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Música del corazón (2008) Título original: From waif to his wife (2007) Editorial: Harlequin Ibérica Sello / Colección: Bianca 1824 Género: Contemporáneo Protagonistas: Rafael Sanderson y Maisie Argumento: ¿Se atrevería a convertir a aquella pobre desamparada en su esposa? Maisie era una profesora de música cuya difícil situación despertó en Rafael Sanderson un deseo que creía desaparecido hacía tiempo, el de protegerla. Rafael era un rico empresario que siempre tomaba la decisión correcta, especialmente cuando se trataba de evitar caer en la trampa del matrimonio. Pero el nuevo aspecto de Maisie y la sensualidad que desprendía estaba a punto de nublarle el juicio…
NO ERA normal que Maisie Wallis se sintiera derrotada, pero así era como se sentía aquel día de finales de invierno, poco después de cumplir veintidós años. Se trataba de una chica menuda, pelirroja y de ojos verdes que se movía por el mundo como si fuera dos personas diferentes: por un lado, estaba Mairead, que era su nombre de verdad, y, por otro, Maisie, que era como siempre la habían llamado. Maisie Wallis enseñaba música en un colegio privado muy estricto y era una chica normal y corriente. Todavía no tenía mucha
experiencia como profesora, pero le encantaba la música y se llevaba muy bien con los niños. Mairead Wallis, la chica de melena rizada y pelirroja, maquillaje a la última y vestida a la moda era la que se encargaba de su segundo trabajo, a la sazón, pianista durante los fines de semana en un grupo que actuaba en fiestas de la alta sociedad. Era hija única, pues sus padres habían sido unos padres complacientes, una chica algo remilgada y poco realista aunque cuando era Mairead Wallis no lo pareciera. Había perdido a sus padres hacía seis meses en un terrible accidente y se encontraba sola. «Bueno, casi», pensó mientras levantaba la mano para parar un taxi. Su coche se había estropeado aquella tarde, había tenido que dejarlo en el taller y no le apetecía ir en autobús porque estaba muy cansada. Durante el trayecto, el taxista debió de darse cuenta de que estaba desesperada y, al dejarla en casa, le dijo: «¡Anímate un poco, preciosa! Es imposible que te vaya tan mal». Maisie le pagó y estuvo a punto de decirle que no le podía ir peor en la vida, pero no lo hizo pues vio a un hombre ciego caminando por la acera con su perro guía y se dijo que sí, que le podía ir mucho peor. A lo mejor, había llegado el momento de enfadarse. Tal vez, el momento de las lágrimas y de las recriminaciones hubiera pasado. Si Rafe Sanderson no hubiera sido un multimillonario de altos vuelos con medios para mantener a los desconocidos a distancia, habría ido a buscarlo inmediatamente. Maisie vivía en una casa antigua de madera en Manly, un barrio situado en la ciudad de Brisbane, junto a la bahía. Su padre había sido militar, y Maisie había pasado buena parte de su vida viviendo en diferentes bases, incluso en el extranjero. Había estudiado música en Melbourne mientras su padre estaba destinado en Puckapunyal y, cuando sus padres se habían jubilado, habían hecho realidad su sueño de irse a vivir a Queensland, donde se habían comprado una casa y un barco. Entonces, Maisie también se había trasladado a vivir al norte, algo que la había llenado de alegría pues le apetecía ayudar a su madre, aquejada de artritis. Lo malo de ser hija única, de que sus padres también lo fueran y de haber pasado tantos años cambiando de ciudad era que no tenía amigos de verdad. Por supuesto, tenía algunos amigos, pero estaban repartidos por todo el país y, además, cuando sus padres habían muerto no llevaba el tiempo suficiente en Queensland como para tener amigos en los que confiar.
La casa que habitaba era cómoda y tenía unas vistas maravillosas sobre Moreton Bay y las islas de Moreton y de North Stradbroke. Lo que más le gustaba a Maisie de aquel lugar era el precioso jardín que tenía, en el que había instalado un huerto donde pasaba buenos momentos. Maisie había heredado su habilidad con las plantas de su madre, y su aptitud para la cocina, de su padre. Maisie se preparó un aperitivo y una taza de té y salió al porche, donde quedó extasiada durante unos minutos por la vista. Ante ella, se extendía el bosque de mástiles del puerto de la población de Manly. Uno de ellos, el Amélie, era de sus padres. El sol se estaba poniendo y sus últimos rayos teñían de rosa el cielo y arrancaban pinceladas rojizas que se reflejaban sobre las aguas del océano. Tanta belleza hizo que se le saltaran las lágrimas, que se apresuró a secarse con impaciencia y recordó lo que había decidido en el taxi. Se habían acabado las lágrimas y tenía que encontrar a Rafe Sanderson como fuera. *** Cuando se puso trabajar de nuevo en el ordenador recordó la gran sorpresa que se había llevado cuando había comenzado su investigación y había descubierto que Rafael era uno de los hombres más ricos de Australia, pues era presidente de Sanderson Minerals y había heredado el imperio ganadero Dixon. Lo primero que había pensado era que era imposible que se tratara de la misma persona. Era cierto que el hombre al que buscaba era un hombre con pinta de tener dinero, y lo del imperio Dixon no le había extrañado tanto, pero cuando había descubierto que Sanderson Minerals era una empresa gigantesca, se había quedado anonadada. No le había costado demasiado dar con su fecha de nacimiento. Sí, aquel multimillonario era, poco más o menos, de la misma edad que el hombre que ella estaba buscando y, además, cierta información de su currículum vitae la había hecho estar segura de que se trataba de él. Aun así, Maisie no podía evitar preguntarse por qué no había oído hablar de él jamás. Había sido entonces cuando, buscando un poco más, había descubierto que Rafe Sanderson era un hombre increíblemente solitario. Era cierto que era muy fácil encontrar informes empresariales sobre Sanderson Minerals y Dixon Pastoral Inc., pero no había absolutamente nada o muy poco sobre su vida personal. Había muy pocas fotografías de Rafe Sanderson y ninguna de buena calidad, lo que hizo que Maisie volviera a tener dudas sobre si se trataría del mismo hombre. Aquellas fotografías eran muy formales y en ellas
siempre aparecía de traje, mientras que el Rafe Sanderson que ella había conocido vestía de manera informal. Maisie sacudió la cabeza y se dijo que solamente había una manera de averiguarlo. Había tenido que acudir al censo para encontrar la dirección de su casa pues Rafe Sanderson no aparecía en el listín telefónico. Sanderson Minerals tenía las oficinas en Brisbane. Tras llamar y pasarse en persona por allí, Maisie había tenido que irse con la certeza de que, si no decía para qué quería ver al señor Sanderson, no le iban a dar una cita jamás. En cualquier caso, por lo visto, no estaba en la ciudad. Entonces, se había acercado a la casa que había encontrado en el censo electoral, situada en una lujosa urbanización junto al río, pero le habían dado la misma respuesta a través del interfono. Algo defraudada, se le había ocurrido utilizar la conexión Dixon, pues Rafe era Dixon por parte de madre, y los Dixon era una familia antigua y muy rica. Maisie se dijo que no era de extrañar que le dolieran tanto los pies pues se había pasado todo el día visitando varias residencias de lujo en Ascot, Clayfield y Hamilton. En una de ellas, en la que efectivamente vivía uno de los miembros de la familia Dixon, le habían cerrado la puerta en las narices cuando había pedido información para contactar con Rafe Sanderson. Maisie apretó los dientes al recordarlo e irguió la columna vertebral, dispuesta a seguir buscando en Internet hasta encontrar algo que la llevara hasta él. Menos mal que las vacaciones escolares acababan de comenzar y tenía tiempo. Lo iba a necesitar. Tras varias horas buscando, Maisie encontró una pequeña reseña en una revista sobre yates en la que se mencionaba al Mary-Lue de Rafe Sanderson, que acababa de participar en una regata. Maisie releyó el artículo, que era de hacía seis meses, una y otra vez, pero eso era lo único que decía. Le temblaban los dedos pues aquel yate estaba atracado junto al de sus padres. Sí, había un Mary-Lue precioso atracado en el puerto. De hecho, Maisie se había parado a mirarlo varias veces. ¿Se trataría del mismo barco? Ya era demasiado tarde aquella noche, pero al día siguiente Maisie se pasó por el taller a recoger su coche y se dirigió al puerto con la excusa de poner el barco en marcha durante un rato. Como siempre que lo hacía, sintió un profundo dolor en el corazón al recordar los días felices en los que sus padres y ella habían salido a navegar por la bahía. Maisie era consciente de que, tarde o temprano, tendría que decidir si vender el Amélie o no. No iba a ser aquella la única decisión difícil que iba tener que tomar.
Tras supervisar que todo funcionaba bien en el yate, Maisie salió al embarcadero. El Mary-Lue seguía allí con sus gloriosos doce metros de eslora. Junto a él, había una botella de oxígeno con un papel en el que decía: «Entregar a R. Sanderson, MaryLue, RQ H29». «Bingo», pensó Maisie. En aquel momento, el chico que ayudaba al director del club náutico durante las vacaciones salió del yate y la saludó alegremente. -Hola, Maisie, ¿vas a salir navegar? -No, Travis, sólo he venido a la revisión rutinaria —contestó Maisie—. Simplemente estaba dando un paseo. —Esta preciosidad sí que va a salir a navegar —la informó el chico—. En cuanto amanezca. Menos mal porque su dueño no ha tenido ocasión de sacarla al mar en muchos meses —añadió, saliendo al muelle, colocándose la botella de oxígeno al hombro y metiéndola en el barco en cuestión. —¿Te gustaría salir a navegar conmigo algún día, Travis? —le preguntó Maisie, sabiendo que al chaval le encantaban los barcos. -Cuando tú quieras —sonrió Travis—. Hasta luego. Maisie caminó hasta su coche con una sensación muy rara en la boca del estómago. Estaba a punto de conseguir lo que quería, pero se preguntaba cómo se iba a sentir cuando tuviera a Rafe Sanderson delante. Maisie volvió al dique H a las cuatro de la madrugada, ataviada con una chándal azul marino, zapatillas de deporte y gorra calada hasta los ojos. Era noche de luna nueva, hacía más frío de lo que había previsto y todavía faltaban más de dos horas para que amaneciera. Suspiró aliviada al ver que el Mary-Lue todavía estaba atracado, pero no había ninguna luz encendida a bordo, y Maisie se preguntó qué iba a hacer hasta que llegara Rafe. Hacía mucho frío y no había nadie. La idea de subir a bordo y acomodarse en la cabina era tentadora, pero no le pareció ética. Claro que, ¿acaso el dueño del Mary-Lue tenía mucha ética? Maisie elevó el mentón en actitud desafiante y subió a bordo. La cabina era muy cómoda, pero allí también hacía mucho frío, así que fue hacia la puerta que conducía escaleras abajo hacia los camarotes y que, para su sorpresa, estaba abierta. Maisie dudó pues sabía que aquello podía ser considerado ilegal. En aquel momento, se puso a llover y decidió entrar, así que abrió la puerta, bajó las escaleras y se encontró en una estancia suntuosa que estaba en penumbra, pero muy caldeada. Allí, se sentó en un cómodo sofá y repitió mentalmente todo lo que tenía pensado decirle a Rafe Sanderson y cómo se lo iba a decir.
Al cabo de un rato, se puso a bostezar, pues no había podido dormir debido a los nervios. Por supuesto, intentó mantenerse despierta, pero no pudo. Poco a poco, los párpados se le fueron cerrando, apoyó la mejilla en un cojín y se quedó dormida. Maisie supuso que fue el estar acostumbrada a los barcos y a sus ruidos, además de no haber dormido aquella noche, lo que hizo que no se despertara. No se le ocurrió que Rafe Sanderson iba a llegar, iba a soltar amarras, iba a poner el motor en marcha e iba a salir a navegar sin ni siquiera haber bajado al camarote primero. Maisie se despertó cuando Rafe ya había sacado su embarcación del puerto y navegaba por el canal. Dio un respingo de repente, sin saber muy bien qué la había despertado, miró por la ventana, vio que entraba el sol a raudales y notó el motor del barco en marcha. Aquello hizo que cerrara los ojos, horrorizada. A continuación, subió las escaleras, abrió la puerta con cuidado y la cerró. Los siguientes minutos fueron caóticos. Rafe Sanderson había abandonado el timón, dejando puesto el piloto automático. Por lo visto, había subido a colocar la vela mayor. Su inesperada presencia en la cabina de mando lo tomó completamente por sorpresa. Al verla, soltó la botavara, el viento la movió y lo golpeó, lanzándolo por la borda. Maisie se quedó mirándolo horrorizada y, cuando consiguió reaccionar, corrió a asegurar la botavara para que no volviera a golpearlo. A continuación, bajó corriendo, se quedó mirando los mandos y colocó el motor en neutral. Una vez en cubierta de nuevo, miró desesperada en todas direcciones hasta que vio un chaleco salvavidas naranja, lo tiró al agua y Rafe Sanderson nadó hacia él. Por la expresión de su rostro, aquello le parecía todo un insulto. Desde luego, el hombre que estaba subiendo por la escalerilla era un hombre completamente furioso, y así lo dejó claro al acercarse en un par de zancadas a Maisie, agarrarla de los hombros y zarandearla con fuerza. Menos mal que, al ver que se acercaban peligrosamente a una boya, la soltó y se dirigió al timón. -¿Qué demonios haces aquí? —le preguntó furioso mientras quitaba el piloto automático y conducía la embarcación hacia el medio del canal—. ¿Quién demonios eres y cómo demonios has subido a mi barco?
—Yo... yo... necesitaba hablar contigo y, como hacía mucho frío, bajé al camarote para esperarte. Eso es todo. Me he debido de quedar dormida. -¡Querrás decir que has entrado por la fuerza en el camarote! —le espetó Rafe. -No, no estaba cerrado con llave. -¡Claro que estaba cenado con llave! -No —insistió Maisie—. ¿Te parece que tengo pinta de ir por ahí saltando cerraduras? -¡No sé de lo que tienes pinta! —contestó Rafe, mirándola de arriba abajo. -¿Quién eres? —le preguntó Maisie, horrorizada. -¿Y eso qué más da? —gritó Rafe—. ¿Cómo has entrado en mi barco? -Ya te he dicho que la puerta no estaba cerrada con llave —contestó Maisie—. A lo mejor, alguien del club tuvo que entrar para dejar algo y se olvidó de cenar —aventuró. Al instante, pensó en Travis, la última persona a la que quería poner en un aprieto. Además, a lo mejor, lo había distraído ella. -Es cierto que han subido comida y una botella de oxígeno nueva —contestó Rafe—. En cualquier caso, eso no te da derecho a estar en mi barco —añadió—. Toma el timón —concluyó—. Me has tirado por la borda, pero no estoy dispuesto a agarrarme una neumonía. Rojo a estribor y verde a puerto —le explicó, señalando las boyas. -Ya lo sé —contestó Maisie, acercándose al timón—. ¿No deberíamos dar la vuelta? -Y una mi... no, claro que no —contestó Rafe muy enfadado mientras se quitaba la sudadera, completamente mojada. -No hace falta que seas tan recatado en mi presencia. Puedes decir palabrotas —le dijo Maisie, haciéndose cargo del timón—. Seguramente lo que digas ya lo habré oído antes —añadió, algo nerviosa. -Lo dudo, pero, por si acaso lo que vas a ver no lo has visto antes, será mejor que mires hacia delante. Maisie no pudo evitar girarse hacia él de manera automática y vio que Rafe se había desnudado y que estaba sacando una toalla de su bolsa de viaje. -Oh —comentó, sonrojándose como la grana y mirando hacia delante inmediatamente. Aquel hombre tenía un cuerpo maravilloso, de músculos trabajados, caderas compactas, abdominales bien marcados y piernas largas. Desde luego, sería el modelo preferido de cualquier artista y el sueño hecho realidad de muchas chicas.
Por supuesto, Maisie se dio cuenta de que ver a Rafe Sanderson desnudo le había causado una extraña sensación en la boca del estómago. -¿Oh? —repitió Rafe. —No me había dado cuenta de a lo que te referías. Perdón. Rafe masculló algo entre dientes que Maisie no alcanzó a entender y volvió a su lado, ataviado con ropa seca, para hacerse cargo del timón. -Bueno, señora, señorita, ladrona de barcos o lo que seas, necesito un café bien caliente. Maisie dudó. -De verdad creo que deberíamos dar la vuelta... -No haberte metido en mi barco —contestó Rafe con sequedad—. Tengo intención de dirigirme a Horseshoe Bay, en Peel Island. He quedado con un par de amigos, así que allá vamos. Maisie se dijo que no tenía elección, así que allá fue. En otras circunstancias, a Maisie le habría resultado todo un placer preparar un café a bordo del Mary-Lue, pues su lujosa cabina principal resultaba preciosa a la luz del sol, el suelo de madera de palisandro de Nueva Guinea era una maravilla, y los asientos de terciopelo azul turquesa y azul marino, una delicia. La cocina estaba impoluta y tenía absolutamente de todo, y todo bueno. Los vasos y las tazas no eran de plástico, sino de cristal y porcelana y también estaban decoradas en turquesa y marino. Sin embargo, sólo había café instantáneo, pero, cuando abrió el frigorífico en busca de leche, vio que estaba lleno de patés, quesos exóticos, salmón ahumado, ostras, ensalada de langosta, fresas, seis botellas de champán y muchas cosas más. Maisie colocó con cuidado las tazas de café en una bandeja y comenzó a subir las escaleras. Una vez arriba, Rafe la tomó de sus manos, y Maisie subió a cubierta. Una vez allí, se dio cuenta de que Rafe llevaba el pelo corto y que se le había comenzado a secar. Fue entonces cuando advirtió que lo tenía rubio oscuro, que medía aproximadamente un metro ochenta y que tenía ojos grises. Definitivamente, no era el mismo hombre, parecía muy diferente. Maisie cerró los ojos, confundida. -Siéntate y empieza a hablar —le ordenó Rafe. Maisie hizo lo que pudo para recuperar la compostura, pero la situación era amenazante y humillante a la vez, así que tomó aire varias veces. Entonces, recordó que llevaba todavía la gorra puesta, se la quitó y se pasó los dedos por el pelo, lo que hizo que Rafe la mirara atentamente. —Por favor, primero necesito saber quién eres —le dijo. —Me llamo Rafe Sanderson —contestó Rafe—, pero quién soy da igual. Lo que importa realmente es quién eres tú.
-No, tú no eres Rafe Sanderson —contestó Maisie. -Te aseguro que sí —insistió Rafe. -¡Tú no eres Rafe Sanderson! —Tú y yo no nos conocemos de nada, así que es imposible que sepas quién soy. —No sé quién eres, pero sé que no eres Rafe Sanderson —gritó Maisie—. Lo sé porque tuve una relación con Rafe Sanderson, si es que se la puede llamar así, y estoy embarazada de él... pero, por lo visto, no quiere saber nada de mí. Rafe se quedó en silencio, sorprendido. A continuación, puso el motor en neutral, paró el barco y soltó el ancla. Maisie prosiguió, algo desesperada: —Al principio, creía que eras él, pero ahora estoy segura de que no lo eres. Os llamáis igual, pero... estoy muy confundida. —Algunas chicas sois muy fáciles de confundir —contestó Rafe—. Continúa. —No me crees —se lamentó Maisie—. La verdad es que a mí también me cuesta creerlo, me cuesta creer que esto me haya sucedido, no sé cómo dejé que... -¿Te obligó? —le preguntó Rafe. —No —contestó Maisie—. Me encontraba sola pues acababa de perder a mis padres hacía un par de meses —continuó, dejándose llevar—. Un día, estaba haciendo una de mis actuaciones de Mairead Wallis... -¿Qué demonios es eso? Maisie le habló de su verdadero nombre y de su grupo de música. -Cuando terminamos de tocar en aquella boda, aquel hombre se acercó a mí, se presentó como Rafe Sanderson y me invitó a una copa. Le dije que no, pero que aceptaba una taza de café. Y allí fue donde comenzó todo. —¿Y aquella misma noche te acostaste con él? -No —contestó Maisie. A continuación, hizo una pausa para hacerse cargo de sus emociones pues el hecho de haberse mostrado increíblemente ingenua la enfadaba. —Lo cierto es que me lo pasaba muy bien con él, pues era un hombre encantador, divertido y... muy guapo. A su lado, la vida no me parecía tan vacía —recordó, suspirando—. Salimos unas cuantas veces y, de repente, me dijo que se había enamorado de mí nada más verme y que quería casarse conmigo —continuó, cerrando los ojos—. Y yo me lo creí, así que me acosté con él. No sé si sería por el vino porque yo raramente bebo, pero también lo creí cuando me dijo que él se hacía cargo de todo. -¿Te refieres a los métodos anticonceptivos? Maisie asintió.
—Y no lo hizo, claro, así que, por lo que dices, sólo te acostaste una vez con ese hombre, pero seguro que oíste campanitas y viste fuegos artificiales, ¿no? —Pues la verdad es que no —confesó Maisie—. La verdad es que estuvo bien, pero... —¿No fue como para tirar cohetes? -Pues no, pero, como era virgen, pensé que necesitaba tiempo. Se portó bien, me dijo que me deseaba y que me quería, y lo cierto es que sienta bien sentirse deseada y querida... «Canalla», pensó Rafe.-Entonces, ¿sólo fue una vez? —insistió. Maisie asintió. Si la hubiera conocido bien, habría visto el leve brillo de sus ojos y lo abría interpretado correctamente. —Y comenzaste a buscar a Rafael Sanderson. —Sí, cuando me di cuenta de que no tenía manera de ponerme en contacto con él, pues era él siempre el que me llamaba. Empecé a preocuparme. La verdad es que no solamente por mí, sino también por él. ¿Y si había tenido un accidente? Me puse a buscarlo. El único Rafael Sanderson que encontré en Australia era el presidente de Sanderson Minerals, el heredero del imperio Dixon. Entonces, descubrí que estaba embarazada. -Pues no se te nota nada —comentó Rafe, fijándose en su cuerpo—. Mira, toda esta historia es muy conmovedora... Maisie golpeó la mesa con el puño cerrado y se puso en pie. —No te creas que no he reflexionado sobre lo estúpida que fui —le espetó—. Nunca pensé que esto me pudiera suceder a mí, pero he descubierto que soy tan vulnerable como muchas otras chicas que se encuentran en la misma situación, pero no creas que te voy a cargar a ti el muerto. Mírame como te dé la gana, aunque no sé quién eres, pero te aseguro que pienso encontrar a ese hombre y que pienso decirle una o dos cositas. -Siéntate, Mairead... -Maisie. -¿Pero no me habías dicho...? -Sí, me llamo Mairead, pero siempre me llaman Maisie y lo cierto es que cada vez me gusta menos que me llamen Mairead. Para empezar, porque sospecho que mi apariencia cuando soy Mairead fue lo que hizo creer a Rafe que era más experta de lo que en realidad soy. Bueno, era. —Aquel hombre no era Rafe. Rafe soy yo —insistió Rafe, algo divertido—. Me temo que ha habido una gran confusión y no sé si ha sido del todo fortuita y... —No puedo soportar tu actitud superior y burlona ni un momento más —lo interrumpió Maisie vehementemente. A continuación, se tiró de cabeza al mar.
Capítulo 2 AQUELLA acción no era tan de locos como parecía. Justo antes de lanzarse al mar, Maisie pensó que la corriente no sería demasiado fuerte y, además, ella nadaba muy bien. Una vez en la isla, podría volver a casa en barco. Sin embargo, hubo dos cosas que se pusieron en su contra. Para empezar, que el agua estaba mucho más fría de lo que había esperado y la corriente era mucho más fuerte de lo que había anticipado. Tampoco había anticipado la velocidad con la que Rafe Sanderson tiró el bote hinchable del MaryLue al agua. Mientras luchaba contra la corriente, Maisie sintió un gran agradecimiento, pero, al ver a Rafe tremendamente enfadado, le dieron ganas de seguir nadando. -¡No vuelvas hacer eso, idiota! —le espetó en cuanto la subió a bordo. Maisie se sentía mal. Estaba calada de pies a cabeza, tenía mucho frío y se sentía, efectivamente, como una idiota, pero todavía tuvo fuerzas para contestar. -Habría conseguido llegar a la orilla nadando si no hubiera sido por la corriente —se quejó—. ¡Y no me insultes! —gritó. Los ojos grises de Rafe se encontraron con los verdes de Maisie, y la soltó. —Te presento mis disculpas, Maisie. A ver si esto te ayuda a calmarte — añadió, tomándola entre sus brazos. Maisie no sabía por qué aquello la estaba afectando de manera tan drástica teniendo en cuenta que estaba mojada y furiosa con aquel hombre, pero tenía la extraña sensación de que, en aquellos momentos. podría pasar cualquier cosa entre Rafe Sanderson y ella. Debía de ser que tanta tensión la había llevado al otro extremo. Tal vez, estaba enfadada porque aquel hombre se estaba haciendo una idea sobre ella que no era la que Maisie quería que tuviera. En cualquier caso, todos aquellos pensamientos no le servían de nada porque lo que estaba sintiendo entre sus brazos era innegable. La confusión, la tensión y el enfado se estaban evaporando. Se encontraba a salvo, no como un trozo de madera a la deriva. Cuando Rafe se inclinó sobre ella para besarla, Maisie sintió sus labios secos y nuevas emociones se apoderaron de ella, emociones que la sorprendieron. ¿Cómo era posible que le gustara sentir las manos de un hombre sobre ella? ¿Cómo era posible que su boca la hubiera embrujado? ¿Cómo podía sentirse excitada de manera tan deliciosa cuando hacía pocos meses las mismas sensaciones la habían llevado a una trampa terrible?
Rafe la besó brevemente, sin ni siquiera despegar los labios, le levantó la cabeza y se quedó mirando aquellos ojos que lo miraban muy abiertos y sorprendidos. De repente, la soltó y se puso a desnudarla. -¡No! —exclamó Maisie. —Escucha, la única razón por la que estoy haciendo esto es para que no me pongas perdida la alfombra del salón —le explicó Rafe—. ¡No quiero hacer nada contigo! —Pero si me acabas de besar —objeto Maisie. -Eso es diferente. -¿Cómo? ¿Y como sé yo que no voy a terminar de nuevo embarazada? Rafe la miró a los ojos y sonrió. —Que yo sepa, una mujer no se puede quedar embarazada de dos hombres a la vez. Maisie se mordió el labio inferior. —Ya sabes a lo que me refiero. -Te he besado para compensarte de los insultos y de mi actitud superior y desconfiada —le confesó Rafe, encogiéndose de hombros—. Me ha gustado tu manera de mandarme al infierno, esa manera algo ingenua, pero resuelta en cualquier caso. Te admiro. Maisie se quedó mirándolo fijamente. Se había quedado sin palabras, algo no muy normal en ella, momento que Rafe aprovechó para quitarle la camiseta y bajarle los pantalones, obligándola a sentarse para quitarle los zapatos. -Además, ya he visto todo lo que hay que ver. -Pero... Rafe se quedó mirando su delicada figura. Maisie llevaba un sujetador verde esmeralda con jazmines rosas. -Veo que llevas ropa interior muy provocativa, Maisie, pero créeme si te digo que no eres mi tipo, así que estás a salvo. ¡De pie! Dicho aquello, Rafe la agarró de la mano y la tomó en brazos para llevarla escaleras abajo. -A la ducha —le ordenó, dejándola de pie de nuevo y abriéndole la puerta del baño. -No tengo ropa! —se sonrojó Maisie. -No te preocupes por eso. Tú dúchate, que ya te traigo yo ropa seca. El agua caliente le estaba sentando de maravilla, y Maisie tuvo que hacer un gran esfuerzo para salir de la ducha y secarse. Mientras lo hacía, se dio cuenta de que el barco estaba otra vez en marcha y se preguntó en qué dirección estaría yendo. ¿Hacia Manly o hacia Peel? En aquel momento, llamaron a la puerta.
—¿Sí? —contestó Maisie, envolviéndose en la toalla. -Si sales por la otra puerta, que da al dormitorio principal, encontrarás ropa sobre la cama —le dijo Rafe Sanderson—. No tardes. En cuanto eche el ancla, te preparo algo caliente de beber. -Sí, señor; no, señor; tres bolsas llenas —murmuró Maisie en voz baja. A continuación, obedeció y, efectivamente, encontró la ropa donde Rafe le había dicho. El camarote principal tenía una cama de matrimonio cubierta con una colcha de color caramelo y menta, y Maisie se encontró caminando descalza sobre una alfombra también color caramelo en una estancia de muebles de palisandro de Nueva Guinea. Maisie dejó la toalla sobre la cama y se miró al espejo. Estaba embarazada de tres meses y medio, pero no había engordado nada. De hecho, había perdido algo de peso. Ella lo achacaba al estrés y a los vómitos de todas las noches, que no habían afectado su trabajo, pero que hacían que no le apeteciera nada comer. Afortunadamente, aquella fase había terminado hacía poco tiempo aunque, todavía de vez en cuando, tenía alguna náusea. Menos mal que habían terminado porque sentirse físicamente débil además de mentalmente traumatizada la había dejado hecha polvo e incapaz de hacer nada ni de tomar ninguna decisión. La única diferencia que percibía en su cuerpo, además de la ligera pérdida de peso, eran sus pechos. Tenía los pezones más oscuros y más sensibles. Maisie se fijó en el montón de ropa que había sobre la cama. Era algo grande para ella, pero de muy buena calidad, así que se puso unas braguitas de encaje y seda color café. Había un sujetador a juego, pero le quedaba muy grande, así que eligió una camiseta en color crema con un lazo de satén en el frente, unos pantalones de chándal verde y una sudadera preciosa beis. La ropa interior era nueva, pero lo demás, no, y Maisie se encontró preguntándose a quien pertenecería. No encontró zapatos, sólo un par de calcetines, así que se los puso y se miró al espejo de nuevo. El pelo se le estaba secando y se le estaba rizando a toda velocidad, pero, como no tenía nada para recogérselo, se lo dejó suelto. Sus ojos eran los de una mujer sorprendida, pero no era para menos después de haber saltado por la borda de un barco y de haber tenido que ser rescatada. O acaso sería porque un hombre la había besado y luego le había dicho que no era su tipo? ,