proporcionar diferentes reacciones. En 1977, en San Juan, no se contó con la nueva llegada de las lluvias y, al año siguiente, los ganaderos no hicieron nada: estrategia del descuido. Los animales languidecían y al año siguiente la falta de posibilidades de recuperación se tradujo en un incremento de la mortalidad del ganado, el debilitamiento de los animales que aún subsistían y la esterilidad de las hembras; en tres años, el 60% del rebaño desapareció y el estado del 40% restante era lamentable al fin de la sequía en 1980. En Pampas-la Florida, donde las prácticas del comercio están más desarrolladas por la arboricultura frutal, la estrategia adoptada fue, desde el inicio de la sequía, la venta, en buenas condiciones, del rebaño y la reinversión del dinero en la arboricultura. En Huascoy, la comunidad, constatando que sus pastizales ya no permitían alimentar al conjunto de los animales, alquiló otros a comunidades vecinas con poco ganado, y de este modo, con la disminución de la carga,
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logró aliviar en algo sus pastizales, lo que le permitió, mal que bien, pasar este cabo difícil. En San Juan, la disminución de las lluvias y del agua para la irrigación llevó a abandonar los cultivos de secano en altura, a disminuir las dotaciones de agua para los cultivos de panllevar y a utilizar al máximo el agua disponible para la arboricultura frutal, cuyas producciones fueron mejoradas, pues anteriormente echaban demasiada agua lo que desarrollaba las enfermedades y el oidium. El mercado de frutas colabora en las explotaciones familiares, cuyos ingresos, en términos monetarios, no disminuye a pesar de la pérdida de capital, relacionada con la reducción del ganado. Pero la sequía acelera el declive de los cultivos de pan-llevar y la ganadería extensiva y poco productiva.
Algunas limitaciones naturales 21
A diferencia de los riesgos, que en ciertos lugares se traducen en momentos de crisis, las limitaciones naturales se definen por su permanencia en determinada situación. Son hechos naturales, que están ahí, que hay que superar, modificar o rodear para alcanzar una finalidad. Estos hechos obligan a un incremento de trabajo, y de inversión, para alcanzar el objetivo fijado. Pero, como en los riesgos, estas limitaciones no tienen sentido sino dentro de una sociedad determinada, con sus técnicas y dependen de las modalidades de acondicionamiento y utilización del territorio. Si no existen riesgos en lo absoluto, tampoco pueden existir limitaciones.
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Toda alta y gran montaña presenta, en relación a otros medios, limitaciones que le son propias. Primero hay que vencer los efectos de la pendiente y luego soportar los de la disminución de oxígeno con la altura. Los efectos de la pendiente deben ser analizados desde varios puntos de vista.
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La gravedad actúa fuertemente para acrecentar la movilidad del material en las vertientes en pendiente, con una gama diversificada de diferentes procesos de erosión: unos lentos, por masas, como la solifluxión que afecta los coluviones cargados de humedad o están afectados por alternancias de hielo y deshielo, los deslizamientos lentos, por paquetes, los escurrimientos superficiales, por capas o por arroyuelos (rills) después de los chubascos o el abarrancamiento concentrado. Toda la gama de los procesos gravitacionales existen en los Andes, así como en todos los relieves. Algunos pueden transformarse en riesgos cuando, esporádicamente, se franquea un límite; el lento movimiento de masa que se acelera y se transforma en derrumbe, el torrente que, luego de abundantes lluvias, se vuelve un alud torrencial, un “huayco”. Estos últimos han sido evocados líneas más arriba. Pero debe tomarse en cuenta los movimientos lentos que arrastran un conjunto de andenes y las frecuentes caídas de piedras en los caminos. Aquí, como en el caso de los riesgos con los que acaba confundiéndose, existe la elección entre varias posibilidades: ya sea rodeando el obstáculo (no construyendo andenes en los sitios en los que la solifluxión afecta de manera muy sensible una vertiente), o evitando construir una carretera donde abunda la caída de piedras, o bien tomando medidas de carácter permanente para limitar sus efectos: drenajes para evacuar el exceso de agua en la vertiente, lo que debe retardar o terminar con la solifluxión, redes o cualquier otro dispositivo como una excavación en galería para evitar la caída de piedras. Pero se trata de medidas técnicas que elevan el costo del equipo. Sin embargo, hay emplazamientos difíciles que son acondicionados: el de La Paz, formidable, en un valle con forma de bóveda, excavado en conglomerados y no
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mostrándose nada propicio para la implantación de una ciudad capital y que sin embargo llega actualmente al millón de habitantes. Emplazamiento imposible de considerar para implantar ahí una gran ciudad “nueva”... y, a pesar de todo, está ahí, con sus fuertes desniveles, duras pendientes que se derrumban, y de barrancos que separan los barrios, todo esto en una región sísmica... La posición inicial de abrigo, más abajo del altiplano frío y barrido por los vientos, se torna el sitio de una ciudad capital en la que las dificultades naturales son superadas, de manera desigual con el correr de los años. A veces las ciudades crecen en malos terrenos... que no les impiden crecer. 24
La energía que se debe gastar para vencer la gravedad es, desde el punto de vista de la física, siempre la misma (una caloría por metro y por kilo). Pero esta realidad física se presenta de maneras muy diferentes, según las técnicas de transporte y desplazamientos. Un hombre o un animal gastan energía muscular, compensada por la alimentación. El gasto y la transferencia del alimento al músculo son mejorados por las prácticas y la costumbre; de ahí, los mejores rendimientos obtenidos por un hombre o un animal acostumbrados a la circulación en escarpadas pendientes. La limitación de la pendiente —por lo menos entre ciertos límites: una pendiente de una treintena de grados en las zonas inferiores, que representa la pendiente media de gravedades y diversos tipos de desprendimientos — , es fácilmente vencida en el mundo por los campesinos de la montaña. La adaptación por instalación de andenes que rompen la pendiente, caminos en zigzag, en los interfluvios, permiten, con perfiles de una quincena de grados, ganar fácilmente la altura, sin por ello desequilibrar la vertiente con una grieta muy profunda. Un caminante entrenado alcanza una velocidad de ascenso de 450 a 550 m. por hora en la subida y el doble de bajada. La velocidad de una caravana de asnos y de muías es menor: 300 m. de ascenso por hora es un promedio corriente para una caravana cargada. De ello resulta la primera observación: considerando las ventajas obtenidas por el escalonamiento (diversificación y repartición de las producciones, por lo menos en parte), no constituyendo la pendiente una mayor dificultad en sociedades en las que todo el consumo de energía, tanto humana como animal, era ante todo muscular, y que había posibilidades de acceso gracias a una red de distribución relativamente densa que contribuyó a homogeneizar el espacio montañoso, de accesibilidad más o menos igual entre los diferentes lugares, expresado en tiempo de recorrido, en los Andes el aislamiento es menor que lo que se podría pensar a primera vista; a pesar de la pendiente, la circulación estuvo siempre organizada cuando fue necesario.
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La pendiente no era una limitación mayor, y como los pisos térmicos comportaban ventajas potenciales, que la latitud limitaba los riesgos patógenos, la habitabilidad de las montañas se mostraba mejor ante las sociedades campesinas —organizadas en cacicazgos y en estados — , que la que podían ofrecer las llanuras cubiertas de densas selvas, atravesadas por grandes ríos. Pero hay que ser prudente con estas generalizaciones; la selva de Yucatán sirvió de asiento a las civilizaciones mayas, así como, también, las montañas de Guatemala, y en Asia Menor, Ankhor; ello muestra que los medios forestales podían soportar fuertes densidades organizadas en estados, mucho antes de la época contemporánea.
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Por el contrario, la instalación de carreteras y vías férreas hace patente las limitaciones de la pendiente; las posibilidades de implantación son más limitadas, de ahí la necesidad de elecciones muy precisas: las rampas de las carreteras no pueden sobrepasar sino muy difícilmente de 6 a 10% de pendiente; si se tiene en cuenta la
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disminución de la potencia de los motores en altitud (a 4,400 m.s.n.m. no es sino 60% de la del nivel del mar) la pendiente de las rampas debe atenuarse con la altura y las carreteras demandan la apertura de tabladas de 6 a 8 m. de ancho como mínimo. Las limitaciones técnicas en las vías férreas son todavía más fuertes: las rampas, si las vías férreas no tienen cremallera, tienen pendientes mucho menores (2% como máximo) y las curvas tienen radios infinitamente más grandes que los de las carreteras.
Limitaciones superadas 27
Sin embargo, la historia de las comunicaciones ferroviarias y terrestres en los Andes nos muestra que a pesar de las dificultades, en cuanto la necesidad se puso de manifiesto, los “medios modernos” de comunicación fueron instalados en los Andes; vapores en el lago Titicaca, subidos y transportados en piezas por caravanas, desde el Pacífico hasta el altiplano, en la segunda mitad del siglo XIX. Al fin de 1869 se firma el contrato de construcción de los ferrocarriles del Callao a La Oroya y de Arequipa a Puno. En 1876, se termina el que va de Arequipa a Juliaca y la vía llega a Sicuani en 1892 y al Cusco en 1908 (fueron dificultades financieras las que atrasaron hasta inicios del siglo XX su llegada al Cusco). Asimismo, en la segunda mitad del siglo XIX, se construye la línea Ticlio que permite unir Lima con La Oroya, siguiendo el fondo y la ladera del valle del Rímac, atravesando el paso a 4,800 m.s.n.m., sin cremallera. Como la mano de obra local es escasa, se importa chinos. El relieve, aún excepcionalmente fuerte, no impidió la construcción de vías férreas, esto es una demostración de la unión de la voluntad política y la justificación económica de la explotación de los recursos andinos: minas en el centro del Perú y lana en el sur. Más o menos en la misma época se instalan las comunicaciones ferroviarias en el Ecuador, de la costa a las cuencas interandinas, y en Colombia, los rieles iban a transformar las relaciones entre la costa y la sierra e incluso en el interior de ésta, facilitando la comercialización de los productos locales. De este modo se acentuaban las diferencias entre las regiones comunicadas por el tren y las que no lo eran.
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El desarrollo vial ha sido un factor muy determinante en las relaciones y en la articulación entre los Andes y sus piemontes. Desde 1928 el Perú poseía 18,000 Kms. de carreteras, de las cuales 4,000 eran utilizables en toda época; 40,000 en 1960, y en 1980, más de 55,000 Kms., de las cuales 6,000 son asfaltadas. En los Andes, los caminos son construidos tanto por la administración como por las compañías mineras, las empresas agrícolas y ganaderas o las comunidades campesinas. Los esfuerzos hechos por estas últimas son con frecuencia notables: así, en la región de Lima, los campesinos de Huarochirí, trabajando durante más de veinte años, construyen una carretera de más de cien kilómetros, la que, partiendo del desierto costero, atraviesa las punas antes de llegar a la cuenca de Huarochirí a 3,000 m.s.n.m.; esta obra fue realizada a pico, lampa y barreta, utilizando un poco de dinamita sólo para hacer saltar los pasos rocosos.
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Esos esfuerzos son especialmente importantes a mediados del siglo XX. Progresivamente, la carretera llega a las principales ciudades. Este esfuerzo de construcción de carreteras y pistas, desplegado en los países pobres, por sociedades pobres es, con la difusión del camión y el ómnibus que lo acompaña y justifica, un elemento importante de transformación social y económica. Por un lado las producciones se orientan sobre todo hacia el mercado, por ejemplo con el desarrollo de la producción de productos lácteos, quesos, etc., por otro, se plantan árboles frutales;
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en otro lugar se instala una escuela en un cruce de pistas. Con frecuencia, las dificultades son mayores en los Andes húmedos de Colombia que en los Andes secos del Perú y Bolivia. Finalmente, también se han desarrollado las vías en el Altiplano, ya que las mesetas de las punas son relieves en los que la instalación de carreteras se hace sin excesiva dificultad, ciertamente con algunos problemas en la estación húmeda, por el ahondamiento de carriles y por los ríos en creciente que hay que atravesar. 30
Ciertamente, el costo del transporte es siempre más elevado en la montaña que en la llanura; la velocidad media es generalmente inferior (60/80 Kms/h en la llanura, 30 Km/h con frecuencia mucho menos en la sierra); en las pistas, las llantas y máquinas se gastan mucho más rápido. En la sierra, el costo promedio de transporte terrestre es 50% más elevado que en la llanura. Las ventajas comparativas juegan aquí en favor de la llanura y en detrimento de la montaña. No obstante la limitación, muy real, de la pendiente, ésta ha sido vencida en parte por el esfuerzo de los andinos. La diferencia con otras montañas es considerable. En el Himalaya del Nepal, donde en promedio las dificultades no son superiores a las de los Andes tropicales, donde en las colinas (es decir en las montañas medianas escalonándose entre los 800 y 3,000 m.s.n.m.) la densidad de la población campesina es grande —a veces más de doscientos habitantes por Km2.— y donde además no había carretera hasta la segunda mitad del siglo XX, las escasas carreteras existentes, que forman una red todavía muy floja y no continua, son construidas con financiamiento de la cooperación técnica internacional y la gente de los pueblos no asume su comunicación terrestre.
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La aviación ha permitido superar ciertas limitaciones de la “rugosidad del relieve”. Como en los otros motores, la potencia del despegue de los aviones se ve reducida por la menor presión atmosférica de la altura; lo que también causa el encarecimiento del costo del transporte. Sin embargo, a partir de la Segunda Guerra Mundial, los transportes aerocomerciales se generalizan en los Andes. Y, a pesar de la dificultad de encontrar superficies planas y entornos lo suficientemente despejados para permitir el vuelo y aterrizaje de los aviones, se puede constatar que en los países andinos prácticamente todas las ciudades de mediana importancia (un centenar de miles de habitantes) cuentan con un aeropuerto. La frecuencia de los accidentes se debe más a las condiciones, a menudo mediocres, del mantenimiento de los aviones efectuado por las compañías; al límite de la rentabilidad, y a los medios financieros y técnicos muy limitados, que hacen volar los aviones de segunda y tercera mano, que a las dificultades naturales. Es la pobreza y el subdesarrollo más que los mismos Andes los que acrecientan la frecuencia de los accidentes tanto en Colombia como en el Perú.
Observaciones a manera de conclusión 32
Efectivamente existen riesgos naturales en los Andes, pero ciertamente no muchos más que en otras grandes montañas del mundo, y es porque afectan a densas poblaciones que en algunos lugares viven en situaciones extremas, fuertemente deprimidas tanto ecológica como económicamente. Las limitaciones son las de todos los grandes volúmenes montañosos, pero las cuencas internas, altiplanos y las superficies planas de las punas son lugares donde la circulación es fácil y donde no existe los fríos prolongados ni el manto nevado de las montañas europeas o las del Asia central. La mayor dificultad en nuestra época, que es la de la instalación de carreteras y ferrocarriles en la montaña, ha sido vencida por el esfuerzo colectivo de los pobladores
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andinos y a muy reducido costo, debido a las bajas remuneraciones pagadas a los trabajadores. Queda, como en todas partes, el problema de la pendiente en los trabajos de los campos que no se prestan a la mecanización, propia para las “economías de escala”. Pero la pendiente no existe en todos los Andes donde, sobre todo en el-Perú y Bolivia, las superficies planas son importantes. 33
A diferencia de los Alpes y de una parte del Himalaya central, los Andes intertropicales heredan de su historia geológica diversos yacimientos mineros: metales no ferrosos, plata, zinc, plomo, mercurio, metales raros y oro, sobre todo en los Andes tropicales; yacimientos de carbón en Colombia o el norte del Perú; Potosí y su Cerro Rico están presentes en la memoria colonial tanto como Cerro de Pasco y Toquepala en la del Perú del siglo XX. Las minas de los Andes han sostenido y sostienen todavía parte del comercio exterior tanto del Perú como de Bolivia, aun cuando el estaño desaparece después de haber sido, en la primera parte del siglo, el principal producto de exportación del país. Las minas, local y regionalmente, desempeñan un papel en la organización de una parte de los espacios andinos. Finalmente, la energía proporcionada por la gravedad puede ser transformada en electricidad mediante la utilización de las caídas de agua, pero además puede facilitar la irrigación gravitacional, tomando el agua de una fuente, un torrente, o un río. Entonces, existen compensaciones para las dificultades propias de la montaña. ¿Pero es la montaña lo que hace que una gran parte de los andinos, sobre todo los campesinos, sean pobres? ¿Es la naturaleza la que hace aquí la desgracia de los hombres? Aquí tampoco la explicación pasa por el establecimiento de causalidades simples y no puede fundarse en un determinismo elemental, aceptable en todos los lugares y circunstancias. Es claro que la pendiente es ahora más que antes una dificultad natural que se traduce en costos suplementarios para los transportes y en una imposibilidad de aprovechar las economías de escala que aportan la mecanización y la motorización en la agricultura.
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Tomar en cuenta las dificultades propias de las montañas, en la época contemporánea, muestra que éstas no son las mismas en un país y dentro de una sociedad donde los centros de comando se encuentran en la montaña y en los que la montaña es marginada progresivamente, porque está mal inserta en la economía nacional y porque sus habitantes son considerados, por las élites dirigentes, como salvajes difíciles de civilizar. En Colombia, Cundinamarca — departamento donde se localiza Bogotá — , no figura en la economía como un departamento atrasado, y el hecho de que su capital esté situada en altitud no ha constituido un freno para su desarrollo en el transcurso de las últimas décadas. La elección de Santa Fe de Bogotá, como sede de una Audiencia, luego de un Virreynato, antes de su transformación en capital de la República, a pesar de su alejada localización de los océanos y la dificultad de acceso cuando se viene de abajo, no ha obstaculizado en nada el desarrollo actual de la región urbana. En Colombia no se evoca para nada la situación andina de la capital como una fuente de dificultades para el país. Por el contrario, en el Perú, el hecho de que la capital se localice desde 1536 en la costa y que la sociedad criolla se haya formado allí, ha contribuido, sin ninguna duda, a desvalorizar a los Andes en las sociedades y en las formas de organización del espacio.
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Capitulo 7. Distribución y localización de las poblaciones andinas
Montañas pobladas, sobre todo en “manchas” 1
Un mapa de las densidades de población en los Andes tropicales muestra algunos datos importantes, los que no tienen ninguna especificidad andina en particular.
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Alrededor de las 9/10 partes de la población se agrupa en “manchas” relativamente densas de población (las densidades medias kilométricas a nivel del millar de Km 2, son ahí iguales o superiores a 100 h/Kml) separadas por vacíos o extensiones muy poco pobladas (densidades inferiores a 10 o hasta 5 h/Km 2.). Distribución banal a escala mundial; más o menos en todas partes se observa esta tendencia a la aglomeración de los hombres, cuya inmensa mayoría no ocupa sino una fracción limitada del planeta; las 4/5 partes de la población mundial se ubican sobre la quinta parte de las tierras emergidas. Sin embargo, el peso y la dimensión de los diferentes amontonamientos, así como su distribución varían; las 4/5 partes de la población de la República de China, es decir, más de 800 millones habitan sobre la cuarta parte del territorio, en las llanuras y colinas del Este del país, que tiene más de dos millones de Km 2.; 110 millones de japoneses (sobre 120 millones) viven en 70,000 Km2., menos de 1/5 de la superficie del archipiélago; se encuentra proporciones semejantes, pero con densidades un poco menores y sobre todo menos vacíos verdaderos en Europa occidental. Los ejemplos pueden multiplicarse.
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En las montañas habitadas (Alpes, Himalaya nepalés) existe también más o menos la misma regla general; hábitat en los valles o en la ladera de valle, en los Alpes, con altitudes inferiores a 1,500 m.s.n.m., a excepción de algunas estaciones de deportes de invierno; en el Himalaya nepalés — por lo menos al sur de los grandes macizos, a menudo con grandes densidades de población— pueden sobrepasar los 200 a 300 h/Km 2. en las vertientes situadas entre 800 y 1,600 m.s.n.m., con cuencas cuyas densidades
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poblacionales son las del Extremo Oriente (más de 1,000 hab. por Km 2, en el de Katmandú). 4
Los Andes tropicales se inscriben también dentro de estos tipos de distribución. En los Andes del norte, en Ecuador, la densidad poblacional, a fines de los años 80, sobrepasa los 60 h/Km2. en promedio en la sierra (alrededor de 4'400,000 h/72,000 Km 2.), pero una mitad vive en aglomeraciones de más de 20,000 hab. Las densidades en las cordilleras de Colombia son bastante cercanas, con un porcentaje mayor de citadinos (2 sobre cada 3) y de densidades rurales cercanas a los 100 h/Km2. en las regiones rurales productoras de café (departamentos de Quindio, Caldas o Rizalda o en las llanuras y cuencas del Boyacá, del Cundina-marca o la meseta del oriente antioqueño).
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En los Andes tropicales, al sur del Ecuador, las densidades medias son menores; en el Perú siete millones de pobladores andinos en 350,000 Km 2., pero aquí la importancia de la densidad media de 20 hab. por Km2, —y es la densidad media del espacio rural en la escala del mundo —, pierde su significado, pues las extensiones vacías o poco pobladas ocupan un alto porcentaje de la superficie. Aquí también, básicamente es una población rural asentada en “amontonamientos” superiores a 100 h/Km 2., incluyendo los pueblos inferiores a 20,000 hab. que pertenecen al mundo rural. En Bolivia, sobre 420,000 Km 2, de montaña (altiplano y flanco oriental de los Andes, surcado de valles) encontramos 3'200,000 hab., es decir una densidad media de más o menos 12 hab. por Km 2. Pero las extensiones desérticas del sur y la de las altas punas secas modifican los promedios. La realidad geográfica de los “amontonamientos” es particularmente clara; cinturón poblado del lago Titicaca, con densidades superiores a 100 h/Km 2., archipiélago minero en decadencia y en vía de abandono entre Oruro y Potosí, valle como el de Cochabamba donde, fuera de la aglomeración, las densidades kilométricas rurales son también superiores al centenar de habitantes. Las 4/5 partes de la población boliviana, es decir más de 5 millones de habitantes, viven en menos de 150,000 Km 2. (J.P. Deler).
Relieves, climas y densidades poblacionales 6
Que las cuencas, los anchos valles y las altas planicies intramon-tañosas estén sumamente pobladas, y sean el centro de la mayoría de las ciudades, no tiene nada de sorprendente, son múltiples los ejemplos; la sabana de la cordillera oriental de Colombia sirve de asiento a Bogotá, al borde de los ramales montañosos; más al norte, las cuencas, en ellas alineados cual collar, ciudades y campos de los departamentos de Cundinamarca y de Boyacá; el valle íntegramente ocupado por la aglomeración de Medellín, más abajo de las mesetas del oriente antioqueño; la sucesión de las cuencas intrandinas del Ecuador, de Tulcán a Loja. Igual situación en el Perú con las cuencas intramontañosas de Cajamarca, Huánuco, Huancayo, Ayacucho, el valle de Santa en Huaraz, la región del Cusco; en Bolivia, la cuenca de Cochabamba en particular. Las altitudes varían; si se exceptúa Medellín, situado a 1,400 y 1,500 m.s.n.m., el fondo de esas cuencas, con sus ciudades, se sitúa entre 2,400 y 3,600 m.s.n.m., es decir, en los pisos templados, por debajo de las punas y los páramos. Estas cuencas están en posición de abrigo, a veces con una fuerte gradiente pluviométrica como entre el norte y el sur de Bogotá donde, sobre una veintena de Kms., las precipitaciones varían de simple al doble; las fuertes heladas son raras aun cuando se observa inversiones de temperatura, el agua que sale de las montañas que la rodean es abundante, tanto para la irrigación como para el abastecimiento de las ciudades. Y como, a excepción de Medellín, no hay
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muchas industrias ni calefacción urbana, la contaminación, en relación a su situación de cuenca de altura, es todavía reducida. El emplazamiento de Bogotá está siempre relativamente abierto sobre todo hacia el oeste. La Paz ocupa el fondo de un alto valle, metido en los conglomerados, más abajo del altiplano y de la cordillera oriental; pero también ahí la reducida industrialización limita la contaminación. 7
En esas cuencas, de climas tropicales, tibios y templados, de escasas heladas, con agua generalmente abundante y de fácil acceso, los cultivos de cereales, legumbres, las praderas destinadas a la crianza de animales lecheros, permiten una gran elección de producciones agrícolas. La diversidad y ventajas de los emplazamientos explican su ocupación, tanto por las poblaciones precolombinas como por los españoles. Aunque los riesgos, sobre todo sísmicos, no son desdeñables pues esas cuencas son con frecuencia de origen tectónico, vinculadas a fallas; es la razón de los terremotos, que desde la Conquista española han afectado a casi todas las ciudades, acarreando su destrucción total o parcial.
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Otras localizaciones atraen a las poblaciones. Las laderas, tibias y húmedas de las cordilleras de Colombia, entre los 800 y 1,800 m.s.n.m., fueron desbrozadas durante la segunda mitad del siglo XIX y en el XX para plantar cafetales, que luego dejaron lugar a la ganadería y a producciones de panllevar (yuca, maíz) o a la caña de azúcar en la parte baja de este piso.
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Por el contrario, otras dos localizaciones son más particulares a los Andes; los altiplanos del Perú y Bolivia y los asientos mineros de las cordilleras. Altiplanos del piso frío; en la orilla del lago de Junín a 4,100 m.s.n.m., encerrado por las chacras de las comunidades agrícolas y pastoriles; más al sur, el altiplano peruano-boliviano, de mayor extensión, con aureolas de densidad decreciente desde el lago Titicaca, y con centros de población localizados a lo largo de algunos ejes ferroviarios y carreteros, Juliaca-Ayaviri en el Perú, La Paz-Oruro en Bolivia. Las poblaciones rurales cultivan ahí sus chacras al límite de las posibilidades agrícolas, lo que los vuelve más sensibles a las heladas y a las sequías. Los archipiélagos mineros del Perú tienen emplazamientos a más de 4,400 m.s.n.m., como los que se encuentran a ambos lados del paso de Ticlio, en Cerro de Pasco o Huarón. Los yacimientos de estaño, explotados en Bolivia a fines del siglo XIX y en la primera mitad del XX al S.E. de Oruro (minas Siglo Veinte), se encuentran a altitudes análogas, como lo es Potosí al sur, explotado por su plata desde la Colonia. Las poblaciones de estas minas se cifran en decenas de miles de habitantes y constituyen pequeños “montones” concentrados, mientras que las poblaciones agrícolas se cuentan en varias centenas de miles de habitantes.
Vacíos y extensiones poco pobladas 10
La aridez de las punas del sur del Perú y del oeste y sur de Bolivia, añadida a la altitud, las transforma en casi desiertos; la densidad del Lípez, alto desierto de altitud en los límites de Bolivia, Chile y la Argentina, es de un habitante por Km 2.; las vastas extensiones de las estepas y de los altos desiertos en el sector de las tres fronteras del Perú, Chile y Bolivia, tienen densidades del mismo orden. Una gran parte de las punas del Perú, a más de 4,200 m.s.n.m., tienen densidades inferiores a un habitante por Km 2. Algunas chozas de adobe de los criadores de llamas y alpacas o una mina, muestran de vez en cuando la presencia humana.
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Otras partes de los Andes son poco pobladas, como consecuencia de las dificultades relacionadas con las condiciones naturales; la “selva nublada” de los frentes andinos pluviosos constituyen medios repulsivos, que se atraviesan difícilmente. Cuando cae más de 4 metros de agua por año, en montaña, la vida húmeda debe enfrentarse a numerosas limitaciones.
Historia y estructuras de producción, factores que explican las densidades poblacionales 12
No habría que limitarse a las calidades de los emplazamientos naturales para explicar la distribución de las poblaciones. A escala de los Andes, hay que destacar los Andes muy poblados, a fines de la época precolombina, en las cuencas y altiplanos de los Andes tropicales “incaicos”, donde las densidades rurales del siglo XV no han sido nuevamente superadas sino hasta la primera mitad del siglo XX, sin olvidar los Andes menos poblados de Colombia, con centros de poblamiento Chibchas y Guane de la cordillera oriental, Quimbaya de las laderas del norte de la cordillera central y del valle del Cauca, Pases de los valles superiores del Magdalena o del Cauca. Rosenblatt evalúa en 850,000 hab. la población que ocupaba el territorio de la actual Colombia en 1492, cuando Colón llegó al Caribe, y en medio millón la de los pobladores andinos, cuando la población del Estado inca, a fines del siglo XV, se estimaba en ocho a diez millones de habitantes.
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Todas estas poblaciones soportaron el impacto de la Conquista, que ocasionó un declive demográfico, probablemente menor en las montañas que en las regiones bajas. Estas poblaciones, transformadas en “indias” por la Conquista, fueron reagrupadas en las reducciones o reductos, en emplazamientos escogidos por el colonizador español; ellas fueron encuadradas por la encomienda, que recolectaba el tributo y organizaba el trabajo obligatorio en función de la mita o en los obrajes (talleres textiles) donde eran evangelizadas por la Iglesia que se esforzaba por “extirpar las idolatrías”.
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Numéricamente, esta población fluctuó variadamente en la época colonial, experimentando una lenta recuperación a partir de la segunda mitad del siglo XVIII y un vigoroso crecimiento demográfico en el s. XX. Los núcleos indios se mantienen desde el sur de Colombia hasta Bolivia. Genéticamente poco mestizados, todos soportaron el dominio español. Si la lengua española es ahora tan ampliamente utilizada es porque traduce los efectos de la escolarización, del desarrollo del mercado y de las migraciones; las diferentes variantes del quechua son cotidianamente habladas sin duda- por seis o siete millones de andinos, mientras que el aymara por más de un millón, es decir mucho más que a fines de la época colonial o que en el siglo XIX, lo cual es una consecuencia del crecimiento demográfico. Por el contrario, en la mayor parte de los Andes colombianos, el poblamiento, aún mestizo, está mucho más marcado por los aportes españoles, así como en el oriente antioqueño. En las regiones productoras de cafe se trata, en lo esencial, de una colonización agrícola de des-brozadores de los siglos XIX y XX. La población actual de los Andes colombianos es una población donde el aporte español es más importante que en los Andes “incaicos”. En el curso de este último siglo se ha incrementado muchísimo como resultado de la fecundidad, la misma que es la causa de una población más numerosa en la actualidad que en los Andes tropicales del sur del Ecuador.
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Las estructuras y los sistemas de producción agrícola intervienen igualmente como factores que explican las densidades andinas.
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Durante toda la época colonial, y al inicio de la época republicana, el hombre era escaso y la aptitud para movilizar su fuerza de trabajo era siempre una condición esencial para explotar los recursos naturales. De ahí viene la institución de la encomienda, y de las obligaciones que la acompañan (mita en el Perú) y el tributo. Por lo que, a comienzos de la época republicana, el desafío lo constituían las poblaciones del altiplano del Titicaca entre la entonces recién formada Bolivia y el Perú, pues es en ella que podía asentarse el tributo, recurso fiscal esencial de los nuevos Estados. Había que esforzarse en concentrar la población para controlar mejor, para poder “extraer de ella” la fuerza de trabajo, pero también para responder a las necesidades de ordenaciones rurales, en particular las vinculadas a la irrigación.
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La ocupación de una parte de los Andes se hizo posible por el desarrollo de la ganadería extensiva. Esto posibilitó dos formas de ocupación del espacio, complementarias, por lo menos en parte; una forma es la concentración de población “indígena” en pueblos o caseríos, fáciles de controlar, dotados a menudo de autonomía de funcionamiento, y otra forma es la de grandes haciendas. En éstas, una parte de las tierras, la “reserva”, es cultivada gracias a las prestaciones obligatorias de trabajo proporcionadas por los colonos, mientras que los pastizales son pastoreados por los rebaños del propietario, mezclados o no con los de los colonos. Hay posibilidad de muchas fórmulas de intermediarios. La producción de panllevar, base de la autosubsistencia de la familia o del grupo, demanda una numerosa mano de obra, que trabaja con herramientas. La productividad del trabajo es siempre mediocre, frente a los rendimientos que son bajos y variables. De ahí resulta una distribución de la población campesina, ya sea en habitat disperso, explotaciones familiares o caseríos que se encuentran tanto a orillas del lago Titicaca como en las chacras indígenas de Ecuador o en las vertientes de mediana altitud de Colombia, o en los pueblos establecidos alrededor de una plaza central, dominada por la Iglesia, herencia de antiguas reducciones. Estas poblaciones campesinas podían depender, antes de las reformas agrarias de los años 50-70 en el Perú, Bolivia y Ecuador, de latifundios, en los que el propietario se contentaba con recoger una parte de la producción y del trabajo de sus colonos como de las comunidades campesinas, que también podían trabajar en las haciendas vecinas.
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Esta distribución puede ser observada en las cuencas intra-andinas del Ecuador donde, en la periferia, están las comunidades en tierras más elevadas y de inferior calidad, mientras que las tierras de las haciendas ocupan el fondo de la cuenca, más fácil de irrigar; ésta era también la situación, antes de la reforma agraria, en el “Valle Sagrado” del Urubamba, con haciendas en la llanura aluviónica y comunidades campesinas en las vertientes muy empinadas.
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En las primeras décadas del siglo XX, el desarrollo de la cría de animales de lana (carneros y alpacas), para los mercados de los países desarrollados, se acompañó, en un cierto número de grandes empresas ganaderas, de una mejora de la calidad y cantidad de las producciones, gracias al cercamiento de los pastizales naturales, a veces sembrados, la selección de las especies ovinas, merinos y corriedales, con sementales comprados en Argentina o Australia. Esta “tecnificación” de la ganadería, que demanda capital, conlleva la expulsión de los colonos y su reemplazo por asalariados menos numerosos; este hecho se produce en el mismo momento en que el crecimiento demográfico se evidencia en un aumento del número de campesinos y por lo tanto de la
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densidad de los territorios de las comunidades. La consecuencia de la “tecnificación” y del incremento demográfico es la distinta densidad poblacional en el interior de un mismo medio, lo que no expresa en absoluto las diferencias de dotaciones en factores naturales; así, vemos en Junín, en los Andes centrales del Perú, a la mitad del siglo XX, cuarenta habitantes por Km2, a más de 4,100 m.s.n.m., en el territorio de las comunidades vecinas al lago, y uno a dos habitantes en las empresas ganaderas limítrofes de la Cerro de Pasco. A un lado, las punas sobrepas-toreadas, con animales mediocres, del otro, pastizales bien mantenidos, calculados de acuerdo a la carga animal. 20
En la Colombia poco poblada del siglo XIX (entre 2 millones, a principios de siglo, y 4 millones al final), la gran explotación ganadera era un medio de ocupar el espacio; podía recurrir a los trabajos de los colonos para desbrozar y limpiar el terreno antes de devolverlo al pastoreo. Pero las grandes empresas ganaderas recién se desarrollarán en el siglo XX, sobre todo en las tierras bajas.
Migraciones y urbanizaciones contemporáneas 21
El acrecentamiento de las poblaciones campesinas, y en consecuencia de las densidades rurales, se acompaña a veces de la conquista de nuevas chacras y del incremento de las ciudades andinas. Sin embargo, la época contemporánea se caracteriza por una emigración fuera de las montañas. Colombia pasa de 11.5 millones de habitantes en 1951 a más de 30 millones al final de los años 80: una gran mayoría vive en los Andes. El Ecuador tiene 3.2 millones en 1950 y más de 9 millones a mediados de los 80. El Perú, 6.2 millones en 1940, unos veinte en la actualidad. El Ecuador es bastante representativo del promedio de los países andinos por su crecimiento demográfico cuyas tasas pasan del 1%, al final del siglo XIX, al 2.8% entre 1950 y 62, el 3.3% entre el 62 y el 74 para caer un poco por debajo del 3% en la década de los 80. La tasa de crecimiento de los años 70 era de 2.7% en la sierra, de 3.7% en la costa y 5.3% en la amazonia. En el Perú el crecimiento andino es menor, la mayoría de las grandes ciudades y sobre todo Lima, se encuentran en la costa, lo que origina un crecimiento en la sierra del orden del 1%, mientras que era cercano al 4% en la costa; 4 millones de habitantes en los Andes peruanos en 1949, 7 millones a fines de los 80; jamás los Andes han tenido tantos habitantes, pero ahora son minoría en el conjunto de la población del país.
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Capitulo 8. Espacios andinos
Espacios “producidos” 1
Cada sociedad humana, cada empresa o institución crea su espacio, lo “produce”, es decir, utiliza una porción de la extensión terrestre para desplegar sus actividades y vivir allí. A la vez, hay ocupación de una extensión y de sus lugares y dentro de este espacio, el establecimiento de relaciones de los lugares entre ellos, la utilización de sus propiedades y, a veces, la creación de atributos en ciertos lugares (por ejemplo la creación de una ciudad o la transformación de una selva en campo o pastizal). Todo espacio tiene una forma que permite su cartografía, y una estructura que permite su esquematización, y que está hecha de sus lugares, de las redes que los unen, de los flujos que los recorren. Cada espacio tiene una identidad y una o varias localizaciones. Un espacio puede ser continuo como discontinuo y distribuirse en un amplio territorio, es el caso de una firma que posee varias fábricas en lugares diferentes.
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Las relaciones entre los lugares se efectúan por redes que transportan flujos de bienes, productos e información. Estos flujos alimentan unos “campos” que pueden ser orientados. Un espacio dado se inscribe dentro de “campos” más vastos; la empresa lanera del altiplano lo hace dentro del campo del mercado lanero mundial, como también en el del comercio de las lanas en el sur del Perú. Esto es válido tanto para una explotación agrícola como para un Estado. Una explotación agrícola funciona por el establecimiento de relaciones de sus lugares, parcelas cultivadas, pastizales y sede de la explotación; los cultivos se organizan en función de las rotaciones necesarias y de las exigencias de la producción. Entre las parcelas hay una red de caminos de comunicación, y los caminos que unen la explotación al pueblo o a otras explotaciones. Si la explotación produce para el mercado, ella se inscribe dentro del “campo de ese mercado”, ya sea un mercado local para vender papas o maíz o uno mundial como cuando se trata del café.
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Cada espacio, sea continuo o discontinuo, está limitado de una manera más o menos neta. Las líneas de reparto entre espacios parecidos constituyen una malla. El mundo está cubierto por la frontera de los Estados territoriales, los que también están cubiertos por las divisiones administrativas que permiten el ejercicio del poder del
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Estado y de las colectividades locales. Los territorios de las comunas y comunidades forman otra malla. 4
Para vivir, explotar, para producir, para imaginar o para creer, hay que modificar o transformar el espacio: construir una casa, apropiarse de los campos, hacer caminos, carreteras, levantar iglesias o templos donde venerar a Dios o a las divinidades; estas instalaciones, estos equipos que demandan inversiones en tiempo de trabajo o de dinero, permanecen a menudo más tiempo que los que las construyeron. Contribuyen a crear un paisaje, son una herencia que se puede modificar, y cuya presencia se impone.
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El pasado condiciona el porvenir y del pasado no se puede hacer tabla rasa, pues vivimos de herencias. El crecimiento urbano de la América andina contemporánea, en lo esencial, se hace en un semillero de pueblos, fundados durante el siglo XVI por un reducido número de españoles que realizan la conquista de un continente. Las razones de la elección de los emplazamientos eran diferentes a las que justifican el funcionamiento de la ciudad contemporánea y, sin embargo, la ciudad se mantiene ahí. El análisis de los espacios actuales no puede hacerse sin el conocimiento de la historia, sea breve o larga. Los límites entre los departamentos de Junín, Lima y Huancavelica, en los altos Andes centrales del Perú, son los de los cacicazgos preincaicos; ese segmento de la malla se ha mantenido en el curso del Imperio inca, durante el Virreynato y ha permanecido como frontera interna durante la República.
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Hay entonces en los Andes tropicales una cantidad, si no infinita, por lo menos numerosa de espacios. Espacios de cada explotación agrícola, espacios de las colectividades territoriales de base, comunidades, pueblos, distritos, espacios de las empresas así como de las producciones, espacios de las administraciones, provincias, departamentos, espacios del Estado territorial, limitado por las fronteras políticas. Si a cada nivel corresponde una red y si, con frecuencia, las diferentes redes pueden encajarse (red de los distritos, provincias, departamentos, de las regiones en el Perú), hay otros espacios, alimentando otros “campos” que vienen a cubrir los precedentes. El espacio de una empresa, por ejemplo la Cervecería del Cusco, con su fábrica, sus oficinas, su red de comunicación, de abastecimiento de la cebada que concierne a muchos agricultores del Cusco, se superpone al espacio de las pequeñas explotaciones agrícolas y al de una parte de la región creada por la ciudad. O también el espacio animado por una ciudad, sede de servicios, lugar de comercialización, de transacción, de producción; pero hay que conocer hasta dónde se extienden sus influencias, cuáles son éstas y su intensidad (comercial, de información o control y administración). Aquí no se dan los límites, el estudio es conveniente para determinarlos, pues con frecuencia son franjas que se superponen, más que fronteras netas.
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Hay también espacios ocultos, son los que permiten que las guerrillas se mantengan y ejerzan sus actividades subversivas. Los espacios imaginarios tienen asimismo sus organizaciones, sus relaciones, sus divisiones aunque éstas reposen o no en la realidad, división del territorio en dos mitades, de comunidades andinas, el alto y el bajo; división en cuatro, en dos ejes cruzándose en el Cusco del Tawantisuyu; espacios sagrados y espacios naturales se confunden a menudo en las cosmogonías; la Sierra Nevada para los Kogi, con cimas en las que aparecen los padres fundadores. Los lagos, las matrices de las madres fundadoras que son lugares donde se dialoga con los dioses, y sin los cuales no se podría ser Kogi. ¿Cómo ser Kogi más allá de la “línea negra” que delimita el territorio de los “hermanos mayores, el de los indios”?
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Espacios cambiantes, espacios ocultos según las actividades y proyectos de los grupos que los producen, rara vez son fugaces, llevan las huellas del pasado y también con bastante frecuencia son cuestionados. Hay diversos tipos de cuestionamiento; cuestionamiento en relación a las redes, son los conflictos de fronteras: han alimentado la política externa de la mayoría de los países andinos desde su creación y con frecuencia han servido para forjar el sentimiento nacional en sus ciudadanos. Un Estado confisca a otro Estado un territorio, ya sea por razones históricas porque quiere incorporar a una población, un yacimiento o tierras. Guerras y negociaciones permiten, mal que bien, arreglar el conflicto. Existe conflicto sobre los límites de los territorios de una comunidad; la historia rural andina está llena de tales conflictos que recomienzan sin cesar. También existen conflictos ligados a la utilización de los lugares; en un lugar sagrado para unos, otros quisieran construir un hotel aquí, un derecho de utilización, allá, un lugar de pastoreo de los animales no sería más aceptado; en otro sitio se expulsa a los habitantes de sus domicilios so pretexto de una renovación. Conflictos entre una autoridad legal, un Estado, y los que trasgreden las reglas, como los traficantes que hacen cultivar plantas controladas o prohibidas como la coca. En esc caso, se incluye el espacio nacional dentro del transnacional, el de la droga, que tiene sus lugares de producción en el territorio del país, y sus conflictos por el dominio de sus territorios y habitantes.
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Para que se mantenga un espacio, que está organizado como sistema, es necesario que existan regulaciones, unas ligadas a atribuciones de soberanía del Estado, otras, las del derecho de propiedad reconocido al agricultor con sus formas de transmisión, de herencia, de venta. Otras más, las del mercado que es la instancia de regulación o una de las instancias de regulación en el espacio cafetalero en Colombia.
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No se trata en este libro de analizar todos los espacios que se yuxtaponen, pero que también se recubren y forman un mosaico de varias capas, extensiones y propiedades diferentes. Es, a partir de la localización de las poblaciones, un intento de análisis de algunos tipos de espacios, de sus relaciones y sus imbricaciones.
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Aunque las poblaciones rurales sean o se vuelvan cada vez más minoritarias en las poblaciones de las montañas y en los territorios nacionales, la mayor parte de la extensión andina está ocupada por los espacios rurales. Hasta fecha reciente, eran fundamentales dentro de las sociedades y sus economías.
Campesinos andinos e historia 12
En el curso de la historia, los espacios rurales tienen y conservan una doble finalidad; asegurar, por la autosubsistencia, la reproducción del grupo, de la familia, a la comunidad y, también, proporcionar trabajo en el exterior o producir para el mercado, todo esto sitúase dentro de la doble lógica complementaria de la autonomía de la dependencia.
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Estos modos de funcionamiento (autosubsistencia y relaciones de trabajo o relaciones comerciales con el exterior) atraviesan la historia de los Andes, articulándose dentro de la familia o del grupo local. El grupo local no ha estado nunca aislado o lo ha sido excepcionalmente; prácticamente se ha inscrito siempre en los campos más vastos del Estado o del mercado.
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En los Andes tropicales, en el Imperio incaico, donde no existía la moneda, el ajuste simultáneo de las estructuras sociales y políticas (ayllu, cacicazgos, Estado) se reproducían dentro de un ajuste de los espacios. El ayllu aseguraba la continuidad del linaje, por la veneración de los lugares sagrados, donde los muertos, es decir el pasado, garantizaban el porvenir por medio de la huaca, donde eran enterrados; la vida material de sus miembros pasaba a menudo por la explotación de las posibilidades ofrecidas por los pisos ecológicos que favorecían la diversificación de las producciones, la diversidad de los topoclimas que permitían el reparto de los riesgos. Todo esto da origen a las chacras separadas unas de otras, parcelas familiares dispersadas en las chacras, pero también a la imbricación de las que pertenecen a diversos ayllus, de ahí resulta esta compleja trama, nacida del entrelazamiento de los límites. A ello se agrega un reparto de las familias entre lo alto y lo bajo, dividiendo estas oposiciones los grupos, el local y el imperial. Espacio imaginado, espacio vivido, espacio de producción, no son sino uno en la mayoría de los casos.
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Las unidades de base inscribían sus relaciones de reciprocidad dentro de los campos de los conjuntos políticos y territoriales más vastos, los que con frecuencia traducían relaciones de dependencia: trabajo de los miembros del ayllu en las tierras del Inca y del Sol, abastecimiento de productos como el maíz (almacenado en los graneros para cubrir las necesidades de las administraciones), ejércitos en desplazamiento, también trabajo para la construcción y matenimiento de las vías que cruzaban el imperio, y que permitían la comunicación entre sus diferentes partes y el pronto ejercicio de la autoridad. El ayllu se encontraba en el “campo imperial” por la reciprocidad marcada por el intercambio de divinidades, suministro de mujeres, el trabajo de los mitimaes contra la “paz inca”, más impuesta que deseada. Esta reciprocidad, dentro del intercambio desigual, era el instrumento que permitía el funcionamiento del Imperio.
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El recuerdo de algunas realidades incaicas no podría, él solo, resumir la diversidad de las situaciones andinas; las relaciones al interior de los Andes septentrionales se establecen sobre bases y a veces hasta modalidades diferentes. Las realidades andinas precolonialcs no deben ser vistas exclusivamente a través del ejemplo inca, tardío él mismo, y que ha ido cambiando con el correr del tiempo.
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Al hombre, relativamente numeroso al fin de la época precolombina (quizás una decena de millones de hombres, probablemente más, en los Andes intertropicales antes de la Conquista), le afecta la penuria que marca toda la época colonial y aún el siglo XIX. El “stock” humano de los Andes durante el período colonial debió variar entre 3 a 6 millones. Por lo que, para los conquistadores, fue indispensable movilizar lo mejor posible la fuerza de trabajo, para responder a las necesidades de explotación colonial y para dominar las extensiones conquistadas. De ahí el nivel local de los agrupamientos de ayllus en las reducciones con, la mayoría de las veces, la constitución de un territorio de una sola pieza, rompiendo, a un nivel muy sutil, la “lógica del archipiélago”; la destrucción de las huacas y el traslado de los muertos a “cementerios cristianos”, vecinos de las nuevas Iglesias, debían romper los lazos con el pasado, permitiendo promover un porvenir diferente... Las “comunas de indios”, germen de las futuras comunidades indígenas y campesinas, debían asegurar la gestión de un territorio o de una chacra a las producciones modificadas por la importación de nuevos cultivos: cereales, trigo, cebada, avena, y al desarrollo de una ganadería extensiva, en pastizales sin estabulación, compuesta por animales nuevos en los Andes como los bovinos, ovinos, caprinos, los puercos, los asnos, caballos y muías.
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La extracción de la fuerza de trabajo como la del tributo implicaba grandes limitaciones; aunque la tierra no era escasa, la productividad del trabajo agrícola fue siempre la base para satisfacer las necesidades y el pago del tributo. Sin economía de escala era casi imposible separar excedentes más allá del mínimo de supervivencia. Territorios cada vez más vastos eran acaparados por el “encomendero” en provecho propio o concedidos por la autoridad española a antiguos soldados u oficiales. Se instalaba el sistema de la hacienda, con variadas modalidades y de larga duración, iniciándose la privatización de las tierras y la entrada del derecho romano en los Andes.
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La elección de las políticas y de los dirigentes de las repúblicas, nacidas recientemente del desmantelamiento del imperio español, respondían a lógicas a menudo contradictorias. En algunos libertadores, como Bolívar, había un deseo de asentar la sociedad sobre individuos, dotados de derechos iguales, lo que debía acarrear la supresión de las castas coloniales y acompañarse de la supresión de los bienes inalienables, seguida de sus divisiones en propiedades privadas. La Nación debía estar constituida por individuos iguales en derechos y, en lo posible, propietarios. A partir de estos principios, existía la posibilidad para el fuerte (es decir la élite social criolla) de apoderarse del débil o del pobre (generalmente los campesinos indios). La supresión de las barreras de la reglamentación colonial permitió, en nombre de la autonomía de los individuos y de una libertad igual para todos, asentar nuevas dependencias: así, permitió a los poderosos apropiarse de las tierras, las de la Iglesia o las de los indios, acumulando así riquezas potenciales y poderes sobre el resto de la sociedad.
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En los Andes colombianos del siglo XIX, la modernización acompañó la supresión de los resguardos indígenas lo que facilitó la ley de 1850 (aunque algunos de ellos subsistieron hasta mediados del siglo XX en el Nariño y el Cauca antes de ser nuevamente consolidados por la administración de asuntos indígenas, a fines del siglo). Divididos y subdivididos, una parte de ellos fueron adquiridos por grandes propietarios, en las regiones más fértiles o cercanas a las ciudades. La desamortización de los bienes de la Iglesia tiene lugar en Colombia en 1881, con el objetivo de asegurar “la libre circulación de una gran parte de la tierra, que es la base fundamental de la riqueza pública”. La burguesía pudo adquirir esas tierras a muy bajos precios, acrecentando de este modo sus haciendas. Finalmente la venta de los terrenos baldíos, al tiempo que aseguraban unos cuantos recursos a las administraciones públicas, permitió constituirse a algunos en grandes propietarios, aunque el objetivo hubiera sido la formación de un pequeño campesinado propietario. Todo tiende a reforzar los grandes latifundios.
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Sin embargo, como todo Estado, aunque sea modesto, debe dotarse de recursos para cubrir sus gastos de soberanía y financiar su administración, se acudió al tributo pagado por las poblaciones campesinas —aunque con otro nombre — , ya que era el impuesto más cómodo, complementándose los recursos del Estado con los derechos de aduana. Esto ocasionó el problema del control fiscal de las poblaciones campesinas, y los litigios entre el Perú y la naciente Bolivia por controlar a los campesinos aymaras del altiplano del lago Titicaca. Hacia las primeras décadas del siglo XX, y debido al repunte demográfico, el hombre andino llegó a ser menos escaso en el Perú, existiendo un número limitado para cubrir las necesidades de mano de obra de una economía minera y de plantaciones en crecimiento, así como de las correspondientes infraestructuras de transporte. De esto resultaba una alternativa: ¿el hombre debía ser incorporado en las empresas que fuesen mineras o agrícolas —aunque hubiese que hacer arbitrajes entre los dos— que son arbitrajes entre la sierra y la costa? O al
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contrario, ¿era preferible mantenerlo, en el sitio, en territorios y explotaciones insuficientes para asegurar su subsistencia y su producción (minifundio), lo que lo obligaba a completar sus recursos trabajando en el exterior? La alternativa, resumida en algunas palabras, no era tan brutal ni tan simple; existía una gran diversidad de situaciones y estrategias. 22
Empero, la elección se vio clara en la decisión del presidente Leguía, tomada en 1920, al reconocer personería jurídica a la comunidad indígena, su derecho al ejercicio eminente de la propiedad sobre su territorio y atribuirle responsabilidad sobre su funcionamiento interno. Este reconocimiento oficial, por decreto, debía acompañarse de la habilitación de los antiguos derechos que permitían la delimitación del territorio. La finalidad era la de proteger a las comunidades campesinas de la usurpación y acaparamiento de las haciendas, al mismo tiempo que aseguraba una parte de la autosubsistencia de los campesinos y la entrega de una fuerza de trabajo a un costo marginal para las minas y las haciendas.
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Esta elección, ya expresada en otros países andinos, según otras modalidades, traduce la realidad de la división en los Andes rurales entre la pequeña explotación, el pueblo, la hacienda y la gran empresa agrícola que, con todos los matices que aportan a esta división tan fuerte como esquemática, marca los espacios rurales en los Andes a la mitad del siglo XX.
Tipos de espacios rurales campesinos 24
San Juan, situado en el valle del Chancay (departamento de Lima), es una pequeña comunidad campesina, heredada de una reducción, cuyo territorio está ubicado en una larga vertiente que se extiende entre los 1,600 y 4,800 m.s.n.m., en la ladera seca de los Andes. El pueblo se encuentra a 2,900 m.s.n.m. a la mitad de la falda. Reúne a unas cincuenta familias; fue reconocida oficialmente como “comunidad indígena” en 1940. Limita con otras comunidades, una de ellas, Huascoy, proporciona el agua indispensable a los campos irrigados: a los de los “corrales” que están alrededor de los 3,000 m.s.n.m. y en las proximidades del pueblo, y al de los “maizales” ubicado a 2,500 m.s.n.m. Esos pequeños caseríos (poseedores de andenes), de algunas decenas de hectáreas, se completan abajo con campos de la yunga seca — el fundo es irrigado permanentemente por las aguas derivadas del Chancay— y en las alturas, entre los 3,600 y 4,000 m.s.n.m., con las parcelas de secano, que están destinadas a los cultivos, bajo lluvia, de papa, oca y cebada, que es indispensable poner lejos del alcance del ganado voraz. Los ciclos de cultivo en las parcelas de secano son de dos a tres años, seguidos por una decena de años de barbecho pastoreado. Los pastizales son comunales, situados en inclinadas pendientes, cada vez más áridas hacia la parte baja, cubiertas por un monte de leñosos; su apertura y rotación son decididos por la comunidad. Los propietarios del ganado bovino, cuidado por las mujeres, pagan un derecho de pastoreo, por cabeza, a la comunidad. Las tierras de los caseríos irrigados, en pequeñas parcelas, se transmiten en el seno de la misma familia; no pueden ser cedidas a personas ajenas a la comunidad. El derecho al uso del agua está ligado a la pertenencia a la comunidad y su distribución se efectúa por unidad familiar y no en función de las superficies cultivadas. De este modo, el agua es un elemento regulador de la igualdad interna... a diferencia del ganado.
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El espacio interno de la comunidad es el del territorio dispuesto de forma continua del fondo del valle a las cimas. Los dos elementos integradores del sistema son: la pequeña
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explotación familiar y la comunidad, que otorga el acceso a la tierra, al agua y a los pastizales, que moviliza una parte de la fuerza de trabajo de los comuneros en faenas destinadas a la construcción, al mantenimiento de los canales y a la distribución del agua para la irrigación, a la construcción y mantenimiento de las pistas y caminos, de la escuela, la iglesia, etc. La tierra no proporciona alimentos en cantidad suficiente para los que la trabajan; por ello es necesario, sobre todo en la primera mitad del siglo XX, ir a buscar afuera recursos complementarios para poder continuar viviendo en el lugar; es el trabajo temporal, de relativa duración, en las minas vecinas de la sierra alta o en las haciendas algodoneras de la costa. A esto se agregan varias operaciones de trueque, que continúan desde hace siglos, con las comunidades de la puna; en noviembre, se cambia maíz por papas secas o utensilios de barro. Ahí existía el mantenimiento de la autonomía local, fundamento de la autosubsistencia y la reproducción familiar, y abastecimiento de trabajo, según la demanda y a bajos precios, en empresas inscritas dentro del marco de la economía mundial, mientras que se mantenían las tradiciones andinas de intercambios regionales, por trueque, entre la parte alta y baja. Es, por lo tanto, un espacio de autonomía relativa y de participación, por el trabajo, en producciones que se inscriben dentro de los mercados mundiales, metales no ferrosos y algodón. 26
A partir de la mitad del siglo XX se modifican las situaciones y las dinámicas. Disminuye la demanda de mano de obra temporal, las minas quieren tener una mano de obra permanente y más especializada, lo mismo que las empresas agrícolas de la costa. El exceso de hombres disminuye como consecuencia de la formación educativa, con una escolarización secundaria y superior en las ciudades de la costa y en Lima, financiada por las ganancias de la ganadería campesina. El “tamiz” del colegio permite la adaptación a la ciudad antes de la búsqueda de un trabajo en zonas rurales. Este éxodo rural de los jóvenes evita la sobrecarga local pero se acompaña del envejecimiento de la población pueblerina. La monetarización pasa, a partir de los años 60, por el desarrollo del mercado y la introducción del cultivo de duraznos en los maizales. Esto viene con la apertura de una pista, construida por las comunidades a las que llega, y que se comunica con la red vial nacional por la carretera de la parte baja del valle. La difusión del cultivo de duraznos se hace por relaciones de vecindad, sin ningún seguimiento técnico oficial. En Lima, va unido a la implementación de una red de comercialización de fruta que es controlada en parte por la gente oriunda de las comunidades. El otorgamiento del tiempo de trabajo, y del agua para irrigar, se hace en beneficio de los frutales y en desmedro de los cultivos de panllevar, lo que se traduce en el abandono de tierras de secano, el regreso a parcelas eriales de los corrales, a causa de la baja productividad del trabajo dedicado exclusivamente a los cultivos de panllevar, y también como consecuencia de la falta de agua en los períodos de sequía. El declive de la ganadería, en el momento de la sequía de los años 70, es seguido por un exagerado aumento del número de animales en la primera parte de esta misma década, la que sobrepasa la capacidad de carga de los pastizales. Con esas transformaciones, se modifican las costumbres alimentarias; la población se alimenta cada vez más de fideos, de pan, hasta de papas compradas. Los duraznos necesitan abono, pesticidas, desherbantes; todos ellos productos químicos vendidos por las grandes empresas.
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La integración al mercado se torna cada vez más fuerte, a través de la compra de productos y la venta de duraznos; ésto conlleva el desarrollo del salario en detrimento de la ayuda mutua. Se descuidan las obligaciones del trabajo comunitario; las faenas son reemplazadas por trabajos de administración. El agua comunal tiende a “privatizarse”
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cada día más. Lógicas económica y social diferentes, en un mismo lugar, acompañándose del desplazamiento del centro de gravedad hacia los huertos, de los flujos y consecuentemente de las redes. Mucho más dinero por cierto, pero también una mayor fragilidad, sobre todo en tiempos de crisis y el acrecentamiento de las desigualdades en el interior de la sociedad pueblerina. ¿Es posible retornar a producciones de panllevar en casos de crisis, crisis del mercado y de ingresos que se han vuelto insuficientes con el aumento de insumos (abono, pesticidas, instrumentos) y a la baja del precio del producto, crisis urbana e inseguridad generalizada que conduce a un enclaus-tramiento del grupo local dentro de el mismo? ¿Cuáles son las posibilidades de remodelación de un espacio inscrito de manera progresiva dentro del campo del mercado en un espacio más autónomo, económica y socialmcnte? Se plantea la pregunta. 28
El cantón de Ambana, en Bolivia, ofrece una situación diferente, pero muy difundida en los Andes campesinos: una cabeza de valle, en forma de anfiteatro, con altitudes escalonadas entre 2,000 y 4,330 m.s.n.m., con un fuerte gradiente térmico. En medio del anfiteatro, a 3,600 m.s.n.m., una antigua reducción transformada, por substitución, en un pueblo construido alrededor de la plaza y habitado por familias criollas que, hasta la reforma agraria de 1954-60, poseían las haciendas de los alrededores. Un pueblo, pero sin territorio ni caseríos. Pequeñas haciendas de unas cuantas decenas de hectáreas, situadas en los rellanos de la vertiente, entre 3,000 y 3,500 m.s.n.m., en el piso donde los cultivos, parcialmente irrigados, de maíz, trigo, alternados con arvejas y alfalfa, encuentran condiciones favorables. La tierra era cultivada por colonos que trabajaban en los campos de la “reserva” del propietario, pagando un tributo (en especies la mayoría de las veces) a cambio del uso de varias parcelas, en cultivo seco, y del derecho de pastoreo en los montes vecinos. Algunas comunidades se mantenían, pero más arriba, en altitud, al límite de las punas, con bastante frecuencia en el piso de los tubérculos cultivados en los campos de largo barbecho de los “ay-nocas”, poseían también partes de puna disputadas con las haciendas ganaderas. Cerca de Ambana, una pequeña comunidad, de reducido territorio, proporcionaba servicios a las familias criollas que habitaban el pueblo.
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Algunos recursos complementarios eran obtenidos por los comuneros que iban a trabajar algunos meses en las plantaciones de café o de coca en las yungas húmedas, muy lejos y mucho más abajo. El espacio del poder local de los hacendados criollos se extendía por el sesgo de la hacienda sobre las familias de los colonos y parcialmente sobre las de los comuneros por medio del endeudamiento. El nexo con el exterior para los comuneros era el del trabajo en las yungas, mientras que para los ricos se expresaba en relaciones con La Paz, la capital, sede del poder político.
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La reforma agraria que siguió a la Revolución de 1953-54 se llevó a cabo lentamente y de manera irregular durante una decena de años: se realizó mediante las expropiaciones de haciendas, otorgadas a los colonos, y por la transferencia temporal del poder de los hacendados a los sindicatos campesinos que encuadran a los colonos y vigilan las expropiaciones. Pero los lotes otorgados a los “derecho habientes” son de dimensiones muy desiguales y en el interior de la sociedad aymara, la que se quedará siempre pobre, la desigualdad no disminuirá, será todo lo contrario. La mayor parte de los ingresos monetarios es extraída del trabajo en las tierras cálidas, donde el desarrollo de las plantaciones de coca, con las transformaciones en la parte final de la producción, proporcionan empleos y dinero. Esta derivación hacia el exterior permite a
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la sociedad local, y a los paisajes que ella modela, permanecer inmóvil en apariencia durante estas últimas décadas, dentro de un mundo andino donde las cosas cambian. 31
Otro ejemplo muy particular es el de los chipaya, a orillas del lago de Coipasa, en el suroeste del altiplano boliviano.Una población uro está instalada en esta estepa fría, seca y batida por los vientos. La sociedad está dividida en dos ayllus, en dos mitades, que se oponen y se complementan, todo a la vez; un espacio real y sagrado, cortado en cuatro partes iguales, según los cuatro puntos cardinales y, en cada punto una divinidad, un “ ma-al cual se rinde ofrendas y homenajes en fechas fijas. Condiciones de producción agrícola en situación límite, con heladas, sal y sequía; los cultivos irrigados de quinua son posibles sólo después de que las tierras colectivas han sido desaladas por lavado; las largas y estrechas parcelas de los caseríos son repartidas entonces a prorrata entre las familias de cada ayllu, por sorteo para dividir los riesgos y paliar la desigualdad de los suelos. A veces, detrás de las pequeñas dunas, azotadas por los vientos, algunos campos son cultivados para sacar partido de la humedad acumulada bajo la duna. Los puercos extraen rizomas de los pastizales lacustres artificiales, mientras que algunas llamas y carneros nacen en las saladas estepas. Es una existencia de pobres, en condiciones muy rigurosas; pero a principios de los años 70, existía todavía una fuerte organización social, mantenida por los ritos y una cierta visión del mundo de los uros... Todo esto era posible sólo porque Chipaya no está lejos de la frontera chilena, y existía posibilidades de trabajo en las explotaciones agrícolas de los valles irrigados del Pacífico y oportunidades de contrabando con Chile. Estos ingresos complementarios permitían hacer frente al acrecentamiento de la población. La especificidad del espacio chipaya podía ser mantenida gracias a las posibilidades de tráfico transnacional y al trabajo en las haciendas chilenas, más allá de las fronteras.
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La introducción de unas sectas protestantes, durante el año 80, modificó el panorama; es una “revolución cultural” que contribuye a destruir la visión del mundo de los uros y por ende de algunas de sus prácticas colectivas. Esto va unido a la desaparición de especificidades chipaya. La propagación de estas sectas se hace desde Chile: es el relevo de iglesias norteamericanas. Los “campos” de la religión cambian de orientación y de contenido y modifican profundamente la sociedad y, en consecuencia, su espacio.
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Estos ejemplos nos muestran que la autonomía de los espacios locales campesinos es muy relativa y que si ésta puede, por lo menos durante un tiempo, mostrarse preservada es porque se inscribe dentro de espacios más vastos. En los Andes campesinos, a pesar de la lejanía de las grandes ciudades, las dificultades y el tiempo requerido para el transporte, el aislamiento es muy relativo y las innovaciones pueden propagarse, independientemente de las estructuras de encuadramiento oficial. Chumbilvilcas, en las “provincias altas” del Cusco, está conformada por una sociedad andina marcada durante mucho tiempo por el dominio ejercido por los gamonales locales, poseedores de haciendas y que tenían en la mano los pocos poderes de representación del Estado, justicia y policía, y en donde las prácticas de robo del ganado (el abigeato) contribuyen a desestabilizar a los pequeños ganaderos indios. Las nuevas prácticas agrícolas que asocian producción forrajera para mejorar la producción animal y el cultivo de papas para los mercados urbanos se desarrollan y las productividades se incrementan. El bloqueo sobreviene con la saturación de los mercados urbanos, ligada en parte a la pauperización de una parte de la población y a las importaciones venidas del extranjero, a bajos precios o a las producciones más rentables obtenidas en las tierras irrigadas de la costa.
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Capitulo 9. Mercados y espacios
Espacios campesinos y mercados 1
Estos espacios locales son cada vez más dependientes del mercado, por lo menos mientras las condiciones de seguridad y economía lo permitan. Los campos en los que se inscriben las realidades y los conceptos de mercado son diferentes y dependen de varios factores.
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Hay mercados específicamente campesinos que tienen lugar en fechas fijas en los pueblos y pequeñas ciudades, a veces fuera de las aglomeraciones. Son lugares de transacción de los productos de la tierra: tubérculos, maíz, legumbres, fruta, pescado, carne, también ganado en pie y a veces productos artesanales. Las compras y ventas no son exclusivamente un intercambio en forma de trueque. Con frecuencia hay también venta de productos de los diferentes pisos ecológicos: papas, maíz, plátanos o yucas venidos de regiones más cálidas. Cada vez con más frecuencia estos mercados son lugares de venta de ropa, herramientas, productos para la agricultura, el hogar o la alimentación, importados del extranjero o manufacturados en fábricas del país, que son vendidos por comerciantes que los adquieren en la ciudad a los mayoristas. Estos mercados se encuentran en casi todos los campos andinos, con diferentes colores y olores. En las regiones turísticas, atraen a los visitantes, para los que está destinada una parte de la producción. Su área de atracción es de diez a veinte kilómetros; ella está en función de la densidad de la población, del radio comercial del mercado, al que se llega a pie, a caballo y, cada vez con más frecuencia, en el camión que transporta los productos manufacturados.
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Estos mercados son lugares importantes dentro de los espacios rurales andinos; constituyen un buen ejemplo de las articulaciones entre espacios; el espacio propio del mercado rural es también un elemento del espacio de cada sociedad campesina local y es un relevo del de la ciudad. Estos mercados son lugares que se encuentran prácticamente en todas las sociedades campesinas a través del mundo. No hay ninguna especificidad andina, salvo, a veces, la del vestido de los compradores y vendedores o algunos productos particulares al área andina... Son pequeños nudos en las redes que cubren los espacios regionales.
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Hay mercados de un producto o de una gama de productos. Estos mercados pueden ser cautivos, creados por una empresa; cuando esto sucede son un elemento importante del espacio, como la cebada que es adquirida por la cervecería del Cusco. Este producto es uno de los cereales introducidos en las rotaciones de cultivos desde el tiempo de la Conquista. Teniendo en cuenta la importancia del mercado regional de la cerveza, se implanta en el Cusco una cervecería y se decide asegurar una parte del abastecimiento de cebada en las campiñas vecinas. Para responder a las exigencias de las normas y de la calidad del producto, la cervecería provee a los campesinos de semillas y dirección técnica, y firma contratos de compra; se inicia una especialización en los campos, que propician la desaparición de otros productos de panllervar, provocando a veces por el exceso el desgaste de los suelos; esto integra a los campesinos dentro de un mercado cautivo. Se pueden tomar otros ejemplos, como la producción de leche que es transformada en queso, yogurt, mantequilla y leche pasteurizada para el consumo de las ciudades. Esto se encuentra tanto en el Perú como en Colombia o Ecuador. Algunas fábricas son empresas del país, otras son sucursales de grandes grupos mundiales como Nestlé o Carnation. Tomando en cuenta las condiciones locales de producción y los precios, estas empresas trabajan para los mercados nacionales y con frecuencia incorporan elementos importados en los productos vendidos en el mercado (leche en polvo de Nueva Zelandia transformada en leche líquida en el Perú).
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La gama de productores es a veces abierta. Si la tendencia de las empresas industriales es la de favorecer las explotaciones, que pueden proporcionar un producto técnicamente homogéneo y un abastecimiento regular, que están aptas para beneficiarse con consejos técnicos y avenirse a utilizar, en buenas condiciones de seguridad para el prestamista, los créditos acordados —cosas que a menudo demandan una cierta dimensión de la explotación agrícola (superficie, pero también “superficie económica” y competencias técnicas) — , la producción “campesina” puede constituir igualmente para la empresa un aporte complementario, un medio de seguridad para la empresa y de inseguridad para los campesinos, tomando en cuenta los riesgos del mercado. Este tipo de mercado se acompaña de una normalización de los productos, que valoriza ciertas calidades y rechaza otras. Las calidades de la papa de sembrío no son aquéllas que permiten producir el chuño; un trigo panificable en un molino industrial no es necesariamente el producido por el campesino; la leche recolectada por la firma industrial no tiene el mismo contenido bacteriano o la misma tasa de materias grasas y proteínas que la necesaria para la fabricación del queso rústico. Así pues, las normas exigidas e impuestas por la empresa son a menudo difíciles de conseguir por el campesino, que no venderá o venderá bastante más su producción.
Mercado mundial y espacios andinos 6
Los mercados mundiales contribuyen a crear y a modelar espacios, que son también “productos” de las sociedades locales... La lana en los Andes tropicales del sur y del centro del Perú y el café en Colombia han sido creadores de espacios.
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Los ovinos frecuentan los Andes desde la Conquista. En la época colonial los talleres de fabricación de productos textiles, los “obrajes”, trabajaban la lana con mano de obra proporcionada por la “mita”. Pero las lanas de alpaca, vicuña y llama eran utilizadas desde hacía tres milenios. Vemos, pues, que son historias antiguas y producciones que tienen sus tradiciones. La comercialización de la lana andina por firmas británicas, a
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partir de Arequipa, en la segunda mitad del siglo XIX, fue el elemento motor de la región. La burguesía de la ciudad ve cambiar su composición con la llegada del capital inglés; el comercio de lana justificará la creación de las vías férreas, que unen el Pacífico al Altiplano; ella modifica la apropiación de la tierra y la organización social en las punas del sur del Perú. Las calidades de lana vendidas en el mercado mundial, que en la época era casi esencialmente europeo, no son las tejidas en los telares de las mujeres indias; para ese mercado se pide fibras del mismo tamaño, color homogéneo y que hayan sido sometidas a tratamientos específicos para su lavado. Todo un conjunto de exigencias, que únicamente las empresas bien dirigidas, en el plano técnico, pueden proporcionar. Esta es la razón de la progresiva implantación de modernas empresas de cría en haciendas con límites a veces inciertos, donde el trabajo era proporcionado por colonos, y que en la confusión de las apropiaciones podían englobar a las comunidades indígenas. Su modernización se manifestó con el cercamiento de los pastizales en la puna, la separación del rebaño del propietario de los animales de los colonos y la expulsión de estos últimos. La adquisición de sementales importados, contribuye a homogeneizar los rebaños, mejorar la calidad y el rendimiento de los animales, a los que se brinda atención veterinaria; es decir, una tecnificación de la ganadería que sigue siendo extensiva, pero que demanda capitales y aligera la carga humana, ésta es la razón de la expulsión de los colonos fuera de la empresa cercada, lo que contribuye a incrementar la densidad poblacional en las comunidades vecinas. 8
Estas empresas, que marcan la primera mitad del siglo XX, crean nuevos espacios en una parte de las punas peruanas, que a la vez son extensión del mercado mundial de la lana; ellas contribuyen a la exclusión de las poblaciones indígenas, a excepción de los asalariados contratados por la empresa. Un ejemplo de esto es el dado por cinco haciendas ganaderas que cubren 300,000 Has. de la Cerro de Pasco Co., empresa minera al principio que se transforma luego en una empresa “minero-pastoril”. Al inicio, las primeras adquisiciones de estepas de puna por la empresa habrían estado ligadas a la polución engendrada por la refinería de metales no ferrosos de La Oroya, por lo que la compañía procedió a la compra de los pastizales contaminados. Luego, progresivamente, organiza su producción de carneros, en principio, para abastecer de carne a sus ciudades mineras. La producción se racionaliza, se busca efectos de economía de escala, y luego, por intermedio de los abogados de la compañía y de la complicidad local, se efectúan compras de tierra a bajo precio en detrimento de las comunidades. Entonces la lana se transforma en un producto interesante para la compañía minera. Pero estos acaparamientos de tierras aumentan las tensiones en las poblaciones de los Andes centrales del Perú (ya hemos señalado los efectos en las densidades humanas). Estas empresas funcionan fuera de la red regional; no utilizan los servicios de los mercados locales, se aprovisionan de toda una serie de productos directamente del exterior del país, se tornan enclaves, proporcionando divisas como el espacio de los archipiélagos mineros de los Andes. La lana mediocre de las comunidades continúa teniendo un uso local; sus características hacen de ella un producto diferente que el de las empresas ganaderas.
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El café nos da otro ejemplo, muy diferente, de creación de un espacio por el mercado. Aparece en el momento de la Independencia, en 1828 en el Perú y en 1832 en el Ecuador. Se señala plantones en Nueva Granada, en las llanuras del Orinoco desde 1723, pero las primeras exportaciones a España tendrán lugar en 1827 y el comercio empieza a organizarse en la siguiente década. El auge del café en Colombia data especialmente de las últimas décadas del siglo XIX, y va acentuándose hasta la crisis de los años 30.
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Entre 1895 y 1918 se triplica el volumen de sus exportaciones, se vuelve a triplicar entre 1918 y 1930 y termina por representar el 70 % de las exportaciones colombianas. A la mitad del siglo XIX, su cultivo atañe a más de 200,000 explotaciones y unas 800,000 Has. se encuentran produciéndolo. Las regiones cafetaleras cubren unos 60,000 Km 2., en el piso comprendido entre 800 y 1,800 m.s.n.m., con gran concentración en los departamentos de la cordillera central, luego del desarrollo inicial en la cordillera oriental (Cundinamarca, Santander y Boyacá). 10
El café contribuye, dentro del “cinturón cafetalero”, a la formación de un pequeño y mediano campesinado. Su desarrollo es permitido porque el café que crece bajo sobra, de débil rendimiento, puede acompañarse de producciones de panllevar, ya sea intercalando plátanos, maíz o yuca en parcelas vecinas. La inversión es limitada y se puede subsistir consumiendo los productos de panllevar, mientras se espera la primera cosecha de café. Como el trabajo representa casi el 90 % del costo de producción, la diferencia de productividad no era muy grande entre la pequeña y la gran explotación, y como el costo de trabajo no se contabilizaba en la pequeña explotación familiar, ésta podía resistir más holgadamente que la gran empresa capitalista las variaciones de precio. Al principio, el acceso a la tierra, era relativamente fácil en esas tierras baldías.
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En las primeras décadas del siglo XX, la gran plantación tuvo que enfrentar los problemas de reclutamiento de mano de obra que era escasa; falta de brazos, costo de trabajo, fueron unas de las trabas en el desarrollo inicial de grandes plantaciones de café. Para los propietarios de terrenos, aptos para la producción cafetalera, había que encontrar rendimientos de producción “no capitalistas”, que permitieran la explotación de sus tierras; para ello se hizo promesas al colono de recibir parcelas por el precio del desbrozo, pago por mejoras cuando los cafetales comiencen a producir, formas de aparcería, como las de los arrendatarios que prestan trabajo no remunerado a cambio del derecho de cultivar parcelas para ellos, o la de los aparceros que era compartir la cosecha. De ahí viene la coexistencia de pequeños propietarios explotadores, a veces endeudados, que se multiplican entre 1920 y 1950 y grandes posesiones que producen café para el mercado gracias a “rendimientos de producción arcaicos”. A la mitad del siglo XX, las explotaciones que cultivan más de 10 Has. de café no representan sino el 5 % del número total de las explotaciones, pero intervienen en más o menos un tercio de la producción total.
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Sin embargo, la pequeña explotación vende mal su producción, pues se encuentra al extremo de toda una cadena de intermediarios, que se llevan una gran parte del valor del producto en provecho de la burguesía. Si hasta 1940 las casas comerciales extranjeras exportan al exterior del país la mayor parte del café, la burguesía local sirve de intermediaria y a la vez lo exporta directamente. Sin duda, las dificultades del peso colombiano y los conflictos civiles como la Guerra de los Mil Días, al final del siglo XIX, y la violencia a mediados del mismo, contribuyeron a desorganizar las producciones nacionales tanto como las fluctuaciones mundiales del precio del café, particularmente severas en el momento de la gran crisis de los años 30. Para hacer frente a estas presiones, la producción se organizó: en 1927, se creó la Federación Nacional de Cultivadores de Café, más tarde el Banco Cafetalero. Estas instituciones, en poder de la burguesía, dividen en zonas y encuadran las regiones productoras y a los pequeños plantadores, mientras que el peso de los representantes del “lobby del café” se acrecienta en el Estado.
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Las regiones productoras de café bajo sombra tienen un paisaje específico y una organización del espacio que les es propia. Son franjas de una o varias decenas de Kms. situado en el flanco de la montaña, donde alternan bosquecillos de leguminosas arborescentes, como el guamo, y constituyen una ligera cobertura forestal por encima de los arbustos de hojas verde oscuro de los cafetales, con algunos plátanos o yuca, selva primaria conservada en los precipicios más inclinados, pastizales sembrados o caña de azúcar en las cimas redondeadas, pequeños campos de maíz, de yuca o camote en los recovecos. Por todas partes proliferan caminos, resbaladizos cuando llueve, explotaciones aisladas con el área de secamiento en las proximidades, unidas por pueblos, con una separación de 10 ó 20 Kms. entre ellos, donde se encuentran las sucursales del Banco Cafetalero, las agencias de la Federación al lado de los comercios, la escuela y la Iglesia. Finalmente, las capitales de los departamentos productores de café, en la cordillera central, son ciudades de varios cientos de miles de habitantes. Este “cinturón” es uno de los medios más densamente poblados de los Andes; casi en todos los lugares más de 100 h/Km2., a menudo 200 y hasta más.
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En 1987 y 1988, Colombia bate todos sus records de producción de café con una docena de millones de sacos (de 7 a 8 millones de sacos en los años 60), aunque el rubro del café disminuye su participación dentro del conjunto de las exportaciones. Pero este aumento de la exportación se realiza dentro del contexto de un sistema de producción diferente al de la mitad del siglo. Las plantaciones de café a la sombra, de bajo rendimiento disminuyen y hasta desaparecen ante las del café “caturra”, que es igualmente un café arábigo, de calidad y aroma semejante. El café “caturra” es un arbusto más bajo, plantado más cerca, pero que crece sin sombra, rinde mucho más, con mayor rapidez y con un incremento de la producción en la misma superficie. La desventaja es que estas plantaciones exigen más abono y pesticidas. Este monocultivo proporciona ventajas en los rendimientos, pero también inconvenientes, pues tiene una mayor sensibilidad a la erosión si la plantación está mal dirigida, y exige más atención en su cuidado y costo de producción más elevado, sobre todo en razón de la inversión hecha antes de la cosecha. Elementos que no pueden reunir los minifundistas. Es por eso que algunos de ellos, endeudados, venden su finca, la que es comprada por la burguesía urbana que busca a veces invertir para “blanquear” el dinero adquirido en otros tráficos, mientras que el asalariado se desarrolla en los escombros de la pequeña explotación familiar. Paisajes y estructuras sociales de producción se modifican así, mientras que el producto final, el grano de café, es el mismo; el espacio del café en Colombia no es igual.
Los archipiélagos mineros 15
La explotación de las minas es muy antigua en los Andes; se conoce el papel desempeñado en la época de la Colonia por Potosí y sus minas de plata y las minas de mercurio, que permitían su tratamiento, en Huancavelica. El reinicio de la explotación minera para los mercados mundiales, se desarrolla a partir del siglo XIX y un siglo más tarde en los Andes, por lo menos, en los tropicales al sur del Ecuador, que presenta una serie de archipiélagos mineros en alta altitud —una de las particularidades de esta montaña — . Varios tipos de emplazamientos sirven de asiento a las explotaciones. En los Andes centrales del Perú son frecuentemente intrusivos terciarios, asociados a rocas eruptivas que se encuentran en la cordillera occidental. Generalmente los yacimientos
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se encuentran a más de 4,500 m.s.n.m., es decir, en el límite o por encima de las punas. El paisaje comprende la mina, con sus pozos a la entrada de los socavones que penetran en la montaña, las vías férreas donde ruedan los vagoncillos cargados de mineral, las instalaciones del primer tratamiento, molido, flotación, los conos de estériles como las cuencas de color gris y rojo de decantación. Con frecuencia, en la cercanía se ubican las casas de los mineros, con techos de calamina oxidada, la escuela, el hospital o dispensario, los talleres de reparación del material y, generalmente más abajo, en un lugar abrigado, el alojamiento de los funcionarios y los edificios de la administración. La mina está unida a otros emplazamientos por carreteras, utilizadas por grandes camiones, a veces por ferrocarril. Es el paisaje de las explotaciones de CENTROMIN en el Perú, que extraen plata, plomo, zinc y a veces cobre. 16
El estaño en Bolivia, en la región de Oruro, había producido paisajes semejantes, que ahora son muestras de la arqueología minera, desde el cierre progresivo de los emplazamientos durante los años 80.
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Por el contrario, la explotación en minas a tajo abierto de los yacimientos con baja ley de cobre, del norte de Chile o del sur del Perú, como en Toquepala, da lugar a otro paisaje. Es la excavación de inmensos gradientes, de unos quince metros de altura, en el flanco de la montaña desértica, con el avance progresivo de frentes de tallador; el mineral es extraído y transportado en grandes camiones hasta la fábrica de preparación que está dotada de todo un conjunto de coladores, de dispositivos de molido y de flotamiento. Una vía férrea permite la evacuación del mineral hasta la refinería situada cerca del puerto de embarque en la costa, en Ilo. Esto es un enclave en el desierto montañoso que no puede ejercer un efecto de desarrollo regional.
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Capitulo 10. Los Andes en los estados andinos
Antecedentes 1
Los Andes proporcionan adjetivos que califican a los estados situados entre los trópicos y atravesados por la cordillera; los estados andinos son los descritos en este libro; a veces se les agrega Venezuela que casi no es andina o que lo es cada vez menos. Estos estados han firmado un pacto entre ellos, el “Pacto Andino”, esbozo de un mercado común. Los Andes constituyen entonces un factor común a las cuatro, o cinco repúblicas en las que las montañas andinas se encuentran presentes de manera desigual.
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En todos estos estados, los Andes no cubren sino una fracción de la superficie del país es decir un cuarto o un tercio. Luego, estos países tienen la mayor parte de sus extensiones en las llanuras, bajas y cálidas. Tanto el Perú como el Ecuador tienen un frente marítimo, Colombia posee dos, uno en el Pacífico y otro en el mar del Caribe; sólo Bolivia se ve privada de acceso al Pacífico desde la pérdida de sus provincias costeras como consecuencia de la guerra con Chile (1879-1883).
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No se trata aquí de retratar la génesis y la formación de estos estados. Sin embargo, hay que acordarse que nacieron de la disgregación de una parte del Imperio español de América en las primeras décadas del siglo XIX, y que desde su origen adoptaron la forma republicana, lo cual era una relativa novedad en un mundo político resultante de las corrientes ideológicas europeas. Estas repúblicas nacieron pobres y endeudadas, pero se instauraron antes de la gran expansión del capitalismo fuera de Europa. La independencia se hizo antes de la constitución de la economía mundial, marcada por la división internacional del trabajo y los procesos de intercambio y de acumulación que resultan de ello. Es así que estos estados pudieron dotarse de una burguesía; se han justificado aplicando los principios del derecho y de la organización política salidos de Europa.
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LOS ANDES EN LOS ESTADOS ANDINOS
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A diferencia de América del Norte, y hasta de los países del Cono Sur del continente, el incremento de las poblaciones, en el siglo XIX y sobre todo en el XX, se hizo a partir del stock de hombres que existía a principios del siglo XIX. Es verdad que en el siglo XIX se propició la inmigración de asiáticos para paliar la escasez de mano de obra, sobre todo en el momento de la construcción de los ferrocarriles. Es también cierto que hombres de negocios, algunos empresarios, vinieron de Europa después de la Independencia, pero cuantitativamente esos aportes no modificaron mucho la demografía de los países andinos. Por el contrario, en esas repúblicas, el peso de los Andes, la visión que tienen de ellos los habitantes, se ha modificado muchísimo en el curso de este último siglo.
Pesos que cambian 5
El peso económico, social y político de los Andes, dentro de los estados, es muy diferente de un país al otro y se modifica con el transcurso del tiempo. La presencia o no de la capital nacional, de una gran ciudad, o de una red de ciudades importantes es uno de los factores decisivos de diferenciación; la comparación entre Colombia y el Perú es bastante esclarecedora en este sentido. En la cordillera oriental de Colombia, las ciudades, con Bogotá a la cabeza, pesan mucho por sus poblaciones y sus actividades. La situación es diferente en el Perú, donde el peso de Lima, y la fácil conexión lineal entre los oasis urbanizados, hace actualmente de ese país, una nación más costera que “andina”.
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En la Colombia contemporánea, de 18 a 20 millones de hombres viven en los Andes; la parte andina en el PBN es superior a los 3/5, o sea, unos treinta mil millones de dólares para un PBN de unos cincuenta mil millones (PBN “oficial”, fuera de los productos clandestinos, de coca en particular). En el Perú, siete millones de hombres viven en los
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Andes y su contribución al PBN en 1987 es del orden de tres mil millones de dólares en un PBN de 20 mil millones. En la actualidad, la relación en la creación de riquezas entre los Andes de Colombia y los del Perú es de 10 a 1 y, si la comparación y la mesura tienen un sentido, la relación en el PBA (producto bruto andino) por cabeza sería de 5 a 1 entre los dos países (en la CEE, la relación entre las regiones ricas de Alemania federal y las regiones más pobres de Grecia y Portugal son de 6,5 a 1). Un mapa de Colombia que muestra los niveles de ingresos en función de su localización no haría aparecer a los Andes en déficit, salvo en las regiones campesinas del sur; por el contrario, en los otros tres países, el ingreso en los Andes sería más bajo que el de las llanuras, donde los ingresos son más elevados. En el Perú lo ínfimo de los ingresos andinos es enmarcado por los mayores ingresos de la costa, mayoritariamenle urbana y de una muy productiva agricultura intensiva de oasis, y por la “cresta” de ingresos del piemonte andino, vinculados a la producción de coca. De una manera más general, entre los cuatro países, se tiene una gradiente decreciente de riquezas de norte a sur, las diferencias por cabeza entre las regiones más ricas del norte y las más pobres del sur, que mantienen siempre una relación probable de 10 a 1. 7
En los siglos pasados estas relaciones eran diferentes. Acceder a Santa Fe de Bogotá, desde la costa del Caribe, era toda una expedición; para transportar la mercadería venida de Europa, desde la costa hasta Santa Fe, se necesitaba más tiempo que para venir de Europa a Colombia. En el Perú la elección de Lima como sede del Virreynato, muy próxima de la costa, fue con el fin de organizar un relevo entre España y las tierras recién conquistadas, pero era el interior del país andino lo que contaba para el Virreynato, por el peso de sus minas y sus hombres, menos escasos que en una costa diezmada por las epidemias. Guayaquil, hasta la época contemporánea, no era sino una aldea, un puerto-relevo en la navegación a lo largo del Pacífico, un pequeño astillero, pero también el lugar de división de la carga hacia el interior; era una aldea con una periferia poco poblada. Quito, sede de la Audiencia, y los campos y aldeas de los Andes, tenían, en la época colonial, un peso demográfico que no tiene nada en común con el de la costa, casi desierta de la época. En los Virreynatos del Perú y Nueva Granada y las Audiencias de Quito y Chuquisaca, eran importantes las tierras de las poblaciones de los Andes. Todo será muy diferente dos siglos después; los Andes colombianos escasamente poblados en la época colonial, llegaron a tener un gran crecimiento demográfico y el mayor crecimiento urbano, mientras que en el Perú el eje de gravedad del país pasó de los Andes a la costa. En la época colonial y durante toda una parte del siglo XIX. El Alto Perú, es decir, Bolivia, en su parte andina, era más desarrollado que muchas otras regiones andinas situadas más al norte, incluso más que Chile.
Fronteras de los estados andinos 8
En la actualidad, las fronteras de los estados andinos son estables, a excepción de algunos sectores entre el Perú y el Ecuador que son objeto de litigios. Pero su trazado actual es casi por todas partes el resultado de guerras, de conflictos que sacudieron las repúblicas andinas desde la Independencia; en cada país, las nacionalidades surgieron de enfrentamientos entre países nacidos de la desaparición del Imperio español de América.
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Como con frecuencia en el resto del mundo, las fronteras de los estados en los Andes no se apoyan prácticamente sobre los “límites naturales” ni en un río, ni en las líneas de
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las cimas a excepción de la frontera entre Chile y Bolivia a fines del siglo XIX y la sierra de Perija entre Venezuela y Colombia. Ahora bien, al sur, la línea de la cima andina, forma la frontera entre Chile y la Argentina. Además, en América Latina, los ríos desempeñan un papel fronterizo importante, salvo en las cuencas del Orinoco y el Amazonas. 10
Si el centro de los estados andinos coincide con la sede de las capitales de la América española —Lima, capital del Virrey-nato del Perú; Quito, sede de la Audiencia; Santa Fe de Bogotá, sede del Virreynato de Nueva Granada; Chuquisaca (Sucre), sede de la Audiencia de Charcas —, los límites actuales son el resultado de conflictos y arbitrajes posteriores a la Independencia. Estas fronteras presentan una relativa particularidad para América del Sur; mientras que en este continente 85% de las fronteras cortan extensiones vacías o muy escasamente pobladas (menos de un habitante/Km 2.), en los Andes atraviesan regiones pobladas; las densidades y las poblaciones son las mismas alrededor del lago Titicaca en Bolivia y en el Perú, alrededor de San Antonio y de Cucuta entre Colombia y Venezuela, de Ipiales y de Tulcán entre Colombia y el Ecuador. Únicamente la frontera entre Bolivia y Chile se encuentra en un desierto de altitud.
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Las fronteras administrativas coloniales no han sido mantenidas; las de la Audiencia de Charcas estaban fijadas sobre la línea de división de las aguas entre la cuenca del Urubamba y las del Titicaca, e incorporaban a todas las poblaciones Aymara del Titicaca. La Audiencia de Quito se extendía hacia el sur hasta las cercanías de Piura y comprendía la aldea de Jaén, actualmente peruana, mientras que al norte, el Arzobispado de Quito ejercía su acción sobre Popayán, en la cordillera central de Colombia.
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El fracaso de Santa Cruz para dividir el Perú en dos —en un Alto Perú del Sur, bajo la autoridad de Chuquisaca y un Perú del Norte, dirigido por Lima— es seguido de la tentativa de Gamarra por reunificar el conjunto. Este proyecto se desmoronará con la batalla de Ingavi en 1841. Bolivia y Perú se separan y la línea de demarcación, establecida bajo la égida de Chile, corta las poblaciones aymara que quedan situadas a ambos lados de la frontera que atraviesa el Titicaca. Como lo muestra bien M.D. Démelas, la presa codiciada era la población de tributadores indios que luego se comparte; ninguno de los estados podía apropiárselos completamente ni privarse de recursos fiscales.
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En el Ecuador, el protocolo de Tulcán de 1830, fija la frontera con su vecino del norte. Por el contrario, la frontera entre el Perú y el Ecuador sigue siendo conflictiva. El Protocolo de Mosquera-Pedemonte de 1830 es cuestionado por el Perú; el conflicto de 1941 fija la frontera un poco más al norte, en la costa y sobre todo en la amazonia (Protocolo de Río de Janeiro); en 1981 un conflicto armado estalla nuevamente a causa de la delimitación de la frontera en los ramales de montañas forestales pre-amazónicos (Cordillera del Cóndor). Aún hoy, ésta es en los Andes una frontera entre los países, bajo vigilancia militar y sin buenos caminos.
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Bolivia sigue siendo la gran víctima de los conflictos entre estados. El trazado actual de la frontera con Chile es la consecuencia de la Guerra del Pacífico (1879-1883), perdida por Bolivia y el Perú. Este conflicto es provocado, como lo señala M. Foucher, “no solamente por una competencia por el acceso a las materias primas, sino también por la contradicción entre los intereses de las empresas privadas y los de los Estados preocupados por volver funcionales al fin las fronteras que hasta entonces estaban inutilizadas”. El salitre, meta final del conflicto, se encontraba en grandes cantidades
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en Tarapacá, peruana en ese entonces. Las empresas chilenas querían explotarlo; el gobierno peruano decide entonces expropiar las empresas extranjeras, que son en su mayoría chilenas, mientras que el gobierno boliviano, que controla el acceso al mar por Antofagasta, decide aumentar los impuestos de exportación. El rechazo de la compañía chilena a pagar los impuestos lleva a Bolivia a decidir la venta de los yacimientos explotados por ésta. El ejército chileno, que defiende los intereses de su país, ocupa Antofagasta, lo que provoca la guerra. El Perú se ve arrastrado al conflicto por su alianza con Bolivia. 15
La fiscalización de la frontera inicia la guerra. Las derrotas marítimas y terrestres de peruanos y bolivianos conllevan la supresión del acceso al Pacífico para Bolivia, la anexión de las provincias de Tacna, Arica y Tarapacá a Chile. Tacna es restituida por el Protocolo de Ancón de 1929, pero Arica se queda en Chile. Este podrá sacar partido de las ganancias fiscales de la explotación del salitre, posteriormente, de los yacimientos de cobre del “Norte Grande” que comprenden la mina de Chuquicamata, una de las más importantes del país. La frontera con Bolivia es delimitada con precisión en 1904. Dos vías férreas comunican La Paz al Pacífico —además de la que viene al Perú, con trasbordo para atravesar el lago Titicaca —, éstas son las de Arica-La Paz, construidas en 1913, luego las de Antofagasta-Uyuni. El desenclave ferroviario no suprime las reivindicaciones de acceso al mar. Las Fuerzas Armadas del Perú, Bolivia y Chile se acantonan en las proximidades de la frontera: la vigilancia en los altos desiertos andinos, y bajo un implacable cielo azul, evoca la de los soldados del “desierto de los tártaros”.
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Estos conflictos a los que se agregan otros por la posesión de vastas extensiones de llanuras orientales, contribuyen a formar el sentimiento nacional, por las tensiones que provocan. Las batallas que se conmemoran en fechas regulares, y que se enseñan en las escuelas, son el crisol de las nacionalidades de los países andinos que pretenden transformarse en estados-naciones...
Las cargas de soberanía 17
La soberanía del Estado, que se ejerce hasta el límite de las fronteras, consiste en garantizar la integridad del territorio, fabricar leyes y reglamentos con efectos generales. La soberanía es la competencia de las competencias, el derecho a fijar las acciones autorizadas, los comportamientos posibles o prohibidos. Para hacerlo, el Estado dispone de agentes, se dota de una Constitución que señala la división de los poderes entre el Legislativo, el Ejecutivo, el Judicial, etc. Debe también cubrir su territorio con las redes de circunscripciones administrativas para asegurar mejor el control de las poblaciones. Se organiza entonces la “geografía administrativa”. El Estado también es organizador; es el que fija las grandes elecciones en materia de infraestructura de transportes, de redes eléctricas, el que orienta las mejoras agrícolas para la irrigación, es el que puede distribuir las tierras eriazas. Se presenta como garante de los préstamos con extranjeros para financiar el costo de acondicionamientos e infraestructuras; es él quien tiene a su cargo garantizar la seguridad de los bienes y personas, hacer justicia, actuar para reducir desigualdades demasiado flagrantes como por ejemplo por medio de una reforma agraria. Puede dotarse de medios de control y de dirección de la economía (nacionalizaciones, o desnacionalizaciones de empresas),
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cobrar los impuestos, establecer derechos de aduana, fijar las normas para los productos, otorgar subvenciones y, sobre todo, fijar las regulaciones monetarias. 18
No se trata de analizar las acciones y la eficacia de los estados andinos en estos diferentes sectores, sino el lugar de los Andes en su disposición.
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Los estados “andinos” cumplen de manera desigual las funciones nacidas de su soberanía, severamente criticadas por algunos grupos, que oponen a la violencia institucionalizada del Estado otras formas de violencia. Sería entonces conveniente ver las consecuencias de ello en la organización de los espacios, ¿cuáles son los espacios que nacen de la descomposición del Estado, en situaciones de “caos limitado” y cuándo la soberanía del Estado no logra ya ejercerse?
Una red administrativa sin rol decisivo y que no tiene sino parcialmente en cuenta a los Andes 20
La observación de la cobertura administrativa de la red, nacida de las primeras divisiones del estado territorial, muestra departamentos o provincias, según la terminología de cada país, que se extienden unos, exclusivamente sobre las llanuras, otros en las montañas o, a la vez, en las planicies y en la sierra. Los límites se apoyan a veces en una línea de cumbres, como en los departamentos del Perú que se extienden en la cordillera occidental; en el interior de los Andes, el límite está constituido con frecuencia por el río al fondo de un valle profundo, difícil de atravesar; el Marañón, el Apurímac en el Perú, el Chota en el Ecuador, el Magdalena en Colombia, sirven de límites a varias unidades administrativas.
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En Ecuador, salvo la provincia de Pichincha donde se encuentra Quito, y que desborda sobre el piemonte oriental (Santo Domingo), las provincias son costeras (Esmeraldas, Manbí, Guayas, El Oro), amazónicas (Ñapo, Pastaza, Santiago, Zamora) o bien esencialmente andinas (Carchi, Imbabura, Cotopaxi, Angurahua que desborda un poco hacie el este, Bolívar, Chimborazo, Cañar, Azuay y Loja). Como en los otros países, las divisiones administrativas en las regiones de las llanuras orientales, poco pobladas, son de muy vastas dimensiones. En Colombia pueden además tener un estatuto especial (intendencias y “comisarías”).
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Algunos departamentos de Colombia se extienden en las regiones bajas y cálidas como el Choco, Córdoba, Bolívar, Atlántico, Magdalena, César, Guajira, aunque estos tres últimos comparten la Sierra Nevada de Santa Marta cuyo tope es de 5,800 m.s.n.m.; otros se sitúan en los Andes, los valles internos y los piemontes. La localización de la ciudad, y ante todo de la cabeza de valle, es un elemento esencial, pues es ahí donde se encuentra el centro de gravedad del departamento. Es andino en los dos Santander (Norte y Sur), el Boyacá, Cundinamarca, Tolima, Hui-la, Cauca, Nariño, Caldas, Riseralda. Todos estos departamentos tienen partes andinas pero poseen también tierras bajas.
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En el Perú, los departamentos cuya ciudad más importante se encuentra en la costa, son departamentos costeros, aun si una parte de sus circunscripciones comprende la vertiente occidental de los Andes; es el caso de Piura, Lambayeque, La Libertad, de los departamentos de Lima, Ica, Arequipa, Tacna y Moquegua. Por el contrario, algunos departamentos son mayoritaria o exclusivamente andinos como Cajamarca, Huánuco, Pasco y Junín, estos últimos se extienden igualmente sobre una parte del piemonte
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amazónico. Ayacucho y Apurímac son completamente andinos, mientras que Cusco y Puno son, sobre todo, andinos, pero tienen partes bajas al este. Arequipa se extiende de la costa a las punas y a los grandes volcanes, pero su ciudad principal, a 2,400 m.s.n.m., marca bien la posición intermedia entre el Pacífico y la alta sierra. Madre de Dios, Loreto, son completamente amazónicos mientras que los departamentos de San Martín y Amazonas se encuentran entre el piemonte y los Andes, pero las que cuentan son las regiones bajas y de colinas. En el Perú, la creación, en 1988, de regiones descentralizadas, más vastas que los departamentos, pretende ceñirse a las realidades locales, aquí el centro de gravedad estará en la costa, allá en la sierra, más allá en la selva, aun si los límites se encuentran unos en los Andes y otros en las llanuras. Como toda división, la de las regiones del Perú es el resultado de arbitrajes entre intereses a menudo divergentes. 24
Bolivia tiene departamentos completamente andinos: Potosí, Oruro; el de La Paz posee elementos de altiplano, valles cálidos y llanuras de piemonte. Cochabamba, Chuquisaca y Tarija son ciudades de valles andinos, algunas de las principales ciudades de los departamentos se extienden asimismo en las planicies orientales. Santa Cruz, Trinidad y Pando son departamentos de la parte cálida.
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En realidad esta red no es fundamental en la vida de los países, en la medida en que las funciones administrativas no son sino uno de los elementos en la organización regional. Sin embargo, es frecuente, porque la ciudad ha nacido para ejercer funciones administrativas y para controlar sus alrededores, que se hayan añadido otras funciones y que se hayan tejido así las estructuras regionales. Lo que obra, en la vida de las relaciones, es el peso de la ciudad o ciudades principales. El acceso a Cajamarca, en el Perú, es singularmente difícil para las “provincias” o distritos del norte del departamento; para acceder a la capital hay que bajar a la costa, tomar la carretera Panamericana antes de volver a subir a los Andes. Otras redes, más finas (provincias, ahí donde el departamento es la unidad más importante) datan de la época en la que las relaciones se hacían a pie o a muía. Acceder a la capital de la provincia se transforma en ese caso en una hazaña; en el departamento de Lima, para llegar de Huarochirí, situado en el alto valle del Mala, a Matucana, ciudad principal ubicada en el valle del Rímac, hay que recorrer 250 Kms., 150 de los cuales por caminos inseguros y atravesar la aglomeración limeña antes de volver a subir a Matucana. El hecho de que estas redes administrativas no hayan sido modificadas muestra, a la vez, su poca importancia o hasta el poco caso que se hace de los usuarios, que son los campesinos pobres de la sierra. Esto demuestra también que en la época del “peatón” la montaña andina no constituía mayor obstáculo.
Lugar y posición de los Andes en los estados 26
En repetidas ocasiones se ha observado que el peso de los Andes en los estados estaba, por lo menos en parte, ligado a la presencia de la capital y de ciudades importantes. En la época contemporánea, el peso económico es correlativamente menor cuando las poblaciones están formadas mayoritariamente por campesinos, sobre todo cuando éstos son los descendientes de los primeros ocupantes, es decir, indios. De ahí la diferencia entre los Andes del sur del Ecuador que están casi todos poblados por campesinos y por indios y los Andes al norte del Ecuador donde éstos son minoría.
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Los indios son los vencidos. Casi cinco siglos después de la Conquista, cargan todavía el peso del choque colonial. Permitieron, por el trabajo forzado, la explotación colonial de los recursos andinos. Luego de asentarlos en reducciones o resguardos, la autoridad española les había conservado una autonomía interna y local —logrando una buena administración —, para minimizar los costos del encuadramiento. Claro es que su situación, con frecuencia al borde de las posibilidades de supervivencia, no era mucho peor que la de la mayoría de los campesinos en el resto del mundo en la misma época, afectados por el hambre, las epidemias, las guerras; su productividad de trabajo se limitaba a algunos kilos de granos por día, pero en los Andes los indios cargaban el peso de la derrota.
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La Independencia, lejos de mejorar la situación de los indios, contribuyó con frecuencia a su degradación. No estando más protegidos por un encuadramiento colonial, funcionando sobre la separación y la división de la población en castas, se transformaban en los débiles, sometidos más a la ley del fuerte que a la del mercado, aunque las dos podían confundirse. De ello resulta, durante una parte del siglo XIX, el mantenimiento del tributo, con otro nombre, pero también con el progresivo despojamiento de sus tierras por la extensión del sistema de la hacienda, la que se reafirmaba en su lógica territorial y en sus modalidades de explotación. Finalmente en los Andes, como en todas partes del mundo, cuando no hay movilidad en el interior de la sociedad, dividida entre una minoría que dirige y gobierna y una mayoría de pobres que la soporta, y que esta mayoría es diferente en lengua, costumbres y mentalidad, existe el desprecio del fuerte hacia el débil. El resurgimiento de los esplendores pasados, el análisis de la calidad de las prácticas agrícolas, tendiente a mostrar su buen ajuste a las condiciones de los medios, el deseo, aún afirmado, de dar cartas de nobleza a su cultura, ofrecida para el consumo de los visitantes venidos del exterior, no cambian las cosas. Asimismo, las medidas que intentaban proteger los territorios de las comunidades indígenas, como las tomadas por el presidente Leguía en el Perú de 1920, tenían mucho más como objetivo el mantener en el lugar una reserva potencial de trabajadores autoentrenándose en sus tierras, que el garantizar la identidad de un pueblo y su cultura. El indigenismo ha llenado los estantes de las bibliotecas, animado coloquios y debates, pero no ha modificado en nada la condición de los interesados. Esta se transforma, por la emigración de los lugares de origen, por el paso a través de las diferentes etapas del sistema educativo, por la mezcla permitida por la migración y la instalación en la ciudad, aunque para evitar el aislamiento en ella se agrupan y se reúnen por lugares de origen. La situación de los que se quedan en el lugar apenas cambió.
Los Andes en el Perú y Bolivia de hoy 29
En las páginas y capítulos precedentes se ha mencionado cifras de población, distribución de los hombres, volumen estimado de las riquezas producidas y formas de organización de los españoles.
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En el Perú el eje de gravedad demográfica y económica se sitúa en la costa: en Lima y la treintena de oasis localizados al norte y sur de la capital. Los Andes han proporcionado, sobre todo durante el siglo XX, los hombres necesarios para el crecimiento económico y urbano, del mismo modo que proporcionan el agua, sin la cual la vida es imposible en el desierto costero, y la electricidad que ésta genera. Las inversiones para el desarrollo de
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la infraestructura, a menudo financiadas por préstamos del exterior, tenían como fin la construcción de ferrocarriles (a fines del siglo XIX y principios del XX) para la explotación de las minas y la exportación de lanas. Los Andes, por su producción de manteria prima, contribuían al enriquecimiento de algunas familias peruanas, propietarias de minas y haciendas, de las sociedades extranjeras, mineras y comerciales, y a proporcionar divisas que permitieran importaciones. Los Andes jugaron y juegan todavía en el Perú contemporáneo el rol de una periferia en la visión más clásica del modelo “núcleo/periferia”, el centro que concentra y acumula los ingresos extraídos de una periferia dependiente. Importa poco en los Andes si el “núcleo” nacional no es sino una posta necesaria para los centros mundiales de la economía de mercado. 31
Cierto es que los Andes no han sido evacuados del discurso; y no resumiremos aquí los debates sobre los Andes ni sobre el indigenismo que le es asociado con frecuencia y que continúan desde hace un siglo en el Perú. Pero la realidad de las políticas es otra. El general Odría, que ejerció el poder presidencial en el Perú de la mitad del siglo XX, construyó hospitales, carreteras y hoteles en su pequeña ciudad natal, Tarma, situada en los Andes centrales; cuidó su “patria chica”, no los Andes. Su política bastante elemental de industrialización tendió a promover una siderúrgica en la costa en Chimbote, la modernización y la apertura de nuevas minas en la sierra (obras de empresas extranjeras); estas empresas reforzaron los archipiélagos mineros sin ningún efecto de difusión —lo que además es muy difícil cuando la mina está en un desierto de altitud como en Toquepala —. Esta situación garantizaba así mejores condiciones de seguridad material y social a los empleados de las empresas, ya trabajan en la ciudad o en el sector moderno de la economía —es decir en Lima y en la costa —.
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El campesinado andino fue dejado de lado, pero, en ese momento, proporcionó los hombres necesarios para el crecimiento económico. Cuando un terremoto destruyó parcialmente el Cusco en 1950 el gobierno se vio obligado a intervenir en la reconstrucción de la ciudad y el desarrollo de la región; el financiamiento se hizo con créditos externos y con programas que no se ciñen a la realidad, el resultado fue el efecto acumulativo de inversiones deficientes: central hidroeléctrica de Machu Picchu, que produce una electricidad con la que no se sabe qué hacer, fábrica de abono de Cachimayo con tecnologías obsoletas que elaboran un producto poco utilizable en la agricultura local. Decididamente, parece que la inversión, salvo en el turismo, la minería y a veces la hidroelectricidad, no es rentable en términos de mercado en los Andes; por lo menos es lo que parece probar el ejemplo del Cusco de los años 50 y 60. Tampoco vale la pena tratar de desarrollar allí la investigación agronómica: ¡los márgenes y la economía de escala son tan mayores en la costa o. en la selva! El estudio de la agricultura andina ha sido dejada a las ciencias sociales, así como las tentativas de mejoramiento a las ONG extranjeras o nacionales, financiadas desde el exterior. El diagnóstico se hace sobre suposiciones y constataciones de fracasos de empresas mal dirigidas.
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La política del presidente Prado, entre 1956 y 1962, sigue la misma línea. El discurso del arquitecto Belaunde, Presidente del 63 al 68, evoca los Andes, pero para ponderar los méritos de autogestión de sus habitantes: “el pueblo lo hizo”. Se dan algunos “empujoncitos” para ayudar a la construcción de pistas, escuelas, es la “cooperación popular”, pero se hacen gastos públicos de inversiones sin sentido en la selva, con la inconclusa construcción de una carretera al pie de los Andes: la “marginal de la selva”,
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réplica de la carretera panamericana, además de abrir una nueva frontera a los peruanos en la selva del este. En cierto modo, los Andes son puestos entre paréntesis. 34
El discurso nacionalista del general Velasco se traduce, en lo que concierne a los Andes, en una reforma agraria que transfiere la propiedad privada de las haciendas a las cooperativas, y la nacionalización de las minas de la Cerro de Pasco. Pero los cambios en la afectación de las tierras no modifican para nada la situación campesina. La mayoría de los minifundistas permanece fuera del proceso de reforma porque no tienen relaciones de vecindad con las haciendas. Algunos beneficiarios de la reforma agraria aparecen entonces como privilegiados en comparación a los que la reforma agraria no ha favorecido; el resultado de ello fueron los conflictos que estallaron en los años que siguieron a la cooperativización de las haciendas.
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La gestión de las empresas, sobre todo las orientadas hacia la ganadería lanar, sigue siendo más o menos la misma, de la hacienda a la cooperativa. La larga marcha campesina para recuperar las tierras no se acabó con la reforma agraria de Velasco, pero se franqueó una etapa que pemitirá posteriormente, con la descomposición de las cooperativas, la reconquista de las tierras andinas para los campesinos. Sin embargo, las desigualdades no han sido modificadas por ello, como tampoco los sistemas de producción. La afirmación de la necesidad de desarrollar en los Andes la enseñanza escolar en lenguas nativas pretende restaurar su dignidad y, consecuentemente, la de las identidades indígenas y andinas; sin embargo, no tiene resultados. El “velasquismo” mantiene la afirmación de una “criolla” pequeño burguesía, nacionalista y populista. La dirección militar expresa las ambiciones de las clases medias urbanas de la costa. La marginación de los Andes no fue atenuada.
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La segunda presidencia de Belaunde en los años 80, después de la transición de Morales Bermúdez, no se apoyó para nada sobre referencias a los Andes. Hay que hacer frente a las presiones del endeudamiento externo y del alza de la tasa de interés, a los problemas de desempleo que afectan masivamente a los jóvenes de las ciudades, sobre todo en la costa. Los ejes económicos pesan cada vez más en el país; el- de la costa, con Lima y los oasis donde se prosigue el desmantelamiento de las cooperativas agrícolas, con la formación de una clase de pequeños empresarios campesinos; el de la ceja de montaña, con el desarrollo del cultivo de la coca, de la producción de cocaína y de los flujos transnacionales que mantiene. Entre los dos, los Andes se transforman en el área de maniobra de la subversión iniciada en la región de Ayacucho por el grupo “Sendero Luminoso”, cuyas consecuencias serán analizadas más adelante, pero cuyos efectos más inmediatos son la deserción de algunas regiones afectadas por la violencia, la creciente falta de seguridad y la destrucción de las redes.
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Al principio del gobierno de Alan García, la afirmación de contribuir al desarrollo del “trapecio andino” de la pobreza (de los Andes centrales a los Andes meridionales del Perú) pretende oponerse a la acción de la subversión. Pero cómo “desarrollar”, cuando las administraciones son deficientes o no existen, cuando la pequeña burguesía local, donde recluta el APRA, se esfuerza ante todo por recuperar sus poderes sobre la masa campesina, indígena, despreciada, que se hunde cada vez más en su pobreza. La migración hacia las ciudades es cada vez más azarosa, ya que enfrenta la crisis urbana y las dificultades de empleo; la única migración posible, pero peligrosa, es hacia los campos de coca, que todavía permite algunas ganancias. Decididamente, es una lástima para el Perú urbano de fines del siglo XX que no se pueda “borrar” a los Andes, tierras peligrosas que no “reportan” ya casi nada y donde el Estado está cada vez más ausente;
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incluso, parte de sus tareas como promotor del desarrollo están garantizadas por los ONG, cuyas acciones localizadas siguen siendo homeopáticas. 38
En Bolivia, oficialmente, el país más pobre del continente, la situación es bastante diferente. La capital política es andina. La reforma agraria, entre 1954 y 1964, se evidencia por la eliminación progresiva de las haciendas y por un encuadramiento de los campos por sindicatos agrarios. Pero con algunos desplazamientos, las formas de pobreza se mantienen como desigualdades entre los más pobres y los que lo son menos. La nacionalización de las minas confirma el poder de los sindicatos, en especial el de la COB, pero no se ha emprendido la indispensable modernización del sector minero, la productividad disminuye, los déficits se acumulan en los balances. Por el contrario, las llanuras son siempre el campo de la “libre empresa”, las explotaciones de ganado se extienden, así como también las plantaciones de caña de azúcar. La acumulación de los capitales se hace entre unos cuantos y la producción de la cocaína se vuelve el factor principal. En la época de García Meza, la articulación de los intereses entre los militares en el poder y las mafias no permite decir que la producción de la droga se desarrolle con la oposición del Estado: lo hace infiltrando y pudriendo sus débiles aparatos.
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El retorno de los civiles con Paz Estensoro, cargado de símbolos, uno de los hombres de la revolución de 1953-1954, que se torna, a partir de 1985, en el hombre del retorno a los “grandes equilibrios”y que utiliza los medios del liberalismo. El desequilibrio se evidencia por la constatación de la descomposición del sector minero estatal y el fin del poder sindical. A los Andes campesinos, estancados y miserables, tan sensibles a las sequías como a las heladas, se oponen los valles cálidos y las planicies del piemonte. Es ahí donde se explota la coca, se busca oro, se pueden realizar fructuosos contrabandos con el Brasil y la Argentina, se puede extraer petróleo y gas, vendidos en parte a los países vecinos: es ahí donde se encuentra todavía empleo, claro que de manera precaria y a menudo al precio de la enfermedad. No se pasa impunemente de los altiplanos fríos y relativamente sanos a las tierras cálidas afectadas por la enfermedad de Chagas, la uta (Ieishmaniasis), la fiebre amarilla, el paludismo. Estas enfermedades no impiden, sin embargo, la prosecución de las corrientes migratorias, y la instalación en la parte baja; es fácil la solución recomendada por las autoridades. Es conveniente deshacerse de lo que parece ser un sobrante de población en los Andes. Ahí también las acciones locales de desarrollo corren a cargo de los ONG, de programas multinacionales (PNUD, CEE) y muestran bien el abandono, de parte de un Estado frágil y sin recursos, de sus responsabilidades frente a poblaciones andinas que siguen siendo mayoritarias en el país.
Los Andes en Ecuador y Colombia 40
En Ecuador, la preponderancia afirmada progresivamente, en el curso del siglo XX, de Guayaquil y de la costa, con sus sucesivos ciclos de cacao, banano y actualmente de las actividades nacidas de la producción de langostinos, se hace latente con un mayor peso económico y demográfico en Guayaquil, respecto a Quito, y una población que vive en la costa, más numerosa que en la sierra (en 1982, 4.5 millones en la costa, 4.1 millones en la sierra), frenada a pesar de todo por la función de capital de Quito. No se puede negar que los distritos que tuvieron una tasa de crecimiento anual de población superior a 7.5% por año entre 1962 y 1984 se sitúan en su mayoría en la costa, con
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algunos puntos en el piemonte amazónico y en los campos petroleros de la selva del este. 41
La renta petrolera, importante sobre todo entre 1974 y 1980, permitió a Quito invertir en la construcción, dotar a una parte de la sierra de buenas carreteras, de establecer comunicaciones terrestres fáciles con la costa. La articulación “regional” se hace a veces a partir de Quito, otras de Guayaquil. Quito contribuye a la organización del espacio en los Andes del norte, pero también de la parte septentrional de la costa en el eje Santo Domingo-Esmeraldas y dirige el acceso al piemonte oriental. El espacio regional de Guayaquil se extiende sobre la parte sur de la costa así como también sobre la sierra de Cuenca y Loja. El “triángulo pesado” del país es siempre el comprendido entre Guayaquil, Quito y Cuenca con áreas de influencia de las dos primeras ciudades.
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El desarrollo de pequeñas empresas en la región urbana de Quito (cuyo número y jos efectivos empleados son próximos a los de Guayaquil), las transformaciones de la agricultura andina, inducidas por el incremento del consumo de Quito (productos lecheros, fruta, legumbres), no debe ocultar la pobreza y la marginación de gran parte de la población campesina, con raíces indias, que es mayoritaria en la sierra (probablemente 2,5 millones sobre 4,1), que habla sobre todo quechua. Como en los Andes peruanos, pobreza y marginación no significan ausencia de participación en la vida del país. Estas poblaciones producen para los mercados locales, proporcionan la mano de obra para los trabajos públicos, alimentan las corrientes migratorias hacia los piemontes. A excepción de Pichincha, la provincia de Quito, el saldo de la balanza migratoria es negativo para todos los departamentos andinos, mientras que es positivo para los de la amazonia y de la costa, salvo Manabí, antigua tierra india.
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¿En Colombia, existen los Andes? Esta pregunta que parece una broma no intenta negar la importancia de los relieves andinos y su rol en la articulación y la afectación de los espacios, sobre todo en función de su ecología. A diferencia del Perú, y aun del Ecuador, los Andes continúan agrupando a la mayoría de la población colombiana, urbana en sus dos terceras partes. No hay diferencias de conjunto sensibles entre el promedio de recursos producidos per cápita en las regiones bajas y en los Andes. Las dificultades de comunicación entre las diferentes zonas del territorio colombiano, que eran importantes al fin del siglo XIX y a principios del XX, han sido vencidas en parte con la aviación y con la implementación de una red de caminos transitables que une las principales aglomeraciones. Esto no significa por ello que sectores enteros de los Andes no aparezcan deficitarios, si nos referimos a los niveles de desarrollo.
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Pero una vez más, estas “regiones en déficit” son las del campesinado más antiguo. Campesinado indio del sur, altos valles del Cauca y del Magdalena, sur de la cordillera central y alrededor de Pasto, cerca a la frontera ecuatoriana. Aquí nos encontramos fuera del “cinturón cafetalero”, las ciudades son más herencias de la época colonial, como Popayán, afectada recientemente por un terremoto, que centros del dinamismo económico e industrial contemporáneo como Medellín. Es un sur campesino, lejos de los centros. Pero aun en las cercanías de las ciudades industriales, la población rural se extiende; así, de un lado a otro de Medellín, en la meseta del “oriente antioqueño”, como en las descarnadas vertientes del valle del Cauca en el departamento de Antioquía. El elevado producto de este departamento, ligado a su capital, no debe hacer olvidar la pobreza de su vecindad rural. Así como en el Boyacá, en las tierras de los minifundistas afectados por la erosión, la emigración es el único recurso para poder escapar a la miseria local. El excedente de una población particularmente fecunda se
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vierte sobre la ciudad y en los piemontes. Pero son mucho más los flujos migratorios campo-ciudad en el interior de los Andes, que flujos de arriba hacia abajo. Finalmente, las regiones del café han sido afectadas por la “violencia” de los años 50 y durante estas dos últimas décadas, el paso de los cafetales a la sombra a la variedad “caturra” no se hizo sin dolor para numerosos explotadores que se han vuelto obreros agrícolas en sus antiguas tierras o han emigrado a la ciudad. Estas situaciones de tensión y miseria dependen más de problemas inherentes a la sociedad colombiana que de una localización andina. 45
Al contrario que en el Perú o en el Ecuador, en Colombia no hay o hay apenas discurso “andino” y oposición, mencionada sin cesar, entre un espacio y una sociedad andina y un espacio y una sociedad de la costa, aunque esta dicotomía es discutible en sí, en vista de las complementariedades y de los intercambios que se establecen entre estos dos conjuntos geográficos.
Esquemas de organización en los estados andinos en la época contemporánea 46
Basándose en las observaciones precedentes, algunos esquemas formalizan las posiciones de los lugares principales y permiten situar, en la época contemporánea, el lugar de los Andes en las organizaciones espaciales de las repúblicas.
Bolivia 47
En Bolivia, una capital en altitud, entre los 4,100 y 3,300 m.s.n.m., instalada en un ancho valle horadado en el curso del Cuaternario, al abrigo de las frías ventiscas del Altiplano, se encuentra en situación de callejón sin salida hacia abajo. Un millón de habitantes se adhiere a las vertientes o desborda en el Altiplano, en el Alto. Para salir de ahí hay que pasar por la altura; un paso y una carretera acrobática permiten el acceso a las “yungas” y al piemonte del Beni, donde se explota oro y se produce algo de coca. Este piemonte permite el acceso a las anchas llanuras cálidas donde alternan sabanas ocupadas por grandes propiedades ganaderas, algunas de las cuales no son sino una “pantalla” de los “barones de la cocaína”, y bosques frecuentados por algunos indios cazadores o desbrozados por los colonos venidos de los Andes.
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Del Alto divergen dos carreteras, una permite el acceso al lago Titicaca, cuyas orillas están siempre muy densamente pobladas y proporcionan migrantes a La Paz y colonos a las regiones cálidas. A principios de agosto todos se reúnen en Copacabana para festejar a la Virgen. La frontera con el Perú segmenta la masa campesina. La otra ruta es el mayor eje del país, une La Paz con Santa Cruz en el piemonte, vía Cochabamba, al centro de una cuenca densamente poblada.
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Es así que en Bolivia hay una franja que, desde Santa Cruz al lago Titicaca, toma de manera oblicua una parte de los Andes y del piemonte, con La Paz al nor-oeste, en posición media Cochabamba, y al sur-este Santa Cruz cuyo peso no cesa de crecer. Pero es un alineamiento de regiones que pesan, unas por su población, otras por su tráfico, sin formar por ello un conjunto coherente y bien articulado. Un poco más alejado, al sur-este de Oruro, el distrito minero, antaño productor de estaño, que agoniza con el cierre de la mayor parte de las minas y el éxodo de sus trabajadores. Más al sur, Potosí,
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heredera de las riquezas pasadas que aún se ven en sus monumentos e iglesias de la época colonial y Sucre, la capital ficticia, soñando con sus recuerdos. La región minera, productora de riquezas para el mundo, ya no es ni su sombra, con sus ruinas, elementos de una arqueología minera. Es probable que una vez borradas las secuelas de la antigua explotación, vuelvan a comenzar las producciones en emplazamientos modernizados, capaces de rivalizar con los mejores yacimientos del mundo... pero todavía es sólo una hipótesis. 50
La realidad actual es el dinamismo económico brutal de los empresarios de Santa Cruz; la ciudad pesa en el equilibrio boliviano, por el dinero de los nuevos ricos cuya fortuna está basada en grandes propiedades ganaderas o de caña de azúcar, el tráfico de coca, producida en parle en el Chaparé vecino y el contrabando con el Brasil, para el que Santa Cruz es el punto de partida para el control económico de las tierras bajas. Aquí se encuentra el centro de gravedad del capitalismo salvaje, nacido de todos los tráficos, y de donde, a veces, se delega dirigentes a La Paz, para gobernar el país. En el piemonte se agrega también la extracción de petróleo y gas cuyas desembocaduras naturales se encuentran en los países de La Plata. Progresivamente, estas mesetas vuelven la espalda a los Andes y se incorporan en el espacio de los países del Atlántico
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En el extremo sur del país, Tarija está unida a la provincia andina de Jujuy en Argentina... Es el encuentro de dos periferias de los estados, que en el pasado colonial fueron las etapas obligadas entre Potosí y el país de La Plata.
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Al oeste, las líneas del ferrocarril y las carreteras que atraviesan desiertos de altura para unir el Altiplano y La Paz con Chile. Se puede admirar el esplendor de los paisajes, de los inmensos salares blancos a los altos y oscuros volcanes así como las estepas de tolas y yaretas barridas por el viento.
Perú 53
Lo sorprendente en la geografía del Perú contemporáneo es ante todo su configuración como peine o rastrillo, apoyado en todo lo largo del Pacífico, con un pesado núcleo al centro: Lima. El eje sigue el desierto costero con la sucesión de una treintena de oasis, con poblaciones urbanas en su mayoría, pero cuyas producciones agrícolas dependen de las irrigaciones permitidas gracias al agua de la sierra; los dientes del peine, afilados río arriba, son los valles andinos de la vertiente occidental de los Andes que unen a los pueblos de las comunidades rurales, en crisis, que han proporcionado migrantes a la costa... Los dientes del peine se redondean en sus extremidades, cuando acceden a una cuenca interna como en el norte del Perú, en Cajamarca o. se inclinan paralelamente a la costa en el Callejón de Huaylas al pie de la Cordillera Blanca. Las 2/3 pates de la población peruana vive en el “peine” y los 4/5 del PNB provienen de allí; de ahí su importancia.
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Los Andes son regiones interiores desprovistas de autonomía, que producen para la costa o la economía nacional/mundial. La región interior andina, al este de Lima, es uno de estos elementos mayores. De los Andes se extraen los minerales (plata, zinc, plomo, cobre), base de una gran parte de las exportaciones, también de las montañas proviene el agua que da vida a Lima y a la costa central, así como la hidroelectricidad que evita o que limita las importaciones de petróleo. El eje “Cerro de Pasco-La Oroya-Huancayo” es el segmento más productivo de esta región interior andina de Lima, y es también un paso hacia el piemonte amazónico; entre los demás, el valle del Huallaga es uno de los
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mayores productores de coca, base de los tráficos transnacionales; es una zona disputada entre las mafias, los grupos de insurrección que quieren cobrarles un impuesto revolucionario, y el Estado, débil pero asistido por la cooperación policial norteamericana. 55
Al sur de Huancayo se abre el trapecio andino de las grandes pobrezas campesinas indias, que soportan las acciones de “Sendero Luminoso”, las que conjuntamente con sus estrategias serán descritas en el capítulo siguiente. Este sur del Perú actual, que pertenece al “Alto Perú” colonial, es el que en el siglo XIX y a principios del XX, estaba unido más fácilmente a Buenos Aires vía Bolivia que a Lima, y ahora es una “región interior” de Arequipa. Esta ciudad, la segunda del Perú por su población que sobrepasa el medio millón de habitantes, pertenece a la costa en ciertos aspectos de su economía, al mismo tiempo que, debido a su altitud, ya forma parte de la sierra. Es esta ciudad, la que a fines del siglo XIX, gracias al ferrocarril y luego a las carreteras, organizó el drenaje de las lanas y de los productos mineros de los Andes del sur. El Cusco, al extremo del eje andino del sur, vive de los recuerdos de pasadas grandezas, que atraen a los turistas. Las inversiones, después del terremoto de 1950, fueron financiadas por créditos externos y desembocaron en equipamiento mal ceñido a las realidades regionales. Los esfuerzos del Cusco, por adquirir autonomía regional, no han sido coronados por el éxito; hacen falta tanto capitales como iniciativas empresariales y sus campos forman parte del trapecio andino de la miseria e inseguridad.
Ecuador 56
Por el momento, el Ecuador presenta la imagen de un aparente equilibrio entre la sierra y la costa, pero el vaivén demográfico y económico se acentúa en provecho de las regiones costeras. El área de influencia de las dos grandes ciudades se extiende a las regiones bajas y a los Andes: la de Quito, que gobierna las cuencas y las ciudades del norte de los Andes, desborda en la costa norte así como en el piemonte amazónico de los yacimientos de petróleo; el área de influencia de Guayaquil, la aglomeración más poblada del país y su primer puerto y capital de las actividades de exportación, salvo para el petróleo, es determinante en el Guayas, donde el banano y la ganadería han reemplazado al cacao que forjó la prosperidad del país a principios de este siglo, y, en el sur de la costa con Machala, sus campos de banano, pero principalmente la producción de langostinos en criaderos. La atracción de Guayaquil se manifiesta en las cuencas de los Andes meridionales, llenos de ciudades de Cuenca a Loja.
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El Ecuador tiene, a la vez, un triángulo pesado (Deler 1981), entre Quito, Cuenca y Guayaquil, y áreas de influencia de dos de las mayores ciudades que se cruzan en los Andes hacia Cuenca, en la costa, en la parte superior de la hoya del Guayas. Las periferias se localizan en las llanuras de la amazonia, fuera de las regiones petroleras, en el sur andino, en Loja, pequeña ciudad próxima a una frontera cuestionada con el Perú, en las secas colinas del Manabí, ángulo muerto de la costa y, sin embargo, antigua región de poblamiento indio. Pero las periferias no tienen el mismo sentido en un país de 284,000 Km2, —provisto de dos ciudades con un millón de habitantes, y que pudo dotarse de algunas buenas carreteras en la época del “boom petrolero”, que en los países que sobrepasan el millón de Km2, como las otras tres repúblicas andinas.
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Colombia 58
La situación colombiana es más compleja. Primeramente, existe el “cuadrilátero pesado” para emplear una expresión de J. P. Deler, cuyas cuatro esquinas son: al NE las ciudades del Boyacá y del Santander; al SE Bogotá, extendiéndose hacia el este, en el piemonte de Villavicencio; al SO Cali, en el valle del Cauca; al NO Medellín. Cuadrilátero pesado por el número de sus habitantes; una gran mitad de la población del país y más de las 3/4 partes de las riquezas producidas. Ahí se encuentran los servicios que dirigen el país, las industrias que producen para el mercado nacional y la exportación, así como la mayoría de las plantaciones de café... Este “cuadrilátero pesado”, esencialmente andino, aun si se incluyen segmentos de valles internos del Magdalena y del Cauca, engloba también extensiones escasamente pobladas, pobres y lugares donde reina la inseguridad; no hay una difusión generalizada del dinamismo ni una distribución igual de la riqueza. Si las conexiones aéreas son buenas entre los núcleos mayores, las comunicaciones terrestres a veces dejan que desear.
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Un eje secundario se sitúa a lo largo de la costa del Caribe, marcado por soluciones de continuidad. Comprende, al centro, Barranquilla, con un millón de habitantes: es el primer puerto del país y está flanqueado al este por Santa Marta, al oeste por Cartagena. A él se unen las grandes minas de carbón de la Guajira y las regiones bananeras del golfo de Uraba donde la inseguridad está generalizada. Este eje, abierto sobre El Caribe y el mundo atlántico, no es una periferia, tiene autonomía propia frente a Bogotá o Medellín, con sus bancos, sus diarios, sus hombres de negocios, sus mafiosos. Separado del “cuadrilátero pesado” por sus pantanos y bosques del bajo Magdalena y del Cauca; las praderas y sabanas del César son con frecuencia los dominios de grandes propietarios ganaderos así como lugares de predilección para la implantación de guerrillas; ahí el Estado, muy rara vez hace sentir su presencia.
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Las periferias comprenden todo el sur, el de los Andes, y al SE de la selva, al este, las extensiones herbáceas de los llanos y el oeste del Pacífico forestal, a los deltas ocupados por los manglares. Estas periferias tienen caracteres muy diferentes; el campesinado andino, todavía muy indio alrededor de Popayán y Pasto, es tan miserable como el de los Andes del Ecuador o del norte del Perú, la escasísima población negra de la costa del Pacífico busca a veces oro y platino, pesca un poco, pero sobre todo vive mal; los indios selváticos están condenados a huir a los bosques, que todavía no han sido desbrozados por los colonos o prospectados por los petroleros, o deben “asimilarse” aceptando los empleos más bajos de la escala; los colonos, venidos de los Andes, que han sido echados con frecuencia de sus tierras por la violencia, están acorralados en la parte baja, entre el orden “mafioso” y el de los grupos armados revolucionarios; al este, en las inmensas posesiones ganaderas de los llanos, donde los propietarios hacen reinar la ley del más fuerte, que en una época estuvo acompañada de la cacería del indio como distracción dominical.
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Estos ejemplos muestran lo difícil que es comprender las relaciones de las poblaciones entre ellas y sus vinculaciones al espacio sin tomar en cuenta las violencias y las inseguridades que las acompañan y que marcan toda la historia de los Andes.
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ESQUEMAS DE ORGANIZACIÓN DE LOS ESPACIOS NACIONALES DE LOS PAÍSES ANDINOS 1
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NOTAS FINALES 1. Los límites sólo tienen un valor indicativo. El esquema trata de hacer resaltar en cada país, los espacios económica y humanamente de peso (cuadrilátero central en Colombia, triángulo principal en Ecuador, cuadrilátero central en Solivia, costa y área de influencia principal de Lima en el Perú). En contraparie señala los sectores de periferia rural pobre. Se mencionan también algunas producciones significativas: café en Colombia, petróeo en Ecuador, coca en el Perú y Bolivia. Finalmente, las áreas de mayor inseguridad, figuran las guerrillas. Pero como éstas son cambiantes no hay que ajustarse a las localizaciones que figuran en los esquemas. Estos esquemas que presentan sólo una visión muy simplificada de los países, valorizan: el peso de las ciudades y su rol en la organización de los espacios; el rol de algunas producciones, en particular en las exportaciones; el hecho que los Estados no controlan completamente sus territorios: producciones ilícitas, contrabandos, grupos armados.
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Capitulo 11. Inseguridad, disturbios y violencia en los Andes
La violencia en la historia 1
Que los Andes hayan sido lugares de violencia en el transcurso de los siglos no tiene nada de sorprendente; es ahí donde se encontraban los hombres o por lo menos la mayoría de ellos, es ahí donde estallaban los conflictos y se resolvían después de batallas y represiones. Guerras de la Conquista, donde en cada campo se encontraban indios y hasta españoles a veces; rebeliones “indias” del fin del siglo XVIII, de Túpac Amaru en la región del Cusco a Túpac Katari en el altiplano boliviano, provocados por las prevaricaciones y los abusos de las administraciones locales, insurrecciones que se erigían más contra la administración colonial que contra la Corona. Si estallaban en los Andes es porque era ahí donde se había impuesto el tributo, donde los conflictos por la tierra eran más violentos y porque los desafíos humanos y económicos eran mayores en ese entonces. Pudo haberse irradiado hacia la selva, como el movimiento “milenarista” de Santos Ata-hualpa que se desarrolla donde los indios del piemonte amazónico, pero son escasos. Entonces hay que hacer la distinción entre conflictos y motines, suscitados por los abusos locales, los movimientos milenaristas andinos, resurgencias de una cierta visión del mundo y tensiones vinculadas a conflictos raciales, en una sociedad dividida en castas, cuyo mantenimiento estaba garantizado durante la época colonial por la Corona.
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La mayoría de los grandes hechos de las guerras de Independencia tuvieron lugar en los Andes: Bolívar en el puente de Boyacá, cerca a Santa Fe de Bogotá, cargas de la caballería en Junín y la batalla de Ayacucho que pone fin a la presencia española en las regiones andinas.
Motines, conflictos sociales, batallas políticas 3
Las rebeliones del siglo XIX eran generalmente rebeliones campesinas, y por ser campesinas, indias; ellas manifestaban la exasperación de hombres oprimidos por los
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gamonales, expulsados de sus tierras u obligados a pagar pesados impuestos, en particular impuestos al consumo, especialmente a la sal. Son semejantes a los motines que, en otros sitios, en el curso de los siglos, sublevaron a los campesinos o a los conflictos de la antigua Francia rural, en lo que se refiere a las gabelas, como el impuesto sobre la sal. Motines como los levantamientos campesinos de Azángaro, al norte del altiplano en 1899, en Chucuito, al borde del lago Titicaca en 1913-1914, después, guerra de la sal en Huanta. Que con mucha frecuencia esos movimientos terminen con sangrientas represiones, con tortura y muerte de sus jefes, pero también de inocentes, es también la ley de la guerra y en esto los Andes no son una excepción. 4
Los conflictos con la autoridad del Estado pueden ser de otra naturaleza. I. Bowman, en su travesía por los Andes, a principios del siglo XX, llega a Abancay, en Apurímac, después de una sublevación fomentada por los hacendados, los “hijos de familia” que se rehusan a pagar tasas e impuestos. La represión dirigida por un enérgico prefecto es inclemente; Jos insurgentes son ejecutados por una tropa formada por soldados indios. Como dijo el padre de una de las víctimas “el gobierno asesina a los blancos, ya escasos en los Andes, y los hace matar por una tropa de indios”. El aislamiento de Abancay en relación a Lima es sólo relativo; en esa época el prefecto se comunica por telégrafo con la Presidencia de la República en Lima, de donde recibe directamente las órdenes.
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La guerra de los “mil días”, que sacude Colombia al fin del siglo XIX, es ante todo un conflicto entre los dos grandes partidos, el conservador y el liberal, un conflicto entre intereses económicos nacido de tensiones sociales. Es exclusivamente un “asunto colombiano”, no específicamente andino, aunque afecte particularmente a los Andes con las guerrillas del Tolima, formadas en parte por los indios expulsados por la colonización y que se manifiestan en la destrucción de las cosechas y la desorganización de las comunicaciones. Las regiones cafetaleras del momento, en la cordillera oriental, proporcionan contingentes a las guerrillas contra las fuerzas conservadoras. Es claro, sin embargo, que los Andes y sobre todo las regiones productoras de café se ven más afectadas por esta guerra que las llanuras o la costa del Atlántico, que tuvo una centena de miles de víctimas, o sea por lo menos 2% de la población de ese entonces.
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Las frecuentes huelgas en las minas, sobre todo en Bolivia, donde la organización sindical es muy fuerte desde principios del siglo, la conciencia de clase particularmente desarrollada y mantenida en los años 30 por los grupos trotskistas, terminan a menudo con represiones brutales, al final de las marchas de los mineros y sus familias hacia la ciudad o la capital. Estos conflictos que nacen en la empresa capitalista son comparables a los que, en la costa peruana, afectan las haciendas de algodón o las empresas azucareras donde la organización sindical es muy poderosa. A pesar de ello, en los Andes de Bolivia, la historia social está marcada, desde hace medio siglo, por huelgas que terminan en sangre; aunque toman la posta o se agregan a las rebeliones campesinas, particularmente frecuentes alrededor del Titicaca, sin embargo, no hay necesariamente interacción entre conflictos mineros y levantamientos campesinos, pues las poblaciones no son las mismas. Los propietarios de las minas se habían esforzado en reclutar su mano de obra en los valles del flanco oriental de los Andes cuya población es quechua, más que en el altiplano, donde la mayoría es aymara. En los Andes del centro del Perú, en cambio, podía haber relaciones entre las huelgas de mineros y los movimientos de las comunidades, pues las poblaciones son las mismas; la “Cerro de Pasco”, que tenía una posición dominante en el sector minero, era también,
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como ya se ha visto, propietaria de inmensas haciendas ganaderas. Algunas familias de la oligarquía como los Fernandini, poseían en la misma región, minas y haciendas ganaderas.
Desprecio y violencia: historia de un racismo latente 7
En la historia de los Andes la violencia está siempre presente; sea que estalle como insurrecciones, o que se manifieste en lo cotidiano de las relaciones humanas y en los grandes tipos de conflicto, hay que diferenciar la violencia que proviene de la presión ejercida desde la Conquista en las poblaciones campesinas, mayoritariamente indias. Esta es la presión del “fuerte” sobre el “débil” para que entregue su trabajo, obtenga dinero para los impuestos, salde cuentas leoninas o que entregue su tierra. Estas violencias se manifiestan en expropiaciones, muertes y desembocan en insurrecciones locales o regionales. Otras formas de conflicto son más políticas y atañen a toda la sociedad como en Colombia.
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Las primeras son mantenidas por el desprecio de los fuertes hacia los débiles, sobre todo si éstos se “presentan mal”. Es así como I. Bowman (1916) se interroga para saber si el estado de miseria de los indios es la consecuencia de un fenómeno de degeneración o simplemente el efecto de un medio geográfico. Y la respuesta del geógrafo americano es clara: la falta no es del gobierno ni de la religión, tampoco de la herencia, más bien es del medio geográfico demasiado rudo; I. Bowman observa una graduación entre la inteligencia más sutil de los ocupantes de las regiones bajas y el embrutecimiento observado en las poblaciones indias de altitud. La “ciencia” del momento viene entonces a reforzar la convicción de los grupos dominantes en la economía de la sociedad; estos “indios” son una especie de “sub-hombres” y en consecuencia es normal explotarlos o expulsarlos cuando se hace necesario. Las necesidades de la explotación capitalista o simplemente de la explotación de los hombres hacen la ley. El historiador M. Crouzet escribe en 1957, que “el indio se ha transformado en un ser cerrado y taciturno, mitad hombre, mitad bestia, hostil al contacto con otras razas, ignorante y embrutecido por la coca y el alcohol, que ya no se acuerda del glorioso pasado legado por sus ancestros”. Como Crouzet es historiador, el origen del triste estado de las poblaciones andinas de los Andes está probablemente ligado a la Conquista, al servilismo colonial, pero el resultado está ahí; estos indios son unos pobres diablos. Y como se violenta con gran indiferencia a los que se desprecia porque son diferentes y miserables, los indios pueden ser violentados sin que la conciencia de los que utilizan la fuerza sufra un rasguño.
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Por el contrario, en Colombia, la violencia es mucho más política y traduce la división de la sociedad en grandes familias políticas y su agrupamiento en conservadores y liberales, a los que se agrega todas las querellas locales, personales o económicas. Esto no excluye por ello las presiones, explotaciones y extorsiones que ejercen sobre las poblaciones catalogadas como indias en el sur del país, actos que pueden ser realizados por una orden religiosa, como los Capuchinos sobre los Sibundoy o por terratenientes sobre los resguardos indios de las cordilleras.
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La violencia y la política 10
Los conflictos han sido frecuentes en Colombia desde los Mil Días; huelgas duramente reprimidas en las plantaciones de la United Fruit, enclave extranjero en el territorio colombiano del bajo Magdalena en 1928; una parte de los obreros agrícolas se refugian en la Sierra Nevada que está muy cerca para evitar la represión y se asentarán ahí. Huelgas de ferrocarrileros, de estibadores en los puertos y en los transportes, movimientos violentos en las regiones del café en Santander y en Tolima, donde una insurrección armada es conducida en 1929 por elementos extremistas del PSR (Partido Socialista Revolucionario). En Viota, se juntan pequeños colonos que se enfrentan a las haciendas cafetaleras en parte explotadas en aparcería de las plantaciones; las acciones de los colonos son coordinadas por los militantes socialistas revolucionarios y comunistas, que actúan dentro del marco de los sindicatos agrarios. Como lo anota la Federación de Cultivadores de Café en 1919, “a todas las dificultades de la producción y comercialización del café se agrega esta plaga absolutamente artificial y maligna: la de bolcheviquismo criollo, presente con sus rasgos de naturaleza destructora en ciertas regiones del país” (Pécaut 1987).
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La violencia que sacude Colombia a la mitad el siglo XX tiene sólidos antecedentes, además es debida, en parte, a la acumulación de conflictos de las décadas precedentes. Empieza antes del “bogotazo” que sigue al asesinato del líder liberal Gaitán, el 9 de abril de 1948. Desde 1947, hay 1,400 muertos en Santander y Boyacá, es decir en el norte de la cordillera oriental, entre cuarenta y cincuenta mil muertos en 1948; unas veinte mil víctimas en 1949, elevándose la cifra en 50,000 muertos, alcanzada en 1950. En seis años, del 48 al 53, se cuentan alrededor de 150,000 muertos, es decir el 1% de la población colombiana que es en ese momento de 15 millones. Los departamentos más afectados son los de Antiguo Caldas, Tolima, Antioquía y Santander y si los llanos son afectados lo son primeramente en las regiones del café, densamente pobladas y en donde se cuenta la mayor parte de muertos. Por todas partes ocurre el enfrentamiento entre los liberales y los conservadores, batallas entre pueblos, en el interior de los mismos, ajuste de cuentas entre los clanes y entre familias. A esto se mezclan acciones militares y policiales, vendettas, bandolerismo, venganzas personales, fanatismo religioso. Las grandes ciudades quedan separadas; el más involucrado es el mundo rural. El resultado es la migración hacia las ciudades más seguras, pero también numerosos desplazamientos de campesinos que huyen hacia lugares menos expuestos: al interior del mismo piso ecológico unos, hacia las llanuras otros; hay entonces una serie de “largas marchas” a través de Colombia. Varias centenas de miles de campesinos son involucrados por estas transferencias de población.
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Al mismo tiempo, como al principio del año 50 — un período de altos precios de las materias primas, por la guerra de Corea y el desarrollo económico de Europa ligado a las reconstrucciones posteriores a la guerra —, el crecimiento económico en Colombia es importante; pero este crecimiento se debe a la preponderancia urbana, que comienza a afirmarse, la de ciudades indemnes al torbellino de la violencia o mejor dicho de las violencias, ya que son tantos y tan diversos sus actores, sus causas, sus lugares. A pesar de los conflictos, las superficies dedicadas al café no cesan de crecer (cerca de 6% al año entre 1950 y 1954), a consecuencia de los altos precios mundiales; y en las regiones bajas hay progreso en el algodón y en la ganadería bovina.
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Curiosa guerra civil, en una fase de crecimiento de la economía, con un poder político civil que continúa ejerciendo sus funciones hasta la llegada del general Rojas Pinilla, acogido con alivio por la clase dirigente. Si el Estado colombiano de entonces no logra ya ejercer sus funciones de mantener el orden y garantizar la seguridad de sus ciudadanos dentro del territorio nacional, si el Estado está en crisis y su autoridad duramente criticada, no es por ello cuestionado en su esencia. Las élites, el poder de los gremios, es decir, de las organizaciones patronales, se avienen a su flaqueza, pero no cuestionan su existencia. Los liberales acusan a los conservadores de haber implantado una dictadura y los conservadores acusan a los liberales de servir de lecho al comunismo, y parten en cruzada para “defender los principios tutelares de la nacionalidad y los valores de la civilización cristiana” amenazados por el comunismo. Si las fuerzas marxistas y comunistas están presentes en el terreno, si a veces organizan columnas de campesinos que huyen de las represiones, parece que no están en el origen de los problemas de la violencia, aunque, en una perspectiva a largo plazo, no sacan experiencias ni prácticas.
Violencia y conflictos en los estados andinos en la actualidad 14
A partir de los años 60, comienza a nacer el cuestionamiento del Estado “burgués” para sus detractores, y el de sus aparatos, teniendo como hipótesis u objetivo de provenir su destrucción. Después de la victoria de Castro en Cuba surge la idea de desarrollar una revolución que debe desembocar en un cambio de la sociedad a partir de “focos” de guerrilla. La elección de éstos, de su localización, es más bien geográfica. Hay que encontrar lugares donde uno se pueda esconder, de donde se pueda huir, donde sea posible alimentarse, abastecerse, donde, en lo posible, se encuentre apoyo y protección al lado de una población a la que se forma en la dialéctica revolucionaria y el combate, desde donde se pueda actuar para perjudicar al adversario, es decir al Estado, a sus representantes o sus agentes. Entonces existe la creación de un espacio de guerrillas, primeramente oculto y que luego puede afirmarse. Espacio que debe ser fluido, y cuyo centro de gravedad pueda ser móvil. Las primeras tentativas en los Andes tropicales no fueron coronadas por el éxito; en los años 65, en el Perú, pequeños grupos trataron de actuar en los Andes centrales, pero sobre todo en el valle de La Convención, en el que como consecuencia de la cascada de las dominaciones, la situación agraria era especialmente tensa. El trotskista Hugo Blanco no se mantuvo mucho tiempo ante las fuerzas del orden. En Bolivia, al centro del continente, la imposible implantación del Che Guevara en el distrito minero lo condujo a instalarse en las colinas cubiertas de maleza espinosa del piemonte al sur de los Andes, cerca de Camiri. En esta región casi desierta fuera de algunos campamentos de petroleros, donde el agua escasea en período seco, la supervivencia era muy difícil. Sabemos lo que ocurrió.
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En cambio en Colombia, el Estado no ha logrado nunca controlar completamente su territorio. En las páginas precedentes hemos visto que su historia está llena de verdaderas guerras civiles, en el curso de las cuales la autoridad de su Estado no alcanza a imponerse sobre regiones enteras y sus poblaciones. Desde los años 60, unos grupos de inspiración comunista, ayudados generalmente por Cuba, se implantan sobre todo en las montañas, especialmente en el Huila. Forman una serie de “pequeñas repúblicas populares” (republiquetas) donde se hace reinar la virtud y el orden revolucionario.
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Frágiles implantaciones a merced de una reacción más vigorosa de las fuerzas del orden, siempre cuestionadas y móviles. Aparecen otros en los llanos, en la selva y en las regiones vecinas de la costa del Caribe. Los grupos se dividen por tendencia, los FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias Colombianas), repartidos en una treintena de frentes, el M19, y otros más. Estos grupos, de geometría variable, negocian con el gobierno al que combaten. Treguas, negociadas suceden a las incursiones, emboscadas o represiones. Algunos se implantan en las regiones productoras de coca para percibir con más facilidad el impuesto revolucionario, para enmarcar, es decir proteger a las poblaciones contra las mafias con las que se negocia la venta de la “pasta” (cocaína). Así es en el Caquetá. En esos complejos partidos en los que el juego es entre varios, las alianzas se hacen por o contra las mafias, entre grupos revolucionarios, algunos de los cuales aceptan durante un tiempo la negociación con los enviados del gobierno, mientras que los otros la rechazan; las fuerzas paramilitares, apoyadas por elementos policiales, las mafias o los propietarios de tierras, amenazados por los revolucionarios, realizan expediciones punitivas contra los representantes de la izquierda oficial, asesinan o torturan a los que serían susceptibles de servir dentro de un marco revolucionario. En la ciudad crece la inseguridad ante el aumento de las agresiones, raptos y atentados. Pero, en este ambiente de inseguridad general, desaparece la distinción entre los Andes y la llanura; los grupos intervienen tanto en las montañas como en las regiones bajas, alrededor del golfo de Uraba, en las selvas del este así como en la cordillera central. Como durante los años terribles de la violencia, la actividad económica nacional no se encuentra afectada muy profundamente; el Estado colombiano, durante su historia, se coloca más que como Estado fuerte (centralizado que controla territorios y poblaciones), como un ente regulador, uno más entre otros, que negocia permanentemente entre las diferentes partes, ajustando éstas gran parte de sus estrategias, fuera de las intervenciones estatales. De ahí viene la capacidad de resistencia a los choques, bastante excepcional, de la economía, aun en períodos de disturbios y de desaparición del Estado. Este no es el caso en el Perú. 16
En el Perú, la tradición centralista del Estado es una permanencia que atraviesa regímenes y situaciones, aunque de vez en cuando se manifiesten veleidades de descentralización y de re-gionalización. De ahí le viene a Lima su rol de lugar de poder. Lo que no impide el cuestionamiento de Lima y su sociedad dirigente. Como casi siempre, es un fenómeno complejo en el que la andinización y, detrás ella, la indianización está más o menos presente. Después de la constatación hecha por Manuel Vicente Villarán en 1907 que dice que las tierras de los aborígenes no han sido totalmente usurpadas por los ricos hacendados, y gracias a la presión comunista, Valcárcel anuncia en 1924 en su libro Tempestad en los Andes la venida de un Lenin para levantar a las masas indias; poco tiempo después, Mariátegui magnifica la “comunidad indígena” en los 7 Ensayos de interpretación de la realidad peruana. El indio, escarnecido, aparece como el proletario del que puede llegar la salvación luego del ciclón revolucionario. Ideología desarrollada por los representantes, universitarios con frecuencia, de la pequeña burguesía mestiza, que odia a la oligarquía y a sus apoderados en el aparato gubernamental. Se trata de una transposición a los Andes de la ideología de la revolución que acababa de triunfar en Rusia.
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Es también una afirmación de querer vivir en los Andes contra la costa que polariza, hacia la que se emigra perdiendo todas sus raíces. El tema es recurrente, aun cuando las poblaciones andinas se tornan cada vez más minoritarias en el país. Cincuenta años después de la profecía de Valcárcel, en Ayacucho, donde el renacimiento de la
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universidad en los años 60 había señalado la voluntad de una presencia de la enseñanza superior en los Andes miserables y deprimidos del centro del país, un pequeño grupo animado por un filósofo, Abimael Guzmán, oriundo de Moliendo, de la costa sur, que había realizado sus estudios en Arequipa, relanza la idea de una revolución basada en el comunismo indio, utilizando la violencia y el terror. El movimiento se bautiza con el fragmento de una frase de Mariátegui sobre “El Sendero Luminoso” que permite acceder a un futuro radiante. 18
Durante varios años el movimiento se prepara silenciosamete, el tiempo necesario para asegurar la formación de jóvenes dirigentes revolucionarios, hombres y mujeres, la mayoría escolarizados y que realizan estudios universitarios en universidades de segunda categoría, cuyas posibilidades de ascenso social están bloqueadas por la saturación de emigrantes en la ciudad. Aquí, la diferencia es esencial con la generación precedente, que pudo gracias a la educación ocupar puestos abiertos por el crecimiento urbano y el desarrollo del sistema educativo. Jóvenes escolariza-dos sin porvenir, campesinos divididos entre ellos, miserables de manera diferente, ganaderos de las punas que no pudieron obtener lo que esperaban de la reforma agraria, minifundistas de los valles, que venden mediocremente sus productos en los mercados locales, explotados por los comerciantes y gamonales, es decir, potencialidades revolucionarias o situaciones revolucionarias, las que de latentes se transforman en explosivas en esos campos desestructurados, en los que casi no existe la presencia del Estado — un puestecito de la Guardia Civil aquí, algunos maestros por allá, pero con menos frecuencia una posta de salud —; frente a esta realidad rural existe la miseria urbana de los “Pueblos Jóvenes” de las grandes ciudades donde muchos emigran o han emigrado en búsqueda de un futuro “mejor”, singularmente bloqueado para la mayor parte de los jóvenes que constituyen la mayoría de la población. Estos hechos posibilitan la articulación de acciones en medios rurales y acciones en la ciudad, lo que se hace a partir de 1980, desencadenándose el ciclo habitual “terrorismo/represión”, con víctimas sobre todo en las poblaciones más desheredadas. Ante la insuficiencia de la Guardia Civil, mal equipada, demasiado dispersa, sin sistema de transmisión ni apoyo aéreo, la represión es dirigida, en parte, por la infantería de marina, cuerpo bien organizado en un país que no tiene tropas de montaña especializadas. Los sabotajes de las torres de electricidad permiten, al fin de cuentas, en un país en el que la dinamita es manipulada frecuentemente por los mineros o en las obras públicas, espectaculares interrupciones de corriente en la ciudad y sobre todo en Lima. Asesinatos o atentados selectivos llaman la atención sobre la subversión, sobre todo porque son anónimos, lo que permite atribuir a Sendero Luminoso la paternidad de una inseguridad que se generaliza.
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Las regiones afectadas al inicio del ciclo “terrorismo/represión” cuentan poquísimo dentro de la economía; pertenecen a la periferia olvidada del país, y son las de los departamentos andinos de Ayacucho, Apurímac y Huancavelica. Y aunque las modestas redes de infraestructura se deshacen, aunque los campos se vacían con la partida de sus habitantes que huyen del terror, la economía nacional casi no se encuentra afectada. A pesar de las masacres, desapariciones y atentados, el número de víctimas entre 1980 y 1988 no tiene ninguna relación con el de la violencia en Colombia a mediados del siglo XX. El número de víctimas en el Perú oscila entre 15 y 20,000 muertos, diez veces menos que durante la violencia en Colombia en el mismo lapso; quizás haya quince mil miembros activos de Sendero, aunque la cantidad fluctuante de simpatizantes podría ser superior. Pero si el eco de las acciones de Sendero es tan profundo, es porque se
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ejercen sobre un fondo de crisis generalizada de la sociedad, del país y de los Andes. Por lo menos en la ciudad, no existen propuestas de empleo para los jóvenes escolarizados, por la saturación de las actividades formales y hasta de las informales; una agricultura que, con raras excepciones, no ha sido lo suficientemente modernizada para abastecer a los mercados urbanos y a las industrias agro-alimentarias, con un precio de los productos poco competitivo para luchar contra los proporcionados, a veces a precio de remate, por los países industrializados, y tratados por las firmas agro-alimentarias multinacionales, una agricultura local que tampoco tiene redes de comercialización eficaces, es por lo tanto, una agricultura a la deriva.
Situaciones de “caos limitado” 20
Es penoso constatar que un Estado es incapaz de garantizar la regulación de los grandes equilibrios y que no puede hacer frente al peso de su endeudamiento internacional mientras sea incapaz de asentar una tributación sobre los recursos imponibles; que este Estado es pobre, que no dispone de administraciones eficientes para organizar su territorio, ni tiene presencia local para impulsar las operaciones de desarrollo, las mismas que son asumidas, cada vez con más frecuencia en las regiones más miserables, por organizaciones no gubernamentales (ONG, con financiamiento garantizado por el exterior); que, además, es un Estado corrupto por el dinero ganado en la producción y tráfico de la droga, producción localizada en las regiones amazónicas y sobre todo las del piemonte (especialmente en el valle del Huallaga). En este Estado las plantaciones de coca, las diferentes etapas de la fabricación de la cocaína, dan empleo, garantizan ingresos que ninguna otra actividad puede procurar; y ante los medios desplegados por los que disponen de un dinero fácil, no se muestra sino mayor debilidad del Estado. Bajo este marco puede haber conjunción entre las actividades de las mafias y las acciones revolucionarias, como en Colombia; el impuesto revolucionario para aprovisionarse de armas, para sostener el costo de las operaciones subversivas, es más fácil de cobrar en el lugar donde se encuentra el dinero, como en las regiones productoras de coca, que entre los campesinados más desheredados de los Andes, que no pueden dar sino, obligados y por la fuerza, lo que siempre han provisto: jóvenes para la guerrilla, los que a veces se transforman en homicidas y que serán seguramente víctimas.
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Es porque el Estado se desmorona que la sociedad peruana, dislocada, carece de proyectos y se ve sin porvenir, y que Sendero desarrolla sus acciones, prometiendo — con la desaparición del primero, la transformación de la otra, después de la tormenta revolucionaria —, el futuro de una sociedad sin clases, que nazca a partir del caos resultante de la doble descomposición del Estado y de la antigua sociedad burguesa. Sin llegar a la promesa milenarista del orgullo de creerse los únicos depositarios de la esperanza comunista en el mundo, después de la traición de los paleorrevolucionarios de la URSS, de China y otros lugares, se plantea un problema andino.
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No es la primera vez que los Andes se ven sumidos en disturbios, es hasta una recurrencia dentro de la historia de los últimos cinco siglos. Sin embargo, es la primera vez que esos disturbios sobrevienen en el momento en que, como consecuencia de las transformaciones que se registran a escala mundial, el campesinado se disgrega y desaparece.
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En el momento de los trastornos de los siglos precedentes no había casi ninguna otra salida, después de las destrucciones, que la de reconstruir el campesinado — lo que
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precisó de varias décadas después del choque de la Conquista —; sin embargo, este campesinado se transformaba más o menos rápido: el campesinado, largamente conformado durante la Colonia, era, a pesar de algunas permanencias, diferente del campesinado precolombino, compuesto por elementos reproducibles, y que guardaba la misma finalidad: asegurar una gran parte de su subsistencia, proporcionar al exterior trabajo o productos en cantidades más o menos importantes. 24
Ahora que el campesinado tiende a desaparecer, ¿cómo ocupar los Andes, por lo menos los tropicales, aun suponiendo que regrese el orden y la seguridad? La pregunta puede parecer extraña cuando se ve todavía a los campesinos trabajar sus chacras juntos, reunirse en gran número en ocasión de las fiestas y que los campesinos son, globalmente, más numerosos de lo que jamás fueron en los Andes, como se ha señalado en varias ocasiones durante esta obra. Pero estos campesinos, ¿no están afectados, hasta en las mismas modalidades de su existencia, cuando dos tercios de la población está en la ciudad y que el progreso y la productividad son muy lentos para permitir a los agricultores alimentar a bajos costos a los urbanos?, o, ¿cuando todo se envejece a causa de la partida de los jóvenes?; parece ser que estamos en la cima de la curva y que debemos considerar su declinación.
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En los Andes, la inseguridad ha reinado con frecuencia... como en otros lugares del mundo. Basta con imaginar el interior del Africa asolada por las razzias de esclavos durante siglos. La violencia ha estado siempre presente, aquí como en otros sitios y a menudo con diferentes formas; violencia de la guerra, violencia del dominio institucionalizado, violencia de la venganza. Lo que es nuevo en el Perú, de fines de los años 80, es que se produce porque el Estado es incapaz de garantizar en cada uno de sus campos, de sus atribuciones, sus funciones de soberanía. Es una crisis generalizada de la soberanía estatal que engendra el “caos limitado” que se esboza en el Perú: crisis de regulaciones entre los elementos del sistema pero crisis también de los elementos, así como del campesinado andino.
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Conclusion
Imágenes y perspectivas 1
La belleza de los Andes encierra muchos dramas, pero no únicamente eso. La estación seca, la luminosidad del cielo, la transparencia de la atmósfera permiten ver en la lejanía de las punas: colinas arregladas en andenes, de tonos cobrizos, de rojos suelos, el azul profundo del lago Titicaca, con la verde orilla de los totorales y, más lejos, destacándose claramente, las cimas nevadas de la cordillera occidental. Este es un paisaje familiar para los que frecuentan el altiplano. También es un paisaje vivo, con vacas que pacen al borde del lago, con mujeres de múltiples faldas rompiendo terrones que los hombres roturan con la taklla. Se tiene la impresión de un tiempo inmóvil. A unos cuantos kilómetros de ahí, en la ladera oriental de la cordillera, las brumas se transforman en hilachas al subir las vertientes, que forman un anfiteatro al fondo del cual el poblado de Ambana parece suspendido por encima de las quebradas; techos de tejas, de paja a veces, pero con mayor frecuencia de calamina. Uno o dos caminantes atravesando la plaza del pueblo. Más arriba de éste, los campos amarillos del maíz que acaba de ser cosechado, el verde intenso de los cuadrados de alfalfales y por encima de Ambana, algunos campesinos preparan la oscura tierra para los próximos sembríos de papa. Ahí también todo está tranquilo, los ruidos de los animales se oyen con claridad. Y, sin embargo, las tensiones en la sociedad son fuertes, es una sociedad que se desmorona desde mediados del siglo; los vecinos más sagaces, miembros de las familias blancas y mestizas, emigraron a La Paz; los campesinos sobreviven gracias al dinero ganado en las yungas, o a las migajas de las ganancias que rodean la coca. Al desplazarse de Ambana al lago Titicaca, se atraviesa una mina abandonada, la mina Matilde, cerrada desde 1987, ahí también el desempleo es una cruda realidad, fuertemente sentida.
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Las cobrizas ondulaciones de la pampa Cangallo, no lejos de Ayacucho, conservan su sobria y austera belleza. En las proximidades, se encuentran las ruinas incaicas de Vilcashuamán, que Wiener dibujó en su viaje andino del siglo XIX. A éstas se agregan otras ruinas en la vecindad, más frágiles y recientes: casas de adobe despanzurradas, la escuela incendiada; los caballos y sus caballeros “los morochucos” no recorren ya las punas; el ciclo “terrorismo y represión” ha sido de un vigor singular en esta región, en
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la que Sendero Luminoso se implantó en sus inicios. Más al norte, se divisan los camiones cargados de minerales, así como los de frutas y legumbres, los ómnibus repletos de pasajeros flanquean el paso de Ticlio, donde las nieves caídas recientemente se funden en lodo. Mucho más abajo, Lima, a más de un centenar de kilómetros, continúa animando, a pesar de la crisis, el tráfico trasandino. 3
Al norte del Ecuador, la montaña es muy verde, nublada con frecuencia. El avión, que se posará en el aeropuerto El Dorado de Bogotá, sobrevuela el aún boscoso escarpamiento que limita la sabana al oeste, vuela a baja altura por encima de las haciendas ganaderas, de los cuidados y bien drenados prados, antes de aterrizar. A veces da una vuelta, sobrevuela de cerca los barrios que, de manera progresiva, se extienden sobre la planicie; casas bajas de las urbanizaciones, edificios de las administraciones, talleres de las empresas a lo largo de las carreteras rápidas y en contacto con la montaña, la ciudad que se estira sobre más de una treintena de kilómetros. Norte a sur: la gran aglomeración se ha vuelto, igualmente, una importante realidad andina, principalmente en Colombia.
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Imágenes entre muchas otras. Ellas sugieren varias interrogantes. Estas poblaciones campesinas de las orillas del Titicaca, más numerosas que nunca, son en sí supervivencias que portan los gérmenes de su desaparición, o, al contrario, son las bases del renacimiento de una agricultura diversificada, económica en insumos y capaz de vender en el mercado urbano de La Paz. Bogotá pasó, en una treintena de años, de poco más de un millón de habitantes a cinco o seis. Ni el espacio, ni el agua, ni la energía, hicieron falta. La ciudad se desarrolló sin que los barrios marginales tomasen un lugar exagerado. A pesar de las molestias, la circulación se hace, por ahora, en la superficie. Probablemente, lo más notable de la historia reciente es que esta urbanización acelerada se haya hecho sin crisis profunda. Por cierto que la miseria está casi en todas partes presente, y principalmente entre esos niños, esas chiquillas, de quienes la televisión mundial ha mostrado su aptitud para la supervivencia. Pero, también, la inseguridad se ha generalizado en la ciudad.
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Es claro que las imágenes de las grandes ciudades andinas y sus estereotipos se encuentran en otros lugares del Tercer Mundo, en los que la urbanización se desarrolla dentro de un contexto general de pobreza, de crecimiento demográfico y de debilidad de los encuadramientos administrativo, financiero y social ejercido por las autoridades municipales y el Estado. Asimismo, con colores y olores diferentes, la miseria de las poblaciones andinas e indias del altiplano se asemeja a la de los habitantes del Sertao, en Brasil, bamboleadas entre la emigración y la presión ejercida por los grandes terratenientes. La inseguridad, que prolifera, casi por todas partes en el mundo de fines del siglo XX, no es una exclusividad andina; los Andes, felizmente para ellos, no han conocido las tristes vicisitudes de las poblaciones de Afganistán en la década de los años 80 ni las de los habitantes del sur de Sudán en el mismo período. Finalmente, la debilidad esporádica de los Estados, se encuentra esta vez, de manera permanente, en numerosos Estados de Africa, los que por cierto no han obtenido su independencia sino desde hace unas pocas décadas.
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Esta competencia, entre los más desgraciados, es tal vez siniestra y vana, ya que, en la clasificación bastante formal y basada en los datos económicos combinados y no siempre muy confiables, las estadísticas del Banco Mundial colocan a los países andinos en la “franja inferior de los países con ingresos intermedios”, es decir, aquellos en los que el PBN por habitante está comprendido entre 500 y 1,000 dólares US por año...
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Todavía existen unos cincuenta países, poblados por 2,8 millares de millones de hombres que viven en los Estados en los que el PBN per cápita es inferior al de Bolivia, el más pobre de los Estados andinos. 7
Sin embargo, me parece más interesante regresar sobre aspectos ya mencionados en este libro. En Colombia, los Andes han estado plenamente incorporados dentro del espacio nacional, en el “cuadrilátero pesado”, centro de Colombia, que anima la economía del país y engloba a las ciudades de Bogotá, Cali y Medellín. Este “cuadrilátero” es andino en lo esencial. Las periferias son andinas indiferentemente (sur de los Andes), litorales (costa del Pacífico), o mesetas del bajo Magdalena, más arriba de la desembocadura del río. Y por esta incorporación de los Andes, aun planteando problemas a las comunicaciones terrestres, la rugosidad de los relieves ha sido reducida. Sin embargo, aunque bastante reales, los Andes son ignorados o tomados en cuenta muy poco, en la imaginación de los colombianos. Por el contrario, en el Perú, los Andes, los andinos, son a la vez glorificados en la historia y desvalorizados en el presente. Lo andino es celebrado por los historiadores, etnólogos y novelistas, pero en la costa se desprecia al serrano diciendo que es un patán y que al bajar de su sierra contribuye al poblamiento de los suburbios autoconstruidos, de aquellas barriadas, haciendo de ellos lugares de peligro potencial. En la imaginación criolla, estas poblaciones serían “clases peligrosas”, casi como lo fueran en Europa las poblaciones obreras del siglo XIX para la burguesía dominante. Luego, las relaciones “sociedades/ medios” son siempre mediatizadas por las creencias, las ideologías, las visiones que las poblaciones tienen de su medio ambiente, al que llenan de defectos y cualidades. En Colombia, la urbanización, que fue hecha a partir de los Andes, ha contribuido a borrar las montañas de la imaginación. Los Andes en el Perú son ese pasado que se glorifica, un presente del que se recela, un desarrollo en que desde hace varias generaciones los responsables del país ya no creen, salvo en el basado en la extracción de materias primas o la utilización del agua (muy escasa en la costa), importantes aportes para la economía peruana de los que casi no aprovechan sus lugares de origen. Pero aquí, la ciudad que decide, Lima, se encuentra en la costa. Esto es lo irónico de la historia, el semillero de las ciudades en la América colonial, a fines del siglo XVI y principios del XVII, da ahora todos sus frutos a fines del siglo XX.
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El futuro no se muestra solamente en la prolongación de las tendencias pesadas — como las ligadas al dinamismo de las poblaciones y a sus movimientos —. También resultan bifurcaciones, con mucha frecuencia ignoradas cuando se producen y de consecuencias imprevisibles. El futuro de los Andes y de sus poblaciones es incierto y nada traduce mejor el sentido que da la lengua aymara al pasado y al futuro. Para los “aymara”, el pasado está ante nosotros, podemos ver que se aleja. El futuro está detrás nuestro, invisible, por lo tanto irreversible.
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NOTAS FINALES 1. Estos pocos títulos no constituyen una bibliografía exhaustiva. Son simplemente representativos de trabajos mucho más numerosos que tratan sobre los temas abordados en este libro. Las colecciones publicadas, principalmente en el Perú por el IEP, DESCO, el Centro Bartolomé de las Casas, el Instituto Francés de Estudios Andinos, sirven de referencia para cualquier investigación en los Andes tropicales.