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Spanish Pages 186 [190] Year 2020
Edgar Velásquez Rivera ...........................................................................................................
PALABRAS AL ATARDECER (Un discurso contra el neoliberalismo)
Edgar Velásquez Rivera
Agosto de 2020
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............................................................... Palabras al atardecer (Un discurso contra el neoliberalismo)
PALABRAS AL ATARDECER (Un discurso contra el neoliberalismo) ©
Edgar Velásquez Rivera
[email protected] 2020
ISBN 978-958-48-9363-5
Velásquez Rivera, Edgar. Palabras al atardecer: (Un discurso contra el neoliberalismo) / Edgar Velásquez Rivera. – Popayán: Ediciones Ántropos, 2020. 186 p.: 14 x 21,5cm. Incluye bibliografía: pp.181-185. ISBN: 978-958-48-9363-5. 1. IDEOLOGÍAS POLÍTICAS. 2. IMPERIALISMO – AMÉRICA LÁTINA. 3. EDUCACIÓN – ASPECTOS POLÍTICOS Y ECONÓMICOS. 4. GEOPOLÍTICA. 5. ECONOMÍA POLÍTICA. 6. CIENCIAS POLÍTICAS. 7. POLÍTICA Y EDUCACIÓN. 8. POLÍTICA ECONÓMICA. I. Palabras al atardecer: (Un discurso contra el neoliberalismo). CDD 20 320.513 V434
Diseño, diagramación, impresión y acabados: Ediciones Ántropos Ltda. Carrera 100B No. 75 D-05 PBX: 433 77 01 • Fax: 433 35 90 E-mail: [email protected] www.edicionesantropos.com Bogotá, D.C.
Primera edición: Agosto de 2020 De esta obra se imprimieron 1.000 ejemplares Impreso y hecho en Colombia Printed and made in Colombia
Prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio sin autorización escrita del autor.
Co-UdC
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Agradecimientos
Expreso mis agradecimientos a la Universidad del Cauca y a los colegas universitarios, por los aportes a esta obra. Cada quien, a su manera, está presente en la misma.
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Índice Agradecimientos .................................................................
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Prólogo .................................................................................
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Introducción ........................................................................ 13 1. El neoliberalismo y sus componentes ........................... 15 1.1 La disciplina fiscal ...................................................... 16 1.2 Las reformas tributarias .......................................... 21 1.3 Las prioridades del gasto ......................................... 25 1.4 La liberación de tasas de interés ............................ 28 1.5 El tipo de cambio ................................................... 30 1.6 El libre comercio .................................................... 33 1.7 La inversión extranjera ........................................... 36 1.8 La privatización ...................................................... 40 1.9 La desregulación ................................................... 49 1.10 Los derechos de propiedad intelectual ..................... 52 1.11 La globalización .................................................... 54 2. El neoliberalismo y sus implicaciones ........................... 69 2.1 Económicas ............................................................. 70
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2.2 Culturales .................................................................
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2.3 Ideológicas ............................................................
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2.4 Políticas ................................................................... 104 2.5 Estéticas .................................................................. 109 2.6 Sociales .................................................................. 111 2.7 Axiológicas ............................................................ 117 2.8 Religiosas ............................................................... 118 2.9 Militares ................................................................. 121 2.10 Educativas y gnoseológicas ................................... 126 2.11 Geopolíticas .......................................................... 156 3
Colofón ........................................................................ 173
Bibliografía .......................................................................... 181
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Prólogo
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omponentes e implicaciones del neoliberalismo constituyen las dos cabezas de un análisis que Edgar Velásquez Rivera aborda en el presente libro, aplicado a Colombia, pero con la precisa claridad del contexto internacional de la actual globalización en cuyo marco se inscriben las manifestaciones de la ideología que soporta este modelo. Como un monstruo creado en el camino desesperado del capitalismo por labrar su recurrente reingeniería vaticinamos muchos que terminará convirtiéndose todo en el amorfo catoblepas que igualmente labra su incineración final, sin que ello quiera decir que sus fuegos estertóreos no afecten de una u otra manera. Edgar Velásquez Rivera expresa con profunda claridad, abandonada a conveniencia por muchos intelectuales conversos de la Colombia presente, desde hace ya por lo menos tres décadas, cómo el discurso neoliberal, con su ampulosa barahúnda retórica y su fiesta por la supuesta “muerte de la historia” y los metarrelatos (léase teorías clásicas sobre la sociedad), terminó por obnubilarlos y seducirlos al punto de terminar viendo como de avanzada democrática la más neoliberal de las constituciones políticas latinoamericanas, que es justamente la Constitución Política de 1991, a la que primero llamaron “constitución verde” y luego rodearon de halagos y festones, sin advertir, en medio de la francachela seudodemocrática y falaz, la profunda catadura regresiva de toda su vena ideológica, jurídica, política y económica.
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En tal estado de éxtasis, no percibieron las relaciones de poder en las escalas global y nacional, fríamente funcionales al desarrollo de una economía de capitalismo global, que desde mediados del siglo XX había mostrado la creación de los organismos multilaterales (ONU, FMI, OTAN, OMC, OIT) y que al despuntar la oleada neoliberal, desde mediados de los 70 sorprendería al mundo con la promoción de la democracia liberal, justamente con la apertura económica y su contraparte política: la apertura democrática (el supuesto paso de la democracia representativa a la democracia participativa). Se ponía así el acelerador a un proceso aún en aplicación de la privatización sin condiciones (salud, educación, servicios públicos, transporte, telecomunicaciones, construcción de vivienda, servicios bancarios estatales, pensiones, atención a la edad adulta mayor), la política de la puerta giratoria (paso de funcionarios de entidades del gobierno a las corporaciones transnacionales y viceversa, para garantizar el cuidado de los intereses de éstas) y la plantilla de abogados del poder corporativo transnacional para pulverizar a los enclenques y pusilánimes equipos de “defensa” jurídica de los estados nacionales, en los escandalosos y vergonzosos pleitos por la aplicación de medidas nacionalistas, que casi siempre terminan en onerosas pérdidas para el Estado. El nuevo escenario, en el cual se sitúa la profunda y detallada reflexión crítica de Edgar Velásquez Rivera es el marcado por el neoestractivismo o la re-primarización de la economía, la economía del despojo y la desposesión y la acumulación flexible del capital. Nunca antes, incluyendo sobre todo el período colonial, Colombia dependió tanto de la explotación y exportación de materias primas como bajo el neoliberalismo y nunca antes vivió un proceso de desindustrialización y retroceso de la producción agraria nacional como en este tiempo, cuando crece su dependencia alimentaria en renglones críticos como el maíz, sorgo, soya, algodón, arroz y frijol, entre los más importantes. En contraste, son crecientes los volúmenes de importaciones de estos productos, al amparo del Tratado de Libre Comercio (TLC) con los Estados Unidos, a los
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cuales se suman los suscritos con otros países, que condenan a la quiebra a los pequeños, micro y medianos productores e industriales nacionales, mientras condenan a la pobreza absoluta a millones de campesinos y pequeños y mediamos productores agrarios. Las áreas claves de la intervención del capital transnacional, presentes en el componente económico del neoliberalismo en Colombia, fueron sintetizadas de la manera más magistralmente perversa por el expresidente de la Paz, José Manuel Santos, en sus cinco recordadas “locomotoras”: 1) Infraestructura (Vías 4G, hidroeléctricas), 2) Agroindustria (apoyo a proyectos agroindustriales orientados a la producción de biodiesel y bioetanol, Zidres), 3) Vivienda (Macroproyectos de Vivienda de Interés Nacional, intensificación de la urbanización, urbanización del campo), 4) Innovación (Estímulo a la masificación de los servicios de telefonía móvil, internet y TIC en todos los sectores de la vida de la sociedad) y, 5) Minería (Rienda suelta a la expedición de licencias ambientales y flexibilización de la legislación para la exploración y explotación minera en todos sus renglones). Pero el ejercicio crítico de Edgar Velásquez Rivera se esfuerza por detallar los componentes del modelo, para luego en igual número de ítem, mostrar cómo se manifiestan sus implicaciones en la sociedad colombiana. A las más recurrentes alusiones a las relacionadas con la economía, la dimensión social y política, se suman otras, que aparecen más esquivas e incluso invisibilizadas en la crítica y la literatura actual. De profundas convicciones críticas, la lectura sobre las implicaciones culturales e ideológicas cuestiona la arquitectura dudosamente propia y autónoma con que la intelectualidad y los actores políticos nacionales y la sociedad en general, ha asumido y respondido a las agresiones del neoliberalismo, quedando al desnudo la debilidad de las respuestas ante las mismas; el conjunto de implicaciones estéticas, axiológicas y religiosas, bien podrían permitirnos aproximaciones a la configuración de un campo difuso pero peligrosamente confluyente, que además se manifiesta en
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algo así como un estilo de vida neoliberal, con todos los ribetes de despersonalidades, banalidad y práctica religiosa de bazar, tal como lo muestra la agresiva avanzada de cultos no católicos y, en correspondencia, la neo-evangelización del catolicismo, amenazado hasta el tuétano por su competencia. Mención aparte merecen las implicaciones militares, educativas y gnoseológicas y geopolíticas. Como Edgar Velásquez Rivera ya lo ha precisado en publicaciones anteriores, las implicaciones militares del neoliberalismo tienen su más cruda manifestación en el perfeccionamiento creciente de la doctrina de la seguridad nacional, y en la reedición de la lucha antiterrorista que el imperialismo estadounidense libra a nivel internacional, en el suelo colombiano y en apoyo a las políticas desestabilizadoras de gobiernos antiimperialistas de Latinoamérica (Venezuela hoy, antes Ecuador, durante el gobierno de Correa). Al mismo tiempo es la lucha antiterrorista del Pentágono el escudo bajo el cual se defiende la política de perfilamientos, la persistencia de los falsos positivos y, la persistencia de la acción conjunta fuerzas armadas del Estado-organizaciones neoparamilitares, cuyos resultados son los cientos de asesinatos de líderes sociales (mujeres y hombres) desde la firma del Acuerdo de Paz del gobierno con las FARC-EP. Ni siquiera durante la pandemia producida por el COVID-19, las masacres y asesinatos han cesado y entre enero y mayo de 2020 cerca de 150 mujeres y hombres, de organizaciones sociales campesinas, indígenas y populares, así como de reincorporados, fueron víctimas de asesinato en Colombia. Al mismo tiempo, la empresa criminal de la deforestación, financiada por “empresarios” y narcotráfico, se han ensañado contra la reserva forestal amazónica, acumulando solo entre 2019 y los cinco primeros meses de 2020 un total estimado cercano a las 57.000 hectáreas, para dar paso a ganadería extensiva, usurpación y acaparamiento de tierras, explotación minera, cultivos de palma de aceite, además de la extracción de maderas y la consecuente eliminación de millones de ejemplares de flora y fauna, que ya serán irrecuperables para el país.
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Al mismo paso de la empresa criminal de la deforestación crece el cerco y asfixia contra comunidades indígenas, afrocolombianas y campesinas, no solo en la amazonia sino en todo el litoral Pacífico, en Antioquia y en Norte de Santander. No hay duda que hemos venido pasando del conflicto interno armado al conflicto ambiental generalizado, lo cual expresa un resultado conveniente del Acuerdo de Paz entre el gobierno y las FARC-EP y ha abierto de par en par las puertas de nuestros bosques y áreas de parques naturales nacionales a la voracidad del capital transnacional y de las mafias narcoparamilitares. Otra implicación, esquiva sobre todo en los medios académicos de Colombia y Latinoamérica, es la que Edgar Velásquez Rivera refiere como educativas y gnoseológicas. Es esclarecedora la visión sobre la multicausalidad de la crisis de la Universidad, que compartimos es connatural y dialéctica de la Universidad. A la compleja constitución de las instituciones del saber, por lo que se supone debe ser su carácter holístico, crítico y creador, se suman las imposiciones que sobre ellas operan la financiación desde los estados nacionales y las normatividades, que no han estado exentas de la ideología dominante en cada tiempo y modelo de sociedad. Pero a la financiación, que podría soportar aspectos como infraestructuras, dotación y personal docente y administrativo, se suma el papel del profesorado y el estudiantado como sujetos centrales de la vida universitaria y cuya formación y actuación, tampoco están exentas de una determinada ética y política. Es franca y transparente la crítica a las conductas profesorales y estudiantiles, que siendo absolutamente contrarias al ser universitario, actúan ya como cómplices de los gobiernos y los enemigos ideológicos de la universidad empeñados en su reducción y sumisión total hasta el exterminio de su ya cuestionada autonomía, ya como cómplices de actores criminales como las mafias del narcotráfico que han convertido los campus universitarios en uno de sus principales escenarios de distribución y consumo. De esta manera, ni el profesorado cómodo y cómplice del declive de la Universidad ni los sectores estudiantiles cooptados por el narcotrá-
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fico pueden seguir pelechando en nombre de los nuevos y vacíos discursos sobre ideologías neoizquierdistas o alternativas, o de doctrinas libertarias pintadas de falso anarquismo. Finalmente, en las implicaciones geopolíticas del neoliberalismo, Edgar Velásquez Rivera hace una aproximación al contexto internacional y a los juegos de relaciones internacionales, multipolaridad y supuestas soberanías nacionales en los países del capitalismo dependiente. Como lo aclara, América Latina no es siquiera una denominación propia sino inventada por Europa, de la misma manera que al declararnos libres de España solo pasamos del etnocentrismo al criollocentrismo y luego al semicolonialismo británico, que fue reemplazado por el neocolonialismo estadounidense a partir del siglo XX. El neoliberalismo promovió la ilusión de la desaparición del Estado Nacional, pero no el propio, del Imperio, sino de los otros Estados Nacionales, los dependientes, cuyas fronteras necesitaba derribar para imponer su dominio y saqueo global (por ejemplo, a través de los Tratados de Libre Comercio-TLC) e imponerse como gendarme internacional. Luego se vería, como acaba de constatarse con el Covid-19, que el Estado Nacional re-emerge como vital y más vigente que nunca, incluso para tranquilidad del propio neoliberalismo que previamente se ha cuidado de construir, justamente a partir de las constituciones políticas “nacionales” un texto con un lenguaje unificado que expresa y pone en acción la maquinaria neoliberal, es decir, un Estado Nacional plenamente funcional a su modelo de acumulación. Miguel Antonio Espinosa Rico Ph.D. Geógrafo Profesor Universidad del Tolima Coordinador Grupo Interdisciplinario de Estudios sobre el Territorio “Yuma íma”. Grupo de Trabajo Pensamiento Geográfico Crítico Latinoamericano (CLACSO)
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Introducción
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Quien sea incapaz de hablar claro debe callar hasta poder hacerlo” afirmó Karl Raimund Popper. Procuraré hablar claro. Vengo a plantar mi palabra laica, civil, crítica y libre esculpida en la vida concreta de barro, polvo, sangre, sudor, lágrimas, alegrías y desventuras, carencias y excesos, confianzas y traiciones, certezas e incertidumbres. Palabra decantada en la pureza del campo de la mano de mis mayores, perfilada en el romanticismo pueblerino de todo aquello que pasó como sombra, y apuñalada en la vorágine de batallas siempre inconclusas. Esta impronta es un grito de guerra en medio del pantano de la resignación generalizada, donde pensar es un acto subversivo y escribir implica una autoincriminación ante legiones de censores y verdugos de mil ropajes y distintos rostros procedentes de la vulgata a quienes, dicho sea de paso, no les hará ninguna gracia este discurso contra el neoliberalismo. Estas palabras son un desafío al combate donde prevalece una inane idea de mundo impuesta por los vencedores de todos los tiempos. Planto mi palabra en este horrendo pasaje de la humanidad, en el que, inexorablemente, todos estamos condenados a muerte solo que con la ejecución aplazada. Articulado a esa perspectiva este escrito titulado “Palabras al atardecer”, contiene apreciaciones críticas sobre el neoliberalismo que, por sus impactos en la vida de los pueblos, resulta irresponsable ignorarlo y pasar de largo como si nada tuviese que ver con la existencia de aquellos. En consecuencia, los prejuicios, las representaciones y las subjetividades se explayan sin límite alguno, en
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desmedro de la pureza de un marco teórico y de la rigidez de un “método científico”. En ese sentido, esta obra no resiste el embate de metodólogos y epistemólogos con frecuencia ávidos de propaganda y figuración, quienes suelen actuar cual posesos a favor de un tipo de conocimiento. Como ejercicio intelectual, “Palabras al atardecer” es un acto de rebeldía contra todos los órdenes y poderes establecidos por la economía de mercado. Como se sabe, la escritura es un acto de generosidad con la vida. Por su intermedio se entrega todo, se desnuda el alma. La escritura muestra la índole de cada quien. Es un épico combate tras el cual sucumben exánimes cuerpos. Es un ejercicio de bondad y de amor y, a su vez, una expresión de fiero dolor; de igual modo, es una forma de ser y estar. Como autor, impertérrito e impasible espero a aquellos críticos que, a la usanza de los escribanos a sueldo, sabiéndose protegidos, aniquilan a mansalva y sobre seguros. La escritura es un acto de amor en la libertad y un ejercicio de la libertad en el amor. No se aviene con las modas. Es una de las funciones más complejas del cerebro humano y como tal, se forma y decanta con el tiempo. Esta escritura no busca zalameros reconocimientos, por el contrario, pretende rascar la herida que nunca sana, desatar crisis y producir desestabilizaciones de todo tipo, desde lo radicular hasta la superficie. “Palabras al atardecer”, sin eufemismos ni rodeos y para hablar claro, es un petardo que explota en medio de la comodidad y el conservadurismo intelectual predominante en América Latina (y más aún en Colombia), salpica en distintas direcciones y pretende incomodar. La sangre vertida, la lágrima derramada y las vidas acribilladas abonan la simiente desde donde, antes que acobardar en medio de la tempestad, se exhibe coraje y renovados bríos para construir otros mundos posibles.
El autor.
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1 El neoliberalismo y sus componentes
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ependiendo de las puntuales condiciones coyunturales de cada país, con marcadas diferencias cronológicas precisadas en años y décadas, desde la segunda mitad del siglo XX en Occidente se impuso el neoliberalismo. Se trata de un paradigma del que algunos de sus antecedentes se encuentran en ciertos autores clásicos del pensamiento liberal, entre ellos Adam Smith (1723-1790), Ludwig von Mises (1881-1973), Friedrich Hayek (1899-1992) y Milton Friedman (1912-2006) figuran entre los más destacados promotores y defensores del neoliberalismo sin que sus planteamientos hayan significado un destello de originalidad. El paradigma en mención, señalan algunas voces, directa e indirectamente ha matado más gente que todas las guerras y pandemias por las que ha atravesado la humanidad. Entre los principales componentes del neoliberalismo suele destacarse la disciplina fiscal, las reformas tributarias, las prioridades del gasto, la liberación de tasas de interés, el tipo de cambio, el libre comercio, la inversión extranjera, la privatización, la desregulación, los derechos de propiedad intelectual1 y la globalización.
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MARTÍNEZ RANGEL, Rubí. SOTO REYES GARMENDIA, Ernesto. El Consenso de Washington: la instauración de las políticas neoliberales en América Latina. En: Política y Cultura. No 37, (Primavera 2012); p. 35-64.
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Las anteriores acciones son convertidas por sus propagandistas en axiomas de obligado acatamiento por parte de los países estancados o periféricos, a los cuales los han hipnotizado con el fetiche y la fábula del desarrollo (según la perspectiva capitalista). Cual posesos aquellos intelectuales fundamentalistas se asemejan bastante a los predicadores de la fe, en el sentido de creerse poseedores únicos, en esta ocasión, de la “ciencia” y la “verdad” a cuyo nombre ganan reconocimiento por parte de gobernantes y premios como el “Nobel de Economía”. Tales axiomas se amplían a continuación.
1.1 La disciplina fiscal El Consenso de Washington consistió en una lista de medidas de política económica que sirvieron para guiar a estos nuevos gobiernos (resultados de las transiciones) y a las instituciones multilaterales como el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial (BM) y el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) para “valorar los avances en materia económica de los primeros al pedir ayuda a los segundos”. Los fines del Consenso eran, entre otros, alcanzar un marco económico equilibrado y estable, un sector público y privado eficiente, reducir el tamaño del Estado, buscar una mayor orientación hacia el exterior y la puesta en marcha de políticas para combatir la pobreza. Con la implementación de estas medidas en los años 90 se consiguió que la mayoría de los países obtuvieran aceptables resultados macroeconómicos. La inflación supuestamente se redujo a un dígito en todos los países y los aranceles descendieron drásticamente. De todo ello resultó un incremento del flujo de capitales hacia la región de una manera nunca experimentada hasta el momento; en 1990 llegaban 14 mil millones de dólares y, en 1997, la cifra aumentó hasta 86 mil millones de dólares. La disciplina fiscal es uno de los planteamientos del Consenso de Washington en el marco de la implementación del neoliberalis-
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mo en América Latina. Desde esa instancia se consideró que, parte de las crisis de los países de la región se originaba en la “indisciplina” fiscal consistente en la supuesta laxitud de los Estados en el manejo de los recursos, los cuales era invertidos en programas sociales como salud, educación, vivienda, subsidios (transporte, seguros, combustible, alimentación, producción agropecuaria), centros de acopio, comunicaciones y obras de infraestructura como fábricas, puentes, vías férreas, refinerías, aeropuertos, carreteras, puertos y oleoductos entre otras. Tal inobservancia a la disciplina, desde esa perspectiva, habría ocasionado crónicos déficits fiscales, bancarrotas de instituciones, ruinas de las economías nacionales, imparables procesos inflacionarios, crecimiento incontrolable de los Estados (en cuanto a sus responsabilidades y funciones) e inoperancia de los mismos. Por tanto, la medida correctiva, según ese mismo criterio, no podría ser otra que la disciplina fiscal que, entre otras cosas, los países no adoptarían por iniciativa propia y de manera libre y espontánea sino bajo presiones políticas y económicas por parte de poderes superiores, en este caso, los encarnados por países imperialistas y las instituciones a su servicio. Tal disciplina fiscal, como el resto de medidas impuestas al tenor del Consenso de Washington, nunca fueron puestas a consideración de los países sobre los cuales se impondrían (ni de sus autoridades, como tampoco de la población). Se trató de decisiones unilaterales por parte de los países más ricos y poderosos del mundo (encabezados por Estados Unidos y el Reino Unido). Ha sido una constante del capitalismo a lo largo de su historia, resolver sus crisis en los países hegemónicos a costa de países dependientes desde claras y asimétricas relaciones de ventajas para unos y desventajas para otros. En consecuencia, creyeron los cancerberos del neoliberalismo que la disciplina fiscal era una de las medidas para superar la crisis del capitalismo. Al avanzar menos de una década, los hechos demostraron que, además de no haber sido la solución, ahondaron esa crisis y, por transitividad, la misma repercutió en otras, hasta hacerse necesaria una segunda generación de medidas de corte neo-
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liberal que, como las primeras, tampoco resolvieron los problemas de fondo del capitalismo. Había resultado más peligroso el remedio (la disciplina fiscal) que la enfermedad (la crisis a resolver). Como es de público conocimiento, más temprano que tarde el neoliberalismo entró en crisis por la naturaleza de sus políticas e intelectuales al servicio del Consenso de Washington (entre ellos Pedro Pablo Kuczynski quien luego sería Presidente del Perú y destituido por corrupto), previo análisis, diseñaron nuevas reformas neoliberales denominadas “de segunda generación” que hicieron énfasis en el fortalecimiento institucional, la pobreza y el mercado laboral desagregadas en veinte apartados de los que sobresalen las reformas políticas, medidas anticorrupción, flexibilidad laboral, suscripción de acuerdos con la Organización Mundial del Comercio y seguridad2, los cuales fueron sumados a las reformas de primera generación. En su condición de ejecutantes del Consenso de Washington, organismos como el Banco Mundial (BM), el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y el Departamento del Tesoro de los Estados Unidos aprueban “…cuantiosos préstamos que otorgan a las economías de todo el mundo, préstamos que con el paso del tiempo se incrementan lo suficiente para desestabilizar las economías, por las altas tasas de interés que a la larga los hacen impagables”3 haciéndose imperativa la disciplina fiscal. De acuerdo con lo expuesto, entiéndase por disciplina fiscal el conjunto de criterios, principios, reglas, políticas, planes y programas para lograr una más eficiente y eficaz administración del erario, así como un prudente manejo de las deudas (privada y pública) y mayor eficiencia del gasto público4, en aras de con-
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Ibíd., p. 35-64. Ibíd., p. 35-64. https://www.laestrella.com.pa/opinion/entre-lineas/140524/fiscal-disciplina
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trolar la inflación y alcanzar un crecimiento económico. Para ello fueron creados organismos internacionales encaminados a dictar políticas macroeconómicas tendientes al equilibrio fiscal y controlar la inflación a través de la disciplina fiscal5, los cuales señalaron como esencial la contención del gasto, la desatención de programas sociales, al igual que la prioridad a la protección de las empresas transnacionales, el capital financiero y al pago del servicio de la deuda externa. A manera de digresión, debe quedar claro que los principales componentes del neoliberalismo (disciplina fiscal, las reformas tributarias, las prioridades del gasto, la liberación de tasas de interés, el tipo de cambio, el libre comercio, la inversión extranjera, la privatización, la desregulación, los derechos de propiedad intelectual y la globalización) tienen una fuerte articulación, coherencia y relación de causalidad, por lo que su conocimiento exige una visión holista del fenómeno desde la concatenación universal de los fenómenos, y en ningún momento como compartimentos. Desde el punto de vista de Joseph Ramos, el modelo neoliberal se impuso por la crisis de la deuda externa que habría dado lugar a desequilibrios macroeconómicos y al estancamiento de los años ochenta conocidos como la “década perdida”; también porque la estrategia de industrialización por sustitución de importaciones desde los años setenta del siglo XX comenzó a decrecer6, sumado a la entronización de la demoledora crítica hacia el intervencionismo estatal y, desde posturas ideológicas camufladas de tesis filosóficas como la del fin del Estado, la argumentación en contra del Estado de Bienestar y la fundación de un nuevo tipo de Estado cimentado en la economía de mercado.
5 INZUNZA MEJÍA, Patricia Carmina. SÁNCHEZ DÍAZ, Armando Javier. Disciplina fiscal: límites de la política fiscal para promover el desarrollo en México. En: Nóesis. Revista de Ciencias Sociales y Humanidades, Universidad Autónoma de Ciudad Juárez. México. Vol 22, No 43, Tomo I. (2013); p. 136. 6 RAMOS, Joseph. Un balance de las reformas estructurales neoliberales en América Latina. En: Revista de la CEPAL. No 62, Santiago de Chile, (Agosto de 1997); p. 21.
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Bajo esas consideraciones y definida de ese modo la disciplina fiscal, la adopción de la misma tuvo exponenciales efectos multiplicadores, de manera puntual en aquellos rubros en los que los defensores del neoliberalismo consideraban por un lado, inoficiosa la inversión y, de otro, riesgosa por su probable incidencia en la debacle de ciertas economías. Si una expresión de la crisis del capitalismo era la insolvencia de unos países para pagar su deuda externa, esta empieza a tener signos de recuperación cuando los países deudores que aceptaron la imposición de la disciplina fiscal frenaron casi en seco la inversión social y aquellos recursos fueron destinados a los intereses de las deudas externas, más que a la amortización de sus capitales. Esta especie de oxigenación del capitalismo propició un temporal flujo de capitales entre los países acreedores y deudores, recreando de ese modo no solo el círculo vicioso de la deuda externa (tendiente siempre al aumento) sino sus implicaciones en el ahondamiento de la dependencia de unos países hacia otros, hecho tangible a través de las denominadas “monitorias” convertidas en una especie de poderes supraestatales desde las cuales se incide de manera directa en los asuntos internos de cada país, siendo lo económico apenas uno de los aspectos en que interviene, pero a la vez el más sensible en cuestiones de las afectaciones directas sobre la existencia de millones de seres humanos. En suma, la disciplina fiscal estuvo concebida y así fue materializada, como una estrategia para salvar las economías capitalistas en crisis, pero no todas, sino aquellas de mayor peso específico en el concierto mundial; a expensas de las economías periféricas en las que las dificultades se convirtieron no en un estadio o situación temporal, sino en una forma de ser y estar, en un modo de ser. Probablemente la más contundente prueba de la índole tendenciosa y letal de la disciplina fiscal sea el imparable incremento de población en condición de pobreza, miseria e indigencia según la magnitud de la ausencia de riqueza. Como desarrollo de la disciplina fiscal, en algunos casos fue ampliada la base tributaria (aumentado el número de contribuyentes), extendidos y profundizados los sectores a gravar con impuestos,
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modernizados los sistemas tributarios (coacción a quienes evaden y eluden el pago de impuestos), reducción de las imposiciones tributarias a los grandes capitalistas y exoneración a los mismos del pago de impuestos por nimias, simbólicas y a veces ficticias ejecutorias como el apoyo al deporte, la ciencia y la cultura. Este tipo de canje arroja pingües ganancias a aquellos. Por lo expuesto, la disciplina fiscal es un negocio diseñado con un doble racero para aumentar las ganancias de unos e incrementar las pérdidas de otros. Cuando por específicas situaciones en cada país sectores privatizados y monopolísticos como el financiero, energético, minero o de infraestructura quiebran; los gobiernos neoliberales corren en su auxilio y rescate utilizando para ello, recursos del erario que niegan o escamotean cuando de inversiones en programas sociales se trata. Cuando la situación es a la inversa, aquellos sectores, indiferentes y con una mueca de ironía y muerte, le dan la espalda a quienes los han enriquecido (los pobres). Queda clara la naturaleza segmentada de la disciplina fiscal. Benefició a unos y perjudicó a otros. Benefició como se ha señalado a los países prestamistas los cuales vieron garantizados los pagos de la deuda externa. En esa misma dirección, la disciplina fiscal benefició a las empresas transnacionales (otorgamiento de garantías, no extensivas a las nacionales) al igual que al capital financiero (a través de las políticas monetarias desde los bancos emisores de cada país). Perjudicó la disciplina fiscal a la población que requería inversión del Estado en sectores básicos (salud, vivienda, educación, etc.) para su subsistencia, y sobre la cual cae como un mazazo el peso de las reformas tributarias.
1.2 Las reformas tributarias Los sistemas tributarios son tan antiguos como el Estado mismo. Corresponden al conjunto de políticas, estrategias, metodologías y mecanismos por los cuales los Estados recaudan recursos para su
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funcionamiento, cumplimiento de sus obligaciones y mantenimiento de ciertas reservas para atender hechos fortuitos (inundaciones, pestes, sequías y prolongadas épocas de lluvias, terremotos, guerras y pandemias entre otros). En el marco del funcionamiento del Estado se inscribe la burocracia, educación, salud, vías, seguridad, vivienda, defensa y la infraestructura dependiendo de cada caso en particular. El Estado recauda y administra los recursos aportados por los contribuyentes (así no sea la totalidad de las personas quienes contribuyen) del mismo modo que ejerce el poder y la autoridad en nombre de todos los asociados a un Estado. No obstante, en las sociedades capitalistas, nada devela con tanta rigurosidad y precisión el sello de clase del Estado, como su sistema tributario el cual no es imparcial, sino altamente selectivo. No es estructural sino sectorizado y anárquico. No responde a políticas de Estado de largo aliento, sino a las angustias del día a día de las burguesías nacionales y a las presiones de los organismos rectores de la economía mundial. Sus principales operarios muestran el fenómeno tributario como un asunto estrictamente técnico cuando en esencia, es primordialmente una decisión política motivada por claras ideologías. Así pues, desde la perspectiva neoliberal, para elevar la recaudación tributaria, señala Joseph Ramos7, no debe recurrirse a mayores tasas de tributación, sino a la eliminación de la mayor parte de la vasta gama de exenciones tributarias o preferencias regionales, sectoriales, para empresas estatales; a esfuerzos sistemáticos contra la evasión tributaria; y a la ampliación de la base de ingresos y de contribuyentes que tributan. Los anteriores postulados suelen ser encontrados con frecuencia en la exposición de motivos de las reformas tributarias de los gobiernos neoliberales. Es de advertir que los regímenes neoliberales sin excepción, debieron introducir reformas a sus constituciones políticas o crear
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RAMOS. Op. Cit., p. 21.
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nuevas con el objeto de adaptar el orden legal de cada país a los imperativos neoliberales a nivel mundial. Bien para las reformas o nuevas constituciones, se requirieron mayores recursos para su puesta en marcha. De igual modo para la defensa, administración de justicia, descentralización, fenómenos naturales y el pasivo pensional entre otros. En el caso de Colombia con la Constitución Política de 1991 de naturaleza garantista y con prevalencia de los derechos, más que de los deberes, y por la descentralización los sistemas tributarios se tornaron obsoletos y fueron requeridos unos nuevos que garantizaran mayor tributación. Con esos criterios se modificó el impuesto al valor agregado (IVA) inicialmente sobre unos artículos, bienes y servicios y en un discreto porcentaje; luego, a casi todos con porcentajes, en algunos casos, cercanos al 20%. De igual modo y por esa misma vía, la base tributaria fue ampliada ostensiblemente, fueron eliminadas exenciones y a través de sus bienes rodeadas de favorabilidades las clases dominantes. Con las migajas que caen de la mesa son atendidas las expectativas de las demás clases sociales (media y baja) cuyo crecimiento es directamente proporcional al enriquecimiento de las burguesías. Como se puede observar, entre la disciplina fiscal y las reformas tributarias existe una interdependiente conexión. En los países estancados (por no afirmar en vía de desarrollo), arropados por el neoliberalismo, las reformas tributarias de ser eventos esporádicos fueron convertidas en mecanismos de uso frecuente para subsanar los déficit crónicos al que el mismo neoliberalismo los ha llevado. Prima en esas reformas la improvisación, las visiones cortoplacistas, su marcado sentido tendencioso para beneficiar a unos y perjudicar a otros, así como los artificios argumentativos para sustentar su necesidad y el ocultamiento del destino de los recaudos. De ese modo las reformas tributarias son una variante de la disciplina fiscal y a la inversa. A través de las primeras se define quien tributa, en qué circunstancias, cuándo, cómo y cuánto. Además están concebidas para la exacción de un sector de la población y la exoneración de otro, bajo el equívoco de que los impuestos
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espantan la inversión extranjera, desestimulan la producción nacional y, como consecuencia, sobreviene el desempleo, fenómeno que no puede ser imputable únicamente a la tributación. Lo anterior explica el hecho de que en ningún país de gobiernos neoliberales se ejecutan reformas tributarias para subsanar las heridas sociales (hambre, analfabetismo, desempleo, marginalidad, insalubridad, morbilidad, mortalidad o déficit de vivienda), sino para salvar a empresas, la banca, el comercio, el transporte y en general gremios de la producción que, en ningún caso se avienen estos últimos con quienes dinamizan las economías de escala como son los medianos o pequeños productores. En concordancia con lo anterior, y por hacer parte de una misma sinfonía de intereses, el poder judicial permanece dispuesto a declarar exequibles las normas de las reformas tributarias. Los análisis que para el efecto profiere aquella rama del poder público, son farragosas elucubraciones técnicas parapetadas en insondables formalismos de difícil comprensión para los legos en la materia; sin ningún sentido de la proporcionalidad del sentido común de la justicia social y sus dimensiones humanísticas. Lo anterior no sería posible sin un poder legislativo dispuesto a aprobar las reformas tributarias, incluso en contra de las convicciones de algunos. Es claro que en los gobiernos neoliberales los miembros de ese organismo, casi sin excepción, todos tienen su precio. Así, el poder ejecutivo por interpuesta persona, mediante mensajes cifrados o eufemismos promete otorgarles dádivas o canonjías a cambio de su respaldo en el trámite de las reformas tributarias en las instancias parlamentarias. A nadie pues debe sorprender el a veces unánime apoyo a las propuestas de reforma tributaria claramente regresivas por parte de ciertos legisladores con rostro supuestamente progresista. Concomitante con lo antes expuesto, se observa que en países donde la corrupción está encarnada en todas las instituciones del Estado y éste se debe a ese fenómeno, ninguna reforma tributaria es o será suficiente para superar los asuntos presupuestales y, por
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ello, casi cada año ejecutan reformas tributarias como la resabiada expresión de que se trata de una reforma tributaria “de carácter estructural”, “urgente” y “definitiva”. La frecuencia de las reformas tributarias de orientación neoliberal, además, muestran profundas crisis económicas que no son aleatorias, sino una forma de ser de esos países víctimas de tal ideología imperialista. Una vez puestas en marcha las reformas tributarias tiene lugar un pugilato entre los grupos de presión y las autoridades civiles comprometidas (poder ejecutivo y legislativo) por definir las denominadas “prioridades del gasto”. Cada quien cobra lo que cree corresponderle y las cartas se vuelven a extender sobre la mesa en la desaforada búsqueda por obtener la mejor porción de los recaudos que suelen ir a satisfacer intereses particulares como el aseguramiento de las reelecciones, a manera de ejemplo.
1.3 Las prioridades del gasto Conviene aclarar que otra de las acciones correspondientes a las lógicas económicas del neoliberalismo, es la fijación de las prioridades del gasto. Se considera que las ideologías le indican a quienes tienen el poder, qué decisiones tomar. Eso ocurre en este caso. Desde la perspectiva neoliberal no es prioridad la inversión social (educación, salud, vivienda, recreación, deporte, ciencia, tecnología, cultura, empleo y promoción de la comunidad). Por el contrario, es prioridad del gasto según ese horizonte ideológico, estimular a las grandes empresas privadas (Bancos, minería industrial, terratenientes, industriales y comerciantes). Las prioridades del gasto las fija un selecto grupo de tecnócratas revestidos con un aura de intelectuales o científicos, generalmente formados en universidades privadas o públicas decididos a trepar. En esta ocasión los poderes legislativo y judicial no son convocados a definir las prioridades del gasto, como tampoco los contribuyentes. A puerta cerrada lo hacen pequeños cónclaves, efectivamente, en orden de prioridades las cuales, para ellos, son los compromisos
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con el sistema financiero internacional, una de cuyas expresiones es el oportuno pago del servicio de la deuda externa. Le siguen en orden de importancia, los compromisos internacionales contraídos por cada país. De igual modo, el salvamento a las empresas arruinadas o en camino a esa condición. En este último caso es revelador el hecho de que, en las ferias de las ventas de empresas estatales usualmente rentables, de manera preferente a extranjeros, cuando estos las operan y al fracasar, concurre cada Estado, por el atajo de las prioridades del gasto a recuperarlas con recursos provenientes del erario. De esa manera lo público subsidia lo privado, al margen de las causales que hayan provocado la quiebra. Resuelto lo anterior, las prioridades se concentran en el fortalecimiento de los organismos de seguridad del Estado entre los cuales, para el caso de América Latina, destacan los organismos policiales y sus diversas ramificaciones, el ejército y sus distintas armas, al igual que las fuerzas aéreas y navales; todos apoyados por un tupido enjambre de funcionarios civiles (generalmente profesionales y técnicos) que cumplen funciones administrativas o de apoyos especializados. Tales estamentos castrenses, por cuestiones geopolíticas no están en función de la defensa de la soberanía de cada país, sino, en la materialización de su ideología contrainsurgente en la cual han sido formados. Sus astronómicos presupuestos no siempre son manejados con pulcritud. También las instituciones de control y vigilancia son beneficiadas con las prioridades del gasto. Hacen parte de las mismas las fiscalías, contralorías, procuradurías, superintendencias, notarías, contadurías y defensorías, entre otras. Sin excepción, ese conjunto de instituciones suelen ser un nido de burócratas al que llegan personas (no siempre aptas para los cargos) recomendadas o en representación de partidos políticos, de personas naturales con cierto poder político o como simples fichas al servicio del presidente de turno. Aducen las anteriores instituciones regirse por normas y procedimientos impersonales y sujetos a normas transparentes.
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Eso es verdad en lo formal, en la ficción. La realidad es distinta. Si bien es cierto existen convocatorias o licitaciones para cubrir plazas o vacantes, la provisión de los cargos en esos organismos de control y vigilancia es el resultado de las encarnizadas luchas (a nivel nacional, regional y local) por copar las mismas y, desde ellas, ejercer una muy peculiar forma de poder, en el sentido de hostigar, perseguir, enjuiciar, encausar, procesar, juzgar y condenar a los adversarios o a quienes tienen la desgracia de ser rotulados como enemigos o, por el contrario, proteger y exonerar a otros, así las pruebas en su contra sean del tamaño de un cerro. En el origen así descrito de quienes componen las instituciones de control y vigilancia que son beneficiadas con las prioridades del gasto y algunas de sus características, se encuentra la explicación de la ineficiencia e ineficacia de las mismas, vistas desde los imaginarios de las ciudadanías con recelo, desconfianza y a veces con temor por sus recurrentes abusos, errores, desafueros y atropellos en el ejercicio de sus funciones. De igual modo queda claro que, específicamente los altos dignatarios de esos entes de control y vigilancia, no necesariamente deben sus cargos a sus probidades y méritos, sino a sus habilidades para acomodarse y medrar al lado de quienes ostentan el poder, incluso evidenciándose casos de individuos con antecedentes criminales en la cúspide de esas instancias. En esa misma dirección, las prioridades del gasto también están enfocadas al fortalecimiento de la administración de justicia. En este campo sobresalen los “jueces de mármol” como bien los definió Eduardo Maradei en la letra de su tango “Volvamos a empezar” quienes redujeron el concepto de justicia a una simple técnica formal en la que prima la perspectiva econométrica en la relación binaria delito-pena y cuya labor se mide cuantitativamente por el número de personas condenadas y encarceladas; alejados, en todo caso, de todo criterio deontológico con sentido humanístico siendo esto último una ventana a la venalidad. Por otra parte, las laxas transferencias de recursos, subsidios, anticipos, subvenciones y seguros a industriales, terratenientes, mineros, comerciantes y agiotistas entre otros, también hacen parte de
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las prioridades del gasto desde el punto de vista neoliberal. Estas y las anteriores políticas en el marco de las mencionadas prioridades, están encaminadas a fortalecer un tipo de capitalismo dependiente que hace parte en condición de periferia (primaria o secundaria) de la constelación de países que, a pesar de haber sido empobrecidos por países imperialistas y con un capitalismo hegemónico, sin pausa y sin final continúan aportando riquezas líquidas a estos últimos. Como se puede observar, en las prioridades del gasto es clara la estrategia de poner a la mayoría poblacional de cada país al servicio de las minorías (nacionales y extranjeras), las que también resultan beneficiadas por la liberación de tasas de interés.
1.4 La liberación de tasas de interés La liberación de tasas de intereses es otro de los componentes del neoliberalismo. Consiste en el conjunto de medidas tendientes a beneficiar al capitalismo financiero con la fijación, tal es el caso, de elevados topes de usura con un amplio margen de maniobra para permitir la especulación, no solo de intereses por préstamos, sino el continuo encarecimiento de los servicios bancarios y la tercerización de los mismos minimizando de ese modo los compromisos laborales con los empleados. La liberación de tasas de interés da lugar a una aparente libre competencia en la prestación de servicios bancarios, pero en el fondo lo que ocurre es un monopolio en unos casos y, en otros, un oligopolio en esa materia. Por tanto, la liberación de tasas de interés fue convertida en un tinglado en el que, tras desigual competencia, sucumbieron pequeños y medianos bancos ante el avasallador paso de los bancos más poderosos de cada país y del mundo. Los artificios propios del mundo de las finanzas como el pánico económico, el vértigo ante sorpresivas decisiones sobre los montos del encaje, la compra de cartera y las posiciones dominantes ante instancias del poder político y económico para su consolidación hicieron en su conjunto que instituciones terminaran en las fauces de las más poderosas
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sin que autoridad alguna en la materia parara tal situación por considerarla normal en el mundo del capitalismo. Fue así como bancos y cooperativas de modestos alcances regionales e incluso nacionales, no resistieron la tendencia global a la concentración de la banca. Los bancos más fuertes compraron otros, incluidos los clientes quienes fueron sometidos a una inconsulta y abusiva migración. Los bancos públicos fueron vendidos y otros sometidos a profundas reformas hasta desmantelar sus objetivos con los que fueron creados como eran los de fomento y apoyo a la medianos y pequeños productores. Posicionados como líderes algunos bancos tras la mencionada desigual competencia, impusieron sus propias condiciones. Parte de esas mismas condiciones fue la bancarización, proceso en apariencia voluntario, pero objetivamente obligatorio. Empresas e instituciones públicas y privadas en el marco de sus procesos de modernización y racionalización de recursos, optaron por pagar las nóminas a sus trabajadores y funcionarios consignándoles en sus particulares cuentas bancarias. En ese sentido para los empleados se tornó indispensable ser titulares de una cuenta bancaria. En esa misma dirección está la intermediación bancaria entre el Estado y la ciudadanía. Lo anterior para el pago de auxilios, bonificaciones o contratos. Naturalmente la bancarización trae adosados factores como la predominancia del dinero plástico, el establecimiento de los corresponsales bancarios (para frenar la contratación de más empleados, delegar algunos servicios y descongestionar las sedes bancarias), la ubicación de numerosos cajeros automáticos multipropósito, las tarjetas débito, el ofrecimiento de préstamos bancarios con libre destino (una vez finiquitados los mismos, la asignación de tarjetas de crédito), los certificados de depósito, tarjetas de crédito, la publicidad que desestimula del uso de efectivo, seguros, pólizas; así como la oferta de créditos para adquirir vehículos, vivienda, planes turísticos, transferencia de remesas y de divisas; pago de educación, salud, recreación e imprevistos.
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Como se puede observar, a raíz de la bancarización, difícilmente un latinoamericano termina un día cotidiano sin haber hecho uso de algún tipo de servicio bancario y, de ese modo, enriquece a los bancos dados los altos costos de los servicios prestados. Desde luego, la bancarización es el nuevo rostro de la esclavización adelantada de manera masiva en condiciones leoninas, casi generalizada con la anuencia de los Estados, respaldada por leyes desventajosas para el usuario, justificada ideológicamente por el neoliberalismo y defendida por los gobiernos a nombre de una inexistente modernidad. Los pocos que escapan a esa forma de esclavización inexorablemente quedan atrapados en las cooperativas o en el crédito no convencional del sistema bancario. Esta última modalidad, como su nombre lo indica está al margen de toda regulación y recurren a ella parte de la población dedicada al sector informal de la economía, desempleados, empleados temporales, trabajadores ocasionales y en general todos aquellos que, necesitando un crédito, no reúnen las condiciones exigidas por los bancos o su capacidad de endeudamiento no se lo permite. El prestamista (que generalmente también hace parte de la informalidad) fija intereses de usura y condiciones asfixiantes. Ante el retraso en el pago de intereses actúa con violencia e impide que el deudor salde la deuda. Es este un lucrativo negocio, como de igual modo lo es la venta de moneda extranjera (dólares y euros) al vaivén del tipo de cambio.
1.5 El tipo de cambio El tipo de cambio hace parte de las acciones preceptuadas por el neoliberalismo y uno de sus componentes. Como desarrollo de los Acuerdos de Bretton Woods (1944-1970) fueron creados el FMI y el BM (funcionan desde 1946); de igual modo, se buscó poner fin al proteccionismo (vigente desde la Primera Guerra Mundial) y fue impuesto, además del librecambismo, el dólar estadounidense
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como moneda de referencia internacional para las transacciones comerciales8. De ese modo, los países capitalistas quedaron sujetos a tan peculiar tipo de cambio, incluso más allá de la ruptura de esos acuerdos en la década de los setenta del siglo XX ante el déficit comercial registrado en Estados Unidos en parte como consecuencia de la guerra desatada por esa potencia imperialista contra Vietnam. En esas condiciones, el tipo de cambio así descrito, por la dinámica de la dependencia estructural de los países capitalistas no hegemónicos respecto a Estados Unidos, terminó por imponerse. Siendo el dólar estadounidense la moneda de referencia internacional, el sistema bancario de los demás países quedó supeditado a ella. De igual modo la generación de divisas, las balanzas comerciales y de pagos, el circuito de las remesas y, en general, gran parte de la actividades humanas mediadas por el dinero, entre ellas, la adquisición de equipos electrónicos, el turismo y la dinámica de la inflación. Es tal la endeblez de las monedas nacionales frente al dólar, que cuando la economía estadounidense estornuda, a la latinoamericana le produce gripa, se ha afirmado. Así como pretéritos imperios mediante la violencia impusieron sus dioses, religiones, lenguas, instituciones y cosmogonías (y las vernáculas fueron relegadas a un segundo plano o extinguidas en algunos casos), del mismo modo los países imperialistas después de la Segunda Guerra Mundial mediante presiones de todo tipo determinaron que el dólar fuera la moneda de referencia, con especial asiduidad hacia América Latina por parte de Estados Unidos (y las monedas nacionales quedaron supeditadas al dólar unas, y otras, suprimidas). Las relaciones comerciales entre los países de la región, así como las transacciones entre las personas que viajan de una nación a otra, en términos preponderantes se ejecutan con el dólar estadounidense.
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MARTÍNEZ RANGEL. Op. Cit., p. 35-64.
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La imposición del dólar como tipo de cambio trajo consecuencias de distinto orden. En primer lugar, los supérstites vestigios de soberanía fueron aniquilados. Los precios de los productos (del sector primario de la economía y materias primas) con los cuales los países latinoamericanos participan del comercio internacional son determinados principal y puntualmente desde la Bolsa de Valores de Nueva York (Wall Street) primando en tales acciones la inestabilidad y la incertidumbre como estrategias del anárquico comercio internacional capitalista, siendo los productores latinoamericanos la parte más vulnerable en ese circuito. En segundo lugar, a través del dólar como moneda hegemónica son controladas las monedas regionales, en lo concerniente tanto a la devaluación como a la revaloración de las mismas a partir de maniobras financieras en las que tiene un considerable peso específico el factor político e ideológico. De ese modo las tendencias al alza o a la baja de las monedas nacionales repercuten de manera directa en la totalidad de los latinoamericanos, máxime cuando el extendido consumismo y las habituales “guerras comerciales” convirtieron las tierras situadas al sur del río Bravo en geografías del comercio y a sus habitantes en consumidores compulsivos. Como si lo anterior no bastara, en virtud del dólar como tipo de cambio, los ahorros de algunas personas se hacen en dólares y en instituciones bancarias de los denominados “paraísos fiscales” con el doble objeto de salvaguardar sus recursos ante eventuales crisis políticas en sus respectivos países y, adicionalmente, eludir el pago de impuestos y alejar las posibilidades de que la justicia los alcance, en caso de ser requeridos por la misma tras probables sindicaciones de prácticas corruptas en los gobiernos o de narcotráfico. En efecto, para el caso de América Latina la mayor parte de actividades relacionadas con el narcotráfico suelen tener lugar a través del dólar en tanto moneda de cambio. Como se sabe, en Estados Unidos se encuentra la mayor demanda del mundo de cocaína, marihuana, heroína y de demás sustancias narcóticas. Ese fenómeno no es tratado responsable y de manera sincera por esa potencia. En cambio, le impone a los países de donde son exporta-
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das, todo el peso de la responsabilidad por el narcotráfico, siendo el dólar el lenguaje común desde el que hablan tanto autoridades legales, como los miembros de las mafias. Así mismo el dólar como tipo de cambio dominante, ha arrastrado a millones de seres humanos a adoptar hábitos de consumo, estilos de vida, sentimientos, modas, valores, prejuicios y subjetividades propias del mundo anglosajón, sin que medien procesos críticos de ese tipo de transculturación que de manera casi imperceptible, de manera equivocada se asume como propia. Lo anterior también es reforzado por el comercio virtual o en línea desde los Call Center y los medios de pago exigidos en los mismos, que a propósito, se inscriben en el marco del libre comercio.
1.6 El libre comercio A los anteriores componentes económicos neoliberales, se suma el libre comercio impulsado por Estados Unidos, incluso desde la segunda mitad del siglo XIX de la mano del estratega geopolítico Alfred Thayer Mahan (1840-1914). En cierto modo las invasiones estadounidenses a numerosos países latinoamericanos en el contexto de la repartición imperialista del mundo, las amenazas y los chantajes desde entonces han tenido el distintivo sello de la imposición del libre comercio. Actualizada esa política en el marco del neoliberalismo, esa misma potencia ha engatusado a aquellos países con el señuelo del libre comercio como supuesta panacea que emana “desarrollo, empleo, civilización y progreso”. Debe quedar claro que ese libre comercio, poco tiene de libre. Se trata de relaciones comerciales asimétricas fundamentadas en mecanismos de dominación. De un lado, los países víctimas del neoliberalismo (con la connivencia de sus élites políticas) exportan a los países de un capitalismo hegemónico, materias primas y en general productos de sobremesa, es decir, aquellos que no son
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determinantes en el avance económico, científico y tecnológico de los segundos. De otro, éstos exportan a los primeros productos elaborados y sobretodo, subsidiados en su producción por lo que la competencia comercial se torna desventajosa. En esos términos, el libre comercio es una ficción, pues no tiene lugar entre iguales sino entre países con un alto nivel de competencia y países estancados o con modestos recursos exportables. El espejismo del libre comercio es, esencialmente, una de múltiples estrategias de dominación imperialista en el marco de la división internacional del trabajo en la que unos tahúres profesionales juegan con cartas marcadas y otros bisoños o aprendices se especializan en perder todas las partidas. Ligado el libre comercio al tipo de cambio y siendo el dólar la moneda de referencia, mientras unos ganan dólares y gastan en esa misma moneda, otros ganan pesos y gastan en dólares. Es importante recordar que, desde el siglo XIX el libre comercio ha estado en el centro del debate geopolítico, de manera específica entre Estados Unidos y América Latina. De lo anterior han emergido dos constantes: por un lado, la insistente estrategia imperialista de esa potencia para imponer sus intereses y, por otro, los reiterados esfuerzos de los países latinoamericanos por unificar criterios y propósitos en las relaciones comerciales entre ellos y con Estados Unidos. Este país imperialista ha saboteado todas las iniciativas bien de carácter económico (libre comercio) o de integración política acometidas por aquellas naciones. Como potencia capitalista Estados Unidos con mano de hierro ha impuesto sus políticas de libre comercio en el mundo, pero con particular énfasis en América Latina, área geográfica en la que, desde inicios del siglo XIX ha destrozado cualquier iniciativa que no sea la suya. Fue así como de manera directa o tras bambalinas, incidió en el fracaso de iniciativas integracionistas tales como la Gran Colombia (1819-1831), las Provincias Unidas de Centroamérica (1823-1824), la República Federal Centroamericana (1824-1839), el Congreso de Panamá (1826), la Confederación
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Perú-Boliviana (1836-1839), el Congreso de Lima (1847-1848), el Congreso se Santiago de Chile (1856-1857) y el Segundo Congreso de Lima (1864-1865) hasta que, bajo su égida tuvo lugar la Primera Conferencia Panamericana (1889) que en 1890 bajo el control de Estados Unidos adoptó el nombre de Unión Panamericana, siendo la misma un antecedente de la Conferencia Panamericana de Bogotá (1948) que daría origen a la OEA. Con fundamento en estos antecedentes, los países latinoamericanos trataron, al margen de sus alcances y limitaciones, dotarse de mecanismos e instituciones desde los cuales defender sus intereses en materia no solo del comercio e industrialización sino también en materia geopolítica. En ese sentido fue creada la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio (ALALC, 1960-1980), la Asociación Latinoamericana de Integración (ALADI, 1960-1980), el Sistema Económico Latinoamericano y del Caribe (SELA, 1975), la Comunidad Andina de Naciones (1969), el Mercado Común del Sur (MERCOSUR, 1991), la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA, 2004), la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR, 2008) y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC, 2010), entre otros. Las últimas cuatro instituciones, supuestamente en la izquierda. El anterior elenco de organismos fue incapaz de frenar la naturaleza avasalladora de las para sí beneficiosas políticas comerciales que Estados Unidos, le impone a otros países. Los pocos logros alcanzados por los entes referidos en el párrafo anterior, fueron ahogados por Estados Unidos mediante presiones de todo tipo a cada uno de los países, veladas amenazas, amagos de bloqueos y lentos golpes de Estado. Si por un lado debe entenderse el poderío militar de Estados Unidos como mecanismo de presión que le garantiza la imposición del libre comercio; por otro su cómodo éxito también es explicable por la desunión de los países latinoamericanos, la pervivencia de decimonónicos conflictos, el caudillismo y las fantasías napoleónicas desde hirsutas y esclerotizadas ideologías.
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En ese contexto, el libre comercio es, como se ha dicho, una ficción. En su nombre, Estados Unidos fija los patrones de consumo, qué, cómo y cuándo. De igual modo los precios y medidas; así mismo las medidas fitosanitarias, las cuotas o montos de exportar, las subvenciones y las prohibiciones. Esa misma potencia imperialista en ejercicio de su consabida intromisión en los asuntos internos de cada país y con información fidedigna obtenida a través de eficientes redes de espionaje (satelital y electrónico), tiene conocimiento detallado de los recursos susceptibles de libre comercio en concordancia con sus intereses. Por lo anterior, como imperio, promueve, crea o controla organismos que, con alcance mundial, procuran la homogenización de legislaciones, formas y procedimientos para el libre comercio, como ocurre con la Organización Mundial del Comercio (OMC) la cual busca “la apertura del comercio en beneficio de todos” y tienen como objetivo “…garantizar que los intercambios comerciales se realicen de la forma más fluida, previsible y libre posible”9. El poder de la OMC en distintos aspectos sobrepasa al de ciertos países cuyos horizontes se ven limitados por la sombra del mencionado organismo. En cierto modo la OMC garantiza el libre comercio para Estados Unidos y demás países imperialistas, a costa del resto de naciones a las que se les cautiva con la trampa de la inversión extranjera.
1.7 La inversión extranjera De la misma manera, la inversión extranjera figura entre las supuestas bondades del neoliberalismo. Resulta sorprendente el espectáculo de quinta categoría que ofrecen algunos países para ganar la voluntad inversionista extranjera en cada uno de ellos. Los ofrecimientos
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https://www.wto.org/spanish/thewto_s/thewto_s.htm
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van desde la privatización de lo público para vender a precio de quema, la desregulación de los derechos laborales, la exención de impuestos, el otorgamiento de favorables licencias para importar y exportar, seguridad jurídica (impunidad para sus crímenes), zonas francas, servicios públicos a bajos costos y resguardo armado a sus bienes e instalaciones, así como garantías de repatriación de sus capitales, ganancias, mercancías, bienes muebles e inmuebles. Supuestamente la inversión extranjera trae aparejado “el desarrollo industrial” y “el empleo”. Sobre el particular se debe aclarar que los inversionistas extranjeros actúan, preferentemente como “capitales golondrina” siendo los casos más significativos en países de la región como México, Costa Rica, Chile y Argentina, sin ser los únicos. Colmados de favorabilidades hacen presencia en los sectores de la economía que más y rápidas ganancias les reporte, una vez disminuye o frena el flujo de ganancias esos capitales “vuelan” a otros países y repiten el ciclo. En ese aspecto, el mecanismo es similar al de las economías de enclave. Sobre este último tópico, es preciso señalar que en el lapso correspondiente a la segunda mitad del siglo XIX, América Latina fue objeto de las economías de enclave. Las principales potencias capitalistas de la época, en desarrollo de una nueva etapa de la revolución industrial y ya con políticas imperialistas en marcha, clavaron su mirada en las materias primas esenciales para sus intereses y se apoderaron de las mismas de manera directa o por interpuesta persona, por vías legales o por la fuerza. Una vez agotados esos recursos migraron con las mismas prácticas a países de otros continentes, dejando tras de sí etnocidios, ecocidios y genocidios cuya reparación fue imposible. Así pues, y guardadas las proporciones, la inversión extranjera promovida por el neoliberalismo tiene cierta similitud a las economías de enclave del siglo XIX. Por tanto, no es cierto que la inversión extranjera signifique desarrollo industrial y empleo. Del mismo modo que las caucherías en la Amazonia a finales del siglo XIX e inicios del XX no fueron sinónimo de desarrollo, tampoco
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lo son las maquilas (en el contexto del neoliberal). Por el contrario, significan sordidez y execración donde quiera que se instalan, en sus entornos inmediatos la degradación del ambiente y de todas las expresiones de vida no tienen parangón alguno. Como espejismo del desarrollo industrial, las maquilas han representado, exactamente lo contrario. Es decir, la ruina de la poca industrialización existente en los países donde son implementadas. Esas formas de producción (las maquilas) recurren a mano de obra barata disponible en aquellos sectores más vulnerables de la población (analfabetas o baja escolaridad, mujeres cabeza de hogar, migrantes, jóvenes sin ningún porvenir, desempleados e indocumentados) a los cuales les fija salarios por debajo del mínimo legal vigente, trabajo en sus domicilios e incumplimiento total a las garantías laborales de cada país. En suma, se trata de empleos que antes de dignificar al ser humano, lo degrada en todo sentido. Es de advertir que, al tenor de la inversión extranjera, no se invierte en todo ni en cualquier país. Los países latinoamericanos invitan a invertir, primordialmente, a países europeos, norteamericanos y asiáticos y, en menor proporción, a sus homólogos de la región. Los países que invierten o los inversionistas privados toman todos los resguardos para sus decisiones. Valoran tal es el caso, los costos de la mano de obra, la seguridad de las inversiones (seguridad jurídica, política y militar). En suma, se constata que el Estado esté al servicio del capital. Al fin y al cabo la ganancia es el factor determinante que define la inversión extranjera, a partir de la materia prima y la mano de obra, en armónica conjunción con los determinantes macro y microeconómicos10 de la inversión extranjera. Por tanto, entre más barata sea la mano de obra en un país, mayor es la posibilidad de lograr la inversión extranjera. En ese sentido los países donde potencialmente tendría lugar la inversión
10 RAMÍREZ TORRES, Alejandro S. Inversión extranjera directa en México: determinantes y pautas de localización. Tesis doctoral. Universidad Autónoma de Barcelona. Barcelona, 2002, p. 3.
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extranjera, se aseguran de reducir al máximo los costos de la mano de obra (eliminación de las horas extras o su reducción, extensión de los recargos por jornadas de trabajo en días festivos y dominicales, contratos a término definido sin garantías de continuidad, contratación por horas y vinculaciones laborales teniendo como epicentro las redes sociales); con el objeto de tornar atractivas las condiciones para la inversión extranjera. En esa misma dirección, las inversiones extranjeras exigen y los países receptores de las mismas entregan sin reservas, la seguridad de las inversiones las cuales tienen tres variables: la seguridad jurídica, política y militar. La primera consiste en el conjunto de reformas constitucionales, legales y jurídicas; firma de convenios, pactos, tratados y acuerdos por medio de las cuales los países se comprometen, solemnemente, a salvaguardar los intereses de los inversionistas a partir de la permanencia y no cambio de las reglas de juego pactadas entre unos y otros. La seguridad política requerida por las inversiones extranjeras alude al mantenimiento de estrategias gubernamentales que consoliden los regímenes políticos de derecha, los cuales velan por el fortalecimiento del capitalismo como modo de producción y el neoliberalismo como su fase de renovación conservadora. En similar horizonte se encuentra el terrorismo de Estado desatado contra las organizaciones sindicales, consideradas por esa perspectiva ideológica, como enemigos de la iniciativa privada, el desarrollo, el progreso y la civilización. Desde esa misma seguridad política por vías lícitas e ilícitas, las derechas mantienen a raya a las izquierdas. Como último recurso está la seguridad militar la cual tiene dos sentidos: en primer lugar el establecimiento de guarniciones militares en lugares estratégicos para impedir asonadas o conatos de violencia contra lo que representa las inversiones extranjeras, compuestos tales destacamentos armados por hombres y mujeres de baja extracción social y económica, dispuestos a matar a sus conciudadanos, si las circunstancias los obligan. En el segundo caso, se trata de la combinación de distintos tipos de intervención
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militar en procura de defender intereses foráneos, sin descartar los sabotajes, acciones terroristas o incluso golpes de Estado. En ese sentido, las inversiones extranjeras en ciertos países se han constituido en una especie de Estado dentro del Estado. En estricto sentido las inversiones extranjeras son un negocio y como tal, no están orientadas a múltiples ámbitos, sino a específicos campos en los que las ganancias, además de exorbitantes, sean rápidas y estén aseguradas. Por tanto se invierte, preferentemente, en tres sectores. Ellos son la industria extractiva (gas, minerales, petróleo), la industria manufacturera (ensamblaje tecnológico y automotriz) y los servicios (electricidad, comunicaciones, finanzas). Algunas inversiones extranjeras, dependiendo de las condiciones de cada país, combinan inversiones en dos o más sectores. Desde esa perspectiva es claro que la inversión extranjera no es sinónimo de industrialización como repiten insistentemente sus agoreros, sino la venta de empresas que, normalmente, fueron consolidadas en cada país después de ingentes esfuerzos de distintos gobiernos y generaciones atraídos por el señuelo de la industrialización. De ese modo tiene lugar una especie de desnacionalización de las economías nacionales, donde los pueblos no son dueños de su destino. Son recurrentes los casos en que los recursos provenientes de las inversiones extranjeras no solo no resuelven los problemas que se aducen superar cuando se justifican las privatizaciones, sino que van a alimentar el insaciable monstruo de la corrupción.
1.8 La privatización Desde este ángulo, la inversión extranjera exige tanto la privatización como la desregulación. Es la privatización, otra dimensión del neoliberalismo. En efecto, la privatización como medida económica del neoliberalismo, se afianza en mitos, entre los cuales sobresale la afirmación según la cual, el exceso de Estado limita
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en unos casos y cercena en otros la libertad individual, la imaginación y la iniciativa privada. De igual modo, que todo lo público es inoperante, proclive a la corrupción, ineficiente e ineficaz en la gestión y manejo de recursos; y que por tanto, es el Estado una máquina que derrocha, dilapida y malversa el erario. Desde ese punto de vista, al Estado se le atribuye ser la instancia de la cual se derivan casi todos los problemas inherentes al ser humano. Ese Leviatan (de un poder descomunal) como lo denominó Thomas Hobbes (1588-1679) en su momento (1651), tendría que ser maniatado. Reducirlo a su más mínima expresión, señala el neoliberalismo, es decir, que se concentre únicamente en algunos asuntos como la soberanía, administración de justicia, el manejo de instituciones públicas no rentables para los individuos, garantizar el cumplimiento de contratos11 y a defender la propiedad privada. Todo lo demás, rezan los dogmas neoliberales, debe ser objeto de privatización. Salvo diferencias de forma, en todos los Estados que optaron por la privatización tuvo lugar una especie de desenfreno a lo crápula en esa materia. A la privatización en algunos países se le puso el eufemístico nombre de modernización. Escribanos a sueldo y sujetos de baja estofa con ínfulas de intelectuales provenientes de distintas tradiciones, incluso de las izquierdas, concurrieron solícitos a contribuir con su talento, imaginación y capacidad de trabajo para hacer de la privatización un hecho inatajable, incontrovertible y de obligado acatamiento para estar a la moda y en concordancia con lo dispuesto por los ideólogos y ejecutantes del neoliberalismo, de primer orden. Es preciso remarcar que el Estado, como construcción histórica, ha sido el reflejo de las ideologías. Especialmente en América Latina, de manera específica en lo referido a la paquidermia,
11 SMITH, Adam. Investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones. México: Fondo de Cultura Económica, 1958.
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inoperancia y ser caldo de cultivo de múltiples expresiones de corrupción. Si bien es cierto a ese perfil de Estado se llegó después de un largo proceso, incluso iniciado en la época colonial, al mismo contribuyeron, en cierta medida algunos sectores de izquierda y del sindicalismo los cuales no pueden reclamarse ajenos a la situación descrita. Tienen su respectiva cuota de responsabilidad, especialmente desde el abuso de lo público como si fuese algo perenne e inagotable. Ahora bien, tanto el neoliberalismo en general como las privatizaciones en particular, tuvieron lugar en el contexto de regímenes de derecha (dictaduras militares y gobiernos civiles). No hubo un mismo orden en las privatizaciones. Unos países las iniciaron en el rubro de la infraestructura (vías de transporte férreo y automotor, puertos, aeropuertos, zonas francas) y siguieron con el área de servicios públicos (agua, energía eléctrica, telefonía, educación y salud) y así sucesivamente hasta vender todo, incluso la dignidad. Otros, crearon instituciones ex profeso para hacer sistemáticas las privatizaciones. Algunos países las hicieron de manera simultánea y otros prefirieron ir por partes, a manera de “oleadas privatizadoras” según los requerimientos de cada momento. En este festín de las privatizaciones participaron capitales extranjeros y nacionales. En el primer caso, hacia América Latina se volcaron como aves rapaces sobre apetecidas presas, capitales asiáticos, europeos y estadounidenses. A guisa de ejemplo está el caso de capitales españoles que emprendieron una especie de recolonización sobre aquellos espacios que por algo más de 300 años habían expoliado en condición de colonias a sangre y fuego masacrando pueblos, culturas y civilizaciones e imponiendo por esa misma vía su lengua, religión e instituciones. Parte de esa recolonización española hace referencia a la compra y control de empresas e instituciones de la banca, la electricidad, las telecomunicaciones y el agua. Bien pareciera por todo lo anterior, que América Latina, en el contexto de la predominante ideología neoliberal, continúa siendo un espacio abierto al pillaje en el que los bucaneros, piratas y
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corsarios de siglos atrás, han vuelto ataviados, de manera distinta, pero motivados por los mismos valores y normas de conducta de aquellos tiempos pretéritos. La clásica economía de enclave del siglo XIX ha sido reeditada en el marco del neoliberalismo, no sólo a través de las privatizaciones sino también por medio de la inversión extranjera. Este modelo económico no sería tan exitoso de no contar con la anuencia y beneplácito de las élites gobernantes latinoamericanas que en los tiempos recientes, tal como ocurrió a finales de la centuria decimonónica, buscan hundir a sus países en el más oprobioso colonialismo. Naturalmente capitales nacionales también participaron en las privatizaciones. El origen de ciertos capitales que se beneficiaron de las olas privatizadoras, se encuentra en las versiones latinoamericanas de la denominada “acumulación primaria de capitales” en la que unos sujetos prevalidos de sus privilegiadas posiciones y del poder, desalojaron a miles de campesinos de sus tierras por vías legales e ilegales. En el primer caso el poder judicial y político coadyuvó a tal crimen y, en el segundo, los organismos de seguridad del Estado, las organizaciones armadas al margen de la ley y los ejércitos privados a través del poder de hecho, finiquitaron tales despojos. Otros sujetos de esa misma índole, hicieron sus capitales a partir de una tupida red de prácticas como la corrupción a expensas de los Estados, los desfalcos del erario, el contrabando, la especulación financiera, la usura, el lavado de activos, el tráfico de armas, la trata de personas y el narcotráfico. Esta forma de economía informal (a los ojos de propios y extraños) creció y sobrepasó a la economía formal que había incidido en los esfuerzos industrializadores desde el siglo XIX. Cuando por efectos de las falsas bondades del neoliberalismo12 esas economías formales quiebran, las
12 Disciplina fiscal, reformas tributarias, prioridades del gasto, liberación de tasas de interés, tipo de cambio, libre comercio, inversión extranjera, privatización, desregulación y los derechos de propiedad intelectual.
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informales dan el zarpazo y emerge una nueva clase empresarial, industrial, terrateniente y comercial que bien puede denominarse “lumpemburguesía”13. A manera de digresión, la lumpemburguesía es una expresión atribuida a André Gunder Franck, probablemente en 1972, en el marco de su crítica al desarrollismo. Uno de los rasgos esenciales de la lumpemburguesía es su disposición a la entrega de todo, a los diversos tipos de colonialismo, a cambio de mantener ciertas posiciones de privilegio en lo social, político y económico (donde ocupan roles subsidiarios o menores). La componen, principalmente, individuos provenientes del mundo del crimen, el hampa y el delito en sus más amplias acepciones (con tentáculos en las iglesias), con un disoluto criterio sobre las normas y una desesperada búsqueda de la figuración y el reconocimiento, por lo general, sin mérito alguno. Por ello, la identidad axiológica de esta lumpemburguesía es clara. Su formación académica en unos casos es básica y en otros, inexistente. El paradigma desde el cual actúan, es el del lucro fácil, rápido, abundante y sin mayor esfuerzo. No logran identificar la línea divisoria entre lo lícito e ilícito. La tolerancia, la civilidad, la solidaridad y la laicidad nunca pelechan en su árida personalidad. En virtud de su origen signado por la ignorancia, navegan con propiedad en las fangosas aguas del machismo, la xenofobia, la homofobia, la religiosidad y el racismo. El arte, la ciencia, la cultura y el deporte lo asumen como actividades para gente “pobre” o de “poca astucia”. Este sector social latinoamericano (lumpemburguesía) en el contexto de las privatizaciones, invirtió en lo que los capitales extranjeros no quisieron hacer por parecerle riesgoso o de baja tasa de retorno en materia de ganancias. Tras el blanqueamiento de
13 André Gunder Frank (1929-2005). Se le considera uno de los creadores de la Teoría de la Dependencia y crítico del desarrollismo.
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sus capitales y convertirse casi de manera súbita en “respetables y prósperos ciudadanos de bien” sus crímenes quedaron en la impunidad y de ahí, saltó, mayoritariamente, a la política. Desde esta plataforma moldeó un sistema judicial a su conveniente imagen y semejanza y creó un auténtico arsenal de leyes que, a manera de coraza, les protege sus capitales y a ellos como sujetos. En las distintas naciones latinoamericanas la lumpemburguesía se benefició, más que cualquier otro sector, de las privatizaciones. En las transiciones a regímenes civiles donde hubo dictaduras, tanto los civiles al servicio de estas como los mismos militares tomaron para sí como botín de guerra instituciones y empresas privadas, hurtaron bienes y propiedades del denominado “enemigo interno” y, de simples funcionarios de modestos ingresos y de obedientes burócratas grises, pasaron a ser prósperos capitalistas que invirtieron en bienes raíces, bancos, cadenas de almacenes, medios de transporte; fundaron universidades, crearon instituciones de fachada y tomaron por asalto medios de comunicación. Por su parte, en los gobiernos civiles de fuerte tradición de derecha organizaciones paramilitares ejecutan las acciones que, en el ordenamiento legal les está prohibido a las tradicionales instituciones militares. Las primeras son una extensión de las segundas, fueron creadas, entrenadas, financiadas y protegidas por ellas. El fenómeno paramilitar es una especie de recurso extraordinario al cual recurren las autoridades neoliberales para superar coyunturas álgidas en materia de conflictos sociales, y en cada caso puntual es enmascarado con distintas denominaciones. Esa misma lumpemburguesía es la que financia campañas políticas en todos los niveles; por la vía de los sobornos acomoda fallos judiciales a su favor, gana licitaciones, hace simbólicos aportes a causas sociales a cambio de inconmensurables beneficios tributarios; utiliza como guardia pretoriana a miembros de las fuerzas armadas, hacen parte o tiene nexos con iglesias evangélicas, parte de sus capitales están en los denominados “paraísos fiscales” y; ante cualquier amenaza como la pandemia del Covid-19, los gobiernos
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con recursos públicos, acuden a salvarlos de manera prioritaria, incluso esquilmando los frugales salarios de trabajadores del sector público y privado. Es conveniente aclarar que las privatizaciones pueden tener lugar por acción u omisión. El primer caso es como se ha narrado. El segundo, es cuando un Estado, pese a ser consciente del sostenido crecimiento de su población, cesa la creación de escuelas, colegios, universidades, centros de salud u hospitales y demás instituciones oferentes de servicios de demanda masiva, entre ellos, educación y salud. Lo anterior corre paralelo con el estímulo a los inversionistas privados en esos campos. Allí podría estar parte de la explicación del por qué desde los años ochenta del siglo XX crecieron de manera exponencial (en todos los niveles) centros educativos y de salud privados. Por esa vía, la educación y la salud resultaron ser rentables negocios y, si algo caracteriza la variable económica del neoliberalismo, es su incidencia directa en la hipertrofia del Estado, la cual consiste en que, en unos aspectos es reducido al mínimo y, en otros, tiene un crecimiento desmesurado. En educación y salud la presencia e intervención del Estado es insuficiente, mientras es exuberante en el fortalecimiento de los organismos de seguridad (Policía y Fuerzas Armadas) y el poder judicial. En este último campo sobresale la continua construcción de cárceles de máxima seguridad acorde con los modelos y lineamientos del sistema penitenciario estadounidense. Es preciso señalar que, en el mare magnum de la privatización, la fuerza pública de los distintos países terminó no solo justificando esa política neoliberal sino a su servicio. Es así como desde una obtusa visión de seguridad, los gobiernos neoliberales designan considerable número de efectivos en armas para defender lo privado mientras deja desguarnecido lo público. La seguridad desde un punto de vista restringido, asociada únicamente a un asunto de fuerza y protección policial, emerge como un servicio y lucrativo negocio solicitado por instituciones públicas y privadas, así como por comunidades o individuos ante las habituales ola de inseguridad.
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Al tenor de las privatizaciones y, dado que los discursos crean realidades, de manera extendida se ha aceptado que lo público es sinónimo de inoperancia y corrupción, mientras lo privado supuestamente significa eficiencia y pulcritud. Lo anterior ha creado una mentalidad superficial y sesgada en el sentido de ver corrupción solo en lo público, siendo lo privado uno de los principales arietes de la corrupción. Valga a modo de ejemplo el caso de la empresa Odebrecth (multinacional de infraestructura) señalada de sobornar cerca de una veintena de países latinoamericanos, africanos, norteamericanos, europeos y asiáticos con el objeto de ganar contratos de obras. También en el ámbito de las privatizaciones, ciertas empresas privatizadas no necesariamente estaban quebradas, por el contrario, eran tan rentables que con sus ganancias eran pagadas numerosas y abultadas nóminas de la burocracia estatal. Fueron objeto de privatización por presiones geopolíticas, pero también como una medida de los gobiernos por deshacerse (por la vía más rápida e irresponsable) de ciertos conflictos laborales, del accionar de los sindicatos y en general, de situaciones propias y derivadas de la relación entre el capital y el trabajo. Algunos entes privatizados ahí sí fracasaron y en algunas ocasiones el Estado los retomó o iniciaron una trágica historia de mano en mano. Las privatizaciones, en tanto dimensión del Consenso de Washington como se ha hecho notar, no han sido similares, homogéneas o de un solo tipo. La situación de América Latina ha mostrado que existen distintas generaciones tanto de políticas neoliberales como de olas privatizadoras. En la primera ola, fueron privatizadas las grandes empresas e instituciones. En la segunda, fueron evidentes crisis, acomodos y ajustes para esa inédita política mundial y estuvieron cobijados aquellos sectores de menor atracción a los inversionistas extranjeros. Una tercera ola de privatizaciones se extiende como mancha hasta cubrir todos los resquicios a partir de un paciente trabajo en ámbitos inmateriales o de la dimensión espiritual de los individuos.
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Las consecuencias de las privatizaciones son de distinto orden. En materia social incidieron de manera directa en la extensión y profundización de la desintegración familiar, en el sentido de que más miembros y a más temprana edad los integrantes de las familias han debido hacer su inserción en el mercado laboral, ante el despido laboral derivado de las privatizaciones y así ayudar a la subsistencia básica de los miembros del núcleo parental. Tales despidos truncaron vidas, dañaron proyectos, obturaron posibilidades, frenaron procesos, descarrilaron cotidianidades y negaron derechos. Las personas objeto de los anteriores impactos en primer lugar incrementaron las cifras de la población con patologías de enfermedades mentales. En segunda instancia, ante la incertidumbre, el miedo y el amenazante ambiente de crisis; las drogas, el alcoholismo, la prostitución y la religiosidad se convirtieron en los refugios más habituales. Adicional a ello, socialmente se impuso el criterio (a raíz de las privatizaciones) que, inexorablemente, todo tiene un costo económico o monetario, siendo en consecuencia el rico, quien más opciones tiene de vivir en estos mundos neoliberales. En ese mundo resultando signado por la competencia troglodita a todo nivel, afloraron novísimas formas delincuenciales y cada quien muestra lo peor de sí. En lo concerniente a las consecuencias políticas de las privatizaciones, sobresale, entre otros, el hecho de que el sector privado pasó a ser, en muchos casos, el estamento de mayor peso específico en el diario acontecer de las naciones, como lo es en la definición de políticas de Estado como las referidas a la legislación sobre las regulaciones del trabajo (política salarial, pensiones), la participación en altos cargos (Ministerios), la financiación de campañas políticas y la contratación con el Estado dando como resultado una especie de plutocracia. En el orden económico las consecuencias de la privatización no podrían ser más contradictorias. Las deudas externas y sus intereses no solo no se pagaron, sino que se incrementaron casi de manera exponencial, pese a que los recursos captados por las
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privatizaciones supuestamente tenían ese destino. En esa misma dirección está el caso de la pobreza, la cual no solo se ha incrementado sino diversificado y adquirido nuevas formas. Hacen parte también de las consecuencias económicas de las privatizaciones, el desmantelamiento de cualquier atisbo de independencia, autonomía o soberanía de los países con gobiernos neoliberales que todo lo enajenan, para lo cual precisan de la desregulación.
1.9 La desregulación Aunque en algunos espacios a la desregulación se le admite como sinónimo de liberalización, acéptese aquí que consiste en el conjunto de medidas económicas, políticas y jurídicas tomadas por gobiernos neoliberales, de manera integral o sectorial, con el propósito de desmantelar total o parcialmente todo tipo de controles desde los cuales el Estado intervendría en la economía, en concreto en materia salarial, tarifas, permisos, subsidios, bonificaciones y seguros, entre otros. Por medio de la desregulación se busca la total flexibilidad y se considera un proceso siempre en transición hacia la perfectibilidad soñada por el neoliberalismo, según la cual, la regulación solo debe tener un papel subsidiario. Desde la matriz ideológica del neoliberalismo, a menor regulación, mayor competitividad y concurrencia de mercados. Es entonces la desregulación la adaptación de las instituciones estatales a la economía de mercado. Tal ajuste suele ir de mayor a menor. Es decir, los organismos internacionales y multilaterales determinan un conjunto de pautas o criterios que, traducidos a pactos, convenios o tratados suscriben los Estados y luego ejecutan las respectivas adecuaciones a cada caso en particular. Lo anterior permite ver que, en el fondo, los gobiernos neoliberales (por lo menos de América Latina) son simples funcionarios que ejecutan políticas internacionales en las que ellos nunca participan ni deciden. Los casos más emblemáticos se perciben en las monitorias del FMI, sobretodo en el campo laboral y de las pensiones.
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En ciertos aspectos la desregulación es una variedad de extinción de los Estados para darle paso a un solo tipo de Estado (encarnado por aludidos organismos internacionales), que dicta políticas de pretendido alcance mundial. Es claro que aquellos gobiernos además de no representar objetivamente a la ciudadanía a la cual se debe, sus poderes sustantivos son limitados y pocos, sus roles son intercambiables y, en algunos casos, luego son reclutados por esas mismas instituciones como eficientes propagandistas y ejecutores de sus políticas. Pero también la desregulación puede ser entendida como la transición de un Estado interventor a un Estado mínimo. Paradójicamente, en lo que respecta a América Latina, la idea de Estado interventor tuvo modestos avances en pocos países (México, Argentina, Chile y Uruguay) en el resto de países su concreción fue una ficción. Luego entonces, lo poco que tenía de interventor ese embeleco de Estado fue fácilmente extirpado, máxime cuando tal cercenamiento se ejecutó de la mano del terrorismo de Estado frente a quien se opusiese. Contradictoriamente el Estado neoliberal resultante de la desregulación, es un Estado mínimo para unas cosas y máximo para otras. En el primer caso lo es para el mercado y, en el segundo, para la seguridad del mismo. Al igual que todas las dimensiones del neoliberalismo, la desregulación trajo consigo desempleo, informalidad y precariedad laboral. La metáfora del “ejército industrial de reserva” cobró inusitada vigencia en la economía de mercado. Se trata de contingentes de hombres y mujeres (considerados dentro de la población económicamente activa) en febril competencia por lograr un empleo, en las condiciones y circunstancias que dicte el empleador quien juega con la necesidad de los desempleados hasta el punto de que, en caso de ser empleados, también les impone su militancia política, sus credos religiosos y por lo demás, los considera simples mercancías. Concomitante con ello, el incremento de la informalidad es otra de las secuelas de la desregulación. De ser desempleo camuflado
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o falso empleo, la informalidad para el neoliberalismo es una de las sublimes expresiones de “libertad”, “autonomía” e “iniciativa” de los individuos, transfiguradas ideológicamente en el emprendedurismo o en el aventurero emprendimiento con la fe puesta en que un golpe de gracia o el azar los catapulta al éxito y la fama. Excepcionales casos a manera de propaganda son difundidos como ejemplo arquetípico de que el mundo del mercado supuestamente es impersonal y su “mano invisible” resolvería los fenómenos sociales y sus crisis. El emprendedurismo le da lustre a la precariedad, ha dicho con acierto Boaventura de Sousa Santos. Ofreciendo bienes y servicios de menor cuantía millones de seres humanos (ancianos, niños, mujeres, hombres, discapacitados, enfermos, lisiados) desperdigados por casi todo el mundo, (sin ningún tipo de garantía laboral) desde la informalidad, terminan, contradictoria y paradójicamente, al servicio de multinacionales vendiendo sus productos (bebidas, aparatos electrónicos, artículos y alimentos de consumo masivo e infinidad de baratijas) en lugares de masiva concurrencia o paso obligado de personas. Dado que es un fenómeno estructural en América Latina, la informalidad en tanto oficio, como en la Edad Media, también se hereda. Aparte del desempleo y la informalidad, de la desregulación también se desgrana la precariedad laboral en lo público y lo privado. Consiste en un amplio rango de hechos que tornan el trabajo en un pesado fardo y no en una actividad liberadora y formadora del ser humano. Hacen parte de los mismos, las contrataciones laborales por horas, días o semanas, nunca a término indefinido; así como la fijación de extenuantes horarios, supresión del pago de horas extras, recargos nocturnos y dominicales; prohibiciones explícitas de no vinculación a organismos sindicales, desventajosos y asimétricos contratos a favor del empleador y el pago de bajos emolumentos pese a hacerse bajo el engañoso nombre de “salario integral”. La precariedad laboral cosifica y mercantiliza al individuo, incluida su intelectualidad.
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1.10 Los derechos de propiedad intelectual Añádase a este acumulado de dimensiones del neoliberalismo, lo concerniente a los derechos de propiedad intelectual. Hacen parte de los mismos las creaciones de la química del intelecto humano tales como invenciones, descubrimientos, modificaciones genéticas (vegetales y animales), obras (literarias y artísticas), teorías, paradigmas, métodos, tecnologías, conocimiento de todas las ciencias, símbolos, patentes, fórmulas, nombres, marcas e imágenes utilizados en el comercio. De ese modo el neoliberalismo convierte el conocimiento humano en otra mercancía y, además, los países imperialistas lo utilizan como arma de guerra. Las hambrunas provocadas por tales potencias son un claro ejemplo de lo indicado. Así como otrora potencias imperialistas robaron en países sometidos obras de arte con las que atiborran sus museos, es claro que detrás de los derechos de propiedad intelectual hay por parte del neoliberalismo una estrategia de saqueo a escala mundial de todo tipo de conocimiento existente en el planeta. Sus manifestaciones son bien claras. Campesinos de diversas partes del mundo poseedores de conocimientos ancestrales y autores del cuidado, mejoramiento y preservación de semillas y razas de animales, fueron, con la anuencia de sus gobiernos neoliberales, despojados del derecho que por antonomasia les asiste a tales bienes, a través de intrincados procedimientos legales y han quedado en condición de compradores de semillas y la genética de lo que fueron sus plantas y animales. Monsanto, Syngenta, DuPont, Dow, Bayer y Basf figuran entre las principales multinacionales que, además de controlar los suministros agrícolas del mundo, en la mayoría de países instalan bancos de germoplasma, consistente estos en sofisticados mecanismos de almacenamiento de óvulos, semen, embriones, semillas y microorganismos que luego serán objeto de negocios, poniendo en riesgo la seguridad alimentaria de millones de seres humanos y alterando (a un punto límite) el comportamiento de la
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naturaleza en la desaforada búsqueda del lucro, con las imprevisibles consecuencias de todo orden. Los derechos de propiedad intelectual impuestos por el neoliberalismo reeditan el colonialismo académico y tipifican evidentes escalonamientos raciales, geográficos, culturales y geopolíticos en la generación del conocimiento incluidos sus usos, aplicaciones y beneficios. Esa forma de dominación intelectual bien podría tener explicación desde la teoría del ciclo de vida de un producto (1966) de Raymond Vernon (1913-1999), aunque es diáfana su condición de instrumento de un sometimiento multidimensional ejecutado por potencias hegemónicas sobre países periféricos o estancados. En estricto sentido el fenómeno de la propiedad intelectual no se circunscribe a la época del neoliberalismo. Se remonta a los orígenes del capitalismo, pero con mayor notoriedad en las coyunturas de las distintas revoluciones científicas y tecnológicas en las cuales se imponen teorías, métodos, paradigmas y en general criterios gnoseológicos por parte de unos países sobre otros. Todos los imperios llevan consigo su noción de verdad y los mecanismos para acceder a ella. Por eso América Latina se especializó en consumir conocimiento europeizante o anglosajón y en leer la realidad con lentes ajenos. En esta parte del mundo se llegó a tener por intelectual a aquella persona que más memorizara datos de esas geografías, con prescindencia absoluta de un pensamiento crítico. Esta forma de distorsión de lo que es un intelectual, aún pervive. De ese modo, las instancias internacionales reguladoras de los derechos de propiedad intelectual son dispositivos neoliberales para afianzar la dependencia y dominación. Lo anterior está tan internalizado en la psiquis de la intelectualidad latinoamericana que en ciertos ambientes académicos no son considerados suficientemente intelectuales idóneos quienes su formación no ha sido obra de centros de estudio norteamericanos o europeos. Esas mismas instancias se erigen como tribunales que determinan en última instancia el canon de ciencia, validez o no del conocimiento y sus dimensiones económicas.
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De la misma manera en que son extraídas materias primas de América Latina a precios irrisorios, para fabricar artículos de aseo o tocador con nombres intraducibles al español y que luego son vendidos a elevados costos en esa misma geografía; perspectivas teóricas de las Ciencias Humanas y Sociales sistematizadas y puestas en práctica también en América Latina por intelectuales de la región como la Investigación Acción Participativa desde los años sesenta del siglo XX, en la segunda década del siglo XXI es exhibida por Estados Unidos y promocionada como una supuesta novedad teórica bajo el nombre de “Investigación Colaborativa” ante la cual sucumben algunos incautos que, dicho sea de paso, suelen denostar lo hecho por sus coterráneos y abrazan ciegamente lo extranjero, creyéndose de ese modo sujetos de la globalización.
1.11 La globalización El fenómeno de la globalización ha estado presente en todas las culturas. Es un acontecimiento recurrente en la historia de la humanidad. Supone la existencia de imperios que a través de la conquista buscan su expansión e imponen lenguas, religiones, instituciones políticas, modelos económicos, estilos de sociedad, patrones culturales, valores, ideologías, hábitos, modelos arquitectónicos, costumbres y educación. De lo anterior se deduce que no cualquier potencia lidera un proceso globalizador. Se requiere un conjunto de circunstancias, entre ellas, el liderazgo desde el poder político, militar, social, cultural y científico como pretensiones de imperio. En cierto modo cada imperio lidera un tipo de globalización. Por tanto, esta no es un fenómeno fortuito sino que exige la preexistencia de un imperio y estos son el resultado de complejos procesos económicos, ideológicos, geopolíticos, militares y hasta religiosos. Entre los imperios más relevantes destacan el Egipcio, Acadio, Shang, Zhou, Aqueménida, Persa, Macedonio, Maurya, Xiongnu, Romano, Mongol, Otomano, Español, Portugués, Ruso,
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Británico, Francés, Alemán y Estadounidense, entre otros. Desde su nacimiento, cada imperio genera en su interior el germen de su propia destrucción. El ocaso de cada uno coincide con el inicio de otro, pero ningún imperio muere por completo ni para siempre. Cada uno a su manera, de manera directa deja huellas de diversos tipos en los espacios dominados y, de forma indirecta en otras geografías que también fueron colonias. Sirva de ilustración el hecho que en América Latina en general pervive la herencia romana del derecho y, en particular en algunas ciudades el legado arquitectónico también romano. Ambos asuntos impuestos durante la Colonia por España, habiendo sido este país a su vez, ocupado por el imperio romano. En concreto, las evidentes huellas del imperio romano en América Latina, primero hicieron tránsito por España y luego implementadas en la tierra a la que llegó Cristóbal Colón el 12 de octubre de 1492. Por tanto, la globalización aquí es definida como un proceso multiforme liderado por potencias o imperios que pretenden expandir e imponer su dominio sobre otras naciones, a partir de la conjunción de poderes expresados en sus condiciones económicas, políticas, ideológicas, culturales, religiosas, científicas, militares, raciales, geográficas e históricas. Dependiendo de cada coyuntura algunas de las anteriores variables tienen mayor peso específico que otras. Gran parte de las guerras han sido originadas por la competencia entre imperios o por la acción de estos sobre países de menor relevancia. Todas las globalizaciones difieren entre sí en cuanto a sus motivaciones, dinámicas, elementos de mayor relevancia, duración, alcances geográficos y geopolíticos, crisis, ocasos, consecuencias y sus largas proyecciones desde la historia efectual. Cada proceso globalizador lleva implícito cambios en todas las esferas, los cuales remueven el orden existente, a partir de la tradición crean nuevos contextos, sin ser éstos anulados completamente. Es así como las globalizaciones bien pueden estar asociadas, desde la historiografía, a las denominadas “estructuras” o periodos de “larga duración”.
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Con fundamento en lo señalado, la globalización en la que está inmersa América Latina inició el 12 de octubre de 1492 y no con la imposición del neoliberalismo en la segunda mitad del siglo XX. Desde aquel lejano siglo XV hasta el XXI esta parte del mundo occidental ha sido objeto de múltiples impactos globalizadores (sucesivos y acumulados), siempre en condición de cosa dominada, objeto de conquista y de imposiciones, nunca sujeto decisorio de su propia historia. No en vano se afirma que América Latina es una construcción europea y, tal vez, estadounidense desde finales del siglo XIX sin desconocer las posibles incidencias que sobre ella tienen, desde esa misma época, otras potencias imperialistas como Francia. Desde ese punto de vista, el primer impacto globalizador fue el que propinó el imperio español desde el 12 de octubre de 1492. A esta forma de globalización se sumó la adelantada por el Reino Unido, las dos anteriores fueron complementadas por las impulsadas por Francia y Estados Unidos. Así pues, en el largo tiempo, América Latina ha sido objeto de cuatro olas globalizadoras cada una de ellas a nombre de la “civilización”, el “progreso” y el “desarrollo” triada también predicada por los posesos de la economía de mercado en el marco de la cuarta ola que probablemente a raíz del fenómeno del Covid-19 dará lugar a un nuevo tipo de globalización. De ese modo, la situación de América Latina y su identidad habría que buscarla, principalmente, en cada una de esas cuatro olas globalizadoras y, subsidiariamente, en sus elementos vernáculos. Es decir, en lo que significó la colonización española, el dominio económico y geopolítico del Reino Unido sobre las noveles repúblicas en la primera mitad del siglo XIX, el colonialismo francés, así como el neocolonialismo e imperialismo estadounidense; al igual que lo proveniente de las comunidades aborígenes y los negros esclavizados dando origen a un complejo panorama que para algunos son fortalezas mientras para otros constituyen debilidades. Dado que el objeto de este acápite es la última versión de la globalización y no un estudio exhaustivo de los cuatro impactos u olas, señalamos que no hay acuerdo para identificar con precisión
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la data de su inicio. Mientras para algunos la más reciente globalización habría empezado inmediatamente después de finalizada la segunda guerra mundial, otros consideran que su inicio coincide con la irrupción de la Internet (1 de septiembre de 1969). También hay quienes consideran que la globalización comenzó bien con la terminación de la guerra fría, la caída del muro de Berlín (9 de noviembre de 1989) o la disolución (25 de diciembre de 1991) de la entonces Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). Al margen de lo controvertible que puedan resultar las anteriores posturas y aclarando que todas en cierto modo tienen la razón, lo que es inobjetable, es que la globalización está indisolublemente ligada al neoliberalismo. Lo anterior supone, de entrada, un rasgo de la misma consistente en que, dado que no todos los países del mundo adoptaron el neoliberalismo, entonces esa globalización no es total ni absoluta. En materia geográfica no cubre el 100% del globo terráqueo, se circunscribe al mundo occidental, donde, dicho sea de paso, también hay sus excepciones expresadas en regímenes políticos que, pese a la avalancha del neoliberalismo, resisten su embestida. De ese modo, la globalización puede tener un doble sentido. Ser condición para el neoliberalismo o consecuencia directa del mismo. De todos modos, ambos fenómenos son intercambiables dialécticamente, se determinan en términos recíprocos. Como se puede observar, los anteriores componentes del neoliberalismo confluyeron en la constitución de un nuevo orden mundial, un mapa geopolítico distinto y en la aparición de nuevas realidades. Y a su vez ese nuevo orden mundial globalizado ha servido para profundizar y extender el neoliberalismo de manera progresiva hasta resquicios nunca antes considerados. En esas condiciones, la globalización convirtió a las empresas multinacionales en un protagonista de primer orden, más que los individuos. La sociedad de consumo se generalizó, pese a aislados y a veces desarticulados esfuerzos en su contra. La conectividad a partir de las tecnologías de la información ha hecho que las
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personas permanezcan ahogadas en medio de abrumadoras cifras de datos pero, paradójicamente, desinformadas, es decir, sin que haya una mediación reflexiva y crítica del caudal de información procedente de todas las latitudes dando lugar lo anterior a una falsa o distorsionada universalidad o cosmopolitismo. Esta misma globalización impuso transiciones políticas. Los regímenes militares (cumplida su tarea a favor del neoliberalismo de primera generación) se tornaron en trabas para el cabal despliegue del capitalismo, del mismo modo que la esclavitud a mediados del siglo XIX se había convertido en un obstáculo para el capitalismo. Consolidada su primera etapa, el neoliberalismo necesitó luego regímenes políticos civiles de derecha para legalizar y legitimar lo actuado por los militares e incluso posicionar en las agendas mundiales el discurso a favor (supuestamente) de los Derechos Humanos. Cuando esas transiciones desembocaron en gobiernos de izquierda, ese mismo neoliberalismo, a escala mundial, urdió nuevos golpes de Estado para “corregir” o enderezar el camino. Lo anterior explica por qué en el contexto de los países con gobiernos neoliberales no ocurren golpes de Estado. Un caso arquetípico del pragmatismo neoliberal en esta materia lo constituye el caso de Chile, país en el que, después de consolidada la transición de la dictadura a gobiernos civiles de derecha, le siguieron gobiernos de izquierda funcionales o sostenedores del neoliberalismo y fueron aceptados permitiéndoseles concluir sus mandatos en condiciones normales (Ricardo Froilán Lagos Escobar y Verónica Michelle Bachelet Jeria, respectivamente). Conviene enfatizar que las transiciones políticas (forzadas por el neoliberalismo en el marco de la globalización) para superar las dictaduras no supusieron en modo alguno la democratización en el sentido radical del término, sino una especie de continuidad de las dictaduras con ropaje civil, edulcorada con formales expresiones civilistas. La democracia, como todo en el neoliberalismo también fue privatizada, prostituida y mercantilizada, al punto que ciertos intelectuales miden su calidad como si se tratara de un adminículo
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de uso personal o un detergente. No siendo la democracia un valor en sí para el neoliberalismo, prima en ella lo formal y lo ficticio sobre lo sustantivo. En esa mismo sentido, lo que se ha denominado globalización determinó el desmantelamiento del Estado de Bienestar, el advenimiento del Estado neoliberal y, a su tenor, un conjunto de instituciones de alcance mundial tales como la OMC (1995) de capital importancia para su materialidad. Dicho ente se yergue como un cuasi Estado por encima de los demás existentes debiendo estos hacer sus respectivos ajustes a aquél y no a la inversa. Lo anterior condujo a una especie de dictadura mundial a la cual se adscriben las “democracias” occidentales. Expuesta de manera sucinta en el acápite 1.6 la OMC pretende fijar pautas para el libre comercio, las cuales por su asimetría resultan desventajosas para aquellos países empobrecidos en la constelación capitalista. En ese mismo horizonte se inscribe la Corte Penal Internacional que, como desarrollo del Estatuto de Roma (1998), entró en vigencia el 1 de julio de 2002, oponiéndose Estados Unidos a su jurisdicción lo cual denota la naturaleza selectiva de la globalización, el sombrío y despótico rol de esa potencia imperialista y el sesgo ideológico y político de la CPI como dispositivo de poder de un reducido grupo de países dominantes para ser utilizado según sus conveniencias, especialmente para fingir pronta e imparcial administración de justicia, de manera puntual en episodios que escapan a la acción de los Estados. Queda claro entonces que la globalización no es universal ni total. Por el contrario, cobija solo una parte del mundo (¿el occidente capitalista?) y aplicable a unos rubros determinados por ciertas potencias acorde a sus intereses. La globalización es pues, altamente selectiva, tan antidemocrática como la misma estirpe del capitalismo. Continúan siendo los países líderes de este modo de producción predominantemente proteccionistas e imponen a los países estancados medidas que, en su momento, ellos no tomaron para la dinamización de sus economías. Además, como ha sido notorio, sus crisis las descargan sobre los hombros de los países víctimas.
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En el marco de la globalización también se pone de manifiesto, como se ha indicado, el papel de gendarme o policía del mundo de Estados Unidos, como lo prueba su desacato a la CPI y no solo a esa institución sino a las instancias que promueven la preservación del ambiente. Esa potencia tiene toda la fuerza para llevar al resto del mundo ante esos tribunales, pero no a la inversa (¿por ahora?). Son frecuentes los crímenes que miembros de las fuerzas armadas estadounidenses desplegados por todo el mundo cometen (robos, violaciones, asesinatos, estafas, narcotráfico) y sus actos quedan en la impunidad por los resguardos legales que toma esa potencia y, justamente, su inobservancia a lo preceptuado por la CPI. Así mismo es claro el sesgo ideológico y político de la CPI en particular y de la globalización en general. Desde tribunales e instituciones afines o creadas ex profeso en el marco de la globalización, las potencias hegemónicas formulan odiosas clasificaciones sobre los Estados, siendo una de ellas la de “Estado fallido” a partir de criterios fijados14 de manera unilateral que, en el fondo, están encaminados a allanar el camino para invasiones militares, derrocamiento de regímenes políticos no necesariamente de izquierda pero sí distantes del neoliberalismo; el linchamiento mediático a algunos gobernantes, enjuiciamiento, captura, juzgamiento y ejecución, como también para la apropiación de fuentes de materias primas. En ese contexto se inscriben los peyorativamente denominados “bombardeos humanitarios”, “guerras preventivas”, “blancos legítimos” y “masacres con sentido social” de frecuente ocurrencia en el mundo de la globalización.
14 Creciente presión demográfica, Movimientos masivos de refugiados o personas desplazadas, lo cual crea una situación compleja de emergencia humanitaria, Herencia de sentimientos de retaliación o grupos paranoicos que cometen atrocidades de manera impune, Flujo migratorio, crónico y sostenido, de profesionales y sectores medios de la población, motivado por persecución o represión, Desarrollo económico desigual, Severo y profundo declive económico, Criminalización o deslegitimación del Estado, Progresivo deterioro de los servicios públicos, Suspensión o aplicación arbitraria del Estado de Derecho y violación extendida de los derechos humanos, El aparato de seguridad opera como un Estado paralelo, La emergencia de grupos o facciones dentro de las élites gobernantes.
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En ningún caso la acción de la CPI ha recaído sobre los criminales gobernantes que ha tenido el Reino Unido, Francia, Israel, España, Italia, Alemania, Canadá y Estados Unidos los cuales por sí o por interpuesto medio han sometidos a naciones a hambrunas, desprestigio, torturas, masacres indiscriminadas y asesinatos selectivos, utilizando para tan protervos propósitos desmedidas fuerzas y métodos proscritos tiñendo el mundo de sangre, y convirtiendo así el terrorismo en el rasgo distintivo de su política exterior frente a pueblos o culturas cuyo principal “delito” ha sido la no alineación como tampoco el sometimiento al neoliberalismo ni a la globalización así concebida. Para tal efecto, la carrera armamentista no cesó en el marco de la globalización, por el contrario, adquirió inusitados desarrollos. Las armas nucleares dejaron de ser monopolio de un reducido grupo de países, así como la exploración espacial. Nuevas naciones emprendieron una frenética militarización a partir de la cual la industria de armas y su respectiva comercialización (legal e ilegal) pasaron a ser un significativo sector de la economía, estimulado por la existencia de antiguos y nuevos focos de conflictos bélicos. Si bien es cierto un reducido grupo de países tienen un poder determinante en cuestiones militares, en los demás ámbitos del neoliberalismo y de la globalización no lo es. Tal es el caso del comercio y el conjunto de instituciones que lo promueven (¿obligan?) bajo el ropaje de sugestivas declaraciones, en apariencia incluyentes. Sin ser el único, uno de esos organismos creado por el neoliberalismo para afianzar la globalización es la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE15) conocida en escenarios periodísticos, políticos y aca-
15 https://www.oecd.org/acerca/ Según la anterior fuente oficial de información, “La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) es una organización internacional cuya misión es diseñar mejores políticas para una vida mejor. Nuestro objetivo es promover políticas que favorezcan la prosperidad, la igualdad, las oportunidades y el bienestar para todas las personas. Nos avalan casi 60 años de experiencia y conocimientos para preparar mejor el mundo de mañana. En colaboración con gobiernos, responsables
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démicos como el “Club de países ricos” o el “Club de las buenas prácticas”. Múltiples gobiernos solicitan hacer parte de la OCDE. Este organismo evalúa la calidad de las políticas públicas de cada aspirante, formula recomendaciones16 (Colombia), los gobiernos
de políticas públicas y ciudadanos, trabajamos para establecer estándares internacionales y proponer soluciones basadas en datos empíricos a diversos retos sociales, económicos y medioambientales. La OCDE es un foro único, un centro de conocimientos para la recopilación de datos y el análisis, el intercambio de experiencias y de buenas prácticas. Asesoramos en materia de políticas públicas y en el establecimiento de estándares y normas a nivel mundial en ámbitos que van desde la mejora del desempeño económico y la creación de empleo al fomento de una educación eficaz o la lucha contra la evasión fiscal internacional”. 16 En el caso de Colombia, en el año 2015 le fueron formuladas las siguientes recomendaciones que, objetivamente, se convierten en instrucciones de obligado acatamiento. - Mejorar la gestión y el control de las inversiones regionales. - Reforzar la coordinación entre las administraciones para promover un marco de planificación y un presupuesto plurianual. - Mejorar la eficacia de las transferencias regionales reduciendo las partidas destinadas a fines particulares, introduciendo nuevos mecanismos de compensación y mejorando la coordinación con el sistema de regalías. - Mejorar los derechos relacionados con la tierra y su uso, agilizando el proceso de formalización y fortaleciendo los derechos existentes en materia de propiedad sobre la tierra. - Mejorar el marco reglamentario del transporte urbano mediante una mejor gestión de los puntos de entrada del transporte comercial y un mayor cumplimiento de la reglamentación de transporte local. - Fortalecer el sistema de gestión medioambiental en los diferentes niveles de gobierno. Promover un mayor uso de impuestos y tasas en relación con el medio ambiente. Educación y equidad por una economía más justa. - Garantizar una buena estrategia formativa desde el principio, especialmente para los estudiantes más desfavorecidos, mejorando la cualificación del profesorado y evitando que los colegios tengan dos o incluso tres turnos al día. - Emprender una amplia reforma del sistema pensional para reducir la pobreza de las personas más mayores mediante un sistema menos regresivo y más sostenible. - Mejorar los incentivos para la formalización del empleo aumentando el número de posibles beneficiarios de las prestaciones, también de salud, y reduciendo los costos laborales no salariales. - Mejorar el respeto de la legislación laboral incrementando el número de inspectores y proporcionando oportunidades de formación adecuadas. - Mayor competitividad y crecimiento. - Mejorar aún más las condiciones marco para la innovación y el emprendimiento, centrándose en competencias, sobre todo en ingeniería, diseño y tecnologías de la información, así como en competencias profesionales de nivel medio. - Fortalecer la eficiencia de la participación ciudadana en la concesión de licencias en materia social y medioambiental, evitando valoraciones medioambientales discrecionales, y retrasos y abusos en la concesión de licencias sociales para ciertas comunidades locales. - Conceder mayor independencia al organismo responsable de la competencia (Superintendencia de Industria y Comercio, SIC).
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las acogen y, después de análisis y pasar pruebas por múltiples comités a manera de filtro, a criterio de esa institución, son aceptados. Con frecuencia los gobiernos que aspiran ser miembros de la OCDE, a manera de adhesión o sumisión acuden a ese organismo para que les ayude a elaborar sus respectivos planes de desarrollo. Por esa vía se impone y materializa todo el recetario neoliberal en cada país, convertido no solo en política de Estado sino en el arquetipo de las políticas públicas en el corto y mediano plazo. La OCDE continúa escalando el nivel de exigencias y produce, desde sus propios diagnósticos, nuevas recomendaciones encaminadas a la implementación total de las directrices neoliberales, en esta ocasión, preceptuadas desde organismos promotores de la globalización como es la OCDE. En ese contexto tuvieron lugar, para ese mismo país, nuevas recomendaciones en el año 201717 reforzando y puntualizando las
- Revisar las barreras a la competencia en los mercados de productos clave, como los productos financieros y los alimentos, y en los mercados de comunicaciones fijas y móviles. - Reforzar la gobernanza de las empresas de propiedad estatal a través de un nombramiento más independiente de su junta directiva, que debe tener la competencia y experiencia relevantes. Hacia una gobernanza más eficaz. - Reforzar la eficacia y la eficiencia de la justicia colombiana mejorando el cumplimiento de los contratos e incrementando la especialización de las decisiones judiciales. - Poner en práctica una reglamentación de calidad y avanzar hacia un enfoque de gobernanza regulatoria reforzando la autonomía, la responsabilidad y la protección jurídica de los organismos de reglamentación y de las superintendencias. - Reformar el sistema tributario para incrementar los ingresos y la eficiencia, y fortalecer la equidad. Tomado de: Serie “Mejores Políticas”. Colombia políticas prioritarias para un desarrollo inclusivo. Enero 2015. En: https://www.oecd.org/about/publishing/colombia-politicas-prioritarias-para-un-desarrollo-inclusivo.pdf, página 5. 17 Simplificar en mayor medida los procedimientos para el registro de empresas y la afiliación de los trabajadores a la seguridad social, mejorar programas para el mercado laboral, extender la educación de la primera infancia y aumentar la calidad de la educación son medidas que impulsarían la inclusión, la movilidad social y los estándares de vida. Una cobertura mayor y más accesible para el cuidado de niños, adultos mayores y personas con discapacidad abriría las puertas al mercado laboral a una mayor cantidad de mujeres. Colombia necesita aumentar la redistribución de ingresos a través del sistema de impuestos y transferencias. Incrementar la productividad será fundamental para la mejora continua en el nivel de vida de los colombianos, y requerirá de mejores oportunidades de trabajo en las regiones más pobres y una inversión pública
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anteriores; a las que se sumaron las del 2019, en lo referente al comercio internacional, los costos de empresas y salarios, el IVA, la educación18 y mayor seguridad a los inversionistas. Cumplidas las anteriores exigencias y a satisfacción de la OCDE, Colombia se muestra así misma, arrogante y fantoche, orgullosa de ser miembro de tal organismo, a sabiendas de que el país real difiere ostensiblemente del país formal soportado en la propaganda. Como se puede evidenciar y, a manera de ejemplo, en la globalización neoliberal unos países imponen sus condiciones imperialistas y otros, sin mayores dificultades y a veces complacidos, aceptan su posición de neocolonias. Los primeros determinan las políticas a adoptar y, los segundos, las ejecutan. No son esas políticas el resultado de consensos entre gobernantes y gobernados, como tampoco interpretan los heterogéneos intereses que se ciernen en cada país desde las profundidades de sus composiciones humanas. Corresponden a directrices de organismos foráneos que se yerguen como autoridades mundiales haciendo de la globalización un fenómeno real. Frente a ello, los países latinoamericanos con gobiernos neoliberales hacen ingentes esfuerzos por pertenecer a las anteriores instituciones de alcance mundial y, cuando lo logran, lo exhiben cual si fuera un gran acontecimiento desconociendo que en esas instancias los miembros no tienen igual importancia y que su admisión en los mismos, son una especie de reconocimiento o premio de consolación por su desempeño en la adopción del neolibera-
más elevada para mejorar la infraestructura, así como reducir costos para el comercio. Mejores incentivos para que las empresas inviertan en I+D y vínculos más fuertes entre el sector privado y las instituciones de investigación favorecerían la innovación. En algunos sectores como el ferroviario, la electricidad y el vial, son necesarias mayor competencia y menor regulación para apoyar la inversión privada. Tomado de: Estudios Económicos de la OCDE Colombia Mayo 2017 VISIÓN GENERAL. Tomado de: http://www.oecd.org/economy/ surveys/Colombia-2017-OECD-economic-survey-overview-spanish.pdf, página 6. 18 RUIZ RICO, María Alejandra. Lagunas de las recomendaciones que entregó la OCDE al gobierno de Iván Duque. En: https://www.larepublica.co/especiales/25 de octubre de 2019.
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lismo y una forma de legitimar ciertas decisiones que, contrario a lo preceptuado en propaganda, terminan abocando a los países a situaciones de pobreza multidimensional. Pero las anteriores no son las únicas instituciones por medio de las cuales se materializa la globalización. Se suman a esa constelación la Organización de las Naciones Unidas (ONU), la Organización de los Estados Americanos (OEA) y la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Los anteriores organismos creados en pretéritas coyunturas geopolíticas han sido actualizados en función de las políticas globalizadoras impuestas por el neoliberalismo. Como denominador común tienen esas tres instancias, hacer presencia en distintas partes del mundo a nombre de la “comunidad internacional”, la “paz”, el “orden” y la “democracia”. También les ha sido común su incapacidad para evitar guerras, invasiones, golpes de Estado, bloqueos económicos, desastres ambientales, migraciones forzadas y violaciones de Derechos Humanos; así como actuar a destiempo en las circunstancias apremiantes en las que son requeridas, al igual que intervenir siempre a favor de los países imperialistas y en defensa del capitalismo, contradiciendo de ese modo los objetivos, principios y valores por los cuales fueron creadas y supuestamente deben regirse. Su accionar es selectivo y, en algunos casos, su inoperancia es proverbial. Desde su fundación en 1945, ante los ojos de la ONU han pasado innumerables actos terroristas cometidos por los países imperialistas en contra de países latinoamericanos, asumiendo ese organismo silencios o indiferencias cómplices o decididos apoyos a gobiernos de derecha de estirpe neoliberal. Una de las tantas posturas en ese sentido, fue lo actuado por la ONU en la República de Haití durante la dictadura de Francois Duvalier y Jean-Claude Duvalier (padre e hijo), la transición a la democracia y el golpe de Estado contra el presidente Jean-Bertrand Aristide; a través de la Misión de Estabilización de las Naciones Unidas en Haití (MINUSTAH), la Misión de las Naciones Unidas de Apoyo a la Justicia en Haití (MINUJUSTH) entre otras, en ese país caribeño.
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Por su parte la OEA fundada en un dantesco lago de sangre en 1948, siempre ha sido el principal mecanismo de dominación estadounidense en América Latina, desde luego con la anuencia y beneplácito de las élites plutocráticas gobernantes de cada país. La historia de ese organismo, es casi la historia del imperialismo estadounidense hacia los países de la región desde mediados del siglo XX materializado en golpes de Estado, magnicidios, invasiones militares, genocidios y todo tipo de tropelías para afianzar su dominación multidimensional. Como parte de la ficción, la mayoría de sus secretarios generales son de procedencia latinoamericana, naturalmente lacayos incondicionales de Estados Unidos. La OTAN es otra institución que, creada en 1949 tras la terminación de la Segunda Guerra Mundial como dispositivo de poder militar y político del mundo capitalista en el nuevo mapa geopolítico resultante del evento bélico, en cada coyuntura son adecuadas sus funciones acorde a los intereses de las potencias hegemónicas occidentales. Una de sus distintas facetas, es la de someter a las fuerzas armadas de los países dignatarios a la homogeneidad política así como al domino táctico, estratégico, operativo y axiológico con miras al fortalecimiento del capitalismo en general y, en particular, en la usurpación de nuevas fuentes de materias primas en países capitalistas no hegemónicos. Es notorio entonces que, la globalización, afianzada en un cúmulo de instituciones de alcance mundial, es el nuevo rostro del imperialismo. Abundan los eufemismos para encubrir la cambiante fisonomía del imperialismo. Es abultada la cifra de académicos procedentes de distintos campos del saber que hacen ingentes y notorios esfuerzos por negar la existencia del imperialismo y mostrarlo como un fenómeno de épocas pasadas. En esa misma dirección sus ideólogos, mentores y propagandistas se presentan como ascéticos funcionarios en cumplimiento de “nobles y altruistas labores humanísticas”. De ese modo, el supuesto éxito de la globalización (por su doble condición de causa y efecto del neoliberalismo) radica en su
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internalización y puesta en práctica como ideología mayoritaria y dominante en vastos sectores sociales (justamente sus víctimas directas) quienes ven y asumen ese fenómeno como una inocente moda a la cual se adscriben en términos acríticos (sin conciencia histórica) y, sorprendentemente, resultan siendo sus más eficaces e incondicionales replicadores y propagandistas pasivos en las cotidianidades como si en verdad la humanidad hubiese llegado al fin de la historia. Como efecto directo de la anterior masificación ideológica, por acción y coacción, estar en contra del neoliberalismo es casi un delito y, concordante con ello, cuestionar la globalización es una postura política incorrecta en medio de la imparable avalancha derechista que florece en medio del fango de la razón cínica. El anterior cuadro así ilustrado sería una clara oportunidad política para las izquierdas, pero su insuficiente carácter dialéctico hace que maniatadas permanezcan replegadas y dedicadas a esporádicas manifestaciones de protesta, muchas de ellas inconexas y ancladas aún en los clásicos vicios (caudillismo, fanatismo, corrupción y burocratismo, entre otros). De este modo se ha hecho alusión a los principales componentes del neoliberalismo como son la disciplina fiscal, las reformas tributarias, las prioridades del gasto, la liberación de tasas de interés, el tipo de cambio, el libre comercio, la inversión extranjera, la privatización, la desregulación, los derechos de propiedad intelectual y la globalización. A manera de continuidad sobre el fenómeno del neoliberalismo, en las siguientes líneas se hace referencia a sus implicaciones económicas, culturales, ideológicas, políticas, estéticas, sociales, axiológicas, religiosas, militares, educativas y gnoseológicas y geopolíticas procurando mantener el mismo estilo de interpretación crítica.
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2 El neoliberalismo y sus implicaciones
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n tanto paradigma, alude el neoliberalismo a un modelo integral de pensamiento con implicaciones económicas, culturales, ideológicas, políticas, estéticas, sociales, axiológicas, religiosas, militares, educativas, gnoseológicas y geopolíticas en las sociedades en las cuales se ha impuesto al amparo de regímenes políticos de derecha como dictaduras militares o gobiernos civiles autoritarios y militaristas. Por la heterogeneidad histórica y geográfica, las divergencias en las formas de vida y las diferencias en los roles asignados en las constantes divisiones internacionales del trabajo, las implicaciones o impactos del neoliberalismo han sido ondulatorios.
Tales implicaciones han mostrado de cuerpo entero las contradicciones antagónicas y marginales del neoliberalismo. En primer lugar, propugna obsesivamente por una noción de “desarrollo” y “progreso” como si tales metas para su consecución hubieran sido concertadas con sus principales protagonistas y potenciales beneficiarios y el camino estuviera allanado, o como si los pueblos tuviesen unos modos sincrónicos en la organización de sus estilos de vida. El neoliberalismo insta a los países estancados a encontrar esas dos condiciones (desarrollo y progreso) del mismo modo que quien busca al ahogado río arriba. En segunda instancia, el neoliberalismo no conduce a la libertad como prometen sus propagandistas, sino, justamente, a la esclavización.
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En concordancia, el conjunto de implicaciones del neoliberalismo se inscriben en la historia narrada por los vencedores. Pese a las abrumadoras evidencias en contra, el manido discurso neoliberal, a partir de la razón cínica, las nefastas consecuencias económicas, culturales, ideológicas, políticas, estéticas, sociales, axiológicas, religiosas, militares, educativas y gnoseológicas y geopolíticas con artilugios lingüísticos, empalagosas edulcoraciones y frases repetitivas son expuestas como significativos logros. Las cifras sobre el constante crecimiento del número de personas empobrecidas de modo multidimensional, son contundentes demostraciones del rotundo fracaso del neoliberalismo, aunque irónicamente (por la alienación) esos mismos individuos no se consideran en tal situación. Sin pretender dar cuenta cabal de tan vasto y complejo tema, se intenta un acercamiento a cada una de las mencionadas implicaciones estableciendo la urdimbre existente entre las mismas.
2.1 Económicas En lo que respecta a sus implicaciones económicas, el neoliberalismo se exhibe íntegramente como una ideología que defiende a los ricos y menosprecia a los pobres. No es una ciencia como lo suelen mostrar sus defensores y propagandistas, y menos imparcial. Es una ideología de derecha desde la cual se toman decisiones económicas de alcances generales y particulares. El neoliberalismo entendido como una ideología de derecha, dislocó los convencionales centros de gravedad del poder y organismos financieros ocuparon ese lugar. Tal es el caso, principalmente, del Fondo Monetario Internacional (FMI) y del Banco Mundial (BM) y, subsidiariamente, la OMC y la OCDE. Convertidos tales entes en organismos supranacionales, tanto por su trayectoria, tipo de políticas impartidas y su presencia como autoridad económica en gran parte del orbe, han alcanzado
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más poder que incluso ciertas naciones. La soberanía de éstas, la independencia y la autonomía pasaron a ser relativas, inciertas e inexistentes en algunos casos. Por la manera de operar, la eficacia y la efectividad de sus políticas, pareciese encarnar un tipo de gobierno mundial en el que la convencional existencia y división de poderes (ejecutivo, legislativo y judicial) asume otras formas y expresiones. Siendo el neoliberalismo la ideología que anima a las instituciones mencionadas, las decisiones económicas proferidas por las mismas, son de alcance general y particular. En el primer caso, se imponen políticas globales y se enuncian los respectivos mecanismos de coacción en caso de ser desacatadas, los cuales van desde simples llamados de atención, pasando por controles (monitorias) hasta golpes de Estado. En la segunda cuestión, dependiendo de la situación específica de cada país, su adopción y aplicabilidad puede variar de forma, ritmo e intensidad, pero el propósito es similar. Visto así el fenómeno, el neoliberalismo propugna por el crecimiento económico entendiendo por tal, el conjunto de medidas de diverso tipo, conducentes al favorecimiento de los grandes capitalistas, en desmedro del desarrollo social. De ese modo, existe una positiva valoración de las desigualdades sociales. Pues desde una visión dialéctica se colige que, las grandes fortunas tienen su origen no únicamente en el trabajo, sino como ocurre en estos casos, en la denominada “acumulación primaria de capitales” renovada en cada tiempo lo cual se traduce en el empobrecimiento multidimensional y exponencial de gran parte de la humanidad. Las lógicas económicas por las cuales se rige el neoliberalismo son tan sencillas como letales. Una minoría de países con un capitalismo hegemónico, gobernados por élites plutocráticas, deciden por la mayoría de países con un capitalismo periférico, gobernados por élites criollas de derecha al servicio de los primeros. A través del anterior mecanismo se transita a una de las implicaciones económicas del neoliberalismo consistente en la configuración de una especie de apartheid económico (no necesariamente racial)
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donde el vértice del triángulo corresponde a un puñado de países excesivamente ricos cuya condición descansa sobre los hombros de una amplia base de países pobres. Su opulencia no siempre es el resultado del tesón, laboriosidad, sentido del ahorro, frugalidad; como tampoco de su raza, geografía, clima, idiosincrasia, cotidianidad, instituciones o religión. Es la derivación de un histórico proceso de saqueo y dominación en unos casos de siglos y en otros de décadas, a través del cual se impuso un modelo de exacción renovable de acuerdo a las circunstancias de tiempo, modo y lugar, el cual tiene como correlato un arsenal de dispositivos ideológicos, militares, religiosos y culturales que lo sustentan hasta convertirlo en un orden dado, normal y natural, siendo la oposición y la crítica al mismo catalogada de subversión. Esta implicación económica del neoliberalismo, vista en escala ampliada, corresponde a una no siempre disimulada forma de esclavización por sutiles y “civilizados” mecanismos, a lo cual coadyuvan con asombrosa eficiencia, los gobiernos de los países esclavizados que, en su mayoría, son élites plutocráticas, peones de brega o testaferros de las naciones dominantes. Estas últimas diseñan una tupida red de mecanismos por los cuales impiden que los países sometidos logren zafarse de la coyunda, es decir, superar la pobreza. La pobreza de unos explica la riqueza de otros y viceversa. Los países ricos son los menos interesados en que los países pobres salgan de tal condición. Por ello, los países imperialistas que impusieron a sangre y fuego el neoliberalismo como un modelo de exacción (con mayor intensidad desde las tres últimas décadas del siglo XX en adelante), obtuvieron astronómicas ganancias económicas, del mismo modo como también las obtuvieron en sus largos lapsos de colonialismo, o por medio de invasiones, filibusterismo, repartición imperialista del mundo, guerras mundiales, embargos, hambrunas, destierros, esclavismo, conflictos religiosos, litigios limítrofes, terrorismo, bloqueos económicos, masacres, golpes de Estado, carrera armamentista, contrabando y sabotajes entre otros.
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Los países objeto de esa imposición, vieron incrementar su pobreza, al punto de configurarse una clara tipología de países que rotulados con insinuantes denominaciones1, bien pueden ser etiquetados en el contexto neoliberal como países estancados en condición de “mendigos profesionales”. Para esa categoría de países el mismo neoliberalismo auspició la denominada cooperación internacional. Consiste tal figura en un conjunto de esfuerzos interestatales e interinstitucionales que países hegemónicos y organismos a su servicio ofrecen en calidad de cooperación a aquellos países estancados, neocolonias, victimas del neoliberalismo o que han atravesado por periodos de turbulencia política, dictaduras o desastres naturales. La misma puede estar representada en recursos financieros, favorabilidades aduaneras, reducción de impuestos, misiones médicas, suministro de agua potable, asistencia para el saneamiento básico, becas, exenciones tributarias, preferencias arancelarias, asesorías para la “modernización estatal” (adecuación de las instituciones a las exigencias neoliberales) que van desde los cambios constitucionales, fortalecimiento de la administración de justicia (modernización del sistema carcelario), reformas educativas, apoyo a los partidos políticos, lucha contra la corrupción, misiones militares, campañas de vacunación, psicoprofilaxis, esterilización, campañas de promoción de la familia a partir del emprendedurismo2, hasta la profesionalización de las fuerzas armadas y en general los organismos de seguridad del Estado. Por cualquiera de las anteriores vías la cooperación internacional se constituye en una especie de “rostro humano” del neolibe-
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Países del Tercer Mundo, países emergentes, países en vía de desarrollo y países subdesarrollados, entre otros. Entiéndase por tal, el conjunto de políticas neoliberales encaminadas a “hacer enamorar” a los pobres del capitalismo, “enseñándoles” a fundar empresas, administración y negocios desde pequeñas iniciativas, embaucándoles en el espejismo de que todos pueden llegar a ser prósperos capitalistas. Ventas callejeras de artículos de uso cotidiano, alimentos, pequeños negocios en los lugares de domicilio y la producción de algunos bienes y servicios hacen parte de esa exótica “democratización” del capitalismo.
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ralismo y del imperialismo. Ambos fenómenos (neoliberalismo e imperialismo) aprietan pero no ahorcan, dirían los cristianos. Sus ejecutorias son ensalzadas por medio de la propaganda mundial, aunque las repercusiones en la solución de los problemas sean modestas en unos casos y mediocres en otros. Los países que se han especializado en la mendicidad internacional han tenido que asumir solemnes compromisos ante las instancias cooperantes profundizando de ese modo la dependencia multidimensional, poniéndose así en condiciones de absoluta vulnerabilidad (empezando por la seguridad alimentaria). Agotados los trámites burocráticos entre las instancias oferentes y receptores para hacer efectiva la cooperación internacional, parte de las ayudas se extravían en el oscuro laberinto de la corrupción (casi institucionalizada) en los países destinatarios, yendo a parar a manos de las redes burocráticas estatales desde las que, funcionarios públicos de distinto nivel, se convierten rápidamente en los nuevos ricos de esas naciones. Para el caso de América Latina, la mayor parte de cooperación internacional proviene de países colonialistas como Francia, Canadá, Estados Unidos, España, Reino Unido, Italia, Noruega, Suecia, Escocia, Portugal y Alemania. Su cooperación nunca será suficiente para resarcir el daño ocasionado por sus políticas coloniales, neoliberales y luego neocoloniales. Tomando como referente lo señalado, el fenómeno de la cooperación internacional dio origen no solo a países que se especializaron en la mendicidad, sino a organismos especializados en gestionar recursos con variados destinos, perfilándose de ese modo, una feroz competencia por la consecución de los mismos, generalmente sin control de los organismos fiscalizadores de cada
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Es nutrida la presencia en cada país de Organizaciones No Gubernamentales, algunas de ellas dedicadas a la cooperación internacional, a las que arriban académicos con alma de negociante, intelectuales frustrados, profesionales desechados de toda ocupación; así como arribistas, vividores y narcisos a rumiar sus desgracias y, naturalmente, personas honradas, competentes y comprometidas con nobles causas.
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nación3. En tiempos de crisis, la solidaridad es un deber, precisa con acierto una consigna. Pero ese no es el caso de la cooperación internacional convertida en un lucrativo negocio, un espectáculo de falsa generosidad y un nocivo asistencialismo que ahonda la baja autoestima colectiva de los pueblos, vulnera su índole y, termina por replicar formas coloniales (en apariencia superadas). Desde luego, esa no es la única implicación económica del neoliberalismo. Descuella en esa misma dirección la predominancia de instituciones económicas que ejercen un claro dominio sobre algunos países, avasallando antiguas percepciones nacionalistas, poniendo en tela de juicio la soberanía, desmintiendo la independencia, relativizando la autonomía y secuestrando el futuro de los mismos. Esos países así avasallados no solo en materia económica, terminan definiendo sus políticas públicas en función de tales organismos, más que en concordancia con los intereses derivados de la realidad concreta de sus habitantes. En ese sentido, el poder ejercido por la OMC, la OCDE, el FMI y el BM es suficientemente revelador. A las anteriores implicaciones económicas del neoliberalismo se suman las que tienen lugar dentro de cada país. A ese nivel las élites plutocráticas en la vorágine de las privatizaciones, aparte de enriquecerse desmantelando el Estado, incidieron en el galopante empobrecimiento de las clases medias y en la pauperización de la ya existente población pobre. Por tanto, como rasgo sobresaliente del neoliberalismo en la esfera económica está la polarización de clases sociales en virtud de su altura económica. Tal antagonismo económico ante el cual emulan los países por su desigualdad, ha servido de germen para la corrupción, la violencia y la desintegración de las familias. De igual modo, el neoliberalismo al arruinar las industrias nacionales, desnacionalizó la producción de cada país, destrozó los tesoneros esfuerzos de algunos capitalistas y arrojó al desempleo a millones de funcionarios, empleados y trabajadores tanto del sector público como privado, con las nefastas consecuencias que
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ello acarrea en términos de la salud mental de los individuos, rompiendo los núcleos familiares monoparentales predominantes en América Latina, obturando la capacidad de ahorro y descarrilando las cotidianidades en masas, generalmente conservadoras que, al ser sacadas de sus zonas de confort, presas del pánico no siempre lograron reponerse del impacto económico del neoliberalismo. Sobre los pobres, la clase obrera y media fue sobre quienes con mayor rudeza impactó económicamente el neoliberalismo, es decir, sobre la mayoría de la población. Tal afectación, sin ser la única, por transitividad desmejoró las ya de por sí precarias condiciones de vida de aquellos sectores sociales, arruinó el ímpetu de quienes hacían inhumanos esfuerzos (lícitos e ilícitos) por llegar a ser parte de la burguesía (como símbolo de éxito) y a otros, a manera de efectos residuales, los puso frente a la muerte. En consecuencia, el neoliberalismo no puede mostrar ningún acierto en materia económica. Por el contrario, sus constantes yerros expresados en las distintas generaciones u olas de medidas muestran en términos palmarios su ruindad. Para el año 2020 se calcula en 200 millones las personas en condición de pobreza y 80 millones en pobreza extrema en América Latina (con tendencia al alza), siendo Brasil y Colombia los países más desiguales de la región4 según lo revela la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL). Es necesario puntualizar que el neoliberalismo no solo ha acarreado pobreza en América Latina, sino también en África, Asia, Oceanía, Europa y Norteamérica. El anterior panorama bien podría ser tipificado como un crimen de Lesa Humanidad cometido por parte de los teóricos, propagandistas y difusores del neoliberalismo, así como por sus ejecutantes (incluidos quienes en las elecciones votan por ellos, convirtiéndose así en cómplices), contra seres humanos de distintos países, orí-
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https://www.portafolio.co/internacional/fuerte-aumento-de-la-pobreza-en-america-latina-latinoamerica-536011
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genes, razas, religiones, posiciones socio-económicas, militancias políticas y géneros cuyo rasgo distintivo es el ser víctimas de un modelo económico que, además de poner en riesgo sus vidas, las hace insoportables y daña, de modo irreversible, su único hogar (la tierra). Como se puede observar, las implicaciones económicas del neoliberalismo son desastrosas para la humanidad, justificadas desde peculiares exaltaciones culturales.
2.2 Culturales El neoliberalismo trajo consigo específicas implicaciones culturales. Por efectos combinados de la crisis del socialismo en su versión soviética, la euforia propagandista del posicionamiento del neoliberalismo con su idea del fin de la historia y el empobrecimiento material de vastos sectores sociales, entre ellos, los autodenominados “intelectuales”; las utopías, los metarrelatos y las ideologías omnicomprensivas entraron en barrena y su crisis abrió el campo para que, cada quien, redujera la magnitud de sus pensamientos (antes globales) a dimensiones regionales o locales capoteando el día a día de la subsistencia y sus preocupaciones, dejando de lado los horizontes holísticos. Entonces, la primera franja de esas implicaciones culturales del neoliberalismo, contradictorio por lo demás, es que todos los bienes culturales fueron objeto de una revaloración conceptual para mostrarlos como si hubiesen tenido origen (únicamente) en los países del imperialismo neoliberal. La historia es el más dramático ejemplo de ello. Atrapados en el complejo de Adán, creen que todo inició en, desde y para ellos y que, en consecuencia, son los hacedores de la historia y, desde esa perspectiva, la vida y los acontecimientos históricos solo tendrían sentido con su participación. Así narró la historia Estados Unidos el 5 de mayo de 2020, con ocasión del 75 aniversario de la derrota de los nazis, desconociendo en unos casos y minimizando en otros, la participación
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en ese evento de otras potencias que, objetivamente, fueron los verdaderos artífices de ese triunfo militar el 5 de mayo de 1945. Tal revaloración conceptual de lo cultural, supuso, en primer lugar, un vaciamiento de la esencia misma de la cultura procurando desligarla de las luchas de los pueblos (ilusiones, derrotas) así como de las cosmogonías y sus sentidos de trascendencia, para reducirla a simples espectáculos de galería. Desde esa perspectiva se ha abierto un boquete al racismo, la xenofobia y el machismo. Los negros, indios y demás mezclas étnicas fueron borrados como sujetos históricos y realzados los blancos. Ligado a lo anterior, los extranjeros, migrantes y refugiados, al igual que las mujeres fueron tirados al ostracismo. Posteriormente, la cultura así despojada de todo contenido y reducida a cascarones en ciertas ocasiones ha sido destruida tal como lo ha hecho Estados Unidos en Irán, Irak, Siria y Libia y, en otros casos, convertida en simples géneros comerciables. En cierta medida a tal vaciamiento han contribuido algunos intelectuales domesticados que, sin ninguna voluntad de lucha y por anticipado aceptaron el nuevo orden existente en materia cultural. Así como todo lo impregnado por el neoliberalismo ha evolucionado negativamente, lo propio ha ocurrido con la cultura. Se trata de una noción de la cultura desvinculada de las profundas entrañas de su procedencia. En suma, desde la perspectiva neoliberal de la cultura fue auspiciado el derribamiento de los metarrelatos, fueron procrastinadas las creaciones artísticas, cercenada la historia e impuestas modas mercantiles consideradas “cultura”. Por tanto, prima en lo cultural, la mediocridad, la ausencia de sindéresis, lo ordinario y vulgar. A los autores de obras se les acorraló en la tiranía de la moda y, así, su vigencia es pasajera. Algunos de ellos no son conocidos por la calidad de sus creaciones, sino por la propaganda mediática y el origen geopolítico de los mismos. Como es sabido, el neoliberalismo tiene sobre la cultura una visión nihilista. Además de negar su importancia, valor y utilidad, en
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algunos casos le atribuye propiedades subversivas y disolventes en las sociedades. En otros, se le asume en términos peyorativos como un conjunto de prácticas asociadas al ocio que, en términos monetarios, no generan ni representan ganancias líquidas y cuantificables. Cuando por consideraciones geopolíticas los regímenes políticos neoliberales sienten la presión del contexto internacional a favor de la cultura, su presencia en las políticas de Estado es marginal. Como es de esperarse, de este ambiente se desprende la banalización de la cultura, consistente en reducirle a espectáculos circenses y al folclor (en su expresión más instrumental). En los gobiernos neoliberales es evidente la cosificación de la cultura, la tergiversación de sus contenidos, al igual que el posicionamiento de lo superfluo a partir de estrategias comunicativas alienantes, entre ellas, las propagandas en los medios masivos de comunicación por medio de las cuales se impone un criterio según el cual todo es volátil, efímero, ahistórico y, por tanto, desechable. Como si fuera poco, en el neoliberalismo la cultura es una mercancía, con su respectivo valor de uso y de cambio. Entendida así la cultura y desprovista de sus connotaciones radiculares, desde ella, quienes así piensan, impulsan una serie de hábitos como la desconfianza, vergüenza y el desprestigio hacia las distintas manifestaciones culturales autóctonas (de América Latina), para imponer cánones culturales de países con tradiciones imperialistas, para este caso de manera puntual Francia y Estados Unidos, con lo cual se refuerza el imperialismo en todas sus expresiones. En ese mismo sentido, el neoliberalismo ha hecho de su prohijada noción de cultura un eficaz dispositivo alienante. Fue así como la denominada “literatura de baranda” opacó las obras clásicas o en proceso de lograr tal condición. Reputadas casas editoriales para no sucumbir en la turbulenta marejada neoliberal debieron incorporar líneas editoriales destinadas a la difusión de obras típicas de los mundillos de la autoayuda, esoterismo, magia, metafísica, alquimia, supersticiones, autosuperación, coaching o entrenamiento y religiosidad.
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En similar perspectiva se inscriben ciertos géneros musicales en los cuales la mujer es degradada. Así mismo, incitan a la violencia, rinden culto al narcotráfico, estimulan la pederastia, sobrevaloran el aspecto físico de las personas, promueven el consumismo, insinúan al consumo de drogas y alcohol, trivializan la sexualidad, vulgarizan el lenguaje, suscitan los antivalores, promocionan sentimientos de venganza e ira, posicionan comportamientos asociados al mínimo esfuerzo, defienden el facilismo, auspician el apego a los bienes materiales y, en todos los órdenes establecen como canon de éxito el egoísmo, la desconfianza y la propensión al lucro por encima de la dignidad de los seres humanos. De ese modo, las implicaciones culturales del neoliberalismo se diluyen por los tejidos sociales de los pueblos, creándose un trastrocamiento de los sentidos de la cultura. El mundo académico o quienes presumen de intelectuales terminan asimilando modas, hábitos y expresiones procedentes de las subculturas de los bajos mundos de las delincuencias. Por esas crueles paradojas de la vida, las víctimas del neoliberalismo asumen como propios los criterios culturales de tal paradigma repitiéndolos de manera irreflexiva y recreándolos en sus respectivos entornos. Fenómenos en apariencia triviales como las decoraciones de las viviendas reflejan ese hirsuto estilo de vida. Ser culto, conocer o vivir la cultura, según esos puntos de vista es, tristemente, conocer la vida privada de personajes del mundo de la farándula, hacer parte de la tiranía del mercado en condición de compradores y consumidores compulsivos, fingir conocer (así sea superficialmente) fenómenos universales y con impostada propiedad hablar de los mismos, tener contacto con expresiones culturales unidimensionales y posar de universales. Ese es el mismo sujeto unidimensional que, desde el punto de vista de Herbert Marcuse (1898-1979), en sus expresiones culturales está sometido a los dictámenes del mercado y, desde la introyección, adopta las ideas y conductas de otros sujetos e incorpora elementos del entorno. De las anteriores variantes de las dimensiones culturales del neoliberalismo no está exento el mundo de la ciencia y la tecnolo-
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gía. Mujeres y hombres dedicados a la ciencia (en su más amplia acepción) vieron opacados sus horizontes; su libertad de expresión, cátedra y pensamiento han sido objeto de censura y control. En ciertos casos su producción científica quedó reducida a las convencionales relaciones contractuales entre capitalista y obrero; los resultados de la misma, sin escrúpulo alguno, dirigidos a maximizar la producción con mínima inversión. Más que en cualquier época, en el marco del neoliberalismo la ciencia demostró que no necesariamente está en función de la felicidad del ser humano y nada tiene que ver con la democracia o la paz. En esa misma dirección se ubica la tecnología que, lejos de contribuir a la emancipación y realización plena, ha sido utilizada como un eficiente mecanismo de control y esclavización de las personas. Igual que la ciencia, la tecnología tampoco se aviene con la democracia, la paz y la felicidad de los individuos. Además de mecanismo de opresión, es una mercancía que gustosamente el oprimido adquiere por su propia voluntad creyendo que, de ese modo, es miembro del mundo “desarrollado”, es “universal” y participa de las bondades de las dilatadas campiñas del capitalismo. Los sujetos atrapados en la anterior situación, son los denominados “analfabetas funcionales” cuyos rasgos más notorios son su incapacidad para interactuar con las tecnologías de la información y comunicación poniendo en evidencia sus dificultades para utilizar eficientemente la tecnología, frente a la cual, paradójicamente, genera profundas relaciones de dependencia llegando a afectar su salud mental y física. Debe quedar claro que los ciclos de la tecnología, en lo que respecta a los países objeto de la historia y del neoliberalismo, se rige por la teoría de Raymond Vernon (19131999) referida a los ciclos de vida de los productos en clara alusión a los roles de los países líderes en la producción de tecnologías y los consumidores netos de aquellas. La comida no escapa a las implicaciones culturales del neoliberalismo. Marcas de reconocida tradición en el mundo capitalista dedicadas al rubro de comidas y bebidas, aprovecharon las medidas
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neoliberales adoptadas en países periféricos para desprestigiar los alimentos vernáculos y, simultáneamente, apropiarse de recetas, fórmulas y conocimientos culinarios en general. Luego, con ligeros cambios en el procesamiento y presentación de productos alimenticios de consumo masivo invadieron esos países con comida procesada o géneros precocidos, así como con especies alimenticias propias del mundo anglosajón. En nombre de la cultura globalizada el neoliberalismo forzó un tipo de endoculturación a través de la comida. Promocionados los platos típicos como denominación de origen, la industria de alimentos se ha valido de los bajos precios de las materias primas, y ha patentado marcas y nombres con claros propósitos comerciales. Sin ser la única, por esa vía la economía de mercado disloca la comida de las tradiciones, y la sitúa como un atractivo en el mundo del turismo. Nombres, marcas, procesos y tipos de hilados o prendas de vestir también han sido objeto del saqueo cultural por parte de empresas o individuos que, sabiéndose protegidos por las políticas neoliberales e imperialistas de sus países de procedencia, actúan a sus anchas. Al mismo tiempo, la perspectiva cultural del neoliberalismo lleva implícitas formas de moldear la cotidianidad. La preponderante actitud a desechar las cosas antes que repararlas, es una de ellas. La consecuencia inmediata es la acumulación de basuras y desechos que, además de contaminar el ambiente, sirven de caldo de cultivo o de vectores de plagas y enfermedades. También hace parte de ese talante el abuso en la prescripción médica de sustancias elaboradas a partir de síntesis química y biológica, así como la amplia oferta (sin control alguno) de productos que modifican el cuerpo y el espíritu de quien los consume alegando el libre desarrollo de la personalidad y el derecho al placer. En relación con lo expuesto, la cotidianidad cultural resultante del neoliberalismo se expresa con mayor notoriedad en algunos jóvenes que así como un muro poroso y seco atrapa el agua, absorben de culturas dominantes imaginarios y prácticas sobre los
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sentidos y usos del cuerpo (corte y color del cabello, piercing, tatuajes, vestimenta y modificaciones de algunos órganos como lengua, nariz, orejas, uñas, genitales) acordes a una idea de belleza corporal; al igual que innecesarios extranjerismos, y adoptan como propia la música, el baile, las bebidas y los hábitos reproductivos de otras culturas. También figura como implicación cultural del neoliberalismo, mayoritariamente en ese mismo segmento poblacional, el balompié. De ser un deporte, ha sido convertido en un negocio mundial que incorpora distintas áreas comerciales. Por efectos de la propaganda, es la actividad deportiva que más adeptos tiene en el mundo y a la cual pretenden llegar abrumadoras cantidades de niños y adolescentes que, atraídos por sobresalientes figuras, realizan sorprendentes esfuerzos. En esa actividad física el ser humano tiene precio (en moneda de referencia internacional), es una mercancía que se compra y se vende y, como producto de consumo masivo, tiene una corta vida útil. Pocas actividades deportivas alienan y perturban tanto a los individuos como el balompié. Ante la feroz arremetida neoliberal contra las milenarias y centenarias tradiciones culturales y su desbocado afán conservador por fundar una nueva cultura intercambiable en términos de causa y consecuencia y funcional a la economía de mercado; de manera aislada, tímida y débil se alzan pequeñas corrientes culturales que con acerado denuedo y afianzados en sus propias identidades intentan resistir ante lo que, en apariencia, se presenta como una avasalladora e incontenible avalancha que a su paso todo lo pulveriza. Posturas de esta naturaleza están, irrecusablemente, insufladas por claras asunciones ideológicas. Como se sabe, la cultura también es un escenario de confrontación ideológica desde el cual los pueblos víctimas del neoliberalismo están conminados a dejarlo todo en ese campo de batalla (hasta quedar en jirones e incluso la vida misma) e impedir, de ese modo, que las culturas no hegemónicas terminen siendo hierba para las voraces bestias
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neoliberales. Es cierto que quien no vive para servir, no sirve para vivir y la estrecha unión existente entre la cultura y las implicaciones ideológicas así lo ratifican. De tal modo que los cánones culturales que expele el neoliberalismo tienen a su favor, un fuerte dispositivo en materia de comunicación desde el cual son difundidos en el marco de la dependencia cultural. La dependencia cultural es una impronta de todos los pueblos latinoamericanos. Una de sus expresiones es la alienación. Sus características son bien conocidas: el apego a todo lo extranjero (europeo, estadounidense, chino) y el desapego a lo propio, en lo concerniente a la imposición de modas, prácticas y costumbres. El delegar en otros la facultad para pensar, actuar y sentir, lo que hace que los latinoamericanos piensen, actúen y sientan como propios los problemas que les aquejan a personajes que no necesariamente tienen una relación directa con sus vidas. A pesar de que en el contexto neoliberal existe un mayor acceso a las nuevas tecnologías para la comunicación y la información y posibilidades reales para una mayor diversidad de contenidos y distribución en televisión, radio e internet, la concentración se ha recrudecido. Y la dependencia de América Latina, tiende a ser mayor. Por ejemplo, seis grandes grupos controlan la industria mediática en el mundo: Time Warner, Walt Disney, News Corp., Viacom-CBS, Vivendi-Universal y Bertelsman. De ellos, cuatro son mayoritariamente anglosajones (Estados Unidos, Gran Bretaña, Australia), y dos son una mezcla de capital francés-norteamericano y uno alemán. Esos seis grupos definen lo que hay que ver, cómo entretenerse y cuál es la agenda noticiosa importante en todo el mundo: de Japón a China, de América Latina a Africa, de Medio Oriente a Europa oriental y, por supuesto en los Estados Unidos, Europa, Canadá y Australia (que constituyen el 60 por ciento de su mercado). Controlan los contenidos audiovisuales (televisión, cine, internet), los video juegos (incluidas las comunidades virtuales donde quienes interactúan no son los humanos sino su respectivo
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avatar) y las redes de distribución (televisión terrestre, cable y satelital), pero también los medios impresos (periódicos, revistas), la radio y la publicidad exterior. Ellos han impuesto el imperio del infoentretenimiento: la idea de mezclar la información “dura” con soft news, una mezcla de mundo del espectáculo, el cine, los deportes, las modas y la política. Su hegemonía es indudable, aun cuando existan iniciativas públicas (como la británica BBC) o alternativas informativas (como la cadena árabe Al Jazeera), su imperio se basa en el control de la distribución y del mercado comunicacional. En América Latina, esta concentración global se refleja a escala. Son 9 grandes grupos los que definen en el continente el futuro de la industria mediática continental: los mexicanos Televisa y TV Azteca, los brasileños Globo y Folha, el argentino El Clarín, el chileno El Mercurio, el venezolano Grupo Cisneros, los colombianos Bavaria y El Tiempo. A estos consorcios se les suman dos grandes grupos españoles: Prisa y Recoletos, que se han convertido en los dos más importantes inversionistas, en lo que consideran el “nuevo desembarco”, es decir, la reconquista ibérica por el mercado de la información, la comunicación y el entretenimiento en América Latina. Más del 60 por ciento de los contenidos audiovisuales e informativos de estas empresas latinoamericanas reproducen y replican lo generado por los seis grandes grupos los controlan la industria mediática en el mundo. Es difícil hablar del panorama de concentración mediática en América Latina sin tomar en cuenta al holding de medios impresos, radio y televisión más grande de España, el Grupo Prisa, que desde finales de la década de los noventa intensificó su presencia en América Latina, a través de sociedades con grupos fuertes, como Televisa, la expansión de sus editoriales Santillana, Planeta, Alfaguara y de la creación del Grupo Latino de Radiodifusión con sociedades en Colombia, México, Chile, Bolivia, Panamá, Costa Rica y Estados Unidos. Su “buque insignia”, como lo califica el propio grupo, es el periódico español El País, el de mayor tiraje en su país natal y con reediciones en países latinoamericanos como
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México y Buenos Aires5, periódico por medio del cual, España se inmiscuye en los asuntos internos de cada país irrigando sus percepciones ideológicas.
2.3 Ideológicas Frente a las ideologías, al neoliberalismo le es inherente una fenomenal contradicción. Por un lado, se trata de una coherente estructura ideológica que pretende ganar adeptos y expandirse por múltiples mecanismos y, de otro, declara la muerte de las ideologías, aduce la inutilidad de las mismas y las declara enemigas de la convivencia entre los pueblos. Esa misma contradicción se expresa en el conjunto de estrategias que propenden por la desideologización pero paradójicamente extienden y afianzan las ideologías que sustentan el neoliberalismo en particular, y las derechas en general. Es evidente que las ideologías dicen qué hay que hacer desde el poder y para quién. Luego entonces, formular una aproximación al fenómeno de las ideologías es de capital importancia para lograr una mejor comprensión del neoliberalismo. Tal como se ha advertido, no es el neoliberalismo una ciencia sino, fundamentalmente, una ideología. Una ideología de derecha, para mayor precisión. Como ideología que determina decisiones, ha permitido develar fehacientemente la naturaleza de las mismas que se toman desde el poder en beneficio de unos (pocos) y perjuicio de otros (la mayoría). Como se sabe, la ideología no puede surgir si no existe previamente un modelo general de juicios morales y cognitivos, una concepción del mundo con sus respectivos credos, frente a los cuales se presenta como reacción, siendo, al mismo tiempo, una
5 VILLAMIL, Jenaro. América Latina y las Corporaciones Globales: Entre Telenovelas y Mickey Mouse, la Concentración Mediática. En: http://jenarovillamil.wordpress.com/21/04/2010.
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de sus variantes6. Hacen parte de esas condiciones preexistentes para el surgimiento de las ideologías de derecha que sustenta el neoliberalismo la acendrada religiosidad, la percepción sobre el origen del poder y la autoridad, los criterios sobre la propiedad privada, las nociones predominantes sobre el derecho, la filosofía, la democracia y el Estado; las ideologías, las instituciones, los valores predominantes y la fe como instancia mediadora en el conocimiento en vez de la razón y la crítica. En ese mismo horizonte se inscriben las relaciones entre el capital y el trabajo que, siendo el resultado de la acción de los seres humanos, son presentadas como si derivasen de instancias superiores a aquellos (Dios, la Divina Providencia y el Derecho Natural, entre otras). De igual modo, el tipo de fuerzas productivas y el talante de las relaciones sociales de producción complementan los contextos en los cuales se originan, arraigan y desarrollan las ideologías. Lo anterior da lugar al ethos predominante en los pueblos consolidado en el largo tiempo y concebido como la expresión tangible de la tradición. Así como las ideologías no aparecen de manera súbita, espontánea o al azar, sino que son el resultado de un entramado de condiciones objetivas y subjetivas, las mismas corresponden a construcciones culturales signadas por el espacio y el tiempo y ancladas en concretos modos de producción. Al igual que las religiones, de manera inicial, tienen cabida las ideologías en pequeños grupos humanos y su expansión depende de la fuerza con que sus mentores las impongan que, para el caso de América Latina, esas ideologías de derecha (entre ellas la del neoliberalismo) tuvieron un terreno excepcionalmente abonado con fenómenos como el autoritarismo, el caudillismo, el clientelismo, la corrupción, el mesianismo, el fundamentalismo, la intolerancia, la exclusión, el espíritu de secta
6 SHILS, Edward. Ideología. En: Enciclopedia Internacional de las Ciencias Sociales. Dirigida por David L. Sills. Volumen 5. Madrid: Aguilar, 1979. p. 601.
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o ghetto, el militarismo, la violencia, el sadomasoquismo político, social y económico; el analfabetismo y el atavismo. Como se puede observar, pocas ideologías tuvieron un modelo general de juicios previamente establecido tan favorable como el neoliberalismo; lo que explicaría la relativa facilidad y rapidez con que se expandieron. De ese modo, la ideología neoliberal larvada en el anterior caldo de cultivo y agenciada por potencias imperialista contra una constelación de países de un capitalismo periférico, fue una reacción ideológica contra el Estado de Bienestar, el socialismo, la teología de la liberación, el comunismo, el anarquismo, el humanismo y las izquierdas en general; retomando de manera inicial preceptos del liberalismo clásico y, luego, aspectos derivados de cada contexto geopolítico. De ese modo se sostiene que las ideologías reflejan, en última instancia, un complejo y mediato modo de las relaciones económicas predominantes en las sociedades. Así mismo, expresan los intereses y necesidades fundamentales de grupos y clases sociales en la sociedad. Por tanto, sostener como lo hacen pensadores neoliberales que las ideologías son un asunto del pasado y que su vigencia es nula en el marco de la globalización, no pasa de ser un disparate para confundir y distraer, mientras en paralelo se arrecia la imposición de la ideología neoliberal. Concordante con ello, se considera que la ideología refleja, de un modo teórico sistematizado, los intereses de clase en forma de ideas políticas, jurídicas, religiosas, filosóficas7, económicas, culturales y sociales. En este caso se está frente a una ideología de derecha que sustenta el neoliberalismo, defiende los intereses tanto de las potencias imperialistas, como los de sus cipayos o peones de brega en cada país periférico cubiertos con el traje de la legalidad (constituciones políticas, derecho, leyes, aparatos ideo-
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YADOV, V. A. La ideología como forma de la actividad espiritual de la sociedad. México: Fondo de Cultura Económica, 1967. p. 42.
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lógicos y represivos del Estado puestos a su particular servicio) y exhibidos como una especie de autoridad imparcial e impersonal. Aunque es preciso señalar que, por efectos de la generalizada alienación, la supina ignorancia de las masas y las campañas de ideologización a favor de las derechas que defienden el neoliberalismo, clases proletarias, medias y hasta el lumpen abrazan las ideologías de derecha y actúan de acuerdo a sus preceptos. Se llega a tal situación a través de la educación (que generalmente reproduce el orden vigente), de los medios masivos de comunicación y, por extensión, mediante los aparatos ideológicos del Estado (incluida la familia). Es frecuente observar clases proletarias, medias y lumpenizadas con gustos, formas de actuar, percepciones del mundo, hábitos y estilos de vida al igual que comportamientos políticos afines, similares y en algunos casos sorprendentemente coincidentes con los de las burguesías nacionales y los de sociedades de capitalismos hegemónicos. Allí cobra vigencia la expresión, según la cual, el más perfecto producto del capitalismo, es un pobre con ideología de derecha. A propósito de lo expuesto, se coincide con la afirmación, según la cual, las ideas de las clases dominantes son las que prevalecen y aventajan a las demás en cada época, es decir, el poder material también lo es en el orden espiritual, ámbito en el que se expresan las contradicciones de clase, eclipsadas en ocasiones por la alienación8. Lo anterior es la misma relación existente entre la infraestructura y la superestructura, estableciéndose entre ambas una dialéctica relación de interdependencia, es decir, lo que ocurre en el campo de las relaciones sociales de producción y las fuerzas productivas tiene su respectivo eco en las estructuras jurídicas, políticas, ideológicas, religiosas, culturales y axiológicas y viceversa.
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MARX, Carlos. ENGELS, Federico. La ideología alemana. Montevideo: Ediciones Pueblos Unidos, 2 edición, 1968. p. 50-51
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Lejos de cualquier determinismo, es evidente que quien ejerce el poder material dominante en una sociedad es, al mismo tiempo, quien despliega el poder espiritual. En las sociedades capitalistas el poder real y formal lo ostenta la burguesía, los capitalistas o los grupos de presión y, si se tratara de un capitalismo periférico, ese poder lo poseen los países de un capitalismo hegemónico apoyados en las elites gobernantes de las neocolonias. En ese sentido los centros de poder son relativos e intercambiables. El poder material incide fuerte y directamente no solo en las ideologías, sino en las distintas esferas de la actividad espiritual de los seres humanos. Expuesto de otro modo, sea suficiente afirmar que las ideologías social, cultural y políticamente aceptadas en una sociedad, encarnan y representan los intereses de la clase social dominante, por cuanto que las ideologías de las clases sociales dominadas son, con frecuencia, anatematizadas, perseguidas, prohibidas y, en ciertos casos, consideradas delito y pecado por lo que sus militantes además de estar incursos en la comisión de delitos políticos, estarían en condición de pecadores. De ese modo, se entiende por ideología “…un repertorio de creencias, aspiraciones y valores, que en un determinado proceso histórico expresan la actitud de una clase social, un agregado social, una generación, frente a la problemática que afecta, decisivamente, el curso de su vida”9. No es pues la ideología la tergiversación del mundo real, por el contrario, es su más fiel espejo y, le es consustancial, a todas las clases, grupos o estamentos sociales al margen del conocimiento y conciencia que se tenga de la misma. Lo anterior permite comprender la aparente “irracionalidad” desde la cual actúan algunas clases sociales o estamentos que, sin hacer parte de las burguesías, comparten sus ideologías de
9 GARCÍA, Antonio. Dinámica de las reformas agrarias en América Latina. Bogotá: La Oveja Negra, 3 edición, 1970. p. 96-97.
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derecha, entre ellas, el neoliberalismo. Su aceptación del neoliberalismo como ideología de derecha no está mediada por procesos cognitivos críticos, sino por la asfixiante propaganda de frases sencillas, sonoras y huecas, convertidas en modas en el contexto del mercado y, paradójicamente, en esas mismas clases sociales se encuentra parte del talento humano que las burguesías necesitan para convertir sus ideologías de derecha en dogmas y principios de inmutable fe. Desde esa perspectiva, el neoliberalismo comporta precisas expresiones ideológicas. Para empezar, la democracia no es un valor en sí para el pensamiento neoliberal. Tampoco los gobiernos civiles, menos los sistemas políticos exentos de corrupción. Cree, de manera tramposa el neoliberalismo, que los gobiernos ejercen sus funciones en términos impersonales (imparciales, ajenos a cualquier sesgo), que la justicia y su administración son equitativos (ecuánimes y sin ninguna brizna ideológica), que ante el derecho todos son iguales (al margen de su rol social, origen económico y militancia política) y que no es necesaria la separación entre la Iglesia y el Estado. La ideología neoliberal propugna por la imposición del criterio según el cual, la economía nada tiene que ver con las ideologías, supuestamente es una ciencia imparcial “científica” y debe permanecer al margen de la contingencia política. Esta tendencia tacha de “resentidos” cuando no de terroristas a quienes, cultivando esa área del conocimiento, piensan y actúan de modo distinto, incluso llegando a etiquetar a las universidades que forman economistas en uno u otro sentido, lo cual determina en ciertos casos el futuro laboral de aquellos profesionales. Así mismo desde la matriz ideológica neoliberal, los docentes (en sus distintos niveles) son convertidos en meros operadores instrumentales y administradores de un conocimiento que no siempre producen y asexuados en materia ideológica. La dimensión de agentes de cambio, formadores de conciencias críticas y protagonistas de la política es inconcebible para la derecha neoliberal.
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Sorprendentemente en algunos escenarios, con sus prácticas, los mismos docentes se encargan de reforzar el anterior desiderátum ideológico neoliberal. La separación de los poderes tampoco es una divisa ideológica del neoliberalismo. Es circunstancial y relativa dependiendo de lo que el mercado requiera en cada coyuntura. En países de poca o nula tradición civilista, democrática y constitucional (como los de América Latina) la separación de poderes es un asunto formal. Lo sustantivo de la cuestión es que el poder judicial debe sus más destacados miembros a las intrigas clientelistas y palaciegos tratos en el seno del poder legislativo y, a su vez este, es la caja de resonancia de esos mismos vicios, del poder ejecutivo. Los estamentos de esta trilogía se deben entre sí, razón por la cual no hay tal separación de poderes. Desde la ideología neoliberal frente al Estado se actúa con un doble criterio. Es malo si le tiende la mano al desvalido, pero es bueno si apoya a los capitalistas. El intervencionismo de Estado es un error per se pero deja de serlo si el destinatario de ese intervencionismo es el empresariado. En algunos países de América Latina con gobiernos neoliberales, en el marco de la pandemia del Covid19 los grupos de presión capitalista fueron socorridos en medio de la crisis económica desatada y su rescate fue evidente, mientras a las clases medias y bajas se le continuó esquilmando su ya de por sí calamitosa situación. En ese sentido, los intereses particulares (neoliberales) bien pueden fusionarse con los del Estado. En este orden de ideas, en la práctica y en la teoría el neoliberalismo valida la importancia de un Estado autoritario, vertical en sus decisiones y segregacionista en el conjunto de políticas públicas. El Estado imaginado por el neoliberalismo es aquel conjunto de instituciones dedicadas a defender (a ultranza) la propiedad privada, a cumplir funciones subsidiarias (en los sectores no apetecidos por los inversionistas privados) y a rodear de garantías y prebendas a los ricos; a garantizar la administración de la justicia (para lo cual no escatima recursos para la construcción de cárceles, pero si
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regodea los derechos de los funcionarios judiciales) y a mantener un fuerte y numeroso pie de fuerza para disuadir cualquier rebelión. En ese mismo horizonte ideológico del neoliberalismo, está la utilización de fuerza pública para resolver controversias, desavenencias políticas, pasando por el terrorismo de Estado hasta los golpes de Estado que no se descartan como alternativas para conjurar crisis en las que se cuestiona, no solamente ese modelo económico sino el mismo capitalismo. América Latina ha sido un territorio fértil para este tipo de acontecimientos en los que, generalmente, los militares actúan en alianza con civiles quienes, paradójicamente, resultan siendo más castrenses que los mismos militares. Igualmente el Estado neoliberal, en términos ideológicos embauca a los pobres (tradicionales y nuevos) en el emprendedurismo. Entiéndase por tal, el conjunto de espejismos, retruécanos e historias rosa sobre el origen de la riqueza, la formación del capital y el enriquecimiento, con las que ilusionan a desempleados y pobres generándoles falsas expectativas sobre su situación. Les inducen a la bancarización, obtención de préstamos y fundación de microempresas o pequeños y medianos negocios generalmente como oferentes de bienes y servicios o como eslabones en la tercerización de ciertos procesos productivos. Al neoliberalismo le es consustancial la ideología de derecha. Los matices de esta perspectiva ideológica se intercalan según las circunstancias de cada coyuntura. Por ello es común encontrar el advenimiento de tradicionales ideologías conservadoras en los nuevos partidos políticos de derecha creados en el contexto neoliberal, dándose de ese modo lugar a una especie de remozamiento, reciclaje o actualización de antiguos y esclerotizados partidos. Salvo leves diferencias de forma, las derechas comparten un elenco de tesis y principios que, en épocas de crisis, calan en amplios sectores económicos, sociales y políticos; al igual que en ciertos tipos de izquierda de donde, en calidad de conversos, suelen provenir los más agresivos y rabiosos militantes de las derechas.
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Algunos de ellos han sido ministros de hacienda o economía en gobiernos neoliberales. Llama la atención el hecho de que los partidos políticos, en el ámbito neoliberal, fueron objeto de una profunda transformación. Los de derecha mutaron a una especie de empresas electoreras dedicadas al tráfico de influencias, al cabildeo, la cortesanía, a la tonsura de electores comprando su voto y, en general, a la instrumentalización de la política como un negocio y no como un servicio tal como ocurre en Colombia, país en el que, tras los procesos electorales, los candidatos están obligados a tener un aval de algún partido político y, los de derecha, cobran por ese tipo de fianza o crédito sin que necesariamente se tenga en cuenta la estirpe o índole de la persona aspirante a un cargo de elección. En cuestiones ideológicas los partidos políticos de las derechas actúan de manera disciplinada en defensa de la economía de mercado y todos sus valores, incluso la corrupción. Si bien es cierto hay diferencias entre sí, las mismas son apenas formales o de matices dando lugar a partidos propiamente de derecha (¿modernizante?) y a los de extrema derecha (afectos al secular rompimiento de la legalidad en el logro de sus propósitos) entre ellos la eliminación de quienes consideran enemigos por el simple hecho de pensar distinto. La mencionada transformación de los partidos políticos o implicaciones ideológicas del neoliberalismo también alcanzó a los de izquierda. Por su dogmatismo, incapacidad para conectarse con la realidad concreta de la clase obrera y, tal vez por su insuficiente carácter marxista, algunos partidos de izquierda nunca lograron ser una real alternativa de poder y han sido acribillados sus miembros por las derechas en el poder a través del terrorismo de Estado y/o borrados del escenario político por disposiciones legales (¿Colombia?). Los restos de esos partidos, desde su naturaleza electorera, validan lo actuado por las derechas en cada certamen electoral haciéndole el juego, de ese modo, tanto al neoliberalismo como al capitalismo.
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Otros partidos de esa misma orientación ideológica cuando ganaron elecciones a través de la institucionalidad burguesa obtuvieron el gobierno más no el poder (¿Chile?). Respetuosos del Estado burgués no diluyeron los poderes fácticos y, por el contrario, permitieron que las derechas nacionales y extranjeras se aliaran, los derrocaran y exterminaran. Los sobrevivientes, décadas después volverían al poder a administrar el modelo neoliberal, a fortalecer el capitalismo y a convivir con las derechas en el marco del Estado fundado por ellas y guardando por la institucionalidad (incluido el neoliberalismo) una humillante reverencia y destacando por sus buenas maneras. Otra tipología de partidos de izquierda en el contexto neoliberal corresponde a aquellos que, como el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), de origen guerrillero y radical, mutó hasta convertirse en el mascarón de proa desde el cual un sector de su dirigencia, ganando elecciones presidenciales por medios espurios, terminó pareciéndose a sus antiguos antagonistas, habiendo esas personas de izquierda inspirado simpatías, incluso en algunas tendencias mundiales de las derechas, emulando así a la dictadura que derrocaron el 19 de julio de 1979 hasta convertirse, en nombre de la izquierda, en un oprobioso y tiránico régimen. Siendo Daniel Ortega Saavedra probablemente su más emblemática figura, su fisonomía ideológica es irreconocible, de su léxico borró todo tipo de expresión ligada o cercana al marxismo, a la revolución y al socialismo. Ahora, valida la economía de mercado, acepta a la iglesia católica, defiende la propiedad privada y reivindica los valores del capitalismo. Aprendió, de las derechas nicaragüenses, los resabios del caudillismo, el clientelismo, la corrupción y el autoritarismo, entre otras cosas y, desde una muy peculiar interpretación del pensamiento de Augusto César Sandino hizo de tal perspectiva ideológica una trampa para atornillarse en el poder. A propósito de los partidos de izquierda, es preciso señalar que, a raíz del fracaso neoliberal en América Latina, entre finales del
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siglo XX e inicios del XXI tuvieron un evidente repunte y llegaron al poder en varios países tales como Venezuela10, República Dominicana11, Haití12, El Salvador13, Honduras14, Nicaragua15, Panamá16, Brasil17, Ecuador18, Bolivia19, Chile20, Paraguay21, Uruguay22 y Argentina23. Como se puede observar se trata de un colorido mosaico de tradiciones ideológicas disímiles, de variados alcances y limitaciones. Incluso sería impreciso catalogar a algunos de esos mandatarios como de izquierda. Pero tal vez sea esclarecedora la pregunta ¿De qué tipo de izquierda estamos hablando? Se considera que en el año 2009 había 200 millones de latinoamericanos pobres, siendo la mitad de los mismos indigentes. Las cifras de desempleo, insalubridad, analfabetismo, desplazamiento forzado, contaminación ambiental, inseguridad alimentaria y reducción de la esperanza de vida continúan creciendo, a pesar de la promesa hecha por parte de los misioneros del neoliberalismo en el sentido de que tales problemas serían superados por el halo y la balsámica mano invisible de la economía de mercado, pues según los mismos, estábamos en el fin de la historia, en el punto cimero del bienestar prohijado por la cultura de occidente. ¿Cómo ocultar esos problemas y dónde esconder a esos millones de personas en tal deprimente condición? La tozudez de los
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Hugo Rafael Chávez Frías, 1999-2013. Leonel Antonio Fernández Reyna, 2004-2012. Jean-Bertrand Aristide, 1991, 1993-1994, 1994-1996, 2001-2004. Carlos Mauricio Funes Cartagena, 2009-2014. José Manuel Zelaya Rosales, 2006-2009. José Daniel Ortega Saavedra, 1979-1989, 2007-2022. Martín Torrijos Ospino, 2004-2009. Luiz Inácio Lula da Silva, 2003-2010. Rafael Vicente Correa Delgado, 2007-2017. Juan Evo Morales Ayma, 2006-2019. Ricardo Froilán Lagos Escobar, 2000-2006. Verónica Michelle Bachelet Jeria, 2006-2010, 2014-2018. Fernando Armindo Lugo Méndez, 2008-2012. Tabaré Ramón Vázquez Rosas, 2005-2010. José Alberto Mujica Cordano, 2010-2015. Tabaré Ramón Vázquez Rosas, 2015-2020. 23 Néstor Carlos Kirchner, 2003-2007. Cristina Elisabet Fernández de Kirchner, 2007-2015.
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hechos había puesto en evidencia el rotundo fracaso de las letanías neoliberales y su expresión en cada país de la región, corre paralela en casi similar orden cronológico a la manera en que fueron impuestas. El neoliberalismo como ideología de países, clases, elites y grupos hegemónicos, más temprano de lo previsto por ellos mismos fue transformándose en la ideología hegemónica, a lo cual contribuyó en parte y en materia de legitimidad, la diáspora de conversos procedentes de la antigua izquierda. Puede entonces señalarse que en América Latina el desencanto por la moda ideológica del neoliberalismo tomó dos caminos: uno ve en los tratados de libre comercio, independientemente de su denominación y socios comprometidos, la última, decisiva y más clara oportunidad para demostrar los presuntos beneficios de la economía del mercado y el otro camino, ve y abriga la esperanza de otro mundo posible, distinto al pregonado e impuesto por el neoliberalismo. La anterior distinción nos permite aclarar, para tranquilidad de la derecha en general, que la supuesta izquierdización de América Latina, fue relativa y no tan cierta. La izquierda en América Latina nunca ha sido homogénea, en esta coyuntura tampoco lo fue, no obstante ello, le es consustancial a toda la izquierda de inicios del siglo XXI, ser una izquierda domesticada y sin dientes, domada y sin garras, puesta en cintura, una izquierda que ya no buscaba la dictadura del proletariado como lo hicieran los distintos credos y tendencias confesionales de la izquierda décadas anteriores. Tal izquierda prefirió autodenominarse “incluyente” y a cada axioma del marxismo y del materialismo histórico le contrapusieron uno de menor alcance y profundidad para “no espantar la inversión extranjera, a los industriales nacionales patriotas, como tampoco a las personalidades democráticas”. Se trata de un nuevo tipo de izquierda. Desteñida ideológicamente, intimidada e igual de sectaria a sus anteriores versiones. Tal desteñimiento de la izquierda latinoamericana no fue óbice para constituirse en alternativas de poder y en efecto lo lograron. No al unísono, ni necesariamente marchando hacia un mismo
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propósito, los ritmos, las formas, los procedimientos, los alcances y las esencias fueron divergentes, aun partiendo de problemáticas y diagnósticos relativamente similares. En ello pesa la tradición y la cultura política de cada país. Merece mención especial el caso de Colombia. Siendo tal país probablemente uno de los más conservadores en el marco de la cultura política mundial, en los años ochenta del siglo XX hubo un incontrovertible auge de la izquierda colombiana a raíz de los efímeros acuerdos de paz entre gobierno conservador de Belisario Betancur Cuartas (1982-1986) y la organización guerrillera Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia Ejército del Pueblo (FARC-EP) mientras otras organizaciones guerrilleras permanecían en armas. Para aquella época se afirmaba que mientras las FARC-EP politizaba la guerra, las demás organizaciones militarizaban la política. Una parte de la izquierda colombiana aglutinada entorno a una coalición denominada Unión Patriótica (en la que el Partido Comunista era uno de los principales miembros) alcanzó considerables cifras en materia de concejales, diputados, representantes a la cámara y senadores. Tal proyecto político fue literalmente eliminado por medio del genocidio al cual fue sometido por parte de alianzas entre agentes del Estado colombianos, mafias del narcotráfico, industriales, empresarios y comerciantes asesorados por Israel y ante la torva y cómplice mirada de Estados Unidos. Sus candidatos presidenciales fueron asesinados, así como cerca de 5.000 miembros de distinta relevancia. Después de un extenso letargo, desintegración organizativa y dispersión las izquierdas colombianas vuelven a repuntar en el marco de gobiernos de extrema derecha (2002-2010) y de derecha modernizadora (2010-2018) con importantes resultados electorales en concejos municipales, alcaldías, asambleas departamentales, gobernaciones y congreso de la república pese a su índole y a las adversidades legales y fácticas. Al igual que en el resto de América Latina, en el caso de Colombia se trata de una izquierda
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domesticada, sometida, intimidada a lo que se suma la rigidez de sus prácticas, su falta de imaginación, su dilatada concepción del tiempo, su falta de creatividad y persistir atrapada en el antiguo conflicto chino-soviético. Las izquierdas, por su misma naturaleza de sus ideologías, serían las más indicadas para romper ataduras y señalar el camino. Pero qué decepción. La entonces Unión Soviética, entre 1917 y 1990, intentó dislocar el eje de dominación estadounidense sobre América Latina, para ocupar su lugar. Las izquierdas latinoamericanas y colombianas hicieron del marxismo, del troskismo, del maoísmo y del guevarismo, auténticos aquelarres, los ideólogos se convirtieron en misioneros, las sedes políticas trasmutaron a capillas doctrineras. Los partidos comunistas latinoamericanos fueron y son insuficientemente marxistas y dialécticos24. Cada uno estableció sus líneas de dependencia, bien frente a Moscú, Pekín, Albania o La Habana. Esas ideologías, pretendidamente revolucionarias, fueron instrumentalizadas, sacralizadas, fueron convertidas en dogmas y, a la usanza de la Iglesia Católica que torturó y mató a los denominados “herejes”; los disidentes fueron apaleados en las calles, los que tuvieron suerte, los que no, fueron ejecutados. La paranoia y el fundamentalismo en la búsqueda incesante del purismo ideológico y del transitar por la “línea correcta”, supusieron purgas, destierros, masacres y asesinatos selectivos. La controversia chino-soviética, tuvo sus ventrílocuos en Colombia y, esos, sabiéndose iluminados, actuaron como ayatolas, se apedrearon y se apalearon donde quiera que se encontraban. Como se puede observar, las implicaciones ideológicas del neoliberalismo no solo alcanzaron a las derechas sino a las izquierdas. Es de advertir que una de las novedades ideológicas resultantes del neoliberalismo, a propósito de sus afectaciones a las izquierdas,
24 RIBEIRO, Darcy. El dilema de América Latina. México: Siglo XXI, 10 edición, 1982. p. 241.
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fueron los conversos a quienes se les toma por parte de la derecha como la izquierda misma y, sin serlo, ellos se sienten cómodos con tal etiqueta. La figura de la conversión se remonta a la antigüedad y a la edad media cuando, principalmente, miembros de algunas religiones o sin religión se convertían a otros credos religiosos por conveniencias personales. Los conversos son utilizados por la derecha a manera de ejemplos de cómo se puede pelechar y trepar en el orden existente sin perecer en el intento. Sus muestras de arrepentimiento los llevan a sorprendentes conductas como abjurar de todo aquello que los comprometa con su pasado de izquierda. También son mostrados por la iglesia católica como la materialización de las fábulas del hijo pródigo y de la oveja descarriada. Para el caso colombiano, los siguientes son algunos rasgos ideológicos de los conversos: 1. Creen ciegamente en la supuesta bondad y magnificencia de la Constitución Política de Colombia de 1991, cuya aplicabilidad pondría a dicho país a las puertas de un paraíso. La catalogan como un instrumento para la paz y la quintaesencia de la democracia participativa. 2. Han abolido de sus discursos y escritos todo tipo de expresiones, categorías o términos que puedan delatar su antigua formación académica o militancia de izquierda y por consiguiente, ni en unos ni en otros citan a sus antiguos mentores a quienes llegaron a considerar como verdaderas deidades. 3. Creen haber encontrado en la institucionalidad vigente, espacios en los cuales podrían plasmar a nivel micro, sus antiguas aspiraciones, desconociendo que ello es una válvula de escape ideada por la derecha. 4. Aducen la inexistencia de contradicciones antagónicas entre el capital y el trabajo y por lo tanto enfocan sus energías hacia el denominado “sindicalismo sociopolítico” y su lucha hacia “un país de propietarios” o “un capitalismo democrático”.
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5. Cuando a la derecha y al establecimiento le han demostrado fidelidad, sumisión y entrega total, les es permitido ocupar cargos como ministerios, viceministerios, misiones diplomáticas o consejerías desde las que niegan a pie juntillas el terrorismo de Estado (como el asesinato de sindicalistas y líderes sociales a manos de organizaciones paramilitares al servicio de la extrema derecha). Desde tales cargos suelen ser crueles, implacables y desdeñosos con sus excompañeros de militancia. 6. La paz la encuentran posible solamente a partir del desarme incondicional de las organizaciones guerrilleras, sin ninguna reforma estructural al orden social, económico y político donde aquellas tuvieron origen. 7. Cuando los conversos ocupan cargos ejecutivos de elección popular, se hacen rodear de un elenco de funcionarios provenientes del bipartidismo y de un séquito de otros conversos, y cuando configuran listas destinadas a la participación en comicios electorales, de igual modo incorporan a las mismas a “personalidades democráticas” de la derecha para congraciarse con ésta. Debe ser tenido en cuenta que no todas las izquierdas han deslindado campos con los conversos. Aquellas, también han mutado ideológicamente y optaron por las reformas en vez de cambios estructurales del orden capitalista. Le apuestan a las pequeñas victorias (a la usanza de los miembros de la extinta FARC-EP en el congreso tras los Acuerdos de Paz de La Habana firmados el 26 de septiembre de 2016, los cuales resultaron ser un fenomenal fracaso), procuran mostrar el rostro amable del capitalismo y la benevolencia neoliberal. Se sirven de los desperdicios. Así como al neoliberalismo no le interesa dejar morir de inanición a los pobres para argumentar que dicho modelo no es tan perverso, seguramente a las derechas tampoco les conviene eliminar a todas las izquierdas como una supuesta bondad de su idea de democracia.
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Visto así el panorama de las implicaciones ideológicas del neoliberalismo, se hace énfasis en que un rasgo revelador de las ideologías de derecha que sirven de sustento al neoliberalismo en América Latina, es que casi su totalidad no son elaboraciones propias y, por el contrario, son reservorios de ideologías europeas y estadounidenses de ese mismo talante o simples organizaciones difusoras y propagandistas de las mismas. Adviértase que ese tipo de dependencia ideológica también le es característico a las izquierdas. Pero en el caso de las derechas el fenómeno es más dramático en el sentido de que sus partidos terminaron siendo caja de resonancia de pensamientos hegemónicos y correa de transmisión en la materialización del poder neoliberal. Lo anterior se expresa con meridiana claridad en los certámenes electorales en los que los candidatos de las derechas (promocionados como quien ofrece una mercancía o producto atribuyéndole al mismo, por medio de la propaganda, propiedades o virtudes de las cuales generalmente carecen); promueven ideologías neoliberales valores o conceptos de derecha con fuerte adherencia a la economía de mercado a través de frases o palabras etéreas en las que todo cabe, tales como progreso, desarrollo, libertad, familia y globalización y democracia, entre otros. Suelen primar en las campañas políticas lemas o frases de cajón en vez de controversias a partir de tesis políticas; así como el derroche de dinero para sobornar y garantizar, por esa vía, el éxito del candidato que mejores garantías le ofrezca a la concreción de las tesis neoliberales. Ese dinero usualmente proviene del mismo Estado (mediante prácticas corruptas), del narcotráfico, de la empresa privada o de contratistas. Los tres últimos lo hacen, primordialmente, como un fabuloso negocio en el que en poco tiempo, obtienen una excelente ganancia o tasa de retorno representada en garantías de impunidad, exención de impuestos y el otorgamiento de constantes y cuantiosos contratos, respectivamente. De aquí que las ideologías neoliberales con suma frecuencia incurran en contradicciones referidas a la teoría y la práctica. De
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un lado, es común encontrar en sus planteamientos teóricos una supuesta defensa de la familia y, de otro, en la práctica no hay algo más letal y amenazador contra la familia que la materialización del ideario neoliberal. A manera de ilustración nótese que el conjunto de dogmas neoliberales llevados a la práctica arruinan a las familias con las políticas salariales ante lo cual más miembros se ven conminados a una temprana inserción en el mercado laboral, reventando los lazos filiales prematura y bruscamente. Como consecuencia de ello, innumerables familias arrojadas por la vorágine neoliberal a situaciones que rayan en la indigencia, como vía de escape o bálsamo para sus angustias por la sobrevivencia, buscan consuelo en las iglesias (especialmente evangélicas) y en ellas se refugian. Una vez allí, su mutación ideológica y confesional es cuestión de poco tiempo arrojando como resultado algo que se puede definir con esa conocida expresión, según la cual, las religiones y las ideologías son cárceles de las que nadie sale indemne. Ese tipo de conversión ideológica y confesional se traduce en votos que los pobres depositan a favor de los ricos para que les continúen apretando la coyunda. Son pues, las iglesias evangélicas, aparte de una estrategia contrainsurgente adoptada por Estados Unidos para América Latina desde los años sesenta del siglo XX; organizaciones religioso-políticas de extrema derecha en los tiempos del neoliberalismo, dedicadas desde el fundamentalismo a consolidar las ideologías que sostienen la economía de mercado en un escabroso juego de complicidades con los líderes de esas derechas. En los países de la región y en el ámbito del neoliberalismo, las iglesias evangélicas son un actor político de primer orden que determina, casi en última instancia, los resultados de las elecciones legislativas y presidenciales. Esto quiere decir que las ideologías de las derechas aupadas en el neoliberalismo configuran, desde el poder, inequívocas políticas en esa misma dirección. Las políticas macroeconómicas tendientes a armonizar los modelos económicos de los países con
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las directrices de los organismos financieros internacionales, las cuales tienen directas pero diferenciadas repercusiones sobre la población, hacen parte del acervo político neoliberal. Del mismo modo, la suscripción de acuerdos tendientes a agilizar el flujo de mercancías y, en general, los aspectos operativos de la globalización por lo cual es pertinente una aproximación a las implicaciones políticas del neoliberalismo.
2.4 Políticas En esta materia es preciso distinguir las políticas neoliberales de pretendido alcance mundial de las que son adelantadas en los países periféricos. En primer lugar las políticas derivadas de la economía de mercado a nivel global, son postulados genéricos que buscan la consolidación del capitalismo a partir de estrategias neoliberales, las cuales deben ser puestas en práctica en cada nación, según sus especificidades. Sus correas de transmisión son instituciones como el FMI, el BM, la OMC, la OCDE, así como la OTAN y la CPI en tanto organismos disuasivos primero, y luego ejecutantes de acciones bélicas y punitivas. En segundo lugar, los países en los que se impone el neoliberalismo, emprenden reformas sustanciales de sus instituciones con el objeto de adecuar las condiciones legales y políticas en las cuales habrá de operar el neoliberalismo. Como es de suponer, esos cambios son de tendencia derechista y hacen énfasis en la internacionalización de las economías. Tales modificaciones institucionales no suponen ni son sinónimo de democratizaciones. Por el contrario, se trata de extender y profundizar el autoritarismo en todas sus expresiones buscando de ese modo el mayor número posible de conexiones con el contexto internacional. Sin embargo, esas conexiones no tienen lugar entre países pares sino entre instancias desiguales y asimétricas. En suma, se trata de relaciones de dependencia estructural y multidimensional en
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las que, con arreglo a fines, unos países someten a otros. Más que la amistad, la confraternidad, la solidaridad y el apoyo recíproco, priman los intereses estratégicos de unos países sobre las confusas aspiraciones de los demás; al punto que para develar los sentidos de las políticas nacionales, es necesario primero alzar la mirada a los intereses de los países que actúan desde el imperialismo. Por tanto, entre las políticas internacionales y nacionales existe una obligada y armónica conexión para garantizar la concreción del neoliberalismo. En el orden interno existen coordinadas relaciones entre los poderes (ejecutivo, legislativo y judicial) con el objeto de convertir los intereses foráneos y los de clase o elite en políticas de Estado, los cuales son tramitados desde las instancias legislativas y judiciales, con el apoyo de los organismos de control. Su trabajo es objeto de control, evaluación y seguimiento por parte de las embajadas de los países imperialistas quienes, al no estar satisfechos por el desempeño de algún funcionario, como castigo le cancelan la visa (Estados Unidos obra de ese modo). Por esa razón los legisladores de las colonias tejen con filigrana las decisiones para no incomodar al imperio. Desde la política, el neoliberalismo convirtió el desarrollo en una estrategia antisubversiva. Intencionalmente se ignora que tanto el desarrollo, como el subdesarrollo y el atraso son el resultado de complejos procesos históricos y dialécticos pero diferentes entre sí. El avance de unos depende del atraso de otros. Lo anterior permite dilucidar por qué a pesar de los múltiples intentos y recursos, el atraso nunca será superado y, las políticas de desarrollo, de claro tinte antisubversivo, van encaminadas a impedir que el descontento político y social se desborde y adquiera ribetes de revolución. Articulado a lo anterior, en las implicaciones políticas del neoliberalismo sobresale el concepto de subversión como un dispositivo ideológico para frenar una amplia gama de conductas que, sin ser subversivas, son consideradas un riesgo para la estabilidad del capitalismo y el auge del neoliberalismo. Incluso clasifican la subversión en dos: armada y desarmada. Este escrito bien puede
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clasificar como subversión desarmada. Desde la perspectiva política del neoliberalismo, éste último tipo de subversión sería de mayor riesgo para el orden establecido. Concomitante con lo expuesto, de mayor a menor, en estos ambientes neoliberales el ejercicio de la política irriga toda la fronda estatal de la administración pública dejando poco margen de maniobra o autonomía a las unidades político-administrativas del orden regional (departamentos, provincias) y local (municipios) pese a la descentralización. Las políticas neoliberales pues, en ese orden son dispuestas a partir de criterios centralistas y en las regiones o provincias son fortalecidas por poderes fácticos de ciertos líderes y pocas veces controvertidas o rechazadas. Es común encontrar en la ejecución de las políticas neoliberales, a funcionarios que presumen o fingen ser “técnicos” e “imparciales” y, por tanto, desprovistos de toda traza ideológica o halo sensible frente a sus semejantes. Arribistas a toda prueba, cual posesos emprenden frenética carrera en la administración pública, muchos de ellos reclutados en clases proletarias y medias, pero ahora convertidos en peones de brega en la implementación de políticas neoliberales que afectarán, mayoritariamente, a los estamentos sociales de los cuales provienen. De aquí que el ejercicio de la toma de decisiones en los regímenes neoliberales pretende ser mostrada como una simple técnica, desprovista de prejuicios, subjetividades, ideologías y sentimientos y, por el contrario, se hace énfasis en que las mismas, son el ineluctable, fatal y obligado camino a tomar en virtud de lo indicado por la “ciencia” y las “normas” y actuar en sentido contrario, sería (según esa perspectiva) poner al país al borde del abismo. A esos “técnicos” u operadores de las decisiones políticas, preponderantemente con formación universitaria, les es consustancial una supina ignorancia del país sobre el que actúan. Aparte de ello, los temas de que se ocupa la política neoliberal tienen claras identidades. Cuestiones macroeconómicas no son
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concertadas con la clase trabajadoras sino con las burguesías nacionales y los intereses foráneos. Las discusiones sobre las mismas suelen ser en secreto y luego las presentan como hechos cumplidos. De este extremo suelen pasar a otro con temas frívolos como las condecoraciones a peluqueros, consagración de los países a santos o la reivindicación de ciertos atuendos como originarios de un lugar u otro. Así mismo hacen parte de las implicaciones políticas del neoliberalismo, el ritual de la concertación del salario mínimo. Compuesto ese escenario por trabajadores (representados por los sindicatos), empresarios y gobierno, es previsible que no haya acuerdo entre los dos primeros y que el tercer actor tercie a favor del segundo, determinando el salario mínimo por vía ejecutiva a partir de consideraciones más de tipo político que técnicas o inspiradas en criterios de justicia social. De igual modo hace parte de la política neoliberal el tratamiento dado a la protesta social. Es usual el obligado reconocimiento formal a la protesta. No obstante, previo a las jornadas de la misma apelan a todo tipo de obstáculos que van desde la prohibición de transitar por ciertos lugares, la provocación como estrategia comunicativa hasta el abierto y desvergonzado desprestigio acusándoles a las organizaciones sindicales de estar infiltradas por agitadores armados, de amenazar la estabilidad o de ser innecesarias las jornadas de protesta. Ligado a lo anterior está el inveterado incumplimiento de lo pactado lo cual muestra la poca seriedad de los gobiernos neoliberales cuando se trata de llegar a acuerdos con la oposición, la cual es objeto de permanente persecución a través de la violación de correspondencia, allanamiento de domicilios, interceptaciones telefónicas, seguimientos, desprestigio ante medios de comunicación, señalamientos temerarios, montajes, llegando incluso al asesinato. En materia de política sindical es evidente el trato diferenciado dado por las autoridades a sindicatos patronales, respecto a los de
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orientación clasista o revolucionaria. Como se sabe, los sindicatos son instituciones políticas de la modernidad y, desde luego, de la democracia. Desde el neoliberalismo es promovido el paralelismo sindical con el objeto de restar poder e influencia a los sindicatos opositores ya existentes. Para estos sindicatos, que además adelantan labores de inteligencia y contrainteligencia en las empresas o instituciones, está todo el apoyo; mientras para los otros el mal trato es la norma prevaleciente. Con criterios políticos contradictorios y ambivalentes (como el ya anotado), opera la administración de justicia siendo claramente selectiva en cuestiones de la econometría de la pena en concordancia con el tipo de delito. Para las conductas punibles cuando no van en contra del capitalismo, el neoliberalismo y en general del orden establecido, las penas son irrisorias. Al reo se le tiene todo tipo de consideraciones, garantías e indulgencias. En caso contrario cuando son móviles ideológicos (¿revolucionarios?) los que gatillan la conducta del imputado, las penas son severas al igual que los sitios de reclusión. En cierto modo en la economía de mercado el delito y la pena tienen un trasfondo político. También hace parte de la dimensión política del neoliberalismo, la simulación y el repentismo. Cada país suscribe el mayor número posible de pactos, convenios, tratados y alianzas para simular que se está en la globalización, a sabiendas de que tales actos protocolarios, objetiva y sustancialmente son letra muerta. Concomitante con ello, en el orden interno algunos países crean llamativas instancias a saber “comisión de sabios”, “grupo de notables” o “centros de pensamiento” que, en verdad, no son sabios, ni notables ni piensan. Son formalismos para atender órdenes dadas desde el exterior y luego terminan escuchando a personas analfabetas y ordinarias para tomar decisiones en asuntos educativos y culturales. Entienden los neoliberales la política como un ejercicio de poder para “ayudar a los amigos”. Partiendo de sus disolutos cánones morales vinculan a la administración pública a exconvictos, a sujetos incursos en conductas punibles al igual que a personas
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de reconocida trayectoria delincuencial pero que disfrutan de la impunidad. La provisión de ciertos cargos tiene fuerte carga de provocación frente a quienes consideran sus enemigos. En las implicaciones políticas del neoliberalismo es perceptible la tendencia a encubrir hechos o fenómenos con ultrajantes y ofensivos eufemismos. Así, los desplazados por la violencia son llamados “migrantes voluntarios”, los indigentes “población en condición de calle”, los asesinatos de opositores “masacres con sentido social”, la persecución a la oposición “perfilamientos”, los narcotraficantes “nuevas generaciones de exitosos empresarios”, los usurpadores y acaparadores de tierras “poseedores de buena fe”, a los verdugos (militares y civiles ) que han segado miles de vidas “patriotas” y a los aleves asesinatos de civiles “falsos positivos”, entre otros, eufemismos que pretenden ocultar los reales significados y significantes del signo lingüístico. Naturalmente la anterior impronta neoliberal está articulada a sus implicaciones estéticas.
2.5 Estéticas Dentro de este contexto, particular mención merece la estética neoliberal o la concepción que de la misma se tiene desde esa perspectiva ideológica. Sea lo primero señalar que la noción, idea y práctica de la estética también hace parte de la dependencia integral, salvo modestos esfuerzos realizados por minorías (étnicas, sexuales, sociales, políticas, económicas y culturales) por sobreponerse a la avalancha del prosaico estilo estético que expele el neoliberalismo. Se han tomado como patrones estéticos los antivalores de los modos de ser y actuar de presidiarios y, en general, del mundo del hampa y por extensión de sectores sociales lumpenizados. En segundo lugar, ha logrado el neoliberalismo imponer (por todos los medios) y en casi todas las sociedades, su ramplona estética.
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Hacen parte de la misma algunos rasgos (mezclados a veces) como lo banal, grotesco, ordinario, morboso, fácil, pasajero y exhibicionista. Tales peculiaridades se extienden desde la música, pasando por el arte, hasta las modas, la comida, el sexo, el cuerpo humano, algunas expresiones literarias, la pintura, el lenguaje, el teatro, la salud, el ocio, el deporte, ciertas asunciones de lo académico, algunos peculiares usos de la tecnología, así como las concepciones y usos del tiempo y del espacio. Lo anterior suele estar reforzado por la escuela (en su acepción más amplia), la familia, los medios de comunicación (entre ellos, las denominadas redes sociales). Llegado a este punto, resulta imperativo señalar que la materialidad de esa estética neoliberal, se expresa en toda su dimensión, en las personas que, provenientes de un mundo de carencias en todo sentido y puestos (generalmente de manera accidental) en condiciones u oportunidades únicas, pretenden, a manera de revancha frente a sus historias personales, suplir con creces tales ausencias. El vestuario, la alimentación, la vivienda, los accesorios, el lenguaje (incluido el vocabulario, las variantes dialectales, modismos, vicios de la dicción, el uso generalizado de expresiones provenientes del mundo del narcotráfico, el bajo nivel lexical) y el creer que sus vidas importan a los demás haciendo de las mismas un bochornoso y pornográfico exhibicionismo en las redes sociales; hacen parte de esa fatal concreción de la estética neoliberal. Casos concretos de esa materialidad de la estética neoliberal son los relacionados con el gusto por la música que reivindica, promueve, estimula e induce al narcotráfico y al consumo se sustancias psicoactivas que alteran el funcionamiento del sistema nervioso central, modifican la conciencia, el estado de ánimo o los procesos de pensamiento de los individuos. En esa misma línea está la obsesión por modificar el cuerpo a partir de cánones de belleza impuestos por culturas foráneas y el estilo de vida signado por el despilfarro, la extravagancia y el consumismo, asuntos que, sorprendentemente, son vistos como sinónimo de “éxito personal”, “riqueza y poder” sin que haya claridad de la procedencia de los
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recursos que soportan ese modo de vida y, si la hubiere, es tal la laxitud axiológica predominante, que pasa desapercibida. La estética, desde la perspectiva neoliberal es el espacio en el que las personas se creen libres, iguales, reconocidas e importantes. Así alucinados esos seres humanos sus vidas las convierten en un espectáculo en el que plasman su vida privada haciendo gala de lo que ofrece el consumismo. La estética neoliberal homogeniza a los individuos, aparentemente los vuelve globales y comunicados entre sí. Además, refleja las taras, complejos y sentimientos reprimidos desde la sexualidad hasta la política, lo cual no es exclusivo de sectores sociales de precaria formación intelectual sino que, por el contrario, cubre una amplia gama de estratos y clases sociales. La sexualidad, como dimensión de la condición humana, ha sido objeto de particular atención por la perspectiva neoliberal de la estética. Regida por las normas de la oferta y la demanda, con frecuencia reducida al simple coito, la sexualidad, en la economía de mercado, se expresa en conductas sexuales compulsivas o hipersexualidad a partir de la estimulación sexual temprana social y culturalmente aceptada. En torno a esas conductas giran poderosas multinacionales de la industria del sexo que van desde la pornografía, pasando por los objetos y productos para mejorar el desempeño sexual, hasta el turismo donde son ofrecidos servicios de “sexo seguro” consistente en las relaciones sexuales que personas adultas (mayoritariamente de países ricos) sostienen con niños y niñas célibes o castos (comúnmente de países pobres) con las nefastas consecuencias sociales que ello supone.
2.6 Sociales En esa misma dirección, desde el horizonte conceptual del neoliberalismo y sus implicaciones, los problemas sociales los resuelve el mercado, no el Estado. Y las crisis o desajustes del libre mercado se autorregulan por medio de “la mano invisible”. De igual modo,
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existe en esa perspectiva ideológica una valoración positiva del egoísmo, aunque reconocen que la pobreza es una amenaza a la sociedad y el Estado de lo cual se derivan ciertos programas asistencialistas que, por su enfoque y precariedad, no logran sacar a la población de ese estado de penuria. Por el contrario, el número de pobres (multidimensionales) es directamente proporcional al crecimiento económico que muestran como bondad del neoliberalismo. Así mismo propugna por la especialización del trabajo y la división (social e internacional) del mismo; la segunda, a partir de las ventajas comparativas. Como su nombre lo indica, se trata de que, en el escenario del libre mercado, cada nación participe con lo que las demás no posean. El engaño de este argumento consiste en que las ventajas comparativas de los países estancados son materias primas que, en el mercado capitalista, participan en términos desiguales en virtud del valor de uso y valor de cambio, así como por la divergencia de criterios en cuestiones de la división técnica y social del trabajo, los fluctuantes comportamientos de las monedas y, ligado a ello, la dinámica de la inflación y la estanflación. También hace parte de las aludidas ventajas comparativas el denominado “ejército industrial de reserva” expresado en abultadas cifras de desempleados, subempleados o informales que en los países víctimas del neoliberalismo están dispuestos a emplearse por bajos salarios e incluso en condiciones inhumanas y extralegales. De ese modo los países participan de la división internacional del trabajo como oferentes de mano de obra abundante, barata y sin mayores trabas en materia de regulación laboral para beneficio de las multinacionales que bien pueden sostener procesos productivos a destajo, en forma de maquilas, a partir de la tercerización o la informalidad. No es fortuito entonces que, sin ser las únicas, las anteriores implicaciones neoliberales en lo social predominen y encuentren en las naciones, un especial terreno en el cual se reproduce. El tipo de sociedad resultante del neoliberalismo es heterogéneo. Difieren entre los continentes, los países y las regiones. En el caso
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de América Latina, entendiéndose el neoliberalismo como una ideología de derecha que llevó a cabo una especie de revolución conservadora, moldeó una sociedad fragmentada, no solo en la clásica división entre clase burguesa, media y proletaria; sino en espectros y variables nunca antes vistos. En ese sentido, sectores de la burguesía se hicieron más ricos y del proletariado más pobres. Por su parte, las clases medias también se empobrecieron. Lo anterior arrojó como resultado, por un lado, las diferencias abismales entre las convencionales clases sociales en razón de su riqueza, nivel de ingresos o calidad de vida y, por otro, se hicieron más visibles o afloraron otras categorías, odiosas por lo demás, como pobres, miserables e indigentes (éstos últimos rotulados con el eufemismo de “población en condición de calle”). La clase media dio paso a la clase media baja, medida-media y media alta mientras la burguesía se fracturó en tipologías como la “burguesía emergente” (cuyo poder económico se origina en el contrabando, el narcotráfico, la corrupción, entre otras actividades); las burguesías tradicionales y las que, siendo de este tipo, mutaron y se convirtieron, por obra y gracia del neoliberalismo, en elites a nivel mundial, siendo catalogados sus miembros por la Revista Forbes, como los más ricos del mundo. En esas condiciones, las sociedades moldeadas por el neoliberalismo son radicalmente antagónicas y polarizadas, no tanto por sus valores e imaginarios colectivos o ideologías, sino por su riqueza que, en estas calendas, se reduce a la tenencia o no de dinero. Así, convertido el dinero socialmente en un fin en sí mismo, no se repara en los medios para su obtención en gran escala, de lo que se desgrana el envilecimiento del ser humano en su totalidad; son puestos en sospecha y condición de relatividad los valores afincados en el trabajo y la honradez; la frenética competencia es convertida en patente de corso a costa de la salud mental e incluso de la vida. Socialmente es validada la concepción según la cual, la cantidad de dinero acumulada refleja el éxito y, en consecuencia, conseguirlo a raudales se convierte en un imperativo, incluso para gente con formación académica.
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Tales sociedades así entrampadas, construyen sus propios imaginarios dentro de los cuales descuella la dupla enemigo-seguridad. Atrapadas y absortas en la alienación esas sociedades neoliberales creen, ingenuamente, que el enemigo les es común a todas las clases. Es revelador el caso en algunos países de América Latina donde sus gobiernos neoliberales crean social, ideológica y políticamente a un enemigo y lo imponen de manera generalizada. El “castrochavismo”, el “Foro de Sao Paulo” y el “Socialismo del siglo XXI” y sus respectivas expresiones en cada país hacen parte de las figuras más representativas de ese enemigo con el que se atemoriza y frente al cual ofrece (el neoliberalismo) una singular alternativa de seguridad. El neoliberalismo crea socialmente la inseguridad (la delincuencia común, es uno de sus frutos), el terror y el constante pánico. La ciudadanía presa de la psicosis colectiva opta por las armas de fuego para su defensa, así como por la construcción de viviendas con inexpugnables barreras, dispositivos electrónicos o tecnológicos que le garanticen la seguridad, el pago de vigilancia privada, la instalación de cámaras (todo mundo es sospechoso y a cual más quiere expiar). El anterior fenómeno incide en el distanciamiento social entre los individuos, la desconfianza recíproca, la inexistencia de lazos comunicativos y solidarios que permitan construir tejidos sociales desde la horizontalidad del reconocimiento del otro. En esas condiciones, la seguridad como concepto es vaciado tanto en su polisemia como en su holístico significado, para reducirle a un asunto de policías, soldados, códigos y cárceles que a veces funcionan también como panópticos. Tal visión obtusa sobre la seguridad, desde la posverdad es convertida en una especie de ideología con la que comulgan las más antagónicas clases sociales y, paradójicamente, terminan razonando de modo un tanto similar y expresándose políticamente en los mismos términos, es decir, las clases proletarias y medias apoyando con su voto en las elecciones a los candidatos de la burguesía que les ofrece seguridad. Naturalmente la seguridad es para la burguesía y las inversiones extranjeras.
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El anterior trastrocamiento siempre renovado hace que, socialmente, los principales rasgos ideológicos del neoliberalismo se extiendan y profundicen en todas las clases sociales hasta hacerle ver como algo “natural”. Ello explica en parte, el hecho de que, a la usanza de la doctrina cristiana, los personeros del neoliberalismo produzcan un discurso etéreo, polisémico, vaporoso e inasible dado que, como en aquel caso la grey es heterogénea, aquí en las sociedades neoliberales, las hordas también lo son. Lo sorprendente de este fenómeno es encontrar en esas sociedades, víctimas del neoliberalismo que, paradójicamente, de manera rabiosa lo defienden y recrean todas sus estructuras axiológicas. Como parte de las implicaciones sociales del neoliberalismo, las nuevas colonias fueron especializadas en la división internacional del trabajo y, utilizando el eufemismo de las llamadas “ventajas comparativas” compiten en la vorágine de las guerras comerciales con inocultables repercusiones en las sociedades de los mundos periféricos. El desempleo, las hambrunas, los bajos salarios, la informalidad, la degradación del ambiente y de las guerras, la insalubridad y las incertidumbres, especialmente de las generaciones jóvenes, no son elucubraciones de espíritus críticos. Son hechos mensurables. Millones de latinoamericanos se ven precisados a migrar a otros continentes así como a Estados Unidos y a países de la misma región en busca de empleo. Parte de ese empleo lo encuentran en el ejercicio de la prostitución, la delincuencia, la informalidad y en trabajos destinados a parias. Un hecho revelador es el de colombianas, brasileras, peruanas, ecuatorianas, argentinas y chilenas quienes acuden solícitas a los principales puertos suramericanos en los que atracan embarcaciones militares estadounidenses y de la OTAN, para atender a sus ocupantes. Las autoridades de cada país garantizan la seguridad de los urgidos uniformados, porque al decir de las mismas, generan empleo, divisas y reactivan las economías locales. De análoga manera, según los anuncios de los principales diarios de las capitales latinoamericanas, es creciente el número de
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latinoamericanas que ofrecen sus servicios sexuales en ciudades como Ciudad de México, El Salvador, Ciudad de Guatemala, Tegucigalpa, Managua, San José de Costa Rica, Ciudad de Panamá, Caracas, Quito, Lima, Sao Paulo, La Paz y Santa Cruz de la Sierra, Santiago de Chile, Asunción, Montevideo y Buenos Aires, aparte de las que laboran en los Estados Unidos y Europa. Sea de la prostitución o de otras actividades, el sustento de amplios sectores de las sociedades latinoamericanas depende de las remesas que les giran sus familiares ubicados en países distintos a los de su origen. De esta manera, por su naturaleza de colonias, los países latinoamericanos, postergan por término indefinido la construcción de sociedades dignas, libres y autónomas. Estos fenómenos están emparentados con prácticas comunes propias de la mayoría de los habitantes de algunos países, concretamente de Colombia, como son la preponderancia de las mentalidades crapulosas, la ausencia de una ética del trabajo, la búsqueda frenética de grandes fortunas de manera rápida y fácil (el fenómeno del informal recaudo y préstamo de dinero así lo testifican), campea la ley del atajo, la razón cínica prevalece sobre la razón dialógica y en cada colombiano hay un guaquero en potencia. La mayoría de colombianos fielmente retratados en el tango “Cambalache” de Enrique Santos Discépolo, masivamente le atribuyen poderes mágicos y especiales para la solución de problemas a la pata del conejo, al ajo macho, a la Cruz de Caravaca, al agua bendita, a la mata de sábila detrás de las puertas, a los limones entre los bolsillos, al canto de ciertas aves, a la presencia intempestiva de grillos y mariposas en lugares poco habituales y a la herradura botada por un equino. Recurren a pitonisas, hechiceros, brujos y a sacerdotes como mediadores ante los poderes divinos y se guían por el tarot y el horóscopo. La poca lectura existente se reduce a literatura de baranda o autosuperación y dedican gran parte de su tiempo a la televisión, especialmente a aquellos programas que hacen de la estupidez y la miseria humana un espectáculo. Esos rasgos masivos se encuentran emparentados con las implicaciones axiológicas del neoliberalismo.
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2.7 Axiológicas A propósito de estructuras axiológicas en tanto implicaciones del neoliberalismo y siendo ellas una importante variable del mismo, aluden al conjunto de valores, principios, ideas, cosmogonías, prejuicios y subjetividades socialmente compartidas, políticamente aceptadas y religiosamente avaladas que caracterizan y le dan identidad a una sociedad. Ese conjunto así expuesto determina las posiciones de los individuos respecto a asuntos concretos como la propiedad privada, la autoridad, la democracia, el poder, el trabajo, la paz, la justicia, el sexo y la muerte, entre otros. Esas posiciones no siempre son coherentes, por el contrario, en algunos ambientes sorprenden las contradicciones (a veces antagónicas) de las mismas. Concordante con lo señalado, el patrón axiológico que promueve el neoliberalismo, de manera particular en los países que ha arruinado, hace referencia a la formación de un pensamiento colectivo distante de la crítica, dado al irreflexivo culto a lo foráneo, afecto al criterio de que el fin justifica los medios, indiferente frente a la degradación del ambiente, vergonzante de lo propio y afecto a lo ajeno, consumidor crónico de ciencia y tecnología que no produce, repetidor de teorías y paradigmas generalmente procedentes de países imperialistas, desconfiado respecto a sus homólogos y obsecuente ante los extranjeros y, sobretodo, un pensamiento masivo anclado en la religiosidad pregonada por las iglesias. Cimenta axiológicamente el neoliberalismo la competencia como principal referente social. Y por ello mismo, avala el conjunto de acciones que le permitan al individuo obtener éxito en la misma, incluso recurriendo a prácticas deshonestas, ilegales o tramposas. De lo anterior se deriva esa consigna de “sálvese quien pueda”. Los que no pueden, los “fracasados” en las competencia pasan a engrosar las cifras estadísticas de los excluidos o expulsados del sistema neoliberal. Cuando sobre estos últimos opera algún ejercicio de solidaridad, no siempre prima la discreción
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(que la mano derecha no sepa lo que hace la izquierda) sino la espectacularidad del acto y no para mostrar su generosidad, sino su supuesto poder. Desde los valores prohijados por el neoliberalismo, sobresale el lucro fácil, rápido y abundante por cualquier vía en el que está empeñada gran parte de la población. De igual modo el racismo, la homofobia y la xenofobia son fenómenos acrecentados en el marco del neoliberalismo que, contradictoria y paradójicamente pueden ser revertidos si las potenciales víctimas de esas conductas poseen riquezas, fama y dinero. Por tanto, promueven y predominan los antivalores; confunden espiritualidad con religión y solidaridad con caridad cristiana. Sorprendentemente quienes más hacen gala de las anteriores estructuras axiológicas, presumen de su religiosidad.
2.8 Religiosas A las anteriores dimensiones del neoliberalismo, se suma la religiosa. En el marco de la Guerra Fría, los Estados Unidos facilitaron la invasión a América Latina de iglesias protestantes y evangélicas, cuyas misiones políticas consistieron en quebrar la voluntad de lucha de los sectores sociales populares y, de ese modo, desviar la atención de éstos sobre sus miserables condiciones de vida y disuadir sus eventuales participaciones en organizaciones políticas y sociales críticas del orden existente. En el ámbito neoliberal, al tradicional negocio de la iglesia católica, se sumó el abrumador número de iglesias evangélicas y, en su conjunto, configuraron el denominado “mercado de la fe”. Charlatanes de la más variada condición encontraron que en estos pueblos mesiánicos, ignorantes, conservadores y cismáticos cualquier discurso religioso atrae y no solo eso, sino que es un fabuloso negocio consistente en la exposición de mensajes cristianos desde una muy pobre y básica retórica actuando como
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intermediadores entre la feligresía y un supuesto ser supremo, a cambio de pagos en efectivo o en especie. Estas formas de dependencia espiritual (de bastante utilidad en el neoliberalismo) tuvieron como dispositivos, creados ex profeso, a los denominados “Cuerpos de Paz” los cuales visitan periódicamente a América Latina, así como el Instituto Lingüístico de Verano e Iglesias de la más variada condición. Estas iglesias terminaron apoyando dictaduras militares y favoreciendo proyectos políticos de derecha. Dictadores como Augusto Pinochet Ugarte, Alfredo Stroessner Matiauda y Efraín Ríos Montt, ante sus desavenencias con la Iglesia Católica, terminaron sus vidas amparados y defendidos por aquellas iglesias. Como se recordará, la Iglesia Católica se alió con el máximo líder del fascismo Benito Mussolini, para alcanzar beneficios particulares y el Vaticano participó en el traslado de criminales de guerra alemanes a Argentina, con pasaportes falsos, una vez terminó la Segunda Guerra Mundial. También la Iglesia Católica ha tenido evidentes responsabilidades en la configuración del sombrío panorama de América Latina y en las históricas violencias de Colombia, en particular. El carlismo y el integrismo le sirvieron de base a la Iglesia Católica para considerar como pecado y delito a ciertas ideologías. En esa materia específica, la Iglesia Católica colombiana azuzó a conservadores para que asesinaran a los liberales mientras llamaba a la concordia, estigmatizó al comunismo, por medio de la educación coadyuvó a la formación de personas intolerantes, de manera abierta participa en política preponderantemente a favor del neoliberalismo, por medio de los confesionarios ejerce el control social, a través de sus orientaciones define modas, gustos, usos del cuerpo, delimita la cultura al censurar libros y participa de manera protagónica en la educación, en Estados supuestamente laicos. Este tipo de prácticas se encuentran en los textos de las Conferencias Episcopales de Colombia y de las Pastorales, de 1908 a
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1953, expuestas en Acuerdos, Resoluciones, Normas, Declaraciones e Instrucciones25. La Iglesia Católica, oficialmente, apoyó la dictadura argentina encabezada por el general Jorge Rafael Videla. Justificó y defendió las torturas. Conoció los vuelos de la muerte y guardó silencio cómplice. En Honduras, participó abiertamente a favor del golpe de Estado contra el presidente José Manuel Zelaya Rosales y, en el contexto de la Guerra Fría actuó a favor de las dictaduras militares de corte derechista, entre ellas, la del general Gustavo Rojas Pinilla, en Colombia. En cada país de América Latina son claras las distintas vertientes de la Iglesia Católica. De un lado está la perspectiva tradicional asociada no solo al carlismo e integrismo como se ha indicado, sino al pensamiento de Tomás de Aquino y Agustín que, contrario a lo que comúnmente se cree, en el ámbito del neoliberalismo tomó nuevos bríos. Otro sector lo encabezan clérigos conscientes de las graves condiciones de vida social, política y económica de la feligresía, pero atados a la ortodoxia cristiana, así como a las derechas y por ende, convencidos que, en esos marcos, es posible encontrar salidas a las crisis. Una tercera tendencia, minoritaria y opacada por las dos anteriores, está integrada por herederos de la Teología de la Liberación cuya praxis es insignificante. En el caso colombiano, en las dos primeras tendencias, parece ser, se incuban clérigos procedentes del más rancio conservatismo y del submundo del hampa. Ambos sectores se caracterizan por su anuencia y beneplácito frente a las políticas neoliberales y, de manera puntual, al terrorismo de Estado. Desde su ejercicio sacerdotal (sin ningún aparente control de sus superiores) propalan en términos enfermizos la doctrina de la extrema derecha, rinden culto a la personalidad de criminales y anatematizan a los oponentes. La tercera perspectiva por su parte, desde un silencio e indiferencia cómplice, contribuye al masivo enajenamiento conveniente al neoliberalismo.
25 Conferencias episcopales de Colombia. Tomo I. 1908-1953. Bogotá: Editorial El Catolicismo, 1956. p. 268.
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Si a nivel universal al Iglesia Católica fue y es una institución del crimen, con mayor intensidad lo es en Colombia. Siempre ligada al poder político, económico y militar, durante la mayor parte del siglo XX insinuó y estimuló el asesinato de personas por motivo de sus adherencias ideológicas. De igual modo, ha encubierto delitos sexuales cometidos por sus miembros contra menores de edad en condición de vulnerabilidad económica y afectiva y, respecto a los estructurales problemas de ese país en los distintos órdenes, adopta posiciones dubitativas en unos casos, de silencio cómplice en otras y no son pocos los casos en que justifica la tragedia social provocada por el neoliberalismo como un supuesto castigo de Dios. Es por ello que en el neoliberalismo la variable religiosa es de notable importancia. Sin excepción en occidente, las iglesias apuntalan al neoliberalismo cuando anteponen la propiedad privada a la dignidad humana, reprochan la crítica y llaman a la resignación, revientan los procesos organizativos de estirpe popular, promocionan mundos idílicos a cambio de la pasividad, ejercen controles sociales a través del rito de la confesión, convierten en ofensas a su dioses o pecado el goce de las condiciones naturales del ser humano, en las controversias interclasistas tercian a favor de las burguesías nacionales, en las campañas electorales actúan de manera acuciosa y manipuladora a favor de los candidatos de las derechas y mantienen un silencio cómplice ante el sufrimiento humano provocado por el neoliberalismo.
2.9 Militares También hace parte del espectro de las implicaciones neoliberales, la cuestión militar26. Sin excepción, todas las instituciones armadas
26 VELÁSQUEZ RIVERA, Edgar. Historia Comparada de la Doctrina de la Seguridad Nacional. Bogotá: Ediciones Antropos Ltda, 2009. p. 73.
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regionales, han sido formadas por potencias extranjeras. Desde el siglo XIX Alemania, Francia y los Estados Unidos destacan por su participación en la formación de las fuerzas armadas de cada nación. A esas fuerzas armadas se les inculcaron tácticas, estrategias, reglamentos internos e ideologías de naturaleza contrainsurgente. Sus armamentos, municiones, uniformes e insignias fueron homologados acorde a las exigencias estadounidenses. Los Estados Unidos, una vez terminada la Primera Guerra Mundial, ahondaron la dependencia de las fuerzas armadas latinoamericanas por medio de pactos, convenios, tratados y acuerdos. Resultados parciales de estas formas de dependencia son: la fallida profesionalización de los estamentos castrenses, la ideologización de los mismos a favor del estilo de vida estadounidense, la defensa a ultranza del statu quo, la participación en guerras de invasión. En una época los Estados Unidos fijaron como principal enemigo al comunismo, luego la droga y, posteriormente, su peculiar idea de terrorismo. Las fuerzas armadas latinoamericanas han sido puestas a combatir a dichos enemigos de manera secuencial y acumulada. Por esa vía, las fuerzas armadas latinoamericanas, pero con mayor realce las colombianas, terminaron librando batallas y guerras sin hidalguía, desprovistas de honor, sin decoro y sin ética. Su participación en asesinatos y masacres de civiles, así lo testifican y la alianza con narcotraficantes en la organización de ejércitos paralelos, así lo corroboran. Sus zafios comportamientos generalizados, así lo evidencian. Varias fuerzas armadas de América Latina, llaman las de los Estados Unidos, “el hermano mayor”. Parte de la oficialidad colombiana no le teme tanto a los procesos disciplinarios o líos jurídicos por sus actos, sino a la cancelación de sus visas por parte de los Estados Unidos. Las siete bases militares estadounidenses en Colombia, son una prueba ineluctable de la condición de colonia de este país. Sin duda alguna fueron las fuerzas armadas, la institución más afectada por el neoliberalismo.
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Por eso, a tan eficiente aliado del neoliberalismo como son las iglesias, se suman las fuerzas armadas. En teoría, se trata de organismos armados y jerarquizados; que además de regirse por normas, ejercer legítimamente la violencia en nombre de un Estado y estar compuestos por lo más representativo de la población de cada país; son quienes conocen la ciencia de la guerra, sus regulaciones, defienden los intereses de la nación y no de elite, grupo, estamento o clase social alguna en particular; aparte de no ser deliberante en asuntos ideológicos y partidistas y hacer del honor una norma de conducta en la vida pública y privada. Eso en la teoría. En la práctica, en la realidad concreta del contexto neoliberal latinoamericano, las cosas son bien distintas. Los pocos rasgos de profesionalización logrados por los estamentos castrenses desde finales del siglo XIX en tortuosos y difíciles procesos; y puestos en entredicho por sus prácticas durante la guerra fría, fueron tirados al traste a raíz de la irrupción del neoliberalismo para terminar de convertirse en ejércitos de ocupación en su propios países, en organismos mercenarios al servicio de intereses foráneos y en el brazo armado de élites de las burguesías, casi todas con trayectorias criminales en cuanto al origen de sus riquezas y violaciones de los Derechos Humanos. Para gran parte de las fuerzas armadas latinoamericanas la democracia no es un valor cimero. Por el contrario, es objeto de repulsión lo mismo que las instituciones derivadas de la misma como la división de poderes, partidos políticos, elecciones, sindicatos y libertades civiles individuales y colectivas. Las razones de tal indisposición habría que buscarlas en su formación por un lado prusiana y, por otro, estadounidense desde la cual se acendró su militancia en un absolutista pensamiento antisubversivo que sirvió de paraguas para cubrir, arbitrariamente, un amplio rango de acciones consideradas, desde ese sesgado punto de vista, como comunistas, sin necesariamente serlo. Nada más propicio y beneficioso para el neoliberalismo que esa fuerte ideologización a favor de las derechas ejecutada sobre las fuerzas armadas, máxime cuando tales instituciones por la tradi-
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ción política de algunos países fueron convertidas en árbitros de las disputas por el poder y las controversias ideológicas. Desde tal posición los estamentos castrenses terciaron (siempre) a favor del capitalismo, las burguesías y los intereses de los países imperialistas. Para ello, no trepidaron en usar las “armas de la nación” contra sus propios pueblos de donde provienen y a los cuales se deben y miles de cuyos miembros desaparecieron, torturaron, asesinaron, desterraron y humillaron. Como se podrá inferir, en este ambiente casi generalizado, a las derechas (europeas y estadounidenses) les resultó sumamente cómodo imponer el neoliberalismo en América Latina con la anuencia, beneplácito y decidido apoyo de las derechas de la región y, sobretodo, contando con la resuelta intervención a su favor de las fuerzas armadas así embebidas en el pensamiento autoritario de derecha y dispuestas a contribuir con la fuerza de las armas en el control de cualquier tipo de oposición a las derechas y sus políticas neoliberales. Si bien todos los ámbitos estatales fueron afectados negativamente por el neoliberalismo, por obvias razones este no fue el caso de las instituciones militares y de policía que resultaron beneficiadas por el neoliberalismo. Como es natural en estos casos, desde un claro juego de complicidades, las elites neoliberales en el poder político de cada nación ante la crítica y oposición respondieron con la fuerza de las armas y a su vez, los estamentos castrenses, incluso como un acto de sobrevivencia, ferozmente defienden no solo el neoliberalismo sino, estructuralmente el capitalismo, bajo el entendido que su eventual disolución por revoluciones o cambios de fondo, de contera y por transitividad arrastraría también al conjunto de las fuerzas armadas hacia profundas modificaciones (alterando su zona de confort) cuando no su desaparición y reemplazo por instituciones formadas de modo distinto. En este mismo juego de complicidades, algunas elites neoliberales de derecha en el poder, como ejercicio de gobernabilidad, han incurrido en conductas punibles como el terrorismo de Estado (interceptación ilegal de comunicaciones, seguimientos y hosti-
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gamientos, desplazamientos forzados, desapariciones, torturas, asesinatos, bombardeos indiscriminados, así como la concepción, organización y promoción de organizaciones paramilitares), siendo sus ejecutantes miembros de las fuerzas armadas quienes, además de fueros, tiene garantizada la impunidad y pequeños estímulos o recompensas por su “cumplimiento del deber” tales como pagos extras, vacaciones, comidas, licencias, licor, prostitutas, drogas y viajes entre otros. De ese modo las fuerzas armadas terminaron siendo el brazo armado de ciertos partidos políticos de derecha que impusieron el neoliberalismo. Centenares de efectivos en armas (con cargo al erario) custodian a los principales personeros de tal ideología quienes a su vez son catalogados por sus correligionarios y los medios de comunicación a su servicio, en términos estrambóticos y faraónicos como los mejores de un país durante siglos y, desde esa aureola, les pasan por alto sus más viles, vulgares y ruines actos públicos y privados hasta llegar al colmo de confundir al Estado mismo y los intereses de la nación con ese tipo de hirsutas personalidades, por lo general, atrapados en continuos brotes psicóticos con incidencia en los destinos de los países. En ese tipo de colusión entre derechas, neoliberalismo y fuerzas armadas los partidos políticos que representan a las primeras, han llevado a cabo una especie de captura del Estado en todas las líneas y formas. La pretensión es ejecutar una “refundación” institucional, desde luego de naturaleza neoliberal y bajo la amenazante vigilancia de las fuerzas armadas así catalogadas. Bastante se ha avanzado en esa dirección. A manera de ilustración se ha elevado a norma constitucional la alianza entre la Iglesia y el Estado (en algunos países se asume como un retroceso), la separación de poderes es cada vez más difusa, de casos aislados la corrupción pasó a ser un estilo de gobierno de esos partidos políticos desde el poder. Estos mismos partidos en el poder han establecido un ambiente de continua hostilidad hacia sus opositores a partir de la incriminación en conductas punibles, no siempre veraces, y la obstrucción al
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legítimo derecho a la oposición. Y, contradictoriamente, promueven en altos cargos (especialmente en el servicio diplomático) a miembros suyos implicados en actos delincuenciales o sin el lleno de los requisitos legales para tales oficios. Desde esa perspectiva neoliberal y de derecha, es evidente la existencia de un doble criterio para medir las cosas, como si existiese una corrupción buena y una mala, lo cual es visto “normal” por su cómplice electorado. Por los anteriores mecanismos el neoliberalismo capturó a las fuerzas armadas, les mejoró su situación estamental y las puso a su servicio. Desde esa perspectiva también fueron privatizadas, en la realidad concreta quedaron adheridas a partidos políticos de extrema derecha, sus conductas punibles gozan de especial impunidad a partir del “espíritu de cuerpo” y de las garantías de que las rodean esas mismas derechas desde el poder. Sus miembros, en su mayoría provienen de clases sociales bajas y medias quienes suelen optar por la carrera de las armas para huirle a su galopante pobreza, analfabetismo y falta de oportunidades como parece ser, ocurre también en el ámbito religioso y en menor proporción en la educación.
2.10 Educativas y gnoseológicas Las implicaciones educativas y gnoseológicas del neoliberalismo son particularmente notorias. Este sombrío panorama creado por la economía de mercado se expande y consolida, entre otras vías, a través de la educación. A propósito de tan relevante tema, pocas cuestiones son tan afectadas negativamente por el neoliberalismo como la educación. Para acatar las órdenes de los organismos internacionales los gobiernos neoliberales introdujeron políticas como la promoción automática en algunos niveles de la formación educativa lo cual, de manera clara, arrojó como resultados las precariedades de los estudiantes en las habilidades comunicativas del lenguaje (hablar, leer, escribir y escuchar), evidentes vacíos en la
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capacidad de abstracción y, por lo anterior, graves dificultades en el desarrollo del pensamiento matemático y razonamiento lógico; fragmentándose secuencialmente, el necesario despliegue de las inteligencias múltiples lo que trae como resultado, mediocres seres humanos de antemano condenados al fracaso. Pareciese que el dogma neoliberal del libre comercio y de la globalización solo aplica para las mercancías. Pues pese a los anuncios de esa ideología, han hecho de la educación un espacio para formar individuos sufragáneos al lugar de nacimiento, con mentalidad provinciana cuyas predominantes fuentes del “conocimiento” son, para ellos, los confesionarios de las parroquias, los dogmas, las versiones manidas de los acontecimientos, las opiniones de sus referentes ideológicos, los repentistas (religiosos, políticos y agoreros) y, desde luego, las redes sociales. Es proverbial la ausencia de una educación crítica para la vida. En el caso de la educación universitaria, el neoliberalismo por un lado ha sometido a las instituciones públicas de educación superior a una extenuante asfixia que les limita su autonomía, dificulta el cumplimiento de sus funciones básicas (docencia, investigación e interacción social) e impide su crecimiento; y por otro, les exige ampliar la cobertura y participar en certámenes de medición de la calidad con fines de acreditación tanto de programas académicos, como de las mismas universidades. De la quimérica consigna según la cual las universidades son la conciencia crítica de las sociedades, el neoliberalismo las ha arrojado al simple rol de profesionalizar para el mercado. Como se ve, el neoliberalismo ha sido la más aterradora amenaza para la educación, campo por excelencia de la gnoseología en tanto teoría del conocimiento. Las derechas participan de la tesis neoliberal, según la cual, hay un tipo de conocimiento “útil” y otro “inútil”. En el primero estarían las equivocadamente llamadas “ciencias duras” o “ciencias exactas” que no son ni lo uno ni lo otro y que, según esa perspectiva, además de incidir en el “desarrollo”, generan valor agregado. En el segundo, las discipli-
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nas de las Ciencias Humanas y Sociales sobre las cuales pesa la sospecha de indisponer a los jóvenes respecto al orden existente y ser de poca o nula importancia para la vida. Desde ese mismo horizonte, con frecuencia se argumenta que la universidad se encuentra en crisis27. Crisis puede significar, entre otras cosas, la conjunción de decisivas situaciones de larga, mediana y corta duración, externas e internas inherentes a una institución que ponen en riesgo el cumplimiento de sus funciones básicas no solo por la escasez de recursos, sino por una amalgama de factores superpuestos que anuncian lo grave o leve de la crisis; mientras que perpetuo aduce a lo que dura o permanece en el tiempo. En tal sentido, siendo la universidad una creación típica de occidente cuya historia se remonta a la Edad Media, pareciese una redundancia hablar de crisis en la universidad. Resulta preferible aludir a la crisis perpetua de la universidad. Esta institución es, en sí, una matriz de crisis en todo sentido (epistémico, ético, teórico, conceptual, paradigmático, metodológico, etc.) y no sólo económico. De manera precisa la universidad pública en América Latina y en Colombia atraviesa por una crisis, la que oficiosos analistas reducen a lo económico, financiero o presupuestal y dejan de lado otros componentes de esa crisis que es estructural, total u holista. Son esos mismos “intelectuales” que restringen la noción de pobreza a la posesión o no de ciertos bienes y soslayan de la misma, tal vez la más grave, que consiste en la pobreza espiritual, aclarando que lo espiritual no es sinónimo de religiosidad. La crisis pues, no es solo económica. A propósito de la aludida crisis, en los meses de octubre y noviembre de 2018 Colombia presenció un importante movimiento de protesta contra la estructural asfixia presupuestal que azota a las universidades públicas desde hace varias décadas. Tal situación se
27 VELÁSQUEZ RIVERA, Édgar. La crisis perpetua de la universidad”. En: https://www.unicauca.edu.co/temasdereflexion/15 de noviembre de 2018.
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ha agudizado desde la imposición del modelo neoliberal por parte de los distintos gobiernos de derecha y luego, la extrema derecha se empleó a fondo en la tarea de estrangular más, a las universidades públicas. El gobierno nacional liderado por el presidente Iván Duque Márquez (2018-2022) acucioso vocero de esa extrema derecha representada por élites mafiosas que “refundaron el país” a partir de la decapitación de sus adversarios, impuso su programa de gobierno que, en esencia, contiene toda la savia neoliberal. Lo anterior tuvo lugar en un contexto internacional en el que la Unión Europea exhibe su crisis de liderazgo en todo sentido, donde nuevas potencias se consolidan (China, India, Paquistán y Brasil), el surgimiento de una nueva “guerra fría” entre la Federación de Rusia y Estados Unidos, y en el que el péndulo de la política en América Latina gira a la derecha después de gobiernos de izquierda (algunos) caracterizados por convivir con el neoliberalismo, el imperialismo y por adoptar políticas asistencialistas, corruptas, clientelistas y violentas. También algunos de esos gobiernos de izquierda solo tuvieron el gobierno, más no el poder. La política estadounidense impulsada por Donald John Trump favorece e impulsa ese giro a la derecha. Por tanto, el contexto internacional y nacional para las luchas del mundo universitario colombiano, no podían ser más adversas. Máxime en un país como Colombia donde los principales voceros de los movimientos sociales son vilmente asesinados por quienes comparten valores y principios de aquella extrema derecha que, según la ocasión, cambia de rostro y de nombre. Es el mismo país ultramontano, pre moderno, confesional, intolerante, cínico, corrupto hasta sus tuétanos y asesino que se conmueve por un resultado desfavorable de su selección de fútbol y permanece indiferente ante la muerte de niños por hambre y el aniquilamiento de compatriotas que buscan condiciones de vida distintas a las ofrecidas por el statu quo. En medio de tanta podredumbre, la universidad pública se alza como el último resquicio de decencia que le podría quedar a
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Colombia. La universidad, idílicamente es el lugar donde supuestamente se concentra la intelectualidad del país y de las regiones. La institución donde llega, pretendidamente, parte de la juventud a continuar su formación como seres humanos, ciudadanos e intelectuales críticos y comprometidos con los destinos de su país. El lugar donde el libre examen se impone sobre la alienación y la fe, el espacio para la libertad, el respeto, la convivencia, la civilidad y la mayoría de edad. Por ello, las derechas (la extrema y la modernizante) y también algunas “izquierdas” ven con sospecha, desconfianza y desprecio a la universidad pública y una forma de someterla es por la vía de la desfinanciación. En respuesta a las masivas protestas de la comunidad universitaria a nivel nacional (estudiantes, docentes y trabajadores) el presidente Duque Márquez anunció que durante su gobierno las transferencias para funcionamiento de las universidades públicas crecerían en un IPC más tres puntos para el año 2019 y cuatro puntos en los siguientes años de su gobierno, a lo que se sumaría otros recursos por valor de 1,2 billones, además de la incorporación de excedentes de cooperativas estipulados en la reforma tributaria de 2016 y probablemente regalías para mejorar la infraestructura. El bemol es si cumple. Pero en el hipotético caso de que cumpliera, tales recursos son insuficientes frente a la magnitud del problema. Ante la persistencia de las expresiones de protesta, el mencionado funcionario en un taller “Construyendo País” en Leticia (Amazonas), realizado el 9 de noviembre, espetó ”…que el Gobierno no tiene recursos adicionales a los que ya se definieron con los rectores de las universidades públicas del país”. Se trata, por parte del gobierno, de paliar un cáncer con un acetaminofén. La explicación del gobierno para tan pírricos aportes radica, supuestamente, en el déficit fiscal que, dicho sea de paso, año tras año se intenta subsanar con “estructurales” reformas tributarias, las cuales nunca serán suficientes para resolverlo mientras no se corrija la desafiante y desbordada corrupción en todos los niveles. Y, siendo un gobierno de extrema derecha, no es precisa-
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mente la educación pública una de sus prioridades. Los ingenuos supusieron, estúpidamente, que tras la firma del acuerdo de paz entre el gobierno Juan Manuel Santos Calderón (2010-2018) y las FARC, algo del exuberante presupuesto destinado a la guerra, en lo sucesivo iría a los temas de educación y salud. Si por algo se conoce al gobierno de Duque Márquez (20182022) es por su falta de decencia. Adecúa los requisitos al perfil de fanáticos personajes del Partido Centro Democrático para ocupar cargos en la administración pública. Hace del servicio diplomático un botín para nombrar en el mismo a curtidos oportunistas que, en la recta final de la campaña para la presidencia, le anunciaron su apoyo (y habitualmente comprometidos en delitos). Igual que su mecenas, hace de la gestión de gobierno un espectáculo circense de quinta categoría. No trepida al tomar decisiones en sentido opuesto a lo prometido en su condición de candidato. Busca, obstinadamente, la impunidad para miembros de la fuerza pública comprometidos en delitos de lesa humanidad y violación de derechos humanos. Así que el movimiento universitario tuvo ante sí una extensa y dura lucha. Se trató de la acumulación de crisis precedentes. Solo que en esta ocasión ha tocado fondo. Nadie, razonablemente, puede desconocer la responsabilidad de los gobiernos en la situación narrada. Da la impresión que ni los mismos que “refundaron el país” a punta de motosierra ignoran la gravedad del caso. Se había vuelto recurrente que, ante cada agravamiento de la crisis, se le ponía una cataplasma y las universidades continuaban funcionando en medio de dificultades. En consecuencia, la mayor parte de la responsabilidad en la crisis financiera de las universidades públicas en Colombia recae en los gobiernos pasados y en el de Duque Márquez por su falta de seriedad y voluntad política para superar ese problema. En esas condiciones el gobierno de Duque Márquez con sus políticas neoliberales es una variable de la crisis de las universidades públicas colombianas. No es el único componente de la crisis
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estructural, total u holista que se cierne sobre las instituciones universitarias. En el seno de las universidades se desarrollan otros factores de esa crisis no menos letales y graves que de manera lenta, segura y dolorosa las llevan a su ruina total. Sobre esos factores generalmente nadie se expresa. Una de esas variables o aspectos de la crisis está compuesta por un sector del estudiantado universitario colombiano presumiblemente comprometido con el narcotráfico que aprovechan los espacios universitarios para el porte, consumo y tráfico de estupefacientes con lo cual le hacen el juego a las derechas para desprestigiar a la totalidad del movimiento estudiantil universitario. Me refiero al lumpen que, contradictoriamente se identifica con las izquierdas. Ya lo dijo el mismo excomandante de las FARCEP Rodrigo Londoño Echeverri (Timo) que las izquierdas y las revoluciones son incompatibles con el narcotráfico. Y tiene razón, ninguna revolución izquierdista en el mundo ha sido exitosa de la mano del narcotráfico. Este lumpen abusa de lo público, se torna agresivo al creer que se les viola un derecho cuando se les cuestiona su proceder dentro del recinto universitario. De ese modo, violan los derechos humanos de los no drogadictos. Los daños ocasionados a los inmuebles de las universidades suelen ser considerables y, según sus propios compañeros, son sujetos “ingraduables”. Esas son formas de incidir en la ruina y la privatización de las universidades, luego entonces, son parte de la crisis. Ese mismo lumpen, como parte de su identidad, intimida al personal de vigilancia (incluidas las mujeres), desprecian a sus compañeros no adictos, se oponen a cualquier tipo de acuerdo (todo o nada), en la suscripción de acuerdos imponen la impunidad a sus actos, desafían y amenazan a las autoridades académicas y administrativas de las universidades, se resguardan en las instalaciones universitarias para ponerse a salvo de la acción de las autoridades civiles y de policía. En algunas universidades suelen contar con la anuencia y beneplácito de rectores, vicerrectores y decanos “demócratas” y “humanistas” quienes coinciden con el lumpen en el sentido de explicar su condición de drogadicto como “un
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problema de salud pública” o “el libre desarrollo de la personalidad”. A lo anterior se suma la indiferencia de algunos docentes. Desde luego, la mayoría de la población universitaria colombiana no es lumpen. En algunos casos ha deslindado campos de acción con aquellos sectores minoritarios comprometidos con el narcotráfico y eso hace a esa mayoría respetable, digna en su lucha, creíble su discurso, coherente. Esa mayoría de jóvenes merece el apoyo, respeto y admiración. El lumpen risiblemente ofrece “una segunda independencia” debiendo primero independizarse de las drogas. Su participación en las marchas de protestas es el desprestigio de las mismas. Corresponde a esa inmensa mayoría de universitarios colombianos (algunos intimidados) hacer una autocrítica y asumir posiciones claras sobre el particular para que las derechas no generalicen y los criminales golpeen. El narcotráfico hace parte de la crisis de la universidad colombiana. La crisis no solo es económica. En la Universidad de Antioquia y en la Universidad del Tolima (para solo mencionar dos casos) por las vías de hecho el narcotráfico ha creado una especie de institucionalidad paralela con la complicidad tácita (en unos casos) y explícita (en otros) de algunos actores universitarios que, desde una muy peculiar idea de “autonomía universitaria” subastan lo público. El narcotráfico es miseria, atraso, violencia. El narcotráfico tiene agenda propia en las universidades. La discusión sobre el narcotráfico como parte de la crisis de la universidad colombiana, tiene que ser de naturaleza ideológica. Tanto algunos estudiantes no vinculados al narcotráfico como los sindicatos de las universidades de manera sospechosa no deslindan campos con aquellos sectores lumpenizados. Los estudiantes drogadictos, considerados esclavos y enfermos físicos y psicoemocionales, lejos de la caridad y la pedagogía cristiana, deben ser abordados desde apreciaciones críticas. La mayoría de los estudiantes en esa condición aducen ser revolucionarios. Nada más lejos de serlo. Ninguna revolución popular ha triunfado de la mano del lumpen, como lo caracterizó en su momento Karl
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Marx28. Toda revolución social y política supone una revolución personal y, en el caso de los estudiantes drogadictos, estamos frente a unos entes alienados y, en algunos, casos desideologizados y despolitizados. La alienación, la desideologización y la despolitización son el caldo de cultivo para que el imperialismo, en todas sus manifestaciones, profundice la dominación integral de las sociedades periféricas. Por ello, la difusión del narcotráfico proviene de una política deliberada de los países con un capitalismo hegemónico. Es recurrente ver a estudiantes drogadictos abstraídos en la cultura y los valores del imperialismo, y con una enorme ignorancia de lo propio. Su falta de argumentos, en ocasiones, la suplen con las explosiones de petardos. El fenómeno de los narcóticos, tanto en su producción, como en su comercialización y consumo, le es inherente al capitalismo; así lo demuestra la historia, luego entonces, el capitalismo nunca podrá superar el narcotráfico en ninguna de sus fases. De ese modo, los drogadictos son esclavos del capitalismo, le hacen el juego, no son revolucionarios, por el contrario, son eslabones de la cadena que fortalece y expande el imperialismo con sus guerras en Asia, África y América Latina. Y lo que es peor: esclavos del vicio por voluntad y decisión propia, personal, después de que durante siglos la humanidad luchó por erradicar la denigrante práctica de la esclavitud, impuesta por la fuerza de las armas. Los estudiantes farmacodependientes, deslegitiman las movilizaciones estudiantiles (su presencia en ellas denota un desfile de
28 https://nuevocurso.org/diccionario/lumpenproletariado/, según la anterior fuente, el lumpen es una “Masa de desclasados, excluida y deslindada del proletariado, que se nutre económicamente de los tráficos ilegales, la economía criminal, la mendicidad, el patronazgo estatal o privado o una combinación de todas ellas”. El mencionado pensador aludió al tema en obras como “La guerra campesina en Alemania”, “El 18 Brumario de Luis Bonaparte” y el “Manifiesto Comunista”. El lumpen es el producto del desarraigo social, en cuestiones ideológicas son manipulables e instrumentalizados, representa parte de la putrefacción de la sociedad capitalista y nada aportan a la sociedad.
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drogadictos y alcohólicos, más que de estudiantes) y actúan allí como testaferros de la extrema derecha, cuando ésta se llena de motivos para descalificar y reprimir a las movilizaciones estudiantiles. Su presencia allí se convierte en un sabotaje a las mismas. Las distintas expresiones de las izquierdas con presencia en las universidades, las cuales alientan el conjunto del movimiento estudiantil universitario, deben entender que los drogadictos en sus toldas deslegitiman su lucha y, en consecuencia, poca receptividad tienen sus planteamientos en otras organizaciones de estirpe popular, en la perspectiva de sumar fuerzas hacia el logro de una sociedad libre, soberana y democrática. Drogadicción y revolución no son compatibles. Los educandos en esa condición hacen parte de una generación perdida. Su rendimiento académico, no siempre es el mejor. Son recurrentes los casos de estudiantes que permanecen hasta más de una década sin concluir de manera satisfactoria sus estudios de pregrado, cuando en ese mismo tiempo han podido hacer especialización, maestría y doctorado. Así, quienes se reclaman como revolucionarios, dilapidan el servicio público de la educación, contribuyen a que el costo de la educación sea elevado, obturan el ingreso de otros jóvenes a las Universidades y, por transitividad, le entregan argumentos a la extrema derecha, al militarismo y al fascismo criollo personificado en los paramilitares, en la construcción del enemigo. Los estudiantes drogadictos, por los mismos efectos de su condición, y pese a que pregonan una supuesta revolución, que en nuestro medio podría iniciar por la defensa de lo público, adoptan posiciones antirrevolucionarias al creer, erradamente, que todo el entorno avala, justifica y acepta su consumo de narcóticos en espacios laborales. Es preciso señalarlo, los estudiantes no drogadictos, pese a ser mayoría, están intimados unos; otros, fieles a su naturaleza taimada, guardan indiferencia cómplice. Lo mismo ocurre con los docentes y directivos que por demagogia o cobardía o ambas cosas, se niegan a abordar la problemática, salvo ocasionales llamados de atención.
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Los aludidos alumnos hacen parte de la generación de jóvenes que creen tener derechos y no deberes. En su lógica, tienen derecho a todo y no tienen ningún deber. Los revolucionarios sin causa abundan como los hongos en el invierno y la maleza en el verano. Son los que dañan baños, sillas, puertas, tableros, paredes y pisos y creen que de ese modo contribuyen a la revolución. Algunas autoridades académicas como decanos y rectores son cómplices de esas conductas, en el sentido de no aplicar las normas vigentes, tomar las medidas correctivas y proteger a los no adictos. Cuando a los estudiantes drogadictos se le cuestiona su conducta dentro de las instalaciones universitarias, mezclan argumentos propios del nihilismo y, a su vez, invocan normas constitucionales (de ese Estado que dicen combatir) para esgrimir el derecho al “libre desarrollo de la personalidad”, y desde allí, es perceptible la violación de los derechos humanos de las demás personas que frecuentan los espacios universitarios, bien por razones de estudio o de trabajo. Los estudiantes atrapados en la dependencia de los narcóticos violan los derechos humanos, de quienes no lo son al imponer el consumo pasivo de dichos narcóticos. De manera concreta violan derechos humanos de primera generación (es una tortura estudiar y laborar en medio de la polución, la cual ocasiona daño físico); de segunda generación (derecho a la salud física y mental) y de tercera generación (derecho a un ambiente sano), así como las normas constitucionales, aparte de los reglamentos estudiantiles. Como si lo anterior no fuese de por sí grave, se mencionan casos en los que, desde ritos propios del fundamentalismo de los ayatolás, inducen, de manera deliberada y con arreglo a fines, a quienes se inician en la vida universitaria, en el consumo de narcóticos. Otro componente de la crisis de las universidades públicas colombianas en el contexto neoliberal, aparte de los mencionados, son algunos docentes que con sus prácticas de manera directa e indirecta lentamente las arruinan. Siendo apoyados por las universidades públicas para cursar posgrados, se emplean en universidades
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privadas sin renunciar a las públicas. De ese modo, la universidad pública termina subsidiando a la universidad privada. Docentes que, estando en posesión del título de doctor o doctora, no adelantan proyectos de investigación y más bien rumiando esperan la pensión. Docentes que a pie juntillas usualmente defienden a colegas, cuyos comportamientos, parece ser, rayan en lo delictuoso. Docentes que le huyen a la docencia y, probablemente, buscan pertenecer a numerosos comités. Docentes ruines que, en ausencia de sus colegas (a mansalva y sobre seguros), barren, limpian y trapean el piso con la dignidad, la honra y el buen nombre de aquellos29. Docentes con tales peculiaridades hacen parte de la crisis universitaria y sus más notorios vicios son, entre otros, el hecho de que no cultivan sus disciplinas y buscan cursos de menor exigencia, formulan cursos repetitivos, prefieren dispersarse en asuntos marginales y no ejercer la docencia, les asigna tiempo de labor académica para procesos de acreditación sin mostrar resultados satisfactorios, buscan altas asignaciones de horas para dirigir trabajos de grado de maestría y tesis de doctorado y, de ese modo, inflar la labor académica para disponer de tiempo para la piratería; eluden y evaden la docencia directa en los programas de pregrado, se niegan a orientar trabajos de grado y a actuar como jurados de trabajos de grado, no cumplen con la función de atención a estudiantes, algunos tienen proyectos “eternos” de investigación y crean artificios para que se les asigne labor académica. A la asfixia presupuestal de las universidades públicas por parte de los gobiernos de las derechas, se suma este desangre continuado por parte de algunos docentes a través de la labor académica. Además, algunos son renuentes a presentar informes de actividades como reuniones de departamento, seminarios permanentes; otros solo quieren ejercer la docencia en los programas de posgrado por el reducido número de estudiantes y, en ocasiones, por
29 VELÁSQUEZ RIVERA. Op. Cit.
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el menor número de horas; no faltan quienes delegan la docencia en sus estudiantes y monopolizan la orientación de cursos en los posgrados. Hay quienes conocen errores (a su favor) en la labor académica y guardan silencio; otros son ávidos de comisiones académicas poniendo en riesgo la intensidad horaria de los cursos bajo su responsabilidad. También hacen parte de los vicios de los docentes universitarios, la renuencia a participar en las reuniones de departamento, la tendencia a hacer de la Universidad un escampadero y el hecho de espetar un doble discurso (¿doble personalidad?) cuando dicen defender lo público, pero abusan de lo público. En síntesis, en torno al docente universitario latinoamericano pero específicamente sobre el colombiano, gravitan múltiples amenazas algunas de ellas ya convertidas en hábitos o vicio (de difícil o imposible retroceso), entre las cuales, destacan: el burocratismo, el acomodamiento, el economicismo, la alienación, la desideologización, la despolitización, la obsolescencia, el individualismo, la informalidad, la simulación, el localismo, el narcisismo, el arribismo, el cultismo, el fundamentalismo, el clientelismo, el confesionalismo, la drogadicción, el alcoholismo y el acoso sexual, entre otras. Este tipo de situaciones, unas más que otras, inciden en la configuración de los imaginarios que cada docente tiene de la idea de universidad y, a partir de aquellas representaciones ejecuta su praxis, no exenta de contradicciones y paradojas. Una somera descripción de cada uno de esos fantasmas que indistintamente agobian al profesorado universitario, es la siguiente: el burocratismo del docente es la tendencia a buscar espacios como comités, para evadir y eludir el ejercicio de la docencia, la investigación y la interacción social. El fenómeno del burocratismo distorsiona la esencia misma del ser universitario, cuyos frutos, por antonomasia, tiene que ser la producción de conocimiento. Se llega a él (al burocratismo) por falta de regulación sobre la materia, por fisuras en los controles, por clientelismo y por el afán de ser reconocido, en este caso, a partir de su profusa presencia en distintas instancias, las cuales, en las más de la veces, los frutos son inexistentes o irrelevantes.
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El acomodamiento, en el campo de la docencia universitaria, consiste en el estancamiento en la orientación de los cursos con la misma bibliografía, similar metodología y, en ocasiones, hasta los mismos aires de jocosidad. No siempre se trata de una autoridad en las materias que imparte, más bien, corresponde al placer que genera el permanecer inmóvil repitiendo las mismas cosas, semestre tras semestre. Cuando hay indicios de modificación de la labor académica, esta tipología de docentes entra en pánico y, a los cambios leves, los magnifica como si fuesen fuerzas telúricas. El desacomodamiento genera toda clase de reacciones, desde intentos de argumentación gremial, hasta ultrajes hacia quienes, equivocadamente, consideran sus patrones o, en el peor de los casos, sus enemigos. El economicismo, en quienes ejercen la docencia universitaria, se expresa en el hábito de buscar, aceptar y ejecutar actividades siempre y cuando le representen dividendos financieros. Para este tipo de docentes, todo está mediado por el dinero. Hasta por las acciones más simples y que bien pueden ser consideradas desarrollos de sus actividades habituales, exigen pagos extras. Su proyecto de vida no está anclado en la construcción de país desde el conocimiento, sino en el constante mejoramiento salarial. La voracidad por el dinero les lleva a emplearse en otras universidades (generalmente privadas) en las que sí cumplen horarios, preparan bien sus clases, no siempre les pagan bien y nunca protestan ni promueven asambleas permanentes. Son diestros en la piratería. La alienación en el ámbito universitario, especialmente en los docentes, corresponde a aquel cúmulo de características en las que se evidencia una brutal ruptura entre el sujeto y el fruto de su trabajo. Ocurre cuando el docente cumple un catálogo de funciones básicas que le han sido asignadas, pero en modo alguno siente genuino interés por los sentidos (político, ético, académico) de su trabajo. Su trabajo siempre le parecerá como una carga que atormenta su vida. También puede ser vista la alienación como la pérdida de la libertad y la independencia frente al pensamiento. Los docentes universitarios, atrapados en este tipo de alienación,
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son una masa amorfa cuyos movimientos están determinados por la modas (intelectuales también). En este contexto de la alienación, su trabajo lo reducen a una mercancía sin encontrar en el mismo una praxis liberadora. En el mismo ámbito de la alienación, las dependencias académicas y científicas avanzan al unísono. Los imperios suministraron a sus colonias teorías, métodos, paradigmas, pedagogías, didácticas y las modas del mundo académico. Lo anterior, unido a otros factores como los inconexos provincialismos de los intelectuales latinoamericanos y colombianos, su pobreza material y, en algunos casos la indigencia intelectual, ha hecho que aquellos se conviertan, mayoritariamente, en consumidores de conocimientos producidos en otros mundos y su papel es el de dosificadores de un conocimiento que no les pertenece. La desideologización, en general, es un artilugio de la extrema derecha para imponer su ideología y para ello pregona la muerte de las ideologías. La desideologización en el mundo de la docencia universitaria, corresponde al conjunto de tendencias orientadas a rechazar el cultivo, la adherencia y la puesta en práctica de una ideología, desde el hirsuto argumento de la imparcialidad y de la supuesta inutilidad de las ideologías. La desideologización, paradójicamente, es una forma de ideología que promueve la confusión y la ausencia de utopías, es el no futuro, la desesperanza y el desánimo. Ligada a la desideologización, está la despolitización en los docentes universitarios, consistente en precarias o nulas formas de organización gremial, sindical y política. Un docente universitario despolitizado, es un eunuco. Reduce su praxis a una transmisión mecánica e inercial de un catálogo de conocimientos inconexos, aislados del mundo de la realidad concreta y en apariencia imparciales. Por la vía de la despolitización, aquellos sujetos se muestran renuentes a copar los espacios de participación y decisión en sus respectivas instituciones y les es consustancial la razón cínica en todas sus variables. Medran, no aportan. Hacen de la amargura y la descalificación su principal arma de combate intelectual.
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La obsolescencia temprana es una rasgo consustancial a un cada día mayor número de docentes universitarios, principalmente en Colombia, país subsumido en las más fuertes tradiciones premodernas. Consiste la obsolescencia temprana, en una prematura muerte intelectual, una muerte de la cual el único responsable es el docente, quien, en éste caso, no se actualiza, no investiga, no escribe, no publica, administra un conocimiento que no le pertenece, que no ha producido. Vive de repetir incansablemente formas, fórmulas y conocimientos ya revaluados. Es una hidra con innumerables tentáculos en pequeñas estructuras de poder a las que se aferra con ventosas. Este tipo de docente perdió el horizonte y los contornos del avance de su disciplina. Mayoritariamente no hacen investigaciones (el principal insumo de la docencia universitaria), su bagaje bibliográfico es básico, su vuelo intelectual es corto, pocas o nulas sus publicaciones. Hacen de su trabajo un ritual de dosificación de contenidos de un conocimiento que les es ajeno y, habitualmente, se dispersa en actividades que nada tienen que ver con su función esencial de docente universitario. El individualismo es otro rasgo del docente universitario. En su perspectiva filosófica hay inocultables trazas de egoísmo. Se trata de una fallida forma de encontrar alguna semejanza con la antigua figura de los sabios. El individualismo denota inseguridad ante las exigencias de trabajo en equipo en la docencia, la investigación y la extensión. El arquetipo de docente individualista supone un prejuicio de autosuficiencia, de sobrevaloración de su yo y de soberbia, lo que supone de suyo una enorme fragilidad e inseguridad frente a sus pares. La informalidad es otra amenaza que se cierne sobre los docentes universitarios. Quienes optan por ella, con facilidad alcanzan sus propósitos, apelando al atajo. La informalidad es la antesala de la corrupción, estimula las relaciones clientelares y propicia la desinstitucionalización. Es perceptible en el mundo de la docencia universitaria un doble estándar frente a la informalidad: por un lado,
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se es informal cuando es de su conveniencia y, por otro lado, cuando esa informalidad juega en su contra, se recurre a la más estricta formalidad. La informalidad es una forma de eludir las reglas, los protocolos y las normas. El docente que privilegia la informalidad, envía un pésimo mensaje a sus estudiantes quienes aprenden el “talento” colombiano de la primacía del “astuto” y del “vivo”. Un vicio extendido en amplios sectores de los docentes universitarios, es la simulación. Ávidos de reconocimiento, son numerosos los casos en que un solo docente afirma tener en marcha múltiples proyectos de investigación de manera simultánea, lo cual, no siempre se compadece con la calidad de los resultados. Busca denodadamente que se denomine “investigador puro”. Pero la simulación también está presente en otros escenarios como en el de la labor académica donde, en la forma, aparecen una serie de compromisos que no siempre cumple. Lo mismo ocurre con los contenidos de los programas. Se simula, se vive del amague para impresionar y para labrar una imagen (¿ficticia?) de ser un docente ejemplar. El localismo es otra de las peculiaridades de algunos docentes universitarios. No en vano Colombia es el país que, en ámbito latinoamericano menos investiga, conoce y publica sobre sus similares de América Latina. Bien desde “el complejo de Adán” o desde el resabio de considerarse el centro y origen de todo, el localismo es una negación de la naturaleza del ser universitario. El localismo es la antítesis de la universalidad. El docente que piensa y actúa desde el localismo, incide en la formación de nuevos “intelectuales” caracterizados por la vanidad, el ser fantoches e intolerantes por su misma ignorancia de otras formas de ser, pensar y actuar. En lo concerniente al narcisismo de ciertos docentes universitarios, es pertinente señalar que la personalidad narcisista se caracteriza por un patrón grandioso de vida, este se expresa en fantasías o modos de conducta que incapacitan al individuo para ver al otro, el mundo se guía y debe obedecer a sus propios puntos de vista, los cuales considera irrebatibles, infalibles, auto-generados. Las cosas más obvias y corrientes, si se le ocurren a él o ella, deben ser vistas
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con admiración y se emborracha en la expresión de las mismas. Hay en el narcisista una inagotable sed de admiración y adulación, esta última lo incapacita para poder reflexionar e incluso pensar30. Vive más preocupado por su actuación, en cuanto a la teatralidad y reconocimiento de sus acciones, que en la eficacia y utilidad de las mismas. Su visión es el patrón al cual el mundo debe someterse. Es el Narciso una personalidad que, aún cuando pueda poseer una aguda inteligencia, esta se halla obnubilada por la visión grandiosa de sí mismo y por su hambre de reconocimiento. Vemos así como muchas personas que, pudiendo ser exitosas, productivas y creativas, someten su vida a adulantes mediocridades. Ellas, drogadas por su discurso auto-dirigido, no son capaces de reflexionar y escuchar lo que el mundo les grita. En la otra cara de la moneda, la personalidad narcisista es, en sí misma, una forma de supervivencia en el ámbito del ser y estar. Hemos visto en el mito como Narciso es el producto de una acción terrible31. La personalidad narcisista nace de una violencia, de un terrible trauma, de una herida inferida al individuo en sus primeras etapas del desarrollo o antes, cuando la herida es la madre y ella trasmite al hijo su resentimiento, su dolor, su rabia y su temor. Se refugia, el traumatizado, en su propia imagen de grandiosidad, ello le permite elevar su maltrecha autoestima y sentirse un poco mejor consigo mismo. Su hambre insaciable de reconocimiento se asila en la admiración y la adulancia de quienes lo circundan. Hombres y mujeres narcisitos suelen caer en las más abyectas acciones para sostener su ego herido. Cuando el narcisista ejerce posiciones de poder, se rodea de personas, que por su propia condición, son inferiores a él o ella, y de otros, que le harán la corte solo en función de un interés mezquino32.
30 CODERCH, Joan. La personalidad narcisista de nuestro tiempo. En: Temas de Psicoanálisis, VIII-IX (20032004); p. 13. 31 Ibíd., p. 13. 32 Ibíd., p. 13.
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El narcisista es una persona que puede ser muy exitoso, en cuanto al brillo externo se refiere. Él no se plantea dudas en cuanto a la realidad de sus ideas, sean estas brillantes o no. Así vemos como personas con una inteligencia mediocre y una cultura pobre, escalan posiciones sorprendentes, para ellos el recapacitar no existe. Aún las más insulsas ideas son expresadas con un espíritu mesiánico, se enamoran de las ideas de otros y las hacen propias sin la más mínima consideración moral ni ética. Estos últimos logran capitalizar a una horda de narcisistas depresivos que creen, ingenuamente, en la verdad expresada por el pseudo maestro. Ellos lo seguirán fielmente, no importa cuán errado esté33. El arribismo en los docentes universitarios se caracteriza por su afán de trepar, a cualquier costo, sin que necesariamente sea la consecuencia del trabajo paciente, tesonero y decantado en el tiempo. El docente arribista hace de su actividad un constante espectáculo que difunde por todos los medios a su alcance. Este mismo docente “pone un huevo y cacarea diez”, conceptúa y opina sobre todo, se cree una autoridad que puede impartir cátedra sobre los más disímiles campos del saber. Es inescrupuloso, no conoce el valor de la amistad, su ascenso tiene lugar sobre los hombros de homólogos para quienes sólo tiene desprecio y descalifica por doquier. El cultismo es la antítesis de la crítica. El cultismo, en materia académica, es estancamiento. Sólo avanza el conocimiento cuando hay un ejercicio sistemático de crítica. El cultismo paraliza la ciencia y la tecnología. Es común encontrar docentes universitarios atrapados en el cultismo frente a autores a quienes les atribuyen méritos, en ocasiones desmedidos. Este fenómeno ocurre porque creen deberle a aquéllos lo poco que saben, por prejuicios de origen, raza, militancia política o preferencias sexuales. El cultismo universitario también se expresa ante teorías o corrientes de pensamiento, así mismo, ante tradiciones metodológicas. El cultismo en el ámbito universitario, es la antesala del fundamentalismo.
33 HIMIOB, Gonzalo. Narcisismo. En: Venezuela analítica. Revista electrónica, Número 19, Junio 1997.
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El fundamentalismo en los docentes universitarios se expresa de distintas maneras: en los recursos y giros lingüísticos de la oratoria empleada, en el lenguaje gestual, en lo que afirma con énfasis y en lo que, con arreglo a fines, oculta. Sus ideas no las asume ese docente fundamentalista como una guía de trabajo, sino como una verdad inobjetable, en una verdad revelada la cual debe ser aprehendida por sus “súbditos”. Como todo buen fundamentalista, el docente que así actúa, primero magnifica a sus contradictores a quienes eleva a la estatura de enemigos y les atribuye todos los males. Luego, se presenta como la perfecta opción frente a ese supuesto “enemigo”. El fundamentalismo académico es una forma de violencia, en esta ocasión, desde lo gnoseológico. Al margen de la dimensión religiosa que como seres humanos puedan tener los docentes universitarios, el confesionalismo es un rasgo significativo en ciertos sectores de ese gremio. Consiste en la incapacidad de desligar sus creencias religiosas de su ejercicio docente. El discurso académico propiamente dicho, las estrategias pedagógicas y didácticas incluidas las formas de evaluación y los ejemplos con los que pretende darle fuerza a sus planteamientos, suelen estar adscritos o impregnados a su particular religión. El clientelismo no es un fenómeno exclusivo del campo político. En el mundo universitario colombiano también son evidentes prácticas clientelistas las cuales se traslapan de lo público a lo privado y desde lo colectivo a lo individual. “Pequeños” beneficios personales de algunos docentes universitarios son logrados mediante sutiles prácticas de halagos, regalos y, en algunos casos, la más repugnante y vil práctica de la coacción de favores sexuales a cambio de notas aprobatorias. Episodios casi imposibles de comprobar por las aristas que encierra hechos de tal naturaleza, pero que lamentablemente ocurren. Quienes así actúan, muestran, entre otras cosas, su turbia prosapia como ser humano e intelectual, agravado, en algunos casos, con episodios de drogadicción, alcoholismo y acoso sexual en los que también incurren ciertos docentes.
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El clientelismo se suma a los anteriores componentes de la crisis de la universidad pública colombiana, expresado en el crecimiento exponencial de funcionarios (nóminas paralelas), como forma de pago a apoyos políticos en la competencia por las rectorías. En ese mismo sentido es perceptible la conversión de recién graduados (no siempre idóneos) como docentes ocasionales, parte de ellos sostenidos por el nepotismo o las simples cadenas alimenticias que se registran en algunas unidades académicas. ¿Cómo son los sistemas de contratos de obras civiles? Seguramente en este sentido, la universidad pública colombiana no escapa a las influencias del contexto y algunos rectores parecen haberse convertido en funcionarios subalternos de las gobernaciones. A juzgar por el acomodamiento a cada circunstancia, pareciese que las conductas expuestas contaran la anuencia de organizaciones gremiales convertidas en paradisiacos lugares para hibernar o dorados estilos de vida de algunos tartufos de redomada condición de burócratas del sindicalismo. La designación de rectores en las universidades públicas colombianas tal vez sea la más cruda expresión del clientelismo en el ámbito académico. A tales dignidades no se accede por méritos académicos, ni es necesariamente un ejercicio mediado por la democracia y la autonomía. Se trata de un ruin proceso en el que, quienes aspiran al cargo, ofrecen a los miembros de los consejos superiores contratos, empleos y un amplio elenco de dádivas. Obtiene el cargo quien más ofrezca y comprometa a las instituciones en este tipo de prácticas. Lo que menos interesa es la hoja de vida y las propuestas de gestión. Queda la universidad pública convertida en un tinglado donde las distintas fuerzas políticas y gremiales muestran lo peor de sí. Las organizaciones profesorales y estudiantiles con frecuencia participan y se benefician de estas formas ficcionales de democracia y autonomía universitaria, siendo además, cómplices de la corrupción derivada del mismo clientelismo. Pese a tales amenazas, hábitos o vicios que se ciernen sobre el docente universitario o hacen parte de su cotidianidad, como sujeto político tiene ante sí enormes retos. Como protagonista del pensamiento no puede convertirse en un mercader que envasa su
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mercancía, en este caso, el conocimiento, en recipientes con brillantes etiquetas que sólo buscan llamar la atención del cliente en el más desaforado consumismo y actuar como un profesional de mercadeo apelando a las novísimas teorías y estrategias de ventas y a su vez, desconocer el destino político, ético y académico de su obra y el uso que de la misma se hace. En Colombia, para el docente universitario es un imperativo revisar seriamente el sentido de su trabajo e identificar sus múltiples responsabilidades éticas, políticas y académicas y, así, formar para lo superior. En el campo de las responsabilidades éticas, el docente universitario debe contribuir a la creación de valores. En el ámbito de las responsabilidades políticas, están las de dotar al pueblo de identidad y de orientar el conocimiento de un pasado común que les permita fundar proyectos colectivos para sus luchas34. En lo académico, debe hacer inteligible lo que, en apariencia, se nos presenta como ininteligible, arrojar luces sobre la oscuridad natural o artificial, ser ejemplo de mesura y ponderación en el marco de una ética del trabajo, no del juego ni del azar. Los docentes universitarios son responsables de su propia obsolescencia temprana, cuando reducen su actividad al pasivo y mínimo papel de burócratas defenestrados que no investigan, ni publican. Esa obsolescencia temprana es una de las peculiaridades de los intelectuales de los países atrasados, que consiste en una corta vida intelectual y con relativa frecuencia se suma a ello, la esterilidad en términos del nulo aporte al conocimiento. De tal fenómeno son responsables ellos mismos, quienes no dan muestra de mayor interés por salir de tan deprimente condición y más bien, se habilitan como empedernidos burócratas que administran un conocimiento cosificado, que no producen, que no les pertenece y en consecuencia, no le encuentran sus conexiones pertinentes con el entorno, situación que se refleja en el peculiar
34 FLORESCANO, Enrique. La historia y el historiador. México: Fondo de Cultura Económica, 2 edición, 2000. p. 65.
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nihilismo del que hacen ostentación sus estudiantes, a quienes no faltan razones, para considerárseles víctimas. Estos intelectuales son parte del problema y de la solución, al no tener nada, nada tienen para ofrecer; no pueden ser líderes de la construcción del conocimiento, porque ésta no es justamente su cualidad; desde su condición de ágrafos, forman para la agrafía. No escriben porque su condición de manipuladores del conocimiento les es suficiente, y envejecen prematuramente frente al mismo, porque no lo cultivan. La relación es dialéctica. El docente universitario frente a la situación del mundo debe replantear su posición, si es que ha tenido alguna, pues “...ser un investigador o un científico es cumplir un determinado papel en el sistema social, un papel bastante diferente del de apologistas de cualquier grupo en particular”35. Viejos y nuevos problemas le interpelan al docente respuestas para su solución. Millones de seres humanos permanecen aislados de los beneficios del conocimiento que se origina en las universidades (estatales) cuyos miembros (en su mayoría) permanecen de frente a sus paredes y de espaldas con relación a los contextos a los cuales se deben. Es deprimente cuando ante reconocimientos o halagos de sus pares o de comunidades académicas, los docentes universitarios se dejan llevar por la turbulencia de la vanidad, pues la fama de un autor puede resultar inmerecida al estar basada en la estupidez y la credulidad de sus admiradores que ha cautivado a partir de generar en ellos un terror académico para luego ofrecerles protección y seguridad a cambio de la adulación, así no sean evidentes sus aportes al conocimiento y el mismo docente engreído, terminará defendiendo a muerte su condición ya que “Es agradable disfrutar de una ocupación cuyas horas son cortas, las vacaciones largas y la seguridad en el puesto tan absoluta que ni la pereza ni la decrepitud podrán hacer que uno pierda su trabajo. En las universidades es
35 WALLERSTEIN, Immanuel. El moderno sistema mundial. México: Siglo XXI, Vol. 1. 2 edición, 1979. p. 15.
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posible continuar incluso cuando se está ciego, sordo, semiparalítico y uno ha olvidado casi todo lo que sabía. Si una persona se vuelve loca de una manera no demasiado obvia y todavía es capaz de emitir sonidos reconocibles, tiene una buena posibilidad de que se la salude como descubridora de verdades insondables”36. Los anteriores problemas perceptibles en algunas comunidades de universitarios, no sólo los compromete como individuos, sino a las mismas instituciones en las cuales se desempeñan, que por sus inercias y estructuras burocráticas terminan prohijando estos hechos. Es bien conocida la situación según la cual, “Todas las instituciones consagradas a la persecución del conocimiento deben hacer frente a un dilema inexcusable: si se confiere la autoridad a administradores profesionales hallamos una situación en la que los ciegos indican a los videntes por dónde ir, mientras que si los científicos y estudiosos tienen que asumir tareas de administración, a menudo se transforman en inservibles eunucos que ni pueden administrar eficientemente ni descubrir nada importante”37. Pese a toda la adversidad que afrontan los docentes universitarios, representada en el retroceso de sus derechos adquiridos, en las legislaciones laborales que afectan sus intereses, en la ausencia de recursos suficientes para apoyar la investigación y en la inoperancia de políticas de relevo generacional, entre otras, estos profesionales deben sobreponerse a las mismas haciendo gala de la imaginación que les es peculiar como universitarios. El docente universitario, debe ser crítico frente a los problemas sociales, así como defender la identidad de sus pueblos, crear líneas de pensamiento para que no sea del norte de donde éste y las ideas vengan ya enlatadas o precocidas para ser rumiadas por los intelectuales del sur que las sirven ya digeridas al pueblo38,
36 ANDRESKI, Stanislav. Las ciencias sociales como forma de brujería. Madrid: Taurus, 1973. p. 263. 37 Ibíd., p. 266. 38 ANTONIN, Arnold. América Latina. La visión de los cientistas sociales. En: Nueva Sociedad, Número 139, Caracas, (Sep-Oct 1995); p. 70.
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pues uno de los mitos sobre los que se asienta la dominación, es el de la presunta validez universal de los métodos y las teorías. En ese mismo horizonte, también debe contribuir a crear nuevas categorías, nuevos valores y conceptos, que permitan comprender la compleja trama de América Latina. El docente universitario debe crear condiciones para el surgimiento de un pensamiento crítico, riguroso, dialéctico y competitivo y desde ese ángulo teórico, imaginar modelos sociales y políticos alternativos, posibles y ejecutables39 que sirvan de guía a los pueblos, y no de trampa que los enfrente a la muerte. Para tal efecto, “los intelectuales tenemos que tratar de ser modernos a partir de nuestras propias tradiciones culturales y nuestra propia capacidad crítica, entre otras de nosotros mismos y de nuestra historia y, desde luego, críticos de todas las formas de poder. Críticos de la miseria en que vive la mayoría de nuestras sociedades”40 y de la riqueza en que se ahogan minorías, críticos de los poderosos y de sus víctimas. El docente universitario debe ayudar al conocimiento de la realidad, criticar el orden establecido, no puede ni debe renunciar a la responsabilidad de la búsqueda y formulación de alternativas de cambio y de reforma de nuestras sociedades41 y para ello se requiere que sea una voz independiente42. Ser independiente no puede confundirse con la apoliticidad, la desideologización y la imparcialidad de la que hacen gala, quienes incluso sin ser llamados, se ponen al servicio de ideologías y proyectos políticos, para justificar, desde el ámbito académico, el supuesto carácter científico de los análisis que soportan las decisiones tomadas por gobiernos, a instancias de lo
39 BONILLA, Adrián. América Latina. La visión de los cientistas sociales. En: Nueva Sociedad, Número 139, Caracas, (Sep-Oct 1995); p. 76. 40 CALDERÓN G, Fernando. América Latina. La visión de los cientistas sociales. En: Nueva Sociedad, Número 139, Caracas, (Sep-Oct 1995); p. 83. 41 CÓRDOVA MACÍAS, Ricardo. América Latina. La visión de los cientistas sociales. En: Nueva Sociedad, Número 139, Caracas, (Sep-Oct 1995); p. 88. 42 GUDYNAS, Eduardo. América Latina. La visión de los cientistas sociales. En: Nueva Sociedad, Número 139, Caracas, (Sep-Oct 1995); p. 110.
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impuesto por instituciones y países extranjeros. Ser independiente supone la capacidad, en primera instancia, de revisar en forma permanente y crítica su condición y el sentido de su trabajo y en segundo lugar, someter al libre examen los fenómenos sociales, sin más ataduras que las que le impone su propia imaginación. En distintos escenarios suele darse por aceptado que la universidad es la conciencia crítica de la nación y que en ella, se concentran las elites intelectuales. Al margen de toda la subjetividad social e individual que alberga la anterior afirmación, es pertinente cuestionar, de manera puntual, el rol que juegan las disciplinas de las Ciencias Humanas y Sociales en el contexto local, departamental, regional, nacional e internacional, frente a problemáticas como la exclusión social, política, étnica y económica; la degradación del ambiente, la violación de los derechos humanos, el creciente empobrecimiento material y espiritual de los pueblos, fenómenos éstos que inciden en la identidad de pueblos con elevados índices de necesidades básicas insatisfechas, violencias y atraso. El anterior panorama le interpela, a la intelectualidad cultora del saber social y humanístico, análisis críticos y probables alternativas de solución. Partimos de la consideración de Karl Raimund Popper (19021994), en el sentido de que la ciencia será siempre una búsqueda, jamás un descubrimiento definitivo y concluyente. Es un viaje, nunca una llegada y, en ese mismo sentido, el conocimiento además de ser transitorio y relativo, se justifica y tiene pertinencia en cuanto contribuya a la solución de los problemas planteados por los pueblos en espacios y tiempos definidos. Los intelectuales (en formación y formados) con un ápice de sensibilidad frente a la problemática circundante deben asumir responsablemente su vida, convirtiéndose en preguntadores, comprometiéndose con la utopía, imaginándose sociedades mejores y poniendo su conocimiento al servicio de ese fin. Defender la identidad de sus pueblos y crear líneas de pensamiento distintas a las provenientes del norte de donde el pensamiento y las ideas vienen ya enlatadas y precocidas para ser rumiadas por los intelectuales del
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sur quienes intentan servirlas ya digeridas; así como crear nuevos conceptos, valores y categorías para el siglo XXI hacen parte del catálogo de responsabilidades. Lograr que su capacitación sea útil en la construcción de alternativas distintas a las impuestas, crear condiciones para el surgimiento de un pensamiento social latinoamericano riguroso legitimador de propuestas de cambio, imaginar modelos sociales y políticos alternativos desde los movimientos sociales; enriquecer su responsabilidad social, ética y política respecto de una crítica de la miseria donde vive la mayoría de nuestras sociedades; ayudar al conocimiento de la realidad, criticar el orden establecido, recuperar las culturas, las identidades locales y nacionales como arma fundamental y elemento crucial para nuevas alternativas; ser la voz independiente frente a la realidad del continente que lo interpela, reservarse en todo caso una función crítica y proponer alternativas viables. Además, rascar la herida sin cesar, insistir en los principales conflictos irresueltos de nuestro mundo periférico, reconocer formas de explotación e injusticia ignoradas por el actual discurso político hegemónico, ser portadores de valores y hacedores de mapas inteligibles de la realidad, ser críticos del poder cualquiera sea su forma, tener una mirada histórica, capaz de zafarse del pragmatismo impuesto por los dogmas neoliberales y ser capaces de construir nuevos argumentos, formularse nuevas preguntas a partir del conocimiento producido y difundido, y pensar en América Latina como región reinventando el proceso de integración más allá de lo estrictamente económico, fortalecer las luchas libertarias, son entre otros, los roles que deben asumir docentes universitarios respecto a la situación de América Latina. La construcción de un imaginario civilista, democrático, laico y crítico es un hecho imperativo para los docentes universitarios, en países militaristas, antidemocráticos, confesionales y acríticos como lo es Colombia, por ejemplo. La defensa de lo público supone un uso responsable de los bienes que han sido confiados
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en virtud de cargos de dirección que alguien ocupa circunstancialmente. Asumir el rol de intelectual universal y particular, en un mundo cada vez más complejo e interdependiente, al margen de la disciplina de que se ocupe cada docente, se ha convertido en una condición sine qua non para las deseables interlocuciones internacionales y, para ello, es menester poner el dedo en la llaga sobre las encrucijadas que, se ha expuesto, le asisten al ejercicio docente universitario en América Latina. Bien lo dijo Carlos Pereyra, “Los académicos que entienden su labor como algo aislado de toda responsabilidad política, no pueden evitar que el resultado de sus investigaciones tienda a desdibujarse: esto es consecuencia natural de la separación forzada entre el saber (social y humanístico) y el horizonte político en que ese saber se produce”, para lo cual es esencial un pensamiento laico. Como se sabe, la laicidad tiene tres pilares: la libertad de conciencia, la igualdad de derechos y la universalidad de la acción pública. El laicismo es la defensa del pluralismo ideológico, nos permite vivir juntos a pesar de nuestras diferencias de opinión y de creencia. El laicismo no es antirreligioso, tampoco ateísmo, ni agnosticismo. El laicismo es emancipación de las conciencias. Abordar de manera sensata la crisis perpetua de la universidad supone reconocer que la crisis no es solo económica. Mientras en el seno de las universidades no se resuelva los otros componentes de su crisis, ningún presupuesto será suficiente. La crisis será perpetua. En las universidades públicas la asignación de la labor académica es tal vez el mayor desangre económico de las instituciones. Mientras algunos docentes de planta se rehúsan a cumplir cabalmente sus funciones (especialmente en materia de docencia directa), las instituciones se ven obligadas a sobrecargar de manera infrahumana a los docentes ocasionales y a incrementar el número de contrataciones. Pareciese que funcionarios de distinto nivel en constante campaña por las rectorías se prestan a este tipo de trapisondas. Desde el ámbito de la docencia universitaria es perentorio potenciar la lucha universitaria y, paralelamente, reflexionar no
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solo sobre la crisis económica de la universidad pública, sino también sobre otras crisis, algunas de ellas expuestas aquí de manera somera; advirtiendo que las universidades públicas en Colombia y América Latina no solo atraviesan por una crisis financiera. También les carcome una crisis de identidad, de legitimidad y de reconocimiento. La universidad pública no puede seguir siendo el pantano en el que se reproducen sicofantas, fantoches y tartufos quienes, en sus escasos momentos de “lucidez” solo exhiben ese mundo de carencias de donde provienen. Peligrosamente en el ámbito universitario (específicamente) colombiano se impone “El derecho a ser mediocre”, en el sentido de hacer lo mínimo y esperar pacientemente la pensión. En el ámbito latinoamericano, Colombia registra uno de los más bajos índices de académicos con título de doctor. Pero en este país de fantoches, simuladores, impostores, mediocres y cínicos, a cualquiera que acredite la formación universitaria básica, independientemente de su calidad, se le llama doctor, y éste no corrige, por el contrario, encantado acepta tal título sin poseerlo, ni merecerlo. El neoliberalismo transformó la universidad. La convirtió en un centro de experimentación de modelos que afianzan el capitalismo y en cuna del emprendimiento en la que predomina el adiestramiento sobre la formación. Introdujo la moda de la primacía de los títulos y las formas sobre el conocimiento, al punto que en ciertos casos las ciencias fueron transformadas en placebos y, concordante con ello, validadas las masivas titulaciones (cada vez con menores niveles de exigencia) como símbolo de éxito institucional. En esas condiciones se aprende para un fin determinado y se paga por ello, según el mercado laboral. Además, el neoliberalismo entronizó el pragmatismo y el utilitarismo por medio de las relaciones de la universidad con la industria, el comercio y las finanzas, en tanto proveedora de servicios. La universidad así transformada, es un agregado de vicerrectorías, facultades, departamentos e institutos (usualmente inconexos e incomunicados) cuya universalidad no siempre lo es. Tales instan-
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cias convertidas en unidades de negocios se enfocaron en ello y, el cultivo de las disciplinas, quedó relegado a un segundo plano. En esas ínsulas los docentes, a manera de náufragos, desposeídos de casi todo, luchan por mantenerse a flote, en desmedro de sus funciones sustantivas. Probablemente el impacto más fuerte y negativo del neoliberalismo sobre la universidad, ha sido la entronización del fenómeno de la calidad, hasta convertirlo en una obsesión y, en cierto modo, en algo enfermizo. Para el efecto existen organismos mundiales y nacionales que clasifican las universidades y, en algunos países de América Latina esas catalogaciones determinan apoyos estatales y valores agregados (ampliación de la autonomía, mayores recursos financieros, movilidad estudiantil y profesoral, becas y doble titulación, entre otros). Siendo la calidad un concepto polisémico, su acepción para el caso de la universidad está emparentada al taylorismo y al fordismo. En consecuencia, debe ser la universidad la fuente de ideas, caminos y conocimientos para frenar y luego revertir tan sombrío panorama. Concordante con ese reto, el docente universitario, está obligado a ser maestro. Se requiere una orientación en y para la vida, pues la verdad no se tiene, se busca. Así, ser maestro es formar buscadores de conocimiento. El maestro esculpe y forma a la persona, enciende el fuego, no llena un recipiente vacío. Indaga la sabiduría entendida como el constante examinar y despierta la pasión por el conocimiento. El maestro nada exige al discípulo, que no se haya exigido así mismo, es claro que nadie da lo que no tiene y lo que no es. En ese orden de ideas, los investigadores son profesores, pero no todos los profesores son investigadores. Los primeros entienden que la formación docente debe ser continua mientras los segundos consideran que su cualificación está terminada, incluida la dimensión pedagógica. En medio de ese pantano se encuentran pequeños nichos de pensamiento crítico y praxis consecuente, desde los cuales sería factible una lucha global y sistemática contra el neoliberalismo.
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Para tal empeño nada más urgente que los docentes universitarios revisen de manera autocrítica su condición de sujetos históricos con conciencia de sí y para sí, y asuman con decoro su papel en la historia que no podrá ser morir de rodillas ante el huracán del neoliberalismo.
2.11 Geopolíticas Las implicaciones geopolíticas del neoliberalismo son de distinta naturaleza. Lo anterior motiva una somera mirada retrospectiva sobre América Latina para colegir elementos que permitan comprender cómo el moldeamiento geopolítico derivado de la economía de mercado para la región, son parte de una larga historia. América Latina es una invención europea, su tragedia empezó en 1492 y fue agudizada por el neoliberalismo desde la segunda mitad del siglo XX. Los países que la componen lograron su independencia frente a España a lo largo del siglo XIX. El 20 de julio de 1810 aparece como la fecha oficial de la independencia de Colombia43. Las agitaciones contra el dominio español, comenzaron en Caracas (en abril de 1810), en Buenos Aires (en mayo); en Bogotá y La Paz, (en julio); en Quito, (en agosto); en Santiago de Chile y en Dolores, Guanajuato (México), (en septiembre), como lo recuerda en éste último caso el mexicano José Alfredo Jiménez en su canción ranchera “15 de septiembre”.
43 Esta fecha sólo fue el inicio de una escalada militarista, donde los bandos contendientes emularon en la barbarie y en la degradación del conflicto, según los partes de guerra de lo que fueron la Batalla de Boyacá, el 7 de agosto de 1819. La Batalla de San Juanito (Buga), el 28 de septiembre de 1819. La Batalla de Pitayó (Silvia, Cauca), el 7 de junio de 1820. La Batalla de Genoy (Nariño), el 2 de febrero de 1821. La Batalla de Bomboná (Nariño), el 7 de abril de 1822. La Batalla de Pichincha, el 24 de mayo de 1822. La Batalla de Junín, el 6 de agosto de 1824. La Batalla de Ayacucho, el 9 de diciembre de 1824. Según mi criterio, éstas tres últimas batallas (Pichincha, Junín y Ayacucho), fueron las que sellaron la independencia de los actuales países del área andina.
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A dos siglos de la supuesta independencia, en el año 2010 en distintos países de América Latina se registraron ceremonias conmemorativas sobre el bicentenario de las independencias. Autoridades de distinto orden, instituciones de variada trascendencia, organizaciones y personas de heterogéneas procedencias académicas y políticas, convergieron, con alborozo, para celebrar 200 años de supuesta vida republicana. Gobiernos de distintos niveles jerárquicos apuraron las construcciones de obras para regocijarse por tal efemérides, burócratas de todas las pelambres ejecutaron acciones como paseos a lugares de probables significados históricos, vividores de variada estirpe se agazapan en foros, congresos, seminarios y conferencias para realzar cuestiones que, en las más de la veces, ni conocen ni procesan de manera crítica. Es necesario comprender que independencia es la capacidad para elegir y actuar con libertad y sin depender de un mando o autoridad extraña. Es la calidad o condición de independiente, de autonomía, entereza, firmeza de carácter. Es la situación de un país que no depende ni está sometido a la autoridad de otro. Como concepto político apareció con la Declaración de Independencia de los Estados Unidos en 1776 como respuesta al colonialismo europeo y se extendió con las declaraciones de independencia de los países latinoamericanos dependientes del imperio español en la Guerra de Independencia Hispanoamericana (1804-1824). Más adelante el concepto se relacionó estrechamente con el principio de no intervención y el derecho de autodeterminación de los pueblos. Si nos atenemos a la anterior etimología, un país es independiente cuando construye su propia libertad, la asume con responsabilidad y genera prácticas de autonomía por medio de las cuales ni depende, ni está sometido a la influencia dominante o a la asfixiante autoridad de otro país. En la historia política de Occidente la consecución de las independencias, fueron procesos tortuosos unos, ágiles otros e indefinidos los demás. En tanto construcciones históricas, las independencias de los países latinoamericanos han sido aceptadas como hechos inobjetables, los
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cuales habrían ocurrido, en su mayoría, en el marco del denominado ciclo de revoluciones de Occidente (1780-1830), respecto al dominio español iniciado en 1492. Lo que hoy se conoce como América Latina, antes fue llamada las Indias, Nuevo Mundo y luego América44. El nombre de América Latina apareció por primera vez en 1861 a raíz de la expedición francesa en México (1861-1867) en el marco de la geopolítica panlatina liderada por Napoleón III, como una estrategia conducente a la recomposición de la correlación de fuerzas, en este caso a favor de Francia, frente a los ímpetus expansionistas de Prusia, Italia, España, Portugal, Reino Unido y Estados Unidos. Su nombre fue pues el resultado de conflictos geopolíticos entre las principales potencias imperialistas de aquél tiempo. Desde entonces, con el nombre de América Latina se pretende homogenizar una parte del mundo que es heterogénea en términos geográficos y humanos. El mundo académico quedó atrapado en tal dispositivo configurado por la política. Ello explica en parte el hecho de que, particularmente desde las Ciencias Humanas y Sociales, ha existido una marcada tendencia a generalizar para toda la región explicaciones, tendencias y procesos a partir del conocimiento de unos países, ignorando a los demás. De lo anterior, se deducen dos cuestiones: en primera instancia, América Latina no decidió su nombre y, en segundo lugar, América Latina es una creación europea. A propósito de los Estados Unidos, aún no hay acuerdo entre los estudiosos del tema, si dicho país participó de manera activa a favor de las independencias de los países de la región, o si por el contrario, entorpeció tales hechos dado que aún no estaba en condiciones geopolíticas de ejercer un dominio hegemónico sobre las nacientes repúblicas. Sobre lo que si no hay duda, es que el Reino Unido intervino en pro de las mencionadas
44 VELÁSQUEZ RIVERA, Edgar. ¿Cuál independencia? Texto inédito. Algunas ideas sobre la independencia fueron tomadas de la anterior fuente.
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independencias con municiones, armas, hombres y empréstitos monetarios, sembrando de ese modo la nueva dependencia de los países recién independizados frente a esa potencia europea. Una vez fueron expulsadas las autoridades españolas de sus colonias y las noveles repúblicas obtuvieron el reconocimiento como países libres por parte de algunas naciones, el Reino Unido procedió a legalizar esos empréstitos monetarios y nacieron las deudas externas. América Latina nació endeudada. Desde entonces, las deudas externas se convirtieron en nuevas formas de esclavización. Los países latinoamericanos, unos más que otros, tienen su futuro hipotecado a raíz de su impagables deudas externas, cuyo crecimiento, no necesariamente ha significado mejoras en las infraestructuras productivas. Situados en el año 2020, desde 1970, es decir, en los últimos cincuenta años, las deudas externas de los países de la región, se ha incrementado 80 veces. Por efectos combinados de los resultados parciales de la lucha geopolítica entre las principales potencias hegemónicas de las tres primeras décadas del siglo XIX, y de la figura de las deudas externas, entre otros, los países latinoamericanos cayeron en una nueva dependencia, en este caso, frente al Reino Unido. Antes lo habían estado frente a España. Entre la última década del siglo XIX y las tres primeras del XX, el Reino Unido fue desplazado de la región, como potencia hegemónica, por los Estados Unidos, en un contexto geopolítico caracterizado por el auge del imperialismo impulsado por la Doctrina Monroe, el Destino Manifiesto, y las estrategias de Buen Vecino, de la Diplomacia del Dólar y la Diplomacia del Garrote. Los Estados Unidos superaron al Reino Unido en producción de bienes y servicios, exportaciones, en áreas de dominio y de influencia y empezaron a compartir con esta, el liderazgo de la revolución científica y tecnológica de la coyuntura en cuestión. La nueva dependencia de América Latina frente a los Estados Unidos, sin ser la única, fue y es, en términos cualitativos y cuantitativos, más profunda e integral que la ocurrida con respecto al Reino Unido y España. Esas dependencias no inician donde
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terminan otras, son acumulativas. El desplazamiento de una potencia hegemónica por otra, no es completo, total y permanente. Pues según se desprende del 33 Periodo de Sesiones de la CEPAL, celebrado en Brasilia (30 de mayo y 1 de junio de 2010), América Latina avanza hacia unas nuevas dependencias, en este caso, con relación a China, y dicho organismo pone como prueba ineluctable los casos de México y algunos países del Caribe que, en el contexto de las crisis estructurales y coyunturales de la economía estadounidense, ya dependen más de la China que de los Estados Unidos. Los anteriores fenómenos permiten indicar que América Latina ha sido objeto y no sujeto de su historia. De esa condición de objeto de la Historia, se derivan una serie de peculiaridades que han sido recurrentes en el tiempo y en el espacio. Los etnocidios y los ecocidios que han perpetrado las potencias dominantes, además de ser reiterativos, permanecen en la impunidad. También permanecen en la impunidad los crímenes cometidos, auspiciados y provocados por los estamentos castrenses y policiales, por la Iglesia Católica, por las elites gobernantes y por los transeúntes de la burocracia. Las cosmogonías y las cosmovisiones de las culturas vernáculas cedieron, total o parcialmente, ante las que impusieron e imponen las potencias dominantes. Lenguas, religiones, instituciones políticas y formas de vida, fueron cercenadas a sangre y fuego, otras quedaron en el ostracismo (en algunos casos, con la complicidad de gobernantes y líderes autóctonos) y unas pocas se niegan a morir. De la existencia de centenares de lenguas y religiones, se pasó a una lengua y a una religión y, paradójicamente, los descendientes de las víctimas directas de tales episodios, hoy abrazan con afabilidad a esos supuestos beneficios. A raíz de la supuesta independencia de los países latinoamericanos, sus gobernantes, en la mayoría de los casos subsumidos en una deprimente alienación e indigencia intelectual expresada en su orfandad de elaboración propia, trasladaron a sus tierras, desde Europa y los Estados Unidos, paradigmas cognitivos, teorías sociales, culturas e instituciones políticas, ideologías, nuevas
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comprensiones del mundo y de la vida, modas, gustos y fobias, modelos económicos y nuevos cánones de la cultura en general. Tal fue el caso del liberalismo que se introdujo como un cuadro de ideas absolutas, no como un sistema crítico de pensamiento. El liberalismo entró a operar, en la práctica, como una ideología de inhibiciones y no del hacer45. El resultado no pudo ser más desastroso. Tal fue el caso de las ideologías, específicamente de la ideología liberal que, tanto en Europa como en los Estados Unidos contribuyó a desatar procesos liberadores, en América Latina y, concretamente en Colombia, fue convertida, oficialmente, en una ideología para la opresión y el amordazamiento de las libertades. Eso para sólo mencionar un caso. Concomitante con lo atrás expuesto, en América Latina, en rigor, cuestiones como el nacionalismo, el republicanismo y los Estados con sus pretendidas divisiones de poderes, no han sido más que ficciones. Construcciones históricas específicas, dirían algunos conciliadores de oficio, si, construcciones históricas abortadas que, después de laberínticos y tragicómicos procesos, vuelven al punto de inicio. Por eso la historia política de América Latina en algunos aspectos es recurrente en lo formal y lo formal es la epidermis de la esencia o del contenido. Dichas ficciones, desde una perspectiva dialéctica viven del espejismo de ser expresiones de naciones independientes, cuando en verdad, su afianzamiento es directamente proporcional al ahondamiento de las relaciones de dependencia46. La mayoría de latinoamericanos reglan sus vidas en virtud de mitos y las ficciones son partes de su expresión concreta47. Como se sabe, el mito se destruye cuando se conoce la realidad, por eso todo mito rechaza el conocimiento de la misma. Esta matriz ha dado lugar a paradojas como el afirmar que las formas predominantes
45 GARCÍA, Antonio. Dialéctica de la democracia. Bogotá: Cruz del Sur, 1971. p. 20. 46 AGUILAR, Alonso. Orígenes del subdesarrollo. Bogotá: Plaza & Janes, 1982. p. 62. 47 FURTADO, Celso. Obras escogidas. Bogotá: Plaza & Janes, 1985. p.171.
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de Estado en América Latina se rigen por la división de poderes, cuando en la práctica no lo es; que los Estados llegaron a un punto de crecimiento tal, que era necesario achicarlo, cuando en realidad nunca copó, completamente, los espacios de cada país, prueba de ello es que en algunos de ellos, aún perviven estados paralelos o para estados. En el ilusionismo de una supuesta independencia, algunas corrientes intelectuales dan por sentado el inicio de la posmodernidad en América Latina, cuando en verdad, la modernidad, en estricto sentido nunca ha llegado y, más bien, hay evidencias tangibles de premodernidad o de minoría de edad colectiva. Desde esa perspectiva, la tragedia de que América Latina no sea sujeto de su historia, obturó y obstruye cualquier intento independentista. América Latina ha sido el reservorio de recursos, con los cuales, en parte, España, Portugal, Francia, Reino Unido, Estados Unidos y, luego China, se convirtieron y afianzaron su condición de sujetos de su historia. Desde esta lógica comprensiva de los hechos, los países de América Latina, en su condición de países dependientes de las potencias antes indicadas, han oscilado en condiciones de periferias primarias y secundarias, según las exigencias de los modelos económicos, políticos, sociales, culturales y militares de las mismas, en cada coyuntura48. En tanto periferias, sus relaciones con los centros metropolitanos han sido y son asimétricas y de dependencia estructural. Es decir, no están en tránsito hacia una independencia o hacia la quimera del desarrollo, estuvieron en condición de colonias y, desde hace dos centurias están como neocolonias. De manera reciente, los Estados Unidos, por medio de instituciones hemisféricas, creadas, ex profeso, ahondan la dependencia estructural. Entre esas instituciones destacan cuatro: 1. Las Cumbres de las Américas, de los Jefes de Estado del continente, la primera de las cuales se realizó en Miami
48 EVERS, Tilman. El Estado en la periferia capitalista. México: Tercer Mundo Editores, 3 edición, 1985. p. 71.
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en 1994. Según el Departamento de Estado fue la primera reunión de su tipo en 27 años y celebró “el compromiso con la democracia y las economías de mercado en América Latina”. 2. Las Conferencias de Ministros de Defensa de América (CMDA). 3. El ALCA y el TLC. 4. El Centro Hemisférico de Estudios para la Defensa (CHED), creado por el Pentágono dentro de la Universidad Nacional de Defensa de las Fuerzas Armadas Estadounidenses, la National Defense University (NDU). De lo expuesto se deduce que América Latina nunca ha sido independiente. Sus países han sido objeto de múltiples impactos imperialistas, sucesivamente han cambiado de amo, mutan de colonias a neocolonias y, en el contexto geopolítico del neoliberalismo, con mayor rigor, claridad y contundencia tiene lugar esa dependencia multidimensional o estructural manifestada en los asuntos económicos, políticos, sociales, culturales, religiosos, militares, académicos y científicos. Desde esa perspectiva, en materia geopolítica, uno de los rasgos definitorios de la novísima versión de la globalización por la que atraviesa el mundo, es la multipolaridad. La terminación de la Guerra Fría, supuso un nuevo contexto geopolítico, en el que América Latina volvió a quedar como objeto y no sujeto de la historia. España clavó la mirada en sus antiguas colonias y decidió volver con renovados bríos. En 1999 se cumplió un nuevo hito en la historia de las relaciones entre España e Iberoamérica. El acelerado crecimiento de las inversiones españolas en América Latina, hace suponer que estas hayan podido superar a las norteamericanas. Esto situaría a España como el primer inversor en la región, cosa que seguramente no ocurría desde la época colonial. Desde finales de ese mismo año, el mundo anglosajón se mostró inquieto ante la creciente importancia de las inversiones españolas
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en América Latina. Medios especializados como Time, Washington Post, Financial Time, Wall Street Journal y The Economist se han hecho eco de esta inquietud y han venido difundiendo extensas informaciones, reportajes, análisis o artículos sobre este tema que han girado alrededor del juego histórico de la reconquista, la nueva conquista o los nuevos conquistadores. Se afirma que “…se trató de operaciones de gran envergadura vinculadas a procesos de privatización o desregulación en los sectores de banca, energía, petróleo y telecomunicaciones y que han tenido lugar preferentemente durante la segunda parte de la década de los 90 entre 1996 y 2000 los flujos de inversión exterior de las empresas españolas hacia América Latina superan a los flujos dirigidos hacia las demás áreas geográficas”49 como Asia y África. Como razones para invertir se esgrimieron el idioma, el ser supuestamente una región emergente, y la proximidad socio cultural, con la lengua como vínculo de lazos culturales y lingüísticos comunes, facilitador de una enorme ventaja competitiva, ya que, según los inversores, permite una proximidad afectiva, que facilita enormemente la transferencia de conocimientos y de técnicas empresariales de manera rápida y eficiente50. Habría que añadir el factor religioso y en general herencias de lo que fueron más de 300 años de colonialismo. Esta supuesta hermandad es afianzada ideológicamente desde las derechas, entre ellas la colombiana, en la que se incuban y forman nuevas generaciones afectas al neoliberalismo quienes, en su fervor, se manifiestan como “pichones del paramilitarismo”. Se considera que en un breve período, “España se convirtió en el segundo país inversor directo en la región, sólo por detrás de EEUU. Fue un fenómeno sorprendente por su dimensión así como
49 GARCÍA CANAL, Esteban. La expansión de las empresas españolas hacia América Latina: un balance. En: Revista Journal. Georgetown University-Universia. Volumen 2, Número 2, (2008); p. 19. 50 CASILDA BÉJAR, Ramón. La década dorada 1900-2000 Inversiones españolas directas en América Latina. Madrid: Universidad de Alcalá, 2002. p. 6.
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por su orientación hacia un amplio grupo de países de la región. La crisis asiática de 1997 y, en gran medida, la crisis rusa de 1998 determinaron el sudden stop de la entrada de capitales en los países de América Latina”51. En sus diferentes etapas (inicio, auge y consolidación) la “reconquista española” a través de las inversiones en renglones estratégicos de las economías latinoamericanas, ha demostrado que, semejante a lo actuado en 1492, ese país europeo llegó para quedarse. Es necesario enfatizar que, “En los años noventa, al tiempo en que las reformas económicas de corte neoliberal eran implementadas en la casi totalidad de los países de América Latina, y en un contexto global de crecimiento de los flujos de inversión extranjera directa, la región comenzó a recibir una importante masa de capitales extranjeros. Los procesos de privatizaciones, la apertura de las economías, la liberalización de los flujos financieros y la recuperación de la actividad económica tras una década, como la de los ochenta, en que predominaron los procesos de estancamiento, configuraron un escenario en el que convergieron las estrategias expansivas de las corporaciones transnacionales con la aparición de importantes oportunidades de negocios en América Latina”52. Las empresas españolas trajeron subida de tarifas, despidos masivos y grandes ganancias53, especialmente en cuatro sectores clave del nuevo panorama económico regional, como son la banca, la electricidad, la energía y las telecomunicaciones. Empresas como Telefónica, Endesa, Iberdrola, Repsol, Gas Natural, Unión FENOSA, el Banco Santander Central Hispano (SCH) y Banco Bilbao Vizcaya Argentaria (BBVA) llegaron al continente atraídos
51 ARAHUETES, Alfredo. García Domonte, Aurora. Las inversiones directas españolas en América Latina en el periodo 2000-2003. En: Anuario Iberoamericano, 2011, 67. 52 KULFAS, Matías. Las inversiones españolas en América Latina. En: Revista Alternativa Sur, Número 2, Madrid, (2002); 1. 53 CASAS GRAGEA, Ángel María. La vuelta de España a América Latina ¿reconquista o comunidad de intereses? En: Comentario Internacional. Revista del Centro Andino de Estudios Internacionales. Número 1, I semestre, Quito, (2001); p. 133-142.
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por una cultura y un idioma común, una coyuntura internacional favorable y el proceso de privatización que tuvo lugar en la mayoría de países latinoamericanos. En 1998, por primera vez en el siglo XX y lo que va del XXI, los capitales europeos desplazaron a los norteamericanos en Chile, Brasil y Argentina. Si bien, las políticas de ajustes estructurales impuestas por el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional a la economía global son tuteladas por los Estados Unidos, es Europa quien las ha aprovechado mejor en los últimos 20 años. Del conjunto de capitales europeos que ordenan la economía chilena, el 50 %, es español. Es así como el agua potable es controlada por el grupo Barcelona; las telecomunicaciones por Telefónica; y la electricidad por Endesa. En la industria bancaria, el Banco Santander y el BBVA, suman más de la mitad del mercado financiero que existe en el país. El 90 % de los capitales españoles se explican apenas por 8 empresas. En Chile las empresas nacionales que fueron vendidas durante los gobiernos de la Concertación y antes por la dictadura, se entregaron a precios bajísimos. Sin contar que previo a la venta, el Estado se encargó de las deudas de las empresas, disciplinó la fuerza laboral, despidió trabajadores y fragmentó los sindicatos. Es decir, pasó las empresas “sanitas” para la explotación europea. Estas prácticas permiten explicar cómo el capital español acumuló tanto en tan poco tiempo. “Chile, en términos proporcionales es el país latinoamericano con mayor presencia de capitales extranjeros. Aquí no hubo ninguna defensa de la industria nacional: se vendió todo”54. Con ingresos que van desde los casi 18 mil millones de dólares (MAPFRE) hasta los casi 90 mil millones (Banco Santander Central Hispano) que engrosaron las arcas de las empresas españolas en 2008, las compañías de ese origen tienen una poderosa herramienta frente a gobiernos negligentes o cómplices para depredar el medio ambiente. En un informe elaborado por GREENPEACE de
54 FIGUEROA CORNEJO, Andrés. La reconquista española en el siglo XXI. En: alainet.org/23/04/2010.
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España se precisan algunas de estas acciones que llevan adelante los nuevos conquistadores. Vayan algunos casos para graficar el tamaño del desastre. La REPSOL, que en 2008 tuvo ingresos por 67.006 millones de dólares (que le posibilitó ubicarse en el puesto 92 del Fortune Global 500), puso en peligro de intoxicación a millones de argentinos por la presencia de 3 mil pozos sin sellar en Argentina; efectuó arbitrarias operaciones en territorio indígena en Bolivia sin consultar a esas comunidades y derramó más de 14 mil barriles de petróleo en el Río Amazonas. La compañía eléctrica ENDESA, con 30.018 millones de dólares en su bolsillo (en la lista del Fortune se encuentra en el puesto 258), tiene la intención de construir en la Patagonia varias represas hidroeléctricas que inundarían miles de hectáreas en un territorio completamente virgen55. Otra eléctrica, UNIÓN FENOSA e IBERDROLA, cuyos ingresos ascendieron a los 23.910 millones de dólares (339 en el escalafón), planea construir centrales térmicas y de gas en América Central y, en especial, cinco centrales de carbón en Guatemala. Las cadenas hoteleras Sol Meliá, Riu y NH, son acusadas de tratar de replicar el modelo de sol y playa masivo de la costa española en zonas vírgenes de América Latina, de arrasar selvas, acabar con dunas costeras y devastar manglares56. Tampoco quedan bien parados los Bancos Santander y BBVA por su apoyo a numerosos proyectos relacionados con la deforestación amazónica, la degradación ambiental y el aumento de la pobreza en familias que han sido desplazadas. La pesca, de la mano de la empresa PESCANOVA, sufre la sobreexplotación de especies como la merluza blanca y el congrio dorado de Chile, además de otras prácticas cuestionables en acuicultura57. Toda una larga lista donde el denominador común es la
55 Ibíd. 56 Ibíd. 57 Ibíd.
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depredación de los recursos naturales y los ecosistemas. Una nueva fiebre de El Dorado llegó hasta las narices de los insaciables grupos económicos peninsulares. Nuevas economías de enclave. Nuevos ecocidios y etnocidios, en esta ocasión, en el contexto geopolítico del llamado Consenso de Washington. Se estima que en el momento en que se dio comienzo al Consenso de Washington, España no contaba ni con la experiencia internacional suficiente y ni se trataba de una de las primeras economías europeas. Sus empresas tampoco eran las más floridas del continente y, para colmo, competían con compañías y grupos empresariales del más alto nivel mundial. La estrategia inversora llevada a cabo por bancos y empresas españolas en América Latina, fue una respuesta a la creciente globalización que exigía a las empresas aumentar su tamaño. Con la entrada en América Latina, estas empresas conseguían este objetivo y, además, liderar mercados estratégicos de las respectivas economías nacionales. Las empresas españolas optaron por concebir a América Latina como una extensión de su mercado nacional, introduciendo los mismos productos que en España pero adaptándolos al mercado de cada país. Así como España hace más de 500 años apeló a un arsenal de argumentos de distinta procedencia para explicar y justificar sus acciones y contó con la complicidad de algunas autoridades, en el siglo XXI también señala los motivos de su reconquista y tiene sus cómplices. Parte de su argumentación es producida por la “Fundación para el Análisis y Estudios Sociales”, liderada por José María Aznar58, y en uno de cuyos documentos, titulado “América Latina: una Agenda para la Libertad”, se encuentran apreciaciones de variado tenor que permiten observar las representaciones que tienen las derechas neoliberales españolas sobre sus antiguas colonias.
58 Presidente del Gobierno de España entre 1996 y 2004 a nombre del Partido Popular (Derecha).
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Inicialmente el ideólogo de la derecha española enfatiza en ver a América Latina como creación europea, dejando entrever como que le pertenece al viejo continente al puntualizar que “América Latina es parte de Occidente, de Europa, de España. América Latina es parte sustancial de Occidente. De esa parte del mundo que hunde sus raíces en la tradición clásica grecolatina, que se ha desarrollado por el cristianismo, que se ve iluminado por las luces de la Ilustración y que prospera gracias a la economía de libre mercado. Los españoles no podemos ser indiferentes al futuro de América Latina, ni podemos inhibirnos ante la disyuntiva a la que se enfrenta. España no puede limitarse a ser un espectador imparcial. España debe reclamar sin ambages el cumplimiento de aquellos principios y el respeto de los acuerdos internacionales que afectan a sus intereses”59. Con posteridad, el mismo personaje la emprende contra el Estado de Bienestar al sostener que “Durante décadas de gobierno paternalista, la combinación de gratuidad, falta de incentivos e insuficiencia de la inversión pública terminaron por lastrar las mejores universidades y a partir de ahí el conjunto de los sistemas de instrucción en América Latina. La total libertad para el capital podría ayudar. La ausencia de libertad económica se convierte en campo abonado para la pobreza y, sensu contrario, la libertad económica actúa como la mejor de las terapias para la erradicación de la pobreza”60. Una vez diagnosticado y descalificado el intervencionismo de Estado, procede el mismo José María Aznar a instruir sus correspondientes recetas neoliberales cuando afirma que “América Latina tiene mucho que ganar con un comercio libre con el resto del mundo. Y tiene mucho que perder con un proteccionismo que sólo responde a los intereses particulares de determinadas minorías y perjudica a la mayoría de los ciudadanos. Las expropiaciones estatales, en cualquiera de sus modalidades, actúan como un potentísimo fac-
59 BRITTO GARCÍA, Luis. Reconquista española y bicentenario de la independencia. En: alainet. org/01/03/2010. 60 Ibíd.
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tor disuasorio de las inversiones. También, los países de América Latina deben renunciar a su potestad soberana de decidir con sus tribunales las controversias sobre sus contratos de interés público: cualquier ciudadano o empresa debe tener garantizados sus derechos de propiedad y que los contratos libremente celebrados se cumplan, recurriendo, si es menester, a tribunales de justicia independientes”61. Remata sus apreciaciones el expresidente del Gobierno España señalándole a la región y, en particular a Colombia la manera de conducir sus relaciones internacionales, de lo cual se infiere un claro sometimiento geopolítico a los designios imperialistas cuando afirma que. “América Latina debe cooperar en materia de seguridad y lucha contra el terrorismo internacional junto a Europa y América del Norte, mediante la creación de una asociación estratégica entre la OTAN y Colombia. Asimismo con aquellos otros países latinoamericanos que deseen sumarse a ella”62. Como se puede observar, la geopolítica ocasionada por el neoliberalismo supone para América Latina múltiples imperialismos que se ciernen sobre la misma. El neoimperialismo español y el tradicional imperialismo estadounidense el cual regula la política latinoamericana; certifica a las colonias si cumplen o no cumplen sus decisiones, premia a las colonias sumisas y castiga a las renuentes a acatar sus órdenes. De igual modo, considera a Estados y regímenes políticos como no viables, como amenazas o terroristas si intentan zafarse de la coyunda. El imperio se apoya en organismos de bolsillo para hacer más eficiente su dominio, como son la ONU y la OEA. Los embajadores estadounidenses actúan como gobernantes en la sombra. El imperio impone tratados de extradición asimétricos. Expuestas de este modo las implicaciones económicas, culturales, ideológicas, políticas, estéticas, sociales, axiológicas,
61 Ibíd. 62 Ibíd.
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religiosas, militares, educativas y gnoseológicas y geopolíticas del neoliberalismo, es necesario hacer sucinta mención a la salud mental de la población que ha vivido en el marco de ese paradigma. Más que cualquier guerra o hecho traumático de alcance masivo, ha sido el neoliberalismo el fenómeno que más ha incidido en la aparición de nuevos y generalizados episodios asociados a la salud mental de las personas, los cuales permanecen sin identificar y, en consecuencia, sin tratamiento preventivo o terapéutico. Como se sabe, se cuentan por centenares de millones las personas empobrecidas por el neoliberalismo y las cifras van en aumento. En ese segmento poblacional, más que en cualquier otro, las causas del medio ambiente, la pobreza, el estrés, la desnutrición y hasta traumas en la gestación y precaria atención en el nacimiento; al igual que la zozobra, angustia, incertidumbre y la desesperanza prodigada por el neoliberalismo; se encuentran como agentes generadores de esquizofrenia en todos sus niveles, que va desde la afectación en que un individuo piensa, siente y se comporta; el desencadenamiento de delirios y alucinaciones; hasta el lenguaje o comportamiento desorganizado y capacidad cognitiva alterada que pueden en su conjunto expresarse en acciones violentas (asesinatos, violaciones) de la persona.
63 LÓPEZ BLANCH, Hedelberto. El FMI lanza sus tentáculos sobre América Latina. En: Rebelion.org/22/05/2020.
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3. Colofón
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omo si lo anterior no fuera de por sí grave, desde la irrupción en diciembre de 2019 del Coronavirus (también imputable al neoliberalismo) tal fenómeno ha posibilitado el desenmascaramiento de una serie de situaciones que, en unos casos apenas se insinuaban y, en otros, permanecían ocultas. Dos potencias mundiales (Estados Unidos y China) se acusan mutuamente de haber creado, en laboratorios, el Coronavirus como un arma en el marco de la guerra comercial en la que se encuentran inmersas. Abunda la información que da sustento a ambas acusaciones. Por las implicaciones geopolíticas, militares, económicas, sociales y culturales que ello supone, probablemente nunca se sabrá con certeza el origen del Coronavirus. No obstante, por los antecedentes de utilización de armas biológicas y químicas por parte de Estados Unidos, como quedó demostrado con la introducción a Cuba en la década de los años sesenta (siglo XX) de distintos tipos de hongos, royas y plagas para arruinar los cultivos en ese país y de paso su economía; la carga de la prueba le es adversa a aquella potencia imperialista. La historia de la humanidad ha demostrado que, tras la culminación de una guerra, casi de inmediato, los bandos contendientes inician los preparativos para la siguiente conflagración. En cierto modo la guerra fría fue el lapso en el cual las potencias líderes de
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la confrontación Este-Oeste (Estados Unidos y la entonces URSS) se prepararon para una tercera guerra mundial hasta poner en riesgo al género humano por los alcances de las sofisticadas armas logradas con ingentes esfuerzos científicos, insospechados avances tecnológicos y colosales inversiones económicas. En ese intento por pertrecharse al máximo, las armas de destrucción masiva a partir de síntesis físicas, biológicas y químicas fueron una realidad. Tras acuerdos de esas dos potencias, sus crisis económicas y la disolución de la segunda, se alejó la posibilidad de una tercera guerra mundial. Tras la terminación de la guerra fría surgieron nuevas potencias y, las ya existentes geopolíticamente se reacomodaron. Creyéndose imbatible el capitalismo, por la fuerza impuso la economía de mercado (neoliberalismo) y emergió un nuevo contexto en el que la guerra adquirió nuevas formas. Se trata de la guerra para el aseguramiento de los mercados, la provisión de nuevas materias primas, la apropiación del agua y la expropiación de convencionales y nuevas fuentes de energía. Los nuevos golpes de Estados (finiquitados y en marcha) son parte de la expresión de esa guerra, los cuales se diseñan desde el FMI, el BM, el Departamento de Comercio (de Estados Unidos) y las multinacionales; no necesariamente con el desembarco de tropas, sino a partir de maniobras como los bloqueos económicos y la posverdad. En esta explícita tercera guerra (de verdadero alcance mundial) tiene lugar una nueva repartición de mundo, en la que, como en ocasiones anteriores, América Latina y Colombia en particular, son un campo abierto al saqueo. Múltiples potencias acuden al prorrateo geopolítico del que resultará un nuevo mapa mundial liderado por China, Rusia y Estados Unidos. Es una guerra desatada por la furiosa tormenta del neoliberalismo defendido por Estados Unidos. Por tanto, el Coronavirus no es castigo de algún Dios, ni un error humano en un laboratorio, tampoco la consecuencia del trato o consumo de ciertos animales. Así como cada guerra mundial exhibe nuevas armas, el Coronavirus es una de esas armas de la ya en marcha tercera guerra mundial; también cada uno de esos conflictos pone en escena o desenmascara ciertas situaciones.
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Es así como el Coronavirus ha permitido revelar las letales consecuencias del neoliberalismo que en todos los países arruinó los sistemas de salud, poniendo ese servicio como un lucrativo negocio, en desmedro de la calidad de vida de las personas. De igual modo dicha pandemia ha mostrado en su entera dimensión el rotundo fracaso del neoliberalismo en todos sus niveles, expresiones y dimensiones. Ese paradigma que privilegió el crecimiento económico y que puso como centro de gravedad de la economía a las mercancías y no al ser humano, se ha quedado, con todas sus riquezas acumuladas y, asombrosamente, sin saber cómo enfrentar la pandemia del Coronavirus. En todo el mundo el sistema de salud se mostró incapaz de hacer frente al Covid-19 con eficiencia y eficacia. Disparidad de criterios sobre su origen, desconocimiento en torno a claros métodos preventivos, inexistencia de fármacos para su tratamiento, baja capacidad de cobertura hospitalaria respecto al universo de la población afectada, imprevisión en materia económica para encarar el fenómeno, falta de liderazgo en los ámbitos mundial, nacional, regional y local; la inoperancia de la fementida “comunidad internacional”, la inutilidad de las religiones y la exposición de las más inimaginables miserias humanas fueron, entre otras, las situaciones desenmascaradas con ocasión de la pandemia del Covid-19. Persistirá la duda histórica si ese fenómeno ocurrió por circunstancias fortuitas o aleatorias o, si por el contrario, fue un hecho elaborado premeditadamente. En lo que si hay certeza es en que tras el Covid-19 el capitalismo por un lado queda en total desprestigio (incluido el neoliberalismo) y, por otro, (contradictoriamente) fortalecido. Parte del descrédito está sintetizado en el párrafo precedente. Su reforzamiento alude a la toma de decisiones (oportunismo por la coyuntura) de tipo neoliberal de manera expedita y ágil como los confinamientos y cuarentenas haciéndose de ese modo casi inocuo cualquier método de protesta. De igual modo, es evidente la militarización de la sociedad que, so pretexto de ayudar a mantener ciertos protocolos frente a la
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pandemia por parte de los estamentos castrenses, tanto Derechos Humanos como libertades civiles individuales y colectivas se han violado y conculcado. En algunos países han sido evidentes los abusos de autoridad, así como el carácter clasista de algunas medidas francamente draconianas mientras las burguesías se dan el lujo de burlar las normas. La represión contra los opositores al neoliberalismo (de todos los matices) se generalizó llegando a utilizar la comida y el hambre como armas de guerras y de control social. También en el contexto de la pandemia del Covid-19 fueron adoptadas medidas regresivas en materia laboral (aprovechando la inmovilidad de la clase obrera y media y sus eventuales protestas) como el trabajo por horas, la reducción de salarios, la unilateral decisión de posponer el pago de primas, la eliminación de los intereses sobre las cesantías; del mismo modo el trabajo virtual (preponderantemente domiciliario) con extenuantes y agotadoras jornadas para los trabajadores. Empresas que tenían conflictos laborales con trabajadores o estaban en proceso de liquidación, aprovecharon la ocasión y, aduciendo la afectación (real o ficticia) del mercado por el Covid-19 cerraron aventando al desempleo a millones de trabajadores, previo escamoteo de sus derechos. Algunos gobiernos so pretexto de conseguir mayores recursos financieros para encarar la pandemia, recurrieron a extraordinarias y exageradas exacciones por las vías de hecho respecto a un sector de los trabajadores estatales (docentes universitarios) mientras los exorbitados emolumentos de altos dignatarios de los poderes ejecutivo (Presidente y Ministros), legislativo (Senadores y Representantes a la Cámara) y judicial (Magistrados) permanecieron indemnes quienes, a propósito, recurren a tretas de distinto orden para evadir el pago de impuestos. Por la inédita situación ocasionada por la pandemia, empresas privadas de distinto orden vieron inminente su quiebra (algunas no necesariamente por el aludido fenómeno) y recurrieron ante orga-
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nismos nacionales e internacionales para declararse en bancarrota y precisar ciertas salvaguardas. Fiel a su talante neoliberal, algunos gobiernos acudieron (con préstamos del FMI) a su salvamento. De ese modo, los Estados neoliberales muestran, de manera reiterada, su sesgo clasista, capitalista e imperialista. Así, las ganancias van a los bolsillos de unos pocos mientras las pérdidas se subsanan vaciando los bolsillos de la mayoría de la población. Tal vez por el forzado confinamiento, la cuarentena o los cambios cotidianos derivados del fenómeno del Covid-19 hubo un incremento en el consumo de energía eléctrica, gas propano domiciliario, agua, telefonía e internet lo cual repercutió en exageradas alzas del costo de tales servicios públicos, también insufladas por la avaricia de los oferentes de esos bienes, en su mayoría de origen privado. A este tipo de oportunismo se sumaron las reformas tributarias tramitadas de manera expedita por los gobiernos neoliberales, todo en nombre de la pandemia, incluso el endeudamiento externo. Sobre ese particular, se aduce que el FMI otorgó nuevos créditos de emergencia bajo leoninas condiciones. Entre el 15 de abril y el 13 de mayo de 2020, “…el organismo internacional aprobó préstamos por alrededor 14.780 millones de dólares a 13 de los 17 países de la región, que los habían solicitado para enfrentar la pandemia. A las naciones que se les autorizaron los créditos cuyas cifras aparecen en millones de dólares son: El Salvador (389), Panamá (515), Bolivia (320), Haití (111,6), Paraguay (214), Dominica (14), Granada (22) Santa Lucía (29), Costa Rica (504), República Dominicana (650), Ecuador (643.7), Honduras (530), Colombia (10.800), Jamaica (65), Perú (11.000) y Chile (23.000)”1. Nada asegura que esos recursos procedentes del endeudamiento externo, realmente vayan a las urgentes necesidades para
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LÓPEZ BLANCH, Hedelberto. El FMI lanza sus tentáculos sobre América Latina. En: Rebelion.org/22/05/2020.
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enfrentar la pandemia. Lo habitual en estos casos (a juzgar por otras experiencias) es que, mediante la propaganda y el acomodo de cifras e informes se finja atender la emergencia en ínfimas proporciones, mientras el grueso de los préstamos va en auxilio de la banca, industria y comercio (rubros privados) y otra parte queda engarzada en la multidimensional corrupción, arropada con las legislaciones de emergencia en las que también se trucan los verdaderos intereses. Así mismo en el contexto de la pandemia, los gobiernos neoliberales han hecho del miedo y la incertidumbre sus principales estrategias de poder y gobierno. Intimidadas, sociedades enteras aterradas y paralizadas por el miedo, han renunciado a la poca autonomía de que hacían uso y han delegado en los cuerpos policiales y administrativos lo que antes era considerado parte de su esencial fuero. Parte del tejido social se ha roto por la ausencia o precariedad de liderazgos políticos, pues los que posaban de líderes fueron los primeros en huir y esconderse ante el temor del contagio. De análoga manera, ante las medidas de excepción a que obligó el Covid-19 a ciertos gobiernos, la corrupción se desbordó en todos los niveles y formas. El protocolo se repite. Quienes denuncian son personas naturales (que luego son asesinados), algunos medios de comunicación informan, la sociedad civil se impresiona momentáneamente, la legión de organismos de control y fiscalización prometen “investigaciones exhaustivas” y los gobiernos amenazan que “caerá todo el peso de la ley” sobre los responsables de la corrupción. En menos de lo que canta un gallo ocurre un nuevo episodio de corrupción. El anterior es olvidado, y así sucesivamente. En este contexto de la pandemia, a todas las iglesias se les dañó el negocio de vender indulgencias, intermediaciones y servicios espirituales. Resulta inevitable hacer alusión a las iglesias evangélicas las cuales quedaron en ridículo con sus espectáculos de sanación, aparte de sus forzadas interpretaciones de sus textos para explicar míticamente lo acontecido. Como fantásticos negocios
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que son, llegaron al extremo de instruir a su feligresía para que los diezmos los consignen en cuentas bancarias de los pastores o hagan sus pagos en línea con tarjetas de crédito, so pena de que caigan sobre sí, sus negocios y familias el látigo del castigo divino, espetan aquellos comerciantes de la fe. Es así como a partir de lo expuesto en esta obra, consideramos al neoliberalismo un crimen de lesa humanidad, con el agravante que sus autores intelectuales y materiales (en el orden externo e interno) no solamente nunca fueron juzgados por los crímenes que, por transitividad cometieron, sino que sus víctimas (con frecuencia) los eligieron como presidentes, organismos internacionales les otorgaron premios, reconocieron su labor y alabaron sus acciones; y en ciertos escenarios académicos y políticos se les cataloga como “modernizadores”. Por tanto, es preciso reiterar que el neoliberalismo es el más grande proyecto ideológico (conocido por la humanidad) que, a manera de revolución conservadora, dislocó y avasalló todas las tradiciones derivadas del Estado de Bienestar y, sobre sus ruinas, construyó una ideología (conservadora), un Estado (plutocrático) y una sociedad (inequitativa). Por su mismo talante, esa revolución contó con el decidido apoyo y complicidad de los sectores más oscurantistas y conservadores de la Iglesia Católica y de las iglesias evangélicas. El neoliberalismo no puede atribuirse éxito alguno. Pues su triunfo a lo Pirro es directamente proporcional a la hecatombe continuada a través de sus políticas de distintas generaciones. Aceleró y agravó el daño de la tierra (único hogar del ser humano), a miles de millones de personas les hizo la vida imposible, infrahumana e ingrata. Convirtió a los individuos en cifras, códigos, números, estadísticas y mercancías. Su imposición corrió por cuenta de la coacción, el engaño y la violencia de distinta taxonomía. Pero la expansión y profundización del neoliberalismo y su estela de horror y muerte también contó a su favor (a manera de pretexto) con los abusos frente a lo público por parte de diversos
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sectores sociales en ese antiguo Estado de Bienestar, la mediocridad de las izquierdas, la corrupción de algunos sindicatos, la anomia de las masas, la indiferencia cómplice de las clases medias (embaucadas y estafadas con el discurso de la posmodernidad), los aparatos represivos del Estado (generalmente a favor del capitalismo), los dispositivos ideológicos (siempre prestos a la propaganda y a la recreación ideológica del orden existente). Queda como última ilusión recordar que, nada es para siempre…
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